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McKEW PARR COLLECTION
MAGELLAN
and the AGE of DISCOVERY
PRESENTED TO
BRANDÉIS UNIVERSITY • 1961
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T. P^^3DRIGUEZ PINILLA
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ESTUDIO HISTÓRICO-GRÍTICO
SOBRE LA VIDA Y nECriOS
DEL
DEL NllEFO MONDO
PERSONAS, DOCTRINAS Y SUCESOS
QUE CONTRIBÜYKROX AL DESCUBRIMIENTO
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MADIM I)
ESTABLECIMIENTO TIP. DE LOS SUCESORES DE RIVADENEVRA
IMPRESORES DE LA REAL CASA
Paseo .le San Vicente, 20
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COLON EN ESPAÑA
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ESTUDIO HISTORICO-CRITICO
■ SOBRE LA VIDA Y HECHOS
DEL
DESCUBRIDOR DEL NUEVO MUND
PERSONAS, DOCTRINAS Y SUCESOS
QUE CONTRIBUYERON AL DESCUBRIMIENTO
POR
"ToMi^S j^OSRIQUEZ ^IHItl^A
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MADRID
ESTABLECIMIKNTO TIP. DE LOS SUCESORES DE EIVADENEYRA
IMPRESORES DE LA REAL CASA
Paseo de San Vicente, 20
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II €,vcma. <Sr. §, Cnstóbal Cüloit h h Cevte,
ALMIRANTE Y ADELANTADO MAYOR DE LAS INDIAS, DUQUE DE
VERAGUA, GRANDE DE ESPAÑA DE PRIMERA CLASE, SENADOR
DEL EEINO, ETC., ETC.
El deseo de hacer luz en un asunto tan importante como es el histo-
riar con verdad la vida y hechos de Cristóbal Colon, desde su llegada á
España hasta el momento en que las tres afortunadas carabelas zarparon
del puerto de Palos de Moguer con rimibo á Occidente, me empeñaron
hace años en prolijas investigaciones, que han dado por fruto el libro
que hoy publico, bajo los auspicios del preclaro descendiente del Gran
Descubridor.
A nadie , con más afectuoso reconocimiento de mi parte , ni con más
títulos por la suya , podia yo dedicar este libro , que á aquel que con ele-
vado espíritu y generosa y noble mano le dio el estímiüo y aliento que
las estrecheces de los tiempos y las flaquezas de los hombres le hablan
negado en el jegazo mismo del hogar materno. ¡Tan cierto es lo que de
antiguo se dijo : «que nadie era profeta en su país» !
Por dicha de la humanidad , el desvío con que de ordinario nos tratan
los propios, se encuentra compensado con la cariñosa hospitalidad que
nos dispensan los extraños.
¿3
VI DEDICATORIA.
No era ajeno, en verdad, del que con tanto brillo como merecimientos
ostenta hoy en su escudo los esclarecidos timbres del Gran Almirante , el
prestar apoyo á trabajos que tienen por objeto desvanecer errores y disi-
par las nieblas amontonadas sobre la azarosa vida y los gloriosos hechos
del inmortal Colon. Mas , dadas la marca estrecha y las turbias corrien-
tes de la época que atravesamos, no faltará quien sospeche que, para
prestar á este modesto trabajo la bienhechora sombra y la liberal mano
del sucesor de Colon, no habrian bastado aquellos timbres, si el que
hoy los ostenta no reuniese á ellos los de su claro talento y nada vulgar
instrucción , y más que todo , los de su amor á la industria y su entu-
siasmo por las artes y las ciencias, á cuyo cultivo consagra sus ocios,
con no menos afán y perseverancia que su ilustre progenitor consagró
su vida á realizar la empresa más audaz y más gloriosa que vieron los
siglos.
Conste, sobre todo, que si mis investigaciones crítico-históricas han
dado nacimiento á este libro, apadrinándole V... le ha conferido el bau-
tismo de la publicidad. Que él cumpla como caballero los altos deberes
de buen alujado, contribuyendo á esmaltar los gloriosos timbres de la
ilustre casa de Colon , es al presente el anhelo más vivo y la esperanza
más halagüeña de su autor.
Entre tanto, acepte V... el homenaje de justa gratitud y el testimonio
de alta consideración que le tributa su S. S. y devoto amigo,
Q. B. S. M,,
^otna» cRoc'tiatKríJ finida.
COLON EN ESPAÑA
SOBRE LAS CÉLEBRES CONFERENCIAS DE CRISTÓBAL COLON
EN SALAMANCA.
INTEODUGCION
EjDOca de reparaciones la en que vivimos, tiene, entre otras
miiclias, la inmarcesible gloria de haber desagraviado ofensas,
reparado olvidos , enaltecido y premiado , hasta donde posible era,
méritos y servicios, que los contemporáneos pagaron con el des-
den , más de una vez con la cárcel ó con la cadena , y en más de
una ocasión con el patíbulo ó la hoguera.
Entre los ilustres nombres, objeto de esas debidas repara-
ciones, suena, no en el estrecho círculo de una provincia ó de
una nación, sino por los ámbitos del mundo, el ya glorioso nom-
bre de Cristóbal Colon ; y su nacimiento , su vida , sus viajes y
sus descubrimientos han dado materia á biografías é historias,
pábulo á discusiones y á pleitos , argumento inagotable á odas y
romances , á dramas y novelas sin cuento. Se le han erigido es-
8 COLON EN ESPAÑA.
tatúas, se han levantado monumentos, se han reivindicado sus
derechos al mérito y á la gloria del descubrimiento del Nuevo
Mundo. Una sola cosa no se ha hecho, que á nosotros se nos
antoja de grandísima imj)ortancia : desjjues de haber estudiado
el génesis y el valor de la idea que formó como la urdimbre de
su vida, examinar con ahinco y expone7' con verdad el punto y
la hora donde se tejió la tela.
Porque sabemos , mal que bien , dónde y cómo surgió en su
mente la luminosa idea de navegar al Ocaso para encontrar el
extremo Oriente y la tierra del oro; dónde y cómo se elaboró y
maduró el pensamiento ; cuántos esfuerzos hizo el gran nave-
gante por realizarle fuera de España, y el fracaso de sus prime-
ras tentativas en Portugal. Pero desde su llegada á España,
hasta el memorable dia en que las tres afortunadas carabelas
zarparon del puerto de Palos de Moguer, un tupido velo cubre,
no ya la vida y los trabajos del descubridor, sino el proceso de
su idea, de sus vicisitudes, de sus alternativas, de sus lucháis
por alcanzar el apoyo apetecido y absolutamente necesario para
su realización.
Todo lo concerniente á la vida de Cristóbal Colon ha sido ob-
jeto de histórica y de científica curiosidad, con más ó menos de-
tenido estudio; pero hay muchos hechos de aquella azarosa vida,
y entre ellos los que tuvieron lugar en el período importantísimo
de 1484 á 1492, todos los que se refieren á las contrariedades
con que tropezó, á las luchas que sostuvo , á los apoyos valiosos
que encontró en España y que determinaron el triunfo de su idea
y la realización de su empresa , sobre los cuales , más bien que
historia — permítasenos decirlo — se ha hecho novela.
Y no solamente son los acontecimientos de la vida de Colon
en aquel período los que se hallan envueltos en oscuridad é in-
certidumbre, como observó ya muy atinadamente Alejandro Hum-
COLON EN ESPAÑA.
boldt; es el orden cronológico de esos mismos acontecimientos.
Las divergencias que sobre ello se encuentran en los autores an-
tiguos, dice Prescott, son tales, <Lque hacen desesperar de que
se pueda Jijar con exactitud la cronología de las vicisitudes de
Colon anteriores d su primer viajeyy (1). La fecha de su llegada
á España, el pueblo ó ciudad á donde se dirigió, las primeras
puertas á donde llamó, los sujetos que primeramente le acogie-
ron, le recomendaron y le dieron apoyo y protección todo está
rodeado de incertidumbre y de oscuridad. Cuándo acudió, y por
qué medio , al Duque de Medina-Sidouia ; cuándo le hospedó en
su casa el de Medinaceli ; quién le recomendó al cardenal Men-
doza; cuándo conoció á Alonso de Quintauilla, á Fr. Diego de
Deza y á Luis de Santángel; cuándo y cómo entabló relaciones
con Fr. Juan Pérez ; quiénes le presentaron á los Reyes , y cuán-
do y dónde le dieron éstos la primera audiencia ; cuándo se veri-
ficó el suceso de la Rábida, asunto que se ha prestado á tanta
novela y á no pequeños errores; quién era aquel Fr. Antonio de
Marchena , á quien siempre tuvo el genoves de su lado , según
él mismo declara , y lo confirma el autorizado testimonio de la
reina Isabel todo eso subsiste oscuro, indeterminado, en-
vuelto en las nieblas de contradicciones y de equivocaciones sin
cuento.
Pero todavía hay otro acontecimiento — y de inmensa impor-
tancia por cierto — que no sólo sigue envuelto en la niebla de la
incertidumbre y la oscuridad, sino en los tenaces pliegues del
error. Ese acontecimiento es el que se refiere á la consulta so-
metida por los Reyes al prior del Prado, Fr. Hernando -de Oro-
pesa, y á las juntas celebradas por éste para evacuarla : con-
(1) Prescott, Hist. de los Reyes Católicos, tom. ii, cap. xvi, nota 19.—
A. deHumboldt, Exam. critiq. de VHist. de la Geog. du Nouv. Cont., to-
mo II, sect. 1er, p. 107.
10 COLON EN ESPAÑA.
sulta y juntas erróneamente confnnclidas con las célebres confe-
rencias de Salamanca, sobre las cuales no ha llegado á hacerse
verdadera luz , por efecto de aquella errónea y aun no desvane-
cida confusión.
A esos oscuros senos adonde, hasta ahora, no han logrado
llevar la luz ni historiadores concienzudos, ni biógrafos eruditos
de Cristóbal Colon, hemos llevado nosotros la linterna de la
crítica histórica; y á favor del prolijo y atento estudio de hechos
probados y de documentos auténticos , creemos haber encontrado
la solución de los problemas que el distinguido y candoroso
Prescott tenía por insolubles ó poco menos.
II.
Es incuestionable que la vida del navegante genoves estuvo
sujeta á vicisitudes sin cuento; que sus altas dotes, su valor y
su fe fueron bien depuradas en el crisol de la desgracia. Pero
si es cierto que le desdeñaron los frivolos , que le miraron de
reojo los fanáticos , que se rieron de él los tontos y que le mor-
dieron los envidiosos ; si aun en la corte de los Reyes Católicos
tuvo que luchar , no sólo con las dificultades de la situación —
que era crítica por demás — sino con la incredulidad de unos,
con la desconfianza de otros , y con la ignorancia del mayor nú-
mero ; también es innegable que en España encontró, desde los
primeros momentos, adeptos entusiastas, protectores valiosos,
fervientes cooperadores de su empresa, cuyos auxilios eficacísi-
mos todavía no se han valorado con precisión, ni la Historia ha
podido apreciar con exactitud.
COLON EN ESPAÑA. 11
Lote indeclinable del genio que osa ostentar en sn mano la an-
torcha encendida en el fuego de una aspiración grandiosa, y se-
ñalar nuevos derroteros á la humanidad, el gran Colon sufrió
amarguras sin nombre, y encontró en su camino obstáculos cuyo
vencimiento , si es que no aumenta la importancia del triunfo,
realza, indudablemente, el mérito del vencedor, á la vez que re-
vela el gran temple de su alma y la elevación de su espíritu.
Pero si esto es cierto , lo es también que el genio vence obs-
táculos, arrolla oposiciones, arrebata con su ferviente entusias-
mo, y hace siempre prosélitos. Colon halló en su camino obstácu-
los que superar, oposiciones que vencer, é infinitas amarguras
que devorar; pero la lucidez de su mente y la energía de su vo-
luntad vencieron todos los obstáculos y triunfaron de todas las
dificultades (1).
Era verdaderamente titánica su empresa; y aunque los tiem-
pos la traían , y el curso de los sucesos la habían como prepa-
rado, el pensar sólo en ella se tenía entonces por utópico, y el
acometerla , por más osado y temerario que pudo serlo en la an-
tigüedad el viaje de los Argonautas en busca del Vellocino de
oro. ¡Qué extraño, pues, que el desconocido navegante, ael hom-
bre de la capa raida y pobre » , como dice Oviedo (2) , encon-
trase en todas partes dudas, desconfianzas, vacilaciones y des-
(1) «Lo que prueba más la elevación de los sentimientos y la nobleza del
carácter de Colon, es aquella mezcla de fuerza y de bondad que en él adver-
timos hasta el fin de su vida , en la cual , durante catorce años de gloria , so-
lamente seis ó siete pudo contar de felicidad — de 1492 á 1499. — Si alguna
vez se veia abatido y embargado por la melancolía de sus- místicas visio-
nes, bien pronto se levantaba y recobraba aquella fuerza poderosa de volun-
tad y aquella claridad de inteligencia que son las fuentes de las grandes
acciones.» — A. Hümb., obr. cit, tom. iii, pág. 343. (Edic. Paris-1837. )
(2) Gonzalo Fernandez de Oviedo , Hist. natur. y gener. de las Indias^
etc., libro ii, cap. iv «Pero como traia la capa raida ó pobre, teníanle por
fabuloso sofiador por no ser conocido y extranjero.»
12 ' COLON EN ESPAÑA.
cienes! Lo extraño, ó por lo menos lo extraordinario, es que
de todo triunfasen su constancia, su energía y su fe inquebran-
tables.
Grandemente ocupada y preocupada entonces. la España cris-
tiana con la titánica empresa de arrancar al Islam los últimos
baluartes de su poderío de ocho siglos , y de poner término á
la obra secular de la reconquista, Cristóbal Colon llegó á la corte
ambulante de los Católicos Reyes en la coyuntura más crítica,
más difícil, y por lo tanto, menos propicia para su colosal em-
presa. España necesitaba entonces armas, soldados, máquinas
de guerra ; y Colon llegaba como un hombre oscuro , y sólo la
ofrecía una idea. ¡Cuan brillante tuvo que ser esta idea! ¡y cuan
grandes y animosos el pueblo y el gobierno á quienes se ofreció,
para que, en aquella coyuntura, la prohijasen!
'Colon llegó á España cuando se hallaba convertida toda ella
en un campamento^ empeñada en su perdurable lucha, y en vís-
peras de una gran batalla. ¡ Qué extraño que sus primeros pasos
y su misma ¡jersona pasaran como desapercibidos para analistas
é historiadores ! ¡ Qué extraño que , si de él se ocujiaba alguno,
le mirase , por de pronto , como un aventurero ó como un visio-
nario ! Y, sin embargo, fué entonces, fué en aquella época, en
aquellos momentos , cuando más encarnó la idea en la mente del
atrevido navegante : cuando esa idea se convirtió para él en lu-
minoso faro, en ardoroso empeño, en fe ardientCj en apostolado
triunfante ; fué entonces cuando ganó á su idea partidarios fer-
vorosos, protectores de gran valer, corazones entusiastas, es-
píritus levantados y animosos, que le ayudaron á superar todo
género de obstáculos y á vencer dificultades , que se tendrían en
todos tiempos por invencibles, y que lo habían sido hasta allí en
otras partes.
Aquel campamento, en que se preparaban los líltimos triun-
COLON EN ESPAÑA. 13
fos de la Crnz sobre la Media luna, perseguidos en una lucha de
oclio siglos, lucha que habia dado temple de acero á los carac-
teres, vigorizado las almas y ennoblecido los sentimientos á im-
pulso del entusiasmo que produce la fe y del valor que engendra
el ]3atriotismo , fué para Colon un gran espectáculo y una ga-
rantía para la realización de su empresa. En aquel campamento
se fortaleció su fervoroso espíritu; comprendió que aquél era su
elemento ; que aquel ambiente era favorable al desarrollo y al
éxito de sus planes; y no se engañó. Allí encontraron esos isla-
nes fervientes jiartidarios , decididos y enérgicos coo^^eradores ; y
con su apoyo y auxilios los realizó. Entre tanto vivió como en-
vuelto en el torbellino de los grandes acontecimientos que agita-
ban á España y embargaban los ánimos de todos los esi^afioles.
Y después
Lo grandioso del éxito obtenido , los jDortentos y maravillas de
las tierras descubiertas, portentos que exageraba la imaginación;
no sólo del descubridor, sino del público, las esperanzas que el
admirable descubrimiento despertara, los deseos y apetitos que
acarició, las pasiones que encendió, los hechos mismos á que
dio origen, muchos de ellos heroicos, algunos tiránicos, san-
grientos no pocos, embargaron de tal modo los ánimos, que na-
die volvió á pensar en los trabajos del laborioso parto, nadie se
volvió á acordar de las dificultades que habian tenido que arros-
trar y de las luchas que habian tenido que sostener el descu-
bridor y sus partidarios ; nadie más que él y su hijo Hernando
se volvieron á acordar de las vicisitudes por que habia pasado y
de las amarguras que habia tenido que devorar el hombre de la
capa raída y pobre , antes de llegar á ser Almirante , Visorey
y Gobernador de las Indias Occidentales.
Época de grandes acontecimientos y de fuertes impresiones,
todo contribuyó á que pasara la del descubrimiento con rapidez
14 COLON EN ESPAÑA.
vertiginosa ; todo contribuyó á que se olvidara el laborioso parto,
á que se desconocieran los trabajos que prepararon el suceso, y
á que no se apreciaran cual debian el mérito y las altas prendas
del descubridor.
La importancia de los descubrimientos que se sucedieron rá-
pidamente desde el año 1492, tales como la llegada de Vasco de
Gama á Calcuta , cuyas consecuencias se hicieron sentir en el
comercio del mundo más prestamente que la lenta acumulación
de los metales preciosos de América ; los trabajos de Cabral y
de Solís, el descubrimiento del mar Pacífico por Vasco Nuñez de
Balboa , siete años desjDues de la muerte de Colon , apartaron de
él la atención y el interés públicos , haciendo que cuasi se olvi-
dara aquel que habia dado el primer impulso á tan maravillosas
empresas. La fama artificial de Vespucio, las proezas de Hernán
Cortés, las sanguinarias conquistas de Pizarro, absorbieron todo
el interés de la Europa comercial, sobre todo después que el au-
mento de la plata , efecto del descubrimiento de las minas del
Potosí y de Zacatecas , hizo triplicar el precio de los cereales y
cambió súbitamente todos los valores nominales. Los conquista-
dores, como dice bien A. Humboldt, de unos países tan ricos en
metales preciosos, borraron poco á poco la memoria de aquel que
les habia enseñado el camino.
Sólo así se concibe que compañeros mismos de su empresa,
testigos de sus relevantes cualidades y de sus virtudes , en lugar
de tributarle elogios á que era grandemente acreedor, se convir-
tieran , no ya en émulos de su gloria , sino en irreconciliables
enemigos de su j^ersona, de su autoridad y de sus proyectos.
Los celos y el despecho hieren de muerte al valeroso Martin
Alonso Pinzón , compañero de su glorioso primer viaje ; Roldan
y Mogica se le rebelan ; Hojeda le hostiliza; los hermanos Por-
ras le calumnian ; el obispo Fonseca y D. Juan Soria le hacen
COLON EN ESPAÑA. 15
una guerra insidiosa; y Bobadilla le prende y le encadena (1).
Los historiógrafos de la época de Cristóbal Colon, si se excep-
túan sn hijo D. Hernando y Fr. Bartolomé de las Casas , le des-
conocieron y casi pugnaron por amenguar sns méritos y sn gloria.
Los de nnestra época le lian desfigurado á fuerza de exagerar
aquellos méritos y de sublimar sn gloria. Ya veremos más ade-
lante que sus paisanos Pedro Mártir de Angleria y Lncio Mari-
neo Sículo , que le conocieron y debieron tratarle , el nno le ape-
llida un Quidam , y el otro le llama Pedro Colon (2).
Angleria, que residió en Valladolid del 10 de Febrero al 26 de
Abril de 1506, cuando Colon se hallaba ya en el lecho de muer-
te , ni siquiera hace mérito de ello en sus cartas , preocupado con
el naufragio del Archiduque de Austria y con las querellas entre
éste y su suegro don Fernando, con las revueltas de Castilla y las
glorias de Cisnéros.
Marineo Sículo llega hasta olvidar el verdadero nombre de
Colon. Y ese desdeñoso olvido del grande hombre fué en aumen-
to durante toda la primera mitad del siglo xvi.
Acosta, Gomara y el inca Garcilaso inventan ó apadrinan la fá-
(1) La enemiga de Fonseca contra Colon hubo de acrecentarse por efecto
de un arranque impetuoso del genoves, el cual en un momento de acaloro dio
un puntapié á un judío , ó moro converso , llamado Ximeno de Bribiesca , co-
mensal ó protegido del poderoso obispo de Badajoz, Juan de Fonseca. Ocurrió
este hecho antes de marchar Colon á su tercer viaje. Y haciendo alusión á
ello, dice Hernando Colon : « que preso el Almirante, el piloto Andrés Martin
debia entregarlo á D. Juan Fonseca» ; dando á entender que con su favor y
consejo ejecutaba Bobadilla todo aquello (la prisión y los grillos).
(2) L. Marineo Sículo, De Rerinn memorahilium, f. 161.
El pasaje de L. Marineo es digno de trascribirse , aunque no sea más que
' para manifestar en qué equivocaciones tan crasas puede incurrü- un contem-
poráneo en la relación de sucesos que, por dech-lo así, han pasado á su propia
vista. ftLos Beyes CatóHcos, dice, habiendo sujetado las Canarias y estable-
cido en ellas la religión cristiana, enviaron á Pedro Colon con treinta y cinco
naves de las llamadas caravelas y gran número de hombres á otras islas nui-
cho más lejanas, abimdantes en minas de oro; pero no tanto en busca de oro,
como para procurar la salvación de los pobres gentiles , sus naturales.»
16 COLON EN ESPAÑA.
billa del piloto Alonso Sánchez. El portugués Juan Barros le
denigra llamándole hablador. Faria y Sousa refiere lo de la fa-
mosa estatua ecuestre sobre la montaña del Cuervo (isla del
Cuervo, en Las Azores) , con la mano izquierda asidas las crines
del caballo, y con la derecha señalando al Poniente.
Gomara recuerda los indios del procónsul Quinto Metellüs Ce-
1er, de que hace mérito Cornelius Nepos, y dice con marcada in-
tención : « Si ya no fuesen de Tierra del Labrador y los tuviesen
(los romanos) por indianos , engañados por el color» (1). '
Por último , el mismo Herrera , el discretísimo Antonio de
Herrera, dice : « que la opinión de encontrar , en una navegación
de pocos dias por el Occidente, la parte oriental de la India, fué
confirmada á Colon por su amigo Martin de Bohemia, portugués
natural de la isla de Fayal, gran cosmógrafo» (2).
Las prosperidades de Colon, dice Humboldt, fueron de du-
ración cortísima ; apenas si gozó en su larga carrera seis ó siete
años de contento y de dicha ; vivió demasiado tiempo entre los
hombres para que dejase de probar con amargura lo que para
ellos tiene de importuna la superioridad , y lo difícil que es ilus-
trar uno su vida sin experimentar grandes angustias y sin per-
der su reposo. Cristóbal Colon, como Hernán Cortés', y como el
inglés Raleigh , han probado á su costa que el genio no reina más
que sobre el porvenir, y que es muy tardío su poder (3).
Tan cierto es que en todos tiempos y lugares, ora se trate de
descubrimientos geográficos , ó ya de invenciones en las artes , ó
(1) «Se asegura, dice en otro lugar de su historiael mismo Gomara, que
en tiempo del emperador Federico Barbaroja aportaron á Lubeck ciertos in-
dius en una canoa.» Gomara, Hlst. de las Indias, fól. vil, edic. Zara-
goza (1553).
(2) Herrera, Decad. i , lib. i , cap. ii.
(3) Humboldt, Exam. critiq. de VHist. de la Geog., tom. iv, sec. 2.*
COLON EN ESPAÑA. 17
de las grandes conceiDciones en las ciencias y en las letras, la
historia de la humanidad nos presenta el mismo fenómeno.
«Se comienza primero negando la posibilidad del descubri-
miento ó la exactitud de la concepción ; después se niega su im-
portancia, y más tarde, su novedad. Son efectivamente tres gra-
dos de una duda que temi3la algo los disgustos causados por la
envidia ; cierta especie de moda cuyo motivo es ordinariamente
menos filosófico que la discusión que á su pesar provoca ; moda
que trae su origen de más lejos que el de aquella Academia dei
Dubbiosi , qvie de todo dudaba menos de sus propios decretos.»
El autor del Ejisayo sobre las costumbres y el genio de las na-
ciones dijo ya, con mucha oportunidad, «que cuando Cristóbal
Colon prometía un nuevo hemisferio, se le contestaba que no pe-
dia existir ; y cuando le hubo descubierto , se dio en sostener que
era ya conocido de mucho tiempo antes» (1).
La extremada reserva que imponían al Almirante sus descon-
fianzas y su carácter suspicaz (2) , el secreto peculiar de la di-
plomacia de nuestros monarcas , la circunstancia de ser extran-
jero el descubridor, y como él mismo reconocía , la de los celos
que despertaba el éxito de su empresa, contribuyeron poderosa-
mente á qu^ un denso velo envolviera por de pronto el brillo de
su nombre y la gloria de su triunfo.
A todas esas causas se reunieron otras que provocaron cen-
(1) VoLTAiRE, Essai sur les mceurs et Vesprit des nations.
(2) La serie de persecuciones y de . contrariedades que tanto amargaron
el alma de Colon en los últimos seis años de su vida acrecentó necesariamente
en él aquella circunspección y aquella cautela propias de su carácter, en el
cual se descubria la índole de su país nativo. El mismo reconocía y solia decir,
que su posición ofrecía tres dificultades cuasi insuperables : (( la de tener que
estar alejado de la corte, la de ser extranjero en el país al cual quería servir,
y la de los celos que provocaba el gran éxito de su empresa. y> CVinfií-man esto
mismo su hijo D. Hernando (Hisf.del Almirante) ^RmiBOhm (Exam. criL),
Bernaldez (Reyes Católicos, cap. cxxxi), y Las Casas (Mss., lib. i, capi-
tulo OLVll) .
18 COLON EN ESPAÑA.
suras amargas , enemistades terribles , y llegaron hasta concitar
contra él la animadversión del pneblo. « Eran tales por entonces
(1496) la disposición de los ánimos en Granada y el odio contra
lo que se llamaba régimen tiránico de los ultra7nontanos en
Haiti , qne los parientes de los conquistadores se reunían en el
l^atio de la Alhambra para gritar, cuando pasaba el Hq^^ , pagad,
pagad. « Mi hermano y yo , dice don Hernaníío , que éramos en-
tonces pajes de la Eeina , nos veiamos á menudo insultados por
el populacho : ¡ mirad esos mosquetillos , decian, esos hijos del
Almirante, que ha hallado tierras de vanidad y engaño, que sólo
sirven para tormento y sepulcro délos hidalgos castellanos !))(!).
III.
Por grande que sea el genio, por singulares y notables que sean
las cualidades de un hombre — y las de Cristóbal Colon lo eran
en alto grado — ninguna individualidad se sustrae á la atmósfera
moral de su época , a las condiciones del tiempo en que vive. Co-
lon era tan notable por la grandeza de su idea como por la ele-
vación de su alma y la nobleza de sus sentimientos. Mas para
juzgarle con equidad no se debe olvidar , como dice Humboldt,
el imperio que entonces ejercia la intolerancia religiosa. Convertir
infieles, expulsará los moros de la península, libertar el sepul-
cro de Cristo, eran los ideales de la época, y muy especialmente
en España. Sin haber perdido Colon la reserva y la hábil cir-
cunspección de su país natal, adoptó, sin embargo, en Esj)aña
(1) íí. Colon, Ifist. del Almirante^ cap. Lxsxv.
COLON EX ESPAÑA. 19
los ideales y hasta las preocupaciones que formaban la impetuosa
corriente de la opinión en la corte de los Eeyes Católicos. Tes-
tigo presencial de la tenaz y formidable lucha contra el islamis-
mo, y aun actor en la memorable campaña definitiva contra los
moros de Granada, la misma vivacidad y la energía de su carác-
ter no podian menos de exaltar su imaginación y de enardecer
su fe. El fervor teológico que le caracteriza no le venía de Italia,
país entonces republicano y comercial, ávido de riquezas y de
fausto, en que el descubridor habia pasado su infancia : aquel fer-
vor le habia adquirido dm'ante su estancia en Andalucía y en
Castilla, en sus relaciones íntimas con Fr. Diego de Deza, con
el Prior de la Rábida, con Fr. Antonio de Marchena , con el Padre
Gorricio , sus amigos más queridos y más útiles. La fe de Colon
se mezclaba , de una manera extraña , con los intereses munda-
nales del siglo, y su misticismo teológico, dice Humboldt , se
acomodaba perfectamente á las exigencias de una sociedad cor-
rompida y á las necesidades premiosas de una corte que se veia
en continuos apuros por efecto de las guerras y por el de su irre-
flexiva prodigalidad.
Aquellos sueños y promesas de oro á toneladas (1); aquel
anhelo constante jjor la tierra del oro , y aquel su encomio del
(1) En la carta que en Febrero de 1502 escribió al papa Alejandro VI hace
constar que al regreso de su primer viaje habia prometido á los Eeyes Cató-
licos, que con el producto de sus descubrimientos podría levantar y sostener,
durante siete años, un ejército de 50.000 infantes y 5.000 caballos , y otro
igual, durante los cinco años siguientes, para reconquistar el Santo Sepulcro.
Ya entonces valuaba «el producto anual del oro en ciento veinte quintales'» ;
si bien anadia muy prudentemente : ft Satanás ha destorbado todo esto, y con
sus fuerzas ha puesto esto en términos que non haya efecto ni el uno ni el
otro, si Nuestro Señor no lo ataja. » Y en la carta á los KR. CC, escrita desde
la Jamaica á 7 de Julio de 1503, dice : ce El oro es excelentísimo : del oro se
hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en* el mundo, y llega
á que echa las ánimas al paraíso.» (Navarrete, Colee, tom. I, pág. 45G,
tom. II, pág. 313).
20 COLON EN ESPAÑA.
precioso metal , hacen un notable contraste con su caballerosidad,
con su firmeza de carácter , con su fe y su misticismo , con sus
proyectos de reconquistar el Santo Sepulcro, y con aquel hábito
de franciscano de que le vio vestido el Cura de los Palacios al re-
greso del segundo viaje.
Descúbrese en Colon, al lado de la singular originalidad de
su carácter, la influencia de las doctrinas dominantes en su época;
doctrinas que prepararon, por medio de leyes inhumanas , la pros-
cripción de dos pueblos enteros , los moros y los judíos. Al exa-
minar los motivos de aquella intolerancia religiosa, se ve uno
obligado á reconocer, con Humboldt,que el fanatismo de aque-
llos dias, no obstante su violencia, no tenía ya el candor de un
sentimiento exaltado. Mezclado aquel fanatismo á todos los inte-
reses materiales y á los vicios de la sociedad, estaba guiado , con
esj3ecialidad en los hombres del ¡^oder , por una sórdida avaricia
y por las necesidades y los apuros, hijos de una política levan-
tisca y tortuosa , de lejanas expediciones y de la dilapidación de
la fortuna pública. Necesidades de posición y deberes impuestos
por la corte propendian á viciar insensiblemente las almas más
generosas (1). Colocados en una esfera elevada, dependiendo del
favor del gobierno, los hombres públicos dirigian su conducta
conforme á la opinión del siglo y á los principios que la autori-
dad soberana jjarecia justificar. Los crímenes que en la conquista
(1) En la carta al rey D. Alonso de Portugal , escrita á nombre de los Reyes
Católicos por su cronista Fernando del Pulgar, se lee lo siguiente : «Estos ca-
balleros no vienen á Vuestra Seuoría con celo de vuestro servicio ni menos con
deseo de esta justicia que publican ; mas con deseo de sus propios intereses,
que el Rey y la Reyna no quisieron ó por ventura no pudieron cumplir según
la medida de su cobdicia, la cual tiene tan ocupada la razón en algunos hom-
bres que, tentados de sus propios intereses, acá y allú dan el derecho ajeno do
hallan su utilidad propia. Y debéis creer, nuiy excelente Señor, que pocas
veces vos sean fieles aquellos que con dádivas oviéredes de sostener.» Ber-
NALDEZ, Reyes Católicos, toni. i, púg. 50.
COLON EN ESPAÑA. 21
de América , desiDues de la muerte de Colon , maucharon las pá-
ginas de nuestra historia, procedian, méuos de la rudeza de cos-
tumbres y del ardor de las j)asiones, que de los frios cálculos de
la codicia, de la cautelosa prudencia y de esos excesos de rigor
que se emplean en todas épocas, so pretexto de sostener el prin-
cipio de autoridad y afianzar el orden jmblico (1).
Lo grandioso del descubrimiento, el legítimo orgullo del des-
cubridor, junto á las preocupaciones de la época, exaltaron las
imaginaciones y j)rodujeron la fiebre del oro, el auri sacra fames^
que complicó y centuplicó las siempre grandes dificultades de
toda colonización. La esclavitud no sólo parecía entonces conse-
cuencia natural de toda conquista y de toda victoria, sino que se
justificaba ¡lor motivos religiosos. Podia muy bien privarse á los
hombres de su libertad natural para darles en cambio la doctrina
cristiana y el beneficio de la fe. En esa parte no mostró dudas
ni escrúpulos Cristóbal Colon. Pero los tuvo la reina Isabel. Man-
daba aquél á sus gentes , que respetaran y no tocasen á los rudos
utensilios iirojjiedad de los indígenas ; pero luego cargaba con
ellos y los traia á España , ó los repartía entre los suyos como
mercancía. Pero la Reina, no sólo mandó suspender en Sevilla la
venta acordada de los primeros indios traídos por Colon, sino
que ordenó fuesen restituidos á su país (2).
(1) Hu-MBOLDT, Exám. Critiq., t. iii , sect. 2.", ¡Dág. 269.
(2) La prueba de esos hechos puede verse en el Memorial que el Almirante
envió á los Reyes por Antonio de Torres, y en los documentos diplomáticos
publicados por Navarrete, números 87, 92, 98, 99 y 134. Este último es no-
table. «Ya sabéis , dicen los Reyes á Pedro de Torres, como por nuestro man-
dado tenedes en vuestro poder en secustacion é depósito algunos indios de los
que fueron traídos de las Indias é vendidos en esta ciudad é su arzobispado por
mandado de nuestro Almirante de las Indias; los cuales agora Nos mandamos
poner en libertad é habernos mandado al Comendador Frey Francisco de Bo-
badilla que los Uevase en su poder á las dichas Indias é faga deUos lo que
le tenemos mandado. Por ende Nos vos mandamos, que luego que esta nues-
tra Cédula viéredes le dedes é entreguedes todos los dichos indios que así te-
22 COLON EN ESPAÑA. ■
La Instrucción dada por los Reyes al Almirante j)ara el segun-
do viaje y para el buen gobierno de la nueva colonia — Instruc-
ción firmada en Barcelona en 29 de Mayo de 1493 — respira sen-
timientos de dulzura y humanidad para con los indios. «Procure
é haga el dicho Almirante, dicen en ella los Reyes, que todos los
que van (en la armada) é los que más fueren de aquí adelante
traten muy bien é amorosamente á los dichos indios , sin que les
fagan enojo alguno, procurando que tengan los unos con los
otros mucha conversación é familiaridad , haciéndose las mejores
obras que ser pueda é si acaso fuera que alguna ó algunas
personas trataren mal á los diclios indios, en cualquier manera
que sea, el mismo Almirante , como Vi sorey é Gobernador de sus
Altezas , lo castigue mucho, por virtud de los poderes que para
ello lleva » Las intenciones de los Reyes no podian ser más
benéficas, ó como hoy se diria, más liberales. Se ve en ellos una
delicadeza de sentimientos, sobre todo en ios actos y en las pala-
bras de la reina Isabel, que contrasta con la conducta observada
con los moros y judíos, y con las liorribles hecatombes permitidas
al feroz Torquemada. Pero es preciso decirlo : Colon mismo sacri-
ficó en aquella cuestión los intereses de la humanidad al deseo
ardiente de hacer más lucrativa la posesión de las islas ocupadas,
de procurar brazos á los lavaderos de oro, y de contentar á los co-
lonos que, por avaricia y por pereza, reclamaban la esclavitud
de los indios.
Un concurso fatal de circunstancias, dice Hunil)oldt con este
motivo, empujaba insensiblemente al Almirante hacia una senda
neis en vuestro poder, sin faltar dcUos ninguno , por inventario, é ante Es-
cribano público, é tomar su conocimiento de como los recibe de vos; con el
cual y con esta nuestra Cédula mandamos que non vos sean pedidos ni de.
mandados otra vez. E non fagades ende al. De Sevilla á 20 dias de Junio
de 1500.— Yo el Rey. — Yo la ReynÁ. — Por su mandado, Miguel Pérez de
Almazan.» (Nav arrete, Colee, t. ii, páginas 274, 275)
COLON EN ESPAÑA. 23
de vejaciones y de iniquidades, que él procuraba justificar con ra-
zones y motivos de orden religioso. Y no es que no fuera gran-
demente liberal y humano Cristóbal Colon; es que necesitaba de-
mostrar la importancia de su descubrimiento con argumentos
aritméticos, con jiruebas metálicas : <s.como quiera que las cosas
espirituales, decian los Reyes mismos en su citada Instrucción,
sin las temporales no pueden luengamente durar. y>
Hé allí j)orqué, mientras en la corte se censuraba la dureza
con la que Colon introducia la servidumbre de los indígenas (1)
en las colonias, los colonos españoles escribían quejándose amar-
gamente, «que no permitía que los indios sirviesen á los cristia-
nos , que los acariciaba para hacerse independiente con su apoyo,
ó \)ÍQn para formar una liga con algún principen) (2).
Eb ínteres de la colonización, la codicia de los colonos, las re-
beliones de Roldan, de Mogica y de Hojeda contra el Almirante,
todo contribuía á hacer cada día más difícil su situación. Los
mismos tesoreros de la Corona, el famoso obispo de Badajoz, y
«
después de Falencia , don Juan de Fonseca , su lugarteniente
Juan de Soria y el j)ropio P. Boíl, le obligaron á entrar por el
camino de las violencias , para el de la explotación. La Reina
misma , mal aconsejada por los teólogos , cedió á las exigencias
de los explotadores , y comenzó el funesto sistema de concesio-
nes, autorizando los repartimientos de indios y las encomiendas.
(1) «Diréis á Sus Altezas, que el provecho de las almas de los dichos caní-
bales, y aun destos de acá , lia traído el pensamiento que cuanto más allá se
lleA-asen seria mejor. Sus Altezas podrán dar licencia y permiso á un número
de carabelas que trayan acá cada año ganados y otros mantenimientos y cosas
para poblar el campo , en precios razonables, las cuales cosas se podrían pa-
gar en esclavos de estos caníbales, gente tan fiera y dispuesta y bien propor-
cionada y de muy buen entendimiento , los cuales, quitados de aquella inhu-
manidad , ci'eemos que serán mejores que otros ningunos esclavos. y> (Memo-
rial que para los Reyes dio. el Almirante el 30 de Enero de 1494 á Antonio de
Torres , art. 9.°)
(2) Barcia, tom. i, pág. 97.
24 COLON EN ESPAÑA.
En la curiosa Memoria que Fr. Bartolomé de Las Casas pre-
sentó en 1543, por orden del emperador Carlos V, á la junta de
prelados celebrada en Valladolid, para la reforma de los abusos
introducidos en las Indias Occidentales, refiere un hecho que
prueba todo lo difícil y embarazosa que debia ser la situación de
Colon en aquella época. « La Serenísima y bienaventurada reina
doña Isabel, digna abuela de Vuestra Majestad, dice, nunca qui-
so permitir que las Indias tuviesen más señores que ella misma
y su esposo D. Fernando. Y conviene daros á conocer lo que con
tal motivo aconteció por el año 1499 en esta misma capital. El
Almirante habia dado un indio para su particular servicio á cada
uno de los españoles que le habían acompañado en sus expedi-
ciones. Yo tuve uno de aquéllos. Llegamos con nuestros esclavos
á España. La Reina, que estaba entonces en Granada, lo si^po y
recibió por ello gran desagrado : « ¿ Quién ha autorizado , decia,
á mi Almirante para disponer asi de mis subditos Fy> Y en se-
guida mandó que todos los que habían traído indios los entre-
garan para volverlos á enviar á las Indias» (1).
Sólo los que comprenden, dice Hnmboldt con este motivo, las
dificultades y las pomplicaciones de nuestro actual régimen colo-
nial; sólo los que conocen la situación en que se hallan los go-
bernadores de las Islas , colocados bajo la doble influencia del sis-
tema liberal de la metrópoli y las veleidades de opresión y de
poder arbitrario de los colonos ; sólo ésos pueden formarse cabal
idea del desorden, confusión y anarqm'a que producirían en Haití,
de una parte , la templanza y la dulzura de las Reales cédulas y
disposiciones, y de otra parte , la rudeza y violencia de los con-
quistadores ; la necesidad apremiante de procurar brazos para la
(1) El mismo Fr. Bartolomé tuvo en Salamanca, donde fué á estudiar, uno de
aquellos indios que habia obtenido de Colon , no Fr. Bartolomé , sino su padre
Francisco de Casaus. (Humboldt, Exavi. crit., toni. ni, pág. 286, nota 1.^)
COLON EN ESPAÑA. 25
explotación de las minas y lavaderos, y el interés qne los her-
manos de Colon y todos los funcionarios á sus órdenes tenian en
demostrar la importancia y la riqueza de las tierras descubiertas.
Nada pinta mejor aquella situación, aquella embarazosa y di-
fícil situación , que las vacilaciones de la misma Reina , y que el
expediente á que tuvo que recurrir el obispo de Chiapa para de-
fender la libertad de los indios : aconsejar la trata de negros.
« En la instrucción que mandamos dar al comendador D. Frey
Nicolás de Ovando, decia la Reina, ordenamos que los indios,
vecinos y moradores de la isla Española , fuesen libres y no sio-
jetos á servidumbi^e ; mas agora soy informada que á causa de
la mucha libertad que los dichos indios tienen , huyen y se apar-
tan de la conversación y comunicación de los cristianos no quie-
ren trabajar y andan vagamundos ni los pueden haber para
las doctrinas y traer á que se conviertan á nuestra santa fe ca-
tólica; que á esta caúsalos cristianos que están en la dicha isla y
viven y moran en ella no hallan quien trabaje en sus granjerias
y mantenimientos ni les ayuden á sacar y coger el oro que hay en
la dicha isla.... por lo cual mando á vos el dicho nuestro Gober-
nador , que en adelante compeláis é apremiéis á los dichos indios
que traten y conversen con los cristianos de la dicha isla, y que
trabajen en sus edificios en coger y sacar oro y otros metales , y
en facer granjerias y mantenimientos para los cristianos , veci-
nos y moradores de la dicha isla; y fagáis pagar á cada uno el
dia que trabajare el jornal » (1).
¡Fatal y funestísima concesión! Una vez en esa pendiente, las
consecuencias desastrosas no se hicieron esperar mucho tiem-
po. La población indígena de Haiti desapareció. El comendador
(1) Provisión de la reina doña Isabel al comendador Ovando, fechada en
Medina del Campo á 20 de Diciembre de 1503. V. Navarrete, Docum. dijjlom.,
número 153, tom. ii , pág. 331.
26 COLON EN ESPAÑA.
Ovando tuvo que extremar los castigos hasta una crueldad horri-
ble (1). ¿Quién duda que aquellas crueldades repugnaban gran-
dísimamente lo mismo á la reina Isabel I que á Cristóbal Colon?
En una carta de éste á su hijo don Diego manifestó , con la vi-
veza y la energía que le eran propias, todo el horror que la cruel-
dad de Ovando le insj)iraba. « Cosas tan feas , dice, con crueldad
cruda tal, jamas fué visto.» Y en la propia carta, llena de amar-
gura , de sentimientos ticrnísimos y de tristes i)resentimientos,
encarga á su hijo que haga presente á Sus Altezas , entre otras
cosas , la de c( que las Indias se pierden y están con el fuego de
mil partes)^ (2).
Pero la mala semilla estaba sembrada y daba su fruto. Sin
quererlo ni preverlo, la Reina Católica y Cristóbal Colon habian
arrojado al suelo aquella semilla. La religión y los intereses ma-
teriales se habian concertado para establecer la servidumbre de
la raza indígena, so color de conversión á la fe católica, de re-
partimientos , de encomiendas y mitas. Y de aquí, la secuela de
violencias, de rebeliones, de crueldades y de exterminio que so-
brevinieron.
Nadie se atrevería á acusar de hipocresía á la reina Isabel, ni
de codicioso y cruel á Cristóbal Colon. Los sentimientos de dul-
zura y el vivo interés de la Reina por los naturales del Nuevo
Mundo eran sinceros y formaban su preocupación y su anhelo
más constantes; su testamento mismo los revela. Y en cuanto á
Colon, pruebas repetidas dio de humanidad, de elevación de es-
píritu y de nobleza de sentimientos. Mermados vio sus privile-
(1) Diego Méndez, el fiel servidor de Colon, dice en su testamento que sólo
en la provincia de Jaragua hizo el comendador de Lares c( quemar y ahorcar
durante siete meses á ochenta ¡j cuatro caeiciues, señores de vasallos, y con
ellos á Nacaona , la mayor señora de la isla, a quien todos ellos servían y
obedecían. »
(2) Navarrete , Colee, tom. i , pág. 485.
COLON EN ESPAÑA. 27
gios , menoscabados sus derechos , embargada y perdida su for-
tuna; j aunque celoso en defender los unos y reparar ésta, jamas
faltó al deber , ni al honor , ni á las conveniencias. « Yo no quise
robar la tierra, dice en un desahogo familiar á su hijo Diego, por
no escandalizarla; porque la razón quiere que se pueble y en-
tonces se habrá todo el oro á la mano sin escándalo.» Pero tanto
la Keina como Colon se engañaron en la extensión de los dere-
chos otorgados á los colonos.
IV.
(.(Entrando ahora en otro orden de consideraciones, y aparte
del número y la magnitud de las empresas , de los hechos y de
los personajes que por aquellos tiempos embargaron la atención
de España y preocuparon á Europa, permítasenos aquí hacer
constar que , sin desconocer la poderosa influencia que en el mun-
do intelectual y moral ejercen los grandes pensamientos y las
ideas creadoras, es i)reciso convenir en que los grandes movi-
mientos en la humanidad han sido efecto de la acción que el
hombre ha llegado á 'ejercer sobre el mundo físico; efecto de
esos descubrimientos materiales, cuyos' resultados portentosos
hieren más fuertemente las imaginaciones que las causas que los
han producido. El acrecentamiento del dominio del hombre sobre
el mundo material y sobre las fuerzas de la naturaleza impresio-
nan más vivamente que los pensamientos más luminosos. Por
eso, la gloria de Colon y la de James "Watt , grabada en los tas-
tos de la Geografía y de las artes industriales, ofrecen un pro-
28 COLON EN ESPAÑA.
blema más complejo que las conquistas ijuramente intelectuales
debidas al creador pensamiento de Aristóteles y de Platón , de
Leibnitz y de Newton. Que es proj)io de los descubrimientos que
afectan á los generales intereses de la humanidad el agrandar
el círculo de las conquistas, y también el terreno que aun falta
por conquistar. Y es error de las inteligencias vulgares el creer
que , en su época, ha llegado la humanidad al apogeo de su pro-
gresivo desenvolvimiento, sin observar que por el íntimo enca-
denamiento de todas las verdades, á medida que se avanza se di-
lata más el horizonte» (1).
« Colon ha servido á la humanidad , ofreciéndola nuevos obje-
tos de reflexión, aumentando la masa de las ideas y haciendo
también progresar por ese medio el mundo del pensamiento. No
era ya época de tinieblas la en que aquél apareció sobre el teatro
del mundo; pero dominaba aún la filosofía escolástica, que no
ofrece á la razón más que formas ; y comparativamente á la abun-
dancia y al artificio de esas formas , habia verdadera penuria de
ideas ; sobre todo , de esas nociones que , naciendo de un con-
tacto más íntimo con el mundo material, alimentan sustancial-
mente la inteligencia. En ninguna otra época se puso en circula-
ción mayor ni más variado caudal de ideas, que en la época de
Colon y de Gama , que fué también la de Copérnico , de Ariosto,
de Alberto Durero , de Rafael y de Miguel Ángel. »
«Si el carácter de un siglo es la manifestación del espíritu hu-
mano en un tiempo dado, el siglo de Colon, al extender inoj^i-
nadamente la esfera de los conocimientos , abrió nuevas sendas
á los siglos futuros, dando impulso á su carrera y á sus ade-
lantos.»
« Trayendo á la memoria todo lo que á ese engrandecimiento
(1) HUMBOLDT, 1. C.
COLON EN ESPAÑA. 29
del espíritu humano contribuyó el pensamiento de dos hombres,
Colon y Toscanelli , no hay que limitarse á los grandes progresos
que hicieron simultáneamente la Geografía, el comercio de los
pueblos, el arte de navegar y la Astronomía náutica; no basta
considerar los adelantos que hicieron las ciencias físicas en ge-
neral , y hasta la filosofía de las lenguas , cuyos horizontes dilató
el estudio comparado de tantos y tan raros idiomas, ricos en
formas gramaticales ; se necesita ademas ver la influencia que ha
ejercido el Nuevo Continente en los destinos del género humano,
bajo el punto de vista de las instituciones sociales. La revolución
religiosa del siglo xvi, al sentar la piedra cardinal del libre exa-
men , preludió la tempestad política de nuestros tiempos. El pri-
mero de esos movimientos coincidió con el establecimiento de las
colonias euroj)eas en América. El segundo se ha hecho sentir á
fines del siglo xvín, y ha concluido por romper los vínculos de
dependencia que unian á los dos Mundos. »
« Todavía no se ha fijado bastante la atención pública sobre
una circunstancia que, relacionada con esas causas misteriosas de
que ha dependido la desigual distribución del género humano por
la tierra, ha favorecido, ó por lo menos, ha hecho posible la in-
fluencia política de que antes hemos hecho mérito, una mitad
del globo ha estado tan exiguamente poblada, que, no obstante el
largo trabajo de una civilización indígena que debió tener lugar
en Iqs siglos que median entre Leif y Colon , en las costas ame-
ricanas que dan frente al Asia habia inmensos países que no
ofrecían en el siglo xv más que unas cuantas tribus de pueblos
cazadores. Tal estado de despoblación en fértiles comarcas suma-
mente aptas para el cultivo de nuestros cereales , permitió á los
europeos fundar en ellas establecimientos tan extensos , como no
llegaron á ser ningunos de los del Asia y el África en tiempos
antiguos. Los pueblos cazadores se replegaron al interior, y en
30 COLON EN ESPAÑA.
el Norte América, con climas y bajo aspecto de vegetación muy
análogos á los de las islas Británicas , se formaron por inmigra-
ciones, desde fines de 1620 en adelante, estados cnyas institu-
ciones liLres ofrecian el reflejo de las de la madre ¡mtria. »
(( La Nueva Inglaterra no fué desde el principio un estableci-
miento industrial y comercial, como lo son hoy mismo las facto-
■ rías de la costa de África ; ni tampoco era aquélla una domina-
ción sobre j)ueblos agricultores de diversa raza, como lo es el
imperio británico en la India, y como lo fué mucho tiempo el
imperio español en Méjico y en el Perú ; la Nueva Inglaterra,
que recibió por primera vez una colonia de cuatro mil familias
de puritanos , de la cual desciende hoy la tercera parte de la po-
blación blanca de los Estados-Unidos , era un establecimiento
religioso. La libertad civil se mostró en ella desde luego insepa-
rable de la libertad de conciencia. Y la Historia nos enseña esta
verdad : que ni las instituciones libres de Inglaterra , ni las de
Holanda, ni' las de Suiza han influido sobre los pueblos de raza
latina, á pesar de su proximidad, tanto y tan poderosamente,
como aquel reflejo de formas democráticas de gobierno que, li-
bres de todo enemigo exterior, favorecidas por una tendencia uni-
forme y constante de recuerdos y de antiguas costumbres , ha to-
mado, en medio de una prolongada calma, desarrollos y cre-
cimientos desconocidos en nuestros tiempos. Hé ahí cómo la
falta de población en las altas regiones del Nuevo Continente, y
el libre y lu'odigioso acrecentamiento de una colonización in-
glesa al otro lado del Atlántico , han contribuido poderosa-
mente á cambiar la faz política y los destinos del antiguo Con-
tinente» (1).
(1) HUMBOLDT, 1. C.
COLON EX ESPAÑA, 31
V.
• Los historiadores , como los poetas , llagan tributo á sus res-
pectivos siglos, y la fisonomía de éstos, sus bellezas y sus lu-
nares, sus esperanzas y sus temores, sus aprensiones y sus en-
fermedades, no jDueden menos de reflejarse en las obras de
aquéllos. De este fenómeno constante vamos á ofrecer aquí al
lector pruebas irrefragables con ejemplos lastimosos.
Pedro Mártir de Angleria, milanés, traido á España por el
Conde de TencUlla , D. Iñigo de Mendoza, en 1488, helenista del
Renacimiento, muy ¡lagado de las grandezas de la corte, fiel
servidor de los Reyes, admirador y panegirista de sus pensa-
mientos y de su política, presenció, como si dijéramos, el gran
acontecimiento ; conoció y aun trató á Colon ; su éxito le entu-
siasmó, y saboreó el descubrimiento como los sabios saborean
estos placeres. En sus epístolas al Pontificado y á los hombres
ilustres de aquel tiempo refirió los portentos que cuasi presen-
ciaba y otros que imaginaba con un poco de afectación clásica,
pero con fervor y viveza de colorido. Y con todo eso, la primera
vez que tiene que nombrar al descubridor lo hace con estas des-
deñosas ú olvidadizas frases : Post ¡mucos inde dies zenit ah
antipodibus occiduis Ckistophorus quídam Colonus, vir ligur,
qiii a 7neis regibus ad hanc provinciam tria vix impetraverat
navigia; quia fabulosa quce dicebat arbitrabatur (1).
(1) Opus Epistolarium, núm. 130.— Carta de P. Mártir de Angleria al con-
de Giovanni Borromeo, fecha 14 de Mayo de 1493. Ese quidam para el corte-
sano Angleria era aquel á quien el sabio Tonanelli en 1474, y el Rey mismo
32 COLON EN ESPAÑA.
Hernando Colon, en la Vida del Almirante, omite por cántela,
como cree Navarrete , ó tal vez por exceso de celo , las noticias
más curiosas é importantes, no solamente en lo relativo al na-
cimiento y primeros años de su padre, sino las que pudo tener
en cuanto á los primeros pasos que dio en España, puntos en que
sucesivamente residió , personas que le acogieron y le prestaron
protección y eficaz apoyo ; omisiones tanto más lamentables,
cuanto que, por considerarle más y mejor enterado 'de aquellos
críticos sucesos que ningún otro, los posteriores historiógrafos
tomaron de él con preferencia sus narraciones (1).
El cura de Los Palacios , Andrés Bernaldez , con haber sido
capellán del arzobispo de Sevilla, Fr. Diego de Deza, el protec-
tor más valioso de Colon , y con haber hospedado á éste al re-
greso de su primer viaje, según él dice , ó al del segundo, según
la fecha que da, 1496, se deleita en hablarnos de las maravi-
llas de los países descubiertos, de los trabajos sufridos por el
descubridor, de las murmuraciones que ya se levantaban contra
él , de la especie de hábito franciscano que por entonces vistió
Colon, y de los indios que llevaba consigo (2).
Fray Bartolomé de Las Casas, electo obispo de Chiapa y Goa-
de Portugal en 1488, habían escrito ya cartas afectuosísimas, llamándole su
especial amigo. Con mucha razón dice el eminente A. Humboldt á este pro-
pósito , que « ese qtiidam Colonus del retórico italiano, al servicio de los Eeyes
Catóhcos, tiene mucha semejanza con el nescio quis Plutarchus » de Aulo
Gelio, en sus Noches Áticas, xi, 16. Infatuaciones de plebeyos palaciegos, á
quienes marea el ambiente de los regios alcázares,
(1) Vida del Almirante. Este libro fué depositado por el nieto de Colon,
D. Luis, duque de Veragua, en manos de un Fornari, patricio genoves, por
el año 1568 y ha desaparecido. Y de él nos queda una traducción italiana, cali-
ficada de manca é incorrecta , hecha en 1749 por Alfonso de Ulloa , y una
retraduccion al español, sin fecha y sin lugar de impresión, publicada por
Andrés González Barcia , en sus Historiadores primitivos.
(2) Bernaldez, Renes Católicos, recientemente impresa en Gi-anada por
la Sociedad de BibHófiíos, 1869 y 1875.
COLON EN ESPAÑA. 33
témala, fué confidente del Almirante y depositario de muchos de
sus escritos. A él debemos, aunque en extracto por desgracia, el
relato del primer viaje, que ha. publicado Navarrete, y en su
Historia general de las Indias es quien más noticias nos sumi-
nistra acerca de la venida de Colon á España, de las vías y medios
y personas con cuyo auxilio se acercó á los Reyes Católicos, y
logró después vencer la oposición de Fr. Hernando de Oropesa
y sus parciales.
Gonzalo Fernandez de Oviedo , cronista de las Indias , ligado
á la corte , expedicionario infatigable y observador diligente, nos
dice mucho menos que Hernando Colon y que Las Casas acerca
de los trabajos y vicisitudes preliminares del descubridor y del
descubrimiento , no obstante haber escrito nada menos que cin-
cuenta libros , con el título de Historia natural y general de las
Indias, islas y tierra firme del mar Océano. Mucho menos co-
nocedor que Las Casas y que el hijo de Colon de aquellos tra-
bajos y vicisitudes , Oviedo no acertó á determinar la incubación
de la idea, el desarrollo del pensamiento, ni el apoyo que dio
España á la empresa del genoves , por más que no dejase de
comprender su magnitud y la grandeza del emprendedor. Se hace
eco , si bien desmintiéndolo, del cuento del piloto Alonso Sán-
chez, muerto, al decir del inca Garcilaso, en la casa de Colon,
quien , dueño por ello del soñado descubrimiento de aquél , aco-
metió con audacia la feliz expedición. Roselly considera á Oviedo
enemigo irreconciliable de Colon; calificación gratuita, y que el
mismo Roselly declara injusta, al citar al mismo Oviedo en con-
firmación y testimonio de las altas prendas que adornaban al
descubridor.
El historiador más competente , el que tuvo á su disposición el
más rico caudal de documentos y noticias relativas al descubri-
miento de las Indias , es Antonio de Herrera , á quien Humboldt
34 COLON EN ESPAÑA.
é Irving dan preferencia sobre todos los demás; pero Herrera
nada añade en sns Decadas á lo que liabian dicho Las Casas y
Hernando sobre los preludios, laboriosos de la em2)resa y sobre
los verdaderos obstáculos que Cristóbal Colon necesitó vencer
para llevarla a cabo.
También el inca Garcilaso (1), siguiendo á Gomara (2) y á
Acosta (3) , atribuye la gloria del descubrimiento al jiiloto de
Huelva, Alonso Sánchez ; fábula de que nos liaremos cargo más
adelante. Todos ellos , aun cuando con los mejores propósitos , se
hicieron sólo eco de las preocupaciones de la época posterior al
descubrimiento.
De los cronistas de la época bastará decir que el italiano Lucio
Marineo Sículo , capellán de honor de la Reina Católica , huma-
nista distinguido y maestro de la nobleza castellana, llama Pedro
á Cristóbal Colon , y dice que « fué enviado por los Reyes con
treinta y cinco naves y gran número de hombres á descubrir la
Lidia» (4).
Yalles , continuador de Hernando del Pulgar, dice : «que el
primero que descubrió las Indias fué aquella carabela llevada por
viento contrario en Levante , y tan contrario, que vino á dar en
tierras desconocidas» (5)-,
Todas esas omisiones y errores, que bien iludieran llamarse
inepcias de los historiadores y cronistas, si no fueran fiel exi)re-
sion de las corrientes dominadoras de la época , explican, ya que
no justifiquen nunca, la injusticia con que trataron á Colon los
(1) Comentarios Reales, lib. i, cap. iii.
(2) Historia de las Indias, cap. xiii.
(3) ídem, lib. i, cap. xix.
(4) L. Marineo Sículo, Derehus Hispamca memorabiUhus, lib. xix.
(5) Breve y compendiosa adición ú la Crónica de los católicos y csclai-eci-
dos IJeyes , cap. i , f . 204.
COLOÍT EN ESPAÑA. 35
historiógrafos portugueses Castanheda j Barros (1), los descui-
dos y lunares del colector Ramusio, y los cuentos y patrañas
relatados por los alemanes acerca del descubridor y del descu-
brimieuto de la India Occidental. A este orden pertenecen loa*
elogios tributados á Martin Behem , á quien llegó á atribuirse,
no sólo el descubrimiento del Nuevo Continente , sino que tam-
bién el del estreclio de Magallanes (2).
Todo ello explica, ya que tampoco pueda justificar, la facili-
dad con que aquel mismo siglo atribuyó ligera é injustamente á
Vespucio la gloria que de liecbo y de derecho pertenecía á Cris-
tóbal Colon.
VI.
En cambio, el moderno biógrafo é historiador Roselly de Lor-
gues hace á Colon instrumento de la Providencia, enviado de
Dios ; y con el fin de que le canonicen, le declara santo vel quasi.
Por nuestra parte, al sacar una vez más á la escena la gran
figura histórica de Cristóbal Colon, no quisiéramos incurrir en lo
que, si no fuera pecaminosa tentación neocatólica, sería preten-
( 1 ) El gran historiador portugués , dice Humboldt hablando de Juan Bar-
ros , al dar rienda suelta al odio nacional contra Colon , por el sentimiento de
ver que tantos tesoros habian pasado á manos de los españoles , pinta al gran
descubridor como aun hoine fallador e glorioso en mostrar suas Jiahilklades,
e ma'ís fantástico e de imaginacoes coni'asua ilha Cipango.y> (A. Humboldt,
Exam. critiq. de la Hist. de la Geog., tom. iv , sect. 2.*, pág. 26.)
(2) De una parte nuestros historiadores Muñoz y Navarrete , y de otra el
Barun de Humboldt , han logrado desentrañar los respectivos merecimientos
del navegante genoves y del cosmógi-afo alemán; y dando á cada cual lo suyo,
han reivindicado la gloria de Colon , disipando errores y haciendo justicia á
Martin Behem.
36 COLON EN ESPAÑA.
sion ridicula del historiador francés Roselly de Lorgues. Como si
al escribir la historia de la vida y de los viajes del Gran Almi-
rante se tratara de la canonización de algún santo, ó de ventilar
*a]gun punto de teología dogmática, el escritor francés, católico
á la moda, ensaya un nuevo género de historia, y comienza la
de Colon por excomulgar á los historiadores cpie le han prece-
dido y suministrado los datos y documentos auténticos para escri-
birla (1).
Escritores insignes, varones de ejemplar piedad, cristianos de
edificante fe , católicos á toda prueba, nos han dado, en sus más
ó menos luminosos escritos , pruebas irrefragables del interés que
en ellos despertó la aparición del gran hombre , y la importancia
que dieron al éxito de su atrevida empresa. Pero á ninguno de
ellos, hasta Roselly de Lorgues, se le habia ocurrido hacer asun-
to de catolicismo aquel que, en su apreciación más trascendental,
(1) Antes que lo dijera el abate Martin Casanova, algo de ello sabíamos
ya acerca de los motivos y los fines de la obra escrita por Roselly de Lorgues
con el título de Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colon. Pero una cosa
es hacer informaciones de santidad para beatificación de un bienaventurado,
y otra muy diversa escribir la historia de un gran acontecimiento (') la bio-
grafía de un hombre ilustre. Oigamos , sin embargo, al buen abate Casanova,
émulo del Conde Eoselly: (c En 1851, el soberano Pontífice Pío IX encargó al
Conde Roselly de Lorgues, originario de Italia, aunque verdadero francés y
gran católico , el que escribiese la verdadera historia del embajador de Dios;
y cuatro tomos de ese eminente escritor han descubierto la venerable figura del
sublime héroe de los mares, trasformándose, desde luego, en culto la admira-
ción por las virtudes evangélicas del revelador del Nuevo Mundo, puesto que
se han reconocido en él todos los caracteres de la santidad.
)) Otros escritores católicos han seguido las huellas del Conde Roselly, y de
ese número son las obras de Belloy, del P. Agustín d'Osimo, de Richard
Henri-Major, de Eug. Cadoret y otras varias.
»Su Em. el Cardenal Donnet, arzobispo de Burdeos, incoó, por la vía ex-
cepcional, ante la Sagrada Congregación de Ritos, el espediente para la bea-
tificación del héroe cristiano, Cristóbal Colon, en vista de las ventajas que de
ello resultarían á la Iglesia ; acto que mereció los aplausos del Sacro Colegio
y de muchos obispos de ambos mundos.» (^Lu Verité sur Vorigine et la
patrie de Christobcd Colon., por L'Abbé Martin Casanova de Pioggiola.)
COLON EN ESPAÑA. 37
llamará suyo la humanidad entera. A ninguno se le ocurrió el
trasplantar al terreno de la religión, para suscitar cuestiones teo-
lógicas , lo que para todos y para todo el mundo lia estado siem-
pre en el terreno de la ciencia , y lo que ni puede ni debe des-
pertar más cuestiones que las que son propias de los asuntos de
Historia y de Geografía.
Separándose de la huella trazada en ese terreno por la ciencia
y consagrada por la tradición de los siglos, huella que han se-
guido, ai escribir la vida de Colon y la historia de sus descubri-
mientos, sabios como Humboldt y Washington Irwing, y varones
tan piadosos y tan sinceramente católicos como el P. Spotorno y
nuestro D. Martin Navarrete, el Sr. Roselly se ha empeñado en
hacer intervenir á Dios directa é indirectamente en el descubri-
miento del Nuevo Continente ; y ha pretendido que de hoy más
sea forzoso no ver en aquel acontecimiento otra cosa que un mi-
lagro , y en Cristóbal Colon un especial enviado de Dios para
obrarle (1).
Ni se detiene allí el moderno historiador. Negada la compe-
tencia para escribir la vida de Colon, por falta de fe católica, á
todos sus predecesores , y nominatim á los cuatro antes citados,
por no hal)er dado muestras de creer en la misión divina , es-
pecial y personalísima del navegante genoves, pasa á negarles
su capacidad, y lo que es más, su buena fe, acusándoles de no
sabemos qué preconcebidos intentos semiprotestantes , de que no
han visto ni podido ver claro en el asuntó, y por todo , y en re-
(1) Monseñor Dupanloup no va tan lejos; pero en su Carta ci S. E. el
Cardenal Donnet,de 22 de Setiembre de 1866, también se ha dejado decii- :
(( que si le cadeau inattendu du nouveau Continent á rancien monde est Tévé-
nement le plus étonant de riiistoire, c'estprincipalementpour la conquéte des
ames et avec Tencouragement de TEgiise, et d'elle seule, que l'admirable na-
vigatéur, obéissant aux inspirations de sa foi, prepara, entrepit, et mena a
bonne fin sa découverte. »
38 COLON EN ESPAÑA.
sumen, deque han ensalzado el genio, y no la santidad, de Cris-
tóbal Colon (1).
Escribiendo con tal j^rejuicio, y mirando al descubridor desde
un punto de vista tan singular, tan extraño y tan fuera de todas
las conveniencias históricas y científicas, si así vale decirlo, Ro-
selly de Lorgues ha tenido que hallar inconvenientísimo que
Cristóbal Colon tuviese , de una parte, flaquezas de hombre, y
de otra, cualidades de experimentado y de sabio. Y desde enton-
ces se ha visto en la precisión de negarle las de sabio cosmó-
grafo, de audaz marino, de esforzado capitán y hombre de genio.
Desconociendo , ó haciendo al menos por donde el lector des-
conozca la sociedad de aquella época, sus costumbres , su fisono-
mía y sus modos de ser y de ver, se j)ronuncia furiosamente
contra los eruditos y concienzudos historiadores antes nombra-
dos , porque no hicieron escrúpulos de conciencia en lo que ni
fué en España un misterio para los escritores de la época , ni en
ella fué reputado á pecado venial siquiera : los amores de Colon
con doña Beatriz Enriquez , y el ser D. Hernando hijo natural
de entrambos (2).
(1) EosELLY DE LoRGUES, Hist. de la vie etvoyages de Christohal Colon.
Introfluc.
(2) Hasta ahora no se ha encontrado documento que afirme este casamien-
to, porque en realidad no le hubo. Los amores de Colon, en Córdoba, cwu
doña Beatriz Enriquez, y sus consecuencias, algo debieron influir para su per-
manencia en España, antes de admitirse su proyecto. Don Fernando fué hijo
natural, y nació en Córdoba á 15 de Agosto de 1448 ; y lo prueba la última
cláusula del testamento y codicilo del almirante D. Cristóbal, otorgado el dia
antes de morir, en que dice : «E le mando (á su hijo D. Diego) que haya
encomendada á Beatriz Enriquez, madre de D. Fernando, mi hijo , que la
provea que pueda vivir honestamente , como persona á quien yo soy en tanto
carr/o. Y esto se haga jjor mi descargo de la conciencia , x>orque esto pesa
mucho para mi ánima. La razón dello non es licito de la escribir aqui.y^ Tal
vez hu1)iera sido necesario escribirla, si Colon presumiera que habia de tener
histoi-iadores que refiriesen sus hechos con tanta ligereza é inexactitud. (Na-
VARRETE, Colección, tomo i, ilustrac. 8, pág. 138.)
COLOX E>r ESPAÑA. 39
Niégalo aiiincadamente Roselly de Lorgnes ; y porque lo afir-
maron, increpa destempladamente á Spotorno, á Muñoz, á Na-
varrete, á Humboldt y á Irwing. Sostiene , ex-cathedra , que doña
Beatriz fué esposa de D. Cristóbal Colon, y por tanto, que fué
legítimo su hijo D. Hernando, y fulmina los rayos de su ira
beatíficamente contra los que tal no crean, confiesen y sos-
tengan ^^1).
Al ver el tono dogmático del escritor francés, nadie diria sino
que se habia encontrado la fe sacramental, de aquel matrimonio ;
así como el abate Andrés se encontró á fines del siglo anterior,
y en el forro de un devocionario de Colon, que Labia ido á parar
á la biblioteca de la casa Corsini, en Roma, el Codicillus more
militari Cristophori Columhi ^ fechado en Valladolid á 4 de Mayo
de 1806, 2^or el cual el Almirante nombraba á la Rej^ública de
(1) El piadoso Cura de Piogiola tampoco ha podido llevar en paciencia la
demostración hecha por Xavarrete acerca de la ilegitimidad de Hernando Co-
lon. Y para probarnos la legitimidad emplea los siguientes argumentos :
ft 1.° Que los escritores Xapioue, Spotorno, Cancellieri y Xavarrete, y podía
añadir ^luñoz, Prescott, Irwing y Humboldt, publicando la condición de hijo
natural, han querido excusar á D. Hernando no sabemos qué perfidia {^excmer
Ferdinand le perfide), calumniando á su padi'e. 2.° Que Roselly de Lorgu es ha
demostrado victoriosamente en su último folleto, titulado Satán contre Chris-
iohal Colon — Paris, 1876 — la realidad del segundo matrimonio del Almi-
rante y la legitimidad de D. Hernando. 3.° Que los descubrimientos que aca-
ban de hacerse en Valencia y en Madrid, de obras desconocidas hasta el dia,
sobre la vida de Colon , han confirmado superabundantemente las pruebas de-
cisivas ya reunidas por el eminente escritor conde Roselly. »
Dejemos que pese el ¡jrimer argumento sobre la conciencia del cura ^lartin
Casanova ; y (|ue el sano }' recto juicio de nuestros lectores hagan justicia de él.
Respecto al seg-undo, bastará decir, que el conde Roselly no ha dado más
pruebas de la legitimidad de D. Hernando Colon y del segundo matrimonio
dé su padre, que el llamar, como Casanova, herejes, protestantes é imposto-
res á los historiadores que antes citamos, que han dicho, sostenido y probado
lo contrario. Porque ni ha logrado exhibir la partida de matrimonio de Colon
y doña Beatriz Enrique Arana (Casanova la llama Havana), ni ha podido con-
tradecir más que con injuriosas suposiciones destituidas de todo fundamento
las palabras textuales de D. Cristóbal Colon en su testamento , que prueban
irrecusablemente la verdad de sus relaciones con doña Beatriz, y la natura-
leza de ellas.
40 COLON EN ESPAÑA.
San Jorge sucesora en el Almirantazgo de las Indias y en todos
los privilegios anejos á esta dignidad, acabada qne fuese su des-
cendencia en línea masculina. Verdad es que nuestro Navarrete
ha demostrado hasta la evidencia , que tal documento era apó-
crifo; mas entre tanto la noticia corrió en boga (1).
Si el Sr. Koselly ha sido menos afortunado que el abate An-
drés, en cambio ha sido más resuelto; y sin documento alguno á
que atenerse y sin estar alumbrado por más ni mejor luz que la
que Navarrete ha suministrado al mundo literario con su pre-
ciosa y de todos apreciada Colección de los viajes y descubri-
mientos que hicieron por el mar los españoles desde Jines del
siglo XV, el escritor francés ha sido osado á desmentir solemne-
mente lá tan concienzudo como ilustrado historiógrafo , y con él
al P. Si^otorno, á Nai>ione, á Muñoz, á Irwing y á Humboldt.
VIL
Ha dicho M. Belloyque «la mejor historia de Cristóbal Colon
sería la colección de sus escritos, acomj)añada de comentarios.»
El tercer argumento no es menos lastimoso. Hayan dicho lo que quieran
La Liherté de Paris (6 Diciembre 1876), i:Un}oer>< (29 Marzo 1877), y
el Galiani de Núpoles (11 Noviembre 1876), podemos afirmar que ni en
Valencia ni en Madrid se han descubierto, sobre la A'ida de Colon j obras ni
documentos algunos que destruyan lo aseverado y demostrado por Fernan-
dez de Navarrete coa auténticos documentos.
Y no queremos decir más sobre el opúsculo ó folleto del fácil ó extraviado
Sr. Qaaanova. El fanatismo religioso obceca y extravía, muclio más aún que
el patriotismo provincial, y municipal á imeblos ipie no tienen un gran centro
y una vasta esfera de vida política.
(1) Navarrete, Colección de los viujes y (JescuJir'rinientos que hicieron por
el mar los españoles desde fines del siglo xv, toni. ii. Documentos diplo-
máticos, número clvii, pág. 339 y sig., 2." cdic. Madrid.
COLON EX ESPAÑA. 41
Esta misma ha sido miestra creencia. Para juzgar con acierto á
Colon, nada puede suministrar mayor ni mejor luz que sus pro-
pios escritos y sus actos. Por desgracia, de todos los escritos de
Colon — y esto explica mnchas de las inepcias y de los errores
cometidos por los historiógrafos y analistas de su época — sólo
se imprimieron , durante su vida : 1 ." La Declaración de la Tabla
naxegatoria , en un tratado del doctor Grajales , titulado : Del
uso de la carta de navegar. De ese escrito de Colon hace ya mé-
rito el Lie. Antonio León Pinelo , en su Biblioteca oriental y
occidental (Madrid, 1629). Por lo cual, dice Navarrete con ra-
zón, que no fiíeron los italianos Morelliy Bossi los primeros que
dieron á conocer á Cristóbal Colon como escritor. 2." La carta al
tesorero Rafael Sánchez, fechada en el puerto de Lisboa á 14 de
Marzo de 1493, y no 1492, como dice Morelli. 3." La relación
del cuarto y último viaje de Colon , contenida en la carta á los
Reyes Católicos , escrita desde la Jamaica el 7 de Julio de 1503.
Esta carta , la más importante de todas las que nos quedan de
Colon , notable por la ingenuidad , por la fuerza y la vehemencia
del lenguaje , confiada por el Almirante al valeroso y fiel Diego
Méndez de Segura , y que se ha encontrado después unida al tes-
tamento de ese leal servidor, apareció por primera vez imjjresa
en Yenecia, año de 1505, pero en una traducción italiana hecha
por Constanzo Baynera , natural de Brescia ; y al reimprimirla
el bibliotecario de Venecia , M. Morelli , le dio el calificativo de
Lettera rarissima , con el que desj^ues ha sido conocida y citada.
Humboldt cree poder afirmar que esas pocas páginas son las
únicas que durante la vida de Cristóbal Colon se imprimieron
sobre el suceso y la historia del primer descubrimiento. Porque
Colon murió en Mayo de 1506 , y el Conde de Tendilla no hizo
imprimir la primera Decada occeánica de Angieria hasta 1511,
en Sevilla.
42 COLON EX ESPAÑA.
La relación de los otros viajes, y las varias cartas de mano de
Colon, no vieron la luz pública durante los siglos xv y xvi; y
mnchos de los nmnnscritos que vamos á enumerar han permane-
cido entre el polvo de los archivos hasta el siglo anterior y el
presente, hasta que D. Juan Bautista Muñoz y D. Martin Fer-
nandez de Navarrete' los han desenterrado.
Entre esos manuscritos archivados, son importantísimos : 1.°,
y por lo que se refiere al primer viaje , el Diario del Almirante^
en un extracto hecho por mano del obispo de Chiapa , Fr. Bar-
tolomé de Las Casas , conservado en los archivos de la casa del
Duque del Infantado; 2.°, la Caiia del Almirante á D. Luis de
Santángel , escribano de ración de los Reyes Católicos , carta es-
crita, parte desde las islas Terceras — 15 de Febrero de 1493 —
y parte desde el jiuerto de Lisboa, en 4' de Marzo del mismo
año; conservada en el archivo de Simancas; 3.°, y relativamente
al segundo viaje , el Memorial entregado á Antonio de Torres,
en la Isabeki ., el 30 de Enero de 1494, y en el cual pedia el
Almirante á los Reyes su resolución sobre varios puntos relati-
vos al gobierno y administración de la isla de Haiti ; 4.", una
larga carta á los Reyes, relativa al tercer viaje, escrita desde la
isla Española, sin fecha , pero de Octubre de 1498, á juzgar
por la en que se recibieron en España noticias del descubrimiento
del Continente, ó sea de la costa de Paria; 5.°j una carta, llena
de amargas quejas, escrita en 1500 (tal vez á fines de Noviem-
bre) y dirigida á doña Juana de Torres , nodriza del príncipe
D. Juan; 6.°, el Libro de Profecías, manuscrito de unas setenta
hojas , escritas en parte de mano del Almirante , y el resto de la
del cartujo Fr. Gaspar Goricio , probablemente ; mezcla extraña
de teología, de citas de autores clásicos y de observaciones as-
tronómicas; manuscrito encontrado en la Biblioteca Colombina,
y publicado por Muñoz; y 7.°, veintidós cartas familiares de Co-
COLON EN ESPAÑA. 43
Ion , la maj^or parte de las cuales están dirigidas á su hijo Diego.
No hay duda qne se han perdido muchos otros escritos de
Cristóbal Colon. De la importancia de esas pérdidas se puede
juzgar por la carta que en Febrero de 1502 escribió al Papa el
mismo Colon , y por otras dos cartas mensajeras , una de la
Reina y otra de los dos Monarcas al Almirante , fechadas ambas
en Barcelona á 5 de Setiembre de 1495. « Gozara mi ánima y
descansara , dice Colon al Pontífice , si agora, en fin , pudiera ve-
nir á S. S. con mi escritura^ la cual tengo para ello^ que es en la
forma de los comentarios c uso de César , en que he proseguido
desde el primero dia fasta agora »
ce Con este correo vos envió , decia la Reina al Almirante , un
traslado del libro que acá dejastes , el cual ha tardado tanto por
que se escribiese secretamente » «La carta del marear, añade,
que habiades de facer, si es acabada me enviad luego »
(( Nosotros mismos , vuelven en aquel dia á decirle los Reyes,
y no otro alguno , habemos visto algo el libro que nos dejastes;
y cuanto más en esto platicamos y vemos , conocemos cuan gran
cosa ha seido este negocio vuestro , y que habéis sabido en ello
más que nunca se pensó que pudiera saber ninguno de los na-
cidos Y porque para bien entenderse mejor este vuestro libro
habiamos menester saber los grados en que están las islas y tier-
ras que fallastes y los grados del camino por donde fuistes, por
servicio nuestro que nos la enviéis luego ; y asimismo la carta
que vos rogamos que nos enviásedes, antes de vuestra partida,
nos enviad luego muy cumplida, y escritos en ella los nombres ; y
si vos pareciere que ñola debemos mostrar, nos lo escribid» (1).
(1) La pérdida de los libros en los cuales el Almirante consignaba am-
plísima relación de sus expediciones , es tanto más de lamentar, cuanto que, á
juzgar por un pasaje de la Vida del Almirante escrita por su hijo Hernando,
se advierte la suma discreción , el talento y á veces la fina critica con que
44 COLON EX ESPAÑA.
A más de ese libro poseía Hernando Colon dos Memorias es-
critas de mano de su padre : la una « en la que demostraba, por
las experiencias de la navegación, que las cinco zonas son habi-
tables ; y la otra relativa á los indicios de tierra por el Ocaso.»
La primera parece que debió escribirla Colon después de su viaje
á Tyle ; y la segunda se encontraba entre los libidos de memorias
del Almirante que cita Fr. Bartolomé de Las Casas en su his-
toria manuscrita (1). ■
VIIL
Faltos, por tanto, de datos y noticias detalladas, de anales
expresivos y de crónicas referentes al suceso y á sus prelimina-
res , los biógrafos y los historiadores , que han conocido desinies
la imjDortancia suma de esos preliminares, procuraron llenar ese
vacío con suposiciones , las más de las veces gratuitas, y siempre
basadas en relatos ambiguos, contradictorios* y deficientes. Por
lo tanto, sus loables esfuerzos , lejos de disipar las sombras que
rodeaban esa parte de la vida del gran navegante y de la historia
Colon referia en ellos todo lo relativo á las costumbres y á las creencias de
los indígenas. Me refiero á la aventura de los santos ó dioses lares {cernís') tras
de los cuales se ocultaban los sacerdotes para fingir oráculos. Descubierta que
fué la superchería por los españoles , los caciques de Haiti les rogaron enca-
recidamente que no divulgasen el secreto , « temiendo perder un recurso tan
precioso para asegurar el pago de los tributos y para mantener al pueblo en la
obediencia; porque no eran únicamente los régulos los que se encontraban
bien hallados con el engaño.» Estas palabras están sin duda tomadas del lihro
del segundo viaje , que no se ha encontrado en Esjaaña hasta el presente.
(A. HuMBOLDT, Exam. critiq. de VITist. de la Geo(j. dii Nouveau Cvniin., to-
mo II, pág. 453.)
(1) Navakrete , Colee, tom. i , pág. 47.
COLON EN ESTAÑA. 45
del descubrimiento , lian oscurecido más y más el asunto. Tradi-
ciones palpablemente erróneas, cuentos seminovelescos, mezclados
y confundidos aquí con hechos ciertos, allí con inducciones más ó
menos verosímiles, han servido á biógrafos y á historiadores para
darnos por historia un tejido de íaljulas ó de gratuitas aserciones,
que han envuelto en la mayor oscuridad esa parte de la vida del
descubridor , y con ella la verdadera historia del descubrimiento.
El año de su llegada á España , el de su estancia en la Rábi-
da , la serie de sus primeros ofrecimientos y la de sus protecto-
res , ni más ni menos que la de las contrariedades que experi-
mentó y de los primeros obstáculos con que hubo de luchar
todo ha continuado en los limbos de la oscuridad y de la duda;
todo sigue aún en las sombras de la vaguedad, de la iucertidum-
bre y de la confusión.
Entre aquellos importantísimos sucesos, época, lugar, medio
y modo en que el gran Colon llegó á España, casa que primero
le abrió sus puertas , su primera presentación en la corte , pro-
tectores que allí se granjeó , época de su estancia en la Rábida,
enigma de Fr. Juan Pérez y Fr. Antonio de Marchena, juntas
de sabios consultados por Fr. Hernando de Talavera , y confe-
rencias de ¡Salamanca, celebradas á excitación de Fr. Diego de
Deza : sucesos envueltos en la oscuridad de aquellas sombras , no
hay ninguno tan importante quizás , y de seguro tan errónea-
mente descrito y tan á falsa luz presentado, como el de las céle-
bres Conferencias de Salamanca.
A desvanecer ese error, á disipar la oscuridad de aquellas
sombras , á rectificar hechos , supuestos unos y mal apreciados
otros , volviendo por los fueros de la verdad , va encaminado este
estudio histórico, para el que no Jiemos omitido pesquisa, ni per-
donado examen, ni economizado trabajo; releyendo lo publicado,
inquiriendo lo inédito, oyendo las tradiciones, visitando los lu-
46 COLON EN ESPAÑA.
gares, registrando los arcliivos, preguntando, comprobando y
juzgando con severa imjoarcialidad.
Y téngase en cuenta, que el período que vamos á historiar —
de 1484 á 1492 — es, sin disputa, el más importante de la vida
de Colon; en él se preparó el logro de la grande empresa y la
solución del liasta allí insoluble problema. Es el jjeríodo de las
angustiosas incertidumbres, de las esperanzas y de los temores
por que pasó el gran descubridor; luchas terribles para su alma
fervorosa ; porque si de una parte necesitaba comunicar su fe'á
tanto incrédulo, y su confianza á un rey cauteloso, de otra parte
tenía que precaverse contra la doblez y la falsía de que se habia
visto expuesto á ser víctima en Portugal , y que habían conse-
guido hacerle algo suspicaz y receloso.
Al ofrecer al público los datos y noticias circunstanciadas que
hemos logrado reunir acerca de aquel importantísimo período de
la vida de Colon; al historiar los motivos que alentaban sus es-
l^eranzas y los que producían sus temores; los a2ioyos que encon-
tró en España , las dificultades que á cada paso obstruian su ca-
mino, las simpatías que despertó y las repugnancias que logró
dominar, esperamos que de nuestra verídica reseña han de resul-
tar perfectamente dilucidados y fácilmente comprensibles puntos
de historia oscuros ó tergiversados , sucesos 'mal interjjretados,
oposiciones mal definidas , apoyos y protecciones no bien aprecia-
dos todavía; hechos de suma importancia para la historia del
descubrimiento.
Queremos al propio tiempo reivindicar la parte de honor y de
gloria que en la del descubrimiento y en la del descubridor cupo
á varones insignes , á corporaciones científicas , juzgadas hasta
hoy con error y con injusticia, y también á hombres del pueblo,
de este pueblo español , siempre fervoroso , siempre espiritual y
siempre noble. En este concepto, si no con tanta arrogancia, con
COLON EN ESPAÑA. 47
más exactitud que De Maistre lo aplicaba á Francia, podemos
nosotros, parodiando su frase, decir qne la verdad liistórica,
tratándose de Colon, necesita de. España. Y añadiremos por
nnestra cuenta, que la clave de esa historia, por lo relativo al
descubrimiento del Nuevo Mundo., se encuentra en las célebres
Conferencias de Salamanca.
IX.
Desde los primeros albores del siglo se ba podido observar una
esi^ecie de certamen , por nadie provocado , en todas partes soste-
nido , y cada dia con más entusiasmo , para glorificar el genio
del gran descubridor. El Nuevo y el Antiguo Continente se ban
disputado la honra de ensalzar á Cristóbal Colon; y al efecto , se
han desempolvado archivos , se han desenterrado documentos , se
han publicado numerosas obras , se han compuesto odas y poe-
mas , se han erigido estatuas y monumentos que eternizasen la
gloria del descubridor y la importancia del descubrimiento. Con
celo infatigable , con honrosa emulación , han contribuido á esa
gran tarea, así la América del Norte como la del Sur; no me-
nos Italia que España , y lo mismo Alemania que Francia.
Tal vez iniciaba ese movimiento el caballero Pons , al publicar
en París los Viajes á la parte del Continente descubierto por
Colon. Ya á principios del siglo publicaban en Italia eruditas
Disertaciones sobre la patria del gran navegante , ensalzando su
*
empresa y recordando sus títulos á la memoria de la posteridad,
de una parte , el Conde Galeani Napione , Damián Priocea y
Francisco Cancellieri ; de otra , el cardenal Zurla y el anónimo
48 COLON EN ESPAÑA.
de Milán. Pero antes y con antes qne todos ellos, habían ya real-
zado el nombre y reivindicado los títulos y merecimientos del
gran Almirante nuestros coi^ipatriotas Salazar de Mendoza, So-
lorzano , Veitia , León Pinelo y el mismo Barcia.
Mucho debe — es inneo'able — esa reivindicación á los escritos
del genoves liberto Foglhieta , á los de Ramusio, Bossi y Spo-
torno; muchísimo á los de Washington Irving, y W. Prescott;
no poco , y con anterioridad , debe á los trabajos luminosos de
A. Humboldt. Pero , aun en esta parte , tienen la primacía las
investigaciones hechas y los servicios jjrestados ])oy los españo-
les D. Juan Bautista Muñoz y D. Martin Fernandez de Navar-
rete; el primero con su Historia del Nuevo Mundo, y el segundo
con su Colección de los viajes y descubrimientos que hicieronpor
mar los españoles desde el siglo xv.
No tiene razón el historiador y biógrafo Roselly de Lorgues
cuando increpa á España por el silencio que dice guardó durante
tres siglos para vindicar los títulos de Colon á la gloria del des-
cubrimiento. Mientras que los extranjeros , amigos ó protectores
de Américo Vespucio , por dársela á éste , despojaron á aquél de
esa gloria , los esj^añoles declaraban lo contrario en juicio contra-
dictorio y solemne; y sus historiógrafos, desde Martin Fernan-
dez Enciso , hasta Martin Fernandez de Navarrete , se han ve-
nido oponiendo á dar el nombre de América al Nuevo Continente.
Solorzano , Veitia , Salazar y el mismo Pizarro pugnaron ahin-
cadamente porque , en vez de aquel nombre , se le diera el de
Colonia — ó ya fuese el de Columhiana — ó bien el de Tierra
Fer-Isabélica.
Si el jioeta bresciano Lorenzo Gambara celebró en lengua ita-
liana la empresa del gran Colon; y si en dulcísimos versos realzó
su gloria, antes que Gambara, el laureado autor de la Jierusa-
leme libérala el biÓR-rafo francés antes nombrado no debería
COLON EN ESPAÑA. 49
ignorar que ya en 1589 el poeta español Juan de Castellanos, de-
dicaba nna de sus más sentidas elegías á la mnerte del gran des-
cubridor; y que, desde el espiritual y dulce Melendez hasta el
liumorístico y sentencioso Campoamor , todos nuestros más ilus-
tres vates lian ensalzado los timbres y la memoria de Colon, en
versos que rebosan entusiasmo , inspiración y amor.
Por lo demás , si en el certamen abierto por el siglo xix , el
Perú se anticipó á la Liguria , la España ha ido delante de Nue-
va Granada. Es cierto que , antes que Genova , fué Lima la que
dio testimonio á los siglos del tributo que debe la posteridad al
genio bienhechor. Pero antes que Bogotá se engalanase cou el
grandioso monumento erigido al gran descubridor , y mientras
que Madrid y Méjico se limitaban á decretar que se le alzase , la
ciudad de Salamanca — scientianim et artium alma mater — ha
visto , aunque más modesto , erigido otro monumento á la me-
moria de Cristóbal Colon , en el paraje mismo que la tradición
cousao-raba con el significativo nombre de Teso de Colon , inme-
diato á la granja de Valcuevo, sitio notable y recuerdo vivo del
suceso importante de que más adelante hemos de hacer mérito.
Ahora permítasenos que para terminar, y ya que de actos de
justa reparación vamos hablando, paguemos también nosotros
aquí una deuda de gratitud , y cumplamos un deber de jus-
ticia.
A todo y á todos somos deudores de la verdad que sobre el
asunto hemos logrado atesorar, y de la luz que puede irradiar este
libro; á todos, y muy particularmente á nuestro eruditísimo Na-
varrete y al insigue A. Humboldt. Pero faltaríamos á la justi-
cia, si no citáramos, entre los que más han alumbrado el os-
curo camino que hemos recorrido, á los malogrados profesores
de nuestra Universidad salmantina. I). Manuel Hermenegildo
Dávila y D. Salustiano Huiz, al distinguido doctor Madrazo,
50 COLON EN ESPAÑA.
al dominico Fr. Pascual Sánchez , á nuestro querido amigo Gil
Sanz (D. Alvaro), y muy especialmente al celoso defensor de la
Universidad , el discretísimo ayudante de su Bi])lioteca y archi-
vos, D. Domingo Doncel y Ordaz, quien, en su curioso folleto
La Univer'sidad de Salamanca ante el tribunal de la Historia,
dio prueba de que sabía ver claro en medio de las tinieblas.
No por eso tenemos la vana pretensión de haber dicho la iilti-
ma palabra acerca de los arcanos que encierra la vida de Colon ;
pero al hacer luz sobre ella en el período importantísimo de 1484
á 1492 , creemos haber prestado un señalado servicio á la histo-
ria del descubrimiento.
CAPÍTULO PEIMEEO.
Sumario : Cristóbal Colon, su patria , época de su nacimiento, su modesta
cuna , su educación. — Lánzase á la vida de marino en alas de su vocación.
Breve reseña de sus expediciones marítimas antes de fijarse en Portugal. —
Cómo y dónde formó el atrevido proyecto de navegar al Occidente para
buscar el extremo Oriente. -^- Mythos y tradiciones que confirman su pen-
samiento. — Matrimonio de Colon y su residencia en Porto Santo. — Noti-
cias que allí recoge. — Aprobación de Paulo Toscanelli. — Fábulas y reve-
laciones supuestas. — El piloto Alonso Sánchez. — Martin Behaim. — El
relato de los Zeni. — Expediciones de los Escandinavos. — ^ Proposición de
su proyecto y auxilio que pide, para realizarlo, á D. Juan II , rey de Portu-
gal. — Conducta de aquella corte, movida por los consejos de dos obispos.
— Favorable opinión del Conde de Villa Real. — Colon receloso y airado
abandona á Portugal y se dirige á España. — Envia antes á Inglaterra á su
hermano Bartolomé.
Miiclio se ha cuestionado sobre la cuna de Cristóbal Colon, que
ha tenido , como Homero , la gloria postuma de que se la disjju-
ten muchos pueblos y ciudades. El mérito de tenerle por compa-
triota tiene hoy poderoso atractivo para los descendientes de
aquellos mismos quizás que le negaron ó le rechazaron en vida.
¡ Triste ejemplo de la humana flaqueza, que se repite en los mo-
dernos como en los antiguos tiempos, con más frecuencia que la
que debiera!
Pero en medio de las encontradas pretensiones de tantos pue-
blos , de cuyos alegatos resj)ectivos nos dio detallada noticia el
eruditísimo Alejandro Humboldt, y más recientemente el histo-
52 COLON EN ESPAÑA.
riador y biógrafo Eosselly de Lorgues ; j á pesar de las alega-
ciones de Belloro , de Isnardi , del Conde Napione y de Cance-
llieri , en favor de Savona , de Cogoleto y de Cuccaro , y re-
cientemente las de Casanova en favor de Calvi — en la isla de
Córcega, — consideramos resuelto el pleito , y perfectamente de-
mostrado, que Cristóbal Colon fué liijo de Genova , « noble ciu-
dad y poderosa por la mav» , como él proj^io la llamaba (1).
Colon , sin embargo , fué cosmopolita , y pertenece á todos los
pueblos. ¿ Qué importa que en Genova abriese los ojos á la luz ?
Si las olas del Mediterráneo brizaron su cuna , las del Atlántico
sobrexcitaron su fervoroso pensamiento y dieron pábulo á su lu-
(1) La cuestión tan empeñada en este siglo, y aun en nuestros dias, sobre
el pueblo donde vio la luz Cristóbal Colon , á pesar de las controversias soste-
nidas pnr Napione y Cancellieri , y recientemente por el cura de Piogiola,
Martin Casanova , que se empeña en recabar para Calvi (isla de Córcega) la
gloria de haber sido cuna del gran descubridor , nos parece resuelta en favor
de Grénova. Lo han demostrado Bossi , Navarrete y Humboldt victoriosamen-
te. Antes que ellos lo habían hecho varios escritores italianos. La reserva en
ese punto de su hijo y biógrafo , que envuelta en alardes de despreocupación
trasciende á un poco de vanidad mal encubierta , dio lugar á que Oviedo, Go-
mara y Veitia dudaran si era natural del mismo Grénova , ó de Cugureo , ó de
Nervi. Bernaldez dice « que era natural de la provincia de Genova.» Angleria
lo llama Ligm- , que viene á ser lo mismo que dice Bernaldez. De la propia
opinión fueron Barros y Las Casas. Pero Herrera y D. Juan Bautista Muñoz
afirmaron, con mayor certidumbre , que Colon había nacido en la ciudad de
Genova; «lo cual nos -parece más cierto, dice Navarrete, estando reciente-
mente comprobado con tantos y tan auténticos documentos.» ¿Y cómo cues-
tionarlo ? El mismo Almirante en el testamento otorgado , con cédula Real,
para la institución del mayorazgo , con fecha 22 de Febrero de 1498 , dice en
la primera parte y en forma de súplica á los Reyes : «que no consientan se,
disforme este mi compromiso de mayorazgo é de testamento , salvo que que-
de y esté asi porque sea servicio de Dios todopoderoso y raíz y pié de mi
linaje y memoria de los servicios que á Su Alteza he hecho : que siendo yo
nacido en Genova les vine á servir aquí en Castilla » Y más adelante añade:
« jníes que della salí (de Genova) y en ella naci.y> (Navarrete, Colee,
tomo II, núm. cxxvi, pág. 246 á 258.)
Hemos díclio que , á más de Genova , Cugureo (ó Cogoleto, como ahora
dicen log itaUanos) , Bugíasco , Fínale , Quinto , Nervi , Savona , Palestrella,
Arbizoli , Cosseria , Cucaro , Plazensia y Pradello , acaba de salir á la palestra
COLON EN ESPAÑA. 53
miñosa idea : la desarrolló en las playas de Portugal : España la
prohijó , y con el apoyo de sns hombres y con los auxilios de la
reina Isabel I , la convirtió en hecho. Cristóbal Colon pertenece
á la humanidad.
Su hijo y biógrafo D. Hernando le consideró rebajado, por-
que el obispo de Newio , Agustin Justiniani, dijera en su Psalte-
rio, que los padres de Cristóbal Colon vivieron con estrechez,
dedicados á un oficio mecánico. Y para enaltecerle , muchos his-
toriadores modernos — Rosselly de Lorgues uno de ellos — le ha-
cen descender del noble tronco de los Colo?nbos 'plü.sentmos. Bajo
la fe de Sabelico, dan por hecho probado que fué sobrino del
Almirante de aquel nombre , y que sirvió a sus órdenes defen-
Calvi , capital de la Balagne, en la isla de Córcega. Á ñier de buen católico y
de buen corso , el cura Casanova , propugnador de Cal vi , se empeña en hacer
á Colon compatriota de Napoleón. No podia ser menos : como él dice y como
su amigo el canónigo Fioravanti lo ha escrito en versos latinos : « el uno sub-
yugó al mundo antiguo; el otro descubrió el nuevo.
dAntiqui domitor mundi , inveiitorque recentis.y>
Hemos leido el opúsculo del abate M. Casanova , titulado La Ver i té sur
Vorigine et la patrie de Christophe Columbi. Su patriotismo es digno de elo-
gio ; sus pruebas y argumentos son deplorables , á tal punto , que considera-
mos hacerle un favor no exponiéndolas ni tomándolas en cuenta. Cristóbal
Colon era genoves, declarado por él mismo. Colombos ^ no sólo los pudo haber
en Calvi, como los hubo en Cogoleto , y en Plazensia , y en Cucaro ; los ha
habido y los hay en muchos países; en España hay Colomhos, que nada tienen
que ver con la familia y estii'pe del gran Almirante. (Véase sobre este par-
ticular á HüMBOLDT, Exam. crit., tom. iii, pág. 352 á 4'07.)
Téngase presente , á más de todo , el sigmente curioso dato :
Hernando Colon (en la Vida del Almirante , cap. x) dice : «que habia visto
muchas firmas de su padre , según las cuales , antes de haber adquirido los tí-
tulos otorgados por los monarcas españoles , firmaba Cohimhus de Terraru-
bra.y> El abuelo de Cristóbal Colon se llamaba Giovanni Colombo di Quinto.
Quinto es una aldea cerca de Genova , cuya ciudad tenía á su proximidad
otra aldea , que lleva el nombre de Terrarosa. (Humboldt , tom. iii , pági-
na 287.)
Con esto concierta el hecho de que el mapamundi presentado al Eey de In-
glaterra Henri VII por Bartolomé Colon , llevaba la siguiente poi'tada : « Pro
2}ictore , Janua cui patria est , ñamen cui Bartholomeus Columbas de Terra-
riíbra , opm edidit iatud Londin , dle 13 Feb.^ 1488. » (Ib. ib.)
54 COLON EN ESPAÑA.
diendo en el Mediterráneo la cansa de Renato de Anjon. Con el
testimonio del mismo D. Hernando , añaden que llegó á mandar
una escuadra contra los piratas berberiscos. ¡Hidículas j^reten-
siones !
Hijo de los cardadores Domingo Colon y Susana Fontanarosa,
nacido entre las filas del pueblo, brizado por manos y con cánti-
cos populares , sencillos , pero tiernos y dulcísimos , educado en
la escuela de la desgracia , que es también la de la virtud , Cris-
tóbal Colon fué más noble y más grande que mucbos de los gran-
des y nobles de su tiempo.
Su vocación y su destino le llamaban al mar. El espectáculo
conmovedor de las tempestuosas olas , la agitación que produce
el movimiento y la vida de un puerto , el trato frecuente con gen-
tes que afrontan imperturbables las iras del formidable elemen-
to , la curiosidad de su espíritu siempre despierto , debían ser , y
fueron en efecto, para el joven navegante, otros tantos incentivos
de su vocación.
Natural es que la marina mercante le acogiera en su seno;
mas no es inverosímil que las galeras venecianas ó las xelandrias
y /¿¿5ías berberiscas le viesen, tal cual vez, soldado ó capitán,
dando no equívocas muestras del temple de su alma y de la ener-
gía de su voluntad. Pero su destino no era el de la milicia. Su
vocación le llamaba á la ciencia , no á la guerra. No le satisfacía
el oficio de destruir; le agmjoneaba el ansia de saber y de descu-
brir. Los tiempos habían llegado en que grandes secretos del
cielo y de la tierra iban á ser revelados á la necesitada siempre
afanosa humanidad. Ansioso el hombre , anhelosa la ciencia por
conocer la configuración del globo que habitaba , la época era de
agitación profunda. Los espíritus fermentaban y los pueblos se
removían. Material y moralmente á todo gran parto precede gran
dolor y gran trabajo. Los destellos de Bacon y del grande Al-
COLON EX ESPAÑA. 55
berto, las ráfagas de Sacrobosco j de Regiomontano preludiaban
las grandes lumbreras de Copérnico y de Galileo , de Keplero y
de Newton. En medio de esa pléyada luminosa debia aparecer un
gran astro. Ese astro fué Colon.
Sus biógrafos han hecho también asunto de controversia el
dejiurar los grados de su instrucción científica y la escuela donde
la recibió. Se acredita que frecuentó algún tiempo las aulas de la
Universidad de Pavía, y se tiene por cierto que la penuria de sus
padres cortó sus estudios y le obligó á regresar á sus patrios la-
res, con escasa instrucción literaria. ¡ Controversia pueril! ¡ Dis-
cusión propia de certámenes universitarios ! Los hombres, en cuyo
espíritu brilla la maravillosa luz del genio , se bastan á sí mis-
mos; su escuela es el niundo; y donde quiera que miran, ven abier-
to un libro, en el cual ellos solos saben leer. Colon leyó , ademas,
los de los sabios , é hizo más que leerlos ; meditó y comparó sus
opiniones y sus asertos sobre el arduo problema que 2)reocupaba
su ánimo; las dimensiones del globo , sus zonas habitables y ha-
bitadas , sus partes no descubiertas , la extensión de sus mares y
sus vías aun no exploradas. Filpervius orbis de Séneca no lo veia
realizado , pero lo tenía por verdad. Nuevo Prometheo , no pre-
tendía como él robar el fuego del cielo ; pero sí dominar el Océa-
no , y conocer por sí mismo la redondez de la tierra.
Los que crean aún que, por no haber cursado las aulas largos
años , debia carecer de conocimientos científicos , oigan lo que
acerca de su instrucción dice un severo crítico:
« Cuando se recuerdan la ^'ida de Cristóbal Colon y sus viajes,
desde la edad de catorce años , á Levante, á la Islandia, á la
Guinea y al Nuevo Mundo , no puede menos de causar sorpresa
la extensión de conocimientos adquiridos por un marino del si-
glo XV. En su carta á los Reyes Católicos , escrita desde Haiti
en 1498, y en medio de la situación nías embarazosa, cita en
56 COLON EN ESPAÑA.
una sola página á AristiHeles y á Séneca , á Averrlioes y al filó-
sofo Francisco de Mairones ; y los cita , no por liacer vana osten-
tación , sino porque sus opiniones le son familiares , y se le ocur-
ren al escribir algunas páginas , en las que la naturalidad del
estilo y la misma incoherencia de las ideas están demostrando la
extremada rapidez de la composición» (1).
Y sus escritos no revelan solamente esa instrucción, sino la
¡loesía que se encuentra en su vida y en sus sentimientos más
íntimos. Todo cuanto escribió en momentos de peligro , de gran-
des dolores ó de justa indignación, descubre las disposiciones
poéticas de Colon; el lenguaje es noble, el estilo elevado, y la
ardiente imaginación del viejo marino se revela en las enérgicas
pinturas que hace de su situación (2).
Antiguos y modernos historiógrafos convienen en que el na-
vegante genoves fué á Portugal , y se .fijó en Lisboa por el año
de 1470. Bajo la fe de su hijo D. Hernando dióse crédito por al-
gunos al trágico episodio del abordaje y del incendio de las dos
naves en que, al decir de aquel biógrafo, servia su jíadre á las
órdenes de su pariente el corsario Colombo el Mozo , en el com-
(1) A. HuMBOLDT, Exam. critiq. de la Hist. de la Geographie du Nou-
veau Cont'ment , tom. ii , sect. le^^ pág. 350.
(2) Hé aquí una sucinta relación de los autores citados por Cristóbal Co-
lon, y en cuyas obras pudo adquirir ideas favorables á sus proyectos. Aparte
de las Sagradas Escritiu-as y de los Santos Padres , en que estaba grandemente
versado, habia leido á Aristóteles (f/í Ccelo et de Mirah. auscidt.) , á Julio
César, Strabon , Séneca, Plinio, Ptolomeo, Solino y Julio Capitolino ; á Al-
fagran , Averrhoes , Kabí Samuel de Israel ; á Isidoro de Sevilla , á Beda , á
Strabus (Walafried)., á Duns Scotus, al abate Joaquín de Calabria, al mate-
mático Sacrobosco, al franciscano Nicolás de Lyra, al rey Alfonso el Sabio,
al cardenal d'AilIy (Pedro de Heliaco) , á Gerson (el doctor crisüanísiino),
que tanto contribuyó al auto de fe de Juan Hus; al papa Pío II (Eneas Sil-
vio) , á Regiomontano (Juan Müller), áToscaneli y Nicolás dei Conti. Hum-
l)o]dt pone en duda que hubiese leido á Mandeville y á Marco Polo. Irving
y Navarrete creen que sí. El primero de éstos llega á afirmar que Colon lle-
vaba consigo en sus primeros viajes el manuscrito de Marco Polo. — Hum-
BüLDT , obr. cit.
COLON EN ESPAÑA. 57
bate trabado con unas galeras venecianas entre el cabo Spicliel y
el de San Vicente; combate, abordaje é incendio de que Colon
se vio á salvo arrojándose al mar y ganando á nado la costa.
Para poder dar crédito á ese romancesco relato, que el biógrafo
D. Hernando tomó á la letra del cronista veneciano Marco An-
tonio Sabélico , hay , entre otras , la dificultad de que el cronista
fija el año de 1485 al suceso, tan detallada y novelescamente
referido; siendo un hecho perfectamente averiguado y evidente,
que en aquel año, lejos de navegar y combatir sobre los mares,
Colon residia tranquilamente en España y recorría las Andalucías.
Por el año 1470 fijó su residencia en Lisboa; y muy lejos de
abandonar la serie de estudios , ni de renunciar á las investiga-
ciones, que hablan de ser la base de la más audaz de las empre-
sas , allí fomentó su ardiente anhelo de instrucción; y familiari-
zado con la vida del mar, contrajo estrechas relaciones con los
navegantes más notables de aquel tiempo.
Era uno de éstos Muñiz Perestrello , poblador , en nombre del
infante D. Enrique, de la isla de Porto Santo. Enamorado de la
hija del navegante Perestrello — doña Felipa — la obtuvo en
matrimonio; y en aquella isla pudo gozar, al lado de su nueva
familia, los encantos de una aimcible vida , consagrada á los pla-
ceres del hogar doméstico y á los deberes de pacbe de familia;
puesto que de su matrimonio con doña Felipa le dio ésta un hijo,
que con el nombre de D. Diego, fué compañero de sus peregri-
naciones, heredero de su nombre, y después debió ser sucesor en
sus títulos y honores (1).
(1) Decimos que debió ser, porque no lo fué; porque á duras penas, y gra-
cias á la mediación del duque de Alba, tio de su mujer, alcanzó el gobierno de
la isla Española, que ejerció algunos años, hostig-ado por los secuaces de Pa-
samonte, mal mirado de la corte, y de donde le arrojaron, por último, las in-
trigas y los disgustos. Los títulos y bonores que boy llevan sus nobles descen-
dientes los ban adquirido después en juicio contrarlictorio y mediante pactos
y capitulaciones con la Corona.
58 COLON EN ESPAÑA.
Con gran caudal de prácticos conocimientos, de cartas, noti-
cias é instrumentos náuticos , y en jiosicion tan conveniente para
oir á los navegantes portugueses y conocer la historia y 'los acci-
dentes de sus expediciones y descubrimientos por las costas occi-
dentales del África, allí debió, sin duda , engolfarse en sus proyec-
tos é investigaciones , más que en ninguna otra época de su vida.
No á la casualidad — grande y constante asidero de la igno-
rancia y de la pereza — sino al genio superior del príncipe Enri-
que de Portugal (1) se deben los notables descubrimientos de los
portugueses, durante la última mitad del siglo xv ; y al Instituto
de Sagres , fundado por aquel príncipe , se debió también el po-
(1) La fama y el nombre y los altos pensamientos del infante D. Enrique
se hallan harto bien consignados en cronistas, biógrafos é historiadores anti-
guos y modernos (Cándido Lusitano, J. de Barros, Castanheda, Kibeiro Dos
Santos, Capmany, Navarrete, L'ving, Salazar, Macedo y otros), para que
nosotros nos detengamos á narrarlos 'aquí. A pesar de la contraría opinión de
Navarrete , nos parece fuera de duda que al Infante, y no al rey D. Juan II,
se debe la fundación de la Academia de Sagres. Pero en la fundación de ese
Instituto náutico hace gran papel un español , sobre cuyo nombre y designa-
ción han divagado grandemente los historiadores y cronistas. El autor de la
Histoire genérale (le¡< voycifies , obra traducida del inglés por Prevost — París,
1746 — dice simplemente que : «. El infante D. Enrique habia hecho venir de
la isla de Mallorca ún matemático muy versado en la navegación y en el arte
de construir cartas é instnimentos de mar. También fundó una Escuela y una
Academia , de la cual le hizo jefe. »
En El Asia, de J. de Barros (lib. i, cap. xvi) , se dice : «Por lo cual para
estos descubrimientos (en las costas de África) hizo venir de la isla de Ma-
llorca á un maestro Jacobo , hombre muy docto en el arte de navegar , que
construía cartas é instrumentos de navegar; al cual costóle mucho traerá este
reino, para que enseñase la ciencia á los portugueses que se dedicaban al
oficio. »
Castanheda no habla de él; pero el erudito coleccionador Kibeiro Dos San-
tos nos dice : « Demovido (el Infante) destas altas ideias deixou a corte e
f oe assentar a sua residen9a no reyno do Algarbe , no lugar de Sagres , junto
do Promontorio Sacro ou cabo de San Vicente a vista do Occeano Atlántico.»
Y en otro paraje añade : « De tudos os descobrimentos do Infante antes
. de 1439 fez o malhorquin Gabriel do Valseca uma carta marítima en Mallor-
ca no mesmo anno de 1439 en que nomeou e demarcou as costas dAfríca,
descrevendo palmo a palmo os cabos, e ensenadas, e tudo o mais que os nossos
habían descoberto : e afirmase que fez coni tanta exac9áo que , ou fora pes-
COLON EN ESTAÑA. 59
deroso estímulo que, en aquel laboratorio de atrevidos proyectos
y empresas marítimas , recibió el genio de Colon. Su liijo y bió-
grafo D. Hernando afirma que fué en Porto Santo « donde el
Almirante comenzó á conjeturar , que del mismo modo que los
portugueses navegaban tan lejos al Mediodía, siguiendo las cos-
tas de África, podia navegarse al Occidente y hallar tierras en
aquella dirección. »
El pensamiento del príncipe Enrique, despertado en su glo-
riosa expedición á Ceuta y fomentado en su retiro de Sagres, con
la lectura y el estudio , era nada menos que el de circunnavegar
el África, j)ara abrirse un camino fócil y directo al Asia , á los
soalmentea estas viagens e registrara tndo com os suos olhos, cu pelo menos
houvera de algum testemunho ocular e inteligente a relacáo e noticia destas
cousas. Esta carta era en pergamino de cinco palmos de largo e cuatro de
comprido : o cual comprou em Florenca D. Antonio Dezpuig, conego da ca-
tedral de Malhorca e auditor de Eota : do que falla Antonio Raymundo Pas-
cal , na obra do Desciihrhnento de la aguja náutica ^ pág. 87. — Foi ella
vista e examinada pelo abbade Betinelli e pelo abbade Larapillas e por outros
mais : e a houveráo por legitima.» (^Memorias de liter. portug., publicadas por
la Academia das Sciencias de Lisboa, tom. vin, part. 1.*)
Nuestro erudito Capmany (Cuestiones criticas, 2.") nos dice, refiriéndose
á los trabajos y empresas de catalanes, valencianos y mallorquines, lo siguien-
te : «Con estos libros y dechados y en esta escuela práctica y especulativa, se
formarían los matemáticos y expertos marinos que conqjusieron la primera
Academia de náutica que el infante de Portugal D. Enrique estableció á prin-
cipios del siglo XV en la villa de Sagres, cerca del cabo de San Vicente , á
donde llamó hombres hábiles de varias partes , y entre ellos al mallorquín lla-
mado Jaime, que algunos quieren sea Gabriel de Valseca De este Ga-
briel de Valseca consta, por lo menos, que en el año de 1438 formó una
carta geográfica é hidrográfica universal , que quizá es la primera en esta cla-
se, sobre una piel de vitela de cinco palmos en cuadro. Los nombres y des-
cripciones están en lemosin de aquel tiempo, y consta el nombre del autor, el
año y el lugar donde se hizo , que fué en Mallorca. »
Ahora bien: ¿quién es ese Jaime ó Jacobo, ó Santiago, como dice Hum-
boldt , ó Gabriel , como dicen Dos Santos y Capmany ?
Porque es el caso , que hay dos Jaime Ferrer vei'daderos, aparte de este
otro no bien definido : el Jaime Ferrer mallorquín ó catalán que en 1346 des-
cubría el Eio del Oro , y el Jaime Ferrer , de Blanes, consultado por los Re-
yes Católicos sobre el tratado de partición con el rey de Portugal. Acerca del
primero de estos dos , nos dice Humboldt, refií-iéndose á nuestro Cladera (In-
60 COLON EN ESPAÑA.
manantiales del comercio que venían explotando j casi monopo-
lizando las ricas ciudades italianas , y atraérselo , com ) dice Ir-
ving,á un canal sencillo y nuevo, que derramase abundantes cor-
rientes de oro en su patria.
El pensamiento de Colon era más vasto , mas atrevido , y por
lo gigantesco fué considerado entonces como utópico; era el de
buscar aquellos mismos manantiales de comercio y de oro , nave-
gando la vuelta de Occidente , atravesando el proceloso y temido
Océano Atlántico , el Mar Tenebroso que decian los árabes , co-
mentadores de Ptolomeo (1).
vestigaciones históricas sobre los principales descuhrimientos de los españo-
Ze.v, pág. 10) : «Es preciso no olvidar que los trabajos de los marinos catala-
nes fueron , respecto del África occidental, lo que los de los marinos normando-
escandinavos habían sido respecto al Norte del Nuevo Mundo La isla de
Mallorca habia llegado á ser desde el siglo xm el foco de los conocimientos
científicos en el difícil arte de la navegación. Por el Fénix de las Maravillas
del Orbe, de Raimundo Lulio, sabemos que los mallorquines y los catalanes se
servian de cartas de marear mucho antes de 1286; que en Mallorca se cons-
truían instrumentos, toscos sin duda alguna, pero destinados á determinar el
tiempo y la altura del polo, á bordo de los buques Un navegante catalán,
don Jaime Ferrer, habia llegado en el mes de Agosto de 1346 á la emboca-
dura del Rio del Oro, cinco grados al Sur del famoso cabo de Non, que el
infante D. Enrique se lisonjeaba haber hecho que doblasen por primera vez
los navios portugueses en 1419 Un mallorquín, el maestro Jacobo, fué es-
cogido por el Infante para presidir la célebre Academia de náutica en Sa-
gres )) Y más adelante añade : (c Largo tiempo antes de los nobles esfuerzos
del infante D. Enrique y de la fundación de la Academia de Sagres , dirigida
por un piloto cosmógrafo catalán, Maese Iacome de Mallorca, habían sido
doblados los cabos Non y Bojador.y>
Resulta de lo expuesto que el presidente y director en 1439 de la Acade-
mia de Sagres no puede ser ni el Jaime Ferrer, descubridor del Rio del Oro,
en 1346, ni tampoco el Jaime Ferrer, de Blanes. Pero el Jacobo ó Iacome
de Mallorca de que hablan Barros y Cladera y Humboldt, ¿es el Gabriel de
Valseca de que nos hablan Pascal, Capmany y Ribeiro Dos Santos? Así lo
cree Salazar, y nosotros también.
(1) Edrisi, Geogr. Nuh. — ciMare tenebrosum, sic apellatum quoniam
scilicet ultra illud quid sit ignoratur. Nidlus enim hominum habere potuit
quidquam ceríi de ips^o ob difficilem ejus narigationem , lucís obscuritatem. et
frcquentiam procellarum. Nemo nautarum ausevit illud sulcare aut in cdtum
navigare. » « Si alguna vez han tratadp de examinarse algunas de sus partes,
aiíade el geógrafo de la Nubia, ha sido á corta distancia de sus costas ; y sin
COLON EN ESPAÑA. • 61
Si se quiere buscar la genealogía de ese pensamiento hay que
acudir á la geografía mitológica , á las intuiciones sorprendentes
de los sabios de la antigüedad. El El'/seo , las Hespérides , las
Fortunatas Ínsula de Homero y sus predecesores , la Lycto7iia,
mytbo atribuido á Orpheo, el de los Hiperbóreos de Hesiodo, pue-
blos que habitaban al norte de los montes Ripheos , mansión de
Boreo, cercana á las Afortunadas islas, y no menos dichosa,
puesto que los hombres vivían en ella, en medio de danzas y fes-
tines continuos y en un apacible clima , hasta la edad de mil
años; la Atlántida de Solón, la Merópida de Theopompo ¿qué
fueron sino presentimientos, vagas intuiciones, alguna vez atre-
vidas hipótesis de las tierras , islas y pueblos , aun no descubier-
tos , todos situados al Occidente del Asia , del Egipto y de la
Grecia ?
Esos vislumbrados países, mansión de paz y de eterna bien-
andanza, eran luego la Hesperia; más adelante, las Canarias;
después las islas de la Madera , las Azores, las del Cabo Verde;
y por último , la de Bahama y el Continente americano.
« Sucede con el espacio , dice Humboldt , lo que con el tiempo ;
no se podría tratar la Historia bajo un punto de vista filosófico,
relegando al olvido los tiempos heroicos. Los mythos de los pue-
blos, mezclados á la Historia y á la Geografía, no pertenecen en
absoluto al dominio del mundo ideal. Verdad es que uno de sus
atributos es la vaguedad , y que el símbolo cubre en ellos la rea-
lidad con un velo más ó menos denso ; pero los mythos íntima-
mente ligados entre sí, revelan, sin embargo, la antigua raíz de
los primeros grandes atisbos en materia de cosmografía y de fí-
eiubargo, se sabe que el mar Tenebroso (el Atlántico) encierra muchas islas,
unas habitadas , desiertas otras. La mar de Sin (China) (pe baña las costas de .
Gog y de Magog (la extremidad oriental del Asia) comunica con el mar Te-
nebroso. Del lado del Asia las últimas tierras son las islas de Wac Wac, ultra
qiias quid sit ignoratur. »
(j2 colon en ESPAÑA.
sica. Los heciios de la Historia y de la Geografía primitivas no
son ingeniosas ficciones tan solamente, sino que en ellos se refle-
jan las opiniones formadas acerca del mundo real.
«El gran Continente , más allá de la mar Croniana y aquella
Atlántida de Solón , que ocupaban la fantasía de los contempo-
ráneos de Cristóbal Colon, seguramente que no han tenido nunca
la realidad local que se les atribuye. Pero ¿habrá que considerar
por eso como sentina fabullarum y envolver en un mismo des-
den que á los cabiros , que á los misterios samotracios , y que á
todo eso que se relaciona con las primeras formas de las creen-
cias sobre los cultos , á la configuración del globo , á la filiación
de los pueblos y de los idiomas, creencias que son el producto
instintivo de la inteligencia humana» (1)?
La idea de la existencia probable de alguna otra masa de tier-
ra, separada de la que nosotros habitamos jior una vasta exten-
sión de mares, debia presentarse desde los tiempos más remotos.
Parece tan natural al hombre franquear con la imaginación los
límites del espacio y soñar alguna cosa más allá del horizonte
oceánico , que aun en la época en que la Tierra erar considerada
todavía como un disco de superficie plana ó ligeramente cóncava,
se podría creer que más allá de la cintura del océano homérico,
existia algún lugar habitado por hombres , otro oicoumen , el
lokáloká de los my thos indios , anillo de montañas más allá del
séptimo mar. Esta noción debia tomar más desarrollo á medida
que la navegación se extendía al oeste de las columnas de Briareo
ó de jEjeon , á medida que se multii)licaban los cuentos de los
viajeros fenicios, y que se iba formando alguna idea de los con-
tornos , ó más bien de la forma limitada de nuestra masa conti-
nental. La gran tierra situada hacia el Noroeste , indicada como
Méropis en los fragmentos de Teopompo , y como el Continente
(1) HuMBOLTD, Exam. critiq., 1. c.
COLON EN ESPAÑA. 63
Croniano en dos pasajes de Plutarco, se enlaza con nn círculo de
mythos , que á pesar de los sarcasmos poco espirituales de los
Padres de la Iglesia , se remonta á una alta antigüedad , en la
esfera de las opiniones helénicas: como todo lo que se refiere
ora á Sileno, adivino y personaje cosmogónico, ó ya á aquel im-
perio de los Titanes y de Saturno, alejado progresivamente hacia
el Oeste ó el Noroeste. El mytho de la Atlantida ó de un gran
continente occidental, aunque no se le quiera creer importado del
Egipto , y se le suponga parto del ingenio poético de Solón,
data, por lo menos, del siglo vi antes de nuestra era. Cuando la
hipótesis de la esfericidad de la Tierra , salida de la escuela de
los pitagóricos , llegó á difundirse y á penetrar en las inteligen-
cias, las discusiones acerca de las zonas habitables y la probabi-
lidad de la existencia de otras tierras , cuyo clima era igual al
nuestro, bajo paralelos heterónimos, y en estaciones opuestas,
vinieron á ser la materia de un capítulo, que no podia faltar en
ningún tratado de Cosmografía.
Desde Coloeus de Sanios , el primero de los helenos que si-
guiendo las huellas de los fenicios pasó las columnas de Briareo
ó de Hércules , hasta la época del infante D. Enrique y de Cris-
tóbal Colon , ha venido siendo progresivo y continuo, en largos
períodos, el movimiento de los descubrimientos al Oeste. En la
Historia de la geografía todos los hechos se presentan estrecha-
mente ligados entre sí; y en este concepto, los descubrimientos
verificados en el siglo xv se nos figuran , no pocas veces , sim-
ples reminiscencias de épocas anteriores. Si la segunda mitad de
aquel siglo es una de las épocas más memorables de la vida de
los pueblos occidentales , debido es muy principalmente á la co-
nexión que se observa entre los numerosos esfuerzos sistemática-
mente dirigidos hacia un mismo fin.
• En la larga serie de generaciones que se renuevan, el histo-
64 COLON EN ESPAÑA.
riador perspicaz descubre la huella de ciertas tendencias comu-
nes á los habitantes del litoral bañado por el Mediterráneo. No
parece sino que, desde la más remota antigüedad, las miradas es-
taban fijas en el Estrecho , jior el cual comunica aquel mar con
el grande Océano ; y se ve cómo el horizonte se va progresiva-
mente dilatando en aquella dirección , ante la intrepidez de los
marinos. Limitado, por de pronto, á la Pequeña-Syrte , poco á
poco se va alejando, hasta tocar en Tartesius y en las islas Afor-
tunadas. En la Edad Media , esas mismas costas de Tarteso —
el Potosí del antiguo mundo semítico ó fenicio — llegan á ser el
punto de partida para el descubrimiento de la América. Así es
como los gérmenes, ahogados ó retardados durante largo tiempo,
se desarrollan súbitamente , cuando las circunstancias cambian y
les favorecen.
Ese concurso de circunstancias, por lo general, no tiene nada
de casual. Los hechos que en ciertas épocas de la Historia nos
revelan un engrandecimiento inesperado del poderío de la huma-
nidad, son producidos por una acción lenta y frecuentemente difí-
cil de apercibir , ni más ni menos que se observa en la naturaleza
orgánica. Ha aparecido un nuevo mundo ó se ha abierto un nuevo
camino para la India, cuando ha llegado el tiempo, durante el
cual han venido preparándose esos grandes acontecimientos, por
medio de alguna de las causas generales que influyen simultá-
neamente en el destino de los pueblos.
c( Los descubrimientos marítimos del siglo xv son debidos al
movimiento impreso á la sociedad por el contacto de las civiliza-
ciones árabe y cristiana ; son debidos á los progresos del arte náu-
tica , auxiliada poderosamente por las ciencias ; son también de-
bidos á la necesidad siempre creciente de ciertas producciones del
Oriente ; á la experiencia adquirida por los marineros, en las le-
janas expediciones para el comercio y la pesquería ; son debidos,
COLON EX ESPAÑA. 65
en fin, al impulso del genio ele algunos hombres instruidos, au-
daces y pacientes á la vez.»
ccHé allí lo que hay que elogiar y admirar en Cristóbal Colon;
ese triple carácter de instrucción , de audacia y de grandísima
constancia. En el comienzo de una nueva era y sobre el límite
incierto en donde se confunden la Edad Media y los modernos
tiempos , esa gran figura domina al siglo , del cual recibió el mo-
vimiento, y al que á su vez vivificó con su aliento» (1).
El descubrimiento de la América fué imprevisto , sin duda al-
guna. Colon no buscaba ese continente, que las conjeturas de Es-
trabon colocaban entre las costas de la Iberia y las del Asia orien-
tal , sobre el j)aralelo de Rodas , donde el antiguo mundo presen-
ta más desarrollo ó mayor anchura. Colon murió sin saber lo que
habia descubierto ; en la firme persuasión de que la costa de Ver-
aguas hacía parte del Cathai y de Mango (2) ; de que la gran
isla de Cuba era « una tierra firme del comienzo de las ludias (3) ;
y que de allí se podia llegar á España,, sin atravesar mares.»
Pero Colon, al recorrer un mar desconocido, al trazar la di-
rección de su camino por los astros y el empleo del astrolabio,
entonces recien inventado, buscaba el Asia por el Oeste, median-
te plan preconcebido y meditado ; no como aventurero que se
entregaba al acaso. El éxito que obtuvo fué una conquista de la
reflexión.
« La gloria de Colon , como la de todos los hombres extraordi-
(1) A.HuMBOLDT, Exam. cvitiq.
(2) Carta de Colon desde la Jamaica, fechada el 7 de Julio de 1503, diez
y seis meses antes de su regreso á España. Fué aquél su último viaje, y ha-
biendo fallecido en 20 de Mayo de 1506 , nada pudo determinar en él un cam-
bio de opinión acerca de la naturaleza del descubrimiento. (Hümboldt , lugar
citado.)
(3) Informarían y testimonio de cómo el Almirante fué á reconocer la isla
de Cuba, quedando persuadido de que era tierra firme. (Na VARÉETE, 1. c, do-
cumento núm. 76, tom. ir, págs. 162 y sig.)
5
C,C> COLON EN ESPAÑA.
narios, que por sus escritos ó por sus acciones han agrandado la
esfera de la inteligencia , se funda no solamente en las cualida-
des de su alma j en el temple de su carácter, que le dieron el
éxito de su empresa ; se funda en la poderosa influencia que to-
dos ellos han ejercido , casi siempre sin pretenderlo , en los desti-
nos de la humanidad» (1).
¡ Bien á prueba pusieron sus grandes prendas de carácter y
sus cualidades de espíritu las contrariedades que exj)erimentó,
antes de llevar á cabo su empresa!
Pero volviendo á la genealogía del jjensamiento de Colon , á
los fundamentos en que se apoyaba y á los datos y argumentos
que le robustecían , no hay duda alguna que su residencia en
Portugal, y especialmente su larga permanencia en Porto San-
to, sirvieron muchísimo para el desarrollo y confirmación de
su idea. Aparte de sus proj)ias opiniones , nacidas ó por lo menos
robustecidas al calor de sus lecturas favoritas y de los textos
y autoridades que más adelante citaremos , el frecuente trato
en Porto Santo con los atrevidos marinos, que al servicio de
Portugal seguían explorando las costas de África , le afirma-
ban más y más en su proyecto. Viviendo, como dice Irving, entre
la agitación y el estímulo de los descubrimientos, en trato y re-
laciones hasta de parentesco con personas, que por ellos habían
alcanzado honor y fortuna, y viajando por los mismos senderos
de sus recientes triunfos , el alma fervorosa de Colon se inflamó
con más entusiasmo que nunca.
Eran ciertamente aquellos momentos los más á projiósito para
las empresas marítimas. Los lütimos descubrimientos habían
despertado en muchos el deseo de adelantarse por los desiertos
del Océano, donde las imaginaciones exaltadas sonal)an con ri-
(1) HUMBOLDT, obr. cit.
COLON EN ESPAÑA. 67
eos tesoros y encantadoras islas. Volvieron á circular las oi:)inio-
nes j las fábnlas de los antignos. Se citaba á menudo el cuento
de Antilia (1) , grande isla del Océano , descubierta por los car-
tagineses. Traíase á la memoria la Atlántida de Platón, de la
que se consideraban restos y vestigios las islas Canarias y las
Azores.
Los fenómenos de espejismo, tan frecuentes en aquellas islas,
exaltaban la imaginación de los marinos. Antonio Leone, vecino
de la isla de la Madera, refirió á Colon que navegando al Occi-
dente, como unas cien leguas mar adentro, habia visto tres islas
desde lejos ; y relatos de visiones semejantes llegaron hasta dar
nombre á una isla, que de cuando en cuando se veia desde las
Canarias , pero que nadie podia dar con ella — la isla de San Bo-
rondon — isla imaginaria.
Pero aparte de esos cuentos y otros que después del descubri-
miento inventó la credulidad ó la malicia, y de los cuales vamos
pronto á ocuparnos , Colon recogía en aquellos sitios datos verda-
deramente curiosos, que examinaba cuidadosamente y que coor-
dinaba en su entendimiento y su memoria. Martin Vicente , j)iloto
al servicio del Rey de Portugal, le refirió que, navegando á cosa
de cuatrocientas cincuenta leguas al oeste del cabo de San Vicen-
te, liabia sacado del agua un pedazo de madera tallada, cuyos
adornos se hablan trabajado al parecer sin instrumentos de hier-
ro ; que los vientos traian aquel madero de Occidente , y que po-
dia venir de alguna tierra desconocida.
El cuñado de Colon , Pedro Correa , le mostró otro madero por
él recogido en las aguas de Porto Santo, y le añadió haber oido
al rey D. Juan hablar de ciertos juncos de gran tamaño, que ha-
bian venido también flotando del Occidente.
(1) Ya veremos más adelante que el cuento tiene súbase, y algún fondo de
verdad el relato histórico en que se apoya.
G8 COLON EN ESPAÑA.
Informes parecidos recogió también en las Azores , donde le
hablaron de troncos grandísimos de enormes pinos, desconocidos
en aquellas islas , é igualmente llegados á sus playas por los
vientos occidentales ; así como de dos cadáveres , arrojados j^or la
mar en la isla de las Flores , las facciones de los cuales se ase-
mejaljan muy poco á las de las razas conocidas.
Lo notable en esto es que todos aquellos síntomas y vestigios
de tierra no conocida al Occidente no argüían para Colon la
existencia de una simple isla más allá de las descubiertas , sino
la existencia, á no largas distancias, de un Continente del Asia
oriental , del Cathai , del Mango y Cipango (Japón y Hankon),
de la tier;^a del oro y de las maravillas, relatadas ya en aquel
tiempo por el célebre Marco Polo (1).
Esa misma era la opinión del florentino Paulo Toscanelli; y
noticioso de ella Colon, en su casual ó intencionado regreso á
Lisboa en 1474, buscó medio de ponerse en relación epistolar
con el sabio físico (2) , á quien hubo de consultar su proyecto , y
(1) Toscanelli, en su carta contestación al canónigo Martínez (1474), no
cita á Marco Polo ; asi como tampoco lo citan Cristóbal Colon ni su hijo don
Hernando. Muñoz y Navarrete creen que las noticias que suministran las car-
tas de Toscanelli sobre Quinsay y Zaitoum están tomadas de los capítulos G8
y 77 del lib. ii de Marco Polo. Iluraboldt lo pone en duda, como ya hemos di-
cho, fundado en que la primera y más antigua impresión de la obra de Marco
Polo , que es la traducción alemana, se hizo en Viena, en 1477, tres años des-
pués de escrita la carta de Toscanelli al Rey de Portugal , por mediación del
canónigo Martínez ; y cree que de esa traducción no pudieron sacar partido
alguno ni el cosmógrafo florentino ni el navegante genoves. Pero conviene
Humboldt en que ambos á dos han podido consultar ó leer alguna de las mu-
chas copias manuscritas que circulaban desde 1320, fecha de la versión latina
hecha por el monje Francesco Pepino de Bolonia. (V. á Humboldt, Exam.
crit. de lageog. du Nouveau Coniln., tom. i, pág. G3, n. 1.)
(2) En Lisboa, como en todos los puertos entonces más frecuentados, habia
nmchíjs negociantes italianos. Uno de éstos, Lorenzo Griraldi, florentino, con
quien Colon habia intimado , le sirvió para ponerse en correspondencia con
Toscanelli, el cual, según los términos de su segunda carta á Colon , tenia á
éste por portugués.
COLON EN ESPAÑA. 69
de quien recibió, por primera contestación, el aplauso y los datos
que ya indicaremos, sobre la posil^ilidad y seguros resultados de
la navegación al Occidente. «Veo que tenéis — decía á Colon el
cosmógrafo florentino — el grande y noble deseo de navegar ha-
cia el país que produce las especias ; y en contestación á vuestra
carta os remito copia de la que hace algún tiempo escribí á un
amigo, que está al servicio del Serenísimo Rey de Portugal ,
á quien S. A. habia mandado escribirme sobre el mismo
asunto» (1).
(1) En aquella carta decia Toscanelli : « Ann cuando otras muchas veces
he tratado de las ventajas que ofrece esa ruta (la del Occidente á través del
Océano Atlántico) , voy , sin embargo , á petición expresa del Serme. Rey de
Portugal , á dar una indicación precisa acerca del camino que hay que seguir.
Con una esfera en la mano podria demostrar lo que se desea; pero para faci-
litar más la inteligencia del proyecto , voy á señalar el camino sobre una carta
semejante íi las cartas marítimas, en la que yo mismo he dibujado toda la ex-
tremidad del Occidente, desde la Irlanda hasta el fin de la Guinea por el Sur,
con todas las islas que se encuentran en esa dirección. De frente he marcado,
derecho al Occidente, el principio de las Indias, con las islas y los lugares
á donde se puede abordar. También veréis en ella marcado á cuantas millas
podéis apartaros del polo ártico hacia el ecuador , y á qué distancia encontra-
réis esas regiones tan fértiles y tan abundantes en especias y en piedras pre-
ciosas.» (Navareete, Colec.de docum., tom. ii, pág. 5 y sig.)
¿Es en esa carta, en la que el astrónomo florentino habia pintado de su mano
todas las islas situadas en aquel derrotero , la que sirvió de guía á Colon en su
primer viaje ? De esa carta ó mapa y del globo ó esfera de Martin Behem, nos
ocuparemos más adelante.
En otra carta le decia el mismo Toscanelli : « Recibí vuestra carta, con todo
lo que me habéis enviado, de que quedo muy obligado; alabo vuestro desig-
nio de navegar á Occidente , y estoy persuadido á que habréis visto por mi
carta, que el viaje que deseáis emprender no es tan difícil como se piensa; an-
tes bien , la derrota es segura por los parajes que he señalado. Quedaríais per-
suadido enteramente si hubieseis comunicado , como yo , con muchas personas
que han estado en estos países ; y estad seguro de ver reinos poderosos, canti-
dad de ciudades pobladas y ricas, provincias que abundan en toda suerte de
pedrería , y causará grande alegría al Rej' y á los Príncipes que reinan en es-
tas tierras lejanas, abrirles el camino para comunicar con los cristianos, á fin
de hacerse instruir en la rehgion católica y en todas las ciencias que tenemos;
por lo cual , y otras muchas cosas que podían decirse, no me admira tengáis
tan gran corazón como toda la nación portuguesa , en que siempre ha habido
hombres señalados en todas las empresas. » (Navareete, 1. c.)
70 COLON EN ESPAÑA.
Las cartas de Colon á Toscanelli uo existen , por desgracia ; y
las dos contestaciones de este último , mal comentadas por el je-
snita Jiménez , no tienen fechas. Pero como la carta al canónigo
Martinez está fechada en Florencia, á 25 de Junio de 1474, pue-
de muy bien calcularse que Colon hahia consultado á Toscanelli
en principios de aquel mismo año. Ya veremos que esta fecha tie-
ne su importancia por más de un concepto.
El astrónomo florentino y el navegante genoves estallan de
acuerdo , sin haberse visto ni oido. Su pensamiento era el mismo :
buscar por el Oeste la extremidad oriental del Asia. Y su convic-
ción era tan profunda como cientíñca. Se equivocaban, es verdad,
en cuanto á la extensión que daban á la parte aun no conocida del
globo de E. á O.; se equivocaban con Ptolomeo y con los cosmó-
grafos árabes de su escuela. Pero ¡feliz equivocación! (1) que no
contribuyó en poco al descubrimiento del Nuevo Mundo. (í El
mundo es más pequeño de lo que se cree » , escribía Colon á los
Reyes Católicos; y como lo escribió lo diria más de una vez, en
sus conferencias con los consejeros de la corona y con los maes-
tros y doctores de Salamanca (2). Sostenia, en esa parte, la doc-
trina de Ptolomeo; la misma que el físico Toscanelli explanaba
en su carta y mapa enviados al Rey de Portugal, y desjxies al
mismo Cristóbal Colon. A la parte aun desconocida del j)lanisfe-
ferio terrestre de Oriente á Occidente , la daban sólo una exten-
sión de 26 espacios, dando á cada espacio la de 150 millas. De
ese modo, lo desconocido no tenía jmra ellos más significación que
la de I de la longitud terrestre, cuando era en realidad un hemis-
(1) « El más grande de los errores en la geografía de Ptolomeo , ha dicho
con mucho ingenio D'Anville , ha conducido al más grande de los descubri-
mientos de nuevas tierras.» (Humboldt, Exam. crif., tom. I, sect. lére.)
(2) Onniis eíiiin térra qucc cnUtur a vobis, parva qiaedam est ínsula, habia
ya dicho Cicerón. {Somii. Sc'ip^ c. vi.)
COLON EX ESPAÑA. 71
ferio, es decir, la mitad de aquella longitud, lo que faltaba por
conocer y por recorrer. No habia para ellos, de ]Dor medio entre
las costas occidentales del África , de España é Irlanda , y las
orientales del Japón (Mango y Cipango), más que el Océano At-
lántico, y éste reducido á 3.900 millas, inclusas las islas que
servían como de escala en su travesía, entre las cuales contaba
Toscanelli la famosa Antilia (1) ó isla de las Siete Ciudades.
Inútil cuestión nos j)arece la de averiguar la prioridad del pen-
samiento entre Toscanelli y Colon. Aparte de que el pensamiento
es más antiguo que Toscanelli y que Colon, el mérito no está en
haberlo concebido primero , sino en haberlo realizado ; y este mé-
rito es exclusivamente de Colon; porque, para realizarlo, no era
bastante conocerlo ; era preciso enamorarse de él con amor inque-
brantable; eran necesarias todas las facultades de inteligencia, y
todas las dotes de carácter y de genio que adornaban á Cristóbal
Colon: elevación de miras, grandeza de sentimientos, una alma
fervorosa y elevada , un corazón grande y entero.
Por lo demás , ya lo hemos dicho , la creencia de Colon era
científica: se fundaba en la idea de la esfericidad de la tierra; en
la proporción entre la extensión de los mares y la de los conti-
nentes; en que las costas occidentales del África y de la penín-
sula Ibérica no estaban muy distantes de las islas vecinas del
(1) Es curioso el origen, qne investiga Humboldt con su inmensa erudición,
de esa supuesta isla , señalada con ese nombre por primera vez en el atlas ve-
neciano de Andrea B'ianco (1436); después en el globo de Behaim (1492), y
nombrada especialmente por Toscanelli , quien la marca situación (24° de,
lat.) y distancia (10 espacios, es decir, \ de la distancia total entre el extre-
mo Occidente y el extremo Oriente). La isla Anfilia es la misma que la de las
Siete Ciudades , segim Behaim y Toscanelli. Y la isla de las Siete Ciudades
es aquella del mar Atlántico , á donde se refugiaron con grandes tesoros los
seis obispos conducidos por el arzobispo de Oporto , después de la rota del
Guadalete y muerte del rey Rodrigo. (A. Humboldt, E.eam. crit., tom. ii,
sect. lére, pág. 173 y sig.)
72 COLON EN ESPAÑA.
Asia oriental, en la latitud tropical ; se fundaba en un error cien-
tífico , ó de aplicación más bien , acerca de la longitud de las
costas asiáticas; se fundaba en asertos y vislumbres notables, sa-
cados de las obras de los antiguos y de los escritores árabes; y
también en las noticias suministradas por Marco Polo ; se fun-
daba , en fin , en los indicios de tierras situadas al ocaso de las
islas de Cabo Verde , de Porto Santo y de las Azores ; indicios que
en diversas épocas se babian creido encontrar, ora por la obser-
vación de algunos fenómenos físicos, ó ya por las relaciones de
navegantes, empujados allá por las tempestades y las corrientes.
Al lado de todo esto vinieron, después del éxito, los mil y mil
cuentos, y las infinitas indagaciones históricas de hechos, no to-
dos bien comprobados , con que se pretendía , ya que no negar,
amenguar, por lo menos, el mérito glorioso del navegante ge-
noves. Dirijamos sobre esos relatos una rápida ojeada imparcial
y severa.
Hemos de dejar á un lado , por inútil y prolijo , el examen de
algunos de esos hechos, entre los cuales se bailan el relato de un
sacerdote budhista, Hoeichin, sobre el Fonsang y el Tahan (a. 500
de N. E.); los descubrimientos de la Groenlandia, de la Vinlandia
y de la embocadura del San Lorenzo, por Eriko Randa (085), i)or
Bjoern (1001), y por Madoc de Owen (1170); la expedición de
Guido de Vivaldi (1281) y de Theodosio Doria, en 1292, cuya
suerte se ignora; y por último , los viajes tan comentados de los
hermanos Zeni (1380). Imaginarios oréales los hechos á que se
refieren esas indagaciones históricas , en nada afectan á la gloria
de Colon, ni amenguan en cosa alguna el mérito de su realizada
empresa. Porque ni de aquellos descubrimientos quedaron vesti-
gios en Eurojia, ni su eco pudo influir, por tanto, en la empresa
de Colon, dado que no tuvo de ellos ni pudo tener la más ligera
noticia.
COLON EN ESPAÑA. 73
En cnanto á los relatos de sucesos fabulosos y de hechos ó do-
cumentos mal interpretados , nos haremos cargo , por vía de ejem-
l)lo , de la supuesta revelación del piloto de Huelva , Alonso Sán-
chez , acreditada por la candidez de Oviedo , por la caridad ecle-
siástica de Gomara y del P. Acosta, y por la estulta credulidad
del inca Garcilaso; así bien que de la que se atribuyó, con escaso
conocimiento del asunto , al famoso globo de Martin Behaim.
Oigamos primero al crédulo Garcilaso (1) :
c( Era Alonso Sánchez un piloto de Huelva, que tenía un pe-
queño navio con el que contrataba j)Oy la mar , y llevaba de Es-
paña á Canarias algunas mercaderías, que allí se le vendían bien;
en las Canarias cargaba de los frutos de aquella isla y los lleva-
ba á la isla de Madera , y de allí se volvía á España cargado de
azúcar y de conservas. Atravesando de las Canarias á la isla de
la Madera, se di(5 un temj)oral tan recio y tempestuoso, que no
pudiendo resistirle se dejó llevar de la tormenta y corrió veinti-
ocho ó veintinueve dias, sin saber por dónde ni adonde; j)orque
(1) El primero que apuntó la especie , como recibida del vulgo, y sin darla
crédito, fué Gonzalo Fernandez de Oviedo : «Quieren decir algTinos que una
carabela que desde España pasaba para Inglaterra cargada de mercancías y
bastimentos acaesció que la sobrevinieron tales é tan forzosos tiempos é
tan contrarios, que ovo necesidad de correr al poniente tantos dias, que reco-
noció una ó más de las islas destas partes é Indias; é salió en tierra é vido
gente desnuda y que cesados los vientos (que contra su voluntad le truje-
ron) tomó agua y leña para volver á su primer camino é que después le
hizo tiempo á su propósito y tornó á dar la vuelta Y en este tiempo se mu-
rió cuasi toda su gente del navio, é no salieron en Portugal sino el piloto con
tres ó cuatro ó alguno más de los marineros , é todos tan dolientes que en bre-
ves dias después de llegados murieron. »
Una vez en el terreno de las suposiciones ó de los se dice se dice que el
piloto era íntimo amigo de Colon y se dice que estelo recibió en su casa
y que el piloto sabía levantar cartas , etc., etc. Y añade Oviedo : c( Unos dicen
que este maestre ó piloto era andaluz; otros, le hacen portugués; otros, viz-
caíno; otros dicen que Colon estaba entonces en la isla de la Madera é otros
quieren decir que en las de Cabo Verde Que esto pasase ó no , dice con su
ingenuidad Oviedo, n'iwjuno con verdad lo puede afirmar ; pero aquesta 7io-
reZa así anda por el mundo entre la gente vulgar...... «Para mí, añade, yo
74 COLON EN ESPAÑA.
en todo ese tiempo uo pudo tomar el altura i>oy el Sol ni por el
Norte; padeciendo los del navio grandísimos trabajos en la tor-
menta, porque ni les dejó comer ni dormir. Al cabo deste largo
tiem]3o se aplacó el viento, y se hallaron cerca de una isla, no se
sabe de cierto cuál fué, mas de que se sospecha que fué la que aho-
ra llaman Santo Domingo. El piloto saltó en tierra , tomó el altu-
ra y escribió por menudo todo lo que vio y lo que le sucedió por la
mar á ida y á vuelta; y habiendo tomado agua y leña se volvió,
haciendo el viaje, sin saber, tampoco á la venida como á la ida;
por lo cual gastó más tiempo del que le convenia , y por la dila-
tación del camino les /altó el agua y el alimento; de cuya causa,
y por el mucho trabajo que á ida y á venida hablan padecido,
empezaron á enfermar y morir , de tal manera, que de diez y sie-
te hombres que salieron de España no llegaron á la isla Terceira
más de cinco , y entre ellos el j^iloto Alonso Sánchez Huelva,
fueron á parar á casa del famoso Cristóbal Colon , geuoves,
porque supieron que era gran j^iloto y cosmógrafo y que hacía
lo tengo por falso » (Oviedo , Hht. gen. y natural de Indias , lilao ni, ca-
pítulo II.)
El Sr. Ferrer de Contó que, con el título de- Colon y Alonso Sánchez , pu-
blicó en la Revista Peninsular, número 7, Marzo de 1857, un erudito artícu-
lo sobre el cuento consabido; y es lo más notable del articulo el que, después
de leido , no acierta uno á saber si el autor toma ó tiene por cuento el caso , ó
lo tiene y toma por historia. Nos habla mucho de la posibihdad de una arriba-
da forzosa, de los vientos alisios ó alie eos , como él dice; de que el Sr. Navar-
rete no da gran copia de razones para tener por fabuloso el caso de Alonso
Sánchez; de que D. Eanion Ruiz Eguilaz, autor de las Breves disertaciones
sobre algunos descubrimientos é invenciones debidos á la Espaíia, lo tiene
por verdadero ; y sin decirnos su opinión , entra luego á combatir la posibili-
dad de los hallazgos de maderas, árboles, arbustos y aun cadáveres en la
proximidad de las Azores y de. Cabo Verde, que no pertenecían á la flora y
fauna europeas. El trabajo del Sr. Couto, en una y otra pretensión, nos parece
flojo, por más que bastante erudito.
Mucho más sólido y conveniente es el trabajo antiguo de D. Cristóbal Cla-
dera, en sus Investigaciones históricas, en el cual refutó ya esas pretensiones
y cuentos , defendiendo el mérito y la gloria de Cristóbal Colon.
COLON EN ESPAÑA. 75
cartas de marear (1); el cual los recibió con mucho amor y les
hizo todo regalo, por saber cosas acaecidas en tan extraño y lar-
go naufragio, como el que decian haber padecido. Y como llega-
ron tan decaídos del trabajo pasado (2) , por mucho que Cristóbal
Colon les regaló, no pudieron volver en sí, y murieron todos en
su casa (3) dejándole en herencia los trabajos que les causaron
la muerte; los cuales aceptó el gran Colon (4) , con tanto ánimo
y esfuerzo , que habiendo sufrido otros tan grandes y aun mayo-
res , pues duraron más tiemiJO , salió con la empresa de dar el
Nuevo Mundo y sus riquezas á España, como lo puso por blasón
en sus armas diciendo : « A Castilla g á León — Nuevo Mundo
)) diú Colon. y>
« Quien quisiere ver las grandes hazañas de este varón — aña-
de el inca Garcilaso — vea la Historia general de las Indias que
Francisco López de Gomara escribió, que allí las hallará, aun-
que abreviadas. Pero lo que más loa y engrandece á este famoso
sobre los famosos , es la misma obra de esta conquista y descu-
brimiento. Yo quise añadir á esto poco que faltó de la relación de
aquel antiguo historiador , que como escribió lejos de donde acae-
cieron estas cosas , y la relación se la daban gentes y unientes, le
dijeron muchas cosas de las que pasaron , pero imperfectas; y yo
las o'i en mi tierra á mi padre y á sus contemporáneos ; aunque,
como muchacho, con poca atención» (5).
Como se ve , el cuento del piloto Alonso Sánchez de Huelva
es á más no poder desatinado , y deja ver su origen y su tosca
(1) ¡ Como si DO tuvieran entonces más necesidad de agua, de pan y de me-
dicinas, que de cartas de marear!
(2) Ni se sabe cómo pudieron Uegar vivos, sin tener agua ni alimento.
(3) De modo que ia casa de Culón debia ser, más que casa de socorro , un
verdadero hospital.
(4) Mal gusto tuvo.
(5) Gakcilaso , Comentarios Reales , lib. i , cap. iii.
76 COLON EN ESPAÑA.
urdimbre por todas sus coyunturas. Si lo hemos coi3Íado aquí
del texto , ha sido sólo para proliar con su relato , que no se pue-
de ni se debe tomarlo en serio. Aparte de lo amanerado y de lo
inverosímil, jwr no decirlo imposible, de que sobrevivieran á la
falta de alimento y de agua, solamente el piloto y otros cuatro
tripulantes, para el solo objeto de venir á la isla Tei^cera y me-
terse por las puertas de la casa de Colon, y morirse allí, y dejarle
heredero de sus papeles y del hallazgo de la isla de Santo Do-
mingo; aparte, decimos, de lo burdo de la invención, hay lo de
que, si Cristóbal Colon hubiera sido poseedor de la situación geo-
gráfica de Santo Domingo y de la ruta seguida por Alonso Sán-
chez, dado que éste átomo all'i el altura y escribió por menudo todo
lo que vio y lo que le sucedió á la ida y á la vuelta, y que de esos
escritos dejó heredero á Colon » , era imposible que éste hubiese
vacilado , respecto á la dirección , y que en vez de veintiocho ó
veintinueve dias que empleó Alonso Sánchez , hubiera empleado
él sesenta y ocho (1), y en vez de dar en Santo Domingo hubiera
ido á dar en la isla Guanahani. Con aquellos datos su conducta
hubiera sido muy otra, y su empresa más pronto y más fácil-
mente realizada. Esto es indudable.
Pero aun hay más ; y es, que el mismo Garcilaso nos revela
candorosamente el origen y la ninguna autoridad del cuento de
Alonso Sánchez, en aquel mismo pasaje de su historia, diciendo
á continuación : « El muy Rdo. P. Acosta toca también esta his-
toria del descubrimiento del Nuevo Mundo, con pena de no po-
derla dar entera , que también faltó á Su Paternidad parte de la
relación en este paso , como en otros más modernos ; porque se
(1) En realidad tardó setenta y un dias : desde el 3 de Agosto hasta el 12
de Octubre, que tomó tierra en Guanahani. Pero como se detuvo diez y nueve
dias en Canarias, su navegación por el Atlántico no duró más de cincuenta y
dos dias para tocar en las islas de Bahamu. (Véase el Diario del primer
viaje, en Navaukete, 1. 1.)
COLON' EN ESPAÑA. 77
habían acabado ya los conquistadores antiguos, cuando Su Pa-
ternidad pasó á aquellas ¡martes , sobre lo que dice estas palabras,
lib, X , cap. XIX : c( Habiendo mostrado que no lleva camino pen-
)) sar que los primeros moradores de Indias hayan venido á ellas
»con navegación hecha para este fin, bien se sigue que, si vinie-
))ron por mar, haya sido acaso </ por fuerza de. tormenta el haber
y> llegado á Indias : lo cual por inmenso que sea el mar Océano
))no es cosa increible. Porque así sucedió en el descubrimiento de
)) nuestro tiempo , cuando aquel marino ( cuyo nombre aun no sa-
y> bonos, para que negocio tan grande no se atribuya á otro autor,
))SÍno á Dios) , viendo por un terrible é importuno temporal re-
)) conocido el Nuevo Mundo, dejó por paya del buen hospedaje á
)) Cristóbal Colon la noticia de cosa tan grande. Así pudo ser »
«Hasta aquí — añade Garcilaso — es del P. Acosta, sacado a
la letra ; donde muestra S. P. haber hallado en el Perú parte de
nuestra relación , y aunque no toda , pero lo más esencial de ella.
Este fué el i)rimer principio y origen del descubrimiento del
Nuevo Mundo ; de la cual grandeza podia loarse la pequeña villa
de Huelva que tal hijo crió ; de cuya relación certificado Cristó-
bal Colon insistió tanto en su demanda, j^'ometiendo cosas nun-
ca vistas ni oidas , guardando como hombre prudente el secreto
de ellas ; aunque debajo de confianza dio cuenta dellas á algunas
personas de mucha autoridad cerca de los Reyes Católicos , que
le ayudaron á salir con su empresa ; que si no fuera por estas
noticias, que le dio Alonso Sánchez , de Huelva, no pudiera, de
sola su imaginación de Cosmografía, j)rometer tanto y tan certi-
ficado como prometió , ni salir tan presto con la empresa del des-
cubrimiento ; pues según aquel autor no tardó Colon más de se-
senta dias en el viaje hasta la isla Guanatianico, con detenerse al-
gunos dias en Gomera á tomar refresco; í/z^í" si no supiera, por la
relación de Alonso Sánchez, qué rumbo habia de tomar en un mar
COLON EN ESPAÑA.
tmi grande^ era casi milagro haber ido allá en tan breve tiemjpo.'^
En medio de lo que lioy podemos ya llamar desatinos , ¡ qué
gran luz dan los ingenuos relatos del inca Garcilaso y del padre
José de Acosta ! Desde luego se advierte que anda de por medio
la teología, en lo del cuento de Alonso Sancliez. ¡ Siempre la su-
persticiojí y la ignorancia oscureciendo la verdad , desfigurando
la historia , negando la ciencia y las intuiciones del genio ! ¡ Siem-
pre tergiversando los hechos ó inventando fábulas para embrute-
cer á los hombres y obstruir las vías del progreso ! Los frailes se
hallaron con que la población del Nuevo Mundo no se compagi-
naba bien , á su entender , con la tradición bíblica y con sus teo-
rías genesiacas ; y pensando en dar solución á la dificultad, no
hallaron mejor medio que el de llevar allá la descendencia de
Noé por la virtud de una tormenta. Y se conoce que fueron frai-
les los inventores del recurso, ¡morque no se les ocurrió la dificul-
tad de que los pescadores, lo mismo que los argonautas , no lleva-
ron nunca mujeres á bordo.
Se advierte ademas , por el contexto candoroso de aquellas re-
laciones , que en medio de la superstición y de la ignorancia ge-
neral de aquella época , eso de que la ciencia sola hubiera podido
iluminar y guiar á Cristóbal Colon para descubrir el Nuevo Mun-
do, era , para las gentes educadas por los frailes , punto menos
que imjíosible : a hubiera sido casi milagrosos, que era todo lo
que j)odia decir un fraile. De ahí el que el padre Acosta nos dije-
ra : « lo del descubrimiento del Nuevo Mundo no puede atribuir-
se más que á una tormenta que lanzó allá á un marino. Verdad
es que no sabemos el nombre de ese marino; pero así tuvo que
ser. La cosa se hace increíble , es cierto ; j^ero negocio tan grande
no puede ni debe atribuirse más que á Dios, para quien no hay
imposibles. » Lo cual equivale á decir : no queremos que la cien-
cia haga milagros ; preferimos á eso fraguarlos nosotros. Y en
COLOX EN ESPAÑA. 79
efecto , primero se inventó lo de la tormenta, y el navio, sin 2^0-
der designar el nombre del marino; j más adelante se le dio ya
nombre y patria. Pero se tuvo cuidado de matarle con todos sus
compañeros mártires, en la jiropia casa de Cristóbal Colon.
Dígase ahora si no son inmensas las dificultades con que tiene
que luchar siempre el genio. Y véase, de paso, cuan naturalmen-
te se explican todas las que tuvo que superar Colon , qué causas
tienen las ingratitudes que devoró y el velo que sobre su triunfo y
su gloria echaron sus contemporáneos y contribuyeron á extender
y hacer más denso los cronistas é historiógrafos de aquel siglo.
Otra suposición no menos gratuita fué la de atribuir el descu-
brimiento de Colon á las revelaciones de Martin Behaim , y á
éste la prioridad del pensamiento. De este error se hizo eco el
mismo Herrera (1), que incurrió también en el de tener por por-
tugués al alemán Martin Behaim. Humboldt, que ha demostrado
hasta la evidencia lo infundado de semejante suposición, dice á este
propósito : «¡Cosa extraña! La posteridad, que cuasi ha olvidado
la gran influencia de Toscanelli en los proyectos de Cristóbal Co-
lon, se ha obstinado en colocar á su lado otro personaje digno, sin
duda , de la mayor consideración , como geógrafo, como viajero y
como marino, pero que no dirigió sus miras , por lo que de él sa-
bemos, más que á circunnavegar el África para llegar á la India.
Se ha dicho que M. Behaim habia descubierto el archipiélago
de las Azores, revelando á Colon, no sólo el camino del Asia oc-
cidental , sino la existencia de un nuevo continente , y que habia
trazado sobre un globo el estrecho al cual dio su nombre Maga-
llanes Cuanto más mistexioso ha parecido el origen de aquel
(1) Y cuanto más se extendiera al Este y hacia las islas de Cabo Verde
la i)arte oriental de la ludia, más fácil sería llegar á ella por el Oeste en una
navegación de pocos dias. Esta opinión fué confirmada á Colon por su amigo
Martin de Bohemia, portugués, natural de la isla de Fayal, gran cosmógra-
fo. (Herrera, Dec, i, lib. i, cap. 11.
80 COLON EX ESTAÑA.
hombre extraordinario, más se lia querido agrandar su figura.
Unos le lian calificado de noble portugués ; otros de bohemio de
raza slava; Herrera y üoberston le hacen natural de la isla de Fa-
yal; habiendo resultado que era alemán, nacido en Nuremberg.
Se le encuentra en Yenecia, en Ambéres y en Viena, ocupado du-
rante veinte años en el comercio de paños ; desjjues construyendo
en Lisboa un astrolabio, instrumento de grande importancia para
los navegantes ; viajando más tarde, con Diego Cam, por las eos-
tas de África hasta el cabo Padráon. En 1492 está en Nurem-
berg, casa de suprimo, el senador Miguel Behaim, terminando
el famoso globo que quiere dejar como recuerdo «á su querida pa-
tria, antes de partir para el país donde tiene casa á 700 millas
de Alemania.» Y en 1496 se le vuelve á encontrar en casa de su
suegro , el gobernador de la isla de Fayal (las Azores) , mientras
que Yasco de Gama se abre camino á la India doblando el cabo
de Buena Esperanza» (1).
De todas esas y otras muchas investigaciones prolijas sobre la
vida y viajes de Martin Behaim y de Cristóbal Colon , resulta :
1." Que los dos personajes no juidieron encontrarse en Fayal,
aun cuando sea probable que Colon visitase alguna vez las Azores.
2.° Que únicamente pudieron conocerse y acaso tratarse en
Lisboa, de 1480 á 1484 ; siendo así que la corresjjondencia de
Colon con Toscanelli data de 1474.
3.° Que el globo de Behaim se terminaba en 1492, cuando ya
Colon navegaba con sus tres carabelas jjor el Atlántico.
4° Que el pasaje de Hartmann Schedel (2) se refiere al hemis-
(1) HUMBOLDT, obr. cit.
(2) Cuando los navegantes llegaron al Océano del Sur, no lejos de la cos-
ta, y después de pasar la línea, se vieron en otro hemisferio, caian sus som-
bras á la diestra mano, cuando miraban al Oriente; allí descubrieron un mundo
nuevo, desconocido hasta entonces y que por muchos años nadie habia buscado,
excepto los genoveses, y éstos sin buen éxito. (V. á Irving, Apénd. núm. 12.)
COLON EN ESPAÑA. 81
ferio austral , en que entró la expedición de Diego Cam y de Be-
haim , luego que pasaron el Ecuador y que les ofreció un mundo
nuevo de esperanzas para la circunnavegación del África.
5." Que el globo, descubrimiento de M. Otto, que atribuyó á
Behaim , y en el que se marcan las costas del Brasil y el estre-
cho de Magallanes , no es el globo de Behaim , sino el de Juan
Schoener, profesor de matemáticas, hecho en 1520 y conservado
en la Biblioteca de Nuremberg.
Y 6.° Que el verdadero globo de Behaim , terminado en 1492,
no contiene ninguna de las islas ó costas del Nuevo Mundo ; se-
ñala únicamente la Antilia , como antes de él lo habia hecho
Andrea Bianco.
Es otra gratuita aserción, la de que que Colon leyera los frag-
mentos del relato de los Zeni, acerca de los viajes de noruegos é
irlandeses, en los siglos ix al xii, y de los verdaderos ó supuestos
descubrimientos por ellos hechos de las costas de Terranova y
del Labrador : reciente asunto de discusión científica muy empe-
ñada. Cualquiera que sea el valor histórico de aquel relato y de
tales descubrimientos, es un hecho probado, que los fragmentos
de aquél , ni se publicaron , ni fueron conocidos hasta mediado el
siglo XVI ; es decir, cincuenta años, próximamente, después de la
muerte de Cristóbal Colon.
Cierto es que éste verificó su viaje al mar del Norte, en el
cual, á su decir, repasó de 100 leguas la i'dtima Thule. Si creemos
á su hijo D. Hernando, fué esto en 1477: y en 1467, si damos
crédito á M. Barrow y á Muñoz. Dejando á un lado la cuestión de
si la TJmle de Ptolomeo y su grado de latitud, que es á lo que
' se refiere Colon en su tratado de las Cinco zonas , indican la Is-
landia, como afirma Dicnil, ó la isla Maynland, como opina Hum-
boldt, de acuerdo con D'Awille, con Gosellin ly con Mannert:
aparte la no menos enmarañada discusión sobre si la Tkule de
82 COLON EN ESPAÑA.
♦•
Ptolomeo es la misma Thyle de Séneca, de Plynio y de Solino,
y todas ellas una misma que la Tliule de Pytheas, á la que Mal-
te-Brun coloca en la extremidad de la Jutlandia , limitémonos á
examinar si pudo Colon , como lo pretende el último de los cita-
dos geógrafos , adquirir noticias del relato de los hermanos Zeni
en aquella expedición, y por lo tanto, del descubrimiento de la
América septentrional, hecho jior los scandinavos, al decir de
aquel relato y de posteriores investigaciones.
Humholdtlo considera poco probable:. «Cristóbal Colon — dice
el sabio alemán — buscaba el camino de la India para llegar ])or
el Oeste al país de la especería y del oro ; y fuérale bien inútil,
aun cuando lo hubiera sabido, que allá los colonos scandinavos
de Groenlandia hablan descubierto la tierra de Vinlaud , y que
.los pescadores de Finlandia hablan abordado á una tierra llama-
da Broceo. Tales noticias, aun en el supuesto de que las hubiera
podido adquirir, le habrían parecido perfectamente extrañas á
sus proyectos, ó por lo menos, desligadas de ellos. Vinlaud y Dro-
ceo no han tenido interés para nosotros, más que ¡ior tener ya la
certeza de la continuidad de las costas, desde el cabo Paria hasta
la embocadura del San Lorenzo.» «Ademas — añade Humboldt —
en la segunda mitad del siglo xv , en una época en que, desde
ciento cincuenta años hacía, estaba interrumpida la navegación al
Yinland , el recuerdo de los descubrimientos groenlandeses no po-
día ser en Islandia lo bastante vivo para que llegase á los oidos de
un navegante genoves, que, á decir verdad, se cuidarla lo mismo
de los sagas del país, que de los manuscritos de Adam de Brema.»
A tan atinadas observaciones todavía podríamos añadir con
Irving , que así las tradiciones islandesas recogidas por Torfaeus,
como el relato de los Zeni, redactado de memoria jior Marcolini
é inserto por Ortelius en su Theatrum orbis , tienen más visos
y señales de fábulas que de historias.
COLON EN ESPAÑA, 83
En no menor yerro incurren, á nuestro juicio, los que atribu-
yen el jiroyecto de Colon á una misión providencial , á una visión
milagrosa, á una especie de intuición semidivina.
Colon fué siempre acendradamente piadoso, pero nada tuvo
jamas de fanático ni de liipócrita , como observa atinadamente
el mismo Irving.
La idea de los descubrimientos, navegando al Occidente, se
formó y se arraigó " en su espíritu independientemente de su fe
religiosa y de su erudicio-n bíblica. Esto es para nosotros de una
evidencia incontrovertible. En la historia del descubrimiento y en
cuantos verídicos datos y noticias nos suministran sobre la vida
de Colon y sobre el desarrollo progresivo de su idea , documentos
y libros á ella referentes , se ve que aquella idea fué hija de su
estudio, de sus observaciones, de su profunda meditación sobre
el asunto. Lo dice su hijo y biógrafo D. Hernando ; lo demues-
tran las constantes luchas y las perdurables controversias que
sostuvo con sabios y profanos , legos y clérigos , de todos los paí-
ses , durante veintidós años ; lo declaran los Reyes Católicos cuan-
do le escriben en 5 de Setiembre de 1493 y 16 de Agosto de 1494,
diciéndole : «y porque sabemos que desto sabéis vos más que otro
alguno , vos rogamos que luego nos enviéis vuestro ¡jarecer dello
Nosotros misinos y no otro alguno habernos visto algo del libro que
nos dejaste Cuanto más en esto platicamos y vemos, conocemos
cuan gran cosa ha sido este negocio vuestro, y que habéis sabido
en ello más que nunca se pensó que pudiera saber ninguno de los
nacidos Una de las principales cosas porque esto nos ha pla-
cido mucho es por ser inventada, pri)icipiada ó habida por vuestra
mano, trabajo é industria; y parécenos que todo lo que al princii3Ío
nos dijiste que se podría alcanzar, por la mayor parte todo ha sido
cierto, como si lo hubiéredes visto, antes que nos lo dijiésedesy) (1).
(1) Navarrete, Colee, de viajes, tom. ii.
84 COLON EN ESPAÑA.
Cuando Colon hubo establecido su teoría , dice Irving , se le
fijó en el ánimo con singular firmeza , influyendo mucho en su
carácter y conducta, Pero es también que sus dotes naturales,
su gran carácter, su magnanimidad, su fervoroso esi)íritu, junto
con sus conocimientos , le daban aquella confianza , aquella fir-
meza, aquella seguridad con que emitia sus ideas y con que ex-
ponía su pensamiento, lo mismo en las aparatosas juntas de los
sabios , que en presencia de los soberanos y de sus ministros. Y
fueron cabalmente aquella elevación de esjiíritu , aquella grande-
za de alma y noble dignidad, las que le atrajeron las simpatías
y la adhesión en España de los influyentes personajes, con cuyos
auxilios logró triunfar de todas las contrariedades.
Hay que tener en cuenta , para juzgar con acierto á Colon , que
sus mismas altas cualidades de carácter y de talento daban á sus
pretensiones tal tono de altivez y de grandiosidad , que ello solo
levantó barreras á su proyecto , y más de una vez eso mismo au-
xilió poderosamente á sus opositores y contrarios. Conferenciaba,
dice Irving , con los soberanos , como si fuesen sus iguales. Sus
proyectos eran regios, altos, sin límites ; los descubrimientos que
proponía eran de imperios ; las condiciones de proporcionada mag-
nitud ; y no quiso nunca , ni aun después de largas dilaciones,
repetidos desengaños y amargos j)adecimientos , no quiso nunca,
bajo la presión de la penuria y la indigencia , rebajar en lo más
mínimo las que se creían entonces extravagantes pretensiones,
por la mera posibilidad de sus descubrimientos.
Se ha discutido mucho acerca de sus verdaderas ó supuestas
proposiciones á otros soberanos de Europa, antes ó después que
á los de España. Roselly de Lorgues da gran importancia y no
poco crédito á lo que se ha dicho relativamente á las repúblicas
de Genova y de Venecia , asegurando que Cristóbal Colon visitó
la primera de éstas ciudades en 1483 y 1485. Los documentos
COLON EN ESPAÑA. 85
tan concienzuda como felizmente recopilados y dados á luz por
nuestros historiógrafos Muñoz y Fernandez Navarrete, contradi-
cen abiertamente el aserto del escritor francés, que, por otra par-
te , se apoya en datos de varia y dudosa significación , si es que
no en hipótesis, que sólo revelan pretensiones vanagloriosas. Na-
varrete ha demostrado que raya en lo imposible lo de la propo-
sición á la Señoría de Genova, hecha con anterioridad á la época
en que Colon se estableció en Lisboa, 1470. Nota bien, que fué
allí, en Portugal, donde, ¡lor confesión de su hijo D. Hernando,
empezó á conjeturar la navegación al Occidente ; allí donde , se-
gún Irving, estableció su teoría; que desde 1470 á 1484, que
llegó á España , si salió de Portugal y sus dominios fué sólo á
visitar las costas occidentales de África y de Europa ; y que des-
de 1484 hasta 1492 no salió de España.
Todo esto lo confirma el mismo Colon. En carta á los Reyes
Católicos (1) les dice, entre otras cosas ; «Fui á aportar á Por-
tugal, á donde el Rey de allí entendia en el descubrir más que
otro; el Señor le atajó la vista, oido y todos los sentidos, que en
catorce años no le pude hacer entender lo que yo dije » Ca-
torce años estuvo en Portugal consagrado á su proyecto y á
obtener los auxilios de D. Juan II, para su realización por cuen-
ta de la Corona de aquel reino.
Y hé aquí , digámoslo de paso , retratada en las cartas y recla-
maciones de Colon la sombra del enojo que guardaba en su alma,
por lo que él llama , no sin exageración y sin cierta acrimonia,
burlas, incredulidad , ceguera y rotundas negativas á secundar
su proyecto. Irving, citando al hijo mismo de Colon, su biógra-
fo , y al historiador Barros, nos dice : « que el Rey de Portugal
(1) Documento núm. 58, que Navarrete toma de Las Casas, en su Historia
de las Indias.
86 COLON EN ESPAÑA.
oyó al genoves con mucha atención y le otorgó su asentimiento.^
Y Vasconcellos , cronista de D. Juan II , afirma : « que la deci-
sión é informe desfavorable del Consejo, donde, contraía opinión
del Conde de Villareal , D. Pedro de Meneses , prevaleció la del
obispo de Ceuta, Piego Ortiz de Calzadilla (1) , no satisfizo al
Rey.» Y esto se confirma con la carta del mismo D. Jnan II á
Cristóbal Colon , que original se conserva en los archivos del
Duque de Veragua — fecha 30 de Marzo de 1488 — en la que le
(1 ) Muchos historiarlores han confundido al licenciado Calzadilla con el obis-
po de Ceuta, Diego Ortiz; y alguno, como Bernaldez, sostiene que los dos nom-
bres son una misma persona. Están en un error. Cuando el Eey de Portugal,
D. Juan II, sometió el proyecto de Colon á una junta de sabios, á ella asis-
tieron el licenciado Calzadilla , obispo de Viseo , y el docto obispo de Ceuta ,
Diego Ortiz Castellano. Véase lo que sobre estos dos personajes dice el cro-
nista portugués Antonio Ribeiro dos Santos (Memorias de literatura jyor-
tuguesa , publicadas por la Academia Eeal das Ciencias de Lisboa, tom. viii,
parte 1.'): c( Distinguióse entre os ilustres mathematicos nesta época (Joan II)
con grandes créditos de seu neme o Lie. Calzadilla , bispo de Vi^eo , a quien
á antigua historia apregoaba por nuiito sabio e particularmente por grande
cosmógrafo. Debaixo de seus olhos se fez na casa de Pero da Alcagova a car-
ta o mapamundo que levarao os nosos viajantes Pero da Covilha e Alfonso
da Paiva cuando o Sor. D. Joáo II os mandou á descubrir as térras do
Preste Joáo das Indias. Isto le fez tanta honra ( ao Lie. Calzadilla ) cuanto
pouca o ter sido' um dos que se opo9eráo a proposta de Christhobal Colon nes-
ta Corte pra em}Dresa do descubrimento do Novo Mondo. Delle falla entre os
nossos Francesco Alvares, no Preste Joáo das Indias : e entre os extranhos
Withff liet na obra intitulada Descriptionis Ptolomaicce augmenta , pág. 30. —
Y más adelante dice : « Figurou muito nesta época D. Diego Ortiz Castellano,
pió e douto bispo de Ceuta, que grande reputa9áo grangeose par sua muita li-
teratura e conhecimentos ñas Mathematicas, principalmente na Cosmographia,
a quien o Sor. Rei D. Joáo costumaba tratar e consultar. Este foi hum dos
que Lhe aconsselharíio a tentativa da navega9áo da India e hum dos que des-
pois examinaráo o plano do Christhobal Colon cenando este o apressentou
aquelle Principe pra o descubrimento do Novo Mondo.»
Y á seguida añade : « Elle o reprobón tamben com'o licenciado Calzadi-
lla, ou f osse por opinioes erradas en que estaba , ou f cuse por sistema , pois
que habia antes aconseilhado a navega9áo pra India oriental por caminho
contrario ao de Colon : o que justamente nao se lhe ou louvou, por nos privar
da gloria e utilidade do descobrimento e acquisÍ9oes que entao poderamos
facer. »
COLON EN ESPAÑA. 87
llamaba á su servicio, con solicitud y vivísimas insta,ncias (1).
En la carta de Colon á los Beyes Católicos , anteriormente ci-
tada , él mismo declara que estando ya en España «tuvo cartas
de ruego de tres i^ríncipes , que la Reina — q. D. h. — vio y se
las leyó el doctor Villalon. »
Dando de barato que una de esas cartas de ruego fuese la de
D. Juan II, cuya fecha dejamos apuntada, es de creer que las
otras dos , si no de fecha posterior, no fuesen anteriores á su lle-
gada á España.
El desleal consejo del obispo de Ceuta á D. Juan II, seguido
por éste , á lo que parece, y aun cuando frustrado el intento , co-
nocido al fin por Cristóbal Colon , produjo en éste enojo grandí-
simo , y una profunda aversión á la corte de Lisboa , de donde
quiso huir á toda priesa, y abandonar definitivamente á Portu-
gal. Esto debió ocurrir j)or el año de 1484. Lo dice su hijo y bió-
(!) Carta del Eey de Portugal á Cristóbal Colon, dándole seguridades para
su ida á aquel reino (original en el archivo del Duque de Veragua).
En el sobrescrito dice : A Crifítovam Colon, noso especial amigo en Sevilha.
1488, 20 de Marzo. — Cristóbal Colon. Nos Dom Joham, per graza de Déos,
Rey de Portugall e dos Algarbes ; da aquem e da allem mar en África , Se-
nlior de Guiñee , vos enviamos muito saudar. Vimos a carta que Nos escri-
bestes : e la vea vontade e afeizaon que por ella mostraes teerdes a nosso
servizo, vos agardecemos muito. E cuanto a vossa vinda ca, certo, assi pello
que apimtaes, como por outros respeitos para que vossa inJustra e boo en-
genho Nos sera necessareo, Nos a desejamos, e prazernos ha muito de vinsedes,
porque em o que a vos toca se dará tal forma de que vos devaes ser contente.
E porque por ventura teeres algún rezeo de nossas justizas por razaon dalgunas
cousas a que sejaez obligados , Nos por esta nossa carta vos seguramos pella
vinda, stada e tcruada que non sejaaes presso , retendo , acusado , citado nem
demandado por nenhuma cousa, ora seja civil, ora criminal, de cualquier cua-
lidade. E por ella mesma mandamos a todas nossas justizas que o cumpran
asi. E por tanto vos rogamos e encomendamos, que vossa vinda seja loguo,
é para isso non tenhaes pejo algum : é agardecervos lo hemos e teeremos
muito em servizo. Scripta en Avis a veinte de Marzo de mil cuatrocien
tos ochenta y ocho. — EL REY. (Navarrete, Colee, tom. ii , docum. nú-
mero III.)
88 COLON EN ESPAÑA.
grafo D. Hernando; lo declara Fr. Bartolomé de Las Casas, y
no lo ocultó el mismo Colon, segnn lo demuestra en la carta á
los Reyes Católicos que más arriba hemos copiado. Los historió-
grafos jíortugueses Juan de Barros y A. de Castanheda oculta-
ron la perfidia del consejo dado al Eey jwr su consejero Diego
Ortiz. Consistia este consejo en la estratagema de entretener á
Colon con razonamientos equívocos, en tanto que se enviaba re-
servadamente un buque en la dirección que él habia señalado.
Esta pérfida insinuación, como dice Irving , se atribuye á Calza-
dilla, el obisjw de Ceuta, y cuadra bien con la estrecha política
que habia aconsejado al Rey. Cometió entonces éste la debilidad
de acoger aquella inicua estratagema , apartándose de su habi-
tual generosidad. Se pidió á Colon un plan circunstanciado del
propuesto viaje, para que pudiera examinarle el Consejo ; y satis-
fecho aquel deseo por Colon, inmediatamente salió una carabela
con el ostensible pretexto de llevar víveres á las islas de Cabo
Verde , pero con instrucciones reservadas para seguir el rumbo
indicado por Colon. La carabela navegó desde aquellas islas al
Occidente por algunos dias. Pero el temporal tormentoso y los
pilotos, faltos de celo que los estimulase , no vieron delante de sí
más que un inmenso desierto de inhospitalarias y temerosas on-
das, y sin aliento para continuar , tomaron la vuelta á las islas y
de ellas á Lisboa, donde ridiculizaron como irracional y extrava-
gante el proyecto de Colon , para excusar de ese modo su falta
de valor y de celo.
Colon se indignó justamente de tan infame deslealtad. Dícese
que el rey D. Juan hubiera querido renovar la negociación , no
obstante aquel fracaso; y lo acredita la carta que posteriormente
escribió á Colon. Pero éste se negó resueltamente á ello.
Su mujer, doña Felipa, habia muerto algún tiempo hacía; y
roto así el nudo doméstico que le unia á Portugal, determinó
COLON EN ESPAÑA. , 89
abandonar nn país donde le habían tratado con tan mala fe, y
bnscar })atrocíuio en España (1).
Entonces debió ser cuando á Cristóbal Colon se le ocurrió di-
rigir sus propuestas á la corte de Inglaterra, á donde envió á
su hermano Bartolomé , en tanto que él huia de Portugal, con
enojo, y se dirigía á España. «Según podemos colegir, dice
Las Casas , considerando el tiempo que Colon estuvo en la corte
de Castilla, que fueron siete años, por alcanzar el favor y ayuda
del Rey y de la Reina, y por alguna de sus cartas , en especial
escritas álos Católicos Reyes, y por otras circunstancias, prime-
ro debió de haber salido Cristóbal Colon para España, que su
hermano para Inglaterra; y así salió aquél de Portugal por el
año 1484.» Ya veremos que este hecho está demostrado hasta la
evidencia.
Huia de Portugal hemos dicho; y así parece, por lo que su
hijo y Las Casas dan á entender. Hacia fines de 1484 salía secre-
tamente de Lisboa, dice Irving, llevando consigo á su hijo Die-
go. ¿ Pero salía así por sustraerse á las asechanzas que ipudiera
tenderle una corte cautelosa y despótica, ó, como entiende aquel
historiador y ha querido sostener algún otro, por evitar los me-
dios coercitivos que pudieran emplear contra él sus acreedores? A
pesar de la carta del rey D. Juan , que copiada dejamos á la letra
en la nota de lapág. 87, y que jDarece confirmar la opinión de Ir-
ving, no participamos de ella; no existe fundamento alguno para
sospechar siquiera que Cristóbal Colon estuviera por entonces en-
causado por delito alguno , ni ejecutado por deudas en Portugal.
Al contrario , su conducta , su ilustración , sus cualidades perso-
nales , sus relaciones de familia y de sociedad le ponen al abrigo
de toda sospecha en esa parte. Hombre de honor, caballeroso en
(1) W. Ibving, Vida y viajes de Cristóbal Colon, lib. i, cap. viii.
00 COLON EN ESPAÑA.
todo y de couciencia rígida , en el codicilo que otorgó en Vallado-
lid, á 19 de Mayo de 1506, da fuerza á una relación — escrita de
su mano — de personas «á quienes quiero, dice, que se den de mis
bienes lo contenido en este memorial , sin que se le quite cosa al-
guna dello. )) La relación tiene todo el carácter de un descargo de
conciencia, ó por lo menos de una delicadísima remuneración de
servicios. En esa relación no suena ningún portugués. Cuasi todos
los sujetos nombrados allí son genoveses residentes en Lisboa.
Aunque se quiera suponer que Colon habia sido deudor de ellos,
es seguro que ninguno le habría reclamado jamas sus créditos , y
buena j^rueba es de ello aquella misma disposición testamentaria.
No, Cristóbal Colon no salia secretamente de Lisboa por te-
mor á la justicia, sino ala injusticia y á la despótica arbitrariedad.
Ni ¡ qué extraño que un extranjero, con el que se liabian usado
tan cautelosos ardides, saliera en 1484 secretamente del reino
de donde tenía , en aquel entonces , que huir despavorida su pri-
mera nobleza y buscar un asilo en España! Conocidas son las
escenas sangrientas con que señaló el rey D. Juan el comienzo
de su reinado. Y sabido es que, después de los horribles asesina-
tos de Evora y de Setúbal (1), el terror embargó los ánimos, y
(1) ((Era el rey D. Juan — dice el cronista Bernaldez — discreto, esforzado,
pero feroz y sospechoso. El dia 29 de Mayo de 1483 mandó prender en Evora
al Duque de Braganza, su cuilado, y á los quince dias le mandó degollar, con
grande espanto en los caballeros de Portugal En el ano de 1484, en el mes
de Agosto , en Setúbal , estando el Rey en su palacio , entraron en él seguros
una noche el Duque de Viseo, su primo y hermano de la Reina, D. Diego, é
el obispo de Evora; y el Rey tenía ya concertado de los matar ; é asi como
entraron dio de puñaladas al Duque y matólo , é fizólo echar por una ventana
abajo sobre un tejado que era en lo alto de la sala ; é prendió al obispo é fizó-
lo echar en una cisterna, donde estuvo fasta que murió. É esto fecho fuyeron
con temor muchos caballeros de Portugal é vinieron en Castilla y el Rey
tomó todas sus haciendas á los ausentados, é las fisco para sí E después
prendió é degolló á D. Fernando de Meneses, hermano del obispo de Evora,
dos fijos del susodicho , é descuartizaron á el uno; é fizo degollar á Pedro de
Alburquerque é á otros.» (BíRNALdez, i2e?/es Católicos, cap. L.)
COLON EN ESPAÑA. 91
muchísimos caballeros portugueses huyeron de Portugal y se re-
fuiriarou á Castilla.
Los ofrecimientos que hace el rey D. Juan en su carta á Cris-
tóbal Colon y las seguridades que le promete, son una especie
de salvoconducto , harto necesario en tan calamitosos tiempos
para todo hombre de algún valer, nacional ó extranjero, que tu-
viera que tratar cualquier negocio grave con los reyes de enton-
ces. Colon debia, en ciertos momentos, imimcientarse con las dila-
ciones y aplazamientos y contrariedades que sufria en la corte de
los Reyes Católicos ; y sin duda en una de aquellas horas de
desaliento acordóse de las aficiones personales del rey D. Juan,
y le escribió la carta á la cual parece que es contestación la de
aquél. Era éste discreto, como dice bien Bernaldez, y á más de
discreto era suspicaz y cauteloso. Las seguridades que allí ofrece
á Colon no estaban de más; pero significan todo, menos el que
éste tuviera que abandonar secretamente á Portugal, en 1484, ni
por delitos, ni por deudas.
CAPÍTULO II.
Sumario. — Llegada de Cristóbal Colon á España. — ¿Se sabe la época ? —
Divergencias y errores acerca de ella ; de dónde proceden ; cuál es la verda-
dera fecha. — Primeros pasos dados por Colon en España. — Quiénes fue-
ron sus primeros protectores. — Lo que hay de verdadero y lo que hay de
inexacto en la visita al convento de la Eábida y conferencia con el prior
fray Juan Pérez. — Declaración del Físico de Palos Garci-Hernandez. —
Verdadera fecha de aquella conferencia. — Eecursos con que contaba Co-
lon. — Colonia italiana en Sevilla. — Juan Berardi. — El Duque de Medi-
na-Sidonia. — El de Medinaceli. ■ — Notable carta de este último al cardenal
^lenduza. — Alonso de Quintanilla. — Servicios que por de prunto prestaron
esos dos personajes al navegante genoves.
Haciéndose cargo de las divergencias que existen entre los
antiguos cronistas é liistoriógrafos acerca de la llegada de Colon
á España ; de su aparición en la corte ; de su presentación á los
Reyes ; del tiempo que fué huésped del Duque de Medinaceli ; de
las ocasiones y motivos que le llevaron á la Rábida, á Córdoba
y Salamanca y fechas de su residencia en esos ¡juntos ; en una
palabra, acerca de los pasos que dio y vicisitudes que sufrió des-
de su llegada á España hasta que firmó la Reina en Santa Fe
las capitulaciones para la empresa del descubrimiento, el histo-
riador Prescott exclama con mucho candor y con admirable bue-
na fe : «A la verdad , las divergencias que se hallan entre los
antiguos autores son tales, que hacen desesperar de que se pueda
04 COLON EN ESPAÑA.
Jijar con exactitud la cronolog'ia de las vicisitudes de Colon an-
teriores á su primer majei) (1 ).
Y en efecto, son tantas y tales las divergencias, qne el mismo
Prescott, llevado del desaliento qne arguyen sus citadas pala-
bras, evita, en cuanto puede, señalar fechas y cuenta aquellas
vicisitudes hilvanando los sucesos como se le vienen á la mano y
pasando por cima de las contradicciones y los errores en que ha-
blan incurrido Herrera, Muñoz y el mismo Irving.
Herrera fija la llegada de Colon á Esjiaña en 1484 ; lo pre-
senta inmediatamente en la corte , y después de hacerle residir
en ella cinco años, lo lleva durante los dos siguientes (1489
á 1491) á la casa del Duque de Medinaceli.
Irving , siguiendo á Muñoz , supone á Colon en Genova por el
año de 1485, y no le hace llegar á Esjiaña hasta después de
aquella fecha (1486). Pero Irving incurre á seguida en palj)able
contradicción al decir que en 1491 llevaba Colon siete años de
residencia en la corte (2).
Prescott no hace nada por orillar esas divergencias. Fija la
venida de Colon á fines de 1484, y haciendo caso omiso de la
anécdota de la Rábida, lo lleva desde luego á la corte, si bien
con carta de recomendación del guardián Fr. Juan Pérez jDara
(1) W. Peescott. Hist. de los Reyes Católicos D. Fernando y D? Isalel
(traducción de Sabau, 1845), t. ii, cap. xvi, pág-. 260, nota 19.
(2) Conviene Irving en que Cok)n dejó secretamente la corte de Lisboa á
fines de 1484 ; pero lo lleva de allí á Genova, donde, siguiendo á un moderno
historiador, le hace permanecer un año (1485) y donde cree que repitió per-
sonalmente la proposición que en orden á su empresa habia hecho por escrito
al Gobierno de aquella República, del cual fué recibida con desprecio. Indica
después, si bien no lo cree probable, la opinión de que desde Genova llevó
Colon sus proposiciones á Venecia. Pero á pesar de no dar gian crédito á esa
opinión, sostenida, dice, por un escritor italiano de mucho mérito, da como
seguro que el genoves no vino á España hasta la entrada del año 1486. (Was-
hington Ieving, Vida y viajes de Cristóbal Colon, lib. i, cap. xin, y
libro II, cap. i.
COLON EN ESPAiíA. *J5
don Hernando de Talayera, prior del Prado y confesor déla Rei-
na ; indica la oposición de éste á los proyectos del genoves ; da
por enterados de ellos á los Eeyes ; conviene en que éstos no des-
ahuciaron á Colon , sino que quisieron c*; oir el dictamen de los que
pudieran ser jueces más competentes , sometiendo aquellos pro-
yectos á un Consejo elegido por Talayera », y como tantos otros,
confunde ese Consejo con las célebres conferencias de Salaman-
ca. Pero como no debia desconocer las dificultades que liay para
confundir esas dos Juntas en una, salta por cima de aquellas,
diciendo : a y fué tal la apatía de aquella Junta letrada y tantos
los obstáculos presentados por la pereza, la preocupación y la
incredulidad, qiie se pasaron años cíjites que se resolviera
nada y) (1 ),
Durante esos años — sin decir cuáles ni cuántos — no sabiendo
qué hacer de Colon, dice que siguió ala corte, « llevando alguna
yez armas en las campañas » ; y añade que , cansado aquél de
esperar, pidió contestación definitiva á sus in'oposiciones , y que
entonces — tampoco señala año ni fecha — se le manifestó «que
la Junta de Salamanca habia declarado su })lan quimérico., im-
practicable y apoyado en fundamentos muy débiles para que el
Gobierno le pudiera prestar su apoyo.» Por donde se ve que, en
efecto, confunde las famosas conferencias de Salamanca con las
juntas y consultas del j)rior del Prado.
A seguida es cuando Prescott menciona al cardenal Mendoza
como uno de los protectores de Colon, y cita, como de pasada,
en ese mismo concepto á Deza , arzobispo de Sevilla ; sin embar-
go de lo cual , dice « que Colon se dio por desahuciado y abando-
nó la corte. »
Aquí es cuando le encamina á pedir apoyo á los Duques de
(1) W. Prescott, Eist. de los Eeyes Católicos, t. ii, cap. xvi.
96 COLON EN ESPAÑA.
Medinasidonia y de Medinaceli , « siendo acogido por el último
con mnclia bondad y protección.» Y sin hacer mérito de los dos
años que Medinaceli tuvo á Colon en su casa, le da como despe-
dido de España y en situación de marchar á Francia.
Con ese objeto lo lleva entonces al convento de la Rábida sólo
para despedirse « de su amigo el guardián » ; y , nótese bien , aqm'
es cuando Prescott señala la fecha de 1491.
Fray Juan Pérez detiene á Colon : se va al real de Santa Fe,
habla á la Reina, y allí le auxilian, apoyando la causa de Colon,
Alonso de Quintanilla, Luis de Santángel y la Marquesa de
Moya;é interesada de nuevo Isabel, vuelve Colon al campa-
mento-ciudad ; no logra tampoco entenderse con la Reina, y otra
vez se retira para marchar al extranjero. Pero entonces insiste
Santángel, la Reina se decide por fin, se vuelve á llamar á Colon
y se firman las capitulaciones, en Santa Fe, el 17 de Abril
de 1492 (1).
Este es el relato histórico-cronológico que han adoptado la
generalidad de los escritores que se ocupan de Colon , relativa-
mente á las vicisitudes que sufria su proyecto, durante el críti-
co período que trascurre desde su llegada á España hasta la fir-
ma de las capitulaciones en Santa Fe. Adviértase ahora, que ese
relato es el sucinto resumen del que había hecho poco antes
Washington Irving. Pero lo notable es, que la narración de ese
insigne biógrafo está calcada en la del historiador Muñoz ; la de
éste, ea la de Herrera, quien, á no dudar, la tomó de Gomara,
de Las Casas tal vez , ó más seguramente del mismo Hernando
Colon. Y como todos estos fluctúan y, lejos de narrar cronológi-
mente los hechos, los amontonan y los hacen ocurrir de distin-
tos modos ó por diversas vías, como dice el obispo de Chiapa
(1) W. Prescott, obra citada, t. ii, cap. xvi.
• COLON EX ESPAÑA. 97
Fr. Bartolomé de las Casas, el historiador Prescott, qne observó
esas divergencias, comprendió que, en realidad, ninguno de los
antiguos historiógrafos y cronistas habian acertado á descubrir
la verdadera sucesión de los hechos , ni el secreto de ellos , ni los
pasos que dio , ni los trabajos que pasó Colon desde su llegada á
España hasta las capitulaciones de Santa Fe, y declaró con can-
dorosa y plausible ingenuidad que debia desesj)erarse de llegar á
fijar con exactitud la serie cronológica de aquellos sucesos.
Nosotros vamos á intentarlo : comenzaremos por afirmar que,
en efecto , son inexactos , no sólo en cuanto á fechas y detalles,
sino en lo que á hechos y sucesos imjjortantes atañe , y en lo que
se refiere á j^ersonas y corporaciones , así el relato de Prescott,
como los de cuantos historiadores, antes y después de él, han
seguido su mismo rumbo, como si se copiaran unos á otros.
Por de pronto , nos jíarece fuera de toda duda el hecho de la
llegada á España de Cristóbal Colon el año 1484. Así lo dice el
cronista Ortiz de Zúniga (1); lo asegura terminantemente el hijo
y biógrafo del mismo Almirante (2) , y lo da á entender clara-
mente la carta del Duque de Medinaceli al cardenal Mendoza,
fecha 19 de Marzo de 1493, que original existe en el archivo
de Simancas, y que hace el número 14 de los documentos pu-
blicados por Navarrete (3); testimonios confirmados por el del
(1) Ortiz de Zúñiga , Anal, eccles. y sec. de la ciudad de Sevilla , li-
bro XII.
(2) Hist. del Almirante , cap. xi.
(3) Hé aquí la notabilísima carta del Duque de Medinaceli :
« Al Reverendísimo señor el Sr. Cardenal de España , Arzobispo de To-
ledo , etc.
» Reverendísimo señor : No sé si sabe vuestra Señoría como yo tuve en mi
casa mucbo tiempo á Cristóbal Colomo, que se venía de Portogal, y se quería
ir al Rey de Francia, para que emprendiere de ir á buscar las Indias con su
favor y ayuda, é yo lo quisiera probar y enviar desde el Puerto, que tenía
buen aparejo , con tres ó cuatro carabelas , que no demandaba más ; pero como
vi que era esta empresa para la Reina nuestra Señora , escribílo á Su Alteza
7
Í)S COLON EN ESPAÑA.
l^ropio Colon en el relato de su j)rimer viaje, de cuya copia ó
extracto somos deudores al P. Las Casas.
Se corrobora eso mismo en la carta que á fines de 1500 escri-
bió el projjio Colon al ama ó nodriza del príncipe D. Juan , doña
Juana de la Torre.
Se confirma, ademas, en la muy notable que desde la Ja-
maica escribió á los Reyes Católicos , con fecha 7 de Julio
de 1503.
Eso mismo se reproduce en el papel escrito de mano de Co-
lon , copia , á juicio de Navarrete , de algunas cartas escritas á
sus protectores en España, cuando le prendieron en la Isla Es-
pañola; pero cuyo contexto evidencia que fué borrador de alguna
exposición de agravios á los Heyes , demandándoles justicia con-
tra las personas viles (^civiles, dice allí Colon), en fe de cuyos
desde Rota , y respondióme que ge lo enviase : yo ge lo envié entonces, y su-
pliqué á Su Alteza, pues yo no lo quise tentar y lo aderezaba para su servicio,
que me mandase hacer merced y parte en ella, y que el cargo y descargo de
este negocio fuese en el Puerto. Su Alteza lo recibió y le dio encargo á Alon-
so de Quintanilla, el cual me escribió de su parte, que no tenía este negocio
por muy cierto; pero si se acertase, que Su Alteza me baria merced y daria
parte en ello; y después de liaberle bien examinado, acordó de enviarle á bus-
car las Indias. Puede haber ocho meses que partió , y agora él es venido de
vuelta á Lisbona , y ha hallado todo lo que buscaba y mt.y cumplidamente,
lo cual luego yo supe, y por facer saber tan buena nueva á Su Alteza ge lo
escribo conXuarez, y le envió á suplicar me haga merced que yo pueda en-
viar en cada año allá algunas carabelas mias. Suplico á vuestra Señoría me
quiera aj^ndar en ello , é ge lo suplique de mi parte , x>u^s « fni cabsa y for yo
detenerle en mi cas^a dos años y liaberle enderezado á su servicio , se ha ha-
llado tan grande cosa como ésta. Y porque de todo informará más largo Xua-
rez á vuestra Señoría, suplicóle le crea. Guarde Nuestro Señor vuestra Reve-
rendísima persona como vuestra Señoría desea. De la villa de Cogolludo á diez
y nueve de Marzo. Las manos de vuestra Señoría besamos. — El DuqueD (*).
(') « Lo era entonces D. Luis de la Cerda, quinto Conde de Medinaceli, señor del Puerto de Santa
Maria y de la villa de Cogolludo y su tierra. Fuó el primero de esta casa que se tituló Buque de
Medinaceli. Sirvió al rey D . Enrique IV y á los Sres. Eeyes Católicos en las guerras de Portugal y
de Granada hasta que se entregó esta ciudad ; y murió en Ecija á 25 de Noviembre de 1501, ca-
minando cou los Reyes para Alora y Cantillaua. » ( Haro , JVobil. , part. i, lib. i.)
COLON EN ESPAÑA. 91)
interesados y falsos dichos , el bárbaro Bobadilla decretó la pri-
sión del Gran Almirante (1).
Y por último , el mismo aserto se rej^roduce en otra carta de
Colon á los mismos Reyes , inserta en el Libro de las Profe-
cías (2).
En el primero de los citados documentos, refiriéndose Colon
á las contrariedades cpie á su proyecto oimsieron todos los que
rodeaban á SS. AA., dice : «Y han sido causa que la Corona
Real de VV. AA. no tenga cien cuentos de renta más de la que
tiene, después que yo vine á les servir, que son siete años agora
«20 de Enero este mismo ines.'» La fecha (3) que Las Casas da
á su escrito es la del limes 14 de Enero de 1493; por lo que
se infiere que Cristóbal Colon se presentó á los Reyes Católicos
en Enero de 1486. Mas como en la carta original del Duque
de Medinaceli al Cardenal-Arzobispo de Toledo se dice textual-
mente que antes de entrar Colon al servicio de los Reyes le
habia tenido el Duque en su casa dos años : a Pues á mi cabsa y
por yo detenerle en mi casa dos arios , y haberle enderezado á
su servicio se ha hallado tan grande cosa como ésta» — son sus
palabras — resulta que Colon llegó á España en 1484, ya sea á
últimos de año , como afirma su hijo D. Hernando , ó ya á prin-
cipios , como se desprende del aserto del Duque de Medinaceli y
de lo que opina el P. Las Casas.
Esto mismo confirman los restantes ya citados escritos de Co-
(1) Navarrete, Colección, etc. (Documento número 137.)
(2) Navarrete, ihid. (Documento número 140.)
(3) En materia de fechas ya observó Humboldt , con mucha oportunidad y
acierto, que el uso de la numeración arábiga hizo incurrir en los siglos xv
y XVI en nuichísimas inexactitudes y equivocaciones á los escritores de aquel
tiempo. Y con este motivo advierte las variantes que se notan en los escritos
de Colon , respecto al número de años que estuvo al servicio de los Reyes Ca-
tólicos. •
100 COLON EN ESPAÑA.
Ion. A doña Juana de la Torre, ama ó nodriza del príncipe don
Juan , y muy favorecida de la Reina Católica, la escribe á fines
de 1500 : (c Siete años se pasaron en la plática y nueve ejecutan-
do cosas muy señaladas y dignas de memoria se pasaron en este
tiempo. » Los siete de las pláticas , sin duda alguna son los tras-
curridos de 1486 á 92, ambos inclusive. Los mieve, durante los
cuales pasaron en España cosas dignas de memoria en aquel
tiempo, no pueden ser otros que los de 1484 á 1492.
€ Siete años estuve yo en su Real cürtey> , vuelve á decir en la
notable carta á los Reyes Católicos escrita desde la Jamaica á 7
de Julio de 1503. Y ya veremos que su estancia en la Real cor-
te comenzó en 1486.
En el papel que original existe en el archivo del Duque de
Veraguas , escrito á fines de 1500, dice también : « Ya son diez
y siete años que yo vine servir estos Príncipes con la impresa de
las Indias»; palabras en que da á entender que su venida á Es-
paña fué en 1484, con el propósito de buscar el apoyo y protec-
ción de los Reyes Católicos para sus empresas. « Los ocho , aña-
de allí, fui traído en disputas »
Todo esto confirma nuestra opinión , que es la del P. Las Ca-
sas y la de Navarrete ; esto es , que la llegada de Colon á Es-
paña fué á fines de 1484.
En la carta inserta en el Libro de las Profecías, dice : ce Siete
años pasé aquí en su Real corte , disputando el caso con tantas
personas de tanta autoridad y sabios en todas artes. »
Y bien : esos siete ó esos ocho años pasados en disputar con
personas de tanta autoridad y sabios en todas artes, sabemos
dónde y cómo terminaron ; mas no dónde y cómo principiaron.
¿iQué fué de Colon en esos años, los más críticos, los más no-
tables quizás de su vida, y sin disputa los más importantes para
la historia y aun para el éxito de su empresa. ¿ Dónde y de qué
COLON EN ESPAÑA. 101
manera los pasó ? ¿ Qué hay de concreto y de exacto , y qué de
exagerado y de vago en lo de la oposición de todos á su pro-
yecto ? ¿ Quiénes fueron los que « con risa le negaron burlando »
y quiénes los que le prestaron más ó menos decidido apoyo, los
que tuvieron fe y contribuyeron eficazmente á que triunfase de
los opositores y á que arrollase grandes y j)equefias dificulta-
des? Hé aquí el lamentable gran vacío que todavía presenta
la historia del descubrimiento y de la vida de Cristóbal Colon.
Preocupados con lo portentoso del éxito ; absortos á la vista
de un Nuevo Mundo , cuyas costas , como escribía Fernandez de
Oviedo, miden cinco mil leguas, desde el estrecho de Magalla-
nes á la tierra de Labrador ; embriagados de gozo y de asombro
ante el espectáculo de tantas maravillas , los escritores de la
época, todos , incluso los más allegados al descubridor , olvidaron
aquellos sucesos, aquellos preliminares, aquellos años de labo-
rioso alumbramiento ; años notables , preliminares importantes,
sucesos dignos de estudio, que con su oscuridad han velado la
alta gloria de Colon, y que con ella y á j)ar de ella entrañan
honra y prez para muchos personajes españoles, poderosos auxi-
liares de la titánica empresa.
El romancesco relato del desembarco de Colon cerca de Huel-
va y de su acceso al convento de la Rábida en actitud de un por-
diosero, llevando de la mano á su liijo y demandando para él
agua y pan á la portería de aquel convento, es un ísuceso per-
fectamente desfigurado , no solamente en cuanto á las formas,
sino en cuanto á la fecha y el fondo.
Esa anécdota la relata D. Hernando Colon, en la Vida del
Almirante , tomándola sin duda alguna de la declaración pres-
tada por el físico de Huelva , García Hernández , en el lamen-
table proceso que D. Diego Colon se vio obligado á seguir con-
tra el fiscal del Rey, para recabar á favor de su padre el título
102 COLON EN ESPAÑA.
y merecimientos de descubridor del Nuevo Continente ; en cuyo
proceso el fiscal del Rey hubo de desempeñar un poco noble
papel , Jiaciéndose eco de todos los cuentos y falsedades que in-
ventaran las envidias y malas pasiones de la época. Pero los es-
critores que, en gracia de lo novelesco de tal anécdota la ban
venido copiando y exornando con las amplificaciones á que de
suyo se presta, no ban reparado, que la visita de Colon al con-
vento de la Rábida, relatada por el físico García Hernández en
su declaración, se refiere, no á la llegada de aquél á España,
en 1484, sino á 1491 ; cuando los Reyes estaban sobre Granada,
y la Reina se bailaba en el campamento de Santa Fe. Es esto de
toda evidencia, toda vez que al campamento de Santa Fe se diri-
gió el emisario de Fr. Juan Pérez, y á seguida este mismo, para
inclinar el ánimo de la reina Isabel, no á que aceptara el pro-
yecto de Cristóbal Colon, pues que de anterior fecba lo tenía
prohijado, sino á que admitiese las condiciones puestas por el
genoves , á que cerrase sus tratos con él , y no dilatara los apres-
tos indispensables jiara acometer cuanto antes la empresa.
Y que fué el de 1491 el año en que se verificaron la visita á la
Rábida y la mediación del prior Fr. Juan Pérez, en favor de la
empresa á que se refiere el físico García Hernández, no sólo lo
dice éste, sino que lo confirman el mismo D. Hernando (1) y
Antonio de Herrera (2) puesto que convienen en la circuns-
tancia inequívoca de hallarse entonces la Reina en Santa Fe.
Hemos dicho que D-. Hernando tomó de la declaración del fí-
, sico la anécdota de la Rábida, pero con estas variantes capitales :
el físico dice : « Que viniendo (Colon) á la arribada con su fijo
don Diego, que es ahora Almirante , á pié, se vino á Rábida, que
(1) Vida del Almirante, cap. xii.
(2) Dec. 1, lib. 1, cap. vil.
COLON EN ESPAÑA. 103
es monasterio de frailes en esta villa, el cual (Colon) demandó
á la portería que le diesen para aquel niñico, que era niño, pan
y agua que bebiese » (1).
Mientras que D. Hernando dice : « Fuese (D. Cristóbal Colon)
al convento de la Rábida con intención de llevar á su hijo don
Diego d Córdoba, y proseguir su viaje (á Francia) ; pero Dios
ordenó que no tuviese efecto» (2).
Verdad es que en el capítulo xi dice : «Vino (Cristóbal Colon)
á Castilla , y dejando á su hijo en Palos , en un convento llama-
do la Rábida , pasó á Córdoba, donde estaba la corte.» Pero, aun
suiíoniendo ciertos los hechos nada verosímiles de su arribo ó lle-
gada á Palos desde Lisboa , y su visita al convento , ¿ sería para
dejar allí á su hijo Diego? ¿A título de qué, cuando allí no co-
nocía á nadie , y en Huelva se dice que tenía un cuñado ? Ade-
mas , el físico García Hernández no dice que , cuando pidió agua
para aquel niño , Colon le dejase en el convento. Por otra jmrte,
el físico habla de la visita , de la conferencia con él y con Fray
Juan Pérez ; y Hernando habla de dos visitas : la primera , i)ara
sólo dejar allí al niño; la segunda, la de 1491, para conferenciar
ó para despedirse ; y en ésta es en la que intervino el físico.
Pero hay otra prueba convincente y directa de que Colon no
dejó á su hijo Diego en la Rábida , dado caso que alK estuviese
de pasada en 1484 á su llegada á Es]3aña (lo cual no creemos).
Esa prueba nos la da Juan Rodríguez Cabezudo , vecino de Mo-
guer , uno de los testigos en las probanzas, hechas por el mismo
don Diego en el pleito con el fiscal (1515) : « Y que sabe,
dice ese testigo, que el dicho Almirante se jíartió el año de 92
desta villa é de la villa de Palos á descubrir las dichas Indias , é
las descubrió é volvió en salvo al puerto de la villa de Palos , des-
(3) Navarrete, Colee, tom. iii, pág. 561.
(4) Hernando Colon, Historia del Almirante, cap. xii.
104 COLON EN ESPAÑA.
cubiertas 3'a las dichas Indias Al tiempo qne se partió le dio
á D. Diego, su hijo, en guarda á este testigo y á Martin Sán-
chez, clérigo » Hmnboldt cita esta declaración, y añade por
nota : «Es probable qne Cabezudo tenía orden de llevar á segui-
da el niño á Córdoba , porque el Almirante , al referir las angus-
tias qne sufrió en la noche del 14 de Febrero de 1493, dice que
en medio de la tempestad se acordaba muchísimo de sus dos hijos
que tenía en Córdoba al estudio. Hernando, añade Humboldt, no
tenía entonces más de cuatro á cinco años de edad. y> El del estu-
dio tenía qne ser Diego. Humboldt, sin embargo, jior un descui-
do , ó por no preocuparse gran cosa de este particular , opina que
Diego recibió la primera educación en el convento de la Rábida.
No hay que decir , porque se ve bien claro , que las citas por él ■
mismo hechas destruyen esa opinión. ¿ A qué entregar el niño ó
el adulto á Cabezudo y al clérigo Martin Sánchez , si lo hubiera
tenido de antemano encargado al Prior de la Rábida ? Navarrete,
de quien Humboldt tomó aquellas citas, corrobora nuestra opi-
nión en la nota puesta sobre este particular á la declaración de
Cabezudo (tom. iii, pág. 580), y añade : «que no sólo es indu-
dable el hecho referido ¡lor este testigo, sino que ese y otros
hechos prueban con toda evidencia que habia trato y amistad an-
terior entre el Almirante y Cabezudo. Pero ignoramos, dice inge-
nuamente , cuándo y cómo se contrajeron estas relaciones amis-
tosas y confidenciales. » En nuestro concepto , Cristóbal Colon
no entró desde Portugal en Es^íaña por la provincia de Huelva,
sino que desembarcó en el Puerto de Santa María ó en Sevilla.
Su visita á la Rábida no se verificó hasta i'ütimos de 1491.
Estas y otras variantes entre los dos relatos de Garci-Hernan-
dez y de H. Colon, que ya not(') muy atinadamente nuestro his-
toriógrafo Fernandez de Navarrete (1), demuestran lo inexacto
(1) Tuni. m (le la Colee, observ. v, pág. 599.
COLON EN ESPAÑA. 105
y lo amanerado de aquella anécdota. «Bien se nota, dice Na var-
íete, qne D. Hernando tnvo presente la narración de García
Hernández al escribir la snya; pero habiendo cHclio en el capítu-
lo anterior (xi) que el Almirante vino de Portugal á España el
año 1484 y dejó á su hijo D. Diego en el convento de la Rábida,
no halló ocasión más oportuna para sacarle de allí , que fingien-
do el viaje de su padre á Francia, en 1491 ; lo que es incierto,
según aquella declaración , y las noticias que nos quedan de aquel
tiempo» (1).
De esa y otras bien notables variantes en el relato del suceso
de la Rábida se desprende que la verdad existente en el fondo,
fué empañada con exornaciones al gusto y propósito de cada cual
de los narradores. La visita de Colon al convento de la Rábida,
el conocimiento hecho entonces con el prior Fr. Juan Pérez , la
adhesión de éste al proyecto y su empeño con la Reina CatóKca^
de la que habia sido confesor , para que decidida é inmediata-
mente aceptara las proposiciones del genoves, otorgándole lo que
solicitaba , son hechos ciertos ; pero ¿ cuándo se verificaron ? Cuan-
do la Reina se encontraba en la ciudad de Santa Fe, lo cual
ocurrió desde Abril de 1491 hasta Marzo de 1492.
Hé ahí como lo de «la arribada de Colon al convento de la
Rábida , desde Portugal , llevando de la mano á su hijo Diego, y
pidiendo agua y pan para aquel niño » no pasa de ser una
exornación zurda, por más que algo dramática, del /ísico García
Hernández , con la cual quiso dar color é importancia á la de-
claración prestada en 1515, como testigo presentado jwr el fiscal,
en el pleito contra el Almirante D. Diego Colon.
En esa misma declaración dice el físico , con referencia al mis-
mo Cristóbal Colon «que jjreguntado éste por el prior de la
(1) Navar., lug-. dt.
106 COLON KN ESPAÑA.
Kábida, de dónde venía en aquella ocasión, Colon le dijo, que
venia de la corte de S. A., é le qniso dar parte de su embajada,
1/ á qué fué á la curte ¿cómo venia. -y^ No iba, pues, á la Rábida
desde Portugal y á la arribada; iba de la corte de S. A.
Pero la declaración del físico es más explícita; y como quiera
que , de unos en otros historiadores y biógrafos , haya servido á
todos para narrar los accidentes y vicisitudes de la vida de l'olon
en aquellos años, debemos conocer por entero aquella declara-
ción. Oigamos, pues, al físico:
(( Sabe que el dicho Almirante D. Cristóbal Colon viniendo
á la arribada con su fijo D. Diego, que es ahora Almiran-
te (1515), á pié, se vino á Rábida, que es monasterio de frailes
en esta villa , el cual demandó á la portería que le diesen para
aquel niñico, que era niño, pan y agua que bebiese; y que estan-
do allí ende este testigo, un fraile que se llamaba Fr. Juan Pé-
rez , que es ya difunto, quiso hablar con el dicho D. Cristóbal
Colon , é viéndolo disposición de otra tierra é reino ajeno en su
lengua, le preguntó que , quién era^ é dónde venia; é quel dicho
Cristóbal Colon, le dijo : que él venia de la corte de S. A., é le
qniso dar ¡larte de su embajada , á qué fué á la corte é cómo venía; é
que dijo el dicho Cristóbal Colon al dicho Fr. Juan Pérez , cómo
liahia 'puesto en plática á descubrir ante S. A., é que se obligaba
á dar la tierra firme (de esto trataba el pleito) , queriéndole ayu-
dar S. A. con navios é las cosas pertenecientes para el dicho via-
je é que conviniesen; é que muchos de los caballeros y otras per-
sonas que asi se fallaron al dicho razonamiento , le volaron su
palabra é que no fué acogida, mas que antes facían burla de su
razón, diciendo que tantos tiempos acá se habían probado é j)ues-
to navios en la buscar , é que todo era un j^oco de aire , é que no
había razón dello ; que el dicho Cristóbal Colon , viendo ser su
razón disuelta en tan poco conocimiento de lo que prometía de
COLON EN ESPAÑA. 107
facer é de cumplir, él se vino de la corte ^ é se iba derecho de esta
villa á la villa de Hiielva para fallar y verse con un su cuñado,
casado con hermana de su mujer, é que á la sazón estaba, é que
habia nombre Muliar (1); é que viendo el dicho fraile su razón,
en^nó á llamar á este testigo , con el cual tenía mucha conversa-
ción de amor, é porque alguna cosa sabía del arte astronómica,
para que hablase con el dicho Cristóbal Colon , é viese razón so-
bre este caso del descubrir; y que este dicho testigo vino luego é
fablaron todos tres sobre el caso , é que de aquí eligieron luego
un hombre para que llevase una carta á la Reina doña Isa-
bel ( q. h. s. g. ) del dicho Fr. Juan Pérez , que era su confe-
sor; el cual portador de la dicha carta fué Sebastian Roclriguez,
un piloto de Lepe , é que detuvieron al dicho Cristóbal Colon en
el monasterio fasta saber respuesta de la dicha carta de S. A. para
ver lo que por ella proveían , y así se fizo ; é dende á catorce dias
la Reina nuestra Señora escribió al dicho Fr. Juan Pérez , agra-
deciéndole mucho su buen propósito , é que le rogaba é mandaba
que luego vista la presente pareciere en la corte ante S. A. é que
dejase al dicho Cristóbal Colon en seguridad de esperanza fasta
que S. A. le escribiese; é vista la dicha carta é su disposición,
secretamente se partió , ante de media noche , el dicho fraile del
monasterio , é cabalgó en un mulo , é cumplió el mandamiento
de S. A., é pareció en la corte; é de allí consultaron que le die-
(1) Para demostrar hasta qué punto se ha desfigurado la historia en lo re-
lativo al punto que nos ocupa con relatos romancescos, véase lo que ha es-
crito A. de Lamartine y ha tenido gran resonancia. Hace hablar á Colon en la
liábida , para que diga : «Mi plan es dejar á mi hijo Diego al lado de su
tio Beppo, que vive en Huertas t) El Prior de la Rábida le ruega que deje
allí á su hijo: «En nosoti'os hallará una familia, en mí un padre » Y más
adelante : « Le acompañó á la corte como mozo de muía Matías Sampayo »
— No queremos copiar más. Bien se ve que , como novelesca , la pintura es
inmejorable. Pero en punto á historia ni hubo tal Beppo ni existió tal
Huertas, ni tal Sampayo ni cosa que se asemeje al tb-amático relato de La-
martine.
108 COLON EN ESPAÑA.
sen al dicho Cristóbal Colon tres navios para que fuese á descu-
brir é/a(7er ?jerf/a<f s?^j»«^a¿ra dada; é que la Reina nuestra
Señora, concedido esto , envió veinte mil maravedises en florines,
los cuales trujo Diego Prieto , vecino de esta villa , é los dio con
una carta á este testigo para que los diese á Cristóbal Colon,
para que se vistiese bonestamente y mercase una bestezuela é pa-
reciese ante S. A.; é quel dicho Cristóbal Colon recibió los di-
chos veinte mil maravedises é partió ante S. A., como dicho es,
é consultaron todo lo susodicho , é de allí vino proveido con li-
cencia para tomar los dichos navios quél señalase que convenia
para seguir el dicho viaje; é de esta fecha fué el concierto é com-
pañía que tomó con Martin Alonso Pinzón é Vicente Yañez,
porque eran personas suficientes é sabidos en las cosas de mar,
los cuales , allende de su saber é del dicho Cristóbal Colon , le
avisaron é pusieron en muchas cosas , las cuales fueron en pro-
vecho del dicho viaje, é de esta pregunta esto sabe» (1).
De esa declaración , como quiera que algo exornada con espí-
ritu novelesco y tono jactancioso, se desprende , sin embargo , mu-
chísima luz. La Reina Católica estaba en Santa Fe. Colon iba
de allí, de la corte, ó quizá más bien desde Alcalá la Real (2);
é iba en dirección á Huelva, para encontrar y verse común su
cuñado , que á la sazón allí estaba y que tenía por nombre Mu-
liar. Visto es que ni iba á dejar allí á su hijo, ni iba á pedir pan
(1) Navarrete, Colec.^ toni. iii, pág. 561.
(2) La Reina con las -Infantas y una lucida comitiva de doncellas salió
para el Campamento, situado en la Vega, como á dos leguas de Granada,
junto á la fuente de los Ojos de Huesear, desde Alcalá la Real, donde se ha-
llaba proveyendo á las necesidades del ejército sitiador, en la primavera de
1491. La Reina quiso hacer un reconocimiento de Granada, desde paraje más
próximo, y lo verificó desde el balcón de una casa de Juhia, aldea próxima
á la ciudad. El incendio de su pabellón se verificó á mediados de Julio. Y
tres meses después se ostentaba sobre el mismo sitio la nueva ciudad de Santa
Fe. {FiiESCOTT, Hisf. de los RR. CC, part. i, cap. XV, pág. 223. Traduc. de
Sabau, Madrid, 1846.)
COLON EN ESPAÑA. 109
y agua para él , ni eso pudo verificarse cuando desde Lisboa vino
de arribada á España. Y es claro como la luz , que lo mismo la
declaración del físico Garci Hernández, que el relato de Her-
nando Colon contienen errores capitales en cuanto á la fecha, al
motivo y al objeto del viaje de Cristóbal Colon al convento de
la Rábida.
Pero en medio de esos errores, el heclio cardinal, el de la vi-
sita á la Rábida y la conferencia de Colon con el Prior del Con-
vento es indudable. Sólo que esa conferencia y esa visita ni
fueron ni pudieron ser en 1486, y menos en 1484: fueron en
Julio ó Agosto de 1491; y esa visita ni fué motivada por ne-
cesidad alguna del niño Diego ni jDor la conveniencia ó el pro-
pósito de recogerle ¡ Cómo, si, según declara el físico Garci-
Hernandez, Colon no conocía al Prior ni á persona alguna del
convento !
La visita , fuera casual , ó fuera intencionada por parte de Co-
lon, fué la única que hasta entonces había hecho al convento.
Posible es que de oídas conociese al Confesor de la Reina ; posi-
ble y más que probable es que , más que á encontrar y verse con
su cuñado Mulícu^ (nombre harto extraño para no hacer sospe-
choso el parentesco , y nada probable el empeño de ver á tal jja-
ríente, por parte del que nada había dejado en Portugal más que
deslealtades y disgustos) , Colon se propusiera buscar en el Prior
de la Rábida, confesor de la Reina, un auxiliar más, un nuevo
protector de su proyecto y de sus pretensiones ; y no sólo posi-
ble, sino fácil y probable es, que de la corte y de alguno de sus
protectores llevase carta de recomendación para Fr. Juan Pérez.
No se concibe de otro modo que este personaje se pusiese , á la
jjrimera entrevista de Colon, tan de su parte y tan decidida y
resueltamente, como lo manifiesta la minuciosa declaración del
físico , relato indudable en esa parte.
lio COLON EN ESPAÑA.
Todos los demás accesorios de la declaración, y especialmente
el dramático del niño pidiendo pan y agua, y la consulta al de-
clarante y lo del cuñado Muliar ; todos esos accesorios , un poco
epigramáticos, son visiblemente caprichosos y responden á la at-
mósfera creada por los Pinzones, en aquella época y en aquellos
lugares , un poco también á vanidad personal y á j)reocupaciones
del narrador.
Pero si en el físico hablan la vanagloria personal y las pre-
ocupaciones de localidad y de ])arcialidad en D. Hernando
habla el enojo, por las repugnancias y contrariedades que su pa-
dre encontraba en los del Consejo de los Reyes Católicos ; enojo
que pudo muy bien exacerbar, de una parte, el legítimo orgullo
del éxito , y de otra , las amarguras que los Roldan y los Mogica,
los Pernal y los Pobadilla hicieron pasar al descubridor y á
sus hijos.
Cristóbal Colon, aun cuando no sobrado de recursos en 1484,
no estaba tan necesitado que tuviera que venir á España pordio-
seando. En Portugal habia vivido holgada, si bien modesta-
mente. Viudo y con su hijo heredero de la Muñiz Perestrello, no
podia encontrarse en situación de mendigar. Es cierto que hacia
y vendía cartas y esferas ; pero eso mismo prueba que, aparte
de los tesoros de su genio, tenía en su instrucción recursos más
que sobrados para vivir, sin verse reducido á la mendicidad.
Por otra ¡larte, el que desde 1474 cultivaba la amistad de cé-
lebres navegantes y sostenía relaciones con sabios como Tosca-
nelli, y hasta con áulicos y consejeros de los Reyes , ¿ es de pre-
sumir que en 1484 se dirigiera á España desprovisto de todo
conocimiento y de toda relación ó recomendación? (1). La carta
(l).Ya hemos dicho que en Portugal y para corresponderse con el floren-
tino Pablo ToscaneUi, sirvió á Colon el florentino Lorenzo Giraldi , establecido
en Lisboa, así como en Sevilla lo estaba otro florentino llamado Juan Berar-
COLON EN ESPAÑA. 111
del Dnqne de Medinaceli al Cardenal IMendoza disipa cuantas
dadas pudieran caber á tal respecto , y nos demuestra por sí sola,
que Colon tuvo medios y valimiento bastantes, desde su llegada á
España, no ya para hacerse oir, mas para hacerse agasajar de
los grandes títulos de Castilla.
El Obispo de Chiapa, más conocedor que el propio hijo de Co-
lon , de los accidentes y visitudes de la vida de éste desde su en-
trada en España, nos dice: «que antes de ser acogido y hospe-
dado por el Duque de Medinaceli en su casa del Puerto de Santa
María, Colon visitó en Sevilla al Duque de Mediua-Sidonia» (1).
En éste hubo de encontrar incredulidad del género de la que des-
pués halló en el Prior de Prado , Hernando de Talayera ; y en-
tonces se dirigió al Duque de Medinaceli, á quien el noble as-
pecto y los altos proyectos y los discm-sos del genoves agradaron
di, al frente de una casa de comercio en la que estaba también colocado Amé-
rico Vespucio, y con quienes Cristóbal Colon hubo de contraer relaciones in-
timas, á luego dé su llegada á España. A. Humboldt, que refiere estos hechos,
añade : ce que en todos los ¡Juertos frecuentados de la Europa y de las costas
septentrionales de Afr'ica y de Levante se encontraban por aquel tiempo
negociantes italianos establecidos. {Exam. Crít., t. i, pág. 223.) Todo induce
á creer , que así como Lorenzo Giraldi se encargó en Lisboa de hacer llegar á
manos de Toscanelli las cartas de Colon, Juan Berardi se encargó en Sevilla
de ponerle en relación con los personajes influj^entes en la corte, que le pres-
taron apoyo y protección ; personajes que nombra , como después veremos , el
mismo Fr. Bartolomé de las Casas.
Aun cuando A. Humboldt, refiriéndose á Muñoz (Exam. Crif., t. iv, pá-
gina 45), dice que la casa del comerciante Juan Berardi, establecida eu Sevi-
lla, lo estaba desde 1486 , el documento de donde Muñoz tomó la noticia (Ar-
chivo de la ciudad de Sevilla , Ub. iii , en f ól., de cartas y cédulas Eeales , desde
1485 hasta 6 de Marzo de 1492) no dice tal cosa. El Sr. Navarrete lo ha
comprendido mejor: «: Hallábase ¿<tte (Berardi) eii Andalucía — dice — con
otros mercaderes florentinos , cuando los Beyes CatóUcos les dieron salvo con-
ducto, con fecha en Córdoba á 16 de Julio de 1486 ; y volvieron á dársele á
Bernardi, en Se\-illa, á 6 de Abril de 1490.» Y más adelante: «Estaba Be-
rardi establecido en aquella ciudad y era amigo y confidente de Colon, etc.
(Nav AÉRETE, Colec. de docum., t. iir, pág. 315.)
(1) Fr. Bartolomé de las Casas, Hist. gen. y nat. de las Lidias^ lib. i,
capítulo xxs.
112 COLON EN ESPAÑA. *
hasta tal punto , que se preparó á realizar por su cuenta la em-
presa , y llegó , según Las Casas , á pedir permiso á los Reyes
para acometerla; pero la Reina, que consideró la importancia
del proyecto, escribió al Duque «cesase en este negocio, porque
quería dirigirlo ella misma á sus expensas. »
Las Casas dice, que esto lo supo en la Española por un Diego
de Morales , sobrino de un mayordomo que tenía entonces el Du-
que; y aun cuando en la carta de éste al Cardenal no se refieren
esos pormenores, harto comprueban lo esencial del hecho las si-
guientes frases de laquélla: «No sé si sabe vuestra Señoría como
yo tuve en mi casa mucho tiempo á Cristóbal Colomo , que se
venía de Portugal , y quería ir al Rey de Francia , para que em-
prendiese de ir á buscar las Indias con su favor y ayuda, é yo
lo quisiera probar y embiar desde el Puerto, que tenia buen apa-
rejo, con tres ó cuatro carabelas, que no demandaba más ; pero
como vi que era esta empresa para la Reina nuestra SeTiora,
escrebllo á su Alteza desde Rota y bespondióme que gelo en-
viase ; yo gelo envié entonces» (1).
Todo induce á creer que Colon estuvo protegido por el Duque
de Medinaceli en los primeros meses de la llegada de aquél á Es-
paña. Por consiguiente, que la hospitalidad y la protección que le
dispensó el Duque tuvo lugar en 1484 y 1485. Que á fines de ese
año ó principios del siguiente 1486,1o recomendó á la Reina y al
contador Quintanilla , ó al mismo confesor de aquélla , Fr. Her-
nando de Talavera. Que la primera presentación del descubridor á
los Reyes CÍatólicos se verificó, por lo tanto, á principios de 1486.
Y de esa entrevista y primera exposición del proyecto resultó el
acuerdo de someterlo al examen de astrólogos y hombres de
ciencia , presididos y escogidos por el prior de Prado , Fr. Her-
(1) Navar, Colee, de docum., t. ii.
COLON EN ESPAÑA, 113
nando. Pero no anticiiDemos los sucesos. Digamos solamente
que fué después de aquella presentación y después de aquel
acuerdo cuaudo comenzó la notabilísima campaña de Cristóbal
Colon.
Tenemos por hecho demostrado é incontrovertible, que el Du-
que de Medinaceli lo recomendó á Quintanilla, y que éste lo in-
trodujo con el Cardenal Mendoza, el cual le negoció la audiencia
de los Reyes Católicos (1). De la notable conferencia y de sus re-
sultados hemos de ocuparnos con especial interés. Pero antes ha-
bremos de fijar el lugar de aquélla, la situación de los Reyes y
la del país , en aquellos por todo extremo críticos y graves mo-
mento§.
(1) Navaerete, Documentos diplom., núm. xiv. Pero aun son, en lo que
cabe, más significativas las palabras de Salazar de Mendoza en la Crónica del
Gran Cardenal, lib. i, cap. LXii: (c Acudió (Colon) á los Reyes con cartas
de recomendación para Fr. Hernando de Talavera y Oropesa, confesor de la
Reina j pareció tan dificultoso lo que proponia , que no se le escuchó. Viéndose
desahuciado y sin remedio, acordó de meterse por las puertas de Alonso de
Quintanilla, Contador mayor de Castilla, el cual agradóse mucho de la pre-
tensión , le introdujo con el Cardenal y habiéndole oido , le parecieron muy
bien las razones que daha de su intento. El Cardenal, que lo mandaba todo,
como dice el Dr. Gonzalo de lUescas, le negoció audiencia, de los Reyes Cató-
licos y lugar para que los informase, etc.»
Alonso de Quintanilla fué contador mayor de Castilla , ministro de Hacien-
da, como si djéramos ; destino que le colocaba cerca de los Reyes. Dio hartas
pruebas de ser sagaz político y hombre de elevado espíritu. Nebrija, hablando
de él, dice : « Erat Equestri ordinis, vir nobilis, ingeniosus, acer et vehemens:
idemque fisci rationumque regiarum qucestor maximus.y) En la célebre Junta de
Dueñas dio á conocer sus dotes de orador y de hombre de estado, sosteniendo
la necesidad y la conveniencia de formar la Hermandad y crear su milicia.
(^Rerum Gestarum Decades, lib. vi, cap. i y ii.)
CAPÍTULO III.
Sumario. — Recapitulación. — Colon busca en Sevilla apoyo para sus proyec-
tos y encuentra protectores. — Quiénes fueron éstos. — Cuándo se dirigió á
Córdoba. — Opiniones acerca de este punto. — Las Casas. — Hernando
Colon. — Salazar de Mendoza. — Ortiz de Zúñiga. — Quién le facilitó el
acceso á los Reyes. — Situación de éstos y del país en aquellos momentos. —
Consejeros y privados. — Unos apoyan y otros contrarían á Colon. — El
cardenal Mendoza. — El prior de Prado. — Magnanimidad de la Reina Isa-
bel. — Primera entrevista de Colon con los Reyes. — Disposición de éstos
con respecto al navegante genoves. — Desean dar largas al asunto, pero
no despedir á Colon. — Acuerdo de someter sus proyectos á una Junta de
letrados y cosmógrafos. — A quién confian la reunión de esa Junta. — Con-
formidad en este punto de los historiadores Las Casas y Hernando. — De-
claración decisiva del Dr. Rodrigo Maldonado. — Reunión de aquella Jun-
ta. — Acuerdo de la misma. — Fecha de su reunión é informe.
Dejamos demostrado, á nuestro entender, que Cristóbal Co-
lon no visitó el convento de la Rábida ni conoció á su prior , fray
Juan Pérez, hasta el año 1491, cuando ya la Reina Isabel se
hallaba sobre Santa Fe; que entonces, y á título de confesor
de S. A., Fr. Juan Pérez la instó por escrito y de palabra, no
para inclinarla á tomar á su cargo la emi)resa del viaje , sino
para persuadirla á aceptar las condiciones estipuladas j^or el
genoves y facilitarle cuanto antes los medios de ejecución. Más
adelante veremos las consecuencias que se desprenden de estos
hechos , sobre los que no dejan duda alguna las narraciones del
116 COLON EN ESPAÑA,
físico de Palos, de Las Casas, de D. Hernando, de Bernaldez y
del mismo D. Cristóbal Colon.
Qne éste no pudo dejar á sn hijo Diego en la Rábida, desde
1484 hasta 1491 , como supone, para salir del paso, sn otro hijo
y biógrafo D. Hernando, siendo, no sólo verosímil, sino cierto
que uno y otro — el segundo desde su nacimiento — vivieron en
Córdoba al cuidado de doña Beatriz Enriquez , madre de este úl-
timo.
Que Colon, conocedor cuando llegó á España de la ardua y
capital empresa en que se hallaban empeñados los Reyes Cató-
licos, y para cuyo feliz término apenas si podrían ser bastantes
las fuerzas reuuidas de Castilla y Aragón, no se atrevió, por de
pronto, ^á someterles su proyecto y á fiar la ejecución á su inme-
diato apoyo.
Que al amparo y por la mediación de su compatriota, Juan
Berardi , se dirigió primero al Duque de Medinasidonia y después
al de Medinaceli, al cual manifestó que su intento era dirigirse
á Francia y ofrecer á su Rey la empresa del descubrimiento.
Que de tal intento le disuadió el de Medinaceli , el cual le re-
comendó con vivo interés á la Reina, por mediación de Alonso de
Quintauilla, quien al oir al navegante genoves se interesó á su
favor enamorado de su proyecto y de la razonada firmeza con
que le sostenía y se ofrecía á realizarlo.
Que el Contador mayor de Castilla logró poner de parte de
Colon al cardenal Mendoza, y éste fué quien le negoció y faci-
litó la audiencia de los Reyes, aun en medio de las premiosas
atenciones de la guerra que j)reocupaba tan grandemente sus
ánimos.
Y por último, que esa entrevista se verificó en Córdoba, antes
de abrirse la campaña de 1486, el 20 de Enero de ese año. Más
adelante insistiremos sobre esto, para deducir sus consecuencias.
COLON EN ESPAÑA. 117
La sencillez y naturalidad de este relato, tan comprensible
como verídico , tal vez no se preste á dar á la historia de Colon
el interés dramático y romancesco qne lian acertado á darla, con
pinceladas magistrales, los Lamartine y los Hosselly de Lor-
gues ; pero, en cambio, dejan ver al héroe y á los qne le contra-
riaron y á los qne le auxiliaron en España, á la luz clara de la
verdad histórica.
Es innegable que el navegante geno ves no llegó á España,
como se ha repetido tantas veces, enteramente desprovisto de
recursos materiales, y menos aun de valimiento y de medios de
acción. Con ellos se presentó , no en el convento de la Rábida al
acaso y como pordiosero, no ; sino deliberada y buenamente en
Sevilla, predilecta mansión por entonces de los más grandes
personajes de la nobleza y de- la Corte (1). No tenía ésta por
aquellos tiempos residencia fija. La misma Isabel plantaba sus
Reales allí donde lo reclamaban las necesidades de la campaña,
las del orden público ó las conveniencias y circunstancias apre-
miantes del momento. Viósela un dia trasladarse desde Cór-
doba á Sevilla , y de allí á Alcalá la Real , para marchar sobre
Granada , del projjio modo que la veremos pronto ir desde , Jaén
á Medina del Campo y de allí á Santiago de Galicia, retroceder á
Salamanca y pasar allí un invierno , para volver de nuevo á Cór-
doba, y de allí salir para estrechar á la morisma é irla arran-
cando , uno tras otro, los últimos baluartes de su poderío en el
Andaluz. Pero fuera de esos casos, y mientras duró la campaña
contra los moros , la residencia habitual de los Reyes en las An-
( 1 ) « Estaba este insigne varón ( C. Colon ) en Castilla y Andalucía , y lo
más del tiempo en Sevilla, desde el año de 1484, en que vino á proponer á
los Reyes sus grandes designios de la navegación al Occidente» (Ortiz de
ZúÑiGA. Aciales eccles. y secul. de ¡a ciudad de Sevilla.)
118 . COLON EN ESPAÑA,
dalncías era Córdoba, por más que fuese Sevilla la verdadera
corte.
No es natural ni presumible que desde Lisboa bajara Colon á
las Andalucías, para dirigirse á Francia. Si tal hubiera sido su
projiósito , ¿ no tenía desde allí camino más recto ? No , no bus-
caba entonces á Francia ; buscaba á Sevilla : venía á buscar el
apoyo de los Eeyes Católicos D. Fernando y D.^ Isabel. No por
esto hemos de negar, ni siquiera poner e"n duda, la afirmación
del Duque de Medinaceli, Se concibe muy bien que el discretísi-
mo genoves dijera al Duque que su intento era el de pasar á Fran-
cia para ofrecer al Rey Cristianísimo el proyecto que acariciaba ;
bien 2:)orque , dada la situación de España, temiera de sus Reyes
una perentoria respulsa, ó bien por excitar un poco nuestro or-
gullo nacional. Por parte de Colon-, aun sin que abrigase tal pro-
pósito , era hábil y muy diplomática aquella indicación al Duque.
Mostraba con ella que no desconocía las críticas circunstancias
en que se encontraba la España cristiana ; que conocía la corte
de Francia, donde su proyecto podía contar con una favorable
acogida, y á mayor abundamiento, estimulaba, por tan discreto
medio , el genio español y la pasión entonces dominante por las
atrevidas empresas y las gloriosas hazañas.
Por lo demás, todo lo confirma y es para nosotros induda-
ble, que Cristóbal Colon, al venir á España y dirigirse á las
Andalucías, buscaba para su empresa el apoyo y protección, el
poderío y el denuedo de los monarcas de Aragón y Castilla. Y se
explica perfectamente que , ante todo , se encaminase á Sevilla,
residencia entonces de una respetable colonia italiana. Verdad es
que ni Pedro Mártir de Angleria , ni Lucio Marineo Sículo , se
hallaban todavía en España en 1484. Pero aparte de otros nota-
bles italianos, afirma Irving, y lo asevera Rosselly de Lorgues,
que se encontraban i)or entonces en Sevilla los hermanos Geral-
COL0\ EN ESPAÑA. 119
dini (1). Era Nuncio apostólico Scandiano, y secretario de la
Nunciatura, Paulo Olivieri. Ni de éstos, ni de Antonio Blaniardo,
compañero de Lucio Marineo, hacen mérito alguno Hernando
Colon , ni el cura de Los Palacios , ni Fr. Bartolomé de Las Ca-
sas. Sin embargo , este iiltimo liace especial mención de Juan
Berardi ; y A. Humbold añade, que eran tan íntimas como anti-
guas las relaciones del florentino Berardi con Cristóbal Colon (2).
Tod(5 induce á creer que el primer ajioyo cpie el navegante
genoves encontró en España fué el de Juan Berardi ; y que éste
le presentó ó buscó trazas de recomendarle al entonces poderoso
Duque de Medinasidonia , D. Enrique de Guzman, en el ánimo
del cual no encontraron favorable acogida ni el j)royecto ni la
j)erso.na de Colon. Pero éste y su empresa hallaron á muy luego
un admirador entusiasta y un generoso protector en el no menos
ilustre Duque de Medinaceli , D. Luis de la Cerda, el caballero-
so rival del bravo Marqués de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León.
Era aquél, después del de Medinasidonia, el mayor potenta-
do de la nobleza castellana. Tema casa solariega en el Puerto de
(1) Uno de ellos , el mayor, Antonio , falleció en 1488 ; pero había desem-
peñado algunos años antes la Nunciatura , y es posible que se encontrara en
Sevilla por el año 1484. El otro , Alejandro , habia sido preceptor de la Real
familia, según asegura Tiraboschi (Liter. ital.^ tom. vi, p. 3). Prescot dice
que fueron los dos preceptores, lo cual es, por lo menos, dudoso. Moreri no
hace mérito de ello. Según este escritor, Alejandro desempeñaba ya en 1496
el obispado de Montecervino, y en 1515 el de Santo Domingo (isla española).
En el año siguiente publicaba su famoso Itinerarius ad regiones cequinotiali
plaga constitutas. Y haciendo mérito de él, dice CancelHeri : c( El Obisi3o habia
sido amigo y protector de Colon , cuando éste áim no habia podido encontrar
acceso ante la reina Isabel». (C. , Notizie di Christ. Colomho. — 1809. — Pá-
gina 65.)
(2) « Cristóbal Colon habia llegado á Lisboa el año 1470. Allí contrajo re-
laciones con el florentino Lorenzo Giraldi , así como después en Sevilla las
contrajo, y muy íntimas, con otro florentino llamado Juan Berardi, jefe de una
casa de comercio en la cual serváa Américo Vespucio.» (A. Hdmboldt , Exa-
men critiq., etc., t. I, section 1.^, pág. 223. — París, 1836.)
20 COLON EN ESPAÑA.
Santa María ; y á título de señor feudal , ya que no al de arma-
dor, mantenía y podía fletar una escuadrilla sobre el Mediterrá-
neo y el Atlántico. Enamoróse, al punto que oyó á Colon , de sus
proyectos ; y ya hemos visto que intentó tomar á su cargo los
aj)restos para la ejecución de aquéllos. Detúvole la noble consi-
deración de que tamaña empresa cuadraba, mejor que á él, ala
animosa Reina de Castilla; y acordó atinada y cortésmente ofre-
cérsela con encomio. Tal debió ser éste , que la magnáníq^a Isa-
bel aceptó sin vacilar el oñ-ecimiento ; quiso ver al atrevido na-
vegante y escucliar los fundamentos de su portentoso proyecto;
y bé aquí á Cristóbal Colon en Córdoba y ante los Eeyes Cató-
licos , bajo la protección harto eficaz del Duque de Medinaceli.
No lo 'precisa éste en su carta al cardenal Mendoza ; pero sin
esfuerzo se colige que la ida de Colon á Córdoba y su i:)resenta-
cion á los Reyes se hubo de verificar á i3rincipios de 1486 , pues-
to que llegó á España en 1484. Es más que verosímil que el
Duque le dirigiese á las personas más allegadas á la Reina ; y no
de otra manera se explica el favor que le dispensaron , desde los
primeros momentos de su presentación en la corte , Luis de San-
tángel , Alfonso de Quintanilla , el cardenal Mendoza , y algunos
otros personajes de que nos ocuparemos en breve.
Este hecho, que atestiguan , como más adelante veremos , Las
Casas , Oviedo , Herrera y Navarrete , y que confirma el mismo
Colon , merece que nos detengamos un poco á determinarlo con
la posible precisión y exactitud.
Cuando el Duque de Medinaceli dio cuenta á la Reina del pro-
yecto de Colon, todo induce á creer que buscó para ello y para
recomendarle , como mediador , á Alfonso de Quintanilla ; y no
cabe dudar que éste habló favorablemente á la Reina. La misma
doña Isabel se lo declaró á Santángel. Pero ¿fué solo Quin-
tanilla -el que preparó el ánimo de los Reyes para recibir en au-
COLON EN ESPAÑA. 121
diencia al navegante genoves? Seguramente que üo. Cuando Co-
lon se acercó á los Beyes ya había logrado rodear de algún
prestigio su nombre y sus planes; había ya formado atmósfera
á su alrededor , como ahora se dice.
En cambio — no hay que ocultarlo — también se había creado
un partido adverso , una atmósfera contraría. Que el Prior de
Prado, Fr. Hernando de Talavera, y sus parciales formaban esta
última , es un hecho demostrado y por nadie contradicho. Y que,
aj)arte de la colonia italiana , contribuían á formar aquella otra
atmósfera el susodicho Quíntanilla, Santángel y el cardenal
Mendoza, tampoco cabe duda alguna (1). Más adelante daremos
los nombres de las demás valiosas personas que aumentaron el
poderoso j)artído protector de Colon. Conviene , entretanto , dar
aquí una ligera idea del j)artído contrario , y especialmente del
'hombre que lo representaba, Fray Hernando de Talavera, con-
fesor de la Reina y consejero de Sus Altezas , que después fué
jprímer Arzobispo de Granada.
Natural de Talavera, hijo de ¡ladres nobles, puesto que, em-
parentado con la ilustre casa de los Señores de Oropesa, debió
el joven Hernando al Señor de esta villa, D. Fernando Alvarez
de Toledo , la educación literaria que recibió en la Universidad
de Salamanca, donde cursó Filosofía y Teología, recibiendo los
grados de Bachiller y Licenciado. Allí se ordenó de diácono y
allí obtuvo una cátedra de Filosofía, que mejoró su estado, como
(1) Lo acreditan Salazar de Mendoza, Ortiz deZúñiga, aparte de los feha-
cientes testimonios que más adelante invocaremos. « Acordó de meterse por
la puerta de Alonso de Quintanilla, contador mayor de Castilla, el cual, agra-
dándose mucho de la pretensión, le introdujo con el Cardenal, y habiéndole
oido , le parecieron muy bien las razones que daba de su intento. El Cardenal,
que lo mandaba todo, como dice el Dr. Gonzalo de lUescas , le negoció audien-
cia de los Beyes y lugar para que los informase , favoreciéndole tanto que,
con buenas palabras, etc.» (Salazar, lib. i, cap. lxii).
122 COLON EN ESPAÑA.
dice Ariza (1). Tomó desi3iies el hábito de San JerÓBimo en el
convento de San Leonardo, de Alba de Tórmes; siendo tan
ejemplar sn vida y mostrando tal jiiedad y tantas condiciones de
inteligencia y de instrucción, qne á muy luego obtuvo por acla-
mación la prelacia, con la circunstancia de disputárselo para el
cargo de prior su monasterio y el de Nuestra Señora de Prado,
en Valladolid. Dio la preferencia á éste, y en el desempeño de
tal cargo, que obtuvo veinte años consecutivos, se hizo pronto
notar por la severidad de sus costumbres, la rectitud de su
conducta y la ejemplaridad de su vida. Tal fama adquirió en
ese sentido, que la Reina Isabel le nombró su confesor y de
su Consejo, y el mismo Rey D. Fernando le eligió por con-
fesor (2).
Varias veces quisieron los Reyes elevarle al episcopado, y le
designaron para el de Salamanca. Queremos notar lo que sobre
este particular refiere Ariza, porque ello prueba bien cuánto
preocupaba, y de cuan larga fecha, á Fr. Hernando la idea de
terminar la gran obra de la reconquista y arrojar á los moros
de sus últimos baluartes. Para declinar aquel honroso cargo
(1) Historia de las grandezas de la ciudad de Avila, part. 3.*, § 15. No
tiene razón, como se ve, el Sr. Navarro Eddrigo al decir, que fué tan hu-
milde la cuna de Talavera, que se cree con fundamento fuera de los acogidos
por la Iglesia. (El Cardenal Cisnéros.)
(2) Nada pinta mejor la rigidez de principios y el carácter de Fr. Hernan-
do que lo ocurrido en la primera vez que oyó á la Reina en confesión. «Llegó
el confesor y se sentó en el banquillo. Acercóse la Reina y le dijo : (íentram-
)) hos hemos de estar de rodillas.^) «No señora — respondió Fr. Hernando — sino
y>que yo he de estar sentado y V. A. de rodillas, porque éste es el Tribunal
))de Dios y hago aquí sus veces.» Calló la Reina y pasó por ello como santa.
Y dicen que dijo, después : «Este es el confesor que yo buscaba.» Lo cierto es
que mantuvo siempre una correspondencia epistolar con el que después fué
obispo de Avila y mcás adelante arzobispo de Granada, en la cual no se sabe
qué admirar más, si la mansedumbre piadosa de la Reina Isabel ó la rigidez
más que puritana de Fr. Hernando.» (Ariza. Hist. de las grandezas de la
ciudad de Avila. — Memorias de la Academia de la Hist. t. vi.),
COLON EN ESPAÑA. 123
solia decir á los Reyes «qne él no sería obispo sino de Gra-
nada. ))
Eso no obstante, la Reina hizo empeño en 1486 de que fray
Hernando aceptase la mitra de Avila , y por deferencia á la Rei-
na la aceptó. Sobre este particular también Ariza refiere una
circunstancia, que conviene á nuestro propósito dejar consig-
nada. « Después de consagrado — no dice si en Valladolid ó en
Córdoba — dijo á los Reyes : «Señores, ya que me echasteis
y> la carga dejádmela llevar , y dadme licencia para que vaya
)) á conocer á mis ovejas y para que ellas reconozcan mi voz.»
Diéronsela los Reyes » y fué obispo de Avila desde 1487
hasta 1492, que entró en Granada con los Reyes y obtuvo el
arzobispado, en el cual se hizo notable por su tolerancia, ejer-
ciendo un verdadero apostolado de amor y de caridad evangé-
licas.
Tal es el hombre que Colon tuvo desde luego en contra de su
proyecto, con quien tuvo que luchar y á quien le fué tan difícil
vencer ( 1 ). Pero en esa lucha y para tal empeño no estuvo solo.
Sirviéronle de apoyo, por de pronto, el cardenal Mendoza y el
(1) Desde luego se advertirá que estamos más conformes en el juicio for-
mado de Fr. Hernando con lo dicho por Clemencin, en sus Ilustraciones al
reinado de los Reyes Católicos^ y por Navarro fíodrigo, en su Estudio biográ-
fico del Cardencd Cisnéros , que con el Duque de Rivas, en su romance histó-
rico Recuerdos de un grande hombre. Los poetas son poco escrupulosos en
materia de exactitud y verdad histórica. Los versos del romance del Duque
son los siguientes :
« Fray Hernando Talavera
Es persona de importancia :
Ve mía mitra en perspectiva
Todo lo demás , es nada.
Con desden ha recibido
De un fraile oscviro la carta ;
Y juzga al recomendado
Un arbUrista sin blanca. )j ;
Esos versos han tenido, por desgracia, más resonancia que el siguiente
juicio concienzudo y exacto de Navarro Rodrigo: «Atrevióse (el obispo Lu-
124 COLON EN ESPAÑA.
contador mayor Alonso de Quintanilla ; más adelante , la in-
signe Bobadilla, Marquesa de Moya, y doña Juana de la Torre,
ama del príncipe, el maestro de éste, Fr. Diego de Deza, el ca-
marero del Rey, Juan de Cabrero, el secretario particular de la
Eeina, Gaspar Gricio, y después, Fr. Juan Pérez, con otros mu-
chos que ya nombraremos. Pero sobre todo y más que todos sir-
vió á Colon el espíritu levantado y el corazón magnánimo de la
Reina de Castilla.
Si cien y cien actos hazañosos y memorables de su vida no
acreditasen el levantado espíritu y el corazón entero de Isa-
bel 1(1), bastaría para demostrarlo el de la favorable acogida
cero) á perseguir por hereje nada menos que á Talavera, el antiguo .confesor
de la Reina, el primer arzobispo de Granada, el tipo más acabado de bondad
y de dulzura evangélicas » Y esto es verdad.
En lo que no estamos conformes con el jiücio critico del Sr. Navarro, es en
considerar al prior de Prado de carácter blando y pasivo.
(1) «La Reina nuestra Señora desde niña se le murió el padre, y aun po-
dremos decir la madre, que á los niños no es pequeño infortunio. Vínole el
entender, y junto con él los trabajosos cuidados ; y lo que más grave se sien-
te en los Reales, es mengua extrema de las cosas necesarias: sufria amena-
zas, estaba con temor, vivía en ¡peligro. Murieron los principes D. Alonso y
don Carlos , sus hermanos ; cesaron éstas ; ellos á la puerta de reinar y el ad-
versario á la puerta del reino. Padecían guerra de los extraños, rebelión de
los suyos, ninguna renta, mucha costa, grandes necesidades y ningún dinero;
muchas demandas, poca obediencia. Todo esto así pasado con estos principios
que vimos y otros que no sabemos. » ( Bernaldez , Reyes Católicos , t. i , pá-
ginas 45 y 46.)
((Fué mujer esforzadísima — dice en otro lugar — muy poderosa, pruden.
tísima, honesta, discreta, cristianísima, verdadera, clara, sin engaño, muy
buena casada, muy amiga de los buenos, así religiosos como seglares, limos-
nera, edificadora de templos y monasterios Por ella fué librada Castilla de
ladrones y robos y bandos y salteadores de los caminos , de lo cual era llena
cuando comenzó á reinar. Por ella fué destruida la soberbia de los malos ca-
balleros que eran traidores y desobedientes á la Corona » (Ideni, t. i, ca-
pítulo cci.)
En cuanto á las prendas de cuerpo y alma que la distinguieron, sería necesa-
rio escribir un libro para relatarlas y avalorarlas. Hay que verlas en los cro-
nistas de la época Angleria, Marineo, Pulgar, Bernaldez. «En hermosura,
COLON EN ESPAÑA. 125
que dispensó á Cristóbal Colon y la simpatía qne en ella desper-
tó la atrevida empresa del navegante genoves, dadas las circuns-
tancias en que se ofreció á los Reyes Católicos.
Apenas libre de los calamitosos azares de la guerra civil, co-
menzada por los adictos á la Beltraneja, guerra, con tanto em-
peño como adversa fortuna , sostenida por Portugal ; agotado el
Real tesoro ; con la vista fija, por premiosa necesidad, en el Ro-
sellon y la Navarra ; esquilmado el reino ; en lucha abierta y re-
belión constante sus proceres y ricos-bombres ; alzadas en contra
de los Reyes un gran número de fortalezas, é infestados los
campos y los caminos por bandas de gentes armadas, que sa-
queaban los pueblos y robaban á los transeúntes, como dice
dice Oviedo cou su candorosa ingenuidad, puestas delante todas las mujeres
que yo he visto, ninguna vi tan graciosa ni tanto de ver como su persona »
i^Quinquagenas, manuscrito.) «Alegre, de una alegría honesta y muy mesuia-
da )) dice el autor del Carro ele las Donas. «Dadivosa y liberaba dice Flores.
Pero nada más expresivo, respecto á sus cualidades morales, que lo que dice
Prescott. «De esas cualidades la que más en ella sobresalía era la magnanimi-
dad. Ni en sus pensamientos ni en sus acciones habia nada pequeño ó interesa-
do. Sus planes eran vastos y ejecutados con el mismo noble espíritu con que
habían sido concebidos. Jamas empleaba agentes sospechosos ni medios torci-
dos, sino la política más franca y abierta, y rehusaba aprovecharse de las
ventajas que la perfidia de los demás pudiera ofrecerle. Cuando una vez habia
concedido su confianza, dispensaba su apoyo poderoso con la mayor voluntad,
y era religiosa en cumplir cualquiera promesa ú oferta que hubiera hecho á
los que se comprometían en sus planes, por más oposiciones que encontrara.
Asi es que sostuvo á Cisnéros en todas sus reformas, imprudentes aunque
laudables; favoreció á Colon en la prosecución de su grande empresa, escu-
dándole contra las calumnias de sus enemigos. Y ese mismo amparo prestó al
Gran Capitán. No sin razón fué por entrambos sentida con extremo la muerte
de la Eeina. Su carácter era tan contrario al artificio y la doblez, y tan ajenas
fueron estas cosas de su pohtica interior, que, cuando las observamos en las
relaciones exteriores de España, podemos estar seguros de que no procedían
de la Reina. Era incapaz de ahmentar ninguna desconfianza ni oculta mahcia,
y aunque fuese severa en la ejecución y administración de la justicia pública,
olvidaba con la mayor generosidad las ofensas , y alguna vez se adelantó á
llamar á los que la habían injuriado personalmente. » {Reyes Católicos, par-
te II, cap. XVI.)
126 COLON EN ESPAÑA.
acertadamente un historiador de nuestros dias (1) ; tal era, en
sus rasgos más salientes , la situación del reino. En medio y por
encima de todo ello , la preocupación más inseparable de Isabel
era la guerra contra el Islam , y su decidido empeño el de poner
término á la titánica lucha de ocho siglos, arrebatando al pode-
río de los muslimes sus últimos, pero formidables baluartes en
la Península.
Empeñábase la célebre campaña contra la morisma, cabal-
mente en los momentos de la llegada á España del navegante
genoves ; y con tan funestos auspicios , por cierto , para las armas
cristianas, que á su derrota en la Axarquia habia precedido el for-
zoso alzamiento del sitio de Loja, en que dio su vida el joven
Gran Maestre de Calatrava, y en que sellaron con su sangre la
fidelidad al Monarca y el amor á la gloria el Duque de Medina-
celi, el Conde de Tendilla, y el mismo Condestable. Pero ni estos
desastres amenguaron el valor de las armas cristianas , ni fueron
.poderosos á entibiar el varonil denuedo de la Peina Isabel , á
cuyas instancias y perseverante solicitud se continuó con más
bríos la camjmña en 1485 ; viendo, al fin de ella, la Reina y sus
castellanas huestes coronados sus esfuerzos con la prisión del
Rey Chico , la ocupación de Coin y de Mora , la de Alozaina y
Cártama, la toma de Ronda y la de Marbella.
Crecían, con el placer de estos triunfos , las esperanzas de ver
ondear sobre los muros y en las torres de Granada el estandarte
de Castilla ; alentadoras esperanzas que, al paso que excitaban el
(1) Clemencin, Panegírico de la Reina Imhel I. — Tomo vi de las Me-
morias de la Academia de la Historia. — « Cuando todos querían mandar
y ninguno obedecer, cuando la nobleza tiraba á dividir á España en pedazos
y parecía llegado el lúgul^re momento de su disolución anárquica ó de repro-
ducirse los feudalismos locales de la Edad Media , que hubieran inutilizado la
gran obra de los Reyes Católicos.» (Navaurü Rodbigo, El Cardenal Cis-
néros. )
COLON EN ESPAÑA. 127
ferviente celo de la Reina, aumentaban el ardor bélico de las
huestes cristianas.
El año 1486 daba principios con poderosos aprestos de guerra.
Y en esos críticos y por todo extremo angustiosos momentos , se
presentó á los Reyes Católicos , en Córdoba , Cristóbal Colon.
« De franca y varonil fisonomía, alto de cuerpo , el rostro luengo
y autorizado, la nariz aguileña, los ojos garzos, la color blanca,
que tiraba á rojo encendido, la barba y cabellos canos, gracioso
y alegre, bien hablado y elocuente , el modesto extranjero , con
dignidad admirable y con seguridad asombrosa, ponia á los pies
de la Corona de Castilla el Nuevo Mundo que entrañaba su pro-
yecto, la tierra de los tesoros, cuyo cercano hallazgo aseguraba,
navegando al Occidente» (1).
Se ha notado por muchos , en son de censura después del su-
(1) Esta pintura hace de Colon el historiador Herrera. Y á ella puede aña-
dirse esta otra que nos ha dejado el Obispo de Chiapa : (( Era grave en mode-
ración, con los extraños afable, con los de su casa suave y placentero, con
moderada gravedad y discreta conversación. Ansí podia provocar fácilmente
á su amor á cuantos le viesen ; aunque representaba por su venerable aspecto
persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia. Era sobrio y
moderado en el comer y beber, vestir y calzar: y bien que hablase con ale-
gría en familiar locución , ó ya que, indignado, cuando se enojaba y reprendía
á alguno, sus palabras más ásperas se reduelan á decir : Do vos ci Dios. ¡No os
parece .' ¿ Y esto ? »
«En las cosas de la rehgion cristiana, sin duda, era catóUco y de umcha
devoción.» (Fr. B. de Las Casas, Histor. general de las Indias, cap. ii. —
Obra inédita que existe en la Eeal Academia de la Historia.) «Era el Almi-
rante, dice Gomara, hombre de buena estatura y membrudo, cariluengo, ber-
mejo, pecoso y enojadizo y crudo y que sufria mucho los trabajos.»
ft Cuando era joven, dice su hijo Hernando, tenia el cabello blondo : pero á
la edad de treinta años se le volvió blanco. »
Benzoni le caracteriza diciendo: Ingenio excelso, keto et ingenuo vulto:
acres illi et vigentis oculi, subflava C^saries, os xmulo ])atentius , in pi'imis
justitioB studiosus erat, iracundice tamen pronus , ?>i quando conmoveretur.
{Hist. índice Occid. 1586, lib. i, cap. xiv.)
«Varón de grande ánimo, esforzado y de altos pensamientos», añade Her-
rera, lib. VI, cap. XVI.
128 COLON EN ESPAÑA.
ceso, el frió desden , ó cuando menos , el retraimiento con que el
Rey Católico oyó los proyectos y promesas del navegante geno-
ves : lo cual es más que verosímil, por más que otra cosa diga el
respetable Irwing. Pero tampoco era caso extraño, ni merecedor
de censura, atendidas las circunstancias del momento, los pre-
cedentes del asunto, su aspecto utópico por lo grandioso, y
sobre todo las condiciones del carácter y talento de D. Fer-
nando (1).
Todos los historiadores de la época, lo propio que los moder-
nos, Prescott é Irwing mismos , aun cuando elogian las altas do-
tes de aquel Rey , convienen en que era cauteloso y frió. « Des-
graciadamente para su popularidad, dice Prescott, Fernando no
estaba dotado de carácter franco y cordial, de aquella ex]3ansion
del alma que inspira amor, sino que en la vida privada se con-
ducia con la misma reserva é impenetrable frialdad que en la
pública. Frió y calculador, aun en pequeneces, demostraba bien
claramente que todo lo referia á su persona.
(1) Prescott, Obra cit., parte ii, cap. xxiv. Hé aquí el retrato que de él
hace un distinguido hombre político y escritor contemporáneo:
« Principe indocto, pero de entendimiento nativo muy grande; afortu-
nado y valiente en los campos de batalla ; hábil y afortunado también en ma-
nejar los artes de la diplomacia y los resortes de la política ; confuso y atre-
vido iniciador de los procedimientos de Maquiavelo ; superior en el disimulo,
pues nadie, con\o dice Giovio , podía conocer sus pensamientos por las altera-
ciones de su rostro ; espíritu egoísta y frío, que todo lo refería al cálculo déla
cabeza j nada á los sentimientos del corazón ; piadoso sin duda alguna, pero
no ayudando á la religión y á la Iglesia, sino hasta aquel punto que convenia al
interés de su reino ; avaro, más que por inclinación de su ánimo, por necesi-
dad de las empresas en que se vio envuelto ; carácter positivista, que se im-
pone por la constancia y se engrandece con el éxito ; espíritu de la prudencia,
encarnación del buen sentido, que no deslumhra como el genio, ni fascina
como la virtud ; que no alcanca la apoteosis de la leyenda y el culto de la
tradición, pero que clava el carro de la fortuna y llega al término de la vida
sin sufrir apenas un fracaso, después de reinar cerca de medio siglo en uno
de los más turbulentos y agitados de las historia. » (Navae. Rodé. , El Car-
denal Cisnéros,')
COLON EX ESPAÑA. ] 29
Pero ajearte de esto, forzoso es convenir en que, por grande
que sn ambición fuera , y por feliz sn estrella, las preocupaciones
y comj)romisos que debian embargar su ánimo en aquellos mo-
mentos bien disculpan, si es que no justifican, el retraimiento
del monarca aragonés.
Fueron necesarios el corazón esforzado , el espíritu valiente de
la Reina de Castilla, su alma fervorosa, y por lo tanto propensa
á entusiasmarse por todo lo que se ofrecía á los ojos de su espí-
ritu con síntomas de bondad y caracteres de grandeza, para que
oyera con interés á Colon y para que, en aquellos momentos se
declarase partidaria de un proyecto , que si por lo grandioso ra-
yaba en lo utópico, por lo embarazoso para los católicos Reyes,
en aquellas circunstancias, se prestaba á la oposición que desde
luego le hicieron el Prior de Prado y sus parciales. La ocasión
en que Cristóbal Colon j)resentó su proyecto á los Reyes Cató-
licos, dice su gran historiador, era la menos favorable que se
pudiera haber imaginado.
Era entonces España una gran masa en fusión, una gran na-
ción, pero en estado todavía embrionario ; grandes elementos, pero
dispersos y como en fermento y ebullición.
Alto clero y nobleza en constante rebeldía y en continuas lu-
chas de codiciosa ambición; intrigas cortesanas; complots de los
ambiciosos; depredaciones del señorío; estado anárquico (1); vivo
aún el recuerdo de las veleidades y alevosías de los Villenas y Car-
(1) El estado anárquico de aquella época le describen con vivos colores
los cronistas Pulgar, Bernaldez, Gómez, Falencia, Ortiz de Zúñiga, Gonzá-
lez Dávila, Salazar de Mendoza, el erudito Angleria y el historiógrafo y pre-
ceptor de la corte de D. Fernando, Lucio Marineo Síciüo (De Rehus Hispanke
memorabilibu»). Lo ha hecho Frescott en su Historia de los Católicos Beyes;
con más extensión Lafuente, Historia general de España, tom. ix, part. 2.*,
libro IV, pág. 165 y sig. Y en nuestros dias Clemencin, Navarro Eodrigo y
oti'os. Ya hemos dicho antes cómo pinta este último escritor aquella situación.
9
130 • COLON EN ESPAÑA.
rillos ; maestres de las Ordenes á lo Pacheco y Girón ; alcaides de
Castronnño y de Monleon á lo Maldonado y Mendaño ; todos avi-
zorando , cuando no urdiendo, ocasiones de revueltas y de medros.
Francia y Portugal acechando la coyuntura de hacer presa en los
disgregados miembros de este nuevo Hércules , á eternos traba-
jos condenado : y en la Alhambra y en Gibralfaro , y desde Loja
hasta Almería , ondeando aún poderosa la media luna.
En aquel mismo año (1486) reclamaban con instancias la pre-
sencia de los Reyes en el norte de España, la completa anarquía
en que se hallaba Galicia; cada señor un tiranuelo , y cada fora-
gido un señor; la rebelión del Conde de Lémos, dueño de varias
plazas y fortalezas, la de Ponferrada entre ellas; el motin cleri-
cal , y la sublevación en Trujillo , con motivo de haber preso á nn
clérigo , que habia perpetrado un crimen ; la reciente atrocidad
del señor de Salvatierra , el mariscal D. Pedro , que habia hecho
degollar sin ceremonia á un escribano , sin otro motivo que el de
haber dado á la madre de aquél copia del testamento de su di-
funto padre ; amago de lides abiertas entre el Duque de Alba y
el Conde de Miranda; riepto entre el bachiller Becerra y el licen-
ciado Francisco Alcaraz (1).
(1) Sobre todos esos sucesos véanse los cronistas Galindez de Carvajal
(Anales breves del reinado de los Beyes Católicos, anotados por Floranes);
Gil González Dávila (Historia de la ciudad de Salamanca , etc.) ; Hernando
del Pulgar (Crónica de los RR.' CC, cap. Lxvii); Diego Ortiz de Zúñiga
(Anales eccles. y secid. de Sevilla, lib. xii). — El cronicón de Valladolid, de
aiitor desconocido , al hablar de las treguas otorgadas y juradas entre el ba-
chiller Becerra y el licenciado Francisco, dice : «Que se juraron en Salaman-
ca á 27 de Enero de 1487, en el Consejo, estando presentes el Arzobispo de
Sevilla é doctores Talavera é Villalon, el Canciller y otros muchos.» Y en
una nota del ür. Floranes se añade : « El Dr. Talavera era Eodrigo de Maldo-
nado, de quien fué nieto el célebre D. Pedro, capitán de la Comunidad de
Salamanca , prisionero en Villalar, donde fué decapitado. » — « La noticia del
motin de Trujillo, provocado y fomentado por el clero, cogió á los Beyes to-
davía en Benavente, de camino para Salamanca.» (Pulgar, Crón. de los Re-
yes CC, lug. cit.)
COLON EN ESPAÑA. 131
Tales eran las condiciones de la época , el estado de España,
la situación de los Reyes Católicos, y con relación al año 1486,
los desbordamientos y desórdenes , para cuyo atajo y correctivo
tuvieron aquéllos que emprender , en Setiembre de aquel mismo
año, una rápida y quizá estratégica expedición á Galicia, apenas
terminada gloriosamente la campaña de Andalucía con la toma
de Loja y la rendición de Illora y de Mochin.
Y bien; en semejante situación, en tan críticas circunstancias
habían recibido los Reyes á Colon ¡y no le despidieron !
Pero antes de reseñar el suceso y sus resultados , conviene fijar
bien la ocasión , los ijrecedentes , el lugar y la fecha; conviene
determinar quiénes fueron los principales actores de esa primera
parte del interesante drama , y cómo desempeñaron su papel.
Perdónesenos la enojosa repetición de algunos hechos , en gracia
de la importancia que tiene para nuestro objeto el ordenarlos en
serie cronológica, porque de esto depende en gran parte la ver-
dad histórica.
Hernando Colon , el físico Garci-Hernandez , Ortiz de Zúñi-
ga, Oviedo y Herrera han contribuido á envolver el suceso en
oscuridad tan grande , que para salir de ella, los biógrafos é his-
toriadores modernos han roto el velo por donde mejor y más an-
cho campo les ofrecía, con el preconcebido intento de confirmar
tal acariciada idea , ó tal predeterminada tesis (1). •
Ninguno en esa parte más ingenuo que Las Casas, el cual re-
(1) « No son solamente los acontecimientos de la vida de Colon los que se
hallan envueltos en oscuridad é incertidumbre , es el orden cronológico de
esos mismos acontecimientos; y esa incertidumbre alcanza aún á la prioridad
de los ofrecimientos hechos por el descubridor á diferentes potencias ; por
ejemplo, á la repxiblica de Genova, á los Eej'es de Portugal y de Inglaterra.
En cuanto al Eey de Francia no parece que hubo otra cosa más que intención
de dirigirse á él , por parte de Colon ; y esto sólo se puede colegir por lo que
dice la carta del Duque de Medinaceli al Cardenal Mendoza.» (A. Humboldt,
Exam. cHt.^ tom. ii, pág. 108.)
132 COLON KN ESPAÑA.
conoce la oscuridad del asunto; y aunque hace alarde de poseer
y de haber tenido en sus manos más noticias y más documentos
de Cristóbal Colon que ningún otro , confiesa , sin embargo , las
dudas que en su tiempo mismo existían j'ara resolver con acierto
aquellos problemas; y se contenta con exponer, en forma de hi-
])ótesis , todas las razones , todos los comentos , las diversas vías,
como él dice, que se habian trazado al intento de determinar la
llegada de Colon á España; las primeras personas que le presta-
ron apoyo y que le facilitaron acceso á los Reyes; la época de su
presentación á éstos , y las mediatas é inmediatas consecuencias
de aquel suceso.
Oigamos al concienzudo historiador :
«Llegado en la corte á 20 de Enero de 1485 (1), comenzó á
entrar en una terrible, continua, penosa y prolija batalla, que
por ventura no le fuera tanto áspera ni tan horrible la de mate-
i'iales armas , cuanto la de informar á tantos que no le enten-
dían , aunque presumían de le entender ; responder y sufrir á
muchos que no conocían ni hacian mucho caso de su persona;
recibiendo algunos baldones de palabras que le afligían el alma.
Y porque el principio de los negocios arduos en las cortes de los
Reyes es dar noticia larga de lo que se pretende alcanzar á los
más privados y allegados á los príncipes , asistentes más conti-
nuamente á las personas Reales , ó en su Consejo , ó en favor ó
privanza , por ende i3rocuró de hablar é informar á las personas
que por entonces habia en la corte señaladas y que sentía que
podían ayudar. Estas fueron el cardenal D. Pero González de
Mendoza, que en aquellos tiempos, por su gran virtud, pruden-
(1) Ya demostraremos más adelante que entesa fecha hay equivocación por
parte de Casas. Debe leerse 20 de Enero de 1486 , y no de 85. Pronto vere-
mos por ({ué.
COLON KN espaSía. 133
cia, fidelidad á los Reyes, generosidad de linaje y de ánimo , y
eminencia de dignidad , era el qne mucho con los licyes privn-
ba (1). Con el favor de este señor, dice la Historia jiortuguesa
que aceptaron los Reyes la empresa de Cristóbal Colon. Otro, el
maestro del príncipe D. Juan , Fr. Diego de Deza , de la órdon
de Santo Domingo, que después fué Arzobispo de Sevilla. Otro
fué el Comendador mayor Cárdenas (2). Otro, el Prior de Pra-
do, fraile de San Jerónimo, que fué después Arzobisjm de Gra-
nada. Otro fué Juan Cabrero, aragonés, camarero del Rey, hom-
bre de buenas entrañas, que querian mucho el Rey é la Reina; y
en carta escrita de mano de Cristóbal Colon^ vido que decia al
Rey, que el susodicho maestro del Principe, Arzobispo de Sevi-
lla, D. Fr. Diego de Deza, y el dicho camarero , Juan Cabrero,
habian sido causa de que los Reyes tuviesen las Indias. E mu-
chos años antes que lo viese yo escrito de la letra del almirante
Colon, habia oido decir, que el dicho Arzobispo de Sevilla , por
sí , y lo mismo el camarero Juan Cabrero , se gloriaban que ha-
bian sido la causa de que los Reyes aceptasen la dicha empresa
y descubrimiento de las Indias. Debian, cierto , de ayudar en ello
(1) (( El Cardenal, 5?/e lo manclaha todo, como dice el Dr. Gonzalo de Ules-
cas, le negoció audiencia de los Reyes y lugar para que los informase; favo-
reciéndole tanto , que con buenas palabras le dieron esperanzas ciertas de que,
en acabándose la campaña de Granada, lo resolverían. » (Salazar de Mendo-
za, Crónica del fjran Cardenal^ lib. i, cap. LXii.)
«Sucedió en la primacía (á D. Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, muer-
to en 1.° de Julio de 1483) su antiguo rival D. Pedro González de Mendoza,
cardenal de España, prelado cuyos vastos y prudentes talentos le habian
granjeado merecida influencia en los Consejos de sus Keycs.» (Prescott, ibkl.^
citando á Salazar, á Hernán Pérez del Pulgar, á Carvajal, Aleson y á Pedro
Mártir.)
(2) ic Cárdenas y el Cardenal ,
Y Chacón y Fray Mortero ,
Traen la corte al retortero. »
(Salazar, ihkl. — Oviedo, Quincua(/enas.) Fray Mortero llamaban á don
Alonso de Burgos, obispo de Palencia y confesor de los Kcycs.
134 COLON EN ESPAÑA.
mucho, aunque no bastaron; porque otro, á lo que parecerá,
hizo más; y éste fué un Luis de Santángel, escribano de racio-
nes , caballero aragonés , persona muy honrada y prudente , que-
rido de los Reyes , por quien finalmente la Reina se determinó.
Con este tovo mucha plática y conversación , porque debiera de
hallar en él buen acogimiento.
dEsíos todos, ó alguno dellos , negociaron que Cristóbal Colo7i
fuese oido de los Reyes y les diese noticia de lo que deseaba ha-
cer y venía á ofrecer y en qué queria servir á SS. A A. Las cua-
les, oida y entendida su demanda superficialmente, por las ocu-
jiaciones grandes que tenían con la dicha guerra (porque esto
es regla general , que cuando los reyes tienen guerra , poco en-
tienden ni quieren entender en otras cosas ) , j^nesto que con be-
nignidad y alegre rostro acordaron de lo cometer á letrados,
para que oyesen á Cristóbal Colon más particularmente , y vie~
srji la calidad del negocio y la prueba que daba para que fuese
posible , confiriesen y tratasen dello, y después hiciesen á Sus Al-
tezas plenai'ia relación.
» Cometiéronlo principalmente al dicho Prior de Prado , y
que él llamase las personas que le pareciesen más entender de
aquella materia de Cosmografía , de los cuales no sobraban
muchos en aquel tiempo en Castilla ; y es cosa de maravillar
cuánta era la i:)ennria é ignorancia que cerca desto habia por en-
tonces en toda Castilla. Ellos juntos muchas mees , propuesta
Cristóbal Colon su empresa, dando razones y autoridades para
que lo tuviesen por ¡nosible, aunque callando las más urgentes,
porque no le acaeciese lo que con el Rey «de Portugal »
Entra luego Las Casas á exponer grosso modo las objeciones
que á Colon hacian los letrados y cosmógrafos de la consulta, sin
determinar las personas que las hiciesen. Son las mismas obje-
ciones relatadas por D. Hernando — cap. xi de su Historia — y
COLON EN ESPA^^V. 135
se rednoon á qne Ptolomco no conoció talos tierras ó islas. — Qnc.
el mnndo era de infinita grandeza ; y en apoyo de ello citaban
las Suasorias de Séneca, lili, i; sin advertir, dic(>n los dos nnr-
radores, que las palabras de Séneca las dice por vía de dispnta.
— Qne de esta esfera inferior no estaba más qnc una peíjneña parte
descubierta, porque lo demás estaba cubierto por las aguas ; y
por tanto , qne no se podia navegar sino por las riberas. — '- Que-
suj)oniendo que el mundo era redondo, navegando á Occidente se
iba cuesta abajo, y no era posible volver. — Que San Agustín ne-
gaba qne hubiese antípodas. — Y que de las cinco zonas las tres
eran inhabitables.
« Así que por esta causa — continúa Las Gasas — y el error y
la terquedad y el amor propio , pudo poco Cristóbal Colon satis-
facer á aquellos señores que habían nuindado juntar los Reyes.
Y ansí fueron de ellos juzgadas sus pro^nesas y ofertas por im-
posibles y vacias y de toda repulsa dignas. Y con esta opinión
fueron á las Reales jiersonas diciéndoles, que no era cosa que á la
autoridad de sus personas Reales convenia ponerse á ñxvorecer
negocio tan flacamente fundado y que tan incierto é imposible á
cualquiera jiersona letrado , por indocto que fuese, podia parecer;
porque perderían los dineros que en ello se gastasen y derogarían
su autoridad Real sin ningún fruto. Los Reyes mandaron dar por
respuesta á Colon , despidiéndole , aunque no del todo quitándo-
le la esperanza de volver á la materia , cuando más desocupados
Sus Altezas se vieranyy (1).
Bien se advierte que Las Casas no determina la fecha de la
presentación de Colon á los Reyes , sino la de su llegada á la
corte , lo cual no es lo mismo ; y bien lo da á entender el histo-
riador. Tampoco debe confundirse la llegada á la corte con la
(1) Fe. Bart. de las Casas, IJiat. fjener. de las Indias, cap. xxix.
136 COLON EN ESPAÑA.
llegada de Cristóbal Colon á España. De forma que, en esos pun-
tos, el relato de Las Casas confirma de todo en todo nuestros
asertos. Colon llegó á España á fines de 1484; se dirigió á Sevi-
lla para buscar medios y facilidades de acercarse á los Reyes con
algunas garantías de éxito. Se acercó á la corre á fines de 1485;
y allí procuró simpatías y apoyo á su proyecto « entre los más
privados y allegados á los príncipes , asistentes más de continuo
á las personas Reales , ó en su Consejo ó su favor ó privanza. » Ya
se comi^rende qne ésta no es pequeña labor ; y que ésta se acre-
centaría para Colon , extranjero , sin títulos , honores ni riquezas.
Nada extraño, por tanto, que hasta Enero del 86 no pudiera lo-
grar el acceso que apetecía ante los Reyes Católicos.
Nombra después Las Casas las personas de la corte que le
prestaron valimento y más ó menos apoyo. Y aquí es ya donde
notamos deficiencia y confusión. No se acuerda de Alonso de
Quintanilla ; no hace mérito de Fr. Antonio de Marchena ; no
menciona á la Marquesa de Moya, ni á Gaspar Gricio, ni á doña
Juana de la Torre , ni el tesorero Rafael Sánchez ; ni recuerda
al Duque de Medinaceli, personas todas con cuyo apoyo pudo
contar desde los primeros dias Colon. Y en cambio, confunde
entre los protectores al comendador Cárdenas, que no sabemos
tomase cartas en el asunto; y al Prior de Prado, Fr. H. de Ta-
lavera, que fué el contrario más franco, más resuelto y más tenaz
que tuvieron Cristóbal Colon y sus proyectos.
Esto aparte, preciso es convenir que Las Casas está, en esa
parte, mucho más explícito y — lo diremos sin rebozo — mu-
cho más verídico y exacto que el hijo y biógrafo de Cristóbal
Colon , D. Hernando. Éste se calla el nombre de todos los pro-
tectores de su padre , salvo el de Fr. Juan Pérez y el de Santán-
gel ; y en una rapidísima reseña de los largos y accidentados
acontecimientos de aquel primer período , comienza por el fin , es
COLON K\ ESPAÑA. 137
decir, por la entrevisto de Colon con Fr. Juan Pérez, en el con-
vento de la Rábida ; atribuye á Santángel la i)resentacion de Co-
lon al Rey ; cuenta luego la oposición del Prior de Prado y de
su junta de letrados y cosmógrafos , y se olvida de la eficaz re-
comendación de Santángel á la Reina (1).
En una cosa importante convienen los dos narradores : en el
resultado de la i)rimera entrevista ó conferencia de Colon con los
Reyes. Más explícito, aun en este jjarticular, es Las Casas que
D. Hernando ; pero están conformes en lo esencial. « Los Reyes,
puesto que con benignidad y alegre rostro , oyeron la demanda
de Colon superficialmente, por las grandes ocupaciones de la
guerra , y acordaron de lo cometer á letrados , i)ara (pie le oye-
sen , vieran la calidad del negocio y la prueba que daba de ser
posible ; confiriesen y tratasen de ello , y después hiciesen á Sus
Altezas plena relación. Cometiéronlo al Prior de Prado y le au-
torizaron para que él llamase las personas que le pareciesen más
entender de aquellas materias » «Pero como los que habia
juntado eran ignorantes , no pudieron comprender á Colon , que
tampoco queria explicarse mucho y juzgaron sus promesas y
ofertas por imi^osibles y vanas y de toda repulsa dignas.»
(1) Herx. Colon, Vida del Almirante: cap. xi, «Vino (Colon) á Castilla,
y dejando á su hijo en Palos en un convento llamado de Kábida, paso á Cór-
doba, donde estaba la corte, y con su amabilidad y dulzura trabó amistad con
las pei'sonas que gustaban de su ¿proposición, éntrelas cuales Luis de San
Ángel, caballero aragonés, escribano déla Razón de la Casa Real, sugeto de
gran prudencia y capacidad , entró nmy bien en ella. Habló al Rey sobre que
el Almirante mostraria por razón la posibilidail de su empresa, ií/ iif?/ coindió
al Prior de Prado, que después fué arzobispo de Granada, para que con los
más hábiles cosmógrafos conferenciase con Colon, hasta que quedasen plena-
mente instruidos de su designio y le informase con su dictamen , y volverlos
á juntar después, para determinar sobre las proposiciones que hubiese hecho.
» Obedeció el Prior de Prado ; pero como los que habia juntado eran igno-
rantes, no pudieron comprender nada de los discursos del Almirante, que
tampoco queria exphcarse mucho, temiendo no le sucediese lo .(juc en Por-
tugal.»
138 COLON EN ESPAÑA.
Los dos historiógrafos están contextes. Es evidente qne lo
mismo D. Hernando qne Fr. Bartolomé de las Casas, determi-
nan circnnstanciada y claramente nn mismo snceso, el de la con-
sulta del Prior de Prado y su junta de letrados y cosmógrafos.
Hacen más; fijan ese suceso á seguida de la primera visita de Co-
lon á los Reyes , la cual no pudo verificarse más tarde qne á
principios de 1486 , según hemos dicho. Y ambos convienen en
que el informe ó dictamen de aquella junta oficial fué de todo en
todo opuesto al proyecto y á los designios y pretensiones de Co-
lon. En ese punto no hay divergencia ; están conformes esos dos
fehacientes testimonios. Y ya veremos que sobre ese particular
hay otro aun más irrefragable testimonio.
Pero, adviértase bien, adviértase que ni uno ni otro historia-
dor citan para nada allí á Salamanca, ni al Prior de San Esteban
de aquella ciudad, ni á su Universidad, ni al convento de Do-
minicos; no hacen una sola indicación que á las Conferencias de
Salamanca se refiera. Ya veremos más adelante los diversos ca-
racteres que esas conferencias revistieron , de tiempo, de lugar, de
personas que á ellas asistieron , y muy especialmente de aquélla
que las provocó, las convocó y las presidió, para que no sea posible
confundirlas con las famosas Juntas presididas por el Prior de
Prado. Este particular es importantísimo, porque él solo destruye
el capital error en que han incurrido todos cuantos han escrito la
vida y hechos de Colon y la historia de su descubrimiento (1).
(1) En ese error ha incm-rido el mismo Navarrete : tal y tan grande era la
fuerza con que venía amparada la confusión de las Juntas del Prior de Prado
con las Conferencms de Salamanca. Y lo más anómalo en Navarrete es el qiie
para perseverar en aquel error invoca la autoridad y las palabras del testigo
que más contribuye á disiparle : la autoridad y las palabras del Dr. Piodrigo
Míldonado. (Véase la observación viii sobre las probanzas del Fiscal y del
Almirante en el famoso pleito sobre el descubrimiento del Nuevo Continente,
tomo III de la Colee, pág. 614 y 615.) Pero este particular ya lo trataremos
con mayor extensión en otro lugar.
COLON EN ESPAÑA. 1,39
Ademas de los dos autorizados relatos de D. Hernando y de
Las Casas hay sobre este mismo particular, y en apoyo de nues-
tro aserto , una prueba irrefragable : la declaración del Dr. Ro-
drigo Maldonado , en el jileito con D. Diego Colon sobre el ver-
dadero descubridor del Nuevo Continente. El Dr. Maldonado,
comensal del Consejero de los Reyes Católicos, Fr. Hernando de
Talavera, Consejero también de SS. AA. y uno de los que for-
maron parte de la Junta convocada y presidida por el Prior de
Prado, declara: «Que él con el Prior de Prado, que á la sazón
era, y que después fué arzobispo de Granada, ó con otros sabios
é letrados é marineros , platicaron con el dicho Almirante sobre
su ida á las dichas islas , c que todos ellos acordaron que era im-
posible ser verdad lo que el dicho Almirante decia lo cual
todo supo este testigo como uno de los del Consejo de Sus Alte-
zas'» (1).
Como se ve , la consulta al Prior de Prado Fr. Hernando de
Talavera y su Junta de letrados y de cosm(5grafos , tenian carác-
ter oficial y un tono especialísimo , que es imposible confundir
con las Conferencias de Salamanca. Ya veremos más adelante
las circunstancias características de esas conferencias. Mas por
de pronto debe notarse, que en aquella consulta no suenan para
nada Fr. Diego de Deza, maestro del príncipe D. Juan, confe-
sor de los Reyes, su consejero, y desj)ues arzobispo de Sevilla;
no intervienen tampoco para cosa alguna la Universidad dé Sa-
lamanca , sus profesores y maestros ; no juegan papel alguno los
dominicos y su convento de San Esteban de aquella ciudad. -De-
tengámonos ahora á fijar la época y fecha de aquel suceso.
Al tratar de fijar el tiempo y la fecha en que se verificó la
presentación de Colon á los Re3'"es no ocultaremos que sobre
(1) Navarrete, Obr. cit, t. iii, pág. 589.
140 COLON EN ESPAÑA.
este pnuto caben dudas , existen variedad de oiiiniones , indicacio-
ciones y asertos contradictorios. Las Casas , que sobre ser el más
explícito es el narrador más fidedigno , dice : « que llegó Colon á
la corte el 20 de Enero de 1485, y que entonces comenzó á en-
trar en una terrible , penosa y prolija batalla. » Pero Las Casas
ha debido jiadecer en este punto una equivocación de cálculo : in-
dudablemente contó mal. Y la prueba de esto es clara como la
luz. Las Casas redactó el relato del primer viaje de Colon te-
niendo á la vista el diario del mismo Almirante y copiándole á
trozos. Hízolo así al llegar al lunes, 14 de Enero de 1493, y él
mismo escribe allí lo siguiente :
« Y dice más el Almirante así : «y han sido causa (sus opo-
))8Ítores) de que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga 100
)) cuentos más de renta de la que tiene después que yo vine á les
y) servir^ que son siete años agorad 20 dias de Tlnero este mismo
Dmes )) (1).
Indudablemente fué de este aserto de Colon del que se sirvió
Las Casas para escribir, en su Historia , lo que antes copiamos :
«Llegó Colon á la corte el 20 de Enero de 1485.» Pero su
equivocación es palmaria. Los siete años, á terminar el 20 de
Enero de 1493, no arrancaban del 85, sino del 86. Por consi-
guiente, fué el 20 de Enero de 1486 cuando se verificó la pre-
sentación de Cristóbal Colon á los Reyes.
Y esto se acredita más , porque se compagina perfectamente
con lo que decia el Duque de Medinaceli en su notable carta al
Cardenal Mendoza : que habia tenido dos años en su casa á Co-
lon, antes de enviarlo á la Reina. Aun cuando se quisiera supo-
ner que , después de esta entrevista con los Reyes , Colon conti-
nuó todavía en la casa del Duque, esto no es lo verosímil ni lo
(1) Navab., Colee. ^ 1. 1, pág. 285.
COLON EN KSPAÑA. 111
probable, si se examinan y meditan las significativas ])alal)ras de
Las Casas: c(.....Y entonces — es decir, de segnida de su entre-
vista con los Reyes — comenzó á entrar en una terrible, penosa y
prolija batalla » Aserto que confirma el propio Almirante, en
varios de sus escritos, recordando siempre las contrariedades que
sufrió y las luchas que sostuvo contra los opositores á su em-
presa. Pero en esta parte hay también vaguedades y hasta diver-
gencias , y por consiguiente incertidumbre.
Al exhalar sus quejas por aquellas contrariedades , y al recor-
dar lo que duraron para él aquellas amarguras , aquella terrible,
penosa y prolija batalla. Colon señala anas veces seis ó siete
años; otras veces nueve , y alguna vez ocho; mientras que Las
Casas, que las hace comenzar, según hemos visto, en 1485, las
da sólo cinco años de duración (1). Mas á pesar de esas divergen-
cias , y de esa indeterminación , siempre resulta que , cuando más
tarde, la primera presentación de Colon á los Reyes Católicos
fué á principios de 1486 ; que á seguida se constituyó la Junta de
(1) Ya hemos visto, que en el Diario del primer viaje, fija Colon su presen-
tación á los Reyes en el dia 20 de Enero de 148G, hablando de siete años, con
relación al mismo dia de 1493, que habia venido á servirles. En la hoja suelta,
escrita de mano del Almirante, según Navarrete, en fines del año 1500, que
existe original en el archivo del Du(íue de Veragua, dice : «Ya son diez y siete
años que yo vine servir estos Príncipes con la impresa de las Indias : los ocho
fui traido en disputas, y en fin se dio mi aviso por cosa de burla.» — En el
libro de las Profecías, que describe Muñoz y extracta Navarrete y que lleva la
fecha 13 de Setiembre de 1501, dice : «.Siete años pasé aquí en su Real corte
disputando el caso con tantas personas de tanta autoridad y sabios en todas
artes, y en fin concluyeron que todo era vano y se desistieron con esto dello.»
— En la carta del Almirante al ama ó nodriza que habia sido del principe don
Juan, doña Juana de la Torre, escrita hacia fines de 1500, decia asimismo:
<£ Siete años se pasaron en la plática, y nueve ejecutando cosas nuiy señala-
das y dignas de memoria se pasaron en ese tiempo.» En la historia del tercer
viaje, carta del Almirante escrita á los Reyes desde la isla Española, dice:
«La Santa Trinidad movió á Vuestras Altezas á esta empresa de las Indias,
y por su infinita bondad hizo á mí mensajero dello, al cual vine, etc. Puse en
esto seis ú siete años de grave pena » Er. Bartolomé de Las Casas, en su
142 COLON EN ESPAÑA.
letrados j^residida por el Prior de Prado. Esto es lo importante;
porque son ese heclio y esa fecha los que arrojan grandísima luz
sobre este asunto. No liay duda alguna que con la Junta del
Prior de Prado y con su ojjosiciou á los proyectos del navegante
genoves comenzaron para él las amarguras , las burlas , las con-
trariedades de que nos hablan su hijo Hernando, Las Casas y
él mismo.
Historia general de las Indias, cap. xxix, dice sobre esto mismo: «Residió
Cristóbal Colon de aquella primera vez en la corte de los Reyes de Castilla,
dando estas cuentas , haciendo estas informaciones , padeciendo necesidades y
no menos afrentas hartas veces , más de cinco años , sin sacar fruto alguno. »
Más adelante veremos que en todo esto hay exageración, pur parte de Las
Casas, ú olvido grande de hechos y de personas cuya significación y cuyos
servicios y cooperación demuestran irrecusablemente que la mala situación del
navegante genoves y sus amarguras no dui'aron tanto.
CAPÍTULO IV.
Sumario. — Omisiones que tuvieron D. Hernando y el mismo Las Casas , en
orden ú los protectores y auxiliares de Colon. — Alonso de Quintanilla. —
Los hermanos Geraldini. — La Maniuesa de Moya y su marido Juan de
Cabrera. — Gaspar Gricio , secretario de la Eeina. — Doña Juana de la
Torre. — El P. Gorricio. — El Dr. Chauca. — Fr. Antonio de j\Iarchena. —
Cómo miró el Rey Católico el proyecto de Colon. — Opinión y conducta
de Fr. Hernando de Talavera. — Cómo se condujo y por qué en la consulta
del proyecto que los Reyes le encomendaron. — Medios de evacuar la con-
sulta. — Junta de letrados y marinos. — En vista del informe de la Juuta y
de la resolución délos Reyes, actitud y acuerdo que toman los protectores
de Colon. — Fr. Diego de Deza; sus cualidades y su influencia con los Re-
yes. — Parte que toma en aquel acuerdo. — Viaje de los Reyes á Galicia. —
Su detención en Salamanca. — Momento escogido j^ara las célebres confe-
rencias de aquella ciudad. — ¿ Quién era Fr. Antonio de Marcbena ? — Error
cometido al confundirle con el Guardian de la Rábida Fr. Juan Pérez.
Ya hemos dicho que Hernando Colon hace caso omiso de los
protectores que tuvo su jiadre. El Obispo de Chiapa no fué tan
olvidadizo; nombra, como hemos visto, á muchos de ellos y en-
comia los servicios de algunos. Pero así y todo comete omisio-
nes lamentables. Es una de ellas la de Alfonso de Quintanilla,
que fué uno de los primeros y de los que más contribuyeron á
inclinar el ánimo de la Reina en apoyo de Cristóbal (Jolón y de
su empresa. Así lo asegm-a Salazar de Mendoza (1); lo confirma
(1) Salazar, Crónica del Gran Cardenal^ lib. i, cap. Lxn
144 COLON EN ESPAÑA.
la carta del Duque de Mediuaceli, y lo aseveran Herrera (1)
y Muñoz (2) diciendo que, al escuchar la Reina las instancias y
recomendaciones de Santángel en favor de Colon, le dijo aque
también se vía importunada en la misma conformidad por Alon-
so de Quintanilla — que con ella tenía autoridad — que les agra-
decía el consejo y dijo que le aceptaba^ con que se aguardase á
que se alentara algo de los gastos de la guerra» (3).
Verdad es que también sobre este particular hay una desinte-
ligencia. Navarrete (4) j^one en duda el aserto de Herrera , fun-
dado en que , en la época á que este último se refiere , Quintani-
lla no estaba en la corte , sino en Valladolid , formando parte del
Consejo de gobernación y justicia allí establecido por los mismos
Reyes Católicos. Pero Navarrete no advirtió que Herrera, si bien
¡Done en boca de la Reina palabras por ella pronunciadas en 1491,
cuando Santángel ej:tremó sus instancias á favor de Colon, al
referir las de Quintanilla no quería decir que las pronunciara en
aquella misma fecha. La Reina manifestó á Santángel , que tam-
bién Quintanilla solicitaba de ella la misma resolución; que tam-
bién se veia importunada en la misma conformidad de Alonso de
Quintanilla^ lo cual no revela otra cosa sino que la Ba .a mis-
ma alentaba á Santángel , haciéndole la confianza de decirle, que
no era él solo el que recomendaba á, Colon y abogaba porque se
(1) Herrera, Decad. 1.*, lib. i, cap. viii.
(2) Muñoz , Historia del Nuevo Mundo , lib. n , § 30.
(3) Alonso de Quintanilla fué uno de los hombres de más valer en el rei-
nado de los Reyes Católicos. Nebri ja en la Crónica de Pulgar le pinta con estas
concisas pero significativas frases «.Equestris ordinis vir nobilis, ingenio-
siifi, acer et vehemens : idemque fisci rationumque regiarum qucestor maxi-
mus..-» (Decad. 1.", lib. vi, cap. i.) Es notable el discurso que pronunció, so-
guu Nebrija, en la Junta de Dueñas sosteniendo la necesidad y la convenien-
cia de las Hermandades.
(4) Navar., tom. 111, pág. 601.
COLON EN ESPAÑA, 145
aceptase su proyecto; que también Quintanilla era de sn misma
opinión y la habia lieclio instancias en el mismo sentido.
Irving asegura que Alonso de Quintanilla dio hospedaje á Co-
»
Ion y lo recomendó al Cardenal. Lo primero es verosímil. Lo
segundo , lo tenemos por hecho cierto y demostrado.
También cita Irving, como protectores declarados de Colon, á
los hermanos Geraldini; aserto que hace asimismo el biógrafo
Rosselly de Lorgues , tomándolo, sin duda, de aquel historiador.
No lo tenemos por indudable , respecto del mayor de los herma-
nos ; ¡lero todo arguye en favor de qne Alejandro fué uno de aque-
llos protectores (1).
Pero Colon tuvo indudablemente otros muchos valiosos auxi-
liares , á más de los que nombra Fr. Bartolomé de Las Casas,
Son, indudablemente, de ese numeróla Marquesa de Moya, doña
Beatriz Fernandez de Bobadilla (2) y su esposo Andrés Cabrera;
el ama ó nodriza que habia sido del Príncipe D. Juan , doña
Juana de la Torre; Gricio, secretario particular de la Reina; el
tesorero, Rañiel Sánchez ; el Dr. Chanca y el P. Gorricio. De
estos últimos hablan las cartas del mismo Cristóbal Colon, y
de las .'ít'as personas dan testimonio las relaciones que man-
(1) En otro lugar hemos dicho sobre esto nuestra opinión, fundada en la
autoridad de Tiraboschi y de Moren.
(2) Era ésta la intima amiga de la Reina Católica, compañera de la juven-
tud, confidenta de sus secretos, alentadora y ángel tutelar en momentos de
infortunio. Ella fué la que ¡pronunció aciuellas varoniles frases que refiere
Prescott: «No lo permitirá Dios, ni yo tampoco»; cuando Isabel se lamen-
taba de que la quisieran casar con el maestre de Calatrava ; y sacando un pu-
ñal que llevaba escondido para el caso , juró solemnemente hundirle en el co-
razón del turbulento y licencioso pretendiente, en cuanto se presentase para
arrebatar su presa. De ella dice el concienzuilo (xonzalo Fernandez de Oviedo,
que « ilustraba su noble linaje con su conducta discreta, virtuosa y valiente.»
Ella fué la que estuvo á punto de perecer en el sitio de Málaga , á manos de
un moro fanático, que la tomo por la Reina Isabel. (Prescott, Hint. de
lüs RR. ce.)
10
146 COLON EN ESPAÑA.
tuvo con ellas , y encargó á su hijo Diego que mantuviese y cul-
tivara.
Pero hay un personaje , entre los poquísimos que nombra el
mismo Colon como sus protectores , que á pesar del encomio
con que le distingue y le menciona, ha pasado poco menos que
desapercibido para la generalidad de los historiógrafos; pues á
tanto equivale haberle confundido con el Prior de la Rábida; ese
personaje es Fr. Antonio de Marchena, de quien más adelante
nos ocuparemos exprofeso ; porque el auxilio especial que ese mo-
desto franciscano prestó á Colon merece bien que la crítica histó-
rica emplee sus medios en señalarle con verdad y distinguirle
con encarecimiento.
Hechas ya constar — porque así conviene á la verdad histórica
— esas notables omisiones , tanto 2^or parte de Cristóbal Colon,
comoftorlade su hijo, que contrastan singularmente con los
recuerdos , aunque no cabales y completos , de Fr. Bartolomé de
Las Casas , fijémonos otra vez en el suceso importante , en la
primera visita de Colon á los Reyes , y hagamos más luz sobre
la disi)Osicion de ánimo de éstos respecto al navegante genoves ;
sobre el acuerdo tomado por ellos, y sobre el resultado de ese
acuerdo.
A primera vista se advierte cierta anomalía , cierta esijecie de
contradicción en esos hechos, tales como los hemos referido. Ser
el Cardenal Mendoza personaje de tanta autoridad , respeto , va-
limiento é instrucción, el que, de acuerdo con Quintanilla y, sin
duda, con otros valiosos personajes de la corte, negociara la con-
ferencia de C-olon con los Reyes , y encomendar éstos la consulta
y la presidencia y dirección de la Junta de letrados y cosmógrafos
á Fr. Hernando de Talavera , franco adversario de los jjroyectos
del genoves parece desde luego anómalo y extraño. No lo es,
sin embargo.
\
COLON EN ESPAÑA. 147
Aparte de la situación excepcional y premiosa en que se encon-
traban los Reyes Católicos , no hay que tlisimular el licelio inne-
gable de que D. Fernando no fué nunca partidario de la empresa
de Colon; la miró siempre con tibieza, si es que no con desagra-
do. Irving lia dicho, con notable perspicacia : ce El Rey miraba
con frialdad aquella negociación. » Y Prescott no ha vacilado en
asegurar : « Que desde el princii)io habia mirado Fernando cun
frialdad y desconfianza aquel jjroyecto. » El encargo dado á Fray
Hernando de Talayera , con exclusión de Quintanilla , de Santán-
gel , de Fr. Diego de Deza y del Cardenal mismo , viene en con-
firmación de aquel aserto.
¿ Quiso con ello el Rey Católico des])edir políticamente á Co-
lon , ó solamente ganar tiempo y obtener un largo aplazamiento
al asunto ? En este particular somos de la opinión de Irving,
cuando dice : c( La posibilidad de hacer descubrimientos más im-
portantes aún , que los que hablan engrandecido á Portugal , no
podia menos de halagar la ambición de Fernando. » Hombre de
escasa fe , y no gran instrucción , positivista práctico , cierto es
que no lograron inspirarle gran confianza las ideas y atrevidos
proyectos de Colon; pero quiso, sin embargo, retenerlo en Espa-
ña, y buscó un aplazamiento indefinido. Por ello y para ello eli-
gió al Prior de Prado, y á él sólo encargó «que reuniese perso-
nas competentes que oyesen á Colon , y que conferenciasen entre
sí ; que viesen la calidad del negocio y tratasen de ello , y después
hiciesen á Sus Altezas plenaria relación. »
Pero Fr. Hernando de Oropesa era todo menos diplomático al
gusto del Rey Fernando. Enemigo de términos medios , ni vela-
ba sus intenciones, ni ocultaba sus ideas, ni dejaba, por consi-
deración alguna, de manifestar sus sentimientos. ¡ Contraste sin-
gular ! El Prior de Prado , teólogo liberal , eclesiástico ejemplar,
pero tolerante y nada fanático , fué adversai-io declarado de las
I-AS COLON EN ESPAÑA.
ideas y de los proyectos de Colon (1) , mientras qne á favor de
aquéllas y de éstos se pronunció decididamente , y desde el prin-
cijoio al fin, el dominico Fr. Diego de Deza, sucesor de Torque-
mada al frente del terrible tribunal de la Inquisición.
Hay que confesarlo , el Reverendo Fr. Hernando de Talavera
no era ciertamente el Obispo Calzadilla, ni en estrechez de mi-
ras , ni en ruindad de procedimientos ; pero era tan adversario
de la empresa de Colon como en Portugal lo fué aquel Obispo.
Consideraba aquella emjDresa como un embarazo más, como
un obstáculo nuevo, atravesado, en aquellos momentos, á la por
todo extremo importante obra de terminar la reconquista, de
concluir con el poder del Islam en España , de hacer ondear la
enseña de la Cruz y el jDendon de Castilla sobre los torreones de
la Alhambra y del Generalife. Esta era para él la gran emjoresa;
y á realizarla cuanto más antes lo jíosponia y lo sacrificaba
todo. ¿ Qué le importaban á él Mango y Cipango, ni su oro, ni
sus tesoros , ni las islas del extremo Oriente , ni el averiguar si
(1) Fr. Hernando de Talavera, consejero de los Reyes, confesor de la Rei-
na, y por ésta tenido en nmclio aprecio y en altísimo concepto, fué siempre y
decididamente contrario á la empresa y á las demandas de Colon, tanto como
fué propicia la Reina, la cual nunca olvidó la tenaz oposición de su confesor, á
quien , en medio de su acendrado afecto , dióle , después del éxito , una lección
sobre ello, como sabía darlas la Reina de Castilla. Fué esa lección tan delica-
da como significativa. En su frecuente correspondencia epistolar con su con-
fesor la Reina no le volvió á hablar de Colon, ni de los descubrimientos, ni
del asunto de las Indias. Advirtiólo el sagaz prelado ; y en una de sus cartas
á la Reina — la que lleva la fecha de víspera de los Santos, 1493 — así como
incidentalmente, pero con la liábil sencillez de un" padre maestro, deja desli-
zar este párrafo : «/ Oh , que si lo de las Indias sale cierto! (habia salido
ya) de que ni una ^Minora me ha escrito Vuestra Alteza , ni yo , si bien me
acuerdo , otra sino ésta. y) La Reina, aun cuando así interpelada sobre su si-
lencio, le continuó guardando; y al contestar desde Zaragoza á su venerado
confesor, pasa de corrido con gran bondad y delicadeza sobre el asunto, sin
dar al buen padre la noticia del descubrimiento, que de aquél no era ya igno-
rado; pero que sentía no haber sabido de labios de la Reina misma. (Mem. de
la Acud., tom. vi.)
COLON KX KSTAÑA. 149
este extremo Oriento estaba más cerca ó m.ís lejos de las costas
occidentales de Europa y de África ? Lo que importaba , lo que
preocupaba al buen Talavera, lo que absorbia su pensamiento y
todas sus potencias era el lograr que , en sus días , en el reinado
de Isabel de Castilla , se pusiese fin y término á la titánica lucha
de ocho siglos contra los sucesores de Tarec y de Muza ; era el
que su Reina pudiese añadir á los brillantes de la corona de León
y Castilla los rubíes de la de Granada. Todas las fuerzas de
Castilla y Aragón se le figuraban pocas para lograr aquel objeto
con la brevedad que en su jintr ictismo apetecía ardorosamente.
El distraer un momento de él la atención de los Reyes , y un
solo maravedí que fuera del regio exahusto tesoro , se le antoja-
ba, no ya un acto impolítico, mas un crimen de lesa unidad
nacional, una falta de ijatriotismo. Y no vaciló un momento.
Ya lo hemos dicho : Fr. Hernando de Talavera, prior de Prado,
tema sentimientos humanitarios por todo extremo ; era un aca-
bado tipo de bondad y dulzura evangélicas, como ha dicho bien
un escritor contemporáneo, pero era invariable : era buen cre-
yente , pero era firme en sus resoluciones y tenaz en sus propó-
sitos. Desde luego formó el de despedir buenamente á Colon ; y
al intento cogió con las dos manos la ocasión que le projior-
cionaba el encargo de oirle , de examinar el negocio é informar
á los Reyes. Reunió al efecto y de corrido las personas á él más
devotas , y el informe negativo de la Junta no se hizo esperar.
No se limitaron á eso solo el celo y la diligencia del consejero
*
Fr. Hernando. No ignoraba él que Colon tenía en la corte pro-
tectores valiosos ; no desconocía los atractivos que por su gran-
deza y trascendencia ofrecia la empresa , ni lo que ésta halagaba
el levantado espíritu y varonil aliento de la Reina ; sabía bien el
influjo que podian ejercer en el ánimu de ésta las altas cualida-
des que desplegaba el navegante genoves, en medio (h su exte-
150 COLON EX ESPAÑA.
i'ior modesto y de su aire reservado , pero noble , grave é insi-
nuante , j consideró , por lo tanto , que para vencerle era preciso
desautorizarle ; quiso aburrirle. Y de aquí las invectivas y los
sarcasmos de los palaciegos cortesanos, comensales y amigos del
siempre resuelto é infatigable en sus propósitos , Fr. Hernando
de Talavera. Esas son las burlas que tan honda huella dejaron
en el alma de Cristóbal Colon y á las que tantas veces se refiere
en sus cartas.
Si las que sufrió en las antesalas y en las Juntas del Prior de
Prado no fueron las únicas amargas ironías que hubo de sufrir
en su lucha , también tenaz , contra el descreimiento y la rutina,
fueron, sin duda alguna, las que más le amargaron y las que más
honda huella dejaron en su alma.
La campaña de 1486 contra la morisma se cerró victoriosa-
mente con la primavera. Apenas habían regresado á Córdoba los
Reyes , la Junta de letrados, que había presidido é inspirado Fray
Hernando , se apresuró á darles cuenta del resultado de su ya
evacuada comisión. Los términos de este informe , tomados por
todos los historiadores y biógrafos modernos del seco y desabri-
do relato de D. Hernando Colon , se redujeron , como ha dicho
Irving , á decir á Sus Altezas : « Que, en la opinión de la Junta,
el propuesto proyecto era vano é imposible , y que no convenia á
tan grandes príncipes tomar parte en semejantes empresas, y de
tan poco fundamento. »
Fr. Bartolomé de las Casas , más ingenuo , ó menos apasio-
nado , en esa parte , que D. Hernando, y mejor informado, dice,
hablando de aquella comisioü y de su informe : «Y así fueron
dellos juzgadas sus promesas y ofertas ( las de Colon ) jyor m-
¡wsibles y vanas, y de toda repulsa dignas. Y con esta opinión
fueron á los Reyes, persuadiéndoles que no era cosa que á la
autoridad de sus personas Reales convenia ponerse á favorecer
COLON EK KSPAÑA. 151
negocio tan flacamente" fundado y qne tan incierto é ini])osi1)le á
cnalquiera persona letrado, jior indocto qne fuese, jjodia parecer;
porque jierderian los dineros qne en ello se gastasen y deroga-
rían sn antoridad Real sin frnto.»
El informe, como se ve, está retratando al Prior de Prado.
Ese informe condensa sn opinión y sus propósitos. Ese informe
era él , Fr. Hernando de Talavera ; él era quien creia y tenía
las ofertas de Colon por imposibles, por vanas y de toda repulsa
dignas. Y para qne se vea cnán exacto es. lo qne hemos asevera-
do ; qne Talavera fué mncho más allá, en el desempeño de sn
cometido , de lo que pretendía y quería el rey Fernando , y mu-
chísimo más de lo que deseaba la magnánima Isabel , oigamos lo
qne , en el lugar antes citado , añade el bien informado historia-
dor Las Casas :
«Los Eeyes mandaron dar jior respuesta á Colon, despidién-
dole , aunque no del todo quitándole la esperanza de volver á la
materia, cuando más desocupados Sus Altezas se vieran de lo
que se veían entonces por las atenciones de la guerra , etc. »
Los Reyes — bien se ve — buscaban sólo un desahogo, un
aplazamiento. El Prior de Prado proponía una inmediata repul-
sa. Aquellos querían una contestación dilatoria ; éste ofi'ecía una
contestación perentoria. Los Reyes esperaban desatar el nudo:
Fr. Hernando quería cortarlo.
Los Reyes , con su acuerdo simplemente dilatorio y esperan-
zoso, desautorizaron á Fr. Hernando, que proponía dar á Colon
una despedida breve , nada cortés y sin esperanza ; un no há lu-
gar. Y tan cierto es esto, que, como hemos dicho más arriba, la
Reina no volvió á hablar del asunto de Colon con su iiredilecto
confesor , ni aun cuando éste mismo la provocó epistolarmente
á ello.
Fr. Hernando de Talavera, harto discreto para no comprender
152 COLON EN ESPAÑA.
que los Reyes no aceptaban su ojiinion y su consejo, se echó á
nn lado. No era homlire para variar de opinión, porque los Re-
yes no aceptasen la suya; no era, no por cierto, Fr. Hernando,
de la madera de aquellos cortesanos que, cuando preguntaba el
rey Luis XIV qué hora era, respondian : «La que V. M. quiera.»
Los frailes — dicho sea en honor del principio igualitario que en-
traña la institución y la doctrina del Crucificado — ni en la ad-
versidad ni en la fortuna se han doblado servilmente , por regla
genft'al. Pero el Prior de Prado, tan perspicaz como respetuo-
so en aquella coyuntura, comprendió su posición y su deber;
sin desistir de su opinión, se echó á un lado ; dio por terminado
su encargo, pero no varió de opinión. Así como así, la Junta
de letrados y cosmógrafos habia dicho su última palabra : « las
¡promesas de Colon eran imposibles , vanas y de toda respulsa
dignas. y> Nada la quedaba ya que hacer ni qué decir.
Y así lo manifestó caballerosa é ingenuamente el consejero
Rodrigo Maldonado, individuo de la Junta de letrados y marine-
ros, como él mismo la llama : c( que platicaron con el dicho Almi-
rante sobre su ida á las dichas islas : é que todos ellos acorda-
ron que era imposible ser verdad lo que el dicho Almirante
decia.»
Las Juntas, por consiguiente , del Prior de Prado concluyeron
en Córdoba; y concluyeron al terminarse la campaña de 1486 ;
es decir, á principios de aquel verano. Este es para nosotros otro
hecho demostrado é indiscutible.
Ya hemos visto que, á pesar del informe de aquella Junta, los
Reyes no desahuciaron á Colon ; le pidieron solamente un poco
de vagar, un aplazamiento, y le dieron esperanzas. Quiere esto
decir en nuestro lenguaje de hoy, que los Reyes aceptaron en
principio el pensamiento y la empresa de Colon , aplazando su
ejecución para cuando los sucesos de la guerra les permitieran
COLON EN ESTAÑA. 153
mayor desahogo y más medios (1). El motiro era justo, y la
respuesta de los Keyes no podia desalentar á Cristóbal Colon.
Por eso añade el Dr. Ilodrigo Maldonado, en el paraje antes tras-
crito : c( E contra el parecer de los más dellos porfió el dicho
Almirante de ir al dicho viaje »
Pero ¿porfió Colon, solo y entregado á sus personales medios
de acción únicamente? Esto no lo dice el Dr. Rodrigo, ni era
del caso que lo dijera. ¿Hubiera i)odido el navegante genoves,
no digamos afrontar — que eso sí lo hizo; — pero hubiera podido
vencer por sí solo la formidable oposición del Prior de Prado y
sus parciales ? No , no hubiera podido. Bien sabido es que, tratán-
dose de cosas nunca vistas ni oidas, de novedades que entrañan
prodigios, la incredulidad se insinúa y se impone mucho más fá-
cilmente al mundo, que la creencia y la fe ; del propio modo que
se insinúa y se imponen más fácilmente el miedo que el valor, y
la vieja rutina que los caminos nuevos.
Sin embargo , el Dr. Rodrigo nos ha dado testimonio irrecusa-
ble de uno de los actos que más engrandecen y subliman á Cris-
tóbal Colon ; aporjio — dice — contra el parecer de los más de los
sabios, letrados y marineros, que hahia reunido para escucharle
el Prior de Prado. ^^ La razón y yo — debió decir jmra sí Colon
una y más veces — la razón y yo, contra todo el mundo. Ni Ga-
lileo, ni Copérnico se atrevieron después á tanto. Uno y otro hu-
yeron los peligros de porfiar contra el poder de los incrédulos,
Y eso, que sólo aventuraban un aserto; una teoría. Colon aventu-
raba su persona. Colon les decía: Por ese camino se da la vuelta
(1) Salazah de Mendoza, que es el cronista que más particularmente da
noticias de aquella primera contestación de los Keyes al navegante genoves,
dice: <( Con buenas palabras (los Reyes) le dieron esperanzas ciertas de
que, en acabándose la campaiía de Granada, lo resolverian. » (Crónica del
cardenal Mendoza, lib. i, cap. LXii.)
154 COLON EN ESPAÑA.
al mundo; y yo me embarco jiara surcar ese mar tenebroso, que
me llevará á j)aíses no explorados. Colon ponia por fiadores de la
verdad de su idea, no sólo su inteligencia y su honra, sino su
vida, su propia i^ersona.
Mas, para bonra de España y por bien de la humanidad. Co-
lon no estuvo solo en aquella porfía y aquella lucha. Desde el
momento en que hubo necesidad de porfiar ; desde que pudieron
abrigarse temores de que la tenaz y sistemática oposición del ve-
nerable Talavera hiciera fracasar la empresa, al lado de Colon y
porfiando con él estuvieron el grave y siempre fiel Cardenal Men-
doza, el inteligente y leal Quintanilla, el discretísimo Santángel,
el honrado aragonés, Juan de Cabrero ; el tesorero, Rafael Sán-
chez ; el secretario particular de la Reina , Gaspar Gricio ; la
hermana de éste, Doña Juana de la Torre, ama del jiríncipe Don
Juan; la mujer fuerte, la fidelísima compañera y devota amiga
de la heroica Isabel I, la Marquesa de Moya; su esposo, el bravo
Cabrera , y con más fervor y más empeño que todos , el sabio Do-
minico Fr. Diego de Deza, prior de San Esteban de Salamanca,
uno de los primeros maestros de aquella insigne Escuela, confe-
sor del Rey , y elegido por éste y por la Reina para ayo y precep-
tor del Príncipe (1).
No es de la iglesia solamente como ha dicho monseñor Dupan-
loup (2) , de quien recibieron eficaz auxilio y protección la idea
y la empresa del gran descubridor ; no seguramente. Pero sí es
de notar la parte que en aquel apoyo tomaron los frailes. Tal vez
parezca á muchos este fenómeno extraño ; pero no tiene nada de
(1) Fué su maestro de primeras letras y humanidades D. Fr. Diego de
Deza, quien , después de haber gobernado diferentes diócesis, fué arzobispo de
Sevilla y murió electo de Toledo.» (Fernandez de Oviedo. De la cámara del
lirincipe D. Juan, manuscritu.)
(2) Carta de 23 de Setiembre de 1866 á S. E. el Cardenal Donnet.
COLON EN ESPAÑA. 155
eso. El (lia que, con imparcialidad, recto y elevado jnicio, se es-
criba la historia de todas las grandes innovaciones, reformas y
hondas trasformaciones por qno ha pasado el mundo y qne le han
emi)ujado por la espiral del progreso, se vertí la gran parte que
han tenido ó tomado en ellas los miembros más fervientes de las
ordenes monásticas , y muy singularmente los de las mendicantes.
En favor de la empresa de Colon vamos á ver la gran parte
que tomó el convento de dominicos de San Esteban, de Sala-
manca. Más adelante veremos la que tomó el de franciscanos de
la Rál)ida, y entre ellos su prior, Fr. Juan Pérez, y el hasta hoy
mal apreciado Fr. Antonio de Marchena.
Era el convento de dominicos de Salamanca nn plantel de con-
sumados teólogos. De él salieron y en él se formaron los Sotos y
Victoria, Ledesmas y Cano. De allí salió Fr. Bartolomé de Las
Casas ; de alH Fr. Diego de Deza. Y Deza no era solamente un
consumado teólogo , era un hombre de ciencia : lo atestiguan sus
obras (1). Catedrático de Prima de la facultad de Teología, en la
Universidad cuyas armas llevan por lema : Omnium scientiarum
princeps Salmantica clocet, reunia á sus dotes de orador elo-
cuente, sus prendas de carácter, la elevación de su espíritu, la
nobleza de sus sentimientos, la finura de sus modales, unido
todo ello á una piedad ejemplar. De buena hora mereció y obtuvo
el alto cargo de Prior de aí^uella Comunidad , y desde esa altura
llamó á muy luego la atención de los Reyes Católicos á tal
punto , que no sólo le llamaron á su Consejo y le eligieron por
confesor, sino que le confiaron la educación moral y la primera
enseñanza del príncipe D. Juan.
(1) Escribió las obras siguientes: Novarum defensionum Div. T/iom. Su-
per IV Uhfos sententiarum. — Defensiones ab ¡nipugnation'ihuíi Magistri Ni-
colai ele Lira — Monotessaron. — Eni natural de Toro. Fué obispo de Za-
mora, de Salamanca, de Córdoba y de Falencia. Murió en 1525, Arzobispo de
Sevilla y electo de Toledo.
156 COLON EN ESPAÑA.
Deza, menos político, aunque quizás más cortesano que Tala-
vera, era más hombre de ciencia, tenía más generales conoci-
mientos , más vasto saber. Oyó á Colon , y al verle desarrollar su
proyecto y sostener sus ideas con erudición y con talento nada
comunes , se ¡írendó de su jjersona y se encariñó con su proyecto.
La piedad y los. religiosos sentimientos del genoves, su fervo-
rosa creencia, la serenidad y la confianza con que exponía y de-
fendía su proyecto ganaron á su favor y al de su misma persona
el ánimo del Prior de San Esteban.
Conocía éste la corte ; se habia granjeado en ella la estima-
ción de los personajes más valiosos; y su opinión ejercia gran in-
fluencia en el ánimo de los Reyes. Sabía bien el alto concepto
que éstos tenían de la Universidad salmanticense y la predilección
con que atendían á sostener y á fomentar aquel foco de luz y de
saber, aquel bogar de las ciencias y las artes, de donde sacaban
sus consejeros, sus ministros , sus magistrados , sus cronistas , y
basta sus médicos. A mayor abundamiento, le constaba la favora-
ble disposición de la Reina á llevar adelante la grandiosa em-
presa del marino genoves; y no se le ocultaba que, menos fácil
de entusiasmarse, el Rey Fernando no veia, sin embargo, mal el
que se retuviera en la corte á Colon.
Pero Deza conocía también el carácter perseverante y tenaz
de Fr. Hernando; y como llegaban á sus oídos las ironías y las
burlas con que los parciales de Talavera abrumaban al genoves
con el fin de desautorizar su persona y sus proyectos , compren-
dió que era necesario acudir en auxilio de Cristóbal Colon, le-
vantarle, autorizarle, contrarestar poderosamente el funesto y
fatal influjo del informe de la Junta de Córdoba, obra del Prior
de Prado. La vista perspicaz del Prior de San Esteban se fijó en
la Universidad de Salamanca, en su claustro de sabios profesores
y en su convento de dominicos.
COLON EN ESPAÑA. 157
El maestro del Príncipe formó entonces su i)lan: lo consultó
con los adictos á la empresa de Colon, y con el beneplácito y la
cooperación de todos y cada cual de ellos, se proyectaron y pre-
pararon, sin duda en el mismo Córdoba, las célebres Conferen-
cias de Salamanca. Todo esto acontecia en el verano de 1486.
Preparaban en aquel entonces los Reyes su expedición á Ga-
licia, y como quiera que lia1)ian de detenerse en Medina del
Campo , dirigirse á Santiago y regresar por Benavente para pa-
sar el invierno en Salamanca, este punto eligieron los simjjatiza-
dores de Colon para oponer al informe de la Junta, presidida por
Fray Hernando de Talavera, el autorizado informe de los maestros
y doctores de aquella célebre Escuela. Propusieron el pensa-
miento á los Reyes , y éstos le aprobaron sin vacilar ; tanto por-
que convenia á sus deseos de aj)lazamiento del asunto, cuanto
por el alto concepto que tenían de aquel ubérrimo plant(d de ilus-
tres varones. En cuanto á Colon, no hay que decir si , contrariado
por el indefinido aplazamiento, y herido en su amor propio por
la sarcástica oposición de los parciales de Talavera, recibirla con
reconocimiento el apoyo que se le ofrecía, y si se prestaría con
gozo á secundar los planes de sus protectores. Hízolo así, de
tanto más buen grado cuanto que, desde aquel momento, no
tuvo ya que jiensar en los medios de viajar y de vivir ; porque
todo corrió al cuidado del Prior de San Esteban, y á todo ello
atendió con esmerada y fina solicitud , como después veremos.
Ya hemos dicho que no se limitaban los simpatizadores de
Colon, partidarios de sus proyectos y auxiliares poderosos de su
emi^resa, á los que dejamos nombrados. Fr. Bartolomé de Las
Casas nos da , en el lugar citado de su inédita Historia , una no-
ticia curiosa de otro auxiliar de Colon, no menos diligente que
los anteriores, no menos fervoroso, y, aunque en su modestia des-
conocido ó confundido con otro personaje \)0y casi todos los bió-
158 COLON EN ESPAÑA.
grafos é historiadores , muy influyente para con los Reyes en fa-
vor de los proyectos de Colon. Oigamos sobre esto á Las Casas:
cíAquí también ocurre más que notar, que, según parece por
algunas cartas de Cristóbal Colon, escritas por su misma mano
(que yo he tenido en las mias) á los Reyes desde esta isla Espa-
ñola, un religioso, que habiapor nombre Fr. Antonio de Marchena
(no dice de qué Orden, ni en qué, ni cuándo), fué el que mucho le
ayudó á que la Reina se persuadiese y aceptase la peticiona) (1).
En seguida copia la carta de Colon á los Reyes, que dice así:
«Ya saben VY. AA. que anduve siete años en su corte imi^ortu-
nándoles por esto : nunca , en todo ese tiempo , se halló piloto ni
marinero, ni filósofo ni de otra ciencia, que todos no dijesen que
mi empresa era falsa; que nunca hallé ayuda de nadie, salvo de
Fr. Antonio de Marchena, después de aquella de Dios eterno, etc.»
Y abajo dice otra vez, «que no se halló persona que no lo tuviese
á burla, salvo aquel padre Fr. Antonio de Marchena, como ar-
riba dije.» Nunca pude hallar, continúa Las Casas, de qué orden
fuese, aunque creo que fuese de San Francisco , por cognoscer
que Cristóbal Colon, después de Almirante, siempre fué devoto
de aquella Orden. Tampoco i)ude saber cuándo, ni en qué, ni
cómo le favoreciese, ó qué entrada tuviese con los Reyes el ya
dicho P. Fr. Antonio de Marchena.D
Dos cosas queremos notar aquí. Es la primera, la inexactitud
del tantas veces repetido aserto de Colon, en su nunca apagado
enojo contra los palaciegos y cortesanos , de cuyas invectivas y
epigramas fué objeto, relativamente á lo de que «no hubo nadie
que no dijese que su empresa era falsa, y que no lo tuviese á
burla», aserto desmentido por el propio Cristóbal Colon, al es-
cribir unas veces que los Reyes . debían las Indias á Fr. Diego
(1) Hist. gen. de las Indias, lib. i, cap. xxxii.
COLON EN ESPAÑA. 159
de Deza y á Juan Cabrero; otras, al dirigirse d, Santángcl, al
tesorero Rafael Sánchez y á Doña Juana Torres , porque se hol-
garían de sus descubrimientos, considerándoles — y tal fué la ver-
dad — sus protectores; diciéndonos aquí mismo, que le ayudó
mucho Fr. Antonio de IMarchena ; y siendo incuestionable que le
auxiliaron eficacísimamente , en diversos momentos y por distin-
tos medios, á más del Duque de Medinaceli, de Alfonso de Quiu-
tanillu, del Cardenal Mendoza y déla Marquesa de Moya, el físi-
co de Palos García Hernández , el guardián de la Rábida , Fray
Juan Pérez, el clérigo Martin Sánchez y Juan Rodríguez Cabe-
zudo, vecino de Moguer, á los cuales dejó encomendado su hijo
Diego, con encargo de que lo llevasen á Córdoba, cuando se em-
barcó para su primer viaje ; sin otros muchos sujetos de cuyos
nombres no han hecho mención las crónicas ni las cartas ; pero
cuyos buenos oficios no son menos ciertos, por más que no fue-
ran tan importantes como aquellos otros.
Otra de las cosas dignas de ser notadas aquí , es la ligereza y
patente equivocación con que, hasta hoy, se ha confundido á
Fray Antonio de Marchena con Fray Juan Pérez , guardián de
la Rábida, llegando el error en Rosselly de Lorgues á punto de
tenaz obcecación, puesto que hace formal empeño de sostener la
confiísion de los dos frailes.
Las Casas sabía perfectamente quién era Fr. Juan Pérez;
como quiera que dedica casi un capítulo de su obra á tratar del
suceso de la Rábida y de su guardián , Fr. Juan Pérez ; y dice
allí, cómo, cuándo, y en qué ayudó á Colon; nada de lo cual
sabía respecto de Fr. Antonio de Marchena. De forma (jue el
historiador más fiel , testigo de mayor excejicion , Bartolomé de
Las Casas, distinguió clara y evidentemente á Fr. Antonio de
Marchena de Fr. Juan Pérez. Sabía, lo mismo que el físico de
Palos, García Hernández, que el guardián de la Rábida, habia
160 COLON EN ESPAÑA.
sido confesor de la Reina ; y tanto el físico , como Las Casas , le
llaman siempre Fr. Juan Pérez ; nunca Marchena.
A la perspicacia de nuestro Navarrete no se ocultó la posible
equivocación en haber confundido á Fr. Antonio de Marchena
con Fr. Juan Pérez ; pero dejó pasar la confusión ; « entre tanto,
dice, que nuevas investigaciones puedan disij)aresta duda »
Gomara y Herrera, que quizás son los que han contribuido á
la confusión de los dos nombres y de los dos frailes , cuando del
guardián de la Rábida se ocupan , no le nombran más que Fray
Juan Pérez ; pero como no supieron quién habia sido Fr. Antonio
de Marchena , cuando éste y sus buenos oficios les salieron al
paso , cortaron la dificultad diciendo Fr. Juan Pérez de Marche-
na, comiéndose el Antonio (1).
Hay , sin embargo , un documento precioso que disipa la duda
y desata esa gran dificultad; es la carta de los Reyes á Colon,
escrita desde Barcelona con fecha 5 de Setiembre de 1493 (2).
« Y platicando acá estas cosas , dicen los Reyes , nos parece que
sería bien Uevásedes con vos un buen astrólogo , y nos parecía
que sería bueno para esto Fr. Antonio de Marchena , porque es
buen astrólogo, y siempre nos pareció que se conformaba con
vuestro parecer ; Y i\im carta vos enviamos nuestra para él ;
pero por esto non vos detengáis una hora de partir , que si agora
(1) Hablando el historiador Solís de la falta de exactitud, de precisión y
coordinación en los hechos y noticias que nos suministran nuestros historia-
dores primitivos de las Indias , dice : « Francisco López de Cromara escribió la
historia de la Nueva España con poco examen y puntualidad ; porque dice lo
que oyó , y lo afirma con sobrada credulidad , fiándose tanto de sus oidos
como pudiera de sus ojos , sin hallar dificultad en lo inverosímil ni resistencia
en lo imposible.
» Siguióle en el tiempo y en alguna parte de sus noticias Antonio de Her-
rera incurriendo en la misma desunión y con menor disculpa » (//isí. de
la conquista de Méjico^ cap. ii.)
(2) Navarrete, documento uúm. 71, tom. ii de la colección.
COLOV EX ESPAÑA, 161
no fuere, él podrá ir en alg-iina ó alí,ninas carabelas qne converiiá
qne vos enviemos, para vos facer saber lo que acá se ficierc »
Después de esto se ocurre preguntar : ¿ Podian los Reyes con-
fundir á su confesor con un astrólogo ? El físico do Palos nos
informa de que Fr. Juan Pérez no entendia palabra de astrolo-
gía , y que por eso le llanií') á él , para oir á Colon y conferenciar
sobre sus proyectos. ¿ Podian los Reyes ignorar que su confesor
se llamaba Fr. Juan Pérez , y era prior ó guardián de la Rábida?
¿ Podian conferir á un guardián , á un anciano , á un confesor
suyo, una misión tan subalterna, como la de acompañar en cali-
dad de astrólogo á Colon , y si es caso enviarle desj^ues en una
carabela, y sin contar con su anuencia ? Nada de eso es posible ; y
es , por lo tanto , de toda evidencia , que Fr. Antonio de Marche-
na, astrólogo que siempre estuvo conforme con los proyectos y pa-
recer de Colon, por testimonio de los Reyes mismos, y que tanto
contribuyó á inclinar el ánimo de éstos en favor de aquél y de su
empresa , fué persona completamente distinta de la de Fr. Juan
Pérez , guardián de la Rábida.
Cuando el físico de Palos nombra á este Guardian, en la decla-
ración que hubo de prestar corriendo el año 1513, asegura, que
ya era difunto; y da Con ello á entender que habia fallecido en
su puesto y su convento. Rosselly se afana inútilmente en querer
demostrar que fué á las Indias. Fué, como después diremos,
Fray Antonio de Marcliena, no el Prior de la Rábida.
Cierto es que ni de la relación del segundo viaje de Colon, es-
crita por el Dr. Chanca desde la isla Española al cabildo de Se-
villa, ni en la que de ese mismo viaje escribió Pedro Mártir de
Angleria, ni en el Memorial que, desde la Isabela, á 29 de Enero
de 1494, dio Colon á Antonio de Torres, para informar á los
Reyes de todo lo relativo al segundo viaje , como ni en las cartas
del Almirante á los Reyes, al ama del Príncipe , al P. Fr. Gas-
11
162 COLON EN ESPAÑA.
jmr Gorricio y á su propio hijo D. Diego, es cierto, decimos , que
en ninguno de esos documentos se nombra á Fr. Antonio de
Marcliena; pero tampoco se hace mérito de Fr. Juan Pérez , sin
embargo de que se hace varias veces mérito del P. Boil.
El empeño que pone Rosselly de Lorgues en fundir los méritos
y la persona del astrólogo Fr. Antonio de Marchena , en la del
guardián de la Rábida Fr. Juan Pérez , es perfectamente vano.
Sus citas y testimonios aducidos al intento, si no faeran tan ba-
ladíes como son, probarian lo contrario de aquello que se pro-
pone.
Lúeas Wadingo no es una gran autoridad ; pero todo lo que
dice en sus Anales de los Frailes Menores es, que entre los que
pasaron á las Indias Occidentales iba un Pérez ; lo cual no tiene
nada de particular.
El P. Fr. Juan Melendez , en los Tesoros verdaderos de las
Indias ; Jorge Cardoso , en su Agiologio lusitano ; Fortunato
Huberto , en su Menologimn Sti-Francisci ; y el P. Pedro Simón,
en sus Noticias historiales escritores tan distantes de la
época como del teatro de los sucesos , nos dicen que uno de los
primeros religiosos que fueron á las Indias Occidentales fué
¿ quién dirán nuestros lectores? Fr. Juan Pérez de Marchena.
Lo cual significa que, hasta en la confusión de nombres han re-,
producido á Gomarra y á Herrera; y que de lo que éstos refieren,
tomado de la biografía de D. Hernando , y del físico de Palos , y
de la carta de los Reyes al Almirante recomendándole el astró-
logo Marchena para que lo llevara consigo, han concluido, gra-
tuitamente, que pasó de los primeros á las ludias, no el astrólo-
go Fr. Antonio de Marchena , no el guardián de la Rábida Fray
Juan Pérez , sino el imaginado fraile Fr. Juan Pérez de Marche-
na; es decir, que Rosselly aduce como documentos de prueba los
mismos de cuyo error ó mala inteligencia se trata.
COLON EN ESPAÑA. 1G3
Se nos olvidaba otro argumento del escritor católico en demos-
tración de su tema: «En la cuarta lámina del libro de Ilonorius
Philoponus se ve la nave del vicario apostólico á alguna distancia
de la del Almirante. » El vicario apostólico era el P. Boil. Sa-
quen , si pueden , nuestros lectores la consecuencia.
Si el confesor de la Reina y guardián de la Rábida Fr. Juan
Pérez hubiera querido pasar con Colon á las Indias , ¿ habrían
los Reyes entregado á otro que á él la bula del Papa ? ¿ Habrían-
le pospuesto al P. Boil? No es de creer.
Téngase en cuenta ademas , que en los primeros años del des-
cubrimiento son contados los religiosos y clérigos que pasaron á
las ludias; de lo cual es buena prueba la carta de Cristóbal Co-
lon al Pajia, escrita por Febrero de 1502, en que le suplical)a
«el auxilio de algunos sacerdotes y religiosos, y que mandase
por medio de un Breve á todos los superiores de las órdenes de
San Benito , de la Cartuja , de San Jerónimo , de Menores y Men-
dicantes , que él , ó quien su poder tuviere , puedan escoger dellos
fasta sm,los cuales, etc.» (1).
Los primeros religiosos enviados á las Indias pertenecian á la
orden de San Jerónimo. El nombre del eremita Fr. Román Paño
fué celebrado durante mucho tiempo entre los indígenas , cuyos
infortunios habia suavizado. Los franciscanos fueron por primera
vez á la isla Española (Haiti) en 1502. Y los dominicos no fue-
ron allá hasta el año de 1510. El eruditísimo Alejandro Hum-
boldt , al señalar estos hechos , añade : « Señalo la época de una
verdadera misión de frailes; porque aparte de ella, ya en el se-
gundo viaje de Colon, un fraile franciscano , \\?imsL(\.o Antonio de
Marchena , parece que fué á la Española en calidad de astrólo-
go , en virtud de la recomendación directa de la Reina (2). Ver-
(1) Navauretk, Colee, toiu. ii, ddcuni. uúiii. 145.
(2) IIuMBOLDT, Exam. criL, tom. iii, Bec. 2.°, pág. 299.
164 COLON EN ESPAÑA.
dad es que indica , como en hipótesis , si sería ese fraile el Fray
Juan Pérez, prior de la Rábida. Pero esa indicación la hace mal
guiado , ó mejor dicho , desorientado por Muñoz y por Navarrete,
los cuales hacen esa suposición, es cierto (1), pero manifestando
dudas , como hemos dicho antes,
¿ Quién era entonces — preguntarán nuestros lectores — aquel
Fray Antonio de Marchena recomendado á Colon por los Eeyes
para que, como buen astrólogo le llevase consigo á las Indias?
Pues era uno de los matemáticos que oyeron y comprendieron
los proyectos de Colon; uno de aquellos á quienes el cosmógrafo
genoves enardeció con el fuego de su fervorosa palabra y á quie-
nes logró comunicar el entusiasmo y la fe en la idea de buscar el
Oriente del Asia por el Occidente de Europa , y llegar á las co-
marcas del Mango y Cipango, á través del Atlántico.
No hay que olvidar lo que nos ha dejado escrito el Dr. Rodri-
go Maldonado : « é contra el parecer de los inás dellos (los
de la Junta del Prior del Prado) porfió el dicho Almirante.» Pues
bien , la carta ya citada de la reina Isabel nos indica muy cla-
ramente que, Fr. Antonio de Marchena , el buen astrólogo , per-
teneció á la minoría de aquella Junta; porque desde el principio
estuvo al lado del navegante genoves y declaró hallarse conforme
con sus opiniones y con su proyecto.
Ahora, antes de continuar nuestro cronológico relato, visitemos
la Universidad de Salamanca , donde van á celebrarse las famo-
sas Conferencias, preparadas por el P. maestro Deza , para luego
demostrar lo "errónea y rutinariamente que han sido hasta hoy
confundidas con la consulta y oficial Junta de Prior del Prado,
Fray Hernando de Talavera.
(1) Muñoz, lib. iv, § 24. — Navaerete, tom. iii, pág. 603.
CAPITULO V.
Sumario : La Universidad literaria de Salamanca á últimos del siglo xv. —
Sus profesores y maestros. — Sus hijos más ilustres. — Cultura que repre-
sentaba y atmósfera que creaba y diftindia. — Los claustros conventuales
formaban parte integrante de la Universidad. — Constituciones de ésta. —
Cátedras ó asignaturas que se enseñaban. — Conformidad de aíjuellos estu-
dios con lo^ conocimientos y opiniones de Colon. — Elementos externos de
aquella Escuela y del Convento de dominicos de San Esteban. — Viaje de
los Reyes y su estancia en Salamanca durante el' invierno de 1486 á 1487.
Conferencias. — Sitios donde se celebraron. — Personajes, profesores y hom-
bres de ciencia que á ellas asistieron. — Errores sobre este punto de Rosse-
lly de Lorgues.
Á fines del siglo xv, la Universidad de Salamanca irradiaba
ya su luz por todo el orbe cristiano. Sus teólogos la habian ya
hecho célebre en los Concilios de Constanza y Basilea (1). Sus
jurisconsultos ilustraban los consejos de la Corona y la represen-
taban gallarda y ventajosamente en las cortes extranjeras. Sus
humanistas encendían antorchas que iluminaban el campo de la
filología y las fuentes del saber. Sus filósofos luchaban ya por
(1) La Universidad de Salamanca, que tiene la Iionra de haber sido con-
sultada por Keyes y Pontífices en los asuntos más arduos y graves de aque-
llos tiempos, se puede también gloriar de que sus hijos, el Tostado y Anaya,
tuvieron una participación y una representación importantes en los Concilios
de Constanza y Basilea. Es digno de recuerdo el arranque español de Anaya,
siendo ya Arzobispo de Sevilla , en el primero do aiiucllos dos Concilios. Re-
1C>ñ COLON EN ESPAÑA.
salir (le la amanerada y estéril senda del escolasticismo. Sus ma-
temáticos abrían las ¡xiertas que habiau de conducir á los dilata-
dos horizontes de la ciencia. Sus músicos ensancliaban los hasta
allí estrechos dominios del arte. Sus poetas mejoraban los prime-
ros esbozos de la dramática y preludiaban las admirables obras
del siglo de oro. Y sus médicos mismos convertian el vulgar em-
pirismo en ciencia bienhechora de la salud.
Si nuestro propósito fuera sólo el de citar nombres ilustres
¡ qué pléyade tan luminosa de profesores eminentes , de escrito-
res distinguidos , de hombres de fama europea por su saber , por
sus virtudes y gloriosos hechos , podríamos ofrecer aquí á nues-
tros lectores ! La historia de las letras conservará con perdura-
ble solicitud los nombres de los Anayas y Cisuéros, de los Deza
y Talavera, de los Victorias y Sotos, de los Alfonso de Fonseca
y Ramírez de Villaescusa, del Dr. Benavente y de Pedro Mar-
gallo, cultivadores incansables de las ciencias sagradas y profa-
nas (1).
Los sacerdotes de Astrea oirán siempre con veneración citar á
Díaz de Montalvo y á Palacios Rubios, á Antonio Gómez, y
Alamos Barrientos , á los Acevedo y Alpizcueta, á los Costas y
presentaba allí al Rey de Castilla el noble Martin Fernandez de Córdova ; y
como los embajadores de Inglaterra y de Borgoña no cejasen en las preten-
siones de ladear al de Castilla de sn puesto de preeminencia , un dia que el de
Borgoña se negaba á dejar el asiento de Martin Fernandez , que habia ocupa-
do , reparando el Arzobispo Anaya que los dos porfiaban , pero que aquél no
cedia, se fué al sitio donde cuestionaban con templanza, quitó por fuerza al
embajador de Borgoña del asiento que queria ocupar, y luego dijo á Martin
Fernandez : ayo cojno clérigo he hecho ya lo que debia; vos como caballero
haced ahora, lo que yo no puedo, y) (Ruiz DE Vekgaka, Historia del Colegio
viejo de San Bartolomé. — Madrid, 1776.)
(1) Todos ilustran la célebre Universidad; puesto que si Cisnéros no en-
señó, aprendió en ella la Teología, Derecbo civil y canónico, y las lenguas
orientales. Y hemos dicho mal (pie no enseñó, pues consta que ejerció allí el
magisterio, como Bachiller de pupilos. (Vidal Díaz, obra citada.)
COLON EN ESPAÑA. 167
CovaiTubias, consumados maestros de la ciencia del Derecho, en
la salmantina Escuela.
El mundo ilustrado, al recordar el nombre de Enrique de
Aragón , marqués de Villena, lamentará la pérdida de sus inesti-
mables escritos , que entregó il la hoguera la mano despiadada del
intolerante fanatismo, y se regocijará al registrar las obras de los
poetas , de los humanistas , de los matemáticos y de los filósofos'
que dieron por aquellos y posteriores tiempos esjjlendoroso nom-
bre y fama á la ya celebérrima Universidad.
Porque, ya entonces, de aquel hogar sagrado de las ciencias
y las artes saliau destellos que llevaban el calor vivificante de las
ideas á lejanas distancias. Las Universidades la pedian maestros;
los monarcas, consejeros, médicos y preceptores; y los mismos
pontífices romanos la demandaban músicos, médicos y sagrados
oradores : delectación , informes y doctrina.
Recuérdese si no, que á Juan de la Encina y al ciego Francis-
co Salinas se los llamó para ser escuchados en Roma ; como lo
fuerou, en otros concej^tos, Juan de Aguilera, médico famoso,
y los consumados teólogos Diego del Castillo, Antonio de Burgos,
Cabrera Morales , Juan Maldonado , Francisco de Toledo y Pedro
Chacón.
Recuérdese asimismo que Alcalá de Henares llamó á Nebrija;
Coimbra, á Caldas Pereira, á Eduardo Caldera, á Jorge Henri-
quez , y á Fr. Martin de Ledesma; Braga, á Gómez de Figuere-
do; Evora, á Margallo; del propio modo que Zaragoza y Huesca
quisieron oir á Malón de Chaide ; Sevilla, á Juan de Malara; y
la Soborna misma se congratuló con oir á Pedro Ciruelo.
De las aulas salmantinas, por aquellos remotos tiempos, sa-
lieron los ínclitos varones que supieron mantener ilesa la honra
y la alta fiíma del nombre español en los Concilios y en las can-
cillerías ; los Anaya, Juan de Mella, Sánchez de Arévalo, Lo-
l'CS COLON EN ESPAÑA.
jx'z Hurtado de Mendoza, llodrigo Maldonado y Fernando de
Valdes.
En aquellas aulas liabian sembrado sus doctrinas algunos de
los que contribuyeron á levantar el monumento 'glorioso de la
primera Biblia políglota, y muchos de los que más adelante de-
jaron oir con plácemes su elocuente voz en Trento, y fueron por
su profundo saber verdaderas antorchas del C^oncilio.
Pero contrayéndonos á la época de Colon y á los mismos dias
de las célebres Conferencias, permítasenos recordar que en aque-
lla Universidad liabiau ya enseñado y enseñaban Matemáticas,
Física, Astrología y Cosmografía, Nebrija y sus maestros Apo-
lonio y Pascual de Aranda, el famoso Pedro Ciruelo y el no me-
nos insigne Abraham'Zacuth, Diego de Torres y Francisco Nuñez
de la Huerta, Eodrigo de Basuarto y Fernando de Herrera (1).
No se olvide que brillaban como humanistas Arias Barbosa y
Pablo Coronel ; que Martínez Silíceo explicaba una cátedra de
Artes ; y la de Etica el distinguido Pedro de Osma, digno de
eterno lauro , aunque el Concilio de Alcalá condenase algunas de
sus proposiciones, por su herético sabor, como se decía en aque-
llos y posteriores tiempos.
No se olvide tampoco que en el convento de frailes dominicos,
(1) De todos y cada uno de los distinguidos hombres de letras que citamos
dan noticias , más ó menos circunstanciadas, los cronistas de la época, Sala-
zar de Mendoza, Hernán Pérez del Pulgar, Nebrija, Ortiz de Zúñiga, Galin-
dez de Carvajal, Bernaldez, Oviedo, Pedro Mártir, Lucio Marineo, Hm-tado
de Mendoza y otros. Y á mayores de las que nos suministran Nicolás Antonio
y Clemencin, el primero en su B/hJioteca-Veiiis , y el segundo en sus ilustra-
ciones al reinado de los Católicos Reyes, pueden consultarse las historias de
Salamanca, de Gil González Dávila, y del cura de la Mata, D. Bernardo
Dorado ; la reseña histórica de la Universidad de Salamanca, escrita por los
doctores Dávila, Madrazo y Ruiz, los anuarios de la misma Escuela corres-
pondientes á los años 1860 á 18.64, y la Memoria histórica, escrita de orden
superior, por D. A Vidal y Diaz, ayudante del Cuerpo de Bibliotecarios, Ar-
chiveros y Anticuarios (1869).
COLON EN ESPAÑA. 109
doiulo veremos hospedado á Cristóbal Colon, babia no sólo maes-
tros de Teología, resueltos partidarios de las ideas cosmográficas
del genoves , y tan ilustrados como Fr. Diego de Deza y Fr. Bar-
tolomé de las Casas , sino que habia un cosmógrafo de gran re-
nombre, Fr. Diego Jiménez. Y que el convento de San Francis-
co contaba , del propio modo , en su seno , no solamente profeso-
res de Sagrada Teología, sino de Astronomía y Matemáticas, tan
notables como Fr. Antonio de Marchena, que según testimonio
de la Reina Católica, estuvo siempre de conformidad con las
ideas y el proyecto de Colon.
Con no menos orgullo puede recordar Salamanca, en aquella
época, y reclamar para sí aquella Escuela, los esclarecidos nom-
bres de doña Beatriz de Galindo, doña Luisa de Medrano, Fran-
cisca de ísebrija, Cecilia Morillos, Florencia del Pinar, iVlvara
de Alba y Clara Clistera (1), que no solamente cultivaron con
admirable fruto las bellas artes y las lenguas sabias , sino que las
enseñaron , obteniendo lauros, premio y honores.
Ilustraban también el salmantino estudio, por aquel tiempo,
jurisconsultos del nombre y mérito de Diaz de Montalvo , de Pa-
lacios Rubios y García de Villalpando, precursores de los Cova-
rrubias, Az pile netas, y Antonio Gómez; sabios como Martínez
Silíceo y el Pinciano ; escritores como Malara y Galindez de
Carvajal, Pérez de Oliva y Ambrosio Morales, Andrés Resende
y Bartolomé de las Casas ; y más adelante, Antonio Agustín y
Floriau de Ocampo (2).
(1) De las tres primeras nos habla Prescott {Historia del reinado de los
Reyes Católicos D. Fernando y dona Isabel, parte i, ciip. xix). De las cuatro
restantes González Dávila y Dorado (obras citadas) ; los Anales y los Anua-
rios de la Universidad. Álvara de Alba era natural de Vitigudino. Cecilia Mo-
rillas enseñaba lenguas y astronomía. Clara Clistera era niédioa.
(2) Algunos de estos nombres corresponden más de lleno al siglo XVI que
al XV ; pero si no todos brillaron , casi todos se educaron en la época de Isa-
bel I y- de Cristóbal Colon.
170 ' COLON EN ESPAÑA.
Las ciencias médicas se engalanaban con los nombres de los
Alvarez y Villalobos , de los Laguna y Pérez de Herrera , de
Cristóbal Orozco, Juan Bravo, Pedro Peramato y cien otros, de
cuyos escritos ha sacado la ciencia provechosas lecciones, aun en
nuestros dias.
Las Musas tejian allí coronas á Juan de Mena , Juan de la
Encina y Lúeas Fernandez ; y se las preparaban inmarcesibles á
Fray Luis de León y á Francisco de la Torre.
La Música encontraba maestros á la altura de Bartolomé Ra-
mos y de Francisco Salinas , en Bernardo García , Alfonso del
Castillo , Diego del Puerto y Martin del Rio (1).
De allí salían hombres de Estado y consejeros de la Corona,
como Lligo López de Mendoza, Hernando de Talavera, Sánchez
de Arévalo, Mendoza y Zúñiga, Tomás de Cuenca, Gutierre de
Toledo (2) y Rodrigo Maldonado, noble abuelo del infortunado
Pedro, que dio su vida en Villalar por la libertad de su pa-
tria (3).
(1) Bernardo Garcia escribió De Música Tractatu : Alfonso del Castillo y
Diego del Puerto, Arte de canto llano ; Martin del Rio, De Música mágica;
Francisco Salinas, amigo de Fr. Luis de León, y por consig-uiente un poco
posterior al reinado de doña Isabel , profesor de música en la Universidad de
Salamanca, publicó allí mismo (1577), De Música, libri vii ; Pisador era sal-
mantino y también catedrático de música en la misma Escuela, á mediados
del siglo XVI. También fueron profesores de música por aquella época y en la
propia Academia D. Martin de las Fuentes y el maestro Juan de Ubredo.
(2) Don Gutierre de Toledo , hijo del Duque de Alba y primo del Rey , fué
discípulo de Fr. Hernando de Talavera, en cuya casa se crió y al que ordenó
de presbítero, siendo ya Arzobispo de Granada. Desempeñó una cátedra en la
Universidad de Salamanca ; y después de la dignidad capitular de Maestres-
cuela, fué D. Gutierre electo Obispo de Plasencia. (Sigí?enza, Hist. de la Or-
den de San Jerónimo, part. iii, lib. ii , cap. xxxvii. — Prescott, obra cit. , par-
te I, cap. XIX.)
{?>) No debe confundirse este Rodrigo Maldonado con el famoso alcaide
de Monleon, que también se llamaba Rodrigo Maldonado y falleció en 1507,
como lo atestigua el epitafio de su sepultura, en la parroquia de San Benito, de
Salamanca, que dice : «.Aquí yace el muy nuble y en su tiempo muy esforzado
COLON EN ESPAÑA. 171
Allí se formaban, en fin, aquellos insignes varones, adalides
de las reformas en la Iglesia y propngnadores de las regalías en
el Concilio de Trento, Diego Hurtado de Mendoza, Fr. Melchor
Cano, Fr. Juan Gallo, Pérez de Ayala, Vázquez Menchaca,
Fr. Andrés de Vega, Fernando Vellosillo, Pedro de Fuenti-
dueña, los dos Sotos, y otros muchos que fuera prolijo enumerar.
No acabaríamos si liubiésemos de referir los nombres y los es-
peciales talentos , la erudición y las obras de los que , educados en
la célebre Academia salmantina durante el siglo xv y princi-
pios del siguiente, la dieron nombre glorioso y fama imperece-
dera, llevando con su palabra y sus escritos raudales de apacible
y esplendorosa luz á todos los ramos del saber, de paso que ser-
vían á los Reyes con sus consejos y á la patria con sus talen-
tos (1). Pero no queremos omitir que antes de que Pedro Ramus
se levantase en Francia contra la doctrina y la autoridad de Aris-
tóteles , se habia pronunciado en Salamanca contra el escolasti-
cismo aristotélico el catedrático de Retórica Fernando de Herrera,
autor del opúsculo impreso en aquella ciudad (1517, en 4.°) con
el título de Disputa breve de ocho levadas contra Aristóteles y
sus secuaces.
Tampoco i>asarémos en silencio, que cuando el buen Bartolomé
caballero Rodrigo Maldonado de 'MovX&on : falleció año de 1507.» Entiéndase
que este caballero era otro alcaide como el de Castronuño, famosos condottieri,
aves de rapiña, anidadas en las fortalezas y castillos, que costó trabajo echar
p^ir tierra á los reyes D. Fernando y D." Isabel.
Sabid(j es también que en la catástrofe de ViUaIarhub(j dos Maldunadus, de
Salamanca: el Maldonado Pimentel, D. Pedro, condenado por el Consejo y li-
bertado por el Conde de Benavente , y el capitán Francisco Maldonado , que,
absuelto primero ó sólo condenado á prisión, fué decapitado después, en
reemplazo de aquel otro. (Hist. de Salamanca, por Dorado. — Comunidades
de Castilla, por Ferrer del Rio, citando á Sandoval.);
(1) f( La muy esclarecida ciudad de Salamanca, madre de las arles libera-
les y todns virtudes, y ansí de caballeros como de letrados varones muy ilus-
tre.)} (Marineo, Cosas memorables, folio 11. — Chacón, Ilist. de la Utiiver^
sidad de Sakananra.)
172 COLON KN EBl'AÑA.
de las Casas se lamentaba de la falta de conocimientos astronó-
micos y geográficos en toda Castilla, habia en Salamanca, no
solamente cátedras de Matemáticas , de Física y de Filosofía na-
tural, sino de Astrologla (1) : y no tan sólo eran conocidas y co-
mentadas las obras de Aristóteles y de Plinio, de Ptolomeo y de
Pomponio Mela, de Strabon y de Marco Manilio, mas se cono-
cían y se estudiaban las de Alkabisius, de Albunasar y de Alía-
gran, las de Juan de Monte-Regio (las Ephemerides y el Astro-
labius), así como la Sphera Mundi de Sacrobosco, cuya obra
comentaba y añadía Pedro Ciruelo. Que Abraham Zacuth escri-
bía allí su Almanaque perpetuo y sus Tablas (2) ; Aguilera, sus
Cañones Astrolahii universalis ; EsjJÍnosa, su Philosophia natu-
ral¿s y otros Comentarios á la Esfera de Sacrobosco ; Margallo,
(1) En Julio de 1494 peclian los Reyes desde Segovia á D. Gutierre de
Toledo, maestrescuela de Salamanca, personas de aquel estudio que tuvieran
conocimiento y experiencia de Astrologla é Cosmografía , para que platicasen,
dice la carta-órden, con otros que aquí están, sobre algunas cosas de la mar.
(Navabrete, Documentos, núm. 17, t. iii, pág. 489.)
(2) En las Memorms de literatura jiortugueui , publicadas por la Academia
Real das Sciencias de Lisboa, edic. de 1812, t. viii, part. i, cap. v, se lee lo
siguiente : ce Fechemos a serie dos escriptores mathematicos deste reynado (o de
don Manoel) com'a memoria d'outro éxtranho de mui atta sabedoria e fama
que para nos veio, e entre nos luzio, com grandes créditos, qual Rabí Abrahan
Zacuto , salmanticense , terceiro avo do nosso celebre medico Zacuto Lusitano.
Eoi aquel profesor de Astronomía en Salamanca: passou elle de Castella
en 1492 ,a Portugal, aonde mereceo pe la voz que corría de seus estudos que
o Sor. D. Manoel o nomease seu astrónomo. Muito conhecido e estimado se
fez este Rabi pe la composi^ao da famosa obra mathematica intitulada Alma-
nach ¡myetimm ccelestiiun motuum. Leiree, 1496, 1 vol. 4.° Foi dedicada esta-
obra ao Bispo de Salamanca, e impresa pe lo M. Ortas » «Nota Gr Ro-
mán de la Higuera le hace toledano ; Alfonso Hispalense, de Córdoba ; Nico-
lás Antonio, Pedro Ciruelo, Pedro Cuneo, Wolfio en la Bihlioleca Hebraica,
don José Rodríguez de Castro en su Biblioteca Española, y otros autores, le
tienen por natural de Salamanca ; y ésta es la opinión corriente. »
« Foi profesor de Astronomía na Universidad de Salamanca, de que da tes-
temunho huní de seus discípulos , o P. Agostinho Ricci , que confesa ter ou-
vido naquella Academia as linóes deste mestre.» (V. De motu octava} Sphce-
rce. Edic. París, 1521 , 1 vol. 4.")
COLOX EX ESPAÑA, 173
SU Compendio de F'tsica; IMufioz, sus Instituciones Aritméticas
ad pcrjiciendam Astrologiam, su Lectura geographica y su Tra-
tado acerca del nuevo cometa; y por último, Tíodriíío de Basuar-
to escribía, por aquel tiempo, el siguiente curioso tratado: De
fahricatione unius tabidce generalis ad omnes partes terree et
usu ejus ad facilem Astrolabii compositionem (1).
Y de que no estaba bien enterado de estas cosas Fr. Barto-
lomé de las Casas , ó de que se dejó guiar por Hernando Colon,
al ponderar la gran penuria que en Castilla se sufriera de hom-
bres versados en aquellos estudios, lo demuestra irrecusable-
mente la orden de los Reyes Católicos á D. Gutierre de Toledo,
maestrescuela de la Universidad de Salamanca, para que en-
viase á la corte — entonces en Segovia (30 de Julio de 1494) —
personas de aquel estudio inteligentes en Astronomía y Cosmo-
grafía (2).
Verdad es que á fines del siglo xv ya no dormitaba la Eu-
ropa en las tinieblas. La aurora del Renacimiento, que desimntó
en Italia con Dante, con Petrarca y Boccacio, irradiaba su luz
por todas partes. Las obras de Alberto Magno, de Rogerio Ba-
con, de Vicente de Beuvais y de Pedro de Ailly eran ya conoci-
das del mundo sabio. ¿Podian ser ignoradas en la Universidad
de Salamanca? Las que se conservan de los maestros de ella, en
aquel tiempo, demuestran con evidencia que no sólo se cono-
cian, sino que se comentaban. Fernán Nuñez de Guzman, cono-
cido con el nombre de El Pinciano^ escribía Castiaationes in
omnia Senecce scripta ; obra que se publicó eu Venecia, 1536 ; y
otra que se imprimió en Salamanca, 1544, con el título //¿ histo-
riam naturalem Plinii. Y el salmantino D. Diego de Torres,
(1) Anuarios de la Universidad de Salamanca correspondientes á 18G0 y
siguientes. — ifemona histórica de la misma Universidad, por Vidal.
(2) Navarrete, Colee, i. iii, núra. 17. Madrid, 1829.
174 COLON EN ESPAÑA.
licenciado en Artes y Medicina, y catedrático de Astrología en
aquella Escuela, publicaba en el año 1477 — mense Maii, xxv
die — un curioso libro con el título de Astrologium comenta-
rium (1).
Fácilmente se comprenderá, que en semejante centro de lite-
rario movimiento , no tan sólo era imposible que causasen extra-
ñeza los conocimientos de Colon y las citas y autoridades que
servían de apoyo á sus proyectos , sino que casi lo era el que éstos
(1) Aun cuando un poco posterior á la época de Colon, el Estatuto univer-
sitario redactado por el licenciado D. Juan de Zúñiga y confií-mado por Real
cédula de 29 de Octubre de 1594, demuestra bien lo que eran por aquellos
tiempos los estudios de Salamanca. Sirvan de prueba los siguientes datos:
«Estatuimos que en las dos cátedras se lea, en la una, un liistoriador, y en
la otra, un poeta; y sean : Comentarios de César ^ Suetonio, Valerio 3Iáximo,
Tragedlas de Séneca^ Virgilio^ Horacio El catedrático de Eetórica leerá
media hora de precepto por el autor que el Retor le señalare , con parecer del
mesmo catedrático ; y en la otra media hora el orador que el Retor asignare
ad vota audientium El catedrático de Canto ha de leer media hora de mú-
sica especulativa, y otra media hora de práctica En la cátedra de Matemá-
ticas, <i\ primer año, léanse en los ocho meses de la Geometría, los seis prime-
ros libros de EucUdes, y la Perspectiva del mismo; en la Aritmética, las raíces
cuadradas y cúbicas, declarando la letra del sétimo, octavo y noveno libros
de Euchdes , y la Agrimensura. En la sustitución los tres hbros de trianguUs
sphericls de Teodosio El segundo año se ha de leer sola la Astronomía,
comenzando por el Almagesto de Ptolomeo ; y habiendo el primer libro, léase
el tratado de signis rectis, el de triangidis rectUineis y sphereis, por Chriso-
phoro, Cía vio ú otro moderno ; después de leído el Hbro segundo, se han de
enseñar á hacer las tablas del primer móvil , como son las de las direcciones
de Juan de Monte Regio {Reglomontanus) , ó de Reynaldo Erasmo ; después
la teoría del sol por Piu-bachio ; luego todo el tercer libro del A Imagesto , con
el uso de esto por las Tablas del rey D. Alfonso El segundo cuadriennio
léase á iVicoZrto Copernlco En la sustitución, la Gnoniónica. En el tercer
año léase la Geografía de Ptolomeo y la Cosmographia de Pedro Apiano, y
Arte de hacer mapas, el Astrolahio , el Planispherio , de D. Juan de Rojas, el
Radio astronómico, la Arte de navegar. En la sustitución, la Arte militar. El
qiiarto año la Esfera y la Astrología judiciaria, etc. En la sustitución. Teó-
rica de los Planetas. y) (Véanse las Constituciones Apostólicas y Estatutos de
la M. Insigne Universidad de Salamanca, recopilada por Fr. Antonio de Le-
desma y el Dr. Martin López de Hontiveros. Salam., 1625, in-fol.)
COLON EN ESPAÑA. ' 175
dejasen de encontrar allí simpatías, i)or causa de aquellas mis-
mas citas y autoridades (1).
Era la Universidad de Salamanca un cuerpo literario con vida
propia é independiente. Nacida á la sombra de la Catedral, me-
cida en el regazo de su atrio y de su claustro, creció al calor del
poderoso auxilio que il porfía le prestaron , de una parte , los Re-
yes de León y Castilla, y de otra, los romanos Pontífices. De
(1) Los apoyos científicos de aquellos proyectos los habia encontrado y
mostrábalos Colon en Aristóteles, Tractati de Coelo, de Mundo, etc.; en el
Meteorolófjico y en el de Mirabile-i auscultationes ; los habia encontrado y los
mostraba en Strabon, Veresimile etiam non ridetur, lib. i, y Susjjicatar etiam
Posidonius habitaice terree, lib. ii; los habia encontrado y los mostraba en el
Vevient annis scecula seris, de Séneca, acto il de su Medea ; en Esdras^
cuyo pasaje citaba con especial ahinco á la reina Isabel, y en la obra del
cardenal Pedro de Ailly, que era su tesoro. Pues bien ; todos esos libros, no tan
solamente se leian en las aulas de aquella Universidad , sino que, como hemos
dicho, se comentaban y se castigaban por sus profesores ; de lo cual dan tes-
timonio irrecusable sus obras y las de sus discípulos.
En cualquier otra parte, menos en Salamanca, podia no ser entendido Cris-
tóbal Colon, cuando citaba , en apoyo de su proyecto , pasajes de Aristóteles,
de Strabon , de Plinio y de Séneca ; pero mucho menos cuando citaba á Cos-
mas Indopleustes , Topografía del efundo Cristiano ; y á Pedro de Ailly, De
Imagine Mundi. El curioso y prolijo estutho que hizo A. Huruboldt, en su
Examen critico de la Matoria de la Geografía del Nuevo Continente, de los
autores citados por Colon, en los que pudo tomar ideas y argumentos favora-
bles á sti proyecto, trabajo de que más adelante nos ocuparemos, bastaría á
demostrar, si otras pruebas no hubiera, que las ideas y los argumentos en que
se apoyaba Colon no podían menos de ser entendidos, conocidos y bien recibi-
dos por los maestros y profesores de la Universidad de Salamanca. El libro
que más habia manejado Colon era la Cosmografía {Imago Mundi) de Pedro
de Ailly, cuya doctrina sobre la parte habitable del globo, tomada de Rogerio
Bacon, expuso el Almirante en su carta á los Reyes, escrita desde la Isla Es-
pañola. En Salamanca era sobradamente conocida por aquel tiempo la obra
del Cardenal de Ailly ; y eran ademas conocidos, estudiados y comentados,
Aristóteles y Plinio, Strabon y Séneca. El profesor de Medicina Nuñez de la
Huerta (de la Yerba, le llaman otros) publicaba por entonces la Cosmographia
Pomponi Mcellm, cum figuris (Salmanticse , 1498). Pedro Ciruelo, su Astrolo-
gia Christiuna (Salamanca, in 4.° incunable) y sus Addifiones ad opusculum
de Sphera Mundi, Joannis de Sacro hosco (Parisiis, 1498, in folio). Villalo-
bos glosaba á Plinio ; y Diego de Torres escribía el Aslrologium commenta-
rium.
17G COLON EN ESPAÑA.
ella formaban parte integrante todos los colegios y la mayor
parte de los conventos de religiosos que babia en la ciudad. Es-
taban, por consiguiente, adscritos é incorporados á la Universi-
dad los maestros y alumnos de aquéllos , formando con ésta un
solo cuerpo, si bien en cada cual habia lo que llamar podriamos
una especial escuela, con su movimiento propio, científico y lite-
rario ; lo cual daba á cada una de éstas su distinto matiz y su
fisonomía particular; pero todo ello sin que se rompiese, ni mu-
cbo menos, la unidad del gran centro que se llamaba Universi-
dad. Y esto á tal punto era orgánico, habitual y notorio, que
cuando se quería designar un colegio ó convento, no se decía
solamente colegio de San Bartolomé ó convento de San Esté-
ban, por ejemplo, sino colegio mayor de San Bartolomé, de la
Universidad de Salamanca; convento de San Esteban, de la
Universidad de Salamanca (1).
El desarrollo y la nombradía que llegaron á tomar algunas
de esas particulares escuelas, en su peculiar movimiento cientí-
fico, fueron tales, que merecieron honrosas distinciones y privi-
legios. El convento de San Esteban obtuvo el de que sus maes-
tros desempeñaran la cátedra de Prima de Teología, y el de San
Francisco, igual privilegio respecto á la cátedra de Vísperas de
la propia Facultad (2).
El Presentado Fr. Manuel José Medrano, cronista de la Orden
de Predicadores en España, nos dice — y lo confirman Gil Gon-
zález Dávila y Bernardo Dorado — «que en el convento de San
Esteban de Salamanca , no sólo habia maestros y catedi-áticos de
Teología y Filosofía, sino de Matemáticas y de Artes liberales;
(1) Reseña histórica de la Universidad en'Salamanca , 1. c.
(2) Reseña histórica de la Universidad de Salamanca , por los doctores
DÁVILA, Madrazo y Rüiz. — Gil González Dávila, Ilist. de la ciudad de
Salamanca. — Dorado, Compend. histór. — Anuarios de la misma Universi-
dad, de 1860 á 64.
COLON EN ESPAÑA. 177
y que esos maestros ocupaban en la Universidad los primeros
puestos. »
Pues bien ; á ese gran liceo , á esa fecunda almáciga de hom-
bres de ciencia y de letras llevaron á Cristóbal Colon sus decidi-
dos protectores Quintanilla, Santúugel, el cardenal Mendoza,
Cabrero y el reverendo Fr. Diego de Deza. Era éste , sin duda
alguna , el más fervoroso y francamente declarado partidario del
genoves y de sus proyectos. De pecho abierto , de inteligencia
clara y de elevado esiJÍritu el maestro del Príncipe,. Prior de la
comunidad de Dominicos de Salamanca , y catedrático de Prima
de Teología en aquella escuela, no podía menos de ejercer en ella
una legítima y muy poderosa influencia; y la conocía intus et extra
lo bastante, para esperar confiadamente que en ella hallarían
eco las ideas cosmográficas y los atrevidos pensamientos de Co-
lon; que allí encontraría personas competentes que le entendiesen
y le apoyasen;. que allí le proporcionaría nuevos y fervientes par-
tidarios; que allí se formaría, como ahora se dice , atmósfera fa-
vorable á los proyectos del genoves ; atmósfera que desvanecería
los recelos y las vacilaciones que en el ánimo de los Reyes y en
derredor de ellos habían logrado infundir los consejos del Prior
de Prado, y el informe de su Junta de letrados , sabios y marine-
ros. Pronto hemos de ver que no se engañó.
Hemos dicho , y todo lo comprueba , que el pensamiento de las
Conferencias de Salamanca fué debido á Fr. Diego de Deza.
Ahora veremos que fué el alma de ellas. Insistimos en que se
concibieron , se prepararon y se llevaron á cabo al propósito de
neutralizar el desfavorable informe de la Junta del Frior de Pra-
do. Por consiguiente , bien lejos de ser la misma cosa , como han
afirmado Navarrete é Irving, Prescott y Humboldt (1) , y como
(1) En el capítulo siguiente trataremos este punto con extensión.
13
178 COLON EN ESPAÑA.
liaii dado de barato cuantos dcs]3iies acá han tratado del asunto,
las conferencias de Salamanca fueron le pendant, el contrapeso de
la junta de Córdoba. Esta junta fué oficial , acordada por los Re-
yes; aquéllas, aunque con su beneplácito celebradas, fueron ofi-
ciosas. Por eso no se levantaron actas de ellas; dicho sea esto
con perdón de Mr. Rosselly de Lorgues , que nos habla de actas
existentes en el Archivo de Simancas; actas que todavía no han
visto la luz pública; actas que no existen (1); sin embargo de lo
cual , aquel escritor se permite decir « que, aun cuando imperfec-
tamente redactadas, lo fueron das años después del suceso» (2).
Ya que ni la visible desemejanza de las conferencias de Sa-
lamanca con las pláticas del Prior de Prado , ni la completa
falta de libros, de actas y hasta de narraciones históricas de
aquellas conferencias y de estas pláticas j)usieron temor en el
esforzado ánimo de Rosselly de Lorgues, y que , con su rica fan-
(1) Rosselly, Vida y viajes de C. Colon, lib. i, cap. v.
(2) Tenemos motivos para asegm-ar que no existen tales actas en el Ar-
chivo de Simancas, y para sospechar que no existieron jamas. En 1864 luci-
mos indagaciones sobre esto; y el entonces encargado del Archivo, nuestro
particular amigo D. Manuel García González, nos decia, con fecha 10 de
Agosto de aquel año, lo siguiente : «Son muy exactas las reflexiones que usted
hace sobre las inútiles investigaciones de las actas relativas á las famosas con-
ferencias tenidas en Salamanca con el inmortal Colon. El difunto D, Tomás
González, mi favorecedor, me trajo aquí con él cuando vino á tal objeto
en 1815, y nada halló ni hemos encontrado después á tales conferencias rela-
tivo. De todo lo que aquí existia referente á Colon y á los demás descubrido-
res primitivos del Nuevo Mundo, se dieron noticias y enviaron copias al señor
Navarrete. Lo concerniente á las conferencias, en mi opinión, debió quedar en
el convento de Dominicos de Salamanca, ó en la universidad.»
También por entonces llevamos á estos sitios nuestras pesquisas; y verifi-
cado por nosotros mismos un escrupuloso examen en el arcliivo de aquella es-
cuela, encontramos un lastimoso vacío; la falta de los libros del claustro, cor-
respondientes á los años de 1481 á 1502, ambos inclusive; falta siempre la-
mentable, aun cuando nosotros la consideremos ajena al asunto de las confe-
rencias.
Solamente el convento de Dominicos nos ha suministrado noticias importan-
tes y datos preciosos; pero nada que pueda merecer los nombres de proceso
verbal ni de actas.
COLON ES ESPAÑA. 179
tasía y con el desenfado propio de un francés , inspirándose sola-
mente en la autoridad de su criterio ultracatólico, nos ha dicho
cómo , cuándo y de qué manera se celebraron las conferencias ,
sin faltar punto ni coma (1), permítasenos aquí una digresión,
que no está fuera de su Ingar.
Porque es digno de ver de qué modo el escritor citado cons-
tituye la Junta, nombra su presidente y su vice, cita los miem-
bros, determina sus respectivas posiciones y aptitudes, habla del
imponente auditorio, «más sabio, dice, y más independiente que
los jueces » ; designa el número de colegios que realzaban , con la
asistencia de sus más granados individuos, la magnificencia del
acto; repite la manoseada cantinela de los argumentos teológi-
cos ; eleva á Colon sobre el Tabor , y le transfigura ; atribuye á
los hermanos Geraldini el que no le llevaran desde alU á la In-
quisición ; y condenado el proyecto como quimérico é impractica-
ble , la Junta entera , y no sabemos si el auditorio — aunque tan
sabio y tan independiente — resultan convictos de estupidez , si
es que no de infamia. Y así se escribe la Historia. Pero conviene
que le oigamos.
« La religión y la ciencia — dice Rosselly — constituían la ciu-
dad de Salamanca. A más del colegio del Rey , de los de Cala-
trava y Oviedo , contaba con los de Nobles Irlandeses , Huérfa-
nos , San Juan y San Pelayo , San Miguel , San Pedro y San
Pablo, Monte Olívete, la Cruz, Santa María, San Bartolomé,
etcétera, etc.; que con los Dominicos, los Franciscanos, los Agus-
tinos , los Benedictinos , los Jerónimos , los Bernardos , los Pa-
dres de la Misericordia , los Trinitarios , los Mínimos , los Carme-
litas , etc., tenían cada uno su escuela particular.
(1) Rosselly de Lorgdes, Vida y viajes de Cristóbal Colon, lib. i, capí-
tulo V.
180 COLON EN ESPAÑA.
» Estos diversos establecimientos comprendían casi todos los
ramos de la instrucción. Unos se limitaban á la enseñanza del
latin y de las humanidades , mientras qu^ los otros se consagra-
ban á los estudios de la Teología , del Derecho y de las Ciencias
naturales. En los conventos donde se cursaban estas enseñanzas
superiores , había salas públicas anejas exteriormente á los claus-
tros , que estaban abiertas á la juventud , y á ellas acudían los
estudiantes á las horas de las lecciones , como ahora concurren á
nuestras Facultades.
» La instrucción , pues , que se dispensaba en Salamanca era
amjDlísima y recorría todos sus grados. Estos numerosos estableci-
mientos funcionaban bajo la dirección exclusiva de un Claustro
(Consejo de Universidad lo llama el autor) presidido por un rec-
tor , nombrado el dia de San Martin , por el sufragio de todos los
estudiantes. Este alto funcionario tenía bajo sus órdenes más de
cuarenta oficíales , síndicos , administrador, secretarios, bedeles,
maestro de ceremonias, etc., y se desempeñaban bajo su inspec-
ción setenta y tres cátedras , cuyos profesores disfrutaban una
decente retribución. Cerca de ocho mil estudiantes se inscribían
en la matrícula de esta memorable Universidad , que puede de-
cirse reinaba en Salamanca por sus riquezas , por su celebridad
y por sus influencias.
))Eáa Universidad tenía su administración y su gobierno espe-
ciales , su cancelario , sus dominios propíos , sus jueces , su nota-
riado, sus médicos, sus músicos, su predicador, su iglesia par-
ticular, bajo la advocación de San Jerónimo ; su hospital, bajo la
de San Juan Bautista, exclusivamente destinado para los estu-
diantes pobres , y su vasta biblioteca abierta diariamente , así á
los profesores como á los alumnos.
)) El colegio consagrado á estudios superiores, que dirigían los
Padres Dominicos en el convento de San Esteban , sobresalía
COLON EN ESPAÑA. 181
entonces por cima de todos los demás centros de enseQanza.
Dentro de las paredes de aquel claustro fué donde se reunió la
junta científica.
» Todo lo que se dijese sería poco del eco que produjo la celebra-
ción de un congreso semq'ante en Salamanca. Era por de pronto
un suceso del todo nuevo y sin precedentes; y lo singular del
asunto , objeto de los debates , estimulaba grandemente la curio-
sidad de los hombres de estudio. A mayor abundamiento, el vice-
presidente de la junta , Dr. en Derecho , llodrigo Maldouado,
tenido por geógrafo , sin saber por qué ; hombre grave sin pedan-
tería y de una exquisita afabilidad , era hijo de Salamanca, y allí
habia recibido su educación y sus grados universitarios (1). Su
"familia y amigos tomaban un interés personal en los debates que
iban á comenzarse. A más de que el joven Gaspar de Grisio , se-
cretario del Rey , y otros varios oficiales de la corte eran también
oriundos de Salamanca.
3)Una circunstancia singular, y cuasi cómica, contribuyó, no
poco, á hacer más ruidoso el acontecimiento : los barberos de Sa-
lamanca tenian el estandarte de su cofradía , y ésta su asiento y
su capilla en el convento de San Esteban. La alegre y vanidosilla
hermandad de los Fígaros salmantinos participaba del alto honor
que recibía el convento de los Dominicos. La locuacidad del ofi-
cio, estimulada jDor semejante coyuntura, era sobrado motivo
para que Salamanca no iludiese ignorar la celebración del docto-
ral Congreso. Hasta los arrieros y las amas de cría sabían, por lo
menos, que un extranjero pretendía acreditar que la tierra es re-
donda como una naranja , y que hay i)aíses donde los hombres
andan con la cabeza para abajo; y que, ademas, navegando dere-
(1) El lector avisado irá observando el desenfado y la fuerza de inventiva
de Mr. Eosselly. De todo nos ocupaj-émos á su tiempo.
182 COLON EN ESPAÑA.
chos á Poniente , se volvería al mismo pauto por el Oriente. El
público se admiraba quizás de que se tratase con formalidad se-
mejantes tonterías.
» La Junta se compuso de los profesores de Astronomía y de
Cosmografía en posesión de las primeras cátedras de la Univer-
sidad, j de los principales geógrafos ó geómetras (sic) que ha-
bían estudiado en su tiempo las Matemáticas con el maestro
Apolonio , y la Física con el maestro Pascual de Aranda, los dos
iinicos profesores eminentes en ciencias que hasta entonces babia
tenido la Universidad de Salamanca. Ni el "Padre Juau Pérez de
Marchena , ni el joven piloto Juan de la Cosa , formaron j)arte de
la reunión. El español más competente en materia de Cosmogra-
fía , el doctor lapidario de Burgos , Jaime Ferrer , á quien favore-
cía con su amistad el Gran Cardenal , desgraciadamente uo ha-
bía podido ser convocado; porque probablemente se hallaba
entonces en el Cairo ó en Damasco, con motivo de su comercio
de pedrería.
» La Peina, que alguna que otra vez habia asistido á los ejer-
cicios de la licenciatura y del doctorado , con el fin de dar más
imj)ortancia y estímulo á los estudios , no quiso en esta ocasión
presenciar los debates , para no influir en la resolución , ni coar-
tar la libertad de las discusiones, privándose del placer de con-
temjilar aquel torneo del genio y de la erudición.
)) A más de que se hallaba en aquellos momentos realmente ata-
reada con la inspección y examen de causas , pleitos , consideran-
dos y sentencias, á cuyo efecto habia hecho trasladar á su pala-
cio los archivos judiciales de Valladolid , para convencerse del
estado de la administración de justicia. Pero figuraban en las
admisiones de favor, la purista doña Lucía de Medrano, habi-
tuada á explicar en público los autores clásicos; la célebre doña
Beatriz de Galiudo, conocida por La Latina ^ hija de Salaman-
COLON KN ESPAÑA. 183
ca , y con qnien la Reina h:\bia aprendido la lengua de Virgilio;
la armoniosa Florencia Pina , tan querida i)or sus poesías , y
Francisca de Lebrija, docta hija del sabio maestro, á quien un
dia debia reemplazar en la Universidad de Alcalá.
» Entre las notabilidades qne no abandonaron un punto estos
debates , sobresalen el Nuncio apostólico M. Bartolomé Scandia-
no , y con más asiduidad su sobrino Paulo Olivieri , Secretario de
la Nunciatura , propagador del buen gusto ; el cx-Nuncio M. An-
tonio Geraldini y su hermano el ingenioso Alessandro ; el Dean
de Compostela, Diego Muro, Secretario del primer Ministro ; el
ilustre profesor Gutiérrez de Toledo, primo del Rey; el siciliano
Pedro Blaniardo, más conocido bajo el nombre romano de Fla-
miuius , y su compatriota Lucio Marineo ; Villa Sandino , primer
profesor de Derecho eclesiástico ; Pedro Pontea , profesor suplen-
te de Derecho civil , conocido del padre Prior de la Rilbida ; el
matemático Juan Scriba , que abandonó el coinpas por una em-
bajada ; el doctor Gaspar Torrella, llamado más tarde como mé-
dico al lado de los Papas, y que, después de haber dado salud á
los cuerpos, quiso ser cura de almas y murió siendo obispo de
Santa Justa; el portugués Arias, profesor de Literatura griega,
con frecuencia alejado de la enseñanza por su poca salud , y al
derredor del profesor de Teología de San Esteban, Fr. Diego d^
Deza, íiimoso por su jjiedad tanto como por su ciencia, precep-
tor del Príncipe y que gozaba de grandísima influencia en la
Universidad, de la que, después de haber sido discípulo,, era
su más bello ornamento, se agrupaba la flor y nata de sus
maestros.
» Fuerza es confesarlo : en este Congreso no era menos respe-
table el auditorio que el Tribunal, adornado, como estaba, de
tanto saber y de más independencia. Se sabe cuan desfavorable
era al pensamiento de Colon el presidente de 1{^ Comisión , y que
184 COLON EN ESPAÑA.
SU asesor, Rodrigo Maldonado, participaba de las mismas pre-
venciones. Al modo de como pasan las cosas en el seno de todas
las Juntas , no se puede dudar que , antes de la primera sesión,
ya impresionada aquélla por la opinión de su presidente, se en-
contró prevenida en contra de la opinión que iba á juzgar y del
hombre que venía á sostener esa opinión.
)) Desde luego todos le consideraron como un orgulloso , que
pretendía descubrir una cosa en que no había pensado ningún
cosmógrafo ; de donde se infería que , allá en sus adentros , se con-
sideraba superior á todos sus antecesores. Ademas era un extran-
jero, circunstancia agravante y que no constituiría la menor de
sus culpas.
» En el día señalado , Colon compareció delante de sus jueces
con una gran tranquilidad de espíritu, no obstante la infinita
distancia que lo separaba de las ideas de aquéllos.
)> Creían firmemente los unos que la Tierra era el cuerpo más
grande de la creación , el centro mismo del Universo ; por efecto
de lo cual hallaban muy natural que el Sol girase al derredor de
este centro. Siendo la Tierra, por su masa, superior á todos los
demás astros, ella sola debía ser objeto de los diversos movi-
mientos de aquéllos.
» Juzgaban otros que la Tierra formaba un disco , ó bien un
cuadrado inmenso , limitado jDor una masa de agua inconmensu-
rable. Admitiendo éstos esa forma circular ó cuadrangular, pero
aplastada , de la Tierra , limitaban la extensión de los mares á la
sétima parte de su total superficie. Mientras que aquellos otros,
sin tener formado un sistema, conceptuaban por un sueño toda
idea contraria á las de los antiguos autores. Y muchos había
que se inclinaban á ver en las teorías del extranjero peligrosas
innovaciones que incubaban tal vez alguna herejía.
i) Colon se había achicado y casi desarmado voluntariamente
COLON EN ESPAÑA. 185
antes de tomar la palabra, en fuerza de la resolnciou tomada de
no aventurar en esta controversia más que vagas generalidades
para no entregar á la indiscreción pública la fuente clara de sus
profundas convicciones. La perfidia de Portugal tenía sobrexcita-
da su prudencia, aun en presencia de la leal corte de Isabel. Así,
pues , lo que iba á manifestar sobre los datos cosmográficos en
apoyo de su sistema, no era ni la razón decisiva ni la demostra-
ción perentoria : iba á presentar , como principales razones , sus
argumentos secundarios.
))Y sin embargo de esa embarazosa situación. Colon expuso
■ con firmeza y seguridad los fundamentos que formaban la base,
al parecer, de su proyecto. Mas apoyándose muy particularmente
en las ciencias exactas , la Asamblea no pudo seguirle muy aden-
tro en la serie de sus razonamientos. Únicamente los religiosos
Dominicos de San Esteban le escucharon con atención y favora-
blemente.
D Algunos miembros de la Junta objetaron á sus deducciones
pasajes de las Santas Escrituras, que aplicaban muy mal, y
fragmentos dislocados de algunos autores eclesiásticos contrarios
á su sistema. Hubo catedráticos que por mayor y menor deduje-
ron que la Tierra era llana como un tapiz y de ningún modo re-
donda ; pues que el Psalmista dice : «Extendiendo el cielo como
suna piel» — Extendens ccelum sicut pellem — lo cual sería
imposible siendo esférica. Se le oponían también las palabras de
San Pablo, comparando los cielos á una tienda desplegada sobre
la Tierra, lo que excluye su redondez. Otros, menos rígidos ó
menos extraños á la cosmografía, sostenían que, admitiendo la
redondez de la Tierra , era quimérico el proyecto de ir á buscar
las regiones habitadas del hemisferio austral, puesto que la otra
mitad del mundo estaba ocupada por el mar tenebroso^ ese abis-
mo formidable y sin límites, y que si por dicha un navio lanzado
186 COLON EN ESPAÑA.
en esa dirección llegalia á tocar las ludias , jamas se lograría
volver á tener noticia de él , porque esa misma pretendida redon-
dez de la Tierra sería un obstáculo iusuperable para su retorno,
por favorables que le fuesen los vientos.
)) Cuando Colon contestaba á eso con razones sacadas de la
experiencia y de la náutica, se le replicaba, poniéndole por me-
dio la autoridad de Lactancio y de San Agustin , que condenan
la absurda opinión de los que creen en los antípodas, corrobo-
rando esas autoridades eclesiásticas con el testimonio de los au-
tores Epicuro y Séneca.
)>La discusión, con tal sesgo y tantos incidentes, se hacía in-
terminable. Después de cada sesión, la Junta celebraba confe-
rencia privada y secreta jiara pesar la fuerza de los argumentos
de Colon , verificar las citas de las autoridades alegadas y prepa-
rar las respuestas y objeciones para la sesión siguiente. Ocupa-
ron , jior tanto , estas conferencias un buen período de tiempo,
durante el cual permanecía aquél hospedado en el convento de
San Esteban. Los Dominicos proveyeron generosa y amplia-
mente á todas sus necesidades, haciendo hasta los gastos de sus
expediciones. De esa hospitalidad tan dignamente ejercida con
el mensajero, entonces desconocido, déla Providencia, hacen to-
davía mérito y reportan honor y gloria los padres Dominicos.
)) Conociendo Colon que en aquella Junta, donde el número de
teólogos excedía tanto al de cosmógrafos y marinos , las induc-
ciones puramente científicas no tenían bastante eficacia para
convencer á sus jueces , se decidió , no obstante la peligrosa sos-
pecha de herejía, á discutir los textos de las Sagradas Escritu-
ras y la opinión de sus comentadores. El fervor de su apostolado
pareció entonces que le trasfiguraba á los ojos de su auditorio. La
majestad de su figura, el rayo de su mirada, la iluminación de
su frente , la sonoridad jienetrante de su voz , daban á su fcr-
COLON EN espa:ña. .187
viente palabra nna fuerza de convicción iiTesisti])le para todo es-
píritu algo levantado. La poesía y la majestad de los libros
santos electrizaban su corazón ; la energía de su lenguaje se en-
noblecia con la grandeza del asunto, y desenvolviendo con mag-
nificencia esos mismos sagrados textos, en los que sus adversa-
rios se apoyaban queriendo mostrarle su condenación, los volvía
contra ellos.
» Todavía se conserva el recuerdo de su noble actitud en pre-
sencia de la Junta. Muchos de los asistentes se sintieron arras-
trados á su opinión. Entre ellos el primer profesor de Teología
de San Esteban, Fr. Diego de Deza, tomó su defensa y ganó á
su causa los primeros maestros de la Universidad.
))Tem'a, pues. Colon á su favor la calidad, si no la cantidad,
de los votos. Pero los espíritus meticulosos, los escolásticos ter-
cos, consideraban grandemente presuntuoso en un marino el
atreverse á rebatir las opiniones de San Agustín y de Nicolás de
Lyra , y comenzaba á esparcirse un vago rumor harto peligroso en
nn país donde acababa de establecerse la Inquisición y empleaba
ya la actividad de sus nuevos resortes. Felizmente , el Nuncio
monseñor Scandiano no ignoraba nada de lo que pasaba. Su an-
tecesor y su joven hermano, Alessandro Giraldini, presintiendo
el peligro, obtuvo una audiencia del Gran Cardenal de España.
Bastáronle pocas palabras para demostrarle que la opinión de
Nicolás de LjTa, por más buen comentador que él fuese, y de San
Agustín mismo, tan eminente en santidad como en filosofía, no
hacían ni podían hacer autoridad en materias de cosmografía y
de navegación, ciencias extrañas del todo á sus estudios. La
opinión del Nuncio apostólico, del Gran Cardenal, del ex-Nun-
cio Antonio Giraldini, de su hermano Alessandro y las vivas
simpatías del profesor de Teología de San Esteban, Fr. Diego
de Deza, apoyado por algunas notabilidades de Salamanca, de-
188 . COLON EN ESPAÑA.
tuvieron el efecto de las pérfidas insinuaciones, á las que ya
prestaba sus sombras el Santo Oficio.
))La corte no esperó el fin de las conferencias, dejando á
Salamanca el 26 de Enero de 1487, con rumbo á las Anda-
lucías.
)) La Junta se disolvió antes de la primavera sin haber resuel-
to nada. Condenaba unánimemente el proyecto , ya por quimérico
y ya por impracticable. Sin embargo , las actas de sus sesiones
no se redactaron ni se remitieron á la corte por entonces. La
campaña contra Málaga hizo por el pronto perder de vista el
proyecto de Colon. Fernando de Talavera no pudo ocuparse de
él ; bien sea que , no creyendo en la posibilidad de tal empresa,
no tomara interés alguno en ella ; bien fuese que , obligado á
acompañar la corte en calidad de confesor de la Reina, no obs-
tante su reciente promoción al obispado de Avila, le fuera difícil
seguir ocupándose del asunto habiéndose dispersado todos los
miembros de la Junta.
)) En medio de su estéril resultado final , las conferencias de
Salamanca habían puesto de relieve la erudición , la ciencia y las
gigantescas miras de Cristóbal Colon. Habia adquirido, merced
á ellas , su proyecto una notoriedad inmensa y su nombre cierta
especie de popularidad. Lo cierto es que desde aquella época la
corte comenzó á tratar al extranjero con especial consideración.
Sin determinar todavía cosa alguna , sin ligarse á él , se compla-
cía en interrogarle de vez en cuando y en alimentarle la idea de
su empresa. El Rey , sin embargo de rehusar el comprometer un
solo real, acariciaba como un sueño dorado la idea de tierras
desconocidas á la extremidad de las Indias, país de las espece-
rías, de los aromas y de las piedras preciosas.»
Hasta aquí Rosselly de Lorgues, cuyo relato en definitiva
viene á ser una paráfixisis^ mejor ó peor adornada — ya nos
COLON EN ESPAÑA. 189
ocuparemos de ello en su lugar — del capítulo vi, libro ii de la
obra maestra de Wasliingthon Irviug, quien ha resumido allí
con su gran talento , pero con notabilísimo error , todo lo que ])or
no saberse de un modo histórico, ya que no auténtico, acerca de
las Juntas de Córdoba y de las conferencias de Salamanca, se ha
imaginado y escrito de una manera ó descosida ó novelesca des-
de Benzoni hasta nuestros dias.
Sí, el escritor católico no ha hecho historia, ha escrito una
novela erudita. ¿ Se quiere de ello una prueba irrefragable ? Lo
que dejo copiado más arriba nos la suministra. Abre^ como he-
mos visto , las célebres conferencias de Salamanca en Noviembre
de 1486 ante los colegios del Rey, de Calatrava, de Alcántara,
de Nobles Irlandeses , de los Huérfanos , de San Miguel , de San
Pedro, de Santa María, etc. Pues bien; ninguno de esos cole-
gios existia en aquella ciudad por el año de 1486. Todos los ci-
tados, y algunos más que no queremos citar, pero que menciona
aquel historiador , son fundaciones del siglo xvi, de Carlos I y
Felipe II. Los cuatro primeros se deben á estos dos Reyes ; el
de los Huérfanos, á Francisco de Solís, en 1550 ; el de San Mi-
guel, á D. Juan Delgado, en 1576 ; el de San Juan, á D. Die-
go de Toledo, en 1561 ; el de San Pedro, al arcediano de Medi-
na D. Diego Anaya, en 1534, y el de Santa María, á D. Juan
de Burgos, en 1528 (1).
Así comienza y así acaba su relato el encomiado historiador
católico. El que hace de las conferencias de Salamanca es un
cuadro á lo Luca Fafresto : soltura, facilidad, belleza en las for-
mas; falta de verdad en el fondo. Habla de la Universidad con el
propio desenfado que de los colegios. Como las personas, mezcla
y confunde las instituciones y los tiempos. Olvida que en los que
(1) Dorado, Comp. hist. de la ciudad de Salavianca.
190 COLON EN ESPAÑA.
va historiando , y desde las Constituciones de Martino V , el rec-
tor de la Universidad de Salamanca no se elegia por los estu-
diantes, ni su función era una dictadura : se elegia por el rector y
consiliarios salientes, j estos consiliarios, que eran ocho, forma-
ban el Consejo universitario. A más de ese correctivo, la autori-
dad del rector tenía el de las especiales atribuciones del maes-
trescuela ó cancelario ; y á más , las del jDrimicerio ; y á más , las
de los dijíutados ; y á más, las del claustro (1). Ya veremos que
no se limitan á eso solo las gratuitas aserciones del escritor ca-
tólico.
El historiador Rosselly no sabía , de seguro, una circunstancia,
que á haber conocido ; oh ! sabe Dios el ¡partido que hubiese
intentado sacar. Los libros de claustro de la Universidad de Sa-
lamanca, correspondientes á los años de 1486 y 1487, no existen.
Pero no hay que alarmarse. De los archivos de esa Universi-
dad faltan otros muchos: faltan, entre otros, los de 1481 á 1502
inclusive.
No queremos ocuparnos de enumerar las infinitas causas que
explican el extravío , pérdida ó lo que sea , de esos libros y de
otros que echa de menos aquella Universidad. Basta á nuestro
proiJÓsito decir, que los libros de claustro no podían dar noticia
alguna apreciable , no podían dar luz sobre el asunto de las con-
ferencias. Se comprenderá, por tanto, que para el asunto de que
(1) Constituc. apóstol, y Estatutos de la M. I. Universidad de Salamanca.
Impreso en la misma ciudad, año de 1625. Verdad es que las palabras de la
lej» 6.", tít. XXXI, Partida ii, «Otrosí pueden establescer de sí mesnios (Maes-
ti'os é Escolares) un mayoral sobre todcjs á que llaman en latín rector » au-
torizan á creer, que, durante algún tiempo, los estudiantes en unión de los
maestros, nombraban Eector. Pero auníjue no existen los Estatutos que á la
Universidad dieran Fernando III y Alonso el Sabio, la tradición nos dice que
aquel modo de elección duró poco tiempo: y que en aquellos- mismos los estu-
diantes nombraban sus representantes por provincias, que eran llamados Con-
siliarios , á los cuales pasó el derecho de asistir con voz y voto á las asambleas
de la Universidad.
COLON EN ESPAÑA. 191
se trata no es una gran i)ér(l¡da la ele los libros correspondientes
á los años 14S6 y 1487, si se considera: 1.°, ciue los claustros
teuian ])or objeto de sus frecuentes sesiones, el tratar de las
rentas, de la hacienda y de los pleitos de la Universidad ;
2.°, que las actas de esas sesiones las redactaba en el acto mismo
un escribano; 3.°, que las conferencias de Colon, no siendo asun-
to de claustro, no se celebraron en el claustro, ni siquiera en el
recinto de la Universidad, sino en el esi)a('iosísimo y severo y
magnílico salón de Capítulos del convento de San Esteban.
Una sola cosa podían contener aquellos libros alusiva al asun-
to : los salarios que el Claustro señalase á los maestros enviados
con Colon á presencia de los Reyes apara informarles y certifi-
carles de lo seguro é importante de el asumpto » , que dice el Me-
morial de los Dominicos de San Esteban. Mas la Universidad no
tuvo que ocuparse de la cuestión de gastos ; toda vez que, como
bemos visto , los hizo exclusivamente suyos el ilustrado y noble
maestro del Príncipe , y los levantó su convento.
En cuanto á lo de que le salvaron de la inquisición los Geral-
dini y el Nuncio, absurdo que Rosselly ha debido tomar de Bossi,
ya se encargó Navarrete de contestarlo , diciendo, entre otras co-
sas, que Colon, por todo extremo religioso y hasta devoto, no
podia recelar ni tenía por qué temer daño alguno de la Inquisi-
ción. Pero aparte de esa razón, que es irrefutable, ¿qué habia
de temer de la Inquisición el huésped obsequiado de los domini-
cos y el protegido de Fr. Diego de Deza , inquisidor general?
Víctima el escritor francés del nunca hasta hoy desmentido
error de que las Conferencias de Salamanca fueron la misma cosa
que las Jautas convocadas por el l*riur de Prado, hace a éste
presidir en Salamanca la que por eso denomina Junta , de la
cual hace también vicepresidente al Dr. Rodrigo Maldonado, á
quien llama asesor de Fr. Hernando de Oropesa y compartícipe
192 COLON EN ESPAÑA.
de sus prevenciones contra los proyectos de Colon (1). Desde
tal punto de vista miradas las Conferencias de Salamanca, fuer-
za es confesarlo, de antemano se debian considerar juzgadas y
condenadas, como lo hace el ingenioso y elocuente Hosselly de
Lorgues. Pero como las Conferencias fueron otra cosa que la
Junta del Prior de Prado , el edificio tan galanamente levan-
tado por aquel escritor no puede sostenerse en pié.
Si la Junta de Salamanca hubiera sido oficial , la habría presi-
dido indudablemente el Rector de la Universidad , el respetable
D. Gonzalo Sánchez de Lorenzana , ó el Maestrescuela , D. Gu-
tierre de Toledo. Es casi seguro que entonces se habria celebra-
do en alguna de las muy capaces aulas de la Universidad, ó bien
en el inmenso salón de la Biblioteca. Pero como aquellas confe-
rencias no fueron un acto oficial , nada de aquello se verificó.
La estancia de los Reyes en Salamanca , al regresar de su ex-
pedición á Galicia, durante el invierno de 1486 á 1487, y lo que
sobre ella nos dicen los cronistas Pulgar , Carvajal , Ziíñiga , Do-
rado , Salazar , Palencia y el Cronicón de Vallad olid , nos per-
miten asegurar que á las Conferencias no asistieron ni Fr. Her-
nando de Talavera, entonces obispo de Avila, ni el cardenal
Mendoza (2) , ni el nuncio Scandiano , ni los hermanos Geraldi-
ni, ni Olivieri, ni Blaniardo.
Más que mitras y capelos , en Salamanca hubo por entonces
hábitos y sayos , borlas y garnachas. El Condestable Conde de
Haro , el canciller mayor D. Juan Manrique , Conde de Casta-
(1) En lo último no se equivoca : noble y lealmente lo declaró el mismo
doctor Maldonado.
(2) «El Cardenal, que había permanecido en su Arzobispado mientras los
Eeyes en Salamanca , recibió de éstos el oportuno aviso para que se les uniese
con sus huestes en Córdoba. Pero, solícito como ningún otro caudillo, les salió
á encontrar en su tránsito desde Salamanca á aquella ciudad. » Salazar de
Mendoza, Chronica del Cardenal, año 1487.
COLOK EN ESPAÑA. 193
ñecla, D. Gutierre de Cárdenas, Alonso de Qnintanilla, el ar-
zobispo de Sevilla Diego de Mendoza, hermano del Cardenal;
D. Gutierre de Toledo , hijo del Duque de Alba y primo del Rey;
el ilustre Deza, los doctores de Talayera y de Villalon, el licen-
ciado (chinchilla ; esos fueron los personajes más granados que
rodearon en Salamanca á la corte , amén de la nobleza salmanti-
na, que ilustraban por entonces los Paces y los Varillas , los
Maldonados y los Monroyes, los Oballes, Ponces, Tejadas, Al-
maraces , Lunas , Flores y otros (1).
Los Reyes , que en Setiembre de 1 486 , salieron de Córdoba y
dejaron en Jaén al Príncipe y las Infantas sns hermanas, hubie-
ron de detenerse en Trnjillo , y sin tocar en Salamanca, se diri-
gieron después á Medina del Campo , desde donde, con fecha 27
de Octubre de 1486, expedían una cédula mandando, «que en
su venida á Salamanca no se echasen huéspedes á persona algu-
na de aquella Universidad. » El Prior de Prado visitaba su Obis-
pado de Avila (2), y el cardenal Mendoza se ocupaba, como he-
mos visto, de su Patriarcado toledano, en el cual habia sucedido
al turbulento Carrillo, que en Julio de 1483 pasara á mejor
vida (3).
(1) Chronicon de Valladolid, Tpor el "Dr.Toleño. — Dorado, Comp. Jiistór.
de la ciudad de Salamanca, cap. L, pág. 337. — «Llegaron (los Reyes) á Alma-
gro, do estaban el Príncipe y las Infantas, lunes 19 de Febrero de 1487», dice
el Chronicon de Valladolid. Y añade el cronista Falencia : «Que al retirarse
los Reyes de Andalucía , en el otoño anterior , para pasar apresuradamente á
Galicia, dejaron en .Jaén al Principe y sus hermanas menores, por no expo-
nerlos á las contingencias de un viaje tan largo y acelerado ; mas habiendo
sospechas de contagio en aquella comarca , fueron trasladados á Almagro por
consejo de los médicos.» (Colee, de docum. inéd. para la Historia de España,
por D. M. Salva y D. P. Sainz de Baranda, tom. xiii.)
(2) Ariza, Grandezas de Ávila, tercera parte, § 15.
(3) Hablando de su carácter soberbio y de su rebelión contra la Reina Ca-
tólica , dice Bernaldez : « El Arzobispo decia que la quitaría el reino y ha-
ría volver á hilar la rueca a la Reina, como si fuera en él » {Reyes Católi-
cos, t. i, pág. 47.)
13
194 COLON EN ESPAÑA.
La presencia sola de los Reyes bastó á desbaratar las revuel-
tas de Galicia ; atajó de corrida la rebelión del Conde de Lémos,
entrando en Ponferrada sin resistencia y mandando demoler las
varias fortalezas de que aquél se habia apoderado ; de modo que
los Reyes pudieron entrar en Salamanca, de regreso de su acele-
rada expedición , el 20 de Noviembre , si creemos á Gil Gonzá-
lez y á Galindez , ó el 30 de aquel mes , si damos fe á Hernando
del Pulgar y á Ortiz de Zúfiiga , los cuales dan á los Reyes en
Santiago el 23 de Setiembre , y suponen que la sublevación de
Trujillo fué conocida de los Reyes en Benavente , de regreso de
Galicia y camino para Salamanca, donde , á ser eso cierto , no se
habrían detenido , como indudablemente se detuvieron dos meses,
ó sea basta el 29 de Enero de 1487. Hernando del Pulgar añade
que los Reyes dejaron en Galicia al canciller D. Juan Manrique,
con el consejo de cuatro doctores. Pero debieron reincorporarse á
la corte en Salamanca , puesto que en el Cronicón de Valladolid
nos dice el Dr. Toledo : « Otorgó el bachiller Becerra é juró las
treguas con el licenciado Francisco, mi hijo, sábado 27 de Ene-
ro , en Salamanca , en el Consejo , estando presentes el Arzobispo
de Sevilla é doctores de Talavera é de Villalon é el Canciller é
otros muchos.» Y en una nota al Cronicón, añade Floranes :
c( El doctor Talavera era Rodrigo de Maldouado , tan conocido
* en la historia de los Reyes Católicos , de quien fué nieto el célebre
D. Pedro, capitán de la comunidad de Salamanca, prisionero en
Villalar, donde fué decapitado» (1).
Esas leves variaciones , relativamente á las fechas , en nada
(1) Crónica de los Beyes Católicos, por Iler. del Pulgar, cap. Lxvii. — Ana-
les eccles. y sec. de Sevilla, por D. Diego Ortiz de Zúñiga, lib. xii. — Anales
breves del reinado de los Beyes Católicos, por Galindez de Carvajal. Ya he-
mos dicho antes que el decapitado en Villalar no fué D. Pedro, sino D. Fi-an-
cisco. Guevara, Sandoval y Ferrer del Rio, en su Historia de las Comunida-
des, dicen el cómo y el por qué de tamaña iniquidad .
COLON EN ESPAÑA. 195
amenguan la exactitud dA hecho cardinal ; los Reyes pasaron en
Salamanca los dos meses de Diciembre y Enero de 1486 y 1487,
durante los. cuales ninguno de los cronistas, al ocuparse de los
personajes y altos dignatarios que acompañaron allí á la corte,
citan el ya entonces Obispo de Avila, Fr. Hernando de Tahivera
y Oropesa, ni al cardenal Mendoza. De éste dice terminante-
mente su cronista Sala/ar : «que habia permanecido en su Arzo-
bispado mientras los Reyes en Salamanca. Recibió de éstos, añade,
el oportuno aviso para que se les uniese con sus huestes en Cor-
«
doba ; pero solícito como ninguno , les salió á encontrar en su
tránsito desde Salamanca á aquella otra ciudad» (1).
Tampoco citan los cronistas al lado de los Reyes , en Salaman-
ca, ni hay motivo alguno para suponer que allí estuviesen, el
nuncio Scandiano , ni su secretario Olivieri , ni el italiano Bla-
niardo, ni los hermanos Geraldini. De éstos, el maestro de la in-
fanta Isabel — Antonio — se hallaba por aquel tiempo en Roma,
según Moreri ; y la cita que de Alejandro hace Rosselly de Lor-
gues cae por su base , demostrado como está que el cardenal
Mendoza — que no se llamaba Diego como lo llama Geraldini,
sino Pedro — no estuvo con los Reyes en Salamanca durante el
invierno de 1486 á 1487.
No es menos caprichosa la intervención en las célebres Confe-
rencias que da Rosselly á las distinguidas salmantinas, ornamen-
to de aquella Universidad y gloria de aquellos tiempos. Aparte
de lo anticanónica que era la entrada de mujeres en conventos de
frailes, familiaridades de esa especie no eran posibles, ni cabe
siquiera sospecharlas donde moraba la Reina Católica, la cual
rodeaba todo acto público de la atmósfera de recato creada con
sus lecciones y su ejemplo. Pero á mayor abundamiento, doña
(1) Salazar de Mendoza, Vida del Cardenal.
196 COLON EX ESPAÍÍA.
Beatriz de Galindo y'ivíh i)oy aquel tiempo en Madrid, aliado de
8U esposo D. Francisco Ramirez (1). Doña Francisca Nebrija,
enseñaba por entonces Gramática latina en Alcalá de Henares.
Doña Lucía de Medrano , Florencia Pinar y las otras ilustres
salmantinas , que hemos ya nombrado , no bay duda que dieron
á Salamanca en aquellos tiempos luz y cultura; no bay duda
que contribuyeron poderosamente á formar aquella atmósfera es-
l)iritual tan fovorable á los heroicos pensamientos de Colon, que
boy mismo caracteriza á la española Atenas. Pero de esto á que
aquellas ilustres damas formaran parte del cónclave de matemá-
ticos y teólogos que oyó al navegante genoves , bay una distan-
cia inmensa.
Si en la enumeración de altos dignatarios peca y>ov exceso la
descripción que de las Conferencias ba becbo Rosselly , peca por
defecto en lo que se refiere á doctores y maestros de aquella es-
cuela. Ni la historia de ésta , ni las crónicas de Salamanca nos
dan noticia por aquel tiemi)0 , de Juan Scriba, ni de Pedro Pon-
tea , como profesores ; pero á más de Fr. Diego dé Deza , nos la
dan , en cambio, de Nebrija, de Arias Barbosa, de Pablo Coro-
nel , de Abrabam Zacuth , de Pedro Ciruelo , de Diego de Torres,
de Nuñez de la Huerta, de Aguilera , del dominico Fr. Diego Ji-
ménez , del Dr. Benavente (Juan Pablo) , de Ramirez de Villaes-
cusa,de García de Villalpando, del Dr. y consejero Tomás de
Cuenca , de Galindez de Carvajal, á más de la serie de ilustres
teólogos, juristas, médicos, filósofos y hombres de letras que
forman la pléyade brillante , de que al principio de este capítulo
hemos hecho una ligera reseña.
(1) Desde Salamanca enviaron los Rej^-es órdenes á Francisco 'Ra.mirez que
estaba en Madrid y que tenía á su carg-o la artillería , á fin de que todo estu-
viese preparado para k próxima campaña de Andalucía. (Hern. del Pulgar,
Crónica de los Beyes Católicos , cap. Lxvii , pág. 238.)
COLON EN ESPAÑA. . 197
•
Hemos dicho que al fíualizar el siglo xv, la Universidad de
Salamanca pisaba el dintel de su más gloriosa época. Y si esto
es verdad, por lo qne se refiere á la parte interna, á su organis-
mo autonómico , no lo es menos por lo que á su parte externa
concierne. Crecian sus rentas , se aumentaba su personal, agran-
dábanse y se embellecian sus edificios , y á su estímulo , y por la
poderosa fuerza de su atracción y de su influjo, Salamanca, que ya
.merecia el nombre de Atenas española, il)a pronto á ser llamada
liorna la chica, nombre debido al número, magnificencia y belleza
de sus monumentales etlificios. Acababa, en 1486, de levantarse la
lindísima fachada plateresca, en el de Escuelas mayores, y el mag-
nífico salón de la Biblioteca; obras que hablan costeado los mis-
mos Reyes Católicos (1), dotando á la última con 37U doblas de
oro, para adquisición de libros y sueldo de un estacionario. Cada
una de las visitas que los Eeyes Católicos hacían á Salamanca,
se señalaba por un beneficio dispensado á su Universidad. Y
para no faltar á tan elevado ¡Dropósito y liberal costumbre , en
aquel mismo año — 1486 — costearon la lindísima capilla , refor-
mada y retocada, con sensibles pérdidas, por cierto, para el arte,
poco antes del siglo actual (2).
(1) Eu el centro de la f.ichada, que es un trabaio delicadísimo de afilip^ra-
nadas orlas y caprichosas alegorías , se ostenta orgulloso, como ha dicho el
señor Benavides, un medallón en que se ven esculpidos en gran relieve los
bustos de D. Fernando y doña Isabel con su significativo escudo de armas;
bello trono para reyes, protectores de las ciencias y las letras, como fueron
aquéllos.
(2) Hacemos mérito especial de esta obra, porque olla nos sumim'stra otra
prueba más del interés con que en aquel tiempo se cultivaban en Salamanca
las ciencias matemáticas, y muy singularmente la Astronomía. En la intere-
sante obra titulada Grandezas de Expaña. ^ escrita por el uiaestro Pedro ^le-
flina, se dice sobre aquella capilla lo siguiente : «Las reséñelas mayores son
tan suntuosas que sólo una portada costó más de 30.000 ducados, que fue
más coste (¡ue agora (1.50.0) 300.000. En estas escuelas hay una capilla muy
rica en bóveda. En lo alto dcUa , que es de color azul muy tino, están pinta-
das y labradas de oro las cuarenta y ocho imágenes de la octava esfera , los
198 COLON EN ESPAÑA.
En el convento de Dominicos , ya entonces dueños de la par-
roquia de San Esteban, y allí alojados con amplitud, se ejecuta-
ba la gran obra del Noviciado, bajo la dirección del mismo Deza;
y pocos años después, l)ajo la iniciativa y dirección del célebre
Fray Domingo de Soto , se llevaban á ejecución las monumen-
tales obras del magnífico templo , del atrio y de las galerías ex-
terior é interior — esta líltima de una belleza y originalidad in-
comparables ; — obras para cuya descripción y encarecimiento
sería necesario escribir un libro.
Poseia ya entonces el convento , entre otras pingües fincas , la
espaciosa y rica granja de Valcuevo, á diez kilómetros al O. de
la ciudad , finca productiva y bellamente situada , con su casa-
jialacio, anchurosa y confortable, que servia de casa de recreo á
los Beverendos Padres maestros de la Comunidad.
Por eso fué en los claustros viejos; fué en la antigua sala ca-
pitular de San Esteban, y después en la granja de Valcuevo
donde se celebraron , ó por lo menos se continuaron y festejaron
las famosas Conferencias. Los frailes nos han precedido en mu-
chos usos y costumbres que hoy tenemos j)or de buen tono.
La tradición ha trasmitido, y la ciudad ha consagrado, la me-
moria de aquel suceso, dando el nombre de Colon á la calle que
desemboca en el atrio del convento jior el lado del Noroeste.
vientos, _y casi toda la fábrica, y cosas de astrología. )> Habla después de la
fábrica y la maquinaria de un reloj. que adornaba la capilla; y al describir el
complicado mecaüisnio de aquella (iiiiamentacion «Está, asimismo, con-
tinúa el maestro Medina, la luna, que por sus puntos hace su movimiento,
creciendo ó menguando, donde se ve muy al propio de como ella parece cada
dia en el cielo. »
El retablo de la capilla, que desapareció cuando la retocaron, era parecido
al que existe en la capilla maj^or de la catedral vieja, con la diferencia de que
en el de la Universidad las columnas, J'risos, capiteles y marcos de los inter-
columnios estaban recubiertos con adornos de plata ñligranada , y tenía en los
centros cuadnjs originales del inolvidable Gallego (D. Fernando), y en medio
una magnífica estatua de San Jerí'tulmo.
COLON EN KSPAÍÍA.. 100
También so ha conservado hasta lioy, trasmitido por la tradición,
el nombre de Teso de Colon (1) , á la cúspidí; de una colina in-
mediata á la casa-granja de Valcnevo , donde el propietario de la
finca, D. Mariano Solís, levantó en 18G6 nna sencilla ph-ámide;
modesto , pero glorioso monumento que aquel señor tuvo el no-
table rasgo de colocar bajo el patronato exclusivo de la Univer-
sidad de Salamanca.
Verdaderas conferencias de filósofos y de patriotas , en el rec-
to y genuino sentido de estas palabras , fueron aquéllas más li-
bres , y también más provechosas , que de ordinario suelen serlo
esas reuniones y juntas compuestas , por lo general, de sabios de
oficio, donde todo se halla reglamentado — el traje como la pa-
labra — y donde todo marcha al acompasado ceremonial de pro-
cedimientos y de fórmulas , si es que no inventadas , empleadas
muchas veces para oscurecer la verdad, para poner en tortura á
la razón , ó para alucinar al público.
Autor y director de aquellas Conferencias el Prior del rico
convento de San Esteban, el discreto y alto dignatario Fr. Diego
de Deza, espléndido por carácter y suntuoso por cortesanía, se
deja comprender que procuraría dar al acto el tono y las formas
convenientes al objeto que se habia propuesto. Y en efecto , las
(1) El Teso de Colmiestá, al Noroeste de la casa de Valcuevo, á un kilóme-
tro de la misma y diez de Salamanca, en la misma dirección. En esa ciudad
lleva el nombre de Colon una de sus calles , la que desemboca en el atrio mis-
mo , frente por frente de la magnífica fachada de la iglesia del convento de
San Esteban. En éste, el salón de las Conferencies ó sala de Colon , de la que
se ha hecho mérito repetidas veces en este libro, tiene 59,93 metros de lon-
gitud, 8,6 metros de latitud, con soberbia bóveda á 10 metros de altura en su
fondo, sostenida por diez y seis buenos arcos de piedra, con tres grandes
puertas y dos más pequeñas, y graciosas ventanas abiertas en los hmetos que
forman los arcos del lado que dan á la galería baja del convento. Posteriorss
edificaciones han cerrado por uno de sus lados las ventanas que daban luz al
salón que en nuestra época, por su oscuridad sin duda, se conocía con el nom-
bre de Salón de Profundis.
200 COLON EN ESrAÑA.
Conferencias respondieron, como ya veremos, al grave y cientí-
fico asunto de que eran objeto ; al sitio y ocasión en que se cele-
braban, y á la importancia, dignidad é ilustración de los perso-
najes que las proyectaron , y del que las dirigió y presidió. A
ellas concurrieron eclesiásticos y seglares, doctores y maestros,
teólogos y filósofos, hombres de ciencia y hombres de mundo; no
faltaron, seguramente, matemáticos y astrólogos, como se decia
entonces; ni dejaron de asistir los profesores más distinguidos y
los salmantinos de espíritu más abierto y de corazón más esfor-
zado. Allí Zacuth y Nuñez de la Huerta; alK Barbosa y Aranda;
allí Nebrija y Coronel; allí Diego de Torres y Basuarto; allí Es-
pinosa; allí el dominico Fr. Diego Jiménez , y allí, sin duda al-
guna, ael buen astrólogo Fr. jbitonio de Marchena, que siempre
estuvo del lado de Colon » , y que tanta influencia ejerció en el
ánimo de los Reyes ; sin que faltaran el joven Gaspar Gricio , y
el respetable González de la Banda.
Aquellas Conferencias, á las que daba interés vivísimo el asun-
to, importancia el auditorio, trascendencia el objeto, y tono y
seguridad el personaje que las dirigía, produjeron un efecto má-
gico y de todo en todo contrario al de las pláticas de Córdoba,
con el Prior de Prado.
La convicción profunda, la fe viva, la actitud digna, la pala-
bra fervorosa y elocuente del respetable extranjero , junto con la
severidad de su porte y la severa intrepidez de sus afirmaciones
y de sus ofertas , no tardaron en poner de su parte al auditorio;
y las Conferencias no se terminaron sin que Colon se hubiera
granjeado la admiración de unos, la amistad de otros, el asenti-
miento de los más y las simpatías de todos.
Hagamos aquí punto para exponer y demostrar estos asertos
con más extensión. .
CAPÍTULO VI.
Sumario. — El pensamiento de las Conferencias de Salamanca surgió en opo-
sición al informe de la Junta del Prior de Prado. — Quién fué el iniciador
de ese pensamiento. — Colon en Salamanca. — Partidarios allí del Prior de
Prado. — Contrariedades que allí sufre Colon. — Conducta de Deza y de los
protectores de Colon. — El convento de Dominicos. — Valcuevo. — Origen
de la conftision de las Juntas de Córdoba y de las Conferencias de Sala-
manca. — Error de los historiadores sobre ese punto. — Irving , Prescott,
Humboldt , Rosselly de Lorgnes , Muñoz y Navarrete. — Hernando Colon
y Las Casas hablan de las Juntas del Prior de Prado, no de las Conferen-
cias. — Los argumentos empleados contra el proyecto de Colon , de que ha-
blan aquellos escritores , eran imposibles en Salamanca.
Difícil , grandemente difícil debia parecer á los parciales y
amigos de Colon , en el verano de 1486, vencer las prevenciones
desfiívorables y disipar la atmósfera contraria á su proyecto,
creadas por el desabrido y perentorio informe del Prior de Pra-
do y su Junta de letrados y marineros. Pero eran de tal valía y
de tal temple aquellos amigos y parciales del navegante genoves,
que , lejos de arredrarles la dificultad , provocó su entusiasmo y
aumentó su adhesión á la empresa y á la notable persona que
se ofrecia á realizarla. Quizá el amor propio tomnba también su
parte en mantener aquel empeño y en entablar una lucha de po-
der, con el entonces poderoso Fr. Hernando de Talavera, cuya
influencia con la Reina Católica era grandísima, y cuyo consejo,
202 COLOÍT EN ESPAÑA.
en tal cuostion , se acomodaba al temperamento del Eey y á la
premiosa obsesión de las circunstancias , mucho más que no el
consejo y los empeños de los parciales de Colon. Pero también
las pasiones sirven de resorte en los graves asuntos de la gober-
nación y la política. Y ¡ cómo no , si entran en los designios mis-
mos de la Providencia para imprimir movimiento á la humani-
dad , y producir su ascensión por la escala de Jacob ! Lo cierto
es que la oposición de Talavera y sus deudos aumentó , en la oca-
sión que vamos historiando, las simpatías en favor de Colon y
el entusiasmo en favor de su empresa.
De aquellas simpatías y de aquel entusiasmo surgió el pensa-
miento de las Conferencias en Salamanca, y de realizar ese pen-
samiento se encargó Fr. Diego de Deza. Por los mismos medios
con que comenzó á desempeñar su comisión el espléndido y dis-
cretísimo Toresano, se puede fácilmente conjeturar el honroso
desempeño y el feliz éxito de la empresa. El Prior del convento
de San Esteban comenzó por tomar á su cargo los gastos de las
Conferencias y la persona misma de Colon ; el cual fué á Sala-
manca en compañía de aquél, y á su costa vivió y viajó el tiempo
que aquéllas duraron , instalándose en el propio convento de reli-
giosos Dominicos de aquella ciudad.
Hemos dicho que Fr. Hernando de Talavera, electo ya obispo
de Avila , no estuvo en Salamanca con la corte , durante el in-
vierno de 1486 á 87. Mas si no estuvo él, estuvieron sus comen-
sales y amigos. Estuvo el Dr. Talavera, ó sea Rodrigo de Mal-
donado, consejero de los Reyes, regidor perpetuo de aquella
ciudad, el personaje más granado de los que formaron la Junta
de Córdoba, y de los que opinaron allí contra los proyectos de
Colon. Estuvo ademas con Va corto en Salamanca D. Gutierre de
Toledo, i)rimo del Rey Católico, discípulo y ahijado esi)iritual
de Fr. Hernando. Y allí estaba también aquel Ramírez de Yi~
COLON EN ESPAÑA. 203
llaescnsa, qne fué desinies Dean de la catedral de Granada, pro-
tegido ])or su ])rimer arz;obis])o Fr. Hernando. Es decir, qne si
éste no estuvo en persona, estuvo eu espíritu, estuvo su opinión
contraria á la empresa del navegante genoves. Con esta diferencia
que es de tener en cuenta: presente el Prior de Prado, hubieran
estado también su tolerancia y su dulzura; pero ausente, queda-
ban sólo en aquel momento y en aquel palenque sus opiniones;
pero sus opiniones exageradas por el deseo de complacerle y de
servirle de parte de sus parciales y deudos.
Esto basta á dar explicación de lo que algún" escritor ha refe-
rido, como tradicional en Salamanca, á saber : que los bedeles de
la Universidad echaron á Colon de su recinto , calificándole de
loco; que por tal le silbaron los estudiantes, y que alguna turl)a
de muchíichuelos le persiguió, con aquel dictado, por la calle que
desde la Universidad conduce al convento de San Esteban; calle
qne hoy lleva el nombre de Colon, y á donde se añade que un
lego de aqnella comunidad vino á sn socorro.
Nada tendría de extraño que todo eso aconteciera, ó qne se
proi^alára desj)ues , como si acontecido hubiese (1). El asunto,
(1) YA mismo D. Hernando Colon declara que la oposición y las bm-las al
jiroycrto del descubridor, partian del Prior de Prado y de sus secuaces. «Por
una parte , dice, le contradecían el Prior de Prado y sus secuaces....» {ykia,
y hechos del almirante D. Cristóbal CoZoíí , cap. xiii.) Y en el capitulo xii
confirma nuestro aserto con estas significatiA^as palabras: «Aunque éste (Cris-
t(')bal Colon) tenía perdidas ya las es^jeranzas , por el poco ánimo v jtiicio (jue
hallaba en los consejeros de SS. AA.» El propio Colon es en esa parte explí-
cito y claro ; y señala á sus opositores de manera tal que no se les puede con-
fundir con los doctores y maestros de Salamanca. <( Esto deste viaje conozco,
dice el Almirante, que milagrosamente lo ha mostrado así (la Providencia),
como se puede comprender por esta escriptura , por muchos milagros señala-
dos que ha mostrado en el viaje (el primero), y de mí, que há tanto tiempo
que estoy en la corte de Vuestras Altezas con oposito y contra sentencia de
tantas jiersomis principales de vuestra casa ., los cuales todos eran contra mi
2)onicndo este hecho que Cra burla.y> {^Relación del priniei' viaje de Cristóbal
Colon, por Fr. Bartolomé de las Casas. — Navakrete, tom. i, ptig. 312.)
204 COLON BN ESPAÑA.
grave y extraordinario jde suyo , habia ya dividido en dos bandos
á los consejeros de los Keyes, y por tanto, á los cortesanos. La
persistencia de Colon irritaba á sus contrarios , y la misma pro-
tección de sus favorecedores producia en aquéllos el empeño de
exagerar la oposición , haciendo en todas partes y por toda clase
de medios — el del ridículo inclusive — atmósfera desfavorable á
los proyectos audaces y á las 2)ortentosas ofertas del pobre nave-
gante genoves.
Esto mismo sirve para explicar también el porqué no se cele-
braron las Conferencias en el recinto de la universidad, y sí en el
salón bajo, que da á la galería interior del convento de San Este-
ban ; y aun el por qué Deza y sus parciales sacaron á Colon de
Salamanca y le llevaron á la gran casa-granja de Yalcuevo. Al
Dr. Rodrigo Maldonado , al Maestrescuela y á los demás proséli-
tos de Fray Hernando de Orojjesa, empleando el arma terrible
del ridículo, les babia sido fácil predisponer contra el genoves á
la movediza juventud de las aulas y al vulgo malicioso, socarrón
y mal prevenido siempre contra todo extranjero.
Pero contra todo y contra todos lucharon y vencieron los ami-
gos de Colon. Cierto, que sin la magnanimidad de Isabel de Cas-
tilla, aquella victoria no se hubiera obtenido. Cierto, que á ga-
narla contribuyeron eficacísimamente fuerzas como las del car-
denal Mendoza; hombres del temple de alma de Alonso de Quin-
tanilla y Luis de Santángel; pechos entusiastas, como los de
Juan Cabrero y Fr. Antonio de Marchena; espíritus abiertos,
como los de la insigne Marquesa de Moya y el salamanquino
Gaspar Gricio. Pero es necesario ser justos , dieiéndolo todo; el
jefe de pelea, como ahora se dice, en aquella larga campaña , fué
el generoso, hábil y valiente dominico, Fr. Diego de Deza, efi-
cazmente auxiliado por todo su convento de San Esteban y por
la Universidad de Salamanca. AlH reunió sus huestes el fervoroso
COLON EN E8PAÑA. 205
dominico; allí mostró á su héroe, llevándole siempre á su dies-
tra y cobijándole bajo la égida de su convento; con su palabra y
por su mano encendió el fuego de la idea en aquellos altares,
donde por entonces se rendia culto de adoración á las ciencias ; y
á los cuatro vientos desplegadas sus banderas , dio allí la batalla
en favor de los proyectos del navegante genoves, y allí la ganó.
Los boletines de aquella batalla, si se escribieron — cosa que
nada induce á creer — no lian llegado á nosotros. Lo que nos
dicen Hernando Colon y Fr. Bartolomé de las Casas de los ar-
gumentos hechos á Cristóbal Colon , se refiere visiblemente á los
sabios , letrados y marmeros de la Junta reunida en Córdoba por
el Prior de Prado. « Obedeció el Prior de Prado, dice D. Hernando;
pero como ¡os que habi a juntado eran ignorantes , no pudieron
comprender nada de los discursos del Almirante.» ¿Podria decir
eso de los maestros y doctores de Salamanca , reunidos por el
Prior de San Esteban? Imposible.
Los mismos argumentos de que, según D. Hernando y Las
Casas , hacían uso contra Colon los de la Junta del Prior de Pra-
do, bastan á demostrar por sí solos que esa Junta no tuvo nada
de común con las Conferencias de Salamanca. Más adelante nos
ocuparemos de esos argumentos , y veremos que son tan burdos,
que hasta repugna al buen sentido la suposición de que pudie-
ran emplearse por los maestros y doctores de la Universidad de
Salamanca, á fines del siglo xv.
Pero hay otra poderosísima razón para no confundir las Con-
ferencias de Salamanca con las Juntas del Prior de Prado; y es
la de que, al hablar de estas últimas, ni D. Hernando ni Las Ca-
sas mencionan á Salamanca ni á su Universidad ni á sus sabios
y maestros , de ambos á dos bien conocidos. Hay más : ninguno
de los cronistas de la época, ni Pulgar, ni Galindez, ni Bernal-
dez, ni Ortiz de Zúñiga, ni Angleria, ni Marineo , ninguno men-
206 COLON EN ESPAÑA.-
ciona á Salamanca ni ú su Universidad, al hablar de la consulta
y de las Juntas del Prior de Prado,
¿ De dónde lia podido nacer la confusión de aquellos dos tan
distintos actos ? ¿ Quién fué el primero que concibió y divulgó
tan palpable y grande error? El discreto autor de La Universi-
dad de Salamanca ante el tribunal de la Historia, hace respon-
sable ii Washington Irving de aquella confusión y de ese error;
opinión de que no participamos.
Es cierto que ni Oviedo , ni Gomara, ni Acosta, ni Garcilaso,
ni después de ellos Herrera , atribuyeron á la Universidad de Sa-
lamanca el informe contrario al proyecto de Colon. Pero Irving
no consultó esos solos historiógrafos y aquellos otros cronistas
para escribir su justamente elogiada Historia de la vida y viajes
de Cristóbal Colon. Con posterioridad á aquellos cronistas é his-
toriógrafos han escrito, antes que Irving, sobre el asunto, algu-
nos españoles y no pocos extranjeros. Entre nosotros, Solorzano
y Veitia, Mariana y Ascagorta, Muñoz y Navarrete. Entre los
extranjeros, Raynal y Eobertson, Charlevoix, Benzoni, Ramu-
sio, Cancellieri, Bossi, Spotorno, y el mismo César Cantú, que
dice lo mismo que Irving en el fondo. Esto sin contar infinidad
de memorias , discursos, alegaciones, folletos, romances y artícu-
los de periódicos anteriores y posteriores á la historia del gran
escritor anglo-americano. Cuando éste vino á Esj)aña, instado por
MM. Everett y O'Rich , representantes en Madrid de la Repú-
blica anglo-americana, éstos le facilitaron, no sólo cuanto se ha-
bía publicado hasta entonces sobre el descubrimiento del Nuevo
Mundo, sino muchos é importantes manuscritos, algunos de los
cuales han visto después la luz pública, y muchos otros que to-
davía, no la han visto. Entre estos últimos , el mismo Irving nos
habla de auna crónica inanuscrita mnj ciiñosa, , compuesta en
parte de la de Berualdez (el cura de Los Palacios) y de otros
•COLON EN ESPAÑA. 207
historiadores de aquellos tiempos por un escritor coetáneo.»
No es esto decir que en esos manuscritos y crónicas haya po-
dido halhir Irving el fundamento siquiera de la inii)utaciou que
él hace a la Universidad de Salamanca, no. Ese fundamento lo
pudo más bien encontrar en Robertson , en Cautú , como hemos
dicho, en Bossi, y — ¿i)or (jué nu confesarlo? — en nuestros propios
historiadores. Lcj que hay es , que Irving se encontró con que
existían muchísimos materiales , pero que aun no se liahia cons-
truido el edificio. Se liaLia escrito muchísimo , pero no se habia
hecho la historia, la verdadera historia del descubridor ni del
descubrimiento. Nos lo dice él mismo. (.( Después de considerar
con más detenimiento la materia, conocí que, aunque habia mu-
chos libros en varias lenguas, referentes á Colon, ninguno con-
tenia más que algunas nociones breves é incompletas sobre su
vida y viajes; al mismo tiempo que abundaban ideas sobre el
particular, en manuscritos , cartas, diarios y documentos i)úl)li-
cos. Pensé entonces que una historia compuesta de estos diversos
materiales, llenaria un vacío en la literatura, projiorcionándo-
me etc.» (1).
Escribió esa historia , y la escribió magistralmente ; con gran
copia de datos , con sano criterio , alto sentido , recto juicio, buen
estilo é imi^arcialidad; no se le puede negar esta justicia. Pero se
encontró con las mismas dificultades con que antes que él habia
ya tropezado el sabio y concienzudo Prescott; se encontró con
las lagunas y vacíos que, en puntos importantísimos, habían
dejudo todos los cronistas , historiógrafos y escritores coetáneos.
Por([ue todos, y cada cual de ellos, nos han referido muchos he-
chos; i)ero descosidamente, sin relación, sin enlace, sin orden
cronológico. Nos han citado muchos personajes, pero como al
(1) Irving, pref.
208 COLON EN ESPAÑA.
acaso, sin ligar su nombre y sus actos á la serie de sucesos que
constituyen la trama histórica de la vida de Colon y de su gloriosa
empresa. Aquí se troj^ieza con el Duque de Medinasidonia, y allá
con el de Medinaceli ; en una parte con el cardenal Mendoza ; en
otra, con Fr. Diego de Deza; nos hablan en un momento crítico de
Quintauilla ; en otro, de Santángel personajes importantes que
desi^ues desaparecen de la escena para no saberie más qué hicie-
ron ó qué parte tuvieron en lo restante del interesantísimo drama.
Y les sucedió á Prescott y á Irving lo que antes á D. Juan
Bautista Muñoz y á Navarrete; lo mismo que le habia pasado
á Herrera y á Acosta, á Gomara y á Oviedo. Se encontraban,
por ejemplo, con un Fr. Juan Pérez, prior de la Rábida, con-
fesor de la Reina , muy protector de Colon , y con un Fray
Antonio de Marcheua , buen estrólogo y muy adicto á los pro-
yectos é ideas del genoves. Suenan ambos en ocasión diversa, y
desaparecen luego de la escena. El físico Garci-Hernandez cita
y elogia al uno; la Reina Católica nombra y elogia al otro. Los
dos se pierden después en el inmenso mar de acontecimientos y
de personajes. Y al investigar qué parte tomó cada cual de ellos
en las vicisitudes que forman la vida de Colon y la historia del
descubrimiento, aquellos historiadores se encontraron con que
faltaban datos para asignar y coordinar su respectivo jiapel á
cada uno ; y á fin de no romper el hilo de la narración , el hilo
necesario para tejer la historia , ellos , que se proponían hacerla
con todas las reglas del arte ; ellos , que no podían ni querían
prescindir de las formas; ellos que, como antes Gomara, y como
actualmente Rosselly de Lorgues, querían dar enlace á los suce-
sos, unidad al conjunto, ínteres vivo y palpitante á la narra-
ción no tuvieron más remedio que cortar el nudo de la difi-
cultad, haciendo de los dos frailes franciscanos un solo j^ersonaje;
y al efecto, bautizaron á ese personaje con el nombre de Fray
COLON EN ESl'AÑA. 209
Jnan Antonio Pérez de Marchena. Eso mismo hizo en Gordinm
el gran Alejandro. •
Pues otro tanto ha sucedido , y por la propia razón , con lo de
la consulta oficial ó Juntas del Prior de Prado y las Conferencias
extraoficiales de Salamanca. Los anales y las crónicas del tiem-
po dan testimonio feliaciente de estas Conferencias; y los liisto-
riógrafos y escritores coetáneos — Hernando Colon y Las Casas
entre ellos — lo dan asimismo de la entrevista del navegante ge-
noves con los Reyes Católicos ; de la consulta que encomendaron
al Prior de Prado, y de la Junta de letrados y marineros que
Fray Hernando reunió para evacuar aquella consulta. Y en me-
dio de la dificultad que la falta de documentos, de noticias y de
relaciones les ofrecia para determinar aquellos dos actos, fijándo-
les sus respectivas épocas y lugares , su fisonomía esj)ecial , sus
resultados y las circunstancias que los distinguen y los caracte-
rizan, salieron del paso, lo mismo Prescott que Irving , y Cantú
lo propio que Rosselly , confundiendo también en uno solo los dos
diversos acontecimientos.
Este procedimiento, sobre ser sumamente fácil, ofrecia la in-
mensa ventaja para todos los escritores , de no cortar la narra-
ción y de darla mayor interés dramático. Si la historia no gana-
ba en verdad, adquiria de ese modo más enlace, mayor unidad,
mejor colorido y más interés. Pero hay que ser imparciales : Mu-
ñoz y Fernandez de Navarrete vacilaron en adoptar ese sistema;
por eso sus trabajos no forman una verdadera historia. Prescott
mismo prescindió de dar á su episodio de Colon aquellas condi-
ciones , vistas las dificultades de ordenar cronológica y enlazada-
mente los sucesos. Irving y Rosselly de Lorgues son los que no
han vacilado; han hecho sus respectivas narraciones con todas
las bellas formas de una historia á la moderna; y para ello han
tenido que colmar lagunas, llenar vacíos y cortar nudos. Uno y
210 COLON EN ESPAÑA.
otro lian mostrado en esa tarea un gran ingenio ; y como á su re-
conocido talento y condiciones de distinguidos escritores, ambos
reunían una erudición vastísima, han arrastrado tras de sí , en
aquello en que no se combaten, á cuantos publicistas, biógrafos,
})oetas y escritores se lian ocujiado del descubridor del Nuevo
Mundo.
No acertaríamos á contar el número de esos biógrafos , nove-
listas , articulistas , y aun de graves y concienzudos historiadores,
que siguiendo á Irving y á üosselly han confundido lastimosa-
mente las Juntas de Córdoba con las Conferencias de Salaman-
ca. Aparte de Irving y Prescott, de Humboldt y de Rosselly de
Lorgues, y sin contar los infinitos escritores italianos que con
uno ú otro motivo se han ocujiado de Cristóbal Colon , entre los
extranjeros, han incurrido en aquel error Fernando Denis, en su
novela Ismael ben Kaisar; Fenimore Cooper, en la suya Merce-
des de Castilla; Mr. Paquis, Alejandro Dumas, Granier de Ca-
sagnat , Mr. Chanel , Saint-Hilaire , Mr. Latour , Mr. Belloy , y
hsi^iii Le Moniteur de la Flote, en su immero correspondiente
al 16 de Setiembre de 1858; pero quien más le vulgarizó, exor-
nándole con las galas de su rica imaginación y brillante estilo,
fué Lamartine en su biografía de Colon.
Entre nosotros , sin contar á nuestros distinguidos historiógra-
fos Muñoz y Fernandez de Navarrete, el Duque de Rivas , en su
YomMicQ Recuerdos de tm gimnde Jiombre ; Campoamor, en su
poema Colon; el mismo historiador Lafuente, en su Historia ge-
neral de España (1), y hasta el Museo de las Familias, en unos
artículos de su tomo viii.
Pero á pesar de hallarse sancionado ¡lor tantas y tan respeta-
bilísimas autoridades literarias , el error es tan de bulto , y á nues-
(1) Parte 2.', lib. iv.
COLON EN ESPAÑA. 211
tro juicio es tan evidente, que })ara desvanecerle nos van á servir
— y han de bastarnos — las propias palabras de los ([no. le han
propagado.
Vamos il copiar textualmente esas i)alal)ras. Pero pedimos al
lector que, al leerlas, recuerde sencillamente que está demostra-
do y que es incuestionable el hecho de las Juntas del Prior de
Prado, jior efecto de la comisión dada á éste por los Reyes Ca-
tólicos, para oir á Colon, examinar su proyecto y darles informe.
Con sólo este recuerdo verán clarísimamente la lamentable con-
fusión que de aquellas Juntas y de las Conferencias de Sala-
manca hicieron los ya citados biógrafos é historiadores , al leer
sus mismas palabras.
Irving habla de la comisión dada á Fernando de Talavera;
pero no conoce la Junta de Córdoba ; habla de « la interesante
Conferencia de Salamanca gran sede española de las ciencias,
donde aquélla se verificó, en el convento de Dominicos de San
Esteban , donde joasó Colon, alojado y mantenido con mucha hos-
pitalidad , todo el tiempo del examen. » Hace después una exacta
pintura del estado general de las ciencias en España, y las con-
sidera vinculadas en el clero y domiciliadas sólo en los conven-
tos ; de cuyo juicio se desprende que no conocia la Universidad de
Salamanca, j)or aquellos tiempos. «La pluralidad de los vocales
(más comedido y cauto que Rosselly , no los nombra) estaba
preocupada probablemente coniva, Colon, como suelen los altos
empleados y funcionarios contra los pretendientes pobres »
Expone luego las objeciones , de cuyo asunto luego nos ocupare-
mos, y añade : « Se refiere que cuando comenzó (Colon) á
explicar las bases de su doctrina, sólo los frailes de San Esteban
le escucharon , por poseer más conocimientos científicos que el
resto de la Universidad.» Otra prueba de que Irving no habia
formado cabal idea de lo que entonces era aquella escuela; si bien
212 COLON EN. ESPAÑA.
Sil penetración y grandísimo talento le llevan á decir antes :
« Furniaban la Asa,mhled, ^^rqfesores de Astronomía, Geogra-
fía , Matemáticas y otros ramos de ciencias , y muchos doctos
religiosos» (1).
•No se puede negar que la pintura que hace Irving de aquella
famosa Asamblea es un modelo de sagacidad y de discreta inven-
tiva, porque aun cuando las objeciones que supone hechas allí á
Colon son las mismas en el fondo que las expuestas por Hernando
Colon y por Las Casas al hablar de las Juntas del Prior de Pra-
do, Irving, sin embargo, ha sabido no sólo explanarlas — esto
fuera lo de menos — sino ridiculizarlas, presentarlas de modo
que ostenten su banal estupidez , y al projjio tiemjjo disculpar el
que se hicieran en una Asamblea de hombres científicos y graves*
Es decir esto, que á la penetración de Irving no se ocultó la in-
mensa dificultad, por no decir la moral imposibilidad de que en
semejante Asamblea se hicieran á Colon aquellos argumentos ; y
procuró salvar la dificultad diciendo : c( Muchas de las obje-
ciones y reparos puestos por aquella docta corporación han lle-
gado hasta nosotros y excitado más de una sonrisa á costa de la
Universidad de Salamanca. (Esto era ya curarse en sana salud,
como decirse suele.) Pero no debemos juzgar á los miembros de
aquel instituto sin tener muy ^oresente la época en que vivieron.-»
Presenta á seguida las objeciones en toda su estúpida simplici-
dad , y después de eso dice : <( No vayamos á suponer que esas
objeciones , por ser las que han llegado á nuestra noticia , serian
las únicas que se hicieron ; ésas se han perpetuado por su sobre-
saliente estupidez. Es probable que pocos pondrian tales repa-
ros, y saldrian éstos de personas entregadas á estudios teológicos,
retiradas en sus claustros, donde no tendrian ocasión de rectificar
(1) Ikvinq, 1. c.
COLON EN ESPAÑA. 213
por la experiencia del siglo, las opiniones orrí')noas do los libros.
Es de presumir que se hicieran otras objeciones más razonadas y
más dignas de la ilnstracion española de aquel siglo, represen-
tada por los sabios de Salamanca. Y debo añadirse en justicia,
que las réplicas de Colon tuvieron grande peso para con mucTios
de sus examinadores.)^
Ya verá el discreto lector que eso es saber hacer las cosas,
para salvar grandes atolladeros. Irving va aun más allá. No se
olvida de Fr. Diego de Deza. Hace su elogio en pocas frases, y
dice : « que no fué espectador pasivo de esta Conferencia, sino
que tomando un generoso interés por la causa de Colon , y favo-
reciéndola con todo su influjo, sosegó el ánimo alborotado de sug
fanáticos compañeros , y pudo conseguirle una tranquila ya que
no imparcial audiencia. Con sus unidos esfuerzos, se dice que
atrajeron á su 'opinión (¿á la del genoves ó á la de Deza y sus
compañeros?) á los hombres más científicos de las escuelas^) (\\
No se puede salir más airosamente de un grave empeño , que
sale aquí Irving del suyo. Salvar la inmensa laguna histórica de
las Juntas de Córdoba ; trasladarlas á Salamanca , confundirlas
con las célebres Conferencias ; prestar á éstas todo lo que aqué-
llas, según D. Hernando y Las Casas, tuvieron do sistemática-
mente ojiuestas á Colon y sus proyectos ; y al projiio tiempo,
salvar la fama y buen nombre de la Escuela salmantina, con-
ciliando la jiroteccion ostensible y ostcntosa del Prior de Domi-
nicos de San Esteban , con la tenaz y notoria oposición del Prior
de Prado es el colmo de la sagacidad y del savoir faire , como
historiador y biógrafo elegante.
Poro la contrariedad de esos hechos, su disimridad, su hetero-
geneidad son tan visibles, que era im])Osil)le sumarlos ; y por
entre las brillantes frases y hábiles giros del ingenioso Irving se
(1) iRVixr,, Vid. y vuij. de C Colon ^ lib. ii, cap. iv.
214 COLON EN ESPAÑA.
descubre patentemente que las Juntas de letrados y marineros
presididas por el Prior de Prado, en Córdoba, fueron una cosa:
la que relatan Hernando Colon y Fr. Bartolomé de las Casas ; y
las Conferencias de Salamanca, presididas y dirigidas por el
ayo del príncipe D. Juan , prior de San Esteban , Fr. Diego de
Deza , fueron cosa enteramente distinta. Pronto vamos á verlo.
Pero continuemos.
Irving se ve obligado á decir, primero, que la ciencia estaba
vinculada en los conventos y las iglesias por aquel tiempo. Lue-
go , á decir que la Asamblea de Salamanca se componia de profe-
sores de Astronomía , Geografía , Matemáticas y otras ciencias^
y de doctos religiosos. Después , á indicar que en los claustros
sólo se encontraban teólogos escolásticos. Y por lUtimo, á lla-
marlos estúpidos y fanáticos, salvas honrosas excepciones. Y es
que no bastan el talento, el ingenio y la habilidad, cuando las
cosas son imi^osibles, cuando no son verdad.
El historiador Prescott , más i^rudénte ó más tímido que Ir-
ving , vio también la dificultad , pero la soslayó de otro modo.
Sabe bien la parte que tomó Fr. Hernando de Talavera en im-
pugnar los iDroyectos de Colon ; sabe que los Reyes , después de
la primera entrevista con el genoves , confiaron á Talavera el
examen de aquellos jiroyectos ; sabe que Talavera reunió una
Junta ó Consejo de personas ilustradas ; hace por olvidar en ese
l)unto lo que dijeron Hernando Colon y Las Casas acerca de
aquella Junta ; y ¡lara llenar las lagunas y vacíos que advierte,
para saltar años y dificultades, dice : a Y fué tal la apatía de
aquella letrada Junta , y tantos los obstáculos presentados por la
pereza, la preocuj^acion y la incredulidad, que se imsaron años
antes que se resolviera nada.H)
Adviértase que es cal)almente lo contrario de eso lo que acer-
ca de aquella Junta dicen D. Hernando y Las Casas.
COLON EN ESPAÑA. 215
« Obedeció el Prior de Prado — dice Hernando Colon ; —poro
como los que habi a juntado eran ignorantes, no pndieron com-
prender nada de los discursos del Almirante , que tampoco que-
ría explicarse mucho, temiendo no le sucediese lo que en Por-
tugal.»
«Cometiéronlo al Prior de Prado — dice Las Casas — y que él
llamase las personas que le pareciesen más entender de aquella
materia de cosmografía » « Ellos juntos muchas neces, pro-
puesta Cristóbal Colon su empresa » Y después de referir las
objeciones que en aquella Junta — no en Salamauca — se hicieron
á Colon, continúa diciendo : « Así que por esta causa y el
error y la terquedad y el amor propio , pudo poco Cristóbal Co-
lon satisfacer á aquellos señores que habían mandado juntar
LOS Reyes. Y ansí fueron juzgadas de ellos (de aquellos señotes)
las promesas y ofertas de Colon , por imposibles , vanas y de toda
repulsa dignas. »
Como se ve, no hubo tal apatía de la letrada Junta, convocada
por el Prior de Prado. Se juntaron muchas veces , eso -sí , pero
desahuciaron á Colon bien pronto.
Tampoco es cierto que se pasaran años, desde aquel acto, sin
que se resolviera nada , como indica Prescott. Se resolvió á se-
guida.
«Los Reyes — dice allí mismo Las Casas — mandaron dar por
respuesta á Cristóbal Colon , despidiéndole , aunque no del todo
quitándole la esperanza de volver á la materia cuando más des-
ocupados SS. AA. se vieran de lo que por e?itónces se encontra-
ban con la guerra , etc. »
Tampoco fué durante ese tiempo, es decir, después de aquellas
Juntas y de esa resolución, como dice Prescott, «cnando cons-
ta (pie Colon fué siguiendo la corte , llevando alguna ve/ armas
en las campañas, y recibiendo de los Reyes una deferencia y aten-
216 COLON EN ESPAÑA.
cion j)ersonal nada comimes y) Eso consta, es verdad, pero
consta que fué después de las Conferencias de Salamanca, según
más adelante veremos.
Pena nos cuesta decirlo, j^ero estando tan explícitas las noti-
cias que resj^ecto á las Juntas del Prior de Prado nos dan los dos
historiógrafos más coetáneos, más fidedignos y más competentes,
solamente á descuido ó á ligereza se puede atribuir el error co-
metido por Irving, por Prescott y por Humboldt. Verdad es que
entre aquellas Juntas y las Conferencias de Salamanca medió cor-
to intervalo de tiempo ; y esto puede explicar , en mucha parte,
la confusión que de ambos actos nan hecho aquellos escritores y
á su ejemplo los posteriores. Pero con eso y con todo , aquellos
distinguidísimos escritores se han visto obligados á incurrir en
contradicciones flagrantes para realizar aquella confusión.
c( Cansado finalmente Colon de aquella penosa tardanza — sigue
diciendo Prescott — pidió á la corte que se diera contestación de-
finitiva á sus proposiciones ; y en su consecuencia, se le manifes-
tó que la Junta de Salamanca habia declarado su plan « quimé-
))rico, imjiracticablc y apoj^ado en fundamentos muy débiles para
» que el Gobierno le pudiera prestar su apoyo. » Y á renglón se-
guido añade : «Sin embargo, hubo muchos individuos de aquella
Junta dotados de la ilustración suficiente para no adherirse á
este dictamen de la mayoría» (1).
Hemos dicho antes que el corto intervalo de tiempo que medió
entre las Juntas del Prior de Prado y las Conferencias de Sala-
manca puede explicar, en gran parte, la confusión quede los dos
actos han hecho Irving, Prescott y el propio Humboldt. Y la im-
parcialidad nos obliga á añadir, que esa misma causa hizo incur-
rir en ese error al insigue académico D. Martin Fernandez de
(1) Prescott, Mht. de los Beyes Católicos, t. ii, part. i, cap. xvi, pági-
nas 257 y 258.— Macb-id, 1846.
COLON EX ESPAÑA. 217
ís^avarrete ; y éste , más qne otro alguno , llevó á aquellos escri-
tores y lia podido llevar después á Rosselly de Lorgues á dar for-
mas históricas á aquella ofuscadora y perniciosa confusión.
En el tomo iii de su excelente Colección, y en la Observa-
ción VIH sobre las Probanzas, en el pleito famoso sostenido por
D. Diego Colon, de 1512 á 1515, se propuso Navarrete «seña-
lar la época y lugar en que se examinó jirimero la propuesta de
Colon. y> Y ¡ cosa singular ! los mismos datos que debieran servir
al juicioso y eruditísimo académico para separar y diferenciar
esencial y radicalmente los dos actos — las Conferencias y las
Juntas — los emplea para confundirlos en uno solo.
Recuerda Navarrete la notable declaración que nosotros deja-
mos ya copiada, del Dr. Rodrigo de Maldonado, en aquel famoso
pleito contestando á la pregunta 15." del interrogatorio del Al-
mirante ; y fundado en que Fr. Hernando de Talavera fué Prior
de Prado hasta fines de 1486, puesto que, según Ariza, era ya
Obisj)0 de Avila en 1487, señala á las Juntas del Priok de Pra-
do la época de 1486 : la misma que nosotros las hemos señala-
do. Y sin embargo de expresar terminantemente que son esas
Juntas las de que habla el Dr. Maldonado, á seguida añade:
« Puede, pues, conjeturarse, con mucha jn-obabilidad , que
habiendo estado los Reyes en Salamanca á fines de 1486, hallán-
dose ya Colon en su servicio desde 20 de Enero de aquel año,
entonces fué cuando se celebraron aquellas Conferencias,^ ^ví-
ónces cuando Colon estuvo en Salamanca á comunicar sus razo-
nes con los maestros de Astrología y Cosmografía, que leinn
esas facultades en la Universidad, como dice Remesal » Copia
después lo que escribi(') este dominico en su Historia de Chiapa
y Goatemala, de que más adelante nos ocuparemos, y termina
diciendo : « De todo se jwede concluir , que las Juntas á que
alude el Dr. Maldonado se celebraron en Salamanca, el año de
218 COLON EN ESPAÑA.
1486, pues conviene perfectamente esta época con algunas de las
noticias que expresa la declaración. »
üBonus aliquando dormitat Homerus » podríamos nosotros
decir aquí al venerable Sr. Navarrete. De otro modo no se con-
cibe que una inteligencia tan clara y perspicua como la suya, ra-
ciocinase en aquel particular tan ilógica y desgraciadamente.
Las Juntas de que habla en su declaración el Dr. Maldonado,
son , en efecto , las del Prior de Prado. Pero , en jirimer lugar,
de este título y concepto no se sigue que se verificasen precisa-
mente en 1486. Bien ¡Dudieron verificarse antes, puesto que el
título de Prior de Prado lo llevaba Talavera, según Ariza, desde
1466. Nosotros hemos sostenido, y sostenemos también, que
aquellas Juntas se verificaron en 1486, pero jwr otras razones, y
apoyados en otros fundamentos ; asegurando que se verificaron á
seguida de la entrevista de Colon con los Reyes , y que esta en-
trevista se verificó antes de que se abriese la campaña de 1486:
por consiguiente, que las Juntas del Prior de Prado se verificaron
durante la primavera de aquel mismo año.
En segundo lugar, cierto es que los Reyes estuvieron en Sala-
manca á fines del año 1486 ; estuvieron, como luego veremos,
todo el mes de Diciembre de ese año y cuasi todo el mes de Ene-
ro del siguiente, 1487. Pero no es verdad que Cristóbal Colon
se hallase al servicio de los Católicos Reyes desde 20 de Enero
de 1486. ¡ Cómo! si fué á Salamanca y estuvo allí, mientras
los Reyes, y después, á expensas de Fr. Diego de Deza, alojado
y mantenido en el convento de San Esteban! ¡Cómo! si
hasta Mayo de 1487 no comenzó á percibir emolumentos ó sub-
sidios de los Reyes, por estar á su servicio, como después vere-
mos ! Y cuenta , que estos heclms nos los ha enseñado el propio
Sr. Navarrete, puesto que ha coleccionado y })ublicado los docu-
mentos que los acreditan.
COLON EN ESPASa. 219
Oiorto os qno en ol Diario del primer viaje, lunes 14 de Enero
de 1403, dice el Almirante «qne liacía siete años entonces qne
habia venido á servir á los C^atólieos Reyes.» Pero t-jcnir á servir-
les, no quiere decir lo mismo qne estar á su servicio. Y nadie
sabía esa diferencia, en el caso de Colon, mejor que Navarrete.
Cabalmente en ese aserto del Almirante nos hemos apoyado nos-
otros para afirmar que la presentación del navegante genoves á
los Reyes Católicos fué á principios de 1486. Y eso es lo que da
él mismo á entender, cuando, acordándose de la oposición que le
liabian hecho el Prior de Prado y sus parciales , decia el 1 4 de
Enero de 1493 : ......Y han sido causa que la Corona Real de
Vuestras Altezas no tenga 100 cuentos de renta más de la que
tiene , desj^ues que yo vine á les servir , que son siete años agora
á 20 dias de Enero este mismo mes. » El 20 de Enero de 1486
fué , sin duda alguna , el dia que Colon logró que le oyesen por
vez primera los Reyes , y el en que tuvo el honor de ofrecerles
sus respetos , sus proyectos y sus servicios , para realizar esos
¡proyectos. Pero Navarrete deberia haber recordado , por lo qué
dicen Hernando Colon y el P. Las Casas, que después de aquella
entrevista los Reyes mandaron despedir á Colon, aunque no qui-
tándole la esperanza de volver á la materia, cuando más desocu-
pados se vieran. Y como esa respuesta y cortés despedida, des^x"
dida esperanzosa, fué consecuencia inmediata de la consulta eva-
cuada por el Prior de Prado , como lo dicen á una Las Casas y
Hernando Colon, era lógico y natural juzgar que, i)ara entrar
(-ristóbal Colon al servicio de los Reyes, como veremos que en-
tró en Mayo de 1487, habia sido indispensable que hubiera ocur-
rido alguna otra cosa, otra Junta, otro informe, otra consulta
distinta y, sin duda, opuesta á hi primera, para que tuvier;i bi-
gar aquel notable acontecimiento. Y así fué en efecto : esa con-
sulta , ese opuesto informe , ese acto favorable á Colon y á su
220 ■ COLON EN ESPAÑA.
proyecto , no podia ser , no fué otro , que el de las célebres Con-
ferencias de Salamanca.
De forma, que el confundir estas Conferencias y aquellas Jun-
tas , ó lo que es lo mismo , el atribuir á las Conferencias de Sa-
lamanca el informe que dio á los Reyes el Prior de Prado, no
sólo está en contradicción con lo que aseveran D. Hernando Colon
y Fr. Bartolomé de las Casas , sino que es contrario á lo que in-
genuamente declaró el Dr. Rodrigo de Maldonado, el cual se
atribuyó á sí mismo , al Prior de Prado , y á la mayoría de los
que éste convocó para evacuar la consulta de los Reyes, aquel in-
forme. «Este testigo con el Prior de Prado é con otros sabios é
letrados é marineros, platicaron con el diclio Almirante, sobre
su ida á las dichas islas , é todos ellos acordaron que era imposi-
ble ser verdad lo que el dicho Almirante decia. » De modo, que
lo de ser el jdan c( quimérico , impracticable y aj)oyado en funda-
mentos muy débiles», que dice Prescott, es la obra de la Junta
del Prior de Prado, no de las Conferencias de Salamanca, según
el mismo Dr. Maldonado.
Pero en contra de aquella confusión de las dos Juntas no están
solamente los testimonios fidedignos que dejamos señalados , es-
tán los hechos, las consecuencias diametralmente opuestas que
produjeron, para Cristóbal Colon, la Junta de Córdoba y las
Conferencias de Salamanca. A virtud de las primeras le despiden
cortésmente los Reyes. A virtud de las segundas le llaman á su
servicio, le pensionan, ó por lo menos, le colman de atenciones
y jirocuran tenerle á su lado.
Lo notable en cuanto á nuestro Navarrete es que en el ¡taraje
arriba citado — Observación viii — se olvidó de lo que él mismo
nos habia dicho en la introducción de su odra sobre las Conferen-
cias de Salamanca. «Consta asimismo — nos dice allí — que cuando
estuvo (Colon) en Salamanca á que se examinasen y discutiesen
COLOX EN ESPAÑA. . 221
las razones de sn proyecto, no sólo le favorecieron los religiosos
dominicos del convento de San Esteban dándole aposento y co-
mida y haciéndole el gasto de sus jornadas, sino que ajwyando
sus opiniones lograron se conformasen con ellas los mayores le-
trados de aquella Escuela. »
Del galano historiador líosselly de Lorgues nos hemos ocu-
pado en el capítulo anterior, y hemos podido ver, á más de sus
inexactitudes y gratuitas aserciones, que su dramática pintura de
las Conferencias de Salamanca no era otra cosa más que la pará-
frasis engalanada de la antes hecha por Washington Irving en el
libro II, cap. iv de su Ilistona.
Con respetuoso temor vamos también á censurar á Alejandro
Humboldt ; i)ero nos vemos obligados á ello, si como historiado-
res hemos de cumplir con el precepto de Quintiliano: une quid fal-
si audeat , ne quid veri non audeat. »
Engañado jDor el pasaje de Navarrete que hemos copiado más
arriba, por Muñoz y por Bossi , Humboldt atribuye á los cate-
dráticos de Salamanca las objeciones que Hernando Colon y Las
Casas ponen en boca de la Junta de letrados reunida por Her-
nando de Talavera. Pero al examinar con la riqueza de su erudi-
ción aquellos argumentos, encuentra y demuestra, que el mismo
Hernando Colon no conocia bien ni los argumentos ni los auto-
res que citaba; que el mismo Hernando, que tacha de ignorante
á Fr. Theophilo de Ferraris, confundia la isla Atalanta, al norte
del Euripo, con la Atlantida de Solón ; y que de un mismo autor
latino, Statius Sebosus, hacía dos personajes « Estacio y Se-
boso, que dicen, etc »
Pero hay más : Hernando Colon , al calificar de ignorantes á
los letrados de la J unta del Prior de Prado , porque argüían á
su padre con la autoridad de Séneca, quien, ¡jor via de question\
discutiendo sobre la inmensidad del Océano, asegura c(que ni en
222 ■ . COLON EN ESPAÑA.
tres años se podría llegar á la extremidad del Oriente », da
muestras de no conocer bien á Séneca. Porque en el tratado de
Questiones naturales, no existe tal cuestión. Y en el Prefacio de
ese tratado se dice cabalmente todo lo contrario. El filósofo quie-
re probar allí la pequenez de nuestro globo terráqueo , comparado
con la inmensidad del Universo. « Al contemplarlo , dice , el es-
pectador desprecia la estrechez de este su primer domicilio. {Con-
temnit tune domicílü prioris angustias.) Porque ¿qué se tardaría
en llegar á las Indias desde las costas de España? (^Quantum
enim est, quod ab ultimis littoribus Hispanice usque ad Indos ja-
cet ? ) Cosa de pocos días si los vientos eran favorables. » ( Pau-
cissimorwn dierum spatium, si navem suus ventus implemt.)y>
¿ Cómo no se le ocurrió al discretísimo Humboldt, que era
moralmente imposible que los catedi'áticos de Salamanca, que
leían y decoraban á Séneca , fuesen tan torpes , que hicieran
un argumento contraproducente ? ¿ Cómo no se le ocurrió la ob-
servación de que , argumentos de la clase que indica Hernando
Colon, se podían hacer en cualquier parte, menos en la Escuela
salmantina, por aquel tiempo ?
Hay todavía más. Humboldt, que reparó el descuido de Her-
nando Colon en semejante cita , viene en su auxilio , jmra hacer
algo verosímil el argumento , y dice : « Sin duda los catedráti-
cos de Salamanca, que invocaban la autoridad de Séneca para
demostrar que ni en tres años se podría llegar al extremo Orien-
te , aludían á las Siiasorice (de M. A. Séneca — no Lucio) , es-
pecie de fingidos debates entre retóricos. » Pero resulta lo mismo
que antes : la incongruencia de la cita , lo contra j)roducente del
argumento. Porque es el caso , que no hay tales tres años en ese
pasaje de las Suasoria. Al contrario , el jmsaje es confirmatorio
de las ideas de Cristóbal Colon. La cuestión propuesta es la si-
guiente : «¿Se embarcará Alejandro por el Océano, siendo la
COLON EN ESPAÑA. . 223
ludia la extremidad del inundo , más allá de la cual comienza la
noche eterna?» Pues bien ; la contestación, lejos de ser argumen-
to contra Colon , venía on apoyo de sus oiñniones y de sus pro-
yectos. En efecto, si alguna afirmación se encuentra en aquél es
la de ij^ue, c(más allá del Océano se vuelven á ver otras costas y
otro continente — (alia littora, alium nasci orheni) — la Naturale-
za nunca es deficiente, donde i)arece que falta, se la ve surgir de
nuevo — (uU desisse videatur, novam exurgere.)'» Pero Séneca
(M. Anuíeus) concluye, después de largas y fútiles digresiones,
no «que en tres años no se llegaría al extremo del Oriente»,
como supone D. Hernando, sino ({ue «Alejandro no debe embar-
carse sobre el Océano en l)usca de nuevos mundos y nuevas cou-
quistas.»
Parecia lógico que Humboldt hubiera dicho aquí : los profeso-
res de Salamanca sabían de Séneca más que D. Hernando , y no
es posible que ellos fuesen los que hicieron á Cristóbal Colon el
argumento que formula su hijo sobre el pasaje, por él no bien
interpretado , de las Suasoria;. Pero lejos de eso , llevado Hum-
boldt , como Irving y como otros muchos , de la falsa idea de ser
una misma cosa las Conferencias de Salamanca que las Juntas
del Prior de Prado , califica á los profesores de aquella Escuela,
primero, de ignorantes; porque supone que fueron ellos los que
confundieron á Séneca (L. Anuíeus) con Séneca (M. A.) ; y al
final concluye diciendo : « De esa manera la Universidad de Sa-
lamanca procuraba con doctos argumentos impedir el descubri-
miento de la América» (1).
¿Cómo podía admitir el eruditísimo Humboldt, que los cate-
dráticos de Salamanca, en 1487, que los Nebrija y los Basuarto
y los Barbosa ignorasen lo que sabía de clásicos latinos y grie-
gos D. Hernando Colon ?
(1) A. HUMBOLUT , 1. c, tuni. I , pág. 98 y sig.
224 COLON EN ESPAÑA.
No ; si algo podia poner de parte del atrevido navegante geno-
ves á los catedráticos de Salamanca, cabalmente eran los pasa-
jes favoritos en que aquél apoyaba sus ideas, y que servian de
demostración concluyente de lo realizable y seguro de su pro-
yecto (1). Hablarles á aquellos catedráticos de Aristóteles, de
Ptolomeo, de Strabon, de Séneca, de Plinio, de Marin de Thiro
y de Pedro Heliaco , en aquellos tiempos era tanto como hablar-
(1) El primer pasaje de Aristóteles (De Ccelo, u , 14, in fine) dice:
«Perspicuum est terram non solum rotundam esse, sed sphserse etiam non
magn» : non enim sic cito mutationem faceret migratione adeo brevi facta,
quapropter qui locum eum qui circa Columnas Hercúleas est , eonjunctum
esse ei loco qui est circa Indicam regionem esistimant , atque lioc modo unum
mare esse asserunt, non videntur incredibilia valde existimare. Dicunt autem
hoc ex barris etiam conjectantes quod circa extrema utraque loca genus ipso-
rum est, utpote extremis ob conjunctionem similiter affectis.»
Este pasaje le cita el cardenal Pedro de Ailly, aunque con ligeras varian-
tes, en tres de sus obras, y en ninguna olvida lo de los elefantes. Por eso
Colon tenía tan presente lo de principium índice valde accedens ad fines His-
panice, j
El segundo pasaje de Aristóteles (De Mundo, cap. iii.) : «Terram igitur
habitabilem hominum f ere sermo in Ínsulas divisit et continentes , scilicet ig-
norantium universam unam esse insulam Atlantici maris ambitu circumda-
tam » no es menos significativo. El capítulo comienza por un trozo elo-
cuente sobre el aspecto de la tierra cargada de vegetales, fertilizada por
cristalinas corrientes y embellecida con la población de seres racionales. Y de
ahí pasa á hacer consideraciones sobre la distribución de las masas continen-
tales en muchos gnipos , rodeados por el Océano.
El tercer pasaje (Metei-eologica, ii, v. ) «Quo fit ut nunc telluris ambitus
ridiculo depingant » es también notable. La teoría de las corrientes aéreas
presta motivo al filósofo para discutir la forma de la masa continental habi-
table, el estado de cuya superficie y los contornos determinan, en gran parte,
la dirección de los vientos que soplan del uno al otro polo. De Sur á Norte
las temperaturas extremas de calor y de frió ponen limites, según él, á la ex-
tensión del mundo habitable ( o/Z^oí<mene). Nada impide al hombre habitar
las tierras que como un anillo rodean el globo de E. á O., á no ser que la mar
corte ese anillo en algún punto por un estrecho. Aristóteles vislumbró que la
forma de la tierra habitable es muy extensa en longitud ; pero no fué él, sino
Eratósthenes quien la comparó á una clamyde.
El cuarto \)íií--dje (De llirahilibus Alise itltationibus, cap. lxxxiv) se re-
fiere al descubrimiento de la isla desieila, más allá de las Columnas de Hér-
cules, cubierta de frondosos bosques, surcada de ríos navegables y ubérrima
en frutos, distantem a continente pluriuvi dierum itinere ; descubrimiento
COLON EN ESPAÑA. 225
les de sus propios temas ; era llevarlos á sn propio terreno ; me-
terlos eii sus mismos dominios. Así es que se entendieron jjerfec-
tamente con Cristóbal Colon. Se encontraron en su misma casa.
Pero, aparte de esto, es preciso ser justos; ni D. Hernando ni
Las Casas se han referido á las Conferencias de Salamanca ni á
sus catedráticos, cuando enumeran, en son de amarga crítica, los
argumentos y objeciones que eu la corte se liacian á los proyec-
hecho por los cartagineses , según Aristóteles ; y por los fenicios , según Dio-
doro de Sicilia, que reñere el mismo suceso sin confundir la isla, que, según
él, «más parece mansión de los Dioses que habitación para los hombres», ni
con el Elyseo de Homero , ni con las Islas Afortunadas ( Hespérides contmen-
tal'is ), de Pindaro.
De Strabon son varios los pasajes en que siguiendo á Erathóstenes , se afir-
ma que se puede ir desde la Iberia á la India , navegando el Atlántico. Todos
ellos son notables ; pero muy especialmente el que comienza con las palabras:
«Itaque (^complurihus verhls persuadeé'e nititur ErathoHtenes) nisi Atlantici
maris obstaret magnitudo, posse nos navigare in eodem parallelo, ex Hispa-
nia in Indiam » y concluye con estotras, aun más significativas y de una
admirable previsión : « Possunt autem in eadem temperata zona vel duse ha-
bitatai terrie esse , imo et plures, pricsertim proxime ad circulum qui per
Thinas et Atlanticum mare describitur. »
Esta es una profecía , dice Humboldt , de la América y de las islas del mar
del Sur, más razonada que la de Séneca.
Pero aunque vaga , la profecía del filósofo poeta debía ser , en la época de
Colon y entre los eruditos , de una fuerza y de un efecto inmenso. Es el pasa-
je del coro de la Medea, act. ii, Audax nimium, qui /reta immus etc. El
coro comienza por celebrar el valor de los navegantes , cuando aun no sabían
guiarse por los astros, cuando los -vientos no tenian siquiera nombres que los
distinguiesen. Pero desde que los argonautas hicieron su gloriosa expedición,
la mar quedó abierta por todas partes y no fué ya necesario que la diosa Mi-
nerva construyese el navio Argos. Cualquier buque recorre la alta mar. El
mundo entero es ya viable (¡^ervius ovhh). El indio penetra hasta el helado
Araxes; el persa bebe las aguas del Elba y del Rhin. Y continúa el coro :
a Venient annis scecula aeris
Quibus Oeceaniís vincula rerum
Laxet, et ingetu pateal tellus,
Tcthys'jue nofo.i detcgat orbes
Nec til lerris ultima Thule. »
«Vendrán pronto siglos ; se acercan los tiempos en que el Océano romperá
los lazos con que encadena á la tierra , y en que ésta quede abierta á toda co-
municación ; el mar descubrirá nuevos mundos , y no será ya Thule el último
lugar conocido de esta tierra. »
16
226 COLON EN ESPAÑA.
tos de Colon. Don Hernando , como Las Casas , tenían en más
alto concepto , en grandísima veneración á la Universidad de Sa-
lamanca, para qne pndieran calificar de ignorantes á sns maes-
tros y doctores; siquiera no fuese más que por ser uno de éstos
el entonces insigne y generoso Fr. Diego de Deza, á quien, i^or
Muchos otros pasajes cita Humboldt , en su prolijo é importantísimo estu-
dio sobre el génesis de las ideas qne condujeron al descubrimiento del Nuevo
Mundo. De esos pasajes peutenecientes ala geografía niíthica, ni los de Pla-
tón (diálogos Timeo y Critias sobre la Atlántida de Solón ) , ni los de Plutar-
co, ni el de Macrobio eran conocidos de Colon. En cambio hacia especial em-
peño en citar á Esdras (lib. iv, cap. vi, D) : ccEt tertia die imperasti aquis
congregar! in séptima parte terríe. » Tenia interés en persuadir á los monar-
cas españoles , dice Humboldt , que el Océano era de muy poca extensión;
opinión muchas veces enunciada en la historia de la Creación del mundo , tal
como la refiere Esdras, y sostenida por el cardenal de Ailly en su Imacjo
Mundi, cap. viii. Por esto decía d'Anville, que el descubrimiento del Nuevo
Continente era debido á un error de geografía.
En el génesis de esa idea , no sólo merecen atento examen las hipótesis y
corolarios científicos, y los mithos que se. pierden en la antigüedad de los si-
glos , sino las intuiciones ó los atisbos de los poetas ; y enti'e esos atisbos , si
notable es el de Séneca , no lo es menos el del florentino Pulci en su Margan-
te Maggior'e. El diablo , aludiendo á la superstición vulgar , relativa á las co-
lumnas de Hércules , habla á su compañero Reynaldos de esta manera :
((Sappi che questa opiuione é vaua,
Perché piu oltre navicar si puote ,
Pero che 1' acqua in ogui parte é piaña ,
Benché la térra abbi forma di ruóte :
Era piu grossa allor la gente umana ,
Tal che potrebbe arrosirue le gote
Ercule ancor, d'aver posti qué segui
Perché piu oltre passeranno i legni.
E puossi andar giu neU'altro emisferio ,
Pero che al centro ogni cosa reprime :
Sicché la térra per divin misterio
Sospesa sta fra le stelle sublime ,
E laggiu son cittá, castella, e imperio ;
Ma no'l cognobbon queUe genti prime :
Vedi che il sol di camminar s'af fretta ,
Dovc io ti dico, che laggiu s'aspetta. »
Téngase presente que el poema de Pulci se })ul:)licó en 1482 , diez años an-
tes del descubrimiento del Nuevo Mundo.
Dos siglos antes el Dante había escrito :
« De vostri sensi ch'é del rimamente ,
Non voghate negar l'esperionza ,
Diretro al Sol, del mondo senza gente. »
( Inferno , canto 26 , vers. 115. )
COLON EN ESPAÑA. 227
confesión del Gran Almirante, oran clenclores los Reyes Católicos
del descubrimiento de las Indias» (1).
No , no; la Universidad de Salamanca no rechazó los proyectos
de Cristóbal Colon; no combatió sus opiniones; no ])rocnró con
argumentos, que tienen más de zurdos que de doctos, estorbar
el descubrimiento de. la América. Esa imputación no es más jus-
ta, ni está menos ligeramente apoyada que otras muchas de las
que hacen á nuestra nación y á nuestra Historia los extranje-
ros; unas veces, por efecto de nuestra misma modestia y caba-
llerosidad, y otras veces por el estrecho criterio que guió después
del siglo XV á nuestros gobiernos.
(1) «Y es de dar priesa al señor obispo de Falencia (Fr. Diego de Deza)
el que fué causa que Sus Altezas hobiesen las Indias y que yo quedase en
Castilla, que ya estaba yo de camino pílva fuera; y ansi al señor camarero de
su Alteza. » (Carta de Cristóbal Colon á su Lijo Diego. — Navarrete, Colec-
ción, tom. 1, pág. 492.) En otra carta le dice : «Al señor obispo de Falencia
es de dar parte desto con de la tanta confianza que en su merced tengo , y
ansi al señor camarero» (Navarrete, ibidem, pág. 485.) Y en otra carta,
Enero de 1504, dice también á su hijo : «El señor obispo de Falencia (Deza)
siempre, desque yo vine á Castilla, me ha faoorecido y deseado nú honra.'»
(Navarrete , ib., pág. 480.)
CAPÍTULO VII.
Sumario : Conferencias de Salamanca, — Pruebas y testimonios rio lo que fue-
ron. — Fr. Salvador M. Roselli, dominico. — Memorial de la Orden al rey-
Felipe V. — Fr. Antonio Remesal. — Prado. — Velez de Gruevara.— Gonzá-
lez Acuña. — Fr. Juan INIelendez. — Espondano. — Fernando Pizarro. — B. de
Argensola. — Dorado, Historia de Salamanca. — Cronicón de Valladolid. —
Fernandez de Navarrete. — Ortiz de Zúuiga. — El Cura de los Palacios. —
Cuentos de Bossi y de Teodoro Bry. — La tradición. — La historia de la Uni-
versidad. — Discursos, memorias y revistas. — Historiadores y poetas.
Despnes de la generosa hospitalidad que dio al navegante ge-
noves en el Pnerto de Santa María la noble casa de Medinaceli,
ftié Salamanca, fiíé el generoso convento de San Esteban de
aquella Universidad, quienes, en Europa, trataron á Cristóbal
Colon como se merecia. Allí recibió franca hospitalidad, allí afa-
ble agasajo , allí consideración , allí decidido apoyo. En Sala-
manca encontraron eco sus razones, confirmación sus citas, asen-
timiento sus ideas, acogida inteligente sus proyectos, fervorosa
adhesión su empresa.
Fueron las Conferencias de Salamanca las que lograron disi-
par por completo, en la corte, la recelosa oscura atmósfera crea-
da por el Prior de Prado ; fueron esas Conferencias las que for-
maron aquella otra atmósfera á cuya influencia benévola se d(d)ió
que Colon entrase al servicio de los Reyes Católicos , y que por
230 COLON EN ESPAÑA.
Orden de éstos, y desde Mayo de 1487, comenzase, en tal con-
cepto , á percibir emolumentos, mercedes, distinciones y auxilio
de todos géneros. Desde aquel momento pudo decirse que su cau-
sa estaba ganada , por más que las circunstancias aj)lazasen la
ejecución. Vamos á demostrarlo con documentos y con hechos.
Todo cuanto aquí venimos afirmando , no solamente lo han di-
cho los cronistas y escritores de la Orden de Predicadores que se
ocuparon del asunto, sino que lo han confirmado los historia-
dores de Salamanca; lo aseguran, como vamos á ver, cronistas
imparciales y escritores distinguidos ; la tradición lo ha consig
nado , y lo mantiene con imperecedero recuerdo ; convienen en
ello el mismo D. Hernando y Bartolomé de las Casas, y lo con-
fiesa el mismo Cristóbal Colon.
Pero aun hay más todavía, y es, que de acuerdo con los cronis-
tas y la tradición , están los hechos y los auténticos documentos
de nuestros archivos iJÚblicos , sacados á la luz por el jiatriótico
celo y diligencia de Muñoz y de Navarrete. Véanse las pruebas.
El dominico italiano Roselli (Fr. Salvador M.), buen cono-
cedor de los cronistas de su Orden, hace suyas las noticias su-
ministradas por éstos , relativamente al apoyo que encontrara
Colon en el convento de San Esteban, de la Universidad de Sala-
manca, y dice : « que cuando aquél se veia objeto de burla en to-
das 'partes^ y mientras que en todos los países era mirada con des-
den la empresa del descubrimiento, en España encontraba sabios
que, 710 solamente aprobasen su designio, sino que trabajaron con
ahinco para su realización^) (1).
(1) Sumina philosofica , t. iv, pág 173, nota 8.% Madrid, 1788. — «ildem
Colomhus, cum de cogitata novi orhis detectione a nonnullis irrideretur ^ non
nisí iii Híspanla sapientes mvenit viros, qm non solum opiis 2}robaru7it, sed
PROMOVERÉ VEHEMKNTER SUNT CONATi.» Y más adelante añade : (íSalmanünam
Academiam adire constituit (Coloiabus) » reproduciendo casi textualmente
las palabras que á este objeto toma y copia Fernando Pizarro , de Bartolomé
COLON EN ESPAÑA. 231
El mismo Fr. Salvador Rosolli reproduce después los curiosos
datos suministrados por Fr. Juan de Araya, eu su Ilititoria ma-
nuscrita del convento de San Esteban de aquella ciudad , y copia
entre otros preciosos documentos, el notabilísimo párrafo del
Memorial ó súiílica que los PP. de aquel convento elevaron al
rey D. Felipe V, á luego de verse asentado en el trono, suceso
al cual no poco contribuyó un hijo de aquella casa , Fr. Pedro
Matilla, confesor de (Virios II y redactor del testamento, por el
que éste legara su corona al nieto de Luis XIV. El Memorial
aquel dice lo siguiente :
« Acudió (Colon) á los Peyes Católicos D. Fernando y doña
Isabel , los cuales como prudentes no quisieron determinarse en
un negocio tan árdno sin consulta larga de hombres doctos y de
quienes tuviesen la satisfacción más plena, y así le remitieron á
este convento de San Esteban , para que aquí examinasen sus
designios y razones. Llegó Colon á San Esteban año 1484 (1),
y allí encontró quien entendiese y atendiese sus razones. Detúvo-
se largo tiempo aposentado en el convento y asistiéndole éste con
todo lo necesario para su persona y viajes^ teniéndose al misino
tiempo largas y frecuentes conferencias entre los maestros de
Matemáticas que hahia allí entonces; y convencido y aclarado
Leonardo de Argensola, en sus Anales ele Aragón^ de las cuales hacemos mé-
rito más adelante. Mas el dominico Eoselli, refiriéndose á las Conferencias
de Salamanca, aüade después estas significativas frases : ^Imo a FenUnando
ct Elhisabeth Catholicis RegibuH illuc confereiidi ergo misus fuit.y> Todo ello
revela patentemente que las Conferencias de Salamanca se prepararon hábil-
mente y como para hacer contrapeso á las Juntas y consulta del Prior de Pra-
do. En todo ello se ve la mano del Ayo del príncipe D. Juan, Fr. Diego de
Deza, y el apoyo de los otros valiosos protectores de Colon. Le sugieren á éste
la idea de las Conferencias; se la proponen después á los Reyes y éstos la aco-
gen. Todo se ve coordinado para aprov(H-har la coyuntura del viaje de aquéllos
á Galicia y la de su estancia en Salamanca durante el invierno de 1480 á 1487-
(1) Más adelante nos ocupamos de ese error de fecha, que demostrado se
halla con lo que hemos dicho en el capitulo iii de este libro.
232 COLON EN ESPAÑA.
que Colon tema razón en su 2)ropuesta, por medio de los reli-
giosos fueron convencidos los hombres más celebrados que tenia
España en aquel tiempo ; y así se tomó por obra el informar á
los Reyes, ayudando á Colon los religiosos en todas sus opera-
ciones. Fué con él á la corte el Prelado del convento, con otros
religiosos y maestros, y éstos le introdujeron con los Reyes,
inf orinando con él á Sus Altezas (MM. dice el papel) y certifi-
cándoles de lo seguro é importante del asunto. Pero quien más
se singularizó fué el doctísimo Fr. Piego de Deza, entonces ca-
tedrático de Prima de Salamanca, y después maestro del prín-
cipe D. Juan, inquisidor general, arzobispo de Sevilla y elec-
to de Toledo. Este maestro habló á los Reyes diversas veces,
acompañando siempre á Colon, hasta que pasó al Nuevo Mun-
do, que fué el 3 de Agosto de 1491» (1).
Aparte el visible error de fechas , el párrafo que acabamos de
(1) De este documento, que autorizado con la fe de un notario público se
dio á la imprenta, tuvo, vio y leyó Un ejemplar el insigne catedrático de
Teología de nuestra Universidad, Fr. Pascual Sánchez, según él mismo nos
dice, en su sucinta, pero muy rica en datos. Memoria sobre la Escuela de
San Esteban, como parte integrante de aquellos Estudios, la cual Memoria
se publicó en el Alhum Salmantino — números 15 y siguientes. Mayo de
1854. — Otro ejemplar del propio documento vio nuestro particular amigo
D. Domingo Doncel y Ordaz , en poder del P. Fr. Alonso Martin , último
Maestro de novicios de aquel convento, y le publicó también en la preciosa
Memoria que aquél dio á luz en 1858, con el titulo de La Universidad de Sa-
lamanca ante el tribunal de la Historia.
Las fechas citadas en el documefito no deben suponerse error de impren-
ta, sino de concepto; porque en el de la primera de aquéllas (1484) incurre
también el cronista de Salamanca, D. Bernardo Dorado ; y porque los cronis-
tas de las órdenes monásticas sabian y detallaban muy bien, por lo general,
los sucesos de puertas adentro ; mas de los ocurridos fuera de los monasterios
se mostraban poco enterados , y solamente se ocupaban por incidencia. Así se
ve que el P. Araya , como el P. Roselli , sabian bien lo que era y lo que hacía
en el convento Fr. Diego de Deza ; pero de lo que era y de lo que hacía fuera
— en la corte de los Reyes por ejemplo — se muestran escasamente instilados.
A más de que ya notó el erudito Humboldt lo frecuente que son las equivoca-
ciones de fechas señaladas con números arábigos en los escritores de aquella
época.
COLON EN ESPAÑA. 233
trascribir á la letra compendia, como se ve, todo lo sustan-
cial de las famosas Conferencias de Salamanca ; son preciosas
noticias conservadas por la tradición oral y escrita del convento
de San Esteban. Desde luego se advierte que el origen , las cau-
sas y objeto intencional de aquellas Conferencias , bien así como
los medios y modo de prepararlas y la fecha exacta de su cele-
bración , pasaron poco menos que desapercibidos para el conven-
to y sus cronistas ; pero el acto , el suceso , su sentido, su alcan-
ce y sus resultados lo determinan concienzuda y exactamente.
Llegó Colon al convento de Dominicos de San Esteban , y allí
encontró quien le entendiese y atendiera sus razones. El conven-
to le hospedó y asistió con todo lo necesario á su persona y á sus
viajes. Se tuvieron largas y frecuentes conferencias con los maes-
tros de Matemáticas que allí habia entonces ; -y hallándose que el
proyecto de Colon era razonable, por medio de los religiosos fue-
ron convencidos los hombres más celebrados que España tenía
en aquel tiempo y estudio. Se resolvió en definitiva informar fa-
vorablemente á los Reyes y auxiliar á Cristóbal Colon en todo;
lo cual tomó á su cargo el Prelado del convento , Fr. Diego de
Deza, quien, acomiDañado de otros religiosos y maestros, certificó
á D. Fernando y D." Isabel (h. lo seguro é importante del asuyito.
No menos explícita y circunstanciadamente refiere el suceso
Fr. Antonio Remesal, en su Historia de Chiapa y Goa témala
(lib. II, cap. vil). Oigámosle : «Fué Cristóbal Colon á Salaman-
ca á comunicar sus razones con los maestros de Astrologla y
Cosmografía que leian estas facultades en la Universidad. En el
convento de San Esteban se hacían las Juntas de los astrólogos
y matemáticos; allí proponía Colon sus conclusiones y las defen-
día. Con el favor de los religiosos redujo á su opinión ó los ma-
yores letrados de la Escuela; pero entre todos, quien tomó más á
su cargo el acreditarle y favorecerle con los Reyes Católicos fué
234 ' COLON EN ESPAÑA.
el P. M. Fr. Diego de Deza. Todo el tiempo que Colon se dete-
nia en Salamanca, el convento de San Esteban le daba aposento
y comida, y le hacía el gasto de su jornada; y en la corte el Pre-
lado mayor Fr. Diego de Deza ; y por esto y por las diligencias
que hizo con los Reyes para que creyeren y ayudasen á Colon en
lo que pedía, el P. M. Deza se atribuia á sí, como instrumento,
el descubrimiento de las Indias. »
Esto último lo acreditan, como ya hemos dicho, Fr. Bartolo-
mé de las Casas y el propio D. Hernando. Pero ¿á qué más testi-
monios, si lo declara el mismo Cristóbal Colon, en las cartas á
su hijo Diego , que ya hemos citado , y en la misma en que da
cuenta álos Reyes Católicos de su tercer viaje (1).
Y aun si más pruebas se quisieran para confirmación de aquel
relato, en lo restante, encontrarlas podrían los aficionados á citas
(1) No se olvide el lector de que en la una de esas cartas dice Colon á su
hijo : ((El Obispo de Falencia (era entonces Fr. Diego de Deza) siempre des-
que yo vine á Castilla me ha favorecido y deseado mi honra. »
Dícele en otra : « Al Sr. Obispo de Falencia es de dar parte desto con de la
tanta confianza que en su merced tengo, y ansí al Sr. Camarero.»
Y aun es más expresivo en otra en ciue le dice : (( Y es de dar priesa al
Sr. Obispo de Falencia, el que fué causa deque Sus Altezas hubiesen las In-
dias, y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para afuera,
y ansí al Sr. Camarero.» — El lector ya sabe que este Sr. Camarero era don
Juan de Cabrero.
Y como no hay carta en que Colon no encomie á Fr. D. Deza: «La Carta del
Santo Padre — le dice en otra á su hijo Diego — dije que era para que su mer-
ced (D. Juan de Fonseca) la viese si allí estaba (en Roma), y el Sr. Arzobispo
de Sevilla (Deza) ; que el Rey no terna lugar para ello. » (Navarrete , Colec-
ción, 1. 1, páginas 480 á 497, 2.^ edición, 1858).
Fero aun más explícito en la relación del tercer viaje, son notables las si-
guientes palabras del mismo Cristóbal Colon : ((Aquí mostraron (los Reyes) el
grande corazón que siempre ficieron en toda cosa grande, porque todos los
que habian entendido en ello y oido esta plática, todos á una lo tenían á burla,
salvo dos frailes que siempre fueron constantes.» (Navarbete, 1. c, t. i, pá-
gina 392.)
Esos dos frailes fueron Fr. Diego de Deza y Fr. Antonio de Marcbciia. No
hay otros que siempre fueran constantes y que entendieran en ello de continuo
y con autoridad y cierto carácter oficial más que Deza y Marchena.
COLON EN ESPAÑA. 235
en el ilustrado Acuña, Informe titulado Santo Domingo en el
Pera; en Prado, Theolog'm moral ^ cuest. 0.*, cap. xv ; en
la Aprobación , por D. Juan A. Velez de Guevara de la obra ti-
tulada El Mejor Guzman; en Fr. Antonio González de Acuña,
Cuenta que da al general Marini del estado de su convento de
Santo Domingo del Perú; en Fr. Juan Melendez, Historia de la
Orden de Predicadores de la provincia peruana , lib. i , cap. i ;
en Fontana, Monumentos dominicanos ; en Lefebure, Manual
historial de Kspondano , núni. 27 ; y hasta en el Bulario de la>
Orden, tom. vi, pág. 205.
Pero no son los cronistas y escritores dominicanos únicamente
los que dan fe y testimonio de lo que fueron las Conferencias de ■
Salamanca, y de lo que á ellas deben Cristóbal Colon y el des-
cubrimiento de la América. Fernando Pizarro , en sus Varones
ilustres del Nuevo Mundo — Vida de Colon ^ cap. iii — nos dice,
citando en su apoyo á Bartolomé de Argén sola — Anales de Ara-
gón — lo siguiente : « Determinó (Colon) de ir á la Universidad
de Salamanca , como á la madre de todas las ciencias en esta
monarquía. Halló allí grande am^mro en el insigne convento de
San Esteban, de PP. Dominicos, en que florecían en aquella
sazón todas las buenas letras ; que no solamente había maestros y
catedráticos de Teología %/ Artes, pero aun de las demás faculta-
des matemáticas y artes liberales. Comenzaron á oírle y á inqui-
rir los grandes fundamentos que tenía; y á pocos dias aprobaron
su demostración, apoyándole con el P. maestro Fr. Diego de
Deza, catedrático de Prima de Teología , y maestro del principe
don Juan.-S)
Hay más todavía. El concienzudo y verídico historiador de la
ciudad y obispado de Salamanca, D. Bernardo Dorado, reco-
giendo en la tradición y en los monumentos mismos de la ciu-
dad los hechos más salientes y característicos del notable suceso,
236 COLON EN ESPAÑA.
nos dice lo que sigue : «El limo. Sr. D. Fr. Diego de Deza, que
fué obispo de esta ciudad y arzol)ispo de Sevilla, recibió el santo
hábito en la ciudad de Toro , su patria ; vino á estudiar á esta
Escuela en donde fué su catedrático de Prima de Teología; y sién-
dolo por los años de 1 484 (este error es el mismo de los Domi-
nicos) se aposentó en este convento Cristóbal Colon ; trató y co-
municó la materia y asunto á que venía á España con dicho Be-
verendísimo , y oido con esijecial gusto, para mejor certificarse de
los fundamentos de tan gran proyecto , dio parte á los matcmci-
ticos de esta célebre Universidad.. Hízoles juntae, y retirados á
la casa de estos PP. , que tienen dos leguas de esta ciudad, llama-
. da Valcvevo, para que abstraídos del bullicio pudiesen con ma-
yor comodidad penetrar negocio tan importante; en donde unos
y otros, hechas varias observaciones y pasadas muchas conferen-
cias en el asunto, vinieron unánimes y conformes á adoptar por
conseguible el proyecto, como fundado en reglas legitimas de ynate-
máticas; en cuya consecuencia el reverendísimo Deza, como con-
fesor que era de los Eeyes Católicos D. Fernando y doña Isabel,
quedó en informarles del suceso y de la utilidad que resultaria á
estos reinos, y que todo cederia en honra y gloria de Diosy> (1).
Aparte el número y la autoridad de testimonios tan explícitos
y tan conformes en los caracteres esenciales del suceso y en su
inmediato resultado; ajearte la calidad especial de los testigos,
la ingenua sencillez de las narraciones , y la varia índole y con-
dición de los escritores que de aquél deponen, por modo tan con-
corde, aunque en formas distintas, ha de tenerse en cuenta que
del lado de estos escritores y de su relato está, como hemos vis-
to, la razón ; la razón juzgando d p)riori del suceso; deduciendo
lógicamente lo que éste debió ser, del conocimiento de las per-
(1) Dorado, n\st. de Z« ciudad y ohisp. de Salamanca ^ cap. xxxvii, pá-
gina 225, edic. Salam., 177G.
COLON EN ESPAÑA. 237
sonas , época , paraje , con quiénes y en dónde se verificó, de las
cansas que á él dieron origen , y del objeto que al provocarle se
proponían los altos personajes que le iniciaron, y con esjjeciali-
dad el que le dirigió y llevó á feliz término. Pero sobre todo, y
de una manera que no deja lugar á la duda, están los inmediatos
resultados de las Conferencias, confirmando lo que acerca de
ellas afirman aquellos escritores.
El lunes 29 de Enero de 1487 salieron de Salamanca los Re-
yes con dirección á Córdoba , donde debian reunir sus huestes
para emprender el sitio de Velez-Málaga (1). Fueron, sin duda
alguna , aquellos dias los que Cristóbal Colon pasó en la granja
de Valcuevo con el Prior de San Esteban , sus colaboradores y
amigos , permitiéndose aquel grato solaz de su gloriosa cami)a-
ña, y tal vez prejaarando el informe que la Comisión de éstos La-
bia de ofrecer á los Reyes ; á quienes esa Comisión, presidida por
Deza , y sin separarse del futuro Gran Almirante , debió seguir
muy de cerca. ¡ Y bien ! los términos de ese informe se dejan ver
por los resultados; y éstos consignados se encuentran en los li-
bramientos que á favor de Cristóbal Colon y por cosas complide-
ras al servicio de Stis Altezas se expidieron desde el 5 de Mayo
de aquel año, á cargo del Tesoro (2). Permítasenos insistir muy
(1) Cronicón de Valladolid. — «Partieron el Rey y la Reina, nuestros se-
ñores , de Salamanca para ir á Andalucía , lunes 26 de Enero de 1487. » ( En
vez de 2G debe leerse 29 de Enero , que fué lunes, y no el 26. ) Y en efecto,
los Reyes debieron salir de Salamanca el 29 , porque el 27 aun estaban allí,
como lo acredita el mismo Dr. Toledo al decir : «Otorgó el bachiller Becerra
é juró las treguas con el licenciado Francisco , mi hijo , sábado 27 de Enero,
en Salamanca, en el Consejo^ estando presentes el arzobispo de Sevilla, é
doctores de Talavera , é de ViUalon , é Canciller , é otros muchos. »
(2) Es tan notable como curioso el documento en que ese hecho se consig-
na , y se nos agradecerá que lo trascribamos aquí. Es el segundo de la Colec-
ción de Navarrete, tomo ii, páginas 8 y siguientes , y dice así :
«Don Tomás González, del Consejo de S. M., etc., comisionado especial
para el reconocimiento, arreglo y despacho del Real archivo de Simancas, etc.,
certifico : Que en un libro de cuentas de Francisco González de Sevilla, teso-
238 COLON EN ESPAÑA.
de intento en recordar estas fechas. El 6 de Marzo del 87 esta-
ban ya los Reyes en Córdoba (1). El sábado 17 de Abril partia
el Rey de Córdoba y se dirigía « con muy gran caballería y con
rere de los Rej-es Católicos , entre otras partidas de la Data correspondiente
á los años de 1485 á 1489, hay las siguientes :
»En dicho dia 5 de Mayo de 1487 di á Cristóbal Colomo, extranjero , que
está aquí faciendo algunas cosas cumpliü eras al servicio de Sus Altezas,
tres mil maravedís , por cédula de Alonso de Quintanilla , con mandamiento
del Obispo de Falencia.»
Nota. Cuando se mandaba dar dinero á algima persona que entendía ó
cuidaba de algún negocio reservado , ó que no se liabia hecho, ni convenia to-
davía hacerse púbhco , se decia siempre : para ciertas cosas comjjlideras al
servicio de Sus Altezas.
«En 27 de dicho mes (Agosto de 1487) di á Cristóbal Colomo cuatro mil
maravedís para ir al Eeal, por mandado de Sus Altezasy por cédula del Obis-
po. Son siete mil maravedís con tres mil que se le mandaron para ayuda de
costa por otra partida de 3 de Julio.
j)En dicho dia (15 de Octubre de 1487) di á Cristóbal Colomo cuatro mil
maravedís, que Sus Altezas le mandaron dar para ayuda de costa.
))En 16 de Junio de 1488 di á Cristóbal Colomo tres mil maravedís, por
cédula de Sus Altezas. »
En otro libro de cuentas de Luis de Santángel y Francisco Finelo , tesorero
déla Hermandad desde el año 1491 hasta el de 1493, en el finiquito de ellas
se lee la partida siguiente :
C( Vos fueron recibidos é pagados en cuenta un cuento é ciento é cuarenta mil
maravedís que distes por nuestro mandado al Obispo de Avila , que agora es
arzobispo de Granada, para el despacho del almirante D. Cristóbal Colon.»
En otro libro de cuentas de García Martínez y Fedro de Montemayor de
las composiciones de bulas del obispado de Falencia del año de 1484 en ade-
lante , hay la partida siguiente :
«Dio y pagó más el dicho Alonso de las Cabezas (tesorero de la Cruzada en
el obispado de Badíjjoz) por otro libramiento del dicho Arzobispo de Grana-
da , fecha 5 de Mayo de 92 años , á Luis de Santángel , escribano de ración
del Rey nuestro Señor , é por él á Alonso de Ángulo por virtud de un poder
que del dicho escribano de ración mostró, en el cual estaba inserto dicho li-
bramiento, doscientos mil maravedís , en cuenta de cuatrocientos mil que en
él, en Vasco de Quiroga, le libró el dicho Arzobispo por el dicho libramiento
de dos cuentos seiscientos cuarenta mil maravedís (|ue hobo de haber en esta
manera : un cuento y quinientos mil maravedís para pagar á D. Isag Abrahara
por otro tanto que prestó á Sus Altezas para los gastos de la guerra , é el ?m
cuento ciento é cuarenta mil maravedís restantes para pagar al dicho escribano
de ración en cuenta de otro tanto que j^trestó piara la purja délas carabelas que
Sus Altezas inundaron á las Indias, é para payar á Cristóbal Colon que va en
la dicha armada. »
(1) Ortiz de Zúñiga, Anal., lib. xii.
COLON EN ESPAÑA. 239
SU artillería 6 gente de todos sus reinos é muy gran gana é dis-
posición de pelear con los moros é fué por sus jornadas sobre
Yclez-Málaga » (1). Y en 5 de Mayo se libraban ya y pagaban tres
mil maravecU's por orden de los Reyes y cédula de Alonso de
Quintanilla á Cristóbal Colon , extranjero, «que está aquí — dice
el lil)ramiento — faciendo algunas cosas compUderas al servicio
de Si¿s Altezas. y> En 5 de Mayo, 3 de Julio, 27 de Agosto y 15
de Octubre de 1487, se libraron á favor de Culón, y á cargo del
Tesoro, hasta 14.0UU maravedís, y otras cantidades en los años
sucesivos. Se mandó por Real cédula de 12 de Mayo de 1489,
que cuando transitase por cualesquiera ciudades , villas y luga-
res se le aposentara hien y gratis, pagando sólo los manteni-
mientos á los precios corrientes. Y los Reyes le honraron que-
riéndolo tener á su lado , como lo hicieron en los sitios de Málaga
y Granada (2).
Estos hechos, acreditados por los documentos y autoridades
que citadas dejamos, son de una fuerza incontrastable y tienen
una significación que no pudo ocultarse al recto juicio y claro
talento del coleccionador Navarrete. Cristóbal Colon entró al
servicio de los Reyes Católicos en Abril ó Mayo de 1487, es de-
cir, á seguida de las Conferencias de Salamanca; tan luego
como los Reyes pudieron tener conocimiento del resultado de
aquellas Conferencias, -Colon comenzó á percibir emolumentos,
auxilios, pensiones, harber, sueldo, ó como se le quiera denomi-
nar, el 5 de Mayo de 1487, y continuó percibiéndoles, con más
ó menos intervalos, hasta las capitulaciones de Santa Fe.
Ahora comparemos este resultado con el que tuvieron las fa-
mosas Juntas para evacuar la Real consulta encomendada á fray
(1) Bernaldez, Reyes Católicos, cap. Lxxxii.
(2) Navarrete , Colee. , t. i , introd.
240 COLON EN ESPAÑA.
Hernando de Oropesa , prior de Prado : y para ello recuérdese lo
qne liemos dicho en el capítulo iv, tomado de los más irrepro-
chables testimonios, D. Hernando Colón y Fr. Bartolomé de
las Casas. El informe del prior de Prado y sus congregados fué
una desestimación, una repulsa absoluta sin contemj)laciones
ni corteses evasivas. «Las promesas y ofertas de Colon fueron
dellos juzgadas, por imposibles y vanas, de toda repulsa dignas.»
Así lo asegura el padre Las Casas, y sigue razonando el in-
forme, como sin duda lo haría á los Reyes el mismo prior de
Prado. Es indudable que éste quería una despedida perentoria y
sin apelación, y que á este propósito extremó sus razones y
argumentos. Y que éstos debieron ser los que indica el padre
Las Casas, lo prueba el elocuente discurso de Luis de Santán-
gel á la Reina Isabel, de que más adelante hemos de hacer
mención.
Y en efecto ; según añade Las Casas , los Reyes mandaron
despedir á Colon, por toda respuesta, «pero no quitarle la espe-
ranza de volver á la materia cuando SS. AA. se viesen más des-
ocupados.» Esto, como ya dijimos, entraba en las^ miras del
Rey Católico, aunque no entraba en las de su consejero fray
Hernando (1).
Pero los hechos hablan y están por encima de aquellos efíme-
ros triunfos de la pequeña intriga. El hecho capital é irrefutable
es que el despedido de los Reyes por el prior de Prado entró al
servicio de los Reyes á seguida de las Confeeencias de Sala-
manca, y sin duda alguna joí)r efecto de ellas. El triunfo obteni-
do á sus resultas por el cosmógrafo y navegante genoves, no
(1) Galindez DE Carvajal, Memorial y Registro breve, etc. «Nuestros Re-
yes — dice — ocupados entonces en las conquistas de Andalucía, no pudieron
oirle -^i^^^'c llendvon la política de entretenerle , y él mismo asistió á ellas y les
sirvió no poco con su pericia y su valor. »
COLON EN ESPAÑA. 241
inicio ser ni más decisivo ni más visible. Los líeyes le acogieron
ú su servicio y le tuvieron ú su lado durante toda la campaña
contra la morisma y desde primeros de Mayo de 1487.
C*laro es que para los teólogos, matemáticos y juristas de Sa-
lamanca ; i)ara los sabios y doctores que asistieron á las Confe-
rencias provocadas por Deza y sostenidas por Colon , éste no fué
ya un visionario, ni un aventurero, ni un arbitrista, sino un en-
tendido cosmógrafo y un navegante audaz, un sal)io utilizable;
para la Reina Isabel fué siempre un liumbre de genio.
Colon entró realmente, entró de hecho al servicio de los Re-
yes Católicos á i3rimeros de Mayo de 1487 (1), es decir, inme-
diatamente después de las Conferencias de Salamanca, á seguida
que la Comisión de matemáticos de aquella Universidad , á cuyo
frente iba el insigne Deza, presentaron á los Reyes el informe y
recomendación de los proyectos de aquel extranjero, como resul-
tado de las Conferencias con él tenidas por los maestros, teólogos
y matemáticos de Salamanca.
A pesar del error sobre tal asunto consagrado por la autoridad
de escritores tan distinguidos como Humboldt, como Irving,
como Prcscott, como el mismo Roselly de Lorgues, que exagera
hasta el ridículo la insensatez de los argumentos, á su decir,
hechos por los doctores de Salamanca ; á pesar de los cuentos
jiropalados, con tanto gracejo como osadía, por el italiano Bos-
(1) Como liemos rlicho ya en el Capitulo iii, Colon dice en la relación de
su primer viaje, ijue fué en Enero de 1486, no cuando entró al servicio efec-
tivo de los Reyes Católicos, sino cuando avino á les serijiry), lo cual es dife-
rente. En principios de 1486 fué, como creemos haber probado, su primera
presentación á los Reyes ; y ya hemos visto que éstos le acoí^ieron benévola-
mente. A ese acto y á esa fecha se refieren, sin duda, las palabras de Colon
que copia textualmente Fr. Bartolomé en el relato ó diario del primer viaje. —
Lunes 14 de Enero (1493).
16
242 COLON EN ESPAÑA.
si (1), quien, no contento con ridicnlizar á los teólogos y maes-
tros de Salamanca, injuria á Esi)aña con acusaciones de liviana
garrulería; á pesar de todo eso, decimos, el triunfo obtenido por
Colon en las Conferencias de Salamanca está grabado en la me-
moria de sus habitantes y lo repite el eco de la tradición , perpe-
tuada en las calles de la ciudad y en los tesos de Yalcuevo;
aquel triunfo es un hecho, de cuya autenticidad deponen las
Crónicas y Anales de Salamanca, hecho de cuya autenticidad é
irrefragable evidencia han dado público y solemne testimonio
profesores de aquella escuela tan distinguidos , como Fr. Pascual
(1) La peregrina invención del Sr. Bossi — dice Navarrete — en buscar los
testimonios de la Historia en las estampas de un grabador que vivió un siglo
después de los sucesos que quiso representar, le precipita en errores ó le hace
adoptar fábulas que desecha la buena crítica. Guiado por una estampa de
Teodoro Bry, refiere que, entre las fiestas con que obsequiaron á Colon los
grandes de la corte cuando volvió de su primer viaje , fué una el banquete
que le dio el cardenal Mendoza. El Almirante ocupaba el primer lugar ; y
conversando durante la comida , uno de los grandes sostuvo que si Colon no
hubiera descubierto la América, no halirian faltado en España hombres de
talento y habilidad para ejecutar la misma empresa. Entonces Colon tomó un
huevo y pregunto si alguno de los que estaban presentes sabrían hacer que se
mantuviera derecho sin ningún apoyo. Nadie pudo conseguirlo, y Colon,
aplastando de un golpe uno de los extremos del huevo, logró que se mantur
viera derecho sobre la mesa.
Esa historia vulgar y ya desautorizada, como dice uuiy bien el Sr. D. José
Laso de la Vega en su Crónica Naval de España, t. viii, pág. 10, sirvió al
inglés Hogartch para su célebre caricatura , de la cual se han hecho reciente-
mente algunas reproducciones en las revistas pintorescas que se publican en
el extranjero ; pero la fábula no es original. El cuento del huevo está tomado
de la biografía del florentino Brunelleschi , recurso de que ese • gran genio
artístico, como dice Michelet, se valió para convencer de tontos á sus émidos
que le calificaban de loco. El Sr. Laso de la Vega cree que Hogartch tomó
esa anécdota de Benzoni , y añade que en aquella época era más fácil encon-
trar pedantes en Inglaterra que en España, ti-atándose de viajes marítimos y
de descubrimientos. Pero lo esencial es (pe ninguno de los historiadores es-
pañoles contemporáneos al suceso, ni Las Casas, ni Bernaldez, ni el hijo de
Cristóbal Colon, ni Angieria, ni Salazar de Mendoza en la Crónica del Gran
Cardenal de España, hacen mención de semejante anécdota al referir' la lle-
gada de Colon á Barcelona, los obsequios que recibió de la corte y lo mucho
que le favoreció el Cardenal.
COLON EN ESPAÑA. 243
Sánchez, D. Salnstiano Rniz, D. Manuel Hermeneu-iklo Dúvila,
don Santiago Diego Madrazo, D. Dionisio Barreda, D. Pedro
Manovel y Frida ; y escritores tan ilnstrados como D. Antonio
Gil y Zarate, D. Alvaro Gil Sanz y D. Domingo Doncel y Or-
daz : nnos, en Memorias y reseñas históricas de hi Universidad;
otros, en discursos inaugurales, folletos y biografías.
Se equivocaron, sí; se equivocaron lastimosamente, tanto Mu-
ñoz como Bossi, y lo mismo Navarrete que Rumboldt, que Ir-
ving y Prescott, ni más ni menos que los Lamartine y los
F. Cooper, y lo mismo Rosselly que De Belloy, y así M. Latour
como E. de C'hanel, el Duque de Rivas tanto como el espiritual
Campoamor, novelistas, poetas é historiógrafos, al dar de l)arato
que (da Universidad de Salamanca declaró imposible el intento
de Colon» ; que «la docta Junta de Salamanca dio un dictamen
desfavarable ; que declaró el plan del insigne cosmógrafo quimé-
rico, impracticable y apoyado en muy débiles fundamentos»; se
equivocaron lastimosamente, tomando las Juntas y pláticas del
prior de Prado, tenidas en Córdoba á principios de 1486, por
las famosas Conferencias de Salamanca, que, provocadas oficio-
samente por los entusiastas jn-otectores de Colon, y dirigidas,
inspiradas y presididas por el R. P. M. Fr. Diego de Deza, se
celebraron durante la estancia de los Reyes Católicos en aquella
ciudad (1), de 1486 á 1487. Se equivocó grandemente el erudi-
tísimo, y por otra parte juicioso y atinado Prescott al decir: «que
desde el primer instante de su concepción hasta su complemento
final , Cristóbal Colon no encontró más que molestias y embara-
zos de toda especie, sin hallar casi ni un corazón que se intere-
sara en su favor ni una mano que le aijudára, » Se equivocó tam-
(1) «No se concibe — dice en su Iliíttor'ia de Exiuiña el onidltn D. Anto-
nio Cabanilles — no se concibe que la Universidad de Salamanca en tal
ocasión diese un voto negativo. (Tojno v, lib. vii, cap. v.)
244 COLON EN ESÍPÁÑA.
bien el insigne Irving al creer y dar i)or cierto que Colon no ha-
Lia tenido más amigos y protectores en Esjjaila que Fray Diego
de Deza y Fray Juan Pérez (1).
Demostrado irrecusablemente dejamos que, aparte de Juan
Berardi y de la colonia italiana que residia por entonces en Se-
villa, en el Puerto de Santa María , á luego de su llegada á Es-
paña encontró al Duque de Medinaceli ; en Córdoba , al carde-
nal Mendoza, á Fr. Diego de Deza, á Alonso de Quintanilla,
al comendador D. Gutierre de Cárdenas , á Luis de Santán-
gel , al secretario de la Reina Gaspar Gricio , al tesorero Ra-
fael Sánchez, al camarero del Rey, Juan Cabrero, y á mujeres
de tan levantado ánimo como la Marquesa de Moya y doña Jua-
na de la Torre ; encontró en Salamanca á toda la Comunidad de
San Esteban y á todo lo más celebrado de aquella Universidad;
en la Rábida, á Fr. Juan Pérez y al físico García Hernández ; en
Palos , á Juan Rodríguez Cabezudo y al clérigo Martin Sancbez ;
en Moguer , á los Pinzones (2) ; y en todas partes ci los dos frai-
les que siempre fueron constantes : el Maestro Deza y el buen as-
trólogo Fr. Antonio de Marchena , verdaderos creyentes y após-
toles fervorosos de las ideas y proyectos de Cristóbal Colon.
Todo eso — entiéndase bien — no amengua en nada el mérito in-
disputable de aquél , ni hace resaltar menos la indomable ener-
gía de su esj)íritu. Todo eso no desnuda de su belleza, de su li-
rismo y de sus encantos al poema heroico del descubrimiento.
Los inspirados versos que en loor del gran Colon han escrito.
(1) W. luviNG, Vida y viajes de C. Colon, lib. v, cap. vil.
(2) Juan Eodriguez de Mafra, testigo en las probanzas por parte del almi-
rante D. Diego, dice en su declaración : «que ai el Almirante (Colon) hubie-
ra podido armar, si no fuera con él Martin Alonso Pinzón, rico y ampareuta-
do, por respeto del cual fué la gente.» Y en esto convienen todos, testigos del
suceso, historiadores y biógrafos.
COLON EN KSPAÑA. 245
desde Torcnato Tasso , liasta nnostrn compatriota Campoamor,
prnol)a que merccia la corona que á porfía le lian tejido pintores,
escultores y poetas (1).
Séanos ahora lícito repetir aquí lo que dijimos en la introdu-
cion de este estudio ; si la historia del descubrimiento de la Amé-
rica necesita de España, la liistoria del descubridor necesita de Sa-
(1) Buenas ganas se nos pasan de trascribir aquí los bellísimos trozos de
poesia , en que se ha cantado la gloria y el genio de Colon , y aun aquellos en
que se profetizaba el descubrimiento. Algo hemos dicho ya sobre este último
punto, y ciertamente no desagradaria á nuestros lectores el recordar lo que so-
bre el primer tema escribieron el Tasso y Chiabrera, Castellanos y ^[elendez,
el Duque de Eivas, Víctor Hugo, Arólas, Campoamor y cien y cien vates
nacionales y extranjeros. Pero en vez de una nota haríamos un álbum. No re-
sistimos, sin eml)argo, á la tentación de reproducir aquí algunos de esos be-
llísimos trozos en que se pintan con admirables rasgos la magnitud de la em-
presa y la indomable energía de Colon. Sólo que para no privarlos de su belleza
es forzoso darlos en el idioma mismo en que se escribieron. Hé aquí los que
más nos llaman la atención :
Colomb , l'envahisseur des vagues , roisclenr
Du sombro aigle AmGrique , et riiomme que Dieu méne ,
Celui qui donne un monde et recoit une cbaiue,
Colomb aux fers oriait : — Tout est bien. En avant. »
( Víctor Hugo , Les Mulhcreux. )
Corto da cor, ch' alto destín non scelse, ^
Son l'improse tuagnanime ueglette ;
A Ma le boU' alme alie bell' opre elette
Sanno gioir nelJo fatiche eccelse :
Ne biasmo popular , f rale catena ,
Spirto d'onore , il suo cammin reffrena.
Cosí hinga stagíou por inodi íiidegni
Europa dísprezzó Tinclita speme,
Schernendo il vulgo , e seco í Regi insiemc
Nudo nocchier , promet/üor di Regni. .
(Chiabrera, Rime, p. i, canzone 12.')
No son menos liellos los versos en que el Tasso pagó al navegante genovcs
su tributo de admiración :
Un uom della Liguria avríi ardimonto
AU incógnito coi'so sporsi in prima :
Ne'I minacíevol frémito del vento ,
Ne- i'inhospito mar , ne'l duhio clima ,
Ne s'altro di periglio o di spavento *
Piu grave é fonuidabile hor se stima ,
l-'aran che '1 generoso entro á i divieti
D' Avila augiuti l'alta mente acclieti.
( (¡ierusti lem me libvr. , canto x v — o 1 . )
24G COLON KN ESPAÑA.
lamanca. Por babor desdeñado el raudal de esa cristalina fuente,
bebiendo en dejíósitos que enturbió la pasión , cometieron los
errores, que creemos baber desvanecido, y la injusticia, que he-
mos pretendido reparar , los escritores que , con el respeto debi-
do á sus talentos , liemos nombrado , y la serie larga de sus re-
petidores en verso y prosa.
Desde la popa hincharse
Ve el ínclito Colon la onda enemiga :
El traeno retumbar : la quilla incierta
Vagar Uevada á la merced del viento ;
La chusma sin aliento ;
Y una honda sima hasta el abismo abierta ;
i Vil galardón á su inmortal fatiga !
Pero él en tanto escribe sin turbarse
La ínclita acción : hallarse
Podrá un día , cxclamanrio , tan preciado
Depósito , y mi nombre celebrado
De la fama será. Quiso benigno
Darle la mano el cielo ;
y entre las ondas plácido camino
Abrirle fausto hasta el hispano suelo.
El hombre , por su arrojo sin segundo ,
Goza doblado el ámbito del mundo.
(Melendez Valdés, Oda xvi, t. iii, edic. Valladoüd , 1797.)
Navega, Colon, navega
Hasta hallar la ignota orilla;
Que ni al genio ni á Castilla
El éxito se le niega :
La fortuna torpe y ciega
No se resiste al poder ;
Y el triunfo es hoy, como ayer ,
Un hierro que hay que forjar.
La virtud manda luchar :
La gloria manda vencer.
(C. Rodríguez Pinilla, Colon.)
ciríTULO VIH.
Sumario. — Nueva lucha de Colon con motivo del premio y coiiilieiones c|ue
requena para llevar á cabo su empresa. — Diñcultades que produjo su iu-
ílexibilidad en ese punto. — Partido que de ello sacaron Talavera y sus
parciales. — Motivos que retenían á Colon en España. — Error y sistemáti-
ca obcecación del conde Rosselly acerca de los vínculos que unían á Colon
y á doña Beatriz Enri(iuez. — Costumbres y leyes españolas de aquellos
tiempos, en lo que se refiere á la constitución de la familia. — Rompimiento
de Colon con los Reyes. — Su visita al convento de la Rábida. — Fray Juan
Pérez y el físico de Palos de Moguer. — Regreso de Colon á Santa Fe. —
Nuevos tratos y nueva desavenencia con la reina laabel. — Intervención de
Santángel : su discurso á la Reina. — Decisión y rasgo sublime de ésta. —
Capitulaciones de Santa Fe.
El triunfo qne las Conferencias de Salamanca proporcionaron
á Colon fué visible y decisivo, sí; pero no por eso acabaron las
contrariedades. Los resultados inmediatos de aquéllas acreditan
que se habia ganado una ejecutoria; pero los adversarios de la
empresa reservaban jiara la vía ejecutiva los i'ütimos recursos de
su estrategia, y, como si dijéramos, las últimas flechas de su al-
jaba. Vamos á reseñar los últimos combates de aquella última
campaña, con el doble objeto de ofrecer á nuestros lectores, en
la armónica exposición del conjunto , otra demostración de la
verdad de los detalles; otra prueba más de que nuestro relato
explica natural y sencillamente todas las alternativas de la lu-
248 COLON EN ESPAÑA.
cha; las amarguras y los contentamientos de Colon; y no solólas
explica, sino que orilla dificultades y resuelve dudas que habiau
hasta hoy parecido á todo el mundo insolubles.
Hemos dicho ya que á seguida de las Conferencias, acto con-
tinuo de la manifestación de sus resultados, hecha á los Reyes
por Fr. Diego de Deza, y por los religiosos y matemáticos que
en aquéllas tomaron parte y que le acompañaron con el propósito
y encargo de informar á Sus Altezas, entró Cristóbal Colon al
servicio de éstos , y comenzó á recibir del Tesoro Real , y casi
periódicamente, cantidades de más ó menos importancia, por vía
de entretenimiento; siendo de notar el concepto y alta significa-
ción que revelan los términos en que aquellos lil)ramientos se
extendian , así como las j)ersonas que en su expedición y pago se
ven intervenir.
Los Reyes acometían entonces la ardua emj^resa de Velez-
Málaga y de Málaga , formidables trincheras , precioso jirón del
agareno imperio, cuyo asedio era temeroso, y cuya conquista iba
á ser decisiva, para la del líltimo baluarte del aquel agonizante
poder. Colon , en tanto , se situaba holgadamente en Cíórdoba , y
contraía allí aquellas j)lacenteras relaciones que , al darle un se-
gundo hijo, le hicieron tomar apego al jiaís, atándole á éste
con los inquebrantables suaves lazos del agradecimiento y del
amor (1).
(1) A esto alude su hijo D. Hernando, en el capítulo xii de su historia,
cuando dice : «Que aunque el Almirante tenía perdidas ya las esperanzas, por
el poco ánimo y juicio que hallaha en los consejeros de Sus Altezas, por el
gran deseo que tenía de que esta empresa la lograse España , le precisó á ce-
der á su ruego (el del obispo Deza) , teniéndose por natural destos reinos , que
eran patria de sus hijos , y haber vivido en ellos tanto tiempo. »
El Sr. Navarrete da esa misma importancia á aquellas relaciones y á aque-
llos vínculos. Y eso mismo han creído Iliuuboldt é Irving. ¡ Y qué cosa más
natural ! El propio Colon no halló reparo alguno en manifestarlo; y todas sus
manifestaciones le honran y enaltecen.
COLON EN ESPAÑA. 249
Es perfectamente vano — si prescindimos del propósito de la
beatificación — el empeño que lia hecho el conde Rosselly de
Lorgues, auxiliado por los Belloy, Richard, Cadoret, y por los
Padres d'Orsino , Casanova , Buldú y Civezza , en santificar
aquellas relaciones por medio de un supuesto matrimonio de
Colon con doña Beatriz Euri(pTez. La solemne declaración de
aquél en su testamento destruye irremisiblemente aquel propó-
sito, de otra parte innecesario para la fiímay gloria de Cristóbal
Colon, á quien ni adversarios, ni íimigos, ni parientes se acor-
daron jamas de censurar por el género convencional y perfecta-
mente comprensible de aquellas relaciones.
Á pesar de la luz- que ya lucieron sobre este punto los autén-
ticos documentos publicados por Muñoz y por Navarrete, y la au-
toridad de historiadores de tan alto y tan merecido concepto como
Humboldt, Irving y Prescott, los cuales, en definitiva, no han
dicho sobre el asunto ni más ni menos que lo que ya habian di-
cho y sostenido escritores italianos tan católico-apostólico-roma-
nos como eb conde Napione, el abate Gavotti, el P. Spotorno,
el abogado Juan Bautista Belloro , el profesor Sanguinetti y el
propio Bossi, la tenaz insistencia del conde Rosselly y de sus
auxiliares en acusar de impostores á unos y de malignos é in-
tencionados á otros de los que han negado el matrimonio de
Cristóbal Colon con doña Beatriz Enriquez, nos obliga á de-
cir algunas palabras más al devoto Conde y á sus obcecados par-
ciales. Y no hablaremos nosotros, dejaremos hablar, para que
no se acuse también de calumniosa nuestra palabra, á sacerdo-
tes españoles , perfecta y sinceramente católicos cristianos.
Porque es el caso, que el conde Rosselly y sus auxiliares se
han obstinado en cuestionar una cosa, que ni quita ni jione som-
bra alguna en la vida, honra, lustre y aureola gloriosa de Cris-
tóbal Colon. El conde Rosselly es hombre de muchísimo talento
250 COLON EN ESPAÑA.
y de vastísima instrucción , es indudable ; pero se ha olvidado en
esta ocasión de lo que era, en España al menos, la sociedad del
siglo XV, en materia de costumbres, por lo que Liace al matrimo-
nio y á la constitución de la familia. Oigan sobre esto á un sa-
cerdote español de ejemplares é irreprochables costumbres y de
vastísimos conocimientos.
c( Las ideas de nuestros predecesores en nada se parecían á las
nuestras, y seguramente se escandalizarían y nos tendrían por
bárbaros si las conocieran. Tener un hijo , aun cuando fuese ha-
bido de un enlace ilegitimo ó no ratificado por la ley , era un bien
jjara la repiiblica; y así las leyes no los hacían de condición in-
ferior á los que nacían de mtijer de bendición ó de mujer velada,
ni los degradaban ni los reputaban por indignos de los empleos
públicos, ni de suceder en los bienes de sus padres. Solamente
exigían para esto la seguridad de la filiación , que se acostum-
braba hacer por los padrinos en el día del bautismo , ó pública-
mente en el Ayuntamiento, según las formalidades i^rescritas en
los fueros. Los ¡madres, lejos de avergonzarse de tenerlos por hi-
jos, los trataban con igual cuidado que á los legítimos, y conta-
ban con ellos como otros tantos miembros útiles de la sociedad
doméstica. Las leyes imponían á las madres la carga de alimen-
tar y criar á unos y otros» (1).
Y esto es tan exacto , que un cronista del siglo xv , también
eclesiástico, y por cierto muy partidario de la Inquisición , nos
da, entre otras muchas del mismo género, las noticias siguien-
tes : El Duque de Medinasidouia, uno de los más altos y pode-
rosos señores de Castilla , rival ó émulo del ilustre Ponce de
León , marqués de Cádiz , tuvo dos hermanos naturales {bastar-
(1) Martinfz Marina, ¿Jíisí/v/o 7íi.s-/ó?'¿eo-cn7/co sobre la antigua legisla-
ción y principales cuerpos legales de León y Castilla, § 20G.
COLON EN ESPAÑA. 251
dos, dice el cronista), D. Pedro y D. Alonso; el primero de los
cuales casó nada menos que con una hija del comendador mayor,
el poderoso D. Alfonso de Ciirilenas, señor de Maípieda, y luego
maestre de Santiago.
Este mismo D. Alfonso de C^árdenas estuvo casado con- doña
Teresa, hija bastarda del famoso almirante de Castilla D. Enrique.
Pero ¿qué más? El mismo rey D. Fernando el Católico tuvo
un hermano ¿«áte/y/í) , D. Alfonso de Aragón, que desempt'ñ(j á
su lado un importantísimo y brillante papel (1).
Vea, pues, el conde Rosselly y vean sus devotos parciales,
como no dice nada , absolutamente nada en des^irestigio de Cris-
tóbal Colon, el que tuviera un hijo natural , ni el que tal fuese,
redundó en menoscabo de D. Hernando. Tan hijo fué éste de Co-
lon, como Diego; y tan considerado estuvo en la sociedad, como
éste , hasta por los Reyes ; los cuales le nombraron , en efecto,
paje de la Reina al mismo "tiempo que á D. Diego , el cual lo
habia sido ya del príncipe D. Juan.
Vean, pues, el conde Rosselly y sus auxiliares, como no su-
frió nada en su decoro ni en su nobleza la misma doña Beatriz
Enriquez, por no ser mujer de bendición, mujer velada, mujer
in facie Ecclesice, de Cristóbal Colon ; sin embargo de lo cual,
pudo éste muy bien llamarla su mujer, en aquel tiempo, sin ru-
bor alguno, como llamó su hijo cien veces á D. Hernando.
Porque el Conde Rosselly no puede ignorar que, en aquella
época, la barraganía era un acto perfectamente legal; no así
como quiera tolerado, sino autorizado en disposiciones terminan-
tes de nuestra legislación foral (2). «No era un enlace vago, in-
(1) A. Bernaldez, cura de Los Palacios, Crónica de los Reyes Católicos,
tomo I, págs. 19, 64 y 87. Edic. Sevilla, 1869.
(2) Véanse los fueros de Cáceres, de Burgos, de Cuenca, de Baoza y la
llaniada Carta de Avila. Y sobre todo, los fueros de Zamora y de Plasencia,
cuyas disposiciones copia Marina eu el lugar citado.
252 COLON EN ESPAÑA.
determinado y arbitrario — dice el autor antes citado — sino que
se fundaba en un contrato de amistad y compañía, cuyas princi-
j)ales condiciones eran la permanencia y fidelidad. » Por eso en
nuestra historia jurídica se conocieron, según fuero y costumbre
antigua de España, tres clases de enlaces de hombre y mujer
autorizados por la ley : el matrimonio in facie Ecclesice , el ma-
trimonio á yuras y la barraganía. Si la unión del navegante ge-
noves y de doña Beatriz Enriquez fué de esta última clase, ó fué
un matrimonio á yuras , es decir , un matrimonio de conciencia,
no lo discutiremos nosotros. A una y otra opinión se prestan las
palabras de su testamento , que en su lugar copiamos. Pero fuera
cualquiera de esas dos la clase de unión de que fué fruto D. Her-
nando , ninguna de ellas amengua el mérito , la honradez, la fema
y buen nombre de C-ristóbal Colon; ninguna de ellas menoscaba
su gloria, como tampoco la nobleza de doña Beatriz, ni el con-
cepto , las preeminencias y la estimación que gozó y mereció su
hijo D. Hernando.
Si en este concepto hubiera sostenido el conde Rosselly , que
Cristóbal Colon estuvo segunda vez casado, no hal)ria dificiütad
en concederlo; y de ello podría ser prueba la que el Conde aduce
recientemente , como decisiva de su otro concepto ; el jjapel escri-
to de mano del Almirante, copiado y publicado por Navarrete,
en que habla de «mujer é hijos.» Mas el empeño de sostener que
contrajo matrimonio in facie EccUsííb con doña Beatriz Enri-
quez , ni se prueba con ese documento y esa frase , ni puede re-
sistir al argumento irrefutable que se desprende de su clara y
terminante disposición testamentaria , que se nos perdonaría vol-
vamos á copiar aqm'. «E le mando (á su hijo D. Diego) que haya
encomendada á Beatriz Enriquez , madre de D. Fernando , mi
hijo , que la provea que pueda vivir honestamente , como persona
á quien soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de
COLON EX ESPAÑA, 253
conciencia , porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón
del lo non es lícito de la escrebir aquí» (1).
La l'rase del ]'apel escrito de mano del Almirante, á que re«-
cientemente ha dado tanta importancia i)!ira su objeto el conde
Rosselly , no prueba nada , en ese sentido. El papel está escrito
efectivamente de la propia mano de Cristóbal Colon , según tes-
timonio de Navarrete, que lo vio y cpie lo declara así, y es un
borrador ó coi)ia de una carta, que escribirla cuando le trajeron
preso , á alguna de las personas que le favorecían en la corte , in-
teresándolas en su desgracia. No las designa en el papel, ni éste
lleva fecha, pero de su contexto se colige que se escribió en la
misma situación de ánimo que la carta escrita á fines de 1500
á D.^ Juana de la Torre , ama que había sido del príncipe don
Juan. «Suplico á vuestras mercedes, dice, que miren todas mis
escrituras y cómo vine á servir estos prínciíjes de tan lejos , y
dejé mujer y fjos que jamas vi por ello, y que agora, etc.» Bien
se ve que la frase está empleada en lenguaje metafórico : — Vine
de lejas tierras á servir á estos Reyes abandonándolo todo de-
jando casa y hogar dejando mujer é hijos — Este es el sen-
tido, éste el concepto, ésta la frase. Y sólo así es cierta. Porque
si literalmente se quisiera entender , sería falso el concepto ; y
esto sí que fuera ofender y levantar falsos testimonios á Cristóbal
Colon, que fué demasiado grande y magnánimo para que pudie-
ra emplear en ninguna situación el arma ruin de la mentira. Sería
falso el concepto , decimos , tomada la frase á la letra ; porque
cuando vino á servir á los Reyes Católicos , ni vivía ya D.* Feli-
pa Muñiz Perestrello, ni él conocía á D.^ Beatriz Enricpiez toda-
vía. Por consiguiente, no tenía mujer, ni tenía entonces más que
(1) Navarrete, Colee, docuni. núin. clvui. Testamento y codicilo del Al-
mirante D. Cristóbal Colon , otorgado en Valladolid á 19 de Mayo de 1506.
254 COLON EN ESPAfÍA,
un hijo, D. Diego. Esto, aparte de lo que ya queda demostrado,
en orden á los diversos conceptos en que se podia por aquellos
tiempos usar la voz mujer é hijos.
Por lo demás , sabido es que ni en buenas reglas de herme-
néutica, ni en las de sana crítica es lícito inter j)retar frases , mo-
dismos, costumbres y hábitos de una época por los de aquella en
que uno vive. Nosotros , por ejemplo, usamos hoy más pulcritud
en las formas , más decencia exterior en la frase que nuestros
antepasados ; pero ellos eran mucho más contenidos en el fondo,
y, como dice bien Mariana, «si conocieran ese fondo, se escanda-
lizarían y nos tendrían no sabemos sí por bárbaros », ó por
gravemente enfermos. Mas dejemos este asunto y, atando el hilo
de nuestra narración, volvamos á la campaña de 1487.
Difícil por demás el sitio de Málaga , y no i30co costosa su ad-
quisición , hizo necesaria la presencia de los Reyes al frente de
sus huestes , largo tiempo después de entregada la ciudad. Y hé
aquí que los deseos de Colon se conciertan entonces con el j^ro-
pósito de los Reyes ; merced á lo cual, en 27 de Agosto se le li-
bran , por mandado de Sus Altezas , cuatro mil maravedís , para
ir al Real , que aun estaba sobre Málaga en aquella fecha , según
Bernaldez. Se infiere de ese hecho , que los Reyes no querían ya
dejar de la mano al navegante genoves ; al paso que él también
aprovechaba cuantas ocasiones creía oportunas para apresurar la
ejecución de sus designios.
Fuera consejo de sus amigos y protectores , ó ya que á su cla-
ro talento no pudiera ocultarse la inoportunidad de aquellos mo-
mentos, para apremiar á los Reyes, mediante la premiosa situa-
ción en que éstos se encontraban , es lo cierto que ni entonces
ni en los siguientes años — 1488 y 1489 — se advierten síntomas
de ejecución , pero tampoco de desacuerdo entre los Reyes y Co-
lon ; antes al contrario , se ve , durante ese largo período , que el
COLON EN ESPAÑA. 255
navegante genoves, satisfecho con las agasajos y distinciones qne
acreditan su triunfo y la estimación obtenida de los Reyes, con-
sideró ya su i)royecto aceptado en princii)io ; y si bien muestra
deseos , no les apremia por la ejecución de su empresa.
Es de suponer, porque es lógico y natural que Cristóbal Colon
deseara una resolución decisiva y formal de los Reyes : que és-
tos procurasen á su vez conocer los elementos y gasto que reque-
ría, y las condiciones que estipulaba para realizar ó acometer su
empresa. En este terreno, Las Casas es explícito; Colon estipu-
laba condiciones que á todos , Reyes y Gobiernos , parecían exor-
bitantes. Y en ese punto el navegante era inflexible ; tan altivo
como un rey, tan imi)erioso como un conquistador, parecía un ro-
mano de los buenos tiempos ; no cedia un ápice en sus pretensio-
nes ; babia de ser Almirante, Visorey y Gobernador de los países
que descubriera , y tener en sus productos y rendimientos su cor-
respondiente j)articiiiacion. No contribuían poco tales pretensio-
nes , dice Las Casas y lo confirma D. Hernando , á la vacilación
de los Reyes y al ajílazamiento de la definitiva resolución. Y
sin duda en uno de aquellos previos tanteos , dudoso ó desespe-
ranzado Colon de obtener de los Reyes Católicos lo que preten-
día, en orden á preeminencias, honores y recompensas , se deci-
dió á escril)ir la carta al Rey de Portugal, á que alude la que don
Juan II le dirigió á Sevilla, con fecha 20 de Marzo de 1488, que
cojíiada dejamos en el capítulo i de este libro.
Los Católicos Reyes á su vez , cuidadosos de tenerle contento,
para conservarlo á su lado , en medio de las graves atenciones de
la guerra y de las estrecheces del Erario, no olvidaban su entre-
tenimiento y manutención ; llevando la diligencia sobre esto has-
ta el punto que atestigua la cédula Real expedida en Córdoba
ál2 de Mayo de 1489, mandando «que en todas las ciudades, vi-
llas y lugares donde Cristóbal Colomo se acaeciese^ se le aposente
256 COLON EN ESPAÑA.
y á los suyos y se le den buenas posadas, que no sean mesones,
sin dineros ; y que se le faciliten mantenimientos á los precios
que de ordinario allí tuvieren» (1).
Esto explica, ademas, otro hecho digno de tenerse en cuenta.
Colon, con residencia habitual en Córdoba, desde principios de
1486, hacía sus excursiones, y no siempre al campamento y al
lado de los Reyes ; buscaba muchas veces el consejo de sus pro-
tectores , ¡procuraba noticias del extranjero , amaba el grato ruido
de las tempestuosas olas , y las visitaba, á fin de indagar las fa-
cilidades que nuestros i)uertos ofrecían para el equipo y pronto
aparejo de las naves con que habia de realizar su empresa.
No hay que perder de vista que, en un alma fervorosa y cre-
yente como la de Colon, el fuego de la idea que acariciaba con
tanta fe encendía sus deseos y aumentaba su anhelo ardiente de
realizarla. Todo aplazamiento, por justificado y necesario que fue-
ra, le molestaba y quizá le impacientaba. Corrían los meses y
trascurrían los años. La guerra contra los moros embargaba cada
dia con más intensidad y más ardor el ánimo de los Católicos
Reyes , y por más atenciones de que procuraban rodear al nave-
gante genoves, por más que éste extendiera el círculo de sus
amistosas relaciones, y por más que se estrecharan los lazos que
le unian al suelo esimíiol, la idea agitaba su mente, fogueaba su
anhelo de gloria , y las dilaciones le tenían que producir febril
impaciencia. De ahí sus viajes á diferentes puntos, sus visitas á
sus protectores, y sus gestiones de índole varia (2).
Cristóbal Colon era litaliano. Su cautela y sus desconfianzas
(1) Navaerete, Colee, documentos diplomáticos, núm. iv, t. ii, p. 11.
(2) Á eso y á sus primeras relaciones cou la casa de Meclinaceli, que nunca
pudú ui debió olvidar , hay que atribuir sus expediciones por varios puntos
de la costa , puesto que es sabida su estancia en el Puerto ; y no á otras cau-
sas se pueden atribuir las relaciones contraidas en Moguer , de que más ade-
lante hablaremos.
CULÓN EN ESPAÑA. 257
le hacían sostener relaciones , alimentar esperanzas y estar vn
tratos con varios monarcas á la vez, si hemos de dar fe á esos
documentos y á lo tj[ne él mismo escribia al rey D. Fernando , en
Mayo de 15U5 (1): (.(Dios Nuestro Señor milaf,a"Osamente me en-
vió acá, i)or(¿ue fui á aportar á Portugal, adonde el lley de allí
entendía en el descubrir más que otro alguno. El le ataj(') la vis-
ta , oído y todos los sentidos , que en catorce años no le pude ha-
cer entender lo que yo dije: también dije milagrosamente, porque
/iobe cartas de ruego de tres principes., que la Reina (q. D. h.) vido
y se las leyó el doctor Yinalon» (2).
Muñoz y Navarrete suponen, y así es de creer, que esas tres
cartas pudieron ser de los Reyes de Portugal, Inglaterra y Fran-
cia. La del primero ya la hemos visto, y también lo que revela
su contenido. A Inglaterra sabemos que Cristóbal Colon envió su
(1) Navarrete, Colee, t. iii, documento núm. lviii.
(2) Ig-noramos, dice Navarrete, cuándo recibió las cartas de los Reyes de
Francia y de Inglaterra, con quienes no quiso acompañarse por servir á Sus
Altezas, como consta de la carta que copió D. Hernando en su Historia (ca-
pítulo xn) ; pero por los versos que puso D. Bartolomé Colon al mapamundi
que presentó al rey Enrique VII de Inglaterra, se infiere que fué en el año
1488 ó después ; y quizá entonces escribirla también al Eey de Francia, pues
no cabe duda en que las cartas de estos Soberanos son del mismo año ó poste-
riores, según se explica D. Hernando, aunque confusamente, al principio del
capítulo XII de su Historia {Colee, délos viajes, etc., t. ni, págs. 598 y 599).
Pero téngase en cuenta que en esa misma época los reyes D. Fernando y doña
Isabel le colmaban de atenciones, le proveían de recursos, le mandaban dar
alojamientos por donde transitase, le quisieron tener á su lado en los sitios de
Málaga y Granada y le dispensaron mil pruebas de consideración y de honra.
Ademas, como ilice Navarrete, «apenas se conquistó Granada pensaron ya en
enviar á Colon á la India por la vía de Occidente, como él lo había pro-
puesto. De modo que desde las Conferencias de Salamanca y desde que entró
al servicio de los Reyes en Mayo de 1487, de parte de éstos no hubo dolo, en-
gaño ni entretenimientos pérfidos con Colon. Este sabía bien que los Reyes no
entrarían á realizar su proyecto hasta dejar á sus reinos libres de la dominación
mahometana.» (Navarrete, Introduc, pág. 94.) Sin embargo de eso, Colon
sufría, no sólo liebre de impaciencia , sino momentos de tristeza , de recelo,
quizá de desconfianza, tal vez de desaliento.
17
258 COLON EN ESPAÑA.
hermano Bí^rtolomé al tiempo que él abandonaba á Portugal (1).
Y por lo relativo á Francia , no sabemos más que de conatos de
dirig-irse á aquel reino, en los momentos que decrecían sus espe-
ranzas de ser aceptado su designio ó admitidas sus condiciones
por los Reyes Católicos. ¿Cuáles fuesen esos momentos? Esta es
la cuestión. Sobre esto también las dudas y la oscuridad', por
efecto de la vaguedad con que hablan y de las contradicciones y
equivocaciones en que incurren los escritores de la época que del
asunto se ocuparon.
Habría motivos para creer que , á luego de la Junta y de las
pláticas con el Prior de Prado, y desaJmciado por éste , como dice
Salazar de Mendoza, es decir, en la primavera de 1486, se des-
(1) Aun cuando Bartolomé Colon salió de Lisboa antes que su hermano
para presentar y ofrecer los proyectos de éste al rey de Inglaterra Enri-
que VII, tanto D. Hernando como Las Casas convienen en que Bartolomé
Colon no llegó por entonces á Londres. Hernando dice que le secuestró en el
viaje un corsario, y que de resultas de ese accidente pasó mil ti-abajos y vici-
situdes.. Las Casas da noticia de una curiosa Memoria de Bartolomé , la cual,
dice, encontró en im libro viejo perteneciente al Almirante, que contenia las
obras del cardenal Heliaco. La tal Memoria, de letra de Bartolomé Colon, de-
cia en sustancia lo siguiente : « En el año 1488, en Diciembre, llegó á Lisboa
Bartolomé Diaz, capitán de tres carabelas que el rey de Portugal envió al
descubrimiento de la Guinea, y trajo noticias de que habia descubierto 600
leguas del territorio; 450 al Sur y 150 al Norte, hasta un cabo llamado por él
de Buena Esperanza : hallando por el astrolabio que estaba el cabo 450 más
allá de la linea equinoccial. Este cabo distaba 3.100 leguas de Lisboa. Dicho
capitán apuntó dia por dia las distancias en una carta marítima presentada al
rey de Portugal. En todo lo cual, dice el autor de la Memoria, yo me hallé
presente.» Lo cierto es que Bartolomé no se presentó en la corte de In-
glaterra hasta 1488 , comojo indica el mapa-mundi ofrecido por él al rey. El
regreso de Bartolomé Diaz no fué en Diciembre del 88, sino en Diciembre
del 87; mas este error de fecha significa poco. Según Irving, Bartolomé Co-
lon, no sólo fué bien recibido por Enriíjue VII, sino que celebró con él un
pacto para llevar á cabo la empresa de Cristóbal Colon. Pero esto debió ser
cuando éste estaba en camino para las ludias, ó de regreso de su primer viaje;
])nr(nie crumdo Bartolomé llegó á París con dirección á España, recibió allí la
fausta noticia del descubrimiento hecho por üu hermano. (W. IiiviNG, 1. c,
libro vn, cap. Ii,
COLON EN ESPAÑA. 259
pertó eu Colon el intento de pasar á Francia , si entonces mismo
no buhicra encontrado , como encontró en Córdoba, protectores
valiosos qne le sostuvieran y le alentaran ; y si la misma Reina
no hubiera, al recibir y escuchar tan benévolamente al audaz
marino, abierto su corazón á g-randes y fundadas esperanzas; es-
peranzas que hemos visto realizadas á virtud de las Conferencias
de Salamanca.
Lo verosímil, lo para nosotros incuestionable es, que aquel
intento — que es muy posible fuera un ardid de guerra , tal vez
sugerido por sus mismos protectores — no le tuvo, ó nó le empleó
Colon hasta 1491; hasta que, puesto sitio á Granada por los Re-
yes Católicos , se acercó el plazo por éstos señalado al genoves y
á sus partidarios , para la ejecución de la heroica empresa. Fué
entonces, sin duda alguna, cuando Cristóbal Colon, con tono
majestuoso y ánimo entero , poseído de sí mismo y seguro de su
designio , formuló solemnemente ante los Reyes sus j)retensiones
y estipuló las condiciones de un pacto.
Ese momento y ese acto son, á nuestra vista, uno de los mo-
mentos más solemnes y de los actos más grandes de la vida de
Colon.
«El hombre de la cajpa raída y pobrey> , que decia Oviedo; «el
arbitrista sin blanca » , en sentir de los secuaces de Fr. Hernan-
do de Tala vera; el que tenía que vivir de la protección del Duque
de Medinaceli, unas veces; de Fr. Diego de Dezay del convento
de San Esteban de Salamanca otras veces ; y cuando no, de la
merced de los Reyes Católicos, del fruto de su ingenio y del trar-
bajo de sus manos ese mismo hombre , al tratar de sus ofer-
tas de descubrimientos á través del inar tenebroso, formula ante
los Reyes las jiretensiones de un triunñidor glorioso; y como si
se viera ya ceñida la frente con la aureola de tal triunfador, y
como si tuviera en sus manos las llaves del Nuevo Mundo , jdan-
260 Colon en españa.
tea la cuestión de poder á poder , y dice á los Reyes : « Hé aqní
las condiciones del pacto. Esto; ó vuelvo á doblar mi capa y me
siento sobre ella. »
« No es posible dejar de aidmirar, dice con este motivo el his-
toriador Irviug, la gran constancia, la elevación y grandeza de
ánimo de Colon. Más de diez y ocho años habian pasado desde
que anunció su proyecto á Pablo Toscanelli ; la mayor parte de
ellos los habia consumido en hacer inútiles instancias á varias
cortes. ¡Cuánta pobreza, cuánto desden, cuántos desengaños, y
cuántas amarguras no habia sufrido en tan largo período I Y sin
embargo , nada pudo rendir su perseverancia , ni hacerle condes-
cender con estipulaciones que consideraba indignas de tal empre-
sa. En todas sus negociaciones se olvidaba de la oscuridad pre-
sente y de su actual indigencia ; su fervorosa imaginación
realizaba desde luego la magnitud de los futuros descubrimientos,
y sentia profundamente que estaba negociando acerca de im-
]3erios)) (1).
Lo sublime en la vida del hombre , muchas veces se halla á
dos dedos de lo ridículo. ¡ Cuántos habria en la corte de los Re-
yes Católicos , que de eso último calificaran el acto de Cristóbal
Colon ese acto sublime, por lo congruente, por lo grande-
mente noble y digno !
De ello , sin embargo , se aprovecharon hábilmente sus adver-
sarios para tornar al combate , con probabilidades de éxito. Fray
Hernando de Talavera estaba otra vez en su terreno. El P. Las
Casas dice á este propósito lo siguiente : <í Hacía más difícil la
aceptación de este negocio lo mucho que Cristóbal Colon, en re-
muneración de sus trabajos y servicios é industrias pedia , con-
viene á saber : estado, Almirante, Visorey y Gobernador 'pevpé-
(1) Irving, Vida y viajes de Cristóbal Colon, lib. i, cap. vir.
COLON EN ESPAÑA. 261
tuo, etc.; cosas qne, á la verdad, entonces se juzgaban por muy
grandes y soberanas , como lo eran , y boy por tales se estima-
rían)) (1).
Acerca de esto mismo dice D. Hernando Coldu lo más sig-ni-
ficativo y concluyente que liemos leido y que puede desearse :
« Pero como por una parte le contradecían el Prior de Pra-
do y sus secuaces , y por otra pedia el Almirantazgo , el título
de ] Isorey y demás cosas de tanta estitnacion é importancia, pa-
reció cosa dura concederlas ; pues saliendo con la empresa pare-
cía mucho, y malográndose ligereza » (2).
Todo induce á creer que esta cuestión se planteó hallándose la
corte en Santa Fe , en el mismo campamento y á la vista de Gra-
nada. Fr. Hernando de Talavera insistía en retraer á los Reyes
de la empresa; y las exigencias de Colon le daban motivo para
lanzar los rayos de su palabra imj^eriosa , á la par que ferviente,
contra el extraño aventurero cuyas pretensiones , decia , revela-
ban un desmedido orgullo, por lo cual sería indecoroso para Sus
Altezas el acceder á tales exigencias.
El tema , como se ve , no podia prestarse más ni mejor al pro-
pósito del consejero, cuyas observaciones respondían jjerfecta-
mente al espíritu receloso y suspicaz del rey D. Fernando , que,
como dice Prescott , citando á Muñoz y á D. Hernando Colon,
había desde el principio «mirado aquel proyecto con frialdad y
desconfianza. »
Fué, por tanto, fácil al confesor de la Reina, primer arzobis-
po electo de Granada, conseguir otro desacuerdo entre los Reyes
y Colon , toda vez que éste ce resistió con firmeza á todas las ten-
tativas que se hicieron jDara que modificase sus proposiciones. »
(1) n\st. gen. de las Indias, MS., cap. xxxi.
(2) Ilist. del Almirante, cap. x.
262 COLON EN ESPAÑA.
Con este motivo se rompieron bruscamente las conferencias de
Santa Fe , y Colon tomó el camino de Hnclva, bien fuera con el
objeto de acercarse otra vez á Portugal , ó ya para estar á la vis-
ta de un puerto. Fué también entonces cuando tocó afortuna-
damente con el Prior del convento de la Rábida , Fr. Juan
Pérez (1).
El P. Las Casas nos dice en el lugar antes citado : «El prin-
cipal que fué causa de esta viltima despedida se cree haber sido
el susodicho Frior de Prado y los que le seguían. De creer es
que , no por otra causa , sino porque otra cosa no alcanzaban ni
entendian» (2). Y con este motivo ensalza, con harta razón, la
constancia, la entereza, la altiva dignidad, y el carácter inflexi-
ble de Cristóbal Colon; prendas de espíritu que le hicieron sos-
tener tantas luchas , tantos años de prueba , y que, á despecho de
tantos obstáculos , le dieron el llevar á cabo su grandioso pro-
yecto.
Pero aquel rompimiento de Colon con la corte duró pocos me-
ses. Reforzados los trabajos de sus amigos y protectores con el
auxilio de Fr. Juan Pérez , prior de la Rábida , consiguieron de
la Reina que lo volviese á llamar á Santa Fe , « enviándole , al
efecto , y por conducto de Diego Rodríguez Prieto , que era al-
calde de Palos , veinte mil maravedís en florines , á fin de que se
vistiera honestamente é conijírase una bestezuela é pareciese ante
Su Alteza» (3).
Esa fué la época , ese el momento en que Cristóbal Colon se pre-
sentó en el convento de la Rábida y conoció por vez primera, como
lo dice el físico de Palos , Garci-Hernandez , al prior Fr. Juan
(1) Navarrete, Col, t. III, observ. 5.^
(2) Fr. B. de Las Casas , Ilist. gen. de las Lidias , MS.
(3) Declaración del físico de Palos García Hernaadez. — Probanzas del
fiscal del Rey, etc. (Navarrete , t. iii , observ. 5.*)
COLON EN ESPAÑA. 2G3
Pérez. La declaración de ese testigo jiresencial , sohre la cual se
lian forjado tantas novelas y romances, no puede estar más clara
y más terminante de lo que está en esa parte,- como lo demostra-
mos ya en su Ingar. ((Infiérese, pnes, dice Navarrete, de la de-
claración del físico , que en el año 1491 fué la prÍ7nera vez que
el prior Fr. Juan Pérez conocií') al Almirante; y entonces fné
cuando, según su Iiijo 1). Hernando, tonu') amistad con dicho re-
ligioso , en lo que están conformes. »
Añade García Hernández , (( que viendo aquel fraile las razo-
nes del extranjero , envió á llamar á este testigo , con quien tenía
amistad, y porque sabía algo de Astronomía, para que hablase
con Colon sobre su proyecto de descubrir ; que este testigo fué
luego , y todos tres hablaron de aquel negocio , y eligieron á Se-
bastian Rodríguez , piloto de Lepe , j)ara que llevase á la reina
doña Isabel una carta de Fr. Juan Pérez , que habia sido su con-
fesor , deteniendo entre tanto á Colon en el monasterio hasta re-
cibir resiiuesta. »
Don Hernando , ó por demasiado cauteloso ó por ignorar real-
mente el pormenor de esos acontecimientos , omite lo de esa con-
ferencia, y supone que su padre fué á la Rábida por causa de re-
coger á su hijo Diego , á (piien da de barato que habia dejado allí
cuando entró en España. Y en verdad que lo relativo al niño
Diego es un enigma indescifrable. Posible es que entonces lo lle-
vase consigo su padre. Pero de ordinario debió vivir y residir en
Córdoba al lado de doña Beatriz Enriquez.
« A los catorce dias , según el físico , contestó la Reina al reli-
gioso agradeciéndole su buen propósito , mandándole se presen-
tase en la corte ante S. A., y que dejase á Colon en seguridad de
esperanza hasta que S. A. le escribiese. » También omite este
pasaje D. Hernando por las mismas razones. «Para conocer,
añade Navarrete, cuan dispuesta estaba la Reina á aceptar la
264 COLON EN ESPAÑA.
empresa de Colon, basta decir que sólo tardó dos ó tres dias en
contestar á la carta de Fr. Juan Pérez , calculado el tiempo que
Sebastian Rodrigiiez hubo de emplear en ida y vuelta de la Rá-
bida á Santa Fe. » »
«Vista la carta de S. A., el fraile partió secretamente á media
noche en un mulo , y se presentó en la corte , donde consultaron
se diesen á Colon tres navios , para ir á descubrir según su pro-
mesa. ))
Hasta aquí el físico. Pero oigamos en este punto á D. Her-
nando :
«Partido el Almirante del convento de la Rábida con Fray
Juan Pérez al campo de Santa Fe, donde estaban los Reyes Ca-
tólicos habló Fr. Juan á la Reina, con tan grande instancia,
que logró que S. M. mandase volver al tratado descubrimiento.»
Si antes habia omitido lo de la conferencia de su padre con el
]3rior y con el físico en la Rábida , ahora , como se ve , altera los
hechos ; dice que el Almirante fué con Fr. Juan Pérez al campo
de Santa Fe , contra lo que afirman á una García Hernández y
Juan Rodriguez Cabezudo , otro testigo de vista,
« La cautela y sagacidad , dice Navarrete , con que procede don
Hernando en estas omisiones y trastornos , ha alucinado á nues-
tros historiadores para darle más crédito del que merece en cier-
tos pasajes y circunstancias. »
La declaración del físico concluye diciendo : « Conque conce-
dido esto por la Reina envió veinte mil maravedís de oro en flo-
rines con Diesfo Prieto , vecino de Palos , v los dio con una carta
á este testigo , á fin de que los diese á Colon, para que se vistie-
se honestamente é comprase una bestezuela, é pareciese ante Su
Alteza á consultar su jiropuesta; y de allí vino proveído para to-
mar los navios que conviniesen para su viaje. »
Don Hernando también omite el contenido de ese párrafo, y
COLON EN ESPAÑA. 265
solamente dice : « Pero , como i)or una i)ai-tc le contradecían el
Prior de Prado y sus secuaces, y por otra parte jicdia el Almi-
rantazgo , el título de virey y demás cosas de tanta estimación é
importancia, pareció cosa dura concederlas; pues saliendo con la
emi)resa parecia muclio , y malográndose, ligereza ; con lo cual
cesó en el negocio Siendo estas cosas tan importantes , y no
queriendo Sus Altezas concederlas, se volvió á Córdoba para
disponer su viaje á Francia; porque estaba resuelto il no volver
á Portugal , aunque el Rey le habia escrito. »
Hé allí otra prueba, y todo induce á poderlo asegurar, de que
la residencia habitual de Cristóbal Colon era la ciudad de Córdo-
ba desde el año 1486.
Es digno de notarse que , desde esos momentos , es la Reina
solamente á quien se dirigen , y la que escucha las recomenda-
ciones en favor de la empresa y de Colon. Todos convdenen en
que el rompimiento de éste con el Rey, j)or causa de las con-
diciones que estipulaba aquél, sobre cuyo punto se mostral)a in-
flexible, fué poco menos que definitivo. El rey D. Fernando no
quiso ya ocuparse más del asunto. Fr. Hernando de Talavera ha-
bía dado á la empresa de Colon el golpe de gracia.
La situación era grave para los amigos de éste. No podían lo-
grar que cediera un ápice en sus pretensiones. Tenían enfrente
de sí y victorioso al Arzobispo electo de Granada. Y no podían
dirigirse al Rey ni concebir esperanzas de contar con él. No se
desalentaron, sin embargo.
Hay que convenir en que el auxilio de Fr. Juan Pérez , añadi-
do al de Juan Cabrero , al de la Marquesa de Moya , al del Se-
cretario de la Reina, Gaspar Gricío, al del ama del Príncipe,
doña Juana de las Torres , al de Fr. Antonio de Marchena , y al
perseverante Fr. Diego de Deza, les vino muy á tiempo. Fray
Juan Pérez era otro confesor de la Reina, sobre cuyo ánimo no
266 ■ COLON EN ESPAÑA.
podían menos de pesar las palabras y los rnegos de tan piadosos
varones. Aparte de qne la Reina creia en Colon, y sus proyectos
la entusiasmaban.
En verdad no era imposil)le persuadirla que debia aceptar
las condiciones que estipulaba el genoves y llevarla á que las
aceptase ; pero ¿ quién se encargaría de ello ? Un aragonés : la
ingenuidad, el desenfado, la lealtad y la valentía personificadas
en Luis de Santángel.
Don Hernando y Las Casas están de perfecto acuerdo en esto.
Es curioso y dramático el pasaje que uno y otro refieren del
propio modo. Permítasenos que demos j)referencia aquí al de, fray
Bartolomé de las Casas , en su lastimosamente inédita Historia
general de las Lidias, caj). xxxii del primer libro (1). Nuestros
lectores nos lian de agradecer que trascribamos el pasaje con
toda fidelidad , para no privarle de la frescm-a del colorido que
supo darle el protector de los indios.
Da testimonio Las Casas del rompimiento de Colon con los
Reyes Católicos por causa de las estipuladas condiciones ; de la
altiva confianza de aquél al exigirlas, y de su incontrastable en-
tereza en no rebajarlas; y dice, con ese motivo : «que Santángel
recibió tan grande y excesiva pena y tristeza de aquella segunda
despedida de Colon y definitiva repulsa de los Reyes, como si á él
fuera en ello alguna gran cosa y poco menos que la vida ; y no
pudiendo sufrir el daño y menoscabo que á los Reyes juzgaba
seguirse , así en perder los grandes bienes y riquezas que Cristó-
bal Colon prometía, si acaeciese salir verdad, y haberlos otro
Rey cristianísimo , como en la derogación de su Real autoridad,
que tan estimada era en el mundo, al no querer aventurar tan
poco gasto por cosa tan infinita; confiando en Dios y en la pri-
(1) Irving tomó mucha parte de él en el cap. vii, lib. i de su Historia.
COLON EN ESPAÑA. 267
vanza y estima que los Reyes , en su fidelidad y deseo de servir-
les, sabía que tenian, se fué a la Reina y díjola de esta ma-
nera :
«Señora: El deseo que siempre he tenido en servir al Rey, mi
» Señor, y á V. A., que si fuere menester morir moriría por su
» Real servicio, me ha constreñido á parecer ante V. A. y ha-
» Liarle en cosa, que ni convenia á mi persona ni dejo de conocer
» que excede las reglas ó límites de mi oficio ; pero á la confianza
» que siempre tuve en la clemencia de V. A y en su Real genero-
■» sidad, y que mirará las entrañas con que lo digo, he tomado
)i ánimo de notificarle lo que en mi corazón siento, y que otros,
» quizá muy mejor que yo, lo sentirán, que también aman fiel-
» mente á W. AA. y desean su prosperidad como yo , su siervo
» mínimo. Digo, Señora, que, considerando muchas veces el
» ánimo tan generoso y tan constante de que Dios adornó á
» Vuestras Altezas para emprender obras grandes y excelentísi-
» mas , heme maravillado mucho no haber aceptado una empresa,
» como Colon ha ofrecido, en que tan poco se perdía, puesto que
» vana saliese , y tanto bien se aventuraba conseguir para servi-
» cío de Dios y utilidad de su Iglesia, con grande crecimiento
)) del Estado Real de VV. AA. y prosperidad de todos estos
» reinos; porque, en verdad. Señora serenísima, este negocio es
)) de calidad, que si (lo que tiene Y. A. por dificultoso ó por im-
» posible) á otro Rey se ofrece y lo acepta y sale próspero, como
» este hombre dice y á quien bien lo quiere entender da muy bue-
» ñas razones para ello, manifiestos son los inconvenientes queá
)) la autoridad de VV. AA. y daños á vuestros reinos vernian. Y
» esto así sucediendo (lo que Dios no permita), VV. AA. toda
)) su vida de sí mesmas ternian queja terrible ; de vuestros ami-
» gos y servidores con razón culpados seríades, y á los enemigos
» no les faltaría materia de insultar y escarnecer, y todos, los
268 COLON EN ESPAÑA.
» unos y los otros, afirmar osarían que W. AA. tenían su me-
)) recido. Pues lo que los Ueyes sucesores de W. AA. podrán
» sentir , é quizá jiadecer , no es muy oscuro á los que profunda-
)) mente lo consideran.
» Y pues este Colon, siendo liombre sabio y prudente y de tan
)) buena razón como es , y que parece dar muy buenos fundamen-
)) tos, y de los cuales alguyios de los letrados^ á quienes VV. AA,
)) lo han cometido^ le admiten^ puesto que otros le resisten ; pero
)> vemos que en muchas cosas no le saben responder y él á todas
» las que le oponen da sus salidas y respuestas , y él aventura su
» persona, y lo que ¡jíde jiara luego es muy poco, y las mercedes .
» y remuneraciones no las quiere sino de lo que él mismo descu-
» briere : Suplico á V. A. no estime por tan imposible este nego-
» ció que no pueda, con mucha gloria y honor de vuestro Real
)) nombre y multij)licacion de vuestros Estados y prosperidad de
)) vuestros subditos y vasallos , suceder.
)) Y de lo que algunos alegan, que no saliendo el negocio como
)) deseamos y este Colon refiere, sería quedar VV. AA. con al-
)) guna nota de mal miramiento por haber emprendido cosa tan
)) incierta, yo soy de muy contrario parecer. Porque por más
)) cierto tengo que esta obra añadirá muchos quilates sobre la
)) loa y fama que VV. AA. de munificentísimos y animosos prín-
)) cipes tienen ; que procurar saber con gastos suyos las secretas
)) grandezas que contiene el mundo dentro de sí, proprio es de
)> magnánimos reyes : no siendo los primeros VV. AA. que seme-
)) jantes hazañas acometieron, pues antes lo ejecutaron Ptolomeo
» y Alexandro , y otros grandes y poderosos Reyes ; y dado que
)) del todo lo que pretendían no consiguieron , no por eso deja
» hoy de ser atribuido por todo el mundo á grandeza de ánimo
» y menosprecio de los gastos.
)) Cuanto más , Señora , que todo lo que al presente pide no es
COLON EN ESPAÑA. 269
» sino sólo un cuento; y que se diga (|iie V. A. lo deja i)or no dar
» tan poca cuantía, verdaderamente souaria muy feo; y en nin-
. » guna manera conviene que V. A. abra mano de tan gran em-
» presa, aunque fuere muy más incierta» (1).
No se necesitaba tanto para decidir á la lieiua Isal)el. El dis-
curso sentido, candoroso y enérgico del noble aragonés la con-
movió profundamente, arrancando de su espíritu los escrúpulos
que su confesor Talavera liabia despertado, y las proposiciones
de Colon (piedaron aceptadas en el acto, sin más consulta ni dis-
cusión. El mismo Las Casas relata el término de esa última y
solemne entrex-ista, por estilo tan primoroso como sencillo.
(( Mucho os agradezco vuestro deseo — dijo á Santángel la
Reina — y el parecer que me dais y que estoy determinada á se-
guir. Bien nos estarla que la ejecución de la empresa se difiriese
un poco , porque nos permitiría alguna quietud y rejíoso , de que
estamos harto necesitados, después de guerras tan in'olijus ; pero
si todavía os parece que ese hombre no podrá sufrir tanta tar-
danza , yo temé por bien que sobre joyas de mi recámara se bus-
quen prestados los dineros que para hacer la Armada pide Co-
lon y vayase luego á entender en ella. »
» Gozoso y entusiasmado Santángel hincó su rodilla ante la
Reina , manifestándola el más respetuoso agradecimiento , por el
honor que .le dispensaba aceptando su leal consejo , y su grande
júbilo por la resolución que acababa de tomar, y añadió : uSeño-
y>í'a Serenísima: no hay necesidad de que para esto se empeñen
» las joyas de V. A.; muy pequeño será el servicio que yo haré á
y> Vuestra Alteza y al Rey mi señor , prestando el cuento de mi
y>,casa. Lo que por ahora urge es que V. A. mande en\'iar por
» Colon , el cual creo es ya partido. »
(1) Fr. B. de xas Casas. Hisforia general de las Indias, cap. XXXII,
( Véanse manuscritos en la Real Acadeuiiíj de la llistoria. )
270 COLON EN ESPAÑA.
)) Lnégo la Reina mandó que foese un alguacil de su corte por
la posta tras de Cristóbal Colon , y de parte de la S. A. le dijese,
como le mandaba tornar é lo trújese : al cual bailó (el alguacil)
dos leguas de Granada, á la puente que llaman de los Pinos.» •
)) Volvió Cristóbal Colon y fué recibido por Santángel con
grande alegría. Sabido por la Reina ser tornado , mandó luego al
secretario Juan de Coloma que con toda presteza entendiese en
hacer la capitulación y todos los despachos que Cristóbal Colon
ser necesarios para todo su viaje y descubrimientos le dijese y
pidiese. »
Hé aquí abora el notable y curioso documento conocido con el
título de Capitulaciones de los Reyes con Cristóbal Colon , docu-
mento fechado en Santa Fe á 17 de Abril de 1492.
CAPITULACIONES ENTEE LOS SENOEES EEYES CATÓLICOS
Y CEISTÓBAL COLON.
Las cosas suplicadas é que vuestras Altezas dan y otorgan á
don Cristóbal Colon , en alguna satisfacción de lo que ba de des-
cubrir en las mares Occeanas, y del viaje que agora, con el ayu-
da de Dios , ba de hacer por ella en servicio de vuestras Altezas,
son las que siguen :
Primeramente , que vuestras Altezas , como Señores que son de
dichas mares Occeanas, fagan desde agora al dicho D. Cristó-
bal Colon su Almirante en todas aquellas islas é tierras firmes,
que por su mano é industria se descobrieren ó ganaren en las di-
chas mares Occeanas para durante su vida y desiiues del muerto
á sus herederos y sucesores de uno en otro perj)etuamente , con
todas aquellas preeminencias é prerogativas pertenecientes á tal
COLON EN ESPAÑA. 271
oficio, 6 sogiin que D. Alonso Enr¡(|ucz, vuestro Almirante ma-
yor de Castilla, é los otros predecesores en el dicho oficio lo tenían
en sus distritos.
• Place á sus Altezas. — Juan de Coloma.
Otrosí : (jue vuestras Altezas facen al dicho D. Crist()bal Co-
lon su Visorey y Gobernador general en todas las dichas islas 6
tierras firmes , que , como dicho es, él descubriere ó ganare en las
dichas mares ; é que para el regimiento de cada una y cualquier
dellas faga él elección de tres personas para cada oficio ; é que
vuestras Altezas tomen y escojan uno , el que más fuere su servi-
cio , é así serán mejor regidas las tierras que nuestro Señor le
dejará fallar é ganar á servicio de vuestras Altezas.
Place á sus Altezas . — Juan de Coloma.
ítem : que todas y cualquier mercadurías , siquier sean perlas,
piedras preciosas , oro, plata, esi)ecieria , é otras cualesquier cosas
é mercaderías de cualquier esj)ecie , nombre é manera que sean
que se comjjraren , trocaren , fallaren , ganaren é hobieren dentro
de los límites del dicho Almirantazgo , que dende agora vuestras
Altezas facen merced al dicho D. Cristóbal y quieren que haya
y lleve ¡lara sí la decena parte de todo ello , quitadas las costas
todas que se ficieren en ello. Por manera que de lo que quedare
limpio é libre haya é tome la decena parte para sí mismo , é faga
della á su voluntad , quedando las otras nueve partes j^ara vues-
tras Altezas.
Place á sus Altezas. — Juan de Coloma.
Otrosí : que si á causa de las mercaderías que él traerá de las
dichas islas y tierras , que, así como dicho es , se ganaren é des-
cubrieren , é de las que en trueque de aquellas se tomarán acá de
otros mercaderes , naciere pleito alguno en el logar donde el di-
cho comercio é trato se terna y fará ; que si por la preeminencia
de su oficio de Almirante le pertenecerá cognoscer de tal pleito?
272 COLON EN ESPAÑA.
plega á sus Altezas que él ó su Teniente, y no otro juez cognos-
ea de tal pleito , é así lo provean dende agora.
Place á sus Altezas , si pertenece al dicho oficio de Almirante^
según que lo tenia el dicho Almirante D. Alonso Enriquez y los
antecesores en sus distritos , y siendo justo. — Juan de Coloma.
ítem : que en todos los navios que se armaren para el dicho
trato é negociación , cada y cuando , é cuantas veces se armaren,
que pueda el dicho D. Cristóbal Colon, si quisiere contribuir é
pagar la ochena parte de todo lo que se gastare en el armazón , é
que también haya é lleve del provecho la ochena parte de lo que
resultare de la tal Armada.
Place á sus Altezas. — Juan de Coloma.
Son otorgados é despachados con las respuestas de vuestras
Altezas en fin de cada un capítulo, en la villa de Sancta Fe de la
vega de Granada, á diez y siete de Abril del año del Nascimiento
de nuestro Salvador Jesucristo de mil é cuatrocientos é noventa y
dos años.— YO EL EEY.— YO LA REINA. — Por mandato
del Rey y de la Reina, Juan de Coloma. — Registrada, Calcena.
(Testimonio auténtico existente en el Archivo del Excmo. se-
ñor Duque de Veraguas. Registrado en el sello de Corte en Si-
mancas.)
Habia llegado la hora del triunfo jiara la idea grandiosa y para
el hombre que la acariciaba y la perseguía con tanta perseve-
rancia y tanta fe hacía diez y ocho años. Los que sienten desfa-
llecer su ánimo — dice con este motivo el liistoriador Irving —
y desvanecerse su voluntad, cuando graves dificultades se oponen
á la realización de un proyecto grande y digno , acuérdense de
que, desde que Colon concibió el suyo hasta el dia que se vio lia-
bilitado para realizarlo se pasaron diez y ocho años ; que la ma-
yor parte de este tiempo la pasó en desahuciadas pretensiones,
falto de recursos , exjDuesto al ridículo , objeto de recelos y úun
COLON EN ESPAÑA. 273
de burlas, haciendo sacrificios inmensos, sacrificios de todos gé-
neros en aras de una grandiosa idea.
Y tenía cincuenta y seis años de edad cuando ciñó sus sienes el
laurel del triunfo. ¡ Alto ejemplo de constancia y magnanimidad,
digno de ser admirado, ya que no sea tan fácil su imitación !
¿ Habia vencido ya todas las dificultades ? ¿ Habian terminado
ya todas sus luchas ? En el capítulo siguiente veremos que no.
18
CAPÍTULO IX.
Sumario. — Elección de puerto. — Salida de Colon para el de Palos de Mo-
guer. — Dificultades que se le ofrecen para encontrar buques y tripulación
que le acompañen. — Ordenes Reales de coacción. — Su ineücacia. — Pa-
voroso terror de los marineros. — Auxilios de Fr. Juan Pérez. — Feliz ha-
llazgo de los Pinzones. — Su condición , su fortuna y su resolución. — Con
ellos y por ellos sé disponen y equipan las tres carabelas. — Buques , equi-
pajes, tripulación. — Disposición de los ánimos. — Despedida. — 3 do Agosto
de 1492.
Los Reyes Católicos proveyeron ú Colon de despachos, títnlos
y honores , de conformidad con las capitulaciones. Y en esta par-
te hay (pie notar que todo se hacía por la sola resolución de Isa-
bel I y por cuenta del Tesoro de Castilla, aun cuando las órde-
nes , como las capitulaciones , fuesen firmadas por ambos , Rey y
Reina, en virtud del arreglo hecho en 1474 por el Cardenal de
España y el Arzobispo de Toledo entre los dos monarcas es-
posos.
Es también de notar que un aragonés fué quien arrancó la úl-
tima resolución de Isabel , y quien adelantó el cuento de mara-
vedises para el equipo de las tres naves. Porque eran sólo tres
pequeñas embarcaciones las que Colon pedia para acometer su
empresa.
27C COLON KX ESPAÑA.
Así autorizado y provisto de órdenes y mandamientos el futu-
ro Almirante, salió de Granada para el puerto de Palos el doce
de Mayo , como nos lo dice él mismo, en el exordio con que en-
cabeza el relato de su j^rimer viaje.
¿ Por qué se eligió el pequeño puerto de Palos para el equipo
de la fabulosa expedición ? Hase dicho que ese jDuerto estaba con-
denado , por no se sabe qué falta ó delito cometido , á tener dos
naves aparejadas á disj^osicion de los Reyes. No nos parece esa
sola causa bastante para la designación. Cádiz , Barcelona, Bil-
bao, muchos otros puertos ofrecian entonces facilidades mayores
que las de Palos para el equipo de cualquier expedición marí-
tima.
Tampoco la es^^ecial predilección del genoves por aquel puerto
debió ser el motivo de la elección. Pronto vamos á ver que Colon
no contaba en él con más elementos que los que le deparó la ca-
sualidad, y los que hubiera podido hallar en otro punto de más
tráfago y nombradía. Pero esto era cabalmente lo que se quería
evitar; el ruido , la publicidad y la fama de la expedición. El
secreto 'hsí, sido sienijire, y muy especialmente en España, el
sello característico de las empresas Reales. ¡ No ha influido poco
ese sistema en el oscurecimiento de nuestras glorias, y también
en que se regalase á Américo Vespucio la que correspondía á
Colon!
Nuevas y no pequeñas dificultades esperaban á éste en el
puerto de Palos. Tan luego como en él se divulgaron el destino
de las naves y el objeto de la expedición , el terror embargó los
ánimos; las preocupaciones despertaron terroríficos cuentos y tra-
diciones , y la imaginación abultó los peligros. Y en verdad que
no eran del todo imaginarios. Lanzarse en aquel tiempo al tene-
broso mar, y lanzarse en barcos de pescadores, como si dijéra-
mos; barcos de remo y vela de ochenta ó cien toneladas á lo
COLON EX ICSPAÑA. 277
sumo (1 ); bnscar al Occidente, por las inexjjloradas inmensida-
des del Océano..,., ((por donde hasta hoy no sabemos , decía Co
Ion, por cierta fe que haya palado nadie » nada menos que
los confines del extremo Oriente era empresa para poner es-
panto hasta en el ánimo de los más avezados á las borrascas y á
los peligros del mar. Y lo puso en efecto.
Los armadores y marineros de Palos , de Mogner y de Huelva,
annqne nada extraños en aqnel tiempo á largas expediciones
l)or las costas de África y por el Mediterráneo, trataron de elu-
dir las órdenes y mandamientos Reales, y se hicieron sordos á
las excitaciones y á las promesas de Colon. Y tal fué la oposición
y tan grande la resistencia pasiva de los hombres de mar en
(1) La carabela — narigii minoris gemís, como dice Ferraris : Carahiin en
latin, Kavaho» en griego — era un buque pequeño de dos mástiles ; uno de
ellos extremadamente chico con vela latina , y el palo mayor con una grande
vela cuadrada ; la jirna y popa altas , con cubierta al rededor, y abierto-en el
centro. Algunos tienen bancos de remos. Y todos son bajeles de poco porte y
ligera constniccion. (Irving, Vida y viajes de Crist. Colon, apénd. xv.)
También aquí el conde Rosselly se levanta con tono de maestro á dar una
lección á Irving y á Navarrete ; y acudiendo al tecnicismo náutico , intenta
probar que las carabelas eran buques mayores. Intento vano por cierto, por-
que su misma cita de Fernán Méndez Pinto (Peregrinacoes , cap. xii) le con-
tradice y desautoriza. Pinto habla de otros buques , que coloca entre naos,
galeones et carahellas , y por eso los llama de alto bordo. Por consiguiente,
las carabelas no eran naos de alto bordo , como pretende Rosselly. Ni sabe-
mos de dónde saca que las carabelas llevaban en popa y proa dos sóüdos cas-
tiUos dispuestos para el ataque y la defensa.
Sobre que Colon mismo dibujó las carabelas, y son harto conocidas como
buques ligeros y de poco calado — que era también lo que el descubridor ne-
cesitaba y pedia — el conde Rosselly, que tan perito se muestra en arquitec-
tura naval, debería saber que, en buques de vela y remo, no es la magnitud
lo ^[ue los hace más seguros ni más andadores. Las tres carabelas de Colon
eran pequeñas , y ademas , poco seguros buques. Y esto aumenta la grandeza
lie su ánimo y lo maravilloso de su empresa.
La Xiña, que era la más pequeña de las tres carabelas, era cabalmente la
más velera y la que más resistió. Y solamente la Saiifa María, que mandaba
Colon , era la que tenía dos especies de castillos en proa y popa ; pero tam-
bién era la de menos andar.
En los curiosos y eruditísimos trabajos que viene iiaciendo en Washington
278 COLON EN ESTAÑA.
aquellos puertos, que los Reyes se vieron en la necesidad de en-
viar un (comisionado especial, Juan de Peñalosa, oficial de la
Real Casa , con órdenes terminantes — 20 de Junio del propio
año — para que las autoridades de la costa tomasen los buques
que creyesen útiles para aquel servicio, perteneciendo á vasallos
españoles, y jiara que obligasen á los patrones y marineros á
darse á la vela, bajo el mando de D. Cristóbal Colon, y con el
rumbo que él señalase.
Pero aun esas mismas órdenes , tan apremiantes y tan autori-
zadas, no lograban mover á las tripulaciones ni á los armadores.
Ni los auxilios personales y las recomendaciones del fervoroso
guardián de la Rábida, Fr. Juan Pérez, con servir, como sirvió
la Comisión hidrológica, presidida por Carlile P. Patterson, para resolverlos
problemas relativos á los descubrimientos de Colon , se ha hecho cuanta luz
puede hacerse sobre el tamaño , forma y capacidad de las carabelas ; y en de-
finitiva resulta justificada la opinión de Irving, que es la de Herrera, Muñoz
y Navarrete.
(( La característica principal de los buques en la época de Gama, dice Clark,
Marltime Diücoveries , t. i , pág. 27 , era la altura de popa y proa , vergas
bajas, palos cortos y pequeñas cofas. »
Tomando pié de lo que refiere Las Casas , en el Diario del primer viaje de
Colon (27 de Noviembre de 1492) , A. Jal, en su obra de Archeologie naval.,
deduce que la Santa liaría, la mayor de las tres carabelas que montaba
Colon, tenia de quilla 27,77 metros de longitud por 8,12 de mayor anchura.
Y esto lo dice en confirmación de este otro aserto : « Los buques que viajaban
á las Canarias, en el siglo xv, eran de 90 á 100 toneladas, lo cual suijone una
quilla de 70 á 80 pies ingleses de longitud. »
El mismo Hernando Colon , refiriéndose al tercer viaje de su padre (1498)
y á su exploración de las costas de Paria, dice : « La carabela Almirante no
pasaba de ser un barco largo , que no necesitaba más que tres brazas de agua,
ni hacía más de 100 toneladas. »
Otro tanto resulta de las noticias suministradas por Bernaldez , con relación
al segundo viaje , cuando Colon recorrió los Jardinea de la Reina , al sur de
la isla de Cuba , donde las carabelas podían anclar en poco más de dos brazas
de agua.
Y con ello convienen los datos (jue nos ofrece Fincham en su Historia de
Ja Aríjuitectura naval. El mayor buque de la escuadrilla do Drakeen 157(í —
el Pelícano — no era mayor de 100 toneladas. Y los seis que escogió Cabot
para su primera expedición, en 1498, ninguno llegaba á 200 toneladas.
COLON EN ESPAÑA. 270
de tauto apoyo á Colon en a<inellas eiivnnstaneias, habrían Itas-
tado á veneer las reiJnunaneias , hijas del pavor qne infiuaha la.
(jne se Ihiniaha tenieriíUid de la emjjresa y locura del enijjrende-
doY, si éste no hubiera tropezado en Palos con hi familia de los
Pinzones , á quienes hubo de agradar é interesar la empresa.
Eran los Pinzones armadores y marinos diestros y ricos, que
habían viajado largo por el Mediterráneo, y que conocían el At-
lántico, hasta donde era conocido en aquel tiempo — las Canarias,
las Azores y las costas de África, que exploraban por entonces
audazmente los portugueses. — En el pleito que el hijo de Cris-
tóbal Colon sostuvo con la Corona, los testigos de la parte ñscal
dan á los Pinzones, y especialmente al mayor de ellos , Martin
Alonso, méritos y conocimientos extraordinarios. Aun descartado
lo qne en todo ello jjueda haber de parcialidad , y lo que hay de
invención ó ardid, como dice Navarrete , queda no poco de ver-
dadero y exacto.
Es de invención y ardid lo de la escritura traída por Martin
Alonso Pinzón de Roma, coj)iada en la librería del papa Inocen-
cio VIII, y en la que, desde el tiempo de Salomón, se daban
noticias de tierras á largas distancias de las costas occidentales
de Europa. Casas, Herrera, Muñoz, y sobre todo Navarrete,
lian (h^scubierto y declarado, más ó menos explícitamente, la su-
Ijerchería de tal invención (1).
(1) «Puede presumirse que todo ese hallazgo de las escrituras fué una in-
vención ó ardid del P. Fr. Juan Pérez y de Colon, para í}ue Martin Alonso,
que tenía tanto ascendiente con la gente marinera de Palos , les inspirase ma-
yor confianza y seguridad en una empresa que miral)an como temeraria, y que
resistían á emprender, no sólo por ese concepto, sino por hal)erla encomenda-
do lus Reyes á un extranjero, á quien ninguna persona cdiiocia, cumo dijo
García Hernández Di'ibales ocasión para ello el haber estado poco antes en
Roma Martin Alonso, según se infiere de la declaración do su hijo Arias Pé-
rez ; y esta clase de autoridad tomada de la Sagrada Escritm-a, ({uc tanto res-
peto debía inspirar á la gente, era muy conforme á la carrera é instrucción
280 COLON EN ESPAÑA.
Pero si lo de la escritura es amañado y supuesto , lo de los efi-
cacísimos servicios prestados á Colon por Martiu Alonso Pinzón
son grandemente verídicos, son innegables. Y esos servicios fue-
ron tales, que cuasi todos los testigos de aquel pleito declaran y
convienen en asegurar que , « sin el apoyo y los auxilios , la pa-
labra y las obras de Martin Alonso , de sus hermanos , parientes
y amigos, Cristóbal Colon no habria logrado equipar en Palos
las tres carabelas para su expedición.»
Los Pinzones eran verdaderos marinos, sobre todo el mayor,
del P. Fr. Juan Pérez, y á la afición y gusto de Colon, cuyo trato con reli-
giosos doctos como el P. Pérez, franciscano ; el P. Deza, dominico, y el Pa-
dre Gorricio, cartujo, le empeñaron más en- el estudio de la Santa Escritura,
y en aplicar varios pasajes de los Profetas á su empresa y descubrimiento del
Nuevo Mundo. Sin duda son éstas algunas de las ¡preguntas harto impertinen-
tes y fuera de justicia y razón, que decia Casas (lib. i, cap. xxxiv) liabia in-
troducido el fiscal en su probanza.» (Navarrete, Colee, t. iii, pág. 596.)
Los términos mismos del documento, tal cual lo relata el hijo mismo de
Martin Alonso Pinzón , Arias Pérez , demuestran , aparte de otras inverosimi-
litudes, que lo de la escritura, y sin duda lo del origen de ella, fué una de
tantas fábulas y supercherías inventadas y propaladas después del éxito de la
empresa de Colon. Dice Arias Pérez Pinzón, cí que hallándose en Eoma con su
padre antes del descubrimiento, tuvieron frecuentes conversaciones con una
persona docta en cosmografía que se hallaba al servicio del papa Inocen-
cio VIII, y que estando en la bibhoteca del Papa, esa persona les mostró
muchos manuscritos , ele mío de los cuales sacó su padre la intimación de las
dichas tierras; porque había un jíasaje de un historiador tan antiguo como
Salomón , que decia : « Navega el mar Mediterráneo hasta el fin de España , y
» de aUi hacia el Poniente, en una dirección media entre Norte y Sur, hasta no-
y^ venta y cinco grados de distancia, y encontrarás la tierra de Cipango, fértil
» y abundante. » Una copia de este escrito trajo su padre de Pioma, con intento
de ir á buscar aquella tierra » Esto no tiene sabor á Marco Polo, como sos-
pecha Irving, ni al ardid siquiera que supone Navarrete; sino á pura in-
vención, después del inesperado grandioso éxito de Cristóbal Colon.
El conde Kosselly, con su grandísima facilidad y desenfado para llenar va-
cíos y orillar dificultadeí^, trasfornia la escritura de que habla Arias Pérez en
mapamundi, sin otra razón más que la de nuesti-o capitán Alegría. , porqite sí.
La escritura era difícil de tragar ; pero el mapajnundi ya es más fácil. Y lo
convincente de su aserto son las pruebas, las cuales se reducen á esto : «Te-
nemos fundamento para no abrigar ninguna duda acerca de este mapa que
indicaba una tierra por descubrir.» Et voila iout.
COLON EN KSPAÑA. 281
Martin Alonso. Hombre de buena fortnna y más i[y\e regular
instrucción, se distinguia por su corazón magnánimo y por su
alma abierta d todas las ideas altas, grandes y atrevidas. Habia
viajado niucho, habia oido y liabia visto no poco. La palabra
fervorosa, el ademan noble, la instrucción vasta, la idea lumi-
nosa de Colon no podian menos de conmoverle, y le conmovie-
ron. Los ofrecimientos del Almirante acabaron de ganarle.
Todos convienen — incluso el cura de Los Palacios, que habla
poco de esto — en- que Martin Alonso era ffran marmero y hom-
bre de buen consejo para la mar. Es también innegable que
nuestros marinos lia])ian ya dado, por -aquellos tiempos, hartas
pruebas de aliento y de audacia, no sólo en el Mediterráneo, sino
en el Océano por las costas de África hasta donde viajaban por
entonces los portugueses. Pero aparte de que los Pinzones te-
nian, como marinos, un gran crédito y fama, es indudable que
medió trato ó pacto especial para que prestaran á Colon el eficaz
y valioso auxilio que le prestaron. Sobre este punto, como sobre
otros muchos, nadie más explícito, ni acaso más verídico y me-
jor enterado que Las Casas. Oigamos lo que dice sobre el parti-
cular :
«Cristóbal Colon, desde Granada, se fué derecho á la villa de
Palos , porque allí hay buenos y cursados hombres de mar : co-
menzó á tratar en aquel puerto de su negocio y despacho con
tres hermanos , que se llamaban los Pinzones , marineros ricos y
personas principales, especialmente con Martin Alonso, que era
el principal y más rico y honrado , á los cuales casi todos los de
la villa se acostaban (acogían) por ser más ricos y más empa-
rentados. Con este Martin Alonso comenzó Colon su plática, ro-
gándole que fuese con él á aquel viaje, y llevase sus hermanos y
jiarientes y amigos, y sin duda es de creer que le debió prometer
algo , puesto que no tanto, como algunos dijeron. Creemos que
282 COLON EN ESPAÑA.
este Martin Alonso, i)rinc¡i)almente , y sns hermanos ayudaron y
aviaron mucho á Cristóbal Colon para sn despaclio » «El
Martin Alonso era muy animoso , y en las cosas de mar muy
experimentado, y porque Cristóbal Colon quiso contribuir la
ochava parte en este viaje — porque con sólo el cuento de mara-
vedís que por los Reyes prestó Luis de Santángel no podia des-
l)acharse , y también por haber de la ganancia su ochavo , y Cris-
tóbal Colon quedó de la corte muy alcanzado, y puso medio
cuento de maravedís ^wr el dicho ochavo.» Añade Las Casas
«que tenía entendido que Martin Alonso prestó sólo á Cristóbal
Colon el medio cuento ; ó él y sus hermanos. »
Herrera dice lo mismo en cuanto al préstamo, y Muñoz lo re-
fiere también, aunque en otros términos.
El concienzudo y discretísimo coleccionador Navarrete, de
quien tomamos estos datos , añade :
«Puede presumirse con mucha verosimilitud, que pues fray
Juan Pérez andaba negociando en Palos con Colon, él fué quien
le proporcionó estas relaciones amistosas y estos medios para
llevar adelante su empresa, porque Colon, por sí solo, no podia
tener crédito en un pueblo donde nadie le conocía (1) y donde
se habia presentado poco antes tan falto de auxilios para una
empresa que muchos juzgaban vana y temeraria.
No se halla documento ni historiador nuestro que exj)rese las
(1) Ya hemos dicho y visto antes que esto no es del todo exacto. Verdad
es que el testigo García Hernández dice « que la causa de que Colon no hallii-
ra gente era porque ninguna persona conoscia al dicho Almirante. » Pero bien
se advierte que lo de menos habria sido el conocerle , si con los titulos y auto-
ridad que llevaba de los Eeyes la empresa hubiera sido menos atrevida y
temeraria. En reahdad , no era ya Colon tan desconocido en Palos. El alcalde,
Diego Prieto, que trajo de Granada los 20.000 maravedises en florines, que
para Colon le entrego la Peina; Juan Podriguez Cabezudo, qiie prestó la
nuda en que Fr. Juan Pérez hizo el viaje á Santa Fe, y á quien Colon dejó
couüadü su hijo Diego cuando partió para su primer viaje ; el clérigo Martin
COLON EN ESPAÑA. 283
condicionos con qno los Pinzones le hicieron ú (Jolón el ])réstíimo
de la expresada cantidad ; pero se deja inferir deliió cederles la
mitad ó el todo de las ntilidades que le correspondiesen por su
octavo Tal vez esta cesión di(') motivo al fiscal ])ara creer y
asentar que el Almirante prometió á Martin Alonso la mitad de
las mercedes que los Reyes le hablan ofrecido en la capitulación.»
•En esto hay, indudablemente, exageración; y bien denota la par-
cialidad, allí entonces reinante, en favor de los Pinzones y con-
tra el Almirante. Pero uno de los testigos presentados de su
parte, Juan Hodriguez de Mafra, dice expresamente «(jue ni
el Almirante hubiera podido armar si no fuera con él Martin
Alonso Pérez , rico y emparentado , i)or respeto del cual fué la
gente. »
El excesivo celo es hartas veces ¡Jei'jndicial á la misma causa
que se defiende.
Con el laudable propósito de vindicar agravios y defender el
nombre y fama de nuestros marinos, sostiene nuestro Navarrete
^(.(pie las (.i'ficultades enc^ontradas por Colon en el puerto de Pa-
los para tripular sus tres carabelas, no eran hijas de temor y re-
celos que allí despertara la audaz empresa , tanto cuanto de la
desconfianza que les infundía un aventurero extraño. » El celo
por nuestras glorias ha llevado á Navarrete demasiado lejos en
esaparte. Oigamos, en prueba de esto, lo que dicen sobre el
Sanche/,, depnsitario del propio tesoro y <le líi confianza de Colon; el piloto
de Lepe, Sebastian Kodriguez, que habia ido con la carta-ruego del prior de
la Rábida á la Reina, y este mismo respetable y respetado prior, no solamente
conocian y daban á conocer á Colon, sino que le tenian en alta estima. De
forma , que esa frase banal de que no era conocido hay que tomarla en el
sentido en que la usa Oviedo, tratándose de los nuichos ofrecimientos de
grandes riquezas y estados para la Corona Real de Castilla que hacía Colon.
(cPero como traía la capa raída ó pobre, teníanle por fabuloso soñador
2>or 1)0 xer ronoscido y exíranjero.)) (Ovikdo, 7/¿sí. ffen. de las IndiaK, lib. ii,
capitulo IV. )
284 COLON EN ESPAÑA.
particular alguuos testigos del consabido pleito, que á la voz lo
fueron del suceso.
Diego Fernandez Colmenero dice «que el Almirante no fallaba
gente que fuese con él, por ser el viaje peligroso. y>
El hijo de Pinzón, Arias Pérez, dice «que no babia (en Pa-
los) hombre ninguno que osase ir en su compañía (la del Almi-
rante), ni menos le quisiese dar sus navios, diciéndole «que él
)) babia de ir é'que nunca fallaría tierra »
Todos los testigos que evacúan la pregunta 23.'' del inter-
rogatorio fiscal están contextes en asegurar, «que sin el apoyo y
resolución de Martin Alonso Pinzón, no hubiera logrado el Al-
mirante equipar las tres naves en Palos, porque era aquel hom-
bre de gran corazón, de gran fuerza é saber, y trabajaba — dice
Colmenero — en hacer lo que otro no pudiese, porque dello hu-
biere memoria, é ansí avió al dicho Almirante é se fué con él é
llevó muchos de sus parientes é amigos. »
. Pero ¿qué más? Juan Rodriguez de Mafra, testigo presentado
por D. Diego, dice á la pregunta 15.* «que vido armar al Al-
mirante y no quiso ir por tener el descubrimiento por cosa vana,
como todos ; ni el Almirante hubiera podido armar si no fuera
con él Martin Alonso Pinzón, rico y emparentado, 2^<^^^ respeto
del cual fué la gente.D
Otro testigo, el piloto Gregorio Diaz «oyó, habrá veinte años
y más, a que el Almirante y cuantos con él iban no volveriany>; y
ciertamente — añade — si el Almirante no volviera por otro ca-
mino que por donde vino, que fué meterse debajo del Norte, que
no volviera allá, é ansí por allí se siguen todos los navios que
desta tierra van para Castilla.»
No ; no era el hombre, era la emiwesa magna la (pie debia
producir asombro á cuantos veian los preparativos; y á los que
hablan de embarcarse con él, desconfianza y terror. Esa descon-
COLON EN K8PAÑA. 2H5
finiizi» y eso terror no se ])0(liiui disipar más qne con irrandes
ejemplos de conrianza y de valor, y esos ejemplos los dieron los
Pinzones, acreditados navegantes y hombres de grandísima in-
. flnencia en a({nellos puertos.
¿Y quién ganó A los Pinzones á la emi)resa de Colon? No ne-
gamos que i)udo hacer mucho, é hizo en efecto, el prior de la
Rábida ; que debieron auxiliar muchísimo al efecto Juan Rodrí-
guez Cabezudo y Martin Sánchez. Pero más que todos, y sobre
todo , Colon mismo y su i)ropia emi)resa.
El P. Las Casas y Navarrete creen y dan por sentado que
mediaron tratos y estipulaciones entre Martin Alonso y Colon.
Lo indican los testigos del susodicho pleito, y es de creer que así
fuera. Martin Alonso era armador y esforzado marino , pero era
también comerciante. Colon era pobre y había estipulado con los
Reyes que sufragaría la octava parte del coste de la expedición.
El cuento de maravedises librado por Santángel no era bastante
para equipar las tres naves. Fué necesario medio cuento más
que sin duda suministró Martín Alonso ; y no le suministraría
sino con cuenta y razón.
Esto aparte , los hechos innegables y evidentes son que Mar-
tin Alonso entró , como hombre de corazón y amante de la gloria,
en el proyecto del navegante genoves ; y una vez en él contribu-
yó poderosa y eficazmente , no sólo al aparejo y apresto de las
tres carabelas , sino lo que más importaba entonces , contribuyó
á disipar temores y desconfianzas, y no con la palabra ó el con-
sejo , sino con el cgemplo ; ejemplo que siguieron sus hermanos y
sus parientes y amigos, alistándose vohmtaríos para la audacísi"
ma expedición del grandemente audaz navegante genoves.
Desde el momento en que Martin Alonso Pinzón entró en el
])royecto y se avino á prestarle sus servicios y los de sus parien-
tes y amigos, todo cambió de aspecto para Colon ;.y en un mes,
286 COLON EN ESPAÑA.
dicen á una cronistas y testigos , estuvieron equipadas y dis-
puestas para zarpar las tres carabelas. De esto se infiere que
Pinzón no se arresíló con el Almirante hasta últimos de Junio
ó primeros de Julio.
Dos de las carabelas las proporcionó Martin Alonso, y la ter-
cera se embargó á sus dueños Gómez Rascón y Cristóbal Quin-
tero que , aun cuando reacios siempre , debieron formar parte de
la expedición , toda vez que la avería que sufrió la Pinta , antes
de llegar á las Canarias , la atribuyen Las Casas y D. Hernando
á industria de aquéllos, «porque les pesaba ir á aquel viaje.»
La Pinta iba mandada por el mismo Martin Alonso Pinzón;
la JV^iña , por su hermano Vicente Yafiez ; y la mayor , llamada
Santa María, , la mandaba Cristóbal Colon : en ella ondeaba el
pabellón de Almirante.
Iban también , como pilotos , Sancho Ruiz , Pedro Alonso
Niño y Bartolomé Roldan ; á j)esar de que en La Pinta hacía de
piloto Francisco Martin Pinzón, otro hermano de Martin Alonso.
Como funcionarios , iban , de inspector general de la armada
Rodrigo Sánchez de Segovia ; de alguacil mayor , Diego Arana,
natural de Córdoba, y Rodrigo de Escobar desempeñaba el car-
go de escribano Real.
Formaban también parte de la expedición un médico , un ciru-
jano , algunos particulares y varios criados. Las trii3ulacioues se
componían de noventa marineros. El total de expedicionarios,
ciento veinte personas (1).
(1) Varios biógrafos y escritores italianos, entre ellos el abate Casanova
en su reciente opúsculo La Venté sur la patrie de Críst. Colonib, 1882, se
empeñan en sostener que Colon tuvo que recurrir á extranjeros para tripular
sus tres carabelas, _y que en el primer viaje fueron con él genoveses y corsos,
ingleses, portugueses, y que llevó no sabemos cuántos perros de Córcega.
Más comedido en esa izarte el conde riossolly hace sólo mérito de lui inglés,
un irlandés y dos portugueses; total, cuatro extranjeros. Eu la lista de los que
Colon dejó cu la Española, cuyos uomlires encontraron Muñoz j' Navarrete
COLON EN ESPAÑA. 287
Un lu'clio notable on la vida de (Jolou, por lo que ¡nflnye —
como ya hemos dicho — para explicar otros importantes que han
sido omitidos il colocados á íiilsa luz , es el de haber confiado, en
vís])eras de su primera expedición , su hijo Dieg-o á Juan Rodrí-
guez Cabezudo y al clériuo Martin Sánchez. Esto demuestra que
no le tenía en el convento de la Rábida, porque á tenerlo allí, lo
habria dejado , como era natural y cuasi obligado , sino que lo
llevaba en su compañía, cuando de Granada se fué á Huelva y
tocó en la Rábida.
Pero ¿ lo confió á aquellos sujetos i)ara que lo tuviesen en
guarda , durante er tiempo que durase su marítima expedición?
Navarrete ha creído que no , y con muy buen criterio y por una
razón decisiva, á nuestro entender. En la relación del primer viaje
(jueves 14 de Febrero de 93) dice Colon : « que también le daba
gran jDcna dos hijos que tenia en Córdoba al estudio )) (1). Por
lo que es visto , que al confiar , en Palos , su hijo Diego á Cabe-
zudo y á Sánchez , fué con el fin de que lo llevasen á Córdoba,
al lado de su hermano Hernando y al cuidado de la madre de
éste D.* Beatriz Enriquez. Y esto es lo que asegura Navarrete.
Todo ello no amengua en nada la importancia de los servicios
que en aquellos días y en los precedentes i)restó á Colon el guar-
dián de la Rábida , Fr. Juan Pérez , acompañándole , recomen-
en los Papeles de Contratación del Archivo de Indias, sólo se encuentra el
n(iiiil)re de Tallarte de Lages, inglés ; todos los demás son españoles, andalu-
ces, y castellanos los más. No, sólo los jefes, pilotos, maestres y tripulaciones
se formaron exclusivamente de españoles, sino los especiales servidores de Co-
lon, que fueron el fiel y heroico Diego Méndez, Francisco Jiménez Roldan y
Diego de Salcedo. De los perros de Córcega no nos parece necesario ocu-
parnos ni hace al caso.
(1) Y aquí puede notarse el comedimiento y la pudorosa delicadeza de Co-
lon, de no nombrar á D.* Beatriz Enriquez: argumento en contra de su matri-
monio infacie eclraia; bastante más fuerte ( pie eladucidn en /iro por el conde
liosselly, al citarnos la fr;i>;i- di' « Hiujcr ('■ hijusí) ([iic dcjú al venir á España
el navegante genoves. );
288 COLON EN ESPAÑA.
dándole , dándole el prestigio y la fuerza moral , de qne tanto lia-
bia menester en aquella coyuntura.
Ese y no otro fué el paj)el representado por el celoso P. Fray
Juan , guardián de la Rábida, confesor que habia sido de la reina
Isabel; recomendar á ésta, en los momentos decisivos, la empresa
y proyecto del navegante genoves , y después facilitar á éste re-
laciones y darle autoridad y prestigio en Palos, en Moguer, y en
todos los pueblos de aquella costa y de las cercanías del convento.
Hizo más Fr. Juan Pérez , contribuyó poderosamente á interesar
en la empresa á Martin Alonso Pinzón, Y en sentir de Navarrete,
él debió ser el autor del relato, historia ó tradición acerca de la
escritura del tiempo de Salomón bailada en la librería del Papa
en Roma ; idea que tanto molesta al biógrafo Rosselly, y que
tampoco nosotros encontramos aceptable.
No se olvide que otros muy diversos habían sido los servicios
que al proyecto de Colon habia prestado Fr. Antonio de Marche-
na, según declaración y recomendación de la Reina al Almiran-
te ; 23or lo que no pueden ni deben confundirse en uno los dos
frailes. Uno era el cosmógrafo, el estrólogo^ decía la Reina ,. que
siempre habia estado favorable al proyecto y siempre del lado
del navegante genoves. Otro era el anciano confesor de la Reina,
guardián ó prior del convento de la Rábida. Fray Antonio de
Marchena fué , pues , indudablemente un humilde franciscano,
un modesto sabio , del que , á fuer de humilde y de modesto sa-
bio , nadie se volvió á acordar después del éxito.
Aparejadas y prestas las tres carabelas, la Santa María, la
Pinta y la Niña , el embarque hubo de ser acto solemne y no
desprovisto de gravedad. Sin negar que los marinos de aquellos
puertos fuesen , como afirma Navarrete , gente experimentada,
brava y avezada á los peligros de la navegación , no se puede
desconocer que la empresa que entonces acometían los ciento
COLON EN ESPAÑA. 289
veinte expedicionarios á las órdenes de Colon rayaba entonces,
por lo extraordinaria y audaz, no en los límites de lo temerario,
sino en los de lo fabuloso. .¡ Qué extraño es que el piloto Grego-
rio Diaz oyera decir entonces <s.que el Almirante y cuantos con él
iban no volverían! » Calcúlese i)or aquí lo que suceder debió
al verificarse el solemne acto del embarque. Irving lo ha dicho
en su elocuente estilo : «Estando la escuadra pronta para darse
á la vela. Colon, poseído de la solemnidad de su empresa, se con-
fesó con Fr. Juan Pérez y recibió la sagrada Comunión. Sus ofi-
ciales y tripulaciones siguieron su ejemplo ; entraron en la em-
presa llenos de santo temor; y con las mas devotas é imponentes
ceremonias se encomendaron á la guía y especial amparo del cielo.
Una profunda tristeza se difundió por Palos á su partida ; porque
todos tenían algún pariente ó amigo en la flota. Los ánimos de los
marineros, comprimidos ya por la solemnidad del acto, se angus-
tiaron más aún por la aflicción de los que quedaban en las playas,
y se despedían de ellos con lágrimas y lamentaciones y oscuros
presentimientos de que jamas volverían á ver aquellos rostros. »
Hé ahí indudablemente la causa por qué el Almirante se tras-
ladó con las carabelas á la pequeña isla formada por la ría del
Odiel , frente á Huelva y cercana á la barra de Saltes, de donde
hizo levar anclas la mañana del viernes 3 de Agosto de 1492
muy de madrugada.
En naves y con tripulaciones españolas , bajo el amjiaro del
pabellón castellano, dejemos caminar á Colon por el tenebroso
mar, en alas de su valor sereno y de su incontrastable 2)erseveran-
cia, fruto de una creencia racional , tan grande como su corazón,
y tan firme y resuelta como su carácter ; dejémosle caminar en
busca de otro vellocino de oro , del que surgirá un Nuevo Mundo.
10
CAPÍTULO I.
PRIMER VIAJE.
Sumario : Avería de la Pinta. — Detención en las Canarias. — Parten de la
Gomera , rumbo á Occidente. — Se insinúa el desaliento en las tripulaciones.
— Principian á murmurar del largo viaje. — Se acentúan las quejas y las pro-
testas.-^ Confianza y superioridad de Colon. — El diez de Octubre acalla las
quejas y doniiua los conatos de rebelión. — Se acercan á tierra. — La descu-
bren el 12 de Octubre. — Isla Guanahaní. — Aspecto del país. — Estado y
cualidades de sus habitantes. — Cuba y la Española. — Deserción de Martin
Alonso. — Pérdida de la Santa María. — El cacique Guacanagari. — Forta-
leza de la Navidad. — Regreso. — Vuelve á unírsele Martin Alonso. — La tor-
menta. — Separación forzosa de la Pirata. — Arribada á las Azores. — Con-
ducta de Castanheda. — Furioso temporal, y nuevo peligro cerca de las ro-
cas de Cintra. — Entra en el Tajo. — Colon y Alonso Acuña. — Visita al rey
don Juan y ú la Reina. — Salida de Portugal y llegada' á Palos.
Niégauí-e en verdad la índole y el objeto de este libro á los
atractivos que de suyo ofrece la historia del descubrimiento del
Nuevo Mundo. Pero fuera rigor extremado y culpa casi imper-
donable no dar siquiera á nuestros lectores , por premio ó com-
pensación á la aridez de nuestras disquisiciones críticas , un bo-
ceto, aun cuando ligero algo galano, de las principales escenas
que abraza el patético é interesante drama del descubrimiento.
A más de que deber nuestro es , si el libro ha de responder á su
título, contar lo que á Colon aconteció en España durante los
entreactos de sus cuatro exiaediciones y hasta su fallecimiento.
292 COLON EN ESPAÑA.
No por eso pensamos quebrantar el capital precepto de la uni-
dad, haciendo un libro de dos naturalezas distintas, no. Escribi-
mos un estudio crítico-histórico , no escribimos una historia. Y
continuando en nuestro propósito , nos abstendremos de narrar
los detalles y particularidades de aquellas expediciones , por más
que todos ellos sean sucesos importantísimos , que , aunque con-
tenidos en el Diario del primer viaje y en las relaciones más ó
menos detalladas de los restantes , hacen las delicias de los lecto-
res , cuando se tiene el talento de perifrasearlos , como lo han
hecho Irving y Rosselly de Lorgues. Sólo relataremos hechos y
sucesos discutibles ó que se hayan puesto en tela de juicio.
De las tres carabelas que formaban la escuadrilla mandada
por Colon, una de ellas — Z» Pinta — propiedad de Gómez Ras-
cón y Cristóbal Quintero, vecinos de Palos de Moguer , no iba de
grado , sino que la llevaban de por fuerza. Y como al tercer dia
de navegación se le rompió y desencajó el timón y comenzó á
hacer agua , se concibieron fundadas sospechas de que iba mal
aparejada y peor carenada de propio intento. Pero la mandaba
Martin Alonso Pinzón ; y el ser éste hombre esforzado é ingenio-
SO , puso remedio á la avería , y sosiego en el preocupado ánimo
de Colon. Fué, sin embargo, causa bastante aquel fracaso, j)ara
que el Almirante y su escuadrilla tuvieran que detenerse en las
Canarias, desde el domingo 12 de Agosto hasta el jueves 6 de
Setiembre , en cuya mañana , y después de adobada y presta la
carabela Pinta, partió del puerto de la Gomera, con rumbo al
Oeste , la por siempre famosa escuadra mandada por Cristóbal
Colon.
(i Qné pasó después que perdieron de vista las costas y que se
consideraron más allá del meridiano de las Azores , últimas islas
conocidas entonces del Occidente en aquellas latitudes ?
¡Oh! un espectáculo grandioso y digno de ser admirado. Colon
COLON EN ESPAÑA, 298
rebosando gozo interior, y mostrándose á la altura de su elevada
y por todo extremo dificilísima posición. Grave sin altivez, afable
sin rebajamiento, diligente, previsor, majestuoao, verdaderamente
transfigurado. ¡ Qué dignidad, (jué i)restigio, qué fuerza no de-
bieron dar á su persona y á su palabra , el verse en su elemento,
el considerarse en su puesto , vencidos tantos obstáculos y en ca-
mino de dar confirmadas sus grandiosas previsiones, y realiza-
dos sus dorados sueños !
Cuantos se habían embarcado en las tres carabelas dieron
con ello sólo brtfena prueba de ser hombres de corazón ; y lo eran
en efecto. Mas eran hombres, y ninguno tenía la ferviente fe de
Colon ; iban esperanzados , pero recelosos ; su esperanza de en-
contrar, por aquel derrotero, las fabulosas islas de Cipango y
las tierras del oro , era la que les infundía Colon.
No es verdad que se rebelasen vez alguna ; no es verdad. Pero
si no se le rebelaron ; si al surcar por vez primera las espantosas
soledades de aquel mar para ellos sin fin , sólo después de diez y
seis dias de navegación , sin vestigios de hallar tierra , dejaron
ver su desaliento y sus temores ; si casi muerta la esperanza y
aumentados el desaliento y los temores , se limitaron á murmu-
rar ; y si aun después de treinta y cuatro dias de zozobra y vano
intento , solamente llegaron á formular quejas del largo viaje
debido fué á la grandísima autoridad, al inmenso prestigio de
que revestían á Colon su magnanimidad y su profundo convenci-
miento.
La firmeza de sus creencias daba elevación y perspicuidad á su
espíritu , eso que se suele llamar intuición del genio ; una clari-
videncia de todos los fenómenos, que á la generalidad de los
hombres sorprenden y desorientan, y aquella calma y serenidad
de juicio, quedan facilidad para explicarlos , y que granjean au-
toridad, porque conquistan los ánimos.
294 COLON EN ESPAÑA.
Sólo así se concibe que nn hombre desconocido, sin fortuna,
sin parientes, extranjero, á quien muchos habian mirado como
un arbitrista y no pocos como un maniático Sólo así se conci-
be, que pudiera llevar, dirigiendo tres naves por las espantosas so-
ledades del antes no surcado Océano, durante setenta y un días, á
más de cien hombres, sin que se le desertaran ni se le rebelasen.
No quiere esto decir que entre aquellos hombres, y especial-
mente en los que componían las tripulaciones, no hubiera días
de angustia, momentos de murmuración, y aun de quejas y de
protestas. Los hubo, sí, es indudable que los hubo. No lo ocul-
ta el mismo Colon ; los indica con la imparcialidad de un histo-
riador , y con la calma de un jefe, de un exjierto y animoso jefe
([ue conoce lo grave de las situaciones y la natural flaqueza de
los hombres ; pero que no sabe lo que es cejar por miedo. Hubo
día — el 10 de Octubre — en que las quejas y las protestas de las
tripulaciones y de la gente llegaron á conato de abandonar la
empresa y de retroceder (1). Pero el hecho, el hecho culminante
(1) En el Diario que nos ha conservado Fr. Bartolomé de las Casas, refirién-
dose al 22 de Setiembre, dice el Almirante : «Mucho me fué necesario este
viento contrario, porque mi gente andaban muj^ estimulados, que pensaban
que no ventaban estas mares vientos para volver á España.»
El siguiente dia vuelve á repetir Colon : «. Y como la mar estuviese mansa
y llana murmuraba la gente diciendo : que pues por allí no habia mar grande,
que nunca ventarla para volver á España ; pero después alzóse mucho la mar
y sin viento, que los asombraba »
Y el 10 de Octubre dice el Diario : «Aquí la gente ya no lo podia sufrir;
quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforz{3 lo mejor que pudo
dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber, y anadia, que
por demás era quejarse, pues que él habia venido á las Indias, y que asi lo ha-
bía de proseguir hasta hallarlas, con el ayuda de Dios.»
Sin duda, recordando lo acontecido en ese dia, escribió el 14 de Febrero, en
medio de la deshecha borrasca que les asaltó á la proxinddad de las Azores,
estas pocas pero graves frases : «Mayormente que pues le habia (Dios) libra-
do á la ida cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos (jue con los
marineros y gente que llevaba, los cuales todos á una voz estaban determina-
dos de se volver y alzarse contra él haciendo protestaciones ; y el eterno Dios
le dio esfuerzo y valor contra todos.»
COLON' F.V KSP\\A. 295
y significativo es, qno la antoridad de Colon quedó incólume y se
sobrepuso á todo y á todos.
Y cuenta que á un lado los diplomas y los títulos de Almi
rante y Visorey — que en aquellos momentos ])odrian conside-
rarse nominales y de escaso valor — los verdaderos dueños de las
carabelas , de las tripulaciones , y por consiguiente los arbitros
de la situación eran los Pinzones. Una palabra, un gesto de
Martin Alonso , en tan críticos momentos , hubieran podido po-
ner término al viaje, á la empresa y á la misma vida de Colon.
Pero, lo repetimos. Colon se sobrepuso á todo y á todos. Desva-
neció los temores, cortó las murmuraciones, acalló las quejas,
dominó las protestas, y se impuso. ¿Se impuso con la autoridad
que le daban sus títulos y su bastón de mando? No : con la
autoridad que le liabian ya granjeado su saber, sus conocimien-
tos, su carácter, su magnanimidad y su conducta irreprochable.
Se impuso como se impone el genio : con su aureola , con su pres-
tigio fascinador, con la majestad que le dan sus inspiraciones,
en momentos solemnes y difíciles.
Verdad es que Martin Alonso Pinzón amaba también la gloria
y era esforzado y animoso. Con ello contaría también Colon, y
mucho partido sabría sacar de ello. Pero téngase en cuenta, que
aquellas mismas altas cualidades de Pinzón no le jireservaron
de ser, poco tiempo después, vencido por la codicia y arrastrado
IXH' los celos , irrespetuoso y desoljediente á Cristóbal Colon : á
Cristóbal Colon ya victorioso, Almirante de la mar Océana y ya
Virey de las islas por él descubiertas.
Era el 11 de Octubre de 1402. Aun duraba en las carabelas,
como lejano rumor de in'eñada nube, el eco de las quejas, de las
protestaciones, que á punto de convertirse en sediciosa rebelión
liabia calmado el Almirante, con su fervorosa ¡¡alabra y su ma-
jestuosa y enérgica actitud. A favor del velo de la noche ])odia
296 COLON EN ESPAÑA.
ocultar sn preocnpaoion y sus recelos ; pero siempre vigilante y
firme siempre en sus convicciones, observando con escudriñadora
mirada desde el castillete de popa, creyó divisar á lo lejos una lum-
bre. Eran las diez de la noche , y no fiándose de su vista llamó á
Pero Gutiérrez , repostero de estrados del Rey , y díjole que mi-
rase ; y en efecto, así lo hizo y vio la luz. Pero la luz era tan té- '
nue, que aunque llamó en seguida al veedor Rodrigo Sánchez,
i:)ara que hiciese igual observación , éste miró y no la vio. Colon
se creia, sin embargo, cerca de tierra, y no se engañaba. El tiro
de una lombarda , disparado á cosa de las dos de la mañana,
desde la Pinta, que como más velera iba delante, anunció ¡Tier-
ra ! á las tripulaciones y gentes de las tres carabelas. Un mari-
nero, Rodrigo de Triana, fué el jírimero que la vio. Estarían á
dos leguas de ella ; y el Almirante dio orden de amainar y po-
nerse al pairo.
Vino el dia 12 de Octubre , y con él ¡ qué alegría tan inmensa
para aquellos navegantes ! ¡ qué satisfacción tan grande, tan
intensa , tan embriagadora la de Colon ! La tierra tan anhelada,
la misteriosa tierra, allá escondida tras el piélago insondable, tras
el tenebroso mar, estaba allí , patente á sus ojos , y por momen-
tos iban á pisarla sus pies. Y arriTaaron en efecto; llegaron á ella,
y la pisaron por fin. Era la pequeña isla Gimnahani , una de las
Lucayas, á la que Colon dio el nombre de Son Salvador (1).
Aquellos bosques vírgenes , aquellos árboles y plantas de for-
(1) Hase discutido, y continúa discutiéndose con gran empeño en todas
partes, pero muy especialmente por la Sociedad Hidrográfica que en AVa-
shington preside M. Patterson, cuáles fueron los primeros puntos de las Anti-
llas que visitó Colon , y sobre todo , cuál de aquellas islas es la famosa Gua-
nahani que él bautizó con el nombre de San Stalvador. Ni Hernando Colon , ni
Las Casas, ni Herrera la determinaron con precisión y exactitud. Don Juan
Bautista Muñoz, que reparó esa falta, dióse á creer y asegurar que la verda-
dera üuanabani era la isla Watlings, de cuatro leguas de extensión, y que
está situada á qiünce al E. de la isla del Gato ( Cat island de los ingleses),
COLON EN ESPAÑA. 297
mas extrañas y do otorno vcM-dor; aquel ambiente suave y embal-
samado con el aroma de una vegetación exhul)crante y primoro-
sa; aquella fragancia y aquella temperatura blanda y dulcísima,
denotaban, sin duda alguna, nuevas tierras, países nuevos, un
Nuevo Mundo.
Bien lo atestiguaban aquellos hombres y mujeres que asom-
brados y estupefjxctos contemplaban desde la playa á losquejuz-
íraban venidos del cielo, (hiitadas criaturas vn el primer estado
de Naturaleza, completamente desnudas, de bellas formas, de
color cobrizo , cabellos largos y lacios , se las veia por la playa
fluctuando entre la curiosidad y el temor; querían ver, y huian
de aquellos hombres blancos cubiertos de tan extraños ropajes y
que es la llamada San Salvador, y la tenida generalmente por Guanahani.
Vino después el Sr. XavurreLe, y apoyado en el fuerte testimonio (1(;1 tenieiilo
de fragata D. Miguel ^loreno , el cual acompañó al almirante Churruca en su
expedición científica á las Antillas á fines del siglo anterior , sostiene que la
verdadera Guanahani es la isla del Gran Turco , pequeño islote de una legua
de extensión al E. del banco llamado Los Caicos, en el paralelo 21, .50.
Pero viene Washington Irving y guiado por la pericia de un marino anglo-
americano , combate victoriosamente la aserción de Navarrete y restituye su
derecho de primogenitura á San Salvador la Grande. Abre esto nuevas discu-
siones é investigaciones; y de una parte Varnhagen, de otra el comodoro
Owen, y por último, el capitán Beclier, contienden, pretendiendo el primero
()ue la verdadera Guanahani es la isla Mariguana , y que de allí siguió Colon
el rumbo á las islas Act¡lin y Crooked ; de ellas á la isla Larga, tocando des-
pués en la Eximia para volver sobre Long island y Crooked, y dirigirse de
aquí al puerto Gibara , costa Noreste de Cuba. Bien se ve entonces cuáles de
esas islas serian las denominadas por Colon La Concepción , Fernandina é
Isabela.
El capitán Becher hace llegar primero á Colon á Watling , por lialicr i'l
dia 7 de Octubre torcido el rumbo á Sudoeste , anclando al Nordeste de la isla.
De allí , circunavegando por el Noroeste de la isla , se dirigió á Cayo Rum , que
es la isleta á que por lo pequeña no da nombre, y le hace tocar en el cabo
Santa María de la isla Larga (Long island); marchar después á la isla Exu-
ma, jiara volver á Long island (isla Larga); y de allí á la Boca de la Carabela,
en la isla de Cuba.
M. G. V- Fox (1881) sostiene que es la isla Samana, al N. de los cayos de-
nominados Las Planas , y al Noroeste de Mariguana , el primer punto de desem-
barco de Colon, el cual se dirigió luego al Sur-suroeste , tocando en la parte
septentrional de las islas Acklin y Crooked; de allí al Ueste para sólo tocar en
298 COLON EN ESVAÑA.
de tan brillantes armas; y fué necesaria toda la dulzura inteli-
gente de Colon para atraerlos y desvanecer su temor.
Entonces los esiiañoles pudieron conocer el tesoro de innata
bondad que encerraba el alma de aquellos isleños, en brazos to-
davía de la Naturaleza, con una choza por habitación, con una
hamaca por lecho, con los frutos espontáneos de los bosques por
alimento ; dadivosos , hosi)italarios , sin conocer aún el twjo y el
mio^ causa de tantas maldades y levadura de tantos crímenes.
Refiriéndose á los indíg'enas de la isla de Haiti y á conversa-
ciones con el mismo Colon, dice, en su Década^ Angleria : «Es
cierto que la tierra es tan de todos entre aquellas gentes , como
el sol y como las aguas ; y que el mió }^ el tuyo , semilla de tantos
males , no tienen lugar entre ellas. Se contentan con tan poco,
que en aquel extenso j)aís , más bien tienen superfluidad que es-
Cabo Verde de la isla Larga (Long island) ; retroceder luego al centro occi-
dental de la Crooked , para de allí tomar el rumbo Suroeste que le llevó al
puerto del Padre, costa N. de Cuba entre la Punta de Muías y el puerto de
Nuevitas del Príncipe.
El barón de Humboldt, con la valiosa cooperación del barón de Walkenaer,
ha ilustrado grandemente la cuestión , y apoyado fuertemente la opinión de
Irving con las autoridades y razones que suministran los mapas é itinerarios
de Juan de la Cosa, Diego Ribero y D. Juan Ponce de León.
En el número de los geógrafos y marinos distinguidos que recientemente
han ilustrado esta cuestión , y cuyos escritos y dictámenes ha reunido y exa-
minado con prolija atención y especial estudio la Sociedad Geodésica é Hidro-
lógica de los Estados-Unidos, presidida por Patterson, tenemos la honra de
contar á nuestros compatriotas los Sres. D. José de Lorenzo, D. Gonzalo de
Murga y D. Martin Ferreiro , empleados en la Dirección de Hidrografía , au-
tores ó principales redactores del notable Diccionario Maritimo Español, im-
preso en 1864, y al capitán de navio D- Cesáreo Fernandez Dvu'o. — Disqui-
siciones náuticas (1876) , á cuya interesante obra (t. i, pág. 59 y sig.) remitimos
á los que deseen más pormenores sobre la cuestión.
Nuestra humilde opinión, aunque profanos , es la de que la isla de Guana-
hani es la de San Salvador, indicada por Colon y T^as Casas, si no de una ma-
nera irreprochable é indiscutible , bajo el punto de vista astronómico , de un
modo bastante claro bajo los puntos de vista geográfico y topogrático. Es la
señalada por Juan de la Cosa , por Ribero y por Ponce de León. Es ademas la
mantenida por la tradición, y la que mejor concierta con el vüterior rumbo é
itinerario náutico de Colon.
COLON EN ESPAÑA. 299
casez. Realizan allí el dorado ensueño de vivir sin trabajo en
abiertos jardines, no divididos por vallas ni con muros defendidos.
Comercian justa y buenamente unos con otros sin necesidad de
leyes, de libros, ni de jueces. Creen lioml)re malo y perjudicial,
sólo al que se complace en hacer daño á otro ; y aunque no gustan
de cosas superfinas, hacen, sin embargo, provisión de aquellas
raíces de donde sacan su pan ; contentos con esa simi^le comi-
da, con la cual conservan la salud y evitan enfermedades.»
El propio Almirante , en su carta á Luis de Santángel , pinta
con su elocuente sencillez y candor á aquellos mismos habitantes
de la Española : «Es verdad, dice, que después que se aseguran
y pierden este miedo , ellos son tan sin engaño y tan liberales de
lo que tienen , que no lo creeria sino el que lo viese. Ellos , de
cosa que tengan, i3Ídiéndosela, jamas dicen que uo; íintes convi-
dan á la persona con ello y muestran tanto amor, que darian los
corazones; y quier sea cosa de valor, quier sea de poco precio,
luego por cualquiera cosa, de cualquier manera que sea, que se
les dé por ello, son contentos » «Todos ellos, así hombres como
mujeres , después de haber el corazón seguro de nos , venieron,
que non quedaba grande ni pequeño que todos traían algo de co-
mer y beber , que daban con amor maravilloso.»
«Non conocían, añade allí mismo Colon, ninguna secta ni ido-
latría , salvo que todos creen que las fuerzas y el bien son en el
cielo. Y creían muy firme , que yo , con estos navios y gente ve-
nía del cielo » «Y esto non procede jiorque sean ignorantes,
salvo de muy sotil ingenio; navegan todos aquellos mares, y es
niiiravilla la buena cuenta que dan de todo; salvo porque nunca
vieron gente vestida ni semejantes navios.»
«En todas estas islas, dice también, me parece que todos los
hombres son contentos con una mujer , y á su mayoral ó rey dan
fasta veinte.»
300 COLON EN ESPAÑA.
« Las mujeres me parece qno trabajan más que los hombres;
ni he podido entender si tienen bienes propios; que me pareció
ver que aqnellí^ que uno tenía todos hacian parte, en especial en
las cosas de comer. »
Antes de descubrir la isla Española (Haiti) , Cristóbal Colon
estuvo á punto de tocar en el continente; puesto que entrando y
navegando j^or el canal de Bahama , á no haber retrocedido , como
retrocedió el 12 de Noviembre, tomando rumbo Este-sudeste, en
pocas horas de navegación hubiera tocado las costas de la Flori-
da. Cuando recorria la isla de Cuba , que él consideraba parte de
un gran continente, pudo también, á haber seguido la dirección
#
Sud-oeste que llevaba , tocar muy fácilmente en la opuesta costa
de Yucatán , realizando , como dice Irving , sus más dorados en-
sueños con el descubrimiento de Méjico. Pero le fué negado, como
á Moisés , pisar la tierra prometida. Y no , ciertamente , por falta
de fe. « Pero fué suficiente gloria para Colon haber descubierto
el Nuevo Mundo ; sus más ricas regiones estaban reservadas para
dar esplendor á ulteriores empresas. »
Y allí , y por aquellos dias comenzó á gustar ya las amargu-
ras que de ordinario causa la envidia y produce la ingratitud de
los hombres. El 20 de Noviembre, Martin Alonso, que mandaba
la Pinta , se sustrajo á la obediencia del Almirante, separándose
de la Santa Maña y la Bina , y siguiendo ruml)0 al Oriente,
mientras aquéllas retrocedían á la isla de Cuba , impelidas por el
viento y la mar alta , y de orden de Colon , que en vano repitió
avisos y señales á la Pinta para que le siguiera. Esa deserción
prodújole hondo disgusto y no leve preocupación. El ejemplo era
de cualquier modo funesto , y el lírojjósito de Pinzón no podía ser
favorable ni lisonjero para el Almirante. Pero dominó su indig-
nación y devoró en silencio aquella amargura.
Otra tuvo que experimentar á bien pocos dias — el de Na vi-
COLON EN ESPAÑA. BOl
dad, 25 de Diciembre; — la pérdida de la Santa María, que en-
calló en un banco de Pimta Santa (costa noroeste de Haiti) mer-
ced el un descuido de la tripulación , ó mejor diclio , del maestre
cuya era la guardia de la carabela. •
Este contratiempo, en medio de todo, sirvió para demostrarlo
dos cosas : una , la de que llevaba á sus órdenes gente honrada y
pundonorosa. Otra , la de que los habitantes de la isla era gente
bnenísima á toda ¡¡rueba.
Como quiera que en el fracaso de la carabela el maestre y unos
cuantos marineros, sobrecogidos de terror, en vez de ejecutar cier-
ta maniobra que habia ordenado Colon, huyeron con el batel en
busca de salvación á la otra carabela que estaba á media legua
de distancia, los de la Niña increpáronles por tan cobarde conduc-
ta, y no los quisieron recibir; los hicieron volver al sitio del pe-
ligro , y enviaron á toda prisa su barca con gente de auxilio : acto
digno y honroso que satisfizo mucho á Colou.
Y como á la mañana enviase á decir al cacique Guacanagari
lo acontecido y que por ello no podia acudir al convite é invita-
ción que le habia hecho , el buen Guacanagari, al saber el desas-
tre, mostró tal aflicción que derramó lágrimas , y sin más treguas
se trasladó al lugar del siniestro con gentes y canoas — cuantas
pudo reunir de pronto — para prestar á los españoles todo género
de auxilios, como los prestó en efecto.
«Jamas en país alguno civilizado, dice Irving con este motivo,
se ejercieron los oficios y ritos de la hospitalidad más cumplida
y escrupulosamente que lo hizo aquel ignaro salvaje. Todos los
efectos que se desembarcaron de la Santa María los mandó de-
positar cerca de su habitación, y ¡íuso una tropa armada que los
guardase aquella noche hasta prepararle local en que almacenar-
les, sin que apareciera ni aun la más ligera tentación de que uno
solo de aquellos indios quisiera aprovecliarse de la desgracia de
•^02 COLON EN ESPAÑA.
los extranjeros. Aquellas pobres gentes velan arrojados en sus
playas efectos que ellos tenían por tesoros inestimables , y no tuvo
lugar el hurto más insignificante. Al contrario , en sus acciones
como en sus semblantes se veian pintadas la compasión y la
simpatía á tal punto , que al verlos se hubiera creído que eran
ellos , y no los españoles , las víctimas de aquella desgracia. »
El 4 de Enero de 1493 se dio Colon á la vela para regresar á
España, desde el puerto á que había dado el nombre de Navidad.
Y el 6 , al doblar el cabo Monte-Cristo , divisaron á la Pinta, que
vino directamente hacia ellos , con viento en popa. Martín Alon-
so procuró disculparse lo mejor que pudo con el Almirante; y éste,
justamente receloso de agravar la situación, si descubría en aquel
momento é increpaba como merecían las faltas del orgulloso ca-
})ítan de la Pinta, disimuló su justo enojo con hábil política.
De ella dio muestras también Colon al dejar en Navidad, le-
vantando al efecto una especie de fortaleza provisional , cuarenta
hombres mandados por Diego de Arana, como base de futura
colonia , con el objeto de continuar las exploraciones y de estre-
char los vínculos de amistad con los pacíficos y gozosos habitan-
tes de la isla. Y no porque el éxito fuera , como fué , fatal y des-
graciado , dejó el acuerdo de ser político y previsor.
Sin embargo, antes de abandonar la isla tuvo ocasión de ver
que no todos sus habitantes eran tan pacíficos y mansos como
Guacanagari y sus subditos. Al doblar el cabo Cabrón (1) y des-
embarcar en la playa del ancho golfo que se abre al Noroeste,
vieron indios de feroz aspecto y de ademan y porte belicoso y tur-
bulento, con quienes fueron inútiles las insinuaciones de berievo-
lencia y de obsequiosa amistad que venía empleando y empleó
con ellos Colon. Eran de la tribu de los ciguayanos , raza osada
(1) Cal)o del Enamorado le llamó Colon. Véase el Diario, sábado 12 de
Enero. Todo Lace creer que alude allí ú lo que ahora se denomina Cabo Francés.
COLON KX KSPAÑA. ^(K)
y agreste do nn distrito montañoso que se extendia veinticinco
legnas á lo largo de la costa y muchas por el interior. Aquel
mismo dia tuvieron necesidad los españoles de mostrarles el tem-
plo do las hojas toledanas. Pero al dia siguiente se volvieron á
presentar, como si nada hubiese ocurrido la víspera, impávidos,
y ya más confiados y amistosos; condiciones del carácter fiero
pero noble de todos los montañeses. El cacique Mayouabex , su
jefe , que se encontraba en la playa , envió á Colon , en signo y
prenda de paz , el tahalí de concordia, que se reducía á una sarta
do piedrecillas y conchas. En seguida se trasladó á la carabela de
Colon , quien le recibió con cariño y le dio un banquete de galleta
y miel, ricpiísimos manjares para aquellos comensales. Mayona-
bex correspondió, ya que de otro modo no le era allí jíosible, en-
viando á Colon su diadema de oro, al siguiente dia.
Aprovechando el Almirante un viento favorable , se dio á la
vela el 16 de Enero, encaminando su rumbo á España, con gran
contentamiento de sus gentes, á cuyos semblantes iban ya aso-
mando las señales del disgusto y de la impaciencia que tenían
l)or regresar á los patrios lares.
El 12 de Febrero, cuando ya se lisonjeaban de ver pronto la
deseada tierra , se enfurecieron de pronto los vientos , agitándose
extraordinariamente la mar. Sin embargo , las dos carabelas con-
tinuaron rumbo al Oriente; pero en la noche del siguiente dia se
desencadenó horrorosa la tempestad. Juguete de las embraveci-
das olas los dos frágiles barcos , tuvieron que amainar velas , y á
palo seco entregarse al cai)richo del viento y de la mar. La P/«-
ta, roto ya el trinquete , desapareció entre las tinieblas de la no-
che , sin que á pesar de los mutuos esfuerzos pudieran volverse á
unir las dos embarcaciones.
Contar h) que en aquella horrible noche y los dos siguientes
días sufrieron aquellos audaces navegantes , y en especial lo que
304 COLON EN ESPAÑA.
sufrió Colon , fuera ardua si no imposible tarea. Con ser tan in-
minente el peligro de las vidas, el perder la suya no era, sin em-
bargo . lo que más afligia el ánimo de Colon. Le atormentaba el
temor de que las sañudas olas sepultasen hasta los vestigios de
su gloriosa y triunfadora empresa.
Uníanse en Cristóbal Colon la prudencia , la destreza y el va-
lor del capitán , á la fervorosa piedad del creyente. Así es que,
sin perder la serenidad y la confianza en la Providencia, que ha-
bía preparado su triunfo y su gran descubrimiento , y sin dejar
de hacer votos y piadosas promesas , buscó el medio de que pu-
dieran sobrevivir su nombre y la gloria de sus hazañas, aun
cuando su frt'igil nave , con él y toda su gente, quedasen sepulta-
dos en el tormentoso é implacable Océano. Al efecto escribió en
un pergamino una sucinta relación de sus viajes y descubrimien-
tos, declarando haber tomado posesión de las tierras recien ha-
lladas en nombre de los Católicos Reyes; lo selló y sobrescribió
al Rey y la Reina , añadiendo una promesa de mil ducados á
quien quiera que presentase aquel paquete sin abrirle. Luego le
envolvió en una tela encerada, metido en un barril vacío y bien
calafateado , y lo arrojó al mar , dando á entender que aquello
era el cumplimiento de un voto religioso.
Estas precauciones calmaron algún tanto su ansiedad; pero
sin descanso alguno durante tres días , y vigilante á todas horas,
empapado en agua y casi sin comer, al anochecer del 15 vio ya
señales de que la tempestad amainaba, y aquella noche descansó
algunos momentos. Al siguiente día salió el sol , y á su gratísi-
ma luz se unió la más grata voz de ¡ Tierra! dada por el ma-
rinero Rui García. El gozo de la tripulación fué casi igual al que
ales-ró sus corazones al descubrir el Nuevo Mundo. Estaban á la
vista de Santa María, pequeña isla, la más meridional de las
Azores. Pero aun les faltaban sinsabores que gustar y peligros
COLON EN ESPAiÍA. 305
que correr. Tan cierto es que eu la vida no se alcanzan señalados
triunfos sin luchas y sin dolores.
El gobernador que mandaba en la isla , Juan Castanbeda , te-
nía orden de prender á Colon, si por acaso tocase en la isla; y
aprovechándose de la ocasión liizo cuanto pudo y supo por cum-
plirla; y ya que no logró sorprender con halagos y engaños al
Almirante , detuvo á la mitad de su gente que habia desemlmr-
cado para cumplir una de las promesas votivas hechas en la ter-
rible noche del 13. El Almirante, indignado de tal conducta, re-
convino severamente al Gobernador que se habia acercado á la
playa para ver de atrapar á Colon. Quiso éste hacer con él otro
tanto para tomar represalias; pero ni uno ni otro pudieron con-
seguir su respectivo intento. Al dia siguiente , arrepentido Cas-
tanheda , ó mejor aconsejado , envió una comisión á la carabela,
con protestas de desagravio , y devolvió á los retenidos después
de agasajarlos. El temporal los retuvo dos dias más en la isla.
El 24 de Febrero zarpó la carabela con rumbo á España; pero
el 27 , no lejos ya del cabo de San Vicente, les asaltaron de nue-
vo contrarios vientos y una mar agitada y borrascosa. Con tan
adverso y tormentoso tiempo caminaron , en medio de inminen-
tes peligros , hasta el 2 de Marzo , eu cuya noche una racha de
viento sacudió tan violentamente la frágil embarcación , que le
rompió todas sus velas , viéndose obligados á navegar á palo seco
y á la ventura. Presa todos los navegantes de las mayores angus-
tias , por cuanto se consideraban cerca ya de la tierra española,
pero sin esperanza de poder llegar á puerto de salvación , volvie-
ron las preocui)aciones de Colon á inquietar su ánimo valeroso
y su fe inquebrantable. Se repitieron las devociones y los votos.
La noche del 3 de Marzo fué para todos ellos horrible. La tor-
menta crecia , la enfurecida mar levantaba olas como montañas,
que tan pronto empinaban á los cielos la carabela, como la hun-
20
306 COLON EN ESPAÑA.
dian en profundos abismos. Caía la lluvia á torrentes; serpentea-
ba el rayo en todas direcciones, y el fragor del trueno resonaba
en la oscuridad por todos los ángulos del firmamento.
AI romper del dia 4 se encontraron enfrente de Cintra, con
peligro de que las olas empujasen y estrellaran contra las rocas
el frágil buque. Maniobraron para internarse en la mar cuanto
pudieran y para ver de enfilar la boca del Tajo. Todo menos abor-
dar en Portugal deseaba Colon. La reciente conducta de Cas-
tanbeda justificaba bien sus temores. Pero no babia otro medio
de salvarse en aquel momento y en semejante situación. Dióse,
al fin , por cüchoso con poder entrar en el Tajo; y los habitantes
de Cascaes , que desde la playa babian visto con viva ansiedad
los peligros que habia arrostrado la carabela, se admiraron de que
hubiese podido arribar sana y salva , y se congratularon de ello.
Ancló frente á Rastello (1), y á poco se presentó en una barca
el patrón de un navio de guerra, surto en aquel puerto, intimando
de orden de su capitán (2) á Colon , que se trasladase á la nao,
23ara dar cuenta de quién era y de dónde venía. Colon mostró una
vez más en €se momento su gran superioridad. «Decid al que os
envia, contestó al patrón mensajero, que soy Almirante de los
Reyes de Castilla; que be dado ya por escrito cuenta de mi per-
sona al Rey de Portugal, y no se la daré á nadie más que á él.
Que no saldré de mi buque , ni permitiré que nadie salga , sino
por fuerza mayor de armas; j)orque los Almirantes de los Reyes
de Castilla saben morir antes que darse ni dar gente suya. »
El patrón , al oir tales palabras y ver el ademan y el semblante
con que eran acompañadas, amainó. Entonces Colon no tuvo repa-
(1) El Diario de Colon dice Eastelo ; pero debe ser error de escritura por
decir Carcavellos. En aquella ria no existe puerto alguno con el nombre de
Rastelo.
(2) Las Casas en el Diario del primer viaje llama á ese capitán Alvaro
Dama. Pero Irving , con mejor acuerdo , le nombra Alonso de Acuña.
COLON EN ESPAÑA. 307
ro en mostrarle sus diplomas y cartas Reales. A poco rato después,
el capitán de la nao, con acompañamiento de trompetas y añaíiles,
fué á la carabela á felicitar á Colon y á ponerse á sus órdenes.
Acudió en los dias siguientes una multitud de personas de Lis-
boa á visitar la carabela y á ver y á oir á los descubridores del
Nuevo Mundo. Y el 8 de Marzo recibió Colon carta del rey don
Juan, que estaba en Valparaíso, por la cnal le rogaba que se
llegase donde él se hallaba. Colon dio allí otra prueba de su pru-
dencia y de su valor : marchó á Valparaíso , donde fué recibido
con espontáneas ó estudiadas muestras de admiración y de cordial
benevolencia. El Rey le oyó complacido y le obsequió espléndi-
damente (1), reteniéndole á su lado hasta el dia 11 , en que Co-
lon se despidió para volver á Rastello, donde llegó el 12, porque
antes quiso ofrecer sus respetos á la Reina, que se encontraba en
el monasterio de San Antonio , cerca de Villafranca , y que le ha-
bía manifestado deseos de oirlo.
El 13 de Marzo mandó levar anclas, y saliendo del Tajo dio
la vuelta al cabo de San Vicente el 14, entrando el 15, al salir el
sol , con la marea ascendente, por la barra de Saltes , en el puerto
de Palos , de donde había zarpado con las tres carabelas el 3 de
Agosto del año anterior.
(1) El Rey deslizó en la conversticiou la idea de que, según el tratado
de 1479, las islas descubiertas por Colon debian pertenecer á Portugal; insi-
nuación á que el Almirante dio cortés respuesta. Por más que hoy se resista á
creerlo la conciencia pública, parece indudable que hubo consejeros que pro-
pusieron al rey D. Juan asesinar á Colon. Lo dice Vasconcellos (Crón- del
rey D Juan II, lib. vi, folios 293 y 294 ) ; lo conlirnia Hesende ( Vida e Jeitos
du rey D. Joan, cap. CLXiii) ; lo asegura Barros ( Da Asia, Decade 1.", li-
bro III, cap. XI, pág. 246) ; y no lo ocultan otros cronistas é historiadores de
Portugal. Pero, sea dicho en honra de D. Juan, (jue no sólo se negó á admi-
tir tan infame y servil consejo , sino que ordenó hc honrase y agasajase esplén-
dida V caballerosamente á Colon.
CAPÍTULO XI.
Sumario : Regrosó de Colon. — -Ovación que le tributó la población de Palos.
— Desgracia y muerte de Martin Alonso Pinzón. — Viaje de Colon á Bar-
celona. — Entrada triunfal en la capital del Principado. — Presentación á
los Reyes. — Homenajes que se le rinden y lauros que allí recibe. — Im-
presión que el descubrimiento causó en España y en Europa. — Emulación
del Rey de Portugal. — Bulas pontificias. — Preparativos para el segundo
viaje de Colon. — Buques , gentes y equipos. — Fonseca y Soria. — El Pa-
(b-e Boil. — Sale Colon de la bahía gaditana el 5 de Setiembre de 1493. —
Llegada á las islas Caribes.- La Dominica, la Guadalupe, la San Martin. —
Antropofagia. — Descubre á Puerto-Rico. — Llegada á la Española. — Ca-
tástrofe de la Navidad. — Sus causas. — Caonabo y los otros caciques. — La
Isabela. — Las montañas del Cibao. — Conducta de Pernal Diaz, de Agua-
do, de Margante y del P. Boil. — Triunfos de Ojeda. — Excursión de Colon
por las costas de Cuba y de Jamaica. — Regreso á la Española. — Su enfer-
medad.— Feliz llegada de su hermano Bartolomé. — Derrota de los caciques.
— Sumisión de los indios. — Prisión de Caonabo. — Llegada de Antonio
Torres. — Llegada de Aguado. — Su conducta y sus propósitos. -^ La tem-
pestad. — Miguel Diaz y las minas de Haina. — Salida de Colon y Aguado
para España.
El regreso de Colon, sn entrada en el puerto de Palos y el
acto posterior de su presentación á los Reyes en Barcelona, son
acontecimientos legendarios. Sería imposible pintar con sus ver-
daderos colores los sentimientos de admiración y de alegría que
despertaron en aquel puerto la vuelta y la presencia de aquellos
navegantes, que ocho meses antes habían sido despedidos con más
angustias y temores que si lo fueran para la eternidad. Aconte-
310 COLON EN KSPAÍÍA.
I
cimiento indescriptible. Todos los signos de un júbilo inmenso;
repiqne general de campana's , ñiegos artificiales , músicas , al-
gazara por las calles, cerradas las tiendas, las gentes fuera de
sus casas y locas de entusiasmo y alegría ; oyendo , mirando,
preguntando con curiosidad insaciable y con asombro indeci-
ble á los llegados de otro mundo. Unos estrechando la mano del
amigo , otros abrazando con efusión al pariente ; esta mujer al
hijo , aquélla al hermano , alguna al esposo ; todas mirando con
asombro y con cariñoso respeto á aquel hombre extraordinario,
á quien quizá maldijeron un año antes ; á quien tuvieron por
aventurero ó por loco , el cual habia sabido llevar y traer sus
hombres y sus carabelas á tierras desconocidas por mares nunca
surcados.
El puerto de Palos no habia gozado jamas , no volverá á go-
zar nunca dia de mayor júbilo ni de mayor gloria.
Pero aun encierra ese dia otro suceso memorable y otra lección
ejemplar. En él, ó poco después de él, quizá entre las sombras
de la noche , llegó al puerto la carabela Pinta , y avergonzado,
lleno tal vez de remordimiento , y mortalmente herido por la en-
vidia , los celos y el despecho , entró á escondidas en Palos Mar-
tin Alonso Pinzón , sin poder gozar del júbilo y de los homena-
jes , á cuya particiíJacion tantos títulos tenía. Llevado por la
tempestad á uno de los puertos del Cantábrico (1), y creyendo
que el Almirante y su gente hubieran perecido, ó ansioso de an-
ticiparse á él y ganar los laureles del triunfo y el favor de los
Reyes, les escribió dándoles parte de los descubrimientos y pi-
diéndoles ¡lermiso para pasar á la corte y comunicarles en perso-
na los pormenores del viaje.
No eran menester el desaire y con él la lección que le dieron los
(1) Tomó puerto en Bayona, de Galicia.
COLON E\ ESPAÑA. 311
Reyes , para abatir sn ánimo y causarle herida mortal ; la lleva-
ba dentro de sí, efecto de sus propias faltas. Volvió á Palos y
entró en sn casa quebrantado de salud y profundamente abatido.
Era aquél su pueblo, teatro de sus antiguas glorias, centro de
su poder ; y se veia en él postergado , y más que olvidado , envi-
lecido á sus propios ojos.
Dice muy bien Irving : Cuantos honores se prodigaban ¡I
Colon , cuantos elogios recibía su empresa , se grababan profun-
damente en el alma de Pinzón , como otras tantas reconvencio-
nes de su conducta. Y cuando, al fin, recibió una severa y digna
contestación á la carta que habia escrito á los Soberanos , dicien-
dole « que no era á ¿I á quien debían recibir y escuchar ^ sino
y>al Almirante » tan amarga reconvención exaltó la fuerza de
los cargos que se hacía á sí mismo; agravóse su enfermedad,
y murió á pocos dias , víctima de la envidia y de los remordi-
mientos.
Porque , ya lo hemos dicho, Martin Alonso Pinzón no era un
hombre vulgar. Muy lejos de ello, se descubren en él los cuali-
dades de un hombre de mérito : valor prudente, ánimo esforzado
y sereno , carácter enérgico , espíritu abierto , y nobleza de senti-
mientos. Habia contribuido poderosamente á la empresa de Co-
lon, con su fortuna, con sus consejos, con su familia y amigos,
con su proi)ia ])ersona.
Pero olvidando por un momento la importancia de la causa y
seducido por el halago de la codicia ó del excesivo amor pro-
pio , mancilló para siempre su noble carácter. La misma inten-
sidad de su dolor demuestra bien claramente que estaba dotado
de altas prendas y elevados sentimientos. « Un corazón bajo no
muere nunca herido por los remordimientos , los cuales no tie-
nen jamas eco en la conciencia de los malvados. Su iiistoria nos
enseña cómo un solo desliz , una sola se];)araciou de los deberes
312 COLON EN ESPAÑA.
morales puede contrapesar los méritos de mil servicios ; cómo
un momento de flaqueza puede oscurecer la luz de una vida en-
tera de virtudes, y cuan importante es al hombre, en todas las
circunstancias, ser franco y leal, no solamente para con los otros,
sino para consigo mismo» (1).
No tan patético , pero más grandioso y solemne fué el recudi-
miento que los Reyes hicieron á Colon en Barcelona , á donde lo
llamaron por carta mensajera tan luego como supieron su llega-
da á Palos. Ganoso de cumplir su misión y no queriendo expo-
nerla de nuevo á los caprichos del mar y de los vientos, determi-
nó ir por tierra á Barcelona, aun cuando era larga la distancia-
Y su llegada á la corte se retardó más , porque su tránsito por
tantas ciudades y pueblos de España fué una continuada ova-
ción. Llevaba consigo seis de los diez indios que habia sacado de
las islas, y esto bastaba i^ara provocar la curiosidad y para lle-
nar de asombro á las gentes ; pero llevaba y mostraba ademas
árboles , arbustos , plantas y frutos raros , flechas y arcos , cará-
tulas de oro , y oro en polvo y en pepitas ; todo lo cual sobrexci-
taba más y más la curiosidad y provocaba la admiración.
Hasta mediados de Abril no pudo Colon llegar á la capital del
Principado , donde le esperaban con impaciencia los Reyes y con
vivísima curiosidad la corte y el público. El recibimiento que allí
se le hizo fué ostentoso y sin igual, como no se acuda al recuer-
do del triunfador romano , con cuyo acto se ha comparado aquél.
A las i)uertas de la ciudad condal salieron á recibirle gran nú-
mero de caballeros jóvenes y nobles de alta alcurnia, seguidos de
una gran muchedumbre.
Los Reyes le aguardaban sentados en su trono , bajo un rico
dosel de brocado de oro , al intento levantado en uno de los más
(!) W. IiiviNG , Vida y viajes de C. Colon , lili, v . cap. v.
COLON EN ESPAÑA. 313
espaciosos salones de Palacio, ensanchado y adornado exprofeso.
Al lado de los Eeyes estaba el príncipe D. Juan , y en derredor
los altos dignatarios de la Corona y lo más granado de la nobleza
española. En los semblantes de todos se pintaba la impaciente
emoción, el deseo de conocer aquel asombroso descubrimiento; de
ver y escuchar á aquel á quien se habia tenido hasta allí por fa-
buloso soñador.
Llegó por fin Colon , rodeado del brillante cortejo de caballe-
ros y de nobles , destacándose entre todos su figura , como dice
Las Casas , y no ciertamente por el ornato ni el vano oropel de
su ropaje, que era sencillo, sino por lo venerable y majestuoso
de su ademan y aspecto. Sus cabellos blancos y elevada estatura
le prestaban notable respetabilidad , y en su semblante irradiaba
la expresión del projiio contento y la satisfacción de ver premia-
dos sus sacrificios y sus triunfos con la gratitud de los Monarcas
y la admiración del pueblo.
Al acercarse al trono. Colon quiso doblar la rodilla y besar la
mano á los Reyes ; pero éstos, que se habian levantado de su
asiento, le alargaron benignamente las suyas, y le mandaron
sentar. A petición de la Reina hizo en seguida el Almirante la
descripción de los sucesos más importantes de su viaje y de l-;s
islas que habia descubierto. «Expuso, como dice Muñoz, las
singulares mercedes que por tal descubrimiento Dios concedía á
los Católicos Reyes » ; y después de pintar el apacible clima de
aquellas regiones, la frondosidad de sus bosques, la feracidad de
su suelo , la belleza de su aspecto y la riqueza de sus minas, para
lo cual traia é iba mostrando plantas, arbustos, flores, frutos?
minerales y oro en varias formas, ensalzó el carácter apacible,
los sentimientos tiernos y hospitalarios , y el agudo ingenio de
los habitantes de aquellas tierras, cuyos ejemplar(>s exhibía en
aquellos seis cuitados indios que le acompañaban, estupefactos
314 COLON EN ESPAÑA.
y pendientes en todo de los labios y benévola sonrisa de (Jolón.
Escucharon los Monarcas las palabras del Almirante con pro-
funda emoción ; y cuando las terminó , dándole los parabienes de
que hace mérito Muñoz , se arrodillaron los Reyes y á su ejemplo
todos los circunstantes , y levantando al cielo las manos , con los
ojos bañados de lágrimas , ofrecieron á Dios la efusión de su
gozo, en reconocimiento de tan señalado favor y en alabanza de
tan singulares gracias. En vez del ruidoso estrépito con que sue-
len aclamarse los ordinarios triunfos , la impresión que todo ello
causó en la asamblea fué tan viva y el entusiasmo tan profundo,
que para interrumpir el silencio fué necesario que el coro de la
Real capilla entonase el Te Deum , y que los armoniosos ecos de
la música produjeran la explosión del entusiasmo , que en breve
se propagó de la cortesana concurrencia al exterior del palacio
por todas las filas del inmenso pueblo que le rodeaba.
Al retirarse Colon de la jíresencia de los Monarcas le acompa-
ñó toda la corte hasta su alojamiento , siguiéndole y victoreándo-
le la muchedumbre por calles y plazas.
El júbilo de aquel grande descubrimiento no se limitó á Es-
paña ; causó impresión en todas partes ; y en todas partes des-
pertó sentimientos de admiración y de gozo universal; porque la
noticia cundió por Europa con la velocidad del rayo, j Tan inmen-
so y trascendental era el acontecimiento ! Para dar idea cabal de
esto, bastará copiar aquí las tan repetidas y entusiastas frases
que escribió por entonces Pedro Mártir á su amigo Pomponio
Líetus : (( Decísme, apreciable Pomponio , que brincasteis de ale-
gría y que vuestro placer iba mezclado de lágrimas , cuando leis-
teis mis epístolas, certificándoos del hasta ahora oculto mundo
de los antípodas. Obrasteis y sentisteis como debia hacerlo un
hombre distinguido por su erudición. ¿ Qué manjar más delicioso
que estas nuevas podia ofrecerse á una cultivada inteligencia
COLON EN ESPAÑA. 315
como la vuestra? ¡ Qné felicidad de espíritu no siento yo al
conversar con las gentes de saber, venidas de aquellas regiones!
Es como el hallazgo de un tesoro que se presenta deslumhrador
á la vista de un avaro. El ánimo , presa del feo vicio , se levanta
y se engrandece al contemplar sucesos tan gloriosos. »
Y nótese bien que esto se decia y se sentia aun sin saber ni
conocer toda la extensión y toda la importancia del descubri-
miento ; cuando no se habia visto más que el umbral de la ante-
sala del Nuevo Mundo ; las costas de Haiti , parte de las de Cuba
y algunas pequeñas islas de las Lucayas. Pero el instinto del
¡lúblico, cierta especie de presentimiento universal se adelantal)a
á los sucesos ; y en el éxito repentino del que antes creia un so-
ñador, vislumbraba ahora un mundo de grandiosos acontecimien-
tos. Y no se engañaba el instinto social.
Adhucl mojora videbitis: «aun podrán W. A A. ver mayo-
res cosas», decia Colon á los Católicos Reyes. Y éstos, que ar-
dían ya en deseos de llevar los alcanzados triunfos hasta donde
diera de sí el esfuerzo humano, no sólo autorizaron, sino- que
aj)uraron al Almirante para que cuanto antes emprendiera una
segunda expedición dotada de más buques, más gentes y mayo-
res aprestos.
Aguijoneaban el deseo de los Reyes las noticias que de Portu-
gal recibían. El rey D. Juan II tenía por contrapeso de su feroz
autocracia el ser ganoso de fama, el conato de ganarla por el
fomento y los éxitos de expediciones marítimas , en una palabra ,
un poco de noble ambición que contribuía á neutralizar en part.í
los desafueros de su despotismo receloso y sanguinario. Perdonó
á Colon, i)orque Juan II era previsor y temía las consecuencias
de un cruento desfogue de su orgullo ajado y de sus despre-
ciados halagos para tener al genoves á su servicio.
El Rey Católico , más previsor aún y más sagaz , habia acudí-
316 COLON EN ESPAÑA.
do á Roma para qne el papa Alejandro YI santificase sn pose-
sión de las Indias Occidentales ; y en efecto, el Pontífice expidió
dos Bulas, fechas 2 y 3 de Mayo de 1493, por tina de las cuales
concedía á los Reyes de Esj^aña los mismos derechos, privilegios
é indulgencias, con respecto á las recien descubiertas regiones,
que los que se hablan otorgado á los Reyes de Portugal para los
descubrimientos africanos ; y por la otra se establecía la famosa
linea de demarcación entre las posesiones de Portugal y de Es-
paña. Esa línea la formarla un meridiano tirado á cien leguas al
Oeste de las islas Azores. Corresi)onderian á España todas las
tierras al Oeste de esa línea y de que en aquella fecha no hubiese
tomado posesión ningún poder cristiano; á Portugal, todas las
descubiertas ó que descubrieren en dirección opuesta.
Todo esto, y más que no habia logrado impedir, por más que
lo intentara, el astuto D. Juan, le tem'a más y más sobrexcita-
do (1) ; y falsa ó verdadera, corrió la voz de que se preparaban
en Lisboa tres carabelas para dirigirse al Occidente. Estando en
Sevilla , llegó á noticia de Colon , y éste la envió á los Reyes,
que habia zarpado de las islas de la Madera un buque portugués
con rumbo á Occidente. Apresuráronse, por tanto, los aprestos
para la partida de Colon, dando los Reyes, desde Barcelona,
órdenes reiteradas al efecto y mandando á Colon que partiese sin
dilación alguna.
Colon, después de recibir en la corte toda clase de congratu-
(1) Eefiriendo Irving los diplomáticos manejos de las dos cortes y de los
dos Monarcas, el de España para asegurar y ampliar los dominios que le pro-
porcionaban los descubrimientos de Colon , y el de Portugal para impedírselo
mientras dilataba los suyos, dice con su atinada perspicacia : ce El Eey portu-
gués era inteligente para concebir y hábil para ejecutar, y tenía, ademas,
astutos consejeros que le indicasen todas las jugadas. Pero cuantas veces se
requería una política más profimda y más fina Fernando era dueño de la
partida. »
COLON EX ESPAÑA. 317
laciones, festejos, honores y distinciones, se despidió de los Ro-
yes, y partió de Barcelona para Sevilla el 28 de Mayo. Llegó á
Sevilla á primeros de Jnnio (1); y con su exquisita diligencia y
grande actividad se consagró á equipar una formidable escuadra,
que, aun cuando compuesta de catorce carabelas y tres carracas,
no bastó para dar cabida y pasaje á tantos expedicionarios como
los que se ofrecieron á formar parte de aquella ya interesante ex-
jiedicion. Muchos hidalgos de noble y empinada alcurnia, muchos
oficiales de la Real Casa y no pocos caballeros andaluces, habi-
tuados á las vehementes emociones de la vida militar, amantes
de peligrosas aventuras y de gloriosos hechos de armas , solici-
taban con empeño formar parte de aquella expedición : los unos
á servicio de los Reyes, y los otros á su costa.
No eran esos solos los que entonces anhelaban ir á probar
(1) Aunque indirecta, hé aquí otra prueba de que Colon no estaba casado
con doña Beatriz Enriquez. Xo hay un solo cronista ni historiador que ni por
■incidencia haga mérito de que visitara á Córdoba, ni á la ida de Palos á Bar-
celona, ni al regreso de Barcelona á Sevilla. Si estu^■iera casado, tendría casa
en Córdoba, y era natural, casi forzoso, que la visitara. Pero como lo único
que tenia eran los dos hijos , á éstos los hizo ir de Córdoba á Sevilla , ó mejor
dicho, á Cádiz. Aquí los vio y en Cádiz estaban el 25 de Setiembre, cuando
partió de su bahía para el segundo viaje. «Acompañábanle — dice Irving,
tomándolo de Las Casas — sus dos liijos, Diego y Fernando, el mayor muy
joven todavía , que , orgullosos de la gloria de su padre , venían á presenciar
su partida.» (Irvixg, 1. c, lib. vi, cap. i.) Hay más. Á po.co de partir de
Cádiz la escuadra, llegó en busca de Colon su hermano Bartolomé, el cual
encontró en Sevilla á sus dos sobrinos y los llevó á la corte. Se recordará que
Diego era ya, desde 8 de Mayo de 1492, paje del príncipe D. Juan, y muer-
to éste, fueron nombrados, Diego y Hernando, pajes de la Eeina — 18 y 19
de Febrero 1498. — Pues ni aun en ese momento, ni con tales y tan podero-
sos motivos — á ser cierto que doña Beatriz fuese esposa de Cristóbal Colon —
se habla de la casa de Colon ni se menciona á doña Beatriz ni á Córdoba por
nadie ni para nada.
Bartolomé Colon, que venía entonces de Inglaterra y al pasar por París
habia merecido distinciones y beneficios materiales de Carlos VIII , pasó en
seguida á las Indias, y sii'vió, como veremos, de grandísimo auxilio á su her-
mano. Era hombre de notables cualidades. Las Casas hace de él un gi-andisi-
mo elogio, y lo reproduce Irving considerándolo justo y bien merecido.
318 COLON EN ESPAÑA.
fortuna á las nuevas Indias. A ellos se juntaban muclios aventu-
reros y no })Ocos especuladores. Las maravillas del descubri-
miento habiau logrado exaltar las imaginaciones hasta tal punto,
que lo que en vísperas del suceso habían sido temores y descon-
fianzas, se convirtieron para el segundo viaje en temerarias au-
dacias y esperanzas halagüeñas. Y no fué todo esto lo que me-
nos contribuyó al descrédito del descubrimiento que vino en pos
de las desilusiones, á los desastres experimentados en las nuevas
tierras y á las amarguras que sufrió el heroico y calumniado des-
cubridor.
Pero todavía tuvo éste otra desgracia, que fué la de haberle
asociado los Reyes á D. Juan de Fonseca, arcediano de Sevilla,
que después fué sucesivamente obispo de Badajoz, de Falencia
y, por último, de Burgos, para que equiparan, armaran y fleta-
ran la escuadra que había de partir para las Indias, creando,
ademas, una especie de superintendencia de todos los asuntos
que á ello se referían á favor del hábil arcediano y de su lugar- ,
teniente Juan de Soria, dos célebres personajes que, abusando
de su posición y de la confianza de los Reyes , persiguieron des-
pués á Colon con una diplomática habilidad á la par que con un
ensañamiento tenaz y con una perfidia sin ejemplo (1). Antes de
(1) Bernaldez y Las Casas dejan bien traslucir la pérfida conducta de
Fonseca , aun cuando se advierte el temor y la cautela con que proceden al
ocuparse de tal personaje. El Obispo de Chiapa le representa «como hombre
mundano , más á projjósito pura los negocios del siglo que para los espiritua-
les, y bien ejercitado en la bulliciosa ocupación de armar escuadras.» «Go-
zando el perpetuo aunque no merecido, favor de los Reyes mantuvo su
inÜujo en los negocios de Indias por cerca de treinta años. Debia, natural-
mente, poseer grandes facultades para alcanzar y sostener tales favores y tan
altas funciones. Pero era maligno y vengativo , y para halagar sus odios pri-
vados, no sólo hacinaba injurias y males sobre los más ilustres' descubridores,
sino que impedía con frecuencia el progreso de sus empresas, con grave per-
juicio de la Corona. Así podia obrar segura y reservadamente á merced de la
prerogativa de su empleo.» (Irving, 1. c. )
COLON EN ESPAÑA. 319
darse á la vela la armada ya tuvioron los Reyes necesidad de
prevenir á Fonseca y á su lug-arteniente Juan de Soria que tra-
tasen á Colon con más deferencia y acatamiento, y que procura-
sen coni})lacerle en todo (1).
Fijóse en Sevilla el centro de aquella superintendencia para el
arreglo de los negocios de ludias , extendiendo su vigilancia al
puerto de Cádiz , donde se estableció una aduana i)ara el mismo
ramo de navegación. Tal fué el germen del Supremo Consejo de
Indias , que adquirió después tan gran poder é importancia.
Equipadas y pertrechadas las diez y siete embarcaciones para
dar en ellas entrada á mil personas , el favor hizo subir el núme-
ro á mil doscientas , y aun se acercó , con las que entraron á es-
condidas , á mil quinientas las que formaron parte de la expedi-
ción. Entre ellas se contaban el notable marino Juan de la Cosa,
que sirvió de piloto en la nave almirante; el bravo Alonso de
Ojeda, uno de los caudillos legendarios de aquella éj)Oca; muchos
recomendados de la corte , que dieron después hartos malos ratos
á Colon , y pagaron sus beneficios con negra ingratitud. Entre
ellos , Pedro Margante , Bernal Diaz de Pisa , Juan Aguado y
el famoso benedictino Fr. Bernardo Boil, que fué de vicario
apostólico en aquella expedición con otros doce religiosos , cuyos
nombres no son conocidos , si se exceptúa Fr. Román Paño , que
dejó escrita una Memoria, que Irving califica de indigesta, y otra
grandemente digua de elogio por su caridad evangélica y ejem-
plar conducta, escrita en el corazón de los habitantes de la Es-
pañola; de lo cual hace el debido mérito Alejandro Humboldt.
En cuanto al P. Marchena , existe la legítima inducción de las
cartas de los Reyes , de las cuales hicimos mención al tratar de
ese notable fraile. Pero recuerde bien el lector , que el recomen-
(1) Documentos lxi á Lxv, Colee, de Navarrete, t. ii, pág. 102 á 108.
320 COLON EN ESPAÑA,
dado á Colon por los Reyes , como buen estrólogo , no fué Fray-
Juan Pérez, sino Fr. A?itomo de Marche^ia (1). Por consiguiente,
el embarcar en aquella exijedicion al Guardian de la Rábida,
como ha hecho el conde Rosselly, fundado solamente en aquella
recomendación de los Reyes, es gratuito y repugna á las podero-
sas consideraciones que ya expusimos en otro lugar. Cristóbal
Colon llevó consigo un capellán , en ese segundo viaje. De él nos
habla Irviug; pero dice que era fraile mercenario. Las Casas,
hablando de Marchena , dice que ignora de qué religión era, aun-
que presume debia ser franciscano. Nosotros hallamos , no ya
posible, sino probable , que aquel capellán, inseparable de Colon,
fuese el tan modesto como entendido y docto Fr. Antonio de
Marchena.
De muy buena gana haríamos aqm' la narración de los sucesos
por demás curiosos en este segundo viaje de Colon , con todo el
pormenor de sus dramáticos accidentes , si esto nos fuera permi-
tido en este libro. De muy buena gana seguiríamos el derrotero
de la Armada á las Canarias y de la Gomera ha'sta las pequeñas
Antillas , para bordear la Dominica , dar nombre á Marigalante,
abordar á la Guadalupe , centro de las entonces llamadas islas
de los Caribes , en la cual describiríamos escenas de antropofagia,
que horrorizaron á los descubridores , y conmoverían fuertemente
á nuestras lectoras, si este libro pudiera tenerlas (2).
Tocando de pasada en la San Martin , veríamos á nuestros ar-
(1) También hace Irving mención de otro fraile^ franciscano, compañero de
Paño; pero lo llama Juan Borgoñon. — Irving, lib. xi, cap. ii.
(2) El cronista Angleria decia con ese motivo á su amigo Pomponio La^tus:
« Los relatos acerca de los Lestrigones y Polif emos , que se alimentaban de
carne humana , no pueden ya parecemos cuentos. » Y refiriéndole con pavo-
rosa solemnidad los opíparos banquetes de los caribes, cuyo, más exquisito
manjar era la carne humana, le añade : «Leed, leed, y que no se os ericen
los cabellos. »
COI.OX K\ KSPAÑA. 321
gonantas arribar con júhilo , por vez primera , en las vírgenes
florestas de Puerto-Rico (la Boriqnen de entonces) ; y de allí im-
pacientes buscar la Española para abrazar á los fundadores de
la primera colonia. Llegar el 22 de Noviembre al cabo del En-
gaño, dirigirse por el de Samaua para anclar el 25 en Monte
Cristi y el 27 en el de Navidad, donde les aguardaba un espec-
táculo desconsolador y funesto. Diego Arana y sus comiiañeros
no existían ya.
Procurando inquirir las causas de aquella catástrofe , para lec-
ción y enseñanza de los colonizadores , encontraríamos que la
concui^iscencia, el orgullo y la indisciplina son elementos nadaá
propósito para fundar algo sólido y estable.
Asistiríamos después á la fundación de la Isabela ; á las difi-
cultades que á la empresa oponían el clima, los alimentos, el
cambio recíproco de opinión entre indígenas y españoles, no pu-
diendo aquéllos ya ver en éstos, como al principio vieron, seres
venidos del cielo, ni los españoles en los indios gentes mansas y
apacibles, después de la hecatombe de la Navidad.
Descubriríamos en aquellas mismas dificultades y en las pre-
cauciones y medidas que la necesidad de vencerlas impusieron á
Colon , los primeros gérmenes de la desintelígencia que primero
surgió entre él y los caudillos de su hueste, y de la desafección
y las infidencias que produjeron después. Veríamos al P. Boíl,
resentido y enconoso porque el Almirante le medía á él y á sus
frailes con vara igual en la tasa y reparto de raciones que medía
á los demás y se medía á sí mismo. A Berual Díaz , vano , avaro
y orgulloso, jjonerse abiertamente enfrente de Colon. A Pedro
Margarite , pretencioso y desleal , confabularse con el P. Boíl,
para cometer un acto de deslealtad y de infidencia, fugándose de
la isla con dos carabelas, y viniéndose á España, para sustraerse
á los trabajos de la colonización y para intrigar cuanto pudieron,
21
322 COLON KN ESVAÑA.
á fin de desacreditar á Colon y liacerle perder el favor de los
Reyes.
Correríamos después con el audaz Almirante las costas de
Cuba , viéndole hacer infructuosos esfuerzos por rodearla , y per-
severar en su preocupación constante de que era aquella tierra
parte extrema de la India oriental , y que estaba cercana al Ca-
thai , á Mango y Cipango , la tierra del oro y de las maravillas.
Esto mismo nos daria ocasión para admirar hasta las preocu-
paciones del genio , haciendo observar que , en alas del entusias-
mo que produce la fe en un grandioso ideal , todo , hasta los
errores , se convierten en beneficio de la humanidad.
Colon , bordeando la costa Sur de Cuba, y metiendo su escua-
drilla por entre los cayos y bajos que se conocen con el nombre
de Jardines de-la Reina, habia llegado á la parte occidental de
la isla de los Pinos; un dia ó dos más de navegación, y habria
tocado el cabo de San Antonio , y saliendo entonces de su er-
ror (1) habria dado otro diverso giro á sus viajes y descubrimien-
tos. Retrocedió á su pesar , y supo dominar la situación , nada
halagüeña por cierto , porque el estado de sus buques y provisio-
nes no era bueno, y el desaliento de sus gentes era grande. Pro-
digando su espíritu, alentaba el de las tripulaciones; y velando
por todos , aseguraba á los demás el rejioso, la salud y las fuer-
zas que él iba perdiendo.
Necesitados de descanso, anclaron el 7 de Julio del 94 á la
embocadura de un río , en un paraje delicioso de la costa Sur de
(1) El error en aquella ocasión no fué sólo stij'O; fué de todos, absoluta-
mente de todos los pilotos y hombres de mar (entre ellos Juan de la Cosa)
que le acompañaban ; sobre lo cual existe el acta formal qué allí mandó levan-
tar al escribano Fernán Pérez de Luna , previa exploración }• declaraciones
contestes de todos aquellos experimentados marinos. Todos creyeron entonces,
y Colon iimrió en esa creencia , que Cuba era el principio y el fin del conti-
nente asiático.
COLON KN KSl'AÑA. 323
Cnba. El cacique de las cercanías recibió á Colon con dcmostra-
cioues de alegría y reverencia á la vez , y sus subditos vinieron
con cuanto el país daba; utías, pájaros de varias especies y pin-
tadas plumas , jian de cazabe y frutas de exquisito y aromático
gusto.
Chorno quiera que Colon acostumbraba asentar una cruz en
cada sitio notable que visitaba , mandó hacerlo así en aquel j^a-
rnje. Era domingo, y con tal motivo desembarcó con la mayor
parte de la gente , y se verificó el acto con la solemnidad de una
misa en el mismo lugar celebrada. Estaban allí el cacique y su
principal favorito ó ministro, un anciano octogenario y venera-
ble. Llevaba éste una sarta de cuentas, á laque los indios daban
cierto valor místico , y una calabaza grande , llena de frutas , que
ofreció al Almirante en señal de amistad. Después le asió de una'
mano y de Otra el cacique, y le condujeron así al paraje frondoso
donde habíase alzado la cruz , y donde iba á celebrarse la misa.
Mientras se consumaba el santo sacrificio en aquel sencillo tem-
plo de la Naturaleza, los indios observaban con respetuoso temor
las ceremonias, gestos y palabras del sacerdote, las encendidas
velas , el humo del incienso y la devoción de los españoles ; coli-
giendo de todo, cpie aquello debia ser una sagrada y misteriosa
ceremonia. Terminado el oficio divino, el anciano, que le habia
estado observando con profunda atención , se acercó al Almiran-
te; y en su idioma — después interpretado por el lucayo Diego
Colon — b' dirigió las siguientes palabras: «Lo (|ue has estado
haciendo está bien hecho; ¡jorque parece que es tu modo de dar
gracias á Dios. Me han dicho que has venido últimamente á estas
tierras con una poderosa fuerza, y que lias subyugado muclios
])aíses y extendido el terror por los pueblos. Pero no ])or eso te
llenes de vanidad. Sabe que, según nuestra creencia, las almas
de los hombres tienen dos viajes (pie hacer, después que se han
324 COLON EN ESPAÑA.
separado de sus cuerpos. Uno, á un lugar triste, sucio y tene-
broso, preparado para los que han sido injustos y crueles con sus
semejantes; otro, á una mansión agradable y deliciosa, para los
que lian j)romovido la paz sobre la tierra. Por lo tanto , si tú eres
mortal , y esperas fenecer y crees que á cada uno se j^remiará se-
gún sus obras, no dañes injustamente al bombre, ni bagas mal
á los que á tí no te lo ban becbo. »
Si nuestro objeto fuera bistoriar los viajes de Colon , aquí ba-
rianios una detallada pintura que diera interés y colorido á nues-
tro libro de las sencillas por más que selváticas costumbres de
aquellos insulares , que iban , sin saberlo , á cambiar bien pronto
sus alegrías , por sus temores; su adnj^iracion , por su borror; su
respeto y su cariño , por sus recelos y su odio á los esj)añoles ; que
iban á cambiar aquel dulcísimo far niente , aquel sosiego deleitoso
de una vida sin necesidades, sin codicias, sin ambiciones ni te-
mores , allá en el fondo de sus feraces vegas y de sus frondosísi-
mos bosques , por el trabajo forzado , por la imposición y el láti-
go, por los cuidados graves, por las angustias amargas,, por
dolores acerbísimos y males sin cuento. Verdad es que iban en
cambio á recibir los beneficios de la civilización , y sobre todo,
los de la antorcba de la fe , para entrar por el camino de la sal-
vación. Cierto es que pocos , poquísimos debieron salvarse , esjje-
cialmente en la Es23añola , porque aquel brusco cambio acabó , ó
poco menos, con la raza. Pero no faltará quien diga, que
¡ no á menos costa se civiliza el mundo , y bace su camino la po-
bre bumanidad !
Permítasenos que nos detengamos un poco á examinar aquí lo
que eran aquellos isleños al tiempo del descubrimiento , ya que
nos abstenemos de describir aquellas tierras bienhadadas con los
brillantes colores que nos ofrecen su cielo y su suelo, sus monta-
ñas y sus valles, el lujo esplendoroso de su vegetación, la riqueza
COLON KN KSl'AÑA, 325
de sus frutos , la dulzura de su clima , lo embriagador y deleitoso
de su ambiente (1). Mucho nos gustan los bellos paisajes; mucho
amamos las plantas; pero amamos más al hombre, y su estudio
nos parece el más interesante de todos.
Sin desconocer la ferocidad de la raza esi^ecial de los caribes —
de la cual lii/.o un ligero estudio el erudito y doctísimo Irving —
todos los historiógrafos de aquella época convienen con Colon y
con Las Casas, en que los indígenas de las Antillas , y aun los de
las costas del ( *ontinente , visitadas ¡^rimero , eran aimcibles , .hos-
pitalarios , generosos y humanos, tanto como sencillos y candoro-
sos. Satisfecha,, por la feracidad del suelo y la benignidad del
clima, la necesidad del alimento, y no conociendo otra, rehuían
el trabajo ; y en l:»razos de nna naturaleza pródiga y maternal se
entregaban al dolce far ntente , que dicen los italianos , sin vanas
ansias ni preocupaciones ni temores.
¿Tenian ideas de Dios y de otra vida, y por tanto, de alguna
ley moral ? Colon dice en varios lugares de su Diario que no te-
nían secta alguna, que no eran idólatras ; pero dice también que
tenían idea de Dios. « Porque yo vi é cognozco questa gente, no
tiene secta ninguna, ni son idólatras, salvo muy mansos j úm
saber qué sea mal ni matar á otros, ni prender, y sin armas
y crédulos y cognocedores que hajj Dios en el cielo, é firmes que
nosotros habernos venido del cielo » (2).
Tenian idea de un estado futuro — dice Irving — pero limitada
y confusa. Era difícil para pobres salvajes concebir la idea de una
deliciosa existencia pura y espiritual , separada de la alegría d(í
(1) Navarretk, Colee, t. i, pág. 205.
(2) Conocidas de todos son ya sus ricas produccionas, y no necesitamos
hablar de la patata, del tabaco, del niaiz, del cazabe, del plátano, de la pina,
del cacao, de la caoba, del algodonero, de la caña de azúcar, del (piiniuo, de
las uiil y mil plantas y friUos (^ue ha utilizado el mundo.
326 COLON KN ESPAÑA.
los sentidos y de aquellas dulces escenas que los babian hecho
felices en vida (1).
Angleria, (|ue investigaba con afnn estas cosas y preguntaba
y escuchaba á Colon , habla de las oi)iniones de los indios sobre
este punto , diciendo : c( Confiesan (pie es el alma inmortal , y ha-
biéndose despojado de la carne, imaginan que vuela á los bos-
ques y á las montañas y que vive perpetuamente en sus cavernas.
Ni las exceptúan de las necesidades corporales , pues dicen que
allí han de alimentarse. El sonido con que responden las grutas
y las concavidades de las montañas á la voz — al cual denomina-
minaron eco los romanos — suponen ser producido por los espíri-
tus de los difuntos que vagan jíor aquellos lugares. »
Basta lo dicho, sin acudir en corroboración de ello al testimo-
nio de otros descubridores y de todos los misioneros, y sin citar
siquiera al indiófilo Las Casas, para que se forme juicio de lo
que, bajo el punto de vista moral, eran los indios en el estado
de naturaleza. No faltará quien diga que tenían vicios y cuáles
eran. Nosotros añadiremos, que carecían 'de infinitos goces. En-
tiéndase bien, que no es nuestro intento volver los hombres á las
selvas y hacer del estado de naturaleza el bello ideal de la huma-
nidad. Quí potest capere , capiat.
Colon bajó desde el cabo Cruz otra vez á la Jamaica ; ancló en
el j)uerto Santa Ana, donde descansó unos días, y emprendió
desjjues la circunnavegación ¡lor el sur de la isla, en lo que em-
pleó próximamente un mes , luchando día y noche con las olas y
los contrarios vientos. Aunque encantado de la fertilidad y her-
mosura de aqnelhi isla, conociendo el mal estado de sus naves,
el cansancio de su gente y hi necesidad de su presencia en la
Isabela, dirigió á ella el rumbo, tocando á últimos de Agosto en
(1) Irving, 1. c, l¡b. IV, cai3. iv.
COLON KX KSI'AfA. 327
la ibla ]\Iona. Pero agotadas al íin sus fuerzas, distendido el re-
sorte-de sn espíritu por eonsecneneia de tantas luchas y tantos
esfuerzos , cayó repentinamente enfermo, con todos los síntomas
de una gravísima enfermedad. Sumergido en un ¡¡rofundo letar-
go , sin vista, ni memoria, ni eonocimiento, sólo el 4 de Setiem-
bre volvió en su aruerdo, hallándose, por fortuna, y sin poderse
dar razón de cómo ni cuándo, en brazos de su querido hermano
Bartolomé , quit'u á la cabecera de su lecho, desde que se lo lle-
varon á la Isabela, logró restituirle á la vida con sus cariñosos
cuidados.
Ya hemos hecho mérito de las relevantes cualidades de Barto-
lomé Colon, quien habia llegado á la Isabela con tres naves
en ausencia de su hermano, y tan oportunamente, que desbarató
los planes y las intrigas de los secnaces de Margante y del Pa-
dre Boil, teniendo á raya á los espíritus más turbulentos, ansio-
sos de sacudir lo qne ellos llamaban yugo y altanería de los Co-
lones , sin ser otra cosa qne nna dirección cuerda, justa y conve-
nientísima.
Pero fugados de la Española alargante y el P. Boil , era pre-
ciso prevenir sus intrigas y maquinaciones en España , al paso
que se hacía necesario contener ó desbaratar la liga de los caci-
ques de la isla , que, instigados por unos y soliviantados por otros,
se preparaban , bajo la dirección del astuto y fiero Caonabo , á
caer como una avalancha sobre la Isabela , del propio modo que
lo habia hecho aquél sobre la Navidad. Al efecto, Colon envió á
España, con el ¡¡rimer objeto , á su hermano Diego. Y para lo-
grar lo segundo , preparó y distribuyó sus huestes de modo que
con sola una batalla, y mejor dicho que batalla, con una batida,
dejara escarmentados y sometidos á los cuatro rebeldes caciques
de la isla. El quinto , que era Guacanagari , permaneció siem})re
fiel aliado y siempre devoto del Almirante.
328 COLON EN ESPAÑA.
Aunque ya reducida, la hueste española era, sin embargo,
muy superior, ya que no por el número , por las armas , la tácti-
ca, la discijílinay el denuedo, á todas las huestes juntas de los
caciques , y por tanto , no fué difícil á Colon alcanzar lo que se
habia projiuesto : liacer un escarmiento terrible en los pobres in-
dios. Se lo dio , en efecto , casi exclusivamente por la mano de
hierro y la valentía sin igual de Alonso de Ojeda, quien no
contento con haber desbaratado en la Vega las numerosas gentes
de Caonabo , de Manicaotex , de Behechio y de Guarionex , ofre-
ció á Colon presentarle sometido ó preso al fiero Caonabo. Y lo
ejecutó como lo habia ofrecido.
A este tiempo habia ya regresado de España el fiel Antonio
Torres, con cuatro carabelas , con provisiones de l)oca y guerra y
con cartas de los Eeyes , muy satisfactorias i:»ara Colon. En el
ánimo de los monarcas no hablan logrado hacer mella hasta en-
tonces (Agosto del 94) las insidiosas y desleales vociferaciones
de Bcrnal Diaz de Pisa, de Fermín Cado y de otros mal aveni-
dos y presuntuosos , á quienes en vez de castigar por sediciosos
y rebeldes , Colon se habia contentado con enviarles á España
con la expedición de Antonio Torres, bajo jmrtida de registro.
Pero las vociferaciones y calumnias de aquellos menguados iban
pronto á recibir el refuerzo del perverso Margarite y del astucio-
so y vengativo P. Boíl ; y esto era más de lo que necesitaban
Fonseca y su lugarteniente Soria para lanzar contra el Almi-
rante los desfogues de su resentimiento y los dardos de su odio
implacable.
Tantas y tan maléficas pasiones lograron al fin formar una
atmósfera deletérea y funesta para Colon, al rededor de los Re-
yes, atmósfera que contribuyeron á condensar las quejas de los
descontentos y de los ilusos , que buscando en las Indias montes
de oro y jíalacios encantados, se habían encontrado con privacío-
COLON KN KSPAÑA. 329
nes y trabajos de todos géneros , en aquellos i)rinieros viajes de
exploración.
Todo lo veia y lo preveía el Almirante ; pero fluctuaba entre
la necesidad de informar jiersonalmente á los Reyes, y la más
imperiosa de asegurar la posesión de los territorios descubiertos
y de proseguir los descubrimientos. Al fin , vencidos los indios,
desbaratada la liga de los caciques , preso Oaonabo y sometida
la isla , se resolvió á volver á España. Pero en aquel momento,
y mientras que recorría la isla para regularizar el impuesto á que
habia sometido á los incü'genas , calmar los temores de éstos y
restablecer la paz y el orden en la colonia , llegó á la Isabela el
comisario Aguado, compañero de Bernal, (pie llevaba el encargo
de abrir una información sobre los hechos denunciados á los lie-
yes y sobre el verdadero estado de la colonia.
Comenzó Aguado por hacer alarde de sus poderes, sin ocultar
sus malévolos projjósitos ; y para más mortificar é injuriar á Co-
lon , se apresuró á reunir en torno suyo á los descontentos y ma-
liciosos, desconociendo la autoridad de Adelantado que ejercía
Bartolomé Colon , y tratando con jactanciosa altanería al propio
Almirante, de quien habia recibido tantos favores y distinciones ,
A pesar de tan malas artes, Colon le desarmó con su pru-
dencia, su magnanimidad y su conducta digna y cortés. Pero él
malévolo Aguado no cejó por eso en su intento (1); en forma
de proceso contra el Almirante amontonó cuantas quejas pudo
arrancar á los descontentos , á los corregidos , á los que por cual-
quier concepto se creian lastimados, en cuyas quejas iban en-
(1) Este Aguado es el mismo que Colon habia recomendada á los Reyes
para que premiaran sus servicios, lo misino que los de Mosen Pedro Marga
rite. Véase el Memorial enviado por conducto de Antonio Torres en 1494. (Xa-
VAU^iKTK, Colee, t. J, pág. 38:^ 2.* edic.) Y repárese la gratitud, que tanto
Aguado como Margarite, demostraron á Colon.
330 COLON EN ESPAÑA.
vueltas supuestas injurias y calamniosos cargos; y creyendo que
con semejante arsenal tenía bastante para perder al Almirante y
á su familia , se disi)uso á salir para España. Colon dispuso tam-
bién hacer lo mismo.
Todo estaba i)reparado eu el puerto para Ja partida, cuando
se desató de repente la más fiiriosa de las temi^estades que los
indios mismos líabian conocido en aquellas costas. Un negro
manto cul^rio la isl^ : rasgaban las nubes incesantes relámpagos
que eran como corrientes de fuego eléctrico : el estampido del
trueno retumbaba esimntoso por las concavidades dé las monta-
ñas; bramaban las olas y la lluvia caia á torrentes. Por donde
quiera que pasaba el torbellino de encontradas y densas nubes,
arrasaba bosques enteros, desgajando árboles y arrancando otros
de cuajo. Los rios y los arroyos desbordados arrastraban con
fragor horrendo bloques desprendidos de las cumbres , troncos y
ramas de árboles de las laderas. Los bramidos aterradores del
viento, el pavoroso retumbar de los truenos, y la medrosa oscu-
ridad que , como fúnebre crespón envolvia la isla, llenaron de
terror á los indios , de singular asombro á los españoles , y de
preocupación á todos. El huracán (1) rompió en el puerto los. ca-
bles de los buques , y echó tres de ellos á pique con cuanto te-
man á bordo. Otros chocaron entre sí y salieron despedazados á
la playa, vomitados por las olas. El siniestro fué horrible , y cau-
só indecibles estragos y pérdidas.
En medio del natural quebranto que tal desastre produjo en
los españoles , y muy especialmente en el Almirante , encontn')
éste una especie de compensación. En aquellos dias se descubrie-
(1) Á esos negros torbellinos que no son infrecuentes en los trópicos, los
llamaban también los indios /iíríVxwes; nombre, dice Irving, que con corta
variación conservan todas las lenguas.
COLÓN EN ESPAÑA. 331
ron las famosas minas de llayna. El liallazgo de estas minas po-
dría dar argumento á un bonito romance.
Ün aragonés, joven, llamado Miguel Diaz , que militaba á las
órdenes del Adelantado, hubo de reñir con otro camarada; la
riña dio lugar á un foripal desafío , en el cual el aragonés hirió
gravemente á su adversario. Temeroso del castigo huyó con otros
cinco ó seis camaradas y amigos , que habían tenido parte en la
cuestión; y vagando acá y allá , sin rumbo y sin guía, llegaron á
un paraje de la costa Sur de la isla , cerca de la desembocadura
del Ozema , donde hoy está situada la ciudad de Santo Domin.
g'o. Los indios de aquel lugar los recibieron bondadosamente y
los hospedaron por algún tiempo. Aquella tribu, ó pequeña co-
marca , estábil mandada entonces por una mujer , la cual se ena-
moró apasionadamente del joven aragonés. Correspondió éste á
su cariño , se estrecharon las relaciones , y Diaz vivió dichoso al
lado de su enamorada haitiana algún tiempo. Mas la nostalgia
de Ta patria , la memoria de sus compañeros , los recuerdos , los
hábitos, el grato halago del propio idioma, comenzaron á entris-
tecer su ánimo. La tierna esposa lo advirtió , y no tardó en adi-
vin-cir el secreto de aquella melancólica tibieza. Echóse á pensar,
y temerosa de que la abandonase su amante por volver á la com-
pañía de sus compatriotas , buscó los medios de retenerle. Habia
comi)reudido la sagaz haitiana que el oro era lo que más exci-
taba las ansias y el gozo de los blancos, y dio noticiad su aman-
te de la existencia de unas ricas minas, no lejos de aquel lugar.
Miguel Diaz abrió tanto ojo, y su compañera le propuso entonces
que persuadiera á sus paisanos la traslación de la Isabela á aquel
})unto; (pie les pintase la fertilidad y hermosura de las márgenes
del Ozema , prometiéndoles que serian recibidos con la más cor-
dial hospitalidad. Diaz acogió con entusiasmo la idea ; visitó el
paraje <le las minas, y convencido de que eran ricas en oro, con-
832 COLON EN ESPAÑA.
fió en que semejante hallazgo sería, un eficaz titulo para obtener
el indulto de sus faltas. Entonces se dispuso á atravesar la isla y
presentarse al Almirante. Despidióse para poco tiempo de la apa-
sionada reina , y en unión de sus camaradas , y con el auxilio de
algunos indios que les servían de guías y, de proveedores, atrave-
só bosques y montañas , vadeó ríos y llegó á la Isabela. Supo al
llegar que el compañero con quien se habia batido no habia muer-
to de la herida , y esto le animó más y más. Presentóse al Almi-
rante; di ole cuenta de todo, y no se equivocó : Colon le acogió
con benévolo agrado.
Hacía ya tiempo que éste deseaba variar el sitio de la colonia á
¡jaraje más sano y á posición más ventajosa. A más de eso , anhe-
laba llevar á España pruebas concluyentes de la riqueza de la
isla, con lo cual lograrla tapar la boca de sus detractores é impo-
ner silencio á sus émulos. Ambas cosas le proporcionaban las
.noticias de Miguel Diaz. Acogióle con indulgente agrado, y sin
dilación comisionó á su hermano Bartolomé para que verificase la
inspección de los sitios , y la verdad ó falsedad de aquellas
noticias.
El Adelantado llevó á cabo su cometido con el eficaz auxilio
de Miguel Diaz y con éxito admirable. En la margen occiden-
tal del rio Ozema, á ocho leguas de su desembocadura, halló
oro más abundante y en partículas mayores que cuantas ha-
bia visto en parte alguna de la isla, inclusa la provincia de
Cibao.
A virtud de ello , y resultando en todo exactos los informes de
Miguel Diaz , no sólo fué indultado por el Almirante , sino que
obtuvo gran favor, empleándole Colon en funciones que desem-
peñó el aragonés con gran celo y fidelidad. Guardó constante fe
á su reina haitiana , de la cual , según dice Oviedo , tuvo dos hi-
jos; y no falta historiógrafo que afirme que se casaron legalmen-
COLON* E\ ESPAÑA. 333
to, y que lii. enamorada haitiana recibió el agua del bautismo, to-
mando el nombre do Catalina.
Cuaiulo el Adelantado regresó á la Isabela con tan gratos in-
formes, descansó el agitado ánimo del Almirante. Dio á seguida
órdenes y delegaciones Vi sus liermanos Bartolomé y Diego, y se
j)reparó ]iara marcliar á España con Aguado.
El furioso huracán habia deshecho las embarcaciones que com-
pouian su escuadrilla , dejando únicamente servible la Niña. Con
los restos de las otras hizo construir una carabela , y pertrecha-
das y provistas lo mejor que ser pudo, el Almirante y el Comi-
sario Aguado salieron del puerto de la Isabela para España el
dia lU de Marzo de 1496.
CAPÍTULO XII.
SEGUNDO VIAJE.
(Continuación.)
Sumario. — Colon saca de la Española enfermos y descontentos, y con ellos á
Caonabo y sus deudos. — Detención en la isla Guadalupe. — Dificultades de
la navegación. — Falta do provisiones y malas instigaciones del hambre. —
Superiiiridad de Colon y sus certeros anuncios de tierra. — Llegada á Cádiz
sin Caonalx). — Desoiubarco glacial. — Mal sesgo de la opinión. — Fonseca
y sus secuaces. — Pedro Alonso Niño. — Los Eeyes reciben afablemente á
Colon en Burgos.— Preocupaciones de los monarcas : empresas y gastos que
ocasionan. — Orden para una tercera expedición del Almirante. — Dificul-
tades ijue se le oponen y dilaciones que la i'etardan. — Atenciones y benefi-
cios que le prodiga la Reina. — Medidas adoptadas para la colonización. —
Juicio acerca de eUas. — Desgracias que afligen ú la reina Isabel. — Dila-
ciones que exasperan ú Colon. — Desfogue de sii enojo. — Jimeno de Bri-
viesca. — Equipii de seis carabelas en Sanlúcar.
El Almirante , cumpliendo con órdenes superiores , sacó de la
isla todo el personal inútil, dañado y dañoso. La Niña y la Santa
Cruz llevaban á España doscientos veinte hombres, enfermos la
mayor i)arte de alma ó de cueri)0. Llevaba también treinta indios,
y entre ellos al fiero Caonabo, un hermano y dos sobrinos (1).
Colon montaba una de las carabelas y Aguado iba en la otra.
El viaje fué largo y poco feliz. Baste saber que habiendo salido
(1) Caonalio no llegó á España. Aunque en la (iuadalupeseunió á su suer-
te una licroina, mujer de uno de los caciques de aiiiiella isla, Caonabo era de-
masiado altivo y fiero para sobrevivir á. su desastre y luimillaci(íu.
330 COLON EN ESPAÑA.
de la Isabela el 10 de Marzo, no arribaron á España basta el 11
de Junio de 149G. Verdad es que basta el 20 de Abril no zarpa-
ron de la Guadalupe; pero la navegación por el Atlántico no era
todavía bien conocida , ni babia razón para saber que era preciso
remontar al Norte para navegar á Oriente. Caminando las dos
carabelas por el grado 22 de latitud, los constantes vientos del
Levante las tuvieron cuasi estacionadas durante un mes. Resultó
de ello la carencia de víveres y la escasez de agua ; de esto , la tasa
de raciones, y por consiguiente , las ansias , los temores y los ma-
los pensamientos. Otra vez á prueba la superioridad de Colon, y
otra y otra vez acreditando sus relevantes cualidades y dotes de
mando.
Porque no faltó quien en medio de la penuria , ó sintiendo ya
la maldecida instigación del bambre, propusiera matar los indios.
Y Colon supo dominar la perversa instigación. Desorientados los
pilotos que iban en las carabelas , divagaban en sus cálculos ; la
falta de provisiones , aumentando la confusión y los temores , 'se
consideraban á grande distancia aún de tierna. Confortaba á to-
dos Colon asegurándoles que estaban muy cerca del cabo de San
Vicente , y se burlaban de él diciendo unos , que se bailaban en
las aguas de Inglaterra, otros que en las de Galicia, y todos que
muy lejos aún de la patria.
La noche del 9 de Junio mandó el Almirante que cargasen las
velas para no llegar con la oscuridad á tierra , y la tripulación
murmuraba diciendo, que era mejor estrellarse en las costas, que
Ijerecer de bambre y de sed en el mar. Pero á la mañana del si-
guiente dia descubren la tierra anunciada por Colon. El júbilo
entonces fué tan grande como la admiración, y los marineros mi-
raron ya al Almirante como un oráculo. Todos confesaban que
era el único que conocía los misterios de aquel mar.
Colon desembarcó el 11 de Junio en el puerto de Cádiz ; des-
COLON EN ESPAÑA. 337
embarco bien diverso del que tres años antes Labia hecho en
Palos. En vez del alegre gentío que entonces saltaba de gozo por
la playa , lisonjeado por la gloria del éxito y por las riquezas de
las doradas ludias que aseguraban los recienllegados,aquí se vio
desembarcar una multitud de infelices , extenuados por las enfer
medades de la colonia y las fatigas de la travesía; «sellados los
amarillos rostros con la escoria de aquel oro , objeto de sus afa-
nes , y que no contaban de las descubiertas tierras más que his-
torias de enfermedades , de miseria y de desengaños. »
En vano se esforzó Colon por neutralizar el efecto de aquellas
desfavorables apariencias y por reanimar el público entusiasmo
Ni sus poéticas descripciones de las encantadoras costas de Cuba,
ni sus elucubraciones y creencias acerca de la proximidad de
aquellas costas al Quersoneso Áureo de los antiguos , y á las lin-
des de las riquísimas comarcas del Asia , ni el reciente descubri-
miento de las ricas minas de Hayna, que él consideraba las del
renombrado Ofir, nada, nada bastaba ya á reavivar las muertas
esperanzas de la impaciente muchedumbre , incapaz de compren-
der el valor , la importancia y la trascendencia del descubrimien-
to. Esperaba tesoros, y se encontraba con indios desnudos y ex-
pedicionarios muertos de hambre.
Los adversarios dé Colon se aprovecharon hábilmente de ese
torcido sesgo de la opinión , que si no habían contribuido á for-
mar, no descuidaron fomentar, y que explotaron maravillosa-
mente.
Los sucesos lo comprueban , é Irving lo ha dicho de una ma-
nera que nosotros no sabríamos mejorar : «La envidia y la iniqui-
dad consiguieron al fin desmoronar la popularidad de Colon. Es
imi)osible mantener vivo por largo tiempo el ínteres del público,
aun cuando se hagan milagros. El mundo prodiga fácilmente su
admiración. Perojay! que su fervoroso entusiasmo se entibia
33
338 COLON EN ESPAÑA.
muy ])ronto; comienza por dudar de la justicia de sus aplausos,
y pasa en seguida á sospccliar que eran una defraudación los que
concedió liberalmente. Entonces el caviloso que permaneció mudo
delante de la general aclamación , lanza insidiosamente una ma-
liciosa sugestión, que va minando y destruyendo el mérito del
aplaudido, hasta que logra al fin hacerle objeto de amarga cen-
sura , cuando no de animadversión. »
Colon encontró en el puerto de Cádiz tres carabelas mandadas
por Pedro Alonso Niño y prontas á salir con provisiones para
la colonia. Habia trascurrido un año sin recibir socorro alguno,
habiéndose perdido en aguas de España cuatro carabelas que en
el mes de Enero de aquel año se enviaron con aquel objeto. Apro-
vechó el Almirante la ocasión para dar cuenta á su hermano del
estado de la opinión , y de la necesidad imperiosa de pacificar la
isla , realizar el impuesto, trasladar la colonia á la embocadura
del Ozema y explotar las minas de Hayna. Y es que el descon-
tento que advertia y el que suponía en los Reyes, desde que
Aguado llegó á la Española haciendo alardes de su Real comi-
sión , habian abatido su ánimo; habian logrado lo que no logra-
ron jamas las adversidades, las oposiciones , los peligros más gra-
ves , las luchas de todo género con los elementos y con los hom-
bres.
Pero el 12 de Junio recibió en Cádiz una carta de los Reyes
que le tranquilizó y le reanimó mucho. Dábanle la bienvenida, y
le invitaban á pasar á Burgos , donde entonces se hallaba la cor-
te, tan luego como hubiere descansado.
Aun cuando fuera efecto de alguna promesa votiva el vestir
como vestia por entonces el Almirante una especie de hábito fran-
ciscano , no deja eso mismo de revelar la preocupación y abati-
miento de su espíritu; y lo confirman el conato que ponia en
ostentar por todas partes las curiosidades y el oro que traia del
COLOX EN ESPAÑA. 339
Nuevo Mundo. Bernnklez , luní de Los Palacios, en cuya casa se
hospedó en su tránáito á Burgos , nos habla en su Crónica de los
Rerjes Católicos de todos aquellos brazaletes, collares, diademas
y caretas de oro con que estudiadamente adornaba Colon á sus
indios al pasar por las poblaciones ; y nos asegura , porque la tuvo
en su mano, que la cadena de oro que llevaba al cuello el her-
mano de Caonabo pesaba seiscientos castellanos; es decir, unos
tres mil doscientos adarmes próximamente , ó sean 3.200 pesos
fuertes del valor actual (1).
En medio de todo , los Reyes seguían dispensando su confianza
á Colon , y le recibieron en Burgos con inequívocas muestras de
distinción y de afecto. Las maquinaciones de Margante y del Pa-
dre Boil , á pesar de encontrarse aj)oyadas i)or el proceso infor-
mativo de Aguado , y por las vociferaciones de los descontentos,
no habian logrado más que pasajeros efectos en el ánimo de los
Reyes. El concepto que de Colon tenian era altísimo , y por otra
parte no desconocían las inmensas dificultades con que habia te-
nido que luchar hasta allí.
Alentado con el benévolo recibimiento de los Reyes , el Almi-
rante les propuso otra expedición para extender sus descubri-
mientos y pidióles para ello una armada de ocho buques; dos de
los cuales deberían zarpar con provisiones para la Española , y
seis á sus órdenes para descubrir. Prometiéronle los Reyes satis-
facer sus deseos; y no hay duda que esos mismos serian los su-
yos. Pero , de una parte , las costosas empresas en que D. Fer-
nando estaba engolfado (2), y de otra las negociaciones relativas
(1) «Evidente muestra, dice con este motivo Inñng, de la estrecha aber-
tura de compás con que se media el sublime descubrimiento de Colon, al te-
ner que valerse de tales medios para deslumbrar con el mero resplandor del
oro la grosera imaginación de la multitud.)) (Lib. ix, cap. ii.)
(2) a Al paso que mantenía en Italia un grande ejército en pié de guerra
bajo el mando del gran capitán Gonzalo de Córdoba, para ayudar al Key de
340 COLON EN ESPAÑA.
á los matrimonios del Príncipe y las Infantas, que tanto preocu-
paban el ánimo de ambos monarcas , produjeron dilaciones fu-
nestas , y tanto más sensibles para Colon , cuanto que á hacerlas
más intolerables no contribuyeron poco los Fonsecas , los Sorias y
otros funcionarios de escala inferior.
En Octubre de aquel año se ordenó, que se le suministraran
seis millones de maravedises para equipar los ocho buques. Mas,
por cuanto en aquellos mismos dias llega de regreso á Cádiz
Pedro Alonso Niño, y escribe desde Huelva ima carta jactan-
ciosa á los Reyes diciendo, que traia á bordo de sus tres cara-
belas una considerable suma de oro. La noticia causó por de i)ron-
to un j)lacer inmenso, no sólo á Colon, que creyó realizados ya
en las minas de Hayna sus sueños de Ofir, sino en toda la corte.
Don Fernando , que necesitaba en atpiel momento caudales para
reparar en el Rosellon una fortaleza desmantelada por los fran-
ceses, mandó que los seis millones que iban á entregarse al Al-
mirante se aplicasen á reparar aquel fuerte, y que se reintegrase
aquella suma con parte del oro que traia Alonso Niño de la Es-
pañola.
¡ Cuál no sería el descontento y el amargo efecto que se pro-
dujo en todos al descubrirse, que todo aquel oro consistia en tres-
cientos indios que traia prisioneros, y de cuya venta habían de
resultar los anunciados tesoros ! La Reina , cuyo bondadoso cora-
zón se interesaba cristianamente por la suerte de los indios, se
Ñapóles á recobrar el trono, del que le había despojado Carlos VIII de Fran-
cia , se acantonaban tropas en la frontera por temor á una invasión de los
franceses, y se hacía indispensable tener equipadas en las costas fuertes es-
cuadras. Otra de cien buques con fuerzas de mar v tierra y gran séquito de
la nobleza española se equipaba por entonces para acompañar á la princesa
doña Juana á Flándes, donde debia contraer esponsales con el archiduque de
Austria D. Felipe, y traerse á su hermana dtjña Margarita, destinada á ser
esposa del príncipe D. Juan.» (Irving, 1. c.)
COLON EN ESPAÑA. 341
jireocnpó del suceso de una maueni nada favorable á Colon (1).
Y éste vio desvanecidas sus esperanzas de grandes é inmediatos
beneficios sacados de las minas.
Si á esto se añaden los informes de Alonso Nifio y de sus gentes
relativamente á la desastrosa situación de la colonia , y los des-
pachos del Adelantado, (pie insistía en la necesidad de inmedia-
to socorro no se extrañará que Colon viera en aquellos dias
entibiarse el celo de sus adeptos , crecer las impugnaciones, re-
crudecerse las censuras de sus contrarios , y cundir por todas
partes la maligna alharaca de poco provecho y mucho gasto , sa-
cramental palabra entonces de los políticos de vista corta.
Cerca de dos años se tardó en preparar la pequeña escuadrilla
para el tercer viaje. En aquella lucha contra desdenes mal disi-
mulados de los unos, epigramas punzantes de los otros, y difi-
cultades que por todas partes y de todos los funcionarios , altos
y bajos , se le atravesaban , Colon sufrió mucho en su dignidad y
en su amor propio. Fué también en esta locasion la Reina, la
magnánima y previsora y bondadosa Isabel , la que acudió solí-
cita á aplicar el bálsamo de sus atenciones y l)eneficios á las he-
ridas del gran descubridor. Tan luego como se vio libre de los
tiernos cuidados de madre — celebrados que fueron en Burgos
con pompa extraordinaria los matrimonios de sus hijos — se con-
sagró á velar por los asuntos de Indias y á promover los descu-
brimientos. Y ante todas cosas se preocupó de la suerte de Colon.
(1) Databa ya de antes la preocupación de la Reina en esa parte. Ya en 16
de Abril de 1495 ordenó á Fonseca que no consumase la venta de los indios,
ínterin los letrados , teólogos y canonistas evacuaban la consulta que sobre el
asuntóles habla hecho. La Cdusulta fué favorable á la libertad de los indios;
y conocida es la cédula de 20 de Junio de 1500 para que Pedro de Torres los
entregase á Bobadilla y éste los restituyera libres á la Española. Eecuérdese
lo que con referencia á Las Casas dijimos en la Introducción de este libro,
aludiendo al mal efecto que en el ánimo de la Reina habia causado el que Co-
lon dispusiera de los indios.
342 COLON EN ESPAÑA.
Confirmó por una Real cédula (23 de Abril de 1497) los dere-
chos , prerogativas y dignidades contenidos en las caiñtnlaciones
de Santa Fe. Se revocó por otra E,eal cédnla (2 de Junio) la de
10 de Abril del 95, que Colon consideraba contraria á sus prero-
gativas. Se confirió á su hermano el alto cargo de Adelantado de
las Indias. Se le autorizó en forma para instituir un mayorazgo
á fin de perpetuar en su descendencia sus altas dignidades y tí-
tulos de nobleza. Y la Reina llegó á más : le ofreció un territorio
en la Española con el título de duque ó de marqués ; es decir,
un principado. Colon tuvo la nobleza de no acej)tar este obse-
quio, jmra no dar cebo á la envidia y ocasión y alas á la male-
dicencia. •
Satisfecha la deuda de gratitud y de lealtad jíara con el Almi-
rante, la Reina volvió sus ojos á la nueva colonia y á los cuitados
indios. Todas cuantas órdenes dictó sobre ello respiran bondad,
previsión y alteza de miras. Fomentó por varios modos la rejio-
blacion y el cultivo de las tierras descubiertas ; cuidó de la ense-
ñanza religiosa de los indios ; recomendó incesantemente que se
les tratase liberal y benignamente , no consintiendo jamas en que
se les esclavizase. Si alguna medida se adoptó de perniciosos
efectos, puede desde luego asegurarse que fué dictada , no por el
dictamen y recto sentido de la Reina, sino por las necesida-
des premiosas del momento ó por los errores económicos de la
época.
De alguna de esas medidas nos ocupamos ya en la Introduc-
ción de este libro ; y por lo que allí dijimos puede afirmarse, que
no fué obra espontánea de la reina Isabel. Otra de aquellas me-
didas fué la de conmutar las penas de destierro , galeras ó minas,
por la de trasportación á las nuevas colonias y trabajo forzado,
durante diez años, si la pena era peri)étua, y por la mitad del
tiempo de la condena , si era aquélla temporal. Ademas se publi-
COLON EN ESPAÑA. 343
có uu i)ordon general para cnantos ciüpaLles se prestasen á eni-
harcarse para las colonias.
Esta funesta medida , dice Irving con gran razón , qne empo-
zoñaba en su cuna á una población naciente, fué para Colon cau-
sa fecunda de aflicciones y conflictos graves , y para las colonias
un obstáculo ¡jermanente á su desarrollo, prosperidad y buen or-
den. Pero esa medida fué inspirada por la necesidad y propuesta
}ior la inexperiencia. Muchas naciones la lian imitado, y en to-
das partes ha producido desastrosos efectos. «Arrojar sobre una
colonia los vicios y los crímenes de la metrópoli es tanto como
inocular de intento en la sangre del niño el virus que emponzo-
ña la de su madre. »
A pesar de las órdenes Reales , el superintendente Fonseca y
sus secuaces hallaron medios para dilatar el equipo y provisión
de los seis buques que Colon necesitaba para su viaje. Parece
como si el fatal destino se empeñase en poner á prueba su forta-
leza y longanimidad. Pero suerte igual corría también la magná-
nima Reina. Perdió por entonces á su yerno el Rey de Portugal;
y lo que fué más cruel para su corazón y más funesto para Espa-
ña, perdió á su hijo el príncipe D. Juan.
Colon , que sabía pagar el afecto que se le profesaba con sacri-
ficios de abnegación; vista la honda pesadumbre de la Reina'
consideró que contribuiría á calmarla consagrándose á la ardua
empresa de los descubrimientos , y se impacientaba terriblemen-
te por las dificultades y dilaciones que le oponían hasta los em-
pleadíllos á las órdenes de Fonseca. Entre ellos había un Jimeno
de Brívíesca que , según refiere Las Casas , no contento con atra-
vesar dificultades á Colon, le zahería, y hasta le injuriaba con
ademanes y aiin con palabras. Hasta dónde no rayaría la inso-
lencia del servil agente de Fonseca, cuando llegó un día á sacar
de quicio la prudencia y la mesura de Colon , quien en un rap-
344 COLON EN ESPAÑA.
to de indignación arrojó al snelo al provocativo malandrín y lo
pateó á su sabor. Casual ó preparado por la malignidad de Soria
y de Fonseca, aquel lance produjo consecuencias lamentables
para Colon. Las antipatías de aquéllos se convirtieron en odio,
odio que no reparó en medios ni omitió ocasión para procurarse
terrible venganza.
CAPÍTULO XIII.
TERCER VIAJE.
Sumario. — Seis carabelas zarpan de Sanlúcar. — Nuevo rumbo. — Islas de
Cabo Verde. — Latitudes calmosas. — Padecimientos que ocasionan los ca-
lores y la calma. — Arribo á las costas de Paria — Isla de la Trinidad. —
Cabos , corrientes , dificultades y peligros que ofrecen. — Boca de la Sierpe.
— Bocas del Dragón. — Golfo de Paria. — Los Jardines. — Nuevo rumbo
á la Española. — Estado de Colon , de sus buques y tripulaciones. — Estado
de la isla. — Luchas sostenidas por el Adelantado. — Sublevación primera
de Guarionex. — Rebelión de Roldan y de Mogica. — Infidencias. — Nueva
sublevación de Guarionex. — Capitulaciones con Roldan. — Campaña del
Ciguay. — El cacique Mayobanex. — Prisión de los caciques. — Llegada de
Coronel. — Engaños de Roldan. — Clandestino arribo de Ojeda. — Sus lu-
chas y sus intehgencias con Roldan. — Guevara en Jaragua. — Mogica cu
la Vega : su prisión y su muerte. — Guevara y Riquelme. — Llegada de Bo-
badilla. ^ Cartas Reales. — Alardes y escándalos. — Prisión del Almirante
y de sus hermanos. — Magnanimidad de Colon. — Conducta de Villejoy do
Andrés Martin.
El 30 de Mayo de 1498 emprendió Colon su tercer viaje , zar-
pando sns seis buques del puerto de Sanlúcar de Barrameda. To-
maron la dirección de las Canarias, y de allí hicieron rumbo á
las de Cabo Verde, con el objeto de caminar al Sudoeste acer-
cándose á la equinoccial , para llevar las exploraciones por aque-
llas partes ; lo que hicieron después Ojeda, Américo Vespucio y
Juan de la Cosa, guiados por las cartas de Colon enviadas á Es-
paña desde Haiti, vistas y copiadas por Fonseca.
346 COLON EN ESPAÑA.
Pero sobrecogida la escuadrilla ]ior la calma chicha y los
abrasadores soles durante el mes de Julio en las latitudes calmo-
sas (1); cuasi asfixiados por el bochornoso calor, en medio de una
atmósfera candente; atacado Colon de la gota; perdiéndose las
provisiones y averiados los buques en aquella región de fuego,
fuéle preciso virar al Norte para buscar aquella apacible zona que
siempre habia encontrado al occidente de las Azores, al llegar á
cierta longitud. La encontró , en efecto , y sus gentes respiraron
y se reanimaron un tanto. Pero en vez de haber abordado , como
lo hubiera hecho de seguir aquel rumbo, á la costa del Marañon,
abordó á las de Paria , que costearon las seis carabelas con difi-
cultades inmensas y no pocos riesgos.
Vieron primero la isla de las Tres Montañas , á la que dio Co-
lon el nombre de La Trinidad , que aun conserva. La costearon
por el Sur , grandemente admirados de su frondosidad y su belle-
za. Se encontraban en la zona tórrida; y aunque no á los 7° de
latitud, como creia Colon, sino á los 10°, les sorprendia ver allí
magníficos bosques de palmas , plátanos y otros árboles y arbus-
tos llenos de verdor y de fragancia; copiosos manantiales y claras
fuentes ; temperatura ajDacible, y brisas dulcísimas. Tomaron agua
los buques, y llegando al extremo occidental, á que llamó Colon
punta del Arenal, vio al Sur la tierra firme (2), que confundió
con una isla, y al Oeste un promontorio de la misma tierra firme.
(1) « La mar parece en aquellas latitudes un espejo, y los bajeles están casi
siempre inmóviles y con las velas caldas ; las tripulaciones jadeando bajo la
influencia de un sol vertical que ninguna brisa mitiga. A veces se tardan se-
manas para cruzar ese trecho del Océano , (júe parece petrificado.» ( Ir-
VING , 1. c.
(2) ¡ Singular accidente ! En la isla de los Pinos , por no navegar algunas
horas más al Sudoeste, no descubrió el cabo San Antonio, y dejó de ver que
Cuba era una isla; y en la costa de Paria, por el mal estado de su vista, por
la fuerza de las corrientes , lo bajo de las playas y la forma del promontorio
de Cumana se le antoja una isla lo que realmente era parte de un conti-
nente.
COLON EN KSPAÑA. * 347
Entre ésta y la parte ik'l Arenal, cerca de una roca que se ade-
lantaba casi á tocar con aquel promontorio , y á la cual dio el
nombre de El Gallo , mandó anclar los buques.
Allí pudieron ver los habitantes del continente. En una gran
canoa se acercaron á ellos, saliendo de aquellas playas veinticin-
co indios jóvenes, bien formados , más blancos que todos los que
habiau visto hasta entonces. Estaban desnudos, pero ceñian sus
caderas con telas de varios colores, y la cabeza con una especie de
bandas de algodón , dejando crecer y caer sus largos cabellos.
Iban armados de arcos y flechas adornadas de plumas, y las pun-
tas eran de huesos. El hierro les era desconocido como á los ha-
bitantes de las islas que hasta allí habían visitado; su idioma no
le pudieron entender; y por más esfuerzos que hizo el Almirante,
no 2)udo conseguir atraerlos.
Mientras las tripulaciones se refrescaban entre aquellas fron-
dosísimas arboledas , Colon reparó la inseguridad del anclaje en
aquellos sitios; oyó por la noche un pavoroso ruido, y vio venir
sobre las carabelas una ola montañosa que les expuso á zozobrar.
Rugia furiosamente la mar en aquel estrecho, á que llamó la Boca
de la Sierpe. Los marineros estaban aterrados. Colon mandó le-
var anclas ; y gracias á una brisa favorable , salvaron la Boca de
la Sierpe , y con rumbo al Norte tocaron en las costas de Pári;i.
Lo bajo de las 2)layas y la e^rechez del cabo causaron otra ilusión
al Almirante, enfermo aquellos días de la vista como jamas ha-
bía estado ; merced á lo cual creyó una isla , á la cual dio el nom-
bre de Gracia , lo que realmente era porción del continente , el
cabo Boto , extremo oriental de la estrecha lengua de tierra de
Cumana. Observó allí que el agua del mar era dulce, y no le pa-
saron desapercibidas las corrientes, que supuso atinadamente de-
bían ser de un grau rio. Pero ellas le arrastraron hacia las Bocas
del Dragón.
348 COLON EN ESPAÑA.
Antes de abrirse imso por ellas recorrió la costa de Paria. Allí
logró ya ponerse en relación con los indios , menos salvajes ya
qne los de las islas Caribes. Por ellos supo que el nombre del país
era Paria, y que más al Oeste estaba más poblado. Hízoles ob-
sequios y recibió de ellos pan , maíz , frutas y bebidas. Navegó
con el auxilio de aquellos indios ocho leguas más al Oeste , hasta
un paraje que llamó La Aguja; y quedó embelesado de la fertili-
dad y hermosura del país. «Estaba muy cultivado, muy poblado
y cubierto de una vegetación riquísima. Las habitaciones de los
naturales edificadas en medio de bosques llenos de flores y de
frutos. Las parras se entrelazaban á los altos árboles , y por en-
tre sus ramas revoloteaban millares de pájaros de espléndido
plumaje. El aire suave y templado tenía la fragancia de las flores,
de cuyo aroma estaba impregnado; y mil sonoras fuentes y cris-
talinos arroyos mantenían la frescura del sitio y la lozanía de las
plantas.» Colon dio á aquella costa el nombre de Los Jardines.
Si encantado- quedó del país, no le admiraron menos el color
blanco , las bellas formas , el aspecto noble y marcial , y al pro-
pio tiempo la contextura blanda y el genio dulce y apacible de
sus naturales. Vio allí y adquiric!) de los indios perlas en bastante
cantidad; y después de intentar en vano salida por el Oeste, y de
enviar en aquella dirección un bote , que descubrió la desemboca-
dura del Paria, dio vuelta al golfo, que él llamó délas Perlas, y
acometió el salir y salió, no sin gravísimos riesgos, por las Bo-
cas del Dragón, tomando rumbo al Norte y después al Oeste (1),
en cuya dirección descubrió el 1 5 de Agosto las islas Margarita
y Cubagua. Vio allí indios pescadores de perlas y logró adquirir
algunas.
(1) La distancia entre el caho Boto, última tierra de Paria, y el cabo Lapa,
extremo occidental de La Trinidad , es de unas cinco leguas ; pero liabia dos
islotes en el medio , á que Colon dio los nombres de Caracol y Delfín.
COLON EN ESPAÑA. '" 349
La enfcn-modad de la vista que le atormentaba, el cansancio de
las tripulaciones, el mal estado de los baques y de las escasas
provisiones que les quedaban , le obligó á torcer el rumbo y diri-
girse á la Española , con ánimo solamente de tomar allí algún
descanso para proseguir sus exploraciones. ; (kián lejos estaba de
pensar en la serie de disgustos , de horribles amarguras , de ver-
dadero martirio que le aguardaba en la fatal isla ! Pero no anti-
cipemos los sucesos.
Desde que en Marzo del 96 habia Colon abandonado la Espa-
ñola, su hermano Bartolomé, á quien dejó de su lugarteniente
con el título de Adelantado de las Indias, habia tenido que sos-
tener una continua lucha á brazo partido para hacer frente á todo
género de obstáculos y de contrariedades. La presunción de unos,
la ambición de otros , el descontento de muchos , porque aquello
no daba de sí los tesoros y los goces que se habian prometido;
las escaseces, las privaciones, las enfermedades, y por último,
las sediciones tumultuosas y las rebeliones á mano armada
todo lo haljia sufrido y á todo habia hecho frente con escasos me-
dios y grandísimos peligros Bartolomé Colon , á cuyas relevan-
tes cualidades ha hecho siempre justicia la Historia.
Mucho nos duele no poder relatar á la menuda su hábilmente
llevada á cabo expedición á la provincia de Jaragua , dominios
entonces del cacique Behechio y de su discreta hermana Anacao-
na, viuda de Caonabo; la estratégica medida, que también llevó
á cabo , de establecer una cadena de puestos militares desde la
Isabela á San Cristóbal — hoy Santo Domingo — para dominar
la vega y el país montañoso de Cibao; la primera insurrección
de Guarionex ; el modo rápido de dominarla y la manera política
y templada de castigarla; la conspiración de Roldan; la osada
marcha del Adelantado al foco de la rebelión; su entrevista con
Roldan en el fuerte de la Concepción; la llegada á la isla de Pe-
850 COLON EN ESPAÑA.
dro Hernández y su conducta prudente y conciliadora; la segun-
da insurrección del cacique Guarionex, alentado y sobrexcitado
por Roldan; la complicidad de Adrián Mogica , de Diego de Es-
cobar y Pedro de Valdivieso , y la heroica cam2:)aua del Adelan-
tado en las montañas de Ciguay.
¡ Qué espectáculo más desconsolador para el Almirante cuando
el 30 de Agosto del 98 llegó á la isla, cansado de su fatigoso
viaje, y quebrantada grandemente su salud ! Abandonado el cul-
tivo , paralizada la exjjlotacion de las minas, liecba imposible la
tributación de los indios , sublevados unos , ahuyentados otros,
escandalizados todos, saqueados los almacenes y depósitos públi-
cos, en abierta rebelión los más fuertes y los más osados ¡Ah!
La isla, emporio de belleza y mansión de ai^acible calma, cuan-
do la descubrió Colon, era ya un camjjo de Agramante y un ver-
dadero teatro de desolación , de escándalos y de horrores. La sór-
dida codicia, la grosera concupiscencia, la vanidad jíresuntuosa
y la ambición desatentada de unos cuantos audaces aventureros,
almas ruines ó perversas, en quienes los incentivos de la pasión
ahogan siemi^re las voces de la razón y los sentimientos del ho-
nor y del deber , mataron en germen la prosperidad de la isla , y
sembraron en ella la perturbación , el desorden y la más horrible
anarquía. Pero ¡ay! ¡que toda falta, como todo vicio, como
todo crimen , tienen su expiación ; y el destino es inexorable !
En ningún otro punto, dice Irving, se mostró tan patente la
providencial justicia, como entre los habitantes de la Isabela, los
más vagabundos , indiscijilinados y disolutos de la isla. Las obras
públicas quedaron paralizadas; las huertas y campos empezados
á cultivar, se vieron abandonados y eriales; martirizados los in-
dios por cuantos medios pueden sugerir la codicia y la liviandad,
halnan huido á ocultarse entre las breñas de vericuetos inaccesi-
bles , dejando el país convertido en un desierto. Y sucedió lo que
COLON EN ESPAÑA. 351
tenía qne suceder. La iudolencia y la corrupción trajeron consigo
la escasez, el hambre, la postración de fuerzas, las enfermeda-
des, las continuas querellas, las violencias, los engaños mutuos,
el desaliento y la desesperación. Todos querian salir de la isla, y
sustraerse á los males que ellos mismos hablan creado. Porque
lo que estaba convidando á la dicha , lo que á jjoca costa se h ii-
biera podido trasformar en un ¡¡araíso, lo' habiau convertido en
purgatorio las feas pasiones de unos cuantos malvados.
Ponderar los desvelos del Almirante; ensalzar su gran tacto,
su prudencia, su longanimidad; contar los esfuerzos que hizo
para restablecer la paz y asegurar el orden en la isla, fuera tan
prolijo como innecesario para demostrar las grandes cualidades
y las altas dotes que adornaban á Colon ; pero serviría de útil lec-
ción histórica. Porque si , de una i)arte , justificarla los homena-
jes que las actuales generaciones le tributan , de otra parte se
increijarian la ingratitud y la injusticia de sus contemporáneos,
al ver el triunfo que sobre el mérito y la virtud dieron á la ma-
lignidad y á la protervia. No llega á tanto — ya lo hemos dicho
— la misión de este libro. Pero algo hemos de decir sobre aque-
llos acontecimientos y sobre los sujetos que en ellos juegan. Exa-
minemos , aunque sea ligeramente , los sucesos más notables y
los caracteres más acentuados.
Descuellan entre aquéllos, la sublevación de los caciques Gua-
rionex y Mayobanex; la rebelión de Roldan y sus cómplices ; y
las infidencias de cuasi todas las fuerzas vivas que había en la
isla á las órdenes de Colon. Entre los segundos , se hacen nota-
bles en uno ú otro sentido, el cacique Mayobanex, el ambicioso
Roldan , el presuntuoso y osado Mogica , su pariente Guevara,
Ojeda y los fáciles Riquelme , Gómez y Escobar, cómplices de
aquéllos en la constante rebelión. De otra parte eL enérgico y es-
forzado Bartolomé Colon, los fieles Ballesteros y Miguel Díaz,
352 COLUN EN ESPAÑA.
el caballeroso Carvajal, la complaciente Anacaona y sn hermano
Behechio , el generoso cacique de Jaragna.
Es un hecho constante y probado que sin la indisciplina y los
desmanes de los españoles, los indios no se habrian sublevado ni
intentado repetirlo , una vez vista y reconocida la superioridad
de los que ellos creyeron, al principio, enviados del cielo (turey).
Así como es seguro que Colon habria dominado todas las rebel-
días y corregido todos los desmanes ; y es más, ni aquéllas ha-
brian estallado sin la conspiración permanente y maquiavélica,
sostenida en España por el protervo Fonseca, y alimentada por
las frustradas esi)eranzas de muchos aventureros y vagabundos.
Pero cuando en vez de encontrar el condigno escarmiento y
correctivo en la metrópoli las graves faltas y demasías de Agua-
do , de Margarite y de Bernal Diaz , se vio en la isla llegar al
mismo Aguado , en son de juez pesquisidor de los actos del Al-
mirante , y poniéndose enfrente de él los vínculos de la disci-
plina quedaron rotos , y los resortes de la autoridad gastados y
sin fuerza alguna. Desde entonces, ya no tuvo Colon casi de
quien fiarse en la isla ; y sin la autoridad que le daban sus emi-
nentes cualidades, y sin el valor y la entereza de su hermano
Bartolomé , los títulos de Almirante , de Yisorey y de Capitán
general de las Indias habrian sido perfectamente nominales y
de ningún valor. Desde entonces fueron , no sólo fáciles , sino
forzosos los gritos de los descontentos , los desmanes de los li-
bertinos, y las rebeliones de todos los ambiciosos. Roto el freno
del respeto se desbordó el torrente de todas las pasiones , y ul-
trajados los indios , incluso los caciques , en sus mujeres y sus
hijas, las humillaciones desj)ertaron los odios, y el deseo de ven-
ganza engendró las sublevaciones. La de Guarionex no reconoció
otro origen.
Esa misma causa produjo la aversión al cristianismo que el
COLON EN ESPAÑA. • 353
cacique y otros indios de su Vecindad habían abrazado ; y casti-
gada su apostasía con la severidad de las leyes de aquella época»
el espectáculo horrible de tales castigos echó nuevo combustible
á la hoguera de la sublevación. Verdad es que la actividad , la
energía y la hál)il política del Adelantado lograron dominarla.
Pero entonces vinieron las conspiraciones de Roldan y de Mogi-
ca il soliviantar por medio de engañosos halagos á los escandali-
zados indios ; y acudiendo entonces Guarionex á los montañeses
del Ciguay, pidió y obtuvo de su cacique Mayobanex hospitali-
dad y jjroteccion.
La actividad y el inteligente denuedo que mostró en aquella
ocasión el Adelantudo le acreditarían de un gran cajDÍtan, si cien
hechos de igual índole no lo hubiesen ya entonces acreditado.
Deshechas las fuerzas de Guarionex y reducidos los dos caciques
á buscar amparo entre las breñas y las enriscadas cumbres del
Ciguay , el Adelantado en\dó un emisario á Mayobanex pidiendo
le entregase al caudillo de la Vega , y ofreciéndole en cambio
amistad y protección. La respuesta del cacique indio revela un
corazón sano y un alma noble y altiva. «Di á los españoles —
contestó Mayobanex al emisario indio— que son malos, crueles
y tiranos ; usurpadores de nuestros territorios y derramadores de
sangre inocente. Que yo no deseo su amistad. Guarionex es bue-
no, es mi amigo y mi huésped; se ha refugiado á mi casa; he
prometido protegerle , y no faltaré á mi palabra. »
A semejante reto, el Adelantado tuvo que echar á un hido la
benignidad y la templanza , y contestó con la resohuíon del que
quiere vencer á toda costa ; trepó d las montañas con el hierro y
el fuego. Al ver incendiadas sus poblaciones, los indios acudieron
á IMayobanex , pidiéndole que entregase al cacique de la Vega,
para poner término á aquella devastación. Pero el generoso ci-
guayano se mantuvo impertérrito. Recordó á sus gentes las bue-
23
354 • COLON EN ESPAÑA.
ñas prendas de Guarionox y los títlilos que tenía á sn protección.
«Le he dado liosi^italidad — les dijo — y estoy resuelto á sufrir
toda clase de adversidades, antes que dar margen á que se diga:
Mcujohanex vendió á su huési^edj)
Y como lo habia prometido lo cumplió. Sufrió la devastación
de sus bosques y la ruina y el incendio de sus casas ; se vio pre-
cisado á huir y esconderse en lo más agrio de las montañas ; vio
cogido y prisionero á su amigo Guarionex; y. por último, se vio
él mismo entregado en manos del Adelantado. Los indios queda-
ron vencidos y sojuzgados. Pero la isla se despoblaba. Perdia
hora por hora su antiguo encanto y su naciente cultura y prospe-
ridad.
El mal no venía de los indios ; nacia de los españoles. Francis-
co lioldan , dej)endiente de Colon y elevado por él nada menos
que al cargo de corregidor ó alcalde mayor, merced á su natural
talento y felices disposiciones , se rebeló primero contra la auto-
ridad del Adelantado , después contra la del mismo Almirante ; y
convertido de alcalde en jefe de facción le fué fácil hacer faccio-
sos á todos los mal avenidos con el trabajo , el orden , la morali-
dad de las costumbres y la buena administración.
Colon y sus hermanos hicieron esfuerzos titánicos para resta-
blecer el orden y sostener el prestigio de la autoridad. Pero co-
nocieron pronto que á su alrededor se habia hecho el vacío, y
reducidos á la impotencia, sin fuerzas de que disponer y sin au-
xilios que esperar, fuéles forzoso capitular con los rebeldes. Rol-
dan triunfó ; y bajo el hipócrita velo de una mentida sumisión al
Almirante, se constituyó en casi arbitro y señor de la isla. En
medio de esto enviaba á España acusaciones y denuncias calum-
niosas contra Colon.
Ya estaba arrojada en la isla la fecunda semilla de la desmo-
ralización y de la codicia. Las comarcas se convirtieron en baja-
COLON EX ESl'.VÑA. 355
latos de los amigos y coinpnncros de IJoklan, Se rcpartioron en-
tre ellos tierras, mujeres, esclavos, provisioDes, gauados,todo
lo que podia satisfacer sus concupiscencias y sus antojos.
Los pocos hombres pundonorosos y dignos que permanecieron
fieles al deLer y ol)edi(>utes á la autoridad de Colon ; el anciano
Miguel Ballester , jefe del fuerte La Concepción, el caballeroso
Alonso Sánchez Carvajal , que mandaba las tres carabelas |desta-
cadas desde las Canarias por el Almirante, y saqueadas dolosa-
mente por Roldan y los suyos al llegar con provisiones á la isla;
Juan Antonio Colombo, que mandaba una de estas tres carabelas;
el leal Diego de Salamanca, mayordomo del Almirante , el seve-
ro Pedro Hernández Coronel, y el noble aragonés Miguel Díaz,
todos prestaron á Colon cuantos servicios exigian sus cargos res-
pectivos y los extraordinarios que impusieron las circunstancias.
Pero era imposible atajar el mal , verdadera gangrena moral y
de efectos no menos expansivos y corrosivos que la física. Colon
lo conocía y lo manifestó con su elocuente sencillez : «tenía que
luchar con tres inmensas dificultades á la vez : era extranjero,
habia provocado la envidia, y estaba á gran distancia de la corte.»
Sin orden de los Reyes, sin anuencia ni conocimiento del Al-
mirante , pero valiéndose mañosa y subrepticiamente de sus car-
tas marítimas y del relato del viaje á la costa de Paria, el sujjcr-
inteudente Fonseca habia autorizado y facilitado la expedición de
Ojeda, que se equipó en Sevilla, con el auxilio de los pilotos
Juan de la Cosa y Américo Vespucio, y (pie zarpó de la bahía
de Cádiz, en Mayo de 1499; expedición que, siguiendo el rumbo
que habia tomado Colon, abordó las costas del Orinoco y recorrió
las de Paria , encontrando allí vestigios de la estancia en ellas de
Colon.
Ojeda, ya de regreso, tocó en la Española, y huyendo de pre-
sentarse á Colon, ancló al occidente de la isla, en un puerto cer-
356 COLON EN ESPAÑA.
ca (le Jaqueinel , con el i)ropósito, á lo que se vio , de cortar palo
(le campeche y de arrebatar y llevarse algunos indios como es-
clavos.
Resentido Colon de qne Ojeda visitase la isla de aquel modo
clandestino , y conociendo su genio osado y emprendedor , envió
á Roldan á su encuentro para i)edirle explicaciones y j)enetrar
sus intentos agresivos. Roldan se encargó gozoso de la ardua em-
presa. Pero encontrándose de frente dos audaces aventureros , en
quienes se compensaban la astucia del uno con el denuedo del
otro, no j)udiendo engañarse recíprocamente , después de tenderse
varias redes inútilmente, se entendieron lo mejor que les fué po-
sible , revelándose ambos el secreto encono y rivalidad contra los
Colones , y el deseo y las esperanzas de suplantarlos.
Ojeda jirometió á Roldan que iria á Santo Domingo y se jire-
sentaria al Almirante , pero le engañó. En vez de ello se dirigió
á Jaragua; sembró allí las noticias más funestas, anunciando la
caida y la ruina del Almirante y de sus hermanos y deudos ; soli-
viantó á los parciales de Roldan cpie no habían aceptado la capi-
tulación de éste , aunque sí los beneficios que les produjo ; se
proclamó desfacedor de los supuestos agravios hechos por el Ade-
lantado. Entre aquellas turbas de ex-presidarios descontentos,
unos querían desde luego marchar sobre Santo Domingo ; otros
no; esto provocó una excisión en que hubo muertos y heridos; y
el escándalo y el tumulto llegaron á punto de que Roldan y su
amigo Escobar tuvieron que acudir con todos sus hombres para
combatir á Ojeda. Este se refugió á sus buques. Hizo Roldan mil
tentativas para atraparle astuciosamente, pero no pudo lograrlo;
y convencidos ambos de que no podían engañarse , celebraron una
conferencia desde dos botes, conduciéndose ambos con la mayor
sagacidad y cautela. Al fin hicieron una composición; se canjea-
ron sus ijrisioneros ; se devolvió el bote apresado á Ojeda , y éste
COLON EN' ESPAÑA. .S")?
ofreció abniulonar la isla, si bien amenazando ([ue volveria pron-
to con más bm^ues y hombres.
Había llegado por aquel tiempo á la isla un nuevo elemento
de perturbación, una especie de Tenorio; el jt!>ven y elegante ca-
ballero Hernando de Guevara, causa de nuevos y terribles desas-
tres. Era pariente de Adrián de INÜogica, uno de los más activos
agentes de la relielion de Roldan. Posesionóse el j('iven libertino
de la casa de Anacaona, sedujo á la hija de ésta, lierniosa don-
cella de pocos años; y sea que con esto despertase celos ó envi-
dias de Roldan , éste le declaró la guerra y le arroj(') de Jaragua.
Acudió entonces el joven Guevara á su i)ariente Mogica; éste á
la antigua parcialidad rebelde , y entre todos tramaron una cons-
piración para deshacerse de Roldan y del mismo Almirante , que
se encontraba entonces , con media docena de fieles servidores, en
el fuerte de la Concepción.
Roldan , que fué el ¡Jriniero en descubrir la trama , y en saber
que le iba en ella la vida , cayó con la velocidad del rayo sobre el
joven Guevara, que se hallaba oculto en la misma casa de Ana-
caona. Le prendió y á todos sus cómplices ; los envió presos á San-
to Domingo , y dio conocimiento de todo á Colon. Teníalo ya éste
\^^^v un indio desertor de los conspiradores. Y contemplando de
una ojeada la gravedad del peligro y la imperiosa necesidad de
uuíl resolución enérgica y de un castigo ejemplar, coge sus nue-
ve ó diez hombres bien armados , sale de noche de la Concepción,
se dirige sigilosamente al ^innto donde estallan reunidos los sedi-
ciosos, los sorprende, y atados los lleva i)resos al fuerte, donde
hace una justicia ejem])lar y terrible de Mogica.
La muerte de éste y de algunos de sus cómplices idej(') aterra-
dos á los sediciosos; y libres de asechanzas Colon y sus herma-
nos , pudieron devolver su imperio á la ley y el resjjeto y la obe-
diencia á su autoridad.
358 COLON EN ESPAÑA.
La rebelión estaba deslieclia; los facciosos se delataban y so
persegnian y se destrnian entre sí y por sí mismos; el orden se
restablecía, y renacían la calma y la paz. Colon continuaba en la
Vega, mientras que su hermano Bartolomé con Roldan persegnian
á los fugitivos rebeldes de Jaragua; y D, Diego manda1)a como
«•obernador interino en Santo Domingo. Pero mientras Colon
lograba tan señalado triunfo en la isla , sus enemigos le habían
ya vencido en Esj:)aña.
El 23 de Agosto de 1 500 llegaron á Santo Domingo dos cara-
belas que conducían al por siempre memorable Francisco Boba-
dilla, oficial de la Eeal Casa, que iba con órdenes y cargos múl-
■ tiples á la Española. Antes de desembarcar quiso ya Bobatblla
inquirir y hacer gala de su carácter de juez pesquisidor; y antes
de salir de sus carabelas ha1)ia ya juzgado y condenado á Colon.
Llevaba, como hemos dicho, diversos encargos , y para cada uno
su especial nombramiento ó Real despacho , cada cual de distinta
fecha. Por el primero — de fecha 21 de Marzo de 1499 — se le
autorizaba «para averiguar quiénes y cuáles personas se habían
levantado contra el Almirante y su autoridad, y por qué causa,
y qué robos, y qué otras injurias habían cometido.» «Obtenido
el informe y sabida la verdad , anadia el despacho, cualesquiera
que halléis culpables, aprestad sus personas y secuestrad sus
efectos; y ya aprehendidos proceded contra ellos y los ausentes
civil y criminalmente , imponiéndoles las multas y castigos que
creáis propios. » En este despacho se autorizaba ademas á Boba-
dilla á i^edir asistencia al Almirante ó cualquier otro empleado
l)úbl¡co, caso de necesidad.
Dos meses después, con fecha 21 de Mayo, se le expidió otra
carta-órden , en la cual , sin nomT)rar á Colon , se conferia al co-
mendador Bobadilla jurisdicción plena civil y criminal , y se es-
pecificaban sus atribuciones diciendo : «Es nuestra voluntad que
COLO\ EX KSr.VÑA. 350
s¡ el dicho Comendador creyese necesario i)ara nnestro servicio y
l)ara los fines de la justicia, que cualesquiera caljalleros ú otras
personas, que están íil pres(>nte en aquellas islas, ó que llegaren
en adelante , las abandonen y no vuelvan ú residir en ellas, y que
vengan y se presenten ante nos, se lo pueda mandar hacer así en
nuestro nombre, y obligarlos á jiartir; y á (|uien quiera que así
se lo ordenare, mandamos por la jiresente que sin detenerse á
liacernos 2)reguuta8 ó consultas , y sin interponer a])ehicion ni
súplica, obedezca aquello que él diga y mande, bajo las penas
que imponga en nombre nuestro, etc., etc. »
Por otra carta Real de la misma fecha se ordena al Almirante :
« Que él y sus hermanos entreguen á, Bobadilla , como goberna-
dor, las fortalezas, bajeles, casas, armas, municiones, ganados
y todas las demás proj)iedades Reales , bajo pena de sufrir el cas-
tigo á que se sujetan aquellos que rehusen rendir fortalezas y
otros puestos de confianza, cuando se lo ordenan los Soberanos.»
Como se ve por el contexto y por las fechas de esas Reales
cartas , los Reyes habian ido cediendo por grados á las exigencias
de los enemigos de Colon. En primer lugar se proponian sólo
informarse de la rebelión , de sus causas y de sus autores y cóm-
plices, para castigarlos y poner remedio. En esto no hacian más
que acceder á las reiteradas demandas de Colon. Pero dos meses
después, los enemigos de éste se conoce que habian ya logrado
llevar al ánimo de los Reyes la desconfianza , quizá el temor de
que Colon fuera culpable , no sabemos de qué delitos, y entonces
autorizan á Bobadilla para que, si así fuera, le mande á él y á
sus hermanos abandonar la isla y })resentarse ante los Reyes; y
ademas ordenan á Colon que entregue las fortalezas, bajeles, etc.,
al gobernador Bobadilla.
Pero es el caso que éste no se anduvo con tales rei)aros , ni
practicó informaciones, ni guardó tal orden de procedimientos;
360 COLON EN ESPASa.
lirincipió por lo líltimo , como ha dicho el historiador Irving. Y
en esa parte ha dicho mal, porque iiriocij^ió ó ejecutó á luego
aquello j^ara lo cual no estaba en manera alguna autorizado; prin-
cipió condenando y desautorizando á Colon.
En cuanto desembarcó pidió á D. Diego y á los alcaldes que
le entregasen á Guevara, Riquelme y demás presos por la cons-
piración de Mogica , con los procesos y personas que en ellos ha-
biau intervenido. Don Diego le contestó que ínterin el Almirante
y Virey D. Cristóbal, por cuya autoridad se habia hecho todo, y
de la cual en parte era delegado, no lo dispusiese, no podia ni
debia entregar presos, ni procesos, ni nada.
Bobadilla, irritado, mandó pulilicar todas sus cartas Reales ,á
voz de pregón en la j^laza de Santo Domingo; hizo en seguida
que se le prestase juramento de obediencia , y tomó , como por
asalto, presos, procesos, cárcel y fortaleza, que Miguel Diaz y
Diego de Alvarado , que las guardaban , no quisieron tampoco
entregar, sin orden del Almirante.
Desde aquel momento — y decimos mal — desde que Bobadi-
lla puso el pié en la isla , los vencidos se trasformaron en vence-
dores, y éstos en vencidos; y como tales fueron tratados. Un
golpe de Estado más desmoralizador , más absurdo y más inicuo
no se dio jamas.
Apoderado del gobierno antes de ver ni oir á Colon , antes de
examinar su conducta ni informarse del estado anterior de la isla,
y de las rebeliones y sublevaciones dominadas , Bobadilla se cons-
tituyó en la casa de Colon; se apoderó de todos sus bienes, efec-
tos y papeles; mandó que de ellos ó con ellos se hiciese pago á
todos los que pedian atrasos ó pagas, por cualquier concepto que
fuese; dio ál segundo dia de su mando licencia general para bus-
car oro por término de veinte años , y envió orden al Almirante,
que se hallaba en Bonao , para que se presentase ante él.
COLON EN ESPAÑA. 301
Colon , í'i las primeras noticias , creyó qne Bobadilla era otro
Aguado, y le escribió privada y atentamente , aconsejándoli! que
no se entregase á medidas precii)itadas. Pero al ver que ni se le
contestaba ni se guardaban con él miramientos ni atenciones de
ninguna clase, y que Bobadilla re})artia cargos y credenciales en-
tre los secuaces de Roldan y otros declarados enemigos suyos, ;l
los que cabalmente debiera juzgar y castigar, comi)rendió logra-
ve del asunto; pero sin poder exi)licarse que los Reyes liubiesen
autorizado á Bobadilla para tales medidas y para usar tal con-
ducta con él , vacilaba y no sabía qué hacer, ó qué determinación
tomar. De aquella peri)leji(lad le sacaron pronto Francisco Ve-
lazquez y el P. Trasierra , comisionados por Bobadilla j)ara pre-
sentarle la Real carta de 26 de Mayo de 1499, en que se le or-
denaba dar fe y obediencia al Comendador , y para requerirle con
una orden de éste previniéndole que se iiresentára ante su autori-
dad. Colon quedó, más que asombrado, profundamente herido en
su dignidad. Y sin dilación salió, casi solo, para Santo Domingo.
Apenas supo Bobadilla su llegada, sin esperar á verlo y sin
oirlo , dio orden jmra que le prendieran , le cargasen de cadenas
y le encerrasen en la fortaleza.
«Este ultraje, cometido contra persona de tanta dignidad y
mérito tan eminente, escandalizó á sus mismos enemigos, dice
un historiador contemporáneo. Cuando vinieron los grillos, todos
los presentes rehusaron ponérselos, ya por el sentimiento de com-
l)asion que inspiraba aquel gran revés de la fortuna, ya por ha-
bitual reverencia hacia su persona. Pero para colmo de ingrati-
tud, uno de sus mismos criados, un riány desvergonzado cocinero^
dice Las Casas, le remachó los hierros con tanta prontitud y
ahinco como si estuviese sirviéndole escogidas y sabrosas viandas.
— Yo conocia al tal ^ añade el venerable obispo de Chia|)a , y críJO
se llamaba Espinosa.y)
302 COLON EN ESPAÑA.
Colon mostró en aquel momento la heroica maguían imidad del
varón fuerte y del hombre justo. Devoró en silencio tan enorme
ultraje, sin abatimiento y sin mostrar enojo contra el miserable
Bobadilla. Preocupado con el pensamiento de las Reales cartas,
era en los Reyes en quienes debia fijarse, y en quienes se fijaba
efectivamente el alma torturada del gran descubridor. Porque los
Reyes mismos, aun cuando le hubieran juzgado culpa1)le de al-
gún atropello , de alguna medida inconveniente ó injusta , ¿ po-
dian tratarle de aquella manera?
Boljadilla desató contra Colon la furia de los reprimidos malos
instintos de los vagabundos y perdidos que aun jiululabau por la
isla , los cuales grital)an y lanzaban improperios contra el Almi-
rante y sus hermanos, ensalzando y victoreando á Bobadilla. To-
davía éste mostraba tener miedo, jiorque Bartolomé Colon estaba
en Jaragua al frente de alguna fuerza; y no atreviéndose á man-
darle prender eu aquella situación, pidió á su hermano que le
escribiese para hacerle venir á Santo Domingo. Hízolo así el Al-
mirante, y D. Bartolomé se presentó, en efecto, solo y desar-
mado , ante el cobarde y bárbaro tiranuelo , el cual , sin dejarse
ver y sin oir al severo y leal y honrado D. Bartolomé Colon,
mand()le ¡írender en el acto, y cargado también de hierros se le
llevó á una carabela. Eso mismo se haiña hecho, antes que con
el Almirante y con el Adelantado , con el bondadoso é inofensi-
vo D. Diego, sin disculpar el inicuo procedimiento con razón,
causa ni pretexto alguno.
« Todas las almas bajas que se hablan arrastrado á los j)iés de
Colon y sus hermanos, mientras gozaban de autoridad, se levan-
taron contra ellos cuando los vieron encadenados. Las calumnias
más injuriosas se propalaban altamente por calles y plazas. Pas-
quines insultantes é infamatorios libelos se leian por las esqui-
nas.» Puestos en libertad los rebeldes Riquelme, Guevara y sus
COI.OX EN KSI'AÑA. 3(i3
c'i')inplic('S , j::('iít(' la iHiiviir ]):irt(' disoluta, ó iudiii'iui, (•(htÍüii ))or
las i)lazas insultando con sus alaridos de triunfante júbilo á la
dignidad y á la honradez aherrojadas. Esos alaridos no pudieron
menos de llegar á los oidos de Colon en su calabozo, y entonces
temió ya i)or su vida.
El estúpido Bobadilla, ansioso sin duda del galardón, ó por
verst' libre de la acusadora gigantesca sombra de Colon aherroja-
do , mandó aprestar dos bajeles , y nombró para qno los mandase
y condujese los presos á España á Alonso Villejo , hechura del
obis]io Fonseca. Afortunadamente Yillejo era un puuilonoroso
oficial , que desempeñó el cargo con. más nobleza y caballerosi-
dad de lo ([uc liabrian deseado sus patronos. « Este Alonso Ville-
jo , dice Las Casas, era un hidalgo de honrado carácter, y amigo
esi)ccial mió.» Al llegar con su escolta á la fortaleza, para llevar
á la cárcel del buque al Almirante , le encontró silencioso y des-
alentado. Temia hasta que le sacrificasen sin oirlo, y que su nom-
bre y su honor pudieran quedar mancillados. Por eso al ver en-
trar en su calabozo al oficial , creyó que era para conducirlo al
patíbulo. — ((¡Villejol le dijo tristemente ; ¿á dónde me lie-
vais? — Al luKpie, señor excelentísimo, á embarcarse. — ¡ Aem-
barcarsel repitió con vehemencia Colon. ¡ Villejo I ¿me decis
la verdad? — Por la vida de V. E., replicó el oficial, que es cier-
to.» Estas palabras reanimaron al Almirante, dice Las Casas,
(pie sin duda oyó referir ese coloquio patético y expresivo al mis-
mo Villejo, su amigo.
Las dos carabelas salieron de Santo Domingo á [irimeros de
Octubre, llevando con grillos y esj)0sas, como al más vil de los
criminales , al mismo que habia añadido aquel rico florón á la
corona de Castilla y llevado á un nuevo mundo las corrientes ci-
vilizadoras del antiguo.
Villejo y Andrés Martin , dueño de la carabela en que iba Co-
364 COLON EN ESPAÑA.
Ion , llenos de pesar por el cargo que desempeñaban, y de conmi-
seración hacia el ilustre preso , le trataron con respetuosas aten-
ciones y hasta quisieron quitarle los hierros; pero él no lo
consintió. — «No, dijo con noble orgullo : SS. AA. me mandaron
que me sometiese á lo que en sus nombres ordenase Bobadilla;
por su autoridad me ha puesto estas cadenas ; yo las llevaré hasta
que ellos me las manden quitar ; y las conservaré después como
reliquias y como memoria del premio de mis servicios.]»
«Así lo hizo, añade su hijo D. Hernando; yo las vi siempre
colgadas en su gabinete , y pidió que cuando muriera las enter-
rasen con él. ))
CAPÍTULO XIV.
CUARTO VIAJE.
Sumario. — Efecto que produjo en España la llegada de Colon preso y enca-
denado. — Indignación general. — Conducta de Colon. — Orden de los Re-
yes para ponerle en libertad y á sus hernuinos. — Colon ante los Reyes. —
Su vindicación. — Ofrecimiento de reponerle en sus honores, dignidades y
cargos. — Conducta del Rey Católico. — Proyectos de Colon. — El rescate
del Santo Sepulcro. — Buscar un paso al mar de la India. — Cuarto viaje de
Colou. — elisión de Ovando. — Equipo y salida de la gran flota para la Es-
pañola. — Dificultades y tropiezos que aplazan la cuarta expedición de Co-
lon. — Su salida de Cádiz. — Prohibición y encargo. — Colon en Arcilla. —
Colon en la ria de Santo Domingo. — Niégale Ovando la entrada en el
puerto y el trueque de una caraliela. — Consejo de Colon despreciado. —
Zarpa la escuadra de Bobadilla. — La tempestad. — El naufragio. — Culón
y los suyos llegan salvos á Puerto Hermoso.
Uno de los hechos que más honran y enaltecen el generoso y
noble carácter del pueblo esi)añol es el vivo sentimiento que hizo
al saber la Ueg-ada de Colon preso y encadenado al puerto de
Cádiz. Allí y en Sevilla, y á seguida en toda España, estalló un
movimiento instintivo de asombro y de indignación. Fuera
cual fuere la causa de semejante proceder, el pueblo no se detuvo
á pensar en el por qué : el hecho de la ])rision entrañaba á sus
ojos tal fondo de ingratitud, ([ue sin más examen le rejn'obó ; le
causó horror y santa indignaciun. Todas las hablillas sobre el
mucho yasto y jjocu provecho se acallaron ; la suspicaz y malicio-
366 COLON EN ESPAÑA.
sa uota de extranjerismo desapareció ; la indignidad do prender
y encadenar al descubridor del Nuevo Mundo lastimó profunda-
mente el sentimiento nacional. Lo repetimos : aquel movimiento
de indignación, aquella sentencia unánime y espontánea de la
opinión, hacen el elogio de la nobleza y caballerosidad del pue-
blo español.
La corte, que se hallaba entonces en Granada, no pudo menos
de participar de esos mismos sentimientos. La reina Isabel dio
muestras de verdadero y profundo dolor. El Rey Fernando
procuró mostrarlo. Quizás pudiera engañar con ello á los con-
temporáneos, pero no ha podido engañar á la Historia. Los he-
chos hablan siempre con más verdad y fuerza de convicción que
las palabras y los gestos. Y los hechos no hablan en favor del
rey Fernando.
Colon mostró tal dignidad, que se abstuvo de escribir á los
Reyes. En vez de eso, se entregó en manos del alcalde-corregi-
dor de Cádiz, con sus hermanos. Pero envió por mensajero á
doña Juana de la Torre, dama de corte, muy favorecida de la
Reina, aquella famosa carta, escrita durante el viaje, á que más
de una vez hemos hecho alusión en este libro.
c( Las calumnias de hombres indignos — dice en esa carta Cío-
Ion — me han hecho más daño que me han aprovechado todos
mis servicios.))
«Tal es el mal nombre que he adquirido, que si fuera á edifi-
car hospitales é iglesias, les llamarían cavernas de ladrones.)). .
« Se debia haber considerado que yo traje todas esas gentes á
la sujeccion de SS. AA. dándoles dominio sobre otro mundo, por
lo cual España, hasta ahora pobre, se ha enriquecido súbitamen-
te. Cualesquiera errores en que yo pueda haber caido, no fueron,
COLON EN KSTAÑA. 307
por cierto, de mala iuteiicioii. Y creo que S8. AA. darán crédito
á lo que digo.»
Los Reyes se apresuraron ú mandar se ])usiera en libertad á
Colon y A sus hermanos, y le escribieron en términos afectuosos,
expresándole vivo sentimiento por cuanto liabia padecido é invi-
tándole á presentarse en la corte. Dispusieron al mismo tiempo
que se le adelantasen 2.000 ducados.
Grande, en todo el sentido de la palabra, grande el alma de
Colon hasta el punto de mostrarse superior á las injustas impu-
taciones é inicuos^ tratamientos de sus émulos y encarnizados
enemigos, se conmovió y se reanimó al recibir aquella muestra
de afecto. Y el 17 de Diciembre se presentó ante los Reyes en
traje de gala y rodeado de honorífica comitiva.
Recibiéronle los Monarcas con muestras de la mayor compla-
cencia y de la más alta distinción, dejando ver la Reina su en-
ternecimiento y su pena ; muestras de afecto que, dada la exqui-
sita sensibilidad de Colon , le conmovieron tanto , que postrándose
ante los Reyes, las lágrimas embargaron por largo rato sus pa-
labras. Pero reanimado por las benévolas atenciones de los dos
Monarcas y recobrada su habitual serenidad, grave y digna, pro-
curó vindicarse de cuantas calumniosas vociferaciones se propa-
laban contra él y sus hermanos , demostrando la lealtad y el celo
con que habia servido á los Reyes y ¡procurado el esplendor y la
gloria de sus Estados.
No necesitaba vindicarse. No habia menester por entonces
más vindicación que el grito de todas partes alzado contra la
manera brutal é indigna con que le habia tratado Bobadilla,
conducta que reprobaron los Reyes, insinuando que sería sepa-
rado del cargo, y prometiendo á Colon que sería repuesto en sus
bienes, honores, privilegios y dignidades.
Ese era su anhelo más vehemente. Colon puso siempre su
3C8 COLON EN ESPAÑA.
gloria por cima de todos los intereses materiales , y sus dignida-
des y títulos eran para él vivo j perenne testimonio de sus me-
recimientos. Pero eso es lo que más esquivaba el cauteloso y
calculador rey D. Fernando, en cuyo ánimo crecian las repug-
nancias á medida que se agrandaba la importancia de las con-
quistas de Colon. Cuando le tenía por un visionario ó por un
aventurero audaz, dejó bacer á la Reina, y tal vez se encogió de
hombros al firmar las capitulaciones de Santa Fe. Mas cuando
comprendió la importancia y la inmensidad de los dominios que
el visionario traia á sus manos, le pareció unai enormidad que el
descubridor tuviera en las suyas los cargos de Virey y Goberna-
dor, ni siquiera de la isla Española,
¿ Es que desconfiara de la lealtad de Colon ? No es creíble?
aunque á pensarlo así baya dado ocasión el cauteloso y suspicaz
espíritu del Rey Católico. El Almirante babia dado hartas prue-
bas á los Reyes Católicos de su fidelidad, de su celo por servir-
les y de su amor á Esj)aña. «¿Quién creerá — les decía en la
célebre carta escrita desde la Jamaica — que un pobre extranjero
se hubiese de alzar en tal lugar contra V. A. sin causa ni sin
brazo de otro príncipe , y estando solo entre sus vasallos y natu-
rales, y teniendo todos mis fijos en su Real corte? »
c( Yo vine á V. A. con sana intención y buen celo, y no
miento. »
Mas no era temor de ese género, no, lo que inspiraba la con-
ducta del Rey Católico para con el Almirante : era estrechez de
espíritu y frialdad de corazón. Habrá pocos príncipes, quizá
ninguno, con quien la ciega fortuna se haya mostrado más jh'Ó-
diga que se mostró con D. Fernando. Pero, repárese bien su his-
toria : ni aun en los momentos de sus más brillantes éxitos se
advierten en él síntomas, ráfagas siquiera, del entusiasmo que
brota del corazón lleno y gozoso ; jamas. Halló un tesoro in-
COLON EN ESPAÑA. 3G'J
apreciadlo on Isabel de Castilla: tesoro de hermosura, tesoro de
virtud y de altas prendas. Halló cien tesoros en sus liijos, tier-
nos, Lucnos, inteligentes, modelo de príncipes. Ni el esjjoso ni
el padre — justo es decirlo — faltaron ii lo que lioy se llaman
conveniencias sociales , no ; pero jamas se advirtió en el padre ni
en el esposo el calor recreador, la llama vivificante del entusias-
mo. ¡ El desgraciado no sabía lo que era amar I El padre ayudó
á bien morir á su hijo único, príncipe de grandes prendas, como
pudiera hacerlo un benedictino. Y el esposo vio morir, sin
muestras de gran dolor, á la gran Isabel. ¿A qué hablar de su
conducta con el cardenal Cisnéros, de una parte, y de otra con
el Gran Capitán? Digamos sólo lo que hizo con Colon, y esto
dará la pauta y la medida de la estrechez y de la frialdad de que
antes hablábamos.
Fué ya depresivo para el Almirante , para el Visorey y Gober-
nador de las Indias el envío de Aguado á la Española, con la
comisión de abrir información sobre la conducta de Colon y so-
bre los hechos que él mismo habia denunciado ó comunicado á
los Reyes. Y no sólo fué depresivo semejante acto ; fué atentato-
rio a las capitulaciones de Santa Fe.
Fuélo asimismo el autorizar la expedición de Ojeda, sin au-
diencia ni anuencia de Colon , que , como Almirante , ya que no
como descubridor y como Virey, debiera haber tenido interven-
ción directa en todas las expediciones imra el descubrimiento;
señalando, ó por lo menos aconsejando, los rumbos y los para-
jes de recala, los puertos y factorías para descansos, auxilios y
aprovisionamientos.
Cierto es que los Reyes suspendieron la Real cédula de 10 de
Abril de 14Uo, por la cual, sin audiencia ni anuencia del Almi-
rante, se autorizaba á todos los que desearan ir á descubrir y á
negociar á las islas y tierra firme del mar Océano , con tal que,
24
370 COLON EN ESPAÑA,
— salvo y aparte el señorío — satisficieran á la Corona la décima
parte ele lo qne hallaren y trajesen. Pero esa suspensión duró
poco. La lleal cédula volvió á ponerse en vigor, y á más de la de
Ojcda, se autorizaron , sin conocimiento de Colon , las expedi-
ciones de Pedro Alonso Niño , la de Vicente Yañez Pinzón , la
de Diego de Lepe y la de Rodrigo Bastidas.
Los descubrimientos de Sebastian Cabot, en 1497 , y de Pedro
Álvarez Cabral en 1500, el primero á nombre del rey de Ingla-
terra Enrique VII, y el segundo en el de la Corona de Portugal,
añadieron nuevos incentivos á la desmedida ambición del Rey
Católico. Todo se le hacía tarde , y quiso utilizar cuantos medios
y personas se le ofrecian para extender el ámbito de sus domi-
nios por las islas y tierra firme del mar Océano. Dio , pues, muy
buenas palabras al Almirante , durante nueve meses que perma-
neció en Granada; pero resolvió reemplazar á Bobadilla con D. Ni-
colás de Ovando, comendador de Lares en la Orden de Alcántara.
Claro es que , para que semejante resolución no pareciese una
condena, ó por los menos dejase ver sin disfraz una nueva ofensa
á Colon, se cohonestó con las parcialidades y malas pasiones que
agitaban entonces la Española, con la necesidad de poner en-
mienda pronta á los abusos y correctivo á todos los desmanes
que allí se cometían ; hecho lo cual por el Comendador de Lares,
en término de dos años , se devolvería el mando á Colon , sin
riesgo propio ni desventajas para la Corona.
No puede negarse que la reina Isabel entró en ese plan de
toda buena fe, quizás con el mejor deseo en favor de Colon. Tam-
bién la debió éste que en algunas cosas se le hiciese justicia en-
tonces. Pero ese juicio favorable no puede la Historia hacerlo ex-
tensivo al Rey Católico. Su ulterior conducta , luego que falleció
Isabel, liabla demasiado alto contra sus buenas disposiciones, y
aun contra su buen deseo en pro de Colon.
COLON EX ESPAÑA. 371
Hubo éste de conformarse con a({aella situación; é hidalgo y
confiado en la bondad de la R-oina , sb entregó , en la infatigable
y ferviente actividad de su espíritu , á nuevos proyectos , todos
ellos grandiosos y heroicos.
Fué entonces cuando acarició la idea de rescatar el Santo Se-
pulcro. Esta idea , que hoy en dia se antojará á todo el que la
oiga el sueño de una imaginación calenturienta, no pareciatal ni
mucho menos en aquella época, en la que aun estaban calien-
tes las cenizas del fuego de las Cruzadas , en la que todavía la fe
cristiana lo informaba todo, y el clero lo inspiraba y casi lo di-
rigía todo.
Fué, pues, entonces cuando Colon, auxiliado del cartujo Padre
Gorricio , escribió su libro de las Profecías , donde desarrolló el
ideal que ofrecía realizar, y que habia realizado en su primera y
principal parte : el descubrimiento del Nuevo Mundo, la conver-
sión de los gentiles , y el rescate del Santo Sepulcro. Los textos
bíblicos y las citas de Santos Padres , con que apoyó ese ideal,
y la carta que sobre ello escribió á los Reyes , con la fervorosa
sencillez que le hacía elocuente, bastarían á demostrar, si toda
su vida no lo demostrase , que era un hombre esiíeciab'simo. Los
arranques de su espíritu , el vuelo de su imaginación , unidos á la
sencillez del corazón y á la piedad tan candorosa y tan ferviente,
le daban un denuedo y una voluntad incontrastables. Porque no
sólo creía, sino que probaba con sus actos, que querer es poder:
que la fe hace prodigios.
Sin embargo, la idea del rescate del Santo Sepulcro no pre-
dominó largo tiempo en su mente. Colon era hombre práctico^
hombre de acción. l*ara él , la fe sin las obras era palabra vana.
El pervius orbís de Séneca y de Aristóteles y de Strabon volvió á
posesionarse de su ánimo. Creía firmemente haber llegado ya á
la antesala del extremo Oriente. Pero era necesario , según él,
372 COLON KN ESPAÑA.
abrirse nn paso , buscar un estrecho que le iiermitiera salir al mar
de la ludia y rodear la tieVra, dar la vuelta á su alrededor. Y á
ello quiso consagrar los i'dtimos años de su azarosa vida y las
fuerzas que le quedaban. Porque, escasas como eran ya, ])0v la
edad y por efecto de tantos trabajos, esas fuerzas, su indomable
espíritu las centuplicaba. Delineado que hubo su plan , lo pre-
sentó á los Reyes y se ofreció á ejecutarlo con una i)equeña es-
cuadrilla.
Aceptaron desde luego el pensamiento hasta con gozo, el Rey
quizá por cálculo, la Reina i3or [confianza en el saber de Colon,
por afecto á sus j)rendas y agradecimiento á sus servicios. Tam-
poco en esta ocasión faltaron consejeros que se opusieran al pro-
yecto y que sugiriesen obstáculos , dificultades y tropiezos. Pero
tales sugestiones, en aquella ocasión, fueron impotentes, gracias
á la protección de la reina Isabel. A más de que al Rey mismo le
halagaba el pensamiento por mil razones. De una parte, entre-
tenia y alejaba al Almirante; de otra, utilizaba los talentos y los
•grandes conocimientos de Colon — en los cuales algo creia, á
fuerza de verlos demostrados; — y á mayor abundamiento, el
abrirse un camino filcil y más pronto que el de los portugueses
para la India , era obtener sobre ellos el mayor y más señalado
triunfo.
Aceptado el proyecto, se autorizó á Colon para equipar una
escuadrilla, y con ese objeto salió de Granada para Sevilla, en
el otoño de 1501. Pero allí estaban enseñoreados del asunto
los Fonsecas , los Sorias y Jiménez. Nueva lucha para Colon.
,¡ Triste verdad , que confirman mil y mil constantes ejemplos !
Para servir á la humanidad y al mundo , hay que luchar de con-
tinuo con los hombres que lo dirigen y lo mandan.
Colon estuvo condenado á esa constante lucha. Nueve meses
le detuvieron en Sevilla para equiparle una escuadrilla de cua-
COLOX EX ESPAÑA. 373
tro pequeñas erabarcaciones , con ciento cincuenta liomLres de
servicio. Para él todo eran dificultades y escaseces, mientras (juí^
todo eran facilidades y abundancia jiara armar y equipar la flota
de Ovando, del que iba á ocupar su puesto en la Española ; flota
compuesta de treinta buques y de toda dase de provisiones,
con más de dos mil quinientas personas que del)ian acompa-
ñarle, entre tripulaciones, menestrales, funcionarios, frailes y
golillas. Esta ostentosa y bien príivista Armada estuvo dispues-
ta para salir de Cádiz el 13 de Febrero de 1502; en tanto que
las cuatro pequeñas emljarcaciones que pedia Colon no se pudie-
ron hacer á la vela hasta el 9 de Mayo de aquel mismo año. Eso
hacía el Obispo de Badajoz , el famoso Fonseca, con el descubri-
dor del Nuevo Mundo.
Cuando zarparon del puerto de Cádiz las cuatro carabelas que
formaban la escuadrilla del cuarto viaje de Colon, hacía cerca de
un mes que Ovando liabia desembarcado en Santo Domingo y to-
mado posesión del mando de la isla. Bobadilla habia señalado
bien el suyo , con su primer acto ; los siguientes fueron legítima
y forzosa consecuencia de aquellas premisas. Habia condenado y
castigado á los buenos ; tenía que perdonar y hasta que premiar
á los perversos. Y así lo hizo. Los Roldan y Riquelme, los Gue-
vara y Espinosa, se vieron ensalzados y en gran predicamento.
Entró á saco por la casa de Colon , y le fué luego forzoso abrir
la mano para que aquellos personajes y otros varios colonos ocu-
pasen granjas, depósitos y fincas del Estado ó de la Corona,
como se decia entonces. Permitió explotar minas y lavaderos de
oro, y obligó á los indios á que trabajasen á beneficio y á placer
de los explotadores.
Dicen algunos cronistas é historiadores de la época, que el
comendador Bobadilla hizo todo eso , más por debilidad de ca-
rácter, que por malicia de intención y perversión de la volun-
374 COLON EN ESPAÑA.
tad. Pero es el caso que se ha denunciado él mismo ante la His-
toria con aquella especie de aforismo , que todos confiesan tenía
siempre en los labios , cuando hablaba con los colonos influyen-
tes : <L Aprovechar todo cuanto podáis este tiempo , porque nadie
sabe lo que du?'ará.y) Y en efecto , aquellos colonos no desaprove-
charon el consejo ; explotaron á su sabor las minas y lavaderos
de oro, y explotaron á los pobres indios, hasta el punto odioso y
horrible que lo han delatado al mundo las quejas, las heroicas
quejas 6 incesantes reclamaciones del humanitario Obispo de
Chiapa y los escritos de otros muchos cronistas é historiógrafos.
No á título de historiadores , pero sí al de españoles , cumple á
nuestro decoro no mencionar aquí el pormenor de aquellos abu-
sos , sin dejar por eso de censurarlos y estigmatizar á sus autores
con toda la indignación de nuestra alma , con toda la energía de
nuestra voluntad.
Dejemos al comendador Bobadilla sufrir, en el aislamiento y
el desprecio de que se vio cercado tan luego como cayó del poder,
el justo castigo de su debilidad ó de su malicia, j^uesto que en el
poder no es menos perniciosa ni, por tanto, menos culpable la de-
bilidad ó la incapacidad que la malicia, y ocupémonos del gran
Colon, si perseguido siempre por la envidia y maltratado por
los hombres , heroico siempre , y siempre superior á las miserias
de éstos y al adusto ceño de la fortuna.
Cuando emprendió su cuarto viaje con el audacísimo intento
de buscar un paso al mar Indico, y realizar la emj^resa que más
tarde llevaron á cabo Magallanes y Elcano , tenía ya Colon al re-
dedor de sesenta y seis años. Aunque de excelente fibra y sana
complexión , los trabajos y penalidades de sus últimos viajes y
las luchas de toda su vida tenían gastadas las fuerzas del cuer-
po , pero no las del espíritu , valeroso , siempre despierto y siem-
pre pronto. Verdad es que iba aquella vez á su lado su hermano
COLON EN ESPAÑA. 875
Don Bartolomé, en qnien estaban personificadas la abnegación y
el amor á su hermano, con la energía, el recto juicio y la expe-
riencia en cosas de mar. Kl. fué entonces, como habia sido siem-
pre , el ángel tutelar del Almirante.
Llevaba éste también consigo á su hijo Hernando , j(')ven de
apenas catorce años , que en aquella primera ¡irucba no desmin-
tió su origen, puesto que en conflictos y peligros de los más gran-
des que pueden sobrevenir cu la mar se portó siempre como un
bravo, haciendo rebosar el gozo y el justo orgullo en el cora-
zón de su anciano padre. Todo lo cual dábanle consuelo y aliento.
Habíase impuesto al Almirante la prohibición de tocar en la
isla Española, y dádole ademas el encargo de dirigir su rumbo
por la costa occidental africana , para tocar en el puerto y ciudad
de Arcilla , sitiada entonces por los moros , á fin de prestar los
auxilios que pudiese al gobernador de la plaza. Para acometer
tales empresas diéronle por junto cuatro carabelas , la mayor de
setenta toneladas, pero de mab'simas condiciones ; y por todas
fuerzas , ciento cincuenta hombres. Con tan frágiles barcos y tan
escasos medios debia buscar el paso al índico mar, y si lo halla-
ba, volver á España por el Oriente, circunnavegar el globo. ¡ Y
todo lo acometió !
Colon tocó en Arcilla ; habían levantado ya el sitio los moros ;
pero noticioso de que el gobernador se encontraba herido , envió
á visitarlo y á ofrecerle sus respetos y sus servicios en nombre
de los Reyes de España, al Adelantado, á su hijo y á los capita-
nes de las carabelas ; obsequiosa atención , que agradeció infinito
el portugués gobernador, y con él toda la población.
Se dirigió después á las Canarias , donde se detuvo para hacer
provisión de leña y aguas; y con vientos favorables llegó el 15
de Junio á las islas Caribes. No se detuvo en ellas más que tres
dias para refrescar , y siguió por el sur de Puerto-Rico en direc-
376 COLON EN ESPAÑA.
cion á Santo Domingo , á donde le llevaba únicamente el })i"opó-
sito de dejar su buque mayor, nada á proi)úsito ¡mra su cmi)resa,
y tomar allí un l)arco más velero y andador, aunque fuera más
pequeño. Verdad es que faltaba con ello á la orden que se le lia-
l)ia dado ; jiero creyó que el motivo era sol)rado poderoso para
sincerar su conducta.
Sin entrar en la ria , envió á decir á Ovando lo que deseaba , y
le pedia permiso para anclar en el puerto, mientras se realizaba
el trueque de la carabela. ; Cuál no sería su asombro al recibir
de Ovando la negativa más rotunda, así para el cambio de la ca-
rabela, como j)ara su entrada y anclaje en el puerto!
Sucedía esto el 29 de Junio de 1502, y se hallaban en el puer-
to, prontos á zarpar, los barcos que debían traer á España todos
los residenciados, todos los espumados por el Comendador de La-
res , entre ellos Roldan y muchos de sus secuaces , los cuales ha-
bían ocupado el buque principal , donde se. instaló Bobadilla con
la gran cantidad de oro , fruto de sus medidas exjilotadoras , á
costa de la sangre y las vidas de los infelices indios (1). En aquel
mismo buque colocaron caprichosamente al cacique Guariouex,
para que respondiese de su conducta ante los Reyes de España.
También los Roldanes habían llevado al buque grandes cantida-
des de oro.
En otro buque, el más pequeño de la escuadra, Alonso Sán-
chez de Carvajal , apoderado de Colon, había puesto cuatro mil
piezas de oro , propiedad de éste , rescatada de las manos de Bo-
badilla , por virtud de órdenes superiores.
Como quiera que en tan críticos momentos ocurriese la llegada
(1) ílabia entre aquella masa de oro una pepita que pesaba, según cuentan
los cronistas de la época, ó se evaluaba en tres mil seiscientos castellanos, ha-
llazgo de una india en un arroyo que corria por los dominios de Francisco de
Garay y de Miguel Diaz , el famoso aragonés.
COLON EN ESPAÑA. .5 1 4
de Colon , posible es que en la negativa de Ovando influyese
mucho el temor de que la })resencia de a(|uél en el jjuerto pudie-
ra suscitar n^eucrdos y quejas que produjeran algún conflicto.
Pero ¡ay! la tierra y los cielos los entrañan y encubren mayo-
res Oolon sabía leer en ese gran libro , cuyas páginas miran
con desden los presuntuosos y hojean en vano los necios.
Aun cuando lierido por la contestación de Ovando en su dig-
nidad y en su amor propio, Colon envióle de nuevo al mismo emi-
sario, Pedro de Terreros, capitán de una de sus naves, para que,
en su nombre , sui^licase al gobernador no permitiera salir la es-
cuadra del puerto en algunos dias , asegurándole que habia seña-
les indudables de una próxima y terrible tempestad.
Este nuevo mensaje tuvo la propia acogida de Ovando que el
primero. El tiempo jiarecia sereno y tranquila la mar. Los pilotos
no temían, y deseaban partir. Se burlaron, pues, délas prediccio-
nes de Colon , ridiculizándole como falso profeta , y la escuadra
de Bobadilla se hizo á la vela con la mayor confianza y llena de
júbilo.
Colon se retiró de la costa con sus cuatro barcos y tripulacio-
nes ; éstas muy mal impresionadas , él lleno' de dolor y de justa
indignación. Conocedor de los fenómenos naturales y observador
habilísimo y perspicuo, estaba seguro de que se aproximaba un
deshecho temporal ; y creyendo que vendría de la i3arte de tierra
buscó en aquella costa una ría para anclar y poner sus buques
al abrigo.
A los dos dias se verificó su predicción. « Se había formado
gradualmente uno de los tremendos huracanes que devastan á
veces aquellas latitudes. Las negras y preñadas nubes , las pro-
celosas ondas , el sordo y continuo rugido de los vientos , todo
anunciaba su aproximación. La flota de Bobadilla habia llegado
apenas al extremo oriental de la Española, cuando la tempestad
378 COLON EN ESPAÑA.
rodó en torno suyo con espantosa furia, y la convirtió súbitamen-
te en ruinas. El buque en que iban Bobadilla , Roldan y muchos
de los más enconados adversarios de Colon, pereció con toda su
gente , sumergiéndose la famosa pepita de oro y la mayor parte
del mal acumulado tesoro que habian producido las miserias y
trabajos de los indios. También sucumbió allí el desgraciado ca-
cique de la Vega, Guarionex. » De la escuadra un solo buque pu-
do llegar á España , y fué , según asegura Hernando Colon,
aquel en que, j^or más ruin, se habian colocado las cuatro mil
piezas de oro que enviaba á su padre el caballeroso Carvajal. Si
el suceso no fué providencial , hay que decir que la casualidad
hace frecuentemente cosas harto admirables, ofreciendo en ellas
lecciones ejemplares.
El Almirante sufrió el principio de la tormenta guarecido por
la bahía donde se habia refugiado con previsión. Pero al segundo
dia la tempestad arreció , y sus barcos , arrancados por la resaca,
se dispersaron. El suyo únicamente permaneció junto á la orilla
y no padeció nada. Su hermano tuvo que correr un temporal des-
hecho , y hubiera perecido , á no ser tan consumado náutico. Pero
aun cuando j^erdió un bote y todos sufrieron grandes averías, pu-
dieron al fin volver á reunirse y llegaron salvos á Puerto Her-
moso.
CAPÍTULO XV.
CUARTO VIAJE.
(Continuación.)
Sumario. — Salida de Puerto Hermoso. — Arribo á la costa de Honduras. —
Indios de Yucatán. — Rumbo ul Sudeste en busca de un estrecho. — Mal
estado de las carabelas : corrientes : vientos contrarios. — Cabo de Gracias
á Dios. — Rumbo al Sur. — Costa de Mosquitos. — Llegan á Veragua. —
• Riqueza del país. — Rumbo al Este en busca del estrecho. — Puerto Belo.
— Puerto del Retrete. — Colon desiste y retrocede á Veragua. — El Ade-
lantado explora el país. — Rio y puerto de Belén. — Asiento de una colonia.
— El caciíjue Quibian y su conducta. — Su prisión y su fuga. — Partida de
Colon. — Peligros de la colonia. — Diego Méndez. — Diego Tristan. — Pe-
dro de Ledesma. — Enfermedad y sueño ó visión de Colon. — Abonanza
el temporal. — Las carabelas recogen al Adelantado y sus compañeros de
la colonia. — Las tres carabelas maltrechas y sin provisiones hacen rumbo
á la Española para pedir auxilios.
Si nuestro propósito hubiera sido historiar los viajes de Colon,
tendríamos necesidad de escribir un libro para referir solamente
los acontecimientos del cuarto viaje, lleno de accidentes, cuyo
simple relato interesa y conmueve. Pero como tal no ha sido
nuestro intento , hemos de limitarnos á reseñarlo.
Desde Puerto Hermoso — al sur de la Española — dirigió
Colon su rumbo al Sudoeste. Tocó en los Chayos de Morante , al
sudeste de Jamaica, de donde siguió al Oeste hasta el 20 de Ju-
lio que los vientos le llevaron á Noroeste, y se encontró el 24 en
los Cayos, al sur de Cuba, que él habia llamado Jardines de la
380 COLON EN ESPAÑA.
Reina , de los que se separó virando al Sudoeste , encontrándose
el 30 de Julio con la isla Guanaja, J3róxima á la costa de Hon-
duras. Allí descansaron y se refrescaron los buques y las tripula-
ciones, y allí vieron indios que, á lo que dijeron por señas, proce-
dían de Yucatán, con algún progreso en la indumentaria y en las
armas. Usaban telas de algodón pintadas de colores, y hachas y
lanzas de cobre; hechos que llamaron mucho la atención del Al-
mirante. En medio de las dificultades y riesgos á que los contra-
rios vientos, las corrientes y el deshecho tem^ioral exponían sus
frágiles embarcaciones, recorrió las costas de Honduras desde
el 17 de Agosto hasta el 14 de Setiembre, que al doblar un cabo
en que la costa toma la dirección Sur, se hallaron con la mar
tranquila y los vientos aplacados; cabo al cual dio por ello el
nombre de Gracias á Dios, que aun conserva.
Los barcos averiados y haciendo agua por todas partes, las"
provisiones destruidas por el calor ylahimiedad, Colon postrado
con la gota , y preocupado con los peligros á que había expuesto
á su hijo y á su hermano, fué aquella temporada una de las que
más le habían hecho sufrir hasta allí , material y moralmente.
Continuó, sin embargo, su preconcebido proyecto de buscar
un estrecho, y lo continuó recorriendo leguas y leguas de costa
por la de Mosquitos. Tropezó con otros indios y con otro idioma;
y por más que sus adornos de oro y sus señas , y las muestras
que le daban ríos y riberas le inducían á creer que aquellas tier-
ras estaban ya más cerca del Ofir que la isla de Haití , ni el oro
ni las perlas le detuvieron ; buscaba entonces el estrecho , y en
efecto , se aproximaba á lo que parece que estuvo destinado á
serlo, y se trasformó en istmo; llegaba á Veragua y se aproxi-
maba á Panamá y al Darien.
La costa de Veragua le encantó. Había visto en la de Hondu-
ras que los indios se servían de] cacao, no sólo como alimento,
COLOK EN ESPAiíA. 381
sino como moneda. En la población tle Cariari liaLia creiJo — y
no él solo, sino los que le acomiiañaban — encontrar liechiceras
y encantadores. Examinando las poblaciones de aqnella costa,
Labia encontrado varios sepulcros , nno de los cuales coutenia un
cadáver embalsamado ; en otro , habia dos , ambos envueltos en
algodones, y de tal modo conservados, que no despedían mal
olor; veneración por los muertos y eficaz deseo de conservar el
reposo de sus cuerpos, de que hay muchísimos ejemplos entre
las tribus salvajes. Pero en Veragua encontró el Áureo Querso-
neso; oro en abundancia, y noticia de mi país á diez dias de dis-
tancia al Occidente , el país de Ciguare , que decian los indios,
y las magnificencias del cual ensalzaban con grandes pondera-
ciones.
c( La gente de aqnella región llevaba coronas y brazaletes de
oro , y ropas bordadas de lo mismo ; lo usaban i)ara todo servicio
doméstico , y hasta para los adornos de mesas y sillas. Las mu-
jeres de Ciguare — decian los indios de la costa — llevaban colla-
res y diademas de coral. Se hacía allí un gran comercio, con
grandes y buenos puertos , en los que fondeaban buques armados
de cañones. Las gentes eran belicosas , y tenían , como los espa-
ñoles , espadas , escudos , corazas y ballestas , y también montaban
en caballos.»
En vista de todo ello, ¡ qué extraño es que Colon , preocuimdo
más que nunca entonces con las ideas de las portentosas riquezas
de los países señalados por Marco Polo y por Toseanelli , creyera
allí que los tocaba con la mano ! Y la verdad es que en Hondu-
ras casi tocó con las riquezas de Méjico; y que al acercarse á Pa-
namá se acercaba á las del Perú. Pero aquellos puertos y aque-
llos buques anclados en ellos, á diez dias de distancia al Occidente,
le estimulaban más y más á buscar el estrecho, y !•) dejó todo
por continuar su exidoracion , luchando con las corrientes y los
382 COLON EN ESPAÑA.
■
vientos. El 2 de Noviembre ancló en un espacioso y cómodo i^ncr-
to, al que dio el nombre de Puerto Belo; tomaron en él algún
descanso , y siguieron basta dar eii el puerto del Retrete.
Eran aquellas costas menos hospitalarias ; abundaban los cai-
manes en aquellas playas fiíngosas; los buques se bailaban agu-
jereados por los teredos — especie de gusanos roedores; — los
vientos siempre contrarios y las provisiones averiadas y escasas.
Las tripulaciones comenzaron á impacientarse y a murmurar. Se
bailaban , ademas , cerca ya del sitio adonde liabia llegado Bas-
tidas navegando aquellas costas en dirección opuesta. Y ya que
conociera ó no Colon ese hecho, es lo cierto que allí determinó
retroceder á la costa de Veragua , en busca de sus minas de oro,
para acallar, de una parte, el descontento de los que le acompaña-
ban, y de otra las vociferaciones de sus émulos. Allí abandonó su
proyecto , desistiendo por entonces de su derrotero al Oriente.
«Si se engañó en sus esperanzas de encontrar un estrecho en el
istmo de Darien — dice Irving — es porque se engañó la Na-
turaleza misma, la cual parece que intentó abrirlo, y que lo in-
tentó en vano. »
Un crudo temporal le impidió llegar á Veragua, obligándole á
refugiarse en Pnerto Belo. Pero al ir á entrar ya en el puerto,
una violenta racha arrojó las carabelas mar adentro , donde les
cogió tina de las mas furiosas tempestades que en los trópicos
son tan frecuentes como espantosas. Nueve dias j)asaron á mer-
ced de las olas , las corrientes y los huracanados vientos , entre
los rayos y los truenos , con frágiles barcos agujereados y maltre-
chos. «La mar, dice el mismo Colon, hervía á veces como una
inmensa caldera; otras, levantaba montañas de olas cubiertas de
espuma. Por la noche parecían las aguas llamaradas ondulosas , á
causa de la electricidad de la atmósfera y de la fosforescencia
que hace resplandecer la superficie de aquellos mares. Un día
COLON EN ESPAÑA. 383
entero y una noelie res2)landecier()n los cielos como una dilatadí-
sima hoguera, vomitando sin cesar haces de relámpagos; mien-
tras que los aterrados marineros tomaban el retumbar i)rofun-
do de los truenos por cañonazos de socorro que les pedían sus
compañeros. Todo este tiempo vertian los cielos, no lluvia, sino
un segundo diluvio. Los infelices navegantes se ahogaban á bordo
de sus propios buques. Pálidos de espanto, y abrumados de fati-
ga, ya no esperaban salvarse del naufragio, y preparándose á la
muerte se confesaban mutuamente sus pecados y se absolvían
unos á otros , á falta de sacerdote. »
En medio de la espantosa borrasca vieron un dia formarse cer-
ca de ellos una tromba que , avanzando en dirección á los buques,
levantaba y como que sorbía las aguas en su derredor, con gran
estruendo. Más que nunca aterrados entonces , comenzaron todos
á recitar el Evangelio de San Juan. La tromba pasó por junto á
las carabelas y las dejó en salvo.
Otra noche se extravió una de aquéllas , y no reapareció hasta
pasados tres días , habiendo perdido uno de sus botes. Calmóse
un tanto el mar; mas para que durase el sobresalto, se vieron de
pronto rodeados de tiburones, que son tan voraces como abun-
dantes en aquellas latitudes, y para los marineros seguro ¡presa-
gio de algún siniestro.
Todo estoimsaba durante los últimos diasde Diciembre de 1502.
Hasta el de la Epifixnía — G de Enero de 1503 — no lograron
acercarse á Veragua ; y al anclar á la embocadura de un rio , dió-
le por eso Colon el nombre de rio de Belén. Prefirió para esta-
ción este rio al de Veragua, por tener éste menos fondo; pero
jior uno y otro sul)ieron los botes haciendo exploraciones, y ob-
servaron con placer que el país era abundante en oro.
Una vez ya €n tratos y buena amistad con los indios, median-
te la conducta pacífica y bondadosa para con ellos que observaba
384 COLON EN EÍ5PAÑA.
y mandaba siemi^re observar el Almirante, su licrmano, activo é
intrépido como ninguno, se ofreció á exj)lorar el país, con una pe-
queña y bien armada escolta. Hízolo así con muy buen éxito, vi-
sitando al cacique Quibian en sus dominios, y recibiendo de él
hosi^italidad obsequiosa. Pero Quibian era un cacique solapado y
astuto , y al dar guías y noticias al Adelantado para que pudiera
ver por sí mismo ricos terrenos auríferos , hizo que le mostrasen
los que estaban bajo la dominación de otro cacique con quien
entonces se bailaba en guerra. Tal estratagema no sirvió sino
para que el Adelantado reconociera segunda vez el país , y viera,
en efecto, copiosas muestras de terrenos auríferos.
Con tales noticias volvieron á despertarse con extraordinaria
viveza las ilusiones de Colon sobre el Quersoneso Áureo , de don-
de , según Josefo , llevaron las flotas de Salomón el oro con que
adornó el tem23lo de Jerusalen. Allí debia estar, allí estaba, se-
gún los datos que le suministraban y los recuerdos que él traia á
su memoria ; porque , según ellos , se hallaba el Quersoneso á
igual distancia del polo que del ecuador, y no más distante del
Ganges.
Colon era todo espíritu en esos momentos de ' exaltación. Su
vindicación y su desagravio ante los Reyes Católicos, otra vez el
rescate del Santo Sepulcro, todo lo veia instantáneamente reali-
zado , con el hallazgo de las riquezas de Veragua. «He visto aquí,
decia á los Reyes , más oro en dos dias que logré ver durante
cuatro años en la Española. »
Consultó con su hermano — que era su brazo y su escudo — el
proyecto de echar en aquellos sitios los cimientos de una colonia
que , á la sombra del pabellón español, no pudieran destruirla en
germen las ambiciones, ni ennegrecerla y mancharla la crueldad
y las concupiscencias; y como el Adelantado se ofreciera á soste-
nerla y quedar al frente de ella, mientras que él regresaba á Es-
COI.OX EN espaSa. 385
paña para dar cuenta á los Reyes y requerir auxilios , dieron
mano á la obra; y sobre una meseta contig-uaá la margen del rio
Belén comenzaron ú diseñar y edificar casas de madera y un al-
nuicen atrincherado para depósito de víveres y armas. El Ade-
lantado debia quedarse al frente de cincuenta hombres , y á su
servicio una de las cuatro carabelas.
Todo marchaba á las mil maravillas ; pero el astuto Quibian
no miraba con buenos ojos el establecimiento délos españoles en
sus dominios y á sus inmediaciones. El cacique era tan cauto
como fiero, y tan fiero como celoso de sus mujeres. Quizás no le
faltaban motivos. Con gran sigilo procuró alarmar y reunir á los
indios de toda la región para caer por .sorpresa sobre los españo-
les, poner fuego á sus edificios y aventarlos de allí. Adivinó, por
fortuna, las intenciones del cacique el buen Diego Méndez, es-
cribano de la Armada, y uno de los más devotos partidarios y
fieles servidores de Colon , dándole cuenta de sus sosi)echas : y
como el Almirante repugnara darlas crédito, aquella misma noche,
acompañado de su colega Escobar, cogió Méndez un bote, subió
rio arriba , desembarcó cerca de un bosque espeso y sorprendió
un pequeño ejército de indios que se reunían en las sombras. No
contento con ese descubrimiento , se encaminó solo á la casa del
cacique ; y no sin grave riesgo de perder la vida , llegó hasta él y
se convenció de que no se había equivocado en sus sospechas. Su
serenidad y su hábil manera de tratar á los indios evitaron que
pereciese á sus manos , y pudo regresar al lado del Almirante y
referir cuanto había visto y observado (1).
(1) Esta aventura, referida en su lenguaje animado, gráfico y sencillo por
el mismo Méndez, es curio.sisinui. Óigasele : «E sin einl)argo de sus consejos
(habla de unos indios amigos), liioe que me llevasen en sus canoas el rio
arriba liasta llegar á los pueblos de los indios, los cuales hallé todos puestos
en orden de guerra, que no me querían dejar ir al asiento principal del caci-
que : y yo, fingiendo que le iba á curar, como cirujano, de una llaga ijue tenia
25
386 COLON EN ESPAÑA.
Pusiéronse en guardia los españoles , y trataron de fortificar
su recinto ; pero esto le pareció poco al Adelantado , el cual pro-
puso prevenir el ataque , dando un golpe de mano y apoderándo-
se de Quibian, como remedio supremo y heroico. Aceptado el pro-
yecto, se ofreció á ejecutarlo. Esperó que llegara la noche, y
acompañado de unos setenta hombres de valor y bien armados,
entre los que iba el bravo Méndez , se encaminó con gran sigilo
á la residencia del cacique. Pero prevenido éste por sus vigilan-
tes , envió uno y otro mensajero al Adelantado , para que detu-
viera su marcha y no subiera á su residencia. Don Bartolomé hizo
que no entendía ; i)ero para calmar las sospechas de Quibian,
mandó á su gente que permanecieran quietos, hasta que oyesen
•el tiro de un arcabuz ; y él, seguido sólo de Méndez y otros tres,
con más el indio que le servia de intérprete , siguió hasta la casa
del cacique. Salió éste al portal , aunque estaba herido en una
pierna ; se sentó, y dijo al Adelantado que se acercara solo. El
intérprete indio le seguia temblando de miedo, porque Qoibian
en una pierna, y con dádivas que les di , me dejaron ir hasta el asiento real, •
que estaba encima de un cerro llano, con una plaza grande, rodeada de tres-
cientas cabezas de muertos que hahian ellos muerto en una batalla. Y como
yo hubiese pasado toda la plaza y llegado á la casa real , hubo grande albo-
roto de mujeres y muchachos que estaban á la puerta, y que entraron gri-
tando dentro el palacio. Y salió de él un hijo del señor muy enojado, diciendo
palabras recias en su lenguaje, é puso las manos en mí, y de un empellón me
desvió muy lejos de sí : diciéndole yo, por amansarle, cómo iba á curar á su
padre de la pierna, y mostrándole cierto ungüento que para ello llevaba, dijo
que en ninguna manera habia de entrar donde estaba su padre. Y visto ¡jor
mí que por aquella vía no podia amansarle, saqué un peine y unas tijeras y
un espejo, é hice que Escobar, nú compañero, me peinase y cortase el cabello :
lo cual visto ¡jor él y por los que allí estaban , quedaban espantados. Yo en-
tonces hice que Escobar le peinase á él y le cortase el cabello con las tijeras,
y díselas, y el-peine y el espejo; y con esto se amansó. Y yo pedí que traje-
sen algo de comer, y luego lo trajeron; y comimos y bebimos en amor y com-
paña, y quedamos amigos. Y despedime del y vine á las naos, y hice relación
de todo al Almirante mi señor » (^Relación hedía ¡wr Dietjo Memlez de al-
gunos acontecimientos del último viaje de Colon.)
COLON EX ESPAÍÍA. 387
era forzudo y feroz , y los alrededores de la casa y ésta misma
estaban llenos de sus gentes en armas. Don Bartolomé balña di-
cho á los cuatro que le acompañaban y que dejó fuera : « Cuando
veáis que tomo del brazo al cacique, echaos encima.»
El Adelantado saludó á Quibian ; hablóle de los caciques de
las comarcas vecinas , j)idiéndole datos y explicaciones ; y acto
seguido , á lu'etexto de informarse de su herida , le tomó del bra-
zo. Corren entonces á darle auxilio los cuatro camaradas ; Qui-
bian hace un esfuerzo para huir , pero una mano de hierro , la de
Don Bartolomé, le tiene sujeto. Méndez se echa encima, los
otros tres le atan de pies y manos ; suena un tiro ; el formidable
escuadrón de españoles rodea la casa ; los indios huyen, y sin
derramar una gota de sangre se hacen prisioneras las cincuenta
personas, hombres y mujeres, que habia en la casa.
Quiso el Adelantado , para evitar, futuras contingencias , perse-
guir y escarmentar á los fugitivos indios con la gente que lleva-
ba, y encomendó al forzudo ¡liloto Juan Sánchez que condujera
eij los botes al cautivo cacique y los suyos, encargándole mucho
que no se dejara sorprender. Ofreciólo así , con mil baladronadas,
Juan Sánchez ; se embarcaron los prisioneros , y atado Quibian
de pies y manos , se le amarró ademas á un banco del bote con
una cuerda, cuyo extremo opuesto tenía en su mano el piloto.
Iban ya á llegar á la embocadura del rio , y Quibian comenzó á
dar alaridos, quejándose del mal que le hacían las ligaduras
con que se le habia amarrado al banco. Compadecióse Sánchez y
aflojó un poco la cuerda ; j)ero al volver la vista, Quibian, que
acechaba todos los movimientos, dio un salto y se lanzó al rio,
hundiéndose como si hubieran echado al agua una piedra de mo-
lino. Con la sorpresa y la violencia , el piloto soltó la cuerda que
tenía en la mano, para no caer también al agua. La oscuridad de
la noche, el ruido , la alarma consiguiente y el miedo de que se
388 COLON EN ESPAÑA.
fugaran los demás cautivos impidieron ver ni saber qué fué del
caciqne, y dieron de barato que se liabia ahogado.
El Adelantado regresó al dia siguiente con el botin de su cam-
paña, habiendo reconocido que era inútil jicrseguir á los fugiti-
vos indios por montañas y bosques y tierras desconocidos é inac-
cesibles.
Colon dio las últimas disposiciones jiara el buen orden de la
colonia ; despidióse de su hermano ; dio saludables consejos á los
que con él quedaban , y mandó levar anclas , saliendo á la mar
con las tres maltrechas carabelas. La otra la dejaba al servicio
de la colonia.
El estado del mar y los contrarios vientos le obligaron á per-
manecer á la capa , teniendo necesidad de anclar á una legua del
puerto. Desde allí, el 6 de Abril, envió un bote con D. Diego
Tristan ¡Dará acopiar agua y leña y dar algún aviso al Adelan-
tado.
Pero Quibian no se habia ahogado. Aunque atado de pies y
manos, cuando se tiró al rio y se sumergió, supo seguir bajo «el
agua y nadar como un pez , ocultarse , y ganar la orilla á larga
distancia. Fiero de suyo, y animado entonces del deseo de ven-
ganza , concitó á los indios para tomarla ; y los españoles de la
naciente colonia se vieron de rejjente acometidos por todas par-
tes, en tal forma y por tal número dé enemigos,- que conceptua-
ron imposible sostenerse en el paraje donde habian levantado sus
viviendas , y se trasladaron á otro más inexpugnable é inmediato
á la playa.
Durante una de aquellas formidables acometidas de los indios,
rechazadas por la bravura y las armas de los españoles, entró en
el rio el bote de Diego Tristan, quien, á pesar de que le anuncia-
ron á voces el peligro, se empeñó en remontarlo para hacer leña
y agua , antes de avistarse con el Adelantado. ¡ Temerario empe-
COLON EN ESPAÑA. 389
ño ! porque no bien ]ial)ia perdido de vista á los de la colonia y
se liahia metido entre las revueltas del rio , se vio acometido por
todas partes , cayendo sobre el bote y la tripiúacion una nube de
flechas.
Habia en el bote ocho marineros y tres soldados ; y al verse
cercados por todas partes de canoas, de indios, de flechas y de
alaridos horribles , se amilanaron, soltando los remos y las ar-
mas para guarecerse con los escudos. Herido Tristan, se defendía
como un león ; pero en vano les animaba con su ejemi)lo : el pá-
nico se habia apoderado de sus gentes. En tal momento, una fle-
cha le entró por un ojo y le dejó muerto. Entonces los indios caen
sobre el bote con sus clavas (1) y hacen una feroz carnicería.
Un -solo español, Juan de Noya, pudo salvarse, echándose al
rio y logrando ganar la orilla en dirección al sitio de la colonia.
El efecto que en ésta causó la noticia, y más que la noticia la
vista de los destrozados cuerpos de sus compañeros que arrastró
el rio y vinieron á ser pasto de aves carnívoras, fué desastroso.
Quisieron huir en la carabela que Colon les ]ial)ia dejado, pero
fué imposible sacarla á flote por la baja de las aguas. Intentaron
salir en un bote para ir algunos en busca de la escuadra á pedir
socorro, y los contrarios vientos lo estorbaron también,
Crecian , en tanto, la ansiedad y los recelos de Colon , que se
mantenía como á una legua del puerto , esperando la vuelta de
Diego Tristan ; recelos que aumentaron en vista del acto de arro-
jo y de desesperación de los indios que llevaban prisioneros en
una de las tres carabelas. Una noche levantaron i)or medio de
un supremo esfuerzo la escotilla de proa, bajo la cual yacian como
sepultados; y en medio de la sorjiresa y el asombro de los mari-
(1) Machad asnuíi en unas partes, y ?»acaHas en otras, las llamaban Ids
indios.
390 COLON EN ESPAÑA.
ñeros que dormían sobre ella, se arrojaron todos al mar. Unos
nadaron hacia las costas ; otros fueron cogidos y de nuevo apri-
sionados. Pero de éstos , ni uno solo encontraron vivo á la ma-
ñana siguiente : todos, hombres y mujeres, se babian ahorcado.
A la escuadrilla no la quedaba ya más que mi solo bote, y Co-
lon no quería desprenderse de él. ¿ ijóxño i)edír noticias de Tristan
y de la colonia? ¿Cómo largarse en la incertidumbre y en el te-
mor fundado y creciente de alguna gran catástrofe?
Un valiente , Pedro de Ledesma , sacó al Almirante de situa-
ción tan aflictiva para todos. c( Si el bote me acerca á la costa —
dijo — yo la ganaré á nado,.á j^esar de la resaca y las corrientes;
y volveré al mismo sitio con la noticia de lo que ocurra en la
colonia.» Fué aceptado por Colon con agradecimiento y con aplau-
so de todos , el generoso ofrecimiento ; y el bravo Ledesma lo
cumpli('). Llegó á la colonia , y á pesar de la mar airada y de las
enemigas olas volvió á la escuadra, pero con noticias infaustas.
La colonia no ]3odia sostenerse ni queria permanecer allí. ¿Qué
hacer en esta ocasión? Enviarla fuerzas y socorros era imposible.
Ni las habia, ni los que estaban de regreso á España se presta-
ban á particij^ar de los peligros de que veían cercada la colonia.
Ir todos á reforzarla era privarse de los auxilios de la metrópoli,
y faltar al deber de dar cuenta del descubrimiento á los Reyes
Católicos. Colon resolvió desistir por entonces de la instalación
de la colonia , é ir en busca de su hermano y comi^añeros.
La necesidad apremiaba, pero el temporal arreciaba al mismo
paso.* Con barcos agujereados y deshechos , y con borrascas con-
tinuas , era de todo punto imposible acercarse á la costa de barlo-
vento. Cada hora aumentaba la inquietud de Colon j^or su lier-
mano , por sus gentes y sus barcos ; y quebrantadísima su salud
por tantas fatigas y padecimientos, cayó enfermo y postrado, á la
vez que por la fiebre, por una profunda pasión de ánimo. En tan
COLON EN KSPAÑA, 391
angustiosa situación tuvo aquella especie de éxtasis , sueño ó vi-
sión, como él la llama, de que hizo tan patético relato en su ya
citada carta á los Reyes.
(( Fatigado y suspirando , dice , me asaltó un sueño ligero
cuando oí una compasiva voz que me decia : «¡Oh necio y perezo-
» so en servir á tu Dios , el Dios de todas las cosas ! ¿ Qué hizo
» El más por Moisés ó por su siervo David ? Desde que naciste
)) ha tenido de tí especial cuidado. Cuando te vio en edad madura
» hizo que tu nombre resonara con maravilla por la tierra. Las
)) Indias , aquellas ricas partes del mundo te dio á tí para tu he-
» rencia y poder joara que se las dieses á otros según tu voluntad.
)>A tí te entregó las llaves de las puertas del Océano, que tan
)) potentes cadenas cerraban ; á tí obedecieron muchas tierras , y
)) adquiriste honrosa fama entre cristianos Tú que pides socor-
)) ro con abatimiento ¡ responde ! ¿ quién te ha afligido tanto y
» tantas veces , Dios ó el mundo ? Los privilegios y promesas que
))Dios te ha liccho , nunca ha faltado á ellos, ni dicho, después
)) de haber recibido tus servicios , que su sentido era diferente y
)) que debia entenderse de diferente modo. El ejecuta á la letra.
» El cumple todas sus promesas con aumento ; tal es su costum-
» bre. Te he mostrado lo que tu Criador hace por tí y lo que hace
)) por todos. El presente es el premio de los trabajos y peligros
))que has sufrido sirviendo á otros » Quien quiera que fuese el
que me hablaba, acabó diciendo : « ¡ No temas \ ¡ Confia ! Todas
» estas triijulaciones están escritas en mármol, y no sin causa.»
Cierto , cierto es que dentro de esas palabras resalta una seve-
ra lección para un príncipe ; pero aquel relato no era un ingenio-
so artificio de Colon. Era su alma llena de aniaru^ura, era su con-
ciencia llena de rectitud las que hablaban de aquella manera, en
medio de la fiebre ó del sueño : Ex abundatia coráis loquebar os.
Nueve dias después de ese suceso, tan patética, sencilla y elocuen-
392 COLUN EN ESPAíiA.
teniente relatado, el temporal abonanzaba, (^olon recobraba sus
fuerzas, y D. Bartolomé y Méndez y los que tanto peligraban en
el paraje de la colonia de Veragua se lialla])an á bordo de las
tres carabelas , con júbbilo inmenso de todos , y hacian rumbo á
la Esjjañola , para demandar auxilios y jirovisiones con que po-
der regresar á España.
Dejémoslos gozar un momento de rejioso , porque aun les
aguardan peligros , dolores y amarguras sin cuento. Se cansa la
pluma de relatarlos , y el lector se fatiga de escuchar la dolo-
rosa historia. Demos á su ánimo y á nuestra pluma algún des-
canso.
CAPÍTULO XVI.
CUARTO VIAJE.
( Continnacion.)
Sumario : Dificultades del regreso. — Rumbo al Sur y Sudeste. — Abandono de
otra carabela inútil en Puerto-Belo. — Islas mulatas. — Golfo de Darien. —
Rumbo al Norte. — Cayos del Sur de Cuba. — Cabo de Santa Cruz. — Es-
tado de los buques. — Los vientos cuntrarios impiden el arribo á la Espa-
ñola. — Forzoso arribo á Jamaica. — Inservibles las carabelas, Colon manda
encallarlas. — Providencias que toma en la bahía de Mainia. — Rasgos he-
roicos de Diego Méndez. — Conciertos con los indios. — Ofrecimiento de ir á
la Española. — Lo ejecuta en una canoa. — Compañeros de expedición y pe-
ligros de la travesía. — Rebelión y atentados de los hermanos Porras. — Efec-
tos que produce en los indios. — Recurso de Colon para dominarlos y atraer-
los. — Llegada de Escobar. — Conducta de Ovando. — Combate campal del
Adelantado con los rebeldes. — Derrota y prisión de Porras. — Celo y dili-
gencia de Diego Méndez. — Compra y equipa un buque; y Ovando entonces
prepara otro y los da á Salcedo para ir en socorro de Colon. — Sale éste con
todos los náufragos de Maima. — Su llegada á la Española y su recibimien-
to en Santo Domingo. — Diferencias con Ovando. — SaHda para España. —
Su arribo á Sanlúcar v su traslación á Sevilla.
Á Últimos de Abril de 1503, queriendo encaminarse á la Es-
pañola, dio orden Colon de tomar rumbo á Levante y seguir la
costa en dirección á Puerto-Belo , cosa que sorprendió á sus i^ilo-
tos que no conocían como él aquellos mares. Tocaron, en efecto,
en Puerto-Belo ; y allí le fué forzoso abandonar una de las tres
carabelas completamente carcomida é inservible, acomodándose
toda la gente y pertrechos en las dos restantes, que no estaban
394 COLON EN ESPAÑA.
mncHo mejores (1). Pasaron el Retrete, l)ordearon las Mulatas,
y llegaron cerca del golfo de Darien, desde donde mandó hacer
rumbo al Norte. Pero lejos de • alcanzar las costas de la Espa-
ñola, las corrientes y los vientos de Levante les arrastraron has-
ta tocar en los Jardines de la Reina, al Sur de Cuba.
Era esto el 30 de Mayo. Extenuadas de hambre y de cansan-
cio sus tripulaciones, ancló aquella noche en una isleta de los
Cayos cercana alas costas. Mas en vez de hallar descanso, se vie-
ron envueltos en una tempestad horrible , en que perdieron tres
anclas, y los dos buques chocaron y estuvieron á punto de quedar
deshechos.
Abonanzó el tiempo, y á los seis dias hizo rumbo á la Española.
Con grandes dificultades y supremos esfuerzos llegó al cabo de
Santa Cruz — Sur de Cuba; — pero exahustos de provisiones y
agotadas las fuerzas (2), « su gente descorazonada y abatida, casi
todas las anclas pérdidas, los dos bajeles taladrados y tan llenos
de agujeros como un panal de miel», y ademas empujados por
los contrarios vientos y las fuertes corrientes, le fué imposible
llegar á la Española , y mandó virar al Sur para buscar algún
puerto seguro en Jamaica.
Arribó en efecto. El 23 de Junio entró en Puerto Seco ; pero
no hallando agua dulce en los contornos ni indios de quienes ob-
tener algunos víveres, dejó aquel puerto para anclar en el de San-
ta Gloria (la Caleta de D. Cristóbal) ; sus dos barcos ya no po-
dían sostenerse á flote; y en el mismo puerto se hundían. Tuvo,
pues , que renunciar á ellos y mandar que los encallaran junto á
(1) Las dos carabelas que quedaron eu servicio fueron \a Almirante y hi
Ber mufla.
(2) Un poco de galleta, y alguna cantidad do vinagre y de aceite forma-
ban todas sus provisiones cuando arrancaron de Puerto-Belo. Y desde allí
sólo á beneficio de las bombas pudieron desaguar y sostener á flote las dos ca-
rabelas.
COLON EN ESPAÑA. 305
la playa. Pero ordenó (jue se habilitasen camarotes en las 2)opas
y proas de las dos carabelas para vivienda d(! las tripulaciones,
en la previsión de que pudieran oeunñr conflictos, y á fin de evi-
tar colisiones con los indios , y también al de iirecaverse de toda
sorpresa y de cualquiera asechanza. Pero aparte de eso, era pre-
ciso vivir. Y después , habia que pensar en la manera de salir de
allí.
Los antropólogos modernos , partidarios del análisis y el escal-
pelo, que rebajan al hombre á la condición del bruto , no viendo
en él más que la célula con fuerza de atracción y de asimila-
ción, se admirarian — si no alardeasen de sabios — al ver en
Diego Méndez, de quien ya hemos hablado anteriormente, todo
lo que puede la virtud en los hombres ; hasta donde llegan el
amor, el entusiasmo, la abnegación de que son capaces ; y cómo
á impulsos de esa espontaneidad consciente, de esa fuerza inte-
rior que cuasi los diviniza , convierten el egoismo grosero de la
materia en sublime sacrificio por el l)ien de los demás. Verían
entonces que la grandeza de ánimo, la elevación de espíritu, la
generosidad y la nobleza de sentimientos no pueden tener su ori-
gen en el cuerjjo, sino en el alma. En.sanchemos un poco la nues-
tra y recreemos la de nuestros lectores refiriendo los generosos
heroicos hechos de Diego Méndez.
Ya hemos dicho que , por su oficio en la escuadrilla, no tenía
más obligación que la de dar fe y testimonio de lo que viera y
oyese. Pero también hemos visto ya , que donde quiera que habia
una dificultad (pie vencer, un peligro que evitar, () una gran ne-
cesidad ({ue satisfacer, allí estaba siempre Diego Méndez. Y no
faltí) seguramente en la ocasión de que nos ocupamos.
Se encontraban 134 hombres encastillados en las dos carabe-
las encalladas junto á la i)lnya de uiin isla no ex])lora(la, y sin
tener que comer. Nada más elocuente ni más gráfico que la sen-
396 COLON EN ESPAÑA.
cilla narración que ol propio Diego Méndez nos dejó hecha en su
famoso testamento, fecho en Valladolid á 10 de Junio de 1526.
Oigámosle :
c( Aquí acabé de dar la postrera ración de bizcocho y vino (1);
tomé una espada en la mano y tres hombres conmigo , y fuíme
por la isla adelante , porque ninguno osaba ir á buscar de comer
para el Almirante y los que con él estaban Y en un juieblo que
se llama Aguacadiba concerté con los indios y el cacique que
harian pan de cazabe , y que cazarian y pescarían , y que darían
de todas las vituallas al Almirante cierta cantidad cada dia , y lo
Uevarian á las naos , con que estuviera allí persona que ge lo pa-
gase en cuentas azules y peines y cuchillos y cascabeles y anzue-
los y otros rescates que para ello llevábamos. Y con este concier-
to despaché uno de los tres cristianos que conmigo traia al Al-
mirante , para que enviase persona que tuviese cargo de pagar
aquellas vituallas y enviarlas.»
Así recorrió la isla haciendo tratos , buenos conciertos y amis-
tades con diversos caciques. « Y llegué , dice , á uno que se lla-
maba Ameyro , é hice con él amistades de hermandad, y dile mi
nombre y tomé el suyo — que entre ellos se tiene por grande
hermandad. — Y cómprele una canoa muy buena que él tenía, y
díle por ella una bacineta de latón muy buena, que llevaba en la
manga y el sayo y una camisa de dos que llevaba, y embarqué-
me en aquella canoa , y vine por mar requiriendo las estancias
que habia dejado, con seis indios que el cacique me dio para que
ayudasen á navegar Y como al tiempo que yo llegué á las naos
no liabia en ellas un pan que comer, fueron todos muy alegres
con mi venida, porque les maté el hambre, en tiempo de tanta
necesidad. »
(1) Él hacia de repostero mayordomo, capitán de buque, hacía de todo y
servía para todos.
COLON EN ESPAÑA. 397
Poro ¿ qué valia esto para t'l corazón generoso y el alma gran-
de de Diego Méndez ?
«Donde á diez dias — continúa diciendo — el Almirante me
llamó aparte y me dijo el gran peligro en que estaba , diciéndo-
me ansí : c( Diego Méndez , hijo ; ninguno de cuantos aquí yo teu-
))go siente el gran peligro en que estamos sino yo y vos ; i»or-
»que somos muy poquitos y estos indios salvajes son muchos y
)) muy mudables y antojadizos^ y en la hora que se les anatojáre
))de venir y quemarnos aquí donde estamos en estos dos navios
» hechos casas pajizas , fácilmente j)ueden echar fuego donde
» tierra y abrasarnos aquí á todos : y el concierto que vos habéis
» hecho con ellos del traer los mantenimientos que traen de tan
)) buena gana, mañana se les antojará otra cosa y no nos traerán
)) nada , y nosotros no somos parte para tomárselo por fuerza,
» sino estar á lo que ellos quisieren. Yo he pensado un remedio, si
))á vos parece : que en esta canoa que comprastes se aventurase
» alguno á pasar á la isla Española á comprar una nao en que se
» pudiese salir de tan gran peligro como éste en que estamos.» —
Yo le respondí : «Señor, el peligro en que estamos, bien lo veo,
» que es muy mayor de lo que se puede pensar. El pasar de esta
))isla á la Española en tan j)oca vasija como es la canoa, no sola-
» mente lo tengo j^or dificultoso , sino por imposible. Porque ha-
)) ber de atravesar un golfo de 40 leguas de mar , y entre islas
))donde la mar es más impetuosa y de menos rejjoso, no se quién
))se ose aventurar á peligro tan notorio.»
» Su ^ñoría no me rei)licó , persuadiéndome reciamente que
yo era el (pie lo habiade hacer. Visto lo cual yo respondí : a^Sc-
» ñor , muchas veces he puesto mi vida á peligro de muerte por
7) salvar la vuestra y de todos estos que arjuí están, 1/ Nuestro
j) Señor milagrosamente me ha guardado y la vida. Y con todo no
y>han faltado murmuradores que dicen que vuestra Señor la -me
398 COLON EX ESPAÑA.
S) acomete á mi todas las cosas de honra, habiendo en la compañía
y> otros que las harían tan bien como yo. Y 2)or tanto paréceme á
y^?n/, que vuestra SeTioria loshaga llamar te todos y los proponffa
y> este negocio, para ver si entre todos ellos habia alguno que lo
)-) quisiera empj'ender , lo cual yo dudo ; y cuando todos se echen
» de fuera, yo pondré mi vida á muerte por vuestro servicio como
» muchas veces lo he hecho. »
Hízolo así el Almirante , los reunió á todos, ¡jropuso el plan
é invitó á que alguno lo realizase. Tocio en vano. Todos lo tuvie-
ron por imposible. Diego Méndez no se habia engañado.
«Entonces — continúa — yo me levanté y le dije : aSeñor, una
y) vida tengo no más; yo la quiero aventurar por el servicio de
)) Vuestra señoría y por el bien de todos los que aquí están. Y es-
i>pero en Dios, que, vista la intención con que yo lo hago, me li-
y>brará, como otras muchas veces lo ha hecho. y>
)) Oida por el Almirante mi determinación, levantóse y abrazó-
me y besóme en el carrillo, diciendo : ((.Bien sabía yo que no ha-
» bia aquí ninguno que osase tomar esta empresa sino vos. Espe-
y^ranza tengo en Dios Nuestro Señor saldréis della con victoria,
y) como de las otras que habéis emprendido.!)
Si refiriéramos el pormenor de esa heroica empresa se creerla
jíor algunos que escribiamos una novela. ¡ Qué de ingenio y de
industria para jjreparar la exjjedicion ! ¡Qué de esfuerzos, de
trabajos y de peligros para llevarla á cabo! Los han referido
Hernando (blon y Herrera. De ellos los tomó Irving. Es his-
tórico. ,
Diego Méndez adereza , embrea y equipa su canoa. Sale, rodea
la costa para ponerse en rumbo ; ¡jero le atrapan unos indios pi-
ratas y lo condenan á muerte. Iban ya á ejecutar la sentencia y
logra evadirse ; y solo y por tierra vuelve á Maima donde estaba
el Almirante. — ¿Habrá desistido de su empresa? — No ; contesta
COLON EN ESPAÑA. 399
Méndez. Pero es necesario que \o cscolteu hasta (jiie pueda zar-
par y alejarse de la costa.
Hízose así ; le escoltó con TU hombres el Adelantado, hasta
que se embarcó y alejó de las costas. Pero ya entonces no iba
solo ; le acompañaba Bartalomé Fiesco, genoves, uno de los ca-
pitanes de las carcomidas carabelas. Iban en dos canoas unidas y
llevaban por remeros seis españoles y diez ludios.
Cinco dias y cuatro noches emj)learon en el trayecto con peli-
gros inmensos; y las últimas cuarenta y ocho horas sin tener que
comer ni que beber. Arribaron á la isleta JVavaza, y allí jjudie-
ron apagar la sed. «Plugo á Dios Nuestro Señor, dice Méndez,
que en cabo de cinco dias arribé á la isla Española, junto al cabo
de Scm Miguel (Tiburón), habiendo dos dias que no comíamos
ni bebíamos por no tenello; y entré con mi canoa por una riljcra
muy hermosa, donde luego vino mucha gente de la tierra, y
trajeron muchas cosas de comer , y estuve allí dos dias descan-
sando. ))
No cumple á nuestro intento escribir la historia de las Indias ;
y aun cuando tal fuera, el decoro nacional nos vedaría referir los
desmanes y horrores del gobierno de Ovando en la Española. De
pasada, y sólo porque concierne á nuestro asunto, copiaremos
simplemente las siguientes palabras de Diego Méndez «Y esto
sabido , dejé mi canoa y tomé el camino por tierra de Jaragua
donde hallé al Gobernador, el cual me detuvo allí siete meses,
hasta que hizo quemar y ahorcar ochenta y cuatro caciques , se-
ñores de vasallos , y con ellos á Nacaona, la inayor señora de la
isla , á quien todos ellos obedecian y servia?i. »
¡Siete meses, desoyendo las súplicas de Diego Méndez, dejó
Ovando abandonado y sin auxilio , en las playas de Jamaica , al
gran (íolon, á su hijo y su hermano con ciento treinta españoles
náufragos! Mientras tanto, se ocupaba en quemai* y ahorcar
400 COLON EN ESPAÑA.
inofensivos indios, jefes de ranclierías tan útiles y tan ntilizables
por el amor y la enseñanza en quemar y ahorcar basta á la
bondadosa Anacaona , la amiga y bienbecliora de todos los espa-
ñoles, la mnjer más bella, más espiritual, más respetada y res-
petable de la isla. Esos hechos no necesitan comentarios, y
menos si se unen á los antecedentes y á los consecuentes. Ovan-
do sería muy fino, muy cortés, nmy caballeroso y justiciero; pero
la severa Historia lo lia juzgado de otro modo que lo juzgó y nos
lo pintó Oviedo.
No , no es nuestra misión formular los cargos que al Gober-
nador de la Española pudo hacer la noble y heroica nación á
quien representaba; pero sí los que pudo hacerle el descubridor
del Nuevo Mundo. Le negó la entrada en el puerto en dias acia-
gos, lo que no se niega á ningún navegante. Le abandonó duran-
te ocho meses , cuando arrojado á una playa inhospitalaria , sin
buques y sin recursos, se vio ex]3uesto á perecer. Y á los ocho
meses, añadiendo el sarcasmo al abandono , envió un buque man-
dado por un hombre que habia sido enemigo personal del Almi-
rante (1), no para darle auxilio, sino para conocer su situación,
y entregarle una carta, un pernil y una barrica de vino. Colon
tenía consigo ciento treinta hombres á quienes necesitaba ali-
mentar.
No siete , no ocho , sino doce meses , un año tuvo Ovando á
Colon en aquel abandono y en la situación más angustiosa y más
triste, en que pudo hallarse jamas un náufrago, jefe de una expe-
dición. ¡ Qué extraño, pues, que en la notable carta escrita á los
Reyes, y enviada por el fiel Méndez, Colon les dijese : «Yo
(1) Ese liombre era Diego de Escobar, uno de los más activos cómplices
de Roldan en su rebelión , condenado á muerte bajo la administración del Al-
mirante, y perdonado por su sucesor 13übadilla. il/e^sa/ero ominoíio, le llama
Irving.
COLON EN ESPAÑA. 401
nunca pienso sin verter lágrimas en la Española y en Paria; su
mal es desesperado , y ya no tiene remedio ! » Y ensalzando la
importancia de Veragua, como superior á todos sus demás des-
cubrimientos, afuidia : ((Espero (pie, por aquel ejemplo, se
tratara esta región de diferente modo. » ¡ Corazón generoso y es-
píritu magnánimo ! Una vez engolfado en aquella idea, se exalta
su imaginación con su reciente importantísimo descubrimiento, y
vuelve á sus grandiosos i)royectos , que aun se cree capaz de rea-
lizar. Pero de repente mira en torno de sí ; ve su situación angus-
tiosa, y exclama lleno de amargura :
«Yo lie llorado fasta aquí á otros. ¡ Haya misericordia agora
el cielo, y llore por mí la tierra ! En el temporal no tengo sola-
mente una blanca para el oferta. En el espiritual he parado aquí
en las Indias, de la forma que está dicho; aislado, en esta pena,
enfermo , aguardando cada dia por la muerte , y cercado de un
cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros
Llore por mí quien tenga caridad y ame la verdad y la justi-
cia »
No se abatió , sin embargo. En medio de tan difícil situación
se le rebelan por espíritu satánico los hermanos Porras (Francis-
co y Diego) , el uno capitán de una carabela, y el otro contador
general de la escuadra; y arrastran tras ellos con falaces y jac-
tanciosas ofertas al infinito número de los candidos, á los que
siemjjre están dispuestos á seguir al que halaga más sus deseos
y sus pasiones. El acto fué tan vil, que hasta peligró la vida del
Almirante; y sin el coraje de su hermano y la intervención de
unos cuantos hombres caballerosos y dignos, los Porras habrían
llegado á perj^etrar un crimen nefando.
Salieron en armas , robaron las provisiones y las canoas que
habia adquirido el Almirante, y se esparcieron por la isla como
nube de langosta. Pero las consecuencias no se hicieron esperar.
26
402 COLON EN ESPAÑA.
Dos veces intentaron salir de la isla, tomando canoas y guías de
los indios, y dos veces retrocedieron impotentes y asustados. Se
convirtieron en merodeadores; habían arrojado al mar armas y
municiones de boca y guerra, por miedo de perecer; y acabaron
por tenérselo á los indios á quienes antes liabian injuriado y mal-
tratado.
Entonces se volvieron airados y enconosos contra el Almirante
y los que permanecian fieles á su lado, en la creencia de que , por
ser más señores y por hallarse muchos de ellos enfermos , serian
incapaces de oponerles resistencia seria, y les exigieron provisio-
nes y armas. El Almirante quiso todavía aplacarlos y contener-
los , ofreciendo el perdón , si volvían á lá obediencia ; pero en
vano. Tomaron su bondad j)or miedo, y su prudencia por debili-
dad , y se vinieron en son de guerra contra Colon y los suyos. El
Adelantado salió á su encuentro; los rechazó y los escarmentó
denonadamente , é hizo prisionero al cabecilla Francisco Porras,
en lucha personal, que asemejaba á un duelo á muerte.
Efecto inmediato de los vandálicos actos de los rebeldes y del
espectáculo que ofrecían sus discordias y sus luchas fué el que
los indios perdiesen la consideración y el respeto con que habían
tratado hasta allí á sus huéspedes. Entibióse, por tanto, su celo;
amenguóse su lealtad , y hasta el entusiasmo por los cascabeles
se fué a^jagando. Resultado : que el Almirante y sus gentes se
vieron sin provisiones, y sin medios de exigirlas coercitivamente.
La situación se agravaba día por día y hora por hora. Hábil po-
lítico , tanto como experto marino , supo entonces Colon sacar
admirable partido de sus conocimientos astronómicos.
La luna en creciente se aproximaba á la órbita terrestre , y
comprendió que al plenilunio se verificaría un eclipse. Faltaban
tres días para el suceso , y se apresuró á convocar á una docena
de caciques y á los principales indios de las inmediaciones para
COLON EN ESPAÑA. 403
una reunión. En medio do ellos y en tictitud severa y solemne, el
mismo dia del plenilunio, hízoles presente Colon que la Divini-
dad estaba ofendida por la falta de fidelidad á los conciertos ce-
lebrados, por su desafección á los españoles, y por el abandono
en que tenian á sus huési>edes.
Que, indignada con ellos por tal conducta, la gran Divinidad
queria castigarles con hambre , pestilencia y grandes daños ; de
lo cual aquella misma noche verian las señales en el ciclo , ocul-
tándose la luna y oscureciéndose la tierra.
A esta sola conminación, hecha con la actitud majestuosa de
Colon , y á su modo traducida por el intérprete indio , unos que-
daron amedrentados ; no faltó alguno que lo oyese como quien
oye llover; pero todos aguardaron la noche con ansiedad. Pero
cuando vieron, en efecto, que la luna cubría su faz y las tinie-
blas rodeaban la tierra , el terror que de ellos se apoderó fué in-
menso. Vinieron todos á Colon; se postraron á sus pies ¡midiéndole
que intercediera en su favor con la Divinidad. Excusado es decir
que Colon lo ofreció, mediante seguridades de arrepentimiento.
Y después de un breve intervalo les anunció que la Divinidad
estaba aplacada , de lo cual verian ya clara señal en el cielo. Ter-
minaba el eclipse.
Desde entonces miraron á Colon como intérprete y mensajero
de la Divinidad; le reverenciaban como un ser superior, y acu-
díanle con dones para tenerle propicio. No faltaron ya víveres
y provisiones en abundancia á los españoles del puerto. Verdad
es que Colon procedía con los indios de manera bien distinta
que las desenfrenadas cuadrillas de los Roldanes y los Porras.
Entre tanto el fiel é infatigable Diego Méndez corría á Santo
Domingo desde Jaragua, desesperanzado de encontrar protección
y auxilios en el gobernador Ovando. Allí pudo, al fin, comprar y
equipar un barco de los primeros que llegaron de Esjjaña; al sa-
404 COLON EN ESPAÑA,
ber lo cual se apresuró el comendador de Lares á equipar otro ; y
los dos, al maudo de Diego de Salcedo, nuo de los agentes y ser-
vidores de Colon , partieron en su socorro para la Jamaica.
El 28 de Junio de 1504 — más de un año después de su arribo
forzoso — se desi:)idió Colon de sus carcomidas naves y de sus
hospitalarios indios, los cuales lloraban, según dice Oviedo, al
verlo partir de la isla. El 3 de Agosto , no sin luchar con los per-
tinaces contrarios vientos, llegaron á la pequeña isla Beata, al
sur de la Española, y desde allí escribió Colon al gobernador
Ovando una carta, cuya sencillez y noble dignidad hacen con-
traste con la diplomática finura del Comendador, a Diego Salce-
» do, le dice , llegó á mí con el socorro de los navios que vuesa
» merced me envió; el cual me dio la vida, y á todos los que es-
)) taban conmigo. Aquí no se puede pagar á precio apreciado. Yo
» estoy tan alegre, que después que le vide no duermo de alegría.
)) No que yo tenga en tanto la muerte, como tengo la victoria del
»Rey y de la Reina, nuestros señores. »
Dale después sucinta noticia de la rebelión de los Porras, y de
que al capitán lo lleva preso para que dé cuenta a SS. A A. Y
añade después estas concisas y enigmáticas frases : ce La sospecha
))de mí se ha trabajado de matar á mala muerte; mas Diego de
)) Salcedo todavía tiene el corazón inquieto; lo porqué, yo sé que
» no lo pudo ver ni sentir, porque mi intención es muy sana, y j)or
» esto yo me maravillo.»
El 1 3 de Agosto anclaron las dos naves en el puerto de Santo
Domingo. Y bien sea que la desgracia desarma los odios y des-
vanece las envidias; sea que la virtud y el mérito i^erseguidos
acaban siempre por imponerse y jior triunfar con su arroUador
prestigio; ó sea, en fin, que la diplomacia cortesana sabe en las
ocasiones vestirse con el ropaje de la honradez y de las conve-
niencias sociales, es lo cierto que á Colon se le hizo entonces un
COLON EN ESPAÑA. 405
recibimiento agasajador y hasta ostentoso. El paol)lo, los fnnrio-
narios, el clero, el Gobernador mismo salieron d recibirlo al puer-
to; y Ovando le hospedó en su palacio, y le trató con singulares
atenciones.
Eso no obstó al obsequioso y atento Gobernador para que or-
denase poner en libertad al rebelde Porras , y para que preten-
diese encausar á los que por leales y fieles al Almirante le habían
amparado contra él y defendido la autoridad. Colon sostuvo la
suya, como jefe de la exi)edicion y de la escuadra,- en la cual se
habia perpetrado el delito, cuyo conocimiento le competia, por
lo tanto. Y aun cuando no insistió Ovando en su contienda
de jurisdicción, comprendió el Almirante que no era posible
mantener concordia y buena inteligencia con Ovando, y en vista
de ello trató de apresurar su regreso á la metrópoli. Al efecto
mandó reparar el barco comprado por Diego Méndez , y en él y
en otro que adquirió y fletó el Adelantado , salieron de Santo
Domingo el 12 de Setiembre de 1504. A los que no quisieron
acompañarle y se quedaron allí, en la mayor pobreza, los socor-
rió liberalmente de su propio peculio. Entre los socorridos habia
algunos de los que más le habian molestado y ofendido en la Ja-
maica. Tal V tan grande era el alma de Colon.
Pero le perseguía con inexorable tenacidad el adverso destino.
Apenas salieron del puerto las dos naves , una racha impetuosa
maltrató la suya á punto de dejarla desarbolada é inservible.
Fnéles preciso volver al puerto , trasbordar ¡¡ersonas y equipaje
á la otra nave del Adelantado , y dejar la averiada en el puerto.
En el viaje, que fué largo, difícil y penoso por demás, aun le per-
siguieron recios temporales y contratiempos graves. Muéstralo
bien el que hasta el 7 de Noviembre no logró arribar, con su nave
rota y maltrecha, al puerto de Sanlúcar. Llegaba Colon grave-
mente enfermo, atacado de la gota y fatigado de cuerpo y de es-
406 COLON EN ESPAÑA.
píritii, ¡ Cnán necesitado estaba de reposo y de algún desahogo!
Para buscar uno y otro se hizo trasladar á Sevilla. ¡ Ah ! el repo-
so , el desahogo y las comodidades huian de él. ¡ Y cómo no , si
le perseguian la envidia , la ingratitud y la injusticia de los hom-
bres por todas j)artes!
CAPÍTULO XVII.
Sumario. — Colon en Sevilla. — Su estado y situación. — Sus reclamacioneB
infructuosas. — La muerte de la Reina agrava su situación.— Conducta del
Rey Católico para con Colon. — Motivos y objeto de esa conducta. — Noble
actitud del Almirante. — Sale para Segovia. — Enferma en Salamanca. —
Petición de Diego Méndez. — Presentación al Rey y recibimiento que éste
le hace. — Juicio de Las Casas sobre la conducta del Rey. — Junta de des-
cargos. — Colon en Valladulid. — Agravación de su padecimiento. — Envia
a su hermano á cumplimentar en Laredo á doña Juana y á su esposo. — Otra
esperanza f rastrada. — Últimos dias de Colon. — Carta á su amigo Fray
Diego de Deza. — Disposición testamentaria. — Muerte de Colon. — Trasla-
ciones que sufren sus restos. — Honores postumos. — Carácter y cualidades
de Cristóbal Colon.
Los últimos días de Colon fueron tan amargos como laborio-
sos habian sido los de toda su vida. Hemos dicho que desde San-
lúcar se hizo trasladar á Sevilla, ¡jara procurarse algún alivio á
sus males y algún descanso de tantas fatigas como habia sufrido.
«Jamas, dice Irving, hubo honroso descanso que más se mere-
ciese, que más se deseara y que se gozase menos.» Pero el des-
canso huia de él. El descanso y la tranquilidad solamente en sn
conciencia inmaculada i)odia encontrarlos ; y allí los encontró , en
efecto. Fuera d^ eso, sólo espinas y abrojos pisó en su camino.
Los padecimientos contraidos por efecto de sus viajes fatigosos,
le causaban dolores acerbos; los gastos que ocasionaba su posi-
ción y los que hal)ia hecho para socorrer á sus tripulaciones y
408 COLON EN ESPAÑA.
l^rocurar su regreso á España (1), habían agotado los pocos re-
cursos que se le habían facilitado (2); sus triunfos gloriosísimos
no provocaban más que émulos y envidias; sus grandes servicios,
ingratitudes é injusticias; y el descul)ridor de un mundo se veia
obligado á escribir á su hijo : c(Nada recibo de la renta que se
me debe. Vivo de prestado Poco me han aprovechado veinte
años de servicio , con tantos trabajos y peligros ; pues al j)resente
no tengo techo que me cubra en España. Si deseo comer ó dor-
mir , tengo que recurrir á una posada , y las más de las veces me
falta con qué juagar mi escote.»
Para colmo de sus males , la reina Isabel , en cuya rectitud é
inagotable bondad esperaba hallar protección y amparo , se en-
contraba entonces á las puertas de la muerte (3) ; tanto , que fa-
lleció el 26 de Noviembre de aquel mismo año. ¡ Qué calamidad
para España y qué gran desgracia para Colon la muerte de la
incomj)arable lieina !
Desde entonces se encontró el descubridor solo , enfrente del
astuto, frió y calculador Fernando; y en tal situación, no vio ya
por premio de sus grandes merecimientos otra cosa más que bue-
nas jjalabras y aplazamientos indefinidos de reparación.
¡ Qué magnáiiimo y qué digno se mostró en medio de tan em-
(1) «Son pobres, escribía á su hijo Diego, y hace ya cerca de tres años
que salieron de sus casas. Han arrostrado infinitos trabajos y peligros, y traen
nuevas invaluablcs, por las que Sus Altezas debian dar gracias á Dios y rego-
cijarse. »
(2) ((Mucho sentimiento tengo del Gobernador ( Ovando), dice Colon en
otra carta á su hijo. Todos me decian que yo tenía allí once ó doce mil caste-
llanos, y non hobe sino cuatro Yo bien sé que después de j'o partido, que
él habrá recebido más de cinco mü castellanos Ansí que , bien que tenga
allá (en la Española) dineros, non ha nadie, por su soberbia, que se los ose re-
querir. »
(3) ((Plegué á la Santa Trinidad, decia en otra carta Colon , de dar salud
á la Reina nuestra Señora , porque con ella se asiente lo que ya va levan-
tado. »
COLON EN ESPAÑA. 409
barazosa como amarga situación ! En sus cartas ú su hijo Diego,
á su fiel Méndez , al ilustre Deza, escritas unas desde Sevilla
otras desde Seg07Ía;eu sus mismas reclamaciones á los Reyes;
en todo cnanto escribió y dijo é hizo en aquella situación , se os-
tenta no menos respetuoso que leal, no menos candoroso que
magnánimo y que digno.
En cuanto á intereses, no hace nunca cuestión; no quiere liti-
gar. Se le debe mucho; se avendrá á lo que quieran darle. Pero
en cnanto á dignidades y títulos, trofeos de sus glorias, testimo-
nios irrecusables de sus triunfos ni aun la discusión admite.
Allí están , dice siempre , las cajiitulaciones , el contrato con los
Reyes , las solemnes promesas de éstos , y sus mismas cédulas
Reales.
Esa noble ambición es, sin duda alguna, lo que más enaltece
y honra á Cristóbal Colon ; porque ella demuestra la elevación de
su espíritu y la hidalguía de sus sentimientos. Esa noble ambi-
ción patentiza que jamas le guió en sus empresas el estímulo
ruin de adquirir riquezas , sino el acicate poderoso del amor á la
gloria. Las ideas con que alimentaba su espíritu eran grandiosas.
Podrían llamarle, en buen hora, un visionario, un sublime soña-
dor; pero nunca un mercenario. Si no se rebajó antes del triun-
fo ¿se habría de rebajar después de liaberlo obtenido? La
ostentación fastuosa y las comodidades de la vida significaban
para él bien poco. Pero el laurel de la victoria , siml)oliza(lo en
sus estipulados títulos y honores eso constituía su honra, en
eso no transigía; eran su tesoro, su blasón, su más preciado tro-
feo. ¿Quién, que de hidalgo se precie, podría tachar esa con-
ducta ?
¿ Por qué entonces y de dónde procedía aquella tenaz repug-
nancia del rey Fernando á reponer á Colon en sus cargos, títulos
y dignidades ? No han faltado escritores distinguidos que preten-
410 COLON EN ESPAÑA.
flan disculpar al Rey, con las mismas quejas elevadas i3or el Al-
mirante, acerca de los desórdenes de la Española, y con los su-
cesos mismos de la Jamaica. Y en verdad que no faltaron tampoco
consejeros serviles y explotadores de las Indias, hábiles y dies-
tros , que de continuo murmuraran al oido de los Reyes , ce que
Colon era mejor descubridor que gobernador. » Ése , ése fué el
gran argumento , que sin duda utilizó el rey Fernando. ¡ Ali ! no
lo hubiera utilizado , no lo hubiera siquiera escuchado la reina
Isabel. Pero el espíritu estrecho, el carácter autocrático, la índo-
le suspicaz y el genio absorbente y receloso de D. Fernando, ne-
cesitaban un asidero para no dar á nadie intervención en el go-
bierno de las Indias, y menos á Colon, cuya frente estaba ceñida
de una gran aureola, y cuyo liberal y benéfico sistema de gobier-
no era tan opuesto al suyo; y aquel argumento venía de molde
para ello al suspicaz y nada' escrupuloso Rey.
Eso explica el enigma. Eso fué todo. No el que los proyectos
de Colon , acerca del rescate del Santo Sepulcro y la conversión
del gran Kang del Cathay le pareciesen al Rey sueños de una
imaginación delirante y síntomas de extravío mental, como su-
pone Prescott, no. Eso podrá parecer hoy á las gentes descreídas,
sobre todo á las que no saben distinguir de épocas y de hom-
bres. Pero entonces no parecía eso á la generalidad; y aunque se
lo pareciese al calculador rey Fernando , no se lo podía parecer á
los clérigos que formaban su Consejo áulico. ¡ Cómo, si el mismo
Cisnéros emprendió la cruzada en África y abrió en persona la
campaña contra Oran á los setenta años de edad ! El juicioso y
sabio Prescott se equivoca grandemente en esa parte. Los pro-
yectos de Colon , por más que irrealizables y colosales , no eran,
no podían parecer entonces síntomas de extravío mental en la
corte de los Reyes Católicos. ¿No andaban españoles y portu-
gueses , hacía cien años , muy seria y formalmente tras la emba-
COLON EN ESPAÑA. ' 411
jada del Preste Juan, que era nna preocupación bien absurda?
Irving ha visto en ese punto más claro que Prescott. Irving
ha visto lo que ya vio y observó el bondadoso Las Casas. Sólo
que el obispo de Chiapa no podia señalar la llaga con el dedo,
como la ha señalado Irving , que ha querido y sabido pagar el
tributo que todo historiador debe á la verdad. «No sé — dice el
venerable Las Casas — lo que pudo causar este desamor y falta
de protección soberana en el Rey, hacia uno que le habia liecho
tan preeminentes servicios ; á menos que fuese, que estaba su
ánimo preocupado por los falsos testimonios que se liabian dado
contra el Almirante ; de lo cual yo he podido saber alguna cosa
por personas muy favorecidas del soberano. » No : lo que hábia
era que al Rey le pesaba enormemente la deuda que tenía con-
traída con Colon, y quería echarla á un lado, si no conseguía há-
bilmente descargarse de ella.
Por lo demás , á las insidias y torpes murmuraciones de sus
enemigos, Colon contestaba escribiendo desde Sevilla : «He des-
cubierto riquezas inmensas. Si no las he traído desde luego á
España, es que yo no quería robar ni ultrajar al pats. Pues la
razón pide que se establezca orden , y entonces puede procurarse
sin violencia el oro. »
No ignoraba Colon lo que propalarían contra él en la corte los
protectores de los Porras y la bullidora colmena de explotadores
codiciosos, tan desalmados como estúpidos. Pero contra aquellas
ruines calumnias se limitaba á decir, con no menos dignidad que
sencillez y que vehemencia : « He servido á Sus Altezas con tan-
to celo y diligencia , como si hubiese sido para ganar el Paraíso.
Y si en alguna cosa he faltado es porque mi conocimiento y i)0-
der no alcanzaron á más. »
Viendo, ¡iues, que sus cartas y reclamaciones por (^scrito no
producían efecto alguno en el ánimo del Rey, hizo durante el in-
412 ' COLON EN ESPAÑA.
vierno mil tentativas para ponerse en camino y presentarse en la
corte, que estaba por entonces en Segovia. Pero sn tenaz padeci-
miento le impidió llevar á cabo su designio , ni aun en la litera
que más de una vez tuvo dispuesta al efecto.
Pasó el invierno, creció su impaciencia , y escribió á su hijo
que solicitase para él un privilegio de usar muía, privilegio que
se le otorgó (1); y bien entrada la primavera de 1505 se enca-
minó á la corte , siguiendo desde Sevilla por Mérida la romana
vía argéntea, que nosotros conocemos con el nombre de Calzada
de la Plata. Debió hacer este viaje penosísimamente y con largas
detenciones, puesto que su fiel servidor, el heroico Diego Men-
dez'nos dice que bajó de Segovia á recibirle á Salamanca, don-
de le halló y estuvo con él enfermo de gota y en cama (2).
El es]DÍritu le sostenia. Llegó , por fin , á la corte ; pero ¡ ay !
aquella no era la corte que en Barcelona y en Burgos le habian
recibido con muestras de júbilo y con atenciones obsequiosas, en
testimonio de admiración y de agradecimiento. No era aquella la
corte á la que daba calor y vida el fervoroso y expansivo corazón
(1) «Bien que mi enfermedad, dice á su hijo, me tribuía tanto, todavía
aderezo mi ida » a Las andas (la litera) y todo fué presto. El tiempo tan
descomunal, que pareció á todos que era imposible á poder salir con lo que co-
menzaba ; y que mejor era curtirme y procurar por la salud , que poner en
aventura tan conoscida la persona » « Si sin importunar se hobiese licencia
de andar en muía, yo trabajaría de partir para allá pasado Enero ; y ansí lo
haré sin ella.» Y en efecto, obtuvo la licencia Eeal en 23 de Febrero
de 1505.
(2) «Venido su Señoría á la corte, y estando en Salamanca en cama enfer-
mo de gota, andando yo solo entendiendo en sus negocios y en la restitución
de su estado yüe la gobernación para su hijo D. Diego, yo le dije ansí : «Se-
)) ilor : ya Vuestra Señoría sabe lo nmcho que os he servido y lo más que tra-
))bajo de noche y de día en vuestros negocios. Suplico á Vuestra Señoría me
» señale algún galardón para en pago dello. » Y él me respondió alegremente
que yo lo señalase y él lo cumpliría; porque era mucha razón. » — Relación
hecha por Diego Méndez , etc. Navarrete , Colee, tomo i , pág. 462 y si-
guiente.
COLON EN ESPASA. 413
(le Isabel la Católica ni estaban ya en ella, como lumbreras,
á la vez que como escudos del navegante geuoves , los Mendoza
y los Quintanilla, los Deza y los Santángel. Allí no babia ya
más que un rey cauteloso , falaz é insaciable de mando, y un mi-
nistro, no menos calculador y más impenetrable; un hombre que,
bajo los armiños y la púrpura cardenalicia , llevaba pegado al
cuerpo el rudo sayal del franciscano. Colon necesitaba entonces,
más que nunca , calor ; el calor que trasmiten en sus magnéticas
corrientes las ideas y los sentimientos concordes ; y en aquella
corte no encontró más que la sombra fria que proyectaban las he-
ladas montañas del Somosierra.
Yió al Rey, y le habló con dignidad y con el fervor y el entu-
siasmo que eran en él característicos. Le habló de sus últimos
descubrimientos; de las riquezas que atesoraba el Veragua; de
los peligros que habia arrostrado; de las penalidades y contra-
tiempos que habia sufrido ; de lo que habia visto y deplorado en
la Española; de la urgencia y necesidad de poner remedio á des-
manes que amenguaban las rentas de la Corona y esterilizaban
las importantes conquistas y descubrimientos hechos. Pidió , por
fin, la reintegración en sus honores, títulos, prerogativas y de-
rechos. El Rey le oyó , aunque con afable semblante , con marca-
da frialdad, y le contestó con promesas , evasivas y muchos
cumplimientos. «En cuanto á las acciones, dice el historiador
Las Casas, el Rey, no sólo no le dio muestras de favor, sino que,
al contrario, le deprimió cuanto era posible. Sin embargo, nun-
ca le escaseó las expresiones cumplimentarías. » Esc era Fernan-
do el Católico.
Colon permaneció en la corte , y aun se trasladó con ella á Va-
lladolid, haciendo y repitiendo instancias; y cada dia más deses-
l)eranzado, la amargura de tantos desengaños y de tan negra in-
gratitud exasperó sus males. A sus repetidas instancias, el Rey —
414 COLON EN ESPAÑA,
que sin duda liabia aprendido de los pescadores de caña el modo
de matar á sus víctimas — le hizo entender que sus asuntos de-
berían someterse al arbitraje de alguna persona capaz y discreta.
No lo podia rendir, y queria cansarlo. Colon aceptó la indicación,
y propuso como arbitro al arzobispo de Sevilla, Fray Diego de
Deza, su antiguo y resuelto protector. Pero ni la intervención del
respetable Deza, ni el influjo más poderoso aún de la disposición
codicilar de la reina Isabel (1), lograron mover el ánimo del Eey
en favor de Colon. Sus instancias se remitieron á una especie de
tribunal llamado Junta de descargos de la conciencia de la di-
funta Reina y del Rey; Junta compuesta de varias ¡aersonas de
nombramiento Real, i^ara intervenir en el cumplimiento de las
últimas disposiciones testamentarias de la Reina.
Por lo que atañe á Colon, esa Junta nada determinó. El mismo
Prescott, tan benévolo como se muestra con el rey Fernando, no
lia podido menos de decir : «La verdad era, que como los rendi-
mientos de los nuevos países se empezaron á aumentar conside-
rablemente, Fernando sentía gran repugnancia en cumplir á la
letra lo que con Colon se liabia pactado. Creía que aquella esti-
pulación era demasiado grande y muy desproporcionada á los
servicios de un subdito ; y tuvo la poca generosidad de proponer
al Almirante que renunciase sus derechos, en cambio de otros
(1) La Reina, después de hecho su notable testamento — ^que es una gran
página histórica — quiso aún recomendar al Rey y á sus sucesores, por medio
de un codicilo, tres asuntos púbUcos que la preocupaban grandemente. Uno de
ellos era el de Colon, relacionado con el gobierno de las Indias. Después de re-
comendar que se guardaran á Colon sus honores, títulos y privilegios , orde-
naba con el mayor encarecimiento' « que se promoviese la buena obra de con-
D vertir y civilizar á los pobres indios; y encargaba se los tratase con la mayor
bondad, y que se corrijieran todos los agravios que pudieran sufrir en sus per-
sonas ó en sus hienes.y> Las Casas dice que se habia tenido buen cuidado de
que no llegasen á oidos de la Reina los repartimientos de los indios, y la manera
dura é inicua con que los trataban sus explotadores. Pero parece, dice Prescott,
que habia penetrado en su corazón un presentimiento vago de lo que sucedía.
COLON EN ESPAÑA. 415
estados y dignidades que se le señalarían en Castilla.» Así lo
aseguraron Hernando Colon y el mismo Herrera (1). Y más dice
el venerable Las Casas : « Se creia que , si el liey hubiera po-
)>dido hacerlo con segura conciencia, y sin detrimento de su fa-
))ma, hubiese resi)etado pocos ó ninguno de los privilegios que
» él y la Reina habían concedido al Almirante , y que tenía tan
j) bien merecidos. »
Herido hondamente en su corazón por tantos desengaños, y
abrumado por sus achaques y enfermedad, rindióse el cuerpo,
pero no el alma grande de Colon. A la venida de D.* Juana y
don Felij)e no pudo ya acompañar á la corte , pero envió á su her-
mano Bartolomé á Laredo á cumplimentar á los j)ríncipes, los
cuales le recibieron con agrado y prometieron hacer justicia al
Almirante. Entonces brilló en su ánimo un rayo de esperanza,
que se apagó bien pronto.
Insistió, sin embargo, desde su lecho de angustia, en recla-
mar sus derechos, sus títulos y honores, no para sí, sino para su
hijo. «Ésta, decía, es materia que toca á mi honra. Por lo de-
))mas, haga S. A. lo que juzgue conveniente : dé ó retenga, como
» más convenga á sus intereses ; que de todos modos me daré por
» contento. Yo creo que la ansiedad que me causa la dilación de
» mi negocio es el origen principal de mí mala salud. »
<( Mientras más instancias se le hacían — dice Las Casas refi-
riéndose al Rey — más favorables eran sus réi)lícas ; pero más
dilataba el conceder lo que Colon pedia ; esperando que agotán-
dole la jmcíencía, le induciría á ceder sus privilegios y acejitar,
en lugar de ellos, títulos y estados en Castilla.»
El Rey era incapaz de conocer á Colon , y más aún de apre-
ciarle como se merecía. La grandeza de alma , la elevación' de es-
(1) ÍI. Colon, Hist. ihl Alm., cap. cvni. — Herrera, /«í/ias occid., li-
bro VI , cap. XIV.
416 COLON EN ESPAÑA.
píritii de éste clebian hacer un terrible contraste con el egoísmo
estrecho y la ruin astucia del coronado aragonés. No conocía
¡desgraciado! que podía muy bien matar á Colon, pero que todo
su poder no era bastante á doblarlo. Y no le dobló.
Desde el lecho de muerte el Almirante escribió una carta á su
constante amigo Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, en que
expresaba ya su última determinación. «Parece, le decia, que
))S. A. no cree conveniente cumplir lo que él con la Keina —
» que está en gloria — me ka prometido bajo palabra y sello.
))Para mí, luchar i^or lo contrario, sería luchar contra el viento.
)■) He hecho todo lo que he podido : lo demás lo dejo á Dios , á
» quien siempre hallé propicio en todas mis necesidades.»
Ya no volvió á ver á su hermano Bartolomé, que habia salido
para Laredo á cumplimentar á los príncipes D.^ Juana y don
Felipe. El 19 de Mayo de 1506 otorgó en Valladolid el notable
codicilo que ha publicado Navarrate , en que confirmó la disposi-
ción testamentaria que anteriormente habia hecho para la vincu-
lación de sus estados y dignidades ; manifestando en este último
acto, como dice Prescott, la misma solicitud que habia tenido
durante su vida, á fin de perpetuar los trofeos de sus victorias,
los títulos y honores estij)ulados como premio de sus descubri-
mientos , testimonio perenne de sus méritos y sus glorias, timbres
que mantiene con honroso celo su noble progenie, como blasón
imperecedero de un nombre ilustre (1).
(1) En su testamento encarga Colon que sus sucesores conserven con espe-
cial celo el titulo de Almirante , aparte de sus otros títulos , dignidades y ho-
nores.
La liistoria de la sucesión es cm-iosa y poco conocida. Permítasenos hacerla
aquí á grandes rasgos.
En 1508, D. Diego Colon, educado en Palacio y con prendas de un cumpli-
do caballero, se atrevió á preguntar un dia al rey D. Fernando «por qué no le
» concedía , ni aun como favor, lo que era debido de derecho , y por qué dudaba
» poner su confianza en la fidelidad de un hombre educado en su misma casa.»
COLON EN ESPAÑA. 417
Tranquilo y resignado vi(') lU^gar su última liora, y cumpliendo
devotísimamente t'on los deberes de cristiano, rodeado de sus
hijos y de sus dos más fieles servidores , Diego Méndez y Barto-
lomé Fiesco, espiró el 20 de Mayo, dia solemne de la Ascensión,
á la edad de setenta años próximamente, según los más verídi-
cos datos.
Con referencia á Ortiz de Zúñiga y á Herrera nos ha dado
Navarrete noticias circunstanciadas acerca de las traslaciones
que han sufrido los restos de Colon. ¡ Singular coincidencia, que
muestra la tenacidad del destino ! Pero eso mismo demostrará
El Rey le coutestó que tenía en 61 pcrsoiiiilmente plena confianza; pero qne
no podía abandonar tan grande cargo á la aventura, á sus hijos y á sus nie-
tos. — «Señor, replicó D. Diego, paréceme que no es razonable ni justo que
» sufra yo pecados de hijos que aun no han nacida. » Mas al ver que esta clase
de gestiones era completamente inútil, pidió permiso al Rey para formalizar
en justicia, contra la Corona, la reclamación de sus derechos. Dióselo el Rey,
y entonces principió el famoso pleito de que tantas veces se ha hecho mérito
en este libro. Duró el pleito hasta el año de 1528. Hízose, al fin, justicia, de-
clarando los derechos de Colon ; pero ya habia nmerto D. Diego. Y si es cierto
que desempeñó el gobierno superior de la Española desde 1509, más que á su
derecho, debió aquel cargo á la poderosa inñucncia del padre y del tio de su
esposa, D." María de Toledo, hija de D. Fernando, gran maestre de León, y
sobrina de D. Fadrique, el célebre ducpie de Alba. En aquel alto cargo, que
don Diego desempeño con hidalga fidelidad y con grandísimo acierto, tuvo
que sostener las mismas luchas y fué blanco de las propias calumnias y
maquinaciones que amargaron la vida de su padre; maquinaciones qncí hicie-
ron negramente famoso el nombre de Pasamente, como las de Roldan y las
de los hermanos Porras , de que fué víctima el gran Colon, atrajeron sobre
ellos la fama de sus fechorías y el eterno estigma de la Historia ; siendo de
notar que ni á unas ni á otras fué ajeno el sañudo obispo Fonseca. «De este
modo, dice Herrera, se vio envuelto D. Diego en eternos litigios, y puede de-
cirse con razón que sólo heredó las turbaciones de su padre.»
Sucedió ú I). Diego su primogénito D. Luis, quien tuvo que luchar con las
mismas contrariedades de parte de la Corona, y convencido de la esterilidad
de tan desigual lucha, aceptó, al fin, la transacción que se le propuso, cedien-
do sus derechos á la corona y recibiendo, en cambio, los títulos de Duque de
Veragua^ Marqués de Jaiuuica, con una gran extensión de terreno en Veragua
y una pensión de mil doblones de oro, pero conservando como inalienable, se-
gún la fundación del mayorazgo hecha por Colon, los títulos de Almirante y
AdelanUidd de Indias, títulos que s(mi cumo el espejo do las glorias y como
trofeos de los victoriosos trabajos del descubridor ilel Nuevo Mundo.
27
418 COLON EN ESPAÑA.
que en cnanto desapareció ele los vivos comenzó á brillar su glo-
ria. ¡ Triste ejemplo del siempre tardío homenaje ¡cagado por el
mundo al mérito y á la virtud! ¡Triste linmanidad siempre
arrejientida é incurriendo siemi^re en los mismos pecados !
De nuestro Navarrete lian tomado aquellas noticias Prescott
é Irving, y el mismo conde Rosselly de Lorgues.
Depositáronse primero los restos de Colon en el convento de
San Francisco el Grande (Valladolid). Pero de allí fueron tras-
jiortados en 1513 al monasterio de Las Cuevas (La Cartuja de
Sevilla), depositándose en la capilla de Santa Ana ó Santo
Al morir D. Luis se 'promovió pleito de sucesión entre su hija D.* Felipa
y su primo D. Diego, hijo de D. Cristóbal, hermano de D. Luis; pleito á que
puso térniino el matrimonio de los dos primos. No tuvieron éstos sucesión, y
después de un nuevo largo y empeñadísimo pleito de posesión, se declaró, por
sentencia de revista en 1.° de Abril de 1605, la posesión á favor del nieto de
doña Isabel (última hija de D. Diego Colon), D. Jorge Alberto de Portugal,
conde de Gelves , y por su muerte en favor de su hermano D. Ñuño,
De esa sentencia se suplicó por D.* Francisca Colon (hija de Cristóbal,
nieto del fundador), y la sentencia fué confirmada en segunda suplicación y
con fecha 22 de Diciembre de 1608.
Hasta esta fecha conocieron el pleito ruidoso de sucesión nuestros historia-
dores Muñoz y Navarrete y los extranjeros Irving y Humboldt, que se ocu-
pan de la sucesión con gran interés. Pero es el caso que no conocieron más
que los preludios del famoso Htigio , que ha durado más de dos siglos y no se
terminó hasta fines del anterior. Hasta aquella fecha sólo se htigó la posesión;
posesión que á más de las personas citadas, obtuvieron por algún tiempo don
Cristóbal de Cardona , Almirante de Aragón , y después de él la Marquesa de
Guadaleste. Pero después se entabló el verdadero pleito , el de propiedad.
Fueron partes en este empeñadísimo y largo pleito : 1.°, D.* Fi-ancisca,
hija de D. Cristóbal Colon de Toledo, representación que siguieron su hija
doña Guioniíir y su nieta D.^ Ana Francisca (su hermano D. Diego murió
sin sucesión); 2.°, D. Juan Colon de la Cueva y su hijo D. Carlos Colon de
Córdoba y Bocanegra, marqués de Villamejor ; 3.°, D. Luis Colon, hijo legiti-
mó de D. Luis de Ávila, casado con D.* María, una de las hijas de D. Cristóbal
Colon de Toledo. Por muerte de ese D. Luis sahó á oponerse como de mejor
derecho y línea preferente D. Diego Colon de Larreategui ; y 4.°, un descen-
diente de la casa de Portugal que habia obtenido la posesión en 1605 y 1608.
En 1664 se pronimció sentencia de vista por sólo siete ministros del Su-
premo Consejo de Indias y del de Castilla, declarando tocar y pertenecer en
propiedad el mayorazgo Colon y Ducado de Veragua á D. Pedro Colon de
Portugal, cuarto nieto de D. Jacobo Stuard Colon de Portugal. Suphcó de esa
COLON EN ESPAÑA. 419
Cristo, no en ol enterramiento de los señores de Alcalá, que
dice Zúüi¿ja, sino en el que hizo labrar D. Diego Lujan. En la
misma capilla, dice Navarrete, fué igualmente dei)Ositado el hijo
de Colon (D. Diego), el cual, según Oviedo, falleció en hi Pne-
bla de Moutalban, d¡a viernes 23 de Febrero de 1526.
En el de 153G se llevaron los restos de D. Cristóbal y de don
Diego á la isla Esi)añola, cumpliendo la última voluntad de aquél,
y se enterraron en la cai»illa principal de la catedral de Santo Do~
mingo. Pero ni allí pudieron gozar reposo. Pues á consecuencia
del tratado entre España y Franciíi , resultante de la paz de Ba-
sentencia y alegó de agravios, en 18 de. Aliril de 1G65, D. Diego Colon de
Laneategui. Pero por su muerte y por la de su hijo D. ^íartin , que falleció
sin hijos en 1741, pasaron sus derechos al limo. Sr. D. Pedro Colon de Lar-
reategui, eu quien ¡í más de aquéllos se habían reunido los derechos de Moña
Ana Francisca, nieta de D. Cristóbal Colon de Toledo. Aquel señor dio gran-
de impulso al pleito, que todavía sufrió aplazamientos y dilatorias, á virtud
de las gestiones del ]\Iarqués de Bélgida , representante de los derechos de
doña Juana y de D. Carlos Colon de Córdoba y Bocanegra, y las de la casa de
Berwik y Liria , en la que se habían refundido los de D. Pedro Stuard Colon
de Portugal.
Había fallecido en tanto (1770) el linio. Sr. D. Pedro Colon de Larreategui ;
y aunque continuó representando sus acciones y derechos su hijo D. Mariano,
notable jurisconsulto y grandemente relacionado en la corte, no se ultimó la
revista del pleito hasta 16 de Junio de 1790, en cuya fecha se dictó sentencia
declarando tocar j' pertenecer el mayorazgo Colon con el estado de Veragua á
don Mariano Colon de Larreategui, y condenando al Dufjue de Berwik y Liria
á que se lo dejase libre y desembarazado con todas sus pertenencias, con más
á la restitución de frutos y rentas desde el día de la contestación á la demanda
sobre propiedad.
Todavía se entabló por las casas de Berwik y de Bélgida el recurso de se-
gunda suplicación ante la sala de las Mil y quinientas; recurso que perdieron
los apelantes por sentencia de 20 de Marzo de 1793, condenándoles ademas al
pago de las 1.500 doblas de la ley.
Y aun todavía acudió al Rey la Princesa de Castelf raneo , madre del Duque
de Berwik , y el Rey pidió los autos con suspensión de la sentencia. Pero en
vista de ellos y del parecer de personas doctas, se dictó la Real orden de 9 de
Enero de 1796, devolviendo los autos al Consejo de Indias, para (pie procedie-
se en virtud de la ejecutoria causada, como sí no se hubiesen susi)endídü sus
efectos. {Documentos, aleyacianeif, etc., existentes en el Archiro del Excelen-
tísimo Sr. Duque de Veragua.)
420 COLON EN ESPAÑA.
silea, y á solicitud del Duque de Veragua, sucesor de Colon, y
del señor Aristizabal, comandante en jefe de la escuadra espa-
ñola en las Antillas , se volvieron á trasladar las cenizas del hé-
roe, en 22 de Diciembre de 1705, á la isla de Cuba, llevándose
con gran majestuosidad y pompa á la iglesia de la Habana,
donde fueron depositadas, dentro de una caja, en una de las pa-
redes del altar mayor, al lado del Evangelio, con las inscripcio-
nes oportunas.
El rey D. Fernando decretóle, después de su muerte, un honor
c( bastante barato » , como dice Irving. Mandó que se erigiese un
monumento á su memoria con este rótulo :
a A Castilla y á León
Nuevo mundo dio Colony> (1).
Mucho se ha estudiado á Colon, no para hacer su elogio, por-
que para su elogio bastan su vida y sus hechos , sino para deter-
minar su carácter y sus más notables cualidades. Se las ha ana-
lizado con hábil mano y se ha procurado sintetizarlas con
profunda mirada. Todo ha contribuido á enaltecer su nombre;
(1) Más notable es el epitafio puesto sobre su sepulcro en la capilla de La
Cartuja de Sevilla, que trascribió en sus Elegías de los varones ilustres de
Indias nuestro poeta Juan de Castellanos. Hé aquí su texto :
C( Hic locus ahscondit pr(Bclari membra Coloni
Cujus saerum numen ad astra volat.
Non satis unus erat sibi mundus notus, et orbem
Ignotum priscis ómnibus ipse dedit.
Divitias summas térras dispersit in oinnes,
Atque animas cmlo tradidit innúmeras.
Invenit campos divinis legibus aptos,
Regibus et nostris prospiera regna dedit.y>
«Cubren esta losa los preclaros restos de Colon, cuyo sublime espíritu
voló li los cielos. — No era bastante para él el mundo conocido, y diónos un
Nuevo Mundo ignorado de las pasadas generaciones. — Con ello den-amó por
todas partes riquezas inmensas, y dio muchas almas al cielo. — Halló pueblos
aptos para recibir los beneficios de la civilización, y dio á nuestros Reyes
dilatadas y pingües regiones. »
COLON EN ESPAÑA. 421
pero posible es que aun no se le haya conocido bien, porque se
lucha con la gran difienltad de definir el genio. El genio es
nn problema complejo en su misma sencillez. Se ve ó se pre-
siente, pero no se define. Alumbra como el sol, y como el sol
parece oscuro cuando se le quiere examinar con los lentes de la
ciencia.
Colon tenía un corazón grande y un alma noble y elevada.
Era nn homl)re de fe, de profundas convicciones, un verdadero
creyente ; tenía un juicio claro y recto , y una voluntad suma-
mente activa y enérgica. Por eso no se limitaba á saber, esto le
parecía poca cosa; quería ejecutar. No le parecía bastante, no le
habría satisfecho decir, como Arquímedes: «Dadme un jíunto
de apoyo y levantaré el globo.» Era hombre práctico, y dijo:
«Dadme barcos y surcaré el mar tenebroso, y os enseñaré los
confines de la tierra. » Y le dieron barcos y descubrió un Nuevo
Mundo, y enseñó que se podía navegar en su derredor el globo.
Y ved aquí la dificultad de definir al genio. Se habla de Ar;-
químedes, que sienta una tesis irrealizable, y se le califica de
consumado sabio, que piensa y vive en la realidad. Se habla de
Colon, que da realizada su tesis, y se le califica de soñador y de
visionario. ¡ Ah I ¡ Los visionarios son los locos de Beranger !
Son los hombres de profundas convicciones, únicos cajmces de
sentir el sagrado fuego del entusiasmo , pechos abiertos á la ab-
negación, almas dispuestas al sacrificio.
Y es que ni la ciencia ni el mundo aciertan á definir el genio.
Es él el que se define á sí mismo, porque se muestra en sus
obras.
Y en todo es congruente. ¿Nace para l)rill;ir por la espada?
Pues será devastador, iluminará como un meteoro; y al fin, se
consumirá en la misma i)ira que levantaron sus hecatombes, que
el mundo amedrantado llamó proezas.
422 COLON E>í ESPAÑA.
¿Viene, al contrario, j^ara abrir nuevos derroteros á la huma-
nidad Y enseñarla con su ejemplo? Pues senl bienhechor y hu-
mano, fervoroso y tolerante, despreciará la bajeza y no transi-
girá nunca con la iniquidad. Le veréis siempre igual, inmutable
siemi:)re. Magnánimo en la adversidad, comedido y sobrio en la
fortuna, imperturbable en los peligros, sereno, pero vigilante en
los bonancibles tiempos. Ni le seducirá el halago ni le doblará
la amenaza; jíero, digno y leal en el servicio, será afable y pa-
ternal en el mando. Su gran corazón desj)reciará los pequeños
habilidosos medios, y su alma rechazará siempre los artificios
para alcanzar altos y nobles fines.
Pues tal fué Cristóbal Colon : sentia como escribia y obraba
como sentia. En sus actos, como en sus palal)ras y en sus escri-
tos, se refleja su carácter. En todo era congruente. Con la gran-
diosidad de sus ideas concertaba la nobleza de su carácter, y con
la grandeza de sus planes estuvieron en armonía los portentosos
resultados de su realización.
Porque es de notar que esos resultados sobrepujaron con mu-
cho á las mismas grandiosas ideas del descubridor, ])ov tantos
calificado de visionario. ¡ Ali ! Dice muy bien su gran historiador,
dice muy bien : « ¡ Qué visiones de gloria hubieran encantado su
espíritu, si hubiese sabido que habia descubierto, en efecto, un
nuevo Continente, igual en magnitud al del Antiguo Mundo y
separado por dos inmensos Océanos de toda la tierra hasta en-
tonces conocida por los hombres civilizados ! ¡ Qué consuelo tan
grande no hubiera recibido su alma magnánima, entre las aflic-
ciones y los achaques de la edad, los enojos de la j)enuria, los
desdenes del veleidoso público y la injusticia de un rey ingrato!....
¡ Qué consuelo tan grande, si hubiera podido jirever los imperios
que iban á levantarse sobre el Nuevo Mundo que habia des-
cubierto, las naciones y las lenguas que iban á extender por
COLON EX ESTAÑA. 423
aquellas tierras la fama de su uomhre, y á reverenciarle y Ijou-
docirle hasta la más remota posteridad ! »
En su visión intelectual supo leer los signos de los tiempos, y
en los mitos y conjeturas de las i)asadas edades trazar las indi-
caciones de un mundo desconocido. Si no le fué dado, como á
Moisés, habitar la tierra prometida, hizo más que verla desde
las alturas del monte Abarim : puso á los españoles en posesión
y llevó á ella las corrientes civilizadoras de la Europa culta.
ÍNDICE.
Páginas.
Dedicatoria v
Introducción 7
CAPITULO I. — Cristóbal Colon , su patria , época de su nacimiento,
su modesta cuna , su educación. — Lánzase á la vida de marino en
alas de su vocación. — Breve reseña de sus expediciones marítimas
antes de fijarse en Portugal. — Cómo y dónde formó el atrevido pro-
yecto de navegar al Occidente para buscar el extremo Oriente. —
Mythos y tradiciones que confirmaban su pensamiento. — Matrimonio
de Colon y su residencia en Porto Santo. — Noticias que allí reco-
ge. — Aprobación de Paulo Toscanelli. — Fábulas y revelaciones su-
puestas. — El piloto Alonso Sánchez. — Martin Behaim. — El relato
de los Zeni. — Expediciones de los Escandinavos. — Proposición de
su proyecto y auxilio que pide, para realizarlo, á D. Juan II, rey de
Portugal. — Conducta de aquella corte, movida por los consejos de
dos obispos. — Favorable opinión del Conde de Villa Eeal. — Colon
receloso y airado abandona á Portugal y se dirige á España. — En-
vía antes á Inglaterra á su hermano Bartolomé 51
CAPÍTULO II. — Llegada de Cristóbal Colon á España. — ¿Se sabe
la época ? — Divergencias y errores acerca de ella ; de dónde proce-
den ; cuál es la verdadera fecha. — Primeros pasos dados por Colon
en España. — Quiénes fueron sus primeros protectores. — Lo que
hay de verdadero y lo que hay de inexacto en la visita al convento
de la Rábida y conferencia con el prior fray Juan Pérez. — Decla-
ración del Físico de Palos Garci-Hernandez. — Verdadera fecha de
aquella confeencia. — Recursos con que contaba Colon. — Colonia
italiana en Sevilla. — Juan Berardi. — El Duque de ^ledina-Sido-
nia. — El de Medinaceh. — Notable carta de este último al cardenal
Mendoza. — Alonso de Quintanilla. — Servicios que por de pronto
prestaron esos dos personajes al navegante genoves 93
426 ÍNDICE.
Páginas.
CAPÍTULO III. — Recapitulación. — Colon busca en Sevilla apoyo
para sus proyectos y encuentra protectpres. — Quiénes fueron és-
tos. — Cuándo se dirigió á Córdoba. — Opiniones acerca de este pun-
to. — Las Casas. — Hernando Colon. — Salazar de Mendoza. — Ortiz
de Zúñiga. • — Quién le facilitó el acceso á los Reyes. — Situación de
éstos }' del país en atpiellos momentos. — Consejeros y privados. — •
Unos apoyan y otros contrarían á Colon. — El cardenal Mendoza. —
El prior de Prado. — ]\Iagnanimidad de la reina Isabel. — Primera
entrevista de Colon con los Reyes. — Disposición de éstos con res-
pecto al navegante genoves. — Desean dar largas al asunto, pero
no despedir á Colon. — Acuerdo de someter sus pro3^ectos á una
Junta de letrados y cosmógrafos. — A quién confian la reunión de
esa Junta. — Conformidad en este punto de los historiadores Las
Casas y Hernando. — Declaración decisiva del Dr. Rodrigo Maldo-
nado. — Reunión de aquella Junta. — ; Acuerdo de la misma. — Fe-
cha de su reunión é informe 115
CAPÍTULO IV. — Omisiones que tuvieron D. Hernando y el mismo
Las Casas, en orden á los protectores y auxiliares de Colon. — Alonso
de Quintanilla. — Los hermanos Geraldini. — La Marquesa de Moya
y su marido Juan de Cabrera. — Gaspar Gricio, secretario de la Rei-«
na. — Doña Juana de la Torre. — El P. Gorricio. — El Dr. Chanca. —
Fray Antonio de Marchena. — Cómo miró el Rey Católico el pro-
yecto de Colon. — Opinión y conducta de Fr. Hernando de Tala-
vera. — Cómo se condujo y por qué en la consulta del proyecto que
los Reyes le encomendaron. — Medios de evacuar la consulta. —
Junta de letrados y marinos. — En vista del informe de la Junta y
de la resolución de los Rej^es , actitud y acuerdo que toman los pro-
tectores de Colon. — Fr. Diego deDeza; sus cualidades y su influen-
cia con los Reyes. — Parte que toma en aquel acuerdo. — ^ Viaje de
los Reyes á Galicia. — Su detención en Salamanca. — Momento es-
cogido para las célebres conferencias de aquella ciudad. — ¿ Quién
era Fr. Antonio de Marchena ? — Error cometido al confundirle con
el Guardian de la Rábida Fr. Juan Pérez 143
CAPÍTULO V. — La Universidad literaria de Salamanca á últimos
del siglo XV. — Sus profesores y maestros. — Sus hijos más ilustres. —
Cultura que representaba y atmósfera que creaba y difundía. — Los
claustros conventuales formaban parte integrante de la Universi-
dad. — Constituciones de ésta. — Cátedras ó asignaturas que se en-
señaban. — Conformidad de aquellos estudios con los conocimien-
tos y opiniones de Colon. — Elementos externos de aquella Escuela
y del Convento de dominicos de San Esteban. — Viaje de los Re-
■ yes y su estancia en Salamanca durante el invierno de 1486 á 1487.
Conferencias. — Sitios donde se celebraron. — Personajes, profesores
y hombres de ciencia que á ellas asistieron. — Errores sobre este
punto de Rosselly de Lorgues * . 165
ÍNDICK. 427
PllgillllS.
•
CAPÍTULO VI. — El pensamionío de las Conferencias do Salamanca
surgió en oposición al infornuí de la Jiuita del Prior di' Prado. —
Quién fué el iniciador de ese pensamiento. — Culón en Salamanca. —
Partidarios allí del Prior de Prado. — Contrariedades que alli sufro
Colon. — Conducta de Deza y do los protectores de Colon. — El con-
vento de Dominicos. — Valcucvo. — Origen de la confusión de las
Juntas de Córdoba y de las Conferencias do Salamanca. — Error
de los historiadores sobre ese punto. — Irving , Prescott, Hum-
boldt, Kosselly de Lorgues , Muñoz y Navarrete. — Hernando Colon
y Las Casas La])lan de las Juntas del Prior de Prado, no de las Con-
ferencias. — Los argumentos emplead()s contra el proyecto de Colon,
de que hablan aijuellos escritores, eran imposibles en Salamanca. . 201
CAPITULO Vil. — Conferencias de Salamanca. — Pruebas y testimo-
nios de lo que fueron. — Fr. SalvadorM. Ivoselli, dominico. — Memo-
rial de la Orden al rey Felipe V. — Fr. Antonio l\emesal. —Prado. —
Velez de Guevara. — González Acuña. — Fr. Juan Melendez. — Es-
pondauo. — Fernando Pizarro. — • B. de Argensola. — Dorado, Histo-
ria de SalcuiKincd. — Cronicón de Valladolid. — Fernandez de Na-
varrete. —Ortiz de Zúñiga. — El Cura de los Palacios. — Cuentos de
Bossi y de Teodoro Bry. — La tradición. — La historia de la Univer-
sidad. — Disciu'sos, memorias y revistas. — Historiadores y poetas. 229
CAPITULO VIII. — Nueva lucha de Colon con motivo del premio y
condiciones que requería para llevar á cabo su empresa. — Dificul-
tades que produjo su iuflexibilidad en ese punto. — Partido que de
ello sacaron Talavera y sus parciales. — Motivos que retenían á Co-
lon en España. — Error y sistemática obcecación del conde Rosselly
acerca de los vínculos que unian á Colon y á doña Beatriz Enri-
quez. — Costumbres y leyes españolas de aquellos tieuq)Os, en lo
que se refiere á la constitución de la familia. — Rompimiento de
Colon con los Reyes. — Su visita al convento de la Rábida. — Fray
Juan Pérez y el físico de Palos de Moguer. — Regreso de Colon á
Santa Fe. — Nuevos tratos y nueva desavenencia con la reina Isa-
bel. — Intervención de Santángel : su discurso á la Reina. — Deci-
sión y rasgo sublime de ésta. — Capitulaciones de Santa Fe. . . . 247
CAPÍTULO TX. — Elección de puerto. — Salida de Colon para el de
Palos de Moguer. — Dificultades que se le ofrecen para encontrar
buques y tripulación que le acompañen. — Ordenes Reales de coac-
ción. — Su ineficacia. — Pavoroso terror de los marineros. — Auxi-
lios de Fr. Juan Pérez. — Fehz hallazgo de los Pinzones. — Su con-
dición, su fortuna y su resolución. — Con ellos y por ellos se dispo-
nen y equipan las tres carabelas. — Buques, equipajes, tripulación. —
Disposición de los ánimos. — Despedida. — 3 de Agosto de 1492. . . 275
CAPÍTULO X. — riíiMER viaje. — Avería de la /*//i/rt. — Detención en
las Cimarias. — Parten de la Gomera, rumbo á Occidente. — Se insi-
núa el desaliento en las tripulaciones. — Principian á murmurar del
428 ÍNDICE.
' Páginas.
largo viaje. —Se acentúan las quejas y las protestas. — Confianza j'
superioridad de Colon. — El diez de Octubre acalla las quejas y do-
mina los conatos de rebelión. — Se acercan á tierra. — La descubren
el 12 de Octubre. — Isla Guanahaní. — Aspecto del país. — Estado y
cualidades de sus habitantes. — Cuba y la Española. — Deserción de
Martin Alonso. — Pérdida de la Santa María. — Til cacique Guaca-
nagari. — Fortaleza de la Navidad. — Regreso. — Vuelve á unírsele
Martin Alonso. — La tormenta. — Separación forzosa de la Pinta. —
Arribada á las Azores. — Conducta de Castanheda. — Furioso tempo-
ral, y nuevo peligro cerca de las rocas de Cintra. — Entra en el
Tajo. — Colon y Alonso Acuña. — Visita al rey D. Juan y á la Rei-
na. — Salida de Portugal y llegada á Palos 291
CAPITULO XI. — Regreso de Colon. — Ovación que le tributó la po-
blación de Palos. — Desgracia y muerte de Martin Alonso Pinzón. —
Viaje de Colon á Barcelona. — Entrada triunfal en la capital del
Principado. — Presentación á los Reyes. — Homenajes que se le rin-
den y lauros que allí recibe. — Impresión que el descubrimiento cau-
só en España y en Europa. — Emulación del Rey de Portugal. —
Bulas pontificias. — Preparativos para el segundo viaje de Colon. —
Buques , gentes y equipos. — Fonseca y Soria. — El Padre Boil. —
Sale Colon de la bahia gaditana el 5 de Setiembre de 1493. — Lle-
gada á las islas Caribes. — La Dominica, la Guadalupe, la San Mar-
tin. — Antropofagia. — Descubre á Puerto-Rico. — Llegada á la Es-
pañola. — Catástrofe de la Navidad. — Sus causas. — Caonabo y los
otros caciques. — La Isabela. — Las montañas del Cibao. — Conducta
de Bernal Diaz, de Aguado, de Margarite y del P. Boil. — Triunfos
de Ojeda. — Excursión de Colon por las costas de Cuba y de Ja-
maica. — Regreso á la Española. — Su enfermedad.— Feliz llegada
de su hermano Bartolomé. — Derrota de los caciques. — Sumisión de
los indios. — Prisión de Caonabo. — Llegada de Antonio Torres. —
Llegada de Aguado. — Su conducta y sus propósitos. — La tempes-
tad. — Miguel Diaz y las minas de Haina. — Salida de Colon y Aguado
para España 309
CAPÍTULO XII. — SEGUNDO VIAJE. — (Continvadon.) — Colon saca de
la Española enfermos y descontentos, y con ellos á Caonabo y sus
deudos. — Detención en la isla Guadalupe. — Dificultades de la nave-
gación. — Falta de provisiones y malas instigaciones del hambre. —
Superioridad de Colon y sus certeros anuncios de tierra. — Llegada
á Cádiz sin Caonabo. — Desembarco glacial. — Mal sesgo de la opi-
nión. — Fonseca y sus secuaces. — Pedro Alonso Niño. — Los Reyes
reciben afablemente á Colon en Burgos. — Preocupaciones délos mo-
narcas : empresas y gastos que ocasionan. — Orden para ima tercera
expedición del Almirante. — Dificultades que se le oponen y dila-
ciones que la retardan. — Atenciones y beneficios que le prodiga la
Reina. — Medidas adoptadas para la colonización. — Juicio acerca
ÍNDICE. 429
Páginas.
de ellas. —Desgracias que afligen á la reina Isabel. — Dilaciones
que exasperan á Colon. — Desfogue de su enojo. — Jinieno de Bri-
viesca. — E(iuipo de seis carabelas en Sanlúcar 335
CAPÍTULO XIII. — TERCER VIAJE. — Seis carabelas parten de Saulú-
car. — Cabo Verde. — Latitudes calmosas. — Padecimientos (jiie oca-
sionan los calores y la calma. — Arribo á las costas de Paria — Isla
de la Trinidad. — Cabos, corrientes, dificultades y peligros que ofre-
cen. — Boca de la Sierpe. — Bocas del Dragón. — Gulfo de Paria. —
Los Jardines. — Nuevo rumbo ú la Española. — Estado de Colon,
de sus buques y tripulaciones. — Estado de la isla. — Luchas soste-
nidas por el Adelantado. — Sublevación primera de Guarionex. —
Rebelión de Roldan y de Mogica. — Infidencias. — Nueva subleva-
ción de Guarionex. — Capitulaciones con Roldan. — Campaña del Ci-
guay. — El cacique Mayobanex. — Prisión de los cacitiues.— Llegada
de Coronel. — Engaños de Roldan. — Clandestino arribo de Ojeda. —
sus luchas y sus inteligencias con Roldan. — Guevara en Jaragua. —
Mogica en la Vega : su prisión y su muerte. — Guevara y Ricjuel-
me. — Llegada de Bobadilla. '— Cartas Reales. — Alardes y escánda-
los. — Prisión del Almirante y de sus hermanos. — Magnanimidad
de Colon. — Conducta de ViUejo y de Andrés Martin 345
CAPÍTULO XIV. — CUARTO viaje. — Efecto que produjo en España
la llegada de Colon preso y encadenado. — Indignación general. —
Conducta de Colon. — Orden de los Reyes para ponerle en libertad
y á sus hermanos. — Colon ante los Reyes. — Su vindicación. —
Ofrecimiento de reponerle en sus honores, dignidades y cargos. —
Conducta del Rey Católico. — Proyectos de Colon. — El rescate del
Santo Sepulcro. — Buscar un ¡laso al mar de la India. — Cuarto viaje
de Colon. — Misión de Ovando. — Equipo y salida de la gran flota
para la Española. — Dificultades y tropiezos que aplazan la cuarta
expedición de Colon. — Su salida de Cádiz. — Prohibición y encar-
go. — Colon en Arcilla. — Colon en la ria de Santo Domingo. —
Niégale Ovando la entrada en el puerto y el trueque de una cara-
bela. — Consejo de Colon despreciado. — Zarpa la escuadra de Bo-
badilla. — La tempestad. — El naufragio. — Colon y los suyos lle-
gan salvos á Puerto Hermoscj 365
CAPÍTULO XV. — CUARTO viaje. — (Continuación.) — Salida de Puer-
to Hermoso. — Arribo á la costa de Honduras. — Indios de Yuca-
tan. — Rumbo al Sudeste en busca de un estrecho. — Mal estado
de las carabelas : corrientes : vientos contrarios. — Cabo de Gracias
á Dios. — Rumbo al Sur. — Costa de Mosquitos. — Llegan á Ver-
agua. — Riqueza del país. — Rumbo al Este en busca del estrecho. —
Puerto Belü. — Puerto del Retrete. — Colon desiste y retrocede á
Veragua. — El Adelantado explora el país. — Rio y puerto de Be-
lén. — Asiento de una colonia. — El cacique Quibian y su conducta. — -
Su prisión y su fuga. — Partida de Colon. — Peligros de la coló-
430 índice.
t ginas.
nia. — Diego Mentlez. — Diego Tristan. — Pedro de Lodesma. ■ —
Enfermedad y sneuo ó visión de Colon. — Abonanza el tempo-
ral. — Las carabelas recogen al Adelantado y sus compañeros de la
colonia. — Las tres carabelas maltrechas y sin provisiones hacen
rumbo á la Española para i")edir auxilios 379
CAPÍTULO XVI. —CUARTO viaje. — ( Continuación. ) — Dificultades
del regreso. — Rumbo al Sur y al Sudeste. — Abandono de otra cara-
bela inútil en Puerto-Belo. — Islas mulatas. — Golfo de Darien. —
Rumbo al Norte. — Cayos del Sur de Cuba. — Cabo de Santa Cruz. —
Estado de los buques. — Los vientos contrarios impiden el arribo á
la Española. — Forzoso arribo á Jamaica. — Inservibles las carabelas,
Colon manda encallarlas. — Providencias que toma en la bahía de
Maima. — Rasgos heroicos de Diego Méndez. — Conciertos con los in-
dios. — Ofi'ecimiento de ir á la Española. — Lo ejecuta en una canoa. —
Compañeros de expedición y peligros de la travesía. — Rebelión y
atentados de los hermanos Porras. — Efectos que produce en los in-
dios. — Recurso de Colon para dominarlos y atraerlos. — Llegada de
Escobar. — Conducta de Ovando. — Combate campal del Adelantado
con los rebeldes. — Derrota y prisión de Porras. — Celo y dihgencia
de Diego Méndez.— Compra y equipa un buque; y Ovando entonces
prepara otro y los da á Salcedo para ir en busca de Colon.— Sale éste
con todos los náufragos de Slaima. — Su llegada á la Española y su
recibimiento en Santo Domingo. — Diferencias con Ovando. — Sahda
para España. — Su arribo á Sanlúcar y su traslación á Sevilla. . . . 393
CAPÍTULO XVII. — Colon en Sevilla. — Su estado y situación.— Sus
reclamaciones infructuosas; — La muerte de la Reina agrava su si-
tuación.— Conducta del Rey CatóHco para con Colon. — Motivos y
objeto de esa conducta. — Noble actitud del Almirante. — Sale para
Segovia. — Enferma en Salamanca. — • Petición de Diego Méndez. —
Presentación al Rey y recibimiento que éste le hace — Juicio de
Las Casas sobre la conducta del Rey.-— Junta de descargos. — Colon
en Valladohd.— Agravación de su padecimiento. — Envia á su her-
mano á cumplimentar en Laredo á doña Juana y á su esposo. — Otra
esperanza frustrada. — Últimos dias de Colon. — Carta á su amigo
Fray Diego de Deza. — Disposición testamentaria. — Muerte de Co-
lon. — Traslaciones que sufren sus restos. — Honores postumos. —
Carácter y cualidades de Cristóbal Colon 407
Queda heclio el dcviúsito que previene la ley para garantir el deroclio de propiedad.
Este libro se hallará de venta en todas las librerías de Ma-
drid y de las capitales primeras de España.
Los pedidos se dirigirán al almacén de D. M. Romero, Pre-
ciados, 1 , á cuyo cargo está la administración de esta obra.
DEI. MISMO AUTOR.
I
PKEOIO.
Pesetas.
Historia de la Geografía, un tomo 4
Estudio sobre Biolog'ia social, un tomo 1
El Jurado y su establecimiento en España 1
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