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Full text of "Cómo se hace una novela"

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Cómo  se  hace  una  novela 


OBRAS  DEL  AUTOR 


El  sentimiento  trágico  de  la  vida. 
Vida  óe  Don  Quijote  y  Sancho. 
Recuerdos  de  niñez  y  de  mocedad. 

Ensayos  : 

Ensayos  (siete  volúmenes). 

Mi  religión  y  otros  ensayos. 

Contra  esto  y  aquello. 

Conversaciones  y  soliloquios. 

Por  tierras  de  Portugal  y  de  España. 

Andanzas  y  visiones  españolas. 

De  mi  país. 

NovKLAs : 

Paz  en  la  guerra. 
Amor  y  Pedagogía. 
Abel  Sánchez. 

Tres  novelas  ejemplares  y  un  prólogo. 

La  tía  Tula. 

Niebla. 

El  espejo  de  la  muerte  (cuentos). 

Poesías  : 

Rosario  de  sonetos  líricos. 
El  Cristo  de  Velázquez. 
Teresa. 

De  Fuerteventura  a  París. 

Romancero  del  destierro  (Edit.  "Alba",  Bs.  As.) 

En  francés: 
L'agonie  du  Christianisme. 

Hay  traducciones  de  varias  de  ellas  al  francés,  alemán, 
inglés,  italiano,  danés,  holandés,  sueco,  checo  y  húngaro. 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Cómo  se  hace 
una  novela 


EDITORIAL  "ALBA' 


BUENOS  AIRES 

Inip.  ARAUJO  Hnos.  -  Rivadavia  1731 
1927 


Copyright  by  M.  de  Unamuno 
Buenos  Aires  -  1927 


Nihi  quaestio  factus  suni 

A.  AUGUSTINI.  CONFESSIONBS 

(lib.  X  C.33  n.  50) 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in2015 


https://archive.org/details/comosehaceunanovOOunam 


Prólogo 


Cuando  escribo  estas  líneas,  a  fines  del 
mes  de  mayo  de  1927,  cerca  de  mis  sesenta 
y  tres,  y  aquí,  en  Hendaya,  en  la  frontera 
misma,  en  mi  nativo  país  vasco,  a  la  vista 
tantálica  de  Fuenterrabía,  no  puedo  recor- 
dar sin  un  escalofrío  de  congoja  aquellas  in- 
fernales mañanas  de  mi  soledad  de  París,  en 
el  invierno,  del  verano  de  1925,  cuando  en 
mi  ciiartito  de  la  pensión  del  mmero  2  de  la 
rite  Laperouse  me  consumía  devorándome  al 
escribir  el  relato  que  titule:  ''Cómo  se  hace 
una  novela''.  No  pienso  volver  a  pasar  por 
experiencia  íntima  más  trágica.  Revivíanme 
para  torturarme  con  la  sabrosa  tortura  — 
de  ''dolor  sabroso''  habló  Santa  Teresa  — 
de  la  producción  desesperada,  de  la  produc- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cióli  que  busca  salvarnos  en  la  obra,  todas 
las  horas  que  me  dieron  ''El  sentimiento  trá- 
gico de  la  vida'\  Sobre  mi  pesaba  mi  vida 
toda,  que  era  y  es  mi  muerte.  Pesaban  sobre 
mí  no  sólo  mis  sesenta  años  de  vida  indivi- 
dual física,  sino  más,  mucho  más  que  ellos; 
pesaban  sobre  mi  siglos  de  una  silenciosa 
tradición  recogidos  en  el  más  recóndito  rin- 
cón de  mi  alma;  pesaban  sobre  mí  inefables 
recuerdos  inconscientes  de  ultra-cuna.  Por- 
que nuestra  desesperada  esperan^  de  una 
vida  personal  de  ultra-tuuiba  se  alimenta  y 
medra  de  esa  vaga  remembranza  de  nuestro 
arraigo  en  la  eternidad  de  la  historia. 

¡Qué  mañanas  aquellas  de  mi  soledad  pa- 
risiense! Después  dejhaber  leído,  según  eos- 
twnbre^jun  capítulo  del  Nuevo_  Testamento, 
el  que  me\  t^caz£L£njtMrna,  m£  ponía  a  agitar- \ 
(íhryno  sólo  a  aguardarjim  a  esperar^  la 
'corresponde neja  d£LJ)ii_Qasa _jy  de_mi_patria 
y  luego  de  recibida,  después  del  desencanto, 
me  ponía  a  devorar  el  bochorno  de  mi  pobre 
España  estupidizada  bajo  la  }iiás  cobarde,  la 
más  soez  y  la  más  incivil  tiranía. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


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Una  vez  escritas,  bastante  de  prisa  y  fé- 
hrilmente,  las  cuartillas  de  ''Cómo  se  hace 
tina  novela''  se  las  leí  a  Ventura  García  Calde- 
rón, peruano,  primero,  y  a  Juan  Cassou,  fran- 
cés— y  tanto  español  como  francés — después, 
y  se  las  di  a  éste  para  que  las  tradujera  al 
francés  y  se  publicasen  en  alguna  revista 
francesa.  No  quería  que  apareciese  primereo 
el  texto  original  español  por  varias  razones 
y  la  primera  qvte  no  podría  ser  en  España 
donde  los  escritos  estaban  sometidos  a  la  más 
denigrante  censura  ca^strense,  a  una  censura 
algo  peor  que  de  analfabetos,  de  odiadores 
de  la  verdad  y  de  la  inteligencia.  V  así  f  ué, 
que  una  vez  traducido  por  Cassou  mi  tra- 
bajo se  publicó  con  el  títido  de  Comment  on 
fait  un  román  y  precedido  de  un  Portrait 
d'Unamuno,  del  mismo  Cassou,  en  el  número 
del  15  de  mayo  de  1926  -  N.^  670,  37^  année, 
tome  CLXXXVIII  -  de  la  vieja  revista  Mer- 
cure  de  France.  Cuando  apareció  esta  traduc- 
ción me  encontraba  yo  ya  aquí,  en  Hendaya,  a 
donde  había  llegado  a  fines  dejigosto  de  1925  ^ 
y  donde  me  he  quedado  en  vista  del  empeño 


12 


migue:i,  de  unamuno 


f  que  puso  la  tiranía  pretoriana  española  en 
.  que  el  gobierno  de  la  República  Francesa  me 
I  alejase  de  la  frontera,  a  cuyo  efecto  llegó  a 
I  visitarme  de  parte  de  Mr.  Painlevé,  Presi- 


dente entonces  del  Gabinete  francés ,  el  Pre- 
fecto de  los  Bajos  Pirineos,  que  vino  al  pro- 
pósito desde  Pau,  no  consiguiendo,  como  era 
natural,  convencerme  de  que  debía  alejarme 
de  aquí.  Y  algún  día  contaré  con  detalles  la 
repugnante  farsa  que  armó  en  la  frontera 
ésta,  frente  a  Vera,  la  abyecta  policía  espa- 
ñola al  servicio  del  pobre  vesánico  —  epilép- 
tico —  general  Don  Severiano  Martínez  Ani- 
do, hoy  todavía  ministro  de  la  Gobernación 
y  V ice-Presidente  del  Consejo  de  asistentes 
de  la  Tiranía  Española,  para  fingir  una  in- 
tentona comunista  —  ¡el  coco!  —  y  ejercer 
pres'ión  en  el  Gobierno  Francés  para  que  me 
internase.  Y  aun  ahora,  citando  escribo  esto, 
no  han  renunciado  esos  pobres  diablos  de  la 
que  se  llama  Dictadura  a  su  tema  de  que  se 

me  saque  de  aquíí.  "  ^  — ^ 

Al  salir  yo  de  París  Cassou  estaba  tradu- 
ciendo mi  trabajo  y  después  que  lo  tra- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


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dujo  y  envió  al  Mercure  no  le  reclamé  el 
original  mió,  mis  primitivas  cuartillas  escri- 
tas a  pluma  —  no  empleo  nunca  la  mecano- 
grafía —  que  se  quedó  en  su  poder.  Y  ahora, 
cuando  al  fin  me  resuelvo  a  publicarlo  en  mi 
propia  lengua,  en  la  única  en  que  sé  desnudar 
mi  pensamiento,  no  quiero  recobrar  el  texto 
original.  Ni  sé  con  qué  ojos  volvería  a  ver 
aquellas  agoreras  cuartillas  que  llené  en  el 
cuartito  de  la  soledad  de  mis  soledades  de 
París.  Prefiero  rctradiicb'  deija  tradiicción 
francesa  de  Cassou  y  es  lo  que  me  propongo 
hacer  ahora.  Pero  ¿es  h^cedero^que  un  autor 


reU'aduzca  una  traducción  que  de  alguno  de 
sus  escritos  se  haya  hecho  a  otra  lengua  f  Es 
una  experiencia  más  que  de  resurrección  de 
muerte,  o  acaso  de  re-mortificación.  O  me- 
jor de  rematan^a. 

Eso  que  se  llama  en  literatura  producción 
es  un  consumo,  o  más  preciso:  una  consun- 
ción. El  que  pone  por  escrito  sus  pensamien- 
tos, sus  ensueños,  sus  sentimientos  los  va 
consumiendo,  Jos  va  matando.  En  cuanto  un 
pensamiento  nuestro  queda  fijado  por  la  es- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


critura,  expresado,  cristalizado,  queda  ya 
muerto  y  no  es  más  nuestro  que  será  un  día 
bajo  tierra  nuestro  esqueleto.  La  historia,  lo 
único  vivo,  es  el  presente  eterno,  el  momento 
huidero  que  se  queda  pasando,  que  pasa  que- 
dándose, y  la  literatura  no  es  más  que  muer- 
te. Muerte  de  que  otros  pite  den  tomar  vida. 
Porque  el  que  lee  una  novela  puede  vivirla, 
revivirla  —  y  quien  dice  una  novela  dice  una 
historia  —  y  el  que  lee  un  poema,  una  cria- 
tura —  poema  es  criatura  y  poesía  crea^ 
ción  —  puede  re-crearlo.  Entre  ellos  el  autor 
mismo.  Y  ¿es  que  siempre  un  autor  al  vol- 
ver a  leer  una  pasada  obra  suya,  vuelve  a 
encontrar  la  eternidad  de  aquel  momento  pa- 
sado que  hace  el  presente  eterno?  ¿No  te  ha 
ocurrido  nunca,  lector,  ponerte  a  meditar  a 
la  vista  de  un  retrato  tuyo,  de  ti  mismo,  de 
hace  veinte  o  treinta  años?  El  presente  eter- 
no es  el  misterio  trágico,  es  la  tragedia  mis- 
teriosa, de  nuestra  vida  histórica  o  espiri- 
tual. Y  he  aquí  porque  es  trágica  tortura  la 
de  querer  rehacer  lo  ya  hecho,  que  es  des- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEI.A 


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hecho.  En  lo  que  entra  retraducirse  a  sí 
mismo.  Y  sin  embargo. . . 

Si,  necesito  para  vivir,  para  revivir,  para 
asirme  de  ese  pasado  que  es  toda  mi  reali- 
dad vemdera,  necesito  retraducirme.  Y  voy 
a  retraducirme.  Pero  como  al  hacerlo  he  de 
vivir  mi  historia  de  hoy,  mi  historia  desde 
el  día  en  que  entregue  mis  cuartillas  a  Juan 
Ca-ssoii,  me  va  a  ser  imposible  mantenerme 
fiel  a  aquel  momento  que  pasó.  El  texto,  pues, 
que  dé  aquí,  disentirá  en  algo  del  que  tra- 
ducido al  francés  apareció  en  el  número  de 
15  de  mayo  de  1926  del  Mercure  de  France. 
Ni  deben  interesar  a  nadie  las  discrepancias. 
Como  no  sea  a  algún  erudito  futuro. 

Como  en  el  Mercure  mi  trabajo  apareció 
precedido  de  una  especie  de  prólogo  de  Cas- 
son  titulado  Portrait  d'Unamuno,  z'oy  a  tra- 
ducir éste  y  a  comentarlo  luego  brevemente. 


Retrato  de  Unamuno  por  Jean  Cassou 


.^U.^.  iS^-^  iS-::^^ 


San  .Vgustín  se  inquieta  con  una  especie 
de  frenética  angustia  al  concebir  lo  que  po- 
día haber  sido  antes  del  despertar  de  su  con- 
ciencia. Más  tarde  se  asombra  de  la  muerte 
de  un  amigo  que  había  sido  otro  él  mismo. 
Xo  me  parece  que  ^liguel  de  Unamuno,  que 
se  detiene  en  todos  los  puntos  de  sus  lectu- 
ras, haya  citado  jamás  estos  dos  pasajes.  Se 
re-encontraría  en  ellos  sin  embargo.  Hay  de  \ 
¿anA^ustín  en  él,  y  de  JuanJa^oboT^^o^  . 
dosToTquF^a^softüs^  en**!^  de  ( 

su  propio  milagro,  no  pueden  soportar  el  no 
ser  eternos. 

El  orgullo  de  limitarse,  de  recoger  a  lo  ín- 
timo de  la  propia  existencia  la  creación  en- 
tera, está  contradicho  por  estos  dos  inson- 
dables y  revolvientes  misterios :  un  nacimien- 
to y  una  muerte  que  repartimos  con  otros 
seres  vivientes  y  por  lo  que  entramos  en  un 


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MTGUElv  DE  UNAMUNO 


destino  común.  Es  este  drama  único  el  que 
ha  explorado  en  todos  sentidos  y  en  todos 
los  tonos  la  obra  de  Unamuno. 

Sus  ventajas  y  sus  vicios,  su  soledad  im- 
periosa, una  avaricia  necesaria  y  muy  del  te- 
rruño —  de  la  tierra  vasca  —  la  envidia, 
hija  de  aquel  Caín  cuya  sombra,  según  un 
poema  de  Machado,  se  extiende  sobre  la  de- 
solación del  desierto  castellano;  cierta  pa- 
sión que  algunos  llaman  amor  y  que  es  para 
él  una  necesidad  terrible  de  propagar  esta 
carne  de  que  se  asegura  que  ha  de  resuci- 
tar en  el  último  día,  —  consuelo  más  cierto 
que  el  que  nos  trae  la  idea  de  la  inmortalidad 
del  espíritu ;  —  en  una  palabra,  todo  un  mun- 
do absorbente  y  muy  de  él,  con  virtudes  car- 
dinales y  pecados,  que  no  son  del  todo  los 
de  la  teología  ortodoxa .  .  . ,  hay  que  penetrar 
en  ello;  es  esta  humanidad  la  que  confiesa, 
la  que  no  cesa  de  confesar,  de  clamar  y  pro- 
clamar, pensando  así  conferirla  una  exis- 
tencia que  no  sufra  la  ley  ordinaria,  hacer 
de  ella  una  creación  de  la  que  no  sólo  no  se 
perdería  nada  sino  que  su  agregación  mis- 
ma quedase  permanente,  sustancia  y  forma, 
organización  divina,  deificación,  apoteosis. 

Por  estos  perpetuos  análisis  y  sublima- 
ción de  sí,  Miguel  de  Unamuno  atestigua  su 


CÓMO  SK  HACE  UNA  NOV^I^A 


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eternidad:  es  eterno  como  toda  cosa  es  en 
él  eterna,  como  lo  son  los  hijos  de  su  espí- 
ritu, como  aquel  personaje  de  Niebla  que 
viene  a  echarle  en  cara  el  grito  terrible  de: 
"Don  Miguel,  no  quiero  morir!",  como  Don 
Quijote  más  vivo  que  el  pobre  cadáver  lla- 
mado Cervantes,  como  España,  no  la  de  los 
principes,  sino  la  suya,  la  de  Don  Miguel, 
que  transporta  consigo  en  sus  destierros,  que 
hace  día  a  día,  y  de  que  hace  en  cada  uno  de 
sus  escritos,  la  lengua_^el  pensar,  y  de  la 
que  puede  enLí'in  decirque  es  ^u^ijaTv^no 
su^  madre. 

A  Shakespeare,  a  Pascal,  a  Nietzsche,  a 
todos  los  que  han  intentado  retener  a  su  trá- 
gica aventura  personal  un  poco  de  esta  hu- 
manidad que  se  escurre  tan  vertiginosamen- 
te, viene  a  añadir  Miguel  de  Unamuno  su 
experiencia  y  su  esfuerzo.  Su  obra  no  pali- 
dece al  lado  de^os  nobles  nombres:  signi- 
fica la  misma  avidez  desesper^acla. 

No  puede  admitir  la  suerte  de  Polonio  y 
que  Hamlet  arrastrando  su  andrajo  por  los 
sobacos  lo  eche  fuera  de  la  escena :  "Vamos, 
venga,  señor!".  Protesta.  Su  protesta  sube 
hasta  Dios,  no  a  esa  quimera  fabricada  a 
golpes  de  abstracciones  alejandrinas  por  me- 
tafísicos  ebrios  de  logomaquia,  sino  al  Dios 


22 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


español,  al  Cristo  de  ojos  de  vidrio,  de  pelo 
natural,  de  cuerpo  articulado,  hecho  de  tie- 
rra y  de  palo,  sangriento,  vestido,  en  que  una 
faldilla  bordada  en  oro  disimula  las  ver- 
güenzas, que  ha  vivido  entre  las  cosas  fami- 
liares y  que,  como  dijo  Santa  Teresa,  se  le 
encuentra  hasta  en  el  puchero. 

^Tal  es  la^  agonia  de  Don  Miguel  de  Una-  * 
muño,  hombre  en  lucha,  en  lucha  consigo 
ffitsm^r^on^  puéH5~y]^contr_a_sju_^^ 
hombre^  líqsHlT^^mhre  de  ¿uen^a  _civil^j^^ 
ímno  sin  partidarios,  hombre_so[itario,  des- 
terrádoT^Tálvaje,  orador'^n_el  desierto,  pro- 
vocador, vano,  enganoso^ar^d¿gi(X)j^ 
ciTraHé71rrea)iTciIj¥^^  de  la  nada 

}'^irqniéíi  laTiada  atrae  y  devora,  de^sgarradg 
e1itrFTá'TTda~5^nfme^  resucita- 
do a  rá~véz ri n veñcibTe^v^ienipiie^^  . 

^  ^  ^ 

No  le  gustaria  el  que  en  un  estudio  con- 
sagrado a  él  se  hiciera  el  esfuerzo  de  anali- 
zar sus  ideas.  De  los  dos  capítulos  de  que 
se  compone  habitualmente  este  género  de 
ensayos  — el  Hombre  y  sus  ideas  —  no  lo- 
gra concebir  más  que  el  primero.  La  ide'> 
cracia  es  la  más  terrible  de  las  dictaduras 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


23 


que  ha  tratado  de  derribar.  Vale  más  en  un 
estudio  del  hombre  conceder  un  capítulo  a 
sus  palabras  que  no  a  sus  ideas.  "Los  •'menti- 
dos —  ha  dicho  Pasca^l^  antigüe  B'u^n  — 
£ecjbeTr"de  las  palabras  su  dignidad  _eii  vez 
d£clársela"  ( rr"t^amulTo  no"  tiene  ideas  :i 
es^él  niTsmo,  las  ideas  que  las  de  los  otros  se 
hacen  en  él,  al  azar  de  los  encuentros,  al 
azar  de  sus  paseos  por  vSalamanca  donde  en- 
cuentra a  Cervantes  y  a  Fray  Luis  de  León, 
al  azar  de  esos  viajes  espirituales  que  le  lle- 
van a  Port  Royal,  a  Atenas  o  a  Copenague, 
patria  de  Soren  Kjerkegaard,  al  azar^de  ese 
viaje  real  qiieje  trajo  a  Paris_donde  se  mez- 
cló  ,  inocentemente  y  sm  asombrarse  ni  un 
momüiTfóra  nuestro  carnaval 
"Tjsta"  ausencia  defTSeasPpei'o  este  ])erpe- 
tuo  monólpo-Q  en  que  todas  las  ideas  del  mun- 
do^_sejriejcn  para"^1iacersc  prol^Tem^^_jDersp- 


(*)  El  corolario  de  este  pensamiento:  "Las  palabras 
alineada.s  de  otro  modo  dan  un  sentido  diverso  y  los  sen- 
tidos diversamente  alineados  hacen  un  efecto  diferente", 
ha  sido  comentado  en  todas  las  ediciones  clásicas  Ha- 
chette,  In  grande  y  la  pequeña,  por  estos  ejemplos  que 
da  un  profesor:  "Tal  la  diferencia  entre  cjrand  hommc  y 
Jiomme  grand,  galant  hotnmc  y  Jiomme  galanl,  etc.,  etc.". 
-Mas  esta  monstruosa  tontería  no  indlgrnará  a  Unamuno, 
profesor  él  mismo  —  otra  contradicción  de  este  hombre 
amasado  con  antítesis  —  pero  que  profesa  ante  todp  el 
odio  a  los  profesores.  ^  ^ 


24  MIGUElv  DE  UNAMUNO 

nal,  pasión  viva,  prueba  hirviente,  patético 
egoísmo,  no  ha  dejado  de  sorprender  a  los 
franceses,  grandes  amigos  de  conversacio- 
nes o  cambios  de  ideas,  prudente  dialéctica,  \ 
tras  de  la  cual  se  conviene  en  que  la  inquie- 
tud individual  se  vele  cortésmente  hasta  ol- 
vidarse y  perderse;  grandes  amigos  también 
de  interviús  y  de  encuestas  en  que  el  espíri- 
tu cede  a  las  sugestiones  de  un  periodista 
que  conoce  bien  a  su  público  y  sabe  los  pro- 
blemas generales  y  muy  de  actualidad  a  que 
es  absolutamente  preciso  dar  una  respuesta, 
los  puntps  sobre  que  es  oportuno  hacer  na- 
cer escándalo  y  aquellos  al  contrario  que  exi- 
gen una  solución  apaciguadora.  Pero  ¿qué 
tiene  que  hacer  aquí  el  solüoquioj^  viejo 
español  que  no  quiere  morirse? 

"Prodúcese  en  la  marcha  de  nuestra  especie 
una  perpetua  y  entristecedora  degradación 
de  energía :  toda  generación  se  desenvuelve 
con  una  pérdida  más  o  menos  constante  del 
sentido  humano,  de  lo  absoluto  humano. 
Tan  sólo  se  asombran  de  ello  algunos  indi- 
viduos que  en  su  avidez  terrible  no  quieren 
perder  nada  sino,  lo  que  es  más  aún,  ganarlo 
todo.  Es  la  cuita  de  Pascal  que  no  puede 
comprender  que  se  deje  uno  distraer  de  ello. 
Es  la  cuita  de  los  grandes  españoles  para 


CÓMO  SE  hace:  una  nove:la 


25 


quienes  las  ideas  y  todo  lo  que  puede  consti- 
tuir una  econoiTiía  provisoria  —  moral  o  po- 
lítica —  no  tiene  interés  alg'uno.  No  tienen 
economía  más  .que  de  lo  individual  y  por  lo 
tanto,  de  lo  eterno.  Y  asi,  para  Unamuno 
hacer  política  es,  todavía,  salvarse.  Es  de- 
fender su  persona,  afirmarla,  hacerla  entrar 
para  siempre  en  la  historia.  No  es  asegurar 
el  triunfo  de  una  doctrina,  de  un  partido, 
acrecentar  el  territorio  nacional  o  derribar 
un  orden  social.  Así  es  que  Unamuno  si  hace 
política  no  puede  entenderse  con  ningún  po- 
lítico. Los  decepciona  a  todos  y  sus  polémicas 
se  pierden  en  la  confusión,  porque  es  consi- 
go mismo  con  quien  polemiza.  El  Rev,  el 
Dictador;  de  buena  gana  haría  de  ellos  per- 
sonajes de  su  escena  interior.  Como  lo  ha 
hecho  con  el  Hombre  Kant  o  con  Don  Qui- 
jote. 

Así  es  que  Unamuno  se  encuentra  en  una 
continua  maja,  ijit eligen da^con.  sus^  c^nténT^ 
poráneos.  Político  para  quien  las  fórmulas 
¿e  interés  general  no  representan  nada,  no- 
velista y  dramaturgo  a  quien  hace  sonreír 
todo  lo  que  se  puede  contar  sobre  la  obser- 
vación de  la  realidad  y  el  juego  de  las  pasio- 
nes, poeta  que  no  concibe  ningún  ideal  de 
belleza  soberana,  Unamuno,  feroz  y  sin  ge- 


26 


miguf:l  dp:  unamuno 


nerosidad,  ignora^odos  los  sistemas,  todos 
log^^gniici]3Íos,jtpdo  loj[ue_es_extenQi\y_obje- 
ti^^Q.  Su  pensamiento,  como  el  de  Nietzsche, 
es  impotente  para  expresarse  en  forma  dis- 
cursiva. Sin  llegar  hasta  a  recogerse  en  afo- 
rismos y  forjarse  a  martillazos  es,  como  la 
del  poeta  filósofo,  ocasional  y  sujeta  _a  Itts 
acciones  más  diversas.  Sólo  el  suceso  perso- 
nal ló*^étermina,  necesita  de  un  excitante  y 
de  una  resistencia;  es  un  pensamiento  esen- 
cialmente exegético.  Unamuno,  que  no  tiene 
una  doctrina  propia,  no  ha  escrito  más  que 
libros  de  comentarios;  comentarios  al  Qui- 
jote, comentarios  al  Cristo  de  Velázquez, 
comentarios  a  los  discursos  de  Primo  de  Ri- 
vera. Sobre  todo  comentarios  a  todas  esas 
cosas  en  cuanto  afectan  a  la  integridad  de 
Don  Miguel  de  Unamuno,  a  su  conservación, 
a  su  vida  terrestre  y  futura. 

Del  mismo  modo,  Unamuno  poeta  es  por 
completo  poeta  de  circunstancia  —  aunque, 
claro  está  que  en  el  sentido  más  amplio  de  la 
palabra.  Canta  siempre  algo.  La  poesía  no 
es  para  él  ese  ideal,  de  sí  misma  tal  como  po- 
día alimentarlo  un  Góngora.  Pero,  tempes- 
tuoso y  altanero  como  un  proscrito  del  Ri- 
sorgimento,  Unamuno  siente  a  las  veces  la 
necesidad  de  clamar,  bajo  forma  lírica,  sus 


CÓMO  St  HACE  UNA  NOVELA 


27 


recuerdos  de  niñez,  su  fe,  sus  esperanzas, 
los  dolores  de  su  destierro.  El  arte  de  los 
versos  no  es  para  él  una  ocasión  de  abando- 
narse. Es  más  bien  por  el  contrario,  una 
ocasión,  más  alta  sólo  y  como  más  necesaria, 
de  redecirse  y  de  recogerse.  En  las  vastas 
perspectivas  de  esta  poesía  oratoria,  dura, 
robusta  y  romántica,  sigue  siendo  el  mismo 
más  poderosamente  todavía  y  como  gozoso 
de  ese  triunfo  más  difícil  que  ejerce  sobre  la 
materia  verbal  y  sobre  el  tiempo. 

Nos  hemos  propuesto  el  arte  como  un  ca- 
non que  imitar,  una  norma  que  alcanzar  o  un 
problema  que  resolver.  Y  si  nos  hemos  fijado 
un  postulado  no  nos  agrada  que  se  aparte  al- 
guien de  él.  ¿Admitiremos  las  obras  que  es- 
cribe este  hombre,  tan  erizadas  de  desor- 
den al  mismo  tiempo  que  ilimitadas  y  mons- 
truosas que  no  se  las  puede  encasillar  en  nin- 
gún género  y  en  las  que  nos  detienen  a  cada 
momento  intervenciones  personales,  y  con 
una  truculenta  y  familiar  insolencia,  el  cur- 
so de  la  ficción-filosófica  o  estética  —  en 
que  estábamos  a  punto  de  ponernos  de 
acuerdo  ? 

Cuéntase  de  Luis  Pirandello,  a  cuyo  idea- 
lismo irónico  se  le  han  reprochado  amenudo 
ciertos  juegos  unamunianos,  que  ha  guarda- 


28 


MlGUElv  DE  UNAMUNO 


do  largo  tiempo  consigo,  en  su  vida  cotidia- 
na, a  su  madre  loca.  Una  aventura  parecida 
le  ha  ocurrido  a  Unamuno  que  ha  vivido  su 
existencia  toda  en  compañía  "3?  un^loco_j^l 
ríTás^ivin^ de  todos:  Nuestro"  Señor  Don 


sufrir  ninguna  servidumbre.  Las  ha  recha- 
zado todas.  Si  este  prodigioso  humanista, 
que  ha  dado  la  vuelta  a  todas  las  cosas  cono- 
cibles, ha  tomado  en  horror  dos  ciencias  par- 


sin  duda  alguna,*a~causa  de  su  pretensión  de 
someter  la_formación  del  individuo  y  lo  que 
de  más  profundo  y^e  menos  reductible  lle- 
va ellaiaiislgo,  a  una  construcción  a  priori. 
Si  se  quiere  seguirla  Oríamiinó  ^y^ví?  ir 
eliminando  poco  a  poco  de  nuestro  pensa- 
miento todo  lo  que  no  sea  su  integridad  ra- 
dical, y  prepararnos  a  esos  caprichos  súbi- 
tos, a  esas  escapadas  de  lenguaje  por  las  que 
esa  integridad  tiene  que  asegurarse  en  todo 
momento  de  su  flexibilidad  y  de  su  buen  fun- 
cionamiento. A  nosotros  nos  parece  que  no 
aceptar  las  reglas  es  arriesgarnos  a  caer  en 
el  ridiculo.  Y  precisamente  Don  Quijote  ig- 
nora este  peligro.  Y  Unamuno  quiere  igno- 
rarlo. Los  conoce  todos,  salvo  ese.  Ante^que 
someterse_ji  la  menor  servidumbre  préfiere 


ticulares :  la  peda: 


la  sociología,  es. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEI.A 


29 


verse  reducido  a  esa  sima  resonante  de  car- 
cajadas. 

*    *  í}: 

Habiendo  apartado  de  Unamiino  todo  lo 
que  no  es  él  mismo,  pongámonos  en  el  cen- 
tro de  su  resistencia:  el  hombre  aparece, 
formado,  dibujado,  en  su  realidad  física. 
Marcha  derecho,  llevando,  a  donde  quiera 
que  vaya,  o  donde  quiera  que  se  pasee,  en 
aquella  hermosa  plaza  barroca  de  Salaman- 
ca, o  en  las  calles  de  París,  o  en  los  caminos 
del  país  vasco,  su  inagotable  monólogo,  siem- 
pre el  mismo,  a  pesar  de  la  riqueza  de  las  va- 
riantes. Esbelto,  vestido  con  el  que  llama  su 
uniforme  civil,  firme  la  cabeza  sobre  los 
hombros  que  rio  han  podido  sufrir  jamás,  ni 
aun  en  tiempo  de  nieve,  un  sobretodo,  mar- 
cha siempre  hacia  adelante,  indiferente  a  la 
calidad  de  sus  oyentes,  a  la  manera  de  su 
maestro  que  discurría  ante  los  pastores  como 
ante  los  duques,  y  prosigue  el  trágico  juego 
verbal  del  que,  por  otra  parte,  no  se  deja 
sorprender.  Y  ¿no  atribuye  también  la  mayor 
importancia  trascendental  a  ese  arte  de  las 
pajaritas  de  papel  que  es  su  triunfo?  Todo 
ese  conceptismo  lo  expresarán,  lo  prolonga- 


30 


MIGUEL  DK  UNAMUNO 


lan  más  esos  juguetees  filológicos?  Con  Una 
muño  tocamos  al  fondo  del  nihilismo  espa- 
ñol. Comprendemos  que  este  mundo  depen- 
de hasta  tal  punto  del  sueño  que  ni  merece 
ser  soñado  en  una  forma  sistemática.  Y  si 
los  filósofos  se  han  arriesgado  a  ello  es  sin 
duda  por  un  exceso  de  candor.  Es  que  han 
sido  presos  en  su  propio  lazo.  No  han  visto 
la  parte  de  si  mismos,  la  parte  de  ensueño 
personal  que  ponian  en  su  esfuerzo.  Una- 
muno,  más  lúcido,  se  siente  obligado  a  dete- 
nerse a  cada  momento  para  contradecirse  y 
negarse.  Porque  se  muere. 

Pero  ¿para  qué  las  coyunturas  del  mundo 
.Ji'dbrían  de  haber  producido  este  accidente: 
Miguel  de  Unamuno,  si  no  es  para  que  dure 
y  se  eternice?  Y  balanceado  entre  el  polo  de 
la  nada  y  el  de  la  permanencia,  sigue  sufrien- 
do ese  combate  de  su  existencia  cotidiana 
donde  el  menor  suceso  reviste  la  importan- 
cia más  trágica  ;  no  hay  ninguno  de  sus  ges- 
tos que  pueda  someterse  a  ese  ordenamiento 
objetivo  y  convenido  por  que  reglamos  los 
nuestros.  Los  suyos  están  bajo  la  dependen- 
cia de  un  más  alto  deber;  refiérelos  a  su 
cuita  de  permanecer. 

Y  asTlíáSandFTnutil,  nada  de  perdido  en 
las  horas  en  medio  de  las  cuales  se  revuelve. 


cü:\ro  sic  HACK  uxa  novkla 


31 


y  los  instantes  más  ordinarios,  en  que  no-; 
abandonamos  al  curso  del  mundo  el  sabe  que 
los  emplea  en  ser  él  mismo.  Jamás  le  aban- 
dona su  congoja,  ni  aquel  orgullo  que  comu- 
nica esplendor  a  todo  cuanto  toca,  ni  esa  co- 
dicia que  le  impide  escurrirse  y  anonadarse 
sin  conocimiento  de  ello.  Está  siempre  des- 
pierto y  si  duerme  es  para  recogerse  mejor 
ante  el  sueño  de  la  vela  y  gozar  de  él.  Aco- 
sado por  todos  lados  por  amenazas  y  emba- 
tes que  sabe  ver  con  una  claridad  bien  amar- 
ga, su  ges].a.ij^ntinu^  es  el  de  atraerla  si  to-  \ 
dos  los  conflictos,  todos  los  cui^dos,~tQ?os  j 
los  recTir sn¿T^.Peró  reducido  a  ese  punto  ex-  / 
tremo  de  la  soledad  }•  del  egoismo,  es  el  más  i^/  ' 
i^oy  dinas  humano  de  los  hombres.  Pues  \ 
no  cabe  negar  que  haya  reducido  todos  los 
problemas  al  más  senallo  \^ermás  natural 
y  nadaT  ríos  ¡nipííe  mTrarn(¿s  en  él  como  en  f/T 
un'lTorñl3fé~eÍemglar  reñcontraremosTa  más  j|' 
vi va/]de]las__emj3CJL^^      Desprendámonos  de 
lo  social,  de  lo  temporal,  de  los  dogmas  y  de 
las  costumbres  de  nuestro  hormiguero.  Va 
a  desaparecer  un  hombre:  todo  ^stá  ahí.  Si 
rehusa,  minuto  a  minuto,  esa  pai  cida,  acaso 
va  a  salvarnos.  A  fin  de  cuentas  es  a  nos- 
otros a  quienes  defiende  defendiéndose. 

Jkan  Cassou 


Coratntario 


¡Ay,  querido  Cassou!,  con  este  retrato  me 
tira  usted  de  la  lengua  y  el  lector  compren- 
derá que  si  lo  incluyo  aquí,  traduciéndolo, 
es  para  comentarlo.  Ya  el  mismo  Cassou 
dice  que  no  he  escrito  sino  comentarios  y  ^ 
aunque  no  entienda  muy  bien  esto  ni  acierte 
a  comprender  en  qué  se  diferencian  de  los 
comentarios  los  que  no  lo  son,  me  aquieto 
pensando  que  acaso  la  Iliada  no  es  más  que 
un  comentario  a  un  episodio  de  la  guerra  de 
Troya  y  la  Divina  Comedia  un  comentario  a 
las  doctrinas  escatológicas  de  la  teología  cató- 
lica medieval  y  a  la  vez  a  la  revuelta  historia 
florentina  del  siglo  XIII  y  a  las  luchas  del 
Pontificado  y  el  Imperio.  Bien  es  verdad  que 
el  Dante  no  pasó  de  ser,  según  los  de  la  poe- 
sía pura  —  he  leído  hace  poco  los  comenta- 
rios estéticos  del  abate  Bremond  —  un  poe- 
ta de  circunstancias.  Como  los  Evangelios  y 


36 


MTGUTvL  DTÍ  UNAMUNO 


las  epístolas  paulinianas  no  son  más  que  es- 
critos de  circunstancias. 

Y  ahora  repasando  el  Retrato  de  Cassou 
y  mirándome,  no  sin  asombro,  en  él  como  en 
un  espejo  pero  en  un  espejo  tal  que  vemos 
más  el  espejo  mismo  que  lo  en  él  espejado, 
empiezo  por  detenerme  en  eso  de  que  dete- 
niéndome en  todos  los  puntos  de  mis  lectu- 
ras no  me  haya  detenido  nunca  en  los  dos 
pasajes  que  de  San  Agustín  cita  mi  retra- 
tista. Hace  ya  muchos  años,  cerca  de  cua- 
renta, que  leí  las  Confesiones  del  africano  y, 
cosa  rara,  no  las  he  vuelto  a  leer,  y  no  re- 
cuerdo qué  efecto  me  produjeron  entonces, 
en  mi  mocedad,  esos  dos  pasajes.  \  Eran  tan 
otros  los  cuidados  que  me  atosigaban  enton-. 
ees  cuando  mi  mayor  cuita  era  la  de  poder 
casarme  cuanto  antes  con  la  que  es  hoy  y 


ende  mi  madre !  Sí,  gusto"3etenerme  —  aun- 
r¡TiFMBHa~que  decir  algo  más  íntimo  y  vital 
y  menos  estético  que  gustar  —  gusto  dete- 
nerme no  sólo  en  todos  los  puntos  de  mis 
lecturas  sino  en  todos  los  momentos  que  pa- 
san, en  todos  los  m^omentos  porque  paso.  Se 
habla  por  hablar  del  libro  de  la  vida  y  para 
los  más  de  los  que  emplean  esta  frase  tan 
preñada  de  sentido  como  casi  todas  las  que 


será  siempre  la  madre  d' 


hii 


CÓMO  se  HACE  UNA  NOWthA 


37 


llegan  a  la  preminencia  de  lugares  comunes, 
eso  del  libro  de  la  vida,  como  lo  del  libro  de 
la  naturaleza,  no  quiere  decir  nada.  Es  que 
los  pobrecitos  no  han  comprendido,  si  es  que 
lo  conocen,  aquel  pasaje  del  Apocalipsis,  del 
Libro  de  la  Revelación,  en  que  el  Espíritu  le 
manda  al  apóstol  que  ¿e_coma  un  libro.  Cuan- 
do un  libro  es  cosa  viva  hay  que^üomérselo 
y  el  que  se  lo  come,  si  a  su  vez  es  viviente,  si 
éstá  de  veras  vivo,  r^eyive  con  esa  comida. 
Pero  para  los  escritores  —  y  lo  triste  es  que 
ya  apenas  leen  sino  los  mismos  que  escri- 
ben —  para  los  escritores  un  libro  no  es  más 
que  un  escrito,  no  es  una  cosa  sagrada,  vi- 
viente, revividora,  eternizadora,  como  lo  son 
la  Biblia,  el  Corán,  los  Discursos  de  Buda,  y 
nuestro  Libro,  el  de  España,  el  Quijote. 

Y  sólo  pueden_sentir^  lo_  apocali^^  lo  re- 
viador  5e"  comerse  un  libro  los  que  sienten 
como  el^^erbo  hizo^'carne^a  la  vez  que  se 
hízo^Tetra  y  comemos,  en  pan  de  vida  eter- 
na, eucarísticamente,  esa  carne  y  esa  letra. 

Y  la  ktra  que  comemos,  que  es  carne  es  tam- 
bién palabra,  sin  que'  ello  quiera  decir  que  es 
ideaj,  esto  es :  esqueleto.  De  esqueletos  no  se 
vive;  nadie  se  alimenta  con  esqueletos.  Y  he 
aquí  porque  suelo  detenerme  al  azar  de  mis 
lecturas  de  toda  clase  de  libros,  y  entre  ellos 


38 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


del  libro  de  la  vida,  de  la  historia  que  vivo, 
y  del  libro '^e-'ta  naturaleza,  en  todos  los 
puntos  vitales. 

Cuenta  el  cuarto  Evangelio  (Juan,  VIII, 
6-9)  y  para  esto  nos  salen  ahora  diciendo  los 
ideólogos  que  el  pasaje  es  apócrifo,  que  cuan- 
do los  escribas  y  fariseos  le  presentaron  a 
Jesús  la  mujer  adúltera,  él,  doblegándose  a 
tierra  escribió  en  el  polvo  de  ésta,  sin  caña 
ni  tinta,  con  el  dedo  desnudo,  y  mientras  le 
interrogaban  volvió  a  doblegarse  y  a  escri- 
bir después  de  haberles  dicho  que  el  que  se 
sintiese  sin  culpa  arrojase  el  primero  una 
piedra  a  la  pecadora  y  ellos,  los  acusadores, 
se  fueron  en  silencio.  ¿  Qué  leyeron  en  el  pol- 
vo sobre  que  escribió  el  Maestro?  ¿Leyeron 
algo?  ¿Se  detuvieron  en  aquella  lectura?  Yo, 
por  mi  parte,  me  voy  por  los  caminos  del 
campo  y  de  la  ciudad,  de  la  naturaleza  y  de 
la  historia,  tratando  de  leer,  para  comen- 
tarlo, lo  que  el  invisible  dedo  desnudo  de 
Dios  ha  escrito  en  el  polvo  que  se  lleva  el 
viento  de  las  revoluciones  naturales  y  el  de 
las  históricas.  Y  Dios  al  escribirlo  se  doble- 
ga a  tierra.  Y  lo  que  Dios  ha  escrito  es  nues- 
tro propio  milagro,  el  milagro  de  cada  uno 
de  nosotros,  San  Agustín,  Juan  Jacobo,  Juan 
Cassou,  tú,  lector,  o  yo  que  escribo  ahora 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEI^A 


39 


con  pluma  y  tinta  este  comentario,  el  mila- 
gro de  nuestra  conciencia  de  la  soledad  y 
de  la  eternidad  humanas. 

i¡^a  soledad^!  La_spledad^?s^í^l  meollo  de 
nuestra  esencia  y  Von  eso  de  congregarno's, 
de  arrebañarnos,  no  hacemos  sirio  ahondar- 
la. Y  ¿de  dónde  sino  de  la  soledad,  de  nues- 
tra soledad  radical,  ha  nacido  esa  envidia,  la 
de  Caín,  cuya  sombra  se  extiende  —  bien  lo 
decía  mi  Antonio  Machado  —  sobre  la  soli- 
taria desolación  del  alto  páramo  castellano? 
Esa  envidia,  cuyo  poso  ha  remejido  la  actual 
Tiranía  española,  que  no  es  sino  el  fruto  de 
la  ejividia  ^cainita,  principalmente  de  Ja_  con- 
ventual y  de  la  cuartelera,  3e  Ja  frailuna  y. 
(3e~1^jcastrense,^a~¿nyidia  _c[iie-j¿ce_de_los 
rebaños  soin^tidos  a_ordenajiza,  esa  qnvidia 
inquisitorial  ha^hechoja  tragedia  de  la  his- 
toria de'níiestra  Ksj)aña.  El  espanot  se  ojia 
a  sí  mismo. 

AÍÍ^'sí,  hay  una  humanidad  por  dentro  de 
esa  otra  triste  humanidad  arrebañada,  hay 
una  humanidad  que  confieso  y  por  la  que 
clamo.  ¡Y  con  qué  acierto  verbal  ha  escrito 
Cassou  que  hay  que  darle  una  ''orgajiizaci^n 
divina^'!  ¿Organización  divina?  Lo  que  hay 
que  hacer  es  organizar  a  Dios. 


40 


MIGUElv  DE  UNAMUNO 


Es  cierto;  el  Augusto  Pérez  de  mi  Niebla 
me  pedia  que  no  le  dejase  morir,  pero  es  que 
a  la  vez  que  yo  le  oia  eso  —  y  se  lo  oia  cuan- 
do lo  estaba,  a  su  dictado,  escribiendo  —  oia 
también  a  los  futuros  lectores  de  mi  relato, 
de  mi  libro,  que  mientras  lo  comían,  acaso 
devorándolo,  me  pedían  que  no  les  dejase 
morir.  Y  todos  los  hombres  en  nuestro  trato 
mutuo,  en  nuestro  comercio  espiritual  huma- 
no, buscamos  no  morirnos;  yo  no  morirme 
en  ti,  lector  que  me  lees,  y  tú  no  morirte  en 
mi  que  escribo  para  ti  esto.  Y  el  pobre  Cer- 
vantes, que  es  algo  más  que  un  pobre  cadá- 
ver, cuando  al  dictado  de  Don  Quijote  escri- 
bió el  relato  de  la  vida  de  éste  buscaba  no 
morir.  Y  apropósito  de  Cervantes  no  quiero 
dejar  pasar  la  coyuntura  de  decir  que  cuan- 
do nos  dice  que  sacó  la  historia  del  Caba- 
llero de  un  libro  arábigo  de  Cide  Hamete 
Benengeli  quiere  decirnos  que  no  fué  mera 
ficción  de  su  fantasía.  La  ocurrencia  de  Cide 
Hamete  Benengeli  encierra  una  profunda 
lección  que  espero  desarrollar  algún  día. 
Porque  ahora  debo  pasar,  al  azar  del  co- 
mentario, a  otra  cosa. 

A  cuando  Cassou  comenta  aquello  que  yo 
he  dicho  y  escrito,  y  más  de  una  vez  de  mi 
España,  que  es  tanto  mi  hija  como  mi  ma- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


41 


dre.  Pero  mi  hija  por  ser  mi  madre,  y  mi 
madre  por  ser  mi  hija.  O  sea  mi  mujer.  Por- 
que la  madre  de  nuestros  hijos  es  nuestra 
madre  y  es  nuestra  hija.  ;  Madre  e  hija !  Del 
seno  desgarrado  de  nuestra  madre  salimos, 
sin  conciencia,  a  ver  a  la  luz  del  sol  el  cielo 
y  la  tierra,  la  azulez  y  la  verdura,  ¡  y  qué  ma- 
yor consuelo  que  el  poder,  en  nuestro  últi- 
mo momento,  reclinar  la  cabeza  en  el  regazo 
conmovido  de  una  hija  y  morir,  con  los  ojos 
abiertos,  bebiendo  con  ellos,  como  viático,  la 
verdura  eterna  de  la  patria ! 

Dice  Cassou  que  mi  obra  no  palidece.  Gra- 
cias. Y  es  porque  es  la  misma  siempre.  Y  por- 
que la  hago  de  tal  modo  que  pueda  ser  otra 
para  el  lector  que  la  lea  comiéndola.  ¿Qué 
me  importa  que  no  leas,  lector,  lo  que  yo 
quise  poner  en  ella  si  es  que  lees  lo  que  te 
enciende  en  vida?  Me  parece  necio  que  un 
autor  se  distraiga  en  explicar  lo  que  quiso 
decir,  pues  lo  que  nos  importa  no  es  lo  que 
quiso  decir  sino  lo  que  dijo,  o  mejor  lo  que 
oímos.  Así  Cassou  me  llama  además  de  sal- 
vaje —  y  si  esto  quiere  decir  hombre  de  la 
selva,  me  conformo  —  paradógico  e  irrecon- 
ciliable. Lo  de  paradógico  me  lo  han  dicho 
muchas  vec^s  y  de  tal  modo  que  he  acabado 
por  no  saber  qué  es  lo  que  entienden  por 


42 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


paradoja  los  que  me  lo  han  dicho.  Aunque 
paradoja  es  como  pesimismo  una  de  las  pa- 
labras que  han  llegado  a  perder  todo  senti- 
do en  nuestra  España  de  la  conformidad  re- 
bañega. ¿ IrreconciHable  yo?  ¡Asi  se  hacen 
las  leyendas !  Mas  dejemos  ahora  esto. 

Luego  me  dice  Cassou  muerto  y  resucita- 
do a  la  vez  —  mort  et  ressucité  ensemble.  — 
Al  leer  esto  de  resucitado  sentí  un  escalo- 
frió de  congoja.  Porque  se  me  hizo  presente 
lo  que  se  nos  cuenta  en  el  cuarto  Evangelio 
(Juan,  XII,  10)  de  que  los  sacerdotes  tra- 
maban matar  a  Lázaro  resucitado  porque 
muchos  de  los  judios  se  iban  por  él  a  Jesús 
y  creían.  Cosa  terrible  ser  resucitado  y  más 
entre  los  que  teniendo  nombre  de  vivos  es- 
tán muertos  según  el  Libro  de  la  Revelación 
(Ap.  III,  1-2).  Esos  pobres  muertos  ambu- 
lantes y  parlantes  y  gesticulantes  y  accio- 
nantes que  se  acuestan  sobre  el  polvo  en  que 
escribió  el  dedo  desnudo  de  Dios  y  no  leen 
nada  en  él  y  como  nada  leen  no  sueñan.  Ni 
leen  nada  tampoco  en  la  verdura  del  campo. 
Porque  ¿no  te  has  detenido  nunca,  lector, 
en  aquel  jibismático  momento  poético^  del 
mismo¿uarto  EvañgelíoTTüáñTVl,  10)  don- 
de sernos  cuenta  cuaMo  seguía  una  gran 
nuiGhecHímbre  a  Je-gús  más  allá  del  lago  de 


CÓMO  St  HACE  UNA  NOVENLA 


43 


Tiberíades,  de  Galilea,  y  había  que  buscar 
pan  para  todos  y  apenas  si  tenían  dinero  y 
Jesús  dijo  a  sus  apóstoles:  ''haced  que  los 
hombres  se  sienten!"?  Y  añade  el  texto  del 
Libro:  ''pues  había  mucha  yerba  en  el  lu- 
gar". Mucha  yerba  verde,  mucha  verdura 
del  campo,  allí  donde  la  muchedumbre  ham- 
brienta de  la  palabra  del  Verbo,  del  Maes- 
tro, había  de  sentarse  para  oirle,  para  co- 
mer su  palabra !  ¡  Mucha  yerba !  No  se  sen- 
taron sobre  el  polvo  que  arremolina  el  vien- 
to sino  sobre  la  verde  yerba  a  que  mece  la 
brisa.  ¡Había  mucha_}^^ba! 

Dice  luego~Cassou  que  yo  no  tengo  ideas, 
pero  lo  que  creo  que  quiere  decir  es  que  las 
ideas  no  mFTÍeífeh  a  vniTlí  hacTlíifos  co- 
mentarfos ^ugef I3os~Iégüramente  por  cierta 
conversación  que  tuve  con  un  periodista 
francés  y  que  se  publicó  en  Les  Notivelles 
IJtteraires.  ¡Y  cómo  me  ha  pesado  después 
el  haber  cedido  a  la  invitación  de  aquella  en- 
trevista! Porque,  en  efecto,  ¿qué  es  lo  que 
podía  yo  decir  a  un  reportero  que  conoce  a 
su  público  y  sabe  los  problemas  generales  y 
de  actualidad  —  que  son,  por  ser  los  menos 
individuales,  a  la  vez  los  menos  universa- 
les y  son  los  de  menos  eternidad  —  a  que  hay 
que  dar  una  respuesta,  los  puntos  en  que  es 


44 


MIGUEL,  de:  una  mu  no 


oportuno  hacer  nacer  escándalo  y  aquellos 
que  exigen  una  solución  apaciguadora  ?  ¡  Es- 
cándalo! Pero  ¿qué  escándalo?  No  aquel  es- 
cándalo evangélico,  aquel  de  que  nos  habla 
el  Cristo  diciendo  ([ue  es  menester,  que  le 
hay,  mas  ¡ay  de  aquel  por  quien  viniere! 
no  el  escándalo  satánico  o  el  luzbelino,  que 
es  un  escándalo  arcangélico  e  infernal,  sino 
el  miserable  escándalo  de  las  cominerías  de 
los  cotarros_literarios~dl  e^os  mezqumos_}r 
iTienguajlos~CQtár  le-/ 
tras  que  ni  saben  comerse  urnTbro  —  no  pa4 
sai^^ejeerlo  —  ni  saben  aiTiasar_con_sU-^aB-| 
gi^eysu  carne  uii^ro  que  se^cpma^sina-esl 
cf  i  birló  con  tinta  y  pluníaT^Tiene  razón  Casi 
§ou,  ¿ciue  tieííe  que  hacer  en  esas  interviúá' 
un  hombre,  español  o  no,  que  no  quiere  mo- 
rirse y  que  sabe  que  el  soliloquio  es  el  modo 
de  conversar  de  las  almas  que  sienten  la  so- 
ledad divina?  ¿Y  qué  le  importa  a  nadie  lo 
que  Pedro  juzga  de  Pablo  o  la  estimación 
que  de  Juan  hace  Andrés  ? 

No,  no  me  importan  los  problemas  que 
llaman  de  actualidad  y  que  no  lo  son.  Por- 
que la  verdadera  actualidad;^  la  siempre  ac- 
tual, es  la  del  presente  eterno.  Muchas  veces 
en  estos  días  trágicos  para  mi  pobre  patria 
oigo  preguntar:  ''¿y  qué  haremos  mañana?" 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


45 


Xo,;  sino  qué  vamos  a  hacer  ahora.  O  mejor 
que  vo}ránraceT^}^  aHbraV^pé  va' a  hacer 
ahora  cada  uno  de  nosotros.  Lo  presente  y 
lo  individual;  el  ahora  v  el  acjuí.  En  el  caso 
concreto  de  la  actual  situación  política  —  o 
mejor  que  política  apolítica,  esto  es,  inci- 
vil —  de  mi  patria  cuando  oigo  hablar  de 
política  futura  y  de  reforma  de  la  Constitu- 
ción contesto  que,  lo  p^mero  es  desembara- 
^arnos  de  la  presente  misena^^^  aca- 
Ija^TcoirTa^^tlranía  y  enjuiciarla  para"aju^Ti^ 
ciarla,  ^^o  demas~~que  espere.  "^Cltatido 'eí 
Cristo"  iba  a  resucitar  a  la  hija  de  Jairo  se 
encontró  con  la  hemorroidesa  y  detúvose  con 
ella,  pues  ^era  lo^deL-uiomeiito;  la  otra,  la  \ 
muerta, «jque  esperase. 

Dice  Cassou,  generalizándolo  por  mí,  que 
para  los  grandes  españoles  todo  lo  que  pue- 
de constituir  una  economía  provisoria  — 
moral  o  política  —  no  tiene  interés  alguno, 
que  no  tienen  economía  más  que  de  lo  indi- 
vidual  y  por  lo  tanto  de  lo  eterno,  cfíTe  para  f 
mi  el  hacer  política  es  saJxarse,  defender  mi 
persona, ^afirmarla,  hacerla  entrar  para  siem-  ^ 
presen  la  historia.  Y  respondo:  primero,  que 
lo  provisorio  es  lo  eterno,  que  el  aquí  es  el 
cerífó^el_e5pa aÍLin finito ,  el  foco  dejajilr 
finitud.  v  er  ahora  el  centro  del  tiemv)o,  el  fo- 


46 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


CU  de  la  eternidad ;  luego,  que  lo  individual  es 
lo  universal  —  en  lógica  los  juicios  indivi- 
duales se  asimilan  a  los  universales  —  y  por 
lo  tanto  lo  eterno,  y  por  último  que  no^ha^-i^ 
I  ^otra  política  que  la  de  salvar  en  la  historia  ai' 
lUds  individuos.  Ni  el  asegurar  el  triunfo  de| 
\  juna  doctrina,  de  un  partido,  acrecentar  el  te- " 
l:  rritorio  nacional  o  derribar  un  orden  social 
fi  vale  nada  como  no  sea  para  salvar  las  almas 
!  de  los  hombres  individuales.  Y  respondo  tam-j 
'  bién  que  puedo  entenderme  con  políticos  —  y 
me  he  entendido  más  de  una  vez  con  algunos 
de  ellos  —  que  puedo  entenderme  con  todos 
los  políticos  que  sienten  el  valor  infinito  y 
eterno  de  la  individualidad.  Y  aunque  se  lla- 
men socialistas  y  precisamente  acaso  por  lla- 
marse así.  Y  sí,  hay  que  entrar  para  siem- 
pre —  a  janiais  —  en  la  historia.  ¡  Para  siem- 
pre! El  verdadero  padre  de  la  historia  his- 
tórica, de  la  historia  política,  el  profundo 
Tucídides  —  verdadero  maestro  de  Maquia- 
velo  —  decía  que  escribía  la  historia  "para 
siempre"  s-.?  «ist.  Y    escribir    historia  para 
siempre*  es  una  de  laTmaneras,  acaso  la  mas 
c'íTcáT,  de^ffaf  paTa^stempre'eñ  Ta  Hisfóna, 
de  hacerTiistoria  para  siempre.  Y  si  la  his- 
toria humana  es  como  lo  he  dicho  y  repetido, 
el  pensamiento  de  Dios  en  la  tierra  de  los 


CÓMO  SE  HACn  UNA  NOVl-LA 


47 


lión-ibres,  hacer  Jiistoria.  y  para  siempre,  es 
hacer  pensar  a  Dios,  es  organizar  a  Diosas 
amasarJlTeternidad.  Y  por  algo  decía  otro 
de  los  más  grandes  discípulos  y  continuado- 
res de  Tucídides,  Leopoldo  de  Ranke,  que  ca- 
da generación  huijiana  .está  erí  contacto  inme- 
diato con  Dios.  Y  es  que  el^Reíno  de  Dios 
cuycTádvenimiento  piden  a  diario  los  corazo- 
nes sencillos  —  ''venga  a  nos  el  tu  reino!"  — 
ese  reino  que^  está  dentro^  de-^nos,otros,  nos 
está  viniendo  momento  a  momento,  y  ese  rei- 
no es  la  eterna^ venida_dé  él.  Y  toda  la  histo- 
ria es  un  comentario  del  pensamiento  de  Dios. 

¿Comentario?  Cassou  dice  que  no  he  escri- 
to más  que  comentarios.  ¿Y  los  demás  que 
han  escrito  ?  En  el  sentido  restringido  y  aca- 
démico en  que  Cassou  parece  querer  emplear 
ese  vocablo  no  sé  que  mis  novelas  y  mis  dra 
mas  sean  comentarios.  Mi  Paz  en  ¡a  Guerra, 
pongo  por  caso.  ;en  qué  es  comentario?  Ah, 
sí,  comentario  a  la  historia  política  de  la  gue- 
rra civil  carlista  de  1873  a  1876.  Pero  es  que 
hacer  comentarios  es  hacer  historia.  Como 
escribir  contando  cómo  se  hace  una  novela  es 
hacerla.  ;Es  más  que  una  novela  la  vida  de 
cada  uno  de  nosotros  ?  ¿  Hay  novela  más  no- 
velesca que  una  auto-bjpgrafíaT?^ 


48 


IMTGUKlv  DK  UNAMUNO 


Quiero  pasar  de  ligero  lo  que  Cassou  me 
dice  de  ser  yo  poeta  de  circunstancia  —  Dios 
lo  es  también  —  y  lo  que  comenta  de  mi  poe- 
sía -''oratoria,  dura,  robusta  y  romántica". 
He  leído  hace  poco  lo  que  se  ha  escrito  de  la 
poesía  pura  —  pura  como  el  agua  destilada, 
que  es  impotable,  y  destilada  en  alquitara  de 
laboratorio  y  no  en  las  nubes  que  se  ciernen 
al  sol  y  al  aire  libres  —  y  en  cuanto  a  ro- 
manticismo he  concluido  por  poner  este  tér- 
mino al  lado  de  los  de  paradoja  y  pesimis- 
mo, es  decir,  que  no  sé  ya  lo  que  quiera  de- 
cir, como  no  lo  saben  tampoco  los  que  de  él 
abusan. 

A  renglón  seguido  Cassou  se  pregunta  si 
admitirán  mis  obras  erizadas  de  desorden, 
ilimitadas  y  monstruosas,  y  a  las  que  no  se 
les  pueden  encasillar  en  ningún  género  — 
'^encasillar"  chsscr,  y  ''género",  aquí  está 
el  toque!  —  y  habla  de  cuando  el  lector  es- 
tá a  punto  de  ponerse  de  acuerdo  —  nons 
mcttrc  d'accord  —  con  el  curso  de  la  ficción 
que  le  presento.  Pero  ¿y  para  qué  tiene  el 
lector  que  ponerse  de  acuerdo  con  lo  que  el  ^* 
escritor  le  dice?  Por  mi  parte  cuando  me 
pongo  a  leer  a  otro  no  es  para  ponerme  de ' 
acuerdo  de  él.  Ni  le  pido  semejante  cosa. 
Cuando  alguno  de  esos  lectores  impenetra- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEI.A 


49 


bles,  de  esos  que  no  saben  comerse  libros  ni 
salirse  de  si  mismos,  me  dice  después  de  ha- 
ber leído  algo  mío:  ''no  estoy  conforme!  no 
estoy  conforme!*'  le  replico,  cebando  cuanto 
puedo  mi  compasión:  "y  qué  nos  importa, 
señor  mío,  ni  a  usted  ni  a  mi  el  que  no  este- 
mos conforme".  Es  decir,  por  lo  que  a  mi 
hace  ni  estoy  siempre  conforme  consigo  mis- 
mo y  suelo  estarlo  con  los  que  no  se  confor- 
man conmigo.  Lo  propio  de  una  individuali- 
dad viva,  siempre  presente,  siempre  cam- 
biante y  siempre  la  misma,  que  aspira  a  vi- 
vir siempre  —  y  esa  aspiración  es  su  esen- 
cia —  lo  propio  de  una  individualidad  que 
lo  es,  que  es  y  existe,  consiste  en  alimentar- 
se_de  las  demás  individu^licladé?  y  darse  a 
ellas  en  alimento.  En  esa ^  consistencia"^ 
sostiene  su  existencia  y  resistir  a  ello  es  de- 
sistir de  la  vida  eterna.  Y  ya  ven  Cassou  y 
el  lector  a  que  juegos  dialécticos  tan  concep- 
tistas —  tan  españoles  —  me  lleva  el  proce- 
so etimológico  de  ex-sistir,  con-sistir,  re- 
sistir y  de-sistir.  Y  aun  falta  in-sistir  que 
dicen  algunos  que  es  mi  característica :  la  in- 
sistencia. Con  todo  lo  cual  creo  a-sistir'a  misf^ 
prójimos,  a  mis  hermanos,^  mis  co4iombres,  \ 
a  que  se  encuentren  a  si  mismos  y  entren  pa- 
ra siem^re_en_]aJystoria^.se  hagan  su  pro-*  \ 


50 


MIGUIvI,  DE  UNAMUNO 


pia  novela.  ¡Estar  conformes!  ¡bali!  hay 
animales  líerbívoros  y  hay  plantas  carnívo- 
ras. Cada  uno  se  sostiene  de  sus  contrarios. 

Cuando  Cassou  menciona  el  rasgo  más  in- 
timo, más  entrañado,  más  humano  de  la  no- 
vela dramática  que  es  la  vida  de  Pirandello, 
el  que  haya  tenido,  consigo,  en  su  vida  coti- 
diana, a  su  madre  loca  —  ¡y  qué!  ¿iba  a 
echarla  a  un  manicomio?  —  me  senti  estre- 
mecido, porque  ¿no  guardo  yo,  y  bien  apre- 
tada a  mi  pecho,  en  mi  vida  cotidiana,  a  mi 
pobre  madre  España  loca  también?  No,  a 
Don  Quijote  solo,  no,  sino  a  España,  a  Es- 
paña loca  como  Don  Quijote;  loca  de  dolor, 
loca  de  vergüenza,  loca  de  desesperanza,  y 
¿quién  sabe?  loca  acaso  de  remordimiento. 
Esa  cruzada  en  que  el  rey  Alfonso  XIII,  re- 
presentante de  la  extranjería  espiritual  ham- 
burgiana,  la  ha  metido  ¿es  más  que  una  lo- 
cura? Y  no  una  locura  quijotesca. 

En  cuanto  a  Don  Quijote,  ¡he  dicho  ya 
tanto.  .  .  !  ¡me  ha  hecho  decir  tanto.  . .  f  Un 
loco,  si,  aunque  no  el  más  divino  de  todos. 
El  más  divino  de  los  locos  fué  y  sigue  siendo 
Jesús,  el  Cristo.  Pues  cuenta  el  segundo 
Evangelio,  el  según  Marcos  (III,  21)  que  los 
suyos,  —  hoi  par'autotí  —  los  de  su  casa  y 
familia,  su  madre  y  sus  hermanos  —  como 


CÓMO  SE  hace:  una  novela 


51 


dice  luego  el  versillo  31  —  fueron  a  recoger- 
le diciendo  que  estaba  fuera  de  sí  —  hoti 
exeste  —  enajenado,  loco.  Y  es  curioso  que  ^  j 
el  término  griego  con  el  que  se  expresa  que  i  j 
uno  está  loco  sea  el  de  estar  fuera  de  sí,  aná-  ^  j 
logo  al  latino  ex-sistere,  existir.  Y  es  que  la  \ 
existencia  es  una  locura  y  el  que  existe,  el  ¡j 
que  e§táríaéfa~de"'sí7é^  ^^3^  t 

ciende^e'sra'^qrrNi  es  otra  la  santaTocura  f 
de  la^cnlzTContra  lo  cual  la  cordura,  que  no  ^ 
es  sino  tontería,  de  estarse  en  sí,  de  reser- 
varse,  de  recogerse.  Cordura  de  que  esta- 
ban lleno^s-aquellos  fariseos  que  reprochaban 
a  Jesús  y  sus  discípulos  el  que  arrancaran 
espigas  de  trigo  para  comérselas,  después  de 
trilladas  por  restregó  de  las  manos,  en  sába- 
do, y  que  curara  Jesús  a  un  manco  en  sába- 
do, y  de  quienes  dice  el  tercer  Evangelio 
(Luc.  VI,  11)  que  estaban  llenos  de  demjen- 
cia  o  de  necedad  —  anotas  — ^^y~nó^eTocura. 
Necios"  ó  dementes  los  fariseos  litúrgicos  y 
observantes,  y  no  locos.  Aunque  fariseo  em- 
pezó siendo  aquel  Pablo  de  Tarso,  d  descu- 
bridor místico  de  Jesús,  a  quien  el  pretor 
Festo  le  dijo  dando  una  gran  voz  (Hechos, 
XXVI,  24)  ^^Estás  loco,  Pablo;  las  muchas 
letras  te  han  llevado  a  la  locura".  Si  bien  no 
empleó  el  término  evangélico  de  la  familia 


52 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


del  Cristo,  el  de  que  estaba  fuera  de  sí,  sino 
que  desbarraba  —  mainei  —  que  había  caí- 
do en  manía.  Y  emplea  este  mismo  vocablo 
que  ha  llegado  hasta  nosotros.  San  Pablo 
era  para  el  pretor  Festo  un  maniático;  las 
muchas  letras,  las  muchas  lecturas,  le  ha- 
bían vuelto  el  seso,  secándoselo  o  no,  como  a 
Don  Quijote  las  de  los  libros  de  caballerías. 

Y  ¿por  qué  han  de  ser  lecturas  las  que  le 
vuelvan  a  uno  loco  como  le  volvieron  a  Pa- 
blo de  Tarso  y  a  Don  Quijote  de  la  Mancha? 
¿Por  qué  ha  de  volverse  uno  loco  comiendo 
libros?  ¡Hay  tantos  modos  de  enloquecer! 
y  otros  tantos  de  entontecerse.  Aunque  el 
más  corriente  modo  de  entontecimiento  pro- 
viene de  leer  libros  sin  comérselos,  de  tra- 
gar  letra  sin  asimilársela  haciéndola  espíri- 
tu. Los  tontos  se  mantienen  —  se  mantie- 
nen en  su  tontería  —  con  huesos  y  no  con 
carne  de  doctrina.  Y  los  tontos  son  los  que 
dicen:  ''¡¿ejiii  no  se  ríe  nadie!"  que  es  tam- 
bién lo  que  suele  decir  el  general  M.  Anido, 
verdugo  mayor  de  España,  a  quien  no  le  im- 
porta que  se  le  odie  con  tal  de  que  se  le  tema. 
'■jDe  mí  no  se  ríe  nadie!"  y  Dios  se  está 
riendo  de  él.  Y  de  las  tonterías  que  propala 
a  cuenta  del  bolcheviquismo. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


53 


Quisiera  no  decir  nada  de  los  últimos  re- 
toques del  retrato  que  me  ha  hecho  Cassou, 
pero  no  puedo  resistir  a  cuatro  palabras  so- 
bre lo  del  fondo  del  nihilismo  español.  Que 
no  me  gusta  la  palabra.  Nihilismo  nos  sue- 
na, o  mejor  nos  sabe  a  ruso,  aunque  un  ruso 
diría  que  el  suyo  fué  nichevismo ;  nihilismo 
se  le  llamó  al  ruso.  Pero  nihil  es  palabra  la- 
tina. El  nuestro,  el  español,  estaría  mejor  lla- 
mado nadismo,  de  nuestro  abismático  voca- 
blo :jiada.  Nada,  que  significando  primero 
cosa  nada  o  nacida,  algo,  esto  es:  todo,  ha 
venido  a  significar,  como  el  francés  rien,  de 
rem  =  cosa  —  y  como  persone  —  la  no  cosa, 
la  nonada,  la  nada.  De  la  plenitud  del  ser 
se  ha  pasado  a  su  vaciamiento. 

La  vida,  que  es  todo,  y  que  por  serlo  todo 
se  reduce  a  nada,  es  sueño,  o  acaso  sombra 
de  un  sueño,  y  tal  vez  tiene  razón  Cassou 
cuando  dice  que  no  merece  ser  soñada  bajo 
una  forma  sistemática.  ¡  Sin  duda !  El  siste- 
ma —  que  es  la  consistencia  —  destruye  la 
esencia  del  sueño  y  con  ello  la  esencia  de  la 
vida.  Y,  en  efecto,  los  filósofos  no  han  vis- 
to la  parte  que  de  sí  mismos,  del  ensueño  que 
ellos  son,  han  puesto  en  su  esfuerzo  por  sis- 
tematizar la  vida  y  el  mundo  y  la  existen- 
cia. No  hay  másjpi'ofunda  filosofía  que  la 


54 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


contemplación  de  como  se  filosofa.  La  his- 
toria de  la  filosofía  es  la  filosofía  perenne'. 

Tengo,  por  fin,  que  agradecer  a  mi  Cas- 
sou  —  ¿no  le  he  hecho  yo,  el  retratado,  el 
autor  del  retrato?  —  que  reconozca  que  a 
fin  de  cuentas  defendiéndome  defiendo  a 
mis  lectores  y  sobre  todo  a  mis  lectores  que 
se  defienden  de  mí.  Y  así  cuando  les  cuen- 
to cómo  se  hace  una  novela,  o  sea  como  es- 
toy haciendo  la  novela  de  mi  vida,  mi  his- 
toria, les  llevo  a  que  se  vayan  haciendo  su 
propia  novela,  la  novela  que  es  la  vida  de 
cada  uno  de  ellos.  Y  desgraciados  si  no  tie- 
nen novela.  Si  tu  vida,  lector,  no  es  una  no- 1 
vela,  una  ficción  divina,  un  ensueño  de  éter- ') 
nidad,  entonces  deja  estas  páginas,  no  me ) 
sigas  leyendo.  No  me  sigas  leyendo  porque  ^ 
me  te  indigestaré  y  tendrás  que  vomitarme 
sin  provecho  ni  para  mí  ni  para  ti. 


Y  ahora  paso  a  retraducir  mi  relato  de 
cómo  se  hace  una  novela,  Y  como  no  me  es 
posible  reponerlo  sin  repensarlo,  es  decir, 
sin  revivirlo  he  de  verme  empujado  a  comen- 
tarlo. Y  como  quisiera  respetar  lo  más  que 
me  sea  hacedero  al  que  fui,  al  de  aquel  in- 


CÓMO  si:  hace:  una  novela 


55 


vierno  de  1924  a  1925,  en  París,  cuando  le 
añada  un  comentario  lo  pondré  encorcheta- 
do, entre  corchetes,  así:  [  ]. 

Con  esto  de  los  comentarios  encorcheta- 
dos y  con  los  tres  relatos  enchufados,  unos 
en  otros  que  constituyen  el  escrito  va  a  pa- 
recerle  éste  a  algún  lector  algo  así  como  esas 
cajitas  de  laca  japonesas  que  encierran  otra 
cajita  y  ésta  otra  y  luego  otra  más,  cada  una 
cincelada  y  ordenada  como  mejor  el  artista 
pudo,  y  al  último  una  final  cajita.  .  .  vacía. 
Pero  así  es  el  numdo,  y  la  vida.  Comenta- 
rios de  comentarios  y  otra  vez  más  comen- 
tarios. ¿Y  la  novela?  Si  por  novela  entien- 
des, lector,  el  argumento,  no  hay  novela.  O  lo 
que  es  lo  mismo,  no  hay  argumento.  Dentro 
de  la  carne  está  el  hueso  y  dentro  del  hueso 
el  tuétano,  pero  la  novela  humana  no  tiene  > 
tuétano,  carece  de  argumento.  Todo  son  las  ^ 
cajitas,  los  ensueños.  Y  lo  verdaderamente 
novelesco  es  como  se  hace  una  novela. 


Cómo  se  hace  una  nov 


Héteme  aquí  ante  estas  blancas  páginas  — 
blancas  como  el  negro  porvenir:  terrible 
blancura !  —  buscando  retener  el  tiempo  que 
pasa,  fijar  el  huidero  hoy,  eternizarme  o  in- 
mortalizarme en  fin,  bien  que  eternidad  e  in- 
mortalidad, no  sean  una  sola  y  misma  cosa. 
Héteme  aquí  ante  estas  páginas  blancas,  mi 
porvenir,  tratando  de  derramar  mi  vida  a 
fin  de  continuar  viviendo,  de  darme  la  vida, 
de  arrancarme  a  la  muerte  de  cada  instante. 
Trato  a  la  vez,  de  consolarme  de  mi  destie- 
rro, del  destierro  de  mi  eternidad,  de  este 
destierro  al  que  quiero  llamar  mi  des-cielo. 

El  destierro!,  la  proscripción!  y  qué  de  ex- 
periencias íntimas,  hasta  religiosas,  le  debo! 
Fué  entonces,  allí,  en  aquella  isla  de  Fuerte- 
ventura  a  la  que  querré  eternamente  y  des- 
de el  fondo  de  mis  entrañas,  en  aquel  asilo 
de  Dios,  y  después  aquí,  en  París,  henchido 


60 


MIGUEI.  de:  UNAMUNO 


y  desbordante  de  historia  humana,  univer- 
sal, donde  he  escrito  mis  sonetos,  que  alguien 
ha  comparado,  por  el  origen  y  la  intención,  a 
los  Castigos  escritos  contra  la  tiranía  de  Na- 
poleón el  Pequeño  por  Víctor  Hugo  en  su 
isla  de  Guernesey.  Pero  no  me  bastan,  no  es- 
toy en  ellos  con  todo  mi  yo  del  destierro,  me 
parecen  demasiado  poca  cosa  para  eternizar- 
me en  el  presente  fugitivo,  en  este  espanto- 
so presente  histórico  ya  que  la  historia  es  la 
posibilidad  de  los  espantos. 

Recibo  a  poca  gente;  paso  la  mayor  parte, 
de  mis  mañanas  solo,  en  esta  jaula  cercana 
a  la  Plaza  de  los  Estados  UniddsTDespués 
del  almuerzo  me  voy ^a  ta  Rotoiída  de  Mont- 
parnasse,  esquina  del  bulevar  Raspail,  don- 
de tenemos  una  pequeña  reunión  de  españo- 
les, jóvenes  estudiantes  la  mayoría  y  comen- 
tamos las  raras  noticias  que  nos  llegan  de 
España,  de  la  nuestra  y  de  la  de  los  otros,  y 
recomenzamos  cada  día  a  repetir  las  mismas 
cosas,  levantando,  como  aquí  se  dice,  casti- 
llos en  España.  A  esa  Rotonda  se  le  sigue 
llamando  acá  por  algunos  la  de  Trotzki  pues 
parece  que  allí  acudía,  cuando  desterrado  en 
París,  ese  caudillo  ruso  bolchevique. 

Qué  horrible  vivir  en  la  expectativa,  ima- 
ginando cada  día  lo  que  puede  ocurrir  al  si- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


61 


guíente !  Y  lo  que  puede  no  ocurrir !  Me  paso 
horas  enteras,  solo,  tendido  sobre  el  lecho 
solitario  de  mi  pequeño  hotel  —  family  hou- 
se  —  contemplando  el  techo  de  mi  cuarto  y 
no  el  cielo  y  soñando  en  el  porvenir  de  Es- 
paña y  en  el  mió.  O  deshaciéndolos.  Y  no  me 
atrevo  a  emprender  trabajo  alguno  por  no 
saber  si  podré  acabarlo  en  paz.  Como  no  sé 
si  este  destierro  durará  todavía  tres  días, 
tres  semanas,  tres  meses  o  tres  años  —  iba 
a  añadir  tres  siglos  —  no  emprendo  nada 
que  pueda  durar.  Y  sin  embargo  nada  dura 
más  que  lo  que  se  hace  en  el  momento  y  para 
el  momento.  ¿He  de  repetir  mi  expresión 
favorita  hjterni^ación  de  la  momentanei- 1  ] 
dadP  Mi  gusto  innato  —  y  tan  español!  — 
de  las  antítesis  y  del  conceptismo  me  arras- 
traría a  hablar  de  la  momentanización  de  la 
eternidad.  Clavar  la  rueda  del  tiempo! 

[Hace  ya  dos  años  y  cerca  de  medio  más 
que  escribí  en  París  estas  líneas  y  hoy  las  re- 
paso aquí,  en  Hendaya,  a  la  vista  de  mi  Es- 
paña. Dos  años  y  medio  más !  Cuando  cuita- 
dos españoles  que  vienen  a  verme  me  pre- 
guntan refiriéndose  a  la  tiranía:  ''¿Cuánto 
durará  esto?"  les  respondo:  ''lo  que  ustedes 
quieran!"  Y  si  me  dicen:  "esto  va  a  durar 
todavía  mucho,  por  las  trazas!"  yo:  "cuán- 


62 


migue:i,  de  unamuno 


to?  cinco  años  más,  veinte?  supongamos  que  ^ 
veinte;  tengo  sesenta  y  tres,  con  veinte  más,  i 
ochenta  y  tres;  pienso  vivir  noventa;  por  ! 
mucho  que  dure  yo  duraré  más !"  Y  en  tan-  ! 
to  a  la  vista  tantáhca  de  mi  España  vasca, 
viendo  saHr  y  ponerse  el  sol  por  las  monta- 
ñas de  mi  tierra.  Sale  por  ahí,  ahora  un  poco 
a  la  izquierda  de  la  Peña  de  Aya,  las  Tres 
Coronas  y  desde  aquí,  desde  mi  cuarto,  con- 
templo en  la  falda  sombrosa  de  esa  monta- 
ña la  cola  de  caballo,  la  cascada  de  Uramil- 
dea.  ¡Con  que  ansia  lleno  a  la  distancia  mi 
vista  con  la  frescura  de  ese  torrente!  En 
cuanto  pueda  volver  a  España  iré,  Tántalo 
libertado,  a  chapuzarme  en  esas  aguas  de 
consuelo. 

Y  veo  ponerse  el  sol,  ahora  a  principios  de 
junio,  sobre  la  estribación  del  Jaizquibel,  en- 
cima del  fuerte  de  Guadalupe  donde  estuvo 
preso  el  pobre  general  don  Dámaso  Beren- 
guer,  el  de  las  incertidumbres.  Y  al  pie  del 
Jaizquibel  me  tienta  a  diario  la  ciudad  de 
Fuenterrabía  —  oleografía  en  la  tapa  de  Es- 
paña —  con  las  ruinas  ciibiertas  de  yedra, 
del  castillo  del  Emperador  Carlos  I,  el  hijo 
de  la  Loca  de  Castilla  y  del  Hermoso  de  Bor- 
goña,  el  primer  Habsburgo  de  España,  con 
quien  nos  entró  —  fué  la  Contra  Reforma  — 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


63 


la  tragedia  en  que  aun  vivimos.  ¡  Pobre  prín- 
cipe Don  Juan,  el  ex-futuro  Don  Juan  III, 
con  quien  se  extinguió  la  posibilidad  de  una 
dinastía  española,  castiza  de  verdad! 

La  campana  de  Fuenterrabía !  Cuando  la 
oigo  se  me  remejen  las  entrañas.  Y  así,  como 
en  Fuerteventura  y  en  París  me  di  a  hacer 
sonetos  aquí,  en  Hendaya,  me  ha  dado  sobre 
todo,  por  hacer  romances.  Y  uno  de  ellos  a 
la  campana  de  Fuenterrabía,  a  Fuenterrabía 
misma  campana,  que  dice: 

Si  no  has  de  volverme  a  España 
Dios  de  la  única  bondad, 
si  no  has  de  acostarme  en  ella, 
¡  hágase  tu  voluntad ! 
Como  en  el  cielo  en  la  tierra, 
en  la  montaña  y  la  mar, 
Fuenterrabía  soñada, 
tu  campana  oigo  sonar. 
Es  el  llanto  del  Jaizquibel, 
— sobre  él  pasa  el  huracán — 
entraña  de  mi  honda  España, 
te  siento  en  mí  palpitar. 
Espejo  del  Bidasoa 
que  vas  a  perderte  al  mar 
¡  qué  de  ensueños  te  me  llevas ! 
a  Dios  van  a  reposar. 


64 


MIGUEI,  DP,  UNAMUNO 


Campana  Fuenterrabía, 
lengua  de  la  eternidad, 
me  traes  la  voz  redentora 
de  Dios,  la  única  bondad. 
Hazme,  Señor,  tu  campana, 
campana  de  tu  verdad, 
y  la  guerra  de  este  siglo 
me  dé  en  tierra  eterna  paz ! 

Y  volvamos  al  relato.] 

En  estas  circunstancias  y  en  tal  estado  de 
ánimo  me  dió  la  ocurrencia,  hace  ya  algu- 
nos meses,  después  de  haber  leído  la  terrible 
'Tiel  de  zapa"  (Pean  de  chagrín)  de  Bal- 
zac,  cuyo  argumento  conocía  y  que  devoré 
con  una  angustia  creciente,  aquí,  en  París  y 
en  el  destierro,  de  ponerme  en  una  novela 
que  vendría  a  ser  una  autobiografía.  Pero 
¿no  son  acaso  autobiografías  todas  las  no- 
velas que  se  eternizan  y  duran  eternizando  y 
haciendo  durar  a  sus  autores  y  a  sus  anta- 
gonistas ? 

En  estos  días  de  mediados  de  julio  de  1925 
—  ayer  fué  el  14  de  julio  —  he  leído  las  eter- 
nas cartas  de  amor  que  aquel  otro  proscrip- 
to que  fué  José  Mazzini  escribió  a  Judit  Si- 
doli.  Un  proscripto  italiano,  Alcestes  de  Am- 
bris,  me  las  ha  prestado;  no  sabe  bien  el  ser- 


CÓMO  SK  PIACE  UNA  XOVKLA 


65 


vígío  que  con  ello  me  ha  rendido.  En  una  de 
esas  cartas,  de  octubre  de  ;1834,  ]\íazzini, 
respondiendo  a  su  Judit  que  le  pedía  que  es- 
cribiese una  novela,  le  decía :  **]\Ie  es  imposi- 
ble escribirla.  Sabes  muy  bien  que  no  podría 
separarme  de  ti,  y  ponerme  en  un  cuadro  sin 
que  se  revelara  mi  amor ...  Y  desde  el  mo- 
mento en  que  pono:o  mi  amor  cerca  de  ti,  la 
novela  desaparece".  Yo  también  he  puesto  a 
mi  Concha,  a  la  madre  de  mis  hijos,  que  es 
el  símbolo  vivo  de  mi  España,  de  mis  ensue- 
ños y  de  mi  porvenir,  porque  en  esos  hijos 
en  quienes  he  de  eternizarme,  yo  también  la 
he  puesto  expresamente  en  uno  de  mis  últi- 
mos sonetos  y  tácitamente  en  todos.  Y  me 
he  puesto  en  ello^.  Y  además,  lo  repito,  ;no 
son,  en  rigor,  todas  las  novelas  que  nacen 
vivas,  autobiográficas  y  no  es  por  esto  por  lo 
que  se"  éTéf  ni zaii?  Y  que  no  choque  mi  ex- 
presión de  nacer  vivas,  porque  a)  se  nace  y 
se  muere  vivo,  b)  se  nace  y  se  muere  muer- 
to, c)  se  nace  vivo  para  morir  muerto  y 
d)  se  nace  muerto  para  morir  vivo. 

Sí,Joda  novela,  toda  obra  de  ficción,  todo 
poema,  cuando  es  vivo,  es  autobiográfico. 
Todo  ser  de  ficción,  todo  personaje  poético 
que  crea  un  autor  hace  parte  del  autor  mis- 
mo. Y  si  este  pone  en  su  poema  un  hombre 


66 


MIGUKI,  DE  UNA  MUÑO 


de  carne  y  hueso  a  quien  ha  conocido,  es  des- 
pués de  haberlo  hecho  suyo,  parte  de  si  mis- 
mo. Los  grande^  liisloriadores  son  también 
autobió^rafos.  Los  tiranos  que  ha  descrito 
Tácito  son  él  mismo.  Por  el  amor  y  la  admi- 
ración que  les  ha  consagrado  —  se  admira  y 
hasta  se  quiere  aquello  a  que  se  execra  y  que 
se  combate .  .  .  Ah !  como  quiso  Sarmiento 
al  tirano  Rosas!  —  se  los  ha  apropiado,  se 
los  ha  hecho  él  mismo.  Mentira  la  supuesta 
impersonalidad  u  objetividad  de  Flaubert. 
Todos  los  personajes  poéticos  de  Flaubert 
son  Flaubert  y  más  que  ningún  otro  Emma 
Bovary.  Hasta  Mr.  Homais,  que  es  Flaubert, 
y  si  Flaubert  se  burla  de  Mr.  Homais  es  para 
burlarse  de  si  mismo,  por  compasión,  es  de- 
cir por  amor  de  sí  mismo.  Pobre  Bouvard! 
Pobre  Pécuchet! 

Todas  las  criaturas  son  su  creador.  Y  ja- 
más  se  ha^sentido  Dios  más  creador,  mas"pa- 
dre^  que  ciiañdo'^elTíurio^  en  Cristo,  cuando 
en_éi,  en  su  Hijo,  gustó  la  muerte. 

He  dicho  que  nosotros,  los  autores,  los 
poetas,  nos  ponemos,  nos  creamos,  en  todos 
los  personajes  poéticos  que  creamos,  hasta 
cuando  hacemos  historia,  cuando  poetiza- 
mos, cuando  creamos  personas  de  que  pen- 
samos que  existen  en  carne  y  hueso  fuera  de 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


67 


nosotros.  ¿Es  que  mi  Alfonso  XIII  de  Bor- 
bón  y  Habsburgo-Lorena,  mi  Primo  de  Ri- 
vera, mi  Martínez  Anido,  mi  Conde  de  Ro- 
manones,  no  son  otras  tantas  creaciones 
mías,  partes  de  mí,  tan  mías  como  mi  Augus- 
to Pérez,  mi  Pachico  Zabalbide,  mi  Alejan- 
dro Gómez  y  todas  las  demás  criaturas  de 
mis  novelas?  Todos  los  que  vivimos  princi- 
palmente de  la  lectura  y  en  la  lectura,  no 
podemos  separar  de  los  personajes  poéticos 
o  novelescos  a  los  históricos.  Don  Quijote 
es  para  nosotros  tan  real  y  efectivo  como 
Cervantes  o  más  bien  éste  tanto  como  aquél. 
Todo  es  para  nosotros  libro,  lectura;  pode- 
mos hablar  del  Libro  de  la  Historia,  del  Li- 
bro de  la  Naturaleza,  del  Libro  del  Univer- 
so. Somos  bíblicos.  Y  podemos  decir  que  en 
el  principio  fué  el  Libro.  O  la  Historia.  Por- 
que la  Historia  comienza  con  el  Libro  y  no 
con  la  Palabra  y  antes  de  la  Historia,  del 
Libro,  no  había  conciencia,  no  había  espejo, 
no  había  nada.  La  prehistoria  es  la  incon- 
ciencia,  es  la  nada. 

[Dice  el  Génesis  que  Dios  creó  el  Hombre 
a  su  imagen  y  semejanza.  Es  decir,  que  le 
creó  espejo  para  verse  en  él,  para  conocerse, 
para  crearse.] 


68 


MIGUEL  DK  UNA  MUÑO 


Mazzilli  es  hoy  para  mí  como  Don  Qui- 
jote; ni  más  ni  menos.  No  existe  menos  que 
éste  y  por  lo  tanto  no  ha  existido  menos 
que  él. 

Vivir  en  la  historia  y  vivir  la  historia! 
Y  un  modo  de  vivir  la  historia  es  contarla, 
crearla  en  libros.  Tal  historiador,  poeta  por 
su  manera  de  contar,  de  crear,  de  inventar 
un  suceso  que  los  hombres  creían  que  se  ha- 
bía verificado  objetivamente,  fuera  de  sus 
conciencias,  es  decir,  en  la  nada,  ha  provo- 
cado otros  sucesos.  Bien  dicho  está  que  ga- 
nar una  batalla  es  hacer  creer  a  los  propios 
y  a  los  ajenos,  a  los  amigos  y  a  los  enemi- 
gos, que  se  la  ha  ganado.  Hay  una  leyenda  de 
la  realidad  que  es  la  sustancia,  la  íntima  rea- 
lidad de  la  realidad  misma.  La  esencia  de 
un  individuo  y  la  de  un  pueblo  es  su  histo- 
ria y  la  historia  es  lo  que  se  llama  la  filoso- 
fía de  la  historia,  es  la  reflexión  que  cada 
individuo  o  cada  pueblo  hacen  de  lo  que  les 
sucede,  de  lo  que  se  sucede  en  ellos.  Con  su- 
cesos, sucedidos,  se  constituye  hechos,  ideas 
hechas  carne.  Pero  como  lo  que  me  propon- 
go al  presente  es  contar  como  se  hace  una 
novela  y  no  filosofar  o  historiar,  no  debo  dis- 
traerme ya  más  y  dejo  para  otra  ocasión  el 
explicar  la  diferencia  que  va  de  suceso  a  he- 


CÓMO  se:  hace  una  NOVEIvA 


69 


cho,  de  lo  que  sucede  y  pasa  a  lo  que.  se  hace 
y  queda. 

Se  ha  dicho  de  Lenin  que  en  agosto  de 
1917,  un  poco  antes  de  apoderarse  del  poder, 
dejó  inacabado  un  folleto,  muy  mal  escrito, 
sobre  la  Revolución  y  el  Estado,  porque  cre- 
yó más  útil  y  más  oportuno  experimentar  la 
revolución  que  escribir  sobre  ella.  Pero  ¿es 
que  escribir  de  la  revolución  no  es  también 
hacer  experiencias  con  ella?  ¿Es  que  Carlos 
Marx  no  ha  hecho  la  revolución  rusa  tanto 
si  es  que  no  más  que  Lenin?  ¿Es  que  Rous- 
seau no  ha  hecho  la  Revolución  Francesa  tan- 
to como  Mirabeau,  Danton  y  Cía.?  Son  co- 
sas que  se  han  dicho  miles  de  veces,  pero  hay 
que  repetirlas  otros  millares  para  que  conti- 
núen viviendo  ya  que  la  conservación  del 
universo,  es  según  los  teólogos,  una  creación 
continua. 

['"Cuando  Lenin  resuelve  un  gran  proble- 
ma" —  ha  dicho  Radek  —  ''no  piensa  en  abs- 
tractas categorías  históricas,  no  cavila  sobre 
la  renta  de  la  tierra  o  la  plusvalía  ni  sobre  el 
absolutismo  o  el  liberalismo;  piensa  en  los 
hombres  vivos,  en  el  aldeano  Ssidor  de 
Tjwer,  en  el  obrero  de  las  fábricas  Putiloff 
o  en  el  policía  de  la  calle  y  procura  represen- 
tarse como  las  decisiones  que  se  tomen  obra- 


70 


MlGüEl,  DIC  UNAMUNO 


rán  sobre  el  aldeano  Ssidor  o  sobre  el  obre- 
ro Onufri".  Lo  que  no  quiere  decir  otra  cosa 
sino  que  Lenin  ha  sido  un  historiador,  un 
novelista,  un  poeta  y  no  un  sociólogo  o  un 
ideólogo,  un  estadista  y  no  un  mero  politico.] 

Vivir  en  la  historia  y  vivir  la  historia,  ha- 
cerme en  la  historia,  en  mi  España,  y  hacer 
mi  historia,  mi  España,  y  con  ella  mi  univer- 
so, y,  mi  eternidad,  tal  ha  sido  y  sigue  siem- 
pre siendo  la  trágica  cuita  de  mi  destierro. 
La  historia  es  leyenda,  ya  lo  consabemos  — 
es  consabido  —  y  esta  leyenda,  esta  historia 
me  devora  y  cuando  ella  acabe  me  acabaré  yo 
con  ella.  Lo  que  es  una  tragedia  más  terrible 
que  aquella  de  aquel  trágico  Valentin  de  La 
piel  de  zapa.  Y  no  sólo  mi  tragedia  sino  la  de 
todos  los  que  viven  en  la  historia,  por  ella  y 
de  ella,  la  de  todos  los  ciudadanos,  es  decir 
de  todos  los  hombres  —  animales  políticos  o 
civiles  que  diría  Aristóteles  —  la  de  todos 
los  que  escribimos,  la  de  todos  los  que  lee- 
mos, la  de  todos  los  que  lean  esto.  Y  aquí  es- 
talla la  universalidad,  la  omnipersonaHdad 
y  la  todopersonalidad  —  omnis  no  es  totits  — 
no  la  impersonalidad  de  este  relato.  Que  no 
es  un  ejemplo  de  ego-ismo  sino  de  nos-ismo. 

Mi  leyenda!,  mi  novela!  Es  decir,  la  le- 
yenda, la  novela  que  de  mí,  Miguel  de  Una- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


71 


muño,  al  que  llamamos  así,  hemos  hecho 
conjuntamente  los  otros  y  yo,  mis  amigos  y 
mis  enemigos,  y  mi  yo  amigo  y  mi  yo  ene- 
migo. Y  he  aquí  porqué  no  puedo  mirarme 
un  rato  al  espejo  porque  al  punto  se  me  van 
los  ojos  tras  de  mis  ojos,  tras  su  retrato,  y 
desde  que  miro  a  mi  mirada  me  siento  va- 
ciarme de  mí  mismo,  perder  mi  historia,  mi 
leyenda,  mi  novela,  volver  a  la  inconciencia, 
al  pasado,  a  la  nada.  Como  si  el  porvenir  no 
fuese  también  nada!  Y  sin  embargo  el  por- 
venir es  nuestro  todo. 

Mi  novela !  mi  leyenda !  El  Unamuno  de 
mi  leyenda,  de  mi  novela,  el  que  hemos  he- 
cho juntos  mi  yo  amigo  y  mi  yo  enemigo  y 
los  demás,  mis  amigos  y  mis  enemigos,  este  | 
Unamuno  me  da  vida  y  muerte,  me  crea  y  , 
me~desTrTtye7  me  sostiene  y  me  ahoga.  Es  mi  - 
agonía.^  ¿  Seré  como  me  creo  o  como  se  me 
cree?  Y  he  aquí  como  estas  líneas  se  convier- 
ten en  una  confesión  ante  mi  yo  desconoci- 
do e  inconocible  :  desconocido  e  inconocible 
para  mí  mismo.  He  aquí  que  hago  la  leyenda 
en  que  he  de  enterrarme.  Pero  voy  al  caso  de 
mi  novela. 


72 


MIGUE:i,  Dt  UNAMUNO 


Porque  había  imaginado,  hace  ya  unos 
meses,  hacer  una  novela  en  la  que  quería  po- 
ner la  más  intima  experiencia  de  mi  destie- 
rro, crearme,  eternizarme  bajo  los  rasgos  de 
desterrado  y  de  proscrito.  Y  ahora  pienso 
que  la  mejor  manera  de  hacer  esa  novela  es 
contar  como  hay  que  hacerla.  Es  la  novela 
de  la  novela,  la  creación  de  la  creación. 
O  Dios  de  Dios,  Deus  de  Deo. 

Habría  que  inventar,  primero,  un  perso- 
naje central  que  sería,  naturalmente,  yo  mis- 
mo. Y  a  este  personaje  se  empezaría  por 
darle  un  nombre.  Le  llamaría  U.  Jugo  de  la 
Raza ;  U.  es  la  inicial  de  mi  apellido ;  Jugo  el 
primero  de  mi  abuelo  materno  y  el  del  viejo 
caserío  de  Galdácano,  en  Vizcaya,  de  donde 
procedía;  Larraza  es  el  nombre,  vasco  tam- 
bién —  como  Larra,  Larrea,  Larrazabal, 
Larramendi,  Larraburu,  Larraga,  Larreta... 
y  tantos  más  —  de  mi  abuela  paterna.  Lo  es- 
cribo la  Raza  para  hacer  un  juego  de  pala- 
bras —  gusto  conceptista !  —  aunque  Larra- 
za signifique  pasto.  Y  Jugo  no  sé  bien  qué 
pero  no  lo  que  en  español  jugo. 

U.  Jugo  de  la  Raza  se  aburre  de  una  ma- 
nera soberana  —  y,  qué  aburrimiento  el  de 
un  soberano!  —  porque  no  vive  ya  más  que 
en  sí  mismo,  en  el  pobre  yo  de  bajo  la  histo- 


CÓMO  St  HACE  UNA  NOVELA 


73 


ría,  en  el  hombre  triste  que  no  se  ha  hecho 
novela.  Y  por  eso  le  gustan  las  novelas.  Le 
gustan  y  las  busca  para  vivir  en  otro,  para 
ser  otro,  para  eternizarse  en  otro.  Es  por  lo 
menos  lo  que  él  cree  pero  en  realidad  busca 
las  novelas  a  fin  de  descubrirse,  a  fin  de  vi- 
vir en  sí,  de  ser  él  mismo.  O  más  bien  a  fin 
de  escapar  de  su  yo  desconocido  e  inconoci- 
ble hasta  para  sí  mismo. 

[Cuando  escribí  eso  del  aburrimiento  so- 
berano, lo  mismo  que  las  otras  veces,  son  va- 
rias, en  que  lo  he  escrito,  pensaba  en  nues- 
tro pobre  rey  Don  Alfonso  XIII  de  Borbón  y 
Habsburgo-Lorena  de  quien  siempre  he  creí- 
do que  se  aburre  soberanamente,  que  nació 
aburrido  —  herencia  de  siglos  dinásticos !  — 
y  que  todos  sus  ensueños  imperiales  —  el  úl- 
timo y  más  terrible  el  de  la  cruzada  de  Ma- 
rruecos —  son  para  llenar  el  vacío  que  es  el 
aburrimiento,  la  trágica  soledad  del  trono. 
Es  como  su  manía  de  la  velocidad  y  su  ho- 
rror a  lo  que  llama  pesimismo.  ¿  Qué  vida  ín- 
tima, profunda,  de  subdito  de  Dios,  tendrá 
ese  pobre  lirio  de  milenario  tiesto?] 

U.  Jugo  de  la  Raza,  errando  por  las  ori- 
llas del  Sena,  a  lo  largo  de  los  muelles,  entre 
los  puestos  de  librería  de  viejo,  da  con  una 
novela  que  apenas  ha  comenzado  a  leerla 


74 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


antes  de  comprarla,  le  gana  enormemente,  le 
saca  de  sí,  le  introduce  en  el  personaje  de  la 
novela  —  la  novela  de  una  confesión  autobio- 
gráfico romántica  —  le  identifica  con  aquel 
otro,  le  da  una  historia,  en  fin.  El  mundo 
grosero  de  la  realidad  del  siglo  desaparece  a 
sus  ojos.  Cuando  por  un  instante  separándo- 
los de  la?  páginas  del  libro  los  fija  en  las 
aguas  del  Sena  paréceles  que  esas  aguas  no 
corren,  que  son  las  de  un  espejo  inmóvil  y 
aparta  de  ellas  sus  ojos  horrorizados  y  los 
vuelve  a  las  páginas  del  libro,  de  la  novela, 
para  encontrarse  en  ellas,  para  en  ellas  vi- 
vir. Y  he  aqui  que  da  con  un  pasaje,  pasaje 
eterno,  en  que  lee  estas  palabras  prof éticas: 
''Cuando  el^  lector  He^ue  al  fin  de  esta  dolo- 
rosa  historia  se  morirá  conmigo." 
'^Entonces  Jugo  de  la  Raza  sintió  que  las  le- 
tras del  libro  se  le  borraban  de  ante  los  ojos, 
como  si  se  aniquilaran  en  las  aguas  del  Sena, 
como  si  él  mismo  se  aniquilara;  sintió  ardor 
en  la  nuca  y  frío  en  todo  el  cuerpo,  le  tem- 
blaron las  piernas  y  apareciósele  en  el  espí- 
ritu el  espectro  de  la  angina  de  pecho  de  que 
había  estado  obsesionado  años  antes.  El  li- 
bro le  tembló  en  las  manos,  tuvo  que  apoyar- 
se en  el  cajón  del  muelle  y  al  cabo  dejando 
el  volumen  en  el  sitio  de  donde  lo  tomó,  se 


CÓMO  SE  hace:  una  NOVtXA 


75 


alejó,  a  lo  largo  del  rio,  hacia  su  casa.  Ha- 
bía sentido  sobre  su  frente  el  soplo  del  ale- 
tazo del  Angel  de  la  Muerte.  Llegó  a  casa, 
a  la  casa  de  pasaje,  tendióse  sobre  la  cama, 
se  desvaneció,  creyó  morir  y  sufrió  la  más 
intima  congoja. 

''No,  no  tocaré  más  a  ese  libro,  no  leeré 
en  él,  no  lo  compraré  para  terminarlo  —  se 
decia.  —  Seria  mi  muerte.  Es  una  tontería, 
]o  sé;  fué  un  capricho  macabro  del  autor  el 
meter  allí  aquellas  palabras  pero  estuvieron 
a  punto  de  matarme.  Es  más  fuerte  que  yo. 

Y  cuando  para  volver  acá  he  atravesado  el 
puente  de  Alma  —  el  puente  del  alma!  — 
he  sentido  ganas  de  arrojarme  al  Sena,  al  es- 
pejo. He  tenido  que  agarrarme  al  parapeto. 

Y  me  he  acordado  de  otras  tentaciones  pare- 
cidas, ahora  ya  viejas,  y  de  aquella  fantasía 
del  suicida  de  nacimiento  que  imaginé  que 
vivió  cerca  de  ochenta  años  queriendo  siem- 
pre suicidarse  y  matándose  por  el  pensa- 
miento día  a  día.  ¿Es  esto  vida?  No;  no  lee- 
ré más  de  ese  libro ...  ni  de  ningún  otro ;  no 
me  pasearé  por  las  orillas  del  Sena  donde  se 
vende  libros." 

Pero  el  pobre  Jugo  de  la  Raza  no  podía 
vivir  sin  el  libro,  sin  aquel  libro;  su  vida,  su 
existencia  íntima,  su  realidad,  su  verdadera 


76 


MIGUE!.  DE  UNAMUNO 


realidad  estaba  ya  definitiva  e  irrevocable- 
mente unida  a  la  del  personaje  de  la  novela. 
Si  continuaba  leyéndolo,  viviéndolo,  corría 
riesgo  de  morirse  cuando  se  muriese  el  per- 
sonaje novelesco,  pero  si  no  lo  leía  ya,  si  no 
vivía  ya  más  el  libro,  ¿viviría?  Y  tras  esto 
volvió  a  pasearse  por  las  orillas  del  Sena, 
pasó  una  vez  más  ante  el  mismo  puesto  de 
libros,  lanzó  una  mirada  de  inmenso  amor 
y  de  horror  inmenso  al  volumen  fatídico, 
después  contempló  las  aguas  del  Sena  y.  .  . 
venció!  O  fué  vencido?  Pasó  sin  abrir  el  li- 
bro y  diciéndose:  ^^Cómo  seguirá  esa  histo- 
ria?, cómo  acabará?"  Pero  estaba  convenci- 
do de  que  un  día  no  sabría  resistir  y  de  que 
le  sería  menester  tomar  el  libro  y  proseguir 
la  lectura  aunque  tuviese  que  morirse  al  aca- 
barla. 

Así  es  cómo  se  desarrollaría  la  novela  de 
mi  Jugo  de  la  Raza,  mi  novela  de  Jugo  de  la 
Raza.  Y  entre  tanto  yo,  Miguel  de  Unaniu- 
no,  novelesco  también,  apenas  si  escribía, 
apenas  si  obraba  por  miedo  de  ser  devorado 
por  mis  actos.  De  tiempo  en  tiempo  escribía 
cartas  políticas  contra  Don  Alfonso  XIII  y 
contra  los  tiranuelos  preteríanos  de  mi  po- 
bre patria,  pero  estas  cartas  que  hacían  his- 
toria en  mi  España,  me  devoraban.  Y  allá. 


CÓMO  SE  ITACK  UNA  NOVEl^A 


77 


en  mi  España,  mis  amigos  y  mis  enemigos 
decían  que  no  soy  un  político,  que  no  tengo 
temperamento  de  tal,  y  menos  todavía  de  re- 
volucionario, que  debería  consagrarme  a  es- 
cribir poemas  y  novelas  y  dejarme  de  polí- 
ticas. Como  si  hacer  política  fuese  otra  cosa 
que  escribir  poemas  y  como  si  escribir  poe- 
mas no  fuese  otra  manera  de  hacer  poHtica ! 

Pero  lo  más  terrible  es  que  no  escribía 
gran  cosa,  que  me  hundía  en  una  congojosa 
inacción  de  expectativa,  pensando  en  lo  que 
haría  o  diría  o  escribiría  si  sucediera  esto 
o  lo  otro,  soñando  el  porvenir  lo  que  equiva- 
le, lo  tengo  dicho,  a  deshacerlo.  Y  leía  los 
libros  que  me  caían  al  azar  a  las  manos,  sin 
plan  ni  concierto,  para  satisfacer  ese  terrible 
vicio  de  la  lectura,  el  vicio  impune  de  que 
habla  Valéry  Larbaud.  Impune.  Vamos! 
Y  qué  sabroso  castigo!  El  vicio  de  la  lectura 
lleva  el  castigo  de  muerte  continua. 

La  mayor  parte  de  mis  proyectos  —  y  en- 
tre ellos  el  de  escribir  esto  que  estoy  escri- 
biendo sobre  la  manera  como  se  hace  una 
novela  —  quedaban  en  suspenso.  Había  pu- 
blicado mis  sonetos  aquí,  en  París,  y  en  Es- 
paña se  había  publicado  mi  Teresa,  escrita 
antes  de  que  estallara  el  infamante  golpe  de 
Estado  del  13  de  setiembre  de  1923,  antes 


78 


MIGUEL  DE  UXAMUNO 


que  hubiese  comenzado  mi  historia  del  des- 
tierro, la  historia  de  mi  destierro.  Y  he  aquí 
que  me  era  preciso  vivir  en  el  otro  sentido, 
ganarme  mi  vida  escribiendo !  Y  aun  así ! .  .  . 
Crítica,  el  bravo  diario  de  Buenos  Aires,  me 
había  pedido  una  colaboración  bien  remune- 
rada, no  tengo  dinero  de  sobra,  sobre  todo 
viviendo  lejos  de  los  míos,  pero  no  lograba 
poner  pluma  en  papel.  Tenía  y  sigo  teniendo 
en  suspenso  mi  colaboración  a  Caras  y  Ca- 
retas, semanario  de  Buenos  Aires.  En  Es- 
paña no  quería  ni  quiero  escribir  en  perió- 
dico alguno  ni  en  revistas ;  me  rehuso  a  la 
humillación  de  la  censura  militar.  No  puedo 
sufrir  que  mis  escritos  sean  censurados  por 
soldadotes  unalf abetos  a  los  que  degrada  y 
envilece  la  disciplina  castrense  y  que  nada 
odian  más  que  la  inteligencia.  Sé  que  des- 
pués de  haberme  dejado  pasar  algunos  jui- 
cios de  veras  duros  y  hasta,  desde  su  punto 
de  vista,  delictivos,  me  tacharían  una  pala- 
bra inocente,  una  nonada  para  hacerme  sen- 
tir su  poder.  Una  censura  de  ordenanza?  Ja- 
más ! 

[Después  que  he  venido  de  París  a  Hen- 
daya  he  adquirido  nuevas  noticias  sobre  la 
incurable  necedad  de  la  censura  al  servicio 
de  la  insondable  tontería  de  Primo  de  Rive- 


CÓMO  SK  HACE  UNA  NOVKLA 


79 


ra  y  del  miedo  cerval  a  la  verdad  del  desgra- 
ciado vesánico  Martínez  Anido.  Con  las  co- 
sas de  la  censura  cabria  escribir  un  libro 
que  seria  de  gran  regocijo  si  no  fuese  de 
congojoso  bochorno.  Lo  que  sobre  todo  te- 
men más  es  la  ironía,  la  sonrisa  irónica,  que 
les  parece  desdeñosa.  "De  nosotros  no  se  ríe  ; 
nadie!''  —  dicen.  Y  quiero  contar  un  caso. 
Que  fué  que  servía  en  cierto  regimiento  un 
mozo  despierto  y  sagaz,  avisado  e  irónico, 
de  carrera  civil  y  liberal,  y  de  los  que  llama- 
mos de  cuota.  El  capitán  de  su  compañía  le 
temía  y  le  repugnaba  procurando  no  produ- 
cirse delante  de  él,  pero  una  vez  se  vió  lleva- 
do a  soltar  una  de  esas  arengas  patrióticas 
de  ordenanza  delante  de  él  y  de  los  demás 
soldados.  El  pobre  capitán  no  podía  apartar 
sus  ojos  de  los  ojos  y  de  la  boca  del  despier- 
to mozo,  espiando  su  gesto,  ni  ello  le  dejaba 
acertar  con  los  lugares  comunes  de  su  aren- 
ga, hasta  que  al  cabo,  azarado  y  azorado,  ya 
no  dueño  de  sí.  se  dirigió  al  soldado  dicién- 
dole:  "qué,  se  sonríe  usted?"  y  el  mozo:  "no, 
mi  capitán,  no  me  sonrío"  y  entonces  el  otro: 
"sí,  por  dentro!"  Y  en  nuestra  España  todos 
los  pobres  cainitas,  madera  de  cuadrilleros  o 
de  corchetes  del  Santo  Oficio  de  la  Inquisi- 
ción, almas  uniformadas,  cuando  se  cruzan 


80 


MIGUKly  DK  UNAMUNO 


con  uno  de  esos  a  quienes  motejan  de  inte- 
lectuales creen  leer  en  sus  ojos  y  en  su  boca 
una  contenida  sonrisa  de  desdén,  creen  que 
el  otro  se  sonríe  de  ellos  por  dentro.  Y  esta 
es  la  peor  tragedia.  Y  a  esa  chusma  es  a  la 
que  ha  azuzado  la  tiranía. 

Como  aquí  también,  en  la  frontera,  he  po- 
dido enterarme  de  la  perversión  radical  de 
la  policía  y  de  lo  que  es  este  instituto  de  pin- 
ches de  verdugos.  Pero  no  quiero  quemarme 
más  la  sangre  escribiendo  de  ello  y  vuelvo  al 
viejo  relato.] 

Volvamos,  pues,  a  la  novela  de  Jugo  de  la 
Raza,  a  la  novela  de  su  lectura  de  la  novela. 
Lo  que  habría  de  seguir  era  que  un  día  el 
pobre  Jugo  de  la  Raza  no  pudo  ya  resistir 
más,  fué  vencido  por  la  historia,  es  decir, 
por  la  vida,  o  mejor,  por  la  muerte.  Al  pa- 
sar junto  al  puesto  de  libros,  en  los  muelles 
del  Sena,  compró  el  libro,  se  lo  metió  al  bol- 
sillo y  se  puso  a  correr,  a  lo  largo  del  río,  ha- 
cia su  casa,  llevándose  el  libro  como  se  lleva 
una  cosa  robada  con  miedo  de  que  se  la  vuel- 
van a  uno  a  robar.  Iba  tan  de  prisa  que  se 
le  cortaba  el  aliento,  le  faltaba  huelgo  y  veía 
reaparecer  el  viejo  y  ya  casi  extinguido  es- 
pectro de  la  angina  de  pecho.  Tuvo  que  de- 
tenerse y  entonces,  mirando,  a  todos  lados,  a 


CÓMO  se:  hace:  una  NOVEI.A  81 

los  que  pasaban  y  mirando  sobre  todo  a  las 
aguas  del  Sena,  el  espejo  fluido,  abrió  el  li- 
bro y  leyó  algunas  líneas.  Pero  volvió  a  ce- 
rrarlo al  punto.  Volvía  a  encontrar  lo  que, 
años  antes,  había  llamado  la  disnea  cerebral, 
acaso  la  enfermedad  X  de  Mac  Kenzie,  y 
hasta  creía  sentir  un  cosquilleo  fatídico  a  lo 
largo  del  brazo  izquierdo  y  entre  los  dedos 
de  la  mano.  En  otros  momentos  se  decía :  "En 
llegando  a  aquel  árbol  me  caeré  muerto"  y 
después  que  lo  había  pasado  una  vocecita, 
desde  el  fondo  del  corazón,  le  decía:  "aca- 
so estás  realmente  muerto..."  Y  así  llegó 
a  casa. 

Llegó  a  casa,  comió  tratando  de  prolon- 
gar la  comida  —  prolongarla  con  prisa  — 
subió  a  su  alcoba,  se  desnudó  y  se  acostó 
como  para  dormir,  como  para  morir.  El  co- 
razón le  latía  a  rebato.  Tendido  en  la  cama, 
recitó  primero  un  padrenuestro  y  luego  un 
avemaria,  deteniéndose  en:  "hágase  tu  vo- 
luntad así  en  la  tierra  como  en  el  cielo"  y  en 
"Santa  María,  madre  de  Dios,  ruega  por 
nosotros  pecadores  ahora  y  en  la  hora  de 
nuestra  muerte".  Lo  repitió  tres  veces,  se 
santiguó  y  esperó,  antes  de  abrir  el  libro,  a 
que  el  corazón  se  le  apaciguara.  Sentía  que 
el  tiempo  le  devoraba,  que  el  porvenir  de 


82 


miguí:l  de  unamuno 


aquella  ficción  novelesca  le  tragaba,  El  por- 
venir de  aquella  criatura  de  ficción  con  que 
se  había  identificado;  sentíase  hundirse  en  sí 
mismo. 

Un  poco  calmado  abrió  el  libro  y  reanudó 
su  lectura.  Se  olvidó  de  sí  mismo,  por  com- 
pleto y  entonces  sí  que  pudo  decir  que  se  ha- 
bía muerto.  Soñaba  al  otro,  o  más  bien  el 
otro  era  un  sueño  que  se  soñaba  en  él,  una 
criatura  de  su  soledad  infinita.  Al  fin  se 
despertó  con  una  terrible  punzada  en  el  co- 
razón. El  personaje  del  libro  acababa  de  vol- 
ver a  decirle :  ''Deboj^^epetir  a  mi  lector  que 
se  rnorirá  conmigo".  Y  esta  vez  el  efecto  fué 
espantoso.  El  trágico  lector  perdió  conoci- 
miento en  su  lecho  de  agonía  espiritual; 
dejó  de  soñar  al  otro  y  dejó  de  soñarse  a  si 
mismo.  Y  cuando  volvió  en  sí,  arrojó  el  li- 
bro, apagó  la  luz  y  procuró,  después  de  ha- 
berse santiguado  de  nuevo,  dormirse,  dejar 
de  soñarse.  Imposible!  De  tiempo  en  tiempo 
tenía  que  levantarse  a  beber  agua ;  se  le  ocu- 
rrió que  bebía  el  Sena,  el  espejo.  ''Estaré  ^ 
loco?"  —  se  decía  —  ''pero  no,  porque  cuan- 
do alguien  se  pregunta  si  está  loco  es  que  no 
lo  está.  Y  sin  embargo.  .  ."  Levantóse,  pren- 
dió fuego  en  la  chimenea  y  quemó  el  libro 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


83 


volviendo  en  seguida  a  acostarse.  Y  consi- 
guió al  cabo  dormirse. 

El  pasaje  que  había  pensado  para  mi  no- 
vela, en  el  caso  de  que  la  hubiera  escrito,  y 
en  el  que  habría  de  mostrar  al  héroe  que- 
mando el  libro,  me  recuerda  lo  que  acabo  de 
leer  en  la  carta  que  Mazzini,  el  gran  soña- 
dor, escribió  desde  Grenchen  a  su  Judit  el 
1/  de  mayo  de  1835:  ''Si  bajo  a  mi  corazón 
encuentro  allí  cenizas  y  un  hogar  apagado. 
El  volcán  ha  cumplido  su  incendio  y  no  que- 
dan de  él  más  que  el  calor  y  la  lava  que  se 
agitan  en  su  superficie  y  cuando  todo  se  ha- 
ya helado  y  las  cosas  se  hayan  cumplido,  no 
quedará  ya  nada  —  un  recuerdo  indefinible 
como  de  algo  que  hubiera  podido  ser  y  no 
ha  sido,  el  recuerdo  de  los  medios  que  de- 
berían haberse  empleado  para  la  dicha  y  que 
se  quedaron  perdidos  en  la  inercia  de  los  de- 
seos titánicos  rechazados  desde  el  interior 
sin  haber  podido  tampoco  haberse  derrama- 
do hacia  fuera,  que  han  minado  al  alma  de 
esperanzas,  de  ansiedades,  de  votos  sin  fru- 
to. .  .  y  después  nada."  Mazzini  era  un  des- 
terrado, un  desterrado  de  la  eternidad.  [Co- 
mo lo  fué  antes  de  él  el  Dante,  el  gran  pros- 
crito —  y  el  gran  desdeñoso;  proscritos  y 
desdeñosos  también  Moisés  y  San  Pablo  — 


84 


MIGUEl,  DE  UNAMUNO 


y  después  de  él  Víctor  Hugo.  Y  todos  ellos, 
Moisés,  San  Pablo,  el  Dante,  Mazzini,  Víc- 
tor Hugo  y  tantos  más  aprendieron  en  la 
proscripción  de  su  patria,  o  buscándola  por 
el  desierto;  lo  que  es  el  destierro  de  la  eter- 
nidad. Y  fué  desde  el  destierro  de  su  Flo- 
rencia desde  donde  pudo  ver  el  Dante  como 
Italia  estaba  sierva  y  era  hostería  del  dolor. 
Ai  serva  Italia  di  dolore  ostello.] 

En  cuanto  a  la  idea  de  hacer  decir  a  mi 
lector  de  la  novela,  a  mi  Jugo  de  la  Raza: 
"estaré  loco?"  debo  confesar  que  la  mayor 
confianza  que  pueda  tener  en  mi  sano  juicio 
me  ha  sido  dada  en  los  momentos  en  que  ob- 
servando lo  que  hacen  los  otros  y  lo  que  no 
hacen,  escuchando  lo  que  dicen  y  lo  que  ca- 
llan, me  ha  surgido  esta  fugitiva  sospecha 
de  si  estaré  loco. 

Estar  loco  se  dice  que  es  haber  perdido  la 
razón.  La  razón,  pero  no  la  verdad,  porque 
hay  locos  que  dicen  las  verdades  que  los  de- 
más callan  por  no  ser  ni  racional  ni  razona- 
ble decirlas  y  por  eso  se  dice  que  están  lo- 
cos. Y  qué  es  la  razón  ?  La  jazón  es  aquello 
en^qiie  estamos  todos  de  acuerHo^  todos  o  por 
lo  menos  la  mayoría.  La^erdad  es  otra  cosa, 
la  razón  es  social;  la  verdad,  de  ordinario, 
es  completamente  individual,  personal  e  ín- 


CÓMO  SE  hace:  una  NOVElvA 


85 


comunicable.  La  razón  nos  une  y  las  verda- 
ctes  nos  separan. 

[Mas  ahora  caigo  en  la  cuenta  de  que  aca- 
so es  la  verdad  la  que  nos  une  y  son  las  ra- 
zones las  que  nos  separan.  Y  de  que  toda 
esa  turbia  filosofía  sobre  la  razón,  la  ver- 
dad y  la  locura  obedecía  a  un  estado  de  áni- 
mo de  que  en  momentos  de  mayor  serenidad 
de  espíritu  me  curo.  Y  aquí,  en  la  frontera, 
a  la  vista  de  las  montañas  de  mi  tierra  na- 
tiva, aunque  mi  pelea  se  ha  exacerbado  se 
me  ha  serenado  en  el  fondo  el  espíritu.  Y  ni 
un  momento  se  me  ocurre  que  esté  loco.  Por- 
que si  acometo,  a  riesgo  tal  vez  de  vida,  a 
molinos  de  viento  como  si  fuesen  gigantes  es 
a  sabiendas  de  que  son  molinos  de  viento. 
Pero  como  los  demás,  los  que  se  tienen  por 
cuerdos,  los  creen  gigantes,  hay  que  desen- 
gañarles de  ello.] 

A  las  veces  en  los  instantes  en  que  me 
creo  criatura  de  ficción  y  hago  mi  novela,  en 
que  me  represento  a  mí  mismo,  delante  de 
mí  mismo,  me  ha  ocurrido  soñar  o  bien  que 
casi  todos  los  demás,  sobre  todo  en  mi  Es- 
paña, están  locos  o  bien  que  yo  lo  estoy  y 
puesto  que  no  pueden  estarlo  todos  los  de- 
más que  lo  estoy  yo.  Y  oyendo  los  juicios 
que  emiten  sobre  mis  dichos,  mis  escritos  y 


86 


MIGU^I,  de:  UNAMUNO 


mis  actos,  pienso:  ''¿No  será  acaso  que  pro- 
nuncio otras  palabras  que  las  que  me  oigo 
pronunciar  o  que  se  me  oye  pronunciar  otras 
que  las  que  pronuncio?"  Y  no  dejo  entonces 
de  acordarme  de  la  figura  de  Don  Quijote. 

[Después  de  esto  me  ha  ocurrido  aquí,  en 
Hendaya,  encontrar  con  un  pobre  diablo  que 
se  me  acercó  a  saludarme,  y  que  me  dijo  que 
en  España  se  me  tenía  por  loco.  Resultó  des- 
pués que  era  policía,  y  él  mismo  me  lo  con- 
fesó, y  que  estaba  borracho.  Que  no  es  pre- 
cisamente estar  loco.  Porque  Primo  de  Ri- 
vera no  se  vuelve  loco  cuando  se  pone  bo- 
rracho, que  es  a  cada  trance,  sino  que  se  le 
exacerba  la  tonteritis  o  sea  la  inflamación  — 
cotéjese  apendicitis,  faringitis,  laringitis,  oti- 
tis, enteritis,  flebitis,  etc.,  —  de  su  tontería 
congénita  y  constitucional.  Ni  su  pronuncia- 
miento tuvo  nada  de  quijotesco,  nada  de  lo- 
cura sagrada.  Fué  una  especulación  cazurra 
acompañada  de  un  manifiesto  soez.l 

Aquí  debo  repetir  algo  que  creo  haber  di- 
cho a  propósito  de  Nuestro  Señor  Don  Qui- 
jote y  es  preguntar  cuál  habría  sido  su 
castigo  si  en  vez  de  morir  recobrada  la  ra- 
zón, la  de  todo  el  mundo,  perdiendo  así  su 
verdad,  la  suya,  si  en  vez  de  morir  como  era 
necesario  habría  vivido  algunos  años  más 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


87 


todavía.  Y  habría  sido  que  todos  los  locos 
que  había  entonces  en  España  —  y  debió  ha- 
ber habido  muchos,  porque  acababa  de  traer- 
se del  Perú  la  enfermedad  terrible  —  ha- 
brían acudido  a  él,  solicitando  su  ayuda  y  al 
ver  que  se  la  rehusaba,  le  habrían  abruma- 
do de  ultrajes  y  tratado  de  farsante,  de  trai- 
dor y  de  renegado.  Porque  hay  una  turba  de 
locos  que  padecen  de  manía  persecutoria,  la 
que  se  convierte  en  manía  perseguidora,  y 
estos  locos  se  ponen  a  perseguir  a  Don  Qui- 
jote cuando  éste  no  se  presta  a  perseguir  a 
sus  supuestos  perseguidores.  Pero  ¿qué  es  lo 
que  habré  hecho  yo,  Don  Quijote  mío,  para 
haber  llegado  a  ser  así  el  imán  de  los  locos 
que  se  creen  perseguidos?  ¿Por  qué  se  aco- 
rren a  mí  ?  ¿  Por  qué  me  cubren  de  alabanzas 
si  al  fin  han  de  cubrirme  de  injurias? 

[A  este  mismo  mi  Don  Quijote  le  ocurrió 
que  después  de  haber  libertado  del  poder  de 
los  cuadrilleros  de  la  Santa  Hermandad  a 
los  galeotes  a  quienes  les  llevaban  presos,  es- 
tos galeotes  le  apedrearon.  Y  aunque  sepa  yo 
que  acaso  un  día  los  galeotes  han  de  ape- 
drearme no  por  eso_cejo  en  mi  empeño  de 
combatir  contra  el  poderío  de  los  cuadrille- 
ros de  la  actual  Santa  Hermandad  de  mi  Es- 
paña. No  puedo  tolerar,  y  aunque  se  me  to- 


88 


MIGUEL  DK  UNAMUNO 


me  a  locura,  el  que  los  verdugos  se  erijan  en 
jueces  y  el  que  el  fin  de  autoridad,  que  es  la 
justicia,  se  ahogue  con  lo  que  llaman  el  prin- 
cipio de  autoridad,  y  es  el  principio  del  po- 
der, o  sea  lo  que  llaman  el  orden.  Ni  puedo 
tolerar  que  una  acuitada  y  menguada  bur- 
guesía por  miedo  pánico  —  irreflexivo  —  al 
incendio  comunista  —  pesadilla  de  locos  de 
miedo  —  entregue  su  casa  y  su  hacienda  a 
los  bomberos  que  se  las  destrozan  más  aún 
que  el  incendio  mismo.  Cuando  no  ocurre  lo 
que  ahora  en  España  y  es  que  son  los  bom- 
beros los  que  provocan  los  incendios  para  vi- 
vir de  extinguirlos.  Pues  es  sabido  que  si  los 
asesinatos  en  las  calles  han  casi  cesado  —  los 
que  ocurren  se  celan  —  desde  la  tiranía  pre- 
toriana  y  policíaca  es  porque  los  asesinos  es- 
tán a  sueldo  del  ministerio  de  la  Goberna- 
ción y  empleados  en  él.  Tal  es  el  régimen  po- 
licíaco.] 

Volvamos  una  vez  más  a  la  novela  de  Jugo 
de  la  Raza,  a  la  novela  de  su  lectura  de  la 
novela,  a  la  novela  del  lector,  fdel  lector  ac- 
tor, del  lector  para  quien  leer  es  vivir  lo  que 
lee.]  Cuando  se  despertó  a  la  mañana  si- 
guiente, en  su  lecho  de  agonía  espiritual,  en- 
contróse encalmado,  se  levantó  y  contempló 
un  momento  las  cenizas  del  libro  fatídico  de 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


89 


SU  vida.  Y  aquellas  cenizas  le  parecieron,  co- 
mo las  aguas  del  Sena,  un  nuevo  espejo.  Su 
tormento  se  renovó:  ¿cómo  acabaría  la  his- 
toria? Y  se  fué  a  los  muelles  del  Sena  a  bus- 
car otro  ejemplar  sabiendo  que  no  lo  encon- 
traría y  porque  no  había  de  encontrarlo. 
Y  sufrió  de  no  poder  encontrarlo;  sufrió  a 
muerte.  Decidió  emprender  un  viaje  por  esos 
mundos  de  Dios;  acaso  Este  le  olvidara,  le 
dejara  su  historia.  Y  por  el  momento  se  fué 
al  Louvre,  a  contemplar  la  \^enus  de  Milo, 
a  fin  de  librarse  de  aquella  obsesión,  pero  la 
Venus  de  Milo  le  pareció  como  el  Sena  y 
como  las  cenizas  del  libro  que  había  quema- 
do, otro  espejo.  Decidió  partir,  irse  a  con- 
templar las  montañas  y  la  mar,  y  cosas  es- 
táticas y  arquitectónicas.  Y  en  tanto  se  de- 
cía: ''Cómo  acabará  esa  historia?". 

Es  algo  de  lo  que  me  decía,  cuando  imagi- 
naba ese  pasaje  de  mi  novela:  ''Cómo  aca- 
bará esta  historia  del  Directorio  y  cuál  será 
la  suerte  de  la  monarquía  española  y  de  Es- 
paña?" Y  devoraba  —  como  sigo  devorán- 
dolos —  los  periódicos,  y  aguardaba  cartas 
de  España.  Y  escribía  aquellos  versos  del 
soneto  LXXVIIl  de  mi  De  Fiicrtcvcntiira  a 
París: 


90 


MiGUEly  DE  UNAMUNO 


Que  es  la  Revolución  una  comedia 

que  el  señor  ha  inventado  contra  el  tedio. 

Porque  ¿no  está  hecha  de  tedio  la  congoja 
de  la  historia?  Y  al  mismo  tiempo  tenia  el 
disgusto  de  mis  compatriotas. 

Me  doy  perfecta  cuenta  de  los  sentimien- 
tos que  Mazzini  expresaba  en  una  carta  des- 
de Berna,  dirigida  a  su  Judit,  del  2  de  mar- 
zo de  1835:  ''Aplastaría  con  mi  desprecio  y 
mi  mentís,  si  me  dejara  llevar  de  mi  incli- 
nación personal,  a  los  hombres  que  hablan 
mi  lengua,  pero  aplastaría  con  mi  indigna- 
ción y  mi  venganza  al  extranjero  que  se 
permitiese,  delante  de  mí,  adivinarlo."  Con- 
cibo del  todo  su  ''rabioso  despecho"  contra 
los  hombres,  y  sobre  todo  contra  sus  compa- 
triotas, contra  los  que  le  comprendían  y  le 
juzgaban  tan  mal.  ¡Qué  grande  era  la  ver- 
dad de  aquella  ''alma  desdeñosa",  melHza  de 
la  del  Dante,  el  otro  gran  proscrito,  el  otro 
gran  desdeñoso! 

No  hay  medio  de  adivinar,  de  vaticinar 
mejor,  como  acabará  todo  aquello,  allá  en 
mi  España;  nadie  cree  en  lo  que  dice  ser 
lo  suyo;  los  socialistas  no  creen  en  el  socia- 
lismo, ni  en  la  lucha  de  clases,  ni  en  la  ley 
férrea  del  salario  y  otros  simbolismos  mar- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


91 


xistas  ;  los  comunistas  no  creen  en  la  comu- 
nidad [y  menos  en  la  comunión]  los  conser- 
vadores en  la  conservación;  ni  los  anarquis- 
tas en  la  anarquía;  1<:ís  pretorianos  no  creen 
en  la  dictadura.  .  .  ¡Pueblo  de  pordioseros! 
¿Y  cree  alguien  en  sí  mismo?  ¿Es  que 
creo  en  mi  mismo?  "El  pueblo  calla!"  Así 
acaba  la  tragedia  Boris  Godunoff  de  Pusch- 
kin.  Es  que  el  pueblo  no  cree  en  si  mismo. 
Y  Dios  se  calla!  He  aquí  el  fondo  de  la  tra- 
gedia universal :  Dios  se  calla.  Y  se  calla  por- 
que es  ateo.  _ 

Volvamos  a  la  novela  de  mi  Jugo  de  la 
Raza,  de  mi  lector  a  la  novela  de  su  lectura, 
de  mi  novela. 

Pensaba  hacerle  emprender  un  viaje  fue- 
ra de  París,  a  la  rebusca  del  olvido  de  la  his- 
toria ;  habría  andado  errante,  perseguido  por 
las  cenizas  del  libro  que  había  quemado  y  de- 
teniéndose para  mirar  las  aguas  de  los  ríos 
y  hasta  las  de  la  mar.  Pensaba  hacerle  pa- 
searse, transido  de  angustia  histórica,  a  lo 
largo  de  los  canales  de  Gante  y  de  Brujas,  o 
en  Ginebra,  a  lo  largo  del  lago  Lemán,  y  pa- 
sar, melancólico,  aquel  puente  de  Lucerna 
que  pasé  yo,  hace  treinta  y  seis  años,  cuando 
tenía  veinticinco.  Habría  colocado  en  mi  no- 
vela recuerdos  de  mis  viajes,  habría  habla- 


92 


MiGUEly  DE  UNAMUNO 


do  de  Gante  y  de  Ginebra  y  de  Venecia  y  de 
Florencia  y.  .  .  a  su  llegada  a  una  de  esas 
ciudades  mi  pobre  Jugo  de  la  Raza  se  habría 
acercado  a  un  puesto  de  libros  y  habria  dado 
con  otro  ejemplar  del  libro  fatídico  y  todo 
tembloroso  lo  habría  comprado  y  se  lo  ha- 
bría llevado  a  París  proponiéndose  conti- 
nuar la  lectura  hasta  que  su  curiosidad  se 
satisficiese,  hasta  que  hubiese  podido  pre- 
veer  el  fin  sin  llegar  a  él,  hasta  que  hubiese 
podido  decir:  ^'Ahora  ya  se  entrevee  cómo 
va  a  acabar  esto." 

[Cuando  en  París  escribía  yo  esto,  hace 
ya  cerca  de  dos  años,  no  se  me  podía  ocurrir 
hacerle  pasearse  a  mi  Jugo  de  la  Raza  más 
que  por  Gante  y  Ginebra  y  Lucerna  y  Vene- 
cia y  Florencia . . .  Hoy  le  haría  pasearse 
por  este  idílico  país  vasco  francés  que  a  la 
dulzura  de  la  dulce  Francia  une  el  dulcísimo 
agrete  de  mi  Vasconia.  Iría  bordeando  las 
plácidas  riberas  del  humilde  Nivelle,  entre 
mansas  praderas  de  esmeralda,  junto  a  As- 
cain,  y  al  pie  del  Larrún  —  otro  derivado  de 
larra,  pasto  —  iría  restregándose  la  mirada 
en  la  verdura  apaciguadora  del  campo  nati- 
vo, henchida  de  silenciosa  tradición  milena- 
ria, y  que  trae  el  olvido  de  la  engañosa  his- 
toria; iría  pasando  junto  a  esos  viejos  case- 


CÓMO  se  HACE  UNA  NOVELA 


93 


ríos  que  se  miran  en  las  aguas  de  un  rio 
quieto;  iria  oyendo  el  silencio  de  los  abismos 
humanos. 

Le  haría  llegar  hasta  San  Juan  Pié  de 
Puerto,  de  donde  fué  aquel  singular  Doctor 
Huarte  de  San  Juan,  el  del  Examen  de  In- 
genios, a  San  Juan  Pié  de  Puerto,  de  donde 
el  Nive  baja  a  San  Juan  de  Luz.  Y  allí,  en 
la  vieja  pequeña  ciudad  navarra,  en  un  tiem- 
po española  y  hoy  francesa,  sentado  en  un 
banco  de  piedra  en  Eyalaberri,  embozado  en 
la  paz  ambiente,  oiría  el  rumor  eterno  del 
Xive.  E  iria  a  verlo  cuando  pasa  bajo  el 
puente  que  lleva  a  la  iglesia.  Y  el  campo  cir- 
cunstante le  hablaría  en  vascuence,  en  infan- 
til éusquera,  le  hablaría  infantilmente,  en  bal- 
buceo de  paz  y  de  confianza.  Y  como  se  le 
hubiera  descompuesto  el  reló  iría  a  un  relo- 
jero que  al  declarar  que  no  sabía  vascuence 
le  diría  que  son  las  lenguas  y  las  religiones 
las  que  separan  a  los  hombres.  Como  si  Cris- 
to y  Buda  no  hubieran  dicho  a  Dios  lo  mis- 
mo sólo  que  en  dos  lenguas  diferentes. 

Mi  Jugo  de  la  Raza  vagaría  pensativo  por 
aquella  calle  de  la  Cindadela  que  desde  la 
iglesia  sube  al  castillo,  obra  de  Vauban,  y  la 
mayoría  de  cuyas  casas  son  anteriores  a  la 
Revolución,  aquellas  casas  en  que  han  dor- 


94 


MIGUIvI,  DE  UNAMUNO 


mido  tres  siglos.  Por  aquella  calle  no  pueden 
subir,  gracias  a  Dios,  los  autos  de  los  colec- 
cionistas de  kilómetros.  Y  alli,  en  aquella  ca- 
lle de  paz  y  de  retiro,  visitaría  la  prison  des 
cvesques,  la  cárcel  de  los  obispos  de  San  Juan, 
la  mazmorra  de  la  Inquisición.  Por  detrás  de 
ella  las  viejas  murallas  que  amparan  peque- 
ñas huertecillas  enjauladas.  Y  la  vieja  cárcel, 
está  por  detrás,  envuelta  en  hiedra. 

Luego  mi  pobre  lector  trágico  iria  a  con- 
templar la  cascada  que  forma  el  Nive  y  a 
sentir  como  aquellas  aguas  que  no  son  ni  un 
momento  las  mismas,  hacen  como  un  muro. 

Y  un  muro  que  es  un  espejo.  Y  espejo  histó- 
rico. Y  seguiría,  río  abajo,  hacia  Úhartlize 
deteniéndose  ante  aquella  casa  en  cuyo  dintel 
se  lee: 

Vivons  en  paix 
Pierre  Ezpellet 
et  Jeanne  Iribar 
ne.  Cons.  Annee  8® 
1800 

Y  pensaría  en  la  vida  de  paz  —  ¡  vivamos  en 
paz!  —  de  Pedro  Ezpeleta  y  Juana  Iribar 
cuando  Napoleón  estaba  llenando  al  mundo 
con  el  fragor  de  su  historia. 


CÓMO  SE  hace;  una  novei^a 


95 


Luego  mi  Jugo  de  la  Raza,  ansioso  de  be- 
ber con  los  ojos  la  verdura  de  las  montañas 
de  su  patria,  se  iria  hasta  el  puente  de  Arne- 
gui,  en  la  frontera  entre  Francia  y  España. 
Por  allí,  por  aquel  puente  insignificante  y  po- 
bre, pasó  en  el  segundo  dia  de  Carnaval  de 
1875  el  pretendiente  Don  Carlos  de  Borbón  y 
Este,  para  los  carlistas  Carlos  VII,  al  aca- 
barse la  anterior  guerra  civil,  la  que  engen- 
dró esta  otra  que  nos  han  traído  los  pretoria- 
nos  de  Alfonso  XIII,  guerra  carlista  tam- 
bién como  fué  carlista  el  pronunciamiento 
de  Primo  de  Rivera.  Y  a  mi  se  me  arrancó 
de  mi  casa  para  lanzarme  al  confinamiento 
de  Fuerteventura  en  el  día  mismo,  21  de  fe- 
brero de  1924,  en  que  hacía  cincuenta  años 
había  oído  caer  junto  a  mi  casa  natal  de 
Bilbao  una  de  las  primeras  bombas  que  los 
carlistas  lanzaron  sobre  mi  villa.  Y  ahí,  en 
el  humilde  puente  de  Arnegui  podría  haber- 
se percatado  Jugo  de  la  Raza  de  que  los  al- 
deanos que  habitan  aquel  contorno  nada  sa- 
ben ya  de  Carlos  VII,  el  que  pasó  diciendo 
al  volver  la  cara  a  España:  'Volveré,  vol- 
veré!" 

Por  alli,  por  aquel  mismo  puente  o  por 
cerca  de  él,  debió  de  haber  pasado  el  Carlo- 
magno  de  la  leyenda;  por  allí  se  va  al  Ron- 


96 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cesvalles  donde  resonó  la  trompa  de  Rolan- 
do —  que  no  era  un  Orlando  furioso  —  que 
hoy  calla  entre  aquellas  encañadas  de  som- 
bra, de  silencio  y  de  paz.  Y  Jugo  de  la  Raza, 
unirla  en  su  imaginación,  en  esa  nuestra  sa- 
grada imaginación  que  funde  siglos  y  vaste- 
dades de  tierra,  que  hace  de  los  tiempos  eter- 
nidad y  de  los  campos  infinitud,  uniría  a  Car- 
los VII  y  a  Carlomagno.  Y  con  ellos  al  po- 
bre Alfonso  XIII  y  al  primer  Habsburgo  de 
España,  a  Carlos  I  el  Emperador,  V  de  Ale- 
mania, recordando  cuando  él.  Jugo,  visitó 
Yuste  y  a  falta  de  otro  espejo  de  aguas,  con- 
templó el  estanque  donde  se  dice  que  el  Em- 
perador, desde  un  balcón,  pescaba  tencas 
Y  entre  Carlos  VII  el  Pretendiente  y  Carlo- 
magno, Alfonso  XIII  y  Carlos  I,  se  le  pre- 
sentaría la  pálida  sombra  enigmática  del 
príncipe  Don  Juan,  muerto  de  tisis  en  Sala- 
manca antes  de  haber  podido  subir  al  trono, 
el  ex-futuro  Don  Juan  III,  hijo  de  los  Reyes 
Católicos  Fernando  e  Isabel.  Y  Jugo  de  la 
Raza  pensando  en  todo  esto,  camino  del 
puente  de  Arnegui  a  San  Juan  Pié  de  Puer- 
to se  diría:  ''¿Y  cómo  va  a  acabar  todo 
esto?"] 

Pero  interrumpo  esta  novela  para  volver  a 
la  otra.  Devoro  aquí  las  noticias  que  me  lie- 


CÓMO  SK  HACE  UNA  NOVELA 


97 


gaii  de  mi  España,  sobre  todo  las  concernien- 
tes a  la  campaña  de  ^Marruecos,  preguntán- 
dome si  el  resultado  de  ésta  me  permitirá 
volver  a  mi  patria,  hacer  allí  mi  historia  y 
la  suva;  ir  a  morirme  alH.  ^^íorirme  allí  v  ser 
enterrado  en  el  desierto .  .  . 

A  todo  esto  las  gentes  de  aqui  me  pregun- 
tan si  es  que  puedo  volver  a  mi  España,  si 
hay  alguna  ley  o  disposición  del  poder  públi- 
co que  me  impida  la  vuelta  y  me  es  difícil 
explicarles,  sobre  todo  a  extranjeros,  porque 
no  puedo  ni  debo  volver  mientras  haya  Di- 
rectorio, mientras  el  general  Martniez  Ani- 
do esté  en  el  poder,  porque  no  podría  callar- 
me ni  dejar  de  acusarles,  y  si  vuelvo  a  Espa- 
ña y  acuso  y  grito  en  las  calles  y  las  plazas  la 
verdad,  mi  verdad,  entonces  mi  libertad  y 
hasta  mi  vida  estarían  en  peligro  y  si  las 
perdiera  no  harían  nada  los  que  se  dicen  mis 
amigos  y  amigos  de  la  libertad  y  de  la  vida. 
Algunos,  al  explicarles  mi  situación,  se  son- 
ríen y  dicen:  ''ah,  sí,  una  cuestión  de  digni- 
dad!" Y  leo  bajo  su  sonrisa  que  se  dicen: 
"se  cuida  de  su  papel.  . 

Y  no  tendrán  algo  de  razón?  No  estaré 
acaso  a  punto  de  sacrificar  mi  yo  íntimo,  di- 
vino, el  que  soy  en  Dios,  el  que  debo  ser,  al 
otro,  al  yo  histórico,  al  que  se  mueve  en  su 


98 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


historia  y  con  su  historia?  Porqué  obstinar- 
me en  no  volver  a  entrar  en  España  ?  No  es- 
toy en  vena  de  hacerme  mi  leyenda,  la  que 
me  entierra,  además  de  la  que  los  otros,  ami- 
gos y  enemigos,  me  hacen?  Es  que  si  no  me 
hago  mi  leyenda  me  muero  del  todo.  Y  si  me 
la  hago,  también. 

Héteme  acaso  haciendo  mi  leyenda,  mi  no- 
vela, y  haciendo  la  de  ellos,  la  del  rey,  la  de 
Primo  de  Rivera,  la  de  Martínez  Anido, 
criaturas  de  mi  espíritu,  entes  de  ficción.  Es 
que  miento  cuando  les  atribuyo  ciertas  in- 
tenciones y  ciertos  sentimientos?  Existen 
como  les  describo?  Es  que  siquiera  existen? 
Existen,  sea  como  fuere,  fuera  de  mí?  En 
tanto  que  criaturas  mías  son  criaturas  de 
mi  amor  aunque  se  revista  de  odio.  He  di- 
cho que  Sarmiento  admiraba  y  quería  al  ti- 
rano Rosas;  yo  no  diré  que  admiro  a  nues- 
tro rey,  pero  que  le  quiero  sí,  porque  es  mío, 
porque  le  he  hecho  yo.  Le  querría  fuera  de 
España,  pero  le  quiero.  Y  acaso  quiero  a  ese 
mentecato  de  Primo  de  Rivera,  que  se  ha 
arrepentido  de  lo  que  hizo  conmigo,  como 
en  el  fondo  está  arrepentido  de  lo  que  hizo 
con  España.  Y  por  el  pobre  epiléptico  Mar- 
tínez Anido  que,  en  uno  de  sus  ataques,  es- 
pumarajeándole  la  boca  y  todo  tembloroso, 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA  99 


pedia  mi  cabeza,  siento  una  compasión  que 
es  ternura  porque  presumo  que  nada  desea 
más  que  mi  perdón  sobre  todo  si  sospecha 
que  rezo  a  diario :  -"perdónanos  nuestras 
deudas  asi  como  nosotros  perdonamos  a 
nuestros  deudores".  Pero  ah!  hay  el  papel! 
Vuelvo  a  la  escena !  A  la  comedia ! 

[Y  bien,  no!  Cuando  escribi  esto  me  dejé 
llevar  de  un  momento  de  desaliento.  Yo  pue- 
do perdonarles  lo  que  conmigo  han  hecho 
pero  lo  que  han  hecho  y  lo  que  siguen  ha- 
ciendo con  mi  pobre  patria,  de  eso  no  soy  yo 
quien  puede  perdonarles.  Y  no  se  trata  de 
representar  un  papel.  Y  en  cuanto  a  que  el 
botarate  Primo  de  Rivera  esté  ya  arrepen- 
tido de  lo  que  hizo  puede  muy  bien  ser,  pe- 
ro lo  que  él,  llama  su  honor  no  le  permite 
confesarlo.  Ese  terrible  honor  caballeresco 
que  para  siempre  quedó  expresado  en  aque- 
lla cuarteta  de  Las  mocedades  del  Cid,  de 
Guillen  de  Castro  en  que  se  dice: 

Procure  siempre  acertarla  | 

el  honrado  y  principal,  I 

pero  si  la  acierta  mal  I 

defenderla  y  no  enmendarla.  ' 

Lo  que  no  quiere  decir  ni  que  Primo  de  Ri- 
vera sea  honrado  ni  principal  ni  menos  que 


100 


MIGUEL  DTv  UNAMUNO 


al  pronunciarse  en  el  golpe  de  Estado  pro- 
curara acertarlo.] 

Judit  Sidoli  escribiendo  a  su  José  Mazzi- 
ni  le  hablaba  de  "sentimientos  que  se  con- 
vierten en  necesidades",  de  ''trabajó  por  ne- 
cesidad material  de  obra,  por  vanidad"  y  el 
gran  proscrito  se  revolvía  contra  ese  juicio. 
Poco  después,  en  otra  carta  —  de  Grenchen, 
y  del  14  de  mayo  de  1835  —  le  escribía :  ''Hay 
horas,  horas  solemnes,  horas  que  me  despier- 
tan sobre  diez  años,  en  que  nos  veo;  veo  la 
vida  ;  veo  mi  corazón  y  el  de  los  otros,  pero 
en  seguida .  .  .  vuelvo  a  las  ilusiones  de  la  poe- 
sía". La  poesía  de  Mazzini  era  la  historia,  su 
historia,  la  de  Italia,  que  era  su  madre  y  su 
hija. 

¡Hipócrita!  Porque  yo  que  soy,  de  profe- 
sión, un  ganapán  helenista  —  es  una  cátedra 
de  griego  la  que  el  Directorio  hizo  la  comedia 
de  quitarme  reservándomela  —  sé  que  hipó- 
crita significa  actor.  ¿Hipócrita?  ¡No!  Mi 
papel  es  mi  verdad  y  debo  vivir  mi  verdad, 
que  es  mi  vida. 

Ahora  hago  el  papel  de  proscrito.  Hasta  el 
descuidado  desaliño  de  mi  persona,  hasta  mi 
terquedad  en  no  cambiar  de  traje,  en  no  ha- 
cérmelo nuevo,  dependen  en  parte  —  con 
ayuda  de  cierta  inclinación  a  la  avaricia  que 


CÓMO  se:  hack  una  novela 


101 


me  ha  acompañado  siempre  y  que  cuando  es- 
toy solo,  lejos  de  mi  familia,  no  halla  contra- 
peso —  dependen  del  papel  que  represento. 
Cuando  mi  mujer  vino  a  verme,  con  mis  tres 
hijas,  en  febrero  de  1924,  se  ocupó  en  mi 
ropa  blanca,  renovó  mis  vestidos,  me  prove- 
yó de  calcetines  nuevos.  Ahora  están  ya  to- 
dos agujereados,  deshechos,  acaso  para  que 
pueda  decirme  lo  que  se  dijo  Don  Quijote, 
mi  Don  Quijote,  cuando  vió  que  las  mallas 
de  sus  medias  se  le  habían  roto,  y  fué:  *'0h 
pobreza!  pobreza!"  con  lo  que  sigue  y  co- 
menté tan  apasionadamente  en  mi  Vida  de 
Don  Quijote  y  Sancho. 

Es  que  represento  una  comedia,  hasta  pa- 
ra los  míos?  Pero  no!  es  que  mi  vida  y  mi 
verdad  son  mi  papel.  Cuando  se  me  desterró 
sin  que  se  hubiera  dicho  —  y  sigo  ignorándo- 
lo —  la  causa  o  siquiera  el  pretexto  de  mi  des- 
tierro pedí  a  los  míos,  a  mi  familia,  que  nin- 
guno de  ellos  me  acompañara,  que  me  dejasen 
partir  solo.  Tenía  necesidad  de  soledad  y 
además  sabía  que  el  verdadero  castigo  que 
aquellos  tiranuelos  cuarteleros  me  querían 
infligir  eran  obligarme  a  gastar  mi  dinero, 
castigarme  en  mis  modestos  bienes  y  de  mis 
hijos,  sabía  que  aquel  destierro  era  una  ma- 
nera de  confiscación  y  decidí  restringir  lo 


102 


MlGU^Iv  DE  UNAMUNO 


más  posible  mis  gastos  y  hasta  no  pagarlos, 
que  es  lo  que  hice.  Porque  se  podía  confinar- 
me en  una  isla  desértica,  pero  no  a  mis  ex- 
pensas. 

Pedí  que  se  me  dejara  solo  y  comprendién- 
dome y  queriéndome  de  veras  —  eran  los 
míos  al  fin  y  yo  de  ellos  —  dejáronme  solo. 
Y  entonces  al  final  de  mi  confinamiento  en 
la  isla,  después  que  mi  hijo  mayor  hubo  ve- 
nido, con  su  mujer,  a  juntárseme,  presentó- 
seme  una  dama  —  a  la  que  acompañaba,  pa- 
ra guardarla  acaso,  su  hija  —  que  me  había 
puesto  casi  fuera  de  mí  con  su  persecución 
epistolar.  Acaso  quería  darme  a  entender 
que  llegaba  a  hacer  conmigo  lo  que  los  míos, 
mi  mujer  y  mis  hijos  no  habían  hecho.  Esa 
dama  es  mujer  de  letras  y  mi  mujer,  aunque 
escriba  bien,  no  lo  es.  Pero  es  que  esa  pobre 
mujer  de  letras,  preocupada  de  su  nombre  y 
queriendo  acaso  unirlo  al  mío,  me  quiere  más 
que  mi  Concha,  la  madre  de  mis  ocho  hijos 
y  mi  verdadera  madre?  Mi  verdadera  ma- 
dre, sí.  En  un  momento  de  suprema,  de  abis- 
mática congoja,  cuando  me  vió  en  las  garras 
del  Angel  de  la  Nada,  llorar  con  un  llanto 
sobre-humano,  me  gritó  desde  el  fondo  de 
sus  entrañas  maternales,  sobre-humanas,  di- 
vinas, arrojándose  en  mis  brazos:  ''hijo 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEl^A 


103 


mío!"  Entonces  descubrí  todo  lo  que  Dios 
hizo  para  mí  en  esta  mujer,  la  madre  de 
mis  hijos,  mi  virgen  madre,  que  no  tiene 
otra  novela  que  mi  novela,  ella,  mi  espejo  de 
santa  inconciencia  divina,  de  eternidad.  Es 
por  lo  que  me  dejó  solo  en  mi  isla  mientras 
que  la  otra,  la  mujer  de  letras,  la  de  su  no- 
vela y  no  la  mía,  fué  a  buscar  a  mi  lado 
emociones  y  hasta  películas  de  cine. 

Pero  la  pobre  mujer  de  letras  buscaba  lo  | 
que  busco,  lo  que  busca  todo  escritor,  todo 
historiador,  todo  novelista,  todo  político,  to-  \ 
do  poeta:  vmr  en^^ajuradera  y  permanen-^ 
te  historia,  no  morir.  En  estos  días  he  leído 
a^roust,  prototipo  de  escritores  y  de  solita- 
rios y  ¡qué  tragedia  la  de  su  soledad!  Lo 
que  le  acongoja,  lo  que  le  permite  sondar  los 
abismos  de  la  tragedia  humana  es  su  senti- 
miento de  la  muerte,  pero  de  la  muerte  de 
cada  instante,  es  que  se  siente  morir  mo- 
mento a  momento,  que  diseca  el  cadáver  de 
su  alma,  y  ¡con  qué  minuciosidad!  A  la  re- 
busca del  tiempo  perdido!  Siempre  se  pier- 
de el  tiempo.  Lo  que  se  llama  ganar  tiempo 
es  perderlo.  El  tiempo:  he  aquí  la  tragedia. 

^'Conozco  esos  dolores  de  artistas  tratados 
por  artistas ;  son  la  sombra  del  dolor  y  no  su 
cuerpo"  escribía  Mazzini  a  su  Judit  el  2  de 


104 


MIGU£:i,  DZ  UNAMUNO 


marzo  de  1835.  Y  Mazzini  era  un  artista; 
ni  más  ni  menos  que  un  artista.  Un  poeta  y 
como  politico  un  poeta,  nada  más  que  un 
poeta.  Sombra  de  dolor  y  no  cuerpo.  Pero 
ahi  está  el  fondo  de  la  tragedia  novelesca,  de 
la  novela  trágica  de  la  historia:  el  dolor  es 
sombra  y  no  cuerpo;  el  dolor  más  doloroso, 
el  que  nos  arranca  gritos  y  lágrimas  de  Dios 
es  sombra  del  tedio;  el  tiempo  no  es  corpo- 
ral. Kant  decía  que  es  una  forma  a  priori  de 
la  sensibilidad,  j  Qué  sueño  el  de  la  vida . .  .  ! 
Sin  despertar? 

[Esto  de:  sin  despertar?  lo  añado  ahora, 
al  re-escribir  lo  que  escribí  hace  dos  años. 
Y  ahora  en  estos  días  mismos  de  principios 
de  junio  de  1927,  cuando  la  tiranía  pretoria- 
na  española  se  ensoece  más  y  el  rufián  que 
la  representa  vomita,  casi  a  diario,  sobre  el 
regazo  de  España  las  heces  de  sus  borrache- 
ras, recibo  un  número  de  La  Gaceta  Litera- 
ria de  iMadrid  que  consagran  a  Don  Luis  de 
Góngora  y  Argote  y  al  gongorismo  los  jóve- 
nes culteranos  y  cultos  de  la  castrada  intelec- 
tualidad española.  Y  leo  ese  número  aquí, 
en  mis  montañas,  que  Góngora  llamó  ''del 
Pirineo  la  ceniza  verde"  {Soledades,  II,  759) 
y  veo  que  esos  jóvenes  ''mucho  Océano  y  po- 
cas aguas  prenden".  Y  el  océano  sin  aguas 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVKI.A 


105 


es  acaso  la  poesía  pura  o  culterana.  Pero,  en 
fin,  'Voces  de  sangre  y  sangre  son  del  alma" 
{Soledades,  II,  119)  estas  mis  memorias,  es- 
te mi  relato  de  como  se  hace  una  novela. 

Y  ved  como,  yo,  que  execro  del  gongoris- 
mo,  que  no  encuentro  poesía,  esto  es  crea- 
ción, o  sea  acción,  donde  no  hay  pasión,  don- 
de no  hay  cuerpo  y  carne  de  dolor  humano, 
donde  no  hay  lágrimas  de  sangre,  me  dejo 
ganar  de  lo  más  terrible,  de  lo  más  anti-poé- 
tico  del  gongorismo  que  es  la  erudición.  "No 
es  sordo  el  mar;  la  erudición  engaña"  {So- 
ledades, II,  172)  escribió,  no  pensó,  Góno[-£»- 
ra  y  ahí  se  pinta.  Era  un  erudito,  un  cate- 
drático de  poesía,  aquel  clérigo  cordobés . ,  , 
¡maldito  oficio! 

Y  a  todo  esto  me  ha  traído  lo  de  los  do- 
lores de  artistas  de  Mazzini  combinado  con 
el  homenaje  de  los  jóvenes  culteranos  de  Es- 
paña a  Góngora.  Pero  Mazzini,  el  de  ¡Dios 
y  el  Pueblo!  era  un  patriota,  era  un  ciuda- 
dano, era  un  hombre  civil,  ¿lo  son  esos  jó- 
venes culteranos?  Y  ahora  me  percato  de 
nuestro  grande  error  de  haber  puesto  la  cul- 
tura sobre  la  civilización  o  mejor  sobre  la 
civilidad.  No,  no,  ante  todo  y  sobre  todo  la 
civilidad !] 


106 


MIGUEL  DE^  UNAMUNO 


Y  he  qui  que  por  última  vez  volvemos  a 
la  historia  de  nuestro  Jugo  de  la  Raza. 

El  cual  así  que  yo  le  haría  volver  a  París 
trayéndose  el  libro  fatídico  se  propondría  el 
terrible  problema  de  o  acabar  de  leer  la  no- 
vela que  se  había  convertido  en  su  vida  y 
morir  en  acabándola  o  renunciar  a  leerla  y 
vivir,  vivir,  y  por  consiguiente  morirse  tam- 
bién. Una  u  otra  muerte;  en  la  historia  o 
fuera  de  la  historia.  Y  yo  le  habría  hecho  de- 
cir estas  cosas  en  un  monólogo  que  es  una 
manera  de  darse  vida: 

"Pero  esto  no  es  más  que  una  locura . . . 
El  autor  de  esta  novela  se  está  burlando  de 
mí .  .  .  O  soy  yo  quien  se  está  burlando  de 
mí  mismo?  Y  porqué  he  de  morirme  cuan- 
do acabe  de  leer  este  libro  y  el  personaje  au- 
tobiográfico se  muera?  Porqué  no  he  de  so- 
brevivirme  a  mí  mismo?  Sobrevivirme  y 
examinar  mi  cadáver.  Voy  a  continuar  le- 
yendo un  poco  hasta  que  al  pobre  diablo  no 
le  quede  más  que  un  poco  de  vida,  y  enton- 
ces cuando  haya  previsto  el  fin  viviré  pen- 
sando que  le  hago  vivir.  Cuando  Don  Juan 
Valer  a  ya  viejo,  se  quedó  ciego,  se  negó  a 
que  le  operasen  y  decía :  ''Si  se  me  opera,  pue- 
den dejarme  ciego  definitivamente,  para 
siempre  sin  esperanza  de  recobrar  la  vista 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVElvA 


107 


mientras  que  si  no  me  dejo  operar  podré  vi- 
vir siempre  con  la  esperanza  de  que  una  ope- 
ración me  curaría".  No;  no  voy  a  continuar 
leyendo;  voy  a  guardar  el  libro  al  alcance  de 
la  mano,  a  la  cabecera  de  mi  cama,  mientras 
me  duerma  y  pensaré  que  podría  leerlo  si 
quisiera,  pero  sin  leerlo.  Podré  vivir  así?  De 
todos  modos  he  de  morirme  pues  que  todo  el 
mundo  se  muere".  .  .  [La  expresión  popular 
española  es  que  todo  dios  se  muere .  .  .  ] 

Y  en  tanto  Jugo  de  la  Raza  habría  reco- 
menzado a  leer  el  libro  sin  terminarlo,  le- 
yéndolo muy  lentamente,  muy  lentamente, 
sílaba  a  sílaba,  deletreándolo,  deteniéndose 
cada  vez  una  línea  más  adelante  que  en  la 
precedente  lectura  y  para  recomenzarla  de 
nuevo.  Que  es  como  avanzar  cien  pasos  de 
tortuga  y  retroceder  noventa  y  nueve,  avan- 
zar de  nuevo  y  volver  a  retroceder  en  igual 
proporción  y  siempre  con  el  espanto  del  úl- 
timo paso. 

Estas  palabras  que  habría  puesto  en  la 
boca  de  mi  Jugo  de  la  Raza,  a  saber:  que 
todo  el  mundo  se  muere  [o  en  español  popu- 
lar, que  todo  dios  se  muere]  son  una  de  las 
más  grandes  vulgaridades  que  cabe  decir,  el 
más  común  de  todos  los  lugares  comunes,  y 
por  lo  tanto  la  más  paradójica  de  las  para- 


108 


MIGUEl^  DE  UNAMUNO 


dojas.  Cuando  estudiábamos  lógica  el  ejem- 
plo de  silogismo  que  se  nos  presentaba  era: 
'Todos  los  hombres  son  mortales;  Pedro  es 
hombre,  luego  Pedro  es  mortal".  Y  había  es- 
te anti-silogismo,  el  ilógico:  ''Cristo  es  in- 
mortal; Cristo  es  hombre,  luego  todo  hom- 
bre es  inmortal". 

[Este  anti-silogismo  cuya  premisa  mayor 
es  un  término  individual,  no  universal  ni  par- 
ticular, pero  que  alcanza  la  máxima  univer- 
salidad, pues  si  Cristo  resucitó  puede  resu- 
citar cualquier  hombre,  o  como  se  diria  en 
español  popular  puede  resucitar  todo  cristo, 
ese  anti-silogismo  está  en  la  base  de  lo  que 
he  llamado  el  sentimiento  trágico  de  la  vida 
y  hace  la  esencia  de  la  agonía  del  cristianis- 
mo. Todo  lo  cual  constituye  la  divina  tra- 
gedia. 

La  Divina  Tragedia!  Y  no  como  el  Dan- 
te, el  creyente  medieval,  el  proscripto  gibe- 
lino,  llamó  a  la  suya:  Divina  Comedia.  La 
del  Dante  era  comedia,  y  no  tragedia,  por- 
que había  en  ella  esperanza.  En  el  canto  vi- 
gésimo del  Paradiso  hay  un  terceto  que  nos 
muestra  la  luz  que  brilla  sobre  esa  comedia. 
Es  donde  dice  que  el  reino  de  los  cielos  pa- 
dece fuerza  —  según  la  sentencia  evangéli- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEI.A 


109 


ca  —  de  cálido  amor  y  de  viva  esperanza  que 
vence  a  la  divina  voluntad: 

Regnum  ccelorum  violenza  pate 
da  caldo  amore,  e  da  viva  speranza 
che  vince  la  divina  volontate. 

Y  esto  es  más  que  poesía  pura  o  que  erudi- 
ción culterana. 

La  viva  esperanza  vence  a  la  divina  vo- 
luntad! Creer  en  esto  sí  que  es  fé  y  fé  poé- 
tica! El  que  espere  firmemente,  lleno  de  fé 
en  su  esperanza,  no  morirse,  no  se  mori- 
rá...  !  Y  en  todo  caso  los  condenados  del 
Dante  viven  en  la  historia  y  así,  su  conde- 
nación no  es  trágica,  no  es  de  divina  trage- 
dia, sino  cómica.  Sobre  ellos,  y  a  pesar  de 
su  condena,  se  sonríe  Dios.  .  .] 

Una  vulgaridad!  Y  sin  embargo  el  pasa- 
je más  trágico  de  la  trágica  corresponden- 
cia de  Mazzini  es  aquel,  fechado  en  30  de 
junio  de  1835  en  que  dice:  "Todo  el  mundo 
se  muere:  Romagnosi  se  ha  muerto,  se  ha 
muerto  Pecchio  y  Vitorelli,  a  quien  creía 
muerto  hace  tiempo,  acaba  de  morirse".  Y 
acaso  Mazzini  se  dijo  un  día:  ''Yo,  que  me 
creía  muerto,  voy  a  morirme".  Como  Proust. 

Qué  voy  a  hacer  de  mi  Jugo  de  la  Raza? 
Como  esto  que  escribo,  lector,  es  una  nove- 


110 


MIGUKL  DE  UNAMUNO 


la  verdadera,  un  poema  verdadero,  una  crea- 
ción y  consiste  en  decirte  como  se  hace  y  no 
como  se  cuenta  una  novela,  una  vida  histó- 
rica, no  tengo  porqué  satisfacer  tu  interés 
folletinesco  y  frivolo.  Todo  lector  que  leyen- 
do una  novela  se  preocupa  de  saber  cómo 
acabarán  los  personajes  de  ella  sin  preocu- 
parse de  saber  cómo  acabará  él,  no  merece 
que  se  satisfaga  su  curiosidad. 

En  cuanto  a  mis  dolores,  acaso  incomuni- 
cables, digo  lo  que  Mazzini  el  15  de  julio  de 
1835  escribía  desde  Grenchen  a  su  Judit: 
"Hoy  debo  decirte  para  que  no  digas  ya  que 
mis  dolores  pertenecen  a  la  poesía  como  tú 
la  llamas,  que  son  tales  realmente  desde  ha- 
ce algún  tiempo.  .  Y  en  otra  carta,  del  2 
de  junio  del  mismo  año:  ''A  todo  lo  que  les 
es  extraño  le  han  llamado  poesía;  han  lla- 
mado loco  al  poeta  hasta  volverle  de  veras 
loco;  volvieron  loco  al  Tasso,  cometieron  el 
suicidio  de  Chatterton  y  de  otros;  han  llega- 
do hasta  ensañarse  con  los  muertos,  Byron, 
Foseólo,  y  otros,  porque  no  siguieron  sus  ca- 
minos. Caiga  el  desprecio  sobre  ellos!  Sufri- 
ré pero  no  quiero  renegar  de  mi  alma;  no 
quiero  hacerme  malo  para  complacerles  y 
me  haría  malo,  muy  malo  si  se  me  arrancara 
lo  que  llaman  poesía  puesto  que  a  fuerza  de 


CÓMO  SE  HACK  UNA  NOVDivA  111 


haber  prostituido  el  nombre  de  poesía  con  la 
hipocresía  se  ha  llegado  a  dudar  de  todo. 
Pero  para  mí,  que  veo  y  llamo  a  las  cosas  a 
mi  manera,  la  poesía  es  la  virtud,  es  el  amor, 
la  piedad,  el  afecto,  el  amor  de  la  patria,  el 
infortunio  inmerecido,  eres  tú,  es  tu  amor 
de  madre,  es  todo  lo  que  hay  de  sagrado  en 
la  tierra ..."  No  puedo  continuar  escuchan- 
do a  Mazzini.  Al  leer  eso  el  corazón  del  lec- 
tor oye  caer  del  cielo  negro,  de  por  encima  de 
las  nubes  amontonadas  en  tormenta,  los  gri- 
tos de  un  águila  herida  en  su  vuelo  cuando 
se  bañaba  en  la  luz  del  sol. 

Poesía!  Divina  poesía!  Consuelo  que  es 
toda  la  vida !  Sí,  la  poesía  es  todo  esto.  Y  es 
también  la  nohtica.  El  otro  gran  proscrito, 
el  más  grande  sin  duda  de  todos  los  ciudada- 
nos proscritos,  el  gibelino  Dante,  fué  y  es  y 
sigue  siendo  un  muy  alto  y  muy  profundo, 
un  soberano  poeta,  y  un  político  y  un  creyen- 
te. Política,  religión  y  poesía  fueron  en  él  y 
para  él  una  sola  cosa,  una  íntima  trinidad. 
Su  ciudadanía,  su  fé  y  su  fantasía  le  hicie- 
ron eterno. 

[Y  ahora,  en  el  número  de  la  Gaceta  Li- 
teraria en  que  los  jóvenes  culteranos  de  Es- 
paña rinden  un  homenaje  a  Góngora  y  que 
acabo  de  recibir  y  leer,  uno  de  esos  jóvenes, 


112 


MIGUEI.  Dlt  UNAMUNO 


Benjamin  Jarnés,  en  un  articulito  que  se  ti- 
tula culteranamente  ''Oro  trillado  y  néctar 
exprimido"  nos  dice  que  ''Góngora  no  apela 
al  fuego  fatuo  de  la  azulada  fantasía,  ni  a 
la  llama  oscilante  de  la  pasión  sino  a  la  pe- 
renne luz  de  la  tranquila  inteligencia".  Y  a 
esto  le  llaman  poesía  esos  intelectuales?  Poe- 
sía sin  fuego  de  fantasía  ni  llama  de  pasión? 
Pues  que  se  alimenten  del  pan  hecho  con  ese 
oro  trillado!  Y  luego  añade  que  Góngora, 
no  tanto  se  propuso  repetir  un  cuento  bello 
cuanto  inventar  un  bello  idioma".  Pero  es 
que  hay  idioma  sin  cuento  ni  belleza  de  idio- 
ma sin  belleza  de  cuento? 

Todo  ese  homenaje  a  Góngora,  por  las  cir- 
cunstancias en  que  se  ha  rendido,  por  el  es- 
tado actual  de  mi  pobre  patria,  me  parece  un 
tácito  homenaje  de  servidumbre  a  la  tiranía, 
un  acto  servil  y  en  algunos,  no  en  todos  ¡  cla- 
ro! un  acto  de  pordiosería.  Y  toda  esa  poe- 
sía que  celebran  no  es  más  que  mentira. 
Mentira,  mentira,  mentira...!  El  mismo 
Góngora  era  un  mentiroso.  Oíd  cómo  empie- 
za sus  Soledades  el  que  dijo  que  ''la  erudi- 
ción engaña".  Así: 

Era  del  año  la  estación  florida 

en  que  el  mentido  robador  de  Europa .  .  . 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


113 


El  mentido!  El  mentido?  Porque  se  creía 
obligado  a  decirnos  que  el  robo  de  Europa 
por  Júpiter  convertido  en  toro  es  una  men- 
tira? Porque  el  erudito  culterano  se  creía 
obligado  a  darnos  a  entender  que  eran  men- 
tiras sus  ficciones?  ^Mentiras  y  no  ficciones. 
Y  es  que  él,  el  artista  culterano,  que  era  clé- 
rigo, sacerdote  de  la  Iglesia  Católica  Apos- 
tólica Romana  creía  en  el  Cristo  a  quien 
rendía  culto  público?  Es  que  al  consagrar  en 
la  sagrada  misa,  no  ejercía  de  culterano  tam- 
bién? ]\Ie  quedo  con  la  fantasía  y  ia  pasión 
del  Dante.] 

Existen  desdichados  que  me  aconsejan  de- 
jar la  política.  Lo  que  ellos  con  un  gesto  de 
fingido  desdén,  que  no  es  más  que  miedo, 
miedo  de  eunucos  o  de  impotentes  o  de  muer- 
tos, llaman  política  y  me  aseguran  que  debe- 
ría consagrarme  a  mis  cátedras,  a  mis  estu- 
dios, a  mis  novelas,  a  mis  poemas,  a  mi  vida. 
No  quieren  saber  que  mis  cátedras,  mis  es-  . 
tudios,  mis  novelas,  mis  poemas  son  política.  I 
Que  hoy,  en  mi  patria,  se  trata  de  luchar 
por  la  libertad  de  la  verdad,  que  es  la  supre- 
ma justicia,  por  libertar  la  verdad  de  la  peor 
de  las  dictaduras,  de  la  que  no  dicta  nada, 
de  la  peor  de  las  tiranías,  la  de  la  estupidez 
y  la  impotencia,  de  la  fuerza  pura  y  sin  di- 


114 


MlGUKr.  DK  UNAMUNO 


rección.  Mazzini,  el  hijo  predilecto  del  Dan- 
te, hizo  de  su  vida  un  poema,  una  novela  mu- 
cho más  poética  que  las  de  Manzoni,  D'Aze- 
glio,  Grossi  o  Guerrazzi.  Y  la  mayor  parte  y 
la  mejor  de  la  poesía  de  Lamartine  y  de  Hu- 
go vino  de  que  eran,  tan  poetas  como  eran 
políticos.  Y  los  poetas  que  no  han  hecho  ja- 
más política?  Habría  que  verlo  de  cerca  y  en 
todo  caso 

non  raggionam  di  lor,  ma  guarda  e  passa. 

Y  hay  otros,  los  más  viles,  los  intelectua- 
les por  antonomasia,  los  técnicos,  los  sabios, 
los  filósofos.  El  28  de  junio  de  1835,  Mazzi- 
ni escribía  a  su  Judit:  ''En  cuanto  a  mí  lo 
dejo  todo  y  vuelvo  a  entrar  en  mi  individua- 
lidad, henchido  de  amargura  por  todo  lo  que 
más  quiero,  de  disgusto  hacia  los  hombres, 
de  desprecio  para  con  aquellos  que  recogen 
la  cobardía  en  los  despojos  de  la  filosofía, 
lleno  de  altanería  frente  a  todos,  pero  de  do- 
lor y  de  indignación  frente  a  mí  mismo,  y  al 
presente  y  al  porvenir.  No  volveré  a  levantar 
las  manos  fuera  del  fango  de  las  doctrinas. 
Que  la  maldición  de  mi  patria,  de  la  que  ha 
de  surgir  en  el  porvenir,  caiga  sobre  ellos!" 

Así  sea!  Así  sea  digo  yo  de  los  sabios,  de 
los  filósofos  que  se  alimentan  en  España  y 
de  España,  de  los  que  no  quieren  gritos,  de 


\ 


CÓMO  SE  hace:  una  novela 


115 


los  que  quieren  que  se  reciba  sonriendo  los 
escupitajos  de  los  viles,  de  los  que  más  que 
viles,  de  los  que  se  preguntan  que  es  lo  que 
se  va  a  hacer  de  la  libertad.  Ellos  ?  Ellos .  .  . 
venderla.  Prostituios ! 

[Desde  que  escribi  estas  líneas,  hace  ya 
dos  años,  no  he  tenido  ¡desgracia  de  Dios! 
sino  motivos  para  corroborarme  en  el  senti- 
miento que  me  las  dictó.  La  degradación,  la 
degeneración  de  los  intelectuales  —  llamé- 
moslos asi  —  de  España  ha  seguido.  Somá- 
tense a  la  censura  y  aguantan  en  silencio  las 
notas  oficiosas  con  que  Primo  de  Rivera  es- 
tá insultando  casi  a  diario  a  la  dignidad  de 
la  conciencia  civil  y  nacional  de  España.  Y 
siguen  disertando  de  mandangas.] 

Voy  a  volver  todavía,  después  de  la  últi- 
ma vez,  después  que  dije  que  no  volvería  a 
ello,  a  mi  Jugo  de  la  Raza.  Ale  preguntaba  sí 
consumido  por  su  fatídica  ansiedad,  tenien- 
do siempre  ante  los  ojos  y  al  alcance  de  la 
mano  el  agorero  libro  y  no  atreviéndose  a 
abrirlo  y  a  continuar  en  él  la  lectura  para 
prolongar  así  la  agonía  que  era  su  vida,  me 
preguntaba  si  no  le  haría  sufrir  un  ataque 
de  hemiplegia  o  cualquier  otro  accidente  de 
igual  género.  Si  no  le  haría  perder  la  volun- 
tad y  la  memoria  o  en  todo  caso  el  apetito  de 


116 


MIGUEI.  DK  UNAMUNO 


vivir,  de  suerte  que  olvidara  el  libro,  la  no- 
vela, su  propia  vida  y  se  olvidara  de  si  mis- 
mo. Otro  modo  de  morir  y  antes  de  tiempo. 
Si  es  que  hay  un  tiempo  para  morirse  y  se 
pueda  morir  fuera  de  él. 

Esta  solución  me  ha  sido  sugerida  por  los 
últimos  retratos  que  he  visto  del  pobre  Fran- 
cos Rodriguez,  periodista,  antiguo  republi- 
cano y  después  ministro  de  don  Alfonso.  Es- 
tá hemiplégico.  En  uno  de  esos  retratos  apa- 
rece fotografiado  al  salir  de  Palacio,  en  com- 
pañía de  Horacio  Echevarrieta,  después  de 
haber  visto  al  rey  para  invitarle  a  poner  la 
primera  piedra  de  la  Casa  de  la  Prensa, 
de  cuya  asociación  es  Francos  presiden- 
te. Otro  le  representa  durante  la  ceremo- 
nia a  que  asistia  el  rey  y  a  su  lado.  Su 
rostro  refleja  el  espanto  vaciado  en  carne. 

Y  me  he  acordado  de  aquel  otro  pobre  Don 
Gumersindo  Azcárate,  republicano  también, 
a  quien  ya  inválido  y  balbuciente  se  le  tras- 
portaba a  Palacio  como  un  cadáver  vivo. 

Y  en  la  ceremonia  de  la  primera  piedra  de 
la  Casa  de  la  Prensa,  Primo  de  Rivera  hizo 
el  elogio  de  Pi  y  Margall,  consecuente  repu- 
blicano de  toda  su  vida,  que  murió  en  el  ple- 
no uso  de  sus  facultades  de  ciudadano,  que 
se  murió  cuando  estaba  vivo. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NQVEI.A 


117 


Pensando  en  esta  solución  que  podría  ha- 
ber dado  a  la  novela  de  mi  Jugo  de  la  Raza, 
si  en  lugar  de  hacerse  ensayara  contarla, 
he  evocado  a  mi  mujer  y  a  mis  hijos  y  he 
pensado  que  no  he  de  morirme  huérfano, 
que  serán  ellos,  mis  hijos,  mis  padres,  y  ellas, 
mis  hijas,  mis  madres.  Y  si  un  día  el  espan- 
to del  porvenir  se  vacia  en  la  carne  de  mi 
cara,  si  pierdo  la  voluntad  y  la  memoria,  no 
sufrirán  ellos,  mis  hijos  y  mis  hijas,  mis  pa- 
dres y  mis  madres,  que  los  otros  me  rindan 
el  menor  homenaje  y  ni  que  me  perdonen 
vengativamente,  no  sufrirán  que  ese  trágico 
botarate,  que  ese  monstruo  de  frivolidad  que 
escribió  un  dia  que  me  querría  exento  de  pa- 
sión —  es  decir,  peor  que  muerto  —  haga 
mi  elogio.  Y  si  esto  es  comedia,  es,  como  la 
del  Dante,  divina  comedia. 

[Al  releer,  volviendo  a  escribirlo,  esto  me 
doy  cuenta,  como  lector  de  mí  mismo,  del 
deplorable  efecto  que  ha  de  hacer  eso  de  que 
no  quiero  que  me  perdonen.  Es  algo  de  una 
soberbia  luzbelina  y  casi  satánica,  es  algo 
que  no  se  compadece  con  el  "perdónanos 
nuestras  deudas  así  como  nosotros  perdona- 
mos a  nuestros  deudores".  Porque  si  perdo- 
namos a  nuestros  deudores,  ¿por  qué  no  han 
de  perdonarnos  aquellos  a  quienes  debemos? 


118 


MiGUElv  DE  UNAMUNO 


Y  que  en  el  fragor  de  la  pelea  les  he  ofen- 
dido es  innegable.  Pero  me  ha  envenenado  el 
pan  y  el  vino  del  alma  el  ver  que  imponen 
castigos  injustos,  inmerecidos,  no  más  que 
en  vista  del  indulto.  Lo  más  repugnante  de 
lo  que  llaman  la  regia  prerrogativa  de  indul- 
to es  que  más  de  una  vez  —  de  alguna  tengo 
experiencia  inmediata  —  el  poder  regio  ha 
violentado  a  los  tribunales  de  justicia,  ha 
ejercido  sobre  ellos  cohecho,  para  que  con- 
denaran injustamente  al  solo  fin  de  poder 
luego  infligir  un  rencoroso  indulto.  A  lo  que 
también  obedece  la  absurda  gravedad  de  la 
pena  con  que  se  agrava  los  supuestos  delitos 
de  injuria  al  rey,  de  lesa  majestad.] 

Presumo  que  algún  lector,  al  leer  esta  con- 
fesión cínica  y  a  la  que  acaso  repute  de  im- 
púdica, esta  confesión  a  lo  Juan  Jacobo,  se 
revuelva  contra  mi  doctrina  de  la  divina  co- 
media, o  mejor  de  la  divina  tragedia  y  se  in- 
digne diciendo  que  no  hago  sino  representar 
un  papel,  que  no  comprendo  el  patriotismo, 
que  no  ha  sido  seria  la  comedia  de  mi  vida. 
Pero  a  este  lector  indignado  lo  que  le  indig- 
na es  que  le  muestro  que  él  es,  a  su  vez,  un 
personaje  cómico,  novelesco  y  nada  menos, 
un  personaje  que  quiero  poner  en  medio  del 
sueño  de  su  vida.  Que  haga  del  sueño,  de  su 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEEA 


119 


sueño,  vida  y  se  habrá  salvado.  Y  como  no 
hay  nada  más  que  comedia  y  novela  que  piense 
que  lo  que  le  parece  realidad  extra-escénica  es 
comedia  de  comedia,  novela  de  novela,  que  el 
noúmeno  inventado  por  Kant  es  lo  de  más  fe- 
nomenal que  puede  darse  y  la  sustancia  lo 
que  hay  de  más  formal.  El  fondo  de  una 
cosa  es  su  superficie. 

Y  ahora,  para  qué  acabar  la  novela  de 
Jugo?  Esta  novela  y  por  lo  demás  todas  las 
que  se  hacen  y  no  que  se  contenta  uno  con 
contarlas,  en  rigor,  no  acaban.  Lo  acabado, 
lo  perfecto,  es  la  muerte  y  la  vida  no  puede 
morirse.  El  lector  que  busque  novelas  aca- 
badas no  merece  ser  mi  lector;  él  está  ya 
acabado  antes  de  haberme  leído. 

El  lector  aficionado  a  muertes  extrañas, 
el  sádico  a  la  busca  de  eyaculaciones  de  la 
sensibilidad,  el  que  leyendo  La  piel  de  sapa 
se  siente  desfallecer  de  espasmo  voluptuoso 
cuando  Rafael  llama  a  Paulina:  ''Paulina, 
ven!.  .  .  Paulina"  —  y  más  adelante:  'Te 
quiero,  te  adoro,  te  deseo.  .  —  y  la  ve  ro- 
dar sobre  el  canapé  medio  desnuda,  y  la  de- 
sea en  su  agonía,  en  su  agonía  que  es  su  de- 
seo mismo,  a  través  de  los  sones  extrangu- 
lados  de  su  estertor  agónico  y  que  muerde  a 
Paulina  en  el  seno  y  que  ella  muere  agarra- 


120 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


da  a  él,  ese  lector  querría  que  yo  le  diese  de 
parecida  manera  el  fin  de  la  agonía  de  mi 
protagonista,  pero  si  no  ha  sentido  esa  ago- 
nía en  sí  mismo,  para  qué  he  de  extenderme 
más  ?  Además  hay  necesidades  a  que  no  quie- 
ro plegarme.  Que  se  las  arregle  solo,  como 
pueda,  solo  y  solitario! 

A  despecho  de  lo  cual  algún  lector  volve- 
rá a  preguntarme :  ''Y  bien,  cómo  acaba  este 
hombre?,  cómo  le  devora  la  historia?"  Y  có- 
mo acabarás  tú,  lector?  Si  no  eres  más  que 
lector,  al  acabar  tu  lectura,  y  si  eres  hom- 
bre, hombre  como  yo,  es  decir:  comediante 
y  autor  de  ti  mismo,  entonces  no  debes  leer 
por  miedo  de  olvidarte  a  ti  mismo. 

Cuéntase  de  un  actor  que  recogía  gran- 
des aplausos  cada  vez  que  se  suicidaba  hipó 
critamente  en  escena  y  que  una,  la  sola  y  úl- 
tima, en  que  lo  hizo  teatralmente  pero  ve- 
razmente, es  decir,  que  no  pudo  ya  volver  a 
reanudar  representación  alguna,  que  se  sui- 
cidó de  veras,  lo  que  se  dice  de  veras,  enton- 
ces fué  silbado.  Y  habría  sido  más  trágico 
aun  si  hubiera  recogido  risas  o  sonrisas?  La 
risa !  la  risa !  la  abismática  pasión  trágica  de 
Nuestro  Señor  Don  Quijote !  Y  la  de  Cristo. 
Hacer  reír  con  una  agonía.  ''Si  eres  el  rey 


CÓMO  si:  hace:  una  novela  121 


de  los  judíos  sálvate  a  ti  mismo"  (Luc. 
XXIII,  37). 

''Dios  no  es  capaz  de  ironía  y  el  amor  es 
una  cosa  demasiado  santa,  es  demasiado  la 
cosa  más  pura  de  nuestra  naturaleza  para 
que  no  nos  venga  de  Él.  Así,  pues,  o  negar  a 
Dios,  lo  que  es  absurdo,  o  creer  en  la  inmor- 
talidad". Así  escribía  desde  Londres  a  su 
madre  —  a  su  madre!  —  el  agónico  Mazzi- 
ni  —  maravilloso  agonista !  —  el  26  de  junio 
de  1839,  treinta  y  tres  años  antes  de  su  de- 
finitiva muerte  terrestre.  Y  si  la  historia  no 
fuese  más  que  la  risa  de  Dios?  Cada  revolu- 
ción una  de  sus  carcajadas?  Carcajadas  que 
resuenan  como  truenos  mientras  los  divinos 
ojos  lagrimean  de  risa. 

En  todo  caso  y  por  lo  demás  no  quiero 
morirme  no  más  que  para  dar  gusto  a  cier- 
tos lectores  inciertos.  Y  tú,  lector,  que  has 
llegado  hasta  aquí,  es  que  vives? 


Continuación 


Así  acababa  el  relato  de  cómo  se  hace  una 
novela  que  apareció  en  francés,  en  el  núme- 
ro del  15  de  mayo  de  1926  del  Mercure  de 
France,  relato  escrito  hace  ya  cerca  de  dos 
años.  Y  después  ha  continuado  mi  novela, 
historia,  comedia,  tragedia  o  como  se  quie- 
ra y  ha  continuado  la  novela,  historia,  come- 
dia o  tragedia  de  mi  España,  y  la  de  toda 
Europa  y  la  de  la  humanidad  entera.  Y  so- 
bre la  congoja  del  posible  acabamiento  de  mi 
novela,  sobre  y  bajo  ella,  sigue  acongoján- 
dome la  congoja  del  posible  acabamiento  de 
la  novela  de  la  humanidad.  En  lo  que  se  in- 
cluye, como  episodio,  eso  que  llaman  el  oca- 
so del  Occidente  y  el  fin  de  nuestra  civiliza- 
ción. 

He  de  recordar  una  vez  más  el  fin  de  la 
oda  de  Carducci  ''Sobre  el  monte  Mario"? 
Cuando  nos  describe  lo  de  que  ''hasta  que  so- 


126 


MIGUKI.  de:  UNAMUNO 


bre  el  Ecuador  recogida,  a  las  llamadas  del 
calor  que  huye,  la  extenuada  prole  no  tenga 
más  que  una  sola  mujer,  un  solo  hombre, 
que  erguidos  en  medio  de  ruinas  de  montes, 
entre  muertos  bosques,  lividos,  con  los  ojos 
vitreos,  te  vean  sobre  el  inmenso  hielo,  oh  sol, 
ponerte!"  ApocaHptica  visión  que  me  re- 
cuerda otra,  por  más  cómica  más  terrible, 
que  he  leído  en  Courteline  y  que  nos  pinta  el 
fin  de  los  últimos  hombres,  recogidos  en  un 
buque,  nueva  arca  de  Noe,  en  un  nuevo  dilu- 
vio universal.  Con  los  últimos  hombres,  con 
la  última  familia  humana,  va  a  bordo  un 
loro;  el  buque  empieza  a  hundirse,  los  hom- 
bres se  ahogan,  pero  el  loro  trepa  a  lo  más 
alto  del  maste  mayor  y  cuando  este  último 
tope  va  a  hundirse  en  las  aguas  el  loro  lan- 
za al  cielo  un:  "Liberté,  Egalité,  Fraterni- 
té!"  Y  así  se  acaba  la  historia. 

A  esto  suelen  llamarle  pesimismo.  Pero  no 
es  el  pesimismo  a  que  suele  referirse  el  to- 
davía rey  de  España  —  hoy  4  de  iunio  de 
1927  —  Don  Alfonso  XIII  cuando  dice  que 
hay  que  aislar  a  los  pesimistas.  Y  por  eso 
me  aislaron  unos  meses  en  la  isla  de  Fuerte- 
ventura,  para  que  no  contaminase  mi  pesi- 
mismo paradójico  a  mis  compatriotas.  Se 
me  indultó  luego  de  aquel  confinamiento  o 


CÓMO        HACE  UNA  NOVELA 


127 


aislamiento,  a  que  se  me  llevó  sin  habérseme 
dado  todavía  la  razón  o  siquiera  el  pretexto; 
me  vine  a  Francia  sin  hacer  caso  del  indulto 
y  me  fijé  en  París  donde  escribí  el  preceden- 
te relato  y  a  fines  de  agosto  de  1925  me  vine 
de  París  acá,  a  Hendaya,  a  continuar  ha- 
ciendo novela  de  vida.  Y  es  esta  parte  de 
mi  novela  la  que  voy  ahora,  lector,  a  con- 
tarte para  que  sigas  viendo  como  se  hace 
una  novela. 


Escribí  lo  que  precede  hace  doce  días  y 
todo  este  tiempo  lo  he  pasado,  sin  poner  plu- 
ma en  estas  cuartillas,  rumiando  el  pensa- 
miento de  cómo  habría  de  terminar  la  no- 
vela que  se  hace.  Porque  ahora  quiero  aca- 
barla, quiero  sacar  a  mi  Jugo  de  la  Raza  de 
la  tremenda  pesadilla  de  la  lectura  del  libro 
fatídico,  quiero  llegar  al  fin  de  su  novela 
como  Balzac  llegó  al  fin  de  la  novela  de  Ra- 
fael Valentín.  Y  creo  poder  llegar  a  él,  creo 
poder  acabar  de  hacer  la  novela  gracias  a 
veintidós  meses  de  Hendaya. 

Renuncio,  desde  luego  a  contarte,  lector, 
con  pormenores  la  historia  de  mi  estancia 
aquí,  mis  aventuras  de  la  frontera.  Ya  las 


128 


MIGUEI,  DE  UNAMUNO 


contaré  en  otra  parte.  Y  allí  todas  las  ma- 
niobras de  los  abyectos  tiranuelos  de  Espa- 
ña para  sacarme  de  aquí,  para  que  el  Gobier- 
no de  la  República  Francesa  me  interne.  Allí 
contaré  cómo  se  me  invitó  por  el  ministro  del 
Interior,  Mr.  Schramek,  a  alejarme  de  la 
frontera  porque  mi  estancia  aquí  podía  crear 
'^en  la  hora  actual"  —  escrito  el  6  de  se- 
tiempre  de  1925  —  ''ciertas  dificultades"  y 
para  ''evitar  todo  incidente  susceptible  de 
perjudicar  las  buenas  relaciones  que  existen 
entre  Francia  y  España"  y  "para  facilitar  la 
tarea  que  se  impone  a  las  autoridades  fran- 
cesas" ;  como  le  contesté,  escribiendo  a  la  vez 
a  Mr.  Painlevé,  mi  amigo.  Presidente  enton- 
ces del  Consejo  de  Ministros  y  al  Sr.  Quiño- 
nes de  León,  Embajador  de  Don  Alfonso  an- 
te la  República  Francesa,  y  les  contesté  ne- 
gándome a  abandonar  este  rincón  de  mi  na-  | 
tivo  país  vasco  y  portería  de  España  y  lo  '■ 
que  se  siguió.  Y  fué  que  poco  después,  el  24 
se  setiembre,  fué  el  mismo  Prefecto  de  los 
Bajos  Pirineos  el  que  desde  Pau  vino  a  ver- 
me y  a  convencerme,  de  parte  de  Mr.  Pain- 
levé, que  abandonara  la  frontera.  Volví  a 
negarme  y  la  tiranía  española,  que  ya  des- 
contaba el  triunfo  de  mi  internamiento,  em- 
prendió una  campaña  policíaca.  Contaré  có- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVEiyA 


129 


mo  la  policía  española,  dirigida  por  un  tal 
Luis  Fenoll,  compró  aquí,  en  un  taller  de 
Hendaya,  unas  pistolas,  se  fué  con  ellas  a  la  . 
raya  fronteriza,  por  la  parte  de  Vera,  fingió 
una  escaramuza  con  una  supuesta  partida  j 
de  comunistas  —  ¡  el  coco !  —  perdiéronse  los  ' 
policías,  toparon  con  carabineros  y  llevados 
a  presencia  del  capitán  Don  Juan  Cueto,  mi 
antiguo  y  entrañable  amigo,  el  cabecilla  po- 
licíaco Fenoll  le  declaró  que  llevaba,  de  par- 
te del  Directorio  militar  que  regía  España, 
una  ''alta  misión  política",  que  era  la  de  pro- 
vocar o  más  bien  fingir  un  incidente  de  fron- 
tera, una  invasión  comunista,  que  justifica- 
se el  que  se  me  obligara  a  alejarme  de  la 
frontera.  La  tramoya  fracasó  por  la  lealtad 
del  capitán  Cueto,  hoy  procesado,  que  la  de- 
lató y  por  la  torpeza  característica  de  la  po- 
licía, más  ni  aun  así  cejaron  los  abyectos 
tiranuelos  de  España  —  no  quiero  llamarles 
españoles  —  en  su  empeño  de  sacarme  de 
aquí.  Y  algún  día  contaré  las  varias  inciden- 
cias de  esta  lucha.  Por  ahora  y  para  termi- 
nar con  esta  parte  externa  y  casi  diría  apa- 
rencial de  mi  vida  aquí  sólo  diré  que  hace 
poco  más  de  un  mes,  el  16  del  pasado  mayo, 
recibí  otra  carta  del  señor  Prefecto  de  los 
Bajos  Pirineos,  desde  Pau,  en  que  me  ro- 


130 


migukl  de  unamuno 


gaba  que  pasase  lo  más  pronto  posible  —  le 
plus  tót  possihle  —  por  su  despacho  para  dar- 
me parte  de  una  comunicación  del  señor  Mi- 
nistro del  Interior,  a  lo  que  contesté  que  no 
debiendo  por  muy  graves  razones  especiales 
salir  de  Hendaya  le  rogaba  que  me  enviase 
acá,  y  por  escrito,  la  tal  comunicación.  Y  has- 
ta hoy.  Bien  presumí  que  no  se  atreverían 
a  comunicarme  nada  por  escrito,  que  que- 
da, y  por  ello  me  resistí  a  la  palabra  que  se 
la  lleva  el  viento.  Pero.  .  .  queda  el  escrito? 
Se  lleva  el  viento  la  palabra  ?  Tiene  la  letra, 
el  esqueleto,  más  esencia  duradera,  más  eter- 
nidad, que  el  verbo,  que  la  carne?  Y  heme 
aquí  de  nuevo  en  el  centro,  en  el  hondón  de 
la  vida  íntima,  del  "hombre  de  dentro"  que 
diría  San  Pablo  (Efesios,  III,  15)  en  el  tué- 
tano de  mi  novela,  de  mi  historia.  Lo  que  me 
lleva  a  continuarla,  a  acabar  de  contarte, 
lector,  como  se  hace  una  novela. 

Por  debajo  de  esos  incidentes  de  policía, 
a  la  que  los  tiranuelos  rebajan  y  degradan, 
la  política,  la  santa  política,  he  llevado  y  sigo 
llevando  aquí,  en  mi  destierro  de  Hendaya, 
en  este  fronterizo  rincón  de  mi  nativa  tie- 
rra vasca,  una  vida  íntima  de  política  hecha 
religión  y  de  religión  hecha  política,  una  no- 
vela de  eternidad  histórica.  Unas  veces  me 


CÓMO  se:  hace  una  novkla 


131 


voy  a  la  playa  de  Ondarraitz,  a  bañar  la  ni- 
ñez eterna  de  mi  espiritu  en  la  visión  de  la 
eterna  niñez  de  la  mar  que  nos  habla  de  an- 
tes de  la  historia  o  mejor  de  debajo  de  ella, 
de  su  sustancia  divina,  y  otras  veces  remon- 
tando el  curso  del  Bidasoa  lindero  paso  jun- 
to a  la  isleta  de  los  Faisanes  donde  se  con- 
certó el  casamiento  de  Luis  XIV  de  Fran- 
cia con  la  infanta  de  España  María  Teresa, 
hija  de  nuestro  Felipe  IV,  el  Habsburgo,  y 
se  firmó  el  pacto  de  Familia,  —  "ya  no  hay 
Pirineos!"  se  dijo  como  si  con  pactos  asi  se 
abatiera  montañas  de  roca  milenaria  —  y 
voy  a  la  aldea  de  Biriatu,  remanso  de  paz. 
Allí,  en  Biriatu,  me  siento  un  momento  al 
pie  de  la  iglesiuca,  frente  al  caserío  de  Mu- 
niorte  donde  la  tradición  local  dice  que  vi- 
ven descendientes  bastardos  de  Ricardo  Plan- 
tagenet,  duque  de  Aquitania,  que  habría  si- 
do rey  de  Inglaterra,  el  famoso  Príncipe  Ne- 
gro que  fué  a  ayudar  a  Don  Pedro  el  Cruel 
de  Castilla,  y  contemplo  la  encañada  del  Bi- 
dasoa, al  pié  del  Choldocogaña,  tan  llena  de 
recuerdos  de  nuestras  contiendas  civiles,  por 
donde  corre  más  historia  que  agua  y  envuel- 
vo mis  pensamientos  de  proscrito  en  el  aire 
tamizado  y  húmedo  de  nuestras  montañas 
maternales.  Alguna  vez  me  llego  a  Urruña 


132 


MIGUOI,  de:  UNAMUNO 


cuyo  reló  nos  dice  que  todas  las  horas  hie- 
ren y  la  última  mata  —  vulnerant  omnes, 
ultima  necat  —  o  más  allá,  a  San  Juan  de 
Luz,  en  cuya  iglesia  matriz  se  casó  Luis  XIV 
con  la  infanta  de  España  tapiándose  luego 
la  puerta  por  donde  entraron  a  la  boda  y  sa- 
lieron de  ella.  Y  otras  veces  me  voy  a  Ba- 
yona que  me  reinfantiliza,  que  me  restituye 
a  mi  niñez  bendita,  a  mi  eternidad  histórica, 
porque  Bayona  me  trae  la  esencia  de  mi  Bil- 
bao de  hace  más  de  cincuenta  años,  del  Bil- 
bao que  hizo  mi  niñez  y  al  que  mi  niñez  hizo. 
El  contorno  de  la  catedral  de  Bayona  me 
vuelve  a  la  basílica  de  Santiago  de  Bilbao,  a 
mi  basílica.  Hasta  la  fuente  aquella  monu- 
mental que  tiene  al  lado !  Y  todo  esto  me  ha 
llevado  a  ver  el  final  de  la  novela  de  mi  Jugo. 

Mi  Jugo  se  dejaría  al  cabo  del  libro,  re- 
nunciaría al  libro  fatídico,  a  concluir  de  leer- 
lo. En  sus  correrías  por  los  mundos  de  Dios 
para  escapar  de  la  fatídica  lectura  iría  a  dar 
a  su  tierra  natal,  a  la  de  su  niñez,  y  en  ella  se 
encontraría  con  su  niñez  misma,  con  su  niñez 
eterna,  con  aquella  edad  en  que  aun  no  sabía 
leer,  en  que  todavía  no  era  hombre  de  libro. 
Y  en  esa  niñez  encontraría  su  hombre  inte- 
rior, el  eso  anthropos.  Porque  nos  dice  San 
Pablo  en  los  versillos  14  y  15  de  la  epístola 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA  133 


a  los  Efesios  que,  ''por  eso  doblo  mis  rodillas 
ante  el  Padre,  por  quien  se  nombra  todo  lo 
paterno"  —  podría  sin  gran  violencia  tradu- 
cirse: ''toda  patria"  —  "en  los  cielos  y  en  la 
tierra,  para  que  os  dé  según  la  riqueza  de  su 
gloria  el  robusteceros  con  poder,  por  su  es- 
píritu, en  el  hombre  de  dentro..."  Y  este 
hombre  de  dentro  se  encuentra  en  su  patria, 
en  su  eterna  patria,  en  la  patria  de  su  eter- 
nidad, al  encontrarse  con  su  niñez,  con  su 
sentimiento  —  y  más  que  sentimiento,  con 
su  esencia  de  filialidad,  al  sentirse  hijo  y 
descubrir  al  padre.  O  sea  sentir  en  sí  al  pa- 
dre. 

Precisamente  en  estos  días  ha  caído  en 
mis  manos  y  como  por  divina  o  sea  paternal 
providencia,  un  librito  de  Juan  Hessen,  ti- 
tulado "Filialidad  de  Dios"  {Gottes  Kind 
schaft)  y  en  él  he  leído:  "Debería  por  eso 
quedar  bien  en  claro  que  es  siempre  y  cada 
vez  el  niño  quien  en  nosotros  cree.  Como  el 
ver  es  una  función  de  la  vista  así  el  creer  es 
una  función  del  sentido  infantil.  Hay  tanta 
potencia  de  creer  en  nosotros  cuanta  infan- 
tilidad  tengamos".  Y  no  deja  Hessen  ¡claro 
está!  de  recordarnos  aquello  del  EvangeHo 
de  San  Mateo  (XVHI,  3)  cuando  el  Cristo, 
el  Hijo  del  Hombre,  el  Hijo  del  Padre,  de- 


134 


MIGUEL  V>t  UNAMUNO 


cía:  ''en  verdad  os  digo  que  si  no  os  volvéis 
y  os  hacéis  como  niños  no  entraréis  en  el  rei- 
no de  los  cielos".  ''Si  no  os  volvéis"  dice. 
Y  por  eso  le  hago  yo  volverse  a  mi  Jugo. 

Y  el  niño,  el  hijo,  descubre  al  padre.  En 
los  versillos  14  y  15  del  capítulo  VIII  de  la 
epístola  a  los  Romanos  —  y  tampoco  deja 
de  recordarlo  Hessen  —  San  Pablo  nos  dice 
que  "cuantos  son  llevados  por  espíritu  de 
Dios  estos  son  hijos  de  Dios;  pues  no  reci- 
biréis ya  espíritu  de  servidumbre  otra  vez 
para  temor,  sino  que  recibiréis  espíritu  de 
ahijamiento  en  que  clamemos:  abbá,  padre!" 
O  sea:  papá!  Yo  no  recuerdo  cuando  decía 
"¡papá!"  antes  de  empezar  a  leer  y  a  escri- 
bir; es  un  momento  de  mi  eternidad  que  se 
me  pierde  en  la  bruma  oceánica  de  mi  pa- 
sado. Murió  mi  padre  cuando  yo  apenas  ha- 
bía cumplido  los  seis  años  y  toda  imagen 
suya  se  me  ha  borrado  de  la  memoria,  susti- 
tuida —  acaso  borrada  —  por  las  imágenes 
artísticas  o  artificiales,  las  de  retratos;  en- 
tre otras  un  daguerreotipo  de  cuando  era  un 
mozo,  no  más  que  hijo  él  a  su  vez.  Aunque 
no  toda  imagen  suya  se  me  ha  borrado, 
sino  que  confusamente,  en  niebla  oceánica, 
sin  rasgos  distintos,  aun  le  columbro  en  un 
momento  en  que  se  me  reveló,  muy  niño  yo. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


135 


el  misterio  del  lenguaje.  Era  que  había  en 
mi  casa  paterna  de  Bilbao  una  sala  de  re- 
cibo, santuario  litúrgico  del  hogar,  a  donde 
no  se  nos  dejaba  entrar  a  los  niños,  no  fué- 
ramos a  manchar  su  suelo  encerado  o  arru- 
gar las  fundas  de  los  sillones.  Del  techo  pen- 
día un  espejo  de  bola  donde  uno  se  veía  pe- 
queñito  y  deformado  y  de  las  paredes  colga- 
ban unas  litografías  bíblicas,  una  de  las  cua- 
les representaba  —  me  parece  estarla  vien- 
do! —  a  Moisés  sacando  con  una  varita 
agua  de  la  roca  como  yo  ahora  saco  estos 
recuerdos  de  la  roca  de  la  eternidad  de  mi 
niñez.  Junto  a  la  sala  un  cuarto  oscuro  don- 
de se  escondía  la  Marmota,  ser  misterioso  y 
enigmático.  Pues  bien  un  día  en  que  logré 
yo  entrar  en  la  vedada  y  litúrgica  sala  de  re- 
cibo, me  encontré  a  mi  padre  —  ¡papá!  — 
que  me  acogió  en  sus  brazos,  sentado  en  uno 
de  los  sillones  enfundados,  frente  a  un  fran- 
cés, a  un  señor  Legorgeux  —  a  quien  conocí 
luego  —  y  hablando  en  francés.  Y  qué  efec- 
to pudo  producir  en  mi  infantil  conciencia  — 
no  quiero  decir  sólo  fantasía,  aunque  acaso 
fantasía  y  conciencia  sean  uno  y  lo  mismo  — 
el  oir  a  mi  padre,  a  mi  propio  padre  —  ¡pa- 
pá !  —  hablar  en  una  lengua  que  me  sonaba 
a  cosa  extraña  y  como  de  otro  mundo,  que 


136 


MIGUEL  T)t  UNAMUNO 


es  aquella  impresión  la  que  me  ha  quedado 
grabada,  la  del  padre  que  habla  una  lengua 
misteriosa  y  enigmática.  Que  el  francés  era 
entonces  para  mi  lengua  de  misterio. 

Descubrí  al  padre  —  ¡papá!  —  hablando 
una  lengua  de  misterio  y  acaso  acariciándo- 
me en  la  nuestra.  Pero  descubre  el  hijo 
al  padre?  O  no  es  más  bien  el  padre  el  que 
descubre  al  hijo?  Es  la  filialidad  que  lleva- 
mos en  las  entrañas  la  que  nos  descubre  la 
paternidad  o  no  es  más  bien  la  paternidad  de 
nuestras  entrañas  la  que  nos  descubre  nues- 
tra filialidad?  ''El  niño  es  el  padre  del  hom- 
bre" ha  cantado  páFa^'siempre  Wordsworth, 
pero  ¿  no  es  el  sentimiento  —  ¡  que  pobre  pa- 
labra! —  de  paternidad,  de  perpetuidad  ha- 
cia el  porvenir,  el  que  nos  revela  el  senti- 
miento de  filialidad,  de  perpetuidad  hacia  el 
pasado,  ¿No  hay  acaso  un  sentido  oscu- 
ro de  perpetuidad  hacia  el  pasado,  de 
preexistencia,  junto  al  sentido  de  perpe- 
tuidad hacia  el  futuro,  de  per-existencia 
o  sobre  -  existencia  ?  Y  asi  se  explicaría 
que  entre  los  indios,  pueblo  infantil,  filial, 
haya  más  que  la  creencia,  la  vivencia,  la  ex- 
periencia íntima  de  una  vida  —  o  mejor,  una 
sucesión  de  vidas  —  prenatal  c  mo  entre 
nosotros,  los  occidentales,  hay  la  creencia. 


CÓMO  S£  HACS  UNA  NQVEI.A  137 

en  muchos  la  vivencia,  la  experiencia  íntima, 
el  deseo,  la  esperanza  vital,  la  fé  en  una  vida 
de  tras  la  muerte.  Y  ese  nirvana  a  que  los  in- 
dios se  encaminan  —  y  no  hay  más  que  el 
camino  —  ¿  es  algo  distinto  de  la  oscura  vida 
natal  intra-uterina,  del  sueño  sin  ensueños, 
pero  con  inconciente  sentir  de  vida,  de  antes 
del  nacimiento  pero  después  de  la  concep- 
ción? Y  he  aqui  porqué  cuando  me  pongo  a 
soñar  en  una  experiencia  mística  a  contra- 
tiempo, o  mejor  a  arredrotiempo,  le  llamo  al 
morir  desnacer  y  la  muerte  es  otro  parto. 

'Tadre,  en  tus  manos  pongo  mi  espíritu !" 
clamó  el  Hijo  (Lucas,  XXIII,  46)  al  morir- 
se, al  desnacer,  en  el  parto  de  la  muerte. 
O  según  otro  Evangelio  (Juan,  XIX,  30) 
clamó:  ¡tctélestai!  "¡queda  cumplido!" 

*'¡ Queda  cumplido!"  suspiró  y  doblando 
la  cabeza  —  follaje  nazareno  — 
en  las  manos  de  Dios  puso  el  espíritu; 
lo  dió  a  luz; 

que  así  Cristo  nació  sobre  la  cruz; 

y  al  nacer  se  soñaba  a  arredrotiempo 

cuando  sobre  un  pesebre 

murió  en  Belén 

allende  todo  mal  y  todo  bien. 


138 


MIGUEI.  DE  UNAMUNO 


"¡Queda  cumplido!",  y  ''en  tus  manos  pon- 
go mi  espíritu!"  Y  qué  es  lo  que  asi  quedó 
cumplido?  y  qué  fué  ese  espíritu  que  así  pu- 
so en  manos  del  Padre,  en  manos  de  Dios? 
Quedó  cumplida  su  obra  y  su  obra  fué  su  es- 
píritu. Nuestra  obra  es  nuestro  espíritu  y  mi 
obra  soy  yo  mismo  que  me  estoy  haciendo 
día  a  día  y  siglo  a  siglo,  como  tu  obra  eres 
tú  mismo,  lector  que  te  estás  haciendo  mo- 
mento a  momento,  ahora  oyéndome  como  yo 
hablándote.  Porque  quiero  creer  que  me 
oyes  más  que  me  lees  como  yo  te  hablo  más 
que  te  escribo.  Somos  nuestra  propia  obra. 
Cada  uno  es  hij^o^e  _sus  obras  quedó  dicho  y 
lo  repitió" Cervantes,  hijo  del  Quijote^  pero 
¿no  es  uno  también  padre  de  sus  obras?  Y 
Cervantes  padre  del  Quijote:  De  donde  uno. 
sin  conceptismo,  es  padre  e  hijo  de  sí  mis- 
mo y  su  obra  el  espíritu  santo.  Dios  mismo 
para  ser  Padre  se  nos  enseña  que  tuvo  que 
ser  Hijo  y  para  sentirse  nacer  como  Padre 
bajó  a  morir  como  Hijo.  ''Se  va  al  Padre 
por  el  Hijo"  se  nos  dice  en  el  cuarto  Evan- 
gelio (XIV,  6)  y  que  quien  ve  al  Hijo  ve  al 
Padre  (XIV,  8)  y  en  Rusia  se  le  llama  al 
Hijo  "nuestro  padrecito  Jesús". 

De  mí  sé  decir  que  no  descubrí  de  veras 
mi  esencia  filial,  mi  eternidad  de  filialidad, 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


139 


hasta  que  no  fui  padre,  hasta  que  no  descu- 
brí mi  esencia  paternal.  Es  cuando  llegué  al 
hombre  de  dentro,  al  eso  anthropos,  padre  e 
hijo.  Entonces  me  senti  hijo,  hijo  de  mis  hi- 
jos e  hijo  de  la  madre  de  mis  hijos.  Y  este 
es  el  eterno  misterio  de  la  vida.  El  terrlbie 
Rafael  de  Valentín  de  'Xa  piel  de  zapa"  de 
Balzac  se  muere,  consumido  de  deseos,  en 
el  seno  de  Paulina  y  estertorando,  en  las  an- 
sias de  la  agonía,  ''te  quiero,  te  adoro,  te  de- 
seo. .  pero  no  desnace  ni  renace  porque  no 
es  en  el  seno  de  madre,  de  madre  de  sus  hi- 
jos, de  su  madre,  donde  acaba  su  novela. 
¿Y  después  de  esto  en  mi  novela  de  Jugo  le 
he  de  hacer  acabarse  en  la  experiencia  de  la 
paternidad  filial,  de  la  filialidad  paternal? 

Pero  hay  otro  mundo,  novelesco  también; 
hay  otra  novela.  No  la  de  la  carne,  sino  la  de 
la  palabra,  la  de  la  palabra  hecha  letra.  Y 
esta  es  propiamente  la  novela  que  como  la 
historia,  empieza  con  la  palabra  o  propia- 
mente con  la  letra  pues  sin  el  esqueleto  no 
se  tiene  en  pie  la  carne.  Y  aquí  entra  lo  de 
la  acción  y  la  contemplación,  la  política  y  la 
novela.  La  acción  es  contemplativa,  la  con- 
templación es  activa;  la  política  es  novelesca 
y  la  novela  es  política.  Cuando  mi  pobre  Ju- 
go errando  por  los  bordes  —  no  se  les  pue- 


140 


MIGUEL  DÉ  UNAMUNO 


de  llamar  riberas  —  del  Sena  dió  con  el  li- 
bro agorero  y  se  puso  a  devorarlo  y  se  en- 
simismó en  él,  convirtióse  en  un  puro  contem- 
plador, en  un  mero  lector,  lo  que  es  algo  ab- 
surdo e  inhumano ;  padecia  la  novela  pero  no 
la  hacia.  Y  yo  quiero  contarte,  lector,  cómo 
se  hace  una  novela,  cómo  haces  y  has  de  ha- 
cer tú  mismo  tu  propia  novela.  El  hombre  de 
dentro,  el  intra-hombre  cuando  se  hace  lec- 
tor, contemplador,  si  es  viviente  ha  de  ha- 
cerse lector,  contemplador  del  personaje  a 
quien  va  a  la  vez  que  leyendo,  haciendo; 
creando;  contemplador  de  su  propia  obra. 
El  hombre  de  dentro,  el  intra-hombre  — 
y  éste  es  más  divino  que  el  tras-hombre 
o  sobre  -  hombre  nietzscheniano  —  cuan- 
do se  hace  lector  hácese  por  lo  mismo 
autor,  o  sea  actor;  cuando  lee  una  novela  se 
hace  novelista,  cuando  lee  historia,  historia- 
dor. Y  todo  lector  que  sea  hombre  de  dentro, 
humano,  es,  lector,  autor  de  lo  que  lee  y  está 
leyendo.  Esto  que  ahora  lees  aqui,  lector,  te 
lo  estás  diciendo  tú  a  ti  mismo  y  es  tan  tuyo 
como  mío.  Y  si  no  es  así  es  que  ni  lo  lees. 
Por  lo  cual  te  pido  perdón,  lector  mío,  por 
aquella  más  que  impertinencia,  insolencia  que 
te  solté  de  que  no  quería  decirte  como  aca- 
baba la  novela  de  mi  Jugo,  mi  novela  y  tu 


CÓMO  SK  HACE  UNA  NOVELA 


141 


novela.  Y  me  pido  perdón  a  mi  mismo  por 
ello. 

¿Me  has  comprendido,  lector?  Y  si  te  di- 
rijo así  esta  pregunta  es  para  poder  colocar 
a  seguida  lo  que  acabo  de  leer  en  un  li- 
bro filosófico  italiano  —  una  de  mis  lectu- 
ras de  azar  —  Le  sorgenti  irra^ionali  del 
pensiero,  de  Nicola  Abbagnano  y  es  esto: 
"Comprender  no  quiere  decir  penetrar  en  la 
intimidad  del  pensamiento  ajeno,  sino  tan 
sólo  traducir  en  el  propio  pensamiento,  en  la 
propia  verdad,  la  soterraña  experiencia  en 
que  se  funde  la  vida  propia  y  la  ajena''.  Pero, 
¿no  es  esto  acaso  penetrar  en  la  entraña  del 
pensamiento  de  otro?  Si  yo  traduzco  en  mi 
propio  pensamiento  la  soterraña  experien- 
cia en  que  se  funden  mi  vida  y  tu  vida,  lec- 
tor, o  si  tú  la  traduces  en  el  propio  tuyo,  si 
nos  llegamos  a  comprender  mutuamente,  a 
prendernos  conjuntamente  ¿no  es  que  he 
penetrado  yo  en  la  intimidad  de  tu  pensa- 
miento a  la  vez  que  penetrabas  tú  en  la  inti- 
midad del  tuyo  y  que  no  es  ni  mío  ni  tuyo  sino 
común  de  los  dos  ?  ¿  No  es  acaso  que  mi  hom- 
bre de  dentro,  mi  intra-hombre,  se  toca  y 
hasta  se  une  con  tu  hombre  de  dentro,  con 
tu  intra-hombre  de  modo  aue  yo  viva  en  ti 
y  tú  en  mí? 


142 


migue:i,  dk  unamuno 


Y  no  te  sorprenda  el  que  asi  te  meta  mis 
lecturas  de  azar  y  te  meta  en  ellas.  Gusto  de 
las  lecturas  de  azar,  del  azar  de  las  lecturas, 
a  las  que  caen,  como  gusto  de  jugar  todas  las 
tardes,  después  de  comer,  el  café  aqui,  en  el 
Grand  Café  de  Hendaya,  con  otros  tres  com- 
pañeros, y  al  tute.  ¡  Gran  maestro  de  vida  de 
pensamiento  el  tute !.  Porque  el  problema  de 
la  vida  consiste  en  saber  aprovecharse  del 
azar,  en  darse  maña  para  que  no  le  canten  a 
uno  las  cuarenta,  si  es  que  no  tute  de  reyes 
o  de  caballos,  o  en  cantarlos  uno  cuando  el 
azar  se  los  trae.  ¡Qué  bien  dice  Montesinos 
en  el  Quijote:  "paciencia  y  barajar!"  Pro- 
fundisima  sentencia  de  sabiduría  quijotes- 
ca !  i  Paciencia  y  barajar !  Y  mano  y  vista 
prontas  al  azar  que  pasa.  ¡  Paciencia  y  bara- 
jar! Que  es  lo  que  hago  aqui,  en  Hendaya, 
en  la  frontera,  yo  con  la  novela  poHtica  de 
mi  vida  —  y  con  la  religiosa :  paciencia  y  ba- 
rajar! Tal  es  el  problema. 

Y  no  me  saltes  diciendo,  lector  mió,  —  y 
yo  mismo,  como  lector  de  mi  mismo!  —  que 
en  vez  de  contarte,  según  te  prometi,  cómo 
se  hace  una  novela,  te  vengo  planteando  pro- 
blemas y  lo  que  es  más  grave  problemas  me- 
tapoliticos  y  religiosos.  ¿Quieres  que  nos  de- 
tengamos un  momento  en  esto  del  proble- 


CÓMO  se:  hace:  una  nove:IvA 


143 


ma?  Dispensa  a  un  filólogo  helenista  que  te 
explique  la  novela,  o  sea  la  etimología,  de  la 
palabra  problema.  Que  es  el  sustantivo  que 
representa  el  resultado  de  la  acción  de  un 
verbo  proballeín  que  significa  echar  o  poner 
por  delante,  presentar  algo  y  equivale  al  la- 
tino proiicere,  proyectar,  de  donde  problema 
viene  a  equivaler  a  proyecto.  Y  ^1  problema, 
proyecto  de  qué  es?  De  acción!  El  proyecto 
de  un  edificio  es  proyecto  de  construcción. 

Y  un  problema  presupone  no  tanto  una  so- 
lución, en  el  sentido  analítico,  o  disolutivo, 
cuanto  una  construcción,  una  creación.  Se^r.e- 
suelye  haciendo.  O  dicho  en  otros  términos 
un  proyecto  se  resuelve  en  un  trayecto,  un 
problema  en  un  metablema,  en  un  cambio,  i 

Y  sólo  con  la  acción  se  resuelve  problemas,  i 
Acción  que  es  contemplativa  como  la  con-' 
templación  es  activa,  pues  creer  que  se  pue- 
da hacer  política  sin  novela  o  novela  sin  po- 
lítica es  no  saber  lo  que  se  quiere  creer. 

Gran  político  de  acción,  tan  grande  como 
Pericles,  fué  Tucídides,  el  maestro  de  Ma- 
quiavelo,  el  que  nos  dejó  ''para  siempre"  — 
''jpara  siempre!":  es  su  frase  y  su  sello  — 
la  historia  de  la  guerra  del  Peloponeso.  Y 
Tucídides  hizo  a  Pericles  tanto  como  Peri- 
cles a  Tucídides.  Dios  me  libre  de  comparar 
al  rey  Don  Alfonso  XIII,  al  botarate  de  Pri- 


144 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mo  de  Rivera  o  al  epiléptico  Martinez  Ani- 
do, tiranuelos  de  España,  con  un  Pericles, 
con  un  Cleón  o  con  un  Alcibiades  pero  estoy 
penetrado  de  que  yo,  Miguel  de  Unamuno, 
les  he  hecho  hacer  y  decir  no  pocas  cosas  y 
entre  ellas  muchas  tonterías.  Si  ellos  me  ha- 
cen pensar  y  hacerme  en  mi  pensamiento  — 
que  es  mi  obra  y  mi  acción  —  yo  les  hago 
obrar  y  acaso  pensar.  Y  entre  tanto  ellos  y 
yo  vivimos. 

Y  asi  es,  lector,  como  se  hace  para  siem- 
pre una  novela. 

Terminado  el  viernes  17  de  junio  de  1927 
en  Hendaya,  Bajos  Pirineos,  frontera  entre 
Francia  y  España. 

Martes  21. 

¿  Terminado  ?  i  Qué  pronto  escribí  eso !  ¿  Es 
que  se  puede  terminar  algo,  aunque  sólo  sea 
una  novela,  de  como  se  hace  una  novela? 
Hace  ya  años,  en  mi  primera  mocedad,  oía 
hablar  a  mis  amigos  wagnerianos  de  melo- 
día infinita.  No  sé  bien  lo  que  es  esto,  pero 
debe  de  ser  como  la  vida  y  su  novela,  que 
nunca  terminan.  Y  como  la  historia. 

Porque  hoy  me  llega  un  número  de  'Xa 
Prensa"  de  Buenos  Aires,  el  del  22  de  mayo 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


145 


de  este  año  y  en  él  un  artículo  de  Azorín  so- 
bre Jacques  de  Lacretelle.  Este  envió  a  aquel 
un  librito  suyo  titulado  * 'Aparte"  y  Azorín 
lo  comenta.  "Se  compone  —  nos  dice  éste 
hablándonos  del  librito  de  Lacretelle  (no  de 
de  Lacretelle,  amigos  argentinos)  ^  de  luia 
novelita  titulada  "Cólera",,  de  un  "Diario" 
en  que  el  autor  explica  cómo  ha  compuesto 
la  dicha  novela  y  de  unas  páginas  filosóficas, 
críticas,  dedicadas  a  evocar  la  memoria  de 
Juan  Jacobo  Rousseau  en  Ermenonville". 
Xo  conozco  el  librito  de  J.  de  Lacretelle  —  o 
de  Lacretelle  —  más  que  por  este  artículo 
de  Azorín  pero  encuentro  profundamente 
significativo  y  simbólico  el  que  un  autor  que 
escribe  un  Diario  para  explicar  como  ha 
compuesto  una  novela  evoque  la  memoria  de 
Rousseau,  que  se  pasó  la  vida  explicándonos 
como  se  hizo  la  novela  de  esa  su  vida,  o  sea 
su  vida  representativa,  que  fué  una  novela. 

Añade  luego  Azorín : 

"De  todos  estos  trabajos,  el  más  intere- 
sante, sin  duda,  es  el  "Diario  de  cólera",  es 
decir,  las  notas  que,  sino  día  por  día,  al 
menos  muy  frecuentemente,  ha  ido  toman- 
do el  autor  sobre  el  desenvolvimiento  de 
la  novela  que  llevaba  entre  manos.  Ya  se 
ha  escrito,  recientemente,  otro  diario  de  es- 


146 


MIGUEI.  DK  UNAMUNO 


ta  laya;  me  refiero  al  libro  que  el  sutilisimo 
y  elegante  André  Gide  ha  escrito  para  expli- 
car la  génesis  y  proceso  de  cierta  novela  su- 
ya. El  género  debiera  propagarse.  Todo  no- 
velista, con  motivo  de  una  novela  suya,  po- 
dría escribir  otro  libro  —  novela  veraz, 
auténtica  —  para  dar  a  conocer  el  meca- 
nismo de  su  ficción.  Cuando  yo  era  ni- 
ño —  supongo  que  ahora  pasa  lo  mismo  — 
me  interesaban  mucho  los  relojes;  mi  padre 
o  alguno  de  mis  tíos  solía  enseñarme  el  suyo; 
yo  lo  examinaba  con. cuidado,  con  admira- 
ción; lo  ponía  junto  a  mi  oído;  escuchaba  el 
precipitado  y  perseverante  tictac;  veía  cómo 
el  minutero  avanzaba  con  mucha  lentitud; 
finalmente,  después  de  visto  todo  lo  exterior 
de  la  muestra,  mi  padre  o  mi  tío  levantaba  — 
con  la  uña  o  con  un  cortaplumas  —  la  tapa 
posterior  y  me  enseñaba  el  complicado  y  su- 
til organismo...  Los  novelistas  que  ahora 
hacen  libros  para  explicar  el  mecanismo  de 
su  novela,  para  hacer  ver  cómo  ellos  proce- 
den al  escribir,  lo  que  hacen,  sencillamente, 
es  levantar  la  tapa  del  reloj.  El  reloj  del  se- 
ñor Lacretelle  es  precioso;  no  sé  cuántos  ru- 
bíes tiene  la  maquinaria;  pero  todo  ello  es 
pulido,  brillante.  Contemplémosla  y  digamos 
algo  de  lo  que  hemos  observado." 


CÓMO  SK  HACTt  UNA  NOVKl.A 


147 


Lo  que  merece  comentario : 

Lo  primero,  que  la  comparación  del  reló 
está  muy  mal  traída,  y  responde  a  la  idea  del 
''mecanismo  de  su  ficción".  Una  ficción  de 
mecanismo,  mecánica,  no  es  ni  puede  ser  no- 
vela. Una  novela,  para  ser  viva,  para  ser 
vida,  tiene  que  ser  como  la  vida  misma  or- 
ganismo y  no  mecanismo.  Y  no  sirve  levan- 
tar la  tapa  del  reló.  Ante  todo  porque  una 
verdadera  novela,  una  novela  viva,  no  tiene 
tapa,  y  luego  porqúelio  es  maquinaria  lo  que 
hay  que  mostrar,  sino  entrañas  palpitantes 
3é  vida";  callentes  de^sahgre.  Y  eso  se  ve  fue- 
ra. Es  como  la  cólera  que  se  ve  en  la  cara  y 
en  los  ojos  y  sin  necesidad  de  levantar  tapa 
alguna. 

El  relojero,  que  es  un  mecánico,  puede  le- 
vantar la  tapa  del  reló  para  que  el  cliente 
vea  la  maquinaria,  pero  el  novelista  no  tiene 
que  levantar  nada  para  que  el  lector  sienta 
la  palpitación  de  las  entrañas  del  organismo 
vivo  de  la  novela,  que  son  las  entrañas  mis- 
mas del  novelista,  del  autor.  Y  las  del  lector 
identificado  con  él  por  la  lectura. 

Mas  por  otra  parte  el  relojero  conoce  re- 
flexivamente, críticamente,  el  mecanismo  del 
reló,  pero  el  novelista,  ¿conoce  así  el  orga- 
nismo de  su  novela?  Si  hay  tapa  en  ésta  la 
hay  para  el  novelista  mismo.  Los  mejores 


148 


MIGUEly  de:  UNAMUNO 


novelistas  no  saben  lo  que  han  puesto  en  sus 
novelas.  Y  si  se -ponen  a  hacer  un  diario  de 
cBíiio  las  han  escrito  es  para  descubrirse  a 
si  mismos.  Los  hombres  de  diario  o  de  auto- 
biografías y  confesiones,  San  Agustín,  Rous- 
seau, Amiel,  se  han  pasado  la  vida  buscándo- 
se a  sí  mismos,  —  buscando  a  Dios  en  sí  mis- 
mos —  y  sus  diarios,  autobiografías  o  confe- 
siones no  han  sido  sino  la  experiencia  de  ej^a 
rebusca.  Y  esa  experiencia  no  puede  acabar 
sino  con  su  vida. 

¿  Con  su  vida  ?  ¡  Ni  con  ella !  Porque  su  vi- 
da íntima,  entrañada,  novelesca,  se  continúa 
en  la  de  sus  lectores.  Así  como  empezó  antes. 
Porque  nuestra  vida  íntima,  entrañada,  no- 
velesca, ¿empezó  con  cada  uno  de  nosotros? 
Pero  de  esto  ya  he  dicho  algo  y  no  es  cosa 
de  volver  a  lo  dicho.  Aunque  ¿porqué  no? 
Es  lo  propio  del  hombre  del  diario,  del  que 
se  confiesa,  el  repetirse.  Cada  día  suyo  es  el 
mismo  día. 

Y  ¡ojo  con  caer  en  el  diario!  El  hombre 
que  da  en  llevar  un  diario  —  como  Amiel  — 
se  hace  el  hombre  del  diario,  vive  para  él.  Ya 
no  apmita  en  su  diario  lo  que  a  diario  pien- 
sa sino  que  lo  piensa  para  apuntarlo.  Y  en 
el  fondo  ¿no  es  lo  mismo?  Juega  uno  con  eso 
del  libro  del  hombre  y  el  hombre  del  libro, 


CÓMO  st  hace:  una  novela  149 


pero  hay  hombres  que  no  sean  de  libro  ?  Has- 
ta los  que  no  saben  ni  leer  ni  escribir.  Todo 
hombre,  verdaderamente  hombre,  es  hijo  de 
una  leyenda,  escrita  u  oral.  Y  no  hay  más 
que  leyenda,  o  sea  novela. 

Quedamos,  pues,  en  que  el  novelista  que 
cuenta  como  se  hace  una  novela  cuenta  como 
se  hace  un  novelista,  o  sea  como  se  hace  un 
hombre.  Y  muestra  sus  entrañas  humanas, 
eternas  y  universales,  sin  tener  que  levantar 
tapa  alguna  de  reló.  Esto  de  levantar  tapas 
de  reló  se  queda  para  literatos  que  no  son 
precisamente  novelistas. 

¡Tapa  de  reló!  Los  niños  despanzurran  a 
un  muñeco,  y  más  si  es  de  mecanismo,  para 
verle  las  tripas;  para  ver  lo  que  lleva  den- 
tro. Y,  en  efecto,  para  darse  cuenta  de  cómo 
funciona  un  muñeco,  un  fantoche,  un  homnn 
culus  mecánico,  hay  que  despanzurrarle,  hay 
que  levantar  la  tapa  del  reló.  Pero  ¿un  hom- 
bre histórico?  ¿un  hombre  de  verdad?  ;un 
actor  del  drama  de  la  vida?  ;un  sujeto  de 
novela?  Este  lleva  las  entrañas  en  la  cara. 
O  dicho  de  otro  modo,  su  entraña  —  intrá- 
nea —  lo  de  dentro,  es  su  extraña  —  extra- 
nea  —  lo  de  fuera;  su  forma  es  su  fondo. 
Y  he  aquí  porqué  toda  expresión  de  un  hom- 
bre histórico  verdadero  es  autobiográfica. 


í 


150 


MIGUEL  DE  UXAMUNO 


Y  he  aquí  porqué  im  hombre  histórico  ver- 
dadero no  tiene  tapa.  Aunque  sea  hipócrita. 
Pues  precisamente  son  los  hipócritas  los  que 
más  llevan  las  entrañas  en  la  cara.  Tienen 
tapa  pero  es  de  cristal. 

Jueves  30-VI. 

Acabo  de  leer  que  como  Federico  Lefevre, 
el  de  las  conversaciones  con  hombres  públi- 
cos para  publicarlas  en  "Les  Nouvelles  Litte- 
r aires"  —  a  mi  me  sometió  a  una  —  le  pre- 
guntara a  Jorge  Clemenceau,  el  mozo  de 
ochenta  y  cinco  años,  si  se  decidiria  a  escri- 
bir sus  iMemorias,  éste  le  contestó:  ''¡Jamás! 
la  vida  está  hecha  para  ser  vivida  y  np  para 
ser  ^contada".  Y,  sin  embargo,  Clemenceau, 
en  su  larga  vida  quijotesca  de  guerrillero  de 
la  pluma  no  ha  hecho  sino  contar  su  vida. 

Contar  la  vida  ¿no  es  acaso  un  modo,  y 
tal  vez  el  más  profundo,  de  vivirla?  ;No  vi- 
vió Amiel  su  vida  intima  contándola?  ¿No 
es  su  Diario  su  vida?  ;  Cuándo  se  acabará 
esa  contraposición  entre  acción  y  contem- 
plación? ¿Cuándo  se  acabará  de  compren- 
der que  la  acción  es  contemplativa  y  la  con- 
templación es  activa? 

Hay  lo  hecho  y  hay  lo  que  se  hace.  Se  lle- 
ga a  lo  invisible  de  Dios  por  lo  que  está  he- 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


151 


cho  —  per  ea  quce  facta  sunt,  según  la  ver- 
sión latina  canónica,  no  muy  ceñida  al  ori- 
ginal griego,  de  un  pasaje  de  San  Pablo  (Ro- 
manos, I,  20)  —  pero  ese  es  el  camino  de  la 
naturaleza,  y  la  naturaleza  es  muerta.  Hay 
el  camino  de  la  historia,  y  la  historia  es  viva ; 
y.-£Lcamino  de  la  historia  es  llegar  a  lo  invi- 
sible de  Dios,  a^sus  misterios,  por  lo  que  se 
estariiacieiido,  per  éa  qiice  fiunt.  No  por  poe- 
mas —  que  es  la  expresión  precisa  paulinia- 
na  —  sino  por  poesias;  no  por  entendimien- 
to, sino  por  intelección,  o  mejor  por  inten- 
ción —  propiamente  intensión.  (¿Porqué  ya 
que  tenemos  extensión  e  intensidad  no  he- 
mos de  tener  intensión  y  extensidad?) 

Vivo  ahora  y  aquí  mi  vida  contándola. 
Y  ahora  y  aquí  es  de  la  actualidad,  que  sus- 
tenta y  funde  a  la  sucesión  del  tiempo  así 
como  la  eternidad  la  envuelve  y  junta. 

Domingo  3  - 

Leyendo  hoy  una  historia  de  la  mística  fi- 
losófica de  la  Edad  ^íedia  he  vuelto  a  dar 
con  aquella  sentencia  de  San  Agustín  en  sus 
"Confesiones"  donde  dice  (lib.  10,  c.  33, 
n.  50)  que  se  ha  hecho  problema  en  sí  mis- 
mo: ;//////  quccstio  factiis  snm  —  porque  croo 
que  es  por  problema  como  hay  que  traducir 


152 


MIGUEL  DK  UNAMUNO 


qiucstio.  Y  yo  me  he  hecho  problema,  cues- 
tión, proyecto  de  mí  mismo.  Cómo  se  resuel- 
ve esto?  Haciendo  del  proyecto  trayecto, 
del  problema  metahlema;  luchando.  Y  asi 
luchando,  civilmente,  ahondando  en  mi  mis- 
mo como  problema,  cuestión,  para  mí,  tras- 
cenderé de  mí  mismo,  y  hacia  dentro,  con- 
centrándome para  irradiarme,  y  llegaré  al 
Dios  actual,  al  de  la  historia. 

Hugo  de  San  Víctor,  el  místico  del  si- 
glo Xn  decía  que  subir  a  Dios  era  entrarse 
en  sí  mismo  y  no  sólo  entrar  en  sí  sino  pa- 
sarse de  sí  mismo,  en  lo  de  más  adentro  — 
in  intimis  etiani  seipsum  transiré  —  de  cier- 
to inefable  modo,  y  que  lo  más  íntimo  es  lo 
más  cercano,  lo  supremo  y  eterno.  Y  a  tra- 
vés de  mí  mismo,  traspasándome,  llego  al 
Dios  de  mi  España  en  esta  experiencia  del 
destierro. 

Lunes  4-Vn. 

Ahora  que  ha  venido  mi  familia  y  me  he 
establecido  con  ella,  para  los  meses  de  vera- 
no, en  una  villa,  fuera  del  hotel,  he  vuelto  a 
ciertos  hábitos  familiares,  y  entre  ellos  a  en- 
tretenerme haciendo,  entre  los  míos,  solita- 
rios a  la  baraja,  lo  que  aquí,  en  Francia,  lla- 
man patience. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


153 


El  solitario  que  más  me  gusta  es  uno  que 
deja  un  cierto  margen  al  cálculo  del  juga- 
dor, aunque  no  sea  mucho.  Se  colocan  los 
naipes  en  ocho  filas  de  cinco  en  sentido  ver- 
tical —  o  sea  cinco  filas  de  ocho  en  sentido 
horizontal,  claro  que  en  el  significado  abu- 
sivo en  que  se  llama  vertical  y  horizontal  en 
un  plano  horizontal  —  y  se  trata  de  sacar  des- 
de abajo  los  ases  y  los  doses  poniendo  las 
32  cartas  que  quedan  en  cuatro  filas  verti- 
cales de  mayor  a  menor  y  sin  que  se  sigan 
dos  de  un  mismo  palo,  o  sea  que  a  una  sota 
de  oros,  por  ejemplo,  no  debe  seguir  un  sie- 
te de  oros  también  sino  de  cualquiera  de  los 
otros  tres  palos.  El  resultado  depende  en 
parte  de  cómo  se  empiece;  hay  que  saber, 
pues,  aprovechar  el  azar.  Y  no  es  otro  el  arte 
de  la  vida  en  la  historia. 

Mientras  sigo  el  juego,  ateniéndome  a  sus 
reglas,  a  sus  normas,  con  la  más  escrupulosa 
conciencia  normativa,  con  un  vivo  sentimien- 
to del  deber,  de  la  obediencia  a  la  ley  que  me 
he  creado  —  el  juego  bien  jugado  es  la  fuen- 
te de  la  conciencia  moral  —  mientras  sigo  el 
juego  es  como  si  una  música  silenciosa  brc- 
zara  mis  meditaciones  de  la  historia  que  voy 
viviendo  y  haciendo.  Y  mientras  manejo  re- 
yes, caballos,  sotas  y  ases  pasan  en  el  hon- 


154 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dón  de  mi  conciencia,  y  sin  yo  darme  entera 
cuenta,  el  rey,  los  tiranuelos  pretorianos  de 
mi  patria,  sus  sayones  y  ministriles,  los  obis- 
pos y  toda  la  baraja  de  la  farsa  de  la  dicta- 
dura. Y  me  chapuzo  en  el  juego  y  juego  con 
el  azar.  Y  si  no  resulta  una  jugada  vuelvo  a 
mezclar  los  naipes  y  a  barajarlos.  Lo  que  es 
un  placer. 

Barajar  los  naipes  es  algo,  en  otro  plano, 
como  ver  romperse  las  olas  de  la  mar  en  l  i 
arena  de  la  playa.  Y  ambas  cosas  nos  hablan 
de  la  naturaleza  en  la  historia,  del  azar  en 
la  libertad. 

Y  no  me  impaciento  si  la  jugada  tarda  en 
resolverse  y  no  hago  trampas.  Y  ello  me  en- 
seña a  esperar  que  se  resuelva  la  jugada  his- 
tórica de  mi  España,  a  no  impacientarme  por 
su  solución,  a  barajar  y  tener  paciencia  en 
este  otro  juego  solitario  y  de  paciencia.  Los 
dias  vienen  y  se  van  como  vienen  y  se  van 
las  olas  de  la  mar;  los  hombres  vienen  y  se 
van  —  a  las  veces  se  van  y  luego  vienen  — 
como  vienen  y  se  van  los  naipes  y  este  vai- 
vén es  la  historia.  Allá  a  lo  lejos,  sin  que  yo 
concientemente  lo  oiga,  resuena,  en  la  playa, 
la  música  de  la  mar  fronteriza.  Rompen  en 
ella  las  olas  que  han  venido  lamiendo  costa 
de  España. 


CÓMO  SE  HACE  UNA  NOVELA 


155 


Y  qué  de  cosas  me  sugieren  los  cuatro  re- 
yes, con  sus  cuatro  sotas,  los  de  espadas,  bas- 
tos, oros  y  copas  caudillos  de  las  cuatro  filas 
del  orden  vencedor !  ¡  El  orden ! 

Paciencia,  pues,  y  barajar! 

Martes  5  -  VIL 

Sigo  pensando  en  los  solitarios,  en  la  his- 
toria. El  solitario  es  el  juego  del  azar,  ün 
buen  matemático  podría  calcular  la  probabi- 
lidad que  hay  de  que  salga  o  no  una  ju.Qad?.. 

Y  si  se  ponen  dos  sujetos  en  competencia  a 
resolverlas  lo  natural  es  que  en  un  mismo 
juego  obtengan  el  mismo  tanto  por  ciento  de 
soluciones.  Mas  la  competencia  debe  ser  a 
quien  resuelve  más  jugadas  en  igual  tiempo. 

Y  la  ventaja  del  buen  jugador  de  solitarios 
no  que  juegue  más  deprisa  sino  quo  aban- 
done más  jugadas  apenas  empezadas  y  en 
cuanto  prevee  que  no  tienen  solución.  En  el 
arte  supremo  de  aprovechar  el  azar  la  supe- 
rioridad del  jugador  consiste  en  resolverse 
a  abandonar  a  tiempo  la  partida  para  poder 
empezar  otra.  Y  lo  mismo  en  la  política  y  en 
la  vida. 

Miércoles  6  -  VIL 

¿Es  que  voy  a  caer  en  aquello  de  ;/////a 


156 


MIGUEL  DE  UNA  MU  NO 


ciícs  siuc  linea,  ni  un  día  sin  escribir  algo  pa- 
ra los  demás  —  ante  todo  para  si  mismo  — 
y  para  siempre?  Para  siempre  de  si  mismo, 
se  entiende.  Esto  es  caer  en  el  hombre  del 
diario.  Caer?  Y  qué  es  caer?  Lo  sabrán  esos 
que  hablan  de  decadencia.  Y  de  ocaso.  Por- 
que ocaso,  ocasiis,  de  occidere,  morir,  es  un 
derivado  de  cadere,  caer.  Caer  es  morirse. 

Lo  que  me  recuerda  aquellos  dos  inmorta- 
les héroes  —  héroes,  si!  —  del  ocaso  de 
Flaubert,  modelo  de  novelistas  —  ¡qué  no- 
vela su  ''Correspondencia"  —  los  que  le  hi- 
cieron cuando  decaía  para  siempre.  Que  fue- 
ron Bouvard  y  Pecuchet.  Y  Bouvard  y  Pe- 
cuchet,  después  de  recorrer  todos  los  rinco- 
nes del  espíritu  universal  acabaron  en  escri- 
bientes. ¿No  sería  lo  mejor  que  acabase  la 
novela  de  mi  Jugo  de  la  Raza  haciéndole  que 
abandonada  la  lectura  del  libro  fatídico  se 
dedique  a  hacer  solitarios  y  haciendo  solita- 
rios esperar  que  se  le  acabe  el  libro  de  la 
vida?  De  la  vida  y  de  la  vía,  de  la  historia 
que  es  camino. 

Vía  y  patria,  que  decían  los  místicos  esco- 
lásticos, o  sea:  historia  y  visión  beatífica. 
Pero,  ¿son  cosas  distintas?  ;No  es  ya  patria 
el  camino?  Y  la  patria,  la  celestial  y  eterna 
se  entiende,  la  que  no  es  de  este  mundo,  el 


CÓMO  5E  HACE  UXA  XO'vTLA  157 

reino  de  Dio^  cuyo  advenimiento  pedimos  a 
diario  —  los  que  lo  pedimos  —  esa  patria 
¿no  seguirá  siendo  camino? 

Mas,  en  fin,  ¡hágase  su  voluntad  asi  en  la 
tierra  como  en  el  cielo !  o  como  cantó  Dante, 
el  gran  proscrito: 

In  la  sua  volontade  é  nostra  pace. 

Paradiso,  m,  91. 

E  pur  si  miiove!  ¡Ay,  que  no  hay  paz  sin 
guerra!  "      "  ^ 

Jueves  7  -  VII. 

El  camino,  sí,  la  vía,  que  es  la  vida,  y  pa- 
sársela haciendo  solitarios  —  tal  la  novela. 
Pero  los  solitarios  son  solitarios,  para  uno 
mismo  solo;  no  participan  de  ellos  los  demás. 
Y  la  patria  que  hay  tras  de  ese  camino  de  so- 
litarios, una  patria  de  soledad  —  de  soledad 
y  de  vacío.  Cómo  se  hace  una  novela,  bien! 
pero  para  qué  se  hace?  Y  el  para  qué  es  el 
porqué.  Porqué  o  sea  para  qué  se  hace  una 
novela?  Para  hacerse  el  novelista.  Y  para 
qué  se  hace  el  novelista?  Para  hacer  al  lec- 
tor, para  hacerse  uno  con  el  lector.  Y  sólo 
haciéndose  uno  el  novelador  y  el  lector  de  la 
novela  se  salvan  ambos  de  su  soledad  radi- 


158  migue:l  de:  unamuno 

cal.  En  cuanto  se  hacen  uno  se  actualizan  y 
actualizándose  se  eternizan. 

Los  místicos  medievales,  San  Buenaven- 
tura, el  franciscano,  lo  acentuó  más  que 
otro,  distinguen  entre  hix^  luz,  y  Inuien,  lum- 
bre^  La  luz  queda  en  si ;  la  lumbre  es  la  que 
se  comunica.  Y  un  hombre  puede  lucir  —  y 
lucirse  —  alumbrar  —  y  alumbrarse. 

Un  espíritu  luce,  pero  ¿cómo  sabremos  que 
luce  si  no  nos  alumbra?  Y  hay  hombres  que 
se  lucen,  como  solemos  decir.  Y  los  que  se 
lucen  es  con  propia  complacenciaT~se"mucs- 
tr^n'^rá  lucirse.  ¿  Se  conoce  a  sí  mismo  el 
qiíe  se  luce?  Pocas  veces.  Pues  cpiiio  no  se 
cuida  de  alunibrar_  a  los  demás,  no  se  alum- 
bra a  sí  mismo.  Pero  el  que  no  sólo  luce,  sino 
que  al  lucir  alumbra  a  los  oíros,  se  luce  atlmi- 
brándose  a  sí  mismo.  Que  nadie  se  conoce^nic- 
jor  a  sí  misino  que  el  qiie^se  cuída^ dc~conocer 
a  los^otros.  Y  puesto  que  conocer  es  amar 
acaso"^ convendría  variar  el  divino  precepto 
y  decir:  ámate  a  ti  mismo  como  amas  a  tu 
prójimo. 

¿  De  qué  te  serviría  ganar  el  mundo  si  per- 
dieras tu  alma?  Bien,  pero  y  ¿de  qué  te  ser- 
viría ganar  tu  alma  si  perdieras  el  mundo? 
Pongamos  en  vez  de  mundo  la  comunión  hu- 


CÓMO  SE  hace:  uxa  xom^la 


159 


mana,  la  comunidad  humana,  o  sea  la  comu- 
nidad común." 

Y  he  aqui  como  la  religión  y  la  politica  se 
hacen  uno  en  la  novela  de  la  vida  actual.  El 
reino  de  Dios,  —  o  como  quería  San  Agus- 
tín la  ciudad  de  Dios  —  es  en  cuanto  ciudad 
política  y  en  cuanto  de  Dios  religión. 

Y  yo  estoy  aquí,  en  el  destierro,  a  la  puer- 
ta de  España  y  como  su  ujier,  no  para  lucir 
y  lucirme  sino  para  alumbrar  y  alumbrarme, 
para  hacer  nuestra  novela,  historia,  la  de 
nuestra  España.  Y  al  decir  que  estoy  para 
alumbrarme,  con  este  -me  no  quiero  referir- 
me, lector  mío.  a  mi  yo  solamente,  sino  a  tu 
yo,  a  nuestros  yos.  Que  no  es  lo  mismo  nos- 
otros que  yos. 

El  desdichado  Primo  de  Rivera  cree  lu- 
cirse, pero  ¿se  alumbra?  En  el  sentido  vul- 
gar y  metafórico  sí,  se  alumbra,  pero  de  to- 
do tiene  menos  de  alumbrado.  Y  ni  alumbra 
a  nadie.  Es  un  fuego  fatuo,  una  lucecita 
que  no  puede  hacer  sombra. 


Henrlnya  de  1927 


ÍNDICE 


Pág. 

Prólogo    9 

Retrato  de  Unamuno,  por  Jean  Cassou.  19 

Comentario    35 

Cómo  se  hace  una  novela   59 

Continuación    125