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Cómo se hace una novela
OBRAS DEL AUTOR
El sentimiento trágico de la vida.
Vida óe Don Quijote y Sancho.
Recuerdos de niñez y de mocedad.
Ensayos :
Ensayos (siete volúmenes).
Mi religión y otros ensayos.
Contra esto y aquello.
Conversaciones y soliloquios.
Por tierras de Portugal y de España.
Andanzas y visiones españolas.
De mi país.
NovKLAs :
Paz en la guerra.
Amor y Pedagogía.
Abel Sánchez.
Tres novelas ejemplares y un prólogo.
La tía Tula.
Niebla.
El espejo de la muerte (cuentos).
Poesías :
Rosario de sonetos líricos.
El Cristo de Velázquez.
Teresa.
De Fuerteventura a París.
Romancero del destierro (Edit. "Alba", Bs. As.)
En francés:
L'agonie du Christianisme.
Hay traducciones de varias de ellas al francés, alemán,
inglés, italiano, danés, holandés, sueco, checo y húngaro.
MIGUEL DE UNAMUNO
Cómo se hace
una novela
EDITORIAL "ALBA'
BUENOS AIRES
Inip. ARAUJO Hnos. - Rivadavia 1731
1927
Copyright by M. de Unamuno
Buenos Aires - 1927
Nihi quaestio factus suni
A. AUGUSTINI. CONFESSIONBS
(lib. X C.33 n. 50)
Digitized by the Internet Archive
in2015
https://archive.org/details/comosehaceunanovOOunam
Prólogo
Cuando escribo estas líneas, a fines del
mes de mayo de 1927, cerca de mis sesenta
y tres, y aquí, en Hendaya, en la frontera
misma, en mi nativo país vasco, a la vista
tantálica de Fuenterrabía, no puedo recor-
dar sin un escalofrío de congoja aquellas in-
fernales mañanas de mi soledad de París, en
el invierno, del verano de 1925, cuando en
mi ciiartito de la pensión del mmero 2 de la
rite Laperouse me consumía devorándome al
escribir el relato que titule: ''Cómo se hace
una novela''. No pienso volver a pasar por
experiencia íntima más trágica. Revivíanme
para torturarme con la sabrosa tortura —
de ''dolor sabroso'' habló Santa Teresa —
de la producción desesperada, de la produc-
10
MIGUEL DE UNAMUNO
cióli que busca salvarnos en la obra, todas
las horas que me dieron ''El sentimiento trá-
gico de la vida'\ Sobre mi pesaba mi vida
toda, que era y es mi muerte. Pesaban sobre
mí no sólo mis sesenta años de vida indivi-
dual física, sino más, mucho más que ellos;
pesaban sobre mi siglos de una silenciosa
tradición recogidos en el más recóndito rin-
cón de mi alma; pesaban sobre mí inefables
recuerdos inconscientes de ultra-cuna. Por-
que nuestra desesperada esperan^ de una
vida personal de ultra-tuuiba se alimenta y
medra de esa vaga remembranza de nuestro
arraigo en la eternidad de la historia.
¡Qué mañanas aquellas de mi soledad pa-
risiense! Después dejhaber leído, según eos-
twnbre^jun capítulo del Nuevo_ Testamento,
el que me\ t^caz£L£njtMrna, m£ ponía a agitar- \
(íhryno sólo a aguardarjim a esperar^ la
'corresponde neja d£LJ)ii_Qasa _jy de_mi_patria
y luego de recibida, después del desencanto,
me ponía a devorar el bochorno de mi pobre
España estupidizada bajo la }iiás cobarde, la
más soez y la más incivil tiranía.
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
11
Una vez escritas, bastante de prisa y fé-
hrilmente, las cuartillas de ''Cómo se hace
tina novela'' se las leí a Ventura García Calde-
rón, peruano, primero, y a Juan Cassou, fran-
cés— y tanto español como francés — después,
y se las di a éste para que las tradujera al
francés y se publicasen en alguna revista
francesa. No quería que apareciese primereo
el texto original español por varias razones
y la primera qvte no podría ser en España
donde los escritos estaban sometidos a la más
denigrante censura ca^strense, a una censura
algo peor que de analfabetos, de odiadores
de la verdad y de la inteligencia. V así f ué,
que una vez traducido por Cassou mi tra-
bajo se publicó con el títido de Comment on
fait un román y precedido de un Portrait
d'Unamuno, del mismo Cassou, en el número
del 15 de mayo de 1926 - N.^ 670, 37^ année,
tome CLXXXVIII - de la vieja revista Mer-
cure de France. Cuando apareció esta traduc-
ción me encontraba yo ya aquí, en Hendaya, a
donde había llegado a fines dejigosto de 1925 ^
y donde me he quedado en vista del empeño
12
migue:i, de unamuno
f que puso la tiranía pretoriana española en
. que el gobierno de la República Francesa me
I alejase de la frontera, a cuyo efecto llegó a
I visitarme de parte de Mr. Painlevé, Presi-
dente entonces del Gabinete francés , el Pre-
fecto de los Bajos Pirineos, que vino al pro-
pósito desde Pau, no consiguiendo, como era
natural, convencerme de que debía alejarme
de aquí. Y algún día contaré con detalles la
repugnante farsa que armó en la frontera
ésta, frente a Vera, la abyecta policía espa-
ñola al servicio del pobre vesánico — epilép-
tico — general Don Severiano Martínez Ani-
do, hoy todavía ministro de la Gobernación
y V ice-Presidente del Consejo de asistentes
de la Tiranía Española, para fingir una in-
tentona comunista — ¡el coco! — y ejercer
pres'ión en el Gobierno Francés para que me
internase. Y aun ahora, citando escribo esto,
no han renunciado esos pobres diablos de la
que se llama Dictadura a su tema de que se
me saque de aquíí. " ^ — ^
Al salir yo de París Cassou estaba tradu-
ciendo mi trabajo y después que lo tra-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
13
dujo y envió al Mercure no le reclamé el
original mió, mis primitivas cuartillas escri-
tas a pluma — no empleo nunca la mecano-
grafía — que se quedó en su poder. Y ahora,
cuando al fin me resuelvo a publicarlo en mi
propia lengua, en la única en que sé desnudar
mi pensamiento, no quiero recobrar el texto
original. Ni sé con qué ojos volvería a ver
aquellas agoreras cuartillas que llené en el
cuartito de la soledad de mis soledades de
París. Prefiero rctradiicb' deija tradiicción
francesa de Cassou y es lo que me propongo
hacer ahora. Pero ¿es h^cedero^que un autor
reU'aduzca una traducción que de alguno de
sus escritos se haya hecho a otra lengua f Es
una experiencia más que de resurrección de
muerte, o acaso de re-mortificación. O me-
jor de rematan^a.
Eso que se llama en literatura producción
es un consumo, o más preciso: una consun-
ción. El que pone por escrito sus pensamien-
tos, sus ensueños, sus sentimientos los va
consumiendo, Jos va matando. En cuanto un
pensamiento nuestro queda fijado por la es-
14
MIGUEL DE UNAMUNO
critura, expresado, cristalizado, queda ya
muerto y no es más nuestro que será un día
bajo tierra nuestro esqueleto. La historia, lo
único vivo, es el presente eterno, el momento
huidero que se queda pasando, que pasa que-
dándose, y la literatura no es más que muer-
te. Muerte de que otros pite den tomar vida.
Porque el que lee una novela puede vivirla,
revivirla — y quien dice una novela dice una
historia — y el que lee un poema, una cria-
tura — poema es criatura y poesía crea^
ción — puede re-crearlo. Entre ellos el autor
mismo. Y ¿es que siempre un autor al vol-
ver a leer una pasada obra suya, vuelve a
encontrar la eternidad de aquel momento pa-
sado que hace el presente eterno? ¿No te ha
ocurrido nunca, lector, ponerte a meditar a
la vista de un retrato tuyo, de ti mismo, de
hace veinte o treinta años? El presente eter-
no es el misterio trágico, es la tragedia mis-
teriosa, de nuestra vida histórica o espiri-
tual. Y he aquí porque es trágica tortura la
de querer rehacer lo ya hecho, que es des-
CÓMO SE HACE UNA NOVEI.A
15
hecho. En lo que entra retraducirse a sí
mismo. Y sin embargo. . .
Si, necesito para vivir, para revivir, para
asirme de ese pasado que es toda mi reali-
dad vemdera, necesito retraducirme. Y voy
a retraducirme. Pero como al hacerlo he de
vivir mi historia de hoy, mi historia desde
el día en que entregue mis cuartillas a Juan
Ca-ssoii, me va a ser imposible mantenerme
fiel a aquel momento que pasó. El texto, pues,
que dé aquí, disentirá en algo del que tra-
ducido al francés apareció en el número de
15 de mayo de 1926 del Mercure de France.
Ni deben interesar a nadie las discrepancias.
Como no sea a algún erudito futuro.
Como en el Mercure mi trabajo apareció
precedido de una especie de prólogo de Cas-
son titulado Portrait d'Unamuno, z'oy a tra-
ducir éste y a comentarlo luego brevemente.
Retrato de Unamuno por Jean Cassou
.^U.^. iS^-^ iS-::^^
San .Vgustín se inquieta con una especie
de frenética angustia al concebir lo que po-
día haber sido antes del despertar de su con-
ciencia. Más tarde se asombra de la muerte
de un amigo que había sido otro él mismo.
Xo me parece que ^liguel de Unamuno, que
se detiene en todos los puntos de sus lectu-
ras, haya citado jamás estos dos pasajes. Se
re-encontraría en ellos sin embargo. Hay de \
¿anA^ustín en él, y de JuanJa^oboT^^o^ .
dosToTquF^a^softüs^ en**!^ de (
su propio milagro, no pueden soportar el no
ser eternos.
El orgullo de limitarse, de recoger a lo ín-
timo de la propia existencia la creación en-
tera, está contradicho por estos dos inson-
dables y revolvientes misterios : un nacimien-
to y una muerte que repartimos con otros
seres vivientes y por lo que entramos en un
20
MTGUElv DE UNAMUNO
destino común. Es este drama único el que
ha explorado en todos sentidos y en todos
los tonos la obra de Unamuno.
Sus ventajas y sus vicios, su soledad im-
periosa, una avaricia necesaria y muy del te-
rruño — de la tierra vasca — la envidia,
hija de aquel Caín cuya sombra, según un
poema de Machado, se extiende sobre la de-
solación del desierto castellano; cierta pa-
sión que algunos llaman amor y que es para
él una necesidad terrible de propagar esta
carne de que se asegura que ha de resuci-
tar en el último día, — consuelo más cierto
que el que nos trae la idea de la inmortalidad
del espíritu ; — en una palabra, todo un mun-
do absorbente y muy de él, con virtudes car-
dinales y pecados, que no son del todo los
de la teología ortodoxa . . . , hay que penetrar
en ello; es esta humanidad la que confiesa,
la que no cesa de confesar, de clamar y pro-
clamar, pensando así conferirla una exis-
tencia que no sufra la ley ordinaria, hacer
de ella una creación de la que no sólo no se
perdería nada sino que su agregación mis-
ma quedase permanente, sustancia y forma,
organización divina, deificación, apoteosis.
Por estos perpetuos análisis y sublima-
ción de sí, Miguel de Unamuno atestigua su
CÓMO SK HACE UNA NOV^I^A
21
eternidad: es eterno como toda cosa es en
él eterna, como lo son los hijos de su espí-
ritu, como aquel personaje de Niebla que
viene a echarle en cara el grito terrible de:
"Don Miguel, no quiero morir!", como Don
Quijote más vivo que el pobre cadáver lla-
mado Cervantes, como España, no la de los
principes, sino la suya, la de Don Miguel,
que transporta consigo en sus destierros, que
hace día a día, y de que hace en cada uno de
sus escritos, la lengua_^el pensar, y de la
que puede enLí'in decirque es ^u^ijaTv^no
su^ madre.
A Shakespeare, a Pascal, a Nietzsche, a
todos los que han intentado retener a su trá-
gica aventura personal un poco de esta hu-
manidad que se escurre tan vertiginosamen-
te, viene a añadir Miguel de Unamuno su
experiencia y su esfuerzo. Su obra no pali-
dece al lado de^os nobles nombres: signi-
fica la misma avidez desesper^acla.
No puede admitir la suerte de Polonio y
que Hamlet arrastrando su andrajo por los
sobacos lo eche fuera de la escena : "Vamos,
venga, señor!". Protesta. Su protesta sube
hasta Dios, no a esa quimera fabricada a
golpes de abstracciones alejandrinas por me-
tafísicos ebrios de logomaquia, sino al Dios
22
MIGUEL DE UNAMUNO
español, al Cristo de ojos de vidrio, de pelo
natural, de cuerpo articulado, hecho de tie-
rra y de palo, sangriento, vestido, en que una
faldilla bordada en oro disimula las ver-
güenzas, que ha vivido entre las cosas fami-
liares y que, como dijo Santa Teresa, se le
encuentra hasta en el puchero.
^Tal es la^ agonia de Don Miguel de Una- *
muño, hombre en lucha, en lucha consigo
ffitsm^r^on^ puéH5~y]^contr_a_sju_^^
hombre^ líqsHlT^^mhre de ¿uen^a _civil^j^^
ímno sin partidarios, hombre_so[itario, des-
terrádoT^Tálvaje, orador'^n_el desierto, pro-
vocador, vano, enganoso^ar^d¿gi(X)j^
ciTraHé71rrea)iTciIj¥^^ de la nada
}'^irqniéíi laTiada atrae y devora, de^sgarradg
e1itrFTá'TTda~5^nfme^ resucita-
do a rá~véz ri n veñcibTe^v^ienipiie^^ .
^ ^ ^
No le gustaria el que en un estudio con-
sagrado a él se hiciera el esfuerzo de anali-
zar sus ideas. De los dos capítulos de que
se compone habitualmente este género de
ensayos — el Hombre y sus ideas — no lo-
gra concebir más que el primero. La ide'>
cracia es la más terrible de las dictaduras
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
23
que ha tratado de derribar. Vale más en un
estudio del hombre conceder un capítulo a
sus palabras que no a sus ideas. "Los •'menti-
dos — ha dicho Pasca^l^ antigüe B'u^n —
£ecjbeTr"de las palabras su dignidad _eii vez
d£clársela" ( rr"t^amulTo no" tiene ideas :i
es^él niTsmo, las ideas que las de los otros se
hacen en él, al azar de los encuentros, al
azar de sus paseos por vSalamanca donde en-
cuentra a Cervantes y a Fray Luis de León,
al azar de esos viajes espirituales que le lle-
van a Port Royal, a Atenas o a Copenague,
patria de Soren Kjerkegaard, al azar^de ese
viaje real qiieje trajo a Paris_donde se mez-
cló , inocentemente y sm asombrarse ni un
momüiTfóra nuestro carnaval
"Tjsta" ausencia defTSeasPpei'o este ])erpe-
tuo monólpo-Q en que todas las ideas del mun-
do^_sejriejcn para"^1iacersc prol^Tem^^_jDersp-
(*) El corolario de este pensamiento: "Las palabras
alineada.s de otro modo dan un sentido diverso y los sen-
tidos diversamente alineados hacen un efecto diferente",
ha sido comentado en todas las ediciones clásicas Ha-
chette, In grande y la pequeña, por estos ejemplos que
da un profesor: "Tal la diferencia entre cjrand hommc y
Jiomme grand, galant hotnmc y Jiomme galanl, etc., etc.".
-Mas esta monstruosa tontería no indlgrnará a Unamuno,
profesor él mismo — otra contradicción de este hombre
amasado con antítesis — pero que profesa ante todp el
odio a los profesores. ^ ^
24 MIGUElv DE UNAMUNO
nal, pasión viva, prueba hirviente, patético
egoísmo, no ha dejado de sorprender a los
franceses, grandes amigos de conversacio-
nes o cambios de ideas, prudente dialéctica, \
tras de la cual se conviene en que la inquie-
tud individual se vele cortésmente hasta ol-
vidarse y perderse; grandes amigos también
de interviús y de encuestas en que el espíri-
tu cede a las sugestiones de un periodista
que conoce bien a su público y sabe los pro-
blemas generales y muy de actualidad a que
es absolutamente preciso dar una respuesta,
los puntps sobre que es oportuno hacer na-
cer escándalo y aquellos al contrario que exi-
gen una solución apaciguadora. Pero ¿qué
tiene que hacer aquí el solüoquioj^ viejo
español que no quiere morirse?
"Prodúcese en la marcha de nuestra especie
una perpetua y entristecedora degradación
de energía : toda generación se desenvuelve
con una pérdida más o menos constante del
sentido humano, de lo absoluto humano.
Tan sólo se asombran de ello algunos indi-
viduos que en su avidez terrible no quieren
perder nada sino, lo que es más aún, ganarlo
todo. Es la cuita de Pascal que no puede
comprender que se deje uno distraer de ello.
Es la cuita de los grandes españoles para
CÓMO SE hace: una nove:la
25
quienes las ideas y todo lo que puede consti-
tuir una econoiTiía provisoria — moral o po-
lítica — no tiene interés alg'uno. No tienen
economía más .que de lo individual y por lo
tanto, de lo eterno. Y asi, para Unamuno
hacer política es, todavía, salvarse. Es de-
fender su persona, afirmarla, hacerla entrar
para siempre en la historia. No es asegurar
el triunfo de una doctrina, de un partido,
acrecentar el territorio nacional o derribar
un orden social. Así es que Unamuno si hace
política no puede entenderse con ningún po-
lítico. Los decepciona a todos y sus polémicas
se pierden en la confusión, porque es consi-
go mismo con quien polemiza. El Rev, el
Dictador; de buena gana haría de ellos per-
sonajes de su escena interior. Como lo ha
hecho con el Hombre Kant o con Don Qui-
jote.
Así es que Unamuno se encuentra en una
continua maja, ijit eligen da^con. sus^ c^nténT^
poráneos. Político para quien las fórmulas
¿e interés general no representan nada, no-
velista y dramaturgo a quien hace sonreír
todo lo que se puede contar sobre la obser-
vación de la realidad y el juego de las pasio-
nes, poeta que no concibe ningún ideal de
belleza soberana, Unamuno, feroz y sin ge-
26
miguf:l dp: unamuno
nerosidad, ignora^odos los sistemas, todos
log^^gniici]3Íos,jtpdo loj[ue_es_extenQi\y_obje-
ti^^Q. Su pensamiento, como el de Nietzsche,
es impotente para expresarse en forma dis-
cursiva. Sin llegar hasta a recogerse en afo-
rismos y forjarse a martillazos es, como la
del poeta filósofo, ocasional y sujeta _a Itts
acciones más diversas. Sólo el suceso perso-
nal ló*^étermina, necesita de un excitante y
de una resistencia; es un pensamiento esen-
cialmente exegético. Unamuno, que no tiene
una doctrina propia, no ha escrito más que
libros de comentarios; comentarios al Qui-
jote, comentarios al Cristo de Velázquez,
comentarios a los discursos de Primo de Ri-
vera. Sobre todo comentarios a todas esas
cosas en cuanto afectan a la integridad de
Don Miguel de Unamuno, a su conservación,
a su vida terrestre y futura.
Del mismo modo, Unamuno poeta es por
completo poeta de circunstancia — aunque,
claro está que en el sentido más amplio de la
palabra. Canta siempre algo. La poesía no
es para él ese ideal, de sí misma tal como po-
día alimentarlo un Góngora. Pero, tempes-
tuoso y altanero como un proscrito del Ri-
sorgimento, Unamuno siente a las veces la
necesidad de clamar, bajo forma lírica, sus
CÓMO St HACE UNA NOVELA
27
recuerdos de niñez, su fe, sus esperanzas,
los dolores de su destierro. El arte de los
versos no es para él una ocasión de abando-
narse. Es más bien por el contrario, una
ocasión, más alta sólo y como más necesaria,
de redecirse y de recogerse. En las vastas
perspectivas de esta poesía oratoria, dura,
robusta y romántica, sigue siendo el mismo
más poderosamente todavía y como gozoso
de ese triunfo más difícil que ejerce sobre la
materia verbal y sobre el tiempo.
Nos hemos propuesto el arte como un ca-
non que imitar, una norma que alcanzar o un
problema que resolver. Y si nos hemos fijado
un postulado no nos agrada que se aparte al-
guien de él. ¿Admitiremos las obras que es-
cribe este hombre, tan erizadas de desor-
den al mismo tiempo que ilimitadas y mons-
truosas que no se las puede encasillar en nin-
gún género y en las que nos detienen a cada
momento intervenciones personales, y con
una truculenta y familiar insolencia, el cur-
so de la ficción-filosófica o estética — en
que estábamos a punto de ponernos de
acuerdo ?
Cuéntase de Luis Pirandello, a cuyo idea-
lismo irónico se le han reprochado amenudo
ciertos juegos unamunianos, que ha guarda-
28
MlGUElv DE UNAMUNO
do largo tiempo consigo, en su vida cotidia-
na, a su madre loca. Una aventura parecida
le ha ocurrido a Unamuno que ha vivido su
existencia toda en compañía "3? un^loco_j^l
ríTás^ivin^ de todos: Nuestro" Señor Don
sufrir ninguna servidumbre. Las ha recha-
zado todas. Si este prodigioso humanista,
que ha dado la vuelta a todas las cosas cono-
cibles, ha tomado en horror dos ciencias par-
sin duda alguna,*a~causa de su pretensión de
someter la_formación del individuo y lo que
de más profundo y^e menos reductible lle-
va ellaiaiislgo, a una construcción a priori.
Si se quiere seguirla Oríamiinó ^y^ví? ir
eliminando poco a poco de nuestro pensa-
miento todo lo que no sea su integridad ra-
dical, y prepararnos a esos caprichos súbi-
tos, a esas escapadas de lenguaje por las que
esa integridad tiene que asegurarse en todo
momento de su flexibilidad y de su buen fun-
cionamiento. A nosotros nos parece que no
aceptar las reglas es arriesgarnos a caer en
el ridiculo. Y precisamente Don Quijote ig-
nora este peligro. Y Unamuno quiere igno-
rarlo. Los conoce todos, salvo ese. Ante^que
someterse_ji la menor servidumbre préfiere
ticulares : la peda:
la sociología, es.
CÓMO SE HACE UNA NOVEI.A
29
verse reducido a esa sima resonante de car-
cajadas.
* * í}:
Habiendo apartado de Unamiino todo lo
que no es él mismo, pongámonos en el cen-
tro de su resistencia: el hombre aparece,
formado, dibujado, en su realidad física.
Marcha derecho, llevando, a donde quiera
que vaya, o donde quiera que se pasee, en
aquella hermosa plaza barroca de Salaman-
ca, o en las calles de París, o en los caminos
del país vasco, su inagotable monólogo, siem-
pre el mismo, a pesar de la riqueza de las va-
riantes. Esbelto, vestido con el que llama su
uniforme civil, firme la cabeza sobre los
hombros que rio han podido sufrir jamás, ni
aun en tiempo de nieve, un sobretodo, mar-
cha siempre hacia adelante, indiferente a la
calidad de sus oyentes, a la manera de su
maestro que discurría ante los pastores como
ante los duques, y prosigue el trágico juego
verbal del que, por otra parte, no se deja
sorprender. Y ¿no atribuye también la mayor
importancia trascendental a ese arte de las
pajaritas de papel que es su triunfo? Todo
ese conceptismo lo expresarán, lo prolonga-
30
MIGUEL DK UNAMUNO
lan más esos juguetees filológicos? Con Una
muño tocamos al fondo del nihilismo espa-
ñol. Comprendemos que este mundo depen-
de hasta tal punto del sueño que ni merece
ser soñado en una forma sistemática. Y si
los filósofos se han arriesgado a ello es sin
duda por un exceso de candor. Es que han
sido presos en su propio lazo. No han visto
la parte de si mismos, la parte de ensueño
personal que ponian en su esfuerzo. Una-
muno, más lúcido, se siente obligado a dete-
nerse a cada momento para contradecirse y
negarse. Porque se muere.
Pero ¿para qué las coyunturas del mundo
.Ji'dbrían de haber producido este accidente:
Miguel de Unamuno, si no es para que dure
y se eternice? Y balanceado entre el polo de
la nada y el de la permanencia, sigue sufrien-
do ese combate de su existencia cotidiana
donde el menor suceso reviste la importan-
cia más trágica ; no hay ninguno de sus ges-
tos que pueda someterse a ese ordenamiento
objetivo y convenido por que reglamos los
nuestros. Los suyos están bajo la dependen-
cia de un más alto deber; refiérelos a su
cuita de permanecer.
Y asTlíáSandFTnutil, nada de perdido en
las horas en medio de las cuales se revuelve.
cü:\ro sic HACK uxa novkla
31
y los instantes más ordinarios, en que no-;
abandonamos al curso del mundo el sabe que
los emplea en ser él mismo. Jamás le aban-
dona su congoja, ni aquel orgullo que comu-
nica esplendor a todo cuanto toca, ni esa co-
dicia que le impide escurrirse y anonadarse
sin conocimiento de ello. Está siempre des-
pierto y si duerme es para recogerse mejor
ante el sueño de la vela y gozar de él. Aco-
sado por todos lados por amenazas y emba-
tes que sabe ver con una claridad bien amar-
ga, su ges].a.ij^ntinu^ es el de atraerla si to- \
dos los conflictos, todos los cui^dos,~tQ?os j
los recTir sn¿T^.Peró reducido a ese punto ex- /
tremo de la soledad }• del egoismo, es el más i^/ '
i^oy dinas humano de los hombres. Pues \
no cabe negar que haya reducido todos los
problemas al más senallo \^ermás natural
y nadaT ríos ¡nipííe mTrarn(¿s en él como en f/T
un'lTorñl3fé~eÍemglar reñcontraremosTa más j|'
vi va/]de]las__emj3CJL^^ Desprendámonos de
lo social, de lo temporal, de los dogmas y de
las costumbres de nuestro hormiguero. Va
a desaparecer un hombre: todo ^stá ahí. Si
rehusa, minuto a minuto, esa pai cida, acaso
va a salvarnos. A fin de cuentas es a nos-
otros a quienes defiende defendiéndose.
Jkan Cassou
Coratntario
¡Ay, querido Cassou!, con este retrato me
tira usted de la lengua y el lector compren-
derá que si lo incluyo aquí, traduciéndolo,
es para comentarlo. Ya el mismo Cassou
dice que no he escrito sino comentarios y ^
aunque no entienda muy bien esto ni acierte
a comprender en qué se diferencian de los
comentarios los que no lo son, me aquieto
pensando que acaso la Iliada no es más que
un comentario a un episodio de la guerra de
Troya y la Divina Comedia un comentario a
las doctrinas escatológicas de la teología cató-
lica medieval y a la vez a la revuelta historia
florentina del siglo XIII y a las luchas del
Pontificado y el Imperio. Bien es verdad que
el Dante no pasó de ser, según los de la poe-
sía pura — he leído hace poco los comenta-
rios estéticos del abate Bremond — un poe-
ta de circunstancias. Como los Evangelios y
36
MTGUTvL DTÍ UNAMUNO
las epístolas paulinianas no son más que es-
critos de circunstancias.
Y ahora repasando el Retrato de Cassou
y mirándome, no sin asombro, en él como en
un espejo pero en un espejo tal que vemos
más el espejo mismo que lo en él espejado,
empiezo por detenerme en eso de que dete-
niéndome en todos los puntos de mis lectu-
ras no me haya detenido nunca en los dos
pasajes que de San Agustín cita mi retra-
tista. Hace ya muchos años, cerca de cua-
renta, que leí las Confesiones del africano y,
cosa rara, no las he vuelto a leer, y no re-
cuerdo qué efecto me produjeron entonces,
en mi mocedad, esos dos pasajes. \ Eran tan
otros los cuidados que me atosigaban enton-.
ees cuando mi mayor cuita era la de poder
casarme cuanto antes con la que es hoy y
ende mi madre ! Sí, gusto"3etenerme — aun-
r¡TiFMBHa~que decir algo más íntimo y vital
y menos estético que gustar — gusto dete-
nerme no sólo en todos los puntos de mis
lecturas sino en todos los momentos que pa-
san, en todos los m^omentos porque paso. Se
habla por hablar del libro de la vida y para
los más de los que emplean esta frase tan
preñada de sentido como casi todas las que
será siempre la madre d'
hii
CÓMO se HACE UNA NOWthA
37
llegan a la preminencia de lugares comunes,
eso del libro de la vida, como lo del libro de
la naturaleza, no quiere decir nada. Es que
los pobrecitos no han comprendido, si es que
lo conocen, aquel pasaje del Apocalipsis, del
Libro de la Revelación, en que el Espíritu le
manda al apóstol que ¿e_coma un libro. Cuan-
do un libro es cosa viva hay que^üomérselo
y el que se lo come, si a su vez es viviente, si
éstá de veras vivo, r^eyive con esa comida.
Pero para los escritores — y lo triste es que
ya apenas leen sino los mismos que escri-
ben — para los escritores un libro no es más
que un escrito, no es una cosa sagrada, vi-
viente, revividora, eternizadora, como lo son
la Biblia, el Corán, los Discursos de Buda, y
nuestro Libro, el de España, el Quijote.
Y sólo pueden_sentir^ lo_ apocali^^ lo re-
viador 5e" comerse un libro los que sienten
como el^^erbo hizo^'carne^a la vez que se
hízo^Tetra y comemos, en pan de vida eter-
na, eucarísticamente, esa carne y esa letra.
Y la ktra que comemos, que es carne es tam-
bién palabra, sin que' ello quiera decir que es
ideaj, esto es : esqueleto. De esqueletos no se
vive; nadie se alimenta con esqueletos. Y he
aquí porque suelo detenerme al azar de mis
lecturas de toda clase de libros, y entre ellos
38
MIGUEL DE UNAMUNO
del libro de la vida, de la historia que vivo,
y del libro '^e-'ta naturaleza, en todos los
puntos vitales.
Cuenta el cuarto Evangelio (Juan, VIII,
6-9) y para esto nos salen ahora diciendo los
ideólogos que el pasaje es apócrifo, que cuan-
do los escribas y fariseos le presentaron a
Jesús la mujer adúltera, él, doblegándose a
tierra escribió en el polvo de ésta, sin caña
ni tinta, con el dedo desnudo, y mientras le
interrogaban volvió a doblegarse y a escri-
bir después de haberles dicho que el que se
sintiese sin culpa arrojase el primero una
piedra a la pecadora y ellos, los acusadores,
se fueron en silencio. ¿ Qué leyeron en el pol-
vo sobre que escribió el Maestro? ¿Leyeron
algo? ¿Se detuvieron en aquella lectura? Yo,
por mi parte, me voy por los caminos del
campo y de la ciudad, de la naturaleza y de
la historia, tratando de leer, para comen-
tarlo, lo que el invisible dedo desnudo de
Dios ha escrito en el polvo que se lleva el
viento de las revoluciones naturales y el de
las históricas. Y Dios al escribirlo se doble-
ga a tierra. Y lo que Dios ha escrito es nues-
tro propio milagro, el milagro de cada uno
de nosotros, San Agustín, Juan Jacobo, Juan
Cassou, tú, lector, o yo que escribo ahora
CÓMO SE HACE UNA NOVEI^A
39
con pluma y tinta este comentario, el mila-
gro de nuestra conciencia de la soledad y
de la eternidad humanas.
i¡^a soledad^! La_spledad^?s^í^l meollo de
nuestra esencia y Von eso de congregarno's,
de arrebañarnos, no hacemos sirio ahondar-
la. Y ¿de dónde sino de la soledad, de nues-
tra soledad radical, ha nacido esa envidia, la
de Caín, cuya sombra se extiende — bien lo
decía mi Antonio Machado — sobre la soli-
taria desolación del alto páramo castellano?
Esa envidia, cuyo poso ha remejido la actual
Tiranía española, que no es sino el fruto de
la ejividia ^cainita, principalmente de Ja_ con-
ventual y de la cuartelera, 3e Ja frailuna y.
(3e~1^jcastrense,^a~¿nyidia _c[iie-j¿ce_de_los
rebaños soin^tidos a_ordenajiza, esa qnvidia
inquisitorial ha^hechoja tragedia de la his-
toria de'níiestra Ksj)aña. El espanot se ojia
a sí mismo.
AÍÍ^'sí, hay una humanidad por dentro de
esa otra triste humanidad arrebañada, hay
una humanidad que confieso y por la que
clamo. ¡Y con qué acierto verbal ha escrito
Cassou que hay que darle una ''orgajiizaci^n
divina^'! ¿Organización divina? Lo que hay
que hacer es organizar a Dios.
40
MIGUElv DE UNAMUNO
Es cierto; el Augusto Pérez de mi Niebla
me pedia que no le dejase morir, pero es que
a la vez que yo le oia eso — y se lo oia cuan-
do lo estaba, a su dictado, escribiendo — oia
también a los futuros lectores de mi relato,
de mi libro, que mientras lo comían, acaso
devorándolo, me pedían que no les dejase
morir. Y todos los hombres en nuestro trato
mutuo, en nuestro comercio espiritual huma-
no, buscamos no morirnos; yo no morirme
en ti, lector que me lees, y tú no morirte en
mi que escribo para ti esto. Y el pobre Cer-
vantes, que es algo más que un pobre cadá-
ver, cuando al dictado de Don Quijote escri-
bió el relato de la vida de éste buscaba no
morir. Y apropósito de Cervantes no quiero
dejar pasar la coyuntura de decir que cuan-
do nos dice que sacó la historia del Caba-
llero de un libro arábigo de Cide Hamete
Benengeli quiere decirnos que no fué mera
ficción de su fantasía. La ocurrencia de Cide
Hamete Benengeli encierra una profunda
lección que espero desarrollar algún día.
Porque ahora debo pasar, al azar del co-
mentario, a otra cosa.
A cuando Cassou comenta aquello que yo
he dicho y escrito, y más de una vez de mi
España, que es tanto mi hija como mi ma-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
41
dre. Pero mi hija por ser mi madre, y mi
madre por ser mi hija. O sea mi mujer. Por-
que la madre de nuestros hijos es nuestra
madre y es nuestra hija. ; Madre e hija ! Del
seno desgarrado de nuestra madre salimos,
sin conciencia, a ver a la luz del sol el cielo
y la tierra, la azulez y la verdura, ¡ y qué ma-
yor consuelo que el poder, en nuestro últi-
mo momento, reclinar la cabeza en el regazo
conmovido de una hija y morir, con los ojos
abiertos, bebiendo con ellos, como viático, la
verdura eterna de la patria !
Dice Cassou que mi obra no palidece. Gra-
cias. Y es porque es la misma siempre. Y por-
que la hago de tal modo que pueda ser otra
para el lector que la lea comiéndola. ¿Qué
me importa que no leas, lector, lo que yo
quise poner en ella si es que lees lo que te
enciende en vida? Me parece necio que un
autor se distraiga en explicar lo que quiso
decir, pues lo que nos importa no es lo que
quiso decir sino lo que dijo, o mejor lo que
oímos. Así Cassou me llama además de sal-
vaje — y si esto quiere decir hombre de la
selva, me conformo — paradógico e irrecon-
ciliable. Lo de paradógico me lo han dicho
muchas vec^s y de tal modo que he acabado
por no saber qué es lo que entienden por
42
MIGUEL DE UNAMUNO
paradoja los que me lo han dicho. Aunque
paradoja es como pesimismo una de las pa-
labras que han llegado a perder todo senti-
do en nuestra España de la conformidad re-
bañega. ¿ IrreconciHable yo? ¡Asi se hacen
las leyendas ! Mas dejemos ahora esto.
Luego me dice Cassou muerto y resucita-
do a la vez — mort et ressucité ensemble. —
Al leer esto de resucitado sentí un escalo-
frió de congoja. Porque se me hizo presente
lo que se nos cuenta en el cuarto Evangelio
(Juan, XII, 10) de que los sacerdotes tra-
maban matar a Lázaro resucitado porque
muchos de los judios se iban por él a Jesús
y creían. Cosa terrible ser resucitado y más
entre los que teniendo nombre de vivos es-
tán muertos según el Libro de la Revelación
(Ap. III, 1-2). Esos pobres muertos ambu-
lantes y parlantes y gesticulantes y accio-
nantes que se acuestan sobre el polvo en que
escribió el dedo desnudo de Dios y no leen
nada en él y como nada leen no sueñan. Ni
leen nada tampoco en la verdura del campo.
Porque ¿no te has detenido nunca, lector,
en aquel jibismático momento poético^ del
mismo¿uarto EvañgelíoTTüáñTVl, 10) don-
de sernos cuenta cuaMo seguía una gran
nuiGhecHímbre a Je-gús más allá del lago de
CÓMO St HACE UNA NOVENLA
43
Tiberíades, de Galilea, y había que buscar
pan para todos y apenas si tenían dinero y
Jesús dijo a sus apóstoles: ''haced que los
hombres se sienten!"? Y añade el texto del
Libro: ''pues había mucha yerba en el lu-
gar". Mucha yerba verde, mucha verdura
del campo, allí donde la muchedumbre ham-
brienta de la palabra del Verbo, del Maes-
tro, había de sentarse para oirle, para co-
mer su palabra ! ¡ Mucha yerba ! No se sen-
taron sobre el polvo que arremolina el vien-
to sino sobre la verde yerba a que mece la
brisa. ¡Había mucha_}^^ba!
Dice luego~Cassou que yo no tengo ideas,
pero lo que creo que quiere decir es que las
ideas no mFTÍeífeh a vniTlí hacTlíifos co-
mentarfos ^ugef I3os~Iégüramente por cierta
conversación que tuve con un periodista
francés y que se publicó en Les Notivelles
IJtteraires. ¡Y cómo me ha pesado después
el haber cedido a la invitación de aquella en-
trevista! Porque, en efecto, ¿qué es lo que
podía yo decir a un reportero que conoce a
su público y sabe los problemas generales y
de actualidad — que son, por ser los menos
individuales, a la vez los menos universa-
les y son los de menos eternidad — a que hay
que dar una respuesta, los puntos en que es
44
MIGUEL, de: una mu no
oportuno hacer nacer escándalo y aquellos
que exigen una solución apaciguadora ? ¡ Es-
cándalo! Pero ¿qué escándalo? No aquel es-
cándalo evangélico, aquel de que nos habla
el Cristo diciendo ([ue es menester, que le
hay, mas ¡ay de aquel por quien viniere!
no el escándalo satánico o el luzbelino, que
es un escándalo arcangélico e infernal, sino
el miserable escándalo de las cominerías de
los cotarros_literarios~dl e^os mezqumos_}r
iTienguajlos~CQtár le-/
tras que ni saben comerse urnTbro — no pa4
sai^^ejeerlo — ni saben aiTiasar_con_sU-^aB-|
gi^eysu carne uii^ro que se^cpma^sina-esl
cf i birló con tinta y pluníaT^Tiene razón Casi
§ou, ¿ciue tieííe que hacer en esas interviúá'
un hombre, español o no, que no quiere mo-
rirse y que sabe que el soliloquio es el modo
de conversar de las almas que sienten la so-
ledad divina? ¿Y qué le importa a nadie lo
que Pedro juzga de Pablo o la estimación
que de Juan hace Andrés ?
No, no me importan los problemas que
llaman de actualidad y que no lo son. Por-
que la verdadera actualidad;^ la siempre ac-
tual, es la del presente eterno. Muchas veces
en estos días trágicos para mi pobre patria
oigo preguntar: ''¿y qué haremos mañana?"
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
45
Xo,; sino qué vamos a hacer ahora. O mejor
que vo}ránraceT^}^ aHbraV^pé va' a hacer
ahora cada uno de nosotros. Lo presente y
lo individual; el ahora v el acjuí. En el caso
concreto de la actual situación política — o
mejor que política apolítica, esto es, inci-
vil — de mi patria cuando oigo hablar de
política futura y de reforma de la Constitu-
ción contesto que, lo p^mero es desembara-
^arnos de la presente misena^^^ aca-
Ija^TcoirTa^^tlranía y enjuiciarla para"aju^Ti^
ciarla, ^^o demas~~que espere. "^Cltatido 'eí
Cristo" iba a resucitar a la hija de Jairo se
encontró con la hemorroidesa y detúvose con
ella, pues ^era lo^deL-uiomeiito; la otra, la \
muerta, «jque esperase.
Dice Cassou, generalizándolo por mí, que
para los grandes españoles todo lo que pue-
de constituir una economía provisoria —
moral o política — no tiene interés alguno,
que no tienen economía más que de lo indi-
vidual y por lo tanto de lo eterno, cfíTe para f
mi el hacer política es saJxarse, defender mi
persona, ^afirmarla, hacerla entrar para siem- ^
presen la historia. Y respondo: primero, que
lo provisorio es lo eterno, que el aquí es el
cerífó^el_e5pa aÍLin finito , el foco dejajilr
finitud. v er ahora el centro del tiemv)o, el fo-
46
MIGUEL DE UNAMUNO
CU de la eternidad ; luego, que lo individual es
lo universal — en lógica los juicios indivi-
duales se asimilan a los universales — y por
lo tanto lo eterno, y por último que no^ha^-i^
I ^otra política que la de salvar en la historia ai'
lUds individuos. Ni el asegurar el triunfo de|
\ juna doctrina, de un partido, acrecentar el te- "
l: rritorio nacional o derribar un orden social
fi vale nada como no sea para salvar las almas
! de los hombres individuales. Y respondo tam-j
' bién que puedo entenderme con políticos — y
me he entendido más de una vez con algunos
de ellos — que puedo entenderme con todos
los políticos que sienten el valor infinito y
eterno de la individualidad. Y aunque se lla-
men socialistas y precisamente acaso por lla-
marse así. Y sí, hay que entrar para siem-
pre — a janiais — en la historia. ¡ Para siem-
pre! El verdadero padre de la historia his-
tórica, de la historia política, el profundo
Tucídides — verdadero maestro de Maquia-
velo — decía que escribía la historia "para
siempre" s-.? «ist. Y escribir historia para
siempre* es una de laTmaneras, acaso la mas
c'íTcáT, de^ffaf paTa^stempre'eñ Ta Hisfóna,
de hacerTiistoria para siempre. Y si la his-
toria humana es como lo he dicho y repetido,
el pensamiento de Dios en la tierra de los
CÓMO SE HACn UNA NOVl-LA
47
lión-ibres, hacer Jiistoria. y para siempre, es
hacer pensar a Dios, es organizar a Diosas
amasarJlTeternidad. Y por algo decía otro
de los más grandes discípulos y continuado-
res de Tucídides, Leopoldo de Ranke, que ca-
da generación huijiana .está erí contacto inme-
diato con Dios. Y es que el^Reíno de Dios
cuycTádvenimiento piden a diario los corazo-
nes sencillos — ''venga a nos el tu reino!" —
ese reino que^ está dentro^ de-^nos,otros, nos
está viniendo momento a momento, y ese rei-
no es la eterna^ venida_dé él. Y toda la histo-
ria es un comentario del pensamiento de Dios.
¿Comentario? Cassou dice que no he escri-
to más que comentarios. ¿Y los demás que
han escrito ? En el sentido restringido y aca-
démico en que Cassou parece querer emplear
ese vocablo no sé que mis novelas y mis dra
mas sean comentarios. Mi Paz en ¡a Guerra,
pongo por caso. ;en qué es comentario? Ah,
sí, comentario a la historia política de la gue-
rra civil carlista de 1873 a 1876. Pero es que
hacer comentarios es hacer historia. Como
escribir contando cómo se hace una novela es
hacerla. ;Es más que una novela la vida de
cada uno de nosotros ? ¿ Hay novela más no-
velesca que una auto-bjpgrafíaT?^
48
IMTGUKlv DK UNAMUNO
Quiero pasar de ligero lo que Cassou me
dice de ser yo poeta de circunstancia — Dios
lo es también — y lo que comenta de mi poe-
sía -''oratoria, dura, robusta y romántica".
He leído hace poco lo que se ha escrito de la
poesía pura — pura como el agua destilada,
que es impotable, y destilada en alquitara de
laboratorio y no en las nubes que se ciernen
al sol y al aire libres — y en cuanto a ro-
manticismo he concluido por poner este tér-
mino al lado de los de paradoja y pesimis-
mo, es decir, que no sé ya lo que quiera de-
cir, como no lo saben tampoco los que de él
abusan.
A renglón seguido Cassou se pregunta si
admitirán mis obras erizadas de desorden,
ilimitadas y monstruosas, y a las que no se
les pueden encasillar en ningún género —
'^encasillar" chsscr, y ''género", aquí está
el toque! — y habla de cuando el lector es-
tá a punto de ponerse de acuerdo — nons
mcttrc d'accord — con el curso de la ficción
que le presento. Pero ¿y para qué tiene el
lector que ponerse de acuerdo con lo que el ^*
escritor le dice? Por mi parte cuando me
pongo a leer a otro no es para ponerme de '
acuerdo de él. Ni le pido semejante cosa.
Cuando alguno de esos lectores impenetra-
CÓMO SE HACE UNA NOVEI.A
49
bles, de esos que no saben comerse libros ni
salirse de si mismos, me dice después de ha-
ber leído algo mío: ''no estoy conforme! no
estoy conforme!*' le replico, cebando cuanto
puedo mi compasión: "y qué nos importa,
señor mío, ni a usted ni a mi el que no este-
mos conforme". Es decir, por lo que a mi
hace ni estoy siempre conforme consigo mis-
mo y suelo estarlo con los que no se confor-
man conmigo. Lo propio de una individuali-
dad viva, siempre presente, siempre cam-
biante y siempre la misma, que aspira a vi-
vir siempre — y esa aspiración es su esen-
cia — lo propio de una individualidad que
lo es, que es y existe, consiste en alimentar-
se_de las demás individu^licladé? y darse a
ellas en alimento. En esa ^ consistencia"^
sostiene su existencia y resistir a ello es de-
sistir de la vida eterna. Y ya ven Cassou y
el lector a que juegos dialécticos tan concep-
tistas — tan españoles — me lleva el proce-
so etimológico de ex-sistir, con-sistir, re-
sistir y de-sistir. Y aun falta in-sistir que
dicen algunos que es mi característica : la in-
sistencia. Con todo lo cual creo a-sistir'a misf^
prójimos, a mis hermanos,^ mis co4iombres, \
a que se encuentren a si mismos y entren pa-
ra siem^re_en_]aJystoria^.se hagan su pro-* \
50
MIGUIvI, DE UNAMUNO
pia novela. ¡Estar conformes! ¡bali! hay
animales líerbívoros y hay plantas carnívo-
ras. Cada uno se sostiene de sus contrarios.
Cuando Cassou menciona el rasgo más in-
timo, más entrañado, más humano de la no-
vela dramática que es la vida de Pirandello,
el que haya tenido, consigo, en su vida coti-
diana, a su madre loca — ¡y qué! ¿iba a
echarla a un manicomio? — me senti estre-
mecido, porque ¿no guardo yo, y bien apre-
tada a mi pecho, en mi vida cotidiana, a mi
pobre madre España loca también? No, a
Don Quijote solo, no, sino a España, a Es-
paña loca como Don Quijote; loca de dolor,
loca de vergüenza, loca de desesperanza, y
¿quién sabe? loca acaso de remordimiento.
Esa cruzada en que el rey Alfonso XIII, re-
presentante de la extranjería espiritual ham-
burgiana, la ha metido ¿es más que una lo-
cura? Y no una locura quijotesca.
En cuanto a Don Quijote, ¡he dicho ya
tanto. . . ! ¡me ha hecho decir tanto. . . f Un
loco, si, aunque no el más divino de todos.
El más divino de los locos fué y sigue siendo
Jesús, el Cristo. Pues cuenta el segundo
Evangelio, el según Marcos (III, 21) que los
suyos, — hoi par'autotí — los de su casa y
familia, su madre y sus hermanos — como
CÓMO SE hace: una novela
51
dice luego el versillo 31 — fueron a recoger-
le diciendo que estaba fuera de sí — hoti
exeste — enajenado, loco. Y es curioso que ^ j
el término griego con el que se expresa que i j
uno está loco sea el de estar fuera de sí, aná- ^ j
logo al latino ex-sistere, existir. Y es que la \
existencia es una locura y el que existe, el ¡j
que e§táríaéfa~de"'sí7é^ ^^3^ t
ciende^e'sra'^qrrNi es otra la santaTocura f
de la^cnlzTContra lo cual la cordura, que no ^
es sino tontería, de estarse en sí, de reser-
varse, de recogerse. Cordura de que esta-
ban lleno^s-aquellos fariseos que reprochaban
a Jesús y sus discípulos el que arrancaran
espigas de trigo para comérselas, después de
trilladas por restregó de las manos, en sába-
do, y que curara Jesús a un manco en sába-
do, y de quienes dice el tercer Evangelio
(Luc. VI, 11) que estaban llenos de demjen-
cia o de necedad — anotas — ^^y~nó^eTocura.
Necios" ó dementes los fariseos litúrgicos y
observantes, y no locos. Aunque fariseo em-
pezó siendo aquel Pablo de Tarso, d descu-
bridor místico de Jesús, a quien el pretor
Festo le dijo dando una gran voz (Hechos,
XXVI, 24) ^^Estás loco, Pablo; las muchas
letras te han llevado a la locura". Si bien no
empleó el término evangélico de la familia
52
MIGUEL DE UNAMUNO
del Cristo, el de que estaba fuera de sí, sino
que desbarraba — mainei — que había caí-
do en manía. Y emplea este mismo vocablo
que ha llegado hasta nosotros. San Pablo
era para el pretor Festo un maniático; las
muchas letras, las muchas lecturas, le ha-
bían vuelto el seso, secándoselo o no, como a
Don Quijote las de los libros de caballerías.
Y ¿por qué han de ser lecturas las que le
vuelvan a uno loco como le volvieron a Pa-
blo de Tarso y a Don Quijote de la Mancha?
¿Por qué ha de volverse uno loco comiendo
libros? ¡Hay tantos modos de enloquecer!
y otros tantos de entontecerse. Aunque el
más corriente modo de entontecimiento pro-
viene de leer libros sin comérselos, de tra-
gar letra sin asimilársela haciéndola espíri-
tu. Los tontos se mantienen — se mantie-
nen en su tontería — con huesos y no con
carne de doctrina. Y los tontos son los que
dicen: ''¡¿ejiii no se ríe nadie!" que es tam-
bién lo que suele decir el general M. Anido,
verdugo mayor de España, a quien no le im-
porta que se le odie con tal de que se le tema.
'■jDe mí no se ríe nadie!" y Dios se está
riendo de él. Y de las tonterías que propala
a cuenta del bolcheviquismo.
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
53
Quisiera no decir nada de los últimos re-
toques del retrato que me ha hecho Cassou,
pero no puedo resistir a cuatro palabras so-
bre lo del fondo del nihilismo español. Que
no me gusta la palabra. Nihilismo nos sue-
na, o mejor nos sabe a ruso, aunque un ruso
diría que el suyo fué nichevismo ; nihilismo
se le llamó al ruso. Pero nihil es palabra la-
tina. El nuestro, el español, estaría mejor lla-
mado nadismo, de nuestro abismático voca-
blo :jiada. Nada, que significando primero
cosa nada o nacida, algo, esto es: todo, ha
venido a significar, como el francés rien, de
rem = cosa — y como persone — la no cosa,
la nonada, la nada. De la plenitud del ser
se ha pasado a su vaciamiento.
La vida, que es todo, y que por serlo todo
se reduce a nada, es sueño, o acaso sombra
de un sueño, y tal vez tiene razón Cassou
cuando dice que no merece ser soñada bajo
una forma sistemática. ¡ Sin duda ! El siste-
ma — que es la consistencia — destruye la
esencia del sueño y con ello la esencia de la
vida. Y, en efecto, los filósofos no han vis-
to la parte que de sí mismos, del ensueño que
ellos son, han puesto en su esfuerzo por sis-
tematizar la vida y el mundo y la existen-
cia. No hay másjpi'ofunda filosofía que la
54
MIGUEL DE UNAMUNO
contemplación de como se filosofa. La his-
toria de la filosofía es la filosofía perenne'.
Tengo, por fin, que agradecer a mi Cas-
sou — ¿no le he hecho yo, el retratado, el
autor del retrato? — que reconozca que a
fin de cuentas defendiéndome defiendo a
mis lectores y sobre todo a mis lectores que
se defienden de mí. Y así cuando les cuen-
to cómo se hace una novela, o sea como es-
toy haciendo la novela de mi vida, mi his-
toria, les llevo a que se vayan haciendo su
propia novela, la novela que es la vida de
cada uno de ellos. Y desgraciados si no tie-
nen novela. Si tu vida, lector, no es una no- 1
vela, una ficción divina, un ensueño de éter- ')
nidad, entonces deja estas páginas, no me )
sigas leyendo. No me sigas leyendo porque ^
me te indigestaré y tendrás que vomitarme
sin provecho ni para mí ni para ti.
Y ahora paso a retraducir mi relato de
cómo se hace una novela, Y como no me es
posible reponerlo sin repensarlo, es decir,
sin revivirlo he de verme empujado a comen-
tarlo. Y como quisiera respetar lo más que
me sea hacedero al que fui, al de aquel in-
CÓMO si: hace: una novela
55
vierno de 1924 a 1925, en París, cuando le
añada un comentario lo pondré encorcheta-
do, entre corchetes, así: [ ].
Con esto de los comentarios encorcheta-
dos y con los tres relatos enchufados, unos
en otros que constituyen el escrito va a pa-
recerle éste a algún lector algo así como esas
cajitas de laca japonesas que encierran otra
cajita y ésta otra y luego otra más, cada una
cincelada y ordenada como mejor el artista
pudo, y al último una final cajita. . . vacía.
Pero así es el numdo, y la vida. Comenta-
rios de comentarios y otra vez más comen-
tarios. ¿Y la novela? Si por novela entien-
des, lector, el argumento, no hay novela. O lo
que es lo mismo, no hay argumento. Dentro
de la carne está el hueso y dentro del hueso
el tuétano, pero la novela humana no tiene >
tuétano, carece de argumento. Todo son las ^
cajitas, los ensueños. Y lo verdaderamente
novelesco es como se hace una novela.
Cómo se hace una nov
Héteme aquí ante estas blancas páginas —
blancas como el negro porvenir: terrible
blancura ! — buscando retener el tiempo que
pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme o in-
mortalizarme en fin, bien que eternidad e in-
mortalidad, no sean una sola y misma cosa.
Héteme aquí ante estas páginas blancas, mi
porvenir, tratando de derramar mi vida a
fin de continuar viviendo, de darme la vida,
de arrancarme a la muerte de cada instante.
Trato a la vez, de consolarme de mi destie-
rro, del destierro de mi eternidad, de este
destierro al que quiero llamar mi des-cielo.
El destierro!, la proscripción! y qué de ex-
periencias íntimas, hasta religiosas, le debo!
Fué entonces, allí, en aquella isla de Fuerte-
ventura a la que querré eternamente y des-
de el fondo de mis entrañas, en aquel asilo
de Dios, y después aquí, en París, henchido
60
MIGUEI. de: UNAMUNO
y desbordante de historia humana, univer-
sal, donde he escrito mis sonetos, que alguien
ha comparado, por el origen y la intención, a
los Castigos escritos contra la tiranía de Na-
poleón el Pequeño por Víctor Hugo en su
isla de Guernesey. Pero no me bastan, no es-
toy en ellos con todo mi yo del destierro, me
parecen demasiado poca cosa para eternizar-
me en el presente fugitivo, en este espanto-
so presente histórico ya que la historia es la
posibilidad de los espantos.
Recibo a poca gente; paso la mayor parte,
de mis mañanas solo, en esta jaula cercana
a la Plaza de los Estados UniddsTDespués
del almuerzo me voy ^a ta Rotoiída de Mont-
parnasse, esquina del bulevar Raspail, don-
de tenemos una pequeña reunión de españo-
les, jóvenes estudiantes la mayoría y comen-
tamos las raras noticias que nos llegan de
España, de la nuestra y de la de los otros, y
recomenzamos cada día a repetir las mismas
cosas, levantando, como aquí se dice, casti-
llos en España. A esa Rotonda se le sigue
llamando acá por algunos la de Trotzki pues
parece que allí acudía, cuando desterrado en
París, ese caudillo ruso bolchevique.
Qué horrible vivir en la expectativa, ima-
ginando cada día lo que puede ocurrir al si-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
61
guíente ! Y lo que puede no ocurrir ! Me paso
horas enteras, solo, tendido sobre el lecho
solitario de mi pequeño hotel — family hou-
se — contemplando el techo de mi cuarto y
no el cielo y soñando en el porvenir de Es-
paña y en el mió. O deshaciéndolos. Y no me
atrevo a emprender trabajo alguno por no
saber si podré acabarlo en paz. Como no sé
si este destierro durará todavía tres días,
tres semanas, tres meses o tres años — iba
a añadir tres siglos — no emprendo nada
que pueda durar. Y sin embargo nada dura
más que lo que se hace en el momento y para
el momento. ¿He de repetir mi expresión
favorita hjterni^ación de la momentanei- 1 ]
dadP Mi gusto innato — y tan español! —
de las antítesis y del conceptismo me arras-
traría a hablar de la momentanización de la
eternidad. Clavar la rueda del tiempo!
[Hace ya dos años y cerca de medio más
que escribí en París estas líneas y hoy las re-
paso aquí, en Hendaya, a la vista de mi Es-
paña. Dos años y medio más ! Cuando cuita-
dos españoles que vienen a verme me pre-
guntan refiriéndose a la tiranía: ''¿Cuánto
durará esto?" les respondo: ''lo que ustedes
quieran!" Y si me dicen: "esto va a durar
todavía mucho, por las trazas!" yo: "cuán-
62
migue:i, de unamuno
to? cinco años más, veinte? supongamos que ^
veinte; tengo sesenta y tres, con veinte más, i
ochenta y tres; pienso vivir noventa; por !
mucho que dure yo duraré más !" Y en tan- !
to a la vista tantáhca de mi España vasca,
viendo saHr y ponerse el sol por las monta-
ñas de mi tierra. Sale por ahí, ahora un poco
a la izquierda de la Peña de Aya, las Tres
Coronas y desde aquí, desde mi cuarto, con-
templo en la falda sombrosa de esa monta-
ña la cola de caballo, la cascada de Uramil-
dea. ¡Con que ansia lleno a la distancia mi
vista con la frescura de ese torrente! En
cuanto pueda volver a España iré, Tántalo
libertado, a chapuzarme en esas aguas de
consuelo.
Y veo ponerse el sol, ahora a principios de
junio, sobre la estribación del Jaizquibel, en-
cima del fuerte de Guadalupe donde estuvo
preso el pobre general don Dámaso Beren-
guer, el de las incertidumbres. Y al pie del
Jaizquibel me tienta a diario la ciudad de
Fuenterrabía — oleografía en la tapa de Es-
paña — con las ruinas ciibiertas de yedra,
del castillo del Emperador Carlos I, el hijo
de la Loca de Castilla y del Hermoso de Bor-
goña, el primer Habsburgo de España, con
quien nos entró — fué la Contra Reforma —
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
63
la tragedia en que aun vivimos. ¡ Pobre prín-
cipe Don Juan, el ex-futuro Don Juan III,
con quien se extinguió la posibilidad de una
dinastía española, castiza de verdad!
La campana de Fuenterrabía ! Cuando la
oigo se me remejen las entrañas. Y así, como
en Fuerteventura y en París me di a hacer
sonetos aquí, en Hendaya, me ha dado sobre
todo, por hacer romances. Y uno de ellos a
la campana de Fuenterrabía, a Fuenterrabía
misma campana, que dice:
Si no has de volverme a España
Dios de la única bondad,
si no has de acostarme en ella,
¡ hágase tu voluntad !
Como en el cielo en la tierra,
en la montaña y la mar,
Fuenterrabía soñada,
tu campana oigo sonar.
Es el llanto del Jaizquibel,
— sobre él pasa el huracán —
entraña de mi honda España,
te siento en mí palpitar.
Espejo del Bidasoa
que vas a perderte al mar
¡ qué de ensueños te me llevas !
a Dios van a reposar.
64
MIGUEI, DP, UNAMUNO
Campana Fuenterrabía,
lengua de la eternidad,
me traes la voz redentora
de Dios, la única bondad.
Hazme, Señor, tu campana,
campana de tu verdad,
y la guerra de este siglo
me dé en tierra eterna paz !
Y volvamos al relato.]
En estas circunstancias y en tal estado de
ánimo me dió la ocurrencia, hace ya algu-
nos meses, después de haber leído la terrible
'Tiel de zapa" (Pean de chagrín) de Bal-
zac, cuyo argumento conocía y que devoré
con una angustia creciente, aquí, en París y
en el destierro, de ponerme en una novela
que vendría a ser una autobiografía. Pero
¿no son acaso autobiografías todas las no-
velas que se eternizan y duran eternizando y
haciendo durar a sus autores y a sus anta-
gonistas ?
En estos días de mediados de julio de 1925
— ayer fué el 14 de julio — he leído las eter-
nas cartas de amor que aquel otro proscrip-
to que fué José Mazzini escribió a Judit Si-
doli. Un proscripto italiano, Alcestes de Am-
bris, me las ha prestado; no sabe bien el ser-
CÓMO SK PIACE UNA XOVKLA
65
vígío que con ello me ha rendido. En una de
esas cartas, de octubre de ;1834, ]\íazzini,
respondiendo a su Judit que le pedía que es-
cribiese una novela, le decía : **]\Ie es imposi-
ble escribirla. Sabes muy bien que no podría
separarme de ti, y ponerme en un cuadro sin
que se revelara mi amor ... Y desde el mo-
mento en que pono:o mi amor cerca de ti, la
novela desaparece". Yo también he puesto a
mi Concha, a la madre de mis hijos, que es
el símbolo vivo de mi España, de mis ensue-
ños y de mi porvenir, porque en esos hijos
en quienes he de eternizarme, yo también la
he puesto expresamente en uno de mis últi-
mos sonetos y tácitamente en todos. Y me
he puesto en ello^. Y además, lo repito, ;no
son, en rigor, todas las novelas que nacen
vivas, autobiográficas y no es por esto por lo
que se" éTéf ni zaii? Y que no choque mi ex-
presión de nacer vivas, porque a) se nace y
se muere vivo, b) se nace y se muere muer-
to, c) se nace vivo para morir muerto y
d) se nace muerto para morir vivo.
Sí,Joda novela, toda obra de ficción, todo
poema, cuando es vivo, es autobiográfico.
Todo ser de ficción, todo personaje poético
que crea un autor hace parte del autor mis-
mo. Y si este pone en su poema un hombre
66
MIGUKI, DE UNA MUÑO
de carne y hueso a quien ha conocido, es des-
pués de haberlo hecho suyo, parte de si mis-
mo. Los grande^ liisloriadores son también
autobió^rafos. Los tiranos que ha descrito
Tácito son él mismo. Por el amor y la admi-
ración que les ha consagrado — se admira y
hasta se quiere aquello a que se execra y que
se combate . . . Ah ! como quiso Sarmiento
al tirano Rosas! — se los ha apropiado, se
los ha hecho él mismo. Mentira la supuesta
impersonalidad u objetividad de Flaubert.
Todos los personajes poéticos de Flaubert
son Flaubert y más que ningún otro Emma
Bovary. Hasta Mr. Homais, que es Flaubert,
y si Flaubert se burla de Mr. Homais es para
burlarse de si mismo, por compasión, es de-
cir por amor de sí mismo. Pobre Bouvard!
Pobre Pécuchet!
Todas las criaturas son su creador. Y ja-
más se ha^sentido Dios más creador, mas"pa-
dre^ que ciiañdo'^elTíurio^ en Cristo, cuando
en_éi, en su Hijo, gustó la muerte.
He dicho que nosotros, los autores, los
poetas, nos ponemos, nos creamos, en todos
los personajes poéticos que creamos, hasta
cuando hacemos historia, cuando poetiza-
mos, cuando creamos personas de que pen-
samos que existen en carne y hueso fuera de
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
67
nosotros. ¿Es que mi Alfonso XIII de Bor-
bón y Habsburgo-Lorena, mi Primo de Ri-
vera, mi Martínez Anido, mi Conde de Ro-
manones, no son otras tantas creaciones
mías, partes de mí, tan mías como mi Augus-
to Pérez, mi Pachico Zabalbide, mi Alejan-
dro Gómez y todas las demás criaturas de
mis novelas? Todos los que vivimos princi-
palmente de la lectura y en la lectura, no
podemos separar de los personajes poéticos
o novelescos a los históricos. Don Quijote
es para nosotros tan real y efectivo como
Cervantes o más bien éste tanto como aquél.
Todo es para nosotros libro, lectura; pode-
mos hablar del Libro de la Historia, del Li-
bro de la Naturaleza, del Libro del Univer-
so. Somos bíblicos. Y podemos decir que en
el principio fué el Libro. O la Historia. Por-
que la Historia comienza con el Libro y no
con la Palabra y antes de la Historia, del
Libro, no había conciencia, no había espejo,
no había nada. La prehistoria es la incon-
ciencia, es la nada.
[Dice el Génesis que Dios creó el Hombre
a su imagen y semejanza. Es decir, que le
creó espejo para verse en él, para conocerse,
para crearse.]
68
MIGUEL DK UNA MUÑO
Mazzilli es hoy para mí como Don Qui-
jote; ni más ni menos. No existe menos que
éste y por lo tanto no ha existido menos
que él.
Vivir en la historia y vivir la historia!
Y un modo de vivir la historia es contarla,
crearla en libros. Tal historiador, poeta por
su manera de contar, de crear, de inventar
un suceso que los hombres creían que se ha-
bía verificado objetivamente, fuera de sus
conciencias, es decir, en la nada, ha provo-
cado otros sucesos. Bien dicho está que ga-
nar una batalla es hacer creer a los propios
y a los ajenos, a los amigos y a los enemi-
gos, que se la ha ganado. Hay una leyenda de
la realidad que es la sustancia, la íntima rea-
lidad de la realidad misma. La esencia de
un individuo y la de un pueblo es su histo-
ria y la historia es lo que se llama la filoso-
fía de la historia, es la reflexión que cada
individuo o cada pueblo hacen de lo que les
sucede, de lo que se sucede en ellos. Con su-
cesos, sucedidos, se constituye hechos, ideas
hechas carne. Pero como lo que me propon-
go al presente es contar como se hace una
novela y no filosofar o historiar, no debo dis-
traerme ya más y dejo para otra ocasión el
explicar la diferencia que va de suceso a he-
CÓMO se: hace una NOVEIvA
69
cho, de lo que sucede y pasa a lo que. se hace
y queda.
Se ha dicho de Lenin que en agosto de
1917, un poco antes de apoderarse del poder,
dejó inacabado un folleto, muy mal escrito,
sobre la Revolución y el Estado, porque cre-
yó más útil y más oportuno experimentar la
revolución que escribir sobre ella. Pero ¿es
que escribir de la revolución no es también
hacer experiencias con ella? ¿Es que Carlos
Marx no ha hecho la revolución rusa tanto
si es que no más que Lenin? ¿Es que Rous-
seau no ha hecho la Revolución Francesa tan-
to como Mirabeau, Danton y Cía.? Son co-
sas que se han dicho miles de veces, pero hay
que repetirlas otros millares para que conti-
núen viviendo ya que la conservación del
universo, es según los teólogos, una creación
continua.
['"Cuando Lenin resuelve un gran proble-
ma" — ha dicho Radek — ''no piensa en abs-
tractas categorías históricas, no cavila sobre
la renta de la tierra o la plusvalía ni sobre el
absolutismo o el liberalismo; piensa en los
hombres vivos, en el aldeano Ssidor de
Tjwer, en el obrero de las fábricas Putiloff
o en el policía de la calle y procura represen-
tarse como las decisiones que se tomen obra-
70
MlGüEl, DIC UNAMUNO
rán sobre el aldeano Ssidor o sobre el obre-
ro Onufri". Lo que no quiere decir otra cosa
sino que Lenin ha sido un historiador, un
novelista, un poeta y no un sociólogo o un
ideólogo, un estadista y no un mero politico.]
Vivir en la historia y vivir la historia, ha-
cerme en la historia, en mi España, y hacer
mi historia, mi España, y con ella mi univer-
so, y, mi eternidad, tal ha sido y sigue siem-
pre siendo la trágica cuita de mi destierro.
La historia es leyenda, ya lo consabemos —
es consabido — y esta leyenda, esta historia
me devora y cuando ella acabe me acabaré yo
con ella. Lo que es una tragedia más terrible
que aquella de aquel trágico Valentin de La
piel de zapa. Y no sólo mi tragedia sino la de
todos los que viven en la historia, por ella y
de ella, la de todos los ciudadanos, es decir
de todos los hombres — animales políticos o
civiles que diría Aristóteles — la de todos
los que escribimos, la de todos los que lee-
mos, la de todos los que lean esto. Y aquí es-
talla la universalidad, la omnipersonaHdad
y la todopersonalidad — omnis no es totits —
no la impersonalidad de este relato. Que no
es un ejemplo de ego-ismo sino de nos-ismo.
Mi leyenda!, mi novela! Es decir, la le-
yenda, la novela que de mí, Miguel de Una-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
71
muño, al que llamamos así, hemos hecho
conjuntamente los otros y yo, mis amigos y
mis enemigos, y mi yo amigo y mi yo ene-
migo. Y he aquí porqué no puedo mirarme
un rato al espejo porque al punto se me van
los ojos tras de mis ojos, tras su retrato, y
desde que miro a mi mirada me siento va-
ciarme de mí mismo, perder mi historia, mi
leyenda, mi novela, volver a la inconciencia,
al pasado, a la nada. Como si el porvenir no
fuese también nada! Y sin embargo el por-
venir es nuestro todo.
Mi novela ! mi leyenda ! El Unamuno de
mi leyenda, de mi novela, el que hemos he-
cho juntos mi yo amigo y mi yo enemigo y
los demás, mis amigos y mis enemigos, este |
Unamuno me da vida y muerte, me crea y ,
me~desTrTtye7 me sostiene y me ahoga. Es mi -
agonía.^ ¿ Seré como me creo o como se me
cree? Y he aquí como estas líneas se convier-
ten en una confesión ante mi yo desconoci-
do e inconocible : desconocido e inconocible
para mí mismo. He aquí que hago la leyenda
en que he de enterrarme. Pero voy al caso de
mi novela.
72
MIGUE:i, Dt UNAMUNO
Porque había imaginado, hace ya unos
meses, hacer una novela en la que quería po-
ner la más intima experiencia de mi destie-
rro, crearme, eternizarme bajo los rasgos de
desterrado y de proscrito. Y ahora pienso
que la mejor manera de hacer esa novela es
contar como hay que hacerla. Es la novela
de la novela, la creación de la creación.
O Dios de Dios, Deus de Deo.
Habría que inventar, primero, un perso-
naje central que sería, naturalmente, yo mis-
mo. Y a este personaje se empezaría por
darle un nombre. Le llamaría U. Jugo de la
Raza ; U. es la inicial de mi apellido ; Jugo el
primero de mi abuelo materno y el del viejo
caserío de Galdácano, en Vizcaya, de donde
procedía; Larraza es el nombre, vasco tam-
bién — como Larra, Larrea, Larrazabal,
Larramendi, Larraburu, Larraga, Larreta...
y tantos más — de mi abuela paterna. Lo es-
cribo la Raza para hacer un juego de pala-
bras — gusto conceptista ! — aunque Larra-
za signifique pasto. Y Jugo no sé bien qué
pero no lo que en español jugo.
U. Jugo de la Raza se aburre de una ma-
nera soberana — y, qué aburrimiento el de
un soberano! — porque no vive ya más que
en sí mismo, en el pobre yo de bajo la histo-
CÓMO St HACE UNA NOVELA
73
ría, en el hombre triste que no se ha hecho
novela. Y por eso le gustan las novelas. Le
gustan y las busca para vivir en otro, para
ser otro, para eternizarse en otro. Es por lo
menos lo que él cree pero en realidad busca
las novelas a fin de descubrirse, a fin de vi-
vir en sí, de ser él mismo. O más bien a fin
de escapar de su yo desconocido e inconoci-
ble hasta para sí mismo.
[Cuando escribí eso del aburrimiento so-
berano, lo mismo que las otras veces, son va-
rias, en que lo he escrito, pensaba en nues-
tro pobre rey Don Alfonso XIII de Borbón y
Habsburgo-Lorena de quien siempre he creí-
do que se aburre soberanamente, que nació
aburrido — herencia de siglos dinásticos ! —
y que todos sus ensueños imperiales — el úl-
timo y más terrible el de la cruzada de Ma-
rruecos — son para llenar el vacío que es el
aburrimiento, la trágica soledad del trono.
Es como su manía de la velocidad y su ho-
rror a lo que llama pesimismo. ¿ Qué vida ín-
tima, profunda, de subdito de Dios, tendrá
ese pobre lirio de milenario tiesto?]
U. Jugo de la Raza, errando por las ori-
llas del Sena, a lo largo de los muelles, entre
los puestos de librería de viejo, da con una
novela que apenas ha comenzado a leerla
74
MIGUEL DE UNAMUNO
antes de comprarla, le gana enormemente, le
saca de sí, le introduce en el personaje de la
novela — la novela de una confesión autobio-
gráfico romántica — le identifica con aquel
otro, le da una historia, en fin. El mundo
grosero de la realidad del siglo desaparece a
sus ojos. Cuando por un instante separándo-
los de la? páginas del libro los fija en las
aguas del Sena paréceles que esas aguas no
corren, que son las de un espejo inmóvil y
aparta de ellas sus ojos horrorizados y los
vuelve a las páginas del libro, de la novela,
para encontrarse en ellas, para en ellas vi-
vir. Y he aqui que da con un pasaje, pasaje
eterno, en que lee estas palabras prof éticas:
''Cuando el^ lector He^ue al fin de esta dolo-
rosa historia se morirá conmigo."
'^Entonces Jugo de la Raza sintió que las le-
tras del libro se le borraban de ante los ojos,
como si se aniquilaran en las aguas del Sena,
como si él mismo se aniquilara; sintió ardor
en la nuca y frío en todo el cuerpo, le tem-
blaron las piernas y apareciósele en el espí-
ritu el espectro de la angina de pecho de que
había estado obsesionado años antes. El li-
bro le tembló en las manos, tuvo que apoyar-
se en el cajón del muelle y al cabo dejando
el volumen en el sitio de donde lo tomó, se
CÓMO SE hace: una NOVtXA
75
alejó, a lo largo del rio, hacia su casa. Ha-
bía sentido sobre su frente el soplo del ale-
tazo del Angel de la Muerte. Llegó a casa,
a la casa de pasaje, tendióse sobre la cama,
se desvaneció, creyó morir y sufrió la más
intima congoja.
''No, no tocaré más a ese libro, no leeré
en él, no lo compraré para terminarlo — se
decia. — Seria mi muerte. Es una tontería,
]o sé; fué un capricho macabro del autor el
meter allí aquellas palabras pero estuvieron
a punto de matarme. Es más fuerte que yo.
Y cuando para volver acá he atravesado el
puente de Alma — el puente del alma! —
he sentido ganas de arrojarme al Sena, al es-
pejo. He tenido que agarrarme al parapeto.
Y me he acordado de otras tentaciones pare-
cidas, ahora ya viejas, y de aquella fantasía
del suicida de nacimiento que imaginé que
vivió cerca de ochenta años queriendo siem-
pre suicidarse y matándose por el pensa-
miento día a día. ¿Es esto vida? No; no lee-
ré más de ese libro ... ni de ningún otro ; no
me pasearé por las orillas del Sena donde se
vende libros."
Pero el pobre Jugo de la Raza no podía
vivir sin el libro, sin aquel libro; su vida, su
existencia íntima, su realidad, su verdadera
76
MIGUE!. DE UNAMUNO
realidad estaba ya definitiva e irrevocable-
mente unida a la del personaje de la novela.
Si continuaba leyéndolo, viviéndolo, corría
riesgo de morirse cuando se muriese el per-
sonaje novelesco, pero si no lo leía ya, si no
vivía ya más el libro, ¿viviría? Y tras esto
volvió a pasearse por las orillas del Sena,
pasó una vez más ante el mismo puesto de
libros, lanzó una mirada de inmenso amor
y de horror inmenso al volumen fatídico,
después contempló las aguas del Sena y. . .
venció! O fué vencido? Pasó sin abrir el li-
bro y diciéndose: ^^Cómo seguirá esa histo-
ria?, cómo acabará?" Pero estaba convenci-
do de que un día no sabría resistir y de que
le sería menester tomar el libro y proseguir
la lectura aunque tuviese que morirse al aca-
barla.
Así es cómo se desarrollaría la novela de
mi Jugo de la Raza, mi novela de Jugo de la
Raza. Y entre tanto yo, Miguel de Unaniu-
no, novelesco también, apenas si escribía,
apenas si obraba por miedo de ser devorado
por mis actos. De tiempo en tiempo escribía
cartas políticas contra Don Alfonso XIII y
contra los tiranuelos preteríanos de mi po-
bre patria, pero estas cartas que hacían his-
toria en mi España, me devoraban. Y allá.
CÓMO SE ITACK UNA NOVEl^A
77
en mi España, mis amigos y mis enemigos
decían que no soy un político, que no tengo
temperamento de tal, y menos todavía de re-
volucionario, que debería consagrarme a es-
cribir poemas y novelas y dejarme de polí-
ticas. Como si hacer política fuese otra cosa
que escribir poemas y como si escribir poe-
mas no fuese otra manera de hacer poHtica !
Pero lo más terrible es que no escribía
gran cosa, que me hundía en una congojosa
inacción de expectativa, pensando en lo que
haría o diría o escribiría si sucediera esto
o lo otro, soñando el porvenir lo que equiva-
le, lo tengo dicho, a deshacerlo. Y leía los
libros que me caían al azar a las manos, sin
plan ni concierto, para satisfacer ese terrible
vicio de la lectura, el vicio impune de que
habla Valéry Larbaud. Impune. Vamos!
Y qué sabroso castigo! El vicio de la lectura
lleva el castigo de muerte continua.
La mayor parte de mis proyectos — y en-
tre ellos el de escribir esto que estoy escri-
biendo sobre la manera como se hace una
novela — quedaban en suspenso. Había pu-
blicado mis sonetos aquí, en París, y en Es-
paña se había publicado mi Teresa, escrita
antes de que estallara el infamante golpe de
Estado del 13 de setiembre de 1923, antes
78
MIGUEL DE UXAMUNO
que hubiese comenzado mi historia del des-
tierro, la historia de mi destierro. Y he aquí
que me era preciso vivir en el otro sentido,
ganarme mi vida escribiendo ! Y aun así ! . . .
Crítica, el bravo diario de Buenos Aires, me
había pedido una colaboración bien remune-
rada, no tengo dinero de sobra, sobre todo
viviendo lejos de los míos, pero no lograba
poner pluma en papel. Tenía y sigo teniendo
en suspenso mi colaboración a Caras y Ca-
retas, semanario de Buenos Aires. En Es-
paña no quería ni quiero escribir en perió-
dico alguno ni en revistas ; me rehuso a la
humillación de la censura militar. No puedo
sufrir que mis escritos sean censurados por
soldadotes unalf abetos a los que degrada y
envilece la disciplina castrense y que nada
odian más que la inteligencia. Sé que des-
pués de haberme dejado pasar algunos jui-
cios de veras duros y hasta, desde su punto
de vista, delictivos, me tacharían una pala-
bra inocente, una nonada para hacerme sen-
tir su poder. Una censura de ordenanza? Ja-
más !
[Después que he venido de París a Hen-
daya he adquirido nuevas noticias sobre la
incurable necedad de la censura al servicio
de la insondable tontería de Primo de Rive-
CÓMO SK HACE UNA NOVKLA
79
ra y del miedo cerval a la verdad del desgra-
ciado vesánico Martínez Anido. Con las co-
sas de la censura cabria escribir un libro
que seria de gran regocijo si no fuese de
congojoso bochorno. Lo que sobre todo te-
men más es la ironía, la sonrisa irónica, que
les parece desdeñosa. "De nosotros no se ríe ;
nadie!'' — dicen. Y quiero contar un caso.
Que fué que servía en cierto regimiento un
mozo despierto y sagaz, avisado e irónico,
de carrera civil y liberal, y de los que llama-
mos de cuota. El capitán de su compañía le
temía y le repugnaba procurando no produ-
cirse delante de él, pero una vez se vió lleva-
do a soltar una de esas arengas patrióticas
de ordenanza delante de él y de los demás
soldados. El pobre capitán no podía apartar
sus ojos de los ojos y de la boca del despier-
to mozo, espiando su gesto, ni ello le dejaba
acertar con los lugares comunes de su aren-
ga, hasta que al cabo, azarado y azorado, ya
no dueño de sí. se dirigió al soldado dicién-
dole: "qué, se sonríe usted?" y el mozo: "no,
mi capitán, no me sonrío" y entonces el otro:
"sí, por dentro!" Y en nuestra España todos
los pobres cainitas, madera de cuadrilleros o
de corchetes del Santo Oficio de la Inquisi-
ción, almas uniformadas, cuando se cruzan
80
MIGUKly DK UNAMUNO
con uno de esos a quienes motejan de inte-
lectuales creen leer en sus ojos y en su boca
una contenida sonrisa de desdén, creen que
el otro se sonríe de ellos por dentro. Y esta
es la peor tragedia. Y a esa chusma es a la
que ha azuzado la tiranía.
Como aquí también, en la frontera, he po-
dido enterarme de la perversión radical de
la policía y de lo que es este instituto de pin-
ches de verdugos. Pero no quiero quemarme
más la sangre escribiendo de ello y vuelvo al
viejo relato.]
Volvamos, pues, a la novela de Jugo de la
Raza, a la novela de su lectura de la novela.
Lo que habría de seguir era que un día el
pobre Jugo de la Raza no pudo ya resistir
más, fué vencido por la historia, es decir,
por la vida, o mejor, por la muerte. Al pa-
sar junto al puesto de libros, en los muelles
del Sena, compró el libro, se lo metió al bol-
sillo y se puso a correr, a lo largo del río, ha-
cia su casa, llevándose el libro como se lleva
una cosa robada con miedo de que se la vuel-
van a uno a robar. Iba tan de prisa que se
le cortaba el aliento, le faltaba huelgo y veía
reaparecer el viejo y ya casi extinguido es-
pectro de la angina de pecho. Tuvo que de-
tenerse y entonces, mirando, a todos lados, a
CÓMO se: hace: una NOVEI.A 81
los que pasaban y mirando sobre todo a las
aguas del Sena, el espejo fluido, abrió el li-
bro y leyó algunas líneas. Pero volvió a ce-
rrarlo al punto. Volvía a encontrar lo que,
años antes, había llamado la disnea cerebral,
acaso la enfermedad X de Mac Kenzie, y
hasta creía sentir un cosquilleo fatídico a lo
largo del brazo izquierdo y entre los dedos
de la mano. En otros momentos se decía : "En
llegando a aquel árbol me caeré muerto" y
después que lo había pasado una vocecita,
desde el fondo del corazón, le decía: "aca-
so estás realmente muerto..." Y así llegó
a casa.
Llegó a casa, comió tratando de prolon-
gar la comida — prolongarla con prisa —
subió a su alcoba, se desnudó y se acostó
como para dormir, como para morir. El co-
razón le latía a rebato. Tendido en la cama,
recitó primero un padrenuestro y luego un
avemaria, deteniéndose en: "hágase tu vo-
luntad así en la tierra como en el cielo" y en
"Santa María, madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores ahora y en la hora de
nuestra muerte". Lo repitió tres veces, se
santiguó y esperó, antes de abrir el libro, a
que el corazón se le apaciguara. Sentía que
el tiempo le devoraba, que el porvenir de
82
miguí:l de unamuno
aquella ficción novelesca le tragaba, El por-
venir de aquella criatura de ficción con que
se había identificado; sentíase hundirse en sí
mismo.
Un poco calmado abrió el libro y reanudó
su lectura. Se olvidó de sí mismo, por com-
pleto y entonces sí que pudo decir que se ha-
bía muerto. Soñaba al otro, o más bien el
otro era un sueño que se soñaba en él, una
criatura de su soledad infinita. Al fin se
despertó con una terrible punzada en el co-
razón. El personaje del libro acababa de vol-
ver a decirle : ''Deboj^^epetir a mi lector que
se rnorirá conmigo". Y esta vez el efecto fué
espantoso. El trágico lector perdió conoci-
miento en su lecho de agonía espiritual;
dejó de soñar al otro y dejó de soñarse a si
mismo. Y cuando volvió en sí, arrojó el li-
bro, apagó la luz y procuró, después de ha-
berse santiguado de nuevo, dormirse, dejar
de soñarse. Imposible! De tiempo en tiempo
tenía que levantarse a beber agua ; se le ocu-
rrió que bebía el Sena, el espejo. ''Estaré ^
loco?" — se decía — ''pero no, porque cuan-
do alguien se pregunta si está loco es que no
lo está. Y sin embargo. . ." Levantóse, pren-
dió fuego en la chimenea y quemó el libro
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
83
volviendo en seguida a acostarse. Y consi-
guió al cabo dormirse.
El pasaje que había pensado para mi no-
vela, en el caso de que la hubiera escrito, y
en el que habría de mostrar al héroe que-
mando el libro, me recuerda lo que acabo de
leer en la carta que Mazzini, el gran soña-
dor, escribió desde Grenchen a su Judit el
1/ de mayo de 1835: ''Si bajo a mi corazón
encuentro allí cenizas y un hogar apagado.
El volcán ha cumplido su incendio y no que-
dan de él más que el calor y la lava que se
agitan en su superficie y cuando todo se ha-
ya helado y las cosas se hayan cumplido, no
quedará ya nada — un recuerdo indefinible
como de algo que hubiera podido ser y no
ha sido, el recuerdo de los medios que de-
berían haberse empleado para la dicha y que
se quedaron perdidos en la inercia de los de-
seos titánicos rechazados desde el interior
sin haber podido tampoco haberse derrama-
do hacia fuera, que han minado al alma de
esperanzas, de ansiedades, de votos sin fru-
to. . . y después nada." Mazzini era un des-
terrado, un desterrado de la eternidad. [Co-
mo lo fué antes de él el Dante, el gran pros-
crito — y el gran desdeñoso; proscritos y
desdeñosos también Moisés y San Pablo —
84
MIGUEl, DE UNAMUNO
y después de él Víctor Hugo. Y todos ellos,
Moisés, San Pablo, el Dante, Mazzini, Víc-
tor Hugo y tantos más aprendieron en la
proscripción de su patria, o buscándola por
el desierto; lo que es el destierro de la eter-
nidad. Y fué desde el destierro de su Flo-
rencia desde donde pudo ver el Dante como
Italia estaba sierva y era hostería del dolor.
Ai serva Italia di dolore ostello.]
En cuanto a la idea de hacer decir a mi
lector de la novela, a mi Jugo de la Raza:
"estaré loco?" debo confesar que la mayor
confianza que pueda tener en mi sano juicio
me ha sido dada en los momentos en que ob-
servando lo que hacen los otros y lo que no
hacen, escuchando lo que dicen y lo que ca-
llan, me ha surgido esta fugitiva sospecha
de si estaré loco.
Estar loco se dice que es haber perdido la
razón. La razón, pero no la verdad, porque
hay locos que dicen las verdades que los de-
más callan por no ser ni racional ni razona-
ble decirlas y por eso se dice que están lo-
cos. Y qué es la razón ? La jazón es aquello
en^qiie estamos todos de acuerHo^ todos o por
lo menos la mayoría. La^erdad es otra cosa,
la razón es social; la verdad, de ordinario,
es completamente individual, personal e ín-
CÓMO SE hace: una NOVElvA
85
comunicable. La razón nos une y las verda-
ctes nos separan.
[Mas ahora caigo en la cuenta de que aca-
so es la verdad la que nos une y son las ra-
zones las que nos separan. Y de que toda
esa turbia filosofía sobre la razón, la ver-
dad y la locura obedecía a un estado de áni-
mo de que en momentos de mayor serenidad
de espíritu me curo. Y aquí, en la frontera,
a la vista de las montañas de mi tierra na-
tiva, aunque mi pelea se ha exacerbado se
me ha serenado en el fondo el espíritu. Y ni
un momento se me ocurre que esté loco. Por-
que si acometo, a riesgo tal vez de vida, a
molinos de viento como si fuesen gigantes es
a sabiendas de que son molinos de viento.
Pero como los demás, los que se tienen por
cuerdos, los creen gigantes, hay que desen-
gañarles de ello.]
A las veces en los instantes en que me
creo criatura de ficción y hago mi novela, en
que me represento a mí mismo, delante de
mí mismo, me ha ocurrido soñar o bien que
casi todos los demás, sobre todo en mi Es-
paña, están locos o bien que yo lo estoy y
puesto que no pueden estarlo todos los de-
más que lo estoy yo. Y oyendo los juicios
que emiten sobre mis dichos, mis escritos y
86
MIGU^I, de: UNAMUNO
mis actos, pienso: ''¿No será acaso que pro-
nuncio otras palabras que las que me oigo
pronunciar o que se me oye pronunciar otras
que las que pronuncio?" Y no dejo entonces
de acordarme de la figura de Don Quijote.
[Después de esto me ha ocurrido aquí, en
Hendaya, encontrar con un pobre diablo que
se me acercó a saludarme, y que me dijo que
en España se me tenía por loco. Resultó des-
pués que era policía, y él mismo me lo con-
fesó, y que estaba borracho. Que no es pre-
cisamente estar loco. Porque Primo de Ri-
vera no se vuelve loco cuando se pone bo-
rracho, que es a cada trance, sino que se le
exacerba la tonteritis o sea la inflamación —
cotéjese apendicitis, faringitis, laringitis, oti-
tis, enteritis, flebitis, etc., — de su tontería
congénita y constitucional. Ni su pronuncia-
miento tuvo nada de quijotesco, nada de lo-
cura sagrada. Fué una especulación cazurra
acompañada de un manifiesto soez.l
Aquí debo repetir algo que creo haber di-
cho a propósito de Nuestro Señor Don Qui-
jote y es preguntar cuál habría sido su
castigo si en vez de morir recobrada la ra-
zón, la de todo el mundo, perdiendo así su
verdad, la suya, si en vez de morir como era
necesario habría vivido algunos años más
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
87
todavía. Y habría sido que todos los locos
que había entonces en España — y debió ha-
ber habido muchos, porque acababa de traer-
se del Perú la enfermedad terrible — ha-
brían acudido a él, solicitando su ayuda y al
ver que se la rehusaba, le habrían abruma-
do de ultrajes y tratado de farsante, de trai-
dor y de renegado. Porque hay una turba de
locos que padecen de manía persecutoria, la
que se convierte en manía perseguidora, y
estos locos se ponen a perseguir a Don Qui-
jote cuando éste no se presta a perseguir a
sus supuestos perseguidores. Pero ¿qué es lo
que habré hecho yo, Don Quijote mío, para
haber llegado a ser así el imán de los locos
que se creen perseguidos? ¿Por qué se aco-
rren a mí ? ¿ Por qué me cubren de alabanzas
si al fin han de cubrirme de injurias?
[A este mismo mi Don Quijote le ocurrió
que después de haber libertado del poder de
los cuadrilleros de la Santa Hermandad a
los galeotes a quienes les llevaban presos, es-
tos galeotes le apedrearon. Y aunque sepa yo
que acaso un día los galeotes han de ape-
drearme no por eso_cejo en mi empeño de
combatir contra el poderío de los cuadrille-
ros de la actual Santa Hermandad de mi Es-
paña. No puedo tolerar, y aunque se me to-
88
MIGUEL DK UNAMUNO
me a locura, el que los verdugos se erijan en
jueces y el que el fin de autoridad, que es la
justicia, se ahogue con lo que llaman el prin-
cipio de autoridad, y es el principio del po-
der, o sea lo que llaman el orden. Ni puedo
tolerar que una acuitada y menguada bur-
guesía por miedo pánico — irreflexivo — al
incendio comunista — pesadilla de locos de
miedo — entregue su casa y su hacienda a
los bomberos que se las destrozan más aún
que el incendio mismo. Cuando no ocurre lo
que ahora en España y es que son los bom-
beros los que provocan los incendios para vi-
vir de extinguirlos. Pues es sabido que si los
asesinatos en las calles han casi cesado — los
que ocurren se celan — desde la tiranía pre-
toriana y policíaca es porque los asesinos es-
tán a sueldo del ministerio de la Goberna-
ción y empleados en él. Tal es el régimen po-
licíaco.]
Volvamos una vez más a la novela de Jugo
de la Raza, a la novela de su lectura de la
novela, a la novela del lector, fdel lector ac-
tor, del lector para quien leer es vivir lo que
lee.] Cuando se despertó a la mañana si-
guiente, en su lecho de agonía espiritual, en-
contróse encalmado, se levantó y contempló
un momento las cenizas del libro fatídico de
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
89
SU vida. Y aquellas cenizas le parecieron, co-
mo las aguas del Sena, un nuevo espejo. Su
tormento se renovó: ¿cómo acabaría la his-
toria? Y se fué a los muelles del Sena a bus-
car otro ejemplar sabiendo que no lo encon-
traría y porque no había de encontrarlo.
Y sufrió de no poder encontrarlo; sufrió a
muerte. Decidió emprender un viaje por esos
mundos de Dios; acaso Este le olvidara, le
dejara su historia. Y por el momento se fué
al Louvre, a contemplar la \^enus de Milo,
a fin de librarse de aquella obsesión, pero la
Venus de Milo le pareció como el Sena y
como las cenizas del libro que había quema-
do, otro espejo. Decidió partir, irse a con-
templar las montañas y la mar, y cosas es-
táticas y arquitectónicas. Y en tanto se de-
cía: ''Cómo acabará esa historia?".
Es algo de lo que me decía, cuando imagi-
naba ese pasaje de mi novela: ''Cómo aca-
bará esta historia del Directorio y cuál será
la suerte de la monarquía española y de Es-
paña?" Y devoraba — como sigo devorán-
dolos — los periódicos, y aguardaba cartas
de España. Y escribía aquellos versos del
soneto LXXVIIl de mi De Fiicrtcvcntiira a
París:
90
MiGUEly DE UNAMUNO
Que es la Revolución una comedia
que el señor ha inventado contra el tedio.
Porque ¿no está hecha de tedio la congoja
de la historia? Y al mismo tiempo tenia el
disgusto de mis compatriotas.
Me doy perfecta cuenta de los sentimien-
tos que Mazzini expresaba en una carta des-
de Berna, dirigida a su Judit, del 2 de mar-
zo de 1835: ''Aplastaría con mi desprecio y
mi mentís, si me dejara llevar de mi incli-
nación personal, a los hombres que hablan
mi lengua, pero aplastaría con mi indigna-
ción y mi venganza al extranjero que se
permitiese, delante de mí, adivinarlo." Con-
cibo del todo su ''rabioso despecho" contra
los hombres, y sobre todo contra sus compa-
triotas, contra los que le comprendían y le
juzgaban tan mal. ¡Qué grande era la ver-
dad de aquella ''alma desdeñosa", melHza de
la del Dante, el otro gran proscrito, el otro
gran desdeñoso!
No hay medio de adivinar, de vaticinar
mejor, como acabará todo aquello, allá en
mi España; nadie cree en lo que dice ser
lo suyo; los socialistas no creen en el socia-
lismo, ni en la lucha de clases, ni en la ley
férrea del salario y otros simbolismos mar-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
91
xistas ; los comunistas no creen en la comu-
nidad [y menos en la comunión] los conser-
vadores en la conservación; ni los anarquis-
tas en la anarquía; 1<:ís pretorianos no creen
en la dictadura. . . ¡Pueblo de pordioseros!
¿Y cree alguien en sí mismo? ¿Es que
creo en mi mismo? "El pueblo calla!" Así
acaba la tragedia Boris Godunoff de Pusch-
kin. Es que el pueblo no cree en si mismo.
Y Dios se calla! He aquí el fondo de la tra-
gedia universal : Dios se calla. Y se calla por-
que es ateo. _
Volvamos a la novela de mi Jugo de la
Raza, de mi lector a la novela de su lectura,
de mi novela.
Pensaba hacerle emprender un viaje fue-
ra de París, a la rebusca del olvido de la his-
toria ; habría andado errante, perseguido por
las cenizas del libro que había quemado y de-
teniéndose para mirar las aguas de los ríos
y hasta las de la mar. Pensaba hacerle pa-
searse, transido de angustia histórica, a lo
largo de los canales de Gante y de Brujas, o
en Ginebra, a lo largo del lago Lemán, y pa-
sar, melancólico, aquel puente de Lucerna
que pasé yo, hace treinta y seis años, cuando
tenía veinticinco. Habría colocado en mi no-
vela recuerdos de mis viajes, habría habla-
92
MiGUEly DE UNAMUNO
do de Gante y de Ginebra y de Venecia y de
Florencia y. . . a su llegada a una de esas
ciudades mi pobre Jugo de la Raza se habría
acercado a un puesto de libros y habria dado
con otro ejemplar del libro fatídico y todo
tembloroso lo habría comprado y se lo ha-
bría llevado a París proponiéndose conti-
nuar la lectura hasta que su curiosidad se
satisficiese, hasta que hubiese podido pre-
veer el fin sin llegar a él, hasta que hubiese
podido decir: ^'Ahora ya se entrevee cómo
va a acabar esto."
[Cuando en París escribía yo esto, hace
ya cerca de dos años, no se me podía ocurrir
hacerle pasearse a mi Jugo de la Raza más
que por Gante y Ginebra y Lucerna y Vene-
cia y Florencia . . . Hoy le haría pasearse
por este idílico país vasco francés que a la
dulzura de la dulce Francia une el dulcísimo
agrete de mi Vasconia. Iría bordeando las
plácidas riberas del humilde Nivelle, entre
mansas praderas de esmeralda, junto a As-
cain, y al pie del Larrún — otro derivado de
larra, pasto — iría restregándose la mirada
en la verdura apaciguadora del campo nati-
vo, henchida de silenciosa tradición milena-
ria, y que trae el olvido de la engañosa his-
toria; iría pasando junto a esos viejos case-
CÓMO se HACE UNA NOVELA
93
ríos que se miran en las aguas de un rio
quieto; iria oyendo el silencio de los abismos
humanos.
Le haría llegar hasta San Juan Pié de
Puerto, de donde fué aquel singular Doctor
Huarte de San Juan, el del Examen de In-
genios, a San Juan Pié de Puerto, de donde
el Nive baja a San Juan de Luz. Y allí, en
la vieja pequeña ciudad navarra, en un tiem-
po española y hoy francesa, sentado en un
banco de piedra en Eyalaberri, embozado en
la paz ambiente, oiría el rumor eterno del
Xive. E iria a verlo cuando pasa bajo el
puente que lleva a la iglesia. Y el campo cir-
cunstante le hablaría en vascuence, en infan-
til éusquera, le hablaría infantilmente, en bal-
buceo de paz y de confianza. Y como se le
hubiera descompuesto el reló iría a un relo-
jero que al declarar que no sabía vascuence
le diría que son las lenguas y las religiones
las que separan a los hombres. Como si Cris-
to y Buda no hubieran dicho a Dios lo mis-
mo sólo que en dos lenguas diferentes.
Mi Jugo de la Raza vagaría pensativo por
aquella calle de la Cindadela que desde la
iglesia sube al castillo, obra de Vauban, y la
mayoría de cuyas casas son anteriores a la
Revolución, aquellas casas en que han dor-
94
MIGUIvI, DE UNAMUNO
mido tres siglos. Por aquella calle no pueden
subir, gracias a Dios, los autos de los colec-
cionistas de kilómetros. Y alli, en aquella ca-
lle de paz y de retiro, visitaría la prison des
cvesques, la cárcel de los obispos de San Juan,
la mazmorra de la Inquisición. Por detrás de
ella las viejas murallas que amparan peque-
ñas huertecillas enjauladas. Y la vieja cárcel,
está por detrás, envuelta en hiedra.
Luego mi pobre lector trágico iria a con-
templar la cascada que forma el Nive y a
sentir como aquellas aguas que no son ni un
momento las mismas, hacen como un muro.
Y un muro que es un espejo. Y espejo histó-
rico. Y seguiría, río abajo, hacia Úhartlize
deteniéndose ante aquella casa en cuyo dintel
se lee:
Vivons en paix
Pierre Ezpellet
et Jeanne Iribar
ne. Cons. Annee 8®
1800
Y pensaría en la vida de paz — ¡ vivamos en
paz! — de Pedro Ezpeleta y Juana Iribar
cuando Napoleón estaba llenando al mundo
con el fragor de su historia.
CÓMO SE hace; una novei^a
95
Luego mi Jugo de la Raza, ansioso de be-
ber con los ojos la verdura de las montañas
de su patria, se iria hasta el puente de Arne-
gui, en la frontera entre Francia y España.
Por allí, por aquel puente insignificante y po-
bre, pasó en el segundo dia de Carnaval de
1875 el pretendiente Don Carlos de Borbón y
Este, para los carlistas Carlos VII, al aca-
barse la anterior guerra civil, la que engen-
dró esta otra que nos han traído los pretoria-
nos de Alfonso XIII, guerra carlista tam-
bién como fué carlista el pronunciamiento
de Primo de Rivera. Y a mi se me arrancó
de mi casa para lanzarme al confinamiento
de Fuerteventura en el día mismo, 21 de fe-
brero de 1924, en que hacía cincuenta años
había oído caer junto a mi casa natal de
Bilbao una de las primeras bombas que los
carlistas lanzaron sobre mi villa. Y ahí, en
el humilde puente de Arnegui podría haber-
se percatado Jugo de la Raza de que los al-
deanos que habitan aquel contorno nada sa-
ben ya de Carlos VII, el que pasó diciendo
al volver la cara a España: 'Volveré, vol-
veré!"
Por alli, por aquel mismo puente o por
cerca de él, debió de haber pasado el Carlo-
magno de la leyenda; por allí se va al Ron-
96
MIGUEL DE UNAMUNO
cesvalles donde resonó la trompa de Rolan-
do — que no era un Orlando furioso — que
hoy calla entre aquellas encañadas de som-
bra, de silencio y de paz. Y Jugo de la Raza,
unirla en su imaginación, en esa nuestra sa-
grada imaginación que funde siglos y vaste-
dades de tierra, que hace de los tiempos eter-
nidad y de los campos infinitud, uniría a Car-
los VII y a Carlomagno. Y con ellos al po-
bre Alfonso XIII y al primer Habsburgo de
España, a Carlos I el Emperador, V de Ale-
mania, recordando cuando él. Jugo, visitó
Yuste y a falta de otro espejo de aguas, con-
templó el estanque donde se dice que el Em-
perador, desde un balcón, pescaba tencas
Y entre Carlos VII el Pretendiente y Carlo-
magno, Alfonso XIII y Carlos I, se le pre-
sentaría la pálida sombra enigmática del
príncipe Don Juan, muerto de tisis en Sala-
manca antes de haber podido subir al trono,
el ex-futuro Don Juan III, hijo de los Reyes
Católicos Fernando e Isabel. Y Jugo de la
Raza pensando en todo esto, camino del
puente de Arnegui a San Juan Pié de Puer-
to se diría: ''¿Y cómo va a acabar todo
esto?"]
Pero interrumpo esta novela para volver a
la otra. Devoro aquí las noticias que me lie-
CÓMO SK HACE UNA NOVELA
97
gaii de mi España, sobre todo las concernien-
tes a la campaña de ^Marruecos, preguntán-
dome si el resultado de ésta me permitirá
volver a mi patria, hacer allí mi historia y
la suva; ir a morirme alH. ^^íorirme allí v ser
enterrado en el desierto . . .
A todo esto las gentes de aqui me pregun-
tan si es que puedo volver a mi España, si
hay alguna ley o disposición del poder públi-
co que me impida la vuelta y me es difícil
explicarles, sobre todo a extranjeros, porque
no puedo ni debo volver mientras haya Di-
rectorio, mientras el general Martniez Ani-
do esté en el poder, porque no podría callar-
me ni dejar de acusarles, y si vuelvo a Espa-
ña y acuso y grito en las calles y las plazas la
verdad, mi verdad, entonces mi libertad y
hasta mi vida estarían en peligro y si las
perdiera no harían nada los que se dicen mis
amigos y amigos de la libertad y de la vida.
Algunos, al explicarles mi situación, se son-
ríen y dicen: ''ah, sí, una cuestión de digni-
dad!" Y leo bajo su sonrisa que se dicen:
"se cuida de su papel. .
Y no tendrán algo de razón? No estaré
acaso a punto de sacrificar mi yo íntimo, di-
vino, el que soy en Dios, el que debo ser, al
otro, al yo histórico, al que se mueve en su
98
MIGUEL DE UNAMUNO
historia y con su historia? Porqué obstinar-
me en no volver a entrar en España ? No es-
toy en vena de hacerme mi leyenda, la que
me entierra, además de la que los otros, ami-
gos y enemigos, me hacen? Es que si no me
hago mi leyenda me muero del todo. Y si me
la hago, también.
Héteme acaso haciendo mi leyenda, mi no-
vela, y haciendo la de ellos, la del rey, la de
Primo de Rivera, la de Martínez Anido,
criaturas de mi espíritu, entes de ficción. Es
que miento cuando les atribuyo ciertas in-
tenciones y ciertos sentimientos? Existen
como les describo? Es que siquiera existen?
Existen, sea como fuere, fuera de mí? En
tanto que criaturas mías son criaturas de
mi amor aunque se revista de odio. He di-
cho que Sarmiento admiraba y quería al ti-
rano Rosas; yo no diré que admiro a nues-
tro rey, pero que le quiero sí, porque es mío,
porque le he hecho yo. Le querría fuera de
España, pero le quiero. Y acaso quiero a ese
mentecato de Primo de Rivera, que se ha
arrepentido de lo que hizo conmigo, como
en el fondo está arrepentido de lo que hizo
con España. Y por el pobre epiléptico Mar-
tínez Anido que, en uno de sus ataques, es-
pumarajeándole la boca y todo tembloroso,
CÓMO SE HACE UNA NOVELA 99
pedia mi cabeza, siento una compasión que
es ternura porque presumo que nada desea
más que mi perdón sobre todo si sospecha
que rezo a diario : -"perdónanos nuestras
deudas asi como nosotros perdonamos a
nuestros deudores". Pero ah! hay el papel!
Vuelvo a la escena ! A la comedia !
[Y bien, no! Cuando escribi esto me dejé
llevar de un momento de desaliento. Yo pue-
do perdonarles lo que conmigo han hecho
pero lo que han hecho y lo que siguen ha-
ciendo con mi pobre patria, de eso no soy yo
quien puede perdonarles. Y no se trata de
representar un papel. Y en cuanto a que el
botarate Primo de Rivera esté ya arrepen-
tido de lo que hizo puede muy bien ser, pe-
ro lo que él, llama su honor no le permite
confesarlo. Ese terrible honor caballeresco
que para siempre quedó expresado en aque-
lla cuarteta de Las mocedades del Cid, de
Guillen de Castro en que se dice:
Procure siempre acertarla |
el honrado y principal, I
pero si la acierta mal I
defenderla y no enmendarla. '
Lo que no quiere decir ni que Primo de Ri-
vera sea honrado ni principal ni menos que
100
MIGUEL DTv UNAMUNO
al pronunciarse en el golpe de Estado pro-
curara acertarlo.]
Judit Sidoli escribiendo a su José Mazzi-
ni le hablaba de "sentimientos que se con-
vierten en necesidades", de ''trabajó por ne-
cesidad material de obra, por vanidad" y el
gran proscrito se revolvía contra ese juicio.
Poco después, en otra carta — de Grenchen,
y del 14 de mayo de 1835 — le escribía : ''Hay
horas, horas solemnes, horas que me despier-
tan sobre diez años, en que nos veo; veo la
vida ; veo mi corazón y el de los otros, pero
en seguida . . . vuelvo a las ilusiones de la poe-
sía". La poesía de Mazzini era la historia, su
historia, la de Italia, que era su madre y su
hija.
¡Hipócrita! Porque yo que soy, de profe-
sión, un ganapán helenista — es una cátedra
de griego la que el Directorio hizo la comedia
de quitarme reservándomela — sé que hipó-
crita significa actor. ¿Hipócrita? ¡No! Mi
papel es mi verdad y debo vivir mi verdad,
que es mi vida.
Ahora hago el papel de proscrito. Hasta el
descuidado desaliño de mi persona, hasta mi
terquedad en no cambiar de traje, en no ha-
cérmelo nuevo, dependen en parte — con
ayuda de cierta inclinación a la avaricia que
CÓMO se: hack una novela
101
me ha acompañado siempre y que cuando es-
toy solo, lejos de mi familia, no halla contra-
peso — dependen del papel que represento.
Cuando mi mujer vino a verme, con mis tres
hijas, en febrero de 1924, se ocupó en mi
ropa blanca, renovó mis vestidos, me prove-
yó de calcetines nuevos. Ahora están ya to-
dos agujereados, deshechos, acaso para que
pueda decirme lo que se dijo Don Quijote,
mi Don Quijote, cuando vió que las mallas
de sus medias se le habían roto, y fué: *'0h
pobreza! pobreza!" con lo que sigue y co-
menté tan apasionadamente en mi Vida de
Don Quijote y Sancho.
Es que represento una comedia, hasta pa-
ra los míos? Pero no! es que mi vida y mi
verdad son mi papel. Cuando se me desterró
sin que se hubiera dicho — y sigo ignorándo-
lo — la causa o siquiera el pretexto de mi des-
tierro pedí a los míos, a mi familia, que nin-
guno de ellos me acompañara, que me dejasen
partir solo. Tenía necesidad de soledad y
además sabía que el verdadero castigo que
aquellos tiranuelos cuarteleros me querían
infligir eran obligarme a gastar mi dinero,
castigarme en mis modestos bienes y de mis
hijos, sabía que aquel destierro era una ma-
nera de confiscación y decidí restringir lo
102
MlGU^Iv DE UNAMUNO
más posible mis gastos y hasta no pagarlos,
que es lo que hice. Porque se podía confinar-
me en una isla desértica, pero no a mis ex-
pensas.
Pedí que se me dejara solo y comprendién-
dome y queriéndome de veras — eran los
míos al fin y yo de ellos — dejáronme solo.
Y entonces al final de mi confinamiento en
la isla, después que mi hijo mayor hubo ve-
nido, con su mujer, a juntárseme, presentó-
seme una dama — a la que acompañaba, pa-
ra guardarla acaso, su hija — que me había
puesto casi fuera de mí con su persecución
epistolar. Acaso quería darme a entender
que llegaba a hacer conmigo lo que los míos,
mi mujer y mis hijos no habían hecho. Esa
dama es mujer de letras y mi mujer, aunque
escriba bien, no lo es. Pero es que esa pobre
mujer de letras, preocupada de su nombre y
queriendo acaso unirlo al mío, me quiere más
que mi Concha, la madre de mis ocho hijos
y mi verdadera madre? Mi verdadera ma-
dre, sí. En un momento de suprema, de abis-
mática congoja, cuando me vió en las garras
del Angel de la Nada, llorar con un llanto
sobre-humano, me gritó desde el fondo de
sus entrañas maternales, sobre-humanas, di-
vinas, arrojándose en mis brazos: ''hijo
CÓMO SE HACE UNA NOVEl^A
103
mío!" Entonces descubrí todo lo que Dios
hizo para mí en esta mujer, la madre de
mis hijos, mi virgen madre, que no tiene
otra novela que mi novela, ella, mi espejo de
santa inconciencia divina, de eternidad. Es
por lo que me dejó solo en mi isla mientras
que la otra, la mujer de letras, la de su no-
vela y no la mía, fué a buscar a mi lado
emociones y hasta películas de cine.
Pero la pobre mujer de letras buscaba lo |
que busco, lo que busca todo escritor, todo
historiador, todo novelista, todo político, to- \
do poeta: vmr en^^ajuradera y permanen-^
te historia, no morir. En estos días he leído
a^roust, prototipo de escritores y de solita-
rios y ¡qué tragedia la de su soledad! Lo
que le acongoja, lo que le permite sondar los
abismos de la tragedia humana es su senti-
miento de la muerte, pero de la muerte de
cada instante, es que se siente morir mo-
mento a momento, que diseca el cadáver de
su alma, y ¡con qué minuciosidad! A la re-
busca del tiempo perdido! Siempre se pier-
de el tiempo. Lo que se llama ganar tiempo
es perderlo. El tiempo: he aquí la tragedia.
^'Conozco esos dolores de artistas tratados
por artistas ; son la sombra del dolor y no su
cuerpo" escribía Mazzini a su Judit el 2 de
104
MIGU£:i, DZ UNAMUNO
marzo de 1835. Y Mazzini era un artista;
ni más ni menos que un artista. Un poeta y
como politico un poeta, nada más que un
poeta. Sombra de dolor y no cuerpo. Pero
ahi está el fondo de la tragedia novelesca, de
la novela trágica de la historia: el dolor es
sombra y no cuerpo; el dolor más doloroso,
el que nos arranca gritos y lágrimas de Dios
es sombra del tedio; el tiempo no es corpo-
ral. Kant decía que es una forma a priori de
la sensibilidad, j Qué sueño el de la vida . . . !
Sin despertar?
[Esto de: sin despertar? lo añado ahora,
al re-escribir lo que escribí hace dos años.
Y ahora en estos días mismos de principios
de junio de 1927, cuando la tiranía pretoria-
na española se ensoece más y el rufián que
la representa vomita, casi a diario, sobre el
regazo de España las heces de sus borrache-
ras, recibo un número de La Gaceta Litera-
ria de iMadrid que consagran a Don Luis de
Góngora y Argote y al gongorismo los jóve-
nes culteranos y cultos de la castrada intelec-
tualidad española. Y leo ese número aquí,
en mis montañas, que Góngora llamó ''del
Pirineo la ceniza verde" {Soledades, II, 759)
y veo que esos jóvenes ''mucho Océano y po-
cas aguas prenden". Y el océano sin aguas
CÓMO SE HACE UNA NOVKI.A
105
es acaso la poesía pura o culterana. Pero, en
fin, 'Voces de sangre y sangre son del alma"
{Soledades, II, 119) estas mis memorias, es-
te mi relato de como se hace una novela.
Y ved como, yo, que execro del gongoris-
mo, que no encuentro poesía, esto es crea-
ción, o sea acción, donde no hay pasión, don-
de no hay cuerpo y carne de dolor humano,
donde no hay lágrimas de sangre, me dejo
ganar de lo más terrible, de lo más anti-poé-
tico del gongorismo que es la erudición. "No
es sordo el mar; la erudición engaña" {So-
ledades, II, 172) escribió, no pensó, Góno[-£»-
ra y ahí se pinta. Era un erudito, un cate-
drático de poesía, aquel clérigo cordobés . , ,
¡maldito oficio!
Y a todo esto me ha traído lo de los do-
lores de artistas de Mazzini combinado con
el homenaje de los jóvenes culteranos de Es-
paña a Góngora. Pero Mazzini, el de ¡Dios
y el Pueblo! era un patriota, era un ciuda-
dano, era un hombre civil, ¿lo son esos jó-
venes culteranos? Y ahora me percato de
nuestro grande error de haber puesto la cul-
tura sobre la civilización o mejor sobre la
civilidad. No, no, ante todo y sobre todo la
civilidad !]
106
MIGUEL DE^ UNAMUNO
Y he qui que por última vez volvemos a
la historia de nuestro Jugo de la Raza.
El cual así que yo le haría volver a París
trayéndose el libro fatídico se propondría el
terrible problema de o acabar de leer la no-
vela que se había convertido en su vida y
morir en acabándola o renunciar a leerla y
vivir, vivir, y por consiguiente morirse tam-
bién. Una u otra muerte; en la historia o
fuera de la historia. Y yo le habría hecho de-
cir estas cosas en un monólogo que es una
manera de darse vida:
"Pero esto no es más que una locura . . .
El autor de esta novela se está burlando de
mí . . . O soy yo quien se está burlando de
mí mismo? Y porqué he de morirme cuan-
do acabe de leer este libro y el personaje au-
tobiográfico se muera? Porqué no he de so-
brevivirme a mí mismo? Sobrevivirme y
examinar mi cadáver. Voy a continuar le-
yendo un poco hasta que al pobre diablo no
le quede más que un poco de vida, y enton-
ces cuando haya previsto el fin viviré pen-
sando que le hago vivir. Cuando Don Juan
Valer a ya viejo, se quedó ciego, se negó a
que le operasen y decía : ''Si se me opera, pue-
den dejarme ciego definitivamente, para
siempre sin esperanza de recobrar la vista
CÓMO SE HACE UNA NOVElvA
107
mientras que si no me dejo operar podré vi-
vir siempre con la esperanza de que una ope-
ración me curaría". No; no voy a continuar
leyendo; voy a guardar el libro al alcance de
la mano, a la cabecera de mi cama, mientras
me duerma y pensaré que podría leerlo si
quisiera, pero sin leerlo. Podré vivir así? De
todos modos he de morirme pues que todo el
mundo se muere". . . [La expresión popular
española es que todo dios se muere . . . ]
Y en tanto Jugo de la Raza habría reco-
menzado a leer el libro sin terminarlo, le-
yéndolo muy lentamente, muy lentamente,
sílaba a sílaba, deletreándolo, deteniéndose
cada vez una línea más adelante que en la
precedente lectura y para recomenzarla de
nuevo. Que es como avanzar cien pasos de
tortuga y retroceder noventa y nueve, avan-
zar de nuevo y volver a retroceder en igual
proporción y siempre con el espanto del úl-
timo paso.
Estas palabras que habría puesto en la
boca de mi Jugo de la Raza, a saber: que
todo el mundo se muere [o en español popu-
lar, que todo dios se muere] son una de las
más grandes vulgaridades que cabe decir, el
más común de todos los lugares comunes, y
por lo tanto la más paradójica de las para-
108
MIGUEl^ DE UNAMUNO
dojas. Cuando estudiábamos lógica el ejem-
plo de silogismo que se nos presentaba era:
'Todos los hombres son mortales; Pedro es
hombre, luego Pedro es mortal". Y había es-
te anti-silogismo, el ilógico: ''Cristo es in-
mortal; Cristo es hombre, luego todo hom-
bre es inmortal".
[Este anti-silogismo cuya premisa mayor
es un término individual, no universal ni par-
ticular, pero que alcanza la máxima univer-
salidad, pues si Cristo resucitó puede resu-
citar cualquier hombre, o como se diria en
español popular puede resucitar todo cristo,
ese anti-silogismo está en la base de lo que
he llamado el sentimiento trágico de la vida
y hace la esencia de la agonía del cristianis-
mo. Todo lo cual constituye la divina tra-
gedia.
La Divina Tragedia! Y no como el Dan-
te, el creyente medieval, el proscripto gibe-
lino, llamó a la suya: Divina Comedia. La
del Dante era comedia, y no tragedia, por-
que había en ella esperanza. En el canto vi-
gésimo del Paradiso hay un terceto que nos
muestra la luz que brilla sobre esa comedia.
Es donde dice que el reino de los cielos pa-
dece fuerza — según la sentencia evangéli-
CÓMO SE HACE UNA NOVEI.A
109
ca — de cálido amor y de viva esperanza que
vence a la divina voluntad:
Regnum ccelorum violenza pate
da caldo amore, e da viva speranza
che vince la divina volontate.
Y esto es más que poesía pura o que erudi-
ción culterana.
La viva esperanza vence a la divina vo-
luntad! Creer en esto sí que es fé y fé poé-
tica! El que espere firmemente, lleno de fé
en su esperanza, no morirse, no se mori-
rá... ! Y en todo caso los condenados del
Dante viven en la historia y así, su conde-
nación no es trágica, no es de divina trage-
dia, sino cómica. Sobre ellos, y a pesar de
su condena, se sonríe Dios. . .]
Una vulgaridad! Y sin embargo el pasa-
je más trágico de la trágica corresponden-
cia de Mazzini es aquel, fechado en 30 de
junio de 1835 en que dice: "Todo el mundo
se muere: Romagnosi se ha muerto, se ha
muerto Pecchio y Vitorelli, a quien creía
muerto hace tiempo, acaba de morirse". Y
acaso Mazzini se dijo un día: ''Yo, que me
creía muerto, voy a morirme". Como Proust.
Qué voy a hacer de mi Jugo de la Raza?
Como esto que escribo, lector, es una nove-
110
MIGUKL DE UNAMUNO
la verdadera, un poema verdadero, una crea-
ción y consiste en decirte como se hace y no
como se cuenta una novela, una vida histó-
rica, no tengo porqué satisfacer tu interés
folletinesco y frivolo. Todo lector que leyen-
do una novela se preocupa de saber cómo
acabarán los personajes de ella sin preocu-
parse de saber cómo acabará él, no merece
que se satisfaga su curiosidad.
En cuanto a mis dolores, acaso incomuni-
cables, digo lo que Mazzini el 15 de julio de
1835 escribía desde Grenchen a su Judit:
"Hoy debo decirte para que no digas ya que
mis dolores pertenecen a la poesía como tú
la llamas, que son tales realmente desde ha-
ce algún tiempo. . Y en otra carta, del 2
de junio del mismo año: ''A todo lo que les
es extraño le han llamado poesía; han lla-
mado loco al poeta hasta volverle de veras
loco; volvieron loco al Tasso, cometieron el
suicidio de Chatterton y de otros; han llega-
do hasta ensañarse con los muertos, Byron,
Foseólo, y otros, porque no siguieron sus ca-
minos. Caiga el desprecio sobre ellos! Sufri-
ré pero no quiero renegar de mi alma; no
quiero hacerme malo para complacerles y
me haría malo, muy malo si se me arrancara
lo que llaman poesía puesto que a fuerza de
CÓMO SE HACK UNA NOVDivA 111
haber prostituido el nombre de poesía con la
hipocresía se ha llegado a dudar de todo.
Pero para mí, que veo y llamo a las cosas a
mi manera, la poesía es la virtud, es el amor,
la piedad, el afecto, el amor de la patria, el
infortunio inmerecido, eres tú, es tu amor
de madre, es todo lo que hay de sagrado en
la tierra ..." No puedo continuar escuchan-
do a Mazzini. Al leer eso el corazón del lec-
tor oye caer del cielo negro, de por encima de
las nubes amontonadas en tormenta, los gri-
tos de un águila herida en su vuelo cuando
se bañaba en la luz del sol.
Poesía! Divina poesía! Consuelo que es
toda la vida ! Sí, la poesía es todo esto. Y es
también la nohtica. El otro gran proscrito,
el más grande sin duda de todos los ciudada-
nos proscritos, el gibelino Dante, fué y es y
sigue siendo un muy alto y muy profundo,
un soberano poeta, y un político y un creyen-
te. Política, religión y poesía fueron en él y
para él una sola cosa, una íntima trinidad.
Su ciudadanía, su fé y su fantasía le hicie-
ron eterno.
[Y ahora, en el número de la Gaceta Li-
teraria en que los jóvenes culteranos de Es-
paña rinden un homenaje a Góngora y que
acabo de recibir y leer, uno de esos jóvenes,
112
MIGUEI. Dlt UNAMUNO
Benjamin Jarnés, en un articulito que se ti-
tula culteranamente ''Oro trillado y néctar
exprimido" nos dice que ''Góngora no apela
al fuego fatuo de la azulada fantasía, ni a
la llama oscilante de la pasión sino a la pe-
renne luz de la tranquila inteligencia". Y a
esto le llaman poesía esos intelectuales? Poe-
sía sin fuego de fantasía ni llama de pasión?
Pues que se alimenten del pan hecho con ese
oro trillado! Y luego añade que Góngora,
no tanto se propuso repetir un cuento bello
cuanto inventar un bello idioma". Pero es
que hay idioma sin cuento ni belleza de idio-
ma sin belleza de cuento?
Todo ese homenaje a Góngora, por las cir-
cunstancias en que se ha rendido, por el es-
tado actual de mi pobre patria, me parece un
tácito homenaje de servidumbre a la tiranía,
un acto servil y en algunos, no en todos ¡ cla-
ro! un acto de pordiosería. Y toda esa poe-
sía que celebran no es más que mentira.
Mentira, mentira, mentira...! El mismo
Góngora era un mentiroso. Oíd cómo empie-
za sus Soledades el que dijo que ''la erudi-
ción engaña". Así:
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa . . .
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
113
El mentido! El mentido? Porque se creía
obligado a decirnos que el robo de Europa
por Júpiter convertido en toro es una men-
tira? Porque el erudito culterano se creía
obligado a darnos a entender que eran men-
tiras sus ficciones? ^Mentiras y no ficciones.
Y es que él, el artista culterano, que era clé-
rigo, sacerdote de la Iglesia Católica Apos-
tólica Romana creía en el Cristo a quien
rendía culto público? Es que al consagrar en
la sagrada misa, no ejercía de culterano tam-
bién? ]\Ie quedo con la fantasía y ia pasión
del Dante.]
Existen desdichados que me aconsejan de-
jar la política. Lo que ellos con un gesto de
fingido desdén, que no es más que miedo,
miedo de eunucos o de impotentes o de muer-
tos, llaman política y me aseguran que debe-
ría consagrarme a mis cátedras, a mis estu-
dios, a mis novelas, a mis poemas, a mi vida.
No quieren saber que mis cátedras, mis es- .
tudios, mis novelas, mis poemas son política. I
Que hoy, en mi patria, se trata de luchar
por la libertad de la verdad, que es la supre-
ma justicia, por libertar la verdad de la peor
de las dictaduras, de la que no dicta nada,
de la peor de las tiranías, la de la estupidez
y la impotencia, de la fuerza pura y sin di-
114
MlGUKr. DK UNAMUNO
rección. Mazzini, el hijo predilecto del Dan-
te, hizo de su vida un poema, una novela mu-
cho más poética que las de Manzoni, D'Aze-
glio, Grossi o Guerrazzi. Y la mayor parte y
la mejor de la poesía de Lamartine y de Hu-
go vino de que eran, tan poetas como eran
políticos. Y los poetas que no han hecho ja-
más política? Habría que verlo de cerca y en
todo caso
non raggionam di lor, ma guarda e passa.
Y hay otros, los más viles, los intelectua-
les por antonomasia, los técnicos, los sabios,
los filósofos. El 28 de junio de 1835, Mazzi-
ni escribía a su Judit: ''En cuanto a mí lo
dejo todo y vuelvo a entrar en mi individua-
lidad, henchido de amargura por todo lo que
más quiero, de disgusto hacia los hombres,
de desprecio para con aquellos que recogen
la cobardía en los despojos de la filosofía,
lleno de altanería frente a todos, pero de do-
lor y de indignación frente a mí mismo, y al
presente y al porvenir. No volveré a levantar
las manos fuera del fango de las doctrinas.
Que la maldición de mi patria, de la que ha
de surgir en el porvenir, caiga sobre ellos!"
Así sea! Así sea digo yo de los sabios, de
los filósofos que se alimentan en España y
de España, de los que no quieren gritos, de
\
CÓMO SE hace: una novela
115
los que quieren que se reciba sonriendo los
escupitajos de los viles, de los que más que
viles, de los que se preguntan que es lo que
se va a hacer de la libertad. Ellos ? Ellos . . .
venderla. Prostituios !
[Desde que escribi estas líneas, hace ya
dos años, no he tenido ¡desgracia de Dios!
sino motivos para corroborarme en el senti-
miento que me las dictó. La degradación, la
degeneración de los intelectuales — llamé-
moslos asi — de España ha seguido. Somá-
tense a la censura y aguantan en silencio las
notas oficiosas con que Primo de Rivera es-
tá insultando casi a diario a la dignidad de
la conciencia civil y nacional de España. Y
siguen disertando de mandangas.]
Voy a volver todavía, después de la últi-
ma vez, después que dije que no volvería a
ello, a mi Jugo de la Raza. Ale preguntaba sí
consumido por su fatídica ansiedad, tenien-
do siempre ante los ojos y al alcance de la
mano el agorero libro y no atreviéndose a
abrirlo y a continuar en él la lectura para
prolongar así la agonía que era su vida, me
preguntaba si no le haría sufrir un ataque
de hemiplegia o cualquier otro accidente de
igual género. Si no le haría perder la volun-
tad y la memoria o en todo caso el apetito de
116
MIGUEI. DK UNAMUNO
vivir, de suerte que olvidara el libro, la no-
vela, su propia vida y se olvidara de si mis-
mo. Otro modo de morir y antes de tiempo.
Si es que hay un tiempo para morirse y se
pueda morir fuera de él.
Esta solución me ha sido sugerida por los
últimos retratos que he visto del pobre Fran-
cos Rodriguez, periodista, antiguo republi-
cano y después ministro de don Alfonso. Es-
tá hemiplégico. En uno de esos retratos apa-
rece fotografiado al salir de Palacio, en com-
pañía de Horacio Echevarrieta, después de
haber visto al rey para invitarle a poner la
primera piedra de la Casa de la Prensa,
de cuya asociación es Francos presiden-
te. Otro le representa durante la ceremo-
nia a que asistia el rey y a su lado. Su
rostro refleja el espanto vaciado en carne.
Y me he acordado de aquel otro pobre Don
Gumersindo Azcárate, republicano también,
a quien ya inválido y balbuciente se le tras-
portaba a Palacio como un cadáver vivo.
Y en la ceremonia de la primera piedra de
la Casa de la Prensa, Primo de Rivera hizo
el elogio de Pi y Margall, consecuente repu-
blicano de toda su vida, que murió en el ple-
no uso de sus facultades de ciudadano, que
se murió cuando estaba vivo.
CÓMO SE HACE UNA NQVEI.A
117
Pensando en esta solución que podría ha-
ber dado a la novela de mi Jugo de la Raza,
si en lugar de hacerse ensayara contarla,
he evocado a mi mujer y a mis hijos y he
pensado que no he de morirme huérfano,
que serán ellos, mis hijos, mis padres, y ellas,
mis hijas, mis madres. Y si un día el espan-
to del porvenir se vacia en la carne de mi
cara, si pierdo la voluntad y la memoria, no
sufrirán ellos, mis hijos y mis hijas, mis pa-
dres y mis madres, que los otros me rindan
el menor homenaje y ni que me perdonen
vengativamente, no sufrirán que ese trágico
botarate, que ese monstruo de frivolidad que
escribió un dia que me querría exento de pa-
sión — es decir, peor que muerto — haga
mi elogio. Y si esto es comedia, es, como la
del Dante, divina comedia.
[Al releer, volviendo a escribirlo, esto me
doy cuenta, como lector de mí mismo, del
deplorable efecto que ha de hacer eso de que
no quiero que me perdonen. Es algo de una
soberbia luzbelina y casi satánica, es algo
que no se compadece con el "perdónanos
nuestras deudas así como nosotros perdona-
mos a nuestros deudores". Porque si perdo-
namos a nuestros deudores, ¿por qué no han
de perdonarnos aquellos a quienes debemos?
118
MiGUElv DE UNAMUNO
Y que en el fragor de la pelea les he ofen-
dido es innegable. Pero me ha envenenado el
pan y el vino del alma el ver que imponen
castigos injustos, inmerecidos, no más que
en vista del indulto. Lo más repugnante de
lo que llaman la regia prerrogativa de indul-
to es que más de una vez — de alguna tengo
experiencia inmediata — el poder regio ha
violentado a los tribunales de justicia, ha
ejercido sobre ellos cohecho, para que con-
denaran injustamente al solo fin de poder
luego infligir un rencoroso indulto. A lo que
también obedece la absurda gravedad de la
pena con que se agrava los supuestos delitos
de injuria al rey, de lesa majestad.]
Presumo que algún lector, al leer esta con-
fesión cínica y a la que acaso repute de im-
púdica, esta confesión a lo Juan Jacobo, se
revuelva contra mi doctrina de la divina co-
media, o mejor de la divina tragedia y se in-
digne diciendo que no hago sino representar
un papel, que no comprendo el patriotismo,
que no ha sido seria la comedia de mi vida.
Pero a este lector indignado lo que le indig-
na es que le muestro que él es, a su vez, un
personaje cómico, novelesco y nada menos,
un personaje que quiero poner en medio del
sueño de su vida. Que haga del sueño, de su
CÓMO SE HACE UNA NOVEEA
119
sueño, vida y se habrá salvado. Y como no
hay nada más que comedia y novela que piense
que lo que le parece realidad extra-escénica es
comedia de comedia, novela de novela, que el
noúmeno inventado por Kant es lo de más fe-
nomenal que puede darse y la sustancia lo
que hay de más formal. El fondo de una
cosa es su superficie.
Y ahora, para qué acabar la novela de
Jugo? Esta novela y por lo demás todas las
que se hacen y no que se contenta uno con
contarlas, en rigor, no acaban. Lo acabado,
lo perfecto, es la muerte y la vida no puede
morirse. El lector que busque novelas aca-
badas no merece ser mi lector; él está ya
acabado antes de haberme leído.
El lector aficionado a muertes extrañas,
el sádico a la busca de eyaculaciones de la
sensibilidad, el que leyendo La piel de sapa
se siente desfallecer de espasmo voluptuoso
cuando Rafael llama a Paulina: ''Paulina,
ven!. . . Paulina" — y más adelante: 'Te
quiero, te adoro, te deseo. . — y la ve ro-
dar sobre el canapé medio desnuda, y la de-
sea en su agonía, en su agonía que es su de-
seo mismo, a través de los sones extrangu-
lados de su estertor agónico y que muerde a
Paulina en el seno y que ella muere agarra-
120
MIGUEL DE UNAMUNO
da a él, ese lector querría que yo le diese de
parecida manera el fin de la agonía de mi
protagonista, pero si no ha sentido esa ago-
nía en sí mismo, para qué he de extenderme
más ? Además hay necesidades a que no quie-
ro plegarme. Que se las arregle solo, como
pueda, solo y solitario!
A despecho de lo cual algún lector volve-
rá a preguntarme : ''Y bien, cómo acaba este
hombre?, cómo le devora la historia?" Y có-
mo acabarás tú, lector? Si no eres más que
lector, al acabar tu lectura, y si eres hom-
bre, hombre como yo, es decir: comediante
y autor de ti mismo, entonces no debes leer
por miedo de olvidarte a ti mismo.
Cuéntase de un actor que recogía gran-
des aplausos cada vez que se suicidaba hipó
critamente en escena y que una, la sola y úl-
tima, en que lo hizo teatralmente pero ve-
razmente, es decir, que no pudo ya volver a
reanudar representación alguna, que se sui-
cidó de veras, lo que se dice de veras, enton-
ces fué silbado. Y habría sido más trágico
aun si hubiera recogido risas o sonrisas? La
risa ! la risa ! la abismática pasión trágica de
Nuestro Señor Don Quijote ! Y la de Cristo.
Hacer reír con una agonía. ''Si eres el rey
CÓMO si: hace: una novela 121
de los judíos sálvate a ti mismo" (Luc.
XXIII, 37).
''Dios no es capaz de ironía y el amor es
una cosa demasiado santa, es demasiado la
cosa más pura de nuestra naturaleza para
que no nos venga de Él. Así, pues, o negar a
Dios, lo que es absurdo, o creer en la inmor-
talidad". Así escribía desde Londres a su
madre — a su madre! — el agónico Mazzi-
ni — maravilloso agonista ! — el 26 de junio
de 1839, treinta y tres años antes de su de-
finitiva muerte terrestre. Y si la historia no
fuese más que la risa de Dios? Cada revolu-
ción una de sus carcajadas? Carcajadas que
resuenan como truenos mientras los divinos
ojos lagrimean de risa.
En todo caso y por lo demás no quiero
morirme no más que para dar gusto a cier-
tos lectores inciertos. Y tú, lector, que has
llegado hasta aquí, es que vives?
Continuación
Así acababa el relato de cómo se hace una
novela que apareció en francés, en el núme-
ro del 15 de mayo de 1926 del Mercure de
France, relato escrito hace ya cerca de dos
años. Y después ha continuado mi novela,
historia, comedia, tragedia o como se quie-
ra y ha continuado la novela, historia, come-
dia o tragedia de mi España, y la de toda
Europa y la de la humanidad entera. Y so-
bre la congoja del posible acabamiento de mi
novela, sobre y bajo ella, sigue acongoján-
dome la congoja del posible acabamiento de
la novela de la humanidad. En lo que se in-
cluye, como episodio, eso que llaman el oca-
so del Occidente y el fin de nuestra civiliza-
ción.
He de recordar una vez más el fin de la
oda de Carducci ''Sobre el monte Mario"?
Cuando nos describe lo de que ''hasta que so-
126
MIGUKI. de: UNAMUNO
bre el Ecuador recogida, a las llamadas del
calor que huye, la extenuada prole no tenga
más que una sola mujer, un solo hombre,
que erguidos en medio de ruinas de montes,
entre muertos bosques, lividos, con los ojos
vitreos, te vean sobre el inmenso hielo, oh sol,
ponerte!" ApocaHptica visión que me re-
cuerda otra, por más cómica más terrible,
que he leído en Courteline y que nos pinta el
fin de los últimos hombres, recogidos en un
buque, nueva arca de Noe, en un nuevo dilu-
vio universal. Con los últimos hombres, con
la última familia humana, va a bordo un
loro; el buque empieza a hundirse, los hom-
bres se ahogan, pero el loro trepa a lo más
alto del maste mayor y cuando este último
tope va a hundirse en las aguas el loro lan-
za al cielo un: "Liberté, Egalité, Fraterni-
té!" Y así se acaba la historia.
A esto suelen llamarle pesimismo. Pero no
es el pesimismo a que suele referirse el to-
davía rey de España — hoy 4 de iunio de
1927 — Don Alfonso XIII cuando dice que
hay que aislar a los pesimistas. Y por eso
me aislaron unos meses en la isla de Fuerte-
ventura, para que no contaminase mi pesi-
mismo paradójico a mis compatriotas. Se
me indultó luego de aquel confinamiento o
CÓMO HACE UNA NOVELA
127
aislamiento, a que se me llevó sin habérseme
dado todavía la razón o siquiera el pretexto;
me vine a Francia sin hacer caso del indulto
y me fijé en París donde escribí el preceden-
te relato y a fines de agosto de 1925 me vine
de París acá, a Hendaya, a continuar ha-
ciendo novela de vida. Y es esta parte de
mi novela la que voy ahora, lector, a con-
tarte para que sigas viendo como se hace
una novela.
Escribí lo que precede hace doce días y
todo este tiempo lo he pasado, sin poner plu-
ma en estas cuartillas, rumiando el pensa-
miento de cómo habría de terminar la no-
vela que se hace. Porque ahora quiero aca-
barla, quiero sacar a mi Jugo de la Raza de
la tremenda pesadilla de la lectura del libro
fatídico, quiero llegar al fin de su novela
como Balzac llegó al fin de la novela de Ra-
fael Valentín. Y creo poder llegar a él, creo
poder acabar de hacer la novela gracias a
veintidós meses de Hendaya.
Renuncio, desde luego a contarte, lector,
con pormenores la historia de mi estancia
aquí, mis aventuras de la frontera. Ya las
128
MIGUEI, DE UNAMUNO
contaré en otra parte. Y allí todas las ma-
niobras de los abyectos tiranuelos de Espa-
ña para sacarme de aquí, para que el Gobier-
no de la República Francesa me interne. Allí
contaré cómo se me invitó por el ministro del
Interior, Mr. Schramek, a alejarme de la
frontera porque mi estancia aquí podía crear
'^en la hora actual" — escrito el 6 de se-
tiempre de 1925 — ''ciertas dificultades" y
para ''evitar todo incidente susceptible de
perjudicar las buenas relaciones que existen
entre Francia y España" y "para facilitar la
tarea que se impone a las autoridades fran-
cesas" ; como le contesté, escribiendo a la vez
a Mr. Painlevé, mi amigo. Presidente enton-
ces del Consejo de Ministros y al Sr. Quiño-
nes de León, Embajador de Don Alfonso an-
te la República Francesa, y les contesté ne-
gándome a abandonar este rincón de mi na- |
tivo país vasco y portería de España y lo '■
que se siguió. Y fué que poco después, el 24
se setiembre, fué el mismo Prefecto de los
Bajos Pirineos el que desde Pau vino a ver-
me y a convencerme, de parte de Mr. Pain-
levé, que abandonara la frontera. Volví a
negarme y la tiranía española, que ya des-
contaba el triunfo de mi internamiento, em-
prendió una campaña policíaca. Contaré có-
CÓMO SE HACE UNA NOVEiyA
129
mo la policía española, dirigida por un tal
Luis Fenoll, compró aquí, en un taller de
Hendaya, unas pistolas, se fué con ellas a la .
raya fronteriza, por la parte de Vera, fingió
una escaramuza con una supuesta partida j
de comunistas — ¡ el coco ! — perdiéronse los '
policías, toparon con carabineros y llevados
a presencia del capitán Don Juan Cueto, mi
antiguo y entrañable amigo, el cabecilla po-
licíaco Fenoll le declaró que llevaba, de par-
te del Directorio militar que regía España,
una ''alta misión política", que era la de pro-
vocar o más bien fingir un incidente de fron-
tera, una invasión comunista, que justifica-
se el que se me obligara a alejarme de la
frontera. La tramoya fracasó por la lealtad
del capitán Cueto, hoy procesado, que la de-
lató y por la torpeza característica de la po-
licía, más ni aun así cejaron los abyectos
tiranuelos de España — no quiero llamarles
españoles — en su empeño de sacarme de
aquí. Y algún día contaré las varias inciden-
cias de esta lucha. Por ahora y para termi-
nar con esta parte externa y casi diría apa-
rencial de mi vida aquí sólo diré que hace
poco más de un mes, el 16 del pasado mayo,
recibí otra carta del señor Prefecto de los
Bajos Pirineos, desde Pau, en que me ro-
130
migukl de unamuno
gaba que pasase lo más pronto posible — le
plus tót possihle — por su despacho para dar-
me parte de una comunicación del señor Mi-
nistro del Interior, a lo que contesté que no
debiendo por muy graves razones especiales
salir de Hendaya le rogaba que me enviase
acá, y por escrito, la tal comunicación. Y has-
ta hoy. Bien presumí que no se atreverían
a comunicarme nada por escrito, que que-
da, y por ello me resistí a la palabra que se
la lleva el viento. Pero. . . queda el escrito?
Se lleva el viento la palabra ? Tiene la letra,
el esqueleto, más esencia duradera, más eter-
nidad, que el verbo, que la carne? Y heme
aquí de nuevo en el centro, en el hondón de
la vida íntima, del "hombre de dentro" que
diría San Pablo (Efesios, III, 15) en el tué-
tano de mi novela, de mi historia. Lo que me
lleva a continuarla, a acabar de contarte,
lector, como se hace una novela.
Por debajo de esos incidentes de policía,
a la que los tiranuelos rebajan y degradan,
la política, la santa política, he llevado y sigo
llevando aquí, en mi destierro de Hendaya,
en este fronterizo rincón de mi nativa tie-
rra vasca, una vida íntima de política hecha
religión y de religión hecha política, una no-
vela de eternidad histórica. Unas veces me
CÓMO se: hace una novkla
131
voy a la playa de Ondarraitz, a bañar la ni-
ñez eterna de mi espiritu en la visión de la
eterna niñez de la mar que nos habla de an-
tes de la historia o mejor de debajo de ella,
de su sustancia divina, y otras veces remon-
tando el curso del Bidasoa lindero paso jun-
to a la isleta de los Faisanes donde se con-
certó el casamiento de Luis XIV de Fran-
cia con la infanta de España María Teresa,
hija de nuestro Felipe IV, el Habsburgo, y
se firmó el pacto de Familia, — "ya no hay
Pirineos!" se dijo como si con pactos asi se
abatiera montañas de roca milenaria — y
voy a la aldea de Biriatu, remanso de paz.
Allí, en Biriatu, me siento un momento al
pie de la iglesiuca, frente al caserío de Mu-
niorte donde la tradición local dice que vi-
ven descendientes bastardos de Ricardo Plan-
tagenet, duque de Aquitania, que habría si-
do rey de Inglaterra, el famoso Príncipe Ne-
gro que fué a ayudar a Don Pedro el Cruel
de Castilla, y contemplo la encañada del Bi-
dasoa, al pié del Choldocogaña, tan llena de
recuerdos de nuestras contiendas civiles, por
donde corre más historia que agua y envuel-
vo mis pensamientos de proscrito en el aire
tamizado y húmedo de nuestras montañas
maternales. Alguna vez me llego a Urruña
132
MIGUOI, de: UNAMUNO
cuyo reló nos dice que todas las horas hie-
ren y la última mata — vulnerant omnes,
ultima necat — o más allá, a San Juan de
Luz, en cuya iglesia matriz se casó Luis XIV
con la infanta de España tapiándose luego
la puerta por donde entraron a la boda y sa-
lieron de ella. Y otras veces me voy a Ba-
yona que me reinfantiliza, que me restituye
a mi niñez bendita, a mi eternidad histórica,
porque Bayona me trae la esencia de mi Bil-
bao de hace más de cincuenta años, del Bil-
bao que hizo mi niñez y al que mi niñez hizo.
El contorno de la catedral de Bayona me
vuelve a la basílica de Santiago de Bilbao, a
mi basílica. Hasta la fuente aquella monu-
mental que tiene al lado ! Y todo esto me ha
llevado a ver el final de la novela de mi Jugo.
Mi Jugo se dejaría al cabo del libro, re-
nunciaría al libro fatídico, a concluir de leer-
lo. En sus correrías por los mundos de Dios
para escapar de la fatídica lectura iría a dar
a su tierra natal, a la de su niñez, y en ella se
encontraría con su niñez misma, con su niñez
eterna, con aquella edad en que aun no sabía
leer, en que todavía no era hombre de libro.
Y en esa niñez encontraría su hombre inte-
rior, el eso anthropos. Porque nos dice San
Pablo en los versillos 14 y 15 de la epístola
CÓMO SE HACE UNA NOVELA 133
a los Efesios que, ''por eso doblo mis rodillas
ante el Padre, por quien se nombra todo lo
paterno" — podría sin gran violencia tradu-
cirse: ''toda patria" — "en los cielos y en la
tierra, para que os dé según la riqueza de su
gloria el robusteceros con poder, por su es-
píritu, en el hombre de dentro..." Y este
hombre de dentro se encuentra en su patria,
en su eterna patria, en la patria de su eter-
nidad, al encontrarse con su niñez, con su
sentimiento — y más que sentimiento, con
su esencia de filialidad, al sentirse hijo y
descubrir al padre. O sea sentir en sí al pa-
dre.
Precisamente en estos días ha caído en
mis manos y como por divina o sea paternal
providencia, un librito de Juan Hessen, ti-
tulado "Filialidad de Dios" {Gottes Kind
schaft) y en él he leído: "Debería por eso
quedar bien en claro que es siempre y cada
vez el niño quien en nosotros cree. Como el
ver es una función de la vista así el creer es
una función del sentido infantil. Hay tanta
potencia de creer en nosotros cuanta infan-
tilidad tengamos". Y no deja Hessen ¡claro
está! de recordarnos aquello del EvangeHo
de San Mateo (XVHI, 3) cuando el Cristo,
el Hijo del Hombre, el Hijo del Padre, de-
134
MIGUEL V>t UNAMUNO
cía: ''en verdad os digo que si no os volvéis
y os hacéis como niños no entraréis en el rei-
no de los cielos". ''Si no os volvéis" dice.
Y por eso le hago yo volverse a mi Jugo.
Y el niño, el hijo, descubre al padre. En
los versillos 14 y 15 del capítulo VIII de la
epístola a los Romanos — y tampoco deja
de recordarlo Hessen — San Pablo nos dice
que "cuantos son llevados por espíritu de
Dios estos son hijos de Dios; pues no reci-
biréis ya espíritu de servidumbre otra vez
para temor, sino que recibiréis espíritu de
ahijamiento en que clamemos: abbá, padre!"
O sea: papá! Yo no recuerdo cuando decía
"¡papá!" antes de empezar a leer y a escri-
bir; es un momento de mi eternidad que se
me pierde en la bruma oceánica de mi pa-
sado. Murió mi padre cuando yo apenas ha-
bía cumplido los seis años y toda imagen
suya se me ha borrado de la memoria, susti-
tuida — acaso borrada — por las imágenes
artísticas o artificiales, las de retratos; en-
tre otras un daguerreotipo de cuando era un
mozo, no más que hijo él a su vez. Aunque
no toda imagen suya se me ha borrado,
sino que confusamente, en niebla oceánica,
sin rasgos distintos, aun le columbro en un
momento en que se me reveló, muy niño yo.
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
135
el misterio del lenguaje. Era que había en
mi casa paterna de Bilbao una sala de re-
cibo, santuario litúrgico del hogar, a donde
no se nos dejaba entrar a los niños, no fué-
ramos a manchar su suelo encerado o arru-
gar las fundas de los sillones. Del techo pen-
día un espejo de bola donde uno se veía pe-
queñito y deformado y de las paredes colga-
ban unas litografías bíblicas, una de las cua-
les representaba — me parece estarla vien-
do! — a Moisés sacando con una varita
agua de la roca como yo ahora saco estos
recuerdos de la roca de la eternidad de mi
niñez. Junto a la sala un cuarto oscuro don-
de se escondía la Marmota, ser misterioso y
enigmático. Pues bien un día en que logré
yo entrar en la vedada y litúrgica sala de re-
cibo, me encontré a mi padre — ¡papá! —
que me acogió en sus brazos, sentado en uno
de los sillones enfundados, frente a un fran-
cés, a un señor Legorgeux — a quien conocí
luego — y hablando en francés. Y qué efec-
to pudo producir en mi infantil conciencia —
no quiero decir sólo fantasía, aunque acaso
fantasía y conciencia sean uno y lo mismo —
el oir a mi padre, a mi propio padre — ¡pa-
pá ! — hablar en una lengua que me sonaba
a cosa extraña y como de otro mundo, que
136
MIGUEL T)t UNAMUNO
es aquella impresión la que me ha quedado
grabada, la del padre que habla una lengua
misteriosa y enigmática. Que el francés era
entonces para mi lengua de misterio.
Descubrí al padre — ¡papá! — hablando
una lengua de misterio y acaso acariciándo-
me en la nuestra. Pero descubre el hijo
al padre? O no es más bien el padre el que
descubre al hijo? Es la filialidad que lleva-
mos en las entrañas la que nos descubre la
paternidad o no es más bien la paternidad de
nuestras entrañas la que nos descubre nues-
tra filialidad? ''El niño es el padre del hom-
bre" ha cantado páFa^'siempre Wordsworth,
pero ¿ no es el sentimiento — ¡ que pobre pa-
labra! — de paternidad, de perpetuidad ha-
cia el porvenir, el que nos revela el senti-
miento de filialidad, de perpetuidad hacia el
pasado, ¿No hay acaso un sentido oscu-
ro de perpetuidad hacia el pasado, de
preexistencia, junto al sentido de perpe-
tuidad hacia el futuro, de per-existencia
o sobre - existencia ? Y asi se explicaría
que entre los indios, pueblo infantil, filial,
haya más que la creencia, la vivencia, la ex-
periencia íntima de una vida — o mejor, una
sucesión de vidas — prenatal c mo entre
nosotros, los occidentales, hay la creencia.
CÓMO S£ HACS UNA NQVEI.A 137
en muchos la vivencia, la experiencia íntima,
el deseo, la esperanza vital, la fé en una vida
de tras la muerte. Y ese nirvana a que los in-
dios se encaminan — y no hay más que el
camino — ¿ es algo distinto de la oscura vida
natal intra-uterina, del sueño sin ensueños,
pero con inconciente sentir de vida, de antes
del nacimiento pero después de la concep-
ción? Y he aqui porqué cuando me pongo a
soñar en una experiencia mística a contra-
tiempo, o mejor a arredrotiempo, le llamo al
morir desnacer y la muerte es otro parto.
'Tadre, en tus manos pongo mi espíritu !"
clamó el Hijo (Lucas, XXIII, 46) al morir-
se, al desnacer, en el parto de la muerte.
O según otro Evangelio (Juan, XIX, 30)
clamó: ¡tctélestai! "¡queda cumplido!"
*'¡ Queda cumplido!" suspiró y doblando
la cabeza — follaje nazareno —
en las manos de Dios puso el espíritu;
lo dió a luz;
que así Cristo nació sobre la cruz;
y al nacer se soñaba a arredrotiempo
cuando sobre un pesebre
murió en Belén
allende todo mal y todo bien.
138
MIGUEI. DE UNAMUNO
"¡Queda cumplido!", y ''en tus manos pon-
go mi espíritu!" Y qué es lo que asi quedó
cumplido? y qué fué ese espíritu que así pu-
so en manos del Padre, en manos de Dios?
Quedó cumplida su obra y su obra fué su es-
píritu. Nuestra obra es nuestro espíritu y mi
obra soy yo mismo que me estoy haciendo
día a día y siglo a siglo, como tu obra eres
tú mismo, lector que te estás haciendo mo-
mento a momento, ahora oyéndome como yo
hablándote. Porque quiero creer que me
oyes más que me lees como yo te hablo más
que te escribo. Somos nuestra propia obra.
Cada uno es hij^o^e _sus obras quedó dicho y
lo repitió" Cervantes, hijo del Quijote^ pero
¿no es uno también padre de sus obras? Y
Cervantes padre del Quijote: De donde uno.
sin conceptismo, es padre e hijo de sí mis-
mo y su obra el espíritu santo. Dios mismo
para ser Padre se nos enseña que tuvo que
ser Hijo y para sentirse nacer como Padre
bajó a morir como Hijo. ''Se va al Padre
por el Hijo" se nos dice en el cuarto Evan-
gelio (XIV, 6) y que quien ve al Hijo ve al
Padre (XIV, 8) y en Rusia se le llama al
Hijo "nuestro padrecito Jesús".
De mí sé decir que no descubrí de veras
mi esencia filial, mi eternidad de filialidad,
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
139
hasta que no fui padre, hasta que no descu-
brí mi esencia paternal. Es cuando llegué al
hombre de dentro, al eso anthropos, padre e
hijo. Entonces me senti hijo, hijo de mis hi-
jos e hijo de la madre de mis hijos. Y este
es el eterno misterio de la vida. El terrlbie
Rafael de Valentín de 'Xa piel de zapa" de
Balzac se muere, consumido de deseos, en
el seno de Paulina y estertorando, en las an-
sias de la agonía, ''te quiero, te adoro, te de-
seo. . pero no desnace ni renace porque no
es en el seno de madre, de madre de sus hi-
jos, de su madre, donde acaba su novela.
¿Y después de esto en mi novela de Jugo le
he de hacer acabarse en la experiencia de la
paternidad filial, de la filialidad paternal?
Pero hay otro mundo, novelesco también;
hay otra novela. No la de la carne, sino la de
la palabra, la de la palabra hecha letra. Y
esta es propiamente la novela que como la
historia, empieza con la palabra o propia-
mente con la letra pues sin el esqueleto no
se tiene en pie la carne. Y aquí entra lo de
la acción y la contemplación, la política y la
novela. La acción es contemplativa, la con-
templación es activa; la política es novelesca
y la novela es política. Cuando mi pobre Ju-
go errando por los bordes — no se les pue-
140
MIGUEL DÉ UNAMUNO
de llamar riberas — del Sena dió con el li-
bro agorero y se puso a devorarlo y se en-
simismó en él, convirtióse en un puro contem-
plador, en un mero lector, lo que es algo ab-
surdo e inhumano ; padecia la novela pero no
la hacia. Y yo quiero contarte, lector, cómo
se hace una novela, cómo haces y has de ha-
cer tú mismo tu propia novela. El hombre de
dentro, el intra-hombre cuando se hace lec-
tor, contemplador, si es viviente ha de ha-
cerse lector, contemplador del personaje a
quien va a la vez que leyendo, haciendo;
creando; contemplador de su propia obra.
El hombre de dentro, el intra-hombre —
y éste es más divino que el tras-hombre
o sobre - hombre nietzscheniano — cuan-
do se hace lector hácese por lo mismo
autor, o sea actor; cuando lee una novela se
hace novelista, cuando lee historia, historia-
dor. Y todo lector que sea hombre de dentro,
humano, es, lector, autor de lo que lee y está
leyendo. Esto que ahora lees aqui, lector, te
lo estás diciendo tú a ti mismo y es tan tuyo
como mío. Y si no es así es que ni lo lees.
Por lo cual te pido perdón, lector mío, por
aquella más que impertinencia, insolencia que
te solté de que no quería decirte como aca-
baba la novela de mi Jugo, mi novela y tu
CÓMO SK HACE UNA NOVELA
141
novela. Y me pido perdón a mi mismo por
ello.
¿Me has comprendido, lector? Y si te di-
rijo así esta pregunta es para poder colocar
a seguida lo que acabo de leer en un li-
bro filosófico italiano — una de mis lectu-
ras de azar — Le sorgenti irra^ionali del
pensiero, de Nicola Abbagnano y es esto:
"Comprender no quiere decir penetrar en la
intimidad del pensamiento ajeno, sino tan
sólo traducir en el propio pensamiento, en la
propia verdad, la soterraña experiencia en
que se funde la vida propia y la ajena''. Pero,
¿no es esto acaso penetrar en la entraña del
pensamiento de otro? Si yo traduzco en mi
propio pensamiento la soterraña experien-
cia en que se funden mi vida y tu vida, lec-
tor, o si tú la traduces en el propio tuyo, si
nos llegamos a comprender mutuamente, a
prendernos conjuntamente ¿no es que he
penetrado yo en la intimidad de tu pensa-
miento a la vez que penetrabas tú en la inti-
midad del tuyo y que no es ni mío ni tuyo sino
común de los dos ? ¿ No es acaso que mi hom-
bre de dentro, mi intra-hombre, se toca y
hasta se une con tu hombre de dentro, con
tu intra-hombre de modo aue yo viva en ti
y tú en mí?
142
migue:i, dk unamuno
Y no te sorprenda el que asi te meta mis
lecturas de azar y te meta en ellas. Gusto de
las lecturas de azar, del azar de las lecturas,
a las que caen, como gusto de jugar todas las
tardes, después de comer, el café aqui, en el
Grand Café de Hendaya, con otros tres com-
pañeros, y al tute. ¡ Gran maestro de vida de
pensamiento el tute !. Porque el problema de
la vida consiste en saber aprovecharse del
azar, en darse maña para que no le canten a
uno las cuarenta, si es que no tute de reyes
o de caballos, o en cantarlos uno cuando el
azar se los trae. ¡Qué bien dice Montesinos
en el Quijote: "paciencia y barajar!" Pro-
fundisima sentencia de sabiduría quijotes-
ca ! i Paciencia y barajar ! Y mano y vista
prontas al azar que pasa. ¡ Paciencia y bara-
jar! Que es lo que hago aqui, en Hendaya,
en la frontera, yo con la novela poHtica de
mi vida — y con la religiosa : paciencia y ba-
rajar! Tal es el problema.
Y no me saltes diciendo, lector mió, — y
yo mismo, como lector de mi mismo! — que
en vez de contarte, según te prometi, cómo
se hace una novela, te vengo planteando pro-
blemas y lo que es más grave problemas me-
tapoliticos y religiosos. ¿Quieres que nos de-
tengamos un momento en esto del proble-
CÓMO se: hace: una nove:IvA
143
ma? Dispensa a un filólogo helenista que te
explique la novela, o sea la etimología, de la
palabra problema. Que es el sustantivo que
representa el resultado de la acción de un
verbo proballeín que significa echar o poner
por delante, presentar algo y equivale al la-
tino proiicere, proyectar, de donde problema
viene a equivaler a proyecto. Y ^1 problema,
proyecto de qué es? De acción! El proyecto
de un edificio es proyecto de construcción.
Y un problema presupone no tanto una so-
lución, en el sentido analítico, o disolutivo,
cuanto una construcción, una creación. Se^r.e-
suelye haciendo. O dicho en otros términos
un proyecto se resuelve en un trayecto, un
problema en un metablema, en un cambio, i
Y sólo con la acción se resuelve problemas, i
Acción que es contemplativa como la con-'
templación es activa, pues creer que se pue-
da hacer política sin novela o novela sin po-
lítica es no saber lo que se quiere creer.
Gran político de acción, tan grande como
Pericles, fué Tucídides, el maestro de Ma-
quiavelo, el que nos dejó ''para siempre" —
''jpara siempre!": es su frase y su sello —
la historia de la guerra del Peloponeso. Y
Tucídides hizo a Pericles tanto como Peri-
cles a Tucídides. Dios me libre de comparar
al rey Don Alfonso XIII, al botarate de Pri-
144
MIGUEL DE UNAMUNO
mo de Rivera o al epiléptico Martinez Ani-
do, tiranuelos de España, con un Pericles,
con un Cleón o con un Alcibiades pero estoy
penetrado de que yo, Miguel de Unamuno,
les he hecho hacer y decir no pocas cosas y
entre ellas muchas tonterías. Si ellos me ha-
cen pensar y hacerme en mi pensamiento —
que es mi obra y mi acción — yo les hago
obrar y acaso pensar. Y entre tanto ellos y
yo vivimos.
Y asi es, lector, como se hace para siem-
pre una novela.
Terminado el viernes 17 de junio de 1927
en Hendaya, Bajos Pirineos, frontera entre
Francia y España.
Martes 21.
¿ Terminado ? i Qué pronto escribí eso ! ¿ Es
que se puede terminar algo, aunque sólo sea
una novela, de como se hace una novela?
Hace ya años, en mi primera mocedad, oía
hablar a mis amigos wagnerianos de melo-
día infinita. No sé bien lo que es esto, pero
debe de ser como la vida y su novela, que
nunca terminan. Y como la historia.
Porque hoy me llega un número de 'Xa
Prensa" de Buenos Aires, el del 22 de mayo
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
145
de este año y en él un artículo de Azorín so-
bre Jacques de Lacretelle. Este envió a aquel
un librito suyo titulado * 'Aparte" y Azorín
lo comenta. "Se compone — nos dice éste
hablándonos del librito de Lacretelle (no de
de Lacretelle, amigos argentinos) ^ de luia
novelita titulada "Cólera",, de un "Diario"
en que el autor explica cómo ha compuesto
la dicha novela y de unas páginas filosóficas,
críticas, dedicadas a evocar la memoria de
Juan Jacobo Rousseau en Ermenonville".
Xo conozco el librito de J. de Lacretelle — o
de Lacretelle — más que por este artículo
de Azorín pero encuentro profundamente
significativo y simbólico el que un autor que
escribe un Diario para explicar como ha
compuesto una novela evoque la memoria de
Rousseau, que se pasó la vida explicándonos
como se hizo la novela de esa su vida, o sea
su vida representativa, que fué una novela.
Añade luego Azorín :
"De todos estos trabajos, el más intere-
sante, sin duda, es el "Diario de cólera", es
decir, las notas que, sino día por día, al
menos muy frecuentemente, ha ido toman-
do el autor sobre el desenvolvimiento de
la novela que llevaba entre manos. Ya se
ha escrito, recientemente, otro diario de es-
146
MIGUEI. DK UNAMUNO
ta laya; me refiero al libro que el sutilisimo
y elegante André Gide ha escrito para expli-
car la génesis y proceso de cierta novela su-
ya. El género debiera propagarse. Todo no-
velista, con motivo de una novela suya, po-
dría escribir otro libro — novela veraz,
auténtica — para dar a conocer el meca-
nismo de su ficción. Cuando yo era ni-
ño — supongo que ahora pasa lo mismo —
me interesaban mucho los relojes; mi padre
o alguno de mis tíos solía enseñarme el suyo;
yo lo examinaba con. cuidado, con admira-
ción; lo ponía junto a mi oído; escuchaba el
precipitado y perseverante tictac; veía cómo
el minutero avanzaba con mucha lentitud;
finalmente, después de visto todo lo exterior
de la muestra, mi padre o mi tío levantaba —
con la uña o con un cortaplumas — la tapa
posterior y me enseñaba el complicado y su-
til organismo... Los novelistas que ahora
hacen libros para explicar el mecanismo de
su novela, para hacer ver cómo ellos proce-
den al escribir, lo que hacen, sencillamente,
es levantar la tapa del reloj. El reloj del se-
ñor Lacretelle es precioso; no sé cuántos ru-
bíes tiene la maquinaria; pero todo ello es
pulido, brillante. Contemplémosla y digamos
algo de lo que hemos observado."
CÓMO SK HACTt UNA NOVKl.A
147
Lo que merece comentario :
Lo primero, que la comparación del reló
está muy mal traída, y responde a la idea del
''mecanismo de su ficción". Una ficción de
mecanismo, mecánica, no es ni puede ser no-
vela. Una novela, para ser viva, para ser
vida, tiene que ser como la vida misma or-
ganismo y no mecanismo. Y no sirve levan-
tar la tapa del reló. Ante todo porque una
verdadera novela, una novela viva, no tiene
tapa, y luego porqúelio es maquinaria lo que
hay que mostrar, sino entrañas palpitantes
3é vida"; callentes de^sahgre. Y eso se ve fue-
ra. Es como la cólera que se ve en la cara y
en los ojos y sin necesidad de levantar tapa
alguna.
El relojero, que es un mecánico, puede le-
vantar la tapa del reló para que el cliente
vea la maquinaria, pero el novelista no tiene
que levantar nada para que el lector sienta
la palpitación de las entrañas del organismo
vivo de la novela, que son las entrañas mis-
mas del novelista, del autor. Y las del lector
identificado con él por la lectura.
Mas por otra parte el relojero conoce re-
flexivamente, críticamente, el mecanismo del
reló, pero el novelista, ¿conoce así el orga-
nismo de su novela? Si hay tapa en ésta la
hay para el novelista mismo. Los mejores
148
MIGUEly de: UNAMUNO
novelistas no saben lo que han puesto en sus
novelas. Y si se -ponen a hacer un diario de
cBíiio las han escrito es para descubrirse a
si mismos. Los hombres de diario o de auto-
biografías y confesiones, San Agustín, Rous-
seau, Amiel, se han pasado la vida buscándo-
se a sí mismos, — buscando a Dios en sí mis-
mos — y sus diarios, autobiografías o confe-
siones no han sido sino la experiencia de ej^a
rebusca. Y esa experiencia no puede acabar
sino con su vida.
¿ Con su vida ? ¡ Ni con ella ! Porque su vi-
da íntima, entrañada, novelesca, se continúa
en la de sus lectores. Así como empezó antes.
Porque nuestra vida íntima, entrañada, no-
velesca, ¿empezó con cada uno de nosotros?
Pero de esto ya he dicho algo y no es cosa
de volver a lo dicho. Aunque ¿porqué no?
Es lo propio del hombre del diario, del que
se confiesa, el repetirse. Cada día suyo es el
mismo día.
Y ¡ojo con caer en el diario! El hombre
que da en llevar un diario — como Amiel —
se hace el hombre del diario, vive para él. Ya
no apmita en su diario lo que a diario pien-
sa sino que lo piensa para apuntarlo. Y en
el fondo ¿no es lo mismo? Juega uno con eso
del libro del hombre y el hombre del libro,
CÓMO st hace: una novela 149
pero hay hombres que no sean de libro ? Has-
ta los que no saben ni leer ni escribir. Todo
hombre, verdaderamente hombre, es hijo de
una leyenda, escrita u oral. Y no hay más
que leyenda, o sea novela.
Quedamos, pues, en que el novelista que
cuenta como se hace una novela cuenta como
se hace un novelista, o sea como se hace un
hombre. Y muestra sus entrañas humanas,
eternas y universales, sin tener que levantar
tapa alguna de reló. Esto de levantar tapas
de reló se queda para literatos que no son
precisamente novelistas.
¡Tapa de reló! Los niños despanzurran a
un muñeco, y más si es de mecanismo, para
verle las tripas; para ver lo que lleva den-
tro. Y, en efecto, para darse cuenta de cómo
funciona un muñeco, un fantoche, un homnn
culus mecánico, hay que despanzurrarle, hay
que levantar la tapa del reló. Pero ¿un hom-
bre histórico? ¿un hombre de verdad? ;un
actor del drama de la vida? ;un sujeto de
novela? Este lleva las entrañas en la cara.
O dicho de otro modo, su entraña — intrá-
nea — lo de dentro, es su extraña — extra-
nea — lo de fuera; su forma es su fondo.
Y he aquí porqué toda expresión de un hom-
bre histórico verdadero es autobiográfica.
í
150
MIGUEL DE UXAMUNO
Y he aquí porqué im hombre histórico ver-
dadero no tiene tapa. Aunque sea hipócrita.
Pues precisamente son los hipócritas los que
más llevan las entrañas en la cara. Tienen
tapa pero es de cristal.
Jueves 30-VI.
Acabo de leer que como Federico Lefevre,
el de las conversaciones con hombres públi-
cos para publicarlas en "Les Nouvelles Litte-
r aires" — a mi me sometió a una — le pre-
guntara a Jorge Clemenceau, el mozo de
ochenta y cinco años, si se decidiria a escri-
bir sus iMemorias, éste le contestó: ''¡Jamás!
la vida está hecha para ser vivida y np para
ser ^contada". Y, sin embargo, Clemenceau,
en su larga vida quijotesca de guerrillero de
la pluma no ha hecho sino contar su vida.
Contar la vida ¿no es acaso un modo, y
tal vez el más profundo, de vivirla? ;No vi-
vió Amiel su vida intima contándola? ¿No
es su Diario su vida? ; Cuándo se acabará
esa contraposición entre acción y contem-
plación? ¿Cuándo se acabará de compren-
der que la acción es contemplativa y la con-
templación es activa?
Hay lo hecho y hay lo que se hace. Se lle-
ga a lo invisible de Dios por lo que está he-
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
151
cho — per ea quce facta sunt, según la ver-
sión latina canónica, no muy ceñida al ori-
ginal griego, de un pasaje de San Pablo (Ro-
manos, I, 20) — pero ese es el camino de la
naturaleza, y la naturaleza es muerta. Hay
el camino de la historia, y la historia es viva ;
y.-£Lcamino de la historia es llegar a lo invi-
sible de Dios, a^sus misterios, por lo que se
estariiacieiido, per éa qiice fiunt. No por poe-
mas — que es la expresión precisa paulinia-
na — sino por poesias; no por entendimien-
to, sino por intelección, o mejor por inten-
ción — propiamente intensión. (¿Porqué ya
que tenemos extensión e intensidad no he-
mos de tener intensión y extensidad?)
Vivo ahora y aquí mi vida contándola.
Y ahora y aquí es de la actualidad, que sus-
tenta y funde a la sucesión del tiempo así
como la eternidad la envuelve y junta.
Domingo 3 -
Leyendo hoy una historia de la mística fi-
losófica de la Edad ^íedia he vuelto a dar
con aquella sentencia de San Agustín en sus
"Confesiones" donde dice (lib. 10, c. 33,
n. 50) que se ha hecho problema en sí mis-
mo: ;////// quccstio factiis snm — porque croo
que es por problema como hay que traducir
152
MIGUEL DK UNAMUNO
qiucstio. Y yo me he hecho problema, cues-
tión, proyecto de mí mismo. Cómo se resuel-
ve esto? Haciendo del proyecto trayecto,
del problema metahlema; luchando. Y asi
luchando, civilmente, ahondando en mi mis-
mo como problema, cuestión, para mí, tras-
cenderé de mí mismo, y hacia dentro, con-
centrándome para irradiarme, y llegaré al
Dios actual, al de la historia.
Hugo de San Víctor, el místico del si-
glo Xn decía que subir a Dios era entrarse
en sí mismo y no sólo entrar en sí sino pa-
sarse de sí mismo, en lo de más adentro —
in intimis etiani seipsum transiré — de cier-
to inefable modo, y que lo más íntimo es lo
más cercano, lo supremo y eterno. Y a tra-
vés de mí mismo, traspasándome, llego al
Dios de mi España en esta experiencia del
destierro.
Lunes 4-Vn.
Ahora que ha venido mi familia y me he
establecido con ella, para los meses de vera-
no, en una villa, fuera del hotel, he vuelto a
ciertos hábitos familiares, y entre ellos a en-
tretenerme haciendo, entre los míos, solita-
rios a la baraja, lo que aquí, en Francia, lla-
man patience.
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
153
El solitario que más me gusta es uno que
deja un cierto margen al cálculo del juga-
dor, aunque no sea mucho. Se colocan los
naipes en ocho filas de cinco en sentido ver-
tical — o sea cinco filas de ocho en sentido
horizontal, claro que en el significado abu-
sivo en que se llama vertical y horizontal en
un plano horizontal — y se trata de sacar des-
de abajo los ases y los doses poniendo las
32 cartas que quedan en cuatro filas verti-
cales de mayor a menor y sin que se sigan
dos de un mismo palo, o sea que a una sota
de oros, por ejemplo, no debe seguir un sie-
te de oros también sino de cualquiera de los
otros tres palos. El resultado depende en
parte de cómo se empiece; hay que saber,
pues, aprovechar el azar. Y no es otro el arte
de la vida en la historia.
Mientras sigo el juego, ateniéndome a sus
reglas, a sus normas, con la más escrupulosa
conciencia normativa, con un vivo sentimien-
to del deber, de la obediencia a la ley que me
he creado — el juego bien jugado es la fuen-
te de la conciencia moral — mientras sigo el
juego es como si una música silenciosa brc-
zara mis meditaciones de la historia que voy
viviendo y haciendo. Y mientras manejo re-
yes, caballos, sotas y ases pasan en el hon-
154
MIGUEL DE UNAMUNO
dón de mi conciencia, y sin yo darme entera
cuenta, el rey, los tiranuelos pretorianos de
mi patria, sus sayones y ministriles, los obis-
pos y toda la baraja de la farsa de la dicta-
dura. Y me chapuzo en el juego y juego con
el azar. Y si no resulta una jugada vuelvo a
mezclar los naipes y a barajarlos. Lo que es
un placer.
Barajar los naipes es algo, en otro plano,
como ver romperse las olas de la mar en l i
arena de la playa. Y ambas cosas nos hablan
de la naturaleza en la historia, del azar en
la libertad.
Y no me impaciento si la jugada tarda en
resolverse y no hago trampas. Y ello me en-
seña a esperar que se resuelva la jugada his-
tórica de mi España, a no impacientarme por
su solución, a barajar y tener paciencia en
este otro juego solitario y de paciencia. Los
dias vienen y se van como vienen y se van
las olas de la mar; los hombres vienen y se
van — a las veces se van y luego vienen —
como vienen y se van los naipes y este vai-
vén es la historia. Allá a lo lejos, sin que yo
concientemente lo oiga, resuena, en la playa,
la música de la mar fronteriza. Rompen en
ella las olas que han venido lamiendo costa
de España.
CÓMO SE HACE UNA NOVELA
155
Y qué de cosas me sugieren los cuatro re-
yes, con sus cuatro sotas, los de espadas, bas-
tos, oros y copas caudillos de las cuatro filas
del orden vencedor ! ¡ El orden !
Paciencia, pues, y barajar!
Martes 5 - VIL
Sigo pensando en los solitarios, en la his-
toria. El solitario es el juego del azar, ün
buen matemático podría calcular la probabi-
lidad que hay de que salga o no una ju.Qad?..
Y si se ponen dos sujetos en competencia a
resolverlas lo natural es que en un mismo
juego obtengan el mismo tanto por ciento de
soluciones. Mas la competencia debe ser a
quien resuelve más jugadas en igual tiempo.
Y la ventaja del buen jugador de solitarios
no que juegue más deprisa sino quo aban-
done más jugadas apenas empezadas y en
cuanto prevee que no tienen solución. En el
arte supremo de aprovechar el azar la supe-
rioridad del jugador consiste en resolverse
a abandonar a tiempo la partida para poder
empezar otra. Y lo mismo en la política y en
la vida.
Miércoles 6 - VIL
¿Es que voy a caer en aquello de ;/////a
156
MIGUEL DE UNA MU NO
ciícs siuc linea, ni un día sin escribir algo pa-
ra los demás — ante todo para si mismo —
y para siempre? Para siempre de si mismo,
se entiende. Esto es caer en el hombre del
diario. Caer? Y qué es caer? Lo sabrán esos
que hablan de decadencia. Y de ocaso. Por-
que ocaso, ocasiis, de occidere, morir, es un
derivado de cadere, caer. Caer es morirse.
Lo que me recuerda aquellos dos inmorta-
les héroes — héroes, si! — del ocaso de
Flaubert, modelo de novelistas — ¡qué no-
vela su ''Correspondencia" — los que le hi-
cieron cuando decaía para siempre. Que fue-
ron Bouvard y Pecuchet. Y Bouvard y Pe-
cuchet, después de recorrer todos los rinco-
nes del espíritu universal acabaron en escri-
bientes. ¿No sería lo mejor que acabase la
novela de mi Jugo de la Raza haciéndole que
abandonada la lectura del libro fatídico se
dedique a hacer solitarios y haciendo solita-
rios esperar que se le acabe el libro de la
vida? De la vida y de la vía, de la historia
que es camino.
Vía y patria, que decían los místicos esco-
lásticos, o sea: historia y visión beatífica.
Pero, ¿son cosas distintas? ;No es ya patria
el camino? Y la patria, la celestial y eterna
se entiende, la que no es de este mundo, el
CÓMO 5E HACE UXA XO'vTLA 157
reino de Dio^ cuyo advenimiento pedimos a
diario — los que lo pedimos — esa patria
¿no seguirá siendo camino?
Mas, en fin, ¡hágase su voluntad asi en la
tierra como en el cielo ! o como cantó Dante,
el gran proscrito:
In la sua volontade é nostra pace.
Paradiso, m, 91.
E pur si miiove! ¡Ay, que no hay paz sin
guerra! " " ^
Jueves 7 - VII.
El camino, sí, la vía, que es la vida, y pa-
sársela haciendo solitarios — tal la novela.
Pero los solitarios son solitarios, para uno
mismo solo; no participan de ellos los demás.
Y la patria que hay tras de ese camino de so-
litarios, una patria de soledad — de soledad
y de vacío. Cómo se hace una novela, bien!
pero para qué se hace? Y el para qué es el
porqué. Porqué o sea para qué se hace una
novela? Para hacerse el novelista. Y para
qué se hace el novelista? Para hacer al lec-
tor, para hacerse uno con el lector. Y sólo
haciéndose uno el novelador y el lector de la
novela se salvan ambos de su soledad radi-
158 migue:l de: unamuno
cal. En cuanto se hacen uno se actualizan y
actualizándose se eternizan.
Los místicos medievales, San Buenaven-
tura, el franciscano, lo acentuó más que
otro, distinguen entre hix^ luz, y Inuien, lum-
bre^ La luz queda en si ; la lumbre es la que
se comunica. Y un hombre puede lucir — y
lucirse — alumbrar — y alumbrarse.
Un espíritu luce, pero ¿cómo sabremos que
luce si no nos alumbra? Y hay hombres que
se lucen, como solemos decir. Y los que se
lucen es con propia complacenciaT~se"mucs-
tr^n'^rá lucirse. ¿ Se conoce a sí mismo el
qiíe se luce? Pocas veces. Pues cpiiio no se
cuida de alunibrar_ a los demás, no se alum-
bra a sí mismo. Pero el que no sólo luce, sino
que al lucir alumbra a los oíros, se luce atlmi-
brándose a sí mismo. Que nadie se conoce^nic-
jor a sí misino que el qiie^se cuída^ dc~conocer
a los^otros. Y puesto que conocer es amar
acaso"^ convendría variar el divino precepto
y decir: ámate a ti mismo como amas a tu
prójimo.
¿ De qué te serviría ganar el mundo si per-
dieras tu alma? Bien, pero y ¿de qué te ser-
viría ganar tu alma si perdieras el mundo?
Pongamos en vez de mundo la comunión hu-
CÓMO SE hace: uxa xom^la
159
mana, la comunidad humana, o sea la comu-
nidad común."
Y he aqui como la religión y la politica se
hacen uno en la novela de la vida actual. El
reino de Dios, — o como quería San Agus-
tín la ciudad de Dios — es en cuanto ciudad
política y en cuanto de Dios religión.
Y yo estoy aquí, en el destierro, a la puer-
ta de España y como su ujier, no para lucir
y lucirme sino para alumbrar y alumbrarme,
para hacer nuestra novela, historia, la de
nuestra España. Y al decir que estoy para
alumbrarme, con este -me no quiero referir-
me, lector mío. a mi yo solamente, sino a tu
yo, a nuestros yos. Que no es lo mismo nos-
otros que yos.
El desdichado Primo de Rivera cree lu-
cirse, pero ¿se alumbra? En el sentido vul-
gar y metafórico sí, se alumbra, pero de to-
do tiene menos de alumbrado. Y ni alumbra
a nadie. Es un fuego fatuo, una lucecita
que no puede hacer sombra.
Henrlnya de 1927
ÍNDICE
Pág.
Prólogo 9
Retrato de Unamuno, por Jean Cassou. 19
Comentario 35
Cómo se hace una novela 59
Continuación 125