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CRISTÓBAL COLÓN,
SU VIDA
SUS VIAJES— SUS DESCUBRIMIENTOS
RETRATO DE CRISTÓBAL COLÓN
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EDICIÓN MONUMENTAL
CRISTÓBAL COLÓN
SU VIDA
SUS VIAJES — SUS DESCUBRIMIENTOS
POR
D. JOSÉ MARÍA ASENSIO
u Jol X ¿,J .
DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA S&VILLANA DE BUENAS LETRAS: CORRESPONDIENTE DE LA DE LA HISTORIA
ESPLENDIDA EDICIÓN
ILUSTRADA CON MAGNÍFICAS OLEOGRAFÍAS, COPIA DE FAMOSOS CUADROS DE ARTISTAS ESPAÑOLES
TALES COMO
BALACA, CANO, JO VER, MADRAZO, MUÑOZ DEGRAIÑ,
ORTEGO, PUEBLA, ROSALES, SOLER
*
ENRIQUECIDA EN TODAS SUS PÁGINAS CON ORLAS, CABECERAS Y VIÑETAS ALEGÓRICAS
Y ACOMPAÑADA
DE UNA PRIMOROSA CARTA GF.OGRÁFICA
QUE DETALLA MINUCIOSAMENTE LOS VIAJES V DESCUBRIMIENTOS LLEVADOS Á CABO
POR EL GRAN ALMIRANTE
TOMO II
BARCELONA
ESPASA Y COMPAÑÍA, EDITORES
221, CALLE DE CORTES, 223
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La propiedad de esta obra, así en lo que se refiere á
la parte literaria como á la artística, pertenece á los
Sres. Espasa y Comp.', Editores, quienes se reservan
todos los derechos.
Queda hecho el depósito que previene la ley.
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CONTINUACIÓN
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CRISTÓBAL COLÓN
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«Llego á Castilla con sus doce navios Antonio de
Torres, con muy buen viaje y breve, porque salió' del
puerto de la Isabela á 2 de Febrero, y llego' á Cádiz cuasi
entrante o' á los ocho o' diez días de Abril.»
El efecto que produjo su feliz regreso fué extraordi-
nario. Se veían confirmadas inmediatamente todas las espe-
ranzas que hizo concebir el descubrimiento, y se aumentaron
las ilusiones que sobre sus resultados se habían formado;
corriendo de boca en boca, exageradas naturalmente por el
entusiasmo, todas las noticias que los navegantes contaban
de las islas que habían visitado, de su fertilidad, riqueza
y hermosura , y de las extrañas condiciones de los hombres
que las poblaban.
Antonio de Torres, Ginés de Gorbalán 3^ algunos otros
salieron seguidamente para la corte, que estaba á la sazo'n
en Medina del Campo, para informar á los Reyes del resul-
tado de la expedicio'n, conforme á los deseos é instrucciones
del Almirante; y por la urgencia de que se proveyese lo que
én su Memorial señalaba como más necesario para abastecer
la colonia, además de otras muchas cosas de que verbal-
mente había de dar cuenta á los Soberanos.
«Recibieron los Reyes inestimable alegría, dice como
testigo presencial el obispo de Chiapa, con la venida de
Antonio de Torres, por saber que el Almirante con toda la
flota, oviese llegado á esta isla en salvamento, y más con las
cartas y relacio'n del Almirante y el oro que les enviaba
cogido de las mismas minas de Cibao con la gente que él
había enviado con Ojeda para verlas é descubrirlas, y por
vista de ojos experimentar que lo oviese en la misma tierra
LIBRO TERCERO.— CAPITULO IX
y sacado por mano dellos.» Ante la evidencia se desvane-
cieron las desconfianzas. El oro que se presentaba á los
Reyes Cato'licos había sido recogido en su mayor parte por
los mismos que lo traían; y á más de la elocuencia del
hecho, de cuya importancia no podía dudarse, los soldados
añadían detalles y pormenores que encantaban á todos cuan-
tos oían, pues contaron haber recogido el oro sin trabajo
alguno, entre las arenas de los arroyos que bajaban de las
montañas, o' lavando puñados de ellas. Ginés de Gorbalán
hizo entusiasta y viva historia de su expedicio'n, descri-
biendo galanamente la Vega Real, y mostrando pepitas de
oro de regular tamaño, especialmente aquella de nueve
onzas de peso que encontraron los soldados de Ojeda, y vio
y tuvo en sus manos el maestro del príncipe don Juan, el
historiador Pedro Mártir de Angleria.
La alegría en el pueblo y entre los cortesanos fué
igualmente grande. Los Reyes no necesitaban estímulos
para dedicar preferente atencio'n á los negocios de las Indias,
como entonces se decía, pues ya habían dado o'rdenes al
obispo Fonseca para que aprestase nuevos buques que
siguieran á los que habían salido de Cádiz, para auxiliar-
los en cualquier eventualidad desgraciada. Pero el regreso
de Antonio de Torres y de Gorbalán puso alas á sus
deseos, y apresuraron el despacho de tres carabelas, cuyo
mando se confio á don Bartolomé Colon, que así manda-
ron se le nombrase desde luego, expidiéndole el nombra-
miento, como ya dijimos, con fecha 14 del mismo mes de
Abril.
De las condiciones, carácter y vicisitudes de la vida de
Bartolomé Colon, antes de su venida á España, ya dimos
noticia anteriormente; pero consignaremos ahora textual
la Real Cédula en que se le mando pasase á las Indias,
porque fué la consecuencia de las noticias recibidas por
mediación de Antonio de Torres, y en sus frases aparece
el estado de ánimo de los Reyes al dictarla.
Cristóbal Colón, t. ii. — 2.
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CRISTÓBAL COLÓN
Dice así ' :
«El Rey é la Reina: maestres, comitres, é pilotos, é
marineros, é los otros oficiales, é escuderos, é peones de las
caravelas que Nos mandamos ir á las islas nuevamente
falladas en las partes de las Indias, Nos enviamos por nues-
tro capitán de las dichas caravelas á don Bartolomé Colon,
hermano del nuestro Almirante del mar Occeano, al cual
mandamos que luego parta é continué su viaje derecho con la
mas diligencia que pudiere fasta llegar á las dichas islas, do
está el dicho Almirante: por ende Nos vos mandamos que
lo recibades é acojades en las dichas carabelas , é lo obedez-
cades como á nuestro capitán dellas, é fagadés é cumplades
todas las cosas que vos él dixere é mandare de nuestra parte
so las penas que él vos pusiere; las quales Nos por la pre-
sente vos ponemos é avernos por puestas ; é le damos poder
cumplido para las executar en las personas é bienes de los
que en ellas cayeren é incurrieren: é esto fased é cumplid
asi fasta ser llegados á las dichas islas donde está el dicho
Almirante, porque dende en adelante aveis de obedecer al
dicho Almirante como á nosotros mismos, é faser lo que vos
él de nuestra parte mandare; é los unos ni los otros non
fagades ende al, so pena de la nuestra merced é cíe diez mili
maravedís á los que lo contrario ficieren para la nuestra
cámara: fecha en la villa de Medina del Campo, á catorce
dias de abril de mili é quatrocientos é noventa é quatro
años. — Yo el Rey. — Yo la Reina. — Por mandado del Rey é
de la Reina — Juan de la Parra. — Rodrigo de Alcocer.»
' Original en el Archivo de Simancas. (Estado.— Núm. i.", 2.°) Colección
de documentos inéditos para la Historia de España. — Tomo XVI, pág. 560.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
II
II
Objeto de todas las conversaciones los descubrimientos
de las Indias, se aumentaba la curiosidad por conocer las
novedades ocurridas al otro lado de los mares á la llegada
de los buques que de allá regresaban, y las narraciones de
los marineros daban pábulo á muchos comentarios, y se
iban adulterando á medida que se alejaban de su origen,
por lo cual se estimaban como muy afortunados los que
podían hablar personalmente con los pilotos ú oficiales que
volvían en las carabelas. Siempre se buscaron con gran
interés estas relaciones en los primeros viajes; pero en el
dé Antonio de Torres fué mayor la curiosidad, como eran
mayores las dudas y la espectacio'n ; por eso el hablar con
un testigo presencial, el obtener noticias directas, era una
dicha que no todos lograban.
Residía en la corte de Valladolid á principios del año
1494 un italiano, natural de Florencia, llamado Simo'n
Verde, o Ximon del Verde, como le nombran los docu-
mentos de aquel tiempo, que según toda probabilidad era
negociante o' factor de alguna casa fuerte de Genova, en
España; y que habiendo trasladado luego su domicilio á
Cádiz, tal vez por exigencias de su comercio, vino por
último á establecerse en un pintoresco pueblecillo á orillas
del Guadalquivir, en Gelves, que dista poco más de una
legua de la ciudad de Sevilla. Muy próxima á la villa de
Gelves, en una situación deliciosa, á la ladera de las alturas
que en aquel paraje forman la orilla del río, poseyó' una
quinta o alquería de recreo, que todavía conserva su
nombre á pesar de los siglos que han pasado, y en donde
creemos falleció de muy avanzada edad.
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12
CRISTÓBAL COLÓN
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Simón Verde fué amigo íntimo de don Diego Colon,
hermano menor del Almirante, que le nombro' su albacea
en el testamento que otorgo en 20 de Febrero de 1515,
dejándole un legado de cuarenta mil maravedises, y estuvo
presente en el acto de darle sepultura en la Cartuja en 21
del mismo mes. No sabemos si en 1494 estaba 3^a en rela-
ciones de amistad con don Diego Colo'n, d con el Almirante,
pero de una curiosa carta que en aquellos días, en 10 de
Mayo, dirigió' á Miser Pietro Niccoli, de Florencia, se
desprende que oyó la relacio'n de los sucesos del segundo
viaje, de boca del mismo Antonio de Torres, y de algunos
otros de sus compañeros. La carta por su origen y por las
noticias que contiene es harto interesante, y no creemos
que hasta ahora se haya dado al público en lengua espa-
ñola ^ Fué encontrada entre los papeles pertenecientes á
Nicolás Machiavelo, en la Biblioteca Palatina de Florencia,
y publicada en // Propugnatore de Bolonia en el mes de
Enero de 1875.
Dice así:
«Copia de algunos párrafos de una carta escrita por
Simón Verde, del arrabal de San Lorenzo de Mugello, que
ahora reside en Valladolid, en Castilla, y desde allí escribe
á Florencia á Pedro Niccoli en fecha 20 de Marzo de 1493,
y luego en otra del 10 de Mayo de 1494; de cuyas dos
cartas sacaré lo que cuenta del descubrimiento hecho por el
Serenísimo Rey de España , o' por Cristofano Colombo su
Almirante en las islas de Indias. Y trasladaré la sustancia
de lo que él escribe, puntualmente como él lo pone; y daré
la sustancia porque sería muy largo copiarlo todo.
))Y comienza:
» Consideradísimo Sr.: en otra carta mia noticié á vm.
lo que hasta entonces se sabía de las islas nuevamente
' La publicó en su texto original italiano, con traducción francesa al pie,
Mr. Henry Harrisse, en su citado libro Cristophe Colomb.— Tomo II, pág. 69.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
13
halladas en las Indias; después, como vm. ha sabido, ^
volvieron doce de las diez y siete carabelas que el Rey había
enviado; y ahora os diré las noticias que dan y las cosas
que han traido.
))He hablado con tres personas de las que han venido
en las dichas doce carabelas, que uno es el capitán de ellas,
otro el piloto y el otro un maestre de una de las naves que
allá fueron. Diré á vm. lo que de sus labios he oido, 3-
aun será con la duda de no escribir cosa que no sea verdad;
y para no errar, ni ponerme en peligro de decir mentiras,
diré solamente parte de lo que he escuchado, es decir, lo
que me parece ser más verosímil.
))La navegacio'n en esta segunda vez fué como en la
primera, cuando encontraron las islas, esto es á las Cana-
rias. Desde allí, á las tres semanas se encontraron á la |
vista de las primeras islas; mas no de aquella isla mayor á
la que pusieron por nombre Española, sino de otra más
pro'xima á nosotros como unas doscientas leguas. Hicieron
diligencias para entenderse con los habitantes, pero no
pudieron; porque la gente que en ella habita vieron que
era muy contraria á la de las islas que encontraron antes,
pues aquellos eran amables y seguros, y estos desconfiados
y crueles , porque comen carne humana , como lo sabréis , y
venian á la orilla del mar mostrándose enteramente desnu-
dos y cuando las barcas iban hacia ellos huian, corriendo
con tanta velocidad que difícilmente los alcanzara un
hombre á caballo. Probaron á atraerlos con dulzura, y
después intentaron engañarlos arrojándoles algunas cosillas,
sin poder coger á ninguno, porque cogian con destreza lo
que les echaban , y en seguida huian ; y por la espesura de
los árboles que llegaban casi hasta la orilla misma del mar
tenian facilidad para ponerse en salvo. Partiendo de
aquella isla encontraron otras con gentes de la misma clase,
que navegaban en ciertas barcas suyas , formadas de un solo
tronco de árbol que vogaban con una pala corta. Deján-
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14
CRISTÓBAL COLÓN
dolos llegar, se acercaron algunos tanto, que el capitán de
las carabelas hizo botar al agua una barca, y caminando
derechamente á ellos, los embistieron y echaron una á
pique. Se defendieron tenazmente, y con extremo una
muger. que con un arco aplasto' á un marinero, dejando
otros dos heridos con sus flechas. Se cogieron algunos y otros
se escaparon á nado, defendiéndose todavía desde el agua.
))De esta isla vinieron por su propia voluntad á los
cristianos algunas mugeres ; las cuales parece que eran de
otras islas, aprisionadas por la gente de esta para tenerlas
como esclavas. Aprovechándose de esto, por mediación de
una de estas mugeres, hizo el capitán que penetrasen
cuarenta hombres en la isla, que fueron conducidos á través
de un bosque de árboles cerca de tres millas, y llegados
á una altura descubrieron un hermoso valle muy bien
cultivado, en el que habia varias casas abandonadas, y
vacias porque sus habitantes hablan huido. En ellas encon-
traron dos muchachas y dos muchachos, como de quince
años, que eran de los robados en otras islas. Los varones
tienen el miembro viril cortado á raiz del pene; y dicen que
los engordan para comérselos. En cuanto á las mugeres
dicen que no las comen, sino que las conservan como he
dicho para esclavas. Como esto es tan horrible, no solo
para ejecutarlo, sino para pensarlo siquiera, he tenido cui-
dado de procurar informes exactos, y lo encuentro verdad
sin duda alguna. Y dicen que estos indígenas en tiempo de
verano se alejan mas de trescientas leguas, andando de isla
en isla en sus barcos para robar; y á los hombres se los
comen y á las mugeres las retienen como dije.
))E1 capitán de estas carabelas que han regresado me
asegura que se encontraron en sus casas muchos huesos
humanos, y en una de ellas carne humana que se asaba, y
una cabeza de hombre puesta á las brasas; y que estas cosas
fueron llevadas al Almirante para que las viera. No sé si
puedo deciros esto como verdad, por la facilidad que ellos
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
15
tienen para mentir; lo que creo cierto por las manifestaciones
de todos es que aquellos comen carne humana , y asi lo ase-
guran los naturales de otras islas. Se nombra aquel pais, o'
mas bien la isla , Cariha. He hablado con uno de ellos , que
se han traido de allá , el cual entiende algo lo que se le dice,
y he sabido por él que es verdad ; y por las señas que hace
parece que conoce que eso es malo y se avergüenza de ello.
«También encontraron en aquella isla y en las casas de
los caníbales , que así por acá los llaman , muchos papaga-
yos, grandes y hermosos, con plumas verdes, rojas y
negras, y de otros colores, y que tienen las colas largas
y verdes. He medido uno, y encuentro que desde la cabeza
hasta la cola, es decir, hasta el fin de ella, tiene un codo
y un cuarto de largo. Tienen el pico muy largo, y casi del
todo blanco, los pies negros, la voz recia y desagradable.
Dicen que los naturales los tienen para quitarles las plumas,
con las que se forman sus penachos y otros adornos muy
bellos. Las islas de estos se dice que son muchas; y son
gente de aspecto feroz, aunque sus facciones no se diferen-
cian de los de las otras islas, pero es gente mas robusta y
mas viva , con el cutis mas teñido y mas áspero que el de
los habitantes de las demás islas.
))He oido decir que sus habitaciones son muy alegres
y bien hechas, de forma redonda, como pabellones, todas
de madera y cubiertas con hojas grandes de un codo y
medio de largo.
))Han traido algunos animalejos parecidos á loros blan-
cos y negros, y algunos negros del todo, pero sin cola.
Y también traian cierta corteza de árbol, que verdadera-
mente es especia, pero quieren decir que es canela o' de su
género. E igualmente han traido unas ciertas escrecencias
de ramas de árboles, que dicen es lana, y de buena calidad
sin duda alguna ^ ; creo no será nada ; y si para algo puede
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La tillandsie tisneoide. — Harrisse.
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CRISTÓBAL COLÓN
servir será para colchones, y se hará polvo, porque no tiene
consistencia.
» Preguntando al capitán acerca de la calidad de las
aguas me ha dicho, que habiendo bajado á tierra en la pri-
mera isla de los caníbales, y sintiendo sed vio un arroyuelo
de agua clara y hermosa, de la que bebió', y habiéndole
encontrado un sabor como si hubiera tenido dentro especias
en infusio'n, sintió' mucho calor en el esto'mago aunque
estaba muy fresca.
)) Según dije antes, en tres semanas llegaron á las islas
de los caníbales, donde se detuvieron algunos días, y luego
marcharon para ir á encontrar la Española, y en la navega-
cio'n nunca dejaron de tener á la vista una isla ú otra, y
encontraron con una que, según dicen, era tan grande como
la Sicilia y bajaron á tierra en ella. Y á poca distancia de la
orilla del mar descubrieron una casa deshabitada muy
grande y muy hermosa, y como no vieron otras habitacio-
nes ni gente ninguna estimaron que en alguna época del año
algún gran señor vendría allí á habitar ciertos días.
«Llegados después á la grande isla nombrada la Espa-
ñola, y al punto donde en el primer viaje habían dejado los
treinta y ocho hombres, no descubriendo señal alguna dis-
pararon varias lombardas , creyendo que estuvieran despa-
rramados por las cercanías, y en aquel momento empezaron
á aparecer los indígenas, y por ellos se supo como eran
muertos; y encontraron por allí doce cadáveres, que no
tenían mucho tiempo de enterrados. Su Re}^ o' mas bien
cacique, vino al Almirante que se los había recomendado,
dando muchas escusas sobre la muerte de los cristianos, y
demostrando que no tenía culpa ninguna. Dijo que cada
uno de ellos tenía cuatro mujeres, y que se habían dividido
y muerto entre sí, de modo que ni se encontró uno vivo.
El Almirante, como prudente, fingió' y mostró' creerlo con-
firmando la amistad; y el Rey le presento' algún oro, y
asientos trabajados á su manera, y tardo' muy poco que
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
17
recobrada por ellos la confianza, venían en increíble muche-
dumbre á visitar al Almirante , y cada cual le traía algún
regalo, aunque cosa de poca estimacio'n.»
Esta curiosa carta es muestra de las noticias que enton-
ces corrieron entre el pueblo, ávido de conocer pormenores
de los países nuevamente descubiertos, y de sus habitantes,
cuyas costumbres pintaban los viajeros con exagerados colo-
res, tanto en lo bueno como en lo malo. Con las relaciones
de Torres, de Gorbalán y del doctor Chanca, con la descrip-
ción de las edificaciones comenzadas en la nueva ciudad de
Isabela que referían con mucha variedad y animacio'n los
navegantes y las muestras del oro que todos sabían se
habían traído á los Reyes , y con la vista de las bolas de
algodón hilado por los indios, las frutas raras, los papaga-
yos de diferentes colores que muchos marineros traían y
enseñaban en todas partes , se mantenían vivas las ilusiones
y se alimentaba el entusiasmo, teniendo todos la vista fija en
las expediciones á las Indias occidentales.
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^'.4 i V). "
III
Tampoco se apartaba de ellas la atención de los Reyes
Católicos. Después de las tres carabelas que en el mes de
Mayo enviaron con gran prisa al mando de Bartolomé, para
remediar lo que con más urgencia pedía el Almirante por
medio de Antonio de Torres , dispusieron que con toda la
diligencia que fuera posible se aparejasen otros cuatro
navios en que tornase allá el mismo Torres , llevando cuanto
faltaba de las provisiones y recaudos que no habían podido
embai-carse en las primeras.
Tanto un jefe como el otro, Bartolomé Colon y Antonio
Cristóbal Colón t. ii — 3.
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CRISTÓBAL COLÓN
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de Torres, llevaban además pliegos para el Almirante,
donde se le demostraba la gran confianza de los Reyes en su
persona, y lo satisfechos que quedaban de todas las medidas
que había tomado desde su llegada, documentos que sirvie-
ron de gran consuelo á Cristóbal Colón en sus tribula-
ciones, porque por sus frases llego' á creerse á cubierto
de cuanto pudieran tramar en contra suya, pues en la
segunda carta, fecha en Segovia á ló de Agosto de 1494,
llegaban á decirle los Soberanos: — «Y en lo que toca á la
forma que allá debéis tener con la gente que allá tenéis,
hün nos parece lo que hasta agora habéis principiado y así
lo debéis continuar, dándoles el más contentamiento que ser
pueda, pero no dándoles lugar que excedan en cosa alguna
de las que ovieren de hacer o vos les mandades de nuestra
parte; y quanto á la población que hicistes, en aquello
no hay quien pueda dar regla cierta, nj enmendar cosa
alguna desde acá, porqué allá estaríamos presentes, y toma-
riamos vuestro consejo y parecer en ello, cuanto mas en la
absencia...))
En su lugar daremos cabida á las dos cartas de los
Reyes Católicos; por ahora es bastante el párrafo citado
para poner de manifiesto el estado de los ánimos, que tanto
en el pueblo, como en la nobleza, en la marina y en el clero,
y hasta en los monarcas mismos, se veían confirmadas las
grandes esperanzas que el descubrimiento había hecho con-
cebir, y se estaba á la espectativa de pro'speros y grandes
sucesos al otro lado de los mares.
Juzgúese cual sería el efecto de la llegada á Cádiz á
fines de Octubre, de las tres carabelas fugadas de la isla
Española, viendo desembarcar de ellas al P. Bernaldo Boíl, á
Mosen Pedro Margarit, y á los demás descontentos de la
colonia que los acompañaban. Las voces que hicieron correr
eran enteramente contradictorias de todo lo que entonces se
creía, y sus noticias formaban extraño contraste con las que
habían traído los primeros expedicionarios. Bien hubieran
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
19
podido considerar los españoles al escuchar las desdichas
que narraban; las quejas de que se hacían eco; los tristes
sucesos que pintaban, que no hacía cinco meses aquel
mismo P. Boil había enviado á los Reyes Cato'licos por
mano de Antonio de Torres una carta o' Memoria pon-
derando las excelencias de la isla Española; las acertadas
providencias del Almirante y las esperanzas que podían
abrigarse fundadamente de obtener grandes riquezas de
sus minas, y la pronta conversio'n de los indígenas. ¿Qué
había podido suceder en aquel corto espacio de tiempo
que así cambiase la faz de la colonia? ¿A quien podía
atribuirse la funesta variacio'n, si es que existía, cuando
venían á ser anunciantes de ella un miembro del Gobierno,
y quizás el más influyente de todos, y el general de las
tropas, que ambos habían tenido el mando en ausencia del
Almirante?
No parece que el público dio' entonces mucho crédito á
los apasionados informes de los recién llegados, ni causa-
ron gran impresión por el pronto en el ánimo de los Reyes;
y tal vez ninguna consecuencia hubieran tenido desfavorable
para los asuntos coloniales, y aun se hubieran mirado con la
debida prevencio'n y recelo, perjudicando á los fugitivos,
como era justo, si éstos no contaran con el apoyo de don
Juan de Fonseca, que en lugar de desautorizar claramente
sus quejas, manifestando los datos ciertos que existían para
juzgarlas infundadas, y él conocía mejor que ninguna otra
persona, les dio acogida y afecto preocuparse mucho de lo
que le referían,
A pesar de todo, no parece que produjeron níucho
efecto las quejas de los desertores de la Española. Llegados
á Cádiz á fines del mes de Octubre, á nuestro juicio, se
detuvieron en Sevilla más de un mes, esperando la resolu-
ción de los Reyes á la noticia de su regreso. Hasta el 3 de
Diciembre no contestaron aquellos manifestando su satisfac-
ción porque habían llegado las carabelas de Indias, y Ha-
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20
CRISTÓBAL COLÓN
mando á fray Buyl '. Después de esta dilación, es aún más
de notar el tiempo que tardaron en darse por inforrnados de
las noticias de fray Bernardo, y que se fijan en las necesi-
dades de los colonizadores, y no en las quejas del relig-ioso.
La minuta que copio' don Juan B. Muñoz, y ha impreso
el P. Fidel Fita, á continuacio'n de la que por nota citamos,
es esta :
«Madrid 18 de Febrero de 1495.
Rey y Reina á Juan de Fonseca, Dean de Sevilla, y del
Consejo. Que con lo que Fray Buil y los demás que han venido
informan, se vé clara mas la gran necesidad de los que
están en Indias; y procure, según le estaba ordenado, des-
pachar sin dilación cuatro carabelas con bastimentos etc..
para que aquello se sostenga.»
Por entonces la atencio'n de los Reyes Católicos no se
separaba del fomento de la colonia de la Española, y de pro-
curar la mayor suma de comodidades á los españoles que
allá vivían; pero en verdad, no puede desconocerse la perni-
ciosa influencia que las quejas de los fugitivos, sus hablillas,
sus exageradas declamaciones habían de tener en la opi-
nio'n, minando la popularidad del Almirante, y haciendo
que se dudara de la verdad de lo que en sus cartas decía
sobre la fertilidad, hermosura y riqueza de los países que
había descubierto. Hasta después del regreso del P. Boil
y de Pedro Margarit, nadie había tildado á Cristóbal
Colón de cruel, de orgulloso ni de arbitrario en sus resolu-
ciones: quizá entonces tampoco lo creyeron los que le cono-
cían ; pero la acusacio'n estaba lanzada; la calumnia comenzó
á dejarse oir, y la fama del Almirante quedo' manchada con
* J^'rqy Benial Buyl. — Por el P. Fidel Fita y Colomé. — Pág. 45. — 23
(Inédito). Madrid 3 de Diciembre de 1494. — Minuta hecha por Muñoz (t. cit.
fol. 181) sobre el códice que describe así: «Registro general, Cámara, Secretario
Hernand Alvarez.» No cita Muñoz el folio de este Registro, é ignora su paradero.
«Los Reyes á Juan de Fonseca. Placer por la nueva de ser venidas cara ve-
las de Indias, y venga al punto fray Buil. El oro que trujeron, amonédese; y
pagúese á la gente que vino: y vengan para vellos esos granos de oro.»
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
21
algo de lo que decían sus adversarios, especialmente entre
los muchos que no habiendo tenido la fortuna de estar en
trato con él, no habían podido apreciar las prendas de su
carácter.
Nació' también de aquellos informes el pensamiento que
tanto explotaron después los enemigos del descubridor, de
que España no podría obtener nunca de las regiones occi-
dentales los rendimientos que se ponderaban, las riquezas
que se habían prometido, y que el tesoro se agotaría en
gastos que no obtendrían recompensas. La mala semilla
estaba echada y tarde o' temprano había de producir amargo
fruto.
.IV
Verdaderos y legítimos motivos de queja contra la
gobernacio'n del Almirante en la isla Española no podían
alegarlos, ni menos justificarlos el P. Boil y Pedro Margarit.
En los últimos meses desde que en Abril había salido Cris-
tóbal Colón á continuar sus descubrimientos, había corrido
el gobierno y administracio'n á cargo de aquéllos, sin que
pudieran llamarse agraviados por nadie, pues el carácter
afable de don Diego Colo'n, y su inclinacio'n al estado ecle-
siástico hacen suponer que escucharía siempre con respeto
las opiniones del Vicario Apostólico, y el general de las
fuerzas de la Vega Real estaba tan independiente y desligado
de toda superioridad, que justamente por su desobedien-
cia habría de comenzar la formacio'n de sus cargos. Quejas
personales, disgustos de clase por creer que los eclesiásticos
no debían ser igualados con los seglares al adoptarse ciertas
providencias, pudo tenerlos el P. Boil; Margarit no podía
alegar ni aun esas causas, puesto que desde la primera
22
CRISTÓBAL COLON
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expedición á las montañas quedo' por comandante de la for-
taleza de Santo Tomás, y no había recibido del Almirante
más que muestras de consideracio'n y aplauso para sus ser-
vicios, como lo consigno' en su Memorial.
El disgusto del P. Boil se explica si su vocacio'n y su
carácter no le llamaban á la vida activa del misionero y á
la agitacio'n de la colonia, y suspiraba por la quietud del
claustro ; la desercio'n de Margarit no se comprende sino
por el conocimiento de las faltas- que había cometido; por
la conciencia de su inmensa responsabilidad; por el fundado
temor á las reconvenciones del Almirante, que podía pedirle
cuenta de infinitos males causados por su desobediencia.
Lo que parece muy natural, después de bien conocidos
todos los antecedentes, es que tanto al uno como al otro
les causo' mal efecto la presencia de Bartolomé Colo'n en la
isla, y ella fué la causa determinante de la 'resolucio'n que
ambos tomaron de embarcarse para España.
Ya en Sevilla, y cuando empezaron á circular las
exageradas noticias que de ellos procedían sobre los males
sufridos, y los padecimientos que sobrellevaban los espa-
ñoles en las Indias, fueron acogidas con cierta prevencio'n
de incredulidad ; pero por desgracia hay siempre propensión
á dar crédito á todo lo desfavorable, y los hechos que se
conocían venían á dar algún viso de verdad á los siniestros
informes narrados por los fugitivos. No era cierto, ni
mucho menos, que el Almirante fuese cruel con los delin-
cuentes, ni extremase el rigor de los castigos; la pena
impuesta al primer conspirador Bernal Díaz de Pisa, que
fué recluirle en una carabela hasta que llegase ocasión de
poderlo enviar á España con las pruebas de su delito, para
que acá fuera juzgado y castigado, no puede ser considerada
sino como ejemplo de moderacio'n. El medio que empleo' el
Almirante para hacer que todos, nobles, hidalgos y ple-
beyos tomaran parte activa en los trabajos de edificacio'n de
la ciudad Isabela, tampoco podemos presentarlo como
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
23
muestra de dureza, no consistiendo en otra cosa que en
acortar la racio'n á los que no querían prestar su coíicurso
en beneficio de todos. Cierto que las enfermedades que
empezaron á experimentarse requerían alimentacio'n sana
y abundante ; pero ha de tenerse presente que las existencias
no eran muchas, y que también era urgente, para comodidad
de los mismos enfermos, el procurar habitaciones en las
mejores condiciones posibles de salubridad.
Las circunstancias eran tan extraordinarias; las nece-
sidades tan nuevas en aquella colonia , que antes de formu-
lar cargos, aunque sean leves, á Cristóbal Colón, deben
pesarse con gran prudencia las responsabilidades que car-
gaban sus hombros y los pocos medios de que disponía para
atender á todas.
Hasta entonces tampoco habían respondido los produc-
tos á las esperanzas que las primeras muestras de las
riquezas del suelo habían hecho concebir; y en este punto
fueron más atendidas las insinuaciones malévolas. Las
enfermedades de los españoles; su angustiosa situacio'n; sus
privaciones, se pintaban con los más negros colores, y como
sucede siempre, la calumnia fué tomando cuerpo, y había
ya muchos que ponían en olvido lo que Gorbalán refería de
propia experiencia pocos meses antes, y los informes que el
doctor Chanca, Ojeda y otros habían remitido y que pre-
sentaban el aspecto risueño de la colonia, en contraposicio'n
al triste que ahora se dibujaba.
Había entre los pesimistas muchos que exageraban á
ciencia cierta las malas noticias ; porque de este modo reba-
jaban algún tanto el crédito del Almirante, y comenzaban
á minar su influencia, con la intención de lograr que dismi-
nuyese la ilimitada confianza que en él depositaban los Reyes
y á tantos tenía llenos de envidia en la corte.
La fatalidad ayudo' en parte á los planes de los adver-
sarios de Cristóbal Colón, y protegió la causa de aquellos
que tan verdaderos males habían causado en la isla Espa-
24
CRISTÓBAL COLÓN
ñola y tan funesto ejemplo habían dado de insubordi-
nación.
Desde el 14 de Abril de 1494 en que Cristóbal Colón
zarpo del puerto de Isabela para continuar sus descubri-
mientos no habían vuelto á recibirse noticias suyas en
España. Había terminado aquel año, y comenzaba el
siguiente, y no había nuevas del viaje que había empren-
dido, de sus resultados, ni del punto donde se encontraran
los buques que habían salido con. el Almirante. Tan abso-
luta incomunicacio'n , unida á la triste pintura que hacían
Margarit y sus parciales de las enfermedades que en los
nuevos países se contraían, y de lo dañoso que era aquel
clima para los europeos, empezaron á preocupar seriamente
á los Reyes Católicos acerca de lo que pudiera ocurrir al
otro lado de los mares. La muerte del Almirante hubiera
sido golpe fatal en aquellos momentos, pues ^o era fácil
sustituir su alta inteligencia, su saber y su carácter, y
aquella falta podía acarrear la destruccio'n total de la
colonia, donde tenían los Reyes puesta su atención prefe-
rente y en la cual fundaban grandes esperanzas y proyectos
para el porvenir y grandeza de su reinado.
La falta de noticias de la expedicio'n que saliera de
Isabela con rumbo que no podía ser conocido, causaría sin
cesar honda inquietud en los Reyes; las alarmantes noticias
propaladas por los adversarios del Almirante, aunque no
fueran creídas en absoluto, no dejarían de producir cierta
perturbacio'n y zozobra ; y pesando en su ánimo estas otras
causas, meditándolas con serenidad y procediendo con su
acostumbrada prudencia, decidieron por una parte dar
cierta especie de satisfacción á las quejas de que algunos se
hacían eco en la corte, y por otra llegar á adquirir exacto
conocimiento de la situación de las cosas en la isla Espa-
ñola, enviando persona que con severa imparcialidad }'■
juicio reuniera datos para comprobar la verdad, en la
' contradicción que había entre las cartas y Memorias traídas
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
25
por Antonio de Torres, y los informes verbales que luego
daban los mismos que habían escrito aquellas.
« Pensaron los Re3^es que lo fuese el comendador Diego
Carrillo, escribe don Juan Bautista Muñoz, ú otra persona
de cuenta y confianza: luego se nombro á Juan de Aguado,
repostero de capilla de la casa real, que había estado en
Indias, y venídose con Torres muy recomendado del Almi-
rante, á quien parece haberse tenido respeto, tanto en la
eleccio'n del juez, cuanto en coartarle el tiempo y las facul-
tades. Acordo'se la comisio'n principalmente por el recelo
de haber fallecido el Almirante en el viaje de Cuba; pero
hallándose en la Española, se ordeno' que se estuviese en
todo á su mando, ni el pesquisidor se extendiese á más de
hacer informaciones y volverse á dar cuenta.»
Tal fué la verdadera intención de los Reyes Cato'licos
en el nombramiento de su repostero Juan de Aguado para
que pasase á la isla Española: ese fué el pensamiento que
les guio', hijo antes, según hemos dicho del temor, de la
duda que abrigaban sobre la suerte de Cristóbal Colón,
que de ningún género de desconfianza, y bien claramente lo
dicen en todos los despachos que expidieron en aquellos días.
Cuidando siempre de abastecer la colonia de cuanto
era necesario, según lo pedía el Almirante, habían librado
dos millones de maravedises á don Juan de Fonseca, que
habían de entregar los Inquisidores de Sevilla, para proveer
cuatro carabelas que debían salir con la mayor urgencia, á
las que seguirían otras cuatro que se aprestaban al mando
de Diego Carrillo ^ ; pero no contentos con esto, dos días
después, en 9 de Abril, expiden nueva cédula, mandando
que Carrillo parta inmediatamente , en términos tales , que
no dejan duda acerca de los deseos, los temores y la soli-
citud de los Soberanos. Dice así:
.L.
^íS^
* Real cédula de 7 de Abril de 1495.— Navarrete-— (^Pl^((f^n de viajes.—
Tomo II.— Doc. núm. LXXXII.
Cristóbal Colón t. ii. — 4.
26
CRISTÓBAL COLON
líí'
«El Rey é la Reina: Reverendo en Cristo padre obispo:
por estas letras que aquí vos enviamos, veréis lo que vos
escribimos cerca de las cuatro carabelas que agora habéis de
enviar á las Indias; y porque temiendo que algo ha Dios dis-
puesto del Almirante de las Indias en el camino que fué, pues
que ha tanto tiempo que del no sabemos, tenem^os acordado de
enviar allí al Comendador Diego Carrillo, é á otra persona
principal de recaudo para que en ausencia del Almirante
provea en todo lo de allá, y aun en su presencia remedie
en las cosas que conviniere remediarse, segund la informa-
ción que ovimos de los que de allá vinieron. Y porque este
no pueda partir tan presto como es menester que vayan estas
carabelas para llevar mantenimientos á los que allá están,
por la necesidad que sabemos que tienen, acordamos que
vayan agora estas cuatro carabelas, y que la persona que
enviaremos irá en las otras carabelas que fueren al fin de
Mayo, o' al comienzo de Junio, Dios queriendo.»
Es necesario estudiar con prolijo cuidado este momento
de la colonizacio'n española, porque de él arrancan muchos
de los infundados cargos que se han hecho á los Reyes Cato'-
licos y aun al mismo Cristóbal Colón; siendo importan-
tísima esta real cédula, porque contiene datos para que sin
error puedan apreciarse los actos y la conducta de los sobe-
ranos de Castilla. En esta primera parte de la cédula que
dejamos transcrita, se ve bien clara su impaciencia por tener
noticias seguras del Almirante y del estado de la isla , y por
enviar recursos á los que allá estaban. Mas como quiera que
los informes del P. Boil y de sus compañeros eran tan des-
favorables y contradictorios, demuestran los Re3''es que no
les merecían confianza absoluta, á pesar de su respetable
origen, pues, continua la real cédula. — «Y fasta que estas
vayan, (se refieren á las cuatro carabelas que habían de
salir luego), nos parece que no debe ir ninguno de los hombres
que de allá vinieron que solian tener algunos cargos allá, porque
el que fuere se injormafá como usaban de ellos, por las quejas
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO IX
2;
que unos dan de los otros, y es mejor que estén acá fasta
que vaya el que nosotros enviaremos allá.»
Aquí están bien claros y patentes los indicios que los
Reyes tenían de la falsedad de los rumores esparcidos, y
aun las sospechas de que los fugitivos no habían usado bien
de sus cargos. La infórmacio'n, como se ve, más iba dirigida
á comprobar las necesidades verdaderas de la colonia, y á
depurar la conducta de los quejosos, que contra el Almirante,
ausente hacía mucho tiempo, ni las medidas de su gobierno
en la isla. Pero repetimos que en toda la cédula se encuen-
tran conceptos importantes, y vamos á concluir su traslado.
«Por ende Nos vos mandamos y encargamos que bus-
quéis alguna persona de recaudo que vaya en estas carabelas
y lleve en cargo los mantenimientos y otras cosas que en ellas
enviaredes , y las dé allá y reparta como se debiere repartir
á vista del Almirante si allá estoviere , 6 en su ausencia del,
á vista é parecer de los que allá están, y que se informe bien
del estado de las cosas de allá, y como se gobierna lo de allí,
y á cuyo cargo es cualquier cosa de falta que en ello ha
habido d hay, y también se informe de los que acá son venidos
como usaban de sus cargos; y encargadle que con esta^ mfor-
macion se venga acá para nos fazer relación de todo, y para
esto en estas cartas que vos enviamos para los que están en
las Indias, henchid la persona que enviaredes y decidle lo
que ha de hazer conforme con esto; pero si hallare al Almi-
rante esté en todo á su gobernación; pero haga la información
que aqui decimos y véngase luego. Asi mismo porque. Fray
Buil no vá allá agora, que tenia facultad del Papa para los
• casos episcopales en las Indias, y allá hay falta de algún
clérigo, persona de conciencia d algunas letras, por esto Nos
vos mandamos y encargamos que busquéis algún clérigo
para esto de buena conciencia é de algunas letras que vaya
allá agora en estas carabelas, y esté allá por algún tiempo en
tanto que Nos proveemos en esto, y aqui vos enviamos poder
de Fray Buil para la persona que vos nombrarcdes; por ser-
^jMiM
28
CRISTÓBAL COLÓN
vicio nuestro que en todo esto pongáis mucho recahdo é dilijencia,
y trabajéis como estas carabelas partan luego, por que como vos
escribistes creemos que los que allá están tienen mucha nece-
sidad y es cargo de conciencia de no proveerlos luego. De
Madrid á nueve de Abril de noventa y cinco años '.»
A continuacio'n de esta real cédula hay un curiosísimo
Memorial de las cosas que son menester proveer luego para
despacho de cuatro carabelas que vayan para las Indias , y
que demuestra el gran interés y cuidado con que se miraban
aun los más pequeños detalles.
Y no se contentaron los Reyes con las disposiciones de
esa cédula. Sin duda en su ánimo quedaba algún recelo
acerca del cumplimiento que pudiera dar el obispo Fonseca;
quizá á pesar de la confianza que en sus cualidades tenían,
no dejaban de conocer su mala voluntad al Almirante, pues
habiendo dado á aquél facultad en la dicha orden para nom-
brar la persona que hubiera de pasar á las Indias para hacer
la informacio'n , enviándosela con el nombre en blanco para
que él lo llenase, en el mismo día se arrepintieron de haberle
dejado tanta libertad, y expidieron el nombramiento á favor
de Juan de Aguado que íntegro ha conservado fray Barto-
lomé de las Casas ^.
«El Rey é la Reina: caballeros y escuderos y otras per-
sonas que por nuestro mandado estáis en las Indias ; allá vos
enviamos á Juan Aguado, nuestro Repostero, el cual de
nuestra parte vos hablará. Nos vos mandamos que le dedes
fé y creencia. De Madrid á nueve de Abril de mil y quatro-
cientos y noventa y cinco años.
))Yo EL Rey. Yo la Reina.
«Por mandado del Rey é de la Reina nuestros Señores.
■Hernand Alvar cT^.y)
* Archivo General de Indias. — Navarrete. Colección de viajes. Tomo II.
Doc. núm. LXXXV.
Historia de las Indias. Libro I Tomo II, Cap. CVII, pág. no.
LIBRO TERCERO. — CAPÍTULO IX
29
El texto de Navarrete no tiene las frases «Nos vos man-
damos que le dedes fé y creencia.»
Es de notar en esta disposicio'n y nombramiento, que
por ella no solamente se quitaba á don Juan de Fonseca la
autorización que en la anterior se le había dado, sino que se
designaba para que fuese á la Española un sujeto que de allá
había venido con expresiva recomendacio'n del Almirante;
por cuya razo'n dice tan acertadamente don Juan B. Muñoz
que parece se le tuvo respeto tanto en la elección del Jue:^, cuanto
en coartarle el tiempo y las facultades.
Por feliz casualidad, muy pocos días después se tuvie-
ron noticias de la isla, y de la buena salud del Almirante,
por haber llegado cuatro carabelas al mando de Antonio de
Torres. Los Reyes Cato'licos recibieron gran placer por ello,
y dieron repetidas ordenes para que sin perder tiempo
salieran las cuatro carabelas que ya estaban cargadas , y que
en ellas fuese Juan Aguado, sin que Fonseca pudiera enviar
ninguna otra persona.
^^''
32
CRISTÓBAL COLÓN
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^M
Recordaremos que el 29 de Septiembre llegaron al puerto
de Isabela las tres carabelas que por Abril habían salido,
trayendo al Almirante postrado de fuerzas, y en tal estado
de insensibilidad, que temían espirase antes de desem-
barcar.
Al ver aparecer á lo lejos las embarcaciones, fue in-
menso el júbilo de los españoles que habitaban en la ciudad.
Después de seis meses, muy largos, de carecer enteramente
de noticias de los expedicionarios y cuando tantas dudas y
•temores se abrigaban sobre su suerte, la alegría que se
produjo al avistarlas era muy natural. Acudieron --todos á
la playa, los individuos del Gobierno con los oficiales, y
cuantos pudieron abandonar sus trabajos, acompañados de
multitud de indios, con el afán de ser los primeros en
saludar al Almirante y noticiarle la llegada de su hermano.
El estado de Cristóbal Colón contristo' á todos, y
convirtió' en disgusto la anterior alegría. Con grandes cui-
dados le llevaron en hombros á sus habitaciones, donde
continuo' con la misma postracio'n; pero á pocos días fué
cediendo, aunque con gran lentitud: renacieron las fuerzas,
y entro' en convalecencia, que se hizo larga y penosa, pues le
duro' la enfermedad más de ciilco meses.
Cuando recobro' el uso de sus facultades intelectuales la
primera impresio'n fué sobremanera agradable: encontró'
sentado junto á su lecho y prodigándole cuidados y aten-
ciones á su hermano Bartolomé, y aunque por el pronto no
pudieran comiunicarse sus impresiones, su presencia influyo
grandemente en el ánimo del enfermo, proporcionándole
una tranquilidad de que hasta entonces no había podido
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
33
gozar. En sus primeras entrevistas instruyo Bartolomé
Colon á su hermano mayor de cuanto le había ocurrido
desde que recibió' la noticia del descubrimiento logrado, y
que aquél le llamaba á España. Mucho satisfizo al Almirante
la narración de las señaladas atenciones que los Reyes Cato'-
licos habían prodigado á Bartolomé, y las muestras de
confianza que había recibido; pero puso el colmo á su satis-
faccio'n la carta de que aquél era portador, que estaba con-
cebida en estos términos ' :
((El Rey é la Reina. — Don Cristóbal Colón, nuestro
Almirante del mar Occeano, é nuestro Visorey é Gobernador
de las islas nuevamente falladas en la parte de las Indias :
Vimos las cartas que nos enviastes con Antonio de Torres,
con las cuales ho vimos mucho placer, y damos muchas
gracias á Nuestro Señor Dios que tan bien lo ha hecho, y en
haberos en todo tan bien guiado. En mucho cargo y servicio
vos tenemos lo que allá habedes fecho, que no puede ser mejor, y
asimismo vimos al dicho Antonio de Torres, y recibimos
todo lo que con él nos enviastes y Nos esperábamos de ver,
según la mucha voluntad y afición que de vos se ha cognos-
cido y cognosce en las cosas de nuestro servicio. Sed cierto
que nos tenemos de vos por mucho servidos y encargados en ello,
para vos hacer mercedes y honra y acrecentamientos como vuestros
grandes servicios lo requieren y adeudan; y porque el dicho
Antonio Torres tardo en venir aquí hasta agora, y no ha-
bíamos visto vuestras cartas , las cuales no nos habia enviado
por nos las traer él á mejor recaudo, y por la prisa de la
partida destos navios que agora van, los cuales, á la hora
que lo aqui supimos los mandamos despachar con todo
recaudo de las cosas que de allá enviastes por memorial, que
cuanto mas cumplidamente se pudiera facer sin detenerlos.
» \.zs,C2&2&.— Historia de las Indias, libro I, cap. CIII.— Navarrete.—
Colección de viajes. — Tomo IL
Cristóbal Colón, t. ii. — 5.
34
CRISTÓBAL COLÓN
...■*^^^^
r:l^^\
y asi se hará y cumplirá en todo lo otro que trujo á cargo,
al tiempo y como él lo dijere. No ha lugar de os responder
como quisiéramos, pero cuando él vaya, placiendo á Dios,
vos responderemos, y mandaremos proveer en todo ello,
como cumple. Nos habemos habido enojo de las cosas que
allá se han hecho fuera de vuestra voluntad, las cuales man-
daremos bien remediar é castigar. En el primer viaje que.
para acá se hiciere enviad á Bernal Diaz de Pisa, del cual
Nos enviamos á mandar que ponga en obra su venida, y en
cargo que él llevo' entienda en ello la persona que á vos y al
padre fray Buil pareciere, en tanto que de acá se provee,
que por la prisa de la partida de los dichos navios non se
pudo agora proveer en ello; pero en el primer viaje, si place
á Dios, se proveerá de tal persona cual conviene para el
dicho cargo. De Medina del Campo á trece de Abril de
noventa y cuatro años.
Yo el Rey: Yo la Reina.
Por mandado del Rey é de la Reina. ^/í/íí/í de la
Parra.))
M
Extraña en la lectura de esta carta la mencio'n que se
hace en su última parte del disgusto del Almirante por la
conducta de Bernal Díaz de Pisa. Ciertamente desde su
llegada al Nuevo Mundo debió' empezar este funcionario á
dar motivos de censura por sus inquietudes y alborotos,
como sospecha con harto fundamento el P. Las Casas, y
Colón hubo de dar reservadamente alguna queja á Antonio
de Torres para que la comunicase á los Reyes , sin hacer por
el pronto ninguna otra demostración; y aún puede creerse
que á su conducta se refiere algún capítulo del Memorial,
cuyas reticencias llaman la atención. Hasta después de la
salida de las carabelas , y aprovechando la enfermedad del
Almirante, no empezó' la conjuracio'n para amotinar algunos
marineros que hicieran causa con los descontentos y volverse
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
35
á España. Entonces paso adelante en sus propo'sitos; extendió
el escrito de sus quejas, y fué preso á bordo de una de las
carabelas , como queda referido ; pero no es dudoso que ya
antes se hubiera mostrado rebelde y disgustado, y á esa
actitud reservadamente comunicada por Cristóbal Colón
respondía la carta de los Reyes, mandándolo volver á
España.
No bastaron estas satisfacciones, aunque eran muy
grandes, á compensar el gravísimo disgusto que recibid el
Almirante cuando le comunicaron la partida del P. Boil, de
Pedro Margarit y los que los siguieron, y el abandono en
que habían dejado sus cargos; y su pesar se acrecentó al"
conocer el estado en que se encontraban los soldados espa-
ñoles en la Vega Real, entregados á la licencia y al pillaje,
faltos de jefes y de disciplina, sin haber cumplido ni una
sola de las o'rdenes que con tanta previsión y prudencia
había dado, antes de salir al viaje en que había descubierta
la Jamaica.
Su padecimiento se dilataba, la postracio'n de fuerzas le
obligaba á guardar cama, y las noticias que de todos lados
llegaban á Isabela aumentaban la impaciencia de Colón de
poder dirigirse personalmente á la Vega, donde tan necesaria
juzgaba su presencia.
Algo mejorado se encontraba ya, cuando le fue á visitar
el constante amigo de los españoles, el cacique de Marién,
Guacanagarí, que movido por su afecto al Almirante deseaba
comunicarle nuevas de la mayor importancia. Participóle
que la tierra toda estaba en armas, cuanto así podía decirse
de aquellos pobres indígenas cuyos medios de combate eran
tan primitivos: que las violencias, las vejaciones, los robos,
las insolencias de todo género que los soldados cometían en
la Vega, habían exasperado á los indios, con virtiendo en odio
el afecto que en un principio inspiraban ; y que los caciques
más poderosos se disponían con el mayor sigilo á juntar
gran multitud de hombres que cayeran de improviso sobre
36
CRISTÓBAL COLÓN
^V
JÜ^
los descuidados españoles , y acometiesen las fortalezas para
lograr una destrucción semejante á la que hicieron en Na-
vidad, siendo este el mayor deseo; la preocupación constante
de Caonabo', el más intrépido y audaz entre todos los jefes
de la isla.
«Aquí es de advertir, escribe fray Bartolomé de las
Casas, lo que en su Historia dice don Hernando Colo'n en
este paso, afeando primero la ida de mosén Pedro Margarit
y después las fuerzas é insultos que hacían en los indios
los cristianos, por estas palabras:
(íDe la ida de Mosen Pedro Margarite provino que cada
lino se fuese entre los indios por do quiso, robándoles la jacienda,
y tomándoles las mujeres, y haciéndoles tales desaguisados que se
atrevieron los indios á tomar venganza en los que tomaban solos
ó desmandados , por manera que el cacique de la Magdalena
llamado Guatiguana mató die^ cristianos, y mando poner
fuego secretamente á una casa donde había cuarenta en-
fermos »
Hemos copiado este párrafo del P. Las Casas, porque
pinta en breves frases el estado de la isla Española, y
porque traslada un trozo interesante del texto castellano de
la obra de don Fernando Colo'n, hoy perdida en su original.
Después de estas noticias, volvió' Guacanagarí á traer la
conversacio'n á la muerte de los treinta y nueve hombres que
habían quedado en el fuerte de Navidad, y á reiterar las
protestas de su inculpabilidad en aquel hecho, que había
procurado evitar, exponiéndose al odio y á la venganza de
los demás caciques; de lo cual era buen testigo el acogimiento
que en su tierra habían recibido los cristianos, habiendo
estado en ella siempre cien hombres muy bien servidos, y
proveídos de todo aquello en que podía darles gusto; y que
por esto los otros caciques se habían hecho enemigos suyos,
y especialmente Behechio le había muerto una de sus muje-
res , y Caonabo' le había robado otra ; y suplico' al Almirante
que se la hiciera volver, y le ayudase á tomar venganza de
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
37
las injurias que le habían hecho, para lo cual se ofrecía á
acompañar á los españoles con un refuerzo de sus mejores
guerreros.
Colón guardaba siempre en su alma profunda gratitud
á las muestras de bondad recibidas de Guacanagarí; y le
costaba trabajo dudar de su amistad y buena fe, como dice
Washington Irving; así que le fueron muy gratas aquellas
pruebas que venían á destruir por completo las sospechas
que muchos abrigaban, y á restablecer en toda su lealtad las
amistosas relaciones de los primeros días, cuando el afec-
tuoso cacique ayudo' tan eficazmente á reparar la pérdida del
naufragio de la Santa María.
Sin embargo, las noticias que el cacique le había traído
eran de suma gravedad, y el Almirante comprendió' que era
preciso aplicar remedio inmediatamente á tantos males.
Como el estado de su salud no le permitía dedicarse
personalmente y con la actividad, necesaria á las reformas
que el estado de la isla reclamaba, nombro' á su hermano
Bartolomé Adelantado de las Indias, para que corriese á su
cargo todo lo relativo á la parte militar, con la urgencia que
el caso requería. Creyó' Cristóbal Colón, que atendida la
gravedad de las circunstancias, y en su calidad de Visorey,
tenía autoridad para dar á su hermano aquella investidura
y dignidad; pero los Reyes sabido no lo aprobaron, dice el
P. Las Casas, dando á entender al Almirante no perte-
necer al oficio de Visorey crear tal dignidad, sino solo á los
Reyes.
Al regreso de Colón á España parece que le hicieron
presente la ilegalidad del nombramiento: mas, bien fuera
porque satisfizo cumplidamente el cargo, alegando por una
parte su autoridad como Visorey, y por otra las facultades
extraordinarias que se le habían concedido por la Real
cédula de 28 de Mayo de 1493 para el nombramiento de
oficios de Indias; bien fuera, como dice Las Casas, por hacer
á ambos merced, Sus Altezas, por sus cartas reales lo intitu-
^
«SSfe-
^^
38
CRISTÓBAL COLÓN
laron de las Indias Adelantado (en Medina del Campo á
2 2 de Julio de 1497), y hasta que murió' por tal fué tenido
y nombrado.
II
Se luchaba en Isabela con la escasez de provisiones y
alimentos de Europa, y con la falta de recursos para em-
prender muchas de las obras que eran de absoluta necesidad.
El Adelantado, que así llamaremos desde ahora con fre-
cuencia á don Bartolomé Colo'n, como lo hacen todos los
historiadores, supliendo con su actividad y energía, y con
la ayuda de los indios, la carencia de maestros, empezó á
preparar cuanto era preciso para emprender algunas opera-
ciones contra los caciques rebelados; á llamar á los soldados
que diseminados se encontraban por la isla sin orden ni
concierto, y á ir restableciendo la disciplina aumentando el
número de hombres de armas.
Trabajaba incesantemente, aunque veía las dificultades
insuperables que había de ofrecerle una excursión al interior
d^ la isla, no teniendo raciones para llevar de repuesto, 3^
escogitaba los medios de llenar aquel vacío, cuando vino á
sacarle de tan grave apuro la llegada de cuatro carabelas
con abundantes provisiones de los artículos más necesarios.
Mandábalas Antonio de Torres, y traía para la colonia,
además de los ansiados víveres, gran número de hombres
útiles, maestros y peritos en diferentes ramos, trabajadores
de varias industrias, para que con sus propios recursos
pudiera irse sosteniendo la poblacio'n de la Española, sem-
brando lo necesario y fabricando cuantos objetos de uso
común fuera posible para que no todo fuese preciso llevarlo
de la metrópoli, ni se vieran en tanta necesidad, y con tal
LÍBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
39
«El Rey é la Reina: — Don Cristóbal Colón, Almi-
rante mayor de las islas de las Indias: Vimos vuestras
letras é memoriales que nos enviastes con Torres, y habemos
habido mucho placer de saber todo lo que por ellas nos
escribístes, y dando muchas gracias á Nuestro Señor por
todo ello, porque, con su ayuda, este negocio vuestro será
causa que nuestra santa fé cato'lica sea mucho más acrecen-
tada. Y una de las principales cosas porque esto nos ha placido
tanto, es, por ser inventada, principiada é habida por vuestra
mano trabajo é industria, y parécenos que todo lo que al prin-
cipio nos dixistes que se podía alcanzar, por la mayor parte,
todo ha salido cierto como si lo hobiérades visto antes que
nos lo dixérades; esperanza tenemos en Dios, que, en lo que
frecuencia por depender de la llegada de los buques, cuya
navegación era incierta y podía ser alguna vez interrumpida.
Desembarcaron en Isabela hortelanos, labradores, y
molineros con los útiles y enseres necesarios para sus labores.
y muchas bestias y animales domésticos de diferentes clases
para los trabajos y para la aclimatación de las especies;
albañiles y carpinteros con otros varios artesanos, y, lo que 1^
entonces era también de absoluta necesidad en la colonia,
un médico y algunos practicantes de farmacia cuya falta era
muy notada.
Antonio de Torres traía también nuevas cartas de los
Reyes Católicos para el Almirante, y para los habitantes de
Isabela. En ésta encargaban á todos que prestasen obedien-
cia al Almirante y respetasen sus ordenes cumpliéndolas
como si fueran dictadas por ellos mismos. La que dirigían
á Cristóbal Colón, á la que antes de ahora hemos hecho
referencia, fechada en Segovia á 16 de Agosto, estaba con-
cebida en términos de la mayor confianza, y contenía muchos
particulares importantes, por lo que aquí la trasladamos,
tomando su texto de la Historia de las Indias de fray Barto-
lomé de Las Casas:
'ÍV2^*
40
CRISTÓBAL COLON
/•^v *
queda por saber, así se continuará, de que por ello vos queda-
mos en mucho cargo para vos facer mercedes, por manera que vos
seáis muy bien contento: y, visto todo lo que nos escribistes,
como quiera que asaz largamente decis todas las cosas, de
que es mucho gozo é alegria verlas , pero algo mas querria-
mos que nos escribiésedes , ansi en que sepamos cuantas islas
fasta aqui se han fallado, y, á las que haveis puesto nom-
bres, qué nombre á cada una, porque aunque nombráis
algunas en vuestras cartas, no son todas, y á las otras, los
nombres que les llaman los indios , y cuanto hay de una á
otra, y todo lo que habéis fallado en cada una dellas, y lo
que dicen que hay en ellas; y en lo que se ha enviado
después que allá fuistes, que se ha habido, pues ya es pasado
el tiempo que todas las cosas sembradas se han de coger ; y
principalmente deseamos saber todos los tiempos del año que
tales son allá en cada mes por si, porque á Nos parece, que,
en lo que decis que hay allá , hay mucha diferencia en los
tiempos á los de acá, algunos quieren decir que si en un año
hay dos inviernos y dps veranos. Todo nos lo escribid por
nuestro servicio, enviadnos todos los mas halcones que de
allá se pudieren enviar, y de todas las aves que allá hay y se
pudieren haber, porque querriamoslas ver todas; y cuanto á
las cosas que nos enviastes por memorial que se proveyesen
y enviasen de acá, todas las mandamos proveer, como del
dicho Torres sabréis y veréis por lo que él lleva. Querríamos,
si os parece, que así para saber de vos y de toda la gente
que allá está, como para que cada dia pudiesedes ser pro-
veídos de lo que fuese menester, que cada mes viniese una
carabela de allá, y de acá fuese otra, pues que las cosas de
Portugal están asentadas, y los navios podran ir y venir
seguramente ; vedi o, y si os pareciere que se debe hacer, haced I o
vos, y escribidnos la manera que os pareciere que se debe
enviar de acá. Y en lo que toca á la forma que allá debéis
tener con la gente que allá tenéis, bien nos parece lo que
hasta agora habéis principiado, y asi lo debéis continuar,
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
41
dándoles el mas contentamiento que ser pueda, pero no
dándoles lugar que excedan en cosa alguna de las que
hobieren de hacer é vos les mandedes de nuestra parte; y
cuanto á la poblacio'n que hicistes, en aquello no hay quien
pueda dar regla cierta ni enmendar cosa alguna desde acá,
porque allá estañamos presentes y tomaríamos vuestro consejo y
parecer en ello, cuanto mas en ahsencia; por ende á vos lo
remitimos. A todas las otras cosas contenidas en el memo-
rial que trajo el dicho Torres, en las márgenes del vá res-
pondido lo que convino que vos supiésedes la respuesta , á
aquella vos remitimos; y cuanto á las cosas de Portugal, acá
se tomo' cierto asiento con sus Embajadores, que nos parecía
que era más sin inconvenientes , y porque dello seáis bien
informado largamente, vos enviamos el traslado de los capí-
tulos que sobre ello se hicieron, y por eso aqui no conviene
alargar en ello, sino que mandamos y encargamos que
aquello guardéis enteramente, é fagáis que por todos sea
guardado, asi como en los capítulos se contiene; y en lo
de la raya o' límite que se ha de hacer, porque nos parece cosa
muy dificultosa y de mucho saber y confianza , querríamos, sí ser
pudiese, que vos os hallásedes en ello, y la hícíésedes, con los
otros que por parte del rey de Portugal en ello han de
entender, y si hay mucha dificultad en vuestra ida á esto,
o' podría traer algún inconveniente en lo que ende estáis,
ved si vuestro hermano, o' otro alguno tenéis ende que lo
sepan, é informadlos muy bien por escripto, y aun por
palabra y por pintura, y por todas maneras que mejor
pudieran ser informados , é enviádnoslos acá luego con las
primeras carabelas que vinieren, porque con ellos enviaremos |R|g^
otros de acá para el tiempo que está asentado; y quier
hayáis vos de ir á esto, o no, escribidnos muy largamente
todo lo que en esto supiéredes y á vos paresciere que se
debe hacer para nuestra información, y para que todo se
provea como cumple á nuestro servicio, y faced de ma-
nera que vuestras cartas y los que habéis de enviar vengan
Cristóbal Colón t. ii. — 6.
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42
CRISTÓBAL COLÓN
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presto, porque puedan volver á donde se ha de hacer la
raya, antes que se cumpla el tiempo que tenemos asentado
con el Rey de Portugal, como veréis por la capitulacio'n.
De Segovia á diez y seis de Agosto de noventa y cuatro
años.
Yo EL Rey.
Yo LA Reina.
Por mandado del Rey é de la Reina.
Fernando Al-
ha. aprobación constante de los Reyes á las disposi-
ciones que tomaba el Almirante, y la absoluta confianza que
en él depositaban, le tranquilizo' por completo, y aun movió'
su deseo, á pesar del mal estado en que se encontraba, de
comenzar la pacificacio'n de la isla para que, puesta de nuevo
en orden su desconcertada administracio'n, no pudieran con-
tinuar sus detractores desacreditándole en España, al recibir
noticias del triste estado de la colonia.
No le era posible desprenderse del Adelantado, en tanto
que él personalmente no pudiera atender al gobierno de la
ciudad, cuyas necesidades eran muchas, y así resolvió' enviar
un fuerte destacamento de soldados con el objeto de que
reforzasen las escasas guarniciones de las fortalezas, y pene-
trando en los territorios del cacique Guatiguana castigaran
el asesinato délos españoles, perpetrado por éste poco tiempo
antes. Sus o'rdenes fueron puntual y activamente cumplidas.
El territorio de Guatiguana era llano, muy fértil y no de
gran extensio'n, y sus moradores fueron desbaratados fácil-
mente, muriendo muchos de ellos, quedando prisioneros la
mayor parte, y huyendo algunos pocos á refugiarse en los
otros dominios del cacique Guarionex, el rey de la Vega
Real, de quien eran tributarios.
El castigo fué pronto y produjo el saludable efecto que
el Almirante deseaba. Aterrorizado Guarionex se presento' á
pedir gracia, y Colón le recibió' con la mayor afabilidad.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
43
porque era muy importante el tenerlo amigo, para sus
planes sucesivos. Le hizo comprender que el castigo de
Guatiguana era justo por los crímenes que había cometido
asesinando españoles indefensos y enfermos; pero que las
medidas de rigor no continuaban contra los demás caciques
tributarios del mismo Guarionex; y explico también á éste
como los excesos cometidos por los españoles con los indios
durante su ausencia le habían causado mucha pena, porque
se había faltado á sus o'rdenes é instrucciones, que eran de
hacer buen trato á todos los habitantes de la isla y proteger-
los contra sus enemigos.
Guarionex era pacífico, sencillo y bondadoso por natu-
raleza, y se convenció' fácilmente de la razo'n que á los espa-
ñoles asistía : quedaron reanudadas las buenas relaciones de
amistad interrumpidas por las violencias de Margarit y de
sus tropas, y para afianzarlas , el intérprete hijo de San Sal-
vador, que había hecho el viaje á España, y se había bauti-
zado en Barcelona con el nombre de Diego Colo'n , se caso
con la hija del cacique Guarionex, de cuya hermosura parece
estaba muy prendado, llevando el Almirante el doble objeto
de tenerla como prenda de lealtad, y de que se instruyese en
la lengua y en las costumbres de Castilla, con lo cual podía
prestar importantes servicios, ganando la voluntad de otras
mujeres indias.
Allanada de esta manera la mayor dificultad, y seguro
Cristóbal- Colón con la pacificación de la Vega Real,
dirigió su intencio'n á otro punto no menos importante. El
cacique más aguerrido, más audaz y de mayor intrepidez
y prestigio en la isla era Caonabó, enemigo temible, como lo
había demostrado acometiendo el fuerte de Navidad , y cuya
influencia era en aquellos momentos mucho mayor ; pues á
su lado se habían reunido todos los indios ultrajados y
maltratados por los españoles, que huyendo de ellos se
acogían á la montaña, y estaban pendientes de sus inspira-
ciones y consejos, prontos á ejecutar sus órdenes todos los
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44
CRISTÓBAL COLÓN
n
otros caciques principales de la isla, y cuantos de ellos
dependían, que eran numerosísimos.
Siguiendo 3^a un plan que antes había concebido y
empezado á llevar á ejecucio'n, se propuso el Almirante ir
formando una serie de fortalezas escalonadas , en las que los
soldados pudieran encontrar descanso en sus marchas, y
ayuda y provisiones en caso necesario. Ya lo había prac-
ticado y con buen éxito, levantando, después del fuerte de
Santo Tomás, otra casa cerca de la ribera del Yaqui, á la
que nombro de la Magdalena, en el terreno que llamaban
Macoriz de abajo, y era el comienzo de' la Vega. Reanu-
dadas las buenas relaciones con Guarionex, se dispuso la
construccio'n de otra fortaleza en el centro mismo de aquel
hermoso valle, más al oriente y mejor que la de la Afagda-
lena, pues se formo' de tapias con sus almenas y buena
hechura. Llamo'se de la Concepción, y á su amparo se
fundo luego, pasados muchos años, la ciudad del mismo
nombre. En ésta puso el Almirante por alcaide á un hidalgo
que se llamaba Juan de Ayala , y preparado ya así para
cualquier eventualidad , empezó' á meditar el plan de cam-
paña contra Caonabo', pues el someterlo era importante, y
al mismo tiempo presentaba serios inconvenientes.
Era el territorio de aquel belicoso jefe el más acciden-
tado y montañoso de toda la isla , y al propio tiempo aquel
cuya posesio'n era más necesaria y codiciada, porque en él
se encontraban las minas de donde había esperanzas de
extraer grandes cantidades de oro, y los arroyos que en
mayor abundancia lo arrastraban entre sus arenas.
La situacio'n entonces era también muy comprometida.
Aprovechando el descontento de todos los indígenas y el
odio á los españoles, que de ellos se había apoderado, y
sabedor del estado de desmoralizacio'n de los soldados en la
Vega, que se habían separado estableciéndose lejos unos
de otros, pensó' en hacer un segundo ejemplar de lo aconte-
cido en Navidad, y juntando diez mil indios de todos sus
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
45
dominios, con los caciques por jefes, cayo de improviso el
feroz caribe sobre el fuerte de Santo Tomás, mientras que
otros tantos al mando de Guatiguana se dirigían á asediar
la fortaleza de la Magdalena, donde era gobernador Luis
de Arriaga. En Santo Tomás ya dijimos que mandaba
Alonso de Ojeda, y ni uno ni otro jefe se dejaron sorprender
por el enemigo. Conociendo á tiempo sus planes, y sabida
la reunión de los caciques subalternos , Arriaga pidió soco-
rros á Isabela y los indios no se atrevieron á atacarle.
Ojeda, que se encontraba más aislado, y á mayor dis-
tancia de la colonia, reunió' sus cincuenta soldados, que eran
escogidos y valerosos , y se encerró en Santo Tomás , habién-
dose provisto antes de cuantas subsistencias pudo recoger,
y de cuantos medios para defenderse y ofender le sugirió' su
pericia en las estratagemas de la guerra. La innumerable
muchedumbre de indios capitaneada por Caonabo' se presento
en imponente masa frente á la fortaleza, saliendo de todas
las gargantas, de todos los desfiladeros, bajando de las
alturas y queriendo, según parecía, ahogar con el número,
é imponer miedo á aquel puñado de españoles. Construido
el fuerte de Santo Tomás en una posición ventajosa, rodeado
de defensas naturales, y en altura casi inaccesible, ofrecía
seguridad completa á la pericia de los soldados, que conta-
ban además con la superioridad de sus armas , para ofender
á los desnudos indios sin poder recibir daño alguno.
Y así sucedió'. Detenidos los indígenas por los acciden-
tes del terreno, recibieron las descargas de los arcabuceros
españoles que sembraron la muerte en sus apiñados grupos,
cayendo algunos de los más atrevidos jefes bajo el plomo de
los disparos , y teniendo que retirarse todos en desorden , sin
poder aproximarse siquiera á la posicio'n española. No se dio,
sin embargo, por vencido el cacique caribe; comprendiendo
que no le era posible tomar por fuerza la fortaleza , pensó' en
rendirla por hambre. Retiro' sus hombres á bastante distan-
cia para que no le alcanzasen las balas de los españoles , los
46
CRISTÓBAL COLÓN
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embosco en las más espesas arboledas, tomo' todos los
caminos y los pasos que conducían al fuerte, con intento
de que no pudieran salir los soldados á buscar provisiones,
y esperaba que reducidos los sitiados al último extremo les
sería fácil destruirlos y allanar la fortaleza, que era lo que
ambicionaba.
Mas no sabía entonces Caonabd cuál era el enemigo con
quien tenía que habérselas, que no era hombre Alonso de
Ojeda de dejarse aprisionar por nadie, sin apurar todos sus
recursos. Nacido para la guerra, habiendo practicado todos
los ardides en el cerco de Granada , y teniendo que luchar
con gentes que no conocían ni por asomos el arte de gue-
rrear, él fué el que no dejo un momento de reposo á los
indios y el que mermo' siis filas, matando diariamente gran
número de ellos en las salidas que frecuentemente ordenaba
y que dirigía siempre en persona. Su valor extraordinario,
sus fuerzas hercúleas, su destreza en el manejo de las armas
le hacían siempre un adversario temible en toda suerte de
combates; pero peleando contra hombres desnudos, y cuyos
golpes no podían ofenderle por hallarse protegido por fuerte
armadura, llego á inspirar verdadero asombro y terror á
los indios que huían de su presencia, sin osar hacerle frente
ni por un instante. Los soldados que acompañaban á Ojeda
tenían las mismas ventajas que su jefe, y animados por el
ejemplo de éste, causaban formidable destrozo en los indios
en cada una de las salidas. Cansados, al fin, y abatidos al
ver los daños que sufrían, fueron abandonando el asedio de
la fortaleza de Santo Tomás, que al cabo de treinta días se
vio' libre de enemigos por el solo esfuerzo de sus valientes
defensores.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
47
III
Pero Caonabd era tan tenaz y porfiado como intrépido,
y vencido en el fuerte de Santo Tomás, se sintió' más ani-
mado á la venganza y pensó en la reunio'n de todos los
caciques, que Guacanagarí anuncio' al Almirante, y tanta
preocupacio'n causo' en su ánimo.
Cuando más dudoso se encontraba Colón acerca del
camino que convendría seguir para apoderarse de la per-
sona de aquel constante enemigo de los cristianos, como
único medio para reducir á la obediencia á los demás caci-
ques de la isla, vino á Isabela Alonso de Ojeda, y le propuso
una expedicio'n tan atrevida, un medio tan extraordinario
que no podía nacer sino de un hombre de las condiciones
del aventurero capitán, porque tampoco podía encontrarse
otro que fuera capaz de llevarlo á cabo.
Consignada en todas las historias contemporáneas, admi-
tida por los más juiciosos críticos, la prisio'n de Caonabo
por Alonso de Ojeda reviste tales caracteres de leyenda caba-
lleresca, que para no incurrir en exageraciones, ni faltar un
punto alo más cercano á la verdad, vamos á consignar el
relato que de ella escribe fray Bartolomé de las Casas, que lo
supo con todos sus pormenores cuando arribo' á la Española
cinco o seis años después del suceso.
Se ofreció' Alonso de Ojeda á apoderarse del terrible
cacique en medio de todos sus guerreros y traerlo á la pre-
sencia del Almirante. Contaba para llevar á efecto su plan
con la curiosidad que en los indios había despertado el
sonido de la campana que acababan de colocar en la iglesia
de Isabela. El toque les llenaba de admiracio'n; al escu-
charlo, como voz que venía de los aires, se dejaban caer en
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CRISTÓBAL COLÓN
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tierra o permanecían inmóviles y mudos mirando con asom-
bro á la torre que gritaba, según decían, y cuando obser-
varon que á su llamamiento se dirigían los cristianos al
templo, juzgaron aquel sonido que eran voces del cielo que
ellos entendían. Tiirey llamaron los indios á la campana; y
la fama del turey de Isabela, que congregaba á los españoles,
corrió' entre los de todas las regiones de la isla, creciendo
con las exageraciones de los sencillos isleños , y la pintura
de ella se hacía con extraordinarios colores aumentando la
curiosidad.
Sabía Ojeda que uno de los mayores deseos del vehe-
mente Caonabo' era ver el turey de los españoles, y contaba
con esta curiosidad para atraerlo; mas por si no le era
posible conseguir su objeto, expuso al Almirante otros me-
dios que éste acepto', poniendo á sus o'rdenes diez hombres
escogidos. «El ardid fué aqueste: que como los indios
llamasen al latón nuestro ture}?", é á los otros metales que
habíamos traido de Castilla, por la grande estima que dello
tenian, como cosa venida del cielo, porque llamaban turey
al cielo, y ansi hacian joyas dello, en especial de latón, llevo'
el dicho Alonso de Hojeda unos grillos y unas esposas muy
bien hechas, sotiles y delgadas y muy bruñidas y acicaladas,
en lugar de presente que le enviaba el Almirante, diciéndole
que era turey de Viscaya, como si dijera cosa muy preciosa
venida del cielo que se llamaba turey de Viscaya. Llegado
Hojeda á la tierra y pueblo del rey Caonabo', que se decia la
Maguana, y estarla de Isabela obra de unas sesenta leguas o
setenta, apeado de su caballo, y espantados todos los indios
de lo ver, porque al principio pensaban que era hombre y
caballo todo un animal , dijeron á Caonabo que eran venidos
allí cristianos que enviaba el Almirante, Guamiquina de los
cristianos, que queria decir el señor, o' el que era sobre los
cristianos, y que le traian un presente de su parte que
llamaban turey de Viscaya. Oido que le traian turey ale-
gróse mucho, mayormente que como tenia nueva de una
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
49
campana que estaba en La iglesia de IsabeLa, y le decian los
indios que la habian visto, que un turey que tenian los cris-
tianos hablaba, estimando que cuando tañian á misa y se
allegaban todos los cristianos á la iglesia por el sonido della,
que, porque lo entendian, hablaba, y por eso deseábala
mucho ver, y porque se la trajesen á su casa la habia algu-
nas veces, según se dijo, enviado al Almirante á pedir; así
que, holgó' que Hojeda entrase donde él estaba, y dícese que
Ilojeda se hinco de rodillas 3^ le beso' las manos, y dijo á los
compañeros: ((hace todos como yo.» Hízole entender que le
traia turey de Viscaya, y mostro'le los grillos y esposas
muy lucidas y como plateadas, y, por señas y algunas pala-
bras que ya el Hojeda entendia, hízole entender que aquel
ture}'' habia venido del cielo y tenia gran virtud secreta, y
que los Guamiquinas 6 Reyes de Castilla se ponian aquello
por gran joya cuando hacian areytcs, que eran bailes, y
festejaban, y suplico'le que fuese al rio á holgarse y á
lavarse, que era cosa que mucho usaban (y estarla del
pueblo media legua, y más por ventura era muy grande y
gracioso, llamado Yaqui, porque nace de una sierra con el
otro que dijimos arriba, que sale á Montc-Christi, y el Almi-
rante le puso Rio de Oro), y que allí se los pondría donde
los habia de traer, y que después vernia caballero en el
caballo, y parecería ante sus vasallos como los Reyes o' Gua-
miquinas de Castilla. Determino de lo hacer un dia, y fuese
con algunos criados de su casa y poca gente, al rio, harto
descuidado y sin temer que nueve cristianos o diez le podian
hacer mal, estando en su tierra, donde tenia tanto poder y
vasallos. Después de se haber lavado y refrescado, quiso,
de muy codicioso, ver su presente de turey de Viscaya, y
probar su virtud , y así Hojeda hace que se aparten los que
con él habian venido un poco, y sube sobre su caballo, y al
Rey ponenle sobre las ancas , y allí échanle los grillos y las
esposas los cristianos, con gran placer y alegria, y dá una 6
dos vueltas cerca de donde estaban, por disimular, y dá la
Cristóbal Colón, t. ii. - 7.
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50
CRISTÓBAL COLÓN
vuelta, los nueve cristianos junto con él, al camino de la
Isabela, como que se paseaban para volver, y poco á poco
alejándose, hasta que los indios que le miraban de lejos,
porque siempre huian de estar cerca del caballo, lo perdie-
ron de vista ; y así le dio' cantonada , y la burla paso' á las
veras. Sacan los cristianos las espadas y acometen á lo
matar sino calla y está quedo á que lo aten bien al Hojeda,
con buenas cuerdas que llevaban, y con toda la prisa que se
podrá bien creer, dello por camino, dello por las montañas
fuera del , hasta que después de muchos trabajos , peligros y
hambre, llegaron y lo pusieron en la Isabela entregándolo al
Almirante.
«Desta manera, y con esta industria, y por este ardid
del negro turey de Viscaya, prendió' al gran Rey Caonabo',
uno de los cinco principales reyes y señores desta isla,
Alonso de Hojeda, según era público y notorio; y así se
platicaba, y por cosa muy cierta lo hablábamos, de qi;e yo
llegué á esta isla, que fué seis o' siete años después desto
acaecido. Pudieron pasar otras mas o' menos particularida-
des, sin las que yo aqui cuento, o' en otra manera que en el
rio lo prendiesen y echasen los grillos y esposas, pero al
menos lo escribo como lo sé, y que por cosa cierta teníamos
en aquel tiempo que el Hojeda lo había preso y traido á la
Isabela con la dicha industria de los grillos, turey de Vis-
caya...»
La narración que acoge Washington Irving trae algunas
otras particularidades que no cuenta el P. Las Casas. Según
ella, Ojeda invito' al cacique á que pasara á la Isabela para
ver y oir la maravillosa campana, haciéndole concebir la
esperanza de que el Almirante se la regalaría como señal de
paz y amistad. Con tal aliciente se dispuso Caonabo' á
emprender el viaje con Ojeda; mas al ponerse en marcha
noto éste con grandísimo disgusto que le acompañaban más
de cinco mil guerreros indios , lo cual explico el cacique por
la autoridad debida á sü persona, pues no era natural se
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
51
presentase al Guamiquina de los españoles con séquito redu-
cido y pobre. No se satisfizo Ojeda con la explicacio'n , por-
que conocía el odio que Caonabo profesaba á los invasores
de la isla y su carácter atrevido, sospechando que aquellos
guerreros escogidos pudieran dar un golpe de mano, y
comprometer la seguridad de la colonia, y la vida de los
españoles, cuando vieran los pocos recursos con que en Isa-
bela se contaba. Entonces acudió' Ojeda al medio de poner
grillos y esposas al temido Jefe, ofreciéndole pasearlo á
caballo y con la pompa que lo hacían los Reyes de Castilla
por entre sus vasallos; y Caonabo, movido por el deseo de
verse colocado sobre uno de aquellos soberbios animales, y
llevado del orgullo de que le viesen los indios pasear á
caballo, consintió' en subir á las ancas del de Alonso de
Ojeda, y éste tuvo audacia bastante para asegurar al cacique
de pies y manos y arrebatarlo de entre los soldados de su
ejército.
Aunque el hecho tenga apariencias de fabuloso, está
comprobado, según hemos visto, por el testimonio de los
que pudieron presenciarlo y lo refirieron á sus compañeros,
poniendo de manifiesto el valor y agilidad de Ojeda, su
audacia para concebir, su atrevimiento para ejecutar, roban-
do de entre numerosísimo ejército al jefe más temible y
poderoso de la isla; hazaña propia de un héroe y digna de
ponerse al par de las que en circunstancias semejantes aco-
metieron luego Hernán Cortés, en México, apoderándose
de Moctezuma, y Francisco Pizarro en el Perú haciendo pri-
sionero á Atahualpa.
No es legendario, no es fabuloso el hecho heroico de
Alonso de Ojeda. «Confírmase lo que yo digo, añade el
P. Las Casas, por una cosa notable, que por tan cierta
como la primera se contaba del , y es esta : que estando el
Rey Caonabo preso con hierros y cadenas en la casa del
Almirante, donde á la entrada della todos le veian, porque
no era de muchos aposentos, y cuando entraba el Almirante,
á [ M
52
CRISTÓBAL COLON
á quien todos acataban y reverenciaban, y tenia persona
muy autorizada (como al principio desta historia se dijo),
no se movia ni hacia cuenta del Caonabd; pero cuando
entraba Hojeda, que tenia chica persona, se levantaba á él
y lloraba, haciéndole gran reverencia; y como algunos espa-
ñoles le dijesen que porque hacia aquello, siendo el Almi-
rante Guamiquina y el Señor, y Hojeda subdito suyo, como
los otros, respondía, que el Almirante no habia osado ir á
su casa á lo prender, sino Hojeda, y por esta causa á solo
Hojeda debia él esta reverencia y no al Almirante.»
El bravo cacique no perdió su altanería por verse apri-
sionado. Confesaba, jactándose de su triunfo, que por su
mano había dado muerte á veinte de los cristianos que con
Arana quedaron en el fuerte de Navidad, incendiando la
casa y llevándose cuanto en ella había; y que después, con
color de amistad, se había apresurado á ver la nueva ciudad
de Isabela para conocer co'mo podría combatirla, haciendo lo
mismo que había hecho antes en la villa de Navidad des-
truyendo á todos los españoles.
IV
La prisio'n del jefe indio atemorizo' por el pronto á los
demás, los sobrecogió' el miedo, y juzgábanse perdidos ante
la inmensa fuerza de los españoles; pero muy luego el temor
se convirtió' en sed de venganza: tuvieron vergüenza de
haberse dejado burlar por diez hombres, y meditaron el plan
de rescatar á su jefe, haciendo al mismo tiempo el mayor
daño que pudieran á los cristianos. Al frente de la liga
figuraban como los más activos é interesados los hermanos
de Caonabd y su mujer la famosa Anacaona , hermana del
otro poderoso cacique, Behechio, que dominaba gran parte
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
53
de la isla, nombrada Xaraguá. Todos los demás caciques de
la isla, á excepción de Guacanagarí, entraron en la conjura-
cio'n y aprestaron sus tribus á la guerra, y en numerosísimos
grupos empezaron á reunirse en las grandes llanuras de la
Vega, á poca distancia de Isabela, con el proyecto de caer
prontamente sobre la ciudad.
Mucho sorprendió' al Almirante la noticia de que toda
la isla estaba puesta en armas contra él , y que la prisión de
Caonabo', lejos de haber desconcertado la liga de que aquél
era jefe y promovedor, había venido á estrecharla, á aumen-
tar sus fuerzas y alimentar el aborrecimiento de los indí-
genas, disponiéndolos al sacrificio, con tal de arrojar del país
á todos los españoles.
Hacía cinco meses que Colón había desembarcado en
Isabela exánime é insensible y hasta entonces no se había
encontrado restablecido, por lo que había ido dictando me-
didas de prevencio'n, sin tomar resoluciones prontas, como
era preciso para cortar el mal en su origen. Verdad es que,
según parece, tampoco dio' tanta importancia como debiera
á la sublevacio'n de los caciques ; pues conocedor del carácter
y de la bondad natural de los indios, habiéndolos traído
siempre á su obediencia con medios prudentes, por la dul-
zura 3^ el afecto, no podía comprender que en los cortos
meses que había durado su ausencia, la conducta licenciosa
de aquellos soldados sin jefes, sus excesos y abominaciones
hubieran podido causar transformacio'n tan completa, cam-
bio tan radical.
Reunió, con cuanta prontitud fué posible, todos los
hombres capaces de llevar las armas; siendo tantos los enfer-
mos y convalecientes que por su delicada salud no podían
soportar las fatigas del camino, que no pudo juntar más de
doscientos infantes con veinte caballos; y con tan corta
hueste, aunque bien armada y aprovisionada, se dirigió' á la
Vega, marchando resueltamente al punto donde mayor era
la muchedumbre de los indios, y llevando consigo, cual
54
CRISTÓBAL COLÓN
poderosos auxiliares, á su hermano el Adelantado don Bar-
tolomé Colo'n y al intrépido Alonso de Ojeda.
Otros auxiliares llevo' entonces también desgraciada-
mente aquel pequeño ejército. Ya en la isla Jamaica, persi-
guiendo algunos soldados españoles á los indígenas que les
ofendían con sus disparos de flechas , vieron el destrozo que
en sus desnudos cuerpos había causado un mastín que lleva-
ban en su compañía y el terror que había esparcido entre
ellos con sus ladridos y mordeduras. Sin duda la falta de
soldados sugirió la abominable invención de reforzar las
escuadras de soldados con perros que ayudasen á dispersar
á los indios, y á cada diez hombres se les dio' uno de
aquellos feroces animales cuya acometida debía ser tan terri-
ble. No hay palabras para calificar aquella bárbara deter-
minacio'n, ni parece verosímil se hubiera adoptado por jefes
cristianos si se hubieran previsto las consecuencias inhuma-
nas que había de producir, lanzando aquellas fieras sobre
criaturas inermes que huían poseídas de temor hasta ser
alcanzadas, heridas, pisoteadas y á veces muertas del modo
más cruel.
i Con cuánta razón , movido á lástima su corazón , decía
el Apo'stol de las Indias estas palabras!
«Llevaron otra más terrible y espantable arma para
con los indios, después de los caballos, y esta fué veinte
lebreles de presa, que luego en soltándolos, o' diciéndoles
«tómalo» en una hora hacian cada uno á cien indios peda-
zos; porque como toda la gente desta isla tuviesen costumbre
de andar desnudos totalmente, desde lo alto de la frente
hasta lo bajo de los pies, bien se puede fácilmente juzgar
qué y cuáles obras podian hacer los lebreles ferocísimos,
provocados y esforzados por los que los echaban y azuzaban
J en cuerpos desnudos, ó en cueros, y muy delicados: harto
mayor efecto, cierto, que en puercos duros de Carona ó
venados. Esta invención cofnen^ó aquí escogitada, inventada y
' rodeada por el diablo, y cundió todas estas Indias, y acabará
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO X
55
cuando no se hallare mas tierra en este orbe, ni mas gente que
sojuzgar y destruir, como otras exquisitas invenciones gravísimas
y dañosisitnas a la mayor parte del linaje humano, que aquí
comenzaron y pasaron y cundieron adelante para total destrucción
destas naciones, como parecerá.»
¡Sensible y doloroso es no poder borrar semejantes
páginas de la historia de la humanidad!
Con tan pequeño ejército salió' Cristóbal Colón á la
Vega Real en 24 de Marzo del año 1495, entrando en ella
á dos jornadas que anduvo, y llegando al punto en que
estaban reunidos todos los caciques principales con más de
cien mil indios armados á su usanza. Como auxiliares
llevaba el Almirante gran número de indígenas de Marien,
conducidos por el cacique Guacanagarí ; pero no quiso Colón
que tomasen parte en la pelea contra sus hermanos, tal vez
por evitar odiosidad entre los naturales de la isla o' porque
presenciando la manera de combatir, y el triunfo de los
españoles, conservasen por el temor y la admiracio'n aquella
amistad que cada vez era más necesaria.
Mandaba en jefe aquel numeroso concurso de hombres
el cacique Manicotex, hermano del prisionero Caonabo',
caribe como él, y también de gran esfuerzo y actividad así
como del mayor prestigio entre los demás señores. Tenían
sus espías en los bosques cercanos de Isabela, y por ellos
supieron que los soldados españoles habían salido de la
ciudad y se dirigían á la Vega y al punto en que ellos se
encontraban. Se dice que los indígenas de la Española no
sabían contar más que de uno á diez, y que para averiguar
cantidades mayores tomaban granos de maíz 3^ formaban
montones d puñados de á diez y por el número de ellos
sabían el de ganados, hombres ú otros objetos de que se
trataba.
Cuando los espías volvieron fué grande la sorpresa de
Manicotex y de los demás caciques que le acompañaban al
contar solamente veinte puñados de granos de maíz; se llena-
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56
CRISTÓBAL COLÓN
a-
ron de confianza al ver el inmenso número de sus guerreros,
y creyeron en su inocencia que podrían fácilmente destruir
la hueste de los cristianos. ¡Cuan cara les costo aquella con-
fianza !
Con buen acuerdo, y al contemplar desde las alturas
que rodeaban la Vega aquella apiñada muchedumbre, deter-
minaron el Almirante y el Adelantado dividir la infantería
en diferentes escuadras , y que todas á la vez rompieran el
fuego desde varios puntos, en tanto que Alonso de Ojeda
con la caballería atacaba por los puntos más llanos dirigién-
dose al centro, donde Manicotex se encontraba con lo más
escogido de sus guerreros y los jefes más valerosos. El éxito
fué completo.
Al acometer los españoles, rompieron á un tiempo y con
gran estrépito las trompetas y tambores ; el estampido de los
arcabuces, el humo de la po'lvora, el relampaguear de los
disparos repetidos" produjeron tal confusio'n, que sin espjerar
la acometida todos se dieron á huir en el mayor desorden.
Caían heridos por las balas cuando estaban lejos de sus ene-
migos, se veían acosados por los soldados y perseguidos por
los perros y los jinetes, que alcanzando á los fugitivos pusie-
ron el término á aquella horrible carnicería. ¿Qué resistencia
habían de presentar aquellos hombres tímidos, desnudos,
faltos de disciplina, sin otras armas que mazas, flechas y
lanzas de madera, cuya sola fuerza consistía en el número,
contra soldados vestidos de acero, que usaban armas de
fuego y cortantes espadas, y que llevaban en su ayuda
monstruos feroces ante cu3^a vista se llenaban de pavor los
más esforzados?
La dispersio'n fué completa y desastrosa; los muertos
fueron innumerables y muchos más los heridos. Quedaron
prisioneros en gran número y reducidos á esclavitud, de los
cuales más de quinientos fueron llevados á España.
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58
CRISTÓBAL COLÓN
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Dado aquel primer paso en la pacificacio'n de los indios
sublevados, se propuso el Almirante continuar en el recono-
cimiento y organizacio'n administrativa, digámoslo así, de
la isla, para regularizar los ingresos- y poder enviar perio'di-
camente los rendimientos á España, persuadido, como lo
estaba, de que solamente enviando mucho oro y productos
de valor en el mercado, podría sostener su popularidad, y
que se conservara vivo el pensamiento de la importancia de
la colonización de las Indias Occidentales.
Ya antes de salir de Isabela para someter á los indios
reunidos en la Vega, había despachado las cuatro carabelas
que fueron con Antonio de Torres, para que regresaran á
España. Le tenía inquieto por una parte la presencia de
fra}^ Bernardo Boíl y de Pedro Margarit en la corte, com-
prendiendo que, para disculpar su desercio'n, no habían de
dejar queja que no alegasen, disgusto de que no hicieran
mérito, ni falta, ni desgracia, ni contratiempo cuya importan-
t:ia y gravedad no aumentasen, para presentar bajo un punto
de vista desfavorable el estado de la isla y la conducta
del mismo Almirante. Por otro lado, conocía la necesidad que
dejamos apuntada, de enviar las mayores y más ricas mues-
tras de los productos del Nuevo Mundo, pues cuanto más
repetidamente recibieran en España cantidades de oro, mejor
se sostendrían las esperanzas de mayores rendimientos y
utilidades para el erario.
A estas dos necesidades quiso hacer frente el Almirante,
despachando en seguida las carabelas que salieron nueva-
mente para España el 24 de Febrero de 1495. Para desha-
cer los cargos que contra él pudieran formular los verdaderos
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
59
causantes de todos los males que afligían á la colonia, volvía
con bastantes conocimientos é instrucciones Antonio de To-
rres, leal amigo, juez honrado é imparcial, á quien los Reyes
Católicos tenían en gran aprecio, y cuyas palabras podrían
desvanecer muchas calumnias. Mas no satisfecho todavía
con aquel testigo de tanto crédito, mando también en aquel
viaje á su hermano don Diego que, como individuo del
gobierno durante la ausencia del Almirante, tenía conoci-
miento de mil circunstancias , incidentes y cuestiones que
con solo exponerlas se aclararían muchas dudas. «V vinié-
rase el Almirante mismo por esa causa, como dice Don Juan
Bautista Muñoz, si no juzgara necesaria su detención hasta
vengar las muertes de cristianos cometidas en diversos luga-
res, sojuzgar y pacificar la isla. »
Embarco' en aquellas naves todos los productos que allí
se encontraban y no eran conocidos en España ; mucho palo
de tinte del que llamaban brasil , muy apreciado entonces en
el comercio, cantidad de frutas y especias, árboles raros 5^
abundante cosecha de algodo'n. A Torres entrego' todo el
oro que había podido recoger en sus expediciones, y el que
se había reunido en la isla para que lo entregara directa-
mente á los Reyes; y para aumentar los ingresos del erario
y facilitar nuevos envíos de hombres y de provisiones, hizo
embarcar á todos los indios prisioneros, en número de qui-
nientos o más, para que fuesen vendidos en Sevilla, quedando
solamente unos pocos en Isabela para que aprendiesen el
castellano 3^ pudieran servir de intérpretes.
Causa profunda pena y dolorosa impresio'n este acto
del Almirante, que dio' lugar á que fray Bartolomé de las
Casas juzgara que todas las desdichas que acibararon sus días
fueron justo castigo de la Providencia Divina por aquella
falta de humanidad. Mas al establecer tan severo juicio se
pone en olvido la costumbre admitida entonces por todos los
pueblos, que formaba parte, puede decirse, del derecho
público internacional. No es necesario salir fuera de España
i^^r
6o
CRISTÓBAL COLON
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ni levantar la vista muy á lo lejos para encontrar justificada,
en la parte que puede serlo, la conducta de Cristcjeal
Colón. ¿Cuál había sido la suerte de los cristianos á quie-
nes los moros hacían prisioneros en las diferentes acciones
de guerra que tuvieron lugar en la península desde muchos
siglos antes, hasta aquellos mismos años en que Colón
seguía ya la corte de los Reyes Católicos? ¿Cuál fué la
condicio'n de los moros á quienes los cristianos aprisionaban?
Para no multiplicar ejemplos, y buscando los más recientes
y significativos, recuérdese lo sucedido en la conquista de
Málaga siete años antes; y aquel corral o' baño donde se
reunieron todas las familias moras, nobles y plebeyas,
ancianos y niños, hombres y mujeres que no habían podido
pagar rescate, y allí esperaron con hambre y desnudez los
buques que debían llevarlos como esclavos á diferentes
poblaciones.
Aunque dura, tal era entonces la costumbre; el espíritu
de la época no la rechazaba. Hoy la miramos bajo oti^o
punto de vista más humanitario, á la luz de civilizacio'n más
adelantada, y nos lastima que tan grande hombre no estu-
viera á mayor altura, ni se librara de incurrir en aquel
error de su tiempo.
Las carabelas salieron para España, y el Almirante,
repuesto casi completamente de su enfermedad , se dirigió' á
la Vega Real para desbaratar la coalicio'n de los caciques,
obteniendo el resultado que ya hemos referido.
II
'^33^S
Las consecuencias de la dispersio'n de los indios en la
Vega fueron muy ventajosas, y Colón empezó' inmediata-
:¿3 mente á plantear la administracio'n en la forma que había
LIBRO TERCERO— CAPÍTULO XI
6i
pensado. Recorrió varias comarcas de la isla, y en todas
partes encontró la más absoluta sumisión á sus mandatos, y
el deseo manifiesto de no tener nuevas contiendas con sol-
dados que disponían de medios tan poderosos para ofender
á sus enemigos sin poder ser ofendidos por ellos. El Almi-
rante por un lado, Alonso de Ojeda al frente de sus veinte
jinetes por otro, hicieron una campaña de paz, procurando
con dulzura restablecer la buena amistad con los caciques
y la concordia con los indios, quedo' allanada la gente de la
isla; la cual, como él mismo escribió' á los Reyes, «era sin
número ; con fuerza y con maña hovo la obediencia de
todos los pueblos en nombre de sus Altezas, é obligación
de como pagarian tributo cada Rey o cacique en la tierra
que poseia, de lo que en ella habia; y se cogió' el dicho
tributo hasta el año de 1496.» Estas todas son palabras del
Almirante.
Manitocex, el valeroso y agraviado hermano de Cao-
nabo', que había sido el promovedor y el jefe de la unio'n de
los caciques para arrojar de la isla á los cristianos, trato
todavía de oponer resistencia en los pedregosos pasos de las
montañas de su territorio, pero un simple paseo militar de
los doscientos soldados del Almirante basto' para hacerle
manifiesta su inferioridad, y aunque de muy mala voluntad,
como fiera aprisionada , solicito' la paz y se ofreció' á pagar
el tributo, que en atencio'n á sus condiciones, y á la suble-
vacio'n que había capitaneado, y por habitar en los terrenos
de Cibao, donde las minas eran más abundantes, fué mucho
mayor que el impuesto á los otros caciques, debiendo
entregar cada tres meses media calabaza de oro.
Sometido Manicotex, se obligaron también al tributo
todos los caciques que eran sus dependientes; lo mismo
sucedió con Guarionex y los suyos, y únicamente quedo
entonces por dominar el extenso territorio nombrado Xa-
raguá, que comprendía toda la parte occidental de Haytí,
dominada por el cacique Behechio, que después de la batalla
,Vu,:' «y».*»'!. -Tíf.'es
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Í=¿/vrZ^^¿^Z£;^^
62
CRISTÓBAL COLÓN
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n de la Vega se retiro á sus tierras llevando consigo á su
hermana Anacaona, mujer del prisionero Caonabo.
Impuso el Almirante á todos los habitantes de la pro-
vincia de Cibao, á los de la Vega Real, y á todos los otros
que estaban cercanos á las minas, desde catorce años para
arriba la obligacio'n de entregar cada tres meses lo hueco de
un cascabel de los de Flandes lleno de polvo de oro ; y los
otros indios, no vecinos de las minas, habían de contribuir
con una arroba de algodo'n cada persona en los mismos
plazos. Contribucio'n durísima, y ordenada con suma lige-
reza, como con sobrada razo'n la califica don Juan Bautista
Muñoz; porque ignorando los indios el arte de laborear las
minas, careciendo de conocimientos j de herramientas,
solamente recogían las arenillas y granos que las aguas
arrastraban; y aún esto de un modo tan imperfecto que no
sabían hacerlo sino llenándose las manos de arena y moján-
dolas repetidas veces para que apareciera la partícula de
oro. Al repartir el tributo se espero obtener gran resultado,
■ pero el éxito defraudo' por completo los cálculos que se
formaban. Se esperaba juntar cada tres meses más de veinte
mil pesos en oro, y en las tres primeras cobranzas apenas
llegaron á doscientos los que se recaudaron, bajando todavía
más en las sucesivas.
El infructuoso trabajo que empleaban los indios para
recoger las partículas de oro, }'■ las fatigas que les causaba
aquella molesta ocupación, les producían enfermedades que
hacían aún más cortos los ingresos; al propio tiempo que,
por cumplir lo ofrecido á los españoles, dejaban sin labrar
los campos y padecían necesidades que no encontraban com-
pensacio'n en otras ventajas. Llego' á tal punto el abati-
miento de los pobres indios, y fué bien pronto tan clara su
conviccio'n de que no podían allegar de ninguna manera, ni
aun á costa de los mayores sacrificios, el tributo que se les
exigía, que Guarionex, cacique de los terrenos más fértiles
de la isla, se presento' al Almirante ofreciendo, si le eximía
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
63
de la obligación de dar oro, por sí y por sus vasallos, hacer
cada año una siembra o' labranza de trigo para el Rey de
Castilla, tan grande, que ocupase o' llegase desde Isabela
hasta Santo Domingo, es decir á toda la extensio'n de la isla
de Levante á Poniente, de mar á mar, que hay de distancia
más de cincuenta y cinco leguas, (y esto era tanto, escribe
el P. las Casas, que se mantuviera cuanto al pan diez años
toda Castilla); que él la haría á su costa y con su gasto, con
tal que no se le exigiese oro.
Por desgracia, no se pensaba en aquellos momentos que
la verdadera riqueza del Nuevo Mundo estaba en los pro-
ductos naturales de su terreno virgen y fecundo ; no se
fundaban las esperanzas más que en el oro, en las piedras
preciosas y cuando más en las especias, que eran los objetos
del comercio antiguo con la India, á cuya extremidad se
creía haber tocado; y Cristóbal Colón comprendía muy
bien que solamente dando satisfaccio'n á aquella esperanza,
convertida en insaciable deseo, podría acallar las murmura-
ciones y dominar los informes desfavorables tanto del descu-
brimiento como de su persona, que muchos envidiosos de su
gloria esparcían en la corte. Así que, con mu}'^ buena inten-
cio'n, porque ciertamente él era cristiano y virtuoso, y de
muy buenos deseos, según juzgaban de él loa que amaban la
verdad o' no tenían pasio'n y le conocían, no acepto' lo que
Guarionex le importunaba y las labranzas que ofrecía,
insistiendo en el imposible tributo del cascabel de oro que
había impuesto; y aunque después se redujo en varias oca-
siones, los indios, que no podían satisfacerlo, huían á los
montes, aumentando con ello la despoblacio'n de la isla, que
muy luego tomo proporciones alarmantes.
Al mismo tiempo que el Almirante iba recorriendo los
diferentes puntos de la isla para reducir á la obediencia á
los caciques, llevado del deseo de prevenir ulteriores coali-
ciones, y para dejar establecida de una manera permanente
la comunicación de la colonia de Isabela con diversos luga-
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64
CRISTÓBAL COLÓN
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res, cuyos productos era necesario asegurar, fué estudiando
un plan de fortalezas que, correspondiéndose, facilitaran el
paso de los destacamentos en caso necesario, según el siste-
ma seguido desde el principio, en virtud del cual había
edificado primeramente el fuerte de Santo Tomás en la
entrada de Cibao, y luego en la Vega Real, á orillas del río
Yaqui el de la Magdalena. Escalonando luego las de Espe-
ranza, en las orillas del Yagua y la de Santa Catalina, cuya
posicio'n se ignora, y no pudo averiguar el P. las Casas,
cuando poco tiempo después paso' por aquellos sitios, pues
olvido' el preguntarlo, según dice; levanto' la de la Con-
cepcio'n quince leguas distante de la de la Magdalena, al
Oriente, dominando los extensos dominios de Guarionex, á
cuyo amparo se fué formando desde entonces una población
que tuvo el mismo nombre. Últimamente, á la bajada de las
montañas, á las márgenes de otro río que los naturales
llamaban Yuna, hizo la fortaleza del Bonao, porque este es el
nombre del territorio, y era de las más fuertes y defendidas,
por estar á mayor distancia de Isabela. Con estas cinco
defensas en los puntos más convenientes, quedo' asegurada
por el pronto la tranquilidad, facilitando el paso á los espa-
ñoles que se dirigían á trabajar en las minas.
III
í'-r)
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Hasta este tiempo, es decir, hasta el mes de Marzo del
año 1495, la atencio'n de todos los colonos estaba fija en las
montañas de Cibao, como terreno privilegiado en el que se
encontraban los criaderos auríferos, cuyas partículas arras-
traban entre sus arenas los arroyos y los ríos que de su
altura bajaban. Adelantando en el reconocimiento de la isla,
habiendo atravesado la Vega Real y el Cibao, y descendido
LIBRO TERCERO. — CAPÍTULO XI
65
por su vertiente occidental hacia el otro extremo, se empe-
zaron á tener noticias de otros terrenos donde también se
producía el oro en abundancia. Los montes de donde nacía
el Hayna fueron señalados á la codicia española, presen-
tando los indios muchos trozos de oro, que parecían cogidos
en aquellos parajes hasta entonces inexplorados.
Fray Bartolomé de las Casas dice que los indios que
no podían recoger la cantidad de oro necesaria para pagar
el impuesto, porque no tenían industria para cogerlo, avisa-
ron al Almirante que hacia la parte del Mediodía o del Sur
había minas de mucho oro, y que debía enviar allá algunos
de sus cristianos para que lo buscasen; y que acogido el
pensamiento mando' que partiesen Francisco de Garay y
Miguel Díaz, con bastantes soldados y guías que les indica-
sen el camino. Salieron, según esta versión, de Isabela, y
por el camino más seguro fueron de allí á la Magdalena y
de ésta á la Concepcio'n ; por la falda de la sierra, confín de
la Vega por aquella parte y sitio verdaderamente delicioso,
corrieron hasta llegar al Bonao, cosa de otras dos leguas, y
allí atravesaron una vega más pequeña que podría tener ocho
leguas o' diez; pero internados 5^a en aquel territorio tuvie-
ron que caminar otras tantas por terrenos lodosos y ásperas
cuestas, con muchos ríos j arroyos, que luego se llamaron
lomas del Bonao, hasta llegar á un río bastante caudaloso,
que era el deseado ria3^na, gracioso y fértilísimo, en cu3'a
comarca dijeron que cavando se encontró' mucha muestra de
oro, de manera que juzgaron que un hombre trabajador
podía coger tres pesos de oro o más en la tarea de un día.
Gonzalo Fernández de Oviedo da un origen más nove-
lesco y poético al descubrimiento de aquellas célebres minas,
y aunque el P. las Casas lo contradice, fundándose en que no
era factible lo que aquel historiador refiere, y añadiendo que
nunca tal oyó', con ser tan propincuo á aquellos tiempos, opi-
nando, en cambio, que todo fué resultado del odio que los na-
turales tenían á los españoles, que antes se quisieran meter en las
Cristóbal Colón, t. ii. - 9.
Km
66
CRISTÓBAL COLON
^^S^
entrañas de la tierra que no verlos ni oírlos, juzgamos, sin em-
bargo, que ambas versiones pudieran admitirse sin concor-
darlas, porque pueden referirse á dos terrenos diferentes; pues
el mismo P. Las Casas dice, que aquellas de que él se ocupa,
después se llamaron las niinas viejas, y hoy se llaman ansí, por
respecto de otras que después se descubrieron á la otra parte del rio
Hayna, frontero destas, que se fiombraron las minas nuevas: las
viejas estaban al Poniente del rio, y las nuevas á la parte oriental.
Sea de esto lo que se quiera, el descubrimiento de
las minas, según Oviedo, se debió' á uno de esos lances
I tan frecuentes en aquella época, en que por pequeña causa
ponían mano á las espadas los hidalgos, ausentándose luego
el vencedor para evitar el rigor de la justicia. Refiere el
cronista ^, que un mancebo aragonés nombrado Miguel
Díaz, tuvo grave cuestio'n en las calles de Isabela con un
criado del Adelantado don Bartolomé Colo'n, y viniendo á
las manos le dejo' gravemente herido, hu3^endo en seguida
á los bosques que rodeaban la ciudad, acompañado de
algunos otros, hasta en número de seis o siete, que por
encontrarse culpados, o' por amistad con Díaz, temieron
las consecuencias del suceso. ((Hu3^endo de la Isabela, fué-
ronse por la costa arriba hasta el leste o levante, é bojeáronla
hasta venir á la parte del Sur, adonde agora está aquesta
cibdad de Santo Domingo, y en este asiento pararon,
porque aquí hallaron un pueblo de indios. E aquí tomo' este
Miguel Diaz amistad con una caí^-ica, que se llamo' después
Catalina, é ovo en ella dos fijos, andando el tiempo. Pero
desde á poco que aquí se detuvo, como aquella india princi-
pal le quiso bien, trato'le como amigo que tenia parte en
ella, é por su respeto á los demás, é didle noticia de las
minas que están siete leguas desta cibdad, é rogóle que ficie-
se que los chrisptianos que estaban en la Isabela (que él
mucho quissiese) los llamasse é se viniessen á esta tierra que
Historia general y natural de las Indias. Libro II, cap. XIII.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
67
tan fértil y hermosa es, é de tan ex(;elente rio é puerto; é
quella los sosternia é daría lo que oviessen menester. Entonce
este hombre por complacer á la cacica, é mas porque le
paresQÍo que, llevando nueva de tan buena tierra é abun-
dante, el Adelantado por estar en parte tan estéril y enferma
le perdonarla, é principalmente porque Dios queria que assí
fuesse é no se acabassen aquellos chrisptianos que quedaban;
acordó' de yr al adelantado y atravesó con sus compañeros
por la tierra, guiándole giertos indios que aquella su amiga
mando ir con él fasta que llegaron á la Isabela, que está
cincuenta leguas desta cibdad, poco mas o' menos. E secre-
tamente tuvo manera de hablar con algunos amigos suyos, é
supo que aquel hombre que avia ferido estaba sano; é assi
osó ver al Adelantado su señor, é pedirle perdo'n en pago de
sus servicios é de la buena nueva que le llevaba de aquesta
tierra é de las minas de oro. Y el Adelantado le recibió' muy
bien, é le perdonó, é figo las amistades entre el é su conten-
dedor. Y después que le ovo oido muy particularmicnte las
cosas de esta provincia é desta ribera, determinó venir en
persona á verla, é con la compañía que le pareció vino aqui.
é falló ser verdad todo lo que Miguel Diaz avia dicho, y
entró en una canoa ó barca de las que tienen los indios, é
tentó este rio llamado Ogama, que por esta cibdad passa,
é hízolo sondar, é tentó la hondura de la entrada del puerto,
é quedó muy satisfecho y tan alegre como era razón : y fué
á las minas y estuvo en ellas dos días, é cogióse algún oro.
E desde allí se volvió á la Isabela...»
Tiene accidentes esta narración que la prestan gran
carácter de verdad; y como cierta la acoge Washington
Irving , añadiendo que el Almirante no sólo perdonó á Díaz
sino que le empleó luego en varios puestos de confianza que
desempeñó fielmente; y que según Charlevoix ', se casó con
• Histoire de V hle Espagnole ou de Saint - Domingue , ecrite sur des
memoires du P. J. B. de Pers, Amsterdam, 1733.
68
CRISTÓBAL COLÓN
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la cacica bautizada con el nombre de Catalina, de la que
tuvo dos hijos, viviendo felices largos años en Santo Do-
mingo. Mas el P. Las Casas, por las razones que antes
dijimos, duda de ella, y como censura con harto fundamento
el error que entre otros muchos, consigna en su Historia
Gonzalo Fernández de Oviedo, queda vacilante el juicio entre
dos tan respetables autoridades.
Verdaderamente la historia de Oviedo debe leerse con
gran prevención y cautela en toda esta parte, referente á la
salida de la isla Española de fray Bernal Boil y de mosén
Pedro Margarit, y á los pasos del Adelantado don Bar-
tolomié Colo'n; pues bien fuera por su amistad con los deser-
tores, bien por diferencias y disgustos con don Bartolomé, d
porque, como le acrimina el P. Las Casas, es todo fábula y
añadiduras que hace Oviedo suyas, ó de los que no sabían el
■hecho, que se lo refirieron, fingidas, es lo cierto, que lo mismo
en la cronología de los sucesos, que en sus circunstancias
está muy lejos de ser exacto, y sus errores se comprueban
fácilmente en muchos lugares á la simple lectura de docu-
mentos auténticos, que por fortuna se conservan, y dejamos
referidos en su parte más esencial. El P. Las Casas los
conocía y por eso formula tan graves cargos á Oviedo '.
Siendo de tanto interés esta primera parte de la his-
toria de la colonizacio'n, 3^ de verdadera importancia fijar
la sucesio'n de los hechos, hemos preferido seguir al P. Las
Casas cuya narracio'n se ajusta al resultado de los docu-
mentos.
Y para terminar, incluiremos la descripcio'n y noticia
de ese famoso río, como la hace Oviedo en el capítulo VII
del libro VI de su repetida Historia. — «Hayna, es otro rio
riquísimo de heredamientos é haciendas: é en su ribera é
comarca hay muchos cañaverales é haciendas de acucar, y
es de la mejor agua que rio alguno en toda esta isla, y entra
Véase en las Aclaraciones y Documentos (G-).
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
69
en la mar assi mesmo, como los que es dicho de suso en la
costa del mediodía. No es tan poderoso, ni de tanta agua
como los mayores rios; pero es uno de los mejores de todos,
é mas provechoso por su fertilidad.»
Por los informes recibidos, y por las muestras del oro
que en sus cercanías recogieron, dejo' encargado el Almirante
á su hermano, antes de salir para España, que fundase una
poblacio'n en las orillas de aquel río.
:r^''?A
IV
Es de suponer que en los navios que al mando de
Antonio de Torres salieron de la Isabela el 24 de Febrero
cargados de esclavos, y en los que volvió' también á Castilla
don Diego Colo'n, debieron ir muchas más quejas contra el
Almirante y su hermano Bartolomé, por los agravios que
decían los descontentos se hacían á los hidalgos, y el mal
estado de la colonia por tantos contratiempos y necesidades.
Esto movió', sin duda, á los Reyes á comunicar sus últimas
o'rdenes á don Juan de Fonseca para que se aprovisionasen de
todo lo necesario cuatro carabelas , en las cuales debía partir
el repostero Juan de Aguado, cuyo nombramiento estaba
extendido como se dijo, desde el Q-de Abril, y que no había
emprendido el viaje, aunque habían transcurrido más de
cuatro meses.
Desde luego, y como también se indico' oportunamente,
los Reyes Católicos , que nunca olvidaban los altos mereci-
mientos de Colón, como lo patentizan sus repetidas cartas,
habían procurado quitar todo motivo de disgusto ; pero sus
o'rdenes en este sentido, que todas respiraban gran consi-
deración y afecto al descubridor, producían por otro lado
contrario efecto, aumentando la odiosidad que á aquél tenía
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CRISTÓBAL COLÓN
don Juan de Fonseca, encargado de la ejecucio'n, lo mismo
que en sus amigos y subalternos.
Las reservadas manifestaciones de don Diego Colon
bastaron á neutralizar en el ánimo de los Reyes todos los
cargos que por calumniosos é interesados informes se diri-
gían al Almirante; y persuadidos de su integridad y de la
pureza de su administracio'n , escribieron repetidamente al
Obispo que procurase dar satisfacción á aquél, quitándole
todo motivo de descontento. La solicitud y cuidado de los
Reyes se extendió' hasta el punto de mandar se oyesen las
reclamaciones de los que regresaban de la Española sobre las
necesidades que allí eran más frecuentes , y que se enviasen
al Almirante todos los medios posibles para que atendiese
con regularidad á la distribución de subsistencias, de ma-
nera que se le complaciera en absoluto.
Esto molestaba en sumo grado la altivez del obispo
Fonseca, que siempre cumplía tarde y de mala voluntad
semejantes o'rdenes , poniendo cuantos obstáculos eran posi-
bles. Pero lo que más le humillo, lo que le exaspero hasta
un extremo difícil de explicar, fué lo que se relacionaba con
don Diego Colon.
Al regresar éste en las carabelas de Antonio de Torres,
traía como de su exclusiva propiedad, varios productos de la
isla y alguna cantidad de oro, que le había correspondido
como individuo del Gobierno, durante la ausencia de su
hermano, y que él había mandado recoger también por su
cuenta. Al presentarlo á registro, para dar la parte corres-
pondiente á la corona, Fonseca, deseoso siempre de molestar
al Almirante, demostró su mala voluntad á don Diego,
reteniéndole bajo frivolos pretextos y sin razo'n alguna, todo
lo que le pertenecía. Enterados minuciosamente los Reyes
expidieron repetidas y apremiantes o'rdenes para que se
devolviese el oro sin la menor dilación, y dando el Obispo
satisfacciones cumplidas por su extralimitacio'n. Oculto por
entonces su rencor; pero cada uno de estos hechos, que él
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
71
juzgaba humillantes para su dignidad y carácter, le afectaba
profundamente y mantenía vivo su odio, siempre dispuesto
á manifestarse en cuanto se presentara ocasión oportuna ^.
Hasta en el nombramiento de Aguado concurrieron
circunstancias que mortificaron á Fonseca. En un principio
se le habían dado facultades para designar la persona que
debía pasar á la Isabela, con el fin de hacer informacio'n de
lo que allí ocurría, y de como cumplieron con los deberes
de su cargo aquellos que, abandonándolos, habían regresado
á España ; siendo de suponer que con tal motivo bullía ya en
su mente la idea de enviar á alguno de los mayores enemi-
gos del Almirante, entre los varios que tenía á sus ordenes;
mas sus planes quedaron desbaratados, á consecuencia de la
designacio'n que se hizo por los Reyes en favor del repostero
Aguado. No hay para que decir que no pudo satisfacerle el
nombramiento referido; pues si bien el comisionado, engreído
con su cargo, y abusando de las facultades que llevaba y de la
confianza que en su prudencia depositaron los Reyes, cometió'
los excesos más reprensibles, es lo cierto que al señalarle con
preferencia á otros , casi se siguió una indicacio'n hecha por
el mismo Almirante. En el Memorial que Antonio de Torres
trajo á los Reyes, había dicho Cristóbal Colón: — «Asi-
mismo haréis relación de Juan de Aguado, criado de sus
Altezas, cuan bien é diligentemente ha servido en todo lo
que le ha seido mandado : que suplico á sus Altezas , á él é á
los sobredichos los hayan por encomendados é por pre-
sentes.»— ¿Era posible buscar persona que más obHgada
estuviese, y con mayor suavidad pudiera proceder en el
delicado cargo que se le confería? Los Reyes miraban en
todo con respeto y benevolencia al Almirante ; mas en otra
parte se formaba la nube que había de oscurecer su pres-
tigio, minar su popularidad, y causarle graves disgustos, y
que atraía á sí cuantas noticias y quejas se presentaban por
» Véase en las Aclaraciones y documentos (H).
72
CRISTÓBAL COLÓN
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absurdas que pudieran parecer, y tendía la mano á todos
los descontentos, cualesquiera que fuesen su procedencia y
condiciones.
A fines del mes de Agosto zarparon del puerto de Cádiz
las cuatro carabelas, muy bien abastecidas y aprovisionadas
de lo más necesario, llevando gran cantidad de herramientas
para diferentes oficios y labores, muchos artesanos y labra-
dores cuya falta se notaba, y abundantes repuestos de harina,
bizcocho, vino 3^ otros alimentos, así como medicinas de que
carecían casi por completo. Influyo' sin duda alguna en la
abundante provisio'n de aquellas carabelas el deseo de los
Re3'es, manifestado en varias ocasiones y con verdadera
energía, de que perio'dicamente se enviasen subsistencias á la
colonia, para lo cual, después de las cuatro carabelas que
entonces se miandaban, habían de fletarse otras doce que
sucesivamente fueran saliendo, con el empeño de que no
volvieran á experimentarse las necesidades que tanto daño
habían causado; pero juzgamos que también tuvo parte en
que fuese tan copioso el cargamento, el deseo de don Juan
de Fonseca de preparar á Juan de Aguado un buen reci-
bimiento en la colonia, que ayudase á sus proyectos.
De parte de los Rej^es Católicos todo era cuidado y
solicitud hacia los descubridores 3^ colonos. Lejos de abrigar
dudas, tenían fe en el porvenir; y muy distantes de dar
oídos á las difamaciones y calumnias que contra el Almirante
se propalaban, ni á los funestos cálculos que se hacían sobre
el mucho gasto y poco producto del descubrimiento, espe-
raban ver confirmadas todas las esperanzas y cumplidas
todas las promesas de Cristóbal Colón, como lo demos-
traron enviando á sueldo trabajadores que supieran ocuparse
en el laboreo de las minas, y el asiento que firmaron con
don Pablo Belvis, ensayador de mucho crédito, para que
pasase á la isla Española y estableciera la explotación con
todos los medios conocidos y que pudieran utilizarse, dándole
mil ducados como sueldo fijo, y la décima del oro que se
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
73
extrajese, con tal de que no pasara de otros dos mil ducados
en cada año. Llevaba pasaje y mantenimiento para sí y para
sus oficiales y operarios, siendo de cuenta del Tesoro las
herramientas , máquinas y cuanto se necesitara para el bene-
ficio de las minas. Además, y como privilegio, se le concedió
que cobrase también la décima de los productos que obtu-
vieran cuantos montasen ingenios para sacar oro.
Quiso reservarse á favor del Tesoro, y como único
medio de reembolsar los crecidos gastos que la colonizacio'n
causaba , la mayor cantidad posible del oro cuya abundancia
se tenía por indudable ; y á este efecto se limito' la facultad
de rescatarlo con los indígenas y aun de tomarlo en las
arenas de los ríos y arroyos, pues si bien se concedió' á todos
libertad para juntar oro por todos los medios que la indus-
tria y la contratacio'n les sugiriesen, se impuso la obligación
de entregar á los contadores reales dos terceras partes de
todo el que recogieran, quedando solamente un tercio para
el colector; y si éste gozaba sueldo del Estado, so'lo adquiría
la propiedad del quinto.
Tan grandes eran las esperanzas, que aun con tal limi-
tacio'n se creyó' hacer un gran beneficio á los trabajadores, y
fueron muchos los que, por aprovecharse del permiso, se
ocuparon en lavar arenas, y cavar la tierra en busca del
codiciado metal.
Con tales elementos llegaron las carabelas á mediados
del mes de Octubre al puerto de Isabela, en ocasio'n que
todavía el Almirante andaba pacificando los territorios más
lejanos de la isla, y estableciendo los fuertes que dejamos
detallados, y el Adelantado se encontraba al frente de la
gobernación de Isabela. ¿Qué había ocurrido durante el
viaje, que habían cambiado completamente las disposiciones
del ánimo de Aguado? ¿Había escuchado antes de su partida
consejos o' insinuaciones que le habían inclinado á hacerse
enemigo de Cristóbal Colón y de sus hermanos? ¿Fué que %%
en la soledad del camarote, en la meditacio'n y el silencio,
Cristóbal Colón, t. ii.— io.
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74
CRISTÓBAL COLON
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pensando en los poderes que llevaba, se levanto' en su alma
la pasio'n del orgullo, y pensó' hacerse verdaderamente
gobernador de los países nuevamente descubiertos? ¿Con-
fiaba en ser protegido por los encargados de la Contratacio'n
de Indias, al extralimitarse de las reducidas facultades que
le habían dado los Reyes?
Nadie podrá decirlo: pero en el momento de poner el
pie en las playas de la isla Española, Juan de Aguado pare-
cía otro hombre diferente del que pocos meses antes había
salido de allí en las carabelas de Antonio de Torres, con
expresiva recomendacio'n del Almirante. Con el repostero
volvía al Nuevo Mundo el tercer hermano de Colón, don
Diego, y con él fué la primera desavenencia y disputa. Sin
hacer presentacio'n de los poderes que llevaba y mostrando
únicamente la breve carta de los Soberanos, empezó' á dar
disposiciones inconvenientes y o'rdenes al Adelantado que
éste no quiso cumplimentar; y como don Diego Colo'n, en su
carácter conciliador y prudente, le manifestase ante todos
la necesidad de que hiciera presentación de sus poderes,
porque él conocía muy bien el objeto de su encargo y los
límites en que debía encerrarse, suscito'se verdadera con-
tienda, que aprovecharon los contrarios del Almirante para
ponerse de parte de Juan de Aguado, con lo cual éste acabo'
de llenarse de soberbia, creyéndose 5^a jefe de un partido
poderoso.
Hicieron correr entonces la voz los descontentos de que
había llegado un nuevo gobernador, que venía á hacer
informacio'n de los actos del Almirante, amenazándole con
el castigo de los Reyes. Aguado, por su parte, se propaso' á
funciones de gobierno y justicia que no estaban en las facul-
tades de que se le había investido ; dirigía reprensiones á los
encargados de la administracio'n; y á todas las quejas que se
le daban, á todos los cuentos que le referían, á los descon-
tentos que se le acercaban con calumnias innobles y chismes
de plazuela, respondía con aires de autoridad y suficiencia.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
75
ofreciendo remediar todos los males, con demostraciones de
protección. Nunca ruin, puesto en dignidad, se ha portado
de otra manera ; y la conducta de Aguado basta para prueba
de su escaso juicio y cortísimo valer.
Llego' á noticia de Cristóbal Colón la venida del
repostero y su inconsiderada conducta; comprendiendo, tal
vez, en su alta inteligencia, los mezquinos mo'viles que le
guiaban, y el fin que se proponía; por lo cual resolvió' diri-
girse inmediatamente á la Isabela para avistarse con él y
reducirlo á la razo'n en cuanto fuera posible, por aquellos
medios que un hombre de talento tiene siempre á su disposi-
ción para dominar las malas pasiones de necios mal intencio-
nados. Aguado también, dando evidentes señales de su
petulante vanidad, había querido reunir algunos hombres á
caballo para que diesen custodia á su persona, saliendo en
busca del Almirante para exhibirle las cartas de los Reyes
Cato'licos. Sabedor de la venida de Colón, volvió' en seguida
á Isabela, pues á pesar de todas sus insolencias no parece
que Aguado estaba muy tranquilo, y antes bien abrigaba el
natural temor del que obra sin razo'n ni justicia, al verse
ante la verdadera autoridad del Almirante.
Pero al llegar éste á Isabela sorprendió' á todos con la
prudencia y moderacio'n de sus acciones, así como por la
severa dignidad con que recibió' al procaz Juan de Aguado.
Exigió' éste que sus credenciales fuesen leídas públicamente
y con gran solemnidad, buscando el efecto que en la gente
sencilla podían producir las frases de confianza que en
ellas estampaban los Reyes; y cuando creía, sin duda, que
Colón opondría resistencia y podría producirse un conflicto
que le diera ocasio'n para justificar sus agresiones, y para
que todos sospecharan que, en efecto, los despachos decían
mucho más á favor del comisionado; se vio' que el Almi-
rante con la mayor consideración á éste, y mostrando sumo
respeto á las cartas Reales, dispuso la lectura de éstas, y
concluida les presto acatamiento.
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76
CRISTÓBAL COLÓN
Ha^*
«Muchas cosas pasaron en estos días, escribe fray Bar-
tolomé de las Casas, y tiempo que Juan Aguado estuvo en
esta isla, en la Isabela, y todas de enojo y pena para el
Almirante; porque el Juan Aguado se entrometía en cosas,
por fiucia y color de su creencia, quel Almirante sentía
por grandes agravios; decia y hacia cosas en desacato del
Almirante y de su autoridad, oficios y privilegios. El Almi-
rante, con toda modestia y paciencia lo sufria, y respondía
y trataba al Juan Aguado siempre muy bien, como si fuera
un Conde; según vide de todo esto hecha con muchos testigos
prohauT^a.í)
Esta moderación desconcertó' á Aguado, porque daba á
los parciales de Fonseca y al pueblo todo, clara muestra de
la confianza que el Almirante tenía en el afecto de los Sobe-
ranos, al paso que establecía á vista de todos la diferencia
que existía entre las dos personalidades ; presentando al uno
lleno de vanidad j orgullo, sin merecimiento alguno, sin
cualidades que lo recomendasen, como una nulidad ensober-
becida por ocupar un cargo superior á su posicio'n . y al otro
encanecido en el estudio y en el trabajo, objeto de la estima-
cio'n general, prestando verdaderos servicios á la nacio'n
española, y revestido de las más altas dignidades, dando
ejemplo de obediencia , y mostrándose prudente con un
adversario que tan poco valía y tan mezquino se ostentaba.
Educado en la adversidad, acostumbrado al sufrimiento
durante largos años, Cristóbal Colón había podido reunir
esas condiciones que rara vez se suelen juntar en un solo
hombre: grandes cualidades morales y conocimiento de las
miserias humanas. La paciencia en las. contrariedades de la
vida se unía á su prudencia natural ; y aunque su carácter
era vivo, impetuoso é irascible, según testimonio de los que
le conocieron, sabía templarlo con su juicio y con la expe-
riencia de tantas pruebas y desengaños como llevaba sufri-
dos. Domino'se, pues, el Almirante, con tanta más facilidad
cuanto más clara apareda la injusticia del procedimiento y
r:
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
n
más patente la ineptitud y petulante necedad de Aguado ; y
todos los planes de éste vinieron por tierra, quedando
defraudadas por entonces las mezquinas esperanzas de los
que le ayudaban.
La información se empezó en los términos precisos que
preceptuaba la cédula de los Reyes ; sin embargo, el repos-
tero continuo' excediéndose de sus facultades, queriendo
intervenir en todos los asuntos y llegando al extremo de
mandar que se redujesen á prisio'n varias personas.
Unos porque creían que la caída de Colón en el favor
de la corte era un hecho consumado, y que Juan de Aguado
era el llamado á sustituirle en la gobernacio'n de la isla, en
la cual consentía á muchos su propia jactancia; otros por
verdadera animosidad contra el Almirante y su hermano;
éstos por ganarse el favor del nuevo comisionado; aquéllos
porque Colón era extranjero, no faltaron españoles que
declarasen en la información algo de lo que Aguado deseaba;
pero lo que á éste causo mayor satisfaccio'n, fué una expo-
sición de quejas, que muchos de los caciques formularon
contra el gobierno del Almirante y del Adelantado, y la
hicieron llegar á sus manos.
En su expedición por la isla, cuando Cristóbal Colón se
propuso hacer, personalmente, lo que mosén Pedro Marga-
rit debió haber hecho mucho tiempo hacía, en cumplimiento
de sus o'rdenes, antes de que hubieran ocurrido tantos des-
manes, tuvo necesidad de ser más severo en algunas comar-
cas, tanto para obtener la sumisio'n completa, cuanto para
hacerles aceptar el pago del tributo y asegurar su recauda-
cio'n. Con este motivo muchos caciques estaban muy que-
josos, otros por extremo exasperados, sintiendo todos acre-
centarse el odio contra los dominadores, cuya permanencia
en la isla les era cada vez más insoportable. Las noticias que
á sus territorios llegaron, de que un nuevo Almirante susti-
tuía á Colón y éste iba á ser castigado, los movió á presen-
tar sus quejas, diciendo que él era el responsable de todos
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78
CRISTÓBAL COLÓN
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los males que habían sobrevenido á los españoles, y el cau-
sante de la sublevacio'n de los naturales.
Con este dato inesperado, al que quiso dar una impor-
tancia que no tenía, estimo' Aguado que cerraba perfecta-
mente la informacio'n ; y dándola por terminada, anuncio' su
propo'sito de regresar á España á dar cuenta de su cometido,
creyendo traer en la mano datos bastantes para que los
Reyes decretasen la destitucio'n del Almirante, y le nombra-
sen para sustituirle en premio de aquel señalado servicio.
Muchos en la isla juzgaron igualmente que la caída de
Cristóbal Colón era inevitable.
El momento era crítico verdaderamente. Con razo'n o'
sin ella, Juan de Aguado se daba importancia de Goberna-
dor,.y figuraba tener instrucciones para depurar la conducta
del Almirante. No ignoraba éste que tenía poderosos adver-
sarios de su proyecto, y enemigos declarados de su persona
en la corte, que habían de apoderarse de las informaciones
practicadas, y hasta de las menores insinuaciones de Aguado,
para minar su crédito y calumniar su reputación; y com-
prendía muy bien que aquéllos debían haber encontrado pode-
rosos auxiliares en el P. Boil y en Pedro Margarit, y los que
con ellos habían huido, y con el regreso del repostero toma-
rían nuevos bríos para sus ataques. Meditando con calma su
situacio'n, creyó' de necesidad presentarse á los Reyes Cato'li-
cos para desvanecer con sus palabras y con noticias verdade-
ras, los cargos formados por la malevolencia y la mentira, y
de la misma manera opino' el Adelantado, quedando resuelto
entre los dos que en las mismas carabelas en que volviese á
España Juan de Aguado, regresaría también el Almirante.
Dada la orden, se empezaron á aprovisionar y pertre-
char las seis carabelas que había en el puerto, con el objeto
de que, conforme á las o'rdenes y deseos de los Reyes, pudie-
ran volver cuantos lo desearan, y todos los enfermos y con-
valecientes cuya presencia solo servía de embarazo y de
aumentar las dificultades en la colonia.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XI
79
Entretanto Colón, aleccionado por dolorosa experien-
cia y conocedor de la clase de argumentos que era necesario
presentar para desvanecer cargos y prevenciones, y dar
gran idea de la importancia del descubrimiento, se propuso
reunir todo lo que pudiera llamar la atención en España por
su hermosura, por su utilidad y valor, tanto como por su
novedad y extrañeza. Junto' todo el oro que se había reco-
gido de los presentes hechos por Guacanagarí y sus amigos,
así como el tomado en las expediciones que fueron al inte-
rior, que eran más de doscientas onzas de oro puro; y
además las muchas muestras últimamente traídas del río
Hayna y de las excavaciones hechas en los terrenos pro'xi-
mos á sus orillas, que, á diferencia de lo que se recogía en
Cibao, y era todo polvo y grano menudo, consistía en peda-
zos bastante grandes, habiendo algunos hasta de veinte
onzas que vieron y admiraron Pedro Mártir de Angleria y
Andrés Bernáldez, y como cosa extraordinaria un pedazo de
metal que pesaba sobre seis arrobas, de oro blanco, puro o
electrón; como le llamaban, porque contenía una quinta parte
de plata. Lo encontraron delante del bohio de un cacique de
la Maguana , donde dijeron los indios se hallaba desde
tiempo antiguo, indicando el sitio de donde se había extraí-
do. Mando' buscar también el Almirante las aves de mayor
tamaño y más rico plumaje, y toda clase de frutas y árbo-
les. Reunió' asimismo gran cantidad de maíz de gruesos
granos, de cu3^a magnitud ni aun idea podía tenerse en
España, y yucas, ajes, y muchas otras raíces alimenticias,
para dar completa idea de la fertilidad del terreno y de sus
producciones especiales, 3^ concluidos estos preparativos se
dispuso para el viaje, ocupando una de las carabelas y
dejando otra á la disposicio'n de Aguado, pues su deseo era
evitar toda disensio'n y llegar cuanto antes á la presencia de
los Reyes Cato'licos.
Cristóbal Colón, t. ii. — ii.
82
CRISTÓBAL COLÓN
Mientras se pertrechaban y reparaban las carabelas
para la partida, tomo el Almirante disposiciones para el
gobierno de la colonia durante su ausencia. Dejo nombrado
gobernador y comandante de las fuerzas á sú hermano don
Bartolomé, con todas las facultades necesarias, y que él
podía delegar por concesio'n expresa de los Reyes Católicos,
para casos semejantes; y por si se inutilizara por cualquier
evento, o' tuviera que atender á extremos distantes de
la isla, designo para sustituirle á su otro hermano don
Diego. Por alcalde mayor de la Isabela y de toda la isla,
para el ejercicio de la justicia, nombro' á un escudero, criado
suyo, bien entendido, aunque no letrado, natural de la Torre
de Don Ximeno, que es cabe Jaén, que se llamaba Francisco
Roldan, porque le pareció' que lo haría según convenía, y
lo había hecho siendo alcalde ordinario, y en otros cargos
que le había encomendado.
Procuraba Colón que con él se embarcasen todos
aquellos hombres que no eran de utilidad alguna en la
colonia, que no habían prestado servicios, y antes por el
contrario, y por diferentes motivos, se habían mostrado
descontentos y era peligroso que allí permaneciesen; y con
este objeto exploraba los ánimos, haciendo mover las volun-
tades en el sentido que juzgo' más conveniente para todos.
Pero un obstáculo imprevisto vino á retrasar el viaje.
Lna tormenta violentísima, uno de esos ciclones espantosos
tan frecuentes en las regiones tropicales, se desencadeno'
sobre la isla, produciendo los mayores estragos, y desastres
sin cuento.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XII
83
Fué breve, pero horroroso el conflicto. Desde el ama-
necer el viento soplaba con violencia, y se notaban señales
de pro'xima tempestad; pero ya al medio día el cielo se
cubrió' de oscuras y densas nubes; el levante arrecio' con
inusitada fuerza, y chocando con otros vientos opuestos
produjeron una tormenta de las más furiosas. Rasgaban las
nubes incesantes relámpagos, como continuas corrientes de
encontrada electricidad. Parecía que formaban pirámides
invertidas que bajaban por vértice hasta tocar en tierra , y
allí cobraban nueva fuerza, produciendo oscuridad pavorosa,
pues falto' la luz como en cerrada noche, y no dejaban las
tinieblas distinguir los objetos á muy corta distancia. La
lluvia caía á torrentes con fuerza aterradora. Los bramidos
del mar y del viento se confundían en un estruendo espan-
table que infundía pavor. Por doquiera que pasaba la
tromba arrasaba los bosques y cuanto á su paso encontraba,
desnudando los árboles , tronchando los más robustos ;
troncos de formidable tamaño que se oponían al empuje,
salían arrancados de raíz y eran llevados á grandes dis-
tancias. Bosques enteros caían lanzados desde las alturas á
los precipicios, llevando consigo enormes trozos del terreno,
rodando con fragor y sepultándose en los lechos de los ríos
cuyas corrientes interrumpían, convirtiéndolos en torrentes.
El silbido fortísimo del aire pasando entre los árboles; el
retumbar de los truenos ; el ruido de las piedras y rocas que
chocaban ; de los troncos y ramas que se rompían , pusieron
miedo á los más intrépidos, pareciendo había llegado el fin
del mundo. Muchos vieron destruidas sus chozas y se refu-
giaron en las cavernas ; y volaban llevadas por el huracán
piedras y. ramas con increíble cantidad de hojas de todas
clases. Cuando los torbellinos llegaron al puerto de Isabela,
rompieron las amarras y cadenas de los barcos, y tres de
éstos zozobraron hundiéndose en el mar con cuanto con-
tenían : otros chocaron hundiéndose en pedazos que el oleaje
arrojo' destrozados á la playa ; y las levantadas olas iban á
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84
CRISTÓBAL COLÓN
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romper dos o' tres millas tierra adentro arrastrando al
retirarse cuanto encontraban al paso.
Después de pasar tres horas en tal angustia en medio
de aquel cataclismo, empezó' á calmar el viento, y los que
sobrevivían se miraban unos á otros llenos de admiración y
de estupor. Los indios creían que Dios había desencadenado
los elementos para destruir á los blancos por sus maldades;
pero vieron con pena que los estragos del ciclo'n habían sido
igualmente funestos para todos. No había memoria de que
tan horrorosa tempestad hubiera descargado en la isla.
Quedaron destrozadas enteramente cinco de las seis
embarcaciones que estaban surtas en el puerto, de tal
manera que el Almirante, viéndose privado de medios para
emprender la vuelta á España, dispuso que con los restos de
ellas que pudieran aprovecharse, se procediera sin demora
alguna á construir un barco de bastante cabida y solidez
para emprender la. travesía. La única que había quedado
entera era la Niña, pero en tal estado que fué necesario
hacerle una gran reparación antes de que se diese á la vela.
En breve tiempo estuvo terminada la construccio'n de
la nueva carabela, que el Almirante bautizo' con el nombre
de Santa Cruz, y vulgarmente dieron en llamar la India,
por haberse allí construido: y reparadas convenientemente
las averías de la Niña, se hicieron ambas á la vela con
direccio'n á España, el i o de Marzo de 149Ó.
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II
Doscientos veinte pasajeros se embarcaron en la Isabela.
Convalecientes muchos de ellos, enfermos no pocos; ociosos
y libertinos desengañados que allí dejaban sus esperanzas de
hacerse ricos sin trabajar; nunca volvió' de tierra de pro-
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XII
85
misión chusma más miserable, dice Washington Irving, ni
más desilusionada. Colón había tenido sumo cuidado en
arrancar de la colonia á la gente turbulenta, bulliciosa y
descontentadiza , que se había embarcado con el repostero en
la nueva carabela. En la Niña venía el Almirante con varios
de los que le conservaban más respeto, y también treinta
indios con Caonabo y su hermano, y un sobrino suyo.
Murió Caonabo durante el viaje; que el pesar de su
vencimiento le había causado gran postracio'n, y aunque,
según parece, el Almirante le ofrecía que después de haberle
presentado á los Reyes de Castilla, le volvería á su país y á
su estado, el salvaje comprendía muy bien que su prestigio
estaba perdido, y del abatimiento y pasio'n de ánimo hubo
de originársele la muerte. Su hermano, que se bautizo' con
el nombre de Diego, y su sobrino, llegaron á España y
fueron llevados á la corte donde su presencia causo' gran
admiracio'n, no so'lo por su aspecto, sino también por los
muchos objetos raros y de valor que consigo llevaban.
Algunos historiadores, tomando fundamento en una
indicacio'n que hace el P. Las Casas, asientan que el cacique
pereció' ahogado en una de las carabelas que destrozo' el
huracán en el puerto de Isabela. Mas tal aserto carece de
exactitud; porque no es probable ni presumible que los
indios estuvieran á bordo, mientras en las carabelas se hacía
provisio'n de lo necesario para el viaje, y el mismo Las Casas
dice que estaba prisionero en la casa morada del Almirante.
Además debe tenerse en cuenta, que con el cacique Caonabo'
estaban su hermano y sobrino, que siguieron su misma
suerte, y no hubieran podido salvarse pereciendo aquél; y
el cura de los Palacios, el Bachiller Andrés Bernáldez, que
tuvo muy luego á estos últimos por huéspedes, dice, ha-
blando de los que venían en las carabelas '. — «Traia al
Caonaboa y á un su hermano de fasta treinta y cinco años,
L-m¿s\-u^-
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^^S^
• Historia del reinado de los Reyes Católicos, cap. CXXXI, tom. II, pág. 78. [g
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CRISTÓBAL COLÓN
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á quien puso por nombre Don Diego, é á un mozuelo sobrino
suyo, fijo de otro hermano; é murio'se el Caonaboa en la
mar, o de dolencia o' poco placer.» Gonzalo Fernández de
Oviedo añade que murió al comenzar el viaje, en estos
términos ' : — « assi como Caonabo é su hermano supieron
que avian de yr al Rey é á la Reyna Catho'licos, el hermano
se murió' desde á pocos dias , y Caonabo, entrado en Ja mar
desde á pocas jornadas que navegaron también se murió.)) Estuvo
Oviedo mal informado con respecto al hermano, o se refiere
á otro, que pudo ser el padre de aquel sobrino que con ellos
venía , pero conviene con Bernáldez en que el feroz caribe
dejo de existir durante la navegación. Y esto se confirma
por el suceso que ocurrió' en la Guadalupe.
Queriendo regresar por las latitudes ya conocidas é
ignorando todavía que subiendo al Norte se encontraban
vientos constantes que faA^orecían la navegacio'n, tomo rumbo
al Oriente al salir de Isabela, y se vio' contrariado por las
calmas y por vientos de proa que le impedían adelantar,
porque arrastraban también las corrientes en la misma
direccio'n ; por manera que á los doce días de camino todavía
se encontraba en el cabo del Engaño, postrero de la isla
Española, sin haber perdido hasta entonces de vista la
tierra.
Los alimentos se consumían rápidamente, y aun podía
decirse que no había empezado la navegacio'n , por lo que el
Almirante determino' tomar direccio'n un tanto más al Sur,
en demanda de las islas de los caribes , que había visitado
las primeras en este viaje, con objeto de recoger en ellas
pescado, frutas y pan de casabe, para prevenir cualquier
eventualidad, en vista de las dificultades que ofrecía la
vuelta. Un mes después de la salida de Isabela, á lo de
Abril, surgió' en la isla de Guadalupe, y mando' desembarcar
y que se hicieran provisiones en cantidad bastante para
Historia general y natural de las Indias, libro III, cap. I, tomo I, pág. 6.
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XH
87
asegurar las contingencias de una larga navegación como la
que se presentaba.
Cuando las barcas se dirigieron á tierra , salieron dé los
bosques más cercanos gran número de mujeres armadas de
arcos y flechas, con ademanes hostiles para impedir el des-
embarco; pero salieron á nado á la playa varios intér-
pretes indios que iban á bordo, y las informaron de los
deseos que movían á los españoles, que eran solamente pro-
veerse de panes, de agua y de leña, á lo que aquellas
animosas mujeres respondieron que buscasen mejor lugar
para el desembarco en otro paraje de la isla, donde estaban
los hombres entregados á sus trabajos. Fueron en aquella
dirección las dos embarcaciones, y al avistarlas acudieron
los indios á sus armas, y llamando por señas á otros muchos
que por aquellas cercanías se encontraban se reunieron en
gran muchedumbre, y dispararon contra las barcas una
verdadera nube de flechas, que ningún daño causaron,
porque las barcas estaban todavía á bastante distancia. Los
de las carabelas protegieron el desembarco disparando
algunas lombardas , y asustados del estruendo y de ver caer
heridos á muchos de los suyos, se precipitaron en veloz
huida, dejando desamparadas las labores en que se ocupa-
ban momentos antes, y las casas en que vivían.
En tanto que los soldados se dedicaban á hacer pan en
gran cantidad ayudados por los indios, y echando mano de
los acopios que en aquellas labranzas tenían los naturales,
un destacamento de cuarenta hombres se interno en la isla
para recoger cuanto fuese de utilidad y explorar las inme-
diaciones. Encontraron algunas mujeres, que al verlos se
pusieron en precipitada fuga, siendo perseguidas por los
españoles que les dieron alcance y pudieron aprisionar ocho
o diez de ellas. La más ágil de todas y que con más velo-
cidad corría, fué perseguida por un marinero natural de las
Canarias, que tenía fama de gran corredor, y á pesar de
todo no podía darle alcance, ni se lo diera quizá, si ella al
88
CRISTÓBAL COLÓN
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verse alcanzada no volviera sobre su adversario con ánimo
de matarlo. Lucharon á brazo partido, rodando ambos por
el suelo, y tal vez lo hubiera pasado mal el marinero á manos
de aquella valerosa mujer, si no hubieran llegado á tiempo
otros varios españoles. Súpose luego por haberlo dicho las
otras prisioneras , que era la esposa del principal cacique de
Guadalupe, célebre en la isla por su valor y su hermosura.
Llevaron á las mujeres á los barcos, y el miércoles
20 de Abril levaron anclas nuevamente 3^ pusieron las proas
en direccio'n á España, habiendo enviado á tierra á muchas
de ellas, y llevándose únicamente á las que quisieron seguir
de su voluntad, entre las que se contaron aquella señora que
era la principal de la isla, y una hija suya, también de
notable belleza, aunque de pocos años.
Y de aquí se desprende la nueva prueba, á que antes
aludíamos, de que Caonabo no había perecido ahogado en
la espantosa tormenta de la Isabela. La intrépida esposa
del cacique vio' á bordo de la carabela Niña al aprisio-
nado Caonabo', caribe como ella, y como ella también de
feroz carácter é indomable constancia ; supo sus infortunios
y se apasiono' de él, determinando acompañarle á España
para hacerle más llevadero su cautiverio. No fueron bastan-
tes sus cuidados y atenciones para disipar la tristeza del
soberbio cacique y algunas jornadas después murió, no
pudiendo asegurarse si de dolencia o de poco placer, como
dijo Bernáldez, pues ninguno de los contemporáneos se tomo'
el cuidado de consignarlo.
En las mismas condiciones desfavorables que había
comenzado continuo' la navegacio'n, trabajando mucho las
tripulaciones para vencer las corrientes contrarias y aprove-
char el viento, y adelantando muy poco camino.
A las tres semanas, aún no llevaban mediado el viaje y
las provisiones ya escaseaban, siendo necesario ponerlos á
todos á racio'n fija, que se fué reduciendo cada día hasta
quedar en seis onzas de pan y cuartillo y medio de agua; y
LIBRO TERCERO.— CAPÍTULO XII
89
á pesar de tanto cuidado, á fines del mes de Mayo hubo que
disminuir todavía y el hambre empezó' á sentirse á bordo,
temiéndose todavía mayores horrores. Ya en los grupos de
famélicos marineros se hablaba en voz baja de arrojar al
agua á los infelices indios para disminuir las bocas que con-
sumían racio'n; otros referían ejemplos de navegantes perdi-
dos que obligados por la necesidad habían tomado alimento
de las carnes de sus compañeros, echando suertes para
señalar al que le tocaba morir por conservar á los demás;
pero indicando también que antes de llegar á aquel extremo
entre los españoles, debían empezar por sacrificar á los
indios.
Colón, atento á todo, imponía silencio á aquellas mani-
festaciones, alentándolos con la esperanza de que pronto
llegarían á descubrir tierra, según sus cálculos, en lo cual
no estaban todos conformes, ni se mostraban convencidos los
pilotos, pues habiendo emprendido el viaje por latitud más
al Sur ignoraban por completo el lugar en que se encontra-
ban. Preciso es renunciar á describir la angustia en que
pasaron los primeros días del mes de Junio. Necesito' el
Almirante revestirse de toda su autoridad, y asegurar á los
marineros y soldados que debían encontrarse muy pro'ximos
á España y en direccio'n al cabo de San Vicente; y aun así
no le daban entero crédito, pues algún piloto deducía de sus
equivocadas observaciones que iban en direccio'n á las costas
de Inglaterra.
Flacos, desfallecidos, llevando todos en sus semblantes
las señales de los sufrimientos pasados, desembarcaron en
Cádiz el 11 de Junio después de tres meses de fatigas, prir
vaciones y trabajos.
En aquellos mismos días estaban prontas á darse á la
vela desde aquel mismo puerto tres carabelas destinadas á
llevar provisiones á la isla Española bajo el mando del
piloto Pero Alonso Niño. Repuesto un poco el Almirante, y
enterado de los despachos de los Reyes que aquél llevaba, y
Cristóbal Colón, t. ii.— 12.
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I^l
90
CRISTÓBAL COLÓN
que le iban dirigidos, escribió largamente á su hermano
Bartolomé para noticiarle su llegada, aprovechando tan feliz
coincidencia. Le comunico nuevas instrucciones para la com-
pleta pacificacio'n de la isla, encargándole enviase á España
á todos los descontentos y á los caciques que cometieron
atropellos contra los españoles; y le reitero el encargo de
que hiciera nueva población en la costa del mediodía de la
Española, sin descuidar el establecimiento de una fortaleza
en la proximidad de las ricas minas del Hayna.
El 17 de Junio, seis días después de su llegada á Cádiz
salieron para Isabela las tres embarcaciones al mando de
Pero Alonso Niño.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
LIBRO TERCERO
(A)— Pág. 6 1 6, tomo i.°
Carta del Doctor Diego Alvarez Chanca, Médico de la ciudad
DE Sevilla, dirigida al Cabildo de la misma
Muy magnífico Señor: Porque las cosas que yo particularmente
escribo á otros en otras cartas no son igualmente comunicables como las
que en esta escritura van , acordé de escribir distintamente las nuevas de
acá y las otras que á mi conviene suplicar á vuestra Señoría, é las
nuevas son las siguientes; Que la flota que los Reyes Católicos, nuestros
Señores, enviaron de España para las Indias é Gobernación de su Almi-
rante del mar Océano Cristóbal Colón por la divina permisión, partió
de Cádiz á veinte y cinco de Setiembre del año de ^
años con tiempo é viento convenible á nuestro camino, é duró este
tiempo dos dias, en los cuales pudimos andar al pié de 50 legras; y
luego nos cambió el tiempo otros dos, en los cuales anduvimos muy
poco ó nada; plogo á Dios que pasados dos dias nos tornó buen tiempo,
en manera que en otros dos llegamos á la Gran Canaria, donde tomamos
puerto, lo cual nos fué necesario por reparar un navio que hacia mucha
agua, y estovimos ende todo aquel dia, é luego otro dia partimos é
fizónos algunas calmerías , de manera que estuvimos en llegará la Gomera
cuatro ó cinco dias, y en la Gomera fué necesario estar algún dia por
facer provisiones de carne, leña é agua la que mas pudiesen, por la larga
jornada que se esperaba hacer sin ver mas tierra; ansi que en la estada
destos puertos y en un dia después de partidos de la Gomera, que nos
fizo calma, que tardamos en llegar fasta la isla del Fierro, estovimos diez
y nueve ó veinte dias; desde aqui por la bondad de Dios nos tornó buen
Igual vacío en el original. Debe decir del año de 1493.
92
CRISTÓBAL COLÓN
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tiempo, el mejor que nunca flota llevó tan largo camino, tal que partidos
del Fierro á trece de Octubre dentro de veinte días hobimos vista de
tierra, y vieramosla á catorce ó quince si la nao Capitana fuera tan
buena velera como los otros navios, porque muchas veces los otros
navios sacaban velas porque nos dejaban mucho atrás. En todo este
tiempo hobimos mucha bonanza, que en él ni en todo el camino no
hobimos fortuna, salvo la víspera de San Simón que nos vino una que
por cuatro horas nos puso en harto estrecho. El primero Domingo
después de Todos Santos, que fué á tres dias de Noviembre, cerca del
alba, dijo un piloto de la nao Capitana: albricias, que tenemos tierra.
Fué el alegría tan grande en la gente que era maravilla oir las gritas y
placeres que todos hacian, y con mucha razón, que la gente venian ya
tan fatigados de mala vida y de pasar agua, que con muchos deseos
sospiraban todos por tierra. Contaron aquel dia los pilotos del armada
desde la isla del Fierro hasta la primera tierra que vimos unas 800 le-
guas: otros 780, de manera que la diferencia no era mucha, é más
300 que ponen de la Isla de Fierro fasta Cádiz, que eran por todas 1,100;
ansi que no siento quien no fuese satisfecho de ver agua. Vimos el
Domingo de mañana sobredicho, por proa de los navios una isla, y
luego á la man derecha pareció otra: la primera era la tierra alta de sierras
por aquella parte que vimos, la otra era tierra llana, también muy llena
de árboles muy espesos, y luego que fué mas de dia comenzó á parecer
á una parte é á otra islas; de manera que aquel dia eran seis islas á
diversas partes, y las mas harto grandes. Fuimos enderezados para ver
aquella que primero hablamos visto, é llegamos por la costa andando
mas de una legua buscando puerto para sorgir, el cual todo aquel espacio
nunca se pudo hallar. Era en todo aquello que parecía desta isla todo
montaña muy hermosa y muy verde, fasta el agua que era alegría en
mirarla, porque en aquel tiempo no hay en nuestra tierra apenas cosa
verde. Después que alli no hallamos puerto, acordó el Almirante que
nos volviésemos á la otra isla que páresela á la mano derecha, que
estaba desta otra 4 ó 5 leguas. Quedó por entonces un navio en esta
isla buscando puerto todo aquel dia para cuando fuese necesario venir á
ella, en la cual halló buen puerto é vido casas é gentes, é luego se tornó
aquella noche para donde estaba la flota que habla tomado puerto en la
otra isla donde decendió el Almirante é mucha gente con él con la
bandera Real en las manos, adonde tomó posesión por sus Altezas en
forma de derecho. En esta isla habla tanta espesura de arboledas que era
maravilla, é tanta diferencia de árboles no conocidos á nadie que era
para espantar, dellos con fruto, dellos con flor, ansi que todo era verde.
Allí hallamos un árbol , cuya hoja tenia el mas fino olor de clavos que
nunca vi, y era como laurel, salvo que no era ansi grande; yo ansi
pienso que era laurel su especia. Allí habla frutas salvaginas de dife-
rentes maneras, de las cuales algunos no muy sabios probaban, y del
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
93
gusto solamente tocándoles con las lenguas se les hinchaban las caras, y
les venia tan grande ardor y dolor que parecían que rabiaban, les cuales
se remediaban con cosas frias. En esta isla no hallamos gente nin señal
della, creímos que era despoblada, en la cual estovimos bien dos horas,
porque cuando allí llegamos era sobre tarde, é luego otro dia de mañana
partimos para otra isla que páresela en bajo desta que era muy grande,
fasta la cual desta que habia 7 ú 8 leguas, llegamos á ella hacia la
parte de una gran montaña que parecía que quería llegar al cielo, en
medio de la cual montaña estaba un pico mas alto que toda la otra
montaña, del cual se vertían á diversas partes muchas aguas, en especial
hacia la parte donde Íbamos: de 3 leguas páreselo un golpe de agua
tan gordo como un buey, que se despeñaba de tan alto como si cayera
del cielo : páresela de tan lejos , que hobo en los navios muchas apuestas,
que unos decían que eran peñas blancas y otros que era agua. Desque
llegamos mas á cerca vídose lo cierto, y era la mas hermosa cosa del
mundo de ver de cuan alto se despeñaba é de tan poco logar nacía tan
gran golpe de agua. Luego que llegamos cerca mandó el Almirante á
una carabela ligera que fuese costeando á buscar puerto, la cual se ade-
lantó y llegando á la tierra vido unas casas, é con la barca saltó el Capitán
en tierra é llegó á las casas, en las cuales halló su gente, y luego que los
vieron fueron huyendo, é entró en ellas, donde halló las cosas que ellos
tienen, que no habían llevado nada, donde tomó dos papagayos muy
grandes y diferenciados de cuantos se habían visto. Halló mucho algodón
hilado é por hilar, é cosas de sus mantenimientos, é de todo trajo un
poco, en especial trajo cuatro ó cinco huesos de brazos é piernas de
hombres. Luego que aquello vimos sospechamos que aquellas islas eran
las de Caribe, que son habitadas de gente que comen carne humana,
porque el Almirante por las señas que le habían dado del sitio destas
islas, el otro camino, los indios de las islas que antes habían descubierto,
habia enderezado el camino por descubrirlas, porque estaban mas cerca
de España, y también porque por allí se hacía el camino derecho para
venir á la Isla Española, donde antes habia dejado la gente, á los cuales,
por la bondad de Dios y por el buen saber del Almirante, venimos tan
derechos como sí por camino sabido é seguido viniéramos. Esta isla es
muy grande, y por el lado nos pareció que habia de luengo de costa
25 leguas; fuimos costeando por ella buscando puerto mas de 2 leguas;
por la parte donde íbamos eran montañas muy altas, á la parte que
dejamos parecian grandes llanos, á la orilla de la mar había algunos
poblados pequeños, é luego que veían las velas huían todos. Andadas
2 leguas hallamos puerto y bien tarde. Esa noche acordó el Almirante
que á la madrugada saliesen algunos para tomar lengua é saber qué gente
era, no embargante la sospecha é los que ya habían visto ir huyendo,
que era gente desnuda como la otra que ya el Almirante habia visto el
otro viaje. Salieron esa madrugada ciertos capitanes; los unos vinieron á
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CRISTÓBAL COLON
hora de comer é trajeron un mozo de fasta catorce años, á lo que
después se sopo, é el dijo que era de los que esta gente tenian cativos.
Los otros se dividieron , los unos tomaron un mochacho pequeño, al cual
llevaba un hombre por la mano, é por huir lo desamparó. Este enviaron
luego con algunos dellos, otros quedaron, é destos unos tomaron ciertas
mugeres de la isla, é otras que se vinieron de grado, que eran de las
cativas. Desta compañía se apartó un capitán, no sabiendo que se habia
habido lengua, con seis hombres, el cual se perdió con los que con él
iban, que jamás sopieron tornar, fasta que á cabo de cuatro dias toparon
con la costa de la mar, é siguiendo por ella tornaron á topar con la flota.
Ya los teníamos por perdidos é comidos de aquellas gentes que se llaman
Caribes, porque no bastaba razón para creer que eran perdidos de otra
manera, porque iban entre ellos pilotos, marineros que por la estrella
saben ir é venir hasta España, creíamos que en tan pequeño espacio no
se podian perder. Este dia primero que allí decendimos andaban por la
playa junto con el agua muchos hombres é mugeres mirando la flota, é
maravillándose de cosa tan nueva, é llegándose alguna barca á tierra á
hablar con ellos, diciéndolos íayno tayno, que quiere decir bveno, es-
peraban en tanto que no sallan del agua, junto con él moran, de manera
que cuando ellos quedan se podian salvar; en conclusión, que de los
hombres ninguno se pudo tomar por fuerza ni por grado, salvo dos que
se aseguraron é después los trajeron por fuerza allí. Se tomaron mas de
,20 mugeres de las cativas, y de su grado se venian; otras naturales de la
isla, que fueron salteadas é tomadas por fuerza. Ciertos mochachos
captivos se vinieron á nosotros huyendo de los naturales de la isla que
los tenian captivos. En este puerto estuvimos ocho dias á causa de la
pérdida del sobredicho capitán, donde muchas veces salimos á tierra
andando por sus moradas é pueblos, que estaban á la costa, donde
hallamos infinitos huesos de hombres, é los cascos de las cabezas
colgados por las casas á manera de vasijas para tener cosas. Aquí no
párescieron muchos hombres; la causa era, según nos dijeron las mugeres,
que eran idas diez canoas con gentes á saltear á otras islas. Esta gente
nos pareció mas pulítica que la que habita en estas otras islas que
habemos visto, aunque todos tienen las moradas de paja; pero estos las
tienen de mucho mejor hechura, é mas proveídas de mantenimientos, é
parece en ellas mas industria ansi veril como femenil. Tenian mucho
algodón hilado y por hilar, y muchas mantas de algodón tan bien tejidas
que no deben nada á las de nuestra patria. Preguntamos á las mujeres,
que eran cativas en esta isla, que qué gente era esta: respondieron que
eran Caribes. Después que entendieron que nosotros aborrecíamos tal gente
'vtt por su mal uso de comer carne de hombres, holgaban mucho, y si de
nuevo traian alguna muger ó hombre de los Caribes, secretamente decían
que eran Caribes, que allí donde estaban todos en nuestro poder mostraban
temor dellos como gente sojuzgada, y de allí conocimos cuáles eran Caribes
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
95
de las mugeres é cuáles no, porque las Caribes traían en las piernas en
cada una dos argollas tejidas de algodón, la una junto con la rodilla, la otra
junto con los tobillos; de manera que les hacen las pantorrillas grandes, c
de los sobredichos logares muy ceñidas, que esto me parece que tienen
ellos por cosa gentil, ansi que por esta diferencia conocemos los unos de
los otros. La costumbre desta gente de Caribes es bestial; son tres islas,
esta se llama Turuqueira, la otra que primero vimos se llama Ceyre , la
tercera se llama Ayay; estos todos son conformidad como si fuesen de
un linage , los cuales no se hacen mal : unos é otros hacen guerra á todas
las otras islas comarcanas, los cuales van por mar 150 leguas á saltear
con muchas canoas que tienen, que son unas fustas pequeñas de un solo
madero. Sus armas son frechas, en lugar de hierros; porque no poseen
ningún hierro, ponen unas puntas fechas de 'huesos de tortugas los unos,
otros de otra isla ponen unas espinas de un pez fechas dentadas, que ansi
lo son naturalmente, á manera de sierras bien recias, que para gente
desarmada, como son todos, es cosa que les puede matar é hacer harto
daño; pero para gente de nuestra nación no son armas para mucho
temer. Esta gente saltea en las otras islas, que traen las mujeres que
pueden haber, en especial mozas y hermosas, las cuales tienen para su
servicio, é para tener por mancebas, é traen tantas que en 50 casas ellos
no parecieron, y de las cativas se vinieron mas de 20 mozas. Dicen
también estas mugeres que estos usan de una crueldad que parece cosa
increíble; que los hijos que en ellas han se los comen, que solamente
crian los que han en sus mugeres naturales. Los hombres que pueden
haber, los que son vivos Uévanselos á sus casas para hacer carnicería
dellos, y los que han muertos luego se los comen. Dicen que la carne del
hombre es tan buena que no hay tal cosa en el mundo; y bien parece
porque los huesos que en estas casas hallamos todo lo que se puede roer
todo lo tenian roido, que no habia en ellos sino lo que por su mucha dureza
no se podia comer. Allí se halló en una casa cociendo en una olla un
pescuezo de un hombre. Los mochachos que cativan córtanlos el miembro,
é sírvense de ellos fasta que son hombres, y después cuando quieren facer
fiesta mátanlos é cómenselos, porque dicen que la carne de los mochachos
é de las mogeres no es buena para comer. Destos mochachos se vinie-
ron para nosotros huyendo tres , todos tres cortados sus miembros. E á
cabo de cuatro dias vino el capitán que se habia perdido, de cuya venida
estábamos ya bien desesperados, porque ya los hablan ido á buscar otras
cuadrillas por dos veces, é aquel dia vino la una cuadrilla sin saber dellos
ciertamente. Holgamos de su venida como si nuevamente se hobieran
hallado; trajo este capitán con los que fueron con él 10 cabezas entre
mochachos é mugeres. Estos ni los otros que los fueron á buscar, nunca
hallaron hombres porque se hablan huido, ó por ventura que en aquella
comarca habia pocos hombres, porque segim se supo de las mugeres eran
idas 10 canoas con gentes á saltear á otras islas. Vino él é los que fueron
i)-
mf
96
CRISTÓBAL COLÓN
con el tan destrozados del monte, que era lástima de los ver; decían,
preguntándoles como se habían perdido dijeron que era la espesura de
los árboles tanta que el cíelo no podían ver, é que algunos dellos, que
eran marineros habían subido por los árboles para mirar el estrella, é que
nunca la podieron ver, é que si no toparan con el mar fuera imposible
tornar á la flota. Partimos desta isla ocho días después que allí llegamos.
Luego otro día á medio día vimos otra isla no muy grande, que estaría
desta otra 12 leguas; porque el primero día que partimos lo mas del día
nos fizo calma, fuimos junto con la costa desta isla, é dijeron las Indias
que llevábamos que no era habitada, que los Caribes la habían despo-
blado, é por esto no paramos en ella. Luego esa tarde vimos otra, é esa
noche, cerca desta isla, fallamos unos bajos-, por cuyo temor sorgimos,
que no osamos andar fasta que fuese de día. Luego á Ja mañana páreselo
otra isla harto grande : á ninguna destas nos llegamos por consolar los
que habían dejado en la Española, é no plogó á Dios según que abajo
parescerá. Otro día á hora de comer llegamos á una isla é paresciónos
mucho bien, porque parecía muy poblada, según las muchas labranzas
que en ella había. Fuimos allá é tomamos puerto en la costa; luego
mandó el Almirante ir á tierra una barca guarnecida de gente para sí
pudiese tomar lengua para saber qué gente era, é también porque
habíamos menester informarnos del camino, caso quél Almirante, aunque
nunca había fecho aquel camino, iba muy bien encaminado según en cabo
pareció. Pero porque las cosas dubdosas se deben siempre buscar con la
mayor certinidad que haberse pueda, quiso haber allí lengua, de la cual
gente que iba en la barca ciertas personas saltaron en tierra, é llegaron
en tierra á un poblado de donde la gente ya se había escondido. Tomaron
allí cinco ó seis mugeres y ciertos mochachos, de las cuales las mas eran
también de las cativas como en la otra isla, porque también estos eran
Caribes, según ya sabíamos por la relación de las mugeres que traíamos.
Ya que esta barca se quería tornar á los navios con su presa que habia
fecho por parte debajo, por la costa venía una canoa en que venían cuatro
hombres é dos mugeres é un mochacho, é desque vieron la flota mara-
villados se embebecieron tanto que por una grande hora estovieron que
no se movieron de un lugar casi dos tiros de lombarda de los navios. En
esto tueron vistos de los que estaban en la barca é aun de toda la flota.
Luego los de la barca fueron para ellos tan junto con la tierra, que con
el embebecimiento que tenían, maravillándose é pensando qué cosa seria,
nunca los vieron fasta que estovieron muy cerca dellos, que no les
pudieron mucho huir aunque harto trabajaron por ello ; pero los nuestros
aguijaron con tanta priesa que no se les pudieron ir. Los Caribes desque
vieron que el hoír no les aprovechaba , con mucha osadía pusieron mano
á los arcos, también las mugeres como los hombres: é digo con mucha
osadía porque ellos no eran mas de cuatro hombres y dos mugeres , é los
nuestros mas de 25, de los cuales firieron dos, al uno dieron dos frechadas
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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en los pechos é al otro una por el costado, é sino fuera porque llevaban
adargas é tablachutas, é porque los invistieron presto con la barca é les
trastornaron su canoa, asaetearan con sus frechas los mas dellos. E
después de trastornada su canoa quedaron en el agua nadando, é á las
veces haciendo pié, que allí habia unos bajos, é tovieron harto que hacer
en tomarlos, que todavía cuando podian tiraban, é con todo eso el uno
no lo pudieron tomar sino mal herido de una lanzada que murió, el cual
trajeron ansi herido fasta los navios. La diferencia destos á los otros
indios en el hábito, es que los de Caribe tienen el cabello muy largo, los
otros son tresquilados é fechas cien mil diferencias en las cabezas de
cruces, é de otras pinturas en diversas maneras, cada uno como se le
antoja, lo cual se hacen con cañas agudas. Todos ansi los de Caribe como
los otros es gente sin barbas, que por maravilla hallarás hombre que las
tenga. Estos Caribes que allí tomaron venian tiznados los ojos é las cejas,
lo cual me parece que hacen por gala, é con aquello parescian mas
espantables: el uno destos dice que en una isla dellos llamada Cayrc, que es
la primera que vimos, á la cual no llegamos, hay mucho oro; que vayan
allá con clavos é contezuelas para hacer sus canoas, é que traerán cuanto
oro quisieren. Luego aquel dia partimos de esta isla, que no estaríamos allí
mas de seis ó siete horas, fuemos para otra tierra que pareció á ojo que
estaba en el camino que habíamos de facer; Ueganaos noche cerca della.
Otro dia de mañana fuimos por la costa della: era muy gran tierra,
aunque no era muy continua, que eran mas de cuarenta y tantos islones
tierra muy alta, é la mas della pelada, la cual no era ninguna ni es de las
que antes ni después habernos visto. Páresela tierra dispuesta para haber
en ella metales: á esta no llegamos para saltar en tierra, salvo una cara-
bela latina llegó á un islon de estos, en el cual hallaron ciertas casas de
pescadores. Las Indias que traíamos dijeron que no eran pobladas.
Andovimos por esta costa lo mas deste dia, hasta otro dia en la tarde
que llegamos á vista de otra isla llamada Burenqueti, cuya costa corrimos
todo un dia: juzgábase que ternia por aquella banda 30 leguas. Esta isla
es muy hermosa y muy fértil á parecer; á esta vienen los de Caribe á
conquistar, de la cual llevaban mucha gente; estos no tienen fustas nin-
gunas nin saben andar por mar; pero, según dicen estos Caribes que
tomamos, usan arcos como ellos, é si por caso cuando los vienen á saltear
los pueden prender también se los comen como los de Caribes á ellos.
En un puerto desta isla estovimos dos dias, donde saltó mucha gente en
tierra; pero jamas podimos haber lengua, que todos se fuyeron como
gentes temorizadas de los Caribes. Todas estas islas dichas fueron descu-
biertas deste camino, que fasta aquí ninguna dellas habia visto el Almi-
rante el otro viaje, todas son muy hermosas é de muy buena tierra; pero
esta páreselo mejor á todos; aquí casi se acabaron las islas que fácia la
parte de España habia dejado de ver el Almirante, aunque tenemos por
cosa cierta que hay tierra mas de 40 leguas antes de estas primeras hasta
Cristóbal Colón, t. 11. — 13.
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CRISTÓBAL COLÓN
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España, porque dos dias antes que viésemos tierra vimos unas aves que
llaman rabihorcados, que son aves de rapiña marinas é no sientan ni
duermen sobre el agua, sobre tarde rodeando sobir en alto, é después
tiran su via á buscar tierra para dormir, las cuales no podrían ir á caer
seo-un era tarde de 12 ó 15 leguas arriba, y esto era á la man derecha
donde veníamos hasta la parte de España; de donde todos juzgaron allí
quedar tierra, lo cual no se buscó porque se nos hacia rodeo para la via
que traíamos. Espero que á pocos viages se hallará. Desta isla sobredicha
partimos una madrugada, é aquel dia, antes que fuese noche, hobimos
vista de tierra, la cual tampoco era conocida de ninguno de los que hablan
venido el otro viaje; pero por las nuevas de las Indias que traíamos
sospechamos que era la Española, en la cual agora estamos. Entre esta
isla é la otra de Biiriqími parecía de lejos otra, aunque no era grande.
Desque llegamos á esta Española, por el comienzo de ella era tierra baja
y muy llana, del conocimiento de la cual aun estaban todos dubdosos si
fuese la que es, porque aquella parte nin el Almirante ni los otros que
con él vinieron hablan visto, é aquesta isla como es grande es nombrada
por provincias, é á esta parte que primero llegamos llaman Hayti, y
luego á la otra provincia junta con esta llaman Xainaná, é á la otra
Bohío en la cual agora estamos; ansi hay en ellas muchas provincias
porque es gran cosa , porque según afirman los que la han visto por la
costa de largo, dicen que habrá 200 leguas: á mi me parece que á lo
menos habrá 150; del ancho della hasta agora no se sabe. Allá es ido
cuarenta dias ha á rodearla una carabela, la cual no es venida hasta hoy.
Es tierra muy singular, donde hay infinitos rios grandes é sierras grandes
é valles grandes rasos, grandes montañas: sospecho que nunca se secan
las yerbas en todo el año. Non creo que hay invierno ninguno en esta
nin en las otras, porque por Navidad se fallan muchos nidos de aves,
dellas con pájaros, é dellas con huevos. En ella ni en las otras nunca se
ha visto animal de cuatro pies, salvo algunos perros de todos colores
como en nuestra patria, la hechura como unos gosques grandes: de
animales salvajes no hay. Otrosí, hay un animal de color de conejo é de
su pelo, el grandor de un conejo nuevo, el rabo largo, los pies é manos
como de ratón, suben por los árboles, muchos los han comido, dicen que
es muy bueno de comer; hay culebras muchas no grandes; lagartos
aunque no muchos, porque los indios hacen tanta fiesta dellos como
haríamos allá con faisanes ; son del tamaño de los de allá , salvo que en la
hechura son diferentes, aunque en una isleta pequeña que está junto con
un puerto que llaman Monte Cristo, donde estovimos muchos dias, vieron
muchos dias un lagarto muy grande que decían que seria de gordura de
un becerro, é atan complido como una lanza, é muchas veces salieron por
lo matar, é con la mucha espesura se les metia en la mar, de manera que
no se pudo haber del derecho. Hay en esta isla y en las otras infinitas
aves de las de nuestra patria, é otras muchas que allá nunca se vieron;
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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de las aves domésticas nunca se ha visto acá ninguna, salvo en la Zuruquia
habia en las casas unas ánades, las mas dellas blancas como la nieve é
algunas dellas negras, muy lindas, con crestas rasas, mayores que las de
allá, menores que ánsares. Por la costa desta isla corrimos al pié de
lOO leguas porque hasta donde el Almirante habia dejado la gente, habria
en este compás, que será en comedio ó en medio de la isla. Andando
por la provincia della llamada Xamaná en derecho echamos en tierra uno
de los indios quel otro viage hablan llevado, vestido, é con algunas
cosUlas quel Almirante le habia mandado dar. Aquel dia se nos murió un
marinero vizcaíno que habia sido herido por los caribes, que ya dije que
se tomaron , por su mala guarda , é porque íbamos por costa de tierra,
dióse lugar que saliese una barca á enterrarlo, é fueron en resguarda de
la barca dos carabelas cerca con tierra. Salieron á la barca en llegando
en tierra muchos indios, de los cuales algunos traían oro al cuello, é á las
orejas; querían venir con los cristianos á los navios, é no los quisieron
traer, porque no llevaban licencia del Almirante; los cuales desque vieron
que no los quedan traer se metieron dos dellos en una canoa pequeña, c
se vinieron á una carabela de las que se hablan acercado á tierra, en la
cual los recibieron con su amor, á trajéronlos á la nao del Almirante, é
dijeron, mediante un intérprete, que un Rey fulano los enviaba á saber
qué gente eramos, é á rogar que quisiésemos llegar á tierra porque tenian
mucho oro é le darían dello , é de lo que tenian que comer , el Almirante
les mandó dar sendas camisas é bonetes é otras cosillas, é les dijo que
porque iba á donde estaba Guacamari non se podría detener, que otro
tiempo habria que le pudiese ver, é con esto se fueron. No cesamos de
andar nuestro camino fasta llegar á un puerto llamado Monte Cristi,
donde estuvimos dos dias para ver la disposición de la tierra, porque no
habia parecido bien al Almirante el logar donde habia dejado la gente
para hacer asiento. Decendimos en tierra para ver la dispusicion; habia
cerca de allí un gran rio de muy buena agua; pero es toda tierra anegada
é muy indispuesta para habitar. Andando veyendo el rio é tierra hallaron
algunos de los nuestros en una parte dos hombres muertos junto con el
rio, el uno con un lazo al pescuezo y el otro con otro al pié, esto fué el
primero dia. Otro dia siguiente hallaron otros dos muertos mas adelante
de aquellos, el uno destos estaba en disposición que se le pudo conocer
tener muchas barbas. Algunos de los nuestros sospecharon mas mal que
bien, é con razón, porque los indios son todos desbarbados, como dicho
he. Este puerto está del lugar donde estaba lamente cristiana 12 leguas;
pasados dos dias alzamos velas para el lugar donde el Almirante habia
dejado la sobredicha gente, en compañía de un Rey destos indios, que
se llamaba Guacamari, que pienso ser de los principales desta isla. Este
dia llegamos en derecho de aquel lugar, pero era ya tarde, é porque allí
habia unos bajos donde el otro dia se habia perdido la nao que habia ido
el Almirante, no osamos tomar el puerto cerca de tierra fasta que otro
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CRISTÓBAL COLON
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dia de mañana se desfondase é pudiese entrar seguramente; quedamos
aquella noche no una legua de tierra. Esa tarde, viniendo para allí de
lejos, salió una canoa en que parescian cinco ó seis indios, los cuales
venian á prisa para nosotros. El Almirante creyendo que nos seguraba
hasta alzarnos, no quiso que los esperásemos, é porfiando llegaron hasta
un tiro de lombarda de nosotros, é parábanse á mirar, é desde allí desque
vieron que no los esperábamos dieron vuelta é tornaron su via. Después
que surgimos en aquel lugar sobredicho tarde, el Almirante mandó tirar
dos lombardas á ver si respondían los cristianos que hablan quedado con
el dicho Guacamari, porque también tenian lombardas, los cuales nunca
respondieron ni menos parescian huegos ni señal de casas en aquel lugar,
de lo cual se desconsoló mucho la gente é tomaron la sospecha que en
tal caso se debia tomar. Estando ansi todos muy tristes, pasadas cuatro
ó cinco horas de la noche, vino la misma canoa que esa tarde habíamos
visto, é venia dando voces, preguntando por el Almirante á un Capitán de
una carabela donde primero llegaron; trajéronlos á la nao del Almirante,
los cuales nunca quisieron entrar hasta que el Almirante los hablase;
demandaron lumbre para lo conocer, é después que lo conocieron
entraron. Era uno dellos primo del Guacamari, el cual los habia enviado
otra vez después que se habian tornado aquella tarde. Traían carátulas
de oro que Guacamari enviaba en presente; la una para el Almirante é la
otra para un capitán quel otro viage habia ido con él. Estuvieron en la
nao hablando con el Almirante en presencia de todos por tres horas
mostrando mucho placer, preguntándoles por los cristianos que tales
estaban; aquel pariente dijo que estaban todos buenos, aunque entre
ellos habia algunos muertos de dolencia é otros de diferencia que habia
contecido entre ellos, é que Guacamari estaba en otro lugar ferido en
una pierna é por eso no habia venido, pero que otro dia vernia; porque
otros dos Reyes, llamado el uno Cao7iabó y el otro Aldyreni, habian
venido á pelear con él é que le habian quemado el logar; é luego esa
noche se tornaron diciendo que otro dia vernian con el dicho Guacamari,
é con eso nos dejaron por esa noche consolados. Otro dia en la mañana
estovimos esperando que viniese el dicho Guacamari , é entretanto
saltaron en tierra algunos por mandado del Almirante, é fueron al lugar
donde solían estar, é halláronle quemado un cortijo algo fuerte con una
palizada, donde los cristianos habitaban, é tenian lo suyo quemado é
derribado, é ciertas bernias é ropas que los indios habian traído á echar
en la casa. Los dichos indios que por allí parecían , andaban muy zaha-
reños, que no se osaban allegar á nosotros, antes huían; lo cual no nos
pareció bien, porque el Almirante nos había dicho que en llegando á
aquel lugar salían tantas canoas dellos á bordo de los navios á vernos que
no nos podríamos defender dellos, é que en el otro viage ansí lo facían;
é como agora veíamos que estaban sospechosos de nosotros no nos
parecia bien; con todo halagándolos aquel dia é arrojándolos algunas
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
lOI
cosas, ansi como cascabeles é cuentas, hobo de asegurarse un su pariente
del dicho Guacamari é otros tres, los cuales entraron en la barca é
trajéronlos á la nao. Después que le preguntaron por los cristianos dijeron
que todos eran muertos, aunque ya nos lo habia dicho un indio de los
que llevábamos de Castilla que lo habian hablado los dos indios que
antes habian venido á la nao, que se habian quedado á bordo de la nao
con su canoa, pero no le habíamos creido. Fué preguntado á este pariente
de Guacamari quien los habia muerto; dijo que el Rey de Caonabó y el
Rey Mayreni, é que le quemaron las casas del lugar, é que estaban
dellos muchos heridos, é también el dicho Guacamari estaba pasado un
muslo, y él que estaba en otro lugar y que él queria ir luego allá á lo
llamar, al cual dieron algunas cosas, é luego se partió para donde estaba
Guacamari. Todo aquel dia lo estovimos esperando, y desque vimos que
no venian , muchos tenian sospecha que se habian ahogado los indios que
antenoche habian venido, porque los habian dado á beber dos ó tres
veces de vino, é venian en una canoa pequeña que se les podria trastornar.
Otro dia de mañana salió á tierra el Almirante é algunos de nosotros, é
fuemos donde solia estar la villa, la cual nos vimos toda quemada é los
vestidos de los cristianos se hallaban por aquella yerba. Por aquella hora
no vimos ningún muerto. Habia entre nosotros muchas razones diferentes,
unos sospechando que el mismo Guacamari fuese en la traición ó muerte
de los cristianos, otros les parecía que no, pues estaba quemada su
villa, ansi que la cosa era mucho para dudar. El Almirante mandó catar
todo el sitio donde los cristianos estaban fortalecidos por quel los habia
mandado que desque toviesen alguna cantidad de oro que lo enterrasen.
Entretanto que esto se hacia quiso llegar á ver á cerca de una legua do
nos parecía que podria haber asiento para poder edificar una villa porque
ya era tiempo, adonde fuimos ciertos con él mirando la tierra por la
costa, fasta que llegamos á un poblado donde habia siete ú ocho casas,
las quales habian desamparado los indios luego que nos vieron ir, é
llevaron lo que pudieron é lo otro dejaron escondido entre yerbas junto
con las casas, que es gente tan bestial que no tienen discreción para
buscar lugar para habitar, que los que viven á la marina es maravilla
cuan bestialmente edifican , que las casas enderedor tienen tan cubiertas
de yerba ó de humidad , que estoy espantado como viven. En aquellas
casas hallamos muchas cosas de los cristianos, las cuales no se creian que
ellos hobiesen rescatado, ansi como una almalafa muy gentil, la cual no
se habia descogido de como la llevaron de Castilla, é calzas é pedazos de
paños , é una ancla de la nao quel Almirante habia allí perdido el otro
viage, é otras cosas, de las cuales mas se esforzó nuestra opinión; y de
acá hallamos, buscando las cosas que tenian guardadas en una esportilla
mucho cosida é mucho á recabdo, una cabeza de hombre mucho guardada.
Allí juzgamos por entonces que seria la cabeza de padre ó madre, ó
de persona que mucho querían. Después he oido que hayan hallado
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CRISTÓBAL COLÓN
muchas desta manera, por donde creo ser verdad lo que allí juzgamos;
desde allí nos tornamos. Aquel dia venimos por donde estaba la villa, y
cuando llegamos hallamos muchos indios que se hablan asegurado y
estaban rescatando oro; tenian rescatado fasta un marco; hallamos que
hablan mostrado donde estaban muertos ii cristianos, cubiertos ya de
la yerba que habia crecido sobre ellos, é todos hablaban por una boca
que Caonabó é Mayreni los hablan muerto; pero con todo eso asomaban
queja que los cristianos uno tenia tres mugeres, otro cuatro, donde
creemos quel mal que les vino fué de zelos. Otro día de mañana, porque
en todo aquello no habia logar dispuesto para nosotros poder hacer
asiento, acordó el Almirante fuese una carabela á una parte para mirar
lugar conveniente, é algunos que fuimos con él fuimos á otra parte, á do
hallamos un puerto muy seguro é muy gentil disposición de tierra para
habitar, pero porque estaba lejos de donde nos deseábamos que estaba
la mina de oro, no acordó el Almirante de poblar sino en otra parte que
fuese mas cierta si se hallase conveniente disposición. Cuando venimos
deste lugar hallamos venida la otra carabela que habia ido á la otra parte
á buscar el dicho lugar, en la cual habia ido Melchior é otros cuatro ó
cinco hombres de pro. E yendo costeando por tierra salió á ellos una
canoa en que venían dos indios, el uno era hermano de Guacamari , el
cual fué conocido por un piloto que iba en la dicha carabela, é preguntó
quien iba allí, al cual, dijeron los hombres prencipales, dijeron que
Guacamari les rogaba que se llegasen á tierra, donde el tenia su asiento
con fasta 50 casas. Los dichos prencipales saltaron en tierra con la barca
é fueron donde él estaba, el cual fallaron en su cama echado faciendo
del doliente ferido. Pablaron con él preguntándole por los cristianos;
respondió concertando con 1^ mesma razón de los otros, que era que
Caonabó é Mayreni los habia muerto, é que á él hablan ferido en un
muslo, el cual mostró ligado; los que entonces lo vieron asi les pareció
que era verdad como él lo dijo; al tiempo del despedirse dio á cada uno
dellos una joya de oro, á cada uno como le pareció que lo merescia.
Este oro facían en fojas muy delgadas, porque lo quieren para facer
carátulas é para poderse asentar un betún que ellos facen , si asi no fuese
no se asentarla. Otro facen para traer en la cabeza é para colgar en las
orejas é narices, ansí que todavía es menester que sea delgado, pues que
ellos nada desto hacen por riqueza salvo por buen parecer. Dijo el dicho
Guacamari por señas é como mejor pudo, que porque él estaba ansi
herido que dijesen al Almirante que quisiere venir á verlo. Luego quel
Almirante llegó, los sobredichos le contaron este caso. Otro dia de
mañana acordó partir para allá, al cual lugar llegaríamos dentro de tres
horas, porque apenas habia dende donde estábamos allá tres leguas; ansi
que cuando allí llegamos era hora de comer; comimos antes de salir en
tierra. Luego que hobimos comido mandó el Almirante que todos los
capitanes viniesen con sus barcas para ir en tierra, porque ya esa mañana
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
103
antes que partiésemos de donde estábamos había venido el sobredicho su
hermano á hablar con el Almirante, é á darle priesa que fuese al lugar
donde estaba el dicho Guacamari. Allí fué el Almirante á tierra é toda
la gente de pro con él, tan ataviados que en una cibdad prencipal pare-
cieran bien; llevó algunas cosas para le presentar, porque ya habia
recibido del alguna catidad de oro, é era razón le respondiese con la obra
é voluntad quél habia mostrado. El dicho Guacamari asimismo tenia
aparejado para hacerle presente. Cuando llegamos hallámosle echado en
su cama, como ellos usan, colgado en el aire, fecha una cama de algodón
como de red; no se levantó, salvo dende la cama hizo el semblante de
cortesía como él mejor sopo, mostró mucho sentimiento con lágrimas en
los ojos por la muerte de los Cristianos, é comenzó á hablar en ello
mostrando como mejor podía, como unos murieron de dolencia, é como
otros se habían ido á Caonabó á buscar la mina del oro é que allí los
habían muerto, é los otros que se los habían venido á matar allí en su
villa. A lo que parecían los cuerpos de los muertos no había dos meses
que habia acaecido. Esa hora él presentó al Almirante ocho marcos y
medio de oro, é cinco ó 600 labrados de pedrería de diversos colores, é
un bonete de la misma pedrería, lo cual me parece deben tener ellos en
mucho. En el bonete estaba un joyel, lo cual le dio en mucha venera-
ción. Paréceme que tienen en mas el cobre quel oro. Estábamos presen-
tes yo y un zurugiano de armada; entonces dijo el Almirante al dicho
Guacamari que nosotros eramos sabios de las enfermedades de los
hombres, que nos quisiese mostrar la herida, el respondió que le placía,
para lo cual yo dije que sería necesario, sí pudiese, que saliese fuera de
casa, porque con la mucha gente estaba escura é no se podría ver bien;
lo cual él fizo luego, creo mas de empacho que de gana; arrimándose á
el salió fuera. Después de asentado, llegó el zurugiano á él é comenzó de
desligarle; entonces dijo al Almirante que era ferída fecha con ciba, que
quiere decir con piedra. Después que fué desatada llegamos á tentarle-
Es cierto que no tenía mas mal en aquella que en la otra, aunque él
hacia del raposo que le dolía mucho. Ciertamente no se podía bien deter-
minar porque las razones eran ignotas, que ciertamente muchas cosas
habia que mostraban haber venido á él gente contraria. Ansimesmo el
Almirante no sabía que se hacer; parescióle, é á otros muchos que por
entonces fasta bien saber la verdad que se debía disimular, porque
después de sabida, cada que quisiesen, se podía del recibir enmienda.
E aquella tarde se vino con el Almirante á las naos, é mostráronles
caballos é cuanto ahí habia, de lo cual quedó muy maravillado como de
cosa extraña á él; tomó colación en la nao é esa tarde luego se tornó á
su casa; el Almirante dijo que quería ir á habitar allí con el é quería
facer casas, y el respondió que le placía, pero que el lugar era mal sano
porque era muy húmido, é tal era por cierto. Esto todo pasaba estando
por intérpretes dos indios de los que el otro viage habian ido á Castilla.
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CRISTÓBAL COLÓN
los cuales habían quedado vivos de siete que metimos en el puerto, que
los cinco se murieron en el camino, los cuales escaparon á uña de
caballo. Otro dia estuWmos surtos en aquel puerto; é quiso saber cuando
se partiría el Almirante; le mandó decir que otro dia. En aquel dia vinie-
ron á la nao el sobredicho hermano suyo é otros con él, é trajeron algim
oro para rescatar. Ansimesmo el día que allá salimos se rescató buena
cantidad de oro. En la nao había lO mujeres de las que se habían toma-
do en las islas de Cariby; eran las mas dellas de Boriquen. Aquel herma-
no de Guacamari habló con ellas; creemos que les dijo lo que luego
aquella noche pusieron por obra, y es que al primer sueño muy mansa-
mente se echaron al agua é se fueron á tierra, de manera que cuando
fueron falladas menos, iban tanto trecho que -con las barcas no pudieron
tomar mas de las cuatro, las cuales tomaron al salir , del agua; fueron
nadando mas de una gran media legua. Otro dia de mañana envió el
Almirante á decir á Guacamari que le enviase aquellas mugeres que la
noche antes se habían huido, é que luego las mandase buscar. Cuando
fueron hallaron el lugar despoblado, que no estaba persona en él; ahí
tomaron muchos fuerte á afirmar su sospecha, otros decían que se habria
mudado á otra población, quellos ansí lo suelen hacer. Aquel dia estovi-
mos alh quedos porque el tiempo era contrario para salir; otro dia
de mañana acordó el Almirante, pues que el tiempo era contrario, que
seria bien ir con las barcas á ver un puerto la costa arriba, fasta el cual
habria 2 leguas, para ver si había díspusicion de tierra para haber habi-
tación; donde fuemos con todas las barcas de los na\'ios, dejando los
navios en el puerto. Fuimos corriendo toda la costa, é también estos no
se seguraban bien de nosotros; llegamos á un lugar de donde todos eran
huidos. Andando jx)r él fallamos junto con las casas, metido en el monte,
un indio ferido de una vsan, de una ferida que resollaba por las espaldas,
que no había podido ir más lejos. Los destas islas pelean con xmas varas
agudas, las cuales tiran con unas tíranderas como las que tiran los mo-
chachos las varillas en Castilla, con las cuales tiran muy lejos asaz cer-
tero. Es cierto que para gente desarmada que pueden hacer harto daño.
Este nos dijo que Caonabó é los suyos lo habían ferido, é habían que-
mado las casas á Guacamari. Ansí quel poco entender que los entende-
mos, é las razones equívocas nos han traído á todos tan afuscados que
fasta agora no se ha podido saber la verdad de la muerte de nuestra
gente, é no hallamos en aquel puerto dispusidon saludable para hacer
habitación. Acordó el Almirante nos tomásemos p)or la costa arriba por
do habíamos venido de Castilla, p>orque la nueva del oro era fasta allá.
Fuenos el tiempo contrario, que mayor pena nos fué tomar 30 leguas
atrás que venir desde Castilla, que con el tiempo contrario é la largueza
del camino >^ eran tres meses pasados cuando descendimos en tierra.
Plugo á nuestro Señor que por la contrariedad del tiempo que no nos
dejo ir mas adelante, hobimos de tomar tierra en el mejor sitio y dispu-
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
105
sicion que pudiéramos escoger, donde hay rilucho buen puerto é gran
pesquería, de la cual tenemos mucha necesidad por el carecimiento de
las carnes. Hay en esta tierra muy singular pescado mas sano quel de
España. Verdad sea que la tierra no consiente que se guarde de uii día
para otro porque es caliente é húmida, é por ende luego las cosas intro-
fatibles ligeramente se corrompen. La tierra es muy gruesa para todas
cosas; tiene junto un rio principal é otro razonable, asaz cerca de muy
singular agua ; edificase sobre la ribera del una cibdad Marta, junto quel
lugar se deslinda con el agua, de manera que la mitad de la cibdad,
queda cercada de agua con una barranca de peña tajada , tal que por alli
no ha menester defensa ninguna; la otra mitad está cercada de una arbo-
leda espesa que apenas podrá un conejo andar por ella : es tan verde que
en ningún tiempo del mundo fuego la podrá quemar: hase comenzado á
traer un brazo del rio, el cual dicen los maestros que trairán por medio
del lugar é asentará en él moliendas é sierras de agua, é cuanto se pudie-
ze hacer con agua. Han sembrado mucha hortaüza, la cual es cierto que
crece mas en ocho dias que en España en veinte. Vienen aquí continua-
mente muchos indios é caciques con ellos, que son como capitanes dellos,
é muchas indias; todos vienen cargados de ages, que son como nabos,
muy excelente manjar, de los cuales facemos acá muchas maneras de
manjares en cualquier manera; es tanto cordial manjar que nos tiene á
todos muy consolados, porque de verdad la vida que se trajo por la mar
ha sido la más estrecha que nunca hombres pasaron, é fué ansi necesario
porque no sabíamos qué tiempo nos haria, ó cuanto permitiria Dios que
estoviesemos en el camino; ansi que fué cordura estrechamos, porque
cualquier tiempo que viniera pudiéramos conservar la vida. Rescatan el
oro é mantenimientos é todo lo que traen por cabos de agujetas, por
cuentas, por alfileres, por pedazos de escudillas é de plateles. A este age
llaman los de Caribi nabi, é los indios /ui^í: Toda esta gente, como
dicho tengo, andan como nacieron, salvo las mugeres de esta isla traen
cubiertas sus vergüenzas, dellas con ropas de algodón que le ciñen las
caderas, otras con yerbas é fojas de árboles. Sus galas dellos é dellas es
pintarse, unos de negro, otros de blanco é colorado, de tantos visajes que
en verlos es bien cosa de reir; las cabezas rapadas en logares, é en loga-
res con vedijas de tantas maneras que no se podria escrebir. En conclu-
sión, que todo lo que allá en nuestra España quieren hacer en la cabeza
de un loco, acá el mejor dellos vos lo tema en mucha merced. Aqui esta-
mos en comarca de muchas minas de oro, que según lo que ellos dicen
no hay cada una dellas de 20 ó 25 leguas; las unas dicen que son en
Niti, en poder de Caonabó, aquel que mató los cristianos; otras hay en
otra parte que se llama Cióao, las cuales, si place á nuestro Señor, sabre-
mos é veremos con los ojos antes que pasen muchos dias, porque agora
se ficiera, sino porque hay tantas cosas de proveer que no bastamos para
todo, porque la gente ha adolecido en cuatro ó cinco dias el tercio della,
Cristóbal Colón, t. ii. — 14.
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CRISTÓBAL COLON
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creo la mayor causa dello ha sido el trabajo é mala pasada del camino;
allende de la diversidad de la tierra; pero espero en nuestro Señor que
todos se levantarán con salud. Lo que parece desta gente, es que si
?H;k lengua tuviésemos, que todos se convertirian, porque cuanto nos veen
facer tanto facen, en hincar las rodillas á los altares, é al Ave María, é á
las otras devociones é santiguarse; todos dicen que quieren ser cristianos,
puesto que verdaderamente son idólatras, porque en sus casas hay figu-
ras de muchas maneras; yo les he preguntado qué es aquello, dícenme
que es cosa de Turey, que quiere decir del cielo. Yo acometí á querer
echárselos en el fuego é hádaseles de mal que querian llorar; pero ansi
piensan que cuanto nosotros traemos que es cosa del cielo, que á todo
llaman Tiirey, que quiere decir cielo. El dia ,que yo sali á dormir en
tierra fué el primero dia del Señor; el poco tiempo que habemos gastado
en tierra ha sido mas en hacer donde nos metamos, é buscar las cosas
necesarias , que en saber las cosas que hay en la tierra , pero aunque ha
sido poco se han visto cosas bien de maravillar, que se han visto árboles
que llevan lana y harto fina, tal que los que saben del arte dicen que
podrán hacer buenos paños dellas. Destos árboles hay tantos que se
podrán cargar las carabelas de la lana, aunque es trabajosa de coger,
porque los árboles son muy espinosos; pero bien se puede hallar ingenio
para la coger. Hay infinito algodón de árboles perpetuos tan grandes
como duraznos. Hay árboles que llevan cera en color y en sabor é en
arder tan buena como la de abejas, tal, que no hay diferencia mucha de
^% la una á la otra. Hay infinitos árboles de trementina muy singular é muy
fina. Hay mucha alquitira, también muy buena. Hay árboles que pienso
que llevan nueces moscadas, salvo que agora están sin fruto, é digo que
lo pienso porque el sabor y olor de la corteza es como de nueces mosca-
das. Vi una raiz de gengibre que la traia un indio colgada al cuello. Hay
también lináloe, aunque no es de la manera del que fasta agora se ha
visto en nuestras partes: pero no es de dudar que sea una de las espe-
cias de lináloes que los dotores ponemos. También se ha hallado una ma-
nera de canela, verdad es que no es tan fina como la que allá se ha visto,
no sabemos si por ventura lo hace el defecto de saberla coger en sus
tiempos como se ha de coger, ó si por ventura la tierra no la lleva mejor.
También se ha hallado mirabolanos cetrinos, salvo que agora no están
sino debajo del árbol, como la tierra es muy húmida están podridos,
tienen el sabor mucho amargo, yo creo sea del podrimiento; pero todo
lo otro, salvo el sabor que está corrompido, es de mirabolanos verdade-
ros. Hay también almástica muy buena. Todas estas gentes destas islas
que fasta agora se han visto, no poseen fierro ninguno. Tienen muchas
\ ''■^.'^ÍM ferramientas ansi como achas é azuelas hechas de piedra, tan gentiles é
tan labradas que es maravilla como sin fierro se pueden hacer. El mante-
nimiento suyo es pan hecho de raices de una yerba que es entre árbol é
yerba, é el age, de que ya tengo dicho que es como nabos, que es muy
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ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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buen mantenimiento; tienen por especia, por lo adobar, una especia que
se llama agi, con la cual comen también el pescado, como aves cuando
las pueden haber, que hay infinitas de muchas maneras. Tienen otrosi
unos granos como avellanas, buenos de comer. Comen cuantas culebras
é lagartos é arañas é cuantos gusanos se hallan por el suelo; ansi que me
parece es mayor su bestialidad que de ninguna bestia del mundo. Después
de una vez haber determinado el Almirante de dejar el descobrir las
minas fasta primero enviar los navios que se habian de partir á Castilla,
por la mucha enfermedad que habia seido en la gente, acordó de enviar
dos cuadrillas con dos Capitanes, el uno á Cibao y el otro á Niti, donde
está Caonabó, de que ya he dicho, los cuales fueron é vinieron el uno á
20 dias de Enero, é el otro á 2 1 ; el que fué á Cibao halló oro en tantas
partes que no lo osa hombre decir, que de verdad en mas de 50 arroyos
é rios hallaban oro, é fuera de los rios por tierra; de manera que en toda
aquella provincia dice que doquiera que lo quieran buscar lo hallarán.
Trajo muestras de muchas partes como en la arena de los rios é en las
hontizuelas, qlie están sobre tierra, créese que cavando, como sabemos
hacer, se hallará en mayores pedazos , porque los indios no saben cavar
ni tienen con que puedan cavar de un palmo arriba. El otro que fué á
Niti trajo también nueva de mucho oro en tres ó cuatro partes; ansimesmo
trajo la muestra dello. Ansi que de cierto los Reyes nuestros Señores
desde agora se pueden tener por los mas prósperos é mas ricos Príncipes
del mundo, porque tal cosa hasta agora no se ha visto ni leido de ninguno
en el mundo, porque verdaderamente á otro camino que los navios
vuelvan pueden llevar tanta cantidad de oro que se puedan maravillar
cualesquiera que lo supieren. Aqui me parece será bien cesar el cuento;
creo los que no me conocen que oyeren estas cosas, me ternán por
prolijo é por hombre que ha alargado algo ; pero Dios es testigo que yo
no he traspasado una jota los términos de la verdad.
Hasta aqui es el treslado de lo que conviene á nuevas de aquellas
partes é Indias. Lo demás que venia en la carta no hace al caso, porque
son cosas particulares que el dicho Dr. Chanca, como ratural de Sevilla,
suplicaba y encomendaba á los del Cabildo de Sevilla que tocaba á su
hacienda y á los suyos, que en la dicha Cibdad habia dejado, y llegó
esta á Sevilla en el mes de 1 año de 1493 años.
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CRISTÓBAL COLÓN
( B ) .— Pág. 656, tomó I ."
Memorial que en 30 de Enero de 1494 envió á los Reyes Cató-
licos EL Almirante Don CRISTÓVAL COLÓN, sobre los
SUCESOS DEL SEGUNDO VIAJE Y NECESIDADES DE LA NUEVA
COLONIA.
(Navarrete.— C£>A'í«V« de viajes y desaihrímientos , tomo I, pág. 373 de la segunda edición,)
Lo que vos Antonio de Torres, capitán de la nao Marigalante, é
Alcaide de la ciudad Isabela, habéis de decir é suplicar de mi parte al
Rey é á la Reina nuestros señores, es lo siguiente:
Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mi para
sus Altezas, besareis por mi sus reales pies é manos, é me encomendareis
en sus Altezas como á Rey é Reina mis señores naturales, en cuyo
servicio yo deseo fenecer mis dias, como esto mas largamente vos
podréis decir á sus Altezas, según lo que en mi vistes é supistes.
Sus Altezas se lo tienen en servicio '.
ítem : como quiera que por las cartas que á sus Altezas escribo, y
aun el P. Fray Buil y el tesorero, podran comprender todo lo que acá
después de nuestra llegada se fizo, y esto harto por menudo y extensa-
mente; con todo diréis á sus Altezas de mi parte que á Dios ha placido
darme tal gracia para en su servicio, que hasta aquí no hallo yo menos
ni se ha hallado en cosa alguna de lo que yo escribí y dije, y afirmé á sus
Altezas en los dias pasados, antes por gracia de Dios espero que aun
muy mas claramente y muy presto, por la obra parescerá, porque las
cosas de especería en solas las orillas de la mar, sin haber entrado dentro
en la tierra, se halla tal rastro é principios della, que es razón que se
esperen muy mejores fines, y esto mismo en las minas del oro, porque
con solos dos que fijeron á descubrir, cada uno por su parte, sin detenerse
allá porque era poca gente, se han descubierto tantos rios tan poblados
de oro, que cualquier de los que lo vieron é cojieron, solamente con las
manos por muestra, vinieron tan alegres, y dicen tantas cosas de la
abundancia dello, que yo tengo empacho de las decir y escribir á sus
Altezas ; pero porque allá vá Gorbalan , que fué uno de los descubridores,
é dirá lo que vio, aunque acá queda otro que llaman Hojeda, criado del
Duque de Medinaceli, muy discreto mozo y de muy gran recabdo, que
sin duda y aun sin comparación descubrió mucho mas, según el memorial
de los rios que él trajo, diciendo que en cada uno hay cosa de no creella;
' En el original que volvió á recoger Antonio de Torres, y en el traslado en el Re-
gistro del Archivo de Indias de Sevilla, las respuestas van al margen de cada capítulo.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
109
por lo cual sus Altezas pueden dar gracias á Dios, pues tan favorable-
mente se ha en todas sus cosas.
Siís Altezas dan muchas gracias á Dios por esto, y tienen en
muy señalado servicio al Almirante todo lo que en esto ha fecho y hace,
porque conocen que después de Dios á él son en cargo de todo lo que
en esto han habido é hovieren; y porque cerca desto escriben mas largo,
á su carta se remiten.
ítem : diréis á sus Altezas , como quier que ya se les escribe, que yo
deseaba inucho en esta armada poderles enviar mayor cantidad de oro
del que acá se espera poder cojer, si la jente que acá está nuestra la
mayor parte súbitamente no cayera doliente ; pero porque ya esta armada
non se podia detener acá mas , siquiera por la costa grande que hace,
siquiera porque el tiempo es este propio para ir y poder volver los que
han de traer acá las cosas que aqui hacen mucha mengua, porque si
tardasen de irse de aqui non podrían volverse para Mayo los que han
de volver, y allende desto si con los sanos que acá se hallan , asi en mar
como en tierra en la población , yo quisiera emprender de ir á las minas
ó ríos agora, habría muchas dificultades e aun peligros, porque de aqui
á veintitrés ó veinticuatro leguas es donde hay puertos é ríos para
pasar, y para tan largo camino, y para estar allá el tiempo que seria
menester para cojer el oro, habría menester llevar muchos manteni-
mientos, los cuales non podrían llevar á cuestas, ni hay bestias acá que á
esto pudiesen suplir, ni los caminos é pasos non están tan aparejados,
como quier que se han comenzado á adovar para que se pudiesen pasar;
y también era grande inconveniente dejar acá los dolientes en lugar
abierto y chozas, y las provisiones y mantenimientos que están en tierra,
que como quier que estos indios se hayan mostrado á los descubridores
y se muestran cada dia muy simples y sin malicia; con todo porque cada
dia vienen acá entre nosotros, non pareció que fuera buen consejo meter
á riesgo y á ventura de perderse esta gente y los mantenimientos, lo
que un indio con un tirón podría hacer poniendo fuego á las chozas,
porque de noche y de dia siempre van y vienen; á causa dellos tenemos
guardas en el campo mientras la población está abierta y sin defensión.
Que lo hizo bien.
Otrosi: como habernos visto en los que fueron por tierra á descubrir
que los mas cayeron dolientes después de vueltos, y aun algunos se
hovieron de volver del camino, era también razón de temer que otro tal
conteciese á los que agora irían destos sanos que se hallan, y seguirse
hian dos peligros de alli , el uno de adolecer allá en la misma obra dó
no hay casa ni reparo alguno de aquel cacique que llaman Caonabó, que
es hombre, según relación de todos, muy malo y muy mas atrevido, el
cual viéndonos allá asi desbaratados y dolientes, podria emprender lo
que non osaría si fuésemos sanos: y con esto mismo se allega otra
dificultad de traer acá lo que llegásemos de oro, porque ó habíamos de
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CRISTÓBAL COLÓN
traer poco y ir y venir cada dia, y meterse en el riesgo de las dolencias,
ó se habia de enviar con alguna parte de la gente con el mismo peligro
de perderlo.
Lo hizo bien.
Asi que diréis á sus Altezas, que estas son las cabsas verdaderas
porque de presente non se ha detenido el armada, ni se les envia oro
mas de las muestras; pero confiando en la misericordia de Dios, que en
todo y por todo nos ha guiado hasta aqui, esta gente convalescerá presto,
como ya lo hace, porque solamente les prueba la tierra de algunas
ceciones, y luego se levantan; y es cierto que si tuviesen- algunas carnes
frescas para convalescer muy presto serian todos en pié con ayuda de
Dios, é aun los mas estañan ya convalescidos en este tiempo, empero
que ellos convalesceran : con estos pocos sanos que acá quedan, cada dia
se entiende en cerrar la población y meterla en alguna defensa, y los
mantenimientos en seguro, que será fecho dentro en breves dias, porque
non ha de ser sino albarradas, que non son gente los indios que si
dormiendo non nos fallasen, para emprender cosa ninguna, aunque la
to viesen pensada, que asi hicieron á los otros que acá quedaron por su
mal recabdo, los cuales por pocos que fuesen, y por mayores ocasiones
que dieran á los indios de haber é de hacer lo que hicieron , nunca ellos
osaran emprender de dañarles si los vieran á buen recabdo : y esto fecho
luego se entenderá en ir á los dichos nos, ó desde aqui tomando el
camino, y buscando los mayores expedientes que se puedan, ó por la
mar rodeando la isla fasta aquella parte de donde se dice que no debe
haber mas de seis ó siete leguas hasta los dichos rios; por forma que con
seguridad se pueda cojer el oro y ponerlo en recabdo de alguna fortaleza
ó torre que alli se haga luego, para tenerlo cojido al tiempo que las dos
carabelas volverán acá, é para que luego con el primer tiempo que sea
para navegar este camino se envié á buen recabdo.
Que está bien, y asi lo debe Jiacer.
ítem: diréis á sus Altezas, como dicho es, que las causas délas
dolencias tan general de todos, es de mudamiento de aguas y aires,
porque vemos que á todos arreo se extiende y peligran pocos; por consi-
guiente la conservación de la sanidad, después de Dios, está en que esta
gente sea proveida de los mantenimientos que en España acostumbraban;
porque dellos ni de otros que viniesen de nuevo sus Altezas se podran
servir si no están sanos; y esta provisión ha de durar hasta que acá se
haya fecho simiente de lo que acá se sembrare é plantare, digo de trigo
y cebadas é viñas, de lo cual para este año se ha fecho poco, porque no
se pudo de antes tomar asiento, y luego que se tomó adolescieron
aquellos poquitos labradores que acá estaban, los cuales aunque esto-
vieran sanos tenian tan pocas bestias y tan magras y flacas, que poco es
lo que pudieran hacer: con todo alguna cosa han sembrado, mas para
probar la tierra, que parece muy maravillosa, para que de alli se pueda
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
III
esperar remedio alguno en nuestras necesidades. Somos bien ciertos,
como la obra lo muestra, que en esta tierra asi el trigo como el vino
nacerá muy bien; pero háse de esperar el fruto, el cual si tal será como
muestra la presteza del nacer del trigo, y de algunos poquitos de sar-
mientos que se pusieron, es cierto que non fará mengua el Andalucía ni
Sevilla aqui, nin en las cañas de azúcar, según unas poquitas que se
pusieron han prendido; porque es cierto que la hermosura de la tierra de
estas islas, asi de montes é sierras y aguas, como de vegas donde hay
rios cabdales, es tal la vista que ninguna otra tierra quel sol escaliente
puede ser mejor al parecer ni tan fermosa.
Pues la tierra es tal, que debe procurar que se siembre lo mas que
ser pudiera de todas cosas, y á Don Juan de Fonseca se escribe que
envié de contino todo lo que fuere menester para esto.
ítem: diréis, que á cabsa de haberse derramado mucho vino en este
camino del que la flota traia, y esto, según dicen los mas, á culpa de la
mala obra que los toneleros ficieron en Sevilla, la mayor mengua que
agora tenemos aqui, ó esperamos por esto tener, es de vinos, y como
quier que tengamos para mas tiempo asi bizcocho como trigo, con todo
es necesario que también se envié alguna cantidad razonable, porque el
camino es largo y cada dia no se puede proveer, e asimismo algunas
canales, digo tocinos, y otra cecina que sea mejor que la que habemos
traído este camino. De carneros vivos, y aun antes corderos y corde-
ricas; mas fembras que machos , y algunos becerros y becerras pequeñas
son menester, que cada vez vengan en cualquier carabela que acá se
enviare, y algunas asnas y asnos, y yeguas para trabajo y simiente, que
acá ninguna destas animalias hay de que hombre se pueda ayudar ni
valer. Y porque recelo que sus Altezas no se fallaran en Sevilla, ni los
oficiales ó Ministros suyos sin expreso mandamiento no proveerán en lo
porque agora en este primero camino es necesario que venga, porque en
la consulta y en la respuesta se pasarla la sazón del partir de los navios
que acá por todo Mayo es necesario que sean, diréis á sus Altezas como
yo vos di cargo y mandé, que del oro que allá lleváis, empeñándolo ó
poniéndolo en poder de algún mercader en Sevilla, el cual distraya y
ponga los maravedís que serán menester para cargar dos carabelas de
vino y trigo, y de las otras cosas que lleváis por memorial, el cual
mercader lleve ó envié el dicho oro para sus Altezas, que le vean,
resciban y hagan pagar lo que hovierc distraído y puesto para el
despacho y cargazón de las dichas dos carabelas , las cuales por consolar
y esforzar esta gente que acá queda, cumple que fagan más de poder ser
acá vueltas por todo el mes de Mayo, porque la gente antes de entrar en
el verano vea é tenga algún refrescamiento destas cosas, en especial para
las dolencias; de las cuales cosas acá ya tenemos gran mengua, como
son pasas, azúcar, almendras, miel é arroz, que debiera venir en gran
cuantidad é vino muy poco, c aquello que vino es ya consumido é
112
CRISTÓBAL COLÓN
gastado, y aun la mayor parte de las medecinas que de allá se trajieron,
por la muchedumbre de los muchos dolientes; de las cuales cosas, como
dicho es, vos lleváis memoriales asi para sanos como para dolientes,
firmados de mi mano, los cuales complidamente, si el dinero bastare, ó
á lo menos lo que mas necesario sea para agora despachar es, para que
lo puedan luego traer los dichos dos navios, y lo que quedare procurareis
con sus Altezas que con otros navios venga lo mas pronto que ser
pudiere.
Sus Altezas ejiviaron á mandar á Don Juan de Fonseca que
luego haga informacioJí de los que hicieron ese engaño en los toneles,
y de sus bienes haga que se cobre todo el daño que vino en el vino, con
las costas; y en lo de las cañas vea como Jas que se enviaren sean
buenas, y en las otras cosas que aqui dice que las provea luego.
ítem : diréis á sus Altezas que á cabsa que acá no hay lenguas por
medio de la cual á esta gente se pueda dar á entender nuestra sancta fé,
como sus Altezas desean, y aun los que acá estamos, como quier que se
trabajará cuanto pudieren, se envían de presente con estos navios de los
canibales asi hombres como mujeres, y niños y niñas, los cuales sus
Altezas pueden mandar poner en poder de personas con quien puedan
mejor aprender la lengua, ejercitándolos en cosas de servicio, y poco
á poco mandando poner en ellos algún mas cuidado que en otros
esclavos, para que deprendan unos de otros, que no se hablen ni se vean
sino muy tarde, que mas pronto deprenderán allá que no acá; y serán
mejores intérpretes, como quier que acá non se dejará de hacer lo que se
pueda; es verdad que como esta gente platican poco los de una isla con
los de otra, en las lenguas hay alguna diferencia entre ellos según como
están mas cerca ó mas lejos; y porque entre las otras islas las de los
canibales son mucho grandes y mucho bien pobladas, parecerá acá que
tomar dellos y dellas y enviarlos allá á Castilla non seria sino bien,
porque quitarse hian de una vez de aquella inhumana costumbre que
tienen de comer hombres; y allá en Castilla entendiendo la lengua muy
mas presto rescibirian el bautismo y farian el provecho de sus ánimas;
aun entre estos pueblos que non son destas costumbres, se ganaría gran
crédito por nosotros viendo que aquellos prendiésemos y enviaremos,
de quien ellos suelen rescebir daños, y tienen tamaño miedo que del
nombre solo se espantan; certificando á sus Altezas que la venida é
vistas desta flota acá en esta tierra asi junta y hermosa, ha dado muy
grande autoridad á esto ; y muy grande seguridad para las cosas veni-
deras, porque toda esta gente de esta grande isla y de las otras, viendo
el buen tratamiento que á los buenos se fará y el castigo que á los malos
se dará, verná á obediencia prestamente para poderlos mandar como
vasallos de sus Altezas. Y como quier que ellos agora, do quier que
hombre se halle non solo hacen de grado lo que hombre quiere que
fagan, mas ellos de su voluntad se ponen á todo lo que entienden que
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
113
nos pueda placer; y también pueden ser ciertos sus Altezas que non
menos allá entre los cristianos príncipes les haber dado reputación grande
la venida desta armada por muchos respetos, asi presentes como veni-
deros, los cuales sus Altezas podran mejor pensar y entender que non
sabria yo decir.
Decirle heis lo que acá ha habido en lo de los Cámbales que acá
vinieron.
Que está muy bien, y asi lo debe hacer; pero que procure allá.
como si ser pudiere, se reduzgan á tiuestra sancta fe católica, y asi
mismo lo procure con los de las islas donde está.
ítem: diréis á sus Altezas, que el provecho de las almas de los dichos
caníbales, y aun destos de acá, ha traido el pensamiento que cuantos
mas allá se llevasen seria mejor; y en ello podrían sus Altezas ser servidos
desta manera: que visto cuanto son acá menester los ganados y bestias
de trabajo para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar, y bien
de todas estas islas, sus Altezas podran dar licencia ó permiso á un
número de carabelas suficiente que vengan acá cada año y trayan de los
dichos ganados y otros mantenimientos y cosas para poblar el campo y
aprovechar la tierra, y esto en precios razonables, á sus costas de los
que las trujieran, las cuales cosas se las podran pagar en esclavos destos
canibales , gente tan fiera y dispuesta y bien proporcionada y de muy
buen entendimiento, los cuales quitados de aquella inhumanidad creemos
que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que
sean fuera de su tierra, y de estos podran haber muchos con las fustas
de remos que acá se entienden de hacer; fecho empero presupuesto, que
cada una de las carabelas que viniesen de sus Altezas pusiesen una
persona fiable, la cual defendiese las dichas carabelas que non descen-
diesen á ninguna otra parte ni isla, salvo aqui, donde ha de estar la carga
y descarga de toda la mercaduría, y aun destos esclavos que se llevaren,
sus altezas podrían haber sus derechos allá; y desto traeréis ó enviareis
respuesta, porque acá se hayan los aparejos que son menester con mas
confianza, si á sus Altezas pareciere bien.
En esto se ha suspendido por agora hasta que venga otro camino
de allá, y escriba el Almirante lo que a esto le paresciere.
ítem : también diréis á sus Altezas , que mas provechoso es y menor
costa fletar los navios como los fletan los mercaderes para Flandes por
toneladas, que non de otra manera; por ende que yo vos di cargo de
fletar á este respecto las dos carabelas que haveis luego de enviar;
y asi se podrá hacer de todas las otras que sus Altezas enviasen si de
aquella forma se ternan por servidos; pero non entiendo decir esto de las
que han de venir con su licencia por la mercaduría de los esclavos.
Sus Altezas mandan á Don Juan de Fonseca que en el fletar de
las carabelas tenga esta forma si ser pudiere.
ítem: Diréis á sus Altezas que á causa de excusar alguna mas costa.
Cristóbal Colón, t. ii. — 15.
414
CRISTÓBAL COLÓN
^!^
,^^
yo merqué estas carabelas que lleváis por memoria para retenerlas acá
con estas dos naos, conviene á saber, la Gallega y esa otra Capitana, de
la cual merqué por semejante del Maestre della los tres ochavos, por el
precio que en el dicho memorial destas copias lleváis firmado de mi
mano, los cuales navios non solo darán auctoridad y gran seguridad á la
gente que ha de estar dentro y conversar con los indios para cojer el oro,
mas aun. para cualquier otra cosa de peligro que de jente extraña pudiese
acontecer, allende que las carabelas sean necesarias para el descubrir de
la tierra firme y otras islas que entre aquí é allá están; y suplicareis á sus
Altezas que los maravedís que estos navios cuestan manden pagar en los
tiempos que se les ha prometido, porque sin dubda ellos ganaran bien su
costa, según yo creo y espero en la misericordia de Dios.
El Almirante lo liizo bien, y decirle Jieis como acá se pagó al
que vendió la nao, y mandaron á Don Juan de Fonseca que pague lo
de las carabelas que el Almirante compró.
ítem : diréis á sus Altezas y suplicareis de mi parte cuanto mas
humildemente pueda, que les plega mucho mirar en lo que por las cartas
y otras escripturas verán mas largamente tocante á la paz é sosiego é
concordia de los que acá están, y que para las cosas del servicio de sus
Altezas escojan tales personas que non se tenga recelo dellas, y que
miren mas á lo porque se envian que non á sus proprios intereses, y en
esto, pues que todas las cosas vistes é supistes , hablareis y diréis á sus
Altezas la verdad de todas las cosas como las comprendistes, y que la
Provisión de sus Altezas que sobre ello mandaren fazer venga con los
primeros navios, si posible fuere, á fin que acá non se hagan escándalos
en cosa que tanto vá en el servicio de sus Altezas.
Sus Altezas están bien informados desto, y en todo se proveerá
como conviene.
ítem: diréis á sus Altezas el asiento desta ciudad é la fermosura de
la provincia alrededor como lo vistes y comprendistes, y como yo vos
fice alcayde della por los poderes que de sus Altezas tengo para ello, á
las cuales humildemente suplico que en alguna parte de satisfacción de
vuestros servicios tengan por bien la dicha provisión, como en sus
Altezas yo espero.
A sus Altezas place que vos seáis Alcayde.
ítem: porque Mosen Pedro Margarite, criado de sus Altezas, ha
bien servido, y espero que asi lo hará adelante en las cosas que le fueren
encomendadas, he habido placer de su quedada aqui, y también de
Gaspar y Beltran por ser conocidos criados de sus Altezas para los poner
en cosas de confianza; suplicareis á sus Altezas que en especial á Mosen
Pedro, que es casado y tiene hijos, le provean de alguna encomienda en
la orden de Santiago, de la cual él tiene el hábito, porque su mujer é
hijos tengan en que vivir. Asimismo haréis relación de Juan Aguado,
criado de sus Altezas, cuan bien é dilijentemente ha servido en todo lo
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
"5
que le ha seido mandado; que suplico á sus Altezas á él é á los sobre-
dichos los hayan por encomendados é por presentes.
Sus Altezas mandaron asentar á Mosen Pedro treinta mili mara-
vedís cada año, y á Gaspar y Beltran quince mili maravedís cada año
desde hoy i¿ de Agosto de p^ en adelante, y asi les haga pagar el
Almirante en lo que allá se hoviere de pagar, y don Juan de Fonseca
en lo que acá se hoviere de pagar; y en lo de Juan Aguado sus Altezas
habrán memoria del.
ítem : diréis á sus Altezas el trabajo que el Doctor Chanca tiene con
el afruente de tantos dolientes, y aun la estrechura de los mantenimientos,
é aun con todo ello se dispone con gran dilijencia y caridad en todo lo
que cumple á su oficio; y porque sus Altezas remitieron á mí el salario
que acá se le habia de dar, porque estando acá es cierto quél no toma ni
puede haber nada de ninguno, ni ganar de su oficio como en Castilla
ganaba, ó podria ganar estando á su reposo é viviendo de otra manera
que acá no vive; y asi que como quiera que él jura que es mas lo que
allá ganaba allende el salario que sus Altezas le dan, y non me quise
extender mas de cincuenta mili maravedís por el trabajo que acá pasa
cada un año mientras acá estoviera, los cuales suplico á sus Altezas le
manden librar con el sueldo de acá, y eso mismo, porque él dice y afirma
que todos los físicos de vuestras Altezas que andan en reales, ó seme-
jantes cosas que estas, suelen haber de derecho un dia de sueldo en todo
el año de toda la gente: con todo he seido informado, y dícenme que
como quier que esto sea, la costumbre es de darles cierta suma tasada á
voluntad y mandamiento de sus Altezas en compensas de aquel dia de
sueldo. Suplicareis á sus Altezas que en ello manden proveer, asi en lo
del salario como desta costumbre, por forma que el dicho doctor tenga
razón de ser contento.
A sus Altezas place desto del doctor Chanca, y que se le pague
esto desde quel Almirante gelo asentó, y que gelos pague con lo del
sueldo.
En esto del dia de los físicos, non lo acostumbran haber sino donde
el Rey nuestro Señor está en persona.
ítem : diréis á sus Altezas de Coronel , cuanto es hombre para servir
á sus Altezas en muchas cosas, y cuanto ha servido hasta aqui en todo
lo necesario, y la mengua que del sentimos agora que está doliente, y
que sirviendo de tal manera es razón qu' el sienta el fruto de su servicio,
non solo en las mercedes para después, mas en lo de su salario, en lo
presente, en manera qu' él é los que acá están sientan que los aprovecha
el servicio, porque segund el ejercicio que acá se ha de tener en cojer
este oro, no son de tener en poco las personas en quien tanta dilijencia
hay: y porque por su habilidad se proveyó acá por mí del oficio de
alguacil mayor destas Indias, y en la provisión vá el salario en blanco,
que suplico á sus Altezas gelo manden henchir como mas sea su servicio,
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ii6
CRISTÓBAL COLON
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mirando sus servicios; confirmándole la provisión que acá se le dio é
proveyéndole de al de juro.
Siis Altezas mandan que le asienten 15000 maravedís cada año
mas de su sueldo, á que se le paguen cuando le pagaren su sueldo.
Asimismo diréis á sus Altezas como aqui vino el bachiller Gil García
por alcalde mayor é non se le ha consignado ni nombrado salario, yes
persona de bien y de buenas letras, é dilijente, é es acá bien necesario;
que suplico á sus Altezas le manden nombrar é consignar su salario, por
manera que él se pueda sostener, é se le sea librado con el dinero del
sueldo de acá.
Sus Altezas le mandan asentar cada año 20,000 maravedís en
tanto que allá estoviere , y mas su sueldo, y que gelo paguen cuando
pagaren el sueldo.
ítem: diréis á sus Altezas, como quier que ya gelo escribo por las
cartas, que para este año non entiendo que sea posible ir á descubrir
hasta que esto destos rios que se hallaron de oro sea puesto en el asiento
debido á servicio de sus Altezas, que después mucho mejor se podrá
facer, porque no es cosa que nadie lo pudiese facer sin mi presencia
á mi grado, ni á servicio de sus Altezas, por muy bien que lo ficiese,
como es en dubda según lo que hombre vee por su presencia.
Trabaje como lo mas preciso que se pueda se sepa lo adito de
ese oro.
ítem : diréis á sus Altezas como los escuderos de caballo que vinieron
de Granada, en el alarde que ficieron en Sevilla mostraron buenos
caballos; é después al embarcar yo no los vi porque estaba un poco
doliente, y metiéronlos tales quél mejor dellos non parece que vale dos
mili maravedís, porque vendieron los otros y compraron estos y esto fué
de la suerte que se hizo lo de mucha gente que allá en los alardes de
Sevilla yo vi muy buena; parece que Juan de Soria después de dado el
dinero del sueldo, por algún interese suyo, puso otros en lugar de aquellos
que yo acá pensaba fallar, y fallo gente que yo nunca habia visto: en esto
ha habido gran maldad, de tal manera que yo no sé si me queje del
solo; por esto, visto que á estos escuderos se ha fecho la costa hasta
aqui, allende de sus sueldos, y también á sus caballos, y se hace de
presente, y son personas que cuando ellos están dolientes, ó non se les
antoja, non quieren que sus caballos sirvan sin ellos mismos; sus Altezas
non quieren que se les compren estos caballos, sino que sirvan á sus
Altezas, y esto mismo no les parece que deben servir ni cosa alguna sino
á caballo; lo cual agora de presente non face mucho al caso, é por esto
parece que seria mejor comprarles los caballos, pues que tan poco valen
y non estar cada dia con ellos en estas pendencias, por ende que sus
Altezas determinen esto como fuere su servicio.
Sus Altezas mandati á don Juají de Fonseca, que se infoi-me
desto de estos caballos, y ,si se hallare que es verdad que hicieron este
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
117
engaño, lo envíen á sus Altezas porque lo mandaran castigar; y también
se informe de so que dice de la otra gente, y envié la pesquisa á sus
Altezas: y en lo destos escuderos sus Altezas mandan que estén allá y
sil-van, pues son de las guardas y criados de sus Altezas; y á los escu-
deros maftdan sus Altezas que den los caballos cada vez que fuere
menester y el Almirante lo mandare, y si algún daño recibieren los
caballos yendo otros en ellos, por medio del Almirante mandan sus
Altezas que ge lo paguen.
ítem : diréis á sus Altezas como aqui han venido mas de doscientas
personas sin sueldo, y hay algunos dellos que sirven bien, y aun los otros
por semejante se mandan que lo hagan ansí ; y porque para estos primeros
tres años será gran bien que aqui estén mili hombres para asentar y
poner en muy grand seguridad esta isla y rios de oro, aunque hoviere
cient de á caballo non se perderla nada, antes parece necesario, aunque
en estos de caballo' fasta que oro se envié sus Altezas podran sobreseer:
con todo á estas doscientas personas que vienen sin sueldo, sus Altezas
deben enviar á decir si se les pagará sueldo como á los otros sirviendo
bien, porque cierto son necesarios, como dicho tengo para este co-
mienzo.
De estas doscientas personas que aqui dice que fueron sin sueldo,
mandan sus Altezas que entren en lugar de los que han faltado y
faltarejí de los que iban á sueldo, scycndo hábiles y á contentamiento
del Almirante , y sus Altezas mandan al Contador que los asiente en
lugar de los que faltasen como el Almirante lo dijere.
ítem; porque en algo la costa desta gente se puede aliviar con
industria y formas que otros Príncipes suelen tener en otras, lo gastado
mejor que acá se podria excusar, paresce que seria bien mandar traer en
los navios que vinieren, allende de las otras cosas que son para los
mantenimientos comunes, y de la botica zapatos y cueros para los mandar
facer; camisas comunes y de otras; jubones, lienzo, sayos, calzas, paños
para vestir en razonables precios ; y otras cosas como son conservas que
son fuera de raciones y para conservación de la salud, las cuales cosas
toda la gente de acá rescibiria de grado en descuento de su sueldo; y si
allá esto se mercase por ministros leales y que mirasen al servicio de sus
Altezas, se ahorrarla algo: por ende sabréis la voluntad de sus Altezas
cerca desto, y si les paresciere ser su servicio, luego se debe poner
por obra.
Por este camino se solia fazer fasta que mas escriba el Almirante
sobre esto, y ya enviaran á mandar á Don Juan de Fonseca con Jimeno
de Briviesca que provea en esto.
ítem: también diréis á sus Altezas, que por cuanto ayer en el alarde
que se tomó se falló gente muy desarmada, lo cual pienso que en parte
contesció por aquel trocar que allá se fizo en Sevilla ó en el puerto
cuando se dejaron los que se mostraron armados, y tomaron otros que
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CRISTÓBAL COLÓN
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daban algo á quien los trocaba, paresce que seria bien que se mandasen
traer doscientas corazas, y cient espingardas y cient ballestas, y mucho
almacén, que es la cosa que mas menester habemos, y de todas estas
armas se podran dar á los desarmados.
Ya se escribe á Don Juan de Fonseca que provea en esto.
ítem : por cuanto algunos oficiales que acá vinieron como son alba-
ñiles y de otros oficios, que son casados y tienen sus mujeres allá, y
querrían que allá lo que se les debe de su sueldo se diese á sus mujeres ó
á las personas á quien ellos enviaren sus recabdos, para que les compren
las cosas que acá han menester; que á sus Altezas suplico les mande
librar, porque su servicio es que estos estén proveídos acá.
Yá enviaron á mandar sus Altezas á. don Juan de Fonseca que
provea en esto.
ítem: porque allende las otras cosas que allá se envian á pedir por
los memoriales que lleváis de mi mano firmados, asi para mantenimientos
de los sanos como para los dolientes, seria muy bien que se lloviesen de
la isla de la Madera cincuenta pipas de miel de azúcar, porque es el mejor
mantenimiento del mundo y mas sano, y non suele costar cada pipa sino
á dos ducados sin el casco; y si sus Altezas mandan que á la vuelta pase
por alli alguna carabela las podrá mercar, y también diez cajas de azúcar,
que es mucho menester, que esta es la mejor sazón del año, digo entre
aqui é el mes de Abril para fallarlo, é haber dello buena razón, y podríase
dar por orden mandándolo sus Altezas, é que non supiesen allá para
donde lo quieren.
Don Juan de Fonseca que provea en esto.
ítem: diréis á sus Altezas, por cuanto aunque los rios tengan en la
cuantidad que se dice por los que lo han visto, pero que lo cierto dello es
quel oro non se enjendra en los rios mas en la tierra, qu' el agua topando
con las minas lo trae envuelto en las arenas, y porque en estos tantos
rios se han descubierto, como quiera que hay algunos grandecitos, hay
otros tan pequeños que son mas ft.ientes que no rios , que no llevan de
dos dedos de agua , y se falla luego el cabo donde nascen ; para lo cual
non solo serán provechosos los lavadores para cojerlo en el arena, mas
los otros para cavarlo en la tierra, que será lo mas especial é de mayor
cuantidad; é porque esto será bien que sus Altezas envien lavadores, é
de los que andan en las minas allá en Almadén, porque en la una manera
y en la otra se fagan el ejercicio, como quier que acá non esperaremos á
ellos, que con los lavadores que aqui tenemos, esperamos con la ayuda
de Dios, si una vez la gente está sana, allegar un buen golpe de oro
para las primeras carabelas que fueren.
A otro catnino se proveerá en esto cumplidamente: en tanto mandan
sus Altezas á don Juan de Fonseca que envié luego los mas minadores
que pudiei'e haber, y escriben al Alm,aden, que de alli tomen los que
mas pudieren y los envien.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
119
ítem: Suplicareis á sus Altezas de mi parte, muy humildemente,
que quieran tener por muy encomendado á Villacorta, el cual, como
sus Altezas saben, ha mucho servido en esta negociación, y con. muy
buena voluntad, y según le conozco persona dilijente y afecionada á su
servicio; rescebiré merced que se le dé algún cargo de confianza, para
lo cual él sea suficiente, y pueda mostrar su deseo de servir y diligencia,
y esto procurareis por forma que el Villacorta conozca por la obra que
lo que ha trabajado por mí en lo que yo le hove menester le aprovecha
en esto.
Asi se hará.
ítem: que los dichos Mossen Pedro y Gaspar y Beltran y otros que
han quedado acá, trajieron capitanías de carabelas, que son agora
vueltas, y non gozan del sueldo; pero porque son tales personas que se
han de poner en cosas principales y de confianza, non se les ha determi-
nado el sueldo que sea diferenciado de los otros: suplicareis de mi parte
á sus Altezas determinen lo que se les ha de dar en cada un año, ó por
meses como mas fueren servidos. Fecho en la ciudad Isabela á treinta
dias de Enero de mili quatrocientos c noventa é quatro años.
Ya está respondido arriba : pero porque en el dicho capitulo que en
esto habla dice que gozan del salario, desde agora mandan sus Altezas
que se les cuenten á todos sus salarios desde que dexaron las capi-
tanías.
(Archivo General de Indias. — Registro de cédulas y Provisiones Reales de Fernando
Alvarez. — Patronato Est. I, Caj. i, 8 á 10.
(O).— Pág. 675, tomo I.°.
Instrucciones que envió CRISTÓBAL COLON Á mosén Pedro
Margarite, cuando en 9 de Abril de 1493 le mandó salir á
reconocer los territorios de la isla española.
Este es un traslado bien é fielmente sacado de una Instrucción escrita
en papel que el muy magnífico Señor D. Cristóbal Colón, Almirante
mayor del mar Océano, é Visorey é Gobernador perpetuo de la Isla de
San Salvador, é de todas las otras Islas é Tierra-firme de las Indias descu-
biertas é por descubrir, é Capitán General del Mar por el Rey é la Reina,
nuestros Señores, dio á Mosen Pedro Margarite; el tenor de la cual es
este que se sigue:
Primeramente: que luego que vos fuere dada c entregada la dicha
gente por Hojeda, la recibáis según é en la manera que la él lleva, é asi
rcscibida, ordenéis las batallas que segund la disposición de la tierra os
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I20
CRISTÓBAL COLÓN
paresciere ser necesarias, é las deis é entreguéis á las personas con
nombre de Capitanes que viéredes que las deben llevar, é que sirvan al
Rey é á la Reina, nuestros Señores, é vos obedezcan é cumplan lo que
les dijéredes é mandáredes de parte de sus Altezas é de la mia, por
virtud de los poderes que para ello tengo de sus Excelencias.
ítem ; por alguna experiencia que se tiene del andar de esta tierra,
se escriben aqui bajo algunas cosas que son necesarias de hacer: con
todo, porque vos andaréis otras provincias ó lugares de las que se han
experimentado, puesto que todo es una costumbre é una manera de la
gente, se os deja cargo que vos como presente acrecentéis ó quitéis de
esto que aqui abajo se escribiere como á vos os paresciere al tiempo é á
la dispusicion de la tierra; porque la primera intención desto en que vais
con toda esta gente que aqui se escribirá toda esta isla, y. reconozcáis las
provincias de ella y la gente y las tierras y lo que en ellas hay, y en
especial toda la provincia de Cambao, porque de todo puedan el Rey é
la Reina, nuestros Señores, ser bien informados, y de aqui de esta ciudad
se os enviarán é proveerá de todas las cosas que fueren necesarias.
Primeramente, de aqui se os envian diez y seis de caballo, é dos-
cientos é cincuenta escuderos é ballesteros, é ciento é diez espingarderos,
é veinte Oficiales.
De esta gente habéis de hacer tres batallas; la una para vos, y las
otras dos dellas á dos personas, que serán las que á vos, mejor parescieren
-ser suficientes para el tal cargo, á las cuales dad la parte de gente á cada
uno que os paresciere.
La principal cosa que habéis de hacer es guardar mucho á los Indios,
que no les sea fecho mal nin daño, ni les sea tomada cosa contra su
voluntad, antes resciban honra, é sean asegurados de manera que no
se alteren. m0í.
Y porque en este camino que yo hice á Cambao acaesció que algún
Indio hurtó algo, si halláredes que algunos dellos furten, castigadlos
también cortándoles las narices y las orejas, porque son miembros que
no podrán esconder, porque con esto se asegurará el rescate de la gente
de toda la isla, dándoles á entender que esto que se hizo á los otros
Indios fué por el furto que hicieron, y que á los buenos les mandarán
tratar muy bien, y á los malos que los castigan.
Porque agora la gente no podrá llevar tanto mantenimiento desto
nuestro como es necesario para el tiempo que han de estar fuera, allá
van 1 N y N los cuales llevan mercadurías, descuentas é
cascabeles é otras cosas, y llevan mandado, como por virtud de la
presente les mando, que por el pan é vituallas que se hallaren á comprar
las paguen con las dichas mercadurías, teniendo cuenta dellas, poniendo
Igual vacío en el original. '
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
121
el dia y el lugar donde las hallaren, y que todo lo que dieren de las
dichas mercadurias sea en presencia de la persona que estoviere por el
Teniente de los Contadores mayores, para que solamente tengan razón é
cuenta de ello.
ítem mas ; debéis ordenar de dar veinte y cinco hombres á Arriaga,
si aqui yo no se los doy antes que se parta, y él tenga cargo de ir junta-
mente con esos tres á proveer de todos los mantenimientos para toda la
hueste, porque no haya causa que ninguna persona, de cualquier grado ó
condición que sea, vaya á rescatar cosa ninguna de los Indios y los hacer
dos mil enojos; y es cosa que es mucho contra la voluntad y deservicio
del Rey é de la Reina, nuestros Señores, porque sus Altezas desean mas
la salvación de esta gente porque sean Cristianos, que todas las riquezas
que de acá puedan salir, asi que bien proveído vá, y se debe de contentar
cada uno que sus Altezas les manden pagar para comer y otras cosas
que necesarias vos fuesen.
Y si por ventura no se hallare de comer por compra, que vos Mosen
Pedro lo proveáis , tomándolo lo mas honestamente que podáis halagando
los Indios.
Desto de Cahonaboa, mucho querría que con buena diligencia se
toviese tal manera que lo pudiésemos haber en nuestro poder, y por eso
debéis tener esta manera según mi albedrio : enviar una persona con diez
hombres que sean muy diestros, que vayan con un presente de ciertas
cosas que allá llevan los sobredichos que llevan el rescate, halagándole y
mostrándole que tengo mucha gana de su amistad y que le enviaré otras
cosas, y quel nos envié del oro, haciéndole memoria como estáis vos ahi
y que os vais holgando por esa tierra con mucha gente, y que, tenemos
infinita gente, y que cada dia verná mucha mas, y que siempre yo le
enviaré de las cosas que trairan de Castilla, tratallo asi de palabras hasta
que tengáis amistad con él, para podelle mejor haber. Y no debéis curar
agora de ir á Cahonaboa con la gente, salvo enviar á Contreras, el cual
vaya con las diez personas, y se vuelvan á vos con la respuesta á do
quiera que se supiere que estéis; y rescibida la embajada, podréis enviar
otra vez y otra, fasta que el dicho Cahonaboa esté asegurado y sin recelo
que le habéis vos de hacer mal; y después tener la forma para prendelle
como mejor os paresciere, y según la forma que él habrá entendido por
la relación del dicho Contreras, haciendo el dicho Contreras lo que vos le
dijerédes é no excediendo dello.
La manera que se debe tener para prender á Cahonaboa, reservando
á lo que allá se hallará después, es esta.
Quel dicho Contreras trabaje mucho con él, é tenga manera que
Cahonaboa vaya á hablar con vos, porque seguramente se haga su
prisión; é porque él anda desnudo é seria malo de detenerle, é si una
vez se soltase é se fuyese no se podria asi haber á las manos por la
dispusicion de la tierra, estando en vistas con él, hacedle dar una camisa
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Cristóbal Colón, t. ii.— i6.
122
CRISTÓBAL COLÓN
y vestírsela luego, y un capus, y ceftille un cinto y ponelle una toca, por
donde le podéis tener é no se vos suelte. E también debéis prender á los
hermanos suyos que con él irán; y si por caso el dicho Cahonaboa
estoviere indispuesto que no pueda ir á estar con vos, tened manera con
él que dé por bien vuestra ida á él; é antes que vos á él lleguéis, el dicho
Contreras debe ir primero por le asegurar, diciéndole que vos vais á él
por le ver é conoscer, é tener con él amistad, porque yendo vos con
mucha gente podría ser que tomase recelo é se pornia á ir por los montes,
é errariades la presa; pero todo se remite á vuestra buena discreción para
que fagáis según que mejor os paresciere.
ítem; debéis mucho mirar que la justicia sea mucho temida, y que
el que vuestro mandamiento pasare sea castigado muy bien, porque si
de otra manera pasase, por la gente se podría recrecer que se perdiese
toda la hueste é se desmandaría, é no vos podriades asi aprovechar de la
gente, é farian daño; é los Indios, viéndolos asi desmandados é descon-
certados por el mal recabdo que ternian, como estos Indios sean cobardes
ó no dan la vida á ninguno por puro temor, fallándolos de dos en dos, ó
tres en tres, podría ser que tomasen atrevimiento de los matar; asi que
por esto é por otras cosas es bien que seades muy bien obedescido, é se
cumpla en todo lo que mandáredes, é ninguno no salga de vuestro
mandamiento, avisándoos que no hay tan mala gente como cobardes, que
nunca dá la vida á ninguno; asi que si los Indios hallasen un hombre ó
dos desmandados no seria maravilla que los matasen.
ítem; pues con el ayuda de nuestro Señor habéis de andar mucha
tierra, será bien é en todo caso, por do quiera que fuérades, por todos
los caminos ó sendas, faced poner cruces altas y mojones, y asimismo
cruces en los arboles y cruces en los logares que son convenientes, é do
no se puedan asi caer, porque allende ques razón que asi se faga, pues,
loado Dios, la tierra es de Cristianos, aprovechareis mucho por la
perpetua memoria que dellas se habrá, é aun faciendo poner en algunos
árboles altos é grandes los nombres de sus Altezas.
ítem mas; porque me paresce bien que toda esta gente vaya agora
con Hojeda hasta Cambao, y que de alli la rescibais vos toda, y al
comienzo de vuestro camino á Yamahuix, y dende llevareis el camino
donde os paresciere para ver el término de Cambao; y porque los
caballos, según nos informaron el otro dia Gaspar y los otros que fueron
á Yamahuix, no pueden pasar de Santo Tomas adelante por el mal
camino, debeislos de dejar en Santo Tomas, y dar cargo de ellos á un
escudero de los de las guardas, que tenga el suyo alli también , ó de otra
persona que os paresciere que mejor lo haya de saber, que haga cuidar
destos caballos juntamente con mucha diligencia, tanto é mas que si
fuesen suyos, porque ya vedes cuanto nos va en tenerlos buenos, y si
hallásedes tierra para que viésedes, pudiésedes enviar por ellos para
proveeros y serviros.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
123
Para lo cual todo que suso dicho es, é para cada una cosa'é parte
dello, é para lo que á ello anejo é dependiente, vos do é concedo el mismo
poder que yo he de sus Altezas de Viso Rey é Capitán General destas
Indias por la presente, bien asi como si el dicho poder aqui fuese inserto
é incorporado; é por virtud del dicho poder de parte de sus Altezas
mando á la gente que con vos fuere de aqui adelante, que obedezcan vues-
tros mandamientos, é fagan todo lo que vos les dijéredes é mandáredes
de parte de sus Altezas, como farian bien asi como si yo ge lo mandase,
so las penas que les vos pusiéredes, las cuales esecutad en las personas é
bienes de los que lo contrario hicieren. Fecha en la cibdad Isabela, que
es en la Isla Española en las Indias, á nueve dias del mes de Abril, año
del Nascimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil cuatrocientos
noventa y cuatro 3iños.=£¿ A/mirante. = Vor su mandado la fice escribir.
=Di£'^o de Peña/osa. =^Testigos que fueron presentes á ver leer é con-
certar este dicho treslado de la dicha Carta original de Instrucción,
Francisco de Madrid, vecino dende; é Francisco de San Miguel, vecino
de Ledesma; é Miguel de Cas de Dios, vecino de Jaca; é Alonso de
Ledesma, vecino dende.= E yo Diego de Peñalosa, Escribano del Rey é
de la Reina, nuestros Señores, á mandamiento del Señor Almirante, la
fice escribir é concerté, por ende fice aqui este mi signo.= En testimonio
de verdad.:=Z)/>^í7 de Peñalosa.
(D).— Pág. 681, tomo I."
Escritura de Fray Román del orden de San Gerónimo, de la
antigüedad de los indios, la qual, como sujeto que sabe su
lengua, recojió con dilijencia de orden del almirante.
Yo fray Román, pobre heremita, del orden de San Gerónimo,
escribo lo que he podido entender y saber de la creencia é idolatría de
los Indios, y como observaban sus Dioses, de orden de el Ilustre Señor
el Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y tierra firme de las
Indias , de lo cual trataré en la presente escritura.
Cada uno de los indios observa particular modo y superstición en
adorar los Ídolos que tienen en su casa, que llaman Cemittes: Creen que
haya como en el cielo, ente inmortal, y que nadie puede verle, y que
tiene madre, y no principio, á este llaman Jocahunague Maorocon, y á
su madre Aíubei, Jemao, Giiasar, Apito é Zuimaco, que son cinco
nombres. Estos de que yo escribo son de la isla Española, porque de las
otras islas no sé cosa alguna por no haberlas visto jamas. Saben asimismo
124
CRISTÓBAL COLÓN
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de que- parte vinieron, y de donde tuvo orijen el Sol y la Luna, y como
se hizo el mar y donde van los difuntos. Creen que los muertos se les
aparecen cuando vá uno solo, pero no cuando muchos juntos; todo esto
les han hecho creer sus pasados, porque ellos no saben leer ni contar
hasta diez.
Capítulo 1. — D^" que parte vinieroii los Judíos y en que modo. —
La Española tiene una provincia llamada Caanau, en la cual hay una
montaña que se llama Canta donde hay dos cuevas, llamada la una
Cacibagiagua, y Amaiauba la otra. De Cacibagiagua salió la mayor
parte de la gente que pobló la isla. Cuando estaban en la cueva tenían
guarda de noche, la cual estaba encomendada á uno que se llamaba
Marocael; QstQ habia tardado en venir un dia.á la puerta, dicen que el
Sol se le llevó; viendo que el Sol se le habia llevado á este por su mala
guardia se cerraron las puertas y se transformó en piedra cerca de ella.
Dicen mas, que á otros, habiendo ido á pescar, los cogió el Sol y se
volvieron árboles, que ellos \\3.m2Ln jobos y nosotros mirabolanos.
El motivo porque Marocael velaba y hacia la guardia á la puerta,
era para mirar á que parte queria enviar la gente ó repartirla, y por su
tardanza se les causó mucho mal.
Cap. II. — Como se dividieron los hombres y las mujeres. — Sucedió
que uno que tenia por nombre Guagugiona dijo á otro que se llamaba
Jadruvaba, que fuese á coger una hierba llamada digo, con que se Um-
pian el cuerpo cuando van á lavarse; á este le cogió el Sol en el camino
y se volvió pájaro, que canta por la mañana como el ruiseñor y se
llama Giahuba Bagiael. Viendo Guagugiona que no volvia el que habia
ido á coger la hierba digo, determinó salir de la cueva Cacibagiagua.
Cap. III. — Resolvió partirse Guagugiona irritado, viendo que no vol-
vían los que habia enviado á coger el digo para lavarse, y dijo á las
mujeres: dejad á vuestros maridos, y vamonos á otras tierras y llevémonos
muchas joyas , dejad á vuestros hijos , y llevémonos solamente las hierbas
con nosotros y después volveremos por ellos.
Cap. IV. — Partió Guagugiona con todas las mujeres y anduvo bus-
cando otros paises, llegó á Matinino donde dejó á las mujeres de repente,
y se fué á otra región llamada Guanin. Las mujeres hablan dejado los niños
cerca de un arroyo, y cuando empezó á afligirlos la hambre , dicen que
lloraban y llamaban á las madres que se habían ido, que los padres no
podían remediarlos y hambrientos clamaban á las madres diciendo
Mama: pero verdaderamente pidiendo la teta, y así llorando y pidiendo
la teta decían Too, Too, como quien pide con gran deseo y por mucha
incomodidad. Entonces fueron transformados en anímalíUos como enanos,
que se llaman Tona, porque pedían teta, y que de este modo quedaron
sin mujeres todos los hombres.
Cap, V. — Que llevaron después otra vez mujeres de la Española. —
La isla llamada Española, que antes se llamaba Aiti, y asi se llama-
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
125
ban los habitadores de ella; y aquella y las demás islas, los llamaban
Bouhi; pero como los indios no tienen escritura ni letras no pueden dar
razón del modo que han sabido esto de sus pasados ; y asi no se con-
forman en lo que cuentan ni aun se puede escribir con orden lo que
refieren. Cuando se iba Guagugiona el que llevaba las mujeres llevó las
de su cacique también, que se llamaba Anacaaigia, engañándola como
engañó á los demás. Y ademas un cuñado de Guagugiona Anacaciigia,
que iba con él, entró en el mar, y dijo el dicho Guagugiona á su cuñado
estando en la canoa; mira que hermoso Cobo está en el agua (el cobo es
el caracol marino) y mirando el agua para ver el Cobo le agarró por los
pies Guagugiona su cuñado y le arrojó al mar, y asi tomó para si todas
las mujeres, y dejó las de Matinino, donde se dice que hoy no hay mas
que mujeres, y el se fué á otra isla que se llama Guanin, y se llamó asi
por lo que llevó de ella cuando fué allá.
Cap. VI. — Que Guagugiona volvió á Canta, de donde habia sacado
las mujeres. — Dicen, que estando Guagugiona en la tierra donde habia
ido, vio una mujer que habia dejado en el mar, de que tuvo gran placer,
y al instante buscó muchos lavatorios, para lavarse, por estar plagado
del mal, que llamamos francés; metióse después en una 6^//í?//«5rt, que
significa sitio apartado, donde sanó de sus llagas. Después ella le pidió
licencia para irse, y él se la dio. Esta mujer se llamaba Guabonito y
Guagugiona se mudó el nombre llamándose después Biberoci Guagugiona,
al cual dio Guabonito muchos Guaninis y sartas de piedrecillas para que
se las atase en los brazos, porque en aquella tierra son las gargantillas de
piedras que se parece mucho al mármol, y las traen atadas en los brazos
y en las' gargantas , y los guaninis en las orejas, haciéndose los agujeros
en ellas cuando niños, y son de metal de florin. Dicen que el principio de
estos guaninis fueron Guabonito, Albeborael, Guagugiona y el padre
de Albeborael. Quedóse en la tierra Guagugiona con el padre que
le llamaba Hiauna. Su hijo de parte de padre se llamaba Hia Guaili
Guanin, que quiere decir hijo de Hiauna; y desde entonces se llamó y
hasta hoy se llama Guanini. Mas como no tienen letras ni escrituras no
saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo escribirlas bien, por lo cual
me persuado á que trabuco las cosas y pongo primero lo que habia de
ser lo último, y al fin lo primero; pero todo lo que confusamente escribo
lo cuentan ellos asi, y asi lo extiendo de la misma forma que lo he sabido
de los indios del pais.
Cap. vil — Como fueron mujeres otra vez á la isla de Aiti ó Espa-
ñola.— Dicen que un dia fueron á lavarse los hombres, y que estando en
el agua llovia mucho, y tenian gran deseo de tener mujeres; y muchas
veces cuando llovia iban á buscar las huellas de las suyas, sin poder
hallar nueva alguna de ellas, sino aquel dia que lavándose, dicen que
vieron caer de algunos árboles por entre las ramas cierta especie de
personas, que no eran hombres ni mujeres, ni tenian naturas ni de unos
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CRISTÓBAL COLON
ni de otros; que fueron á cojerlas y huyeron como águilas, por lo cual
llamaron de orden del cacique dos ó tres hombres, viendo que no podian
cojerlas, para que las aguardasen y buscasen, para cada un indio cara-
cacol, que tenia muy ásperas las manos, y que asi las tendrían estrecha-
mente sin que se les escurriesen; dijeron al cacique que habia cuatro de
estos caracacoles y los llevaron. Es el caracaracol una enfermedad como
tina que causa gran aspereza en el cuerpo. En efecto las cojieron, y
habiendo tenido consejo sobre el modo de hacer estas personas mujeres,
por faltarles naturaleza de ellas y de ellos, buscaron un pájaro que se
llama hiriri, llamado antiguamente hiriri Cahuvaial el cual agujerea los
árboles y en nuestra lengua se llama Pico.
Cap. VIII. — Como hallaron remedio para que fuesen mujeres. —
Cojieron aquellas personas y las ataron de pies y manos, y al pájaro
al cuerpo en sitio tan proporcionado, que pensando que eran árboles
las personas, picando, formó la naturaleza de la mujer que le faltaba.
De este modo dicen los indios que tuvieron mujeres, según cuentan
los mas ancianos; pues yo escribo en resumen por no haber tenido
papel bastante, y asi no podré poner en el lugar donde debe estar
lo que apunté en lugar diverso, pero con todo esto no he errado, porque
creen los indios todo lo que vá expresado, como vá escrito. Volvamos
ahora á aquello que debíamos haber puesto primero, esto es á la opinión
que los indios tienen en cuanto al origen y principio del mar.
Cap. IX. — Como dicen fué hecho el mar. — Hubo un hombre llamado
Jaia, de quien no saben el nombre propio, y su hijo se llamaba jfaiael,
que quiere decir hijo de Jaia. Queriendo Jaiael matar á su padre , este lo
mandó desterrar, y lo estuvo cuatro meses, al cabo de los cuales le mató
su padre, y metió los huesos en una calabaza, la cual colgó en el techo
de su casa y alli estuvo algún tiempo. Sucedió que un dia dijo Jaia á su
mujer, con deseo de ver su hijo: Quiero ver nuestro hijo Jaiael, eñ lo
cual convino; y habiendo alcanzado la calabaza la abrió para ver los
huesos de su hijo, y salieron de ella muchos peces grandes y chicos.
Viendo los padres que los huesos se hablan convertido en peces determi-
naron comérselos. Dice que un dia habiendo ido Jaia á sus conichis, que
quiere decir posesiones, que eran su patrimonio, fueron cuatro hijos de
una mujer que se llamaba Itiva TaJiuvava, todos de un vientre y jeme-
Ios, pues habiendo muerto de parto la abrieron y sacaron del vientre los
cuatro hijos, y el primero fue Caracaracol, que quiere decir Roñoso; el
cual Caracaracol se llamaba Dimivan; los otros no tenian nombre.
Cap. X. — Estos cuatro hijos de Itiba Fahuvava fueron juntos por la
calabaza de Jaia, en la cual estaba su hijo Jaiael, que se habia transfor-
mado en pez, pero ninguno se atrevió á llegar á ella sino Dimivan Caraca-
racol, que la alcanzó y todos se hartaron de peces; pero cuando estaban
comiendo, sintieron que venia Jaia de sus heredades, y queriendo en este
aprieto volver á colgar la calabaza, lo hicieron tan mal que cayó en tierra
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
127
y se rompió; dicen que fué tanta el agua que salió de aquella calabaza
que llenó toda la tierra, y con ella salieron muchos peces, y de aqui dicen
que tuvo origen el mar. Salieron estos de alli, y encontraron con un
hombre que se llamaba Cofiel, el cual era mudo.
Cap. XI. — De lo que pasó á los cuatro hermanos cuando huyeron de
Jaia. — Estos, luego que llegaron á la puerta de Basamanaco, y sintieron
que llevaba cazabí, dijeron, Aiamacavo Guartocoel, que quiere decir conoz-
camos este abuelo nuestro; asimismo Dimivan Caracaracol viendo á sus
hermanos delante de sí, entró dentro para ver si podia tomar algún
cazabí, el cual cazabí es el pan que se come en aquella tierra. Habiendo
entrado Caracaracol en casa de Aiamacavo, le pidió cazabí, que es el pan
referido, y él se echó mano á la nariz y le tiró una calabaza en las espaldas,
que estaba llena de cogioba que habia hecho aquel dia. Es la cogioba
cierto polvo que toman algunas veces para purgarse y otros efectos, como
se dirá adelante. Tómanla con una caña larga como medio brazo, y
meten un extremo en la nariz y otro en el polvo, y asi lo sorben por la
nariz, lo cual les hace purgar grandemente; y le dio aquella calabaza por
pan, y se fué muy irritado porque se lo pedian.
Volvióse Caracaracol á sus hermanos y contó lo que le habia suce-
dido con Baiamanicoel , y el golpe que le dio con la calabaza en las
espaldas y que le dolia mucho. Entonces los hermanos le miraron las
espaldas y las vieron muy hinchadas, y creció tanto la hinchazón que
estuvo para morir, por la cual buscaron modo de abrirla y no pudieron,
y tomando un hacha de pedernal la abrieron , y salió fuera una tortuga
viva, y asi fabricaron su casa y llevaron á ella la tortuga. De esto no he
sabido mas, y para entenderlo ayuda poco lo que hemos escrito.
Mas dicen, que el sol y la luna salieron de una cueva que está en la
tierra de un cacique llamado Maucia Fiouel: á la cueva llaman Jovovava
y la tienen en mucha estimación, y toda pintada á su modo de follajes y
cosas semejantes, sin figuras. Habia en esta cueva dos Cernís de piedra
del tamaño de medio brazo, y parecía que sudaban , á los cuales tenian
en gran veneración; y cuando no Uovia dicen que iban á visitarlos y al
punto llovia; el uno de ellos se llamaba Boiniael y el otro Maroio.
Cap. XII. — Cotno dicen que andan vagando los muertos y contó son,
y de lo que hacen. — Creen que hay un lugar adonde van los muertos,
que se llama Coaibai, y está en la misma isla á la parte que llaman
Soraia. El primero que estuvo en Coaibai dicen que fué uno que se
llamaba Machetaurie Guanana, que era Señor de dicho Coaibai czsa
y habitación de los difuntos.
Dicen que por el dia están encerrados y por la noche salen á diver-
tirse, y que comen un cierto fruto llamado guabaca el cual tiene el sabor
de que el dia están y á la noche se convertían en fruta, y hacen
fiestas y van en compañía de los vivos.
Cap. XIII. — De la forma con que se tratan los muertos. —
128
CRISTÓBAL COLÓN
Y para conocerlos observan este orden, que con las manos les tocan
las tripas, y si no les hallan ombligo, dicen que está operito que quiere
decir muerto; porque dicen que los muertos no tienen ombrigo; y
asi algunas veces se hallan engañados, pues no mirando á esto cogen
algunas mujeres de la compañia, y cuando piensan tenerlas abrazadas no
hallan nada, porque desaparecen de repente; y hasta hoy creen lo referido.
Llaman á la persona que está viva Goeiz, y después de muerta la llaman
Opia. Este Goeiz dicen que se aparece muchas veces, asi en torma de
hombre como de mujer; y afirman que si dá con hombre, que quiere
reñir con él, que en empezando á luchar desaparece, y que el hombre
echaba los brazos en otra parte, sobre algunos árboles de los cuales
quedaba colgado, lo cual creen todos, grandes -y pequeños, y que se les
aparece en forma de su padre, madre, hermano, pariente, y en otras formas.
El fruto que dicen que comen los muertos es del tamaño del melacoton;
y estos muertos no se aparecen de dia sino de noche, por lo cual si se
arriesga alguno á andar solo de noche lleva gran miedo.
Cap. XIV. — De do7ide procede lo referido y porque lo creen. —
Hay algunos hombres que viven y practican entre ellos, y llámanlos
Bohiitis, los cuales hacen muchos engaños, como se dirá luego. Rácenlos
creer que hablan con los muertos, y que saben cuanto sucede, y todos
sus secretos, y que cuando están enfermos los curan y arrancan el mal,
y asi los engañan porque yo he visto parte destas cosas por mis propios
ojos, como de las otras cosas que contaré. Diré solamente lo que he
sabido de muchos, especialmente de los principales, á los cuales he
tratado mas que á otros. Puesto que, como los moros, tienen la ley
reducida á canciones antiguas, y cuando quieren cantarlas tocan cierto
instrumento, que llaman Baiohabao, el cual es de palo y cóncavo, fuerte
y muy sutil , de medio brazo de largo y otro medio de ancho, y la parte
donde se toca está en forma de tenazas de herrador y la otra parte es
como una porra, de manera que parece una calabaza de cuello largo.
Este instrumento tocan que tiene tanto sonido que se oye una legua, y
cantan á él las canciones que saben de memoria, y le tocan los hombres
principales, aprendiendo los muchachos á tocarle y cantar á él, dentro
según su costumbre. Pasemos ahora á tratar muchas cosas, acerca de las
ceremonias y costumbres de los jentiles.
Cap. XV, — De las observaciones de estos indios BUHuniHU , y como
hacen profesión de medicitta, y enseñan á la j ente, y la engañan en las
curas. — Todos, ó la mayor parte de los indios de la Española, tienen muchos
Gemines de diversas maneras. Unos tienen los huesos de su padre, de su
madre, parientes y pasados, los cuales son de piedra ó madera, y tienen
muchos de dos formas, algunos que hablan y otros que hacen nacer lo
que comen; otros que hacen llover; otros que haga aire; lo cual creen
aquellos ignorantes que hagan aquellos ídolos, ó mas propiamente
demonios, porque no tienen conocimiento de nuestra santa fé. Cuando
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
129
alguno está enfermo le llevan al Buhuitihu, que es el médico referido, el
cual tiene obligación á guardar la dieta que el enfermo, y á traer la cara
como si lo estuviera, lo cual se hace en el modo que ahora sabréis. Es
menester que él también se purgue como el enfermo, y para purgarse
toman el polvo cohoba sorbiéndole por las narices, que los emborracha
de modo que no saben lo que se hacen, y dicen muchas cosas fuera de
razón, afirmando que hablan con los cemís, y que por ello les ha venido
una enfermedad.
Cap. XWl.~De lo que hacen los Buhuitihu. — Cuando van á visitar
algún enfermo, antes de salir de su casa se ponen negra toda la cara con
hollín ó carbón, para hacer creer al enfermo lo que le pareciere en cuanto
á su enfermedad; toman después algunos huesecillos y un poco de carne,
y envolviendo todo esto en alguna cosa para que no se caiga, se lo
meten en la boca cuando ya el enfermo está purgando con el polvo que
hemos dicho.
En entrando el médico en la casa del enfermo, se sienta, y callan
todos, y si hay muchachos los echan fuera, porque no metan ruido ni
impidan hacer su oficio al Buhuitihu, sin quedar en la casa mas de uno ó
dos principales: estando asi solos toman alguna hierba de la Joia, ancha,
y otra hierba envuelta en una hoja de cebolla, de media cuarta de ancho;
la una de dichas joias es la que comunmente traen todos, y la comen
después de haberla traido fregándola entre las manos, y se la echan en la
boca de noche para vomitar lo que han comido y que no les haga mal, y
entonces empiezan el canto, y encendiendo una luz sacan el jugo.
Hecho esto, y estando quieto un poco, se levanta el Buhuitihu y vá
hacia el enfermo, que está sentado solo enmedio de la casa, como se ha
dicho, y le dá dos vueltas al rededor como quiere. Después se pone
delante de él y le coje de las piernas, palpándole los muslos y las piernas
hasta los pies. Después tira fuertemente, como que quiere desollar alguna
cosa, y de aUi se vá á la salida de la casa y cierra la puerta, y habla
diciendo: Vete al monte, ó al mar, ó adonde quiere decir, y con un soplo
como quien sopla una paja , se vuelve otra vez , pone las manos juntas,
cierra la boca, y le tiemblan las manos como cuando hace gran frió;
sóplase las manos por encima, y tira á sí el aire como cuando se chupa
el meollo de un hueso, y vá chupando hasta el enfermo por el cuello,
estómago, espaldas, manos, barriga, ó por muchas partes del cuerpo.
Hecho esto empieza á toser y á hacer gestos, como si hubiera habido
una cosa amarga, y escupe en su mano lo que hemos dicho que se echó
en la boca en su casa ó en el camino, y si es cosa de comer dice al
enfermo : — Advierte , que tu has comido alguna cosa que te ha causado el
mal, que padeces; mira como te lo he sacado del cuerpo, que tu cemís te lo
habia metido en el cuerpo, porque no le hiciste oración, ó no le fabricaste
algún templo, ó no le diste alguna heredad; y si es piedra le dice, guár-
dala muy bien : y algunas veces tienen por cierto que aquellas piedras
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Cristóbal Colón, t. ii. — 17.
130
CRISTÓBAL COLÓN
son buenas y ayudan mucho á que paran bien las mujeres, y las guardan
con mucho cuidado envueltas en algodón en una cestilla, y las dan á
comer de lo que comen, y lo mismo hacen con los cemís que tienen en
casa. Los dias de función solemne llevan mucha comida de carne, pescado,
pan y otras cosas y lo ponen en casa del cemís, para que coma el ídolo
de ello, y el dia siguiente después de haber comido el cemís, vuelven todo
lo que aya á sus casas, y asi los ayuda Dios como comen los cemís de
aquello y no de otra cosa, siendo los cemís compuestos de piedra ó palo.
Cap. XVII. — Como algunas veces se han engañado los dichos médi-
cos.— Después que han hecho las referidas cosas, sin embargo de las
cuales el enfermo se muere, si tiene muchos parientes el muerto ó es
Señor de vasallos, y que pueden resistir contra el dicho Buhuitihu, que
quiere decir médico porque los que pueden poco no se atreven á con-
tender, el que le quiere hacer mal hace esto.
Queriendo saber si el enfermo murió por culpa del médico, ó no
guardó la dieta como él le mandó, toman una hierba que se llama Gueio,
gruesa y ancha, que tiene las hojas semejantes al basilicon, la cual por
otro nombre se llama Zachon, sacan el zumo de la hoja, cortan las uñas
al muerto y los cabellos de la frente y entre dos piedras los hacen polvo,
el cual mezclan con el zumo de la hierba referida y se lo hacen beber al
muerto, por la boca ó las narices, preguntándole si el médico ocasionó su
muerte, y si guardó la dieta, y esto se lo preguntan muchas veces hasta
que el muerto habla tan claramente como si estuviera vivo: de suerte que
responde á todo lo que le preguntan, diciendo que el Buhuitihu no
observó la dieta, y que entonces ocasionó su muerte; y dicen que el
médico le pregunta si está vivo, y como habla tan claramente? — y él
responde que está muerto. Después que han sabido lo que quieren lo
vuelven á la sepultura, de la cual le hablan sacado antes para saber lo
que querían.
También tienen otro modo de ejecutar lo referido para saber lo que
qiaieren. Toman el muerto y hacen un gran fuego semejante al de los
carboneros cuando hacen carbón, y cuando la leña está hecha brasas
echan el muerto en aquella gran hoguera y le tapan con tierra, como
el carbonero cubre el carbón, y le dejan estar alli el tiempo que les dá la
gana, y estando de este modo le preguntan lo mismo que queda referido,
y responde el muerto que no sabe nada; pregúntanle esto diez veces
y los responde, después no habla mas el muerto: pregúntanle si está
muerto, pero él no vuelve á hablar palabra.
Cap. XVIII. — Como se vengan los parientes sabida la respuesta de
los muertos. Como saben lo que quieren de los que queman y como se
vengan. — Júntanse un dia todos los parientes del muerto y esperan el
Buhuitihu que le asistió, y le dan tantos palos que le rompen las pier-
nas, brazos y cabeza, de suerte que le machacan todo, y le dejan asi,
creyendo que es muerto; por la noche dicen que vienen muchas culebras
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
131
de diversas maneras, blancas, negras, verdes y de otras muchas colores,
y lamen la cara y todo el cuerpo del dicho médico que dejaron por
muerto, y asi queda dos ó tres dias: mientras está alli dicen que los
huesos de las piernas y de los brazos vuelven á juntarse y se sueldan, y
que se levanta y vuelve andando poco á poco á su casa, y los que le ven
le preguntan, diciéndole: ^-No estabas tu muerto? — Y él responde que
los cemines hablan venido en su socorro en forma de culebras; y los
parientes del muerto muy irritados, porque creian haber vengado la
muerte de su pariente, al verle vivo se desesperan, y procuran haberle á
las manos para matarle, y si le pueden cojer otra vez le sacan los ojos y
los testículos, porque dicen que ninguno de estos médicos puede morir
por muchos palos y heridas que le den, si no hacen esto.
Cuando descubren el fuego, el humo sube hacia arriba hasta que le
pierden de vista, y rechina al salir del horno, vuelve después hacia abajo
y entra en casa del Buhuitihu, y al instante enferma porque no guardó
dieta, y se llena todo de llagas, y se pela todo el cuerpo, lo cual tienen
por señal de no haber guardado dieta y haberse muerto el enfermo por
esto; y asi procuran matarle, como se ha dicho del otro: esto es lo
que suelen hacer en estos casos.
Cap. XIX. — Cotno Jiaccji y tienen los ceniís de piedra ó de palo. —
Los de palo se hacen de este modo. Cuando alguno camina dice que vé
algún árbol el cual mueve la raiz , se para el hombre con gran miedo y le
pregunta lo que es aquello, y le responde: — Yo me llamo BuJiuitihu, y
ese te dirá quien soy yo. — Va el indio al médico y le dice lo que ha visto,
y el bruto hechicero va corriendo al instante al árbol de que le ha
hablado el otro y se sienta junto á él y toma la cogioba, como hemos
dicho en la historia de los cuatro hermanos. Hecha la cogioba se levanta
en pié, y refiere todos sus títulos como si fueran de un gran señor, y le
pregunta: — Dime ^ quién eresr jY qué haces aquir j Qué quieres de mi?
^Porque me has hecho llamar? Dime si quieres que te corte ó venirte
conmigo que yo te daré una casa y una heredad. — Entonces el árbol
ó cemís, hecho ídolo ó diablo, le responde diciéndole la forma en que
quiere que lo haga, y él le corta y labra en el modo que le ha ordenado;
le fabrica su casa con la posesión y le hace la cogioba muchas veces al
año cuando le hace la oración para agradarle, y preguntar ó saber
algunas cosas malas ó buenas del dicho cemís, y también para pedirle
riquezas.
Cuando quieren saber si alcanzan victoria de sus enemigos, van
á una casa donde no entran mas de los indios principales, y su señor, que
es el primero que hace la cogioba y toca, y en tanto que hace la cogioba
ninguno de los que están en su compañía habla, hasta que el cacique
acaba de hacerla; en habiendo acabado hace su oración, está un poco de
tiempo con la cabeza vuelta y los brazos sobre las rodillas; luego alza la
cabeza mirando al cielo, y habla; entonces todos le responden á un
132
CRISTÓBAL COLÓN
tiempo en voz alta, y habiendo hablado todos dando gracias, cuenta
la visión que ha visto embriagado con la cogioba que habia tomado por
las narices, la cual se sube á la cabeza, y dice haber hablado con el
cemís, y que han de alcanzar victoria, ó que huirán los enemigos, ó que
habrá gran mortandad, ó guerras ó hambre, según lo que se le ocurre
estando borracho. Considerad como tendrá el juicio y la cabeza, porque
ellos mismos dicen que les parece que van las cosas vueltas de arriba
abajo, y que los hombres andan con la cabeza, los pies hacia el cielo.
Esta cogioba la hacen también á los cemís de piedra y de palo, como á
los cadáveres que hemos dicho arriba.
Son los cemís de piedra de diversa manera, algunos dicen que son
los que sacan los médicos del cuerpo á los enfermos, y tienen por seguro
que son los mejores para hacer parir las preñadas; hay otrps que hablan,
que tienen figura de un nabo gordo, con las hojas extendidas por tierra y
largas como las de las alcaparras, las cuales regularmente tienen forma de
hojas de olmo. Otras tienen tres puntas y creen ser producidas de la
yuca, son semejantes al rábano; y otras tienen seis ó siete puntas, que
no sé á que compararlas, por no haber visto alguna semejante á ellas en
España ni en otra parte. El tallo de la yuca es de un estado de alto.
Digamos ahora de la creencia que tienen en lo que toca á los ídolos y á
los cemines, y de los grandes engaños que reciben de ellos.
Cap. XX. — De los cemís Bugia y Aiba. — Dicen que cuando hubo
aqui guerras quemaron al cemís Bugia, y lavándole después con zumo de
yuca le crecieron los brazos y el cuerpo y le nacieron los ojos otra vez; la
yuca era pequeña, y con el agua y el zumo referido le lavaban para que
engordase, y afirman que daba enfermedades á los que hablan hecho este
cemís, por no haberle llevado de comer yuca. Tenia por nombre este
cemís Braidama , y cuando alguno enfermaba llamaban al Buhuitihu y le
preguntaban de que habia procedido la enfermedad, y respondía que
Braidama le habia enviado de comer con los que tenian cuidado de
su casa; y esto decía que se lo habia dicho el cemís Braidama.
Cap. XXI. — De el cemís Guamorete . — Dicen que cuando hicieron
la casa de Guamorete , el cual era hombre principal, pusieron un cemí
que él tenia y se llamaba Corocote, encima de la casa, y cuando tenian
guerra entre ellos y los enemigos de Guamorete abrasaron la casa en que
estaba Corocote, dicen que entonces se levantó en alto el cemís y se fué
á distancia de un tiro de ballesta, y que cuando estaba sobre la casa
bajaba y dormia con las mujeres, y después de muerto Guamorete vino
el cemí á poder de otro cacique , y todavía dormia con ellas ; y dicen mas
que en la cabeza le nacieron dos coronas por lo cual decian : pues que él
tiene dos coronas cierto es ser hijo de Corocote, y esto lo tenian por ciertí-
simo. Después tuvo este cemí otro cacique llamado Guatabanex, y su
lugar se llamaba Sacaba.
Cap. XXII. — De otro cernís que se llamaba Opigielguoiñran. — Este
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
133
le tenia un hombre principal que se llamaba Cavavaniovava, que tenia
muchos vasallos. Dicen que este cemís tenia cuatro pies como de perro,
y es de palo, y que muchas veces por la noche salia fuera de casa y. se
iba á las selvas, donde iban á buscarlo y le traian atado con sogas, pero
él volvia á las selvas ; y cuando los cristianos llegaron á la Española dicen
que se escapó y se fué á una laguna y que por las huellas le siguieron,
pero no le vieron mas, ni saben otra cosa de esto. Como lo compré
lo vendo.
Cap. XXIII. — De otro cemís que se llama Guabancex. — Este Guaban-
cex estaba en tierras de un gran cacique de los mas principales llamado
Aumatex, el cual cemís es mujer y dicen que tiene otros dos en su
compañía, y el uno es Pregonero, y el otro Recojedor y Gobernador de
las aguas, y cuando Guabancex se enfurece dicen que hace mover el
viento y el agua y hecha por tierra las casas, y derriba los árboles; este
cemís dicen que es muger y hecho de piedra de aquel pais y los otros
dos que estaban en su compañía, el uno se llamaba Guatauva, y es
Pregonero, porque van los dos por mandato de Guabancex á que todos
los cemines de aquella provincia ayuden á hacer mucho viento y agua.
El otro se llama Coatrisquía, que dicen recoje las aguas en los valles
entre las montañas, y después las deja correr hasta que con las avenidas
destruyen el pais: lo cual tienen ellos por muy cierto.
Cap. XXIV. — De lo que creejí de otro cernís, que se llama Taragu-
vael. — Este cemís es de un principal cacique de la Española y es ídolo
á quien dan diversos nombres, el cual fué hallado del modo que contaré.
Dicen que en los tiempos pasados, no saben cuanto ha, un dia andando
á caza , dieron con cierto animal que huyendo corrieron tras él y se les
metió en un hoyo, y estándole mirando, vieron una viga que parecía que
estaba viva; viendo esto el cazador fué á avisar á su señor, que era caci-
que y padre de Guaíaronel, y le dijo lo que habia visto; fueron allá
y hallaron lo que el cazador decia, y junto aquel tronco le fabricaron
una casa. Dicen que sale de ella diversas veces , y va al sitio de donde le
hablan traído, ó cerca del , por lo cual el señor referido ó su hijo Guaíaro-
nel le enviaron á buscar y le hallaron escondido, y otra vez le ataron y le
metieron en un saco, y con todo esto andaba como antes, lo cual tiene
por cosa certísima aquella gente ignorante.
Cap. XXV. — De lo que afirmaban. — Uno de estos caciques se
llamaba Cacibaquel , padre del dicho Guarionel, y el otro Gamanacoel;
decian que aquel Gran Señor que está en el cielo, como en el principio
del libro va escrito, es Cazibú, que hizo una abstinencia en este lugar, que
comunmente hacen todos los indios, porque están encerrados seis ó siete
dias, sin comer otra cosa que zumo de yerbas con el cual se lavan
también. Acabado este tiempo toman alguna cosa que les sirve de
alimento, y mientras han estado sin comer aseguran haber visto alguna
cosa que desean, por la debilidad que tienen en el cuerpo y la cabeza, y
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134
CRISTÓBAL COLÓN
todos hacen este ayuno á honra de los cerninas que tienen , por saber
si alcanzarán victoria de sus enemigos , ó para adquirir riquezas , ó por
cualquier otra cosa que desean; y dicen que este cacique, habiendo
hablado con Yocawaghama, le habia dicho que cualquiera que después
de su muerte quedase vivo gozarla poco su dominio, porque veria en su
tierra una gente vestida la cual habia de dominarlos y matarlos y hacer
que se muriesen de hambre; ellos pensaron primero que estos habían
de ser los caníbales, pero considerando que no hacian otra cosa mas de
hurtar y huir, presto creyeron que seria otra gente la que decia el cemís;
ahora creen que éste es el Almirante y la gente que trae consigo.
Quiero ahora contar lo que vi y pasó cuando yo y otros frailes
vinimos de Castilla, y yo Fray Román, pobre eremita, quedé y me fui á
la Madalena á una fortaleza la cual hizo fabricar don Cristóbal Colón,
Almirante, Virey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las
Indias, por mandato del Rey don Fernando y de la Reina Doña Isabel,
nuestros Señores.
Estando, pues, en aquella fortaleza en compañía de Artiaga, capitán
de ella, por mandado de don Crlstobal Colon, quiso Dios iluminar con
la lumbre de Santa Fé católica toda una casa de la jente principal de la
dicha provincia Madalena, la cual se llamaba antes Marolís y el señor de
ella Guavavoco7tel, que quiere decir Guavaenechin; en está casa viven sus
criados ó servidores y favorecidos, que por sobrenombre tienen el de
Jauva Variú, y en todos eran diez y seis personas, parientes todos,
y entre ellos cinco hijos varones; de estos uno murió y los otros cuatro
recibieron el agua del santo bautismo, y creo que murieron mártires,
como se vio en su muerte y constancia. El primero que recibió la muerte,
ó el agua santa del bautismo fué un indio llamado Gunticaba, que
después se llamó Juan. Este fué el primer cristiano que padeció cruel
muerte, y cierto me parece que la tuvo de Mártir, porque he oído algu-
nos que se hallaron en ella que decia: — Dios, aboriadacha, que quiere
decir — Yo soy sieiiio de Dios: — y así murió su hermano Antonio, y con
él otro diciendo lo mismo que él. Toda la jente de esta casa estuvo en
mi compañía, y hacian cuanto me agradaba; los que quedaron vivos y
viven hoy, son cristianos, por ahora del referido don Cristóbal Colon,
y ahora hay muchos mas cristianos, por la gracia de Dios.
Digamos ahora lo que nos sucedió en la isla de la Madalena. Hallán-
dome en ella vino el dicho señor Almirante en socorro de Artiaga, y de
algunos cristianos que estaban sitiados por los enemigos, subditos de un
cacique que se llamaba Caonao, y me dijo el Almirante, que en la
provincia de la Madalena, Marolís, tenia diversa lengua de la otra, y que
no la entendían en toda la tierra, pero que yo fuese á estar con otro
cacique, llamado Guarionex, señor de mucha jente, cuya lengua se
entendía por toda aquella tierra, con lo cual de su orden me fui á estar
con el dicho Guarionex; aunque es verdad que yo dije al señor Gober-
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
135
nador Don CRISTÓBAL COLO^ : — ¿ Señor, como quiere V. S. que yo vaya
á estar con Guarionex, no sabiendo otra lengua que la del Marolis? Déme
V. S. licencia para que venga cofimigo alguno de los de Huhuici,
que después fueron cristianos y sabían ambas lenguas, lo cual me
concedió y me dijo que llevase conmigo á quien yo mas quisiese; y Dios
por su bondad me dio por compañero el mejor de los indios, y el mas
práctico en la santa fé católica, y después me lo quitó; Dios sea bendito
que me le dio y me le quitó, que verdaderamente yo le tenia por muy
buen hijo y hermano, y era el Juai Cabana que después fué cristiano y
se llamó Juan. De las cosas que pasamos aqui, yo pobre ermitaño no
diré cosa alguna, y como partimos yo y Juai Cabana, y fuimos á la
Isabela, y esperamos al señor Almirante hasta que volvió del socorro
que dio á la Madalena, y luego que llegó fuimos adonde nos habia man-
dado en compañía de uno que se llamaba Juan de Agiada, á cuyo cargo
estuvo una fortaleza quel Gobernador Don CRISTÓBAL CoLON hizo
fabricar á media legua de donde nosotros habíamos de residir, y mandó
el señor Almirante á el dicho Juan de Agiada que nos diese de comer de
lo que tenia en la fortaleza, la cual se llamaba la Concepción; estuvimos
con aquel cacique Guarionex dos años enseñándole siempre nuestra santa
fé católica y las costumbres de los cristianos. Al principio mostró buena
voluntad, y dio esperanzas de hacer todo lo que quisiésemos y de ser
cristiano, diciendo que le enseñásemos el Padre Nuestro, el Ave Maria y
el Credo, que aprendieron muchos de la casa , y él cada mañana decia sus
oraciones y hacia que las dijesen todos los de su familia; pero después se
enfadó y dejó este buen propósito por culpa de otros principales de la
tierra, que le reprendían que queria obedecer á la Ley cristiana, siendo
asi que los cristianos eran perversos y le tenian tomada su tierra por
fuerza, por lo cual le aconsejaban que no cuidase mas de las cosas de los
cristianos, sino que se concordasen y conjurasen á matarlos, porque no
era posible satisfacerlos , y habían determinado no seguir sus acciones en
modo alguno.
Viendo nosotros que se distraía, y que olvidando lo que le habíamos
enseñado, resolvimos dejarle é irnos adonde pudiésemos hacer mas fruto,
enseñando á los indios y amaestrándolos en las cosas de la santa fé. Y
asi fuimos á otro cacique principal, el cual nos mostraba buena voluntad
diciendo queria ser cristiano, el cual se llamaba Maviatue. Al segundo
dia que partimos del pueblo y habitación de Guarionex para ir á la tierra
del referido Maviatue, yo Fray Román Pane, pobre eremita, y Fray Juan
Borgoñon del orden de San Francisco, y Juan Mateo, el primero que
recibió el bautismo en la Española, la jente de Guarionex fabricaba una
casa cerca de otra de la Oración en que dejamos algunas imájenes, para
que se arrodillasen y rezasen delante de ellas, y tuviesen este consuelo
los catecúmenos, que eran la madre, hermanos y parientes del dicho Juan
Mateo, primer cristiano á quien se juntaron otros siete, y después todos
136
CRISTÓBAL COLON
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los de su casa se hicieron cristianos y perseveraron en el buen propósito,
según nuestra santa fé; de manera que toda la casa referida quedaba en
guarda de la de Oración y de algunas posesiones que yo habia labrado
y hecho labrar.
Habiendo quedado estos en guarda de la dicha casa, el segundo dia
después que partimos fueron seis hombres á ella, y de orden de Guarionex
les dijeron á los siete catecúmenos que hablan quedado en custodia que
tomasen las imájenes que Fray Román les habia dejado para guardar, y
las rompiesen y descuartizasen; porque habiéndose ido Fray Román y
sus compañeros no sabrían este hecho. Aquellos seis criados de Gua-
rionex que fueron á la casa de oración , hallaron seis niños que la hacian
guarda, y temiendo lo que después les sucedió, los muchachos adiestrados
dijeron que no querían que entrasen; mas ellos entraron por fuerza, y
quitaron y se llevaron las imájenes.
Cap. XXVI. — De lo que sucedió con las Imágenes; el milagro que
Dios hizo para mostrar su poder. ^ Luego que salieron de la casa de
la Oración las enterraron y las pisaron encima, áicienáo : — A /¿ora
serán dueños y grandes sus frutos: y esto porque hicieron esta maldad
en un campo bien labrado, diciendo : que seria bueno el fruto de lo que
estaba sembrado allí, todo por vituperio. Visto esto por los muchachos
que guardaban la casa de oración por orden de los catecúmenos, fueron
luego á sus mayores que estaban en sus haciendas, y les dijeron que la
jente de Guarionex habia destrozado y vituperado las imájenes; oido esto
por ellos dejaron lo que estaban haciendo y fueron gritando á hacerlo
saber á Don Bartolomé Colon , que entonces tenia el Gobierno por su
hermano el Almirante que habia vuelto á Castilla; el cual como á Virrey
y Gobernador de la isla fulminó proceso contra los malhechores, y sabida
la verdad hizo quemar los delincuentes; pero no por eso los demás sub-
ditos depusieron el mal ánimo de matar un dia á los cristianos, señalando
en el que iban á pagar el tributo; pero ese mismo dia, descubierta su
traición, fueron presos todos los que iban conjurados; y sin embargo,
perseveraron en el mismo propósito, dando muerte á cuatro hombres, y
Juan Mateo, y Antonio su hermano, los cuales hablan sido bautizados;
y después fueron donde estaban las imágenes y las hicieron pedazos.
Pasados algunos dias mandó el señor de aquel campo sacar el ají,
que son raices semejantes á los nabos y á los rábanos, y en el lugar donde
estaban enterradas las imájenes habian nacido dos ó tres ajís, como si los
hubiesen puesto uno encima de otro en forma de cruz: ni era posible que
hombre alguno hallase cosa semejante; pero la encontró la madre de
Guarionex, que era la peor mujer que yo conocí en aquellas partes, la
cual lo tuvo por gran milagro; y dijo al castellano de la fortaleza de la
Concepción : — Dios ha hecho este milagro donde estuvieron enterradas
las imájenes, y el sabe porqué. Digamos ahora como se hicieron cristianos
los primeros que recibieron el santo bautismo, y lo que es necesario
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
137
ejecutar para hacerlos cristianos á todos. Es cierto que la isla tiene gran
necesidad de jente para castigar los señores que no quieren entrar en que
aquellos pueblos entiendan las cosas de la santa fé católica y dejarlos
enseñar, y puedo decir con verdad que ni pueden ni saben contrade-
cirlos, y que me he fatigado por saberlo para tener certidumbre de ello,
como se colejirá de lo que hasta ahora hemos referido, y al buen enten-
dedor bastan pocas voces.
Los primeros cristianos de la isla Española son los que hemos dicho
arriba; conviene á saber, Guanavariu, en cuya casa habia diez y siete
personas que todas se bautizaron, haciéndoles conocer que hay un
Dios el cual hizo todas las cosas y crió el cielo y la tierra, lo cual fácil-
mente creían; pero con otros habia necesidad de mas eficacia é ingenio,
porque no todos somos de una misma naturaleza, puesto que si aquellos
tuvieron buen principio y mejor fin , no les sucedería á otros asi , porque
suelen empezar bien y después se burlan de lo que les han enseñado, por
lo cual se necesita de fuerza y de castigo. El primero que recibió el
santo bautismo en la isla Española fué Juan Mateo que se bautizó el día
del Evangelista San Mateó del año 1496, y después toda su casa, donde
hubo muchos cristianos; hubiera mas sí hubieran tenido personas que los
enseñasen y que los refrenasen ; y si alguno pregunta porque tengo por
tan fácil este negocio, digo que porque lo he visto por experiencia, y
especialmente en un cacique principal llamado Mahuvíativire, el cual ha
mas de tres años que continua en la buena voluntad de querer ser cris-
tiano, y ofrece que no tendrá mas de una mujer, porque suelen tener dos
y tres, y los principales diez, quince y veinte. Esto es lo que yo he podido
comprender y saber acerca de las costumbres y ritos de los indios de la
Española por la dílíjencia de que he usado, por lo cual no pretendo
ninguna utilidad espiritual ó temporal: plegué á Dios Nuestro Señor que
si esto es para su servicio, me dé gracia para poder perseverar, y sino me
quite el entendimiento.
Fin de la obra del pobre eremita Román Pane.
Desde la vez primera que repasamos esta interesante Memoria, la
más antigua que de los ritos, ceremonias y creencias de los indios de
Haití se escribió, y por persona que vivió entre ellos familiarmente durante
mucho tiempo, é intervino en los primeros pasos de la propagación del
cristianismo en aquella isla, vimos con pesar que su contexto mismo
revela graves defectos que no pueden atribuirse al autor. A veces falta
el sentido, á veces se nota claramente una laguna cuya extensión c
importancia no pueden calcularse. No sabemos si Alonso de Ulloa al
traducir en italiano el original de don Fernando Colón entendió mal lo
que decía fray Román, cuyo lenguaje debía ser bastante rudo, y si
después en la reversión castellana hecha quizá no por don Andrés Gon-
zález Barcia, sino de su orden, se aumentaron aquellos defectos. En
Cristóbal Colón, t. ii. — 18.
13»
CRISTÓBAL COLÓN
nuestro deseo de dar á los lectores de esta obra un texto más correcto, y
quizá también la obra más completa, hemos practicado muchas diligencias
en el Archivo General de Indias, en Sevilla, en la Colombina, y en varias
Bibliotecas y Archivos de Madrid , no habiendo tenido la buena suerte
de encontrar ni un sólo traslado de la Escritura de fray Román Pane, para
poder hacer el cotejo con la de González Barcia, que textual hemos
copiado.
(E). — Pág. 698, tomo'i."
Testimonio de haber reconocido la tierra-firme, creyendo que
LO ERA LA ISLA DE CUBA, POR EL ESCRIBANO FERNAND PEREZ
DE Luna.
M^
En la carabela Niña, que ha por nombre Santa Clara, Jueves doce
dias del mes de Junio, año del Nascimiento de nuestro Señor Jesucristo de
mil é cuatrocientos é noventa é cuatro años, el muy magnífico Señor
D. Cristóbal Colon, Almirante mayor del mar Océano, Visorey é
Gobernador perpetuo de la isla de San Salvador, é de todas las otras
islas é tierra-firme de las Indias descubiertas é por descubrir por el Rey
é la Reina, nuestros Señores, é su Capitán general de la mar, requirió á
mi Fernand Pérez de Luna, Escribano público del número de la Cibdad
Isabela, por parte de sus Altezas, que por cuanto él habia partido de la
dicha Cibdad Isabela con tres carabelas por venir á descubrir la tierra-
firme de las Indias, puesto que ya tenia descubierto parte della el otro
viaje que acá primero habia hecho el año pasado del Señor de mil é
cuatrocientos é noventa é tres años, y no habia podido saber lo cierto
dello; porque puesto que andoviese mucho por ella non habia fallado
personas en la costa de la mar que le supiesen dar cierta relación dello,
porque eran todos gente desnuda que no tiene bienes propios, ni tratan,
ni van fuera de sus casas, ni otros vienen á ellos, segund dellos mismos
supo, y por esto no declaró afirmativo que íuese la tierra-firme, salvo que
lo pronunció dubitativo, y la habia puesto nombre la Juana, á memoria
del Príncipe D. Juan nuestro Señor, y agora partió de la dicha Cibdad
Isabela á veinte y cuatro dias del mes de Abril, é vino á demandar la
tierra de la dicha Juana mas propinca de la isla Isabela, la cual es fecha
como un girón que va de Oriente á Occidente, y la punta está de la parte
de Oriente propinca á la Isabela veinte é dos leguas, y siguió la costa
della al Occidente de la parte del Austro para ir á una isla muy grande á
que los Indios llaman Jarnaica, la cual falló después de haber andado
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
139
mucho camino, y le puso nombre la isla de Santiago, y anduvo la costa
toda dalla de Oriente á Occidente, y después volvió á la tierra-firme, á
que llama la Juana, al lugar que el habia dejado, y siguió la costa de'lla
al Poniente muchos dias, atanto que dijo que por su navegación pasaba
de trescientas é treinta é cinco leguas desde que comenzó entrar en ella
fasta agora, en el cual camino conoció muchas veces, y lo pronunció,
que esta era tierra-firme por la fechura é la noticia que de ella tenia, y el
nombre de la gente de las Provincias, en especial la provincia de Mango;
y agora, después de haber descubierto infinitísimas islas que nadie ha
podido contar del todo, y llegando aquí á una población, tomó unos
indios, los cuales le dijeron que esta tierra andaba la costa de ella al
Poniente mas de veinte jornadas, ni sabian si allí hacia fin, que fasta
donde llegaba determinó de andar mas adelante algo, para que todas las
personas que vienen en estos navios, entre los cuales hay Maestros de
cartas de marear y muy buenos Pilotos, los mas famosos que el supo
escoger en la armada grande quél trajo de Castilla, y porque ellos viesen
como esta tierra es grandísima, y que de aquí adelante va la costa della
al mediodía, asi como les decia, anduvo cuatro jornadas mas adelante,
porque todos fuesen muy ciertos que era tierra-firme, porque en todas
estas islas é tierras no hay pueblo á la mar, salvo gente desnuda que se
vive de pescado, y nunca van en la tierra adentro, ni saben que sea el
mundo, ni del cuatro leguas lejos de sus casas, y creen que no hay en
el mundo salvo islas, y son gentes que no tienen ley ni seta alguna, salvo
nacer y morir, ni tienen ninguna polecia porque puedan saber del mundo;
y porque después del viage acabado que nadie no tenga causa con
mahcias, ó por mal decir y apocar las cosas que merecen mucho loor,
requirió á mi el dicho Escribano el dicho Señor Almirante, como de
suso lo reza, de parte de sus Altezas, que yo personalmente con buenos
testigos fuese á cada una de las dichas tres carabelas é requiriese al
Maestre é compaña, é toda otra gente que en ellas son publicamente,
que dijesen si tenían dubda alguna que esta tierra no fuese la tierra-firme
al comienzo de las Indias y fin á quien en estas partes quisiere venir de
España por tierra; é que si alguna dubda ó sabiduría dello toviesen que
les rogaba que lo dijesen, porque luego les quitaría la dubda, y les faria
ver que esto es cierto y qués la tierra-firme. E yo así lo cumplí y requerí
publicamente aquí en esta carabela Niña al Maestre é compaña, que son
las personas que debajo nombraré á cada uno por su nombre y de donde
es vecino, é asimismo en las otras dos carabelas suso dichas requerí á los
Maestres é compaña, y así les declaré por ante los testigos abajo nom-
brados ; todo así como el dicho Señor Almirante á mi habia requerido yo
requerí, á ellos, y les puse pena de diez mil maravedís por cada vez que
lo que dijere cada uno que después en ningún tiempo el contrario dijese
de lo que agora diria, é cortada la lengua; y si fuere Grumete ó persona
de tal suerte, que le darían ciento azotes y le cortarian la lengua; y todos
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I40
CRISTÓBAL COLÓN
así requeridos en todas las dichas tres carabelas, cada una por si con
mucha diligencia, miraron los Pilotos, é Maestres, é Marineros en sus
cartas de marear, y pensaron y dijeron lo siguiente :
Francisco Niño, vecino de Moguer, Piloto de la carabela Niña, dijo
que para el juramento que habia hecho, no oyó ni vido isla que pudiese
tener trescientas é treinta é cinco leguas en una costa de Poniente á
Levante, y aun no acabada de andar; y que veia agora que la tierra
tornaba al Sur Suduest y al Suduest y Oest, y que ciertamente no tenia
dubda alguna que fuese la tierra-firme; antes lo afirma y defendería ques
la tierra-firme y no isla, y que antes de muchas leguas, navegando por la
dicha costa, se fallarla tierra adonde tratan gente política de saber, y que
saben el mundo &c.
ítem : Alonso Medel , vecino de Palos , Maestre de la carabela Niña,
dijo que para el juramento que habia hecho, que nunca oyó ni vido isla
que pudiese tener trescientas é treinta é cinco leguas en una costa de
Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que veia agora que la
tierra tornaba al Sur Suduest, y al Suduest y Oest, y que ciertamente
no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme; antes lo afirmaba y
defendía que es la tierra-firme y no isla , y que antes de muchas leguas,
navegando por la dicha costa, se fallaría tierra, adonde tratan gente polí-
tica de saber y que saben el mundo &c.
ítem: Jhoan de la Cosa, vecino del Puerto de Santa María, Maestro
de hacer Cartas, Marinero de la dicha carabela Niña, dijo que para el
juramento que habia hecho, que nunca oyó ni vido isla que pudiese tener
trescientas treinta y cinco leguas en una costa de Poniente á Levante, y
aun no acabada de andar; y que veia agora que la tierra-firme tornaba al
Sur Suduest y al Suduest y Oest, y que ciertamente no tenia dubda
alguna que fuese la tierra-firme, y antes lo afirmaba y defendería que es
la tierra-firme y no isla; y que antes de muchas leguas, navegando por
la costa, se fallaría tierra adonde trata gente política de saber, y que sabe
el mundo &c.
ítem: todos los Marineros é Grumetes, é otras personas que en la
dicha carabela estaban , que algo se les entendia de la mar, dijeron á una
voz todos públicamente, é cada uno por sí, que para el juramento que
habían hecho, que aquella era la tierra- firme, porque nunca habían visto
isla de trescientas treinta y cinco leguas en una costa, y aun no acabada
de andar; y que ciertamente no tenían dubda dello ser aquella la tierra-
firme, é antes lo afirmaban así; los cuales dichos Maríneros é Grumetes
son los siguientes, é nombrados de la manera que se sigue: Johan del
Barco, vecino de Palos, Marínero; Morón, vecino de Moguer; Francisco
de Lepe, vecino de Moguer; Diego Beltran, vecino de Moguer; Domingo
Ginoves; Estefano Veneciano; Juan de España Vizcaíno; Gómez Calafar,
vecino de Palos; Ramiro Pérez, vecino de Lepe; Mateo de Morales,
vecino de San Juan del Puerto; Gonzalo Vizcaíno, Grumete; Alonso de
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
141
Huelva, vecino dende, Grumete; Francisco Ginoves, vecino de Córdoba;
Rodrigo Molinero, vecino de Moguer; Rodrigo Calafar, vecino de Car-
taya; Alonso Niño, vecino de Moguer; Juan Vizcaíno.
ítem: Bartolomé Pérez, vecino de Rota, Piloto de la carabela de
San Juan , dijo que para el juramento que habia hecho, que nunca oyó ni
vido isla que pudiese tener trescientas treinta y cinco Jeguas en una costa
de Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que veia agora
que la tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y Est, y que cierta-
mente no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme; antes lo afirmaba
y defendería que es la tierra-firme y no isla, y que antes de muchas
leguas, navegando por dicha costa, se fallaría tierra adonde trata gente
política de saber, y que saben del mundo &c.
ítem: Alonso Pérez Roldan, vecino de Málaga, Maestre de la dicha
carabela de San Juan, dijo que para el juramento que habia hecho, que
nunca oyó ni vido isla que pudiese tener trescientas treinta y cinco leguas
en una costa de Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que
veia, agora que la tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y Est,
y que ciertamente no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme, antes
lo afirmaba y defendería ques la tierra-firme y no isla, y que antes de
muchas leguas, navegando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde
tratan gente política de saber, y que saben el mundo &c.
ítem: Alonso Rodríguez, vecino de Cartaya, Contramaestre de la
dicha carabela San Juan, dijo que para el juramento que habia hecho,
que nunca oyó ni vido isla que pudiese tener trescientas treinta y cinco
leguas en una costa de Poniente á Levante, y aun no acabada de andar;
y que veía agora que la tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y
Est, y que ciertamente no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme,
antes lo afirmaba y defendería ques la tierra-firme y no isla, y que antes
de muchas leguas, navegando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde
tratan gente política de saber, y que saben el mundo &c.
ítem: todos los marmeros é Grumetes, é otras personas que en la
dicha carabela de San Juan estaban , que algo se les entendía de la mar,
dijeron á una voz todos públicamente, é cada uno de por sí, para el
juramento que hablan hecho, que aquella era la tierra-firme, porque
nunca hablan visto isla de trescientas treinta y cinco leguas en una costa
y aun no acabada de andar; y que ciertamente no tenían dubda dello ser
aquella la tierra-firme, antes lo afirmaban ser así; los cuales dichos Mari-
neros é Grumetes son los siguientes, é nombrados en la manera que se
sigue : Johan Rodríguez , vecino de Ciudad-Rodrigo, Marinero ; Sebastian
de Ayamonte, vecino dende. Marinero; Diego del Monte, vecino de
Moguer, Marinero ; Francisco Calvo, vecino de Moguer, Marinero ; Juan
Domínguez, vecino de Palos, Marinero; Juan Albarracin, vecino del
Puerto de Santa María, Marinero; Nicolás Estefano, Mallorquin, Tone-
lero; Cristóbal Vivas, vecino de Moguer, Grumete; Rodrígo de Santander,
142
CRISTÓBAL COLÓN
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vecino dende, Grumete ; Johan Garcés, vecino de Beas, Grumete; Pedro
de Salas, Portugués, vecino de Lisboa, Grumete; Hernand López, vecino
de Huelva, Grumete.
ítem: Cristóbal Pérez Niño, vecino de Palos, Maestre de la carabela
Cardera, dijo que para el juramento que habia hecho, que nunca oyó ni
vido isla que pudiese tener trescientas treinta y cinco leguas en una costa
de Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que veia agora
que la tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y Est, y que cierta-
mente no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme, antes lo afirmaba
y defendería ques la tierra-firme é no isla, y que antes de muchas leguas,
navegando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde tratan gente
política de saber y que saben el mundo &c.
ítem: Tenerin Ginoves, Contramaestre de la dicha carabela Cardera,
dijo que para el juramento que habia hecho, que nunca oyó ni vido isla
que pudiese tener trescientas treinta y cinco leguas en una costa de
Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que veia agora que la
tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y Est, y que ciertamente
no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme, antes lo afirmaba y lo
defendería ques la tierra-firme é no isla; y que antes de muchas leguas,
navegando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde tratan gente
política de saber, y que saben el mundo &c.
ítem: Gonzalo Alonso Galeote, vecino de Huelva, Marinero de la
dicha carabela Cardera, dijo que para el juramento que habia hecho, que
nunca oyó ni vido isla que pudiese tener trescientas treinta y cinco leguas
en una costa de Poniente á Levante, y aun no acabada de andar; y que
veia agora que la tierra-firme tornaba al Sur Suduest y al Suest y Est,
y que ciertamente no tenia dubda alguna que fuese la tierra-firme, antes
lo afirmaba y lo defendería ques la tierra-firme é no isla, y que antes de
muchas leguas, navegando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde
tratan gente política de saber, y que saben el mundo &c.
ítem: todos los Marineros é Grumetes, é otras personas que en la
dicha carabela Cardera estaban, que algo se les entendía de la mar,
dijeron á una voz todos públicamente, é cada uno por sí, que para el
juramento que hablan hecho, que aquella era la tierra-firme, porque
nunca habían visto isla de trescientas treinta y cinco leguas en una costa
y aun no acabada de andar; y que ciertamente no tenian dubda dello ser
aquella la tierra-firme, antes lo afirmaban ser así; los cuales dichos Mari-
neros é Grumetes son los siguientes, é nombrados en la manera que se
sigue: Juan de Jerez, vecino de Moguer, Marinero; P>ancisco Carral,
vecino de Palos, Marinero; Gorjon, vecino de Palos, Marinero; Johan
Griego, vecino de Genova, Marinero; Alonso Pérez, vecino de Huelva,
Marinero; Juan Vizcaíno, vecino de Cartaya, Marinero; Cristóbal Loren-
zo, vecino de Palos, Grumete; Francisco de Medina, vecino de Mo-
guer, Grumete; Diego Leal, vecino de Móguer, Grumete; Francisco
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
143
Niño, vecino de Palos, Grumete; Tristan, vecino deValduerna, Gru-
mete.
Testigos que fueron presentes á ver jurar á todos é á cada uno por
sí de los suso dichos , segund y en la manera que de suso se contiene,
Pedro de Terreros, Maestre sala del dicho Señor Almirante; é Iñigo
López de Zúñiga, trinchante, criados del dicho Señor Almirante; é Diego
Tristan, vecino de Sevilla; é Francisco de Morales, vecino de Sevilla, &c.
En la cibdad Isabela, Miércoles catorce dias del mes de Enero, año
del Nascimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil cuatrocientos
noventa y cinco años, el dicho Señor Almirante mandó á mi Diego de
Peñalosa, Escribano de Cámara del Rey é de la Reina, nuestros Señores,
é su Notario público en la su Corte é en todos los sus Reinos é Señoríos,
que catase los registros é protocolos de Fernand Pérez de Luna, Escribano
público del número de la dicha cibdad, defunto que Dios haya, que en mi
poder habian quedado por virtud de un mandamiento por el dicho Señor
Almirante á mi el dicho Diego de Peñalosa dado, firmado de su nombre,
para que yo pudiese sacar de los dichos registros é protocolos cualquier
escritura que á mi fuese demandada autorizadamente; por el cual dicho
mandamiento yo fui requerido por parte del dicho Señor Almirante mi-
rase los dichos registros é protocolos del dicho Fernand Pérez de Luna,
en los cuales fallaria el dicho requerimiento que aquí en esta escriptura va
declarado, é ge lo diese firmado é signado con mi signo en pública forma
de manera que faga fe, por cuanto se entiende aprovechar del en algún
tiempo que le convenga. E yo Diego de Peñalosa, Escribano suso dicho,
por virtud del dicho mandamiento que del dicho Señor Almirante tengo
para sacar cualesquier escripturas en limpio, autorizadamente, que hayan
pasado ante el suso dicho Fernand Pérez de Luna, Escribano defunto
que Dios haya, que en mi poder están, lo fice escribir é saqué en limpio
é conforme, é signé de mi signo á tal. En testimonio de verdad.
Diego de Peñalosa.
N
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,.s^\,vn .
ViíM
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rc¿^
(F). — Pág. 723, tomo I.
La enfermedad de las Indias que contrajo
MOSÉN Pedro Margarit.
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El origen de la enfermedad que entonces llamaron bubas, y que
parece vino de las Indias Occidentales , ha dado lugar á grandes discu-
siones entre eminentes profesores de las ciencias médicas, que se han
144
CRISTÓBAL COLÓN
'^-^
consagrado á escribir su historia , sosteniendo algunos era conocida desde
la más remota antigüedad, alegando textos de autores que se suponían
contener indicaciones de su existencia, como sucede con el que incluyó
Lonjino en su Tratado de la Sublimidad , y comentaron tan ampliamente
Mr. Dacier y el célebre Nicolás Boileau; afirmando otros que con sus
caracteres y síntomas especiales no había sido visto ni estudiado caso
alguno anteriormente á la vuelta de Cristóbal Colón de su primer
viaje. Incompetentes para tratar cuestión que tantas controversias ha
suscitado entre especialistas de gran reputación, nos limitábamos á
reproducir en esta Aclaración el curioso capítulo que Gonzalo Fernández
de Oviedo consagra al mal de las bubas; pero por gran felicidad de los
lectores de nuestro libro, podemos enriquecerlo en esta parte con citas
de la Historia de la Sífilis que ha escrito nuestro docto amigo, el cono-
cido y reputado escritor Excmo. Sr. D. José Gutiérrez de la Vega, quien
como persona tan competente é ilustrada la presenta bajo un punto de
vista claro, y con todos los antecedentes que pueden desearse. Con el
capítulo de Oviedo y el erudito tratado del señor Gutiérrez de la Vega,
quedan reunidas, á nuestro entender, cuantas noticias son necesarias en
obra de esta naturaleza, sobre cuestión que, aunque se enlaza directa-
mente con el asunto de ella, no es, por su condición especial, parte inte-
grante de la historia. — ^Dice así Oviedo ^:
«Pues que tanta parte del oro destas Indias ha pasado á Italia é
Francia, y aun á poder assi mesmo de los moros, y enemigos de España,
y por todas las otras partes del mundo, bien es que como han gomado de
nuestros sudores, los alcanpe parte de nuestros dolores é fatigas, porque
^le todo á lo menos por la una ó por la otra manera, del oro ó del trabajo,
se acuerden de dar muchas gracias á Dios, y en lo que les diere placer ó
pesar se abrasen con la paciencia del bienaventurado Job, que ni estando
rico fué soberbio, ni seyendo pobre é llagado impaciente : siempre dio
¡gracias á aquel soberano Dios nuestro. Muchas veces en Italia me reia,
<jyendo á los italianos decir el mal francés , y á los franceses llamarlo el
mal de Ñapóles; y á la verdad los unos y los otros le acertaran el nombre,
si le dixeran el mal de las Indias, y que esto sea así la verdad, enten-
derse ha por este capítulo y por la experiencia grande que ya se tiene
del palo sancto, y del guayacan, con que especialmente esta terrible
enfermedad de las búas mejor que con ninguna otra medicina se cura é
guares^e; porque es tanta la clemencia divina, que adonde quiere que
permite por nuestras culpas nuestros trabajos, allí á par dellos quiere que
estén los remedios con su misericordia. Destos dos árboles se dirá en el
' Historia general, libro II, cap. XIV. — «De dos plagas ó passiones notables y peli-
grosas que los chripstianos é nuevos pobladores destas Indias padescieron é hoy padescen
algunos. Las quales passiones son naturales destas Indias, é la una dellas fué transferida é
llevada á España y desde allí á las otras partes del mundo.»
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
t45
libro X, cap. II: agora sépase como estas búas fueron con las muestras
del oro destas Indias, desde aquesta isla de Haytí ó Española.
»En el precedente capítulo dixe que volvió COLON á España el año
de mili é quatrocientos é noventa é seis, é assi es la verdad después de
lo qual vi é hablé á algunos de los que con él tornaron á Castilla, assi
como el comendador Mossen Pedro Margante é á los comendadores
Arroyo é Gallego, é á Gabriel de León é Juan de la Vega, é Pedro
Navarro, repostero de camas del principe don Juan, mi señor, é á los mas
de los que se nombraron, donde se dixo de algunos criados de la casa
Real que vinieron en el segundo viaje é descubrimiento destas partes.
A los cuales y á otros oy muchas cosas de las destas islas, é de lo que
vieron é padescieron y entendieron del segundo viaje, allende de lo que
fué informado dellos , é otros del primero camino, assi como de Vicente
Yañez Pintón, que fué uno de los primeros pilotos de aquellos tres
hermanos Pintones de quien queda hecha mención; porque con este yo
tuve amistad hasta el año de mili é quinientos é catorce que él murió.
E también me informé del piloto Hernán Pérez Matheos, que al presente
vive en esta cibdad, que se halló en el primero é tercero viajes, que el
Almirante primero don Chripstobal Colon fizo á estas Indias. Y también
he ávido noticia de muchas cosas desta isla de dos hidalgos que vinieron
en el segundo viaje del Almirante, que hoy dia están aquí y viven en
esta cibdad, que son Juan de Rojas é Alonso de Valencia, y de otros
muchos, que como testigos de vista en lo que es dicho, tocante á esta
isla y á sus trabajos, me dieron particular relación. Y mas que ninguno
de todos los que he dicho, el comendador Mossen Pedro Margante,
hombre principal de la casa real, y el Rey Cathólico le tenia en buena
estimación. Y este caballero fué el que el Rey é la Reyna tomaron por
principal testigo, é á quien dieron mas crédito en las cosas que acá avian
pasado, en el segundo viaje de que hasta aquí se ha tratado. Este caba-
llero Mossen Pedro andava tan doliente é se quexava tanto, que también
creo yo que tenia los dolores que suelen tener los que son tocados desta
passion, pero no le vi búas algunas. E dende á pocos meses, el año
susodicho de mili é quatrocientos é noventa é seis, se comen9Ó á sentir
esta dolencia entre algunos cortesanos; pero en aquellos principios era
este mal entre personas baxas é de poca auctoridad, é assi se creia que
le cobraban allegándose á mujeres públicas, é de aquel mal tracto libidi-
noso; pero después extendióse entre algunos de los mayores é mas
principales.
»Fué grande la admiración que causaba en quantos lo vian, assi por
ser el mal contajioso y terrible, como porque se morian muchos desta
enfermedad. E como la dolencia era cosa nueva, no la entendían ni
sabían curar los médicos, ni otros por experiencia consejar en tal trabajo.
Siguióse que fué enviado el Gran Capitán Gon(;;alo Fernandez de Córdoba
á ItaUa con una hermosa y gruesa armada por mandado de los Cathó-
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Cristóbal Colón, t. n. — 19.
146
CRISTÓBAL COLON
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m.
lieos Reyes, é como su Capitán jeneral, en favor del Rey Fernando,
segundo de tal nombre en Ñapóles, contra el Rey Carlos de Francia, que
llamaron de la cabera gruesa; y entre aquellos españoles fueron tocados
desta enfermedad, y por medio de las mujeres de mal trato é vivir, se
comunicó con los italianos é franceses. Pues como nueva tal enfermedad
allá se avia visto por los unos ni por los otros, los franceses comentáronla
á llamar mal de Ñapóles, creyendo que era proprio de aquel reyno; é los
napolitanos, pensando que con los franceses avia ydo aquella passion,
llamáronla mal francés, é assi se llama después acá en toda Italia; porque
hasta que el Rey Charles passó á ella, no se avia visto tal plaga en
aquellas tierras. Pero la verdad es que de aquella isla de Hayti ó Espa-
ñola passó este trabajo á Europa segund es dicho;, y es acá muy ordinario
á los indios, é sábense curar é tienen muy excelentes hierbas, é árboles
é plantas apropiadas á esta é otras enfermedades, assi como el guayacan,
(que algunos quieren decir que es hebeno) y el palo sancto, como se dirá
quando de árboles se tratare. Assi que de las dos plagas peligrosas que
los chripstianos é nuevos pobladores destas Indias padescieron é hoy
algunos padescen, que son naturales passiones desta tierra, esta de las
búas es la una, é la que fué transferida é llevada á España, é de allí á las
otras partes del mundo, sin que acá faltasse la misma. Assi que, conti-
nuando el propósito de los trabajos de Indias , dígase la otra passion que
se propuso de las niguas.»
El interesante trabajo del señor Gutiérrez de la Vega, ha de satis-
facer mucho más la natural curiosidad de los lectores.
Hace siglos que los historiadores no han podido ponerse de acuerdo
sobre la antigüedad y procedencia de la sífilis, y sin embargo, hace ya
cerca de cuatrocientos años que el origen de esta terrible enfermedad
viene guardando relación directa con la historia de América, y con el
descubrimiento del Nuevo-Mundo, por cuya circunstancia nos vemos obli-
gados á tratar de semejante cuestión.
Muchos y muy doctos historiadores le dan un origen tan remoto que
se pierde en la oscuridad de los tiempos , mientras que otros muchos y
muy doctos también, la consideran traída por la tripulación de Cris-
tóbal Colón en su primer viaje de vuelta de la isla Española en el año
1493. Autores españoles contemporáneos nuestros, como don Anastasio
Chinchilla en sus Anales Históricos de la Medicina, y don Antonio Her-
nández Morejón en su Historia Bibliográfica de la Medicina Española,
continúan en desacuerdo sobre este punto; y posteriormente don José
Gutiérrez de la Vega en su Historia de la Sífilis, trayendo á cuento todo
cuanto han dicho los escritores antiguos y modernos, opinó que debía
resolverse la cuestión en el sentido del origen americano de dicha enfer-
medad.
A esta opinión se inclinan también , citando al señor Gutiérrez de la
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
147
Vega, don José Amador de los Ríos en la Vida y escritos del Capitán
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, primer cronista de Indias, (ca-
pítulo V, nota 43), y don Modesto Lafuente en su Historia General de
España (Parte II, libro IV, capítulo XI).
Efectivamente, en la segunda edición de la dicha Historia de la
Sífilis, mucho más extensa que la primera, publicada por la Biblioteca
Universal át: don Ángel Fernández de los Ríos, Sección Médica, tomo I,
en folio, año 1852, dice el señor Gutiérrez de la Vega en el capítulo VII
lo que sigue :
« Por de pronto notemos que este escritor (se alude al señor
Hernández Morejón) reconoce el silencio de los médicos griegos, romanos
y árabes sobre dicha enfermedad, ó lo que es lo mismo, el ningún valor
que tienen los documentos que de ellos se han tomado; y advirtamos en
seguida que no solamente en ese silencio se fundan los partidarios del
venéreo americano, puesto que cuentan, no tan sólo con la autoridad
respetable de Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista de Indias, y testigo
ocular de la llegada del venéreo á España en 1493, por padecerlo algunos
de los de la tripulación de CRISTÓBAL CoLÓN, sino también con la del
sabio médico sevillano (fué natural de Baeza, pero se le llama así por
haberse establecido en Sevilla, y haber publicado aquí su libro) Rodrigo
Ruiz Díaz de la Isla, autor de una grande obra de altísima importancia
en la historia de la enfermedad de que tratamos, y en la cual como
profesor eminente y como testigo irrecusable, se expresa de esta ma-
nera :
« Del orijen y nascimiento de este morbo serpentino de la Isla Espa-
ñola, y de como fué hallado y aparescido y de su propio nombre. — Prugo á
la divina justicia de nos dar y enviar dolencias ignotas , nunca vistas ni
conoscidas, ni en libros de medicina halladas, así como fué esta enfer-
medad serpentina. La cual fue aparescida y vista en España en el año
del Señor de mil cuatrocientos y noventa y tres años en la ciudad de
Barcelona; la cual ciudad fué inficionada, y por consiguiente toda la
Europa y el universo, de todas las partes sabidas y comunicables; el cual
mal tuvo su orijen y nascimiento de siempre en la isla que agora es
nombrada Española, según que por muy larga y cierta experiencia se ha
fallado. Y como esta isla fué descubierta y hallada por el Almirante Don
Cristóbal Colon, al presente teniendo plática y comunicación con la
gente de ella, é como él de su propia calidad sea contagioso, fácilmente
se les apegó, y luego fué visto en la propia armada; y como fuese
dolencia nunca por los españoles vista ni conoscida, aunque sentían
dolores, y otros efectos de la dicha enfermedad, imponíanlo á los trabajos
de la mar y otras causas, según que á cada uno le páresela. Y á tiempo
que el Almirante don Cristóbal Colon llegó á España estaban los
Reyes Católicos en la ciudad de Barcelona; y como les fuese á dar cuenta
de sus viajes y de lo que habia descubierto, luego se empezó á inficionar
I II
148
CRISTÓBAL COLÓN
la ciudad y á se extender la dicha enfermedad, según que adelante se vido
por larga experiencia ; y como fuese dolencia no conoscida y tan espan-
tosa, los que la veian acojíanse á hacer mucho ayuno, devociones y
limosnas, que nuestro Señor los quisiese guardar de caer en tal enfer-
medad. E luego al año siguiente de mil y cuatrocientos y noventa y
cuatro años, el Cristianísimo Rey Carlos de Francia, que al presente
reinaba, ayuntó grandes gentes y pasó á Italia; y al tiempo que por ella
entró con su hueste iban muchos españoles en ella inficionados de esta
enfermedad , y luego se empezó á inficionar el real de la dicha dolencia;
y los franceses, como no sabian lo que era, pensaron que de los aires de
la tierra se les apegaba, los cuales pusiéronle mal de Ñapóles. E los
italianos y napolitanos, como nunca de tal mal tuviesen noticia, pusié-
ronle mal francés; y de allí adelante según fué cundiendo, así le fueron
imponiendo el nombre cada uno, según páresela que la enfermedad traia
su orijen.
»En Castilla le llamaban bubas, y en Portugal le impusieron mal de
Castilla, y en la India de Portugal le llamaron los indios mal de los por-
tugueses; los indios de la isla Española antiguamente, así como acá
decimos bubas, dolores y apostemas y úlceras, así llaman ellos esta enfer-
medad guaynaras, y hipas, y taynastizas; yo le pongo morbo serpentino
de la isla Española, por no salir del camino por donde el universo le
imponía cada uno el nombre que le parecía que la enfermedad traia su
principio, y por esto le pusieron los franceses mal de Ñapóles, los italia-
nos 7nal fraficés, los portugueses mal de Castilla, los castellanos 7nal
gálico, y los indios de Arabia, Persia é India mal de Portugal. (Tractado
llamado fructo de Todos los Santos, contra el mal serpentino venido de la
Isla Española, fecho y ordenado en el grajide y famoso Hospital de Todos
los Santos de la insigtie y muy nombrada ciudad de Lisboa. Dirigido al
muy alto y poderoso Señor Don Juan el tercer de este nombre, por Ruiz
Diaz de Isla, vecino de Sevilla.— Sevilla 1542, cap. I). La primera edición
de esta obra se hizo también en Sevilla, en casa de Dominico Relar-
tés, 1539, en folio, letra gótica.»
Dicen algunos partidarios de la antigüedad de la sífilis, que ya el 5 de
Abril de 1489, en una carta que Pedro Mártir de Angleria escribió desde
Roma á Pedro Arias Barbosa, catedrático de lengua griega en Salamanca,
le hablaba del mal de las bubas. Aunque la fuerza y la autoridad de la
carta está muy bien combatida por el Sr. Chinchilla en su obra citada,
tomo I, pág. 394 y siguientes, el mismo Rodrigo, ó Rui Díaz de Isla se
anticipa á dar noticia de la existencia del nombre de bubas diez años
antes de aquel en que se aplicó á la sífilis, es decir, desde 1483, puesto
que escribe lo siguiente al folio '¡e: • ' . '
«Asimismo en Castilla la impusieron á esta enfermedad bubas; la
causa fué de esta manera: que obra de diez años antes que esta enferme-
dad fuese aparescida, no sabian las mugeres echar otra maldición á sus
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
149
hijos y criados sino de malas bubas mueras; tollido te veas de bubas; ma-
las bubas te coman los ojos, y otras maldiciones semejantes : y al cabo de
obra de diez años que traían este vocablo en la boca, vino esta enferme-
dad; y como fascia estos efectos de morirse y tollirse los hombres y
comerse las caras, hubo lugar de quedar esta enfermedad con aqueste
nombre. »
Partiendo del testimonio fehaciente de Rodrigo Ruíz Díaz de Isla
concluye el señor Gutiérrez de la Vega de esta manera:
«¿Cómo aventurar la creencia de que un médico tan sabio, tan jui-
cioso, cuya obra es de tanta importancia, hubo de mentir á sabiendas
cuando pudieran haberle impugnado en sus días, destruyendo su reputa-
ción con un odioso mentís, que tanto ha lastimado siempre á los españo-
les, y mucho más á los de aquella época?
»Muy distantes nosotros de tan injustificable suposición, damos
entera fe á lo que dice el médico sevillano, acorde con lo que tam-
bién escribe Gonzalo Fernández de Oviedo, otro de los testigos ocu-
lares.
»Así pues, nuestra opinión es, como ya hemos manifestado, que el
venéreo fué traído de América por los que en compañía de CRISTÓBAL
Colón, en el mes de Marzo de 1493, regresaron de su primera expedición,
verificada en Agosto de 1492.
»Aquel miserable bajel, que llegó por fin á la embocadura del Tajo
después de haber estado expuesto á sufrir el más doloroso naufragio , en
medio de una deshecha tempestad á su vuelta de la Isla Española; aquel
miserable bajel en que tornaba de su gloriosa expedición el célebre Almi-
rante genovés, perdido en alta mar entre las furiosas olas, fué el que trajo
á España las dos cosas más grandes que conoció aquel siglo : la fausta
noticia de que Dios había escondido un mundo al otro lado de los mares,
para premiar las altas hazañas de los Reyes Católicos Fernando V é Isa-
bel I, y la terrible nueva de que también había guardado el más cruel
azote para las gentes disolutas. Cristóbal Colón, el hombre más grande
de aquella época, fué el enviado por el Altísimo para traer al antiguo
mundo el magnífico premio para los buenos y el terrible castigo para los
malos. »
Basta ya con lo dicho, porque no exige más la índole de la presente
obra. — Réstanos tan sólo añadir que el señor Gutiérrez de la Vega, nues-
tro amigo y paisano, en su última y breve residencia en Sevilla, nos ha
afirmado que sostiene hoy la misma opinión que pubHcó hace ya cuarenta
años en la primera edición de su obra. Y eso que en este largo período
de tiempo, y en su laboriosa vida de escritor y de hombre público, ha
podido rectificar sus primeros estudios aun en la misma América; pues si
en España ha desempeñado los más elevados cargos públicos, siendo Go-
bernador de Madrid y Consejero de Estado, entre otros, en la perla de
nuestras Antillas, ha ocupado los tres más altos puestos civiles, de Go-
ymm-
V^eifc^te^^V-tcx^^l
I50
CRISTÓBAL COLÓN
bernador de la Habana, Director general de /administración civil de la
isla de Cuba é Intendente General de Hacienda de la misma; y de aquí
su afición de americanista y su rica biblioteca cubana.
(Gr).—Vág. 68
Correcciones del P. Fray Bartolomé de las Casas de algunos
errores en que incurre gonzalo fernández de oviedo.
En los importantes acontecimientos que ocurrieron en la isla Espa-
ñola durante el viaje del Almirante á Cuba y á Jamaica desde el 24 de
Abril al 29 de Septiembre del año 1494, y en sus consecuencias hasta la
salida del mismo para España el 16 de Marzo de 1496 en compañía de
Juan Aguado, hay grandes inexactitudes en la relación escrita por el
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, que han sido causa de que
incurran en el mismo error casi todos los historiadores. El P. Las Casas,
no solamente los refiere con mayor verdad, apoyándose en los documentos
originales que poseía y le sirvieron siempre de ñindamento, sino que,
habiéndose impreso en Sevilla los primeros libros de la Historia de
Oviedo, cuando él se encontraba escribiendo la suya, consagró un capí-
tulo, que es el CIX de la Parte Primera, á la impugnación del relato que
aquél hace, justificando á la vez su propia narración.
Siendo tan interesantes sus declaraciones, insertamos aquí como
Aclaraciófi la última parte del indicado capítulo.
Escribe de la vuelta de Cristóbal Colón á España en compañía
del repostero Aguado, contando que muchos decían que los Reyes le
escribieron, en carta que le llevó él mismo, dándole orden de regresar. Y
en este punto dice:
«Pero que los Reyes le escribiesen que fijese á Castilla, nunca hom-
bre lo supo, ni tal he podido descubrir; antes por cosas que pasaron
entre el Almirante y Juan de Aguado, públicas, que yo he visto en
probanzas con autoridad de Escribanos, parece el contrario, porque el
Almirante decia publicamente: «yo quiero ir á Castilla á informar al Rey
é á la Reina, nuestros señores contra las mentiras que los que allá han
ido les han dicho, » y no tuve yo á Juan Aguado por tal, que si él tuviera
tal carta ó noticra della, que no le dijera cuando reñian y él se desme-
suraba contra el Almirante, que iba á Castilla á su pesar, porque los
Reyes así lo querían. Al menos parece por esta razón claro un error
que dice en su Historia, entre otros muchos, Gonzalo Hernández de
Oviedo, en el cap. 13 del II libro, donde dice, que desde á pocos dias
que llegó Juan Aguado, apregonada la creencia de los Reyes , y ofi-ecidos
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
151
los españoles á le favorecer en lo que de parte de los Reyes se dijese,
dijo al Almirante que se aparejase para ir á España, lo cual dice que el
Almirante sintió por cosa muy grave, é vistióse de pardo como fraile y
dejóse crecer la barba, y que fué en manera de preso, puesto que no fué
mandado prender; y que mandaron los Reyes también llamar al dicho
padre fray Buil y á Mosen Pedro Margante, y á otros que allí cuenta,
que fuesen á Castilla entonces cuando el Almirante fué. Dice mas, que
venido el Almirante de descubrir á Cuba y Jamaica, y pasados dos meses
y medio, mandó llamar á Mosen Pedro Margarite , que era Alcaide de la
fortaleza de Santo Tomás, y á otros que estaban con él, y venidos á esta
ciudad de Santo Domingo, donde por la fertilidad y abundancia de la
tierra se separaron y cobraron salud, y después que todos fueron juntos,
comenzaron á tener discordias entre sí el Almirante y el padre fray Buil;
y que ovieron estas discordias principio, porque el Almirante ahorcó á un
aragonés que se llamaba Gaspar P^rrim, por lo cual, cuando el Almirante
hacia cosa que al fray Buil no plugiese, ponia entredicho y cesación del
divino oficio; el Almirante quitaba la ración al fray Buil y á su familia, y
que Mosen Pedro y los otros los hacian amigos; pero que duraba el
amistad pocos dias: todo esto dice Oviedo en el susodicho capítulo. Que
todo sea falso cuanto cerca desto dice, no serán menester muchos testigos,
pues parecerá por muchas cosas arriba dichas ; lo uno, porque cuando el
Almirante partió para descubrir, aún no habia, en obra de cinco meses
que estuvo en esta isla después que llegó de España y enfermó, ahor-
cado hombre ninguno, ni nunca oí que tal del se dijese, ni en las culpas
que le opusieron después y hombres que le acusaron que ahorcó, y
nombrados, el catálogo de los cuales yo vide y tuve en mi poder, pero
nunca tal hombre vi nombrado entre ellos; lo otro, porque como arriba
en los capítulos 99 y ico pareció, cuando el Almirante llegó á la Isabela
de descubrir á Cuba y Jamaica, que fué á 29 de Setiembre del mismo
año de 1494, ya eran idos el dicho padre fray Buil y Mosen Pedro Mar-
garite, y otros, á Castilla, sin licencia del Almirante; luego no tuvieron
pendencias ni discordias el Almirante y el padre fray Buil, para que el
uno descomulgase y pusiese entredicho, y el otro negase las raciones y
la comida al padre fray Buil y á su familia; lo otro, porque Oviedo dice,
que pasados dos meses y medio, poco mas ó menos , el Almirante envió
á llamar á Don Pedro Margarite, y no tornó en sí de la enfermedad con
que tornó del dicho descubrimiento de Cuba, en cinco meses, como
parece arriba en el capítulo 100; lo otro, porque Oviedo dice que vino el
Almirante, del dicho descubrimiento, aquí á este puerto de Santo Do-
mingo, y no vino sino á la Isabela, porque este puerto aun no se sabia
si lo habia en el mundo, ni jamas antes el Almirante lo habia visto hasta
el año de 1 498 que volvió de Castilla, y descubierta ya por él tierra firme,
según que parecerá abajo; lo otro, porque dice Oviedo que llegó el
Adelantado Don Bartolomé Colon á este puerto, dia de Santo Domingo,
m
■ i/ I
152
CRISTÓBAL COLÓN
'í-
W
rs.
á 5 de Agosto de 1494, y esto parece manifiesto ser falso, porque él llegó
á esta isla en 14 dias de Abril del mismo año 94, antes que el Almirante
viniese de descubrir á Cuba , como parece en el capítulo i o i , y no habia
de volar luego á este puerto en tres meses, sin ver al Almirante, ni sin
tener cargo alguno, como si hubiera rebeládosele estando en Castilla. Lo
que dice de Miguel Díaz, que huyó del Adelantado por cierta travesura,
y vino á parar aquí á este puerto y provincia, pudo ser, pero nunca tal
oí, siendo yo tan propincuo á aquellos tiempos; mas de tener por amiga
á la cacica ó señora del pueblo que aquí estaba, y rogarle que fuese á
llamar á los cristianos para que se pasasen de h Isabela á vivir aquí, es
tan verdad, como ser el sol obscuro á mediodía. Donosa fama los espa-
ñoles, por sus obras tan inhumanas tenían, para que la cacica, ni hombre
de todos los naturales desta isla los convidasen á venir á vivir á su tierra,
antes se quisieran meter en las entrañas de la tierra por no verlos ni
oírlos. Así que, todo esto es fábula y añadiduras que hace Oviedo suyas,
ó de los que no sabían el hecho, que se lo refirieron, finjidas; lo que desto
yo puedo decir, es, que dejó mandado el Almirante cuando se partió
esta segunda vez á Castilla, que el Adelantado enviase á Francisco de
Caray y á Miguel Diaz á que poblasen á Santo Domingo, y esto siento
ser mas verdad, vistos mis memoriales que tengo de las cosas que acae-
cieron antes que yo viniese, de que, los que las vieron ó supieron y
tuvieron por ciertas, me informaron. Lo postrero, porque dice Oviedo
que el Almirante, y el padre fray Buil, y Mosen Pedro Margante, y
Bernal de Pisa, y otros caballeros fueron juntos en la misma flota á
Castilla; esto no es así, según parece claramente por todo lo dicho, y
mucho menos es verdad que el Almirante fuese á manera de preso,
porque aun no estaban tan olvidados en los corazones de los católicos
Reyes sus grandes y tan recientes servicios.»
Las fechas de la llegada del Adelantado á la isla Española, como las
de la salida de fray Bernal Boíl y Pedro Margarit y el regreso de COLÓN
de^su costeo de Cuba y Jamaica, constan en documentos oficiales que
en el texto quedan referidos en sus oportunos lugares, y demuestran
la exactitud de la narración que hace el P. Las Casas, y la justicia y
razón con que corrige los errores de Gonzalo P'ernández de Oviedo, que
indudablemente por dar oídos á personas que no habían tomado parte en
los sucesos, incurrió en graves errores en estos puntos y en otros no
menos importantes.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
153
(H).-Pág. 71
Documentos relativos á las diferencias entre don Juan de
FoNSECA, Obispo de Badajoz, y don Diego Colón, hermano
del Almirante.
(Registro de Hernand' Alvarez. — Archivo general de Indias, Patronato Est. 1, Caj. 2, leg. '/»)•
I
X
iV.
m
Carta particular de los Reyes Católicos al Obispo de Badajoz encargándole
conteste á don Diego Colón, y escriba al Almirante en términos que le
dejen satisfecho.
El Rey é la Reyna: Rdo. in Christo Padre Obispo: por servicio
nuestro que fableis con el hermano del Almirante de las Indias, que ende
vino, y le procuréis dar todo contentamiento : é con los que van en esas
carabelas que agora han de partir escribiréis al Almirante todo lo que os
paresciere para apartar cualquiera resabio que con vos tenga; y de los
que agora vinieron de las Indias procurareis saber lo que debéis fazer
para dar contentamiento al Almirante, y que sea de vos saneado, y
aquello fazed.— Fecha en Madrid á cinco dias de Mayo de noventa c
cinco años.
II
Real cédula ordenando á don Juan de Fonseca no se pida á
don Diego Colón el oro que para sí trajo.
El Rey é la Reina: Rdo. in Christo Padre Obispo de Badajoz, é del
nro. consejo: Nos vos mandamos que non pidáis ni demandéis á Don
Diego Colon cierto oro que diz que trajo de las Indias para sí, por cuanto
nos le fazemos merced dello ; y si gelo haveis tomado fazed que se lo
vuelvan luego. — De la villa de Madrid á cinco dias del mes de Mayo de
noventa y cinco años.
III
Carta de los Reyes al Obispo de Badajos, recordándole la orden anterior,
y que don Diego Colón vaya donde quisiere.
El Rey é la Reina: Rdo. in Christo Padre Obispo: Vimos vuestra
letra, y cerca de lo que toca á Don Diego Colon, hermano del Almirante
j!?ii;íi'i^'
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Cristóbal Colón, t. ii. — 20.
154
CRISTÓBAL COLÓN
de las Indias, ya habréis recebido una carta Nra. por la cual vos escre-
bimos que non le pidieredes el oro que agora él trajo de las Indias,, mas que
gelo dejáredes para su costa: aquello cumplid según que vos lo escri-
bimos. Y porque nos dicen que después que han seido las cosas de Italia
está de propósito de non ir allá , es muy bien que non debe ir allá , si él
quisiere irse á su hermano el Almirante, ó venirse acá, ó estarse ende,
faga lo qu' él quisiere. — De Arévalo á primero de Junio de noventa é
cinco años.
Para completar el conocimiento del carácter del Obispo, que bien
claramente se desprende del contenido de Ips anteriores documentos,
terminaremos esta Aclaración con algunas apreciaciones de las que sobre
aquel funesto personaje hace el ilustre historiador Washington Irving:
«La singular malevolencia manifestada por el obispo Juan Rodríguez
de Fonseca hacia CoLÓN y su familia, causa principal aunque secreta de
sus infortunios, se ha citado frecuentemente en esta obra. Se originó,
como se ha dicho, en alguna disputa de las suscitadas entre el Almirante
y Fonseca en Sevilla, en 1493, respecto á la dilación en armar la flota
para el segundo viaje, y al número de criados que debía lleva el Almi-
rante. Fonseca recibió una carta de los soberanos reprobando tácitamente
su conducta, y mandándole mostrar todas las atenciones posibles á los
deseos de Colón, y hacer que se le tratase con honor y deferencia.
Fonseca no olvidó jamás esta afrenta, y lo que era para él lo mismo, no
la perdonó jamás. Su ánimo parece haber sido de aquella desgraciada
especie que no tiene bálsamo alguno mitigador, y en que si llega á
hacerse una herida se mantiene por siempre abierta. La hostilidad así
producida continuó con ascendente virulencia durante toda la vida de
Colón, y á su muerte se transfirió á sus hijos y sucesores. Esa animosidad
infatigable se ha ilustrado en el discurso de la presente obra con hechos y
observaciones tomados de autores, algunos de ellos contemporáneos de
Fohseca, pero á quienes refrenaban aparentemente motivos de prudencia,
para no dar salida á la indignación que evidentemente sentían. Hoy
mismo se abstendría un historiador español de expresar libremente su
sentir en este asunto, para que no le detuviesen su obra los censores de
la imprenta. Así Fonseca se ha librado de mucha parte del odio general
que su conducta merece.
»Este prelado tuvo la superintendencia en jefe de los Negocios colo-
niales de España bajo Fernando é Isabel y también bajo el Emperador
Carlos V. Era hombre activo é inteligente, pero soberbio, pérfido y
egoísta. Su administración no tiene huellas de una política liberal y
expansiva, pero está llena de rasgos de bajeza y arrogancia. Se opuso
á las benéficas intenciones de Las Casas para mejorar la condición de los
indios, y obtener la abolición de los repartimientos, tratándole con per-
sonal altivez y aspereza. Se da por razón que Fonseca se estaba enrique-
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
155
ciendo con aquellos abusos y que tenía numerosos míseros indios en
esclavitud para beneficiar sus posesiones coloniales.
«Mientras se hallaba pronto el Obispo á proteger vagos aventureros
que á su favor salían, jamás tuvo virtud ni entendimiento para apreciar
los caudillos ilustres como Colón ó Cortés. »
«Fonseca, en virtud de su empleo de superintendente de los negocios
de Indias, y probablemente para halagar su propia animosidad contra
Colón , había detenido una cantidad de oro, que don Diego, el hermano
del Almirante, traía por su propia cuenta. Los soberanos le escribieron
repetidas veces mandándole no detener el oro, ó si lo había hecho que lo
volviese sin demora con explicaciones satisfactorias, y que le escribiese
á Colón en términos que pudiera apaciguar la carta el resentimiento que
debió haberle causado su conducta. Se le mandó también consultar á
los recién venidos de la Española sobre el modo de complacer al Almi-
rante, y que tratase de conseguirlo en todas sus disposiciones. Sufrió
Fonseca una de las más severas humillaciones que pueden herir á la
arrogancia; la de verse obligado á dar satisfacción por la altivez de sus
procedimientos. Pero esto mismo avivó la malquerencia que había conce-
bido contra el Almirante y su familia. Por desgracia su cargo público y
la confianza real de que tan injustamente gozaba, le dieron ocasiones de
satisfacerles después por mil insidiosas vías.»
«Fonseca murió en Burgos en 4 de Noviembre de 1524, y se enterró
en Cora.»
(Vida y viajes de Cristóbal Colón ^ por Washington Irving, traducida al castellano por don
José García de Villalta. Madrid, 1834. Libro VIII, cap. VIII, y Apéndice núm. 32).
1
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i6o
CRISTÓBAL COLÓN
¡v-^(.. i
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Se detuvo en Cádiz Cristóbal Colón descansando de
las fatigas del viaje, y reponiendo las fuerzas, que harto lo
había menester, habiendo sufrido tanto, así de ánimo como
de cuerpo, desde mucho tiempo antes de salir de la isla
Española. En el momento de la llegada escribió' á los Reyes
Católicos dándoles noticia de ello, y algunos días después,
ya con mayor tranquilidad, les envió información completa,
cuanto por escrito podía hacerse, para ir previniendo su
ánimo contra los calumniosos informes que habían de darles,
haciéndoles también relacio'n exacta de los sucesos de la isla
para que, conociéndolos detalladamente, pudieran servir de
base á su juicio.
Libre ya de este cuidado, se dedico' á ordenar su marcha,
que desde luego se propuso emprender á cortas jornadas,
no solamente para esperar la respuesta de los Reyes, sino
consultando la salud de los indios que consigo traía en
bastante número, y que habían sufrido con las molestias del
viaje, muriendo muchos de ellos en la travesía y encon-
trándose otros enfermos y muy debilitados.
El Almirante había traído consigo, como en el primer
viaje, las muestras de aquellos productos del hemisferio
occidental que pudieran llamar la atencio'n del público y
mantener viva la curiosidad, al decir del historiador William
Prescott. En su tránsito por Andalucía estuvo algunos días
hospedado en el agradable albergue del buen cura Andrés
Bernáldez, que en su historia de los Reyes Cato'licos cuenta
con marcada satisfaccio'n el espectáculo que ofrecían los
caciques indios que iban en la comitiva de Colón, adornados
con collares de gran valor y coronas de oro y de piedras , y
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
i6i
con otras galas propias de su país. Entre otras muchas
cosas hace mención especial de los cinturones de algodón y
casquetes de madera en que había bordadas y grabadas
figuras de diablos, unas veces en su propia semejanza, y
otras en figura de gato ó de lechuTji; de donde se infiere «que
hay razón para creer que el diablo se aparece á los isleños
en estas formas ; y que todos ellos son idolatras que tienen
entregadas sus almas á Satanás '.»
Efectivamente, durante todo el camino, que por el rigor
de la estacio'n se hizo con mucha pausa, tuvo Colón muy
buen cuidado de ir haciendo muestra y alarde, en cuantas
ocasiones se presentaban , de todas las cosas extrañas proce-
dentes del Nuevo Mundo, que había traído, y eran dignas de
llamar la atencio'n del vulgo, y propias para dar idea déla
mucha riqueza que aquellas regiones encerraban; pues sabía
muy bien que ese era el medio mejor de prevenir los ánimos
á su favor y neutralizar las malas noticias que ,los adver-
sarios de su descubrimiento habían propalado.
No se equivocaba el grande hombre: su empresa se
miraba desde un punto de vista muy bajo, sin que la gene-
ralidad de los hombres hubieran alcanzado su importancia,
y no había otro deseo que el de saber si podría sacarse
mucho oro, y traer ricos productos de aquellos lejanos
países.
Al llegar el Almirante á la villa de los Palacios, distante
cinco leguas de la ciudad de Sevilla, salió á recibirlos el cura
Andrés Bernáldez, hombre muy erudito y curioso, que
desde sus más tiernos años había tenido la costumbre de
reunir y apuntar los hechos que en España ocurrían y
llegaban á su noticia , y hacía algún tiempo se dedicaba á
escribir la historia de los Reyes de Castilla y Aragón.
Hospedo' á Colón en la casa rectoral , y con él á los princi-
» Bernáldez. — Historia de los Reyes Católicos, cap. CXXXI.
^rescott.— Historia del reinado de los Reyes Católicos, Parte II, cap. VIL
Cristóbal Colón, t. ii. — 21.
102
CRISTÓBAL COLÓN
WM
pales de la comitiva; procurando alojamiento cómodo en el
pueblo á todos los demás que le acompañaban.
Agrado', sin duda, á Cristóbal Colón el trato del
excelente cura; le encanto su franqueza y se prendo' de su
saber, pues se detuvo en su casa por algunos días, espe-
rando la respuesta de los Reyes á sus cartas, y después de
haber conferenciado con él sobre diferentes puntos le dejo' en
depo'sito muchos papeles importantes.
Entre las pepitas de oro y los objetos preciosos que
Andrés Bernáldez tuvo en sus manos, refiere como el prin-
cipal de todos y el más importante, una gran cadena de oro
que había sido presea y adorno del difunto cacique Caonabo',
y luego hacía Colón que se pusiera el hermano á la entrada
en las poblaciones. Era formada de gruesos eslabones y
pesaba seiscientos castellanos, equivalentes á unos tres mil
doscientos duros, cien onzas de oro.
Al llegar á Sevilla recibió' el Almirante un correo que
le traía carta de los Reyes escrita en Almazán el 12 de Julio,
y concebida en estos términos:
a
j'¿^
^y'V
«Por el Rey é la Reyna: á Don Cristóbal Colon su
Almirante, Visorey é Gobernador de las Indias del mar
Occéano ^
«El Rey é la Reyna: don Christobal Colon nuestro
Almirante, Visorey é Gobernador de las Indias del mar
Occéano: Vimos vuestra letra que con este correo nos en-
viastes , y mucho placer habemos tenido de vuestra venida
ende , la cual sea mucho en buen hora ; y después que este
vino, llego' el mensagero que nos enviastes, y ovimos plazer
de saber largamente lo que con él nos escribistes, y pues
decís que seréis acá presto, debe ser vuestra venida cuando
os paresciere que no os dé trabajo, pues que en lo pasado
' Original en el Archivo de la casa de Veragua.— Navarrete.— Colección
de viajes, tomo II, Doc. núm. CI.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
163
habéis trabajado. De Almazan á doce dias de Julio de no-
venta y seis años.
Yo el Rey. Yo la Reyna.
Por mandado del Rey é de la Reyna. — Fernand Al-
var ct^.í)
El contenido de esta carta causo grata impresión en el
ánimo del Almirante; pues bien dejaba conocer que el efecto
producido por los informes de Aguado y de los que con él
habían ido á la corte no había sido muy decisivo. Y en
verdad, no hay noticia alguna de que por las escrituras y
declaraciones que aquél traía, se tomara medida de ninguna
clase que pudiera molestar á Colón , como tampoco se había
dado gran crédito anteriormente á los dichos del P. Boil y
de Pedro Margarit. Hubieron de conocer los Reyes que Juan
Aguado se había excedido de las facultades que le conce-
dieron y no había cumplido bien el encargo de confianza que
llevaba; á lo cual contribuyo' indudablemente la informacio'n
misma, pues por los datos con que se hizo se comprende
había de verse claramente su parcialidad : el exceso mismo
del encono hacía nacer la desconfianza, que éste es siempre
el efecto de las malas pasiones cuando se ponen al descu-
bierto.
Desde Sevilla continuo' el Almirante sus jornadas á
Co'rdoba, subiendo hasta Burgos, donde se encontraban los
Consejos; porque los Reyes, desde Almazán, habían salido
en distintas direcciones, yendo don Fernando á Gerona
para organizar las fuerzas que cubrían la frontera en vista
de la actitud del rey de Francia, que iba á sostener con las
armas sus pretensiones al reino de Ñapóles ; y la reina Cato'-
lica se dirigió' al puerto de Laredo, en Vizcaya, para des-
pedir á la infanta doña Juana que iba á contraer matrimonio
con el archiduque don Felipe , hijo del emperador Maximi-
liano. La escuadra en que se embarcaba la infanta era
^25F =
104
CRISTÓBAL COLÓN
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poderosa: componíase de ciento treinta barcos, y llevaba á
bordo más de veinticinco mil soldados, para evitar toda
contingencia por el estado de guerra con Francia. Tan
numerosa armada necesito' larga preparación, llevando el
doble objeto de conducir á Flandes á doña Juana, y traer á
España á la infanta Margarita, hermana del Archiduque,
cuya boda con el príncipe don Juan, primogénito de los
Reyes Cato'licos, estaba también concertada.
La armada fué bajo el mando del Almirante de Castilla,
y no pudo salir de los puertos españoles hasta mediados de
Septiembre, poniéndose entonces la reina doña Isabel en
camino para Burgos, donde llego' ya entrado el mes de
Octubre. Pocos días antes que la Reina había llegado allí
Cristóbal Colón, que se apresuro' á besarle las manos, y doña
Isabel se holgó mucho de su venida , porque después de tan
contradictorias nuevas, deseaba saber noticias ciertas de las
islas y tierras de Occidente, y de la persona del descubridor.
II
Reunidos en Burgos los Reyes Cato'licos, recibieron con
frecuencia al Almirante, y le hicieron mucha honra; mos-
trándole mucha alegría y gran clemencia y benignidad.
«Dio'les cuenta muy particular del estado en que estaba la
isla Española, del descubrimiento de Cuba y Jamaica, y de
las otras muchas islas que descubiertas dejaba, y de lo que
en aquel viaje habia pasado, y de la disposición dellas, y lo
que de cada una sentia y esperaba; dio' también á Sus
Altezas noticia de las minas del oro y de las partes donde
las habia hallado. Hízoles un buen presente de oro, por
fundir, como de las minas se habia cogido, dello menudo,
dello en granos como garbanzos, y dello mayores los granos.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
165
según se dijo, que habas, y algunos como nueces; presen-
to'Ies muchas guay^as o carátulas de las que arriba dijimos,
con sus ojos y orejas de oro, y muchos papagayos y otras
cosas de los indios, todo lo cual con mucha alegría los Reyes
recibieron, y daban á Nuestro Señor, por todo, muchas
gracias, y al Almirante tenérselo todo en servicio, y en seña-
lado servicio, en palabras y honrarle se lo mostraban. De
cada cosa de las dichas, muchas particularidades y dudas le
preguntaban, y á todas el Almirante les respondía, y con
sus respuestas les satisfacía y contentaba.»
Este sencillo relato tiene tal sello de autenticidad que lo
creemos la verdad misma. Las explicaciones de Cristóbal
Colón, la historia que de sus labios escucharon los Reyes
Cato'licos no les dejaron lugar á dudas ; no vacilaron ni un
momento. Entre la palabra noble del Almirante y los cuentos
y hablillas de sus enemigos no podía caber comparacio'n. El
rey don Fernando vio' con claridad la gran importancia del
descubrimiento y los resultados que podía esperar de él para
la grandeza de su reinado; doña Isabel, siempre llena de
afecto al Almirante y apasionada por la conversio'n á la fe
cato'lica de pueblos que parecían tan numerosos, sintió' rea-
nimadas sus fuerzas, y tanto uno como otro, sin darse cuenta
tal vez de ello, decidieron consagrar toda su atencio'n al "^^
descubrimiento de nuevas tierras, y al fomento de las
colonias ya establecidas.
Es verdaderamente satisfactorio el ver que en este
momento de su llegada á la corte todas las sombras se disi-
paron al eco de la voz del Almirante. La verdad volvió' á
resplandecer clara, ahogando con su luz las sombras de la
envidia. ¡Con cuánto gusto leemos en la obra del P. Las
Casas la expresio'n del desprecio que sufrieron los detractores
del grande hombre ! — «De las informaciones que Juan
Aguado trujo, dice, y hizo á los Reyes contra el Almirante,
muy poco se airaron ; y asi no hay que mas contar ni gastar
tiempo de Juan Aguado.» —
1 66
CRISTÓBAL COLÓN
Como era natural se accedió' inmediatamente á cuanto
el Almirante pidió' como necesario para socorrer las necesi-
dades de la colonia y procurar sus adelantos, así como á
cuanto indico que debía facilitársele para hacer nuevos viajes
y descubrir otras tierras. Limito' por entonces su exigencia
íi que se le dieran medios para equipar ocho buques, entre
mayores y menores, bien abastecidos y pertrechados de
cuanto la experiencia había acreditado como necesario para
el objeto á que se destinaban; puesto que dos de los de
mayor porte debían salir inmediatamente para la isla Espa-
ñola á llevar al Adelantado lo que era más .indispensable
para sostener la colonia y los nuevos establecimientos, y
emprender la explotacio'n del oro en Hayna ; y las otras seis
habían de ir por otro rumbo, bajo sus o'rdenes, á descubrir
en la tierra firme todo lo más que se pudiera. A todo acce-
dieron sin dificultad los soberanos, porque sus cuidados y
buena voluntad eran muy decididos.
Por desgracia las circunstancias en aquellos momentos
no eran favorables á que se ejecutase con prontitud lo que
se mandaba. El gasto era de bastante importancia y el erario
estaba más que exhausto, empeñado por muchas empresas
de diversa índole.
De una parte el pensamiento político de los Reyes
Cato'licos, la idea que empezaron á llevar á ejecucio'n y que
exigía grandes dispendios había empezado á realizarse. Si
hubieran podido llevarla á término, si el éxito hubiera
coronado la obra, incalculable es la preponderancia que
hubiera tomado la monarquía española en los destinos de
Europa, y como hubieran marchado los sucesos posteriores
de la civilizacio'n en estos países occidentales, y aun en
muchos de los del Norte. Meditaron, y estuvieron muy pro'-
ximos á conseguirlo, ganar la influencia de las naciones más
poderosas por medios pacíficos, pero mucho más seguros que
aquellos en que se emplea la violencia; por los enlaces de sus
hijos, cuya mano empezaba á ser solicitada con afán por
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
167
muchos monarcas, y para ello tenían que sostener nume-
rosos y hábiles diplomáticos en todas las cortes, para que
nunca lo imprevisto viniera á trastornar sus planes. Ya
hemos indicado los recíprocos matrimonios concertados entre
el archiduque don Felipe y su hermana doña Margarita con
la princesa Juana y el príncipe don Juan. Ambos casa-
mientos se verificaron ; y aunque la Providencia, en sus altos
designios dispuso que fueran de corta duración, muriendo
en la flor de su edad don Felipe el Hermoso y el príncipe
don Juan, la trascendencia de aquel pensamiento se reflejo'
en la grandeza de que se vio' rodeado Carlos I de España,
debida más á ser nieto de los Reyes Cato'licos que á su
imperio de Alemania. Para los viajes que originaron los
matrimonios de los Príncipes 3^a queda dicho el lujo y pompa
que desplegaron nuestros Reyes.. No cabe en nuestro cuadro
hablar por extenso del pensamiento político de aquel gran
reinado, mas para indicar siquiera las causas del empobre-
cimiento del tesoro en el momento que historiamos, recor-
daremos que, siguiendo aquellos propo'sitos , don Fer-
nando y doña Isabel concertaron el casamiento de su hija
doña Catalina con el príncipe de Gales, y el de la prin-
cesa doña Isabel con el príncipe don Juan de Portugal,
primogénito del rey don Alfonso , cuyos conciertos causaron
también gastos de consideracio'n , y muy continuos. Verda-
deramente, si la muerte no hubiera venido á perturbar
aquellos proyectos, inutilizando mucha parte de ellos, no es
posible calcular hoy cuál hubiera sido su resultado en la
política europea, ni la marcha de los sucesos en toda la época
posterior.
A estos grandes dispendios se unían otros muchos ma-
yores para sostener en pie de guerra los ejércitos de Italia y
del Rosello'n, o' sea el que estaba acantonado también en el
Principado de Cataluña, en la previsio'n de que se declarase
la guerra con Francia por las pretensiones al reino de
Ñapóles. Estas tropas eran las que había ido á inspeccionar
yté\^>
1 68
CRISTÓBAL COLON
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personalmente el Rey don Fernando en su viaje á Gerona.
Las de Italia estaban al mando de Gonzalo Fernández de
Co'rdoba, y bien sabido es cuántas glorias ilustraron aquel
período de nuestra historia, y cuántos sacrificios impuso á
España el sostenimiento de las escuadras para sostener la
comunicacio'n con aquel ejército.
El espíritu público tampoco se mostraba entonces tan
propicio y decidido por los descubrimientos. El entusiasmo
producido por el regreso de Colón al puerto de Palos y su
presentacio'n en Barcelona, se había resfriado; la atmosfera
favorable cam.bio en adversa en unos, en indiferente en
muchos, y se hacía alarde de mirar con prevencio'n y des-
confianza cualquier noticia que se extendía de la existencia
de riquezas al otro lado de los mares. Tres años habían
bastado para que se gastase aquella admiracio'n profunda;
para que la imaginacio'n popular se habituase á oir hablar
de prodigios y de novedades, y no se manifestara ya sorpren-
dida por acontecimiento alguno. Cuando entra la sospecha,
cuando se da cabida á la duda, el interés conclu3^e muy luego
y las malas pasiones empiezan á mostrar sus insidiosas ase-
chanzas. La popularidad de Cristóbal Colón había sufrido
rudos golpes en aquellos tres años transcurridos. Los envi-
diosos, que habían callado vencidos por el esplendor de su
gloria en 1493, aprovechaban la ocasio'n de humillar á aquel
cuyo triunfo les había subyugado, y se gozaban en sembrar
la desconfianza y propalar todos los rumores que podían
perjudicar al descubrimiento.
No encontraban los proyectos de nuevas expediciones el
apoyo que por todos se le había prestado años antes ; ni
hallaban eco las noticias de las riquezas del Nuevo Mundo, ni
las descripciones de sus inmensos bosques y de sus ríos con
arenas de oro corrían aumentadas por el entusiasmo. Con
sonrisa de incredulidad y manifestaciones de desagrado eran
recibidas las nuevas, aunque vinieran acompañadas de prue-
bas que las acreditasen.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
169
III
Entre los muchos obstáculos, que las circunstancias
acumulaban, para que no pudieran hacerse con prontitud los
despachos de las expediciones, puede contarse también la
mala voluntad del obispo Fonseca , que era entonces el en-
cargado de todo lo concerniente á los asuntos de Indias ; pues
aunque los Reyes, quizá por conocer el carácter y condicio'n
de aquel eclesiástico, favoreciendo á un tiempo al Almirante
y á las nacientes colonias, y tomando pretexto de haber sido
elevado á la dignidad episcopal el Arcediano de Sevilla,
encargaron por algún tiempo á Antonio de Torres la super-
intendencia de la Contratacio'n , esto duro' poco tiempo y
Fonseca volvió' á hacerse cargo de aquel puesto.
En él procuro siempre mortificar á Cristóbal Colón,
poniendo dificultades á cuanto proponía. Bajo el Almirante
desde Burgos á Sevilla, y en esta ciudad, cumpliendo las
ordenes de los Reyes, empezó inmediatamente á ocuparse
en los preparativos para el tercer viaje. Quisiéramos poseer
datos auténticos para poder historiar la serie de contradic-
ciones que fueron oponiendo el Obispo y sus dependientes á
la adquisicio'n y aprovisionamiento de los buques: los encon-
tramos indicados en todas partes; pero no se detallan en
ninguna, por más que se dejen conocer perfectamente. Bien
claramente los señala don Diego Ortiz de Zúñiga, cuando
dice ' :
(íAño 1496. — En esta segunda vez, venido á Castilla el
Almirante Don Christobal Colon, y aviendo recebido de los
Reyes, con satisfacción de sus procederes, y mercedes dignas
Afínales eclesiásticos y seculares, etc. — Madrid, 1776.
Cristóbal Colón. T 11.— 22
i/o
CRISTÓBAL COLÓN
algunas ordenes para su tercer viaje, se detuvo mucho en
Sevilla, porque Don Juan Rodriguez de Fonseca, su Dean,
que avia ascendido á Obispo de Badajoz, se avia apartado de
esta superintendencia 3^ entrado en ella Antonio de Torres,
no dándola expediente , se bolvio' á encargar al Obispo , que
poco afecto al Almirante, se lo retardo' con embarazos hasta
30 de Mayo de el año siguiente.»
Sufría, sin embargo, con mucha prudencia el Almirante
todas las dilaciones, por las señaladas muestras de favor y
de afecto que continuamente recibió' de los Reyes Cato'licos
durante toda su permanencia en España. La simple enume-
racio'n de las mercedes que le hicieron, bastaría para desva-
necer los cargos de ingratitud, y de prevenciones injustifica-
das que abrigara don Fernando contra Colón, al decir de
alguno de sus detractores. Ya hemos visto que en 23 de
Abril del mismo año 1497 confirmaron todos los capítulos y
mercedes del contrato que se estipulo en Santa Fe, antes que
fuese á descubrir, y le habían ratificado en la ciudad de
Barcelona ^ En dos capítulos consecutivos de su Historia ^,
se ocupa el P. Las Casas de las mercedes que los Reyes dis-
pensaron á Colón en este año de 1497, y empieza por estas
significativas palabras: — «Los católicos Reyes, como muy
agradescidos y virtuosísimos príncipes, cognosciendo el gran
servicio que hablan del Almirante recibido, y vistos y consi-
derados sus grandes trabajos y el poco provecho que habia
hasta entonces habido, hiciéronle nuevas mercedes en todo
aquello que él les suplico', y aun otras que él no habia pedi-
do, allende que le confirmaron de nuevo las viejas que le
hablan hecho, y todos sus privilegios al principio concedi-
dos...»
«En verdad logro' cumplidamente sus deseos, dice Mu-
ñoz. Nueva confirmacio'n de sus privilegios ; declaracio'n de
Véase en las Aclaraciones y documentos del Libro 11, (L) pág. 584.
Historia de las Indias, lib. I, caps. CXXIV y CXXV.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
171
los derechos y fueros del Almirantazgo de Indias, insertas en
ella las cláusulas del título del Almirante de Castilla con
quien se le igualo'; condonacio'n de las sumas con que debiera
haber contribuido á los gastos hechos por causa de sus em-
presas, y merced de cuanto había recibido y aprovechádose;
otra merced, que por tres años venideros gozase la ochava y
décima de las ganancias sin poner costa alguna, con la gracia
de que su ochava se sacase de la suma total antes de deducir
las costas. Obtuvo además facultad de instituir mayorazgo,
como lo hizo inmediatamente. Y obtuviera la propiedad
perpetua de setenta y cinco leguas de terreno en la isla Es-
pañola, que quisieron concederle los Reyes, con título de
Marqués o Duque, á no rehusar tan exhorbitante merced por
miedo de la cavilacio'n y maledicencia.»
En 23 de Abril de aquel mismo año de 1497, y para
que siempre quedase perpetua memoria de los grandes ser-
vicios y hechos del Almirante, se le concedió' facultad real
para que pudiera proceder á la institución de uno o' muchos
Mayorazgos, que pasaran á la familia dándole brillo y
esplendor; y queriendo demostrar todavía más los Soberanos
su afecto á Colón extendiendo las muestras de su aprecio á
toda la familia, en 22 de Julio nombraron á Don Bartolomé
Colon Adelantado de las Indias, título que, como ya dijimos,
conservo hasta su muerte.
Gran significacio'n tiene este nombramiento del Adelan-
tado. Los Reyes Católicos habían visto con cierto disgusto
la designacio'n que para aquel cargo había hecho el Almi-
rante, á favor de su hermano, cuando en el mes de Septiembre
de 1494 llego' enfermo á la ciudad de Isabela. Aquel nom-
bramiento fué conceptuado como una usurpacio'n de atribu-
ciones, como una extralimitacio'n á lo menos, por los enemi-
gos de Cristóbal Colón, y así lo anunciaron en todas partes
procurando presentarlo bajo el aspecto más desfavorable. Al
ratificar los Reyes aquel nombramiento , reconocían las cua-
lidades que concurrían en don Bartolomé para desempeñar
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1/2
CRISTÓBAL COLÓN
el cargo, y robustecían con el peso de su autoridad aquella
primera designacio'n hecha por el Almirante cerrando el paso
á todas las hablillas y cabalas de los maldicientes.
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IV
Los Reyes Cato'licos tenían verdadera convicción de la
importancia del descubrimiento de las Indias,- y deseaban
que la memoria de aquel acontecimiento se perpetuase por
medio de un mayorazgo que hiciera ilustre la familia del
descubridor; Cristóbal Colón, por su parte, lleno del pen-
samiento de su elevada misio'n, creía en la grandeza de la
obra que había realizado, y se apresuró á fundar, aunque
entonces poco o' nada poseía, usando de la facultad que se le
concedía, y con la esperanza de dotar á sus sucesores con
pingües rentas.
Encontrándose en Sevilla en 22 de Febrero del año si-
guiente de 1498, Hamo' el Almirante á su casa en la collacio'n
de la Santa Iglesia, al Escribano público Martín Rodríguez,
le exhibió' la Real cédula de licencia, y usando las facultades
que se le concedían, instituyo' el Mayorazgo que todavía per-
manece como timbre de la gloria de España, esperando en
aquel alto Dios que se haya de haber antes de grande tiempo
buena c grande renta de las dichas islas é tierra firme, que ha-
bían de constituir la dotacio'n de los sucesores.
Llamo' á sucesio'n á su hijo primogénito Don Diego, y
si fallecía sin sucesio'n á su hijo natural Don Fernando, y así
sucesivamente señalo' el orden de varones descendientes por
línea recta de él o' de sus hermanos; — «£"/ cual Mayorazgo en
ninguna manera lo herede mujer ninguna, salvo si aquí ni en otro
cabo del mundo non se fallare hombre dt mi lin(ige verdadero,
que se hoviese llamado y llamase él y sus antecesores de Colon, a
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
173
Dispuso que tanto su hijo don Diego como los que á
él sucedieran habían de usar el escudo de sus armas, tal
como él lo dejase, sin entreverar mas ningniia cosa que ellas;
sellando con el sello de las mismas, y sin firmar más que con
el título de El Almirante, aunque ganase otros títulos o' el
Rey se los diera.
Haciendo distribucio'n de la renta, agracio en primer
término con la cuarta parte de ella á su hermano don Barto-
lomé Colo'n, hasta que completase de renta propia un cuento
de maravedís; destino' otra parte al sostenimiento de indivi-
duos pobres de la familia y otros objetos piadosos, y mando
que su hijo don Diego, o' la persona que heredase el mayo-
razgo, sostuviera siempre en la ciudad de Genova persona del
apellido de Colo'n, que tuviera allí casa abierta y mujer, y
que le ayudara á vivir con comodidad para que no faltase
de allí el domicilio, pues había tenido raíz la familia, y
nacido el fundador. Encargo'- que los sucesores depositaran
cuantas sumas les fuera posible en el banco de San Jorge
para ayudar en cualquier tiempo que se intentara la con-
quista del Santo Sepulcro 3^ la ciudad de Jerusalén, o' hacerlo
por sí cuando tuvieran caudal bastante; porque los Reyes si
no pudieran hacerlo (.de darán el ayuda y adere:{0 como á cria-
do y vasallo que lo hará en su nombre.))
Es verdaderamente notable la cláusula que se refiere al
caso de cisma en la Iglesia Cato'lica; recordando sin duda el
de los tres Papas, cu3^os perniciosos resultados se tocaban
todavía en tiempo de Cristóbal Colón. Dice así:
«ítem: mando al dicho don Diego, o' á quien poseyera el
dicho Mayorazgo, que si en la Iglesia de Dios, por nuestros
pecados, naciere alguna cisma, o' que por tiranía alguna per-
sona, en cualquier grado o' estado que sea o' fuere, le quisiere
desposeer de su honra y bienes, que so la pena sobredicha
se ponga á los pies del Santo Padre, salvo si fuere herético
(lo que Dios no quiera) la persona o' personas se determi-
nen é pongan por obra de le servir con toda su fuerza é renta
1/4
CRISTÓBAL COLON
é hacienda, y en querer librar el dicho cisma, é defender que
non sea despojada la Iglesia de su honra y bienes.»
Son muchos los encargos que confía á los sucesores de
)^ su Mayorazgo ; y como medio de asegurar el cumplimiento y
vc que no puedan caer en olvido, manda á todos «que cada vez
y cuantas veces se ovieren de confesar, que primero muestren
este compromiso, o' el traslado del á su confesor, y le ruegue
que le lea todo, porque tenga razón de le examinar sobre el
cumplimiento del, y sea causa de mucho bien 3'- descanso de
su ánima. »
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V.
V
La favorable acogida que le habían dispensado los
Reyes y las distinciones de que le hicieron objeto, ayudaron
al Almirante á llevar con paciencia las dilaciones, los entor-
pecimientos, los obstáculos de todas clases que se encontra-
ron para cumplir las ordenes de preparar los ocho buques
que debían destinarse á su tercer viaje.
Al cabo, ya en el mes de Octubre, se le mandaron dar
seis millones de maravedís destinados al apresto, dotación y
aprovisionamiento de su pequeña escuadra: los dos de ellos,
para pagar la gente; y los otros cuatro, para flete de los
buques', municiones, víveres y cuanto era necesario. Grave
dificultad fué la de hacer libramiento de aquella suma, dadcs
los apuros del tesoro ; pero para cobrarlos hubo mayores
trabajos y angustias, por fatales circunstancias.
La guerra con Francia había tomado incremento : des-
pués del" cerco de la villa de Salsas, en el Roselldn, vid el
Rey don Fernando la necesidad de poner en pie de guerra
mayor número de hombres, y fortalecer á Perpiñán, y trope-
zaba con la urgencia de estos socorros y escasez de fondos.
LIBRO CUARTO. — CAPÍTULO PRIMERO
175
(Í<}
cuando á 29 de Octubre llego de vuelta á Cádiz con sus tres
barcos el piloto Pero Alonso Niño, y en lugar de dirigirse
desde luego á la corte para dar cuenta de su Viaje, se con-
tento' con escribir al obispo de Badajoz que había hecho un
viaje feliz, y se dirigió' á Moguer á visitar á su familia,
llevándose los despachos y cartas que traía del Adelantado ¡(3
para los Reyes y para el Almirante.
En aquella carta que escribió Pero Alonso Niño, pedía
albricias por el feliz suceso de la expedición, y porque traía
gran cantidad de oro. Con tal nueva, y por atender á todo
con eficacia y puntualidad, dispuso el Re}'- de los seis millones
de maravedís que debía recibir el Almirante, y dio' orden
de que á éste se le entregase igual suma de la que conducía
el piloto Niño.
Grande fué el desencanto . de todos , é incalculable el
perjuicio para Colón y para el negocio del Nuevo Mundo,
cuando al entregar su relacio'n Pero Alonso Niño al obispo
Fonseca, se tuvo conocimiento de que el oro que traía era
muy poco, y la parte principal del cargamento era de indios,
que habían de venderse como esclavos y producir mucho
oro, según la hiperbo'lica frase del piloto, que daba ya por
realizada la venta. Mucho disgusto causo' á los Reyes, y no
menor á Colón tan lamentable equivocacio'n ; pero el mal
estaba hecho, y aunque con verdadero interés se quisieron
evitar las consecuencias, la dilacio'n fué larga y el efecto
causado en la opinio'n por la carta del piloto desastroso.
Volvió á trabajar con nuevo empeño el Almirante para
que se le fueran entregando los seis millones que antes se le
libraran, y se destinaron á lo de Perpiñán; y en cuanto pudo
obtener la cobranza de algunas cantidades, las empleo' en
abastecer dos de las ocho naves que se le habían concedido,
llenándolas de provisiones , é hizo embarcar en ellas noventa
hombres útiles, trabajadores del campo, hortelanos y oficiales
de todos los oficios, con algunos peones, y bajo el mando de
Pero Hernández Coronel, el alguacil mayor de la isla, las
mm.
1/6
CRISTÓBAL COLÓN
7$?í^
envió en seguida al Adelantado, conociendo mejor que nadie
la gran necesidad que allá debían padecer.
Llevaba Coronel cartas del Almirante para su hermano,
dándole cuenta de lo ocurrido después de su llegada á Cádiz,
narrándole los favores de los Reyes, y las dificultades que
había tenido que vencer. Pinta con tan vivo color el trabajo
sufrido por la mala explicacio'n de Pero Alonso Niño, que no
puede comprenderse de ninguna manera su sufrimiento
mejor que trasladando ese párrafo de su carta, que por
casualidad nos ha conservado en su historia el P. Las
Casas.
« Sabe nuestro Señor cuantas angustias por ello he pasado,
por saber como estariades; asi que estos inconvenientes , bien que
vo los diga, prolijos, con péndola, muchos mas fueron en ser, á
tanto que me hicieron aborrir la vida por la gran fatiga que yo
sabia en que estariades; en la cual me debéis de contar con vos
juntamente, porque, cierto, bien que yo estuviese acá absenté, allá
tenia y tengo el ánima presente, sin pensar en otra cosa alguna,
de contino, como uro. Señor dello me es testigo, ni creo que vos
pongáis ni vuestra ánima duda en ello, porque, allende la sangre
y grande amor, el efecto del caso y la calidad del peligro y tra-
bajo, en tan longincuas partes, amonesta y constringe mas el
espíritu y sentido á doler cualquier fatiga que allá se puede ima-
ginar, que no si fuese en otra parte. Aprovecharla mucho á esto
si este sufrimiento se sufriese por cosa que redundase al servicio
de nuestro Señor, por el cual deberíamos trabajar con alegre
ánimo; ni desayudarla á pensar que ninguna cosa grande se puede
llegar á efecto salvo con pena, y asimismo consuela á creer que
todo aquello que se alcanTji trabajosamente se posee y cuenta con
mayor dulzura. Mucho habria que decir en esta causa, mas porque
de vos no es la primera que hayáis pasado, ni yo visto, dejaré
para hablar en ello mas despacio y de palabra »
Despachadas aquellas dos primeras embarcaciones al
mando de Fernández Coronel, los entorpecimientos, las
dificultades fueron aún mayores, tardando el Almirante más
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO PRIMERO
177
de tres meses en pertrechar y aprovisionar las seis restantes
para poder darse á la vela.
Luchaba con la falta de recursos, pero también trope-
zaba con la falta de hombres que estuvieran dispuestos á
embarcarse; retraídos en su mayor parte por las noticias
desfavorables que habían circulado, sobre el estado de los
colonos en la isla Española , y los muchos trabajos que allí
se padecían; contribuyendo en gran manera á que no se
allanasen todos los obstáculos la falta de armonía y buena
inteligencia entre Cristóbal Colón y el obispo de Badajoz,
que si hubieran estado unidos y hubieran ayudado mutua-
mente, la empresa hubiera terminado en más breve plazo y
de mejor manera.
No se habían mirado bien desde un principio, pero
después de la vuelta de don Diego Colo'n , y á virtud de las
o'rdenes repetidas de los Reyes para que Fonseca le devol-
viera el oro que le había intervenido y le procurase contentar
en cuanto fuera de su agrado, é igualmente á don Cristóbal,
se hicieron más patentes el rencor y la mala voluntad del
Obispo, y en la ocasión del despacho de los buques para este
tercer viaje se significo' el odio hasta tal punto, que sus
dependientes y factores tomaron también parte descarada-
mente en contra del Almirante, contrariando todos sus
deseos, poniendo dificultad á todas sus disposiciones, y
haciéndole sufrir tantas molestias, tantos sinsabores, tantos
desaires, que por venir de personas de poco valer eran aún
más sensibles y dolorosos, que agotaron la paciencia del
grande hombre, llevándole al extremo de demostrar su enojo
de una manera violenta 3^ muy contraria á su carácter, según
veremos en seguida.
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Cristóbal Colón, t. ii. — 23.
1 8o
CRISTÓBAL COLON
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Las necesidades de la colonia eran muy conocidas por
Cristóbal Colón, y su pensamiento constante era reme-
diarlas, y en lo posible prevenirlas. Animado por el conven-
cimiento de que los Monarcas miraban con gran interés el
descubrimiento, y deseaban fomentar la colonizacio'n , les
dirigió' una Memoria, que hasta ahora no se ha publicado en
España, aunque es por muchos títulos importante. Se
conserva auto'grafa y firmada por el inmortal navegante, y
la guardaba como preciada joya, que era la capital de su
coleccio'n de autógrafos, el teniente general don Eduardo
Fernández San Román, marqués de San Román, á cuya
afetuosa amistad debemos la copia que hoy disfrutarán los
apasionados á estos estudios '. Antes la ha hecho imprimir
en Francia el tantas veces citado colombista Mr. Henry
Harrisse ^ ; pero nuestra copia tendrá además el mérito espe-
cialísimo de llevar una reproduccio'n fotográfica de la última
página, donde se encuentra la firma del Almirante, tal cual
la verán nuestros lectores , y á ella nos referimos en la Acla-
ración (d) de la introduccio'n á esta obra 3.
Como puede observarse, este Memorial carece de fecha;
pero de su lectura se desprende el conocimiento de que fué
formado antes de mediar el año 1497; y la convicción se
robustece al comparar sus peticiones con las resoluciones de
los Reyes contenidas en la instruccio'n fecha 15 de Junio de
Al fallecimiento del ilustre general, pasó el precioso autógrafo con todos
sus libros, que formaban riquísima colección, á la Biblioteca de la Real Academia
de la Historia, á quien dejó tan importante legado.
Christophe Colomb, son origine, sa vie, etc., tome II, pág. 528.
» Véase en el tomo I, pág. CXXIV.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
i8i
aquel año ^ que fueron tomadas, sin duda alguna, teniendo
en consideracio'n lo reclamado por el Almirante. Véase el
texto de este auto'grafo desconocido:
«Memorial que presentó Cristóbal Colón á los Reyes
Católicos sobre las cosas necesarias para abastecer
LAS Indias.
Vuestras altezas mandaron que se fyziesse memorial de
las cosas que eran menester para ser bastecidas las yndias 5^
segund m}'' parescer, es menester lo syguyente.
Primeramente
Seys Navios para quatrocientos o' quinientos ombres
que son menester para sojudjar la isla española, segund my
parescer, y destos ay en la dicha ysla quatro navyos, los dos
son de Vuestras altezas, y elluno, que se llama la nyña es la
mytad de V. A. y la mytad m5^o, el otro que se llama la
vaquenno es la mytad de Vuestras Altezas é la otra mytad
de una byuda vecyna de Palos.
Y destos dos navios que faltan para ser seys es menester
sean de ciento é veynte toneles cada uno por suplir la falta
de los otros que son mas pequeños, y serán mas baratos
comprar que no fletarlos, y ansy mesmo los marineros que
sean abydos á sueldo y no por su flete porque será mas
barato y mejor servidos.
Y para los abituallar y ser la gente mantenida es mie-
nester que sea desta manera, la tercia parte del vyzcocho
que sea bueno y byen sazonado, y que no sea añejo porque
se pierde la mayor parte dello, y la tercia parte que sea de
faryna salada, y que se sale al tiempo de moler, y la tercia
parte de trigo.
Mas es menester vyno, y tocino, y aceyte, y vynagre
e queso, e garbanzos, e lantejas, é habas, e pescado
s^
e<r^
■-t^
* Véase en las Aclaraciones y documentos (A).
l82
CRISTÓBAL COLÓN
salado, e redes para pescar, é myel e arroz, é almendras
é pasas.
Mas, para los navyos ser reparados es menester pez,
é estopa, é clavos, e sebo, é manguetas, é fyerro é pe-
llejos.
Mas, entre la gente que fuere en los navyos son me-
nester estos oficiales que son calafates, é carpynteros, é
toneleros, e asserradores , e serrador e syherras, e se llevar
es mas barato.
Y mas es menester que los navyos que lleven ganado
ansy obejuno como vacuno é cabruno, y esto que sea nuevo,
y puedenlo tomar en las yslas de Canaria porque se abra
mas barato é es mas cerca.
Es mas menester que se lleve para su vestuario lienzo é
paño é calzado, filo, agujas, fustán, cañamazo, bonetes, e
para los caballos sillas é frenos é espuelas.
Es mas menester para los navyos que fueren como para
la gente que allá residiere ansy armas lombardas para los
nav3^os, é lanzas, é espadas, é puñales, e vallestas, é made-
xuelas para las vallestas, é almacén para las vallestas.
Ansy mesmo de las cosas que son menester para curar
los enfermos el padre fray Juan informará á vuestras altezas
de lo que será menester.
Sy estas cosas suso dichas se ovyeren de dar por ración
es .menester que sea puesta una persona de buena conciencia
para que de á cada uno su derecho no quitándole nada que
le pertenece, é sy se acordase que no sea por ración es
menester se les haga allá alguna pagua de su sueldo en
dinero para lo que ayan de comprar.
Ansy mesmo es menester una persona que sea de buena
conciencia y guarde á cada uno su justicia, y que los trate
ansy como es menester: porque si los que oy lo tienen lo
posseen de aqui adelante no digo los christianos mas los
yndios dejarán la tierra porque son tratados ansy los unos
como los otros mas siguiendo la crueldad que la razón y la
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO 11
183
justicia, y porque ay muchos de los que allá están que
querrán abecyndar es menester quel qu' el tal cargo llevare
lleve poder para los facer aquel partido y .dar libertad
segund viere q' es menester.
•s-
•S- A- S-
X M Y
rXpoFERENS.»
A todo accedieron los Reyes, dando además muchas
útiles prevenciones que eran muestras significativas de su
atencio'n y buen deseo. Pero en la ejecucio'n empezaron las
mayores dificultades. Cristóbal Colón encontró' en la mala
voluntad de don Juan de Fonseca un entorpecimiento á cada
paso, y muchas dilaciones para el cumplimiento de cada una
de sus o'rdenes. En Sevilla, donde se aprestaban los barcos
y se reunían las provisiones, extremaban sus malas artes los
dependientes de la contratacio'n, que todos recibían inspira-
ciones del Obispo, y solamente pensaban en agradarle procu-
rando molestias al extranjero.
Indudablemente sentía mucho el Almirante los grandes
obstáculos que se oponían á sus planes, y dilataban sin razo'n
alguna el despacho de la expedicio'n, tan necesaria por todos
conceptos ; pero mayor disgusto debían causarle los modales
desatentos de aquellos bajos dependientes, que engreídos por
la proteccio'n del Obispo, desconocían su autoridad y le
trataban de una manera tan inconveniente, y que formaba
tan notable contraste con las atenciones que les dispensaban
los Reyes. Todos emulaban en la innoble tarea de hacer
poco caso de la persona de Cristóbal Colón, de contrariar
sus deseos; pero por la grosería de sus acciones, por lo
repetido de sus desaires, hubo de señalarse entre ellos un
hombre de baja extracción, de no muy limpios antecedentes,
entrometido y ligero, que desempeñaba el cargo de inter-
ventor por Fonseca, llamado Jimeno de Briviesca.
-«rí-^^
1 84
CRISTÓBAL COLON
II
No podemos satisfacer la natural curiosidad de nuestros
lectores, refiriendo las causas detalladamente, porque no se
han conservado por ningún historiador los actos de tan ruin
personaje. Parece que no debía ser cristiano viejo, único
dato que consigna el obispo de Chiapa sobre este antipático
empleado, que tantos desconsuelos y aflicciones produjo á
Colón. La operación de cargar los seis navios fué laborio-
sísima, dificilísima, porque los oficiales de Fonseca dándose
aires de autoridad, ensoberbecidos y orgullosos, ponían á
todo impedimentos y cumplían mal y de mala manera las
o'rdenes del Almirante, causándole graves enojos, continuas
zozobras, grandes molestias y fatigas. El tal Jimeno de
Briviesca como persona de baja extraccio'n y escasos prin-
cipios, era el más audaz y formaba como el centro de los
envidiosos de Colón y aduladores de Fonseca. Sus indignas
provocaciones, sus continuos desprecios herían más por salir
de tan vil persona; y nada demuestra tanto su alcance, y
cuánta sería su tenacidad, como el estado de irritacio'n á que
condujeron al Almirante, cuyo dominio sobre sí mismo era
grande, y que tantas veces puso á prueba su paciencia y
su fuerza de voluntad en los azarosos trances de su exis-
tencia.
Pero no era fácil contenerse ante aquel grosero sujeto.
Después de haber sido por espacio de muchos meses constante
adversario de Cristóbal Colón, haciendo alarde de desobe-
diencia á sus mandatos y de menosprecio á su persona,
continuo' vejándole hasta el último instante, sin abandonar
su triste papel ni aun en el momento mismo del embarque.
Traslado'se Colón con todos sus oficiales y criados, con
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
185
los sacerdotes y frailes que debían acompañarle, y con otra
multitud de operarios á Sanlúcar de Barrameda en los
últimos días del mes de Mayo del año 1498. De allí debía
partir la tercera expedición; y aunque la empresa de las
Indias había decaído mucho en el concepto público, y eran
muchas las personas que llevadas por los informes de los
enemigos del Almirante, se hacían eco de sus calumnias, y
propalaban la idea de que el descubrimiento nada produciría,
ni servía para otra cosa que para arruinar el tesoro español
sirviendo á la ambición de aquel extranjero, todavía fueron
muchos los amigos que también concurrieron á aquel puerto
para darle su postrera despedida.
Fué entre ellos también Jimeno de Briviesca, siguiendo
en la misma playa y á vista de todos en sus sarcásticas
provocaciones, en sus burlas soeces. Ya se dirigía el Almi-
rante á su buque, cuando fué objeto de un nuevo insulto; y
agotado el sufrimiento, cegado por la indignacio'n , olvido
por un momento la dignidad de su posición, la prudencia
de su conducta y cogiendo del cuello á Jimeno le arrojo'
violentamente al suelo y le dio de puntapiés, desahogando
así su comprimida indignación, y descargando sobre aquel
malvado la señal del más profundo desprecio.
Juzgan unos historiadores que el suceso tuvo lugar en
la playa ; otros aseguran que fué sobre el puente mismo de
la nave capitana, y que allí se atrevió Briviesca á repetir sus
frases despreciativas. Lo que parecía natural, teniendo en
cuenta el carácter de las personas y los antecedentes ya refe-
ridos, es que semejante acto no hubiera tenido consecuencias,
y hubiera pasado como leve y condigno castigo de tanta
indignidad contra la autoridad del Almirante de las Indias.
Pero Jimeno de Briviesca era oficial del obispo de Badajoz,
y éste tuvo buen cuidado de dar graves proporciones al
asunto, y que llegara á oídos de los Reyes bajo un punto de
vista exagerado, y se presento' como prueba del carácter
violento, cruel y dominante de Cristóbal Colón. La odiosa
Cristóbal Colón, t. ii.— 24.
>; Y
i86
CRISTÓBAL COLÓN
K,
nnn
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cabala produjo el apetecido resultado: — «á mi parecer, dice
el P. Las Casas, por esta causa principalmente, sobre otras
quejas que fueron de acá, y cosas que murmuraron del y
contra él los que bien con él no estaban, 3^ le acumularon,
los Reyes indignados proveyeron de quitarle la gobernación,
enviando al Comendador Francisco de Bobadilla, que esta
isla y todas estas tierras gobernase; y bien lo temió' él, como
parece por un capítulo de la carta primera que escribió' á los
Re37^es desque llego á esta isla, donde dice:
También suplico á Vuestras Alte/^as, que manden á las per-
sonas que entienden en Sevilla en esta negociación, que no le sean
contrarios y 710 la impidan; yo no se lo que allá pasarla Ximeno,
salvo que es de generación que se ayudan á muerte y vida é yo
ausente y invidiado extrangero: no me desechen Vuestras Alteras,
pues que siempre me sostuvieron.»
III
Sr^rfl^
4i
r^
l^^ejfco^f^afx-^'
Vencidas todas las dificultades que habían prolongado
por espacio de dos años casi cabales su permanencia en
España, se hizo el Almirante á la vela para su tercer viaje
saljendo de Sanlúcar de Barrameda, miércoles 30 de Maj^o
del año 1498. Llevaba seis barcos de diferente porte, cuatro
de los llamados naos, de unas cien toneladas y dos carabelas.
Comenzó su Diario en nombre de la Santísima Trinidad,
como tenía por costumbre, y ofreció' poner bajo su advo-
cacio'n la primera tierra que descubriese.
La guerra estaba declarada con Francia , y tuvo noticia
de que una escuadra de esta nacio'n cruzaba en las aguas del
Cabo San Vicente; puso por tanto el rumbo directo á la isla
de Madera, con la intencio'n de dirigirse mucho más al Sur
que en los viajes anteriores, para subir al ecuador buscando
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
187
los países que los habitantes de la isla Española le habían
indicado como muy ricos y populosos, que debían encon-
trarse en aquella direccio'n, según sus cálculos. '
Arribo á la isla de Porto Santo el jueves 7 de Junio, y
allí se detuvo para renovar la provisio'n de agua y leña. Su
llegada produjo gran pánico, creyendo los moradores que
era una escuadra francesa la que se aproximaba, por lo que
habían empezado á huir al interior llevando consigo cuanto
podían. El Almirante oyó misa y volvió á sus naves. Llego
á Madera el domingo lo, y permaneciendo allí seis días com-
pletando las provisiones necesarias, llego el martes 19 a vista
de la Gomera. Estaba anclado en el puerto un buque corsario
francés, con dos embarcaciones españolas que había apresado
y conducido allí dos días antes.
La vista de los barcos españoles le hizo abandonar una
de las presas y hacerse al mar con la otra, dejando también
en tierra por la precipitacio'n con que aparejó, una parte de
los franceses de su tripulación. Cristóbal Colón fondeó
tranquilamente, sin sospechar pudiera ser corsario el buque
que había visto darse á la vela ; pero informado de su con-
dición, y de que llevaba aprisionada una nave castellana,
envió en su seguimiento los tres barcos más veleros de su
escuadra. No tardaron mucho en dar caza á los fugitivos,
pues vieron con sorpresa que los dos buques volvían hacia el
puerto; y era que seis españoles que iban á bordo prisio-
neros, notando la falta de los corsarios que habían quedado
en tierra, y que otros buques españoles venían en su auxilio,
arremetieron á los franceses que los custodiaban, los mania-
taron y volvían con ellos al encuentro del Almirante. Este
devolvió los buques á sus capitanes, y dejó en la isla en
poder del Gobernador á los seis franceses prisioneros para
que los canjease por otros españoles de los que llevaba el
corsario.
El 21 de Junio salió de la Gomera, y se dirigió á la isla
de Hierro, con el firme propósito de continuar en la dirección
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CRISTÓBAL COLÓN
"nT
que se había trazado, bajando hasta las islas de Cabo Verde
para llegar á la gran parte de tierra firme que suponía
fundadamente había de encontrar al Sur de todo lo que antes
había descubierto.
IV
-^-^-m
Al llegar á este punto encontramos ya mención expresa
de hallarse establecido en España, y ocupando puesto de
cierta importancia otro pariente del Almirante, ]uan Antonio
Colomho, que era su primo hermano, según los datos más
atendibles.
Al salir de la isla Gomera , determino Cristóbal Colón
dividir en dos partes su reducida escuadra, enviando desde
luego tres de sus barcos en derechura á la isla Española,
atento siempre á proveer á los colonos de víveres de refresco,
cuya falta se hacía sentir con tanta fuerza, como él por
experiencia sabía, y para que sus hermanos y todos los
españoles que allá estaban, tuvieran noticia de su salida y de
que andaba ya en descubrimiento por aquellos mares de
Indias. Puso por capitán de uno de los barcos que envió'
directamente «á un Pedro de Arana, natural de Co'rdoba,
hombre muy honrado, y bien cuerdo, el cual yo muy bien
cognoscí, dice Fray Bartolomé de las Casas ^ hermano de
la madre de Don Hernando Colo'n, hijo segundo del Almi-
rante, y primo de Arana, el que quedo en la fortaleza con
los treinta y ocho hombres , que hallo á la vuelta muertos el
Almirante; el otro capitán del otro navio, se llamo' Alonso
Sánchez de Carbajal, Regidor de la ciudad de Baeza, hon-
rado caballero. El tercero, para el otro navio, fué Jua?i
' Historia de las Indias, cap. CXXX.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
189
Antonio Columho, ginovés, deudo del Almirante, hombre muy
capa^ y prudente, y de autoridad, con quien yo tuve frecuente
conversación; dioles sus instrucciones según cpnvenia, y en
ellas les mando', que, una semana uno, otra semana otro,
fuese cada uno Capitán general de todos tres navios,
cuanto á la navegación y á poner farol de noche , que es una
lanterna con lumbre que ponen en la popa del navio, para
que los otros navios sepan y sigan por donde vá y guia la
Capitana.»
Aunque incidentalmente y á otro proposito, ya hemos
dado noticia de la venida á España de este Juan Antonio
Colon o' Colombo ^ al referir que según documento notarial,
cuya fecha se habia citado con error manifiesto, tres herma-
nos Juan, Mateo y Amighetto se habian unido para sufragar
los gastos á fin de que uno de ellos viniera á España á visitar
á Cristoforo Colombo, Almirante. Los tres hermanos eran
hijos de Antonio Colombo, según lo consignado en el mismo
documento; pues este Antonio, según otro documento que
abajo mencionaremos, vivía con sus hermanos en la calle de la
Puerta de San Andrés, en Genova, y alli moraba también
Doménico Colombo, que debia ser uno de los hermanos del
Antonio, resultando que Cristóbal y Juan Antonio Colo'n
eran primos hermanos.
Negando como siempre, y siguiendo su especial sistema
aunque sin alegar prueba alguna, y fundado tan so'lo en que
no ha podido descubrir porqué lado sea el parentesco, ha
colocado iVlr. Henry Harrisse á Juan Antonio Colombo entre
los parientes supuestos del Almirante. Pareceria á cualquiera
que debia ser bastante el testimonio del P. Las Casas, que
dice haber tenido con él frecuente conversación, y asegura que
era deudo del Almirante. Mas no es asi, ni encontramos la
razón en que el señor Harrisse se funda, por lo que vamos á
traducir integro su razonamiento:
1
t-^^fÑ*»-^
* Véase la página 20 del tomo I.
190
CRISTÓBAL COLÓN
Jl'
^^
«Juan Antonio Colombo, comandante, o' tan so'lo coman-
ditario ^ de uno de los buques de la tercera expedicio'n de
Cristóbal Colón en 1498, es designado por el P. Las Casas,
que le conocía personalmente , como genovés y pariente del
Almirante ^. Nosotros no hemos podido descubrir en qué
grado ni porqué rama.
«Los documentos es cierto que mencionan en 1459 y
1466 á un Antonio Colombo que fabricaba en Quinto, y vivía
justamente en la puerta de San Andrés 3, pero éste no puede
ser aquél de que aquí se trata, porque el Antonio de los
actos notariales, que había venido al mundo antes de 1434,
pues que ya hace actos de mayor de edad en 1459, habría
tenido á la edad de sesenta y cuatro años el mando de un
buque en una expedicio'n de las más peligrosas. Y por otra
parte, no nos cansaremos de repetirlo, en crítica histo'rica la
homonimia es un factor extremadamente incierto. Notaremos
únicamente, que don Diego Colo'n, hermano del Almirante,
lego' á un llamado Juan Antonio Colo'n cien castellanos de
oro 4^ sin calificarlo sin embargo de pariente, y sin indicar
la causa de tal liberalidad.»
Nada, ni una palabra más, escribe sobre esto el crítico
anglo-americano. Y pudo bien haber considerado que no
está aquí sola la condicio'n de homo'nimo para tener á Juan
Antonio por pariente cercano á Cristóbal Colón, por deudo
suyo, pues la apoya la respetable autoridad del P. Las
Casas, y las circunstancias atendibles de haber morado su
padre en la misma puerta de San Andrés, y haber sido él
Al parecer mercader. — Navarrete, tomo II, pág. 243.
' El tercero para el otro navio, fué Juan Antonio Columbo, ginovés, deudo
del Almirante , hombre muy capaz y prudente, y de autoridad, con quien yo tuve
frecuente conversación.
Las Casas, Historia de las Indias, lib. I, cap. CXXX, tomo II, pág. 221.
Litterar. Communis. Ms. Registro 9,1459 — i de Agosto citado por
M. Desimoni Scopritori Genovesi, pág. 47 .
* Mando que se den d Juan Antonio Colon cient castellanos de oro, é que se
les den de los bienes é fazienda del dicho Señor Don Diego Colon que tiene en las
Indias, porque esta fué su voluntad. — Testamento de Diego Colón,
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
191
• V. Historia de las Indias, lib I, cap. CXXX. — No obstante que Las
Casas dice que Juan Antonio mandaba el navio, nuestro crítico osó escribir que
era comandante ó simplemente comanditario; aduciendo como nota que Nava-
rrete había dicho que era al parecer mercader: como si Juan Antonio no pudiera
ser al mismo tiempo negociante y capitán de mar, como tantos otros. Por otra
parte, entre comandante y comanditario (ó sobre-cargo ) hay á bordo inmensa
diferencia; y todos los historiadores, incluso Navarrete, dicen que comandante
de un navio era Juan Antonio. — Mandaban los tres navios y Juan Antonio
Colombo, etc., (V. Colección, tomo I, pág. 394). Y dejo de notar el absurdo de
hacer que Cristóbal pusiera á bordo un comanditario, cuando los buques per-
tenecían al Rey; y no se hacían en ellos negocios de comercio por cuenta de
particulares, ni aun de los mismos Reyes, para hablar con propiedad.
' V. Crist. Colotnb., tomo II, pág. 392.
agraciado por Cristóbal Colón con el mando de un buque, p
y por su hermano don Diego con un estimable legado.
Impugna la duda manifestada por Mr. Harrisse el docto
Pro'spero Peragallo, y después de leído su trabajo nada
queda que desear.
«Pero vengamos, dice, al punto de los parientes del
Almirante. Uno de estos, según es sabido, llamado Juan
Antonio Colombo, mando' un barco en la tercera expedicio'n;
y como pariente de Cristóbal se le menciona no solamente
en los Apuntes (Historie) sino también por Las Casas que lo
trato' mucho: — Juan Antonio Colombo, Ginovés, ámdo del
Almirante, hombre muy capaz y prudente y de autoridad,
con quien yo tuve frecuente conversación ^ . —
))¿Qué cosa moralmente más cierta? Aquí no tenemos
ya la afirmacio'n de un hombre que refiere un dicho que no
ha escuchado, y habla de una persona á quien no conoce,
como en el caso de García Hernández, sino que estamos en
presencia de un testigo que declara la calidad de un amigo
suyo, con el que tuvo intimidad. ¿Hay diferencia?
»Pues á pesar de todo, Juan Antonio Colombo es colo-
cado, sin miramiento alguno, por el señor Harrisse entre los
parientes supuestos del Almirante — parents supposés — Y la
razo'n de esto es, según el crítico, porque — no hemos podido
descubrir en qué grado ni porqué rama era pariente ^. —
Y desde el momento que el crítico no ha logrado descubrir
^
192
CRISTÓBAL COLÓN
esto, es claro que le es lícito negar crédito al testimonio de
Las Casas, d al menos, ponerlo en cuarentena. La elevacio'n
y la profundidad de tales alegaciones es tanta, que fijando
en ellas los ojos, causan desvanecimiento. Por eso no hacemos
más que indicarlas á nuestros lectores.
— Notemos únicamente, añade el crítico, que Diego,
hermano de Cristóbal, legó á un tal Juan Antonio Colombo
cien castellanos de oro, sin calificarle, sin embargo, de
pariente V. —
))¡Mal, muy mal notado! Quien escribió' el testamento,
y por lo tanto el legado al Juan Antonio Colombo, fué el
P. Gorricio, por la imposibilidad del don Diego y en virtud
de plenos poderes que le había conferido, como resulta de
los documentos. Y por eso el monje Cartujo habla siempre
en la disposición testamentaria en nombre propio, aunque
como fiduciario de don Diego, fago é otorgo son estas... item
mando que se den á Juan Antonio Colon cien castellanos de
oro, é que se los den de los bienes porque esta fué su
voluntad del dicho Señor Don Diego ^. —
))No siendo, pues, don Diego, sino una tercera persona
la que escribió' aquella cláusula, el ingenuo notemos del
crítico puede ir á hacer compañía á otras análogas observa-
ciones suyas.
))Con licencia, pues, de nuestro escritor, o' sin ella, con-
tinuaremos, por tanto, diciendo con Las Casas, que el capitán
marino Juan Antonio Colombo, era, sin duda alguna,
pariente del Almirante, por más que no podamos en la
actualidad conocer con fijeza en qué grado lo fuese.
))Sin embargo, queremos exponer alguna conjetura
nuestra á este propo'sito ; esperando saber la opinión de las
personas más competentes en este orden de conocimientos.
«¿Dominico, el padre del Almirante, tuvo un hermano
' Crist Colóme., tomo II, pág. 393.
* V. ¿¿fid., tomo II, Apéndice B., págs. 469, 470, 476.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO 11
Í93
que se llamase Antonio? En un acta de Genova, fecha 20 de
Abril de 1448, descubierta por el marqués de Staglieno ',
aparece que un Domeneghino Colombo, hijo de Juan, tenía
un hermano llamado Antonio, y una hermana llamada Bau-
tistina, mujer de Pascual Frítalo. ¿Nos encontraremos quiza
ante la familia del Almirante? Para Harrisse esto es cierto;
tanto que dice que el Antonio y la Bautistina eran tío y tía
de Cristóbal 2. Y en vista de esto nada tiene improbable
que nuestro Juan Antonio Colombo, fuera hijo del dicho
Antonio, y por lo tanto primo del Almirante.
))Pero aquí surge una dificultad que anudaría á la vez
las inducciones del señor Harrisse y mis propias conjeturas;
y me juzgo en el deber de exponerla, esperando el fallo de
los genealogistas colombinos. El acta antes citada de 20 de
Abril de 1448, consigna que los hermanos Dominico y
Antonio Colombo eran habitadores villa Quinti. Pues el señor
Harrisse asegura á su vez que Dominico Colombo habito' en
Genova — sin interrupcio'n desde 1439 á 1491 3. — ¿Co'mo
concillaremos esto? No hay más medio que el de admitir
que Dominico Colombo tuvo simultáneamente dos casas
abiertas. En la duda, y hasta nuevas aclaraciones, dejaré
en suspenso mi conjetura y me acojo á otra.
))E1 signor Desimoni encontró' que los cartularios ava-
riarum citaban en el año 1459 á un Antonius Columhus et
fratrcs, en la calle fuera de la puerta de San Andrés 4. Y ya
sabemos que Dominico Colombo, padre de Cristóbal, estaba
igualmente establecido — extra portam sancti Andrea 5. — Seme-
jante coincidencia de domicilio nos inclina á sospechar que
ciertamente Domingo tenía cuando menos un hermano que
' V. Christophe Colonib, tomo I, pág. 186, y tomo 11, págs. 404, 405.
* Ibid., torno I, págs. 186, i8g.
* Ya lo hemos citado antes. — El crítico, sin embargo, estaba tan desme-
moriado que en el tomo I, pág. 237, había dicho: — en Mayo de 147 1 Domi-
nico Colombo estaba establecido en Savona hacía tres años.
* V. Sugli Scoprit. Genov.— Nel Giornale Ligur. Anno I, pág. 238.
" V. Christ. Colomb., tomo II, Apéndice págs. 410, 411, y tomo I, pág. 208.
Cristóbal Colón, t ii.— 25.
194
CRISTÓBAL COLÓN
mi
^^'
rs-
I se llamaba Antonio, y que los dos hermanos tenían una casa
de tráfico.
))Tal sospecha viene también á confirmarse por otra acta
descubierta asimismo por el marqués Staglieno. De esa acta
debemos notar, que con fecha ii de Octubre de 149Ó, tres
hijos de Antonio Colombo, de Quinto, nombrados Juan,
Mateo y Amigheto, convinieron en sufragar los gastos para
que uno de ellos pasara á visitar á Cristóbal Colón, Almi-
rante del Rey de España ^ Si no hubieran sido parientes es
seguro que no se hubieran impuesto aquel sacrificio. Y el
encargado después de hacer el viaje debió' ser naturalmen-
te el mayor de los tres hermanos, es decir, Juan. ¿Acaso
sería éste nuestro Juan Antonio? Conviene la edad: porque
teniendo aquél en 1460 ^ catorce años, llegaba á unos cin-
cuenta en 1496; y por otro lado sabemos que obtuvo el
mando de una nave en el tercer viaje del Almirante el 30 de
Mayo de 1498.
«Todos los indicios concurren, por tanto, á demostrar
que Juan Antonio era primo de Cristóbal Colón.»
Esta conclusio'n es la misma que nosotros hemos adu-
cido, y dejamos consignada desde luego. Creemos que, sin
comprometer en lo más mínimo la formalidad de la historia,
y en vista de los documentos repetidamente expuestos, puede
decirse que Juan Antonio Colombo, hijo de Antonio, el tío
carnal de Cristóbal, paso á España comisionado por sus
hermanos Mateo y Amigheto en 1496; que protegido por su
primo, que había llegado á Cádiz y Burgos de regreso de su
segundo viaje, permaneció' dos años en su compañía, y pro-
bablemente a3mdándole, cuando en Mayo de 1498 fué desig-
nado para mandar uno de los buques de la tercera expedicio'n,
y enviado después en 16 de Junio directamente á la isla
Española con otros dos capitanes de la confianza del Almi-
V. Alcuni N. Docum. ó^. nel Giornale Lig., anno XIV, págs. 252, 253.
V. Ibid., págs. 253, 254.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO II
195
rante; y es de suponer que continuo en buenas relaciones
con sus primos, por lo que don Diego le agracio' en su testa-
mento con la manda de cien castellanos.
El 21 de Junio, al salir de la Gomera, los tres buques
mandados por Sánchez Carvajal, por Arana y por Colombo,
tomaron el rumbo que les había mandado seguir el Almi-
rante; y éste, con un navio de mayor porte y dos carabelas,
se dirigid á las islas de Cabo Verde con objeto de completar
allí sus provisiones, y recoger algún ganado de cría para
aclimatarlo en la isla Española.
fV-í
X
í-j:
198
CRISTÓBAL COLÓN
^ -ii
Desde este momento vuelve á dividirse segunda vez
la atencio'n hacia tres puntos diferentes: la flotilla en que
Cristóbal Colón navegaba para nuevos descubrimientos; el
estado de la colonia en la isla Española, cuyo gobierno
había quedado á cargo del Adelantado don Bartolomé Colo'n,
y lo que sucedía en la corte de España y en la casa de
Contratación de Sevilla, á consecuencia de las noticias que
llegaban de las Indias; del empeño de muchos navegantes en
armar para hacer descubrimientos, y de las intrigas que se
formaban contra el Almirante. Como cada uno de aquéllos
tiene su carácter peculiar y su particular interés , consulta-
remos la claridad tratándolos por separado, y procurando
ponerlos en relacio'n con toda exactitud en el momento que
tienen mayor contacto, y se reúnen para formar el debido
encadenamiento.
Desde las Canarias, siguiendo el rumbo estudiado,
como dejamos dicho, para subir hasta la línea equinoccial,
donde abrigaba la esperanza de encontrar clima muy be-
nigno y grandes riquezas, según se desprendía de un informe
del insigne lapidario Jaime Ferrer que le habían remitido
los Reyes Cato'licos, navego' directamente á las islas de Cabo
Verde, nombre que, según la atinada frase de don Juan B.
Muñoz, pudo dárselas por antífrasis, pues solamente son
notables por su aridez y soledad, sin ostentar riqueza de
vegetacio'n ni productos abundantes, como de su nombre
podría esperarse. El 27 de Junio dio' fondo en la isla nom-
brada Buena Vista, con el intento de recoger algunas cabras
monteses que eran allí muy abundantes, y cuya carne
resistía mucho y se conservaba sana en condiciones de buena
alimentación durante largo tiempo. En aquel puerto apenas
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
199
encontraba hombres útiles de quienes valerse. La mayor
parte de los que circulaban por sus tristes calles eran pobres
leprosos, enfermos más o' menos graves, que concurrían á
ella de muchos puntos distantes, especialmente de Portugal,
á buscar la salud alimentándose con la carne de las tortugas,
cuya pesca era allí copiosa, y lavándose con su sangre; que
este tratamiento se creía entonces el más eficaz contra enfer-
medad tan horrible. No pudo hacer provisio'n bastante de
carne ni en aquella isla, ni en la de Santiago, únicas de aquel
grupo donde se detuvo. Levo' anclas de esta última el 5 de
Julio, y marco' una direccio'n Sudoeste caminando al ecua-
dor durante muchos días hasta llegar al 5° grado de
latitud Norte.
Nada notable había ocurrido hasta entonces á bordo : el
viaje era feliz, y llevaban adelantadas más de doscientas
leguas desde las islas de Cabo Verde, yendo siempre delante
de todas las embarcaciones la carabela que nombraban
Correo, quizá por sus buenas condiciones marineras, cuando
empezó' á faltar el viento constante que les favorecía , sobre-
viniendo á poco una calma completa, tan absoluta, que el
mar parecía un espejo bruñido, y en los buques permanecían
clavados, durmiendo á lo largo de los mástiles, lo mismo las
velas que las banderas. Habían entrado en aquella regio'n
ecuatorial que los marinos denominan calmosa, donde neu-
tralizándose los vientos de ambos hemisferios no se percibe
ráfaga alguna que pueda ayudar á la navegacio'n durante
largos períodos de tiempo.
Aquella calma causo' gran pavor á los marineros ; pero
mayor angustia les produjo el insufrible calor que empe-
zaron á experimentar, que no era comparable por su inten-
sidad con otro alguno. «Allí me desamparo' el viento, escribe
el mismo Almirante S y entré en tanto ardor y tan grande
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» Relación del tercer viaje, enviada á los Reyes Católicos por Cristóbal
Colón, desde la isla Española.— Navarrete. Colección de viajes, tomo I, pág. 391
de la segunda edición.
20O
CRISTÓBAL COLON
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que creí que se me quemasen los navios y gente, que todo
de un golpe vino tan desordenado que no habia persona que
osase descender debajo de cubierta á remediar la vasija y
mantenimientos.» «En el mismo paralelo debia de ir el
Almirante, dice el P. Las Casas, o' por mejor decir, meri-
diaiio, que llevo Hannon, capitán de los cartagineses con su
flota, que saliendo de Cádiz y pasando al Océano, á la
siniestra de Libia o Etiopia, después de treinta dias, yendo
hacia el Mediodía, entre otras angustias que paso', fué tanto
el calor y fuego que padeció', que páresela que se asaban;
oyeron tantos truenos y relámpagos, que los oidos les ator-
mentaban y los ojos les cegaban, y no páresela sino que
llamas de fuego caian del cielo...»
Después de algunos días de conservarse la atmo'sfera
brumosa y cargada, apareció' el sol brillante, espléndido,
derramando sus rayos ardientes que no eran mitigados por
ningún movimiento del aire. El ambiente era de fuego; los
objetos parecían incandescentes; la madera semejaba estar á
punto de arder. Saltaban los aros de los toneles corriendo el
líquido que contenían, y era imposible respirar. Con la
calma el calor era intolerable. Después de ocho días de
mortales angustias, algunas lluvias hicieron renacer las espe-
ranzas, soplo' un poco- el deseado viento y pudieron continuar
la navegacio'n, aunque sin adelantar con la rapidez que
todos deseaban. Las maniobras se hacían con suma dificultad
porque el excesivo calor había atacado las fuerzas de los
marineros, cayendo todos en un estado de laxitud muy
próximo á la postración. La gota mortificaba al Almirante,
sucediéndose los accesos casi sin interrupcio'n , y dudando
encontrar tierra en aquella direccio'n, vario el rumbo en
demanda de las islas caribes, visitadas en el viaje anterior,
que según sus cálculos debían encontrarse hacia el Sud-
oeste.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IH
20I
II
Desde el 13 al 31 de Julio las angustias fueron cons-
tantes, pues el estado de la tripulacio'n era desesperado;
necesitaban algún descanso, y lejos de obtenerlo empezaron
á escasear las provisiones, y especialmente el agua por causa
de las pérdidas que habían sufrido de las pipas que se ver-
tieron; cuando ya en aquel día llegaba al extremo la ansiedad
de todos, señaladamente la de Colón, que sufría por la
suerte de cuantos estaban á sus o'rdenes, uno de los mari-
neros del servicio del Almirante, que se nombraba Alonso
Pérez, subió' á la gavia del palo mayor y descubriendo las
cimas de algunas montañas dio' la voz de tierra. No es
posible pintar el efecto que aquel grito mágico produjo en
las tripulaciones. Aproximándose distinguieron tres montes
casi iguales, cuyas altas cumbres se destacaban perfecta-
mente entre el limpio azul del horizonte, uniéndose en su
base.
Cristóbal Colón, cuya fe religiosa era tan exaltada en
ciertas ocasiones y que había ofrecido consagrar á la Santí-
sima Trinidad la primera tierra que descubriese en este
viaje, no pudo menos de encontrar una misteriosa signi-
ficacio'n en la forma de aquella primera montaña que á su
vista se ofrecía. La isla recibió' el nombre de Trinidad, que
conserva todavía.
Siguieron por mucho tiempo la costa buscando un buen
puerto, que no se descubría á la vista, pues por todas partes
se presentaba llena de rocas; doblaron la punta oriental, que
el Almirante llamo' de la Galera, porque tiene el aspecto la
peña que la forma de un pequeño buque con su vela levan-
tada, y por aquel nombre la conocen aún los marinos; y
Cristóbal Colón, t ii — 26.
202
CRISTÓBAL COLÓN
m~ ; .2SÍ
luego fueron las barcas á tierra para reponer la provisio'n de
agua, ele que tanta necesidad sentían, aunque solamente
pudieron llenar una cuba, volviéndose á bordo.
Algunas leguas andadas dieron fondo y desembarco' la
gente en la proximidad de un cabo que se nombro' de la
Playa, y habiendo tomado cantidad de agua, continuaron
costeando á la punta del Arenal, por no encontrar en
cuanto la vista alcanzaba personas con quien comunicar,
ni caseríos adonde poderse dirigir para obtener noticias
del país.
Las tierras de la orilla eran bajas y poco accidentadas,
abrazando la vista un horizonte bastante dilatado hasta la
falda de las montañas que se descubrían á lo lejos; desde
que empezaba la altura se veían espesas y frondosas arbo-
ledas 3^ muchas casas o' bohíos que le prestaban animado
aspecto. De ellas vieron descender á muchos indios que
entrando en sus canoas se dirigían llenos de admiracio'n y
haciendo mil demostraciones hacia las carabelas; pero no
consintieron en aproximarse, ni menos subir á bordo, á pesar
de las señales de amistad que se les hicieron, ni por haberles
mostrado muchos objetos de los que ya se sabía por expe-
riencia llamaban tanto la atencio'n de todos los isleños.
Viendo la inutilidad de aquellos medios , ideo' el Almirante
otro que le pareció' más eficaz, disponiendo que en el castillo
dé popa hicieran una pequeña fiesta los marineros , cantando
y bailando al son del tamboril y la dulzaina, como en las
fiestas populares de España ; pero el efecto fué al contrario
de lo que se esperaba.
Al escuchar los indios el sonido de los instrumentos
pareció que oían una señal de combate. Acudieron á sus
arcos y poblaron los aires de flechas lanzadas contra las cara-
belas, en las que no causaron daño alguno, quedando
muchas clavadas en la obra muerta. Dispararon sus arca-
buces dos soldados, y aquella demostracio'n fué bastante para
imponerles respeto. Al oir las detonaciones arrojaron las
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO lll
203
armas y se quedaron suspensos, contemplando atónitos
aquellos hombres que vestidos de acero brillante que refle-
jaba los rayos del sol, disponían del trueno y del ra}''©, que
no menos les parecieron los tiros de la po'lvora. Después se
aproximaron y empezaron á rescatar, depuesta, al parecer,
toda idea de hostilidad , que sin saber porqué causa les
habían inspirado las canciones y música de los soldados
españoles.
En los productos que ofrecieron no había gran diferencia
de los que se habían visto anteriormente, por lo que Colón
no fijo', mucho en ellos su atencio'n , deteniéndola con mayor
cuidado en los indígenas que subían á bordo. Era su color
más claro que el de los isleños de Guadalupe y de la Española,
los cabellos menos lacios, más flexibles y sedosos, y tanto
los hombres como las mujeres parecían más altos y hermosos,
mejor proporcionados, cualidades todas que contrariaban las
ideas que él llevaba de encontrar razas muy semejantes á las
del África ecuatorial, de tez negra o' muy oscura, de cabellos
crespos ensortijados y de cuerpos un tanto deformes.
Desembarcaron los marineros y soldados para descansar
algún tiempo de las molestias de á bordo, y completaron la
provisio'n de agua abriendo pozos en la arena, pues no
encontraron arroyos en las cercanías. El 1.° de Agosto,
estando en obsei'vacio'n desde el castillo de popa de su nave,
anclada en lo que se Hamo' punta del Arenal, porque el
surgidero le parecía peligroso á causa de las corrientes con-
trarias que en aquel paraje observaba, formadas por el
estrecho que hace con la isla del Gallo, á que puso el nom-
bre de Boca de la Sierpe, descubrió' á lo lejos, en direccio'n
Sur, una tierra elevada, que supuso ser otra isla de mayor
extensio'n, que se propuso visitar en seguida y que señalo con
la denominacio'n de isla Santa. Entre la punta de la isla
Trinidad y otra que formaba la extremidad de la tierra
frontera, quedaba un paso mucho más difícil, por la fuerza
que allí tomaban las aguas y la multitud de escollos, y aquel
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204
CRISTÓBAL COLÓN
estrecho recibió del Almirante el nombre de la Boca del
Drago'n, pues parecían ambos cabos las fauces abiertas de
una enorme boca dispuesta á devorar cuantas embarcaciones
se atrevieran á intentar el paso. Decidido, sin embargo, el
Almirante á doblar el cabo y penetrar en aquel mar tran-
quilo, al parecer, que al sudoeste se descubría, mando' que
varios botes hicieran los sondeos, y encontrando seguro el
camino, paso' y se dirigió' á la que estimaba isla, y no era
sino el continente, la verdadera tierra firme, que entonces
por vez primera contemplaron sus ojos, y holló con su planta
sin duda alguna.
III
^^eH¿5í:
Y aquí se presenta la ocasio'n de examinar en su lugar
propio la duda que hace años promovió' un distinguido
americanista de la república de Honduras. ¿Desembarco'
Cristóbal Colón en tierra firme del territorio americano?
El aludido literato, que lo era don Marco Aurelio Soto, con-
sulto' sobre este punto al historiador de la América Central
don José Milla ^ y de sus conceptos aparece que el hecho no
está completamente justificado, por lo cual el señor Soto,
Presidente entonces de aquella república, no podría dar el
nombre de Cristóbal Colón á un departamento de la costa
de Trujillo, según deseaba. Mas hay que notar, que aquellos
doctos americanos fijaron el punto de partida de sus investi-
gaciones en el cuarto viaje del Almirante, en el cual también
puede creerse que puso los pies en el continente; pero el señor
don Cesáreo Fernández Duro al entrar en el examen de esta
* : Desembarcó Cristóbal Colón en tierra firme del continente americano?
—Tegucipalpa.— Tipografía nacional, 1882. 34 páginas en 4."
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO JII
205
cuestión, con cuantos datos pudo recoger en los documentos
remitidos del Archivo de Indias de Sevilla ' al cuarto con-
greso de americanistas, empezó por asentar, con verdadero
conocimiento, que el primer desembarco de Colón en la
costa de Paria debe buscarse en el tercer viaje, cuando por
vez primera descubrió', costeo' y reconoció' la tierra firme
desde el 1.° al 17 de Agosto de 1498.
Y en efecto, siguiendo paso á paso el itinerario que,
copiado casi á la letra del original, inserta el P. Las Casas,
se ve que paso' aquellos días reconociendo la costa de tierra
firme desde las bocas del Orinoco hasta el confín de Paria,
en « aquel golfo cercado de tierra firme por una parte y por
otra de la isla de la Trinidad» cre3^endo siempre que aquella
que llamo' isla Santa, lo era en efecto, y lo mismo las que
denomino de Gracia, Punta Seca, Punta Llana, Isabela y
otras cuya localidad no puede comprobarse hoy, pues eran
cabos de la costa continental, separados por los brazos del
río. Imposible parecerá que en todos aquellos días no bajara
á tierra el Almirante, cuando tantos motivos tuvo para
hacerlo ; y aunque es cierto que consigna en varias ocasiones
que iba muy molesto de la gota, y de la enfermedad de los
ojos, que del continuo velar y de la fuerza del viento se le
irritaron á tal punto que se le cubrieron de sangre, como él
dice, bien parece de sus expresiones que en más de una
ocasio'n bajo' á tierra para reconocer.
«Estando en esta punta del Arenal, escribe el P. Las
Casas, que es fin de la isla de la Trinidad, vido hacia el
Norte cuarta del Nordeste , á distancia de quince leguas , un
cabo o' punta de la misma tierra firme , y esta fué la que se
llama P^ria. El Almirante, creyendo que era otra isla dis-
tinta, púsola nombre la isla de Gracia Envió á tierra las
7
' Colón y Finzán.— Informe relativo á los pormenores del descubrimiento
del Nuevo Mundo..., por el capitán de navio Cesáreo Fernández Duro.— Madrid.
Tello, 1889.
2o6
CRISTÓBAL COLON
^
lanchas, y hallaron pescado y fuego, y rastro de gente, y
una casa grande descubierta; de allí anduvo ocho leguas,
donde hallo' puertos buenos. Esta parte desta isla de Gracia
dice (el Almirante) ser tierra altísima, y hace muchos valles,
y todo debe de ser poblado, dice él, porque lo vido todo
labrado; los ríos son muchos, porque cada valle tiene el
suyo de legua á legua ; hallaron muchas frutas y unas como
uvas y de buen sabor, y mirabolanos muy buenos, y otras
como manzanas, y otras, dice, como naranjas, y lo de dentro
es como higos; hallaron infinitos gatos paules; las aguas,
dice, las mejores que vieron.»
Todo esto parece dicho de ciencia propia. Más ade-
lante dice: — «Navego' á un ancón, lunes 6 dias de Agosto
cinco leguas, donde salió y vido gente » Pero contra estas
y otras indicaciones se nota siempre la falta de la expresio'n
clara precisa de haber desembarcado; la cual tampoco se
encuentra en la mencionada Relación del tercer viaje, que
Colón remitió' desde la isla Española. Las ceremonias oficia-
les eran siempre las mismas, y el no hacerse mencio'n de
ellas, como se acostumbraba en todas ocasiones, vendrá á
demostrar que el Almirante visito' en esta cxpedicio'n la tierra
firme, aunque no tomo posesio'n de ella, lo cual no parece
admisible. Pero aun admitiendo que no practico' tales actos,
todavía quedan datos bastantes para dudar; aún puede creer-
se que desembarco', y quizá no una vez sola, en la costa de
Paria, en los primeros días del mes de Agosto de 1498.
Relativamente á un desembarco y toma de posesio'n en
la costa de Honduras, en la punta que denomino' Caxinas,
donde hoy se encuentra la ciudad de Truxillo, en su cuarto
viaje, año 1502, que es el punto en que toman la.cuestio'n
los distinguidos americanos que antes citábamos, los señores
Soto y Milla, la trataremos en su lugar oportuno cuando
de aquel último viaje del Almirante nos ocupemos, porque
tenemos fundado motivo para esperar que mientras tanto se
esclarezca con algún dato importante aquella duda.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
207
IV
En el punto de que tratábamos, o' sea de los pasos y
reconocimiento de la costa de Paria, en este tercer viaje, el
P. Las Casas en los capítulos de su obra que á ello dedica ',
inserta muchos trozos desconocidos del Diario de Colón, que
sería muy conveniente entresacar, toda vez que aquel docu-
mento no se ha encontrado hasta ahora, y especialmente los
indicados capítulos, que siguen con fidelidad su contexto,
copiando muchas veces sus propias palabras.
No cabe en este lugar esa interesante recopilacio'n ; mas
cuando no todos, hemos de referir alguno, porque se en-
cuentra en íntima relacio'n con otros hechos posteriores y de
cierta gravedad en la historia del descubrimiento. Surgió'
adonde Hamo' los Jardines, que eran las más hermosas tierras
que había visto y las más pobladas , donde encontró gentes
vestidas, aunque de una manera particular, con pañizuelos
de algodo'n; y de aquellas gentes algunos traían hojas de
oro al cuello, y le dijeron que por allí había mucho y de él
hacían espejos; pero esto debía ser mala inteligencia, porque
no los entendían ni una palabra. Vieron á un indio que
tenía un grano de oro tan grande como una manzana. —
«Vinieron unas mujeres que traian en los brazos sartales de
contezuelas, y entre ellas perlas o' aljófar, finísimas
Pregunto' el Almirante á los indios donde las hallaban o'
pescaban ^, y mostráronle de las nácaras donde nacen, y
respondiéronle por bien claras señas , que nacian y se cogian
' Desde el capítulo CXXX al CXLIX de la Historia de las Indias.
* El Almirante dice en su Relación: — «También les pregunté donde
cogian las perlas, y me señalaron también que al Poniente y al Norte, detrás
desta tierra donde estaban.»
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r*v:
\J.
208
CRISTÓBAL COLÓN
V
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hacia el Poniente detras de aquella isla que era el cabo de la
playa de la Punta de Paria y tierra firme, que creia ser isla;
y decian verdad , que veinticinco o' treinta leguas de allí,
hacia el Poniente, está la isla de Cubagua, de que luego se
dirá, donde las cojian.»
Rescato Cristóbal Colón cuantas perlas pudo, para
enviarlas á los Reyes, como lo hizo luego desde la isla
Española, porque eran finísimas y muy blancas; siendo éstas
las primeras que del continente americano se vieron en
Sevilla, y moviendo la codicia del obispo de Badajoz fueron
motivo para que se aprestara la expedicio'n que mando
Alonso de Ojeda, con destino á la costa de Paria; en uno de
cuyos buques se embarco' por vez primera el florentino Amé-
rigo Vespuche o Vespucio, que hasta entonces había sido
factor de una casa de comercio.
Después de las muestras de oro que Colón había
enviado á los Reyes, lo que llamo' la atencio'n más poderosa-
mente y dio' nueva importancia á las riquezas que se espe-
raban de las Indias Occidentales , fueron las perlas del golfo
de Paria. Se miraba todavía el descubrimiento bajo un punto
de vista harto mezquino ; nadie paraba mientes en la gran
extensio'n de las islas descubiertas, ni en la feracidad de los
terrenos, ni en la multitud y abundancia de las especias y
productos, que tanta riqueza podían proporcionar aumen-
tando los objetos de comercio, y acrecentando la importancia
de la marina; solamente el oro y las piedras preciosas se
estimaban en aquellos momentos como dignos de los trabajos
y de los gastos que se habían hecho para el descubrimiento.
Pero entonces se hubiera querido tocar el provecho inmedia-
tamente, ver llegar á cada viaje las carabelas cargadas de
oro; y como esto no sucedía, ni era posible que sucediera,
los émulos de Colón, sus enemigos, ponderaban los gastos
y desacreditaban la empresa llevando á tal extremo sus vati-
cinios, que auguraban se consumirían en viajes improducti-
vos é inútiles todas las rentas del tesoro español.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
209
Es digno de trasladarse en este lugar el razonamiento
que sobre estas hablillas propaladas para rebajar su crédito,
dirigió' á los Reyes, por ser también un escrito de su mano
de los que hoy no se conservan.
«Nuestro Señor me guie por su piedad y me depare
cosa con que él sea servido y Vuestras Altezas hayan mucho
placer; y, cierto, débenlo de haber, porque acá tienen cosa
tan notable y real para grandes Príncipes, y es gran yerro
creer á quien les dice mal desta empresa, salvo aborrecerles,
porque no se halla que Principe haya habido tanta gracia
de Nuestro Señor, ni tanta victoria de cosa tan señalada, y
dé tanta honra á su alto Estado y reinos, y por donde pueda
recibir Dios eterno más servicios, y la gente de España más
refrigerio y ganancias; que visto está que hay infinitas cosas,
y bien que agora no se conozca esto que yo digo, verná
tiempo que se contará por grande excelencia, y á grande
vituperio de las personas que á Vuestras Altezas son contra
esto, que bien que hayan gastado algo en ello, ha sido en
cosa más noble y de mayor estado que haya sido cosa de otro
Príncipe hasta agora, ni era de se quitar de ella secamente,
salvo proceder y darme ayuda y favor, porque los reyes de
Portugal gastaron y tuvieron corazón para gastar en Guinea,
fasta cuatro o' cinco años, dinero y gente, primero que reci-
biesen provecho, y después les deparo Dios ganancias y oro.
Que, cierto, si se cuenta la gente del reino de Portugal y las
personas de los que son muertos en esta empresa de Guinea,
se fallarla que son mas de la mitad del reino; y, cierto,
fuera grandísima grandeza atajar una renta en España, que
se gastase en esta empresa, que ninguna cosa dejaran Vues-
tras Altezas de mayor memoria, y miren en ello; y que
ningún Príncipe de Castilla se halla, o' yo no he hallado por
escrito ni por palabra, que haya ganado jamás tierra alguna
fuera de España , y Vuestras Altezas ganaron estas tierras
que son otro mundo, y adonde habrá la cristiandad tanto
placer, y nuestra fé, por tiempo, tanto acrecentamiento. ^
Cristóbal Colón, t. 11.— 27.
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2IO
CRISTÓBAL COLON
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Todo esto digo con muy sana intincion, y porque deseo que
Vuestras Altezas sean los mayores señores del mundo, digo
señores de todo él ; y sea todo con mucho servicio y conten-
tamiento de la Santísima Trinidad, porque en fin de sus
dias hayan la gloria del Paraíso, y no por lo que á mi propio
toca, que espero en su alta Majestad, que Vuestras Altezas
presto verán la verdad dello, y cuál es mi cudicia.»
Intrigas y calumnias de otro género, y las desgracias
que por las malas pasiones, y por los excesos de los mismos
jefes que allá se enviaban se originaron en la colonia, fueron
causa de la desgracia del Almirante, y de que se le cortase
el hilo de sus buenos deseos ; pero en honra de" los Reyes
Cato'licos debe repetirse que nunca dieron oídos á las murmu-
raciones y calumnias de sus interesados consejeros; su elevada
inteligencia nunca midió' por tan bajo nivel la importancia
de la empresa, que fué la más alta gloria de su gloriosísimo
reinado; y la mejor prueba de ello la dejo' consignada el mismo
.Cristóbal Colón en elocuentes palabras que se encuentran
al fin de la relacio'n de su tercer viaje, antes citada '.
«Todo esto dije, escribe, y no porque crea que la
voluntad de Vuestras Altezas, sea salvo proseguir en ello en
cuanto vivan, y tengo por muy firme lo que me respondieron
Vuestras Altezas una vez que por palabras le decia esto; no
porque yo hoviese visto mudamiento ninguno en vuestras Alteras,
salvo por temor de lo que yo oia destos que yo digo: y tanto dá
una gotera de agua en una piedra que le hace un agujero; y
vuestras Altezas me respondieron con aquel corazón que se
sabe en todo el mundo que tienen , y me dijo que no curase
de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir en esta
empresa y sostenerla, aunque no fuese sino piedras y peñas,
y quel gasto que en ello se hacia que lo tenia en nada, que en otras
cosas no tan grandes gastaban mucho mas, y que lo tenian todo
por muy bien gastado, lo del pasado y lo que se gastase en
• Navarrete — Colección de viajes, tomo I, pág. 412 de la segunda edición
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
211
adelante, porque creían que nuestra sancta fé catholica seria
acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran
amigos de su real estado aquellos que les maldecían desta
empresa »
El P. Las Casas haciendo serías reflexiones sobre el
párrafo que arriba dejamos inserto, dice que á Colón, como
hombre de gran prudencia, le daba Dios claro conocimiento
para que acertase en lo que estaba por venir, pues decía
bien: — «5/ que agora non se cognosce lo que yo digo, venid
tiempo que se contard por gran escelencia.)) Y al llegar á tales
palabras del Almirante exclama lleno de entusiasmo: «¿Que
se podrá contar en todo lo poblado del mundo, en este
género, que se iguale con lo sucedido y procedido en las
Indias y de las Indias en nuestros tiempos? lo cual todo,
antes y después de su descubrimiento era estimado por vaní-
simo é increíble; pero, como dije, dábalo Dios á cognoscer
y á decir antes que se cumpliese, al que para lo principiar y
mostrar con el dedo había elejído.»
En el cerebro del Almirante se unía á una grandísima
inteligencia la fuerza de una imaginacío'n poderosa: cuali-
dades que bien comprendidas nos ofrecen la explicacío'n de
todos los actos de su vida. No haremos en este lugar más
que las indicaciones necesarias sobre la combinación extraña
que ofrecen á veces el entendimiento y la fantasía de Cris-
tóbal Colón, cuando feno'menos de la naturaleza, descono-
cidos antes, se presentaban á su contemplacío'n ; cuando en
las nuevas zonas que recorría sucesos extraordinarios fijaban
su atencio'n, meditaba con profundidad, estudiaba con dete-
nimiento, y por la elevacío'n de su inteligencia llegaba á
explicarse de una manera siempre aproximada á la verdad, d
muy en camino de alcanzarla, la causa de aquellas novedades.
Pero su facultad creadora nunca estaba en reposo, mezclando
siempre rasgos de imaginacío'n elevada y soñadora á las más
graves concepciones. Y este conocimiento de la fuerza intui-
tiva nos pone en claro los fundamentos de muchas de sus
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212
CRISTÓBAL COLÓN
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teorías, de sus pensamientos algo fantásticos y de sus exa-
gerados ideales.
Ya le hemos visto, lleno siempre de la idea de haber
tocado á los últimos límites del Asia, creerse en los dominios
del Gran Kan, y en la proximidad de las maravillosas
ciudades descritas por Marco Polo, donde el viajero vene-
ciano dejo' correr sin rienda las exageraciones más enormes.
Al encontrarse en islas nada cultas, ante pobladores salvajes,
desnudos y sin vislumbre alguna de civilizacio'n , trae á su
memoria otros datos y se juzga haber llegado al extenso
archipiélago que se decía rodeaba las extremidades de la
India Oriental. Bastaba una semejanza de nombre, una de-
sinencia en algunas sílabas de las pronunciadas por aquellos
indígenas cuyo idioma no conocía, para deducir conse-
cuencias favorables á sus propósitos, como 3'a se ha notado
repetidas veces.
Estando en la punta del Arenal, de la isla de la Tri-
nidad, vio' por primera vez la tierra firme, y al primer cabo
que de ella pudo divisar le dio' por nombre el de isla de
Gracia; viendo luego otro más adelante, le denomino isla
Sancta, y al penetrar en aquella especie de golfo, y rescatar
algunas perlas con los naturales, juzga que si éstas nacen,
según la opinio'n de Plinio, del rocío que cae en las ostras
abiertas y preparadas para recibirlo, — «allí hay mucha
razón para las haber, porque allí cae mucha rociada y hay
infinitísimas ostras y muy grandes, y porque allí no hace
tormenta, sino la mar está siempre sosegada, señal de lo cual
es haber los árboles hasta entrar en la mar, que muestran
nunca estar allí tormenta, y cada rama de los árboles que
entran (y están también ciertas raices de árboles en la mar,
que según la lengua desta española se llaman mangles)
estaban llenos de infinitas ostras, y tirando de una rama sale
llena de ostras á ella pegadas »
Por último, estando en aquel golfo que llamo' de la
Ballena, formado de una parte por la isla de la Trinidad y
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
213
por otra por la costa de tierra firme, vino una tan gran
corriente de la parte del Sur, como pujante avenida, con
tan grande estruendo y ruido que en todos puso espanto, y
chocando las aguas se levantaron haciendo una gran loma,
que puso en gravísimo peligro las naves. Pasado aquel miedo,
que con terror recordaba siempre el Almirante, noto con
mayor asombro que en aquel mar había venas d corrientes
de agua dulce; y pensando con harta sagacidad que debía
ser producido aquel feno'meno por la corriente de un gran
río que bajara despeñado de grandísima altura, imagino'
que el mundo, aunque redondo, no era completamente esfé-
rico sino que hacia la parte del Ecuador podía formar la
hechura de una pera de cuya parte superior descendieran las
aguas que con fuerza tal entraban en el Océano. Pero aún
fué más adelante, pues no podía separar su imaginación por
mucho tiempo de la grandeza de aquella agua dulce, y dán-
dose á pensar mucho en ello y hallando sus razones, vino á
parar en la opinio'n de que hacia aquella parte debió hallarse
el Paraíso terrenal, y así lo escribió' á los Reyes al noti-
ciarles aquella novedad que había encontrado en el golfo.
Basta por ahora con la expresio'n de estas ilusiones del
Almirante, tan propias de su carácter, y que tanto sirven
para comprender como de todas las cosas y de todos los
sucesos formaba un concepto grande y elevado, hasta el
punto de añadir siempre algo de fantástico en sus conse-
cuencias á todos los sucesos que á su estudio se ofrecían.
Como ellas demuestran cuan penetrado estaba Cristóbal
Colón de la grandeza de su obra, y sus sueños y teorías
partían siempre de un supuesto cierto y razonable, posible
será que nos ocupemos más adelante de este importante
asunto.
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214
CRISTÓBAL COLÓN
• I I II
En medio de tantos trabajos, y del interés que al Almi-
rante ofrecía el reconocimiento de la costa de Paria, nunca
olvidaba el largo tiempo que había transcurrido desde su
salida de Sanlúcar de Barrameda, sin tener noticia alguna
de la isla Española. Abrigaba la confianza de que con los
medios de que allí se disponía, y dadas las condiciones de
carácter del Adelantado, la colonizacio'n continuaría con
arreglo á sus instrucciones, y no eran de temer grandes
desastres. Pero á pesar de todo, siempre recordaba con
inquietud los sucesos de la isla; y aunque con los socorros
que desde Canarias había enviado á su hermano, y no
dudaba hubieran llegado oportunamente, podía estar algo
más tranquilo, deseaba cerciorarse por sí mismo del estado
de la colonia, y de lo que hubiera progresado durante su
larga ausencia.
Llevaba, además, á bordo gran provisio'n de víveres, de
que suponía fundadamente debían tener mucha necesidad en
la Española, y como los accidentes del viaje habían sido
tantos, se habían padecido los grandes calores de la línea, }'•
llevaban de embarcados cerca de tres meses en tan malas
condiciones, estaban en peligro de dañarse perdiendo aquel
socorro tan necesario, y que tantos trabajos y disgustos le
había costado reunir.
Estas y otras razones trabajaban siempre en su ánimo;
y conociendo que por entonces no era posible seguir mucho
más adelante en el descubrimiento, ni desembarcar la gente
bastante en la costa de Paria para reconocer la tierra firme,
porque los buques de que disponía no eran á propo'sito, ni
los hombres que llevaba tenían lo necesario para aquella
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
215
nueva expedición , y como además se encontraba cansado y
enfermo, muy molesto con la oftalmía, que desde mucho
tiempo le aquejaba, determino' tomar el camino de la isla
Española lo más directamente que pudiera ser.
Adoptada esta resolucio'n, y con el designio de que su
hermano Bartolomé viniera inmediatamente con una flotilla
dotada de todos los recursos precisos á reconocer aquella
tierra, que él apenas había podido ver ligeramente, zarpo
desde la ensenada que Hamo' los Jardines, en direccio'n al
estrecho temible que formaban la punta de Paria y la Tri-
nidad, y que había denominado Boca del Dragón, distante,
al parecer, unas cuarenta leguas. La capitana era muy
pesada, y demasiado grande para aproximarse mucho á la
costa sin riesgo; por lo cual envió delante las dos carabelas
para reconocer el terreno, bajando á las embocaduras de
aquel gran río, cuyas corrientes de agua dulce tanto habían
preocupado su atencio'n, viniendo á fijarse en que á su
izquierda dejaba un gran continente de extensio'n infinita
donde aquél tomaría su origen , y debía aumentar con otros
caudales que descendieran de elevadas montañas, todo lo
cual era de gran interés conocer y estudiar en viajes suce-
sivos. El 12 de Agosto llegaron los buques á la punta de
Paria y el 13, con viento favorable, se dirigieron al estrecho
para salir al mar libre y tomar rumbo á la Española; pero
en momento crítico ceso' el viento, las naves quedaron
paradas en medio de la calma, y las aguas del golfo, co-
rriendo im.petuosamente, se entrechocaban con las del mar,
poniéndoles en un trance peligroso semejante al que ante-
riormente habían pasado; pero que termino' pronto y con
feliz resultado , pues venciendo las corrientes interiores comu-
nicaron nuevo impulso á las embarcaciones echándolas al
mar, como deseaban.
Dejo por el Nordeste las islas que llamo' Asuncio'n 3^
Concepcio'n y salió' á toda vela á la dilatada extensión del
mar por junto á la isla Sola; y perdiendo muy pronto de
2l6
CRISTÓBAL COLÓN
vista las islas llamadas de los Testigos, la de la Guarda 5^ la
de los Frailes, después de cinco días de navegacio'n llego' en
la noche del 19 de Agosto á la proximidad de las costas de
la Española, cincuenta leguas más abajo de la desemboca-
dura del Ozama. Asienta en su diario con la mayor exactitud
las distancias recorridas, y el rumbo que seguía, y que
habiendo navegado más de doscientas leguas desde la Boca
del Drago'n, descubrió' una pequeña isla en la que sobresale
una elevada peña que le hizo dar el nombre de Alto velo,
pasando desde allí á otra mayor, que creyó' erradamente era
la que en su segundo viaje llamo' de Santa Catalina; pero
como dice el mismo Almirante, las corrientes le habían
llevado mucho más abajo de lo que juzgaba, según la
dirección que había puesto, y como por la noche acortaba
las velas, por temor á los bajos, y los vientos le eran de
costado, lo habían hecho decaer bajando hasta la isla á que
abordo', y se llamo' la Beata, poco distante de la costa Sur
de la isla Española.
Envió' luego el Almirante las barcas á tierra para que
procurasen algunos indios con que poder enviar al Adelan-
tado la noticia de su arribo ; pero aunque éstos vinieron y
recibieron el encargo, el lunes 20 de Agosto vieron venir
con direccio'n á la isla una carabela, y á poco se había
reunido con las que allí estaban fondeadas, y bajando á una
barca don Bartolomé paso' á bordo de la capitana y tuvieron
la satisfaccio'n de abrazarse los dos hermanos. Parece que en
Santo Domingo estaban en constante observación esperando
el regreso del Almirante, porque ya sabían, por las carabelas
que envió' directamente desde Canarias, se encontraba en
aquellos mares, y sin duda vieron pasar á lo lejos los tres
buques y salieron en su busca siguiendo la direccio'n que
llevaban.
Poco después emprendieron la marcha hacia el puerto
de la nueva ciudad de Santo Domingo, fundada por el Ade-
1 lantado y que el Almirante aún no conocía; y aunque la
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO III
217
travesía no era larga, las corrientes contrarias la hacían en
extremo difícil, por lo que no pudieron entrar en aquél hasta
el viernes 31. Había salido Cristóbal Colón para España
en 10 de Marzo de 149Ó, y volvía á los dos años y medio
después de haber descubierto las costas del continente.
Cristóbal Colón, t. 11.-28.
220
CRISTÓBAL COLÓN
El primer cuidado de don Bartolomé Colo'n fué dar
cuenta á su hermano de cuanto había hecho en el dilatado
tiempo de su ausencia para el adelanto de la colonizacio'n,
y de los sucesos que habían ocurrido, que en verdad eran
harto deplorables.
En cumplimiento de las o'rdenes que el Almirante le
dejara á su partida, y por las instrucciones que luego á su
llegada á España le remitió' por medio de Pedro Alonso
Niño, salió' el Adelantado de Isabela al frente de una nume-
rosa expedicio'n compuesta de más operarios que soldados,
aunque también llevaba muchos de éstos para la debida
seguridad, pertrechados con todo lo necesario para establecer
residencias y puntos fortificados en todos aquellos lugares
donde pareciera conveniente, en la parte Sur de la isla, que
por primera vez iba á recorrer y examinar, según los deseos
del Almirante.
Llego' á las minas de San Cristo'bal y allí se detuvo por
espacio de algunas semanas para dejar en buen estado una
fortaleza que construyo', y á la que dio' el mismo nombre,
para que en ella se acogieran los mineros, y tuvieran pro-
teccio'n para sus personas y lugar seguro donde custodiar el
oro que obtuvieran de sus trabajos. Tuvo allí ma)?ores
noticias de un lugar fértilísimo y muy apropiado para esta-
blecer poblacio'n á la embocadura del río llamado Ozama, en
los dominios de aquella cacica que había sido causa del
conocimiento de las minas de Hayna. Bajo' el Adelantado á
la costa, y entrando en canoas por el río, practico' los sondeos
para medir la profundidad y conocer la clase de buques que
podrían entrar en el puerto, encontrándolo muy superior á
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
221
SUS esperanzas, pues calculo podrían entrar barcos de más
de trescientas toneladas. Señalo' lugar desde luego á la parte
de oriente del Ozama, para que se trazara la poblacio'n, y dio'
principio á la construccio'n de una fortaleza de tapias para su
defensa, dando á la nueva ciudad el nombre de Santo Do-
mingo, que después fué extensivo á toda la isla, y que con-
servo' aún después de su traslacio'n á la otra margen del
río, dispuesta en el año 1502 por el comendador Nicolás de
Ovando.
Suponen algunos historiadores que dio' aquel nombre á
la poblacio'n en memoria de su padre Domingo Colo'n; otros
infieren que quiso se llamase así, porque aporto en aquel
lugar en día de Santo Domingo, y alguno juzga que sola-
mente por ser domingo el día en que comenzó la edificacio'n,
fué bautizada con aquel nombre. ^ El Almirante deseo' que
se llamara la Nueva Isabela; pero el nombre no prevaleció',
acostumbrados como estaban ya á nombrarla Santo Domingo.
Mando venir de Isabela el Adelantado toda la gente útil
para activar la construccio'n de la nueva ciudad, procurando
al mismo tiempo separar de aquel sitio, donde tantas enfer-
medades se padecían, el mayor número de hombres posible;
y cuando ya las obras estaban en buena marcha, adelantando
con regularidad y rapidez, él se dispuso para otra expe-
dí cio'n más importante y de la que se prometía, como en
efecto logro, los más favorables resultados.
Siguiendo la costa, guiado por algunos indios, se enca-
mino' don Bartolomé al territorio de Xaraguá, donde era
señor de una grandísima parte de la isla el cacique Behechio,
á cuyo lado se encontraba su hermana, la célebre Anacaona,
mujer que había sido del no menos célebre Caonabo', y que
al ser éste aprisionado por Alonso de Ojeda , se había refu-
giado al territorio de su hermano. Al llegar á las orillas del
y^^"^^.
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« Christophe Colomb, les corsés, et le Gouvernement franjáis, par Henry
Harrisse.— París, H. Welter, editeur, 1890, pág. 21.
222
CRISTÓBAL COLÓN
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caudaloso río Neyba, situado á unas treinta leguas de Santo
Domingo, encontraron acampado á la otra margen al cacique
con numeroso ejército de indios, dispuesto á impedir el paso.
No entraba en los cálculos de Bartolomé Colo'n reñir batallas,
sino ganar aliados y procurar le pagasen tributos, que á la
vez que proporcionaran subsistencias para la colonia, pudie-
ran servir para enviar á España productos que ayudaran á
sostener viva la idea de la riqueza de los países nuevamente
hallados.
Trato, pues, amistosamente con Behechio, manifes-
tándole que su propo'sito no era más que visitar sus dominios
y asegurarles la protcccio'n de los poderosos Reyes de Cas-
tilla; y los sencillos indios, candorosos como niños, y cual
si tuvieran ya grandes prendas de los cristianos y fuera
imposible faltarles la palabra, según dice el P. Las Casas,
disponen que salga toda la corte á recibir al Adelantado con
gran fiesta y gala, haciendo á los españoles todas las alegrías
que solían hacer á sus Reyes, y aún muchas más. De regoci-
jo en regocijo fueron llevados hasta Xaraguá , capital de los
Estados de aquel poderoso cacique, y ya en las inmediaciones,
— «salen infinitas gentes, y muchos señores y nobleza que se
ayuntaron de toda la provincia, con el rey Behechio y la
reina su hermana Anacaona, cantando sus cantares y haciendo
sus bailes, que llamaban areitos, cosa muy alegre y agra-
dable > para ver, cuando se ayuntaban muchos en número
especialmente; salieron delante treinta mujeres, las que tenia
por mujeres el Rey Behechio, todas desnudas en cueros, solo
cubiertas sus vergüenzas con unas medias faldillas de algo-
don, blancas y muy labradas en la tejedura dellas, que
llamaban naguas, que les cubrían desde la cintura hasta
media pierna; traian ramos verdes en las manos; cantaban
y bailaban y saltaban con moderación como á mujeres
convenia, mostrando grandísimo placer, regocijo, fiesta y
alegría. Llegáronse todas ante Don Bartolomé Colo'n, y, las
rodillas hincadas en tierra, con gran reverencia, dánle los
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
223
ramos y palmas que traían en las manos; toda la gente
demás, que era innumerable, hacen todos grandes bailes y
alegrías, y con toda esta fiesta y solemnidad, que parece no
poder ser encarecida, llevaron á Don Bartolomé Colo'n á la
Casa real o' palacio del Rey Behechío, donde ya estaba la
cena bien aparejada ¿egun los manjares de la tierra, que era
pan de ca^^abí é hutías (los conejos de la isla) asadas é
cocidas, é infinito pescado de la mar y del río que por
allí pasa.»
II
' ^§
Concluidas las fiestas entre las que hubo alguna muy
notable, porque tenía mucha semejanza con los torneos y
juegos de cañas que en aquel tiempo eran muy comunes en
todos los pueblos de Europa, y bien agasajados los españoles
por el cacique y por su hermana, don Bartolomé Colo'n
aprovecho' el tiempo en referir á ambos la grandeza de los
Reyes de Castilla, á cuyos reinos había venido entonces el
Almirante para regresar á la isla con mayores fuerzas, y con
muchos barcos para cargar los productos que en calidad de
tributo habían de entregar todos los señores territoriales de
la isla, como reconocimiento de vasallaje á tan poderosos
Monarcas, y por los beneficios que de su proteccío'n habían
de recibir. ¡ Cuan diferentes habían de ser en el porvenir,
no muy lejano, las consecuencias de aquellos lisonjeros
ofrecimientos! ¡Cuántos males se presentaban para aquellos
inofensivos indígenas bajo la dulce apariencia del trato y
comunicacio'n con hombres más civilizados!
Behechio era el cacique principal, el más poderoso entre
los cinco más nombrados en Haytí, según ya hemos dicho;
su territorio era el más extenso, y comprendía las comarcas
\'k.
'm-
224
CRISTÓBAL COLÓN
más fértiles y más pobladas, siendo los indios de aquel país,
que por ocupar un extremo casi aislado tenía menos trato
con los demás, los más cultos relativamente, y de costumbres
tan dulces y moderadas como los de Guacanagarí. Sin tener
la fama de temeridad y arrojo que distinguía á Caonabo', el
caribe de las montañas, era muy respetado por el gran
número de hombres de que disponía , y por las condiciones
de su carácter firme, aunque bondadoso y apacible. Por todas
sus cualidades era el cacique Behechio tipo del indio sencillo,
sin doblez ni desconfianza ; y como su señorío estaba á larga
distancia del teatro de los sucesos que hasta aquel momento
se habían desarrollado en la isla, desde la primera llegada de
los españoles, no tenía hacia éstos odio ni prevenciones,
aunque ya conocía su poder por la prisio'n de Caonabo' y
por las exageradas noticias que otros indios fugitivos de la
Vega y del Marién le habían comunicado.
Vivía con el cacique su hermana Anacaona, muy notable
mujer, muy prudente, muy graciosa y palanciana, en sus
fablas según el P. Las Casas, y amicísima de los cristianos;
y aunque éstos habían preso á su esposo Caonabo', priván-
dola de su territorio de la Maguana, no parecía que les
guardaba rencor, y antes profesaba cierta admiracio'n hacia
aquellos hombres, que tal vez juzgaba superiores, y á los que
su imaginacio'n exaltada y novelesca revestía de cualidades
extraordinarias. Al venirse á morar al lado de su hermano,
se había rodeado de una pompa muy en armonía con sus
gustos y carácter ; y al saber la llegada del Adelantado á los
dominios de su hermano, puso en juego toda la influencia
que con él tenía, para que no opusiera resistencia ni pelease
con tan temibles adversarios, procurando más bien ganarse
su amistad y contar con su apoyo en las eventualidades del
porvenir. Tal era aquella india, notable según todos los
españoles que la conocieron, por su hermosura, su gracia y
su discrecio'n. El cronista Antonio de Herrera se ocupa de
ella en varias ocasiones, y siempre con elogio, reconociendo
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
225
que la adornaban prendas relevantes y que no mereció la
triste suerte que la depararon los españoles.
Behechio y Anacaona escucharon con profundo pesar
las palabras del Adelantado. No repugnaban declararse
tributarios de los Monarcas de España, ni reconocerlos por
señores; pero sabedores de que nuestros soldados habían
llegado á las montañas de Cibao con el único propo'sito de
buscar oro en las minas 3'^ en los ríos, creían que Colón no
se contentaría sino con grandes cantidades de oro, y mani-
festaron tristemente que en todos sus Estados no se cogía ni
un grano de tan codiciado metal.
(( — ¿Co'mo puedo 3^0 dar tributo, dijo al Adelantado,
que en todo mi reino ni en algun.a parte ni lugar del nace ni
se coge oro, ni saben mis gentes que se es? — Respondió' Don
Bartolomé Colo'n. — No queremos ni es nuestra intención
imponer tributo á nadie , que no sea de aquellas cosas que
tengan en sus tierras y puedan bien pagar; de lo que en
vuestra provincia y reinos sabemos que abundáis, que es
mucho algodón y pan cagabí, queremos que tributéis, é de
lo mas que en esta tierra hobiese, pero no de lo que
no ha3^ — »
Contento' mucho al cacique esta explicacio'n, y se mostró'
satisfecho de poder pagar tributo, como lo habían convenido
otros muchos señores de la isla, mostrando deseos de dar
aún más de lo que se le pidiera, á cuyo efecto dio' o'rdenes
inmediatamente á muchos de los caciques menores que de él
dependían, para que en los terrenos más á propo'sito sem-
brasen cuanto cagabí fuera posible, é hicieran grandes plan-
taciones de algodo'n.
El atraerse la amistad de Behechio era de gran interés
para los españoles, pues les aseguraba poder atravesar en
paz más de la quinta parte de la isla, y utilizar sus pro-
ductos; y por tanto, en el punto en que estuvo seguro de su
buena voluntad, dispuso el Adelantado su regreso á Isabela,
pues le tenía con gran cuidado lo que hubiera podido ocurrir
Cristóbal Colón, t. 11—29.
226
CRISTÓBAL COLÓN
allá por la falta de víveres y las enfermedades. Por las
montañas de Cibao bajo' á la Vega Real 3^ la atravesó' en
toda su extensio'n, deteniéndose mu}^ poco en aquella larga
expedicio'n de ochenta leguas, y sin dar más que el necesario
descanso á sus soldados. El estado en que encontró' la ciudad
era verdaderamente desconsolador.
III
f-v
W/-'
rv^-
Las enfermedades habían aumentado; habían fallecido
más de trescientos españoles y muchísimos indios, cuyos
cadáveres, medio insepultos en los alrededores de Isabela,
infestaban el aire y ocasionaban el aumento de las dolencias,
haciéndolas también más graves. La mala alimentacio'n y la
miseria contribuían igualmente á empeorar cada vez más la
situacio'n, pues agotados los víveres de muchas clases, y
dañados los de otras, tenían que acudir á los productos del
país; y como las inmediaciones de Isabela estaban devas-
tadas completamente y nada producían, y los indios se
habían retirado en gran número á otros territorios lejanos,
los unos huyendo del hambre que los aquejaba, los otros por
temor y por odio á los españoles, las subsistencias faltaban
en absoluto, y una verdadera calamidad amenazaba á aquel
establecimiento que tan favorablemente había empezado,
y con tantas ilusiones y esperanzas había fundado el Almi-
rante.
Llegaban los colonos al extremo que devoraban cuantos
animales podían cazar, sin reparar en sus clases; y cuando
ya hutías, perros, lagartos y sabandijas de todas especies se
iban agotando y escaseaba su caza, muchos de ellos se deci-
dieron á comer las iguanas, á las que hasta entonces habían
mostrado gran repugnancia y asco, á pesar de ver lo mucho
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
227
que las apreciaban los indígenas. El hambre se pintaba en
todos los semblantes, las huellas de las enfermedades no se
borraban de los rostros de los convalecientes-, y el abati-
miento era general en todos. Tal fué el cuadro que encontró'
el Adelantado á su llegada á Isabela.
Desde luego dedico' toda su actividad al remedio de
tantos males. Hizo salir de la ciudad á cuantos convalecientes
podían soportar el viaje , y los repartió' en las casas fuertes
que se habían fundado desde Isabela á Santo Domingo.
A muchos enfermos, y á los que estaban más delicados, les
hizo llevar á los sitios más saludables de la Vega, para que
vivieran entre los indios á fin de que los alimentasen y cui-
dasen, y distribuyo entre todos la mayor cantidad que pudo
de cagabí y frutos del país que en abundancia llevaba de su
expedicio'n á Xaraguá; con cuyas medidas, y con las noticias
que los soldados traían de los recursos que habían de sacar
de los territorios de Behechio y del mucho oro que se
encontraba en las minas de San Cristóbal, los más decaídos
cobraron ánimo, renaciendo la esperanza de mejorar del todo
la situacio'n, mientras llegaban también nuevos socorros de
España.
La tranquilidad que estas medidas produjeron, fué, sin
embargo, de corta duracio'n. Ocupando á todos los hombres
útiles que quedaban en Isabela, había dispuesto el Adelan-
tado la construccio'n de dos carabelas en condiciones á pro-
posito para costear la isla en todas direcciones, y poder
atender con rapidez y con menor cansancio de sus soldados
á, todos los puntos donde hubiera que cobrar los tributos o'
que por cualquier causa reclamasen su presencia. Mientras
se ocupaban en aquel trabajo, y en mejorar algún tanto los
edificios de Isabela, haciendo más saludable la habitacio'n en
ellos, recibió' noticias de que descontentos los indios de la
Vega por la carga que se les había impuesto de socorrer á
los soldados enfermos, y mal avenidos con aquellos molestos
huéspedes, que con su conducta les recordaban los sufri-
avU,
iwm
228
CRISTÓBAL COLON
S
'^Í\
r-4l
V.
mientos que años antes les habían causado los de Pedro
Margarit, habían acudido al cacique Guarionex, excitándole
á que se pusiera al frente de los demás caciques, y por medio
de un golpe atrevido, congregando en la Vega el mayor
número de indios armados que se pudiera reunir, destruyese
en una sola jornada á todos los españoles que por ella anda-
ban diseminados, incendiase las fortalezas, y librase á la isla
de sus opresores, que amenazaban destruirlos á todos ellos á
poco que allí permanecieran. Tanto clamaron por la guerra;
de tal manera justificaban sus quejas y temores, y eran tan
numerosos los que pedían, que Guarionex, á pesar de su
carácter apacible y un tanto indeciso, y de que por entonces
no tenía resentimiento alguno con los españoles, temió' que
por su negativa eligieran otro caudillo, y ofreció' ponerse al
frente de la nueva coalicio'n.
La ocasio'n era propicia. Enfermos la mayor parte de
los españoles y alejados de sus jefes, no eran de temer como
cuando estaban reunidos y organizados: las fortalezas con-
taban con muy reducido número de defensores, y el Ade-
lantado había pasado un mes antes por la Vega, con direc-
ción á la nueva ciudad de Santo Domingo, dejando solamente
en Isabela veinte hombres de armas y unos pocos trabaja-
dores ocupados en la obra de las carabelas. Era preciso dar
el golpe con la mayor rapidez, para no exponerse al peligro
de que la llegada de nuevos buques trajera de España víveres
y refuerzos, y diera mayores alientos y medios de resistencia
á los enemigos.
Catorce caciques subalternos fueron llegando á la Vega
con gran número de indios, para ponerse á las o'rdenes de
Guarionex; pero su reunio'n no pudo ser tan secreta que no
la notasen los españoles que guarnecían el fuerte de la Con-
cepcio'n, que para prevenir un golpe de mano mandaron
aviso á los del de Bonao, y éstos comunicaron la noticia al
Adelantado. «Quiero contar, dice el P. Las Casas, una
industria que tuvo un indio mensajero, que creo que fué esta
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
229
vez, para salvar las cartas que llevaba de los cristianos de la
Concepción á los del Bonao. Diéronselas metidas en un palo
que tenian para aquello, hueco por una parte, y como los
indios 3^a tenian experiencia de que las cartas de los cris-
tianos hablaban, ponian diligencia en tomarlas; el cual como
cayo' en manos de las espias, que los caminos tenian toma- W
dos, fué cosa maravillosa la prudencia de que uso, que no
fué á la del Rey David muy desemejable. Hízose mudo y
cojo; mudo, para que no le pudiesen constreñir á que lo que
traia, o' de donde venia, o' que hacian o' pensaban hacer los
cristianos hablase; y cojo, porque el palo en que iban las
cartas, que finjia traer por bordón necesario, no le quitasen;
finalmente, hablando y respondiendo por señas, y cojeando
como que iba á su tierra con trabajo, hobo de salvarse á sí é
las cartas que llevaba, las cuales si le tomaran y á él pren-
dieran o' mataran, por ventura no quedara de los cristianos
derramados por la Vega, y aun de los de la fortaleza de la
Concepción hombre vivo ni sano.»
Con la actividad y la intrepidez propias de su carácter
acudió' don Bartolomé Colo'n al socorro de los suyos. Llega
al Bonao, y en una sola marcha, de noche, y cautelosamente,
recorre las diez leguas que le separan de la Concepcio'n.
Reúne, sin tomar descanso, cuantos españoles encontró' á su
paso, sanos y enfermos, y cae de improviso sobre los indios,
aprovechando su costumbre de no combatir de noche. Fué
aquella una gran victoria, aunque no puede llamarse batalla
al suceso. La derrota de los indios fué completa, y su
dispersio'n inmediata, que atemorizados huyeron á guare-
cerse en los montes. Murieron muchos en la acometida,
quedando prisioneros infinitos, entre ellos varios de los ca-
ciques y el mismo Guarionex, que fueron encerrados en
la fortaleza de la Concepcio'n. «Mataron á muchos señores
de los presos, de los que les pareció' que habian sido los
primeros movedores, no con otra pena segtm yo no dudo,
sino con quemarlos vivos, porque esta es la que comunmente, y
230
CRISTÓBAL COLÓN
siempre y delante de mis ojos yo vide muy usada, dice el P. Las
Casas.»
Al siguiente día se presentaron más de cinco mil indios
desarmados y llorosos, pidiendo con grandes alaridos y
súplicas les entregasen á su cacique Guarionex y á los otros
señores, con grandes promesas de sumisio'n y acatamiento á
los españoles. Era naturalmente compasivo don Bartolomé
Colo'n y generoso después de la victoria. Le conmovieron
las muestras de respeto y amor de aquellos vasallos á su
señor; y conociendo muy bien la impresio'n favorable que
en ellos había de producir un acto de clemencia, después
del rigor ya usado, puso en libertad al cacique y á los que
con él habían sido aprisionados.
Pacificada la Vega, que era la comarca más importante
. de la isla por su abundante produccio'n , procuro el Adelan-
tado se pusieran en mejor estado de resistencia las fortalezas,
para prevenir la repetición de peligros como el que acababa
de conjurar; pero apenas empezada la obra, llegaron algunos
indios mensajeros de Behechio y Anacaona, para anunciar
que estaban 3'a preparados los tributos y podían pasar á
recogerlos. Tal noticia causo' gran satisfacción á don Barto-
lomé, que en seguida puso en movimiento sus tropas para
regresar á Xaraguá.
Los soldados también acogieron con júbilo la noticia de
una nueva expedicio'n á aquella rica corriarca, cu5'^as alabanzas
habían escuchado muchas veces de los que allá habían ido,
y cuyas delicias envidiaban. Mal vestidos, mal alimentados
y con poca salud la mayor parte de ellos, esperaban mejorar
en todo y vivir con más holgura y comodidad en aquel
extremo de la isla donde todavía eran respetados los espa-
ñoles. La marcha fué, pues, alegre y animada, atravesando
en pocos días la Vega y las montañas y llegando todos, con
las mejores esperanzas, al territorio donde empezaban los
dominios de Behechio.
La acogida que el cacique y los indios dispensaron al
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
231
Adelantado no fué menos cordial que la que antes le habían
hecho. Los soldados estaban admirados y llenos de satis-
faccio'n : los indios agasajaban cuanto • era posible á sus
huéspedes; les proporcionaban un continuo banquete, que
no por ser sencillo y natural, de frutos del país, pescado y
aves , era menos abundante ; y al verse tratados con tanto
afecto, en medio de aquellas arboledas que parecían hermo-
sísimos jardines , y en clima tan apacible , bien quisieran los
españoles continuar allí sin volver á la lucha y á la escasez
de que acababan de salir.
La cantidad de algodo'n reunida para el tributo era
extraordinaria: habían contribuido á ella treinta caciques
tributarios de Behechio, que quiso con tanta esplendidez dar
pruebas de su buena amistad, y al mismo tiempo poner de
manifiesto la fertilidad de sus tierras. Una casa se lleno de
algodo'n, y ofreció' además el generoso cacique todo el csi^ahí
que pudieran necesitar los cristianos, para no experimentar
nuevas necesidades por falta de alimentos.
El Adelantado agradeció' verdaderamente aquellas de-
mostraciones de afecto y de lealtad, y envió' emisarios á
Isabela á su hermano don Diego para que mandase á
Xaraguá una de las carabelas, que ya debía estar concluida,
para que cargase las especies cobradas como tributo.
En tanto que la carabela llegaba, continuaron el cacique
y su hermana obsequiando cuanto más era posible al Ade-
lantado, y los demás hacían lo mismo con los soldados, que
viéndose en aquel país delicioso y abundante, entre indios
gallardos que con tanto amor les trataban y hermosas
mujeres por todo extremo obsequiosas, se juzgaron llegados
alas delicias del paraíso. Las grandezas de Anacaona, su
lujo y sibaritismo; la riqueza de sus palacios y las infinitas
minuciosidades de su vida, ocupan muchas veces á los primi-
tivos historiadores de Indias. Era la reina india la más
sobresaliente entre todas por su belleza; notable por su
discrecio'n y agradable trato; de conversacio'n amena y llena
232
CRISTÓBAL COLÓN
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de rasgos de ingenio, que parecían extraños en la poca o
ninguna educacio'n de una salvaje criada en los bosques.
Tenía mucha gracia y atractivo, unidos á la altivez que la
correspondía usar como esposa de un cacique respetado y
hermana de otro igualmente poderoso ; pero aunque en las
relaciones con sus vasallos sabía mostrarse orgullosa y
grave, al decir de Gonzalo Fernández de Oviedo, era otra
su conducta con los españoles, siendo con ellos fácil y amable
con exceso, contribuyendo todo á hacer más agradable la
estancia de los españoles en aquella comarca. ^
Llego' la carabela que el Adelantado había mandado
viniese , y fué á dar fondo en aquella gran ensenada que se
forma entre los cabos de San Nicolás y del Tiburo'n. El
punto donde anclo' la carabela distaba poco más de dos
leguas de la residencia de Behechio, y sabido por los indios
su arribo, corrieron en gran muchedumbre á la playa para
admirar la gran canoa de los cristianos, y volvieron á la
poblacio'n llenos de asombro, refiriendo con grandes exage-
raciones el prodigio que habían visto sobre las aguas, con lo
cual se movieron otros, y fueron todos á gozar de tan
extraordinario espectáculo. No se lleno' menos de curiosidad
Anacaona, que como mujer y curiosa, deseaba vehemente ver
aquella maravilla, y á sus instancias decidió' el cacique ir á
visitar la carabela.
Partieron todos en unio'n de don Bartolomé Colo'n, é
hicieron noche en una reducida poblacio'n que se encontraba
á la mitad del camino; era como una residencia especial de
recreo, donde Anacaona tenía reunidos todos aquellos primo-
res de su mayor gusto, y en la que pasaba largas temporadas
entregada á vivir en medio de objetos preciosos y sin más
ley que su capricho. Si hemos de dar crédito á los historia-
dores contemporáneos, había en aquel palacio un refina-
miento de lujo muy superior á todo lo que pudiera esperarse
encontrar entre salvajes. Los muebles estaban maravillosa-
mente labrados; las vasijas de diversas formas y colores, en
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
235
que se criaban plantas hermosísimas, llamaban la atención
por su primorosa manufactura, y en tejidos de blanquísimo
algodo'n era tanta la variedad, que sorprendió' á los españoles,
pues en ningún otro punto de la isla habían visto nada que
se le pareciera ni aún remotamente. Tal vez un impulso de
vanidad femenina movió' á Anacaona para llevar al Adelan-
tado y á los suyos á que admirasen las preciosidades que
atesoraba en su palacio favorito. «Presento esta señora á
Don Bartolomé muchas sillas, las mas hermosas, que eran
todas negras }'- bruñidas como si fueran de azabache; de
todas las otras cosas para servicio de mesa, y naguas de
algodón (que eran como unas faldillas que traían las mujeres
desde la cinta hasta media pierna, tejidas y con labores del
mismo algodón) blanco á maravilla, cuantas quiso llevar 3^
que mas le agradaban. Dio'le cuatro ovillos de algodón
hilado que apenas un hombre podia uno levantar...»
Llegados á la playa quedaron los indios mudos de
admiracio'n al ver aquel gran barco, que á ellos semejaba
una enorme ave con descomunales alas, que causaban asom-
bro, y que gallardamente se movía sobre las aguas. Habían
preparado al cacique y á su hermana sus mejores canoas,
pero ellos no quisieron separarse del Adelantado, y en la
barca de éste entraron para dirigirse con él á la carabela.
En las demás falúas y canoas iban mezclados los soldados
españoles con infinidad de indios, que también querían con-
templar de cerca aquel monstruo, cuya extraña forma movía
su curiosidad. Otros muchos permanecieron en tierra, no
osando en su candidez acercarse al buque. Al ponerse en
movimiento las barcas, la carabela hizo salvas, disparando
varias lombardas, á cu3^o estampido se sobrecogieron los
indios, palidecieron los más audaces, y muchos quisieron
arrojarse al mar temiendo que el cielo se les venía encima.
Tembló Behechio, y cayo' desmaj^ada Anacaona en brazos del
Adelantado; pero al ver la sonrisa de éste y la tranquilidad
de su semblante, presto se recobraron. «Llegados, como
Cristóbal Colón, t. ii.— 30
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234
CRISTÓBAL COLÓN
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dicen los marineros al bordo, que es junto á la carabela,
comienzan á tañer un tamborino y la flauta y otros instru-
mentos que allí llevaban, y era maravilla como se alegraban;
miran la popa, miran la proa; suben arriba, descienden
abajo; están como ato'nitos, espantados.»
En su sencillez todo lo veían, todo lo admiraban, en todo
ponían las manos, como niños que nunca han visto un objeto
tan curioso. No escapan de tales movimientos el cacique
mismo y su hermana; y el Adelantado, para colmar su ad-
miracio'n, manda desplegar las velas, y el buque se pone en
movimiento conduciéndolos mar afuera. Terminado el paseo,
toman de nuevo el camino para Xaraguá, y en tanto los
indios cargan la carabela de cuanto podía contener de ca^abí
y de algodo'n, llevando también muchas de aquellas preciosas
sillas y muebles con que Anacaona obsequio' á don Barto-
lomé Colo'n.
Despachada la embarcacio'n para que se dirigiese á Isa-
bela, dispuso también el Adelantado su partida, para llegar al
mismo tiempo á aquella ciudad, y cuidar de poner en segu-
ridad el tributo hasta que pudiese enviarlo á España. El
cacique y su hermana se mostraron afligidísimos por su
marcha, rogándole se detuviera entre ellos algún más
tiempo; significando deseos la novelesca Anacaona de se-
guirlos en su viaje; pero al cabo se resignaron, contentos
con la promesa que don Bartolomé les hizo de volver á
residir algún tiempo en su ciudad.
IV
No puede dejar de admirarse, dice con sobrada razo'n
Washington Irving, el tino, el talento de Bartolomé Colo'n
en el tiempo que tuvo el gobierno de la Española. Vigilante
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
235
y activo, se encontraba en todas partes donde era necesaria
su presencia, y sin descansar un punto, cruzo' de una á otra
provincia en todas direcciones, dejando con su valor 3^ su
moderacio'n amigos 3^ aliados muy poderosos Si sus
prudentes medidas hubieran sido secundadas por los que
estaban bajo su mando, el país hubiera prosperado desde
luego 3" las utilidades para la metro'poli hubieran sido inme-
diatas; pero sus uoJdIcs esfuerzos, lo mismo que las sabias
o'rdenes del Almirante, se vieron siempre esterilizados por las
malas pasiones de los españoles que debían secundarlos.
A su llegada á Isabela, encontró nuevas complicaciones
y motivos de profundos disgustos, origen de graves males
para la colonia.
Por insignificantes motivos, que en apariencia no tenían
importancia, aunque en el fondo de los mismos latían odios
mal disimulados, se declaro' el Alcalde mayor Francisco
Roldan en desavenencia con don Diego Colo'n, 3'' comenzó' á
formar un partido que no prestase obediencia á sus manda-
tos. Funestos precedentes había tenido tal conducta, que ya
habían producido consecuencias desastrosas, y el ejemplo se-
guido debía tenerlas aún más desventuradas.
Parece en verdad que Cristóbal Colón, que tantos
altos dones había recibido del cielo, no contaba con el de
conocer á los hombres. Derramaba beneficios 3^ recogía
ingratitudes. Casi todos aquellos sujetos que recomendó' á
los Reyes, 6 en quienes deposito' su confianza, se volvieron
en contra su3^a, y se convirtieron en enemigos del que tan
noblemente ponderaba sus servicios para que fuesen amplia-
mente recompensados. Ya hemos visto el pago que dieron á
sus favores el P. Boil, Pedro Margarit, el repostero Aguado,
y otros muchos de aquellos que por buenos mencionaba en
su Memorial primero á los Reyes. Francisco Roldan era un
pobre escudero, criado del Almirante, vivo y de ingenio,
aunque no letrado, á quien en un principio nombro' Alcalde
de Isabela; y como desempeñaba bien el cargo, antes de par-
236
CRISTÓBAL COLÓN
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tirse para España, le dejo por Alcalde mayor, para el ejercicio
de la justicia en toda la isla, confiando en que haría cuanto
j)udicra para cumplir bien con su obligacio'n. Y tal vez
no hubiera tenido motivo de arrepentirse si su ausencia no
se hubiera prolongado tanto. Viéndose por largo tiempo con
un alto empleo, muy superior á sus merecimientos, nació en
su corazo'n un sentimiento de envidia al verse sometido á la
autoridad de don Diego Colo'n, á quien no tenía el respeto
que á su hermano, y la emulacio'n le movió' á querer igua-
larse con él y á que se le tributasen los mismos honores.
Llegada la carabela que desde Xaraguá envió' el Ade-
lantado con el cargamento de algodo'n y pan, dispuso don
Diego que la dejasen varada en tierra, temeroso siempre de
que algunos díscolos y descontentos pudieran apoderarse de
ella, 3' regresasen á España como antes lo habían hecho
otros. Éste fué el pretexto que tomo' Roldan para empezar á
mover la gente, diciéndoles que los hermanos del Almirante
no querían que se supieran los trabajos que allí se pasaban,
ni enviar las carabelas á Castilla, porque esperaban la
llegada de aquél, para alzarse con la soberanía de la isla,
y tenerlos á todos sometidos á su voluntad, obligados por el
hambre. Con estos razonamientos y otros no menos absurdos,
pero que lisonjeaban las pasiones de los colonos, logro' Rol-
dan que exigieran con repeticio'n y en forma violenta y de
tumulto á don Diego que se botasen al agua las carabelas.
Creyendo aquél quitar fuerza á Roldan separándolo de
Isabela, discurrió' enviarle á la fortaleza de la Concepcio'n
con un corto destacamento, bajo pretexto de auxiliar á los
soldados que allí estaban amenazados por los indios. La
medida fué contraproducente, como podía esperarse. Don
Diego Colo'n no tenía fuerzas ni energía para castigar á
Roldan, y escogito un medio para inutilizar sus planes, que
era á todas luces impolítico, porque alejaba al rebelde de la
vigilancia de la autoridad y le daba medios para continuar
en su propaganda. El resultado se toco' muy luego.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
237
Fué el Alcalde con sus soldados al pueblo de un cacique
llamado Marque, situado á corta distancia de la Concepcio'n.
y allí, constituyéndose descaradamente en jefe de los insu-
rrectos, fueron á unírseles algunos más de los que no habían
osado declararse en Isabela, y otros muchos de los convale-
cientes qué andaban diseminados por la Vega. Los que
permanecieron fieles á sus juramentos, abandonaron á Rol-
dan y se acogieron al fuerte de la Concepcio'n , donde dieron
noticia de cuanto sucedía.
Entonces los sublevados, ya decididos á arrostrarlo
todo, regresaron á Isabela, se apoderaron violentamente de
las llaves de los almacenes del Rey, quitándolas á un criado
de don Diego Colon que las guardaba, y tomaron armas 3"
víveres cuantos quisieron, saliendo en triunfo 3^ con grandes
voces de ¡viva el Rey! á cometer mayores excesos. Quiso
remediar el mal don Diego Colo'n, saliendo con algunos
hombres de armas al encuentro de los amotinados; pero ni
su carácter era á propo'sito para combatir, ni tenía confianza
en la fidelidad de la gente que mandaba, por lo que habién-
dose presentado ante el almacén que saqueaban y vista la
actitud resuelta de Roldan, se recogió con los suyos á la
fortaleza hasta que aquél salió' de la ciudad.
El mal que habían causado era gravísimo. Los víveres
almacenados eran pocos, y se distribuían con el ma3'or rigor
y por raciones bien cortas, para que no se consumieran
enteramente antes de que llegaran los repuestos que de
España se aguardaban por momentos; y los sublevados los
repartieron sin orden ni concierto, y se llevaron cuantos
pudieron, dejando comprometida la existencia de todos los
que quedaban en la ciudad. De allí se dirigieron á los
cercados y mataron vacas y ovejas de las que estaban desti-
nadas á la cría, llevándose también los caballos que podían
servirles.
Casi á un tiempo regresaron á Isabela el Adelantado y
Francisco Roldan. La presencia de don Bartolomé fué una
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238
CRISTÓBAL COLÓN
gran contrariedad para éste; pero envalentonado 3^a con la
obediencia de los que le seguían, y comprendiendo que se
había comprometido demasiado para poder volver atrás,
permaneció retirado con los suyos, y procurando sacar
partido de cuantas circunstancias podía aprovechar para
desacreditar á los Colones, y presentarlos como hombres
crueles y vengativos, y con el designio de que algunos que
se reconocían culpables por complicidad con los rebeldes,
se pasaran resueltamente á su bando por temor al castigo.
Parece que Roldan temía efectivamente á don Bartolomé
Colon. Hasta parece que abrigo la idea de asesinarlo. La
ocasión fué la siguiente. Por lo mismo que el principio de
autoridad estaba tan relajado, procuro el x\delantado no dar
muestra alguna de temor ni de debilidad, y administrar
justicia rectamente para escarmiento de todos; y habiendo
probado que tenía parte en algunos delitos un tal Barahona,
de los del partido de Roldan , fué condenado á muerte seña-
lándose día para ejecutarlo. El momento pareció' oportuno
al Alcalde mayor, y reunió' á sus más atrevidos partidarios
para que, en el momento de presentarse el reo en público,
acometieran los unos á la guardia que le custodiaba y los
otros dieran muerte al Adelantado. A instancias de muchos
españoles fué perdonado Barahona, y no tuvieron los conju-
rados ocasio'n de llevar á efecto su maldad; pero sospecharon
•que tal vez sus planes se habían traslucido, y salieron preci-
pitadamente de la ciudad dirigiéndose de nuevo á la Vega.
Nada deseaba tanto Roldan como aumentar su hueste,
por lo que se dirigió' al pueblo donde habitaba el cacique
Guarionex; allí se hallaba el capitán García de Barrantes
con treinta soldados, á los que se proponía atraer á su
partido; pero no pudo conseguirlo por la entereza del jefe,
que se encerró' en una casa fuerte é intimo' á Roldan que se
retirase.
Encamináronse los rebeldes al fuerte de la Concepcio'n,
donde ya estaban sobre aviso, 5^ el alcaide Miguel Ballester
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
239
rechazo todas sus proposiciones, y despacho' cartas á don
Bartolomé para que acudiese al peligro. A poco tiempo se
presento' el Adelantado en la Concepcio'n con cuantos
hombres tenía disponibles, y reunidas sus fuerzas con las de
Ballester, muy superiores en número y en disciplina á las de
los insurrectos; sabedor de que éstos se encontraban en una
poblacio'n muy pro'xima, se dirigió' á ella con ánimo de
reducir de una vez á Roldan á la obediencia, antes de que
llegase á la isla el Almirante, cu3^a venida juzgaba no podía
tardar, y encontrase en ella tanto desorden y tantas desven-
turas.
Bien conoció' Roldan la desventaja de su posición en
aquellos momentos, y aunque en las conferencias que tuvo
con el Adelantado, bajo pretexto de atender á su propia
seguridad, se resistió' á entregar las armas y á separarse de
su gente, insistiendo también en la peticio'n de que se botara
al agua la carabela, que había sido el principio de la
rebelio'n, se allano' á pasar á residir en el punto de la isla
que se le señalase, en tanto que venía de España orden de
lo que debería hacerse, o' juez que dirimiese la contienda
pendiente entre su autoridad y la de los Colones.
Don Bartolomé entonces le dijo que pasara á las tierras
de un cacique bautizado ya con el nombre de Diego Colo'n;
pero Roldan, bien fuera porque nunca había pensado en
cumplir lo que ofrecía, bien porque conoció' que cediendo se
colocaba ya en posicio'n de subdito, y perdería en concepto
de todos, se negó' resueltamente á la obediencia, alegando
que en aquel país no se había sembrado nada por los indios,
ni encontraría medios de sustentar á sus compañeros. Ante
esta negativa, el Adelantado le exonero' del cargo de
Alcalde mayor, por desacato á sus ordenes dadas en repre-
sentación de la autoridad Real , y le mando que se apartase
de su gente.
Rodeado de hombres en quienes no podía confiar dema-
siado, amenazado por las asechanzas de los traidores,
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240
CRISTÓBAL COLON
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viviendo en continua zozobra, sin descansar un punto,
recorrió el Adelantado vnrios lugares de la Vega para pro-
porcionarse subsistencias 3^ recoger algunos de los enfermos
que habían convalecido con la variación y con la abundancia
de alimentos; recogiéndose luego con todos á la Concepcio'n,
único punto donde se vivía con seguridad y con orden,
gracias á la lealtad y severo carácter del catalán Miguel
Ballester. Aún allí intento' nuevas perfidias Francisco Rol-
dan; pero el Adelantado y Ballester fueron avisados á tiempo
por Gonzalo Go'mez Collado, y desbarataron todos los planes
de aquel miserable. '•
En vista de la inutilidad de sus esfuerzos, se retiraron
los rebeldes á los territorios del cacique Manicotex , donde
aumentaron sus filas por habérseles reunido Adrián Mojica,
Pedro Valdivieso y Diego Escobar, alcaide del fuerte de la
Magdalena con otros seis ú ocho soldados. Todos vivían en
el mayor desorden, sin freno ni disciplina, satisfaciendo
todos sus caprichos y maltratando cruelmente á los indios,
que los sufrían atemorizados.
En tal situacio'n llego' al puerto de Santo Domingo el
3 de Febrero de 1498 Pedro Hernández Coronel con las dos
carabelas que el Almirante había despachado con los víveres
que creyó' de mayor urgencia, y las cartas para don Barto-
lomé en que le daba cuenta de los favores que los Reyes le
dispensaban y la atencio'n que concedían á todos los asuntos
de la colonia, y le remitía el título de Adelantado que le
habían conferido; con lo que su oficio ejercido hasta entonces
por el nombramiento que hiciera su hermano, cobraba nueva
legitimidad y fuerza, como emanado directamente de los
Soberanos.
A tiempo llegaron estas favorables nuevas. Rodeado de
peligros y de angustias don Bartolomé, y reducido al
extremo «esperando cada dia, como dice fray Bartolomé de
las Casas, cuando habia de ir- Francisco Roldan á cercarlo,
como Dios en esta vida no da todos los trabajos juntos, sino
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IV
241
siempre, conociendo nuestra flaqueza, con alguna interpo-
lacio'n, quiso dar algún resuello á Don Bartolomé Colon y á
los que con él estaban Rescibio' el Adelantado Don Bar-
tolomé, ya constituido Adelantado, grandísimo favor y
alegría, y los que le seguían, como sí resucitaran de muerte
á vida.» Comprendiendo el efecto moral que las noticias de
España y los despachos de los Reyes podían causar en los
insurrectos, envío' inmediatamente al mismo Pedro Her-
nández Coronel, que era Alguacil mayor de la isla, hombre
prudente y de confianza, y que por haber estado ausente
desde antes que comenzara la sublevacio'n, no tenía enemistad
ni odios con Roldan, para que se avístase con éste, y lo
redujese á la obediencia y servicio de los Reyes, poniendo
término al calamitoso estado en que se encontraba la admi-
nistracio'n de la colonia. Esta era la mísío'n ostensible y de
paz que el Adelantado confio' al Alguacil mayor, ofreciendo
al propio tiempo el olvido de los pasados excesos; pero en
realidad, Colo'n se prometía mayor resultado, de lo que
aquél pudiera decir como testigo presencial de lo que
sucedía en la corte de España, y del pro'ximo regreso del
Almirante.
Lo mismo entendieron los jefes de la insurreccio'n , y
no consintieron que Coronel se comunícase con su gente,
sino que con amenazas y casi por fuerza le llevaron adonde
Roldan se encontraba, y enterado aquél de su mísío'n le
contesto' con altivez, despidiéndole de una manera desabrida,
sin allanarse á cosa alguna. Sin embargo, no dejaron de
producir efecto las palabras que en la conferencia se cru-
zaron, pues Francisco Roldan abandono toda idea de agre-
sio'n y emprendió' la marcha á Xaraguá, donde todos los
soldados querían ir, llevados de las agradables pinturas que
de su fertilidad y abundancia habían hecho los que allá
estuvieron anteriormente.
El Adelantado se dirigió' á Santo Domingo á poner en
seguridad las provisiones y todos los efectos que en las cara-
Cristóbal Colón, t. ii.- 31.
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242
CRISTÓBAL COLON
belas habían llegado, y distribuyo de la manera más opor-
tuna los noventa hombres que á su bordo venían, enviando
desde luego á las minas de San Cristóbal á todos los que
parecieron útiles para aquellos trabajos, y colocando otros
en las diferentes obras que se hacían en la nueva ciudad.
Por desgracia no todos eran á proposito para la colonia;
muchos de ellos, criminales á quienes se había indultado
para que pasasen á Indias , se comprendía desde luego que
antes habían de servir para formar en las filas de los que
alborotaban, que en las de los trabajadores.
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244
CRISTÓBAL COLÓN
Otro mal tan grave y quizá mayor aún que el que
produjo con su insubordinacio'n , causo' Francisco Roldan en
la desorganización de la isla, sembrando la discordia lo
mismo entre los españoles que entre los indios. A los sol-
dados, después de una vida licenciosa y desordenada, les
ofrecía libertad para recoger oro sin pagar la parte que al
Estado y al Almirante pertenecía; á los indios, agobiados
con el tributo que no podían pagar, por su ignorancia para
beneficiar las minas y su poca disposicio'n al trabajo, los
incitaba á la rebelión, les aconsejaba que no pagasen y les
ofrecía apoyo contra las autoridades legítimas. Tal conducta
era verdadera y claramente criminal, y el Adelantado,
viendo la inutilidad de cuantos medios se habían usado para
la conciliacio'n , determino' procesar á Roldan y á cuantos le
seguían para que sufrieran el castigo de sus delitos. Los
llamo' por pregones, los persiguió en rebeldía, y al cabo los
declaro' reos de traicio'n, habiendo recibido declaraciones de
las personas más respetables, y de los oficiales nombrados
por los Re3'es, que justificaban los excesos cometidos y los
cargos gravísimos que contra el Alcalde ma^^or aparecían.
Prudente, sin embargo, y mesurado, sabiendo que Roldan
le recusaba como juez parcial, y le denostaba como á extran-
jero, se limito á concluir el proceso, y espero' ocasio'n de
remitirlo á España para que tuvieran los Reyes conoci-
miento de todo, é impusieran la pena á que se había hecho
acreedor.
Urgente necesidad había, por muchas razones, de extir-
par aquella mala semilla que los insurrectos habían espar-
cido entre los indios de la Vega, reduciéndolos de nuevo á
LIBRO CUARTO —CAPÍTULO V
245
obediencia y á que contribuyesen con los tributos , para lo
cual el Adelantado reunió' cuantos soldados pudo y algunos
caballos, disponiéndose á recorrer otra vez aquel territorio
en todas direcciones, dejando establecido de nuevo el imperio
de la autoridad. Mas antes de que esto sucediera recibió
aviso de que el cacique Guarionex con toda su familia había
desaparecido de la Vega, y tomando su ausencia como señal
de nueva insurreccio'n , dispuso con la mayor celeridad la
marcha.
La causa de la desaparicio'n del cacique no era, sin
embargo, la que se suponía, sino otra muy diferente. No era
tolerable, en verdad, la suerte de aquellos infelices indios,
que escarmentados en todos sus intentos de resistencia, tenían
que sufrir constantemente las vejaciones, los excesos, los
malos tratamientos de que eran objeto, sin tener ni aun el
triste derecho de quejarse de sus opresores. La situacio'n era
más lastimosa desde que tomo' cuerpo la insurrección de
Roldan; porque un día aparecían en la Vega los soldados
leales exigiendo y tomando cuantas provisiones encontraban,
y á poco llegaba Roldan con los suyos, haciendo las mayores
violencias por reunir lo que ya no era posible darles, por
habérselo llevado los que antes vinieron. Los indios esti-
mulaban á veces al cacique á que tomase venganza; y Gua-
rionex, que veía los males de los suyos 3^ no tenía carácter
para poner el remedio, temeroso de verse comprometido en
nueva guerra, tomó el partido de escapar con su familia, y
acogerse á.las montañas de Ciguay, lejos del alcance de los
españoles, y bajo la protección del poderoso cacique Mayo-
banex, jefe de las tribus montañesas.
Bartolomé Colón llegó á la Vega con noventa hombres
escogidos y algunos caballos. Informado de la huida de
Guarionex, atravesó la Vega en toda su extensión dirigién-
dose á Ciguay, donde encontró á aquellos indios de feroz
aspecto, con los cabellos largos y crespos que les caían hasta
la cintura, y armados de flechas y palos duros á manera de
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246
CRISTÓBAL COLÓN
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i lanzas, que habían peleado por prinmera vez con los españoles
en el golfo que el Almirante llamo' de las Flechas, por la nube
de ellas en que se vieron envueltos sus marineros. Más que
una batalla trabo' con ellos el Adelantado una escaramuza,
pues aunque en gran número y con horrible destemplada
gritería cayeron sobre sus soldados, basto' una carrera de
los de á caballo para que huyeran á los montes, dejando
muchos heridos. Aleccionados por la experiencia, y temiendo
la acometida de los caballos, permanecieron ocultos en los
bosques, y desde allí lanzaban sus flechas contra los espa-
ñoles que se acercaban, ocultándose cuidadosamente en la
espesura.
Tuvo noticias el Adelantado de que á pocas leguas
estaba la poblacio'n donde residía Mayobanex, y le envió'
algunos de los indios que había hecho prisioneros, para que
supiera que no iba á hacerle guerra, ni daño alguno, sino
á dejar entablada amistad con él y que reconociera vasallaje
á los Reyes de España, y á que le entregase al cacique
Guarionex, enemigo de los españoles, con lo cual demos-
traría su amistad, pues de no entregarlo destruiría su
pueblo. El generoso cacique, fiel á los deberes de la hospi-
talidad, contesto' á los mensajeros con dignidad impropia de
un salvaje: — «Decidles á los cristianos, que Guarionex es
hombre bueno y virtuoso ; nunca hizo mal á nadie, como es
público y notorio, y por eso dignísimo es de compasio'n; de
ser en sus necesidades y corrimiento ayudado, socorrido y
defendido; ellos, empero, son malos hombres, tiranos, que
no vienen sino á usurpar las tierras ajenas, y no saben sino
derramar la sangre de los que nunca los ofendieron, y por
eso, decidles que ni quiero su amistad, ni verlos, ni oirlos,
antes, en cuanto yo pudiere, con mi gente, favoresciendo
á Guarionex, tengo de trabajar de destruirlos y echarlos
desta tierra.»
Con esta respuesta volvió' don Bartolomé Colo'n á com-
batir á los ciguayos, tomándoles y destruyéndoles sus ha-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
247
ciendas; aunque deseando no causarles mayores daños, les
envió' nuevamente algunos mensajeros proponiendo paz y
amistad , pero siempre bajo el supuesto de que entregase
al cacique de la Vega. Los indios, que temían con razo'n á
las armas de los españoles, enterados de que la guerra no
era contra su tierra , propusieron á Mayobanex entregase al
fugitivo; pero éste se resistió' con inaudita constancia,
prefiriendo ver asolado su territorio á entregar al atribulado
Guarionex, que se había acogido á su proteccio'n; y para
evitar que los ciguayos vacilaran, é insistieran en que se
entregase al cacique por oir las palabras de los españoles,
dispuso se diera muerte á todo emisario que viniera del
campo del Adelantado, sin escuchar su mensaje, para cuyo
efecto destaco' muchos hombres de los de su mayor confianza.
Avanzando siempre, aunque con mucho trabajo, por la
montaña, y encontrándose á corta distancia de la población
donde estaba Mayobanex con el ma3^or número de sus sub-
ditos armados, volvió' á enviar el Adelantado otros dos
indios para evitar el derramamiento de sangre, caminando
él en su seguimiento con cuatro soldados á caballo y algunos
infantes. Dieron los mensajeros indios en la emboscada de
los ciguayos, y cuando llego' el Adelantado los encontró'
muertos, por lo cual mando' adelantar en seguida el grueso
de sus soldados para caer sobre la poblacio'n.
Al ver la acometida de los españoles, los indios desam-
pararon á Mayobanex, diciéndole que no querían exponer
sus vidas y haciendas por defender al cacique de la Vega; y
viéndose aquél sin medios para resistir huyo' con toda su
familia á ocultarse en lo más fragoso de la montaña.
Dura era la vida de los españoles entre los ciguayos;
penosísimas las marchas por entre los bosques. La expe-
dicio'n no fué muy larga, pero sí muy trabajosa; hasta que
habiendo podido descubrir la residencia del cacique Mayo-
banex por haber aprisionado á unos ciguayos que salían á
llevarle provisiones, lograron hacerle prisionero.
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CRISTÓBAL COLON
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El ardid de que se valieron para apoderarse de su
persona fué tan ingenioso como atrevido. «Doze castellanos
se ofrecieron de ir por él, dice el cronista Herrera. Desnu-
dáronse y untáronse los cuerpos con cierta tinta negra , y
parte de colorado, que es una fruta de árboles que se llama
Bixa, lo qual usan hazer los indios cuando andan en la
guerra, o' por el campo por defenderse del sol con la corteza
que haze. Tomaron sus guias, y llegaron á donde Mayo-
banex estaba con mujer, hijos y poca familia, bien descuy-
dados. Echaron mano á las espadas, que llevaban envueltas
en las hojas de palmas, que llamauan Yaguas, y le pren-
dieron, y con su mujer y hijos los licuaron á Don Barto-
lomé, con los quales se fué á la Concepción.»
Pocos días después el hambre obligo' á Guarionex á
bajar de las montañas á pedir alimento á los cigua5^os, y
como éstos le tenían poca voluntad por considerarle causa
de todos sus males y de la prisio'n de su cacique , dieron
aviso de su presencia al Adelantado, el cual lo hizo prender
y lo llevo también á la fortaleza.
Entre los prisioneros se encontraba una prima hermana
del cacique Mayobanex, que se decía era la más hermosa
mujer de cuantas en la isla se habían visto, aunque en ella
hubo muchas de hermosura señalada, según afirma el padre
Las Casas. Lleno de pena su marido, no podía resistir á
la idea de ver en prisio'n á su mujer. El amor le dio' esfuerzo
para presentarse en el fuerte de la Concepcio'n, y con expre-
sivas frases y ademanes de dolor pidió' rendidamente al
Adelantado le devolviera á su mujer, ofreciéndose incondi-
cionalmente á su servicio. Movido á piedad don Bartolomé,
puso en libertad á la hermosa iridia ; y su generoso proceder
fué tan agradecido por los salvajes, que á pocos días se
presento' en la Concepcio'n aquel hombre seguido de cuatro
o' cinco mil indios, llevando todos en las manos los instru-
mentos que usaban para labrar la tierra, á que llamaban
coas, pidiendo se le señalase sitio bastante extenso en la Vega
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
249
donde hacer una labranza de pan para los españoles; y tal
trabajo hicieron, y con tanta constancia, en quince o' veinte
días que allí estuvieron , que podía valer treinta mil caste-
llanos al tiempo de la recolección, según asienta Antonio
de Herrera,
Movidos por aquel ejemplo, y muy confiados en la
clemencia del Adelantado, acudieron en gran tropel los
ciguayos á prestar obediencia , ofreciendo crecidos donativos
de cuanto tenían, y pidiendo con vehementes súplicas la
libertad de su cacique. Siguiendo su conducta de benevo-
lencia y generosidad, que era á un tiempo la más política,
porque concillaba los ánimos y hacía renacer los sentimientos
de afecto á los españoles en el corazo'n de los indios, puso en
libertad Colo'n á toda la familia de Mayobanex, sin exceptuar
á la reina y á sus hijos ; pero ño pudieron obtener que les
devolviese al cacique, porque razones de mayor gravedad
creyó' que se oponían á dar aquel paso.
R?
II
Huyo' Francisco Roldan con sus hombres al territorio
de Xaraguá, porque las delicias 57^ abundancia que contaban
haber gozado allí los que fueron antes con el Adelantado,
despertaban el deseo de los soldados, y los atraían hacia el
señorío del gran cacique y de su hermana de quien tantas
maravillas se narraban ; aunque en realidad Roldan se llevaba
una segunda intencio'n, que para él era más importante, la
de separar á su gente de los alrededores de Santo Domingo
donde acababan de llegar las carabelas de España , y donde
temía pudieran venir otras más en breve plazo. Porque
conociendo á los suyos, desconfiaba del efecto que pudieran
producir las noticias que traían del favor que gozaba el
Cristóbal Colón, t. h. — 32.
25©
CRISTÓBAL COLÓN
jimmjamm
M^m
^^ ^~«\j,%¿;>
Almirante con los Reyes , y los refuerzos que se disponían á
enviar á la Española, y mayor temor le infundía la idea de
que hombres como Pedro Fernández Coronel y Miguel
Ballester, pudieran entrar en conferencias con sus soldados
y pintándoles con sus verdaderos colores la traición que
cometían, convencerlos á que le abandonaran. Accediendo,
pues, al parecer, á los deseos de todos de visitiir á Xaraguá,
conjuraba también aquel peligro que podía acabar con sus
fuerzas.
Los daños y los graves males que aquella soldadesca
indisciplinada causo en el reino de Behechio, no es posible
narrarlos, ni menos encarecerlos. A su antojo, y para satis-
facer todos sus caprichos se servían sin compasión de los
indios y de sus hijos, les tomaban sus mujeres, y les exigían
cuanto tenían reunido para pagar el tributo contra cuya im-
posicio'n declamaban, y contra cuyo pago animaban la resis-
tencia de los indios.
Mas á pesar de tanta licencia y desenfreno tampoco se
encontraban bien los insurrectos en Xaraguá cuando ya estu-
vieron allá algún tiempo, pues empezaban á carecer de
muchas cosas, especialmente de ropas. Inopinadamente se
encontraron con un refuerzo de hombres muy á propo'sito
para engrosar sus filas, y con víveres, ropas y armas, de
que mucha necesidad empezaban á sentir.
Los tres buques que el Almirante había despachado
desde Canarias directamente á la isla Española, según antes
dijimos, d por ignorancia o' mala dirección de los pilotos, o'
porque la fuerza de las corrientes las desviase de su rumbo,
perdieron mucho tiempo en el viaje, y deseando arribar al
puerto de Santo Domingo, fueron á parar cerca de doscientas
leguas más abajo en la costa de Xaraguá, en las inmedia-
ciones del sitio donde se encontraba Francisco Roldan.
La sorpresa de éste y de los su3'^os fué grandísima, 3^^ no
menor su miedo, al ver aquellas tres embarcaciones, nuevas
en aquellos mares, sospechando si á bordo vendría el Almi-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
251
rante ya instruido de sus excesos. Queriendo salir de dudas
se dirigieron á la playa, que apenas distaba dos leguas, y
con la mayor audacia entablaron conversacio'n con los capi-
tanes y pasaron á bordo para tener noticias de España y del
Almirante; presentándose ante Arana, Carvajal y Juan
Antonio Colombo, como destacamento enviado por el Ade-
lantado á aquel extremo de la isla para buscar provisiones.
Volvio'se Roldan á tierra con sus hombres sin haber
dejado conocer á bordo su desobediencia á la autoridad; mas
como los tres capitanes, viendo la mucha dificultad que
ofrecía el navegar en contra de las corrientes, acordaron
que la gente trabajadora, que iba á sueldo, marchase por
tierra á Santo Domingo con proposito de que llegasen más
pronto, muy luego se descubrió' la condición de los insu-
rrectos. Salieron á tierra cuarenta hombres con sus ballestas,
lanzas y espadas, al mando de Juan xAntonio Colombo, y al
punto los rodearon Roldan y sus soldados, amonestándoles
que no se fueran ; que en Santo Domingo se sufrían grandes
privaciones y se pasaba vida estrechísima, trabajando mucho
sin utilidad, al paso que en el territorio donde se encontra-
ban, libres de la tiranía y crueldades del Adelantado, satis-
facían todos sus caprichos y liviandades. No fueron nece-
sarios grandes esfuerzos.
La mayor parte de aquellos colonos era de la clase de
delincuentes á quienes se remitía la pena para estimularlos á
que pasasen á las Indias , y fácilmente se decidieron á abra-
zar aquella vida que se acomodaba más con sus antecedentes.
De los cuarenta que desembarcaron con Colombo, solamente
ocho permanecieron al lado de su capitán; y aunque éste,
impulsado por la conciencia de su deber, y con valor y
entereza reprocho' á Roldan su conducta, acusándole del
perjuicio que causaba al servicio de los Reyes, nada pudo
conseguir, y volvió' á las naves con ocho hombres dejando
los demás con los sublevados.
Mucho sintieron los capitanes el engaño en que habían
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252
CRISTÓBAL COLÓN
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sido envueltos por Roldan, y no teniendo bastantes antece-
dentes de lo sucedido hasta entonces en la isla, quisieron
buscar algún remedio, bajando Alonso Sánchez de Carvajal
á conferenciar con los rebeldes , con la esperanza de redu-
cirlos á la obediencia. Trabajo' con la mejor fe y decisio'n el
noble capitán, y aunque nada pudo conseguir por entonces,
descubrió', sin embargo, las opuestas tendencias que yá
dividían los ánimos en el campo de Roldan, y comprendiendo
que de ellas podría sacarse partido para la pacificacio'n de
la isla, resolvió quedarse entre los insurrectos, escuchar sus
llamados agravios, y presentarse como mediador, juzgando,
con buen acierto, que su mediacio'n podía influir en que ter-
minara aquel funesto estado de cosas.
Despidió', pues, á los dos capitanes Pedro de Arana y
Juan Antonio Colombo, que con las tres carabelas se diri-
gieron á Santo Domingo; y él se propuso hacer el mismo
viaje por tierra, llevando hacia la capital á Francisco Roldan
y á su gente, con el objeto de que hubiera mayor facilidad
en las negociaciones. Aunque por el momento no consiguió'
Carvajal el objeto que se proponía, aquel primer trato suyo
con los insurrectos, y la confianza que en él comenzaron á
tener conociendo su integridad y prudencia, fueron el prin-
cipio de la reduccio'n de Francisco Roldan después de tantos
desordenes.
Terminaremos esta parte de la rebelión, que comprende
hasta el desembarco del Almirante en Santo Domingo, con la
apreciacio'n de un historiador contemporáneo: Herrera atri-
buye esta sublevacio'n , dice, á la ambicio'n y al carácter
díscolo de Roldan: Oviedo parece quiere cargar la culpa al
rigor excesivo é insufrible altanería del Adelantado. «Des-
pués de estas victorias con el Adelantado (las que logro' de
los indios) dice en el Libro III, cap. II de su Historia de
Indias, parecía que se le habia trocado la condición; porque
se mostró' muy riguroso con los cristianos de allí adelante,
en tanta manera que no le podian sofrir algunos, en especial
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
253
Roldan Giménez, que avia quedado por Alcalde mayor del
Almirante. Al qual el Adelantado no hazia la cortesía o'
tratamiento de que él pensaba ser merecedor; ni el Roldan
consentía que en las cosas de justicia fuese el Adelantado
tan absoluto como queria serlo, y desta causa o vieron malas
palabras, y el Adelantado le trato mal, y, según algunos
dicen, puso o' quiso poner las manos en él.» Oviedo siempre
parece que se inclina en contra de los Colones. Sin poner en
duda la severidad de don Bartolomé falta saber si fué nece-
saria. El mismo Oviedo dice en el capítulo siguiente que
muchos castellanos querían la guerra, y no poblar la tierra
sino darle un repelón, y volverse donde los esperaban y
deseaban acabar sus días. Don Bartolomé no podía consentir
en el saqueo y destruccio'n del país; sin embargo, debió' haber
para estos sucesos alguna falta de su parte , pues al hablar
de las causas de ellos, su sobrino don Hernando se contenta
con decir que el gobernador y el alcalde mayor no se lle-
vaban bien.
No refuta las palabras de Oviedo, como hizo en otra
ocasio'n en que habla de hechos que le pareció' conspiraban á
rebajar el mérito de su padre, á cuya defensa salió' con
bastante acritud; porque don Hernando no era amigo de
Oviedo, á causa de creerle demasiado deferente al partido de
los émulos de su familia. Uno de los amigos que tuvo entre
ellos, fué el tesorero Miguel de Pasamonte, el que tantos
disgustos hizo experimentar al segundo Almirante don Diego
Colo'n; y de él hace muchos elogios en su Historia natural de
las Indias, libro III, cap. XII ^
A^
iH i«Cj
2s
* Noticias de don Bartolomé Colón, hermano del Almirante, por don
Eustaquio Fernández de Navarrete. — Ilustración II.
254
CRISTÓBAL COLÓN
III
Verdaderamente la vida de don Bartolomé Colo'n había
sido agitada y laboriosa desde el momento mismo en que su
hermano salió' para España el lo de Marzo de 149Ó. En
marcha constante; en continua agitacio'n; atendiendo por
una parte á la sumisio'n de los indios , y á cuidar de que
acudiesen con los tributos, y por otra teniendo que desconfiar
de muchos de los que le rodeaban y debían ser sus más fieles
auxiliares ; sin provisiones bastantes para atender á la sub-
sistencia de sus tropas, ni medios de curar á los muchos
enfermos que la mala alimentacio'n y la influencia del clima
ocasionaban, amenazado por todas partes de mil peligros,
calamidades y contratiempos, bien puede tenerse por muy
cierto lo que decía á los Reyes en su Memorial, feha en
Granada á 10 de Octubre de 1501, de que (.(estovo siete años
en la dicha conquista, é jura que los cinco no durmió en cama, ni
desnudo, é siempre la muerte al lado, é sufrido muchas nescesida-
des que se dehian de saber »
Angustiosa era la situación en muchos lugares de la isla
y porque á consecuencia de la guerra, y por haberse huido
los indios hacia las montañas, no se había hecho siembra, y
el hambre aparecía con todos sus horrores, amenazando lo
mismo á los naturales que á los españoles : formaban pavo-
roso cuadro tantas calamidades, y el Adelantado, incansable,
previsor y activo, procuraba el remedio por cuantos medios
estaban á su alcance. Poco tiempo después de las prisiones
de Mayobanex y Guarionex , cuando más en apuro se encon-
traba, pensando con amargura en la falta de socorros de
España, recibid aviso del puerto de que á larguísima dis-
tancia, muy adentro en el mar, se habían divisado algunas
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
255
velas en dirección al Sur, y no dudando que pudiera ser el
Almirante, que, según las noticias que antes había traído
Fernández Coronel, debía encontrarse ya por aquellos mares,
se embarco' en una de las carabelas que estaban en el puerto
y salió' á su encuentro, alcanzándolas, como hemos dicho,
entre la costa de la Española y la isla llamada Beata, y allí
tuvo lugar la reunio'n de los dos hermanos después de treinta
meses de separación.
Las provisiones que el Almirante traía, aunque bas-
tante deterioradas en alguna parte, eran abundantes y lleva-
ron auxilio á muchas necesidades. Pero todos los sucesos
que dejamos narrados y que don Bartolomé puso en conoci-
miento de su hermano, y las noticias que llegaron de Isabela
y de las comarcas adyacentes, llenaron de confusio'n su ánimo
y acibararon todo el placer de su llegada.
Meditando la mejor manera de reducir á los rebeldes y
procurar el orden en la isla, sin que sufriera menoscabo su
autoridad, y también para conocer los medios de que podría
usar para justificar en España y ante los Reyes la conducta
del Adelantado y su prudencia en cuanto había sucedido,
llamo' ante sí el Almirante los procesos incoados por los
Alcaldes, instruyéndose de todas las declaraciones recibidas,
de la calidad de los sujetos que las habían prestado, y de
cuanto podía contribuir al esclarecimiento de la verdad.
Dudoso se encontraba ante el cúmulo de dificultades
que por todas partes se presentaban á su consideracio'n,
cuando llegaron al puerto de Santo Domingo las tres embar-
caciones que desde Canarias había enviado el Almirante con
el deseo de que anticiparan su llegada, y que por desgracia
de todos se habían retrasado tanto, tocando antes, según ya
se expuso, en aquella parte de la isla donde estaban Roldan
y los suyos. Juan Antonio Colombo y Pedro de Arana
dieron cuenta de cuanto había sucedido, y refirieron como
habían dejado cuarenta hombres con los insurrectos, y algu-
nas armas que con engaño les habían tomado, con cuyas nue-
256
CRISTÓBAL COLÓN
vas se aumento el disgusto y crecieron las dificultades para
poner en práctica los pensamientos de concordia que abri-
gaba el Almirante.
Pero pasados pocos días llego' por tierra desde Xaraguá
Alonso Sánchez de Carvajal, que se había ganado con sus
prudentes consejos la confianza de Francisco Roldan, y trajo
informes que parecían favorables á la solucio'n que se deseaba.
No excusaba Roldan abiertamente el entrar en inteligencias;
pero siguiendo en su plan, insistía en no entenderse con el
Adelantado, á quien creía, o' afectaba creer, su enemigo
declarado; y juzgando por las noticias recibidas que el
Almirante no podía tardar en presentarse en la isla Espa-
ñola, dispuso su marcha al Bonao, para estar más cerca de
su residencia y que con mayor facilidad pudieran seguirse
los tratos, situándose con sus gentes á unas veinte leguas de
Santo Domingo.
IV
Cristóbal Colón se propuso aprovechar inmediata-
mente aquellas favorables disposiciones, fomentadas por Car-
vajal, accediendo cuanto era posible á los deseos manifestados
por muchos de los compañeros de Roldan; y al mismo
tiempo que dio' aviso al veterano alcaide de la Concepcio'n,
Miguel Ballester, para que estuviera prevenido contra los
peligrosos vecinos que iban á establecerse en las cercanías,
hizo publicar en 12 de Septiembre que en nombre de sus
Altezas daba licencia á todos los que quisieran volver á
Castilla, y que les daría los bastimentos necesarios y navios
para que se fueran.
■ Como el regresar á España era el mayor deseo de
muchos de los colonos, y había sido el pretexto primitivo
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
257
para la insurrección, fué altamente político aquel paso del
Almirante, y lo acogieron con alegría los que ya no podían
soportar las penalidades á que se veían sometidos en la isla.
No produjo, sin embargo, el resultado que era de
esperar aquella prudente medida. Los rebeldes o' por ma-
licia, o' meramente por maldad, rechazaron toda concordia,
bajo frivolos pretextos ; y si éstos eran clara muestra de su
mal deseo, aún eran peores las formas de que los revestían,
las groseras frases que contra el Almirante y sus hermanos
y contra toda representacio'n de su autoridad proferían.
Hablo' Miguel Ballester con los insurrectos, pues nunca
pudo hacerlo á solas con Francisco Roldan, que 3'a comen-
zaban á desconfiar de él sus principales compañeros, y aún
el vulgo de los soldados, como se demostró cuando algunos
días después le hicieron bajar del caballo y renunciar á la
conferencia que había aceptado con el Almirante. Sucedíale
lo que ha acontecido siempre á todos los ambiciosos, que
por buscar apoyo á pretensiones de propia conveniencia,
relajan los lazos de la obediencia en sus subordinados, per-
miten á la multitud excesos é inmoralidades, y cuando,
asustados de su obra, quieren volver á desandar el camino,
se encuentran empujados por sus co'mplices y son víctimas
de la tiranía del número, sucumbiendo á la desobediencia de
aquellos á quienes enseñaron á desobedecer. Ballester vio'
siempre á Roldan acompañado de Adrián Mojica, de Pedro
Gámez, de Diego de Escobar, 3^ de otros muchos de los que
mayor influencia se habían ido ganando entre los rebeldes.
Por la actitud de todos , por las razones que escucho' el
antiguo militar, comprendió' la inutilidad de ciertos medios,
y escribió' al Almirante una carta en la que le refería lo
sucedido entre los rebeldes, y le aconsejaba lo que en su
entender era prudente se hiciera. Es importante y digna de
ser reproducida, para comprobante de la angustiosa situa-
cio'n á que estaba reducida la autoridad en la isla, y como
dato de lo mal apreciada que fué la conducta de Cristóbal
Cristóbal Colón, t. 11,-33.
258
CRISTÓBAL COLÓN
Colón, por no conocer bien las circunstancias en que se
vino á encontrar. Decía así la carta de Ballester:
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«Ilustre y muy magnífico señor: Ayer lunes, al medio
dia, llegamos acá en el Bonao, y luego á la hora Carvajal
hablo' largamente á toda esta gente, y su habla fué tan alle-
gada al servicio de Dios y de Sus Altezas y de vuestra
señoría, que Salomón ni doctor ninguno no hallara enmienda
ninguna, y como quiera que la ma3^or parte desta gente
hayan mas gana de guerra que de paz, á los tales no les
parece bien, mas los que no querían errar á vuestra señoría,
sino servirle, les pareció' que era razón y justa cosa todo lo
que Carvajal decia, los cuales eran Francisco Roldan, y
Gamez, y Escobar, y dos o' tres otros, los cuales juntamente
acordaron que fuese el Alcaide y Gamez á besar las manos á
vuestra señoría y á concertar cosa justa y posible, por
excusar y matar el fuego que se va encendiendo, mas de lo
encendido; y acordado esto, que ya queríamos cabalgar, }'■
yo con ellos, porque á todos les pareció' que yo debia volver
con Carvajal y ellos; en aquel instante vinieron todos á
requerir á Francisco Roldan y á Gamez, que hablan acor-
dado que no fuesen, sino que por escrito llevase Carvajal lo
que pedían; y si en aquello vuestra señoría viniese, que
aquello se hiciese, y otra cosa no. Y yo, señor, por lo que
debe criado á su señoría, suplico á vuestra señoría concierte
con ellos en todo caso, especialmente para que se vayan á
Castilla, como ellos piden, porque otramente creo cierto que
no se harian los hechos de vuestra señoría como era de
razón, y querría, porque me parece que lo que dicen es
verdad, que se han de pasar los mas á ellos; y así me parece
que se vá mostrando por la obra , que después que 5^0 pasé
para ir á vuestra señoría, se les han venido unos ocho, y
diciéndoles que por qué no se acercan allá, que ellos saben
que se pasarán mas de 30; y esto les ha dicho Garcia, ase-
rrador y otro valenciano que se han pasado con ellos. Y yo.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
259
cierto, creo que después de los hidalgos 5^ hombres de pro'
que vuestra señoría tiene junto con sus criados, que aquellos
que los terna vuestra señoría muy ciertos para morir en su
servicio, y la otra gente de común yo pornia mucha duda.
Y á esta causa, señor, conviene al estado de vuestra señoría
concierte su ida de una manera ú otra, pues ellos lo piden,
y quien otra cosa á vuestra señoría consejare, no querrá su
servicio o' vivirá engañado, y si en algo de lo dicho he
herrado, será por dolerme del estado de vuestra señoría
viéndolo en tan gran peligro, no haciendo iguala con esta
gente; y quedo rogando á Nuestro Señor dé seso y saber á
vuestra señoría, que las cosas se hagan á su sancto servicio
y con acrecentamiento y dura del estado de vuestra señoría.
Fecha en el Bonao, ho}^ martes, á 16 de Octubre. — Miguel
Ballester.í)
Con esta carta y con otra que firmada por los jefes
rebeldes recibid al mismo tiempo, en la cual se despedían y
apartaban de su servicio bajo pretexto de huir de la ira del
Adelantado ', comprendió' el Almirante que el convenio que
deseaba era obra de largo tiempo, y así decidió' enviar desde
luego á España los cinco buques que cargados de esclavos
estaban en el puerto á punto de zarpar, y cu3'^a partida había
él detenido con la esperanza de que muchos insurrectos
aceptasen el perdo'n y se embarcaran inmediatamente. Era
urgente el despacho de aquellas embarcaciones, porque dis-
puestas á marchar más de un mes antes, se iban consumiendo
las provisiones y había necesidad de renovar los repuestos;
y con mayor razo'n, porque seiscientos prisioneros indios que
habían sido llevados á bordo, faltos de ejercicio y de la ven-
tilacio'n necesaria, apiñados bajo los puentes, enfermaban y
morían en gran número, cosa que causaba gran compasio'n.
m
' Véanse los documentos sobre la insurrección en las Aclaraciones y
documentos (B).
200
CRISTÓBAL COLÓN
El 18 de Octubre levaron anclas las cinco naves. Con
ellas envió' el Almirante á los Reyes dos extensas relaciones
importantísimas, cada cual bajo diferente aspecto. En la
primera daba cuenta de todo lo sucedido desde el princi]3Ío
de la rebelio'n de Roldan, y los graves daños que había
causado en la isla, no solamente por los robos, violencias y
muertes que á su antojo causaban, y el atropello continuo
de los indios, á quienes robaban sus mujeres, sus hijos y los
escasos bienes que poseían, sino también por el desprestigio
en que ponían la autoridad Real con sus desmanes , por lo
que instaba por el nombramiento de comisionados que ins-
truyesen una informacio'n en la que constase imparcialmente
la verdad; inclinando siempre el ánimo á la idea de que
todos aquellos males tenían origen en su larga ausencia, por
haberlo detenido en España las malas artes délos adversarios
del descubrimiento, so'lo por ser extranjero el que lo había
llevado á cabo , extendiéndose en muchas y muy graves con-
sideraciones.
En la otra, á la que acompañaba una carta de los mares
y costas que últimamente había visitado, daba detalles de
su viaje, pintaba la riqueza y extensión del golfo de Paria y
de las islas de las perlas, remitiendo todas las que había
podido reunir, y llamando la atencio'n sobre ellas por ser las
primeras que de Poniente se habían visto, y con la esperanza
de que pudieran tomarse en abundancia, ofrecía seguir el
descubrimiento de la tierra firme, prometiéndose encontrar
países más fértiles y riquezas mayores de las que se pudieran
imaginar.
En uno de aquellos buques regreso' á España el padre
del historiador de Indias fray Bartolomé de las Casas , que
había ido con Cristóbal Colón en este tercer viaje; y
también vinieron algunos partidarios de Roldan, con cartas
y relaciones de los sucesos hechas á su manera, en las que
todas las culpas se cargaban á la crueldad del Adelantado y
á su dureza en tratar á todos los que de él dependían, acu-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
261
sando á los tres hermanos de soberbios y orgullosos, de
avaros é inconsiderados, que pretendían alzarse con cuanto
producía la isla Española.
Mucho se prometían , sin duda , Francisco Roldan y sus
secuaces del apoyo que á sus relaciones apasionadas habían
de prestar don Juan de Fonseca y los oficiales todos de la
casa de Contratación de Sevilla, que seguían sus inspira-
ciones; pero el resultado no correspondió' por entonces á sus
esperanzas. El éxito no se conoció inmediatamente; y sin que
desconozcamos, ni pueda negarse, que todas aquellas quejas,
aún procediendo de gente indigna y de poco' crédito, eran
gotas constantes que iban minando la reputación del Almi-
rante, ha de reconocerse que en el ¿ínimo de los Reyes no
hicieron mella las representaciones de los insurrectos, y que,
como dice atinadamente Washington Irving, todos sin ex-
cepcio'n las tuvieron en poca estima.
\'\\
V
Cerraremos este capítulo con los fragmentos de las
cartas que el Almirante escribió á los Reyes, y ha conser-
vado en su obra el P. Las Casas, para que se vea, hecha por
su misma pluma, la pintura de las tierras descubiertas y lo
que de ellas se prometía, así como la índole de las personas
que á las Indias pasaron.
«Presto habrá vecinos acá, escribia, porque esta tierra
es abundosa de todas las cosas, en especial de pan y carne;
aquí hay tanto pan de lo de los indios, que es maravilla,
con el cual está nuestra gente mas sanos que con el de trigo,
y la carne es que ya hay infinitísimos puercos y gallinas, y
hay unas alimañas que son atanto como conejos, y mejor
carne, y dellos hay tantos en toda la isla, que un mozo indio
202
CRISTÓBAL COLÓN
.\X1> 1/
ca
con un perro trae cada dia quince o veinte á su amo ; en
manera que no falta sino vino y vestuario, en lo demas.es
tierra de los mayores haraganes del mundo ; é nuestra gente
en ella no hay bueno ni malo que no tenga dos y tres indios
que le sirvan, y perros que le cacen, y, bien que no sea para
decir, y mujeres hermosas á maravilla. De la cual costumbre
estoy muy descontento, porque me parece que no sea ser-
vicio de Dios, ni lo puedo remediar, como del comer de la
carne en isábado, y otras malas costumbres que no son de
buenos cristianos, para los cuales acá aprovecharian mucho
algunos devotos religiosos, mas para reformar la fé en los
cristianos que para darla á los indios; ni yo jamás lo podré
bien castigar, salvo si de allá se me envia gente, en cada
pasaje cuarenta o cincuenta, y yo envié allá otros tantos de
los haraganes y desobedientes como agora fago, y éste es el
mayor y mejor castigo, y con menos cargo del ánima que
yo veo.»
En otra de las cartas decía : — « Siempre temí del ene-
migo de nuestra sancta fé en esto, porque se ha puesto á
desbaratar este tan grande negocio con toda su fuerza; el
fué tan contrario en todo, antes que se descubriese, que
todos los que entendían en ello lo tenian por burla; después
la gente que vino conmigo acá, que del negocio y de mí
dijeron mil testimonios, y agora se trabajo' allá, que hubiese
tanta dilación é impedimentos á mi despacho, y poner tanta
cizaña á que Vuestras Altezas hobiesen de temer la costa, la
cual podia ser ya tan poca o' nada, como será, si place á
Aquél que lo dio y que es superior del y de todo el mundo,
y el cual le sacará al ñn por qué hizo el comienzo, y es
cierto, si se mirasen las cosas que acá han pasado, se podria
decir co'mo y tanto como del pueblo de Israel. Podria yo
todo replicarlo, mas creo que no hace mengua, porque hartas
veces los he escrito bien largo, como agora, de la tierra que
nuevamente dio Dios este viaje á Vuestras Altezas , la cual
se debe creer que es infinita, de la cual y desta deben tomar
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO V
263
grande alegría y darle infinitas gracias, y aborrecer quien
diz que no gasten en ello, porque no son amigos de la honra
de su alto Estado ; porque allende de las tantas ánimas que
se pueden esperar que se salvarán, de que son Vuestras
Altezas causa, y que es el principal del caudal desto (y
quiero fablar á la vana gloria del mundo, la cual se debe
tener en nada, pues que la aborrece Dios poderoso), y digo
que me respondan quién leyó' las historias de griegos y
romanos, si con tan poca cosa ensancharon su señorío tan
grandemente , como agora hizo Vuestra Alteza aquel de la
España con las Indias. Esta sola isla, que boja más de
700 leguas; Jamaica, con otras 700 islas, y tanta parte de
la tierra firme, de los antiguos muy cognoscida y no ignota,
como quieren decir los envidiosos é ignorantes, y después
desto, otras muchas islas y grandes de aquí hacia Castilla,
y agora esta, que es de grande excelencia, de la cual creo
que se haya de hablar entre todos los cristianos por mara-
villa, con alegría. ¿Quién dirá, seyendo hombre de seso, que
fué mal gastado, 5'' que mal se gasta lo que en ello se des-
pende? ¿qué memoria mayor en lo espiritual 5^ temporal
quedo' ni pueda mas quedar de Príncipes? Yo soy ato'nito y
pierdo el seso cuando oigo y veo que esto no se considera,
y que nadie diga que Vuestras Altezas deban hacer caudal
de plata o' oro, 6 otra cosa valiosa, salvo de proseguir tan
alta y noble empresa, de que habrá Nuestro Señor tanto
servicio, y los sucesores de Vuestras Altezas y sus pueblos
tanto gozo: mírenlo bien Vuestras Altezas, que, á mi juicio
más le relieva ^ que hacian las cosas de Francia ni de Italia.»
Concluía las cartas con alusio'n marcadísima á los
oficiales de Sevilla, señaladamente al obispo de Badajoz,
cuyas malas disposiciones eran tan notorias, colocándose
en el verdadero punto de vista de sus respectivas posiciones,
y decía:
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Releva, dice por importa — anota el P. Las Casas.
264
CRISTÓBAL COLÓN
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« Suplico á Vuestras Altezas manden á las personas que
entienden en Sevilla en esta negociación , que no le sean con-
trarios y no la impidan, porque ella estuviera mas preciosa si
mi dicha acertara á que allí oviera persona en el cargo deste
negocio que le tuviera amor, o' al menos que no fuera contra
ello, y no se pusiera á lo destruir é lo difamar, y favorecer
á quien otro tanto hacia , y ser contrario á quien decia bien
dello, que, como se vé, la buena fama es aquella que después
de Dios hace las cosas; y yo he sido culpado en el poblar,
en el tratar de la gente, y en otras cosas muchas, como
pobre extranjero envidiado, de lo cual todo se veia el con-
trario, y que era por voluntad y con malicia y atrevimiento,
como ya parece en muchas cosas.»
A las cartas iba unido, como ya dijimos, el mapa de
las tierras que acababa de descubrir, con todos los ma5''ores
detalles y noticias de la costa de Paria, y las islas distintas
que por allí se encontraban, partiendo desde la Trinidad,
que fué la primera que visito' en su tercer viaje; 3^ también
la relacio'n escrita del mismo por Diario, según tenía de
costumbre. A los documentos acompañaba un envoltorio
sellado, en el que se encerraban algunos de aquellos pañi-
zuelos de algodo'n, tejidos y pintados, que usaban los natura-
les de tierra firme, y además algunos granos de oro, de igual
procedencia, con otros recogidos en las minas de San Cris-
to'bal, y como ciento sesenta o' ciento setenta perlas de las
que había rescatado, que en el número no está seguro ÍTa.y
Bartolomé de Las Casas, pues lo supo únicamente por refe-
rencias, y no por relacio'n ni papel del Almirante.
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Cristóbal Colón, t. ii.— 34.
266
CRISTÓBAL COLÓN
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Los grandes proyectos de Cristóbal Colón se veían
contrariados por pequeñas disensiones, que nada significaban
ni valían ante la colosal importancia de su empresa, y eran,
sin embargo, obstáculo insuperable para continuar en ella,
por la escasez de los medios con que entonces contaba para
su realización.
Desde que volvió de la exploracio'n de la costa de Paria,
tenía el decidido intento de que su hermano don Bartolomé,
con buques á propo'sito, dotados de todo lo necesario y con
hombres de confianza y peritos en diferentes ramos , volviese
á aquellos mares y desembarcando en la tierra firme tomara
posesio'n de ella, internándose cuanto fuera posible por las
bocas de aquel gran río, cuya corriente de agua dulce se ade-
lanta en el mar tantas leguas, sin perder su condición, y que
tan poderosamente había despertado su curiosidad. El viaje
del Adelantado debía tener un doble efecto, que demuestra la
elevacio'n de miras que siempre llevaba el Almirante: debía
ser á un tiempo mercantil y científico, atendiendo al rescate
de perlas en la mayor cantidad que pudieran obtenerse,
llegando con preferencia á los puntos en donde se dedicaran
á su pesca, y á recoger cuantos objetos preciosos se encon-
traran ; y deteniéndose al mismo tiempo á observar la con-
figuración de las tierras , el curso de los ríos , las grandes
alturas, y cuanto pudiera contribuir á resolver los arduos
problemas que en la mente de Colón habían hecho nacer los
feno'menos de la naturaleza que había vislumbrado, pero á
cuyo estudio no se había podido dedicar por falta de
medios.
Tres embarcaciones se habían ido preparando en el
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI
267
puerto de Santo Domingo, pertrechándolas conveniente-
mente, que debían darse á la vela en el mismo tiempo que
las despachadas para España; pero habiéndose malogrado el
proyecto de convenio, y quedándose en la isla todos los
insurrectos, ni el Almirante podía desprenderse del Adelan-
tado, cuya pericia, actividad é intrepidez le eran muy nece-
sarias ante las eventualidades que pudieran presentarse, ni
don Bartolomé quería abandonar la isla Española antes de
que volviese á estar pacificada y libre de aquellos enemigos
que decían haberse puesto en armas por su causa y en odio
á su persona. Nueva tristísima consecuencia de aquellos
trastornos, que causo graves perjuicios á nuestra patria,
retardando el descubrimiento, y dando lugar á sucesos
lamentables, hijos todos de tan censurables excesos.
Todavía abrigaba esperanzas el Almirante de arreglar
de una manera decorosa aquella cuestio'n, porque de buena
fe creía que el odio y la mala voluntad de los sublevados era
únicamente contra su hermano Bartolomé, y en esta con-
fianza escribió' nuevamente á Roldan, llamándole al cumpli-
miento de sus sagrados deberes; le recordaba las distinciones
que siempre había tenido con él procurando sus aumentos,
y recomendándole á los Reyes; y le daba noticia de haber
salido los cinco buques para España, diciéndole que los
había detenido todo el tiempo que pudo, no tan solo para
que pudieran aprovechar la oportunidad de embarcarse cuan-
tos partidarios suyos quisieran hacerlo, sino también por el
deseo de que los Reyes hubieran recibido al mismo tiempo
la noticia de su alzamiento y de su sumisión; y con esto le
encarecía con frases afectuosas la conveniencia de entrar en
un arreglo honroso y razonable.
No fué perdido aquel paso. Roldan paso á Santo Do-
mingo, habiendo pedido antes un salvoconducto que le fué
remitido; conferencio' con el Almirante, y parecía estar
propicio á someterse. Pero ocurrió' lo mismo que anterior-
mente. Vuelto al Bonao, la gente licenciosa 5^ criminal, que
268
CRISTÓBAL COLON
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era la mayor parte de su fuerza, manifestó su disgusto á toda
proposición de convenio. Repugnaban someterse á la obe-
diencia, y contraer obligaciones que entonces no tenían. Los
que procedían de las tropas insurreccionadas en Isabela,
abrigaban siempre el temor de que pudieran llegar algún
día á ser sometidos á juicio, y se examinase su conducta,
exigiendo la responsabilidad de los crímenes y excesos que
habían cometido con los infelices indios , que si bien torci-
damente, podían acogerse á las mismas razones que expu-
siera Roldan para justificar su desobediencia y alzamiento,
es decir, fundarlo á su modo en las supuestas crueldades del
Adelantado, en su rigor en los asuntos del servicio, y en las
privaciones que habían soportado. Pero los que desembar-
caron en Xaraguá con los capitanes Pedro de Arana y Juan
Antonio Colombo, y abandonaron la bandera real uniéndose
á los rebeldes, no tenían excusa alguna que alegar en su
provecho, por lo mismo que so'lo habían buscado la vida
libre y licenciosa del merodeador, que con tan vivos colores
les habían retratado sus compañeros.
Todos vivían con la mayor libertad, sin más regla que
su capricho; tenían á su servicio cada uno tres o' cuatro
indios, que además les buscaban los alimentos, siendo maltra-
tados cuando no cumplían el encargo á satisfacción, y
mujeres cuantas su pasión les pedía; y ésto sin sumisio'n á
autoridad, y siendo, por el contrario, cada uno de ellos un
jefe, 6 mejor un déspota, que no reconocía más superio-
ridad que la de la fuerza. En tales condiciones, bien puede
comprenderse la resistencia que la horda de los rebeldes
oponía, por cuantos medios directos o' indirectos estaban á
su alcance, á todo proyecto de sumisión, que podía hacerles
perder las ventajas que disfrutaban.
Bajo la presión del disgusto de sus soldados, según
puede conjeturarse, 37 cediendo á ella, envió' Francisco
Roldan sus proposiciones por escrito al Almirante, en tér-
minos mucho más violentos, con mayores exigencias que
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI
269
había demostrado en la anterior entrevista. A escrito de
tanta arrogancia no era posible se humillase la autoridad, y
Colón se negó' en absoluto á tratar en aquellas condiciones;
y para mostrar hasta qué punto llevaba su espíritu de
templanza y su deseo de conciliacio'n , dirigid una proclama
á los rebeldes en 9 de Noviembre de 1498, ofreciendo
completo perdo'n y olvido de lo pasado á todo el que se
sometiera á la obediencia, y además pasaje para España con
víveres suficientes, en los primeros buques que se hicieran á
la vela, para los que no quisieran permanecer en las Indias.
Fué portador de la proclama Alonso Sánchez de Car-
vajal, que era el capitán que contaba mayores simpatías en
el campo de Roldan, llevando, además, una carta del Almi-
rante en que hacía á éste juiciosas observaciones acerca de
su conducta y posicio'n.
Cuando llego' Carvajal al Bonao los insurrectos se habían
dirigido al fuerte de la Concepcio'n, bajo pretexto de faltarles
subsistencias en aquel territorio, aunque en realidad para
ver si lograban apoderarse de aquella fortaleza , lo que no
intentaron siquiera, porque conocían bien la entereza de
Miguel Ballester. Allí les alcanzo Carvajal y les notifico' la
gracia que concedía el Almirante, haciendo fijar la proclama
en lugar visto de todos; y aunque fingieron burlarse de ella,
diciendo que dentro de poco ellos concederían perdo'n á los
de Santo Domingo, en los menos obcecados hizo imprqjiio'n
profunda, y comenzaron á escuchar con menos desdén las
exhortaciones de Carvajal, entrando poco á poco en con-
ciertos para dictar nuevas bases de capitulacio'n , que pu-
dieran ser admitidas por el Almirante, aunque favorecieran
en gran manera á los rebeldes. La prudencia de Alonso
Sánchez de Carvajal, su perseverancia, y las razones de que
se valió' con grandísima habilidad y sagacidad suma, según
se presentaban las oportunidades , fueron gran parte á que
Roldan firmase con sus principales jefes una fo'rmula de con-
trato en ló de Noviembre, para que fuera sometida á la
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CRISTÓBAL COLÓN
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aprobación del Almirante. Lo más esencial de ella consiste,
en que los rebeldes con sus capitanes se retirarían á Xaraguá,
y allí se embarcarían para España en dos carabelas, que en
el término de cincuenta días habían de enviárseles con tal
objeto á aquel extremo de la isla, perfectamente equipadas y
abastecidas de todo lo necesario para el viaje. — Que todos los
individuos que debían embarcarse, habían de recibir orden
para que por la casa de Contratacio'n se les abonaran los
sueldos o salarios que tuvieran devengados hasta el día ; y
además cada uno había de llevar un certificado, con la firma
del Almirante, en que se hicieran constar sus servicios y
buena conducta. — Que como remuneracio'n de los trabajos
sufridos se les había de conceder llevar varios esclavos indios;
premio que 3^a se había dado á otros de los que volvían á
España; permitiéndose á los que tuvieran como propias
algunas mujeres indígenas que las llevasen en lugar de otros
esclavos. — Que se les indemnizara de los terrenos y ganados
que habían perdido en la lucha.
Pusieron por condición que este proyecto había de ser
admitido por el Almirante en los ocho días siguientes á su
fecha; y en efecto. Carvajal, sin detenerse un punto, lo llevo'
á manos de Colón, y aunque éste encontró' muchas cosas en
él que le repugnaba aceptar, y cuya ejecucio'n era muy
difícil, fueron tantas las instancias y reflexiones de aquél,
enchinadas todas al objeto principal de obtener la paz, y
que concluyera el violentísimo estado en que todos se encon-
traban, que vencido por tan graves razones y con la espe-
ranza de ver libre la isla de aquellos forajidos, firmo' la
capitulacio'n en Santo Domingo á 21 del mismo mes de
Noviembre.
Como adicio'n favorable á los rebeldes, por una parte,
y atento á que pudieran permanecer en la isla algunos
colonos útiles, que lo serían sin duda alguna separados del
resto de sus compañeros, concedió' Cristóbal Colón, á los
j que lo pidiesen, el ser alistados nuevamente en las banderas
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI
271
reales con los mismos sueldos y ventajas que antes disfru- l^j^;^^^
taran, y cierta porcio'n de tierras en la Vega á los que
quisieran dedicarse al cultivo, que tantos productos ofrecía.
Obtenida la capitulacio'n , Francisco Roldan salió de la
Concepcio'n con su gente en direccio'n á Xaraguá, acompa-
ñado por el veterano Ballester, que debía vigilarlos hasta su f¡^
embarque; y el Almirante dio' las o'rdenes necesarias para
que dos de aquellos buques, que debieron salir con el Ade-
lantado á reconocer la costa de Paria, se aprestasen conve-
nientemente para volver á España.
II
Era tanto el trastorno de la isla , tan grave el descon-
cierto que en toda ella reinaba, que apenas el Almirante vio'
partidos á los rebeldes y pudo descansar un poco de tantas
fatigas y de tan continuas angustias, dedico' su atencio'n á
restablecer el orden, visitando los establecimientos españoles,
y volviendo al trato con los naturales para que, en la forma
misma que antes, acudiesen con los tributos establecidos.
Salió' con el Adelantado y un buen número de soldados y se
dirigió' á la Vega Real , encontrando mucho maj^ores daños
de los que esperaba. El país estaba abandonado en gran
parte por los indios, y aun en aquellos lugares más produc-
tivos y fértiles, donde todavía se encontraban, la despoblacio'n
había tomado proporciones alarmantes, amenazando ya lo
que había de suceder en breve tiempo: el trabajo de las
minas se había perdido, y de alguno de los criaderos no
existía ni aún noticia, por haber desaparecido tanto los espa-
ñoles como los indios que los beneficiaban, en muchas leguas
á la redonda.
En Isabela las necesidades eran muchas, las cnferme-
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2/2
CRISTÓBAL COLÓN
dades no cesaban, y por la falta de subsistencias y la guerra
estaba en situacio'n muy angustiosa; aunque el Almirante,
después de haberlo inspeccionado todo por sí mismo, concibió'
lisonjeras esperanzas de que con algún trabajo y constancia
podrían volver las cosas al orden que antes estableciera.
Pero para este objeto era necesario contar con la paz, y
las noticias que entonces llegaron no anunciaban que se
hubiera conseguido aquel fin, á pesar de los sacrificios que
se habían hecho.
Durante los meses que el Almirante había invertido en
su excursio'n por el centro de la isla, se habían ocupado en
Santo Domingo en preparar las carabelas Niña y Santa Cni^,
conforme á las o'rdenes que había dejado á su hermano don
Diego, á cuyo cargo quedaba el gobierno de la ciudad, y no
pudieron estar abastecidas y equipadas enteramente hasta
fines del mes de Febrero de 1499, haciéndose entonces á la
vela en direccio'n á Xaraguá , para recoger á los que debían
embarcarse para España. Pero en aquella difícil travesía
fueron sorprendidos por un violento temporal que las com-
batió' furiosamente, causándoles muchos desperfectos, y obli-
gándolas á entrar de arribada en un abrigo llamado Puerto
Hermoso á cuatro leguas de Azua. Una de las carabelas
emprendió' en seguida su reparacio'n; pero quedo' la otra en
tan mal estado que tuvo necesidad de regresar á Santo
Domingo, para ser cambiada por otra, pues no era posible
emprender en ella el viaje. En la que salió' en su lugar se
embarco Alonso Sánchez de Carvajal, siempre atento á que
se cumplieran las o'rdenes del Almirante, y después de una
larga travesía llegaron las dos á Xaraguá á mediados del
mes de Abril.
Entonces volvieron á manifestarse más á las claras las
intenciones de los sublevados, y que no tenían deseo alguno
de cambiar la vida suelta é independiente, que llevaban hacía
tanto tiempo, por otra de sumisio'n y trabajo. Dijeron que
el Almirante había faltado á lo convenido; que de intento
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI
273
había retrasado la llegada de los buques, y que éstos venían
mal armados y peor aprovisionados. En vano Carvajal
refirió' que todo había sido inevitable; que ni el Almirante
ni el Adelantado estaban en Santo Domingo; que las carabe-
las se habían abastecido copiosamente, y que la detencio'n
principal era causada por las tempestades. Con la mala fe
no valen razones, y fué tan clara en aquella ocasio'n la fala-
cia, que el prudente Carvajal rompió' por toda considerad o'n,
afeo' su proceder á los insurrectos en términos durísimos, y
para que constase siempre de parte de quién había estado el
engaño, hizo que el escribano Francis.co Garay extendiera
allí, delante de todos, formal protesta en la que dijo: —
«Juntos Francisco Roldan y su compañía, yo acabé de
cognoscer su voluntad, que era de no ir á Castilla por agora
en estos navios , y en fin de muchas pláticas pasadas entre
ellos y mí, le requerí por ante Francisco Garay, y dije como
yo iba allí por mandado de vuestra señoría á cumplir con él
y con ellos &.^))
La actitud resuelta de Carvajal, su enojo y protesta
tuvieron saludable efecto. Roldan comprendió' cuan falsa
iba siendo su posición ; y cuando Carvajal tomo su caballo y
llamó á sus hombres para volverse á Santo Domingo, mani-
festó deseos de acompañarle hasta la primera parada , y al
encontrarse solo con él en medio de un bosque de árboles
donde nadie podía verlos , se detuvo y le manifestó su reso-
lución de tomar sus consejos, para lo cual le encargó que
con el mayor secreto, sin que ninguno de los suyos pudiera
sospechar lo que habían hablado, le enviase nuevo salvo-
conducto, encabezado como Provisión Real en el nombre del
Rey y de la Reina, y además una carta firmada por algunas
personas principales, y que él iría á hablar con el Almirante,
y todo quedaría arreglado y concertado, porque su deseo
era que tuviera fin aquella revuelta y recobrar el puesto de
Alcalde Mayor que antes desempeñaba.
Muy complacido quedó Carvajal con esta confidencia,
Cristóbai- Colón, t. ii. — 35.
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274
CRISTÓBAL COLÓN
y con poder llevar tan satisfactoria nueva al Almirante,
pues parecía que la insurreccio'n tocaba á su fin, abrumando
á su jefe principal con sus propios excesos. Mas como las
atenciones eran tantas, siendo necesaria gran actividad para
subsanar los graves males ocurridos, los pasaportes recla-
mados no pudieron extenderse hasta principios del mes de
Agosto. Libre ya para entonces, Colón, de algunos cuidados
perentorios, no so'lo le envió' el salvoconducto, sino que
para facilitar la entrevista y acelerar la resolucio'n, salió' con
dos buques del puerto de Santo Domingo el 22 de Agosto,
y se dirigió' al de Azua, que es veinte o' veinticinco leguas
más abajo, llevando consigo á muchos de los hombres más
importantes como Miguel Ballester, Pedro Fernández Co-
ronel, García de Barrantes y otros muchos.
A aquel puerto vino muy luego Francisco Roldan, y
subiendo á la carabela donde se encontraba el Almirante,
reitero' la expresio'n de su deseo de reducirse , con palabras
que parecían ya mu}?^ sinceras. Pidió', ante todo, á más de
lo anteriormente capitulado, que se le repusiera en su cargo
de Alcalde mayor, y se declarase por bando público que las
alteraciones por él causadas lo habían sido por falsos testi-
monios; y que á quince de sus parciales se les permitiera
salir para España en los primeros navios que viniesen, y á
los demás se les concediera Avecindad en la isla.
Al salir á tierra Francisco Roldan, convenido ya en
todo cuanto había- solicitado, todavía se puso de manifiesto la
presión que en él ejercían sus compañeros y soldados, pues
añadió' algunas condiciones durísimas, señaladamente la
última, cuya sentencia era que si el Gobernador contra-
viniese, pudiesen ellos obligarle al cumplimiento por fuerza
o' por aquellos medios que le pareciese. Suscribió' el Almi-
rante obligado por la necesidad y ansiando poner término
de cualquier modo á aquel insufrible estado de cosas; pero
añadiendo á su vez la condicio'n de que siempre habían de
ser obedecidos los mandamientos de los Reyes y los suyos.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO Vi
275
Firmados estos conciertos y por todos admitidos, se
dirigieron juntos á Santo Domingo, donde se hizo pública la
concordia por medio de prego'n en 18 de Septiembre de
1499. Inmediatamente dio' principio el Almirante á repartir
cédulas de vecindad para diferentes puntos de la isla á los
muchos que se las solicitaban, y á todos procuraba atraér-
selos y dejarlos amigos, dando mucho más de lo que le
pedían tanto en terrenos como en esclavos, que les daba por
cierto tiempo para que les ayudasen en el cultivo que iban á
emprender, con la obligacio'n de instruirlos so'lidamente en
la religio'n cato'lica. Cuidaba en la distribucio'n, de que se
extendieran los nuevos colonos por diferentes partes, y por
los sitios más fértiles de la isla; y al mismo tiempo miraba
con gran cuidado á dividir lo más que era posible á los
más audaces de los que militaban en las banderas de la
insurreccio'n apenas terminada; porque aun después del
regreso á Santo Domingo, todavía aquéllos andaban mu}-
unidos y con aire insolente, como en son de amenaza á
cuantos no reconocieran en ellos cierta superioridad.
No quedo' tampoco Roldan sin su parte de botín, que
este nombre y no el de recompensas deben tener aquellas
donaciones arrancadas al representante de la autoridad real.
que recaían en personas que habían estado en abierta
rebelión y cometido todo género de excesos. Obtuvo se le
dieran ciertas tierras en las cercanías de Isabela, que había
disfrutado antes de su rebeldía, y una de las cercas que se
habían hecho en la Vega para custodiar los ganados y criar
aves de Europa, y de aquel mismo criadero del Rey dos
vacas , dos becerros , dos yeguas , veinte puercas , y en sentir
de don Juan B. Muñoz, es de creer añadiese porcio'n de
gallinas, con facultad para emplear en sus labores á los
subditos del cacique á quien se habían cortado las orejas en
la primera expedicio'n, y en Xaraguá, en los terrenos que
allí labrase, á los del gran amigo de los españoles Behechio.
La enormidad misma de las concesiones, la humillación en
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276
CRISTÓBAL COLÓN
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que presentan al Almirante, eran bastantes para juzgar su
validez; por eso Colón tuvo cuidado de consignar con la
mayor claridad que todas aquellas liberalidades no tenían
carácter de donaciones definitivas y quedaban pendientes
de la. aprobacio'n de los Reyes. A su buen juicio, á su
rectitud, á su conciencia no parecía posible pudieran con-
firmar los Soberanos ninguna de las humillaciones que á su
representante se habían impuesto por la fuerza : y abrigaba
la confianza de que al ser conocidos todos los delitos come-
tidos por los insurrectos, sus inmoralidades de toda especie
y el modo violento con que habían arrancado aquellas recom-
pensas, lejos de confirmarlas, proveerían los medios de que
fuesen juzgados y castigados según la ley aquellos atrevidos
sediciosos.
Investido nuevamente de su cargo de Alcalde mayor,
empezó' Roldan á abusar de sus facultades, extralimitándose
en todo aquello en que podía demostrar su oposicio'n al
Almirante o' favorecer á los que habían sido sus principales
auxiliares. Sin embargo, no deja de traslucirse en su con-
ducta otro deseo más natural y que podía serle de mayor
provecho, cual era el de prestar servicios que pudieran
mover á los Reyes á que mirasen con clemencia sus antiguos
extravíos. Así al paso que al llegar al Bonao, nombraba
alcalde á Pedro Riquelme, su partidario, con manifiesta
usurpacio'n de las atribuciones del Almirante y sin derecho
alguno para hacerlo, y le facultaba para que con ayuda de
los indios hiciera una casa fuerte, que tal vez pudiera
convertirse en centro de un nuevo atentado en época no
muy lejana, se le vio detenerse ante la protesta de Pedro de
Arana que prohibió' la continuacio'n de aquella obra, y
habiendo acudido ambos como en alzada á la autoridad de
Cristóbal Colón, éste confirmo' el mandamiento del capitán
Arana, y Roldan se sometió' sin vacilacio'n, y cumplió' lo
preceptuado.
Parece que en este momento tan crítico para la historia
LIBRO CUARTO —CAPÍTULO VI
277
y administración de la isla Española, 5'^ comprendiendo toda
la gravedad de las circunstancias, pensó el Almirante venir
de nuevo á España, para que los Reyes fueran bien infor-
mados de cuanto había ocurrido, de muy diferente manera
que podían serlo por cartas, y aun se dispuso á efectuarlo
en dos carabelas que estaban prontas para darse á la vela
trayendo á los rebeldes que habían preferido regresar.
Y hubiera sido en verdad muy conveniente para los pro-
gresos de la colonia, y más quizá todavía para su propia
tranquilidad, el haberlo verificado. Cabe en lo probable que
la presencia del Almirante en la corte, la lealtad y franqueza
de su palabra, la verdad de sus explicaciones y los testi-
monios que hubiera podido presentar para completar sus
noticias y robustecer sus manifestaciones, hubieran bastado
para cambiar la faz de cuanto se preparaba é imprimir nuevo
giro á los asuntos de Indias. Por desgracia para todos, no
pudo venir á España.
Dos noticias graves influyeron en la suspensio'n del pro-
yectado viaje. De una parte, recibió' confidencias de que entre
los belicosos ciguayos, que eran numerosísimos y ocupaban
una gran provincia montañosa y difícil, aunque bastante
rica, se notaban señales de descontento y se advertían pre-
parativos de reunión, como si tuvieran pensado caer de im-
proviso sobre la Vega en un momento oportuno, para librar
de la prisio'n á su cacique Mayobanex , que continuaba ence-
rrado en la fortaleza de la Concepcio'n. Esta noticia le hizo
di¿:poner de un buen número de soldados que bajo el mando
del Adelantado se dirigieron á la Vega, y estar á la mira de
los sucesos, preparando refuerzos para el caso en que fuese
necesario acudir á algún punto donde estallase la guerra,
para conjurar cualquier peligro.
Por otra parte le anunciaron la llegada á la parte Sur
de la isla de algtinos buques españoles, y que habiendo
desembarcado muchos hombres en el puerto Yáquimo, cor-
taban palo de brasil, tinte entonces muy estimado, para
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278
CRISTÓBAL COLON
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cargar las embarcaciones. Ignorando en aquel momento la
misio'n de aquellos españoles, se dispuso á enviar á aquel
puerto á Francisco Roldan con buen número de hombres ; y
por ambas causas no creyó que era prudente abandonar el
territorio de la isla Española.
En su lugar, y para que fueran sus procuradores ante
los Reyes , é informadores en la corte de cuanto había suce-
dido, como personas que habían sido testigos oculares de
todo, envió' en aquellas carabelas al veterano y respetable
alcaide de la Concepcio'n, Miguel Ballester, y al no menos
caracterizado García de Barrantes, que lo era de Santiago;
entregándoles los procesos que se habían formado contra los
insurrectos; los testimonios que contra cada uno resultaban,
y las sentencias que habían recaído; y asimismo todas las
proposiciones de convenio que habían mediado hasta la que
últimamente se firmo'. «Suplicaba á los Reyes que viesen
aquellos procesos y mandasen inquirir y examinar de todo
la verdad y cognosciesen sus penas y trabajos, y hiciesen en
ello lo que fuese su servicio » Les encarecía nuevamente
en las cartas que escribió' ^ lo muy necesaria que era la
justicia en la isla, y pedía se le guardasen sus honores y
preeminencias. — «Yo no sé, escribía, si yerro, mas mi
parecer es que los Príncipes deben hacer mucho favor á sus
gobernadores en cuanto los tienen el cargo, porque con
disfavor todo se pierde.»
Del contexto de estas cartas deduce el P. Las Casas dos
cosas importantes: la una que el Almirante deseaba teijer
ayuda de persona muy respetada para la gobernacio'n de la
isla, mayormente en cuanto á la administracio'n de la jus-
ticia, porque no pudieran acusarle de cruel ni de parcial por
su cualidad de extranjero ; la otra que temía las cabalas y
testimonios de sus adversarios, y que por sus intrigas los
Re3^es no le limitasen su oficio y preeminencias que le habían
' Véase en las Aclaraciones y documentos (C).
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI
279
concedido, de algún modo que resultase en agravio suyo y
violencia de sus privilegios que con tantos sudores y aflic-
ciones habían ganado ; en lo cual parece presentía lo que se
preparaba, que fué aquello y mucho más adverso, como
luego veremos.
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Cristóbal Colón, t. ii, — 36.
282
CRISTÓBAL COLON
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Las noticias que algunos indios llevaron á Santo Do-
mingo, de que habían llegado á la bahía de Yaquimo cuatro
buques españoles, cuyas tripulaciones habían empezado á
cortar palo de brasil, y que después ampliaron varios
soldados llegados de allá, expresando que estaban mandados
por el célebre cuanto intrépido Alonso de Ojeda, que había
venido á la Española con el Almirante en su segundo viaje,
y regresado con él á España, donde permanecía á la salida
para el tercero en fin de Mayo de 1498, fué motivo de honda
y fundada preocupacio'n para aquél.
Muy grave significacio'n tenía efectivamente. Dejando
aparte el trastorno que podía producir entre la gente inquieta
de la insurrección todavía no bien reducida á la obediencia,
ni mucho menos acostumbrada á una vida disciplinada y
meto'dica, veía Cristóbal Colón en aquel viaje un ataque
directo á sus derechos ; una transgresio'n palmaria de los con-
venios firmados por los Reyes de España , y quizá el triunfo
de sus enemigos en la corte, y el olvido de sus inestimables
y extraordinarios servicios, por los informes de gente holga-
zana y viciosa, y de desertores indignos de ser atendidos
para otro objeto que para darles el castigo á que se habían
hecho acreedores.
Y en efecto, el triunfo de los enemigos del Almirante
estaba patente en aquel viaje de Alonso de Ojeda, así como
la violacio'n de sus privilegios , por más que ni en lo uno ni
en lo otro hubieran tenido parte alguna los Reyes Católicos.
Pero el paso estaba dado, y la tribulación del Almirante
era por demás justificada.
Antes de proseguir la narración de lo sucedido en la
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
283
isla Española, referiremos, aunque brevemente, los ante-
cedentes de aquel viaje.
Con las cinco naves que despacho' el Almirante para
España á poco de su llegada á Santo Domingo, después del
costeo por el golfo de Paria, pues zarparon el 18 de Octubre
de 1498, remitió' á los Reyes, según dijimos, extensa relacio'n
del viaje; la carta o mapa de los países, islas y costas reco-
nocidas, y todas las perlas que había podido rescatar en
tierra firme y en la Margarita. Hallábase, según parece,
Alonso de Ojeda en Sevilla á la llegada de la flota, muy
favorecido por el obispo de Badajoz, que quizá había for-
mado ya proyectos contando con sus reconocidas dotes de
osadía y actividad para ulteriores empresas ; pero es lo cierto
que le comunico' las cartas náuticas que Colón había trazado,
y le mostró las perlas, pues así lo declaro' el mismo Ojeda
muchos años después, en las ProhanTjts que se hicieron en el
citado pleito con don Diego Colo'n, y aquellos datos hicieron
nacer un atrevido pensamiento en el ánimo del audaz aven-
turero.
Acaricio' la idea de navegar por el mismo rumbo que el
Almirante había seguido, y tocar en la tierra firme en aquella
misma costa que en sus cartas dibujaba, en la seguridad
de que caminando ya por rumbo cierto, había de sufrir
menos dilaciones y podría obtener muchas ganancias con
menores dispendios. Don Juan de Fonseca comprendió el
alcance de los cálculos de Ojeda, y los miro' tanto más favo-
rablemente, cuanto que veía el perjuicio directo que podía
causar á Cristóbal Colón ; y aunque conocía que las capi-
tulaciones de éste con los Reyes, se oponían á que ningún
capitán pudiera salir para las Indias por él descubiertas,
sino era por orden de la corona y bajo la direccio'n del
mismo Almirante, tomó sobre sí la responsabilidad, y sin
usar del nombre de los Soberanos, que no hubieran permi-
tido seguramente tal abuso de su confianza, dio' el permiso
á Alonso de Ojeda para que armase la expedicio'n que
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284
CRISTÓBAL COLÓN
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proyectaba. Llevo su perfidia al último extremo, pues afec-
tando respeto á lo capitulado, prohibía á Ojeda tocar en los
dominios que por la particio'n correspondían al re}^ de
Portugal, y en todo lo que Cristóbal Colón había descu-
bierto hasta la última confirmacio'n de las capitulaciones y
privilegios en 1497. Así aparecía respetando los derechos
concedidos al Almirante, cuando en realidad entregaba á
merced del aventurero Ojeda las islas de las perlas, y la
costa de tierra firme, descubiertas en aquel mismo año de
1498, que eran el objeto de su codicia.
Con la licencia del Obispo, y la copia que indebida-
mente le facilito' de los papeles y mapas remitidos por el
Almirante, fué muy fácil á Ojeda encontrar en los nego-
ciantes de Sevilla, movidos por la esperanza de grandes
lucros, el dinero necesario para equipar cuatro buques des-
tinados á la exploración de Paria. No cabe duda en que
alguna de las embarcaciones fué facilitada por la casa de
Juanotto Berardi, pues en ella surco los mares por vez
primera el florentino Amérigo Vespucio, que era factor o'
dependiente de aquella casa, y por injustificado azar de la
fortuna dio' su nombre al Nuevo Mundo, según la general y
más justificada creencia admitida hasta ahora ^ Salieron
aquellas naves del puerto de Santa María en 20 de Mayo
de 1499; mas como nuestro intento no es historiar el viaje
de Alonso de Ojeda, sino en el período de su recalada en la
isla Española, nos limitamos á consignar esa fecha indudable
de su salida, porque es el dato más principal y seguro para
conocer la falsedad de la relacio'n de Vespucio, que ya en
otro lugar hemos notado, produciendo estudiada confusio'n
de fechas, para poderse atribuir la gloria del descubrimiento
de la costa de Paria, á la cual no aportaron, ni él ni Ojeda,
sino más de un año después de haberla reconocido Cristóbal
\-9rímmiC:
' Véase en las Aclaraciones y documentos del Libro II, (K) pág. 578 del
tomo 1,
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
285
Colón, y guiados por las cartas , dibujos y noticias que éste
remitió' á España.
Ojeda lo declaro' sin rodeos; pero Américo Vespucio al
escribir, con repetidas falsedades en todos sentidos, las cartas
en que relacionaba el viaje, comenzó' por dejar que se vislum-
brase que había hecho otro viaje á tierra firme antes del que
emprendiera con Alonso de Ojeda, lo cual es notoriamente
falso. El P. Las Casas examina todos los puntos en que
Vespucio falta claramente á la verdad, los analiza con escru-
pulosa atencio'n poniendo de manifiesto la dañada intencio'n
y malicia , y concluye diciendo : — « Vista queda , porque
largamente declarada, la industriosa cautela, no en la haz, ni
según creo con facilidad pensada, sino por algún dia
rumiada de Américo Vespucio, para que se le atribuyese
haber descubierto la mayor parte deste indiano, habiendo
Dios concedido este privilejio al Almirante.»
Esta conclusio'n del juicioso historiador es de todo punto
exacta, y la única admisible. La expedicio'n mandada por
Alonso de Ojeda, en la que iba por piloto el célebre Juan de
la Cosa, que había sido de los primeros compañeros de Cris-
tóbal Colón, toco en tierra firme doscientas leguas al
Oriente de las bocas del Orinoco, y recorrió', guiado por las
cartas náuticas del Almirante, toda la costa de Paria, que
aquél había visitado y describía: salieron por la Boca del
Drago'n; descendieron en la isla Margarita en demanda de
las perlas que tanto habían estimulado su codicia , y adelan-
taron hasta el golfo de Venezuela. Fueron después á algunas
otras islas , que no están bien detalladas , porque en la parte
técnica, en la precisio'n al describir y señalar las localidades,
estas cartas de Vespucio dejan mucho que desear, aunque
las llama de Caribes por haber tenido varios encuentros
con los indígenas, que les hostilizaban para impedirles el
desembarco, y demostraban fiereza de condicio'n y hábitos
guerreros; y viéndose en gran necesidad por habérseles
agotado casi por completo las provisiones, pusieron el rumbo
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286
CRISTÓBAL COLÓN
á la isla Española y el 5 de Septiembre, después de cinco
meses de continua navegacio'n. dieron fondo en la bahía de
Yaquimo, y echaron gente á tierra para que empezaran
desde luego á hacer pan de cazabe, de que tenían mucha
necesidad.
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El viaje ilegal, y hasta cierto punto clandestino, de
Alonso de Ojeda, preocupo' con harta razón al Almirante.
Entre los medios que le ocurrieron para descubrir el verda-
dero carácter de la expedicio'n y oponerse á los excesos que
pudieran cometer los soldados que habían bajado á tierra,
juzgo el más oportuno hacer un alarde de fuerza, mandando
á Yaquimo un capitán de cierta inteligencia, que á un tiempo
fuese astuto y resuelto ; y pensó' que , ausente el Adelantado
en el interior, y no siendo posible llamarle en aquellos
momentos, podía encargar de la empresa á Francisco Rol-
dan, que tal vez por sus especiales circunstancias lo desem-
peñaría á su satisfaccio'n. Bien pronto se resolvió' en ello; y
en verdad no tuvo motivos de arrepentirse; pues el Alcalde
mayor, reconocido por una parte á la confianza que Cris-
tóbal Colón deposito' en él, y constante también en prestar
servicios que pudieran ser apreciados en España, cumplió'
su encargo de la manera más eficaz; y bajo su mando fueron
sumisos muchos de los soldados que habían militado en la
insurrección anterior, y que quizá no hubieran servido con
tanta disciplina dirigidos por otro jefe.
Recibió' Roldan las instrucciones del Almirante, y se
penetro' bien de la importancia del paso que iba á dar, que
era difícil por las condiciones de Ojeda, y delicado y grave
por las consecuencias que podía acarrear cualquier desmán
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
287
por parte de aquel audaz aventurero. Bien instruido, 3' con
o'rdenes terminantes, salió' de Santo Domingo en dos cara-
belas bien armadas y dotadas, y á 29 de Septiembre llego' á
dos leguas de la bahía donde estaban fondeados los buques
de Ojeda.
Comenzando desde luego á desarrollar un plan estra-
tégico y de precaucio'n, desembarco' allí con una compañía
de sus mejores soldados, prácticos j^a y probados en aquellos
bosques, dejando sus carabelas bien aseguradas. Noticioso
de que Ojeda se hallaba muy metido tierra adentro, con
so'los quince hombres, se interpuso entre ellos y la costa por
medio de una rápida marcha, dejando así al atrevido capitán
aislado de sus barcos, y entonces se dirigió' resueltamente á
su encuentro, dirigiéndose al punto en que le dijeron se
hallaba haciendo provisión de pan.
Roldan procedió' con astucia y atrevimiento; su plan
denunciaba desde luego al guerrillero que sabe colocarse
ante todo en posiciones ventajosas; pero Alonso de Ojeda no
era hombre para dejarse vencer en ninguna lucha, y menos
en las de audacia y previsio'n. Supo á un tiempo la llegada
de las carabelas, el desembarco de las fuerzas, y su marcha
hacia el lugar en que se encontraba ; y no dudando vendrían
con o'rdenes del Almirante, y juzgando por la rapidez de los
movimientos la desventaja de su posicio'n, pensó' en desba-
ratar los planes de Roldan, y sin esperar su llegada se fué
directamente á buscarle acompañado únicamente de cuatro o'
seis hombres de su confianza.
La entrevista fué digna de tales aventureros. Cauteloso
Roldan y no menos cauteloso Ojeda, comenzaron la conver-
sacio'n en términos muy generales, deseando informarse el
primero de la causa que al segundo había movido á venir á
desembarcar en la isla, como si quisiera suponer que venía
de orden de los Reyes, y directamente de España. Ojeda
con la mayor ingenuidad empezó' por confesar que venía de
un viaje de descubrimientos cuya importancia exagero' astu-
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CRISTÓBAL COLÓN
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tamente, y que había llegado á aquellas playas impulsado
por la falta de víveres , y se proponía en cuanto se aprovi-
sionase pasar á ver al Almirante, pues á más de ofrecerle
sus respetos, como era debido, tenía que comunicarle noticias
del mayor interés, dejando entrever, con gran malicia y
discrecio'n, que el Almirante no gozaba ya de la confianza del
Rey Don Fernando, por las nuevas que á la corte habían
llegado de los sucesos desgraciados de la colonia, en los que
Roldan había tenido tanta parte; que sus adversarios
ganaban terreno, y por último, como el asunto de mayor
gravedad, que la Reina estaba cada día más postrada por
su enfermedad , y los médicos desesperaban de poderla con-
servar la vida. Mas no era hombre Roldan que diera crédito
á todo lo que se le refería, é hizo poco aprecio, por entonces,
de las noticias que escuchaba, y supuso amañadas, fijándose
en lo esencial , que era lo relativo al viaje que habían hecho
aquellas cuatro embarcaciones y á la autorizacio'n con que se
había emprendido, lastimando los derechos del Almirante,
por lo que insistió' en ver los despachos que Ojeda traía.
Como éste les dijo que los había dejado á bordo de su cara-
bela, y le reitero' su intento de ir á conferenciar con el
Almirante, Roldan le dijo que concluyera de juntar su
provisio'n de cazabe, y se dirigió' á la costa para ver los
documentos que deseaba. Paso' á bordo de los buques de
Ojeda, se informo minuciosamente de todos los accidentes
del viaje, y tuvo en sus manos la licencia que por sí y como
superintendente de los asuntos de Indias, había firmado don
Juan de Fonseca.
Entre las tripulaciones de aquellos cuatro barcos en-
contró Roldan á muchos antiguos compañeros que habían
estado en la isla Española en el anterior viaje; les hablo' con
toda familiaridad , y por sus manifestaciones comprendió' la
parte que había de verdad, y lo que era ficcio'n en las
noticias dadas por Ojeda. Informado perfectamente de
cuanto podía interesar al Almirante respecto de aquella
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
289
expedición, y en la creencia de que terminadas sus provi-
siones irían los buques á Santo Domingo, volvió' á embar-
carse, para dar cuenta con anticipación de todo lo que había
averiguado.
Pero en nada pensaba Ojeda menos que en presentarse
ante Cristóbal Colón. Conocía muy bien lo falso de su
posicio'n, y no tenía más proposito que el de asegurarse la
buena amistad de Fonseca, volviendo sin accidente desgra-
ciado de aquella expedicio'n que era en ambos una extrali-
mitacio'n, un verdadero abuso.
Reparadas y calafateadas sus naves, bien abastecidas
de provisiones, y con rico cargamento de palo de tinte, que
tanto abunda en aquella bahía, denominada por ello del
brasil, tomo el rumbo contrario al que debía conducirle á
Santo Domingo, y doblando el cabo de San Miguel se pre-
sento' en la bahía de Xaraguá á principios del mes de
Febrero del año 1500.
Ya en este puerto de la isla, tomo más graves propor-
ciones la actitud de Alonso de Ojeda. Sin duda había medi-
tado su plan por el camino, y no juzgando que el ^Almirante
disponía de muchas fuerzas para oponérsele, se decidió á
hacerle guerra abierta. A su desembarco en Xaraguá en-
contró á muchos de los que habían tomado parte en la
insurreccio'n de Roldan, y allí se habían establecido á virtud
de lo capitulado, en las tierras del cacique Behechio. Mal
avenidos éstos con vivir en paz y sujetos al imperio de las
leyes, hombres perdidos, acostumbrados al merodeo y la
licencia, estaban dispuestos á aprovechar la primera ocasio'n
para volver á sus antiguas costumbres. Ojeda supo apro-
vecharse de ellos. Propalo' las mismas noticias que ya antes
había comunicado á Roldan , aumentándolas con otras
muchas falsedades destinadas á producir efecto, llegando
hasta el extremo de decir que á él y á Alonso Sánchez de
Carvajal se les había dado el encargo de servir de consejeros
al Almirante, y procurar que variase de conducta, porque
Cristóbal Colón, t. ii. — 37.
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CRISTÓBAL COLON
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3'a no merecía como antes la confianza de los Soberanos, los
cuales deseaban quedasen pagadas inmediatamente todas las
cantidades que por sueldos atrasados y otros servicios adeu-
daba don Bartolomé Colon, del tiempo que, en ausencia de su
hermano, había tenido el mando de la isla. Acogidas por
muchos con irreflexivo entusiasmo estas nuevas, creció' el
prestigio de Ojeda, y seguro ya éste de que le secundarían
aquellos colonos, se ofreció' á ponerse al frente de todos y
marchar á Santo Domingo para obligar al Almirante á que
pagase cuanto el Adelantado debía y remediase los males de
que se quejaban.
Entonces tomo' el conflicto mayor gravedad. Muchos de
los colonos se opusieron al acto de rebelio'n que en nombre
de la autoridad se quería intentar; los comprometidos insis-
tieron y apelaron á la violencia, y se trabo allí, á presencia
de los pobres indios, una lucha fratricida en la que perecieron
muchos españoles y resultaron muchísimos heridos. En
aquellos momentos, y para bien de los que deseaban la
tranquilidad, se presento' Roldan en Xaraguá con buen
número de soldados.
Noticioso Colón de la desleal conducta de Alonso de
Ojeda, que lejos de cumplir lo que había ofrecido y presen-
tarse en Santo Domingo se había dirigido á Xaraguá , hizo
marchar nuevamente á Francisco Roldan á aquel territorio
que le era tan conocido, á que observase los movimientos de
los expedicionarios y les obligase á embarcarse. A buen tiem-
po llegaron aquellas fuerzas.
Supo Roldan los deso'rdenes á que había dado lugar
Ojeda y el conflicto en que estaban los colonos que perma-
necían fieles, y dividiendo sus fuerzas en dos grupos, confio'
el mando de uno de ellos á Diego Escobar, y él con el otro,
compuesto de soldados escogidos entre los de su mayor
confianza, se dirigió resueltamente al encuentro de los amoti-
nados. Pero en los planes de Ojeda no entraba librar batallas
ni ocasionar derramamiento de sangre, que no le había de
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
291
aprovechar. Se retiro á sus barcos, dejando abandonados á
los colonos que habían cedido á su seduccio'n, y á pesar de
que Roldan le escribió' una carta insinuante para que bajase
á tierra y pudieran conferenciar, no consintió' en ello, y antes
por el contrario se apodero' de dos de los emisarios que
fueron á su carabela, llamados Diego Trujillo y Toribio de
Linares, y amenazo' con ahorcarlos si no se le devolvía un
marinero suyo que había quedado en tierra.
Entonces empezó' ya una lucha de astucias y descon-
fianzas, de recelos y falsías, que ponía de manifiesto cuan
bien se conocían los dos jefes, y lo que cada uno de ellos
temía de su adversario. Ojeda se hizo á la vela con ánimo,
al parecer, de merodear en la fértil comarca de Cahay,
situada en posicio'n ventajosa al fondo del golfo ; pero Fran-
cisco Roldan 3^^ Diego Escobar k siguieron por la costa para
impedir el desembarco, y no accedió' á ninguna de las propo-
siciones que le hicieron para que abandonase su buque.
Roldan, con una doblez sin ejemplo, le mando' á decir que
puesto que se obstinaba en no bajar á tierra él iría á bordo,
si le enviaba un seguro, 3^ un bote para que le condujera; 3'
cuando llego' la barca á la orilla se apodero' de ella por
sorpresa, haciendo prisioneros á los seis hombres que la
tripulaban, á excepcio'n de un flechero indio que se salvo' á
nado, poniendo á Ojeda con este atrevido golpe en un grave
conflicto, pues no solamente tomaba rehenes que asegurasen
la vida de los prisioneros, sino que privando á aquél de
su mejor barca le hacía casi imposible continuar la nave-
gación.
El resultado fué muy lisonjero para Roldan. Ojeda
entro' en un esquife pequeño y se dirigió' á la playa, mante-
niéndose á bastante distancia para poder ganar su buque si
veía indicios de una nueva traicio'n. Roldan, por su parte,
al verle venir, desconfiando de sus intenciones, entro' en la
barca que acababa de apresar, con quince soldados de su
mayor confianza, armados de espadas y arcabuces, y preparo'
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292
CRISTÓBAL COLÓN
en la playa otra escuadra de veinte soldados mandados por
Escobar, con su barco para que le diesen a^^uda en caso de
sorpresa, y en tales condiciones, manteniéndose siempre el
uno á bastante distancia del otro, entablaron una conferencia,
de la cual resulto' la mejor avenencia que podía esperarse
después de tales antecedentes.
Alonso de Ojeda se comprometió' á levar anclas á la
mañana siguiente y abandonar la isla, y á enviar á tierra á
Trujillo y á Linares, con tal de que se le devolvieran su
bote y sus marineros, y verificado el cange se hizo á la vela,
aunque lleno de rabia y jurando volver á tomar venganza.
«Partióse á hacer una cabalgada que decia que habia de
hacer, y según dijo un clérigo que traia consigo, y otros tres
o' cuatro hombres de bien que se quedaron, la cabalgada
que traia fabricada era la que pensaba hacer en la persona y
en las cosas del Almirante » Lo cierto es que salió' de
Cahay y no volvió' á poner el pie en la isla Española, aunque
hubo sospechas de que había vuelto á saltar en tierra mucho
más adelante; pero enviados algunos exploradores no encon-
traron señales de su paso. Sin embargo, parece que debió
hacer la cabalgada, pues desembarco' y vendió' en Cádiz
doscientos veintido's esclavos, que debió' apresar en esta isla
o' á su paso en la de Puerto Rico.
Francisco Roldan no quedo' satisfecho con las palabras
de Ojeda, temiendo que atraído por la riqueza de aquella
provincia quisiera volver á depredarla, por lo cual se detuvo
algunos días en la comarca, distribuyendo sus soldados en
cortas partidas con encargo de que le noticiasen la presencia
de los buques en cualquier punto donde se presentasen.
Nada nuevo ocurrió', y se disponía Roldan á dar la
vuelta á Santo Domingo para comunicar al Almirante
cuanto había sucedido; mas se vio' detenido por la exigencia
de muchos de los que en su compañía habían venido, que
como recompensa del servicio que habían prestado, deman-
daban la gracia de avecindarse en Xaraguá y en Cahay, y
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
293
que se les repartiesen tierras para sus labores y algunos
indios para que les ayudasen, como con otros colonos se
había hecho en la Vega Real y en diferentes lugares. El
antiguo caudillo de la insurreccio'n quería redoblar las
demostraciones de su verdadera obediencia , para que mejor
se apreciaran sus servicios, y mostrándose muy propicio á
acceder á lo que sus soldados pedían, les dijo que hicieran
un memorial de todos los que desearan avecindarse y lo
remitiría al Almirante á Santo Domingo para que lo decre-
tase, pues era el único que tenía facultades para concederlo.
Conocía muy bien, sin embargo, el astuto Roldan la
índole de las gentes que había acaudillado, y cuan poco
sufridas eran, no consintiendo dilacio'n entre el deseo 5^ la
práctica, y comenzó desde luego por distribuir entre ellos
los terrenos que antes se había él mismo apropiado en los
dominios de Behechio; y aún les dijo que habiéndole auto-
rizado á él el Almirante para utilizar en sus labores á los
indios de aquellas provincias, él á su vez les transmitía aquella
facultad, con tal de que la usaran con prudencia y procu-
rasen instruir á los isleños en la religio'n cristiana. «Les
permitid que los tomasen ellos, dice el P. Las Casas, y se
sirviesen dellos en sus labores y los contentasen: estas son
palabras del mismo Roldan al Almirante, que yo vide
firmadas de su nombre. El contentamiento era que les
habian de servir aunque les pesase, y darles después un
espejuelo y un cuchillo o' unas tijeras; veis aquí el reparti-
miento claro como se vá entablando. ¡Y que se diga que á
un tan gran Rey como Behechio, que el Almirante diese
para que sirviese á Roldan, y Roldan lo diese á los hombres
viles, y quizá entre ellos azotados para los servir, é que
repartiesen entre sí sus vasallos! ¿Qué mayor tiránica
maldad?»
Tal fin tuvo el desembarco de Alonso de Ojeda, causa
de muchos escándalos, y de que se renovase el fuego de la
rebelio'n, aún no bien apagado en la isla.
294
CRISTÓBAL COLÓN
III
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1«:
Un acontecimiento amoroso fué ocasio'n de nuevos dis-
turbios en aquel extremo de Xaraguá, y de algunas des-
gracias muy lamentables. En tanto que Roldan recorría
aquella comarca, llego á ella un caballero castellano llamado
don Hernando de Guevara, al que por razones graves había
mandado el Almirante que saliera de la Española, y sabiendo
él la estada allí de Alonso de Ojeda se vino para embarcarse
V regresar con él á España. Cuando llego' Guevara ya Ojeda
se había hecho á la vela, por lo que Roldan le dijo que
eligiera lugar para su residencia hasta nueva resolución del
Almirante. Por consejo de su primo Adrián deMojica, que
tenía allí aves domésticas y perros de gran utilidad para la
caza de las hutias, se fijo' en Cahay ; pero apenas establecido
allí, se introdujo en la casa de la reina Anacaona, y con
falaces promesas sedujo á su hija Higueymota, que tenía gran
renombre por su hermosura, y la saco de su casa fingiendo
que la tomaba por esposa. Roldan llevo' muy á mal el
engaño hecho á la famosa hermana del cacique Behcchio,
bien fuera porque comprendiese las malas consecuencias que
podía tener en el país, bien, como decían algunos, porque
tuviese elegida para amiga á la hermosa Higueymota, bien
por otras graves consideraciones; y amenazándole con el
desagrado del Almirante le ordeno' que devolviese la hija á
su madre, y se volviese á su residencia. Obedeció' por el
pronto Guevara, yendo á visitar á Roldan, que se encontraba
enfermo y sin poder salir de su casa por una afección á los
ojos; y en la entrevista le pidió' con insistencia, invocando
sus antiguos vínculos, le dejase proseguir en su amor á la
india. Se mantuvo Roldan inflexible en obligarle al cumplí-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VI [
295
miento de su deber, que no hay nadie más estricto ni más
rigoroso que el delincuente arrepentido, ni hay quien sea
más exigente en la observancia de los preceptos que el que
ha faltado á ellos y sabe de ciencia ^propia las fatales conse-
cuencias del desorden. Guevara fingió someterse, pero volvió
en seguida á sus excesos ; y al recibir la orden terminante y
perentoria de abandonar el Cahay, y pasar á Santo Domingo
á recibir instrucciones del Almirante, que le fué comunicada
por los agentes de Roldan en forma que no admitía réplica,
trato' de resistir, apoyándose en otros viciosos tan descome-
didos como él, y que no podían contraer hábitos de obe-
diencia, y empezó' á propagar nuevamente la semilla de la
insubordinacio'n.
Rodeado de algunos de los más audaces, y en la segu-
ridad de que no dejarían de ayudar á sus planes otros
muchos descontentos, formo' el infame plan de apoderarse
de la persona de Francisco Roldan, como el principal obstá-
culo para su triunfo, y matarle o' reducirle á prisio'n sacán-
dole los ojos.
Iba Roldan á recoger de sus mismos secuaces el fruto
de las doctrinas que había enseñado. Por su buena suerte
tuvo conocimiento de la trama, y obrando con la energía
que le (era característica, redujo inmediatamente á prisión á
Hernando de Guevara y á sus principales co'mplices. Para
que se comprendiera la lealtad de su sumisio'n , o' quizá con
el designio de que nunca se le pudiera acusar de haber
obrado en virtud de un deseo de venganza, siendo á un
tiempo juez y parte, pues contra su persona se dirigía la
conjuración, puso todo lo ocurrido en conocimiento del
Almirante, remitiéndole la informacio'n que practico' y
diciendo que los criminales quedaban esperando lo que
resolviese.
Ordeno Cristóbal Colón que los presos fueran condu-
cidos á Santo Domingo, sin duda para que fuera de más
ejemplo su castigo. Mas noticioso de aquella orden Adrián
296
CRISTÓBAL COLON
de Mojica, primo de Guevara, que se encontraba en la Vega,
empezó á amotinar á algunos soldados, ofreciéndoles premios
y recompensas , para reunir los que fueran bastantes y dar
libertad á los reos ante^ de que llegasen á Santo Domingo,
asaltando la escolta que los traía en el punto donde con
mayor ventaja pudieran batirla.
Tuvo confidencia el Almirante de aquel nuevo crimen
que se fraguaba, comprendió' desde luego su trascendental
importancia, y acudid al remedio con grandísima diligencia,
con la mayor rapidez. So'lo podía disponer de ocho o' diez
hombres armados y de su confianza, y con solo esa escasa
fuerza resolvió' apoderarse de la persona del jefe, fiando en
lo inesperado de su resolucio'n ; le sorprendió' con algunos
de los suyos y se lo llevo' preso al fuerte de la Concepción.
Sentenciado á muerte Adrián de Mojica, pidió' confesio'n,
pero se propuso dilatar este acto religioso contando con la
piedad del Almirante, y tal vez con la esperanza de que
amotinándose sus parciales le librasen del suplicio. Hizo
delacix)nes infames ; suspendió' la confesio'n muchas veces con
desvanecimientos verdaderos d fingidos ; refirió' largas his-
torias de increibles complicidades de sujetos conocidos en la
Vega, y dio tantas muestras de cobardía y de falacia, que
apurada la paciencia de Colón, mando' que le precipitasen
de las almenas, como se efectuó', aunque deplorando Colón
la necesidad de tan grave medida, y llorando al llevar á
cabo aquel acto de justicia, como lo dijo luego en la carta á
doña Juana de Torres.
A este acto de severidad siguieron otros no menos nece-
sarios para la pacificacio'n de la isla. Hernando de Guevara
llego' á Santo Domingo conducido por Roldan y fué ence-
rrado con los demás que allí presos estaban. El Adelantado
salió' para Xaraguá á perseguir á otros de los complicados,
y el Almirante hizo prender á Pedro de Riquelme con varios
de sus amigos, que mantenían en constante alarma el terri-
torio de Bonao, decidido á restablecer el orden y reducir á
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
297
la impotencia á los que conservaban resabios de las pasadas
insubordinaciones. Todas estas cosas se hacían por los meses
de Junio, Julio y Agosto del año de 1500.
Bien se dejaba conocer por todas partes la presencia de
Cristóbal Colón en la isla , que ciertamente la mayor parte
de los trastornos en ella ocurridos reconocían por causa su
prolongada ausencia por las dilaciones que le hicieron sufrir
en España. Iba renaciendo la tranquilidad; el orden empe-
zaba á afianzarse ; las últimas medidas de rigor y severidad
habían producido excelente resultado, que era ya muy nece-
saria la accio'n de la justicia donde tan envalentonado estaba
el vicio y tan soberbios los criminales. Aunque era tarea
difícil y de más largo tiempo el volver la administracio'n á
su anterior estado, y que los tributos se recaudasen con
regularidad, los indios, escarmentados por sus repetidos
descalabros y convencidos de su inferioridad, estaban sumisos
y obedientes, por más que excusaban cuanto les era posible el
estar muy cerca de sus opresores. Muchos de ellos se iban
instruyendo en la religio'n cristiana, aunque también este
adelanto dio' ocasio'n á algunos castigos severos, que luego
referiremos; algunos empezaban á vestirse como los espa-
ñoles, y no faltaban otros que de buena voluntad ayudaban
al cultivo de las tierras. Para mayor satisf accio'n, se reci-
bieron noticias de un extenso territorio de más de ochenta
leguas donde abundaba el oro, pudiendo laborearse con
poquísimo trabajo muchas minas de gran producto.
La fe de Cristóbal Colón atribuía á la proteccio'n
visible del cielo el renacimiento que por todas partes comen-
zaba á iniciarse. En uno de los momentos de mayor angustia,
cuando su espíritu atribulado no encontraba consuelo, le
pareció' escuchar una voz de lo alto que le alentaba llamán-
dole hombre de poca fe, dejándole ver la esperanza de
mejores tiempos.
Al recibir la noticia de las nuevas minas, y con el doble
fin de aumentar la recaudacio'n de oro para la corona, y
Cristóbal Colón, t. ii. — 38,
ii^.:^'
298
CRISTÓBAL COLÓN
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satisfacer el deseo de los españoles, permitió' que todos
pudieran dedicarse á sacarlo, contribuyendo solamente con
el tercio para los Reyes; y al mismo tiempo volvió' los ojos
á su abandonado proyecto de la exploracio'n de tierra firme,
enviando algunos buques que fundasen una fortaleza donde
tuviesen abrigo los que se dedicaran al rescate de las perlas,
de las que esperaba poder enviar grandes cantidades á
España.
Pudo entonces esperar el ilustre Almirante que el resul-
tado de su administracio'n , el fruto de tantos trabajos y de
tan grandes sufrimientos podría ser apreciado por los Reyes
Cato'licos, y por todos los que en la corte miraban con
interés los asuntos de Indias, quedando desacreditadas todas
las calumnias que sus enemigos echaban á volar para perju-
dicarle; porque tanto el laboreo de las minas como el trabajo
de los campos ofrecían pingües ganancias y resultados ven-
tajosísimos, empezando á notarse abundancia y bienestar,
con verdadera satisfaccio'n de los colonos.
«En ambos artículos, dice Don Juan B. Muñoz, corres-
ponde el fruto á la diligencia y deseo; tanto que apenas
habia quien quisiese estar á sueldo, pues el que gozaba
tierras é indios de repartimiento vivia como un señor,
sobrado de comestibles y con segura esperanza de enriquecer.
Los que se aplicaban á minas cojian al dia por lo coinun de
seis á doce castellanos de oro; algunos alcanzaban á cincuenta
y hasta ciento y veinte; y tal hubo que llego' á doscientos y
cincuenta, que son cinco marcos. Del mismo modo se apro-
vechaba el Rey, en cuyo nombre se adjudico' el gobernador
muy crecidos repartimientos ; y ademas llevaba el tercio del
oro cojido por los particulares. Por donde al paso que
prosperaban los colonos, crecían también los caudales de la
Real Hacienda.»
Vencidos y subyugados los enemigos en la isla Españo-
la, terminados los pasados trastornos, restablecida la tran-
quilidad, iba á inaugurarse la era del trabajo y del orden,
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VII
299
cuyo resultado había de ser conocido en la madre patria por
los abundantes productos y grandes riquezas que á ella
habían de afluir, realizándose todas las esperanzas y aún las
ilusiones que hiciera concebir el descubrimiento. Bien podía
Cristóbal Colón estar satisfecho de su obra en aquel
momento, y levantar la vista á nuevas colonizaciones que
aumentasen la riqueza y el poderío de los Reyes Católicos y
de la nacio'n española, pensando en extender sus colonias
por la tierra firme. Mas en tanto que todo prosperaba á su
alrededor, y sus esperanzas renacían, en España se formaba
la nube que había de lanzar sobre su cabeza la mayor des-
gracia de cuantas le ocurrieron, la que había de atentar á
sus honores y prerrogativas y acibarar todos los días de su
existencia, que tan falaces son siempre los cálculos humanos,
y así se escapa de nuestras manos la felicidad cuando más
próximos nos creemos á asegurarla.
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302
CRISTÓBAL COLÓN
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La solicitud de los Reyes nunca descuidaba la conver-
sio'n de los indios; la propaga cio'n de la fe cato'lica era el
más constante deseo de la Reina, que en ninguna de cuantas
instrucciones dirigía al Alrairante, dejaba de ocuparse de
ella , así como en las prevenciones que á la Casa de Contra-
tacio'n se hacían para el despacho de las flotas, siempre
consignaba un recuerdo al adelanto de la religión, siempre
encargaba que se enviasen religiosos de reconocida virtud y
capaces de instruirse en la lengua, para que pudieran
imponer á los indios en los primeros fundamentos de la fe
cristiana, atrayéndoselos al mismo tiempo con su bondad y
con los beneficios que les proporcionaran, para formarlos
útiles auxiliares de su propaganda y subditos obedientes de
los monarcas de Castilla.
Los doce religiosos que en el segundo viaje pasaron á
la isla Española con el Vicario fray Bernardo Boil, trope-
zaron desde luego con un grave obstáculo, pues no podían
entenderse directamente con los indígenas por no conocer su
lengua, y la palabra de los intérpretes carecía de eficacia
para cierta clase de explicaciones , y más todavía para per-
suadir ciertas verdades y disipar crasísimos errores.
No todos los religiosos que allá fueron estaban dotados
de iguales aptitudes , ni tenían el mismo fervor, la misma
constancia, que tan necesaria era para la conversio'n de los
ido'latras completamente ignorantes , y cuya vida selvática,
sencilla é ignorante les hacía muy ajenos á conocimientos
teogo'nicos, y más aún á modificaciones en su manera de
vivir, á la que tenían grandísimo apego. Así la maj'or parte
de aquellos se limitaron á ejercitar su ministerio entre los
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIII
303
mismos españoles que formaban parte de la expedicio'n, y
fueron, si así puede decirse, el primer clero de la ciudad de
Isabela.
Solamente de dos de eílos hace memoria fray Bartolomé
de las Casas, como los que se dedicaron más asiduamente á
la conversio'n é instruccio'n de los indios, que fueron fray
Román Pane, monje eremita, y fray Juan Borgoño'n, fran-
ciscano. Al primero de ellos, que fué, según parece, el que
más se adelanto' en el conocimiento del idioma general de la
isla, le encargo' el Almirante escribiera cuanto fuese alcan-
zando de las creencias, costumbres é historia de aquellos
naturales, cuyo cometido desempeño' de la manera que jci
hemos visto ^ escribiendo una Memoria que, aunque por
demás incompleta, y llena de muchas cosas inútiles, es curio-
sísima é interesante bajo otros aspectos , como documento
único que puede consultarse con algún fruto, y el primero,
5'- más antiguo que se redacto por persona que vivió' mucho
tiempo entre los indios de la Vega Real.
Cuando el P. Boil abandono' la isla, aquellos dos monjes
continuaron su misio'n evangelizadora, y algo más instruidos
en la lengua, pudiendo hacerse ya comprender de los indios,
y atrayéndolos con bondad y dulzura á presenciar con
respeto las prácticas religiosas á que ellos se entregaban, los
fueron disponiendo á que desearan comprender su significado
y recibieran las primeras nociones de la doctrina.
La admiracio'n que todos los españoles causabají á los
inocentes indios, creyéndolos bajados del cielo, era mayor
en presencia de los religiosos, con los cuales adquirieron
bien pronto gran familiaridad ; y aquel sentimiento de vene-
ración les movía á quererse dar cuenta de todas las acciones
de aquellos hombres superiores. La curiosidad de los indios,
sabiamente estimulada por los religiosos, fué un agente
poderoso para su instruccio'n. La propaganda fué rápida.
' Véase en las Aclaraciones y documentos del libro III, (D) pág. 123.
304
CRISTÓBAL COLÓN
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Ib
I fácil y de gran resultado; y si los atropellos, los excesos de
los soldados de mosén Pedro Margarit, y aún del mismo
jefe, no hubieran despertado la indignación de los sencillos"
isleños, haciéndolos odiar á aquellos soldados que antes
tanto admiraron , ciertamente los catequistas cristianos
habrían logrado más copioso fruto. Pero los vicios de los
dominadores no eran la mejor recomendacio'n para la religio'ri
que profesaban, y en las conciencias de los indios hacían
mayor efecto, herían más fuertemente sus imaginaciones las
acciones de los soldados, que las doctrinas explicadas por los
misioneros, cuyo alcance apenas comprendían.
No desmayaban, sin embargo, los piadosos frailes, á
pesar de tales dificultades. Parece que entre los indios que
más habían adelantado en la inteligencia de los misterios de
la fe, estaba una familia numerosa compuesta de diez y seis
individuos, entre varones y hembras; y los monjes, concep-
tuando 3^a al padre con la suficiente instruccio'n para apreciar
las verdades reveladas, no dudaron en administrarle el
sacramento del Bautismo, poniéndole el nombre de Juan
Mateo, por el cual troco' el su3^o de Ganauvariu. Insistió'
don Cristóbal Colón en que fray Román y su compañero
intentasen la conversio'n del gran cacique de la Vega, del
infortunado Guarionex, cuyas vicisitudes hemos narrado
anteriormente, y aunque bien á su pes:ir, tanto por no
entender la lengua del cacique, como por tener que aban-
donar el territorio de la Aíagdalena, donde iban consiguiendo
mucho fruto, se trasladaron á la Concepcio'n, que entonces
se edificaba, llevando en su compañía alguno de los recién
bautizados, para que se entendiese mejor con los otros
indios.
Largo tiempo estuvieron los misioneros al lado del
cacique, que dominado por su bondad y virtud se prestaba
de buena voluntad á instruirse en cuanto ellos querían.
A costa de muchos esfuerzos, con grande asiduidad y pa-
ciencia, lograron que tomase de memoria las principales
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIH
305
oraciones del cristiano, y al mismo tiempo oyéndolas repetir
diariamente, las aprendieron también muchas personas de
su casa y toda la familia que era numerosa; pero aquel
fruto tan pacientemente alcanzado se malogro', por la indig-
nacio'n que causo en el cacique la conducta de los soldados
que tantos daños causaban á los indios, y de la cual supieron
aprovecharse otros caciques de los subalternos, para hacerle
aborrecible la religión de aquellos hombres perversos y
viciosos.
Abandonaron los catequistas aquel territorio y se diri-
gieron en busca de otros indios de la montaña que parecían
mejor dispuestos para abrazar la religio'n; y entonces Gua-
rionex envió emisarios, o' tal vez éstos fueron movidos por
su odio y sin excitacio'n del cacique, y destruyeron la casa
de oracio'n que fray Román Pane había dejado edificada
junto á la que habitaba la familia de Juan Mateo, y alre-
dedor de la cual se congregaban también otros muchos que
se habían convertido. Las imágenes, que para el culto se
habían colocado en el altarito objeto de la devocio'n de los
indios, fueron destrozadas y enterradas en un campo cercano,
y los agresores maltrataron á los que se oponían á aquel
acto de injustificada agresio'n.
Esto sucedía á poco tiempo de haberse embarcado para
España el Almirante en compañía del repostero Aguado.
Los cristianos de la Vega acudieron con sus quejas al Ade-
lantado, el cual hizo prender y procesar á los culpables y
los hizo perecer en el más horrible de los castigos. Sin
embargo, y como siempre sucede, en lugar de saludable
escarmiento los suplicios avivaron los odios , y algún tiempo
después murieron asesinados Juan Mateo, su hermano lla-
mado Antonio, y otros muchos indios de los que habían
recibido el bautismo, y que fueron considerados como
mártires por los religiosos, y por los demás cristianos de la
isla, que juntamente con ellos se habían convertido y perse-
veraban en la fe.
Cristóbal Colón, t. ii. — 39.
3o6
CRISTÓBAL COLON
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A la luz de los principios filoso'ficos que están hoy en la
conciencia de todos, y bajo la inspiracio'n de las ideas de
humanidad y de fraternidad que informan el derecho
público de todas las naciones civilizadas y sus relaciones
internacionales, nada más lo'gico ni más fácil que la censura
acerba dirigida contra el acto de Cristóbal Colón cuando
por vez primera cargo las carabelas que regresaban á España
con los indios que había hecho prisioneros en su excursio'n á
la Vega Real. Mas para juzgar su conducta, y no cometer
la mayor de las injusticias, es necesario acallar por un
momento ciertos sentimientos, dejar á un lado nuestras
convicciones actuales, hacer completa abstracción de los
ideales de esta edad en que vivimos, y trasladarnos, en
cuanto sea posible, al siglo xv, procurando imbuirnos en
las ideas y sentimientos que animaban á los hombres de
aquella época, y el modo de ser de las nacionalidades en las
relaciones que entonces formaban el llamado derecho de
gentes. So'lo así podremos aproximarnos al conocimiento de
lo que aquellos actos significaban, y al juicio que pueden
merecer, examinados en el movimiento general de la época
en que se realizaban.
Ni España había dado el ejemplo de reducir á la escla-
vitud á los vencidos, ni mucho menos puede culparse á
Cristóbal Colón de haber practicado actos que no estu-
vieran perfectamente dentro de las costumbres admitidas.
Los prisioneros de guerra sufrían la dura suerte del esclavo
desde la más remota antigüedad; desde aquellos tiempos á
que alcanzan memorias histo'ricas, y no es necesario hacer
citas cuando están llenas de ejemplos lo mismo las historias
sagradas que las profanas. Los principios humanitarios
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIII
307
predicados por el cristianismo, é infiltrados por la religión
en las- instituciones de todas la nacionalidades que se forma-
ron después de la desmembracio'n del Imperio de Occidente,
tuvieron sin duda alguna saludable influencia en el derecho
internacional, y ya las leyes de la guerra fueron siendo
menos duras, pudiendo reconocerse los derechos de los
vencidos (de jure helli); pero esta modificación no alcanzaba,
por regla general, más que á los ejércitos beligerantes, á
aquellos especialmente que profesaban la misma religio'n y
estaban unidos por el lazo de la creencia, aunque divididos
por cuestiones políticas o' de nación; para los infieles, y bajo
tal denominacio'n, se comprendían casi todos los pueblos, casi
con la misma latitud con que los romanos llamaban enemigos
á los extranjeros (adversus hostes) la dureza de la ley no tuvo
sensible alteración, y continuaban siendo los vencidos galar-
do'n y presa de los vencedores, que los trataban más o' menos
cruelmente sin responsabilidad alguna, y los ocupaban en
trabajos sin más regla que su capricho.
Cuando el ejército que triunfaba era de una nación
verdaderamente cristiana, y adelantada en cultura, la con-
dición de los vencidos era mucho más llevadera ; pero si la
diferencia de religión establecía entre unos y otros barrera
insuperable ¡ay de los que sucumbían! que habían de sufrir
en toda su crueldad la dura ley de la esclavitud. Y el
ejemplo estaba muy pro'ximo, muy reciente, á la vista de
todos. Los musulmanes prisioneros de los cristianos en las
guerras que antecedieron á la conquista de Granada, ya en
el tiempo de los mismos Reyes Cato'licos, para no remon-
tarnos á época más lejana, habían quedado como esclavos; y
ya anteriormente hemos recordado lo que ocurrió en la toma
de Málaga, después de cuya entrega todos los moros, sin
distincio'n de clases, de sexos ni de edades, fueron hacinados
en un corral, donde permanecieron hasta la llegada de los
buques que debían conducirlos á diferentes plazas de España.
El sensible, el caritativo, el religiosísimo corazo'n del
I'^i
308
CRISTÓBAL COLÓN
P. fray Bartolomé de las Casas, conmovido á vista de la
desgracia de los indios , que por su natural sencillez , por su
inocencia y dulzura se le hacían simpáticos , encontró' desde
luego un argumento á su favor, y formulo cargo al Almi-
rante, aunque dejando siempre á salvo su buena intencio'n,
porque desde el primer viaje había arrancado de sus islas,
para traerlos á España contra su voluntad, á varios de
aquellos inofensivos indígenas de las Lucayas y de Haití;
cargo que luego repitió' con mayor fuerza, al ver se proponía
como medio para aumentar los rendimientos de la isla
Española la venta de esclavos, y que se cargaban de ellos
las carabelas que acá regresaban. El P. Las Casas, que en
la conducta del Almirante en su gobernacio'n no descubre
cosa digna de censura, encontrándole siempre hombre de
altos .pensamientos, piadoso y fiel á los Reyes de Castilla,
busca el origen de sus desgracias, la causa de todos los
sinsabores y disgustos que amargaron su vida, en la injusti-
cia que cometía con los indios, abusando de la fuerza, y no
tratándolos de la manera que merecían y como preceptuaba
la caridad cristiana.
Discurrió' el piadoso obispo de Chiapa un argumento
para defender á los indígenas del Nuevo Mundo del yugo de
la esclavitud, que tanto patentiza su caridad inagotable, como
la profundidad de su talento y la seguridad de su juicio.
Aquellos isleños no podían seguir la condicio'n de los prisio-
neros hechos en la guerra, después de una batalla y con las
armas en la mano; porque los españoles, ú otos hombres
cualesquiera de un pueblo más adelantado en civilización,
por el mero hecho de haber aportado á sus playas, no habían
adquirido ni podían ostentar título alguno para hacer escla-
vos á aquellos indios que ningún mal les habían causado,
nada le debían, y antes, por el contrario, guiados por su
natural bondad, y con la sencillez y el candor de niños, les
habían ayudado en todo, ofreciéndoles con la mejor voluntad
cuanto poseían.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIII
309
Ninguno de los modernos y más exagerados filántropos
ha defendido con mejores razones, con más ardor y mejor
buena fe, la causa de los indios; por eso nos fijamos en sus
razonamientos, que tanto dieron que hablar y tanto han
hecho escribir á los más profundos pensadores.
Porque en nuestro concepto, no era cosa fácil el deter-
minar en los momentos primeros del descubrimiento la
condición social de aquellos isleños. La Reina Cato'lica, cuyo
gran corazo'n y alta inteligencia son harto apreciados por la
posteridad; el Re}^ cuyo talento é instruccio'n así como la
seguridad de sus miras todos reconocen, dudaron en el
principio, y no dieron resolucio'n definitiva. Cuando en las
cuatro carabelas que después del segundo viaje, vinieron al
mando de Antonio de Torres, llegaron los quinientos indios
que enviaba el Almirante, los Reyes, por Real cédula de 12 de
Abril de 1495, mandaron al obispo don Juan de Fonseca los
vendiese en Sevilla, porque les parecía que allí se podrían
vender mejor que en otra parte; mas muy luego, por otra
cédula de 16 del mismo mes ^ , le preceptuaron que no perci-
biera las cantidades que produjese la venta, sino que los
compradores las afianzasen: — «porque Nos queremos informar-
nos, decían, de letrados, Teólogos c Canonistas si con buena con-
ciencia se pueden vender estos por solo vos, ó no; y esto no se
puede facer hasta que veamos lasf cartas que el Almirante nos
escribe para saber la causa porque los envia acá por cativos.))
Porque entonces juzgaban con diferente criterio, según
era la condicio'n de los isleños apresados. Cuando Colón
envió' á España algunos de ellos para que se educasen,
instruyéndolos en los principios religiosos, y para que apren-
diendo la lengua pudieran ser útiles en la propagacio'n de la
fe en los países nuevamente descubiertos, no se ofreció' la
menor duda, no ocurrió' dificultad alguna, porque se juzgo'
P
' Véanse en Navarrete. — Colección de viajes, tomo II, núms. LXXXVII y
XCII, págs. 191 y 195 de la segunda edición.
310
CRISTÓBAL COLÓN
que la elevación del fin justificaba los medios. Ni tampoco
hubo el más leve asomo de vacilación cuando los primeros
indios que se enviaron pertenecían á las islas caribes , y eran
de aquellas tribus feroces y sanguinarias que devoraban á
sus semejantes y celebraban festines de carne humana. Para
proporcionarse tan repugnante alimento y placer tan bár-
baro, salían á combatir con los isleños de otros puntos cu37'as
costumbres eran más apacibles, y llevaban á sus islas los
prisioneros como rico botín que grandemente apreciaban.
Ante la odiosidad de semejante costumbre no podían caber
escrúpulos, y para hacerla desaparecer ningún remedio era
violento. Los caníbales fueron recibidos con júbilo, y se
procuro' instruirlos inmediatamente, para que cayesen en
aborrecimiento de su antigua barbarie.
Pero los indios de la Vega eran pacíficos por naturaleza,
de costumbres dulces, do'ciles por carácter y fáciles de
reducir á la religio'n verdadera y á la obediencia de los
Reyes de España, según las manifestaciones hechas con
repeticio'n por el mismo Almirante en sus cartas y por los
religiosos que primeramente penetraron en sus moradas.
A éstos no era posible, ni era lícito en buena conciencia,
aún atendiendo á las costumbres de la época, reducirlos á
esclavitud, á menos de ser cogidos en guerra abierta, derra-
mando sangre, con las armas en la mano, y de ahí el escrú-
pulo, la duda prudente de los Reyes, que produjo la segunda
cédula Real de 16 de Abril de 1495, pues querían ser infor-
mados por las cartas de Cristóbal Colón de la manera con
que se habían aprisionado aquellos indios, de la causa o'
razo'n que hubiera para tratarlos como cautivos.
Tal vez en esto hubo algún exceso en el Almirante, y
de ello bien le culpa fray Bartolomé de las Casas, pues dice:
«que según el ansia que tenia de que hobiesen provecho los
Reyes, para que los gastos que habian hecho recompensasen,
y los que hacian no los sintiesen él acabara en muy poco
tiempo de consumir toda la gente desta isla, porque tenia
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIII
311
determinado de cargar los navios que viniesen de Castilla de
esclavos y enviarlos á vender á las islas de Canarias y de las
Azores, y á las de Cabo Verde, y adonde quiera que bien
se vendiesen; y sobre esta mercadería fundaba principal-
mente los aprovechamientos para suplir los dichos gastos y
excusar á los Reyes de costa como su principal grangeria.»
Y por cierto que fray Bartolomé de las Casas, á pesar
de la severidad de sus principios y de lo humanitario de sus
sentimientos , no hace tan grave cargo á Cristóbal Colón
por su conducta en este punto como más tarde han querido
formárselo, acriminándole y agraviando su buena memoria
otros escritores menos piadosos. «Y en este error y ceguedad,
escribe seguidamente el venerable Obispo, caia por igno-
rancia, como arriba creo que he dicho, no excusable,
haciendo quizás cuenta que la gente de esas tierras , por ser
solamente infieles, eran de derecho mas nuestras que las de
Berbería, como ni aun aquellas, si en paz con nosotros
viviesen, tratarlas como á estas, haciéndoles guerra y capti-
vándolas, no chica sino grande ofensa de Dios ciertamente
seria. Pero pues ignoraban tan oscura y perniciosamente aquesta
injusticia los que los Reyes por ojos y lumbre tenian, que el Almi-
rante la ignorase, que no era letrado, cierto no era gran mara-
villa; puesto que, pues ninguno experimento primero la
bondad, mansedumbre y humildad y simplicidad y virtud
destas gentes, ni la publico' á los Reyes, ni al Papa, ni al
mundo sino él, juzgado solo por la razón natural y por sí
mismo, según las obras que al principio recibió' dellas y las
que él después primero que otro les hizo, él mismo y á sí
mismo de gran culpa convencerla; y verdaderamente yo
creo, según que también arriba pienso que he dicho, que la
intención del Almirante, simplemente considerada sin aplicarla
á la obra, sino supuesto su error é ignorancia del derecho,
era rectísima.)-) Y no contento aún con la justicia que en con-
ceptos tales ha hecho y de la pureza de sus miras, concluye
más adelante doliéndose de su error en estas significativas
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312
CRISTÓBAL COLÓN
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frases: — «Y es verdad, que cognosciendo, lo que cognoscí,
é noticia que tuve , fuera desta materia , de la bondad del
Almirante y de su intención, que parecía todas las cosas
referirlas y encaminarlas á Dios , á mi me hace grandísima
lástima, verle en esto de la verdad y de la justicia tan
remoto y desviado.»
La propagacio'n de la fe cato'lica en las extendidas
regiones nuevamente halladas, y la educación religiosa de
los numerosos pueblos que las habitaban y á los que anhe-
laban ver reducidos al gremio de la Iglesia, eran los princi-
pales fines á que se dirigían los conatos de los ^Monarcas
españoles, y nunca olvidaban hacer sobre esto eficaces reco-
mendaciones tanto á Colón como á Fonseca, y á todos los
que pasaban al Nuevo Mundo, encargando fuesen enviados
frailes y sacerdotes de reconocida virtud y celo. Y con este
motivo, tomando pretexto de aquel laudable y piadoso deseo
de los Soberanos, tomaron principio las llamadas encomiendas,
que no tenían otro fin verdadero que dar color de legalidad
á un incalificable abuso, á una insoportable tiranía, y al
propio tiempo proporcionar á los indignos españoles que á
las Indias pasaban, medios de tener utilidades sin trabajar,
haciéndose ricos por medio del trabajo ajeno. Los presi-
diarios de España, los criminales indultados, iban allá á ser
señores , y los sencillos isleños eran sus esclavos , las bestias
de carga que les preparaban cuanto era necesario para satis-
facer sus apetitos desordenados.
El mal traía antiguo origen. Ya en su primer Memorial
remitido á los Reyes Católicos por mano de Antonio de
Torres en Febrero de 1494, hablaba el Almirante de los
caníbales que enviaba para su instruccio'n , y decía que
cuantos más se remitiesen á España sería mejor, proponiendo
como medio de que se aumentase el número de ganados y
bestias para las labores de la isla, pagar á los que allá los
llevasen en esclavos destos caníbales, gente tan fiera y dispuesta
y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO VIII
313
quitados de aquella inhumanidad creemos que serán mejores que
otros ningunos esclavos. No se decidieron los Reyes á aceptar
la idea; pero iniciada ya, juzgando que á los indios se les
hacía un gran beneficio entregándolos á personas que los
instruyeran, aunque los hicieran trabajar, las consecuencias
podían llegar muy lejos, como en efecto llegaron. Los
desordenes de la isla dieron ocasio'n al abuso: los españoles
que labraban los campos obligaban por fuerza á los indios á
que les hicieran los trabajos: los que beneficiaban las minas
llevaban á ellas gran número de naturales para cavar el
terreno, y se habían acostumbrado todos á comer de los
sudores de los indios, usurpando cada uno tres o' cuatro o'
diez que le sirviesen ; y los indios por su mansedumbre no
sabían ni podían resistir. Los insurrectos de Roldan tenían
siempre más de quinientos indígenas á su servicio; y cuando
se trasladaban de un punto á otro llevaban por delante más
de mil que les llevasen camas, bagajes, mantenimientos y
cuanto deseaban o' podían necesitar.
Terminada la insurreccio'n , el Almirante no se encontró'
con fuerza moral bastante para impedir aquel abuso, que
también tenía imitación entre sus soldados, porque todo estaba
reciente y vedriado y en peligro, como dice el P. Las Casas, o'
á lo menos duraba el temor. En esta situacio'n tuvo por mejor
consentirlo, imponiendo á los colonos que en su servicio
ocupaban á los indios, la obligacio'n de instruirlos en los
principios religiosos, y aún escribió' á los Reyes disculpando
aquel exceso, cuyo alcance él conocía muy bien, y pidiendo
se tolerase por un año o' dos; es decir, hasta que la admi-
nistracio'n se consolidara, el orden fuera más estable y
viniendo nuevos colonos y oficiales reales de la madre patria
recobrase alguna fuerza la autoridad.
Así nacieron y se establecieron aquellos llamados repar-
timientos y luego encomiendas, que fueron una de las causas
principales de la despoblacio'n de la isla. También puede
asegurarse que nunca se dieron los indios á los españoles
Cristóbal Colón, t. ii, — 40.
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j.
314
CRISTÓBAL COLÓN
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_^ _-, para que los enseñasen ni los instruyesen en la doctrina
cristiana, ni en otra cosa alguna, sino para que se sirviesen
de ellos: aquella fué la excusa de tan injustificable abuso, el
pretexto para que continuara el indebido vasallaje.
Cristóbal Colón, aunque sin juzgar el hecho en toda
su gravedad ni con la severidad que merecía, no lo tolero'
sino con carácter de interino, por breve tiempo y como
obligado por las circunstancias; pero como eran tantos los
interesados en sostener aquel estado de cosas, pues todos, sin
excepcio'n, se aprovechaban del trabajo de los indios, sepa-
rado á poco tiempo el Almirante de una manera violenta de
la gobernacio'n de la isla, los que le sucedieron, por ganarse
voluntades, lejos de extirpar aquel abuso, lo aumentaron,
extendieron el número de encomiendas, acrecentaron los
indios repartidos, y dieron firmeza y estabilidad á aquella
atroz injusticia causa de tantos males.
« Los siguientes gobernadores , escribe indignado el
Obispo, no ignoraban la vida que acá siempre hicieron los
españoles, y sus vicios públicos y malos ejemplos, que
siempre fueron de hombres bestiales ; y si cuando se los
daban les decian que con cargo que en las cosas de la fé los
enseñasen, no era otra cosa sino hacer de la misma fé y
religión cristiana , sacrilego é inexplicable escarnio ; y mere-
cieran los mismos gobernadores que los hicieran no cuatro
sino catorce cuartos.»
¡Este es el juicio que merece al P. Las Casas la con-
ducta de los que sucedieron á Cristóbal Colón en el
gobierno de la isla Española !
m
K^.
316
CRISTÓBAL COLÓN
^^s:
¿Qué ocurría entretanto en España? ¿Qué sucedía en
la corte de los Reyes Cato'licos , mientras que Cristóbal
Colón, desde su salida de Sanlúcar de Barrameda, había
experimentado tantos contratiempos, sufrido tantos traba-
jos, corrido tan grandes peligros y prestado servicios tan
eminentes? Aún se encontraban los buques en los principios
de aquel difícil viaje; tal vez estaba el Almirante amenazado
de la más horrible suerte en las calmas y el calor de la
proximidad de la línea, y ya sus enemigos personales arre-
ciaban en la lucha emprendida contra su fama, contra su
empresa y contra su persona sin reparar en los medios. Don
Juan de Fonseca se había creído ofendido en la persona de
su dependiente Jimeno de Bribiesca ; los golpes que éste
recibiera estimábalos dirigidos á su autoridad, y si antes era
su propo'sito oponer dificultades á la gloriosa empresa del
descubrimiento, porque con ella se engrandecía aquel extran-
jero á quien no podía avenirse á tratar como igual, y mucho
menos como superior, y cu3^a gloria despertaba su envidia,
ahora se añadía el deseo de venganza, pues no era posible
dejar sin reparacio'n aquel ultraje hecho á persona empleada
por el obispo de Badajoz, y que éste juzgaba hecho en su
menosprecio.
Como las flotas se aprestaban en Sevilla, y de aquel
centro de contratacio'n exclusivo partían los socorros envia-
dos al Nuevo Mundo, y allí tainbién se recibían los productos
y las relaciones y documentos que el Almirante remitía, dis-
ponían de muchos medios para hacer que circulase y se cono-
ciera todo lo desfavorable antes que hubiera noticia de lo
que podía causar entusiasmo; y tenían buen cuidado Fonseca
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
317
y sus oficiales, especialmente Soria y Bribiesca, de que las
relaciones de los descontentos, holgazanes y hombres de mal
vivir que de la Española volvían, fueran escuchadas por
muchos en la ciudad, al paso que las comunicaciones del
Almirante á los Re}'' es sobre los nuevos descubrimientos, las
muestras de oro, las perlas y cuanto podía contribuir á
alimentar las esperanzas se reservaba cuidadosamente, y se
remitía á la corte lo más tarde posible y con el mayor
secreto, después que ya eran del dominio público y hasta
habían podido llegar verbalmente á la residencia de los
Reyes, aumentadas por la exageracio'n popular, las nuevas
de las enfermedades , de las insurrecciones , de las guerras y
de los padecimientos que soportaban los españoles de las
islas de Indias.
De este modo la atmo'sfera de disgusto que se creaba
entre los que tenían parientes y amigos al otro lado de los
mares, era una base segura para cimentar la impopularidad
de Colón , á cuyos planes se atribuía la causa de tantas
desdichas ; y en Sevilla se aumentaba la desconfianza y crecía
el descontento á merced de aquellas odiosas cabalas que un
puñado de envidiosos ponía en juego, y que sostenían los
perdidos que de la Española regresaban.
Los Reyes, por lo mismo que deseaban el aumento y
prosperidad de la colonia, porque tenían muy alta idea del
descubrimiento, veían con pena el incesante gasto que oca-
sionaba; las muchas necesidades á que era de urgencia
atender, en tanto que las esperanzas concebidas no se reali-
zaban, el oro siempre prometido nunca se alcanzaba en las
cantidades ofrecidas, poniendo al tesoro en continuo apuro,
que diestra y cautelosamente procuraban aumentar los ene-
migos del Almirante.
No escaseaban las maliciosas insinuaciones en contra de
éste; y aún que ya hemos notado repetidamente el poco o
ningún efecto que causaban ciertas calumnias en el ánimo
recto é ilustrado de los Reyes, y que tenía más crédito con
r '^'ji^
sm
3i8
CRISTÓBAL COLÓN
&
ellos una palabra noble y franca de Cristóbal Colón que
muchas asechanzas de sus émulos , la gota incesante iba al
fin quebrantando la peña, y por desgracia los sucesos de la'
isla Española prestaban color de verdad á cuanto mal se
decía de su administracio'n y del trato que allí sufrían los
españoles.
Era extranjero el Almirante, y ésta fué ciertamente una
de sus mayores desventuras, y una de las causas de impo-
pularidad que más se agito en contra suya. Los nobles no
le miraban con buenos ojos , y se veían postergados por su
engrandecimiento y por los honores y dignidades que se le
concedieron; le obedecían de mala voluntad, y jamás tuvie-
ron en él la confianza á que le hacían acreedor sus altas
cualidades. Propalaron la especie de que en la isla Española
quería dar entrada únicamente á los genoveses, protegiendo
su comercio, concediéndoles contratas y privilegios y perju-
dicando á los españoles, cuyos intereses nada le importaban;
y aún llegaron á acusarle de querer alzarse como señor de la
isla, en unio'n de sus hermanos, o' ceder su gobierno á la
República de Genova, su patria, que había de recompensarle
mejor que lo habían hecho los Reyes Cato'licos.
Esto era absurdo, era increíble; era, además, de todo
punto calumnioso; pero la envidia no se detiene en barreras
de ninguna clase, y se repetían como ciertas las mayores
monstruosidades, con tal de perjudicar el buen nombre del
Almirante.
Cuidado tenía el obispo de Badajoz de hacer que llega-
sen á manos de los Reyes todos los memoriales de quejas,
de agravios y de peticiones que de los descontentos de la isla
llegaban sin cesar en todas las carabelas; y además, con
la más pérfida de las intenciones, procuraba que todos
cuantos de allí desembarcaban, huyendo del merecido cas-
tigo o' expulsados por el Almirante, fueran presentándose en
la corte á reclamar se les pagasen sus atrasos, y las canti-
dades que por muchos conceptos se les adeudaban, lo cual
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
319
debía ser muy desagradable para el rey don Fernando; y
por eso cuidaba Fonseca de que aquella escena se repitiese,
porque comprendía cuánto perjudicaban á Colón aquellas
reclamaciones de lo que él. debía y no había podido pagar.
Tan bien aleccionados iban á la corte aquellos haraganes
y viciosos, que así los califica fray Bartolomé de las Casas,
que se estacionaban al paso de los Reyes, y les repetían sus
quejas , para causarles mayor molestia en todas las ocasiones
en que los veían. Refiere don Fernando Colo'n en sus
Apuntes ^ que «muchos de los rebelados, con cartas desde
la Española, y otros que se hablan vuelto á Castilla, no
dejaban de presentar informaciones falsas á los Reyes Cato'-
licos y á los de su Consejo, contra el Almirante y sus R^
hermanos, diciendo que eran muy crueles, incapaces para
aquel gobierno, así por ser extranjeros y ultramontanos,
como porque en ningún tiempo se hablan visto en estado de
gobernar gente honrada ; afirmando que si sus Altezas no
ponian remedio, sucedería la última destrucción de aquellos
paises, los cuales, cuando no fuesen destruidos por su
perversa administración , el mismo Almirante se rebelarla y
haria liga con algún Príncipe que le ayudase, pretendiendo
que todo fuese suyo, por haber sido descubierto con su
industria y trabajo ; y para salir con este intento escondía
las riquezas, y no permitía que los indios sirviesen á los
cristianos ni se convirtiesen á la fé; porque acariciándolos
esperaba tenerlos de su parte para hacer todo cuanto fuese
contra el servicio de sus Altezas.»
«Procedían estos y otros semejantes en estas calumnias
con tan grande importunación á los Reyes, diciendo mal del
Almirante y lamentándose de que habla muchos años que
no pagaba sus sueldos , que daban que decir á todos los que
entonces estaban en la corte. Era de tal manera, que estando
yo en Granada cuando murió' el serenísimo príncipe Don
'm
Historie del signar Don Fernando Colombo , cap. LXXXV.
320
CRISTÓBAL COLON
Miguel, mas de cincuenta de ellos, como hombres sin ver-
güenza, compraron una gran cantidad de ubas y se metieron
en el patio de la Alhambra, dando grandes gritos, diciendo:
que sus Altezas y el Almirante los hacian pasar la vida de
aquella forma, por la mala paga, 3" otras muchas deshones-
tidades é indecencias que repetían. » . . • .
«Tanta era su desvergüenza, que cuando el Re}^ Cato'-
lico salia, le rodeaban todos y le cojian en medio, diciendo:
Paga! paga! — y si acaso yo y mi hermano, que eramos pages
de la Serenísima Reina, pasábamos por donde estaban,
levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: — Mirad los
hijos del Almirante, de los mosquitillos de aquel que ha
hallado tierras de vanidad }'■ engaño para sepulcro y miseria
de los castellanos, — y añadiendo otras muchas injurias, por
lo cual excusábamos pasar por delante dellos.»
II
A pesar de este clamor incesante, 3^ de los tristes
cuadros que á cada momento repetían los calumniadores,
que al cabo habían de producir su efecto, tal vez nada
hubieran conseguido, si las noticias de la isla Española
hubieran pintado su situacio'n con más halagüeños colores.
.Mas lejos de ser así, el Almirante contaba, según hemos
visto, sus angustias, y los apuros á que se veía reducido,
llegando al punto de pedir se enviase un juez letrado que
conociera de las informaciones practicadas Contra los insu-
rrectos, y apreciara los testimonios recibidos con toda
imparcialidad. Solicito' tambie'n se le enviase á su hijo mayor
don Diego, que debía sucederle en los cargos y dignidades,
para que tomara parte en la gobernacio'n , no tan so'lo con el
fin de que fuera entrando en conocimiento dé las necesidades
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
321
de la isla, sino también para que le prestase ayuda, pues se
encontraba cansado, enfermo y abatido con tantas contrarie-
dades y tan continua lucha.
Entonces los Reyes pensaron seriamente en enviar á la
colonia un magistrado respetable, que llenase á un tiempo
todas las exigencias, respondiendo á los deseos de Colón,
procurando coadyuvar á la pacificacio'n de los facciosos, 3'^
trayendo exactas noticias de la justicia que pudieran tener
las repetidas quejas que de allá llegaban, y del estado
general de los negocios. Pero para esto, y para imponer á
los rebeldes el condigno castigo, si resultaba probada su
culpabilidad, era necesario que el juez fuera investido de
facultades extraordinarias que podían lastimar los derechos
y las prerrogativas del Almirante, Virrey y Gobernador de
aquellos lejanos países.
Por eso los Reyes se revistieron de gran prudencia;
esperaban á cada momento noticias favorables que hicieran
innecesaria la marcha del juez, y solamente cuando en el mes
de Mayo de 1499 vieron por las cartas de Cristóbal Colón
el triste estado de la isla, se decidieron á nombrar para
aquel cargo al Comendador de Calatrava, Francisco Boba-
dilla, dándole las cédulas en 21 de Marzo, y 21 y 26 de
Mayo de aquel año, aunque se le expidieron con tal parsi-
monia y detenimiento, dándose tales largas al asunto que
tardo' más de un año en recibir la orden de ponerse en
camino. Y es que lo mismo doña Isabel que don Fernando
abrigaban la esperanza de que el Almirante dominase la
triste situación porque venía atravesando ; no daban crédito
á las calumnias, ni se fiaban por entero de los informes de
don Juan de Fonseca, porque pruebas dieron de conocer la
mala voluntad y la envidia con que miraba cuanto á Colón
se refería, y deseaban que las medidas que se adoptaran no
pudieran causar mayores disgustos.
El Almirante mismo, queriendo alejar toda imputacio'n
de parcialidad, d de encono contra Roldan, insistía en el
Cristóbal Colón, t. ii. — 41.
322
CRISTÓBAL COLON
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1^1
nombramiento del juez pesquisidor, porque los insurrectos
alegaban, para disculpar su conducta, las supuestas cruel-
dades é injusticias del Adelantado, acusándole con evidente
falsedad de malos tratamientos á los soldados, con otras
muchas calumnias , y no quería que le censurasen por ser á
un tiempo juez y parte, como interesado en la defensa de su
hermano.
El nombramiento primero contenido en la Real cédula
de 2 1 de Marzo de 1499, está evidentemente extendido sin
salir de los deseos manifestados por Cristóbal Colón , y las
facultades en ella contenidas no exceden de los procedi-
mientos que debían intentarse contra los rebeldes. Basta
para justificar esta afirmacio'n la lectura del principio de la
cédula: — «A vos, el Comendador Francisco Bobadilla,
dice ', salud y gracia: Sepades, que D. Cristóbal Colon,
nuestro Almirante del mar Océano de las islas 5^ tierra firme
de las Indias, nos envió' á hacer relación, diciendo, que
estando él absenté de las dichas islas en nuestra corte, diz
que, algunas personas de las que estaban en ellas y un
Alcalde con ellas, se levantaron en las dichas islas contra el
dicho Almirante y las Justicias que en nuestro nombre tiene
puestas en ellas, y que no embargante que fueron reque-
ridas las tales personas y el dicho Alcalde, que no hiciesen
el dicho levantamiento y escándalo, diz que no lo quisieron
dejar de hacer, antes se estuvieron y están en la dicha
rebelión, y andan por las dichas islas robando y haciendo
otros males, y daños y fuerzas »
Dos meses después de conferida esta comisio'n, en 21 de
Mayo, se nombro' al mismo Bobadilla Gobernador y Juez en
la isla. Dos reales provisiones se extendieron en la misma
fecha. Dirigida la una á los Concejos, Justicias, Regidores,
Caballeros y escuderos, se les participaba la resolucio'n de los
^'
-^'
• /listona de las Indias, por fray Bartolomé de las Casas, libro I, capí-
tulo CLXXVIII. — Colección de documentos inéditos de Indias, tomo XXXVIII.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
323
Reyes, de que el Comendador Francisco de Bobadilla tu-
viera por ellos la gobernacio'n é oficio del Juzgado de aquellas
islas y tierra firme por todo el tiempo que fuera su soberana
voluntad, y se les mandaba que recibiéndole juramento en
forma le entregasen en seguida el gobierno. La otra parti-
cipaba á don Cristóbal Colón, Almirante, y á sus her-
manos, y á todos los jefes que tenían mandos de fortalezas,
que se enviaba por Gobernador de las islas y tierra firme al
Comendador, y les mandaba hacer entrega al mismo sin
excusa ni dilacio'n alguna de todas las fortalezas, casas,
navios, armas y pertrechos.
Lo que determino' tan esencial variacio'n en los dos
meses que transcurrieron desde Marzo á Mayo, fué la llegada
de los cinco buques despachados de Santo Domingo, después
de haber esperado inútilmente la terminacio'n de la insu-
rrección. Venían en ellos, o mejor dicho, debían venir sobre
seiscientos indios prisioneros, para que fueran vendidos
como esclavos en las ciudades principales de Andalucía, y
ayudasen á los gastos que ocasionaban las expediciones.
Habían salido de la isla Española á fines del mes de Octubre,
después de haber estado dos meses en bahía, cargados,
aprovisionados y dispuestos á emprender el viaje. Colón
esperaba y deseaba poder enviar en aquellos barcos la
noticia de la sumisio'n de los insurrectos , y aunque muchos
de ellos vinieran á España al mismo tiempo ; en la detencio'n
que sufrieron, viviendo los desdichados indios hacinados en
los buques, faltos de ejercicio y con escasa alimentacio'n,
enfermaron y murieron en gran número. La travesía fué
larga y penosa ; se hizo en las mismas condiciones desfavo-
rables trayendo á bordo cada carabela mucho mayor número
de hombres de los que era conveniente, y así llegaron á
Sevilla enfermos la mayor parte, escuálidos y macilentos
todos, habiendo dejado sepultados gran parte de ellos en los
abismos del mar.
Este espectáculo era una prueba animada y conmove-
r^.:
324
CRISTÓBAL COLÓN
:Tni
h
dora de las malas noticias que circulaban. El obispo de
Badajoz tenía buen cuidado de que los Soberanos ignorasen
todo cuanto era favorable al progreso de la colonia y
á la administracio'n del Almirante, y bien se comprende el
partido que procuraría sacar de la llegada de aquellos
indios. La reina doña Isabel, siempre defensora de Colón
y partidaria de la continuacio'n del descubrimiento, había
mirado desde el principio con pena la triste condición á que
se quería reducir á los indígenas del Nuevo Mundo. Repug-
naba á su conciencia cristiana, y á los sentimientos de su
corazo'n sensible y tierno que se les tratase como á esclavos;
pero al verlos sufrir crueles tratamientos, y que se descui-
dase su asistencia y bienestar cual si no fueran seres racio-
nales, se exaltaba su espíritu recto y buscaba los medios de
poner término á aquellos males.
Aunque concurrieran otras muchas causas, esa fué, sin
duda alguna, la principal, la que precipito' la resolucio'n y
-ocasiono' el cambio que se nota entre las reales cédulas que
dejamos referidas.
Medían, sin embargo, con singular prudencia tanto el
Rey como la Reina la gravedad é importancia de la resolu-
cio'n ; no desconocían que estaban obligados á sostener las
prerrogativas del Almirante, ni olvidaban por un momento
los relevantes méritos de éste y el gran servicio que había
prestado á la monarquía ; y esperando constantes los sucesos
que podían desarrollarse en la isla Española, y podían
mejorar su situacio'n, sin recurrir á aquel extremo, todavía
detuvieron por más de un año la salida del nuevo Gober-
nador. Pero la fortuna no protegía al Almirante.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
325
III
Decididos, pues, los Reyes á nombrar nuevo Gober-
nador de la isla Española, su determinacio'n debió' ser cono-
cida anticipadamente, y antes de que nadie tuviera noticia
de ella, por el elemento oficial, digámoslo así, por el super-
intendente y empleados en la Contratacio'n de Indias. Tal
vez el conocimiento de aquella resolucio'n dio ánimo al obispo
Fonseca para firmar el permiso que solicitaba Alonso de
Ojeda, que, según hemos visto, salió' del puerto de Santa
María en aquel mismo mes de Mayo de 1499, y á su llegada
á la bahía de Yaquimo, á principios de Septiembre, ya
propalo' la noticia de haber caído en desgracia el Almi-
rante.
Arrecio' en aquellos días y con vista de los poderes
concedidos al Comendador Bobadilla la saña de los enemigos
de Cristóbal Colón. En vista de la indecisio'n de los
Monarcas, que después de hecho el nombramiento no envia-
ban la orden de embarque, y parecían inclinados á dejar sin
efecto aquellas disposiciones á la primera noticia favorable,
volvieron á repetir los pasados cargos, renovaron las voces
calumniosas, tanto respecto á planes siniestros del Almirante
y de sus hermanos, que trataban con la República de Genova
y preferían á los genoveses para especulaciones lucrativas,
como acerca de los enormes gastos que ocasionaba la colonia
al erario español y los escasos productos que ofrecía; ha-
biendo salido engañosas todas las promesas, y mentidas
ilusiones lo de haberse encontrado las regiones de Ofir, de
donde tantas riquezas se habían extraído en tiempos remotos.
Volvió' á insistirse en la crueldad y soberbia con que aquel
extranjero, engrandecido repentinamente, trataba á los hidal-
^^
j-^^<r^<
326
CRISTÓBAL COLÓN
gos españoles; se sacaba á plaza la falta de pagas á los
soldados y de sueldos que el Re3/ había concedido á los
oficiales de Hacienda y Gpbierno ; y no se quedaba en olvido,
el mal tratamiento de Colón á Jimeno de Bribiesca, sobre el
cual se hacían absurdos comentarios, desfigurando por com-
pleto el hecho y trocando su carácter.
Nada quizá hubieran conseguido con tanta calumnia,
porque en todo se veía claramente la mano del obispo
Fonseca j su inveterado odio á Cristóbal Colón, si por el
encadenamiento de los sucesos políticos de la nacio'n, y para
acudir á sofocar el levantamiento de los moriscos de Sierra
Bermeja, no hubieran tenido los Reyes necesidad de bajar á
Andalucía en la primavera del año 1500, deteniéndose en la
ciudad de Sevilla, que era el centro de acción de los ene-
migos del Almirante.
Poco tiempo antes habían llegado á Sevilla las dos
carabelas enviadas por el Almirante con largos despachos
.para los Reyes, informándoles de los deso'rdenes y trastornos
que se perpetuaban en la Española, y en las que venían los
dos enviados Miguel Ballester y García de Barrantes , encar-
gados de dar cuenta verbal y más minuciosa de la conducta
de los insurrectos , de sus crímenes y desobediencia y de los
graves males que ocasionaban.
Pero en los mismos buques venían también procuradores
o' mensajeros de Francisco Roldan, no reducido todavía,
audaces aventureros á quienes muy bien conoció fray Barto-
lomé de las Casas. Y aunque los informes de Ballester y de
Barrantes fueran muy claros y muy dignos de estima por la
calidad de aquellos sujetos, comparándolos con los que
daban los contrarios, formaron juicio los Reyes del gran
desconcierto de la colonia, de lo quebrantada que se veía la
autoridad del Almirante, de los inmensos daños que se
ocasionaban por todas partes á los infelices indios , y en una
palabra de que era urgente poner remedio á aquel estado de
intranquilidad y de desorden que amenazaba la entera des-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO IX
327
truccidn de la isla. Después de un año de meditarlo con
calma, no encontraron motivo para variar su pensamiento,
y al cabo dieron orden á Francisco de Bobadilla para que
emprendiese el viaje, mandándole también por Cédula Real,
fecha en Sevilla á 30 de Mayo del año 1500, que inmediata-
mente pagase los sueldos de los oficiales de la Casa Real de
la parte de rentas que pertenecía á la corona, y que el
Almirante pagase también lo que era de su cargo, indicio
claro á nuestro entender, que sobre este extremo de la falta
de pagas fué donde más se extendieron los que llevaban
la voz de las quejas de Roldan y su gente, y donde menos
satisfaccio'n pudieron dar Miguel Ballester y García de
Barrantes.
Hubo, además, otra causa grave. El espectáculo que se
presencio' en Sevilla á la llegada de las dos carabelas era por
demás significativo, dando desconsoladora idea del estado
de desmoralizacio'n de la isla Española. En la última capi-
tulacio'n habían exigido los rebeldes se les permitiera traer
á España dos o tres esclavos á cada uno de ellos, en los
cuales podían contarse las naturales de la isla que tuviesen
por mujeres o' por amigas; y el Almirante, por no tener
otro remedio, asintió' á ello, aunque puso por condicio'n que
tanto los indios como las indias habían de embarcarse
voluntariamente .
Desembarcaron á orillas del Guadalquivir aquellos
soldados tan groseros como crueles y viciosos, llevando cada
uno de ellos ¡ pena causa el escribirlo ! sus esclavos entre
los que se veían algunas jóvenes en cinta, otras con criaturas
pequeñas en los brazos todos, tanto ellos como ellas, en
un estado que inspiraba compasio'n en los corazones más
endurecidos. ¿Co'mo había de dar su asentimiento á tan
grande injusticia la magnánima Reina de Castilla? ¿Co'mo
no había de poner remedio pronto y eficaz á tan extraor-
dinario abuso de la fuerza? Ni por un momento dudo' Doña
Isabel: abrazo desde luego la defensa de los débiles, de los
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328
CRISTÓBAL COLÓN
inocentes, de los oprimidos, y con toda la energía de que
era capaz su alma tan noble y tan elevada, dispuso que
inmediatamente, en las mismas carabelas en que había de
partir el Comendador Bobadilla, fuesen remitidos á su país
natal aquellos desgraciados isleños, y puestos en libertad,
sin excusa alguna, en el momento de llegar á. la Española.
Por Real Cédula fecha en Sevilla á 20 de Junio de
1500 ^ se dispuso que Pedro de Torres, contino de la Real
Casa, hiciera entrega á Bobadilla de los indios que ya
estaban recogidos por él á virtud de ordenes anteriores, y
todos se embarcaron en seguida. Llevaba también el Comen-
dador en este viaje, y como guardia de honor y de confianza,
veinticinco soldados escogidos, y para cumplir los deseos de
la Reina y del Almirante sobre la conversio'n de los indios,
se embarcaron cinco religiosos franciscanos de gran virtud,
escogidos por fray Francisco Jiménez de Cisneros.
Así se formo' la tormenta que había de turbar la gloria
del Almirante. De la estancia de los Reyes Católicos en
Sevilla, y del triste espectáculo que allí ofreció' la llegada
de los pobres indios, partió' el rayo que acibaro' la existencia
del grande hombre cuando creía comenzar á recoger el fruto
de sus afanes en la pacificacio'n de la isla, y cortóle Dios la
urdimbre de la tela que disponía tejer.
' Nayarrete.— Colección de viajes, tomo II, Doc. núm. CXXXIV.
Cristóbal Colón, t. ii. — 42.
330
CRISTÓBAL COLÓN
íífr:
r.*|U!i
Grave suceso ocurrió en la ciudad de Santo Domingo
en la mañana del día 23 de Agosto del año 1500. Estaba
hecho cargo del mando el hermano menor del Almirante,
don Diego Colo'n, en tanto que aquél recorría los territorios
del Bonao y Concepcio'n, asentando el orden, renovando
amistades 3^ regularizando la cobranza, y el Adelantado
prestaba el mismo servicio en la distante provincia de
Xaraguá, donde tanto se habían dejado sentir los daños
causados por la insurreccio'n.
En la ciudad levantada á orillas del Ozama todos se
entregaban á sus trabajos ordinarios, empezando á recoger
los frutos de la paz, y se iban poniendo en olvido las
pasadas desventuras, por más que los que habían tomado
parte mu}'' activa en las revueltas, vivían en cierto estado de
intranquilidad, por el temor deque al llegar nuevas o'rdenes
de España, pudiera exigírseles cuenta de aquellos escanda-
losos hechos , que en su interior comprendían muy bien la
enormidad de sus delitos , y no podían gozar tranquilidad
cuando tan manchada estaba su conciencia.
La ciudad, sin embargo, cobraba cada día mayor
animación; la vida de los colonos entraba en circunstancias
normales ; se procuraba que hubiera abundantes subsis-
tencias, y la industria más desarrollada, la de la explota-
cio'n de las minas, proporcionaba un movimiento constante
lo mismo entre los españoles que entre los indios, organizán-
dose escuadras de trabajadores que provistos de las herra-
mientas necesarias y con acopios de víveres para algunos
días, salían y entraban, dando á la naciente poblacio'n
aspecto más animado que el que anteriormente presentara.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
331
Aquel día, que era domingo, en las primeras horas de
la mañana, fueron á avisar al Gobernador don Diego Colon,
que á vista de la entrada del puerto, y cosa de una legua o
dos mar adentro, se descubrían dos embarcaciones, que
esperaban, á no dudar, la hora de la marea para ganar la
embocadura del río, no pudiendo hacerlo entonces por ser el
viento recio y contrario.
Salió en seguida por su orden una canoa tripulada por
tres españoles, que lo fueron Juan Arráez, Nicolás de Gaeta
y Cristo'bal Rodríguez, al que decían por apodo la lengua,
porque fué el primero que aprendió' la de los indios y servía
de intérprete, con suficiente número de remeros indígenas,
y dirigiéndose á las carabelas, que eran la Antigua y la
Gorda, que salieron de Sevilla á fines del mes de Junio
anterior, llegaron en breve tiempo hasta ponerse al habla
con los que en ellas venían. Asomóse á la obra muerta
de la Gorda el comendador Francisco de Bobadilla, y sostuvo
larga plática con los tripulantes de la canoa.
Preguntaron éstos qué barcos eran aquéllos, y qué
destino traían; qué personas venían á bordo, y si conducían
al hijo mayor del Almirante, que éste había solicitado de
los Reyes se le enviase para que le prestara ayuda en sus
trabajos. Satisfechas estas preguntas, interrogo' á su vez el
Comendador para saber si estaban en la ciudad el Almirante
y el Adelantado, é informado de que ambos se encontraban
ausentes, dio su nombre á los de la canoa para que comuni-
casen su llegada á don Diego, y que traía el cargo de Juez
pesquisidor por los Reyes Cato'licos, para averiguar todos
los sucesos ocurridos en la isla.
La noticia causo' gran efecto; en unos de alegría, en
otros de temor, en todos de sorpresa. Don Diego Colo'n
no sabía qué pensar de aquella imprevista llegada; mas
presto le saco' de dudas el Comendador mismo, pues cam-
biando el viento, como de ordinario acontece en aquella
latitud, poco después de medio día, entraron las carabelas en
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el río y dieron fondo frente á la ciudad. Aunque Bobadilla
dio o'rdenes para que nadie saltase á tierra hasta el siguiente
día, desde el momento en que fondearon los buques, no
dejaron de ir á su costado en canoas y barcas muchos espa-
ñoles deseosos de saber noticias de los que á su bordo
venían.
Parece que en ambas márgenes del río había colocadas
sendas horcas, y en aquel momento pendían de ellas los
cuerpos de dos malhechores de los cogidos por el Adelan-
tado, y condenados á ¡Dena de muerte por sus delitos. Sobre
este hecho se fijo' desde luego la atencio'n del comendador
Bobadilla, y sin salir de su carabela escucho' las decla-
raciones de algunos de los comprometidos en todas las
revueltas anteriores, que temían les alcanzase el castigo, y
refirieron los sucesos de una manera falaz é inexacta, procu-
rando ganarse la voluntad del nuevo Juez pesquisidor,
haciendo intencionados cargos para desviar la responsa-
bilidad de los insurrectos j que toda reca3^ese sobre Colón
y sus hermanos. Con tales testimonios, y los cuerpos pen-
dientes en las horcas tuvo por formado su juicio Bobadilla,
si no es que lo llevaba ya hecho de antemano, y determinada
su conducta. La crueldad del Almirante y del Adelantado
se dio' ya por justificada, por evidenciada, decidiendo el
comendador Bobadilla tomar inmediatamente el Gobierno
de la isla, para lo cual no estaba autorizado, sino en el caso
de que resultaran de latas y seguras informaciones, verda-
deros cargos contra aquéllos. Empezó' abusando y extra-
limitándose de sus facultades, 3' el resultado había de ser
desastroso.
A la mañana siguiente salió' de su carabela el Comen-
dador precedido de los veinticinco hombres que formaban
su guardia, 3^ acompañado de los religiosos y oficiales.
Oyeron todos misa en la iglesia recientemente terminada, y
concluida salieron á la plaza 3^ en la puerta misma del templo
fueron leídas por el Notario las provisiones de los Re3'es,
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
333
nombrando Juez pesquisidor á Bobadilla, y mandando á
todos que le prestasen a3'^uda en el desempeño de su cargo.
En seguida requirió en forma á don Diego Colo'n para
que le hiciera entrega de los presos que se encontraban en la
cárcel, entre los que estaban Pedro Riquelme el amigo de
Francisco Roldan , y Hernando de Guevara, el que por la
seducción de la hija de Anacaona había sido causa de la
última conjuracio'n. Pidió' también los procesos que contra
éstos 3^ otros presos en la fortaleza se habían formado, pues
en su cualidad de Juez único, quería revisarlos y hacer que
en todo se cumpliera la justicia. Tanto don Diego Colo'n
como Rodrigo Pérez, que era Alcalde mayor de la ciudad,
se resistieron á la exigencia, exponiendo que tenía los presos
por o'rdenes del Almirante y del Adelantado, los cuales
habían obtenido sus nombramientos de los mismos Reyes, y
obraban en virtud de los encargos que habían recibido. Exi-
gió' á su vez don Diego, que le facilitasen traslado de los
despachos que traía Bobadilla para comunicarlos al Almi-
rante.
Pero el Comendador no pensaba 3^a en otra cosa que en
apoderarse del mando cuanto más pronto mejor. Contestó á
don Diego que si no tenía facultades propias de nada serviría
el trasladarle las ordenes; y con frases duras y amenazas
reprodujo su exigencia de que le fueran entregados los
presos. Requirió' á Miguel Díaz, alcaide de la fortaleza,
haciendo que se le leyeran también las provisiones reales;
mas como aquel capitán le respondió' .en los mismos términos
que don Diego Colo'n, añadiendo que no recibía o'rdenes
más que del Almirante, Bobadilla hizo un vano alarde de
fuerza, juntó con su guardia todos los hombres de armas
que quisieron seguirle y dio á la fortaleza un simulacro de
ataque, que resultó enteramente ridículo porque nadie hizo
resistencia, presentándose únicamente entre las almenas el
alcaide y su segundo Diego de Alvarado, con las espadas
desnudas, pero sin hacer uso de ellas. Las gentes del Comen-
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334
CRISTÓBAL COLÓN
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dador derribaron la puerta, y se apoderaron de los presos
sacándolos en triunfo por las calles de Santo Domingo.
Y ya puesto en este camino, sin esperar la llegada del
Almirante, ni guardar respeto de ninguna clase, se dirigió'
de propia autoridad á la casa morada de aquél , y la ocupo'
como si fuera suya, apoderándose de los libros y papeles, lo
mismo de los que pertenecían á la navegacio'n y observa-
ciones náuticas, que de los tocantes al gobierno de la isla y
comunicaciones con los Re3^es. Entro' en ella sin formalidad
previa ni miramiento alguno ; y sin guardar el respeto
debido á la propiedad del Almirante, se estableció allí,
usando de sus muebles y ropas, tomando sus arcas j la
hacienda que tenía de oro, y plata, 3^ joyas, y aderezos de
casa; cegándole la pasio'n, fuera de odio o' de codicia, hasta
el punto de no conocer que tales procedimientos denunciaban
un ánimo ruin, y no podían recibir la aprobacio'n de los
Reyes.
Y aún llevo' más allá su animosidad y descomedimiento.
Por mediacio'n del fraile franciscano fray Juan Trasierra y
del Tesorero Juan Velázquez, le envió á Cristóbal Colón la
orden de los Reyes en que encargaban diese fe y creencia á lo
que Bobadilla dijera; pero no la acompaño' de carta alguna,
.al paso que escribió' á Roldan y á todos los que suponía que
abrigarían resentimientos contra el Almirante y sus her-
manos, para que supieran su llegada y propo'sitos.
Colón, sabedor de cuanto ocurría por los mensajeros
que le envió' don Diego, se aproximo' á Santo Domingo,
situándose en Bonao; y desde allí dirigió' una carta al
Comendador, dándole la bienvenida con la mesura y pru-
dencia que en todos sus actos resplandecían, a Nunca ovo
respuesta del, lo cual fué grande descomedimiento, y señal de
traer contra el Almirante propósito muy malo,» como dice con
harta razo'n el P. Las Casas.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
II
335
Largamente conferencio el Almirante con fray Juan
Trasierra y con el Tesorero, pesando la conducta y proceder
de Francisco Bobadilla , y lo que de tales principios podía
esperarse; y al cabo inspirándose, como siempre, en la
elevacio'n de sus miras, y no temiendo se le atropellase de
modo alguno, cuando tantos servicios había prestado, se
decidió' á marchar á Santo Domingo y avistarse con el nuevo
Gobernador de la isla, que así se hacía llamar aquel funcio-
nario, que 3^a había puesto á un lado su calidad de Juez
pesquisidor, antes de ejercitarla como se le había mandado.
Apenas llego' á noticia del Comendador que el Almi-
rante se dirigía á Santo Domingo, cuando por primera
providencia, sin hacerle cargo alguno, sin decirle la causa,
ni escucharle, prendió' á don Diego Colo'n, le mando' poner
grillos como al más temible foragido, 5^ dispuso que le
condujesen á bordo de una de las carabelas que estaban
ancladas en el río.
Tomada esta medida, que desde luego daba la de los
sentimientos que animaban al nuevo jefe de la colonia , y en
tanto que se preparaba para recibir al Almirante , se apre-
suro' á hacer informacio'n de que resultara gran culpabilidad
en los tres hermanos ; y como en la isla había tanta gente
perversa y maleante: tantos delincuentes, negociantes y
descontentos de diversa índole , para asegurarse la voluntad
de todos, y tenerlos propicios á sus intenciones, hizo prego'n
concediendo franquicia para coger el oro, tanto en las minas
como en los arroyos, reduciendo la tercia que se pagaba al
Rey á la undécima parte de los productos; providencia
arbitraria y desacertada, que los Reyes dejaron en seguida
33^
CRISTÓBAL COLÓN
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sin electo, así como anularon otras muchas de las que con
igual propo'sito dicto' el infame Gobernador, guiado única-
mente por las mezquinas pasiones que agitaban su corazo'n.^
De propo'sito hemos estampado la calificacio'n de infame
al tratar del Comendador. La ha usado un escritor apasio-
nadísimo, y la rechaza, según parece, otro mu}^^ docto; nos-
otros la creemos justísima, como luego veremos.
"Y como este episodio, ese triste suceso, por tantos con-
ceptos lamentable, se presta á tan profundas consideraciones,
y conmueve el ánimo hasta el extremo de no poder estudiarlo
con la debida tranquilidad, no queremos hacer nuestra na-
rracio'n de cuenta propia, sino valiéndonos de los escritos de
los contemporáneos.
Hizo el comendador Bobadilla informacio'n secreta 5^
pública contra el Almirante. «Acusáronlo de malos 5^ crueles
tratamientos que habia hecho á los cristianos en la Isabela,
cuando allí pobló', haciendo por fuerza trabajar los hombres
sin dalles de comer, enfermos y flacos, en hacer la fortaleza
y casa suya y molinos y aceña ítem, porque se iban
algunos á buscar de comer, adonde andaban algunas capi-
tanías de cristianos, habiéndole pedido licencia para ello, y
él negándola, y no pudiendo sufrir la hambre, que los
mandaba ahorcar. Que no consentía que se baptizasen los
indios que querían los clérigos y frailes baptizar, porque
quería mas esclavos que cristianos Acusáronle que hacia
guerra a los indios, o' que era causa della injustamente y
que hacia muchos esclavos para enviar á Castilla. ítem,
acusáronle que no quería dar licencia para sacar oro, por
encubrir las riquezas desta isla y de las Indias, por alzarse
con ellas en favor de algún otro rey cristiano.»
La falsedad de todos estos cargos corre parejas con su
enormidad; y con ellas puede igualarse la malicia con que
se formularon, para que todos los agraviados pudieran dar
rienda suelta á sus resentimientos, acumulando hechos in-
exactos, y refiriendo mentiras que de nadie eran creídas.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
337
De estos cargos y falsas acusaciones, algunas se hicieron
extensivas á don Diego y al Adelantado para disculpa de los
procedimientos que contra todos iban á seguirse, tan fuera
de la justicia como de las instrucciones y facultades que los
Reyes concedieran.
«Yo vide el proceso o' pesquisa, dice el venerable Fray
Bartolomé de las Casas, y della muchos testigos, y los
cognoscí muchos años, que dijeron las cosas susodichas.
Dios sabe las que eran verdad, y con que raxpn é intención se
tomaban y deponian pero en la honestidad de su persona
ninguno toco', ni cosa contra ella dijo, porque ninguna cosa
dello que decir habia »
A la llegada del Almirante á Santo Domingo se ade-
lanto á su encuentro Bobadilla, tal vez para evitar que
viera la usurpacio'n de su domicilio, «jv ^l recibimiento
que le hi^p fué mandalle poner unos grillos y metelle en la
fortaleiii, donde ni él lo vido ni le habló mas, ni consintió
que hombre jamás le hablase '.» Acto de tal naturaleza,
llevado á efecto contra autoridad tan elevada como era la de
un Almirante de Castilla, y Virrey de los países nueva-
mente hallados, y contra persona de tantos merecimientos,
que tan grandes servicios había prestado y estaba prestando
á los Reyes, y sin que precediese acusacio'n ni sentencia
alguna, es de aquellos que no necesitan comentarse. No á
la luz de nuestras ideas, sino en su tiempo mismo fué juz-
gado con legítima aversio'n, con verdadera y justa repug-
nancia. Pero la escena fué además triste y conmovedora;
verdadero padro'n de eterna ignominia para el Comenda-
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• «Ya dixe como yo le escrebí i a los frayles, i luego partí assi como le
dixe muy solo, porque toda la gente estaba con el Adelantado, y también por ¡c
quitar de sospecha : él quando lo supo echó á Don Diego preso en una carabela
cargado de fierros, e a mi en llegando fizo otro tanto, i después al Adelantado
quando vino Ni le fablé mas á él, ni consintió que fasta oy nadie me haya
fablado, y fago juramento (jue no puedo pensar por que sea yo preso.» Esto
escribió Colón en la carta al ama del príncipe don Juan, y esta era la verdad;
pues no se hubiera atrevido el Almirante á lanzar afirmaciones que pudieran ser
desmentidas por Bobadilla. ■
Cristóbal Colón, t. il— 43.
338
CRISTÓBAL COLON
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dor, y gloriosa aureola de martirio para el inmortal descu-
bridor.
A pesar del deseo que abrigaban tantos de ganarse la
voluntad de Bobadilla y de las mercedes que había conce-
dido, cuando dio' la orden de poner grillos al Almirante no
hubo uno siquiera de aquéllos, ni aún de los más perversos,
que se prestase á hacerlo. El noble aspecto de Colón, la
gravedad de su persona , su resignación misma proclamaban
su inocencia; y todos conmovidos permanecieron como
clavados en sus puestos, dejando en patente descrédito al
Comendador, que hubo de repetir la orden. Entonces se
adelanto' un cocinero del mismo Almirante, tan desvergon-
zado como ingrato, llamado Espinosa, que se los remacho',
escuchando los sollozos de algunos de los presentes.
«Esto pareció' término muy descomedido y detestable, dice
el cronista Antonio de Herrera ', y caso digno de com-
pasión, que una persona puesta en tanta dignidad como
era un Visorey y Gobernador perpetuo, con renombre de
Almirante del mar Occeano, que con tantos trabajos y
peligros con aquellos títulos, por singular privilegio de Dios
escojido, habia ganado para la corona de Castilla y de León
con obligación de perpetuo agradecimiento, fuese tratado tan
inhumanamente Muchos afirmaron que nunca fué la inten-
ción de los Reyes que Francisco de Bobadilla, por muy
grandes que eran los poderes que llevaba , tocase en la
persona del Almirante, y que como cosa de suyo muy cono-
cida, no se lo advirtieron.»
En estas palabras está contenida la mayor censura de la
conducta de Bobadilla.
El Almirante fué conducido á la fortaleza. Desde allí
escribió' al Adelantado que entregase los prisioneros que
había hecho en Xaraguá, y obedeciera á todas las o'rdenes
del Comendador, viniendo á Santo Domingo. Cuando llego
Década 1, lib. IV, cap. X.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
339
á la ciudad don Bartolomé fué tratado de la misma manera
que lo habían sido sus hermanos ; cargado de cadenas y
llevado á bordo de otra de las carabelas donde con nadie se
le permitió' comunicar.
Y entonces sucedió al Comendador lo que á todos los
que obran violentamente, guiados por mezquinas pasiones y
fuera de toda razo'n y justicia. La misma facilidad con que
se había apoderado del Almirante y de sus hermanos, la
noble resignacio'n de todos le produjo temor y desasosiego.
Sin darse, tal vez, cuenta de ello, le salto' á la vista y le
turbo' la conciencia, la comparacio'n entre su inmotivada
soberbia y la hidalga humildad de sus víctimas, que aunque
presos no se consideraban humillados, sino ofendidos. Dio
o'rdenes severas para que los presos no se comunicasen , ni
nadie pudiera tener conversacio'n con ellos; porque temía la
reaccio'n moral que á favor de aquellos hombres verdadera-
mente ilustres podía producirse en los ánimos.
El había cambiado en todo las instrucciones que había
recibido; había abusado de sus poderes é invertido en todo
el orden natural y lo'gico de los procedimientos. Lo primero
para que fué facultado, y para lo que se le envió' á la Espa-
ñola, fué para proceder contra los insurrectos, y que desapa-
recieran los últimos vestigios de las pasadas revueltas, y esto
lo dejo' para después sin ocuparse de ello. A la jurisdiccio'n
del Almirante era muy dudoso que estuviera facultado para
tocar, ni directa ni indirectamente, y mucho menos á su
persona; y caso de hacer algo contra la primera no debía
proceder sino después de muy formales y completas infor-
maciones, y cuando de ellas resultaran abusos cometidos por
su autoridad; y lo primero de que se ocupo fué de atacar á
las personas sin haber siquiera justificado cargos ni abusos
de ningún género.
Y no se alcanza el motivo de esta conducta de Bobadilla
si no es cre3'éndole adornado de escasas dotes intelectuales,
y engreído por la confianza que en él depositaron los Reyes.
f^:S-.
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340
CRISTÓBAL COLÓN
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Poco se han ocupado los historiadores de su persona; verdad
que su nombre es padrón de ignominia para todos los cora-
zones honrados. Gonzalo Fernández de Oviedo le califica de
hombre honesto y religioso, y el P. Las Casas guarda
absoluto silencio sobre sus antecedentes y cualidades. Sabe-
mos solamente que era oficial 6 empleado de la Casa Real y
Comendador de la Orden de Calatrava; asegurando algunos
que era pobre de espíritu y le dominaba la ambicio'n; no
siendo mucho su talento se desvaneció' al verse nombrado
para un alto puesto, y se llego' á creer que lo merecía,
logrando únicamente en su ejercicio poner de relieve su
nulidad; pues si bien ha}^ muchos que aparentan ser muy
aptos cuando ocupan un lugar secundario y tienen quien
les mande 3^ les dicte reglas de conducta, aparecen ridí-
culos cuando salen á primeros puestos y pueden mandar
á los demás. Bobadilla era un niíii puesto en oficio ', y tales
íueron sus acciones. Los Reyes mismos le reconocieron
inepto, 23ues muy luego le desposeyeron del cargo que no
era digno de ocupar.
Mil extraños pensamientos se agitaban en el ánimo de
Cristóbal Colón durante su larga clausura é incomuni-
cacio'n en la fortaleza; y las nuevas que pudieron llegar á
sus oídos, los rumores que podía recoger por lo que á su
alrededor sucedía y entre sus mismos guardianes, no eran,
en verdad, muy tranquilizadores. Veía en los actos de
Bobadilla toda la animosidad y encono de sus enemigos,
siempre miserables y vengativos, y mucho le dolía el consi-
derar que con sus calumnias y falsedades hubieran llegado
á punto de poderle tratar de tan dura suerte; pero abatía
aún más su ánimo y lastimaba sus sentimientos el compren-
der que los Reyes desconocían sus derechos, olvidaban sus
servicios y las grandes muestras de confianza que le habían
¡Líbrenos Dios
de ufi ruin puesto en oficio!
Don Juan Ruíz de h.\.K^Q(m.— Los favores del mundo.— ]oxna.á3i III.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
341
prodigado por ellos ; hollaban sus prerrogativas adquiridas
en pactos solemnes y ratificadas con repetición, y le entre-
gaban sin oirle á todo linaje de vejaciones. «Ciertamente
cosa es esta digna de con morosidad ser considerada, para
que los hombres ni confien en sus servicios y hazañas, ni
esperen estar seguros, porque mucho tengan los Príncipes o'
Reyes por ellas obligados, porque al cabo son hombres y
mudables, cuanto su ánimo real de muchos es golpeado, y
pocas veces complidamente á los verdaderos servicios con
mercedes condignas satisfacen, y muchas con disfavores y
amortiguada y obliviosa gratitud las que han hecho des-
hacen.»
Iguales reflexiones debían hacer don Bartolomé y don
Diego Colo'n en sus encierros. Pero si graves consideraciones
3^ gravísimo pesar abrumaban á los tres hermanos, aún
más pesaban sus prisioneros al ensoberbecido Comendador
de Calatrava.
Tenía sujetos 3^ aherrojados á los Colones, y sin em-
bargo, los veía siempre ante sí, cargaban su sueño cual
tenaz pesadilla, y no le dejaban punto de sosiego. No
sabemos si alguna vez pudo pasar por su mente la idea de
deshacerse de ellos, haciéndolos matar públicamente bajo
cualquier pretexto, y no formaremos cargo tan grave al
infortunado Bobadilla, que harta odiosidad atrajo sobre sí
con su miserable conducta, sin que pretendamos agravarla
ni le presentemos como malvado sin pruebas de su mal
pensamiento. Nos mueve á sospecharlo, pero nada más que
á la sospecha, el estado de abatimiento del Almirante, y las
palabras que pronuncio, tan ajenas de su alma grande, que
quizá respondían á algunos rumores que desde su prisión
pudiera haber escuchado.
Deseoso de librarse de la presencia de aquellos molestos
prisioneros , que aún encerrados tanto tormento le causaban
y en tal zozobra le tenían , determino' Bobadilla remitirlos á
España con los procesos é informaciones que había hecho,
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342
CRISTÓBAL COLÓN
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despachando para ello las dos carabelas que en mal hora le
llevaron á la isla Española. No sabemos si abrigaría la necia
esperanza de que los Reyes Católicos diesen su aprobacio'n
al inicuo proceder que había tenido, o si al disponer aquel
viaje, sin prever sus consecuencias, no hizo más que seguir
las instrucciones del obispo de Badajoz, que no perdonaba la
ofensa que recibiera en la persona de Jimeno de Bribiesca;
es lo cierto que dio la orden para el viaje.
«Sospecha ovo harta vehemente, escribe Fray Barto-
lomé de las Casas, quel Comendador oviese hecho tanta
vejación 3^ mal tractamiento al Almirante con favor y por
causa del dicho Obispo Don Juan y si así fué no le arren-
darla al Señor Obispo la ganancia.»
Parécenos que en libro de aquel tiempo no se puede
decir más.
Con orden del Comendador, Alonso Vallejo, capitán de
la carabela La Gorda, reunió' en ella á los hermanos don
Diego y don Bartolomé Colon, y acompañado de algunos
hombres de armas se presento' en la fortaleza para llevar allá
también al Almirante.
¿Qué esperaba, qué temía en aquel momento Cristóbal
Colón? ¿Qué recelos podía abrigar acerca de las intenciones
de sus declarados enemigos? ¿Qué rumores habían podido
llegar á sus oídos que le hicieran temer una gran desgracia?
No podemos decirlo: pero consta de una manera indudable,
que aquel grande hombre, tan piadoso siempre y tan seguro
de la proteccio'n divina: tan sereno en los peligros, y que
confiaba su suerte en manos de Dios en las mayores adver-
sidades , habiendo desafiado tantas veces la muerte sin
turbacio'n, se encontraba en gran sobresalto y angustia
cuando se abrieron las puertas de su prisio'n y se presento'
en ella Alonso Vallejo con sus soldados. Oigamos á testigo
que conoció' á las dos personas:
«Llegando Alonso Vallejo, un hidalgo, persona hon-
rada de quien luego mas se dirá, á sacalle y Uevalle al
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
343
navio, preguntóle con rostro doloroso y profunda tristeza,
que mostraba bien la vehemencia de su temor: — Vallejo, ¿do'nde
me lleváis? — respondió Vallejo: — Señor, al navio vá vuestra
Señoría á se embarcar. — Repitió' dudando el Almirante:
— Vallejo, ¿es verdad? — responde Vallejo: — Por vida de
vuestra Señoría que es verdad que se va á embarcar. — Con
la cual palabra se conhorto, y cuasi de muerte á vida resu-
cito'.— ¿Qué mayor dolor pudo nadie sentir? ¿Qué mas
vehemente turbación le pudo cosa causar?»
Reunidos á bordo de la carabela Gorda los tres prisio-
neros, salieron del puerto de Santo Domingo á principios
del mes de Octubre de 1500. En poco más de un mes había
consumado su obra Francisco Bobadilla; pero era ésta de
tanta iniquidad, que apenas se hicieron al mar se presen-
taron respetuosamente al Almirante el capitán Alonso
Vallejo, y el maestre de la nave Andrés Martín de la Gorda,
dueño de la carabela que llevaba su nombre, y con sentidas
frases y corteses maneras se dispusieron á quitarle los grillos
que tan injustamente le sujetaban. Y para apreciar debida-
mente todo el mérito de tan noble accio'n y su significado , es
necesario recordar que el prudente y honrado Vallejo era
criado de un caballero de Sevilla, que se llamaba Gonzalo
Go'mez de Cervantes, tío del obispo de Badajoz don Juan de
Fonseca, al que debía entregar los presos; é igual cargo
llevaba Andrés Martín, y bien sabían que por este solo
hecho habían de incurrir en el desagrado del Comendador 3^
del Obispo. Pero el sentimiento de la justicia, y el deseo de
aminorar un infortunio inmerecido, fué superior en ellos á
toda consideracio'n egoísta, y ambos se arrodillaron ante
Colón para librar sus pies de los grillos, emblema de la
mayor iniquidad.
No lo consintió' el Almirante. Seguro de su inocencia,
aguardaba tranquilo á que los Reyes Cato'licos se los man-
dasen quitar, si de su orden se los habían echado, o' casti-
gasen al culpable, si se había atropellado sin su mandato la
344
CRISTÓBAL COLÓN
autoridad que representaba. Abrazo con efusio'n á aquellos
nobles y desinteresados amigos; y bien se comprende por
este primer paso, que en el viaje vino rodeado de los
cuidados y atenciones que su estado reclamaba, y que tanto
Vallejo como Martín procuraron hacerle llevaderas las horas
de sufrimiento, tratándole como debía serlo el Almirante del
mar Occéano, consolándole en cuanto estaba de su parte, y
permitiéndole que escribiera á los Reyes y á varios perso-
najes de la corte para que tuvieran conocimiento de su
situacio'n y del atropello de que había sido objeto ', que
sin duda no quisieron hacerse co'mplices del proceder de
Bobadilla.
Hicieron más ; pues al fondear en la bahía de Cádiz las
carabelas en 20 o' 25 de Noviembre, después de un felicísimo
viaje, hizo Andrés Martín que un servidor del Almirante
partiese inmediatamente para Granada, donde se encon-
traban los Re3^es, llevando las cartas que Colón había
escrito durante el viaje, para que recibiendo los Soberanos
la noticia del atropeílo cometido, antes de que pudiera trans-
mitírsela el Obispo, y de ver las informaciones y procesos,
les causara mayor efecto , y acudieran con prontitud al
remedio, como sucedió'.
III
En tanto que Cristóbal Colón volvía á España desde
el mundo que él había descubierto, privado de sus honores
y cargado de hierros por la soberbia y la maldad , el comen-
dador Francisco de Bobadilla empezaba su gobierno bajo los
peores auspicios, y tomando medidas enteramente opuestas
Véase en las Aclaraciones y documentos (ü).
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
345
á lo que la justicia reclamaba, y se le había encargado por
los Reyes, y á lo que requería la buena administracio'n de la
colonia.
Creyendo asegurar la tranquilidad quiso poner de su
parte á los alborotadores; y en algunos de los pliegos en
blanco que había recibido de los Reyes , escribió' á Roldan y
á otros con ofrecimientos de favor y proteccio'n, y al mismo
tiempo, sin preceder forma alguna de juicio, puso en libertad
á Pedro Riquelme, Hernando de Guevara y sus compañe-
ros, que en procesos legalmente seguidos habían sido decla-
rados reos de muchos delitos graves; de manera que pa-
recía bastaba haber perturbado el gobierno de Colón 3' ser
su enemigo, para gozar los favores del nuevo Gobernador.
Y cuando esto sucedía con los jefes, con aquellos desobe-
dientes y ambiciosos que se habían alzado contra la autoridad
legítima, puede calcularse cuál sería la suerte de los de más
baja esfera. Todos fueron perdonados por el comendador
Bobadilla. Circulaban por las calles de Santo Domingo con
la mayor insolencia y desfachatez, llevando siempre por
delante algunos infelices indios para que los sirviesen en
todo, y á los que maltrataban de un modo feroz. Por este
camino obtuvo también el Comendador buen número de
testigos que depusieran contra Colón y presentasen bajo el
aspecto más desfavorable todos los actos de su admi-
nistracio'n.
Franquicia para trabajar en las minas; concesión de
cuantos terrenos se le pedían y repartimiento de indios para
todos lo trabajos, fueron los medios de que se valía Boba-
dilla. Las peticiones eran incesantes y cada vez mayores.
Las vejaciones á los indios no se castigaban, ni tenían
correctivo; así que cada día era peor su condicio'n, más
crueles é inhumanos los tratos que sufrían; pues no estando
acostumbrados al trabajo, y siendo por su constitución física
y por carácter perezosos, eran obligados con dureza, y
enfermaban y morían de una manera lastimosa. Se indigna
Cristóbal Colón, t. ii. — 44.
346
CRISTÓBAL COLÓN
■'?V^
y con harta razón el P. Las Casas, de que aquellos inofen-
siv^os y sencillos isleños pereciesen bajo la tiranía de hombres
desalmados, que habían salido por indulto de los calabozos
de España, donde purgaban sus delitos, y al llegar á la isla
Española tomaban el orgullo de grandes señores, y se hacían
servir por los indios cual si tuviesen derecho á ser obede-
cidos; pues él mismo los vio' con los hombros heridos del
peso de las literas o' palanquines en que se veían forzados á
pasear á sus despiadados dueños.
Las consecuencias de este desorden eran fáciles de
prever. En documento casi desconocido, aunque reciente-
mente publicado ^ el Licenciado Alonso de Zurzo, juez de
residencia en la Española, escribe á Mr. Xevres, y ponién-
dole al corriente de cuanto allí sucedía, le refiere que i(cl
Almirante Don Cristóbal Colon al descubrir aquel mundo, tuvo
muy buen celo c tcmia á Dios, porque era según la fama que allí
ha quedado, muy buen cristiano; é como á los que con él tenia no
les daba tanta soltura como les páresela á sus hambrientos apetitos,
amotináronse contra él algunos, é escribieron cartas á los Reyes
para colorar su desatino, lo cual fué ocasión para que sus Alteras
enviasen al Comendador Bobadilla, el cual luego envió preso al
Almirante, de lo que la Reina Isabel tuvo enojo; é el dicho
Comendador disptiso que del oro que se sacase é hubiese sacado se
acudiese á sus Alteras con el tercio ó la mitad, en lugar del
quinto, é tomó todo el oro que halló á los vecinos para enviar á
sus Alteras, de que los dichos vecinos se resabiaron mucho é hubo
grandes alteraciones.))
Pero tamaño desconcierto, hijo á la vez de la ineptitud
y del odio, de la mayor ignorancia y de las más innobles
pasiones, no podía ser duradero. Sin adelantar la narracio'n,
diremos que la Providencia y los Reyes le dieron á la par el
merecido castigo. El indigno Gobernador so'lo ocupo' su
' Colección de documentos inéditos de Indias, tomo I. — Colón y la histo-
ria postuma, por el capitán de navio Cesáreo Fernández Duro, pág. 256.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
347
destino poco más de año y medio. Sabedora la Reina del mal
trato que sufrían los indios y de la despoblacio'n de la isla
Española, que iba en alarmante proporcio'n, y cerciorado el
Rey de la manera desastrosa de administrar la Hacienda
que llevaba el comendador Bobadilla, le destituyeron á fines
del año 1501, nombrándole sucesor, que salió de España en
13 de Febrero de 1502, con o'rdenes terminantes para que
enviase á España al Comendador al regreso de aquella
misma flota, anulase muchas de sus absurdas providencias y
reparase en su parte más saliente y escandalosa los abusos
que contra el Almirante y sus propiedades había cometido
aquél. Pero embarcado con sus riquezas, el mar ahogo' su
envidia y su soberbia para que no gozase el fruto de sus
malas acciones.
IV
Este período importantísimo de la vida de Cristóbal
Colón y de la historia de la colonia española, que comprende
desde el nombramiento del comendador Francisco de Boba-
dilla para el gobierno de la isla Española hasta la llegada del
Almirante á Cádiz preso y con grillos, aunque breve, ha
sido objeto del más detenido estudio por todos los historia-
dores del descubrimiento.
«No hay escritor español que deje de reprobar el acto
abusivo y odioso del comendador Francisco de Bobadilla, al
usar con el Almirante de rigor injustificado. Ponerle grillos
como á un criminal ordinario, equivalía á signar auto de
significación apasionada para su entidad jurídica » ha
dicho no hace mucho un doctísimo amigo nuestro ' ; y sin
* El capitán de navio don Cesáreo Fernández Duro en su libro Colón y
la historia postuma , pág. 51.
348
CRISTÓBAL COLÓN
embargo, no ha ido tan lejos en la reprobacio'n de aquel
acto odioso, como de su gran corazo'n podía esperarse; porque
combatiendo las exageraciones de un polemista tan violento
como el conde Roselly de Lorgues, ha sido en su ataque algo
más suave de lo que en otro caso lo hubiera hecho, que tal
es y ha sido siempre la consecuencia de todas las injusticias
.y de todas las provocaciones.
La cuestio'n tiene diversos aspectos, y bajo cualquiera
de ellos que se la considere, es su resultado favorable á
Cristóbal Colón.
Como dato importantísimo para entrar en la apre-
ciacio'n con el conocimiento necesario, trasladaremos ante
todo lo que escribe Alonso de Estanques, cronista contem-
poráneo, cosmo'grafo mayor, en su libro titulado: — Crónica
de los reyes don Fernando y doña Isabel, Reyes de Castilla y de
Aragón, — cuya obra fué dedicada por su autor al rey don
Felipe, el Hermoso, marido de la hija de aquellos monarcas,
y ha permanecido inédita hasta ahora ^ .
«Siendo los Cato'licos Reyes informados, dice, así de
muchos casos que don Bartolomé Colon habia hecho en el
tiempo de su gobernación, como otros que el Almirante
hacia , envió' á la isla Española un caballero de la orden de
Calatrava, dicho Francisco de Bobadilla, como juez de resi-
dencia, el cual hizo cierto proceso contra el Almirante y sus
hermanos, á los cuales, como hallase culpados, los hizo
prender y embarcar, en dos carabelas, y en grillos los hizo
enviar á España, mandándolos entregar al corregidor de
Cádiz hasta que sus Altezas enviasen á mandar lo que fuQsen
servidos de ellos, y envió' asimesmo á sus Altezas el proceso
que contra ellos habia hecho, los cuales, como supiesen que
estaba en Cádiz y en prisiones, enviaron luego á mandar
Conserva este precioso Códice en su riquísima Biblioteca el Excelen-
tísimo Sr. D. Pascual de Gayangos. La parte que se refiere á Cristóbal Colón
ha sido publicada por el señor Fernández Duro, en su libro Colón y la historia
postuma.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
349
I
que los soltasen, y que ellos se viniesen á la corte, y el
Almirante vino á besar las manos de sus Altezas, dándoles
sus disculpas lo mejor quel pudo, y ellos le oyeron muy
bien y consolaron con tales palabras que quedo algo con-
tento, y mandaron luego que le acudiesen con sus rentas y
derechos que tenian en las islas, porque se los hablan
embargado y detenido cuando fue preso, y siempre, y cuando
estuvo jue tratado de sus AlteTjis muy honradamente, porque sus
buenos servicios lo merecian.
))Sus Altezas enviaron á llamar á Francisco de Boba-
dilla que viniese á España, dándose por bien servidos del
del tiempo que allí estuvo, y así partió fray Nicolás de
Ovando... pensando que el Almirante don Cristóbal Colon
podria tener alguna queja por haber dado ocasión á que se
pensase que del no hablan sido bien servidos, le mandaron
llamar ante sí 3^ le dijeron como ellos hablan enviado al
comendador Ovando á la isla Española por gobernador,
porque los cristianos que habia en ella estaban todos muy
indinados contra él , y que estaban informados que decían
que si allá tornara á volver, que le hablan de matar, y que
ellos le querían quitar de aquellas contiendas, porque seria
mal ejemplo á los indios ; que á esta causa no se habia
de ocupar en cosas de su gobernación, sino servirse de su
persona en cosas mas arduas y donde Dios fuese mas ser-
vido y sus reinos mas acrecentados ; por tanto que le man-
daban y encargaban diese cabo á lo que tan buen principio
habia dado, que era descubrir en aquellos mares otras islas
ó tierras firmes de que se tenia noticia, dándole sus disculpas
en lo de la prisión, diciéndole tuviese por cierto haberles pesado
mucho della, y que bien habia él conocido, pues en sabiendo,
como supieron, lo hablan mandado remediar, y que él bien
via el favor que siempre le habían dado y la voluntad que
ellos tenian de le honrar y hacer merced, lo cual tenian
siempre, y que tuviese por cierto que las que le hablan hecho le
serian guardadas enteramente, y que si queria confirmación de
- ^jíí'-
350
CRISTÓBAL COLÓN
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ellas se la darían, y á su hijo don Diego mandarían poner
en la posesión de ello, todo lo cual y otras muchas cosas
dijeron sus Altezas á don Cristóbal Colon, y él les besó las
manos por la merced que le hadan en conocer que siempre les
había sido buen servidor y fiel criado, y que en lo demás que
le mandaban, que él estaba presto de lo hacer, con lo demás
que sus Altezas fueren servidos en mandalle, porque no
había cosa que él más desease en la vida que servir á sus
Altezas, los cuales le agradecieron su buena voluntad, y le
mandaron que se aparejase luego, porque en ello les haria
mucho servicio, y él así lo hizo, suplicando á sus Altezas le
mandasen proveer ciertas cosas que él dio' con un memorial
las cuales le fueron proveídas, y entre ellas fué que fuere
con él don Hernando su hijo y dos personas que supiesen
arábigo de quien se pensaba aprovechar, y mandáronle dar
sus Altezas una carta para el Comendador Nicolás Ovando,
mandándole que hiciese volver al Almirante todo el oro y
plata y joyas y otros bienes , muebles y raíces y bastimentos
de pan y vino y libros y escrituras que el Comendador
Francisco de Bobadílla le había tomado á él y á sus her-
manos, y le hizo merced que pudiese traer de la isla Espa-
ñola cada un año ciento y once quintales de brazil , por
razón de la décima parte que habia de haber de los mil
quintales de brazil que se hablan de sacar cada año para el
arrendamiento que tenian hecho con ciertos mercaderes;
mandaron asimesmo al gobernador que hiciese acudir á las
personas que el Almirante pusiese en la dicha isla con los
derechos de Almirantazgo, por razón de su oficio, y asi-
mesmo le enviaron á mandar que hiciese guardar y guar-
dase todos los privilegios y mercedes que hablan hecho al
dicho Almirante.»
Ahora bien, y prosiguiendo nuestro intento: ¿Había
causas bastantes para que se enviase á la isla Española
un juez con atribuciones especiales? ¿Podía considerarse
al Almirante como culpable directamente de aquellos tras-
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
351
tornos que en ella ocurrieron? ¿Se podía acusar de ellos
á sus hermanos? ¿Los Reyes Católicos podían y debían
nombrar nuevo gobernador, con perjuicio de la autoridad
concedida al Virrey-,, sin hacerlo saber á éste y sin escuchar
sus explicaciones? ¿Podían en rigor de derecho privarle de
su cargo y anular sus prerrogativas, consignadas en pac-
tos solemnes y ratificadas Ubérrimamente por los mismos
Reyes?
Si se recuerdan todos los sucesos que hasta ahora
llevamos narrados, bien puede darse respuesta satisfactoria;
y ciertamente si en la gestio'n de los negocios de Indias, no
hubieran tenido la parte principal, y la direccio'n casi
absoluta, sujetos enemistados con el Almirante, y que
cuidaban de desfigurar los hechos y presentarlos por el lado
más desfavorable, ni los asuntos de la colonia se hubieran
visto tan comprometidos como se vieron, ni los Reyes
hubieran tomado una sola de aquellas providencias. Esta
conviccio'n se adquiere en el estudio desapasionado de aquel
período; porque las desgracias todas tuvieron origen en la
falta de subsistencias y recursos, ocasionada por la inten-
cional tardanza en el despacho de las flotas y por la
condición de la mayor parte de los hombres que salían de
España para poblar las islas descubiertas por el genio
genovés.
No puede desconocerse que esa cualidad de extranjeros
perjudico grandemente en todas sus relaciones lo mismo al
Almirante que á sus hermanos. Los honores concedidos á
Colón; las altas investiduras que obtuvo; las prerrogativas
anexas á los cargos que desempeñaba, le acarrearon gran
número de envidiosos, que incapaces de comprender su
mérito y aún de admirar su gloria, so'lo veían en él un
extranjero, un advenedizo, que pobre y suplicante ayer á
vista de todos, se igualaba hoy á la más alta nobleza de
España y oscurecía con su ciencia y su talento las más
brillantes hazañas de que aquellos se enorgullecían.
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352
CRISTÓBAL COLON
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Verdad que el establecimiento de la isla Española llego'
al estado más deplorable en el año 1498. Las noticias
opuestas, contradictorias que recibían los Reyes sobre el
origen 3^ causas de aquellos disturbios les pusieron en gran
conflicto. Pero no se olvide que el Almirante había partido
para España en Abril de 1496, y que detenido por mil
insidiosas dilaciones, no pudo salir en nuevo viaje hasta el
30 de Mayo de 1498, en que zarpo' de Sanlúcar de Barra-
meda, y siguiendo las o'rdenes reales y sus propios deseos,
siguió al descubrimiento de nuevas tierras y no aporto á
Santo Domingo hasta fines de Septiembre del mismo año.
Encontró', en efecto, la colonia en el mayor desorden:
triunfante la insurreccio'n: oprimidos los indígenas y víctimas
de los más crueles tratamientos: desconocida la autoridad...
¿y á quién podía culparse de tan graves males? Si el Almi-
rante hubiera regresado, y con los recursos necesarios,
¿habría tomado tantas fuerzas la insurreccio'n? ¿Hubiera
comenzado siquiera? Cúlpese en primer término á los que
fueron causa de las detenciones y contratiempos que sufrió'
el apresto de la flota, y después á la codicia y desenfreno de
los hombres que allá se habían enviado. Ellos, unos y otros,
eran y son ante el juicio de la posteridad los verdaderos
causantes de todos los males, de todos los padecimientos, de
los trastornos, guerras, muertes y ruina que aquejaron á los
españoles lo mismo que á los indios en aquel nefasto período,
que no fué sino el anuncio de otros peores, y de mayores
calamidades, hasta concluir en breve espacio de tiempo con
el aniquilamiento y desaparicio'n de la raza indígena.
Desde que el Almirante puso el pie en Santo Domingo,
hasta que allí desembarco' el comendador Bobadilla, ni
Colón ni sus hermanos gozaron punto de reposo, en gue-
rras con los indios y con los insurrectos, en negociaciones
con los caudillos rebeldes, recorriendo la isla en todas direc-
ciones , sufriendo todo, género de molestias ; asediados por la
traicio'n, por las enfermedades, por el hambre, su existencia
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
353
no pudo ser más trabajosa, ni más consagrada al servicio de
los intereses de España, consiguiendo después de tantas
fatigas que el orden recobrase su imperio, que se reconociera
la autoridad y se vislumbrara una era de mayor tranqui-
lidad. Lo mismo fray Bartolomé de las Casas, que don Juan
Bautista Muñoz y Washington Irving , reconocen y deploran
que cuando después de tiempo tan calamitoso y á costa de
tantos afanes, había vencido Cristóbal Colón las turbu-
lencias y peligros que le habían rodeado por mucho tiempo,
y se gozaba de una calma que ofrecía excelentes resultados;
cuando esperaba coger el fruto de sus últimas exploraciones
enviando una expedicio'n al golfo de Paria, y estableciendo
una colonia para la pesca de las perlas, realizando sus más
dorados sueños con la ocupacio'n de la tierra firme, se for-
maba en España la cabala que había de destruir todas sus
ilusiones y amargar los días de su existencia.
Para presentar en algún modo responsables al Almi-
rante 3^ á sus hermanos de lo que en la isla Española
sucedía, se han citado las manifestaciones de los religiosos
franciscanos que por indicación del arzobispo Jiménez de
Cisneros fueron allá en la misma flota que llevo' al Co-
mendador, y cuyas cartas han sido publicadas reciente-
mente.
Fueron éstos fray Francisco Ruiz, á quien se ha creído,
y no sin fundamento, próximo pariente de Cisneros, cuyo
secretario fué durante muchos años; el P. Juan de Leudelle,
francés natural de Picardía, y fray Juan de Robles y fray Juan
Trasierra, todos de reconocida virtud, doctos y de ejem-
plares costumbres. Apenas llegados á la isla Española, y
bajo la impresio'n dolorosa que en el primer momento reci-
bieron de las enfermedades, las violencias, la falta de
alimentos y los suplicios que á su vista se presentaron,
hubieron de escribir al Arzobispo en términos muy sentidos,
pero que no eran reflejo de la verdad sino de un sentimiento
exagerado, de una leal aspiración á que se remediasen
Cristóbal Colón, t. il — 45.
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354
CRISTÓBAL COLON
te^i
aquellos males, pero atribuyéndolos erróneamente á quien
no era culpable de ellos.
Léanse íntegras las cartas de los religiosos franciscanos,
sin olvidar el Memorial que las acompañaba, que es de
suma importancia ', y en ellas se encontrarán escritas casi
textualmente las frases mismas que don Fernando Colo'n
consigna en el capítulo LXXXV de sus Apuntes, como ver-
tidas por los calumniadores del Almirante para mover en
contra suya el ánimxO de los Reyes Cato'licos. Más aún: en
el Memorial se recomienda por los religiosos la aprobacio'n
de aquella perjudicialísima é inmotivada exencio'n que con-
cedió' el comendador Bobadilla para que por espacio de
veinte años no contribuyeran con el tercio del oro recogido
los que se dedicaban á esta labor con el trabajo de los
pobres indios ; orden que desagrado' á los Reyes , y contra la
cual hizo Cristóbal Colón atinadísimas observaciones en su
carta á doña Juana de la Torre.
¿Qué importaba á los frailes recién llegados á la isla
que los mineros contribuyeran con mayor o' menor cantidad
para el tesoro real? ¿Qué interés podía llevarles á defender
aquella absurda medida que el Comendador tomo' con el
único objeto de atraerse las voluntades de los díscolos? Ese
no interés de la religio'n , ni se relacionaba de manera alguna
con la conversio'n de los indios; otro era el interés que en
eso había y que se descubre muy á las claras.
Para nosotros , las cartas de los piadosos franciscanos
reflejan la astucia del comendador Bobadilla 3^ la sencillez
de carácter de aquellos religiosos. Habían hecho el viaje en
unio'n con aquel funcionario, que ciertamente cuidaría de
agasajarlos y tenerlos propicios para que no se opusieran á
los planes de su soberbia; y como á su llegada presenciaron
escenas cuyas causas no podían apreciar debidamente, pero
que desgarraban sus corazones, fué harto fácil inducirlos
Véanse textuales en las Aclaraciones y documentos (E).
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
355
mañosamente á que recargasen el colorido de aquel cuadro
pavoroso, haciéndoles concebir la esperanza de que por esc
medio se obtendría la reparacio'n y con mayor prontitud.
Y porque los lectores comprendan que esas cartas de los
religiosos fueron dictadas por una impresión del momento;
por un sentimiento exagerado de piedad, muy natural en
ellos, vamos á presentar el extracto de ellas, tal cual lo hace
el docto marino señor don Cesáreo Fernández Duro, que
ha sido el primero en exponerlas en su obra antes citada.
((En la flota que condujo al comendador Bobadilla.
dice, fueron á la Española cuatro religiosos de la Orden de
San Francisco, elegidos por el arzobispo de Toledo Jiménez
de Cisneros, grande amigo y protector de Colón, entre los
más virtuosos y aptos para la evangelizacio'n de los indios.
De estos frailes, el uno, fray Juan de Leudelle, no era
español, había nacido en Picardía; ni él ni los otros conocían
al Almirante, ni tenían intereses o' afecciones en el Nuevo
Mundo : pues bien , al llegar allí encontraron en tan grave
situacio'n la colonia , que estimaron de necesidad que viniera
inmediatamente uno de ellos, fray Francisco Ruiz, secre-
tario del Arzobispo ', más adelante obispo de Ávila, á dar
cuenta verbal, escribiendo los otros tres cartas de creencia...
que vení'an á decir:
El P. Leudelle, que según informaba el Comendador, el
Almirante y sus hermanos se habían querido alzar y ponerse
en defensa, juntando indios y cristianos, y que el primero
había expresado á uno de los frailes compañeros importársele
poco para sus fines lo que tuviera en mientes el Arzobispo
de Toledo.
Fray Juan de Robles, (cque habían tenido gran trabajo en
echar de la isla á los señores (Colones) los cuales se pusieron
en se haber de defender, sino que Dios no les dejo' salir con
' Hay en esto un ligero error. Fray Francisco Ruiz , enfermo y débil
antes de salir de España, empeoró con la variación, y no pudiendo dedicarse á
trabajar se decidió á volver por causa de su misma falta de salud.
'T-l,
r^é?
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356
CRISTÓBAL COLÓN
su mal proposito: así rogaba al Arzobispo, por amor de
Jesuchristo, trabajara como el Almirante ni cosa su3^a vol-
viera mas á aquella tierra, porque se destruirla todo y no
quedarla cristiano ni religioso.»
Fray Juan de Trasierra, dando gracias á Dios por haber
salido aquella tierra del poderío del Rey Faraón, suplicaba
al Arzobispo que ni él ni ninguno de su nacio'n fuera á
las islas.
Los tres rogaban por separado se diera crédito á lo que
diría fray Francisco Ruiz, y acompañaban relacio'n de las
cosas que se ofrecían, tocantes al provecho de la conversio'n
de las ánimas, comenzando así:
«Primeramente: que si sus Altezas quieren servir mucho
á nuestro Señor, y que la conversión de las ánimas se haga,
en ninguna manera permitan que el Almirante ni cosa suya
á esta isla vuelva á la haber de gobernar, porque se des-
truirla todo, y ningún cristiano ni religioso en ella que-
daría.»
En su misma gravedad, en la exageracio'n de sus con-
ceptos, y hasta en la forma en que van expuestos llevan
su impugnacio'n esas cartas. Bien puede sostenerse que no
son cartas de los franciscanos, sino de Bobadilla, que en las
falaces palabras que hizo estampar á aquellos religiosos,
escribía por conducto respetable, un memorial para dis-
culpar sus excesos. Y ya los lectores, ciertamente con
mayor perspicacia, habrán comprendido lo que esas cartas
significan.
El P. Leudelle comienza hablando según le informaba el
Comendador; declaracio'n preciosa que indica el conducto por
donde recibía sus noticias. ¿Cuándo pudo el Almirante decir
á este religioso que le importaban poco las intenciones del
arzobispo de Toledo? ¿Qué trabajo costo' el echar de la isla
á los hermanos Colón según se le hizo decir á fray Juan
de Robles?
Ya lo hemos dicho. Bobadilla fué reduciendo á prisio'n
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
357
uno después de otro á los tres hermanos, sin que opusieran
fuerza ni resistencia alguna. Don Cristóbal no puso el pie
en Santo Domingo, después de la llegada del Comen-
dador, hasta el momento en que éste se apodero' de su
persona
Pero hay todavía una más grave consideración. Las
cartas de esos religiosos , ni los informes de fray Francisco
Ruíz pudieron influir de modo alguno en las providencias
que contra Colón y sus hermanos se tomaron, porque
aquéllas vinieron en los mismos barcos que trajeron preso al
Almirante. ¿Qué conocimiento pudieron tomar en poco más
de un mes que estuvieron en la isla antes de escribirlas? ¿De
quién pudieron recibir informes y noticias? Todos los histo-
riadores lo dicen. La desgracia de Colón hizo que todos los
que se habían insurreccionado contra su autoridad y muchos
que temían castigos, se apresuraran á congraciarse con la
nueva autoridad, y luchasen en bajeza por secundar sus
intentos. Desde el punto en que el acriminar la conducta de
los tres hermanos se considero un mérito á los ojos del
Comendador, y las declaraciones de los delincuentes sirvieron
para pruebas, la justicia quedo' muy alejada de cuanto al
Almirante se refería. Las pocas voces que los religiosos
franciscanos pudieron oir, eran parciales, interesadas, naci-
das de enemigos declarados; pero aun éstas no llegaron á
ellos sino por informes del Comendador, como dice fray Juan
de Leudelle.
Repetiremos que esas cartas so'lo pueden mirarse como
una nueva maldad de Francisco de Bobadilla, como un
rasgo más patente de su astucia, y de los medios arteros de
que sabía usar para dar á sus malos hechos una interpre-
tacio'n favorable.
Y el resultado confirma nuestro aserto. Ni los informes
del P. Francisco Ruiz fueron atendidos, ni nadie dio' crédito
á las declaraciones que recibió' Bobadilla y con las que formo'
el proceso del Almirante y de sus hermanos. «Dicho sea en
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358
CRISTÓBAL COLON
alabanza de los Reyes Católicos ; escribe el mismo historiador
Fernandez Duro ', estas cartas, no más que la información
de fray Francisco Ruiz y el proceso de Bobadilla desviaron
el afecto que al Almirante tenian.» Luego rectamente se
deduce que los Reyes conocían el origen de aquellas imputa-
ciones, y no las creyeron verdaderas.
El mal estado de la colonia empeoro' visiblemente desde
el año 1496 al de 1498 por la ausencia del Almirante; pero
del principio de todas las alteraciones son responsables aque-
llos que desconocieron su autoridad y desertaron de la isla
sin causa alguna, abandonando puestos de confianza, y dando
funesto ejemplo, que por desgracia había de tener muchos
imitadores; así como de su aumento y gravísimas consecuen-
cias lo fueron los ambiciosos holgazanes y perturbadores que
por satisfacer sus apetitos, sin sujecio'n ni trabas de ningún
género, la redujeron á tan triste estado, y señaladamente los
que le sucedieron en el mando, y más atentos á su medro y
utilidad que á los encargos que de los Reyes recibieran,
extremaron el mal trato á los indios, y contribuyeron á la
despoblacio'n de la riquísima isla Española,
Recoge el P. Las Casas y contrapone con admirable
buen sentido la libertad y protección que concedió' Bobadilla
á todos los criminales, con las humillaciones que padecían
los indígenas, y dice: «Aquí viérades á la gente vil, y á los
azotados y desorejados en Castilla y desterrados para acá
por homicianos o' homicidas, y que estaban por sus delitos
para los justiciar, tener á los Reyes y señores naturales por
vasallos, y por mas bajos y viles que criados. Estos Señores
tenian hijas o' hermanas o' parientas cercanas, las cuales
luego eran tomadas o' por fuerza o' por grado, para con ellas
se amancebar » Refiere varias de las crueldades que
presencio', y que no trasladamos para que no parezca que
exageramos, ya que de exagerado se tacha al Apo'stol de las
Colón y la historia postuma, pág. 56.
LIBRO CUARTO.— CAPÍTULO X
359
Indias, porque se conmovía á la vista de los padecimientos
de aquellos desdichados, y sintetizando la agravacio'n que
padecieron todos los males de la colonia , y el desorden de
su administracio'n , concluye diciendo: — a Y esto baste, cuanto
á dar noticia- y raipn del estado de esta isla en tiempo del
Comendador Bohadilla, después de haber enviado á Castilla
preso al Almirante.»
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'V.
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ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
LIBRO CUARTO
(A) — Pág. i8i
Documentos referentes á la preparación del tercer viaje
Carta de CRISTÓBAL COLÓN á los Reyes Católicos, acerca de la población
y negociación de la ESPAÑOLA y de las otras islas descubiertas y por
descubrir.
(Publicada con facsímile en las Cartas de Indias , dadas á la estampa por el Ministerio de
Fomento, en 1877)
Muy altos y poderosos Señores :
Obedespiendo lo que vuestras alteras me mandaron diré lo que me
ocurre para la población y neg09Íacion asy de la Isla Española como de
las otras, asy halladas como por hallar, sometiéndome á mejor pares^er.
Primeramente, para en lo de la Isla Española, que vayan hasta en
número de dos mili vecinos, los que quisieren yr, porque la tierra esté
mas segura y se pueda mejor granjear é tratar, y servirá para que se
puedan rebolver y tratar las yslas comarcanas.
Iten, que en la dicha ysla se hagan tres ó cuatro pueblos é repar-
tidos en los lugares mas convenientes, é los vecinos que allá fuesen,
sean repartidos por los dichos lugares y pueblos.
Iten, que porque mejor y mas presto se pueble la dicha ysla, que
ninguno tenga facultad para cojer oro en ella, salvo los que tomaren
ve9Índad é hiciesen casas para su morada en la población que esto vieren,
porque vivan juntamente é mas seguros.
Iten, que cada lugar é población haya su alcalde ó alcaldes con su
escribano del pueblo, según uso é costumbre de Castilla.
Cristóbal Colón, t. 11. — 46.
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/?\
362
CRISTÓBAL COLON
Iten, que haya iglesia y abades é frayles para administración de los
sacramentos y cultos divinos y para conversión de los yndios.
Iten, que ninguno de los vecinos pueda yr á cojer oro, salvo con
licencia del gobernador ó alcalde del lugar donde bi viere, y que primero
haga juramento de volver al mysmo lugar de do saliere á rejistrar
fielmente todo el oro que oviere cogydo y ávido, y de volver una vez en
el mes ó en la semana, según el tiempo le fuere asygnado, á dar quenta
é manifestar la cantidad del dicho oro, é que se escriva por el escrivano
del pueblo por ante el alcalde, y si peres9Íere, que haya asy mesmo un
frayle ó abad deputado para ello.
Iten , que todo el oro que asy se traxere , se haya luego de fundir y
marcar de alguna manera que cada pueblo señalare, y que se pese y se
dé y se entregue á cada alcalde en su lugar la parte que pertenesgiere á
vuestras altepas, y se escriva por el dicho abad ó frayle de manera que
no pase por una sola mano, y asy no se pueda ^ecar la verdad.
Iten, que todo el oro que se hallare sin la marca de los dichos
pueblos en poder de los que ovieren una vez registrado por la orden
susodicha , le sea tomado por perdido, é haya una parte el acusador y lo
ál para vuestras alte9as.
Iten, que de todo el oro que oviere se saque uno por ciento para
la fábrica de las iglesias y ornamentos dellas, é para sustentación de los
abades ó frayles dellas ; y sy paresciere que á los alcaldes y escrivanos se
dé algo por su trabajo y porque hagan fielmente sus oficios, que se
remita al gobernador y thesorero que allá fueren por vuestras alteras,
Iten, quanto toca á la división del oro é de la parte que ovieren de
aver vuestras alte9as, esto, á my ver, deve ser remitido á los dichos
gobernador y thesorero, porque averá ser mas ó menos según la cantidad
del oro que se hallare; ó sy paresciere, que por tiempo de un año ayan
vuestras alteras la mitad y los cojedores la otra mitad, ca después podrá
mejor determinarse cerca del dicho repartimiento.
Iten, que si los dichos abades y escrivanos hicieren ó consintieren
algún fraude, se le ponga pena é asymesmo á los vecinos que por entero
no manifestaren todo el oro que ovieren,
Iten, que en la dicha isla haya thesorero que reciva todo el oro
pertenesciente á vuestras altecas y tenga su escrivano que lo asiente, é
los alcaldes y escrivanos de los otros pueblos cada uno tome conosci-
miento de lo que entregaren al dicho thesorero.
Iten, porque según la codicia del oro, cada uno querrá mas ocuparse
de ello que en ha^er otras grangerias, parésceme que alguna temporada
del año se le deva defender la licencia de yr á buscar oro, para que haya
lugar que se hagan en la dicha ysla otras grangerias á ellas pertene-
cientes.
Iten, para en lo de descobrir de nuevas tierras, parésceme se deve
dar licencia á todos los que quisiesen yr, y alargar la mano en lo del
1
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
363
quinto, moderándolo en alguna buena manera, á fin de que muchos se
dispongan á yr.
Ahora diré mi pares^er para la yda de los navios á la dicha Isla
Española, é la orden que se deva guardar, ques la siguiente: Que no
puedan yr los dichos navios á descargar, salvo en uno ó dos puertos para
ello señalados, y ende registren todo lo que llevaren é descargaren; y
cuando ovieren de partir, sea de los mismos puertos, é registren todo lo
que cargaren, porque no se encubra cosa alguna.
Iten, que cerca del oro que se hoviere de traer de las yslas para
Castilla, que todo lo que se oviere de cargar, asy lo que fuere de vuestras
alteras como de cualesquier persona, todo ello se ponga en una arca que
contenga dos cerraduras con sus llaves, y quel maestro tenga la una, y
otra presona quel gobernador y thesorero escogieren la otra; é venga
por testimonyo la relación de todo lo que se pusiere en la dicha arca, é
señalado, para que cada uno haya lo suyo; y si otro alguno se hallare
fuera de la dicha arca en cualquier manera, poco ó mucho, sea perdido,
á fin de que se haga fielmente y sea para vuestras alteras.
Iten, que todos los navios que vinieren de la dicha ysia, vengan á
hacer su derecha descarga al puerto de Cádiz , y no salga presona dellos
ny entren otros , hasta que vayan á los dichos navios la presona ó pre-
sonas que para ello por vuestras alteras fueren alquiladas, en la dicha
cibdad, á quienes los maestros manifiesten todo lo que traen y muestren
la fé de lo que oviesen cargado, para que se pueda ver y requerir sy los
dichos navios traen cosa alguna encubierta é non manifestada al tiempo
del cargar.
iten, que en presencia de la justicia de la dicha cibdad de Cádiz é
de quien fuere para ello deputado por vuestras alteras, se haya de abrir
el arca en que se traxere el dicho oro, y dar á cada vno lo suyo. —
Vuestras alteras me ayan por encomendado, y quedo rogando á Nuestro
Señor Dios por las vidas de vuestras altecas y acrecentamiento de muy
mayores estados.
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:Xpo FERENS./
La lectura de esta carta y de la otra que en el texto dejamos inserta,
y el cotejo de sus peticiones con las órdenes de los Reyes Católicos
consignadas en la Instrucción fecha 23 de Abril de 1497, que á conti-
nuación se copia, hacen conocer con toda claridad que ésta fué dictada
teniendo en cuenta los deseos del Almirante, y las cosas que él estimaba
necesarias para la prosperidad y aumento de la colonia, y para corregir
algunos de los abusos de mayor bulto que ya se notaban, y especial-
3^4
CRISTÓBAL COLON
mente los que podían responder en perjuicio de los derechos de la corona,
por la defraudación que empezaba á hacerse en el impuesto sobre el oro.
Esta observación no tiene otro objeto que suplir la falta de fecha que se
nota en esas dos cartas de Cristóbal Colón ; pues no la tiene ninguna
de ellas en sus originales, y notando su relación con las Reales disposi-
ciones de 23 de Abril de 1497, se adquiere la convicción de que fueron
escritas con anterioridad á aquella fecha, probablemente en los primeros
meses del mismo año.
II
A
Real cédula facidíando al Almirante para que tome á sueldo hasta
trescientas treinta personas de los oficios que se señalan
(Archivo general de Indias. — Registro del Secretario Fernand' Alvarez. — Patr. Est. i)
El Rey é la Reina: por la presente damos licencia é facultad á vos
don Cristoval Colon, Nuestro Almirante del mar Occéano, para que
podáis tomar é toméis á sueldo fasta el número de trescientas é treynta
personas para que estén en las Indias, de los oficios é formas siguientes:
cuarenta escuderos, cien peones de guerra é de trabajo, treinta marineros,
treinta grumetes, veinte lavadores de oro, cincuenta labradores, diez
hortelanos, veinte officiales de todos oficios, treinta mujeres, que son
todas las dichas trescientas é treynta personas: las quales fagáis pagar á
sueldo, según se contiene en la histruccion que cerca dello mandamos
dar; é si alguno de los dichos oficios ó gente fuere necesario mudarse, ó
crecer en el número de los unos abajando en los otros, lo podáis fa9er
según viéredes é entendiéredes ser complidero al nuestro servicio, é con
tanto que non sean mas por todos de las dichas trescientas é treynta
personas. — Fecha en la ciudad de Burgos á veinte y tres dias del mes de
Abril de mili quatrocientos é noventa y siete años.
Yo el Rey. Yo la Reyna.
Por mandado del Rey é de la Reina. — Fernand' Alvarez. —
Acordada.
/:
III
Instrucción que se cita en la Real Cédula que antecede , dada por los
Señores Reyes Católicos para la población de las islas y tierra firme
descubiertas y por descubrir en las Indias.
El Rey é la Reyna : don Cristoval Colon , Nuestro Almirante,
Visorey é Gobernador del mar Occéano: las cosas que nos paresce que
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
365
con ayuda de Dios Nuestro Señor se deben é han de fazer é proveer
para la población de las islas é tierra-firme descubiertas é puestas so el
nuestro Señorío, é las que están por descobrir á la parte de las Indias en
el mar Océano, é de la gente que por nuestro mandado allá está é ha de
ir é estar de aquí adelante, de mas é allende de lo que por otra ins-
trucción nuestra vos é el Obispo de Badajoz aveis de proveer, es lo
siguiente :
Primeramente, que como seáis en las dichas islas. Dios queriendo,
procuréis con toda diligencia de animar é atraer á los naturales de las
dichas Indias á toda paz é quietud , é que nos hayan de servir é estar so
nuestro Señorío é sujeción benignamente, é principalmente que se con-
viertan á nuestra sancta Fé Católica, y que á ellos, y á los que han de ir
á estar en las dichas Indias sean administrados los santos Sacramentos
por los religiosos é clérigos que allá están é fueren: por manera que Dios
nuestro Señor sea servido y sus conciencias se aseguren.
ítem: que por esta vez en tanto que Nos mandamos mas proveer,
hayan de ir é vayan con vos el número de las trescientas é treynta
personas, cuales vos dijieredes de la calidad é oficios, é según se contiene
en la dicha Instrucción : pero si á vos paresciere que algunos de aquellos
se deben mudar, acrecentando ó trocando de unos oficios en otros, ó de
la calidad de unas personas en otras, que vos ó quien vuestro poder
oviere lo podáis fazer é fagáis según é en la manera é forma é en el
tiempo ó tiempos que vieredes ó entendiéredes que cumple á nuestro
servicio é en bien é utilidad de la dicha gobernación é negociación de las
dichas Indias.
ítem : que quando seáis en las dichas Indias , Dios queriendo, hayáis
de mandar hazer é que se haga en la Isla Española una otra población ó
fortaleza allende de la que está fecha, de la otra parte de la isla cercana
al minero del oro, segund é en el logar é de la forma que á vos bien
visto fuere.
ítem : que cerca de la dicha población , ó de la que agora está fecha,
ó en otra parte, cual á vos os parezca dispuesto, se haya de fazer é
asentar alguna labranza ó crianza para que mejor é á menos costa se
puedan sostener las personas que están é estarán en la dicha isla; é
porque esto se pueda mejor fazer, se haya de dar é dé á los labradores
que agora irán á las dichas Indias, del pan que allá se enviare fasta
cincuenta cahizes de trigo emprestados, para los sembrar, é fasta veinte
yuntas de vacas ó yeguas ó otras bestias para labrar, é que los tales
labradores que así recibieren el dicho pan, lo labren é siembren, é se
hayan de obligar en lo volver á la cosecha, é pagar el diezmo de la que
cogieren, é lo restante que lo puedan vender á los cristianos á como
mejor pudieren, tanto que los precios no exedan en agravio de los que lo
compraren, porque en tal caso vos el dicho Almirante nuestro, ó quien
vuestro poder oviere, lo aveis de tasar é moderar.
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366
CRISTÓBAL COLÓN
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ítem : que el dicho número de las trescientas é treynta personas que
han de ir á las dichas Indias se les haya de pagar é pague el sueldo á los
precios é segund que hasta aquí se les ha pagado, é en el lugar del man-
tenimiento que se les suele dar, se les haya de dar é dé del pan que man-
damos allá enviar á cada persona una fanega de trigo cada mes é doce
maravedís cada dia, para que ellos compren los otros mantenimientos
necesarios, los cuales se les hayan de Hbrar por vos el dicho nuestro
Almirante ó por vuestro lugarteniente ó por los oficiales de nuestros
Contadores mayores que en las dichas Indias están ó estuvieren, é que
por vuestras nóminas, libramientos é cédulas en la forma susodicha, les
haya de pagar ó pague vuestro Tesorero que estuviere en las dichas
Indias.
ítem: que si vos el dicho Almirante viéredes é entendieredes que
cumple á nuestro servicio que allende de las dichas trescientas treynta
personas se debe crecer el número dellas, lo podáis fazer fasta llegar á
número de quinientas personas por todas, con tanto quel sueldo é mante-
nimientos que las tales personas acrecentadas hubieren de haber se pague
de cualquier mercadurías é cosas de valor que se fallaren é ovieren en las
dichas Indias , sin que nos mandemos proveer para ello de otra parte.
ítem : que á las personas que han estado y están en las dichas Indias
se les haya de pagar é pague el sueldo que les es é fuere debido, por
nóminas é segund é en la manera que de suso se contiene, é algunas que
no llevaron sueldo se les pague su servicio segund que á vos bien visto
fuere, é á las que han servido por otros asimesmo.
ítem : que á los alcaldes é otras personas principales ó officiales que
han estado é servido é sirven se les haya de acrecentar é pagar é acre-
cienten é paguen sus tenencias é salarios é sueldos que ovieren de haver,
segund que á vos el dicho Almirante pareciere que se debe fazer habida
consideración á la calidad de las personas é á lo que cada uno ha servido
c sirviere; porque además desto, quando á Dios plegué, que haya de que
facerles mercedes en las dichas Indias, Nos habremos memoria para gelas
fazer; lo que se haya de asentar ante los dichos nuestros oíKiciales, é que
se les haya de librar é pagar en la forma susodicha.
ítem: que paresciendo herederos del Abad Gallego é Andrés de
Salamanca, que murieron en las dichas Indias, se les debe pagar el valor
de los toneles ó pipas que se les gastaron é tomaron por haber ido á las
dichas Indias contra nuestro vedamiento.
ítem: en lo que toca al descargo de las ánimas de los que en las
dichas Indias han fallescido é fallescieren , nos parece que se debe guardar
la forma que está en el capítulo de vuestro Memorial, que sobre esto nos
distes , que es el siguiente : « Muchos extrangeros é naturales son muertos
»en las Indias, é yo mandé por virtud de los poderes que de vuestra
» Alteza tengo, que diesen los testamentos c se cumpliesen , y dello di
» cargo á Escobar, vecino de Sevilla, é á Juan de León, vecino de la
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
367
» Isabela, que bien é fielmente procurasen todo esto, así en pagar lo que
» debían, si sus albaceas no lo hubiesen pagado, como en recaudar todos
»sus bienes é sueldos, é que esto todo pasase por ante Justicia é Escri-
» baño público, y que todo lo que recaudasen fuese puesto en una arca
»que to viese tres llaves, é que ellos toviesen la una llave, é un Regidor
» la otra é yo otra ; é que estos dichos sus dineros fuesen puestos en la
«dicha arca é estoviesen allí fasta tres años, porque entretanto oviesen
» lugar sus herederos de los venir ó enviar requerir, é si en este tiempo
» no requiriesen que se distribuyesen en cosas por sus ánimas. »
Asimesmo nos paresce quel oro que oviese en las dichas Indias se
acuñe é faga dello moneda de excelentes de la Granada, segund Nos
avemos ordenado que se faga en estos nuestros Reinos, porque con esto
se evitara de fazer fraudes é cautelas del dicho oro en las dichas Indias:
é para labrar la dicha moneda, mandamos que llevéis las personas é
cuños é aparejos que ovieredes menester: é para ello vos damos poder
complido, con tanto que la moneda que se fiziere en las dichas Indias sea
conforme á las Ordenanzas que Nos agora mandamos fazer sobre la labor
de la moneda, é los oficiales que la oviesen de labrar guarden las dichas
ordenanzas so las penas en ellas contenidas.
ítem : nos parece que los indios con quien está concertado que hayan
de pagar el tributo ordenado, se les haya de poner una pieza é señal de
moneda de latón ó plomo que traigan al pescuezo, y que esta tal moneda
se le mude la figura ó señal que tuviere cada vez que pagare, porque se
sepa el que no viniere á pagar; é que cada é quando se fallaren por la
isla personas que no trajieran la dicha señal al pescuezo, que sean presos
é se les dé una pena liviana.
ítem : porque en el coger é recabdanza del dicho tributo será menes-
ter proveer de una persona diligente é fiable que en ello entienda, es
nuestra merced é mandamos que N tenga el dicho cargo, é que del
tributo é mercadurías que así recaudare é cogiere é fiziere é pagare, haya
é lleve para sí cinco pesos ó medidas, ó libras por ciento, que es la vein-
tena parte de lo que así recaudare é fisiere coger é recaudar.
Vo el Rey. Yo la Reina.
Por mandado del Rey é de la Reina. — Hernand Alvarez de Toledo.
— Está firmado. — (Acordado). Hay una rúbrica.
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368
CRISTÓBAL COLÓN
(B). — Pág. 259
Documentos sobre la insurrección de Francisco Roldan
Carta de los rebeldes á el Almirante
^
« Ilustre y muy magnífico señor : Vuestra señoría sabrá que por las
cosas pasadas entre el Adelantado é mi, Francisco Roldan, é Pedro
Gamez, é Adrián de Muxica, é Diego de Escobar, criados de vuestra
señoría, é otros muchos que en esta compañía están, fué necesario de
nos apartar de la ira del Adelantado, é según los agravios hablamos reci-
bido, la gente que acá está proponía de ir contra él para le destruir; é
mirando el servicio de vuestra señoría, los dichos Pedro de Gamez, é
Adrián de Muxica, é Diego de Escobar, é Francisco Roldan, hemos
trabajado de sostener en concordia y en amor toda la gente que en esta
compañía está, poniéndoles muchas razones é diciendo cuanto complia
al servicio del Rey é de la Reina, nuestros señores, no se entendiese en
cosa ninguna, hasta que vuestra señoría viniese, porque entendíamoF,
que, venido que fuese, mirada la razón que ellos é nosotros teníamos de
nos apartar, é con muchas razones que aquí no se dicen, hemos estado á
una parte de la isla esperando su venida, é agora, há ya más de un mes
que vuestra señoría está en la tierra y no nos ha escrito, mandándonos
qué es lo que hubiésemos de hacer; por lo cual creemos está muy
enojado de nosotros, é por muchas razones que se nos han dicho que
vuestra señoría dice de nosotros , deseándonos maltratar é castigar, no
mirando cuánto le hemos servido en evitar algún daño que pudiera hallar
hecho, É pues que así es, hemos acordado, por remedio de nuestras
honras é vidas, de no nos consentir maltratar, lo cual no podemos hacer
limpiamente si fuésemos suyos, por ende suplicamos á vuestra señoría
nos mande dar licencia , que de hoy en adelante no nos tenga por suyos,
é así, nos despedimos de la vivienda que con vuestra señoría teníamos
asentada, aunque se nos hace muy grave, pero és nos forzado por
cumplir con nuestras honras. Nuestro Señor guarde y prospere el estado
de vuestra señoría como por él es deseado. Del Bonao, hoy miércoles,
17 dias del mes de Octubre de 98 años. — Francisco Roldan. — Y por
Adrián de Muxica, Francisco Roldan. — Pedro de Gamez. — Diego de
Escobar.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
369
n
Carta de CRISTÓBAL COLÓN á Francisco Roldan
«Caro amigo: Rescibí vuestra carta luego que aquí llegué. Después
de haber prcgulitado por el señor Adelantado y D. Diego^ pregunté por
vos como por aquel en quien tenia yo harta confianza, é dejé con tanta
certeza de haber bien de temporar y asentar todas cosas que menester
fuesen, y no me supieron dar nuevas de vos, salvo que todos á una voz
me dijeron , que de algunas diferencias que acá hablan pasado que por
ello deseábades mi venida, como la salvación del ánima; y yo, cierta-
mente, así lo creí, porque aun lo viera con el ojo y no creyera que vos
habíades de trabajar hasta perder la vida, salvo en cosa que á mí cum-
pliese, y á esta causa fablé largo con el Alcaide, con mucha certeza que,
según las palabras que yo le habia dicho y os dijo, que luego verníades
acá. Allende la cual venida, creí antes desto que aunque acá se hobiesen
pasado cosas más graves de las que estas pueden ser, que aun bien no
llegada, cuando seríades conmigo á me dar cuenta con placer de las cosas
de vuestro cargo, así como lo hicieron todos los otros á quienes cargo
dejé, y como es de costumbre y honra dellos; veramente, si en ello
habia impedimentos por palabras que le farian por escrito, y que no era
menester seguro ni carta; y que fuera así, yo dije, luego que aquí llegué,
que yo aseguraba á todos que cada uno pudiese venir á mí y decir lo
que les placia, y de nuevo lo torno á decir y lo aseguro. Y cuanto á lo
otro que decís de la ida de Castilla, yo á vuestra causa y de las personas
que están con vos, creyendo que algunos se querrían ir, he detenido los
navios diez y ocho dias más de la demora, y detuviera más, salvo que
los indios que llevan les daban gran costa y se les morian; paréceme que
no os debéis creer de ligero y debéis mirar á vuestras honras más de lo
que me dicen que facéis, porque no hay nadie á quien más toque, y no
dar causa que las personas que os quieren mal acá ó en vuestra tierra,
hayan en qué decir, y evitar que el Rey é la Reina, nuestros señores, no
hayan enojo de cosas en que esperaban placer. Por cierto, cuando me
preguntaron por las personas de acá, en quien pudiese tener el señor
Adelantado consejo y confianza, yo os nombré primero que á otro, y les
puse vuestro servicio tan alto, que agora estoy con pena que con estos
navios haya de oir lo contrario; agora ved que es lo que se puede ó
convenga al caso, y avisadme dello pues los navios partieron.
Nuestro Señor os haya en su guarda. De Sancto Domingo á 20 de
Octubre.
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Cristóbal Colón, t. 11.— 47.
370
CRISTÓBAL COLÓN
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III
Salvoconducto enviado á Francisco Roldan
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«Yo D. Cristóbal Colon, Almirante del Océano, Visorey y Go-
bernador perpetuo de las islas y tierra-firme de las Indias, por el Rey
é la Reina nuestros señores, é su Capitán de la mar y del su Consejo:
Por cuanto entre el Adelantado, mi hermano, y el Alcalde Francisco
Roldan y su compañía ha habido ciertas diferencias en mi ausencia,
estando yo en Castilla, é para dar medio en ello de manera que Sus
Altezas sean servidos, es necesario que el dicho Alcalde venga ante mí
é me faga relación de todas las cosas, según que han pasado, caso que
yo de algo dello esté informado por el dicho Adelantado. E porque dicho
Alcalde se recela por ser el dicho Adelantado, como es, mi hermano, por
la presente , doy seguro en nombre de Sus Altezas al dicho Alcalde y á
los que con él vinieren aquí á Sancto Domingo, donde yo esto, por venida
y estada y vuelta al Bonao, donde él agora está, que no será enojado ni
molestado por cosa alguna, ni de los que con él vinieren durante el dicho
I tiempo; lo cual prometo y doy mi fe y palabra, como caballero, según
uso de España, de lo cumplir y guardar este dicho seguro como dicho
es; en firmeza de lo cual, firmé esta escritura de mi nombre. Fecha en
Sancto Domingo á 26 dias del mes de Octubre. — -El Almirante.»
IV
Otro documefito de salvoconducto
«Cognoscida cosa sea á todos los que la presente vieren, como,
porque cumple, al servicio del Rey y de la Reina, nuestros señores, que
venga Francisco Roldan á Sancto Domingo á hablar é tomar asiento é
concierto con el señor Almirante, el cual se teme del dicho señor Almi-
rante y de su justicia, y del señor Adelantado, y los qye aquí firmamos
nuestros nombres, decimos que protestamos y damos nuestra fé, cada
uno de nos como quien es, de no hacer mal ni daño al dicho Francisco
Roldan ni á ninguno de los de su compañía, que con él vinieren, ni á
sus bienes, ni consentiremos, á toda nuestra posibilidad, que les sea hecho
ningún daño á las dichas sus personas y bienes, en todo el tiempo que
él y ellos vinieren y estuvieren en el dicho Sancto Domingo, con condi-
ción que él ni ninguno dellos no hagan cosa que sea deservicio de Sus
Altezas ni del dicho señor Almirante. Fecha en la villa de Sancto
Domingo á 3 de Agosto de 1499 años. — Alonso Sánchez de Carvajal. —
Pero Fernandez Coronel. — Pedro de Terreros. — Alonso Malaver. — Diego
de Alvarado. — Rafael Cataño.»
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
371
(O.-Pág. 278
Cartas del Almirante sobre la insurrección
(Historia de las Indias, por fray Bartolomé de las Casas. — Madrid. — Imprenta de Miguel
Ginesta, 1875, libro I, cap. CLXIII).
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«Después que vine, y, con tanta gente y poderes de Vuestras
Altezas, él se mudase de su primero propósito y dijese esto, yo quisiera
salir á él, mas hallé que era la verdad, que la mayor parte de la gente
que yo tenia era de su bando; y como fuese gente de trabajo, y yo para
trabajo los hobiese asueldado, este Roldan y los que con él eran , y los
otros que ya estaban de su parte, tuvieron forma de los emponer que se
pasasen con ellos porque no trabajarían y ternian rienda suelta y mucho
comer y mujeres, y, sobre todo, libertad á hacer todo lo que quisieren; é
así, fué necesario que yo disimulase, y en fin, vine en concierto que yo
les diese, de las tres carabelas que habia de llevar el Adelantado á des-
cubrir, las cuales estaban de partida, las dos, y cartas para Vuestras
Altezas de bien servido y su sueldo, y otras cosas muchas deshonestas;
é así se las envié allá al cabo del Poniente desta isla allí donde ya tenian
su asiento; é así he estado siempre en fatiga, de que yo vine hasta hoy
dia, que es el mes de Mayo del 99, porque aun no se ha ido, y tiene allá
los navios, y cada dia me hacen saltos y enojos; nuestro Señor lo remedie
como fuere su servicio. Muy altos Príncipes, cuando yo vine acá, traje
mucha gente para la conquista destas tierras, los cuales recibí todos por
importunidad, diciendo ellos que servirían en ello muy bien y mejor que
nadie, y era al revés, según después se ha visto; porque no venían, salvo
con creencia que el oro que se decia que se hallaba, y especerías, que
era á coger con pala, é las especias que eran dellas los lios hechos liados,
y todo á la ribera de la mar, que no habia más salvo echarlo en las
naos, tanto los tenia ciegos la cudicia; é no pensaban, que, bien que
hobiere oro, que seria en minas, y los otros metales, y las especias en
los árboles, y que el oro seria necesario de cavarlo, y las especias cogerlas
y curarlas. Lo cual todo les predicaba yo en Sevilla, porque eran tantos
los que querían venir, é yo les cognoscia su fin, que hacia decirles esto,
y todos los trabajos que suelen sufrir los que van á poblar nuevamente
tierras de muy lejos. A lo cual todos me respondían que á eso venían,
y por ganar honra en ello, mas como fuese el contrario, como yo dije,
ellos, en llegando acá, que vieron que yo les habia dicho la verdad, é,
que su cudicia no habia lugar de hartarse, quisiéranse volver luego, sin
ver que fuera imposible de conquistar y señorear esto, y porque yo no se
372
CRISTÓBAL COLÓN
lo consentí, me tomaron odio, y no tenían razón, pues que por importu-
nidad los habia traido y, hablando claro que yo venia á conquistar, y no
por volver luego como aquel que ya habia visto otras semejantes, y que
tenia cognoscido su intincion; y asimismo me tomaron odio porque yo
no los consentía ir por la sierra adentro, derramados de dos en dos, ó
tres en tres, y algunos solos, por lo cual los indios habian muerto
muchos, á esta causa, por andar así derramados, y mataran más si yo
no lo remediara, como dije, y llegara su osadía á tanto, que me echarán
sin debate de la tierra, y sí Nuestro Señor no lo proveyera. Rescibí en
esto grande pena, así como en los bastimentos que yo les habia de
proveer; y algunos que no podían dar de comer en Castilla á un mozo,
querrían tener acá seis é siete hombres, y que yo se los gobernase é
pagase sueldo, que no habia razón ni justicia que los hiciese satisfechos.
Otros habian venido sin sueldo, digo (bien la cuarta parte), escondidos en
las naos, á los cuales me fué necesario contentar así como los otros ; en ma-
nera, que, desde entonces , en mayor pena estoy con los cristianos que con
los indios, y hoy en día no acabo, antes por una parte se ha doblado y
por otra se me alivia. Dóblaseme por este ingrato desconocido. Roldan,
que vivía conmigo y los que con él son, á los cuales yo tenia hecha
tanta honra, y á este Roldan (que no tenía nada), dado en tan pocos
días, que tenía ya más de un cuento, y á estotros que agora nueva-
mente se fueron allegando de Castilla, dado dineros y buena compañía,
así que estos me tienen en pena ; de otra parte estoy aliviado, porque la
otra gente siembran y tienen ya muchos bastimentos, é saben ya la cos-
tumbre de la tierra, é se comienza á gustar de la nobleza della y ferti-
lidad, muy al contrario de lo que hasta aquí se decía; que creo que no
haya tierra en el mundo tan aparejada para haraganes como esta, é muy
mejor para quien quisiere ayuntar hacienda, como después diré, por no
salir del propósito. Así que nuestra gente que vino acá, visto que no
podían hínchir su cudícia, la cual era desordenada, y aun tanto que
muchas veces he pensado y creído, que ella haya sido causa que Nuestro
Señor nos h^a cubierto el oro y las otras cosas; porque luego que acá
salí al campo hice experimentar á los indios cuanto dello podían coger,
y hallé que algunos que sabían bien dello cogían en cuatro días una
medida que cabía una onza y media, y así tenia yo asentado con todos
los desta provincia de Cibao, y les aplacía de dar de tributo cada persona,
hombre y mujer, de catorce años arriba hasta setenta, una medida destas
que yo dije de tres en tres lunas, y le cogí yo este tributo hasta que fui
á Castilla, así que esto tengo yo imaginado que la cudícia haya sido
causa que se pierda. Mas estoy muy cierto que Nuestro Señor, por su
piedad, no mirará á nuestros pecados, é que en viendo tiempo para ello,
luego lo volverá con ventaja; la cual gente nuestra, después que vido
que su parecer no les salía como tenían imaginado, siempre después
estaban con congoja para se volver á España, é así les daba yo lugar
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
373
que fuesen en cada pasage, y por mi desdicha, bien que de mi hobiesen
recibido mucha honra y buen tratamiento, ellos , en llegando allá , decian
de mí peor que de un moro, sin dar á ello ninguna razón, y me levan-
taron mil testimonios falsos, y dura esto hoy en dia: mas Dios Nuestro
Señor, el cual sabe bien mi intención y la verdad de todo, me salvará,
ansí como hasta aquí hizo, porque hasta hoy no ha habido persona contra
mí con malicia, que no le haya él castigado, y por esto es bien de echar
todo el cuidado en su servicio, que él le dará gobierno. Allá dijeron que
yo habia asentado el pueblo en el peor lugar de la isla, y es el mejor
della , y dicho de boca de todos los indios de la isla ; y estos que esto
decian, muchos dellos no hablan salido fuera del cerco de la villa un tiro
de lombarda; no sé qué fé podían dar dello. Decian que morían de sed,
y pasa el rio allí junto por la villa, aun no tan lejos como de Sancta
María, en Sevilla, al rio; decian que este lugar es el más doliente y es el
más sano; bien que toda esta tierra es la más sana y de más aguas y
mejores aires, que otra que sea debajo del cielo, y se debe creer que es
así, pues que en un paralelo y una distancia de la línea equinoccial con
las islas de Canaria; las cuales en esta distancia son conformes, mas no
en las tierras, porque son todas Sierras secas y altísimas, sin agua, ni sin
fruto, y sin cosa verde , las cuales fueron alabadas de sabios por estar en
tan buena temperancia, debajo de tan buena parte del cielo, distantes de
la equinoccial, como ya dije, mas esta Española es grandísima, que boja
más que España, y muy llena de vegas, y campiñas, y montes, y sierras,
y ríos grandísimos, y otras muchas aguas y puertos, como la pintura
della, que aquí irá, hará manifiesto, y toda populatísima de gente muy
industriosa; así que creo que debajo del cielo no hay mejor tierra en el
mundo. Dijeron que no habia bastimentos, y hay carne y pan y pescado,
y de otras muchas maneras, en tanta abundancia, que después de llegar
acá, peones que se traen de allá para trabajar acá, que no quieren sueldo,
y se mantienen á ellos y á indios que les sirven, y como se puede tomar
por este Roldan, el cual va al campo, y es más de un año, con 120 per-
sonas, las cuales traen más de 500 indios que les sirven, é á todos los
mantienen con mucha abundancia. Dijeron que yo habia tomado el
ganado á la gente que lo trujo acá, y no trajo nadie dello, salvo yo ocho
puercas, que eran de muchos; y porque estos eran personas que se
querían volver luego á Castilla y las mataban, yo se lo defendí porque
multiplicasen, mas no que no fuesen suyas, de que se ve agora que hay
acá dellos sin cuento, que todos salieron desta casta, y los cuales yo
truje en los navios y les hice la costa, salvo el primer gasto, que fué
70 maravedís la pieza en la isla Gomera. Dijeron que la tierra de la
Isabela, adonde es el asiento, que era muy mala y que no daba trigo;
yo lo cogí y se comió el pan dello, y la mas fermosa tierra que se pueda
cudiciar; una vega de 14 leguas de largo y dos de ancho, y tres y cuatro,
entre dos sierras, y un rio muy caudaloso que pasa al luengo por medio
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374
CRISTÓBAL COLON
della, y otros dos, no grandes, así como muchos arroyos que de la sierra
vienen á ellos, ni por pan de trigo cura nadie, porque estotro es mucho
y mejor para acá y se hace con menos trabajo. De todo esto me acu-
saban contra toda justicia, como ya dije, y todo esto era porque Vuestras
Altezas me aborreciesen á mí y al negocio; mas no fuera así si el autor
del descubrir dello fuera converso, porque conversos, enemigos son de la
prosperidad de Vuestras Altezas y de los cristianos, mas echaron esta
fama y tuvieron forma que llegase á se perder del todo; y estos que son
con este Roldan, que agora me da guerra, dicen que los más son dellos.
Acusáronme de la justicia, la cual siempre hice con tanto temor de Dios
y de Vuestras Altezas, mas que los delincuentes sus feos y brutos delitos,
por los cuales Nuestro Señor ha dado en el mundo tan fuerte castigo, y
de los cuales tienen aquí los Alcaldes los procesos. Otros infinitos testi-
monios dijeron de mí y de la tierra, la cual se ve que Nuestro Señor la
dio milagrosamente, y la cual es la mas hermosa y fértil que haya debajo
del cielo, en la cual hay oro y cobre, y de tantas maneras de especias y
tanta cantidad de brasil, del cual, sólo con esclavos, me dicen estos
mercaderes, que se puede haber cada año 40 cuentos, y dan razón dello,
porque es la carga ahí más de tres veces tanto cada año; y en la cual
puede vivir la gente con tanto descanso, como todo se verá muy presto.
Y, creo, que, según las necesidades de Castilla y la abundancia de la
Española, se haya de venir á ella muy presto de allá grande pueblo, y
será el asiento en la Isabela, adonde fué el comienzo, porque es el más
idóneo lugar y mejor que otro ninguno de la tierra, como se debe de
creer pues que Nuestro Señor me llevó allí milagrosamente, que fué que
no pude ir atrás ni adelante con las naos, salvo descargar y hacer asiento;
y la cual razón me movió á escribir esta escritura, por la cual dirán
algunos que no era necesario de relatar fechos pasados, y los ternán por
prolijos y son tan breves, mas yo comprendí que todo era necesario, así
para Vuestras Altezas, como para otras personas que hablan oido el
maldecir con tanta malicia y engaño, lo cual se ha dicho sobre cada cosa
de las escritas, y no solamente de las personas que fueron de acá, é más,
con mucha crueldad, de algunos que no salieron de Castilla, los cuales
tenian facultad de probar su malicia al oido de Vuestras Altezas, y todo
con arte, y todo por me hacer mala obra, por envidia, como pobre
extranjero; mas en todo me ha socorrido y socorre Aquél que es eterno,
el cual siempre ha usado misericordia conmigo, pecador muy grande. »
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ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
375
II
Carta de Francisco Roldan al Reverendísimo y muy magnífico señor,
mi señor el Arzobispo de Toledo
(Nebulosa de Colón, por Cesáreo Fernández Duro, de la Real Academia de la Historia
Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1890, pág. 182
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^
Como alegación de Francisco Roldan á nombre de sus partidarios,
para desvirtuar los cargos que el Almirante le formaba en la carta que i; *
antecede, y nos ha conservado el P. Las Casas, estimamos la que recien-
temente acaba de dar á la imprenta el incansable colombista don Cesáreo
Fernández Duro en el libro que dejamos citado. Se conserva en la
Biblioteca de la Real Academia de la Historia, — (Est. 26, gr. 4, doc.
núm. 92) — encontrándola citada en un códice escrito por el monje Jeró-
nimo fray Antonio de Arpa, que también se guarda en aquélla. Para
fallar un pleito es necesario oir á las dos partes, según axioma vulgar de
rigorosa justicia, y en tal concepto es de gran importancia la carta de
Francisco Roldan, por más que después de leída queda en el ánimo el
convencimiento de que no es la verdad lo que en ella se escribe, sino la
disculpa falsa y amañada de graves delitos, que no pueden encontrarla
en ningún terreno, ni bajo ningún punto de vista que se las considere.
Por el contrario, en los párrafos de la carta de Cristóbal Colón resplan-
dece la mayor ingenuidad, y todos los hechos que refiere están com- Z/l;
probados por muchos y diferentes testimonios que no emanan de su
influencia. La comparación de ambos escritos justifica cumplidamente
cuanto en el texto dejamos dicho, y la apreciación que hemos hecho de
la rebelión y de sus consecuencias.
La carta dice así:
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«Muy magnífico señor: la presente es para hacer relación á vuestra
Reverendísima señoría de las cosas de las Indias hasta hoy dia acaescidas,
y con deseo de su servicio humildemente suplico quiera oir. — Sabrá
vuestra Señoría que al tiempo que el Almirante desta isla Española se
partió, dejó en su lugar por gobernador á su hermano el Adelantado, y
dejó á mí la vara de justicia por sus Altezas, el cual residió en la gober-
nación hasta quél Almirante fué venido que llegó á esta isla á quince
de Agosto de noventa y ocho años.
»En este dicho tiempo, residiendo en la gobernación el dicho Ade-
lantado, comenzó de gobernar con tanto rigor que puso á la gente con
tanto temor, que le cabsó ser de todos desamado, é yo refrenándole algo
de sus cosas, que me parecían indebidas, tomó odio conmigo, que de su
mano fizo otro alcalde para seguir su voluntad, y discurriendo así el
tiempo, cuantos hombres de pro habla á cabsa del mal tratamiento se
*1*1*.;
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376
CRISTÓBAL COLON
enemistaron con él é se apartaban de su conversación, pareciéndoles mal
sus cosas.
»En el dicho tiempo, la mayor parte de la gente cristiana estaba
enferma desta general enfermedad que anda, y junto con esto ovo grand
seca de los temporales, de que habia gran nescesidad de mantenimientos,
de la cual cabsa la gente estaba partida en muchas partes para que se
pudiesen mantener, que no sofria estar juntos. Y los indios como esto
viesen, conocieron que tal tiempo non habia habido para nos matar, y
ajuntáronse para lo poner en obra, lo cual le fué dicho al Adelantado.
Y él se partió de la ciudad Isabela y fuese á la Concebcion, y allí tovo
manera como prendió muchos caciques, en que ovo uno que ha nombre
Guayonex, el mas principal hombre de la tierra y de mas gente y de
todo el concierto, y trayéndolos así presos , soltó al dicho Guayonex y á
todos los mas principales con él, y aforcó tres de los menores; y esto así
hecho, tomó consigo cuatrocientos hombres de los mas dispuestos y sanos
y partióse de ahí y fuese á una provincia que se nombra Xoragua, que es
de ahí bien setenta leguas, á holgar, diciendo que los iba á poner en
tributo y á hollar la tierra y visitarla, adonde se estovo cuatro meses.
»En este tiempo yo quedé en la cibdad Isabela enfermo, y quedaba
ende un su hermano Don Diego de tan malos respetos como él, y no
tardaron muchos dias que los indios se tornaron á alzar, y se ayuntaron
para venir á matar á los cristianos que estaban dolientes y partidos en
muchas partes, y sin guarda de gente sana, quel Adelantado habia
llevado, y los caballos. Y como yo supe esto, salí de la ciudad como
mejor pude y fui por todas las estancias y recogí la gente toda á una, y
ove nueva como los indios se yuntaban para venir á tomar la fortaleza
de la Concebcion y derriballa, que en ella non habia sinon ocho hombres
todos dolientes. Yo me fui á meter en ella con la mas gente que pude,
y estando ende vinieron gran muchedumbre de indios sobre la dicha
casa y destruyeron todo lo que pudieron alrededor, y allí dijeron como
dejaban muertos aquel dia cuatro cristianos que se venian á meter en la
dicha fortaleza, y como la noche sobrevino, los indios se fueron. Otro dia
siguiente tornaron sobre la dicha casa y destruyeron unas casas de labra-
dores que vivian allí cerca, y robáronlos y quemáronlas, y yo salí de la
dicha fortaleza con los que mas dispuestos se hallaron, y matamos diez y
siete hombres dellos, y los otros huyeron.
»Otro dia siguiente tornaron y vinieron grandísima multitud dellos,
que sin temor llegaron á echar piedras y varas á la puerta de la fortaleza,
y salimos y matamos muchos dellos, y fuyeron é dejaron destruidos
todos los buhios que alrededor de la fortaleza teníamos. La gente enferma,
que de todas las estancias yo habia allegado y puesto en una , morían de
hambre, que no se podia remediar, é yo dejé la fortaleza é fui á un
cazabal que tenia comprado para mi mantenimiento y casa, por mis
joyas y ropas de vestir, y fízelo pan, de donde se fisieron seiscientas
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
377
cargas, y repartílas en la gente como mejor pude, á cada uno lo que le
pudo caber, esperando á que Dios nos remediase.
» Fecho esto, yo tomé, á la fortaleza, y la hambre era tanta que
treinta personas que allí estábamos no nos podíamos sostener y acor-
damos de nos salir de haí y de nos ir á poner seis leguas de ahí, é un
cacique que se nombra Mar , que tenia de comer, á nos mantener allí
ó morir, y como ende fuimos llegados, luego vinieron sobre nosotros una
grand multitud de indios, y tres dias y noches continuadamente nos
to vieron cercados echando en nostros piedras y varas, y nosotros
peleando con ellos matamos muchos dellos, y camparon y dejáronnos, y
allí nos sostuvimos ciertos dias con harto afán.
«Pasando así estas cosas, el alcaide de la Concebcion despidió men-
sageros al Adelantado donde estaba, y como lo supo, respondió diciendo:
«Otro gobernador hay en la isla que recoge las gentes é las estancias
y gobierna: yo iré allá y le cortaré la cabeza, y á otros mas de ocho.»
Como esto él propuso, yo fui dello avisado é hízelo saber á mis amigos,
y acordamos que el mejor remedio seria, non yendo contra el servicio de
sus Altezas, de nos apartar del y de su ira, fazta tanto que Dios y Sus
Altezas nos remediasen , y como esto el Adelantado supiese, caminó para
se venir á meter en la fortaleza de la Concebcion, y en el camino en una
casa que se dice la Madalena, quiso prender á un hombre de pro que en
ella estaba, que se llama Diego Descobar, y á otros que con él estaban,
los cuales fuyeron del y se vinieron á juntar conmigo, y así nos allegamos
todos los que sabíamos que tenían enojo de nosotros.
»De esta venida él se vino y metió en la dicha fortaleza de la Con-
cebcion, é dende ahí me escribió que viniese á fablar con él, y vine con
cuatrocientos ó quinientos hombres, y la fabla fué junto á la fortaleza,
por interpósitas personas, y el fin de la fabla fué requiriéndole que una
carabela que estaba nueva fecha, que la mandase echar á la mar é que la
enviase á Castilla, para que enviáramos á faser relación á sus Altezas de
como estábamos, para que nos mandasen remediar, instando que viese
donde nos mandarla estar, ó que nos mandaba fazer que servicio fuese
de sus Altezas, que lo faríamos. A ninguna cosa de todo ello quiso venir,
diciendo que el Almirante estaba en Castilla con sus Altezas é que no
era menester fazer otro mensajero, y viendo esto yo me fui á la cibdad
Isabela y porque la gente andaba desarmada, yo mandé tomar de las armas
que allí sus Altezas tenian é mandé dar á la gente las que ovieron
menester por porque nos pudiésemos defender de los enemigos. E yo
me torné donde había dejado la otra gente, é los allegué, é nos retovimos
por aquella comarca hasta que sus Altezas enviaron dos carabelas con
Coronel, vecino de Sevilla.
» Cuando las dos carabelas fueron llegadas, entraron en el puerto
de Santo Domingo, y yo fui allí luego, y fueron conmigo una buena
compaña de gente, con esperanza que habríamos cartas de sus Altezas
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Cristóbal Colón, t. il — 48.
3/8
CRISTÓBAL COLÓN
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y de nuestras casas y parientes, y algún refresco, y como llegásemos
al rio junto con la villa, supimos por un mandamiento suyo, como
hacia proceso contra nosotros, y tovímosnos de la otra parte del rio, de
^-^ donde le fablamos demandándole las cartas de sus Altezas y las otras
que á cada uno traian, y los bastimentos y cosas que nos enviaban, y
asimismo nos mandase dar el bastimento que sus Altezas enviaban. Nin-
guna cosa quiso fazer, diciendo que pasásemos á nos asentar, por nos
prender, y estovimos ende tres dias, que ningund bastimento nos quiso
mandar dar, y como no nos pudiésemos sostener allí, que non habia que
comer, nos tornamos á la estanza donde habíamos partido é dejado los
dolientes, que era en una casa que se llamaba Diego Colon, y como ya
ahí non habia que comer, ni el cacique lo habria, que todo lo habia
gastado, dijo que se queria ir, que tenia miedo al Adelantado, y yo le
dije que no se fuese y no toviese miedo, que en nombre de sus Altezas
le asiguraba y asiguré, é que se estoviese quedo en su casa, y yo me
partí de allí con harto trabajo y hambre que la gente pasó, de ahí fasta
Xoragua, que son treinta leguas, adonde fallamos que comer, y por estar
desviados del y de su ira, asentamos allí y nos proveímos.
» Pasado todo esto, dende á dos meses, dias mas ó menos, llegaron á
la isla tres carabelas con las cuales venia Carvajal, y aportaron á un
puerto cerca de donde yo estaba, é ciertos peones que traia salieron en
tierra y fuéronse donde yo estaba, diciendo que les hablan dicho como
el Adelantado trataba mal la gente, é yo les dije que fasta que lo viesen
que non dejasen de ir allí, como el Almirante les habia mandado, los
cuales no quisieron. Como se quedaron allí, yo los recogí, porque no se
fuesen desmandados y non los matasen los indios. Y el dicho Carvajal
desde las carabelas me escribió diciendo que el Almirante venia, y que
me acercase allá para entender en dar paz y concordia entre él y
nosotros,
»E1 Almirante llegó á la isla dende ha pocos dias, y como yo lo supe,
á la hora partí con una compañía de gente, é me fui al Bonao, que es á
dos jornadas del puerto de Santo Domingo, donde el Almirante estaba,
y dende allí envió luego al dicho Carvajal á fáblar conmigo, el cual, de
su parte, mucho ahincadamente me fabló, diciendo que me conformase
con el Almirante, que aquello era servicio de sus Altezas, y yo, creyendo
al dicho Carvajal, me vine á ver con el dicho Almirante á Santo Do-
mingo, adonde me conformé con él y capituló conmigo la paz y amistad,
é todas las cosas que cerca dello asentamos, yo le dejé por escrito, é
levé el tanto á mostrar á la gente que habia traido, é gelo fué saber, de
lo cual fueron mal contentos, y al fin quedó asentado, é yo los torné á
V^^^R enviar al Almirante que los firmase y él los firmó y me los envió.
»E como vido todo lo que así teníamos asentado, porque la gente que
conmigo estaba me dejase,- y se fuese para él, envió un mandamiento al
Bonao y á la Concebcion, mandando apregonar que todas y cualesquier
ía?
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Ví^-.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
379
personas que viendo la presente, que dentro de quince dias se sirviesen
presentar antél, y los absentes viniesen dentro de quince dias, so pena
que aquellos que al dicho plazo non viniesen, que pasado el término que
íaria proceso contra ellos por via de justicia.
»Como yo vi aquesto y la gente oido el pregón, yo me quise ir y
dejarlo todo, y lo cual el dicho Carvajal, que de su parte allí había venido,
me dijo que le diese otro medio que fuese mejor, porque sus Altezas
dello serian servidos, y lo contrario faciendo rescebirian deservicio )■
enojo, y sobre esta razón yo me detuve y asenté con el dicho Carvajal,
en nombre del Almirante, que me diesen dos carabelas y me pagasen
todo lo que se me debia, á mí y á la gente que conmigo estaba, y los
puercos que me hablan tomado, y que me pusiesen las dichas carabelas
dentro de tantos dias en Xoragua, é que yo me queria irá Castilla y
todos los que conmigo estaban, y con este asiento me partí é me torné a
la estanza donde solia estar, para adrezar el bastimento que habíamos
menester.
»Pasó el término que las carabelas nos habia de dar, puestas en
Xoragua, como estaba asentado, y dende á tres meses ó mas, fué el
dicho Carvajal é llevó dos carabelas, las cuales bien vistas, iban tales,
que non podrían navegar, cerca de lo cual yo ove información de los
maestros y marineros, los cuales por juramento dijeron que non estaban
para ir á Castilla, y visto esto non las quise recebir, y el dicho Carvajal
las envió é mandóles que de camino cargasen brevemente , é así yéndose
por la mar se abrieron ambas á dos, que le fué forzado dar con ellas á la
costa por guarecer la gente, y así se perdieron.
»E1 dicho Carvajal quedó en tierra, y tornándome á importunar me
hoviese de ir á ver otra vez con el Almirante, é yo le dije que no lo
haria, porque temia que no me manternia verdad en ninguna cosa, como
siempre me habia fecho, é que si así lo queria, que se viniese el Almirante
á Azua, é que yo me acercaría allá á hablar con él, y con esto se partió
de mí y se fué al Almirante, é dende á ciertos días el Almirante me
escribió que él queria venir á Azua, é que vernia por la mar, é yo íuí
por tierra, é allí tornamos al dicho concierto, al cual non fué presente el
dicho Carvajal, y fueron con el Almirante, Coronel, Vallester y Carrimos
y otros muchos, adonde se asentó el postrimero concierto y la concordia
que entre él é mí fué fecha.
» Antes de aquesto, cuando el Almirante ovo de despachar los navios
en que habia venido, que fueron cinco, despachados con Cristóbal Quin-
tero y óvele de dar cierta suma de esclavos, y como supo que yo había
asegurado al cacique Diego Colon ya dicho, en nombre de sus Altezas,
del cual habíamos recibido mucha honra , é nos habia proveído de mante-
nimiento fasta que no le quedó que comer, como lo vído siguro, mandólo
cabtivar y cabtíváronlo á él y á su muger y fijos, y á otras doscientas
ánimas ó mas. Y porque al tiempo que se ficieron é asentaron los
:-^^^'.
Jáí
38o
CRISTÓBAL COLON
capítulos de la paz, yo demandaba la cabalgadura, que en nombre de
sus Altezas estaban asigurados é los habia él cabtivado injustamente, me
lo contradijo mucho el dicho Carvajal, diciendo que el Almirante era
Visorey é Gobernador, y que él era el que debia dar siguro y non otro;
que non hablase mas en ello.
» Muchas cosas habia que fazer saber á vuestra señoría, y quedan por
no ser enojoso en mi escrito. Y aun porque vuestra señoría lo verá por
la acusación que vá fecha contra el Almirante y sus hermanos, y aun
después lo verá mas enteramente en la pesquisa. Nuestro Señor prospere
al Reverendísimo y muy magnífico estado de Vuestra Señoría así como
por Vuestra Señoría es deseado,. — Fecha en Santo Domingo, á diez dias
del mes de Octubre. — El siervo que muy omildemente besa las muy
reverendísimas manos de Vuestra Señoría: Francisco Roldan.-»
t-^Sí'
¡Lástima grande que hasta ahora no haya sido conocido por los
historiadores del Almirante este importantísimo documento! Bien merece
un detenido comentario para que todos conozcan lo que desde luego salta
á la vista, que en él se desfiguran los hechos, se exponen de una manera
copiosa y se procura presentarlo todo bajo un aspecto de sencillez por
parte de los rebeldes que está desmentido por la narración misma y á
despecho de su autor! Si tal fijera nuestro propósito, facilísimo sería el
demostrar que no se indica siquiera un acto de crueldad, ni aun de doblez
en don Bartolomé Colón; que se falta descaradamente á la verdad aun
cuando de una manera muy solapada en el carácter que se atribuye á
don Diego; y para no citar más que un solo hecho, aunque de los más
graves, fijaríamos la atención en el modo insidioso y falso con que se
refiere la seducción de los hombres que desembarcaron de los buques
mandados por Carvajal, por Pedro de Arana y por Juan Antonio Co-
lombo. Roldan, que los incitó á faltar á sus deberes y desertar, se presenta
como consejero que les invitaba á ponerse á las órdenes del Adelantado,
y supone que los soldados se quejaban de éste, cuando con nadie habían
podido comunicar desde su salida de la Gomera, ni habían tocado en
puerto alguno de la isla Española. En toda la carta transpira la doblez,
y la astucia más refinada se nota en cada una de sus expresiones. Muy á
tiempo ha venido su publicación para que se complete el conocimiento
de aquel fatal período, en que la colonia de Santo Domingo llegó á tal
estado de desorganización y estuvo á punto de sucumbir, no por causa
de Cristóbal Colón ni de sus hermanos, sino de las mezquinas pasio-
nes, de la codicia y de la crueldad de sus desobedientes soldados.
Gran servicio ha hecho á la buena memoria del Almirante nuestro
amigo el señor Fernández Duro con la publicación de esa carta de Fran-
cisco Roldan, que tanto contribuye al esclarecimiento de aquellos tristes
sucesos.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
381
III
m
Extracto hecho por fray Bartolomé de las Casas de la carta que el Almi-
rante escribió á los Reyes, exponiendo las razones que existían para
declarar la nulidad del convenio ó capitulación firmado con los rebeldes
en 28 de Septiembre de 149^.
(Historia de las Indias, lib. I, cap. CLX)
Escribióles las razones por las cuales no debian de ser guardadas
á Francisco Roldan y demás que le siguieron en aquella tan escandalosa y
dañosa rebelión las condiciones, y asiento que con ellos hizo el Almirante,
y por esto daba nueve razones.
La primera porque si las concedió, no las hizo ni concedió de su
propio motu y voluntad, sino hechas y dictadas por él y por ellos se las
envió hechas y le constriñó la necesidad en que se vido extrema, como
ha parecido á las firmar.
La segunda, porque se firmaron en la carabela, y así en la mar
donde no se usa el oficio de Visorey, sino de Almirante,
La tercera, porque sobre este hecho y rebelión estaban hechos dos
procesos, y dada una sentencia contra Roldan y los de su compañía
condenándoles por traidores, en la cual no pudo el Almirante dispensar
ni quitarles la infamia.
Cuarta, porque en la provisión trata sobre cosas de la hacienda
de Sus Altezas, lo cual no se pudo hacer sin los oficiales de los conta-
dores mayores, como estaba por los Reyes ordenado y mandado.
La quinta, porque pidieron que se diese pasaje á todos para Castilla
y no se exceptuaron ni sacaron los delincuentes que habia enviado de
Castilla y homicianos.
La sexta, porque quedan ser pagados del sueldo del Rey todos, y
de todo el tiempo que anduvieron alzados y en deservicio de Sus Altezas,
siendo, como son , obligados á pagar todos los daños y menoscabos que
han hecho á los indios y á los cristianos, y á toda la isla, y á la hacienda
real, y el cesar de los tributos que habían de pagar los indios, y la pér-
dida de las dos carabelas que fueron por ellos, por el primer asiento que
ellos quebrantaron, á Xaraguá, y el sueldo y bastimento de los marineros,
lo cual todo por su causa se perdió, y en ello ni en parte dello el Almi-
rante no pudo dispensar.
La sétima, porque son obligados á pagar, mayormente Roldan, los
gastos que se hicieron en Castilla con pagar el sueldo de seis meses á los
cuarenta hombres que tomó en los tres navios, y los que después se
pasaron á él, venido el Almirante, los cuales venian cogidos y á sueldo
de los Reyes para servir ó trabajar en las minas y en otras cosas que se
les mandasen para servicio de los Reyes, y mas los bastimentos que
fv^
382
CRISTÓBAL COLON
comieron y los fletes de los navios, trayéndolos acá, y fué causa que se
engrosase con ellos y que no viniesen á obedecer muchos de los de su
compañía, como habian escrito sobre ello cartas, y el mismo Roldan, y
los primeros por quien negocia y pide partido é impunidad son aquellos,
y con ellos los homicianos.
La octava, porque el Roldan no mostró, ni señaló, ni nombró las
personas de su compañía, porque para que la provisión que sobre este
asiento el Almirante les dio tuviese valor y alcanzase efecto, requeríase,
según dice el Almirante, que mostrase por escritura firmada por ellos
como se ayuntaban, y porqué fin hacian su ayuntamiento, y en qué
tiempo, y las condiciones que todos pedían, los cuales se entenderían ser
de la compañía de Roldan, y no otros.
La novena, porque el dicho Francisco Roldan, al tiempo que partió
de Castilla, él y los otros que entonces en el segundo viaje á estas Indias
vinieron, hicieron juramento sobre un crucifijo y un misal, y dio la fé y
hizo pleito homenaje de ser leal á sus Altezas y guardar el bien y pro de
su hacienda, por ante el Obispo de Badajoz, é yo é otros muchos (dice
aquí el Almirante) que allí estaban, como mas largo parescerá por el
dicho juramento, el cual está escrito en el libro de los señores Contadores
mayores; de lo cual todo ha incurrido en el contrario, porque no han sido
leal ni leales, y ha echado á perder la hacienda y sido causa que se haya
perdido el tributo, y no solamente este, mas el algodón de sus Altezas,
que estaba en Xaraguá, le han tomado, y quemado el brasil que estaba
cogido y tomados las velas y aparejos de los navios, y el ganado.
:D).-Pág. 344
TrESLADO de una . CARTA MENSAGERA QU' EL ALMIRANTE ESCRIVIÓ
AL Ama del Príncipe Don Juan (que gloria aya) el año
DE 1500 Viniendo preso de las Indias. ^
(Códice diplomático Colombo- Americano, Genova, 1823, pág. 298)
MS
4.*¿-^£.
Muy virtuosa Señora,
Sy mi quexa del mundo es nueva, su uso de maltratar es de muy
antiguo. Mili combates me ha dado, y á todos resistí, fasta agora que
non me aprovecho armas ni avisos, con crueldad me tiene echado al
fundo. La esperanza de aquel que crio á todos me sostiene. Su socorro fué
siempre muy presto. Otra vez, y non de lexos, estando yo mas baxo,
me levanto con su bra<;;o divino dixiendo: O ombre de poca fee, leván-
tate, que yo soy; non ayas miedo.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
383
Yo vine con amor tan entrañable á servir á estos Prin9Ípes, y he
servido de servijo, de que jamas se oyó ni vido.
Del nuevo pielo e térra que hasia nro Señor, escriviendo San Juan el
Apocalis, después de dicho por boca de Isayas, me hyso dello mensagero
y amostro en qual parte. En todos ovo yncredulidad. y á la Reyna mi
Señora dio dello el spiritu de ynteligen^ia, y esfuer90 grande y le hiso
de todo eredera, como á cara y muy amada fija. La posession de todo
esto fui yo a tomar en su real nombre. La ygnoran(;:ia en que avian estado
todos, quisieron emendalle, traspasando el poco saber á fablar en yncon-
venientes y gastos. S. A. lo aprovava al contrario, y lo sostuvo fasta
que pudo.
Syete años se pasaron en la plática, y nueve exsecutando. Cosas
muy señaladas y dignas de memoria se pasaron en este tiempo : de todo
non se hiso concepto. Llegue yo, y estoy, que non ha nadie tan vil que
no piense de ultrajarme; por virtud se contara en el mundo a quien
puede no consentillo.
Sy yo robara las Indias, ó tierra que jaz hase ellas '^ de que agora
es la fabla del altar de Sant Pedro, y las diera á los moros , no pudieran
en España mostrarme mayor enemiga. Quien creyera tal a donde
siempre ovo tanta nobleza?
Yo mucho quesiera despedir del negopio, si fuera onesto para con
mi Reyna. El esfuerzo de nro Señor y de su A. hyso que yo continuase,
y por aleviarle algo de los enoyos, en que de causa de la muerte
estava ^, cometí viage nuevo al nuevo cielo e mundo que fasta entonces
estava oculto. Y sy no es tenido alli en estima, asi como los otros de las
Indias, no es maravilla, porque salió a parecer de my industria.
A Sant Pedro abraso el Spiritu Santo, y con el otros doze, y todos
combatieron acá, y los trabajos y fatigas fueron muchas, en fin de todo
llevaron la victoria.
Este viage de Parya crey que apaziguaria algo por las perlas, y la
fallada del oro en la Española. Las perlas mande yo ayuntar e pescar a
la gente, con quien quedo el concierto de mi buelta por ellas; y a mi
comprender, á medida de fanega; sy yo non lo escrivi á Sus Altesas, fue
porque asy quesiera aver fecho del oro antes.
Esto me salió como otras cosas muchas: non las perdiera, ni mi
honrra, sy buscara yo mi bien propio, y dexara perder la Española: o se
guardaran mis previlegios y asiento; y otro tanto digo del oro, que yo
tenia agora junto, que con tantas muertes y trabajos por virtud divina he
llegado a perfetto.
Quando yo fui de Paria halle quasi la mitad de la gente en la Espa-
ñola aleados, y me han guerreado fasta agora, como á moro : y los Indios
384
CRISTÓBAL COLÓN
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por otro cabo gravemente. En esto vino Fojeda, y provo a echar el sello:
dixo que S. A. le enbiavan con promesas de dádivas y franqueza y paga:
alligo grande quadrilla, que en toda la Española muy pocos ay salvo
vaga mundos, y ninguno con muyer y fijos. Este Fojeda me trabajo
harto, fuele necesario de se yr, y dexo dicho que luego seria de buelta
con mas navios y gente; y que dexaba la real persona de la Reyna
nuestra Señora á la muerte. En esto llego Vincente Añes con quatro
caravelas: ovo alboroto y sospecha, mas non daño, los Indios dixeron de
otras muchas á los caníbales y en Parya, y después otra nueva de seys
otras caravelas que traya un hermano del Alcalde; mas fue con malicia:
esto fue ya á la postre quando ya estava muy rota la esperan9a que
Sus Altezas oviesen jamas de enbiar navios á las Indias, ni nos espe-
rarlos, y que vulgarmente desyan que S. A. era muerta.
Un Adrián en este tiempo provo a alearse otra ves, como de antes:
mas N. S. no quiso que llegase a efetto su mal proposito : yo tenia pro-
puesto en mi de non tocar el cabello á nadie; y a este por su ingratitud
con lagrimas non se pudo guardar asy, como yo lo tenia pensado : a mi
hermano non hisiera menos, sy me quisiera matar y robar el Señorío,
que my Rey e Reyna me tenian dado en garda.
Este Adrián segund se muestra, tenia enbiado á Don Fernando a
Xoragua, a allegar a algunos de sus secares, y alia ovo debate con el
Alcalde, a donde na^io discordia de muerte; mas non llego á efecto. El
Alcalde le prendió, y á parte de su quadrilla; y el caso era que el los
justiciaba, sy yo non proveyere: estovieron presos esperando caravela en
que se fuesen: las nuevas de Fojeda, que yo dixe, finieron perder la
esperanza que ya no venia '•.
Seys meses avian que yo estava despachado por venir a S. A. con
las buenas nuevas del oro, y fuyr de governar gente disoluta, que non
teme á Dios, ni a su Rey, ni Reyna, llena de achaques y de malicias.
A la gente acabara yo de pagar con seys9Íentas mili; y para ello
avia quatro cuentos de diezmos e alguno syn el terpio del oro ^.
Antes de mi partida suplique tantas vezes á S. A. que enbiasen allá
a mi costa a qui toviesse cargo de la justicia; y después que falle aleado
el Alcalde, se lo suplique de nuevo ó por alguna gente o al menos un
criado con cartas; porque mi fama es tal que aunque yo faga iglesias y
ospitales siempre serán dichas espeluncas para ladrones.
Proveyeron ya al fin, y fue muy al contrario dello que la negociación
demandava. vaya en bien ora, pues que fue á su grado.
Yo estuve alia dos años syn poder ganar una provisión de fanega
por mi, ni por los que allá fuesen; y este llevo una arca llena: sy pararan
lodos a su servicio. Dios lo sabe. Ya por comyenpo ay franquesas de
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
385
veynte años, que es la hedad de un onbre; y se coge el oro que ovo per-
sonas que de cinco marcos en quatro horas: de que diré después mas largo.
Si pluguiese a S. A. de desfaser un vulgo de los que saben mis
fatigas (que mayor daño me ha fecho el mal desir de la gente que no me
ha aprovechado el mucho servir y guardar su fa9Íenda y señorío) seria
limosina, y yo restituido en mi honrra, y se fablaria dello en todo el
mundo; porque el negogio es de calidad que cada dia ha de ser mas
sonado, y en alta estima.
En esto vino el Comendador Bovadilla a S. Domingo : yo estava en
la Vega, y el Adelantado en Xoragua, adonde este Adrián avia fecho
cabe9a; mas ya todo era llano, y la tierra rica y en paz toda: el segundo
dia se crio governador, y fizo oficiales y executiones, y apregono fran-
quezas del oro, y diezmos, y generalmente de toda otra cosa por veynte
años; que, como digo, es la hedad de un onbre; y que venia para pagar
todos, bien que non avian servido llena mente fasta ese dia, y publico
que a mi me avia de enbiar en fierros, y a mis hermanos, asy como lo
ha fecho; y que nunca mas bolveria yo alli, ni otrie de mi linage; di-
ziendo de mi mili desonestas y descorteses cosas: esto todo fue el segundo
dia que llego, como dixe, y estando yo lexos absenté, syn saber dello,
ni de su venida.
Unas cartas de S. A. firmadas en blanco, de que él llevava una
cantitad escribió y enbio al Alcalde, y su compaña con favor y enco-
miendas: a mi nunca me embio carta, ni mensagero, ni me ha dado,
fasta oy. Piense Vuestra Merced que pensaría quien to viera mi cargo:
honrrar y favorecer a quien provo a robar a S. A. el señorío, y ha fecho
tanto mal y daño; y arrastrar a quien con tantos peligros se lo sostuvo.
Quando yo supe esto crey que este seria como lo de Hojeda, ó uno
de los otros: templóme que supe de los frayles que S. A. le enbiava:
escribile yo que su venida fuesse en buena ora, y que yo estava despa-
chado para yr á la corte, y fecho almoneda de quanto yo tenia: y que en
esto de las franquezas que no se a9elerase: que esto y el govierno, que
yo se lo daría luego tan llano como la palma; y asi lo escriví a los Reli-
giosos: ni él ni ellos me dieron respuesta: antes se puso en el son de
guerra, y apremiava a quantos alli yvan, que le jurasen por governador;
dixeronme que por veynte años : luego que yo supe destas franquezas
pense de adobar un yerro tan grande y que el seria contento, las quales
dio syn ne9esidad ni causa de cosa tan gruesa, y a gente vagamunda que
fuera demasiado para quien truxiera muger y fijos: publique por palabra
y por cartas que el no podia usar de sus provisiones porque las mias
eran las fuertes, y les mostré las franquezas que llevo Juan Aguado.
Todo esto que yo hise, era por dilatar, porque S. A. fuessen sabi-
Cristóbal Colón, t. ii. — 49.
386
CRISTÓBAL COLÓN
dores del estado della tierra; y oviesen logar de tornar á mandar aquello,
lo que fuese su servÍ9Ío.
Tales franquezas escusado es de las apregonar en las Indias, los
vesynos que han tomado vezindad es logro, porque se les dan las mejores
tierras, y a poco valer, valeran doscientas mili al cabo de los quatro años
que la vezinidad se acaba, syn que den un azadonada en ellas, no diría
yo asy, sy los vezinos fuesen casados: mas no ay seys entre todos que
no estean sobre el aviso de ayuntar lo que pudieren, y se yr en buen'
ora: de Castilla seria bien que fuesen, y aun saber quien y como, y se
poblase de gente honrrada.
Yo tenia assentado con estos vezinos que pagarían el tercio del oro,
y los diezmos, y esto á su ruego; y lo repibieron en grande merced de
S. A. Reprendilos quando yo oy que se dexavan dello, y esperava que
el comigo faria otro tanto : mas fue al contrario.
Indignólos contra mi disiendo que les queria quetar lo que S. A. les
davan, y trabajo de me los echar á cuestas, y lo hizo; y que escriviesen
a S. A. que no me enbiase mas el cargo; y asy selo suplico yo por mi, e
por toda cosa mia, en quanto non aya otro pueblo, y me ordeno el con
ellos pesquisas de maldades , que al ynfierno nunca se supo de las seme-
jantes. Alli está nuestro Señor que escapo a Daniel y a los tres mocha-
chos con tanto saber y fuerpa, como tenia, y con tanto aparejo, sy le
pluguyere, como con su gana.
Supiera yo remediar todo esto, y lo otro, que esta dicho, y ha
pasado después que estoy en las Indias, sy me consentiera la voluntad á
procurar por mi bien propio, y me fuera onesto. mas el sostener de la
justicia, y acre9entar el señorío de S. A. fasta agora me tiene al fondo.
Oy endia que se falla tanto oro, ay división en que aya mas ganancia,
yr robando, ó yr a las minas: por una muger también se falla ciento
castellanos, como por una labran9a: y es mucho en uso y ay hartos
mercaderes que andan buscando muchachas dede IX. á x; son agora en
precio de todas fedades : ha de tener un bueno ^.
Digo que la fuerza del maldecir de desconcertados , me ha hecho mas
daño que mis servicios fecho provecho; mal ejemplo es por lo presente y
por lo futuro ; fago juratnento que cantidad de onbres an ydo a las Indias,
que no merescian el agua para con Dios y con el mundo, y agora
vuelven allá '^.
Digo que en desyr yo que el Comendador no podia dar franquezas,
que hise yo lo que el deseava; bien que yo a el dixese que era para
dilatar, fasta que S. A. toviese el aviso de la tierra y tornasen á ver, y
mandar lo que fuese su servÍ9Ío ^.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
387
Enemistólos a elos todos con migo, y el párese, segund se ovo y
segund sus formas que ya lo venia y bien encendido ^; o es que se dize,
que ha gastado mucho por venir a este negopio: no sé dello; mas de lo
que oygo, yo nunca oy que el pesquisidor allegase los rebeldes, y los
tomase por testigos contra aquel que govierna, a ellos ni a otros syn fé,
ni dignos della.
Sy S. A. mandasen fazer una pesquisa general allí. Vos digo que se
vería la maravilla, como la ysla no se funde.
Yo creo que se acordara Vuestra Merced , quando la tormenta syn
velas me echo en Lisbona, que fuy acusado falsamente, que avia yo ydo
alia al Rey, para darle las Indias: después supieron S. A. el contrario, y
que todo fué con malicia.
Bien que yo sepa poco, no se quien me tenga por tan turpe que yo
non conozca, que aunque las Indias fuesen mias, que yo no me pudiera
sostener syn ayuda de Prin9Ípe.
Sy esto es asy, adonde pudiera yo tener mejor arrimo y seguridad
de no ser echado dellas del todo, que en el Rey e Reyna nuestros
Señores, que de nada me han puesto en tanta honrra, y son los mas
altos Principes por la mar y por la tierra del mundo: los quales tienen
que yo les aya servido, e me guardan mis previlegios y mer(;;edes; y si
alguien me los quebranta S. A. me los acrecientan con avantaja (como se
vido en lo de Juan Aguado), y me mandan haser mucha honrra: y como
dixe ya, S. A. recibieron de mi servicio, y tienen á mis fijos sus criados;
lo que en ninguna manera pudiera esto llegar con otro Principe; porque
adonde non ay amor, todo lo otro ^esa.
Dixe yo agora ansi esto contra un mal desir con malicia, y contra
mi voluntad ; porque es cosa que ni en sueño deviera llegar a memoria:
porque las formas, y fechos del Comendator Bovadilla con malicia las
quiere alumbrar en esto: mas yo le faré ver con el braco ysquerdo, que
su poco saber y grand covardia con desordenada codicia, le ha fecho caer
en ello.
Ya dixe como yo le escrivi, y á los frayles, y luego parti, asy como
le dixe , muy solo, porque toda la gente estava con el Adelantado, y
también por le quetar de sospecha. El, quando lo supo, echó a Don
Diego preso en una caravela, cargado de fierros, y a mi en llegando hiso
otro tanto; y después al Adelantad'o quando vino, ni le fable, mas ni
consintió que fasta oy nadie me aya fablado : y fago juramento que no
puedo pensar porque sea yo preso.
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La primera diligencia que el fisp fue a tomar el oro, el qual ovo syn
medida ni peso, e yo absenté, dixo que queria el pagar dello á la gente:
y segund oy, para sy hiso la primera parte, y enbia por rescate rescata-
388
CRISTÓBAL COLÓN
dores nuevos, deste oro tenia yo apartado piertas muestras, granos muy
gruesos como huevos de ansaras, de gallinas y de pollas, y de otras
muchas fechuras que algunas personas tenian cojido en breve espa9Ío,
con que S. A. se alegrasen, y por ello comprendiesen el negopio, con
una cantidad de piedras grandes llenas de oro. este fue el primo a se dar
con malipia; porque S. A. no tengan este negocio en algo, fasta que él
tenga fecho el nido; de que se de buena presa ^".
El oro que está por fundir mengua al fuego, unas cadenas que
pesarían fasta veynte marcos, nunca se han visto. Yo he seydo agra-
viado en esto del oro, mas que de las perlas, porque non lo he traído
yo a S. A.
El Comendador en todo lo que el le pareció que me dañaría, luego
fue puesto en obra. Ya dixe con seys^ientas mili pagara á todos syn
robar a nadie, y que avia mas de quatro quentos de diezmos y algua-
ziladgo, syn tocar en el oro. hiso unas larguezas que son de risa: bien
que creo que comento en si la primera parte: alíalo sabrán S. A. quando
le mandaren tomar cuenta, en especial sy yo estoviese a ella. El no
haze, sy no desyr se deve grande suma: y es la que yo dixe, y non
tanto; yo he sydo muy mucho agraviado en que se aya enbiado pesqui-
sidores sobre mi , que sepan , que si la pesquisa que el enbiase fuera muy
grave, que el quedara en el govierno.
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Plujiera a Nuestro Señor que S. A. le enbiaran a el, o a otro, dos
años ha, porque yo fuera ya libre de escándalo y disfamia: y no se me
quetara mi honrra y la perdiera. Dios es justo, y ha de hazer que se sepa
porque y como. Alli me judgan como á Governador que fue a Qipilia, o
a í^ibdad o villa puesta en regimiento, y adonde las leyes se pueden
guardar por entero, syn temor que se pierda todo. Yo re9Íbo grande
agravio.
Yo devo de ser judgado como capitán que fue de España a con-
questar fasta las Indias, a gente belicosa, y mucha, y de costumbres y
seta á nos muy contraria : los quales biven por sierras y montes , syn
pueblo asentado ni nosotros; y adonde por voluntad divina he puesto so
el señorío del Rey e de la Reyna nuestros Señores otro mundo; y por
donde la España, que hera dicha pobre , es la mas richa.
Yo devo ser judgado como capitán que de tanto tiempo fasta oy,
trae las armas a cuestas, syn las dexar una ora, y de cavalleros de con-
questas y del uso y non de letras, salvo sy fuesen de Griegos ó de
Romanos, ó otros modernos, de que ay tantos y tan nobles en España. Ca
de otra guisa re9Íbo grande agravio ; porque en las Indias non ay pueblo
ni asiento.
Del oro y perlas ya esta abierta la puerta; y cantidad de todo,
piedras preciosas, y especiería, y de otras mili cosas se puede esperar
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
389
firmemente; y nunca mas mal me viniese, como con el nombre de
Nuestro Señor le daria el primer viage, asy como diera la negociación
del Arabia felis fasta la Meca, como yo escrivi a S. A. con Antonio de
Torres en la respuesta de la repartición del mar e tierra con los Porto-
gueses: y después viniera a lo de coló artí, asy como lo dixe, y di por
escripto en el Monesterio de la Mejorada ^^
Las nuevas del oro que yo dixe que diría, son que dia de Nabidat
estando yo muy aflegido, guerreado de los malos Cristianos, y de Indios,
en termino de dexar todo y escapar, sy pudiese, la vida, me consolo
Nuestro Señor milagrosa mente y dixo: Esfuerza: no desmayes, ni temas:
yo proveeré en todo : los syete años del término del oro non son pasados;
y en ello y en lo otro te daré remedio.
Ese dia supe que avia ochenta leguas de tierra, y en todo cabo
dellas minas: el parecer, agora es, que sea toda una. Algunos han cogido
CXX. castellanos en un dia; otro XC. y se ha llegado fasta CCL. De
Cinquanta fasta LXX. otros muchos de XX fasta L. y es tenido buen
jornal; y muchos lo continúan. El común es de seys fasta dose, y quien
de aqui abaxa no es contento : parece tanbien que estas minas son como
las otras, que responden en los dias non ygualmente. Las minas son
nuevas y los cogedores. Al parecer de todos esque aunque vaya alia
toda Castilla, que por turpe que sea la persona, que non abaxara de un
castellano, o dos cada dia: y agora es esto asy en fresco. Es verdad que
tienen algund Indio: mas el negocio todo consiste a nel cristiano ^^. Ved
que discreción fue de Bovadilla dar todo por ninguno, y quatro quentos
de diezmos syn cabsa, ni ser requerido, syn primero lo notificar a S. A.:
y el daño non es este solo. Yo se que mis hierros non han seydo con fin
de faser mal: y creo que S. A. lo creen asy, como yo lo digo: y se, y veo
que usan misericordia con quien maliciosamente les desyrve, yo creo, y
tengo por muy cierto, que muy mejor, y mas piedad avran comigo, que
cay en ello con yñorancia y forzosamente , como sabrán después por
entero; y miraran a mis servijos ^^, y conocerán de cada dia, que son
muy avantajados: todo pornan en una balancia asy como nos cuenta la
sacra Escriptura que sera el bien con el mal al dia del Juysio.
r^'v ^-.y-.-^ % :-
Sy todavía mandan que otros me judgan, lo qual non espero, y que
sea por pesquisas de las Indias, muy humill mente les suplico que enbien
alia dos personas de conciencia y honrradas á mi costa, los quales creo
fallaran de ligero agora que se falla el oro c'nco marcos en quatro oras:
con esto e syn ello es muy necesario que lo provean.
El Comendator en llegando a Santo Domingo se aposentó en mi
casa, e asy como la fallo dio todo por suyo: vaya en buen' ora que quica
lo avia menester, cosario nunca tal uso con mercaderes. De mis escrip-
turas tengo yo mayor quexa, que asy me las ayan tomadas, que jamas
390
CRISTÓBAL COLÓN
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se le pudo sacar una : y aquellas que mas me avian de aprovechar en mi
desculpa, esas tenia mas ocultas. Ved que justo y onesto pesque-
sydor, cosas de quanto el aya fecho me dizen que ha seydo con termino
de justicia; salvo absolutamente. Dios nuestro Señor esta con sus fuer(;;as
y saber, como solia, y castiga en todo cabo, en especial la yngratitud de
ynjunas
14
NOTAS
Á LA CARTA QUE DIRIGIÓ CRISTÓBAL COLÓN Á DOÑA JUANA DE LA TORRE
Estimamos de tan capital interés la carta preinserta, que en nuestro con-
cepto es el documento único para juzgar con imparcialidad el difícil período
porque atravesó la isla Española desde que el Almirante salió para España en
compañía de Juan Aguado. Colón también le concedía excepcional importancia,
hasta el punto de haberla hecho incluir testimoniada por ante Notario en las
dos copias de sus privilegios, y Reales cédulas que en el año 1502 hizo sacar
en Sevilla, según se dijo en su lugar oportuno, y envió á la República de
Genova por medio del embajador Oderigo, para que allí se guardasen para per-
petua memoria.
No conservándose, si es que se escribieron, las cartas en que el Almirante
diera cuenta á los Reyes de los atropellos de que había sido víctima, de la con-
ducta que con él se observara y de las causas de muchos sucesos de los que en
la colonia ocurrieron, la Carta al ama del príncipe don Juan, que por este
nombre es de todos conocida, es el dato más precioso para formar juicio de
aquel dificilísimo período, teniendo en cuenta la explicación que da el Almi-
rante, el cual á veces en una palabra, en una breve frase, aclara y da el signi-
ficado verdadero de muchos actos que se han juzgado de muy diversa manera,
por no haberse prestado toda la atención que merece á la referida carta.
Las que se insertan en los cartularios remitidos á Genova eran copias
autorizadas; y aunque parece fueron cotejadas escrupulosamente con los origi-
nales, después de concluido el traslado, se ven en ellas palabras mal escritas,
muchas veces variadas, y no pocas faltas de sentido; siendo muy de notar que
ni aún hay absoluta. conformidad en las dos copias, pues en la que ahora se
guarda en la casa Ayuntamiento de Genova y dio á la imprenta en el año 1823
el P. Spotorno, que es la que hemos seguido, existen variantes con la que ha
ido á parar al Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia, notándose la falta
de un párrafo entero que no se ve en aquélla y se incluye en ésta.
El P. fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias ^, tam-
bién inserta textual esta carta, demostrando que la juzgaba importante; y
como su texto es más claro y más completo en muchos lugares, creemos que
tuvo presente el original mismo, ó copia conservada por Cristóbal Colón
entre sus papeles, y esta consideración nos ha decidido á consignar las variantes
de mayor importancia. « No hallé original ni minuta de carta suya, que escri-
Libro I, cap. CLXXXII.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
391
biese desde Cádiz el Almirante á los Reyes; dice el Obispo, por ventura no
quiso escribilles, sino que de otros lo supiesen, por verse así tan afrentado en
sus poderes, creyendo quizá, también, que de su voluntad su prisión habia
sucedido. Escribió, empero, una carta larga al ama del príncipe Don Juan, que
sea en gloria, la cual mucho queria al Almirante, y en cuanto podia lo favorecía
con la Reina; y el tenor de la carta es el siguiente, por el principio de la cual
parece la llaneza del Almirante, y la poca presunción que de la vanidad de los
títulos de que agora usa España, entonces habia.»
La señora á quien el Almirante dirigió tan sentida carta, y que era tan
protectora suya que en cuanto podía le favorecía con la Reina, era doña Juana
de la Torre, ama que había sido del malogrado príncipe don Juan, y que en el
palacio de los Reyes gozó siempre de mucha estimación. Fué hermana de
Antonio de Torres, que en varias ocasiones llevó el mando de las flotas que
iban y regresaban de las Indias, y que murió desgraciadamente en la nao en
que se anegaron Bobadilla, Roldan y otros muchos en los primeros días del
mes de Julio del año 1502.
. NOTAS
' No sabemos el fundamento en que se apoyará nuestro docto amigo
Mr. H. Harrisse, para asegurar que esta carta fué escrita un mes después de la
llegada de Cristóbal Colón á Cádiz,
« Un mois environ aprés son arrivée, escribe, Colomb, miné par les chagrins,
ecrivit une lettre á Doña Juana de la Torre. Cest le document connu sous le
titre de Carta al ama 1.»
A nuestro entender, basta con leer el epígrafe que el mismo Almirante hizo
poner en las copias para conocer que la carta se escribió á bordo de la carabela,
durante la travesía, viniendo preso de las Indias, como en aquél se expresa.
Y así lo entendió Washington Irving, que dice terminantemente: «En el dis-
curso del viaje había compuesto una larga carta para doña Juana de la Torre,
dama de la corte, muy favorecida de la Reina, y nodriza que había sido del
príncipe don Juan. A su arribo á Cádiz le permitió Andrés Martín, el capitán
de la carabela, que enviase esta carta reservadamente y por expreso » Este
documento dio á los soberanos la primera noticia del trato que había reci-
bido •<
* Si yo robare las Indias y tierra que fan faze en ello (texto del P. Las
Casas). Ni de una manera ni de otra se da una lección inteligible, pudiendo
sospecharse con fundamento que faltan algunas palabras, que relacionarán dos
cosas diferentes, robar las tierras de las Indias, y alguna reliquia preciosa del
altar de San Pedro, ó el altar mismo para darlo á los moros,
» Esto dice porque era entonces muerto el príncipe don Juan. (Nota
puesta al texto por el P. Las Casas).
* Este párrafo no se encuentra en el texto de Las Casas,
* Tampoco estos dos renglones están en la Historia de las Indias.
« Ha de tener un bueno — Sospecha J, B, Spotorno, que en esta frase
para él oscura, escondió el Almirante un pensamiento que pudiera ofender los
oídos de la señora á quien escribía. Cambiando la puntuación en la forma que
la trae el texto del P. Las Casas — de nueve d diez son agora en precio, de todas
edades ha de tener un bueno. — se comprende que la expresión del Almirante es
que de aquellas edades se vendían á buen precio.
">»:■
^•&k
Christophe Colomb..., tomo II, pág. II4.
Vida y viajes de Cristóbal Colón, libro XIV, cap. I.
392
CRISTÓBAL COLON '
' El párrafo que hemos puesto en letra bastardilla no está en el texto del
Códice diplomático Colombo Americano, que se guarda en Genova y sirvió de
original para el libro publicado en 1823; pero se lee en la otra copia, remitida
también por Colón, y que hoy existe en París, y en el libro del P. Las Casas.
" Este párrafo no está en el texto de Las Casas.
* «Que ya lo tenia bien entendido,» — dice el texto del P. Las Casas.
'» «Que él tuviese fecho el nido de que se dá buena priesa.» Las Casas.
" Desde las palabras — y nunca mas mal me viniese hasta el fin de este
párrafo falta en el texto de la Historia de Indias. Donde dice coto artí se lee
Calicut en la copia existente en el Ministerio de Negocios Extranjeros, en París.
" «Es verdad que el que tiene algún indio coje esto, mas el negocio con-
siste en el cristiano,» dice el texto de Las Casas.
'» Las Casas escribe: «que caí en ello con inocencia y forzosamente,
como sabrá después por entero, y el cual soy su fechura, y miraran á mis
servicios.»
'■* El P. Las Casas concluye diciendo: «Esto así todo contenia la carta del
Almirante para el ama del Príncipe.»
(E).-Pág. 354
Cartas dirigidas al Cardenal Cisneros
por los frailes franciscanos que fueron á américa
(Octubre de 1500)
(Tomo 73, rotulado Asuntos pertenecientes á los conventos, f.° 18)
Colección de MSS. del tiempo de Cisneros, conservada en la
Biblioteca de la Universidad central
(Boletín histórico, publicado por Villa- Amil, Hinojosa, Allende Salazar y Gesta
Madrid. Aribau, 1880, número 3.", pág. 43)
R.° In cristo-padre y S.*""
después de vesar las manos de vuestra R.""* s. sabrá como, lores á
nuestro s., venymos aquj á esta ysla muy buenos avnque poco ó mucho
atodos nos probó la tierra de calenturas, de manera que quando las
caravelas se partjeron ya todos estaban buenos e^etto fray rr.° e yo que
avn no estamos Ijbres dellas. || otro sy sabrá como de la conversyon de los
yndjos, a la qual vuestra señorja tjene tanto afecto, de tal manera lo
traya nuestro s., que todos sin poner objeto alguno rregben el batjsmo
en que en este tienpo que las caravelas aquj an estado, avnque avya
hartas ocupa^yones acabsa del almjrante e sus hermanos, se an baptisado
mas de dos myll animas, de fcrma que yo espero en nuestro señor que
para otro vyage quando otras caravelas ayan de venyr será muy grande
el número dellos, ansy que por amor de nuestro señor, pues vuestra
señoría empezó este negozyo tan grande y tan merytorjio, que prosyga
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
393
adelante su santo proposyto || y trabaje con los perlados de la orden como
enbyen aquj Reljsyosos || e tanbien son necesarios aquí clerygos || e sobre
todo alguna persona buena para perlado pues ay tantos sobrados, e la
tierra de aquj es tan grande e la gente della son tantas que son muy
necesaryos, y vuestra s. como haze otras Ijmosnas haga esta de proveer
alos Reljsyosos que ansy bynjeren hasta ponellos acá || e porque el
s. comendador escryve á vuestra s. como el almjrante e sus ermanos se
quisyeron ai^ar e poner se en defensa juntando yndjos y xpyanos, e todas
las cosas de acá escrybe por estenso || e tanbyen que el padre fray
fran9Ísco va alia, el qual le ynformara muy largamente de las cosas de
acá porque personalmente las a visto e dará algunas cosas apuntadas que
al presente me pare^yeron que se devyan prover || no alargo mas, syno
que sabrá v. s, coesto poco que tuvo salud trabajo mucho, que casy el
batjzo de todos los que aRiba djze || yo en que sabya los trabajos de la
tierra syempre tuve que no era para acá e que le engañaban sus deseos,
porque no confyrmaba sus subjeto con ellos || empero es de agradecer el
trabajo que sea puesto por amor de dios, el s. sabe que nos peso a todos,
porque no pudo saljr con su buen deseo |[ enpero tenemos confyanza que
nos ayudara de alia endereijando e soljpytando las cosas que tocaren al
byen de acá || hago saber a vuestra s. como el almjrante fablando al mj
compañero 20 leguas adelante del puerto, entre ^yertas Razos dixo que
aunque! ar^obyspo de toledo avya djcho que no bolverya acá que el se
bolverya || todos estos padres están buenos y besan las manos de vuestra
s. y Ruegan a nuestro s. por el || los quales y yo con ellos quedamos a su
mandamjento, fecha en las yndias (12) de octubre =yndino syerbo de
vuestra s.=fray ju.*' deleudelle = de picardía.
(Sobre) Al R.""" jn Xpo padre y senor=el s."' arzobispo de toledo^.'^
nuestro padre.
II
R."" señor padre.
Hago saber a v. Rev.*"" como el señor nos dio buen viaje y como
hallegamos aqui todos muy buenos, avnque avemos tenido harto trabajo
echar de aquj estos señores, los quales se Pusieron en se aver de defender
sino que el señor no les dexo salir con su mal proposito, otrosi todos
enfermamos poco o mucho enpero todo lo damos por bien empleado en
padescer lo por christo, y en hallar en estas gentes el aparejo que
deseauamos para los baptizar, que en esta tardanza aqui de los navyos,
avnque como dixe estauamos todos ocuppados se Baptizaron mas de tres
mjU animas. ASi que muy amado señor Padre porque otros os escriuen
muy largo las cosas de acá no quiero alargar mas sino Rogamos por amor
de nuestro señor ihux.°, pues el os comunico singularmente el celo de las
animas y veis quan poco se curan Dello, que lo fauorezcays como siempre
Cristóbal Colón, t. ii. — 50.
3^4
CRISTÓBAL COLÓN
^
y\¡ : ñ}'^''"::^■■■-
aveys hecho y trabajeys como el almirante ni cosa suya buelva mas
aesta tierra porque se destruyria todo y en esta ysla no quedaría xiano
ni Religioso, otrosí deys manera con todos esos perlados de la orden
como De cada custodia vengan aquí algunos Religiosos porque la tierra
es tan grande e tanta la gente que son muy nescesaríos; y en tanto
ordenarnos hemos de manera que se haya algún bien, lo qual espero en
nuestro señor que sera mucho, y porque fray francisco va alia, asi porque
acá se hallaua siempre algo enfermo, como porque nos ayude en algo
desde alia, no alargo mas sino que rruego yo a nuestro señor que os
alunbre siempre para que hagays grandes cosas por su honor, como
espero en su misericordia que hareys. De las indias XTI de octubre^
servus indignus, v. d. = fray Juan == de robles.
(Sobre) Al R.""" señor el s." Ar(;;o=:bispo De Toledo nuestro padre
III
Reuerendissimo señor
por amor de dios que pues vuestra rre.* asido ocasión que tanto bien se
comen(;;ase en que saliesse esta tierra de poderyo del Rey faraón, que
faga que él ni nenguno de su nación venga en estas islas, y que a fray
francisco rouys le de crédito y anda par que negocie las cosas del pro-
veymiento, y si frayres vjniesen los anime vuestra rre.^ y estas cosas
pocas que vjenen en el memorial, que muchas quedaron para otra vez,
que vuestra rre.^ las despache, pues que son del prouecho común de
hayti a Xlj de octubre =^ vuestro obediente hyjo = f juan = de trasierra.
(Sobre) dissimo s. el= o de toledo, &.^
Memorial que acompañó á estas cartas
mk...l'-
J^i
R.""" señor
§ las cosas que al presente se ofrescen tocantes al Prouecho de la con-
uersion De las animas para que vuestra .s. las comunique a sus altezas
para que provean acerca Dellas son las sigujentes.
§ primeramente.
§ que si sus altezas quieren serujr mucho á nuestro señor y que la
conversión de las animas se haga, que en njnguna manera permittan
que el almirante, nj cosa suya desta ysla buelva ala aver de governar por
que se destruyria todo y ningún xiano nj Religioso en ella quedarla.
§ otrosi que sus altezas den forma e manera como vengan desta tierra
muchos clérigos e Religiosos para les administrar el sacramento del
baptismo é los otros sacramentos é para los enseñar e Doctrinar porque
las gentes della son sin número.
§ asi mismo que por que esto mejor se haga, y sin hazer De ella costa
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
395
alguna que entre tanto que a esta tierra proveen, De Perlado el que acá
esta que tiene la auctoridad Del Papa le dexen librernente los diezmos
de la yglesia asi para proveer las yglesias De las cosas necesarias como
para el proveymjento De las personas Religiosas que asi vinjeren con
zelo de aprovechar,
§ Iten que sus altezas provean De alguna persona ydonea qual conviene
para plantar en estas tierras la yglesia, para que seyendo tal tenga
singular cuydado De proveer todas las cosas neccesarias á su plantación,
máxime que los diezmos de los xianos ya avezindados son suffi^ientes
para ello.
§ Iten que V. s. trabaje con sus altezas como no consientan venjr aesta
tierra ginoveses, porque la Robaran y destruyran, que por cobdicia deste
oro que se ha descubierto lu'^ antonio ginoves trabajava ya De hazer
partido con los vezinos de la ysla acerca De los bastimentos porque otros
no pudiesen venir aqui con mercadurías, lo qual es un daño del pueblo
y de sus altezas porque sacaran el dinero dotros Reinos , y la ysla será
mal proveída y a mayor precio de lo que se pudrie aver, sino que
quando otra cosa no se pudiere hazer, vengan e carguen en brasil e
se vayan.
§ Iten que acerca Del oro, lo qual aunque sea mas que lo hasta aqui
avia, enpero no es en tanta cantidad como se dize, que sus altezas
aguarden las franquezas á los vezinos de la ysla que agora les enbiaron,
y que si a sus altezas se les haze grave y que pierden mucho en ello, que
el Obispo de Cordova en nombre de sus al. tenga cargo de proueer la
ysla De bastimentos e resgates porque desta manera se sacara mas
ganancia que si se quitase o terciase, y seria mas honesto porque
no pares^iese que se quebrantarla la franqueza que por XX años les
ha dado.
§ Que modo se terna con los casados que están en esta ysla, los quales
tienen acá mugeres y hijos, porque estos son muchos, ó los mas.
§ Otro tal di á su al. por mandado de aquellos padres.
^^
400
CRISTÓBAL COLÓN
J'síiáíí' J /.\' *" Tv'V". ti/'
\/
^ICÍ-N]'
Si los enemigos de Cristóbal Colón se habían pro-
puesto con su conducta indigna, causarle graves penas, y
rebajar su importancia , puede decirse que so'lo á medias
consiguieron su objeto, pues si bien lastimaron profunda-
mente su corazo'n y acibararon sus días, la violencia misma
y la injusticia del atropello produjeron una reaccio'n en el
espíritu del pueblo, que proporciono' al Almirante momentos
de popularidad casi tan entusiasta como cuando desembarco'
á la vuelta de su primer viaje. La humillacio'n fué para los
envidiosos. El sentimiento nacional se manifestó unánime,
espontáneo ; la indignación no tuvo límites cuando se vio'
llegar con grillos en los pies á aquel hombre insigne, lanzado
como un criminal desde aquellas mismas playas cuyo cono-
cimiento se le debía; desde aquel mundo que él había des-
cubierto.
Se olvidaron por el momento todos los desastres que
antes se deploraban, cesaron todos los rumores contrarios al
descubrimiento, y la voz pública simpatizo' con la víctima,
sin tratar de conocer la causa de aquella inmensa desgracia,
ni el origen de tan inmerecido infortunio, pidiendo el castigo
de los autores de aquel atentado. En Cádiz y en Sevilla el
clamor tomo tanta fuerza, que hizo enmudecer á los calum-
niadores, y ocultarse avergonzados de su obra á todos los
enemigos del Almirante. La efervescencia popular fué en
aumento, manifestándose claramente en el deseo de ver al
descubridor y á sus hermanos; y en tal proporcio'n llego' á
Granada, donde en aquel momento se encontraban los
Reyes Cato'licos, causándoles una sensacio'n que no es posible
describir.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
401
A manos de los Reyes llegaron las cartas del gober-
nador de Cádiz y del comandante Alonso Vallejo, casi en el
momento mismo de saber por conducto de doña Juana de la
Torre la grave injuria inferida á Cristóbal Colón. Pidieron
á aquella distinguida señora la carta- que el Almirante la
escribiera; la Reina vertió lágrimas al escuchar su lectura,
y el mismo Rey don Fernando, aunque siempre se había
mantenido frío y reservado respecto del descubrimiento, se
sintió' conmovido ante el abuso que se había cometido, atre-
pellando la autoridad de quien le representaba. Desde aquel
punto Bobadilla estaba juzgado; sus acciones fueron sus
acusadores; y aunque no se le dio' el ejemplar castigo que
la justicia reclamaba, la Providencia se lo reservo' para
hacerlo muy palpable 3'^a que los Reyes no llegaron adonde
podían.
En el momento mismo, uniéndose los Soberanos al
movimiento general de indignacio'n , quisieron demostrar
claramente á la faz de todos que reprobaban tan arbitrarias
medidas , tomadas sin que se hubiera dado autorizacio'n para
ello, y aun en contra de sus patentes deseos. Dirigieron al
Almirante una carta en extremo afectuosa, llena de expre-
siones de benevolencia, invitándole á presentarse en la corte,
y mandando que para resacirle en alguna parte de los
perjuicios que se le habían causado le entregasen dos mil
ducados. Con esta carta iba la orden terminante al gober-
nador de Cádiz de que dejase en libertad al Almirante y á
sus hermanos, y les guardase todo género de atenciones.
No se esperaron las informaciones del Comendador, ni
se leyeron cuando llegaron. El hecho estaba juzgado, y
Colón respiro' ensanchándose su corazo'n al ver que, como
había esperado, era públicamente reconocida su inocencia, y
puesta en claro la maldad que con él se había cometido.
Desde Cádiz paso' con sus hermanos á Sevilla , donde mal su
grado hubo de entregarle el obispo Fonseca los ocho mil
quinientos pesos fuertes que le mandaban pagar los Reyes;
Cristóbal Colón, t. il— 51.
\^''
%.
402
CRISTÓBAL COLON
y allí se detuvo algunos días ordenando nuevamente su casa
y servidumbre y preparándose para presentarse con el
decoro necesario en la corte. Después emprendió nuevamente
el camino, y llego á Granada el 17 de Diciembre.
Aquel anciano -enfermo y venerable, el hombre que
había prestado á la corona de España un servicio tan grande
cual no se recordaba en los anales del mundo, entro' en el
regio salo'n de la Alhambra turbado y silencioso, pero con el
continente grave, severo y mesurado del hombre que se
juzga agraviado injustamente. La situacio'n de los Rej^es era
^ también un tanto angustiosa; pero al ver adelantarse hacia
su trono al ilustre genovés, á quien tanto debían; al tener
ante su vista á la víctima de tan atroz infortunio, se levan-
taron espontáneamente y le tendieron las manos, Isabel con
los ojos arrasados en lágrimas, Fernando, aunque disimu-
laba, profundamente conmovido ^ No esperaba Colón tan
favorable acogida, ni muestra tan alta de deferencia y consi-
deracio'n, y al verse de tal suerte honrado, después de tantos
sufrimientos, su entereza vino por tierra, y llorando intento'
arrodillarse, aunque los Reyes no lo consintieron. Desde
aquel punto vario' por completo el aspecto de los negocios de
Indias con respecto al Almirante; los sentimientos nobles
se sobrepusieron á las pasiones mezquinas , y la causa quedo'
juzgada.
Largo rato permaneció' Colón sin poder articular una
palabra, porque los sollozos las ahogaban en su garganta.
Las primeras frases que pronuncio' fueron para protestar de
su lealtad y afecto á los Reyes, y de la rectitud de sus
intenciones, cuyos resultados no habían podido ser tan
grandes como se esperaba por las graves dificultades que se
' En la carta que los Reyes dirigieron á Colón desde Valencia de la
Torre, fecha en 14 de Marzo de 1502, le dijeron : 'itened por cierto que de vues-
tra prisión nos pesó mucho, é bien lo vistes vos é lo convinieron todos claramente,
pues que luego que lo sopimbs lo mandamos remediar, y sabéis el favor con que
os habemos mandado tratar siempre.»
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LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
403
le habían opuesto. No consintió' doña Isabel que continuase
por entonces en su disculpa; las ofensas causadas al Almi-
.rante del mar Occéano, lo habían sido sin autorizacio'n y
contra los deseos de los Reyes ; lastimaban la autoridad y
el prestigio del trono, y á ellos correspondía su vindicacio'n.
Enmudeció' la envidia: los secuaces de Fonseca se ocul-
taron, y nadie presto atencio'n á las acusaciones que antes se
habían hecho, ni los Reyes cuidaron de examinar los procesos
formados por el comendador BobadilU , ni dieron fe á las
cartas que formulando cargos á Colón y disculpando sus
propios hechos había escrito.
En la corte ocupo' Colón desde aquel punto el alto
lugar que de derecho le correspondía; los Reyes aprove-
chaban cuantas ocasiones se ofrecían para tratarle con gran-
des consideraciones, dándole públicas muestras de su favor,
como si quisieran expresar á vista de todos su repro-
bacio'n á los procedimientos de Bobadilla, y aseguraron al
Almirante que le serían devueltos cuantos bienes le había
ocupado aquel violentamente, y volvería al goce de todos
los privilegios y dignidades de que se le había despojado,
dando la mayor señal de su indignacio'n en quitar desde
luego de su cargo al Comendador.
II
Descansando de las penalidades anteriores , y esperando
resoluciones concretas sobre los muchos puntos que las recla-
maban para el régimen y administración de las colonias,
permaneció' Cristóbal Colón muchos meses en Granada,
siendo recibido por los Reyes con el mayor afecto, y tratado
con gran distincio'n, con verdadero aprecio por la nobleza y
el clero de la corte.
404
CRISTÓBAL COLÓN
i~^:^
Su vindicación fué clara; su conducta fué de todos
conocida y aprobada; pero después de satisfechos sus agra-
vios en lo que tenían de personales, si así puede decirse,
empezaron las dilaciones para otros despachos, y para acceder
á las reclamaciones que con harta justicia formulaba cada
día con mayor insistencia.
La política reservada y cauta del rey don Fernando,
empezó' á conocerse entonces más abiertamente en todo lo
que á las Indias Occidentales tocaba , y á ella se atribuye
que no fuera más pronto el despacho de las peticiones de
Colón, ni más cumplidas las satisfacciones que se le dieron
por los atentados que con él se habían cometido. La impor-
tancia de los descubrimientos que el mismo había hecho en
tierra firme , y tanto enaltecía , con sobrada razo'n , y las
nuevas noticias que se habían adquirido en los viajes que
emprendieron Alonso de Ojeda, Rodrigo de Bastidas, Vi-
cente Yáñez Pinzo'n y otros intrépidos viajeros, llamaron
poderosamente la atencio'n del rey don Fernando, haciéndole
meditar profundamente sobre el alcance que pudiera tener,
y las dificultades que ofrecería el cumplimiento de lo capi-
tulado con Cristóbal Colón en la Vega de Granada al
comenzar el año 1492. La cesión de altísimos cargos, que
allí se hizo á perpetuidad y sin limitaciones; la soberanía
y jurisdiccio'n concedida sobre muy dilatados territorios,
cuya extensio'n ya causaba asombro y cuyos límites no se
conocían aún, ni habían de ser medidos en mucho tiempo;
la enormidad de los productos de aquel mundo nuevo, sobre
los cuales se había concedido una participacio'n crecida y
constante á los individuos de una familia, sin término
alguno, y otros muchos problemas de ardua resolucio'n que
de aquí se deducían, hicieron reflexionar al Rey Cato'lico y
á sus consejeros sobre la trascendencia que envolvían. Pero
no se tomo' el camino recto, el que aconsejaban á la vez la
dignidad y la prudencia, por el que quizá se hubiera llegado
á una avenencia honrosa; pues fácil cosa era que Cristóbal
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
405
Colón en su elevada inteligencia hubiera apreciado debida-
mente las graves dificultades que se oponían al cumplimiento
estricto de lo estipulado, y los males que podrían sobrevenir
por exigirlo ; mas lejos de acudir á la razo'n y al convenci-
miento se echo' mano de otros medios dilatorios, dando lugar
á justas recriminaciones, á multiplicados disgustos, y por
último á un proceso ruidoso que duro' muchas generacio-
nes, y en el que no quedaban bien paradas las altas institu-
ciones del Estado, por la poca habilidad de sus represen-
tantes.
Desde Diciembre del año 1500 permaneció' el Almirante
en Granada ocupando su puesto oficial al lado de los Reyes,
al paso que era agente de sus propios asuntos, lo mismo
para que se reparasen los perjuicios que se le habían ocasio-
nado, que para que se le restituyese en los bienes de todas
clases, libros y papeles de que se le despojara sin causa
alguna, y se le habilitara para emprender nuevos viajes.
Pero su actividad no podía estar sin ejercicio. Volviendo
á sus primeros pensamientos, y juzgando que muy luego
podrían ser de gran entidad los productos que se obtuvieran
en los países nuevamente hallados, tanto los de la isla Espa-
ñola como los de la tierra firme y golfo de las perlas,
comenzó á exaltarse su celo religioso con la idea del rescate
del Santo Sepulcro. Su imaginacio'n ardiente dio' cuerpo á
muchas ilusiones: se vio' llamado por la Providencia á que-
brantar el poder de los infieles; extender la religio'n cristiana
á un nuevo mundo, al paso que con las inmensas riquezas
que por este medio se ponían en sus manos, recobrara para
el catolicismo los santos lugares donde se realizaron los suce-
sos de la pasión del Salvador. Fijo en este intento consagro'
sus vigilias al estudio de los libros sagrados, y á recorrer los
más renombrados expositores, buscando en la correspon-
dencia con los más profundos teo'logos, sus amigos, doctrinas
y teorías para robustecer su creencia.
Resultado de sus trabajos fué el libro que hoy llamamos
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4o6
CRISTÓBAL COLÓN
f^;r.
de las Profecías % y que él intitulo « Maniptdus de auctorita-
tilms, dictis ac sententiis et prophetiis circa materiam recuperando:
sancta civitatis et montis Dei Sion.y> Allí reunió todos los
textos que le pareció' concurrían á su intento, y después de
siete meses de prolijos estudios lo remitió' al P. fray Gaspar
Gorricio, monje de la Cartuja de Sevilla, para que lo pro-
siguiera. Está unido también al co'dice original, el traslado
de la carta que sobre el mismo asunto escribió' á los Reyes
Cato'licos 2 en la que intentaba moverles á tan gran empresa;
y para vencer la incredulidad, hacía oportuno recuerdo á la
suerte que había cabido á sus anteriores proposiciones: —
«Milagro evidentísimo, dice, quiso fazer nro. Señor en esto
del viaje de las Indias , por me consolar á mi y á otros en
estotro de la Casa Santa: siete años pasé aqui en su Real
Corte disputando el caso con tantas personas de tanta auto-
ridad y sabios en todas artes , y en fin concluyeron que todo
era vano, 3^^ se desistieron con esto dello: después paro en lo
que Jesucristo^ Nuestro Señor dixo, y de antes había dicho
por boca de sus santos Profetas, y ansi se debe de creer que
parará estotro Yo dije que diria la razón que tengo de
la restitución de la Casa Santa á la Santa Iglesia; digo que
yo dejo todo mi navegar desde edad nueva y las pláticas
que yo haya tenido con tanta gente en tantas tierras y de
tantas setas, y dejo las tantas artes y escrituras de que yo
dije arriba: solamente me tengo á la Santa y sacra Escri-
tura, y á algunas autoridades proféticas » Aquí están
retratados por entero las dos cualidades salientes que for-
maban el fondo de todos los pensamientos grandes de Cris-
tóbal Colón. Su inteligencia superior le hacía concebir
ideas sublimes, que meditaba con recto juicio para poder
* Biblioteca Colombina, Z, 138-25. Hoy separado en la vitrina de que se
habló en el tomo I, pág. 217.
Véase en las Aclaraciones y documentos (A.). Al fin de este volumen
pueden verla nuestros lectores fielmente reproducida pOr la foto-litografía. Tiene
correcciones y párrafos autógrafos de Colón.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
407
llevarlas al terreno de la realización; pero la misma elevacio'n
de su ingenio exaltaba su fantasía; una imaginacio'n no
menos viva y ardiente le conducía á formar sobre aquellos
datos científicos otros planes quiméricos. Esta es la expli-
cacio'n de aquel proyecto de rescatar el Santo Sepulcro del
poder de los infieles, que si bien puramente fantástico,
estaba también dentro de los sentimientos de la época, y
acaloraba la imaginacio'n de muchos españoles, que después
de haber plantado la enseña de la cruz en las torres de la
Alhambra, y arrojado al África á los últimos sectarios de
Mahoma, soñaban con vencer a los turcos y ganar los Santos
Lugares. Porque es de notar que la proposicio'n del Almi-
rante, siquiera irrealizable, á nadie pareció' entonces ridicula,
ni tacharon á su autor de visionario, por más que lo fuera
en realidad. La idea de una cruzada bullía en muchos
cerebros, y la aplicacio'n de las grandes riquezas que del
Nuevo Mundo se esperaban , á satisfacer la paga á aquellos
ejércitos guiados á tan noble objeto, á nadie pudo parecer
extraña.
Tanto es esto así, que al mismo pontífice Alejandro VI
se lo comunicaba el Almirante como la cosa más sencilla en
su carta de Febrero del año 1502 ^, en la que después de
lamentarse de que la urgencia de sus ocupaciones no le
permitiera ir á exponer personalmente á Su Santidad su
pensamiento , como desde el principio de su empresa se lo
había propuesto, presentándole una escritura que para ello
tenía hecha en la forma de los Comentarios de César, le habla
de sus dos pensamientos unidos con la ma37^or naturalidad,
diciendo: «Esta empresa se tomo' con el fin de gastar lo
que della se oviese en presidio de restituir la casa Santa á la
Santa Iglesia.» En la exaltacio'n de su fe religiosa, y en su
entusiasmo científico á esto se creía llamado por la divina
Providencia, y así le juzgaban también muchos de sus
^^^^^^'
!^
Véase en las Aclaraciones y documentos (B).
4o8
CRISTÓBAL COLON
contemporáneos ; que no es idea original del conde Roselly
de Lorgues el apellidar á Cristóbal Colón Embajador de
Dios, como puede verse en la carta que le dirigió' mosén
Jaime Ferrer en 5 de Agosto de 1495 \ en la cual le decía:
((por tanto, Sénior, si en la vuestra mas divina que humana
peregrinación, gustáis que sabor tiene de sal el pan que en
servicio del nuestro Creador se come en esta mortal vid?,
luego tomad ejemplo de las ejemplares vidas susodichas,
que por cierto en este bajo mundo, fama temporal ni gloria
eterna non se alcanza, asentando en ploma nin durmiendo
ocioso. Yo, Sénior, contemplo este grande misterio: la divina
é infalible Providencia mando' al gran Thomás de Occidente
en Oriente por manifestar en India nuestra Sancta y Catho-
lica Le}'-: v á vos, Sénior, mando' por esta oppcísita parte de
Oriente á Poniente, tanto por divina voluntad sois legado
en Oriente, 3^ en las extremas partes de India superior, para
que oyan los siguientes lo que sus antipasados neglijeron de
la predicación de Tomas: adonde se cumplió', in omnen terram
exivit sonus eurum; y muy presto seréis por la divina gracia
en el signus magnus, acerca del cual el glorioso Tomás dej(5
su santo cuerpo; y cumplir se ha lo que dijo K summa
verdad que todo el mundo estarla debajo de un pastor 3^ una
ley: el que por cierto seria imposible si en esas partes los
pueblos, nudos de ropa y mas nudos de doctrina, no fueran
informados de nuestra Sancta fé; y cierto en esto que diré
no pienso errar, que el oficio que vos. Sénior, tenéis vos
pone en cuenta del Apostólo y Embajador de Dios, mandado por
su divinal juicio á fazer cognoscer su sancto Nombre en
partes de incógnita verdad »
* Se encuentra íntegra en el libro titulado Sentencias CathoUcas del divino
poeta Dant , compiladas por mosén Jacme Ferrer de Blanes. — Barcelona,
1545, in. 8."
Navarrete. — Colección de viajes, tomo II, doc. núm. LXVIII.
LIBRO OUINrO.— CAPÍTULO PRIMERO
III
409
Dedicado á este pensamiento piadoso, consagrando
muchas horas al estudio de los santos Padres y expositores,
para buscar textos que apo3^asen sus proposiciones, tanto en
lo relativo á la predicacio'n del Evangelio en regiones ignotas
y á numerosísimos pueblos , como en lo referente á la recon-
quista del Santo Sepulcro por las naciones cristianas, su
idea fija era, sin embargo, el descubrimiento. Los tres viajes
que había hecho á las llamadas Indias Occidentales no satis-
facían la aspiracio'n de su inteligencia; le dejaban muchos
puntos dudosos, y á su esclarecimiento se dirigían constan-
temente sus meditaciones.
Aclaradas en muchos extremos las oscuridades que el
primer desembarco causara, fijas 3'a sus ideas sobre muchas
que al principio eran dudas, tal vez empezaba á comprender
en su claro talento que las islas que había descubierto, y la
tierra firme que había explorado, no eran los confines del
Asia descritos por tantos viajeros. Aquellas islas numerosas,
aquellos indígenas pobres, desnudos, sin nocio'n alguna de
civilizacio'n, sin cultura ni adelantos en ciencias ni en artes;
aquellos terrenos incultos, comarcas dilatadas sin ciudades se
parecían muy poco á los maravillosos países ponderados por
Marco Polo, á los que había creído poder llegar directamente y
por camino más breve: la luz comenzó' á hacerse ver, y abrigo
la sospecha de haber tocado una porción dilatadísima de
terreno que colocada en medio del Océano, le impedía tocar
á la extremidad de Asia que debía estar muy cercana, según
sus cálculos, basados en todas las teorías entonces admitidas
por los cosmo'grafos .
Pero partiendo de sus propias observaciones, de los
Cristóbal Colón, t. h. — 52.
4IO
CRISTÓBAL COLÓN
m
:^
^ pii
datos que por sí mismo habíci recogido 3^ de los que pudo
aprovechar traídos por las expediciones de iVlonso de Ojeda
y de Rodrigo Bastidas; la configuracio'n de la costa de Paria,
y la de Cuba, que el creía también parte del continente,
según ya dejamos consignado, y él estableció' en documento
oficial y solemne, le indujeron á sospechar que pudiera exis-
tir un estrecho que le permitiera pasar al mar de la India.
Esta idea despertó' nuevamente su entusiasmo; su des-
cubrimiento podía ganar en importancia y tener inmediata-
mente asombrosos resultados si por la vía de Occidente, que
él había seguido y descubierto, lograba llegar con mayor
facilidad á los riquísimos países adonde habían ido después
de larga navegacio'n y doblando el Cabo de las Tormentas
o' de Buena Esperanza los portugueses guiados por el genio
de Vasco de Gama. El comercio de las especias y de los
diamantes, de los perfumes, el marfil y las piedras preciosas
refluiría en España, y por la vía de Occidente vendrían á
sus puertos con mayor seguridad y en más breve tiempo los
productos de la India Oriental, oscureciendo-esta revolución
todas las glorias de los anteriores navegantes.
Soñaba Cristóbal Colón con el descubrimiento de
aquel estrecho, que juzgaba debía existir en lo que luego se
llamo istmo de Darién, y fijo' su decisio'n en explorar la costa
de Paria siguiéndola cuanto fuera necesario hasta encon-
trarlo.
Al exponer á los Reyes Cato'licos su nuevo plan, el
triunfo fué completo. La Reina tenía fe en la ciencia del
Almirante, y le escuchaba siempre conadmiracio'n, compren-
diendo perfectamente toda la elevacio'n de sus pensamientos
con los que simpatizaba, y el rey don Fernando le escucho
también con visibles señales de complacencia, comprendiendo
lo trascendental de aquel proyecto, que tenía muchas proba-
bilidades de acertado. Conocido el carácter frío é interesado
del Rey, y su marcada inclinacio'n á las soluciones prácticas,
puede comprenderse el efecto que le causaran aquellas
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
411
nuevas proposiciones del Almirante, profundamente medi-
tadas, bien presentadas y demostradas, y de cuyo resultado
eran ya garantía los del primer viaje y descubrimiento, que
parecían más imposibles, y eran desde luego más aventu-
rados.
Orgullosos estaban los monarcas portugueses con los
felices viajes de Bartolomé Díaz, de Vasco de Gama y de
Alvarez Cabral, cuya gloria oponían á las de Colón, Pinzo'n
y demás descubridores españoles, y cuyos productos eran
más ciertos por el momento y habían causado verdadera
locura en el pueblo lusitano. Don Fernando aprecio' en su
justo valor el proyecto de cruzada para rescatar el Santo
Sepulcro, pero lo puso á un lado, esperando sin duda á que
llegaran los caudales del Nuevo Mundo, que todavía no
habían parecido, y con los qué debía costearse la empresa;
y íijo desde luego su atencio'n en las probabilidades de la
existencia de aquel estrecho que debía dar paso á los mares
de la India, como medio de quitar importancia al comercio
portugués, llegando por camino más directo á aquellas
opulentas ciudades donde tales ganancias se obtenían.
Asegúrase por algunos que en el Consejo de los Reyes
encontró' también oposicio'n este nuevo proyecto de descubri-
miento, y se le opuso tenaz resistencia, alegando los apuros
del tesoro y los muchos gastos que ya habían causado las
empresas del Almirante ; insinuando también la idea, suge-
rida por los envidiosos amigos del obispo Fonseca, de que la
conducta de Colón ofrecía muchos puntos dudosos, y no
debían los monarcas emplearle en su servicio, ni confiarle el
mando de hombres y de barcos, en tanto por amplias infor-
maciones no quedara plenamente comprobada su inocencia.
No dieron oídos los Reyes á estas mezquinas insinua-
ciones de la emulacio'n y del odio. Tanto Doña Isabel como
su esposo apreciaban la ciencia y el talento de Colón y reco-
nocían su mérito, aunque le concedieran su afecto en grado
muy diferente: y ambos espontáneamente, y de común
ik^í/
412
CRISTÓBAL COLON
acuerdo, al parecer, decidieron autorizarle para el cuarto
viaje, poniendo á su disposicio'n cuantos elementos eran
necesarios para el objeto que se proponía. ((Dio' sus memo-
riales, pidic) cuatro navios, y bastimentos para dos años;
fuéle concedido cuanto dijo serle necesario, prometiéndole
sus Altezas «que si Dios del algo en aquel viaje dispu-
siese, 6 que no tornase, de restituir á su hijo el mayor,
llamado don Diego Colon, en toda su honra y estado.»
Porque don Cristóbal desde su llegada á la corte de
Granada, aunque entregado á sus piadosos proyectos y á sus
meditaciones científicas, no había dejado de clamar ni un
solo día contra el inicuo proceder del comendador Bobadilla,
y contra los atropellos y expoliaciones de que había sido
objeto en su persona y en sus bienes, sin mandato de los
Reyes y sin causa alguna que los justificase.
Desde el momento en que la acogida benigna, cordial,
afectuosa de los Soberanos, hizo comprender al Almirante
que no había perdido el aprecio en que sus servicios eran
tenidos, y que el Comendador había procedido arbitraria-
mente, abusando de los poderes que recibiera, aprovechaba
las ocasiones todas para demostrar á los Reyes sus padeci-
mientos, y pedirles justicia, y que se les devolviesen sus
honores, sus cargos, y los bienes de su propiedad que se le
habían arrebatado.
Separaba siempre con el mayor cuidado el Almirante
los diferentes conceptos de sus aspiraciones, insistiendo ante
todo en lo que se refería al porvenir de su nombre , á la
gloria de su descubrimiento. Alma noble, elevada por natu-
raleza, posponía el interés material á la fama postuma, y
antes pedía honores que provecho. Conocedor del mundo,
en cuanto lo permitía su carácter siempre candoroso y un
tanto soñador, por los sinsabores y amarguras que le había
proporcionado, apreciaba el dinero y sabía bien su valor
entre los hombres, pero olvidaba lo que valían las riquezas
en el punto mismo en que tocaba á sus prerrogativas, á sus
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
413
cargos, á los derechos adquiridos en recompensa de sus
servicios. En este concepto eran siempre sus más vehementes
reclamaciones hechas personalmente á los Reyes: «les supli-
caba que le tornasen á restituir en su estado, guardándole
sus privilegios de las mercedes que le habií^n concedido, pues
él habia cumplido lo que prometió, y mucho mas sin compa-
ración, como era notorio, y no les habia deservido por obra
ni por voluntad para que desmereciese y oviese de perder
las mercedes prometidas ; antes por su servicio habia sufrido
en esta isla grandes angustias »
Digan lo que quieran escritores que se dejan llevar
demasiado de ciertas pasiones, aunque en otros aspectos
tengan envidiables talentos, las reclamaciones de Cristóbal
Colón tenían todas un gran fondo de justicia y eran escu-
chadas con benevolencia por. los Reyes Cato'licos, aunque
vemos can verdadero pesar que, por altas razones, induda-
blemente, no las atendieron en toda la extensio'n que era
debido, dando á su Almirante completas satisfacciones.
Deseosos de verle partir para hacer nuevos descubrimientos,
en lo cual tenían entera confianza , y después de haber acor-
dado la destitucio'n de Bobadilla, como primer acto de
reparacio'n, le certificaban con benignas y dulces palabras
«tuviese por cierto que sus privilegios y las mercedes en
ellos contenidas, le serian cumplidas, guardadas y conser-
vadas, y no solo las prometidas, pero de nuevo le serian
aquéllas confirmadas, y otras hechas y aumentadas.» Y para
su satisfacción, antes que se ausentase de Granada dieron
orden á fray Nicolás de Ovando, comendador de Lares, que
iba á suceder á Bobadilla, para que «restituyese al Almi-
rante y á sus hermanos todo el oro, y joyas, y las haciendas
de ganados y bastimentos de pan y vino, y libros y los
vestidos y atavios de sus personas que el Comendador Boba-
dilla les habia tomado, y que le acudiesen sus oficiales con
el diezmo y ochavo del oro y de todas las otras ganancias
que sus privilegios rezaban.»
414
CRISTÓBAL COLON
,:SS311iÍ.f
Es notable la orden , y debe ocupar siempre un lugar
en. la historia para que se comprenda bien el ánimo de los
Reyes. Dice así * :
«El Rey é la Reyna: Comendador de Lares nuestro
Gobernador de las Indias. Nos habemos mandado y decla-
rado la orden que se ha de tener en lo que se ha de hacer
con don Cristóbal Colon, nuestro Almirante del mar
Océano y sus hermanos, cerca de las cosas que el Comen-
dador Bobadilla les tomo, y sobre la forma que se ha de
tener en el acudir al dicho Almirante con la parte del diezmo
y ochavo, que ha de haber de los bienes muebles de las islas
y tierra firme del dicho mar Océano, y de las mercaderías
que Nos de acá enviaremos , según veréis por la dicha
nuestra declaración é mandamiento firmado de nuestros
nombres que sobre ello mandamos dar. Por ende vos man-
damos que veáis la dicha declaración, y, conforme á ella, les
fagáis entregar los dichos sus bienes, y acudir al dicho
Almirante con lo que le pertenece de lo susodicho; por
manera que el dicho Almirante y sus hermanos, 6 quien su
poder hobiere sean en todo ello entregados; y si el oro y
otras cosas que así el dicho Comendador Bobadilla les tomo'
lo hobiere gastado o' vendido, que se lo fagáis luego pagar;
lo que fuere gastado en nuestro servicio se les pague de
nuestra facienda, y lo que el dicho Comendador Bobadilla
hobiere gastado en sus cosas propias, se les pague de los
bienes é facienda del dicho Comendador, y no fagades ende
ál. Fecha en Granada, á 28 dias del mes de Setiembre de
1501 años.
Yo el Rey.
Yo la Reina.
Por mandado del Rey é de la Reina. — Gaspar Grisio.»
' Lo copiamos de la Historia de las Indias, de fray Bartolomé de las
Casas, libro II, cap. IV.
LJBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
415
Hasta fines del mismo mes de Septiembre no quedaron
extendidas las cédulas é instrucciones, ni se corrieron las
o'rdenes necesarias para el apresto de la nueva armada que á
las o'rdenes del Almirante debía salir á descubrir, y á prin-
cipios de Octubre partió éste de Granada con direccio'n á
Sevilla, para dirigir personalmente el armamento y provisio'n
de los buques, llevando en su compañía al Adelantado, su
hermano, y á don Hernando su hijo, que con permiso de los
Reyes habían de formar parte de la expedicio'n.
:vtí'
IV
En aquel largo espacio de cerca de diez meses que per-
maneció' Colón en la corte de Granada, preparando nuevos
proyectos , y repitiendo sus instancias para que se le hiciera
justicia, contrajo particular amistad, según parece, con
Angelo Trivigiano, secretario de Dominico Pisani, emba-
jador de la Señoría de Venecia cerca de los Reyes Cato'licos.
Trivigiano había sido anteriormente secretario del almi-
rante Dominico Malipieri, con el cual conservaba buenas
relaciones , y como el ilustre marino deseaba noticias ciertas
de los descubrimientos de Cristóbal Colón, se valió' de su
antiguo secretario para obtenerlas. De las varias cartas que
sin duda mediaron entre Malipieri y Trivigiano con relacio'n
á este asunto solamente se ha conservado íntegra una de
ellas ^, que por las relaciones personales que unieron á su
• Mr. Henry Harrisse, en su libro titulado Christophe Colomb, son origine,
sa vie, ses voyages, etc., París, Leroux, 1884, (tomo II, pág. 117), dice sobre esta
correspondencia lo siguiente: — «Trivigiano dio cuenta á Malipieri de sus entre-
vistas con Colón en tres cartas que dos siglos después fueron designadas por
Foscarini. Según el sabio Dux, estas cartas, tan preciosas para la historia, se
hallaban en su tiempo en la biblioteca del senador Jacobo Soranzo. Nosotros
no hemos podido encontrar los originales, ni aún el texto completo, ni en
%'
■^^^-W^l
4i6
CRISTÓBAL COLÓN
Triij¿:n(Í9._ !-«lfc. -
autor con el Almirante, y los curiosos pormenores que
contiene sobre la vida de éste en la corte , insertamos en este
lugar, con tanta mayor satisfaccio'n cuanto no sabemos haya
sido publicada en España. Dice así:
{(Ex Gr anata, die 21 Aug. ijoi.
»Io ho tenuto tanto mezo che ho preso practica é gran
amicizia cum el Columbo, el qual al presente se attrova qui
in gran desdita, mal in grazia di questi Re, et cum pochi
denari. Per suo mezo ho mandato á far fare á Palos, che
é un loco dove non habita, salvo che marinari, et homini
pratichi de quel viazo del Columbo, una carta ad istanza
de la Magnificentia Vostra: la qual sará benissimo fata et
copiosa, et particular di quanto paese é stato scoperto. Qui
non ce ne salvo una de ditto Columbo, né é homo che ne
sapia far. Bisognerá tardar qualche zorno ad avere questa,
perche Palos, dove la se fá, é lontano de qua 700 milia: et
poi come la sará facta, non so como la potro' mandar, perche
r o fatta far del compasso grande, perche la sia piu bella.
Dubito che bisognerá che la M. V. aspeti la nostra venuta
che de rasone non doveria tardar molto, chel sará presto un'
anno che siamo fora. Circa el Tractato de viazo de dito
Columbo uno valentuomo 1' a composto, et é una dizaria
Venecia ni en los papeles de Foscarini, que se conservan en la Biblioteca
Imperial de Viena.
»A1 fallecimiento de Soranzo sus herederos dividieron la biblioteca. Las
cartas de Trivigiano pasaron á poder del abad Canonici, quien las comunicó á
Morelli. No se sabe lo que ha sido después del manuscrito.
»Morelli publicó después en el apéndice de su Lettera raríssima* una parte
notable de la más importante de estas cartas, la de 21 de Agosto de 1501. Ocho
años después, el cardenal Zurla la insertó íntegra en su Marco Polo ", acompa-
ñándola con un sucinto análisis del resto de la correspondencia.
»Los detalles personales sobre Colón, sobre todo en esta época, son tan
raros, y estas cartas de Trivigiano son además tan interesantes, que se nos
dispensará el insertarlas aquí, siguiendo el texto del cardenal Zurla.»
* Bassano, 18 10, in 8.", pag. 44. — Este texto incompleto y modernizado fué el que
Samuel Romanin volvió á publicar en su Storia Documentata di Venena, Venezia, 1859,
in 8.°, tomo IV, pág. 456.
** Venezia, 1818, in fol., tomo 11, pág. 362, nota.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO PRIMERO
417
moho longa. L' ho copiato, et ho la copia appresso di me;
ma é si grande che non ho modo de mandarla se no á pocho
á pocho. Mando al presente alia M. V. el primo libro quale
ho traslatato in volgare per mazor sua comoditá.
))Se mal scripto V. M. me perdoni che 1' é la prima
copia, ne ho tempo de recopiarla: pur seguiré lo resto. El
compositore di questa é lo ambassadore de questi Serenissimi
Re que va al Soldano: el qual vien de li cum animo de pre-
sentarla al Serenissimo Principe nostro, el qual pensó la fará
stampar, et cosi la M. V. ne averá copia perfeta.
))Non restaro pero' de mandarli questa vulgare mal
scritta é composta per contento de la M. V., ma senza la
carta M. V. non avrá molto placer, de la carta pensó la
resterá molto satisfatta , perche 1' ho vista e hone preso gran
contento cum quella puocha intelligentia che io ho. El Co-
lumbo me ha promesso darme commoditá di copiar tutte la
lettere 1' ha scritto á questi Sereniss. Re deli soi viazi, che
será cosa molto copiosa. Voglio in ogni modo trar questa
faticha per amor déla M. V. Ulterius aspetamo de zorno in
zorno da Lysbona el nostro Dottore, che lasso' li el Magni-
fico Ambassatore, el qual á mia instantia ha fatto un' opera
del viazo di Calicut, déla qual ne faro' copia á la M. V. de
la carta del qual viazo non é possibile averne, chel Re ha
messo pena la vista á qui la da fora.»
De las otras dos cartas de Trivigiano el cardenal Zurla
extracta solamente los pasajes que hacen referencia á Cris-
tóbal Colón. En la segunda, cuya fecha no ha dejado con-
signada el Cardenal en su extracto, pero que parece ser
escrita en la misma ciudad de Granada, y según toda proba-
bilidad en el mes de Septiembre del año 1501, decía lo si-
guiente :
«Li mando al presente un altro pezo de viazo del
Columbo, et sic sucessive lo mandaro' tutto: benché credo
che á questa hora el sará gettato á stampa de li , perche lo
Ambassatore di queste Altezze che e venuto de li che va al
Cristóbal Colón, t. ii, — 53.
4i8
CRISTÓBAL COLON
Soldano, lo ha composto, et lo volé donar alia lUustr. Sig-
noria; ma senza carta la M. V. non potra pigliarne compito
piazere. Come li scrissi lo ho mandata á far fare á Palos,
che e loco á marina dove se fanno, ma non credo de havere
modo de inviarla alia M. V. avanti la nostra venuta: la qual
pero' spero haverá ad esser presta, che son ormai tredici
mesi che siamo in questa legatione.»
Tampoco dio' el cardenal Zurla la fecha de la tercera
carta de la que copio' otro párrafo; mas como según expresa
Mr. Harrisse está á continuacio'n de otro despacho de Trivi-
giano fechado en Ecija en 3 de Diciembre de 1501 , y en esa
tercera carta habla de los preparativos para el cuarto viaje
de Colón, y de la pro'xima salida de éste, puede juzgarse
que fué escrita en Sevilla en los primeros meses del año
1502. El párrafo que de ella transcribió' el Cardenal es éste:
({ El Columbo se mete en ordene per andar á discoprir
et dice volé far uno yiazo piu bello et de mazore utilitá que
alcum altro 1' habia fato. Credo partirá á tempo novo; con
lui.van mol ti amici miei que al suo ritorno me farano parte-
cipe del tutto. Sonó etiam prepárate á Cades molte caravelle
che de zorno in zorno devono partiré per la ínsula Spagnola
cum 3000 uomini.»
420
CRISTÓBAL COLÓN
Al finalizar el mes de Octubre del año 1501 llego Cris-
tóbal Colón á la ciudad de Sevilla, llevando en su poder
todas las reales provisiones y mandamientos necesarios para
la expedicio'n de su flota; que conociendo por experiencia lo
que podía esperar del obispo don Juan de Fonseca y de los
oficiales de la Contratación de Indias que seguían sus inspi-
raciones, no quiso salir de Granada sin que se le hubieran
dado todas las autorizaciones que juzgo oportunas para pro-
ceder por sí en el armamento proyectado.
Con la mayor diligencia dio' principio á sus trabajos,
entendiendo en todo personalmente. Compro' cuatro navios
de gavia cuales juzgo' que convenían : el mayor no pasaba
de setenta toneles; en él se embarco' el Almirante yendo
por maestro Diego Tristán. Las otras tres carabelas fueron
la nombrada Santiago, de la que hizo capitán á Francisco de
Porras; la Vi^aina, cuyo mando confio' á un compatriota
suyo de ilustre familia, al genovés Bartolomé Fieschi, con
el que le unieron constantemente lazos de invariable amistad,
habiéndole ayudado en todos los trabajos y siendo luego
uno de los testigos de su testamento, y la Gallega, de que
nombro' capitán á Pedro Terreros. Aunque en su carta á los
Reyes dice Colón fueron ciento y cincuenta personas conmigo
el rol de á bordo solamente señala por sus nombres ciento
cuarenta hombres, y este mismo número fija el P. Las Casas,
entre chicos y grandes con los marineros y hombres de
tierra; entre los cuales fueron algunos de Sevilla, ocho
genoveses y uno natural del Milanesado.
Procuro' el Almirante que el abastecimiento de las naves
se hiciera en mejores condiciones que en los anteriores viajes.
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
421
donde tanto se había padecido por la mala calidad de las
provisiones y conservas, 3^ que todos los víveres fueran bien
preparados' y pudieran resistir los accidentes de un largo
viaje, como si presintiera los muchos trabajos que había de
padecer, peligros que arrostraría y graves necesidades que
habrían de sobrevenir. Bien abastecidos, pertrechados y
armados los buques, salieron de Sevilla el 3 de Abril del
año 1502, al mando del Adelantado don Bartolomé Colo'n,
para detenerse en Sanlúcar de Barrameda, donde habían de
ser recorridos y carenados.
Cinco meses habían sido necesarios para el apresto de
la expedicio'n, á pesar de las ordenes terminantes de los
Reyes, y de la proverbial actividad del Almirante y deL
Adelantado ; porque la enemistad y la malevolencia no cedían
en su mal camino, y continuaban en su oposicio'n, sorda,
oculta, pero perseverante, en todo lo que se relacionaba con
los descubrimientos, y más aún con la persona de Cristóbal
Colón y de sus hermanos.
En este tiempo escribió' repetidas veces á los Reyes
reiterando la reclamacio'n de sus derechos, pues no le satis-
facían las promesas embozadas, ni las disposiciones que
hasta entonces se habían tomado relativas á sus bienes y
negocios, y en favor de sus hijos y hermanos, para que si
él muriese todo quedase asegurado, y fuera de las dudas é
incertidumbres que por entonces rodeaban el libre ejercicio
de sus prerrogativas.
A sus repetidas instancias, y para satisfacer tan justas
aspiraciones, dieron respuesta los monarcas con una Real
Cédula fecha en Valencia de la Torre á 14 de Marzo, en la
cual son dignos de llamar la atención los conceptos que se
refieren al deseo del Almirante de pasar por la isla Española,
y á la prisio'n del mismo, así como la promesa de guardarle
sus privilegios para sí y para sus hijos.
Había pedido Colón, según ya anteriormente se ha
indicado, que en el viaje que preparaba le acompañasen el
422
CRISTÓBAL COLON
Adelantado, su hermano, de cuyo valor y pericia podía
tener gran necesidad, y don Hernando, su hijo, que aunque
de poco más de trece años de edad, daba evidentes muestras
de grande inteligencia, y de un juicio muy superior á sus
años; y al mismo tiempo, en la previsio'n de eventualidades
desgraciadas; y también por ser el punto hasta entonces más
conocido y de mayores recursos , solicito' licencia para entrar
en los puertos de la isla Española, para refrescar las provi-
siones y reponerse de cuanto pudiera necesitar para empren-
der desde allí navegacio'n más dilatada.
A lo primero, como á otras muchas peticiones referentes
al viaje, accedieron los Reyes de buen grado ; pero pesando
con profundo estudio las circunstancias del momento, y el
estado en que se encontraba la colonia, le indicaron que no
parecía conveniente tocase en sus puertos en el viaje de ida,
dándole permiso para hacerlo al regreso en caso de necesidad
y por poco tiempo.
Mu}^ prudente parece haber sido esta resolución de los
Reyes, que ha sido objeto de diferentes juicios y aprecia-
ciones desfavorables por parte de algunos historiadores. Los
desaciertos de Francisco de Bobadilla, cu3'^a desastrosa admi-
nistración ya referimos , habían puesto la isla á disposicio'n
de los más comprometidos en la rebelión; de aquellos que
mayores delitos habían cometido y más interés tenían en
desacreditar al Almirante y á su hermano, porque temían
con muy fundados motivos verlos repuestos en sus digni-
dades. Eran delincuentes muy avezados á todo género de
maldades, y podía temerse, con razo'n , algún acto de vio-
lencia que comprometiera la autoridad del Gobernador.
Para evitar estas contingencias desfavorables, y dar tiem-
po á que el comendador Ovando fuera estableciendo de
nuevo el imperio de la ley, y cobrando prestigio entre
los colonos; así como para que hubieran regresado á España
los muchos descontentos que deseaban hacerlo en compañía
de su protector Bobadilla, lo cual contribuiría mucho á
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
423
restablecer la tranquilidad , estimaron los Re3^es que era
conveniente retrasar cuanto fuera posible el desembarco de
Cristóbal Colón en aquellos lugares donde tan excitadas
estaban todavía las pasiones.
El texto de la Real Cédula da solución á todas las recla-
maciones del Almirante , aunque no tan cumplida como sus
merecimientos reclamaban.
El docto y juicioso historiador William H. Prescott,
estima estos actos con severa imparcialidad, huyendo de las
exageraciones de que muchos se han dejado llevar. — «Mu-
chas acriminaciones, dice ^, se han hecho al gobierno de
España por la parte que le cupiera en este deplorable acon-
tecimiento, ya á causa de haber nombrado á una persona
tan poco á propo'sito como Bobadilla, y ya por haberle con-
cedido tan exorbitantes é ilirhitadas facultades. Con res-
pecto á lo primero estamos muy apartados de aquellos
tiempos, como ya hemos advertido, para averiguar qué
motivos pudieron hacer elegir á sem.ejante persona.»
«Aunque los Reyes determinaran sin vacilar un momen-
to que Colón fuera restablecido en todos sus honores, cre-
yeron, sin embargo, conveniente diferir su reposición en el
gobierno de la colonia hasta que, apaciguadas las turbacio-
nes existentes en la isla, pudiera volver á ella con seguridad
y ventaja.»
«Muchas veces ha sido abiertamente acusado el gobier-
no de España como ingrato é injusto por haber diferido
restablecer á Colón en el pleno ejercicio de su autoridad
sobre las islas; y esto aun por escritores que en lo demás
han dado pruebas de extraordinaria imparcialidad y buena
fe. Pero semejante acusacio'n no tiene ap05^o alguno en
IX -^
'<iJ
' Historia del reinado de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel,
escrita en inglés por William H. Prescott, traducida del original por don Pedro
Sabau y Larroya. — Madrid, M. Rivadeneyra, 1846. — Tomo III, pág. 235.
424
CRISTÓBAL COLÓN
Ll'
\V.
^^
ningún autor contemporáneo que ha3^a llegado á mi noticia;
y parece, en efecto, que era del todo inmerecida. Además de
que claramente no convenía volverle á poner en medio de sus
contrarios y desafectos, sin haber dado lugar á que se disi-
paran los antiguos odios y prevenciones: había en su carácter
diversas singularidades, que hacían dudoso si era la persona
más á propo'sito para un caso que exigía la mayor impasibi-
lidad, la destreza más consumada, y una autoridad personal
reconocida por todos. Por otra parte su sublime entusiasmo,
que le saco' victorioso de los más grandes obstáculos, le había
atraído ^1 mismo tiempo multitud de embarazos, de que se
hubiera libertado otro hombre de temple más tranquilo.
Aquel carácter le hacía considerar muy fácilmente á los
demás como animados de su mismo espíritu, y le exponía á
tristes desengaños.»
«El Rey é la Reina: don Cristóbal Colon nuestro
Almirante de las islas y tierra firme que son en el mar
Océano á la parte de las Indias. Vimos vuestra letra de 26
de Febrero y las que con ellas nos enviastes y los memo-
riales que nos distes, y á lo que decís que para este viaje
á que agora vais querriades pasar por la Española, ya os
dijimos que porque no es razón que para este viaje á que
agora vais se pierda tiempo alguno, en todo caso vais por
este otro camino, que á la vuelta si os paresciere que será
necesario, podéis volver por allí de pasada para deteneros
poco; porque como veis convendrá que vuelto vos del viaje
á que agora vais, seamos luego informados de vos en per-
sona de todo lo que en él hobiéredes hallado y hecho, para
que vuestro parecer y consejo proveamos sobre ello lo que
mas cumple á nuestro servicio, y las cosas necesarias para el
rescate de acá se provean. Aquí vos enviamos la instrucción
de lo quh^laciendo á Nuestro Señor, habéis de facer en este
viaje ^ ; y á lo que decís de Portugal, Nos escrivimos sobre
X3¿^
Véase esta instrucción en las Aclaraciones y documentos (C).
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
425
ello al Re}^ de Portugal, nuestro hijo, lo que conviene, y
vos enviamos aquí la carta nuestra que decís, para su
capitán, en que le facemos saber vuestra ida hacia el
Poniente, y que habemos sabido su ida hacia el Levante,
que si en camino vos topáredes , vos tratéis los unos á los
otros como amigos, y como es razón de se tractar Capitanes
y gentes de Reyes entre quien hay tanto deudo, amor y
amistad, diciendo que lo mismo habemos mandado á vos; y
procuraremos que el Rey de Portugal, nuestro hijo, escriba
otra tal carta al dicho su Capitán.
))A lo que nos suplicáis que hayamos por bien que
levéis con vos en este viaje á Don Fernando, vuestro hijo, y
que la ración que se le dá quede á Don Diego vuestro hijo,
nos place dello.
»A lo que decís que queriades llevar uno o' dos que [
sepan arábigo paréscenos bien, con tal que por ello no os T
detengáis.
))A lo que decís, que parte de la ganancia se dará á la
gente que vá con vos en esos navios, decimos que vayan de
la manera que han ido otros.
))Las 10,000 piezas de moneda que decís, se acordó
que no se hiciesen por este viaje fasta que mas se vea.
))De la pólvora y artilleria que demandáis, vos avemos
ya mandado proveer como veréis.
))Lo que decís que no podísteis hablar al Doctor Ángulo
é al Licenciado Zapata á causa de la partida, escrividnoslo
larga é particularmente.
«Cuanto á lo otro contenido en vuestros memoriales y
letras, tocantes á vos y á vuestros hijos y hermanos, porque
como vedes, á causa que Nos estamos en camino y vos de
partida, no se puede entender en ello hasta que paremos de
asiento en alguna parte, y si esto hobiésedes de esperar se
perderla el viaje á que agora vais, por esto es mejor, que,
pues de todo lo necesario para vuestro viaje estáis despa-
chado, vos partáis luego sin detenimiento alguno, y quede
Cristóbal Colón, t. ii. — 54.
i"'»
V
áf^
J>'
426
CRISTÓBAL COLÓN
¿i^;
á vuestro hijo el cargo de solicitar lo contenido en los dichos
memoriales ; y tened por cierto que de vuestra presión nos pesó
mucho, y bien lo visteis vos y lo cognoscieron todos claramente,
pues que luego que lo supimos lo mandamos remediar, y sabéis el
favor con que vos habernos mandado tractar siempre, y agora
estamos mucho mas en vos honrar y tractar muy bien; y las mer-
cedes que vos tenemos fechas vos serán guardadas enteramente,
según forma y tenor de nuestros privilegios que dellas tenéis, sin
ir en cosa contra ellas, y vos y vuestros hijos gOT^areis dellas como
es raipn, y si necesario fuese confirmarlas de nuevo las confir-
maremos; y á vuestro hijo mandaremos poner en posesión de
todo ello, y en mas que todo esto tenemos voluntad de vos
honrar y fazer mercedes, y de vuestros hijos y hermanos
Nos tememos el cuidado que es razón; y todo esto se podrá
fazer, yéndovos en buena hora , y quedando el cargo á
vuestro hijo, como está dicho; 3'^ así vos rogamos que en
vuestra partida no haya dilación. — De Valencia de la Torre,
á 14 de Marzo de 502 años.
Yo el Rey.
Yo la Reina.
«Por mandado del Rey y de la Reina. — Miguel Per e:!^
Almaian. »
rí
Después en el cumplimiento ocurrieron las dificultades
y entorpecimientos, variaciones y pequeñas miserias que tan
malos ratos causaron al Almirante; pero esta carta podrá
alegarse siempre como testimonio del alto concepto en que
los Reyes le tenían, y de su probada inocencia, demostrando
que no era culpable de ninguna de aquellas faltas que sus
calumniadores le imputaron, ni responsable de los cargos
que la malicia formulaba contra él, pues no de otro modo
se concibe que los Reyes Católicos no solían ser tan expre-
sivos , ni deponer de tal modo su gravedad en las relaciones
con sus vasallos , siendo de admirar los términos afectuosos
que usaron con el Almirante, y no sin razón, al decir del
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
427
P. Las Casas, pues minea algún otro tal servicio hi^o, chico ni
grande, á sus Reyes jamás.
II
im
En tales condiciones se traslado Cristóbal Colón desde
Sevilla á Cádiz en los primeros días del mes de Mayo para
emprender su cuarta expedición.
Antes de ausentarse de Sevilla redacto una instruccio'n
que dejo á su hijo primogénito don Diego, para que la
tuviera presente en las eventualidades que pudieran sobre-
venir durante su ausencia, y aún en el caso de que falleciera
durante el viaje. Sus disposiciones guardan perfecta analogía
con muchas de las que consigno don Diego en sus testa-
mentos otorgados el primero en Sevilla en 1509 y el segundo
en Santo Domingo en 1523; constituyendo, sin embargo,
un documento interesante que copio' don José Vargas Ponce
de una Genealogía de la casa de Portugal escrita por don
Francisco Medina Nuncibay, cuyo paradero se ignora hoy, y
que había permanecido inédito hasta que lo ha sacado á luz
el ilustrado marino don Cesáreo Fernández Duro, tantas
veces citado ', y á quien tanto deben los estudios colom-
binos.
La instruccio'n es ésta:
-rSl
}m
^
mk,
«Muy caro hijo, yo os dejo en mi lugar, y quiero que
vos todo lo que me pertenece, que lo gastes con mucha orden
lo que pertenezca á tu honra, y para ello te dejo poder ante
escribano.
• Véase el libro titulado Nebulosa de Colón, según observaciones hechas
en ambos mundos. Madrid, 1890, pág. 25.
428
CRISTÓBAL COLÓN
«Todos mis privilegios y escrituras quedan á fray don
Gaspar, y una escritura de ordenación de mis bienes, para
si menester fuere en algún tiempo.
))Yo te mando y encargo que tu lo debas tomar mucho
á devoción, de dar el décimo de todos los dineros que
hubieres, que sean de rentas, que sean de cualquiera otra
guisa, el diezmo de ella, luego sin dilación de ora dadlo por
servicio de nuestro Señor á pobres necesitados y parientes
antes que á otros, y si no estubieren á do estubieres, apar-
talos para se los enviar. Si esto ficiéredes, nunca te faltará
el necesario, porque nuestro Señor proveerá.
))Yo te mando que todas las personas que trataren
contigo que las honres y trates bien, desde el mayor al mas
pequeño; porque son pueblo de Dios nuestro Señor, El te
honrará y acrecentará según que honrares á su pueblo, é si
maltratáredes á algún dellos, nuestro Señor te tratará mal
á tí, y te afligirá si afligieres á nadie, ansi haz npiseri-
cordia y ten por, cierto que El hará á tí misericordia.
))A1 Rey y á la Reina nuestros señores, y á sus hijos,
sirve con mucho amor, y no los importunes por los memo-
riales que yo dejé á SS. AA., bien que digan que yo los
faga requerir, fasta que plega á nuestro Señor de me traer
á salvo, si viviérades el tiempo á su voluntad.
))A Beatris Eiiriquei hayas encomendada por amor de
mí, atento como teníades á tu madre, haya ella de tí diez
mili maravedís cada año, allende de los otros que tiene en
las carnecerias de Córdoba.
))A Violante Nuñei (sic) dá diez mil maravedís cada año,
por tercios. (Debió' leerse Muni^J.
))Yo te mando, so pena de mi obediencia, que por tu
persona tomes cuenta cada mes del gasto todo de tu casa y
lo firmes de tu nombre, porque de otra guisa se pierden los
criados y los dineros y se cobran enemistades.
))Yo te mando so pena de inobediente, que todas las
cosas de sustancia que hubiéredes dé hacer que sea todo con
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
429
parecer 5'' consejo de Fray Don Gaspar Gorricio, y no en
otra manera; 3^^ trabaja porque se le traya el Breve del Santo
Padre, para poder salir á entender en mis cosas, 5^ en esta
empresa de las Indias demuestra sancta fe y gasta en esto
cuanto fuere menester.
))En lo de tu casamiento, si SS. AA. te fablan o' mandan
á fablar, responde que yo suplico á SS. A A. que manden
que esté suspenso hasta que nuestro Señor me traya.
))Don Diego, mi hermano, queda en Cádiz; es menester
que del dinero que nuestro Señor te dará, que lo proveas y
tengas muy gran cuidado de él, porque es mi hermano,
y ha sido siempre muy obediente. Has de procurar que
SS. AA. le hagan merced de algo en la Iglesia; una canongia
ú otra cosa.
«Luis de Soria siempre habia dado lo que ha podido,
y tiene mi procuración: escríbele á menudo y él escribirá
al señor.
))Yo embié á Carvajal á las Indias en mi lugar á recabar
lo que me pertenecía: yo le di mi instrucción, y por escrito
todo lo que allí tengo, ques buena cantidad de dineros, como
puedes ver por el traslado de la instrucción y de las escri-
turas todas que yo te dejé en un envoltorio. El ha de tra-
bajar de te enviar los mas dineros que él pudiere con estos
navios. Yo le diré (¿dixe?) que se viniere con los otros que
irán atrás o' en estos que fueron: él sabe muy bien todos los
negocios mios allegar. Yo le prometía á quinientos mara-
vedís cada dia , como y por la guisa que hubiera por su
última instruccio'n , y si acá entendiere en mis negocios se le
dará cincuenta mil maravedís. Hombre es de buen saber: él
ha recibido de mí los dineros y escrituras que verás en su
instrucción que te digo, como dije arriba, y llevo' un libro
de mis privilegios autorizado.
«Micer Francisco de Rivarol, Micer Francisco Doria,
y Micer Francisco Cataño y Micer Gaspar Espéndola, me
emprestaron para suplir el ochavo de las mercancías que
430
CRISTÓBAL COLÓN
r/'
u
fueron á las Indias, 5^ mas ciento diez y ocho mil maravedís
en dinero que se gastaron en Sevilla, y cincuenta mil en
Jerez, y veinticinco mil en Granada: de todo tienen mi
cédula y escritura pública. Yo he mandado á Carvajal que
los pague todos. Procura que sea así, y todos los otros
dineros que parece que haya yo recibido por mi firma.
Carvajal llevo poder para recibir el ochavo de todas las
mercaderías; entiéndese el dinero que dellas saliere, y otras
muchas deudas que allá en la Española me son debidas , y
otras cosas que allá me tomo' Bobadilla ; lo cual todo te dejo
por memoria, como arriba vá dicho, en un envoltorio.»
En estos mismos días probablemente, mientras que el
Almirante redactaba esta instrucción para su hijo, en la
previsio'n de contingencias desgraciadas , se terminaban
también las copias autorizadas que había mandado hacer de
las cartas, privilegios y cédulas que desde el año 1492 hasta
aquella fecha había obtenido de los Re^^es Católicos. Se
empezó' el miércoles 5 de Enero de 1502 ante Esteban de la
Roca é Christo'bal Ruyz Montero, alcaldes ordinarios de
Sevilla , y en presencia del escribano público Martín Rodrí-
guez, en la casa morada del Almirante, donde éste exhibió'
los documentos originales escritos en papel é pergamino, e
firmados de sus reales nombres, (del Rey y de la Reina) é
sellados con sus sellos de plomo pendientes en jilos de seda á
colores é de cera colorada en las espaldas, é refrendados por
ciertos oficiales de su casa real.
De todos estos documentos, cartas y privilegios se
sacaron cuatro traslados: uno de ellos dejo' Cristóbal Colón
con los originales depositados en el Monasterio de la Cartuja
de las Cuevas. Otro llevo' á las Indias Alonso Sánchez
Carvajal, y los dos restantes recogió el mismo don Cris-
tóbal para darles la direccio'n y destino que ya referimos en
la Introduccio'n , y ahora veremos.
Los cotejos con los originales se fueron haciendo paula-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
431
linamentc, por tres escribanos. El último de ellos parece
haber sido concluido en 22 de Marzo. El Almirante había
escrito al embajador de Genova Micer Nicolo Oderigo,
enviándole uno de los ejemplares que primeramente se ter-
minaron, dentro de una harjata de cordobán colorado con su
cerradura de plata con dos cartas para el oficio de San Jorge,
donde quería que se guardase aquella copia.
La carta, cuyo autógrafo se conserva en Genova y ha
sido publicada en facsímile por el P. Juan B. Spotorno,
dice así:
:?>*'':
m
«Al Señor Embaxador Miger Nicolo Oderigo.
«Señor: .
))La soledad en que nos habeys dexado no se puede
dezir. El libro de mis escrituras di á Miger Francisco de
Ribarol para que os le enbie con otro traslado de cartas
mensajeras: del recabdo y el lugar que poneys en ello, os
pido por merced que lo escrivays á Don Diego. Otro tal se
acabará, y se os enbiará por la mesma guisa, y el mesmo
Mi^per Francisco. En ello fallareys escritura nueba: S. A. me
prometieron de me dar todo lo que me pertenece y de poner
en posesión de todo á Don Diego, como veyreys. Al Señor
Mi^er Juan Lu3^s, y á la Señora Madona Catalina escrivo: la
carta vá con esta. Yo estoy de partida en nombre de la Santa
Trinidad con el primicr buen tiempo, con mucho atablo. Si
Gero'nimo de Santi Esteban viene, débeme espectar, y no se
enbara^ar con nada ; porque tomarán del lo que pudieren, y
después lo dexaran en blanco. Venga acá, é el Rey y la Rey-
na lo recebirán, fasta que yo venga. Nuestro Señor os aya
en su santa guardia. Fecha á XXI de mar(,o en Sevilla 1502.
» A lo que mandares.
s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo FERENS.»
432
CRISTÓBAL COLON
El último ejemplar lo dirigió' el Almirante al mismo
Nicolás Oderigo por medio de Francisco Catanio, o' Cataneo,
á quien lo entrego' en Cádiz, cuando ya estaba á punto de
darse á la vela.
III
Puestos en, orden todos estos asuntos y terminados otros
preparativos que le habían -detenido en Sevilla hasta bien
entrada la primavera, tuvo noticia el Almirante de que su
hermano don Bartolomé, concluida la reparacio'n de los
buques, había salido para Cádiz, y allí se dirigió' para re-
unirse con él en los primeros días del mes de Marzo desde
Sanlúcar de Barrameda, y con fecha 4 de Abril dirigió'
carta á su excelente amigo el monje cartujano fray Gaspar
Gorricio, hablándole brevemente de varios asuntos. El ori-
ginal de esa carta se conserva en el Archivo del excelen-
tísimo Sr. Duque de Veragua, y dice así:
«Al Reverendo y muy devoto Padre Fray Gaspar.
*» Reverendo y muy devoto Padre: si el deseo de saber
de vos me fatiga ansí andando á allá adonde voy, como
hará aquí? recibiré gran pena. — Las cosas de mi despacho
me han cargado tanto que he dejado el resto: y esto por
hazer todo más despacio. El señor Adelantado 3^1 partió'
con los navios para despalmar en la Puebla Vieja. Mi par-
• tida será en nombre de la Santa Trinidad el miércoles por
la mañana. — A la vuelta verá á V. R. don Diego y le em-
porná bien en lo de mi memorial que yo le dexo, del qual
querría yo que tuvieredes un traslado.
«Allá van para mi arquita algunas escrituras. — La carta
escribiré de mi mano. Don Diego se la traerá con mis enco-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
433
miendas: á esos devotos religiosos me encomiendo, en espe-
cial al Reverendo Padre Prior^ que soy muy suyo y deseoso
de servirle. Fecha á 4 de Abril.
»Para lo que V. R. mandare
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.»
El día 9, según el P. Las Casas, o' el 11, según
el escribano de á bordo Diego Porras, cuyo dato sigue
Mr. H. Harrisse, zarpo' la flota del puerto de Cádiz en
direccio'n á las Canarias. Mas como en el punto de levar
anclas llegase la noticia de que los moros tenían estre-
chamente cercada en Arcila la guarnicio'n portuguesa , y
que ésta muy inferior en número se encontraba en grave
apuro, decidió' prestarle socorro con las fuerzas que man-
daba.
Comprendía el Almirante que no eran de gran impor-
tancia para ayudar á los sitiados los pocos soldados que
llevaba en sus carabelas; pero confiaba más que en la fuerza
material en el efecto moral que había de producir, tanto en
sitiados como en sitiadores, — en los unos de esfuerzo y con-
fianza, en los otros de temor, — la vista de aquella escuadra
que de Europa se dirigía á las costas africanas, y cuya
importancia no podían calcular unos ni otros. Era un soco-
rro que podía decidir la suerte de los cristianos cercados
en Arcila, y Colón no vacilo' ni un momento en prestárselo,
aun comprometiendo su expedicio'n.
Afortunadamente cuando la escuadra llego' frente á
la plaza, los moros habían levantado el cerco. Dispuso
el Almirante que su hermano , el Adelantado , su hijo
don Fernando y los capitanes y oficiales de todos los
barcos saltasen en tierra y pasaran á ofrecerse al Gober-
nador, que se hallaba postrado en cama á consecuencia
Cristóbal Colón, t. ii. — 55.
ñ
^o»
434
CRISTÓBAL COLÓN
de las heridas recibidas en el último asalto de los moros,
prometiéndole su ayuda en nombre de los reyes de Es-
paña.
Mucho agradecieron los portugueses tan oportuno men-
saje, y al regresar el Adelantado y los suyos, fueron acom-
pañados por varios caballeros de los principales de la
guarnicio'n, que pasaron á bordo para dar gracias al Almi-
rante en nombre del Gobernador. Por singular coincidencia
parece que iban entre aquéllos algunos señores que tenían
deudo con Cristóbal Colón, por ser parientes de su mujer
doña Felipa Muñiz.
Verifico'se una amistosa conferencia, y en el mismo
día continuo' su viaje la expedicio'n con rumbo á Ca-
narias, llegando á ellas el 20 de Mayo. Permaneció en
la Gran Canaria cinco días, haciendo abundante provi-
sio'n de quesos y salazones, y completando las de leña y
agua. - . .
Aprovechando la momentánea ociosidad de aquellos
días, en tanto que se terminaba el aprovisionamiento, volvió'
á escribir á Fray Gaspar Gorricio, para que no descuidase
sus encargos, en afectuosa carta, tan breve como expresiva,
en estos términos:
((Al Reverendo y muy devoto Padre D. Gaspar.
»En las Cuevas de Sevilla.
)) Reverendo y muy devoto Padre: el venda:val me de-
tuvo en Cáliz fazta que los Moros cercaron á Arcila, y con
él salí al socorro y fui al puerto. Después me dio' nuestro
Señor tan buen tiempo que vine aquí en cuatro dias. —
Agora será mi viaje en nombre de la Santa Trinidad, y es-
pero della la victoria.
))Acoerdese V. R. de escribir á menudo á don Diego, y
acoerde á miser Francisco de Rivarol el negocio de Roma,
que non le escribo por la prisa.
))A1 Padre Prior y á todos esos religiosos me enco-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO II
435
miendo. — Todos acá estamos buenos á Dios Nuestro Señor
gracias. Fecha en Gran Canaria *
»Para lo que V. R. mandare
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.»
El día 25 á la caída del sol desplegaron velas poniendo
nuevamente las proas en dirección al Nuevo Mundo.
Para este viaje, además de los datos contenidos en la
carta que Colón dirigió' á los Reyes desde la isla Jamaica,
y del relato de fray Bartolomé de las Casas, que recogió'
noticias de muchos de los que fueron en la expedicio'n, ha}?"
que consultar como guía indudable j de mayor crédito á
don Fernando Colo'n, que fué testigo presencial, y consigno
lo que había visto, refiriendo sucesos en que había tomado
parte activa, en los últimos capítulos de sus Apuntes (His-
torie) desde el LXXXVIII hasta el postrero. Ya hemos visto
que los Reyes accedieron á que en compañía del Almirante
emprendiera el arriesgado viaje; y él mismo al hablar del
apresto de los buques dice: «que se aprestaron con armas y
vituallas cuatro navios de gavia de setenta toneladas de
porte el mayor, y el menor de cincuenta, con ciento cuarenta
hombres, entre grandes y pequeños, de que yo era uno »
El viaje en esta primera parte fué felicísimo, el viento
favorable tan constante , que en veinte y un días , sin calar
la vela llegaron á la isla de Matinino en 15 de Junio por la
mañana, con bastante alteración de mares y vientos. Para
dar descanso á la gente , y que lavasen sus ropas , según la
necesidad y costumbre de los que van desde España en la
* Está rota la punta de papel y no puede leerse lo demás de la fecha.
Colón llegó á la Gran Canaria el 20 de Mayo de 1502, y continuó desde
allí su viaje el 25; por consiguiente la fecha debe ser de uno de estos días.
(Notas del señor don Martín Fernández Navarrete).
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436
CRISTÓBAL COLÓN
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primera tierra que tocan, quiso el Almirante que saltasen
en tierra; allí permanecieron tres días hasta el sábado diez y
ocho, haciendo provisión de leña y refrescando la de agua,
y luego se dirigieron al Poniente de la isla y ganaron la
Dominica, distante diez leguas por aquel rumbo.
En opinión de Washington Irving esta isla llamada
Matinino por los indios, corresponde á la que actualmente se
llama Martinica y que dista diez leguas de la Dominica. Don
Martín Fernández Navarrete la reduce á la que ahora se
nombra Santa Lucía. Desde allí, discurriendo entre las islas
caribes, fueron á la de Santa Cruz, y el viernes 24, pasando
al Sur de la de Puerto Rico, tomaron el rumbo directo á
Santo Domingo.
No entraba esta dirección, según parece, en el primitivo
plan del Almirante, ni se conformaba con lo preceptuado
por los Reyes Cato'licos, de que dejase su recalada en la
Española para el viaje de regreso ; pero le obligaron á ello
circunstancias del momento, según expresa su hijo; «porque
el Almirante tenia ánimo de trocar uno de los cuatro navios
que llevaba, que era poco velero, y que navegaba menos, y
no podia sostener las velas si no se metia el bordo hasta
cerca del agua, de que resulto' bastante daño en aquel viaje,
dado que la intención del Almirante cuando venia por el
golfo, era de ir á reconocer aquella tierra y seguir la costa,
hasta dar con el estrecho que tenia por cierto haber hacia
Veragua y el Nombre de Dios; pero el defecto del navio
le preciso ir á Santo Domingo para trocarle por otro bueno.»
Llego' la flota al puerto de Santo Domingo el 29 de
Junio, é inmediatamente mando' Cristóbal Colón á Pedro
Terreros, el capitán de la carabela La Gallega, para que
diese cuenta al comendador Ovando de su llegada, y le
explicase el objeto que la motivara, pidiendo le procurase
un buque mejor que pudiera comprar o' cambiar por el otro
que no era á propo'sito para el viaje.
438
CRISTÓBAL COLON
^:^^
,í,-»r'.í
mí
m
Desde el punto mismo en que con grillos y esposas
llegaron á España el descubridor del Nuevo Mundo y sus
hermanos, la destitucio'n de Francisco Bobadila fué recla-
mada unánimemente por la opinión, y decidida por los
Reyes. Las quejas que el Almirante expuso, los agravios
que manifestó', las injurias de que hizo mérito confirmaron
aquella resolución, y otras razones que nacieron de las
noticias recibidas del desorden administrativo del Comen-
dador, la hicieron llevar á efecto inmediatamente.
Fijáronse los Reyes en la persona que debía sustituir al
desacertado Bobadilla, y eligieron á fray Nicolás de Ovando,
comendador de Lares, de la Orden de Alcántara, y que á su
reputacio'n de honrado y virtuoso, unía extensos conoci-
mientos, y carácter prudente y conciliador, cual era nece-
sario'en las circunstancias en que se encontraba la colonia,
para borrar las huellas de pasados desordenes , restablecer el
imperio de la autoridad, y dar prestigio al cargo de Gober-
nador que iba á desempeñar.
«Era mediano de cuerpo, y la barba muy rubia o
bermeja; tenia y mostraba grande autoridad, amigo de
justicia; era honestísimo en su persona en obras y palabras,
de cudicia y avaricia muy grande enemigo, y no pareció
faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes; y, dejado
que lo mostraba en todos sus actos exteriores , en el regi-
miento de su casa, en su comer y vestir, hablas familiares y
públicas, guardando siempre su gravedad y autoridad,
mostrólo asimismo, en que después que le trajeron la Enco-
mienda Mayor, nunca jamás consintió' que le dijese alguno
señoría Este caballero era varón prudentísimo y digno
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
439
.de gobernar mucha gente, pero no indios, porque con su
gobernación inestimables daños, como abajo parecerá, les
hizo.»
Este retrato nos dejo' del comendador Ovando el obispo
fray Bartolomé de las Casas, que le conoció' personalmente
y fue con él á las Indias en aquel viaje, como él mismo lo
dice en su Historia.
Salieron de Sanlúcar el primer domingo de Cuaresma,
13 de Febrero de 1502. Como Cristóbal Colón se había í(y>
quejado á los Reyes en Granada, de que el nombramiento
de gobernadores para la India no podía hacerse sin lastimar
sus privilegios, firmados por aquéllos, y se le prometía
guardar en todo lo capitulado, y aún confirmarlo si fuera
necesario, se dio' carácter de interino al nombramiento de
fray Nicolás de Ovando, señalándole el tiempo de dos años,
para que en ellos acabase la informacio'n de los delitos come-
tidos durante las sublevaciones, y apaciguados los ánimos,
calmados los odios, extinguidas las enemistades con el
regreso á España de todos los comprometidos y lastimados
por aquellos sucesos, pudiera proveerse en la vuelta del
Almirante á su gobernacio'n.
La flota que se dispuso para llevar á la isla Española al
nuevo Gobernador fué más importante que todas las despa-
chadas hasta entonces, porque llevaba más de dos mil y
quinientos hombres, para el aumento de los trabajos, y gran
cantidad de víveres, semillas, animales y utensilios de todas
clases, y debía además recoger allá al comendador Bobadilla riSs
y á cuantos desearan volver á España con todos los objetos
de su pertenencia.
Fletáronse treinta y dos naos y navios, entre chicos y
grandes, bajo el mando de Antonio de Torres, saliendo con
pro'spero viaje del puerto de Cádiz con la obligada direccio'n
de las islas Canarias ; pero ya á lá vista de ellas , el domingo
siguiente se desato un vendaval, que es viento Austro ó del
Austro colateral, tan recio y desaforado que causo grande
:u=.~
,M'
440
CRISTÓBAL COLON
tormenta en la mar. Los buques sg separaron unos de otros,
sin poder gobernar, corriendo cada uno el viento según lo
permitía su solidez y el estado de su arboladura. Una de las
mayores naves llamada la Rábida, se fué á pique sin poderse
salvar nada de su carga, pereciendo desgraciadamente ciento
veinte pasajeros que iban en ella y toda su tripulación. Los
demás buques tuvieron que arrojar al agua cuanto llevaban
sobre cubierta, perdiendo algunos parte del velamen y más-
tiles, y estos despojos, depositados por las olas en las playas
del mediodía de España , hicieron correr la noticia de que la
escuadra toda había perecido sepultada en los abismos del
mar por la inmensa violencia del huracán, que también aquí
se había dejado sentir y causado muchos estragos.
Estas tristes nuevas llegaron á Granada, donde los
Reyes se encontraban, confirmadas con el hecho de haberse
recogido en la costa junto á Cádiz, cajonería, maderas,
pipas y varios restos de la nao Rábida, y produjeron tan
grave impresión en su ánimo, considerada la inmensidad del
desastre y la pérdida de tantas personas, que estuvieron
ocho días retraídos sin permitir que nadie los viese ni
hablase.
Pero felizmente la catástrofe se redujo á perder la nao
Rábida y su tripulación. Los demás buques, corrido el inmi-
nente peligro, se fueron amparando en la Gomera; allí
repararon como mejor se pudo las averías que todos, cual
más cual menos, habían sufrido, rehicieron los repuestos, y
habiéndose unido á la escuadra otra carabela, con muchos
naturales de aquellas islas que deseaban pasar al Nuevo
Mundo, siguieron su viaje con el mismo número de treinta
y dos naves con que habían salido de la barra de Sanlúcar.
Antes de darse á la vela dividió el Comendador la
escuadra en dos partes, llevando consigo los buques más
veleros y de mejor andar, y dejando los más pesados al
mando de Antonio de Torres.
Ambos tuvieron feliz viaje, sin nuevos contratiempos
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
441
ni borrascas , llegando al puerto de Santo Domingo el
comendador Ovando el día 15 de Abril, y Antonio de Torres
doce o' catorce días después.
II
A la llegada de las carabelas,' acudieron al puerto,
según costumbre, cuantos españoles había en la ciudad, sin
excepcio'n de clases ni condiciones: que la curiosidad y el
interés los movían á todos con igual fuerza, siempre que se
divisaba alguna flota, ansiando saber noticias y novedades
de la patria. Apiñados todos en la ribera, y conociendo
desde lejos á muchos de los que en las barcas bajaban á
tierra, comenzaron á preguntar con grandes voces por
nuevas de Castilla. Respondieron los que iban que buenas
nuevas, que todo quedaba bien en España y que los Reyes
enviaban por su Gobernador al comendador de Lares , de la
Orden de Alcántara, bien conocido de muchos.
Con esto, cuando pusieron el pie en la playa, ya los
estaba esperando con toda la gente y vecinos de la ciudad el
comendador Bobadilla. Recibieron todos con el mayor come-
dimiento á Ovando, y le condujeron á la fortaleza, donde
leídas las Reales Cédulas y provisiones, le prestaron el
debido acatamiento, y habiendo recibido juramento, como en
las mismas se preceptuaba, al nuevo Gobernador, le pusie-
ron inmediatamente en posesio'n de su cargo, dándole obe-
diencia, en tanto que iban desembarcando las demás personas
que habían quedado á bordo.
Entre las instrucciones comunicadas al' comendador de
Lares, era la primera lá de enviar á España á Bobadilla al
regreso de la flota, con amplia y veraz informacio'n de su
conducta en el gobierno, y en lo que se refería al Almirante;
Cristóbal Colón, t. ii. — 56.
V^i
442
CRISTÓBAL COLON
haciendo iguales diligencias con todos los que hubieran co-
metido ciertos delitos á la sombra de los pasados trastornos,
que también deberían ser embarcados en aquellos buques.
Llevaba el encargo de fundar cuatro ciudades en los puntos
más convenientes de la isla , obligando á los españoles á que
residieran en ellas, y no anduviesen errantes por los campos,
en el deseo de arrebatar cuanto oro encontraban en poder de
los infelices indios; logrando así que se amparasen mutua-
mente y que estuvieran sometidos á la vigilancia de las
autoridades reales. También se le había encargado especial-
mente cuidara de que á los indios se les tratara con huma-
nidad, y procurase su instrucción moral y religiosa, á cuyo
efecto se embarcaron con el mismo Comendador doce frailes
franciscanos, de reconocida piedad y solida doctrina, con un
prelado llamado fray Antonio de Espinal.
El comendador Ovando comenzó' desde luego á cumplir
las o'rdenes que había recibido. Abrió' juicio de residencia á
su antecesor Bobadilla , y como el mando de éste había sido
tan débil y desconcertado, aunque no tenía en verdad
enemigos que desearan su ruina, tampoco pudo contar con
verdadero afecto en el pueblo, ni con amigos leales que le
acompañasen en su desgracia; «y era cosa de considerar,
como dice el P. Las Casas, verle cual andaba solo y desfa-
vorecido, yendo y viniendo á la posada del Gobernador, y
parecer ante su juicio, sin que hombre lo acompañase de los
que él habia favorecido y dicho, aprovechaos que no sabéis
cuanto este tiempo os durará.»
Examinadas también las causas del levantamiento y
desobediencia de Francisco Roldan y sus secuaces, como se
le había encomendado, dispuso Ovando que todos partiesen
para España, donde habían de ser juzgados y castigados,
según mereciesen; y aun parece dispuso que Roldan viniese
en calidad de preso, aunque sin hierros, porque esto no lo
recordaba bien fray Bartolomé de las Casas.
Todos fueron embarcados ; pero conforme á las instruc-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
443
dones recibidas se dispusieron á traer consigo las cantidades
de oro que habían ido acumulando, pues en aquellas riquezas
fiaban la absolucio'n de sus culpables actos.
Grande era ya la riqueza que en aquella flota debía
venir á España; en la nave capitana se embarcaron cien mil
castellanos o pesos de oro, que correspondían á la corona,
y otros tantos que eran de los jefes que se dispusieron á
venir en ellas. Esto sin contar lo mucho que se ocultaba, y
lo que en los demás buques de la escuadra traían oficiales
y soldados. Se entrego' también á Antonio de Torres para
que lo presentase á los Reyes, el mayor grano de oro nativo
que hasta entonces se había visto ni se vio después en la isla
Española; pieza tan notable y celebrada que en su des-
cripción, valor y hallazgo se detienen muy de proposito los
historiadores. — « El grano que dije , de que dieron nuevas,
dice fray Bartolomé de las Casas, fué cosa monstruosa en
naturaleza, porque nunca otra joya tal, que la naturaleza
sola formase vieron los vivos; pesaba 35 libras, que valían
3,600 pesos de oro; cada peso era o tenia de valor 450 ma-
ravedís; era tan grande como una hogaza de Alcalá (que
hay en Sevilla, y de aquella hechura, que pesa tres libras),
y yo lo vide bien visto. Juzgaban que ternia de piedra,
mezclada y abrazada con el oro (la cual, sin duda, habia de
ser por tiempo en oro convertida), los 600 pesos, y porque
la piedra que está entrejerida y abrazada con el oro en los
granos que se hallan, son como manchezuelas menudas, cuasi
todo el grano parece oro, aunque con cantidad de piedra.
Habia dado el comendador Bobadilla, Gobernador, tan larga
licencia á los españoles que se aprovechasen de los indios y
echasen á las minas, cada dos compañeros, sus cuadrillas de
quince, y veinte, y treinta, y cuarenta indios, hombres y
mujeres; Francisco de Garay é Miguel Diaz (de quien algo
se ha tocado, y abajo se dirá más, si á Dios pluguiere), eran
compañeros, y traian su cuadrilla o' cuadrillas en las minas
que dijimos Nuevas, porque se descubrieron después de las
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444
CRISTÓBAL COLÓN
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primeras, que llamaron por esto Viejas, de la otra parte del
rio Hayna, cuasi frontero, ocho leguas o' nueve, desta ciu-
dad de Sancto Domingo. Una mañana, estando la gente
almorzando, estaba una india de las de la misma cuadrilla,
sentada en un arroyo, comiendo, y descuidada, pensando
quizá en sus trabajos, captiverio y miseria, y daba con una
vara, ó quizá una barreta, o almocafre, d otra herramienta
de hierro en la tierra, no mirando lo que hacia, y, con los
golpes que dio, comenzóse á descubrir el grano de oro que
decimos; la cual, bajando los ojos, vido un poquito del relu-
cir, é, visto, de propo'sito descubre más, 5^, así descubierto
todo, llama al minero español, que era el verdugo que no
los dejaba resollar, y dícele : ó cama giiaxeri gtiariquen caona
yari. O cama, dice oyes, guaxeri, señor, guariquen, mira o' ven
á ver, yari, el joyel o' piedra de oro; caona llamaban al oro.
Vino el minero, y con los vecinos hacen grandes alegrías,
quedando todos como fuera de sí en ver joya tan nueva y
admirable y tan rica; hicieron fiesta asando un lechon o'
cochino, lo cortaron y comieron en él, loándose que comieron
en plato de oro muy fino, que nunca otro tal lo tuvo algún
Rey. El Gobernador lo tomo' para el Rey, dando lo qué
pesaba y valia á los dos compañeros, Francisco de Garay y
Miguel Diaz. Pero, sin pecado, podemos presumir que á la
triste india que lo descubrid, por hallazgo no se le dieron de
grana ni de seda faldrillas, y ojalá le hayan dado un solo
bocado del cochino.»
Además de tan gran cantidad de oro, se dispusieron á
embarcar otros muchos objetos de valor, y numerosos pro-
ductos del país, que pudieran llamar la atención por su
novedad, por su abundancia y por los usos á que pudieran
destinarse con gran provecho para el comercio por ser hasta
entonces desconocidos.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
445
III
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En tanto que se disponía lo necesario para que la nume-
rosa flota pudiera emprender el viaje, acopiando las provi-
siones, reuniendo el material, y llevando á bordo cuantos
objetos querían traer consigo los que á España regresaban,
llego inopinadamente á Santo Domingo el capitán Pedro
Terreros, para anunciar al comendador Ovando la llegada
del Almirante y las causas que la motivaran.
Grande fué la sorpresa de todos al tener conocimiento
de aquella noticia, que en tales momentos podía causar
grave trastorno. Con motivo del embarque se habían reunido
en Santo Domingo la mayor parte de los comprometidos en
la insurreccio'n que antes estaban diseminados en la isla, y
eran los que mayores resentimientos podían tener del Almi-
rante y del Adelantado, pues muchos de ellos habían sido
condenados á muerte, y hubieran sufrido la pena á no haber
llegado el comendador Bobadilla en el momento crítico.
Libres todos, por la mala direccio'n que el Gobernador había
dado á los asuntos, y en el punto de embarcarse con sus mal
adquiridas riquezas, la presencia de Cristóbal Colón y de
su hermano podía ser motivo de conflicto, cuyas consecuen-
cias no era fácil preveer. Importaba mucho que salieran de la
isla Española todos aquellos elementos de discordia, mal
acostumbrados por Bobadilla, y rebeldes á la obediencia de
la autoridad , y pesando estas dificultades , conformándose
también con las indicaciones hechas por los Reyes, manifestó'
el comendador Ovando á Terreros que no podía otorgar la
licencia que el Almirante deseaba para desembarcar, y debía
continuar su viaje con los mismos barcos que había sacado
de España.
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446
CRISTÓBAL COLON
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Bien se deja comprender cuál sería el disgusto del Almi-
rante al recibir esta dura respuesta, cuando tal necesidad
veía de proveerse de un buque de mejores condiciones para
continuar sus descubrimientos. Pero á este sentimiento se
unió otro no menos grave, que le obligo á enviar nuevo
mensaje al Gobernador.
Consultando el estado de la atmosfera, y por señales
que para su saber y experiencia eran indudables, comprendía
que estaba muy cercano uno de aquellos ciclones, cuyos
terribles estragos había observado más de una vez : una
tempestad que amenazaba ser grande, pero cuya gravedad
no podía conocerse anticipadamente. Presentía, sin embargo,
por indicios y observaciones que había de ser importante,
y temiendo exponer su escuadra á tan incierto peligro,
porque no la veía en condiciones de correr el temporal, se
decidió' á insistir para que Ovando le permitiera buscar
abrigo en el puerto. Además había tenido noticias por el
capitán Pedro Terreros de que la flota se aprestaba, y muy
pronto había de darse á la vela cargada de muchas riquezas
y con gran número de hombres á bordo; y creyó un deber
de conciencia, y hasta de humanidad, comunicar al Gober-
nador sus observaciones, para que suspendiera la salida de
los buques hasta que hubiera pasado la tormenta.
Volvió, pues, Terreros á Santo Santo Domingo para
hacer presentes á Nicolás Ovando las graves circunstancias
en que se encontraba el Almirante, y la necesidad que tenía
de cambiar la nao Bermuda por otra más apta para la nave-
gacio'n que emprendía; aconsejándole al mismo tiempo detu-
viera la flota para no exponerla á un grave peligro.
Mal mirado debía ser en la colonia todo cuanto procedía
de Cristóbal Colón cuando tan poco aprecio hicieron de su
prudente advertencia. Tal vez el comendador Ovando juzgo
que el anuncio de la pro'xima tempestad era un ardid, un
engaño inventado para que se le concediera la entrada en el
puerto: lo cierto es que volvió á negársela, significándole
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
447
continuara su viaje en las mismas condiciones en que lo
había emprendido; y en cuanto á no dejar salir la flota, él
no curo' de creerlo ; « y los marineros y pilotos después oyeron
que aquello lo había mandado á decir el Almirante, unos bur-
laron dello, y quizá del, otrps lo tuvieron por adivino; otros,
mofando, por profeta, y así no curaron se detener »
El disgusto que causo' en las tripulaciones de los buques
de Colón esta negativa de recibirlos en el puerto, fué gran-
dísimo; porque ellos tenían fe en la ciencia de su Almirante,
se encontraban amenazados de un gran peligro, y vieron
con profunda pena se les negaba aquel refugio, que por
humanidad y por derecho de gentes no se negaría ni aún á
extraños, siendo tratados por sus compatriotas con más
rigor que si fueran herejes d enemigos de la patria. Colón
disimulo' como mejor pudo el efecto de aquella repulsa, y
siguiendo lo más cerca de la costa que le fué posible, camino'
buscando puerto o' abrigo donde acogerse al primer asomo
de la tempestad.
Embarcáronse, pues, en Santo Domingo, sin acordarse
para nada del Almirante, y aun despreciándolo, aquellos
que más debían conocer cuanto era su entendimiento y lo
que alcanzaba su saber. Francisco de Bobadilla, Francisco
Roldan y todos los enemigos más encarnizados de Cristóbal
Colón , pasaron á bordo tranquilamente para estar al lado
del oro objeto de sus afanes. Llevaron consigo al infortu-
nado Guarionex, al cacique de la Vega, preso hacía mucho
tiempo, pero de cuya presentacio'n en la corte esperaban
quizá el efecto de un triunfo, y se dispusieron á partir.
«Quiso Dios cegarles los ojos y el entendimiento, escribe
Don Fernando Colo'n, para que no admitiesen el buen
consejo que les dio' el Almirante. Yo tengo por cierto que
esto fué providencia divina, porque si estos arribaran á
Castilla jamás serian castigados según merecían sus de-
litos ))
Y en verdad , al más incrédulo y despreocupado ha de
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448
CRISTÓBAL COLÓN
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hacer reflexionar el suceso ; que pocas Aceces puede verse tan
clara la justicia divina.
En los días 29 y 30 de Junio estuvo Cristóbal Colón
en el puerto de Santo Domingo, y desoyendo su consejo,
levaron las anclas los treinta y dos barcos que formaban la
flota dándose á la vela en los primeros días del mes del Julio.
Dos solamente llevaban de navegacio'n, y apenas perdieron
de vista la costa oriental de la isla, cuando la tormenta, que
desde días antes venía condensándose, y tan clara era para
el ojo experimentado de Cristóbal Colón, se desencadeno' de
improviso con un violento huracán de irresistible empuje.
Las aguas se levantaban hasta los cielos en espumosas mon-
tañas, y abrían abismos de inmensurable profundidad: los
barcos fueron dispersados instantáneamente, y revueltos en
las espumosas ondas desaparecían para no volver á parecer.
La capitana, sepultada antes de que tuvieran tiempo de
plegar siquiera las velas ,' llevo' al fondo del mar á Bobadilla
y á Roldan con sus riquezas , sin que hombre chico ni grande
de ella escapase, ni vivo ni muerto se hallase. Mas de veinte
buques corrieron la misma suerte , y solamente una carabela
de las peores, llamada la Guchia, pudo seguir su viaje á
Castilla, donde trajo la noticia del desastre. Y es también
de notar que en aquella mala embarcacio'n venían cuatro
mil. pesos que Alonso Sánchez Carvajal había cobrado en
Santo Domingo por cuenta del Almirante, y como parte de
las rentas que le correspondían le remitía á Sevilla. Otros
tres o' cuatro barcos pudieron tomar el viento y resistir su
violencia, corriendo el temporal hasta que muchos días
después, rotos, maltratados, arribaron á la desembocadura
del Ozama y fueron recogidos en el puerto de Santo Do-
mingo.
i(Alli ovo jin el comendador Bobadilla, que envió en grillos
presos al Almirante y á sus hermanos; allí se ahogó Francisco
Roldan y otros que fueron sus secuaces rebelándose, y que las
gentes dcsta isla tanto vejaron y fatigaron; allí feneció' el rey
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO III
449
Guarionex, que gravísimos insultos y violencias, daños y
agravios habia rescibido de los que se llamaban cristianos,
y, sobre todos, la injusticia que al presente padecía, privado
de su reino, mujer é hijos y casa, llevándolo en hierros á
España, sin culpa, sin razón y sin lejítima causa, que no fué
otra cosa sino matallo mayormente, siendo causa que allí se
ahogase. Allí se hundió' todo aquel minero de doscientos
mil pesos de oro, con aquel monstruoso grano de oro grande
y admirable.
)) Aqueste tan gran juicio de Dios no curaremos de escudri-
ñallo, pues en el dia final deste mundo nos será bien claro!»
De esta manera condensa y resume su juicio sobre tan
extraordinario acontecimiento el venerable obispo de Chiapa.
Cuando llego á noticia de Cristóbal Colón tan terrible
catástrofe, su alma se sintió sobrecogida de santo temor
religioso, y teniendo por milagrosa su salvación, dio' gracias
á Dios por el beneficio, creyéndose predestinado para acabar
su obra ^ Allí mismo, ante sus ojos había dispuesto la divina
justicia el castigo de los que tantos males habían causado;
el aniquilamiento de sus enemigos, cuando acababan de
despreciar su consejo y de entregarlo á la furia de los
elementos. Y ellos habían perecido todos, y Colón no había
perdido ni un solo hombre.
Le sorprendió la tempestad cuando amparado en la
costa se dirigía en demanda del puerto de Azua , buscando
seguro fondeadero. En las primeras horas permanecieron
reunidas las cuatro embarcaciones; pero continuando la
fuerza del viento, tuvieron que separarse, y corrieron por
• Para Cristóbal Colón siempre fué evidente milagro la destrucción de
sus enemigos. En una de las últimas peticiones que dirigió al rey don Fernando
y que ha conservado el P. las Casas en su /fisiona, (libro III, cap XXXVII),
recordaba el suceso, y decía: — «La gobernación y posesión en que yo estaba, es
el caudal de mi honra, injustamente fui sacado della; grande tiempo ha que Dios
Nuestro Señor no mostró milagro tan público; que el que lo hizo le puso con todos
los que le fueron en ayuda á esto, en la mas escogida nao que habia en treinta y
cuatro, y en la mitad deltas, y si la salida del puerto le enfundió, que ninguno de
todos ellos vi do en que manera fué ni como. y)
Cristóbal Colón, t. ii. — 57.
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450
CRISTÓBAL COLON
' varios días á merced de las olas, procurando no alejarse
demasiado del punto donde habían dejado al Almirante,
aunque cre'yéndose perdidos los unos á los otros. IMandaba
el Adelantado aquella nao que don Fernando llama Bermuda,
la cual no pudiendo soportar el velamen se sumergía por
completo en el agua , hasta la cubierta ; y todos creyeron
que sin la pericia y serenidad de don Bartolomé se hubiera
perdido, porque no se hallaba entonces hombre más práctico
que él en las cosas de la mar. El domingo siguiente se
volvieron á reunir los cuatro buques en el puerto de Azua;
y allí, refiriendo cada uno lo que había pasado, se mara-
villaban de haber salido de tanto peligro.
Al saber en Santo Domingo que el Almirante estaba en
salvo con toda su gente, aquellos mismos que habían menos-
preciado sus advertencias, burlándose de su prudente consejo,
decían que por arte mágica había formado aquella tempestad
para vengarse de Roldan y de Bobadilla, pues les parecía
imposible hubiera podido desafiar la furia de los elementos.
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452
CRISTÓBAL COLÓN
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La tempestad que sumergió en el fondo de los mares á
los enemigos de Cristóbal Colón, puso también en grave
peligro las naves que éste conducía.
Prodigio pudieron creer todos la milagrosa salvacio'n
del Almirante; pero para la exaltada fe de éste, para su
entusiasmo religioso era clarísima la significacio'n de aquel
grave suceso y la manifestacio'n de la justicia de Dios. Des-
pedido de Santo Domingo, como ya dijimos, continuo' su
viaje sin separarse de la isla más que lo absolutamente nece-
sario, buscando puerto o' ensenada donde acogerse para
disminuir los peligros de que se veía amenazado; y al sobre-
venir la tempestad se acogió' á un abrigo poco distante del
que se llamaba ya Puerto Hermoso, donde pudo resistir sin
grandes quebrantos el primer ímpetu de la borrasca. No
fiando en la solidez de su buque permaneció' muy próximo
á la costa, y tal vez á esta saludable prudencia debió su
salvación. Los otros tres buques corrieron á merced de las
olas durante algunos días , y al cabo lograron volver á re-
unirse con el Almirante en el puerto de Azua, aunque mu}^
maltratados y con notables averías. Para repararlos se detu-
vieron una semana en aquel puerto, admirando todos la
exactitud de las observaciones de Cristóbal Colón, j más
aún el haberse salvado de tan peligrosa tempestad en tan
débiles embarcaciones.
La admiracio'n llego hasta el asombro cuando supieron
la completa destruccio'n de la flota que Ikvaba á Bobadilla.
Reparadas las averías, y habiendo dado el necesario descanso
á sus marineros, salió' de Azua, 3^ sin abandonar la costa se
detuvo en el puerto de Yaquimo, porque el tiempo amena-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
453
zaba todavía; y ya á mediados del mes de Julio, aprove-
chando la primera bonanza, dirigió' su rumbo hacia tierra-
firme con direccio'n al sudoeste.
Las calmas que sobrevinieron, impidiéndole vencer la
fuerza de las corrientes, le hicieron derivar mucho. Toco en
los llamados Cayos de Morant, y de* allí, empujado en otra
direccio'n, se encontró' en las isletas que se extienden al Sur
de la isla de Cuba, y había visitado ya en si* segundo viaje,
denominándolas Jardines de la Reina; aprovechando un viento
favorable, volvió' á su primer rumbo, y el 30 de Julio descu-
brió' una isla pequeña, pero muy frondosa, situada á poca
distancia de la costa de Honduras y en la que descollaban
altísimos pinos, que llamaron la atencio'n de las tripula-
ciones. Era la llamada por los naturales Guanaya o' Guana-
cos, y que el Almirante nombro de los Pinos, aunque es más
conocida por su primitiva denominación. Bajo á ella el
Adelantado para reconocerla, encontrándola muy fértil y
agradable, pero en lo que más le interesaba, en lo que se
refería á la condición de sus habitantes, á su manera y
medios de vivir, no había diferencia notable entre los indí-
genas de aquella isla y los de las muchas que en todos sus
viajes había ido conociendo el Almirante.
Estando ya los españoles en la playa para tomar las
barcas y volverse á bordo sin noticias de ningún interés,
vieron á lo lejos una canoa de grandes dimensiones, que se
dirigía al mismo punto que ellos ocupaban, y que llamo' su
atencio'n por el gran número de remeros que bogaban en ella.
Era «tan larga como una galera, y de ocho pies de ancho
toda de una pieza, y de la misma hechura que las demás, la
cual venía cargada de mercaderías de las partes Occidentales
hacia Nueva España; en medio de ella había un bulto de
hojas de palma, no diferente del que traen las go'ndolas en
Venecia, que llaman los venecianos /i^/s/, el cual defendía lo
que estaba debajo, de manera que no podían hacer daño á
nada de lo que iba dentro las lluvias ni las tempestades.
454
CRISTÓBAL COLÓN
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Debajo de este bulto estaban los hijuelos, las mujeres, los
muebles y las mercaderías. Los hombres que la guiaban,
aunque eran veinticinco, no tuvieron ánimo para defenderse
contra las barcas que los siguieron; tomada la canoa sin con-
traste, fué llevada á los navios donde el Almirante dio'
muchas gracias á Dios viendo que era servido de darle
muestra de todas las cosas de aquella tierra en un instante,
sin trabajo *» Esto dice don Fernando Colon en sus
Apuntes ^
Parecía, en efecto, que la canoa venía de gran distancia
habiendo hecho un largo viaje y recogido muchos objetos de
otro país más adelantado, que puede creerse fuera del Yuca-
tán, o' quizá el mismo seno mejicano. Cristóbal Colón exa-
mino' con gran interés y curiosidad los varios objetos que
componían el cargamento de la canoa, encontrando muchos
que fijaron su atencio'n. Traían espadas de madera formadas
de dos hojas atadas de una manera muy industriosa, entre
las que se sujetaban espinas durísimas de pescados, o' lajas
de afiladas piedras, aseguradas con cuerdas de tripas de ani-
males, de gran resistencia, y muy parecidas á las cuerdas de
guitarra. El haberse encontrado luego en esta misma cons-
truccio'n las espadas de los mejicanos, ha hecho creer á algu-
nos historiadores que hasta allá se alargaban para su comer-
cio los naturales de aquella isla. Presentaron también una
bebida extraña, producto del maíz fermentado, algo parecida
á la cerveza, semejante á la hierba de Inglaterra, como dice don
Fernando Colo'n, y algunos objetos de cobre que, según
pareció', fundían en unos toscos vasos á manera de crisoles,
que también traían á bordo, formando de aquel metal hachas
para trabajar la madera y campanillas y láminas que desti-
naban á diferentes usos. En los objetos destinados á la
alimentación había poca diferencia con los que se conocían
' Historie del Signor D. Fernando Colombo, Cap. LXXXIX. Traducción
de González Barcia.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
455
por los indios de la isla Española; pero entre ellos vieron por
vez primera los españoles las almendras del cacao, planta
que entonces no conocían, y cuyo fruto estimaban mucho
aquellos indígenas, destinándolo á su alimento y á facilitar las
contrataciones usándolo en lugar de moneda, demostración
del aprecio en que lo tenían; pues noto' don Fernando Colo'n
que cuando estaban mostrando las cosas que traían en su
canoa, si se les caían algunas de las almendras del cacao
procuraban todos cogerlas con el mayor ahinco, como si se les
hubiera caído un ojo. Las telas de algodo'n eran también muy
superiores á todo lo que hasta entonces había visto el Almi-
rante, tanto por el tejido como por el color, haciendo de
ellas á manera de sábanas en que se envolvían las mujeres,
como las moras en sus mantos.
Todo indicaba que aquellos productos eran traídos de
un país donde la industria estaba mucho más adelantada
que en las muchas visitadas hasta entonces, por lo que
Colón procuro informarse con gran interés de su proceden-
cia, fijo en su pensamiento de hallarse pro'ximo á naciones
más civilizadas.
Hablaban aquellos indios una lengua muy diversa de
los de las otras islas, que no lograban entender los españoles,
ni los intérpretes que consigo llevaban; pero señalaban al
Occidente como queriendo indicar que los productos proce-
dían de hombres que vivían en aquella dirección, y que eran
muy numerosos y fabricaban cosas muy admirables. Bien
hubiera debido el Almirante tomar en cuenta aquellas noti-
cias ; pero la inseguridad de la inteligencia que pudieran dar
á los gestos y expresiones de los indios; la duda de que
fueran engañosos sus datos, y más que nada el deseo de
seguir la exploración del estrecho que debía comunicar con
los mares asiáticos, le hicieron que no prestase toda la
atencio'n que merecían tan singulares referencias. De haber
seguido aquellas indicaciones, poniendo las proas al Occi-
dente, en pocos días de navegacio'n hubiera desembarcado en
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456
CRISTÓBAL COLON
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las costas que luego recibieron el nombre de Nueva España;
hubiera descubierto el imperio mejicano, y evitándose
muchos peligros, grandes trabajos é infinitos disgustos,
hubiera dado á conocer de una vez y de modo indudable y
sorprendente toda la grandeza, toda la importancia de su
arriesgada empresa.
No es posible imaginar hoy cuáles hubieran sido las
consecuencias, y cuál la suerte del Almirante si hubiese
seguido su exploración en el rumbo que los indios de la
canoa le señalaban, para conocer la verdadera procedencia
de los objetos que conducían. Cuanto pudiera decirse sería
aventurado; pero ciertamente los sucesos hubieran tomado
muy distinto carácter y los resultados también serían mu}^
diferentes.
Colón, fijo en su pensamiento científico, tomo' el camino
opuesto al que le indicaban los indios, porque su deseo era
proseguir en busca del estrecho , y dejo' para más tarde el
caminar por el rumbo contrario, que siempre juzgaba fácil
tarea, en vista de los vientos que en aquella direccio'n sopla-
ban con gran regularidad y constancia.
II
■-,-' i
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y
y^x-t^s^sca
Al abandonar la isla de los Pinos, o' de los Guanacos,
puso el Almirante rumbo al Sur para tierra firme, 5^ al
segundo día descubrió' un cabo de ella, cubierto de frondosí-
simos árboles frutales que producían unas manzanillas algo
arrugadas, con hueso esponjoso, buenas para comer, llama-
das caxinas por los indios, y este nombre dio' al cabo que
hoy se llama cabo de Honduras.
No quiso perder tiempo Colón explorando el extendido
golfo que á su vista se presentaba, sino que mando' prose-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
457
guir la vuelta de éste á lo largo de la costa que corre al mis-
mo rumbo, en el cabo que nombraron de Gracias á Dios, de
costa muy baja, como dice don Fernando. En esta costa
desembarco' el Adelantado el 14 de Agosto de 1502 con las
banderas y los capitanes y otros muchos de la armada para
oir misa. Entablo' relaciones con los naturales, que le ofrecie-
ron liberalmente, raíces, frutas y pescados, acudiendo á
centenares cargados de éstos y otros alimentos, y retirándose
muy satisfechos y alegres con algunos juguetes y baratijas
que mando sé les distribuyeran. Habiendo vuelto á bordo
con abundantes provisiones, empezaron la navegación más
molesta y peligrosa de cuantas hasta entonces habían tenido.
En todo un mes, hasta mediar el de Septiembre, no cesaron
las lluvias: la tempestad era constante; las corrientes y los
vientos contrarios al camino que llevaban. A veces fué tan
recio el temporal, que todos desconfiaron de poder vencerlo y
se creyeron perdidos : los buques estaban muy trabajados
y con muchas averías, y la tempestad no daba treguas. El
mismo Almirante escribía que había corrido muchas tor-
mentas en su vida; pero ninguna de tan larga duración ni
de tanta fuerza.
«Ochenta y ocho dias habia que no me habia dejado
espantable tormenta, dice ^ á tanto que no vide el sol ni las
estrellas por mar; que á los navios tenia yo abiertos, é las
velas rotas, y perdidas anclas y jarcia y cables, con las
barcas y muchos bastimentos ; la gente muy enferma , y
todos contritos, y muchos con promesa de religio'n, y no
ninguno sin otros votos ni romerias. Muchas veces habían
llegado á se confesar los unos á los otros. Otras tormentas
se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto.
' Es la carta conocida con el nombre de Lettera rarissima, que imprimió
el docto bibliotecario de San Marcos, en Venecia, Morelli, y tomándola de un
manuscrito perteneciente al Colegio Mayor de Cuenca, publicó el señor don
Martín Fernández Navarrete en el tomo I de su Colección de viajes y descubri-
mientos, págs. 445 y 461 de la 2.' edición.
Cristóbal Colón, t. ii. — 58.
458
CRISTÓBAL COLÓN
--^:
Muchos esmortecieron harto y hartas veces, que teníamos
por esforzados.»
La carta á los Reyes escrita desde la isla Jamaica en
7 de Julio de 1503, en que estas noticias se contienen, es
una de las más importantes entre las que escribió Cristóbal
Colón, porque de una parte es testimonio auténtico de las
peripecias, trabajos y desgracias del último viaje, y de otra
pinta la entereza del alma del inmortal genovés, que conser-
vaba la tranquilidad de su juicio y el dominio sobre sí mismo
en medio de los mayores peligros, y retrata la sensibilidad
de su corazón. Es interesantísimo el párrafo que sigue al que
dejamos transcrito, en el que da expansión á sus sentimientos,
diciendo: — «El dolor del fijo que yo tenia allí (Don Fer-
nando) me arrancaba el ánima ; y mas por verle en tan
nueva edad de trece años en tanta fatiga, y durar en ello
tanto: nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba á los
otros, y en las obras hacia él como si hubiese navegado
ochenta años y él me consolaba. Yo habia adolescido y
llegado fartas veces á la muerte. De una camarilla que yo
mandé fazer sobre cubierta mandaba la via. Mi hermano
I estaba en el peor navio y mas peligroso. Gran dolor era el
mió y mayor porque lo truje contra su grado ; porque, por
mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio
que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy
dia no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir
no tengo ál salvo al mesón o taberna, y las mas de las veces
falta para pagar el escoto. -Otra lástima me arrancaba el
corazón por las espaldas, y era de Don Diego mi hijo, que
yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi
honra é hacienda ; bien que tenia por cierto que allá como
justos y agradecidos Príncipes le restituirían con acrecenta-
miento en todo.»
Esta carta es suficiente por sí sola para conocer el
carácter del Almirante, el temple de su alma y las terribles
circunstancias que atravesaba.
LIBRO QUINTO.— CAl'ÍTULO IV
459
En un mes apenas adelantaron cuarenta leguas, volte-
jando cerca de la costa, ganando muy poco terreno, y
perdiendo á veces en una hora por la fuerza de las corrien-
tes lo que habían ganado en un día de trabajo. A mediados
del mes de Septiembre llegaron á un cabo en que la costa
volvía rápidamente, formando un ángulo casi recto, y al
cambiar la direccio'n, encontraron los buques mar más
bonancible y vientos favorables, por lo que todos dieron
gracias y el Almirante lo denomino' cabo de Gracias á Dios.
Don Fernando describe así esta parte del viaje: « se
padeció' mucho en caminar sesenta leguas en setenta dias,
por la contrariedad de los vientos y de las corrientes, y
siempre á la bolina, saliendo de un bordo hacia el mar y
volviendo de otro á tierra, ganando muchas veces con el
viento y perdiendo otras, según era abundante y escaso en
las vueltas que se daban ; y si no hubiera sido la costa de
tan buenos surjideros como era, hubiéramos tardado mas en
pasarla; pero porque era limpia, y media legua de ella tenia
el mar dos brazas de fondo, y á legua de distancia cuatro,
teníamos gran comodidad para dar fondo de noche, o' cuando
era poco el viento; y por causa de buen fondo, bien que con
dificultad fué navegable el camino.
)) Después, cuando á 14 de Septiembre llegamos á dicho
cabo, viendo que la tierra volvia á mediodía, y con los
vientos levantes que allí reinaban, que nos hablan sido tan
contrarios, podíamos navegar co'modamente en nuestro viaje,
dábamos todos generalmente muchas gracias á Dios, y por
esto, y en su memoria llamo' el Almirante á aquel cabo Cabo
de Gracias á Dios; poco mas adelante de él pasamos por
algunos bancos peligrosos, que sallan al mar cuanto alcan-
zaba la vista ; y siéndonos necesario tomar agua y leña , el
Sábado, á 15 de Septiembre, envió' el Almirante las barcas
á un rio que parecía profundo, y tenia buena entrada, pero
habiéndose ensoberbecido los vientos y hinchándose el mar,
rompiendo contra la corriente de la boca, embistió' á las
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46o
CRISTÓBAL COLÓN
barcas con tanta violencia , que se anego' la una 3^ pereció
toda la gente que iba en ella, por lo cual le llamo' el Almi-
rante rio del Desastre; y en este rio y su contorno habia cañas
tan gruesas como el muslo de un hombre.»
Esta desgracia impresiono' á todos tristemente, por lo
que se hicieron á la vela muy luego, siguiendo la explo-
racio'n sin separarse de lo que hoy se llama bahía de los
Mosquitos. El 25 de Septiembre dieron fondo en una isla de
hermosísima vista, por la frondosidad de sus árboles y
amenidad del sitio. Los naturales la llamaban Quiriviri, y
Colón le puso el nombre de la Huerta. Separaba la isla de
la tierra firme un estrecho brazo de mar de menos de una
legua, y allí se descubría situado en playa deliciosa un
lugar, al parecer muy poblado que los indios llamaban
Cariari.
Hasta el 5 de Octubre se detuvo el Almirante en aquellas
plácidas orillas, reponiéndose de los pasados trabajos y
dando el necesario descanso á las tripulaciones fatigadas, y
sin fuerzas de ánimo ni de cuerpo para continuar en tan
ruda lucha con los elementos. Dedicáronse todos á la recom-
posición y cuidado de los buques, á sanear las provisiones
sacándolas al aire libre y separando las que venían dañadas,
y á otros muchos cuidados.
5)n aquellos diez días salió' varias veces á tierra el Ade-
lantado con algunos hombres en busca de agua y provisiones,
entablando con los naturales diferentes tratos, que variaban
según las impresiones que desde el primer momento recibían
aquéllos. Fué muy de notar la impresio'n que les causo la
orden dada por el Almirante de no recibir nada de lo que
traían los indígenas para obsequiar á los españoles. Siguiendo
en su sistema de benevolencia y dulzura que tantas veces
había producido excelentes resultados , dispuso que á los in-
dios de Cariari se les distribuyesen algunos de los objetos que
se llevaban á bordo para rescates, sin tomarles las mantas de
algodo'n, las frutas y raíces que en gran abundancia trajeron,
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
461
y algunos llevaron á nado hasta el costado de las embarca-
ciones; pero los indios sintieron herido su amor propio al
ver rechazados sus obsequios ; con delicadeza propia de
hombres más civilizados se retiraron ofendidos y rehusaron
volver al trato con nuestros soldados. Hicieron más todavía;
]Dues á la mañana siguiente del suceso, dejaron abandonados
en la playa todos los cascabeles, platillos, bonetes de color y
cuanto habían recibido, que debió' de costarles gran sacrificio
sabido el gran aprecio en que los tenían.
Eran más astutos y de mejor entendimiento, que todos
los que hasta entonces se habían tratado, los habitantes de
aquella regio'n. Los españoles procedían con grandes precau-
ciones, porque en vista de su conducta hostil, no se confiaban
en hacer un desembarco, llevando corto número de soldados
en las barcas; y por su parte los indígenas, compren-
diendo que aquellos extranjeros llegados en los grandes
buques que tanto admiraban, no tenían intencio'n de hacerles
daño, estaban deseosos de verlos á su lado y entrar en
comercio con ellos. El Adelantado quedo' agradablemente
sorprendido cuando desembarcando á alguna distancia y con
cierto recelo, Ado adelantarse un indio viejo que llevaba en
la mano una larga caña en cuyo extremo iba atado un lienzo
blanco de algodo'n, que agitaba en muestra de paz. Llego' el
anciano llevando en pos de sí dos jo'venes indias como de
catorce años, de muy agradable presencia y bien ataviadas,
y con expresivos ademanes las puso en manos de Bartolomé
Colo'n, indicándole por señas que se las llevase á bordo,
como prend,a de la buena fe de sus compatriotas. Desem-
barcaron, pues, sin recelo los marineros, cortaron la leña
que necesitaban, hicieron provisión de agua y de frutas y
volvieron á las carabelas llevando consigo á las muchachas
como rehenes. Obsequiólas el Almirante en cuanto pudo; les
hizo muchos regalos, sin querer que se despojasen de las
joyas de oro bajo que llevaban al cuello, y las quiso restituir
á sus casas; pero la playa estaba desierta, y permanecieron
462
CRISTÓBAL COLON
-^
á bordo aquella noche, cuidando atentamente Colón de que
en nada pudieran recibir ofensa.
Otro suceso extraño causo también sorpresa á nuestros
soldados. Habiendo cobrado confianza y con el intento de
adquirir noticias ciertas de la riqueza del país, salió' el
Adelantado nuevamente á tierra para devolver las indias á
su familia. Rodeáronle innumerables indios que recibieron
á las jóvenes con grandes caricias, y prodigaron también las
muestras de su complacencia á los españoles ; pero de repente
poseídos de terror huyeron todos en distintas direcciones,
volviendo á poco tiempo con cantidad de haces de hierbas
olorosas, 3^ de ciertos polvos quemándolo todo á corta dis-
tancia de los nuestros, y procurando que el viento llevase á
ellos el humo, con el intento, según pareció', de inutilizar la
influencia de los malos espíritus, o' deshacer los encanta-
mientos y hechizos que los españoles pudieran haber hecho.
Y la causa de aquel asombro, fué únicamente, según
refiere don Fernando Colo'n, que el Adelantado con el pro-
po'sito de indagar cuanto pudiera interesarle en las cercanías
de aquel pueblo, y para evitar confusio'n, mando' al escribano
de la nave que escribiese lo que respondía, á sus preguntas.
Saco' éste tintero, papel y pluma, y la sola vista de estos
objetos basto' para causar tanto miedo, porque sin duda
entendieron que servían para algún hechizo, o' invocacio'n
nigromántica, de lo cual ellos eran muy temerosos.
Reparados en cuanto era posible y abastecidos los
buques estuvieron prontos para seguir su rumbo, en los
primeros días de Octubre, pero antes dispuso el Almirante
una última exploracio'n por los pueblos que tenían á la vista,
para llevar el más perfecto conocimiento de sus producciones
y de los recursos con que allí podía contar, caso de estable-
cerse en aquellas cercanías, después de adquirir la seguridad
de la existencia del estrecho que buscaba.
Encontró' el Adelantado una casa grande construida de
madera y cubierta de cañas, dentro de la cual tenían sepul-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
463
turas, y en una de ellas había un cuerpo muerto embalsa-
mado; en otra dos, sin mal olor, envueltos en paños de
algodón; y sobre las sepulturas había una tabla en que
estaban tallados algunos animales y en otras la figura del
enterrado ; viéndose adornados los cadáveres con joyas,
cuentas y collares de aquello que tenían en mayor aprecio y
estimación.
Habiendo notado el mayor grado de cultura, y la mejor
disposicio'n de los indios de aquella costa, determino el
Almirante llevar consigo algunos para que le sirvieran de
intérpretes en los puertos que más adelante pudiera tocar; y
habiéndole llevado siete su hermano á bordo, escogió los dos
que le parecieron de msiyoT viveza para que le acompañasen,
y envió á tierra los otros cinco haciéndoles varios regalos
y con la promesa de que á su vuelta pondría los otros dos en
libertad. No satisfizo la promesa á los indios, o no alcanza-
ron á comprender claramente lo que les decía Colón; así fué
que llegados á tierra volvieron acompañados de gran número
de gente, hombres y mujeres, que con abundantes dádivas
querían obtener el rescate de los dos que estimaban prisio-
neros. No accedió á sus ruegos el Almirante, aunque trato' á
los enviados con gran benignidad, los colmo de obsequios,
y tomando las joyas de guanin, frutas y telas de algodo'n
que llevaban , les hizo dar muchos de los objetos de Europa
que tan agradables eran para ellos, y que ya, disipado el
anterior recelo, tomaron con la mayor alegría.
Llevaron estos indios al Almirante como regalo dos
puercos pequeños del país, de extraordinaria ferocidad; y
cuenta don Fernando de Colon que eran tan bravos que
tenían aterrorizados á los perros que iban á bordo. Mas
ocurrió por acaso que un ballestero cazando aves en el
bosque pudo coger un gato gris, de singular especie, de los
que parece había muchos en aquella costa, animal feroz que
se comía los huevos y los pequeños pajarillos saltando de
unos árboles á otros, en cuya operacio'n se ayudaban de la
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464
CRISTÓBAL COLON
cola, con la que se aseguraban á las ramas para lanzarse de
un salto á gran distancia. Gran trabajo costo' al ballestero
apoderarse de aquel montaraz, habiéndose visto en la nece-
sidad de cortarle un brazuelo; mas en aquel estado conservo'
todavía su ferocidad. «El puerco embestía á todos, j no
dejaba al perro quieto en la cubierta, por lo cual mando' el
Almirante que le arrimasen el gato, el cual viéndole cerca le
echo' la cola y le rodeo', y con el brazo que le habia quedado
sano le agarro' para morderle y el puerco gritaba de miedo
fuertemente; de que vinimos en conocimiento que semejantes
gatos deben cazar en aquella tierra como los lobos y los
lebreles en España.»
III
Después de abandonar á Cariari siguieron su rumbo
por lo que hoy forma la república de Costa-Rica, detenién-
dose cuanto menos le era posible por el vehemente deseo del
Almirante de adelantar su exploracio'n para comprobar los
cálculos que había formado. Dieron fondo entre un grupo
de islas que llamaban sus m.oradores de Caribiri, y vieron
con grandísimo placer los españoles que aquellos indios
llevaban grandes láminas de oro pendientes del cuello, de
las que pudieron recoger algunas, pues al principio no
querían desprenderse de ellas ; pero hubo español que obtuvo
por tres cascabeles un trozo de oro puro que pesaba diez
ducados. Tenían también otros objetos formados del precioso
metal, y entre varias láminas de las que usaban, muchas de
ellas de bastante espesor, se rescato una figura de águila que
valía veinte y dos ducados de oro.
Allí tuvieron noticias que les llenaron de gran satis-
faccio'n. A dos leguas de distancia de la costa recogían los
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
465
indios aquel oro que gastaban en sus adornos; pero más
adelante se encontraba el país que los nuestros por la manera
de pronunciar de los indios dieron en llamar Veragua, de
cuya riqueza daban magníficos informes. No eran menores
las que se encontraban en otro territorio tierra adentro,
como á diez leguas de la costa en dirección al Poniente, en
el país llamado por los naturales Ciguaure, donde las mujeres
usaban tiras de oro para sujetarse el cabello y adornarse
brazos y piernas, y lo empleaban para adornar muebles,
trajes y toda especie de tejidos. De todas estas noticias, 5^
también de la equivocación de algún nombre, como de ordi-
nario sucedía, d del mero sonido de las sílabas que pronun-
ciaban los indígenas, dedujo Colón, constante siempre en
sus primeros pensamientos, que estaba muy próximo á las
inmediaciones de la India, y tal vez á las orillas del Ganges.
Con tan bellas ilusiones se dieron á la vela el 17 de
Octubre para reconocer aquella región nombrada Veragua,
de la que tantas magnificencias habían oído. Encontraron al
paso varios ríos muy caudalosos, viendo siempre en los
indios la misma acogida de hostilidad y desconfianza en el
primer momento, de sencilla franqueza y admiración muy
luego, en el punto que veían que no se les causaba daño, y
tomaban informes por los intérpretes de la buena condicio'n
de los españoles y de las maravillas que sus embarcaciones
encerraban. En alguna ocasio'n en que los indios intentaron
acometer las barcas que penetraban por la embocadura del
río que decían Cubiga, basto' el disparo de una lombarda
para atemorizarlos y que volvieran sumisos á comerciar con
los españoles, trayéndoles objetos del país, y las provisiones
que necesitaban.
Las noticias de la riqueza de aquel país de Veragua
eran confirmadas á cada paso por las referencias de los indios
y por las muestras del oro que se veían en sus adornos,
y cambiaban con los marineros. Pero como el viento en
aquellos días era favorable para continuar el rumbo que el
Cristóbal Colón, t. ii. — 59.
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466
CRISTÓBAL COLON
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Almirante deseaba seguir hasta cerciorarse de la existencia
del estrecho, á cuyo descubrimiento daba tanta importancia,
determino seguir adelante, dejando para el regreso la explo-
ración y reconocimiento de aquel rico país, que ya estimaba
como parte de lo adquirido y en el que podría desembarcar
cuando lo tuviese por conveniente.
Y nada puede pintar mejor la generosidad del carácter
de Cristóbal Colón y la elevación de sus miras, que aquella
resolución de abandonar una costa abundante en recursos
y en la que podía recoger mucho oro con poco trabajo,
acumulando en breve espacio de tiempo riquezas que elevasen
su crédito en España y le dieran un triunfo definitivo sobre
sus detractores y adversarios, y lanzarse á mares descono-
cidos para buscar un estrecho que aunque de gran interés
para el comercio del mundo, de gran beneficio para la
humanidad, á él apenas había de producirle poco más que
la gloria del descubrimiento, según dice con su acostum-
brada discrecio'n Washington Irving.
Y es efectivamente muy digno de notarse este empeño
del inmortal descubridor, por más de, un concepto, creyendo
por nuestra parte que no se le ha concedido toda la impor-
tancia que encierra para apreciar su genio y su sabiduría.
Fijo en el pensamiento de encontrar un estrecho que
comunicase el mar de las islas que había descubierto con el
mar de las Indias, — intuicio'n científica que por sí sola
asombra, porque los hechos posteriores vinieron á comprobar
su exactitud, — salid Colón de Sevilla con cuatro débiles
embarcaciones para emprender un viaje de tanta 6 mayor
dificultad que el primero, aunque de menos gloria induda-
blemente. Ni las tempestades que amenazaron tantas veces
sumergir su menguada escuadra, ni las enfermedades que
padecía, ni los trabajos de todo género que tuvo que
soportar, fueron parte á separarle un punto del propo'sito de
proseguir en la exploración que había de dar por resultado
poner en evidencia la verdad de su teoría científica.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
467
Y el pensamiento de la existencia del estrecho es también
digno de alabanza y de admiracio'n, como el de buscar el
camino del Oriente navegando hacia Occidente. Porque
asombra ver al Almirante dirigirse, como si tuviera eviden-
cia de que existía aquel codiciado paso, al lugar mismo en
que la Naturaleza parecía tener señalada la unio'n de ambos
mares, á los puertos de Costa-Riea y de Panamá: á Basti-
mentos: á Porto-Belo: al Retrete: á los sitios, en fin, en que
la ciencia moderna intenta establecer la comunicacio'n por
medio de obras atrevidas que concluyan la obra de la Natu-
raleza. ¿De do'nde había deducido Cristóbal Colón la idea
de la existencia del estrecho? ¿En qué datos se apoyaba para
dirigirse á aquellos lugares adonde determino' la exploración?
De su gran inteligencia, de su saber profundo, de su intuicio'n
maravillosa nació' aquel pensamiento, como anteriormente
había nacido en su cerebro el de abrir nuevo camino para la
India. El estudio del mundo antiguo, el conocimiento de los
mares hasta entonces navegados fueron las premisas en que
baso' su primer pensamiento , que procuro' robustecer y de-
mostrar con el concurso de todas las teorías admitidas, y con
todos los hechos que llegaron á su noticia. Meditando luego
sobre su descubrimiento en las continuas horas de amargura
y soledad que le produjeron las ingratitudes, los odios, las
malas pasiones concitadas en contra de su persona, y de que
se hizo representante el miserable Bobadilla, con presencia
del resultado de sus tres primeros viajes, estudiando la zona
que comprendían las infinitas islas hasta entonces visitadas
y el punto en que comenzaba la tierra firme, su percepcio'n
vivísima le hizo penetrar lo desconocido, atravesó' el conti-
nente y llego á entrever el mar Pacífico al otro lado de
aquellas costas que ya había explorado en varias ocasiones.
El segundo pensamiento venía á completar el primero, siendo
tan digno de admiracio'n el uno como el otro.
He usado repetidamente la palabra intuición al calificar
los atrevidos pensamientos del Almirante, porque para mí
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468
CRISTÓBAL COLÓN
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es evidente que después de profundos estudios, exaltada su
gran inteligencia y apoderada de los datos conocidos, for-
maba juicios exactos, que no cabían en la medida de los
entendimientos medianos , y lograba la percepcio'n de la
verdad desconocida.
Colón se dirigió con toda seguridad á Panamá en busca
del estrecho, guiado únicamente por su talento; pero con
una precisión que admira. Y apreciado en su justo valor este
proyecto, sirve también con su importancia para dar fuerza
á algunos argumentos, que 3^a dejamos apuntados, contra
las hablillas que se esparcieron para aminorar la gloria del
Almirante, y todavía encuentran autores respetables que las
acojan, por más que le concedan importancia secundaria.
Cuando por resultado de sus estudios, de sus medita-
ciones y de sus continuos viajes propuso atravesar el Océano,
buscando por más breve camino el país de las piedras
preciosas y de las especias, se le tacho' de loco y de visiona-
rio; fué tratado con burla y con desprecio: la ignorancia no
podía subir hasta la altura de su* talento. Pero cuando á
costa de todo género de sufrimientos, desafiando los mayores
peligros, y con una constancia digna de la mayor admi-
racio'n, logro' poner el pie en las llamadas Indias Occiden-
tales; cuando con muestras de su maravilloso descubrimiento
volvió á pisar las playas de la asombrada Europa, se
comenzó á decir que aquellos países eran ya conocidos de
algunos, y que el piloto Alonso Sánchez, andaluz, portugués
o' vizcaíno, que esto no importaba, había ido y vuelto á
aquellos países y comunicado á Colón la noticia de su
existencia. La envidia, enemiga del genio, quería rebajar el
mérito de aquél para no verse tan humillada.
Ningún crédito merecen tales invenciones. Cristóbal
Colón, en alas de su talento extraordinario, se elevaba á las
más altas concepciones ; y no tuvo necesidad más que de sus
dotes naturales y de sus profundos estudios tanto para
buscar el camino del Occidente, como para sospechar la
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
469
existencia de un estrecho que debía poner en comunicacio'n
los dos mares, explorando con seguridad pasmosa los lugares
en que la Naturaleza debía haberlo abierto, sin que nadie
pudiera darle noticia alguna de lo uno ni de lo otro. Y el
estudio concienzudo de aquellos dos grandes pensamientos;
el conocimiento de los precedentes de ambos tan lo'gicamente
seguidos, tan admirablemente meditados, es bastante para
mirar con el menosprecio que merecen las insinuaciones de
la ignorancia y de la envidia.
Siguiendo su camino llegaron los buques, el 2 de No-
viembre, á un hermoso puerto, al cual se entra por entre
dos isletas pequeñas, y dentro de él se encuentran muy defen-
didas las naves y pueden acercarse mucho á tierra. Está
como á seis leguas de distancia del llamado Nombre de Dios,
y el Almirante lo denomino' Porto-Belo, siendo así conocido
todavía.
Las lluvias abundantísimas y fuertes vientos que sobre-
vinieron les obligaron á detenerse allí siete días ; y en tanto
que se hacían algunos rescates de mantenimientos y algodo'n
hilado, con los indios que en sus canoas acudían al costado
de los buques, pudo convencerse el Almirante del mal estado
en que éstos se encontraban y de la urgencia de una repa-
racio'n. Trabajados por los temporales y destruida la tablazo'n
por los gusanos llamados teredos, no era posible resistiesen
muchos días las tormentas de aquellas latitudes, y esto
aumento' la inquietud de Colón y tuvo gran parte en sus
decisiones posteriores.
Durante este viaje de exploración, desde el río grande
de Matagalpa, que el Almirante nombro' rio del Desastre,
hasta Porto-Belo, fué donde debieron escuchar muchas veces
el nombre de Americ 6 Ammerricá , que daban los naturales á
las montañas donde nace aquel río, y que eran muy ricas
en minas de oro, según las noticias que entonces se tuvie-
ron; montañas que según algunos americanistas dieron su
nombre á todo el mundo descubierto por Cristóbal Colón.
470
CRISTÓBAL COLON
IV
Cuando los buques se dieron á la vela abandonando á
Porto-Belo, el viento era favorable y tomaron su rumbo
siempre á Oriente continuando hacia Darién; pero á poco
cambio volviéndoseles de proa, con tanta insistencia que
no pudiendo ir contra él, perdieron el camino andado y
entraron de arribada en el puerto de Nombre de Dios, al
que el Almirante llamo de Bastimentos porque todo el terreno
que se descubría y las islas próximas, estaban muy cultivadas
y cubiertas de maizales de gran lozanía.
El tiempo contrario les hizo permanecer en aquel puerto
hasta 23 de Noviembre, recogiendo por sus manos el maíz
y las frutas , pues los naturales huían y no hubo modo de
entrar en tratos con ellos. Aprovechando la detencio'n ordeno'
el Almirante se reparasen los buques, atendiendo á los más
urgentes remedios, ya que no era fácil ni posible vararlos
entonces para hacer todo lo que su mal estado reclamaba.
Aportaron después á una tierra llamada Guija o' Guiga
cuyos naturales se mostraron muy deseosos de cambiar sus
pedazos de oro, pan de maíz y varios objetos por cualquier
cosa de las que los marineros les ofrecían. Deseaba Colón
continuar sin más detenciones su derrotero y dio orden de
seguir adelante; pero los vientos contrarios y las lluvias
volvieron á obligarle á tomar puerto nuevamente, acogién-
dose el 26 á uno muy reducido, cuya entrada estaba prote-
gida por elevados peñascos, y apenas tendría sesenta pies de
anchura, no pudiendo con,tener en su centro sino seis ú ocho
barcos. Por su pequenez y su configuración le nombro el
Almirante puerto del Retrete, y aún creemos que conserva
el mismo nombre.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
471
Y en este lugar debemos recordar nuevamente la cues-
tio'n promovida por el que fué presidente de la República de
Honduras, el señor don Mario Aurelio de Soto sobre el
punto de desembarco del Almirante, y examinar los datos
que hacen creer que puso los pies en más de una ocasio'n en
la tierra firme, en el continente de América. Esperábamos
adquirir nuevos datos para resolver tales dudas, que por
desgracia no se han obtenido; pero de la narración misma
de los hechos se desprende el convencimiento.
Dejemos á un lado su primera llegada á la punta o'
cabo de Honduras, cerca del lugar donde se levanta la
ciudad de Trujillo; consta que allí desembarco' el Adelantado
con muchos soldados, y que ante él extendió el escribano la
diligencia de toma de posesio'n por los Reyes de España;
pero uno de los testigos, el anciano piloto Hernán Pérez
Mateos, que acompaño' á Cristóbal Colón en su primer
viaje, y también iba en el cuarto, dice, contestando á la
pregunta cuarta del primer interrogatorio presentado por
don Diego Colo'n: — «Después que este testigo saltó en tierra y le
trajo nueva de la tierra que era, el dicho Almirante con hasta
cincuenta hombres saltó en la dicha tierra de Paria, é tomó una
espada en la mano é una bandera, diciendo que en nombre, de
SS. A A. tomaba la posesión de la dicha provincia '.»
Esta declaracio'n no puede dejar de atenderse, aunque
hay otros testigos que parece contradicen sus afirmaciones;
pero son éstas tan claras y terminantes, que inducen á creer
que aquéllos testigos y éste se refieren á dos hechos distin-
tos, hablando Hernán Pérez del desembarco del Almirante
y los otros de la bajada á tierra del Adelantado.
Pero luego, por un largo espacio de cerca de tres meses,
anduvieron las carabelas recorriendo la costa, y se hicieron
varios desembarcos; y como ya entonces el Almirante nada
dice de sus achaques y molestias , parece indudable que
v.-^jS^^-ki'--
£Síy<m
.^'v-^'-<.i,"
^'.i^ms.
Navarrete. — Colección de viajes, tomo III, pág. 591 de la 2.* edición.
472
CRISTÓBAL COLÓN
siempre bajo á tierra en los puertos donde se detuvo. Des-
pués de su larga permanencia en Cariay, donde hay muchos
indicios de que bajase á recorrer el país en más de una
ocasio'n, estuvo quince días en el puerto que Hamo' de Basti-
mentos, y otros tantos en el del Retrete, con los buques arri-
mados á tierra; allí se carenaron en parte los destrozados
cascos, y aunque se omita en las relaciones el detalle de que
saltase en tierra, tampoco se dice que ]Dermaneciera á bordo
por ningún motivo; y el testigo Rodrigo de Escobar, con-
testando á la pregunta quinta del mismo interrogatorio antes
citado ', dijo: — a que el Almirante tomó posesión de la tierra
por el Rey, y á un puerto puso nombre del Retrete.)) — Este
último dato es muy digno de tenerse en cuenta.
Y sucedió en aquel puerto lo que en casi todos los
puntos donde tocaban los españoles. En tanto que Colón
podía tenerlos sometidos á su vigilancia, enviándolos á tierra
por grupos de corto número de hombres, para que hiciesen
los rescates, y cuidando de que sus mandatos fuesen cum-
plidos, eran tratados los indios con bondad y justicia, y se
mantenía su amistad porque no se les causaba mal ni daño
alguno; pero después los marineros se salían á tierra sin
licencia del Almirante, á escondidas, j se esparcían por los
bohios o casas de los naturales; «y como gente disoluta y
codiciosa, dice el P. Las Casas, les hacian mil agravios
y diéronles causa á que se alterasen de tal forma , que se
hubo de quebrar la paz con ellos, y pasaban escaramuzas; y
como ellos de cada dia se juntasen en mayor copia, osaban
ya venir hasta cerca de los navios, que como dijimos, estaban
con el bordo á tierra, pareciéndoles que podian hacer el
daño que quisiesen, aunque les saliera bien por el contrario,
si el Almirante no tuviera siempre respecto á mitigallos con
sufrimientos y buenas obras.»
Muchos debieron ser, en efecto, los abusos y excesos de
Navarrete. — Colección de viajes, tomo III, pág. 591 de la 2." edición.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
473
los marineros en las riberas del puerto del Retrete. Apro-
vechando la proximidad á tierra y la altura de las rocas de
la costa, salían á ésta desde los buques mismos y se entre-
gaban á todo género de violencias. Al principio se vengaban
los pobres indios persiguiendo por las noches y en silencio á
los soldados que penetraban en sus casas para abusar de sus
mujeres é hijas; se trababan sordas luchas en que los indí-
genas llevaban la peor parte por la superioridad de *las
armas españolas ; muchos quedaban muertos d heridos pero
al cabo sucumbían los soldados abrumados por el número y
víctimas de sus propios vicios. Para tomar venganza de
tantos ultrajes acudieron muchos indios de otros territorios
cercanos , y así era más fácil y segura la perdición de los
españoles que bajaban de noche y solos contraviniendo las
o'rdenes del Almirante.
En tanto que la escuadra estaba retenida en aquel
estrecho puerto por la fuerza de los temporales, observaban
los pilotos las corrientes y las veían constantes y contrarias
al rumbo que habían emprendido, conociendo que sus
buques no se hallaban en condiciones de resistencia para com-
batirlas ni navegar contra ellas. Al mismo tiempo los vientos
estaban fijos del Levante y Nordeste, y las tormentas se
sucedían con muy breves intervalos, circunstancias todas
que unidas á la frecuente desaparición de marineros y
soldados, causaban graves temores á las tripulaciones y las
desanimaban, por lo cual, después de muy detenidas con-
ferencias con el Almirante, se determino éste á abandonar
por entonces la exploracio'n de la costa en busca del estrecho,
volviendo sobre sus pasos hasta llegar á Veragua donde
pensó desde luego detenerse , porque de su exploración
podían resultar grandes beneficios á España, si eran ciertos
los informes que de su riqueza y fertilidad le habían comu-
nicado repetidas veces.
En este punto concluyeron, dice con elocuente frase un
célebre historiador, aquellas nobilísimas aspiraciones que
Cristóbal Colón, t. ii. — 6o. •
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CRISTÓBAL COLÓN
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hasta entonces había abrigado Colón haciéndose superior á
todo interés mezquino, para despreciar y arrostrar los
mayores peligros, dando carácter de heroico al principio de
este cuarto viaje. Verdad es que había venido persiguiendo
una quimera, pero quimera nacida de una imaginacio'n
poderosa y de un gran talento. No pudo realizar su espe-
ranza de encontrar un estrecho en Darién; pero si se engaño'
fué porque la Naturaleza misma ayudo al engaño, pues
parece que en aquel lugar procuro abrirlo por sí misma,
aunque lo procuro sin resultado.
Quince días dice el Almirante, en su carta á los Reyes
escrita desde Jamaica, que se detuvo en el puerto del Retrete
con harto peligro y enojo, y bien fatigado él y los navios y
la gente. . .
«Allí, escribe en el mismo documento, mudé de sentencia
de volver á las minas, y fazer algo fasta que me viniese
tiempo para mi viaje y marear; y llegado con cuatro leguas
revino la tormenta y me fatigo' tanto é tanto que ya no sabia
de mi parte. Allí se me refresco' del mal la llaga; nueve dias
anduve perdido sin esperanza de vida ; ojos nunca vieron la
mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir
adelante, ni daba lugar para correr á ningún cabo. Allí me
detenia en aquella mar fecha sangre, herbiendo como caldera
por gran fuego. El cielo jamás fué visto tan espantoso: un
dia con la noche ardió' como forno; y así echaba la llama
con los rayos que cada vez miraba yo si me habia llevado
los masteles y velas ; venían con tanta furia espantables que
todos creíamos que me hablan de fundir los navios. En todo
este tiempo jamás ceso' agua del cielo, y no para decir que
Uovia, salvo que resegundaba otro diluvio. La gente estaba
ya tan molida que deseaban la muerte para salir de tantos
martirios. Los navios ya hablan perdido dos veces las
barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos sin velas »
Nada más elocuente ni verdadero que las palabras del
Almirante mismo. En tan angustiosa situacio'n corrieron
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
475
todo el mes de Diciembre del año 1502; salieron del Retrete
el 5 y no volvieron á tener momento de reposo, ni hora de
tranquilidad.
Aumentaban todavía las penalidades de los marineros
con la falta de alimentos ; los que de España conservaban,
estaban en completo estado de descomposicio'n por haber )'^a
ocho meses que andaban por el mar; a y así consumido la
carne y el pescado que de España hablan sacado, dello
comido y dello podrido por los calores y bochorno, también
la humedad que corrompe las cosas comestibles por estas
mares ; pudrio'seles tanto el bizcocho y hinchio'seles de tanta
cantidad de gusanos que habia personas que no querían
comer o cenar la ma9amorra, que del bizcocho y agua puesta
en el fuego hacian, sino de noche, por no ver la multitud
de los gusanos que del sallan — .» *
Este mal tuvo algún remedio con la pesca de muchos
tiburones que lograron matar en unas horas en que ceso la
tormenta aunque no aclaro' el cielo. Calmóse algún poco el
furor de las aguas, y acudieron los tiburones hambrientos en
tanto número alrededor de los barcos, que los marineros
pudieron hacer gran matanza y acopiar carne fresca de que
tanta necesidad tenían para reponer sus agotadas fuerzas.
Con tantas angustias, con trabajos y fatigas de todas
clases, y enfermo además de la gota, pudo ganar Cristóbal
Colón el caudaloso río que corre por el territorio de
Veragua, al que los indígenas nombraban Yehra, y que él
llamo de Belén, porque entro' en él el día de la Epifanía, 6 de
Eneró de 1503, en que la Iglesia conmemora la llegada de
los tres Reyes Magos á aquel santo lugar.
El río era caudaloso, aunque en su embocadura poco
profundo; y tuvo Colón por cosa providencial el haber
fondeado en él, pues al día siguiente de su entrada las
aguas aumentadas por la lluvia torrencial que caía, arras-
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Las Casas — Historia de las Indias, lib. II. cap. XXIV.
476
CRISTÓBAL COLÓN
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traron muchas arenas y la barra volvió á cerrar el paso,
dejando á las naves en un tranquilo lago mu}^ anchuroso y
de fértiles riberas, á las que podían dirigirse con muy poco
{) trabajo. Si hubieran permanecido en la costa no era posible
i que los barcos resistieran por más tiempo la tempestad
fuertísima que continuo' por muchos días.
Vinieron indios en gran número, trayendo para rescatar
muy buenas láminas y pedazos de oro, y metidos en canutos
de cañas porcio'n de granos menudos sin trabajar; traían
también mucho pescado, del que aquel río era abundan-
tísimo, y todo lo cedían contentos por alfileres, por cuentas
de vidrio y cascabeles. Para comprobar las noticias que
tanto repetían de la riqueza de aquel terreno, salió' don
Bartolomé Colo'n tres días después para reconocer el río
llamado Yehra por los naturales, con algunas barcas tri-
j puladas por gente escogida. Llevaba el propo'sito de subir
por él hasta llegar á la residencia del cacique o' rey Quibián,
que era una gran poblacio'n situada entre los dos ríos; pero
sabiendo éste la llegada de los españoles bajo' á su encuentro
con numerosas canoas, y al encontrarlos les dispenso' afec-
tuosa acogida ofreciéndoles muchos productos del país.
Habían entendido tanto el Almirante como el Adelan-
tado, que en la residencia de Quibián abundaba el oro,
destinado á todos los usos de la vida, enjoyas, muebles y
adornos, y esto fué lo que movió' su ánimo á no demorar la
exploracio'n. No quedaron defraudadas sus esperanzas, pues
desde luego el cacique presento á don Bartolomé mucha
mayor cantidad de oro, en granos y en espejos, bruñidos á
manera de patenas, de todo lo que hasta entonces habían
visto, brillando también grandes trozos del precioso metal
en los adornos y en las armas de los indios. Se hicieron los
rescates con mucho contento de todos, reinando la ma5^or
cordialidad, y se separaron para irse los indios á su pobla-
cio'n y los españoles á sus buques, ofreciendo el cacique ir al
día siguiente al río de Belén para visitar al Almirante, como
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IV
477
lo cumplió, llevando todos abundantes pedazos de oro para
rescatar.
Más de un mes duraron los temporales todavía; «llovió'
sin cesar fasta catorce de Febrero, escribe el xMmirante, que
nunca hubo lugar de entrar en la tierra ni de me remediar
en nada.»
Y aún corrieron en aquel mismo surgidero un grave
peligro. A 24 de Enero, aumentadas las aguas con las
torrenciales lluvias, creció el río y se levanto tanto al chocar
con las arenas de la barra , que arrastro' las naves , rompién-
doles las amarras, y milagrosamente escaparon de zozobrar
o' destrozarse unas contra otras, «cierto los vi en mayor
peligro que nunca» dice el Almirante.
Aunque las lluvias continuaban, á 6 de Febrero, de-
seando salir de aquella situacio'n angustiosa, mando' las
barcas con setenta hombres tierra adentro, y guiados por
los indios, hallaron muchas minas de oro, que tal vez eran
una sola, y llevándolos aquéllos á un cerro de bastante
elevacio'n, les dijeron que todo el terreno que se descubría
producía oro en abundancia.
Al regresar el Adelantado fué grande la alegría de
todos, porque traía tan halagüeñas noticias y bastante canti-
dad de oro de excelente calidad, que los indios recogían con
muy poco trabajo, y que también habían reunido con sus
propias manos muchos de los de la expedicio'n, con todo y
que nada entendían de minas, porque eran todos marineros
y grumetes.
En obra de dos horas que los soldados estuvieron en
aquel terreno, cada uno cogió su poquillo de oro entre las
raíces, porque todo es gran espesura de arboledas, con ío
cual se contentaron todos y vinieron muy alegres á los*
navios, donde fueron recibidos con harta alegría, como
trajesen tan buenas nuevas.
No pareció', sin embargo, que eran del todo tan sen-
cillos como aparentaban aquellos subditos del cacique
ñ
478
CRISTÓBAL COLON
Quibián. Siendo sa propio terreno muy abundante en mine-
rales, que desde luego podían tomarse, llevaron los guías á
los españoles á un punto algo distante y desde allí les seña-
laron el territorio llamado de Urirá, también muy rico,
pero que pertenecía á otro cacique, para que si los extran-
jeros iban á buscar oro, cayeran sobre el país de su vecino
dejando libres sus dominios, según creyó' don Fernando
Colo'n.
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48o
CRISTÓBAL COLON
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Conocida la abundancia de oro en aquellas cercanías,
por la mucha cantidad que el Adelantado y sus hombres
habían cogido por sus propias manos en breves horas, y
rescatado en su trato con los indios; viéndose el Almirante
con mucho aparejo para edificar y mucho bastimento, deter-
mino hacer población y dejar en ella su hermano, volviendo
á Castilla para que los Reyes proveyesen al aumento de la
nueva colonia.
Hizo el Adelantado varias expediciones por el interior,
llevando sus barcas por el cauce del río, y un fuerte desta-
camento de soldados que no se apartaban en su marcha de
la ribera y caminaban como en conserva, prestándose mutua-
mente apoyo los de las barcas y los de tierra. No era
entonces necesaria, aunque fué prudente tal precaución, pues
los indios recibían con bondad á los expedicionarios, les
facilitaban alimentos y oro, los acompañaban sin violencia,
y antes demostrando alegría, y los llevaban luego á su
regreso por los mejores caminos y donde pudieran ver
ríiuestras de las minas.
No se encontró mejor lugar donde asentar la colonia
que el que ofrecía la ribera del río Belén, pro'ximo á su
desembocadura en el mar, pasada una caleta que está á la
mano derecha de su entrada, obra de un tiro de lombarda,
cuya entrada quedaba protegida por un morro o' montecillo
más elevado que lo demás del terreno. Allí desembarcaron
todos los hombres disponibles, y empezaron el trabajo para
hacer casas y almacenes, todo de madera, con techumbre de
hojas, tomando cada uno porción extensa de terreno para
su vivienda, y fortificándola como mejor le pareció'. En el
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
481
almacén o alhondiga metieron cuanto era posible dejarles
para provisión de bizcocho y vino, aceite y vinagre, quesos
y legumbres, porque otra cosa de comer no había á bordo;
y las armas y municiones, con otra parte del repuesto de
víveres, quedaron, como lugar más seguro, en uno de los
barcos que había de permanecer allí, tanto para mayor
fuerza y seguridad de los que formaban la nueva poblacio'n,
como para que pudiesen navegar por aquellos contornos
según las necesidades o' las conveniencias lo exigieran.
Ochenta hombres de armas debían quedar en aquel
punto con el Adelantado don Bartolomé Colo'n, y algunos
trabajadores y operarios de los más útiles. Las construcciones
adelantaron rápidamente y todo parecía favorable á las
intenciones del Almirante.
Pero los indios de Veragua no eran tan sencillos como á
primera vista habían parecido. Suspicaces y recelosos, vieron
con disgusto que los huéspedes que habían aportado allí,
como de pasada, pensaban establecerse en su territorio, y con
su natural perspicacia temieron las consecuencias de aquella r^"^
ocupacio'n. La vista de las casas que se iban formando
aumento' su desconfianza, y variaron por completo en sus
relaciones con los españoles. El más alarmado era el cacique
Quibián. A todas las causas que producían el descontento
de sus vasallos se unían otras particulares: era extremada-
mente celoso, y los soldados no respetaban á las mujeres que
componían su casa, abuso que despertó' su furor y que no
podía perdonar. Pero cauto y disimulado, guardo' su odio
en el fondo de su corazo'n, y se dispuso á tomar venganza
convocando gran número de indios, para que en un momento !|j^
señalado pusieran fuego á las casas construidas, en tanto
que él con los más atrevidos cortaba el paso por la ribera, y
destruía por completo á los españoles.
No pudo hacer el llamamiento tan en secreto que no
comprendieran los nuestros que algo se tramaba contra ellos.
Dudaba el Almirante de que fueran ciertas las noticias que
Cristóbal Colón, t. ii. — 61.
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482
CRISTÓBAL COLON
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le comunicaban por las palabras oídas á los indios, cuyo
lenguaje iban entendiendo bien algunos marineros, y para
salir de la incertidumbre, se ofreció' a hacer por sí mismo
una detenida inspeccio'n el valeroso Diego Méndez, amigo
fidelísimo y muy querido de Cristóbal Colón, que en los
buques desempeñaba el cargo de escribano, de cuyos servicios
hemos de ocuparnos mucho en todo lo que resta de este
viaje y de la vida del Almirante. Méndez creía muy fundadas
las sospechas inspiradas por la conducta del cacique; temía
por la seguridad de la colonia, y con grave riesgo de su
vida y de la de sus compañeros, subió' por el río Belén en
una canoa, dirigiéndose audazmente hacia la residencia de
Quibián, aunque ya sabía que á éste le era muy desagra-
dable la vista de los españoles en su casa.
La relación de tan peligrosa aventura se conserva escrita
por el mismo Diego en uno de los párrafos del testamento
que otorgo' en Valladolid el 6 de Junio del año 1536. Es
interesantísima y dice así: — «Estando su Señoría allí muy
congojado, junto'se gran multitud de Indios de la tierra para
venir á quemarnos los navios y matarnos á todos, con color
que decian que iban á hacer guerra á otros Indios de las
provincias de Cohrava Aurira, con quien tenian guerra: y
como pasaron muchos de ellos por aquel puerto en que
teníamos nosotros las naos, ninguno de la armada caia en el
negocio sino yo, que fui al Almirante y le dije: Señor, estas
gentes que por aquí han pasado en orden de guerra, dicen que se
han de juntar con los de Veragoa para ir contra los de Cobrava
Aurira : yo no lo creo, sino al contrario, y es que se juntan para
quemarnos los navios y matarnos á todos, como de hecho lo
era. Y diciéndome el Almirante como se remediarla, yo dije
á su Señoría que saldría con una barca é iria por la costa
hacia Veragoa, para ver donde asentaban el real. Y no hube
andado media legua cuando hallé al pié de 1,000 hombres
de guerra con muchas vituallas y brevages, y salté en tierra
solo entre ellos, dejando mi barca puesta en flota: 3' hablé
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
483
con ellos según pude entender, y ofrecime que quería ir con
ellos á la guerra con aquella barca armada, y ellos se escu-
saron reciamente diciendo que no lo habian menester: y
como 3^0 me volviese á la barca y estuviese allí á vista dellos
toda la noche, vieron que no podian ir á las naos para
quemallas y destruillas, según tenian acordado, sin que yo
lo viese, y mudaron propo'sito; y aquella noche se volvieron
todos á Vcragoa, y yo me volví á las naos y hice relación de
todo á su Señoría, é no lo tuvo en poco. Y platicando
conmigo sobrello, sobre que manera se ternia para saber
claramente el intento de aquella gente, yo me ofrecí de ir
allá con un solo compañero, y lo puse por obra yendo mas
cierto de la muerte que de la vida: y habiendo caminado
por la pla3^a hasta el rio de Veragoa, hallé dos canoas de
Indios extrangeros que me contaron muy á la clara como
aquellas gentes iban para quemar las naos y matarnos á
todos, y que lo dejaron de hacer por la barca que allí sobre-
vino, y questaban todavia de proposito de volver á hacello
dende á dos dias, é yo les rogué que me llevasen en sus
canoas el rio arriba, y que gelo pagaria : y ellos se escusaban
aconsejándome que en ninguna manera fuese, porque fuese
cierto que en llegando me matarían á mí y al compañero
que llevaba. E sin embargo de sus consejos hice que me
llevasen en sus canoas el rio arriba hasta llegar á los pueblos
de los indios, los cuales hallé todos puestos en o'rden de
guerra, que no me querían dejar ir al asiento principal del
Cacique ; y yo fingiendo que le iba á curar como cirujano de
una llaga que tenia en una pierna , y con dádivas que les di
me dejaron ir hasta el asiento real, que estaba encima de un
cerro llano con una plaza grande, rodeada de 300 cabezas
de muertos que habían ellos muerto en una batalla : y como
yo hubiese pasado toda la plaza y llegado á la Casa Real
hubo grande alboroto de mugeres y muchachos que estaban
á la puerta, que entraron gritando dentro en el palacio.
Y salid de él un hijo del señor muy enojado diciendo pala-
484
• CRISTÓBAL COLÓN
bras recias en su lenguaje, é puso las manos en mí y de
un empellón me desvio' muy lejos de sí: diciéndole yo por
amansarle como iba á curar á su padre de la pierna, y
mostrándole cierto ungüento que para ello llevaba, dijo que
en ninguna manera habia de entrar donde estaba su padre.
Y visto por mí que por aquella via no podia amansarle,
saqué un peine y unas tijeras y un espejo, y hice que
Escobar mi compañero me peinase y cortase el cabello. Lo
cual visto por él y por los que allí estaban quedaban espan-
tados ; y yo entonces hice que Escobar le peinase á él y le
cortase el cabello con las tijeras, y díselas y el peine y el
espejo, y con esto se amanso; y yo pedí que trajesen algo de
comer, y luego lo trajeron, y comimos y bebimos en amor
y compaña ; y quedamos amigos ; y despedime del y vine á
las naos, y hice relación de todo esto al Almirante mi señor,
el cual no poco holgó en saber todas estas circunstancias y
cosas acaecidas por mí; y mando poner gran recabdo en las
naos y en ciertas casas de paja, que teníamos hechas allí en
la playa, con intención que habia yo de quedar allí con
cierta gente para calar y saber los secretos de la tierra.»
Convencido Colón de la hostilidad de los indios , y de
lo mucho que debía temérseles, delibero el partido que sería
más conveniente, porque las circunstancias eran difíciles y
apremiantes, y pareció' que para castigo suyo y escarmiento
y temor de los comarcanos, era bien prendello con todos sus
principales y traellos á Castilla y que su pueblo quedase en
servicio de los cristianos ^
Para tan arriesgada empresa, de cuyo éxito quedaba
pendiente no so'lo la existencia de la colonia, sino también la
vida de todos los españoles, salió' don Bartolomé Colo'n con
setenta y cuatro hombres escogidos, el día 30 de Marzo, y
camino' resueltamente hacia la poblacio'n, que no era formada
' Historie del Signar Don Fernando Colombo, cap. XCVII.
Historia de las Indias, por fray Bartolomé de las Casas, libro II, capí-
tulo XXVII.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
485
por casas reunidas, sino esparcidas y distantes unas de
otras como las de Vizcaya. Al saber el cacique Quibián la
marcha del Adelantado, le envió á decir que de ninguna
manera subiese á su casa, que estaba colocada en una
elevacio'n en el centro del pueblo y orillas del río; pero
don Bartolomé sin cuidarse del aviso y para inspirar mayor
confianza, se adelanto solo, acompañado no más que de cinco
soldados, y dando orden á los demás de que le siguieran de
lejos, á la desbandada por parejas, acercándose lo bastante
para que en oyendo el disparo de un arcabuz, que sería la
señal, acudiesen -con la mayor presteza, rodeasen la casa del
cacique, defendiéndola de toda agresio'n por el exterior, y
sin permitir que saliera de ella persona alguna.
Al presentarse el Adelantado en la altura de la colina
ante la morada de Quibián, recibió nuevo mensaje de éste
diciéndole que no entrase, pues aunque estaba herido saldría
á recibirle ; y en efecto á poco se presento' en la puerta y
tomo' asiento en una gran piedra diciendo al Adelantado
que se llegase solo; el cual lo hizo así, dejando encargado á
Diego Méndez 5^ á los otros cuatro que cuando él cogiese por
el brazo al cacique cayeran sobre él, y disparasen el arcabu-
zazo de alarma á sus compañeros.
Fué la escena muy breve, pero llena de emociones.
Sentado Quibián ostentaba desnudas sus atléticas formas,
su color oscuro pintado en partes, y los variados colores de
las plumas que ceñían su cabeza. Tenía en las manos una
pesada maza o' machadasna y el desarrollo de su muscula-
tura, la anchura de sus hombros, su aspecto general le
asemejaba á un Hércules de aquellos bosques. Frente á él
se mantuvo de pie don Bartolomé armado de todas armas,
cubierto de reluciente acero, con su bacinete en la cabeza
que terminaba en una aguda lanza, formando singular
contraste con el guerrero indio cuya suerte pendía en aquel
momento de una señal del jefe español.
Breve fué la plática, pues el Adelantado, mostrando
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486
CRISTÓBAL COLON
deseo de reconocer la herida del cacique, le asid por la
muñeca, y en el instante sond un tiro de arcabuz, y los cinco
españoles se encontraron al lado de su jefe, subiendo rápida-
mente los otros setenta por las vertientes de la colina con las
espadas desnudas y formando un círculo de hierro alrededor
de la casa de Quibián. Quiso éste desasirse por un esfuerzo
supremo, mas como ambos fuesen de grandes fuerzas y el
Adelantado se encontraba de pie, pudo contenerlo tiempo
bastante para que llegando Diego Méndez y los que le
seguían le atasen fuertemente de pies y manos dejándole sin
movimieíito como fiera aprisionada.
II
Entraron los españoles en la casa y redujeron á prisio'n
más de cincuenta personas entre grandes y pequeños, y
muchos indios que viendo preso á su jefe quisieron seguir
su suerte y no se pusieron en defensa. Presas fueron condu-
cidas á las barcas las mujeres y los hijos del cacique, y los
indios pedían su libertad ofreciendo al Adelantado grandes
riquezas, diciendo que en un bosque cercano tenían guar-
dado un gran tesoro y todo lo darían por el rescate de su
jefe y de su familia.
. En tanto que se dedicaba á la exploración de las cerca-
nías, y aseguraba la posesio'n del pueblo, donde pensaron
establecerse los españoles, decidió' el Adelantado enviar sus
prisioneros á bordo de las carabelas para que estuviesen más
seguros, y quedar más íibre para disponer de los soldados
que llevaba consigo. A este efecto fueron llevados todos á
la orilla y embarcados en los botes; pero no satisfecho don
Bartolomé sin tomar especiales precauciones con el bravo
Quibián, lo entrego con repetidas amonestaciones y encargos
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
487
al piloto Juan Sánchez, hombre de probada intrepidez y de
grandes fuerzas, por las que se distinguía en todas ocasiones
entre sus compañeros, llegando al extremo de encargarle
que si intentaba evadirse le diera muerte. El valiente piloto,
muy satisfecho de sí mismo, y enorgullecido con la confianza
que de su persona se hacía, respondió que á su cargo iba el
cacique, y que consentía si se le escapaba, en que le arran-
casen sus barbas, que eran muy recias, pelo á pelo.
Bajaron las barcas el río; al llegar á la desembocadura,
Quibián, que iba fortísimamente ligado de pies y manos,
con una cuerda cuyo extremo tenía siempre asido Juan
Sánchez, se quejaba lastimosamente del mucho daño que le
causaban las ataduras, y tales fueron sus gemidos, que
movido á piedad el piloto le aligero un poco de ellas.
Aprovecho' la holgura el astuto cacique, y viendo de allí á
poco que Sánchez estaba entretenido en otra cosa se arrojo
al agua con tal violencia que tuvo aquél necesidad de aban-
donar el cabo que tenía en la mano para no ser arrastrado
al río. Era ya de noche, y no pudieron ver donde había
caído, ni escucharon rumor alguno, como si hubiera sido
una piedra precipitada en las aguas.
Porque el ejemplo no fuera seguido por otros prisio-
neros, acudieron todos á custodiarlos y dejaron de perseguir
al cacique al que juzgaron muerto, sin duda alguna.
Avergonzados todos por tal evasión, que justificaba
su falta de cuidado, y más que ninguno el piloto Sánchez,
llegaron á los buques con los demás presos para que estu-
viesen á buen recaudo.
Recorrió' en tanto el Adelantado la tierra en todas direc-
ciones y volvió' también á bordo con el oro que había podido
recoger, enterándose allí de todo lo ocurrido, y lamentando
profundamente la evasio'n de Quibián, de la que preveía
funestas consecuencias. No se hicieron esperar desgraciada-
mente. La continuacio'n de las lluvias hizo que creciese en
algunos palmos de altura el nivel de las aguas , permitiendo
v^íá
íiissi
488
CRISTÓBAL COLÓN
el paso de las embarcaciones sobre las arenas que formaban
barra en la embocadura del río : y aprovechando el Almi-
rante aquel momento favorable, pues llevaba dos meses de
forzada inaccio'n, dispuso salir al mar y dirigirse á la isla
Española para dar noticia á los Reyes del resultado de su
viaje. Trabajosa fué la salida. Las quillas rozaban la arena
y á veces quedaban sin movimiento las carabelas, siendo
necesario aligerar la carga que llevaban, en barcas y canoas
que se pusieron á sus costados , y volviéndolas á cargar
cuando estuvieron enteramente en franquía.
Tres carabelas salieron con el Almirante, y quedo' la
cuarta en el río fondeada en la proximidad de la estancia de
los españoles, y á las o'rdenes del Adelantado, para ayudarle
en todo cuanto pudiera ocurrir. Cuando los buques estu-
vieron ya en mar libre, se despidieron afectuosamente el
Almirante y el Adelantado, ofreciendo éste regresar lo más
pronto que fuera posible, y dándole sus últimas instrucciones
á todos los que allí quedaban, con muchos consejos amistosos
sobre la administración de la nueva colonia, y conservacio'n
de la más rigorosa disciplina, recordando ejemplos muy
recientes que demostraban las funestas consecuencias de la
insubordinacio'n y el desorden. El Adelantado y los su3^os
regresaron en las canoas, pero apenas hubieron puesto el
pie en la orilla fueron objeto de un ataque violento de los
naturales.
El cacique Quibián se había salvado, nadando diestra-
mente á pesar de sus ligaduras y ganando la playa entre la
espesura de los árboles, en punto que él conocía mu}^ bien
y donde no pudieron verle los españoles. Llegado á su casa,
el mayor desconsuelo se apodero' de él al ver la falta de sus
mujeres é hijos, y ardía en deseos de venganza de aquellos
extraños huéspedes que tanto mal le causaban; pero su furor
llego' al extremo cuando vio' partir los tres barcos que se
llevaban á un mundo desconocido, de donde nunca volverían,
á todos los seres que amaba. Convoco á los más feroces
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
489
guerreros, les estimulo á combatir y exterminar á los
blancos, y emboscados en gran número en el espeso bosque
que se dilataba hasta las márgenes del río espero' el momento
de acometer. Cuando le pareció' que los soldados estaban
más descuidados , habiendo quedado unos en las casas y
bajado otros á la playa para esperar el regreso del Adelan-
tado, cayeron de improviso sobre ellos dando grandes ala-
ridos, y cubriendo el aire de flechas, que hirieron á muchos
de los nuestros. Pero habiendo acudido al punto á las armas
y reunidos en grupos, resistieron el ataque y rechazaron á
los indios causándoles muchos muertos.
El Adelantado se encontró con muy pocos hombres
disponibles; pero tomando una lanza se puso al frente de
ellos j se dirigió' al punto de mayor peligro, donde era más
numerosa la muchedumbre de los indios, que intentaban
poner fuego á las viviendas donde los españoles se defendían,
y sin cuidarse de las innumerables flechas que se rompían
en su armadura , causo' gran estrago en los desnudos
enemigos. El valeroso Diego Méndez reunid también corto
número de soldados y acometió' por otro lado, y organizada
ya la resistencia, la superioridad de los españoles en táctica
y en armamento les dio' fácilmente la victoria. El ruido de
los arcabuces, y los estragos que causaban las balas acabaron
de infundir el pánico á los indios, que dejando muchísimos
muertos y heridos, se retiraron al bosque y en lo más espeso
se ocultaron , sin perder de vista las casas de los españoles á
los que se propusieron tener en una especie de continuo
asedio .
Un soldado español murió' en la refriega ; el Adelantado
recibió' una flecha que le penetro' junto al cuello del coselete,
pero le causo poco daño, quedando otros ocho o diez heridos
leves entre soldados y marineros.
Entretanto el Almirante se encontraba detenido á poco
más de una legua, sin poder tomar el rumbo que deseaba
para tocar en la isla Española por ser el viento contrario, ni
Cristóbal Colón t. ii. — 62.
490
CRISTÓBAL COLÓN
m^.
■S:C]
volver adonde había dejado á los nuestros porque las aguas
habían bajado y las arenas interceptaban la entrada del río.
Pero esta contrariedad fué la salvacio'n del Adelantado y de
los suyos.
III
Deseando el Almirante comunicar con su hermano, y
f; con objeto también de aumentar la provisio'n de leña y agua,
dispuso el 6 de Abril que una barca de poco calado entrase
río arriba, y llevase noticias á los que habían quedado en la
poblacio'n nueva.
Salió' en la barca de la nao capitana el capitán de ella
Diego Tristán, y llego á la estancia de los españoles en el mo-
mento en que era mayor la bulla y gritería de los indios y el
tronar de los arcabuces; pero ignorante de lo que sucedía, y
temeroso de que los de tierra se lanzasen á la barca y la hicie-
sen zozobrar, no quiso acercarse á la ribera, y se estuvo á
la mira para dar auxilio si se lo pidieran. Al ver fugitivos á
los indios, y no queriendo que por cualquier eventualidad se
perdiese su bote y quedase imposibilitado de llevar al Almi-
rante las nuevas de lo ocurrido, tuvo el mal acuerdo de con-
tinuar subiendo por el río, hasta donde el agua salada dejara
de mezclarse con la dulce, para llenar allí sus pipas y volverse
en seguida á los buques. Dice don Fernando Colon en sus
Apuntes, que algunos le amonestaron para que no hiciera
aquel camino, por los peligros que podía acarrearle la mul-
titud de indios que tenían sus canoas en las orillas; pero
Tristán no curo de aquel aviso y se interno en el río, que es
muy profundo y muy cercado por ambas partes de espesos
árboles que llegan hasta el agua. Observaron los indios su
marcha, y como vieron que so'lo llevaba diez d doce hombres,
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
491
de los cuales siete ú ocho iban en los remos, y tres o' cuatro
eran soldados, le dejaron adelantar á lo más intrincado, y
cuando estaba á más de una legua de distancia de la forta-
leza, empezaron á salir de ambas orillas con multitud de
canoas, cuyo número aumentaba á cada momento, cubrién-
doles literalmente de flechas, é hiriéndolos á todos, sin que
pudieran hacer uso de las armas de fuego.
Los que bogaban acudieron á defenderse; abandonaron
los remos y la barca quedo parada y presa de los indios.
Aquello fué la perdicio'n de todos. El valeroso Diego Tristán
combatía cubierto de heridas contra innumerables enemigos,
pero la lanza de madera de un indio le entro por un ojo
dejándole muerto en el acto ; sus compañeros todos perecieron
peleando, unos magullados por los golpes de las mazas, otros
traspasados por mil saetas.
Solo pudo salvar la vida un tonelero de Sevilla llamado
Juan de Moya, que en uno de los violentos balances del bote
fué lanzado al agua en lo más cerrado de la pelea, por lo
cual nadie advirtió su caída creyéndolo muerto. Gano la
orilla y, ayudado de la misma espesura de los árboles, logro'
llegar casi exánime al punto donde se hallaban los españoles
con el Adelantado.
El efecto que su relato produjo en aquel puñado de
valientes no puede describirse; y como no les era posible
abandonar la fortaleza que habían construido, porque la
carabela no podía flotar á causa de las arenas que á su
costado se habían ido depositando, y tampoco podían
mandar aviso al Almirante , determinaron defenderse hasta
el último extremo, y se fortalecieron armando un pequeño
baluarte donde pusieron la artillería, con cuyos disparos
contenían los ataques de los indios que no se atrevían á salir
de lo más espeso del bosque.
En este tiempo era también muy grande la inquietud
del Almirante: pasaban los días, y no regresaba Diego
Tristán, ni tenía noticias de su hermano, á quien 3'a aquél
Wt.
L^. ..
492
CRISTÓBAL COLON
debía haber visitado. Para mayor disgusto, una parte de
los prisioneros indios que tenía á bordo, logro evadirse, y los
restantes se dieron muerte por no quedar en poder de los
españoles. Don Fernando ha conservado los detalles de aquel
extraño suceso. Estaban reunidos los prisioneros en la nave
Bermuda, y como se encontraban en el mar, los dejaban por
el día que discurriesen sobre cubierta, bajo la vigilancia de
algunos soldados; pero llegada la noche los recogían en la
bodega y tapaban las escotillas, dejándolas sin cerrar con la
cadena, porque sobre ella dormían constantemente algunos
marineros. Observaron esto los indios con su natural saga-
cidad, y se aprovecharon del descuido. Aunque el sollado
era profundo, amontonaron debajo de la escotilla las piedras
que formaban el lastre de la nave, y subiendo sobre ellas
empujaron con las espaldas violentamente la porta hacién-
dola levantar, y echando á rodar á los que encima dormían
descuidados. Aprovechando la confusio'n que se produjo,
y la oscuridad que reinaba, se arrojaron al agua cuantos
pudieron salir sobre cubierta antes de que se repusieran los
marineros y soldados. No se supo cuál había sido su suerte;
pero los que no habían podido huir se dieron la muerte
aquella misma noche, amaneciendo todos ahorcados «con los
cabos que pudieron haber, y como tenian poca altura, unos
se ahorcaban de rodillas, y otros tirando del lazo con los pies,
de modo que de los presos en aquel navio ninguno quedo'
que no fuese muerto o' huido.»
Diez días habían corrido desde la partida de Diego
Tristán, y las sospechas del Almirante eran cada vez más
acentuadas y más tristes sus presentimientos. Aumentaba su
abatimiento al ver que carecía de medios para ponerse en
comunicacio'n con su hermano, pues entre los tres buques
no conservaban más que un solo bote y por ningún con-
cepto podía desprenderse de él, ignorándose si regresaría
o' no el que Tristán se había llevado. En la duda era preciso
usar mayor prudencia, y luchaba entre el deseo vehemente
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
493
de obtener noticias de la colonia y la falta de medios para
lograrlo.
En tan apurada situacio'n se presento' al Almirante el
piloto Pedro de Ledesma, natural de Sevilla, y de la dotacio'n
de la carabela Vi:(caina, ofreciéndose á ir á tierra , si la barca
única que quedaba le conducía desde los buques hasta la
playa, que él ganaría á nado, y le esperaba allí para llevarle
á bordo á su regreso. El valiente piloto prometía traer
noticias de la colonia o' perecer en la demanda. Con verda-
dero reconocimiento acepto Cristóbal Colón; y Ledesma,
corriendo peligros sin cuento y con grandes angustias, llego'
á la colonia, habló con el Adelantado, y volvió' á las naves
llevando al Almirante la narracio'n exacta de todas las des-
gracias ocurridas, y la noticia de la triste situación de los
españoles. Tantos contratiempos hicieron que variase el plan
que tenía trazado. Dejar abandonados á su hermano y á los
que con él estaban no era posible, ni cabía imaginarlo: enviar
refuerzos y destruir á los indios hubiera sido el deseo de
todos, pero no contaban con medios para hacerlo. Los cascos
de los buques estaban inservibles y la mayor parte de los
hombres enfermos ó heridos. Ni los que estaban en tierra se
prestaban á permanecer allí, haciendo inútil sacrificio de sus
vidas, por lo que ya empezaban á murmurar contra el
Adelantado, no obstante el gran prestigio que entre ellos
tenía ; ni los que estaban á bordo se manifestaban dispuestos
á volver á entrar en aquel funesto río de Belén, para co-
menzar nuevas luchas El Almirante resolvió abandonar
por entonces la fundación de la colonia, y que todos partie-
sen con dirección á España; y así lo comunicó á su hermano.
La inquietud de Colón era extremada : temía tanto por
los que estaban en tierra como por los que tenía á bordo,
pues las carabelas estaban completamente roídas y aguje-
readas por la broma , y de un momento á otro podían verse
todos sepultados en las aguas sin medio alguno de salvación.
Con tantas fatigas, con el incesante trabajo, los continuos
494
CRISTÓBAL COLÓN
pesares y la falta de descanso, su salud se resintió profunda-
mente : la fiebre lo devoraba , y los dolores de la gota no le
dejaban momento de tranquilidad. So'lo la energía de su alma
)) y su inquebrantable fe le sostenían en tan apurados trances.
Tuvo entonces una visio'n consoladora , que refiere en su
carta á los Reyes, y sintió renacer su ánimo.
Quiso Dios por su bondad, dice el P. Las Casas, que
dentro de ocho días que allí estuvo abonanzase el tiempo. El
Adelantado y los suyos con la barca que conservaban, y con
dos canoas que ataron fuertemente la una á la otra, llevaron
á las carabelas cuantas cosas tenían en tierra: los buques se
acercaron cuanto pudieron á la embocadura del río, y 3^endo
y viniendo, en obra de dos días no quedo nada por embar-
car, ni dejaron nada de lo que había sido de la colonia «si
no fué el casco del navio, que por la mucha broma estaba
innavegable.»
La reunio'n de todos á bordo causo' por el pronto
general movimiento de alegría; y terminado el embarque,
y remediados en lo más grave los desperfectos de los tres
buques, hicieron rumbo á Levante, para donde el viento les
era favorable, y en vista del mal estado de los cascos, fondea-
ron en Porto Belo á los dos días de haber abandonado el río
de Belén.
f.^"-
IV
Hay en la carta que Cristóbal Colón escribid á los
Reyes Cato'licos desde la isla Jamaica, poco después de estos
sucesos, con fecha 7 de Julio del mismo año, un párrafo
notabilísimo, en que refiere lo que en sueños oyó' de una V07^
muy piadosa, que antes notamos, llamándola visio'n consola-
dora; y que debe transcribirse con las mismas frases em-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
495
• La tomamos á la letra del texto de la Lettera rarissima de Navarrete,
Colección de viajes, tomo I, porque en algunas historias se ha publicado con
grandes diferencias.
picadas por el Almirante, porque más de un historiador
ha sospechado que más bien que ensueño, fué ficción in-
geniosa; medio indirecto de elevar una queja á .los Reyes; Ol^
juzgando que la vo^^ piadosa encierra una severa leccio'n para
un príncipe, y en ella expresaba con vehemencia la amargura
que sentía en su alma y lo que su conciencia le dictaba, y
no era posible decir de otra manera. No parece fundada la
sospecha , ni parece propio del carácter de Colón valerse de
tales ficciones; pero el párrafo es interesante de suyo. Dice
así * :
(( i O estulto y tardo á creer y á servir á tu Dios , Dios
de todos! ¿Qué hizo él mas por Moysés o por David su
siervo! Desque naciste, siempre él tuvo de tí muy grande
cargo. Cuando te vido en edad de que él fué contento,
maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las
Indias que son parte del mundo, tan ricas, te las dio' por
tuyas: tú las repartiste adonde te plugo, y te dio poder para
ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban
cerrados con cadenas tan fuertes , te dio' las llaves ; y fuiste
obedescido en tantas tierras , y de los cristianos cobraste tan
honrada fama. ¿Qué hizo él mas al su pueblo de Israel cuando
le saco' de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey
de Judea? To'rnate á él, y conoce ya tu yerro: su miseri-
cordia es infinita: tu vejez no impedirá á toda cosa mu}-
grande: muchas heredades tiene él grandísimas. Abrahan
pasaba de cien años cuando engendro' á Isaac, ¿ni Sara era
moza? Tú llamas por socorro incierto: responde, ¿quién te
ha afligido tanto y tantas veces. Dios o' el mundo? Los
privilegios y promesas que dá Dios no las quebranta, ni
dice después de haber recibido el servicio que su intención
no era esta, y que se entiende de otra manera, ni da
martirios, por dar color á la fuerza: él vá al pie de la letra:
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496
CRISTÓBAL COLON
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todo lo que él promete cumple con acrescentamiento : ¿esto
es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho por tí y
hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos
afanes }'' peligros que has pasado sirviendo á otros.»
«Yo así amortecido, prosigue diciendo Colon, oí todo;
mas no tuve yo respuesta o' palabras tan ciertas, salvo llorar
por mis yerros. Acabo' él de fablar, quien quiera que fuese,
diciendo: No lemas, confia: todas estas tribulaciones están
escritas en piedra mármol, y no sin causa.))
Verdad o ficción, ensueño o modo ingenioso de exhalar
quejas de un modo indirecto, son muy notables las frases
subrayadas: Los privilegios y promesas que da Dios no las
quebranta, ni dice después de haber recibido el servicio que su
intención no era esta
Llegados á Porto Belo en 20 d 21 de Abril, se vio'
obligado el Almirante á abandonar la carabela Vizcaína,
porque hacía mucha agua, y porque todo su plan estaba
consumido y agujereado por los gusanos; por esto dio' orden
de que se trasbordasen á los otros dos buques que quedaban,
todos los efectos de aquélla sin dejar cosa alguna, y termi-
nada la operacio'n se hicieron de nuevo á la vela siguiendo
otra vez á Levante, y abandonando únicamente el destrozado
casco á la merced de los vientos y las olas.
Siguió' el Almirante la costa en el mismo rumbo, aunque
no dejo' de conocer el descontento de las tripulaciones, que
creían iba á dirigirse en derechura á España, conociendo
todos que tan largo viaje no era posible en aquellos barcos
tan desmantelados y faltos de provisiones. Decían los pilotos
que poniendo las proas al Norte llegarían con más brevedad
á Santo Domingo; pero el Almirante y su hermano, con
observacio'n más segura, quisieron navegar por la costa
arriba antes de lanzarse á atravesar el golfo que está entre
la tierra firme y la isla Española, para que las corrientes no
los arrastrasen muy por bajo de ésta. Con tal propo'sito
dejaron atrás el puerto del Retrete, que ya les era conocido,
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
497
y pasando por entre unas isletas que hoy se nombran Las
Mulatas y Colón apellido' Las Barbas, corrieron todavía diez
leguas más por la costa, y ya en la proximidad del cabo
Tiburo'n, abandonaron del todo la tierra firme, poniendo la
direccio'n al Norte para dirigirse á la Española. El lunes
1." de Mayo de 1503 perdió' de vista Cristóbal Colón el
continente que había descubierto y no debía volver á ver.
El miércoles 10 fueron á dar sobre dos pequeñas isletas
á que se puso por nombre Las Tortugas, por la gran abun-
dancia de ellas que allí había; y arrastrados todavía por las
corrientes, derivando más aún del rumbo emprendido, fueron
á surgir á las islas llamadas Jardines de la Reina, situadas al
Sur de Cuba y reconocidas por el Almirante en su segundo
viaje. Escaseaban á bordo los alimentos y el trabajo era
cada día más constante y más penoso. No tenían para
alimentarse más que bizcocho, con escasa cantidad de aceite
y menos todavía de vinagre; todos los demás víveres se
habían consumido. Los buques taladrados por la broma d
teredo hacían agua, á pesar del constante cuidado de los
calafates, y de que no cesaban ni un momento los mari-
neros en la tarea de achicar con tres bombas que había de
servicio.
En tal situacio'n, faltos todos de fuerzas y de recursos,
sobrevino una noche tan gran tormenta, de esas violentas
y rápidas tan comunes en aquellas latitudes, que les puso en
el mayor peligro, pues la Bernmda no pudiendo tenerse sobre
sus amarras garreo' sobre la nave del Almirante, que es
arrastrar las anclas y juntarse un navio sobre otro, según lo
explica el P. Las Casas, que hizo pedazos toda la proa del
uno y la popa del otro, rompiéndose los cables y perdiendo
tres anclas. Quiso Dios librarnos, como }ios había hecho de
otros muchos peligros, dice don Fernando; y así partiendo de
allí con harta fatiga y trabajo se acercaron á la costa de
Cuba, por la necesidad de buscar alimentos, y surgieron
cerca del que hoy se nombra Cabo Cruz, junto á un pueblo
Cristóbal Colón t. ii. — 63.
X
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49»
CRISTÓBAL COLÓN
v.^
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^3^
de indios que llamaban Macaca. Recibieron de los naturales
pan de cazabe , pescado y frutas ; de lo cual y de leña y agua
hicieron abundante provisio'n en seis ú ocho días que allí
consagraron al descanso.
Los vientos fuertes de Levante y las grandes corrientes
no les permitían hacer rumbo á la Española, porque no
podía darse trabajo á las carabelas que se quebrantaban y
romperían so'lo con los golpes del mar, pues sus tablazones
parecían Wí panal de abejas, según expresión del Almirante;
así que después de muchos días de esperar bonanza, deter-
mino aprovechar el viento, para que las naves no trabajasen
y partió' para Jamaica. Con todo eso, el agua crecía en los
barcos, y cuando se entorpecía alguna de las bombas,
suplían la falta arrojándola con cubas y calderas; pero en la
vigilia de San Juan no había medio de vencerla, y con gran
trabajo se mantuvieron hasta que al rayar el día pudieron
dar fondo en el llamado Puerto Bueno, que hoy se denomina
Dry-Harbour; y no encontrando en él recurso alguno, ni
indígenas que pudieran prestar auxilio, se dirigieron á la
tarde á otro muy cercano que todavía conserva el nombre
de Caleta de don Cristóbal, aunque el Almirante lo llamo
Santa Gloria.
Bien les avino á los desventurados navegantes. El puerto
era muy abrigado, la pla5^a extensa, y las carabelas enca-
llaron en ella suavemente, apoyando sus fondos en la arena
cuando 3^a no era posible que se sostuvieran á flote. Los
cascos estaban desencuadernándose por la flojedad de la
clavazo'n; las maderas horadadas por los gusanos, el vela-
men deshecho en jirones El Almirante procuro' que se
varasen enteramente unidas las dos embarcaciones; y logrado
esto, fueron atadas fuertemente la una á la otra, y apunta-
ladas por ambos lados con la mayor solidez para evitar todo
movimiento, y abandonadas las bombas se dejo' que el agua
las llenase para más seguridad.
Sobre la cubierta y en los castillos de popa y proa, se
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO V
499
hicieron habitaciones capaces para toda la gente, y se pro-
curo' toda la comodidad posible, así como la mejor defensa
en aquella cindadela de madera. Terminado el penoso trabajo
se pensó' en entrar en relaciones con los naturales para ase-
gurar la subsistencia: por lo que el Almirante reitero sus
o'rdenes de que se les tratase con amabilidad y dulzura, y no
se les tomase cosa alguna sin retribuirlos, y nunca contra
su voluntad. La situacio'n en que se encontraban era tan crí-
tica que todas las precauciones eran pocas ; y aun cumplien-
do los prudentes mandatos de Colón no era fácil prever
como había de salirse de ella.
^mi
502
CRISTÓBAL COLÓN
Estando fortificados los navios del modo que dejamos
dicho y establecidas con alguna seguridad las estancias para
todos, á distancia de un tiro de ballesta de tierra, acudieron
algunas canoas de indios que parecían gente sencilla y
buena á trocar víveres con los españoles. Se encontraban
varadas las naves á corta distancia de un pueblecillo de indios
que llamaban ellos Maima, en el lugar en que luego se
levanto' la nueva poblacio'n que nombraron Sevilla; y vista
la proximidad del sitio, y la buena condicio'n de los natu-
rales , determino el Almirante que desde luego se procurase
entablar relaciones amistosas, y que pudieran asegurar de
algún modo la subsistencia de los ciento treinta y cuatro
hombres que allí se encontraban albergados.
Dos pensamientos ocupaban constantemente á Colón
desde el punto en que se vio libre de otros peligros ; la segu-
ridad de obtener provisiones, sin verse expuestos á carecer
de lo necesario, y para ello se hacía forzoso saber la pro-
duccio'n de la isla y las disposiciones de los naturales, obli-
gándoles por medio de dádivas á que acudieran á los buques;
y el deseo de ponerse en comunicación con la isla Española,
para que el comendador Ovando tuviera noticia de su situa-
cio'n y acudiera á remediarla, porque no era posible se
prolongase sin evidente peligro de perderse todos.
Propicios los indios al trato con aquellos extranjeros,
cuyas armas y trajes les causaban admiracio'n, y aficionados
al cambio y rescate de los objetos que les presentaban los
españoles, concurrían en gran número de todos los pueble-
citos cercanos con el pan de cazabe y otras provisiones que
veían ser del agrado de los extranjeros; mas el Almirante
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
503
I
comprendió muy luego la insuficiencia de aquellos recursos,
porque siendo muy sobrios en su alimentacio'n los indígenas,
y no haciendo sus siembras más que para obtener lo nece-
sario, habían de agotar muy pronto sus repuestos encon-
trándose todos en la misma necesidad. Entonces Diego
Méndez, el escribano de la armada, que ya se había señalado
muchas veces por su carácter emprendedor, y por el servicio
que presto' en tierra firme subiendo hasta la residencia del
cacique Quibián , se ofreció á explorar con algunos compa-
ñeros el interior de la isla, buscando su parte más populosa
y productiva, y procurando establecer con los indios una
especie de comercio de grandísima utilidad para los espa-
ñoles.
Salió', en efecto, y recorrió' gran parte de la isla, ganando
la amistad de varios caciques, sin que con ninguno tuviera
disgusto ni riña de ningún género; prestándose todos á llevar
á la playa junto á Maima, toda la pesca que pudieran
recoger y el pan de cazabe que labrasen, así como las hutias
y las aves grandes que pudiesen servir de alimento. Su
relacio'n hecha en la cláusula testamentaria á que ya ante-
riormente nos hemos referido es sencilla é interesante. —
«Caminé, dice, hasta el cabo de la isla, á la parte de
Oriente, y llegué á un Cacique que se llamaba Ameyro, é
hice con él amistades de hermandad, y dile mi nombre y
tomé el suyo, que entre ellos se tiene por grande hermandad.
Y cómprele una canoa muy buena que él tenia, y dile por
ella una bacineta de latón muy buena que llevaba en la
manga, y el sayo y una camisa de dos que llevaba, y embar-
quéme en aquella canoa, y vine por la mar, requiriendo las
estancias que habia dejado, con seis Indios que el Cacique
me dio' para que me la ayudasen á navegar, y venido á los
lugares donde yo habia proveido, hallé en ellos los cristianos
que el Almirante habia enviado, y cargué de todas las vi-
tuallas que les hallé, y fuime al Almirante, del cual fui muy
bien recebido que no se hartaba de verme y abrazarme y pre-
504
CRISTÓBAL COLON
mi
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I
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guntar lo que me habia sucedido en el viage, dando gracias
á Dios que me habia llevado y traido á salvamiento libre
de tanta gente salvage. Y como al tiempo que yo llegué á
las naos no habia en ellas un pan que comer, fueron todos
muy alegres con mi venida , porque les maté el hambre en
tiempo de tanta necesidad, y de allí adelante cada dia venian
los Indios cargados de vituallas á las naos de aquellos
lugares que yo habia concertado que bastaban para 130 per-
sonas que estaban con el Almirante.»
La isla era extremadamente fértil y populosa; «abun-
dante de bastimentos y bastantemente poblada de indios,»
como dice don Fernando Colon; y asegurada la amistad de
los caciques principales y más próximos, podían estar más
tranquilos, porque no habían de faltarles víveres abundantes,
por lo cual Cristóbal Colón dio' severas o'rdenes para que
se conservase. Le favorecía para ello la posicio'n de las
carabelas, encalladas á bastante distancia de tierra, por lo
que ninguno podía salir sin licencia de aquella improvisada
ciudadela, teniendo, además, especiales encargados para que
nada se tomase por fuerza á los indios, ni se les ofendiera
en sus mujeres ni en sus hijas, y menos en sus personas
usando violencias de ningún género, pues de la amistad de
aquéllos casi puede decirse que estaba pendiente la vida de
los* nuestros. Esto agradaba mucho á los sencillos naturales,
que cobrando confianza, y atraídos por los rescates, acudían
en gran multitud á la playa para hacer sus cambios, gozán-
dose en las carabelas de relativa abundancia, con lo que
renació' un tanto la alegría, y se repusieron todos de los
muchos trabajos sufridos.
«Por cosas de poquillo precio, escribía Don Fernando
Colon, joven de escasos quince años entonces, cuya imagi-
nación juvenil hirieron vivamente estos sucesos, nos traian
cuanto necesitábamos. Si daban una o' dos hutias, que son
como conejos, les dábamos en cambio un herrete de agujeta;
si nos traian unas hogazas de pan, que ellos llaman cazabi.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
505
hechas de unas raices de hierbas, se les daban dos o tres
cuentecillas de vidrio, rojas o' verdes; si de algo traian
crecida cantidad llevaban una campanilla ; y muchas veces
al Rey o cacique le regalaban un espejo, un bonete colorado
o' unas tijerillas, de todo lo que se mostraban muy alegres.
Con este plan de rescates estaba la gente muy provista de
todo y abastecida con abundancia de cuanto necesitaba, y
los indios vivian sin descontento en nuestra compañía.»
El Almirante y su hermano don Bartolomé, atentos
siempre á cuanto pudiera contribuir al bienestar de sus
soldados, y con la previsio'n de las eventualidades que sobre-
vinieran, procuraron el rescate de algunas canoas, de las
que los indios traían á Maima, y llegaron á adquirir hasta
diez que destinaron al servicio de los buques, para adelan-
tarse en la costa cuando hubiera necesidad.
•r-'---< ,/
II
Algo más tranquilo ya por lo que se refería á las
subsistencias de la gente que tenía á sus o'rdenes, fijc) Colón
toda la actividad de su inteligencia en el pensamiento de
ponerse en comunicacio'n con la isla Española, y excogitar
los medios de que podría valerse para obtener algún buque
en que volver á España. Dificilísima era la solucio'n al
problema, pero al mismo tiempo de imprescindible nece-
sidad. La construccio'n de una barca exigía recursos que no
era posible obtener sino después de mucho tiempo, y podría
dar ocasio'n á divisiones entre aquellos hombres abando-
nados en las playas de una isla salvaje, que todos desearían
verse en camino de salvacio'n. Hacer un buque capaz de
transportarlos á todos no estaba en lo posible. El regreso de
Diego Méndez con la gran canoa que había tomado al cacique
Cristóbal Colón, t. ii. — 64.
u^-
i'::
Vl^
5o6
CRISTÓBAL COLÓN
Ameyro sugirió á Colón una idea atrevidísima, un proyecto
arriesgado pero realizable.
En sus canoas, los indios recorrían á veces distancias de
ochenta y cien leguas por aquellos mares que les eran cono-
cidos. No les amedrentaban las borrascas; si alguna vez las
olas les trabucaban sus ligeros barcos, ellos con destreza
singular se arrojaban al agua y los volvían, sin perder los
remos ni nada de lo que les era necesario, colocándose
de nuevo en ellos y continuando su marcha. La distancia
desde Jamaica á la Española era solamente de unas cuarenta
leguas, y algunos hombres de ánimo resuelto podían fran-
quearla en tres ó cuatro días , venciendo los obstáculos
que las corrientes les opusieran en aquella peligrosa tra-
vesía.
Fijo el Almirante en esta idea, pensó' también que sola-
mente había entre los suyos un hombre capaz de llevarla á
cabo con feliz éxito y se la comunico desde luego. Compren-
dió el bueno de Diego Méndez que lo que de él se exigía era
que se sacrificase por la salvacio'n de todos ; y en su ánimo
noble y generoso no hubo duda, y resolvió' tomar á su cargo
aquella temeraria empresa, como había tomado ya otras de
las que hubiera podido excusarse, por lo mismo que no tenían
punto alguno de contacto con el cargo que desempeñaba á
bordo. Pero Diego Méndez, hombre de gran corazo'n y de
valor á toda prueba, sentía verdadero afecto por el Almiran-
te y comprendía como ningún otro lo triste de su situacio'n,
por lo que vio' con verdadero placer la confianza que en él se
depositaba. Conocía, sin embargo, mejor que Cristóbal
Colón el corazo'n humano, y apreciaba con más exactitud las
cualidades de los hombres que le rodeaban. Ya la envidia se
significaba entre ellos; ya murmuraban de la amistad que á
Méndez consagraba el Almirante ; y aunque siempre se había
puesto á prueba de los mayores trabajos, aunque no le había
proporcionado ventaja alguna, sino únicamente la ocasio'n
de arrostrar graves peligros, no faltaban descontentos que
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
507
mirasen con malos ojos la preferencia, creyéndose tal vez
con mejores derechos á ella, á pesar de no ser capaces de
sacrificio alguno : que tal es y será siempre la perversa incli-
nacio'n del envidioso.
Méndez hablo con toda lealtad á Cristóbal Colon; se
mostró dispuesto á cuanto fuera preciso por peligroso que
pareciera, pero deseo' que la empresa se propusiera á todos,
por ver si alguno quería tomarla á su cargo entre los mur-
muradores. Y sucedió' lo que era de esperar.
-Pero son dignas de reproducirse las apreciaciones que
este interesante episodio del descubrimiento ha inspirado á
un docto escritor contemporáneo ^ que forma al propio
tiempo la historia del suceso con las palabras del mismo
Diego Méndez.
«Los antropólogos modernos, escribe en el libro titulado
Colón en España, partidario^ del análisis y del escalpelo, que
rebajan al hombre á la condicio'n del bruto, no viendo en
él más que la célula con fuerza de atraccio'n y de asimilacio'n,
se admirarían — si no alardeasen de sabios — al ver en Diego
Méndez, de quien ya hemos hablado anteriormente, todo lo
que puede la virtud en los hombres, hasta do'nde llegan el
amor, y el entusiasmo, la abnegacio'n de que son capaces; y
como á impulsos de esa espontaneidad consciente, de esa
fuerza interior que cuasi los diviniza , convierten el egoísmo
grosero de la materia en sublime sacrificio por el bien de los
demás. Verían entonces que la grandeza de ánimo, la eleva-
cio'n de espíritu , la generosidad y la nobleza de sentimientos
no pueden tener su origen en el cuerpo, sino en el alma.
Ensanchemos un poco la nuestra y recreemos las de nuestros
lectores refiriendo los generosos, heroicos hechos de Diego
Méndez.
))Ya hemos dicho que por su oficio en la escuadrilla no
tenía más obligacio'n que la de dar fe y testimonio" de lo que
^ /
1^
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&.
mj^i
Don Tomás Rodríguez Pinilla, Colón en España, pág. 395.
5o8
CRISTÓBAL COLÓN
\^H-
- vY^
viera y oyese. Pero también hemos visto ya, que donde
quiera que había una dificultad que vencer, un peligro que
evitar, d una gran necesidad que satisfacer, allí estaba
siempre Diego Méndez. Y no falto' seguramente en la ocasio'n
de que nos ocupamos.
))Se encontraban ciento treinta y cuatro hombres encas-
tillados en las dos carabelas encalladas junto á la playa de
una isla no explorada, y sin tener que comer. Nada más elo-
cuente ni más gráfico que la sencilla narracio'n que el propio
Diego Méndez nos dejo' hecha en su famoso testamento, fecho
en Valladolid á 19 de Junio de 152Ó. Oigámosle:
))Dende á diez dias el Almirante me llamo aparte y me
dijo el gran peligro en que estaba, diciéndome ansí: «Diego
Méndez, hijo; ninguno de cuantos aquí yo tengo siente el
gran peligro en que estamos sin'o yo y vos ; porque somos
muy poquitos y estos indios salvajes son muchos y muy
mudables y antojadizos, y en la hora que se les antojare de
venir y quemarnos aquí donde estamos en estos dos navios
hechos casas pajizas , fácilmente pueden hechar fuego dende
tierra y abrasarnos aquí todos: y el concierto que vos habéis
fecho con ellos del traer los mantenimientos que traen de
tan buena gana , mañana se les antojará otra cosa y no nos
traer-án nada, 5^ nosotros no somos parte para tomárselo por
fuerza, sino estar á lo que ellos quisieren. Yo he pensado
un remedio, si á vos parece : que en esta canoa que com-
praste se aventurase alguno á pasar á la isla Española á
comprar una nao en que se pudiese salir de tan gran peligro
como este en que estamos.» — Yo le respondí: — «Señor, el
peligro en que estamos bien lo veo, que es muy mayor de lo
que se puede pensar. El pasar de esta isla á la Española en
tan poca vasija como es la canoa, no solamente lo tengo por
dificultoso, sino por imposible. Porque haber de atravesar
un golfo de cuarenta leguas de mar, y entre islas donde la
mar es impetuosa y de menos reposo, no sé quién se ose
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
509
aventurar á peligro tan notorio.» — Su Señoría me replico,
persuadiéndome reciamente que yo era el que lo habia de
hacer. Visto lo cual, yo le respondí: — a Señor, muchas veces
he puesto mi vida á peligro de muerte por salvar la vuestra y de
todos estos que aquí están, y Nuestro Señor milagrosamente me
ha guardado la vida. Y con todo no han faltado murmuradores
que dicen que vuestra Señoría me acomete á mí todas las cosas de
honra, habiendo en la compañía otros que las harían tan bien
como yo. Y por tanto paréceme á mí que vuestra Señoría les haga
llamar á todos y los proponga este negocio para ver si entre todos
ellos habrá alguno que lo quiera emprender, lo cual yo dudo; y
cuando todos se echen de fuera yo pondré mi vida á muerte por
vuestro servicio como muchas veces lo he hecho.»
»Hízolo así el Almirante, los reunió' á todos, propuso
el plan é invito á que alguno lo realizase. Todo en vano.
Todos lo tuvieron por imposible. Diego Méndez no se había
engañado.
«Entonces, continúa, yo me levanté y le dije: — «Señor,
una vida tengo no mas; yo la quiero aventurar por el servicio de
vuestra Señoría y por el bien de todos los que aquí están. Y espero
en Dios, que, vista la intención con que yo lo hago, me librará
como otras muchas veces lo ha hecho.»
))Oída por el Almirante mi determinacio'n , levanto'se y
abrazo'me y beso'me en el carrillo, diciendo: — «Bien sabia yo
que no habia aquí ninguno que osase tomar esta empresa sino vos.
Esperanza tengo en Dios Nuestro Señor saldréis della con victoria,
como de las otras que habéis emprendido. í>
»Si refiriéramos el pormenor de esta heroica empresa se
creería por algunos que escribíamos una novela. ¡Qué de
ingenio y de industria para preparar la expedicio'n! \Q\yé
dé esfuerzos, de trabajos y de peligros para llevarla á cabo!
Los han referido Hernando Colo'n y Herrera. De ellos los
tomo' Irving. Es histo'rico.»
Aceptado el honroso cuanto difícil encargo, el intrépido
Méndez comenzó' sus preparativos, procurando aumentar sus
5IO
CRISTÓBAL COLÓN
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a:
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medios para la resistencia de las corrientes, y las probabili-
dades de salvación. Todos le ayudaron con la mejor volun-
tad. Se saco á tierra la canoa, que era capaz para diez o'
doce personas, poniéndola un pequeño mástil en el centro,
para ayudarse con la vela si el tiempo lo permitía; y se le
clavo un grueso madero como quilla, para evitar que con
tanta facilidad volcase; á popa y proa se creció la obra
muerta con recios tablones, y aunque era de una sola pieza
como todas las que construían los indios, se le dieron manos
de brea para aumentar su solidez.
Busco también Méndez un buen compañero para el viaje,
y seis indios que conocían aquellos mares y eran buenos
remeros, acopiando provisiones para todos; bien que los
indios eran de suyo tan sobrios que no pusieron para cada
uno sino un pan de cazabe y una calabaza de agua. -
Mientras se hacían estos preparativos el Almirante
recogido en su estancia escribía una sentida carta á los Reyes
Católicos de la cual hemos entresacado repetidamente curio-
sas noticias ^ y la termino y fecho' en 7 de Julio. Es el
documento más importante para conocer los sucesos de este
desgraciado viaje, y en el que se demuestra con mayor
claridad toda la elevación de alma de Cristóbal Colón y
la amargura que experimentaba al encontrarse en tanto
abandono.
Con la carta á los Reyes, entrego también otras para
varios sujetos , que Diego Méndez debía entregar personal-
mente, ampliando de palabra lo que en ellas se decía; pues
la misio'n que el Almirante le confio' tenía dos partes, á cual
más delicadas. La primera ya la hemos visto; en una frágil
barquilla y con pocas probabilidades de éxito, debía diri-
girse á la isla Española, y una vez en aquel territorio,
informar al Comendador de Lares del estado en que se
&iBk:í'/M/^iM^^.
' Es la conocida con el nombre de Lettera rarissima, y puede verse íntegra
S! en las Aclaraciones y documentos (D).
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
511
encontraban los españoles en Jamaica, moviendo su ánimo á
que los socorriese inmediatamente ; y con el fin de facilitar y
asegurar el objeto principal, que era disponer de medios
para salir de Jamaica, llevaba también encargo de recoger
algún oro del mucho que allí debía encontrarse reunido
como parte que correspondía al Almirante, y habían man-
dado los Reyes que se le entregase, y comprar con él una
nave, aprovisionándola con todo lo necesario, para que fuera
á recoger á los náufragos en la bahía de Santa Gloria. Cum-
plido esto, y hecha la expedicio'n de este buque, Méndez
había de embarcarse para España, cuan presto pudiera,
para llevar á los Reyes la relacio'n de cuanto había ocurrido
hasta entonces, con la noticia de todos los descubrimientos
que se habían hecho y que por la falta de recursos no era
posible utilizar sino enviando nueva y más poderosa expe-
dicio'n.
Entre las otras cartas había una dirigida al mismo
fraile de la Cartuja de las Cuevas, en Sevilla, en quien
tanto confiaba, y que conservada en el archivo del excelen-
tísimo señor Duque de Veraguas está concebida en estos
términos * :
.^^i
V.
rt^'T^^
»^;2
«Al Reverendo y muy devoto Padre fray Don Gaspar,
en las Cuevas de Sevilla.
«Reverendo y muy devoto Padre: si mi viaje fuera tan
apropiado á la salud de mi persona y descanso de mi casa,
como amuestra que haya de ser acrescentamiento de la
corona real del Rey é de la Reyna, mis Señores, yo esperarla
de vivir mas de cien jubileos. El tiempo no dá lugar que yo
escriba mas largo. Yo espero que el portador sea persona de f
casa , que os dirá por palabra mas que non se pueda decir en
mil papeles. También suplirá don Diego. — Al Padre Prior
y á todos los Religiosos pido por merced que se acuerden de
'\í^[
Navarrete. — Colección de viajes, tomo I, pág. 479 de la 2." edición.
lant,.
::M¿mmmi
512
CRISTÓBAL COLON
mí en todas sus oraciones.— Fecha en la isla de Jamaica á
7 de Julio de 1503. N
))Para lo que V. R. mandare
•s-
•S A- S-
X .M Y
Xpo. FERENS.»
Dispuesta la canoa, y terminados los despachos y cartas
que debían ser entregados en Santo Domingo y en España,
se hicieron al mar los atrevidos navegantes, siguiendo la costa
á muy corta distancia, para llegar al extremo occidental de
la isla y tomar desde allí lo más directamente que se pu-
diera el rumbo á Santo Domingo.
Siguiendo la narración hecha por el mismo Méndez,
parece que esta primera salida fué bastante desgraciada.
A poco camino andado se vieron rodeados de multitud de
canoas indias que en actitud hostil trataron de acercarse á
ellas; pero como eran pequeñas y no llevaban más que un
solo remo, fácilmente las burlaron dejándolas muy atrás.
Pero cuando ya se encontraban al fin de la isla 3^ esperaban
tiempo favorable para la travesía, fueron rodeados por una
tribu de indígenas numerosísima y feroz, que los condujo
tierra adentro para darles muerte. Diego Méndez aprovechó
una ocasio'n oportuna en que los indios estaban distraídos
con los despojos cogidps á los españoles, y disputándose
su posesio'n, emprendió', la fuga, logrando llegar á la playa
sin ser visto y recobrar su canoa, con la que se dirigió' á
Maima desandando el camino que había hecho.
No dice Méndez cuál fué la suerte que cupo á su com-
pañero español y á los seis indios, pero nos inclinamos á
creer que todos ganaron la canoa, pues no puede suponerse
que so'lo aquél pudiera guiarla por tan contrarias corrientes,
y por espacio de treinta y cuatro leguas , aunque así parece
deducirse de su relacio'n asi juntos, dice, ¡ligaron mi vida
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
513
n ¡a pelota para ver á cual dellos cabria la ejecución del negocio.
Lo cual sentido por mi vineme ascondidamente á mi canoa, que
tenia tres leguas de allí, y hicemc á la vela y vineme donde
estaba el Almirante, habiendo quince dias que de allí habia
partido. »
De cualquier modo aparece injustificada la afirmacio'n
del señor don Tomás Rodríguez Pinilla de que Diego Méndez
regreso' por tierra á Maima.
No desanimaron por tal contratiempo ni Cristóbal
Colón ni Diego Méndez. Tomaron mayores precauciones, y
volvió' á salir la expedicio'n. Desde luego en vez de una sola
canoa se dispuso que marcharan dos, llevando cada cual seis
remeros indios. En la una se embarco Diego Méndez; en la
otra el animoso capitán de la carabela Vizcaína, que se había
abandonado en Porto-Belo, Bartolomé Fieschi, de ilustre
familia genovesa, paisano y muy afecto al Almirante que se
ofreció' á acompañar á Méndez, y á regresar por el mismo
camino para traer á aquél la noticia del resultado de su viaje
y de la acogida que merecieran á fray Nicolás de Ovando.
Para evitar las agresiones de los indígenas, el Adelantado con
setenta hombres se corrió' por la costa, y fué acompañando á
las canoas hasta que llegaron al punto desde donde debían
lanzarse á atravesar el golfo. Tres días estuvieron las canoas
detenidas junto á la orilla esperando que el alborotado mar
se calmase para emprender la travesía con menos peligro,
hasta que al cabo de ellos, en completa bonanza bogaron en
direccio'n á la isla Española. El Adelantado y sus hombres
permanecieron inmo'viles en la pla3^a, con la vista fija en
aquellas canoas que llevaban su última esperanza de socorro,
y cuando se perdieron totalmente en la dilatada llanura del
mar, emprendieron de nuevo la marcha para volver al lado
de sus compañeros.
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Cristóbal Colón t. ii. — 65.
514
CRISTÓBAL COLON
III
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Iban pasando meses, no había noticias de Diego Méndez,
y la vida se iba haciendo insoportable en aquellas insalubres
barracas construidas sobre los cascos de las carabelas. El
descontento de los soldados puede imaginarse. Viendo á
muchos enfermos por resultas de los trabajos pasados y de
la inaccio'n presente, y al mismo Almirante postrado mucho
tiempo con las fiebres y la gota, los más díscolos empezaron
á formar planes para salir por la isla á buscar esparcimiento
y comodidad; y los más audaces dejaban escapar el pensa-
miento de apoderarse de las canoas rescatadas por el Almi-
rante y repetir el intento de Diego Méndez, atravesando á
remo la distancia que les separaba de la isla Española.
Entre aquella gente inquieta y poco sufrida todo era
preferible á la subordinacio'n y á las privaciones, y muy
pronto se fraguo' nueva conjuración entre la mayor parte de
los que permanecían sanos, para salirse de los buques y
dejar abandonados al Almirante y á los enfermos, con
algunos pocos que por afecto á aquél y á su hermano no
entraban en los planes de rebeldía. Hicieron cabeza de motín
las dos personas de quienes menos podría esperarse, Diego
Porras, contador de la armada, y su hermano Francisco,
capitán de la carabela Santiago, y que tenía cierta influencia
sobre los hombres de su tripulación.
La historia de aquellos dos ingratos oficiales está escrita
por Cristóbal Colón, en breves y elocuentes frases, en la
carta que dirigió' á su hijo desde Sevilla, fecha 21 de No-
viembre de 1504 '. — «Yo llevé de aquí dos hermanos, que
Véase en las Aclaraciones y documentos (E).
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
515
I
se dicen Porras, á ruego del Sr. tesorero Morales ^ El uno
fué por capitán y el otro por contador, ambos sin habilidad
destos cargos; é yo con atrevimiento de suplir por ellos, por
amor de quien me los dio'. Allá se tornaron mas vanos de
lo que eran. Muchas civilidades les relevé que no hiciera por
un pariente ; y que eran tales que merecían más castigo que
reprensión de boca. En fin, llegaron á tanto, que aunque yo
quisiera, non podia excusar de non llegar á lo que fué. Las
pesquisas harán fé si yo miento. Alzáronse en la isla de
Jamáhica, de que yo fui tan maravillado como si los rayos
del sol causaran tinieblas. Yo estaba á la muerte y me mar-
tirizaron cinco meses con tanta crueldad sin causa. En fin,
yo los tuve presos á todos , y luego los di por libres , salvo
al capitán que yo traia á sus Altezas preso.»
El día 2 de Enero del año 1504, se presentaron alzados
en completa rebelión, amenazando al Almirante y al Adelan-
tado, y apoderándose de cuanto pudieron, se salieron á mero-
dear por la isla satisfaciendo sus apetitos desordenados; y
se llevaron las canoas que allí estaban para el servicio de
todos, con la intención de pasarse en ellas á la Española. La
desdichada historia de sus excesos en la isla se comprende
estudiando los resultados.
Parece que en más de una ocasio'n se embarcaron en las
canoas para intentar el paso á Santo Domingo ; pero faltos
de pericia y de valor; atemorizados ante la imponente pers-
pectiva de un mar proceloso y de los exiguos medios de que
disponían, se volvieron siempre á Jamaica arrojando al agua,
por temor de anegarse, las armas, las ropas, y hasta á los
pobres indios que habían llevado á la fuerza para que
remasen ; y se esparcieron nuevamente por la isla , donde
' Don Fernando Colón dice : que en Castilla les favorecían el obispo don
Juan de Fonseca y el tesorero Morales , porque tenia por Dama una hermana de
los Porras... Historia, cap. CU. — Washington Irving escribe que «los dos her-
manos Francisco y Diego Porras estaban relacionados con el tesorero real
Moralez, que había casado con una hermana de ellos, é interesándose con el
Almirante para que les diese empleo en la expedición.» — Libro XVI, cap. 11.
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CRISTÓBAL COLON
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vivían robando á los indios y abusando de ellos y de sus
mujeres de la manera más brutal é inmoderada.
No son para consignadas en una historia las crueldades
y excesos á que aquellos hombres se entregaron, comenzando
por el trato dado á los infelices indios que llevaron forzados
para que remasen en las canoas , desde el punto en que les
sobrecogió el miedo de anegarse. Escritas por don Fernando
Colo'n y por fray Bartolomé de las Casas, se leen con verda-
dero horror: el ánimo se abate al ver á tantos desventu-
rados españoles, entregados á las mismas pasiones, á los
mismos vicios , á iguales actos criminales que practicaron
aquéllos que los habían precedido en el fuerte de Navidad,
y que á muchos había costado la vida en la isla Española. La
soberbia brutal; la falta de respeto á las autoridades; la
desobediencia, fueron las causas de todos los males que se
lamentaban desde el momento primero del descubrimiento.
Aquella horda de cuarenta y ocho españoles insubordinados,
que no conocían ni aún sus verdaderos intereses, al verse en
la imposibilidad de lanzarse al mar, abandono' las canoas y
corrió' de poblacio'n en poblacio'n maltratando á los indios y
robándoles cuanto tenían. ' .
«Mientras vagaban los hermanos Porras y su chusma
disoluta y feroz con tan horrible desenfreno, dice Washington
Irving, presentaba Cristóbal Colón la más viva antítesis;
la de la existencia de un hombre sostenido por la rectitud de
su conciencia, por su amor á la justicia que le llevaba siempre
á tratar con amor á los demás. Cuando vio' que los insurrec-
tos habían arrastrado en pos de sí la parte que se conser-
vaba sana y fuerte , se dedico' á animar á los enfermos y á
levantar el ánimo de todos.» Los Porras y su gente, por el
contrario; por donde quiera que pasaban perpetraban mil
desafueros, daños y fuerzas; y no so'lo tomaban cuanto les
parecía, sino que incitaban á los indios á que fueran á cobrar
del Almirante, y los inducían á que si no les pagaba lo
matasen, con otras muchas absurdas razones. No fueron
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
517
menos contradictorios los pareceres que entre ellos se mani-
festaron, queriendo los unos intentar el pasarse á Cuba, los
otros acometer al Almirante y al Adelantado; unos proponían
volver á navegar en demanda de la isla Española y algunos
pocos dejaron escapar el pensamiento de volver á las cara-
belas para vivir con los demás españoles, reconciliándose
con el Almirante, cuyo perdo'n estaban seguros de alcanzar.
Nada de esto sabían los hermanos don Cristóbal y don
Bartolomé Colo'n, pero muy luego empezaron á ver los
resultados, como ya dijimos. Irritados los indios por los
excesos que cometían los Porras, deseando librarse de la
tiranía de aquellos extranjeros, y vengarse de los daños que
recibían, empezaron á aflojar en su trato y no concurrían
como antes á las carabelas , por lo que comenzó' á sentirse
gran necesidad entre los que habían permanecido fieles á la
autoridad del Almirante; porque las provisiones que traían
los indios eran muy escasas , y aún se preveía con terror el
momento en que cortasen por completo su comunicación y
fuera preciso salir con las armas á buscar los manteni-
mientos; situacio'n apurada y difícil para hombres en su
mayor parte enfermos y convalecientes.
Entonces ocurrió' á Colón una ingeniosa idea, que podría
sacarlos á todos del conflicto presente y del mayor que
temían, y la puso en ejecucio'n como único recurso. El resul-
tado no pudo ser más satisfactorio.
Había comenzado el mes de Febrero : por sus cálculos
astrono'micos encontró' el Almirante que en el plenilunio
había de verificarse un eclipse de luna casi total, y conocedor
de la sencillez supersticiosa de los indios, pensó aprove-
charse de aquel feno'meno natural para atraerse de nupvo
sus amistades. «Cuéntalo de esta manera D. Hernando: que
sabia el Almirante, que, desde á tres días, habia de haber
eclipse de la luna, y envió' á llamar los señores y Caciques,
y personas principales de la comarca, con un indio que allí
tenia desta isla, ladino en nuestra lengua, diciendo que les
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518
CRISTÓBAL COLÓN
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quería hablar largo. Venidos un dia antes del eclipse, díjoles
que ellos eran cristianos y vasallos y criados de Dios, que
moraba en el cielo, y que era señor hacedor de todas las
cosas, y que á los buenos hacia bien, 5^ á los malos casti-
gaba; el cual, visto que aquéllos de nuestra nación se hablan
alzado, no habia querido ayudarles para que á esta isla
pasasen, como hablan pasado los que él habia enviado; antes
habían padecido, según era en la isla notorio, grandes
peligros, pérdidas de sus cosas, y trabajos. Y lo mismo
estaba enojado Dios contra la gente de aquella isla, porque
en traerles los mantenimientos necesarios por sus rescates
habían sido descuidados, y, con este enojo que dellos tenia,
determinaba de castígallos, enviándoles grande hambre y
hacelles otros daños; y que, porque por ventura no darían
crédito á sus palabras, quería Dios que viesen de su castigo
en el cielo cierta señal, y porque aquella noche la verían,
que estuviesen sobre el aviso al salir de la luna, y verían
como salía muy enojada, y de color de sangre, significando
el mal que sobre ellos quería Dios envialles. Acabado el
sermón fuéronse todos; algunos con temor, otros quizá
burlando. Pero como, saliendo la luna, el eclipse comenzase,
y cuando más subida fuese mayor el amortiguarse, comen-
zaron los indios á temer, y tanto les creció el temor, que
venían con grandes llantos , dando gritos , cargados de
comida á los navios, y rogando al Almirante que rogase á
su Dios que no estuviese contra ellos enojado, ni les hiciese
mal, que ellos, de ahí adelante, traerían todos los manteni-
mientos que fuesen menester para sus cristianos. El Almi-
rante les respondió', que él quería un poco hablar con Dios;
el cual se encerró, entre tanto que el eclipse crescía, y ellos
daban gritos llorando é importunando que los ayudase, y
desque vido el Almirante que la creciente del eclipse era ya
cumplida, y que tornaría luego á menguar, salió' diciendo
que habia rogado á Dios que no les hiciese el mal que tenía
determinado, porque le habia prometido de parte dellos.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
519
que de allí adelante serian buenos , y tratarían y proveerían
bien á los cristianos, y que ya Dios los perdonaba, y, en
señal dello, verían co'mo se iba quitando el enojo de la luna,
perdiendo la color y encendimiento que había mostrado.
Los cuales, como viesen que iba menguando y al cabo del
todo se quitaba, dieron muchas gracias al Almirante, y
maravillándose y alabando las obras del Dios de los cris-
tianos, se volvieron con grande alegría todos á sus casas,
y, allá llegados, no fueron negligentes ni olvidaron el bene-
ficio que creian haberles hecho el Almirante, porque tuvieron
grande cuidado de los proveer de todo lo que hablan
menester con abundancia, loando siempre á Dios, y creyendo
que les podia hacer mal por sus pecados , y que los eclipses
que otra vez hablan visto, debia ser como amenazas y cas-
tigo, que por sus culpas. Dios les enviaba.»
Desde entonces, y gracias al talento é industria de
Colón, volvieron los indios á su antigua amistad, y más
respetuosos y sumisos que antes, abastecían con profusio'n las
carabelas; hubo abundancia de todo lo necesario y quedo'
conjurado el peligro que amenazaba ser grave, comprome-
tiendo la existencia de aquel puñado de españoles.
'-<,
IV
Verdaderamente era angustiosa é insostenible la situa-
ción de los que con el Almirante habían permanecido en las
estancias formadas sobre las carabelas. Ni un solo día
dejaban de hablar de Diego Méndez y de su compañero; ni
un solo momento apartaban sus ojos del horizonte,. con el
ansia de descubrir una vela que les trajera la esperanza que
se iba debilitando cada vez más. Estaban ya en Marzo de
1504 y hacía ocho meses que Méndez y Fieschi habían
520
CRISTÓBAL COLON
salido de la isla. ¿Era posible que en tan largo tiempo no
hubieran encontrado ocasión de enviar siquiera un aviso de
su llegada? Ellos sabían muy bien la situacio'n precaria en
que dejaban al Almirante, y no podían descuidarse por
tantos meses, ni hubieran dejado de mandarles auxilios,
caso de ser posible. Esto hacía suponer que aquellos vale-
rosos expedicionarios habían perecido víctimas de su arrojo,
y los ánimos decaían al considerar que perdida aquella
esperanza ninguna otra les quedaba para poder salir de su
estrecha reclusio'n. En tanto desaliento, volvieron á agitarse
algunos inquietos abrigando el proposito de salirse al campo,
como lo habían hecho los que siguieron á los Porras , para
ir á buscar á éstos y vivir en su compañía, siquiera con la
holgura de poder pasear por los bosques, y dar alguna
libertad á sus pasiones; que no sabían tampoco las estre-
checes, amarguras y trabajos que estaban sufriendo á su vez
aquellos cuya suerte deseaban compartir.
Debe creerse que esta conspiración, comenzada entre
maestre Bernal , boticario valenciano, que había ido en
calidad de físico en la carabela capitana, Alonso de Zamora
y Pedro de Villatoro, marineros, encontró' muchas dificul-
tades y se desarrollo' muy lentamente; pues dio' lugar á que
3^a después de mediado el mes de Abril presenciaran todos
un suceso, que aunque extraño, hizo renacer las esperanzas
y acallo' los deseos de los descontentos.
A la caída de una tarde de los últimos días de Abril
descubrieron algunos marinos una vela en lontanaza, y poco
después se distinguió' un carabelo'n que, rápidamente impul-
sado por viento favorable, llego' á poca distancia del punto
en que las naves estaban encalladas y dio' fondo algo apar-
tado en el mar. La alegría de todos no se puede describir;
y más indescriptible todavía es la emocio'n del Almirante á la
vista del deseado é inesperado socorro. Destacóse en seguida
la barca del costado del carabelo'n, y bajando á ella Diego de
Escobar, con algunos marineros, llego' nada más que á echar
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
521
una carta del comendador Ovando para Colón, apartándose
en seguida; «y desde lejos dijo de palabra que el Comenda-
dor Mayor lo enviaba á visitar de su parte, y que se le enco-
mendaba mucho, pesándole de sus trabajos, porque no le
podia enviar recaudo de navios tan presto, para en que
fuese su persona y los demás, se sufriese hasta que se lo
enviase ',-»
Extrañas son las circunstancias todas que concurrieron
en este singular mensaje y muy propias para apreciar debi-
damente el carácter del Comendador Nicolás de Ovando 3^ lo
que podía esperar de las autoridades nombradas por los
Reyes Cato'licos el inmortal descubridor del Nuevo Mundo.
Se envió' aquella nave para saber á ciencia cierta el estado
del Almirante y de los españoles que le acompañaban, cuando
iban corridos ocho meses, y aún más, desde que el Gober-
nador de Santo Domingo supo por los intrépidos Diego
Méndez y Bartolomé Fieschi que Colón, habiendo perdido
dos buques, y no pudiendo sostenerse con los otros, había
encallado sus dos últimas carabelas en las costas de Jamaica,
como único recurso para conservar la vida de sus tripula-
ciones. El mando del carabelo'n se confio' á Diego de Escobar,
uno de los más ardientes partidarios de Francisco Roldan;
uno de los que firmaron aquel apartamiento de la obediencia
del Almirante que textualmente insertamos en las Aclara-
ciones y documentos del libro anterior ^; uno de los que
mayores daños habían causado á los indios en la isla Espa-
ñola y que más podía temer de la justicia del Almirante y
del Adelantado, que le había condenado á muerte. ¡Era
ominoso semejante mensajero! exclama con sobrada razo'n
Washington Irving.
Traía Escobar la orden de no llegarse á los navios, ni
saltar en tierra, ni tener plática con ninguno de los que
'^il¿'«ipr^^
Las Casas. — Historia de las Indias, lib. II, cap. XXXIII.
Aclaraciones y documentos del libro IV, (B), pág. 368.
Cristóbal Colón t, ii. — 66.
522
CRISTÓBAL COLON
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estaban con el Almirante, ni consentir que la tuviese ninguno
de los que con él iban, y de no tomar ni recibir carta de
hombre alguno; pero en cambio le hizo el presente de un
barril de vino y un tocino para entre tanto que le enviaba
otro barco. ((Desto me espanto, dice el P. Las Casas, por ser
el Comendador Mayor tan prudente y no escaso, que no
fuese en le enviar refresco mas largo.»
Y es, en efecto, para causar espanto y asombro la con-
ducta de aquella autoridad.
Hemos expuesto los hechos de tal modo, que no necesi-
tan comentarios. Colón recibió' de manos de Escobar, con la
carta del comendador Ovando, la relacio'n del viaje de Diego
Méndez y de Fieschi, que éstos le enviaron por su conducto;
y habiendo contestado á la carta el Almirante, en aquella
misma noche volvió' á darse á la vela el carabelo'n y regreso'
á la isla Española.
Luego consignaremos alguna noticia del viaje de Diego
Méndez. De la carta dirigida por Cristóbal Colón al
Comendador, nos ha conservado el P. Las Casas interesantes
fragmentos. Empezaba así:
« Muy noble señor: En este punto recebi vuestra carta; toda
la lei con gran go^p; papel ni péndolas non bastarían á escribir
la consolación y esfuerTfi que cobré yo y toda esta gente con ella.
Señor, si mi escrebir con Diego Mende^ de Sigurafué breve, la
esperanza de suplir mas largo por palabra fué causa dello; digo
de mi viaje, que en mil papeles no cabria á recontar las asperezas
de las tormentas y incovenientes que yo he pasado k.^ Donde
le cuenta, dice Las Casas, muchas cosas de su viaje, y de la
riqueza de las tierras que dejaba descubiertas, y de como
llegando á Jamaica la gente que traia le hizo juramento de
lo obedecer hasta la muerte, y de como se alzaron, &.^
Y mas abajo, dice así: a Cuando yo partí de Castilla fué con
gran contentamiento de sus AltcT^as y grandes promesas, en
especial que me volverían todo lo que me pertenece, y acrecenta-
rían de mas honra; por palabra y por escrito se pasó esto. Allá,
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
523
señor, os envió un capitulo de su carta, que dice de la materia;
con esto y sin ello, desque les comencé á servir yo nunca tuve el
pensamiento en otra cosa. Pidoos, señor, por merced, que estéis
cierto desto; dígolo porque creáis que he de hacer y seguir en todo
vuestra orden y mandado sin pasar un punto. Escobar me di^,
señor, el buen tratamiento que han rescebido mis cosas, y que es
sin cuento; rescibolo todo, señor, en grande merced, y agora no
pienso salvo en que podía negar tanto; si yo hablé verdad en
algún tiempo, esto es una, que después que os vi é cognosci
siempre mi ánima estuvo contenta de cuanto allá y en todo cabo
á donde se ofreciese, por mi, señor hariades; con esta ra^on he
estado siempre aquí alegre y bien cierto de socorro, si las nuevas
de tanta necesidad y peligro en que estaba y estoy llegasen á su
oido. No lo soy ni puedo escribir tan largo como lo tengo firme;
concluyo que mi esperanza era y es, que para mi salvación gasta-
riades, señor, fasta la persona, y soy cierto dello, que ansi me lo
afirman todos los sentidos. Yo no soy lisonjero en fabla, antes
soy tenido por áspero; la obra, si hubiere lugar, f ara testimonio.
Pidoos, señor, otra vei^ por merced, que de mi estéis muy contento,
y que creáis que soy constante; también os pido por merced, que
hayáis á Diego Mende^ de Segura, mi encomendado, y á Flisco,
que sabe que es de los principales de su tierra, y por tener tanto
deudo conmigo, y creed que no los envié, ni ellos fueron allá con
artes, salvo á haceros saber, señor, el tanto peligro en que yo
estaba y estoy hoy dia. Todavía estoy aposentado en los navios
que tengo aquí encallados esperando el socorro de Dios y vuestro,
por el cual los que de mi descendieren, siempre les serán á
cargo.)-)
La conducta de Nicolás de Ovando; su tardanza en
procurar siquiera tener noticias de aquellos ciento treinta
españoles, que arribados á una isla salvaje estaban en peligro
de perecer todos; la forma del mensaje que les enviara y
hasta la mezquindad del socorro de víveres que acompaño' á
su carta, han dado motivo á todos los historiadores para
graves reflexiones, y para formular diversos cargos. Desde
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524
CRISTÓBAL COLON
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el P. Las Casas, que entonces se encontraba en Santo
Domingo y tuvo noticia de la llegada de Diego Méndez,
hasta Washington Irving, que abarca en su apreciación todo
lo escrito anteriormente, todos censuran con más o' menos
dureza la conducta del Comendador, llegando el primero á
sospechar que fuera su intento dejar perecer al Almirante á
manos de los indios.
No llegamos á tanto por nuestra parte. Encontramos la
explicacio'n del hecho en las últimas frases que escribió' Cris-
tóbal Colón, en el carácter pusilánime, artero y suspicaz
de Nicolás de Ovando. Temía siempre perder su elevada
posicio'n: soñaba con el fantasma del Almirante que le arre-
bataba el codiciado gobierno y las riquezas de la isla: su
único pensamiento era conservar el cargo y gozar de sus
productos. La llegada de Diego Méndez y Bartolomé Fieschi
fué para él una pesadilla. A pesar de haber sabido que
habían llegado en miserables canoas y en el mayor abati-
miento, no daba crédito al relato. Aquel viaje extraordinario
no le parecía posible, y temió' alguna asechanza en el men-
saje que Colón le enviaba. Así se explica su conducta; así
se comprende el extraño viaje del carabelo'n mandado ]Dor
Escobar. El Comendador quería que un enemigo encarnizado
del Almirante, una persona que no pudiera favorecerle en
nada, ni ponerse de acuerdo con él, le certificase que vivía
sin recursos, en barcos encallados é inservibles y aún
todavía procedió' á la investigacio'n cuando ya había dejado
pasar tiempo bastante para que Colón y su gente hubieran
podido perecer á manos de indios, o' víctimas de los rigores
del hambre. La misio'n de Escobar fué para tranquilizar á
Ovando de que nada tenía que temer de aquel hombre cuya
sola existencia le sobresaltaba en los goces de su gobernacio'n.
(i ti Almirante quejándose del, dijo, que no lo envió á visitar sino
para saber si era muerto.))
Partido el carabelo'n, y dada por el Almirante 3^ el
— ; Adelantado á todos los suyos la más satisfactoria explicacio'n
.y
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
525
á su precipitada marcha, infundiéndoles una lisonjera espe-
ranza, que ellos estaban muy lejos de tener, pensó Colón
aprovechar aquella circunstancia favorable, en que los her-
manos Porras y su gente hubieran sabido que se encontraba
en comunicaciones con la isla Española y con su Gobernador,
para atraerlos á la obediencia, y que no continuasen maltra-
tando á los indios , y haciendo cada vez más difícil la subsis-
tencia de todos.
Envió' para ello dos personas de su mayor confianza
para que les enterasen de todo lo sucedido, y como en breve
tiempo podían esperar la llegada de nuevos barcos que los
llevasen á la isla Española, ofreciéndoles perdo'n por lo
pasado, y todo el buen tratamiento que pudieran tener los
demás que habían permanecido fieles en sus puestos. Los
mensajeros, para muestra de la buena disposicio'n del Comen-
dador Ovando, y de la mejor del Almirante, llevaron á los
insurrectos una parte del tocino que los del carabelo'n habían
dejado «el cual 110 habían visto hartos dias, ni pensaron verlo
tan pronto.»
Salieron al encuentro los hermanos Porras, con algunos
hombres de los de su mayor intimidad; larga fué la confe-
rencia y violentas las recriminaciones en más de una ocasio'n.
Soberbios al cabo aquéllos, y juzgando equivocadamente las
intenciones de Colón, respondieron que no confiaban en sus
palabras de perdón, ni se ponían bajo sus ordenes, y que se
mantendrían vagando tranquilamente por la isla, si se les
ofrecía, dado el caso de que llegasen dos barcos de la Espa-
ñola , entregarles el uno para ellos ; y si enviasen solamente
uno, se les diese la mitad para ir con absoluta separacio'n.
Pero entre tanto, como sus armas y ropas habían sido arro-
jadas al mar, pedían al Almirante partiese con ellos la; que
tenía en sus estancias: y como los mensajeros le reprochasen
la enormidad de tales exigencias, los despidieron con la
amenaza de que si no se lo enviaba voluntariamente, irían á
tomarlo por la fuerza de las armas.
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526
CRISTÓBAL COLON
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Después de tantas tribulaciones se veía amenazado el
Almirante de una acometida de sus propios soldados, de que
se trabase una lucha á mano armada entre aquel puñado de
españoles que milagrosamente habían vivido diez meses en
la más horrible de las situaciones, sujetos á las privaciones
de todo género y á los horrores del hambre y de las enfer-
micdades, y que no escarmentados con tantos reveses aún
iban á tocar al extremo exterminándose unos á otros.
El exceso mismo del mal hizo que se tomase una reso-
lución enérgica. Postrado por los dolores el Almirante,
encargo' á su hermano que tratase con los rebeldes y procu-
rase reducirlos á la obediencia; pero don Bartolomé, que era
más hombre de accio'n que de palabra, y estaba lleno de
indignacio'n contra Francisco Porras, reunió' el mayor
número que pudo de los que estaban capaces para pelear, y
seguro de su fidelidad, después de haber conferenciado con
cada uno en particular, les distribuyo las armas, y salid en
dirección al pueblo de Maima. No habían llegado á él todavía
los insurrectos, alcanzándolos en una ladera poco distante.
Hicieron alto ambos grupos, y el Adelantado, bien contra
su voluntad, y so'lo por cumplir las o'rdenes del Almirante,
les envió' los mismos dos mensajeros que ya les había enviado
antes, para que los invitasen á tratar de paz.
- Estaban frente á frente unos de otros ; Porras veía que
los suyos eran mucho más numerosos, y más aguerridos, al
parecer, porque los del Adelantado iban no del todo sanos,
sino algunos flacos, y gente de palacio, más delicada en lo
general; por lo que, creyendo segura la victoria, rechazaron
á los emisarios sin querer oirlos y se dispusieron á la acome-
tida. Para asegurar el éxito, se juramentaron antes seis de
los principales, para no separarse uno de otro, yendo contra
el Adelantado con el mismo Porras á la cabeza hasta ma-
tarlo; porque muerto don Bartolomé, el vencimiento de los
demás era seguro. - ■ ' ' '
Mas no era este hombre de dejarse sorprender. Resistió'
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
527
bravamente la embestida de los juramentados matando por
su mano en el primer encuentro á varios, siendo uno de
ellos aquel forzudo piloto Juan Sánchez que dejo escapar
en Belén al cacique Quibián, y encontrándose en frente de
Francisco Porras le descargo' éste tan fuerte cuchillada que
hendiendo el escudo hasta la abrazadera le rasgo' la mano.
Pero no pudo Porras retirar la espada, que clavada quedo
en la rodela de don Bartolomé; y éste aunque herido
cayo' sobre su adversario y lo redujo á prisio'n, y desbara-
tados los restantes, viendo preso á su jefe, volvieron las
espaldas en vergonzosa fuga, y se internaron en el monte á
vista de algunos pobres indios que miraban ato'nitos la
pelea de los blancos, y se asombraban de verlos heridos y
muertos.
Bien hubiera querido el Adelantado seguir el alcance
de los que huían; pero le disuadieron del intento los más
prudentes, y asegurando á Francisco Porras y á los demás
presos se volvieron á las carabelas. A pesar del disgusto que
le causaba el que se hubiese derramado sangre española, la
importancia del triunfo era tanta, que representaba el fin de
una cuestio'n de vida o' muerte, y causo' verdadera satis-
faccio'n en el Almirante; siendo mayor la alegría porque de
los que salieron de las carabelas no había muerto ninguno,
siendo pocos los heridos, por más que entre ellos se encon-
trase el Adelantado.
Todavía salieron emisarios de Cristóbal Colón para
recoger y auxiliar á los heridos que huyendo del combate
pudieran haberse . ocultado entre los indios; y con efecto,
encontraron algunos, á los que prestaron toda clase de
socorros, que fué buen principio para la total sumisio'n de
los demás.
528
CRISTÓBAL COLON
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Notable fué el suceso del piloto Pedro Ledesma , aquel
esforzado sevillano que se ofreció en Veragua á procurar al
Almirante noticias de los que habían quedado en tierra con
el Adelantado, después de la desgracia del capitán Diego
Tristán. Ledesma se había unido a los hermanos Porras y
había marchado con ellos, y sin duda peleando en primera
fila, recibió' tales heridas que á todos pareció' imposible
pudiera sanar de ellas, y mucho menos en las malas circuns-
tancias que le rodearon. Para colmo de su desventura cayo'
rodando en una barranca, y allí permaneció' más de veinti-
cuatro horas sin tener quien le diese ni una gota de agua
para calmar su fiebre.
Recogido por los españoles fué bien asistido y sano'.
«Le dieron tan terribles heridas, dice Fray Bartolomé de las
Casas, que parece, á hombre imposible poderse más fieras
ni peores dar. E tenia una en la cabeza, que se le parecían
los sesos, otra en el hombro, que, como perdiz, le tenia
descoyuntado y le colgaba de la islilla todo el brazo, y la
una pantorrilla, á raiz del hueso, desde la corva, cortada y
colgando hasta el tobillo, y el un pié, como quien le pusiera
una suela o' chinela, cortado desde el calcañal hasta los
dedos; y así, caido en el suelo, llegaban los indios del pueblo
á él , y con palillos abríanle las heridas para ver las llagas
que hacian las espadas, y cuando lo molestaban decia, apues
si me levanto,)) y con solo aquello botaban á huir como asom-
brados, y no era maravilla, porque era un hombre fiero y
de cuerpo muy grande, y la voz gruesa. Como era valen-
tísimo, debíase de defender validísimamente, y por eso pudo
ser muchos tener lugar de así desgarrallo. Estuvo aquel
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VI
529
dia de la pelea y el siguiente hasta la tarde, sin que ninguno
supiese del ni le diese una gota de agua, donde parece ser
de subjecto admirable. Sabido en los navios, fueron por él,
y pusiéronlo allí cerca, en una casa de paja, que sola la
humedad y los mosquitos bastara para matallo; comenzo'lo
á curar un cirujano, el cual, por falta de trementina, según
la que era menester, le quemo' las heridas con aceite, las
cuales eran muchas más de las dichas, que juraba el cirujano
que cada dia de los ocho primeros que le curo, heridas
nuevas le hallaba, y finalmente, con todas escapo, y yo le
vide después en Sevilla, sano como si no hobiera padecido
nada: pero no muchos dias pasados, desque yo lo vide, oí
decir que lo hablan muerto á cuchilladas.»
La derrota de los rebeldes parece haber sido en 18 d 19
de Mayo del año 1504. Al siguiente lunes 20, reunidos en
uno de los pueblecillos inmediatos casi todos ellos, abatidos,
confusos, y temiendo para el porvenir, escribieron una
peticio'n que enviaron al Almirante, confesando en ella todos
sus excesos y los daños que habían causado, y pidiendo
misericordia se acogían al perdo'n que generosamente les
había concedido antes; «porque ellos se arrepentían muy de
coraron de su rebelión y desobediencia pasada, y que cognoscian
haberles dado Dios por ella el pago, y por tanto querían tornar
á su obediencia y prometían serville fielmente desde adelante; lo
cual juraron y juraban sobre un crucifijo y un misal, con pena
que si lo quebrantasen, que ningún sacerdote ni otro cristiano los
pudiese oir de confesión, y que no les valiese la penitencia, y que
renunciaban los sanctos sacramentos de la Iglesia, y que al tiempo
de su muerte no les valiesen bulas ni indulgencias, y que se hiciese
de sus cuerpos como de malos y renegados cristianos, no ente-
rrándolos en sagrado, sino en el campo como herejes; y renun-
ciaron y quisieron que el sancto Padre no les absolviese, ni
Cardenales, ni Arzobispos, ni obispos ni otro sacerdote &.^
A todas estas execrables penas los pecadores se obligaron si
este juramento quebrantasen.»
Cristóbal Colón t. ti. — 67.
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530
CRISTÓBAL COLON
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Acogió el Almirante con su benignidad acostumbrada
la súplica de los rebeldes soldados; pero meditando con
prudencia, temió' el mal efecto que pudiera causar el regreso
á las estancias de aquellos hombres acostumbrados á mal
vivir, y las consecuencias que pudieran originarse de que
estuvieran reunidos los rebeldes con los leales; por lo cual
les otorgo' el perdo'n, pero con ciertas restricciones. Los
hermanos Francisco y Diego Porras permanecerían presos v
custodiados por hombres de confianza dentro de las cara-
belas : los que habían formado su bando se mantendrían
acampados en la isla á las o'rdenes de un capitán que les
envió, con objetos de rescate bastantes á procurarse la
subsistencia por cambios con los naturales, en tanto que no
diese nueva orden en ello, o' llegasen los buques que se
esperaban de la isla Española.
Este fin tuvo la insurreccio'n que capitanearon los
Porras. Más de un mes permanecieron separados en dos
grupos los españoles, conforme á las o'rdenes del Almirante,
hasta que á fines del mes de Junio, un año después de haber
encallado sus carabelas en aquella costa de Jamaica, llegaron
allí dos buques, el uno fletado por Diego Méndez con dinero
del Almirante, y el otro enviado por el comendador Ovando,
ambos al mando de Diego Salcedo, que era el segundo de
los encargados por Colón en la isla Española para hacer
valer sus derechos contra las usurpaciones de Bobadilla, y
recaudar las rentas que le correspondían. La alegría fué
igual en todos ; que muchas veces hasta los más animosos se
habían creído condenados á perecer en aquella isla, olvidados
de todo el mundo. Recogidos cuantos objetos pudieron de
lo que habían salvado de anteriores naufragios, y con el
maj^or cuidado transportados á los nuevos buques los muchos
que se habían recogido en Veragua como muestras de la
fertilidad y riqueza del país, se embarcaron juntos amigos
y enemigos, y el 28 de Junio diéronse á la vela con dirección
á Santo Domingo.
532
CRISTÓBAL COLON
La atrevida navegación de Diego Méndez y Bartolomé
Fieschi tiene todos los caracteres de un episodio novelesco
ideado para mantener vivo el interés de los lectores con
emociones fuertes é inesperadas. Si sus peripecias no estu-
vieran consignadas en escrito tan formal como el testamento
de uno de los que en ellas se encontraron, y en los Apuntes
del hijo del Almirante, que, joven entonces, prestaba gran-
dísima atencio'n á todos los sucesos y los escribía con notable
ingenuidad, muchos lectores se resistirían á creerlas. La
verdad es á veces más inverosímil que la ficcio'n, y así
sucede en el caso presente.
Cuando el Adelantado y sus hombres, llegados al
extremo oriental de Jamaica, perdieron de vista las dos
canoas en que marcharon los intrépidos compañeros, el
tiempo estaba sereno, el mar tranquilo y los pequeños
buques impelidos por los anchos remos de los indios adelan-
taban rápidamente. Pero la calma era completa; ni un
soplo de viento rizaba la superficie de las aguas, y el calor
era cada vez más intenso. Rendidos de fatiga los indios
abandonaban los remos para buscar el agua, y empezaron
haciendo de ella un consumo mucho mayor de lo que habían
calculado. Para conservar mejor las fuerzas se relevaban en
el trabajo, lo mismo los indios que los españoles, alternando
entre el remar y el dormir, pues el calor debilitaba extre-
madamente los cuerpos.
Así pasaron aquel primer día y la noche que le siguió'.
Al amanecer el segundo, se encontraron sin otra perspectiva
que la inmensidad del cielo y del mar por todas partes;
la calma era la misma del día anterior, y la fatiga y el
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
533
cansancio mucho mayores. Los indios por el gran calor de la
noche y del día habían agotado sus calabazas de agua ; para
buscar algún descanso se arrojaban al mar, y después de
bañarse largo rato volvían al remo con mayores bríos. El
día fué muy penoso ; los indios desfallecían por momentos
faltos de agua, y Méndez y Fieschi, tanto para animarlos
con el ejemplo, como para proporcionarles algún descanso
tomaban á ratos los remos para proseguir el viaje. «Cuanto
mas se levantaba el sol en el dia segundo de su partida,
escribe Don Fernando, tanto mas crecia el calor y la sed en
todos, de manera que al medio dia les faltaban á todos las
fuerzas.» Entonces Méndez acudió á un recurso extremo que
tal vez se había reservado para caso de tanto apuro ; saco
dos barriles de agua, que dijo había encontrado ocultos sin
saber co'mo, y distribuyendo á todos algunos sorbos, les hizo
cobrar nuevos bríos y que continuaran bogando aunque
siempre de una manera desmayada y con escaso vigor, por
lo que adelantaban poco camino. Entreteniéndolos de ese
modo, ya con el baño, ya con un trago de agua cuando la
necesidad era mucha, fué el valiente Méndez sosteniendo el
ánimo de los indios, y ayudándose con decirles que muy
pronto debían llegar á la isleta llamada Navasa, distante
ocho leguas de la isla Española, y donde podrían encontrar
agua, descanso y alimento.
Pero los indios no abrigaban mucha esperanza; por sus
cálculos habían navegado ya muchas más leguas de las que
eran precisas para encontrar la Navasa, y debían haber
cambiado algún poco el rumbo y desviádose de la direccio'n
que deseaban, siendo posible que hubieran dejado á un lado
la isleta, que era muy baja. En tan apurada situacio'n llego'
la noche. Méndez, abatido y meditabundo, se sentó' en un
banco á proa de su canoa, después de haber dado una corta
cantidad de agua á sus remeros, y allí con la vista fija en el
horizonte, miraba maquinalmente la salida de la luna que
iba pareciendo en el oriente, cuando fijo' su atencio'n un
534
CRISTÓBAL COLON
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cuerpo extraño que se interponía entre sus miradas y el
disco del astro de la noche. Con la ansiedad que puede
suponerse, se puso de pie rápidamente, miro' con mayor
atencio'n y se cercioro' de que era tierra ; la Navasa se veía
en su camino, á poca distancia, y esta noticia comunicada á
los indios les infundio' valor, y remaron con mayor esfuerzo
para llegar á aquel deseado descanso.
Al amanecer tocaron en la playa, y todos poseídos de
igual frenesí se lanzaron á tierra. La isla Navasa es un
peñasco calcáreo de poco más de media legua; en algunas
de sus desigualdades crecía una vegetación mezquina ; en
otras formaban las aguas llovedizas algunos remansos y
hasta lagunas de más o menos extensio'n, según los huecos de
la piedra. Al agua se lanzaron con ansia devoradora los
infelices indios. En vano Méndez y Fieschi, mas dueños de
sí, les aconsejaron prudencia, y les dieron ejemplo tomando
muy corta cantidad de agua. Los indios no los escucharon
y bebieron hasta saciarse , muriendo algunos de ellos inme-
diatamente, y quedando otros enfermos con agudos dolores.
Satisfecha la más apremiante necesidad, se dedicaron á
buscar alimento, y lo encontraron con poco trabajo y muy
agradable en los muchos mariscos que á orillas del mar
recogieron, y que Diego Méndez, que había llevado consigo
eslabo'n y azufre, procuro' medio de que pudieran asarse con
algunas astillas y raíces que trajeron los indios. Todo aquel
día lo consagraron al descanso, gozando á la sombra de las
peñas y saboreando el agua y los manjares, al mismo tiempo
que miraban con placer las montañas de la isla Española que
como nubes se divisaban á larga distancia.
Cinco días y cuatro noches, dice Méndez en su testa-
mento ya citado, que navego', «que jamás perdí el remo de
la mano gobernando la canoa y los compañeros remando.
Plugo á Dios nuestro señor que en cabo de cinco dias 3^0
arribé á la isla Española al cabo de San Miguel (el que hoy
se llama del Tiburón) habiendo dos dias que no comíamos ni
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
535
bebíamos por no tenello ; y entré con mi canoa en una ribera
muy hermosa , donde luego vino mucha gente de la tierra y
trajeron muchas cosas de comer, y estuve allí dos dias
descansando.»
Pero no habían 'terminado todavía los trabajos del
valeroso Diego Méndez. Se encontraba en la isla Española,
pero aún quedaba por lograr el principal objeto, el de hacer
saber al comendador Ovando la apurada situacio'n en que se
veía el Almirante, y cuan necesario era enviarle inmediata-
mente socorro. El cabo Tiburón es el extremo de la isla;
desde allí á Santo Domingo había una distancia de más de
ciento treinta leguas, que era preciso atravesar por mar
venciendo las corrientes contrarias y muy poderosas de
aquella costa, sin otro medio que las canoas mismas en que
habían llegado desde Jamaica. Los indios que en ellas
venían, extenuados, enfermos y con gran abatimiento, no
consentían de modo alguno en volver á embarcarse para
conducir á Méndez, y mucho menos para llevar otra vez á
Fieschi, que deseaba comunicar al Almirante la noticia de
su feliz arribo. Méndez gano' la voluntad de algunos natu-
rales de aquel cabo, y con ellos se decidió á volver de nuevo
al mar hasta llegar á Santo Domingo, dejando á su compa-
ñero que se procurase algún medio de volver á Jamaica.
Ochenta leguas anduvo por la costa de la Española;
pero al llegar al puerto de Azua tuvo noticia, por españoles
que allí se encontraban, de que el Comendador había bajado
á la pro'xima provincia de Xaraguá ; y variando inmediata-
mente su ruta, solo, sin más compañía que algún indio que
pudo servirle de guía, atravesó' á pie terrenos nunca pisados
por planta humana, corriendo graves peligros entre aquellos
indios ya muy indignados contra los españoles, y anduvo
cincuenta leguas o' más, subiendo montes y vadeando ríos
hasta encontrar á Nicolás de Ovando.
Estaba entonces el Comendador muy ocupado, al pare-
cer, en llevar á término los planes que había formado para
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536
C -^y ~,v
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CRISTÓBAL COLON
asegurar la tranquilidad de aquella rica provincia; por lo
que recibid con la mayor amabilidad á Diego Méndez, asom-
brándose del increíble viaje que acababa de hacer, y de los
grandes peligros que había arrostrado por su lealtad al
Almirante. Escucho' con gran atentio'n cuanto á aquél se
refería, pero no se ocupo del socorro que con tanta urgencia
se le demandaba.
II
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El testimonio del historiador de las Indias, fray Barto-
lomé de las Casas, siempre atendible, siempre digno de
entero crédito, adquiere mayor importancia en el punto
presente, porque salió' de. Sevilla en la flota misma que llevo'
al comendador Ovando, desembarco' con él en Santo Do-
mingo, y fué testigo presencial de cuanto refiere. En los dos
años que llevaba ya de administracio'n el Comendador, si
bien habían mejorado algún tanto ciertas condiciones, en
cuanto se relacionaba con la residencia de los españoles en la
isla, y cobranza de los tributos pertenecientes á la corona,
así como al orden de explotación de las minas y registro de
sus rendimientos, con arreglo á las instrucciones de los
Reyes, en lo demás no se había adelantado nada, y antes
por el contrario la situacio'n de los indios era cada vez peor,
y su destruccio'n continuaba en progresio'n alarmante.
Uno de los cargos más graves que ante los Reyes se
exponía constantemente para demostrarles la mala direccio'n
del Almirante y la crueldad de su hermano, era el mal trato
que sufrían los indígenas; la dureza de los trabajos á que se
les obligaba y la enormidad de los tributos que se les
exigían. Nunca Colón consintió' de grado que se sometieran
los indios á trabajos superiores á sus fuerzas y contra su
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
537
voluntad; pero obligado unas veces por las circunstancias
para que pudieran hacerse las labores del campo, y bene-
ficiar las minas; llevado en otras del pensamiento de que
viviendo entre cristianos se dispusieran mejor á abrazar
nuestra religio'n, tomando conocimiento de sus prácticas y
doctrinas, autorizo' que por cortas temporadas, y con la
obligacio'n de instruirlos, se aprovechasen los españoles del
trabajo de cierto número de indios. Aún en tan prudentes
límites fué objeto esta disposición de agrias censuras del
Apóstol de los indios, porque fué principio de las enco-
miendas o' repartimientos que tantos males causaron á la
poblacio'n indígena; y mereció' también fijar la atencio'n de
los Reyes que concluyeron por prohibirla.
Francisco Bobadilla llevo' ordenes para corregir aquel
abuso: fray Nicolás de Ovando tuvo más terminantes pre-
ceptos, pues llevo' los indios que habían sido remitidos á
España para dejarlos completamente libres en llegando á su
país. La reina Isabel no consentía la esclavitud de sus
vasallos, y su constante deseo era que se mejorase su con-
dicio'n.
Mas como el cargo que á Colón se formaba, era sola-
mente un pretexto para enajenarle el afecto de los Reyes,
aquellos males que durante su administracio'n eran muy
leves, se agravaron considerablemente, según ya expusimos,
en el tiempo del comendador Bobadilla. Se legalizaron las
encomiendas }'■ se hicieron mucho más numerosas ; se dieron
por tiempo más largo gran porcio'n de indios y se permitió
todo género de abusos y malos tratamientos.
Pero á Nicolás de Ovando se le dio' orden de que respe-
tase la libertad de los naturales de la isla; orden que no
respeto' ni cumplió' á pesar de las prendas de rectitud y
prudencia que le adornaban, al decir de algunos historia-
dores contemporáneos, aumentando por el contrario todos
los excesos que se deploraban, porque era débil de carácter
y no sabía resistir á inmoderadas exigencias. Para no encon-
Cristóbal Colón t. ii. — 68.
538
CRISTÓBAL COLON
trarse en descubierto escribió é hizo llegar á manos de los
Reyes una extensa carta o' informe, en que describiendo las
necesidades y estado de la isla, decía: ((que á causa de la
libertad que á los indios se habia dado, huian y se apartaban de
la conversación y comunicación de los cristianos; por manera que
aun queriéndoles pagar sus jornales no querían trabajar, y que
andaban vagabundos, y que menos los podian haber para los
doctrinar y traer á que se convirtiesen á nuestra sanctafé cathó-
lica &/ — »
Bien conocía el astuto Comendador el punto ado'nde
dirigía sus tiros, y el resultado de tales insinuaciones en el
ánimo tan sincero y ardientemente piadoso de la reina doña
Isabel. ((Persuadida de las rabones finjidas ya dichas, escribe
el P. Las Casas, teniéndolas por verdades, que por cuanto ella
deseaba y pudiera decir que era obligada, y que en ello no
le iba menos que el alma, que los indios se convirtiesen á
nuestra sancta fé católica y fuesen doctrinados en ella »
escribió' al Comendador desde Medina del Campo, con fecha
20 de Diciembre del año 1503, una notable carta ^, en cuyas
palabras parece bien claramente la intencio'n que al bien
y conversio'n de aquellas gentes tenía y tuvo hasta su
muerte. Mas como en ella le decía, vista la dificultad que
presentaba la dispersio'n de aquéllos para que fuesen instruí-
dos- en la doctrina cristiana, que los compeliese y apremiase
al trabajo, y á que tratasen y conversasen con los españoles,
pagándole á cada uno su jornal, y que las fiestas y dias que
pareciese se juntasen á oir y ser doctrinados en las cosas de
la fe; aunque se encarecía mucho por la piadosa Reina que
hiciera el Comendador que fuesen bien tratados, 3^ los que
dellos fuesen cristianos mejor que los otros, y que no consin-
tiese ni diese lugar que ninguna persona les hiciese mal ni daño,
ni otro desaguisado alguno. Ovando entendió' y aplico' la orden
como convenía á sus intereses y á sus miras particulares, y
Véase íntegra en las Aclaraciones y documentos (F).
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
539
se empeoro la situación de los pobres indios, llevándose al
extremo los malos tratos por los codiciosos colonos. Por eso
dice con tanta razo'n el P. Las Casas que el Comendador
mayor mal usó de la carta de la Reina en perdición de los
indios \ y exclama: « — ¡Oh Reyes, y cuan fáciles sois de
engañar, debajo y con título de buenas obras, y de buena
razón y como ¿ebríades de estar mas recatados y advertidos
de lo que estáis, y tan poco dejaros creer de los ministros á
quien los negocios arduos y gobernaciones confiáis, como de
los demás ! »
Aparentando cumplir la voluntad soberana se concedió' á
cada español cierto número de indios, según los terrenos que
sembraba o' la mina que pretendía explotar, á condicio'n de
que pagase á todos su trabajo, y los fuera instruyendo poco
á poco en la religión; pero estas obligaciones eran puramente
formularias : la paga era escasísima ; la instruccio'n no llego'
jamás ; y en cambio la violencia y los malos tratos crecían, sin
haber quien los castigase. Cumpliendo las o'rdenes superiores,
se mandaba á los caciques entregaran á los colonos el número
de indios que á cada uno se había asignado, bien que por
tiempo limitado, y so'lo por espacio de seis ú ocho meses,
para que el resto del año pudieran descansar y vivir al lado
de sus familias. Pero aquí empezaban desde luego á faltar
todos á aquello que los Reyes mandaron, de que no se les
hiciera desaguisado, ni se consintiera que se les molestase ni hiciese
daño alguno. Desde luego los colonos separaban á los infelices
indios de sus familias y los llevaban á trabajar á largas dis-
tancias, á comarcas remotas donde se veían tristes y aislados;
les obligaban al trabajo aunque se encontrasen enfermos, y
los forzaban con la inhumanidad más increible azotándolos
cruelmente. Apenas les suministraban el necesario alimento,
por lo que se debilitaban y demacraban, buscando como
perros algunos de ellos las sobras de las comidas de los
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Epígrafe del cap. XIV, libro II de la Historia de las Indias.
540
CRISTÓBAL COLON
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españoles; y cuando después de pasados los seis ú ocho
meses en esa miserable vida los dejaban en libertad para
volverse á sus tierras, se les veía por los caminos sentados á
la sombra de los árboles cuyos frutos recogían y á orillas de
los arroyuelos , pálidos , hambrientos , y sin fuerzas para
continuar el largo viaje y llegar hasta sus moradas.
« Los tristes íbanse, y al primer arroyo caian, donde
morian desesperados; otros iban mas adelante, y finalmente,
muy pocos de muchos, á sus tierras llegaban, y yo topé
algunos muertos por los caminos, y otros debajo de los árboles
boqueando, y otros con el dolor de la muerte dando gemidos,
y como podian diciendo: ¡Hambre! ¡Hambre! y esta fué la
libertad, y los buenos tratamientos y cristiandad, j el no
recibir agravios ni daños que estas gentes, con la goberna-
ción que puso el Comendador Mayor cobraron.»
Como éste, refiere otros muchos hechos el P. Las Casas,
que por ser persona que estaba obligada al Comendador,
y por lo mismo que los presencio', no pueden pasarse en
silencio, pues demuestran la diferencia que hubo entre las
medidas adoptadas por Colón con relación á los indios,
y lo que hicieron sus sucesores, después de haberle usur-
pado sus legítimos derechos, bajo pretexto de que con su
crueldad se despoblaría la isla y no quedaría en ella indio
ni cristiano, como se atrevía á decir el comendador Bo-
badilla.
Lejos de cumplir la voluntad de la Reina y de acatar
sus ordenes siempre humanitarias y previsoras, se hacían
los repartimientos de la manera más inicua, poniendo como
irrisorio final de sus cédulas algo que pareciera cumplimiento
de los preceptos reales.
«De cada pueblo de indios se hacian muchos reparti-
mientos dando á cada español cierto número, como es dicho,
dellos; con el uno dellos se asignaba que fuese el señor o'
cacique, y éste daba al español á quien él mas honrar y
aprovechar queria; á los cuales daba una cédula de su
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
541
repartimiento que rezaba desta manera: — A vos, fulano, se
05 encomiendan en el cacique fulano, cincuenta ó cien indios, para
que os sirváis dellos, y enseñadles las cosas de nuestra sanctafé
católica. — ítem decia otra cosa: — A vos, fulano, se os enco-
miendan en el cacique fulano, cincuenta ó cien indios, con la
persona del cacique, para que os sirváis dellos en vuestras gran-
jerias y minas, y enseñadles las cosas de nuestra sancta fé cató-
lica:— y así todos cuantos había en el pueblo, por manera
que á todos, chicos y grandes, niños y viejos, hombres y
mujeres, preñadas y paridas, señores y vasallos, princi-
pales y plebeyos, condenaban absolutamente á servidumbre,
donde al cabo, como se verá morían.»
¿Puede verse esclavitud más general impuesta á todo
un pueblo de una manera más arbitraria? ¿Había razo'n
alguna ni justicia en aquel procedimiento contra subditos,
que debían considerarse de la corona de Castilla?
Y no insistimos sobre el trato cruelísimo que recibían
los indios , porque harto dejamos ya indicado ; mas no deja-
remos de recordar otro de los hechos que de ciencia propia
refiere fray Bartolomé de las Casas á que antes aludíamos.
«Personas hobo en la isla de Cuba (porque si tratando della
se me olvidare) que no teniendo por su avaricia que dar de
comer á los indios que les hacian las labranzas, los enviaban
á pacer al campo y á los montes las frutas de los árboles
que habia, dos y tres dias, y con lo que traian en los
vientres, les hacian trabajar otros dos 6 tres dias sin comer
otro bocado ; y desta manera hizo uno una labranza que le
valió' quinientos y seiscientos pesos de oro o' castellanos;
y esto, él mismo por su boca en presencia de mi y de otros, lo
contó por industriosa haTjxña.))
En conclusio'n, éste era el lastimero estado de los indios,
y ésta la administración paternal del que vino á reparar las
injusticias y crueldades que se atribuían á Cristóbal Colón
y á su hermano. De intento hemos dejado de trazar retrato
moral del comendador Ovando, porque los hechos lo pintan
542
CRISTÓBAL COLON
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con tales colores que no ha menester añadirle un so'lo
toque.
Resumen de su gobierno en esta parte esencialísima
hace el mismo P. Las Casas, en breves palabras: — «Cuanto
á lo primero y principal que la Reina pretendia, y era obli-
gada pretender por fin, conviene á saber, la instrucción,
doctrina y conversión de los indios, ya dije arriba, y torno
á decir y afirmar con verdad , que por todo el tiempo que el
Comendador Mayor esta isla gobernó', que fueron cerca de
nueve años , no se tuvo mas cuidado de la doctrina y salva-
ción dellos, ni se puso mas por obra, ni hobo mas memoria
ni cuenta della ni con ella que si los indios fueran palos o'
piedras, o gatos o perros.»
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Después de haber recorrido alguna parte de la isla,
para facilitar el domicilio de los nuevos colonos, y de otras
familias españolas que se deseaba pasaran á establecerse en
ella, pensó' el Comendador en la construccio'n de nuevas
poblaciones dentro de aquellas comarcas que parecían más
fértiles y salubres ; porque en la instruccio'n de los Reyes se
le había prevenido cuidara especialmente del aumento de la
poblacio'n, y de la comodidad de los españoles que no
volvieran á padecer hambre ni á verse diezmados por las
fiebres, como antes había sucedido.
A este trabajo se dedico' con mejor fortuna y más
acierto Nicolás de Ovando, y tal vez á ello sean debidas las
alabanzas que le han dado algunos historiadores, que como
Gonzalo Fernández de Oviedo pudieron tener mejores noti-
cias de las ciudades y villas construidas bajo la adminis-
tracio'n de aquél, que del abuso de la servidumbre que tan
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
543
duramente les impuso y de las crueldades que tolero, que
fueron causa de la total ruina y desaparición de la raza
indígena de aquella isla privilegiada.
Donde primero se decidió' á poblar fué en Puerto Plata,
en la costa Norte de la isla, por ser la arribada á aquel
punto mucho más fácil para los buques que llegaran de
España, y se evitaban dar la vuelta hasta la parte del Sur
donde estaba Santo Domingo. Desde el sitio donde se fundo'
Puerto Plata se estaba en comunicacio'n directa con el fuerte
de Santiago, y desde éste con el de la Concepción, encon-
trándose así gran facilidad para llevar los productos de la
Vega Real y aún de las montañas de Cibao á los puntos de
embarque, que era lo que se deseaba.
Siguiéronse poblando otras villas que se denominaron
Puerto Real, Cotuy, Azua, Salvatierra, Lares, Salvaleo'n,
San Juan de la Maguana y otras que con las más antiguas
del Bonao, Concepcio'n, Magdalena y Yáquimo llegaron al
número de diez y siete aunque en algunas se reunieron muy
pocos vecinos.
Cuando en estas diversas ocupaciones andaba el Comen-
dador, comenzó' á recibir avisos de algunos de los colonos
que después de terminada la insurreccio'n de Francisco
Roldan se había establecido en Xaraguá, anunciándole una
gran conspiracio'n de los indios de aquella comarca para
acabar en un día señalado con todos los cristianos que se
encontraban en ella. No se alcanza el fundamento que
pudieran tener aquellas denuncias , ni la razo'n en que se
apoyara Ovando para darles crédito y proceder de la manera
que lo hizo.
Aquellos colonos acudían en queja á las autoridades
siempre que los pacíficos indios de Xaraguá, exasperados
por sus malos tratamientos, oponían resistencia á sus arbitra-
riedades y caprichos, o' escapaban á otros terrenos para huir
de sus dominadores; y éstos tal vez por decidir más fácil-
mente á Ovando en su favor esforzaron sus quejas con la
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544
CRISTÓBAL COLON
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noticia de la conspiración. El país estaba perfectamente
tranquilo y no ofrecía motivo alguno de alarma, ni aún de
desconfianza. A la muerte del gran cacique Behechio, que
tan dadivoso fué siempre con los españoles, había quedado
como única gobernadora de Xaraguá su hermana, la célebre
Anacaona, viuda del valeroso Caonabd, que tan brillante
acogida hizo al Adelantado cuando fué por vez primera á
aquel territorio para imponer tributos, y tan amiga fué
siempre de los soldados que ocuparon sus dominios. Ni los
atropellos de que eran víctimas sus vasallos , ni los disgustos
que en su propia casa le produjo la liviandad de otros de
sus compañeros , fueron bastantes á hacerla variar de con-
ducta; que tal vez aquella mujer superior comprendíalas
fatales consecuencias que había de acarrearle la enemistad
de los españoles, y temía verlos en guerra con los suyos.
Nicolás Ovando, que debía saber muy bien el estado de
aquel territorio tan rico, y que si algo había que corregir
no eran ciertamente los abusos de los indios , recibió', sin
embargo, con gran sorpresa las quejas y noticias de los
colonos, y aparentando, á lo menos, gran temor, formo' un
cuerpo de trescientos soldados escogidos y setenta caballos y
se dirigió' á Xaraguá diciendo que iba á hacer una visita á
la reina. Llevaba, sin duda, el propo'sito de extender los
beneficios de los repartimientos y encomiendas por aquella
parte extrema de la isla; y quería dejarla asegurada con un
hecho militar que le diese gran importancia. Pero le avino
al contrario.
Doloroso es detallar el suceso: la razo'n y la justicia se
sublevan ante el espectáculo que allí ofrecieron los cristianos
soldados del Comendador, y un sentimiento de humanidad
nos impide trazar aquel cuadro de horrores, por lo que
daremos de él una ligera idea, remitiendo á los que deseen
conocerlo á la Historia de las Indias de fray Bartolomé de
las Casas. '„ *
Al tener noticia de la llegada de Ovando á sus domi-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
545
nios, convoco Anacaona á los principales caciques tributarios
para prepararle ostentoso recibimiento, haciéndole conocer
lo más agradable de sus costumbres, como en anteriores
ocasiones lo había hecho. Con fiestas y convites, con danzas
y cantares recibió' á su huésped aquella mujer notable, á la
que los historiadores se complacen en presentar adornada
de gran hermosura, de amenísimo trato y gran talento,
y de todas las dotes que la Naturaleza puede reunir en una
persona para hacerla simpática y agradable.
La poética y gloriosa reina de Haití, como la apellida
un escritor de nuestros días, allego una corte maravillosa,
de gentes tan bien dispuestas, hombres y mujeres, que era
cosa de considerar. «Ya se ha dicho, añade el P. Las Casas,
que las gentes de aquel reino, en hermosura de gestos, eran
en gran manera sobre todas las otras desta isla, señaladas.
Llegado el Comendador Mayor y su compañía de á pié y de
á caballo, sale Anacaona é innumerables señores, porque se
dijo venir mas de trescientos caciques, y gentes infinitas, á
lo recibir, con gran fiesta y alegría, cantando y bailándole
delante Aposentado el Comendador Mayor en un carey
o' casa grande y principal, y muy labrada, de las que allí
solian hacer muy hermosas , puesto que de madera y cubier-
tas de paja, y la otra gente que traia por las otras casas
cerca del, con los españoles que allá estaban, Anacaona y
todos los señores hacíanles mil servicios, mandándole traer
de comer la caza de la tierra, y del pescado de la mar, que
legua y media o' dos de allí distaba, y pan capabí (esto era
lo que ellos alcanzaban) y de todas las otras cosas que tenian
y podian, y gente que sirviesen cuanto era necesario para su
mesa y para las de los demás: areytos, que eran sus
bailes, y fiestas y alegrías y juegos de pelota, que era cosa
de ver, no creo que faltaban.»
Ovando, sin embargo, bien fuese por suspicacia propia
o por agenas insinuaciones, veía la traicio'n detrás de todas
aquellas muestras de amistad, y resolvió' hacer un horrible
Cristóbal Colón, t. ii. — 69.
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CRISTÓBAL COLON
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escarmiento que no encuentra justificacio'n de ninguna clase
en la conducta de los caciques de Xaraguá , ni disculpa en
anteriores excesos, como luego se buscaron en el Higuey, y
llevo á efecto su plan en circunstancias tales que lastimaron
el corazón de la reina doña Isabel cuando tuvo conocimiento
de ellas, hasta tal punto que no las olvidaba ni aún en su
lecho de muerte.
Después de las fiestas y regocijos de los indios, se dijo
que también iban á tener otra los españoles corriendo cañas á
la usanza de su país, y se anunciaron para un domingo en la
plaza pública. Concurrieron los indios atraídos por su sencilla
curiosidad en asombrosa muchedumbre, y los caciques en
número de unos ochenta, con la reina Anacaona y su séquito
entraron en la casa del comendador Ovando, para presenciar
desde allí el espectáculo con la mayor comodidad. Comieron
juntos en la mejor armonía, y terminado el banquete se
comenzó' el juego llamado del herrón, que tenía entonces
muchos aficionados, y consistía en tirar un disco o' rodaja
de hierro á un clavo embutido en el suelo á cierta distancia,
y el que acertaba á dejar metido el disco en el clavo, por un
agujero que aquél tenía en el centro, ganaba la partida. De
intento se prolongo ésta para dar lugar á que los soldados
españoles rodeasen la casa, y los caballos las avenidas de la
plaza, y cuando Anacaona y las indias de su compañía
pidieron al Comendador que empezara la justa, dejo' éste el
juego, y asomándose á una ventana se llevo' la mano á la
cruz de Alcántara que llevaba colgada al cuello en un
medallo'n de oro, y era la señal convenida. Al verla los
setenta soldados de caballería cargaron sobre aquella mul-
titud inerme y desnuda causando gran infinidad de muertos
y heridos, que no pudieron contarse. Huyeron despavoridos
los demás, ganando los bosques y las orillas del mar los que
escaparon de la persecucio'n.
Eñ tanto, muchos soldados rodearon la casa del Comen-
dador sin permitir que saliera ninguno de los caciques que
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
547
dentro se encontraban; y habiendo sacado á Anacaona,
amarraron á aquéllos á los postes de madera que sostenían
el edificio y le pusieron fuego. Quemados sin otra fórmula
de juicio perecieron allí los ochenta caciques de Xaraguá.
Anacaona fué ahorcada en la misma plaza, según unos
historiadores; según otros, conducida á Santo Domingo
sufrió' la pena en aquella ciudad á vista de numeroso con-
curso que se compadecía de su suerte '
IV
Otra campaña no menos cruel, aunque bajo cierto
aspecto más justificada, registra la historia del gobierno del
comendador Ovando, que tuvo por resultado la sumisio'n
completa del territorio de Higuey. Situado al extremo
opuesto del Xaruguá , era el más agreste y accidentado de
la isla, y donde habitaban las tribus más indo'mitas y gue-
rreras , aquellas que en el Golfo de las Flechas opusieron por
primera vez resistencia á los españoles, cuando regresaban á
España del primer viaje, y dieron ocasio'n á que se vertiera
sangre de los naturales del Nuevo Mundo. Estaba muy
poblada aquella parte de la isla, y sus moradores muy
acostumbrados á la defensa, porque las costas eran inva-
didas con frecuencia por los caribes de la isla de Guadalupe
y de otras varias, que les robaban las mujeres y los mucha-
' Herrera. — Historia general de los hechos de los castellanos, &.* Dec. I,
lib. VI, cap. IV.
« y aunque mucho procuró Niculás de Obando de justificar este hecho,
la Reyna Católica doña Isabel le sintió mucho y tuvo gran deseo de hazer sobre
él una gran demostración , y á don Aluaro de Portugal que entonces era Presi-
dente del Real Consejo de justicia se oyó dezir: yo vos le haré tomar una
residencia cual nunca fué tomada. » .
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CRISTÓBAL COLÓN
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chos, según ya dejamos dicho; y así se encontraban siempre
preparados á la lucha para rechazar á sus invasores.
Era entonces el cacique de todos ellos, y el principal del
Higuey, el valeroso Cotubanamá: «era estimado por el mas
esforzado de toda aquella provincia, y era el mas lindo y
dispuesto hombre que entre mil hombres de cualquiera
nación creo yo que se hallara : tenia el cuerpo mayor que los
de los otros, creo también que tenia una vara de medir
entera de espalda á espalda, la cintura la ciñeran con una
cinta de dos palmos d muy poquito mas; tenia la llave de
las manos de un gran palmo; los brazos y las piernas, y todo
lo demás, á los otros miembros muy proporcionado; el
gesto no hermoso, sino de hombre fiero y muy grave, su
arco y flechas eran de doblado gordor que los de otros
hombres, que parecían ser de gigante. Finalmente este señor
era de tan señalada disposición, que los españoles todos de
velle se admiraban.»
Así lo pinta el P. Las Casas, que dice lo vio' en esta
temporada. Supo Cotubanamá un acto de brutal ferocidad
que habían cometido ciertos españoles en la isleta Saona,
azuzando á su feroz lebrel contra un cacique inofensivo, que
pacíficamente se ocupaba en vigilar la conduccio'n de provi-
siones para las carabelas, y que murió' destrozado por el
animal; y puso en armas á todos los suyos para tomar
venganza. Indignados también los de la isla cayeron sobre
nueve soldados, que al mando de un hombre llamado Martín
de Villamán, estaban en una casa fuerte que allí habían
construido para que no faltasen á la labranza del cazabi, y
cogiéndolos desprevenidos los mataron á todos, á excepción
de uno que pudo permanecer oculto y corrió' á llevar la
noticia al Comendador, que se encontraba entonces en Santo
Domingo. Este fué el principio de la guerra del Higuey,
que en algunas ocasiones llego' á tomar un carácter heroico,
aunque termino como- la de Xaraguá de una manera horrible
y desastrosa.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
549
Desde luego el comendador Ovando dio' á la expedicio'n
la importancia que merecía, pues mando reunir cuatro-
cientos hombres bien armados , y mando por jefe á Juan de
Esquivel, de noble familia y capitán experimentado, cuyo
valor y pericia de todos eran conocidas. La guerra empezó'
con desigual fortuna. Castigados los habitantes de Saona,
que habían dado muerte á los españoles, y asolada casi
completamente la isla, pasaron los soldados al territorio del
Higuey. Cotubanamá había reunido gran número de gue-
rreros; pero amedrentados todos por el efecto de las armas
de los españoles, y temiendo exponer á sus familias á una
destrucción inevitable, pidieron pa*z. Concedio'la Esquivel,
trabando fraternal amistad con el cacique, y la sellaron
haciéndose gtiatiaos, que quiere decir hermanos de armas,
para la cual cambiaban los nombres ; pero apenas retirados
los nuestros del territorio, los indios mataron á los soldados
que allí quedaron al mando de Villamán, y volvieron á
empezar las hostilidades.
Destrozaron los españoles las primeras partidas de
indios que se les opusieron, aunque escogían para defen-
derse los puntos más difíciles de las sierras y los más cerra-
dos bosques; pero ante el fuego de los arcabuces huían
siempre llenos de pavor, que no podían acostumbrarse á
aquel rayo que manejaban los europeos; y eran muy pocos
los que osaban llegar al combate cuerpo á cuerpo, temiendo
las heridas que las cortadoras espadas les causaban. Com-
batían desde lejos disparando flechas, que rara vez alcan-
zaban á los españoles , y les hacían poquísimo daño ; y
obligados á batirse en retirada, arrojaban piedras desde las
alturas.
En uno de aquellos encuentros parciales en que siempre
llevaban los indios la peor parte, ocurrid un hecho notable
que refiere como testigo presencial el P. Las Casas, y que
por su carácter y circunstancias recuerda aquellos combates
singulares que tantas veces ocurrieron en los ejércitos del
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CRISTÓBAL COLÓN
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antiguo mundo, y en los que el valor personal se sobreponía
y demostraba , defendiendo un campeón la causa de todo un
pueblo ; lances caballerescos tan propios de la leyenda y que
tanta poesía é interés prestan á la historia del último cerco
de Granada.
«Contaré una hazaña digna de ser oida y alabada, que
allí vide hacer á un indio, cierto, señalada, si la pudiera
dar á entender co'mo paso contándola. Aparto'se de todos
los otros, que, como dicho es, con piedras y sus flechas
peleaban, un indiazo, bien alto, desnudo en cueros como los
otros, desde arriba hasta abajo, con solo un arco y una
flecha, haciendo señas,' como desafiando que saliese á él
algún cristiano. Estaba por allí cerca un español llamado
Alejos Gómez, muy bien dispuesto y alto de cuerpo, y en
matar indios harto experimentado, y que tenia grande
ventaja á todos los españoles desta isla, en cortar de una
espada, porque cortaba un indio por medio de una cuchi-
llada. Este, apartóse de los demás, y dijo que lo dejasen
con el indio, que lo queria él ir á matar. Las armas que
llevaba eran, una espada ceñida y una daga o' puñal, y una
media lanza, y cubierto bien con una grande adarga de
juego de cañas. Como el indio lo vido apartarse, váse á él
como si fuera armado de punta en blanco y el español algún
gato.- El Alejos Gómez, pone la media lanza en la mano del
adarga, y pelea con el indio con piedras, que, como dije,
habia hartas. El indio no hacia mas, sino amagalle con la
flecha como que queria soltalla, y andaba de una parte á
otra, dando saltos, guardándose de las piedras, con tanta
ligereza como si fuera un gavilán. Desque todos los espa-
ñoles los vieron pelear desta manera, y los indios asimismo,
cesaron de la pelea por mirallos; unas veces el indio daba
un salto contra el Alejos Gómez, que parecia que lo queria
clavar, él cobríase todo con el adarga, temiendo que ya era
clavado. Tornaba á tomar piedra el Alejos Gómez y á
tiralle, y el indio saltando y amagándole; todo esto él
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
551
desnudo en cueros, como su madre lo parid, y con sola una
flecha, puesta en arco; y, porque duro la pelea un muy
gran rato, fueron sin número las piedras que le tiro, estando
cada momento ambos cuasi juntos, y es cierto que con
ninguna le acertó'. Finalmente, andando desta manera
ambos á dos , tuvo el indio en tan poco al español , que se
fué acercando á él en tanto agrado, que arremetió á él y
púsole la flecha cuasi al arguillo del adarga, hizo harto
Alejos Gómez en hacerse como un ovillo, cubriéndose con
su adarga, y como lo vido tan junto á sí, deja las piedras
y toma la lanzuela, y arro'jasela creyendo que ya lo tenia
clavado, pero da el indio un salto á través, y váse riendo y
mofando con su arco y flecha sin la haber soltado de la
mano, y con su cuerpo desnudo, sano y salvo. Acuden los
indios todos con gran grita y risa, escarneciendo de Alejos
Gómez y de los demás de su compañía, dando grandes
favores á su comilitón, por su soltura y ligereza, y no
menos esfuerzo, digno de ser loado. Quedaron los españoles
admirados, y el mismo Alejos Gómez más alegre que si lo
matara, y no poco todos al indio loando. Fué, cierto, espec-
táculo de grande alegría, y que no hobiera Príncipe alguno,
de los nuestros de España ni de otra nación, que no se
holgara de verlo y de remunerar al indio con merced seña-
lada. Todo lo que he dicho es verdad, porque yo lo vide de
la manera que lo he contado. Duro' la pelea toda entre indios
y españoles, de la manera dicha, desde las dos de la tarde
que llegaron, hasta que los despartió' la noche.»
Comprendió' muy bien Juan de Esquivel que no cesaría
la resistencia en tanto que estuviera libre el intrépido Cotu-
banamá, y resolvió' apoderarse de su persona á costa de
cualquier trabajo y sacrificio. Dividió' sus hombres en cortas
partidas de diez o' doce soldados cada una, para que con
facilidad registrasen los bosques y montañas, recogiendo á
los indios fugitivos , y procurando arrancarles noticias sobre
la residencia de los caciques, y el refugio que había escogido
552
CRISTÓBAL COLÓN
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Cotubanamá; y había hombres tan diestros en buscar indios,
que de una hoja de las del suelo podridas, caídas de los
árboles, vuelta de la otra parte, sacaban el rastro é iban
por él á dar con los que se encontraban ocultos en la espe-
sura, no bastándoles todas las precauciones que tomaban
al escoger sus guaridas. En una de estas ocasiones, guiados
por el rastro del humo dieron trece soldados con un lugar
donde estaban refugiados más de dos mil indios entre
hombres, mujeres y niños. Viéndose tan superiores en
número se decidieron á resistir y abrumaban á los españoles
con flechas y piedras; pero era tal el temor que á las espadas
tenían que en más de dos horas no osaron acercárseles,
hasta que sobreviniendo otros soldados hicieron en ellos
gran carnicería y se llevaron prisioneros á cuantos pudieron
coger con vida, pues gran parte de ellos emprendieron
la fuga.
De estos prisioneros se hicieron cargo dos o tres sol-
dados, llevándolos atados con cadenas en grupos de quince o
veinte indios; pero aprovechando un momento de descuido
se arrojaron sobre sus guardianes y con las mismas cadenas
y con piedras los mataron , y desatándose luego los unos á
los otros despojaron los muertos, recogieron sus espadas,
rodelas y ballestas, y con las cadenas que los sujetaban
fueron á presentarlas al cacique.
Cuando más encendida estaba la guerra y con más
ardor se emprendía la persecución de los indios, con el
objeto de apoderarse de Cotubanamá, se noto su desapa-
ricio'n, suceso que puso en gran cuidado al capitán Esquivel.
Súpose, al cabo, que el astuto cacique, viendo que no era
posible la resistencia, se había refugiado con sus mujeres é
hijos en la isla de Saona, habiéndose retirado á lo más
áspero de la montaña, donde vivía con mucha vigilancia,
guardado por muchos de sus más fieles servidores.
Reunió' Juan de Esquivel cincuenta hombres, y se
embarco' con ellos muy entrada la noche , para que ninguno
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
553
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de los indios lo notase, y en poco tiempo atravesó' el corto
espacio que separa la isla Saona de la Española , que apenas
es de dos leguas, desembarcando en las playas de aquélla
mucho antes de que amaneciera. Cuando los vigilantes indios
subían á los picos más elevados de la costa para explorar
la playa y el mar, fueron sorprendidos por los soldados de
Esquivel, y obligados á servir de guías. Tomo el capitán
por un sendero muy estrecho, y por otro que lo era más
aún, y muy escabroso, se interno' solo un soldado que se
llamaba Juan Lo'pez, hombre vigoroso y muy diestro en el
manejo de las armas, que deseaba distinguirse por un hecho
notable, consiguiendo la captura del cacique. La suerte le
fué favorable, pero estuvo á punto de perder la vida.
Subiendo trabajosamente por el difícil sendero, iba Lo'-
pez ayudándose con gran dificultad con las manos para sepa-
rar la maleza, cuando de pronto se encontró' frente á frente
con un indio, al que seguían otros tres o' cuatro, que por lo
estrecho del camino no podían venir sino uno después de
otro. Sobrecogidos los indios con la inesperada presencia
del español, y creyendo que vendría seguido de otros
muchos, se dieron á la huida, y Lo'pez se encontró' delante
de Cotubanamá, que, armado con su arco y clava o' mucha-
dasna, caminaba el último de todos, y que ni por un instante
abrigo' el pensamiento de ocultarse ; antes por el contrario
armo' el arco con una gran flecha de tres puntas, y encaro' á
Lo'pez , que si no hubiera sido tan ágil hubiera caído pasado
de parte á parte por el disparo del cacique. Pero antes de
que éste pudiera dar tensio'n á la cuerda , López se puso de
un salto á su lado, le tiro' una cuchillada, y Cotubanamá
para evitar la segunda cogió la hoja con ambas manos, y
aunque se las corto' con los filos pudo arrancársela, y abra-
zándose entonces ambos, como eran de gran corpulencia y
fuerzas, lucharon con iguales bríos, y al fin cayeron los
dos en tierra, y el cacique trabo' del cuello á Juan Lo'pez
y se propuso ahogarle. Muy cerca estuvo de conseguirlo; @
Cristóbal Colón t. ii. — 70.
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554
CRISTÓBAL COLON
la agitación y el sordo ronquido de Lo'pez atrajeron á otros
soldados que subían por diferente senda, y llegando á
tiempo uno de ellos, dio' un golpe en la cabeza al cacique,
de que lo dejo' aturdido, y entonces lo ligaron y llevaron
preso ante Esquivel que por otro lado lo buscaba.
Por el rastro de los indios llegaron los soldados á lo
más intrincado de la montaña, y á una cueva donde había
estado retirado Cotubanamá, pero sus mujeres y sus hijos
habían desaparecido, y solamente encontraron los españoles
las armas que habían arrebatado los indios en su último
combate á los soldados muertos, y las cadenas con que los
habían magullado, y sirvieron entonces para asegurar al
cacique y llevarlo aprisionado á bordo de la carabela en el
trayecto desde Saona á Santo Domingo.
Juan de Esquivel, que contaba entre sus más brillantes
servicios la prisio'n de Cotubanamá, lo presento' á Ovando
cargado de cadenas, herido é imposibilitado de causar mal
alguno á los españoles. El Comendador, sin embargo, no
tuvo grandeza de ánimo para conceder el perdo'n al enemigo
vencido; el cacique murió' ahorcado en la plaza de Santo
Domingo, teniendo el mismo fin que Anacaona y otros jefes
principales de la isla , que todavía tuvieron que agradecer á
sus verdugos por no haberlos hecho perecer en la hoguera,
o' en. medio de los crueles tormentos de que gran número de
indios fueron víctimas.
De intento hemos pasado en silencio las horribles cruel-
dades que con los desventurados indígenas ejecutaron los
españoles, cuyos espantosos pormenores causan honda pena
y profunda indignacio'n al mismo tiempo. El testimonio del
P. Las Casas es irrecusable; presencio' muchos de aquellos
suplicios , y en su deseo de mover los corazones de los Reyes
en favor de los indios, los refiere con todos sus repugnantes
detalles. Para honra de la humanidad quisiéramos poder
olvidar tales hechos, ya que no sea posible borrarlos de las
inexorables páginas de la historia: solamente los recorda-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
555
remos para que pueda establecerse con datos auténticos la
comparacio'n entre la conducta noble, digna, magnánima de
Cristóbal Colón, y la que siguieron aquellos que acusán-
dole con calumnias, hijas de la envidia, fueron al país nueva-
mente descubierto para remediar los males que él había
causado con sus crueldades.
La isla quedo' pacificada después de concluida la guerra
del Higuey, si paz puede llamarse al silencio de la despo-
blacio'n y de la muerte. No hay exageracio'n alguna en este
concepto: al arribar los españoles á las playas de la isla
Española o' Haití en el mes de Diciembre del año 1492,
según dijo el Almirante al Arzobispo de Sevilla don Diego
Deza, había contado en las comarcas de la Vega Real y
montañas de Cibao más de un millón y cien mil almas; per*
contando los del Higuey que era pobladísimo, los de
Xaraguá y otros territorios que entonces no se habían
visitado, juzga el P. Las Casas, sin temor de engañarse,
que había en toda la isla más de tres millones de habi-
tantes.
Se consumieron y aniquilaron de tal modo, que cin-
cuenta años más tarde no era extraño que los que de España
llegaban á la isla pudieran preguntar si los indígenas de ella
eran blancos ó prietos, pues habían desaparecido casi del todo,
y no se les veía por parte alguna.
Notable y digno de atencio'n es el juicio del Almirante
sobre esta destruccio'n de los indios, que sirve al propio
tiempo para comprender el mo'vil que le guiaba en aquellos
de sus actos que han sido más calorosamente discutidos: —
«que los indios desta isla Española eran y son, dice él, la
riqueza della; porque ellos son los que cavan y labran el
pan y las otras vituallas á los cristianos, y los sacan el oro
de las minas, y hacen todos los otros oficios é obras de
hombres y de bestias de acarreo. Dice que está informado
que después que salió desta isla son muertos de los indios della de
siete partes las seis; todos por mal tratamiento é inhumanidad
556
CRISTÓBAL COLON
que se había usado con ellos; unos á cuchillo, otros muertos á
palos y mal tratamiento ; otros de hambre y mala vida que
les era dada, la mayor parte muertos en las sierras y
arroyos á donde iban huidos por no poder sufrir los trabajos;
de la cual falta de los dichos indios se perdia grandísima
renta: y dice mas, que bien que hoviese enviado á Castilla
muchos dellos y se hoviesen vendido, pero que era con pro-
po'sito que, después que fuesen instruidos en nuestra sancta
fé y en nuestras costumbres y artes y oficios, los torna-
rían á cobrar, y los volver á su tierra para enseñar á los
demás '.» —
Esto decía el Almirante en Memoria escrita al rey don
^i Fernando á mediados del año 1505.
V
Cuando Diego Méndez y Bartolomé Fieschi pusieron el
pie en tierra en el cabo Tiburón, se dirigía el comendador
Ovando con sus trescientos hombres de armas y setenta
caballos al territorio de Xaraguá, para hacer á la reina
Anacaona aquella visita, cuyos tristes resultados ya refe-
rimos. Ignorando esta marcha del Gobernador de la isla,
y creyéndole en Santo Domingo, el intrépido Méndez em-
prendió' el camino por la costa en una canoa, llevando al
remo indios del país que reemplazasen á los que había traído
de Jamaica y necesitaban reposo para recobrar las fuerzas;
sin reparar en lo dilatado del viaje, ni en los graves peligros
que había de correr al adelantar por un terreno que, según
expresio'n del mismo Méndez, no estaba conquistado ni alla-
» Fray Bartolomé de las Casa.?,.— Historia de las Indias, libro II, capí-
tulo XXXVII.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
557
nado. Parece por su relato que emprendió' el viaje solo, r
dejando á Fieschi en el cabo Tiburón, donde los naturales le
habían hecho buena acogida, para que apurase todos los
recursos á fin de llevar al Almirante la noticia de su feliz
llegada. En el caso de no ser posible hacer de nuevo la
travesía, Fieschi se dirigiría á Santo Domingo para reunirse
con Diego Méndez.
Salió éste con su canoa y con indecible trabajo por la
fuerza de las corrientes anduvo setenta leguas á fuerza de
remo; pero al tocar en el puerto de Azua, cuya villa
edificaba el comendador Gallego, tuvo noticia por éste de
que Nicolás de Ovando se encontraba en Xaraguá. Entonces
cambio' por completo su plan; despidió' á los indios, y
aunque había que atravesar cincuenta leguas por terreno
escabroso y casi desconocido, emprendió' á pie el camino,
acompañado de pocos indios que le guiaban y le llevaban las
provisiones.
Más de un mes había transcurrido desde su arribo á la
isla Española, cuando logro verse en presencia del gober-
nador Ovando. Causo á éste viva impresio'n el relato que
Méndez le hizo de los viajes y descubrimientos del Almirante,
después que ocurrid la tormenta que sumergió' la flota de
Bobadilla, y de las inmensas riquezas recogidas en los países
que había visitado ; escucho' con cierta desconfianza lo de la
pérdida de las cuatro naves, y situación en que se veía
Colón habitando en los buques encallados en la playa de
Jamaica; y con asombro mezclado de incredulidad, oyó' la
relacio'n que aquél le refería de su último viaje en la canoa
desde aquella isla á la de Santo Domingo.
« hallé al Gobernador, dice Diego Méndez en su
testamento, el cual me detuvo allí siete meses hasta que hÍ7,o
quemar y ahorcar ochenta y cuatro caciques, señores ae vasallos
y con ellos á Nacaona, la mayor señora de la isla á quien todos
obedecían y servian.» Esta larga dilacio'n en socorrer al
Almirante y á ciento treinta y cuatro españoles que se
558
CRISTÓBAL COLON
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encontraban en inminente peligro de perecer, merece especial
estudio. Recibió el comendador Ovando la carta en que
Cristóbal Colón le refería con toda verdad su triste situa-
cio'n, y escucho' cuanto le dijo Diego Méndez, y con aquello
so'lo bastaba para que inmediatamente hubiera enviado
socorro. Aías no fué así. Faltando desde luego á los deberes
de humanidad, y á los más sagrados que como autoridad le
imponía el desempeño de su cargo, dio' buenas palabras á
Méndez, manifestó' dolerse mucho de las apuradas circuns-
tancias en que se veía el Almirante, y tomar gran interés
en su salvacio'n ofreciendo a3^udarle inmediatamente; pero
no pasaba á la ejecucio'n. Corrieron los días, las semanas, y
Diego Méndez no dejaba de recordarle cada vez con mayor
vehemencia la necesidad de ayudar á los españoles, que tal
vez en aquellos momentos sucumbían en las playas de
Jamaica, abatidos por la falta de alimentos, por las enfer-
medades, y quizá también por la enemiga de los indios que
pudieran caer sobre ellos y reducir á cenizas las carabelas
con muy poco trabajo. Nada bastaba para mover al Comen-
dador. Siete meses pasaron, que no sería creíble si no lo
consignaran testigos presenciales y todos los historiadores , y
Diego Méndez, indignado, se decidió' á emprender de nuevo
un penoso viaje yéndose á pie desde Xaraguá á Santo
Domingo, que distaba setenta leguas.
So'lo entonces se decidió' Ovando á hacer alguna cosa
para pensar en ayudar al Almirante, y envió' el carabelo'n
que al mando de Diego Escobar llego' á Jamaica en el mes
de Abril del año 1504 con aquel singular mensaje que ya
dejamos referido.
Se quejaba el Almirante con sobrada razo'n, diciendo
que el Comendador le había dejado en aquel abandono en la
esperanza de que sucumbiera , librándose de una vez de los
temores que su presencia le inspiraba, y cumpliendo con
enviar á los Reyes la noticia de que había naufragado y
perecido en las inhospitalarias costas de Jamaica. Para nos-
I
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO Vil
559
otros es casi evidente que aquella apatía, aquel abandono,
aquella falta de caridad, fueron hijos del carácter suspicaz y
desconfiado del Comendador mayor que veía peligros por
todas partes. Y el envío del carabelo'n pone de manifiesto
sus manejos. Ni la carta de Colón, ni las noticias comuni-
cadas por Diego Méndez fueron creídas por Ovando. Falso
por carácter, veía siempre la falacia y el engaño en los
demás ; y hubo de sospechar que el Almirante quería apode-
rarse de algunos buques y venir á la isla Española con el
peso indisputable de su autoridad y apoyado por los solda-
dos que estaban á sus o'rdenes á reclamar lo mucho que se
le debía , y el cumplimiento de las o'rdenes reales que le
nombraban Virrey, Almirante, Gobernador y Capitán Ge-
neral. Podría ser absurdo el pensamiento, pero á tal punto
llegaba la desconfianza de Ovando, que no lograron disiparla
las instancias , los ruegos , ni las manifestaciones de angustia
del leal Diego Méndez. En presencia de aquel hombre tan
franco y tan valiente no se atrevió el Comendador mayor á
manifestar recelos ni desconfianza. ¡Como había de dudar
de la palabra de un hombre honrado ! \ De qué modo había
de decir que sospechaba que lo que le refería era mentira!
Sin embargo, en su interior no estaba satisfecho; con doblez
inusitada, con inexplicable indiferencia, dejo transcurrir siete
meses, y cuando Diego Méndez se dirigió á Santo Domingo
para hacer por sí lo que la autoridad superior de la isla no
hacía, y enviar ayuda al Almirante salvándole de su com-
prometida situación, entonces descubrió Nicolás Ovando su
pensamiento; quiso cerciorarse por sus propios ojos de que
era verdad toda la relacio'n que le habían hecho; y como
esto no era posible, busco' á un enemigo de Colón, á uno
de los más decididos partidarios de Francisco Roldan para
que fuese á las costas de Jamaica y volviera en seguida con
noticia de lo que hubiera visto.
De este modo se explica la extraordinaria misión de
Diego Escobar, tan extraña por la forma en que se hizo,
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56o
CRISTÓBAL COLON
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como por la persona que se eligió' para llevarla á cabo. Fué,
según el discreto juicio de Washington Irving, como un
espía que se manda á descubrir los secretos del campo
enemigo. Cuando el Comendador mayor supo que todo lo
dicho por Diego Méndez era cierto, sintió' renacer su con-
fianza, comprendió' la grave responsabilidad que había
contraído, los fundados cargos que podrían dirigírsele, y
vario' en cierto modo de conducta para librarse de ellos.
Muchos días tardo' Méndez en recorrer las setenta
leguas que le separaban de la ciudad de Santo Domingo.
Aprovecho el tiempo que medio' desde su llegada hasta que
surgieron en el puerto tres buques que iban de España , en
poner en orden los negocios del Almirante, ayudado por los
administradores que con ese objeto tenía nombrados, y en
recoger las cantidades que le correspondían, con cuyos
productos pudo comprar una de las naves recién llegadas.
En Santo Domingo encontró' también á su compañero
de viaje, el italiano Fieschi, que viendo le era imposible
volver á Jamaica á consolar al Almirante, porque los indios
no se prestaban por recompensas de ninguna clase á empren-
der la travesía en sus canoas, se había dirigido por la costa
á aquella ciudad para continuar sus trabajos, y en la espe-
ranza de reunirse con Diego Méndez. — «Estuve esperando,
dice éste, que viniesen naos de Castilla, que habia mas de
un año que no hablan venido. Y en este comedio plugo á
Dios que vinieron tres naos, de las cuales yo compré la una,
y la cargué de vituallas, de pan y vino y carne y puercos y
carneros y frutas, y la envié adonde estaba el Almirante
para que viniesen él y toda la gente, como vinieron allí á
Santo Domingo y de allí á Castilla.»
Confio' Diego Méndez el mando de la nao á Diego de
Salcedo, criado de Cristóbal Colón, que entonces residía
en Santo Domingo ; y en tanto que se compraban los víveres
y se aprovisionaba , dispuso el comendador Ovando que
fuera también con ella otra carabeleta, que él facilito y
i
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VII
561
equipo, para que pudieran venir todos con más comodidad,
y la puso á las o'rdenes del mismo Salcedo, á quien dio'
también una carta para el Almirante, con expresiones lison-
jeras y alguna disculpa por la injustificada tardanza. Bien
dejaba conocer con este solo hecho la variación de sus inten-
ciones, y que, abandonando anteriores recelos, entraba en
camino más razonable y daba oídos á lo que la justicia
exigía.
No se crea, sin embargo, que aquel movimiento fué del
todo espontáneo en el Comendador, ni que se decidiera á
favorecer á Colón y á los españoles que con él sufrían, por-
que supo su desgracia de una manera indudable por el testi-
monio de Diego Escobar. No: á pesar de todo, tal vez el
meticuloso Nicolás de Ovando hubiera dudado todavía, si las
acusaciones de muchos hombres importantes y los clamores
de la opinio'n pública no le hubieran empujado para que lo
hiciera.
Desde que Méndez y Fieschi llegaron á Santo Domingo
y se supo lo que hacía nueve o' diez meses había sucedido en
las playas de la isla Jamaica, la opinio'n pública se pronuncio'
en contra de la inexplicable apatía del Gobernador, y olvi-
dadas las prevenciones que contra el Almirante y sus her-
manos abrigaban muchos de los españoles allí residentes,
todos conocieron que era un deber de la nacio'n el socorrer
sin pérdida de tiempo al descubridor de aquel mundo en
que habitaban. Unos atribuían el abandono en que el
Comendador le tenía, al temor de que su sola presencia en la
Española produjese reaccio'n en su favor y hubiera escándalos
entre amigos y enemigos; otros llevaban más lejos sus malos
pensamientos , y atribuíanlo á otro mal fin, conviene á saber, a
que muriese en jamaica el Almirante, porque si fuese a Castilla
los Reyes lo restituirían en su estado prístino, y entonces quitár-
sele hia la gobernación desta isla al Comendador Mayor
Llego' el clamor de la opinio'n al más alto grado : exal-
tados los ánimos ante tamaña injusticia, se quejaban públi-
Cristóbal Colón t. ii. — 71.
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562
CRISTÓBAL COLÓN
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camente, y hasta en los pulpitos fué objeto de censura la
conducta de Ovando. Por eso no resistió'. — «Quejábase
mucho el Almirante, dice el P. Las Casas, del Comendador
Mayor, porque tan tarde le proveyó' de navios, atribuyén-
doselo á industria dolosa, porque allí pereciese, pues en un
año entero nunca fué proveído; y dijo que no lo proveyó'
hasta que por el pueblo desta cuidad se sentía y mormuraba, y
los predicadores en los pulpitos lo tocaban y reprendían.))
Al cabo, ya al finalizar el mes de Mayo, se dieron á
la vela los dos buques para recoger á los náufragos de
Jamaica.
Al avistarse las embarcaciones todos se confundieron
en la mayor alegría. Mirábalas el Almirante y no se atrevía
á dar crédito á sus ojos. Desembarco', al fin, Diego de
Salcedo, abrazo' conmovido á su señor y al Adelantado,
admirándose de encontrarlos á todos vivos; y repuestas las
fuerzas con los alimentos que les llevaban, y más esforzados
todos con la esperanza de volver á España, se dispusieron á
embarcar todo lo que cuidadosamente habían conservado de
sus exploraciones por la tierra firme, y podía contribuir á
que se formara idea de la riqueza de aquel territorio de
Veragua, y de las industrias varias de los indígenas del
continente.
- Embarcados el Almirante y todos los demás, se hicieron
á la vela el 28 de Junio de 1504, y navegaron con gran
lentitud y mucho trabajo, por ser los vientos y corrientes conti-
nuamente contrarios que vienen con las brisas. En el día 1.° de
Agosto llegaron á la isla llamada Beata, situada junto á la
costa Sur de la Española, como á veinte leguas del Puerto
Brasil, o' laquimo, y allí dieron fondo, porque la costa desde
aquel punto hasta Santo Domingo es muy brava, y las
corrientes siempre violentas, por lo cual la travesía era muy
difícil, y á veces peligrosa.
564
CRISTÓBAL COLÓN
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Las dificultades de aquel viaje fueron tantas, que
parece increíble que Cristóbal Colón con dos barcos de
medianas condiciones empleara tres semanas largas en reco-
rrer el camino que Méndez y Fieschi habían andado en
canoas en poco más de cuatro días. Durante la travesía, el
Almirante y el Adelantado fueron informados por Diego de
Salcedo del estado de la isla Española, del número de
colonos españoles que habían llegado, y de las ventajas que
se les ofrecían para aumentar la población á los que eran
casados y tenían oficio mecánico ; 3^ de la gestión del Comen-
dador Ovando, cuyos resultados empezaban ya á conocerse,
favorables en lo respectivo á la construccio'n de ciudades
nuevas , y regularidad en la administración , recaudacio'n
de tributos y laboreo de minas; funestos y desastrosos en
todo lo que se refería al trato con los naturales , á su edu-
cacio'n y bienestar, para crear allí una verdadera provincia
de España, pues lejos de procurarlo, se les hacía una guerra
de exterminio.
Fondeados en la isla Beata tuvieron que permanecer
muchos días, y como el Almirante sabía muy bien que con
vientos y corrientes contrarias no era posible navegar con
rumbo á Santo Domingo y aquéllos eran á veces muy dura-
deros, escribió una carta al Comendador noticiándole su feliz
arribo, é hizo marchar un enviado que desembarcase en la
costa y la llevase á su destino. Era la carta respuesta á la
que Salcedo le había entregado en Jamaica, y decía así:
«Muy noble señor: Diego de Salcedo llego á mí con el
socorro de los navios que vuestra merced me envió', el cual
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VIII
565
me dio la vida y á todos los que estaban conmigo ; aquí no
se puede pagar á precio apreciado. Yo estoy tan alegre, que
desque le vide no duermo de alegría; no que yo tenga en
tanto la muerte como tengo la victoria del Rey y de la
Reina, nuestros señores, que han rescebido. Los Porras
volvieron á Jamaica y me enviaron á mandar que yo les
enviase lo que yo tenia, so pena de venir por ello á mi costa,
y de hijo y de hermano, y de los otros que estaban conmigo;
y porque no cumplí su mandato, pusieron en obra por su
mano de ejecutar la pena : hobo muertes y hartas feridas , y
en fin, Nuestro Señor, que es enemigo de la soberbia é ingra-
titud, nos los dio' á todos en las manos: perdónelos, y los
restituí á su ruego en sus honras. El Porras, Capitán, llevo
á sus Altezas porque sepan la verdad de todo. La sospecha
de mí se ha trabajado de matar á mala muerte, mas Diego
de Salcedo todavía tiene el corazón inquieto; lo por qué, yo
sé que no lo pudo ver ni sentir, porque mi intención es
muy sana y por eso yo me maravillo. La firma de vuestra
carta postrera folgué de ver, como si fuera de Don Diego o'
de Don Fernando; por muchas honras y bien vuestro, señor,
sea, y que presto vea yo otra que diga El Maestre. Su noble
persona y casa Nuestro Señor guarde. — De la Beata, adonde
forzosamente me detiene la brisa. Hoy sábado, á 3 de
Agosto. Fará, Señor, vuestro mandado
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Xpo. FERENS.»
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Varias reflexiones sugirió' esta carta al P. Las Casas.
La primera que al decir que Diego de Salcedo, su fiel servi-
dor, tenía todavía el corazo'n inquieto, era porque veía que
no bastaban sus esfuerzos para destruir las prevenciones que
contra el Almirante se abrigaban , temiendo siempre escán-
dalos de su presentacio'n en la Española, á pesar de saberse
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566
CRISTÓBAL COLÓN
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su situación angustiosa; la segunda, que causa extrañeza
que al hablar Colón de la firma que llevaba la carta de
Ovando le dijese que deseaba ver pronto otra que dijera
El Maestre, cuando esta dignidad era anexa y estaba unida á
la corona por disposición de los Reyes. Parece que pudo
muy bien el Almirante felicitar al Gobernador porque á la
encomienda de Lares, que antes disfrutaba, hubiera susti-
tuido la más elevada de Comendador mayor de Alcántara;
pero la dignidad de Maestre no estaba en lo posible que la
alcanzara, y así la frase no puede conceptuarse sino como
una alta muestra de aprecio, como un cumplimiento exage-
rado para ganarle la voluntad.
Después de mes y medio de su salida de Jamaica dio'
fondo la nave que llevaba el Almirante en el puerto de Santo
Domingo. La fuerza de la opinio'n se había impuesto á
Nicolás de Ovando, y le había hecho salir de su indiferencia.
La población se agolpo en la playa deseosa de ver en salvo
al descubridor. «Salio'le á recibir el Comendador Mayor con
toda la ciudad, haciéndole reverencia y fiesta. Dejo'le su
casa en que se aposentase y allí le hizo servir muy compli-
damente.»
Sin embargo, el ánimo del Gobernador tan so'lo había
cambiado exteriormente ; en el interior alentaba siempre la
suspicacia, y como hija suya la malevolencia hacia el Almi-
rante, y el deseo de vejarle para que apresurase su marcha.
La cortesanía, la urbanidad de Ovando eran cumplidas; sus
modales atentos , sus frases melifluas , pero bien se conocía
que obraba forzado por las circunstancias , y que eran falaces
y arteros sus halagos, ocultando en el fondo verdadera ene-
mistad y quizás odio reconcentrado. — «Hizo gran recibi-
miento al Almirante, dice don Fernando Colo'n ', y le dio'
su casa para alojarse, y como si ésta fuese la paz del escor-
pión; por otra parte dio' libertad á Porras, que habia sido
Apuntes, (Historia), cap. CVIII, traducción de González Barcia.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VIII
567
cabeza de la rebelión , y procuro castigar á los que intervi-
nieron en su prisión; y quiso entrometerse en juzgar otras
cosas y delitos que solo tocaban á los Reyes Cato'licos, que
eran los que habian enviado al Almirante por Capitán
General de la armada. Hacia el Gobernador estas caricias al
Almirante, con falsas risas y disimulos en su presencia, y
duro esto hasta que se compuso nuestro navio »
Quejo'se mucho de él el Almirante, dice fray Bartolomé
de las Casas, porque con todas estas obras que mostraban
amistad y benevolencia, le hizo muchos agravios y obras
que tuvo el Almirante por afrentas; y así creía que todos los
cumplimientos que con él hacía eran hechos fingidamente.
Y con efecto, no podía llevarse más lejos la doblez, ni
buscar mayor encono contra Cristóbal Colón, que en el
acto que perpetro Nicolás de Ovando al poner en libertad á
Francisco Porras, que venía para que los Reyes le juzgasen,
y querer procesar á los que permaneciendo fieles habían
expuesto sus vidas para someter á los rebeldes é impedirles
que acometieran al representante de la autoridad real. No
tenía facultades para hacerlo, y atropello' injustamente los
privilegios y autoridad del Almirante, que le mostró' las
o'rdenes de los Reyes; pero Ovando hizo también presentacio'n
de las suyas apoyándose en ellas, aunque con tan poco
fundamento que el cronista Herrera decía \ que — «esto era
un notorio agravio, pues que no le competia aquel juicio,
sino al Almirante como á Capitán General, lo disimulaba
con mucho sentimiento, viendo que no aprovechaba presen-
tarle sus provisiones, las cuales no admitia ni cumplía,
diciendo que no hablaban con él.»
i^!
Década I, lib. VI, cap. XII.
568
CRISTÓBAL COLON
II
Bien se deja comprender que aquel estado de relaciones
entre el Gobernador y el Almirante no podía prolongarse
por mucho tiempo. Las exterioridades con que Ovando
quería cubrir sus atentados á los derechos de Colón, no
hacían más que lastimar con mayor fuerza los leales senti-
mientos de éste, que no podía sufrir tanta, perfidia.
Dio', pues, ordenes apremiantes para que se preparase
y aprovisionase la carabela que le había traído de Jamaica,
y era de su propiedad, y compro' otra más fuerte, al parecer,
que también se armo' con rapidez. Trabajo' en aquellos días
para reunir cuanto pudo de las rentas que le correspondían,
y en cu3^as reclamaciones se había ocupado, aunque con poco
éxito, hacía mucho tiempo Alonso Sánchez de Carvajal;
aunque no fué gran cantidad la que pudo recoger, siendo,
como era, muy crecida la que á su favor resultaba; pero el
Comendador Mayor cuando no ponía obáíáculos claramente,
contribuía con su indiferencia á dilaciones interminables, de
que el Almirante se quejo' repetidas veces.
Uno de los buques se confio' al mando del Adelantado:
en el otro debía embarcarse Colón, con su hijo Fernando, y
sus criados; debiendo tener cabida en ambos, los soldados y
marineros, que habiendo salido de Sevilla para el cuarto
viaje, quisieran regresar á sus hogares. Muchos desearon
venir, habiéndoles ayudado el Almirante con cuanto necesi-
taron para embarcarse. Otros muchos, la mayor parte de los
que habían influido en las insurrecciones de Jamaica, prefirie-
ron quedarse en la isla; mas como todos estaban en gran
necesidad, faltos de dinero y de ropa. Colón les distribuyo'
también algunas sumas, dando al olvido sus extravíos.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VIH
569
El 12 de Septiembre, un mes después de su llegada al
puerto de Santo Domingo, volvieron á salir de él con
direccio'n á España el Almirante y su hermano. Apenas
habían adelantado dos leguas en el mar, cuando una ráfaga
violenta desarbolo el barco en que habían hecho el viaje
desde Jamaica, tronchándole el mástil á raíz de la cubierta,
por cuya avería, y no confiando en la solidez del casco,
lo abandono' el Almirante, trasbordando al otro cuanto lle-
vaba y haciendo volver aquél al puerto de donde había
salido.
Siete días de pro'spero viaje habían hecho renacer la
confianza; adelantaban rápidamente por el golfo impulsados
por un viento favorable, cuando el 19 de Septiembre cambio'
repentinamente, y empezó' una tempestad horrorosa que hizo
pedazos el palo mayor, dejando el buque á merced de las
olas. No se cansaba la fortuna de poner á prueba la cons-
tancia y valor del Almirante.
Aunque postrado en cama y sufriendo los agudos dolo-
res de la gota, dispuso Colón cuanto era preciso en tan
apurado trance, y fué ejecutado con la actividad y pericia
que caracterizaban á don Bartolomé. Con tablas y cuerdas
se fortaleció la parte que del palo quedaba, armando sobre
ella una entena para que sirviera de mayor, y pudiera
soportar la vela ; y con aquel remedio continuo' navegando
el buque, aunque todavía en otro amago de la tormenta el
viento le quebró' la contramesana, haciendo cada vez más
difíciles las maniobras y más tarda y penosa la navegacio'n.
En esta disposicio'n hicieron un viaje de más de setecientas
leguas, con cincuenta y seis días de mar, hasta que, ren-
didos de cansancio, fatigados y enfermos, avistaron las cos-
tas de España, y el día 7 de Noviembre atravesaron la
barra del Guadalquivir y dieron fondo en Sanlúcar de Ba-
rrameda.
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Cristóbal Colón t 11. — 72.
570
CRISTÓBAL COLON
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III
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Se hizo conducir en seguida á Sevilla el Almirante,
porque allí esperaba encontrar la tranquilidad de su espíritu
y el descanso del cuerpo ; y porque estando en el centro de
la contratación le era más fácil abreviar el arreglo de sus
negocios, valiéndose de los muchos y buenos amigos que tenía
en aquella ciudad, para dirigirse á la corte á conferenciar
con los Reyes exponiéndoles la grandísima importancia de
los descubrimientos que en su cuarto viaje había hecho, la
riqueza inmensa del territorio de Veragua, y la urgente
necesidad de establecer allí una colonia fuerte y numerosa
para la explotacio'n de las minas ; al mismo tiempo que les
exponía los agravios que se le habían hecho y pedía se le
reintegrara en sus honores y dignidades.
Esperaban al Almirante en Sevilla su hermano don
Diego y muchos de sus más allegados amigos, y apenas
logro' algún reposo escribió larga carta á su hijo, que estaba
en la corte de los Reyes. Allí se encontraba también acom-
pañándole el valeroso Diego Méndez, que apenas vio' cum-
plido su deseo de poner un buque á disposicio'n del Almi-
rante para que saliera de Jamaica, se había embarcado en
otras carabelas que volvían á España y había pasado á la
corte para hablar de los últimos sucesos de Colón, según
éste se lo había recomendado, entregando en propia mano á
los Reyes la carta escrita por aquél desde Jamaica á 7 de
Julio de aquel año.
Méndez escribió' á Colón al mismo tiempo que su. hijo
don Diego, en cuanto supieron su llegada á Sevilla; y al
contestar á este último en 21 de Noviembre le decía: —
((A Diego MendcT^ agradezco su carta: non le escribo, porque
sabrá por ti todo, y por mi mal que me cansa.»
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO VIII
5/1
Tanto en esta como en otras posteriores manifiesta
Cristóbal Colón gran deseo de ver carta de los Reyes, á los
que escribió' repetidas veces, para conocer la impresio'n que
en su ánimo pudieran haber causado las últimas noticias de
sus descubrimientos y desgracias , y la acogida que daban á
sus reclamaciones. Ya á fines de aquel mismo mes en que
había llegado á Sevilla, en carta fecha 28, se manifiesta
resuelto á ir inmediatamente al lado de los Reyes; mas como
aunque su ánimo estaba muy entero, los dolores del cuerpo
no le permitían moverse del lecho, comenzó' á pensar en
hacer el viaje en litera, no obstante lo muy largo y costoso
que habría de ser, y las graves dificultades que presentaba.
— ((Bien que mi enfermedad me tribuía tanto, escribía, todavía
adere7S> mi ida Si me escribes, vayan las cartas á Luis de
Soria porque me las envié al camino donde yo fuere , porque si
voy en andas, será creo por la plata.))
Aunque su salud no mejoraba, el ilustre enfermo seguía
preparando, como se ve, la manera de trasladarse á la
cqrte. Dos días antes de escribir esta carta á su hijo le había
concedido el Cabildo eclesiástico las andas o' litera en que
proyecto' ponerse en camino. En el auto capitular de 26 de
Noviembre del año 1504, se contiene entre otros particulares
lo siguiente : — « Este dia mandaron sus mercedes que se pres-
ten al Almirante Colon las andas en que se trujo el cuerpo
del Señor Cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, que Dios
haya, para en que vaya á la corte, é se tome una cédula de Fran-
cisco Pinelo que asegure de las volver á esta Iglesia sanas.)) —
Era entonces muy difícil encontrar medios de viajar
cómodamente. Las literas eran muy costosas, y no las
poseían sino los más poderosos magnates, y los dignatarios
de la Iglesia y del Estado; por eso Colón, que recién llegado
á Sevilla no tenía medios de proporcionarse otra, acudió' al
Cabildo en solicitud de que le prestase la que poseía y debía
ser magnífica.
El Arzobispo cardenal don Diego Hurtado de Mendoza,
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572
CRISTÓBAL COLON
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había fallecido en Tendilla en 12 de Septiembre del año
1502, y el Cabildo de la Catedral de Sevilla, de acuerdo
con su hermano don Iñigo López de Mendoza, primer
Alcaide de la Alhambra, dispuso que fuera trasladado su
cuerpo á Sevilla para que tuviera sepultura digna en la
capilla de Nuestra Señora de la Antigua, que él había
engrandecido y dotado, y que señalo para su enterramiento.
La traslación fué con toda pompa, como correspondía á la
dignidad del personaje, y el recibimiento se hizo con gran
solemnidad por los dos cabildos eclesiástico y secular, según
dice el analista Ortiz de Zúñiga. Era suntuosa la litera, y
por eso en la concesión se puso la cláusula de que se devol-
viera sin desperfecto, demostrando el aprecio en que los
cano'nigos la tenían.
Fué crudísimo aquel invierno de 1504 á 1505. Comen-
zaron las lluvias muy pronto, siendo continuas y torren-
ciales; y sobrevinieron fríos tan intensos cual pocas veces se
dejaron sentir en esta parte de Andalucía. Después de las
nieves volvieron las lluvias. aLas aguas han sido tantas acá,
escribía Cristóbal Colón á su hijo con fecha 13 de Diciem-
bre, que el rio entró en la cihdad.í> Esto hizo que el Almirante
renunciara por entonces á ponerse en camino, esperando
tiempo más bonancible , y alguna mejoría en sus pade-
cimientos.
Ya en carta anterior lo había dicho á su hijo: — (.(Te
escrehi que mi partida era cierta, y la esperanT^a de la llegada
allá muy al contrario; porque este mi mal es tan malo, y el frió
tanto conforme á me lo favorecer, que non podia errar de quedar
en alguna venta. Las andas y todo fué presto. El tiempo tan
descomunal que parecía á todos que era imposible á poder salir
con lo que comenTjiha; y que mejor era curarme y procurar por
la salud que poner en aventura tan conoscida la persona.»
Resolvió, pues, con buen acuerdo, permanecer en Se-
villa; 3^ tal fué su estado que no pudo salir para la corte
hista el mes de Mayo del siguiente año.
I
CAPITULO IX
Últimos momentos de la reina doña Isabel. — Sus padecimientos
físicos y morales
II
Extracto de su testamento
Cláusula notable del codicilo relativa á los indios
III
Su muerte
Traslación de su cadáver. — Abatimiento de Cristóbal Colón
por la muerte de la Reina
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574
CRISTÓBAL COLON
Llenaba de pena y de amargura el corazón del Almi-
rante el estado en que se encontraba la reina doña Isabel.
Las noticias que de ella tuvo á su llegada á Sevilla fueron
desconsoladoras : las que recibió después le contristaron más
todavía. ((Muchos correos vienen cada dia, escribía á su hijo
don Diego, y las nuevas acá son tantas y tales que se me encres-
pan los cabellos todos de las oir, tan al revés de lo que mi
ánima desea. Plega á la Santa Trinidad de dar salud á la
Reina Nuestra Señora, porque con ella se asiente lo que ya vá
levantado.))
Cuando estampaba estas frases era el i.° de Diciembre,
y hacía seis días que su augusta protectora había dejado de
existir. Pero la infausta nueva no era sabida aún en Sevilla,
y eso que según el analista don Diego Ortiz de Zúñiga llegó
muy apriesa dándola el Rey á su Cabildo por carta del mesmo
dia de su fallecimiento.
Muchos años hacía que la salud de doña Isabel , cuya
constitucio'n era débil, había decaído por la excesiva acti-
vidad de su vida y el continuo trabajo intelectual. Ocupaba
demasiado aquella gran Reina, tanto las fuerzas de su
cuerpo como las de su espíritu. Los padecimientos físicos
la habían debilitado ; pero los sufrimientos morales minaron
más profundamente su existencia, y vinieron á herirla de
muerte, porque en ninguna parte encontraba ya alivio ni
reposo. Los consuelos de la religio'n la sostenían y forta-
lecían su ánimo; pero no eran bastantes para devolverle las
fuerzas físicas que se gastaban lentamente en incesante
trabajo, mientras los dolores más profundos consumían su
corazo'n.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
575
En el gran pensamiento político de los Reyes Católicos
entraban como factores importantísimos los enlaces de sus
hijos, que habían de dar por resultado la unio'n de toda la
península bajo un cetro poderoso, y la supremacía de
nuestra nacio'n en todos los consejos de Europa. Reina de
Castilla y Leo'n doña Isabel , de Aragón y Cataluña don
Fernando, reunieron bajo su cetro la mayor parte del
territorio de España, que ya quedo' casi completo con la
conquista de Granada: y los Reyes con previsora mirada
prepararon la unio'n de Portugal por un medio natural, que
aunque no produjo efecto inmediatamente y como ellos se
proponían , por causas muy superiores á su voluntad,
fueron ocasio'n de que después se reuniese su imperio al
cetro de Felipe II.
No es éste lugar oportuno para el examen de las levan-
tadas miras y atinados conceptos que guiaron á los Reyes
en todos los enlaces de sus hijos. Los más graves historia-
dores han hecho ya juicio que nadie contradice. El engrande-
cimiento de la nacio'n española era rápido, y se vislumbraba
el momento en que había de ser la más poderosa, rica y
respetada de Europa. «Era negocio muy importante, escribe
el docto jesuíta Juan de Mariana * , tener con estos casa-
mientos y con los de Austria, trabados con deudo tan
estrecho, Príncipes tan poderosos y grandes, con lo cual las
cosas dentro y fuera de España grandemente se aseguraban.»
La Providencia que tantos triunfos y grandezas concedió'
á doña Isabel en su reinado, puso también á prueba su
corazo'n con rudos golpes. Las desgracias de familia aciba-
raron todas sus glorias. Vio' morir víctima de rápida
dolencia al príncipe don Juan, la esperanza de su porvenir;
y poco tiempo después bajo' también al sepulcro la más
querida de sus hijas, la dulce y tierna doña Isabel, enlazada
con el rey de Portugal, compañera constante de su madre, á
Historia general de España^ libro XXVU, cap. I.
576
CRISTÓBAL COLON
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la que consagraba todos sus cuidados, y de la que, á más de
hija cariñosa, era amiga simpática é inteligente: y como si
todo esto no fuera bastante, una congoja mayor vino á pesar
en su ánimo y á lastimar las fibras más sensibles de su
corazo'n, con el convencimiento de que la Princesa doña
Juana, mujer de don Felipe de Borgoña, se hallaba atacada
de una enfermedad terrible é incurable, cuyas consecuencias
necesariamente habían de ser fatales. A tan repetidos golpes
no pudo resistir la salud de la Reina, ya muy quebrantada
hacía largo tiempo.
Cuando á principios del mes de Junio de aquel año de
1504 llegaron á la corte de Castilla las noticias de los
escándalos que la conducta liviana de don Felipe había
producido en su palacio, y de los arrebatos de su infeliz
esposa , fué tal la impresio'n que causaron en los Reyes
Cato'licos, que ambos cayeron gravemente enfermos con
fiebres violentas y de mal carácter. Dominaron los dos el
mal , que tuvo más de moral que de físico ; pero doña Isabel
quedo en tal estado de postración y abatimiento, que tenía
en constante alarma al Rey y á todos sus fieles y antiguos
servidores. Por desgracia aquellos temores eran muy fun-
dados. La enfermedad hacía rápidos progresos y el resultado
había de ser funesto. El docto italiano Pedro Mártir de
Angleria, que había sido preceptor del malogrado Príncipe
don Juan, y continuaba en la corte ocupando siempre un
puesto de confianza al lado de los Reyes, escribía ya en 7 de
Octubre al conde de Tendilla, ^ hablándole de la Reina: —
«Todo su sistema se halla dominado por la fiebre que la vá
consumiendo; se resiste á tomar alimentos de ninguna clase,
y tiene una continua sed, síntoma grave de la enfermedad,
que según todos los que reúne va á parar en hidropesía.»
Y ocho días después le decía ^ ; — « Deseáis saber el estado
* Oj>us Epistolarum.—Com^Xwú, in oedibus Michaelis de Eguia. — 1530. —
Epist. 274.
' Jbid. epist. 276, fecha 15 de Octubre.
LIBRO QUINTO.— CAf
de la salud
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LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
577
de la salud de la Reina: estamos todo el dia en el Palacio
esperando con tristes semblantes la hora en que la mayor
religiosidad y todas las virtudes abandonen la tierra con su
alma, y pedimos á Dios nos conceda acompañarla á donde
ha de volar su espíritu muy pronto. Nadie hay en el mundo
que pueda compararse con ella, porque escede á todos en
virtud en grado eminente; y no podremos decir que muere
sino que pasará á la vida más elevada, que antes debe darnos
envidia que tristeza. Este mundo lo deja lleno de su renom-
bre, y vá á gozar felicidad eterna y aun escribo con
esperanza, porque todavía vive nuestra reina.»
II
Tres días antes de que escribiera esta carta Pedro
Mártir, postrada en el lecho del dolor, pero con una sere-
nidad de espíritu admirable, aquella mujer tan superior
había otorgado su testamento «cuya extensión, así como
las muchas y graves materias sobre que da sus últimas
disposiciones, demuestran que su entendimiento se hallaba
en el más completo y perfecto estado de lucidez,» como dice
un escritor de nuestros días ^ «En este notable documento,
añade, resaltan los sentimientos de la virtud más pura y de
la piedad más acendrada.»
Comienza dando instrucciones para su enterramiento,
en estos términos : — « E quiero é mando que mi cuerpo sea
sepultado en el Monasterio de Sant Francisco, que es en el
Alhambra de la cibdad de Granada , seyendo de religiosos o'
de religiosas de la dicha orden, vestida con el hábito del
bienaventurado pobre de Jesu-Christo sant Francisco, en una
• Historia general de España, por don Modesto Lafuente, lib. V, cap. XIX.
Cristóbal Colón t. ii. — 73.
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578
CRISTÓBAL COLÓN
sepultura baxa que no tenga bulto alguno, salvo una losa
baxa en el suelo, llana con sus letras esculpidas en ella; pero
quiero é mando que si el Re}^, mi Señor, eligiere sepultura
en otra cualquier Iglesia o Monasterio de cualquiera otra
parte o' lugar destos mis reinos, que mi cuerpo sea allí
trasladado é sepultado junto con el cuerpo de su Señoría,
porque el ayuntamiento que tovimos viviendo, y que
nuestras ánimas espero en la misericordia de Dios ternan en
el cielo, lo tengan é representen nuestros cuerpos en el
suelo » Y con el elevado propo'sito de dar ejemplo para
que se moderasen los crecidos gastos que los nobles hacían
en los entierros de sus parientes , dispone que sus exequias
se hagan llanamente, sin demasías, y que lo que se había de
gastar en lutos y jergas se dé en limosnas de vestir pobres y
en luces al Santísimo Sacramento en iglesias que también
fueran pobres. Ordena después que se paguen puntualmente
todas sus deudas, y que cumplido esto se destine un millo'n
de maravedises en dotes á jóvenes menesterosas, y otro para
dotar doncellas que quisieran consagrarse á Dios entrando en
religio'n; y dispuso que además de otros se vistiesen doscien-
tos pobres y se redimiesen doscientos cautivos de los que es-
taban en poder de infieles, dentro del año de su fallecimiento.
Determinando sobre la sucesión á la corona, según las
leyes del reino, declara propietaria á su hija doña Juana, y
al príncipe don Felipe como marido suyo, dándoles á ambos
saludables consejos para la gobernacio'n del Estado; y
ocupándose del importantísimo punto sobre que ya le habían
representado los procuradores de las ciudades, en las Cortes
celebradas en Alcalá de Henares el año anterior, «por cuanto
puede acaescer que al tiempo que Nuestro Señor desta vida
presente me llevare, la dicha Princesa mi hija no esté en
estos reinos , o' después que á ellos viniere en algún tiempo
haya de ir é estar fuera dellos , ó estando en ellos non quiera ó
non pueda entender en la gobernación dellos.)) Después de haber
consultado con algunos prelados y grandes del reino, manda
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
579
que en cualquiera de los casos dichos en que su hija doña
]uansinon quisiera ó non pudiera entender rija, administre
y gobierne el rey don Fernando, acatando la nobleza y exce-
lencia y esclarecidas virtudes que le adornaban y la mucha
experiencia que tenía de las necesidades del reino, hasta que
su nieto don Carlos tuviera edad para reinar.
Estas y otras muchas de las disposiciones contenidas en
aquel notable documento, como las referentes á las mercedes
concedidas sin causa justificada; á la supresio'n de oficios
superfinos en la Casa Real, y á que no se concedan empleos á
extranjeros, demuestran cuan presentes estaban siempre en
su mente las necesidades de los pueblos, y cuánto interés
tenía en el buen orden de sus Estados, que no olvidaba
ni aún en su lecho de muerte.
Pero además de su alta inteligencia , respira por todas
partes en el testamento de doña Isabel la lealtad de su
corazón y la ternura de sus sentimientos. Copiada queda la
cláusula primera relativa á su enterramiento junto al cuerpo
del Rey su marido. Al revocar luego y dar por nulas las
mercedes que á muchos había hecho por necesidades é impor-
tunidades, recuerda los leales servicios de Andrés de Cabrera
y de su mujer doña Beatriz de Bobadilla, marqueses de
Moya, y demostrándoles su gratitud y su cariño, recomienda
á sus sucesores les conserven cuantas les habían concedido y
se las acrecienten; y volviendo á consignar pruebas de su
entrañable amor al Rey, que en diversos lugares recuerda á
sus hijos para que lo imiten, después de haber concedido á
aquél cuantiosa renta, concluye con estas interesantes frases:
— (( Pero suplico al Rey mi Señor que se quiera servir de
todas las joyas é cosas, 6 de las que á su Señoría mas
agradaren; porque viéndolas pueda haber mas continua
memoria del singular amor que á su Señoría siempre tuve:
é aun porque siempre se acuerde que ha de morir, é que le
espero en el otro siglo ; é con esta memoria pueda mas santa
é justamente vivir.» —
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(Ti. . \ ' P^
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58o
CRISTÓBAL COLON
m
Deja recomendados á los reyes doña Juana y don Felipe
á sus más fieles servidores , y designa por albaceas testamen-
tarios y ejecutores de su voluntad al rey don Fernando y al
cardenal Císneros, su confesor, á los contadores Antonio de
Fonseca y Juan Velázquez, al obispo entonces de Falencia
fray Diego Deza, confesor del Rey, y al secretario Juan
López de la Carraga. -
Fueron testigos de aquel acto tan solemne, y oyeron de
los trémulos labios de doña Isabel sus sabias disposiciones
don Juan de Fonseca , obispo de Co'rdoba ; don Fadrique de
Portugal, obispo de Calahorra; don Valeriano Ordo'ñez de
Villaquiran, obispo de Ciudad-Rodrigo; el doctor Martín
Hernández de Ángulo, arcediano de Talavera; el doctor
Pedro de Oropesa y el licenciado Luís Zapata, ambos del
Consejo de Sus Altezas; y Sancho Paredes, camarero de
la Reina.
«Me he detenido, dice el historiador William H. Pres-
cott, en referir los pormenores del testamento de doña Isabel,
porque presentan la prueba más completa de la constancia
con que á la hora de su muerte seguía fiel á los principios
que habían dirigido su conducta durante toda su vida: de
su amorosa y prudente política : de su previsio'n profética de
los males que se habían de originar después de su falleci-
miento (males que por desgracia no había previsión alguna
capaz de impedir); de su escrupulosa atencio'n á todos sus
deberes, y de aquel tierno afecto que profesaba á sus
amigos, y que no la desamparo hasta el último aliento de
su vida.»
Descansada ya de aquel peso, y cumplido el deber de
Reina, de esposa y de madre, quedo' algo más sosegada la
piadosa doña Isabel. Aunque la enfermedad no cedía y las
fuerzas físicas se debilitaban y eran cada día más cortas, su
entendimiento conservaba toda la lucidez de sus mejores
años, y en el silencio de las noches de insomnio, en las horas
de tranquilidad que le permitía la fiebre, mientras el reposo
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
581
de los que á su lado vigilaban, consagraba todavía largos
ratos de meditacio'n á los arduos negocios de su Estado.
Cerca de mes y medio después de haber hecho el testamento,
el 23 de Noviembre, otorgo' un codicilo que debía formar
parte de aquél y contenía disposiciones sobre algunos puntos
importantes que no había tenido en memoria anteriormente.
Entre ellos, uno solamente hace al propo'sito de esta historia,
y vamos á copiarlo textual , porque sirve de confirmacio'n á
lo que venimos demostrando, sobre la diferencia, la contra-
diccio'n que existía entre las intenciones de los Reyes Cato'-
licos y lo que practicaban sus gobernadores.
En el testamento se había limitado á dejar consignada
la terminante declaración de que «las islas é tierra firme del
mar Océano é islas de Canaria fueron descubiertas é conquis-
tadas á costa de los reinos de Castilla y León, y con los
naturales dellos; y que por esto era razón que el trato y
provecho dellas se haya é trate é negocie con ellos, y á ellos
venga todo lo que de allá se trajiere.»
Pero meditando luego sobre otros extremos, y trayendo
á la memoria las noticias que poco antes había recibido del
trato que se daba á los indios, y lo sucedido en Xaraguá y
en Higuey que había presenciado y referido Diego Méndez,
aunque no todo llegase á oídos de la Reina con sus horribles
pormenores, quiso mirar por la suerte de aquellos desgra-
ciados, que eran vasallos de su corona, y en la cláusula
décima del codicilo se expreso en estos términos:
!¿
VI
« ítem , por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas
por la Santa Sede Apostólica las islas y tierra firme del mar
Océano , descubiertas y por descubrir, nuestra principal
intención fué al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro
Sexto, de buena memoria , que nos fizo la dicha concesión,
de procurar inducir y traer los pueblos dellas á los convertir
á nuestra santa fé Cato'lica, y enviar á las dichas islas y
tierra firme Prelados o' religiosos y Clérigos, y otras per-
582
CRISTÓBAL COLÓN
sonas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos
y moradores dellas en la fé Cato'lica, é les enseñar é doctrinar
buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida,
según como mas largamente en las Letras de la dicha con-
cesión se contiene. Por ende suplico al Rey mi Señor muy
afectuosamente, é encargo y mando á la dicha Princesa mi
hija, y al dicho Príncipe su marido, que así lo hagan y
cumplan, é que éste sea su principal fin, é que en ello
pongan mucha diligencia , y non consientan ni den lugar que
los indios vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme,
ganadas y por ganar, resciban agravio al gimo en sus personas y
bienes; mas mando que sean bien y justamente tratados. Y si
algún agravio han resabido lo remedien é provean, por manera
que no se exeda en cosa alguna de lo que por las Letras Apostó-
licas de la dicha concesión nos es inyunjido é mandado.»
fírsi
Se complace el ánimo al reflexionar, que si el cielo no
hubiera llamado á sí en momento tan decisivo á la gran
Reina, las quejas de Cristóbal Colón hubieran sido aten-
didas, cambiando de un modo favorable la suerte de los
pobres indios, y poniendo impedimento, con medidas enér-
gicas y humanitarias, á la despoblacio'n de la isla Española,
que caminaba á pasos agigantados por la conducta tan cruel
como- indiferente de las autoridades.
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III
El miércoles 26 de Noviembre de 1504, á la hora del
medio día exhalo' su último aliento la Reina Católica. El
sentimiento de la nacio'n fué unánime: todos la lloraron
como pérdida irreparable, y lo era efectivamente. El dolor
de la corte está vivamente pintado en la carta que en aquel
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
583
mismo día escribió Pedro Mártir al venerable arzobispo de
Granada ^ : — «La pluma se me cae de las manos y mis
fuerzas desfallecen á impulsos del sentimiento: el mundo ha
perdido su ornamento más precioso, y su pérdida no solo
deben llorarla los españoles á quienes había conducido por
tanto tiempo en la carrera de la gloria, sino también todas
las naciones de la cristiandad, porque era el espejo de todas
las virtudes, el escudo de los inocentes y el freno de los
malvados: no sé que haya habido heroína en el mundo, ni
en los tiempos antiguos ni en los modernos, que merezca
compararse con esta incomparable mujer.»
Fúnebre y numerosa comitiva se ordeno' para conducir
á Granada los restos mortales de la esclarecida Reina que
la había arrancado del poder de los musulmanes, y deseaba
descansar en su recinto. Formábanla dignatarios de la
Iglesia, representantes de la nobleza, servidores del palacio
de los Reyes, entre los cuales se contaba Pedro Mártir de
Angleria, y brillante séquito de escuderos, pajes y soldados.
Al día siguiente del fallecimiento de la Reina se puso en
marcha el cortejo, pero el tránsito fué difícil y penoso,
porque las lluvias continuas pusieron los caminos intran-
sitables, crecieron los ríos, desbordáronse los arroyos, y
apenas hubo jornada que no se hiciese entre un deshecho
torbellino de agua y viento. A la tristeza del objeto que á
todos preocupaba, se unía lo encapotado del cielo; ni un solo
día lucio el sol en todos los que duro' el viaje. Obligados á
detenerse en Toledo, en Jaén y en otros lugares, no pudieron
llegar á Granada hasta el 18 de Diciembre, cumpliendo al
cabo, después de muchos peligros y molestias, el triste deber
de colocar el cadáver de la Reina de España en el humilde
convento de franciscanos donde fué su voluntad descansar.
En el mismo día del fallecimiento de doña Isabel hizo
' Oj>us epistolarum. — Epist. 279.
584
CRISTÓBAL COLÓN
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v^-^ss^s:^^
H el Rey que se comunicase la infausta noticia al cabildo de la
ciudad de Sevilla , en carta que se conserva en su archivo y
está concebida en estos términos:
((Hoy dia de la fecha de esta, ha plazido á nuestro
Señor de llevarse para sí á la serenísima Reina Doña
Isabel, mi muy cara y muy amada muger, y aunque su
muerte ha sido para mí el mayor trabajo que en esta
vida me podia venir, é por una parte el dolor de ella,
por lo que en perdella he perdido y perdieron todos estos
Reinos me atraviesa las entrañas; pero por otra, viendo
que ella murió' tan santa é Catcílicamente como vivió, de
que es de esperar que nuestro Señor la tiene en su gloria,
para ella es mejor é mas perpetuo reino que los que acá
tenia, y pues á nuestro Señor así plugo, es razón de confor-
marnos con su voluntad y darle gracias por lo que hace ; y
porque la dicha serenísima Reina que santa gloria haya, en
su testamento dejo' ordenado que yo tomase la administración
y gobernación de estos reinos é Señoríos de Castilla é de
León, é de Granada, y por la serenísima Reina Doña Juana,
mi muy cara y muy amada hija, lo cual es conforme con lo
que los Procuradores de Co'rtes de estos dichos Reinos le
suplicaron en las Cortes de la ciudad de Toledo en el año de
mil quinientos y tres, por ende, yo vos encargo que luego
que esta viéredes, después de hechas por su ánima las
obsequias que sois obligados, alzeis é fagáis alzar pendones
en esa dicha ciudad por la serenísima dicha Reina Doña
Juana mi hija, como Reina y Señora destos Reinos y Seño-
ríos; y en cuanto al ejercicio de la jurisdiccio'n de esa dicha
ciudad, mando al Conde de Cifuen.tes, Asistente que es de
ella, que tenga las varas de la dicha justicia y use de la
dicha jurisdicción él y sus oficiales por la dicha serenísima
Reina Doña Juana; y vos, los dichos Consejo y Veinticuatros
que lo tengáis por Asistente de ella y uséis con él y con los
dichos sus oficiales é Lugar-Tenientes en la dicha juris-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO IX
585
dicción, que yo por la presente como Administrador y
Gobernador que soy de estos Reinos, le doy mi poder
cumplido; y porque la dicha serenísima Reina, que santa
gloria haya, mando' por su testamento que non se traiga
jerga por ella, no la toméis ni trayais, nin consintáis que se
traya, y fazeldo así pregonar porque venga á noticia de
todos, fecha en Medina del Campo á veinte y seis dias de
Noviembre.»
Esta carta, traída por correo especial llego' á Sevilla el
5 de Diciembre y en el siguiente día se alzaron pendones por
doña Juana.
Debió ser comunicada por el cabildo al Almirante, que
tuvo noticia por ella de la desgracia que temía tanto, y
teniendo escrita una breve para su hijo, fecha del día 3,
esperando conducto para enviarla, le añadió' un Memorial
después de recibir la triste noticia, que empezaba así :
— vLo principal es de encomendar afectuosamente con
mucha devoción en el ánima de la Reina nuestra Señora á Dios.
Su vida siempre fué católica y santa y pronta á todas las cosas
de su santo servicio; y por esto se debe creer que está en su santa
gloria, y fuera del deseo deste áspero y fatigoso mundo. Después
es de en todo y por todo de se desvelar y esforTjir en el servicio
del Rey nuestro Señor y y trabajar de le quitar enojos. — Su
Altera es la cabera de la cristiandad: ved el proverbio que di^:
cuando la cabella duele todos los miembros duelen. Ansí que
todos los buenos cristianos deben suplicar por su larga salud y
vida: y los que somos obligados á le servir, más que otros
debemos ayudar á esto con grande estudio y diligencia. Esta
rüTpn me movió agora con mi fuerte mal á te escrebir esto que
aquí escribo »
Frases tan sentidas y que se conoce salían del alma,
inspiraron á Washington Irving este hermoso comentario:
« Es imposible leer sin emocio'n esta sencilla , elocuente y
triste carta , en que con rasgos tan naturales expresa Colón
Cristóbal Colón t. ii. — 74.
Wmba^Sitinmiaiáiami^i
u
S86
CRISTÓBAL COLON
su ternura por la memoria de su bienhechora, su cansancio
de los cuidados y males de la vida , é invariable y sufridora
lealtad hacia el Soberano que tan ingratamente le trataba.
En estas cartas de confianza y sin estudio se lee el corazo'n
de Colón.»
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588
CRISTÓBAL COLON
La profunda pena que en el ánimo de Cristóbal Colón
produjo la muerte de la Reina fué causa de que con el
abatimiento del espíritu empeorasen los males del cuerpo.
Bien conocía el Almirante lo que había perdido al faltarle
doña Isabel; el momento era crítico, era el supremo y deci-
sivo para sus esperanzas, y sin el apoyo de aquella mujer
superior, cuyo gran corazón sentía la elevación de la inteli-
gencia y la trascendencia de los proyectos del descubridor,
quedaba éste mucho más desamparado de lo que nunca se
había visto. Tenía que reclamar contra los atentados de que
había sido objeto en su persona y en sus bienes ; pedir se le
cumplieran los capítulos de su solemne contrato con los
Reyes, y se castigase á los que, abusando de las ordenes de
éstos, habían atropellado su autoridad. Había de exigir se
le repusiera en sus cargos, con todos los honores, dignidades
y retribuciones que le eran anexas ; y á más de lo que le era
puramente personal, tenía también el deber de protestar
contra la administración de los gobernadores de la isla
Española; demandar proteccio'n para los indios, y reforma
de muchos males que allí se tocaban, y que tenían su origen
y eran amparados por altos dignatarios de España; así como
hacer constar que todas las licencias que estaba expidiendo
la casa de Contratacio'n de Sevilla para viajes de descubri-
miento, eran notoria infracción de lo capitulado.
En otro orden de cosas, la importancia de los nuevos
descubrimientos en tierra firme; la riqueza indudable y
reconocida de la costa de Veragua, y la gran poblacio'n de
aquellos territorios, pedían imperiosamente una colonización
más activa; expediciones más frecuentes y numerosas, que
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
589
por consiguiente habían de exigir grandes sacrificios del
tesoro público; y conocidas las tendencias que en la corte de
don Fernando predominaban, y la índole particular del
monarca, era entonces más necesaria que lo había sido
nunca en los asuntos de Indias la intervencio'n de la Reina
Católica.
Su falta era, pues, irreparable. Bien lo conocía Cris-
tóbal Colón; pero acogiéndose todavía á una remota espe-
ranza, buscaba entre las últimas palabras de su protectora
algo que favoreciera sus intenciones , y pudiera servir para
obligar á don Fernando á que saliera de su estudiada indi-
ferencia. De esto hay muchos rasgos en su correspondencia
de aquellos días.
En carta de 13 de Diciembre decía á su hijo don Diego:
((Acá mucho se suena que la Reina, que Dios tiene, ha dejado
que yo sea restituido en la gobernación de las Indias ^))
Y temiendo, al parecer, que algo se le procurase ocultar,
insistía en la de 2 1 del mismo mes de Diciembre : — «Es de
trabajar de saber, si la Reina, que Dios tiene, dejó dicho algo en
su testamento de mi.)) — Este era un pensamiento de que no
quería desprenderse, porque conocía su valor en aquellas
circunstancias.
El mal estado de su salud; las lluvias continuas y los
grandes fríos de aquel crudo invierno, retenían al Almirante
en Sevilla, y aún en el lecho la mayor parte de los días.
Durante el día los dolores le quitaban la fuerza hasta el
punto de no poder escribir: consagraba la noche á su corres-
pondencia, y á pesar de las molestias continuas de sus pade-
cimientos, nada descuidaba de cuanto al asunto de las Indias
y á sus propios negocios se refería.
El cabildo le había facilitado la litera y todo estaba en
disposición para emprender el viaje; pero en aquel punto, y
a
* Puede verse con todas las demás dirigidas á su hijo, en las Aclaraciones
y documentos (EJ).
590
CRISTÓBAL COLON
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^'^^^
cuando menos lo esperaba llego de la corte Alonso Sánchez
de Carvajal, y le hizo ver la imposibilidad de ponerse en
marcha. Los caminos estaban del todo intransitables, eran
un continuo lodazal cortado con mucha frecuencia por las
aguas estancadas que formaban extensas lagunas, siendo
peligroso lanzarse á atravesarlas por la inseguridad de
encontrar en su fondo terreno firme; y mucho más en una
pesada litera, que había de ser conducida por dos d cuatro
muías. Esto por una parte, y por otra, que era la más
principal, la postración de fuerzas en que Colón se encon-
traba, le movieron á aplazar el viaje y buscar medios de
trasladarse á Castilla con menores dispendios y más segu-
ridad.
Pensó desde luego en enviar al lado del Rey á su
hermano don Bartolomé y á su hijo don Fernando para
que esforzasen sus pretensiones : — « Envió allá á tu hermano,
que bien que él sea niño en dias, no es ansí en el entendimiento,
y envió á tu tio y Carvajal, decía el Almirante á don Diego,
porque si éste mi escrebir non abasta, que todos con ti juntamente
proveáis con palabra, por manera que su Altera reciba servicio.^)
En el punto mismo de su llegada á Sevilla, en los
primeros días del mes de Noviembre , dirigió' Colón una
extensa carta á los Reyes exponiéndoles muchas de las cosas
de la isla Española cuyo remedio era urgente en su entender,
y de gran interés para la corona ; pero pasaron semanas y
meses sin que se atendiera á ello, ni siquiera se le contestase.
— « Yo escrebi á su Altera, dice en otro Memorial que remitid
á su hijo, luego que aquí llegué, una carta bien larga, llena de
necesidades que requieren el remedio cierto, presto y de braTj)
sano. Ninguna respuesta ni provisión sobre ello he visto.))
Muchas veces repitió sus instancias directamente, como se
ve en su correspondencia; algunas sobre extremos que recla-
maban de justicia prontas resoluciones : « Yo torné á escrebir
a sus Alteías, suplicándoles que mandasen á proveer de la paga
desta gente que fueron conmigo, porque son pobres, y anda en
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
591
tres años que dejaron sus casas. Las nuevas que les traen son
más que grandes. Ellos han pasado infinitos peligros y trabajos.))
Pero no obtenía respuesta. aFolgara yo en ver cartas de sus
Alteras y saber que mandan, dice en otro lugar. Débeslo de
procurar si viéredes el remedio.»
Hay que tener en cuenta que las circunstancias entonces
eran anormales en el palacio de los Reyes. La enfermedad
de la reina doña Isabel, y luego su fallecimiento, tenían en
gran perturbacio'n todos los servicios; pero Colón, impa-
ciente , y desconfiado con razo'n sobradísima de cuanto
pudiera ocurrir, se decidió' á desprenderse de su hermano é
hijo, pues todos los que verdaderamente pudieran interesarse
en sus reclamaciones le parecían pocos para ser enviados á
la corte, 5^a que él no podía estar allí por su enfermedad.
En cinco o' seis de Diciembre salieron de Sevilla el Adelan-
tado y don Fernando con Alonso Sánchez de Carvajal, que
á ruegos del Almirante volvía á la corte; pero tal era el
estado de los caminos, y la dificultad de las comunicaciones,
que todavía el 29 escribía el Almirante á don Diego: — «Con
Don Fernando te escrebi largo, el cual partió para allá, hoy son
veinte y tres dias, con el Sr. Adelantado y con Carvajal, de los
cuales non he después sabido nada.))
El año terminaba con los mismos temporales que hacía
meses reinaban; los fríos se dejaban sentir con extraordinaria
intensidad : « Acá han hecho unos frios y hacen, que me han
fatigado harto y fatigan.)) El caminar en la litera se hacía no
difícil, sino imposible por mucho tiempo. Entonces pensó' el
Almirante en hacer el viaje en muía; medio más seguro,
más co'modo y mucho más barato, y escribid á su hijo para
que obtuviese la licencia real, a Si sin importunar, le decía,
se hoviese licencia de andar en mida, yo trabajarla de partir
para allá pasado Enero, y ansí lo haré sin ella; por ende non se
deje de dar prisa porque las Indias non se pierdan, como hacen.))
Y en otra escribía : « La licencia de la muía, si sin trabajo se
puede haber, folgaria de ella, y de una buena muía.))
592
CRISTÓBAL COLON
FpT^
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Necesitaba se pidiera aquella licencia para no incurrir
en las penas impuestas por los Reyes Católicos en su Prag-
mática del año 1494, cuyas causas y efectos expone el
cronista Andrés Bernáldez en estos términos : — « En el año
de 1494, habiendo visto el Rey y la Reina que de todos sus
reinos de Castilla y de León, para la guerra de los moros,
á duras penas podian llegar diez o' doce mil hombres de á
caballo, y habia mas de cien mil encabalgados en muías,
proveyeron de una premática con muy grandes penas, que
ninguno ni alguno, caballero. Duque ni Conde, ni otra
dignidad, escudero ni labrador, viejo ni mozo, no fuese
osado de cabalgar en muía enfrenada y en silla, so pena de
que se la matasen, salvo la clerecía de orden sacra é las
mujeres. Hicieron al comienzo tales ejecuciones sobre ello
las justicias del Rey, que se tuvo y mantuvo en tal manera,
que Duques, Condes y Marqueses y todos los otros señores
la temieron y mantuvieron todo el tiempo que vivió la Reina
Doña Isabel, como si en la quebrantar oviesen de perder la
vida, y deshízose la caballería de las muías muy presto, é
valieron muy de valde, é echáronlas al uso de la albarda y
del trabajo, en arar, moler, carretas, andar en harrias, y
las muy famosas fueron vendidas fuera de los reinos; y el
Rey mesmo dio tal ejemplo en esto, que jamás cabalgaba
en muía, salvo siempre á caballo. Algunos dijeron que esto
se hizo por las guerras que se esperaban de Francia, porque
se encabalgase á caballo é oviese mas gente de á caballo.»
Para obtener la dispensa de aquel precepto, acudid don
Diego Colon al Rey, que otorgo' la gracia que se le pedía,
por Real Cédula de 23 de Febrero de 1505, que dice así:
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«El Rey: Por cuanto Yo soy informado de que vos el
Almirante Don Cristóbal Colon estáis indispuesto de
vuestra persona á causa de ciertas enfermedades que habéis
tenido é tenéis, é que no podéis andar á caballo sin mucho
dapno de vuestra salud: por ende, acá doy licencia para
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
593
que podáis andar en muía ensillada é enfrenada por cuales-
quier partes destos Reinos é Señoríos , que vos quisiéredes é
por bien toviéredes, sin embargo de la premática que sobre
ello dispone: é mando á las justicias de cualesquier partes
destos dichos Reinos é Señoríos que en ello non vos pongan
nin consientan poner impedimento alguno, so pena de diez
mil maravedís para la Cámara á cada uno que lo contrario
ficiere. Fecha en la ciudad de Toro á veinte y tres de
Hebrero de mil quinientos y cinco años.»
Colón había conseguido su objeto, y disponía ya de
medios para trasladarse á la corte: la litera estaba pronta,
y caso de no poder hacer uso de ella por el mal estado
de los caminos, tenía licencia para cabalgar en muía,
siendo probable que con la Real cédula le enviara su
hijo una bestia apropdsito para el objeto á que se destinaba,
de conducir á un anciano enfermo durante muchos días, sin
causarle grandes molestias. Pero el tiempo seguía muy
desapacible, los fríos eran intensos, y no era prudente
desafiar la inclemencia de la estación. Es probable que con
tales condiciones empeorase la salud del Almirante, pues,
como luego veremos, á pesar de todo su afán, permaneció'
en Sevilla hasta muy entrado el mes de Mayo del año 1505.
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II
Estaba solo el Almirante en Sevilla, entregado á los
dolores de su cuerpo y á la ansiedad de su espíritu; pues
sobre no encontrar alivio á la gota, le tenía en cuidado la
falta de noticias de su hijo Fernando y del Adelantado y
Carvajal, cuando le distrajo de sus tristes pensamientos la
presencia inesperada de uno de sus mejores amigos. En los
Cristóbal Colón t. ii. — 75.
594
CRISTÓBAL COLÓN
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primeros días del mes de Enero se encontró' agradablemente
sorprendido al ver entrar en su aposento á Diego Méndez,
el valiente y leal compañero que tantos servicios le había
prestado en momentos de angustia , y al que debía el haber
podido salir de su triste situacio'n en la isla Jamaica.
Había comprado, según ya se ha dicho, un buque de
los tres que llegaron de España cuando él se encontraba en
Santo Domingo, aprovisionándolo y despachándolo para
que fuera á recoger al Almirante y á sus compañeros bajo la
direccio'n de Diego de Salcedo ; y cumplido aquel imperioso
deber se embarco en los otros buques que venían de regreso,
para traer á los Reyes la carta en que aquél le daba cuenta
de sus descubrimientos y penalidades, y á otros amigos y
protectores las quejas de sus agravios para que procurasen el
remedio. Al llegar Cristóbal Colón á Sevilla se encontraba
Diego Méndez en la corte cumpliendo los encargos que había
recibido. Tal vez lo llevo' á ver al Almirante la necesidad de
recoger fondos, y negociar letras para los gastos que ocasio-
naban los asuntos pendientes, según podría conjeturarse por
frases de las cartas de Colón á su hijo don Diego : tal vez
éste y su hermano y su tío le enviaron á Sevilla para que
acompañase al Almirante enfermo, y le consolase con su
presencia y sus noticias.
Estuvo á su lado cerca de un mes, y en 3 de Febrero
volvió á la corte llevando las cantidades que el mismo Colón
le había proporcionado, y sus instrucciones para lo que debía
hacerse en todos los puntos pendientes de resolucio'n, en lo
cual interesaba á todos sus antiguos protectores, y con
especial predileccio'n al señor don fray Diego Deza, entonces
todavía obispo de Falencia, aunque ya presentado para el
arzobispado de Sevilla, donde hizo su entrada solemne en
24 de Octubre de aquel mismo año 1505. Se encontraba á
la sazo'n en la corte el ilustre Frelado, y en su proteccio'n
confiaba como siempre el Almirante, que encarga repetidas
veces á su hijo don Diego le muestre sus cartas y sus peti-
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
595
dones al Rey, ay es de dar priesa al Sr. Obispo de Falencia, le
dice en una de ellas , él que fué causa que sus AltcTjis hoviesen
las Indias, y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de
camino para fuera.»
Sospechamos que los padecimientos de Colón se agra-
varon con la crudeza del invierno, no tan so'lo por el mucho
tiempo que dejo pasar antes de emprender el camino, desde
que obtuvo la licencia para andar en muía con silla, sino
también porque no se ha encontrado hasta hoy carta suya
escrita desde Sevilla con fecha posterior al 18 de Febrero, y
aun esta última no está escrita, sino solamente firmada por
él, dando indicio de que no podía hacerlo sin gran dificultad.
Al cabo llegado el mes de Mayo, y mejorado de sus dolen-
cias el Almirante con la dulce temperatura de primavera en
Sevilla, pudo ponerse en camino, haciendo cortas jornadas
en su muía y descansando con frecuencia en los pueblos
donde podía encontrar alguna comodidad.
El rey don Fernando estaba en Segovia, y allá se dirigid
Colón acompañado de su hermano don Bartolomé para
besar las manos de su Alteza. Recibio'les el Rey con sem-
blante un tanto alegre, aunque no tanto cuanto requerían sus
luengas navegaciones, sus grandes peligros, sus inmensos trabajos
y aspérrimos; escuchando con mucha atención }'■ verdadero
interés toda la historia del último viaje, fijándose en la gran
extensio'n y riqueza del territorio descubierto en tierra firme,
en la condicio'n de sus indígenas, y en todos los demás acci-
dentes que habían ocurrido, tanto en Jamaica como en la isla
Española ; y los despidió con gran cortesía , no faltando
cumplimientos de palabras.
Mas como iba pasando el tiempo, y no se tocaba el re-
sultado de aquellos ofrecimientos, el Almirante dirigió' á don
Fernando un escrito, cuyas primeras frases hemos referido
á otro propo'sito y que estaba concebido en estos términos:
«Muy alto Rey: Dios nuestro Señor milagrosamente
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596
CRISTÓBAL COLÓN
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me envió acá porque yo sirviese á Vuestra Alteza; dije mila-
grosamente, porque fui á aportar á Portugal, donde el Rey
de allí entendia en el descubrir mas que otro : él le atajo la
vista, oido y todos los sentidos, que en catorce años no le
pude hacer entender lo que yo dije. También dije milagro-
samente, porque hobe cartas de ruego de tres Príncipes, que
la Reina que Dios haya, vido, y se las leyó' el Doctor Villa-
Ion. Vuestra Alteza después que hobo cognoscimiento del mi
decir, me honro y fizo merced de títulos de honra: ahora
mi empresa comienza á abrir la puerta y dice que es y será
lo que siempre yo dije. Vuestra Alteza es cristianísimo, yo
li\ y todos aquellos que tienen noticia de mis fechos en España
y en todo el mundo, creerán que Vuestra Alteza, que me
honro' al tiempo que no habia visto de mí salvo palabras,
que agora que vé la obra, que me renovará las mercedes que
me tiene fechas, con acrescentamiento, y ansí como me
prometió' por palabra y escripto y su firma: y si esto hace,
sea cierto que yo le serviré estos pocos dias que nuestro
Señor nos dará de vida, y que espero en él, que según lo
que yo siento y me parece saber con certeza, que yo haré
sonar mi servicio que está por hacer, á la comparación de lo
hecho, ciento por uno »
No desconocía don Fernando la importancia de los ser-
vicios que Cristóbal Colón había prestado á la corona;
pero escuchando con benevolencia sus reclamaciones difería
el resolver sobre ellas, y cuando ya se vio' muy apremiado,
respondió' que para que negocio tan importante se determi-
nara con todo conocimiento, parecía bien se nombrase perso-
na que se ocupara de él con madurez y detencio'n. — «Dijo
el Almirante : — « sea lo que Vuestra Alteza mandare , » —
y añadió': «¿quién lo puede mejor hacer que el Arzobispo
de Sevilla, pues habia sido causa con el camarero, que su
Alteza hoviese las Indias?» — Esto dijo, porque este Arzo-
bispo de Sevilla, que era Don Diego de Deza, fraile de
Sancto Domingo, siendo maestro del Príncipe Don Juan,
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
597
insistid mucho con la Reina que aceptase esta empresa ; y lo
mismo hizo el camarero Juan Cabrero, aragonés, que fué
muy privado del Rey. Respondió el Rey al Almirante que
lo dijera de su parte al Arzobispo, el cual respondió, que para
lo que tocaba á la hacienda y rentas del Almirante, que se seña-
lasen letrados, pero no para la gobernación; quiso decir, seguñ
yo entendí, porque no era menester ponello en disputa, pues
era claro se le debia.»
Hemos copiado este párrafo de la Historia de las Indias,
de fray Bartolomé de las Casas ', porque Washington Irving,
cuya Vida de Cristóbal Colón es la más leída y más justa-
mente apreciada, supone que el rey don Fernando fué el que
opuso resistencia á que se sometiesen á la decisio'n de fray
Diego Deza las cuestiones del gobierno de las Indias, cuando
lo que asienta el historiador es que el Rey estuvo conforme,
y el Arzobispo fué el que manifestó' que aquéllas no podían
ser objeto de declaraciones judiciales, por ser claro y evi-
dente el derecho de Cristóbal Colón.
Don Fernando para todo encontraba dificultades, y las
dilaciones continuas mortificaban al Almirante, que vién-
dose enfermo y desposeído de sus cargos y dignidades, y
hasta de sus rentas, instaba porque se le restituyese en lo que
de justicia le pertenecía por concierto hecho con los Reyes.
Llega á sospechar algún historiador, que en asunto tan grave
como lo era el de Indias, no quería el rey don Fernando,
entonces Regente, aventurarse en una resolucio'n trascen-
dental , cuyas consecuencias pudieran ser importantes bajo
muchos conceptos, y deseaba que la responsabilidad fuera á
cargo de su hija doña Juana y del Archiduque su marido.
Juzgan otros , que las últimas cartas de Cristóbal Colón , y
más todavía la narracio'n que le hizo de su último viaje,
habían hecho conocer al Rey el inmenso campo que abrían
los descubrimientos , y que no cabía en lo posible mantener
Lib. II, cap. XXXVII.
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598
CRISTÓBAL COLÓN
en su integridad lo que se capitulo en la Vega de Granada,
sin tener exacto conocimiento, ni aún aproximada noticia de
las concesiones que se hacían.
Asombraba al monarca aragonés la extensión de los
terrenos visitados en lo que se denominaba tierra firme, que
con ser tanta, todavía por las indicaciones que hacían los
naturales de países situados en el interior apenas se empe-
zaba á conocer. La población era crecidísima, y en los ilimi-
tados términos en que se había hecho el nombramiento,
podría Colón encontrarse virrey de reinos mayores que el
de España y con mucho mayor número de habitantes. Y aún
en cuanto á las rentas, iban aumentando de tal manera las
muestras de la riqueza de aquellos territorios, que no podía
calcularse á lo que ascendería la participacio'n concedida al
Almirante, por el ochavo, diezmo y demás derechos anexos
á su dignidad. Pero todos convienen en que la empresa del
descubrimiento no encontró' nunca favorable acogida en el
ánimo de don Fernando, que desde el principio se mostró'
adverso al pensamiento, y ni en los momentos de más entu-
siasmo y más fundadas esperanzas lo miro' con entera
simpatía, ni dispenso su favor y proteccio'n al descubridor.
«No pude atinar ni sospechar, dice el P. Las Casas, cuál
fuese la causa deste desamor y no real miramiento, para
con quien servicios tantos y tan egregios y nunca otros tales
á algún Rey hechos le hizo, sino fuese haber hecho mayor
impresión en su ánimo los falsos testimonios que al Almirante
se levantaron, y dar mas crédito á los émulos del Almirante,
que siempre tuvo cabe si, que darles debiera, de los cuales
yo alcancé á sentir algo de personas muy privadas del Rey,
que le contradecían.»
No podía, sin embargo, ser indiferente don Fernando á
la justicia que encerraban las palabras de Colón; y cierta-
mente si hubiera encontrado medio de complacerle, otorgán-
dole amplios beneficios y privilegios, con tal de que los tro-
case por sus capitulaciones, no cabe duda lo hubiera hecho.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
599
III
Muchos meses siguió á la corte el Almirante. Desde su
llegada en el mes de Mayo hasta fines de Octubre estuvo en
Segovia donde se hallaba establecido el rey don Fernando;
mas habiendo éste dispuesto trasladarse á Salamanca, allí
hubo de seguirle esperando siempre con la mayor buena fe
la resolución de sus peticiones.
Pero el invierno de aquel año empezó aún más crudo y
rigoroso que lo había sido el del anterior, aunque no de
tantas aguas. Fueron muy recios los fríos; helo' y nevo'
mucho, y tan mal se iba sintiendo Cristóbal Colón, y tan
postrado estaba su espíritu, que hablando con el Rey, antes
de salir de Segovia, le manifestó' su resolucio'n de retirarse
á descansar á cualquier punto donde estuviera lejos del
bullicio de la corte; dejando á merced de don Fernando
todos sus privilegios para que tomase de ellos lo que quisiera
y le conservara los que fuesen de su real agrado. No quiso
el monarca aceptar aquel desprendimiento, y le rogo' que no
se marchase, porque él estaba de propósito, no solamente de |
darle lo que por sus privilegios le pertenecía, pero que de su
propia y real hacienda le quería hacer mercedes; reconociendo
con expresivas frases que é él debía las Indias , y todos los
servicios que había hecho.
Animado con tal ofrecimiento se traslado' el Almirante
á Salamanca; pero agravados sus dolores por la intensidad
del frío, y dilatándose el término de la resolucio'n que espe-
raba, por haber dispuesto que conociera de sus reclamaciones
un Consejo que se había formado para descargos de con-
ciencia de la reina Isabel, ante el cual nada podía conseguir,
decidió' pasar á Valladolid, adonde luego había de ir la
6oo
CRISTÓBAL COLON
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corte, dejando el cuidado de sus asuntos á sus hijos, bajo la
proteccio'n del cardenal fray Francisco Jiménez de Cisneros,
que le favorecía muy decididamente, á pesar de las intrigas
de sus enemigos.
Antes de su partida dirigió al Rey otra instancia,
pidiendo le concediera á su hijo don Diego la gobernacio'n
de las Indias en iguales condiciones que él antes la había
tenido ; y le decía :
«Serenísimo y muy alto Rey: en mi pliego se escribió'
lo que mis escripturas demandan, ya lo dije, y que en las
reales manos de Vuestra Alteza estaba el quitar o poner, y
que todo seria bien hecho. La gobernación y posesión en
que yo estaba es el caudal de mi honra, injustamente fui
sacado della; grande tiempo ha que Dios Nuestro Señor no
mostró' milagro tan público, que el que lo hizo le puso con
todos los que le fueron en a3mda á esto en la mas escogida
nao que habia en treinta y cuatro, y en mitad dellas, é á la
salida del puerto le infundio', que ninguno de todos ellos le
vido en que manera fué ni como. Muy humildemente suplico
á Vuestra Alteza que mande poner á mi hijo en mi lugar,
en la honra y posesión de la gobernación que yo estaba, con
que toca tanto á mi honra, y en lo otro haya Vuestra Alteza
como' fuere servido, que de todo rescibiré merced; que creo
que la congoja de la dilación deste mi despacho, sea aquello
que mas me tiene así tullido.»
A esta carta acompañaba un Memorial de agravios que
habían de remediarse, no so'lo por los grandes perjuicios que
había sufrido en sus derechos, daños y pérdidas en su rentas
que eran de gran cuantía, sino también de lo que siempre
tenía fijo en la memoria, del mal trato que sufrían los indios,
y la inhumanidad que con ellos se usaba, que iba causando
la despoblacio'n de la isla, con grave perjuicio de la riqueza
de ella y de los intereses del tesoro público: — «que los
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
6oi
indios desta isla Española, decía en él, eran y son la riqueza
della, porque ellos son los que cavan y labran el pan y las
otras vituallas á los cristianos, y los sacan el oro de las
minas 3^ hacen todos los otros oficios é obras de hombres y
de bestias de acarreto.» Y en el mismo escrito se extendía
en otras muchas consideraciones de importancia que no
debieron despreciarse.
IV
-írs;
Algunos meses después fué la corte á Valladolid donde
se encontraba el Almirante; pero el rey don Fernando per-
maneció allí poco tiempo, porque habiendo tenido noticia del
viaje de su hija doña Juana, se dirigió' á Laredo, creyendo
haría su desembarco en aquel punto.
El viaje de la Reina y de su esposo había tenido grandes
contratiempos. Salieron de los puertos de Flandes á 8 de
Enero con lucidísima escuadra con direccio'n á España , pero
antes de entrar en el Canal de la Mancha sufrieron tan
gran tormenta que se dispersaron todos los buques, y con
grandes averías arribaron como pudieron á diferentes puntos
de la costa de Inglaterra. La nave que conducía á los Reyes
aporto á Weymouth en muy mal estado; y el rey Enri-
que VIII aprovecho' la ocasio'n para agasajar regiamente á
doña Juana y al Archiduque , llevándolos á Londres , donde
hicieron solemne entrada acompañados de lucido cartejo de
lo más ilustre de la nobleza del reino. Tres meses permane-
cieron en aquel país , que todo ese tiempo parece fué nece-
sario para la reparacio'n de los buques, aunque muchos
historiadores sostienen que Enrique aprovecho' el hospedaje
para sus miras políticas, como lo patentizan los tratados que
concluyó con los monarcas españoles. Al cabo se hicieron
Cristóbal Colón, t. ii. — 76.
■f_\_^i ■-'>i.íAT
6o2
CRISTÓBAL COLON
'^'/3«bí-
éstos de nuevo á la vela desde el mismo puerto de Weymouth
á que habían arribado, y llegaron á la Coruña donde des-
embarcaron el 28 de Abril.
La noticia de su desembarco produjo en el Almirante
viva alegría ; porque se le resucito' la esperanza de alcanzar
se le hiciera justicia , que con el rey don Fernando la tenía
del todo perdida. Y bien claro se ve su desengaño en la carta
que por aquellos días escribió' á su constante protector el
arzobispo de Sevilla don Diego Deza.
((Pues parece, decía, que su AltcT^a no ha por bien de
cumplir lo que ha prometido por palabra y firma, juntamente con
la Reina (que haya sancta gloria) creo que combatir sobre el
contrario, para mi que soy un arador, sea aTfitar el viento, y que
será bien pues que yo he hecho lo que he podido, que agora deje
hacer á Dios Nuestro Señor, el cual he siempre hallado muy prós-
pero y presto á mis necesidades » Esto era abandonar su causa
á la justicia divina, no encontrándola en la tierra; era la
apelación del creyente al único poder superior al poder real.
Cobro' esperanza, sin embargo, con la llegada de don
Felipe, juzgando que joven, y en el principio de su reinado
tendría ambición de gloria y de justicia. Tal vez imagino
que la mala inteligencia del nuevo monarca con su suegro
don Fernando pudiera inclinarle á su favor; pero le causaba
gran afliccio'n no poder ir al encuentro de los Re3''es y ofre-
cerles personalmente sus servicios. Los dolores le retenían
en el lecho, y ni aún podía desprenderse de sus hijos cuyos
cuidados le eran de absoluta necesidad. Resolvió, pues,
enviar al Adelantado á que besase en su nombre las manos
á doña 'Juana y don Felipe, y pusiese en ellas una carta de
felicitacio'n , que fué la última que escribid el inmortal des-
cubridor del Nuevo Mundo.
f'V
« Serenísimos é muy altos, é muy poderosos señores Prin-
cipes, Rey y Reina, nuestros Señores:
» Yo creo que Vuestras Alteras creerán que en ningún tiempo
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO X
603
tuve tanto deseo de la salud de mi persona, como he tenido
después que supe que Vuestras Alteras hahian de pasar acá por la
mar, por venirles á servir, y ver la experiencia del cognoscimiento
que del navegar tengo. A Nuestro Señor le ha placido asi: por
ende muy humildemente suplico á Vuestras Alteras que me
cuenten en la cuenta de su leal vasallo y servidor, y tengan por
cierto, que bien que esta enfermedad me trabaja agora ansí sin
piedad, que yo les puedo aun servir de servicio que no se haya
visto su igual. Estos revesados tiempos é otras angustias en que
yo he sido puesto contra tanta ra^on, me han llegado á gran
extremo; á esta causa no he podido ir á Vuestras Alteras, ni mi
hijo. Muy humildemente les suplico que resciban la intención y
voluntad como de quien espera de ser vuelto en mi honra y estado,
como mis escripturas lo prometen. La sancta Trinidad guarde y
acreciente el muy alto y Real Estado de Vuestras Alteras.»
Bien se ven en esta sencilla carta todas las esperanzas
de Cristóbal Colón á través de sus grandes amarguras, y
se descubre la índole especial de su carácter siempre tan
elevado y soñador de grandes empresas aun en medio de los
sufrimientos de su cuerpo.
La carta fué entregada por el Adelantado, á quien dis-
pensaron los Reyes afectuosa acogida. «Bien creo cierto,
dice fray Bartolomé de las Casas , que si el Almirante viviera
y el Rey Don Felipe no muriera, que el Almirante alcan-
zara justicia y fuera en su estado restituido.»
r
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T^LmJ^'
"""H^
6o6
CRISTÓBAL COLON
Se despidió don Bartolomé Colo'n de su hermano, al
que no había de volver á ver, y marchó hacia la Coruña
para encontrar á los reyes don Felipe y doña Juana, cum-
pliendo el encargo que había recibido. Al lado del Almirante
quedaron sus dos hijos, y los cariñosos amigos Diego Méndez
3^ Bartolomé Fieschi con otros varios servidores, marineros
algunos de ellos, que habían sido fieles á Colón en todas sus
adversidades.
Poco menos de un año había transcurrido desde que el
Almirante se había trasladado desde Sevilla á Salamanca y
Segovia, y su estado había empeorado visiblemente. Los
que le rodeaban no podían engañarse, ni formarse ilusiones:
la robusta naturaleza de Cristóbal Colón estaba dominada
por el padecimiento; las fuerzas le abandonaban, y aunque
lastimado por tantos desengaños é ingratitudes; aunque muy
abatido por la indiferencia de que era objeto, sólo conser-
vaba su vigor aquella inteligencia superior que le distinguió
siempre y parecía no poder debilitarse ni extinguirse. Solí-
cito le acudía Diego Méndez, que viéndole tan grave, y
habiéndole servido siempre tan lealmente, quiso mirar una
vez siquiera para en adelante, asegurando de algún modo su
porvenir. En su testamento, tantas veces citado *, dejó
consignadas las promesas que le hicieron en esta ocasión
tanto el Almirante como su hijo.
«Venido su Señoría á la Corte, escribe, y estando en
Salamanca en la cama enfermo de gota, andando yo solo
* Pueden verse las cláusulas que hacen referencia á sus actos, en las
Aclaraciones y documentos (GI-).
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
607
entendiendo en sus negocios, y en la restitución de su estado
y de la gobernación para su hijo Don Diego, yo le dije ansí:
— Señor: ya vuestra Señoría sabe lo mucho que os he servido y
lo mas que trabajo -de noche y de dia en vuestros negocios;
suplico á Vuestra Señoría me señale algún galardón para en
pago de ello: y él me respondió' alegremente que yo lo seña-
lase y él lo cumplirla, porque era mucha razón. Y entonces
yo le señalé, y supliqué á su Señoría, me hiciese merced del
oficio del Alguacilazgo Mayor de la isla Española para en
toda mi vida: y su Señoría, dijo que de muy buena voluntad,
y que era poco para lo mucho que yo habia servido ; y man-
do'me que lo dijese ansí al Señor Don Diego, su hijo, el cual
fué muy alegre de la merced á mí hecha del dicho oficio, y
dijo que si su padre me lo daba con una mano, él con dos.
Y esto es ansí la verdad para el siglo que á ellos tiene, y á
mi espera.»
Para la clara inteligencia de este último concepto debe
recordarse que el testamento de Diego Méndez se otorgaba
en 30 de Junio de 1536, cuando ya habían fallecido el Almi-
rante y su hijo primogénito, que le sucedió en la dignidad.
Tullido y sin poderse mover del lecho quedo' Cristóbal
Colón cuando su hermano el Adelantado salió' á saludar á
.los Reyes. En aquellas largas horas de inaccio'n, meditando
sobre los sucesos de su azarosa vida , y sobre lo triste de su
situacio'n presente, que era en verdad aflictiva por más de
un concepto, así como acerca de los asuntos que dejaba pen-
dientes, se decidió' á reformar en parte el testamento que ya
tenía hecho, dando valor legal, por ante escribano y testigos,
á un codicilo olo'gráfo que conservaba en su poder y había
escrito en Segovia á 25 de Agosto del año anterior.
En el último tercio del siglo pasado, en el año 1779,
monseñor Gaetani comunico' al historiador W. Robertson, la
noticia de que había descubierto en la biblioteca Corsini, un
libro de horas de la Virgen, que había sido regalado á
Cristóbal Colón por el papa Alejandro VI , y en sus hojas
■"Sí?
6o8
CRISTÓBAL COLON
de guarda estaba escrito un codicilo militar hecho por el
Almirante, y firmado en Valladolid en 4 de Mayo del
año 1506.
No sería necesario pasar á sus condiciones internas para
desconfiar desde luego de semejante documento, pues basta-
rían las externas y las circunstancias del hallazgo para
tenerlo por apócrifo. No consta, en efecto, que el pontífice
Alejandro hiciera regalo alguno al Almirante de libro de
devoción. Directamente no pudo dárselo, y esto era lo
natural, porque nunca se vieron personalmente; 3^ para
remitirlo por mano de persona intermedia, ésta debiera ser
de calidad y hubiera constado la remisión de una manera
oficial. Tampoco parece probable que en las hojas de guarda
de un libro pusiera Colón cosa tan grave, cuando tanta
importancia concedía á todo lo que se relacionaba con su
estado y sucesión ; ni había razo'n alguna para que se valiera
del privilegio de otorgar testamento militar, cuando desde
el regreso de su último viaje había vivido siempre en capi-
tales donde le era muy fácil hacer llamar á un escribano,
como lo hizo quince días después erí la misma ciudad de
Valladolid.
Después de estas consideraciones que podríamos llamar
de evidencia externa, y de otras muchas que omitimos y
concurren al mismo objeto, veamos el texto del supuesto
codicilo militar.
••■■:¥;■/
(( Codicillus more militan Christophori Columbi K
))Cum Sanctissimus Alexander Papa VL me hoc devo-
tissimo precum libello honoravit, summum mihi praebente
solatium in Captivitate, praeliis, et adversitatibus meis. Voló,
ut post mortem meam pro memoria tradatur amantissimae
meae patriae Reipublicae Genuensi; et ob beneficia in eadem
' Copiado del curioso libro <f.Dissertazioni epistolari bibliogí afiche ,•» di
Francesco Cancellieri, sopra Cristoforo Colombo. — In Roma, per Francesco
Bourlie, nel mdcccix. — Pág. 3.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
609
urbe recepta voló ex haereditatibus Italice redditibus erigi
ibiden novum hospitale, ac pro pauperum in patria meliori
substentatione, dificienteque linea mea masculina in admi-
ralatu meo Indiarum et annexis juxta privilegia dicti Regis
in succesorem declaro et substituo eamdem Rempublicam
S. Georgii.
))Datum Valledoliti 4 Maii 1506.
•s-
•S- A- S-
X- M- Y-
XPOFERENS.»
^vtr^
No sabemos que se haya dado al público traducido en
castellano ; y como ciertamente más de un lector ha de desear
conocer su contexto exacto, procuraremos dar su versión
enteramente ceñida á las palabras del original.
-:r . *> ^^
(( Codicilo de Cristóbal Colón según costumbre militar.
))Como Su Santidad el papa Alejandro VI me honró con
este devotísimo libro de oraciones , proporcionándome grande
sola:!^ en mis prisiones, combates y adversidades , es mi voluntad
que después de mi muerte se entregue como memoria á mi aman-
tisima patria la República de Genova; y por los beneficios reci-
bidos en la misma ciudad quiero que de las heredades que dejo en
Italia se erija allí un nuevo hospital, para el mejor cuidado de
los pobres en mi patria, y faltando mi linea masculina declaro y
sustituyo por sucesora en mi Almirantazgo de las Indias y sus
anexos, según los privilegios del dicho Rey, á la misma Repú-
blica de San Jorge.
» Fecho en Valladolid á 4 de Mayo de 1^06.»
ÍÉíJWt
:p^.
Es verdaderamente extraña la disposicio'n contenida en
ese papel que se quiso suponer codicilo del Almirante, y no
guarda relacio'n ni analogía con ninguna otra de las que
dejo' consignadas en documentos solemnes é indubitados; con
Cristóbal Colón t. ii. — 77.
6io
CRISTÓBAL COLÓN
;/^---í<
M
^^'
h
1^.1
lo cual ya habría fundamento bastante para dudar de su
autenticidad. Pero al terminar la lectura ocurre preguntar:
¿Y á quién deja encargado el Almirante de que entregue el
libro de rezo á la República de Genova? En todos los actos
en que fijo' de alguna manera algo referente á su última
voluntad nombro ejecutores de ella: aquí no los hay. ¿Qué
heredades fueron las que dejo' en Italia, y habían de servir
para la dotacio'n del hospital? ¿Cuáles fueron los beneficios
que Colón recibió' de la ciudad de Genova? No lo sabemos;
y estas dudas unidas á las que antes se expusieron, nos hacen
convenir en un todo con la opinio'n de don Martín Fernández
Navarrete, que es también la de Mr. H. Harrisse, de que
ese documento es apo'crifo, es una ficcio'n torpemente hecha
que no resiste al más ligero examen.^
Si Cristóbal Colón por cualquier causa desconocida
hubiera escrito ese papel tan informal en el día 4 de Mayo,
nada más natural ni más lo'gico sino que lo hubiera con-
firmado o' revocado cuando quince días después, en vís-
peras de su muerte, hizo llamar al escribano, y ante él
y siete testigos formulo' su última disposicio'n testamen-
taria.
II
El inmortal descubridor del Nuevo Mundo conoció que
se aproximaba el término de sus padecimientos. El 19 de
Mayo, reunió en su habitacio'n al escribano de Valladolid
Pedro de Hinojedo, y varios testigos convocados á su ruego,
entre los que se hallaba el noble genovés Bartolomé Fieschi,
uno de sus más consecuentes amigos. Estaba también pre-
sente fray Gaspar de la Misericordia, al que por este nombre
se estima fraile franciscano, aunque el documento no expresa
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
6ii
que lo fuese, y los criados del Almirante, Alvaro Pérez,
Juan de Espinosa, Andrés y Fernando Vargas, y Francisco
Manuel y Fernán Martínez, y además el Bachiller Andrés
Mirueña.
En presencia de todos , y aunque postrado en el lecho y
enfermo de cuerpo, con la inteligencia muy cabal y clara,
procedió' á otorgar su testamento ^ , y confirmando y rati-
ficando el que anteriormente tenía hecho por ante escribano
público, añadió' que él tenia escrito de su mano e letra un escrito,
firmado de su nombre, añadiendo al dicho testamento, y lo
mostró' ante todos, haciendo entrega de él á Pedro de Hino-
jedo, para que cumpliera cuanto allí disponía, y aquella se
tuviese ^or su última ¿postrimera voluntad.
Parece por ese escrito, que además del testamento otor-
gado en Sevilla en 22 de Febrero del año 1498, que contuvo
la institucio'n del mayorazgo, y del que nos hemos ocupado
á su tiempo, cuya institucio'n fué confirmada por Real cédula
de 28 de Septiembre de 1501, había hecho cuando partió' de
España en el año siguiente de 1502 una ordenanza é mayo-
rüT^o de mis bienes ^, e de lo que entonces me paresció que cumplía
á mi ánima é al servicio de Dios eterno, é honra mia é de mis
sucesores: la cual escritura dejé en el monesterio de las Cuevas de
Sevilla á Fray Don Gaspar con otras mis escripturas é mis pri-
villegios é cartas que tengo del Key é de la Reina nuestros
Señores. Pero este documento no es conocido; en ninguna
parte ha podido encontrarse, ni en los archivos notariales
de Sevilla, ni entre los papeles que contenía el cofrecillo de
hierro donde se guardaban en la Cartuja los documentos de
Cristóbal Colón, y casi estamos tentados á sospechar que
esa institucio'n de mayorazgo hecha, según se dice en
1.° de Abril de 1502, sea la primera copia legal y autori-
zada de la Institución del año 1498, y que por no haber sido
/.^í^áfeí
¡y^.
'¿^
Véase en las Aclaraciones y documentos (H).
Cláusula primera del codicilo de 1506.
6l2
CRISTÓBAL COLON
:rrai:
/Üt.
'p'
^.O'
*^
aprobada por los Reyes hasta Septiembre de 1501, no se
había sacado antes '.
Confirmo' esa anterior disposicio'n á que repetidamente
llama ordenanza é mayorazgo, y dio' igual fuerza al codicilo
que en aquel momento otorgaba. Entre las nueve cláusulas
que comprende, seis son de disposiciones nuevas, siendo una
de ellas la constitución de otro mayorazgo con los bienes
que dejaba á su hijo don Fernando, y en cuya vinculacio'n
habían de suceder los descendientes de éste ^or la manera que
está dicho en el otro mayorazgo que yo he fecho en Don Diego,
mi hijo. Y la más notable é interesante, es la que se refiere á
la recomendacio'n que hace á su sucesor acerca de Beatriz
Enríquez, madre de su hijo don Fernando, de la que ya nos
ocupamos detenidamente, al tratar del nacimiento de éste,
y del supuesto casamiento del Almirante con aquella señora.
A continuacio'n del codicilo se unió' también por el
escribano una Memoria o' apuntacio'n hecha de mano propia
del Almirante, á que éste se había referido ya en el anterior
documento, mandando á su hijo don Diego o' á quien le
heredare, que pagase todas las deudas en él contenidas. Es
una relación digna de estudio como antes de ahora lo demos-
tramos 2.
Cumplido este deber, y tranquilo 5'^a en cuanto á lo
temporal, por haberse descargado de tan grave peso, a^-oIvío'
su pensamiento al apurado trance en que se encontraba. No
temería, tal vez, un fin tan próximo, y aún le alentaría la
esperanza de ver entrar al Adelantado con noticias del reci-
bimiento que hubiera merecido á los nuevos Soberanos ; mas
siendo tan sinceramente religioso y de tan ardiente fe, bien
puede creerse que se entrego' por entero á pensar en la
salvación de su alma. Hizo que le vistiesen el hábito de san
' Copia textualmente la Real cédula el señor don Martín Fernández de
Navarrete en las Ilustraciones á la Introducción de la Colección de viajes, &.",
tomo I, página 145.
* Tomo I, pág. 132.
:jíi',íí.v ■■.';;•■.■■ ."s^^vv ■f'^^ñwm^:w:,y■,%ir..ví~>'í^^^'■ii:^■■- ■- ■ ^^
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LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO
vida
Gaspar
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>fi mucha devoción
Hicr amentos le sos enfermcdacle^
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LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
613
Francisco, á quien había tenido gran devocio'n toda su
vida ^, y en pláticas con sus hijos, y con aquel religioso
franciscano Gaspar de la Misericordia, que tal vez fué su
confesor en aquellos postreros días , viéndose muy debilitado,
como cristiano, cierto, que era, recibió con mucha devoción los
sanción Sacramentos ^, y entre el dolor de sus enfermedades
corporales, y las congojas de su espíritu, dio el alma á Dios
el dia de su Ascensión á 20 de Mayo de 1^06 en la dicha villa
de Valladolid, diciendo estas últimas palabras: in manus tuas
Domine commendo spiritum meum 3. «Murió' in senectute
bona, inventor de las Indias, de edad de setenta años, poco
más o menos 4.»
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X
III
t-f,
Aquel grande hombre, gloria inmarcesible de España,
lumbrera de su siglo, honra de la humanidad á cuyo bien-
estar había consagrado su existencia, había dejado de existir,
sin que su falta produjera la sensacio'n que era de esperar.
Si, como ha dicho un escritor, los sabios son como los cirios
que por alumbrar á los demás se consumen ellos, nunca esa
frase ha podido aplicarse rigorosamente á vida alguna con
más exactitud que á la de Cristóbal Colón. Lleno de ideas
grandes, queriendo realizar empresas que para el vulgo eran
* Don Diego Colón, su hijo, en el testamento que otorgó en Santo Do-
mingo en 8 de Septiembre de 1523, decía en su cláusula 13: « ávida consi-
deración á quel dicho Almirante mi señor siempre fué devoto de la horden del
bienaventurado sancto Señor San Francisco, / con su hábito murió. ..i> (Archivo
general de Indias. Patronato E. i, caj. i, leg. Vn)-
* Las Casas. — Historia de las Indias, libro II, cap. XXXVIII.
* Don Femando Colón. — Apuntes (Histoire), cap. CVIII, traducción
de Barcia.
* Andrés Bemaldez. — Historia de los Reyes Católicos — Sevilla. — Jeofrin,
1870, tomo II, pág. 82.
6i4
CRISTÓBAL COLÓN
quimeras, en constante aspiración del ideal, consumió' su
existencia en provecho de todos los pueblos, abrió' nuevas
vías al progreso humano, dio' carácter á la edad moderna,
sin obtener siquiera en el momento de morir las muestras de
gratitud á que su mérito le hacía acreedor.
Su muerte paso' inadvertida; y hoy se suscita una duda
sobre cada una de sus circunstancias, acusando con voz de
trueno la ingratitud de sus contemporáneos.
¿Do'nde murió' el primer Almirante que descubrió' las
Indias? No se refiere nuestra pregunta á la ciudad, sino á la
casa en que exhalo' su último aliento Cristóbal Colón. Nada
dicen los documentos coetáneos, ni los primitivos historia-
dores, y parecía que en Valladolid no había memoria de tan
importante suceso, cuando en el año 1851 salió' á luz el tomo
primero de los dos que componen la Historia de aquella
noble ciudad, escrita por el señor don Matías Sangrador
Vítores ^ , y en ella pareció' cumplido satisfactoriamente el
deseo de los curiosos y desatada la dificultad.
«Colón, dice en nota de la página 309, murió en la
casa número dos de la calle Ancha de la Magdalena , que
siempre han poseído como de mayorazgo los que llevan este
ilustre apellido.»
Años después de la publicacio'n de está noticia, en 1865
o' 1866, por acuerdo del Ayuntamiento de Valladolid se
coloco' una lápida de mármol en la fachada de aquella casa,
marcada entonces con el número 7, que dice sencillamente:
(.AQUÍ MURIÓ COLÓN.— GLORIA AL GENIO»
De aquella fachada , que verdaderamente conserva
cierto sabor y tinte solemne, y que es de indudable anti-
güedad, se hicieron reproducciones por medio de la foto-
' Historia de la muy noble y leal ciudad de Valladolid desde su más remota
antigüedad hasta la muerte de Fernando VII. — Valladolid, Aparicio, 1 851 -1854.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
61?
grafía , que los colombistas buscaban afanosos ; y en el año
1875, en el número correspondiente al día 22 de Mayo, el
acreditado perio'dico de Madrid, La Ilustración Espaíwla y
Americana, publico' un grabado de aquélla , acompañado de
un buen artículo del señor don Cesáreo Fernández Duro,
para conmemoracio'n del aniversario 369 del fallecimiento
del primer Almirante que descubrid las Indias. A continua-
cio'n del escrito del señor Fernández Duro, se inserto una
carta suscrita por don Aureliano García Barrasa , director
del perio'dico de Valladolid nombrado La Crónica Mercantil,
en la que se encuentran estos notables párrafos:
«Valladolid, que cuenta con edificios notables por sus
recuerdos, tuvo un tiempo entretenidos á sus moradores en
buscar las construcciones que hubieran albergado algún
genio de los que el positivismo actual relega á completo
olvido, y fijo'se principalmente en la necesidad de inquirir lo
que se refería al insigne Cristóbal Colón, aquel que mereció'
de sus coetáneos el dictado de loco por concebir lo que no
alcanzaban las medianías de su tiempo.
«Después de laboriosas investigaciones, súpose que
pro'ximo á la iglesia de la Magdalena, en la calle que hoy
lleva el nombre de Colón, y en la casa señalada con el
número 7, habito el marinero Gil García, quien tuvo la
fortuna de dar hospedaje al descubridor del Nuevo Mundo
en los últimos días de su vida, según se desprende de este
párrafo, extractado de un documento digno de crédito:
» í digo yo, Cristóbal Colon , que hallándome en trance
de muerte, sin mas testigos de mi última hora que el marinero
Gil Garda, en cuya casa de limosna me hallo, nombro por
herederos de todos los cuantiosos bienes que los Reyes Católicos
me prometieron, á mis hijos Don Diego y Don Fernando y á mi
hermano, que con mantenerlos y ayudarlos los libre de la miseria
de su padre.)-)
Ciertamente el historiador menos escrupuloso, hubiera
deseado saber qué documento era ese digno de crédito, y
lU' 1-7^
tmn
rdD
6i6
CRISTÓBAL COLÓN
i^
¡^^-l
it
donde se encontraba; mas como, quiera que recaía la noticia
sobre otros datos aceptados, corrió sin contradiccio'n, y desde
entonces, como decía también el señor Barrasa, cuantos
extranjeros pasaban por Valladolid, visitaban la renombrada
casa y se llevaban como recuerdo pedazos de yeso de la habi-
tación en que se suponía había espirado Cristóbal Colón. .
Muchos años han transcurrido, creyendo todos como
verdad indudable que se conocía la casa que albergo' en
Valladolid al Almirante; mas en el presente, el mismo señor
don Cesáreo Fernández Duro ha destruido aquella creencia,
publicando documentos fehacientes que patentizan que no
hubo razones atendibles para hacer tal afirmacio'n ^ Queda
en pie la duda y hay que volver á nuevas investigaciones.
¿Y en qué día falleció el Almirante? A pesar de las
noticias, al parecer muy terminantes de don Fernando,
su hijo, y de fray Bartolomé de las Casas, todavía queda
una duda que aclarar. Aquél dice: adió el alma á Dios, dia
de su Ascensión á 20 de Mayo de ijo6, en la referida ciudad de
Valladolid.)) Las Casas expresa que: ((murió en Valladolid,
dia de la Ascensión, que cayó aquel año á 20 de Mayo de
1^06.» Y precisamente en esto estriba la dificultad, porque
en aquel año el 20 de Mayo fué miércoles, y la festividad de
la Ascensio'n se celebro' el jueves 21, Luego, admitiendo como
exacta la fecha, habremos de fijar la muerte del Almirante
en el día víspera de la Ascensión.
Y que esta fiesta fué en el año 1506 á 21 de Mayo no
puede ofrecer la menor duda. Consultada la letra dominical,
corresponde á jueves el día 21, y el señor Fernández Duro,
ha comprobado por sí este cálculo, como el del Áureo número
y Epacta, pero encontró' además otro dato importante é
igualmente decisivo. En el Archivo municipal de Valladolid
se conserva el Libro de Actas que empieza en el año 1502 y
* Nebtdosa de Colón, por don Cesáreo Fernández Duro, de la Real Aca-
demia de la Historia. — Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1890. — Págs. 143
y 168.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
617
concluye en 1514. En el mes de Mayo de 1506 se celebraron
sesiones el sábado ló y el viernes 22, con lo cual viene á
obtenerse la misma convicción y resultado: y admitiendo
como dato fijo la fecha del 20, porque en ésta no puede
suponerse equivocacio'n, falleció' Cristóbal Colón en miér-
coles, víspera de la fiesta de la Ascensio'n.
¿Qué personas estaban al lado del Almirante cuando
exhalo' su último suspiro? Tampoco hay dato auténtico para
afirmarlo. Casi con seguridad puede creerse que espiro' en
brazos de sus hijos don Diego y don Fernando, y que estaba
presente el noble genovés Bartolomé Fieschi, que en el día
anterior había firmado como testigo del testamento; siendo
probable también que estuviera á su lado el leal Diego
Méndez, pues no hay indicacio'n alguna de que hubiera
salido de Valladolid, y algunos de aquellos antiguos mari-
neros compañeros de sus navegaciones que formaban entonces
su servidumbre, Alvaro Pérez, Juan de Espinosa y los demás
que también figuraron como testigos de su última dispo-
sicio'n; debiendo hacer notar que ni entre éstos, ni en el rol
de las tripulaciones de los cuatro buques que salieron para
el último viaje se encuentra el nombre de Gil García, que,
según las noticias de los arqueo'logos de Valladolid, era el
inquilino de la casa donde se hospedo' y murió' el Almirante.
Probable es asimismo, que le rodeasen en sus. postri-
merías los religiosos franciscanos, siempre sus predilectos
amigos, á cuya orden tenía especial devocio'n y de la que
era hermano tercero; y ya hemos indicado la posibilidad de
que entre ellos se contase fray Gaspar de la Misericordia, que
fué también testigo del testamento. Todas son conjeturas
más o menos fundadas, pero que so'lo tienen de interés la
probabilidad y ninguna puede alegarse como absolutamente
cierta.
'.-.;■#■
i Í\ I,
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Cristóbal Colón t. ii. — 78.
6i8
CRISTÓBAL COLÓN
IV
((¿Qué ocurrió después del fallecimiento? Ya se ha visto,
dice el señor Fernández Duro, que los historiadores con-
temporáneos, incluso don Hernando Colo'n, no lo dicen. Una
tradición recogida con posterioridad , indica que los restos
mortales se depositaron en el convento de San Francisco de
Valladolid y que se celebraron funerales en la parroquia de
Santa María de la Antigua. En lo último discrepan j^a los
historiógrafos, pues mientras dicen unos que las honras se
verificaron con solemnidad, critican otros que fueran más
que modestas, miserables.»
((¿Qué crédito merecen estas tradiciones? El cronista
Herrera, que tenía á su disposicio'n los papeles del Consejo
de Indias, no las conocería, pues que, sin citarlas, se limita
á repetir lo que dijeron Oviedo, don Hernando Colo'n y el
P. Las Casas: los libros de la parroquia de la Antigua y del
convento de San Francisco no las autorizan con su silencio:
Antolínez de Burgos y Floranes , que los registraron , ni de
ellos', ni de la voz pública los recogieron: por último, don
Matías Sangrador, que dio nacimiento á la de la casa de la
calle de la Magdalena, tampoco supo nada de éstas.»
Tendremos, pues, que admitir, (jue hubo funerales más
o menos suntuosos, porque no estaba en las costumbres del
tiempo omitir esas preces por los difuntos, ni hubieran
dejado de hacerlos los hijos del inmortal descubridor. Pero
volveremos á encontrarnos ante un hecho tan extraño como
el de la entrada de Colón en Barcelona á la vuelta de su
primer viaje. El silencio de los contemporáneos; la falta
absoluta de mención de los hechos en documentos públicos o'
privados. Exequias las hubo: no podemos aducir pruebas de
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
619
que se verificasen en la iglesia de San Francisco d en la
parroquia de la Antigua, ni, lo que sería igualmente de
importancia, el lugar en que fueron inhumados los restos del
Almirante.
Porque es indudable para todos los historiadores, que
durante algún tiempo aquellos restos venerandos permane-
cieron en Valladolid , aunque varíen en la duracio'n de aquel
deposito provisionaL
Ya en otro lugar hemos manifestado nuestra opinio'n de
que en el año 1507 tuvo lugar la traslación á Sevilla ^ Sin
embargo, es muy digna de tenerse en cuenta la afirmación
que hace don Pablo Espinosa en su Historia y Grandevas de la
gran ciudad de Sevilla ^. «En el año 1506, dice, traxeron á
esta ciudad el cuerpo del Almirante Don Cristóbal Colon,
primer descubridor de las Indias; y fué sepultado en el
convento de Santa María de las Cuevas, de la orden de la
Cartuja.»
Nada tendría de extraña, y antes por el contrario tiene
muchos visos de probabilidad , que en el mismo día del
fallecimiento del Almirante dispusieran sus hijos la trasla-
cio'n del cadáver á la Cartuja, donde, según su expresa
voluntad, debía descansar hasta que se construyera capilla
para su sepultura, y que terminados los funerales empren-
dieran el camino hacia Sevilla. De igual manera se había
procedido con los restos mortales de la reina doña Isabel,
que al día siguiente de su muerte fueron conducidos á
Granada.
Pero en el libro Protocolo del monasterio de las Cuevas
se encuentra la anotacio'n que sigue 3 : — « Año de 1^06. —
A los 20 de Mayo de este año falleció' en Valladolid el
heroico y esclarecido Don Christóbal Colon y fueron sus
' Zos restos de Cristóval Colon están en la Habana. — Demostración
por D. J. M. A., segunda edición, Sevilla, Tarascó, 1881, pág. 13, nota.
* Sevilla, en la oficina de Juan de Cabrera, 1630.
* Yé3&eyxn&\ir3jcXotn\2& Aclaraciones y documentos {\), -
620
CRISTÓBAL COLÓN
huesos traídos á este Monasterio, y colocados por depósito, no
en el entierro de los Señores de la casa de Alcalá, como dice
Zúñiga, sino en la capilla de Santa Ana, que hÍ7p labrar el
Prior Don Diego de Luxan el año siguiente, y es la misma que
hoy llamamos de Santo Christo, por lo que se dirá adelante.»
No contradice el Protocolo de una manera directa lo que
escribió don Pablo Espinosa, pues el cadáver parece que se
traslado' en el año 1506, en que se pone la noticia, aunque
permaneciera en depósito hasta que se concluyo' la capilla de
Santa Ana en el año siguiente.
Formamos, no obstante, nuestra opinio'n de que en éste,
o' sea en el de 1507, se había verificado la traslacio'n, fiján-
donos en la cláusula del testamento otorgado por don Diego
Colo'n en Sevilla á 16 de Marzo de 1509, ante el escribano
Manuel de Sigura, que dice: — «ítem mando, que hasta que
yo o' mis albaceas o' herederos tengamos disposición y facultad,
para lo que pertenece á la sepoltura perpetua del Almirante,
mi señor padre, que Dios haya, que de la dicha limosna del
diezmo sean dados á los padres del monasterio de las Cuevas,
á donde yo mandé depositar el dicho cuerpo el año de quinientos
nueve, diez mili maravedís en cada un año mientras allí estu-
viere depositado.» — Y hemos de llamar desde luego la
atencio'n sobre las frases que usa el testador, porque otorga
el documento á mediados del tercer mes del año 1509, y dice
donde yo mandé depositar el dicho cuerpo el año de quinientos
nueve. Aquel año era el presente , y comenzaba entonces ; no
podía referirse como cosa pretérita á lo que en él se hacía,
luego puede deducirse sin violencia que hay un error, pro-
bablemente de copia, y que don Diego diría que había
mandado hacer el depo'sito en 1507; y así quedaban en
perfecta armonía los textos de don Pablo Espinosa con
el Protocolo de las Cuevas y el testamento de don Diego
Colo'n.
Los que han fijado la fecha de la traslacio'n en el año
1513 no se fundan en dato atendible ni en documento de
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
621
ninguna clase, sino en una simple noticia comunicada,
según parece, por el archivero don Tomás González.
En la Cartuja de las Cuevas permanecieron los restos
de don Cristóbal Colón desde el año 1507 al de 1544. Esta
última fecha, que hasta ahora estaba en duda, puede esta-
blecerse hoy con entera seguridad, en vista de documentos,
fijándose aquel año como el de su traslacio'n á la Catedral de
Santo Domingo en la isla Española. Por real cédula, fecha
en Valladolid á 2 de Junio del año 1537, el emperador don
Carlos hizo merced á don Luis Colo'n, por peticio'n hecha á
su nombre por su madre doña María de Toledo, de la capilla
mayor de la iglesia Catedral de Santo Domingo, para que
sirviera de sepultura á su abuelo don Cristóbal, á su padre
don Diego y á los herederos y sucesores en su casa y mayo-
razgo, dándole facultad para trasladar los huesos del Almi-
rante, que se mando' depositar en el monasterio de las Cuevas,
extramuros de la ciudad de Sevilla, donde al presente están,
y llevarlos á la isla Española. Después de obtenida la Real
cédula todavía se pasaron cinco años sin que los restos del
Almirante fueran sacados de su depo'sito en la capilla de
Santa Ana de la Cartuja de las Cuevas.
«Entre las obras que no se han impreso del cronista de
los reyes Felipe II y Felipe III, Esteban de Garibay, dice el
señor Fernández Duro ', hay una relacio'n de los almirantes
de Indias, en que naturalmente cuenta, con el origen de esta
dignidad, la vida y vicisitudes de don Cristóbal Colón.»
Se conserva el manuscrito de esa obra en la biblioteca de la
Real Academia de la Historia 2, y hablando de la descen-
dencia de don Diego Colo'n y de su esposa doña María de
Toledo, dice: «La madre volvió' luego después á Santo
Domingo en el dicho año de 1544, y murió' en esta ciudad
en el siguiente, y fué enterrada en la capilla mayor de su
'.&
Nebulosa de Colón, pág. 138.
Colección Salazar, tomo VIII, cap. II.
622
CRISTÓBAL COLÓN
w:,,
?^.;.|s» V
iglesia Catedral con los Almirantes su suegro y su marido, á
los cuales había llevado consigo en su navio cuando tornó á las
Indias esta última vct^.» Y ya antes había dicho refiriéndose
al fallecimiento del segundo Almirante don Diego Colo'n , á
quien sorprendió' la muerte en la Puebla de Montalván el 23
de Febrero de 1526, «sus criados, según su mandato, toma-
ron su cuerpo y lo llevaron á Sevilla, y enterráronle en
depo'sito en el monasterio de Santa María de las Cuevas,
junto al Almirante su padre, y pasados algunos años, la
dicha doña María de Toledo su mujer, trasladó juntos á suegro
y marido en el aiw 1^44, á la capilla mayor de la iglesia
Catedral de Santo Domingo de la isla Española, donde
yacen.»
En paz quedaron allí, aunque presenciando horrores de
todas clases, aquellas reliquias venerandas por espacio de
doscientos cincuenta años, hasta el de 1795. Por el tratado
de Basilea, España cedió á Francia el territorio que poseía
en la isla de Haití; pero antes de hacer la entrega el Almi-
rante don Gabriel de Aristizabal tuvo el feliz y patrio'tico
pensamiento de no dejar en tierra extraña los restos de
Cristóbal Colón, y como en aquellas circunstancias no era
posible consultar al gobierno español, se puso de acuerdo con
el arzobispo don Fernando Portillo y Torres y con el Gober-
nador" de la isla don Joaquín García, y exhumaron con la
debida solemnidad aquellos restos, abriendo para ello «una
bo'veda que estaba sobre el presbiterio, al lado del evangelio,
pared principal y peana del altar mayor» que tenía como
una vara cúbica.
La caja de plomo estaba deshecha; y recogidas las
planchas que la formaban y los restos humanos que conte-
nían, se puso todo en nueva urna de plomo dorado, que
fué llevada procesionalmente y embarcada en el navio San
LoreuTp, que la condujo á la Habana , en cuyo puerto fondeo'
el 25 de Enero de 1796.
Los preciados restos fueron conducidos á la Catedral,
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
623
colocados en un nicho al lado derecho de la capilla mayor,
y cubiertos con una lápida entre pilastras, en la que se re-
presenta el busto de un guerrero joven, armado á la antigua
usanza, con grandes bigotes y gorgnera encañonada, que no
tiene semejanza alguna con ninguno de los retratos que han
querido hacerse pasar por el del Almirante.
La conducta de las autoridades españolas en Santo
Domingo, y su resolucio'n de llevar á territorio español las
cenizas del inmortal navegante, merecieron universal aplauso,
y corrió' cerca de un siglo sin que nadie pusiera en duda
que los restos del Almirante se habían llevado á la Habana
y descansaban en su Catedral. Todo lo contrario: en más de
una ocasio'n por historiadores y periodistas dominicanos se
había manifestado la opinio'n de que se reclamase á España
la devolución de los restos, que de justicia debían descansar
en la Catedral de Santo Domingo, pues así fué la voluntad
del descubridor.
Pero en el año 1877 ^on motivo de estar en obra aquella
Catedral y arreglándose el pavimento de la capilla mayor,
se encontraron á derecha é izquierda de la peana del altar
dos cajas de plomo iguales, que contenían los restos de los
hermanos don Luis y don Cristóbal Colón y Toledo, nietos
del Almirante ' , y aquel descubrimiento hizo nacer en
algunos la idea de presentar la caja de don Cristo'bal Colo'n
y Toledo como perteneciente á su abuelo, suponiendo que
los españoles se habían equivocado en 1 795 llevándose unos
restos por otros, y que existía una tradicio'n en la ciudad de
Santo Domingo de que los de su descubridor no habían
salido de la Catedral. El descubrimiento de la caja que
guardaba los restos de don Luis Colon, muerto en Oran en
9 de Febrero de 1572, se hizo en 14 de Abril de 1877, J '^
' Mr. Moreau de Saint Mery, en su libro Description topographique et poli-
tique de la partie espagnole de Visle Saint Domingue, Philadelphia. 1796, dos tomos
en 8.°, dice: «Fuera de la peana del altar mayor, á derecha é izquierda, reposan
en dos urnas de plomo los huesos de don Cristóbal Colón y los de don Luis
su hermano.
M
624
CRISTÓBAL COLON
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^5
pesar de que era verdaderamente importante, no se le con-
cedió' por el momento importancia alguna. La caja tenía
grabada sobre la tapa en caracteres que imitaban la letra
GÓTICA ALEMANA, según declaración de los que la
examinaron , la inscripción siguiente :
(Bl almirante bon Sui^ (¡^oíon / .
2)itque be ^eragua^ Tlaxc\ué§ be
Esta caja fué reconocida y vuelta á colocar en su lugar.
Pero días después se encontró' al lado opuesto la otra corres-
pondiente á don Cristóbal que solo tenía grabada en la tapa
en iguales caracteres GÓTICOS ALEMANES, que todavía
pueden verse en las muchas reproducciones que de ellos se
han hecho, otra inscripcio'n que decía:
S)on ©rí^toBaí doíon
Y entonces se comenzaron los trabajos para presentar en
el momento oportuno al pueblo dominicano esta caja como
la verdadera que contenía los restos del primer Almirante
que descubrió' las Indias. Después de profundas medita-
ciones, sin duda, los que preparaban el engaño, decidieron
grabar algo en el plomo mismo de la caja que indicase que
el Cristóbal cuyos restos allí se guardaban no era el nieto
sino el abuelo. — Se puso en la parte exterior de la tapa D de
la A. P.^"" A. te I — En la cabera Í7^quierda C. — En el costado
delantero C. — En la cabeTji derecha A. — Y dándose por satis-
fechos con esto por entonces, siguieron preparando todo lo
necesario para la mistificacio'n que se intentaba: — La inscrip-
ción, pues, decía claro: Ilustre y esclarecido varo'n don
Cristóbal Colón, descubridor de la América, primer Almi-
rante. Y más brevemente: Cristóbal Colón, Almirante. —
' Las palabras subrayadas están copiadas del acta autorizada por el doctor
fray Roque Cocchía, obispo de Drope, de lo de Septiembre de 1877, y la expli-
cación de su pastoral fecha del 14.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
625
Pero ya próximo el desenlace hubieron de tropezar los
astutos dominicanos con una grave dificultad. Era necesario
hacer referencia al hallazgo de los restos del tercer Almirante
don Luis Colo'n, y si se procedía al examen de las dos cajas,
había de tocarse por necesidad que eran iguales y de la mis-
ma época, }'- que también había perfecta identidad entre las
dos inscripciones góticas que las señalaban, pudiendo conocer
la verdad el menos avisado, pues lo que por añadidura se
había puesto en la caja de don Cristóbal era de letras abiga-
rradas, sin carácter propio, y con abreviaciones no conocidas
en epigrafía de país alguno. El remedio fué tal como podía
esperarse. La caja de don Luis Colo'n se había descubierto y
se había sacado de su lugar sin aparato de ninguna clase el
14 de Abril de 1877. A fines del mes de Junio, en los días 26
y 28, fué reconocida nuevamente por los señores don Carlos
Nouel y don Gerardo Bobadilla , que leyeron la inscripcio'n
de los caracteres góticos grabados en la tapa, que eran la jus-
tificacio'n de pertenencia de aquellos restos. Pues antes del
10 de Septiembre la tapa desapareció' y no ha vuelto á recu-
perarse, ni nadie ha podido verla. Era testigo irrecusable del
engaño, y se" la quito' de en medio.
Y llego' el día solemne, y por la razo'n poderosísima,
según dice el mismo obispo fray Roque Cocchia en su carta
Pastoral ', de que «se había encontrado un nicho dentro del
cual se veía una caja de metal que seguramente contenia los
restos de algún difunto:)) se invito' á todas las autoridades
civiles y eclesiásticas, á los militares y al cuerpo diplomático,
y ampliada la abertura se saco' la caja que con tantas inscrip-
ciones declaraba contener los restos del primer Almirante
don Cristóbal Colón.
Y desde luego se comprende la mistificación y se de-
muestra que todo aquello estaba preparado de antemano
^.i.^
• Gaceta de Santo Domingo, periódico oficial del gobierno dominicano,
18 de Septiembre de 1877.
Cristóbal Colón, t. ix.— 79.
626
CRISTÓBAL COLON
:<-íw.
wm
>^'"í^^'\Í -
^
I
con solo preguntar: ¿Por qué razo'n en 14 de Abril, cuando
se descubrió' la primera bo'veda y urna, se extrajo ésta sin
avisar á nadie, y en 10 de Septiembre con so'lo ver la punta
de otra caja de metal, sin tocarla siquiera, se convoco' á todos
para que la vieran sacar de su escondrijo? Nadie dudará de
que se sabía perfectamente que se iba á dar un gran espec-
táculo.
Pero no es éste el lugar de entrar en tales demostra-
ciones ^ Desde que el suceso fué conocido la incredulidad
fué general: de todos lados se manifestaron dudas: se
pusieron en examen el Acta que publico la Gaceta de Santo
Domingo, y la Pastoral del obispo de Orope, y tanto autori-
dades como centros oficiales, las academias como los colom-
bistas de ambos hemisferios, se esforzaron en demostrar que
el acto practicado en la catedral de Santo Domingo, era una
farsa que no podía aceptarse; que la verdad se dejaba cono-
cer en los muchos errores cometidos por los dominicanos; que
lo patentizaban las torpes inscripciones que sé habían gra-
bado en el plomo, y otra que después se aumento' intro-
duciendo entre los restos una planchita de plata con letras
grabadas nuevamente, y así quedo' asentado en el concepto
de todos los hombres imparciales de todos los pueblos de
Europa y de América.
Las cenizas de Cristóbal Colón, preciados restos de
uno de los hombres más grandes que ha producido la huma-
nidad, descansan en la capital de la isla de Cuba, de aquella
isla Juana que comparaba con los más deliciosos lugares del
mundo, y cuyas costas visito' mucho antes de haber pisado
las de la isla Española 6 de Santo Domingo.
*í<. i*. ar-'
Véase al fin el Apéndice sobre los restos de Colón.
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
627
V
W
Si al terminar la narración de los sucesos de la vida de
Cristóbal Colón, su figura destaca entre todas las de los
grandes hombres que le rodearon, y fija la atención en sus
hechos, parecen pequeños todos los demás de aquel impor-
tantísimo período histórico, no ha sido por pensamiento
preconcebido, ni por trabajo puesto especialmente para
conseguir tal resultado; es que su inteligencia superior lo
ilumina todo, y la alta concepción de su empresa le hace
brillar con luz más viva entre cuantos entonces constituyeron
la evolución científica, porque abrió la nueva vía por donde
la civilización europea se extendió' á un hemisferio nuevo,
tomo' rumbos desconocidos, y dio' carácter á la edad mo-
derna.
Cristóbal Colón, doña Isabel la Cato'lica y Martín
Alonso Pinzo'n son los astros de primera magnitud en aquella
época de los descubrimientos : todos los demás se agitan á su
alrededor como estrellas menores, que solamente lucen á
intervalos cuando se ocultan los grandes luminares de la
ciencia, de la fe y del entusiasmo.
Colón concibió' el atrevido proyecto; lo maduro' con el
estudio; lo adelanto' con la experiencia: sin la fe de la Reina
de Castilla; sin el entusiasmo y abnegación del marino expe-
rimentado de Palos, nunca hubiera realizado aquél su
portentoso descubrimiento; nunca se hubiera emprendido el
peligroso viaje hacia lo desconocido. ¡Lástima que nuestro
compatriota desapareciera tan pronto de aquella gloriosa
escena, donde tan principal papel representaba! ¿Cuántos
hubieran sido sus triunfos, y cuál sería hoy su renombre
si el cielo le hubiera concedido más largos años de vida?
h^^4
628
CRISTÓBAL COLON
S^ "^^-^
rr- .. .-^^^N.
>;í^
Desde que nacido en humilde cuna, en estrechez y
pobreza, fueran nobles o' plebeyos sus padres, empezó' á salir
al teatro del mundo aquel hombre extraordinario que se
llamo Cristóbal Colón, mueve la curiosidad y excita el
interés, el conocimiento de sus pasos en la vida, la instrucción
que pudiera recibir, sus ocupaciones, porque se desea des-
cubrir y averiguar co'mo y cuándo pudo nacer en su mente
aquel gran pensamiento que llevado á la práctica transformo'
la faz del mundo. Luego, cuando después de graves estudios
y de multiplicados viajes, se le contempla proponiendo su
audaz proyecto de incomprensible grandeza á las cortes de
Europa, se ansia por momentos ver el feliz resultado de
aquella lucha tenaz, sostenida por largos años 3^ entre
grandes penalidades por la fe, por la conviccio'n, por la
ciencia, contra la ignorancia y el error. Mas cuando en pos
de trabajos sin número, y al término de un viaje lleno de
azares, por un mar nunca navegado, el 12 de Octubre de
1492 pone la planta en aquella isla virgen, frondosa y amena
como la imaginacio'n puede pintarla, habitada por gentes
sencillas y desnudas que parecía conservábanla gracia origi-
nal, y se comprende que aquel descubrimiento era el escalo'n
primero de la brillante serie de ellos que habían de establecer
la relacio'n de fraternidad entre toda la familia humana,
dando á conocer territorios tan extensos como todo el mundo
antiguo; con imperios tan poderosos como los de Motezuma
y Atahualpa, la admiracio'n sobrecoge el ánimo, el entusiasmo
se enciende, se desborda el sentimiento, y aparece aquél cual
momento culminante de la historia del mundo, y el hombre
que ha realizado la idea como el más extraordinario de
todos los mortales.
Después del punto culminante, llegado el astro al zenit
de su gloria empezó' para él el calvario con que la humanidad
brinda siempre á los que descuellan, y con que la Provi-
dencia parece quilatar y poner á prueba en el crisol de la
desgracia las virtudes de los seres privilegiados. Grande en
LIBRO QUINTO.— CAPÍTULO XI
629
la fortuna, no lo fué menos en la adversidad el que había
descubierto un nuevo mundo.
El carácter de Cristóbal Colón era siempre noble y
decidido; en ninguna de las acciones de su azarosa vida se
le puede acusar de haberse dejado llevar por mo'viles rastre-
ros, por pasiones mezquinas, por el deseo de proporcionarse
o' conceder á los su3^os riquezas y poder. Sus pensamientos
siempre eran grandes y elevados; pecaba de soñador, pero
su inteligencia extraordinaria tenía fuerza bastante para
convertir sus ensueños en realidades; sus visiones en verda-
des maravillosas. Soñd que podía encontrarse fácil camino
á las riquísimas comarcas de la India navegando hacia donde
el sol se oculta, por un mar desconocido, y exponiendo su
vida encontró el Nuevo Mundo. Imagino que dejando atrás
aquellas regiones que primero había visitado, podía salir
nuevamente á mar abierto que le condujese á las fabulosas
ciudades descritas por Marco Polo, y que entre los conti-
nentes debía existir un estrecho que pusiera en comuni-
cación ambos mares, y se lanzo á buscarlo en el punto
mismo en que la Naturaleza parece haber trabajado por
abrirlo. Han pasado cuatro siglos, y la ciencia moderna
luchando por abrir el canal de Panamá, trata de realizar
todavía lo que soñaba el genio genovés.
Absorto en sus meditaciones, entregado á sus estudios,
siempre embargado por la constante actividad de su cerebro,
era capaz de grandes empresas, é incapaz de conocer á los
hombres. Leal por naturaleza, noble y confiado, no veía el
dolo en los demás y desconocía el arte de vivir en sociedad.
Tenía la simplicidad del genio, como dice el P. Las Casas
que le trato y le admiraba, y éste fué el origen de muchas
de sus desgracias.
No debe sorprendernos que aleccionado por la expe-
riencia, lastimado por los desengaños, exclame en un mo-
mento de angustia hablando de las riquezas de Veragua : —
((De allí sacaran oro el oro es excelentísimo: del oro se
630
CRISTÓBAL COLÓN
ÍÜi
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as
hace el tesoro, y con él quien lo tiene, hace quanto quiere en
el mundo, y llega á que echa las ánimas al paraíso. í)
No era esto propio de su carácter, lo era de la amargura
que rebosaba de su alma al comprender que todo se sacrificaba
á la posesión de aquel metal codiciado; que todo se posponía
al pensamiento de reunir una gran cantidad de oro. No son
esas palabras manifestacio'n de su creencia ; no revelan escep-
ticismo en su corazón, ni codicia ni avaricia desenfrenada,
son más bien el aviso del alma noble que preveía el abismo
adonde se precipitaba la humanidad llevada por la sed
del oro ; son la profecía del genio que vislumbraba poster-
gada la virtud á los intereses materiales, olvidada la moral,
y en vil mercado convertido el mundo, como ha dicho un poeta
de nuestros días.
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CARTA
DEL ALMIRANTE D. CRISTÓBAL COLÓN
A LOS REYES CATÓLICOS
QUE SE CONSERVA EN EL LIBRO LLAMADO
DE LAS PROFFXÍAS
EN LA
BIBLIOTECA COLOMBINA ÜE SEVILLA
Reproducción foto-Uto-gráfica
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ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
LIBRO QUINTO
(A). — Pag. 406
Carta de CRISTÓBAL COLÓN Á los Reyes Católicos sobre la
RECUPERACIÓN DE LA SANTA CIUDAD DE JeRUSALÉN
(Original en el Libro de Profecías existente en la Biblioteca colombina)
Carta del Almirante al Rey y á la Reyna.
■¿^>
?r:P¿1ü
Cristianísimos y niiiy altos príncipes:
La razón que tengo de la restitución de la casa santa á la santa
yglesia militante es la syguiente :
muy altos reyes, de muy pequeña hedad entré en la mar navegando
é lo he continuado fasta oy. La mesma arte ynclina á quien le prosigue
á desear de saber los secretos deste mundo. Ya pasan de XL años que
yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega todo lo he andado;
trauto y conversación he tenido con gente sabia, heclesiásticos é seglares,
latinos y griegos, judios y moros y con otros muchos de otras setas.
A este mi deseo falle nuestro Señor muy próspero (enmendado de letra
de COLÓyí propicio) y ove del para ello espirito de ynteligencia : en la
marinería me fizo abondoso, de astrología me dio lo que abastaba , y
ansy de geometría y arismética, y engenio en el anima y manos para
debiixar esphera (estas palabras puestas por COLÓN), y en ella las
cibdades, rios y montañas, islas y puertos todo en su propio sytio.
En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver de todas escri-
turas, cosmografía, ystorias, coronicas y fylosofía y de otras artes; ansy
me abrió nro. Señor el entendimiento con mano palpable á que era
hacedero navegar de aquí á las Indias, y me abrió la voluntad para la
hexecucion dello, y con este fuego vine á V. A. Todos aquellos que
supieron de my ynpresa con risa lo negaron burlando; todas las ciencias
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632
CRISTÓBAL COLON
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de que dixe arriba non me aprovecharon ni las autoridades dellas: en
solo V. A. quedó la fee y constancia ¿quién dubda qu' esta lumbre no
fuese del espirito Santo, asy como a mí, el cual con rayos de claridad
maravillosos consoló con su sancta y sacra escriptura á voz muy alta y
clara, con quarenta y quatro libros del Viejo Testamento, y quatro
hevangelios, con veynte é tres hepístolas de aquellos bienaventurados
apóstoles, avivándome que yo prosyguiese, y de continuo, sin cesar un
momento me avivan con gran priesa?
Milagro evidentísimo quiso fazer nuestro Señor en esto del viaje de
las Indias, por me consolar á mí y á otros en estotro de la casa santa:
siete años pasé aquí en su Real Corte disputando el caso con tantas
personas de tanta autoridad y sabios en todas artes, y en fin concluyeron
que todo hera vano, y se desistieron con esto dello: después paró en lo
que jhu. xpo nro redentor dixo, y de antes avia dicho por boca de sus
Santos y profetas y así se deve de creher que parará estotro, y en fee
dello si lo dicho non abasta doy el santo evangelio en que dixo que todo
pasarla mas no su palabra maravillosa, y con esto dixo que todo hera
necesario que se acabase quanto por él y por los profetas estaba
escrito.
Yo dixe que diria la razón que tengo de /a restitución (letra del
Almirante) de la casa santa á la Santa Iglesia; digo que yo dexé todo
my navegar desde hedad nueva y las pláticas que yo haya tenido con
tantas gente en tantas tierras y de tantas setas, y dexo las tantas artes y
escrituras de que yo dixe arriba; solamente me tengo á la santa y sacra
escritura y á algunas autoridades proféticas de algimas presonas santas
que por revelación divina han dicho algo desto.
Pudiera ser que V. A. y todos los otros que me conoscen y á quien
esta escritura fuere amostrada, que en secreto ó públicamente me re-
prehenderán de reprehensión de diversas maneras, de non doto en letras,
de lego, marinero y de hombre mundanal &.^
Respondo aquello que dixo S. mateus ó,
señor, que quisistes tener secreto tantas cosas á los sabios y revelárselas
á los ynocentes; y el misino s. mateos (de letra de COLÓN) yendo
nro. Señor en iherusalen cantaban los mochachos hosana, fijo de David:
los scribas por le tentar le preguntaron sy oya lo que decían, y él les
respondió que sí, diciendo ¿no sabeys vos que de la boca de los niños é
inocentes se pronuncia la verdad? ó mas largo de los apóstoles que
dixieron cosas tan fundadas, en especial san Juan: in principio erat
Verbiim, et Verbum erat apud Deum &.^, palabras tan altas de personas
que nunca deprehendieron letras.
Digo que el espirito santo obra en xpianos, judíos y moros, y en
todos otros de toda seta, y no solamente en los sabios, mas en los ino-
rantes, que en mi tpo. yo he visto aldeano que dá cuenta del cielo y
estrellas y del curso dellas mejor que otros que ya gastaron dineros en
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
633
ello. Y digo que no solamente el espirito santo revela todas las cosas de
porvenir á las criaturas racionales , mas nos las amuestra por señales del
cielo, del ayre y de las bestias quando le aplaze , como fué del boy que
fallo en roma al tpo de Julio César, y en otras muchas maneras que serian
prolixas para dezir y muy notas para todo el mundo.
Séneca VII in tragetide Medeae in choro audax nimium... Vernan
los tardos años del mundo. — (En el original está esta cita al margen, de
puño y letra del Almirante).
La sacra escritura testifica en el testamento viejo por boca de los
profetas y en el nuevo por nro. redentor jhu. xpo. que este mundo ha de
aver fin: las señales de quando esto haya de ser dixo mateo, y marco y
lucas ; los Profetas abundosamente también lo avian predicado.
Santo Agostin diz, que la fin deste mundo ha de ser en el sétimo
millonar de los años de la creación del; los sacros teólogos le siguen, en
especial el cardenal pedro de Ayliaco en el verbo XI , y en otros lugares
como dixe abajo.
De la creación del mundo, ó de Adán fasta el avenimiento de
nro señor ihu. xpo. son cinco myll é trescientos y quarenta é tres años
y trescientos y diez y ocho dias por la cuenta del rey Don Alonso la
qual se tiene por la mas cuerda: p. de a. || e. a. e. c. t. et h. v. sobre el
verbo X. con los quales ponyendo mili y quinientos y uno inperfeto es
por todos seys myll ocho cientos quarenta é cinco inperfetos.
Segund esta quenta no falta salvo ciento e cinquenta y cinco años
para complimyento de siete mili, en los quales dixe arriba por las autori-
dades dichas que avrá de fenecer el mundo.
nro. redentor dixo que antes de la consumación deste mundo se abrá
de complir todo lo que estaba escrito por los profetas.
los profetas escribiendo fablaban de diversas maneras, el de por
venir por pasado y el pasado por venir, y asy mismo del presente; y
dijieron muchas cosas por semejanza, otras propincas á la verdad y otras
por entero á la letra; y uno mas que otro y otro por mejor manera, y
otro no tanto, Isayas es aquel que mas alaba san gerónimo y san agostin,
y los otros dotores y todos aprueban é tienen en grande reverencia: de
Isaya dizen que no solamente profeta mas hevangelista; este puso toda su
diligencia á escribir lo venidero, y llamar toda la gente á nra. santa fee cató-
lica. Muchos santos dotores y sacros teólogos escrybieron sobre todas las
profecias, y los otros libros de la sacra escritura; mucho nos alumbraron de
lo que teníamos j« noto (de letra de CoLÓN) bien que en ello en muchas
cosas discordan; algunas ovo de que no les fué alargado la ynteligencia.
torno de replicar my protestación de no ser dicho pretensioso sin
ciencia y me allego de contino al decir de 5. mateus (de letra de COLÓN)
que dijo : ó señor que quisyste tener secreto tantas cosas á los sabios y
rebelaste las á los ynocentes: y con esto pago y con la esperiencia
que dello se ha visto.
Cristóbal Colón, t. 11.— 8o.
634
CRISTÓBAL COLON
^^1
Grandísima parte de las profecías j/ sacra (letra de Colón) escriptura
está ya acabado : ellas lo dicen y la santa yglia en alta voz sin cesar
lo está diciendo, y no es menester otro testimonio. De una diré porque
haz á my caso, y la qual me descansa y faz contento quantas vezes yo
pienso en ella.
Yo soy pecador gravísimo: la piedad y misericordia de Dios siempre
que yo he llamado por ellas me han cobierto todo; consolación suaví-
sima he fallado en echar todo my cuydado á contemplar su maravilloso
aspeto.
Ya dixe que para la hezecucion de la ynpresa de las yndias no me
aprovechó razón ny matemática, ni mapasmundos; llenamente se cumplió
lo que dijo ysayas; y esto es lo que deseo de escrebir aquí por le reducir
á V. A. á la memoria, y porque se alegren del otro que yo le diré de
ihrusalen por las mesmas autoridades; de la qual ynpresa, si fee ay, tengan
por muy cierta la vitoria.
Recuérdense V, A. de los hevangelios y de tantas promesas que
nro. redentor nos fiso, y quan esprimentado está todo. San pedro quando
saltó en la mar anduvo sobrella en quanto la fee fué firme: quien toviere
tanta fee como un grano de panizo le obedecerán las montañas: quien
toviere fee demande que todo se le dará: pasad y abriros han. No debe
nadie de temer a tomar qual áspera ynpresa en nombre de nro. salvador,
seyendo justa y con sana yntincion para su santo servicio: a santa cata-
lina socorrió después que vido la prueba della. Acuérdense V. A. que
con pocos dineros tomaron la ynpresa deste reyno de Granada: la deter-
minación de toda cosa la dexó nro. señor á cada uno en su albedrio; bien
que á muchos amonesta, ninguna cosa le falta que sea en el poder de la
gente para dársela. O que señor tan bueno que desea que faga la gente
con que le sea á cargo. De dia y de noche y á todos momentos le debrian
las gentes dar gracias devotísimamente.
Yo dixe arriba que quedaba mucho por complir de las profecías: y
digo que son cosas grandes en el mundo; y digo que la señal es que
nro. señor da priesa en ello. El predicar del evangelio en tantas tierras
de tan poco acá me lo dice.
(Esia carta, á mi parecer, no está terminada. Al llegar á este punto,
siguen dos notas de letra de la indudable del Almirante , que según las
iniciales que llevan al matgen, hasta están para ser colocadas en oi'den
inverso; y después en el que debía ser folio LXX VI del libro, si estuviera
completo, hay otras notas también autógrafas , que debían veftir á formar
parte de esta carta, pues una de ellas ya tiene su llamada más arriba.
— Se copia todo, por ser del mayor interés).
B. — El Abad Johachim, calabrés, dixo que había de salir de España
quien había de reedificar la casa del monte Sion.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
635
A. — El Cardenal Pedro de ayliaco mucho scribe del fin de la seta
de mahoma y del avenimiento del ante xpo. en un tratado que
hizo « de concordia astronomice veritatis &.^, narrationes histo-
rice » en el qual retracta las opiniones de muchos astrónomos
sobre las diez revoluciones de Saturno : y en especial al fin del
dicho libro en los nueve postreros capítulos.
Al folio y6. — Debiendo recordar que faltan en el Lióro de Profecías,
sive mmtipulum de aiictoritatibus, dictis ac sententiis et prophetiis, los
folios desde el 63 al 75 inclusive, que según opinión del señor don Martín
Fernández Navarrete podrían estar en blanco; y en la de un anónimo
que estampó nota al folio "jy, debían ser de importancia. — La nota dice
así: «.Mal hizo quien hurtó de aquí estas hojas, porque era lo mejor de las
profecías de este libro. » Entre ambos encontrados pareceres nosotros no
podemos decir más sino que no se puede calcular lo que aquellas hojas
contenían.
■ Séneca in vij.° tragetiae
Medee in choro audax nimium.
Venient annis
Sécula seris quibus occeanus
Vincula Rerum laxet et ingens
Pateat telus tiphis que novos
Detegat orbes nec sit terris
Vltima tille.
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Vernan los tardos años del mundo | ciertos tiempos en los quales el
mar occeano afloxerá los atamientos de las cosas y se abrirá una grand
tierra | y un nuevo marinero como aquel que fue guya de Yazon que ovo
nombre tiphi | descobrirá nuevo mundo, y entonces no será la ysla tylle
la postrera de las tierras. I
El año de 1 494, estando yo en la ysla Saona, que es al cabo oriental
de la ysla española, ovo eclipsis de la luna, a 14 de septiembre, y se fallo
que había de diferencia de ahí al cabo de san vicente en portugal cinco
oras y mas de media.
Jueves 29 de febrero de 1 504 estando yo en las yndias á la ysla de
Janahica en el porto que se diz de santa Gloria, que es casi en el medio
de la ysla de la parte septentrional ovo eclipsis de la luna; y porque el
comienzo fué primero que el sol se pusiera no pude notar, salvo el
término de quando la luna acabó de volver en su claridad; y esto fué,
muy certificado, dos horas y media pasadas de la noche | cinco ampo-
lletas muy ciertas. ]
la diferencia del medio de la ysla de Janahica en las yndias , con la
636
CRISTÓBAL COLÓN
ysla de Calis en España es siete oras y quynce minutos; de manera que
en Cáliz se puso el sol primero que en Janahica con siete oras y quynze
minutos de ora.
en el porto de santa Gloria en Janahica se alza el polo diez e ocho
grados estando las guardas en el brazo.
(B). — Pág. 407
Carta de CRISTÓBAL COLON al Pontífice Alejandro VI, en el
MES de Febrero de 1502, dándole cuenta de sus viajes
(Archivo de la casa de Veragua. — Navarrete, Colección de viajes, tomo II, Doc. ntím. CXLV)
Beatíssime Pater: luego que yo tomé esta empresa y fui á descobrir
las indias, prepuse en mi voluntad de venir personalmente á vuestra
Santidad con la relación de todo: nasció á ese tiempo diferencia entre el
señor Rey de Portogal y el Rey é la Reyna mis Señores , diciendo el
Rey de Portogal que también queria ir á descobrir y ganar tierras en
aquel camino hacia aquellas partes, y se reíeria á la justicia.
El Rey é la Reyna mis señores me reenviaron á prisa á la empresa
para descobrir y ganar todo; y ansi non pudo haber efecto mi venida á
vuestra Santidad. Descubrí deste camino, é gané mili é quatrocientas
yslas, y trescientas y treinta y tres leguas de la tierra firme de Asia, sin
otras islas famosísimas, grandes y muchas al Oriente de la Isla Española,
en la qual yo hize asiento, y la qual boje ochocientas leguas de cuatro
millas cada una y es populatissirna , de la qual hize yo un breve tiempo
tributaria la gente della toda del Rey é de la Reyna mis Señores. En ella
hay mineros de todos metales, en especial de oro y cobre: hay brazil,
sándalos, lináloes y otras muchas especias, y hay encenso; el árbol de
donde él sale es mirabolanos. Esta isla es lliarsis, es Cethia, es Ofir y
Ophax é Cipango, y nos la habemos llamado Española. Deste viaje
navegué tanto al Occidente que quando en la noche se me ponia el sol
le cobraban los de Cáliz en España dende á dos horas por Oriente; en
manera, que yo anduve diez lineas del otro hemisferio: y non pudo haber
yerro porque hubo entonces eclipsis de la luna en catorce de Septiembre.
Después fué necesario venir á España apriesa, y dejé allá dos hermanos
con mucha gente en mucha necesidad y peligro.
Torné á ellos con remedio y hize navegación nueva hacia el dentro,
adonde yo fallé tierras infinitísimas y el agua de la mar dulce. Creí y
aquello que creyeron y creen tantos santos y sabios teólogos, que allí en
la comarca es el Paraíso terrenal. La necesidad en que yo había dejado á
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
637
mis hermanos y aquella gente fué causa que yo non me detuviese á expe-
rimentar mas esas partes y volviese á mas andar á ellos. Allí fallé gran-
dísima pesquería de perlas, y en la isla Española la mitad de la gente
alzada vagamundeando, y donde yo pensaba haber sosiego ya de tanto
tiempo que yo comenzé, que fasta entonces no me habia dejado una hora
la muerte de estar abrazada conmigo, refresqué el peligro y trabajos.
Gozara mi ánima y descansara si agora en fin pudiera venir á vuestra
Santidad con mi escriptura, la qual tengo para ello, que es en la forma de
los Comentarios é uso de Cesar, en que he proseguido desde el primero
dia fasta agora, que se atravesó á que yo haya de facer viaje nuevo en
nombre de la Santa Trinidad, el qual será á su gloria y honra de la santa
religión cristiana; la qual razón me descansa, y hace que yo non tema
peligros, ni me dé nada de tantas fatigas é muertes que en esta empresa
yo he pasado con tan poco agradecimiento del mundo. Yo espero de
aquel eterno Dios la victoria desto como de todo lo pasado: y cierto, sin
ninguna dubda, después de vuelto aquí non sosegaré fasta que venga á
vuestra Santidad con la palabra y escriptura del todo, el qual es magná-
nimo y ferviente en la honra y acrescentamiento de la sancta fee cris-
tiana.
Agora, Beatisime Pater, suplico á vuestra Santidad que por mi
consolación , y por otros respectos que tocan á esta tan santa y noble
empresa, que me dé ayuda de algunos sacerdotes y religiosos que para
ello conozco que son idóneos, y por su Breve mande á todos los Supe-
riores de cualquier orden de san Benito, de la Cartuja, de san Hierónymo,
de menores é mendicantes que pueda yo, ó quien mi poder tuviere,
escoger dellos fasta seis, los quales negocien adonde quier que fuere
menester en esta tan santa empresa, porque yo espero en nuestro Señor
de divulgar su santo nombre y Evangelio en el universo. Así que los
superiores destos religiosos que yo excogeré de qualquier casa ó monas-
terio de las órdenes suso nombradas ó por nombrar, qualquier que sea,
non les impidan nin pongan contradicción por privilegios que tengan, ni
por otra causa alguna; antes los apremien á ello y ayuden é socorran
quanto pudieren, y ellos hayan por bien de aquiescer y trabajar é
obedecer en tan santa é católica negociación y empresa: para lo qua]
plega eso mismo á vuestra Santidad de dispensar con los dichos reli-
giosos in administratione spirituatium , non obstaiitibus quibuscumque &.^
concediéndoles insiiper y mandando que siempre que quisieren volver á
su monasterio sean bien rescebidos y bien tratados como antes, y mejor
si sus obras lo demandan. Grandísima merced recebiré de vuestra Santi-
dad desto, y seré muy consolado y será gran provecho de la religión
cristiana.
Esta empresa se tomó con fin de gastar lo que della se oviese en
presidio de la casa santa á la santa Iglesia. Después que fué en ella, y
visto la tierra, escrebí al Rey y á la Reyna mis Señores, que dende á
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638
CRISTÓBAL COLÓN
siete años yo le pagaría cincuenta mili de pié y cinco mili de caballo en la
conquista della , y dende á cinco años otros cincuenta mili de pié y otros
cinco mili de caballo, que serian diez mili de caballo é cient mili de pié
para esto. Nuestro Señor muy bien amostró que yo compliria por expe-
riencia, á mostrar que podia dar este año á S. A. ciento y veinte quintales
de oro y certeza que seria ansí de otro tanto al término de los otros
cinco años. Satanás ha destorbado todo esto, y con sus fuerzas ha puesto
en términos que non haya efecto el uno ni el otro, si nuestro Señor no lo
ataja. La gobernación de todo esto me hablan dado perpetua, ahora con
furor fui sacado della: por muy cierto se vé que fué malicia del enemigo,
y porque non venga á luz tan santo propósito. De todo esto será bien
que yo dexe de hablar antes que escrebir poco. —
. (C).— Pág. 424
Carta é instrucción de los Reyes Católicos al Almirante,
ANTES DE emprender SU CUARTO VIAJE
El Rey é la Reyna: —
Don Cristoval Colon, nuestro Almirante de las islas e tierra
firme que son en el mar Occeano á la parte de las Indias: vimos vuestra
letra de 26 de Hebrero y las que con ella enviastes y los memoriales que
nos distes, y á lo que decís para este viaje á que vais querríades pasar
por la Española, ya os deximos que porque no es razón que para este
viaje á que agora vais, se pierda tiempo alguno, en todo caso vais por
este otro camino, que á la vuelta, placiendo á Dios, si os pareciere que
será necesario, podréis volver por allí de pasada para deteneros poco;
porque como vedes converná que vuelto vos del viaje á que agora vais
seamos luego informados de vos en persona de todo lo que en él ovieredes
fallado é fecho, para que con vuestro parescer é consejo proveamos sobre
ello lo que mas cumpla á nuestro servicio; y las cosas necesarias del
rescate acá se provean.
Aquí vos enviamos la Instrucción de lo que, placiendo á Nuestro
Señor, habéis de facer en este viaje; y á lo que decís de Portugal, nos
escrebimos sobre ello al Rey de Portugal, nuestro hijo, lo que conviene,
y vos enviamos aquí la carta nuestra que decís para su capitán, en que le
hacemos saber vuestra ida hacia el Poniente, y que havemos sabido su
ida hacia el Levante ; y si en camino os topáredes os tratéis los unos á
los otros como amigos , y como es razón de se tratar capitanes é gentes
de Reyes entre quien hay tanto debdo, amor é amistad, deciéndole que
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
639
lo mismo habernos mandado á vos; y procuraremos que el Rey de
Portugal nuestro hijo, escriba otra tal carta al dicho su capitán.
A lo que nos suplicáis que hayamos por bien que levéis con vos este
viaje á Don Fernando, vuestro fijo, y que la ración que se le dá quede á
Don Diego vuesto fijo, á Nos place dello.
A lo que decís que querríades llevar uno ó dos que sepan arábigo,
paréscenos bien, con tal que por ello no os detengáis.
A lo que decís qué parte de la ganancia se dará á la gente que
vá con vos en esos navios, decimos que vayan de la manera que han ido
los otros.
Las 10,000 piezas de moneda que decís, se acordó que non se
ficiesen por este viaje, fasta que mas se vea.
De la pólvora y artillería que demandáis, Nos avernos mandado ya
proveer como veréis.
Lo que decís que no podisteis hablar al Doctor Ángulo é al licen-
ciado Zapata á causa de la partida, escrevidnoslo larga é particu-
larmente.
Cuanto á lo otro contenido en vuestros memoriales é letras, tocante
á vos y á vuestros hijos, é hermanos, porque como vedes á causa que
Nos estamos en camino é vos de partida, no se puede entender en ello
fasta que Nos paremos de asiento en alguna parte, y si esto hovieredes
de esperar se perdería el viaje que agora vais; por eso es mejor, que pues
de todo lo necesario para vuestro viaje estáis despachado, vos partáis
luego sin detenimiento alguno, y quede á vuestro hijo el cargo de solicitar
lo contenido en los dichos memoriales; y tened por cierto que de vuestra
prisión nos pesó mucho, é bien lo vistes vos é lo conocieron todos clara-
mente, pues que luego que lo supimos lo mandamos remediar, y sabéis
el favor con que os habernos mandado tratar siempre, y agora estamos
mucho mas en vos honrar é tratar muy bien, y las mercedes que vos
tenemos fechas vos serán guardadas enteramente segund forma é tenor
de vuestros privilegios que dellas tenéis, sin ir en cosa contra ellas, y vos
y vuestros hijos gozareis dellas como es razón; y si necesario fuere
confirmarlas de nuevo, las confirmaremos, y á vuestro hijo mandaremos
poner en la posesión de todo ello, y en mas que esto tenemos voluntad
de vos honrar y fazer mercedes, y de vuestros hijos y hermanos Nos
tememos el cuidado que es razón, y todo esto se podrá fazer yendo vos
en buena hora, é quedando el cargo á vuestro hijo, como está dicho; y
asi vos rogamos que en vuestra partida no haya dilación. — De Valencia
de la Torre , á catorce días de Marzo de quinientos é dos años.
Yo el Rey. Yo la Reyna.
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Por mandado del Rey é de la Reina.
-Miguel Pérez de Almazan.
640
CRISTÓBAL COLON
INSTRUCCIONES PARA EL ALMIRANTE
El Rey é la Reyna: — Don Cristoval Colon, nuestro Almirante
de las islas é tierra firme que son en el mar Occéano á la parte de las
Indias; lo que Dios queriendo habéis de fazer en el viaje á que vais por
nuestro mandado es lo siguiente.
Primeramente habéis de trabajar de fazer velas con los navios que
lleváis lo mas brevemente que podáis, pues todo lo que para vuestro'
despacho se habia de proveer está fecho, y pagada la gente que con vos
vá, porquel tiempo de agora es muy bueno para navegar y segund es
largo el viaje que Dios queriendo habéis de ir todo el tiempo de aquí
adelante, es bien menester antes que vuelva la fortuna del invierno.
Habéis de ir vuestro viaje derecho, si el tiempo no os ficiere con-
trario, á descubrir las islas é tierra firme que son en las Indias en la parte
que cabe á Nos, y si á Dios pluguiere que descubráis ó falléis las dichas
islas, habéis de surgir con los navios que leváis y entrar en las dichas
islas é tierra firme la mas á seguridad vuestra y de la gente que leváis
que ser pueda, y habéis de tomar posesión por Nos é en nuestro nombre
de las dichas islas y tierra firme que así descubriéredes, y habéis de
informaros del grandor de las dichas islas, é facer memoria de todas las
dichas islas, y de la gente que en ellas hay y de la calidad que son, para
que de todo traigáis entera relación.
Habéis de ver en estas islas y tierra firme que descubriéredes, que
oro é plata é perlas é piedras é especería é otras cosas hoviere, é en que
cantidad é como es el nascimiento dellas, é facer de todo ello relación
por ante nuestro Escribano é oficial que Nos mandemos ir con vos para
ello; para que sepamos de todas las cosas quen las dichas islas é tierra
firme hoviere.
Habéis de mandar de nuestra parte que ninguna persona sea osado
de rescatar con ninguna mercadería ni otra cosa, ningún oro nin plata,
nin perlas, nin piedras, nin especias, nin otras cosas de ninguna calidad
que sean, ecepto que sean aquellas que vos señaláredes é nombráredes
con acuerdo é en presencia del dicho nuestro Escribano é oficial, el qual
ha de tomar por escrito los nombres de las tales personas que á ello
fueren, é obligación dellos que bien é fielmente manifestaran lo que
trujeren en presencia vuestra y del dicho escribano é oficial, sin encobrir
cosa alguna; con que sean certificados que por cualquier cosa que encu-
brieren caerán en pena de perdimiento de sus bienes , é las personas á la
nuestra merced.
Todo lo que se trujere é oviere de las dichas islas é tierra firme, así
de oro como de plata, é perlas é piedras é especería é otras cosas se ha
de entregar á Francisco de Porras en presencia vuestra é del escribano é
oficial que enviamos , el cual ha de facer libro de todo ello, é en él habéis
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
641
vos de firmar é el dicho nuestro escribano é oficial, é la persona que así
lo rescibiere, para que por el dicho libro é relación se haga cargo dello al
dicho Francisco Porras, é Nos sepamos cuanto es.
De la gente que leváis habéis de dejar en aquellas islas que descu-
briéredes la que á vos paresciere y habéis de mirar que queden lo
mejor mantenidos de proveimientos que ser pueda c seguridad de sus
personas.
Todos los capitanes é maestres é marineros é pilotos é gente de
armas que fiaeren en los dichos navios que leváis, han de fazer é obedescer
vuestros mandamientos como si Nos gelo mandásemos; á los quales
habéis de tratar como á personas que nos van á servir en semejante
jornada, é habéis de tener desde el dia que partiéredes fasta que volváis
la justicia cevil é creminal sobrellos, á los quales mandamos que vos
obedezcan como dicho es.
Otrosí, al tiempo que Dios queriendo, vos hoviéredes de volver, ha
de venir con vos el dicho nuestro escribano é oficial, é habéis de procurar
de traernos la mas cumplida é larga é entera relación de todo lo que
descubriéredes , é de las nasciones de lá gente de las dichas islas é tierra
ñrme que (aWáreáes] y no /lalfezs de traer esclavos: pero si buenamente
quisiere venir alguno por lengua con propósito de volver, traedle.
Así mismo, porque non se pueda encubrir ninguna cosa entre la
gente que trujiéredes en los navios, de lo que no se hoviere manifestado
ni entregado, antes que embarquéis para acá, habéis de catar todo lo que
cada uno metiere en los dichos navios, é ha de facer el dicho nuestro
escribano é oficial inventario dello, firmado de vuestro nombre é del suyo,
porque al tiempo que desembarcáredes , Dios queriendo, se vea por la
misma orden si traen alguna otra cosa de mas de lo que llovieren mani-
festado; porque si lo trujieren lo habrán perdido, y será para Nos, é mas
caerán en la pena sobredicha.
Lo qual todo que dicho es vos mandamos que así fagades é cum-
plades, segund é por la forma é manera que aquí se contiene, sin exceder
en cosa alguna dello, é si otras cosas oviere demás de las sobredichas que
se deban proveer para lo que á nuestro servicio cumple é al buen recabdo
de nuestra hacienda, proveedlo como mas cumpla á nuestro servicio, ca
para ello vos damos por esta instrucción poder cumplido; é mandamos á
los dichos capitanes, maestres é marineros é pilotos é hombres de armas
que fagan todo lo que conforme á esta nuestra instrucción les mandáredes
de nuestra parte, so las penas que vos les quisiéredes ó les mandáredes
poner de nuestra parte, las quales vos damos poder para las ejecutar en
ellos é en sus bienes. — Fecha en Valencia de la Torre á catorce dias del
mes de Marzo de mili e quinientos é dos años.
Yo el Rey. Vo la Reyna.
Por mandado del Rey é de la Reyna. — Miguel Pérez de Almazan.
Cristóbal Colon t. ii. — 81.
642
CRISTÓBAL COLÓN
^^'í'.
L- /
^M.
^ir'-^.:,
(D).— Pág. 510
Carta que escribió don CRISTÓBAL COLON, Virey y Almirante
DE LAS Indias, á los cristianísimos y muy poderosos Rey y
Reina de España, nuestros señores, en que les notifica
CUANTO LE HA ACONTECIDO EN SU VIAJE; Y LAS TIERRAS, PRO-
VINCIAS, ciudades, RÍOS Y OTRAS COSAS MARAVILLOSAS, Y DONDE
HAY MINAS DE ORO EN MUCHA CANTIDAD, Y OTRAS COSAS DE
GRAN RIQUEZA Y VALOR.
Serenísimos y muy altos y poderosos Príncipes Rey y Reina, nues-
tros Señores : De Cádiz pasé á Canaria en cuatro dias , y dende á las
Indias en diez y seis dias, donde escribía. Mi intención era dar prisa á mi
viaje en cuanto yo tenia los navios buenos, la gente y los bastimentos, y
que mi derrota era en la Isla de Jamaica; y en la Isla Dominica escribí
esto : fasta allí truje el tiempo á pedir por la boca. Esa noche que allí
entré fué con tormenta, y grande, y me persiguió después siempre.
Cuando llegué sobre la Española invié el envoltorio de cartas, y a pedir
por merced un navio por mis dineros, porque otro que yo llevaba era
inavegable y no sufria velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron
la respuesta. Para mí fué mandarme de parte de ahí, que yo no pasase
ni llegase á la tierra: cayó el corazón á la gente que iba conmigo, por
temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les
viniese que no serian remediados allí, antes le seria fecha alguna grande
afrenta. También á quien plugo dijo que el Comendador habla de proveer
las tierras que yo ganase. La tormenta era terrible, y en aquella noche
me desmembró los navios: á cada uno llevó por su cabo sin esperanzas,
salvo de muerte: cada uno de ellos tenia por cierto que los otros eran
perdidos. ¿ Quién nasció, sin quitar á Job , que no muriera desesperado.?*
que por mi salvación y de mi fijo, hermano y amigos me fuese en tal
tiempo defendida la tierra y los puertos que yo, por la voluntad de Dios,
gané á España sudando sangre? — E torno á los navios que así me habia
llevado la tormenta y dejado á mí solo. Depáremelos nuestro Señor
cuando le plugo. El navio Sospechoso habia echado á la mar, por escapar,
fasta la isola la Gallega; perdió la barca, y todos gran parte de los basti-
mentos: en el que yo iba, abalumado á maravilla, nuestro Señor le salvó
que no hubo daño de una paja. En el Sospechoso iba mi hermano ; y él,
después de Dios, fué su remedio. E con esta tormenta, así á gatas, me
llegué á Jamaica: allí se mudó de mar alta en calmeria y grande corriente,
y me llevó fasta el Jardín de ki Reina sin ver tierra. De allí cuando pude,
navegué á la tierra firme, adonde me salió el viento y corriente terrible
al opósito: combatí con ellos sesenta dias, y en fin no le pude ganar mas
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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de 70 leguas. — En todo este tiempo no entré en puerto, ni pude, ni me
dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo,
que parecía el fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias á Dios, y de
allí me dio nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fué á 1 2 de
Setiembre. Ochenta y ocho dias habia que no me habia dejado espan-
table tormenta, á tanto que no vide el sol ni estrellas por mar; que á los
navios tenia yo abiertos, á las velas rotas, y perdidas anclas y jarcia,
cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma, y
todos contritos, y muchos con promesa de religión, y no ninguno sin
otros votos y romerías. Muchas veces hablan llegado á se confesar los
unos á los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni
con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que
teníamos por esforzados. El dolor del fijo que yo tenia allí me arrancaba
el ánima, y mas por verle de tan nueva edad de 13 años en tanta fatiga,
y durar en ello tanto : nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba á
los otros, y en las obras hacia él como si hubiera navegado ochenta años,
y él me consolaba. Yo habia adolescido y llegado fartas veces á la
muerte. De una camarilla, que yo mandé facer sobre cubierta, mandaba
la via. Mi hermano estaba en el peor navio y más peligroso. Gran dolor
era el mió, y mayor porque lo truje contra su grado; porque, por mi
dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he
servido con tantos trabajos y peligros, que hoy dia no tengo en Castilla
una teja ; si quiero comer ó dormir no tengo, salvo al mesón ó taberna, y
las mas de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arran-
caba el corazón por las espaldas , y era de D. Diego mi hijo, que yo dejé
en España tan huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien
que tenia por cierto que allá como justos y agradecidos Príncipes le resti-
tuirían con acrescentamiento en todo. — Llegué á tierra de Cariay, adonde
me detuve á remediar los navios y bastimentos, y dar aliento á la gente,
que venia muy enferma. Yo que, como dije habia llegado muchas veces
á la muerte, allí supe de las minas del oro de la provincia de Ciamba,
que yo buscaba. Dos indios me llevaron á Carambaini, adonde la gente
anda desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no le querían vender ni
dar á trueque. Nombráronme muchos lugares en la costa de la mar,
adonde decia que habia oro y minas; el postrero era Veragua, y lejos de
allí obra de 25 leguas; partí con intención de los tentar á todos, y llegado
ya el medio supe que habia minas á dos jornadas de anda.dura: acordé
de enviarlas á ver víspera de San Simón y Judas, que habia de ser la
partida: en esa noche se levantó tanta mar y viento, que fué necesario de
correr hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre
conmigo. — En todos estos lugares, adonde yo habia estado, fallé verdad
todo lo que yo habia oido: esto me certificó que es así de la provincia de
Ciguare, que según ellos, es descrita nueve jornadas de andadura por
tierra al Poniente: allí dicen que hay infinito oro, y que traen corales en
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644
CRISTÓBAL COLÓN
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las cabezas, manillas á los pies y á los brazos dello, y bien gordas; y del,
sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran. También dijeron que las
mujeres de allí traian collares colgados de la cabeza á las espaldas. En
esto que yo digo, la gente toda de estos lugares conciertan en ello, y
dicen tanto que yo seria contento con el diezmo. También todos cono-
cieron la pimienta. En Cigiiare usan tratar en ferias y mercaderías : esta
gente así lo cuentan , y me amostraban del modo y forma que tienen en
la barata. Otrosí, dicen que las naos traen bombardas, arcos y flechas,
espadas y corazas , y andan vestidos , y en la tierra hay caballos , y usan
la guerra, y traen ricas vestiduras, y tienen buenas cosas. También dicen
que la mar boxa á Ciguare , y de allí á lO jornadas es el rio de Ganges.
Parece que estas tierras están con Veragua, como Tortosa con Fuente-
rrabia ó Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Carambai'u y llegué á
esos lugares que dije, fallé la gente en aquel mismo uso: salvo que los
espejos del oro quien los tenia los daba por tres cascabeles de gabilan
por el uno, bien que pesasen lo ó 15 ducados de peso. En todos sus
usos son como los de la Española. El oro cogen con otras artes, bien
que todos son nada con los de los cristianos. Esto que yo he dicho es lo
que oyó. Lo que yo sé es que el año 94 navegué en 24° al Poniente en
término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo ecUpses: el
sol estaba en Libra y la luna en Ariete. También esto que yo supe por
palabra habíalo yo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de haber
bien remedado á Marino, y ahora se falla su escritura bien propincua al
cierto. Tolomeo asienta Catigara á 12 líneas lejos de su Occidente, que
él asentó sobre el cabo de San Vicente en Portugal dos grados y un
tercio. Marino en 1 5 líneas constituyó la tierra é términos. Marino en
Etiopia escribe al Indo la linea equinoccial mas de 24^^, y ahora que los
portugueses le navegan le fallan cierto. Tolomeo diz que la tierra mas
austral es el plazo primero, y que no abaja mas de 1 5° y un tercio. E el
mundo es poco: el enjuto de ello en seis partes, la séptima solamente
cubierta de agua: la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras
y con adornamiento de la Sacra Escriptura, con el sitio del Paraíso
terrenal, que la santa Iglesia aprueba: digo que el mundo no es tan grande
como dice el vulgo, y que un grado de la equinoccial está 52 millas y dos
tercios: pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi
propósito de fablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y
trabajoso viaje, bien que él sea el mas noble y provechoso. — Digo que
víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder
resistirle. En un puerto excusé diez dias de gran fortuna de la mar y del
cielo: allí acordé de no volver atrás á las minas, y déjelas ya por ganadas.
Partí, por seguir mi viage, lloviendo: Ví&^wé. ii puerto de Bastimentos,
adonde entré y no de grado: la tormenta y gran corriente me entró allí
catorce dias; y después partí, y no con buen tiempo. Cuando yo hube
andado 1 5 leguas forzosamente , me reposó atrás el viento y corriente
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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con furia: volviendo yó al puerto de donde había salido fallé en el camino
al Retrete, adonde me retruje con harto peligro y enojo, y bien fatigado
yo y los navios y la gente: detüveme allí quince dias, que así lo quiso el
cruel tiempo ; y cuando creí de haber acabado me fallé de comienzo : allí
mudé de sentencia de volver á las minas, y hacer algo fasta que me
viniese tiempo para mi viage y marear; y llegado con 4 leguas revino la
tormenta, y me fatigó tanto á tanto que ya no sabia de mi parte. Allí se
me refrescó del mal la llaga: nueve dias anduve perdido sin esperanza de
vida: ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y echa espuma. El viento no
era para ir adelante, ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me
detenia en aquella mar fecha sangre, herbiendo como caldera por gran
fuego. El cielo jamas fué visto tan espantoso : un dia con la noche ardió
comp forno; y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo
si me habia llevado los masteles y velas; venian con tanta furia espan-
tables que todos creíamos que me habían de fundir los navios. En todo
este tiempo jamas cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo
que resengundaba otro diluvio. La gente estaba ya tan molida que
deseaban la muerte para salir de tantos martirios. Los navios ya habían
perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin
velas. — Cuando plugo á nuestro Señor volví á Puerto Gordo, adonde
reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacía Veragua para mí viage,
aunque yo no estuviera para ello. Todavía era el viento y corrientes
contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y
corrientes al encuentro, y volví otra vez al puerto, que no osé esperar la
oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque
las mas de las veces trae tempestad ó fuerte tiempo. Esto fué día de
Navidad en hora de misa. Volví otra vez adonde yo habia salido con
harta fatiga ; y pasado año nuevo torné á la porfía, que aunque me hiciera
buen tiempo para mí viage, ya tenia los navios inavegables, y la gente
muerta y enferma. Dia de la Epifanía llegué á Veragua, ya sin aliento:
allí me deparó nuestro Señor un río y seguro puerto, bien que á la entrada
no tenia salvo 10 palmos de fondo: metime en él con pena, y el día
siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera, no pudiera entrar á causa
del banco. Llovió sin cesar fasta 14 de Febrero, que nunca hubo lugar
de entrar en la tierra, ni de me remediar en nada; y estando ya seguro
á 24 de Enero, de improviso vino el rio muy alto y fuerte; quebráronme
las amarras y proeses, y hubo de llevar los navios, y cierto los vi en
mayor peligro que nunca. Remedió nuestro Señor, como siempre hizo.
No se si hubo otro con mas martirios. A 6 de Febrero, lloviendo, invié
70 hombres la tierra adentro; y á las 5 leguas fallaron muchas minas; los
indios que iban con ellos los llevaron á un cerro muy alto, y de allí les
mostraron hacia toda parte cuanto los ojos alcanzaban , diciendo que en
toda parte había oro, y que hacia el Poniente llegaban las minas 20 jor-
nadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde habia de ello mas ó
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CRISTÓBAL COLON
S
menos. Después supe yó que el Qiiibimí que habia dado estos indios, les
habia mandado que fuesen á mostrar las minas lejos y de otro su contra-
rio; y que adentro de su pueblo cogian, cuando él queria, un hombre en
diez dias una mozada de oro; los indios sus criados y testigos de esto
traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi
hermano con esa gente, y todos con oro que hablan cogido en cuatro
horas que fué allá á la estada. La calidad es grande, porque ninguno de
estos jamás habia visto minas, y los mas oro. Los mas eran gente de la
mar, y casi todos grumetes. Yo tenia mucho aparejo para edificar y
muchos bastimentos. Asenté pueblo, y di muchas dádivas al Qiiihian,
que así llaman al Señor de la tierra; y bien sabia que no habia de durar
la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me
aposesionaba en su término: después que él vido las cosas fechas y el
tráfago tan vivo acordó de las quemar y matarnos á todos: muy al revés
salió su propósito: quedó preso él, mujeres y fijos y criados; bien que su
prisión duró poco: el Quibian se fuyó á un hombre honrado, á quien se
habia entregado con guarda de hombres; é los hijos se fueron á un
maestre de navio, á quien se dieron en él á buen recaudo. En Enero se
habia cerrado la boca del rio. En Abril los navios estaban todos comidos
de broma, y no los podia sostener sobre agua. En este tiempo hizo el
rio un canal, por donde saqué tres dellos vacios con gran pena. Las barcas
volvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les
dejó salir fuera: los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, y
en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navio
que quedó adentro: yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte
fiebre, en tanta fatiga: la esperanza de escapar era muerta: subi así
trabajando lo mas alto, llamando á voz temerosa, llorando y muy aprisa,
los maestros de la guerra de vuestras Altezas, á todos cuatro los vientos,
por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado, me dormeci gimiendo:
una voz muy piadosa oí , diciendo : « ¡ O estulto y tardo á creer y á servir
»á tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él mas por Moysés ó por David
» su siervo ? Después naciste , siempre él tuvo de ti muy grande cargo.
» Cuando te vido en edad de que él fué contento, maravillosamente hizo
» sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan
» ricas , te las dio por tuyas : tú las repartiste adonde te plugo, y te dio
» poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban
» cerrados con cadenas tan fuertes , te dio las llaves ; y fuiste obedecido
»en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué
»hizo el mas al su pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por
» David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate á él, y conoce ya tu
» yerro: su misericordia es infinita: tu vejez no impedirá á toda cosa
» grande: muchas heredades tiene él grandísimas. Abrahan pasaba de
»cien años cuando engendró á Isac, ¿ni Sara era moza? Tu llamas por
» socorro incierto : responde , ¿ quién te ha afligido tanto y tantas veces,
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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» Dios ó el mundo ? Los privilegios y promesas que dá Dios , no las que-
» branta , ni dice después de haver recibido el servicio, que su intención
»no era esta, y que se entiende de otra manera, ni dá martirios por dar
» color á la fuerza : él vá al pie de la letra : todo lo que él promete cumple
» con acrescentamiento : ¿ esto es uso ? Dicho tengo lo que tu Criador ha
» fecho por ti y hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de
» estos afanes y peligros que has pasado sirviendo á otros.» Yo así amor-
tecido oí todo; mas no tuve yo respuesta á palabras tan ciertas, salvo
llorar por mis yerros. Acabó él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo:
« No temas , confia : todas estas atribulaciones están escritas en piedra
» marmol, y no sin causa. »
Levánteme cuando pude; y al cabo de nueve dias hizo bonanza, mas
no para sacar navios del rio. Recogí la gente que estaba en tierra, y todo
el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para navegar los
navios. Quedara yo á sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas
supieran de ello. El temor que nunca aportarían allí navios me determinó
á esto, y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se pro-
veerá de todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de
Pascua, con los navios podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí
en Belén dejé uno, y hartas cosas. En Belpiierto hice otro tanto. No me
quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos,
por haber de pasar 7,000 millas de mar y de agua, ó morir en la via con
fijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y
reprender, diciendo allá de en salvo: ¿porqué no haciádes esto allí? Los
quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo que otra de otro saber los
guarda : á nuestra fé es ninguna. — Llegué á 1 3 de Mayo en la provincia
de Mago, que parte con aquella del Catayo, y de allí partí para la Espa-
ñola: navegué dos dias con buen tiempo, y después fué contrario. El
camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, por no
me embarazar en los bajos dellas. La mar brava me hizo fuerza, y hube
volver atrás sin velas : surgí á una isla adonde de golpe perdí tres anclas,
y á la media noche, que parecia que el mundo se ensolvía, se rompieron
las amarras al otro navio, y vino sobre mi, que fué maravilla como no
nos acabamos de se hacer rajas : el ancla , de forma que me quedó, fué
ella después de nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis dias,
que ya era bonanza, volví á mi camino: así ya perdido del todo de
aparejos y con los navios horadados de gusanos mas que un panal de
abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo adelante de donde
yo habia llegado denantes : allí me torné á reposar atrás la fortuna : paré
en la misma isla en mas seguro puerto : al cabo de ocho dias torné á la
via y llegué á Jamaica en fin de Junio, siempre con vientos punteros, y
los navios en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no podían
con toda la gente vencer el agua que entraba en el navio, ni para
este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercar á lo
«Mí ''M*. í
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CRISTÓBAL COLON
mas cerca de la Española, que son 28 leguas; y no quisiera haber comen-
zado. El otro navio corrió á buscar puerto casi anegado. Yo porfié la
vuelta de la mar con tormenta. El navio se me anegó, que milagrosa-
mente me trujo nuestro Señor á tierra. ¿Quién creyera lo que aquí escribo?
Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron
con el Almirante lo atestigüen. Si place á vuestras Altezas de me hacer
merced de socorro un navio que 'pase de 64, con 200 quintales de biz-
cocho y algún otro bastimento, abastará para me llevar á mi y á esta
gente á España de la Española. En Jamaica ya dije que no hay 28 leguas
á la Española. No fuera yo, bien que los navios estuvieran para ello. Ya
dije que me fué mandado de parte de vuestras Altezas que no llegase á
allá. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta invio por
via y mano de indios: grande maravilla será si allá llega. — De mi viage
digo: que fueron 150 personas conmigo, en que hay hartos suficientes
para pilotos y grandes marineros : ninguno puede dar razón cierta por
donde fui yo ni vine: la razón es muy presta. Yo parti de sobre el puerto
del Brasil : en la Española no me dejó la tormenta ir al camino que yo
quería: fué por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese dia cai yo
muy enfermo: ninguno habia navegado hacia aquella parte: cesó el viento
y mar dende á ciertos dias, y se mudó la tormenta en calmería y grandes
corrientes. Fui á aportar á una isla que se dijo de las Bocas, y de allí á
tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no
hay razón que abaste; porque fué ir con corriente sin ver tierra tanto
número de dias. Seguí la costa de la tierra firme: esta se asentó con
compás y arte. Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo ó
cuando yo parti de ella para venir á la Española. Los pilotos creian
venir á parar á la isla de Sanct-Joan; y fué en tierra de Maitgo, 400 leguas
mas al Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adonde es el
sitio de Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo
que fueron á unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para
volver á ella el camino tiene ignoto, seria necesario para ir á ella descu-
brirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrologia, y cierta:
quien la entiende esto le basta. A visión profética se asemeja esto. Las
naos de las Indias, sino navegan salvo á popa, no es por la mala fechura,
ni por ser fuertes; las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con
el viento hacen que nadie porfié con bolina, porque un dia perderían lo
que hubiesen ganado en siete ; ni saco carabela aunque sea latina portu-
guesa. Esta razón hace que no naveguen, salvo con colla, y por esperarle
se detienen á las veces seis y ocho meses en puerto; ni es maravilla,
pues que en España muchas veces acaece otro tanto. — La gente de que
escribe Papa Pió, según el sitio y señas, se ha hallado, mas no los caba-
llos, pretales y frenos de orp, ni es maravilla, porque allí las tierras de la
costa de la mar no requieren , salvo pescadores , ni yo me detuve porque
andaba á prisa. En Cariay, y en esas tierras de su comarca, son grandes
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
649
(echiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera
allí una hora. Cuando llegué allí luego me inviaron dos muchachas muy
ataviadas: la mas vieja no seria de once aiíos y la otra de siete; ambas
con tanta desenvoltura que no serian mas unas putas : traian polvos de
hechizos escondidos; en llegando las mandé adornar de nuestras cosas y
las invié luego á tierra : allí vide una sepultura en el monte, grande como
una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirando en ella. De otras
artes me dijeron y mas excelentes. Animalías menudas y grandes hay
hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente,
y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero habia herido
una animalía, que se parece á gato paúl, salvo que es mucho mas grande,
y el rostro de hombre: teníale atravesado con una saeta desde los pechos
á la cola, y porque era feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna: el
puerco en viéndole se le encrespó y se fué huyendo : yo cuando esto vi
mandé echarle bcgare , que así se llama adonde estaba: en llegando á él,
así estando á la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la cola
por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la mano que le quedaba
le arrebató por el copete como á enerrtigo. El auto tan nuevo y hermosa
montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalías se hubo,
mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes y la pluma como lana
vide hartas. Leones, ciervos, corzos otro tanto, y así aves. Cuando yo
andaba por aquella mar en fatiga en algunos se puso heregia que está-
bamos enfechizados , que hoy dia están en ello. Otra gente fallé que
comían hombres: la desformidad de su gesto lo dice. Allí dicen que hay
grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cofas labradas, fundidas,
soldadas hube, y fraguas con todo su aparejo de platero y los crisoles.
Allí van vestidos; y en aquella provincia vide sábanas grandes de algodón,
labradas de muy sotiles labores; otras pintadas muy sutilmente á colores
con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo las hay
tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en ellas, falta de
lengua, no se sabe tan presto. Los pueblos, bien que sean espesos, cada
uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden los unos
con los otros, mas que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en
esta gente salvage de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro. —
Cuando yo descubrí las Indias dije que eran el mayor señorío rico que
hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especerías,
con los tratos y ferias, y porque no pareció todo tan presto fui escanda-
lizado. Este castigo me hace agora que no diga salvo lo que yo oigo de
los naturales de la tierra. De una oso decir, porque hay tantos testigos,
y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos
dias primeros que en la Española en cuatro años , y que las tierras de la
comarca no pueden ser mas fermosas ni mas labradas, ni la gente mas
covarde, y buen puerto, y fcrmoso rio, y defensible al mundo. Todo esto
es seguridad de los, cristianos y certeza de señorío, con grande esperanza
wm
Cristóbal Colón, t. ii.— 82.
650
CRISTÓBAL COLON
de la honra y acrescentamiento de la religión cristiana; y el camino allí
será tan breve como á la Española, porque ha de ser con viento. Tan
señores son vuestras Altezas de esto como de Jerez ó Toledo : sus navios
que fueren allí van á su casa. De allí sacarán oro : en otras tierras , para
haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, ó se volverán
vacíos, y en la tierra es necesario que fien sus personas de un salvage. —
Del otro que yo dejo de decir, ya dige por qué me encerré: no digo así,
ni que yo me afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho
ni escrito, y que yo esto á la fiaente, genoveses, venecianos y toda gente
que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todas las llevan
hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro : el oro es exce-
lentísimo: del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto
quiere en el mundo, y llega á que echa las ánimas al paraíso. Los Seño-
res de aquellas tierras de la comarca de Veragua cuando mueren entierran
el oro que tienen con el cuerpo, así lo dicen: á Salomón llevaron de un
camino 666 quintales de oro, allende lo que llevaron los mercaderes y
marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo 200
lanzas y 300 escudos, y fizo el tablado que habia de estar arriba "dellas
de oro y adornado de piedras preciosas, y fizo otras muchas cosas de
oro, y vasos muchos y muy grandes y ricos de piedras preciosas. Joseío
en su crónica Antiqíiitatibus lo escribe. En el Paralipómenon y en el libro
de los Reyes se cuenta de esto. Joseío quiere que este oro se hobiese en
la Áurea: si así fiaese digo que aquellas minas de la Áurea son unas y se
convienen con estas de Veragua, que como yo dije arriba se alarga al
Poniente 20 jornadas, y son en una distancia lejos del Polo y de la línea.
Salomón compró todo aquello, oro, piedras y plata, é ailí le pueden
mandar á coger si les aplace. David en su testamento dejó 3.000 quin-
tales de oro de las Indias á Salomón para ayuda de edificar el templo, y
según Josefo era el destas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sion
ha de ser reedificado por mano de cristianos: quien ha de ser. Dios por
boca del Profeta en el décimo cuarto salmo lo dice. El Abad Joaquín
dijo que este habia de salir de España. San Gerónimo á la santa mujer
le mostró el camino para ello. El Emperador del Catayo ha dias que
mandó sabios que le enseñen en la fé de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca
á esto? Si nuestro Señor me lleva á España, yo me obligo de llevarle,
con el nombre de Dios, en salvo. — Esta gente que vino conmigo han
pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico á V. A., porque son pobres,
que les mande pagar luego, y les haga mercedes á cada uno según la
calidad de la persona, que les certifico que á mi creer les traen las mejores
nuevas que nunca fueron á España. El oro que tiene el Qjiibiati de
Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea
mucho, no me paresció bien ni servicio de vuestras Altezas de se lo tomar
por via de robo : la buena orden evitará escándalo y mala fama , y hará
que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes de
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
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buen tiempo yo acabaré todo mi viaje: por falta de los navios no porfié
á esperarle para tornar á ello, y para toda cosa de su servicio espero en
aquel que me hizo, y estaré bueno. Yo creo que V. A, se acordará que
yo queria mandar hacer los navios de nueva manera: la brevedad del
tiempo no dio lugar á ello, y cierto yo habia caido en lo que cumplía. —
Yo tengo en mas esta negociación y minas con esta escala y señorío, que
todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este fijo para dar á criar
á madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras no me
acuerdo dellas, que yo no llore: creia yo que el ejemplo dellas hobiese
de ser por estotras al contrario: ellas están boca á yuso, bien que no
mueren: la enfermedad es incurable, ó muy larga: quien las llegó á esto
venga agora con el remedio si puede ó sabe: al descomponer cada uno
es maestro. Las gracias y acrescentamiento siempre fué uso de los dar á
quien puso su cuerpo á peligro. No es razón que quien ha sido tan
contrario á esta negociación le goce ni sus hijos. Los que se fueron de
las Indias fuyendo los trabajos y diciendo mal dellas y de mí, volvieron
con cargos: así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin
provecho del negocio y para la justicia del mundo: este temor con otros
casos hartos que yo veia claro, me hizo suplicar á V. A. antes que yo
viniese á descubrir esas islas y tierra firme, que me las dejasen gobernar
en su Real nombre: plúgoles: fué por privilegio y asiento, y con sello y
juramento, y me intitularon de Viso Rey y Almirante y Gobernador
general de todo; y aseñalaron el término sobre las islas de los Azores
100 leguas; y aquellas del Cabo Verde por línea que pasa de polo á polo,
y desto y de todo que mas se descubriese, y me dieron poder largo: la
escritura á mas largamente lo dice. — El otro negocio famosísimo está con
los brazos abiertos llamando: extrangero he sido fasta agora. Siete años
estuve en su Real corte, que á cuantos se fabló de esta empresa todos á
una dijeron que era burla: agora fasta los sastres suplican por descubrir.
Es de creer que van á saltear, y se les otorga, que cobran con mucho per-
juicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar á Dios lo
suyo y aceptar lo que le pertenece. Esta es justa sentencia, y de justo. Las
tierras que acá obedecen á V. A. son mas que todas las otras de cristianos
y ricas. Después que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de
su Real y alto señorío y en filo para haber grandísima renta, de improvi-
so, esperando navios para venir á su alto conspecto con victoria y gran-
des nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado con dos her-
manos en un navio, cargados de fierros, desnudo en cuerpo, con muy mal
tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia: ¿quién creerá que un
pobre extrangero se hobiese de alzar en tal lugar contra V. A. sin causa,
ni sin brazo de otro Príncipe, y estando solo entre sus vasallos y naturales,
y teniendo todos mis fijos en su Real corte? Yo vine á servir de 28 años ',
m
T^m
' En esto hay equivocación, como ya la advirtió el señor Bossi. Algunos historia-
652
CRISTÓBAL COLON
1
y agora no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo
enfermo, y gastado cuanto me quedó de aquellos, y me fué tomado y
vendido, y á mis hermanos fasta el sayo, sin ser oido ni visto, con gran
deshonor mió. Es de creer que esto no se hizo por su Real mandado.
La restitución de mi honra y daños, y el castigo en quien lo fizo, fará
sonar su Real nobleza; y otro tanto en quien me robó las perlas, y
de quien ha fecho daño en ese almirantado. Grandísima virtud, fama
con ejemplo será si hacen esto, y quedará á la España gloriosa me-
moria con la de vuestras Altezas de agradecidos y justos Príncipes.
La intención tan sana que yo siempre tuve al servicio de vuestras Alte-
zas, y la afrenta tan desigual, no da lugar al ánima que calle, bien que
yo quiera: suplico á vuestras Altezas me perdonen. — Yo estoy tan per-
dido como dije: yo he llorado fasta aquí á otros: haya misericordia agora
el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una
blanca para el oferta: en el espiritual he parado aquí en las Indias de la
forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada
dia por la muerte, y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad
y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la
Santa Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo.
Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este
viage á navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto porque estaba
ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine á V. A. con sana
intención y buen zelo, y no miento. Suplico humildemente á V. A. que
si á Dios place de me sacar de aquí, que haya por bien mi ida á Roma y
otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad guarde y
acresciente. Fecha en las Indias en la isla de Jamaica á 7 de Julio de
1503 años.
dorcs-suponen que Colón murió de sesenta años en el de 1506, y por consiguiente nació
en 1446. Su hijo don Hernando asegura que vino á Castilla desde Portugal al fin del año
1484. El Cura de los Palacios, que le trató y conoció, dice que murió in senectute bona, de
edad setenta años, poco más ó menos. Esto parece lo mas probable, como lo manifesta-
remos en otro lugar. — Una conjetura nuestra. ¿Podría leerse 48? ¿Estaría escrito en nume-
ración romana mal hecha XLVllI, y un copiante poco diestro tomó la L por otra X? Así
quedaba exacta la cronología. CRISTÓBAL CoLÓN en el año de su venida á España, 1484,
debía tener exactamente cuarenta y ocho años.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
(El).— Pág. 514
Carta de don CRISTÓBAL COLON Á su hijo don Diego
653
(En el sobre dice: A mi muy caro fijo D. Diego Colo?i).
Muy caro fijo: Recibí tu carta con el correo. Fecistes bien de quedar
allá á remediar algo y á entender ya en nuestros negocios. El Sr. Obispo
de Falencia, siempre desque yo vine á Castilla me ha favorecido y
deseado mi honra. Agora es de le suplicar que le plega de entender en
el remedio de tantos agravios mios; y que el asiento y cartas de merced
que sus Altezas me hicieron, que las manden cumplir y satisfacer tantos
daños: y sea cierto que si esto hacen sus Altezas que les multiplicará la
hacienda y grandeza en increíble grado. Y no le parezca que 40.000 pesos
de oro sean salvo representación, que se podia haber muy mayor cantidad,
si Satanás no lo estorbara en me empedir mi disiño: porque cuando yo
fui sacado de las Indias tenia en filo para dar suma de oro incomparable
á 40.000 pesos. — Yo fago juramento, y esto sea para tí solo, que de las
mercedes que sus Altezas me tienen fechas, en mi parte me alcanza el
daño 10 cuentos cada año, y que jamas se pueden rehacer. Ved que
parte será ó es la que toca á sus Altezas, y no lo sienten. Yo escribo á
su merced, y me trabajaré de partir para allá. La llegada y el resto es
en las manos de nuestro Señor. Su misericordia es infinita. — Lo que se
haz y está para hacer, diz San Agostin, que ya está hecho antes de la
creación del mundo. — Yo escribo también á estotros señores que dice la
carta de Diego Méndez. En su merced me encomiendo con las nuevas
de mi vida, como dije arriba; que cierto estoy con gran temor, porque el
frió tiene tanta inimistad con esta mi enfermedad que habré de quedar
en el camino.
Plúgome mucho de oir tu carta, y de lo que el Rey nuestro Señoi
dijo : por el cual le besarás las Reales manos. Es cierto que yo he servido
á sus Altezas con tanta diligencia y amor como y mas que por ganar el
paraíso; y si en algo ha habido falta habrá sido por el imposible, ó por
no alcanzar mi saber y fuerzas mas adelante. Dios nuestro Señor en tal
caso no quiere de las personas salvo la voluntad.
Yo llevé de aquí dos hermanos, que se dicen Porras, á ruego del
Sr. Tesorero Morales. El uno fué por capitán y el otro por contador,
ambos sin habilidad destos cargos: é yo con atrevimiento de suplir por
ellos, por amor de quien me los dio. Allá se tornaron mas vanos de lo
que eran. Muchas civilidades les relevé que no hiciera á un pariente; y
que eran tales que merecían otro castigo que reprensión de boca. En fin
■:í^
654
CRISTÓBAL COLON
llegaron á tanto, que aunque yo quisiera non podia escusar de non llegar
á lo que fué. Las pesquisas harán fé si yo miento. Alzáronse en la isla
de Janahica, de que yo fui tan maravillado, como si los rayos del sol
causaran tinieblas. Yo estaba á la muerte y me martirizaron cinco meses
con tanta crueldad sin causa. En fin yo los tuve á todos presos, y luego
los di por libres, salvo al capitán que yo traia á sus Altezas preso.
Una suplicación que me hicieron con juramento, que con esta que te
envió te dirá largo desto, bien que las pesquisas son las que fablan largo,
las cuales y el escribano vienen en otro navio que yo espero de dia en
dia. Este preso prendió el gobernador en Santo Domingo. Su cortesía
le constringió en facer esto. Yo tenia en mi instrucción un capitulo en
que sus Altezas me mandaban que todos me obedeciesen, y que tuviese
yo la justicia civil y criminal sobre estos todos que fueron conmigo : mas
no aprovechó con este, el cual dijo que non se entendia en su término.
Envióle acá á estos señores que tienen cargo de las Indias sin pesquisa ni
proceso ni escrito. Ellos non le recibieron y se van sueltos. — Non me
maravillo si nuestro Señor castiga. Ellos fueron allá con sus barbas de
poca vergüenza. Rebeldaria tal ni traición tan cruel se oyó nunca. — Yo
escrebí desto á sus Altezas con la otra carta, y que non era razón que
consintiesen este agravio. También escrebi al Sr. Tesorero que le pedia
por merced que no diese sentencia en palabras que estos le dijesen fasta
oirme. Agora será bien que se lo acoerdes de nuevo. Non se como osan
de ir delante del con tal impresa. Yo lo escribo á él otra vez, y le envió
el traslado del juramento como á tí fago, y otro tanto al doctor Ángulo
y licenciado Zapata. En su merced de todos me encomienda, con aviso
que mi partida para allá será breve.
Folgara yo en ver carta de sus Altezas, y saber que mandan.
Débeslo de procurar si viéredes el remedio. También de me encomendar
al'Sr. Obispo y á Joan López con la memoria de mi enfermedad y del
galardón de mis servicios.
Estas cartas que van con esta debes de leer por te conformar con la
fabla de ellos.
A Diego Méndez agradezco su carta: non le escribo porque sabrá de
tí todo, y por mi mal que me cansa.
Carbajal y Jerónimo en tal tiempo estuvieran bien en la corte, y
fablar en nuestro provecho con estos señores y con el secretario. — Fecha
en Sevilla á 21 de Noviembre '.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo FERENS.
Corresponde al año de 1504, y así las demás hasta Enero y Febrero de 1505.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
655
(Sigue de letra del Almirante también).
Yo torné á escribir á sus Altezas, suplicándoles que mandasen á
proveer de la paga desta gente que fueron conmigo, porque son pobres
y anda en tres años que dejaron sus casas. Las nuevas que les traen son
mas que grandes. Ellos han pasado infinitos peligros y trabajos. Yo
non quise robar la tierra por non escandalizarla; porque la razón quiere
que se pueble, y entonces se habrá todo el oro á la mano sin escándalo.
Fabla dello al secretario y al Sr. Obispo y á Juan López y á quien viére-
des que conviene.
II
( En el sobre dice : A mi muy caro fijo Don Diego Colon. — En
la Corte).
Muy caro fijo : recebí tus cartas de 15 de este. Después te escrebí
que son ocho dias con un correo, y á otros hartos, y las cartas te envié
abiertas para que las viésedes, y vistas las diésedes cerradas. — Bien que
esta enfermedad me tribuía tanto, todavía aderezo mi ida. — Mucho qui-
siera la respuesta á sus Altezas, y que la procurárades ; y también que
proveyeran á la paga desta gente pobre que han pasado increíbles traba-
jos y les traigo tan altas nuevas, de que deben dar infinitas gracias á Dios
nuestro Señor, y estar dellas tan alegres. Si yo miento ^ el Paralipo-
menon y el libro de los Reyes y Josepho de Antiquitatibiis , con otros
hartos, dirán lo que desto saben. Yo espero en nuestro Señor de partir esta
semana que viene. Ni por esto debes dejar de escribir mas amenudo. —
De Carbajal y de Gerónimo no he sabido. Si ahí están dales mis enco-
miendas. El tiempo es tal que ambos debieran estar en la corte, si la
enfermedad non los estorba. — A Diego Méndez da mis encomiendas:
creo yo que valdrá tanto su verdad y diligencia como las mentiras de los
Porras. El portador desta es Martin de Gamboa, y con él escribo á Juan
López y envió creencia. — Ved la carta, y después se le vuelva. Si me
escribes vayan las cartas á Luis de Soria, porque me las envié al camino
donde yo fuere : porque si voy en andas será creo por la plata '^. —Nuestro
Señor te haya en su santa guardia. — Tu tio ha estado muy malo y está
de las quijadas y de los dientes. — Fecha en Sevilla á 28 de Noviembre.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.
L^J^J
Asi parece que dice el original, que está roto en estas dos sílabas.
Llámase asi la calzada ó camino romano que va desde Mérida á Salamanca.
656
CRISTÓBAL COLON
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III
(En el sobre dice: A mi muy caro c ainado f Jo D. Diego Colon).
Muy caro fijo: Después que recebí tu carta de 15 de Noviembre
nunca mas he sabido de tí. Quisiera que me escribiérades muy amenudo.
Cada hora quisiera ver tus letras. La razón te debe decir que no tengo
ahora otro descanso. Muchos correos vienen cada dia, y las nuevas acá
son tantas y tales que se me encrespan los cabellos todos de las oir tan
al revés de lo que mi ánima desea. Plega á la Santa Trinidad de dar
salud á la Reina nuestra Señora , porque con ella se asiente lo que va ya
levantado. — Otro correo te envié el Jueves hizo ocho dias: ya debe estar
en camino de venir acá. Con él te escrebí que mi partida era cierta, y la
esperanza según la experiencia de la llegada allá muy al contrario; porque
este mi mal es tan malo, y el frió tanto conforme á me lo favorecer, que
non podia errar de quedar en alguna venta. Las andas y todo fué presto.
El tiempo tan descomunal que parecia á todos que era imposible á poder
salir con lo que comenzaba: y que mejor era curarme y procurar por la
salud que poner en aventura tan conocida la persona. — Con estas cartas
te dije lo que agora digo, que fué bien mirado á te quedar allá en tal
tiempo, y que era razón comenzar á entender en los negocios; y la sazón
ayuda mucho á esto. Paréceme que se debe sacar en buena letra aquel
capítulo de aquella carta que sus Altezas me escribieron, á donde dicen
que complirán conmigo, y te pornán en la posesión de todo, y dásela con
otro escrito que diga de mi enfermedad y como es imposible que yo
pueda agora ir á besar sus Reales pies y manos; y que las Indias se
pierden y están con el fuego de mil partes; y como yo non he recibido ni
recibo nada de la renta que en ellas he: ni nadie osa de aceptar de requerir
allá nada; y que vivo de emprestado. Unos dineros que allá hobe, allí
los gasté en traer esa gente que fué conmigo acá á sus casas: porque
fuera gran cargo de conciencia á los dejar y desampararlos. Al señor
Obispo de Falencia es de dar parte desto con de la tanta confianza que
en su merced tengo, y ansí al Sr. Camarero. — Creia yo que Carvajal y
Gerónimo en tal sazón estarían ahí. — Nuestro Señor es aquel que está, y
que lo avivará como sabe que nos conviene.
Carvajal llegó ayer aquí: yo le quise enviar luego con esta misma
orden : escusóseme mucho diciendo que su mujer está á la muerte. Veré
que vaya porque él mucho sabe destos negocios, — También trabajaré que
vayan tu hermano y tu tio á besar las manos á sus Altezas, y les dar
cuenta del viaje, si mis cartas non abastan. De tu hermano haz mucha
cuenta: él tiene buen natural, y ya deja las mocedades: diez hermanos
no te serian demasiados: nunca yo fallé mayor amigo á diestro y siniestro
que mis hermanos.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
657
Es de trabajar en haber la gobernación de las Indias, y después el
despacho de la renta. Allá te dejé un memorial que decia lo que me per-
tenece dellas. Lo que despacharon á Carvajal es nada, y en nada se ha
tornado. Quien quiere lleva mercaderías, y ansí el ochavo es nada: porque
sin contribuir en él puedo yo enviar á mercadear sin tener cuenta ni
compañía con nadie. Harto dije yo esto en tiempo pasado que la contri-
bución del ochavo vernia á nada: el ochavo y el resto me pertenece por
la razón de la merced que sus Altezas me hicieron, como te dejé aclarado
en el libro de mis privilegios, y ansí el tercio y diezmo: del cual diezmo
no recibo salvo el diezmo de lo que sus Altezas reciben, y ha de ser de
todo el oro y otras cosas que se fallan y se adquieren por cualquiera
forma que sea dentro ese Almirantado, y el diezmo de todas las merca-
durías que van y vienen de allá, sacando las costas, — Ya dije que en el
libro de los privilegios está bien aclarada la ra;4on de esto y del resto; con
del juzgado aquí en Sevilla de las Indias; es de trabajar que sus Altezas
respondan á mi carta , y que manden á pagar esta gente. — Con Martin
de Gamboa habrá cuatro dias que yo les torné á escrebir, y veríades la
carta de Juan López con la tuya.
Acá se diz que se ordena de enviar á facer tres ó cuatro Obispos de
las Indias, y que al Sr. Obispo de Falencia está remitido esto. Después
de me encomendado en su merced, dile que creo que será servicio de sus
Altezas que yo fable con el primero que concluya esto.
A Diego Méndez da mis encomiendas, y vea esta. Mi mal no con-
siente que escriba salvo de noche, porque el dia me priva la fuerza de
las manos.
Yo creo que esta carta llevará un hijo de Francisco Pinelo: hácele
buen allegamiento, porque haz por mí todo lo que puede con buen amor
y larga voluntad alegre. — La carabela que quebró el mástil en saliendo
de Santo Domingo es llegada al Algarbe: en esta vienen las pesquisas de
los Porras. — Cosas tan feas con crueldad cruda tal, jamás fué visto. Si
sus Altezas no los castigan, no se quien sea osado ir fuera en su servicio
con gente.
Hoy es lunes. — Trabajaré que partan mañana tu tio y tu hermano.
Acoerdate de me escrebir muy amenudo, y Diego Méndez muy largo. —
Cada dia hay aquí de allá mensajeros. — Nuestro Señor te haya en su
santa guardia. Fecha en Sevilla i .° de Diciembre.
Tu padre que te ama como á sí.
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Xpo. FERENS.
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Cristóbal Colon t. ii. — 83.
658
CRISTÓBAL COLÓN
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IV
(En el sobre dice: A mi muy caro fijo D. Diego Colon. — En la
Corte).
Muy caro fijo: Ante ayer te escrebí con persona de Francisco Pinelo
largo, y con esta va un memorial bien complido. Muy maravillado estoy
de non ver carta tuya ni de otro. Esa maravilla tienen todos los que me
conocen. Todos acá tienen cartas, é yo á quien mas cumplía, non las
veo. Era de tener sobre ello gran cuidado. El memorial que arriba dije
abasta, y por esto non me alargo mas en esta. Tu hermano y tu tio
y Carvajal van allá: dellos sabrás lo que aquí falta. — Nuestro Señor te
haya en su santa guarda, -r- Fecha en Sevilla á 3 de Diciembre.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.
Memorial de letra del Almirante
Memorial para tí mi muy caro fijo Don Diego de lo que al presente
me ocorre que se ha de hacer. — Lo principal es de encomendar afectuo-
samente con mucha devoción el ánima de la Reina nuestra Señora á Dios.
Su vida siempre fué católica y santa y pronta á todas las cosas de su
santo servicio; y por esto se debe creer que está en su santa gloria, y
fuera del deseo deste áspero y fatigoso mundo. Después es de en todo y
por todo de se desvelar y esforzar en el servicio del Rey nuestro Señor,
y trabajar de le quitar de enojos. — Su Alteza es la cabeza de la cristian-
dad: ved el proverbio que diz: cuando la cabeza duele, todos los miem-
bros duelen. Ansí que todos los buenos cristianos deben suplicar por su
larga vida y salud, y los que somos obligados á le servir mas que otros
debemos ayudar á esto con grande estudio y diligencia. — Esta razón me
movió agora con mi fuerte mal á te escribir esto que aquí escribo, porque
su Alteza lo provea como fuere su servicio; y por mayor cumplimiento
envió allá tu hermano, que bien que él sea niño en dias, no es ansí en el
entendimiento, y envió á tu tio y Carvajal , porque si este mi escribir
non abasta, que todos con tí juntamente proveáis con palabra, por manera
que su Alteza reciba servicio.
A mi veer nada tiene tanta necesidad de se proveer y remediar como
las Indias. Allá debe agora de tener su Alteza mas de 40 ó 50.000 pesos
de oro. Conoscí quel Gobernador, cuando yo estaba allá, non tenia
mucha gana de los enviar. — También en la otra gente se cree que habrá
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
659
otros 150.000 pesos, y las minas en gran vigor é fuerza. La gente que
allá es los mas son de común y de poco saber, y que poco estiman los
casos. El Gobernador es de todos muy mal quisto. Es de temer que esta
gente non tome algún revés. Si esto seguiese, lo que Dios no quiera,
seria después malo de adobar, y también si de acá ó de otras partes con
la gran fama del oro se pusiese á usar sobre ellos de justicia. Mi parecer
es que su Alteza debe de proveer esto apriesa y de persona á quien
duela con 1 50 ó 200 personas con buen atavio, fasta que lo asiente bien
sin sospecha. Lo cual puede ser en menos de tres meses, y que se provea
de hacer allá dos otras fuerzas. — El oro que allá está es grande aventura,
porque es ligero con poca gente de señorearlo. — Digo que acá se diz
un refrán que al caballo la vista de su dueño le engorda. Acá y adonde
quiera, fasta que el espíritu se aparte de este cuerpo serviré á su Alteza
con gozo.
Arriba dije que su Alteza es la cabeza de los cristianos, y es de nece-
sidad que se ocupe y entienda en conservarlos y las tierral! A esta causa
dicen la gente que non puede ansí proveer de buen gobierno á todas
estas Indias, y que se pierden y no dan el fruto ni le crian como la razón
quiere. A mi veer seria su servicio que de algo desto se descuidase con
alguno á quien doliese el mal tratamiento dellas.
Yo escrebí á su Alteza, luego que aquí llegué una carta bien larga,
llena de necesidades que requieren el remedio cierto, presto y de brazo
sano. Ninguna respuesta ni provisión sobre ello he visto. Unos navios
detiene en San Lúcar el tiempo. — Yo he dicho á estos señores de la
contratación que los deben mandar á detener fasta que el Rey nuestro
Señor provea en ellos, ó de presente con gente ó de escrito. Muy nece-
sario es desto, y sé lo que digo, y es necesidad que se mande en todos
los puertos, y se mire con diligencia que non vaya allá nadie sin licencia.
Ya dije que hay mucho oro cogido en casas de paja sin fortaleza, y en la
tierra hartos desconcertados, y la enemistad deste que gobierna, y el
poco castigo que se hace y se ha fecho en quien cometió manipodios y
salió con su traición favorecido. — Si su Alteza acoerda de proveer algo
debe de ser luego, porque estos navios no reciban agravio. — Yo he oido
que están para elegir tres Obispos para enviar á la Española. — Si place
á su Alteza de me oir antes que esto concluya, que diré con que Dios
nuestro Señor gea bien servido y su Alteza , y contento.
(Por debajo del final de este Memorial está escrito también de letra
del Almirante lo que sigue).
Yo me he detenido en el proveer de la Española.
66o
CRISTÓBAL COLON
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V
(En el sobre dice: A mi 7nuy caro fijo D. Diego Colo)i. — En
la Corte).
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W.
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Muy caro fijo: Hoy son ocho dias que partió de aquí tu tio y tu
hermano y Carvajal juntos para besar las Reales manos de su Alteza y
le dar cuenta del viaje, y también para te ayudar á negociar lo que allá
fuere menester.
D. Fernando llevó de aquí 150 ducados y su albedrío: él habrá de
gastar dellos : lo que él tuviere te los dará. También lleva una carta de
fee de dineros para esos mercaderes. Ved que es mucho menester de
poner buena guardia en ellos que allá hobe yo enojo con ese Gobernador,
porque todos me decian que yo tenia allí 1 1 ó 12.000 castellanos y non
hobe sino cuafro. — Él se quería meter en cartas conmigo de cosas á que
non soy obligado, y yo con la confianza de la promesa de sus Altezas, que
me mandarían restituir todo, acordé de dejar esas cuentas con la espe-
ranza de se las tomar á él. Ansí que, bien que tenga allá dineros, non ha
nadie, por su soberbia, que se los ose requerir. — Yo bien sé que después
de yo partido que él habrá recibido mas de 5.000 castellanos. — Si posible
fuese de haber una carta de buena tinta de su Alteza para él, en que le
mandase con la persona que yo enviaré con mi poder, que luego sin dila-
ción envié los dineros y cuenta cumplida de todo lo que á mí pertenece,
seria bueno; porque de otra guisa non dará ni á Miguel Diaz ni Velazquez
nada, ni le osan ellos fablar solamente en ello. — Carvajal muy bien sabrá
como esto ha de ser: vea él esta. Los 150 ducados que te envió Luis de
Soria, cuando yo vine, están pagados á su voluntad.
Con D. Fernando te escribí largo, y envié un memorial. Agora que
mas he pensado digo, que pues que sus Altezas al tiempo de mi partida
dijeron por su firma y por palabra que me darian todo lo que por mis
privilegios me pertenece, que se debe dejar de requerir el memorial del
tercio, ó del diezmo y ochavo, salvo sacar el capítulo de su carta á donde
me escriben esto que dije, y requerir todo lo que me pertenece como lo
tienes escrito en el libro de los privilegios, en el cual va también aclarado
la razón porque yo he de haber el tercio, ochavo y diezmo; porque
después habrá siempre lugar de abajar á lo que la persona quisiese; pues
sus Altezas dicen en su carta que me quieren dar todo lo que me perte-
nece.— Carvajal muy bien me entenderá si vee esta carta, y cualquier
otro, que harto ve claro. También yo escribo á su Alteza, y en fin le
acuerdo que debe proveer luego las Indias, porque aquella gente no se
alterase, y le acuerdo la promesa que arriba dije. — Debíades de ver
la carta.
Con esta te envió otra carta de fee para los dichos mercaderes. — Ya
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
66i
dije la razón que hay para templar el gasto. — A tu tio tien el acata-
miento que es razón, y á tu hermano allega como debe hacer el hermano
mayor al menor; tu no tienes otro, y loado nuestro Señor, este es tal que
bien te es menester. Él ha salido y sale de muy buen saber. A Carvajal
honra y á Gerónimo y á Diego Méndez; á todos da mis encomiendas: yo
non les escribo que no hay que, y este portador va de priesa. Acá
mucho se suena que la Reina, que Dios tiene, ha dejado que yo sea
restituido en la posesión de las Indias. — En llegando el escribano de la
Armada te enviaré las pesquisas y original de la escritura de los Porras.
— De tu tio y hermano non he habido nueva después que partieron. —
Las aguas han sido tantas acá que el rio entró en la cibdad.
Si Agostin Italian y Francisco de Grimaldo no te quisieren dar los
dineros que hobiéredes menester, búsquense allí otros que los den ; que
yo, en llegando acá tu firma, yo los pagaré todo lo que hobiéredes reci-
bido, á la mesma hora; que acá non hay agora persona con quien yo
te pueda enviar moneda. — Fecha hoy viernes 1 3 de Diciembre de 1504.
Tu padre que te ama mas que á sí,
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•S- A- S-
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Xpo. FERENS.
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(En el sobre dice: A mi muy caro jijo D. Diego Colon,
la Corte).
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Muy caro fijo : El Sr. Adelantado y tu hermano y Carvajal partieron
hoy son diez y seis dias, para allá. Nunca mas me han escrito. D. Fer-
nando llevaba 150 ducados. Él habrá de gastar lo que hobiere menester,
y lleva una carta para los mercadores que te provean de dineros. — Otra
te envié después con fee de Micer Francisco de Ribarol , con Zamora
correo, y dije que si por mi carta te hablan proveido que no usásedes
de la de Francisco Ribarol ; ansí como agora digo de otra carta que te
envío con esta de Micer Francisco Doria, la cual te envío á mayor abun-
dancia, porque non falte que tu non seas proveido. — Ya dije como es
necesario de poner buen recabdo en los dineros fasta que sus Altezas non
den ley y asiento. También te dije que yo he gastado para traer esta
gente á Castilla 1.200 castellanos, los cuales me debe su Alteza la mayor
parte dellos, y por esto le escrebí que me mandase á tomar la cuenta.
Acá, si posible fuese, querría cada día cartas. — De Diego Méndez
me quejo si non lo haz y de Gerónimo, y después de los otros cuando
allá llegaren. Es de trabajar de saber sí la Reina, que Dios tiene, dejó
dicho algo en su testamento de mí, y es de dar priesa al Sr. Obispo de
m/^Ü
662
CRISTÓBAL COLÓN
Falencia, el que fué causa que sus Altezas hobiesen las Indias, y que yo
quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para fuera; y ansí al
Sr. Camarero de su Alteza.
Si viene á caso á fablar en descargo, es de trabajar que vean la escri-
tura que está en el libro de los privilegios, la cual amuestra la razón
porque se me debe el tercio, ochavo y diezmo, como por otra te dije.
Yo he escrito al Santo Padre de mi viage porque se quejaba de mí
porque no le escribía. El traslado de la carta te envió. Querría que la
viese el Rey nuestro Señor ó el Sr. Obispo de Falencia, primero que yo
envié la carta por evitar testimonios falsos.
Camacho ^ me ha alevantado mil testimonios. A mi pesar le man-
daba á prender. — Él está en la Iglesia: diz que pasado la fiesta irá allá
si pudiere. — Yo si le debo amuestre por donde; que fago juramento que
yo non lo sé, ni es verdad. — Si sin importunar se hobiese licencia de
andar en muía 2, yo trabajarla de partir para allá pasado Enero, y ansí
lo haré sin ella: por ende non se deje de dar prisa porque las Indias non
se pierdan, como hacen. Nuestro Señor te haya en su guardia. — Fecha
hoy 21 de Diciembre.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•s-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.
(A las espaldas de la carta está escrito lo siguiente también de letra
del Almirante).
(Estos) diezmos que me dan non es el diezmo que me fué prometido:
ios privilegios lo dicen : y bien ansí se me debe el diezmo de la ganancia
que se trae de mercadurías y de todas otras cosas, de que no recibo nada.
— Carvajal bien me entiende. — También se acoerde Carvajal de haber
carta de su Alteza para el Gobernador que luego envié las cuentas y los
dineros que allá tengo sin dilación, y seria para esto bueno que fuese á
esto un repostero de su Alteza, porque deben de ser buena suma para
mí. — Yo trabajaré con estos señores de la contratación que también
envíen á decir al Gobernador que envié esta mi parte con el oro de su
Alteza. — Ni por esto se deje de remediar allá estotro. — Digo que allá
deben de pasar á mi creer de 7 ó 8.000 pesos que se habrán recibido
después que yo partí, sin los otros que no me dieron.
* Gonzalo Camacho, que fué de escudero en el navio Gallego, que mandaba Pedro
de Terreros.
* Obtuvo esta licencia del Rey en 23 de Febrero de 1505.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
663
vu
(En el sobre dice: A mi muy caro Jijo D. Diego Colon. — Eji
la Corte).
Muy caro fijo : Con D. Fernando te escrebí largo, el cual partió para
allá, hoy son veintitrés dias, con el Sr. Adelantado y con Carvajal, de los
cuales non he después sabido nada. Después, hoy son diez y seis dias te
escrebí con Zamora el correo, y te envié una carta de fee para esos
mercadores que te diesen los dineros que les pidiésedes con fee de Fran-
cisco Ribarol; y después con otro correo, habrá ocho dias, con otra fé
de Francisco Doria. Estas van dirigidas á Pantaleon y Agustín Italian
para que te las den, y con ellas va un traslado de una carta que escribo
al Santo Padre de las cosas de las Indias, porque non se me queje mas
de mí. Este traslado envió para que le vea su Alteza, ó el Sr. Obispo
de Falencia por evitar testimonios falsos. — La paga désta gente que fue
conmigo ha tardado. — Acá los he proveído de lo que he podido. — Ellos
son pobres, y han de ir á ganar su vida: acordaron de ir allá: acá se les
ha dicho que le farán el favor que sea posible, y ansí es razón; bien que
entrellos hay que mas merecían castigo que mercedes. Esto se diz por
los alzados. — Yo le di una carta para el señor Obispo de Falencia; vedla
y véala tu tio y hermano y Carvajal, que si fuere menester que estos que
van hayan de dar petición á su Alteza, que della le saquen, y ayúdale
todo lo que pudiéredes que es razón, y obra de misericordia, porque
jamas nadie ganó dineros con tantos peligros y penas y que haya fecho
tan grandes servicios como estos. Allá diz Camacho y Maestre Bernal ^
que quieren ir: dos criaturas por quien Dios haz pocos milagros: ellos
mas van, si fueren, para dañar que non á hacer bien. Poco pueden
porque la verdad siempre vence, como hizo de la Española, que rebeldes
ficieron con sus falsos testimonios que non se hobiese fasta agora pro-
vecho della. Este Maestre Bernal se diz que fué el comienzo de la traición:
fué preso y acusado de muchos casos, que por cada uno dellos merecia
ser fecho cuartos. A ruego de tu tio y de otros fué perdonado, con tanto
que por la mas pequeña palabra que mas fablase contra mí y mi estado
que non le valga el perdón y se da por condenado: el traslado te envió
con esta. — De Camacho te enviaré una carta justicia: ha mas de ocho
dias que non sale de la Iglesia por los desvarios y testimonios falsos de
su lengua: él tiene un testamento de Terreros 2, y otros parientes deste
Terreros tienen otro mas fresco que niquila el primero : dígolo por la
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• Había ¡do de médico ó físico en la carabela Capitana.
* Pedro de Terreros, capitán del navio Gallego, había muerto durante el viaje el dia
29 de Mayo de 1504. Camacho iba de escudero en el mismo navio.
664
CRISTÓBAL COLON
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herencia; é yo foí rogado que acuda al postrero en manera que Camacho
habrá de restituir lo que ya ha recebido. — Yo mandaré sacar una carta
de justicia, y la enviaré, porque creo que sea obra de misericordia á cas-
tigarle ; porque es tan disoluto de su lengua que alguien le ha de castigar
sin vara, y no será tan sin consciencia y mas daño de su persona. Diego
Méndez muy bien conosce á Maestre Bernal y sus obras. El Gobernador
le queria prender en la Española, y le dejó á mi causa. Diz que allá mató
dos hombres con medecinas por venganza de menos de tres fabas. — Lá
licencia de la muía si sin trabajo se puede haber, folgaria della y de una
buena muía. Con todos consulta tus negocios, y diles que non les escribo
particularmente por la gran pena que llevo en la péndula. Non digo que
hagan ellos ansí, salvo que cada uno me escriba, y muy á menudo, que
gran pesar tengo que todo el mundo tiene cada dia cartas de allá, yo
nada de tantos como allí estáis. Al Sr. Adelantado en su merced me
encomiendo, y mis encomiendas da á tu hermano y á los otros todos. —
Fecha en Sevilla á 29 de Diciembre.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•S-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.
(Sigue de letra del Almirante ) .
Todavía digo que si nuestros negocios han de ser librados por via
de consciencia, que es de amostrar el capítulo de la que sus Altezas me
escribieron cuando partí, en que dicen que te mandarán á poner en pose-
sión; y después es de mostrar la escritura que está en el libro de los
privilegios, la cual amuestra por razón y justicia como es mió el tercio,
el ochavo y el diezmo. De aquí siempre habrá lugar de abajar.
VIII
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(En el sobre dice: A mi muy caro fijo D. Diego Colon).
Muy caro íijo : Con un correo que ha de llegar allá hoy te escrebí
largo, y te envié una carta para el Sr. Camarero. Quisiera enviar en ella
un traslado de aquel capítulo de la carta de sus Altezas, en que dicen
que te mandarán á poner en la posesión , y se me olvidó acá. — Zamora
el correo vino. Vi tu carta y de tu tio y hermano y de Carvajal con
mucho placer por haber llegado buenos, que yo estaba de ello en grande
congoja. Diego Méndez partirá de aquí tres ó cuatro dias con la libranza
despachada: él llevará larga relación de todo, y escribiré al Sr. Juan
Velasques. Yo deseo de su amistad y servicio. — Yo creo que él sea
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
665
caballero de mucha honra. — Si el Sr. Obispo de Falencia es venido ó
viene, dile cuanto me ha placido de su prosperidad y que si yo voy allá,
que he de posar con su merced aunque él non quiera, y que habemos de
volver al primero amor fraterno, y que non le poderá negar porque mi
servicio le fará que sea ansí. — La carta del Santo Padre dije que era para
que su merced la viese si allí estaba, y el señor arzobispo de Sevilla, que
el Rey non terna lugar para ello. — Ya te dije que el pedir á su Alteza
es que compla lo que me mandó á escrebir de la posesión y del resto que
me fué prometido: y dije que era de amostrar ese capítulo de la carta, y
dije que non se debe dilatar, y que esto conviene por infinitos respetos.
— Crea su Alteza que cuanto me diere que ha de ser ciento por uno el
acrescentamiento de su alto señorío y renta ; y que non tiene comparación
lo fecho con lo que está por hacer. — El enviar Obispo á la Española se
debe dilatar fasta fablar yo á su Alteza; non sea como del otro que se
piense adobar é se trastorne. — Acá han fecho unos frios y hacen que me
han fatigado harto y fatigan. En merced del Sr. Adelantado me enco-
miendo. A tí y á tu hermano guarde y bendiga Nuestro Señor. A Carvajal
y á Gerónimo dad mis encomiendas. Diego Méndez allá llevará el costal
lleno. — Del negocio que tu escribistes, creo que sea muy hacedero. — Los
navios de las Indias no han llegado de Lisboa. Mucho oro trujieron, y
ninguno para (mí). Tan grande burla no se vido, que yo dejé 60 000 pesos
fundidos. No debe su Alteza dejar perder (este) tan grande negocio, como
haz. Agora envia al Gobernador provisión fresca: non sé sobre qué. De
(ahí) espero cada dia cartas. Mira mucho sobre el gastar, que ansí con-
viene. — Fecha á 1 8 de Enero.
Tu padre que te ama mas que á sí.
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X M Y
Xpo. FERENS.
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V
IX
(En el sobre dice
la Coi'te).
A mi muy caro fjo D. Diego Colon. — En
Muy caro fijo : Diego Méndez partió de aquí lunes 3 de este mes.
Después de partido fablé con Américo Vespuchy, portador de esta, el cual
va allá llamado sobre cosas de navegación. — Él siempre tuvo deseo de
me hacer placer: es mucho hombre de bien: la fortuna le ha sido contraria
como á otros muchos : sus trabajos no le han aprovechado tanto como la
razón requiere. Él va por mió y en mucho deseo de hacer cosa que
redonde á mi bien, si á sus manos está. Yo non sé de acá en que yo le
Cristóbal Colon t. ii. — 84.
666
CRISTÓBAL COLON
emponga que á mi aproveche, porque non se que sea lo que allá le quieren.
Él va determinado de hacer por mí todo lo á que él fuere posible. Ved allá
en que puede aprovechar, y trabajad por ello, que él lo hará todo y
fablará, y lo porná en obra; y sea todo secretamente porque non se haya
del sospecha. Yo, todo lo que se haya podido decir que toque á esto,
se lo he dicho, y enfermado de la paga que á mí se ha fecho y se haz.—
Esta carta sea para el Sr. Adelantado también, porque él vea en qué
puede aprovechar, y le avise dello. — Crea su Alteza que sus navios
fueron en lo mejor de las Indias y mas rico; y si queda algo para saber
mas de lo dicho, yo lo satisfaré allá por palabra, porque es imposible á
lo decir por escrito. Nuestro Señor te haya en su santa guardia. — Fecha
en Sevilla á 5 de Febrero.
Tu padre que te ama mas que á sí.
•S-
•S- A- S-
X M Y
Xpo. FERENS.
X
(En el sobre dice (de mano del Almirante): A mi muy caro fijo
D. Diego Colo7i. — En la Corte) ^.
feV
Muy caro fijo: El licenciado de Cea es persona á quien yo deseo
honrar. Él tiene á cargo dos hombres, sobre los cuales la justicia tiene
proceso, como se paresce por esta información que aquí en esta va. Ten
forma que Diego Méndez ponga esta dicha petición con las otras en la
Semana Santa que se dan á su Alteza de perdón : y si saliese despachada,
bien; y si no, ved otra forma porque se despache. — Nuestro Señor te
haya en su santa guarda. — Fecha en Sevilla á 25 de Hebrero de 1505.
— Con Américo Vespuchy te escrebí: procura que te envié la carta,
salvo si ya la hobiste.
(Lo que sigue es de mano del Almirante).
A lo que — tu padre
Xpo. FERENS.
WKk
T^y^
' Esta es la tínica carta que no es toda de letra del Almirante , á excepción del sobre^
antefirma y firma, que hizo de letra minúscula.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
667
(F).-Pág. 538
Carta de i.a Reyna Católica al Comendador mayor de Alcán-
tara FRAY Nicolás de Ovando, sobre el trato que debía
DAR Á LOS INDIOS DE LA ISLA ESPAÑOLA.
(Historía de las Indias , por fray Bartolomé de las Casas. — Parte II, cap. XIV)
La Reyna:
Doña Isabel , por la gracia de Dios , reina de Castilla , de León &.^
Por cuanto el Rey mi señor é yo, por la Instrucción que mandamos dar
á don fray Nicolás de Ovando, Comendador mayor de Alcántara, al
tiempo que fué por nuestro Gobernador á las islas y tierra firme del mar
Océano, hobimos mandado que los indios vecinos y moradores de la isla
Española fuesen libres y no subjetos á servidumbre, según mas larga-
mente en la dicha Instrucción se contiene, y agora soy informada que, á
causa de la mucha libertad que los dichos indios tienen, huyen y se
apartan de la conversación y comunicación de los cristianos, por manera
que, aun queriéndoles pagar sus jornales, no quieren trabajar y andan
vagabundos, ni menos los pueden haber para los doctrinar y traer á que
se conviertan á nuestra sancta fé católica, y que, á esta causa, los cris-
tianos que están en la dicha isla, y viven y moran en ella no hallan quien
trabaje en sus granjerias y mantenimientos, ni les ayudan á sacar y cojer
el oro que hay en la dicha isla, de que á los unos y á los otros viene
perjuicio; y porque Nos deseamos que los dichos indios se conviertan á
nuestra sancta fé católica, y que sean doctrinados en las cosas della, y
porque esto se podria mejor facer comunicando los dichos indios con los
cristianos que en la dicha isla están, y andando tratando con ellos, y
ayudando los unos á los otros, para que la dicha isla se labre y pueble,
y aumenten los frutos della, y se coja el oro que en ella hobiere, para que
estos mis reinos y los vecinos dellos sean aprovechados, mandé dar esta
mi Carta, en la dicha razón: Por la cual mando á vos el dicho nuestro
Gobernador que del dia que esta mi Carta viéredes en adelante, complais
é apremiéis á los dichos indios que traten é conversen con los cristianos
de la dicha isla, y trabajen en sus edificios, en cojer y sacar oro y otros
metales, y en facer granjerias y mantenimientos para los cristianos vecinos
y moradores de la dicha isla, y fagáis pagar á cada uno el dia que traba-
jare, el jornal y mantenimiento que, según la calidad de la tierra, y de la
persona, y del oficio, vos paresciere que debieren haber, mandando á
cada cacique que tenga cargo de cierto número de los dichos indios, para
que los haga ir á trabajar donde fuere menester, y para que, las fiestas y
dias que paresciere, se junten á oir y ser doctrinados en las cosas de la fé,
en los lugares deputados, para que cada Cacique acuda con el número de
668
CRISTÓBAL COLÓN
indios que vos les señaláredes, á la persona ó personas que vos nombra-
redes para que trabajen en lo que las tales personas les mandaren, pagán-
doles el jornal que por vos fuere tasado, lo cual hagan é cumplan como
personas, libres, como lo son, y no como siervos; é faced que sean bien
tratados los dichos indios, é los que dellos fueren cristianos mejor que los
otros, é non consintades ni dedes lugar que ninguna persona les haga
mal ni daño, ni otro desaguisado alguno, é los unos ni los otros no faga-
des ni fagan ende ál, por alguna manera, so pena de la mi merced, y de
10,000 maravedís para la mi cámara, á cada uno que lo contrario ficiere;
y demás mando al home que les esta mi carta mostrare que los emplacen
y parezcan ante Mí en la corte, do quier que yo sea, del dia que los
emplacen, fasta quince dias primeros siguientes, so la dicha pena, so la
cual mando á cualquier Escribano público que para esto fuere llamado,
que dé, ende, al que se la notificare testimonio sinado con su sino, porque
yo sepa como se cumple mi mandado. Dada en la villa de Medina del
Campo, á veinte dias del mes de Diciembre, año del nascimiento de
Nuestro Señor Jesucristo de mili quinientos y tres años.
Yo ¿a Rey na.
Yo Gaspar de Gricio, Secretario del Rey y de la Reina, nuestros
Señores, la fice escrebir por su mandado de la Reina nuestra Señora.
Y en las espaldas de la dicha Carta está escripto y firmado lo
siguiente:
^o. Eps. Cartha. Franciscus , licenciatus. Jo. ¿icenciatus.
Fidus Tello, licenciatus. Licenciatus Carvajal.
Licenciatus de Saiitiago.
Registrada: Licenciatus Polatico.
Francisco Diaz, Chanciller.
(G-) — Pág. 606
Cláusulas del testamento que otorgó Diego Méndez en Va-
LLADOLID Á 6 de JuNÍO DE 1 5 36, ANTE EL ESCRIBANO FERNÁN
PÉREZ, QUE SE REFIEREN AL CUARTO VIAJE Y Á SUS RELACIONES
POSTERIORES CON EL ALMIRANTE.
(Original en el archivo de la casa del señor Duque de Veragua)
ítem: — Los muy ilustres Señores el Almirante Don Cristoval
Colon , de gloriosa memoria y su hijo el Almirante Don Diego Colon, y
su nieto El Almirante Don Luis, á quien Dios dé largos dias de vida, y
por ellos la Virreyna mi señora, como su tutriz é curadora, me son en
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
669
cargo de muchos y grandes servicios que yo les hize, en que consumí y
gasté todo lo mejor de mi vida hasta acaballa en su servicio; especial-
mente serví al gran Almirante Don Cristoval andando con su Señoría
descubriendo islas y tierra firme, en que puse muchas veces mi persona
á peligro de muerte para salvar su vida y de los que con él iban y estaban;
mayormente quando se nos cerró el puerto del rio Belén ó Yebra, donde
estábamos con la fuerza de las tempestades de la mar y de los vientos
que acarrearon y amontonaron la arena en cantidad con que cegaron las
entradas del puerto. Y estando su Señoría allí muy congojado, juntóse
gran multitud de indios de la tierra para venir á quemarnos los navios y
matarnos á todos, con color que decian que iban á hacer guerra á otros
indios de las provincias de Cohrava Aurirá, con quien tenian guerra: y
como pasaron muchos dellos por aquel puerto en que teníamos nosotros
las naos, ninguno de la armada caia en el negocio sino yo, que fui al
Almirante y le dixe: — Señor, estas gentes que por aquí han pasado en
orden de guerra dicen que se han de juntar con los de Veragoa , para
ir contra los de Cobrava Aurira; yo no lo creo, sino el contrario y es que
se juntan para quemarnos los navios y matarnos á todos; como de hecho
lo era. Y diciéndome el Almirante como se remediarla, yo dije á su Seño-
ría que saldría con una barca é iria por la costa hacia Veragoa, para ver
donde asentaban el real. Y no hube andado media legua cuando hallé al
pié de mil hombres de guerra con muchas vituallas y brevages, y salté
en tierra solo entre ellos, dejando mi barca puesta en flota: y hablé con
ellos según pude entender, y ofrecíme que quería ir con ellos á la guerra
con aquella barca armada, y ellos se excusaron reciamente diciendo que
no lo havian menester; y como yo me volviese á la barca y estuviese allí
á vista dellos toda la noche, vieron que no podían ir á las naos para
quemallas y destruillas, según tenian acordado, sin que yo lo viese, y
mudaron propósito; y aquella noche se volvieron todos á Veragoa, y yo
me volví á las naos y hice relación de todo á su Señoría, que no lo tuvo
en poco. Y platicando conmigo sobrello, sobre que manera se ternia para
saber claramente el intento de aquella gente, yo me ofrecí de ir allá con
un solo compañero, y lo puse por obra yendo mas cierto de la muerte
que de la vida: y habiendo caminado por la playa hasta el rio de Veragoa
hallé dos canoas de indios extrangeros, que me contaron muy á la clara
como aquellas gentes iban para quemar las naos y matarnos á todos, y
que lo dejaron de hacer por la barca que allí sobrevino, y questaban
todavía de propósito de volver á hacello dende á dos dias, é yo les rogué
que me llevaran en sus canoas el rio arriba y que gelo pagaría; y
ellos se excusaban aconsejándome que en ninguna manera fuese, porque
fuese cierto que en llegando me matarían á mí y al compañero que
llevaba. E sin embargo de sus consejos hice que me llevasen en sus
canoas el rio arriba hasta llegar á los pueblos de los indios, los cuales
hallé todos puestos en orden de guerra, que no me querían dejar ir al
670
CRISTÓBAL COLÓN
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asiento principal del cacique; y yo fingiendo que le iba á curar como
cirujano de una llaga que tenia en una pierna, y con dádivas que les di,
me dejaron ir hasta el asiento real , que estaba encima de un cerro llano
con una plaza grande rodeada de trescientas cabezas de muertos que habían
ellos muerto en una batalla; y como yo oviesse pasado toda la plaza y
llegado á la Casa Real, hubo grande alboroto de mugeres y muchachos
que estaban á la puerta, que entraron gritando dentro del palacio. Y salió
de él un hijo del señor, muy enojado diciendo palabras recias en su
lenguaje, é puso las manos en mí, c de un empellón me desvió muy
lejos de sí : diciéndole yo por amansarle como iba á curar á su padre de
la pierna, y mostrándole cierto ungüento que para ello llevaba, dijo
que en ninguna manera habia de entrar donde estaba su padre. Y visto
por mí que por aquella via no podia amansarle, saqué un peine, y unas
tijeras y un espejo, y hice que Escobar, mi compañero, me peinase y
cortase el cabello, lo cual visto por él y los que allí estaban quedaban
espantados; y yo entonces hice que Escobar le peinase á él y le cortase
el cabello con las tijeras, y díselas, y el peine y el espejo, y con esto se
amansó; y yo pedí que trajesen algo de comer, y luego lo trajeron, y
comimos y bebimos en amor y compaña, y quedamos amigos; y despe-
díme del y vine á las naos, y hice relación de todo esto al Almirante, mi
señor, el cual no poco holgó en saber todas estas circunstancias y cosas
acaescidas por mí; y mandó poner gran recabdo en las naos y en ciertas
casas de paja, que teníamos hechas allí en la playa, con intención que
habia yo de quedar allí con cierta gente para calar y saber los secretos
de la tierra.
Otro dia de mañana su Señoría me llamó para tomar parecer con-
migo de lo que sobre ello se debia hacer; y fué mi parecer que debíamos
prender á aquel señor y á todos sus capitanes, porque presos aquéllos se
sojuzgarla la gente menuda: y su Señoría fué del mismo parecer: é yo di
el ardid é la manera con que se debia hacer, y su Señoría mandó que el
señor Adelantado, su hermano, y yo con él , fuésemos á poner en efecto
lo sobredicho con ochenta hombres. Y fuimos, y diónos Nuestro Señor
tan buena dicha que prendimos el cacique y los mas de sus capitanes y
mugeres y hijos, y nietos con todos los principales de su generación, y
enviándolos á las naos ansí presos, soltóse el cacique al que le llevaba
por su mal recabdo, el cual después nos hizo mucho daño. En este
instante plugo á Dios que llovió mucho, y con la gran avenida abriósenos
el puerto, y el Almirante sacó los navios á la mar para venirse á Castilla,
quedando yo en tierra para haber de quedar en ella por Contador de su
Alteza con setenta hombres, y quedábame allí la mayor parte de los
mantenimientos de bizcocho y vino y aceite y vinagre.
Acabado de salir el Almirante á la mar, y quedando yo en tierra con
obra de veinte hombres , porque los otros se hablan salido con el Almi-
rante á despedir, súbitamente sobrevino sobre mí mucha gente de la
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
671
tierra, que serian mas de cuatrocientos hombres, armados con sus varas
y flechas y tiraderos, y tendiéronse por el monte en haz, y dieron una
grita y otra y kiego otra, con las cuales plugo Dios me apercibieron á la
pelea y defensa de ellos : y estando yo en la playa entre los bohios que
tenia hechos, y ellos en el monte á trecho de tiro de dardo, comenzaron
á flechar y á garrochar como quien agarrocha á toro, y eran las flechas y
tiraderas tantas y tan continuas como granizo; y algunos dellos se des-
mandaban para venirnos á dar con las machadasnas ; pero ninguno dellos
volvían, porque quedaban allí cortados brazos y piernas y muertos á
espada; de lo cual cobraron tanto miedo que se retiraron atrás, habién-
donos muerto siete hombres en la pelea de veinte que éramos, y de ellos
murieron diez é nueve de los que se venian á nosotros mas arriscados.
Duró esta pelea tres horas grandes, y Nuestro Señor nos dio la victoria
milagrosamente , siendo nosotros tan poquitos y ellos tanta muche-
dumbre.
Acabada esta pelea vino de las naos el capitán Diego Tristan con
las barcas para subir el rio arriba á tomar agua para su viaje; y no embar-
gante que yo le aconsejé y amonesté que no subiese el rio arriba, no me
quiso creer y contra mi grado subió con las dos barcas y doce hombres
el rio arriba, donde le toparon aquella gente y pelearon con él, y le
mataron á él y todos los que llevaba, que no se escapó sino uno á nado
que trujo la nueva; y gomaron las barcas y hiciéronlas pedazos, de que
quedamos en gran fatiga, ansí el Almirante en la mar con sus naos sin
barcas, como nosotros en tierra sin tener con que poder ir á él. Y á todo
esto no cesaban los indios de venirnos á acometer cada rato tañiendo
bocinas y atabales y dando alaridos, pensando que nos tenian vencidos.
El remedio contra esta gente que teníamos eran dos tiros falconetes de
fruslera, muy buenos, y mucha pólvora y pelotas con que los ojeábamos
que no osaban llegar á nosotros. Y esto duró por espacio de cuatro dias,
en los cuales yo hice coser muchos costales de las velas de una nao que
nos quedaba, y en aquellos puse todo el bizcocho que teníamos, y tomé
dos canoas y até la una con la otra parejas, con unos palos atravesados
por encima, y en estos cargué el bizcocho todo en viages, y las pipas de
vino y aceite y vinagre atadas en una guindaleja y á jorro por la mar,
tirando por ellas las canoas , abonanzando la mar, en siete caminos que
hicimos lo llevaron todo á las naos y la gente que conmigo estaba poco
á poco lo llevaron, é yo quedé con cinco hombres á la postre, siendo de
noche, y en la postrera barca me embarqué: lo cual el Almirante tuvo á
mucho, y no se hartaba de me abrazar y besar en los carrillos por tan
gran servicio como allí le hice, y me rogó tomase las capitanías de la nao
Capitana, y el regimiento de toda la gente y del viaje, lo cual yo acepté
por le hacer servicio en ello, por ser, como era, cosa de gran trabajo.
Postrero de Abril de 1503 partimos de Veragoa con tres navios,
pensando venir la vuelta de Castilla: y como los navios estaban todos
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CRISTÓBAL COLON
3
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abuj creados y comidos de gusanos no los podíamos tener sobre agua; y
andadas treinta leguas dejamos el uno, quedándonos otros dos peor acon-
dicionados que aquel, que toda la gente no bastaba con las bombas y
calderas y vasijas á sacar el agua que se nos entraba por los abujeros de
la broma: y de esta manera, no sin grandísimo trabajo y peligro, pen-
sando venir á Castilla, navegamos treinta y cinco dias, y en cabo dellos
llegamos á la isla de Cuba, á lo mas bajo della, á la provincia de Homo,
allá donde agora está el pueblo de la Trinidad: de manera que estábamos
mas lejos de Castilla trescientas leguas que cuando partimos de Veragoa
para ir á ella; y como digo los navios mal acondicionados, innavegables,
y las vituallas que se nos acababan. Plugo á Dios Nuestro Señor que
pudimos llegar á la isla de Jamaica, donde zabordamos los dos navios en
tierra, y hicimos de ellos dos casas pajizas, en que estábamos no sin gran
peligro que la gente de aquella isla, que no estaba domada ni conquis-
tada, nos pusiesen fuego de noche, que fácilmente lo podian hacer por
mas que nosotros velábamos.
Aquí acabé de dar la postrera ración de bizcocho y vino, y tomé
una espada en la mano y tres hombres conmigo, y fuíme por esa isla
adelante, porque ninguno osaba ir á buscar de comer para el Almirante
y los que con él estaban : y plugo á Dios que hallaba la gente tan mansa
que no me hacian mal, antes se holgaban conmigo y me daban de comer
de buena voluntad. Y en un pueblo que se llamaba Agiiacadiba, concerté
con los indios y cacique que harian pan cazabe, que cazarían y pescarían,
y que darían de todas las vituallas al Almirante cierta cuantía cada dia,
y lo llevarían á las naos, con que estuviese allí persona que ge lo pagase
en cuentas azules, y peines y cuchillos, y cascabeles y anzuelos y otros
rescates que para ello llevábamos : y con este concierto despaché uno de
los dos cristianos que conmigo traía al Almirante, para que enviase
persona que tuviese cargo de pagar aquellas vituallas y enviarlas.
Y de allí fui á otro pueblo que estaba tres leguas de este y hice el
mismo concierto con el Cacique y indios de él, y envié otro cristiano al
Almirante para que enviase allí otra persona al mismo cargo.
Y de allí pasé adelante y fui á un gran Cacique que se llamaba
Huareo, donde agora dicen Melilla, que es trece leguas de las naos, del
cual fui muy bien recebido, que me dio muy bien de comer, y mandó
que todos sus vasallos trajiesen dende á tres dias muchas vituallas que le
presentaron, é yo ge las pagué de manera que fueron contentos: y con-
certé que ordinariamente las traerían, habiendo allí persona que ge las
pagase, y con este concierto envié el otro cristiano con los manteni-
mientos que allá me dieron al Almirante , y pedí al Cacique que me diese
dos indios que fuesen conmigo fasta el cabo de la isla, que el uno me
llevaba la hamaca en que dormía é el otro la comida. Y desta manera
caminé hasta el cabo de la isla á la parte del Oriente, y llegué á un Cacique
que se llamaba Ameyro é hice con él amistades de hermandad, y dile mi
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
673
nombre y tomé el suyo, que entre ellos se tiene por grande hermandad.
Y cómprele una canoa muy buena que él tenia, y dile por ella una baci-
neta de latón muy buena que llevaba en la manga, y el sayo y una camisa
de dos que llevaba, y embarquéme en aquella canoa, y vine por la mar
requiriendo las estancias que habia dejado, con seis indios que el Cacique
me dio para que me la ayudasen á navegar, y venido á los lugares donde
yo habia proveído, hallé en ellos los cristianos que el Almirante habia
enviado, y cargué de todas las vituallas que les hallé, y fuíme al Almi-
rante, del cual fui muy bien recebido, que no se hartaba de verme y
abrazarme, y preguntar lo que me habia sucedido en el viaje, dando
gracias á Dios que me habia llevado y traido á salvamiento libre de tanta
gente salvage. Y como al tiempo que yo llegué á las naos no habia en
ellas un pan que comer, fueron todos muy alegres con mi venida, porque
les maté la hambre en tiempo de tanta necesidad; y de allí adelante cada
dia venian los indios cargados de vituallas á las naos de aquellos lugares
que yo habia concertado, que bastaban para doscientas treinta personas
que estaban con el Almirante.
Dende á diez dias el Almirante me llamó aparte y me dijo el gran
peligro en que estaba, diciéndome: Diego Méndez, hijo: tiingiino de
cuantos aquí yo tengo siente el peligro en que estatnos sino yo y vos , porque
somos muy poquitos , y estos indios salvages son muchos y muy mudables y
antojadizos , y en la hora que se les antojare de venir y quemarnos aqui
donde estamos en estos dos navios hechos casas pajizas , fácilmente pueden
ecliar fuego dende tierra y abrasarnos aquí á todos: y el concierto que vos
habéis hecho con ellos del traer los mattte?iimientos que traen de tati buena
gana, mañana se les antojará otra cosa, y no 710 s traerán nada, y nosotros
no somos parte á toínargelo por fuerza , sino estar á lo que ellos quisieren.
Yo he pensado utt remedio si á vos os parece: que en esta canoa que com-
prastes se aventurase algtmo á pasar á la isla Española á comprar ima
nao que pudiésemos salir de tan gran peligro como este en que estamos.
Decidtne vuestro parecer. — Yo le respondí: — Señor, el peligro en que
estamos bien lo veo, que es muy mayor de lo que se puede pensar. El pasar
desta isla á la isla Española en tan poca vasija como es la canoa, no sola-
mente lo tengo por dificultoso, sino por imposible: porque haber de atravesar
un golpe de cuarenta leguas de mar, y entre islas donde la mar es mas
impetuosa y de menos reposo, no sé quien se ose avetiturar á peligro tan
tiotorio. — Su Señoría no me replicó, persuadiéndome reciamente que yo
era el que lo habia de hacer, á lo cual yo respondí: — Señor, muchas
veces he puesto mi vida á peligro de muerte por salvar la vuestra y de
todos estos que aquí están , y nuestro Señor milagrosamente me ha guar-
dado la vida; y con todo no han faltado murmuradores que dicen que
vuestra Señoría me acomete á mí todas las cosas de honra, habiendo en la
compañía otros que las harían tan bien como yo : y por tanto parécemg á mí
que vuestra Señotía los haga llamar á todos, y los proponga este negocio,
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Cristóbal Colón, t. 11. — 85.
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CRISTÓBAL COLON
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para ver si entre todos ellos habrá alguno que lo quiera emprender, lo cual
yo dudo; y cuando todos se echen de fuera yo pondré mi vida á muerte por
vuestro servicio, como muchas veces lo he hecho.
Luego el dia siguiente su Señoría los hizo juntar á todos delante sí, y
les propuso el negocio de la manera que á mí: é oido, todos enmudecieron,
y algunos dijeron que era por demás platicarse en semejante cosa, porque
era imposible en tan pequeña vasija pasar tan impetuoso y peligroso
golfo de cuarenta leguas como este, entre estas dos islas donde muy
recias naos se hablan perdido andando á descubrir, sin poder romper ni
forzar el ímpetu y furia de las corrientes. Entonces yo me levanté y dije:
— Se flor, una vida tengo no mas, yo la quiero aventurar por servicio de
vuestra Señoría , y por el bien de todos los que aquí estáti , porque tengo
esperanza e7i Dios nuestro Señot que vista la intenaon con que yo lo hago
me librará como otras muchas veces lo ha hecho. — Oida por el Almirante
mi determinación, levantóse y abrazóme y besóme en el carrillo, diciendo:
— Bien sabia yo que no había aquí ninguno que osase tomar esta empresa
sino vos; esperanza tengo en Dios nuestro Señor saldréis de I la con vilorta
como de las otras que habéis emprendido.
El dia siguiente yo puse mi canoa á monte, y le eché una quilla
postiza, y le di su brea y sebo, y en la popa y proa clávele algunas
tablas para defensa de la mar que no se me entrase como hiciera siendo
rasa; y púsele un mástil y su vela, y metí los mantenimientos que pude
para mí y para un cristiano y para seis indios, que éramos ocho personas,
y no cabian mas en la canoa: y despedíme de su Señoría y de todos, y
fuíme la costa arriba de la isla Jamaica, donde estábamos, que hay dende
las naos hasta el cabo dcUa treinta y cinco leguas, las cuales yo navegué
con gran peligro y trabajo, porque íuí preso en el camino de indios
salteadores en la mar, de que Dios me libró milagrosamente. Y llegado al
cabo de la isla, estando esperando que la mar se amansase para cometer
mi viaje, juntáronse muchos indios y determinaron de matarme y tomar
la canoa y lo que en ella llevaba; y así juntos jugaron mi vida á la pelota
para ver á cual dellos cabria la ejecución del negocio. Lo cual sentido
por mí víneme escondidamente á mi canoa, que tenia tres leguas de allí,
y híceme á la vela y víneme donde estaba el Almirante, habiendo quince
dias que de allí me había partido: y contéle lo sucedido, y como Dios
milagrosamente me habia librado de las manos de aquellos salvajes. Su
Señoría fué muy alegre de mi venida, y preguntóme si volverla al viaje.
Yo le dije que sí, llevando gente que estuviese conmigo en el cabo de
la isla hasta que yo entrase en la mar á proseguir mi viaje. Su Señoría
me dio setenta hombres y con ellos á su hermano el Adelantado, que
fuesen y estuviesen conmigo hasta embarcarme y tres dias después.
Y desta manera volví al cabo de la isla donde estuve cuatro dias. Viendo
que la mar se amansaba me despedí dellos y ellos de mí, con hartas
lágrimas; y encomendeme á Dios y á nuestra Señora del Antigua, y
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
675
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navegué cinco dias y cuatro noches que jamas perdí el remo de la mano
gobernando la canoa y los compañeros remando. Plugo á Dios nuestro
Señor que en cabo de cinco dias yo arribé á la isla Española al cabo de
San Miguel, habiendo dos dias que no comíamos ni bebíamos por no
tenello; y entré con mi canoa en una ribera muy hermosa, donde luego
vino mucha gente de la tierra y trajeron muchas cosas de comer, y estuve
allí dos dias descansando. Y tomé seis indios de allí, dejados los que
llevaba y comencé á navegar por la costa de la isla Española, que hay
dende allí hasta la cibdad de Santo Domingo ciento treinta leguas que yo
había de andar, porque estaba allí el Gobernador que era el Comendador
de Lares : y habiendo andado por la costa de la isla ochenta leguas , no
sin grandes peligros y trabajos, porque la isla no estaba conquistada ni
allanada, llegué á la provincia de Azoa, que es veinte y cuatro leguas
antes de Santo Domingo, y allí supe del Comendador Gallego como el
Gobernador era partido á la provincia de Xuragoa á allanarla; la cual
estaba cincuenta leguas de allí. Y esto sabido dejé mi canoa y tomé el
camino por tierra de Xuragoa, donde hallé el Gobernador, el cual me
detuvo allí siete meses hasta que hizo quemar y ahorcar ochenta y cuatro
caciques, señores de vasallos y con ellos á Nacaona, la mejor Señora de
la isla, á quien todos ellos obedecían y servían. Y esto acabado vine de
pié á tierra á Santo Domingo, que era setenta leguas de allí y estuve
esperando que viniesen naos de Castilla, que habia mas de un año que
no hablan venido. Y en este comedio plugo á Dios que vinieron tres
naos , de las cuales yo compré la una y la cargué de vituallas de pan y
vino y carne y puercos y carneros y frutas, y lo envié adonde estaba el
Almirante para en que viniesen él y toda la gente, como vinieron alli á
Santo Domingo, y de allí á Castilla. E yo me vine delante en las otras
dos naos á hacer relación al Rey y á la Reina de todo lo sucedido en
aquel viaje.
Paréceme que será bien que se diga algo de lo acaecido al Almirante
y á su familia en un año que estuvieron perdidos en aquesta isla; y es
que dende á pocos dias que yo me partí los indios se amotinaron y no le
querían traer de comer como antes, y él los hizo llamar á todos los
caciques, y les dijo que se maravillaba dellos en no traerle la comida
como solían, sabiendo, como él les habia dicho, que habia venido allí por
mandado de Dios, y que Dios estaba enojado dellos, y que él ge lo
mostrarla aquella noche por señales que habría en el cíelo; y como aquella
noche era el ecUpse de la luna, que casi toda se escureció, díjoles que
Dios hacia aquello por enojo que tenía dellos, porque no le traían de
comer, y ellos lo creyeron y fueron muy espantados, y prometieron que
le traerían siempre de comer, como de hecho lo hicieron , hasta que llegó
la nao con los mantenimientos que yo envié, de que no pequeño gozo fué
en el Almirante y en todos los que con él estaban : que después en Castilla jt-;^^^^^
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CRISTÓBAL COLON
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me dijo su Señoría que en toda su vida habia visto tan alegre dia, y que
nunca pensó salir de allí vivo: y en esta nao se embarcó y vino á Santo
Domingo y de allí á Castilla.
He querido poner aquí esta breve suma de mis trabajos y grandes
y señalados servicios, cuales nunca hizo hombre á Señor, ni los hará de
aquí adelante del mundo; y esto á fin de que mis hijos lo sepan y se
animen á servir, é su Señoría sepa que es obligado á hacerles muchas
mercedes.
Venido su Señoría á la Corte, y estando en Salamanca en la cama
enfermo de gota, andando yo solo entendiendo en sus negocios y en la
restitución de su estado y la gobernación para su hijo Don Diego, yo le
dije ansí : — Señor; ya vuestra Señoría sabe lo mucho que os he servido, y
lo mas que trabajo de noche y de dia en vuestros negocios: suplico á vuestra
Señoría me señale algún galardón para en pago dello: — y él me respon-
dió alegremente que yo lo señalase y él lo cumpliría, porque era mucha
razón. Y entonces yo le señalé y supliqué á su Señoría me hiciese merced
del oficio del Alguazilazgo mayor de la isla Española para en toda mi
vida: y su Señoría dijo que de muy buena voluntad, y que era poco
para lo mucho que yo habia servido; y mandóme que lo dijese ansí al
señor Don Diego, su hijo, el cual fué muy alegre de la merced á mí hecha
de dicho oficio y dijo que si su padre me lo daba con una mano, él con
dos. Y esto es ansí la verdad para el siglo que á ellos tiene y á mí
espera.
Habiendo yo acabado, no sin grandes trabajos mios, de negociar la
restitución de la gobernación de las Indias al Almirante Don Diego, mi
señor, siendo su padre fallecido, le pedí la provisión del dicho oficio.
Su Señoría me respondió que le tenia dado al Adelantado, su tio, pero
que él me daria otra cosa equivalente á aquella. Yo dije que aquella
diese él á su tio, y á mí me diese lo que su padre y él me hablan prome-
tido, "lo cual no se hizo; y yo quedé cargado de servicios sin ningún
galardón, y el Sr. Adelantado sin haberlo servido, quedó con mi oficio
y con el galardón de todos mis afanes.
Llegado Su Señoría á la cibdad de Santo Domingo por Gobernador,
tomó las varas, y dio este oficio á Francisco de Garay, criado del Señor
Adelantado que lo sirviese por él. Esto fué en diez días del mes de Junio
de 1 510 años. Valia entonces el oficio lo menos un cuento de renta, del
cual, la Virreyna mi señora, como tutriz é curadora del Virrey, mi
señor, y él, me son en cargo realmente y me lo deben de justicia, y de
foro conscienticB , porque me fué hecha la merced del, y no se cumplió
conmigo dende el dia que se dio al Adelantado hasta el postrero de mis
dias, porque si se me diera, yo fuera el mas rico hombre de la isla y el
mas honrado; y por no se me dar, soy el mas pobre della, tanto, que no
tengo una casa en que more sin alquiler.
Y porque habérseme de pagar lo que el oficio ha rentado seria muy
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
677
dificultoso, yo quiero dar un medio, y será este: que su Señoría haga
merced del Alguacilazgo mayor de la cibdad de Santo Domingo á uno
de mis hijos, para en toda su vida, y al otro le haga merced de ser
Teniente de Almirante en la dicha cibdad; y con hacer merced destos
dos oficios á mis hijos de la manera que he aquí dicho, y poniéndolos en
cabeza de quien los sirva por ellos hasta que sean de edad, su Señoría
descargará la conciencia del Almirante, su padre, y yo me satisfaré de la
paga que se me debe á mis servicios; y en esto no diré mas de dejallo á
sus conciencias de sus Señorías y hagan en ello lo que mejor les pares-
ciere.
ítem : dejo por mis albaceas y ejecutores deste mi testamento, aquí
en la corte, al Bachiller Estrada y á Diego de Arana, juntamente con la
Virreyna mi Señora, y suplico yo á su Señoría lo acepte y les mande á
ellos lo mismo.
ítem: mando que mis albaceas compren una piedra grande, la mejor
que hallaren, y se ponga sobre mi sepultura, y se escriba en derredor
della estas letras: — Aquí YACE EL honrado caballero DIEGO
MÉNDEZ, QUE SIRVIÓ mucho á la corona Real de España en el
DESCUBRIMIKNTO Y CONQUISTA DE LAS INDIAS CON EL ALMIRANTE
DON CRISTOVAL COLON, de gloriosa memoria, que las des-
cubrió Y después por sí CON NAOS SUYAS Á SU COSTA : FALLECIÓ &.^
— Pido en limosna un Pater noster Y UNA Ave María. —
ítem: en medio de la dicha piedra se haga una canoa, que es un
madero cavado en que los indios navegan, porque en otra tal navegué
trescientas leguas, y encima pongan unas letras que digan, CANOA.
Caros y amados hijos mios, y de mi muy cara y amada mujer Doña
Francisca de Ribera, la bendición de Dios Todopoderoso, Padre y Hijo
y Espíritu Santo y la mia descienda sobre vos y vos cubra, y vos haga
catóHcos cristianos, y os dé gracia que siempre le améis y temáis. Hijos,
encomiéndoos mucho la paz y concordia, y que seáis muy conformes, y
no soberbios sino muy humildes y muy amigables á todos los que con-
tratáredes, porque todos os tengan amor: servid lealmente al Almirante
mi señor, y su Señoría os hará muchas mercedes por quien él es, y
porque mis grandes servicios lo merecen ; y sobre todo os mando, hijos
mios, seáis muy devotos y oyais muy devotamente los oficios divinos, y
haciéndolo ansí Dios nuestro Señor os dará largos dias de vida. A él
plega por su infinita bondad haceros tan buenos como yo deseo que
seáis, y os tenga siempre de su mano. Amen.
Los libros que de acá os envió son los siguientes:
Arte de bien morir, de Erasmo. Un sermón, de Erasmo, en romance
Josepho, De Bello Judaico, La filosofía moral, de Aristóteles. Los libros
que se dicen Lingua Erasmi. El libro de La Tierra Santa. Los coloquios^
de Erasmo. Un tratado de las Querellas de la Paz. Un libro de Contem-
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678
CRISTÓBAL COLON
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placioiies de la Pasión de nuestro Redentor. Un tratado de la Venganza de
la muerte de Agamenón , y otros tratadillos.
Ya dije, hijos mios, que estos libros os dejo por mayorazgo con las
condiciones que están dichas de suso en el testamento; y quiero que
vayan todos con algunas escrituras mias, que se hallaran en el arca que
está en Sevilla, que es de cedro, como ya está dicho; pongan también
í3- C^ ! en esta el mortero de mármol que está en poder del Sr. Don Hernando,
ó de su mayordomo.
Digo yo Diego Méndez, que esta Escritura contenida en trece hojas
es mi testamento y postrimera voluntad, porque yo lo ordené é hice
escribir, y lo firmé de mi nombre, y por él revoco y doy por ningunos
otros cualesquier testamentos hechos en cualesquier otros tiempos ó
lugar, y solo este quiero que valga que es hecho en la villa de Valladolid
en 19 dias del mes de Junio, año de nuestro Redentor en 1536 años. —
Diego Méndez. —
E yo el dicho Garcia de Vera, Escribano Notario público, presente
fui á todo lo que dicho es, que de mí se hace mención, é por mandado
del dicho Sr, Teniente é pedimento del dicho Bachiller Estrada, este
testamento en estas 26 hojas de papel pliego entero, como aquí parece, fui
en escribir como ante mí se presentó é abrió, é ansí queda orijinalmente
en mi poder. — E por ende fice aquí este mi signo tal (está signado) en
testimonio de verdad. — Garcia de Vera. —
(H).— Pág. 611
Testamento y codicilio del Almirante don CRISTÓBAL COLON,
OTORGADO en VaLLADOLID Á 19 DE MaYO DEL AÑO 1506
(Testimonio autorizado en el Archivo del duque de Veragua)
En la noble Villa de Valladolid , á diez y nueve dias del mes de
Mayo, año del Nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil é qui-
nientos é seis años, por ante mí Pedro de Hinojedo, Escribano de Cámara
de sus Altezas y Escribano de provincia en la su Corte é Cháncillería, é su
Escribano é Notario público en todos los sus Reynos y Señoríos ; é de los
testigos de yuso escritos: el Sr. D. CRISTÓBAL COLON, Almirante, é
Visorey é Gobernador general de las islas é tierra-firme de las Indias
descubiertas é por descubrir que dijo que era: estando enfermo de su
cuerpo, dijo, que por cuanto él tenia fecho su testamento por ante Escri-
bano público, quél agora retificaba é retifica el dicho testamento, é lo
aprobaba é lo aprobó por bueno, é si necesario era lo otorgaba é otorgó
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
679
de nuevo. E agora añadiendo él dicho testamento, él tenia escrito de su
mano é letra un escrito que ante mí el dicho Escribano mostró é presentó,
que dijo que estaba escrito de su mano é letra, é firmado de su nombre,
quél otorgaba é otorgó todo lo contenido en el dicho escrito, por ante mí
el dicho Escribano, según é por la via é forma que en el dicho escrito se
contenia, é todas las mandas en él contenidas para que se cumplan, é
valgan por su última é postrimera voluntad. E para cumplir el dicho su
testamento que él tenia y tiene hecho é otorgado, y todo lo en él conte-
nido, cada una cosa é parte dello, nombraba é nombró por sus testamen-
tarios é complidores de su ánima al Sr. D. Diego Colon, su hijo, é á
D. Bartolomé Colon, su hermano, é á Juan de Porras, Tesorero de Viz-
caya, para que ellos todos tres cumplan su testamento, é todo lo en él
contenido é en el dicho escrito, é todas las mandas é legatos é obsequias
en él contenidas. Para lo cual dijo que daba e dio todo su poder bastante,
é que otorgaba é otorgó ante mí el dicho Escribano todo lo contenido en
el dicho escrito; é á los presentes dijo que rogaba é rogó que dello fuesen
testigos. Testigos que fueron presentes, llamados y rogados á todo lo
que dicho es de suso, el Bachiller Andrés Mirueña é Gaspar de la Mise-
ricordia, vecinos desta dicha villa de Valladolid, é Bartolomé de F'resco
é Alvaro Pérez, é Juan Despinosa é Andrea é Hernando de Vargas, é
Francisco Manuel é Fernán Martinez, criados del dicho Sr. Almirante.
Su tenor de la cual dicha escritura , que estaba escrita de letra é mano
del dicho Almirante, é firmada de su nombre, de verbo ad vcrbum , es
este que se sigue:
Cuando partí de España el año de quinientos é dos yo fice una
ordenanza é mayorazgo de mis bienes, é de lo que entonces me pareció
que cumplía á mi ánima é al servicio de Dios eterno, é honra mia é de
mis sucesores: la cual escriptura dejé en el monesterio de las Cuevas en
Sevilla, á Frey D. Gaspar con otras mis escrituras é mis privilegios, é
cartas que tengo del Rey é de la Reyna, nuestros Señores. La cual orde-
nanza apruebo é confirmo por esta, la cual yo escribo á mayor cumpli-
miento é declaración de mi intención. La cual mando que se cumpla ansí
como aquí declaro é se contiene, que lo que se cumpliera por esta, no se
faga nada por la otra, porque no sea dos veces.
« Yo constituí á mi caro hijo D. Diego por mi heredero de todos
mis bienes é oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en él Mayo-
razgo, y non habiendo él fijo heredero varón, que herede mi hijo don
Fernando por la misma guisa, é non habiendo el fijo varón heredero, que
herede D. Bartolomé mi hermano por la misma guisa, é por la misma
guisa si no tuviere hijo heredero varón, que herede otro mi hermano;
que se entienda así, de uno á otro el pariente mas llegado á mi línea y
esto sea para siempre. E no herede mujer, salvo si faltase no se fallar
hombre, é si esto acaesciese sea la mujer mas allegada á mi línea. »
E mando al dicho D. Diego, mi hijo, ó á quien heredare, que no
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CRISTÓBAL COLÓN
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piense ni presuma de amenguar el dicho Mayorazgo, salvo acrecentalle é
ponello : es de saber que la renta que él hubiere sirva con su persona y
estado al Rey é la Reina nuestros Señores é al acrescentamiento de la
Religión Cristiana.
El Rey é la Reina nuestros Señores, cuando yo les serví con las
Indias; digo serví, que parece que yo por la voluntad de Dios Nuestro
Señor se las di como cosa que era mia, puédolo decir, porque importuné
á SS. A A. por ellas, las cuales eran ignotas é abscondido el camino á
cuantos se fabló dellas, é para las ir á descubrir allende de poner el aviso
y mi persona. SS. A A. no gastaron ni quisieron gastar para ello, salvo un
cuento de maravedís, é á mí fué necesario de gastar el resto: ansí plugo
á SS. AA. que yo hubiese en mi parte de las dichas Indias, Islas é tierra-
firme , que son al Poniente de una raya que mandaron marcar sobre las
Islas de las Azores y aquellas del Cabo Verde, cien leguas, la cual pasa
de Polo á Polo; que yo hubiese en mi parte el tercio y el ochavo de todo,
é mas el diezmo de lo que está en ellas , como mas largo se amuestra por
los dichos mis privilegios é cartas de merced.
Porque fasta agora no se ha habido renta de las dichas Indias, porque
yo pueda repartir della lo que della aquí bajo diré, é se espera en la
Misericordia de Nuestro Señor que se haya de haber bien grande; mi
intención seria y es, que D. Fernando, mi hijo, hobiese della un cuento
y medio en cada un año, é D. Bartolomé, mi hermano, ciento y cincuenta
mil maravedís, é D. Diego, mi hermano, cien mil maravedís, porque es
de la Iglesia. Mas esto no lo puedo decir determinadamente, porque
fasta agora non he habido ni hay renta conocida, como dicho es.
Digo, por mayor declaración de lo susodicho, que mi voluntad es
que el dicho D. Diego, mi hijo, haya el dicho Mayorazgo con todos mis
bienes é oficios, como é por la guisa que dicho es, é que yo los tengo.
« I£ digo que toda la renta que él toviere por razón de la dicha herencia,
que haga él diez partes della cada un año, é que la una parte destas diez,
las reparta entre nuestros parientes, los que perescieren haberlo mas
menester,» é personas necesitadas, y en otras obras pias. E después
destas nueve partes tome las dos dellas é las reparta en treinta y cinco
partes, é dellas haya D. Fernando, mi hijo, las veintisiete é D. Bartolomé
haya las cinco é D. Diego, mi hermano, las tres. E porque, como arriba
dije, mi deseo seria que D. Fernando, mi hijo, hobiese un cuento y medio
é D. Bartolomé ciento y cincuenta mil maravedís é D. Diego ciento; é
no se como esto haya de ser, porque fasta agora la dicha renta del dicho
Mayorazgo no está sabida ni tiene número ; digo que se siga esta orden
que arriba dije fasta que placerá á nuestro Señor que las dichas dos
partes de las dichas nueve abastarán y llegarán á tanto acrecentamiento
que en ellas habrá el dicho un cuento y medio para D. Fernando é ciento
y cincuenta mil para D. Bartolomé é cien mil para D. Diego. E cuando
placerá á Dios que esto sea ó que si las dichas dos partes, se entienda de
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
68 1
las nueve sobredichas, llegaren contia de un cuento é setecientos é cin-
cuenta mil maravedís, que toda la demasia sea é la haya I). Diego, mi
hijo, ó quien heredare; é digo é ruego al dicho D. Diego, mi hijo, ó á
quien heredare, que si la renta deste dicho Mayorazgo creciere mucho,
que me hará placer acrecentar á D. Fernando, é á mis hermanos la parte
que aquí va dicha.
Digo que esta parte que yo mando dar á D. Fernando, mi hijo,
« que yo fago de lia Mayorazgo en él é que le suceda su hijo mayor, y
ansí de uno en otro perpetuamente, sin que la pueda vender ni trocar
ni dar ni enagenar por ninguna majiera , é sea por la guisa y manera
que está dicho en el otro Mayorazgo que yo he fecho en D. Diego, mi
hijo. »
Digo á D. Diego, mi hijo, é mando que tanto que él tenga renta del
dicho Mayorazgo y herencia, que pueda sostener en una Capilla, que se
haya de facer, tres Capellanes que digan cada dia tres Misas, una á honra
de la Santa Trinidad, é otra á la Concepción de Nuestra Señora, é la otra
por ánima de todos los fieles difuntos, é por mi ánima é de mi padre é
madre é mujer. E que si su facultad abastare que haga la dicha Capilla
honrosa, y la acreciente las oraciones é preces por el honor de la Santa
Trinidad , é si esto puede ser en la Isla Española que Dios me dio mila-
grosamente, holgaría que fuese allí donde yo la invoqué, que es en la
Vega que se dice de la Concepción.
Digo y mando á D. Diego, mi hijo, ó á quien heredare, que pague
todas las deudas que dejo aquí en un memorial, por la forma que allí
dice, é mas las otras que justamente parecerá que yo deba. E le mando
que haya encomendada á Beatriz Enriquez, madre de D. Fernando, mi
hijo, que la provea que pueda vivir honestamente , como persona á quien
yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia,
porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dcllo non es lícito de-
la escrebir aquí.
Fecha á veinticinco de Agosto de mil y quinientos y cinco años,
sigue Christo Ferens. Testigos que fueron presentes é vieron facer é
otorgar todo lo susodicho al dicho Señor Almirante, según é como dicho
es de suso: los dichos Bachiller de Mirueña, Gaspar de la Misericor-
dia, vecinos de la dicha villa de Valladolid, é Bartolomé de Fresco é
Alvar Pérez y Juan Despinosa é Andrea é Femando de Vargas é Fran-
cisco Manuel é Fernán Martínez, criados del dicho Señor Almirante. E yo
el dicho Pedro de Hinojedo, Escribano é Notario público susodicho, en
uno con los dichos testigos, á todo lo susodicho, presente fui. E por ende
fice aquí este mi signo á tal : En testimonio de verdad. — Pedro de Hino-
jedo, Escribano.
-T)t^
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^ÜPí
.-3»'
A continuación del Codicilio de mano propia del Almirante, había
una memoria ó apuntación, también de su mano del tenor siguiente:
Cristóbal Colón, t. u.— 86
682
CRISTÓBAL COLON
Relación de ciertas personas á quien yo quiero que se den de mis
bienes lo contenido en este memorial, sin que se le quite cosa alguna
(\q\\o_ Hásele de dar en tal forma que no sepa quien se las manda dar.
Primeramente á los herederos de Gerónimo del Puerto, padre de
Benito del Puerto, Chanceller en Genova, veinte ducados ó su valor.
A Antonio Vazo, mercader Ginovés que solia vivir en Lisboa, dos
mil é quinientos reales de Portugal, que son siete ducados poco mas, a
razón de trescientos é setenta y cinco reales el ducado.
A un judio que moraba á la puerta de la juderia en Lisboa, ó á quien
mandare un Sacerdote, el valor de medio marco de plata.
A los herederos de Luis Centurión Escoto, mercader Ginovés treinta
mil reales de Portugal, de los cuales vale un ducado trescientos ochenta
y cinco reales, que son setenta y cinco ducados poco mas ó menos.
A esos mismos herederos y á los herederos de Paulo de Negro,
Ginovés, cien ducados ó su valor. Han de ser la mitad á los unos here-
deros y la otra á los otros.
A Baptista Espíndola, ó á sus herederos, si es muerto, veinte duca
dos. Este Baptista Espíndola es yerno del sobredicho Luis Centurión,
era hijo de Micer Nicolao Espíndola de Locoli de Ronco, y por señas él
íué estante en Lisboa el año de mil cuatrocientos ochenta y dos.
La cual dicha memoria ó descargo sobredicho, yo el escribano do\
íé que estaba escripta de la letra propia del dicho testamento del dicho
D. Cristóbal, en fé de lo cual lo firmé de mi nombre. — Pedro de
Azcoytia. — (Está firmada).
(I).-Pág. 619
Protocolo del Monasterio de nuestra Señora
Santa María de las Cuevas
(Biblioteca de la Real Academia de la Historia)
Anales de los tres primeros siglos de su fundación. —
Contiene sus Principios y Progresos, y la sucesión de sus Prelados
desde el año de 1 400 en que lo fundó y dotó amplísimamente el Ilus
tríssimo y Reverendíssimo Señor Don Gonzalo de Mena, Digníssimo
Arzobispo de esta ciudad de Sevilla. — Van insertos los de la Sant;
Cartuxa de la Puríssima Concepción de Cazalla, Fundada y dotada poi
esta de las Cuevas. —
Dedicado al Niño Dios en los brazos de su Puríssima Madre.
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
683
Por mano de la dulcíssima Virgen Santa Gertrudis la Magna, Pro-
ectora de este archivo y archivo de mis afectos.
Año de 1744.
Tomo 1. Pajinas 360-361. —
Año de 1506.— 2.— A los 20 de Mayo de este año falleció en Valla-
olid el heroico y esclarecido Don Christoval de Colon, y fueron sus
uesos trasladados á este monasterio y colocados por depósito, no en el
ntierro de los Señores de la casa de Alcalá , como dice Zúñiga , sino en
. capilla de Santa Ana que hizo labrar el Prior Don Diego Luxan en el
ño siguiente, y es la misma que hoy llamamos de Santo Christo, por lo
ue se dirá adelante. Este cavallero fué aquel célebre Almirante de la
lar y projenitor de la casa de Veraguas, para cuyo elogio basta el
lote en el sepulcro donde yaze en la isla y ciudad de Santo Domingo.
'ice así:
Á CASTILLA Y Á LEÓN
NUEVO MUNDO DIO COLON
En ia misma Capilla se depositó su hijo Don Diego Colon. Quedaron
simismo depositados en el monasterio los títulos y papeles del Almiran-
tzgo de Indias y estado de Veraguas, donde estuvieron hasta el año
d 1609, como en él diré. Véanse adelante los años de 508 — 536 y 609,
onde se tocara como en su propio lugar, lo restante, concerniendo á
eta ilustre casa y alumnos de la de las Cuevas.
Pajinas 365-366. — Año de 1508. — 3. — El Adelantado de las Indias
L)n Bartolomé Colon, envió poder á su hermano Don Diego (citados en
eaño de 506) para que percibiese el tesoro de joias y dineros que tenia
dpositados en este Monasterio, y con efecto le fué entregado, de que dio
rcibo autorizado por Francisco Pérez Madrigal escrivano público de
A^a de Tormes, en 16 de Agosto de este año de 508; pero aun queda-
ra en depósito los títulos del Almirantazgo hasta el año de 609 como en
ése dice.
Pajinas 400-401. — Año de 1536. — Dixe en los años de 506 y 08,
qe en la Capilla del Santo Christo yacían en depósito los cadáveres de
lo Colones, y en este de 536 se entregaron los de Don CílKISTOVAL y
Dn Diego, su hijo, para trasladarlos á la isla de Santo Domingo en
Iriias, quedando solo en dicha Capilla el de Don Bartolomé su hermano
hóta oy. No empero se entienda que por esto tiene algún derecho á la
Coilla la casa de Veraguas; ni que por ello ha percibido el Monasterio
aluna limosna, porque maguer que Don Christoval Colon le dexó
cirta cantidad de azúcar, nunca "llegó á efecto su cobranza: y aunque
dcpues, por el año de 1352 el Almirante COLON, primer duque de Vera.
684
CRISTÓBAL COLÓN
'-••'^x; o
guas, y nieto de Don Christoval, pretendió con instancia la Capilla para
su entierro, y de sus descendientes, ofreciendo mil ducados que habia
costado su fábrica, y 27 ducados para su ornato y reparos, llegando á tan
buenos términos su pretensión que ya se habia sacado licencia de el
Reverendo Padre General por parte del Monasterio, dada en dicho año
de 552; se frustró el tratado quedando la casa en posesión y dominio
directo de su Capilla.
íh
Pajina 561. — Año de 1609. — 3. — Supuesto lo emanado en los años
de 506, núm, 2, y 508, núm. 3., sobre depósitos de los Colones y de sus
tesoros; resta la expresión de haberse entregado este año á Don Ñuño
Colon de Portugal , Duque de Veraguas , todos los Privilegios de pactos,
títulos de su Estado y Almirantazgo de las Indias que aun permanescian
depositados en nuestro Monasterio, de los que se hizo inventario, y entre-
gado en ellos dio recibo en forma dicho Duque, uno y otro en virtud de
mandamiento de el Theniente Don Alonso de Bolaños ante Miguel de
Medina, escriuano de su Juzgado á 15 de Mayo de mil seiscientos y
nueve años.
Parece que nada más contiene el Protocolo con relación á los ente-
rramientos de individuos de la familia del Almirante don Cristóbal
Colón, pues esto fué lo único que copió de aquel libro M. H. Harrisse
en el año 187J.
l^:t
APÉNDICES
APÉNDICES
PRIMERO
LA FAMILIA DEL ALMIRANTE DON CRISTÓBAL COLÓN
Como terminación natural de la historia del primer
Almirante que dejamos escrita, vamos á consignar breve-
mente los sucesos ocurridos á sus hermanos é hijos desde
que aquél bajo' al sepulcro hasta el fallecimiento de éstos.
Narradas en sus lugares respectivos las visicitudes de
aquellos individuos de la familia de Cristóbal Colón en
cuanto se relacionaban con sus hechos, parece oportuno dar
noticia de los que luego les ocurrieran, y que en su mayor
parte fueron consecuencias del gran suceso que aquél realizo',
y de la parte que á aquéllos correspondió' en su ejecucio'n.
No carece de interés la vida de don Bartolomé y don
Diego Colo'n después de la muerte de su hermano ; y mayor
aún le ofrece la de sus hijos don Diego y don Fernando: la
de aquél por haberle sucedido en la dignidad de Almirante
de las Indias, ocupando de nuevo, tras de varios accidentes,
los cargos que desempeño su padre; la del segundo, porque,
aunque ilegítimo, parece haber heredado mejor que el pri-
mogénito alguna parte de la superior inteligencia del Almi-
rante, dándose á conocer y respetar en todas partes por sus
extensos conocimientos, y mereciendo que le consultasen los
688
CRISTÓBAL COLON
,5\
<X
V
J-v-
¡•¡^f^f^r.
monarcas y le confiasen difíciles cargos, fiados en su pro-
fundo saber y en su reconocida prudencia.
Con ellas se completa la historia de este importantísimo
período, y además podemos incluir en su contexto muchos
documentos curiosos y nuevos que razonablemente no tenían
cabida en la vida de Cristóbal Colón, por referirse á sus
hijos y hermanos.
DON BARTOLOMÉ COLON
Al fallecimiento del Almirante se encontraba en Galicia
el Adelantado acompañando á los reyes doña Juana y don
Felipe, á los que había presentado la carta en que Cristóbal
Colón les ofreció' sus servicios, que habían acogido con seña-
ladas muestras de complacencia. Retardaba el Archiduque
intencionalmente todo cuanto le era posible la continuacio'n
del viaje, deteniéndose en las poblaciones y dirigiéndose á
algunas fuera del tránsito, para dar lugar á que se reunieran
con sus hombres de armas y caballeros, muchos nobles de los
descontentos del rey don Fernando, á los cuales había escrito
afectuosas cartas llamándolos á su lado para formar un
ejército lucido de castellanos, que unido á los seis mil
alemanes que había traído en su escuadra y eran soldados
escogidos, dieran á conocer desde luego á su suegro las
grandes fuerzas de que disponía, y lo resuelto que se encon-
traba á no someterse á su voluntad.
Tal vez el Adelantado siguió' á la corte en todo su cami-
no hasta la Puebla de Sanabria, donde se celebro' al fin la
entrevista de don Fernando con don Felipe en los últimos días
del mes de Junio. Tal vez desde allí, y con la noticia de la
muerte del Almirante, se dirigió' á Roma con la intencio'n de
que el Pontífice Julio II le recomendase al rey don Fernando
o' á su yerno, para que le confiasen la direccio'n de un nuevo
APÉNDICES
689
viaje de descubrimientos en tierra firme, en aquellos terri-
torios situados desde el cabo Caxinas, en el golfo de Hondu-
ras, hasta el Darién, que había recorrido en tan malas
condiciones y con tantos peligros, y donde se encontraban las
riquísimas comarcas de Veragua, que era necesario colonizar
y explotar con gran provecho para la corona de España.
Dejo entonces en la capital del orbe cato'lico, en manos
de un cano'nigo de San Juan de Letrán, una descripcio'n de la
tierra de Veragua que había escrito, de cuyo importante
documento se encontró un extracto en la biblioteca Alaglia-
bequiana de Florencia, entre los papeles del embajador
veneciano Alexandro Zorzi ^ Parece que á pesar de sus
esfuerzos no obtuvo la recomendación que deseaba, o ésta no
fué atendida, pues don Bartolomé no volvió á las Indias por
su cuenta, sino acompañando á su sobrino el segundo Al-
mirante, don Diego Colon, en el mes de Julio del año 1509.
En 30 de Julio de 1511 se encontraba de nuevo en
Sevilla, en cuya ciudad escribió' el codicilo que deposito' en
la Cartuja de las Cuevas, en el que se encuentra la noticia
de haber tenido una hija ilegítima llamada María, cuya
madre no consta, que había nacido tres años antes, pues
dice: — «Por quanto doña Maria, mi hija, es niña de tres
años, los quales complirá á once de Deciembre de este año
de quinientos once años, é está puesta en el monesterio de
sant Liandre, mando que siendo en edad, si quisiere hacer
profesión en el dicho monesterio que le sean dados por mis
albaceas o' herederos otros cient mili maravedís allende los
cient mili maravedís que le mandé por mi testamento, por
manera que sean doscientos mili maravedís, é si quisiere casar,
mando que sobre los cieyít mili maravedís que le mandé por
testamento que le amplíen á quinientos mili maravedís para
su dote »
^X^íií-/; y^J^
* Fué dada á la estampa por Mr. Henry Harrisse en el Apéndice á la
Biblioteca Americana Vetustíssima. — New- York, 1886, in 4.°, pág. 471.
Cristóbal Colon t. ii. — 87,
690
CRISTÓBAL COLON
Wlv,^:
\^-
^¥Sii
w^\
%
^
De la suerte de esta sobrina del Almirante no hemos
encontrado otra noticia.
Gobernaba la isla Española don Diego Colo'n, procu-
rando mantener la paz entre los españoles y fomentar la
produccio'n de aquellas feracísimas vegas, conteniendo los
excesos de muchos codiciosos que deseaban continuar la
antigua manera de enriquecerse, maltratando á los indígenas,
cuyo número disminuía visiblemente, y obligándoles á tra-
bajar mucho más de lo que podían, en lo cual les iba muy á
la mano el Gobernador, por lo que se fué formando un
bando contrario de que era cabeza Afiguel de Pasamonte,
como escribe el cronista Antonio de Herrera ', el cual y sus
adherentes escribían tanto contra él, que el rey don Fer-
nando mando' llamar al Adelantado don Bartolomé Colo'n
para decirle las cosas sobre que convenía que pusiera remedio
don Diego; y habiéndole hecho merced á aquél de la tenencia
de la isla de Mona, y de doscientos indios más en la isla
Española, le mando que fuese allá con una carta de creencia
o' instruccio'n de lo que al Rey parecía conveniente se
hiciese.
Volvió' á la isla Española don Bartolomé, y allí perma-
neció' hasta su muerte, ocurrida según los datos más proba-
bles á fines del año 1514; pues en el Repartimiento de^la isla
Española ^ se le adjudicaron en 23 de Noviembre por el
mismo tesorero Miguel de Pasamonte y el repartidor Albur-
querque en la villa de Concepcio'n ciento cincuenta indios y
ciento cincuenta y dos indias, con su cacique, y en la Real
cédula de 16 de Enero de 1515 ^ se nombra á don Diego
sucesor en el cargo de Adelantado, diciéndose: «es mi
merced é voluntad, que agora é de aquí adelante, por la
Década i.^ — Lib. IX, cap. V. — ...con que daba materia á Miguel de
Pasamonte para que por la emulación que tenía el Almirante se pudiese ca-
lumniar. »
* Documentos inéditos de Indias, tomo I, pág, 60.
' '^zxaxrtit.—Colección de viajes, tomo II, Doc. núm. CLXXVI.
APÉNDICES
691
parte que á mí toca é atañe, para en toda vuestra vida seáis
mi Adelantado de la isla Española é de las otras islas é
partes donde era nuestro Adelantado don Bartolomé Colo'n,
vuestro tio, en su lugar é por vacación, por quanto él es falle-
cido y pasado desta presente vida.»
En el reducido espacio que media entre esas dos fechas
ocurrió' la muerte del Adelantado. ¿En qué lugar falleció?
Parece lo más probable que en la isla Española ; en aquella
misma ciudad de Concepcio'n de la Vega Real, donde se le
había dado repartimiento. Cabe, sin embargo, en lo posible,
que después del 25 de Noviembre del año 1514 se embarcara
para España, y muriera á su llegada á Sevilla, habiendo
enfermado tal vez durante el viaje; y así se concordaría su
presencia en Indias en la fecha indicada, y la afirmación del
Protocolo de la Cartuja de las Cuevas que dice: «en este año
de 53Ó se entregaron los cadáveres de Don Christoval 3^
don Diego su hijo, para trasladarlos á la isla de Santo
Domingo en Indias, quedando solo en la dicha capilla el de
su hermano Don Bartholomé hasta oy '.»
Informatiqne di Bartolomeo Colombo della navicatione di
Ponente et Garbín di Beragua nel mondo novo
Del 1505 essendo Bartolamio Colombo fratello di Chris-
TOPHORO Colombo da poi la sua morte andato á Roma ^ per
haver lettere del pontefice al Re di Spagna chel volese esser
contento di darle caravelle in ordine di quel bisognava et
specialmente di frati docti in philosophia et Theologia et in
la sacra scriptura et questo perche si oferiva ritornare alie
terre del mondo novo dove insieme con ditto suo fratello ha
' Véase en las Aclaraciones y documentos del libro V ( I).
* Es error de copia, pues diciendo que Bartolomé fué á Roma después de
la muerte del Almirante, no pudo ser hasta mediados del año 1506.
692
CRISTÓBAL COLÓN
-^f
ilMIIIIlitlIi
'^y -afcl
vea del 1503 descoperte per ponente á Garbín di la detta
Spagnola da miglia 3000 et trovato le mine del Oro in
Beragua et altri lochi dove con facilita si converteria tanti
popoli alia fede cristiana con honor et utile. Di che ditto
Bartolomeo confesato da uno frate Hieronimo de V ordine di
frati canonici regulari in S. Joanni Laterano li déte di suo
mano uno disegnio de litti di tal terre dove eran discripte i
lochi la conditione et natura et costumi et abiti di quelli
popoli et esendo ditto frate Hieronimo qui in Venetia nel
monasterio loro della carita essendo mió amico mi dette il
tal disegno et el simile mi dette in scripto la conditione et
popoli di tal paesi li quali in brieve lo Alex.° ' li notero'
et prima cominciando da Garbin venendo verso lo Trópico
di Cancro dove é il golfo di Denol fino dove non potero cosi
bene haver notitia di tal terre per difecto delle lor nave che
essendo abisate facievano tanta aqua in modo che si afreta-
rono in partirsi et navicaron verso Spagna che v' era una
gran via da farsi miglia 7000. questo tal mare di denol in
molti lochi aveva poco fondo et havea gran correntia di a
que. partito di tal loco venono á uno loco ditto Retrete nel
qual porto e per tutta tal costiera marítima trovaron gran
copia de Oro et asai lavorato óptimamente et habitata di
giente asai molto apti é ben disposti i quali baratavano il
suo Oro tentuono per cose picóle et di poco precio, et di li
scorrendo per tal costiera da uno porto de Bastimentos et per
el Bel Porto et á Porto Grosso nelle qual lochi basi sonó habí-
tate da giente rusticana et hano asai abondantia del vivere
al quale hanno tuta la lor fantasía. Et le loro case et habita-
tioni sonó in cima a grandi Arbori altissimi dove dormono
et questo fano per dubito che egli hanno de nemici. Dipoi
seguitando pur verso lo Trópico di Cancro in il loco de
Beraga il quale é apresso a uno fiume in una gran Valle per
. ' . Hay una palabra borrada é ininteligible en el original que probable-
mente era Zorzi.
APÉNDICES
693
le concavitá delle qualle son molté cave de Oro nove in le
quale i ditti Spagnoli ne ricolsono asunorono. Et quelli
Indiani del paese referirono che infra a térra da circa á
miglia 60 verso la provintia ditta sur. esser altre cave de
Oro et magior molto : in le quale uno certo Judeo in uno di
asund uno saccheto de Oro in el qual era marche dodici peso
et rifen' molte altre cosa admirante. Dichón per esser stato
di li nella vernato quando navicarono in ello ebono di gran
piogie continué con molte fortune: Partendo di qui segui-
tando ditta Costa trovarono uno loco ditto Carcha dove é
uno fiume che ha oro in quello secondo disse tal Indi eron
con loro in li navilii : et cosi vedemmo ditti popoli che ne
portavano al eolio per colana. Seguitando piu oltre trova-
rono il moir et magior porto que sia en tal costa, il qual si
chiama Carambarv: ma li habitanti son molti silvestri et
vano nudi et son copiosi di cose et cibi da vivere et de oro
et per il gran caligo et bruma vi trovarmo in ditto porto per
esser il verno per tal paura non volemo dimorarvi. Segui-
tando piu oltre infino á una térra chiamata Cariai in la qual
habita gente de bona sorte che vivono de industria et mer-
cantia como si fa in la provincia la qual chiaman Maia.
Sonó grandi incantatori i quali come ci vidono dismontare
á térra molti di loro ci venero in contre et ci ricetorono con
uno pié tenendo inanzi che é tra lor segno di pace. In questo
loco vidono uno sepolcro con sue volte de cube di sopra
nelle qual era intagliato diversi animali di varié nature. Et
portaronci porci vivi come i nostri: et altre cose asai che sia
cosa lunga da riferire. In tal loco si trova gomma in gran
copia perfecta. Et di qui partendosi par navicando verso
il pol ártico per il Trópico dil Cancro infino al voltar di uno
Cao che vá al ponente que si chiama porto di Consuela dove
inanzi il dita mare le aque hanno gran corso et fa gran
onde per esservi poco fondo infino á leghe 20 di spatio
tuto da bracia 20 di fondo si trova et non piu. Et cosi
discorrendo per ogni liga cresce uno brazzo di fondo si trova
m
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m
t Mf
■'^wW^\\
694
CRISTÓBAL COLÓN
l)Va
di piu. La terre ferma é feconda et da ogni hora et tempo
le nave po gitar le sue ancore. Tal mar dura per 6o leghe
dove navicando per 6o di consumorono cosi discorrendo.
Seguitando verso ponente per tal liti pervenuti á uno loco
ditto Tenabaxa dal R. di cobre: dove le genti che in tal lochi
habitano sonó molti bruti ma di bon corpo di color lionato
con capelli lunghi sparti. Le lor femine hanno grande
oreche di grandecia di uno palmo é conforami tanto grandi
che ci paseria uno pugno. Vivono di carne humana come
la i canibali. Et cosietiam mangiano i pesci crudi cosi come
li pigliano del mare se li mangiano sentia cuocerli: Et cosi
li hanno veduti manglar delle specie che mangiamo noi che
dicono trovarsi in ira térra gran copia. E per cagion delle
piogie grande v'era non potero intendere ne cercare tal cosa
come saria stato il loro desiderio. Navicando piu oltre á tal
ripe verso ponente in fin al porto di Casermas. Dove in tal
provincie é frequente et gente molto mansueta et vergognosa
con sue carte in modo de sachi sentia maniche ma óptima
mente lavorati et cuopreno le loro vergogne con sue bragese
et hanno coraze di bambaso si grose et forte che una balestra
non le paseria : Le femine si vestono de li panni candidi et
mangiano di quel medecimo grano come si fa in l'insulá di
Banassa in mar qui a rincontro. Et oltra di questo hanno
molte galine grande come paoni et gran copia di fricelli et
altri cuellami: La Ínsula di Banassa qui di rincontro ha
giente molto robusta che adorano li Idoli. Et il loro vivere
si é máximamente di. certo grano biancho di grandecia di
uno cesare et nasce cosi come nascie in le balleare colle
panochie del quale fano pane óptimo. Et cosi fanno Cervosa
perfettissima : In alcune altre Insule si é la térra simile
al Oro li cristiani li quali potero tore di quella la ser-
vaban© con diligentia da 8 mezi l'ascondevano existiman-
do chel fusi oro. In questo loco pigliarono una nave loro
carica di mercantia et merce la quale dicevono veniva da
una certa provintia chiamata Maiam vel luncatam con
APÉNDICES
695
molte veste di bambasio de la quale ne erono il forcio di
sede di diversi colori. Da poi ditta ínsula di Banassa navi-
cando verso ponente fino á uno Cao di Lama trovarono
poco lontano da térra 3 insole cioé la prima chiamata
oaqueloir, la seconda manava: la tersa oalava. Di poi non
navicoron piú oltri et voltoron la proa per levante verso la
Cuba et la Spagnola per esser le lor nave male in afeto che
eron abisate, disson molte altre cose le quale non dico
perché per la lettera che scrive Christophoro Colombo suo
fratello al Re di Spagnia como intenderete. —
c¿^
Carta de creencia que el rey don Fernando envió al
SEGUNDO Almirante don Diego Colón en el axo 1511
POR mano del Adelantado don Bartolomé Colón sobre
LAS COSAS QUE LE PARECÍA CONVENIENTE PUSIESE REMEDIO
Y ENMIENDA.
(Antonio de Herrera. — Historia general de los hechos de los castellanos , &.*
Década I, libro IX, cap. V)
Que no tenia razón en la quexa que significaba por
auer dado autoridad á los oficiales Reales, porque de aquella
manera gouernaua los Reynos de Ñapóles y Sicilia, escri-
uiendo cartas comunes al Visorrey y á todos; que le tenia
por muy bueno y leal servidor, y que como tal auia man-
dado mirar todo lo que hasta entonces le auia tocado, y lo
mandarla hazer adelante: y que para conseruarlo ninguna
cosa le podia mas aprovechar, que acertar en las cosas de
su seruicio: y que para hacerlo como conuenia, las devia
primero consultar con su Alteza, lo qual no hizo de vn
pregón que mando' dar para que todos se casassen, y otros
semejantes negocios que se deuieran consultar, sin que
hubiera mucho inconueniente en el tiempo que se pudiera
perder en hazerlo, y después de consultadas aguardar la
respuesta, sin hazer lo que en el repartimiento de los Indios,
ym
OOQ'
696
CRISTÓBAL COLON
que auiendo escrito los inconuenientes que auia en executar
lo que le mandaua, lo hizo sin aguardar respuesta: por lo
qual deuia, conforme á la carta general que se escriuia á él,
y á los otros oficiales, embiar el repartimiento cierto y
verdadero, sin dilación: y que devia hazerles muy buen
tratamiento á los oficiales Reales que allá residían, en público
y secreto, especialmente en público: y que quando alguno
dellos no hiziesse lo que deuia, lo reprchendiesse con mucha
moderación en secreto, y no se enmendando lo auisasse para
que se castigasse como conuiniesse: y que reprehendiese
mucho á sus Alcaldes mayores, y castigasse á Carrillo por
el desconcierto que auia hecho en dar mandamiento para
que el Tesorero Passamonte entregasse cierto oro que en él
estaua depositado, y que le dixesse que si no fuera por su
respeto , le mandara castigar : y que también deuia de
reprehender á Marcos de Aguilar porque se entremetía en
las cosas de la Real hazienda, y en analizar las cosas que
tocauan á los oficiales: lo qual no era cosa acostumbrada,
y dello podia venir daño, porque se sabia la mala inclinación
que la gente tenia al hazienda Real y á pagar lo que la
debia: y que si la justicia no era muy fauorable á los oficia-
les que tenian á su cargo el hazienda, recebiria mucho daño,
por lo qual deuia de trauajar en fauorecerles y darles todo
calor, -y que si no lo hiziesse se proveerla como conuiniesse.
Y que ansimismo auia entendido que el Alcalde Marcos
de Aguilar, era algo parcial en su cargo y no tan limpio en
recebir como el oficio requería, y aun que se auia alargado
alguna vez en palabras, que estuuieran mejor por dezir: y
que también le dixesse que auia escrito una carta diziendo
que tenia determinado de embiar al Adelantado su tio, para
que fuesse á saber el secreto de las minas de Cuba : y que si
quando lo pensó' lo huuiera escrito, muy particularmente se
pudiera auer excusado su venida: y que quando tuuiesse
intención de proueer semejantes cosas, deuia escrebirlo parti-
cularmente para que su Alteza le respondiesse su voluntad,
APÉNDICES
697
y que esto le encargaua mucho porque era muy grande
artículo para las cosas de aquellas partes. Y que ansimisrao
quisiera saber mucho su Alteza que concierto era el que
tenia hecho para la fábrica de la fortaleza de la isla de
Cubagua, que llaman de las Perlas, porque visto, mandara
proueer lo que conuiniera : y que en semejantes cosas deuia
siempre anisar para que se le dixesse lo que conuenia á su
seruicio, y que auisasse luego lo que en esto pasaua, junta-
mente con los otros oficiales para que su Alteza lo confir-
masse antes que se assentasse : y que esta misma orden se
guardasse en todos los demás negocios , porque ansí lo hacían
todos los que tenían gobernación por su Altera, porque de otra
manera podria auer muchos inconuenientes. Y que le dixesse
también que no tenia razón de poner él solo capitanes en los
nauios que venian acá, porque el Comendador mayor no lo
auia hecho sin los oficiales, ni era razón que los pussiesse
porque aquello principalmente tocaua á la hazienda: y que
hasta entonces nunca el Almirante de Castilla auia tratado
de poner capitanes en los navios que de acá yuan á las
Indias , y que por ser cosa de preeminencia Real , auia man-
dado assentar algunos Capitanes á los quales se pagarla su
salario en la casa de contratación de Seuilla.
Que le aduirtiesse ansimismo que tuuiesse mucho cuy-
dado de tratar muy bien á todos en general, y que no
mostrasse enemistad ni mala voluntad en obras ni en pala-
bras á ninguno de la isla especialmente á Christoual de
Cuellar, luán Ponce de León, y aliende destos á los otros
que en el tiempo passado tuuieron la opinión de Francisco c
Roldan, porque de lo contrario seria deservido. Y que
también se auia dicho que el Almirante recebia y allegaua á
si mucha gente, y que á los que no querian viuir ni estar
con él los amenazaua y hazia mal tratamiento, de obra y
palabra, especialmente en lo de los Indios: y que su Alteza
estava marauillado del, sabiendo que era contra lo que
estañan obligados de hazer los Gouernadores y personas que
Cristóbal Colón, t. ii,— 88.
■'-^'^■■^
698
CRISTÓBAL COLON
- tomauan cargos de administración de justicia. Y que demás
desto seria causa de poner mucha alteración y escándalo á
los que allí residían. Y que porque no se podia creer que
el Almirante huuiese hecho cosa semejante, no lo mandaua
proueer: porque si hasta entonces lo hauia hecho no lo
hiziesse para adelante. Y que le parecía que debia de con-
certar su casa, y no tener sino la gente que huuiese menester
para el seruicio della y de las grangerias. Y que por otras
)j cartas le auia escrito encargándole muy por entero todo lo
que tocaba al Tesorero Passamonte, y que comunicasse con
él lo que conuenia á su seruicio, porque dello seria muy
seruido, porque tenia por muy gran seruidor : y que por ser
tal y de mucha confianza le apremio' á que fuesse á servir en
el cargo que tenia: y que no podia encargar ni encomendar
las cosas del dicho Tesorero quanto tenia en la voluntad: y
que dixesse al Almirante que le rogaua y encargaua que lo
hiziesse, porque en nada le podia hazer mayor plazer y
seruicio: y que haziéndolo así seria causa que él tuuiesse
mucho aliuio en los negocios de allá.»
La lectura de esta incalificable instruccio'n demuestra
bien á las claras la desconfianza del rey don Fernando, y la
manera como iba cercenando y reduciendo las atribuciones
del Virrey. Esa desconfianza sería incomprensible por tra-
tarse de un hombre de las condiciones de don Diego Colo'n,
que se había casado con la sobrina del Duque de Alba, si
no diera la clave para apreciarla el mismo historiador
Herrera en las frases que pone como comentario: — «Esta
«fué la concisión de Don Bartolomé Colon, dice, procedida
))de las calumnias de Passamonte, que sentido porque no le
«daban los Indios que queria, ni la mano que su ambición
«pedia en el Gobierno, demás de lo que tocava á su oficio,
«informava lo que le parecía que podia ser parte para echar
«al Almirante del cargo, y quedarse absoluto en él.« Y esas
eran las quejas que escuchaba don Fernando.
APÉNDICES
699
II
DON DIEGO COLON
HERMANO DEL ALMIRANTE
Preso por el comendador Francisco de Bobadilla, en
Santo Domingo, don Diego Colo'n vino á España en compa-
ñía de sus hermanos Cristóbal y Bartolomé, y desde el
punto en que puesto en libertad, de orden de los Reyes, pudo
trasladarse desde Cádiz á Sevilla, hubo de fijarse en su
proyecto de recibir las ordenes sagradas para conseguir vida
más tranquila y conforme con sus inclinaciones, y llegar á
alguna dignidad eclesiástica por el buen afecto que los Reyes
le profesaban. El P. Las Casas que en esta época le conoció'
y trato con frecuencia , escribe ' : — « andaba muy honesta-
mente vestido, cuasi en hábito de clérigo; y bien creo que
pensó ser Obispo; y el Almirante le procuro', al menos, que
los Reyes le diesen renta por la Iglesia.»
Insistiendo en su propo'sito, obtuvo Real cédula de
naturalizacio'n en los reinos de Castilla y de Leo'n, fecha en
Medina del Campo á 8 de Febrero de 1504, en la que decían
los Reyes: — «é acatando vuestra fidelidad é leales servicios
que vos habéis fecho, é esperamos que nos fareis de aquí
adelante, por la presente vos facemos natural destos nuestros
Reinos de Castilla é de "León, para que podáis haber é hagáis
qualesquier dignidades é beneficios eclesiásticos que vos fueren
dados...))
Debió recibir las o'rdenes, aunque no llego' á ocupar
ningún obispado, pues en el testamento del Almirante ^, se
le consigno' un legado de cien mil maravedís, porque es de
la Iglesia.
B
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'^^x
Historia de las Indias, libro I, cap. LXXXII.
Véase en las Aclaraciones y documentos del libro V (GI-).
700
CRISTÓBAL COLON
De avanzada edad, pues debía contar más de sesenta
años falleció' en Sevilla en 21 de Febrero del año 1515,
encontrándose hospedado en la casa de Francisco Gorricio,
hermano del monge de la Cartuja fray Gaspar, al que su
hermano el Almirante profesaba tanta amistad y que trabajo'
con él en el Libro de las Profecías.
Como curioso documento insertamos el testimonio de
su enterramiento en la Cartuja de las Cuevas, que se con-
serva en el Archivo general de Protocolos de Sevilla, en los
libros pertenecientes al escribano Juan Rodríguez Bravo,
que contienen los del escribano Manuel Sigura.
(.(Fé de sepelio del cadáver del Señor Don Diego Colon en
)) Monasterio de Santa Maria de las Cuevas, cerca de Sevilla.))
i^JM
((Miércoles, veinte é un dias del mes de Febrero, año
))del nascimiento de nuestro Salvador Jesu Christo de mil é
«quinientos é quince años, en este dia sobredicho, á hora
))de vísperas, poco mas o' menos, estando dentro en el
«monasterio de Santa Maria de las Cuevas, de la orden de
«Cartuxa, qué s fuera é cerca de la muy noble &. muy leal cibdad
» de Sevilla, en una capilla como entran por la puerta mayor de
» la Iglesia del dicho monasterio á la mano derecha, queriendo
«sepultar en la dicha capilla al señor Don Diego Colon,
«que aya santa Gloria, vecino de la cibdad de Santo
«Domingo de la isla Española dé las Indias del mar
«Occéano, estando presente el Reverendo padre Don Barto-
«lomé Guerrero Prior del dicho monasterio de Santa Maria
«de las Cuevas, con el convento y Universidad del dicho
«monasterio, con sus candelas de cera encendidas en las
«manos, para sepultar al dicho señor Don Diego Colon; et
» otrosí estando y presente Ximon Verde, vecino del lugar de
« Gelves, albacea del dicho Señor Don Diego Colon, é en pre-
«sencia de mi Manuel Sigura escribano público de la dicha
«cibdad é de los testigos yuso escriptos, luego el dicho
APÉNDICES
701
))Ximon V^erde razono por palabra é dixo al Reverendo
«Padre Prior del dicho monesterio de Santa Maria de las
«Cuevas delante la Universidad del dicho monesterio, que
»la volontad del dicho señor Don Diego Colon fué que estu-
» viese depositado el cuerpo del dicho Don Diego Colon en
)) en el dicho monasterio de Santa Maria de las Cuevas fasta
«que sus albaceas é herederos tengan voluntad de lo mudar
» é trasladar su cuerpo en otra iglesia d monesterio como les
«pareciera; por ende si á los dichos Prior é convento les
«place dello, que lo digan é declaren ante mí el dicho escri-
«bano público é testigos: luego el dicho Reverendo Padre
«Prior dixo, que él lo consulto con el dicho convento, é que
«á él é al dicho convento plaze que esté ende depositado el
«cuerpo del dicho Don Diego Colon, é que cuando quisieren
«sus albaceas é herederos lo puedan llevar é trasladar del
«dicho monesterio á Iglesia d monesterio do quisieren, é que
«con esta condición lo recebian é recebieron en el dicho
«monesterio; é de todo esto en como paso, el dicho Ximon
«Verde, albacea dixo que pedia é pidió' á mí el dicho Escri-
«bano que ge lo diese así por testimonio para guarda é
«conservación de su derecho é del derecho de la heredera
«del dicho señor Don Diego Colon; é yo dile ende este
«segund que ante mí paso', que fué fecho del dicho dia, mes
«é año susodichos; testigos que fueron presentes, Don
«Andrés de Salas, Procurador del dicho monesterio é monje
«del dicho monesterio, é Gonzalo de Salinas é Alfonso Gue-
«rrero, Escribanos de Sevilla. «
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No es menos notable y digno de conservarse el inven-
tario que para cargo de los albaceas se formalizo' en el mismo
día, y se conserva en el mismo archivo y escribanía.
702
CRISTÓBAL COLON
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Inventario de los bienes de don Diego Colón
« En la muy noble é muy leal cibdad de Sevilla,
miércoles veinte é un dias del mes de Febrero, año del
nascimiento de Nuestro Salvador Jesu Christo de mili é
quinientos é quinze años, en este dia sobre dicho, á hora
de mitad de tercia, poco mas o' menos, estando en las casas
morada del Señor Don Diego Colon que haya Santa Gloria,
vecino de la cibdad de Santo Domingo qu' es en la isla
Española de las Indias del mar Occéano, que son en esta
dicha cibdad en la collación de la Madalena, digo de Santa
Maria Madalena, estando presentes el Reverendo Padre
Don Gaspar Gurricio, monje profeso del monesterio de
Santa Maria de las Cuevas del Orden de la Cartuxa, qu' es
fuera é cerca desta dicha cibdad, é Ximon Verde, vecino
-del lugar de Gelves, é en presencia de mi Manuel Sigura
Escribano público de la dicha cibdad é de los escribanos de
Sevilla de mi oficio que á ello fueron presentes, luego los
dichos Don Gaspar Gurricio é Ximon Verde razonaron por
palabras é dixeron que por cuanto hoy dicho dia á las cuatro
horas antes de medio dia el dicho señor Don Diego Colon
fálleselo desta presente vida, y antes que fallesciera dio' é
otorgo' el dicho señor Don Diego su poder cumplido é
bastante al dicho Don Gaspar para fazer é ordenar su
testamento é última voluntad segund paso' ante mí el dicho
Escribano público ; é asimesmo el dicho señor Don Diego
Colon fizo é otorgo una declaración de su última voluntad
en la cual dexd por Albaceas é executores á los dichos Don
Gaspar é Ximon Verde segund que en la dicha última
voluntad se contiene, que ante mí el dicho Escribano
público é testigos en ella contenidos paso; é porque del
dicho señor Don Diego quedaron é remanescieron ciertos
bienes muebles é oro, é otras cosas que tenia en las dichas
sus casas de su morada é en esta dicha cibdad de Sevilla,
APÉNDICES
703
los cuales dichos bienes é oro é otras cosas dixeron, que bt
porque fuesen sabidos é conoscidos que bienes son é de que
calidad, que los querían poner é ponian por inventario
para cualesquier persona que acción é derecho á ellos
toviesen; é los bienes de que dixeron que fazian é fizieron
el dicho inventario son los siguientes :
«Primeramente tres colchones llenos de lana, dos viejos
é uno nuevo. Una colcha, la faz de algodón é el revés de
lienzo. Una frazada de Valencia, nueva. Unos bancos é un
armario. Ocho reposteros nuevos é uno viejo. Un paño de
ventanas viejo.
«Ropas de vestir: una loba negra de cotray negra reve-
teada, con cenefa de terciopelo. Otra loba vieja abierta, de
paño negro. Dos sayos negros, el uno traido é el otro negro.
Dos jubones con las mangas de terciopelo é los cuerpos de
chanelete negro. Una loba de Siracusa, vieja. Unas calzas colo-
radas traídas. Dos bonetes redondos traídos. Cinco sábanas de
lienzo, viejas. Una baryoleta. Un portamonedas con unos pen-
dientes que son onze manillas de oro, é unas potencias de fili-
grana, é mas otras treze manillas de oro. Una pañella de seda,
qu' está empeñada en ocho ducados. Una arca grande. Una
silla vieja. Un libro de rezar. Otro libro de memoria. Una toca
de merino. Noventa ducados de oro qu' están en el portamo-
nedas. Trestovallas de mano. Un pichel de estaño. Dos cande-
leros de scalera, grandes. Un plato de estaño, grande. Cuatro
platos estendidos é servilleteros, de estaño. Una muía pardilla
con su silla é guarnición de paño. Otra silla de muía con guar-
nición de cuero. Otra silla de muía, nueva, sin guarnición.
))Un esclavo blanco que se nombra Agustín, al cual diz
que dexo' horro el dicho señor Don Diego Colon.
«Veinte é cuatro caxetas de carne de membrillo. Dos
mili ducados de oro que confeso' el dicho Don Diego Colon
que tiene en poder de Juan Francisco de Grimaldo é Gaspar
Centurión estantes en Sevilla.
»E así puestos é declarados los dichos bienes en el dicho
^
w
704
CRISTÓBAL COLON
inventario, como dicho es, luego los dichos Don Gaspar
Gorricio é Ximon Verde fizieron llamar ante sí á Francisco
Gorricio é al dicho Agustín, esclavo que fué del dicho señor
Don Diego Colon, é recibieron dellos é de cada uno dellos
juramentos por Dios é por Santa Maria, é por las palabras
de los Santos Evangelios, do' quier que son, é por la señal
de la cruz que fizieron con sus manos derechas corporal-
mente, so' virtud del cual dicho juramento les fué pregun-
tado si ellos o' alguno dellos sabia o' hablan venido á su
noticia mas bienes, o' oro, o' plata, o' moneda o' monedas, 6
ropas, o' joyas, o' debdás qu' el dicho Don Diego Colon
debiese o' le fuesen debidas en esta cibdad de Sevilla o' en
otra parte de Castilla, que lo digan é declaren para que se
ponga en este dicho inventario; los cuales dichos Francisco
Gurricio é Agustín dixeron que por el juramento que fecho
tienen no saben de mas bienes é maravedís é oro é otras
cosas que en esta cibdad é en otras partes de Castilla el
dicho Don Diego haya dexado, ni saben que deba debdas ni
que le deban, é qu' esta es la verdad; é luego los dichos
Don Gaspar Gorricio é Ximon Verde, albaceas, el dicho
Don Gaspar juro' por las o'rdenes que rescibio', é el dicho
Ximon Verde á Dios é á Santa Maria é á las palabras de los
Santos Evangelios, do' quier que son, é por la cruz en que
puso su mano derecha corporalmente , que al presente ellos
no saben de mas bienes, ni oro, ni maravedís, ni otras cosas
que en esta cibdad hayan quedado del dicho señor Don
Diego Colon, pero que cada é cuando de mas bienes supieren
é á su noticia vinieren, que los pondrían en este inventario;
é de todo esto en com.o paso', los dichos Don Gaspar é Ximon
Verde dixeron que pedian é pidieron á mí el dicho Escribano
que yo lo diese así por testimonio para guarda é conser-
vación de su derecho: é yo díles ende este, segund que ante
mí paso', que fué fecho del dicho dia é mes é año susodichos.
— GotiT^alo de Salinas, Escribano de Sevilla. — Luis de Andujar,
Escribano de Sevilla son testigos. >) —
APÉNDICES
70»;
DON DIEGO DE COLÓN
SEGUNDO ALMIRANTE DE LAS INDL\S
El primogénito de Cristóbal Colón asistió' á los últi-
mos momentos de su padre, y le vio' espirar en sus brazos.
Debía suceder en todos los títulos , cargos y dignidades del
Almirante, y ya éste, mucho tiempo antes de su muerte,
había escrito al rey don Fernando, pidiéndole mandase poner
á su hijo en su lugar en la honra y gobernacio'n de las
Indias en que él estaba ' ; y secundando este deseo de su
padre, el mismo don Diego dirigió' un Memorial, suplicando
se le nombrase, cuyo texto ha conservado el P. Las Casas *,
y es el siguiente:
((Muy alto y muy poderoso príncipe Rey nuestro
Señor. —
))Don Diego Colon, en nombre del Almirante mi padre,
humildemente suplico á Vuestra Alteza se quiera acordar
con cuantos trabajos de su persona y peligros de su vida, el
dicho Almirante , mi padre , gano' las mercedes que vuestra
Alteza, y la Reina nuestra Señora, que santa gloria haya,
le hicieron, y en cuanto servicio y provecho de Vuestra
Alteza suceden sus servicios, y mande que las dichas mer-
cedes le sean guardadas , mandándole restituir en lo que le está
tomado y ocupado, sin él merecerlo, según que vuestra Altera se
lo tiene dicho de palabra y escripto por carta, según que verá
por este capítulo que aquí vá, que fué en una carta que
Vuestra Alteza le escribió' al tiempo que se partió' para ir á
descubrir; y en esto Vuestra Alteza administrará justicia, y
descargará la real consciencia de la Reina nuestra Señora y
la suya , y al Almirante y á mí nos hará señalada y gran
*'^
t*
Véase en el libro V, pág. 600.
Historia de las Indias, libro II, cap. XXXVII,
Cristóbal Colon t. ii. — 89.
7o6
CRISTÓBAL COLÓN
merced. í si devolvelle la gobernación de las Indias fuere
servido, el dicho Almirante le suplica sea servido en que vaya yo,
con que vayan conmigo las personas que Vuestra Alteza sea
servido, cuyo consejo y parecer yo haya de tomar.»
Muy poco después del fallecimiento del Almirante por
Real cédula de 2 de Junio del año 150Ó, mando' el rey don
Fernando al Comendador mayor que acudiese á don Diego
Colo'n , hijo y sucesor en el dicho Ahniranta^o con el oro y
otras cosas que le pertenecían en las Indias.
Partió' á Ñapóles el Rey; mas la conducta de los oficiales
de hacienda y de los empleados de la contratacio'n fué tal,
que exasperado don Diego, aunque su carácter no era arre-
batado, sino antes apacible y bondadoso, escribió' á don
Fernando ofreciéndose á ir á servirle en su reino de Ñapóles,
ya que tan mal sé le trataba en España. Tal vez le movió' á
dar este paso la favorable disposicio'n en que había encon-
trado al Monarca con respecto á su persona, pues según dice
Gonzalo Fernández de Oviedo — « aun antes que el Rey
Catho'lico partiese de Ñapóles para España, se la otorgo' por
sus cartas (la gobernacio'n de las Indias), segund yo lo oy
de(;ir al mismo Almirante, estando en Hornillos, la Re3ma
doña loanna, desde á pocos meses que estaba viuda '.» La
carta del rey don Fernando, que original se conserva en el
archivo de la casa de Veragua ^, es breve, pero significativa.
En el sobreescrito dice:
((Por el Rey. — A Don Diego Colon, Almirante de las
Indias.
))E1 Rey. — Don Diego Colon Almirante de las Indias:
vi vuestra letra y háme pesado de lo que decís que allá no
se .ha fecho bien con vos. Vuestra venida acá á me servir
' Historia general de las Indias , tomo I, lib. IV, cap. I.
' ^^yzxxt.\.t.— Colección de viajes, tomo II, doc. núm. CLXI.
APÉNDICES
707
vos tengo mucho en servicio, y no es menester, pues mi ida
allá será presto placiendo á Nuestro Señor. — De Ñapóles á
veinte y seis dias de Noviembre de quinientos é seis años. —
» Yo el Rey.
))Almazan, Secretario.»
Inclinado por sus ruegos y por las instancias de pode-
rosos magnates que en la corte favorecían la causa de don
Diego, y vencido tal vez por la justicia de sus reclamaciones,
mando' el Rey que fray Nicolás de Ovando entregase á aquél
la gobernacio'n de la isla Española, que ya anteriormente le
había concedido. La Real cédula lleva la fecha de Sevilla á
29 de Octubre de 1508, y en verdad no se concuerda bien
esta concesio'n con la autorizacio'n que poco antes se le había
concedido para litigar con la corona, representada por el
fiscal de Indias, el reconocimiento de los derechos que le
correspondían en virtud de lo estipulado por los Reyes con
su padre en las capitulaciones de Granada, y confirmado
por diferentes Reales cédulas en años posteriores, a La pri-
mera demanda que el Almirante puso fué en este año de
1508,» dice el cronista Herrera, y el pleito continuo' luego;
por lo cual no sabemos qué explicación pueda darse á la
Real cédula citada.
A esta época, entre los años 1507 y 1508, han de refe-
rirse las relaciones amorosas de don Diego con una joven
burgalesa llamada Constanza Rosa ; relaciones por extremo
raras, pues de ellas dice en la cláusula 24 del testamento
que otorgo' en Sevilla en ló de Marzo del año 1509:
(( Mando que sean dadas en limosnas á Constancia Rosa, vecina
de Burgos en la calle Tenebregosa, veinte mili maravedis; y si
ella fuese fallescida, que con ellos sea casada una huérfana pobre
ó dado en redención para cautivos: y por cuanto se ha dicho
que esta dicha Constanza parió' un hijo o' hija de mí, mando
que si se hallase ser verdad, que mi heredero reciba la tal
criatura y la mande criar y proveer en todo 3" por todo
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7o8
CRISTÓBAL COLON
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como conviene á mi honra y estado; y por saber la verdad
desto doy por aviso á mis albaceas y á mi heredero, que,
considerando el tiempo que yo hube esta mujer 3^ el tiempo
cuando la dejé, que esta tal criatura pudo nacer por el mes
de junio o' julio de mil y quinientos y ocho años, como
podrán haber información de Garcia de Lama, vecino de
Burgos á Santa Maria la Mayor.»
Muy lleno de accidentes fué este año de 1508 para el
segundo Almirante don Diego Colo'n. En él recupero la
gobernacio'n de las Indias, tanto tiempo solicitada por su
padre, desde el punto en que regreso á España despojado de
ella por el comendador Bobadilla en el año 1500; empezó el
pleito contra el fiscal del Rey ; y según la más segura
opinión, contrajo matrimonio con doña María de Toledo,
sobrina del segundo duque de Alba, don Fadrique, hija de
su hermano don Fernando, Comendador mayor de Leo'n.
Y no terminan en esto todavía los sucesos de aquel año. En
la cláusula 2^ de su citado testamento de Sevilla, consigno' la
noticia de otros amoríos harto graves, de los cuales también
hubo sucesio'n, y que produjeron un litigio que ya había
comenzado cuando la criatura apenas contaba seis meses de
nacida. La cláusula es por demás curiosa:
«ítem, mando que á doña Isabel Samba, mujer qüt fué de
Petis'ala^an (Petri-Salazar?) vecina de Bilbao o' de Cárnica,
que por espacio de dos años le sean dados por mis albaceas
o' heredero doscientos ducados para sus necesidades; ca si
fuere fallescida quédense para cumplir las mandas deste mi
testamento. E por cuanto ella parió' un hijo, mando que,
fenecido el pleito que injustamente y contra verdad me movió,
este tal hijo sea por mi heredero recibido y criado ; é como
tratándose de mi honra y estado conviene; el cual hijo según
parece parió por el mes de Octubre de quinientos y ocho años; y
cuanto á lo de los dichos ducados doscientos, no le serán
dados cosa alguna, perdiendo el dicho pleito.»
Estos dos hijos ilegítimos del segundo Almirante vivie-
APÉNDICES
709
ron largos años, según parece, y eran conocidos por toda la
familia. El de Constanza Rosa se cree que murió en la
desgraciada expedición que en 1546 fué al mando de Cris-
tóbal de la Peña á colonizar en el territorio de Veragua.
Gonzalo Fernández de Oviedo, dice ': — «Murió' la mayor
parte de toda la jente que avia llevado, entre los cuales
murió' Don Francisco Colon, hermano bastardo del Almirante.»
— Habiendo muerto don Diego en el año 1526, le sucedió'
su hijo legitimo don Luís Colón y Toledo, que fué el tercer
Almirante á quien se refiere Oviedo ; y su hermano bastardo
nacido en 1508, debía contar treinta y ocho años de edad.
El otro hijo, nacido de la viuda Isabel Samba, fué nom-
brado heredero del remanente del quinto por su padre don
Diego, en el testamento que otorgó en Santo Domingo á
8 de Septiembre de 1523.
«E cumplido y pagado este dicho mi testamento é todo
lo en él mandado é contenido, mando que lo que restare del
quinto de mis bienes, después que del se cumplieren las cosas
é mandas que del se deben sacar, lo aya é lleve don Cristóbal
Colon mi hijo natural, que está en Castilla, que es al presente
de edad de quince años; el qual quinto de mis bienes le mando
para sus alimentos é sustentación, el qual mando que le sea
dado é entregado sin dilación ni revuelta, é sin que en él le
sea puesto impedimento ni embargo alguno, por qu' es mi
voluntad que lo aya é lleve para sy é lo goze como cosa
suya propia, é pueda tener é disponer de lo que asy le
cupiere del dicho quinto de mis bienes.» Conviene exacta-
mente la edad, pues este Cristóbal nombrado heredero y
que tenía quince años en el de 1523, había venido al mundo
en 1508; pero queda en la incertidumbre, por falta de datos
directos, el señalar si este Cristóbal pudo ser hijo de Cons-
tanza Rosa, y el Francisco muerto en Veragua el de Isabel
Samba, pues nacidos ambos en el año 1508, á cualquiera de
Historia general de las Indias, libro XXVIII, cap. VIIL
710
CRISTÓBAL COLÓN
ellos puede referirse el legado, porque los dos tenían quince
años en el de 1523.
Al año de su casamiento, en los primeros días del mes
de Junio de 1509, salió de Sanlúcar de Barrameda para
tomar posesio'n del Gobierno de las Indias. No expresan el
P. Las Casas, ni Gonzalo Fernández de Oviedo el número de
buques que componían la expedicio'n; pero aquél dice que
partió' con una buena flota, y así debía de ser, no tan solo
por darle autoridad, sino también porque el rey don Fer-
nando había mandado por cédula fecha en el Realejo á 13
de Diciembre de 1508, que se hiciera en la partida y pasaje
de don Diego todo lo que se hallara en los libros que se
había hecho con el comendador Ovando, y la flota que éste
llevo' fué la más lucida que hasta entonces se había enviado
al Nuevo Mundo. Además, y para que se comprenda la
importancia que revestía aquel acto, dice el mismo P. Las
Casas, que — «se partió el Almirante con su mujer Doña
Maria de Toledo para Sevilla con mucha casa; trujo consigo
á sus dos tios el Adelantado Don Bartolomé Colon y Don
Diego Colon, hermanos de su padre trujo también
consigo á su hermano Don Hernando Colon y algunos caba-
lleros é hijos-dalgo casados, y algunas doncellas para casar,
como las caso' después en esta isla con personas honradas y
principales; trujo por Alcalde Mayor á un licenciado Marcos
de Aguilar, natural de la ciudad de Ecija, muy buen letrado
y experimentado en oficios de judicatura, en especial habia
sido Alcalde de la justicia en Sevilla, que es en ella muy
principal cargo; trujo á un licenciado Castrillo, también, de
quien abajo se dirá »
Con un viaje de los más prósperos y felices, y rodeado
de tan numerosa corte dio' fondo en el puerto de Santo
Domingo el segundo Almirante, el domingo 10 de Julio
de 1509.
No entra en el plan de este trabajo historiar detallada-
APÉNDICES
711
mente todos los actos de la administracio'n de don Diego en
la isla Española; las vicisitudes porque paso' por la emula-
cio'n del tesorero Pasamonte; ni los viajes que hizo á España
para dar cuenta de su conducta, unas veces, para activar el
pleito que seguía con la corona y aumentar los datos que se
fijaban en las informaciones testificales, las otras; ni reseñar
las mejoras que llevo á todos los ramos, la creacio'n de los
establecimientos primeros en la isla de Cuba y en la Jamaica,
y otros no menos importantes que necesitan estudio par-
ticular.
En algunos de aquellos viajes parece que se le trataba
con gran distincio'n durante su permanencia en la corte;
pues el emperador Carlos V le envió' desde Zaragoza, en
Agosto de 1518, para que recibiera á los embajadores Juan
Bautista Lasagna y Todino de Camilla, enviados por la
República de Genova, y en el año siguiente formo' parte de
la junta magna que presidio' en Barcelona el mismo Empe-
rador, acompañándole luego en 1520 hasta la Coruña,
cuando fué á embarcarse para pasar á Flandes.
En aquella ciudad, conociendo Carlos V que lo que
escribían Miguel de Pasamonte y los de su bando contra
el Almirante eran notorias calumnias, — «declaro'se que tenia
derecho de Visorrey y Governador en la isla Española, y en
todas las que su padre descubrió' en aquellos mares, conforme
al asiento que se tomo' con él '.» Con tal investidura
regreso' ya al Nuevo Mundo y allí permaneció' ocupándose
de mejorar la ciudad y de aumentar los establecimientos
españoles, hasta que, obligado de nuevo por las necesidades
de la isla, se embarco' por última vez en i6 de Septiembre
de 1523, y llego á Sanlúcar de Barrameda el 5 de Noviembre
siguiente.
Unido á la corte del Emperador recorrió' las principales
ciudades de España, hasta el punto en que aquél salió' de
^ar^-flv
MÉlDlIilttftiL
S» V
Herrera. — Historia general , década II, lib. IX, cap. Vil.
712
CRISTÓBAL COLON
^:^.
•>>-'
Toledo con direccio'n á Sevilla, donde había de celebrar sus
bodas con la infanta doña Isabel de Portugal.
Sintióse enfermo en Toledo el Almirante don Diego,
pero sin duda no creyó' su mal de tanta gravedad como en
realidad lo era, por lo que se proporciono' una litera y se
dispuso á acompañar á don Carlos en la visita que iba á
hacer, antes de dirigirse á Sevilla, al devoto monasterio de
Nuestra Señora de Guadalupe.
Salió' de Toledo en su litera el día 21 de Febrero de
1526, pero no pudo continuar el camino, y se vio' precisado
á detenerse al terminar la primera jornada en la Puebla de
Montalván, donde le sorprendió' la muerte dos días después,
entre ocho y nueve de la noche, en la casa de su amigo
don Alonso Téllez Pacheco que le había dado alojamiento.
((Fué persona de grande estatura, como su padre,
escribe fray Bartolomé de las Casas que le conoció' mucho ^
gentilhombre y los miembros bien proporcionados, el rostro
luengo y la cabeza empinada y que representaba tener per-
sona de señor y de autoridad ; era muy bien acondicionado
y de buenas entrañas; mas simple que recatado ni malicioso;
medianamente bien hablado, devoto y temeroso de Dios »
Trato'le con intimidad, según hemos dicho, el P. Las
Casas , que entre otros sucesos ciertos refiere el siguiente : —
((Y como el Rey le trújese siempre suspenso con sus dila-
ciones, como habia hecho á su padre, y un dia se le quejase
diciendo que por qué su Alteza no le hacia merced de dalle
lo suyo, y confiar del que le servirla con ello fielmente, pues
lo habia en su corte y casa criado, el Rey le respondió': —
Mirad, Almirante, de vos bien lo confiaria yo, pero no lo hago
sino por vuestros hijos y sucesores. — Luego él dijo al Rey:
— Señor, ¿es ra^on que pague y pene yo por los pecados de mis
hijos y sucesores, que por ventura no los temé? — Esto me dijo
un dia el Almirante hablando conmigo en Madrid, cerca de
Historia de las Indias , libro II, cap. LL
APÉNDICES
713
los agravios que rescebia, el año el 516, que con el Rey
habia pasado.»
De su matrimonio con doña María de Toledo tuvo
cuatro hijas y tres hijos.
Doña Felipa, que no tuvo sucesio'n y murió' siendo
religiosa.
Doña María, que caso' con don Sancho de Cardona.
Doña Juana, que fué mujer de don Luís de la Cueva.
Doña Isabel, que lo fué de don Jorge de Portugal.
Don Luis, tercer Almirante, que murió' desterrado en
Oran.
Don Cristóbal, de quien proceden los actuales duques
de Veragua por su matrimonio con doña Ana de Pravia.
Don Diego, que murió' sin sucesio'n.
DON FERNANDO COLÓN
La vida de este célebre personaje, hijo, como ya deja-
mos dicho en su lugar oportuno, de doña Beatriz Enríquez y
Arana y del primer Almirante que descubrió' las Indias, ha
sido objeto de especiales investigaciones por parte del tantas
veces citado escritor americano Mr. Henry Harrisse, parti-
cular amigo nuestro, que ha publicado acerca de ella impor-
tantísimos trabajos ^ , poniendo en claro sus principales
sucesos con verdadera y copiosa erudicio'n y rigorosa exac-
titud.
Nadie se atreverá á sostener hoy, después de impresa
' Don Fernando Colón, historiador de su padre, por el autor de la Biblio-
teca Americana Vetustíssima. — Sevilla, Rafael Tarascó, 1871.
— Fernand Colomb, sa vie, ses oeuvres. — París, Tross, 1872
— Christophe Colomb , son origine , sa vie, ses voyages, safamille et ses des-
cendants, d'aprés des.documents inédits tires des archives de Genes, de Savone,
de Séville et de Madrid.— Par is, Emest Leroux, 1884, tome II, chap. XV.
Cristóbal Colon t. ii. — 90.
^^1
714
CRISTÓBAL COLON
fí^r
la Historia de Jas Indias que escribió el obispo de Chiapa fray
Bartolomé de las Casas, y que anda en manos de todos los
americanistas, que don Fernando Colo'n no escribiera la his-
toria de su padre, por más que el original castellano se haya
perdido, y solamente se conserve la traducción que hizo
Alfonso de Ulloa, en italiano, pues el Obispo trascribe
literalmente muchos párrafos de esta obra tomados del texto
español de don Fernando; pero tampoco podrá negarse que
la duda manifestada por el señor Harrisse en su libro titu-
lado Don Fernando Colón historiador de su padre, y sostenida
con gran ingenio, dio' motivo á que los hombres que se inte-
resan en el movimiento científico, dedicaran sus tareas al
esclarecimiento de aquella cuestio'n con tanta brillantez
presentada , y se estudiara con mayor empeño la vida de
aquel ilustre español , siendo objeto de publicaciones impor-
tantes ' que aumentaron su interés, y dando causa á que
salieran á luz documentos curiosos que antes no se habían
conocido.
El estudio del señor Harrisse sobre los sucesos é historia
de don Fernando Colo'n es completísimo ; y como la obra en
que se contiene con todos sus últimos detalles, que es la
titulada Cbristophe Colomb, son origine, sa vie, ses voyages, sa
jamille ct ses descendants, no se ha traducido al castellano,
' L'autenticité des ^/í/í7r/V atribuées á Fernand Colomb. — Paris, Abbe-
ville, Briez, 1873.
— Année veritable de la naisance de Christophe Colomb, par M. d'Avezac,
Paris, 1873.
— Le livre de Ferdinand Colomb, par M. d'Avezac, Paris, Martinet, 1873.
— Les Colombo de France et d'Italie, fameux marins du xv suele, par
M. Henry Harrisse... Paris, Tross, 1874.
— T^es líistorie, livre apocriphe.., par M. Henry Harrisse, Paris, Marti-
net, 1875.
— V autenticitá delle Historie di Fernando Colombo, per Prospero Peragallo,
Genova, 1884.
— V origine de Christophe Colomb, par Sejus, Paris, MDCCCLXXXV.
— Origine, patria é gioventu de Cristo/oro Colombo, par Celsus^ Lisboa,
tipographia elzeviriana, 1 886.
— Riconferma deW autenticitá delle Historie... per Próspero Peragallo, Ge-
nova, Angelo Ciminago, 1885.
APÉNDICES
715
vamos á incluirlo en este lugar, seguros de la aprobacio'n de
su autor, y acompañándolo de algunas notas aclaratorias;
aunque, en verdad, muy poco hay que anotar en tan per-
fecto trabajo.
Sabemos por las declaraciones de su albacea testamen-
tario Marcos Felipe, que se apoya en recuerdos personales
dignos de crédito, que don Hernando Colo'n nació' en Co'r-
doba el día 15 de Agosto de 1488 '. Su madre se llamaba
Beatriz Enríquez.
El único documento de la época en que se habla de ella,
es el testamento de Cristóbal Colón: — a Digo é mando á
' Porque por memorias suyas fidedignas paresze nació en Córdoba á qtiinze
dias del mes de Agosto, dia de la Asunción de Nuestra Señora año de mili é quatro
cientos é ochenta é ocho, (Declaraciones del albacea Marcos Felipe, en nuestro
don Fernando Colón, historiador de su padre, Sevilla, 1871, in 4.°)
El epitafio dice, * que cuando Fernando murió el 12 de Julio de 1539, era
de edad de ¿o años, g meses y 14 días, lo cual nos daría como fecha del naci-
miento el 26 de Septiembre de 1488. Ortiz de Zúñiga dice que Fernando
nació á veinte y nueve de Agosto como parece de papelea originales suyos que tiene
nuestra santa Iglesia. (Anales eclesiásticos, pág. 596). — Los únicos documentos
que Zúñiga pudo consultar en los archivos de la catedral de Sevilla, son el testa-
mento de Fernando y las declaraciones antedichas. Fuera de los autos, que no
hacen relación alguna á nacimiento, no existen otras piezas en que se mencione.
Las fechas que da Zúñiga son por tanto inexactas. El Almirante mismo se
equivocó cuando en su carta de 7 de Julio de 1503 expresaba su disgusto de
verle (á su hijo) de tan nueva edad de trege años en tanta fatiga, y durar eji ello
tanto. Nayarrete, tomo I, pág. 298. — Fernando tenía entonces 15 años.
* Una distracción padeció aquí el docto colombista. La losa sepulcral que hoy se
encuentra en el tra?coro de la catedral de Sevilla sobre el lugar donde descansan los restos
de don Fernando, dice, en efecto, lo que copia Mr. Harrisse. Pero esa piedra no es la primi-
tiva, sino otra moderna que sustituyó á aquélla, que debía estar ya muy deteriorada, cuando
se renovó la solería de la santa Iglesia, por los años 1775 y siguientes. El epitafio antiguo
que dejó escrito el mismo don Fernando en su testamento, y cuyos huecos hizo llenar el
albacea Marcos Felipe, decía: — « Falleció en esta ciudad á xil de Julio de MDXXXVIIII años,
de edad de L aftas, é X vieses é xxvii dias.^ — Así estaba en la losa antigua que vio y copió
el canónigo don Juan de Loaysa en su libro intitulado Memorias sepulchrales de esta Santa
Iglesia Patiiarchal de Sevilla, en epitafios, capillas, entierros y toda la noticia de este género d:
antigüedades en dicha Santa Iglesia, que original y autógrafo se conserva en la biblioteca
Colombina (SS. — 254 — 30). El mismo Loaysa dice: — «Nació don Fernando Colon (segt'in
un manuscrito de su letra que está en la librería) en Cordova a 15 de Agosto de 1488 >
y con uno y otro dato se evidencia que ésta es la fecha exacta.
Y oportuno parece advertir que todos los errores que en la lápida sepulcral de don
Fernando Colón se notan y han llamado la atención de los eruditos (véase el periódico
titulado El Averiguador, que se publicaba en Madrid, año 1871, págs. 66 y 279), se encuentran
en esa piedra que en 1876 sustituyó á la antigua, y que en ésta no existían. (Nota del tra
ductor y. M. A.)
r-n?í^ _Hi,
7i6
CRISTÓBAL COLÓN
Dow D/V^o w/ jijo... que haya encomenda á BeatrÍT^ EnriqueT^y
madre de Don Fernando, mi fixo, que la provea que pueda vivir
honestamente, como persona á quien yo soy en tanto cargo, é esto
se faga por mi descargo de la conciencia porque esto pesa mucho
para mi ánima. La rraTpn dello non es licito de la escrebir
aqui.í) Este lenguaje tan solemne y la falta absoluta de
documentos en sentido contrario, autorizan la opinio'n adop-
tada por tradicio'n y por todos los historiadores formales del
Almirante, de que éste no fué esposo de Beatriz Enríquez,
y que Fernando era hijo ilegítimo.
Oviedo, por ejemplo, en ocasio'n de hablar de los dos
hijos de Colón, á los que conocía íntimamente, establece
entre ellos una distinción. Llama al uno a Don Diego Colon,
hijo lejitimo del Almirante)) y á Fernando le nombra simple-
mente «otro su fijo '.)) El adjetivo legitimo sería aquí un
pleonasmo, si no se hubiera empleado para designar en
Diego una cualidad que Fernando no tenía. En otro caso,
Oviedo hubiera dicho: sus hijos lejitimos Don Diego é Don
Fernando. Era bastante buen hablista para construir una
frase tan sencilla.
Tenemos además un testimonio seguro ; el de fray Bar-
tolomé de las Casas. En relaciones personales durante dilata-
dos años con todos los individuos de la familia de Cristóbal
Colón", y habiéndose ocupado especialmente en escribir su
historia, para lo cual consulto los documentos que conser-
vaba don Fernando, contra el que no abrigaba ningún senti-
miento de hostilidad; viviendo en Sevilla en intimidad con
muchas personas que habían conocido al Almirante desde su
llegada á España, y á sus hijos desde la más tierna infancia;
obispo y hombre honrado, Las Casas es un testigo de vera-
cidad incontestable.
Este califica, pues, á Fernando Colon de hijo natural.
' Los guales eran Don Diego Colon, hijo legitimo é mayor del Almirante, é
otro su fijo Don Fernando Colon, que hoy vive. — Oviedo. Historia General,
lib. III, cap. VI, tomo I, pág. 71.
APÉNDICES
717
Y para que se comprenda bien que usa esta expresión en el
sentido de hijo nacido fuera del matrimonio, y como oposi-
ción á la de hijo legítimo, cuando habla de los dos hijos de
Cristóbal Colón, Las Casas llama á Diego hijo legitimo, en
tanto que Fernando es calificado de hijo natural ^
Para sus contemporáneos, la bastardía de Fernando
Colo'n era, pues, una cosa indubitable, y nada ha venido
después á destruir aquella creencia ^. Y por otra parte, los
hijos ilegítimos no fueron raros en esta familia. Bartolomé
Colo'n, hombre de costumbres austeras, tuvo sin embargo,
una hija bastarda cuando contaba sesenta años 3. Diego Co-
lon , hijo de Cristóbal , en vísperas de contraer matrimonio
con doña María de Toledo, fué padre de dos hijas naturales
casi al mismo tiempo '^. Luis, su hijo, el polígamo impeni-
tente, y condenado como tal á destierro, no careció', sin em-
bargo, de prole ilegítima. Y en fin, en Diego, el menor de
los hermanos de Cristóbal Colón, que era eclesiástico y
estuvo á punto de llegar á obispo ¿qué significa aquel hijo
* Tenía hecho su testamento en el cual constituyó por su universal here-
dero á don Diego su hijo; y si no tuviese hijos, á don Hernando, su hijo natural.
— Las Casas, Historia, libro II, cap. XXXVIII, tomo III, pág. 194. — Don
Diego Colón, hijo lejítimo del Almirante Don Cristoval Colon. (Ibidem, et
cap. XLVII, pág. 237).
* Herrera y Zúñiga, á quienes los apologistas de la continencia del
gran navegante citan para sostener la tesis contraria, dicen únicamente, el pri-
mero : — « casó con Doña Felipa Moñiz de Perestrello, y huvo en ella á Don
Diego Colon; i después en Doña Beatriz Enriquez, Natural de Cordova, d Don
Hernando. y> (Década I, lib. I, cap. VII, pág. 11), sin hacer alusión alguna á
nuevo casamiento con Beatriz. — Zúñiga es más breve, pero en sentido contrario
á los que le invocan: — <í Don Fernando Colon., nació en Cordoua, de doncella
noble, y siendo iñudo su padre.. » (Anales eclesiásticos, lib. XIV, pág. 496).
Lejos de indicar la legitimidad de Fernando, Zúñiga parece que trata de alejar
la idea de adulterio, porque tampoco habla de matrimonio con Beatriz Enriquez.
En fin, no fué Casoni el primero en emitir la opinión de que Fernando era
hijo ilegítimo. El lector ha visto ya que el obispo Las Casas, á pesar de ser
amigo de Diego y de Femando califica á este último, cuando aún vivía, de hijo
natural, en oposición al título de hijo legítimo que da á Diego. Esta distinción
entre los dos hermanos duró siempre, y en una de las peticiones del Memorial
del Pleyto (pág. 29), con fecha 30 de Abril de 1578, cuando sólo hacía cuarenta
años que había muerto Fernando, se le nombra en su misma patria hijo
bastardo.
* Véase la cláusula dé su testamento que dejamos copiado á la pág. 688.
* Dejamos insertos á la pág. 705 los datos que comprueban estos extremos.
7i8
CRISTÓBAL COLÓN
/ - -";• ir-":
/^s
(f'/A^
^MC,
^^<^^
de la criada Barbóla, cuya educación encargo' á su sobrina,
y al que lego cien onzas de oro? ^ ¿No puede presumirse
razonablemente que fué un hijo nacido del comercio de Diego
Colo'n con una negra?
En estos últimos años, ciertos escritores dotados de
mejor celo que crítica, han promovido gran escándalo con
motivo de un documento que, según ellos decían, probaba
de una manera incontestable que Fernando Colo'n era hijo
legítimo del Almirante.
Se trataba de una carta encontrada en el archivo Medici
de Florencia ^, fechada en Madrid en 8 de Febrero de 1586,
y enviada por el encargado de negocios del gran duque de
Toscana.
Según ese documento, el procurador del almirante de
Arago'n, en el curso del pleito de sucesión, presento una
copia del testamento de Cristóbal Colón, pero faltaba en
ella una hoja, y esa hoja contenía el precepto del testador
para que su hijo Fernando fuera á fundar en Genova una
familia nueva. No se necesitaba más, en concepto de esos
escritores, para demostrar la legitimidad del nacimiento de
Fernando Colo'n.
Pero aquel pretendido deseo del Almirante es una pura
invención, y remitimos á los lectores al capítulo de este
mismo libro 3 en que dejamos demostrado que en aquella
hoja que fallaba á la copia, no se mencionaba siquiera á don
Fernando. So'lo añadiremos aquí que en ninguno de los tes-
tamentos o' codicilos del Almirante se encuentra disposicio'n
que tenga siquiera analogía con la que esos apologistas peri-
frasean en estos términos : « et vuole che il suo secando Figliolo
vada ad ahitare á Genova et jaccia radice in quella República.))
» Véase la cláusula i." de su testamento otorgado en Sevilla á 22 de
Febrero de 151 5.
* MS. Legajo, 780, folio 227. — Este documento fué publicado en el Fen-
siero cattolico, de Genova, número de 18 de Noviembre de 1875.
* Es el párrafo III del cap. V del libro titulado Christophe Colomb, son
origint, c^.^, tomo II, pág. 161.
APÉNDICES
719
Esta frase es sencillamente glosa del corresponsal ma-
drileño del gran duque de Toscana. Pero aún admitiendo
que la suposicio'n fuera exacta, nadie sacaría de ella la
conclusio'n de que Fernando no había nacido fuera de matri-
monio. Llena está la historia de ejemplos de hijos ilegítimos
que fueron tronco de sucesiones regulares. Y hasta hubo en
España bastardos de hombres casados, que sucedieron á la
línea legítima en los títulos y cualidades poseídas por el
padre. A esto se refiere Saint-Simon, cuando escribe: «On a
vu des bátards ayant des fréres legitimes, étre faits grands
par le crédit de leurs peres, et fonder alors de plain pied
des maisons presque pareilles á celles dont ils sortaient par
bátardise, et dans la suite, leur posterité et la legitime tout
á fait confondues ^))
Y todavía preguntan algunos ¿este hecho de que llame
á Fernando á suceder en el ma3'orazgo, en el caso en
que Diego llegase á morir sin sucesio'n ^, no es prueba de
que era hijo legítimo?
Esta preferencia no prueba absolutamente nada, si se
tiene en cuenta que un bastardo podía suceder en el ma3^o-
razgo, y véase por qué:
Aquí no se trata de un derecho primordial que fuese
llamado á ejercitar Fernando Colo'n, sino de un acto espe-
cial , emanado del poder feudal que tenían la Reina de Cas-
tilla y su esposo, según se ve en los términos mismos de la
autorización de 23 de Abril de 1477. En ella leemos esta
significativa frase: (íTuvimosh por bien, é por esta nuestra
carta de nuestro proprio motu, é cierta sciencia y Poderío Real
absoluto, de que en esta parte queremos usar e usamos como Kcy
é Reyna é señores, no reconocientes superior en lo temporal 3.»
Y así se ve sin sorpresa que los Reyes Cato'licos conceden á
Colón facultad de hacer pasar el mayorazgo no tan so'lo á
• Saint-Simon. — Memorias , tomo III, pág. iio.
» Navarrete, tomo II, pág, 313.
» Navarrete, tomo II, pág. 222.
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720
CRISTÓBAL COLON
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sus hijos, nacidos y por nacer, sino en defecto de hijos y de
parientes, á la persona que tuviera á bien designar. «E en
defeto é falta de hijos, en uno ó dos de vuestros parientes ó otras
personas que vos quisiéredes ' . »
Este acto además estaba perfectamente conforme con las
leyes que desde hacía dos siglos, cuando menos, regían en
España sobre esta materia. Para que un bastardo quedase
habilitado para suceder á su padre, no tenía éste más que
instituirle heredero : — Son legitims é poden venir á successió,
si 7 pare, quan dona midler á son fill natural, I' apellará fill, c
no dirá fill natural... Alio meteyx es si en son testament ó en
pleyt devan jutge T appella fill, é no y enadeyx 7iatural 2.»
Las Siete Partidas que reúnen á la vez lo abstracto y lo
concreto de la antigua jurisprudencia española, son tan
liberales en este punto como el derecho catalán. En la ley
titulada: — (.(Como el padre puede faTj^r su fijo natural legi-
timo en su testamento, se dice, que para llamar un bastardo á
la herencia , el padre no está obligado á más que á emplear
la fo'rmula siguiente: — ((Quiero que fulan et fulan mios fijos
que hobe de tal muger que sean mios herederos legítimos.))
Esta facultad se concede también al padre aún sin recu-
rrir á testamento. Basta otro escrito cualquiera. Así la
disposicio'n sobre ((En que manera puedan los padres legitimar
sus fijos por carta» establece como suficiente la declaración
del padre de que alguno fijo que tiene ha, nombrándolo sehala-
damiente que lo conosce por su fijo: que fué precisamente el
caso de Fernando Colo'n.
Todavía se objeta, que si éste hubiera sido ilegítimo, su
padre lo hubiera dado á entender en el testamento ; lo cual
es un error. Semejante confesio'n estaba prohibida á Cristó-
bal Colón bajo pena de investir de nulidad aquel mismo
• Navarrete. Tomo II, pág. 223.
* Costums de Tortosa, ley X, Ms. del siglo xiii, citado por D. Bienvenido
Oliver, Historia del derecho en Cataluña, Mallorca y Valencia, Madrid, 1881.
in 8.°, tomo IV, pág. 293.
APÉNDICES
721
acto. La ley lo declaraba en términos explícitos: — ((Pero en
tal conoscencia como esta non debe decir que es su jijo natural;
ca si lo dixiere, non valdría la legitimación '.»
Estas disposiciones estaban de tal modo conformes con
las costumbres de los españoles, que las famosas Leyes de
Toro, promulgadas en 1505 las amplían aún más: — ((...pero
si el tal hijo fuere natural, y el padre no tuviere hijos ó descen-
dientes lejitimos, mandamos que el padre le puede mandar justa-
mente de sus bienes todo lo que quisiere, aunque tenga ascendien-
tes legítimos 2 . »
Los hijos naturales no estaban, por tanto, calificados en
España entre los indignos, y Colón pudo perfectamente
llamar á Fernando á la sucesio'n del mayorazgo, aunque
bastardo, sin que se pueda deducir de aquí la consecuencia
de que fuera legítimo.
Con la esperanza de poner fin á discusiones inútiles, nos
hemos detenido á tratar esta cuestión, que por otra parte no
tiene importancia alguna, si nos remontamos á la época del
nacimiento de Fernando Colo'n. A fines del siglo xv la
condicio'n de bastardía no tenía consecuencias. Desde el
Papa hasta el último de los hidalgos, no había señor que
escrupulizara el tener bastardos, confesándolo públicamente.
Colón, en el tiempo de sus relaciones con Beatriz Enrí-
quez, pudo ver en las calles de Co'rdoba á Fernando el
Católico, cabalgando en compañía de su hijo ilegítimo don
Alonso de Arago'n, promovido al arzobispado de Zaragoza
cuando contaba seis años de edad 3; y al cardenal Men-
» Las siete Partidas del rey don Alonso el Sabio. — Madrid, 1807, in 4.°,
Part. IV, tít. XVI, leyes VI y VII; tomo III, pág. 90.
* Leyes de Toro, Ley X; en los Códigos españoles. — Madrid, 1872,
Tomo VI, pág. 573.
* Embiaron á suplicar al Papa, que tuuiese por bien de proueer aquella
Iglesia (Metropolitana de Qaragoga) en la persona de Don Alonso de Aragón,
hijo natural del Rey de Castilla que era de seys años. — ^urita, Anales de
Aragón, Madrid, 1600, in fol. Tít. XX, cap. XXIII, tomo IV, pág. 296, sub
anno 1478. — En su consecuencia don Alonso fué preconizado Arzobispo por
Sixto en un consistorio celebrado en el castillo de Brarvano, el viernes 14 de
Cristóbal Colón, t. ii. — 91.
722
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CRISTÓBAL COLON
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S^
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doza \ á quien seguían sus tres bastardos habidos en dife-
rentes madres, y de los que descienden muchas de las ilus-
tres familias del Reino.
Beatriz Enríquez era de Córdoba, pobre, aunque parece
pertenecía á una familia noble. Era hermana de Pedro de
Arana ^, que mandaba uno de los buques de la tercera expe-
dición, y al parecer, prima de Rodrigo de Arana, alguacil
mayor 3.
Sus relaciones con Cristóbal Colón datan de la época
Agosto de 1478. Si, como dice Zurita, Alonso no tenía entonces más que seis
años, era á la vez bastardo y adulterino, puesto que su padre casó con Isabel la
Católica el 19 de Octubre de 1469 (Acta del casamiento en Clemencin, Elogio,
pág. 383), después de los esponsales firmados en 7 de Enero. Notaremos, sin
embargo, que este historiador dice también : <í parece en algunas mejnorias que
Don Alonso había nacido en el año mcccclxx.
Marineo Siculo, hablando del niño arzobispo (Obras, AlcsXá., 1539, in fol.
al fóleo cxxxix), dice, sin encontrar en ello malicia: — el qual en tal manera
siguió las costumbres y virtudes del Rey Don Fernando su padre:-» lo que creemos
sin dificultad; porque, en efecto, don Alonso tuvo también un hijo bastardo que
también filé arzobispo de Zaragoza: D. Ferdinandi de Aragón, Alphonsi archie-
piscopi CcBsar augustani filius , Ferdinandi Castillce et Aragonice regis nepos.
Antoni, Bibliot. Hispan. Nova., tomo I, pág. 368. Mucho se había adelantado
desde el Concilio de Poitiers y cierta decretal de Alejandro III.
' A vueltas de las negociaciones desta vida, tuvo tres hijos varones. Oviedo
Qui?icuagenas , bat. I, quine. I, diálogo 8.°; MS, citado por Prescott, History
of Ferdinand and Isab ella, Philadelphia, 1870, in 8.°, tomo II, pág. 371; nota.
* Puso por capitán de un navio á un Pedro de Arana ¡ natural de Córdoba,
hombre honrado y bien cuerdo, el cual yo muy bien cognoscí, hermano de la madre
de Don Hernando Colon, hijo segundo del Almirante. Las Casas, Historia, lib. I,
cap. CXXX, tomo I, pág. 221.
* Y nombró por capitán d un hidalgo llamado Rodrigo de A rafia, fiatufal
de Córdoba. Oviedo, Historia General, lib. II, cap. VI, tomo I, pág. 26 y 47.
El parentesco entre estos dos Arana se desprende únicamente de esta afirmación
de las Historie: Pietro de Arana, cugin di quelV Arana, che morí nella Spagnola
(cap. LXV, folio 152 vuelto). Y sabemos que el Arana que murió en la Espa-
ñola, á manos de Caonabó, en 1493, ^^3. el que Oviedo llama Rodrigo, y Las
Casas Diego de Arana, de Córdoba, Alguacil mayor del Armada. Es curioso
observar que el autor de las Historie, obra que se atribuye á Fernando Colón,
que habla de estos dos Aranas (folios 68, 70, 152 y 154) omite el recordar que
uno de ellos era tío suyo, hermano de Beatriz Enríquez, la que se dice legítima
consorte del Almirante. -
También se encuentra un Pedro de Arana entre los familiares de la casa
de don Fernando en 1538 (véase su testamento) y entre los de la casa de Doña
María de Toledo en 1549. Y es singular coincidencia que la orden dada para
el pago de lo que se adeudaba á Catalina Enríquez, nodriza de su hijo don
Diego, se remite para fijar su cuantía á lo que dijera Pedro de Arena ó de Arana.
Méndez habla también de un Diego de Arana, criado de la Señora Virreyna de
las Indias. Navarrete, tomo I, pág. 314.
APÉNDICES
723
de los primeros pasos que intento' en la corte para lograr
que se aceptasen sus proyectos, en el otoño de 1487. Tenía
entonces más de cuarenta años.
Hay motivos para creer que aquellas relaciones fueron
de breve duracio'n, y que cesaron poco tiempo antes de la
salida de Colón para su memorable viaje. Nunca se men-
ciona á Beatriz en las cartas del Almirante, aun cuando
el relato parece que debía dejar caer el nombre bajo su
pluma. Así en el Diario de navegación del primer viaje,
el 14 de Febrero de 1493, en un momento de tristeza, se
lamenta Colón de estar alejado de sus dos hijos «que los
dejaba, dice, huérfanos de padre y madre en tierra extraña.))
Sin embargo, en 1493, aún vivía Beatriz Enriquez, que
murió quizá veinte años después. ¿Por qué razo'n califico'
entonces Colón á sus dos hijos como huérfanos de padre y
madre? ¿Se hubiera valido de semejante frase, si Beatriz, la
madre de don Fernando, hubiera sido su legítima esposa, ni
aun siquiera si aquel hijo, que entonces so'lo tenía cuatro
años, hubiera vivido al lado de Beatriz Enriquez? No se
olvide tampoco que Cristóbal Colón so'lo una vez habla de
Beatriz, y es para acusarse de la conducta que observo' con
ella, ((porque esto pesa mucho para mi ánima.»
Sea como quiera, pronto dejaron de vivir juntos. Colón
estableció' su morada en Sevilla en la collacio'n de Santa
María, en tanto que Beatriz no dejo' su residencia de Co'r-
doba. Este hecho resulta de la cláusula del testamento de
Diego Colo'n, en el que mandando á sus herederos paguen
los atrasos de la mezquina pensión de diez mil maravedís '
que Colón le había legado diez y siete años antes y que
Diego se cuido' poco de que fuera pagada con regularidad,
designa á la madre de don Fernando con estas palabras:
((BeatrÍ7^ EnriqueT^, vecina que fué de Córdoba.))
m
^4.<m
m
* Cláusula 27 del testamento otorgado en Sevilla en 16 de Marzo de 1507;
y cláusula 15 del otro que otorgó en Santo Domingo en 8 de Septiembre
de 1523.
724
CRISTÓBAL COLON
ii-l
liV'
¿Leyendo esta frase, no causaría admiracio'n que Diego
no calificase á Beatriz Enríquez de viuda que fué del Almirante
mi señor padre ', y que hablara de ella con tan poco respeto,
sin tratarla siquiera de Doña, si hubiera sido su madrasta?
En fin, ¿co'mo puede admitirse que Colón hubiera legado á
la que, siendo su esposa, habría sido de derecho viuda del
gran Almirante de las Indias, ciento cincuenta francos de
renta, por toda pensio'n alimenticia?
Fernando Colon nunca hablo' de su madre, y aun
ignoramos el año de su muerte. De algunas cláusulas del
testamento de Diego Colon se deduce que aún vivía en 1513.
El Almirante profeso siempre á Fernando el mayor
cariño; y hasta le llamo' á suceder en el ma3'^orazgo en el
caso en que Diego muriera sin dejar sucesio'n ^'
Cuando el primer viaje de descubrimiento de Colón,
desde el 3 de Agosto de 1492 á 4 de Marzo de 1493 (Y P^"^"
bablemente hasta 1498), Fernando estaba, según dice su
padre, en Co'rdoba 3^ en la escuela. Tenía entonces catorce
años.
^>^M
» El Almirante mi padre mandó que la diese en cada un año diez mil mara-
vedís. (Testamento de Diego Colón). Un maravedí equivalía próximamente á
céntimo y medio de Francia, y el legado era de ciento cincuenta francos
de renta de aquel tiempo. Dejar esta cantidad, casi ridicula, es demostrar ha^ta
qué punto es improbable la pretensión de hacer á Beatriz Enríquez mujer
legítima de Cristóbal Colón. Es cierto que éste en su testamento sólo manda
á Diego que la provea que pueda vivir honestamente , sin señalar la cantidad de
la pensión ; pero como Diego declara que su padre le ordenó (mandó) que
pagara 10,000 maravedís por año, hay fundamento para creer que esto fué dicho
por Colón verbalmente. En todo caso, esa suma de 150 francos, demostraría
que Diego no tenía á Beatriz en gran estimación.
* Primeraniente que haya de suceder don Diego, mi hijo, y si del dispusiere
Nuestro Señor antes que él hobiese hijos , que etide suceda don Fernando, mi hijo.
(Institución del Mayorazgo. — Navarrete, tomo II, pág. 232.
* Dice más , que también le dabati grati pena dos hijos que tenía en Córdoba
al estudio. (Derrotero, Navarrete, tomo I, pág. 152).
Herrera dice (Década I, lib. II, cap. IV) que cuando Colón salió para
el segundo viaje en 1493 dejó al lado del príncipe á sus dos hijos en calidad de
pajes. Este historiador sigue aquí con evidencia á Oviedo, que refiere, que:
f-Hizo Colon que los Reyes Católicos hubieran por bien que sus hijos el Príncipe
Don Juan los recibiese por pajes suyos , los cuales eran Don Diego Colon, hijo
legítimo y mayor del Almirante, y otro su hijo Don Fernando Colon, que hoy
vive... Y así el Príncipe Don Juan trató bien á estos sus hijos, y eran del favor e-
APÉNDICES
725
A principios del año 1494, su tío Bartolomé, que llegaba
de Francia, fué á buscarlo para conducirle á la corte, pero
no podía ser para que entrase á servir de paje, como dice
Las Casas , porque Fernando no fué nombrado para aquel
empleo hasta cuatro años después ^
En 18 de Febrero de 1498 fué nombrado paje de la
reina Isabel.
En 1502, Colón le llevo consigo, en lugar de Diego, en
su cuarto y último viaje. Fernando se mostró digno de
aquella preferencia, por la calma y el valor de que dio' prue-
bas en tan difícil y penoso viaje.
Salió de Cádiz el 9 de Mayo de 1502 y regreso' á
España con su padre en 7 de Noviembre de 1504. Le vemos
en 3 de Diciembre siguiente, llevando desde Sevilla á Segovia
para su hermano, que estaba en la corte, dinero, cartas y
una peticio'n relativa á las justas reclamaciones que el Almi-
rante no cesaba de formular.
Según Washington Irving, Fernando acompaño á su tío
Bartolomé á la corte en la primavera del año 1505. Su
padre fué á reunirse con ellos en Segovia ^ por Mayo del
mismo año, y es probable que á causa de la mala salud del
Almirante 3 ya no le abandonara más hasta su muerte,
ocurrida en Valladolid el día de la Ascensio'n de 1506.
cidos y anduvieron en su casa hasta que Dios lo llevó á su gloria en la ciudad de
Salamanca en el año I4g7. — Oviedo, Historia general , lib. III, cap. VI,
Sólo se conserva el nombramiento de Diego, que tiene fecha de 8 de Mayo
de 1492. (Navarrete, tomo II, pág. 17.) Copiado en los registros que todavía
están intactos, es raro que no se encuentre el de Femando junto al otro, como
sucede en el nombramiento de los dos hermanos para pajes de la reina, que se
hizo en dos cédulas diferentes, pero que están en los registros á continuación
una de otra con un día de diferencia (loe cit , pág. 220.) Tampoco debe
olvidarse que Fernando, en Agosto de 1492, contaba apenas cuatro años, mien-
tras que el príncipe tenía catorce.
* Partióse de Sevilla para la corte que estaba en Valladolid, por el principio
del año I4<)4, y llevó consigo á dos hijos que tenía el Almirante, Don Diego y Don
Fernando... para que fueran á servir al príncipe Don Juan de pajes. — Las Casas,
Historia, lib. II, cap. CI, tomo II, pág. 79.
* Las Casas, Historia, lib. II, cap. XXXVII.
' Venido su señoría á la cor te, y estando en Salamanca en la cama enfermo
de gota. (Relación de Diego Méndez, Navarrete, tomo I, pág. 325).
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=i-r=^,
^
726
CRISTÓBAL COLÓN
No hemos podido encontrar indicación alguna que se
refiera al punto de residencia y ocupaciones de don Fernando
en los tres años que siguieron á aquel suceso.
En los versos latinos que él mismo compuso y se
encuentran grabados en la losa que cubre sus restos en la
catedral de Sevilla , se lee este principio :
Aspice quid prodest totum sudasse per orbem
Atque orbem patris ter pera^rasse novum.
No se tiene noticia de que Fernando Colon emprendiera
más que dos viajes al Nuevo Mundo. El de 1502-1504, y
otro de que hablaremos más adelante. ¿Fué otra vez á las
Antillas en el transcurso de aquellos tres años? A pesar de los
esfuerzos que hemos hecho para saberlo no podemos asegu-
rarlo.
De 1506 á 1509 Diego Colon estuvo en España procu-
rando en vano que se le invistiera en las dignidades en que
el testamento de su padre le llamaba á suceder. Puede
suponerse que el estado precario de la fortuna de los here-
deros del Almirante, y el cuidado de sus intereses, puesto
que su único patrimonio consistía en aquellos privilegios que
se le disputaban, retuvieron á Fernando en España al lado
de su hermano, que se había visto en la precisio'n de llevar
sus pretensiones ante el Consejo de Indias ^ Pero estas mis-
mas razones pudieron obligarle también á volver á atravesar
el Océano.
Aunque Herrera habla de un viaje emprendido por los
dos hermanos á Santo Domingo en 1508, no fué sino en el
año siguiente, porque el 10 de Julio de 1509 fué cuando
Diego, investido al fin con la dignidad de Almirante, se
embarco' en Sanlúcar con su mujer, su tío Bartolomé y
Fernando, que llevaba encargo especial del Rey de fundar
* Herrera. — Década I, lib. VI, cap. V.
APÉNDICES
727
en Santo Domingo, y en toda la isla, iglesias y monas-
terios *•
Fernando parece que cumplió bien su misio'n porque en
una carta de mano de la isla Española, encontrada hace poco
en la Biblioteca Colombina , entre las hojas de guarda de su
ejemplar de las Décadas de Pedro Mártir, impresas en Sevilla
en 1511, se encuentra gran número de edificios con campa-
narios terminados por una cruz.
Entonces fué cuando recibió' como esclavos cuatrocientos
indios que el Rey Fernando en 1514 le permitió' conservar
á pesar de lo dispuesto en las leyes ^. Las Casas le acusa de
desconocer el derecho de aquellos desventurados isleños 3.
Biblio'filo meto'dico é ilustrado, Fernando anotaba en la
última hoja de cada libro de los que compraba para su
numerosa biblioteca , la fecha y el lugar en que había hecho
la adquisicio'n. Muchos de sus libros se han perdido, pero el
catálogo que contiene aquellas interesantes rúbricas, y los
cuatro mil volúmenes procedentes de su coleccio'n, que se
conservan todavía en la Colombina, bastan para que podamos
' Asi que, después que el Rey Cathólico acordó de admitir el segundo Almi-
rante, é ovo por bien que acá pasasse, llegó á esta ciudad de Sancto-Domingo con
su muger la vi-rey na, Doña Maria de Toledo, d diez dias de Julio, año de la
natividad de Cristo de mili é quinientos é nueve años. — Oviedo, Historia general,
lib. IX, cap. I, tomo I, pág. 97.
Herrera , sin embargo, dice : « tuvo orden del Rey, para aprovechar d su
hermano Don Hernando en quanto pudiese, i de poner todo cuidado en la fábrica
de las Iglesias y monasterios. (Herrera, Década I, cap. VI, pág. 185)-, pero este
historiador se confunde con Bartolomé Colón. Cf. la cédula de 12 de Noviembre
de 1509. — Colee, de doc. inéd. de Indias, tomo XXXI, pág. 478.
* Y porque se trataba de embiar nuevo Repartidor de los Indios de la Espa-
ñola, que no se quitasen d Don Hernando Colon los quatr o cientos que tenia,
aunque fuese contra el tenor de las ordenanzas (Herrera; Dec. I, lib. X, capí-
tulo XVI). Hemos encontrado la huella de algunos de estos indios reducidos al
estado de domésticos ó más bien de esclavos. Con fecha 23 de Noviembre del
año 1 5 14, un cierto Marmolejo recibió en reparto en la villa de Concepción, en
la Española, once de los naüirales que Fernando había hecho matricular á su
nombre , aunque no sabemos en qué año. — « Once naborías de casa que registró
Don Hernando Colon. f> Repartimiento de la isla Española, en la Colección de
documentos inéditos , tomo I, pág. 70.
' Don Hernando Colon alcafizó poco del derecho destas gentes (los indios),
y de tener por injusticias las primeras que su padre comenzó en esta isla contra los
naturales della. Las Casas, Historia, cap. XXVII, lib. II, tomo III, pág. 138.
728
CRISTÓBAL COLÓN
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'^(kr^
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restablecer con exactitud las naciones y pueblos que visito', y
el año en que hizo cada viaje.
Notaremos desde luego, que no permaneció' mucho tiem-
po con su hermano en Santo Domingo, porque éste le volvió'
á enviar con la flota que regresaba y cuyo mando le confio'
á pesar de su juventud. La vuelta fué motivada por la ne-
cesidad que tenía don Fernando de continuar sus estudios '.
Le vemos desde el mes de Enero de 1510 en Vallado-
lid 2. En el mismo año se le encuentra en Calatayud, en el
reino de Arago'n 3.
En 1511, 5^a establecido en Sevilla, envió' al Cardenal
Cisneros, gran amigo de su padre ^, una obra manuscrita 5,
que tal vez fué la primera que compuso. Eran dos tratados
que tenían por objeto demostrar que se podía dar la vuelta
al mundo por mar, de Oriente á Occidente, que el Evangelio
debía llevar la civilizacio'n á todas partes, y que toda la
tierra estaría un día sometida á España ^. Esta obra le valió
muy lisonjeras cartas del cardenal y del Emperador Carlos
Quinto 7.
' Despachó el Almirante á su hermano Don Hernando, que sería de edad
de diez y ocho años , para que fuese á estudiar á Castilla porque era inclinado á
las ciencias. — Las Casas, Historia, lib. II, cap. L, tomo 11, pág, 256.
' Libro de la Menes calía, compuesto por Mosen Manuel. Ms. Diómelo
Almeyda, paje de Don Hernando de Toledo, en Valladolid, por Enero de 1510.
N.° 3292 del Registrum B, del cual tomamos todas estas indicaciones. (Véase
también el n.° 1870 del tomo II del Ensayo de Gallardo).
^ Libro de Marco Polo, traducido del latin en castellano por Rodrigo de
Sanctaella. Folio, 2 col. Sevilla, Lanzalao Colono y Jácome Cromberger, 1502.
Costó en Calatayud 54 maravedís, año de 15 10. — N.° 3279.
'*■ Herrera, Década I, lib. VI, cap. XIV, pág. 166.
" El original del libro que yo hice y envié al cardenal Don fray Francisco
Ximenez en Sevilla año de i¿ii, dicho Colon de Concordia , divídese en dos trata-
dos. Es infolio manuscriptus. N.° jy8j.
* Un volumen intitulado Colon de Concordia, en tres libros diviso, en el
primero de los cuales se mostró que en nuestros días sería todo el mundo de
Oriente á Occidente por todas partes navegado, y la forma que en ello se debía
tener: en el segundo se dijo que por todo el mundo asimesmo en nuestros dias sería
la palabra del Evangelio divulgada y recibida: y en el tercero se probó que el uni-
versal imperio había de ser á la corona de España concedido. (Declaración del
derecho que la R. C. de Castilla tiene á la conquista de Persia. Colección de
docums. inéd., tomo IX, pág. 383).
' Y según se muestra por las cartas que su Alteza y el dicho cardenal sobre
ello me escribieron , fué gratamente aceptado. (Loe cit.)
APÉNDICES
729
En el otoño del mismo año hace una excursio'n á Toledo
y Alcalá de Henares ^
En Junio de 1512 está don Fernando en Lérida, donde
compra muchas obras en lengua catalana 2. Poco tiempo
después emprende su primer viaje á Roma, y pasa cerca de
un año en aquella ciudad 3, ocupándose principalmente de
literatura.
En el verano de 1513, está Fernando de regreso en
España, adonde parece volvió directamente por mar; en
* Manual de la Sancta Fé católica. Sevilla, 1495, ^" 4-° Costó en Toledo
34 maravedís, año 15 11, 9 de Octubre. Núm. 3004.
— Cárcel de amor en español. — Edic. por Diego de Sampedro. Logroño,
año 1508, in 4.° Costó en Alcalá de Henares 17 maravedís, año 1511 á 5 de
Noviembre. Núm 3006.
* Vocabulario catalán y alemán. Divisus in dúo lib. Perpiñán, 1502, in 8."
2 col. Costó en Lérida 20 maravedís, año 15 12, por Junio. Núm. 3862.
— Refranes en prosa catalana glossados por moseti Dimas preveré, Barcelo-
na, 151 1, in 4.°, 2 col. Costó en Lérida 8 maravedís, año 15 12. Núm. 3854.
— Libro en catalán, del estilo de escribir á cualquier persona , hecho por
Tomás de Ferpijiya. Impr. por Jo. Rosembach, 1510, in 4.° Costó en Lérida
5 maravedís, año 15 12, por Junio. Núm. 3860.
— Disputa del ase contra frare Enselm Turmeda, sobre la natura et noblesa
deis animáis , ordenat per lo dit Enselm. Barcelona, 1509, in 4.° Costó en Lérida
29 maravedís, año 15 12, por Junio. Núm. 3861.
— El recibimiento que hizo el Rey de Francia en Saone al Rey don Fernando
en español, in 4.° Costó en Lérida 3 maravedís, año 15 12, por Junio. Núm. 3856.
' Lettera di Americo Vespuci delle isole novamente tróvate in quatro suoi
viaggi. Datum Lisbone die 4 di Septembre 1504. Es en toscano y en 4.° Costó
en Roma cinco cuatrines, año 15 12, por Setiembre. Núm. 3041. (B. A V., Nú-
mero 87). Un ejemplar de este opúsculo fué el que enagenado por 13,000 francos
en la venta del doctor Court, acaba de ser pagado en 1,000 libras esterlinas por
un aficionado de New York. La anotación de don Fernando pnieba que esta
edición existía ya en 15 12, y que no es de 15 16 como se había supuesto al
encontrarlo encuadernado con la carta de Corsali.
— Juvenal, 1509, in fol. Costó en Roma 60 cuatrines año 15 12 por Setiem-
bre, y un amado de oro vale 307 cuatrines. Ego D. Fernando Colon audivi Ro-
mee hunc librum quodaní meo magistro exponente á 6 die decembris 15 12 usque ad
20 ejusdem mensis.
— Spagna, en metros toscanos. Florencia, 1490, in folio 2 col. Costó en
Roma 50 cuatrines por Octubre de 1512. Núm. 2548.
— Libro de motetes de canto d' órgano. Impr. en Venecia, por Otavio Per-
tnicio, 1504, 4 vol. in 4.° ad longum. Cada voz está de por sí en un libro. Cos-
taron las cuatro partes en Roma 247 cuatrines, año de 15 13, por Hebrero. Nú-
mero 2895.
— Sermo Fr. Dyonisii Vázquez, hispani. Impr. Roma, año 15 13. Hunc se r-
monem audivi viva voce auctoris Rome, Mensis Martii 1513. Núm. 2640.
— Bernardini Carvajal , Oratio de elegendo summo pontífice, in 4.° Costó
en Roma 2 cuatrines por Junio de 15 13. Núm. 2902.
Cristóbal Colon t. ii.— 92.
^"^<-
730
CRISTÓBAL COLON
lí^^^^;
^^^'^
Agosto se hallaba en Barcelona ', en Tarragona, y después
en Valencia ^. En el invierno siguiente, muy al principio
vuelve á comenzar su peregrinación. En Febrero de 1514 se
encontraba en Madrid 3, villa que apenas contaba entonces
3,000 habitantes, donde la imprenta no fué establecida sino
cuarenta y seis años después , pero que tenía ya una tienda
de libros y quizá un encuadernador. En Julio siguiente
estuvo en Medina del Campo 4; en Valladolid en Noviem-
bre 5; pero muy luego volvió' á Italia, ya que en Enero
de 1815 estaba en Genova ^, y en Junio y Setiembre en
Roma 7. En el mes de Octubre hizo una excursio'n á Viter-
bo ^, y volvió á pasar el invierno en la ciudad de los
* Zo plant de la Reina Ecuba, en prosa catalana, compost per mosen Joan
Roiz de Corella. Imp. Barcelona, por Joan Liischer, in 4.° Costó 3 dineros en
Barcelona por Agosto de 15 13. Ntím. 3958.
* Cancionero de Rodrigo de Reinosa, de coplas de Nuestra Señora, en espa-
ñol, cum nonnullis figiiris depictis. Estampado en Barcelona, año 15 13, in 4.°
2 col. Costó en Tarragona 6 dineros, por Agosto de 15 13.
— Vision deleitable de la casa de la Fortuna, compuesto por Eneas Silvio en
latín y traducido en español por Juan Gómez. Valencia, 1 5 1 1 , in 4.° Costó en
Valencia 5 dineros por Agosto de 15 13.
* Antonii Nebrissensis Gratnmatica. Logronii per Arnaldum Guillelmum,
año 1 5 13, in fol. Costó en Madrid 17 maravedís, per Hebrero de 15 14, encua-
dernado.
* Floretum sane ti Mathei, colectum per Petrum de Prexano, Hispani, 1491,
in fol. Costaron en Medina del Campo 600 maravedís por Junio de 15 14. Nú-
meros 2721 y 3975.
" El sétimo libro de Amadís , Sevilla, 15 14, in fol. Costó en Valladolid
130 maravedís por Noviembre de 15 14. Nüm. 4000.
— La Historia de Melosina, en español. Valencia, 15 12, in fol. con figuras.
Costó en Valladolid 70 maravedís por Noviembre de 15 14. Núm. 4146.
* Silvestri de Prierio in theoricas planetarum p redar issinia comentarla.
Mediolani, 15 14, in 4.° Costó en Genova siete sueldos por Enero de 15 15;
Prima novembris 1513 iticipi hunc libriim exponente eum magistro Sebastiano;
Romee immediate post 24.^"^ horam , octo prima folia tantum in octo lectionibus
exposuit (Biblioteca Colombina, GG., 177, 23.
"< 2 ragicomedia de Ca listo y Melibea. Sevilla, 1502, in 4.° Muchas figuras.
Costó en Roma 25 cuatrines por Junio de 15 15. Núm. 2417.
— Copia de una lettera del re de Portogallo. Roma, 1505, in 4.° Costó en
Roma 3 cuatrines por Setiembre de 15 15. Núm. 2428.
* Littera della presa de Orano, edita per Georgio de Veracaldo, traducida
de castellano en vulgar italiano, por Baltasar del Río, in 4.° Costó en Viterbo
I cuatrín por Octubre de 15 15. Núm. 2433.
— Obedientiam Joannis II Portugalice Regis ad Alexandrutn VI. praest.
per Ferdinand d' Almeida, in 4.° Costó en Viterbo i cuatrín por Octubre del
año 1515. Núm. 3452.
APÉNDICES
731
papas ', quizá después de haber estado en Bolonia al tiempo
de la entrevista de Leo'n X con Francisco I el 9 de Noviem- ly^,]
bre de 1514.
En el mes de Enero de 1516 fué don Fernando á Flo-
rencia 2, donde se encontraba todavía en Julio 3, á pesar de 1
que allí recibió' la noticia del fallecimiento del rey Fernando
de Arago'n; pero volvió poco después á España, y muy pro-
bablemente también por mar, porque al fin del mes de Julio
estaba ya en Medina del Campo 4,
En la primera quincena de Junio de 1517, le encontra-
mos en Madrid nuevamente, pues allí recibió el día 16 un
libro que de Roma le había enviado el maestro Pedro de
Salamanca el 29 de mayo de aquel año 5.
¿Fué á Roma inmediatamente, aunque para permanecer
allí una corta temporada? Puede sospecharse, porque con-
servamos un libro suyo comprado en aquella ciudad ^ en
Junio de 1517. Al regresar á España fué á visitar á Antonio
de Lebrija, que entonces vivía en Alcalá T , en cuya Univer-
sidad enseñaba la elocuencia latina, y probablemente don
Fernando le consultaría sobre el Diccionario geográfico de
España, que empezó' á escribir en Sevilla ^, el lunes 3 de
* Coplas en catalán de Miraglos de N. S. del Socors, in 4.° Costaron en
Roma I cuatrín por Octubre de 15 15. Núms. 2366 y 2454.
* Adriani Cardinalis , de Sermone latino opusculorum , in 4.° Costo en Flo-
rencia 34 cuatrines viejos, por Enero de 15 16. Núm. 2985.
* Gasparis Torella consiliu7n de prceservatione et curatione pestis. Roma.
Costó en Roma 10 cuatrines por Julio de 15 16. Núms. 3599 y 2 131.
* Expositio Laurentii Vallensis Salmanticae, in fol. Costó en Medina del
Campo I real por Julio de 1516. Núm. 2723.
' De correctione Kalendarii. Sine anno et loco, in 4.° Este tratado me
embió maestro Pedro de Salamanca de Roma á los 29 de Mayo de 1517, y rece-
bílo en Madrid á 16 de Junio de dicho afio (Colombina , GG., 177, 5).
' Marci Danduli oratoris Veneti apud Ser. Ferdinandum Hispanice oratio.
Neapoli, 1507, in 4.° Costó en Roma 3 cuatrines por Junio de 1517 (V. A. V.,
Additions, Núm. 28).
' Tabla de la diversidad de los dias y horas en las cibdades , villas y lugares
de España y otras de Europa que le responden por sus paralelos. Compuesta por
Antonio de Nebriger, en 4.° Diómela el mismo autor en Alcalá de Henares, año
de 1517. Núm. 2725.
* El borrador escrito de mano de su secretario, existe todavía en la Colom-
bina, BB., 150, 24.
1
^ír >i¿
732
CRISTÓBAL COLÓN
/'T'x
Agosto de 1517. El Presidente del Consejo Real, por razo-
nes que desconocemos, le prohibió' que continuase aquel
trabajo '.
En aquel año paso' el invierno en España, probablemente
en Valladolid, donde se celebraban las Cortes de Castilla que
Carlos V acababa de convocar para su proclamación. Don
Fernando estaba en aquella ciudad en el mes de Enero del
año 1518 2; y aún permanecía allí en Marzo, donde después
de hacer encuadernar aquel ejemplar de Séneca 3, que se ha
hecho tan célebre por la nota puesta al margen del coro de
la Medea, tantas veces citado:
.i
|5 -^ '
■h\
Quihus Oceanus vincula rerum
Venient annis sacula seris
Laxet, ét ingens pateat tellus,
Typhisque novas detegat orbes,
Nec sit terris ultima Thule,
■:K'
comenzó la lectura el seis del dicho mes.
En Julio de 1518 estuvo Fernando en Medina del
Campo 4; y en Setiembre empezó' en Segovia aquel árido
XAv
tK'm^'^
* Entendía en hacer la descripción y Cosmographia de España, á que por
el Presidente del Real Consejo de S. M. me fué pttesto impedimento ( Discurso
declaratorio del derecho que la corona tiene en la conquista de Persia. Colección
de docums. inéd., tomo XVI, pág. 383).
* Alvari Pelayi. De Planete ecclesice. Lugduni, 15 17, in fol. Costó en Va-
lladolid 10 maravedís por Enero de 15 18. Núm. 2584.
* TragedicB SeneccB cum duobus commentariis. Venetiis, 15 10, in fol. Costó
quatro reales y dos por encuadernar en Valladolid por Marzo de 15 18, así que
costó seis reales. Sábado seis de marzo de iji^, comencé á leer este libro y á
pasar las notas del en el yndice en Valladolid , y distraído por muchas ocupa-
ciones y caminos no lo pude acabar hasta el domingo 8 de Julio de 1520 en
Bruselas de Flandes, en el qual tiempo las anotaciones que ay desde el núme-
ro 1559 en adelante aun no están pasadas en el índice porque quedó en España.
Miércoles 19 de Enero de 1524, entre las doce y la una, lo torné otra vez á
pasar y añadí las anotaciones que tienen dos virgulitas y las diciones sublineadas
que tienen una -^ al fin de linea y comencé á pasar otra vez las notas añadiendo
las autoridades. Núm. 478.
* Historia de Floriseo, compuesta por Hernando Bernal. Valencia, 15 16,
in fol. Costó 128 maravedís en Medina del Campo por Julio de 15 18. Núm. 2708.
APÉNDICES
733
Diccionario de definiciones, escrito en latín, cuyo tomo pri-
mero se encuentra todavía en la Colombina ^
Le perdemos de vista durante todo el año 1519; tal vez
asistiera en Barcelona á aquella solemne discusio'n presidida
por Carlos V, en presencia de Diego Colo'n, donde Las Casas
defendió' con tanto ardor la causa de los desgraciados indios.
Habiendo quedado vacante en aquel tiempo el trono impe-
rial, por muerte del emperador Maximiliano, fué escogido
para sucederle Carlos V en 28 de Junio de 1519. Pero el
electo tenía necesidad de sumas de gran cuantía , no tanto
para reembolsar á los Fugger, como por la guerra que pre-
veía; y contaba principalmente con el servicio o' donativo de
albricias por su elevacio'n, el cual tardo' mucho en concedér-
sele. Por eso no se embarco para los Países Bajos hasta el
22 de Mayo de 1520.
Fernando formaba parte de la numerosa comitiva que
Carlos llevo' consigo. No se encuentra su nombre en la lista
que da Sandoval, pero creemos, sin embargo, que Fernando
estuvo presente á la coronacio'n en Aix-la-Chapelle, el día
23 de Octubre de 1520, porque le vemos primero en Bruse-
las, el 8 de Julio, día en que acabo' la lectura de su poeta
favorito (cuyas obras están llenas de notas marginales todas
de su mano); y en Lovaina el 7 de Octubre, pues en ella
le regalo' Erasmo su Anti-harharorum 2, y después en Worms
al lado del Emperador, en 17 de Diciembre, pues allí recibió'
la gracia de 200,000 maravedís anuales sobre la tesorería de
Indias, en recompensa de sus servicios como unido á la casa
imperial 3. Pero no asistid Fernando á la famosa Dieta de
' BB., 150, 25. La primera hoja tiene escrita de su mano esta frase: — Die
lunes septembris sexta, 15 18, in civitate Secubiensi hora 8 ante meridiem incipi hunc.
* Antibarbarorum. D. Erasmi Roterdami liber unus. Basileae apud lo. Pro-
benicem, An mdxx. Este libro me dio el mismo autor como parece en la octava
plana (Está registrado 1090) Erasmus Roterdamus dono dedit lovanij die dofni-
nica octobris séptima die anni 15 20 qui quidem Erasmus duas primas lineas sua
propria manu hic scripsit.
' Esté á la corte que se le emplee. Extracto hecho por Muñoz, fol. 256,
a/«í/ Nav ARRETE, BibUoteca marítima, tomo I, pág. 619.
734
CRISTÓBAL COLÓN
'-^^wva ■
'?ym
esta ciudad \ porque en el invierno de 1520-1521 estaba en
Italia.
A mediados de Diciembre del año 1520 se encontraba
en Genova ^•, el 2 de Enero de 1521, en Savona 3, etapa, sin
duda, de una excursio'n á la Liguria, en busca de la familia
de su padre. A principios de Mayo estuvo en Ferrara 4: al fin
de aquel mes y en el 'de Julio, en Venecia 5; en Noviembre
en Treviso ^.
Volvió' á Alemania por Suiza 7; estuvo en Nuremberg ^
en Diciembre de 1521, en Francfort 9 á mediados de Enero
de 1522, en Colonia ^° y en Aquisgran en Febrero ". Desde
esta ciudad se traslado' á los Países Bajos , donde permaneció
hasta la primavera.
Se detuvo dos meses en Lovaina ^^, probablemente en
* Citada para el 3 de Enero de 152 1, Lutero no estuvo en Worms más
que hasta el 26 de Abril siguiente.
* Ar¿e de Aritmética, Thaurino, 1492. Costó 30 dineros en Genova, de
niediado de Diciembre de 1520.
* Platini Elegia Pulcherrima. Milano, 1505, in 4.° Costó 14 dineros en
Saona á 2 de Enero de 152 1, y el ducado de oro vale 900 dineros (Biblioteca
Colombina. Núm. 73, 24).
* Viagio al paese de V isola del oro tróvate p. Juan de Afigliara,\n 4.°
Costó en Ferrara medio cuatrín á 4 de Mayo de 1521, y el ducado vale 378 cua-
trines (B. A. V.. Additions, Núm. 65).
' Littera mándala de la Ínsula de Cuba, 1519, in 4.° Costó en Venetia
2 marcos á 22 de Maio de 1521. Núm. 1179 (B. A. V. Add! núm. 60).
— CosmographicK Introductio et quatuor Ayneric. Vesputii navigationes;
Argent., 1509, in 4.° Costó 5 sueldos en Venetia por Julio de 1521. Núm. 1773.
En la primera edición de esta obra fué donde Waltzemüller propuso que al
Nuevo Mundo se le denominase América. Es de notar que Femando Colón de
ordinario tan pródigo de anotaciones, nada puso al margen de aquella atrevida
proposición. Por otra parte la Historia tampoco dice nada de esto,
* Tesoro de Ser Brunnetto Latino de Firenza. Impr. en Trevizo, año 1474
y costó en la misma cibdad, encuadernado 34 sueldos á 17 de Noviembre 152 1.
Núm. 522.
^ Petri Martyr liber de insulis. Basil., 1521, in 4.° Costó en Basilea dos
crayces, año de 152 1. Núm. 930.
* Aritmética speculativa Gasparis Lax.Ydsiñ, 15 15, in fol. Costó en Nu-
remb'erga 20 crayces por Diciembre de 152 1. Núm. 503.
* Modus confitendi Andrce Hispani. Argentinae, 1508, in 4.° Costó en
Francfort 7 feni, de mediado Enero de 1522. Núm. 1578.
*" Tractatus syllogismorum Ludovici Coronel hispani segoviensis , in 4."
Costó en Colonia 24 feni por Hebrero de 1522. Núm. i6i6.
" Vocabulario para aprender francés , español y flamitii. Antuerpiae, 1520,
in 4.° Costó en Aquisgrano 6 feni por Hebrero de 1522. Núm. 1690.
'* Carmina in laudem Adriani cardinalis electi po?itificis , in fol. Costó un
APÉNDICES
735
compañía de Nicolás Cleynaerts, que allí se dedicaba á
enseñar griego y hebreo. A instancias suyas fué luego este
sabio á establecerse en España. Vemos después en Mayo á
don Fernando en Brujas, donde debió' encontrar al erudito
Juan VasscEus, que por los años 1535 fué su bibliotecario '.
En el mes de Mayo de 1522, Fernando presento' al
emperador su Forma de navegación para su alto y felicisimo
pasaje de Flandes á España, y paso' con él á Inglaterra ^. Se
encontraba en Londres 3 por Junio de 1522, y en Santander
cuando Carlos V llego' á aquella ciudad en el mes de
Octubre +.
No tenemos indicaciones de los trece meses siguientes.
Tal vez en ese espacio de tiempo fué cuando escribió' su
tratado, hoy perdido. Sobre la forma de descubrir y poblar en
la parte de las Indias 5. Sea lo que quiera, ya estaba en
España en el año 1523, porque el día 4 de Noviembre ^ hizo
comprar en Alcalá la famosa Biblia Poliglota, llamada del
cardenal Cisneros, y el 23 adquirió' en persona en Medina
del Campo ^ cierto número de libros.
neguin en Lobaina por Hebrero de 1522. Nüm. 273. El núm. 11 12 dice, al fin
de Hebrero.
* Vicencio de Monte é Juan Vasco , y Desiderio , mis criados. Testamento
en nuestro Don Fernando Colon, pág. 197.... Postquam Ferdinandi Colombi...
auspiciis é Belgio et Lovanio Hispalim concessisset, inque ejus domo et biblio-
theca instructissima aliquot annis commoratus est. Nich Antonio, Bibliot. his-
pana Nova, tomo II, pág. 369.
* Se embarcó en Calais el 28 de Mayo de 1522, Carlos V, pero no salió
de Inglaterra hasta el día 4 de Julio siguiente. Sandoval, Historia, tomo I,
lib. XI, folio 557.
' Alfonsi Aragonensis facetice. Argentinas, 1509, in 4.° Costó en Londres
4 penine, por Junio de 1522. Nüm. 1260.
* En el año de veynte é dos allí en Santander guando volvió el Emperador
nuestro señor de Flandres, me alquiló un mulo. — Vide su testamento, en el
Ensayo, pág. 130.
* Alude á él, pero sin describirlo, en la introducción á su Memorial
de 1524. Colección de documentos inéditos, tomo XVI, pág. 383.
* Biblia per Cardinaliis Toletani Francisci Ximenes instantiam, in quatuor
linguas translata, et in quinqué volumina divisa. Impreso (este último volumen
compluti) en 15 15, in folio. Costaron en Alcalá de Henares al que los envié á
comprar, 3 ducados á 4 de Noviembre de 1523. Núm. 519.
■^ Romance hecho por Andrés Ortiz , de los amores de Floriseo y la reina
de Bohemia, en español, en 4.° Costó en Medina del Campo 3 blancas á 23 de
Noviembre de 1523. Núms. 4083 y 4084.
73<5
CRISTÓBAL COLÓN
,^w:M
Por decreto de 19 de Febrero de 1524 fué nombrado
como uno de los arbitros para definir los derechos de España
j Portugal sobre las islas Molucas. La comisio'n se reunió' en
Badajoz donde Fernando estuvo presente, á lo menos hasta
el mes de Mayo. Entonces redacto' cuatro memorias que se
conservan:
Parecer sobre la pertenencia de los Molucos (27 de
Abril).
Memorial de don Hernando Colón á los diputados letrados
en la junta de Badajo^, para que declaren lo relativo al derecho
de S. M. al dominio y pertenencia del Maluco.
Parecer de los astrónomos y pilotos españoles de la junta de
Badajo:^ sobre la demarcación y propiedad de las islas del
Maluco I.
Declaración del derecho que la Real Corona de Castilla
tiene á la conquista de las provincias de Persia, Arabia é India,
é de Calicut 2.
En Octubre de 1524 estaba en Medina 3; en la segunda
semana de Noviembre en Valladolid 4; volviendo algunos
días después á Medina del Campo 5.
Por Febrero de 1525 dio' una vuelta por el Norte de
•**^
m
VA-^
' Estos tres documentos han sido publicados por Navarrete, Colección de
viajes, tomo IV, núms. 34, 36 y 37. Los originales están en el Archivo de
Indias. Deben recordarse también las dos obras siguientes, que segün Fuster
(Biblioteca Valenciana, tomo II, pág. 217), deben estar en la colección de
Muñoz.
— Declaración del derecho que la corona de Castilla tiene á la provincia
de Persia
— Coloquio sobre las dos graduaciones diferentes que las cartas de Indias
tienen.
* Se insertó en la Colección de documentos inéditos , tomo XVI, pági-
na 382.
* Anselmi de Turremada, fratris. Doctrina de los cristiafios , en metro
castillano; in 8.° Costó en Medina del Campo 4 maravedís, á 19 de Octubre
de 1524. Núm. 4047.
Question de amor, en castellano.. Salmanticae, 15 19, in folio. Costó en
Valladolid 34 maravedís, á 12 de Noviembre de 1524. Núm. 4027.
* Historia de Ar?ialte y Lucenda, hecha por Diego de San Pedro, Burgos,
1522, in 4.° Costó en Medina del Campo 11 maravedís, á 19 de Noviembre
de 1524. Núm. 4055.
APÉNDICES
737
España, y paso dos meses en Madrid ^, y otros dos en Sala-
manca 2.
Si en el otoño siguiente volvió' á Roma 3, no pudo per-
manecer allí más de un mes, pues ya le encontramos en Sevilla
el 27 de Noviembre, día en que Fernán Pérez de Oliva, que
debía ser, si no lo era ya, uno de los bio'grafos de Cristóbal
Colón, le regalo' su traduccio'n de una comedia de Planto 4.
Paso' en Sevilla los cuatro años siguientes 5 ocupándose
en organizar su célebre biblioteca, cuya fundacio'n hace el
mismo remontar al año 152Ó ^, y vigilando la construccio'n
del suntuoso edificio que levanto para su morada en medio
de un jardín magnífico, poblado con plantas traídas del
Nuevo Mundo, de las que en el año 1871 no quedaba más
que un hermoso zapote 7. Este edificio, que hoy ha desapare-
,W1
• Libro II de la historia de don Clarián de Laudanis , traducido en caste-
llano por Alvaro, físico, Toledo, 1522, in folio. Costó en Madrid 6 reales y medio,
por Hebrero de 1525. Nüm. 4120. — Libro III, costó encuadernado en perga-
mino en Madrid 7 reales, por Marzo de 1525. Núm. 4119.
' La Historia de Palmerin de Oliva, traducida del griego en español por
Francisco Vázquez, Salamanca, 15 16, in folio. Costó en Salamanca 4 reales, á
17 de Marzo de 1525. Nüm. 4124.
— La historia de Canamor y del infante Turian, Burgos, 1509, in 4.° con
figuras. Costó en Salamanca 30 maravedís, á 17 de Marzo de 1525. Nüm. 4122.
— Tractatus Astrolabii, de mano, compositus in Arábico per Ameth
filium Afar, et traductus en español per Philippum, Arteri Medicinae Doct.,
in 4.° Costó en Salamanca real y medio, á 18 de Abril de 1525. Nüm. 4127.
* Vitoria del re de Portugallice en India et de la presa de Malacha, in 4.°
Costó en Roma un cuatrín, por Septiembre de 1525. Nüm. 2429.
* Muestra de la lengua castellana en el nascimiento de Hércules, ó comedia
de Anfitrión, en español, compuesta por Fernán Pérez de Oliva, in 4.° Diómelo
el mesmo autor en Sevilla á 27 de Noviembre de 1525. Nüm. 4148.
• Cartilla para monstrar d leer, in 4.° Costó en Sevilla 8 maravedís, año
de 1526. Ni^m. 4160. — El numero 4155 está fechado en 9 de Marzo; el nu-
mero 41 6 1 en Junio; el 4176 en Julio de 1527. — Conoció, sin duda, en Sevilla,
á aquel Felipe Guillen, boticario, gran jugador de ajedrez y cortador de tijera^
que habiendo observado las variaciones de la bníjula é inventado una especie
de sextante, salió de Sevilla en 1525 y pasó á Portugal, donde don Juan III le
tomó á su servicio después de haberlo gratificado generosamente.
' Estaba próxima á la puerta de Hércules, casi en la orilla del Guadal-
quivir, y tenía en el frontis esta inscripción :
Don Fernando Colon, hijo de Don Xpoval Colon, primero
Almirante que descubrió las Indias, fundó esta casa, año de mil
É quinientos é ví¡vnte y seis.
' Fernand Colomb, Apéndice II, págs. 158 á i6i. — Cuando estuvimos en
Cristóbal Colón, t. n.— 93.
^
73»
CRISTÓBAL COLON
cido por completo, debía tener el aspecto de un palacio, si
hemos de juzgar por la descripcio'n de la fachada de mármol
que don Fernando encargo' á Genova en el año 1529 ^
En 1526 don Fernando fué encargado por el Emperador de
formar una junta de cosmo'grafos y pilotos que corrigiera
las cartas marítimas y se ocupara de construir una esfera o'
mapa-mundi en donde estuvieran indicados los países nueva-
mente descubiertos 2.
En 1527, durante la ausencia de Sebastián Cabot, que
había salido en el mes de Abril de 1526 para una expedicio'n
á las Molucas 3, Fernando recibió' la misio'n de presidir en
su propia casa los exámenes de los pilotos, á los que estaban
encargados de interrogar los célebres cosmo'grafos Diego
Ribero y Alonso de Chaves 4.
En Agosto de 1528 leyó' en Sevilla aquel curioso escrito
en que el rey de Portugal anunciaba el casual descubrimiento
de la tierra de Santa Cruz, hecho por Pedro Alvarez Cabral.
Esa tierra no era sino la del Brasil, lo cual prueba que
aunque Cristóbal Colón no hubiera existido se hubiera
descubierto el Nuevo Mundo el día 22 de Abril de 1500 5.
Carlos V, falto de dinero para su expedicio'n á Italia,
llamo á la corte á don Fernando á fin de consultarle sobre la
cesio'n, o mejor dicho, sobre la venta de sus derechos á las
Sevilla dimos algunos pasos para adquirir la propiedad del árbol y los terrenos
que lo rodean, que eran entonces una mezquina huerta en la proximidad del
camino de hierro en construcción. Era nuestro propósito rodear el zapote con
una verja de hierro, colocar allí una inscripción, y regalarlo al Municipio de
Sevilla como tributo del reconocimiento de un americano. Pero nuestros esfuer-
zos fueron inútiles.
' Véase el contrato firmado á nombre de Dum Fernando Colon spagnollo
con A. M. de Carona y A. de Laurico, por mediación de Nicolás Grimaldi,
en la notaría de Stefano Saoli Carreya, Genova, 10 de Septiembre de 1529.
* Herrera. — Década III, lib. X, cap. XI.
* Por falta de provisiones se varió el plan primitivo, y se convirtió en una
exploración de las costas del Brasil,
* Herrera. — Década IV, lib. IV, cap. V. — Sin embargo, según las notas
tomadas por Cean Bermúdez, que Navarrete inserta en su Biblioteca marítima
(tomo I, pág. 16), parece que Chaves no entró al servicio de la corona hasta el
4 de Abrí de 1528.
' Copia di una lettera del Ré de Portogallo, Romae, 1505, in 4.°
APÉNDICES
739
islas Molucas, que se proponía hacer á Portugal. Fernando
redacto' los Apuntamientos sobre la demarcación del Maluco y
sus islas, firmados de los seis jueces que firmaron la capitulación
para empeñar estas islas á Portugal el año 1^2^ ' . La cesión fué
firmada en Zaragoza el 22 de Abril del mismo año.
Embarco'se el emperador en Barcelona con rumbo á
Genova el 8 de Julio de 1529; pero entonces no le acompaño'
don Fernando, pues en Septiembre se encontraba en Sevilla,
donde añadió' muchas notas, aunque de escaso interés, á su
extenso resumen de referencias ^.
En el otoño del año siguiente parece que Fernando
visito' otra vez Italia, encontrándose en Perusa el día 4^7
en Roma el 20 de Septiembre de 1530 4. No pudo, por tanto,
asistir á la coronacio'n de Carlos V por el papa Clemente VII
como rey de Lombardía y emperador de romanos, que se
verifico' en Bolonia 5.
Al año siguiente ya había regresado á España , pues le
encontramos en Valladolid en Noviembre de 1531 ^. ¿Pero
qué hizo en los dos años que subsiguieron? No volvemos á
saber nada de él hasta que en Enero de 1534 le vemos en
Alcalá de Henares 7.
En el verano de 1535 hizo un viaje al centro de Francia,
' Esta memoria, que según Barcia (Epítome de ¡a Biblioteca, tomo II,
col. 633) se encontraba en el Archivo de Simancas, no se ha encontrado en
aquel establecimiento, ni en el de Indias en Sevilla.
* Dia de Sancto Mathia, Año de I52g. — En las guardas de un tomo ma-
nuscrito que se conserva en la Colombina , BB., 150, 23.
* Lamento d'una Cortigiana Ferrar ese, la guale per habere el mal franzese
si conduxe andaré in carréela, compuesta p. maestro Andrea Venitiano,
in 8." — Costó en Penisa... á 4 de Setiembre de 1530. — No está catalogado,
encontrándose en un tomo de varios.
* Constitutiones et regulae cancellarias, 1492. Costó en Roma 6 quatrines
á 20 de Setiembre de 1530. (Colombifia, D. 201-36).
' El emperador había salido de esta ciudad para Alemania el 22 de Marzo
de 1530. Entró en Bolonia el 5 de Noviembre de 1529, pero no fué coronado
hasta Febrero del año siguiente.
* Fatri de Rescentiis, in commodum ruralium. — Costó 170 mrs. en Valla-
dolid, á 29 de Noviembre de 1531. (Colombina, GG. 179-16).
^ Fábula longit. et latitud, planetarum, Lovanii. Costó 68 mrs. en Alcalá
de Henares, por Enero de 1534. (Colombina, GG. 177-8).
740
CRISTÓBAL COLON
t>^
pues estuvo en Montpellier por Julio *, y en Lyon por
Octubre y Diciembre de aquel año 2.
Creemos que vuelto á su patria no volvió á salir de
ella. La herencia de su hermano don Diego era objeto de
tantas contradicciones de parte de la corona, que la viuda
doña María de Toledo se había visto precisada á dejar á
Santo Domingo, para venir á revindicar los derechos de
los herederos. El procedimiento seguido ante el Consejo
de Indias no termino' hasta el compromiso de 153o, en
el que fueron arbitros don Fernando 3^ el cardenal Loay-
sa 3. Podemos pues suponer que aquél se dedico' exclusi-
vamente á este gran proceso, en el que no se trataba
únicamente de los intereses de sus sobrinos , sino también de
los suyos propios, porque su única fortuna la componían
esclavos y rentas procedentes de las posesiones de territorios
que le lego' Cristóbal Colón 4.
Persuadidos estamos de que se encontraba en Sevilla
en 1535, y no so'lo por la tradicio'n que le atribuye aquel
dístico :
Férrea Fernandus perfregit claustra Sibilla
Fernandi et nomen splcndet ut astra poli,
que se puso sobre la imagen de San Fernando que se pinto'
en aquel año sobre la puerta de Hércules, sino también
porque en el mismo año llego' á aquella ciudad Nicolás
' -D. Haymoniis, viri sanctisximi , in psalmos explanatio, Parisiis, 1532.
Costó 20 sueldos en Montpellier, á 7 de Julio de 1535, y el ducado vaíe 47 suel-
dos. (Colombina, 4-66-10).
* Oeuvre tres subtille deVart de arithmetiqtte. Lyon, 15 15. Costó 76 dineros
en León por Octubre de 1535. (GG. 177-15) — Bced(B Presbiter, Opus. Basileas.
1533- Costó 18 sueldos en León, á 6 de Diciembre de 1535, y el ducado vale
47 sueldos y medio (4-66-3). — Vemos también que recibió en aquella ciudad:
Yo le rescebí en León de Francia, un poder relativo á la herencia de cierto Juan
Antonio, borgoñón y doctor en derecho, que murió á su servicio hacia el año
^535- (Testamento, j5'«íaj'í;, pág. 132).
* Charlevoix, Histoire de Saint Domingue , lib VI, pág. 476.
* E después des tas nueve partes (de la renta que Diego toviere por razón
de la dicha herencia), tomé las dos dellas é las reparte en treinta y cinco, é deltas
haya Don Fernando mi hijo las veintisiete. — Navarrete, tomo II, pág. 314.
APÉNDICES
741
Cleynaerts ', y sobre todo Juan Vasaeus que entro' en dicho
año de bibliotecario de la Colombina, 6 de la Fernandina
como entonces se decía.
En Junio de 1536 estaba en Barcelona ^, el 2 de Julio
en Lérida 3, el 28 de Agosto siguiente en Valladolid 4 donde
encontró' al obispo don Juan de Zumárraga, que acababa de
llegar á España para dar cuenta de que en Méjico quedaba
erigido definitivamente el obispado.
Y aquí parece que tuvieron fin sus viajes, los cuales
lejos de extenderse por toda Europa y por la mayor parte
de Asia y de África 5, no abarcan, fuera de sus tres trave-
sías á la isla Española, más que una zona limitada al
Norte por Londres, Brujas y Colonia, al Este por Venecia
y Ferrara, al Sur por Roma , donde ciertamente estuvo
por tres veces, y aun quizá cinco, embarcándose en Barce-
lona.
Probable parece que desde el año 1537 á su regreso á
Sevilla ^ se ocupara' en fundar, con aprobacio'n del Empe-.
rador, aquella escuela de matemáticas y navegacio'n que
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VP^-':^'
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' N. Clenardus, Epistolarum libri dúo, Antuerpiae, 1560, in 8.°, p. 284;
Vas^us, Cronic. rerum memorabilium Hispanice. Salmanto, 1552, in fól. hoja i.*;
Antonio, Bib. hisp. nova, tomo II, pág. 373.
* Pratica mercantivol, sermón lemosin, in 4.* — composta per Joan Vatallol
de la ciutat de Mallorque. Lugduni, 1521. — Costó enquadernado 43 dineros en
Barcelona, por Junio de 15 16. Colombina, GG. 177, 14, 7. — Véase también la
nota de su ejemplar del Diccionario de las rimas provenzales de J. March.
MS. citado por Ticknor, en la Historia de la literatura española, tomo I, p. 292,
nota.
* Suspensio Domini Julii pape secundi ab omnitam in spiritualibus quam in
temporalibus papali administrationem. — Este libro costó 2 dineros en Lérida
á 2 de Julio de 1536.
* Joannes de Zummarraga , universis et singulis. R. P. de fratribus in
Chorinto. E. Maioreti oppido Kl. Jan. 1533, in 4.°. — Este libro me dio el mismo
autor en Valladolid, á 25 de Agosto de 1536. (Colombina, P. 85, 11). — Elegan •
zias romanzadas, in 4.°. — Este libro costó 28 mrs. en Valladolid á... de
Setiembre de 1536. (DD. 159, 11).
' Peregrinó toda Europa y mucho de la Asia y África. — Ortiz de Zúñiga,
Anales, pág. 496. — Europam universam peragravit. — Epistol. Nic. Clenardi,
1566, lib. 2, pág. 232.
* Petrus Nannus, Apología, Lovanii, 1536, in 4.°. — Este libro me enbió
Juan Vazco desde Salamanca, y recibílo en Sevilla á 20 de Agosto de 1537.
(D. 21, 32).
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C-Sv
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742
CRISTÓBAL COLON
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IM
debía llevar el título de Colegio Imperial. En el verano de
aquel mismo año pudo asistir á la exhumacio'n de los restos
de su padre y de su hermano Diego, que estaban sepultados
en una capilla del convento de las Cuevas ^ En Noviembre
de 1537 recibió una nueva pensio'n concedida por Carlos V 2.
También en aquel año compro la Crónica de Genova, redac-
tada por Justiniani, que acababa de salir á luz, y cuyas
apreciaciones han preocupado tanto á los bio'grafos del
Almirante. La discreta peticio'n 3 que dirigió' al emperador
acerca del carácter de perpetuidad que deseaba dar á la
Biblioteca Colombina, es también probablemente de aquel
mismo año, aunque no hay en ella alusión alguna que nos
permita indicar la fecha.
En el mes de Diciembre del año 1538 continuba en
Sevilla ^, padeciendo ya de la enfermedad que había de
llevarlo al sepulcro. Hizo testamento el 3 de Julio de 1539,
y murió' en aquella ciudad el sábado siguiente día 12 por la
• mañana 5. - ..
Fernando Colon fué el único de la familia que tuvo
sepultura en la Catedral de Sevilla, donde su lápida, muchas
veces renovada, se ve todavía en la nave principal á espaldas
del coro.
Su fortuna era crecida. Tenía por herencia de su padre
una renta anual de dos millones de maravedís pro'xima-
'^L
k'V??v
' La Real cédula autorizando la exhumación es de 2 de Junio de 1537. —
Véase nuestra Disquisición , Sevilla, 1878, pág. 43.
* Dozientos é veynte é cinco mil maravedís que S. AI. me dá desde los veynte
de Noviembre del año de treynta y siete. — Testamento, en el Ensayo, pági-
na 137.
Códice SS. 254. 30, de la Colombina.
Lactantii et archediaconi del Vizo. Dialogus rerum gestarum Rom(2. —
Costó á trasladar y encuadernar 8 rs. en Sevilla por Diciembre, año de 1538.
' V. S. sabrá que el Sábado á g dias de Julio á las 8 del dia, falle-
ció el bienaventurado Don Hernando Colon, vuestro tio: Vuestra Señoría no
reciba pena de su muerte, sino haya placa-, por que fué tal su acabamiento como
de un apóstol. Cincuenta dias antes que muriese supo que habia de morir con su
gran saber, y llamó á sus criados, y les dijo que poco habia de estar con ellos en
este mundo. — Carta dirigida á Don Luis Colón , probablemente por el Bachiller
Juan Pérez. — (Véase nuestro Don Fernando Colon, pág. 184.
APÉNDICES
743
mente '; del rey don Fernando cuatrocientos esclavos ^^ co-
locados en clase de dependientes en las minas de la Espa-
ñola; y de Carlos V dos pensiones 3^ que juntas ascendían
á la suma de 425,000 maravedís, las cuales forman una
renta anual de nueve mil duros de la época, o' sean más de
veinte y cuatro mil actualmente, aumentados sin duda por
algunos negocios mercantiles 4.
Aunque don Fernando había hecho pintar su retrato,
que todavía en Noviembre de 1592 se veía en el escritorio de
Gonzalo Argote de Molina 5, no conocemos hoy sus faccio-
nes; so'lo sabemos que era grueso y de elevada estatura ^.
Desde la infancia mostró' buena disposición 7, modales dis-
tinguidos y un carácter afable ^ que no alteraron la edad
ni los achaques 9,
\
* Habrá de la dicha renta del dicho Mayorazgo, ó de otra cuarta parte
della, Don Fernando mi hijo, un cuento cada año, si la dicha cuarta parte tanto
montare , fasta que él haya dos cuentos de renta. (Institución del mayorazgo.
Navarrete, tomo II, pág. 130). En el testamento de 1506, esta renta se fija
en millón y medio: — mi intención seria y es que don Fernando, mi hijo, oviese
della (la renta de las dichas Indias) un cuento y medio en cada un año. (Loe. cit.,
pág- 313-)
* Véase la nota núm. 2 de la pág. 727.
' La una de 200,000 maravedís, en 17 de Diciembre de 1520; la otra en
20 de Noviembre de 1537 de 225,000 maravedís.
* Véase su testamento en nuestro Don Fernando Colón, págs. 201-202.
' Su retrato se ve en mi estudio. — k.^GQríY.\)^yío\A^K, Aparato para la
historia de Sevilla. Md.
* Mando que sobre mi sepultura, ras con ras de todo el suelo, sea puesta
una losa de marmol blanco, que sea de dos varas y quarta de medir de luengo, y
de vara y quarta de ancho, en la qual se haya un quadrdngulo de dos varas é dos
dedos de mango, y de una vara é un dedo de ancho, d causa que las anchuras desto
son una longura é estatura de mi persona , lo qual en mi conciencia no pongo tanto
por curiosidad que se sepa qual fué. (Testamento, en el Ensayo, pág. 125). Estas
dimensiones aun no eran exactas, porque leemos en las Declaraciones de su
albacea testamentario que se vio precisado á aumentarlas , porque el cuerpo no
se contenía en aquel espacio: — Parece que el grandor que el Sr. D. Hernando
Colon mandó que tuviese la dicha losa es pequeña. (Ibid., pág. 157).
' Y por mayor complimiento envío allá á tu hermano, que bien que él sea
niño en dias , no es ansi en el entendimiento. — Carta del Almirante á Diego Colón.
— Navarrete, tomo I, pág. 341.
* De tu hermano haz cuenta mucha: él tiene buen natural, y ya deja las
mocedades. (Loe. cit., pág. 339).
» Oviedo escribía en 1535, hablando de don Fernando, de quien algunos
le suponen enemigo: — Virtuoso caballero y demás de ser de mucha nobleza é
afabilidad , é dulge conversación. — Oviedo, Historia General de las Indias, lib. III,
744
CRISTÓBAL COLON
Sus frecuentes viajes á Roma, las invocaciones que se
encuentran en sus escritos, sus poesías, su celibato, su testa-
mento y su muerte patentizan bien su celo religioso, pero no
hay prueba alguna de que recibiera ordenes sagradas '.
Cosmo'grafo, jurisconsulto ^, biblio'filo y muy dado á las
letras, era aficionado á las artes 3 y cultivaba la poesía 4, Se
le atribuye por último una Historia de su padre, de la que se
hizo descripción y juicio en la Introducción de este libro.
cap. VI, tomo I, pág. 71. — Véase también la carta que se atribuye á Pérez, en
el Apéndice VI de nuestro Fernand Colomb.
* Sacerdotio ornatus; Oldoinüs, Athen. Sigustia, Penisiae, 1680 — in 4.°,
pág. 137. — Charlevoix, tn %\i Historia de Santo Domingo, dice: «Fernando
Colon se ordenó en sus últimos dias.» No es exacto; el único de la familia que
tuvo órdenes sagradas fué Diego, el hermano menor del Almirante.
* Véase su Propuesta ó proyecto de Audiencia Real, en la Colección de
docums. inéd. — Tomo XVI, pág. 365.
' Su catálogo de Estampas describe una colección tan numerosa como
bien escogida.
* Nuestro Ensayo contiene (Apéndice F) algunas de sus poesías recogidas
de un cancionero Md. que posee la Biblioteca del Palacio de Madrid.
SEGUNDO
LOS RESTOS DE DON CRISTÓBAL COLON
Lograron los dominicanos llamar la atencio'n del mundo
civilizado con la farsa que prepararon y ejecutaron el día lo
de Septiembre de 1877; pero el ruido que produjo aquel
extraño suceso, más que á la habilidad de sus fautores, fue
debido á la importancia que en todos los países se concede á
cuanto se relaciona con el primer Almirante que descubrió'
las Indias, y al interés que despierta todo lo que se refiere á
su persona, o' viene á poner en claro alguno de los hechos de
su existencia. Tanto en Europa como en América los
hombres que se dedican á estudios histo'ricos como amantes
de la verdad; los colombistas y las Academias, en perio'dicos
y en libros, empezaron á hacerse cargo de aquel supuesto
descubrimiento, y analizando sus circunstancias, en todas
partes manifestaban dudas, se pedían noticias y aclara-
ciones, y de todos los países salieron impugnaciones en
demostracio'n de la falsedad de aquel hecho. Defensores no
los tuvo más que en Santo Domingo, y si hubo alguna
excepcio'n, fué muy insignificante, y tal vez procedente délos
mismos dominicanos.
No es posible dar conocimiento de lo mucho que sobre
aquel ruidoso suceso se escribió' ; mas para que pueda for-
marse idea siquiera aproximada, formaremos catálogo de los
trabajos y publicaciones que tenemos á la vista, guardando
únicamente el orden de fechas.
— Gaceta de Santo Domingo. — Periódico oficial del go-
Cristóbal Colón, t. ii.— 94.
746
CRISTÓBAL COLON
7r^
bierno dominicano. — Números de 18 de Septiembre, 11 y
19 de Diciembre de 1877.
— ColÓ7i en Quisqiieya. — Coleccio'n de documentos con-
cernientes al descubrimiento de los restos de Cristóbal
Colón en la catedral de Santo Domingo. — Santo Domingo,
García hermanos, 1877, 98 páginas in 8.°
— Informe que sobre los restos de Colón presenta al Excelen-
tísimo señor Gobernador general don Joaquín Jovellar y Soler
después de su viaje á Santo Domingo, don Antonio Lo'pez
Prieto. — Habana, imprenta del Gobierno, 1878. In 4.°,
109 páginas, con diez planos y dibujos y XI páginas de
Apéndice.
— Los restos de Colón. — Examen histo'rico por don
Antonio Lo'pez Prieto, segunda edicio'n, imprenta del Go-
bierno, 1878, in 4.°, 83 páginas.
— Los restos de don Cristóbal Colón. — Disquisicio'n por
el autor de la Biblioteca americana vetustísima, Sevilla,
F. Alvarez, 1878, in 8.", X, 96 páginas.
— ¿Do existen depositadas las cenizas de Cristóbal Colón? —
Apuntes al caso, en defensa de su conducta oficial, por don
José Manuel de Echeverri, co'nsul de España en la república
dominicana. — Santander, imprenta de Solinis 5^ Cimiano,
1878, in 8.°, 22 páginas y un plano.
— Una bala histórica, por Ignacio Guasp. — Habana,
imprenta de la viuda de Soler, 1878, in 4.°, 27 páginas.
— Les sepultures de Christophe Colomb. — Revue critique
du premier rapport ofFiciel publié sur ce sujet. (Par H. H.)
Extrait du BuUetin de la Societé de Geographie de Paris,
Octobre, 1878, Paris, E. Martinet, 1879, ^^ 8.°, 27 págs.
— Los restos de Colón. — Informe de la Real Academia
de la Historia al Gobierno de S. M., Madrid, Tello, 1879,
in 8.", VII, 197 páginas y seis láminas.
— Los restos de Cristóbal Colón en la catedral de Santo
Domingo. — Contestacio'n al informe de la Real Academia de
la Historia al Gobierno de S. M. el Rey de España, por
APÉNDICES
747
monseñor Roque Cocchía, de la orden de capuchinos, arzo-
bispo de Sirace, etc. — Santo Domingo, imprenta de García
hermanos, 1879, in 4.°, 338 páginas.
— Los restos de Cristóbal Colón están en la Habana. —
Demostracio'n por don José María Asensio. — Valencia, Do-
menech, 1881, in 4.°, 51 páginas.
— Las cenizas de Cristóbal Colón suplantadas en la catedral
de Santo Domingo, por don Juan Ignacio de Armas. — Cara-
cas, 1881, in 4.°
— Los restos de Cristóbal Colón están en la Habana. —
Demostracio'n por don José María Asensio, segunda edicio'n,
aumentada con un artículo del mismo autor sobre el año en
que nació Cristóbal Colón. — Sevilla, imprenta de Rafael
Tarasco', 1881, in 4.°, 93 páginas.
Los trabajos de todos los escritores mencionados, y los
de otros muchos cuyas obras no recordamos, han sido útilí-
simos para el descubrimiento de la verdad; pues cada uno
ha presentado noticias nuevas y documentos desconocidos,
hasta poder exponer la historia de la mistificación intentada
por los dominicanos, en la forma precisa que en el texto
queda consignada. El importante folleto que bajo el título
de Disquisición escribió' Mr. Henry, y se imprimió' en Sevilla,
contiene documentos de verdadero valor, y se ha hecho tan
raro, que ni aún los más diligentes logran hoy encontrar sus
ejemplares, razo'n que nos mueve á reproducirlo, como
antecedente necesario para conocimiento de los hechos, y
resolución de los mismos.
Igualmente raro se ha hecho el otro trabajo nuestro que
bajo el título de Los restos de Cristóbal Colón están en la
Habana, se publico' en Valencia y fué reimpreso con algunas
adiciones en Sevilla en el año 1881. — Ambas ediciones están
completamente agotadas, siendo imposible satisfacer á los
muchos colombistas que cada día lo solicitan de Europa y
de América. Por eso le damos también cabida en este Apén-
dice, porque con él se completan cuantas noticias y datos
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CRISTÓBAL COLÓN
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^vv-f-sf^s:
pueden apetecerse sobre esta debatida cuestión , y se abre la
puerta para que los aficionados puedan consultar cuanto
sobre ella se ha escrito. No por el mérito del trabajo, sino
por la buena intencio'n con que en él se persigue la verdad
ha merecido aquel folleto tan favorable acogida, hasta el
punto de que en la biografía de Cristóbal Colón inserta en
el Diccionario enciclopédico Hispano-Americano ^ haya dicho
un reputado escritor: — «Célebre es la contienda que moder-
namente ha suscitado el señor obispo monseñor Roque
Cocchía sosteniendo que los verdaderos restos de Colón ha-
bían quedado ocultos y se hallaban actualmente en la iglesia
catedral de Santo Domingo. El informe presentado con el
título de Los restos de Colón (Madrid 1879) ^ ^^ Academia
de la Historia, por don Manuel Colmeiro, y el libro de don
José María Asensio tutulado Los restos de Cristóbal Colón
están en la Habana, han destruido por completo las preten-
siones de aquel Prelado. Hoy, nadie que haya leído las
citadas obras puede poner en duda que las cenizas del
inmortal descubridor se guardan en la catedral de la Ha-
bana.»
' Barcelona, Montaner y Simón, editores, tomo V, parte primera, 1890,
481, col. 2."
APÉNDICES
749
LOS RESTOS
DE DON CRISTÓBAL COLÓN
DISQUISICIÓN
POR EL AUTOR
DE LA BIBLIOTECA AMERICANA VETUSTÍSIMA
En la Catedral de la Habana, Junto al altar mayor, hay
una lápida de mármol embutida entre dos pilastras, que
presenta en bajo relieve el busto de un guerrero joven,
armado, cuyo rostro ostenta fieros bigotes, y que asoma la
cabeza por entre los pliegues de una ancha gorgnera.
Debajo se leen estos pobres versos :
O restos é imájen del grande Colon!
Mil siglos durad guardados en la urna,
Y en la remembranza de nuestra nación!
Los españoles, los habaneros, creen que en aquella urna
se contienen los restos de Cristóbal Colón. Nadie pensaba
poner en duda la autenticidad de aquellas preciosas reli-
quias, cuando el día ii de Septiembre de 1877, la Gaceta,
diario oficial de la República dominicana, anuncio' urbi et
orhi, que á consecuencia de las investigaciones emprendidas
en la Catedral de Santo Domingo, acababa de descubrirse,
bajo el sitio ocupado por la silla episcopal, una caja de plo-
mo que contenía los verdaderos restos del ilustre navegante.
Al punto que esta noticia llego á Europa, la prensa
española, como era natural, protesto enérgicamente; y con
í?"**fer_.2íj^
kym^
750
CRISTÓBAL COLON
el objeto de dar confianza á sus pueblos, se dice que el Go-
bierno ha encargado á la Real Academia de la Historia de
probar al mundo entero, que los restos, piadosamente conser-
vados en la Habana, tienen toda la autenticidad necesaria.
El pequeño problema histórico que plantea este curioso
descubrimiento, subsiste sin embargo, y quizá nunca podrá
resolverse. Mientras se espera el informe que los ilustres
académicos preparan tan cuidadosa y pesadamente, como es
preciso y se acostumbra, creemos oportuno fijar la cuestio'n
con exactitud é independencia.
En el estado actual del debate, los documentos que es
necesario consultar, siguiendo el orden de fechas, son los
siguientes :
1.° La Real Carta otorgada por el emperador Carlos V á
doña María de Toledo, en 2 de Junio de 1537. — MS. que
se encuentra en Madrid en el Archivo del excelentísimo
señor duque de Veragua ^
2.° El Protocolo de el Monasterio de las Cuevas; MS. de
la biblioteca de la Academia de la Historia ^.
3.° El certificado de don José Núñez de Cáceres, fecha
en Santo Domingo el 23 de Abril de 1783; el de don
Pedro Gálvez, Maestre escuela, del 2Ó de Abril del
mismo año; y la carta de don Isidoro Peralta, dirigida
él 29 de Marzo de 1783 á don Joseph Solano, coman-
dante de la armada española 3.
4.° Las piezas originales de la informacio'n hecha en
Santo Domingo el 2 de Diciembre de 1795, que deben
encontrarse en los ministerios de Estado y Marina. En
su defecto puede consultarse el resumen de las declara-
ciones prestadas en aquella ocasio'n en presencia de un
Notario real, y publicado por Navarrete 4.
Véase el Apéndice núm L
Apéndice núm. U.
Apéndice núm. III.
Apéndice núm. IV.
APÉNDICES
751
5.° El acta del descubrimiento é identificación, fecha 10
de Septiembre de 1877, firmada por todas las autori-
dades eclesiásticas, civiles, militares y consulares de la
República dominicana '.
6.° El mandamiento de Mr. el obispo Roque Cocchía,
capuchino, legado de la Santa Sede, cerca de las Repú-
blicas de Santo Domingo, Haití y otras, dado en su
palacio arzobispal el 14 de Septiembre de 1877, y
contrasignado por el reverendo padre Bernardino de
Emilia, también capuchino ^.
7.° El decreto de la municipalidad de Santo Domingo,
fecha 10 de Septiembre, confiando la dicha caja de
plomo al señor cura Billini, para que fuese colocada
temporalmente en la iglesia de Regina Angelorum, y
también (si hemos de dar crédito á la relación trasmi-
tida á Washington por el co'nsul de los Estados-Unidos)
para someterla al examen de las comisiones científicas
que las naciones extranjeras pudieran creer oportuno
enviar 3. ^
Ahora vamos á los hechos.
Cuando por el tratado de Basilea, España cedió' á
Francia el territorio que en 1795 poseía al Este de la isla de
Santo Domingo, el almirante Aristizabal sugirió al Gobierno
y al Arzobispo de la colonia el proyecto de transportar á la
Habana los restos de Cristóbal Colón , que hacía dos siglos
y medio estaban sepultados en la catedral de Santo Domingo.
Sin esperar las o'rdenes del Monarca, aquellos celosos funcio-
narios hicieron abrir en presencia de los notables de la
ciudad (íuna bóveda que estaba sobre el Presbiterio al lado del
Evangelio, entre la pared principal y peana del altar Mayor.))
De aquélla exhumaron ((unas planchas como de tercia de largo
de plomo, indicando haber habido una caja de dicho metal, y
Gaceta de Santo Domingo, Septiembre 18 de 1877.
Gaceta, Octubre 5 de 1877. Apéndice núm. V.
New York Times, Noviembre 2 de 1877.
¥1!^
752
CRISTÓBAL COLON
f-
pedamos de huesos de cmiillas y otras varias partes de algún
difunto, que se recogieron en una salvilla, y toda la tierra que
con ellos había ^w Estos exiguos restos fueron guardados en
una caja de plomo dorada, y dirigidos á la Habana el 21 de
Diciembre de 1 795 á bordo del navio San Lorenzo, que llego
á buen puerto el 25 de Enero siguiente.
El pomposo cenotafio que describimos al principio, no
guarda, pues, en realidad, más que un fragmento de tibia,
algunas esquirlas y un puñado de tierra. Pero ¿quién nos
asegura que aquélla sea la tibia de Cristóbal Colón? ¿Qué
prueba se presenta de que los restos tan piadosamente reco-
gidos en aquella salvilla fueran los del Almirante? ¿Do'nde
encontramos en el acta, que es la única prueba documental
conocida, indicios de un nombre, de un escudo, de una
inscripcio'n legible o' medio borrada? Cierto que no tenemos
más que el resumen de las declaraciones dadas por los testigos
de la exhumacio'n; pero ¿es acaso verosímil que don Martín
Fernández Navarrete, uno de los sabios más escrupulosos de
su época, onjitiera consignar aquellos indicios, aquella
inscripcio'n, sin los cuales ninguna comprobacio'n es posible,
si hubiera encontrado la menor indicacio'n en las deposiciones
de cuyo análisis se ocupo' con tanto cuidado? * -
Pero entonces ¿de quién son aquellos restos? ¿Perte-
necían á un Colo'n cualquiera, o' por el contrario, eran huesos
' Extracto de las noticias, etc. Navarrete II, pág. 368.
* Parece comprenderse que tanto don Gabriel de Aristizabal, almirante
espafiol, que tan vivos deseos mostraba por conservar el sagrado depósito de los
restos de Colón, como el Arzobispo y demás personas que le acompañaban,
procedieron de una manera que no dejaba lugar á duda; se dirigieron á un sitio
fijo, sabido, donde notoria y claramente se entendía por todos que reposaban los
restos del grande hombre cuya traslación iban á efectuar. No había necesidad de
probar lo que era notorio ; nadie vaciló. Solamente así se explica la confianza de
todos los que presenciaron el acto, el silencio de los testigos, y la falta de deta-
lles referentes á la losa que cubriera la caja, del lugar que ésta ocupara, etc , etc.
No era la ausencia de indicaciones : fué que no se creyó preciso consignar las
que estaban reconocidas generalmente, como no las consignaría el que en los
momentos de la aproximación de los prusianos á París hubiera tratado de poner
en salvo los restos de Napoleón el Grande. (Nota ex aliena manu).
APÉNDICES
753
de un desconocido, como otros muchos de que está lleno el
suelo de aquella bo'veda?
Para responder á tales preguntas, es necesario volver á
consignar la noticia histo'rica de los enterramientos sucesivos
de Cristóbal Colón, de sus hermanos, de sus hijos y
nietos.
1498, 22 de Febrero. — Dispone Cristóbal Colón que
después de su muerte, su hijo Diego construya en la isla
Española una iglesia que se nombre Santa María de la
Concepcio'n, en la cual haya una capilla en que se digan
misas por la salvacio'n de su alma , por las de sus antepa-
sados y descendientes ^
1506, 19 de Mayo. — Otorga testamento Cristóbal
Colón, en el que habla, no de la iglesia, sino de la capilla
que Diego «haya de facer 2.»
1505, 20 de Mayo. — Muere Colón en Valladolid. Por
tradicio'n se dice que fué inhumado en la bo'veda del convento
de franciscanos observantes de aquella ciudad, l.as pruebas
faltan en absoluto. Allí debió permanecer hasta 1513. Esta
fecha descansa tan so'lo en la nota que hacia el año 1825
facilito á Navarrete 3 un empleado en el Archivo de Se-
villa 4j que no hizo más que copiar la pág. 360 del tomo 1 .°
del Protocolo precitado, pero añadiendo á su aserto el último
guarismo, tan arbitrario como equivocado.
1507. — Los restos del Almirante son transportados
desde Valladolid á la Cartuja de las Cuevas, no en 1513,
como se ha creído generalmente, sino con mayor probabi-
lidad en el año que siguió' á su muerte.
El Protocolo dice, bajo la fecha de 1506: ay fueron
Prf^
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' Institución del Mayorazgo. — Navarrete II, pág. 234.
» Testamento otorgado en Valladolid. — Navarrete, II, pág. 314.
* Colección I, pág. 169.
* Don Antonio de San Martín y don Tomás González, el mismo que
debía más tarde suministrar á Navarrete la dudosa noticia de que estaba inscrito
en un registro de la Universidad de Salamanca el nombre de Miguel de Cer-
vantes, y que vivía en la calle de Moros de aquella ciudad.
Cristóbal Colón, t. ii — 95.
754
CRISTÓBAL COLON
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trasladados sus huesos en este Monasterio, y colocados por depó-
sito en la capilla de Santa Ana que hiip labrar el Prior Don
Diego Luxan, en el año siguiente.)) Por otro lado, Diego
Colo'n, en un testamento fechado en 6 de MarT^o de ijo^,
nombra por su heredero reversionario «la iglesia o' monas-
terio á donde fuere fundada la perpetua sepultura del cuerpo
del Almirante mi señor Padre ^.í>
¿Y cuál era ese monasterio donde estaba fundada la
sepultura perpetua de Cristóbal Colón? El emperador Car-
los V nos lo dirá: «Don Cristóbal Colón murió y se mando'
depositar en el monasterio de las Cuevas 2.» Así, pues, en
la Cartuja de las Cuevas, junto á Sevilla, es donde fueron
depositados los restos de Colón.
¿Debemos entender la palabra depositados en el sentido
de depuestos in transita? Esta es la interpretacio'n que se
desprende de la cédula de que vamos á hablar.
1537, 2 de ]unio. — Doña María de Toledo, viuda de
Diego Colon, hijo del Almirante, obtiene del Emperador
una Real Carta concediendo á don Luis Colo'n, nieto de
Cristóbal y heredero de sus títulos y dignidades, el privi-
legio de transportar á la « Capilla Mayor de la Iglesia Catedral
de la Ciudad de Santo Domingo)) los restos de Cristóbal
Colón; conforme á la voluntad expresa de éste 3, cumpliendo
la voluntad del dicho Almirante. El documento en que esta
voluntad se expresara no ha llegado hasta nosotros; pero es
incontestable que la fecha de 1536, dada por todos los histo-
riadores, como aquella en que fué cumplida, es erro'nea,
puesto que la dicha Carta está fechada con todas sus letras
«en Valladolid á dos del mes de Junio de mil é quinientos
é treinta y siete años.» Fué, por tanto, después del 2 de
Junio de 1537 cuando los restos del Almirante fueron lleva-
dos de Sevilla á Santo Domingo. ¿Pero en qué año? No
MS. en el Archivo del Excmo. señor Duque de Veraguas.
Real Carta, infra, Apéndice L
Loe. cit.
APÉNDICES
755
puede responderse con certeza. El testigo más antiguo es
fray Bartolomé de las Casas, que atestiguando de vista, dice:
«Llevaron el cuerpo o' los huesos del Almirante á las Cuevas
de Sevilla de allí los pasaron y trajeron á esta ciudad de
Santo Domingo, y están en la Capilla Mayor de la Iglesia
Catedral ^)) Este pasaje fué escrito precisamente antes del
año 1559, puesto que de esta fecha es la dedicatoria del
tomo de la Historia de las Indias en que se contiene. Puede,
pues, asegurarse, que desde la primera mitad del siglo xvi
los restos de Cristóbal Colón descansaban en la Catedral
de Santo Domingo. ¿Pero fué don Cristóbal el único de su
familia á quien cupo semejante honra?
Fijémonos en Diego, su hermano menor, el cual, aunque
se dedicaba á la Iglesia, fué Presidente del Consejo de la isla,
y Gobernador de Isabela en 1494. Aunque sin carácter
oficial, este afectuoso tío siguió á su sobrino y homónimo
Diego á la Española, en el año 1507 *. Aún permanecía
allí en 1515 cuando este último regreso' á España 3 para
protestar contra las exacciones de Alburquerque. Sus huellas
se pierden desde esta fecha. Sin embargo, debió sobrevivir
todavía algunos años, pues en el de 1815, so'lo contaba
cuarenta y siete 4. Es muy probable, que encargado de
* Historia de las Indias. — Parte II, cap. XXXVIII.
* Diego tenía ya esa intención en 1498, porque con esa fecha disponía el
Almirante que se le crease cierta renX.Si porque él quiere ser de la Iglesia. (Nava-
rrete, II, pág. 230). No se naturalizó en España hasta el 8 de Febrero de 1504,
tal vez para que pudiera obtener dignidades de la Iglesia, porque el primer pri-
vilegio que se le otorga es « para que podáis haber é hayáis cualesquier digni-
dades é beneficios eclesiásticos.» (Loe. cit., II, pág. 300). Sin embargo, hasta el
último testamento del Almirante, otorgado en 1506, no le encontramos desig-
nado como efectivamente entrado en órdenes. Las Casas dice de él (Part. I,
cap. LXXXII), «^ bien creo que pensó ser obispo.-» — Es el ünico de la familia
que tuvo órdenes sacras en todo el siglo xvi. Don Fernando Colón nunca
las tuvo.
* Herrera, Década I, c2l\). XW, pág. 292. — El almirante Diego Colón
llegó á Sanlúcar el 9 de Abril de 1515; lo cual supone el haberse embarcado á
fines de Febrero.
* El contrato de aprendizaje en virtud del cual se le confió á L. Cadamar-
tori «per menses viginti dúo, ad addiscendutn artem textorum pannoruin » es de
fecha 10 de Septiembre de 1484; y en ella <s.insuper dictus Jacobus major annis
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756
CRISTÓBAL COLÓN
^^1 guardar los intereses de sus sobrinos Diego y Hernando,
cuya fortuna entera, así como la suya propia, radicaba en
la isla Española, Diego permaneciera en aquel país y allí
H muriera. Si esta hipótesis es cierta, debió' ser sepultado en
Santo Domingo, y sería el primer Colón que se enterro' en
la Catedral.
Bartolomé, hermano mayor de Cristóbal, y Adelan-
tado de las Indias occidentales , no se sabe el lugar en que
muriera, pero sí ciertamente que fué antes del día 16 de
Enero de 1515 '• Fué enterrado en el monasterio de la
Cartuja de las Cuevas. Allí estaban sus restos en 1537
cuando se exhumaron los de su hermano don Cristóbal. El
Protocolo dice que los dejaron allí: {(quedando sólo en dicha
Capilla el (cadáver) de Don Bartolomé, su hermano, hasta oy.)^
— ¿Hasta cuándo? ¿á qué época se refiere aquella palabra
« hoy )) ? El Protocolo lleva la dedicatoria siguiente :
«Dedicado á el Niño Dios en los bra(:os de su Purissima
Madre. Por mano de la Dulcissima Virgen Santa Gertrudis la
Magna, Protectora de este Archivo, y archivo de mis afectos.
Año de 1744.»
¿Es esto decir que los restos de Bartolomé se hallaban
todavía en las Cuevas en 1744? Mucho lo dudamos. Este
Protocolo no es ciertamente sino copia o' compilacio'n hecha
en el" siglo xvii, con documentos mucho más antiguos y
perdidos hoy. Es muy probable, que el manuscrito de que
el compilador se servía al redactar la página 401 de sus
anales, era de fecha bastante anterior al año 1744, en que
escribía; y que las palabras «hasta hoya se refieren á época
pasada lo menos con un siglo de distancia.
sexdecim juravit.-» — Extracto de los documentos descubiertos en Savona por
Juan Bautista Pavese, y publicados por Julio Salinerio en sus Adnotationes ad
C. Tacitum, Genova, 1602, in 4.°, págs. 336 y 56, obra extremadamente rara:
y Spotorno, DelV origine Genova, 18 19, in 8.°, pág. 167, libro que es casi
imposible encontrar.
' La reina doña Juana, al transferir al almirante don Diego el título de
Adelantado, dice, con fecha 16 de Enero de 15 15, hablando de Bartolomé: <s.por
cuanto él es fallescido y pasado desta presente vida.y> — Navarrete, II, pág. 364.
APÉNDICES
757
Cuando el Consejo de Indias fallo en último recurso, en
2 de Diciembre de 1608, que Ñuño Yelves de Portugal
(nieto de Isabel, hija de don Diego II), debía heredar las
posesiones y dignidades de los Colo'n , el afortunado preten-
diente reclamo' todos los títulos y papeles de familia que en
1502 había confiado el Almirante «á fray Gaspar (Gorricio)
en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla.» Le fueron envia-
dos en 15 de Mayo de 1609. El hecho de recogerlos, unido
á otras circunstancias, parece no ser indicio de buena corres-
pondencia entre el nuevo jefe de la casa de Colón y el
monasterio de las Cuevas, el cual, disgustado ya por no
haber percibido nunca la renta anual que el Almirante le
había asignado en el impuesto sobre azúcares, ni los mil
ducados de oro prometidos por don Luis en 1552 para dota-
cio'n de la capilla, exigiría que los restos de Bartolomé y de
Luis, que estaban allí todavía, fuesen trasladados á otro
lugar; á menos que no fuera el mismo nuevo duque de
Veragua el que manifestase aquel deseo. Pudo ser, pues,
hacia el año 1609, cuando se enviaron aquellos restos á
Santo Domingo.
Esta hipo'tesis encuentra alguna confirmación, á nuestro
entender, en una nota del cano'nigo Juan de Loaisa, que
hemos leído en el catálogo manuscrito de la biblioteca Colom-
bina. Cuenta aquel entendido bibliotecario, que cuando en
1678 visito' la Cartuja, los monjes no le hablaron de la sepul-
tura de los Colo'n sino como de un suceso tradicional. Le
mostraron «en la Capilla de Santa Ana, en un sitio que
señala aver allí sepultura, se dice haber estado los cuerpos
de Xptoval Colon... y Bartolomé, su hermano ^» No csta-
* «En la capilla de Sta. Ana, como se entra en la Iglesia d mano derecha,
al medio de ella en un sitio que señala aver allí sepultura, se dice haber estado los
cuerpos de Xpoval Coho^, primer Almirante de las Indias, y de Diego Colon, su
hijo primojénito,y Bartolomé Colon, hermano de Don Xpoval. — Don Xpoval _y
su hijo Diego fueron llevados sus cuerpos á la Isla de Sto. Domingo, y oy dicen
los relijiosos no ser aquella Capilla de persona alguna particular. -i> — Esta capilla
fué despojada completamente de todo á la abolición de las órdenes monásticas
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758
CRISTÓBAL COLON
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ban, pues, ya en aquel lugar los restos del Adelantado en
1678. En cuanto á su traslacio'n á Santo Domingo, todo lo
que se puede decir es, que el jefe de la casa de Colón á fines
del siglo XVIII tenía el convencimiento de que los restos de
Bartolomé habían sido llevados también á Santo Domingo;
porque en la relacio'n de la exhumacio'n hecha en 1795,
se decía, que el gobierno de la colonia dominicana comunico
al almirante Aristizabal una carta del duque de Veragua,
en la que pedía que los restos del Adelantado fueran exhu-
mados también, y aún había remitido inscripciones para que
se grabasen en las cajas. Tenemos, por tanto, otro Colo'n
que igualmente parece haber sido depositado en la Catedral
de Santo Domingo.
Cuando don Diego, hijo y heredero del Almirante,
falleció' cerca de Toledo en el año 1526, se le inhumo en la
Cartuja de las Cuevas, junto á su padre. i(En la misma
capilla se depositó su hijo Don Diego Colon:» dice el Protocolo.
La cédula otorgada por Carlos V, no solamente permitía la
traslacio'n de los restos de don Cristóbal, sino también «de
los huesos de sus descendientes.)) Doña María de Toledo apro-
vecho' el privilegio para hacer que se exhumase el cuerpo de
su marido y se enviase á Santo Domingo al mismo tiempo
que el del Almirante, después del 2 de Junio de 1537. <(Se
entregaron los (cadáveres) de Don Cristóbal y Don Diego, su
hijo, para trasladarlos á la isla de Santo Domingo en las Indias:»
leemos en el Protocolo. Por tanto, puede afirmarse que don
Diego fué enterrado igualmente en la Catedral dominicana.
En Enero de 1572, don Luis Colo'n, jefe de la familia
en aquella fecha, y el mismo polígamo cuya historia y des-
dichas hemos contado en otro lugar ^, murió' en su destierro
en 1836. Su magnífica sillería, tallada en madera por célebres artistas sevi-
llanos, adorna hoy el coro de la catedral de Cádiz. Cuando visitamos la Cartuja
en 187 1, las paredes habían sido blanqueadas, y no se escuchaban más voces
que las de los trabajadores que tienen allí al presente sus talleres de porcelana.
Ensayo crítico, págs. 5, 9. — Feniand Colomb , págs, 33, 37. — L'Hisíoire
de Chrlstophe Colomb , págs. 4, 12.
APÉNDICES
759
en Oran, y fué transportado á las Cuevas ^ Se ignoraba lo
que había sido de sus restos, hasta que en este año de 1877,
el señor obispo Cochía descubrió en la Catedral, (cá la Í7c
quierda del presbiterio una cajita de plomo con restos de un
cadáver y esta inscripción: El Almirante Don Luis Colon,
Duque de Veraguas, Marqués de...»
Y aún, según parece, este descubrimiento fué la causa
que le impulso' á practicar excavaciones más minuciosas á
fin de comprobar la vaga tradición que , según nos dice,
corría por Santo Domingo *.
Hay también otro hijo de don Diego, llamado Cristo'bal,
hermano menor de don Luis, y que creemos debió' morir
antes que éste, probablemente en la Española, donde su
posicio'n secundaria, su matrimonio y sus intereses debieron
retenerlo. Este Cristo'bal tuvo un hijo llamado Diego, que
fué el último que llevó el nombre de Colo'n en la línea mas-
culina directa. Paso á España donde murió' en 1578, después
de haberse casado con su prima doña Felipa, hija de Luis,
de la cual no tuvo sucesión. Este Diego quizá fuese ente-
rrado en España ; pero su padre Cristóbal , segundo de este
nombre, creemos que tuvo sepultura en la Catedral de Santo
Domingo.
En resumen: tres de la familia de Colón fueron ente-
rrados ciertamente en la Catedral: Cristóbal I, don Diego,
su hijo y don Luis, hijo de este último. Otros tres tuvieron
allí sepultura probablemente, y son Bartolomé y Diego, her-
«lanos del Almirante, y Cristóbal II, su nieto. En rigor, no
es, pues, imposible, que los restos exhumados en 1795, y
transportados á la Habana sean los de Diego, el segundo almi-
rante, como empiezan á sostener ciertos papeles dominicanos.
* Expediente promovido por Pedro Navarro como testamentario de don Luis
Colón. — MS. del Archivo de Indias, E. i, C. i, L. 7/14, Ramo 24.
* No parece lógica la consecuencia deducida por el señor Obispo. Los
restos de Colón habían sido trasladados ; de los de don Luis nadie había dicho
que faltasen del lugar donde desde luego estuvieron. El hallazgo de éstos nada
argüía á favor de la existencia de los otros.
mí€i
e
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¿^^\^ÍSI^'
76o
CRISTÓBAL COLON
Según la avaga tradición» que hemos mencionado, pero
de la que no hay rastro escrito en ninguna parte ^ un canó-
nigo patriota, llamado Jiménez o' Jimeno ^, habría sustituido
otros restos á los de Cristóbal Colón cuando Aristazabal
quiso llevárselos á la Habana *; el misterioso canónigo hasta
exclamo cuando el Almirante Español trasladaba concien-
zudamente su piadosa carga á bordo del bergantín Descu-
bridor ; creen que se han llevado á Colón ; pero aquí está con
nosotros!
¿Es, pues, la tibia de uno délos descendientes del Almi-
rante la que aquel prelado entrego, y no la del ilustre nave-
gante? ¿Fué la tibia de otro cualquiera de los Colo'n, o
pertenecen aquellos restos de osamenta á cualquier simple y
y oscuro feligrés enterrado en la Catedral?
II
Debemos intentar ahora la averiguación de los motivos,
que decidieron á don Gabriel de Aristizabal y al arzobispo
* El London Times del 23 de Octubre de 1877, dice: «It has long been
matter in dispute whether the remains of Christopher Columbus were really
removed.» Pero nada cita en apoyo de su aserto. También el Diario de la
Marina se sorprende, y no sin razón, de que él general Luperon solicitara del
gobierno español, hace algo menos de dos años, que los restos que están depo-
sitados en la catedral de la Habana, se restituyesen á la República de Santo Do-
mingo. ¿Ignoraba, pues, aquella tradición el elevado funcionario dominicano?
Gaceta de Santo Domingo, Octubre 23 de 1877.
* El argumento es del todo contraproducente; mas puesto que usan de él
los dominicanos, podemos devolverle las consecuencias sin que puedan ser
rechazadas. Para admitir la supuesta tradición, es preciso conceder que el almi-
rante Aristizabal, y el arzobispo Portillo conocían perfectamente el lugar donde
estaban depositados los restos de Colón ; que también lo conocía el canónigo
Jiménez, y que después de la sustitución hecha por éste, las autoridades espa-
ñolas fueron al sitio de todos conocido y cayeron en el lazo preparado por la
superchería del canónigo. — Al usar semejante raciocinio se confiesa implícita-
mente que el lugar de la sepultura era evidente. — Que existió el canónigo
Jiménez ó Jimeno, que tuvo audacia, y tiempo, y medios para cometer el fraude,
y que en efecto fueron engañados el Arzobispo y el almirante es lo que deben
probar los dominicanos. — (Nota ex aliena manu).
(De los argumentos formulados en esta nota y en las demás señaladas con
estrellas y que llevan la indicación de ser ex aliena manu, volveretnos á ocuparnos
del fin de la obra).
APÉNDICES
761
clon Fernando Portillo y Torres, «á abrir en la Catedral de
Santo Domingo una bóveda que estaba sobre el presbiterio al lado
del Evanjelio,^^ prefiriendo aquel sitio á otros, y aceptando
como pertenecientes al Almirante los restos que allí encon-
traron.
Empezada probablemente bajo los auspicios de don
Fernando Colo'n, en virtud de una misio'n que el Rey le
confiara \ la Catedral, que no se concluyo' hasta el año 1540,
parece que fué saqueada algunos años después por Francisco
Drake, y objeto luego de reparaciones y composturas, que
debieron modificar su aspecto interior; especialmente la que
se hizo en 1783. Si, como es de suponer, había anterior-
mente una boVeda especial para don Cristóbal Colón, con
lápida sepulcral, o' inscripciones, todo induce á creer que
aquellos signos desaparecieron antes de mediar el siglo xvi ^.
' «Tuvo orden del Rey para aprovechar á Don Hernando en quanto
pudiese; i de poner todo cuidado en la fábrica de las Iglesias i monasterios.»
Herrera, Década I, cap. VI, pág. 185 ; y Fernand Colomb , pág. 8, nota. — Sin
embargo, Moreau de Saint-Méry dice, que aquel edificio empezado en 1512 fué
concluido en 1540. — No sabemos positivamente si el primer obispado fué erigido
por el Papa Julio II, por especial Bula expedida el año de 1508, como dice el
Synodo, ó en 15 12, en la Concepción de la Vega, como sufragáneo del Arzobis-
pado de Xaraguá, ó si no lo fué hasta 15 17, en Santo Domingo, y como sufra-
gáneo del Arzobispado de Sevilla. Tampoco hemos podido averiguar con certeza,
si, como se cree generalmente, fué el primer titular fray García de Padilla,
franciscano, ó lo fué el licenciado Alonso Manso. Parece, sin embargo, que las
funciones episcopales fueron ejercidas por vez primera en Santo Domingo en
1517, por Alessandro Geraldini, de Amelia, en la Umbría «amicoque Columbo
omni ope auxiliatus est.»
( Itinerarium ad rejiones sub equinotiali. — Roma, 1631, pág. 231).
* Debemos consignar, que existen, según se dice, en la catedral de Santo
Domingo dos piedras sepulcrales, que al parecer son muy antiguas: la de Rodrigo
de Bastidas que fué enterrado allí en 1527, y la de Diego Caballero que falleció
en 1554; pero tenemos la persuasión de que en el siglo pasado no estaban en el
sitio donde se las vé hoy. Moreau de Saint-Méry que exploró cuidadosamente
la Catedral en 1780, nos dice que encontró allí la sepultura del almirante Caro,
muerto en 1707, y la de don Pedro Niebla, jefe de la colonia, enterrado en
1714. ¿Es admisible que hubiera dejado de hablarnos de la del primer secretario
de la primera Real Audiencia que los católicos Reyes asentaron en las Indias, y
del sepulcro de Bastidas , el intrépido notario de Triana que habiendo armado á
su costa dos carabelas, continuó las exploraciones de Hojeda; descubrió la costa
de Tierra Firme desde el cabo de la Vela, y cuyo nombre ha conservado su
popularidad, como el del único amigo y protector de los desdichados indios, si
estos curiosos monumentos hubieran estado en la Catedral cuando aquél visitó
el edificio y lo estudió para describirlo con exactitud?
Cristóbal Colon, t. ii. — 96.
762
CRISTÓBAL COLON
Es cierto que Alcedo dice ^ que la sepultura del Almirante
estaba adornada con la inscripcio'n siguiente:
CxX
R^^
r¿í^'
ivd
> 4-',
Hic locus abscondit praclari membra Columhi
Cujus nomen ad astra volat.
Non satis unus erat sibi mundus notus, ad orbcm
Ignotum priscis ómnibus ipse dedit;
Divitias stimmas tenas dispersit in omnes,
Atque animas cwlo tradidit innúmeras;
Invenit campos divinis legibiis aptos,
Regibus et nostris próspera regna dedit.
Pero el sabio geo'grafo nunca llego' á ver ese epitafio
grabado sobre tumba alguna. Lo copio de la Elegía V, de
Juan de Castellanos, quien lo formo' de su invencio'n, como lo
hizo con los de Rodrigo de Arana, Bobadilla, Diego Colo'n,
Ponce de León y otros varones ilustres de Indias , cuyas ¿7^-
gias termina siempre con epitafio o' dístico latino á su gusto.
Cuando Moreau de Saint-Aíéry, miembro del Consejo
Superior de la isla, exploro' en 1780 todos los monumentos
de la parte española, que describió' en un excelente libro ^,
no había en la Catedral rastro alguno de inscripcio'n, de
escudo, ni aún de tumba o' cenotafio, que diera indicio del
lugar "donde reposaban las cenizas del Almirante. Se sabía
por tradicio'n que estaban allí, pero nada más 3.
En otro libro de escaso mérito 4 se dice, sin embargo,
' Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias. — Madrid, 1786, artículo
América.
Description Topographique et PoUtique de la partie Espagnole de Saint
Domingue. — Philadelphia, 1796, 2 vol. in 8.°
* «II n'est personne qui ne s'attende á trouver dans l'Eglise metropolitaine
de Santo Domingo, le mausolée de Christophé Colomb ; mais loin de la, l'exis-
tence de ses dépouilles mortelles dans ce lieu, n'est en quelque sorte appuyée
que sur la tradition.» Loe. cit., tomo I, pág. 124.
* Roselly de Lorgues. Christophé Colomb, París, 1856, tome II, pág. 400.
— El aserto está tomado de la noticia que consta en el extracto del discurso
pronunciado en las exequias de Mr. Moreau de Saint-Méry, por Mr. Fournier-
Pescay.
APÉNDICES
763
lo que sigue: «por los años 1770, se ignoraba en la isla
el lugar de la sepultura de Cristóbal Colón. Un francés,
el honorable Moreau de Saint-Méry, fué quien tuvo la dicha
de descubrirla en la Catedral de Santo Domingo y de hacer
su restauracio'n.» Hay que objetar, que en 1770, Moreau de
Saint-Méry, lejos de estar en Santo Domingo se encontraba
en Versalles con su compañía de gendarmes del Rey, dando
guarnicio'n en aquel sitio Real. Además, cuando después de
haber perdido su fortuna vino desde la Martinica á estable-
cerse en el cabo Francés, como abogado, hacia 1780, y
exploro la isla, no descubrió', ni entonces, ni en toda su
vida, la sepultura de Cristóbal Colón, ni nada que se le
pareciera, y él es el primero en confesarlo y en .deplorarlo.
Lo que hizo fué averiguar si en Santo Domingo se sabía
alguna cosa referente al lugar en que, según la tradicio'n,
debió ser enterrado el Almirante.
Con tal intento, se dirigió' á su amigo don José Solano,
comandante de la armada española, que le respondió' nada
sabía, ni podía investigar, no estando ya en aquel punto;
pero escribió' á don Isidoro Peralta , su sucesor en la presi-
dencia de la parte española de la isla. Don Isidoro le contesto'
con fecha 29 de Marzo de 1783, que dos meses antes, traba-
jando en la Catedral, habían derribado un trozo de muro
muy grueso, que fué vuelto á levantar en el momento.
Aquel hecho dio' ocasio'n á encontrar, enterrada en el santua-
rio al lado del Evangelio, una caja de piedra, que encerraba
otra caja de plomo que contenía osamentas humanas. Esta
caja i( aunque sin inscripciones, era conocida por una tradicio'n
constante é invariable, como que encerraba los restos de
Colón ^»
En apoyo de su aserto, don Isidoro Peralta envió
después dos certificados, cuya importancia es capital, porque
fueron extendidos en una época en que nadie pensaba en
^í-i^Tt-Ñi-'.
m
.rü- ^'' 'Ai^'T
* Descripción, tomo I, pág. 126.
764
CRISTÓBAL COLÓN
WÍ--í')i
desposeer á Santo Domingo de aquellas preciosas reliquias.
— Volveremos á trasladarlos del francés, en lengua española,
por no tener á mano los originales.
« Yo Don Joseph NüñcT^ de Cáceres, Doctor en sagrada
teología, de la Pontificia y Real Universidad del Angélico Santo .
Tomás de Aquino, dignidad Dean de esta Santa Iglesia metro-
politana y Primada de las Indias: — Certifico: que habiendo sido
demolido el santuario de esta Santa Iglesia Catedral para cons-
truirlo de nuevo, se encontró al lado de la tribuna donde se canta
el Evangelio, y próximo á la escalera por donde se sube á la
Sala Capitular, un cojre de piedra, hueco, de forma cúbica, y de
cerca de una vara de altura, que encerraba una urna de plomo
algo maltratada conteniendo muchos huesos humanos.
))Hace algunos años, que en iguales circunstancias, de que
certifico, se encontró al lado de la Epístola, otra caja de piedra
semejante; y según la tradición comunicada por los ancianos del
país, y un capitulo del Sínodo, de esta santa Iglesia Catedral, se
cree que la del lado del Evangelio encierra los huesos del Almi-
rante Cristóbal Colón , y la del lado de la Epístola los de su
hermano, sin que se haya podido comprobar si éstos son los de su
hermano don Bartolomé, ó de don Diego Colón, hijo del Almi-
rante.
))Eh testimonio de lo que doy el presente. En Santo Domingo,
á 20 de Abril de ijS).
«Firmado, don Joseph Núñez de Cáceres.»
A este certificado iba unida una copia literal, pero dada
el 29 de Abril de 1783, y firmada por don Manuel Sánchez,
cano'nigo Dignidad Chantre de la iglesia Catedral.
En fin, había también otro tercero, concebido en estos
términos:
(.(Don Pedro de Gálve^, Maestre-escuela, canónigo Digni-
dad de esta Iglesia Primada de Indias. — Certifico: que habién-
APÉNDICES
765
dose derribado el santuario para volverlo á construir, se ha
encontrado al lado donde se cantaba el Evangelio, un cofre de
piedra con tina urna de plomo, algo deteriorada, que contiene
osamenta humana; y se conserva memoria de haber otra de igual
clase al lado de la Epístola, que según lo que refieren personas
ancianas del país y un capitido del Sínodo de esta santa Iglesia
Catedral, la del lado del Evangelio contiene los huesos del Almi-
rante Cristóbal Colón, y la del lado de la Epístola, los de su
hermano Bartolomé. ^
» En je de lo cual doy la presente á 26 de Abril de lySj. »
«Firmado, don Pedro Gálvez ^.»
Debemos completar estos datos con el extracto de lo que
esos canónigos llaman Synodo, y que no puede ser más que
la recopilacio'n de instrucciones sinodales publicada en Ma-
drid 2 bajo el título de Sytiodo Diocesana del Arzobispado de
Santo Domingo, celebrada por el Illmo. y Revmo. Sr. D. Fray
Domingo FernándeT^ Navarrete. — Año de M. DC. XXXIII,
día V de Noviembre. — Efectivamente, á la pág. 13 leemos:
«... y para este fin, habiéndose descubierto esta Isla por el
insigne y muy celebrado en el mundo Don Christoval
Colon (cuyos huessos yazen en una Caxa de plomo en el
Presbyterio, al lado de la peana del Altar Mayor de esta
nuestra Catedral, con los de su hermano Don Luis Colon
(sic) que están al otro, según la tradición de los antiguos de
esta Isla.»
Esta descripción es la más antigua que poseemos, y sin
embargo, no se apoya más que en la tradicio'n ; á menos que
la salvedad última se refiera solamente á los huesos de don
Luis Colo'n. Es de notar que justamente á la izquierda del
presbiterio fué donde Mr. el obispo Cocchía tuvo la buena
* Tomamos estos Documentos de la Descripción citada, tomo I, pági-
nas 127 y 128.
* Madrid, imprenta de Manuel Fernández; sine anno, 119 págs. en 4.°
menor.
766
CRISTÓBAL COLÓN
'.^
fortuna de encontrar la caja de plomo cuya inscripción decía:
(.(El Almirante don Luis Colón.» Si los certificados anteriores
al parecer, han sido inspirados en parte por la descripción
hecha en el Synodo, bien puede suponerse que don José
Núñez de Cáceres y don Pedro de Gálvez, mejor instruidos
en la genealogía de Colón, corrigieron el error de fray Do-
mingo Fernández Navarrete, de atribuir la caja de plomo
del lado izquierdo del presbiterio, no á un hermano de Cris-
tóbal Colón llamado don Luis (que ellos sabían no existió'
nunca) sino, inducidos en error por el apelativo ((Hermano»
al Adelantado don Bartolomé, el verdadero fundador de la
colonia.
En las Antillas, unos insectos llamados impropiamente
termites, destruyen en breve tiempo los libros y los manus-
critos. Esta sería causa suficiente para que en todo lo rela-
tivo á Santo Domingo nadie pudiera encontrar documentos
de fecha anterior al siglo xvii; pero además cuando Francis
Drake saqueo' la ciudad de Santo Domingo en 1586, los
archivos de la Catedral fueron quemados o' destruidos. El
documento más antiguo que Moreau de Saint-Méry pudo
consultar allí cuando escribió' su Descripción , fué un viejo
registro que comprendía las actas capitulares desde 1569
hasta 1593, y que el tiempo y los gusanos, según decía,
tenían medio destruido. Existían también probablemente en
el siglo pasado, actas civiles fechadas desde el año 1630;
pero dudamos de que en 1795 hubiera documentos que las
autoridades pudieran consultar con algún fruto, si hubieran
caído en la tentacio'n de examinar la cuestio'n de la autenti-
cidad de las cenizas, que su patriotismo irreflexivo les forzaba
á arrancar de Santo Domingo, para llevarlas á la «Isla de
Cuba, que también don Cristóbal Colón descubrió', y en
que arbolo' el primero el estandarte de la cruz ^)) A no ser
así, los cano'nigos que en 1783 manifestaron tanta prolijidad
Extracto de las Noticias, pág. 366.
APÉNDICES
767
en dar detalles á don Isidoro Peralta , habrían citado aque-
llos documentos, y no se hubieran contentado con invocar
solamente un libro impreso en Madrid. Esta. cita demuestra,
por otra parte, el afán de acompañar sus asertos con pruebas
documentales.
En el eco, pues, y muy reciente por cierto, del suceso
referido en los documentos que dejamos traducidos antes, es
necesario que busquemos las razones que decidieron á don
Gabriel de Aristizabal y al Arzobispo á hacer en 1795 la
exhumacio'n descrita en el Extracto de las Noticias, hecho y
publicado por don Martín Fernández de Navarrete *. Hasta
cabe en lo posible, que fueran ayudados por testigos del
descubrimiento que según Cáceres y Gálvez, se hizo en el
año 1783.
El sitio designado en el Synodo, como existente <aen el
Preshyterio, al lado de la peana del Altar Mayor,)) que don
Isidoro Peralta describe «etant dans le sanctuaire du cote de
l'Evangile» y Cáceres, Sánchez y Gálvez, «le cote de la
tribune oü se chante l'evangile , et prés de la porte par oú
Ton monte á l'escalier de la chambre capitulaire,» corres-
ponde exactamente al lugar indicado en el Extracto de las
noticias en estos términos : « en el Presbiterio, al lado del Evan-
gelio pared principal y peana del altar mayor.)) También hay
completa identidad con la descripcio'n que da Mr. el obispo
Cocchía: «á la derecha del presbiterio... en el lugar del
trono episcopal, á un metro del muro, enfrente de la puerta
que conduce á la sala capitular.»
Hay también otro dato, que por hoy nos contentaremos
con señalar, como coincidencia digna de atencio'n. Cuando
* No en el eco del suceso, sino en los documentos mismos, fué donde se
apoyaron y fundaron su convicción Aristizabal y el Arzobispo, como lo demues-
tra la absoluta identidad de frases en el Synodo y en el Extracto, que el autor
hace notar en seguida. Y cuenta que el Synodo es documento muy digno de
crédito, puesto que no es posible considerarlo como de fecha de 1683, sino mucho
más antiguo, como que el libro es recopilación de las constituciones sinodales
formadas desde la primitiva erección de la Iglesia primada. (Nota ex aliena
manu).
768
CRISTÓBAL COLON
el coronel presidente de la colonia, don Isidoro Peralta,
murió' en el año 178Ó, fué inhumado cerca de las cenizas
recién descubiertas y atribuidas á Cristóbal Colón \ hacía
tres años. Ahora bien: ¿cuál fué el primer objeto que salto'
á la vista de don Francisco X. Billini, cura al presente de la
santa iglesia Catedral, cuando el sábado 8 de Septiembre,
día de la Natividad de la Santísima Virgen, abrió la bo'veda?
«Restos humanos, adornados de galones... indicaban que
era un oficial que había sido enterrado con su uniforme 2.»
Mientras no se ofrezca prueba topográfica que lo contra-
diga, puede creerse fundadamente que el lugar de aquellas
tres exhumaciones es exactamente el mismo.
Pero lo que hay digno de atencio'n es, que los objetos
funerarios examinados en la bo'veda de 1783 se parecen tan
poco á los descritos en el acta de 1795, como éstos á los
descubiertos por Mr. el obispo Cocchía en 1877.
En 1783 es urna de plomo que estaba encerrada en una
caja de piedra ; y lo que la urna contenía, según vieron y
supieron los cano'nigos, eran osamentas reducidas á ceniza en
su mayor parte, entre las cuales se distinguían huesos del
ante-hraTp.
Doce años después, la caja de piedra ha desaparecido;
y en vez de la urna 6 de sus fragmentos, es decir, trozos
co'ncavos o' convexos, son unas planchas de plomo como de
tercia de largo, indicantes de haber habido caja de dicho
metal. En cuanto á los huesos, en lugar de un «radius,» o'
de un «cubitus,» se encuentran pedazos de huesos de canillas.
En fin, en el año de gracia de 1877, se saca á luz una
caja bien conservada de 42 centímetros de largo, 20 ^¡2 de
ancho y 21 de profundidad, toda surcada de inscripciones,
y guardando un esqueleto casi completo.
Y cualquier lector se preguntará , por qué y como esta
' Descripción, tomo I, pág. 133.
* Mandamiento del señor obispo Cocchía.
APÉNDICES
769
«caja bien conservada, con un letrero en la tapa, dentro y
alrededor,» pudo escapar á las escudriñadoras miradas no
solamente de Cáceres, de Gálvez y de Sánchez, sino también
de aquella cohorte de funcionarios que figuran en el acta de
1795, y que se habían reunido expresamente para exhumar
é identificar los restos de don Cristóbal Colón. Por más
que se diga, siempre parecerá extraño que el clero Catedral
en 1783 y en 1795, con más un Arzobispo, un Teniente
General de la Armada Real , un comandante de Ingenieros
«y muchas otras personas de grado y consideracio'n » hayan
escogido precisamente para objeto de su veneracio'n, los
unos, una urna de plomo sin inscripcio'h alguna; los otros,
unas planchas del mismo metal igualmente ano'nimas, cuando
á dos pasos de ellos estaba allí esta hermosa caja profusa-
mente adornada con magníficas inscripciones de letras go'ti-
cas alemanas, y que desde luego debía saltarles á los ojos.
A menos que no se suponga — y esto incumbe á Mr. el obispo
Cqcchía probarlo arquitectónicamente — que el sub-suelo del
presbiterio de la Catedral al lado derecho, cerca de la puerta
que conduce á la Sala Capitular, está cuajado de bo'vedas,
como los agujeros de un panal de miel, y que varias de estas
celdas contienen una o' muchas cajas de plomo. Sin embargo,
los excépticos dirán siempre que cuando en 1783 y en 1795
no se puso la vista en caja tan notable, es porque en aquellas
fechas no se encontraba allí todavía.
III
En la caja de plomo que recientemente se ha sacado á
luz, hay un «radius,» un «peroné,» un «fémur,» un «coc-
cyx,» la mitad de una mandíbula y otros muchos huesos.
Hasta se ha encontrado allí ((una bala de plomo del peso de una
OUTJI poco más ó menos.)) ¿Qué puede significar aquella bala
de fusil? El señor obispo de Orope, al describirla, cita un
Cristóbal Colon, t. ii.— 97.
-'*
'^kC- I
770
CRISTÓBAL COLON
M'j
párrafo de la Historia Universal de César Cantú ', en que se
dice que estando en la costa de Veragua, volvió á abrirse la
herida de Cristóbal Colón; y aún da á entender que el Al-
mirante tenía herida de mosquete, y que bien podía ser que
la bala se le hubiera quedado en el cuerpo y ahora apareciera.
El incidente de la costa de Veragua, se fija hacia el 20 de
Diciembre de 1503 durante el último viaje de Colón, cuando
tan ríiinuciosamente exploraba el litoral de Venezuela, bus-
cando la embocadura del Ganges. Las autoridades para estu-
diar esta expedicio'n, que está referida hasta en sus menores
detalles, son el Diario de Diego de Porras; la carta expedida
por el Almirante el 7 de Julio de 1503 ; la relacio'n interca-
lada en el testamento de Diego Méndez ^, y la hulera raris-
sima 3. De nuevo acabamos de leerlas. En ninguna parte se
hace mencio'n en ellas de heridas antiguas o' modernas. Los
cronistas contemporáneos, tales como Pedro Mártir de An-
ghleria y Oviedo, que describen este cuarto viaje y hablan de
la horrible tempestad que sufrió' Colón, nada dicen tampoco;
se hace mucho mérito de las penalidades y fatigas y de la
enfermedad del Almirante. Las Casas hasta la señala diciendo
que adoleció' de la gota, pero de una herida abierta, o' de
cualquiera otra clase, no encontramos siquiera rastro.
Debemos decir, sin embargo, que en el cuarto viaje, al
salir dé los puertos de Bastimentos y del Retrete, fué asal-
tado por una serie de tempestades que le hicieron padecer
mucho; y en la carta que escribió á los Reyes Cato'licos,
dice efectivamente: «Allí se me refresco' del mal la llaga 4.»
Pero de aquí no se deduce que fuera consecuencia de herida
de arma de fuego — es muy diferente !
' «En la costa de Veragua se abrió su herida,» Cantú, tomo 10, biogra-
fía XIX. — ¿Se refiere á esta bala? — Mandamiento, en la Gaceta de 3 de Octubre
de 18 jy; infra, Documento V
* Navarrete, Colección, tomo I, págs. 296 y 314.
* Riprodotta é illustrada del cav. ab. Morelli, Bassano, m.dccc.x. — En 8.°
— B. A. V. no 36.
* Navarrete, tomo I, pág. 301.
APÉNDICES
771
Por otro lado, el peso de esa bala, que se nos dice no
ser más que de una onza pro'ximamente, casi no es admisible
tratándose de un proyectil que se quiere hacer provenir del
siglo XV. Cierto que desde época tan remota como los años
1376 y 1397 ^ figuran ya en los inventarios armas de fuego
de mano ; y hasta libros conservamos impresos , en los que
bajo las fechas de 1468 ^ y 1473 3 hay miniaturas o' graba-
dos que representan exactamente la clase de que eran aquellas
armas. Llámaselas «schopos,» «bombardas» d «cañones,»
no eran en realidad sino culebrinas más o' menos manuables,
pero en todas ellas, aún en las más pequeñas, el calibre es
ciertamente mayor que para balas de diez y seis en libra.
Vinieron luego los arcabuces, primero sin rastrillo
ninguno, y se hacía fuego por medio de una mecha; y
después los arcabuces verdaderos, que tenían un mecanismo
elemental, que hacía mover una serpentina que caía sobre el
cebo. Es casi imposible fijar la época en que se invento esta
arma. Nosotros la creemos de los diez últimos años del
siglo XV, todo lo más. Si hemos de creer á Du Bellay, el
arcabuz de horquilla, que siguió' inmediatamente al arcabuz
primitivo, no dataría más que desde la batalla de Ghiara,
en el Milanesado, que se dio' en el año 1521 4. Sea como se
quiera, los primeros arcabuces de mecha eran seguramente
capaces por su calibre de llevar balas de mucho ma3'or peso
que el de una onza, por más que sea hoy muy difícil fijar el
mínimum de peso del pro3'ectil de aquellas armas al finalizar
el siglo XV. En efecto, hasta 15Ó9, en la batalla de Mon-
L —i
' «VIII schopos de ferro, de quibus sun tres á manibus.» Inventarios for-
mados en Bolonia en 1397, y en Huntercombe en 1375. — Véase Hefner, Die
Burg Tannenberg und ihre Ausgrabungen.
* Des faits du grant Alexandre, transíate par Vasque de Luce M. SS. de
Burney no 169, fol. 127, miniatura reproducida por Hewitt, Anden armour,
vol. III, pág. 485.
* Valturius, De re militari, Verona, 1472, in fol. cap. X.
* «De ceste heure lá furent inventées les arquebouzes qui on tiroit sur une
fourchette.» Memoires de Martin du Bellay, edición de Petitot, París, 8.°, 2^
entrega, pág. 347.
172
CRISTÓBAL COLON
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contour, no aparecieron los arcabuces de calibre uniforme '.
Hasta entonces el calibre dependía del capricho de cada jefe;
pero como, además de la dificultad que ofrece el forjar un
caño'n de corto diámetro, recto é igual en toda su longitud,
era también idea entonces dominante, la de que una bala
gruesa era más mortífera que una pequeña, es cosa cierta
que el calibre no era inferior al de los arcabuces más anti-
guos que se conservan. Hemos medido, y hecho medir con
gran cuidado las armas de fuego guardadas en muchos
museos y colecciones particulares, que autoridades compe-
tentes en la materia declaran ser de fabricacio'n anterior del
XVI. Ninguna hemos podido encontrar cuyo calibre bajase
de 0^,019 milímetros o' o*", 020 entre los arcabuces, y o"', 022
para las culebrinas de mano; lo que supone una bala de un
peso muy superior á «una onza poco más o menos.»
Por otra parte, durante todo el siglo xviii y la primera
mitad del xix, el calibre del mosquete ordinario y luego del fu-
sil de municio'n no pasaba de o"',oi 7 milímetros, es decir, que
el arma de fuego más común calzaba una bala precisamente
del peso de la que se ha encontrado dentro de la caja en
cuestio'n. Fundamento encontraría un crítico meticuloso y
nimio para plantear el siguiente problema: — Dada la nece-
sidad de presentar en nuestros días una bala esférica de
plomo," para suponer que procede de un arma antigua de
guerra, y no teniendo á mano más que los elementos ordina-
rios, se pregunta, ¿cuál sería el peso de la bala producida?
Ochenta y nueve artilleros entre ciento contestarían:
«una onza, poco más d menos.»
Además, ¿do'nde y cuándo se vio' Colón expuesto á
recibir una bala de arcabuz, o' aunque fuera de caño'n? ¿Y.n
qué expediciones militares tomo' parte?
Apoyándose en los cuentos que tanto abundan en la
pág. 674
John Hewitt, Ancient armour, Oxford and London, 1860, 8.°, \q\. III,
APÉNDICES
ni
biografía atribuida á la pluma de su hijo Fernando , afirman
algunos historiadores modernos, que Cristóbal Colón, al
servicio del rey Renato de Anjou , mando' expediciones mili-
tares contra Túnez. Pero ya hemos demostrado en otro
lugar ^ que esas expediciones no pudieron verificarse sino
entre los años 1459 y 1461, 3^ que en estas fechas, Colón,
pobre niño, aprendiz de un cardador de lana, tendría todo
lo más trece años.
Se ha pretendido también que mandaba la nave geno-
vesa que en 147Ó hizo frente, delante de la isla de Chipre, á
toda la escuadra veneciana. Pero demostramos igualmente,
que nada hay que justifique ni aún siquiera que Colón
estuviera á bordo 2; y los documentos descubiertos poste-
riormente 3 nos han revelado el nombre del capitán genové>.
Se llamaba Paolo Gentile. Y en fin, se ha repetido que el
futuro descubridor del Nuevo Mundo había tomado parte
en el famoso combate naval en que la armada de Carlos VIII
se apodero' de las galeras flamencas á la altura del Cabo de
San Vicente. Documentos hemos estudiado procedentes de
los archivos de Venecia 4 y de las cro'nicas de aquel tiempo
que prueban que aquel combate se dio en el año 1485; que
en esta fecha, Colón, casado hacía ya muchos años, padre
de familia, y después viudo, estaba en España, y probable-
mente establecido ya en Andalucía como mercader de libros
de estampa 5 ; y que el Colombo de que se hace mencio'n en
los despachos oficiales y en Sabellicus, no era Cristóbal
Colón, sino un almirante francés, gasco'n, hijo o' sobrino de
Guillermo Caseneuve, y conocido como éste por el sobre^
nombre de Coullom (en latín Columbtis) ^.
* Boletín de la sociedad de geografía de París, en los números de Abril
de 1873 y Noviembre de 1874. — Véase el Documento nüm. VI.
* Les Colombo de France et d^Jtalie. — París, 1874, pág. 42.
* Por César Cantú, Archivo storico Lombardo, anno I, fase. 3. — Mi-
lano, 1874.
* Les Colombo de France et d'Italie, cap. III.
' Bernáldez. — Reyes Católicos, cap. CXVIII.
* Don Diego Ortiz de Zúñiga es el primero que en sus Anales de Sevilla,
A
'f^-
774
CRISTÓBAL COLON
La herida y la bala son, por lo tanto apo'crifas. En
cuanto á la presencia de ese proyectil entre los huesos, no
seremos nosotros quien se encargue de explicarla. Esto sería
tanto más dificultoso, cuanto que una caja de 42 centímetros
de largo, por 20 '/a de ancho (dimensiones exactas de la de
plomo que han encontrado en Santo Domingo) supone una
traslacio'n hecha en tiempo en que los huesos estaban ya
completamente dislocados. ¿Qué objeto pudo tener el pasar
aquella bala á la nueva caja al mismo tiempo que se pasaban
los restos? En buen hora que se hubieran pasado las famosas
cadenas que se pusieron á Colón cuando Bobadilla lo envió'
á España , si hubiera sido cierto que se enterraron con él , y
las hubieran encontrado; pero ¿á qué causa puede atribuirse
la conservacio'n de esa bala de plomo hasta en nuestros
días?
La caja en cuestio'n tiene muchas inscripciones, abre-
viadas, pero muy legibles. En la parte interior de la tapa
se lee:
varón
Dn. Cristóbal Colón
lo cual* debía quitar todas las dudas; pero hay también otra
libro XII, año 1489, hace representar á Colón un papel militar, pero es en la
guerra de Granada. Como escribía más de ciento cincuenta años después de los
sucesos, nos parece muy dudosa su autoridad. — Los compatriotas de Colón, tales
como Alessandro Geraldini y Pedro Martyr, que vivían en aquel tiempo en la
corte de los Reyes Católicos ; Bartolomé Senarega, que fué poco después Emba-
jador en ella por la República de Genova ; los otros genoveses contemporáneos
que escribieron su historia, tales como Antonio Gallo y Agostino Giustiniano,
obispo de Nebbio ; Maífei de Volterra, y el continuador de Philipo Bergomas;
los cronistas españoles que le conocieron personalmente, como fray Bartolomé Las
Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo, todos ignoran aquellos combates, y
aún un suceso militar aislado. No ven, por el contrario, en Cristóbal Colón,
más que un genovés afable aunque tenaz, que dejó bastante entrado en años
C<í.pubescens Jam rei maritime opera7n dedit-») su oficio de cardador de lana para
dedicarse á marino ; y que en España nunca pensó más que en hacer que se
aceptaran sus proyectos de viajes trasantlánticos.
APÉNDICES
775
inscripción igualmente clara, aunque menos comprensible,
que está sobre la misma tapa :
D. de la ^. P/^jlJ'
Que estas inscripciones estén en castellano y no en
latín, es ya un poco sorprendente, aunque no extraordi-
nario. La lápida sepulcral de don Fernando Colo'n en la
catedral de Sevilla, que es del año 1539, y por tanto con-
temporánea de la caja en que se pusieron los restos del
Almirante para transportarlos desde la Cartuja á Santo
Domingo, tiene una inscripcio'n en lengua española. Pero
esas abreviaturas arbitrarias, que no están en una invoca-
ción religiosa, sino que se refieren á títulos y calificaciones,
son inusitadas, inverosímiles, tratándose de una muestra de
estilo lapidario en el siglo xvi. Ese lujo de inscripciones á
derecha é izquierda, fuera y dentro, como si al fabricar la
caja de plomo se hubiera tenido ya la presciencia de las
dudas que hoy se presentan, es también harto sospechoso.
Y sin embargo, lo que más nos preocupa es una sola
letra; — la xA mayúscula del renglón de la tapa. El reve-
rendo obispo Cocchía dice con excelentísima gracia que
aquella línea debe traducirse por Descubridor de la América.
— Pero ¿co'mo puede provenir de España, en la época pro-
bable de la inscripcio'n, ese nombre de América?
Esa apelación es de origen alemán. Fué inventada por
Waltzemuller de Friburgo, en Brisgau, é impresa por pri-
mera vez en el mes de Alayo de 1507 ^ No es posible, por
tanto, que se grabase en la primera caja de Cristóbal
Colón, que murió' en 1506. Hay además fundado motivo
para preguntar : ¿por qué el autor del epitafio no se sirvió' en
la inscripcio'n del término oficial y consagrado por el uso?
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■ ,?^ *,• ( :#r .1 ...
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' CosmographicB Jjitroductio et Vespucii navigationes. — Deodati, mense
Maij, 1507.
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Tj6
CRISTÓBAL COLÓN
tm.^'$^^.:
ÜM ""•'
¿Por qué razón en vez de Descubridor de la América, no grabo'
Descubridor de las Indias? El nombre de América fué rarísimo
en España en todo el siglo xvi. De sesenta y dos obras que
conocemos impresas aquí antes del año 1550 ^ en las cuales
se trata del Nuevo Mundo, en una sola se le da el nombre
de América ^\ todas las demás dicen las Indias. Los historia-
dores, los cronistas, los jurisconsultos, los geo'grafos, los
grabadores heráldicos de aquella época nunca se valen de
otra palabra. — Oviedo, Lo'pez de Gomara, Las Casas en su
Historia, Mártir de Anghleria en sus Décadas, Ramírez en sus
Pragmáticas, Enciso en las Suninia de Geografía, todos dicen
las Indias; el Almirante de las Indias, el Descubridor de las
Indias 3. La lápida de don Fernando Colo'n, que justamente
es contemporánea, como dijimos, de la inscripcio'n que
debería leerse en la caja del Almirante remitida de Sevilla
en 1537, dice: «Primo Almirante que descubrid las Indias y
Nuevo Mundo.)) En fin, éste es hoy todavía en Madrid y en
Sevilla el término oficial 4. Por eso nos sorprende extraor-
dinariamente, ver en una inscripcio'n solemne, redactada
precisamente en España, y que debe atribuirse de positivo á
la familia misma de Cristóbal Colón , ese nombre de
América que consagra la más clara de las injusticias, puesto
sobre unos restos que se quiere suponer sean los del mismo
que fué la ilustre víctima de aquélla.
IV
m
m
ñ
?P»n ^^
En resumen. No hay prueba hasta ahora de qufi los
restos recogidos en 1795 en Santo Domingo, y colocados
Biblioteca americana Vetustlssima, et Addittions.
Pedro Margallo, Phisice compenaium. Salmanticae, 1520, in fol. iiij. —
(Addittions , no 61).
Los Títulos oficiales de Cristóbal Colón eran, Almirante Mayor del
mar Occéano; Visorrey y Gobernador de las Indias y tierra firme, por el Rey y
la Reina, y su Capitán General del mar.
«El gobierno español le ha denominado siempre Indias Occidentales.»
— Navarrete, I, pág. 125.
APÉNDICES
m
al año siguiente en la catedral de la Habana sean verdadera-
mente los de Cristóbal Colón. Se indico' á don Gabriel de
Aristizabal, á don Joaquín García y al Arzobispo, una
bo'veda ano'nima, de la cual extrajeron fragmentos sin seña-
les, y que ningún indicio auténtico, ninguna prueba docu-
mental permitía identificar.
Al parecer, únicamente fueron guiados por una tradi-
cio'n, y por ciertas afirmaciones que no pudieron com-
probar. Esto no es bastante. Y además, vemos, en los
términos mismos del acta de exhumación, que los fragmen-
tos del recipiente y los restos humanos que se exhumaron
en 1795, no se parecen al recipiente y á los restos que tan
solo doce años antes atribuía la tradicio'n á Cristóbal
Colón; pues en 1783 eran huesos del antebra/^o, contenidos
en una urna de piorno, la cual estaba dentro de una caja de
piedra; al paso que en 1795 es un fragmento de tibia, y los
únicos fragmentos del recipiente que se encuentran , indican
una caja de plomo, sin cubierta alguna de piedra.
En cuanto á los restos encontrados en la catedral de
Santo Domingo el 10 de Septiembre de 1877, los testigos
competentes llamados á reconocer el estado del hueco y de
las bo'vedas adyacentes, del nicho y de la caja de plomo, de
las soldaduras y cierre; los inteligentes que han visto, leído
y examinado cuidadosamente las inscripciones, el carácter
de las letras, las abreviaturas, el grabado, la patina, y
ese color indefinible que el tiempo solamente puede impri-
mir en la superficie de los metales, son los únicos que
hasta ahora tienen datos para pronunciar su voto en la
cuestio'n de autenticidad promovida por este inesperado
hallazgo.
Deshechos, sin embargo, quedan fijos. El primero —
que mientras no se pruebe lo contrario, los restos encon-
trados en 1877, proceden de la misma bo'veda donde en
1683, 1783 y 1795 aseguraba la tradicio'n que estaban
depositados los restos de don Cristóbal Colón ; y entonces
Cristóbal Colón, t. h.— 98.
M:m
778
CRISTÓBAL COLON
f*
no se explica como la caja recientemente sacada á luz, pudo
escapar á la's miradas de los exploradores que entraron allí
en 1783 y 1795. El segundo, — es que la palabra América
grabada en la cubierta de la misteriosa caja de hoy, denuncia
una época relativamente muy moderna, y una expresión que
es contraria á la lo'gica y á la historia.
APÉNDICES
779
't).
^<SM,
DOCUMENTOS
Real carta de fecha 2 de Junio del año 1537
Don Carlos. Por la Divina Clemencia Emperador
Semper Augusto, Rey de Alemania, D.^ Juana, su Madre,
y el mismo Don Carlos, Por la Gracia de Dios, Reyes de
Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Hieru-
salem, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de
Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Cordova,
de Co'rcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Alge-
ciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias, Islas
y Tierra firme del mar Occeano, Condes de Barcelona,
Flandes, Tirol, &:c. &c. &c. &c. &c.
Por cuanto Doña Maria de Toledo, Virreyna de las
Indias, Muger que fué del Almirante Don Diego Colon, ya
difunto, por sí y en nombre, y como Tutora é Curadora de
Don Luis Colon, su hijo. Almirante que al presente es de
las dichas Indias, é de los otros sus Hijos é Hijas, é del
dicho Almirante Don Diego Colon su Marido, Nos ha hecho
relación, que el Almirante Don Cristóbal Colon, su Suegro,
y Abuelo de los dichos sus Hijos, murió' en estos Nuestros
Reynos y se mando depositar en el Monasterio de las Cuevas,
estra muros de la ciudad de Sevilla, donde al presente está,
para que llevasen sus Huesos á la Isla Española ; y que agora
ella, cumpliendo la voluntad del dicho Almirante, querría
lyüi^-
78o
CRISTÓBAL COLON
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S^
^-/N
^^**
llevar los dichos sus Huesos á la dicha Isla , é Nos suplico
que acatando lo que el dicho Almirante nos sirvió' en el
descubrimiento, conquista y población de las dichas Nuestras
Indias, y lo que sus hijos y nietos nos han servido ^ sirven,
les hiciésemos merced de la Capilla Mayor de la Iglesia Cate-
dral de la ciudad de Santo Domingo, de la dicha Isla Espa-
ñola, donde se pongan é trasladen los dichos sus Huesos, é los
de sus descendientes, o' como la nuestra merced fuese; lo cual
visto por los del Nuestro Consejo de las Indias y con Nos
consultado: acatando que el dicho Almirante Don Cristóbal
Colon fué el primero que descubrió, conquisto y pobló' las
dichas Nuestras Indias, de que tanto noblecimiento ha redun-
dado é redonda á la Corona Real de estos Nuestros Reinos y
á los naturales de ellos; Tuvimos por bien, é por la pressente
hacemos merced al dicho Almirante Don Luis Colon de la
dicha Capilla Mayor de la dicha Iglesia Catedral de la ciudad
de Santo Domingo de la dicha Isla Española y le damos
licencia y facultad para que pueda sepultar los dichos
Huesos del dicho Almirante Don Cristóbal Colon, su
Abuelo y se puedan sepultar los dichos sus Padres y her-
mano, y sus herederos y sucesores en su Casa é Mayorazgo
agora y en todo tiempo para siempre jamás, é para que
pueda hacer é haga en ella, él y los dichos sus herederos é
sucesores, todos y cualesquier Bultos que quisieren é por
bien tuvieren, y poner y pongan en ellos y en cada uno
dellos sus Armas, con tanto que no las puedan poner ni
pongan en lo alto de la dicha Capilla, donde queremos y
mandamos que se pongan Nuestras Armas Reales.
Y rogamos y encargamos al Reverendo en Cristo Padre
Obispo de la dicha Iglesia, é al Dean y Cavildo della, así
á los que agora son, como á los que serán de aquí adelante,
que les guarden y cumplan ésta nuestra Carta y todo lo en
ella contenido, y que contra ello no vayan ni pasen en tiempo
alguno ni por alguna manera; de lo cual Mandamos dar é
dimos esta nuestra Carta firmada de mí El Rey é sellada con
APÉNDICES
781
nuestro Sello y Refrendada de nuestro infrascripto Secre-
tario.— Dada en Valladolid á dos del mes de Junio de mil é
quinientos é treinta y siete aíios. — Yo el Rey.
(Original en el Archivo del duque de Veraguas. Leg. 12, n." 17)
^^^
II
Protocolo de el monasterio de Nuestra Señora
Santa María de las Cuevas
Anales en los tres Primeros Siglos de su fundación: Contiene sus
Principios, y Progresos, y la Sucesión de sus Prelados desde
el año de 1400 en que la Fundó y Dotó Amplissimamente
el Illustrisimo y Reverendísimo Señor Don GouTjilo de Mena
Dignissimo Arzobispo de esta Ciudad de Sevilla. Uan
insertos los de la Santa Cartuxa de la Purissima Concepción
de CaT^alla Fundada y Dotada por esta de las Cuevas.
Dedicado á el Niño Dios en los bracos de su Purissima
Madre. Por mano de la dulcissima Virgen Santa Gertrudis
la Magna, Protectora de este Archivo y Archivo de mis
afectos. Año de IJ44.
Tomo I. Pág. )6o, )6i. Año de 1506. 2. Á los 20 de
Mayo de este año falleció' en Valladolid el heroico y esclare-
cido D. Christobal de Colon, y fueron sus huesos trasladados
á este monasterio y colocados por depo'sito; no en el entierro
de los Señores de la casa de Alcalá como dize Zúñiga, sino
en la Capilla de Santa Ana que hizo labrar el Prior D. Diego
I.uxan en el año siguiente, y es la misma que oy llamamos
de Santo Christo, por lo que se dirá adelante. Este cauallero
fué aquel célebre Almirante de la mar, y projenitor de la
Casa de Veraguas, para cuyo elojio basta el mote de el
sepulcro donde yaze en la Isla y Ciudad de Santo Domingo;
dice así Á Castilla y á León nuevo Mundo dio Colon. En
la misma Capilla se deposito su hijo Diego Colon. Quedaron
1 ,. ,>>^
.^B^.
782
CRISTÓBAL COLON
así mismo depositados en el Monasterio los títulos y papeles
del Almirantazgo de las Indias y estado de Veraguas donde
estuuieron hasta el año de 1Ó09 como en el dize véanse
adelante los años de 508 = 536 y Ó09 donde se tocarán,
como en su propio lugar, lo restante concerniendo á esta
ilustre Casa, y alumnos de las de las Cuevas.
Pág. )6^, )66. Año de 1508. 3. El Adelantado de las
Indias D. Bartholomé Colon, embio' poder á su hermano
D. Diego (citados en el año de 506) para que percibiese el
tesoro de Joias (sic) y dineros que tenia depositados en este
Monasterio, y con efecto le fué entregado, de que dio recibo
autorizado por Francisco Pérez de Madrigal escriuano pú-
blico de Alúa de Tormes, en 16 de Agosto de este año de
508 ; pero aun quedaron en deposito los títulos de el Almi-
rantazgo hasta el año de 609 como en el dice.
Pág. 400, 401. Año de 1536 (sic) 2. Dixe en los años
de 506 y 508, que en la Capilla de el Santo Christo yacian
en depo'sito los Cadáveres de los Colones, y en este 536 se
entregaron los de D. Christobal y D. Diego su hijo para
trasladarlos á la Isla de Santo Domingo en Indias, quedando
solo en dicha Capilla el de D. Bartholomé su hermano hasta
oy. No, empero, se entienda que por esto tiene algún derecho
á la Capilla la Casa de Veraguas; ni que por ello ha perci-
bido el Monasterio alguna limosna, porque auer (sicj que
D. Christobal Colon le dexo cierta renta anual de Azúcar,
nunca llego' á efecto su cobranza: y á un que después por el
año de 1552 el Almirante Colon primer Duque de Veraguas
y Nieto de D. Christoual pretendió' con instancias la Capilla
para su entierro, y de sus descendientes, ofreciendo mil
ducados que auia costado su fábrica, y 27 ducados para sus
ornato y reparos , llegando atan buenos términos su preben-
cion, que ya se auia sacado licencia de el Reverendo Padre
General por parte del Monasterio, dado en dicho año de 552;
se frustro el trabado, (sic), quedando la casa en posesión y
directo dominio de su Capilla.
APÉNDICES
783
Pág. j6l. Año de 1609. 3. Supuesto lo emanado en los
años de 506 núm. 2, y 508 núm. 3, sobre depo'sitos de los
Colones, y de sus tesoros; resta la expresio'n de auerse
entregado este año á D. Ñuño Colon de Portugal, Duque de
Veraguas, todos los privilegios y papeles, títulos de su
Estado, y Almirantazgo de las Indias, que aun permanescian
depositados en nuestro Monasterio, de los que se hizo inven-
tario, y entregado en ellos, dio recibo en forma dicho
Duque, uno y otro en virtud de mandamiento de el
Theniente D. Alonso de Bolanos ante Miguel de Medina
escriuano de su Juzgado á 15 de Mayo de mil sescientos
y nueue.
III
Comme tout ce qui a trait a Christophe Colomb est fait
pour exciter le plus vif intérét, et surtout dans ceux qui
veulent faire connaitre Tile Saint -Domingue, j'avais un
ardent désir de me procurer des renseignements certains sur
sa sépulture á Santo-Domingo. Je m'adressai done á Don
Joseph Solano, lieutenant des armées navales d'Espagne,
commandant celle qui était alors au Cap-Frangais. Le carac-
tére obligeant de cet officier general, les preuves particuliéres
que j'avais de ses dispositions á me servir, son titre d'ancien
Président de la partie espagnole et ses relations d'amitié
avec Don Isidore Peralta, qui lui avait succédé dans cette
presidence, tout me promettait une recommandation efficace.
Don Joseph Solano écrivit, en eífet, de la maniere la plus
instante, et je crois devoir transcrire ici la réponse de Don
Isidore Peralta.
Santo-Domingo, 2^ mars iy8).
«Mon trés-cher ami et protecteur, J'ai recu la lettre
amicale de Votre Seigneurie, du 13 de ce mois; et je n'y ai
pas répondu sur-le-champ , afin d'avoir le temps de m'infor-
784
CRISTÓBAL COLON
^i^^f-
;q^
'(S>^
^y.
mer des détails qu'elle me demande relativement á Chris-
tophe Colomb, et encoré afin de goúter la satisfaction de
servir Votre Seigneurie autant qu'il est en mon pouvoir et
de lui faire éprouver celle de complaire á l'ami qui la
engagé á recueillir ees mémes details.
» A l'egard de Christophe Colomb , quoique les insectes
détruisent les papiers dans ce pays et qu'ils aient convertí
des archives en dentelles, j'espére, malgré cela, remettre á
Votre Seigneurie la preuve que les ossements de Christophe
Colomb sont dans une caisse de plomb , renfermée dans une
autre caisse de pierre , qui est enterrée dans le sanctuaire du
cote de l'Evangile; et que ceux de Don Barthélemy Colomb,
son frére, reposent du cóté de l'épitre, de la méme maniere
et avec les mémes précautions. Ceux de Christophe Colomb
y ont été transportes de Séville, oú ils avaient été déposés
dans le panthéon des ducs d' Alcalá, aprés y avoir été
conduits de Valladolid, et oú ils son restes jusqu'á leur
transport ici.
))I1 y a environ deux mois que, travaillant dans l'église,
on abattit un morceau de gros mur qu'on reconstruisit sur-
le-champ. Cet événement fortuit donna occasion de trouver
la caisse dont j'ai parlé, et qui, quoique SANS INSCRIP-
TION, ÉTAIT CONNUE, D'APRÉS UNE TRADITION
CONSTANTE ET INVARIABLE, POUR RENFERMER
LES RESTES DE COLOMB. Outre cela, je fais rechercher
si Ton ne trouverait pas dans les archives ecclésiastiques , ou
dans celles du gouvernement quelque document qui pút
fournier des details sur ce point ; et les chanoines ont vu et
constaté que les ossements étaient réduits en cendres, en
majeure partie, et qu'on avait distingué des os de l'avant-
bras.
))J'adresse á Votre Seigneurie la liste de tous les arche-
véques que cette ile a eus, et qui est plus curieuse que celle
de ses présidents; car Ton m'assure que la premiére est
complete, tandis qu'il se trouve dans la seconde des lacunes
APÉNDICES
785
produites par les insectes dont j'ai parlé, et qui attaquent
plutót certains papiers que d'autres.
» A régard des edifices , des temples , de la beauté des
rúes, ainsi que du motif qui a determiné á transporter cettc
ville sur la rive ouest de la riviére, qui lui forme un port,
je vous en entretiens aussi. Mais, QUANT AU PLAN QUE
DEMANDE LA NOTE, il y a une difficulté réelle, parce
que cela m'est défendu comme gouverneur; les lumiéres
supérieures de Votre Seigneurie lui en font sentir la rai-
son, etc.»
M
Voilá la piéce envoyée par Don Isidore Peralta, et que
je posséde, revétue de toutes les formes légales.
«Moi, Don Joseph Nugnez de Cazeres, docteur en la
sacrée théologie de la pontificale et royale Université de
l'angélique saint Thomas d'Acquin , doyen dignitaire de
cette sainte église métropolitaine et primatiale des Indes,
certifieque LE SANTUAIRE DE CETTE SAINTE ÉGLISE
CATHÉDRALE, AYANT ÉTÉ ABATTU LE 30 JANVIER
DERNIER, pour le construiré de nouveau, on a trouvé,
du cóté de la tribune oü se chante TEvangile, et prés de la
porte par oú Ton monte á l'escalier de la chambre capitu-
laire, un coffre de pierre creux, de forme cubique, et haut
d'environ une vare, renfermant une urne de plomb, un peu
endommagée, qui contenait plusieurs ossements humains.
II y a quelques années que, dans la méme circonstance , ce
que je certifie, on trouva du cóté de l'épitre, une autre caisse
de pierre semblabe, et, d'aprés la tradition communiquée
par les anciens du pays, et un chapitre du synode de cette
sainte église cathédrale, celle du cóté de VÉvangile est réputée
renfermer les os de l'amiral Christophe Colomh, et celle du cóté
de l'épitre ceux de son frére , sans qu'on ait pu vérifier si ce
sont ceux de son frére Don Barthélemy, ou de Don Diégue
Colomb, fils de Tamiral; en foi de quoi j'ai délivré le présent.
Cristóbal Colón, t. ii.— 99.
^^ Ni
m-
m
786
CRISTÓBAL COLON
A Santo Domingo, le 20 avril 1783. Signé: D. Joseph Nuñez
DE Cazeres.
))Don Manuel Sánchez, chanoine, dignitaire et chantre
de cette sainte église cathédrale, certifie, etc. (comme le
précédent, mot á mot). A Santo-Domingo, le 26 avril 1783.
Signé: Manuel Sánchez.
»Don Fierre de Calvez, maitre d'école, chanoine digni-
taire de cette église cathédrale primatiale des Indes, certifie
que le sanctuaire ayant été renversé pour le reconstruiré, on
a trouvé, du cóté de la tribune oú se chante l'évangile, un
coffre de pierre avec une urne de plomb, un peu endom-
magce, qui contenait des ossements humains, et l'on con-
serve la mémoire qu'il y en a une autre du cóté de l'épitre
du méme genre; et, selon ce que rapportent les anciens du
pays et un chapitre du synode de cette sainte église cathé-
drale, celle du cóté de l'évangile renferme les ossements de
l'amiral Christophe Colomb, et celle du cóté de l'épitre,
ceux de son frére Don Barthélemy. En témoignage de quoi
j'ai délivré le présent, le 26 avril 1783. — Signé: Don Pedro
DE Calvez.»
Telles sont les uniques preuves du glorieux dépót que
recele l'église primatiale de Santo -Domingo, et qui sont
elles-mémes enveloppées d'une sorte de ténébres, puisque
l'on ne saurait diré affirmativement laquelle des deux caisses
renferme les cendres de Christophe Colomb; á moins qu'á
l'appui de la tradition, on ne fasse valoir la diíference des
dimensions des deux caisses, parce que celle oü l'on croit
que les restes de Colomb ont été places, a 30 pouces d'éléva-
tion , tandis que l'autre n'a que les deux tiers de cette
hauteur.
Depuis 1783, l'on a encoré cherché, dans les dépóts de
la partie espagnole, quelques traces des faits relatifs á Chris-
tophe Colomb, mais toujours infructueusement ; je suis
méme trés-redevable , á cet égard, au zéle complaisant de
APÉNDICES
787
M. le chevalier de Boubée, alors commandant la frégate la
Beleite, qui, dans un voyage á Santo-Domingo, fait en 1787,
voulut bien, pour concourrir á mon ouvrage et pour satis-
faire une curiosité qu'il partageait, fouiller dans les archives
que le doyen et l'archiviste lui montrérent avec beaucoup
d'aífabilité.
Sacado de la Descríption topographtqtie et poütique de la partie espagnole de Visle Saint
Domingue , por M. L. E. Morcau de Saint-Méry, Philadelphia, 1796, 2 vols. 8."; vol. i,
p. 125 sequUur.
IV
Extracto de las noticias que comunicaron al Gobierno los Gefes
y Autoridades de las islas Española y de Cuba, sobre la
exhumación y traslación de los restos del Almirante D. Cris-
tóbal Colon, desde Santo Domingo á la Havana en los aíios
de mil setecientos noventa y cinco y noventa y seis.
Ajustada la paz entre la España y la Francia en Basilea
á veinte y dos de julio de mil setecientos noventa y cinco, se
convino por el artículo IX que la primera cediese á la
segunda en toda propiedad la parte que poseia en la isla
española de Santo Domingo. Para cumplirlo así, al tiempo
prefijado se hallaba fondeada en el rio de aquella isla la
escuadra que mandaba el teniente general D. Gabriel de
Aristizabal, quien con fecha de once de diciembre del mismo
año oficio' al mariscal de campo y gobernador don Joaquín
García, diciéndole: que enterado de que yacian en la catedral
de aquella ciudad los restos del célebre almirante don Cris-
tóbal Colon, primer descubridor de aquel nuevo mundo, y
primer instrumento de que se valió Dios para su bien espi-
ritual en la dilatación de la verdadera religión y sagrado
evangelio, le parecía propio de su obligación, como español
y general en jefe que á la sazón era de la escuadra de opera-
ciones de S. M. Cato'lica, solicitar la traslación de las cenizas
de aquel héroe á la isla de Cuba, que también descubrió', y
I I I R I
,^<íflpin»v
788
CRISTÓBAL COLÓN
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>-X»ltvfcjr
en que arbolo el primero el estandarte de la cruz, para evitar
que en la trasmigración no quedasen en ageno poder, con
pérdida de un documento auténtico que en los tiempos
i< venideros podria oscurecer en los fastos de la historia el
suceso que forma la época más gloriosa de las armas espa-
ñolas, y para dar á entender á las demás naciones que no
cesan los españoles, á pesar del curso de los siglos, de
tributar honores al cadáver de tan digno y venturoso general
de mar, ni le abandonan cuando de aquella isla emigraban
todos los cuerpos que representaban el dominio español ; y
que como no habia lugar, sin esponerse á inconvenientes
invencibles, de consultarlo á S. M., ocurría al gobernador,
como vice-Patrono real de la isla, para que tuviera efecto su
solicitud, disponiendo que se exhumasen los restos de Colon
y se trasladasen á Cuba con el navio San Loreni^o. Contesto'
el gobernador con la misma fecha al general Aristizabal
aplaudiéndole el pensamiento, y manifestando su prontitud
á ejecutar por su parte cuanto estuviese en sus facultades,
añadiéndole que el señor Duque de Veraguas , como sucesor
de la casa y estado del almirante Colon, tenia la misma
solicitud, á cuyo efecto habia comisionado en aquella isla á
D. Juan Bautista Oyarzábal y D. Andrés de Lecanda, para
que de acuerdo con el señor Regente de la real audiencia
practicasen las oportunas diligencias, y aun costeasen todos
los gastos necesarios para que tan glorioso monumento no
quedase fuera del dominio español , insinuando que se soli-
citase también la exhumación y traslación de las cenizas del
adelantado D. Bartolomé Colon; y que hablan recibido de
su principal las inscripciones que se hablan de poner en los
sepulcros de uno y otro ; que el señor Regente de la audien-
cia, con quien habia comunicado el asunto, estaba también
por su parte pronto á realizarlo y á satisfacer del real erario
todos los gastos precisos; y finalmente, que aunque S. M.
nada le tenia ordenado sobre este particular, siendo tan justa
la proposición y tan propia de la generosa gratitud de la
APÉNDICES
789
nación española, y conviniendo en ello todas las autoridades
de la isla, estaba pronto á realizarlo.
El comandante general Aristizabal en once de diciem-
bre, á bordo del bergantín Descubridor, dijo al Ilustrísimo
Señor D. Frai Fernando Portillo y Torres, arzobispo de
Cuba, cuya Metro'poli era entonces Santo Domingo, lo
mismo que al gobernador de la isla, y en seguida le añade
que habia debido á Su Señoría Ilustrísima este pensamiento,
y se lo participaba para que por su parte concurriese con
sus providencias á la extracción de las cenizas del héroe.
El señor Arzobispo le contesto' con la misma fecha
diciendo que respecto á ser un pensamiento tan oportuno
para la gloria de la nación, y mui correspondiente á acre-
ditar el mérito del mismo comandante Aristizabal, pues á
no tenerlo personal no sabria hacer tan debido aprecio al
Almirante Colon , de quien ya no podia recibir en el mundo
testimonio ninguno de gratitud por aquel obsequio, después
de manifestarle la satisfacción que tenia por sus eficaces
diligencias para tan digno objeto, y por la consideración que
le habia merecido su recuerdo y ocurrencia, daria en unión
con el señor Gobernador presidente cuantas providencias
creyese oportunas y eficaces para la ejecución del proyecto.
Los apoderados del señor Duque de Veraguas; el ve-
nerable Dean y Cabildo de aquella santa Iglesia metropo-
litana , y las demás personas y autoridades , á quienes hizo
igual comunicación el general Aristizabal, le contestaron
prestándose gustosos á cuanto estuviese en sus facultades
para ejecutar la exhumación y traslación propuestas.
Dados estos pasos , resulta por testimonio de José Fran-
cisco Hidalgo, que despachaba á la sazón el oficio de escri-
bano de cámara de la Real Audiencia, que en el dia veinte
de diciembre del mismo año de mil setecientos noventa y
cinco, estando en la Santa Iglesia Catedral el comisionado
D. Gregorio Saviñon, regidor perpetuo, decano del mui
ilustre Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo, con
1». .»■ ■*
790
CRISTÓBAL COLON
3é^:ÍA^
asistencia del Ilustrísimo y Rmo. D. Fernando Portillo y
Torres, arzobispo de aquella Metro'poli, del Excmo. Señor
D. Gabriel de Aristizabal, teniente general de la real armada,
de D. Antonio Canzi, brigadier y teniente rei de aquella
plaza, D. Antonio Barba, mariscal de campo y comandante
de Ingenieros, de D. Ignacio de la Rocha, teniente coronel
y sargento mayor de la misma; y de otras personas de grado
y de consideración, se abrió' una bóveda que estaba sobre el
presbiterio al lado del evangelio, pared principal y peana
del altar mayor, que tiene como una vara cúbica, y en ella
se encontraron unas planchas como de tercia de largo de
plomo, indicante de haber habido caja de dicho metal, y
pedazos de huesos de canillas y otras varias partes de algún
difunto, que se recogieron en una salvilla, y toda la tierra
que con ellos habia, que por los fragmentos con que estaba
mezclada se conocía ser despojos de aquel cadáver, y todo se
introdujo en una caja de plomo dorada, con su cerradura de
hierro, la cual cerrada se entrego' la llave al Sr. Arzobispo.
— La caja es de largo y ancho como de media vara y de alto
una tercia ; y se traslado á un ataúd forrado en terciopelo
negro, guarnecido de galón y flecos de oro; y puesto en un
decente túmulo, al siguiente dia, con asistencia del Ilustrí-
simo Sr. Arzobispo, del comandante general de la Armada,
comunidades de religiosos dominicos , franciscos y mercena-
rios , jefes militares de marina y tierra , y demás concurso
principal y jente del pueblo, se canto' solemnemente vigilia
y misa de difuntos, predicando después el mismo señor
Arzobispo.
En este mismo dia, como á las cuatro de la tardé, pasa-
ron á la misma Santa Iglesia metropolitana los Señores del
Real Acuerdo, á saber: el presidente gobernador mariscal
de campo D. Joaquín García, capitán general de la isla;
D. José Antonio de Urizar, caballero de la o'rden de Car-
los III, ministro del consejo de Indias, rejente de esta real
Audiencia; y los oidores D. Pedro Catani, decano; D. Ma-
APÉNDICES
791
nuel Bravo, caballero de la misma o'rden de Carlos III, con
honores y antigüedad de la de Méjico; D. Melchor Fonce-
rrada y D. Andrés Alvarez Calderón, fiscal. A su llegada
estaban ya allí el Ilustrísimo Señor Arzobispo, el Excelentí-
simo Señor Aristizabal, el Cabildo Catedral, y el de los
beneficiados de la ciudad y las comunidades religiosas , con
un numeroso piquete militar, con bandera enlutada; y
tomando el ataúd los señores gobernador y rejente, y los
oidores decano y Urizar, fué conducido por ellos hasta la
puerta principal de la Iglesia, en donde separándose dichos
señores les substituyeron los señores oidor Foncerrada y
fiscal Calderón. Al salir el ataúd de la Iglesia fué saludado
con descargas militares del piquete del acompañamiento. En
seguida le tomaron el mariscal de campo y comandante de
ingenieros D. Antonio Barba, el brigadier comandante de
milicia D. Joaquín Cabrera, el brigadier y teniente de rei
D. Antonio Canzi, y el coronel del regimiento de Cantabria
D. Gaspar de Casasola, y alternando con ellos en la con-
ducción los demás jefes militares, según el o'rden de gradua-
ción y antigüedad hasta la puerta 'de tierra que vá á la
marina , le tomaron allí los regidores del mui ilustre Ayun-
tamiento D. Gregorio Saviñon, decano, D. Miguel Martínez
Santelices, D. Francisco de Tapia, y D. Francisco de Arre-
dondo, alcalde de la' Santa Hermandad. Al salir fuera de
los muros se hizo un descanso, se canto' un responso, y
durante él fué saludado por la plaza con quince cañonazos,
como á Almirante. En seguida el gobernador capitán gene-
ral , tomo' la llave del ataúd de manos del Señor Arzobispo
y la entrego' al Señor Comandante de la armada para que la
entregase al señor gobernador de la Habana, en calidad de
depo'sito, mientras S. M. determinaba lo que fuese de su
soberano agrado.
En el acto mismo se llevo' el ataúd á la playa, y se
depositó en el bergantín Descubridor, el cual igualmente que
todos los buques de la real armada, tenian insignias de
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792
CRISTÓBAL COLON
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luto, y le saludaron con honores y tratamiento de Almirante
efectivo
Desde el puerto de Santo Domingo fué conducido el
ataúd á la ensenada de Ocoa, y allí, trasbordado al navio
San Lorenzo para llevarle á la Habana , con o'rden de que se
hiciesen á las cenizas que encerraba, los honores que se
hablan ya hecho en Santo Domingo correspondientes á la
dignidad de Almirante, previniendo que también acompa-
ñaba un retrato de Colon, enviado desde España por el
Duque de Veraguas, para que se colocara inmediato al sitio
en que se depositasen las cenizas de su ilustre antecesor. El
capitán general de Santo Domingo D. Joaquín García, con
fecha de veintiuno de diciembre, dio' conocimiento de todo
al Excmo. Señor D. Luis de las Casas, gobernador y capitán
general de la isla de Cuba, advirtiéndole que en aquel correo
escribían al Señor Arzobispo, el general Aristizabal, el
r-egente de la audiencia, y las demás autoridades al señor
obispo y al comandante de marina de la Habana para que
cada uno por su parte diesen las disposiciones convenientes
para el recibo y depo'sito de los restos de Colon en la iglesia
Catedral, con el decoro y honores correspondientes. El
comandante general de marina D. Juan de Araoz, en conse-
cuencia de estos avisos oficio al Excmo. señor gobernador y
capitán general, y al Ilustrísimo señor obispo diocesano, para
acordar las providencias que á cada uno competían, como
lo hicieron con gran celo. Acordaron unánimemente que
la función se ejecutase con toda la grandeza y pompa debida,
y dispusieron que la caja donde se contenían los despojos de
tan ilustre general, se colocasen al lado del Evangelio en la
Santa Iglesia Catedral, con la inscripción correspondiente
en la lápida de su sepulcro, asistiendo y oficiando Su lima,
de pontifical, para hacer más solemne y ostentosa una
función tan singular. El gobernador y capitán general de la
isla contesto' también á D. Juan de Araoz, en quince de
enero de mil setecientos noventa y seis, que asistirla con los
APÉNDICES
793
gefes y oficiales de mayor graduación en aquella plaza , en
concurrencia de los cabildos eclesiástico y secular, para reci-
bir en el muelle de caballería la caja de depo'sito con toda
solemnidad, y conducirla á la Santa Iglesia Catedral, lo que
podria verificarse á las ocho de la mañana del Martes diez y
nueve, en cuyo dia y hora estaba conforme el reverendo
obispo.
Convenidas en esto las principales autoridades, paso el
comandante general de marina D. Juan de Araoz á las siete
de la mañana del dia señalado á bordo del navio San Lo-
retiTfi, acompañado del gefe de escuadra D. Francisco Javier
Muñoz, de los brigadieres D. Carlos De la Rivieri, D. Fran-
cisco Herrera Cruzat, del capitán de navio D. Juan de Herre-
ra, del ministro principal de marina D. Domingo Pavía, del
mayor general de la escuadra D. Cosme de Carranza y
demás plana mayor, y de D, José Miguel Izquierdo, escri-
bano de guerra de marina; y estando allí todos reunidos, el
comandante del navio, D. Tomás de Ugarte, hizo en manos
del señor comandante general Araoz entrega formal del
ataúd y caja que encerraban las cenizas del almirante Colon,
y de la llave con que estaba cerrada, y era la misma que
habia recibido en la rada de Ocoa del teniente de navio Don
Pedro Pantoja , comandante del bergantín Descubridor, para
trasportarla al puerto de la Habana por o'rden del general
Aristizabal. Entregado de todo D. Juan de Araoz mando
trasladar el ataúd á una falúa que estaba preparada al
costado del navio, lo que ejecutaron los brigadieres La Ri-
viere y Herrera Cruzat y los capitanes de navio Herrera y
Ugarte, que siguieron á tierra en la misma falúa en medio
de la formación de tres columnas de las demás falúas y botes
del Rei, adornados y vestidos con la mayor decencia y con
toda la oficialidad de guerra y ministerio. Seguían á la prin-
cipal otras dos falúas que llevaban la guardia de honor de
marina, con sus banderas y cajas enlutadas, y en otra iba el
Exmo. señor comandante general, el ministro principal de
Crisóbal Colon, t. ii.— ioo.
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794
CRISTÓBAL COLON
A
marina y la plana mayor ; y al pasar por la inmediación de
los buques de guerra surtos en el puerto, hicieron los honores
de almirante o capitán general de la armada, siguiendo en
esta forma hasta el muelle, donde se hallaba el gobernador
capitán general de la isla, acompañado de los generales y
plana mayor de la plaza. Desembarcado el ataúd por los
mismos que le bajaron del navio, poniéndole en manos de
cuatro capitulares, siguieron éstos remudándose y llevándole
por entre dos filas de tropa de infantería , que guarnecía la
calle hasta la entrada de la plaza de armas, delante del
obelisco, donde se celebro' la primera misa en aquella ciudad;
y puesto el ataúd en un decente panteón, que al efecto
estaba preparado, se hizo reconocimiento de lo que contenia
la caja, de lo que quedo entregado el Exmo. señor gober-
nador y capitán general de la isla. Concluido este acto con-
tinuo la función con toda majestuosidad y pompa hasta la
Catedral, donde después de los oficios mas solemnes, en los
que el reverendo obispo celebro de pontifical, coloco el ataúd
y caja que contenia las cenizas del gran Colon en una de las
paredes del altar mayor al lado del evangelio, con las ins-
cripciones oportunas; habiendo acompañado á estos hombres
y ceremonias los cabildos eclesiásticos y secular, los cuerpos
y comunidades, y toda la nobleza y gente principal de la
Habana , en prueba de la alta estimación y respetuosa
memoria que hacian del héroe que habiendo descubierto
aquella isla, planto' el primero allí la señal de la cruz, y
propago' entre sus naturales la fé de Jesu-Cristo, por cuyas
consideraciones anhelaba la ciudad de la Habana fuese per-
manente en su seno aquel deposito, pues ya que las circuns-
tancias obligaban á que no se siguiese compliendo la voluntad
de Colon en o'rden al depo'sito de sus mortales despojos, no
habia provincia que con mayor derecho que la Habana,
después de la isla española, debiese poseerlos.
Estas noticias sacadas de los testimonios autorizados en
Santo Domingo, á veinte y dos de Diciembre de mil sete-
APÉNDICES
795
cientos noventa y cinco por D. José Francisco Hidalgo, escri-
bano Real, despachando el oficio de Cámara de aquella real
Audiencia ; y en la Habana á veinte y cinco de Enero de mil
setecientos noventa y seis por D. José Miguel Izquierdo,
escribano de guerra de marina por S. M. en dicha ciudad,
las oyó' el rei nuestro señor con mucha satisfacción, apro-
bando cuanto se habia practicado con tan digno objeto, así
en Santo Domingo como en la Habana, según sus reales
resoluciones de veinte y cinco de Marzo y veinte y cinco de
Mayo de mil setecientos noventa y seis, tomadas por los
ministerios de Estado y de Marina.
V
ACTA
NUMERO I
En la ciudad de Santo Domingo á diez de Setiembre de
mil ochocientos setenta y siete. Siendo las cuatro de la tarde,
previa convocatoria dirijida por el Ilustrísimo y Reveren-
dísimo Señor Doctor Fray Roque Cocchia, Obispo de Orope,
Vicario y Delegado Aposto'lico de la Santa Sede en las Repú-
blicas de Santo Domingo, Venezuela y Haity, asistido del
Presbítero Fray Bernardino d'Emilia, Secretario del Obis-
pado; del Señor Cano'nigo, Penitenciario honorario. Rector
y Fundador del Colegio de «San Luis Gonzaga» y de la
Casa de Beneficencia, Misionero Apostólico Presbítero Don
Francisco Javier Billini, Cura interino de la Santa Iglesia
Catedral, y del Presbítero Don Eliseo Yandoly, teniente
cura de la misma, se reunieron en la Santa Iglesia Catedral,
los Señores General Don Marcos A. Cabral, Ministro de lo
Interior y Policía ; Licenciado Don Felipe Dávila Fernandez
de Castro, Ministro de Relaciones Exteriores; Don Joaquín
Montolio, Ministro de Justicia é Instrucción Pública; General
Don Manuel A. Cáceres, Ministro de Hacienda y Comercio,
7-^ i\'S
796
CRISTÓBAL COLÓN
y General Don Valentín Ramírez Baez, Ministro ele Guerra
y Marina; los Honorables miembros del Ilustre Ayunta-
miento de esta capital, Ciudadano Don Juan de la Cruz
Alfonseca, Presidente, y Ciudadanos Don Félix Baez, Don
Juan Bautista Paradas, Don Pedro Mota, Don Manuel M.""
Cabral y Don José M.^ Bonetty; los Ciudadanos Generales
Don Braulio Alvarez, Gobernador Civil y Militar de la Pro-
vincia Capital, asistido de su Secretario don Pedro ^L^
Gautier, y Don Francisco Ungria de Chala, Comandante de
Armas de la misma; los Ciudadanos Don Félix Mariano
Lluveras, Presidente de la Cámara Legislativa, y Don Fran-
cisco Javier Machado, diputado á la misma Cámara; los
Miembros del Cuerpo Consular acreditado en la República,
Señores Don Miguel Pou, Co'nsul de S. M. el Emperador de
Alemania, Don Luis Cambiaso, Co'nsul de S. M. el Rey de
Italia, Don José Manuel Echeverry, Co'nsul de S. M. Cato'-
lica el Rey de España, Monsieur Aubin Defougerais, Co'nsul
de la República Francesa, Mister Paul Jones, Co'nsul de la
República de los Estados Unidos de Norte América, Don
José Martin Leyba, Co'nsul de S. M. el Rey de los Paises
Bajos, y Don David Coen, Co'nsul de S. M. la Reina del
Reino Unido de la Gran Bretaña; los Ciudadanos Licen-
ciados en medicina y cirugía, Don Marcos Antonio Gómez y
Don José de Jesús Brenes; el Ingeniero civil Don Jesús M.^
Castillo, Director de los trabajos de dicha Catedral, el Sa-
cristán Mayor de la misma, Don Jesús M.^ Troncoso, 3^ los
infrascritos Notarios Públicos, Don Pedro Nolasco Polanco,
Don Mariano Montolio y Don Leonardo Delmonte y Aponte,
siendo á la vez el primero interino de la Curia y el segundo
titular del Ayuntamiento de esta capital. El Ilustrísimo
Señor Obispo en presencia de los Señores arriba designados
y de una numerosa concurrencia espuso: que hallándose en
reparación la Santa Iglesia Catedral bajo la dirección del
Reverendo Canónigo Don Francisco Javier Billini, y habiendo
llegado á su noticia que según la tradición y no obstante lo
APÉNDICES
797
que aparece de documentos públicos, sobre la traslación de
los restos del Almirante Don Cristo'bal Colon á la ciudad de
la Habana en el año de mil setecientos noventa y cinco,
dichos restos podían existir en el lugar donde habian sido
depositados, señalándose como tal el lado derecho del presbi-
terio, debajo del sitio ocupado por la silla episcopal: que de-
seando esclarecer los hechos que la tradición habia llevado
hasta él autorizo' al Reverendo Cano'nigo Billini, por su
pedimento para que hiciese las esploraciones del caso; y
practicándolo así en la mañana de este dia con dos trabaja-
dores, descubrió' á la profundidad de dos palmos poco más o'
menos un principio de bóveda que permitid ver una parte
de una caja de metal: que inmediatamente el referido Señor
Cano'nigo Billini mando' al Sacristán Mayor Don Jesús María
Troncoso que pasase al Palacio Arzobispal á dar conoci-
miento á S. S. Ilustrísima del resultado de las investiga-
ciones, al mismo tiempo que lo participaba al Señor Ministro
de lo Interior suplicándoles su asistencia sin pérdida de
tiempo: que acto continuo S. S. Ilustrísima se traslado á la
Santa Iglesia Catedral donde encontró á los Señores Don
Jesús Maria Castillo, Ingeniero Civil encargado de las repa-
raciones de este templo y á los dos trabajadores que custo-
diaban, en compañía del Cano'nigo Billini, la pequeña
escavacion que se habia practicado, al mismo tiempo que
llegaba el Señor Don Luis Cambiaso que habia sido llamado
por el citado Cano'nigo Billini: que cerciorado personalmente
de la existencia de la bo'veda, así como de que contenia una
caja á que se referia el Cano'nigo Billini, y descubriéndose
una inscripción en la parte superior de lo que parecia ser la
tapa, dispuso dejar las cosas en el estado en que se encon-
traban y cerrar las puertas del templo confiando las llaves
al Reverendo Cano'nigo Billini ; proponiéndose invitar como
lo hizo á S. E. el Gran Ciudadano, Presidente de la Repú-
blica, General Don Buenaventura Baez, su Ministerio, el
Cuerpo Consular y demás autoridades civiles y militares
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798
CRISTÓBAL COLON
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espresadas en cabeza de este acto, con el fin de proceder con
toda la solemnidad debida á la extracción de la caja y dar
toda la autenticidad requerida al resultado de la investiga-
ción, y habiendo dado aviso á la autoridad, por o'rden de
ésta, se pusieron guardias municipales á cada una de las
puertas del templo.
Su Señoría Ilustrísima, colocado en el presbiterio junto
á la escavacion principiada, y rodeado de las autoridades
arriba mencionadas y de un concurso numerosísimo com-
puesto de personas de todas condiciones, abiertas todas las
puertas del templo, hizo continuar la escavacion, quitándose
una lápida que permitió' extraer la caja, que tomada y pre-
sentada por Su Señoría Ilustrísima, resulto' ser de plomo.
Dicha caja se exhibió' á las autoridades convocadas y luego
se llevo procesionalmente en el interior del templo mostrán-
dola al pueblo.
Ocupada la cátedra de la nave izquierda del templo por
Su Señoría Ilustrísima, el Reverendo Cano'nigo Billini por-
tador de la caja, el Ministro de lo Interior, el Presidente del
Ayuntamiento y dos de los Notarios públicos, signatarios de
este acto, Su Señoría Ilustrísima abrió' la caja y exhibió' al
pueblo parte de los restos que encierra; asimismo dio' lectura
á las diversas inscripciones que existen en ella y que com-
pruebande un modo irrecusable que son real y efectivamente
los restos del Ilustre Genovés, el Grande Almirante Don
Cristo'bal Colon, Descubridor de la América. Adquirida de
una manera incontestable la veracidad del hecho, una salva
de veinte y un cañonazos disparados por la Artillería de la
Plaza, un repique general de campanas y los acordes de la
banda de música militar, anunciaron á la ciudad tan fausto
y memorable acontecimiento.
Seguidamente las autoridades convocadas se reunieron
en la Sacristía del templo y procedieron en presencia de los
infrascritos Notarios públicos, que dan fé, al examen y
reconocimiento pericial de la caja y de su contenido; resul-
APÉNDICES
799
tando de este examen, que dicha caja es de plomo, está con
goznes y mide cuarenta y dos centímetros de largo, veinte y
uno de profundidad y veinte y medio de ancho; conteniendo
las inscripciones siguientes : en la parte exterior de la tapa
D. de la A. P" A*®. — En la cabeza izquierda C. — En el cos-
tado delantero C. — En la cabeza derecha A. — Levantada la
tapa se encontró' en la parte interior de la misma en carac-
teres góticos alemanes cincelada la inscripción siguiente:
ni*" y ES*° Varón Dn CristÓVal Colon, y aentro de la refe-
rida caja los restos humanos que examinados por el Licen-
ciado en Medicina Don Marcos Antonio Gómez , asistido por
el de igual clase, Señor Don José de Jesús Brenes, resultan
ser: Un fémur deteriorado en la parte superior del cuello o'
sea entre el gran trocánter y su cabeza. Un peroné en su
estado natural. Un radio también completo. Una clavícula
completa. Un cubito. Cinco costillas completas y tres incom-
pletas. El hueso sacro en mal estado. El coxis. Dos vértebras
lumbares. Una cervical y tres dorsales. Dos calcáneos. Un
hueso del metacarpo. Otro del metatarso. Un fragmento del
frontal o' coronal, conteniendo la mitad de una cavidad
orbitaria. Un tercio medio de la tibia. Dos fragmentos más
de tibia. Dos astrágalos. Una cabeza de homo'plato. Un
fragmento de la mandíbula inferior. Media cabeza de húmero,
constituyendo el todo trece fragmentos pequeños y veinte y
ocho grandes, y existiendo otros reducidos á polvo.
Además se encontró' una bala de plomo del peso de una
onza poco más o' menos y dos pequeños tornillos de la
misma caja.
Terminado el examen de que se ha hecho mención, las
autoridades eclesiásticas, civiles y el Ilustre Ayuntamiento,
determinaron cerrarla y sellarla con los sellos respectivos y
depositarla en el santuario de Regina Angelorum, bajo la
responsabilidad del referido Señor Cano'nigo Penitenciario
Don Francisco Javier Billini , hasta que otra cosa se deter-
mine; procediéndose en seguida á poner dichos sellos por Su
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CRISTÓBAL COLON
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Señoría Ilustrísima, los Señores Ministros, los Señores Co'n-
sules y los infrascritos Notarios ; y en última , determinaron
llevar dicha caja á la mencionada Iglesia Regina Angelorum
triunfalmente acompañada de las tropas veteranas de la
capital, baterías de Artillería, música y cuanto podia dar
realce y esplendor á tan solemne acto, para lo que se hallaba
preparada la población como se notaba del gran gentío que
llenaba el templo y la plaza de la Catedral, de lo que damos
fé, lo mismo que, de haber sido firmada la presente por los
señores que arriba se expresan y otras personas notables.
gg Fray Roque Cocchia, de la Orden de Capuchinos,
Obispo de Orope, Delegado Aposto'lico de Santo Domingo,
Haití y Venezuela, Vicario Aposto'lico de Santo Domingo.
— P. Fray Bernardino d' Emilia, Capuchino, Secretario del
Excelentísimo Delegado y Vicario Aposto'lico. — Francisco X.
Billini. — Eliseo J'andoli, teniente cura de la Catedral. —
Marcos A. Cahral, Ministro de Estado en los despachos de lo
Interior y Policía. — Felipe Dávila FernandeT^ de Castro, Wi-
nistro de Estado en los despachos de Relaciones Exteriores.
— Joaquín Montolio, Ministro de Justicia é Instrucción Pú-
blica.— M. A. Cáceres, Ministro de Estado en los despachos
de Hacienda y Comercio. — Valentín Ramire-^ Bae^, Ministro
de Guerra y Marina. — Braulio AlvarcT^, Gobernador de la
Provincia. — Pedro Marta Gautier, Secretario. — Juan de la
CruT^Alfonseca, Presidente del Ayuntamiento. — Regidores,
Félix Bae^. — Juan Bautista Paradas. — Manuel María Cahral. —
P. Mota. — José María Bonetty. — Francisco Ungria Chala, Co-
mandante de Armas. — Félix Mariano Lluveres, Presidente de
la Cámara Legislativa. — Francisco Javier Machado, Diputado
á la misma Cámara. — José Manuel Echcverry, Co'nsul de
S. M. Cato'lica el Rey de España. — Ltiigi Camhiaso, R. Con-
solé de S. M. il Re d'Italia. — Miguel Pou, Dir Konsol des
Deutscher Reiches. — Paul Jones, United States Co'nsul. —
D. Goen, British Vice-Consul. — /. M. Leyba, Co'nsul Neerlan-
dés.— ^. ^ubin Defougerais, Vice-Co'nsul de France. — Jesús
APÉNDICES
8o I
María Castillo, Ingeniero civil. — El Licenciado en medicina y
cirugía, M. Antonio Gomei. — El Licenciado en medicina y
cirugía, /. /. Brenes. — El Sacristán mayor, Jesús M. Troncoso.
— A. Licairac. — M. M. Santamaría. — Domingo Rodrigue^. —
Manuel de Jesús García. — Enrique Peynado. — Federico Polanco.
— Lugar dis Olivo. — P. Mr. Consuegra. — Eugenio Marchena. —
Valentín Ramire^, hijo. — F. Per domo. — Joaquín Ramire\ Mora-
les. — Amable Damiron. — Jayme Ratto. — Pedro N. Polanco,
Notario público. — Leonardo Del Monte y Aponte, Notario
público. — Mariano Montolio, Notario público.
NUMERO 2
NOS D. FR. ROQUE COCCHÍA
De la Urden de Capuchinos Provincial Emérito, y de las Misiones
Extranjeras de la misma Urden Ex-procurador General,
por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica,
OBISPO DE OROPE
Delegado de la Santa Sede cerca de las Repúblicas de Santo Domingo,
Haití y Venezuela y en esta Arquidiócesis
VICARIO APOSTÓLICO
Al Venerable Clero y á los fieles de la misma
Arquidiócesis salud y paz en el Señor
Un grande acontecimiento ha venido á coronar de la
manera más espléndida aquella suma de afectos, que tuvo
siempre para esta tierra predilecta, y manifestó hasta en su
última voluntad, el descubridor del Nuevo Mundo, Cris-
tóbal Colo'n ^
• « Su verdadero apellido es Colombo, latinizado por él en sus primeras
cartas Columbus. El Almirante es no obstante mas conocido en la historia
española por el nombre de Cristóbal Colon, con el cual se presentó en España.
Según refiere su hijo, hizo esta alteración, para que no se confundiesen sus
descendientes con los de los ramos colaterales de la misma familia, para lo cual
acudió al que se suponía origen romano de su nombre Colonus, y le abrevió
en Colon, acomodándole á la lengua española.» Irving, «Vida y Viajes de
¿ri^^tóbal Colon,» lib. i, cap. i. En Italia no es conocido sino bajo el nombre
de Colombo.
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Cristóbal Colón, t, ii. -ioi.
802
CRISTÓBAL COLÓN
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Italiano, misto de genio y de talento, de reflexión 5^ de
entusiasmo, de cálculo y de poesía, que fué en él, como en
sus contemporáneos Miguel Ángel y Galileo, la más sublime
expresión del carácter nacional ; mostró' muy temprano una
pasión por la geografía, 3^ á la par que se educaba en la
Universidad de Pavía, la grande escuela lombarda, donde á
las letras unió' las ciencias, según lo permitía el siglo,
prefiriendo la náutica; á la par que se distinguía capita-
neando naves genovesas y napolitanas, reanudo' los hilos de
la antigua escuela itálica relativa á la esferidad de la tierra,
y saco' no un sistema, sino un descubrimiento, que hizo de él
un gigante entre la edad media 57^ la moderna.
La naturaleza puso las bases, dándole un genio vasto é
inventivo, un carácter fogoso y emprendedor. La patria
desarrollo aquellos gérmenes con sus tradiciones, con su
brújula, con su cielo, impeliéndole á las bellas artes; y
educando aquella imaginación ardiente, hizo que él en sus
cartas y diarios, en vez de describir los objetos con la técnica
frialdad de un navegante, pinta las bellezas de la Naturaleza
con el entusiasmo de un artista. La religión lo colmo' todo,
imprimiendo aquella fuerza de fé y de convicción que única
puede arrojar á las mas atrevidas empresas y sostener el
valor en los momentos mas graves y desesperados. «El prin-
cipal rasgo característico de este grande hombre era la fé
viva, ardiente, omnipotente ^))
Con estos propo'sitos, no pudiendo la patria oprimida y
amenazada, no queriendo el Portugal empeñado en los des-
cubrimientos del África Occidental, él se dirijio' á España, y
oponiéndose allí la política, le sostuvo la Religión. El con-
vento de los Franciscos de la Rábida, y el nombre de su
Cantú, Hist. Universal, t. 10, biogr. XIX. Un protestante añade: «Era
devotamente piadoso, se mezcló la religión con todos los sentimientos y accio-
nes de su vida, y brilla en sus mas secretos y menos meditados escritos. La
religión, tan profundamente impregnada en su alma, difundia sobria dignidad y
benigna compostura á su porte.» Irving, lib. 18, cap. 5.
APÉNDICES
803
superior Juan Pérez, han pasado á la historia como bien-
hechores de Colon. Nueva la empresa, muchos y poderosos
sus opositores, empeñados los Reyes Cato'licos en echar á los
Moros de España, pasaron siete años de promesas y repulsas,
y en tantas ansiedades, entre inmortal y visionario, el supe-
rior le abrió' siempre sus brazos y el convento. Colon se
amparaba en él con la confianza de un hermano : él era de la
tercera Orden de San Francisco ^
En fin, el gran proyecto fué aceptado, y Colon el 3 de
Agosto de 1492, después de haberse confesado con el P. Pérez
y recibido con toda la tripulación, se embarco en el Santa
Maña y acompañado del Pinta y del Niña, zarpo del Puerto
de Palos al descubrimiento de una nueva via para las Indias,
en realidad del Nuevo Mundo. — I lo encontró el 12 de
Octubre, tocando antes á Guanahani, que llamo' San Salva-
dor, y en seguida á las Bahamas, Cuba, y finalmente (5 de
Diciembre) esta isla que los indígenas llamaban Haití, los
colonos nombraron Santo Domingo.
Su primer acto fué la toma de posesión, 3^ esta la
escribió' con el antiguo quiro'grafo de la fé cristiana, levan-
tando solemnemente una cruz. ¡Primera semilla de la Reli-
gión en esta isla! - — Después que adelanto' y conoció' mas, le
dio el nombre de Española, acercándola así con preferencia á
la madre patria, y escribió' á los Reyes Cato'licos: «Juro á
VV. MM. que no hay en el mundo todo ni mejor pais, ni
mejores gentes 2.» — Y en otra ocasión: «Espero, Dios
mediante , que Vuestras x\ltezas se resolverán pronto á
enviarnos personas devotas y religiosas para reunir á la
Iglesia tan vastas poblaciones, y que las convertirán á la fé.
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' « De aquí su afición á vestirse de fi-aile cuando llegó á España, se
presentó vestido de fraile. Amenudo vestia de fraile.» Cantú, t. 4, lib. 14, cap, 4.
«Fu al tempo stesso laico di condizione e religioso, per la professione della
regola del terz' ordine di san Francesco, del quale bene spesso vestiva le lañe, e
nei cui umifi conventi si dilettava di riposarsi dalle fatiche e dalle fortune del
niare.» Civilta Cattolica, serie IX, vol. Vil, pág. 690.
* Irving, lib. 4, cap. 8. La isla Española, norte de sus esperanzas. Id,,
lib. 12, cap. I.
^'6-
8o4
CRISTÓBAL COLON
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del mismo modo que destruyeron á los que no querían al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.» Fué este el centro de
sus descubrimientos, como fué la capital de las colonias,
aquí puso la primera fortaleza (La Navidad), aquí dejo los
treinta hombres bajo el mando de Diego de Arana, y de
aquí, como si hubiera llegado al ápice de sus deseos, reco^
rrida la isla desde San Nicolás hasta Samaná , marcho' á
España para anunciar al viejo mundo el descubrimiento del
nuevo.
Otros tres viajes hizo él de Europa á las Antillas, y
siempre puso á la cabeza de sus cuidados la Española. — En
el primero, ayudado por sus hermanos el pacífico Diego y el
enérgico Bartolomé, reorganizo' la Colonia que encontró'
destruida: fundo' la Isabela, primera ciudad cristiana en el
Nuevo Mundo, en la cual trece eclesiásticos celebraron la
primera misa en la Epifanía de 1494: esploro' el Cibao hasta
la Vega, dejando el gran monumento del Santo Cerro ';
envió' á otros hasta las bocas del Ozama: hízose amigo de
Guacanagari, Cacique de Marien: sometió' Guarionex, Ca-
cique de Magua: capturo al terrible Caonabo, Cacique de
Maguana: y á su hermano Maniocatez, poniendo en fuga al
' «Cristoforo avea piantata una croce nella collina cliamata Santo Cerro
air imboceatura della gran valle della Immacolata Concezione (della Vega) e
di tan te che álzate ne avea, quest' era la sua prediletta. Ai piedi di questa,
novello Mosé, aveva impetrata la famosa vittoria che riportaron i suoi in quella
valle, combattendo uno contro cinquecento indigeni. E sovente saliva colassú
á pregare, e la sera vi radunava intorno le milizie, a farvi orazione ed a cantarvi
inni e precci tolte dalla sacra liturgia. Questa croce acquistó venerazione in
tutto il paese, a presto ai suoi piedi si operarono miracoli. I pellegrini comincia-
rono á concorrervi in folla; e si notó che per quanto la divozione dei fedeli
tagliasse di quel suo legno giá inaridito, pur sempre lo rifaceva con una vegeta-
zione portentosa. Le reliquie di questo legno apportavano salute, e le grezie che
se ne ottenevano erano senza número. La fama di questa croce passó in Ispagna.
Cario V mandó preziose gemme perché ne fosse adorna, e Filippo II le fé
erigere una suntuosa cappella nella cattedrale, in cui dispose che si coUocasse
chiusa entro una stupenda teca di filigrana. — Sebbene spogliato della croce, il
Santo Cerro seguitó ad essere un luogo frecuentatissimo dai pellegrini, cosí
che fu necessario erigervi un convento ái Francescani, che sodisfacesero col loro
ministerio alia pietá delle turbe di fedeli che vi accorreano.» — Civiltá Cattolica,
ser. IX, vol. VII, p. 703. Da Roselly de Lorgues, « L'Ambassadeur de Dieu et
le Pape Pie IX.» Paris 1874.
APÉNDICES
805
cuñado Behechio y á la mujer Anacaona; puso fortalezas en
las montañas del Cibao y en las márgenes del Yaque : rodeo'
la isla, al mismo tiempo que reconoció á Cuba y descubrió'
á Jamaica , y después de casi dos años y medio paso' de la
Isabela á Europa, dejando en su lugar á Bartolomé en
cualidad de Adelantado; el cual poco después, por su orden,
fundo' la Ciudad de Santo Domingo (4 de Agosto 149Ó).
En el segundo, llegado á esta Capital, después de haber
descubierto la isla de la Trinidad y el golfo de Paria,
ensancho' en dos años lo que habia hecho, calmando motines
y ganando rencores, hasta recibir el honor reservado á todos
los grandes bienhechores de la humanidad, la ingratitud: la
que le cargo' de cadenas y le echó á través de aquel Atlántico
que él mismo habia abierto á la Europa. El grande hombre
supo cuanto vallan aquellas cadenas, guardándolas siempre
«colgadas en su gabinete, y quiso que fuesen sepultadas con
él ^)) Era envidia contra su persona, pero quedaron sus
ideas así como su afecto para esta isla. Bobadilla y Ovando
no mandaron sino desde Santo Domingo, y esta quedó cabeza
de las Colonias hasta el descubrimiento de Méjico, así como
fué hasta ayer la capital de las Antillas, prueba la silla
episcopal que hubo, la primera en América, en 1511, elevada
á Metrópoli primacial en 1547.
Aquella ingratitud no le abatió, el amor le determinó á
un otro viaje, y en este la misma preferencia le trajo direc-
tamente á esta Capital. La vieja oposición le rechazó, y él
vagando y descubriendo á Honduras, Mosquitos, Costa-Rica,
se consolaba, con estas palabras, que dijo haber oido en una
nocturna visión : (( j Oh estulto y tardo á creer y á servir á
* Cantú, t. 4, lib. 14, cap. 4. — Uno de sus criados «un triste y desver-
gonzado cocinero, le remachó los hierros con tanta prontitud y ahinco, como si
le estuviese sirviendo escogidas y sabrosas viandas. Yo conocia al tal, y creo se
llamaba Espinosa. » Cuando Alonzo de Villezo, que debia conducirle á España,
entró en la cárcel: Villezo, le preguntó tristemente, ¿á donde me conducís? —
A embarcarse, Excmo. Señor. — A embarcarse! repitió vivamente el Almirante.
Villezo, hablas formalmente? — Lo mas formal del mundo, os lo juro, Excelen-
tísimo Señor. Las Casas creyó que era para conducirlo al patíbulo.
8o6
CRISTÓBAL COLON
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))tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él mas por Moisés o' por
«David su siervo? Des que naciste, siempre él tuvo de tí
«muy grande cargo. Cuando te vio' en edad de que él fué
«contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la
«tierra. Las Indias que son parte del mundo, tan ricas, te
«las dio por tuyas; tú las repartistes adonde te plugo y dio'
«poder para ello. De los atamientos de la Mar Océana, que
«estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio' las llaves;
«y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos
«cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo del más alto pueblo
«de Israel, cuando le saco de Egipto? ¿Ni por David que
«de pastor hizo Rey en Judea? To'rnate á él, y conoce ya tu
«yerro: su misericordia es infinita: tu vejez no impedirá á
»toda cosa grande: muchas heredades tiene él grandísimas.
«Abrahan pasaba de cien años, cuando engendro' á Isaac, ni
«Sara era moza. Tú llamas por socorro incierto: responde
«¿quién te ha aflijido tanto y tantas veces, Dios o' el mundo?
«Los privilegios y promesas que da Dios no las quebranta,
«ni dice después de haber recibido el servicio, que su inten-
«cion no era, y que se entiende de otra manera, ni da mar-
« tirios por dar color á la fuerza: él va al pié de la letra:,
«todo lo que él promete cumple con acrecentamiento: ¿esto
«es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha hecho por tí y
«hace con. todos. Ahora medio muestra el galardón de estos
«afanes y peligros que has pasado sirviendo á otros. No
« temas , confia ; todas estas tribulaciones están escritas en
«piedra mármol, y no sin causa. « El anadia: Yo vine á
«servir de veintiocho años, y ahora no tengo cabello en
«mi persona que no sea cano, y el cuerpo enfermo, y gastado
«cuanto me quedo' de aquellos, y me fué tomado y vendido,
«y á mis hermanos fasta el sayo, sin ser oido ni visto, con
«gran deshonor mió. En el temporal no tengo solamente
«una blanca para la oferta: en el espiritual he parado aquí
«en las Indias de la forma que está dicho; aislado en esta
«pena, enfermo, aguardando cada dia por la muerte, y
APÉNDICES
807
» cercado de un cuento de salvages y llenos de crueldad y
«enemigos nuestros, y tan apartado de los- Santos Sacra-
))mentos de la Santa Iglesia, que se olvira de esta ánima si
))se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad,
«verdad y justicia '.o Sin embargo, él logro' ver por última
vez á Santo Domingo, y fué de aquí que salid definitiva-
mente para Europa.
Enfermo allá en España, abrumado, él no olvidaba á
su predilecta Española, y lamentaba cerca del Rey: «Desde
«que he dejado la isla, se que han muerto las cinco sextas
«partes de los naturales por bárbaros tratamientos o' por
«cruel inhumanidad, algunos bajo el hierro, otros á fuerza de
«golpes, muchos de hambre, la mayor parte en los montes
«o' en las cavernas, adonde se hablan retirado por no poder
«tolerar los trabajos que se les imponían. « Mas la mayor
prueba de su viejo afecto la dio en su testamento, en el cual
ordenaba á su hijo Diego ú otro heredero «que mande hacer
«una iglesia, que se intitule Santa Maria de la Concepción,
» en la isla Española, en el lugar mas ido'neo, y tenga un
«hospital el mejor ordenado que se pueda, así como hay
«otros en Castilla y en Italia, y se ordene una capilla en
«que se digan misas por mi ánima y de nuestros antecesores
«y sucesores con mucha devoción: que placerá á nuestro
«Señor de nos dar tanta renta, que todo se podrá cumplir
«lo que arriba dije. ítem, mando al dicho D. Diego, mi
«hijo, o' á quien heredare el Mayorazgo, trabaje de mantener
«y sostener en la isla Española cuatro buenos maestros en
«la santa teología, con intención y estudio de trabajar y
« ordenar que se trabaje de convertir á nuestra santa fé todos
«estos pueblos de las Indias, cuando pluguiere á nuestro
«Señor que la renta de dicho Mayorazgo sea crecida, que
«así crezca de maestros y personas devotas, y trabaje
«para tornar estas gentes cristianas, y para esto no haga
n»i
• « Carta rarísima de Colon,» Jamaica á 7 de julio de 1503.
m'
8o8
CRISTÓBAL COLON
iff¥Il
«dolor de gastar todo lo que fuere menester; y en conme-
))moracion de lo que yo digo, y de todo lo sobrescrito, hará
»un bulto de piedra de mármol en la dicha iglesia de la
» Concepción, en el lugar mas público, porque traiga de
«continuo memoria esto que yo digo al dicho D. Diego, y
)) á todas las otras personas que le vieren , en el cual bulto
)) estará un letrero que dirá esto ^ »
A este testamento sucedieron varios codicilos, en el
último de los cuales, escrito en el borde del sepulcro, preci-
sando él su primera disposición, repetia á su hijo: «que
«erijiese una capilla en la isla Española, que Dios maravi-
» liosamente le habia dado, situándola en la Vega y ciudad
)) de la Concepción , adonde se dijesen misas diarias por el
«reposo de su alma, la de su padre, su madre, su esposa y
«de todos los que morian en la fé 2,»
El grande hombre murió' en Valladolid á veinte de
Marzo de 1506, dia de la Ascensión del Señor, y allá,
después de espléndidos funerales en la parroquia de Santa
Maria de la Antigua , sus preciosos restos fueron enterrados
en la Iglesia de los Padres Franciscos. En i^i) á petición del
Consejo de las Indias fueron trasladados á Sevilla, y depositados
en la de Santa Ana, pertenecientes á los Cartujos de las
Cuevas. Finalmente, en 1536, sea que esta fuera su volun-
tad, sea" que no habia para él tumba mas digna del Mundo
que él habia descubierto, aquellas venerandas reliquias
fueron nuevamente extraidas, trasladadas á Santo Domingo
y aquí inhumadas en el presbiterio de la Catedral. — La
humana ingratitud no supo encontrar un pedazo de piedra
para grabar su nombre é indicar aquella tumba.
Esta pues quedo' oscura, ignorada por mas de dos siglos
y medio, hasta que en 1795 debiendo la España ceder á
Francia lo que poseia en esta isla por el tratado de Basilea,
Ap. Irving, Apéndice.
Irving, lib. 18, cap. 4.
APÉNDICES
809
se pusieron de acuerdo D. Gabriel de Aristizabal, Teniente
General de la Real Armada, D. Joaquín García, Mariscal de
Campo y Gobernador de la Colonia, y D. Fr. Fernando
Portillo y Torres, Arzobispo de esta Arquidio'cesis, para
exhumar otra vez las reliquias del gran Genoves y trasla-
darlas á Cuba. — El acto nacia de afecto, de gratitud, y sin
embargo la historia lo considero' como un nuevo disturbio de
la paz que aquel grande hombre debia gozar á lo menos en
la tumba ^ Pero no: la Providencia hizo justicia á esta
tierra de las predilecciones de Colon, y pareció' repetir
aquellas antiguas palabras: Dejadle, ninguno mueva sus
huesos-I quedaron intactos los huesos de él ^. Y estas otras al
ilustre difunto: Enterrado, dormirás seguro. Reposarás, y no
habrá quien te moleste 3.
El acta de aquella operación redactado por D. José
Francisco Hidalgo, escribano de Cámara de la Real Audien-
cia, refiere el hecho así: «En el dia veinte de Diciembre del
mismo año de mil setecientos noventa y cinco, estando en la
Santa Iglesia Catedral el comisionado D. Gregorio Saviñon,
rejidor perpetuo, decano del muy ilustre Ayuntamiento de
la ciudad de Santo Domingo, con asistencia del Ilustrí-
simo y Rmo. D. Francisco Fernando Portillo y Torres,
Arzobispo de aquella Metro'poli, del Excmo. Sr. D. Gabriel
Aristizabal, teniente general de la real armada, de D. An-
tonio Canzi, Brigadier y teniente rey de aquella plaza, de
D. Antonio Barba, mariscal de campo y comandante de
ingenieros, de D. Ignacio de la Rocha, teniente coronel y
sargento mayor de la misma, y de otras personas de grado
y de consideración , se abrió' una bo'veda que estaba sobre el
presbiterio al lado del Evangelio, pared principal y peana
del altar mayor, que tiene como una vara cúbica, y en ella
se encontraron unas planchas como de tercia de largo de
' Irving, lib. 18, cap. 4.
» 4RegXXIII, 18.
» Job, XI, 18, 19.
Cristóbal Colón, t. ii.— 102.
8io
CRISTÓBAL COLÓN
í5^
"í^
plomo, indicante de haber habido caja de dicho metal, y
pedazos de huesos de canillas y otras varias partes de algún
%)H^'l<^X difunto, que se recogieron en una salvilla, y toda la tierra
que con ellos habia , que por los fragmentos con que estaba
mezclada se conocía ser despojos de aquel cadáver, y todo se
introdujo en una caja de plomo dorada, con su cerradura de
hierro, la cual cerrada, se entrego' la llave al Sr. Arzo-
bispo ^)) I fué esta la caja que embarcada con pompa en El
Descubridor^ fué trasportada hasta la bahia de Ocoa, y de
allá por el San Lorenzo á la Habana.
Aquella caja salió', pero quedo' en Santo Domingo la
tradición de que los restos de Colon no hablan salido del
lugar donde estaban. I en A^erdad dicho documento, el mas
auténtico que puede haber, dice que solo se encontraron
«unas planchas de plomo, indicante de haber habido caja
del mismo metal y pedazos de huesos de canillas y otras
varias partes de algún difunto ; » pero ni un nombre , ni una
letra, ni una señal cualquiera en aquellos fragmentos de
plomo, que indicasen á quién pertenecían dichos restos. Quizá
la prisa, quizá la poca crítica, ciertamente cualquiera otro
acostumbrado á la meditación histo'rica, encuentra estraño
que una comisión tan seria, al abrir brevemente una bóveda
y encontrar nada más que algunos fragmentos de plomo y
de un cuerpo humano, los acepto' sin otra observación como
restos de Colon y los remitid á Cuba.
Apoyado pues, en la futileza del documento y en la
vaga tradición arriba indicada. Nos, como italiano y como
Jefe de esta Arquidio'cesis , tuvimos siempre intención de
hacer á su tiempo las averiguaciones necesarias. . Por consi-
'4«/fc i guíente, habiéndose procedido á la composición de la Cate-
dral; y quitado el piso, como se encontró' á la izquierda del
presbiterio una cajita de plomo con restos de un cadáver y
' El Noticioso de Ambos Mundos, New- York, Marzo 19 de 1836. De Na-
varrete. Colección de documentos concernientes al Almirante Colon.
APÉNDICES
8ii
esta inscripción: El Almirante Don Luis Colon, Duque de
Veraguas, Marqués de (Jamaica;) ' dimos o'rclen á nuestro
Penitenciario el Señor Cano'nigo Hon. D. Francisco X.
Billini , Cura actual de la santa Iglesia Catedral y encargado
de dichos trabajos, para practicar averiguaciones á la derecha
del presbiterio, y justamente en el lugar del trono episcopal, que
la tradición designaba como tumba del gran Colon. El sábado
ocho de los corrientes dia de la Natividad de la Sma. Virgen,
dicho Señor Penitenciario vino á imponernos de que se
habia encontrado á un metro del muro, enfrente de la puerta
que conduce á la Sala Capitular, una bo'veda con restos
humanos adornados de galones. No hicimos caso, los dos,
puesto que no habia ninguna inscripción y los galones indi-
caban que era un oficial quien habia sido enterrado con su
uniforme, no los huesos de Colon, que como tales no admi-
tían galones. Al momento en que escribimos, la bo'veda está
abierta, y esto prueba que en el presbiterio se enterraban
personajes más o menos importantes, sin nombre, sin otra
indicación; y fué sin duda uno de ellos lo que la comisión
encontró' en 1795, y trasladado con pompa, todavía conserva
en la Catedral de la Habana.
Con nuestro permiso se trabajo' parte del domingo, y el
lunes (dia 10) por la mañana. Nos aviso' nuevamente el
Señor Penitenciario que en el lugar indicado se habia encon-
trado un nicho, dentro del cual se v«ia una caja de metal,
que seguramente contenia los restos de algún difunto. A tal
noticia Nos trasladamos prontamente á la Catedral, y en
presencia de algunos encontramos el nicho pegado al muro
principal, á la derecha, pero algo lejos del altar mayor. —
Por un hoyo, el único que estaba abierto, alcanzamos á ver
la caja, la vieron los presentes, y en la casi seguridad que
/"^^-^
'r?Á
m.
^». \
te:
• Nieto de Colon, el cual viendo que los derechos de su abuelo eran
fuentes de vejaciones , renunció á los mismos por la asignación anual de mil
doblones y los títulos de duque de Veraguas y marqués de Jamaica
/<^^^ /h'/M/M/y/z/MM
8l2
CRISTÓBAL COLON
podían ser los restos anhelados, ordenamos que se deja-
ran las cosas como estaban, y salidos todos se cerraron
las puertas, á ñn de hacer el reconocimiento en toda
regla.
A tal efecto mandamos formales invitaciones á S. E. el
Presidente de la República, al Señor Ministro de lo Interior,
al Señor Presidente del Honorable Ayuntamiento 3^ al Cuerj^o
Diplomático Consular, indicando las cuatro y media p. m.
del mismo dia. En cuya hora, impedido por enfermedad
S. E. el Presidente de la República, concurrieron en su tota-
lidad el Excmo. Ministerio, el honorable Ayuntamiento, el
Cuerpo Diplomático Consular, nuestro Secretario, el Señor
Penitenciario, el teniente Cura de la Catedral, el Señor
Gobernador de la Provincia, otras autoridades civiles y
militares, dos médicos, tres notarios, las personas mas
importantes de la Capital y un inmenso jentío que, abiertas
las puertas. Heno prontamente el vasto templo. En presencia,
pues, de un concurso tan respetable, dimos principio al reco-
nocimiento, refiriendo en breve el origen y resultado de las
investigaciones hasta la última de la misma mañana. Acto
continuo se levanto' una piedra para dar salida á la caja,
que tomamos en nuestras manos y pusimos sobre una mesa
en el medio del presbiterio, invitando á los Señores Ministros,
á los miembros del honorable Ayuntamiento, al Cuerpo
Diplomático Consular,. á los notarios y á las otras personas
importantes para que averiguaran el todo. Ento'nces se vio
que la caja, bien conservada, era de plomo y tenia 42 centí-
metros de largo, 20 7= de ancho y 21 de profundidad: se
vio' un letrero en la tapa, fuera y dentro, y alrededor. — Se
vieron dentro muchos restos y bien conservados , entre los
cuales una bala de plomo '. Limpiado el letrero, se leyó' en
' £/i la cosía de Veraguas se abrió su herida. Cantú, t. 10, biog. XIX.
¿Se refiere á esta bala? De las cadenas no se ha encontrado nada. Era un título
(le infamia para sus opresores, y en esto, como en muchas otras cosas, no se
cumplió con la voluntad del oprimido.
APÉNDICES
813
la parte interior de la tapa: Illtre. y Es.io. Varón — Dn Cristó-
val Colon. — En la parte superior: D. de la A. Per. Ate.=
Alrededor: C. C. A. = ha. inscripción, pues, decia claro:
Ilustre y Esclarecido Varón D. Cristóbal Colon, Descubridor de
la América, Primer Almirante.^Y mas brevemente: Cristóbal
Colon Almirante. =1^0.5 reliquias del grande hombre estaban
en nuestras manos, ¿quién podia pues contener nuestra
emoción al declarar en alta voz que aquellos eran los restos
del inmortal Colon? Estuvimos al punto de exclamar: Gómate,
ó Santo DomingoUÍ El hombre que te descubrió y te amó con
preferencia no ha salido de tu seno, él ha sido y será contigo. =
Gómate tú también, ó Italia!!! Ha como resucitado uno de los
mas grandes de tus hijos. Tú eres en tal ocasión afectuosamente
representada. — La conmoción fué general , los gritos del
pueblo se levantaron de todas partes, las campanas dieron
feliz anuncio á la ciudad, el cañón contesto' ruidosamente al
fausto acontecimiento.
En seguida se vino al reconocimiento y numeración de
los restos por los dos médicos, y á la vez al instrumento por
los tres notarios, firmado por Nos y por todas las autoridades.
Los restos con su caja de plomo fueron colocados en otra
caja, y está cerrada con llave, que queda en nuestras manos,
fué sellada con nuestro sello y con los del Excmo. Ministerio,
del Honorable Ayuntamiento y del Cuerpo Diplomático
Consular. Finalmente siendo las ocho y media de la noche,
se improviso una imponente procesión, que acompaño con
Nos á la Iglesia de Regina Angelorum (donde estarán hasta
concluirse los trabajos de la Catedral) los restos mortales del
mas grande hombre de la edad moderna.
Tardía justicia! pero muy á propo'sito. Han pasado casi
cuatro siglos, y la grande epopeya de Colon todavía no ha
encontrado su Homero. Los Lusitanos, menos importantes,
tuvieron su Camoens. ¡Quién sabe si no se levanta ahora'
¡Quién sabe si mientras que prelados y laicos emplean sus
cuidados 3^ sus plumas para ver introducida la Causa de
8i4
CRISTÓBAL COLON
este insigne Varón cerca de la Santa Sede, la Providencia
ha permitido oportunamente el descubrimiento de sus re-
liquias !
Por nuestra parte, llamando todos á gozar del mismo
nuestro júbilo, mandamos á los Señores Curas un repique
general de campanas al arribo de la presente y que canten
en el Domingo á su recibo (en esta Capital el dia de las
Mercedes) un Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso,
que será repetido todos los años el diez de Setiembre, dia
desde ahora memorable en los fastos de esta República, por
el descubrimiento de tan precioso tesoro.
Dadas en nuestro Palacio Arzobispal de Santo Domingo,
firmadas, selladas y refrendadas en forma el 14 de Setiem-
bre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 1877.
f Fr. roque Obispo
DELEGADO Y VICARIO APOSTÓLICO.
L. fS. ^
Por mandado de S. S. lUma. y Rma.
P. Fr. Bernardino d'Emilia,
Capuchino, Secretario.
VI
En el capítulo IV de las Historias, atribuidas á Don
Fernando Colon, se contiene una carta que el autor nos dice
haber sido dirijida por Cristoval Colon al Rey de Castilla
desde la Española, en Junio de 1495. Esta carta no se
encuentra en ninguna otra obra; y el testo español, si en
efecto ha existido, no ha podido encontrarse todavía en
Simancas, en Sevilla, ni en los archivos del Duque de Ve-
raguas, ni en otra parte.
Hé aquí la traducción literal de ese documento, curioso
por tantos conceptos:
APÉNDICES
815
«El Rey Renato ' que Dios ha llamado á sí, me envió'
á Túnez para que me apoderase de la galeaza La Fernandina.
Cuando llegué cerca de la isla de S. Pedro, en Cerdeña, me
informaron de que la galeaza iba custodiada por dos bajeles
y una carraca. Esta noticia turbo de tal manera á mi jente,
que tomaron su resolución, no solamente de no ir mas allá,
sino de volverse á Marsella en busca de refuerzos. Viendo
que no era posible hacerles variar de pensamiento, finjí
ceder, y volviendo la aguja de la brújula, por la tarde hize
desplegar velas; y al dia siguiente al salir el sol nos encon-
tramos dentro del cabo de Cartajena, cuando todos creian
que caminábamos hacia Marsella.»
El «Rey Renato» de que aquí se hace mención, no
puede ser otro que Renato de Anjou, Conde de Provenza.
Renato, por muerte de su hermano Luis III, re}^ de
Sicilia, y en virtud del testamento de Juan II, habia here-
dado el reino de Ñapóles,
En Abril de 1437 se embarco' en Marsella, hizo escala
en Genova y fué á desembarcar en Ñapóles. Después de
haberlo tenido sitiado en 1438 y en 1441, Alfonso V de Ara-
gón lo arrojo de allí eñ 2 de Junio de 1442.
En esta primera guerra , tuvo Renato por auxiliares á
los Genoveses; pero Cristoval Colon no pudo estar entre
ellos, puesto que de 1438-42, si es que habia nacido ya,
estaba todavía en pañales o' poco menos,
A la muerte de Alfonso V, Renato se apresuro á dar
o'rdenes á Nicolás Brancas, su embajador en Roma, para
* «A me auuenne, che'l Ré Reinel, il quale Dio ha appresso di se, mi
mando a Tunigi, perch'io prendessi la galeazza Fernandina; et, giunto presso
all isola di San Pietro in Sardigna, mi fu detto, che erano con detta galeazza
due naui et una Carraca, per laqual cosa si turbó la gente,- che era meco, et de-
liberarono di non passar piú innanzi; ma di tornare indietro a Marsiglia per un'
altra ñaue, et piú gente. Et io, vedendo, che non poteua senza alcuna arte
sforzar la lor volontá concessi loro quel, che voleuano; et, mutando la punta del
bussolo, feci spiegar le vele al vento, essendo giá sera: et il di seguente all'appa-
rir del Solé ci ritrouammo dentro al capo di Cartagena, credendo tutti per cosa
certa, che a Marsiglia n'andassimo.» (Historie,/. 8, verso).
' V' '?i ^-:v
8i6
CRISTÓBAL COLON
r^
que reclamase la investidura del reino de Ñapóles. Ca-
lixto III respondió' con una Bula ^ en que declaraba que el
Reino habia vuelto á la Iglesia ; pero su sucesor Pió II hizo
un tratado con Fernando, hijo natural y heredero de Al-
fonso, y le dio' la investidura en lo de Noviembre de 1458.
En la primavera de 1459, Renato animado por las
solicitudes y promesas de la nobleza napolitana, armo' una
expedición para apoderarse del reino. A las doce galeras
que envió' desde Marsella para que se pusieran al mando de
Juan de Anjou, Duque de Calabria, su hijo, los genoveses,
muy adictos á aquel jo'ven Príncipe, añadieron diez galeras
y tres bajeles grandes, que partieron de Genova el 4 de
Octubre de 1459 ^, á pesar de la oposición del Dux Fre-
goso 3.
Deepues de una campaña de dos años, los genoveses,
cansados de las exijencias de Carlos VII, su señor 4^ se insu-
rreccionaron contra los franceses y el partido anjevino , lo
arrojaron de Genova, después de haber asesinado gran
número de ellos, el 9 de Marzo de 1461, y el 17 de Julio
siguiente los expulsaron de la fortaleza de Castelleto, que
era su último refugio 5. Renato, enemigo desde entonces de
los genoveses, se acojio' inmediatamente á los puertos de la
Provenza, porque aquel descalabro le privaba de sus auxi-
liares y de la flota de Genova ^. Desanimado por aquel gran
revés, renuncio' para siempre á la guerra, y «rien ne put
))dans la suite le faire departir de cette resolution 7.»
::>-;V
* Bula de 12 de Julio de 1458.
* Sismondi, Histoire des franjáis, tomo XIV, pág. 42.. >
' De Villeneuve — Bargemont, Histoire de Rene d' Anjou, tomo II.
'* Interviniendo en Inglaterra en la guerra de las dos Rosas, Carlos habia
exijido de los genoveses el envío de una flota en socorro de Margarita d'Anjou
contra el partido de Yorck.
' Giustiniani. — Annali, Genova, 1537, in fol. libro V, fol. 214. — Ub Fo-
lietce Genuensis Historia.— Genova, 1585, in fol. libro XI, fol. 239.
Sismondi. — Historia de las Repúblicas italianas, edición de 1840,
tomo VI, páj. 353.
Arte de comprobar las fechas , 1874, in folio, tomo II, páj. 444. — En
efecto vemos que cuando en 1464 se trató de recobrar el condado de Niza, sin
APÉNDICES
817
Desde entonces, Renato, abrumado por los reveses y la
tristeza, desdeñando el poder y con desprecio de los tesoros,
lejos de pensar en hacer la guerra por tierra ni por mar, solo
se ocupo' de artes y de literatura, viviendo tranquilo y resig-
nado en Angers, en Nancy, y en Aix.
Seria, pues, precisamente entre Octubre de 1459 y
Julio de 1461, cuando Colon llevo' á cabo la hazaña referida
en las Historias.
Ahora bien, ¿cuál era la edad de Cristoval Colon de
1459 á 1461?
En 1459 Cristoval Colon tenía á lo más once años '.
Supongamos que la empresa delante de Túnez no se
efectuó' sino en el último año de la guerra, necesariamente
antes del 17 de Julio de 14Ó1, dia en que los genoveses
abandonaron el pabellón de Renato de Anjou y se volvieron
decididamente contra él. Colon no podia tener entonces mas
de 15 años ^. Y él que no era ni un Do'ria ni un Grimaldi
sino un pobre aprendiz de tejedor 3 hubiera mandado á esta
edad una galera y ejecutado un plan tan atrevido.
En resumen, la cuestión se reduce á estos términos:
Por o'rden de Renato de Anjou fué por lo que Cristoval
Colon tomara parte en esta espedicion. Es preciso, pues, que
esta o'rden hubiese sido dada en época en que Renato man-
daba todavia espediciones , y demostrar que después de la
embargo de que confinaba con su querida Provenza, Renato se contentó con
formular una simple protesta « porque sus gustos y su edad se oponian á que
emprendiera nuevas espediciones militares.» Papón, según los archivos reales
de Aix. Historia general de Provenza, París, 1778-86 in 4.°, tomo III, páj. 382.
» D'Avezac, Año verdadero del nacimiento de Cristoval Colon. — París,
1873, en 8.°, pájs. 30 y 32.
' Y si nosotros adoptamos la opinión emitida y sustentada por M. O.
Perchel (in Das Aus land, 1866, pájs. 1177, 1181) que el Almirante habia
nacido en 1456, hubiera mandado esta espedicion á la edad de cisneo años!
' Tenemos dos actas auténticas fechas en 20 de Marzo y 26 de Agosto de
1472, en las que Cristoval Colon figura como testigo ó como parte contratante.
Los notarios lo califican de «tratante en lanas.» ¿Le hubieran dado este modesto
título después de haber mandado en Jefe una galera del Rey Renato? (Cf. Co-
rrespondance astronomique du barón de Zach, vol. XIV, p. 555, et Nota di
divirsi documenti , i2)T,ci).
Cristóbal Colón, t. ii.— 103.
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CRISTÓBAL COLON
espulsion de los anjevinos de Genova y de sus asesinatos en
1461, catástrofe que según el parecer de todos los historia-
dores, fué la que determino' á Renato á vivir en el retiro,
hasta su muerte, este venerable anciano saliera de pronto de
él para intentar sin motivo espediciones marítimas, de las
cuales no se encuentran el menor rastro, ni en las historias,
ni en las cro'nicas. ¿Cuáles pudieran ser las razones que lo
impulsaran? La tregua con Juan II de Aragón ' y la muerte
de su hijo el Duque de Calabria ^ lo habia dejado en paz con
todo el mundo, mientras que la pérdida tan reciente de su
hijo menor Juan 3, y de su último hijo Nicolás de Anjou 4,
privándole de herederos naturales le impulsó más en su
indiferencia hacia los bienes del mundo 5. Ciertamente que
irtuat.
' Esta tregua es de fecha 19 de Enero, 1469. Papón, loe. cit., vol. III,
p. 383, cita sacada de los manuscritos Ruffi (His. des conites de Provence. Aix,
1655, in folio, páj. 389) y Bouche (Chorographia, Aix, 1664, vol. II, páj. 468),
hablan también de un tratado de paz hecho por Renato en 1469, con Enrique IV
de Castilla. En cuanto á Fernando, primer Rey de Ñapóles, cuyo nombre
recuerda el de la galeaza. La Fernandina , objeto de este debate, después de un
tratado con Luis XI en 1465, nadie pensaba en molestarlo en ningún sentido.
Así que cuando Guillermo de Casenove , se apoderó de las galeras delante de
Vivero en 1472, le bastó solo una nota para que al Rey de Francia se las resti-
tuyese con una fuerte indemnización. Cf. les Colombo de France et d' Italia,
pájs. 16-85.
* La muerte que le sorprendió en Barcelona, el 16 de Diciembre de 1470,
puso fin á una guerra en la cual habia demostrado un valor y disposiciones
extraordinarias. Papón (loe. cit.). El P. Anselmo fija la época de la muerte de
Juan de Calabria en 27 de Julio 147 1. (Histoire genealogique de la maison de
France, vol. i.°, p. 233); mientras que Bourdigné dice que murió en Nancy el
año 1472, «.aunque hayan querido decir que murió en Barcelona.-^) (Histoire
agregative des analles et cronigcues Danjou, angiers 1529, in fol., f. 177.
' En 1472.
* El 27 de Julio 1473. (Chronique de Metz).
* No es menos cierto que Renato estuvo entonces en la Provenza. Tene-
mos, ciertamente, ima carta suya fechada en Aix el 12 de Diciembre de 1473,
publicada por M. Quatrebarbes (Oeuvres du roi Rene, París, 1845, 1846, in 4.°,
vol. I, p. 46) ; pero esta fecha no debe estar muy distante de la de su llegada á
la Provenza, puesto que las crónicas más inmediatas de aquel tiempo, mani-
fiestan á Renato viviendo retirado hacia muchos años en un castillo de Baugé,
que parece no abandonó hasta después de la toma de Anjou por Luis XI. «El
Rey de í'rancia llegó á Anjou y se apoderó del Ducado El buen rey Renato
estaba entonces en el castillo de Baugé, distante próximamente siete leguas de
Angiers El muy humano y bondadoso rey de Sicilia dejando su ducado de
Anjou en Francia se retiró elijiendo, como lo habia hecho el Emperador
Diocleciano y varios otros príncipes, una vida muy conveniente para gozar de
APÉNDICES
819
no seria entonces cuando hubiese imaginado espediciones
más bien dignas de un corsario jo'ven que de un rey
anciano.
Pero lo más importante que hay que demostrar es co'mo
Cristoval Colon, hijo, nieto y hermano de pobres tejedores ^
tejedor el mismo y cuñado de un tocinero 2, menos de un
año después de haber vivido todavía de su oficio de tejedor,
tenia ya tal reputación de marino, que un príncipe, sobrepo-
niéndose á las preocupaciones de la época, podia confiarle el
mando de una galera real. Seria preciso probar, en fin, que
en una época en la cual el recuerdo de la opresión que habia
sufrido Genova y de la sangrienta revolución que la habia
seguido y todos los genoveses tenian aun presente, Colon,
que amaba tanto su país, lo habia abandonado para servir
bajo las banderas del enemigo de su patria!
;/^'^s:.s¿'
II
La narración del combate delante de Chipre , está
tomada de Bossi , el cual en su Vita di Christoforo Colomho 3,
da el estracto de una carta dirijida al Duque de Milán por
dos ilustres milaneses en 2 de Octubre de 1476, donde se
dice: «que el comandante de la escuadra veneciana que
«defendía á Chipre, habia peleado por dos veces con un
«buque genovés.» Y como el capitán de aquella escuadra
hablaba de su combate contra cierto Colombo, se ha querido
su vejez .... y algún tiempo después este noble príncipe se retiró á la Provenza,
su país.» Je/tan de Bourdigné {[oc. cit., f. 168), et Monstrelet (Chroniques, aans
les additiojis anonymes, París, 1572, in fol., vol. III, p. 177).
* Giacomo, el antecesor, Dominico, el padre, Bartolomé, Diego y Pelle-
grino, los tres hermanos de Cristoval habian sido todos ellos tejedores ó carda-
dores de lana.
* Giacomo Bavarello «pizzicagnolo.» Su mujer, hermana de Cristoval, se
llamaba Nicolasa, si hemos de dar fé á el árbol genealójico hecho en 1654, por
el abate Antonio Colombo. (Cf. Isnardi, Nuovi documenti originali, Genova,
1840, in 8.°), pero en qué consistirá que este sabio eclesiástico omite á Giovani
Pellegrino el segundo de los hijos de Dominico?
' Milán, 1818, in 8.°, p. 122.
.-ra^i-
ÍTíss ♦
^'1
820
CRISTÓBAL COLON
^"T-
V
deducir que existia en aquella fecha un Colon, genovés, que
recorria el Mediterráneo, y que aquel Colon no podia ser
otro sino el futuro descubridor del Nuevo-Mundo.
A merced de investigaciones recientemente hechas , uno
de nuestros amigos ha logrado encontrar en los archivos de
Milán el original de la Carta en cuestión. Hé aquí su tra-
ducción exacta:
';^^jM,
«Llegamos el ló de Agosto (147Ó) á las salinas de
«Chipre, y encontramos en aquel sitio al capitán de la
)) Señoría, que llegado con veinte galeras , cruzaba delante de
))la isla, temiendo al hijo del Rey Fernando, que se decia
))habia llegado allí como aliado (?) del Sultán, y para tomar
))la investidura del Reino de Chipre.»
«Dejando las salinas, recibimos avisos de Chipre, el
))i8 de Agosto, noticiándonos que el capitán habia salido en
«demanda de un barco de muchas toneladas (?) llamado la
íiNave Palavissina, que se decia tripulada por Turcos. En
))Candia fuimos informados por cartas del capitán Piero
))Raimondo de que se habia batido contra aquel buque con
«sus galeras y tres bajeles venecianos, todos armados para
«esta empresa de Chipre, y habiéndolo encontrado le
«habia embestido por dos veces. La primera duro seis horas,
«la segunda ocho. Hubo heridos entre Turcos y Genoveses
«ciento veinte hombres, y por parte de la flota treinta
«muertos y doscientos heridos. Escribe en su carta que ha
«justificado plenamente su conducta, declarando al dicho
«patrón del dicho buque, que á causa de la grande amistad
«y alianza que existia entre la ilustrísima Señoría y él ilus-
«trísimo señor Duque, no tenia intención de apoderarse
« de nada de lo que fuese de su propiedad , exijiendo única-
» mente que le entregase sus enemigos, esto es, los Turcos
«que estaban á bordo, así como los efectos y mercaderias
«que les perteneciesen, hallándose dispuesto además á reem-
«bolsarle los perjuicios. A la cual, él, (el patrón del buque
APÉNDICES
821
ügenovés), respondió que no quería acceder á la petición; que f
))en aquel mismo año habia encontrado por tres veces gale- *
))ras que no le hablan pedido mas que su nombre, y que
» habiendo encontrado también á Colombo con sus bajeles y
«galeras, él (este último) le habia dejado pasar. No habiendo
«podido conseguir otra cosa más que el grito de ¡viva San
» Jorge ! él (el . comandante veneciano) lo habia atacado en-
»tonces
»De la tierra de Otranto, 2 de Octubre 1476.
Antonio Guide Arcimboldo ^
Juan Jacobo Trivulzio.»
A nuestro excelente Señor el Duque de Milán.
T
Esta narración está confirmada por un despacho de
Antonio Loredano dirijido á Andrea Vendramino, en 7 de
Setiembre de 1476 ^i otro del mismo capitán genovés, fecha
de 7 de Octubre siguiente 3; por los detalles que dá Domi-
nico Malipiero 4 y en fin por un despacho oficial todavía
inédito que se conserva en los archivos de Genova 5,
Lo que aparece de esas narraciones es, que si el barco
era verdaderamente genovés, el capitán era un oscuro
marino, aliado y cómplice de los infieles. En ninguna parte
se dice que se llamara Colombo, y menos todavía Cristoval
' A nuestro sabio amigo el Marqués Girolamo de Adda, es á quien debe-
mos el orijinal de esta carta, publicada con otros muchos documentos, que
demuestran que el Colombo de quien aquí se trata era Guillermo de Casenove,
apellidado Coulon, vice-Almirante de Francia bajo Luis XI, en nuestra memoria
titulada: Les Colombo de Frunce et d' Italie, fameux niarins du XV silcle, etc. —
Leida en la Academia de inscripciones y bellas letras en las sesiones de i.° y 15
de Mayo de 1874. — París, in 4.°
* Can tú — / Colombo (Archivo Storico Lombardo, anno I, fase. 3. —
Milano, 1874).
* Loe. cit., pájs. 9-12, de la tirada separada.
* Les Colombo de France et d^ Italie, Doc. XII, páj. 88.
' Archivo di Stato. Togliazzo di Cancellería, ann. 1471-76, núm. 16, apud
C. Desimoni, Rassegna del nuovo libro di Enrico Harrisse. (Giornale Ligustico,
Abril y Mayo de 1875).
^c
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?íip&:^:^v^íí^^
822
CRISTÓBAL COLON
Colon. Su nombre era Pablo Gentile. «Dicta la nave fia
Palavicina) era patronizata per Pollo Zentile ^))
Habia encontrado simplemente «á Colombo con nave é
galera 2, el cual no se habia batido ni delante de Chipre ni
en ninguna otra parte en aquel año. En cuanto á aquel
Colombo, de que hablan las precitadas autoridades como de
un marino conocido de todos, era Guillermo de Casenove,
llamado Coulon o' Colombo, cuya venida al Mediterráneo
estaba indicada á Genova desde el 23 de Mayo de 1476 3.»
' Despacho de Loredano, en Cantú, loe. cit.
* Les Colombo de Frunce et (Tltalie, Doc. XIV", páj. 90.
' Despacho de Genova, die XXIII Maij, 1476, dirijido á Guido Visconti.
-Loe. cit , Doc. X, páj. 87.
ri"
^mr^
APÉNDICES
823
LOS RESTOS
DE CRISTÓBAL COLÓN
ESTÁN EN LA HABANA
DEMOSTRACIÓN
DON JOSÉ MARÍA ASENSIO
PRIMERA PARTE
ANTECEDENTES
'IS¿
No deja de preocupar la atención pública, tanto en
Europa como en las Antillas, y en toda la renombrada
América española , la cuestio'n de averiguar si la caja descu-
bierta en el mes de Septiembre de 1877 en Santo Domingo
contiene los verdaderos restos de Cristóbal Colón, o' si
aquel descubrimiento no fué más que una superchería
piadosa, encaminada á activar una canonizacio'n que se ha
hecho difícil, y á reunir donativos que redundarán, á no
dudar, en beneficio de la Catedral dominicana ^
No es cuestión de amor propio nacional ni particular,
ni es exageración de patriotismo, sino afecto á la verdad,
deseo de que no se pueda falsear la historia, amor á la
justicia, placer de que nunca triunfen los errores, ora nazcají
de la ignorancia, ora procedan del dolo y del engaño.
Porque la cuestio'n en sí sola entraña un interés rela-
'^j
Harrisse. — Zes sepultures de Colomb, París, 1879.
824
CRISTÓBAL COLÓN
%f2i,.
^^^^
T^'-A
tivo; tiene escasa gravedad, y solamente se la han. prestado
las pasiones. Si la consideramos con ánimo libre, lo que
merece respeto, culto, veneracio'n y aún afecto en los grandes
hombres, lo que nos admira y nos enseña, son sus pensa-
mientos, de ninguna manera sus mortales despojos. Los
hombres superiores dejan sus obras para modelos , sus accio-
nes como ejemplos. Esa es la herencia de la posteridad. Sus
cuerpos en poco se diferencian de los del vulgo de las gentes;
y el aprecio de sus restos es una irradiación del que tribu-
tamos á su inteligencia; depende del mérito que les comu-
nica la idea que les animara, la misio'n que cumplieron y
cuyo recuerdo vive en la memoria de todos; brillando como
luz esplendorosa que comunica su reñejo á lo que en los
demás mortales es perecedero y cae en el olvido.
De Cervantes guardamos el Quijote, y no tenemos la
osamenta; la América vale lo que nunca podrían significar
los huesos de Colón.
Hasta algo de providencial se descubre en esa desapa-
rición de los restos de casi todos los hombres superiores,
para que la humanidad rinda el tributo de su admiración á
la parte noble, á la parte inteligente, á lo inmortal, sin
fijarse en lo transitorio. La parte material muere en el
héroe y en el sabio, destinada siempre á seguir la suerte del
vulgo de la humanidad ^ convirtiéndose en podredumbre, en
polvo, en nada, y á desaparecer de la memoria.
Dios rompe el vaso cuando ha derramado su precioso
bálsamo, y deja que los hombres aspiren su fragancia, amen
el ex-ipso, el soplo divino que ayuda al progreso humano,
estudien la marcha, y adoren la inteligencia superior que
sabe dirigirla y guiarla, sin cuidarse de la forma en que
lo hace, sin considerar al operario, que es solamente instru-
' As thus. Alexander died: Alexander was buried: Alexander returned to
dust : the dust is earth ; of earth we niake loam ; and why of that loam whereto
he was converted, might they not stop á beer-barrel? — Shakespeare. — Hamlet.
— Acto V, escena segunda.
APÉNDICES
b25
mentó, medio de que se vale para el adelanto y el bien de la
humanidad, llevándolos á la perfeccio'n...
Sirvan estas consideraciones para indicar la importancia
secundaria, en el terreno histo'rico, de la cuestio'n en que va-
mos á ocuparnos; de gran interés afectivo por la simpatía que
en todos los corazones y en todas las inteligencias despierta
el nombre de Cristóbal Colón, interés que se comunica á
cuanto de lejos o' de cerca le pertenece; pero de relativa y
menor trascendencia. Llevamos por único objeto volver por
los fueros de la Verdad, que según la expresiva alegoría de
los antiguos, siempre el Tiempo la descubre, desnudándola
de los engaños que cual nubes la oscurecen.
II
Podrá parecer, tal vez, que llegamos tarde á la polé-
mica. Esto, sin embargo, nos excusa mucho trabajo; y
todavía no se ha dicho la última palabra sobre cuestio'n tan
debatida, que aun siendo secundaria, como decimos, ha
despertado en alto grado el interés nacional. Y hay razo'n
justísima para ello. Los nombres de Colón y España están
indisolublemente unidos en la historia de la humanidad,
forman un solo timbre de gloria, y no puede tocarse al uno
sin que la otra se conmueva profundamente.
Además, que nunca es tarde, tratándose de rectificar
juicios d de establecer nuevos puntos de vista. Hasta ahora,
desde el erudito autor de la Biblioteca Americana VeiusHssima
hasta la Real Academia de la Historia, todos los que en este
torneo han tomado parte, se han ocupado principalmente en
reunir datos y presentar documentos. El mantenedor ha
rebatido á su manera cuanto le contradice y se opone á su
intencio'n; pero la contienda queda indecisa, y el crítico
siente la necesidad y tiene por obligacio'n la de estudiar,
meditar, compulsar, deducir consecuencias y fijar el hecho
histo'rico con la mayor claridad. Se han sacado los compro-
Cristóbal Colón, t. ii.— 104
826
CRISTÓBAL COLON
¿y^í/S/
JO,
■Qí
bantes; hoy es hora de fundar los argumentos. Tras el
período de la cro'nica el de la dialética , como sucede
siempre.
Pero antes de penetrar en el examen y comenzar la
discusio'n, parece oportuno recordar, siquiera sea con breve-
dad, los antecedentes todos, sintetizar lo que ya se ha hecho;
siendo posible que algún lector de esta Demostración no haya
seguido paso á paso la contienda, y desconozca algo de lo
mucho que sobre Los restos de Colón se ha escrito en España,
en Francia y en América, desde que el descubrimiento anun-
ciado en la isla de Santo Domingo el día lo de Septiembre
de 1877, vino á poner en duda la autenticidad de los que se
llevaron á la Habana en el año 1795, y allí se guardan con
religioso respeto.
Aducidas las pruebas de una y otra parte, se hace nece-
sario el estudio comparativo, sosegado, imparcial, detenido.
De él resultará el convencimiento.
III
■^
El día 20 de Mayo de 1506 falleció' en Valladolid, en
una humilde casa, habitacio'n del marinero Gil García,
donde por accidente se hospedaba, el primer Almirante de
las Indias don Cristóbal Colón.
Sobre el día no puede caber duda de ninguna especie.
Lo consigno' en su testamento don Fernando Colon, hijo
natural del Almirante, en el epitafio que dejo' escrito para
su propia sepultura ' ; y lo fijan además Andrés Bernáldez,
cura de los Palacios, y el obispo Las Casas. Se creyó' que
era día de la Ascensio'n; el señor Colmeiro, en su Informe ^,
ha establecido de una manera irrecusable que falleció' la
* Z>on Fe7-nando Colón, historiador de su padre. — Sevilla, 1871, pági-
nas 126 y 157.
* Informe de la Real Academia de la Historia. — Madrid, Tello, 1879,
pág. 125.
APÉNDICES
827
víspera de aquella festividad , que en el año citado cayo á
21 de Mayo.
Acompañaron á Cristóbal Colón en sus últimos mo-
mentos los religiosos de San Francisco, y en la iglesia de su
convento recibió' sepultura. Al año siguiente ^ fué trasladado
el cadáver á la Cartuja de las Cuevas, é inhumado en la
capilla nombrada de Santa Ana, o' del Santo Cristo, que
había hecho construir el prior don Diego Luxán.
El 2 de Junio de 1537 se expidió Real cédula, en la
que el Emperador, á instancia de doña María de Toledo,
viuda de don Diego Colo'n, otorgo' la merced de que el
cadáver del Almirante, a que se mandó depositar en el Monasterio
de las Cuevas, extramuros de la ciudad de Sevilla, donde al
presente está,» fuera trasladado á la capilla Mayor de la iglesia
catedral de Santo Domingo, que cedía para este efecto ^.
En el año 1544 fueron trasladados los restos de Colón
á la isla de Santo Domingo, por la virreina doña María de
Toledo, en el mismo buque que llevo á ésta. Al llegar á
aquel puerto fueron sepultados en la capilla Mayor de la
Catedral al lado del Evangelio.
Y aquí termina el que podríamos llamar primer pe-
ríodo.
íi^:'
^55^í
tó^^>^f^'
' Don Diego Colón, en su primer testamento otorgado en Sevilla á 16 de
Marzo de 1509, que se conserva en el archivo de la casa de Veragua, dice: —
« ítem mando, que hasta que yo ó mis albaceas ó herederos tengamos disposición
y facultad para lo que pertenece á la sepoltura perpetua del Almirante , mi señor
padre, que Dios haya, que de la dicha limosna del diezmo sean dados d los padres
del Monasterio de las Cuevas, á donde yo mandé depositar el dicho cuerpo el
año de quinientos nueve, diez mili mrs. en cada un año mientras allí estuviere
depositado » — Ocurre desde luego la observación de que hablando el testador
en el tercer mes del año 1509 diga, yo mandé depositar el año ijog Siendo así,
hubiera dicho he mandado este mismo año; por lo cual puede suponerse un error
de copia, y que don Diego mandó enterrar á su padre en la Cartuja el año 1507.
— Al año siguiente de su muerte, como dice el libro Protocolo del convento que
se robustece así con un nuevo documento. Don Pablo Espinoso de los Mon-
teros, Historia y grandezas de Sevilla, dice que fué trasladado en el mismo año
de 1506, parte II, pág. 81, y lo mismo consigna don Diego Ortiz de Zúñiga en
sus Annales.
* Los restos de don Cristóbal Colón. — Disquisición por el autor de la Bi-
blioteca Americana Vetustíssima. — Sevilla, Alvarez, 1878, pág. 41.
;/ ty
828
CRISTÓBAL COLON
Muy conveniente sería encontrar documentos o' rela-
ciones que comprobasen ciertos detalles. Útilísimo fuera, por
ejemplo, el saber si celebradas las exequias en el convento
de San Francisco de Valladolid, se inhumo' el cadáver del
Almirante en la tierra, o' fué colocado en alguna bóveda
particular, con objeto de que fuera más fácil la traslacio'n; é
igualmente en qué clase de mortaja se envolvió' el cuerpo
(aunque suponemos, casi con evidencia, que sería el hábito
franciscano) ^; cuál fué la caja en que se encerró'; y si se
puso alguna señal, inscripción d nombre para que todos
conocieran el sitio de tan precioso depo'sito.
De esto nada consta.
Igno'rase de igual modo, y con absoluta falta de detalles,
la manera en que se hizo la traslacio'n desde Valladolid á la
Cartuja de Sevilla.
Y por último, tampoco sabemos ni la forma ni las cir-
cunstancias en que fué llevado á la isla Española, o' de Santo
Domingo, el cadáver del que la descubrió'.
IV
En la catedral de aquella isla, en su capilla Mayor, por
soberana disposicio'n, fué enterrado el Almirante, pareciendo
que allí debía descansar hasta la consumación de los siglos.
Mas no fué así.
Los restos del descubridor del Nuevo Mundo fueron
colocados en la capilla Mayor — en el Presbiterio, — al lado de
la peana del altar Mayor, — junto á la tribuna donde se canta
el Evangelio, — próximo á la escalera donde se subeá la Sala
Capitular.
Cada una de estas señas y circunstancias constan en
documentos de indudable valor y crédito. Los datos han
* Don Diego, su hijo, en su segundo testamento, fecha en Santo Domingo
á 8 de Septiembre de 1523, dice que murió con el hábito de San Francisco.
APÉNDICES
829
venido en el curso de la polémica; y siendo de diferentes
épocas, demuestran que siempre se ha recordado el lugar
fijo de tan estimada sepultura.
Lo indico' en 1549, "^^Y pocos años después de la inhu-
macio'n, el arzobispo don Alonso de Fuenmayor, en una
relacio'n que original posee el señor don Antonio Lo'pez
Prieto, según expresa en su Informe *, diciendo: «que la
sepultura del Almirante, donde están sus huesos, era muy
venerada é respetada en nuestra sancta Eglesia é Capilla
Maior.»
En el año 1555 el arzobispo don Francisco Pío, con la
piadosa intencio'n de que no fueran profanados los sepulcros
que existían en la Catedral dominicana , si los ingleses,
que se habían presentado con poderosa armada á vista de la
ciudad, penetraban en ella por fuerza, mando': «que las
sepulturas se cubran para que no hagan en ellas desacato o
profanación los herejes; é aincadamente lo suplico con la
sepultura del Almirante viejo, que está en el Evangelio de mi
sancta Eglesia, é Capilla.»
En el año 1683 encontramos en un documento solemne
la confirmación de las anteriores noticias : en el libro titulado
Synodo Diocesana del Arzobispado de Santo Domingo, celebrado
por el limo, y Rvmo. Sr. D. Fray Domingo FernándeT^ Nava-
rrete. — Año de m.dc.lxxxiii, dia v de Noviembre. — (Madrid,
imprenta de Manuel Fernández, 119 páginas, in 4.°, sine
anno). Este importantísimo libro tiene mucha mayor auto-
ridad de la que á primera vista y por su fecha puede
parecer. Es documento auténtico, y no es posible consi-
derarlo como del año 1Ó83 en que se celebro' la reunio'n,
sino mucho más antiguo, como recopilacio'n y traslado de
las Constituciones Sinodales formadas sucesivamente por los
ioz^
T?.
^
' Informe que sobre los restos de Colón presenta al Excmo. Sr Gobernador
general don Joaquín Jovellar y Soler, después de su viaje d Santo Domingo, don
Antonio López Prieto. — Habana, 1878, pág. 36.
f^^^«s^
830
CRISTÓBAL COLON
Arzobispos y Cabildos desde la primitiva creacio'n de la
Iglesia primada. Pues en aquellas constituciones se expre-
sa afirmativamente (pág. 827), y sin ambigüedad alguna,
que los huesos del insigne y mu}^ celebrado en el mundo
don Cristóbal Colón , que descubrió la isla de Santo
Domingo ayaT^en en una caxa de plomo en el Preshyterio al
lado de la peana del altar Mayor de esta nuestra catedral ^.»
Véase co'mo las pruebas se eslabonan; co'mo á través de
siglo y medio se designa siempre el lugar cierto de la sepul-
tura, dando señales que sin género de duda, podrían
conducir á cualquiera que tuviese el intento de recoger o'
contemplar el estado de aquellos preciados restos.
Aunque se hubiera perdido la memoria en siglos poste-
riores, aunque hasta hoy mismo no se hubiera vuelto á
tratar de tal cosa, aunque hubiera estado oscurecida y ver-
daderamente ignorada la sepultura de Cristóbal Colón, el
hombre docto, el curioso que deseara conocerla, nunca
podría encontrarse sin guía seguro y fidedigno, si acudiendo
á los documentos estudiaba el Synodo Diocesana, y seguía sus
indicaciones.
V
Sin mención alguna transcurre casi un siglo; ó á lo más,
si la hubo, no es conocida hasta ahora.
Por los años 1780, Mr. L. E. Moreau de Saint-Mery,
visitó la parte española de Santo Domingo, y como curioso
buscó en la catedral la sepultura del Almirante. Nadie le
dio razón de ella. De regreso al Cabo Francés de la isla,
donde se había establecido como abogado, y ordenando los
materiales para una Descripción de aquélla, escribió á don
José Solano, que había sido gobernador ó comandante por
y^j^j^^J * Los restos de Cristóbal Colón, Disquisición por el autor de la Biblioteca
Americana Vetustíssima, pág. 22.
APÉNDICES
831
España, y obtuvo por su mediacio'n las noticias que de-
seaba.
En carta de don Isidoro Peralta dirigida á Solano, á la
que acompañaban certificados del Deán y del cano'nigo
dignidad Maestre-escuela, se refiere que estando en repa-
racio'n el santuario de la catedral , se encontró al lado de la
tribuna donde se canta el Evangelio, y pro'ximo á la escalera
por donde se sube á la sala capitular, un cofre de piedra
que encerraba una urna de plomo, algo maltratada, conteniendo
muchos huesos humanos. Añaden los certificados, que según
la tradicio'n de los ancianos del país, y un capítulo del
Synodo, se cree que encierra los huesos del Almirante don
Cristóbal Colón.
Los documentos referidos se encuentran textuales en el
libro que escribid Mr. Moreaú de Saint-Mery ' , y han sido
reproducidos varias veces en las obras impresas últimamente
para ocuparse de esta cuestión.
Ni hacemos observaciones , ni discutimos estos antece-
dentes. Vamos recapitulando la poléínica. Dejamos sentados
hechos; su encadenamiento saltará á la vista de los lectores.
^
i
^-/
PARTE SEGUNDA
LAS DOS EXHUMACIONES
Por el artículo 9.° del tratado de paz entre España y
Francia, celebrado en Basilea en 22 de Julio de 1795, se
estipulo' la cesión de la parte española de la isla de Santo
Domingo. Antes de llevarse á cabo, el almirante don Gabriel
• Description topographique et politique de la partie espagnole de V Isle
de Saint- Domingue. — Philadelphie, 1796, 2 tomos in 8." Tome premier, pág. 125.
V/^-;
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832
CRISTÓBAL COLON
^
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^íPa
de Aristizabal sugirió al gobierno y al Arzobispo de la
colonia el proyecto de trasportar á la Habana los restos del
primer Almirante que descubrió' las Indias , don Cristóbal
Colón, que hacía dos siglos y medio estaban sepultados
en el presbiterio de la Catedral. Sin esperar la resolucio'n del
Monarca, aquellos celosos funcionarios hicieron abrir en
presencia de los notables de la ciudad: — una bóveda que
estaba sobre el Presbiterio, al lado del Evangelio, entre la pared
principal y peana del altar Mayor.» De ella exhumaron : —
((unas planchas como de tercia de largo, de plomo, indicante de
haber habido caja del dicho metal, y pedamos de huesos de canillas
y otras varias partes de algún difunto, que se recogieron en una
salvilla y toda la tierra que con ellos había, que por los frag-
mentos con que estaba mezclada se conocía ser despojos de
aquel cadáver.» Estos exiguos restos fueron guardados en
una caja de plomo dorado, y dirigidos á la Habana el 21 de
Diciembre de 1795, abordo del navio San Lorenzo, que llego'
á buen puerto el 15 de Enero siguiente.
En el acta de esta exhumacio'n y en el Extracto de las
noticias que se comunicaron al gobierno español ^ por los jefes
y autoridades de la isla de Cuba, echan de menos ahora
los críticos la indicacio'n de las inscripciones, escudos y
señales que guiaran al Almirante español, al Arzobispo, y á
cuantos intervinieron en aquel acto, para no caer en error,
y tener la seguridad de que eran los restos de Cristóbal
Colón, y no otros, aquellos que tan patrio'ticamente reco-
gieron.
Desde luego se comprende que todas las personas que
intervinieron en aquella solemne ceremonia, y tan vivo deseo
mostraban por conservar el sagrado depo'sito de los restos de
Cristóbal Colón, procedieron sobre seguro, guiados por la
evidencia, de una manera que no dejaba lugar á la duda.
Se dirigieron á un sitio fijo, sabido, incuestionable, donde
* Navarrete. — Colección de viajes y descubrimientos, tomo II, pág. 368.
APÉNDICES
833
notoria y claramente se entendía por todos que reposaban
los restos del grande hombre cuya traslacio'n se iba á
efectuar. No había necesidad de probar lo que era notorio.
Nadie vacilo'.
Solamente así se explica la confianza general de cuantos
intervinieron en el acto; el silencio de los testigos, y la falta
de detalles referente á la losa que cubriera la bo'veda, posi-
cio'n de la caja, lugar que ocupara, etc., etc. No era la
ausencia de indicaciones ; fué que no se creyó' preciso con-
signar las que estaban reconocidas generalmente; como no
consignaría comprobante alguno la comisión que en los mo-
mentos de la aproximacio'n de las tropas prusianas á París
en 1870, hubiera sido encargada de trasladar á un punto
seguro del mediodía de Francia los restos de Napoleón el
Grande, o' los que por cualquier motivo pudieran ocuparse
en trasladar el cuerpo de San Fernando; con dirigirse
aquéllos á los Inválidos y éstos á la capilla Real de la
catedral de Sevilla, y tomar las cajas era bastante, pues allí
se sabe con evidencia que reposan sus cenizas. Se atestiguaría
en el acta que se habían recogido, pero no se fijarían pruebas,
que no eran necesarias.
^^¿^':^^
II
Esta indicacio'n dejamos estampada en el año 1878 por
nota á la importante Disquisición del autor de la Biblioteca
Americana Vetustissima '. Oportuno parece ampliarla, para
que se comprenda hasta qué punto fué meditado y es res-
petable el acto practicado por las autoridades españolas
en 1795.
Ocho años nada más habían transcurrido desde que,
renovándose el santuario de la catedral, se descubrió' la caja
* Los restos de Cristóbal Colón. — Disquisición, etc. — Sevilla, Alvarez, ^
1878, pág. 7.
Cristóbal Colón, t. 11. — 105.
834
CRISTÓBAL COLON
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de plomo que guardaba los restos de Colón. Se vieron éstos,
reducidos á polvo en su mayor parte, distinguiéndose sola-
mente huesos del antebrazo.
De este hecho tenían conocimiento muchas personas, y
habían expedido certificados los señores don José Núñez de
Cáceres, deán; don Manuel Sánchez, dignidad chantre, y
don Pedro Gal vez, dignidad maestre-escuela de la catedral
de Santo Domingo. No se expresa en el Extracto de las
noticias, que se envió' al gobierno español, que estuvieran
presentes en 1795 aquellos señores Dignidades que en 1783
habían visto el lugar en que estaba colocada la caja; pero si
habían fallecido todos, lo cual no parece probable, otras
muchas personas debían existir que hubieran presenciado la
obra del santuario, viendo la caja y sabiendo á ciencia cierta
do'nde se encontraba la bóveda.
Una especie de duda se significa, queriendo establecer
comparacio'n entre los restos que se vieron en el año 1783 y
los exhumados en 1795. Allí, se dice, distinguieron /?WC505
del antebrazo; en el acta parece se recogieron pcdaT^os de huesos
de canillas. Importa dejar consignados varios extremos para
evitar que, huyendo de precisar las cuestiones y fijar los
argumentos, se vayan recorriendo puntos como en un teclado
sin concluir cosa alguna. — Primero: que al descubrírsela
urna de plomo en 1783 no había intencio'n alguna, ni se
acariciaba el pensamiento de hacer un acto pomposo, ni se
procedió' á reconocer los restos, sino que los miraron sin
tocarlos. — Segundo: que las expresiones: ules ossements
étaient reduits en cendres en majeure partie, et qu' on avait
distingué des os de I' avant-bras» no constan en ninguno de
los certificados que dieron los señores cano'nigos, sino en la
carta de don Isidoro Peralta, que acompañaba aquellos
documentos. — Y tercero: que á la simple vista es fácil, en
persona poco versada en anatomía , confundir la parte supe-
rior de una canilla con la de un hueso de brazo.
Cenizas con restos de osamenta, y un hueso de los
APÉNDICES
835
redondos se vieron en 1773; y estos mismos restos fueron
los recogidos en 1795, y conducidos á la Habana.
III
En esto no puede quedar duda alguna.
Los cano'nigos de la catedral de Santo Domingo sabían
por las palabras del Synodo el lugar de la sepultura de
Cristóbal Colón, y habían comprobado su exactitud cuando
se hizo la obra en el santuario el año 1783. — Al verificarse
la exhumacio'n, el Arzobispo, los canónigos y el Almirante
español se dirigieron al sitio de todos conocido, y sacaron
los restos que habían visto ocho años antes, teniendo buen
cuidado de estampar en el Acta las palabras mismas del
Synodo que les servían de guía.
IV
En el mes de Septiembre del año 1877 se encontraba
nuevamente en reparacio'n la iglesia catedral de Santo Do-
mingo, bajo la direccio'n del cano'nigo penitenciario don
Francisco Javier Billini.
A pedimento de éste, fundado en que por tradicio'n, y
no obstante lo que aparece en documentos públicos sobre la
traslacio'n de los restos de Colón, dichos restos podían existir
en el lugar donde habían sido depositados, se le autorizo
para que hiciera las exploraciones del caso.
Cumpliendo su cometido, en la mañana del 10 de Sep-
tiembre descubrió á la profundidad de dos palmos , poco más ó
menos, un principio de bóveda , que permitió ver una parte de
una caja de metal.
Avisados inmediatamente el Arzobispo ^ y el Ministro
' El día 14 de Abril había descubierto el penitenciario Billini otra caja de
plomo, y no avisó á nadie para sacarla, resultando era la que contenía los restos
ÍJ.
836
CRISTÓBAL COLÓN
del Interior, suplicándoles la asistencia, sin pérdida de
tiempo, se trasladaron, acto continuo, á la catedral,
donde, cerciorados del hecho, hicieron llamar á muchas
personas y autoridades, y ante todos, colocado S. S. I. en
|¡t el Presbiterio, hizo continuar las excavaciones; se extrajo la
caja, se presentó al público, se leyeron las inscripciones de
que profusamente está cubierta, y que comprueban de un modo
irrecusable que son real y efectivamcfite los restos del ilustre
genovés, y con salvas, repiques y música, se anuncio' urbi ct
orbi, con el oportuno ruido, tan fausto y memorable aconte-
cimiento.
Seguidamente, las autoridades convocadas, se reunieron
en la sacristía del templo, y procedieron, ante notarios, que
de todo dan fe, al examen y reconocimiento pericial de la caja
y de su contenido.
Hasta aquí la narración del suceso consignada en el
Acta, firmada por S. S. L don fray Roque Cocchía, por su
secretario, el cano'nigo Billini y otras muchas personas y
autorizadas por tres notarios públicos.
V
•■^Ofi^SfesTr
Terminada la historia, viene en el Acta la parte des-
criptiva.
La caja es de plomo y está con goznes. Mide 42 centí-
metros, por 20 y 2 (¡escrupulosidad muy recomendable!) y
21 de profundidad.
Tiene inscripcio'n sobre la parte exterior de la tapa; —
en la cabeza izquierda; — en el costado delantero; — en la
cabeza derecha... y todavía levantada la tapa, se encontró
en la parte interior de la misma tapa, EN CARACTE-
de don Luís Colón. Pero el 10 de Septiembre apenas se permitió ver una parte
de una caja convocó á todos... porque ya sabía de antemano que iba á sacar los
restos de Cristóbal Colón.
APÉNDICES
837
RES GÓTICOS ALEMANES, cincelada la inscripción si-
guiente:
S),n Srt^toBaí Soíon
No hacemos aquí observaciones, porque importa no
interrumpir ni detener la descripcio'n.
Se sacaron los huesos, se clasificaron y contaron, y
resultando de todo trece fragmentos pequeños y veintiocho
grandes.
Además se encontró una bala de plomo , del peso de una
onT^a y poco más ó menos , y dos pequeños tornillos de la misma
caja.
Procedio'se en seguida á cerrar y sellar la caja con varias
cintas y los sellos respectivos de Su Señoría Ilustrísima , de
los señores Ministros, co'nsules y notarios.
VI
Estamos frente á frente del documento capital, y uno
de los más importantes en la cuestión. Le sirve de comple-
mento la Carta Pastoral del señor Obispo, fecha 14 del mismo
mes de Septiembre.
La crítica lo estudio' muy detenidamente. En todo su
contexto se encontraron grandes motivos de duda, grandes
causas para sospechar un embrollo.
Vamos á examinar las principales, reduciéndolas á
cinco puntos. — Primero: la tradicio'n dominicana, que se
supone aseguraba no habían salido de la catedral los restos
de Cristóbal Colón. — Segundo: la distribucio'n de porcio-
nes de los restos descubiertos, que no consta en el Acta. —
Tercero: las inscripciones que por todas partes ostenta la
caja de plomo presentada al público en Santo Domingo. —
Cuarto: la planchita de plata que apareció en el segundo
reconocimiento de los restos, verificada en 2 de Enero de
838
CRISTÓBAL COLON
«
v\-i
''»'!■ 1.1
^^^•JffWt»^
18-78. — Quinto: la bala que estaba entre los restos descu-
biertos por Su Señoría Ilustrísima y por el canónigo Billini.
Todos estos extremos han sido tratados con grandísima
erudicio'n y crítica imparcial y razonada, siendo tantos y
tales los argumentos formulados, que en todos esos puntos
podemos asegurar que en su libro S el señor Obispo se bate
en retirada.
PARTE TERCERA
INDICIOS
Digan lo que quieran los defensores de la escena domi-
nicana de 10 de Septiembre, en todas partes se recibió con
marcado recelo la nueva de su anunciado descubrimiento.
La crítica se manifestó' más desconfiada todavía.
Y era legítima la duda. ¿Do'nde había estado oculta esa
tradición de que podían existir las cenizas del Almirante en
la catedral de la isla Española, después de la traslacio'n de
1795? ¿Cuándo se había hablado de ella en el transcurso de
ochenta años? ¿Era conocida por los naturales del país,
o se conservaba consignada en algunos documentos reser-
vados?
Nada menos que ésto. La tradicio'n, fábula o conseja,
nació' con el descubrimiento; se consigna por primera vez en
el Acta de 10 de Septiembre. — Todo lo que antes.se había
hablado y obrado es adverso á semejante tradicio'n.
Si alguien debía tener conocimiento de tal cosa, eran
' Zos restos de Cristóbal Colón en la Catedral de Santo Domingo. — Con-
testación al Informe de la Real Academia de la Historia... por Monseñor Roque
Cocchía. — Santo Domingo, García hermanos, 1879.
APÉNDICES
839
las autoridades. En este punto no cabe réplica; e\ Informe
de la Real Academia de la Historia es concluyente, decisivo,
satisfactorio, hasta el extremo que más no puede pedirse; y
lo es tanto, que el señor Obispo, á pesar de su entusiasmo,
es el punto primero en que se bate en retirada.
La Academia ha matado la fábula de la tradición. — En
el año de 1875, El Porvenir, perio'dico que se publica en
Puerto-Plata, excito' el celo del gobierno dominicano para
que pidiese á España la devolución de las cenizas del primer
Almirante; y consta, en efecto, de documentos oficiales, que
se intento' la reclamacio'n. Los periodistas de la isla, repre-
sentantes de la opinio'n, no tenían conocimiento de la fábula,
no dudaban de que la traslacio'n se había hecho. Las auto-
ridades tampoco conocían la tradicio'n.
En el mismo año o' en el anterior, el general domini-
cano Luperon, sostuvo contra el Diario de la Marina, de la
Habana, «que los restos de Colón debian ser devueltos á
Santo Domingo.»
Y por último, en el libro titulado Memorias para la
historia de Qtiisqueya, se queja su autor, don José Gabriel
García , del acto de haberse llevado á la Habana los restos
de Colón, creyendo que fué una injusticia.
Estos y otros datos demuestran que nadie abrigaba
dudas en Santo Domingo, ni había tradicio'n alguna. Para
dar cierto vislumbre de verosímil á la que ahora se inventa,
y que no existió', se invoca el testimonio de un anciano
respetable, pero... difunto. No vendrá á desmentir á nadie.
Es necesario suplir su presencia, sustituir su persona-
lidad, abonar su dicho, como se expresa en el lenguaje del
foro. Han tratado de hacerlo los mantenedores de la farsa
de 10 de Septiembre; nosotros hemos tenido también el
mismo intento, 3^ no creemos se nos querrá negar el derecho
de que allá se ha usado.
El señor don Tomás de Bobadilla, antiguo y respetable I
magistrado dominicano, era sabedor de la circunstancia de
840
CRISTÓBAL COLON
Wj
haber sido sustituidos por otros los restos de Cristóbal
Colón, cuando se supo el proyecto de las autoridades espa-
ñolas para trasladarlos á la Habana, antes de la cesión de la
isla; esto, que se quiere llamar tradicio'n, fué comunicado
misteriosamente por el señor Bobadilla á su amigo o' pariente,
don Carlos Nouel , y por éste, con igual misterio, al reve-
rendo Obispo de Orope.
Nosotros acudimos á un íntimo amigo de Bobadilla. El
señor don Felipe Alfau, dignísimo jefe, segundo cabo de la
Capitanía general de x\ndalucía, durante algunos años, había
hecho toda su carrera en la isla de Santo Domingo, de donde
era natural. Quedo' al servicio de nuestra bandera, y cuando
tuvo lugar la anexio'n de la isla á España; al recobrar su
autonomía no quiso continuar en la desordenada República,
y paso al ejército español.
Usando de la amistad que con Alfau nos unía, y seguros
de su lealtad y de su bondadoso carácter, le pedimos antece-
dentes de la llamada tradicio'n dominicana y del señor don
Tomás de Bobadilla, fuente ahora de cuanto á ella se
refiere.
Alfau fué amigo íntimo de Bobadilla, depositario de
todas sus confidencias y secretos. Su trato fué diario durante
largos años; su cariño fraternal; su confianza sin límites.
Secretos graves de familia, pequeños accidentes de fortuna,
aficiones, disgustos y placeres, todo fué común entre ambos.
Nos aseguro' el distinguido general que nunca había escu-
chado, en boca de Bobadilla, palabra alguna que pudiera
dar indicio de que era sabedor de semejante tradición 6
conseja.
La desgraciada muerte de Alfau nos ha privado de
otros comprobantes que ciertamente hubiéramos obtenido de
Santo Domingo; pues aunque su hijo don Antonio, notable
abogado, residente en Madrid, quedo' encargado de pedirlos,
por el fallecimiento de su padre no se le enviaron los inte-
rrogatorios convenidos.
APÉNDICES
841
Eso, que se quiso llamar tradición, nunca había existido;
nació' como indica con harta sagacidad y con su acostum-
brado tacto el señor Colmeiro, al tiempo del portentoso
descubrimiento de 10 de Septiembre de 1877; y con tanta
insistencia se hablo' de ella, citando hasta el nombre del
cano'nigo que hizo la sustitucio'n , y las exclamaciones que
hiciera al ver zarpar el bergantín Descubridor que en la Carta
Pastoral del día 14 del mismo mes decía monseñor Cocchia:
((Aquella caja (la de 1795), salió, pero quedó en Santo Do-
mingo la tradición de que los restos de Colon no hablan salido
del lugar que ocupaban K» Esto es afirmativo, terminante.
Pero Su Señoría Ilustrísima no insiste, el Informe de la
Real Academia lo confunde y se acoge á otra parte de la
Pastoral misma, diciendo con admirable candidez en su
último libro «De aquí una tradición que, debilitada por la
» muerte de sus primeros depositarios, interrumpida por mil con-
í)Vulsiones políticas, (esto es claro como la luz de un candil...
))Modo de oscurecerse las tradiciones, las convulsiones polí-
» ticas), llegó hasta nosotros tan lánguida (¡vaya si estaba
» lánguida ! ) que yo la llamé vaga ^. »
En este primer extremo, el señor Obispo se bate en
retirada.
lí
Antes de pasar adelante en esta refutacio'n de los datos,
tanto narrativos como descriptivos, contenidos en el Acta
de Santo Domingo, cumple que hagamos una manifestacio'n,
tan espontánea como sincera y leal.
Estimamos falso el descubrimiento cacareado en Santo
Domingo; creemos ver muy clara la verdad de lo ocurrido,
y procuramos demostrarla á vista de todos.
r ittitijÉ'
Carta Pastoral.— Apud. Harrisse, i)ág. 80.
Contestación al Informe de la Academia, pág. 142.
Cristóbal Colón, t. ii.— 106
842
CRISTÓBAL COLON
L^.V
^'
il^:
*&
-^J^.
•ns'
Pero no hemos formado juicio completo acerca del papel
representado por algunos individuos de los que concurrieron;
todavía dudamos si el señor obispo don fray Roque Cocchia
es víctima del engaño. De un lado, su alta investidura, su
carácter público, su respetabilidad sacerdotal; de otro el
entusiasmo de que se le ve animado, el fuego con que
sostiene cuanto que dice, su deseo mismo de no dejar sin
respuesta á ningún adversario, inducen á creer que su buena
fe ha sido sorprendida desde el primer momento ; que se le
ha hecho adquirir mañosamente una halagadora conviccio'n,
para que, viendo después cuantos datos se le presenten, bajo
aquel prisma, manifieste su opinio'n, poniendo el peso de su
indisputable autoridad en la balanza. Y esta idea, que
embarga nuestro ánimo, basta para que se comprenda que
los argumentos todos se dirigen al contendiente en el terreno
histo'rico, al hombre de letras, al sabio que juzga, á nuestro
entender, con criterio equivocado de los documentos que
maneja; pero sin llegar jamás á la rectitud de las inten-
ciones, sin tocar al caballero, ni mucho menos al sacerdote
cristiano, respetable siempre y en todos terrenos.
Y cuando de Su Ilustrísima hablamos, entiéndase que
iguales salvedades, según los casos y las circunstancias,
hacemos respecto á cuantos intervinieron en estos actos.
La naturaleza de alguno de ellos, las consecuencias que
de otros se deducen, son ocasionadas á veces á que se traten
con cierta ligereza de lenguaje, en tono más de chanza que
de seriedad; por más que, antes de echar mano de esa forma
festiva, hayamos estudiado todos los extremos con igual
profundidad: pues si parece que burlamos, es solamente en
la apariencia, nunca en el fondo. Hemos llevado por intento
amenizar en lo posible este escrito, pero dejando á salvo el
respeto á las personas y aún á las opiniones.
Y prosigamos.
mJk :■-
APÉNDICES
843
III
Con sobrada razo'n se dice por la Real Academia de la
Historia en su Informe, que si al encontrarse los restos que
se han figurado como de Cristóbal Colón en la Catedral
Dominicana , se dijo que parecía voluntad divina que las
cenizas del descubridor permanecieran en la isla Española ',
lejos de suceder así, hay peligro de que suceda todo lo
contrario, pues han salido porciones para Genova y para
otros puntos.
Esta profanacio'n , que lo sería y grande , si fuera cierto
el hallazgo, ha dado lugar á una respuesta del señor Obispo,
de la que se deducen, no nuevas sospechas, sino nuevas
pruebas contra la repetida Acta de 1.° de Septiembre.
El miércoles 24 de Julio del año 1878, se hizo entrega
por el caballero don Luis Cambiaso al municipio de la
ciudad de Genova de una redomita, que contenía parte del
preciado polvo de los huesos guardados en la caja mis-
teriosa.
Contra el grave cargo que por este hecho, oficialmente
comprobado, y otros análogos, que reservadamente se refie-
ren, formula la Real Academia, contesta Su Ilustrísima en
su libro (pág. 113) en estos términos:
((El Sr. Ministro de Justicia recogió' las cenizas que se
habían desprendido de los huesos en el acto de la clasifica-
cio'n, y con aprobacio'n de todos las dio' al Sr. Co'nsul de
Italia Don Luis Cambiaso.»
Hecho de tal clase, que tuvo lugar en la sacristía en el
acto del reconocimiento pericial, bien merecía consignarse
en el Acta, y que dieran fe los Notarios, porque faltando
ésto, quedaba sin auténtica la redomita. Acudimos á en-
;^^i
•^^
' Gózate ¡oh Santo Domingo! El hombre que te cJescubrió y te amó con
preferencia, no ha salido de tu seno, él ha sido y será contigo. — Pastoral, apud
Harrisse, pág. 83.
V:
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844
CRISTÓBAL COLON
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C.r
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trambos documentos, emanados del señor Obispo, Acta y
Pastoral... y en efecto, ni una sola palabra existe en ellos que
se refiera á aquel donativo.
Tenemos, pues, que darnos por satisfechos con la mani-
festación del señor Obispo, aislada, y hecha mucho tiempo
después, para responder á un cargo gravísimo; y bajo su fe
creeremos, y lo mismo ha de hacer el municipio de Genova,
que aquel polvo procede de los huesos, que se recogió y se
dio al co'nsul de Italia, sin duda por espíritu de compa-
drazgo o' nacionalidad ; y que no hubo quien se acordara de
España, á pesar de la amabilidad de su representante, que
no peco' de listo en aquellos momentos ^ , para enviarle
siquiera otro recuerdo del Almirante; 3^ quizá España osten-
taba mejor derecho, pues si éste nació en Italia, bien puede
asegurarse sin jactancia que el descubrimiento de la isla
Española so'lo se debe á la gran nación que regía la gran
reina Isabel la Católica.
La indignacio'n de la Real Academia de la Historia era
muy justa. — El señor Obispo, lejos de negar las causas, las
confirma aunque con mucha y tímida habilidad. — Ya se ha
visto que se dio' al co'nsul Cambiaso una porción del sagrado
polvo, sin que conste en el acta ; y el señor Castillo, inge-
niero, al parecer, de la catedral de Santo Domingo, mostraba
en Bostón en otro frasco otro poco de polvo rojizo. — Mon-
señor Cocchia, después de decir en su Contestación (páginas
23Ó y 237): que nada hay de verdad en todo esto, no niega
que el señor Castillo sea su ingeniero, y sí expresa que —
«la corta cantidad del polvo rojizo fueron átomos recogidos
después de la pequeña cantidad ofrecida al Sr. Cambiaso.» —
Tenía, pues, razo'n sobrada la Real Academia; lejos de no
ser verdad lo que que afirma , sabemos ya por confesio'n del
' jDo existen depositadas las cenizas de Cristóbal Colon r — Apuntes al
caso en defensa de su conducta oficial, por don José Manuel de Echeverri, cónsul
de España en la República Dominicana. — Santander, imprenta de Solinis y
Cipriano, 1878.
APÉNDICES
845
señor Obispo de dos porciones de los llamados restos de Cris-
tóbal Colón, que andan mostrándose por los pueblos como
objetos de curiosidad.
«Al año siguiente (pág. 238) las Autoridades... rega-
laron á S. S. Illma. una pequeñísima reliquia de dichos
restos.» - — i Ya son tres, y serán treinta!
Hay, pues, algunos detalles importantes que no constan
en el Acta de 10 de Septiembre, y que para darles fuerza y
explicacio'n se necesita hacer de vez en cuando en ésta adi-
ciones estemporáneas, que equivalen á batirse disimulada-
mente en retirada ante los argumentos de la crítica.
IV
Punto grave, delicado y muy discutido es el de las
numerosas inscripciones que ostenta la caja presentada á la
vista del público por el canónigo Billini en 10 de Septiembre
de 1877.
Para no creer que los que en ella se guardaban eran
los mismos, verdaderos, indubitados y queridísimos restos
de don Cristóbal Colón, es necesario ser un escéptico
de primera fuerza; porque la caja habla hasta por los
codos.
Y justamente, en esa locuacidad tan inusitada, tan
varia, tan fuera de razo'n como de tino, encuentran los
incrédulos la primera causa de sospecha.
Se ha discutido mucho sobre las inscripciones; tanto
que ni es posible traer aquí todo lo dicho, ni justo repetir lo
que otros han trabajado. Nos contentaremos, por tanto,
con asentar lo que más hace á nuestro proposito.
Sobre la tapa de la caja, en letras incalificables, y con
abreviaciones no conocidas en epigrafía alguna, leíase:
D. de la A. Pr A}'
846
CRISTÓBAL COLON
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^■i¿i¿if<j¡ñ
que se quiere que diga, y tal sería la mente de su ignorante
inventor:
Descubridor de la América Primer Almirante
Y en verdad , ni resiste á la crítica la forma de la escri-
tura, ni menos esa picara A, que se traduce América, deno-
minacio'n que tantos disgustos ha producido á sus fau-
tores.
En un costado, C- ristobal. — Delante, C--o^on.^ — En
el otro costado, A---lniirante... en tres iniciales muy gordas,
muy torpes , muy diferentes de las anteriores , y de las que
se siguen.
Al levantar la tapa, y en su parte interior, nueva
inscripcio'n en caracteres GÓTICOS ALEMANES que ya
referimos.
filtre tj (B§> :Saron
S)," Kri^tobaí ©oíon
Esta parte ha sido la que mayor ocupación ha dado á
la crítica, la que merece más agria censura, y la menos
defendible de la farsa ; pero depurada ya en muchos extre-
mos, no hacemos más que llamar la atención de los lectores
sobre las letras góticas alemanas, porque en ellas está la
clave del enigma , siendo lo único antiguo que hay entre todo
lo cincelado en la caja. Esas GÓTICAS son el hilo, y por el
hilo sacaremos el ovillo, pese á malandrines y encantadores,
como decía el sensato escudero del célebre Hidalgo de la
Mancha.
Además de tanta inscripcio'n, se saco' todavía de la
parlanchína caja, en nuevo reconocimiento de 2 de Enero
de 1878, una planchita de plata con caracteres que se parecen
á los de escritura de mano... Pero la planchita capítulo por sí
merece.
APÉNDICES
847
V
La plancha de plata y la bala han sido también grandes
escollos para el descubrimiento falso; luminosos faros para
los que buscamos la verdad. Lujo de argumentos ha desple-
gado la crítica ; se han hecho alardes de erudicio'n epigráfica
y de conocimientos balísticos. Las razones han aplastado á
los dominicanos, que no saben á qué parte volver la cara.
De un lado sale aterrador Harrisse , el autor de la Biblioteca
Americana Vetustissima, con su lo'gica severa y sus reco'nditos
conocimientos; de otro se presenta inopinadamente, defensor
de la historia , don Ignacio Guasp ' ; al frente se coloca la
Real Academia de la Historia denunciando anacronismos
con voz atronadora... la situacio'n es grave.
Vamos á abrir de nuevo la célebre Acta de 10 de Sep-
tiembre.
Ya vimos á su tiempo que después de la historia y
presentacio'n de la caja coram populo, «las autoridades convo-
cadas se reunieron en la sacristía del templo, y procedieron
en presencia de los infrascritos Notarios públicos, que dan
fé, al examen y reconocimiento pericial de la caja y de su
contenido.»
Hemos visto también que fué tan prolijo y detenido el
examen, que los huesos se pasaron uno á uno, pues nos dice
el señor Obispo, á la pág. 113 de su Contestación al Informe
de la Real Academia de la Historia, que las cenÍTjis que se
habían desprendido de los huesos en el acto de la clasificación , se
recogieron por un señor Ministro, etc. Bien se deja entender
la pausa y solemnidad con que se procedía; lo minucioso y
detenido que fué el reconocimiento, sin asomo siquiera de
precipitacio'n , de aglomeracio'n de gente, de calor, de oscu-
ra
^m
m
m
' [/na bala histórica, por Ignacio Guasp. — Habana, imprenta militar,
1878, 8.°, 27 hojas.
848
CRISTÓBAL COLON
ridad... nada, nada; según el Acta y la Pastoral, hubo
tranquilidad completa, calma y espacio suficiente para todo;
3^ claramente se comprende así, cuando aquélla dice ':
«Además se encontró' una bala de plomo, del peso de una
onza, poco mas o' menos, y dos pequeños tornillos de la misma
caja.» Y la Pastoral añade ^■. «Se vieron dentro muchos
restos bien conservados, entre los cuales una hala de plomo.»
Y para mayor comprobacio'n del significado que S. S. Illma.
daba á aquel proyectil, pone una notita á ese párrafo de la
Pastoral, con cita de un pasaje de César Cantú, que ha sido
para él la carta de Urias.
La crítica estuvo á gran altura en este extremo, demos-
trando con erudicio'n copiosa y profunda el anacronismo de
]a. bala de peso de una on/^a, concluyendo todos con unánime
sentencia que si la bala había caído de los huesos guardados
en la caja, no era Cristóbal Colón, primer Almirante, el
difunto que se había encerrado en ella; pues ni consta en
toda su vida que recibiera herida alguna de arma de fuego,
ni aún en caso de haberla recibido pudo ser de proyectil de
aquel calibre.
Estas conclusiones han producido resultado visible. En
la Contestación al Informe de la Real Academia hay datos
importantísimos, confesiones que revelan mucho... Veamos.
«Acto continuo fuimos á la sacristía, y allí se procedió'
al examen y reconocimiento formal. El examen se hizo como
pudo hacerse en aquella confusión... fué notada la existencia de
una BOLA o' bala de plomo, y de dos pequeños tornillos de
hierro 3.»
La crítica ha hecho cambiar la bala en bola, ha hecho
que hubiera confusión en el acto solemne que describió el
Acta; pero hizo más efecto. A la página 120 de la Contes-
tación, al final, comienza un párrafo, que en todo él no se
Apud Harrisse, Restos de, Colón, pdg. 66.
Loe. cit., pág. 83.
Contestación al Informe de la Real Academia, pág. 113.
APÉNDICES
849
encuentra desperdicio, y dice: «cuarto; la presencia y razón
de esta misma hala, si es una bala etc.»
¿Si es una hala? ¿Y quién nos lo ha dicho, y quién debe
saberlo mejor que los dominicanos? Ellos la adujeron como
prueba de la identidad de los restos en el Acta; en la Pastoral
se busco la herida para justificar la presencia de la traidora
bala Hoy se duda de si es bola, y hasta se formulan
argumentos
La crítica ha producido efecto, como puede verse por
la simple confrontacio'n del Acta, la Pastoral y la Contestación
al Informe de la Real Academia. No acudimos á los amigos,
ni á los enemigos: el Obispo cotejado consigo mismo.
Y si se vio' la bala, y se notaron los tornillos pequeños^
¿co'mo no se vio' la planchita «cuadrilonga que mide en el
centro 87^5 milímetros de largo y 32 de ancho?» — Precioso
documento es la planchita — « no aclaratoria sino siistilu-
tiva '» «que está muy bien conservada, las letras son muy
legibles, y su forma se parece á la común de la escritura de
mano.» ¡Ya lo creo! ¡como que es letra inglesa de la
corriente comercial en la segunda mitad del siglo xix ! y con
éste son cuatro caracteres de escritura los que ostenta la caja.
Verdaderamente, si no fuera por el respeto que nos
merece el carácter del ilustrísimo señor Cocchía, supondría-
mos que había tenido revelación de los autores de la planchita
(y quizá sea cierto); pues no de otra manera se comprende
que sepa á ciencia cierta la intencio'n con que se puso, su
carácter de suslitutiva; es decir, que fué puesta allí para el
caso, poco probable, de otra traslacio'n, cuando ya se
hubieran perdido las CC y la yí de los lados, y lo de Des. de
la A. P."" A.'^ cincelado en la tapa (que todo puede suceder
andando el tiempo). Y para ese caso remoto, muy preve-
nidos los autores, pusieron la planchita. Y no se contentaron
con escribirla por un lado, aunque la iban á fijar con tor-
SSiX
■"¿i'ft í: I. ¡
Contestación, pág. 175.
Cristóbal Colón, t. il — 107.
850
CRISTÓBAL COLON
i^:.-
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É^
l¿£^^
m
nillos sobre una de las paredes de la caja, siendo por tanto
perfectamente inútil lo escrito por el reverso.
Pero adivinaron también que iban á caerse los tornillos,
V para que los venideros, al encontrar la plancha, no se
molestasen en volverla, la escribieron por ambas caras.
Bien que esta anomalía tiene otra explicación muy más
satisfactoria, pues «fácil es deducir que se había empcT^ado á gra-
bar por un lado... y no alcanzando las proporciones, se suprimió...
V se pasó al lado opuesto ^)) — En verdad, estas cosas solo
pueden saberlas los autores, o' los que están con ellos en
intimidad; son negocios de casa, y si no los hubieran dicho
los dominicanos, nunca los hubiéramos sabido.
Y aunque los ofendamos por ende, no es posible dejar
de insistir en la sospecha, por todos demostrada, de que la
repetida y malhadada planchita no se encontraba en la caja
cuando se extendió' el Acta de lo de Septiembre.
Según lo consignado en ella, se examino' y reconoció' la
caja y el contenido; se leyeron las incripciones; se miraron,
contaron y clasificaron los huesos en ella encerrados; se vio'
la bala (y se peso') y los pequeños tornillos de hierro ¿No
encuentran extraño el Penitenciario y el señor Obispo que
no se tropezara con la plancha de plata? ¿En virtud de qué
ley física se dará la explicacio'n de que una plancha de plata
de dos ó tres pulgadas, cayendo sobre un monto'n de cenizas,
se soterré y guarde de manera que se oculte á la vista, al
paso que sobrenadan y quedan visibles dos pequeños tornillos
de hierro, y una bala de plomo que pesa 31 gramos? No cabe
explicacio'n. Estos son feno'menos que solamente suceden en
la catedral de Santo Domingo.
La inscripcio'n de la planchita es inapreciable ; sus
caracteres de escritura de mano forman por sí solos argu-
mento sin réplica; pero su aparicio'n es un prodigio de
destreza.
Loe. cit, pág. 175.
APÉNDICES
851
No sostendremos que después de sellada la caja de
plomo el 10 de Septiembre se volviera á abrir, rompiendo
sellos y fajas, para introducir la plancha de plata recién
confeccionada. Damos por bueno, sin saberlo, que el 2 de
Enero de 1878 se encontraron intactas las célebres liga-
duras pero más de una vez hemos visto á torpes escamo-
teadores en plazas y paseos sacar de una caja que se cerro'
vacía, muchos objetos que, según el arte, llevaban ocultos
en el hueco de la mano Y no hablamos de lo que saben
hacer en materia de escamoteos Macallister, Saint-Hipolite,
Velle o' Hermán ! ! . . .
Resultado: para la plancha de plata, su hallazgo, sus
inscripciones se procura buscar explicacio'n , y aún llega á
decirse la verdad involuntariamente. Para la bala no hay
defensa posible, y se le apellida hola, con bastante propiedad;
llegando luego hasta el punto de decir candorosamente
la presencia de la bala, si es una bala dubitativo delicioso,
cuando recae sobre el Acta y la Pastoral.
Esto es lo que se llama batirse en retirada. Indicios de
causa perdida.
PARTE CUARTA
PRUEPA PLENA
A dos puntos capitales vamos á reducir esta parte
fundamental de nuestra Demostración. Estos son el fondo.
Hasta aquí hemos recapitulado, con mayor o' menor exten-
sio'n, esforzando unos con otros por nuevo orden los argu-
mentos aducidos. Creemos bastante preparado el terreno,
conocidos los detalles y descubiertos los medios que se ha^i
puesto en juego para dar visos de verosímil á un acto dis-
852
CRISTÓBAL COLON
."jt
x¿;i:
puesto con habilidad ; pero que, no siendo verdadero, deja
siempre cabos sueltos, puntas volantes, de que pende la
verdad, y todo el trabajo consiste en la agilidad para asirlas
y proceder á la averiguacio'n.
No vamos á discutir. Lo necesario queda consignado.
En el año 1783 se encontró' una caja, que contenía, al
parecer, un hueso visible y otros varios reducidos á cenizas.
Estos exiguos restos fueron los extraídos en 1795 por las
autoridades españolas, recogidos en una salvilla y condu-
cidos á la ílabana en el navio San LoreuT^o. La caja estaba
deteriorada; eran unas planchas de plomo sin forma ya por
el transcurso del tiempo.
Recibamos ahora hipotéticamente como exactísimo 3''
cierto el relato del Acta de 10 de Septiembre de 1877. No
hay anacronismos ni dudas, bala ni planchas de plata.
Tendremos que se descubrid una caja de plomo bien conser-
vada, y en ella los restos de un difunto. Se examinaron,
contaron y clasificaron, siendo en total veintiocho frag-
mentos grandes y trece pequeños. Con notable gracejo y
oportunidad observa el señor Colmeiro que con un poco de
esfuerzo más, nos ofrecen los dominicanos el esqueleto
íntegro de Cristóbal Colón.
Aceptada por un momento la hipo'tesis, y con las dos
exhumaciones á la vista, teniendo ante los ojos la caja rota
y la caja bien conservada, aquélla con sus cenizas y ésta
con sus cuarenta y un huesos, preguntamos á todos los que
han intervenido en el embrollo dominicano, y á cuantos han
seguido con interés la polémica, sin distincio'n alguna: supo-
niéndose que ambos restos mortales, pertenecen á dos indi-
viduos de la familia Colón ¿Cuáles serán los más
antiguos? ¿Cuáles podrán ser, por tanto, los del primer
Almirante, que descubrió' las Indias?
No creemos dudosa la respuesta.
Si las cenizas que recogieron las autoridades españolas
en el año de 1795 pertenecen á un Cristo'bal Colo'n, y los
APÉNDICES
853
restos presentados en Santo Domingo en 1877, son de otro
Cristo'bal Colon, lo cual, como veremos, están cierto que
no admite contradiccio'n ni duda, y así lo indico' ya un
ardoroso polemista, la resolucio'n no ofrece dificultad. Con
presencia de ambas osamentas llanamente se comprende cuál
será la del abuelo, cuál la del nieto.
Murió Cristóbal Colón en 20 de Mayo de 1506. Inhu-
mado en Valladolid, quizá por un año, quizá por tres hasta
el de 1509, fué removido y trasladado á nueva sepultura en
la Cartuja de las Cuevas á orillas del Guadalquivir, A los
treinta años fué exhumado de nuevo, y llevado á la catedral
de Santo Domingo. El tiempo, el movimiento, la variacio'n,
debieron reducir más pronto á polvo sus mortales despojos...
Y no repetimos lo observado por muchos escritores sobre los
terremotos de la isla Española , humedad de los terrenos
tanto en Sevilla como en aquélla, gusanos, termites, etc.
Para causa de la pronta destruccio'n y reduccio'n del cadáver
bastan las traslaciones, los viajes
Don Diego Colo'n, hijo del Almirante, falleció' en Mon-
talván el día 23 de Febrero de 1526. De su matrimonio con
la Ilustre señora doña María de Toledo, dejo' dos hijos:
don Lilis, que murió desterrado en Oran en 9 de Febrero de
1572 'j y don Cristóbal, fallecido en Santo Domingo en el
mes de Enero del mismo año ^. Sesenta y seis después que
el del Almirante, fué entregado á la tierra el cadáver de su
nieto don Cristo'bal, y á poco llego' á Santo Domingo, con-
ducido desde Oran y Sevilla, el cadáver de su hermano don
Luis, Almirante tercero, duque de Veragua, marqués de
Jamaica.
' Don Fernando Colón, historiador de su padre. — Ensayo crítico pof
el autor de la Biblioteca Americana Vetustíssima. — Sevilla, Tarascó, 1871,
pág. 9.
« Tuvo también tres hijas llamadas María , Juana é Isabel. Y el señor
Harrisse nos dice que tuvo otro tercer hijo llamado Diego, que casó en Sevilla
con doña Isabel Justiniani, de la que se separó poco tiempo después; pero de
éste no tenemos para que ocuparnos.
mümA
•fi'r"!""'
854
CRISTÓBAL COLÓN
Esto ahora podrá parecer un aserto gratuito é infun-
dado, pero se justificará en seguida.
Lo que sí podemos consignar desde luego, que el cadá-
ver que primeramente recibió sepultura en el presbiterio de
la catedral de Santo Domingo, fué el de don Cristóbal
Colón, muerto el año de 1506, y que fué colocado allí
después de repetidas traslaciones, al lado del evangelio y
junto al lugar ocupado por la silla episcopal.
Muchos años después, al lado de la epístola recibieron
sepultura los dos hermanos don Luis 3^ don Cristo'bal Colo'n
y Toledo Por sus pasos hemos llegado á la prueba
directa de la mistificación. Los datos no son nuestros. Están
consignados , á pesar de sus autores , en las Actas de lo suce-
dido en la iglesia catedral de Santo Domingo en el año 1877,
insertas por Apéndice al libro escrito por el Rdo. fray Roque
Cocchía, con objeto de dar contestacio'n al Informe de la Real
Academia Española de la Historia.
II
Algo de providencial hay en la prueba que vamos á
ofrecer á los lectores para restablecer la verdad histo'rica.
Porque es el mismo señor don fray Roque Cocchía, obispo
de Oropey arzobispo de Sirace, quien nos pone en las manos
los documentos de donde se desprende.
Repasando la Contestación al Informe de la Real Academia,
fijo' nuestra atencio'n este concepto estampado á la pág. 174.
— «Las dos Actas obran aquí en el Apéndice, y cada uno
puede ver si hay, y cuáles son, las contradicciones.»
Con esta indicacio'n, tomando del enemigo el consejo, y
llevándonos Monseñor como de la mano, fuimos á las actas
y encontramos lo que sigue:
Acta del hallazgo de los restos de D. Luis Colón ^
Loe. cit., pág. 283.
APÉNDICES
855
Aparece levantada ante notario en 1.° de Septiembre
de 1877. — Se iba preparando todo lo necesario para el otro
descubrimiento.
En ella se consigna por manifestacio'n del señor Obispo,
que ausente Su Ilustrísima en la santa pastoral visita, y
encargados los trabajos de reparacio'n de la iglesia catedral
al cano'nigo Billini, resulto' que el día 14 de Abril, al abrirse
una puerta entre la sacristía y el presbiterio, que desde
tiempo inmemorial se hallaba cerrada, quitada una de las
piedras, se descubrió al lado derecho un nicho, y en él se
apercibió' una caja de plomo. En esta ocasio'n el presbítero
Billini no cito' á las autoridades para que presenciaran el
acto de sacar la caja, ni el 26 de Junio tampoco (Véase
la nota de la pág. 835). Que el presbítero Billini determino'
volver á fijar la piedra y esperar el regreso de Su Ilustrísima:
que, sin embargo, deseando poner en claro el hecho, dispuso
abrir nuevamente el nicho, lo que se efectuó' el 26 de Junio:
que tomando la plancha de plomo que se presentaba á la
entrada del nicho, noto' grabados en ella caracteres ilegibles
que dio permiso para ver la plancha al señor don Carlos
Nouel, y que éste, rascándola, pudo leer la inscripcio'n
siguiente :
@í almirante bou 2m§ ©oíon
3)uque be Veragua, Tlax(\né§ be.,.,*
que inmediatamente dio' orden al presbítero Billini que
cerraran la bo'veda, dejando este trabajo al cuidado de los
maestros de obras, que lo hicieron después de algunos días y
que al volver el señor Obispo de su visita, convocadas las
autoridades para comprobar el descubrimiento se volvió' á
abrir el nicho, notándose la AUSENCIA de la parte de caja
que contenia la inscripción descifrada por el señor Nouel.
Vamos por partes. Y antes de seguir en el examen de
otro precioso documento, que viene á completar el Acta que
ll
856
CRISTÓBAL COLON
.t
^f^AÍÍ'^;^í
dejamos extractada , formularemos una pregunta sencilla y
sin malicia:
¿Por qué motivo se perdió', sin que se hable de robo, ni
de fuerza, ni de abuso alguno, aquella tapa descubierta no
menos que en el día 14 de Abril de 1877, y examinada en
los días 26 y 28 de Junio por don Carlos Nouel y don
Gerardo Bobadilla? ¿Qué ocurrió después del hallazgo de
aquella tapa, que hizo precisa su ausencia ó desaparicio'n?
Nótese que en ella estaba consignado el nombre de don
Luis Colo'n, nieto del Almirante; y la comprobacio'n de que
sus restos trasladados desde Oran á Sevilla, habían sido
llevados para darles sepultura al presbiterio de la catedral
dominicana, era un verdadero descubrimiento, un gran dato
histo'rico para quien emprenda el trabajo de escribir la
historia y sucesio'n d.e los descendientes del inmortal ge-
novés.
No obstante la verdadera importancia de aquel monu-
mento funerario, en el Acta que nos ocupa, y felizmente nos
ofrece monseñor Roque Cocchía, ya arzobispo de Cirace, se
dice con la mayor sencillez, y como si se tratara de la cosa
más natural é indiferente del mundo, que al regresar de su
Santa Pastoral visita, y para comprobar de un modo autén-
tico el descubrimiento hecho, se procedió' á abrir el nicho,
notándose la ausencia de la parte de caja que contenia la inscrip-
ción descifrada por Nouel.
Huelgan aquí los comentarios. Verdad que algunos
renglones antes, y con el visible designio de preparar el
ánimo para esa ausencia de la tapa, se había estampado con
igual candidez, que descifrada la inscripcio'n en 28 de Junio
por don Carlos Nouel, inmediatamente dio orden el presbítero
Bellini, que cerraran la bóveda, dejando este trabajo al cuidado
de los maestros de obras, que lo hicieron después de algu-
nos días!! *
¡Qué bien unidas quedan esas dos cláusulas! ¿No es
cierto, señores dominicanos? Inmediatamente se dio' la orden
APÉNDICES
857
de cerrar una abertura; y se hizo después de algunos días,
— Tal indiferencia es encantadora por lo candorosa.
Se perdió' la parte de caja que contenía la inscripcio'n,
o' mejor dicho, para acomodarnos ai lenguaje del Acta,
SE NOTÓ SU AUSENCIA. ¡Quizás era y aún sea verdad!
— La tapa con letras góticas alemanas no está más que
ausente
Para llenar el vacío, y continúa la historia, compare-
cieron ante notario en el palacio arzobispal el 3 de Sep-
tiembre de 1877 los señores don Carlos Nouel y don Gerardo
Bobadilla, y declararon que, en efecto, con el beneplácito
del canónigo Billini habían, examinado dos planchas de
plomo, y lavada una de ellas apareció una inscripción en carac-
teres QUE IMITABAN la letra GÓTICA ALEMANA, y que
decía así:
(£í ^límirante bou Sui^ ©oíon,
S)uqiie be Veragua, 9JÍ arqueé be '
T-!^
'lh>
r
jEureka! — Recuerden ahora los lectores entre las repe-
tidísimas inscripciones que hoy presenta la caja, que se
quiere hacer creer contiene los restos del gran Colón, la
única que de antiguo estaba grabada en ella era también la
de la tapa , en letras góticas alemanas
filtre 1) (B^M :53arou
®,n (ívigtobaí (íoíou
>^
í^y
todo lo demás fué añadido, y por mano torpe, poco acos-
tumbrada, para convertir á este don Cristóbal muerto en
1572 , en el primer Almirante que descubrió' las Indias.
Por eso se perdió la tapa de la caja que encerraba los
' Contestación al Informe de la Real Academia de la Historia, etc.—
Apéndice, pág. 284.
Cristóbal Colón, t. 11. — icS
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y^
-.Twa?"!
858
CRISTÓBAL COLON
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-3i#^
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restos de don Luis Colo'n: por eso no se ha perseguido á
nadie por la sustracción sacrilega, robo verificado en el pres-
biterio mismo, en el santuario de la catedral de Santo
Domingo, y profanando una sepultura!...
Pero no hagamos cargo por esto á nadie. Las autori-
dades civiles, las eclesiásticas no han procedido, porque.
saben muy bien que la tapa no fué robada sino que está
ausente, para evitar que cotejadas las dos inscripciones góticas
alemanas de don Luis Colón, Almirante y duque de Veragua, y
de su hermano don Cristóbal Colón, que no tenía título alguno
y era so'lo un segundo'n III""'. y Es.''" de tan ilustre y esclare-
cida familia, se viera claro como la luz del sol en la isla
Española, que las dos cajas eran del mismo tiempo, iguales
las inscripciones puestas á aquellos dos hermanos, muerto
el uno en la misma isla en el miCs de Enero del año 1572,
el otro en su destierro de Oran, en 14 de Febrero del
mismo año.
Si esto hubiera podido verse no cabía mistificacio'n ; el
embrollo se deshacía por sí mismo.
III
Entre el día 14 de Abril de 1877 en que se descubrid la
caja que contenía los restos del tercer almirante don Luis
Colon y Toledo, y el acto solemne representado en 10 de
Septiembre, medio' el descubrimiento de la caja de don
Cristo'bal, su hermano. El nombre de éste hizo nacer un
pensamiento tan audaz como insensato. Se rayaron nuevas
inscripciones sobre el plomo para convertir en Descubridor de
América al que había nacido muchos años después de aquel
gran suceso histo'rico, 3' ya en el país descubierto y coloni-
zado; y entre los datos contrarios, entre los testimonios
acusadores, que hubo necesidad de hacer desaparecer, fué
uno de ellos, el principal de todos, la plancha de plomo que
tenía el nombre de don Luis Colo'n en letras góticas alemanas.
APÉNDICES
JL^.
859
CONCLUSIÓN
^^\í!
Aunque con la brevedad necesaria, paréccnos haber
puesto de relieve que en el curso de esta polémica, desde su
principio hasta ahora, se han fijado muchos esenciales.
1.° — El Almirante don Cristóbal Colón fué el primero
que obtuvo sepultura en el presbiterio de la catedral de
Santo Domingo; sin que nunca fuera ignorado el lugar
donde estaba colocada la caja de plomo que condujo sus
mortales despojos desde Sevilla.
2.° — Jamás ha existido, ni podido existir en la isla tra-
dición oral ni escrita relativa á haberse equivocado los espa-
ñoles cuando recogieron en 1795 las cenizas del Almirante;
ni menos á que persona alguna eclesiástica hubiera cambiado
los restos verdaderos por otros del hermano o' del hijo del
grande hombre.
3.° — Tales muestras acompañan al acto ruidoso repre-
sentado el día 10 de Septiembre de 1877; aparecen en las
Actas indicios de tal carácter, que es imposible concederle
importancia histo'rica.
Conocidos el valor y la verdad del suceso; depurados
los antecedentes; sacados á pública luz los puntos flacos y
vulnerables, que no ha sido posible sostener ni aún á los
más audaces patrocinadores de aquella escena; puesto en
claro el procedimiento seguido ¿Podría decirse algo más
para completar la Demostración de que los restos del almirante
están en la Habana? — No es necesario. — Disipada la nube
brilla de nuevo la luz que por un momento había tratado de
oscurecer la malicia.
El acto noble y patriótico practicado en 1795 por las
autoridades españolas recobra su fuerza, y se ofrece con
mayor prestigio á la vista de las naciones civilizadas, que no
pueden dejar de aplaudir la elevación de ideas que los
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86o
CRISTÓBAL COLON
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1
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guiaba, haciéndolos dignos descendientes de aquellos pre-
claros varones que ^patrocinaron al desvalido genovés en la
corte de los Re3'es Cato'licos.
Estos comprendieron la altísima idea que llenaba la
mente de Colón, o' aún sin llegar á comprenderla por su
magnitud misma, adoraban la inteligencia superior de aquel
hombre esclarecido, que hablaba con. fe, con ardor y con
elocuencia de proyectos tan nuevos, tan asombrosos, que
parecían ensueños, delirio de imaginacio'n enferma.
Nudo nochicr, prometitor di rcgni...
Con su admiracio'n, con su entusiasmo le sostuvieron
en las contrariedades, le ayudaron en la lucha, llevándole á
término de que su pensamiento colosal fuera escuchado y
comprendido, como jamáí? tal vez hubiera podido serlo,
Si no hallara en Castilla una matrona
Cual nunca alguna que ciñó corona.
Aquéllos se resignaron con dolor á ver que su patria
perdía uno de los más preciados florones de su corona ; pero
no pudieron resignarse á entregar con la capital la memoria
del héroe protegido por la gran Isabel primera. Cedieron
territorrio y conservaron el emblema de gloria, semejantes á
aquellos "caballeros legendarios que menospreciaban la exis-
tencia y perdían la vida envolviéndose en los jirones de su
destrozada y gloriosa bandera.
Los restos de Cristóbal Colón representaban la mayor
gloria de España; la idea grandiosa del descubrimiento por
nosotros acogida cuando otros pueblos no la comprendieron:
eran el símbolo de los tiempos de nuestra mayor grandeza.
Aquí encontró' el Redentor de un mundo inteligencias que
comprendieran sus planes, compañeros» para sus atrevidas
expediciones aquí debía encontrar igualmente corazones
que al recuerdo de su nombre latieran con violencia, movidos
por el afecto, y que procuraran conservar su memoria, sacan-
APÉNDICES
86i
do sus restos de una tierra que iba á dejar de ser española,
para guardarlos con verdadero respeto, con amor profundo,
con patriótico entusiasmo, con veneracio'n sin límites entre
los buenos hijos de España, entre los desdientes de los
inmortales reyes cato'licos don Fernando y doña Isabel, de
gloriosa memoria.
Dios inspiro' á los españoles el noble intento de conser-
var las cenizas de Cristóbal Colón, y guio' su mano para
que recogieran el sagrado depo'sito Dios no ha querido
que el engaño oscurezca la historia, y ha hecho se conserven
en los actos mismos de los nuevos magos las semillas de
verdad que fructificando sirven para destruir su obra.
yl
V.
r*^-'
APÉNDICES
863
TERCERO
LOS RETRATOS DE CRISTÓBAL COLON
El deseo, muchas veces manifestado en todos los países
cultos, de conocer la verdadera efigie del descubridor del
Nuevo Mundo, parece haber tenido, hasta cierto punto, satis-
faccio'n cumplida en nuestros días, con la feliz restauracio'n
de la antigua tabla que poseía la Biblioteca Nacional de
Madrid, bajo cuyos modernos repintes ha aparecido un
retrato muy diferente del que antes se veía en ella, y con
caracteres de haber sido hecho en los primeros años del siglo
decimosexto.
La leyenda que el cuadro antiguo ostenta en su parte
superior y dice: Colombus Ligur, novi orbis repertor,
parece que debe contribuir también á producir el convenci-
miento. Dudan muchos, todavía, á pesar de todo, y la verdad
es que no podemos envanecernos de poseer evidentemente
un retrato auténtico del primer Almirante de las Indias,
aunque hay muchos datos para persuadirnos de que el
nuevamente hallado debe estar muy cercano á la verdad , si
no es la verdad misma. Al ofrecer un fiel traslado á los
lectores de nuestro libro, vamos á darles noticia de lo más
importante que sobre los retratos de Cristóbal Colón se ha
escrito por personas muy autorizadas, y de las condiciones
864
CRISTÓBAL COLON
de esa copia ú original que se conserva en la Biblioteca
Nacional.
Pero antes de entrar en el examen de las diversas
imágenes que se han presentado como retratos del ilustre
navegante, no podemos excusarnos de tratar la cuestión en
terreno más amplio y sin reducirla á un cuadro determinado;
con tanta más razón, cuanto de los antecedentes que ahora
expongamos, podrá deducirse criterio más recto para juzgar
las pruebas en que se apoya cada uno de los sostenedores de
las varias opiniones.
¿Cuándo pudo ser retratado Cristóbal Colón? ¿En qué
lugar debió' serlo? ¿Qué artistas pudieron ocuparse en hacer
aquel trabajo? ¿Do'nde debieron conservarse los originales?
Con estas cuestiones van ligadas todas las demás dudas que
se ofrecen sobre la edad del Almirante, su traje y cuanto
con los accidentes de aquél se relaciona.
II
Preciso es confesar, para rendir el culto debido á la
exactitud histo'rica, que no existe referencia ni dato contem-
poráneo que indique se hiciera en tiempo alguno retrato del
Almirante durante los días de su vida. Lanzados al terreno
de las conjeturas y buscando lo más probable, examinaremos
las diferentes épocas de su permanencia en España, en que
pudiera haber interés y ocasio'n de conservar su imagen.
Desde luego podemos descartar todo el período largo y
trabajoso, que antecedió' al embarque en el puerto de Palos.
Desde 1484 hasta 1492 no fué Colón persona notable entre
los cortesanos y caballeros que acompañaban á los Soberanos,
ni se hacía señalar en las poblaciones donde habitaba, más
que por lo atrevido de sus proyectos, por la rareza de sus
razonamientos y por su porte extraño cuanto mísero, que
hizo que más de una vez lo apostrofaran de maniático. No
APÉNDICES
865
hay que buscar, pues, en esa primera época, retrato del
genovés que tanta gloria había de proporcionar á la nacio'n,
y que entonces andaba envuelto en una capa raída. No había
en aquel tiempo gran pasio'n por los retratos, y era éste un
honor que so'lo se concedía á los Monarcas y á personajes de
las más elevadas gerarquías, entre los cuales no podía enton-
ces colocarse de modo alguno al peticionario extranjero, al
pobre arbitrista mantenido por la esplendidez de algunos
nobles y por la generosidad de los Soberanos.
Desde que Colón desembarco' en el puerto de Palos en
el mes de Marzo de 1493, hasta que en 25 de Septiembre
del mismo año se hizo nuevamente á la vela para colonizar
en las islas que había descubierto, puede considerarse que
fué la figura más sobresaliente de toda España ; el hombre
que más llamaba la atención y aquel á quien todos deseaban
conocer. Esta parecía la ocasio'n más propicia para que
los Reyes mismos o' algunos entusiastas de su empresa y
apasionados de su persona, hubieran querido conservar su
recuerdo cuando iba á exponerse á nuevos peligros y á per-
derse tal vez en mares desconocidos. Pero la conjetura no
traspasa los límites de lo probable; porque no se conserva
noticia, según ya dijimos, de que se le hubiera retratado en
Sevilla, en Barcelona o' en Cádiz, y la misma notoriedad que
entonces acompañaba á todos los actos del Almirante,
hubiera sido causa de que no dejara de consignarse que se
había hecho su retrato.
En aquellos meses la existencia de Colón fué muy
agitada, muy ocupadas sus horas. En Palos y en Sevilla,
preparándose para ir á la corte de los Reyes, y escribiendo
las relaciones de su viaje; en Barcelona, refiriendo á don
Fernando y á doña Isabel las singulares condiciones de las
islas visitadas, las maravillas de su suelo, la riqueza de sus
producciones, y las esperanzas que podían abrigarse de ex-
tender la religio'n cristiana entre infinitas gentes sencillas é
incultas, y aumentar el poder de la monarquía española con
Cristóbal Colón t. 11. — 109.
866
CRISTÓBAL COLON
\^ eab¿a^*^g'E7=r^^
territorios cuya extensión no era posible calcular. Desde
luego pensaron los Reyes enviar allá una numerosa escuadra
provista de todo lo necesario para una colonizacio'n estable y
duradera, comenzando á dictar multitud de o'rdenes y á
tomar medidas de índole muy varia, para todo lo que era
consultado Colón, y se seguían sus consejos sin variación
alguna, como de la persona más competente. Su ocupacio'n,
pues, era continua, sus atenciones muchas; y al trasladarse
desde Barcelona á Sevilla para dirigir personalmente el
armamento de la escuadra, crecieron sus obligaciones hacién-
dose más perentorias, porque los Reyes daban prisa para
que saliera inmediatamente, por temor de las resoluciones
que pudiera tomar el rey de Portugal.
No es probable que en aquel tiempo pensara el Almi-
rante más que en atender á las graves responsabilidades que
sobre él pesaban: buscar hombres; acopiar provisiones y
cumplir las repetidas ordenes que los Monarcas le comu-
nicaban.
A la vuelta del segundo viaje desembarco' en Cádiz á
principios del mes de Junio de 1496. Hospédale entonces
en su rectoría , Andrés Bernáldez , el cura de los Palacios , y
aunque describe su persona, no hace memoria de retrato
alguno que lo representase. Sin embargo, en esta época sería
cuando podría señalarse con mayor probabilidad la ocasión
de haber sido trasladado al lienzo o' en tabla; pero, en verdad,
debe recordarse que aunque su permanencia entonces fué
muy dilatada, pues no se hizo á la vela para el tercer viaje
hasta el último día del mes de Mayo de 1498, no fueron
tranquilos sus días, y entre las atenciones de su cargo, el
apresto de la flota, las peticiones á los Reyes y las com-
plicaciones, dificultades y disgustos que le acarreaba de
continuo la mala voluntad del obispo Fonseca, no debió'
quedarle mucho espacio ni gusto para dedicarse á un acto
que entonces reclamaba largas horas de exposicio'n del
modelo ante el artista. Además, al regresar del segundo
APÉNDICES
867
viaje el Almirante, había decaído ya mucho el entusiasmo
por su empresa. Los descontentos que habían vuelto con
fray Bernardo Boíl y con mosén Pedro Margarit, habían
pintado con muy negros colores la situación de lá colonia,
esparciendo el rumor de que había mucha exageración en las
grandezas narradas por Colón, y que lejos de traer ventajas
el descubrimiento, se sepultarían en las Indias los caudales
del tesoro de España y gran número de sus hijos; por todo
lo cual se notaba cierto vacío alrededor del Almirante.
A pesar de todo esto, ésta es la época más favorable
para que pudiera copiarse su figura, y por las circunstancias
del traje y de la edad á ella parece referirse la antigua tabla
de que luego nos ocuparemos.
m
Pero dado el supuesto de que Colón fuera retratado en
esta segunda época, o' que lo fuera en la anterior de 1493,
cuando recorrió todo el ámbito de España desde Sevilla á
Barcelona, vienen naturalmente las otras cuestiones que
indicábamos. ¿En qué lugar pudo hacerse el retrato? ¿Qur
artistas pudieron ocuparse en aquel trabajo? Acerca de L
primero no puede formarse conjetura: no hay dato, ni
indicacio'n, ni sospecha; y faltando como falta la evidencia
de haberse hecho la pintura, es imposible que se indague el
punto en que debió hacerse.
Pero no sucede lo mismo en cuanto al artista. Los
retratos que con mayores visos de autenticidad se ofrecen al
examen de los entendidos, son obras, según parece, de auto-
res muy notables en la historia del arte. La tabla que pro-
cedente de los señores de Cuccaro vino á poder del conde
Rosselly de Lorgues, y éste publico' al frente de varias
ediciones de su vida de Colón, se suponía de mano de An-
tonio del Rinco'n, y así lo expresaba la nota que la acom-
'^*^:S
smi)
868
CRISTÓBAL COLON
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m
paño: ((Único retrato verdadero de Cristóbal Colon, atribuido
á Antonio del Rincón.» El cuadro existente en la Biblioteca
Nacional de Madrid, y que se juzga ser el mismo que tenía
en su coleccio'n famosa el obispo de Nocera Paulo Jovio,
es clasificado de muy antiguo por los inteligentes, como obra
de la escuela florentina y estilo de los discípulos del Bron-
cino; y el que últimamente ha descubierto en Venecia el
discreto arqueólogo Antonio della Rovere, se cree pintado
por Lorenzo Lotto, tal vez por encargo de Angelo Trivijiano,
para que fuese remitido al embajador Malipieri con aquella
copia de la carta diseñada por Cristóbal Colón, que hizo
se sacase en la villa de Palos en gran tamaño, como en su
lugar dejamos consignado.
Vamos á ocuparnos de este último, dándole el primer
lugar en nuestro examen, porque siendo el más reciente, es
el que ha llamado más poderosamente la atencio'n en estos
últimos tiempos; y porque, siguiendo este orden, vendremos
á terminar nuestro estudio con el de la tabla existente en la
Biblioteca Nacional, que es por muchas razones el objeto
principal de este Apéndice.
Se ha dado al público este retrato acompañado de un
trabajo del Sig. Salvatore Raineri ^, del cual extractaremos
las noticias principales que á él se refieren, toda vez que el
cuadro original nos es desconocido, y so'lo podemos juzgar
de la cabeza, que en precioso grabado acompaña al artículo.
((El retrato del Lotto, dice, está pintado en lienzo, tal
vez para transportarlo enrollado, 3^ mide 0,82 centímetros
por 0,93. El color del rostro y cuello es moreno; las dimen-
siones de la cara son 24 centímetros y la misma distancia se
observa entre la barba y la parte inferior del pecho; luego
' Revista marítima. — Luglio. — Agosto 1890. — Roma: tip. del Senato.
APÉNDICES
869
si el retrato es exactamente del tamaño natural , la estatura
del sujeto debía ser á lo menos de 1 metro 75, 6 sea la
altura más que mediana que dijo Fernando Colo'n. Viste
traje rojo, 6 escarlata, terminado sobre el pecho por una
cinta blanca. Sobre la ropilla interior, amplio tabardo negro
adornado con piel oscura. Sale bajo el tabardo el brazo
derecho, y en la mano tiene una carta náutica con los
nombres de las islas descubiertas por Colón; la mano
izquierda, que sostiene una de aquellas ampolletas usadas
por los marinos
per mirare
Quante ore con un vento siano andati,
E quante íniglia per ora arbitrar el '
se apoya sobre un volumen de Aristo'teles en una mesa
baja.»
«El fondo del cuadro es gris, y en el centro á través de
una ventana se descubre una isla cubierta de verdura.»
«El cuadro fué más ancho que alto, y esta circunstancia
inclinaría á creer que estuvo destinado á figurar en la carta
que Trivijiano, por mediacio'n de Colón, hizo dibujar en
Palos {(Copiosa é particolar di quanto paese é scoperto, é fatta
Jar dall compasso grande 2.»
«Para reducir el cuadro á mejores proporciones, y por
estar deterioradas las extremidades, fueron cortadas éstas,
y el que hizo la operación afirma que á la derecha, detrás
de los libros, se descubrió' la cabeza de un moro o' árabe con
birrete colorado. Era sin duda alguna la efigie del rey
sarraceno o' beréber de las Canarias 3, que fué regalado á la
Señoría por los Reyes de España con papagallos y otras
•y^''
^'fe^
» Leonardo Dati. — Canto III.
* MoRELLi, Lettera rarhsima, pág. 44.— Véase íntegra á la pág. 416 de
este tomo.
» Bembo le llama Rey de las islas Afortunadas. (ístoria Véneta, 1780,
pág. 181).
870
CRISTÓBAL COLON
c^
curiosidades, antes del lo de Junio de 1496, y llevado á
Venecia por Francisco Capello en 1497, como puede verse
en los diarios de Malipieri y de Sañudo y en los registros del
Senato-Terra, que lo envió' á Padua en 2 de Junio de 1497 S
Lotto lo puso en el retrato ciertamente para identificar
mejor á Colón.))
«El lienzo está pintado á la manera bellinesca, que uso
el Lotto hasta 1509.»
«Ahora nace la cuestión de si este pintor pudo estar en
España entre los años de 1500 y 150a.))
«Lomazzo, Ridolfi y Tassi, creyeron á Lotto natural de
Bérgamo: Milanesi y Lermolieíf 2, trevisano: Federici y
Frizzoni, veronés: Vasar i y Lanzi, veneciano, y tal resulta
ser por los documentos hallados en Treviso 3, donde residía
el. 6 de Septiembre de 1503. Por cierta maestría que se ve
en la ejecución del san Jerónimo del Louvre, hecho en el año
1500, cree Lermolieff que Lotto pudo nacer en el año 147Ó.
Su biografía revela una existencia nómada, y por tanto no
es improbable que pudiera haber hecho un viajé á España
formando parte de la comitiva del embajador Dominico Pi-
sani, como la formo' de la que llevo' á Roma Jorge Pisani
en 1508 y 1509, Las dos fechas del cuadro del Louvre y
del documento de Treviso no serían obstáculo, pues el san
Jerónimo pudo ser pintado en la primera mitad de aquel
año (1500), y como la embajada volvió á Venecia en 1502,
bien pudo Lotto haber ido á España en 1501.»
«Algunos opinan que Trivijiano pudo traer consigo de
España un retrato de pequeñas dimensiones, que hubiera
sido ampliado por Lotto hasta el tamaño natural; pero
i
A /-/
' Concordando las fechas el beréber debió llegar á España con las cara-
belas de Torres, que trajeron 500 indios de Haití. El nombre de beréber ó
azenaga se encuentra en el viaje de Alvize de Mosto, é indica los africanos de
color rojizo para diferenciarlos de los de color negro.
« Lermolieff (Morelli). Die ÍVerke It. Meister, 39.
* Bampo, Arch. Ven. XXXII, 169.
APÉNDICES
871
»
sería cosa sorprendente que el pintor hubiera podido dar
á un retrato la vivísima expresio'n que tiene el nuestro, sin
haber visto la persona, especialmente si la expresión es tan
natural y notable como en el retrato del Lotto.»
No son, á decir verdad, muy robustos los argumentos
que de suposición en suposición va formando el Sig. Raineri
para dar fuerza á sus opiniones. Mas á pesar de ello el
retrato merece atencio'n por sí mismo y por varias coinci-
dencias en que después nos ocuparemos.
IV
El retrato que poseían los señores de Cuccaro, y que se
creía llevado de España por Baltasar Colombo, cuando re-
greso á Italia después del pleito de sucesio'n, parece que
había pasado á manos del conde Rosselly de Lorgues, y se
estimaba obra de Antonio del Rincón. Cabe en lo posible
que así fuera; mas debe repetirse la observacio'n ya hecha,
de no existir dato que se refiera, ni siquiera indirectamente,
á que aquél se ocupara en trazar la efigie del primer
Almirante. Pudo hacerlo, porque fué uno de los artistas más
notables de su época, tanto que principio' á separarse de la
rigidez bizantina, dando más naturalidad á las tintas de las
carnes y redondeando la dureza de los pliegues, como se nota
en los cuadros del retablo de Robledo de Chávela, creándose
un estilo propio, por lo que se dice fué nombrado pintor de
los Reyes Católicos, cuyos retratos hizo para el retablo del
altar mayor de San Juan de los Reyes. Nació' en Guadalajara
en 1445 y murió probablemente en Sevilla el año 1500,
según conjetura de don Juan A. Ceán Bermúdez '. Retrato' al
• Además de lo que este erudito historiador de las bellas artes dice en su
Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes de España,
872
CRISTÓBAL COLON
^%
í^
r;^/
1^
'^^
^V
maestro Antonio de Nebrija, y la reproduccio'n de aquel cua-
dro, grabada en cobre, se ve en las antiguas ediciones de algu-
nas obras del Nebrisense, como en su edicio'n de las Geo'rgicas
y la Eneida de Virgilio, hecha en Granada en el año de 1546.
Que el retrato es obra de Antonio del Rincón lo dice el mis-
mo hijo de Nebrija en los versos latinos que acompañan al
grabado; y si de este dato puede deducirse el intento del
artista de conservar las imágenes de los varones más notables
de su tiempo, nada más natural que creer hiciera el retrato
de Cristóbal Colón á cuyo lado vivid muchos meses en la
corte de los Reyes. Pero aun concediéndolo, faltaría todavía
la demostración de que aquella tabla original sea la que
poseyeron los señores Colombo de Cuccaro, pues no creemos
exista documento que lo justifique, ni se sabe que 5^a en ma-
nos del conde Rosselly de Lorgues, o' antes, lo hayan recono-
cido personas peritas que, por el estilo del cuadro, por su
dibujo y colorido, por el estado de la tabla y por los muchos
accidentes que deben tenerse en cuenta para la clasificación
de las obras pictóricas, la hayan atribuido á Antonio del
Rinco'n, ni uno siquiera que hubiera dicho que era pintura
contemporánea de este artista y del Almirante. Lo dice el
conde historiador, y lo conceptúa único retrato verdadero;
pero solo bajo su palabra, que no es por cierto artículo de
fe, y hasta sin indicar siquiera por qué razones es atribuido
al pintor que hizo los de los Reyes Cato'licos y el del maestro
Nebrija.
V^:v
(tomo IV) pueden verse algunas noticias sobre Rincón en las obras si-
guientes :
—Discursos apologéticos en que se defiende la ingenuidad del arte en la pintura,
por donjuán de Butson.— Madrid, por Luis Sánchez, 1626.
—Parnaso español pictórico laureado, por don Antonio Palomino Velasco.—
Madrid, 1724,
— Viaje de España, por don Antonio Pons.— Madrid, 1773, i" 8.°, tomo II.
— El Arte en ^í/í7/7a.— Madrid, Galiano, 1869, tomo VIII. —Artículo Antonio
del Rincón, por don Gregorio, Cruzada y Villaamil.
APÉNDICES
873
La tabla de la Biblioteca Nacional tiene larga historia.
Pintada, — según hoy puede asegurarse sin vacilacio'n ni
duda, porque su estilo lo declara, — en la primera mitad del
siglo XVI y según toda probabilidad de escuela florentina;
repintada luego en época que no puede fijarse; y variado el
rostro del personaje, su vestido y hasta la inscripcio'n que en
la parte superior se descubre, por mano imperita trazada y
con una intencio'n que no es fácil calificar, pues sin duda se
pretendió' mejorar el retrato, había llamado muchas veces la
atencio'n de personas doctas, que la miraban con interés, cre-
yendo descubrir en aquel cuadro rasgos de mayor antigüedad.
Ocupándose de él el señor don Valentín Carderera, cuya
competencia en la materia es por todos reconocida, decía en
su informe á la Real Academia de la Historia ^ :
((El que se conserva en la sala de índices de la Bibliote-
ca Nacional de esta corte, es el más antiguo de cuantos hemos
visto en España: está ejecutado en tabla, es de unos dos
pies de alto y con poca diferencia igual en su tamaño al de
la casa de ^íalpica ^ y al presunto de la isla de Cuba.
Creemos que merece analizarse esta pintura, á la cual tenía
• Informe sobre los retratos de Cristóbal Colón, su traje y escudo de armas,
leído en la Real Academia de la Historia por su autor don V. Carderera; indi-
viduo de número. — Memorias de la Real Academia de la Historia, tomo XVIII,
P%- 25.
* Describiendo este retrato había dicho antes el señor Carderera:
« El primer retrato que se presenta en nuestro examen es un lienzo de dos
pies de alto, que conservan en esta corte los señores marqueses de Malpica. En
él se ve á Colón de busto solamente, con ropilla ó sotana negra, descubierto
levemente el borde de la camisa, y terciado por delante el manto de color verde
muy osciu-o. En el borde superior se lee este epígrafe: Cristoforus Ligur novi
orbis repertor. Aunque esta pintura cuente casi tres siglos de antigüedad, desgra
ciadamente no es más que una copia, harto abreviada, del retrato colocado en
la serie de varones ilustres de la galería de Florencia, que así como otros de
Cristóbal Colón, t. ii.— no.
874
CRISTÓBAL COLON
r"**-^.
^_--^.!^^J
especial predilección nuestro difunto y sabio director señor
Navarrete, que trato' de reproducirla en la impresión de los
viajes del Almirante.
«¿Este retrato, por ser el más antiguo que conocemos,
será copia de alguno hecho por el natural en nuestra penín-
sula? ¿Será acaso de los que sirvieron de tipo para el del
museo expresado de Paulo Jovio, o' será, por el contrario,
copia de éste, traída de Italia á mediados del siglo xvi,
cuando entre los magnates españoles que volvían de aquellas
regiones, se despertó la afício'n á los retratos histo'ricos y á
todos los objetos de bellas artes?
» Dos razones, no de gran fuerza, podrían dar visos de
probabilidad á lo primero. Consistiría la una en la diferencia
del traje, porque el ropo'n con pieles ajustado y cruzado por
delante, es vestido algo diverso del de los retratos que cono-
cemos. Pero un escrupuloso examen nos persuade ser aquel
ropo'n postizo, y obra de un restaurador moderno, pues
mirando la tabla al soslaj^o, se descubren las huellas o' pince-
ladas casi horizontales de los pliegues del manto echado
sobre los hombros cruzando el pecho, con que se ve á Colón
en la galería de Florencia, y en la ya citada estampa de
A. Capriolo.
))La segunda razo'n sería que este último retrato, si
bien es de la misma sagma y está en idéntica dirección de la
de nuestro cuadro, nos presenta á Colón con su cabellera
larga, y con la calma y serenidad de un héroe; al paso que
en la tabla de la Biblioteca, cierta contraccio'n de las cejas
imprime una expresión notable de tristeza, que parece
retrata el estado del alma del ilustre navegante en los meses
últimos de su gloriosa carrera: diríase que lo escaso de su
cabellera confirma igualmente esta conjetura.
))Por desgracia, las razones que hay para probar que la
diferentes personajes, esparcidos por la corte, del tamaño dicho, fueron copiados
con muy ligeras alteraciones en el traje y en la edad, durante el ultimo tercio del
siglo XVI, de los del famoso museo que Paulo Jovio formó en su granja.
APÉNDICES
875
tabla de que hablamos es una copia, son muchas y de gran
peso. Obsérvase desde luego en ella el tamaño casi igual al
de los retratos de Jovio, o' al de las colecciones que, como
las de Florencia, se formaron copiando aquéllos. Idéntica es
la proporcio'n del busto de tamaño natural ; idéntico el
epígrafe colocado del propio modo en la parte superior del
cuadro. No vemos, por otra parte, aquellos trazos y pince-
ladas seguras y dibujadas que dan gran carácter de verdad
al retrato «
^¿¿^^■> ;• ■ j.,. .^;>|..>;¿:f^|
y-^ ''-y-^vá
VI
' Se insertó en el Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid. —
Fortanet, 1877, tomo I, págs. 244-254.
MI V>,
Tal era era el cuadro que llamaba la atención del docto
don Martín Fernández Navarrete, y que tanto aprecio
merecía al inteligente don Valentín Carderera. Mas á pesar
de lo expuesto en la erudita Memoria que escribió' el último,
pasaron muchos años, desde el de 1847 á 1874, -i" ^^^
nada se hiciera por disipar las dudas que sobre las restau-
raciones de aquel antiguo retrato había manifestado con tan
justificadas causas, ni se procurase conocer el verdadero
original que bajo tantos repintes se encubría.
Manifesto'se en aquel año el propo'sito de levantar una
estatua á Cristóbal Colón, en el Ministerio de Ultramar,
y con tal motivo el señor don Ángel de los Ríos y Ríos
dirigió' á la Real Academia de la Historia una comunicacio'n ¿«-
Sobre el retrato y traje más auténtico de Cristóbal Colón,
fecha en Podreño á 12 de Octubre de 1874 ', en la que,
dando el mismo lugar preferente que Navarrete y Carderera
habían dado á la tabla de la Biblioteca Nacional, exponía
muchas y atinadas observaciones sobre la misma, y acerca de
otros retratos, así como sobre su traje y la época en que
m\
^•y
876
CRISTÓBAL COLON
■/w^mm^
pudo ser reproducida su imagen. Contesto' á esta comuni-
cacio'n el señor don Valentín Carderera ', insistiendo en su
antigua opinio'n, robustecida con nuevo y más cumplido
examen del retrato, y á estos trabajos debemos la restau-
ración esmerada que del cuadro se hizo, presentando un
retrato del Almirante por todos conceptos digno de aprecio,
y que llamo' vivamente la atencio'n de los americanistas
más distinguidos, reunidos en Madrid para la celebracio'n
del cuarto Congreso en el año 1881.
«Resta decir algo, escribía el señor de los Ríos, del
retrato existente en la sala de índices de la Biblioteca Nacio-
nal, al que tenía especial predileccio'n el señor Navarrete,
razo'n muy digna de tenerse en cuenta para los que saben
cuánto profundizo' la historia en los viajes y descubrimientos
marítimos de los españoles nuestro inolvidable director. El
señor Carderera afirma ser este retrato el más antiguo de
los que hoy se conocen ; pero cree que es una copia hecha en
Italia, porque tiene igual tamaño que los retratos del museo
de Jovio y de la galería de Florencia; la tabla es de madera
de chopo, contra la costumbre de los pintores españoles,
o' que pintaban en España, y el estilo es amanerado como
el de la escuela florentina de fines del siglo xvi; cono-
ciéndose á través del ropo'n forrado de pieles, propio de
la época de Carlos V, los trazos horizontales de la toga o'
manto que manifiestan la copia de Florencia y el grabado de
Capriolo. Además, juzga que ha sido este cuadro restaurado
pocos años ha, y por mano inexperta, conservando la forma
general de la fisonomía, pero alterando algunos detalles y
rasgos característicos de ella. >.
«Resta ahora ocuparnos, decía, contestando por el
mismo tono el señor Carderera, del retrato al oleo existente
en la Biblioteca Nacional, lo que haremos con tanto mayor
Se encuentra á las págs. 255 á 268 del tomo I del Bo/ef/n antes citado.
APÉNDICES
"^77
gusto, cuanto que convenimos en gran parte con las ideas
del señor de los Ríos, pues así que leímos su erudita Memo-
ria nos apresuramos á examinarlo, ofreciéndonos esto motivo
para modificar la apreciación que hicimos en nuestro primer
informe , apreciacio'n motivada por el desagradable efecto
que nos produjo la vista de las torpes restauraciones de que
estaba llena aquella tabla, por el extraño ropo'n moderno
que nos desoriento' extraordinariamente, no menos que por
la escasa luz y altura á que se hallaba colocado. Así, pronto
sospechamos que pudiera ser una de las casi adocenadas
copias del retrato de Colón, procedentes de las series que
se hicieron en el Museo de Jovio, y de las de otros princi-
pales mencionados aquí y en nuestro primer informe, repro-
duciendo más tarde los retratos iguales al citado grabado de
Capriolo. Pero habiendo debido posteriormente á la amable
cortesía del señor Hartzenbusch, entonces dignísimo director
de aquel establecimiento, el hacer despacio un nuevo examen
de aquella tabla, observamos lo que antes nos fué imposible
ver por las razones expresadas.
«Entonces nos llamo la atencio'n el cabello corto, circuns-
tancia que señala el señor Ríos, y que necesitaba un atento
examen, hallándose poco visible el corte y teniendo el cuadro
fondo algo oscuro
))En cuanto á las diferentes transformaciones del traje
de Colón, que nuestro digno académico supone en la refe-
rida tabla (aunque nada inverosímiles), nos parece, atendida
la delgadez de la parte de color que cubre el cuerpo, no
haber tenido más que las que creíamos ver en nuestra
primera inspección; ni aún el que haya otra cosa debajo del
traje primitivo, d de marino o' de sayal franciscano, si es
que lo hubo. Observamos en lo alto del pecho algunos
vestigios de color menos oscuro, que se traslucen en dos
pinceladas en direccio'n oblicua hacia la izquierda, y pudiera
la más alta marcar el borde superior del capucho, destacán-
dose sobre la parte sombreada del cuello. Así todo lo dicho
878
CRISTÓBAL COLON
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M
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STE? permite sospechar con el señor de los Ríos, que debajo de la
pintura moderna y del impropio ropo'n postizo, pudiera
descubrirse una copia, aunque deteriorada, del retrato
primitivo, con el traje ya citado, como de fraile, que men-
ciona el cura de los Palacios. Si éste llega á descubrirse,
bien puede sospecharse que la tabla de la Biblioteca sea una
copia del expresado retrato primitivo, entre los que reunió
Jo vio en su magnífico Aiuseo de Como.»
VII
Las opiniones expuestas dieron el resultado más cum-
plido que pudiera desearse. Movido por ellas, y por su amor
al insigne navegante el señor don Cayetano Rossell , jefe de
la Biblioteca por fallecimiento del señor Hartzenbusch, pro-
cedió con gran empeño á la restauracio'n de la discutida
tabla, valiéndose de la reconocida pericia y gran inteligencia
del señor don Salvador Martínez Cubells, restaurador del
Museo Nacional, que tantos aplausos había conseguido
restaurando el grandioso cuadro de San Antonio de Murillo,
después de la sacrilega mutilacio'n de que fué objeto.
«Dio' principio el señor Cubells á su tentativa, escribe
el señor don Cayetano Rossell \ por la parte superior del
cuadro, por la leyenda que indicaba el nombre del personaje
y su calidad, y las letras que iban raspándose dieron una
variante que descubría ya la primera suplantación. Debajo
del sustantivo inventor indiscretamente usado por los roman-
cistas de aquella edad, apareció' la abreviatura de repertor; y
prosiguiendo la operacio'n, en vez del renglo'n que decía:
Cristo/. Colombus nori (sic) orhis inventor,
se descubrió' este otro:
Colomb. Ligur, novi orhis reptor.
' Boletín de la Real Academia de la Historia.— 'i'omo 1, p.lg. 326.
APÉNDICES
879
» La diferencia entre las dos últimas voces es muy
importante; la impropiedad de una hace resaltar la exac-
titud de la otra; invenire, es hallar como por casualidad;
reperire, descubrir, encontrar lo que se busca. No sutili-
zamos nosotros tanto en el uso de estos verbos; pero los
franceses emplean el reiicontrer y el trouver en sentido también
distinto; en el de lo casual el primero, y el segundo en el
que se refiere á propo'sito deliberado. De tal principio ¿qué
no debía esperarse? Bastaba una enmienda tan desacertada
en el epigrafista para atribuir al pintor licencias por el estilo.
))Y en efecto, á medida que iba despejándose el antiguo
original de la mancha que lo oscurecía, cobraba vida nueva
y existencia natural el semblante desfigurado; y cuando tras
uno y otro día de labor lenta y penosa se llevó á cabo la
deseada restauración, quedaron plenamente justificadas las
sospechas concebidas desde el principio.
P
^:5¿a
» Los ojos, la nariz, el labio inferior, el óvalo facial,
imprimen diverso carácter á la fisonomía, trocando su pri-
mera expresión de melancolía y desdén en cierto aspecto
reposado y grave; propio de la firmeza de ánimo y elevado
pensamiento del que con asombro de una y otra edad realizó
instintiva ó conscientemente la encubierta profecía de Séneca.
» Es inútil, concluye el señor Rossell como síntesis de
su informe, añadir otras razones á las expuestas en favor de
la legitimidad del retrato de Cristóbal Colón, existente en
la Biblioteca nacional, cuya reciente restauración muestra ser
uno de los más antiguos que se conocen; el cual por su materia,
forma, semblante, traje y demás condiciones que le distinguen
ofrece mayor carácter de autenticidad que cuantos se conservan
en nuestros museos particulares.í)
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88o
CRISTÓBAL COLON
VIII
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3 1 -í' Sf,
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Entrando en el examen comparativo de estos tres retra-
tos principales y que con mayores pretensiones de antigüedad
parece que trasladan los rasgos del Almirante, haremos
acerca de ellos alguna observación general que parece les co-
munica cierto grado de autenticidad. Esas imágenes del des-
cubridor que parece proceden de tan diversos orígenes, que
ninguna de ellas puede decirse copia de la otra, y que si se
comprobaran debidamente sus historias, resultarían hechas
cada una por un artista distinguido, pero de diferente escue-
la, 5^ cada una de ellas en una época de la vida del personaje,
tienen idéntica posicio'n, todas perfiladas hacia la derecha, y
en todas tres guarda también analogía el traje, tanto en
cuanto al cuello, como en los pliegues del manto que aparece
terciado en una forma muy semejante. Estas circunstancias
lejos de contribuir á robustecer la opinio'n de los que á cada
uno de esos retratos atribuyen una procedencia, más bien
concurriría á significar un origen común, un tipo único que
pudo haberse tomado á la vista del original, aún cuando al
repetirlo se variasen algunos accidentes por gusto del artista
que copiaba o del que encargaba la copia. No son éstas más
que suposiciones aventuradas; pero resulta siempre un dato
atendible en la posicio'n idéntica de las cabezas de los retra-
tos, porque de ellas puede deducirse la idea de que existía
un prototipo.
¿Pudo éste ser el del Lotto, que por encargo de Angelo
Trivijiano se hiciera en España y se trasladara en Italia? No
encontramos en las pruebas que para justificarlo se presentan
ninguna que sea digna de estimarse: todas son suposiciones
de entusiastas que apenas pueden indicar una posibilidad
muy remota. La única circunstancia digna de atencio'n es
el retrato mismo, que presenta rasgos de la fisonomía que se
APÉNDICES
revelan igualmente en el de la Biblioteca Nacional, y aunque
tal vez presenta cierto amaneramiento á la atenta mirada del
observador escrupuloso, bien puede considerarse como re-
trato de Cristóbal Colón, con mejores títulos que otros
de los que como tales han corrido, aunque deba al talento
del artista la expresio'n viva que le anima y que no pudo
obtener á vista del original. Los accesorios que en el cuadro
se indican no contribuirían á darle carácter, aunque se inter-
pretaran en la forma que desea el docto articulista de la
Rivisla Marittima; pues ciertamente no se alcanza en qué
podría contribuir á identificar la imagen del Almirante, el
colocar detrás de ella la cabeza de un moro beréber con
birrete colorado, aunque se pudiera decir que era el Rey de
las islas Canarias, pues éste vino con Antonio Torres, y no
pertenecía á los países descubiertos al Occidente.
Mucha atencio'n merecería el retrato que poseyeron los
Colombo de Cuccaro, obra que se quiere atribuir á Antonio
del Rinco'n , y que llevado de España por Baldassare
Colombo, parece fué vendido al conde Roselly de Lorgues,
si de algún modo pudiera creerse, no ya que fuera obra del
pintor de los Reyes Cato'licos, sino siquiera pintura contem-
poránea del gran navegante, aunque se ignorase su autor.
Mas tampoco en este terreno existe dato que satisfaga al
investigador. El cuadro no ha sido reconocido pericialmente,
antes ni ahora, o' al menos en ninguna parte consta el
dictamen de personas entendidas; y aquella fisonomía se
recomienda solamente por la semejanza que se nota con los
otros cuadros reconocidos como antiguos, y por la configu-
racio'n del traje, muy parecido al de la estampa grabada
por Aliprando Capriolo y al de la tabla de nuestra Biblio-
teca.
Cristóbal Colón t. ii.— iii.
882
CRISTÓBAL COLON
MM:
IX
r^-
Y por último nos hallamos en presencia del retrato de
Cristóbal Colón que ma3'ores garantías ofrece, aunque en
nuestro sentir no son bastantes á producir la evidencia.
Dejamos hecha su historia con datos procedentes de muy res-
petables autoridades; mas aun concediéndoles toda la fuerza
y valor que merecen, todavía nos es permitido preguntar:
¿Y en definitiva, la tabla de la Biblioteca Nacional, que
acusa antiguo origen, 3^ hoy gozamos en su primitivo estado,
es original o copia? Esta es la primera dificultad, que
ninguno de los artistas é inteligentes que la han examinado,
ha podido resolver. Dudan los señores Ríos y Rossell, y
tampoco se atreven á decidir el peritísimo don Valentín Car-
derera ni el hábil y docto Martínez Cubells; mas ora se tenga
por la misma que ocupo' lugar en el museo de Paulo Jovio,
ora sea copia de aquélla, hecha en Italia, parécenos fuera de
duda que esa imagen del gran navegante es la más cercana
á los tiempos del original entre todas las que han llegado
hasta nosotros. Tal vez la duda estaría á punto de resol-
verse, y aun antes de la celebracio'n del centenario pro'ximo,
si se confirmase la noticia que hace días han puesto en
circulacio'n algunos perio'dicos importantes, de que se ha
encontrado en Como, en la coleccio'n del doctor Dell' Archi,
el cuadro que figuro en el Museo de Paulo Jovio. Si fuera
cierto tan peregrino hallazgo, el examen comparativo de la
tabla de nuestra Biblioteca Nacional con el retrato conser-
vado en Como, daría ocasio'n á deshacer muchas dudas. Del
cotejo resultaría la antigüedad relativa de cada uno de ellos,
y si eran copia exacta el uno del otro; y no siéndolo podría
también ponerse en claro la sospecha manifestada por algu-
nos doctos, de que el obispo de Nocera hubiera poseído dos
APÉNDICES
883
retratos de Colón hechos en épocas diferentes, que nunca
nos ha parecido probable.
Si en efecto, y por verdadero azar de la fortuna, se
confirmase el hallazgo, juzgamos anticipadamente que de él
ha de resultar un nuevo dato favorable; pues no puede ser
otra cosa que el original del medallo'n colocado por el abate
Francisco Cancellieri en la portada de su libro, de que muy
pronto vamos á ocuparnos, y que en nuestro sentir es prueba
muy concluyente y significativa en pro de la tabla de la
Biblioteca Nacional de Madrid.
¿Se hizo ésta en presencia del modelo? ¿Fué pintada por
recuerdo, o' teniendo presente algún pequeño boceto hecho
á la vista del mismo Almirante? Imposible responder á estas
dudas. Lo que casi puede asegurarse, sin temor de incurrir
en error es, que, fuera por ser verdadero retrato el primi-
tivo, o' bien por ser tomado y agrandado de un dibujo de
menores dimensiones, la tabla en cuestio'n conserva accidentes
del natural que no pueden ser arbitrarios, ni salen del pincel
del artista sino cuando los toma del natural.
Y muy aproximado debía de ser á la verdad, cuando el
que se conservaba en la casa de los señores marqueses de
Malpica y examino el señor Carderera, aunque por desgracia
hoy no se encuentra, era muy parecido al de la Biblioteca
después de la restauracio'n , y hasta en su parte superior
tenía la misma inscripcio'n con la palabra repertor, á que tanta
importancia daba el erudito señor don Cayetano Rossell
para comprobar la antigüedad del cuadro.
Finalmente, hay otro dato que viene también á aumen-
tar el caudal de indicios que á favor de éste que examinamos
concurren. En el año 1809 el abate Cancellieri publico' en
Roma un curioso y erudito libro bajo el título de NoÜTJc
storiche et bibliographiche de Christoforo Colomho di Cuccaro
nell Monferrato ^ y en la portada llama la atencio'n un
\'':fi
S^í
El libro se titula: Dissertazioni epistolari bibliografiche di Francesco
'^^.
884
CRISTÓBAL COLON
grabadito con el retrato del Almirante en un todo parecido
al que posee la Biblioteca Nacional , en la forma y expresión
del rostro y en el traje, que es igual enteramente. Tal seme-
janza es harto significativa, porque Francisco Cancellieri
explica la procedencia del grabado en estos términos ^•.
¥?f*^'
«Si se tiene en cuenta la celebridad del personaje, son
pocos todavía los retratos suyos que adornan las pinacotecas
y los grabados que enriquecen las preciosas colecciones de
los aficionados. J. Teodoro de Bry, en el libro impreso en
Francfort en 1628, con el título de Bihliotheca sive Thes-
aunis virtutis et gloria, produce su efigie que le fué dada
por Boissard, pero que no se sabe de do'nde la obtuvo. Copia
de éste es el que adorna en forma de medallo'n la primera
página de la hermosa edicio'n de Parma, del Elogio impreso
en 1781.
«Diferente de éste es el que, grabado por Larmesin, el
padre, se inserto' en 1682 en el Boletín de la Academia de
Ciencias y Artes.
«Difiere también de estos retratos, tanto en la fisonomía
como en el traje, el que dibujado por Mariano Mahella, }'■
grabado por Fernando Selma figura al frente de la Historia
del Nuevo Mundo de Muñoz, Madrid 1793, en el primer
volumen, único que llego' á imprimirse por muerte del
autor.
«Ahora, gracias á los solícitos cuidados del benemérito
editor de estas Disertaciones, traemos á ella otro, tomado del
antiguo retrato que posee el Sig. Fidel Guillermo Colombo,
de Cuccaro, grabado por José Colendi, que he juzgado debe
preferirse á otros, debiendo creerse que es el más exacto y
parecido, por haber sido conservado por sus parientes »
Cancellieri sopra Cristo/oro Colombo di Cvccaro nel ATonferrato discopritore
deír America, é Giovanni Gersen di Cavaglia, abate di S. Stefano in Vercclli,
avtore del libro de imitatione CJiristi: — In Roma, per Francesco Bovrlie, nel
MDCCCIX.
• Página 180, §LXXVI.
APÉNDICES
885
El parecido entre estos retratos dice algo en su favor,
además de las otras circunstancias que ya hemos hecho
notar y que indican su antigüedad. Cierto que esa seme-
janza pudiera venir de haber sido copia los unos de los
otros; pero sobre no ser probable tal sospecha, por los dife-
rentes orígenes de esas pinturas, en buena lo'gica parece más
bien que demuestran proceder todos de un original autén-
tico, si no es que alguno de ellos puede ser el primitivo que
se hiciera en presencia del Almirante.
Pesando todas las pruebas , y tomando en consideracio'n
los antecedentes, el cuadro más digno de atencio'n es el que
posee la Biblioteca Nacional. En él se encuentran rasgos
característicos de que los otros carecen , y que nos inclinan
á sospechar por el estado de la tabla y su calidad, por el
estilo de la pintura y por otros accidentes, sea el mismo que
poseía el obispo de Nocera Paulo Jovio en su colección
famosa, y que hoy no se encuentra en ninguna de las dos en
que se dividió' aquélla, según noticias fidedignas, o' copia
contemporánea del mismo; que esto no puede decirse sin
tener á la vista ambos ejemplares, según anteriormente
dijimos.
Satisface mejor al inteligente la expresio'n de esta fiso-
nomía grave, serena, aunque un tanto melanco'lica, que la
del retrato nuevamente publicado como obra de Lorenzo
Lotto, en el que tomando, sin duda, por base las líneas
generales de aquélla, se ha querido hacer alarde de maestría
en el arte dándole más viveza y animacio'n; y también son
ambas mucho más humanas, y con más detalles del natural
que la del retrato publicado por el conde Roselly de Lorgues
como procedente del pincel de Antonio del Rinco'n, con
cuyo estilo no se le ve analogía de ninguna clase. No'tase,
además, en ese retrato, mucho de convencional, señalada-
mente en aquella cabellera larga y cuidada, tan impropia de
un marino, y que no dice bien sobre una frente pensadora,
entregada continuamente á trabajos profundos y en un
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CRISTÓBAL COLON
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hombre cuyas vigilias fueron tan repetidas, ora por el estu-
dio, ora por el cuidado de sus buques y la observacio'n de la
Naturaleza.
X
Bien quisiéramos completar este Apéndice con la noticia
y juicio de los muchos grabados que en el transcurso de
cuatro siglos han aparecido con el intento de representar la
figura de Cristóbal Colón. Algunos, entre ellos, son dignos
de especial mencio'n y estudio, como lo fué la estampa de
Aliprando Capriolo para el señor don Valentín Carderera,
que le concedía la preferencia sobre otros muchos retratos.
Entre todos ellos hay algunos que no tienen más reco-
mendacio'n que el capricho de sus poseedores, y no repre-
sentan á Colón sino porque así lo afirman coleccionistas 6
vendedores interesados. Notable es entre éstos el que se
inserto' en las Actas del Congreso de americanistas. — Segunda
sección. — -Luxeniburgo, iSjy, — caricatura extraña de un viejo
desdentado, y que Mr. Rink, pintor de Nueva York cree, o'
desea hacer que se crea, representa al primer Almirante que
descubrió las Indias, porque tiene en la mano un huevo,
que al parecer ha sacado de un cesto de ellos que tiene
delante.
((Representa, escribe el señor don Cayetano Rossell, un
viejo septuagenario, cubierto con un chaqueto'n de nuestros
días, y la cabeza con una gorra de pelo corto como de
nutria, un huevo entero en la mano derecha, y delante un
cesto en que asoma otro huevo roto. La expresio'n del sem-
blante entre truhanesco y estúpido es por demás ridicula. —
Aquí tienen ustedes, parece decir Colón, el famoso huevo.
— Y el propietario de aquella alhaja supone hasta el diálogo
que con este motivo se entablo' entre el taumaturgo y el que
menospreciaba su ciencia. No merece semejante documento
APÉNDICES
88;
tomarse en serio. El retrato es el de un viejo gastrónomo,
según el vendedor del cuadro ; al comprador se le antojo'
nada menos que un Colón »
Trabajo ímprobo y cansada labor sería la de examinar
cada uno de esos grabados, formando su historia y descri-
biendo las obras en que se encuentran. Limitamos el nuestro,
para no cansar inútilmente la atencio'n de los lectores, á
indicar los motivos que nos han decidido á dar la prefe-
rencia al retrato de Cristóbal Colón que se ha reproducido
para adornar el presente libro.
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FIN DEL TOMO SEGUNDO
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ÍNDICE
DEL TOMO SEGUNDO
LIBRO TERCERO
(1493—1496)
CONTINUACIÓN
W9)
CAPÍTULO IX. — I. En España. — Llegada de las cara-
belas al mando de Antonio de Torres. — Disponen los
Reyes el envío de nueva flota. — Bartolomé Colón.
— II. Efectos que producen los informes de Torres
y de sus compañeros. — Cartas de Simón Verde. —
III. Consecuencias del regreso del P. Boil y de Pedro
Margarit. — Sus informes y quejas. — IV. Los reyes
comisionan á Juan Aguado para que pase á la isla
Española
CAPÍTULO X.— I. En la isla. Enfermedad del Almirante.
Visita al Guacanagarí. — II. Llegada de las carabelas.
Sublevación de los indios. — Expedición de Ojeda.
Cristóbal Colón, t. 11.— 112
890
índice
Prisión de Caonabó. — IV. Nuevos socorros de Espa-
ña. Batalla de la Vega Real 31
CAPÍTULO XI. — I. Regreso de Antonio de Torres con
sus cuatro carabelas á España. El primer cargamento
de esclavos. — II. Sumisión de los indios. El tributo
de oro. — III. Las minas de Hayna. — IV. Llegada de
Aguado á la isla Española. Su conducta imprudente.
Colón se determina á volver á España 57
CAPÍTULO XII. — I. Horrorosa tempestad en Isabela.
Pérdida de las carabelas en el puerto. — II. Dificulta-
des del viaje de regreso. El hambre á bordo. Llegada '
al puerto de Cádiz.. 81
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
LIBRO TERCERO
(A). — Carta del doctor Diego Alvarez Chanca, Médico
de la ciudad de Sevilla, dirigida al Cabildo de la
misma
(B). — Memorial que en 30 de Enero de 1494 envió á los
Reyes Católicos el Almirante don Cristoval Colón,
sobre los sucesos del segundo viaje y necesidades de
la nueva colonia
(0). — Instrucciones que envió CRISTÓBAL COLÓN á mosén
Pedro Margante, cuando en 9 de Abril de 1493 le
mandó salir á reconocer los territorios de la isla Espa-
- ñola
(D).— Escritura de Fray Román, del orden de San Geró-
nimo, de la antigüedad de los Indios, la qual, como
91
108
119
??í
índice
891
■&\n
sujeto que sabe su lengua, recojió con dilijencia de
orden del Almirante 123
(E). — Testimonio de haber reconocido la tierra firme, cre-
yendo que lo era la isla de Cuba, por el escribano
Fernand Pérez de Luna 138
(F) — La enfermedad de las Indias que contrajo mosén
Pedro Margarit 143
(G).— Correcciones del P. Fray Bartolomé de las Casas de
algunos errores en que incurre Gonzalo Fernández
de Oviedo 150
(H). — Documentos relativos á las diferencias entre don
Juan de Fonseca, Obispo de Badajoz, y don Diego
Colón, hermano del Almirante 153
LIBRO CUARTO
1496 — 1500
CAPITULO PRIMERO. — I. El Almirante en España.
Viaje desde Cádiz á Burgos. — II. Recibimiento que
le hicieron los Reyes, órdenes para el tercer viaje. —
III. Dilaciones imprevistas. Distinciones que se con-
cedieron á Colón. — IV. Fundación del mayorazgo. —
V. Preparativos para la expedición 159
CAPÍTULO II. — I. Peticiones del Almirante de lo nece-
sario para el tercer viaje. Memorial inédito. Instrucción
de los Reyes. — II. Salida de las naves. Suceso de
Jimeno de Briviesca. — III. Acontecimiento de las
islas Canarias. Salida de la Gomera. — IV. Juan Anto-
nio Colombo 179
CAPÍTULO III. — I. En el mar. Navegación á las islas de
892
ÍNDICE
s^s^i^s^^sszr:^^"
Cabo Verde. Grandes sufrimientos en el viaje. —
II. Descubrimiento de la isla de la Trinidad. Se reco-
noce la costa de Paria. — III. ¿Desembarcó Cristóbal
Colón en tierra firme del continente americano? —
IV. Rescate de perlas. Ilusiones del Almirante. —
V. Sale de la boca del Dragón en dirección á la isla
Española
CAPÍTULO IV. — I. En la isla Española. Trabajos del
Adelantado después de la partida del Almirante.
Nuevas poblaciones. — II. Expedición á Xaraguá. El
tributo. Behechio-Anacaona. — III. Estado de Isabela.
Castigo en la Concepción. Regreso á Xaraguá. —
IV. Sublevación de Francisco Roldan
CAPÍTULO V. — I. Expedición del Adelantado á las mon-
tañas del Ciguay. Prisiones de Mayobanex y Guario-
nex. — ll. Los insurrectos del Xaraguá. — III. Tra-
bajos del Adelantado. Llegada del Almirante. —
IV. Tratos y arreglos con Francisco Roldan. Conce-
siones del- Almirante. Salida de varios rebeldes para
España. — V. Cartas del Almirante
CAPÍTULO VI. — I. Exigencias inmoderadas de P>ancisco
Roldan. Proyecto de avenencia. — II. Nuevas discor-
dias. Informalidad de los insurrectos. Arreglo defini-
tivo
CAPÍTULO VIL— I. Viaje de Alonso de Ojeda y Américo
Vespucio. Su arribada á la isla Española. — II. Roldan
enviado contra Ojeda. — III. Nuevas insurrecciones de
Hernando de Guevara y Adrián Mojica. Su castigo.
Pacificación de la isla por el Almirante
CAPÍTULO VIII. — I. Progresos religiosos. Dificultades.
Castigos por causa de religión. — II. Condición de
los indígenas. El comercio de esclavos. Las enco-
miendas
CAPITULO IX. — I. En España. Constancia de los enemi-
gos del Almirante. Su trabajo incesante en la corte. —
lí. Nombramiento del comendador Bobadilla. Mesura
;^
197
219
243
265
2«I
^.01
índice
893
de los Reyes. Facultades que le concedieron. —
III. Triunfo de los calumniadores de COLÓN. Bobadilla
sale para la isla Española 315
CAPÍTULO X. — I. Llegada del comendador Bobadilla á
Santo Domingo. Sus primeros actos y providencias. —
II. Prisión de los tres hermanos don Diego, don Cris-
tóbal y don Bartolomé Colón. Informaciones contra
ellos. Salen para España aherrojados. — III. Gobierno
de Bobadilla en la Española. — IV. Consideraciones
sobre este período 329
ACLARACIONES Y DOCUMENTOS
LIBRO CUARTO
(A). — Documentos referentes á la preparación del tercer
viaje. — I. Carta de Cristóbal Colón á los Reyes
Católicos, acerca de la población y negociación de la
Española y de las otras islas descubiertas y por des-
cubrir 361
II. — Real Cédula facultando al Almirante para que tome á
sueldo hasta trescientas treinta personas de los oficios
que se señalan 3^4
III. — Instrucción que se cita en la Real Cédula que
antecede, dada por los Señores Reyes Católicos para
la población de las islas y tierra firme descubiertas y
por descubrir en las Indias id.
(B). — Documentos sobre la insurrección de Francisco Rol-
dan. — I. Carta de los rebeldes á el Almirante. . . 368
II.— Carta de Cristóbal Colón á Francisco Roldan. . 369
894
índice
III. — Salvoconducto enviado á Francisco Roldan. . . . 370
'A IV. — Otro documento de salvoconducto id.
(0). — I. Cartas del Almirante sobre la insurrección. . . 371
II. — Carta de Francisco Roldan al Reverendísimo muy
magnífico señor, mi señor el Arzobispo de Toledo. . 375
III. — Extracto hecho por íray Bartolomé de las Casas de
la carta que el Almirante escribió á los Reyes, expo-
niendo las razones que existían para declarar la nuli-
dad del convenio ó capitulación firmado con los
rebeldes en 28 de Septiembre de 1499 381
(D). — Treslado de una carta mensagera qu' el Almirante "^
escrivió al Ama del Príncipe Don Juan (que gloria
aya) el año de 1500 viniendo preso de las Indias. . 382
Notas á ia carta que dirigió Cristóbal ColÓN á doña
Juana de la Torre . . . . 390
(E). — ^ Cartas dirigidas al Cardenal Cisneros por los fi-ailes
franciscanos que fi.ieron á América (Octubre de 1 500).
Colección de MSS. del tiempo de Cisneros, conser-
vada en la Biblioteca de la Universidad Central. . . 392
LIBRO QUINTO
1500 — 1506
m
CAPÍTULO PRIMERO.— I. Efecto de la llegada de Cris-
tóbal Colón á Cádiz. Sensación en la corte.—
II. Pensamiento de rescatar el Santo Sepulcro. El
libro de las profecías. Cartas al pontífice Alejandro VI
y á los Reyes. — III. Nuevas proposiciones del Almi-
rante. Se le autoriza para el cuarto viaje. — IV. Cartas
de Angelo Trivigiano
399
■<'- 1< .
índice
895
EPEÍii'^
CAPÍTULO II. — I. Preparativos en Sevilla para el cuarto
viaje. — II. Condiciones en que emprendió la expedi-
ción el Almirante. Salida de Cádiz. Llegada á Arcila.
III. Desembarco en la isla de Matinino. Llegada á
Santo Domingo 419
CAPÍTULO III. — I. Nicolás de Ovando. Condiciones en
que fué nombrado Gobernador. Su llegada á la isla
Española. — II. Primeros actos de su administración.
Juicio de los rebeldes. Bobadilla y Roldan se dispo-
nen á volver á España. — Ilf. Llegada de Cristóbal
Colón. Sus consejos. Catástrofe 437
CAPÍTULO IV.— I. Viaje del Almirante. Toma de pose-
sión de la isla de los Pinos. — II. Exploración por la
costa de Honduras y de Costa Rica en demanda del
estrecho. — III. Navegación dificultosa. — IV. Regreso
á Veragua. Reconocimiento de las cercanías del río de
Belén. Condición y costumbres de los naturales de
Veragua 451
CAPÍTULO V. — I. Proyecto de establecer una colonia en
el río Belén. Prisión del cacique Quibián por el Ade-
lantado. — II. Grandes peligros que corren los españo-
les. Separación de los buques. — III. El Almirante
vuelve á recoger sus hombres. — IV. De Veragua á
Jamaica. Tempestades. CoLÓN hace encallar los bar-
cos para habitar en ellos . . 479
CAPÍTULO VI. — I. Un año en Jamaica. Primeras provi-
dencias. En busca de provisiones. — II. Atrevido pro-
yecto de pasar á la isla Española Méndez y Fieschi.
Carta á los Reyes. — III. Sublevación de los hermanos
Porras. Sus atropellos en la isla. Triste situación del
Almirante. El eclipse. — IV. Misión de Diego Escobar.
Ataque de los rebeldes á las carabelas. Su derrota. —
V. Salida de Jamaica 501
CAPÍTULO VII. — I. Viaje de Diego Méndez y Barto-
lomé Fieschi. Sus peripecias. Llegada á Santo Do-
minero. — II. Sucesos de la administración de Ovando.
896
índice
— ]I1. Horrores en Xaraguá. Muerte de Anacaona. —
IV. Guerra de Higuey. Crueldades de los españoles. —
V. Resultado de las instancias de Diego Méndez.
Llegada de Cristóbal Colón á la Española.
CAPÍTULO VIII.— I. El Almirante en Santo Domingo.
Carta del Comendador. Recibimiento que le hace
Ovando. — II. Preparativos para el viaje. Vuelta de
Colón á España.— III. Llegada á Sevilla. .
CAPÍTULO IX. — I. Últimos momentos de la reina doña
Isabel. Sus padecimientos físicos y morales. — II. Ex-
tracto de su testamento. Cláusula notable del codicilo
relativa á los indios. — III. Su muerte. Traslación de
su cadáver. Abatimiento de Cristóbal Colón por la
muerte de la Reina
CAPÍTULO X.— I. Vida de CRISTÓBAL Colón en Sevilla.
Instancias al Rey. Preparativos para marchar á la
corte. — lí. Conducta del rey don Fernando ante las
reclamaciones del Almirante. — III. Agravación de
su enfermedad. Sus últimas peticiones. — IV. Llegada
de los reyes don Felipe y doña Juana. Carta que les
dirige Colón
CAPÍTULO XI. — I. Últimos días de CRISTÓBAL CoLÓN.
El supuesto codicilo militar. — II. Su testamento.
Su muerte. — III. Circunstancias que en ella concu-
rrieron. Dudas y cuestiones. — IV. Traslación de sus
restos.— V. Conclusión
531
índice
897
■'¥Cí
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mi.
7i
'ir
(A). — Carta de Cristóbal Colón á los Reyes Católi-
cos sobre la recuperación de la santa ciudad de Jeru-
salén
(B).— Carta de CRISTÓBAL CoLÓN al Pontífice Alejan-
dro VI, en el mes de Febrero de 1502, dándole
cuenta de sus viajes
(C). — Carta é instrucción de los Reyes Católicos al Almi-
rante, antes de emprender su cuarto viaje. .
Instrucciones para el Almirante
(D). — Carta que escribió don CRISTÓBAL COLÓN, Virey y
Almirante de las Indias, á los cristianísimos y muy
poderosos Rey y Reina de España, nuestros señores,
en que les notifica cuanto le ha acontecido en su viaje;
y las tierras, provincias, ciudades, ríos y otras cosas
maravillosas, y donde hay minas de oro en mucha
cantidad, y otras cosas de gran riqueza y valor. .
(E). — Cartas de don CRISTÓBAL CoLÓN á su hijo don
Diego. — I. En el sobre dice: A mi muy caro fijo
D. Diego Colon
II. En el sobre dice: A mi muy caro fijo Don Diego Colon.
— En la Corte
III. En el sobre dice : A mi muy caro c amado fijo Don
Diego Colon
IV. En el sobre dice : A mi muy caro fijo D. Diego Colon.
— En la Corte
Cristóbal Colón, t. ii.— 113
898
índice
Memorial de letra del Almirante
V. En el sobre dice : A mi muy caro fijo D. Diego Colon.
— En la Corte
VI. En el sobre dice : A mi muy caro fijo D. Diego Colon.
— En la Corte
Vil. En el sobre dice : A mi muy caro fijo D. Diego
Colon. — En la Corte
VIH. En el sobre dice : A mi muy caro fijo Don Diego
Colon
IX. En el sobre dice : A mi muy caro fijo D. Diego Colon.
— En la Corte
X. En el sobre dice (de mano del Almirante): A mi muy
caro fijo D. Diego Colon. — En la Corte.
(P). — Carta de la Reyna Católica al Comendador mayor
de Alcántara fi^ay Nicolás de Ovando, sobre el trato
que debía dar á los indios de la isla Española.
(G). — Cláusulas del testamento que otorgó Diego Méndez
en Valladolid á 6 de Junio de 1536, ante el escribano
Fernán. Pérez, que se refieren al cuarto viaje y á sus
relaciones posteriores con el Almirante
(H). — Testamento y codicilo del .Almirante don Cristó-
bal Colón , otorgado en Valladolid á 1 9 de Mayo
del año 1 506
(I). — Protocolo del Monasterio de nuestra Señora Santa
María de las Cuevas
667
668
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APÉNDICES
PRIMERO
La familia del Almirante don CRISTÓBAL CoLÓN..
I. — Don Bartolomé Colón
ínformatione di Bartolomé© Colombo della navicatione di
Ponente et Garbin di Beragua nel mondo novo. .
Carta de creencia que el rey don Fernando envió al se-
gundo Almirante don Diego Colón en el año 1 5 1 1
por mano del Adelantado don Bartolomé Colón sobre
las cosas que le parecía conveniente pusiese remedio
y enmienda
II. — Don Diego Colón, hermano del Almirante. .
Inventario de los bienes de don Diego Colón
III.— Don Diego de Colón segundo Almirante de las
Indias
IV. — Don Fernando Colón
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705
713
V.
V
900
índice
I. — Real carta de fecha 2 de Junio del año 1537. .
II. — Protocolo de el monasterio de Nuestra Señora Santa
María de las Cuevas. — Anales en los tres primeros
Siglos de su fundación: Contiene sus Principios, y
Progresos, y la Sucesión de sus Prelados desde el año
de 1400 en que la Fundó y Dotó Amplíssimamente
el lUustrísimo y Reverendísimo Señor Don Gonzalo
de Mena Digníssimo Arzobispo de esta Ciudad de
Sevilla. Uan insertos los de la Santa Cartuxa de la
Puríssima Concepción de Cazalla Fundada y Dotada
por esta de las Cuevas. Dedicado á el Niño Dios en
los brazos de su Puríssima Madre. Por mano de la
dulcíssima Virgen Santa Gertrudis la Magna, Protec-
tora de este Archivo y Archivo de mis afectos. Año
de 1774
IV. — Extracto de las noticias que comunicaron al Gobier-
no los Gefes y Autoridades de las islas Española y de
Cuba, sobre la exhumación y traslación de los restos
del Almirante don Cristóbal Colón, desde Santo
781
783
t€
Domingo á la Havana en los años de mil setecientos
. noventa y cinco y noventa y seis
V. — Acta. — Número i
Número 2. — Nos D. Fr. Roque Cocchía de la Orden de
Capuchinos Provincial Emérico, y de las Misiones
Extranjeras de la misma Orden, Exprocurador Gene-
ral, por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apos-
tólica, Obispo de Orope, Delegado de la Santa Sede
cerca de las Repúblicas de Santo Domingo, Haití y
Venezuela y en esta' Arquidiócesis Vicario Apostó-
lico
VI
Los restos de CRISTÓBAL COLÓN están en la Habana. —
Demostración por don José María Asensio. — Primera
parte. — Antecedentes. .
Parte segunda. — Las dos exhumaciones
Parte tercera. — Indicios.
Parte cuarta. — Prueba plena.
Conclusión
787
795
i
801
814
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859
TERCERO
Los retratos de CRISTÓBAL Colón.
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