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Full text of "Cristóbal Cólon; su vida, sus viajes, sus descubrimientos"

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CRISTÓBAL  COLÓN, 

SU  VIDA 
SUS  VIAJES— SUS  DESCUBRIMIENTOS 


RETRATO  DE  CRISTÓBAL  COLÓN 


MÓJí  >13  3a  0TA^T3"^ 


EDICIÓN  MONUMENTAL 


CRISTÓBAL  COLÓN 


SU  VIDA 
SUS  VIAJES  — SUS  DESCUBRIMIENTOS 


POR 


D.  JOSÉ  MARÍA  ASENSIO 


u       Jol  X  ¿,J  . 


DIRECTOR    DE    LA    REAL    ACADEMIA    S&VILLANA    DE   BUENAS   LETRAS:    CORRESPONDIENTE   DE   LA   DE   LA   HISTORIA 


ESPLENDIDA  EDICIÓN 

ILUSTRADA   CON   MAGNÍFICAS  OLEOGRAFÍAS,  COPIA  DE  FAMOSOS  CUADROS  DE  ARTISTAS  ESPAÑOLES 


TALES   COMO 


BALACA,  CANO,  JO  VER,  MADRAZO,  MUÑOZ  DEGRAIÑ, 
ORTEGO,  PUEBLA,  ROSALES,  SOLER 

* 

ENRIQUECIDA  EN  TODAS  SUS  PÁGINAS  CON  ORLAS,   CABECERAS  Y  VIÑETAS  ALEGÓRICAS 

Y  ACOMPAÑADA 

DE   UNA    PRIMOROSA   CARTA   GF.OGRÁFICA 

QUE  DETALLA  MINUCIOSAMENTE  LOS  VIAJES  V  DESCUBRIMIENTOS  LLEVADOS  Á  CABO 

POR  EL  GRAN  ALMIRANTE 


TOMO  II 


BARCELONA 
ESPASA  Y  COMPAÑÍA,  EDITORES 

221,    CALLE   DE   CORTES,    223 


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La  propiedad  de  esta  obra,  así  en  lo  que  se  refiere  á 
la  parte  literaria  como  á  la  artística,  pertenece  á  los 
Sres.  Espasa  y  Comp.',  Editores,  quienes  se  reservan 
todos  los  derechos. 

Queda  hecho  el  depósito  que  previene  la  ley. 


^I^ÍIO    TEfiCf/?^ 


CONTINUACIÓN 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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V-. 


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«Llego  á  Castilla  con  sus  doce  navios  Antonio  de 
Torres,  con  muy  buen  viaje  y  breve,  porque  salió'  del 
puerto  de  la  Isabela  á  2  de  Febrero,  y  llego'  á  Cádiz  cuasi 
entrante  o'  á  los  ocho  o'  diez  días  de  Abril.» 

El  efecto  que  produjo  su  feliz  regreso  fué  extraordi- 
nario. Se  veían  confirmadas  inmediatamente  todas  las  espe- 
ranzas que  hizo  concebir  el  descubrimiento,  y  se  aumentaron 
las  ilusiones  que  sobre  sus  resultados  se  habían  formado; 
corriendo  de  boca  en  boca,  exageradas  naturalmente  por  el 
entusiasmo,  todas  las  noticias  que  los  navegantes  contaban 
de  las  islas  que  habían  visitado,  de  su  fertilidad,  riqueza 
y  hermosura ,  y  de  las  extrañas  condiciones  de  los  hombres 
que  las  poblaban. 

Antonio  de  Torres,  Ginés  de  Gorbalán  3^  algunos  otros 
salieron  seguidamente  para  la  corte,  que  estaba  á  la  sazo'n 
en  Medina  del  Campo,  para  informar  á  los  Reyes  del  resul- 
tado de  la  expedicio'n,  conforme  á  los  deseos  é  instrucciones 
del  Almirante;  y  por  la  urgencia  de  que  se  proveyese  lo  que 
én  su  Memorial  señalaba  como  más  necesario  para  abastecer 
la  colonia,  además  de  otras  muchas  cosas  de  que  verbal- 
mente  había  de  dar  cuenta  á  los  Soberanos. 

«Recibieron  los  Reyes  inestimable  alegría,  dice  como 
testigo  presencial  el  obispo  de  Chiapa,  con  la  venida  de 
Antonio  de  Torres,  por  saber  que  el  Almirante  con  toda  la 
flota,  oviese  llegado  á  esta  isla  en  salvamento,  y  más  con  las 
cartas  y  relacio'n  del  Almirante  y  el  oro  que  les  enviaba 
cogido  de  las  mismas  minas  de  Cibao  con  la  gente  que  él 
había  enviado  con  Ojeda  para  verlas  é  descubrirlas,  y  por 
vista  de  ojos  experimentar  que  lo  oviese  en  la  misma  tierra 


LIBRO  TERCERO.— CAPITULO  IX 


y  sacado  por  mano  dellos.»  Ante  la  evidencia  se  desvane- 
cieron las  desconfianzas.  El  oro  que  se  presentaba  á  los 
Reyes  Cato'licos  había  sido  recogido  en  su  mayor  parte  por 
los  mismos  que  lo  traían;  y  á  más  de  la  elocuencia  del 
hecho,  de  cuya  importancia  no  podía  dudarse,  los  soldados 
añadían  detalles  y  pormenores  que  encantaban  á  todos  cuan- 
tos oían,  pues  contaron  haber  recogido  el  oro  sin  trabajo 
alguno,  entre  las  arenas  de  los  arroyos  que  bajaban  de  las 
montañas,  o' lavando  puñados  de  ellas.  Ginés  de  Gorbalán 
hizo  entusiasta  y  viva  historia  de  su  expedicio'n,  descri- 
biendo galanamente  la  Vega  Real,  y  mostrando  pepitas  de 
oro  de  regular  tamaño,  especialmente  aquella  de  nueve 
onzas  de  peso  que  encontraron  los  soldados  de  Ojeda,  y  vio 
y  tuvo  en  sus  manos  el  maestro  del  príncipe  don  Juan,  el 
historiador  Pedro  Mártir  de  Angleria. 

La  alegría  en  el  pueblo  y  entre  los  cortesanos  fué 
igualmente  grande.  Los  Reyes  no  necesitaban  estímulos 
para  dedicar  preferente  atencio'n  á  los  negocios  de  las  Indias, 
como  entonces  se  decía,  pues  ya  habían  dado  o'rdenes  al 
obispo  Fonseca  para  que  aprestase  nuevos  buques  que 
siguieran  á  los  que  habían  salido  de  Cádiz,  para  auxiliar- 
los en  cualquier  eventualidad  desgraciada.  Pero  el  regreso 
de  Antonio  de  Torres  y  de  Gorbalán  puso  alas  á  sus 
deseos,  y  apresuraron  el  despacho  de  tres  carabelas,  cuyo 
mando  se  confio  á  don  Bartolomé  Colon,  que  así  manda- 
ron se  le  nombrase  desde  luego,  expidiéndole  el  nombra- 
miento, como  ya  dijimos,  con  fecha   14  del  mismo  mes  de 

Abril. 

De  las  condiciones,  carácter  y  vicisitudes  de  la  vida  de 
Bartolomé  Colon,  antes  de  su  venida  á  España,  ya  dimos 
noticia  anteriormente;  pero  consignaremos  ahora  textual 
la  Real  Cédula  en  que  se  le  mando  pasase  á  las  Indias, 
porque  fué  la  consecuencia  de  las  noticias  recibidas  por 
mediación  de  Antonio  de  Torres,  y  en  sus  frases  aparece 
el  estado  de  ánimo  de  los  Reyes  al  dictarla. 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  — 2. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


Dice  así  ' : 

«El  Rey  é  la  Reina:  maestres,  comitres,  é  pilotos,  é 
marineros,  é  los  otros  oficiales,  é  escuderos,  é  peones  de  las 
caravelas  que  Nos  mandamos  ir  á  las  islas  nuevamente 
falladas  en  las  partes  de  las  Indias,  Nos  enviamos  por  nues- 
tro capitán  de  las  dichas  caravelas  á  don  Bartolomé  Colon, 
hermano  del  nuestro  Almirante  del  mar  Occeano,  al  cual 
mandamos  que  luego  parta  é  continué  su  viaje  derecho  con  la 
mas  diligencia  que  pudiere  fasta  llegar  á  las  dichas  islas,  do 
está  el  dicho  Almirante:  por  ende  Nos  vos  mandamos  que 
lo  recibades  é  acojades  en  las  dichas  carabelas ,  é  lo  obedez- 
cades  como  á  nuestro  capitán  dellas,  é  fagadés  é  cumplades 
todas  las  cosas  que  vos  él  dixere  é  mandare  de  nuestra  parte 
so  las  penas  que  él  vos  pusiere;  las  quales  Nos  por  la  pre- 
sente vos  ponemos  é  avernos  por  puestas ;  é  le  damos  poder 
cumplido  para  las  executar  en  las  personas  é  bienes  de  los 
que  en  ellas  cayeren  é  incurrieren:  é  esto  fased  é  cumplid 
asi  fasta  ser  llegados  á  las  dichas  islas  donde  está  el  dicho 
Almirante,  porque  dende  en  adelante  aveis  de  obedecer  al 
dicho  Almirante  como  á  nosotros  mismos,  é  faser  lo  que  vos 
él  de  nuestra  parte  mandare;  é  los  unos  ni  los  otros  non 
fagades  ende  al,  so  pena  de  la  nuestra  merced  é  cíe  diez  mili 
maravedís  á  los  que  lo  contrario  ficieren  para  la  nuestra 
cámara:  fecha  en  la  villa  de  Medina  del  Campo,  á  catorce 
dias  de  abril  de  mili  é  quatrocientos  é  noventa  é  quatro 
años. — Yo  el  Rey. — Yo  la  Reina.  —  Por  mandado  del  Rey  é 
de  la  Reina — Juan  de  la  Parra.  —  Rodrigo  de  Alcocer.» 


'     Original  en  el  Archivo  de  Simancas.  (Estado.— Núm.  i.",  2.°)   Colección 
de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España. — Tomo  XVI,  pág.  560. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


II 


II 


Objeto  de  todas  las  conversaciones  los  descubrimientos 
de  las  Indias,  se  aumentaba  la  curiosidad  por  conocer  las 
novedades  ocurridas  al  otro  lado  de  los  mares  á  la  llegada 
de  los  buques  que  de  allá  regresaban,  y  las  narraciones  de 
los  marineros  daban  pábulo  á  muchos  comentarios,  y  se 
iban  adulterando  á  medida  que  se  alejaban  de  su  origen, 
por  lo  cual  se  estimaban  como  muy  afortunados  los  que 
podían  hablar  personalmente  con  los  pilotos  ú  oficiales  que 
volvían  en  las  carabelas.  Siempre  se  buscaron  con  gran 
interés  estas  relaciones  en  los  primeros  viajes;  pero  en  el 
dé  Antonio  de  Torres  fué  mayor  la  curiosidad,  como  eran 
mayores  las  dudas  y  la  espectacio'n ;  por  eso  el  hablar  con 
un  testigo  presencial,  el  obtener  noticias  directas,  era  una 
dicha  que  no  todos  lograban. 

Residía  en  la  corte  de  Valladolid  á  principios  del  año 
1494  un  italiano,  natural  de  Florencia,  llamado  Simo'n 
Verde,  o  Ximon  del  Verde,  como  le  nombran  los  docu- 
mentos de  aquel  tiempo,  que  según  toda  probabilidad  era 
negociante  o'  factor  de  alguna  casa  fuerte  de  Genova,  en 
España;  y  que  habiendo  trasladado  luego  su  domicilio  á 
Cádiz,  tal  vez  por  exigencias  de  su  comercio,  vino  por 
último  á  establecerse  en  un  pintoresco  pueblecillo  á  orillas 
del  Guadalquivir,  en  Gelves,  que  dista  poco  más  de  una 
legua  de  la  ciudad  de  Sevilla.  Muy  próxima  á  la  villa  de 
Gelves,  en  una  situación  deliciosa,  á  la  ladera  de  las  alturas 
que  en  aquel  paraje  forman  la  orilla  del  río,  poseyó'  una 
quinta  o  alquería  de  recreo,  que  todavía  conserva  su 
nombre  á  pesar  de  los  siglos  que  han  pasado,  y  en  donde 
creemos  falleció  de  muy  avanzada  edad. 


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12 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Simón  Verde  fué  amigo  íntimo  de  don  Diego  Colon, 
hermano  menor  del  Almirante,  que  le  nombro'  su  albacea 
en  el  testamento  que  otorgo  en  20  de  Febrero  de  1515, 
dejándole  un  legado  de  cuarenta  mil  maravedises,  y  estuvo 
presente  en  el  acto  de  darle  sepultura  en  la  Cartuja  en  21 
del  mismo  mes.  No  sabemos  si  en  1494  estaba  3^a  en  rela- 
ciones de  amistad  con  don  Diego  Colo'n,  d  con  el  Almirante, 
pero  de  una  curiosa  carta  que  en  aquellos  días,  en  10  de 
Mayo,  dirigió'  á  Miser  Pietro  Niccoli,  de  Florencia,  se 
desprende  que  oyó  la  relacio'n  de  los  sucesos  del  segundo 
viaje,  de  boca  del  mismo  Antonio  de  Torres,  y  de  algunos 
otros  de  sus  compañeros.  La  carta  por  su  origen  y  por  las 
noticias  que  contiene  es  harto  interesante,  y  no  creemos 
que  hasta  ahora  se  haya  dado  al  público  en  lengua  espa- 
ñola ^  Fué  encontrada  entre  los  papeles  pertenecientes  á 
Nicolás  Machiavelo,  en  la  Biblioteca  Palatina  de  Florencia, 
y  publicada  en  //  Propugnatore  de  Bolonia  en  el  mes  de 
Enero  de  1875. 

Dice  así: 

«Copia  de  algunos  párrafos  de  una  carta  escrita  por 
Simón  Verde,  del  arrabal  de  San  Lorenzo  de  Mugello,  que 
ahora  reside  en  Valladolid,  en  Castilla,  y  desde  allí  escribe 
á  Florencia  á  Pedro  Niccoli  en  fecha  20  de  Marzo  de  1493, 
y  luego  en  otra  del  10  de  Mayo  de  1494;  de  cuyas  dos 
cartas  sacaré  lo  que  cuenta  del  descubrimiento  hecho  por  el 
Serenísimo  Rey  de  España ,  o'  por  Cristofano  Colombo  su 
Almirante  en  las  islas  de  Indias.  Y  trasladaré  la  sustancia 
de  lo  que  él  escribe,  puntualmente  como  él  lo  pone;  y  daré 
la  sustancia  porque  sería  muy  largo  copiarlo  todo. 

))Y  comienza: 

»  Consideradísimo  Sr.:  en  otra  carta  mia  noticié  á  vm. 
lo    que    hasta    entonces    se    sabía   de   las  islas    nuevamente 


'     La  publicó  en  su  texto  original  italiano,  con  traducción  francesa  al  pie, 
Mr.  Henry  Harrisse,  en  su  citado  libro  Cristophe  Colomb.— Tomo  II,  pág.  69. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


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halladas    en    las    Indias;    después,    como    vm.    ha    sabido,    ^ 
volvieron  doce  de  las  diez  y  siete  carabelas  que  el  Rey  había 
enviado;  y  ahora  os  diré  las  noticias  que  dan  y  las  cosas 
que  han  traido. 

))He  hablado  con  tres  personas  de  las  que  han  venido 
en  las  dichas  doce  carabelas,  que  uno  es  el  capitán  de  ellas, 
otro  el  piloto  y  el  otro  un  maestre  de  una  de  las  naves  que 
allá  fueron.  Diré  á  vm.  lo  que  de  sus  labios  he  oido,  3- 
aun  será  con  la  duda  de  no  escribir  cosa  que  no  sea  verdad; 
y  para  no  errar,  ni  ponerme  en  peligro  de  decir  mentiras, 
diré  solamente  parte  de  lo  que  he  escuchado,  es  decir,  lo 
que  me  parece  ser  más  verosímil. 

))La  navegacio'n  en  esta  segunda  vez  fué  como  en  la 
primera,  cuando  encontraron  las  islas,  esto  es  á  las  Cana- 
rias. Desde  allí,  á  las  tres  semanas  se  encontraron  á  la  | 
vista  de  las  primeras  islas;  mas  no  de  aquella  isla  mayor  á 
la  que  pusieron  por  nombre  Española,  sino  de  otra  más 
pro'xima  á  nosotros  como  unas  doscientas  leguas.  Hicieron 
diligencias  para  entenderse  con  los  habitantes,  pero  no 
pudieron;  porque  la  gente  que  en  ella  habita  vieron  que 
era  muy  contraria  á  la  de  las  islas  que  encontraron  antes, 
pues  aquellos  eran  amables  y  seguros,  y  estos  desconfiados 
y  crueles ,  porque  comen  carne  humana ,  como  lo  sabréis ,  y 
venian  á  la  orilla  del  mar  mostrándose  enteramente  desnu- 
dos y  cuando  las  barcas  iban  hacia  ellos  huian,  corriendo 
con  tanta  velocidad  que  difícilmente  los  alcanzara  un 
hombre  á  caballo.  Probaron  á  atraerlos  con  dulzura,  y 
después  intentaron  engañarlos  arrojándoles  algunas  cosillas, 
sin  poder  coger  á  ninguno,  porque  cogian  con  destreza  lo 
que  les  echaban ,  y  en  seguida  huian ;  y  por  la  espesura  de 
los  árboles  que  llegaban  casi  hasta  la  orilla  misma  del  mar 
tenian  facilidad  para  ponerse  en  salvo.  Partiendo  de 
aquella  isla  encontraron  otras  con  gentes  de  la  misma  clase, 
que  navegaban  en  ciertas  barcas  suyas ,  formadas  de  un  solo 
tronco  de  árbol  que  vogaban  con  una  pala   corta.    Deján- 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


dolos  llegar,  se  acercaron  algunos  tanto,  que  el  capitán  de 
las  carabelas  hizo  botar  al  agua  una  barca,  y  caminando 
derechamente  á  ellos,  los  embistieron  y  echaron  una  á 
pique.  Se  defendieron  tenazmente,  y  con  extremo  una 
muger.  que  con  un  arco  aplasto'  á  un  marinero,  dejando 
otros  dos  heridos  con  sus  flechas.  Se  cogieron  algunos  y  otros 
se  escaparon  á  nado,  defendiéndose  todavía  desde  el  agua. 

))De  esta  isla  vinieron  por  su  propia  voluntad  á  los 
cristianos  algunas  mugeres ;  las  cuales  parece  que  eran  de 
otras  islas,  aprisionadas  por  la  gente  de  esta  para  tenerlas 
como  esclavas.  Aprovechándose  de  esto,  por  mediación  de 
una  de  estas  mugeres,  hizo  el  capitán  que  penetrasen 
cuarenta  hombres  en  la  isla,  que  fueron  conducidos  á  través 
de  un  bosque  de  árboles  cerca  de  tres  millas,  y  llegados 
á  una  altura  descubrieron  un  hermoso  valle  muy  bien 
cultivado,  en  el  que  habia  varias  casas  abandonadas,  y 
vacias  porque  sus  habitantes  hablan  huido.  En  ellas  encon- 
traron dos  muchachas  y  dos  muchachos,  como  de  quince 
años,  que  eran  de  los  robados  en  otras  islas.  Los  varones 
tienen  el  miembro  viril  cortado  á  raiz  del  pene;  y  dicen  que 
los  engordan  para  comérselos.  En  cuanto  á  las  mugeres 
dicen  que  no  las  comen,  sino  que  las  conservan  como  he 
dicho  para  esclavas.  Como  esto  es  tan  horrible,  no  solo 
para  ejecutarlo,  sino  para  pensarlo  siquiera,  he  tenido  cui- 
dado de  procurar  informes  exactos,  y  lo  encuentro  verdad 
sin  duda  alguna.  Y  dicen  que  estos  indígenas  en  tiempo  de 
verano  se  alejan  mas  de  trescientas  leguas,  andando  de  isla 
en  isla  en  sus  barcos  para  robar;  y  á  los  hombres  se  los 
comen  y  á  las  mugeres  las  retienen  como  dije. 

))E1  capitán  de  estas  carabelas  que  han  regresado  me 
asegura  que  se  encontraron  en  sus  casas  muchos  huesos 
humanos,  y  en  una  de  ellas  carne  humana  que  se  asaba,  y 
una  cabeza  de  hombre  puesta  á  las  brasas;  y  que  estas  cosas 
fueron  llevadas  al  Almirante  para  que  las  viera.  No  sé  si 
puedo  deciros  esto  como  verdad,  por  la  facilidad  que  ellos 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


15 


tienen  para  mentir;  lo  que  creo  cierto  por  las  manifestaciones 
de  todos  es  que  aquellos  comen  carne  humana ,  y  asi  lo  ase- 
guran los  naturales  de  otras  islas.  Se  nombra  aquel  pais,  o' 
mas  bien  la  isla ,  Cariha.  He  hablado  con  uno  de  ellos ,  que 
se  han  traido  de  allá ,  el  cual  entiende  algo  lo  que  se  le  dice, 
y  he  sabido  por  él  que  es  verdad ;  y  por  las  señas  que  hace 
parece  que  conoce  que  eso  es  malo  y  se  avergüenza  de  ello. 

«También  encontraron  en  aquella  isla  y  en  las  casas  de 
los  caníbales ,  que  así  por  acá  los  llaman ,  muchos  papaga- 
yos, grandes  y  hermosos,  con  plumas  verdes,  rojas  y 
negras,  y  de  otros  colores,  y  que  tienen  las  colas  largas 
y  verdes.  He  medido  uno,  y  encuentro  que  desde  la  cabeza 
hasta  la  cola,  es  decir,  hasta  el  fin  de  ella,  tiene  un  codo 
y  un  cuarto  de  largo.  Tienen  el  pico  muy  largo,  y  casi  del 
todo  blanco,  los  pies  negros,  la  voz  recia  y  desagradable. 
Dicen  que  los  naturales  los  tienen  para  quitarles  las  plumas, 
con  las  que  se  forman  sus  penachos  y  otros  adornos  muy 
bellos.  Las  islas  de  estos  se  dice  que  son  muchas;  y  son 
gente  de  aspecto  feroz,  aunque  sus  facciones  no  se  diferen- 
cian de  los  de  las  otras  islas,  pero  es  gente  mas  robusta  y 
mas  viva ,  con  el  cutis  mas  teñido  y  mas  áspero  que  el  de 
los  habitantes  de  las  demás  islas. 

))He  oido  decir  que  sus  habitaciones  son  muy  alegres 
y  bien  hechas,  de  forma  redonda,  como  pabellones,  todas 
de  madera  y  cubiertas  con  hojas  grandes  de  un  codo  y 
medio  de  largo. 

))Han  traido  algunos  animalejos  parecidos  á  loros  blan- 
cos y  negros,  y  algunos  negros  del  todo,  pero  sin  cola. 
Y  también  traian  cierta  corteza  de  árbol,  que  verdadera- 
mente es  especia,  pero  quieren  decir  que  es  canela  o'  de  su 
género.  E  igualmente  han  traido  unas  ciertas  escrecencias 
de  ramas  de  árboles,  que  dicen  es  lana,  y  de  buena  calidad 
sin  duda  alguna  ^ ;  creo  no  será  nada ;  y  si  para  algo  puede 


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La  tillandsie  tisneoide. —  Harrisse. 


i6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


servir  será  para  colchones,  y  se  hará  polvo,  porque  no  tiene 
consistencia. 

» Preguntando  al  capitán  acerca  de  la  calidad  de  las 
aguas  me  ha  dicho,  que  habiendo  bajado  á  tierra  en  la  pri- 
mera isla  de  los  caníbales,  y  sintiendo  sed  vio  un  arroyuelo 
de  agua  clara  y  hermosa,  de  la  que  bebió',  y  habiéndole 
encontrado  un  sabor  como  si  hubiera  tenido  dentro  especias 
en  infusio'n,  sintió'  mucho  calor  en  el  esto'mago  aunque 
estaba  muy  fresca. 

)) Según  dije  antes,  en  tres  semanas  llegaron  á  las  islas 
de  los  caníbales,  donde  se  detuvieron  algunos  días,  y  luego 
marcharon  para  ir  á  encontrar  la  Española,  y  en  la  navega- 
cio'n  nunca  dejaron  de  tener  á  la  vista  una  isla  ú  otra,  y 
encontraron  con  una  que,  según  dicen,  era  tan  grande  como 
la  Sicilia  y  bajaron  á  tierra  en  ella.  Y  á  poca  distancia  de  la 
orilla  del  mar  descubrieron  una  casa  deshabitada  muy 
grande  y  muy  hermosa,  y  como  no  vieron  otras  habitacio- 
nes ni  gente  ninguna  estimaron  que  en  alguna  época  del  año 
algún  gran  señor  vendría  allí  á  habitar  ciertos  días. 

«Llegados  después  á  la  grande  isla  nombrada  la  Espa- 
ñola, y  al  punto  donde  en  el  primer  viaje  habían  dejado  los 
treinta  y  ocho  hombres,  no  descubriendo  señal  alguna  dis- 
pararon varias  lombardas ,  creyendo  que  estuvieran  despa- 
rramados por  las  cercanías,  y  en  aquel  momento  empezaron 
á  aparecer  los  indígenas,  y  por  ellos  se  supo  como  eran 
muertos;  y  encontraron  por  allí  doce  cadáveres,  que  no 
tenían  mucho  tiempo  de  enterrados.  Su  Re}^  o'  mas  bien 
cacique,  vino  al  Almirante  que  se  los  había  recomendado, 
dando  muchas  escusas  sobre  la  muerte  de  los  cristianos,  y 
demostrando  que  no  tenía  culpa  ninguna.  Dijo  que  cada 
uno  de  ellos  tenía  cuatro  mujeres,  y  que  se  habían  dividido 
y  muerto  entre  sí,  de  modo  que  ni  se  encontró  uno  vivo. 
El  Almirante,  como  prudente,  fingió'  y  mostró'  creerlo  con- 
firmando la  amistad;  y  el  Rey  le  presento'  algún  oro,  y 
asientos    trabajados    á    su   manera,   y  tardo'  muy  poco  que 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


17 


recobrada  por  ellos  la  confianza,  venían  en  increíble  muche- 
dumbre á  visitar  al  Almirante ,  y  cada  cual  le  traía  algún 
regalo,  aunque  cosa  de  poca  estimacio'n.» 

Esta  curiosa  carta  es  muestra  de  las  noticias  que  enton- 
ces corrieron  entre  el  pueblo,  ávido  de  conocer  pormenores 
de  los  países  nuevamente  descubiertos,  y  de  sus  habitantes, 
cuyas  costumbres  pintaban  los  viajeros  con  exagerados  colo- 
res, tanto  en  lo  bueno  como  en  lo  malo.  Con  las  relaciones 
de  Torres,  de  Gorbalán  y  del  doctor  Chanca,  con  la  descrip- 
ción de  las  edificaciones  comenzadas  en  la  nueva  ciudad  de 
Isabela  que  referían  con  mucha  variedad  y  animacio'n  los 
navegantes  y  las  muestras  del  oro  que  todos  sabían  se 
habían  traído  á  los  Reyes ,  y  con  la  vista  de  las  bolas  de 
algodón  hilado  por  los  indios,  las  frutas  raras,  los  papaga- 
yos de  diferentes  colores  que  muchos  marineros  traían  y 
enseñaban  en  todas  partes ,  se  mantenían  vivas  las  ilusiones 
y  se  alimentaba  el  entusiasmo,  teniendo  todos  la  vista  fija  en 
las  expediciones  á  las  Indias  occidentales. 


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III 


Tampoco  se  apartaba  de  ellas  la  atención  de  los  Reyes 
Católicos.  Después  de  las  tres  carabelas  que  en  el  mes  de 
Mayo  enviaron  con  gran  prisa  al  mando  de  Bartolomé,  para 
remediar  lo  que  con  más  urgencia  pedía  el  Almirante  por 
medio  de  Antonio  de  Torres ,  dispusieron  que  con  toda  la 
diligencia  que  fuera  posible  se  aparejasen  otros  cuatro 
navios  en  que  tornase  allá  el  mismo  Torres ,  llevando  cuanto 
faltaba  de  las  provisiones  y  recaudos  que  no  habían  podido 
embai-carse  en  las  primeras. 

Tanto  un  jefe  como  el  otro,  Bartolomé  Colon  y  Antonio 

Cristóbal  Colón    t.  ii — 3. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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de  Torres,  llevaban  además  pliegos  para  el  Almirante, 
donde  se  le  demostraba  la  gran  confianza  de  los  Reyes  en  su 
persona,  y  lo  satisfechos  que  quedaban  de  todas  las  medidas 
que  había  tomado  desde  su  llegada,  documentos  que  sirvie- 
ron de  gran  consuelo  á  Cristóbal  Colón  en  sus  tribula- 
ciones, porque  por  sus  frases  llego'  á  creerse  á  cubierto 
de  cuanto  pudieran  tramar  en  contra  suya,  pues  en  la 
segunda  carta,  fecha  en  Segovia  á  ló  de  Agosto  de  1494, 
llegaban  á  decirle  los  Soberanos:  —  «Y  en  lo  que  toca  á  la 
forma  que  allá  debéis  tener  con  la  gente  que  allá  tenéis, 
hün  nos  parece  lo  que  hasta  agora  habéis  principiado  y  así 
lo  debéis  continuar,  dándoles  el  más  contentamiento  que  ser 
pueda,  pero  no  dándoles  lugar  que  excedan  en  cosa  alguna 
de  las  que  ovieren  de  hacer  o  vos  les  mandades  de  nuestra 
parte;  y  quanto  á  la  población  que  hicistes,  en  aquello 
no  hay  quien  pueda  dar  regla  cierta,  nj  enmendar  cosa 
alguna  desde  acá,  porqué  allá  estaríamos  presentes,  y  toma- 
riamos  vuestro  consejo  y  parecer  en  ello,  cuanto  mas  en  la 
absencia...)) 

En  su  lugar  daremos  cabida  á  las  dos  cartas  de  los 
Reyes  Católicos;  por  ahora  es  bastante  el  párrafo  citado 
para  poner  de  manifiesto  el  estado  de  los  ánimos,  que  tanto 
en  el  pueblo,  como  en  la  nobleza,  en  la  marina  y  en  el  clero, 
y  hasta  en  los  monarcas  mismos,  se  veían  confirmadas  las 
grandes  esperanzas  que  el  descubrimiento  había  hecho  con- 
cebir, y  se  estaba  á  la  espectativa  de  pro'speros  y  grandes 
sucesos  al  otro  lado  de  los  mares. 

Juzgúese  cual  sería  el  efecto  de  la  llegada  á  Cádiz  á 
fines  de  Octubre,  de  las  tres  carabelas  fugadas  de  la  isla 
Española,  viendo  desembarcar  de  ellas  al  P.  Bernaldo  Boíl,  á 
Mosen  Pedro  Margarit,  y  á  los  demás  descontentos  de  la 
colonia  que  los  acompañaban.  Las  voces  que  hicieron  correr 
eran  enteramente  contradictorias  de  todo  lo  que  entonces  se 
creía,  y  sus  noticias  formaban  extraño  contraste  con  las  que 
habían  traído  los  primeros  expedicionarios.   Bien  hubieran 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


19 


podido  considerar  los  españoles  al  escuchar  las  desdichas 
que  narraban;  las  quejas  de  que  se  hacían  eco;  los  tristes 
sucesos  que  pintaban,  que  no  hacía  cinco  meses  aquel 
mismo  P.  Boil  había  enviado  á  los  Reyes  Cato'licos  por 
mano  de  Antonio  de  Torres  una  carta  o'  Memoria  pon- 
derando las  excelencias  de  la  isla  Española;  las  acertadas 
providencias  del  Almirante  y  las  esperanzas  que  podían 
abrigarse  fundadamente  de  obtener  grandes  riquezas  de 
sus  minas,  y  la  pronta  conversio'n  de  los  indígenas.  ¿Qué 
había  podido  suceder  en  aquel  corto  espacio  de  tiempo 
que  así  cambiase  la  faz  de  la  colonia?  ¿A  quien  podía 
atribuirse  la  funesta  variacio'n,  si  es  que  existía,  cuando 
venían  á  ser  anunciantes  de  ella  un  miembro  del  Gobierno, 
y  quizás  el  más  influyente  de  todos,  y  el  general  de  las 
tropas,  que  ambos  habían  tenido  el  mando  en  ausencia  del 
Almirante? 

No  parece  que  el  público  dio'  entonces  mucho  crédito  á 
los  apasionados  informes  de  los  recién  llegados,  ni  causa- 
ron gran  impresión  por  el  pronto  en  el  ánimo  de  los  Reyes; 
y  tal  vez  ninguna  consecuencia  hubieran  tenido  desfavorable 
para  los  asuntos  coloniales,  y  aun  se  hubieran  mirado  con  la 
debida  prevencio'n  y  recelo,  perjudicando  á  los  fugitivos, 
como  era  justo,  si  éstos  no  contaran  con  el  apoyo  de  don 
Juan  de  Fonseca,  que  en  lugar  de  desautorizar  claramente 
sus  quejas,  manifestando  los  datos  ciertos  que  existían  para 
juzgarlas  infundadas,  y  él  conocía  mejor  que  ninguna  otra 
persona,  les  dio  acogida  y  afecto  preocuparse  mucho  de  lo 
que  le  referían, 

A  pesar  de  todo,  no  parece  que  produjeron  níucho 
efecto  las  quejas  de  los  desertores  de  la  Española.  Llegados 
á  Cádiz  á  fines  del  mes  de  Octubre,  á  nuestro  juicio,  se 
detuvieron  en  Sevilla  más  de  un  mes,  esperando  la  resolu- 
ción de  los  Reyes  á  la  noticia  de  su  regreso.  Hasta  el  3  de 
Diciembre  no  contestaron  aquellos  manifestando  su  satisfac- 
ción porque  habían  llegado  las  carabelas  de  Indias,  y  Ha- 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


mando  á  fray  Buyl  '.  Después  de  esta  dilación,  es  aún  más 
de  notar  el  tiempo  que  tardaron  en  darse  por  inforrnados  de 
las  noticias  de  fray  Bernardo,  y  que  se  fijan  en  las  necesi- 
dades de  los  colonizadores,  y  no  en  las  quejas  del  relig-ioso. 

La  minuta  que  copio'  don  Juan  B.  Muñoz,  y  ha  impreso 
el  P.  Fidel  Fita,  á  continuacio'n  de  la  que  por  nota  citamos, 
es  esta : 

«Madrid  18  de  Febrero  de  1495. 

Rey  y  Reina  á  Juan  de  Fonseca,  Dean  de  Sevilla,  y  del 
Consejo.  Que  con  lo  que  Fray  Buil  y  los  demás  que  han  venido 
informan,  se  vé  clara  mas  la  gran  necesidad  de  los  que 
están  en  Indias;  y  procure,  según  le  estaba  ordenado,  des- 
pachar sin  dilación  cuatro  carabelas  con  bastimentos  etc.. 
para  que  aquello  se  sostenga.» 

Por  entonces  la  atencio'n  de  los  Reyes  Católicos  no  se 
separaba  del  fomento  de  la  colonia  de  la  Española,  y  de  pro- 
curar la  mayor  suma  de  comodidades  á  los  españoles  que 
allá  vivían;  pero  en  verdad,  no  puede  desconocerse  la  perni- 
ciosa influencia  que  las  quejas  de  los  fugitivos,  sus  hablillas, 
sus  exageradas  declamaciones  habían  de  tener  en  la  opi- 
nio'n,  minando  la  popularidad  del  Almirante,  y  haciendo 
que  se  dudara  de  la  verdad  de  lo  que  en  sus  cartas  decía 
sobre  la  fertilidad,  hermosura  y  riqueza  de  los  países  que 
había  descubierto.  Hasta  después  del  regreso  del  P.  Boil 
y  de  Pedro  Margarit,  nadie  había  tildado  á  Cristóbal 
Colón  de  cruel,  de  orgulloso  ni  de  arbitrario  en  sus  resolu- 
ciones: quizá  entonces  tampoco  lo  creyeron  los  que  le  cono- 
cían ;  pero  la  acusacio'n  estaba  lanzada;  la  calumnia  comenzó 
á  dejarse  oir,  y  la  fama  del  Almirante  quedo'  manchada  con 


*  J^'rqy  Benial  Buyl.  —  Por  el  P.  Fidel  Fita  y  Colomé. — Pág.  45. — 23 
(Inédito).  Madrid  3  de  Diciembre  de  1494. —  Minuta  hecha  por  Muñoz  (t.  cit. 
fol.  181)  sobre  el  códice  que  describe  así:  «Registro  general,  Cámara,  Secretario 
Hernand  Alvarez.»  No  cita  Muñoz  el  folio  de  este  Registro,  é  ignora  su  paradero. 

«Los  Reyes  á  Juan  de  Fonseca.  Placer  por  la  nueva  de  ser  venidas  cara  ve- 
las de  Indias,  y  venga  al  punto  fray  Buil.  El  oro  que  trujeron,  amonédese;  y 
pagúese  á  la  gente  que  vino:  y  vengan  para  vellos  esos  granos  de  oro.» 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


21 


algo  de  lo  que  decían  sus  adversarios,  especialmente  entre 
los  muchos  que  no  habiendo  tenido  la  fortuna  de  estar  en 
trato  con  él,  no  habían  podido  apreciar  las  prendas  de  su 
carácter. 

Nació'  también  de  aquellos  informes  el  pensamiento  que 
tanto  explotaron  después  los  enemigos  del  descubridor,  de 
que  España  no  podría  obtener  nunca  de  las  regiones  occi- 
dentales los  rendimientos  que  se  ponderaban,  las  riquezas 
que  se  habían  prometido,  y  que  el  tesoro  se  agotaría  en 
gastos  que  no  obtendrían  recompensas.  La  mala  semilla 
estaba  echada  y  tarde  o'  temprano  había  de  producir  amargo 
fruto. 


.IV 


Verdaderos  y  legítimos  motivos  de  queja  contra  la 
gobernacio'n  del  Almirante  en  la  isla  Española  no  podían 
alegarlos,  ni  menos  justificarlos  el  P.  Boil  y  Pedro  Margarit. 
En  los  últimos  meses  desde  que  en  Abril  había  salido  Cris- 
tóbal Colón  á  continuar  sus  descubrimientos,  había  corrido 
el  gobierno  y  administracio'n  á  cargo  de  aquéllos,  sin  que 
pudieran  llamarse  agraviados  por  nadie,  pues  el  carácter 
afable  de  don  Diego  Colo'n,  y  su  inclinacio'n  al  estado  ecle- 
siástico hacen  suponer  que  escucharía  siempre  con  respeto 
las  opiniones  del  Vicario  Apostólico,  y  el  general  de  las 
fuerzas  de  la  Vega  Real  estaba  tan  independiente  y  desligado 
de  toda  superioridad,  que  justamente  por  su  desobedien- 
cia habría  de  comenzar  la  formacio'n  de  sus  cargos.  Quejas 
personales,  disgustos  de  clase  por  creer  que  los  eclesiásticos 
no  debían  ser  igualados  con  los  seglares  al  adoptarse  ciertas 
providencias,  pudo  tenerlos  el  P.  Boil;  Margarit  no  podía 
alegar   ni   aun   esas   causas,    puesto   que   desde    la   primera 


22 


CRISTÓBAL  COLON 


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expedición  á  las  montañas  quedo'  por  comandante  de  la  for- 
taleza de  Santo  Tomás,  y  no  había  recibido  del  Almirante 
más  que  muestras  de  consideracio'n  y  aplauso  para  sus  ser- 
vicios, como  lo  consigno'  en  su  Memorial. 

El  disgusto  del  P.  Boil  se  explica  si  su  vocacio'n  y  su 
carácter  no  le  llamaban  á  la  vida  activa  del  misionero  y  á 
la  agitacio'n  de  la  colonia,  y  suspiraba  por  la  quietud  del 
claustro ;  la  desercio'n  de  Margarit  no  se  comprende  sino 
por  el  conocimiento  de  las  faltas-  que  había  cometido;  por 
la  conciencia  de  su  inmensa  responsabilidad;  por  el  fundado 
temor  á  las  reconvenciones  del  Almirante,  que  podía  pedirle 
cuenta  de  infinitos  males  causados  por  su  desobediencia. 
Lo  que  parece  muy  natural,  después  de  bien  conocidos 
todos  los  antecedentes,  es  que  tanto  al  uno  como  al  otro 
les  causo'  mal  efecto  la  presencia  de  Bartolomé  Colo'n  en  la 
isla,  y  ella  fué  la  causa  determinante  de  la 'resolucio'n  que 
ambos  tomaron  de  embarcarse  para  España. 

Ya  en  Sevilla,  y  cuando  empezaron  á  circular  las 
exageradas  noticias  que  de  ellos  procedían  sobre  los  males 
sufridos,  y  los  padecimientos  que  sobrellevaban  los  espa- 
ñoles en  las  Indias,  fueron  acogidas  con  cierta  prevencio'n 
de  incredulidad ;  pero  por  desgracia  hay  siempre  propensión 
á  dar  crédito  á  todo  lo  desfavorable,  y  los  hechos  que  se 
conocían  venían  á  dar  algún  viso  de  verdad  á  los  siniestros 
informes  narrados  por  los  fugitivos.  No  era  cierto,  ni 
mucho  menos,  que  el  Almirante  fuese  cruel  con  los  delin- 
cuentes, ni  extremase  el  rigor  de  los  castigos;  la  pena 
impuesta  al  primer  conspirador  Bernal  Díaz  de  Pisa,  que 
fué  recluirle  en  una  carabela  hasta  que  llegase  ocasión  de 
poderlo  enviar  á  España  con  las  pruebas  de  su  delito,  para 
que  acá  fuera  juzgado  y  castigado,  no  puede  ser  considerada 
sino  como  ejemplo  de  moderacio'n.  El  medio  que  empleo'  el 
Almirante  para  hacer  que  todos,  nobles,  hidalgos  y  ple- 
beyos tomaran  parte  activa  en  los  trabajos  de  edificacio'n  de 
la    ciudad    Isabela,    tampoco    podemos    presentarlo    como 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


23 


muestra  de  dureza,  no  consistiendo  en  otra  cosa  que  en 
acortar  la  racio'n  á  los  que  no  querían  prestar  su  coíicurso 
en  beneficio  de  todos.  Cierto  que  las  enfermedades  que 
empezaron  á  experimentarse  requerían  alimentacio'n  sana 
y  abundante ;  pero  ha  de  tenerse  presente  que  las  existencias 
no  eran  muchas,  y  que  también  era  urgente,  para  comodidad 
de  los  mismos  enfermos,  el  procurar  habitaciones  en  las 
mejores  condiciones  posibles  de  salubridad. 

Las  circunstancias  eran  tan  extraordinarias;  las  nece- 
sidades tan  nuevas  en  aquella  colonia ,  que  antes  de  formu- 
lar cargos,  aunque  sean  leves,  á  Cristóbal  Colón,  deben 
pesarse  con  gran  prudencia  las  responsabilidades  que  car- 
gaban sus  hombros  y  los  pocos  medios  de  que  disponía  para 
atender  á  todas. 

Hasta  entonces  tampoco  habían  respondido  los  produc- 
tos á  las  esperanzas  que  las  primeras  muestras  de  las 
riquezas  del  suelo  habían  hecho  concebir;  y  en  este  punto 
fueron  más  atendidas  las  insinuaciones  malévolas.  Las 
enfermedades  de  los  españoles;  su  angustiosa  situacio'n;  sus 
privaciones,  se  pintaban  con  los  más  negros  colores,  y  como 
sucede  siempre,  la  calumnia  fué  tomando  cuerpo,  y  había 
ya  muchos  que  ponían  en  olvido  lo  que  Gorbalán  refería  de 
propia  experiencia  pocos  meses  antes,  y  los  informes  que  el 
doctor  Chanca,  Ojeda  y  otros  habían  remitido  y  que  pre- 
sentaban el  aspecto  risueño  de  la  colonia,  en  contraposicio'n 
al  triste  que  ahora  se  dibujaba. 

Había  entre  los  pesimistas  muchos  que  exageraban  á 
ciencia  cierta  las  malas  noticias ;  porque  de  este  modo  reba- 
jaban algún  tanto  el  crédito  del  Almirante,  y  comenzaban 
á  minar  su  influencia,  con  la  intención  de  lograr  que  dismi- 
nuyese la  ilimitada  confianza  que  en  él  depositaban  los  Reyes 
y  á  tantos  tenía  llenos  de  envidia  en  la  corte. 

La  fatalidad  ayudo'  en  parte  á  los  planes  de  los  adver- 
sarios de  Cristóbal  Colón,  y  protegió  la  causa  de  aquellos 
que  tan  verdaderos  males  habían  causado  en  la  isla  Espa- 


24 


CRISTÓBAL   COLÓN 


ñola    y    tan    funesto    ejemplo    habían    dado    de    insubordi- 
nación. 

Desde  el  14  de  Abril  de  1494  en  que  Cristóbal  Colón 
zarpo  del  puerto  de  Isabela  para  continuar  sus  descubri- 
mientos no  habían  vuelto  á  recibirse  noticias  suyas  en 
España.  Había  terminado  aquel  año,  y  comenzaba  el 
siguiente,  y  no  había  nuevas  del  viaje  que  había  empren- 
dido, de  sus  resultados,  ni  del  punto  donde  se  encontraran 
los  buques  que  habían  salido  con.  el  Almirante.  Tan  abso- 
luta incomunicacio'n ,  unida  á  la  triste  pintura  que  hacían 
Margarit  y  sus  parciales  de  las  enfermedades  que  en  los 
nuevos  países  se  contraían,  y  de  lo  dañoso  que  era  aquel 
clima  para  los  europeos,  empezaron  á  preocupar  seriamente 
á  los  Reyes  Católicos  acerca  de  lo  que  pudiera  ocurrir  al 
otro  lado  de  los  mares.  La  muerte  del  Almirante  hubiera 
sido  golpe  fatal  en  aquellos  momentos,  pues  ^o  era  fácil 
sustituir  su  alta  inteligencia,  su  saber  y  su  carácter,  y 
aquella  falta  podía  acarrear  la  destruccio'n  total  de  la 
colonia,  donde  tenían  los  Reyes  puesta  su  atención  prefe- 
rente y  en  la  cual  fundaban  grandes  esperanzas  y  proyectos 
para  el  porvenir  y  grandeza  de  su  reinado. 

La  falta  de  noticias  de  la  expedicio'n  que  saliera  de 
Isabela  con  rumbo  que  no  podía  ser  conocido,  causaría  sin 
cesar  honda  inquietud  en  los  Reyes;  las  alarmantes  noticias 
propaladas  por  los  adversarios  del  Almirante,  aunque  no 
fueran  creídas  en  absoluto,  no  dejarían  de  producir  cierta 
perturbacio'n  y  zozobra ;  y  pesando  en  su  ánimo  estas  otras 
causas,  meditándolas  con  serenidad  y  procediendo  con  su 
acostumbrada  prudencia,  decidieron  por  una  parte  dar 
cierta  especie  de  satisfacción  á  las  quejas  de  que  algunos  se 
hacían  eco  en  la  corte,  y  por  otra  llegar  á  adquirir  exacto 
conocimiento  de  la  situación  de  las  cosas  en  la  isla  Espa- 
ñola, enviando  persona  que  con  severa  imparcialidad  }'■ 
juicio  reuniera  datos  para  comprobar  la  verdad,  en  la 
'  contradicción  que  había  entre  las  cartas  y  Memorias  traídas 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


25 


por  Antonio  de  Torres,  y  los  informes  verbales  que  luego 
daban  los  mismos  que  habían  escrito  aquellas. 

«  Pensaron  los  Re3^es  que  lo  fuese  el  comendador  Diego 
Carrillo,  escribe  don  Juan  Bautista  Muñoz,  ú  otra  persona 
de  cuenta  y  confianza:  luego  se  nombro  á  Juan  de  Aguado, 
repostero  de  capilla  de  la  casa  real,  que  había  estado  en 
Indias,  y  venídose  con  Torres  muy  recomendado  del  Almi- 
rante, á  quien  parece  haberse  tenido  respeto,  tanto  en  la 
eleccio'n  del  juez,  cuanto  en  coartarle  el  tiempo  y  las  facul- 
tades. Acordo'se  la  comisio'n  principalmente  por  el  recelo 
de  haber  fallecido  el  Almirante  en  el  viaje  de  Cuba;  pero 
hallándose  en  la  Española,  se  ordeno'  que  se  estuviese  en 
todo  á  su  mando,  ni  el  pesquisidor  se  extendiese  á  más  de 
hacer  informaciones  y  volverse  á  dar  cuenta.» 

Tal  fué  la  verdadera  intención  de  los  Reyes  Cato'licos 
en  el  nombramiento  de  su  repostero  Juan  de  Aguado  para 
que  pasase  á  la  isla  Española:  ese  fué  el  pensamiento  que 
les  guio',  hijo  antes,  según  hemos  dicho  del  temor,  de  la 
duda  que  abrigaban  sobre  la  suerte  de  Cristóbal  Colón, 
que  de  ningún  género  de  desconfianza,  y  bien  claramente  lo 
dicen  en  todos  los  despachos  que  expidieron  en  aquellos  días. 

Cuidando  siempre  de  abastecer  la  colonia  de  cuanto 
era  necesario,  según  lo  pedía  el  Almirante,  habían  librado 
dos  millones  de  maravedises  á  don  Juan  de  Fonseca,  que 
habían  de  entregar  los  Inquisidores  de  Sevilla,  para  proveer 
cuatro  carabelas  que  debían  salir  con  la  mayor  urgencia,  á 
las  que  seguirían  otras  cuatro  que  se  aprestaban  al  mando 
de  Diego  Carrillo  ^ ;  pero  no  contentos  con  esto,  dos  días 
después,  en  9  de  Abril,  expiden  nueva  cédula,  mandando 
que  Carrillo  parta  inmediatamente ,  en  términos  tales ,  que 
no  dejan  duda  acerca  de  los  deseos,  los  temores  y  la  soli- 
citud de  los  Soberanos.    Dice  así: 


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*    Real  cédula  de  7  de  Abril  de  1495.— Navarrete-—  (^Pl^((f^n  de  viajes.— 
Tomo  II.— Doc.  núm.  LXXXII. 

Cristóbal  Colón   t.  ii. — 4. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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«El  Rey  é  la  Reina:  Reverendo  en  Cristo  padre  obispo: 
por  estas  letras  que  aquí  vos  enviamos,  veréis  lo  que  vos 
escribimos  cerca  de  las  cuatro  carabelas  que  agora  habéis  de 
enviar  á  las  Indias;  y  porque  temiendo  que  algo  ha  Dios  dis- 
puesto del  Almirante  de  las  Indias  en  el  camino  que  fué,  pues 
que  ha  tanto  tiempo  que  del  no  sabemos,  tenem^os  acordado  de 
enviar  allí  al  Comendador  Diego  Carrillo,  é  á  otra  persona 
principal  de  recaudo  para  que  en  ausencia  del  Almirante 
provea  en  todo  lo  de  allá,  y  aun  en  su  presencia  remedie 
en  las  cosas  que  conviniere  remediarse,  segund  la  informa- 
ción que  ovimos  de  los  que  de  allá  vinieron.  Y  porque  este 
no  pueda  partir  tan  presto  como  es  menester  que  vayan  estas 
carabelas  para  llevar  mantenimientos  á  los  que  allá  están, 
por  la  necesidad  que  sabemos  que  tienen,  acordamos  que 
vayan  agora  estas  cuatro  carabelas,  y  que  la  persona  que 
enviaremos  irá  en  las  otras  carabelas  que  fueren  al  fin  de 
Mayo,  o'  al  comienzo  de  Junio,  Dios  queriendo.» 

Es  necesario  estudiar  con  prolijo  cuidado  este  momento 
de  la  colonizacio'n  española,  porque  de  él  arrancan  muchos 
de  los  infundados  cargos  que  se  han  hecho  á  los  Reyes  Cato'- 
licos  y  aun  al  mismo  Cristóbal  Colón;  siendo  importan- 
tísima esta  real  cédula,  porque  contiene  datos  para  que  sin 
error  puedan  apreciarse  los  actos  y  la  conducta  de  los  sobe- 
ranos de  Castilla.  En  esta  primera  parte  de  la  cédula  que 
dejamos  transcrita,  se  ve  bien  clara  su  impaciencia  por  tener 
noticias  seguras  del  Almirante  y  del  estado  de  la  isla ,  y  por 
enviar  recursos  á  los  que  allá  estaban.  Mas  como  quiera  que 
los  informes  del  P.  Boil  y  de  sus  compañeros  eran  tan  des- 
favorables y  contradictorios,  demuestran  los  Re3''es  que  no 
les  merecían  confianza  absoluta,  á  pesar  de  su  respetable 
origen,  pues,  continua  la  real  cédula.  —  «Y  fasta  que  estas 
vayan,  (se  refieren  á  las  cuatro  carabelas  que  habían  de 
salir  luego),  nos  parece  que  no  debe  ir  ninguno  de  los  hombres 
que  de  allá  vinieron  que  solian  tener  algunos  cargos  allá,  porque 
el  que  fuere  se  injormafá  como  usaban  de  ellos,  por  las  quejas 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  IX 


2; 


que  unos  dan  de  los  otros,  y  es  mejor  que  estén  acá  fasta 
que  vaya  el  que  nosotros  enviaremos  allá.» 

Aquí  están  bien  claros  y  patentes  los  indicios  que  los 
Reyes  tenían  de  la  falsedad  de  los  rumores  esparcidos,  y 
aun  las  sospechas  de  que  los  fugitivos  no  habían  usado  bien 
de  sus  cargos.  La  infórmacio'n,  como  se  ve,  más  iba  dirigida 
á  comprobar  las  necesidades  verdaderas  de  la  colonia,  y  á 
depurar  la  conducta  de  los  quejosos,  que  contra  el  Almirante, 
ausente  hacía  mucho  tiempo,  ni  las  medidas  de  su  gobierno 
en  la  isla.  Pero  repetimos  que  en  toda  la  cédula  se  encuen- 
tran conceptos  importantes,  y  vamos  á  concluir  su  traslado. 

«Por  ende  Nos  vos  mandamos  y  encargamos  que  bus- 
quéis alguna  persona  de  recaudo  que  vaya  en  estas  carabelas 
y  lleve  en  cargo  los  mantenimientos  y  otras  cosas  que  en  ellas 
enviaredes ,  y  las  dé  allá  y  reparta  como  se  debiere  repartir 
á  vista  del  Almirante  si  allá  estoviere ,  6  en  su  ausencia  del, 
á  vista  é  parecer  de  los  que  allá  están,  y  que  se  informe  bien 
del  estado  de  las  cosas  de  allá,  y  como  se  gobierna  lo  de  allí, 
y  á  cuyo  cargo  es  cualquier  cosa  de  falta  que  en  ello  ha 
habido  d  hay,  y  también  se  informe  de  los  que  acá  son  venidos 
como  usaban  de  sus  cargos;  y  encargadle  que  con  esta^  mfor- 
macion  se  venga  acá  para  nos  fazer  relación  de  todo,  y  para 
esto  en  estas  cartas  que  vos  enviamos  para  los  que  están  en 
las  Indias,  henchid  la  persona  que  enviaredes  y  decidle  lo 
que  ha  de  hazer  conforme  con  esto;  pero  si  hallare  al  Almi- 
rante esté  en  todo  á  su  gobernación;  pero  haga  la  información 
que  aqui  decimos  y  véngase  luego.   Asi  mismo  porque.  Fray 
Buil  no  vá  allá  agora,  que  tenia  facultad  del  Papa  para  los 
•  casos  episcopales  en  las  Indias,   y  allá  hay  falta  de  algún 
clérigo,  persona  de  conciencia  d  algunas  letras,  por  esto  Nos 
vos   mandamos   y   encargamos   que  busquéis  algún   clérigo 
para  esto  de  buena  conciencia  é  de  algunas  letras  que  vaya 
allá  agora  en  estas  carabelas,  y  esté  allá  por  algún  tiempo  en 
tanto  que  Nos  proveemos  en  esto,  y  aqui  vos  enviamos  poder 
de  Fray  Buil  para  la  persona  que  vos  nombrarcdes;  por  ser- 


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28 


CRISTÓBAL  COLÓN 


vicio  nuestro  que  en  todo  esto  pongáis  mucho  recahdo  é  dilijencia, 
y  trabajéis  como  estas  carabelas  partan  luego,  por  que  como  vos 
escribistes  creemos  que  los  que  allá  están  tienen  mucha  nece- 
sidad y  es  cargo  de  conciencia  de  no  proveerlos  luego.  De 
Madrid  á  nueve  de  Abril  de  noventa  y  cinco  años  '.» 

A  continuacio'n  de  esta  real  cédula  hay  un  curiosísimo 
Memorial  de  las  cosas  que  son  menester  proveer  luego  para 
despacho  de  cuatro  carabelas  que  vayan  para  las  Indias ,  y 
que  demuestra  el  gran  interés  y  cuidado  con  que  se  miraban 
aun  los  más  pequeños  detalles. 

Y  no  se  contentaron  los  Reyes  con  las  disposiciones  de 
esa  cédula.  Sin  duda  en  su  ánimo  quedaba  algún  recelo 
acerca  del  cumplimiento  que  pudiera  dar  el  obispo  Fonseca; 
quizá  á  pesar  de  la  confianza  que  en  sus  cualidades  tenían, 
no  dejaban  de  conocer  su  mala  voluntad  al  Almirante,  pues 
habiendo  dado  á  aquél  facultad  en  la  dicha  orden  para  nom- 
brar la  persona  que  hubiera  de  pasar  á  las  Indias  para  hacer 
la  informacio'n ,  enviándosela  con  el  nombre  en  blanco  para 
que  él  lo  llenase,  en  el  mismo  día  se  arrepintieron  de  haberle 
dejado  tanta  libertad,  y  expidieron  el  nombramiento  á  favor 
de  Juan  de  Aguado  que  íntegro  ha  conservado  fray  Barto- 
lomé de  las  Casas  ^. 

«El  Rey  é  la  Reina:  caballeros  y  escuderos  y  otras  per- 
sonas que  por  nuestro  mandado  estáis  en  las  Indias ;  allá  vos 
enviamos  á  Juan  Aguado,  nuestro  Repostero,  el  cual  de 
nuestra  parte  vos  hablará.  Nos  vos  mandamos  que  le  dedes 
fé  y  creencia.  De  Madrid  á  nueve  de  Abril  de  mil  y  quatro- 
cientos  y  noventa  y  cinco  años. 

))Yo  EL  Rey.  Yo  la  Reina. 


«Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina  nuestros  Señores. 
■Hernand  Alvar cT^.y) 


*     Archivo  General  de  Indias. —  Navarrete.  Colección  de  viajes.  Tomo  II. 
Doc.  núm.  LXXXV. 

Historia  de  las  Indias.  Libro  I  Tomo  II,  Cap.  CVII,  pág.  no. 


LIBRO  TERCERO.  — CAPÍTULO  IX 


29 


El  texto  de  Navarrete  no  tiene  las  frases  «Nos  vos  man- 
damos que  le  dedes  fé  y  creencia.» 

Es  de  notar  en  esta  disposicio'n  y  nombramiento,  que 
por  ella  no  solamente  se  quitaba  á  don  Juan  de  Fonseca  la 
autorización  que  en  la  anterior  se  le  había  dado,  sino  que  se 
designaba  para  que  fuese  á  la  Española  un  sujeto  que  de  allá 
había  venido  con  expresiva  recomendacio'n  del  Almirante; 
por  cuya  razo'n  dice  tan  acertadamente  don  Juan  B.  Muñoz 
que  parece  se  le  tuvo  respeto  tanto  en  la  elección  del  Jue:^,  cuanto 
en  coartarle  el  tiempo  y  las  facultades. 

Por  feliz  casualidad,  muy  pocos  días  después  se  tuvie- 
ron noticias  de  la  isla,  y  de  la  buena  salud  del  Almirante, 
por  haber  llegado  cuatro  carabelas  al  mando  de  Antonio  de 
Torres.  Los  Reyes  Cato'licos  recibieron  gran  placer  por  ello, 
y  dieron  repetidas  ordenes  para  que  sin  perder  tiempo 
salieran  las  cuatro  carabelas  que  ya  estaban  cargadas ,  y  que 
en  ellas  fuese  Juan  Aguado,  sin  que  Fonseca  pudiera  enviar 
ninguna  otra  persona. 


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32 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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Recordaremos  que  el  29  de  Septiembre  llegaron  al  puerto 
de  Isabela  las  tres  carabelas  que  por  Abril  habían  salido, 
trayendo  al  Almirante  postrado  de  fuerzas,  y  en  tal  estado 
de  insensibilidad,  que  temían  espirase  antes  de  desem- 
barcar. 

Al  ver  aparecer  á  lo  lejos  las  embarcaciones,  fue  in- 
menso el  júbilo  de  los  españoles  que  habitaban  en  la  ciudad. 
Después  de  seis  meses,  muy  largos,  de  carecer  enteramente 
de  noticias  de  los  expedicionarios  y  cuando  tantas  dudas  y 
•temores  se  abrigaban  sobre  su  suerte,  la  alegría  que  se 
produjo  al  avistarlas  era  muy  natural.  Acudieron --todos  á 
la  playa,  los  individuos  del  Gobierno  con  los  oficiales,  y 
cuantos  pudieron  abandonar  sus  trabajos,  acompañados  de 
multitud  de  indios,  con  el  afán  de  ser  los  primeros  en 
saludar  al  Almirante  y  noticiarle  la  llegada  de  su  hermano. 

El  estado  de  Cristóbal  Colón  contristo'  á  todos,  y 
convirtió'  en  disgusto  la  anterior  alegría.  Con  grandes  cui- 
dados le  llevaron  en  hombros  á  sus  habitaciones,  donde 
continuo'  con  la  misma  postracio'n;  pero  á  pocos  días  fué 
cediendo,  aunque  con  gran  lentitud:  renacieron  las  fuerzas, 
y  entro'  en  convalecencia,  que  se  hizo  larga  y  penosa,  pues  le 
duro'  la  enfermedad  más  de  ciilco  meses. 

Cuando  recobro'  el  uso  de  sus  facultades  intelectuales  la 
primera  impresio'n  fué  sobremanera  agradable:  encontró' 
sentado  junto  á  su  lecho  y  prodigándole  cuidados  y  aten- 
ciones á  su  hermano  Bartolomé,  y  aunque  por  el  pronto  no 
pudieran  comiunicarse  sus  impresiones,  su  presencia  influyo 
grandemente  en  el  ánimo  del  enfermo,  proporcionándole 
una  tranquilidad   de   que   hasta   entonces  no  había  podido 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


33 


gozar.  En  sus  primeras  entrevistas  instruyo  Bartolomé 
Colon  á  su  hermano  mayor  de  cuanto  le  había  ocurrido 
desde  que  recibió'  la  noticia  del  descubrimiento  logrado,  y 
que  aquél  le  llamaba  á  España.  Mucho  satisfizo  al  Almirante 
la  narración  de  las  señaladas  atenciones  que  los  Reyes  Cato'- 
licos  habían  prodigado  á  Bartolomé,  y  las  muestras  de 
confianza  que  había  recibido;  pero  puso  el  colmo  á  su  satis- 
faccio'n  la  carta  de  que  aquél  era  portador,  que  estaba  con- 
cebida en  estos  términos  ' : 


((El  Rey  é  la  Reina.  —  Don  Cristóbal  Colón,  nuestro 
Almirante  del  mar  Occeano,  é  nuestro  Visorey  é  Gobernador 
de  las  islas  nuevamente  falladas  en  la  parte  de  las  Indias : 
Vimos  las  cartas  que  nos  enviastes  con  Antonio  de  Torres, 
con  las  cuales  ho vimos  mucho  placer,  y  damos  muchas 
gracias  á  Nuestro  Señor  Dios  que  tan  bien  lo  ha  hecho,  y  en 
haberos  en  todo  tan  bien  guiado.  En  mucho  cargo  y  servicio 
vos  tenemos  lo  que  allá  habedes  fecho,  que  no  puede  ser  mejor,  y 
asimismo  vimos  al  dicho  Antonio  de  Torres,  y  recibimos 
todo  lo  que  con  él  nos  enviastes  y  Nos  esperábamos  de  ver, 
según  la  mucha  voluntad  y  afición  que  de  vos  se  ha  cognos- 
cido  y  cognosce  en  las  cosas  de  nuestro  servicio.  Sed  cierto 
que  nos  tenemos  de  vos  por  mucho  servidos  y  encargados  en  ello, 
para  vos  hacer  mercedes  y  honra  y  acrecentamientos  como  vuestros 
grandes  servicios  lo  requieren  y  adeudan;  y  porque  el  dicho 
Antonio  Torres  tardo  en  venir  aquí  hasta  agora,  y  no  ha- 
bíamos visto  vuestras  cartas ,  las  cuales  no  nos  habia  enviado 
por  nos  las  traer  él  á  mejor  recaudo,  y  por  la  prisa  de  la 
partida  destos  navios  que  agora  van,  los  cuales,  á  la  hora 
que  lo  aqui  supimos  los  mandamos  despachar  con  todo 
recaudo  de  las  cosas  que  de  allá  enviastes  por  memorial,  que 
cuanto  mas  cumplidamente  se  pudiera  facer  sin  detenerlos. 


»     \.zs,C2&2&.—  Historia  de  las  Indias,  libro  I,  cap.  CIII.— Navarrete.— 
Colección  de  viajes. — Tomo  IL 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  5. 


34 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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y  asi  se  hará  y  cumplirá  en  todo  lo  otro  que  trujo  á  cargo, 
al  tiempo  y  como  él  lo  dijere.  No  ha  lugar  de  os  responder 
como  quisiéramos,  pero  cuando  él  vaya,  placiendo  á  Dios, 
vos  responderemos,  y  mandaremos  proveer  en  todo  ello, 
como  cumple.  Nos  habemos  habido  enojo  de  las  cosas  que 
allá  se  han  hecho  fuera  de  vuestra  voluntad,  las  cuales  man- 
daremos bien  remediar  é  castigar.  En  el  primer  viaje  que. 
para  acá  se  hiciere  enviad  á  Bernal  Diaz  de  Pisa,  del  cual 
Nos  enviamos  á  mandar  que  ponga  en  obra  su  venida,  y  en 
cargo  que  él  llevo'  entienda  en  ello  la  persona  que  á  vos  y  al 
padre  fray  Buil  pareciere,  en  tanto  que  de  acá  se  provee, 
que  por  la  prisa  de  la  partida  de  los  dichos  navios  non  se 
pudo  agora  proveer  en  ello;  pero  en  el  primer  viaje,  si  place 
á  Dios,  se  proveerá  de  tal  persona  cual  conviene  para  el 
dicho  cargo.  De  Medina  del  Campo  á  trece  de  Abril  de 
noventa  y  cuatro  años. 

Yo  el  Rey:  Yo  la  Reina. 

Por    mandado    del    Rey   é   de   la   Reina. ^/í/íí/í    de    la 
Parra.)) 


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Extraña  en  la  lectura  de  esta  carta  la  mencio'n  que  se 
hace  en  su  última  parte  del  disgusto  del  Almirante  por  la 
conducta  de  Bernal  Díaz  de  Pisa.  Ciertamente  desde  su 
llegada  al  Nuevo  Mundo  debió'  empezar  este  funcionario  á 
dar  motivos  de  censura  por  sus  inquietudes  y  alborotos, 
como  sospecha  con  harto  fundamento  el  P.  Las  Casas,  y 
Colón  hubo  de  dar  reservadamente  alguna  queja  á  Antonio 
de  Torres  para  que  la  comunicase  á  los  Reyes ,  sin  hacer  por 
el  pronto  ninguna  otra  demostración;  y  aún  puede  creerse 
que  á  su  conducta  se  refiere  algún  capítulo  del  Memorial, 
cuyas  reticencias  llaman  la  atención.  Hasta  después  de  la 
salida  de  las  carabelas ,  y  aprovechando  la  enfermedad  del 
Almirante,  no  empezó'  la  conjuracio'n  para  amotinar  algunos 
marineros  que  hicieran  causa  con  los  descontentos  y  volverse 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


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á  España.  Entonces  paso  adelante  en  sus  propo'sitos;  extendió 
el  escrito  de  sus  quejas,  y  fué  preso  á  bordo  de  una  de  las 
carabelas ,  como  queda  referido ;  pero  no  es  dudoso  que  ya 
antes  se  hubiera  mostrado  rebelde  y  disgustado,  y  á  esa 
actitud  reservadamente  comunicada  por  Cristóbal  Colón 
respondía  la  carta  de  los  Reyes,  mandándolo  volver  á 
España. 

No  bastaron  estas  satisfacciones,  aunque  eran  muy 
grandes,  á  compensar  el  gravísimo  disgusto  que  recibid  el 
Almirante  cuando  le  comunicaron  la  partida  del  P.  Boil,  de 
Pedro  Margarit  y  los  que  los  siguieron,  y  el  abandono  en 
que  habían  dejado  sus  cargos;  y  su  pesar  se  acrecentó  al" 
conocer  el  estado  en  que  se  encontraban  los  soldados  espa- 
ñoles en  la  Vega  Real,  entregados  á  la  licencia  y  al  pillaje, 
faltos  de  jefes  y  de  disciplina,  sin  haber  cumplido  ni  una 
sola  de  las  o'rdenes  que  con  tanta  previsión  y  prudencia 
había  dado,  antes  de  salir  al  viaje  en  que  había  descubierta 
la  Jamaica. 

Su  padecimiento  se  dilataba,  la  postracio'n  de  fuerzas  le 
obligaba  á  guardar  cama,  y  las  noticias  que  de  todos  lados 
llegaban  á  Isabela  aumentaban  la  impaciencia  de  Colón  de 
poder  dirigirse  personalmente  á  la  Vega,  donde  tan  necesaria 
juzgaba  su  presencia. 

Algo  mejorado  se  encontraba  ya,  cuando  le  fue  á  visitar 
el  constante  amigo  de  los  españoles,  el  cacique  de  Marién, 
Guacanagarí,  que  movido  por  su  afecto  al  Almirante  deseaba 
comunicarle  nuevas  de  la  mayor  importancia.  Participóle 
que  la  tierra  toda  estaba  en  armas,  cuanto  así  podía  decirse 
de  aquellos  pobres  indígenas  cuyos  medios  de  combate  eran 
tan  primitivos:  que  las  violencias,  las  vejaciones,  los  robos, 
las  insolencias  de  todo  género  que  los  soldados  cometían  en 
la  Vega,  habían  exasperado  á  los  indios,  con  virtiendo  en  odio 
el  afecto  que  en  un  principio  inspiraban ;  y  que  los  caciques 
más  poderosos  se  disponían  con  el  mayor  sigilo  á  juntar 
gran  multitud  de  hombres  que  cayeran  de  improviso  sobre 


36 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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los  descuidados  españoles ,  y  acometiesen  las  fortalezas  para 
lograr  una  destrucción  semejante  á  la  que  hicieron  en  Na- 
vidad, siendo  este  el  mayor  deseo;  la  preocupación  constante 
de  Caonabo',   el  más  intrépido  y  audaz  entre  todos  los  jefes 

de  la  isla. 

«Aquí  es  de  advertir,  escribe  fray  Bartolomé  de  las 
Casas,  lo  que  en  su  Historia  dice  don  Hernando  Colo'n  en 
este  paso,  afeando  primero  la  ida  de  mosén  Pedro  Margarit 
y  después  las  fuerzas  é  insultos  que  hacían  en  los  indios 
los  cristianos,  por  estas  palabras: 

(íDe  la  ida  de  Mosen  Pedro  Margarite  provino  que  cada 
lino  se  fuese  entre  los  indios  por  do  quiso,  robándoles  la  jacienda, 
y  tomándoles  las  mujeres,  y  haciéndoles  tales  desaguisados  que  se 
atrevieron  los  indios  á  tomar  venganza  en  los  que  tomaban  solos 
ó  desmandados ,  por  manera  que  el  cacique  de  la  Magdalena 
llamado  Guatiguana  mató  die^  cristianos,  y  mando  poner 
fuego  secretamente  á  una  casa  donde  había  cuarenta  en- 
fermos  » 

Hemos  copiado  este  párrafo  del  P.  Las  Casas,  porque 
pinta  en  breves  frases  el  estado  de  la  isla  Española,  y 
porque  traslada  un  trozo  interesante  del  texto  castellano  de 
la  obra  de  don  Fernando  Colo'n,  hoy  perdida  en  su  original. 

Después  de  estas  noticias,  volvió'  Guacanagarí  á  traer  la 
conversacio'n  á  la  muerte  de  los  treinta  y  nueve  hombres  que 
habían  quedado  en  el  fuerte  de  Navidad,  y  á  reiterar  las 
protestas  de  su  inculpabilidad  en  aquel  hecho,  que  había 
procurado  evitar,  exponiéndose  al  odio  y  á  la  venganza  de 
los  demás  caciques;  de  lo  cual  era  buen  testigo  el  acogimiento 
que  en  su  tierra  habían  recibido  los  cristianos,  habiendo 
estado  en  ella  siempre  cien  hombres  muy  bien  servidos,  y 
proveídos  de  todo  aquello  en  que  podía  darles  gusto;  y  que 
por  esto  los  otros  caciques  se  habían  hecho  enemigos  suyos, 
y  especialmente  Behechio  le  había  muerto  una  de  sus  muje- 
res ,  y  Caonabo'  le  había  robado  otra ;  y  suplico'  al  Almirante 
que  se  la  hiciera  volver,  y  le  ayudase  á  tomar  venganza  de 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


37 


las  injurias  que  le  habían  hecho,  para  lo  cual  se  ofrecía  á 
acompañar  á  los  españoles  con  un  refuerzo  de  sus  mejores 
guerreros. 

Colón  guardaba  siempre  en  su  alma  profunda  gratitud 
á  las  muestras  de  bondad  recibidas  de  Guacanagarí;  y  le 
costaba  trabajo  dudar  de  su  amistad  y  buena  fe,  como  dice 
Washington  Irving;  así  que  le  fueron  muy  gratas  aquellas 
pruebas  que  venían  á  destruir  por  completo  las  sospechas 
que  muchos  abrigaban,  y  á  restablecer  en  toda  su  lealtad  las 
amistosas  relaciones  de  los  primeros  días,  cuando  el  afec- 
tuoso cacique  ayudo'  tan  eficazmente  á  reparar  la  pérdida  del 
naufragio  de  la  Santa  María. 

Sin  embargo,  las  noticias  que  el  cacique  le  había  traído 
eran  de  suma  gravedad,  y  el  Almirante  comprendió'  que  era 
preciso  aplicar  remedio  inmediatamente  á  tantos  males. 

Como  el  estado  de  su  salud  no  le  permitía  dedicarse 
personalmente  y  con  la  actividad,  necesaria  á  las  reformas 
que  el  estado  de  la  isla  reclamaba,  nombro'  á  su  hermano 
Bartolomé  Adelantado  de  las  Indias,  para  que  corriese  á  su 
cargo  todo  lo  relativo  á  la  parte  militar,  con  la  urgencia  que 
el  caso  requería.  Creyó'  Cristóbal  Colón,  que  atendida  la 
gravedad  de  las  circunstancias,  y  en  su  calidad  de  Visorey, 
tenía  autoridad  para  dar  á  su  hermano  aquella  investidura 
y  dignidad;  pero  los  Reyes  sabido  no  lo  aprobaron,  dice  el 
P.  Las  Casas,  dando  á  entender  al  Almirante  no  perte- 
necer al  oficio  de  Visorey  crear  tal  dignidad,  sino  solo  á  los 
Reyes. 

Al  regreso  de  Colón  á  España  parece  que  le  hicieron 
presente  la  ilegalidad  del  nombramiento:  mas,  bien  fuera 
porque  satisfizo  cumplidamente  el  cargo,  alegando  por  una 
parte  su  autoridad  como  Visorey,  y  por  otra  las  facultades 
extraordinarias  que  se  le  habían  concedido  por  la  Real 
cédula  de  28  de  Mayo  de  1493  para  el  nombramiento  de 
oficios  de  Indias;  bien  fuera,  como  dice  Las  Casas,  por  hacer 
á  ambos  merced,  Sus  Altezas,   por  sus  cartas  reales  lo  intitu- 


^ 


«SSfe- 


^^ 


38 


CRISTÓBAL  COLÓN 


laron  de  las  Indias  Adelantado  (en  Medina  del  Campo  á 
2  2  de  Julio  de  1497),  y  hasta  que  murió'  por  tal  fué  tenido 
y  nombrado. 


II 


Se  luchaba  en  Isabela  con  la  escasez  de  provisiones  y 
alimentos  de  Europa,  y  con  la  falta  de  recursos  para  em- 
prender muchas  de  las  obras  que  eran  de  absoluta  necesidad. 
El  Adelantado,  que  así  llamaremos  desde  ahora  con  fre- 
cuencia á  don  Bartolomé  Colo'n,  como  lo  hacen  todos  los 
historiadores,  supliendo  con  su  actividad  y  energía,  y  con 
la  ayuda  de  los  indios,  la  carencia  de  maestros,  empezó  á 
preparar  cuanto  era  preciso  para  emprender  algunas  opera- 
ciones contra  los  caciques  rebelados;  á  llamar  á  los  soldados 
que  diseminados  se  encontraban  por  la  isla  sin  orden  ni 
concierto,  y  á  ir  restableciendo  la  disciplina  aumentando  el 
número  de  hombres  de  armas. 

Trabajaba  incesantemente,  aunque  veía  las  dificultades 
insuperables  que  había  de  ofrecerle  una  excursión  al  interior 
d^  la  isla,  no  teniendo  raciones  para  llevar  de  repuesto,  3^ 
escogitaba  los  medios  de  llenar  aquel  vacío,  cuando  vino  á 
sacarle  de  tan  grave  apuro  la  llegada  de  cuatro  carabelas 
con  abundantes  provisiones  de  los  artículos  más  necesarios. 
Mandábalas  Antonio  de  Torres,  y  traía  para  la  colonia, 
además  de  los  ansiados  víveres,  gran  número  de  hombres 
útiles,  maestros  y  peritos  en  diferentes  ramos,  trabajadores 
de  varias  industrias,  para  que  con  sus  propios  recursos 
pudiera  irse  sosteniendo  la  poblacio'n  de  la  Española,  sem- 
brando lo  necesario  y  fabricando  cuantos  objetos  de  uso 
común  fuera  posible  para  que  no  todo  fuese  preciso  llevarlo 
de  la  metrópoli,  ni  se  vieran  en  tanta  necesidad,  y  con  tal 


LÍBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


39 


«El  Rey  é  la  Reina: — Don  Cristóbal  Colón,  Almi- 
rante mayor  de  las  islas  de  las  Indias:  Vimos  vuestras 
letras  é  memoriales  que  nos  enviastes  con  Torres,  y  habemos 
habido  mucho  placer  de  saber  todo  lo  que  por  ellas  nos 
escribístes,  y  dando  muchas  gracias  á  Nuestro  Señor  por 
todo  ello,  porque,  con  su  ayuda,  este  negocio  vuestro  será 
causa  que  nuestra  santa  fé  cato'lica  sea  mucho  más  acrecen- 
tada. Y  una  de  las  principales  cosas  porque  esto  nos  ha  placido 
tanto,  es,  por  ser  inventada,  principiada  é  habida  por  vuestra 
mano  trabajo  é  industria,  y  parécenos  que  todo  lo  que  al  prin- 
cipio nos  dixistes  que  se  podía  alcanzar,  por  la  mayor  parte, 
todo  ha  salido  cierto  como  si  lo  hobiérades  visto  antes  que 
nos  lo  dixérades;  esperanza  tenemos  en  Dios,  que,  en  lo  que 


frecuencia  por  depender  de  la  llegada  de  los  buques,  cuya 
navegación  era  incierta  y  podía  ser  alguna  vez  interrumpida. 

Desembarcaron  en  Isabela  hortelanos,  labradores,  y 
molineros  con  los  útiles  y  enseres  necesarios  para  sus  labores. 
y  muchas  bestias  y  animales  domésticos  de  diferentes  clases 
para  los  trabajos  y  para  la  aclimatación  de  las  especies; 
albañiles  y  carpinteros  con  otros  varios  artesanos,  y,  lo  que  1^ 
entonces  era  también  de  absoluta  necesidad  en  la  colonia, 
un  médico  y  algunos  practicantes  de  farmacia  cuya  falta  era 
muy  notada. 

Antonio  de  Torres  traía  también  nuevas  cartas  de  los 
Reyes  Católicos  para  el  Almirante,  y  para  los  habitantes  de 
Isabela.  En  ésta  encargaban  á  todos  que  prestasen  obedien- 
cia al  Almirante  y  respetasen  sus  ordenes  cumpliéndolas 
como  si  fueran  dictadas  por  ellos  mismos.  La  que  dirigían 
á  Cristóbal  Colón,  á  la  que  antes  de  ahora  hemos  hecho 
referencia,  fechada  en  Segovia  á  16  de  Agosto,  estaba  con- 
cebida en  términos  de  la  mayor  confianza,  y  contenía  muchos 
particulares  importantes,  por  lo  que  aquí  la  trasladamos, 
tomando  su  texto  de  la  Historia  de  las  Indias  de  fray  Barto- 
lomé de  Las  Casas: 


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40 


CRISTÓBAL  COLON 


/•^v  * 


queda  por  saber,  así  se  continuará,  de  que  por  ello  vos  queda- 
mos en  mucho  cargo  para  vos  facer  mercedes,  por  manera  que  vos 
seáis  muy  bien  contento:  y,  visto  todo  lo  que  nos  escribistes, 
como  quiera  que  asaz  largamente  decis  todas  las  cosas,  de 
que  es  mucho  gozo  é  alegria  verlas ,  pero  algo  mas  querria- 
mos  que  nos  escribiésedes ,  ansi  en  que  sepamos  cuantas  islas 
fasta  aqui  se  han  fallado,  y,  á  las  que  haveis  puesto  nom- 
bres, qué  nombre  á  cada  una,  porque  aunque  nombráis 
algunas  en  vuestras  cartas,  no  son  todas,  y  á  las  otras,  los 
nombres  que  les  llaman  los  indios ,  y  cuanto  hay  de  una  á 
otra,  y  todo  lo  que  habéis  fallado  en  cada  una  dellas,  y  lo 
que  dicen  que  hay  en  ellas;  y  en  lo  que  se  ha  enviado 
después  que  allá  fuistes,  que  se  ha  habido,  pues  ya  es  pasado 
el  tiempo  que  todas  las  cosas  sembradas  se  han  de  coger ;  y 
principalmente  deseamos  saber  todos  los  tiempos  del  año  que 
tales  son  allá  en  cada  mes  por  si,  porque  á  Nos  parece,  que, 
en  lo  que  decis  que  hay  allá ,  hay  mucha  diferencia  en  los 
tiempos  á  los  de  acá,  algunos  quieren  decir  que  si  en  un  año 
hay  dos  inviernos  y  dps  veranos.  Todo  nos  lo  escribid  por 
nuestro  servicio,  enviadnos  todos  los  mas  halcones  que  de 
allá  se  pudieren  enviar,  y  de  todas  las  aves  que  allá  hay  y  se 
pudieren  haber,  porque  querriamoslas  ver  todas;  y  cuanto  á 
las  cosas  que  nos  enviastes  por  memorial  que  se  proveyesen 
y  enviasen  de  acá,  todas  las  mandamos  proveer,  como  del 
dicho  Torres  sabréis  y  veréis  por  lo  que  él  lleva.  Querríamos, 
si  os  parece,  que  así  para  saber  de  vos  y  de  toda  la  gente 
que  allá  está,  como  para  que  cada  dia  pudiesedes  ser  pro- 
veídos de  lo  que  fuese  menester,  que  cada  mes  viniese  una 
carabela  de  allá,  y  de  acá  fuese  otra,  pues  que  las  cosas  de 
Portugal  están  asentadas,  y  los  navios  podran  ir  y  venir 
seguramente ;  vedi  o,  y  si  os  pareciere  que  se  debe  hacer,  haced  I  o 
vos,  y  escribidnos  la  manera  que  os  pareciere  que  se  debe 
enviar  de  acá.  Y  en  lo  que  toca  á  la  forma  que  allá  debéis 
tener  con  la  gente  que  allá  tenéis,  bien  nos  parece  lo  que 
hasta  agora  habéis  principiado,   y  asi  lo  debéis  continuar, 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


41 


dándoles  el  mas  contentamiento  que  ser  pueda,  pero  no 
dándoles  lugar  que  excedan  en  cosa  alguna  de  las  que 
hobieren  de  hacer  é  vos  les  mandedes  de  nuestra  parte;  y 
cuanto  á  la  poblacio'n  que  hicistes,  en  aquello  no  hay  quien 
pueda  dar  regla  cierta  ni  enmendar  cosa  alguna  desde  acá, 
porque  allá  estañamos  presentes  y  tomaríamos  vuestro  consejo  y 
parecer  en  ello,  cuanto  mas  en  ahsencia;  por  ende  á  vos  lo 
remitimos.  A  todas  las  otras  cosas  contenidas  en  el  memo- 
rial que  trajo  el  dicho  Torres,  en  las  márgenes  del  vá  res- 
pondido lo  que  convino  que  vos  supiésedes  la  respuesta ,  á 
aquella  vos  remitimos;  y  cuanto  á  las  cosas  de  Portugal,  acá 
se  tomo'  cierto  asiento  con  sus  Embajadores,  que  nos  parecía 
que  era  más  sin  inconvenientes ,  y  porque  dello  seáis  bien 
informado  largamente,  vos  enviamos  el  traslado  de  los  capí- 
tulos que  sobre  ello  se  hicieron,  y  por  eso  aqui  no  conviene 
alargar  en  ello,  sino  que  mandamos  y  encargamos  que 
aquello  guardéis  enteramente,  é  fagáis  que  por  todos  sea 
guardado,  asi  como  en  los  capítulos  se  contiene;  y  en  lo 
de  la  raya  o'  límite  que  se  ha  de  hacer,  porque  nos  parece  cosa 
muy  dificultosa  y  de  mucho  saber  y  confianza ,  querríamos,  sí  ser 
pudiese,  que  vos  os  hallásedes  en  ello,  y  la  hícíésedes,  con  los 
otros  que  por  parte  del  rey  de  Portugal  en  ello  han  de 
entender,  y  si  hay  mucha  dificultad  en  vuestra  ida  á  esto, 
o'  podría  traer  algún  inconveniente  en  lo  que  ende  estáis, 
ved  si  vuestro  hermano,  o'  otro  alguno  tenéis  ende  que  lo 
sepan,  é  informadlos  muy  bien  por  escripto,  y  aun  por 
palabra  y  por  pintura,  y  por  todas  maneras  que  mejor 
pudieran  ser  informados ,  é  enviádnoslos  acá  luego  con  las 
primeras  carabelas  que  vinieren,  porque  con  ellos  enviaremos  |R|g^ 
otros  de  acá  para  el  tiempo  que  está  asentado;  y  quier 
hayáis  vos  de  ir  á  esto,  o  no,  escribidnos  muy  largamente 
todo  lo  que  en  esto  supiéredes  y  á  vos  paresciere  que  se 
debe  hacer  para  nuestra  información,  y  para  que  todo  se 
provea  como  cumple  á  nuestro  servicio,  y  faced  de  ma- 
nera que  vuestras  cartas  y  los  que  habéis  de  enviar  vengan 
Cristóbal  Colón   t.  ii. —  6. 


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42 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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presto,  porque  puedan  volver  á  donde  se  ha  de  hacer  la 
raya,  antes  que  se  cumpla  el  tiempo  que  tenemos  asentado 
con  el  Rey  de  Portugal,  como  veréis  por  la  capitulacio'n. 
De  Segovia  á  diez  y  seis  de  Agosto  de  noventa  y  cuatro 
años. 


Yo  EL  Rey. 


Yo  LA  Reina. 


Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina. 


Fernando  Al- 


ha.  aprobación  constante  de  los  Reyes  á  las  disposi- 
ciones que  tomaba  el  Almirante,  y  la  absoluta  confianza  que 
en  él  depositaban,  le  tranquilizo'  por  completo,  y  aun  movió' 
su  deseo,  á  pesar  del  mal  estado  en  que  se  encontraba,  de 
comenzar  la  pacificacio'n  de  la  isla  para  que,  puesta  de  nuevo 
en  orden  su  desconcertada  administracio'n,  no  pudieran  con- 
tinuar sus  detractores  desacreditándole  en  España,  al  recibir 
noticias  del  triste  estado  de  la  colonia. 

No  le  era  posible  desprenderse  del  Adelantado,  en  tanto 
que  él  personalmente  no  pudiera  atender  al  gobierno  de  la 
ciudad,  cuyas  necesidades  eran  muchas,  y  así  resolvió'  enviar 
un  fuerte  destacamento  de  soldados  con  el  objeto  de  que 
reforzasen  las  escasas  guarniciones  de  las  fortalezas,  y  pene- 
trando en  los  territorios  del  cacique  Guatiguana  castigaran 
el  asesinato  délos  españoles,  perpetrado  por  éste  poco  tiempo 
antes.  Sus  o'rdenes  fueron  puntual  y  activamente  cumplidas. 
El  territorio  de  Guatiguana  era  llano,  muy  fértil  y  no  de 
gran  extensio'n,  y  sus  moradores  fueron  desbaratados  fácil- 
mente, muriendo  muchos  de  ellos,  quedando  prisioneros  la 
mayor  parte,  y  huyendo  algunos  pocos  á  refugiarse  en  los 
otros  dominios  del  cacique  Guarionex,  el  rey  de  la  Vega 
Real,  de  quien  eran  tributarios. 

El  castigo  fué  pronto  y  produjo  el  saludable  efecto  que 
el  Almirante  deseaba.  Aterrorizado  Guarionex  se  presento'  á 
pedir  gracia,  y  Colón  le  recibió'  con  la  mayor  afabilidad. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


43 


porque  era  muy  importante  el  tenerlo  amigo,  para  sus 
planes  sucesivos.  Le  hizo  comprender  que  el  castigo  de 
Guatiguana  era  justo  por  los  crímenes  que  había  cometido 
asesinando  españoles  indefensos  y  enfermos;  pero  que  las 
medidas  de  rigor  no  continuaban  contra  los  demás  caciques 
tributarios  del  mismo  Guarionex;  y  explico  también  á  éste 
como  los  excesos  cometidos  por  los  españoles  con  los  indios 
durante  su  ausencia  le  habían  causado  mucha  pena,  porque 
se  había  faltado  á  sus  o'rdenes  é  instrucciones,  que  eran  de 
hacer  buen  trato  á  todos  los  habitantes  de  la  isla  y  proteger- 
los contra  sus  enemigos. 

Guarionex  era  pacífico,  sencillo  y  bondadoso  por  natu- 
raleza, y  se  convenció'  fácilmente  de  la  razo'n  que  á  los  espa- 
ñoles asistía :  quedaron  reanudadas  las  buenas  relaciones  de 
amistad  interrumpidas  por  las  violencias  de  Margarit  y  de 
sus  tropas,  y  para  afianzarlas ,  el  intérprete  hijo  de  San  Sal- 
vador, que  había  hecho  el  viaje  á  España,  y  se  había  bauti- 
zado en  Barcelona  con  el  nombre  de  Diego  Colo'n ,  se  caso 
con  la  hija  del  cacique  Guarionex,  de  cuya  hermosura  parece 
estaba  muy  prendado,  llevando  el  Almirante  el  doble  objeto 
de  tenerla  como  prenda  de  lealtad,  y  de  que  se  instruyese  en 
la  lengua  y  en  las  costumbres  de  Castilla,  con  lo  cual  podía 
prestar  importantes  servicios,  ganando  la  voluntad  de  otras 
mujeres  indias. 

Allanada  de  esta  manera  la  mayor  dificultad,  y  seguro 
Cristóbal-  Colón  con  la  pacificación  de  la  Vega  Real, 
dirigió  su  intencio'n  á  otro  punto  no  menos  importante.  El 
cacique  más  aguerrido,  más  audaz  y  de  mayor  intrepidez 
y  prestigio  en  la  isla  era  Caonabó,  enemigo  temible,  como  lo 
había  demostrado  acometiendo  el  fuerte  de  Navidad ,  y  cuya 
influencia  era  en  aquellos  momentos  mucho  mayor ;  pues  á 
su  lado  se  habían  reunido  todos  los  indios  ultrajados  y 
maltratados  por  los  españoles,  que  huyendo  de  ellos  se 
acogían  á  la  montaña,  y  estaban  pendientes  de  sus  inspira- 
ciones y  consejos,   prontos  á  ejecutar  sus  órdenes  todos  los 


i  •  p   .1-'  i.    ■: 


:    ^'¿. 


44 


CRISTÓBAL  COLÓN 


n 


otros    caciques    principales   de   la  isla,    y   cuantos   de   ellos 
dependían,  que  eran  numerosísimos. 

Siguiendo    3^a    un    plan   que   antes  había   concebido   y 
empezado  á  llevar  á  ejecucio'n,   se  propuso  el  Almirante  ir 
formando  una  serie  de  fortalezas  escalonadas ,  en  las  que  los 
soldados   pudieran   encontrar   descanso    en   sus   marchas,    y 
ayuda  y  provisiones  en  caso  necesario.    Ya  lo  había  prac- 
ticado y  con  buen  éxito,  levantando,  después  del  fuerte   de 
Santo  Tomás,  otra  casa  cerca  de  la  ribera  del  Yaqui,   á  la 
que  nombro  de  la   Magdalena,   en  el  terreno  que   llamaban 
Macoriz   de  abajo,   y  era  el  comienzo  de'  la  Vega.    Reanu- 
dadas  las   buenas   relaciones  con  Guarionex,   se  dispuso  la 
construccio'n  de  otra  fortaleza  en  el  centro  mismo  de  aquel 
hermoso  valle,  más  al  oriente  y  mejor  que  la  de  la  Afagda- 
lena,    pues   se   formo'   de   tapias    con   sus   almenas  y   buena 
hechura.    Llamo'se    de    la    Concepción,    y   á   su   amparo   se 
fundo  luego,   pasados   muchos  años,   la   ciudad   del   mismo 
nombre.   En  ésta  puso  el  Almirante  por  alcaide  á  un  hidalgo 
que  se  llamaba  Juan   de   Ayala ,   y  preparado  ya     así   para 
cualquier  eventualidad ,  empezó'  á   meditar  el  plan  de  cam- 
paña contra  Caonabo',  pues   el  someterlo  era  importante,  y 
al  mismo  tiempo  presentaba  serios  inconvenientes. 

Era  el  territorio  de  aquel  belicoso  jefe  el  más  acciden- 
tado y  montañoso  de  toda  la  isla ,  y  al  propio  tiempo  aquel 
cuya  posesio'n  era  más  necesaria  y  codiciada,  porque  en  él 
se  encontraban  las  minas  de  donde  había  esperanzas  de 
extraer  grandes  cantidades  de  oro,  y  los  arroyos  que  en 
mayor  abundancia  lo  arrastraban  entre  sus  arenas. 

La  situacio'n  entonces  era  también  muy  comprometida. 
Aprovechando  el  descontento  de  todos  los  indígenas  y  el 
odio  á  los  españoles,  que  de  ellos  se  había  apoderado,  y 
sabedor  del  estado  de  desmoralizacio'n  de  los  soldados  en  la 
Vega,  que  se  habían  separado  estableciéndose  lejos  unos 
de  otros,  pensó'  en  hacer  un  segundo  ejemplar  de  lo  aconte- 
cido en  Navidad,  y  juntando  diez  mil  indios  de  todos   sus 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


45 


dominios,  con  los  caciques  por  jefes,  cayo  de  improviso  el 
feroz  caribe  sobre  el  fuerte  de  Santo  Tomás,  mientras  que 
otros  tantos  al  mando  de  Guatiguana  se  dirigían  á  asediar 
la  fortaleza  de  la  Magdalena,  donde  era  gobernador  Luis 
de  Arriaga.  En  Santo  Tomás  ya  dijimos  que  mandaba 
Alonso  de  Ojeda,  y  ni  uno  ni  otro  jefe  se  dejaron  sorprender 
por  el  enemigo.  Conociendo  á  tiempo  sus  planes,  y  sabida 
la  reunión  de  los  caciques  subalternos ,  Arriaga  pidió  soco- 
rros á  Isabela  y  los  indios  no  se  atrevieron  á  atacarle. 

Ojeda,  que  se  encontraba  más  aislado,  y  á  mayor  dis- 
tancia de  la  colonia,  reunió'  sus  cincuenta  soldados,  que  eran 
escogidos  y  valerosos ,  y  se  encerró  en  Santo  Tomás ,  habién- 
dose provisto  antes  de  cuantas  subsistencias  pudo  recoger, 
y  de  cuantos  medios  para  defenderse  y  ofender  le  sugirió'  su 
pericia  en  las  estratagemas  de  la  guerra.  La  innumerable 
muchedumbre  de  indios  capitaneada  por  Caonabo'  se  presento 
en  imponente  masa  frente  á  la  fortaleza,  saliendo  de  todas 
las  gargantas,  de  todos  los  desfiladeros,  bajando  de  las 
alturas  y  queriendo,  según  parecía,  ahogar  con  el  número, 
é  imponer  miedo  á  aquel  puñado  de  españoles.  Construido 
el  fuerte  de  Santo  Tomás  en  una  posición  ventajosa,  rodeado 
de  defensas  naturales,  y  en  altura  casi  inaccesible,  ofrecía 
seguridad  completa  á  la  pericia  de  los  soldados,  que  conta- 
ban además  con  la  superioridad  de  sus  armas ,  para  ofender 
á  los  desnudos  indios  sin  poder  recibir  daño  alguno. 

Y  así  sucedió'.  Detenidos  los  indígenas  por  los  acciden- 
tes del  terreno,  recibieron  las  descargas  de  los  arcabuceros 
españoles  que  sembraron  la  muerte  en  sus  apiñados  grupos, 
cayendo  algunos  de  los  más  atrevidos  jefes  bajo  el  plomo  de 
los  disparos ,  y  teniendo  que  retirarse  todos  en  desorden ,  sin 
poder  aproximarse  siquiera  á  la  posicio'n  española.  No  se  dio, 
sin  embargo,  por  vencido  el  cacique  caribe;  comprendiendo 
que  no  le  era  posible  tomar  por  fuerza  la  fortaleza ,  pensó'  en 
rendirla  por  hambre.  Retiro'  sus  hombres  á  bastante  distan- 
cia para  que  no  le  alcanzasen  las  balas  de  los  españoles ,  los 


46 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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embosco  en  las  más  espesas  arboledas,  tomo'  todos  los 
caminos  y  los  pasos  que  conducían  al  fuerte,  con  intento 
de  que  no  pudieran  salir  los  soldados  á  buscar  provisiones, 
y  esperaba  que  reducidos  los  sitiados  al  último  extremo  les 
sería  fácil  destruirlos  y  allanar  la  fortaleza,  que  era  lo  que 
ambicionaba. 

Mas  no  sabía  entonces  Caonabd  cuál  era  el  enemigo  con 
quien  tenía  que  habérselas,  que  no  era  hombre  Alonso  de 
Ojeda  de  dejarse  aprisionar  por  nadie,  sin  apurar  todos  sus 
recursos.  Nacido  para  la  guerra,  habiendo  practicado  todos 
los  ardides  en  el  cerco  de  Granada ,  y  teniendo  que  luchar 
con  gentes  que  no  conocían  ni  por  asomos  el  arte  de  gue- 
rrear, él  fué  el  que  no  dejo  un  momento  de  reposo  á  los 
indios  y  el  que  mermo'  siis  filas,  matando  diariamente  gran 
número  de  ellos  en  las  salidas  que  frecuentemente  ordenaba 
y  que  dirigía  siempre  en  persona.  Su  valor  extraordinario, 
sus  fuerzas  hercúleas,  su  destreza  en  el  manejo  de  las  armas 
le  hacían  siempre  un  adversario  temible  en  toda  suerte  de 
combates;  pero  peleando  contra  hombres  desnudos,  y  cuyos 
golpes  no  podían  ofenderle  por  hallarse  protegido  por  fuerte 
armadura,  llego  á  inspirar  verdadero  asombro  y  terror  á 
los  indios  que  huían  de  su  presencia,  sin  osar  hacerle  frente 
ni  por  un  instante.  Los  soldados  que  acompañaban  á  Ojeda 
tenían  las  mismas  ventajas  que  su  jefe,  y  animados  por  el 
ejemplo  de  éste,  causaban  formidable  destrozo  en  los  indios 
en  cada  una  de  las  salidas.  Cansados,  al  fin,  y  abatidos  al 
ver  los  daños  que  sufrían,  fueron  abandonando  el  asedio  de 
la  fortaleza  de  Santo  Tomás,  que  al  cabo  de  treinta  días  se 
vio'  libre  de  enemigos  por  el  solo  esfuerzo  de  sus  valientes 
defensores. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


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III 


Pero  Caonabd  era  tan  tenaz  y  porfiado  como  intrépido, 
y  vencido  en  el  fuerte  de  Santo  Tomás,  se  sintió'  más  ani- 
mado á  la  venganza  y  pensó  en  la  reunio'n  de  todos  los 
caciques,  que  Guacanagarí  anuncio'  al  Almirante,  y  tanta 
preocupacio'n  causo'  en  su  ánimo. 

Cuando  más  dudoso  se  encontraba  Colón  acerca  del 
camino  que  convendría  seguir  para  apoderarse  de  la  per- 
sona de  aquel  constante  enemigo  de  los  cristianos,  como 
único  medio  para  reducir  á  la  obediencia  á  los  demás  caci- 
ques de  la  isla,  vino  á  Isabela  Alonso  de  Ojeda,  y  le  propuso 
una  expedicio'n  tan  atrevida,  un  medio  tan  extraordinario 
que  no  podía  nacer  sino  de  un  hombre  de  las  condiciones 
del  aventurero  capitán,  porque  tampoco  podía  encontrarse 
otro  que  fuera  capaz  de  llevarlo  á  cabo. 

Consignada  en  todas  las  historias  contemporáneas,  admi- 
tida por  los  más  juiciosos  críticos,  la  prisio'n  de  Caonabo 
por  Alonso  de  Ojeda  reviste  tales  caracteres  de  leyenda  caba- 
lleresca, que  para  no  incurrir  en  exageraciones,  ni  faltar  un 
punto  alo  más  cercano  á  la  verdad,  vamos  á  consignar  el 
relato  que  de  ella  escribe  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  lo 
supo  con  todos  sus  pormenores  cuando  arribo'  á  la  Española 
cinco  o  seis  años  después  del  suceso. 

Se  ofreció'  Alonso  de  Ojeda  á  apoderarse  del  terrible 
cacique  en  medio  de  todos  sus  guerreros  y  traerlo  á  la  pre- 
sencia del  Almirante.  Contaba  para  llevar  á  efecto  su  plan 
con  la  curiosidad  que  en  los  indios  había  despertado  el 
sonido  de  la  campana  que  acababan  de  colocar  en  la  iglesia 
de  Isabela.  El  toque  les  llenaba  de  admiracio'n;  al  escu- 
charlo, como  voz  que  venía  de  los  aires,  se  dejaban  caer  en 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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tierra  o  permanecían  inmóviles  y  mudos  mirando  con  asom- 
bro á  la  torre  que  gritaba,  según  decían,  y  cuando  obser- 
varon que  á  su  llamamiento  se  dirigían  los  cristianos  al 
templo,  juzgaron  aquel  sonido  que  eran  voces  del  cielo  que 
ellos  entendían.  Tiirey  llamaron  los  indios  á  la  campana;  y 
la  fama  del  turey  de  Isabela,  que  congregaba  á  los  españoles, 
corrió'  entre  los  de  todas  las  regiones  de  la  isla,  creciendo 
con  las  exageraciones  de  los  sencillos  isleños ,  y  la  pintura 
de  ella  se  hacía  con  extraordinarios  colores  aumentando  la 
curiosidad. 

Sabía  Ojeda  que  uno  de  los  mayores  deseos  del  vehe- 
mente Caonabo'  era  ver  el  turey  de  los  españoles,  y  contaba 
con  esta  curiosidad  para  atraerlo;  mas  por  si  no  le  era 
posible  conseguir  su  objeto,  expuso  al  Almirante  otros  me- 
dios que  éste  acepto',  poniendo  á  sus  o'rdenes  diez  hombres 
escogidos.  «El  ardid  fué  aqueste:  que  como  los  indios 
llamasen  al  latón  nuestro  ture}?",  é  á  los  otros  metales  que 
habíamos  traido  de  Castilla,  por  la  grande  estima  que  dello 
tenian,  como  cosa  venida  del  cielo,  porque  llamaban  turey 
al  cielo,  y  ansi  hacian  joyas  dello,  en  especial  de  latón,  llevo' 
el  dicho  Alonso  de  Hojeda  unos  grillos  y  unas  esposas  muy 
bien  hechas,  sotiles  y  delgadas  y  muy  bruñidas  y  acicaladas, 
en  lugar  de  presente  que  le  enviaba  el  Almirante,  diciéndole 
que  era  turey  de  Viscaya,  como  si  dijera  cosa  muy  preciosa 
venida  del  cielo  que  se  llamaba  turey  de  Viscaya.  Llegado 
Hojeda  á  la  tierra  y  pueblo  del  rey  Caonabo',  que  se  decia  la 
Maguana,  y  estarla  de  Isabela  obra  de  unas  sesenta  leguas  o 
setenta,  apeado  de  su  caballo,  y  espantados  todos  los  indios 
de  lo  ver,  porque  al  principio  pensaban  que  era  hombre  y 
caballo  todo  un  animal ,  dijeron  á  Caonabo  que  eran  venidos 
allí  cristianos  que  enviaba  el  Almirante,  Guamiquina  de  los 
cristianos,  que  queria  decir  el  señor,  o'  el  que  era  sobre  los 
cristianos,  y  que  le  traian  un  presente  de  su  parte  que 
llamaban  turey  de  Viscaya.  Oido  que  le  traian  turey  ale- 
gróse  mucho,    mayormente  que  como  tenia  nueva  de   una 


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campana  que  estaba  en  La  iglesia  de  IsabeLa,  y  le  decian  los 
indios  que  la  habian  visto,  que  un  turey  que  tenian  los  cris- 
tianos hablaba,  estimando  que  cuando  tañian  á  misa  y  se 
allegaban  todos  los  cristianos  á  la  iglesia  por  el  sonido  della, 
que,  porque  lo  entendian,  hablaba,  y  por  eso  deseábala 
mucho  ver,  y  porque  se  la  trajesen  á  su  casa  la  habia  algu- 
nas veces,  según  se  dijo,  enviado  al  Almirante  á  pedir;  así 
que,  holgó'  que  Hojeda  entrase  donde  él  estaba,  y  dícese  que 
Ilojeda  se  hinco  de  rodillas  3^  le  beso'  las  manos,  y  dijo  á  los 
compañeros:  ((hace  todos  como  yo.»  Hízole  entender  que  le 
traia  turey  de  Viscaya,  y  mostro'le  los  grillos  y  esposas 
muy  lucidas  y  como  plateadas,  y,  por  señas  y  algunas  pala- 
bras que  ya  el  Hojeda  entendia,  hízole  entender  que  aquel 
ture}''  habia  venido  del  cielo  y  tenia  gran  virtud  secreta,  y 
que  los  Guamiquinas  6  Reyes  de  Castilla  se  ponian  aquello 
por  gran  joya  cuando  hacian  areytcs,  que  eran  bailes,  y 
festejaban,  y  suplico'le  que  fuese  al  rio  á  holgarse  y  á 
lavarse,  que  era  cosa  que  mucho  usaban  (y  estarla  del 
pueblo  media  legua,  y  más  por  ventura  era  muy  grande  y 
gracioso,  llamado  Yaqui,  porque  nace  de  una  sierra  con  el 
otro  que  dijimos  arriba,  que  sale  á  Montc-Christi,  y  el  Almi- 
rante le  puso  Rio  de  Oro),  y  que  allí  se  los  pondría  donde 
los  habia  de  traer,  y  que  después  vernia  caballero  en  el 
caballo,  y  parecería  ante  sus  vasallos  como  los  Reyes  o'  Gua- 
miquinas de  Castilla.  Determino  de  lo  hacer  un  dia,  y  fuese 
con  algunos  criados  de  su  casa  y  poca  gente,  al  rio,  harto 
descuidado  y  sin  temer  que  nueve  cristianos  o  diez  le  podian 
hacer  mal,  estando  en  su  tierra,  donde  tenia  tanto  poder  y 
vasallos.  Después  de  se  haber  lavado  y  refrescado,  quiso, 
de  muy  codicioso,  ver  su  presente  de  turey  de  Viscaya,  y 
probar  su  virtud ,  y  así  Hojeda  hace  que  se  aparten  los  que 
con  él  habian  venido  un  poco,  y  sube  sobre  su  caballo,  y  al 
Rey  ponenle  sobre  las  ancas ,  y  allí  échanle  los  grillos  y  las 
esposas  los  cristianos,  con  gran  placer  y  alegria,  y  dá  una  6 
dos  vueltas  cerca  de  donde  estaban,  por  disimular,  y  dá  la 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.  -  7. 


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50 


CRISTÓBAL  COLÓN 


vuelta,  los  nueve  cristianos  junto  con  él,  al  camino  de  la 
Isabela,  como  que  se  paseaban  para  volver,  y  poco  á  poco 
alejándose,  hasta  que  los  indios  que  le  miraban  de  lejos, 
porque  siempre  huian  de  estar  cerca  del  caballo,  lo  perdie- 
ron de  vista ;  y  así  le  dio'  cantonada ,  y  la  burla  paso'  á  las 
veras.  Sacan  los  cristianos  las  espadas  y  acometen  á  lo 
matar  sino  calla  y  está  quedo  á  que  lo  aten  bien  al  Hojeda, 
con  buenas  cuerdas  que  llevaban,  y  con  toda  la  prisa  que  se 
podrá  bien  creer,  dello  por  camino,  dello  por  las  montañas 
fuera  del ,  hasta  que  después  de  muchos  trabajos ,  peligros  y 
hambre,  llegaron  y  lo  pusieron  en  la  Isabela  entregándolo  al 
Almirante. 

«Desta  manera,  y  con  esta  industria,  y  por  este  ardid 
del  negro  turey  de  Viscaya,  prendió'  al  gran  Rey  Caonabo', 
uno  de  los  cinco  principales  reyes  y  señores  desta  isla, 
Alonso  de  Hojeda,  según  era  público  y  notorio;  y  así  se 
platicaba,  y  por  cosa  muy  cierta  lo  hablábamos,  de  qi;e  yo 
llegué  á  esta  isla,  que  fué  seis  o'  siete  años  después  desto 
acaecido.  Pudieron  pasar  otras  mas  o'  menos  particularida- 
des, sin  las  que  yo  aqui  cuento,  o'  en  otra  manera  que  en  el 
rio  lo  prendiesen  y  echasen  los  grillos  y  esposas,  pero  al 
menos  lo  escribo  como  lo  sé,  y  que  por  cosa  cierta  teníamos 
en  aquel  tiempo  que  el  Hojeda  lo  había  preso  y  traido  á  la 
Isabela  con  la  dicha  industria  de  los  grillos,  turey  de  Vis- 
caya...» 

La  narración  que  acoge  Washington  Irving  trae  algunas 
otras  particularidades  que  no  cuenta  el  P.  Las  Casas.  Según 
ella,  Ojeda  invito'  al  cacique  á  que  pasara  á  la  Isabela  para 
ver  y  oir  la  maravillosa  campana,  haciéndole  concebir  la 
esperanza  de  que  el  Almirante  se  la  regalaría  como  señal  de 
paz  y  amistad.  Con  tal  aliciente  se  dispuso  Caonabo'  á 
emprender  el  viaje  con  Ojeda;  mas  al  ponerse  en  marcha 
noto  éste  con  grandísimo  disgusto  que  le  acompañaban  más 
de  cinco  mil  guerreros  indios ,  lo  cual  explico  el  cacique  por 
la  autoridad  debida  á  sü  persona,  pues  no  era  natural  se 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


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presentase  al  Guamiquina  de  los  españoles  con  séquito  redu- 
cido y  pobre.  No  se  satisfizo  Ojeda  con  la  explicacio'n ,  por- 
que conocía  el  odio  que  Caonabo  profesaba  á  los  invasores 
de  la  isla  y  su  carácter  atrevido,  sospechando  que  aquellos 
guerreros  escogidos  pudieran  dar  un  golpe  de  mano,  y 
comprometer  la  seguridad  de  la  colonia,  y  la  vida  de  los 
españoles,  cuando  vieran  los  pocos  recursos  con  que  en  Isa- 
bela se  contaba.  Entonces  acudió'  Ojeda  al  medio  de  poner 
grillos  y  esposas  al  temido  Jefe,  ofreciéndole  pasearlo  á 
caballo  y  con  la  pompa  que  lo  hacían  los  Reyes  de  Castilla 
por  entre  sus  vasallos;  y  Caonabo,  movido  por  el  deseo  de 
verse  colocado  sobre  uno  de  aquellos  soberbios  animales,  y 
llevado  del  orgullo  de  que  le  viesen  los  indios  pasear  á 
caballo,  consintió'  en  subir  á  las  ancas  del  de  Alonso  de 
Ojeda,  y  éste  tuvo  audacia  bastante  para  asegurar  al  cacique 
de  pies  y  manos  y  arrebatarlo  de  entre  los  soldados  de  su 
ejército. 

Aunque  el  hecho  tenga  apariencias  de  fabuloso,  está 
comprobado,  según  hemos  visto,  por  el  testimonio  de  los 
que  pudieron  presenciarlo  y  lo  refirieron  á  sus  compañeros, 
poniendo  de  manifiesto  el  valor  y  agilidad  de  Ojeda,  su 
audacia  para  concebir,  su  atrevimiento  para  ejecutar,  roban- 
do de  entre  numerosísimo  ejército  al  jefe  más  temible  y 
poderoso  de  la  isla;  hazaña  propia  de  un  héroe  y  digna  de 
ponerse  al  par  de  las  que  en  circunstancias  semejantes  aco- 
metieron luego  Hernán  Cortés,  en  México,  apoderándose 
de  Moctezuma,  y  Francisco  Pizarro  en  el  Perú  haciendo  pri- 
sionero á  Atahualpa. 

No  es  legendario,  no  es  fabuloso  el  hecho  heroico  de 
Alonso  de  Ojeda.  «Confírmase  lo  que  yo  digo,  añade  el 
P.  Las  Casas,  por  una  cosa  notable,  que  por  tan  cierta 
como  la  primera  se  contaba  del ,  y  es  esta :  que  estando  el 
Rey  Caonabo  preso  con  hierros  y  cadenas  en  la  casa  del 
Almirante,  donde  á  la  entrada  della  todos  le  veian,  porque 
no  era  de  muchos  aposentos,  y  cuando  entraba  el  Almirante, 


á     [    M 


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CRISTÓBAL  COLON 


á  quien  todos  acataban  y  reverenciaban,  y  tenia  persona 
muy  autorizada  (como  al  principio  desta  historia  se  dijo), 
no  se  movia  ni  hacia  cuenta  del  Caonabd;  pero  cuando 
entraba  Hojeda,  que  tenia  chica  persona,  se  levantaba  á  él 
y  lloraba,  haciéndole  gran  reverencia;  y  como  algunos  espa- 
ñoles le  dijesen  que  porque  hacia  aquello,  siendo  el  Almi- 
rante Guamiquina  y  el  Señor,  y  Hojeda  subdito  suyo,  como 
los  otros,  respondía,  que  el  Almirante  no  habia  osado  ir  á 
su  casa  á  lo  prender,  sino  Hojeda,  y  por  esta  causa  á  solo 
Hojeda  debia  él  esta  reverencia  y  no  al  Almirante.» 

El  bravo  cacique  no  perdió  su  altanería  por  verse  apri- 
sionado. Confesaba,  jactándose  de  su  triunfo,  que  por  su 
mano  había  dado  muerte  á  veinte  de  los  cristianos  que  con 
Arana  quedaron  en  el  fuerte  de  Navidad,  incendiando  la 
casa  y  llevándose  cuanto  en  ella  había;  y  que  después,  con 
color  de  amistad,  se  había  apresurado  á  ver  la  nueva  ciudad 
de  Isabela  para  conocer  co'mo  podría  combatirla,  haciendo  lo 
mismo  que  había  hecho  antes  en  la  villa  de  Navidad  des- 
truyendo á  todos  los  españoles. 


IV 


La  prisio'n  del  jefe  indio  atemorizo'  por  el  pronto  á  los 
demás,  los  sobrecogió'  el  miedo,  y  juzgábanse  perdidos  ante 
la  inmensa  fuerza  de  los  españoles;  pero  muy  luego  el  temor 
se  convirtió'  en  sed  de  venganza:  tuvieron  vergüenza  de 
haberse  dejado  burlar  por  diez  hombres,  y  meditaron  el  plan 
de  rescatar  á  su  jefe,  haciendo  al  mismo  tiempo  el  mayor 
daño  que  pudieran  á  los  cristianos.  Al  frente  de  la  liga 
figuraban  como  los  más  activos  é  interesados  los  hermanos 
de  Caonabd  y  su  mujer  la  famosa  Anacaona ,  hermana  del 
otro  poderoso  cacique,  Behechio,   que  dominaba  gran  parte 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  X 


53 


de  la  isla,  nombrada  Xaraguá.  Todos  los  demás  caciques  de 
la  isla,  á  excepción  de  Guacanagarí,  entraron  en  la  conjura- 
cio'n  y  aprestaron  sus  tribus  á  la  guerra,  y  en  numerosísimos 
grupos  empezaron  á  reunirse  en  las  grandes  llanuras  de  la 
Vega,  á  poca  distancia  de  Isabela,  con  el  proyecto  de  caer 
prontamente  sobre  la  ciudad. 

Mucho  sorprendió'  al  Almirante  la  noticia  de  que  toda 
la  isla  estaba  puesta  en  armas  contra  él ,  y  que  la  prisión  de 
Caonabo',  lejos  de  haber  desconcertado  la  liga  de  que  aquél 
era  jefe  y  promovedor,  había  venido  á  estrecharla,  á  aumen- 
tar sus  fuerzas  y  alimentar  el  aborrecimiento  de  los  indí- 
genas, disponiéndolos  al  sacrificio,  con  tal  de  arrojar  del  país 
á  todos  los  españoles. 

Hacía  cinco  meses  que  Colón  había  desembarcado  en 
Isabela  exánime  é  insensible  y  hasta  entonces  no  se  había 
encontrado  restablecido,  por  lo  que  había  ido  dictando  me- 
didas de  prevencio'n,  sin  tomar  resoluciones  prontas,  como 
era  preciso  para  cortar  el  mal  en  su  origen.  Verdad  es  que, 
según  parece,  tampoco  dio'  tanta  importancia  como  debiera 
á  la  sublevacio'n  de  los  caciques ;  pues  conocedor  del  carácter 
y  de  la  bondad  natural  de  los  indios,  habiéndolos  traído 
siempre  á  su  obediencia  con  medios  prudentes,  por  la  dul- 
zura 3^  el  afecto,  no  podía  comprender  que  en  los  cortos 
meses  que  había  durado  su  ausencia,  la  conducta  licenciosa 
de  aquellos  soldados  sin  jefes,  sus  excesos  y  abominaciones 
hubieran  podido  causar  transformacio'n  tan  completa,  cam- 
bio tan  radical. 

Reunió,  con  cuanta  prontitud  fué  posible,  todos  los 
hombres  capaces  de  llevar  las  armas;  siendo  tantos  los  enfer- 
mos y  convalecientes  que  por  su  delicada  salud  no  podían 
soportar  las  fatigas  del  camino,  que  no  pudo  juntar  más  de 
doscientos  infantes  con  veinte  caballos;  y  con  tan  corta 
hueste,  aunque  bien  armada  y  aprovisionada,  se  dirigió'  á  la 
Vega,  marchando  resueltamente  al  punto  donde  mayor  era 
la  muchedumbre   de   los   indios,    y   llevando   consigo,    cual 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


poderosos  auxiliares,  á  su  hermano  el  Adelantado  don  Bar- 
tolomé Colo'n  y  al  intrépido  Alonso  de  Ojeda. 

Otros  auxiliares  llevo'  entonces  también  desgraciada- 
mente aquel  pequeño  ejército.  Ya  en  la  isla  Jamaica,  persi- 
guiendo algunos  soldados  españoles  á  los  indígenas  que  les 
ofendían  con  sus  disparos  de  flechas ,  vieron  el  destrozo  que 
en  sus  desnudos  cuerpos  había  causado  un  mastín  que  lleva- 
ban en  su  compañía  y  el  terror  que  había  esparcido  entre 
ellos  con  sus  ladridos  y  mordeduras.  Sin  duda  la  falta  de 
soldados  sugirió  la  abominable  invención  de  reforzar  las 
escuadras  de  soldados  con  perros  que  ayudasen  á  dispersar 
á  los  indios,  y  á  cada  diez  hombres  se  les  dio'  uno  de 
aquellos  feroces  animales  cuya  acometida  debía  ser  tan  terri- 
ble. No  hay  palabras  para  calificar  aquella  bárbara  deter- 
minacio'n,  ni  parece  verosímil  se  hubiera  adoptado  por  jefes 
cristianos  si  se  hubieran  previsto  las  consecuencias  inhuma- 
nas que  había  de  producir,  lanzando  aquellas  fieras  sobre 
criaturas  inermes  que  huían  poseídas  de  temor  hasta  ser 
alcanzadas,  heridas,  pisoteadas  y  á  veces  muertas  del  modo 
más  cruel. 

i  Con  cuánta  razón ,  movido  á  lástima  su  corazón ,  decía 
el  Apo'stol  de  las  Indias  estas  palabras! 

«Llevaron  otra  más  terrible  y  espantable  arma  para 
con  los  indios,  después  de  los  caballos,  y  esta  fué  veinte 
lebreles  de  presa,  que  luego  en  soltándolos,  o'  diciéndoles 
«tómalo»  en  una  hora  hacian  cada  uno  á  cien  indios  peda- 
zos; porque  como  toda  la  gente  desta  isla  tuviesen  costumbre 
de  andar  desnudos  totalmente,  desde  lo  alto  de  la  frente 
hasta  lo  bajo  de  los  pies,  bien  se  puede  fácilmente  juzgar 
qué  y  cuáles  obras  podian  hacer  los  lebreles  ferocísimos, 
provocados  y  esforzados  por  los  que  los  echaban  y  azuzaban 
J  en  cuerpos  desnudos,  ó  en  cueros,  y  muy  delicados:  harto 
mayor  efecto,  cierto,  que  en  puercos  duros  de  Carona  ó 
venados.  Esta  invención  cofnen^ó  aquí  escogitada,  inventada  y 
'    rodeada  por  el  diablo,  y  cundió  todas  estas  Indias,  y  acabará 


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cuando  no  se  hallare  mas  tierra  en  este  orbe,  ni  mas  gente  que 
sojuzgar  y  destruir,  como  otras  exquisitas  invenciones  gravísimas 
y  dañosisitnas  a  la  mayor  parte  del  linaje  humano,  que  aquí 
comenzaron  y  pasaron  y  cundieron  adelante  para  total  destrucción 
destas  naciones,  como  parecerá.» 

¡Sensible  y  doloroso  es  no  poder  borrar  semejantes 
páginas  de  la  historia  de  la  humanidad! 

Con  tan  pequeño  ejército  salió'  Cristóbal  Colón  á  la 
Vega  Real  en  24  de  Marzo  del  año  1495,  entrando  en  ella 
á  dos  jornadas  que  anduvo,  y  llegando  al  punto  en  que 
estaban  reunidos  todos  los  caciques  principales  con  más  de 
cien  mil  indios  armados  á  su  usanza.  Como  auxiliares 
llevaba  el  Almirante  gran  número  de  indígenas  de  Marien, 
conducidos  por  el  cacique  Guacanagarí ;  pero  no  quiso  Colón 
que  tomasen  parte  en  la  pelea  contra  sus  hermanos,  tal  vez 
por  evitar  odiosidad  entre  los  naturales  de  la  isla  o'  porque 
presenciando  la  manera  de  combatir,  y  el  triunfo  de  los 
españoles,  conservasen  por  el  temor  y  la  admiracio'n  aquella 
amistad  que  cada  vez  era  más  necesaria. 

Mandaba  en  jefe  aquel  numeroso  concurso  de  hombres 
el  cacique  Manicotex,  hermano  del  prisionero  Caonabo', 
caribe  como  él,  y  también  de  gran  esfuerzo  y  actividad  así 
como  del  mayor  prestigio  entre  los  demás  señores.  Tenían 
sus  espías  en  los  bosques  cercanos  de  Isabela,  y  por  ellos 
supieron  que  los  soldados  españoles  habían  salido  de  la 
ciudad  y  se  dirigían  á  la  Vega  y  al  punto  en  que  ellos  se 
encontraban.  Se  dice  que  los  indígenas  de  la  Española  no 
sabían  contar  más  que  de  uno  á  diez,  y  que  para  averiguar 
cantidades  mayores  tomaban  granos  de  maíz  3^  formaban 
montones  d  puñados  de  á  diez  y  por  el  número  de  ellos 
sabían  el  de  ganados,  hombres  ú  otros  objetos  de  que  se 
trataba. 

Cuando  los  espías  volvieron  fué  grande  la  sorpresa  de 
Manicotex  y  de  los  demás  caciques  que  le  acompañaban  al 
contar  solamente  veinte  puñados  de  granos  de  maíz;  se  llena- 


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56 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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ron  de  confianza  al  ver  el  inmenso  número  de  sus  guerreros, 
y  creyeron  en  su  inocencia  que  podrían  fácilmente  destruir 
la  hueste  de  los  cristianos.  ¡Cuan  cara  les  costo  aquella  con- 
fianza ! 

Con  buen  acuerdo,  y  al  contemplar  desde  las  alturas 
que  rodeaban  la  Vega  aquella  apiñada  muchedumbre,  deter- 
minaron el  Almirante  y  el  Adelantado  dividir  la  infantería 
en  diferentes  escuadras ,  y  que  todas  á  la  vez  rompieran  el 
fuego  desde  varios  puntos,  en  tanto  que  Alonso  de  Ojeda 
con  la  caballería  atacaba  por  los  puntos  más  llanos  dirigién- 
dose al  centro,  donde  Manicotex  se  encontraba  con  lo  más 
escogido  de  sus  guerreros  y  los  jefes  más  valerosos.  El  éxito 
fué  completo. 

Al  acometer  los  españoles,  rompieron  á  un  tiempo  y  con 
gran  estrépito  las  trompetas  y  tambores ;  el  estampido  de  los 
arcabuces,  el  humo  de  la  po'lvora,  el  relampaguear  de  los 
disparos  repetidos"  produjeron  tal  confusio'n,  que  sin  espjerar 
la  acometida  todos  se  dieron  á  huir  en  el  mayor  desorden. 
Caían  heridos  por  las  balas  cuando  estaban  lejos  de  sus  ene- 
migos, se  veían  acosados  por  los  soldados  y  perseguidos  por 
los  perros  y  los  jinetes,  que  alcanzando  á  los  fugitivos  pusie- 
ron el  término  á  aquella  horrible  carnicería.  ¿Qué  resistencia 
habían  de  presentar  aquellos  hombres  tímidos,  desnudos, 
faltos  de  disciplina,  sin  otras  armas  que  mazas,  flechas  y 
lanzas  de  madera,  cuya  sola  fuerza  consistía  en  el  número, 
contra  soldados  vestidos  de  acero,  que  usaban  armas  de 
fuego  y  cortantes  espadas,  y  que  llevaban  en  su  ayuda 
monstruos  feroces  ante  cu3^a  vista  se  llenaban  de  pavor  los 
más  esforzados? 

La  dispersio'n  fué  completa  y  desastrosa;  los  muertos 
fueron  innumerables  y  muchos  más  los  heridos.  Quedaron 
prisioneros  en  gran  número  y  reducidos  á  esclavitud,  de  los 
cuales  más  de  quinientos  fueron  llevados  á  España. 


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58 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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Dado  aquel  primer  paso  en  la  pacificacio'n  de  los  indios 
sublevados,  se  propuso  el  Almirante  continuar  en  el  recono- 
cimiento y  organizacio'n  administrativa,  digámoslo  así,  de 
la  isla,  para  regularizar  los  ingresos-  y  poder  enviar  perio'di- 
camente  los  rendimientos  á  España,  persuadido,  como  lo 
estaba,  de  que  solamente  enviando  mucho  oro  y  productos 
de  valor  en  el  mercado,  podría  sostener  su  popularidad,  y 
que  se  conservara  vivo  el  pensamiento  de  la  importancia  de 
la  colonización  de  las  Indias  Occidentales. 

Ya  antes  de  salir  de  Isabela  para  someter  á  los  indios 
reunidos  en  la  Vega,  había  despachado  las  cuatro  carabelas 
que  fueron  con  Antonio  de  Torres,  para  que  regresaran  á 
España.  Le  tenía  inquieto  por  una  parte  la  presencia  de 
fra}^  Bernardo  Boíl  y  de  Pedro  Margarit  en  la  corte,  com- 
prendiendo que,  para  disculpar  su  desercio'n,  no  habían  de 
dejar  queja  que  no  alegasen,  disgusto  de  que  no  hicieran 
mérito,  ni  falta,  ni  desgracia,  ni  contratiempo  cuya  importan- 
t:ia  y  gravedad  no  aumentasen,  para  presentar  bajo  un  punto 
de  vista  desfavorable  el  estado  de  la  isla  y  la  conducta 
del  mismo  Almirante.  Por  otro  lado,  conocía  la  necesidad  que 
dejamos  apuntada,  de  enviar  las  mayores  y  más  ricas  mues- 
tras de  los  productos  del  Nuevo  Mundo,  pues  cuanto  más 
repetidamente  recibieran  en  España  cantidades  de  oro,  mejor 
se  sostendrían  las  esperanzas  de  mayores  rendimientos  y 
utilidades  para  el  erario. 

A  estas  dos  necesidades  quiso  hacer  frente  el  Almirante, 
despachando  en  seguida  las  carabelas  que  salieron  nueva- 
mente para  España  el  24  de  Febrero  de  1495.  Para  desha- 
cer los  cargos  que  contra  él  pudieran  formular  los  verdaderos 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


59 


causantes  de  todos  los  males  que  afligían  á  la  colonia,  volvía 
con  bastantes  conocimientos  é  instrucciones  Antonio  de  To- 
rres, leal  amigo,  juez  honrado  é  imparcial,  á  quien  los  Reyes 
Católicos  tenían  en  gran  aprecio,  y  cuyas  palabras  podrían 
desvanecer  muchas  calumnias.  Mas  no  satisfecho  todavía 
con  aquel  testigo  de  tanto  crédito,  mando  también  en  aquel 
viaje  á  su  hermano  don  Diego  que,  como  individuo  del 
gobierno  durante  la  ausencia  del  Almirante,  tenía  conoci- 
miento de  mil  circunstancias ,  incidentes  y  cuestiones  que 
con  solo  exponerlas  se  aclararían  muchas  dudas.  «V  vinié- 
rase  el  Almirante  mismo  por  esa  causa,  como  dice  Don  Juan 
Bautista  Muñoz,  si  no  juzgara  necesaria  su  detención  hasta 
vengar  las  muertes  de  cristianos  cometidas  en  diversos  luga- 
res, sojuzgar  y  pacificar  la  isla.  » 

Embarco'  en  aquellas  naves  todos  los  productos  que  allí 
se  encontraban  y  no  eran  conocidos  en  España ;  mucho  palo 
de  tinte  del  que  llamaban  brasil ,  muy  apreciado  entonces  en 
el  comercio,  cantidad  de  frutas  y  especias,  árboles  raros  5^ 
abundante  cosecha  de  algodo'n.  A  Torres  entrego'  todo  el 
oro  que  había  podido  recoger  en  sus  expediciones,  y  el  que 
se  había  reunido  en  la  isla  para  que  lo  entregara  directa- 
mente á  los  Reyes;  y  para  aumentar  los  ingresos  del  erario 
y  facilitar  nuevos  envíos  de  hombres  y  de  provisiones,  hizo 
embarcar  á  todos  los  indios  prisioneros,  en  número  de  qui- 
nientos o  más,  para  que  fuesen  vendidos  en  Sevilla,  quedando 
solamente  unos  pocos  en  Isabela  para  que  aprendiesen  el 
castellano  3^  pudieran  servir  de  intérpretes. 

Causa  profunda  pena  y  dolorosa  impresio'n  este  acto 
del  Almirante,  que  dio'  lugar  á  que  fray  Bartolomé  de  las 
Casas  juzgara  que  todas  las  desdichas  que  acibararon  sus  días 
fueron  justo  castigo  de  la  Providencia  Divina  por  aquella 
falta  de  humanidad.  Mas  al  establecer  tan  severo  juicio  se 
pone  en  olvido  la  costumbre  admitida  entonces  por  todos  los 
pueblos,  que  formaba  parte,  puede  decirse,  del  derecho 
público  internacional.    No  es  necesario  salir  fuera  de  España 


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6o 


CRISTÓBAL  COLON 


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ni  levantar  la  vista  muy  á  lo  lejos  para  encontrar  justificada, 
en  la  parte  que  puede  serlo,  la  conducta  de  Cristcjeal 
Colón.  ¿Cuál  había  sido  la  suerte  de  los  cristianos  á  quie- 
nes los  moros  hacían  prisioneros  en  las  diferentes  acciones 
de  guerra  que  tuvieron  lugar  en  la  península  desde  muchos 
siglos  antes,  hasta  aquellos  mismos  años  en  que  Colón 
seguía  ya  la  corte  de  los  Reyes  Católicos?  ¿Cuál  fué  la 
condicio'n  de  los  moros  á  quienes  los  cristianos  aprisionaban? 
Para  no  multiplicar  ejemplos,  y  buscando  los  más  recientes 
y  significativos,  recuérdese  lo  sucedido  en  la  conquista  de 
Málaga  siete  años  antes;  y  aquel  corral  o'  baño  donde  se 
reunieron  todas  las  familias  moras,  nobles  y  plebeyas, 
ancianos  y  niños,  hombres  y  mujeres  que  no  habían  podido 
pagar  rescate,  y  allí  esperaron  con  hambre  y  desnudez  los 
buques  que  debían  llevarlos  como  esclavos  á  diferentes 
poblaciones. 

Aunque  dura,  tal  era  entonces  la  costumbre;  el  espíritu 
de  la  época  no  la  rechazaba.  Hoy  la  miramos  bajo  oti^o 
punto  de  vista  más  humanitario,  á  la  luz  de  civilizacio'n  más 
adelantada,  y  nos  lastima  que  tan  grande  hombre  no  estu- 
viera á  mayor  altura,  ni  se  librara  de  incurrir  en  aquel 
error  de  su  tiempo. 

Las  carabelas  salieron  para  España,  y  el  Almirante, 
repuesto  casi  completamente  de  su  enfermedad ,  se  dirigió'  á 
la  Vega  Real  para  desbaratar  la  coalicio'n  de  los  caciques, 
obteniendo  el  resultado  que  ya  hemos  referido. 


II 


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Las  consecuencias  de  la  dispersio'n  de  los  indios  en  la 
Vega  fueron  muy  ventajosas,   y  Colón  empezó'  inmediata- 
:¿3     mente  á  plantear  la  administracio'n  en  la  forma  que  había 


LIBRO  TERCERO— CAPÍTULO  XI 


6i 


pensado.  Recorrió  varias  comarcas  de  la  isla,  y  en  todas 
partes  encontró  la  más  absoluta  sumisión  á  sus  mandatos,  y 
el  deseo  manifiesto  de  no  tener  nuevas  contiendas  con  sol- 
dados que  disponían  de  medios  tan  poderosos  para  ofender 
á  sus  enemigos  sin  poder  ser  ofendidos  por  ellos.  El  Almi- 
rante por  un  lado,  Alonso  de  Ojeda  al  frente  de  sus  veinte 
jinetes  por  otro,  hicieron  una  campaña  de  paz,  procurando 
con  dulzura  restablecer  la  buena  amistad  con  los  caciques 
y  la  concordia  con  los  indios,  quedo'  allanada  la  gente  de  la 
isla;  la  cual,  como  él  mismo  escribió'  á  los  Reyes,  «era  sin 
número ;  con  fuerza  y  con  maña  hovo  la  obediencia  de 
todos  los  pueblos  en  nombre  de  sus  Altezas,  é  obligación 
de  como  pagarian  tributo  cada  Rey  o  cacique  en  la  tierra 
que  poseia,  de  lo  que  en  ella  habia;  y  se  cogió'  el  dicho 
tributo  hasta  el  año  de  1496.»  Estas  todas  son  palabras  del 
Almirante. 

Manitocex,  el  valeroso  y  agraviado  hermano  de  Cao- 
nabo',  que  había  sido  el  promovedor  y  el  jefe  de  la  unio'n  de 
los  caciques  para  arrojar  de  la  isla  á  los  cristianos,  trato 
todavía  de  oponer  resistencia  en  los  pedregosos  pasos  de  las 
montañas  de  su  territorio,  pero  un  simple  paseo  militar  de 
los  doscientos  soldados  del  Almirante  basto'  para  hacerle 
manifiesta  su  inferioridad,  y  aunque  de  muy  mala  voluntad, 
como  fiera  aprisionada ,  solicito'  la  paz  y  se  ofreció'  á  pagar 
el  tributo,  que  en  atencio'n  á  sus  condiciones,  y  á  la  suble- 
vacio'n  que  había  capitaneado,  y  por  habitar  en  los  terrenos 
de  Cibao,  donde  las  minas  eran  más  abundantes,  fué  mucho 
mayor  que  el  impuesto  á  los  otros  caciques,  debiendo 
entregar  cada  tres  meses  media  calabaza  de  oro. 

Sometido  Manicotex,  se  obligaron  también  al  tributo 
todos  los  caciques  que  eran  sus  dependientes;  lo  mismo 
sucedió  con  Guarionex  y  los  suyos,  y  únicamente  quedo 
entonces  por  dominar  el  extenso  territorio  nombrado  Xa- 
raguá,  que  comprendía  toda  la  parte  occidental  de  Haytí, 
dominada  por  el  cacique  Behechio,  que  después  de  la  batalla 


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62 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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n     de   la   Vega   se   retiro   á   sus   tierras  llevando  consigo   á  su 
hermana  Anacaona,  mujer  del  prisionero  Caonabo. 

Impuso  el  Almirante  á  todos  los  habitantes  de  la  pro- 
vincia de  Cibao,  á  los  de  la  Vega  Real,  y  á  todos  los  otros 
que  estaban  cercanos  á  las  minas,  desde  catorce  años  para 
arriba  la  obligacio'n  de  entregar  cada  tres  meses  lo  hueco  de 
un  cascabel  de  los  de  Flandes  lleno  de  polvo  de  oro ;  y  los 
otros  indios,  no  vecinos  de  las  minas,  habían  de  contribuir 
con  una  arroba  de  algodo'n  cada  persona  en  los  mismos 
plazos.  Contribucio'n  durísima,  y  ordenada  con  suma  lige- 
reza, como  con  sobrada  razo'n  la  califica  don  Juan  Bautista 
Muñoz;  porque  ignorando  los  indios  el  arte  de  laborear  las 
minas,  careciendo  de  conocimientos  j  de  herramientas, 
solamente  recogían  las  arenillas  y  granos  que  las  aguas 
arrastraban;  y  aún  esto  de  un  modo  tan  imperfecto  que  no 
sabían  hacerlo  sino  llenándose  las  manos  de  arena  y  moján- 
dolas repetidas  veces  para  que  apareciera  la  partícula  de 
oro.  Al  repartir  el  tributo  se  espero  obtener  gran  resultado, 
■  pero  el  éxito  defraudo'  por  completo  los  cálculos  que  se 
formaban.  Se  esperaba  juntar  cada  tres  meses  más  de  veinte 
mil  pesos  en  oro,  y  en  las  tres  primeras  cobranzas  apenas 
llegaron  á  doscientos  los  que  se  recaudaron,  bajando  todavía 
más  en  las  sucesivas. 

El  infructuoso  trabajo  que  empleaban  los  indios  para 
recoger  las  partículas  de  oro,  }'■  las  fatigas  que  les  causaba 
aquella  molesta  ocupación,  les  producían  enfermedades  que 
hacían  aún  más  cortos  los  ingresos;  al  propio  tiempo  que, 
por  cumplir  lo  ofrecido  á  los  españoles,  dejaban  sin  labrar 
los  campos  y  padecían  necesidades  que  no  encontraban  com- 
pensacio'n  en  otras  ventajas.  Llego'  á  tal  punto  el  abati- 
miento de  los  pobres  indios,  y  fué  bien  pronto  tan  clara  su 
conviccio'n  de  que  no  podían  allegar  de  ninguna  manera,  ni 
aun  á  costa  de  los  mayores  sacrificios,  el  tributo  que  se  les 
exigía,  que  Guarionex,  cacique  de  los  terrenos  más  fértiles 
de  la  isla,  se  presento'  al  Almirante  ofreciendo,  si  le  eximía 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


63 


de  la  obligación  de  dar  oro,  por  sí  y  por  sus  vasallos,  hacer 
cada  año  una  siembra  o'  labranza  de  trigo  para  el  Rey  de 
Castilla,  tan  grande,  que  ocupase  o'  llegase  desde  Isabela 
hasta  Santo  Domingo,  es  decir  á  toda  la  extensio'n  de  la  isla 
de  Levante  á  Poniente,  de  mar  á  mar,  que  hay  de  distancia 
más  de  cincuenta  y  cinco  leguas,  (y  esto  era  tanto,  escribe 
el  P.  las  Casas,  que  se  mantuviera  cuanto  al  pan  diez  años 
toda  Castilla);  que  él  la  haría  á  su  costa  y  con  su  gasto,  con 
tal  que  no  se  le  exigiese  oro. 

Por  desgracia,  no  se  pensaba  en  aquellos  momentos  que 
la  verdadera  riqueza  del  Nuevo  Mundo  estaba  en  los  pro- 
ductos naturales  de  su  terreno  virgen  y  fecundo ;  no  se 
fundaban  las  esperanzas  más  que  en  el  oro,  en  las  piedras 
preciosas  y  cuando  más  en  las  especias,  que  eran  los  objetos 
del  comercio  antiguo  con  la  India,  á  cuya  extremidad  se 
creía  haber  tocado;  y  Cristóbal  Colón  comprendía  muy 
bien  que  solamente  dando  satisfaccio'n  á  aquella  esperanza, 
convertida  en  insaciable  deseo,  podría  acallar  las  murmura- 
ciones y  dominar  los  informes  desfavorables  tanto  del  descu- 
brimiento como  de  su  persona,  que  muchos  envidiosos  de  su 
gloria  esparcían  en  la  corte.  Así  que,  con  mu}'^  buena  inten- 
cio'n,  porque  ciertamente  él  era  cristiano  y  virtuoso,  y  de 
muy  buenos  deseos,  según  juzgaban  de  él  loa  que  amaban  la 
verdad  o'  no  tenían  pasio'n  y  le  conocían,  no  acepto'  lo  que 
Guarionex  le  importunaba  y  las  labranzas  que  ofrecía, 
insistiendo  en  el  imposible  tributo  del  cascabel  de  oro  que 
había  impuesto;  y  aunque  después  se  redujo  en  varias  oca- 
siones, los  indios,  que  no  podían  satisfacerlo,  huían  á  los 
montes,  aumentando  con  ello  la  despoblacio'n  de  la  isla,  que 
muy  luego  tomo  proporciones  alarmantes. 

Al  mismo  tiempo  que  el  Almirante  iba  recorriendo  los 
diferentes  puntos  de  la  isla  para  reducir  á  la  obediencia  á 
los  caciques,  llevado  del  deseo  de  prevenir  ulteriores  coali- 
ciones, y  para  dejar  establecida  de  una  manera  permanente 
la  comunicación  de  la  colonia  de  Isabela  con  diversos  luga- 


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64 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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res,  cuyos  productos  era  necesario  asegurar,  fué  estudiando 
un  plan  de  fortalezas  que,  correspondiéndose,  facilitaran  el 
paso  de  los  destacamentos  en  caso  necesario,  según  el  siste- 
ma seguido  desde  el  principio,  en  virtud  del  cual  había 
edificado  primeramente  el  fuerte  de  Santo  Tomás  en  la 
entrada  de  Cibao,  y  luego  en  la  Vega  Real,  á  orillas  del  río 
Yaqui  el  de  la  Magdalena.  Escalonando  luego  las  de  Espe- 
ranza, en  las  orillas  del  Yagua  y  la  de  Santa  Catalina,  cuya 
posicio'n  se  ignora,  y  no  pudo  averiguar  el  P.  las  Casas, 
cuando  poco  tiempo  después  paso'  por  aquellos  sitios,  pues 
olvido'  el  preguntarlo,  según  dice;  levanto'  la  de  la  Con- 
cepcio'n  quince  leguas  distante  de  la  de  la  Magdalena,  al 
Oriente,  dominando  los  extensos  dominios  de  Guarionex,  á 
cuyo  amparo  se  fué  formando  desde  entonces  una  población 
que  tuvo  el  mismo  nombre.  Últimamente,  á  la  bajada  de  las 
montañas,  á  las  márgenes  de  otro  río  que  los  naturales 
llamaban  Yuna,  hizo  la  fortaleza  del  Bonao,  porque  este  es  el 
nombre  del  territorio,  y  era  de  las  más  fuertes  y  defendidas, 
por  estar  á  mayor  distancia  de  Isabela.  Con  estas  cinco 
defensas  en  los  puntos  más  convenientes,  quedo'  asegurada 
por  el  pronto  la  tranquilidad,  facilitando  el  paso  á  los  espa- 
ñoles que  se  dirigían  á  trabajar  en  las  minas. 


III 


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Hasta  este  tiempo,  es  decir,  hasta  el  mes  de  Marzo  del 
año  1495,  la  atencio'n  de  todos  los  colonos  estaba  fija  en  las 
montañas  de  Cibao,  como  terreno  privilegiado  en  el  que  se 
encontraban  los  criaderos  auríferos,  cuyas  partículas  arras- 
traban entre  sus  arenas  los  arroyos  y  los  ríos  que  de  su 
altura  bajaban.  Adelantando  en  el  reconocimiento  de  la  isla, 
habiendo  atravesado  la  Vega  Real  y  el  Cibao,  y  descendido 


LIBRO  TERCERO.  — CAPÍTULO  XI 


65 


por  su  vertiente  occidental  hacia  el  otro  extremo,  se  empe- 
zaron á  tener  noticias  de  otros  terrenos  donde  también  se 
producía  el  oro  en  abundancia.  Los  montes  de  donde  nacía 
el  Hayna  fueron  señalados  á  la  codicia  española,  presen- 
tando los  indios  muchos  trozos  de  oro,  que  parecían  cogidos 
en  aquellos  parajes  hasta  entonces  inexplorados. 

Fray   Bartolomé  de  las  Casas  dice  que  los  indios  que 
no  podían  recoger  la  cantidad  de  oro  necesaria  para  pagar 
el  impuesto,  porque  no  tenían  industria  para  cogerlo,  avisa- 
ron al  Almirante  que  hacia  la  parte  del  Mediodía  o  del  Sur 
había  minas  de  mucho  oro,  y  que  debía  enviar  allá  algunos 
de   sus    cristianos  para  que  lo  buscasen;   y  que  acogido  el 
pensamiento   mando'   que   partiesen   Francisco   de   Garay    y 
Miguel  Díaz,  con  bastantes  soldados  y  guías  que  les  indica- 
sen el  camino.   Salieron,   según  esta  versión,   de  Isabela,   y 
por  el  camino  más  seguro  fueron  de  allí  á  la  Magdalena  y 
de  ésta  á  la  Concepcio'n ;  por  la  falda  de  la  sierra,  confín  de 
la  Vega  por  aquella  parte  y  sitio  verdaderamente  delicioso, 
corrieron  hasta  llegar  al  Bonao,  cosa  de  otras  dos  leguas,   y 
allí  atravesaron  una  vega  más  pequeña  que  podría  tener  ocho 
leguas  o'  diez;  pero  internados  5^a  en  aquel  territorio  tuvie- 
ron que  caminar  otras  tantas  por  terrenos  lodosos  y  ásperas 
cuestas,  con  muchos  ríos  j  arroyos,   que  luego  se  llamaron 
lomas  del  Bonao,  hasta  llegar  á  un  río  bastante  caudaloso, 
que  era  el  deseado  ria3^na,   gracioso  y  fértilísimo,   en  cu3'a 
comarca  dijeron  que  cavando  se  encontró'  mucha  muestra  de 
oro,    de   manera   que   juzgaron   que   un   hombre  trabajador 
podía  coger  tres  pesos  de  oro  o  más  en  la  tarea  de  un  día. 

Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  da  un  origen  más  nove- 
lesco y  poético  al  descubrimiento  de  aquellas  célebres  minas, 
y  aunque  el  P.  las  Casas  lo  contradice,  fundándose  en  que  no 
era  factible  lo  que  aquel  historiador  refiere,  y  añadiendo  que 
nunca  tal  oyó',  con  ser  tan  propincuo  á  aquellos  tiempos,  opi- 
nando, en  cambio,  que  todo  fué  resultado  del  odio  que  los  na- 
turales tenían  á  los  españoles,  que  antes  se  quisieran  meter  en  las 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  -  9. 


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66 


CRISTÓBAL  COLON 


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entrañas  de  la  tierra  que  no  verlos  ni  oírlos,  juzgamos,  sin  em- 
bargo, que  ambas  versiones  pudieran  admitirse  sin  concor- 
darlas, porque  pueden  referirse  á  dos  terrenos  diferentes;  pues 
el  mismo  P.  Las  Casas  dice,  que  aquellas  de  que  él  se  ocupa, 
después  se  llamaron  las  niinas  viejas,  y  hoy  se  llaman  ansí,  por 
respecto  de  otras  que  después  se  descubrieron  á  la  otra  parte  del  rio 
Hayna,  frontero  destas,  que  se  fiombraron  las  minas  nuevas:  las 
viejas  estaban  al  Poniente  del  rio,  y  las  nuevas  á  la  parte  oriental. 
Sea  de  esto  lo  que  se  quiera,  el  descubrimiento  de 
las  minas,  según  Oviedo,  se  debió'  á  uno  de  esos  lances 
I  tan  frecuentes  en  aquella  época,  en  que  por  pequeña  causa 
ponían  mano  á  las  espadas  los  hidalgos,  ausentándose  luego 
el  vencedor  para  evitar  el  rigor  de  la  justicia.  Refiere  el 
cronista  ^,  que  un  mancebo  aragonés  nombrado  Miguel 
Díaz,  tuvo  grave  cuestio'n  en  las  calles  de  Isabela  con  un 
criado  del  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n,  y  viniendo  á 
las  manos  le  dejo'  gravemente  herido,  hu3^endo  en  seguida 
á  los  bosques  que  rodeaban  la  ciudad,  acompañado  de 
algunos  otros,  hasta  en  número  de  seis  o  siete,  que  por 
encontrarse  culpados,  o'  por  amistad  con  Díaz,  temieron 
las  consecuencias  del  suceso.  ((Hu3^endo  de  la  Isabela,  fué- 
ronse  por  la  costa  arriba  hasta  el  leste  o  levante,  é  bojeáronla 
hasta  venir  á  la  parte  del  Sur,  adonde  agora  está  aquesta 
cibdad  de  Santo  Domingo,  y  en  este  asiento  pararon, 
porque  aquí  hallaron  un  pueblo  de  indios.  E  aquí  tomo'  este 
Miguel  Diaz  amistad  con  una  caí^-ica,  que  se  llamo'  después 
Catalina,  é  ovo  en  ella  dos  fijos,  andando  el  tiempo.  Pero 
desde  á  poco  que  aquí  se  detuvo,  como  aquella  india  princi- 
pal le  quiso  bien,  trato'le  como  amigo  que  tenia  parte  en 
ella,  é  por  su  respeto  á  los  demás,  é  didle  noticia  de  las 
minas  que  están  siete  leguas  desta  cibdad,  é  rogóle  que  ficie- 
se  que  los  chrisptianos  que  estaban  en  la  Isabela  (que  él 
mucho  quissiese)  los  llamasse  é  se  viniessen  á  esta  tierra  que 


Historia  general  y  natural  de  las  Indias.  Libro  II,  cap.  XIII. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


67 


tan  fértil  y  hermosa  es,   é  de  tan  ex(;elente  rio  é  puerto;   é 
quella  los  sosternia  é  daría  lo  que  oviessen  menester.  Entonce 
este   hombre   por   complacer   á  la   cacica,   é  mas  porque  le 
paresQÍo  que,  llevando  nueva  de  tan  buena  tierra  é  abun- 
dante, el  Adelantado  por  estar  en  parte  tan  estéril  y  enferma 
le  perdonarla,  é  principalmente  porque  Dios  queria  que  assí 
fuesse  é  no  se  acabassen  aquellos  chrisptianos  que  quedaban; 
acordó'  de  yr  al  adelantado  y  atravesó  con  sus  compañeros 
por  la  tierra,  guiándole  giertos  indios  que  aquella  su  amiga 
mando  ir  con  él  fasta  que  llegaron  á  la  Isabela,  que  está 
cincuenta  leguas  desta  cibdad,  poco  mas  o'  menos.    E  secre- 
tamente tuvo  manera  de  hablar  con  algunos  amigos  suyos,  é 
supo  que  aquel  hombre  que  avia  ferido  estaba  sano;   é  assi 
osó  ver  al  Adelantado  su  señor,  é  pedirle  perdo'n  en  pago  de 
sus  servicios  é  de  la  buena  nueva  que  le  llevaba  de  aquesta 
tierra  é  de  las  minas  de  oro.  Y  el  Adelantado  le  recibió'  muy 
bien,  é  le  perdonó,  é  figo  las  amistades  entre  el  é  su  conten- 
dedor.   Y  después  que  le  ovo  oido  muy  particularmicnte  las 
cosas  de  esta  provincia  é  desta  ribera,   determinó  venir  en 
persona  á  verla,  é  con  la  compañía  que  le  pareció  vino  aqui. 
é  falló  ser  verdad  todo  lo  que  Miguel  Diaz  avia  dicho,  y 
entró  en  una  canoa  ó  barca  de  las  que  tienen  los  indios,   é 
tentó  este  rio  llamado  Ogama,  que  por  esta  cibdad  passa, 
é  hízolo  sondar,  é  tentó  la  hondura  de  la  entrada  del  puerto, 
é  quedó  muy  satisfecho  y  tan  alegre  como  era  razón :   y  fué 
á  las  minas  y  estuvo  en  ellas  dos  días,  é  cogióse  algún  oro. 
E  desde  allí  se  volvió  á  la  Isabela...» 

Tiene  accidentes  esta  narración  que  la  prestan  gran 
carácter  de  verdad;  y  como  cierta  la  acoge  Washington 
Irving ,  añadiendo  que  el  Almirante  no  sólo  perdonó  á  Díaz 
sino  que  le  empleó  luego  en  varios  puestos  de  confianza  que 
desempeñó  fielmente;  y  que  según  Charlevoix  ',  se  casó  con 


•     Histoire  de  V  hle  Espagnole  ou  de  Saint  -  Domingue ,  ecrite  sur  des 
memoires  du  P.  J.  B.  de  Pers,  Amsterdam,  1733. 


68 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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la  cacica  bautizada  con  el  nombre  de  Catalina,  de  la  que 
tuvo  dos  hijos,  viviendo  felices  largos  años  en  Santo  Do- 
mingo. Mas  el  P.  Las  Casas,  por  las  razones  que  antes 
dijimos,  duda  de  ella,  y  como  censura  con  harto  fundamento 
el  error  que  entre  otros  muchos,  consigna  en  su  Historia 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  queda  vacilante  el  juicio  entre 
dos  tan  respetables  autoridades. 

Verdaderamente  la  historia  de  Oviedo  debe  leerse  con 
gran  prevención  y  cautela  en  toda  esta  parte,  referente  á  la 
salida  de  la  isla  Española  de  fray  Bernal  Boil  y  de  mosén 
Pedro  Margarit,  y  á  los  pasos  del  Adelantado  don  Bar- 
tolomié  Colo'n;  pues  bien  fuera  por  su  amistad  con  los  deser- 
tores, bien  por  diferencias  y  disgustos  con  don  Bartolomé,  d 
porque,  como  le  acrimina  el  P.  Las  Casas,  es  todo  fábula  y 
añadiduras  que  hace  Oviedo  suyas,  ó  de  los  que  no  sabían  el 
■hecho,  que  se  lo  refirieron,  fingidas,  es  lo  cierto,  que  lo  mismo 
en  la  cronología  de  los  sucesos,  que  en  sus  circunstancias 
está  muy  lejos  de  ser  exacto,  y  sus  errores  se  comprueban 
fácilmente  en  muchos  lugares  á  la  simple  lectura  de  docu- 
mentos auténticos,  que  por  fortuna  se  conservan,  y  dejamos 
referidos  en  su  parte  más  esencial.  El  P.  Las  Casas  los 
conocía  y  por  eso  formula  tan  graves  cargos  á  Oviedo  '. 
Siendo  de  tanto  interés  esta  primera  parte  de  la  his- 
toria de  la  colonizacio'n,  3^  de  verdadera  importancia  fijar 
la  sucesio'n  de  los  hechos,  hemos  preferido  seguir  al  P.  Las 
Casas  cuya  narracio'n  se  ajusta  al  resultado  de  los  docu- 
mentos. 

Y  para  terminar,  incluiremos  la  descripcio'n  y  noticia 
de  ese  famoso  río,  como  la  hace  Oviedo  en  el  capítulo  VII 
del  libro  VI  de  su  repetida  Historia. —  «Hayna,  es  otro  rio 
riquísimo  de  heredamientos  é  haciendas:  é  en  su  ribera  é 
comarca  hay  muchos  cañaverales  é  haciendas  de  acucar,  y 
es  de  la  mejor  agua  que  rio  alguno  en  toda  esta  isla,  y  entra 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  Documentos  (G-). 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


69 


en  la  mar  assi  mesmo,  como  los  que  es  dicho  de  suso  en  la 
costa  del  mediodía.  No  es  tan  poderoso,  ni  de  tanta  agua 
como  los  mayores  rios;  pero  es  uno  de  los  mejores  de  todos, 
é  mas  provechoso  por  su  fertilidad.» 

Por  los  informes  recibidos,  y  por  las  muestras  del  oro 
que  en  sus  cercanías  recogieron,  dejo'  encargado  el  Almirante 
á  su  hermano,  antes  de  salir  para  España,  que  fundase  una 
poblacio'n  en  las  orillas  de  aquel  río. 


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IV 


Es  de  suponer  que  en  los  navios  que  al  mando  de 
Antonio  de  Torres  salieron  de  la  Isabela  el  24  de  Febrero 
cargados  de  esclavos,  y  en  los  que  volvió'  también  á  Castilla 
don  Diego  Colo'n,  debieron  ir  muchas  más  quejas  contra  el 
Almirante  y  su  hermano  Bartolomé,  por  los  agravios  que 
decían  los  descontentos  se  hacían  á  los  hidalgos,  y  el  mal 
estado  de  la  colonia  por  tantos  contratiempos  y  necesidades. 
Esto  movió',  sin  duda,  á  los  Reyes  á  comunicar  sus  últimas 
o'rdenes  á  don  Juan  de  Fonseca  para  que  se  aprovisionasen  de 
todo  lo  necesario  cuatro  carabelas ,  en  las  cuales  debía  partir 
el  repostero  Juan  de  Aguado,  cuyo  nombramiento  estaba 
extendido  como  se  dijo,  desde  el  Q-de  Abril,  y  que  no  había 
emprendido  el  viaje,  aunque  habían  transcurrido  más  de 
cuatro  meses. 

Desde  luego,  y  como  también  se  indico'  oportunamente, 
los  Reyes  Católicos ,  que  nunca  olvidaban  los  altos  mereci- 
mientos de  Colón,  como  lo  patentizan  sus  repetidas  cartas, 
habían  procurado  quitar  todo  motivo  de  disgusto ;  pero  sus 
o'rdenes  en  este  sentido,  que  todas  respiraban  gran  consi- 
deración y  afecto  al  descubridor,  producían  por  otro  lado 
contrario  efecto,  aumentando  la  odiosidad  que  á  aquél  tenía 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


don  Juan  de  Fonseca,  encargado  de  la  ejecucio'n,  lo  mismo 
que  en  sus  amigos  y  subalternos. 

Las  reservadas  manifestaciones  de  don  Diego  Colon 
bastaron  á  neutralizar  en  el  ánimo  de  los  Reyes  todos  los 
cargos  que  por  calumniosos  é  interesados  informes  se  diri- 
gían al  Almirante;  y  persuadidos  de  su  integridad  y  de  la 
pureza  de  su  administracio'n ,  escribieron  repetidamente  al 
Obispo  que  procurase  dar  satisfacción  á  aquél,  quitándole 
todo  motivo  de  descontento.  La  solicitud  y  cuidado  de  los 
Reyes  se  extendió'  hasta  el  punto  de  mandar  se  oyesen  las 
reclamaciones  de  los  que  regresaban  de  la  Española  sobre  las 
necesidades  que  allí  eran  más  frecuentes ,  y  que  se  enviasen 
al  Almirante  todos  los  medios  posibles  para  que  atendiese 
con  regularidad  á  la  distribución  de  subsistencias,  de  ma- 
nera que  se  le  complaciera  en  absoluto. 

Esto  molestaba  en  sumo  grado  la  altivez  del  obispo 
Fonseca,  que  siempre  cumplía  tarde  y  de  mala  voluntad 
semejantes  o'rdenes ,  poniendo  cuantos  obstáculos  eran  posi- 
bles. Pero  lo  que  más  le  humillo,  lo  que  le  exaspero  hasta 
un  extremo  difícil  de  explicar,  fué  lo  que  se  relacionaba  con 
don  Diego  Colon. 

Al  regresar  éste  en  las  carabelas  de  Antonio  de  Torres, 
traía  como  de  su  exclusiva  propiedad,  varios  productos  de  la 
isla  y  alguna  cantidad  de  oro,  que  le  había  correspondido 
como  individuo  del  Gobierno,  durante  la  ausencia  de  su 
hermano,  y  que  él  había  mandado  recoger  también  por  su 
cuenta.  Al  presentarlo  á  registro,  para  dar  la  parte  corres- 
pondiente á  la  corona,  Fonseca,  deseoso  siempre  de  molestar 
al  Almirante,  demostró  su  mala  voluntad  á  don  Diego, 
reteniéndole  bajo  frivolos  pretextos  y  sin  razo'n  alguna,  todo 
lo  que  le  pertenecía.  Enterados  minuciosamente  los  Reyes 
expidieron  repetidas  y  apremiantes  o'rdenes  para  que  se 
devolviese  el  oro  sin  la  menor  dilación,  y  dando  el  Obispo 
satisfacciones  cumplidas  por  su  extralimitacio'n.  Oculto  por 
entonces  su  rencor;  pero  cada  uno  de  estos  hechos,  que  él 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


71 


juzgaba  humillantes  para  su  dignidad  y  carácter,  le  afectaba 
profundamente  y  mantenía  vivo  su  odio,  siempre  dispuesto 
á  manifestarse  en  cuanto  se  presentara  ocasión  oportuna  ^. 

Hasta    en   el    nombramiento    de   Aguado    concurrieron 
circunstancias  que  mortificaron  á  Fonseca.    En  un  principio 
se  le  habían  dado  facultades  para  designar  la  persona  que 
debía  pasar  á  la  Isabela,  con  el  fin  de  hacer  informacio'n  de 
lo  que  allí  ocurría,   y  de  como  cumplieron  con  los  deberes 
de  su  cargo  aquellos  que,  abandonándolos,  habían  regresado 
á  España ;  siendo  de  suponer  que  con  tal  motivo  bullía  ya  en 
su  mente  la  idea  de  enviar  á  alguno  de  los  mayores  enemi- 
gos del  Almirante,  entre  los  varios  que  tenía  á  sus  ordenes; 
mas  sus  planes  quedaron  desbaratados,  á  consecuencia  de  la 
designacio'n  que  se  hizo  por  los  Reyes  en  favor  del  repostero 
Aguado.    No  hay  para  que  decir  que  no  pudo  satisfacerle  el 
nombramiento  referido;  pues  si  bien  el  comisionado,  engreído 
con  su  cargo,  y  abusando  de  las  facultades  que  llevaba  y  de  la 
confianza  que  en  su  prudencia  depositaron  los  Reyes,  cometió' 
los  excesos  más  reprensibles,  es  lo  cierto  que  al  señalarle  con 
preferencia  á  otros ,  casi  se  siguió  una  indicacio'n  hecha  por 
el  mismo  Almirante.    En  el  Memorial  que  Antonio  de  Torres 
trajo  á  los  Reyes,  había  dicho  Cristóbal   Colón:  —  «Asi- 
mismo  haréis   relación   de  Juan   de  Aguado,  criado   de  sus 
Altezas,   cuan  bien  é  diligentemente  ha  servido  en  todo  lo 
que  le  ha  seido  mandado :  que  suplico  á  sus  Altezas ,  á  él  é  á 
los    sobredichos   los   hayan   por    encomendados   é  por   pre- 
sentes.»—  ¿Era  posible  buscar    persona   que  más   obHgada 
estuviese,    y   con   mayor   suavidad  pudiera   proceder   en   el 
delicado  cargo  que  se  le  confería?    Los  Reyes  miraban  en 
todo  con  respeto  y   benevolencia  al  Almirante ;  mas  en  otra 
parte  se  formaba  la  nube  que  había  de  oscurecer  su  pres- 
tigio, minar  su  popularidad,  y  causarle  graves  disgustos,  y 
que  atraía  á  sí  cuantas  noticias  y  quejas  se  presentaban  por 


»     Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (H). 


72 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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absurdas  que  pudieran  parecer,  y  tendía  la  mano  á  todos 
los  descontentos,  cualesquiera  que  fuesen  su  procedencia  y 
condiciones. 

A  fines  del  mes  de  Agosto  zarparon  del  puerto  de  Cádiz 
las  cuatro  carabelas,  muy  bien  abastecidas  y  aprovisionadas 
de  lo  más  necesario,  llevando  gran  cantidad  de  herramientas 
para  diferentes  oficios  y  labores,  muchos  artesanos  y  labra- 
dores cuya  falta  se  notaba,  y  abundantes  repuestos  de  harina, 
bizcocho,  vino  3^  otros  alimentos,  así  como  medicinas  de  que 
carecían  casi  por  completo.  Influyo'  sin  duda  alguna  en  la 
abundante  provisio'n  de  aquellas  carabelas  el  deseo  de  los 
Re3'es,  manifestado  en  varias  ocasiones  y  con  verdadera 
energía,  de  que  perio'dicamente  se  enviasen  subsistencias  á  la 
colonia,  para  lo  cual,  después  de  las  cuatro  carabelas  que 
entonces  se  miandaban,  habían  de  fletarse  otras  doce  que 
sucesivamente  fueran  saliendo,  con  el  empeño  de  que  no 
volvieran  á  experimentarse  las  necesidades  que  tanto  daño 
habían  causado;  pero  juzgamos  que  también  tuvo  parte  en 
que  fuese  tan  copioso  el  cargamento,  el  deseo  de  don  Juan 
de  Fonseca  de  preparar  á  Juan  de  Aguado  un  buen  reci- 
bimiento en  la  colonia,  que  ayudase  á  sus  proyectos. 

De  parte   de  los   Rej^es   Católicos  todo  era  cuidado  y 
solicitud  hacia  los  descubridores  3^  colonos.   Lejos  de  abrigar 
dudas,   tenían  fe  en  el  porvenir;   y  muy  distantes   de   dar 
oídos  á  las  difamaciones  y  calumnias  que  contra  el  Almirante 
se  propalaban,  ni  á  los  funestos  cálculos  que  se  hacían  sobre 
el  mucho  gasto  y  poco  producto  del  descubrimiento,  espe- 
raban   ver    confirmadas    todas   las   esperanzas   y   cumplidas 
todas  las  promesas  de  Cristóbal  Colón,   como   lo   demos- 
traron enviando  á  sueldo  trabajadores  que  supieran  ocuparse 
en  el  laboreo  de  las  minas,   y  el  asiento  que  firmaron  con 
don  Pablo  Belvis,    ensayador  de  mucho  crédito,   para  que 
pasase  á  la  isla  Española  y  estableciera  la  explotación  con 
todos  los  medios  conocidos  y  que  pudieran  utilizarse,  dándole 
mil  ducados  como  sueldo  fijo,   y   la  décima  del  oro  que  se 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


73 


extrajese,  con  tal  de  que  no  pasara  de  otros  dos  mil  ducados 
en  cada  año.  Llevaba  pasaje  y  mantenimiento  para  sí  y  para 
sus  oficiales  y  operarios,  siendo  de  cuenta  del  Tesoro  las 
herramientas ,  máquinas  y  cuanto  se  necesitara  para  el  bene- 
ficio de  las  minas.  Además,  y  como  privilegio,  se  le  concedió 
que  cobrase  también  la  décima  de  los  productos  que  obtu- 
vieran cuantos  montasen  ingenios  para  sacar  oro. 

Quiso  reservarse  á  favor  del  Tesoro,  y  como  único 
medio  de  reembolsar  los  crecidos  gastos  que  la  colonizacio'n 
causaba ,  la  mayor  cantidad  posible  del  oro  cuya  abundancia 
se  tenía  por  indudable ;  y  á  este  efecto  se  limito'  la  facultad 
de  rescatarlo  con  los  indígenas  y  aun  de  tomarlo  en  las 
arenas  de  los  ríos  y  arroyos,  pues  si  bien  se  concedió'  á  todos 
libertad  para  juntar  oro  por  todos  los  medios  que  la  indus- 
tria y  la  contratacio'n  les  sugiriesen,  se  impuso  la  obligación 
de  entregar  á  los  contadores  reales  dos  terceras  partes  de 
todo  el  que  recogieran,  quedando  solamente  un  tercio  para 
el  colector;  y  si  éste  gozaba  sueldo  del  Estado,  so'lo  adquiría 
la  propiedad  del  quinto. 

Tan  grandes  eran  las  esperanzas,  que  aun  con  tal  limi- 
tacio'n  se  creyó'  hacer  un  gran  beneficio  á  los  trabajadores,  y 
fueron  muchos  los  que,  por  aprovecharse  del  permiso,  se 
ocuparon  en  lavar  arenas,  y  cavar  la  tierra  en  busca  del 
codiciado  metal. 

Con  tales  elementos  llegaron  las  carabelas  á  mediados 
del  mes  de  Octubre  al  puerto  de  Isabela,  en  ocasio'n  que 
todavía  el  Almirante  andaba  pacificando  los  territorios  más 
lejanos  de  la  isla,  y  estableciendo  los  fuertes  que  dejamos 
detallados,  y  el  Adelantado  se  encontraba  al  frente  de  la 
gobernación  de  Isabela.  ¿Qué  había  ocurrido  durante  el 
viaje,  que  habían  cambiado  completamente  las  disposiciones 
del  ánimo  de  Aguado?  ¿Había  escuchado  antes  de  su  partida 
consejos  o'  insinuaciones  que  le  habían  inclinado  á  hacerse 
enemigo  de  Cristóbal  Colón  y  de  sus  hermanos?  ¿Fué  que  %% 
en  la  soledad  del  camarote,   en  la  meditacio'n  y  el  silencio, 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.— io. 


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74 


CRISTÓBAL  COLON 


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pensando  en  los  poderes  que  llevaba,  se  levanto'  en  su  alma 
la  pasio'n  del  orgullo,  y  pensó'  hacerse  verdaderamente 
gobernador  de  los  países  nuevamente  descubiertos?  ¿Con- 
fiaba en  ser  protegido  por  los  encargados  de  la  Contratacio'n 
de  Indias,  al  extralimitarse  de  las  reducidas  facultades  que 
le  habían  dado  los  Reyes? 

Nadie  podrá  decirlo:  pero  en  el  momento  de  poner  el 
pie  en  las  playas  de  la  isla  Española,  Juan  de  Aguado  pare- 
cía otro  hombre  diferente  del  que  pocos  meses  antes  había 
salido  de  allí  en  las  carabelas  de  Antonio  de  Torres,  con 
expresiva  recomendacio'n  del  Almirante.  Con  el  repostero 
volvía  al  Nuevo  Mundo  el  tercer  hermano  de  Colón,  don 
Diego,  y  con  él  fué  la  primera  desavenencia  y  disputa.  Sin 
hacer  presentacio'n  de  los  poderes  que  llevaba  y  mostrando 
únicamente  la  breve  carta  de  los  Soberanos,  empezó'  á  dar 
disposiciones  inconvenientes  y  o'rdenes  al  Adelantado  que 
éste  no  quiso  cumplimentar;  y  como  don  Diego  Colo'n,  en  su 
carácter  conciliador  y  prudente,  le  manifestase  ante  todos 
la  necesidad  de  que  hiciera  presentación  de  sus  poderes, 
porque  él  conocía  muy  bien  el  objeto  de  su  encargo  y  los 
límites  en  que  debía  encerrarse,  suscito'se  verdadera  con- 
tienda, que  aprovecharon  los  contrarios  del  Almirante  para 
ponerse  de  parte  de  Juan  de  Aguado,  con  lo  cual  éste  acabo' 
de  llenarse  de  soberbia,  creyéndose  5^a  jefe  de  un  partido 
poderoso. 

Hicieron  correr  entonces  la  voz  los  descontentos  de  que 
había  llegado  un  nuevo  gobernador,  que  venía  á  hacer 
informacio'n  de  los  actos  del  Almirante,  amenazándole  con 
el  castigo  de  los  Reyes.  Aguado,  por  su  parte,  se  propaso'  á 
funciones  de  gobierno  y  justicia  que  no  estaban  en  las  facul- 
tades de  que  se  le  había  investido ;  dirigía  reprensiones  á  los 
encargados  de  la  administracio'n;  y  á  todas  las  quejas  que  se 
le  daban,  á  todos  los  cuentos  que  le  referían,  á  los  descon- 
tentos que  se  le  acercaban  con  calumnias  innobles  y  chismes 
de  plazuela,  respondía  con  aires  de  autoridad  y  suficiencia. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


75 


ofreciendo  remediar  todos  los  males,  con  demostraciones  de 
protección.  Nunca  ruin,  puesto  en  dignidad,  se  ha  portado 
de  otra  manera ;  y  la  conducta  de  Aguado  basta  para  prueba 
de  su  escaso  juicio  y  cortísimo  valer. 

Llego'  á  noticia  de  Cristóbal  Colón  la  venida  del 
repostero  y  su  inconsiderada  conducta;  comprendiendo,  tal 
vez,  en  su  alta  inteligencia,  los  mezquinos  mo'viles  que  le 
guiaban,  y  el  fin  que  se  proponía;  por  lo  cual  resolvió'  diri- 
girse inmediatamente  á  la  Isabela  para  avistarse  con  él  y 
reducirlo  á  la  razo'n  en  cuanto  fuera  posible,  por  aquellos 
medios  que  un  hombre  de  talento  tiene  siempre  á  su  disposi- 
ción para  dominar  las  malas  pasiones  de  necios  mal  intencio- 
nados. Aguado  también,  dando  evidentes  señales  de  su 
petulante  vanidad,  había  querido  reunir  algunos  hombres  á 
caballo  para  que  diesen  custodia  á  su  persona,  saliendo  en 
busca  del  Almirante  para  exhibirle  las  cartas  de  los  Reyes 
Cato'licos.  Sabedor  de  la  venida  de  Colón,  volvió'  en  seguida 
á  Isabela,  pues  á  pesar  de  todas  sus  insolencias  no  parece 
que  Aguado  estaba  muy  tranquilo,  y  antes  bien  abrigaba  el 
natural  temor  del  que  obra  sin  razo'n  ni  justicia,  al  verse 
ante  la  verdadera  autoridad  del  Almirante. 

Pero  al  llegar  éste  á  Isabela  sorprendió'  á  todos  con  la 
prudencia  y  moderacio'n  de  sus  acciones,  así  como  por  la 
severa  dignidad  con  que  recibió'  al  procaz  Juan  de  Aguado. 
Exigió'  éste  que  sus  credenciales  fuesen  leídas  públicamente 
y  con  gran  solemnidad,  buscando  el  efecto  que  en  la  gente 
sencilla  podían  producir  las  frases  de  confianza  que  en 
ellas  estampaban  los  Reyes;  y  cuando  creía,  sin  duda,  que 
Colón  opondría  resistencia  y  podría  producirse  un  conflicto 
que  le  diera  ocasio'n  para  justificar  sus  agresiones,  y  para 
que  todos  sospecharan  que,  en  efecto,  los  despachos  decían 
mucho  más  á  favor  del  comisionado;  se  vio'  que  el  Almi- 
rante con  la  mayor  consideración  á  éste,  y  mostrando  sumo 
respeto  á  las  cartas  Reales,  dispuso  la  lectura  de  éstas,  y 
concluida  les  presto  acatamiento. 


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76 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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«Muchas  cosas  pasaron  en  estos  días,  escribe  fray  Bar- 
tolomé de  las  Casas,  y  tiempo  que  Juan  Aguado  estuvo  en 
esta  isla,  en  la  Isabela,  y  todas  de  enojo  y  pena  para  el 
Almirante;  porque  el  Juan  Aguado  se  entrometía  en  cosas, 
por  fiucia  y  color  de  su  creencia,  quel  Almirante  sentía 
por  grandes  agravios;  decia  y  hacia  cosas  en  desacato  del 
Almirante  y  de  su  autoridad,  oficios  y  privilegios.  El  Almi- 
rante, con  toda  modestia  y  paciencia  lo  sufria,  y  respondía 
y  trataba  al  Juan  Aguado  siempre  muy  bien,  como  si  fuera 
un  Conde;  según  vide  de  todo  esto  hecha  con  muchos  testigos 
prohauT^a.í) 

Esta  moderación  desconcertó'  á  Aguado,  porque  daba  á 
los  parciales  de  Fonseca  y  al  pueblo  todo,  clara  muestra  de 
la  confianza  que  el  Almirante  tenía  en  el  afecto  de  los  Sobe- 
ranos, al  paso  que  establecía  á  vista  de  todos  la  diferencia 
que  existía  entre  las  dos  personalidades ;  presentando  al  uno 
lleno  de  vanidad  j  orgullo,  sin  merecimiento  alguno,  sin 
cualidades  que  lo  recomendasen,  como  una  nulidad  ensober- 
becida por  ocupar  un  cargo  superior  á  su  posicio'n .  y  al  otro 
encanecido  en  el  estudio  y  en  el  trabajo,  objeto  de  la  estima- 
cio'n  general,  prestando  verdaderos  servicios  á  la  nacio'n 
española,  y  revestido  de  las  más  altas  dignidades,  dando 
ejemplo  de  obediencia ,  y  mostrándose  prudente  con  un 
adversario  que  tan  poco  valía  y  tan  mezquino  se  ostentaba. 

Educado  en  la  adversidad,  acostumbrado  al  sufrimiento 
durante  largos  años,  Cristóbal  Colón  había  podido  reunir 
esas  condiciones  que  rara  vez  se  suelen  juntar  en  un  solo 
hombre:  grandes  cualidades  morales  y  conocimiento  de  las 
miserias  humanas.  La  paciencia  en  las.  contrariedades  de  la 
vida  se  unía  á  su  prudencia  natural ;  y  aunque  su  carácter 
era  vivo,  impetuoso  é  irascible,  según  testimonio  de  los  que 
le  conocieron,  sabía  templarlo  con  su  juicio  y  con  la  expe- 
riencia de  tantas  pruebas  y  desengaños  como  llevaba  sufri- 
dos. Domino'se,  pues,  el  Almirante,  con  tanta  más  facilidad 
cuanto  más  clara  apareda  la  injusticia  del  procedimiento  y 


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LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


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más  patente  la  ineptitud  y  petulante  necedad  de  Aguado ;  y 
todos  los  planes  de  éste  vinieron  por  tierra,  quedando 
defraudadas  por  entonces  las  mezquinas  esperanzas  de  los 
que  le  ayudaban. 

La  información  se  empezó  en  los  términos  precisos  que 
preceptuaba  la  cédula  de  los  Reyes ;  sin  embargo,  el  repos- 
tero continuo'  excediéndose  de  sus  facultades,  queriendo 
intervenir  en  todos  los  asuntos  y  llegando  al  extremo  de 
mandar  que  se  redujesen  á  prisio'n  varias  personas. 

Unos  porque  creían  que  la  caída  de  Colón  en  el  favor 
de  la  corte  era  un  hecho  consumado,  y  que  Juan  de  Aguado 
era  el  llamado  á  sustituirle  en  la  gobernacio'n  de  la  isla,  en 
la  cual  consentía  á  muchos  su  propia  jactancia;  otros  por 
verdadera  animosidad  contra  el  Almirante  y  su  hermano; 
éstos  por  ganarse  el  favor  del  nuevo  comisionado;  aquéllos 
porque  Colón  era  extranjero,  no  faltaron  españoles  que 
declarasen  en  la  información  algo  de  lo  que  Aguado  deseaba; 
pero  lo  que  á  éste  causo  mayor  satisfaccio'n,  fué  una  expo- 
sición de  quejas,  que  muchos  de  los  caciques  formularon 
contra  el  gobierno  del  Almirante  y  del  Adelantado,  y  la 
hicieron  llegar  á  sus  manos. 

En  su  expedición  por  la  isla,  cuando  Cristóbal  Colón  se 
propuso  hacer,  personalmente,  lo  que  mosén  Pedro  Marga- 
rit  debió  haber  hecho  mucho  tiempo  hacía,  en  cumplimiento 
de  sus  o'rdenes,  antes  de  que  hubieran  ocurrido  tantos  des- 
manes, tuvo  necesidad  de  ser  más  severo  en  algunas  comar- 
cas, tanto  para  obtener  la  sumisio'n  completa,  cuanto  para 
hacerles  aceptar  el  pago  del  tributo  y  asegurar  su  recauda- 
cio'n.  Con  este  motivo  muchos  caciques  estaban  muy  que- 
josos, otros  por  extremo  exasperados,  sintiendo  todos  acre- 
centarse el  odio  contra  los  dominadores,  cuya  permanencia 
en  la  isla  les  era  cada  vez  más  insoportable.  Las  noticias  que 
á  sus  territorios  llegaron,  de  que  un  nuevo  Almirante  susti- 
tuía á  Colón  y  éste  iba  á  ser  castigado,  los  movió  á  presen- 
tar sus  quejas,  diciendo  que  él  era  el  responsable  de  todos 


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78 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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los  males  que  habían  sobrevenido  á  los  españoles,  y  el  cau- 
sante de  la  sublevacio'n  de  los  naturales. 

Con  este  dato  inesperado,  al  que  quiso  dar  una  impor- 
tancia que  no  tenía,  estimo'  Aguado  que  cerraba  perfecta- 
mente la  informacio'n ;  y  dándola  por  terminada,  anuncio'  su 
propo'sito  de  regresar  á  España  á  dar  cuenta  de  su  cometido, 
creyendo  traer  en  la  mano  datos  bastantes  para  que  los 
Reyes  decretasen  la  destitucio'n  del  Almirante,  y  le  nombra- 
sen para  sustituirle  en  premio  de  aquel  señalado  servicio. 
Muchos  en  la  isla  juzgaron  igualmente  que  la  caída  de 
Cristóbal  Colón  era  inevitable. 

El  momento  era  crítico  verdaderamente.  Con  razo'n  o' 
sin  ella,  Juan  de  Aguado  se  daba  importancia  de  Goberna- 
dor,.y  figuraba  tener  instrucciones  para  depurar  la  conducta 
del  Almirante.  No  ignoraba  éste  que  tenía  poderosos  adver- 
sarios de  su  proyecto,  y  enemigos  declarados  de  su  persona 
en  la  corte,  que  habían  de  apoderarse  de  las  informaciones 
practicadas,  y  hasta  de  las  menores  insinuaciones  de  Aguado, 
para  minar  su  crédito  y  calumniar  su  reputación;  y  com- 
prendía muy  bien  que  aquéllos  debían  haber  encontrado  pode- 
rosos auxiliares  en  el  P.  Boil  y  en  Pedro  Margarit,  y  los  que 
con  ellos  habían  huido,  y  con  el  regreso  del  repostero  toma- 
rían nuevos  bríos  para  sus  ataques.  Meditando  con  calma  su 
situacio'n,  creyó'  de  necesidad  presentarse  á  los  Reyes  Cato'li- 
cos  para  desvanecer  con  sus  palabras  y  con  noticias  verdade- 
ras, los  cargos  formados  por  la  malevolencia  y  la  mentira,  y 
de  la  misma  manera  opino'  el  Adelantado,  quedando  resuelto 
entre  los  dos  que  en  las  mismas  carabelas  en  que  volviese  á 
España  Juan  de  Aguado,  regresaría  también  el  Almirante. 

Dada  la  orden,  se  empezaron  á  aprovisionar  y  pertre- 
char las  seis  carabelas  que  había  en  el  puerto,  con  el  objeto 
de  que,  conforme  á  las  o'rdenes  y  deseos  de  los  Reyes,  pudie- 
ran volver  cuantos  lo  desearan,  y  todos  los  enfermos  y  con- 
valecientes cuya  presencia  solo  servía  de  embarazo  y  de 
aumentar  las  dificultades  en  la  colonia. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XI 


79 


Entretanto  Colón,  aleccionado  por  dolorosa  experien- 
cia y  conocedor  de  la  clase  de  argumentos  que  era  necesario 
presentar  para  desvanecer  cargos  y  prevenciones,  y  dar 
gran  idea  de  la  importancia  del  descubrimiento,  se  propuso 
reunir  todo  lo  que  pudiera  llamar  la  atención  en  España  por 
su  hermosura,  por  su  utilidad  y  valor,  tanto  como  por  su 
novedad  y  extrañeza.  Junto'  todo  el  oro  que  se  había  reco- 
gido de  los  presentes  hechos  por  Guacanagarí  y  sus  amigos, 
así  como  el  tomado  en  las  expediciones  que  fueron  al  inte- 
rior, que  eran  más  de  doscientas  onzas  de  oro  puro;  y 
además  las  muchas  muestras  últimamente  traídas  del  río 
Hayna  y  de  las  excavaciones  hechas  en  los  terrenos  pro'xi- 
mos  á  sus  orillas,  que,  á  diferencia  de  lo  que  se  recogía  en 
Cibao,  y  era  todo  polvo  y  grano  menudo,  consistía  en  peda- 
zos bastante  grandes,  habiendo  algunos  hasta  de  veinte 
onzas  que  vieron  y  admiraron  Pedro  Mártir  de  Angleria  y 
Andrés  Bernáldez,  y  como  cosa  extraordinaria  un  pedazo  de 
metal  que  pesaba  sobre  seis  arrobas,  de  oro  blanco,  puro  o 
electrón;  como  le  llamaban,  porque  contenía  una  quinta  parte 
de  plata.  Lo  encontraron  delante  del  bohio  de  un  cacique  de 
la  Maguana ,  donde  dijeron  los  indios  se  hallaba  desde 
tiempo  antiguo,  indicando  el  sitio  de  donde  se  había  extraí- 
do. Mando'  buscar  también  el  Almirante  las  aves  de  mayor 
tamaño  y  más  rico  plumaje,  y  toda  clase  de  frutas  y  árbo- 
les. Reunió'  asimismo  gran  cantidad  de  maíz  de  gruesos 
granos,  de  cu3^a  magnitud  ni  aun  idea  podía  tenerse  en 
España,  y  yucas,  ajes,  y  muchas  otras  raíces  alimenticias, 
para  dar  completa  idea  de  la  fertilidad  del  terreno  y  de  sus 
producciones  especiales,  3^  concluidos  estos  preparativos  se 
dispuso  para  el  viaje,  ocupando  una  de  las  carabelas  y 
dejando  otra  á  la  disposicio'n  de  Aguado,  pues  su  deseo  era 
evitar  toda  disensio'n  y  llegar  cuanto  antes  á  la  presencia  de 
los  Reyes  Cato'licos. 


Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  ii. 


82 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Mientras  se  pertrechaban  y  reparaban  las  carabelas 
para  la  partida,  tomo  el  Almirante  disposiciones  para  el 
gobierno  de  la  colonia  durante  su  ausencia.  Dejo  nombrado 
gobernador  y  comandante  de  las  fuerzas  á  sú  hermano  don 
Bartolomé,  con  todas  las  facultades  necesarias,  y  que  él 
podía  delegar  por  concesio'n  expresa  de  los  Reyes  Católicos, 
para  casos  semejantes;  y  por  si  se  inutilizara  por  cualquier 
evento,  o'  tuviera  que  atender  á  extremos  distantes  de 
la  isla,  designo  para  sustituirle  á  su  otro  hermano  don 
Diego.  Por  alcalde  mayor  de  la  Isabela  y  de  toda  la  isla, 
para  el  ejercicio  de  la  justicia,  nombro'  á  un  escudero,  criado 
suyo,  bien  entendido,  aunque  no  letrado,  natural  de  la  Torre 
de  Don  Ximeno,  que  es  cabe  Jaén,  que  se  llamaba  Francisco 
Roldan,  porque  le  pareció'  que  lo  haría  según  convenía,  y 
lo  había  hecho  siendo  alcalde  ordinario,  y  en  otros  cargos 
que  le  había  encomendado. 

Procuraba  Colón  que  con  él  se  embarcasen  todos 
aquellos  hombres  que  no  eran  de  utilidad  alguna  en  la 
colonia,  que  no  habían  prestado  servicios,  y  antes  por  el 
contrario,  y  por  diferentes  motivos,  se  habían  mostrado 
descontentos  y  era  peligroso  que  allí  permaneciesen;  y  con 
este  objeto  exploraba  los  ánimos,  haciendo  mover  las  volun- 
tades en  el  sentido  que  juzgo'  más  conveniente  para  todos. 

Pero  un  obstáculo  imprevisto  vino  á  retrasar  el  viaje. 
Lna  tormenta  violentísima,  uno  de  esos  ciclones  espantosos 
tan  frecuentes  en  las  regiones  tropicales,  se  desencadeno' 
sobre  la  isla,  produciendo  los  mayores  estragos,  y  desastres 
sin  cuento. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XII 


83 


Fué  breve,  pero  horroroso  el  conflicto.  Desde  el  ama- 
necer el  viento  soplaba  con  violencia,  y  se  notaban  señales 
de  pro'xima  tempestad;  pero  ya  al  medio  día  el  cielo  se 
cubrió'  de  oscuras  y  densas  nubes;  el  levante  arrecio'  con 
inusitada  fuerza,  y  chocando  con  otros  vientos  opuestos 
produjeron  una  tormenta  de  las  más  furiosas.  Rasgaban  las 
nubes  incesantes  relámpagos,  como  continuas  corrientes  de 
encontrada  electricidad.  Parecía  que  formaban  pirámides 
invertidas  que  bajaban  por  vértice  hasta  tocar  en  tierra ,  y 
allí  cobraban  nueva  fuerza,  produciendo  oscuridad  pavorosa, 
pues  falto'  la  luz  como  en  cerrada  noche,  y  no  dejaban  las 
tinieblas  distinguir  los  objetos  á  muy  corta  distancia.  La 
lluvia  caía  á  torrentes  con  fuerza  aterradora.  Los  bramidos 
del  mar  y  del  viento  se  confundían  en  un  estruendo  espan- 
table que  infundía  pavor.  Por  doquiera  que  pasaba  la 
tromba  arrasaba  los  bosques  y  cuanto  á  su  paso  encontraba, 
desnudando  los  árboles  ,  tronchando  los  más  robustos ; 
troncos  de  formidable  tamaño  que  se  oponían  al  empuje, 
salían  arrancados  de  raíz  y  eran  llevados  á  grandes  dis- 
tancias. Bosques  enteros  caían  lanzados  desde  las  alturas  á 
los  precipicios,  llevando  consigo  enormes  trozos  del  terreno, 
rodando  con  fragor  y  sepultándose  en  los  lechos  de  los  ríos 
cuyas  corrientes  interrumpían,  convirtiéndolos  en  torrentes. 
El  silbido  fortísimo  del  aire  pasando  entre  los  árboles;  el 
retumbar  de  los  truenos ;  el  ruido  de  las  piedras  y  rocas  que 
chocaban ;  de  los  troncos  y  ramas  que  se  rompían ,  pusieron 
miedo  á  los  más  intrépidos,  pareciendo  había  llegado  el  fin 
del  mundo.  Muchos  vieron  destruidas  sus  chozas  y  se  refu- 
giaron en  las  cavernas ;  y  volaban  llevadas  por  el  huracán 
piedras  y. ramas  con  increíble  cantidad  de  hojas  de  todas 
clases.  Cuando  los  torbellinos  llegaron  al  puerto  de  Isabela, 
rompieron  las  amarras  y  cadenas  de  los  barcos,  y  tres  de 
éstos  zozobraron  hundiéndose  en  el  mar  con  cuanto  con- 
tenían :  otros  chocaron  hundiéndose  en  pedazos  que  el  oleaje 
arrojo'  destrozados  á  la  playa ;   y  las  levantadas  olas  iban  á 


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84 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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romper  dos  o'  tres  millas  tierra  adentro  arrastrando  al 
retirarse  cuanto  encontraban  al  paso. 

Después  de  pasar  tres  horas  en  tal  angustia  en  medio 
de  aquel  cataclismo,  empezó'  á  calmar  el  viento,  y  los  que 
sobrevivían  se  miraban  unos  á  otros  llenos  de  admiración  y 
de  estupor.  Los  indios  creían  que  Dios  había  desencadenado 
los  elementos  para  destruir  á  los  blancos  por  sus  maldades; 
pero  vieron  con  pena  que  los  estragos  del  ciclo'n  habían  sido 
igualmente  funestos  para  todos.  No  había  memoria  de  que 
tan  horrorosa  tempestad  hubiera  descargado  en  la  isla. 

Quedaron  destrozadas  enteramente  cinco  de  las  seis 
embarcaciones  que  estaban  surtas  en  el  puerto,  de  tal 
manera  que  el  Almirante,  viéndose  privado  de  medios  para 
emprender  la  vuelta  á  España,  dispuso  que  con  los  restos  de 
ellas  que  pudieran  aprovecharse,  se  procediera  sin  demora 
alguna  á  construir  un  barco  de  bastante  cabida  y  solidez 
para  emprender  la.  travesía.  La  única  que  había  quedado 
entera  era  la  Niña,  pero  en  tal  estado  que  fué  necesario 
hacerle  una  gran  reparación  antes  de  que  se  diese  á  la  vela. 

En  breve  tiempo  estuvo  terminada  la  construccio'n  de 
la  nueva  carabela,  que  el  Almirante  bautizo'  con  el  nombre 
de  Santa  Cruz,  y  vulgarmente  dieron  en  llamar  la  India, 
por  haberse  allí  construido:  y  reparadas  convenientemente 
las  averías  de  la  Niña,  se  hicieron  ambas  á  la  vela  con 
direccio'n  á  España,  el  i o  de  Marzo  de  149Ó. 


^íjAT/ 


II 


Doscientos  veinte  pasajeros  se  embarcaron  en  la  Isabela. 
Convalecientes  muchos  de  ellos,  enfermos  no  pocos;  ociosos 
y  libertinos  desengañados  que  allí  dejaban  sus  esperanzas  de 
hacerse  ricos  sin  trabajar;  nunca  volvió'  de  tierra  de  pro- 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XII 


85 


misión  chusma  más  miserable,  dice  Washington  Irving,  ni 
más  desilusionada.  Colón  había  tenido  sumo  cuidado  en 
arrancar  de  la  colonia  á  la  gente  turbulenta,  bulliciosa  y 
descontentadiza ,  que  se  había  embarcado  con  el  repostero  en 
la  nueva  carabela.  En  la  Niña  venía  el  Almirante  con  varios 
de  los  que  le  conservaban  más  respeto,  y  también  treinta 
indios  con  Caonabo  y  su  hermano,  y  un  sobrino  suyo. 

Murió  Caonabo  durante  el  viaje;  que  el  pesar  de  su 
vencimiento  le  había  causado  gran  postracio'n,  y  aunque, 
según  parece,  el  Almirante  le  ofrecía  que  después  de  haberle 
presentado  á  los  Reyes  de  Castilla,  le  volvería  á  su  país  y  á 
su  estado,  el  salvaje  comprendía  muy  bien  que  su  prestigio 
estaba  perdido,  y  del  abatimiento  y  pasio'n  de  ánimo  hubo 
de  originársele  la  muerte.  Su  hermano,  que  se  bautizo'  con 
el  nombre  de  Diego,  y  su  sobrino,  llegaron  á  España  y 
fueron  llevados  á  la  corte  donde  su  presencia  causo'  gran 
admiracio'n,  no  so'lo  por  su  aspecto,  sino  también  por  los 
muchos  objetos  raros  y  de  valor  que  consigo  llevaban. 

Algunos  historiadores,  tomando  fundamento  en  una 
indicacio'n  que  hace  el  P.  Las  Casas,  asientan  que  el  cacique 
pereció'  ahogado  en  una  de  las  carabelas  que  destrozo'  el 
huracán  en  el  puerto  de  Isabela.  Mas  tal  aserto  carece  de 
exactitud;  porque  no  es  probable  ni  presumible  que  los 
indios  estuvieran  á  bordo,  mientras  en  las  carabelas  se  hacía 
provisio'n  de  lo  necesario  para  el  viaje,  y  el  mismo  Las  Casas 
dice  que  estaba  prisionero  en  la  casa  morada  del  Almirante. 
Además  debe  tenerse  en  cuenta,  que  con  el  cacique  Caonabo' 
estaban  su  hermano  y  sobrino,  que  siguieron  su  misma 
suerte,  y  no  hubieran  podido  salvarse  pereciendo  aquél;  y 
el  cura  de  los  Palacios,  el  Bachiller  Andrés  Bernáldez,  que 
tuvo  muy  luego  á  estos  últimos  por  huéspedes,  dice,  ha- 
blando de  los  que  venían  en  las  carabelas  '. —  «Traia  al 
Caonaboa  y  á  un  su  hermano  de  fasta  treinta  y  cinco  años, 


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•     Historia  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  cap.  CXXXI,  tom.  II,  pág.  78.    [g 


86 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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á  quien  puso  por  nombre  Don  Diego,  é  á  un  mozuelo  sobrino 
suyo,  fijo  de  otro  hermano;  é  murio'se  el  Caonaboa  en  la 
mar,  o  de  dolencia  o'  poco  placer.»  Gonzalo  Fernández  de 
Oviedo  añade  que  murió  al  comenzar  el  viaje,  en  estos 
términos  ' :  —  « assi  como  Caonabo  é  su  hermano  supieron 
que  avian  de  yr  al  Rey  é  á  la  Reyna  Catho'licos,  el  hermano 
se  murió'  desde  á  pocos  dias ,  y  Caonabo,  entrado  en  Ja  mar 
desde  á  pocas  jornadas  que  navegaron  también  se  murió.))  Estuvo 
Oviedo  mal  informado  con  respecto  al  hermano,  o  se  refiere 
á  otro,  que  pudo  ser  el  padre  de  aquel  sobrino  que  con  ellos 
venía ,  pero  conviene  con  Bernáldez  en  que  el  feroz  caribe 
dejo  de  existir  durante  la  navegación.  Y  esto  se  confirma 
por  el  suceso  que  ocurrió'  en  la  Guadalupe. 

Queriendo  regresar  por  las  latitudes  ya  conocidas  é 
ignorando  todavía  que  subiendo  al  Norte  se  encontraban 
vientos  constantes  que  faA^orecían  la  navegacio'n,  tomo  rumbo 
al  Oriente  al  salir  de  Isabela,  y  se  vio'  contrariado  por  las 
calmas  y  por  vientos  de  proa  que  le  impedían  adelantar, 
porque  arrastraban  también  las  corrientes  en  la  misma 
direccio'n ;  por  manera  que  á  los  doce  días  de  camino  todavía 
se  encontraba  en  el  cabo  del  Engaño,  postrero  de  la  isla 
Española,  sin  haber  perdido  hasta  entonces  de  vista  la 
tierra. 

Los  alimentos  se  consumían  rápidamente,  y  aun  podía 
decirse  que  no  había  empezado  la  navegacio'n ,  por  lo  que  el 
Almirante  determino'  tomar  direccio'n  un  tanto  más  al  Sur, 
en  demanda  de  las  islas  de  los  caribes ,  que  había  visitado 
las  primeras  en  este  viaje,  con  objeto  de  recoger  en  ellas 
pescado,  frutas  y  pan  de  casabe,  para  prevenir  cualquier 
eventualidad,  en  vista  de  las  dificultades  que  ofrecía  la 
vuelta.  Un  mes  después  de  la  salida  de  Isabela,  á  lo  de 
Abril,  surgió'  en  la  isla  de  Guadalupe,  y  mando'  desembarcar 
y  que   se   hicieran   provisiones   en   cantidad    bastante    para 


Historia  general  y  natural  de  las  Indias,  libro  III,  cap.  I,  tomo  I,  pág.  6. 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XH 


87 


asegurar  las  contingencias  de  una  larga  navegación  como  la 
que  se  presentaba. 

Cuando  las  barcas  se  dirigieron  á  tierra ,  salieron  dé  los 
bosques  más  cercanos  gran  número  de  mujeres  armadas  de 
arcos  y  flechas,  con  ademanes  hostiles  para  impedir  el  des- 
embarco; pero  salieron  á  nado  á  la  playa  varios  intér- 
pretes indios  que  iban  á  bordo,  y  las  informaron  de  los 
deseos  que  movían  á  los  españoles,  que  eran  solamente  pro- 
veerse de  panes,  de  agua  y  de  leña,  á  lo  que  aquellas 
animosas  mujeres  respondieron  que  buscasen  mejor  lugar 
para  el  desembarco  en  otro  paraje  de  la  isla,  donde  estaban 
los  hombres  entregados  á  sus  trabajos.  Fueron  en  aquella 
dirección  las  dos  embarcaciones,  y  al  avistarlas  acudieron 
los  indios  á  sus  armas,  y  llamando  por  señas  á  otros  muchos 
que  por  aquellas  cercanías  se  encontraban  se  reunieron  en 
gran  muchedumbre,  y  dispararon  contra  las  barcas  una 
verdadera  nube  de  flechas,  que  ningún  daño  causaron, 
porque  las  barcas  estaban  todavía  á  bastante  distancia.  Los 
de  las  carabelas  protegieron  el  desembarco  disparando 
algunas  lombardas ,  y  asustados  del  estruendo  y  de  ver  caer 
heridos  á  muchos  de  los  suyos,  se  precipitaron  en  veloz 
huida,  dejando  desamparadas  las  labores  en  que  se  ocupa- 
ban momentos  antes,  y  las  casas  en  que  vivían. 

En  tanto  que  los  soldados  se  dedicaban  á  hacer  pan  en 
gran  cantidad  ayudados  por  los  indios,  y  echando  mano  de 
los  acopios  que  en  aquellas  labranzas  tenían  los  naturales, 
un  destacamento  de  cuarenta  hombres  se  interno  en  la  isla 
para  recoger  cuanto  fuese  de  utilidad  y  explorar  las  inme- 
diaciones. Encontraron  algunas  mujeres,  que  al  verlos  se 
pusieron  en  precipitada  fuga,  siendo  perseguidas  por  los 
españoles  que  les  dieron  alcance  y  pudieron  aprisionar  ocho 
o  diez  de  ellas.  La  más  ágil  de  todas  y  que  con  más  velo- 
cidad corría,  fué  perseguida  por  un  marinero  natural  de  las 
Canarias,  que  tenía  fama  de  gran  corredor,  y  á  pesar  de 
todo  no  podía  darle  alcance,   ni  se  lo  diera  quizá,  si  ella  al 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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verse  alcanzada  no  volviera  sobre  su  adversario  con  ánimo 
de  matarlo.  Lucharon  á  brazo  partido,  rodando  ambos  por 
el  suelo,  y  tal  vez  lo  hubiera  pasado  mal  el  marinero  á  manos 
de  aquella  valerosa  mujer,  si  no  hubieran  llegado  á  tiempo 
otros  varios  españoles.  Súpose  luego  por  haberlo  dicho  las 
otras  prisioneras ,  que  era  la  esposa  del  principal  cacique  de 
Guadalupe,  célebre  en  la  isla  por  su  valor  y  su  hermosura. 

Llevaron  á  las  mujeres  á  los  barcos,  y  el  miércoles 
20  de  Abril  levaron  anclas  nuevamente  3^  pusieron  las  proas 
en  direccio'n  á  España,  habiendo  enviado  á  tierra  á  muchas 
de  ellas,  y  llevándose  únicamente  á  las  que  quisieron  seguir 
de  su  voluntad,  entre  las  que  se  contaron  aquella  señora  que 
era  la  principal  de  la  isla,  y  una  hija  suya,  también  de 
notable  belleza,  aunque  de  pocos  años. 

Y  de  aquí  se  desprende  la  nueva  prueba,  á  que  antes 
aludíamos,  de  que  Caonabo  no  había  perecido  ahogado  en 
la  espantosa  tormenta  de  la  Isabela.  La  intrépida  esposa 
del  cacique  vio'  á  bordo  de  la  carabela  Niña  al  aprisio- 
nado Caonabo',  caribe  como  ella,  y  como  ella  también  de 
feroz  carácter  é  indomable  constancia ;  supo  sus  infortunios 
y  se  apasiono'  de  él,  determinando  acompañarle  á  España 
para  hacerle  más  llevadero  su  cautiverio.  No  fueron  bastan- 
tes sus  cuidados  y  atenciones  para  disipar  la  tristeza  del 
soberbio  cacique  y  algunas  jornadas  después  murió,  no 
pudiendo  asegurarse  si  de  dolencia  o  de  poco  placer,  como 
dijo  Bernáldez,  pues  ninguno  de  los  contemporáneos  se  tomo' 
el  cuidado  de  consignarlo. 

En  las  mismas  condiciones  desfavorables  que  había 
comenzado  continuo'  la  navegacio'n,  trabajando  mucho  las 
tripulaciones  para  vencer  las  corrientes  contrarias  y  aprove- 
char el  viento,  y  adelantando  muy  poco  camino. 

A  las  tres  semanas,  aún  no  llevaban  mediado  el  viaje  y 
las  provisiones  ya  escaseaban,  siendo  necesario  ponerlos  á 
todos  á  racio'n  fija,  que  se  fué  reduciendo  cada  día  hasta 
quedar  en  seis  onzas  de  pan  y  cuartillo  y  medio  de  agua;   y 


LIBRO  TERCERO.— CAPÍTULO  XII 


89 


á  pesar  de  tanto  cuidado,  á  fines  del  mes  de  Mayo  hubo  que 
disminuir  todavía  y  el  hambre  empezó'  á  sentirse  á  bordo, 
temiéndose  todavía  mayores  horrores.  Ya  en  los  grupos  de 
famélicos  marineros  se  hablaba  en  voz  baja  de  arrojar  al 
agua  á  los  infelices  indios  para  disminuir  las  bocas  que  con- 
sumían racio'n;  otros  referían  ejemplos  de  navegantes  perdi- 
dos que  obligados  por  la  necesidad  habían  tomado  alimento 
de  las  carnes  de  sus  compañeros,  echando  suertes  para 
señalar  al  que  le  tocaba  morir  por  conservar  á  los  demás; 
pero  indicando  también  que  antes  de  llegar  á  aquel  extremo 
entre  los  españoles,  debían  empezar  por  sacrificar  á  los 
indios. 

Colón,  atento  á  todo,  imponía  silencio  á  aquellas  mani- 
festaciones, alentándolos  con  la  esperanza  de  que  pronto 
llegarían  á  descubrir  tierra,  según  sus  cálculos,  en  lo  cual 
no  estaban  todos  conformes,  ni  se  mostraban  convencidos  los 
pilotos,  pues  habiendo  emprendido  el  viaje  por  latitud  más 
al  Sur  ignoraban  por  completo  el  lugar  en  que  se  encontra- 
ban. Preciso  es  renunciar  á  describir  la  angustia  en  que 
pasaron  los  primeros  días  del  mes  de  Junio.  Necesito'  el 
Almirante  revestirse  de  toda  su  autoridad,  y  asegurar  á  los 
marineros  y  soldados  que  debían  encontrarse  muy  pro'ximos 
á  España  y  en  direccio'n  al  cabo  de  San  Vicente;  y  aun  así 
no  le  daban  entero  crédito,  pues  algún  piloto  deducía  de  sus 
equivocadas  observaciones  que  iban  en  direccio'n  á  las  costas 
de  Inglaterra. 

Flacos,  desfallecidos,  llevando  todos  en  sus  semblantes 
las  señales  de  los  sufrimientos  pasados,  desembarcaron  en 
Cádiz  el  11  de  Junio  después  de  tres  meses  de  fatigas,  prir 
vaciones  y  trabajos. 

En  aquellos  mismos  días  estaban  prontas  á  darse  á  la 
vela  desde  aquel  mismo  puerto  tres  carabelas  destinadas  á 
llevar  provisiones  á  la  isla  Española  bajo  el  mando  del 
piloto  Pero  Alonso  Niño.  Repuesto  un  poco  el  Almirante,  y 
enterado  de  los  despachos  de  los  Reyes  que  aquél  llevaba,  y 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  12. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


que  le  iban  dirigidos,  escribió  largamente  á  su  hermano 
Bartolomé  para  noticiarle  su  llegada,  aprovechando  tan  feliz 
coincidencia.  Le  comunico  nuevas  instrucciones  para  la  com- 
pleta pacificacio'n  de  la  isla,  encargándole  enviase  á  España 
á  todos  los  descontentos  y  á  los  caciques  que  cometieron 
atropellos  contra  los  españoles;  y  le  reitero  el  encargo  de 
que  hiciera  nueva  población  en  la  costa  del  mediodía  de  la 
Española,  sin  descuidar  el  establecimiento  de  una  fortaleza 
en  la  proximidad  de  las  ricas  minas  del  Hayna. 

El  17  de  Junio,  seis  días  después  de  su  llegada  á  Cádiz 
salieron  para  Isabela  las  tres  embarcaciones  al  mando  de 
Pero  Alonso  Niño. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


LIBRO    TERCERO 


(A)— Pág.  6 1 6,  tomo  i.° 

Carta  del  Doctor  Diego  Alvarez  Chanca,  Médico  de  la  ciudad 
DE  Sevilla,  dirigida  al  Cabildo  de  la  misma 

Muy  magnífico  Señor:  Porque  las  cosas  que  yo  particularmente 
escribo  á  otros  en  otras  cartas  no  son  igualmente  comunicables  como  las 
que  en  esta  escritura  van ,  acordé  de  escribir  distintamente  las  nuevas  de 
acá  y  las  otras  que  á  mi  conviene  suplicar  á  vuestra  Señoría,  é  las 
nuevas  son  las  siguientes;  Que  la  flota  que  los  Reyes  Católicos,  nuestros 
Señores,  enviaron  de  España  para  las  Indias  é  Gobernación  de  su  Almi- 
rante del  mar  Océano  Cristóbal  Colón  por  la  divina  permisión,  partió 
de  Cádiz  á  veinte  y  cinco  de  Setiembre  del  año  de  ^ 
años  con  tiempo  é  viento  convenible  á  nuestro  camino,  é  duró  este 
tiempo  dos  dias,  en  los  cuales  pudimos  andar  al  pié  de  50  legras;  y 
luego  nos  cambió  el  tiempo  otros  dos,  en  los  cuales  anduvimos  muy 
poco  ó  nada;  plogo  á  Dios  que  pasados  dos  dias  nos  tornó  buen  tiempo, 
en  manera  que  en  otros  dos  llegamos  á  la  Gran  Canaria,  donde  tomamos 
puerto,  lo  cual  nos  fué  necesario  por  reparar  un  navio  que  hacia  mucha 
agua,  y  estovimos  ende  todo  aquel  dia,  é  luego  otro  dia  partimos  é 
fizónos  algunas  calmerías ,  de  manera  que  estuvimos  en  llegará  la  Gomera 
cuatro  ó  cinco  dias,  y  en  la  Gomera  fué  necesario  estar  algún  dia  por 
facer  provisiones  de  carne,  leña  é  agua  la  que  mas  pudiesen,  por  la  larga 
jornada  que  se  esperaba  hacer  sin  ver  mas  tierra;  ansi  que  en  la  estada 
destos  puertos  y  en  un  dia  después  de  partidos  de  la  Gomera,  que  nos 
fizo  calma,  que  tardamos  en  llegar  fasta  la  isla  del  Fierro,  estovimos  diez 
y  nueve  ó  veinte  dias;  desde  aqui  por  la  bondad  de  Dios  nos  tornó  buen 


Igual  vacío  en  el  original.   Debe  decir  del  año  de  1493. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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tiempo,  el  mejor  que  nunca  flota  llevó  tan  largo  camino,  tal  que  partidos 
del  Fierro  á  trece  de  Octubre  dentro  de  veinte  días  hobimos  vista  de 
tierra,  y  vieramosla  á  catorce  ó  quince  si  la  nao  Capitana  fuera  tan 
buena  velera  como  los  otros  navios,  porque  muchas  veces  los  otros 
navios  sacaban  velas  porque  nos  dejaban  mucho  atrás.  En  todo  este 
tiempo  hobimos  mucha  bonanza,  que  en  él  ni  en  todo  el  camino  no 
hobimos  fortuna,  salvo  la  víspera  de  San  Simón  que  nos  vino  una  que 
por  cuatro  horas  nos  puso  en  harto  estrecho.  El  primero  Domingo 
después  de  Todos  Santos,  que  fué  á  tres  dias  de  Noviembre,  cerca  del 
alba,  dijo  un  piloto  de  la  nao  Capitana:  albricias,  que  tenemos  tierra. 
Fué  el  alegría  tan  grande  en  la  gente  que  era  maravilla  oir  las  gritas  y 
placeres  que  todos  hacian,  y  con  mucha  razón,  que  la  gente  venian  ya 
tan  fatigados  de  mala  vida  y  de  pasar  agua,  que  con  muchos  deseos 
sospiraban  todos  por  tierra.  Contaron  aquel  dia  los  pilotos  del  armada 
desde  la  isla  del  Fierro  hasta  la  primera  tierra  que  vimos  unas  800  le- 
guas: otros  780,  de  manera  que  la  diferencia  no  era  mucha,  é  más 
300  que  ponen  de  la  Isla  de  Fierro  fasta  Cádiz,  que  eran  por  todas  1,100; 
ansi  que  no  siento  quien  no  fuese  satisfecho  de  ver  agua.  Vimos  el 
Domingo  de  mañana  sobredicho,  por  proa  de  los  navios  una  isla,  y 
luego  á  la  man  derecha  pareció  otra:  la  primera  era  la  tierra  alta  de  sierras 
por  aquella  parte  que  vimos,  la  otra  era  tierra  llana,  también  muy  llena 
de  árboles  muy  espesos,  y  luego  que  fué  mas  de  dia  comenzó  á  parecer 
á  una  parte  é  á  otra  islas;  de  manera  que  aquel  dia  eran  seis  islas  á 
diversas  partes,  y  las  mas  harto  grandes.  Fuimos  enderezados  para  ver 
aquella  que  primero  hablamos  visto,  é  llegamos  por  la  costa  andando 
mas  de  una  legua  buscando  puerto  para  sorgir,  el  cual  todo  aquel  espacio 
nunca  se  pudo  hallar.  Era  en  todo  aquello  que  parecía  desta  isla  todo 
montaña  muy  hermosa  y  muy  verde,  fasta  el  agua  que  era  alegría  en 
mirarla,  porque  en  aquel  tiempo  no  hay  en  nuestra  tierra  apenas  cosa 
verde.  Después  que  alli  no  hallamos  puerto,  acordó  el  Almirante  que 
nos  volviésemos  á  la  otra  isla  que  páresela  á  la  mano  derecha,  que 
estaba  desta  otra  4  ó  5  leguas.  Quedó  por  entonces  un  navio  en  esta 
isla  buscando  puerto  todo  aquel  dia  para  cuando  fuese  necesario  venir  á 
ella,  en  la  cual  halló  buen  puerto  é  vido  casas  é  gentes,  é  luego  se  tornó 
aquella  noche  para  donde  estaba  la  flota  que  habla  tomado  puerto  en  la 
otra  isla  donde  decendió  el  Almirante  é  mucha  gente  con  él  con  la 
bandera  Real  en  las  manos,  adonde  tomó  posesión  por  sus  Altezas  en 
forma  de  derecho.  En  esta  isla  habla  tanta  espesura  de  arboledas  que  era 
maravilla,  é  tanta  diferencia  de  árboles  no  conocidos  á  nadie  que  era 
para  espantar,  dellos  con  fruto,  dellos  con  flor,  ansi  que  todo  era  verde. 
Allí  hallamos  un  árbol ,  cuya  hoja  tenia  el  mas  fino  olor  de  clavos  que 
nunca  vi,  y  era  como  laurel,  salvo  que  no  era  ansi  grande;  yo  ansi 
pienso  que  era  laurel  su  especia.  Allí  habla  frutas  salvaginas  de  dife- 
rentes maneras,  de  las  cuales  algunos  no  muy  sabios  probaban,  y  del 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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gusto  solamente  tocándoles  con  las  lenguas  se  les  hinchaban  las  caras,  y 
les  venia  tan  grande  ardor  y  dolor  que  parecían  que  rabiaban,  les  cuales 
se  remediaban  con  cosas  frias.  En  esta  isla  no  hallamos  gente  nin  señal 
della,  creímos  que  era  despoblada,  en  la  cual  estovimos  bien  dos  horas, 
porque  cuando  allí  llegamos  era  sobre  tarde,  é  luego  otro  dia  de  mañana 
partimos  para  otra  isla  que  páresela  en  bajo  desta  que  era  muy  grande, 
fasta  la  cual  desta  que  habia  7  ú  8  leguas,  llegamos  á  ella  hacia  la 
parte  de  una  gran  montaña  que  parecía  que  quería  llegar  al  cielo,  en 
medio  de  la  cual  montaña  estaba  un  pico  mas  alto  que  toda  la  otra 
montaña,  del  cual  se  vertían  á  diversas  partes  muchas  aguas,  en  especial 
hacia  la  parte  donde  Íbamos:  de  3  leguas  páreselo  un  golpe  de  agua 
tan  gordo  como  un  buey,  que  se  despeñaba  de  tan  alto  como  si  cayera 
del  cielo :  páresela  de  tan  lejos ,  que  hobo  en  los  navios  muchas  apuestas, 
que  unos  decían  que  eran  peñas  blancas  y  otros  que  era  agua.  Desque 
llegamos  mas  á  cerca  vídose  lo  cierto,  y  era  la  mas  hermosa  cosa  del 
mundo  de  ver  de  cuan  alto  se  despeñaba  é  de  tan  poco  logar  nacía  tan 
gran  golpe  de  agua.  Luego  que  llegamos  cerca  mandó  el  Almirante  á 
una  carabela  ligera  que  fuese  costeando  á  buscar  puerto,  la  cual  se  ade- 
lantó y  llegando  á  la  tierra  vido  unas  casas,  é  con  la  barca  saltó  el  Capitán 
en  tierra  é  llegó  á  las  casas,  en  las  cuales  halló  su  gente,  y  luego  que  los 
vieron  fueron  huyendo,  é  entró  en  ellas,  donde  halló  las  cosas  que  ellos 
tienen,  que  no  habían  llevado  nada,  donde  tomó  dos  papagayos  muy 
grandes  y  diferenciados  de  cuantos  se  habían  visto.  Halló  mucho  algodón 
hilado  é  por  hilar,  é  cosas  de  sus  mantenimientos,  é  de  todo  trajo  un 
poco,  en  especial  trajo  cuatro  ó  cinco  huesos  de  brazos  é  piernas  de 
hombres.  Luego  que  aquello  vimos  sospechamos  que  aquellas  islas  eran 
las  de  Caribe,  que  son  habitadas  de  gente  que  comen  carne  humana, 
porque  el  Almirante  por  las  señas  que  le  habían  dado  del  sitio  destas 
islas,  el  otro  camino,  los  indios  de  las  islas  que  antes  habían  descubierto, 
habia  enderezado  el  camino  por  descubrirlas,  porque  estaban  mas  cerca 
de  España,  y  también  porque  por  allí  se  hacía  el  camino  derecho  para 
venir  á  la  Isla  Española,  donde  antes  habia  dejado  la  gente,  á  los  cuales, 
por  la  bondad  de  Dios  y  por  el  buen  saber  del  Almirante,  venimos  tan 
derechos  como  sí  por  camino  sabido  é  seguido  viniéramos.  Esta  isla  es 
muy  grande,  y  por  el  lado  nos  pareció  que  habia  de  luengo  de  costa 
25  leguas;  fuimos  costeando  por  ella  buscando  puerto  mas  de  2  leguas; 
por  la  parte  donde  íbamos  eran  montañas  muy  altas,  á  la  parte  que 
dejamos  parecian  grandes  llanos,  á  la  orilla  de  la  mar  había  algunos 
poblados  pequeños,  é  luego  que  veían  las  velas  huían  todos.  Andadas 
2  leguas  hallamos  puerto  y  bien  tarde.  Esa  noche  acordó  el  Almirante 
que  á  la  madrugada  saliesen  algunos  para  tomar  lengua  é  saber  qué  gente 
era,  no  embargante  la  sospecha  é  los  que  ya  habían  visto  ir  huyendo, 
que  era  gente  desnuda  como  la  otra  que  ya  el  Almirante  habia  visto  el 
otro  viaje.    Salieron  esa  madrugada  ciertos  capitanes;  los  unos  vinieron  á 


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CRISTÓBAL  COLON 


hora  de  comer  é  trajeron  un  mozo  de  fasta  catorce  años,  á  lo  que 
después  se  sopo,  é  el  dijo  que  era  de  los  que  esta  gente  tenian  cativos. 
Los  otros  se  dividieron ,  los  unos  tomaron  un  mochacho  pequeño,  al  cual 
llevaba  un  hombre  por  la  mano,  é  por  huir  lo  desamparó.  Este  enviaron 
luego  con  algunos  dellos,  otros  quedaron,  é  destos  unos  tomaron  ciertas 
mugeres  de  la  isla,  é  otras  que  se  vinieron  de  grado,  que  eran  de  las 
cativas.  Desta  compañía  se  apartó  un  capitán,  no  sabiendo  que  se  habia 
habido  lengua,  con  seis  hombres,  el  cual  se  perdió  con  los  que  con  él 
iban,  que  jamás  sopieron  tornar,  fasta  que  á  cabo  de  cuatro  dias  toparon 
con  la  costa  de  la  mar,  é  siguiendo  por  ella  tornaron  á  topar  con  la  flota. 
Ya  los  teníamos  por  perdidos  é  comidos  de  aquellas  gentes  que  se  llaman 
Caribes,  porque  no  bastaba  razón  para  creer  que  eran  perdidos  de  otra 
manera,  porque  iban  entre  ellos  pilotos,  marineros  que  por  la  estrella 
saben  ir  é  venir  hasta  España,  creíamos  que  en  tan  pequeño  espacio  no 
se  podian  perder.  Este  dia  primero  que  allí  decendimos  andaban  por  la 
playa  junto  con  el  agua  muchos  hombres  é  mugeres  mirando  la  flota,  é 
maravillándose  de  cosa  tan  nueva,  é  llegándose  alguna  barca  á  tierra  á 
hablar  con  ellos,  diciéndolos  íayno  tayno,  que  quiere  decir  bveno,  es- 
peraban en  tanto  que  no  sallan  del  agua,  junto  con  él  moran,  de  manera 
que  cuando  ellos  quedan  se  podian  salvar;  en  conclusión,  que  de  los 
hombres  ninguno  se  pudo  tomar  por  fuerza  ni  por  grado,  salvo  dos  que 
se  aseguraron  é  después  los  trajeron  por  fuerza  allí.  Se  tomaron  mas  de 
,20  mugeres  de  las  cativas,  y  de  su  grado  se  venian;  otras  naturales  de  la 
isla,  que  fueron  salteadas  é  tomadas  por  fuerza.  Ciertos  mochachos 
captivos  se  vinieron  á  nosotros  huyendo  de  los  naturales  de  la  isla  que 
los  tenian  captivos.  En  este  puerto  estuvimos  ocho  dias  á  causa  de  la 
pérdida  del  sobredicho  capitán,  donde  muchas  veces  salimos  á  tierra 
andando  por  sus  moradas  é  pueblos,  que  estaban  á  la  costa,  donde 
hallamos  infinitos  huesos  de  hombres,  é  los  cascos  de  las  cabezas 
colgados  por  las  casas  á  manera  de  vasijas  para  tener  cosas.  Aquí  no 
párescieron  muchos  hombres;  la  causa  era,  según  nos  dijeron  las  mugeres, 
que  eran  idas  diez  canoas  con  gentes  á  saltear  á  otras  islas.  Esta  gente 
nos  pareció  mas  pulítica  que  la  que  habita  en  estas  otras  islas  que 
habemos  visto,  aunque  todos  tienen  las  moradas  de  paja;  pero  estos  las 
tienen  de  mucho  mejor  hechura,  é  mas  proveídas  de  mantenimientos,  é 
parece  en  ellas  mas  industria  ansi  veril  como  femenil.  Tenian  mucho 
algodón  hilado  y  por  hilar,  y  muchas  mantas  de  algodón  tan  bien  tejidas 
que  no  deben  nada  á  las  de  nuestra  patria.  Preguntamos  á  las  mujeres, 
que  eran  cativas  en  esta  isla,  que  qué  gente  era  esta:  respondieron  que 
eran  Caribes.  Después  que  entendieron  que  nosotros  aborrecíamos  tal  gente 


'vtt    por  su  mal  uso  de  comer  carne  de  hombres,  holgaban  mucho,  y  si  de 


nuevo  traian  alguna  muger  ó  hombre  de  los  Caribes,  secretamente  decían 
que  eran  Caribes,  que  allí  donde  estaban  todos  en  nuestro  poder  mostraban 
temor  dellos  como  gente  sojuzgada,  y  de  allí  conocimos  cuáles  eran  Caribes 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


95 


de  las  mugeres  é  cuáles  no,  porque  las  Caribes  traían  en  las  piernas  en 
cada  una  dos  argollas  tejidas  de  algodón,  la  una  junto  con  la  rodilla,  la  otra 
junto  con  los  tobillos;  de  manera  que  les  hacen  las  pantorrillas  grandes,  c 
de  los  sobredichos  logares  muy  ceñidas,  que  esto  me  parece  que  tienen 
ellos  por  cosa  gentil,  ansi  que  por  esta  diferencia  conocemos  los  unos  de 
los  otros.  La  costumbre  desta  gente  de  Caribes  es  bestial;  son  tres  islas, 
esta  se  llama  Turuqueira,  la  otra  que  primero  vimos  se  llama  Ceyre ,  la 
tercera  se  llama  Ayay;  estos  todos  son  conformidad  como  si  fuesen  de 
un  linage ,  los  cuales  no  se  hacen  mal :  unos  é  otros  hacen  guerra  á  todas 
las  otras  islas  comarcanas,  los  cuales  van  por  mar  150  leguas  á  saltear 
con  muchas  canoas  que  tienen,  que  son  unas  fustas  pequeñas  de  un  solo 
madero.  Sus  armas  son  frechas,  en  lugar  de  hierros;  porque  no  poseen 
ningún  hierro,  ponen  unas  puntas  fechas  de 'huesos  de  tortugas  los  unos, 
otros  de  otra  isla  ponen  unas  espinas  de  un  pez  fechas  dentadas,  que  ansi 
lo  son  naturalmente,  á  manera  de  sierras  bien  recias,  que  para  gente 
desarmada,  como  son  todos,  es  cosa  que  les  puede  matar  é  hacer  harto 
daño;  pero  para  gente  de  nuestra  nación  no  son  armas  para  mucho 
temer.  Esta  gente  saltea  en  las  otras  islas,  que  traen  las  mujeres  que 
pueden  haber,  en  especial  mozas  y  hermosas,  las  cuales  tienen  para  su 
servicio,  é  para  tener  por  mancebas,  é  traen  tantas  que  en  50  casas  ellos 
no  parecieron,  y  de  las  cativas  se  vinieron  mas  de  20  mozas.  Dicen 
también  estas  mugeres  que  estos  usan  de  una  crueldad  que  parece  cosa 
increíble;  que  los  hijos  que  en  ellas  han  se  los  comen,  que  solamente 
crian  los  que  han  en  sus  mugeres  naturales.  Los  hombres  que  pueden 
haber,  los  que  son  vivos  Uévanselos  á  sus  casas  para  hacer  carnicería 
dellos,  y  los  que  han  muertos  luego  se  los  comen.  Dicen  que  la  carne  del 
hombre  es  tan  buena  que  no  hay  tal  cosa  en  el  mundo;  y  bien  parece 
porque  los  huesos  que  en  estas  casas  hallamos  todo  lo  que  se  puede  roer 
todo  lo  tenian  roido,  que  no  habia  en  ellos  sino  lo  que  por  su  mucha  dureza 
no  se  podia  comer.  Allí  se  halló  en  una  casa  cociendo  en  una  olla  un 
pescuezo  de  un  hombre.  Los  mochachos  que  cativan  córtanlos  el  miembro, 
é  sírvense  de  ellos  fasta  que  son  hombres,  y  después  cuando  quieren  facer 
fiesta  mátanlos  é  cómenselos,  porque  dicen  que  la  carne  de  los  mochachos 
é  de  las  mogeres  no  es  buena  para  comer.  Destos  mochachos  se  vinie- 
ron  para  nosotros  huyendo  tres ,  todos  tres  cortados  sus  miembros.  E  á 
cabo  de  cuatro  dias  vino  el  capitán  que  se  habia  perdido,  de  cuya  venida 
estábamos  ya  bien  desesperados,  porque  ya  los  hablan  ido  á  buscar  otras 
cuadrillas  por  dos  veces,  é  aquel  dia  vino  la  una  cuadrilla  sin  saber  dellos 
ciertamente.  Holgamos  de  su  venida  como  si  nuevamente  se  hobieran 
hallado;  trajo  este  capitán  con  los  que  fueron  con  él  10  cabezas  entre 
mochachos  é  mugeres.  Estos  ni  los  otros  que  los  fueron  á  buscar,  nunca 
hallaron  hombres  porque  se  hablan  huido,  ó  por  ventura  que  en  aquella 
comarca  habia  pocos  hombres,  porque  segim  se  supo  de  las  mugeres  eran 
idas  10  canoas  con  gentes  á  saltear  á  otras  islas.  Vino  él  é  los  que  fueron 


i)- 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


con  el  tan  destrozados  del  monte,  que  era  lástima  de  los  ver;  decían, 
preguntándoles  como  se  habían  perdido  dijeron  que  era  la  espesura  de 
los  árboles  tanta  que  el  cíelo  no  podían  ver,  é  que  algunos  dellos,  que 
eran  marineros  habían  subido  por  los  árboles  para  mirar  el  estrella,  é  que 
nunca  la  podieron  ver,  é  que  si  no  toparan  con  el  mar  fuera  imposible 
tornar  á  la  flota.  Partimos  desta  isla  ocho  días  después  que  allí  llegamos. 
Luego  otro  día  á  medio  día  vimos  otra  isla  no  muy  grande,  que  estaría 
desta  otra  12  leguas;  porque  el  primero  día  que  partimos  lo  mas  del  día 
nos  fizo  calma,  fuimos  junto  con  la  costa  desta  isla,  é  dijeron  las  Indias 
que  llevábamos  que  no  era  habitada,  que  los  Caribes  la  habían  despo- 
blado, é  por  esto  no  paramos  en  ella.  Luego  esa  tarde  vimos  otra,  é  esa 
noche,  cerca  desta  isla,  fallamos  unos  bajos-,  por  cuyo  temor  sorgimos, 
que  no  osamos  andar  fasta  que  fuese  de  día.  Luego  á  Ja  mañana  páreselo 
otra  isla  harto  grande :  á  ninguna  destas  nos  llegamos  por  consolar  los 
que  habían  dejado  en  la  Española,  é  no  plogó  á  Dios  según  que  abajo 
parescerá.  Otro  día  á  hora  de  comer  llegamos  á  una  isla  é  paresciónos 
mucho  bien,  porque  parecía  muy  poblada,  según  las  muchas  labranzas 
que  en  ella  había.  Fuimos  allá  é  tomamos  puerto  en  la  costa;  luego 
mandó  el  Almirante  ir  á  tierra  una  barca  guarnecida  de  gente  para  sí 
pudiese  tomar  lengua  para  saber  qué  gente  era,  é  también  porque 
habíamos  menester  informarnos  del  camino,  caso  quél  Almirante,  aunque 
nunca  había  fecho  aquel  camino,  iba  muy  bien  encaminado  según  en  cabo 
pareció.  Pero  porque  las  cosas  dubdosas  se  deben  siempre  buscar  con  la 
mayor  certinidad  que  haberse  pueda,  quiso  haber  allí  lengua,  de  la  cual 
gente  que  iba  en  la  barca  ciertas  personas  saltaron  en  tierra,  é  llegaron 
en  tierra  á  un  poblado  de  donde  la  gente  ya  se  había  escondido.  Tomaron 
allí  cinco  ó  seis  mugeres  y  ciertos  mochachos,  de  las  cuales  las  mas  eran 
también  de  las  cativas  como  en  la  otra  isla,  porque  también  estos  eran 
Caribes,  según  ya  sabíamos  por  la  relación  de  las  mugeres  que  traíamos. 
Ya  que  esta  barca  se  quería  tornar  á  los  navios  con  su  presa  que  habia 
fecho  por  parte  debajo,  por  la  costa  venía  una  canoa  en  que  venían  cuatro 
hombres  é  dos  mugeres  é  un  mochacho,  é  desque  vieron  la  flota  mara- 
villados se  embebecieron  tanto  que  por  una  grande  hora  estovieron  que 
no  se  movieron  de  un  lugar  casi  dos  tiros  de  lombarda  de  los  navios.  En 
esto  tueron  vistos  de  los  que  estaban  en  la  barca  é  aun  de  toda  la  flota. 
Luego  los  de  la  barca  fueron  para  ellos  tan  junto  con  la  tierra,  que  con 
el  embebecimiento  que  tenían,  maravillándose  é  pensando  qué  cosa  seria, 
nunca  los  vieron  fasta  que  estovieron  muy  cerca  dellos,  que  no  les 
pudieron  mucho  huir  aunque  harto  trabajaron  por  ello ;  pero  los  nuestros 
aguijaron  con  tanta  priesa  que  no  se  les  pudieron  ir.  Los  Caribes  desque 
vieron  que  el  hoír  no  les  aprovechaba ,  con  mucha  osadía  pusieron  mano 
á  los  arcos,  también  las  mugeres  como  los  hombres:  é  digo  con  mucha 
osadía  porque  ellos  no  eran  mas  de  cuatro  hombres  y  dos  mugeres ,  é  los 
nuestros  mas  de  25,  de  los  cuales  firieron  dos,  al  uno  dieron  dos  frechadas 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


97 


en  los  pechos  é  al  otro  una  por  el  costado,  é  sino  fuera  porque  llevaban 
adargas  é  tablachutas,  é  porque  los  invistieron  presto  con  la  barca  é  les 
trastornaron  su  canoa,  asaetearan  con  sus  frechas  los  mas  dellos.  E 
después  de  trastornada  su  canoa  quedaron  en  el  agua  nadando,  é  á  las 
veces  haciendo  pié,  que  allí  habia  unos  bajos,  é  tovieron  harto  que  hacer 
en  tomarlos,  que  todavía  cuando  podian  tiraban,  é  con  todo  eso  el  uno 
no  lo  pudieron  tomar  sino  mal  herido  de  una  lanzada  que  murió,  el  cual 
trajeron  ansi  herido  fasta  los  navios.  La  diferencia  destos  á  los  otros 
indios  en  el  hábito,  es  que  los  de  Caribe  tienen  el  cabello  muy  largo,  los 
otros  son  tresquilados  é  fechas  cien  mil  diferencias  en  las  cabezas  de 
cruces,  é  de  otras  pinturas  en  diversas  maneras,  cada  uno  como  se  le 
antoja,  lo  cual  se  hacen  con  cañas  agudas.  Todos  ansi  los  de  Caribe  como 
los  otros  es  gente  sin  barbas,  que  por  maravilla  hallarás  hombre  que  las 
tenga.  Estos  Caribes  que  allí  tomaron  venian  tiznados  los  ojos  é  las  cejas, 
lo  cual  me  parece  que  hacen  por  gala,  é  con  aquello  parescian  mas 
espantables:  el  uno  destos  dice  que  en  una  isla  dellos  llamada  Cayrc,  que  es 
la  primera  que  vimos,  á  la  cual  no  llegamos,  hay  mucho  oro;  que  vayan 
allá  con  clavos  é  contezuelas  para  hacer  sus  canoas,  é  que  traerán  cuanto 
oro  quisieren.  Luego  aquel  dia  partimos  de  esta  isla,  que  no  estaríamos  allí 
mas  de  seis  ó  siete  horas,  fuemos  para  otra  tierra  que  pareció  á  ojo  que 
estaba  en  el  camino  que  habíamos  de  facer;  Ueganaos  noche  cerca  della. 
Otro  dia  de  mañana  fuimos  por  la  costa  della:  era  muy  gran  tierra, 
aunque  no  era  muy  continua,  que  eran  mas  de  cuarenta  y  tantos  islones 
tierra  muy  alta,  é  la  mas  della  pelada,  la  cual  no  era  ninguna  ni  es  de  las 
que  antes  ni  después  habernos  visto.  Páresela  tierra  dispuesta  para  haber 
en  ella  metales:  á  esta  no  llegamos  para  saltar  en  tierra,  salvo  una  cara- 
bela latina  llegó  á  un  islon  de  estos,  en  el  cual  hallaron  ciertas  casas  de 
pescadores.  Las  Indias  que  traíamos  dijeron  que  no  eran  pobladas. 
Andovimos  por  esta  costa  lo  mas  deste  dia,  hasta  otro  dia  en  la  tarde 
que  llegamos  á  vista  de  otra  isla  llamada  Burenqueti,  cuya  costa  corrimos 
todo  un  dia:  juzgábase  que  ternia  por  aquella  banda  30  leguas.  Esta  isla 
es  muy  hermosa  y  muy  fértil  á  parecer;  á  esta  vienen  los  de  Caribe  á 
conquistar,  de  la  cual  llevaban  mucha  gente;  estos  no  tienen  fustas  nin- 
gunas nin  saben  andar  por  mar;  pero,  según  dicen  estos  Caribes  que 
tomamos,  usan  arcos  como  ellos,  é  si  por  caso  cuando  los  vienen  á  saltear 
los  pueden  prender  también  se  los  comen  como  los  de  Caribes  á  ellos. 
En  un  puerto  desta  isla  estovimos  dos  dias,  donde  saltó  mucha  gente  en 
tierra;  pero  jamas  podimos  haber  lengua,  que  todos  se  fuyeron  como 
gentes  temorizadas  de  los  Caribes.  Todas  estas  islas  dichas  fueron  descu- 
biertas deste  camino,  que  fasta  aquí  ninguna  dellas  habia  visto  el  Almi- 
rante el  otro  viaje,  todas  son  muy  hermosas  é  de  muy  buena  tierra;  pero 
esta  páreselo  mejor  á  todos;  aquí  casi  se  acabaron  las  islas  que  fácia  la 
parte  de  España  habia  dejado  de  ver  el  Almirante,  aunque  tenemos  por 
cosa  cierta  que  hay  tierra  mas  de  40  leguas  antes  de  estas  primeras  hasta 


Cristóbal  Colón,  t.  11. — 13. 


98 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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España,  porque  dos  dias  antes  que  viésemos  tierra  vimos  unas  aves  que 
llaman  rabihorcados,  que  son  aves  de  rapiña  marinas  é  no  sientan  ni 
duermen  sobre  el  agua,  sobre  tarde  rodeando  sobir  en  alto,  é  después 
tiran  su  via  á  buscar  tierra  para  dormir,  las  cuales  no  podrían  ir  á  caer 
seo-un  era  tarde  de  12  ó  15  leguas  arriba,  y  esto  era  á  la  man  derecha 
donde  veníamos  hasta  la  parte  de  España;  de  donde  todos  juzgaron  allí 
quedar  tierra,  lo  cual  no  se  buscó  porque  se  nos  hacia  rodeo  para  la  via 
que  traíamos.  Espero  que  á  pocos  viages  se  hallará.  Desta  isla  sobredicha 
partimos  una  madrugada,  é  aquel  dia,  antes  que  fuese  noche,  hobimos 
vista  de  tierra,  la  cual  tampoco  era  conocida  de  ninguno  de  los  que  hablan 
venido  el  otro  viaje;  pero  por  las  nuevas  de  las  Indias  que  traíamos 
sospechamos  que  era  la  Española,  en  la  cual  agora  estamos.  Entre  esta 
isla  é  la  otra  de  Biiriqími  parecía  de  lejos  otra,  aunque  no  era  grande. 
Desque  llegamos  á  esta  Española,  por  el  comienzo  de  ella  era  tierra  baja 
y  muy  llana,  del  conocimiento  de  la  cual  aun  estaban  todos  dubdosos  si 
fuese  la  que  es,  porque  aquella  parte  nin  el  Almirante  ni  los  otros  que 
con  él  vinieron  hablan  visto,  é  aquesta  isla  como  es  grande  es  nombrada 
por  provincias,  é  á  esta  parte  que  primero  llegamos  llaman  Hayti,  y 
luego  á  la  otra  provincia  junta  con  esta  llaman  Xainaná,  é  á  la  otra 
Bohío  en  la  cual  agora  estamos;  ansi  hay  en  ellas  muchas  provincias 
porque  es  gran  cosa ,  porque  según  afirman  los  que  la  han  visto  por  la 
costa  de  largo,  dicen  que  habrá  200  leguas:  á  mi  me  parece  que  á  lo 
menos  habrá  150;  del  ancho  della  hasta  agora  no  se  sabe.  Allá  es  ido 
cuarenta  dias  ha  á  rodearla  una  carabela,  la  cual  no  es  venida  hasta  hoy. 
Es  tierra  muy  singular,  donde  hay  infinitos  rios  grandes  é  sierras  grandes 
é  valles  grandes  rasos,  grandes  montañas:  sospecho  que  nunca  se  secan 
las  yerbas  en  todo  el  año.  Non  creo  que  hay  invierno  ninguno  en  esta 
nin  en  las  otras,  porque  por  Navidad  se  fallan  muchos  nidos  de  aves, 
dellas  con  pájaros,  é  dellas  con  huevos.  En  ella  ni  en  las  otras  nunca  se 
ha  visto  animal  de  cuatro  pies,  salvo  algunos  perros  de  todos  colores 
como  en  nuestra  patria,  la  hechura  como  unos  gosques  grandes:  de 
animales  salvajes  no  hay.  Otrosí,  hay  un  animal  de  color  de  conejo  é  de 
su  pelo,  el  grandor  de  un  conejo  nuevo,  el  rabo  largo,  los  pies  é  manos 
como  de  ratón,  suben  por  los  árboles,  muchos  los  han  comido,  dicen  que 
es  muy  bueno  de  comer;  hay  culebras  muchas  no  grandes;  lagartos 
aunque  no  muchos,  porque  los  indios  hacen  tanta  fiesta  dellos  como 
haríamos  allá  con  faisanes ;  son  del  tamaño  de  los  de  allá ,  salvo  que  en  la 
hechura  son  diferentes,  aunque  en  una  isleta  pequeña  que  está  junto  con 
un  puerto  que  llaman  Monte  Cristo,  donde  estovimos  muchos  dias,  vieron 
muchos  dias  un  lagarto  muy  grande  que  decían  que  seria  de  gordura  de 
un  becerro,  é  atan  complido  como  una  lanza,  é  muchas  veces  salieron  por 
lo  matar,  é  con  la  mucha  espesura  se  les  metia  en  la  mar,  de  manera  que 
no  se  pudo  haber  del  derecho.  Hay  en  esta  isla  y  en  las  otras  infinitas 
aves  de  las  de  nuestra  patria,  é  otras  muchas  que  allá  nunca  se  vieron; 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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de  las  aves  domésticas  nunca  se  ha  visto  acá  ninguna,  salvo  en  la  Zuruquia 
habia  en  las  casas  unas  ánades,  las  mas  dellas  blancas  como  la  nieve  é 
algunas  dellas  negras,  muy  lindas,  con  crestas  rasas,  mayores  que  las  de 
allá,  menores  que  ánsares.  Por  la  costa  desta  isla  corrimos  al  pié  de 
lOO  leguas  porque  hasta  donde  el  Almirante  habia  dejado  la  gente,  habria 
en  este  compás,  que  será  en  comedio  ó  en  medio  de  la  isla.  Andando 
por  la  provincia  della  llamada  Xamaná  en  derecho  echamos  en  tierra  uno 
de  los  indios  quel  otro  viage  hablan  llevado,  vestido,  é  con  algunas 
cosUlas  quel  Almirante  le  habia  mandado  dar.  Aquel  dia  se  nos  murió  un 
marinero  vizcaíno  que  habia  sido  herido  por  los  caribes,  que  ya  dije  que 
se  tomaron ,  por  su  mala  guarda ,  é  porque  íbamos  por  costa  de  tierra, 
dióse  lugar  que  saliese  una  barca  á  enterrarlo,  é  fueron  en  resguarda  de 
la  barca  dos  carabelas  cerca  con  tierra.  Salieron  á  la  barca  en  llegando 
en  tierra  muchos  indios,  de  los  cuales  algunos  traían  oro  al  cuello,  é  á  las 
orejas;  querían  venir  con  los  cristianos  á  los  navios,  é  no  los  quisieron 
traer,  porque  no  llevaban  licencia  del  Almirante;  los  cuales  desque  vieron 
que  no  los  quedan  traer  se  metieron  dos  dellos  en  una  canoa  pequeña,  c 
se  vinieron  á  una  carabela  de  las  que  se  hablan  acercado  á  tierra,  en  la 
cual  los  recibieron  con  su  amor,  á  trajéronlos  á  la  nao  del  Almirante,  é 
dijeron,  mediante  un  intérprete,  que  un  Rey  fulano  los  enviaba  á  saber 
qué  gente  eramos,  é  á  rogar  que  quisiésemos  llegar  á  tierra  porque  tenian 
mucho  oro  é  le  darían  dello ,  é  de  lo  que  tenian  que  comer ,  el  Almirante 
les  mandó  dar  sendas  camisas  é  bonetes  é  otras  cosillas,  é  les  dijo  que 
porque  iba  á  donde  estaba  Guacamari  non  se  podría  detener,  que  otro 
tiempo  habria  que  le  pudiese  ver,  é  con  esto  se  fueron.  No  cesamos  de 
andar  nuestro  camino  fasta  llegar  á  un  puerto  llamado  Monte  Cristi, 
donde  estuvimos  dos  dias  para  ver  la  disposición  de  la  tierra,  porque  no 
habia  parecido  bien  al  Almirante  el  logar  donde  habia  dejado  la  gente 
para  hacer  asiento.  Decendimos  en  tierra  para  ver  la  dispusicion;  habia 
cerca  de  allí  un  gran  rio  de  muy  buena  agua;  pero  es  toda  tierra  anegada 
é  muy  indispuesta  para  habitar.  Andando  veyendo  el  rio  é  tierra  hallaron 
algunos  de  los  nuestros  en  una  parte  dos  hombres  muertos  junto  con  el 
rio,  el  uno  con  un  lazo  al  pescuezo  y  el  otro  con  otro  al  pié,  esto  fué  el 
primero  dia.  Otro  dia  siguiente  hallaron  otros  dos  muertos  mas  adelante 
de  aquellos,  el  uno  destos  estaba  en  disposición  que  se  le  pudo  conocer 
tener  muchas  barbas.  Algunos  de  los  nuestros  sospecharon  mas  mal  que 
bien,  é  con  razón,  porque  los  indios  son  todos  desbarbados,  como  dicho 
he.  Este  puerto  está  del  lugar  donde  estaba  lamente  cristiana  12  leguas; 
pasados  dos  dias  alzamos  velas  para  el  lugar  donde  el  Almirante  habia 
dejado  la  sobredicha  gente,  en  compañía  de  un  Rey  destos  indios,  que 
se  llamaba  Guacamari,  que  pienso  ser  de  los  principales  desta  isla.  Este 
dia  llegamos  en  derecho  de  aquel  lugar,  pero  era  ya  tarde,  é  porque  allí 
habia  unos  bajos  donde  el  otro  dia  se  habia  perdido  la  nao  que  habia  ido 
el  Almirante,  no  osamos  tomar  el  puerto  cerca  de  tierra  fasta  que  otro 


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dia  de  mañana  se  desfondase  é  pudiese  entrar  seguramente;  quedamos 
aquella  noche  no  una  legua  de  tierra.    Esa  tarde,  viniendo  para  allí  de 
lejos,  salió  una  canoa  en  que  parescian  cinco  ó  seis  indios,  los  cuales 
venian  á  prisa  para  nosotros.    El  Almirante  creyendo  que  nos  seguraba 
hasta  alzarnos,  no  quiso  que  los  esperásemos,  é  porfiando  llegaron  hasta 
un  tiro  de  lombarda  de  nosotros,  é  parábanse  á  mirar,  é  desde  allí  desque 
vieron  que  no  los  esperábamos  dieron  vuelta  é  tornaron  su  via.    Después 
que  surgimos  en  aquel  lugar  sobredicho  tarde,  el  Almirante  mandó  tirar 
dos  lombardas  á  ver  si  respondían  los  cristianos  que  hablan  quedado  con 
el  dicho  Guacamari,  porque  también  tenian  lombardas,  los  cuales  nunca 
respondieron  ni  menos  parescian  huegos  ni  señal  de  casas  en  aquel  lugar, 
de  lo  cual  se  desconsoló  mucho  la  gente  é  tomaron  la  sospecha  que  en 
tal  caso  se  debia  tomar.    Estando  ansi  todos  muy  tristes,  pasadas  cuatro 
ó  cinco  horas  de  la  noche,  vino  la  misma  canoa  que  esa  tarde  habíamos 
visto,  é  venia  dando  voces,  preguntando  por  el  Almirante  á  un  Capitán  de 
una  carabela  donde  primero  llegaron;  trajéronlos  á  la  nao  del  Almirante, 
los  cuales  nunca  quisieron  entrar  hasta  que   el  Almirante  los  hablase; 
demandaron    lumbre    para    lo    conocer,   é  después    que    lo    conocieron 
entraron.    Era  uno  dellos  primo  del  Guacamari,  el  cual  los  habia  enviado 
otra  vez  después  que  se  habian  tornado  aquella  tarde.  Traían  carátulas 
de  oro  que  Guacamari  enviaba  en  presente;  la  una  para  el  Almirante  é  la 
otra  para  un  capitán  quel  otro  viage  habia  ido  con  él.    Estuvieron  en  la 
nao  hablando  con  el  Almirante  en  presencia  de  todos  por  tres  horas 
mostrando  mucho  placer,    preguntándoles  por  los  cristianos  que  tales 
estaban;  aquel  pariente  dijo  que  estaban  todos  buenos,  aunque  entre 
ellos  habia  algunos  muertos  de  dolencia  é  otros  de  diferencia  que  habia 
contecido  entre  ellos,  é  que  Guacamari  estaba  en  otro  lugar  ferido  en 
una  pierna  é  por  eso  no  habia  venido,  pero  que  otro  dia  vernia;  porque 
otros  dos  Reyes,  llamado  el  uno   Cao7iabó  y  el  otro  Aldyreni,  habian 
venido  á  pelear  con  él  é  que  le  habian  quemado  el  logar;  é  luego  esa 
noche  se  tornaron  diciendo  que  otro  dia  vernian  con  el  dicho  Guacamari, 
é  con  eso  nos  dejaron  por  esa  noche  consolados.    Otro  dia  en  la  mañana 
estovimos    esperando    que    viniese   el   dicho    Guacamari ,    é   entretanto 
saltaron  en  tierra  algunos  por  mandado  del  Almirante,  é  fueron  al  lugar 
donde  solían  estar,  é  halláronle  quemado  un  cortijo  algo  fuerte  con  una 
palizada,  donde  los  cristianos  habitaban,   é  tenian  lo  suyo  quemado  é 
derribado,  é  ciertas  bernias  é  ropas  que  los  indios  habian  traído  á  echar 
en  la  casa.    Los  dichos  indios  que  por  allí  parecían ,  andaban  muy  zaha- 
reños, que  no  se  osaban  allegar  á  nosotros,  antes  huían;  lo  cual  no  nos 
pareció  bien,  porque  el  Almirante  nos  había  dicho  que  en  llegando  á 
aquel  lugar  salían  tantas  canoas  dellos  á  bordo  de  los  navios  á  vernos  que 
no  nos  podríamos  defender  dellos,  é  que  en  el  otro  viage  ansí  lo  facían; 
é  como  agora  veíamos  que  estaban    sospechosos  de  nosotros  no  nos 
parecia  bien;  con  todo  halagándolos  aquel  dia  é  arrojándolos  algunas 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


lOI 


cosas,  ansi  como  cascabeles  é  cuentas,  hobo  de  asegurarse  un  su  pariente 
del  dicho  Guacamari  é  otros  tres,  los  cuales  entraron  en  la  barca  é 
trajéronlos  á  la  nao.  Después  que  le  preguntaron  por  los  cristianos  dijeron 
que  todos  eran  muertos,  aunque  ya  nos  lo  habia  dicho  un  indio  de  los 
que  llevábamos  de  Castilla  que  lo  habian  hablado  los  dos  indios  que 
antes  habian  venido  á  la  nao,  que  se  habian  quedado  á  bordo  de  la  nao 
con  su  canoa,  pero  no  le  habíamos  creido.  Fué  preguntado  á  este  pariente 
de  Guacamari  quien  los  habia  muerto;  dijo  que  el  Rey  de  Caonabó  y  el 
Rey  Mayreni,  é  que  le  quemaron  las  casas  del  lugar,  é  que  estaban 
dellos  muchos  heridos,  é  también  el  dicho  Guacamari  estaba  pasado  un 
muslo,  y  él  que  estaba  en  otro  lugar  y  que  él  queria  ir  luego  allá  á  lo 
llamar,  al  cual  dieron  algunas  cosas,  é  luego  se  partió  para  donde  estaba 
Guacamari.  Todo  aquel  dia  lo  estovimos  esperando,  y  desque  vimos  que 
no  venian ,  muchos  tenian  sospecha  que  se  habian  ahogado  los  indios  que 
antenoche  habian  venido,  porque  los  habian  dado  á  beber  dos  ó  tres 
veces  de  vino,  é  venian  en  una  canoa  pequeña  que  se  les  podria  trastornar. 
Otro  dia  de  mañana  salió  á  tierra  el  Almirante  é  algunos  de  nosotros,  é 
fuemos  donde  solia  estar  la  villa,  la  cual  nos  vimos  toda  quemada  é  los 
vestidos  de  los  cristianos  se  hallaban  por  aquella  yerba.  Por  aquella  hora 
no  vimos  ningún  muerto.  Habia  entre  nosotros  muchas  razones  diferentes, 
unos  sospechando  que  el  mismo  Guacamari  fuese  en  la  traición  ó  muerte 
de  los  cristianos,  otros  les  parecía  que  no,  pues  estaba  quemada  su 
villa,  ansi  que  la  cosa  era  mucho  para  dudar.  El  Almirante  mandó  catar 
todo  el  sitio  donde  los  cristianos  estaban  fortalecidos  por  quel  los  habia 
mandado  que  desque  toviesen  alguna  cantidad  de  oro  que  lo  enterrasen. 
Entretanto  que  esto  se  hacia  quiso  llegar  á  ver  á  cerca  de  una  legua  do 
nos  parecía  que  podria  haber  asiento  para  poder  edificar  una  villa  porque 
ya  era  tiempo,  adonde  fuimos  ciertos  con  él  mirando  la  tierra  por  la 
costa,  fasta  que  llegamos  á  un  poblado  donde  habia  siete  ú  ocho  casas, 
las  quales  habian  desamparado  los  indios  luego  que  nos  vieron  ir,  é 
llevaron  lo  que  pudieron  é  lo  otro  dejaron  escondido  entre  yerbas  junto 
con  las  casas,  que  es  gente  tan  bestial  que  no  tienen  discreción  para 
buscar  lugar  para  habitar,  que  los  que  viven  á  la  marina  es  maravilla 
cuan  bestialmente  edifican ,  que  las  casas  enderedor  tienen  tan  cubiertas 
de  yerba  ó  de  humidad ,  que  estoy  espantado  como  viven.  En  aquellas 
casas  hallamos  muchas  cosas  de  los  cristianos,  las  cuales  no  se  creian  que 
ellos  hobiesen  rescatado,  ansi  como  una  almalafa  muy  gentil,  la  cual  no 
se  habia  descogido  de  como  la  llevaron  de  Castilla,  é  calzas  é  pedazos  de 
paños ,  é  una  ancla  de  la  nao  quel  Almirante  habia  allí  perdido  el  otro 
viage,  é  otras  cosas,  de  las  cuales  mas  se  esforzó  nuestra  opinión;  y  de 
acá  hallamos,  buscando  las  cosas  que  tenian  guardadas  en  una  esportilla 
mucho  cosida  é  mucho  á  recabdo,  una  cabeza  de  hombre  mucho  guardada. 
Allí  juzgamos  por  entonces  que  seria  la  cabeza  de  padre  ó  madre,  ó 
de  persona  que   mucho  querían.    Después  he  oido  que  hayan  hallado 


V      á 


I02 


CRISTÓBAL  COLÓN 


muchas  desta  manera,  por  donde  creo  ser  verdad  lo  que  allí  juzgamos; 
desde  allí  nos  tornamos.  Aquel  dia  venimos  por  donde  estaba  la  villa,  y 
cuando  llegamos  hallamos  muchos  indios  que  se  hablan  asegurado  y 
estaban  rescatando  oro;  tenian  rescatado  fasta  un  marco;  hallamos  que 
hablan  mostrado  donde  estaban  muertos  ii  cristianos,  cubiertos  ya  de 
la  yerba  que  habia  crecido  sobre  ellos,  é  todos  hablaban  por  una  boca 
que  Caonabó  é  Mayreni  los  hablan  muerto;  pero  con  todo  eso  asomaban 
queja  que  los  cristianos  uno  tenia  tres  mugeres,  otro  cuatro,  donde 
creemos  quel  mal  que  les  vino  fué  de  zelos.  Otro  día  de  mañana,  porque 
en  todo  aquello  no  habia  logar  dispuesto  para  nosotros  poder  hacer 
asiento,  acordó  el  Almirante  fuese  una  carabela  á  una  parte  para  mirar 
lugar  conveniente,  é  algunos  que  fuimos  con  él  fuimos  á  otra  parte,  á  do 
hallamos  un  puerto  muy  seguro  é  muy  gentil  disposición  de  tierra  para 
habitar,  pero  porque  estaba  lejos  de  donde  nos  deseábamos  que  estaba 
la  mina  de  oro,  no  acordó  el  Almirante  de  poblar  sino  en  otra  parte  que 
fuese  mas  cierta  si  se  hallase  conveniente  disposición.  Cuando  venimos 
deste  lugar  hallamos  venida  la  otra  carabela  que  habia  ido  á  la  otra  parte 
á  buscar  el  dicho  lugar,  en  la  cual  habia  ido  Melchior  é  otros  cuatro  ó 
cinco  hombres  de  pro.  E  yendo  costeando  por  tierra  salió  á  ellos  una 
canoa  en  que  venían  dos  indios,  el  uno  era  hermano  de  Guacamari ,  el 
cual  fué  conocido  por  un  piloto  que  iba  en  la  dicha  carabela,  é  preguntó 
quien  iba  allí,  al  cual,  dijeron  los  hombres  prencipales,  dijeron  que 
Guacamari  les  rogaba  que  se  llegasen  á  tierra,  donde  el  tenia  su  asiento 
con  fasta  50  casas.  Los  dichos  prencipales  saltaron  en  tierra  con  la  barca 
é  fueron  donde  él  estaba,  el  cual  fallaron  en  su  cama  echado  faciendo 
del  doliente  ferido.  Pablaron  con  él  preguntándole  por  los  cristianos; 
respondió  concertando  con  1^  mesma  razón  de  los  otros,  que  era  que 
Caonabó  é  Mayreni  los  habia  muerto,  é  que  á  él  hablan  ferido  en  un 
muslo,  el  cual  mostró  ligado;  los  que  entonces  lo  vieron  asi  les  pareció 
que  era  verdad  como  él  lo  dijo;  al  tiempo  del  despedirse  dio  á  cada  uno 
dellos  una  joya  de  oro,  á  cada  uno  como  le  pareció  que  lo  merescia. 
Este  oro  facían  en  fojas  muy  delgadas,  porque  lo  quieren  para  facer 
carátulas  é  para  poderse  asentar  un  betún  que  ellos  facen ,  si  asi  no  fuese 
no  se  asentarla.  Otro  facen  para  traer  en  la  cabeza  é  para  colgar  en  las 
orejas  é  narices,  ansí  que  todavía  es  menester  que  sea  delgado,  pues  que 
ellos  nada  desto  hacen  por  riqueza  salvo  por  buen  parecer.  Dijo  el  dicho 
Guacamari  por  señas  é  como  mejor  pudo,  que  porque  él  estaba  ansi 
herido  que  dijesen  al  Almirante  que  quisiere  venir  á  verlo.  Luego  quel 
Almirante  llegó,  los  sobredichos  le  contaron  este  caso.  Otro  dia  de 
mañana  acordó  partir  para  allá,  al  cual  lugar  llegaríamos  dentro  de  tres 
horas,  porque  apenas  habia  dende  donde  estábamos  allá  tres  leguas;  ansi 
que  cuando  allí  llegamos  era  hora  de  comer;  comimos  antes  de  salir  en 
tierra.  Luego  que  hobimos  comido  mandó  el  Almirante  que  todos  los 
capitanes  viniesen  con  sus  barcas  para  ir  en  tierra,  porque  ya  esa  mañana 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


103 


antes  que  partiésemos  de  donde  estábamos  había  venido  el  sobredicho  su 
hermano  á  hablar  con  el  Almirante,  é  á  darle  priesa  que  fuese  al  lugar 
donde  estaba  el  dicho  Guacamari.   Allí  fué  el  Almirante  á  tierra  é  toda 
la  gente  de  pro  con  él,  tan  ataviados  que  en  una  cibdad  prencipal  pare- 
cieran  bien;  llevó  algunas   cosas   para  le  presentar,  porque  ya   habia 
recibido  del  alguna  catidad  de  oro,  é  era  razón  le  respondiese  con  la  obra 
é  voluntad  quél  habia  mostrado.    El  dicho  Guacamari  asimismo  tenia 
aparejado  para  hacerle  presente.    Cuando  llegamos  hallámosle  echado  en 
su  cama,  como  ellos  usan,  colgado  en  el  aire,  fecha  una  cama  de  algodón 
como  de  red;  no  se  levantó,  salvo  dende  la  cama  hizo  el  semblante  de 
cortesía  como  él  mejor  sopo,  mostró  mucho  sentimiento  con  lágrimas  en 
los  ojos  por  la  muerte  de  los  Cristianos,  é  comenzó  á  hablar  en  ello 
mostrando  como  mejor  podía,  como  unos  murieron  de  dolencia,  é  como 
otros  se  habían  ido  á  Caonabó  á  buscar  la  mina  del  oro  é  que  allí  los 
habían  muerto,  é  los  otros  que  se  los  habían  venido  á  matar  allí  en  su 
villa.    A  lo  que  parecían  los  cuerpos  de  los  muertos  no  había  dos  meses 
que  habia  acaecido.    Esa  hora  él  presentó  al  Almirante  ocho  marcos  y 
medio  de  oro,  é  cinco  ó  600  labrados  de  pedrería  de  diversos  colores,  é 
un  bonete  de  la  misma  pedrería,  lo  cual  me  parece  deben  tener  ellos  en 
mucho.   En  el  bonete  estaba  un  joyel,  lo  cual  le  dio  en  mucha  venera- 
ción.   Paréceme  que  tienen  en  mas  el  cobre  quel  oro.   Estábamos  presen- 
tes yo  y  un  zurugiano  de  armada;  entonces  dijo  el  Almirante  al  dicho 
Guacamari    que   nosotros   eramos   sabios   de   las   enfermedades   de   los 
hombres,  que  nos  quisiese  mostrar  la  herida,  el  respondió  que  le  placía, 
para  lo  cual  yo  dije  que  sería  necesario,  sí  pudiese,  que  saliese  fuera  de 
casa,  porque  con  la  mucha  gente  estaba  escura  é  no  se  podría  ver  bien; 
lo  cual  él  fizo  luego,  creo  mas  de  empacho  que  de  gana;  arrimándose  á 
el  salió  fuera.  Después  de  asentado,  llegó  el  zurugiano  á  él  é  comenzó  de 
desligarle;  entonces  dijo  al  Almirante  que  era  ferída  fecha  con  ciba,  que 
quiere  decir  con  piedra.    Después  que  fué  desatada  llegamos  á  tentarle- 
Es  cierto  que  no  tenía  mas  mal  en  aquella  que  en  la  otra,  aunque  él 
hacia  del  raposo  que  le  dolía  mucho.  Ciertamente  no  se  podía  bien  deter- 
minar porque  las  razones  eran  ignotas,  que  ciertamente  muchas  cosas 
habia  que  mostraban  haber  venido  á  él  gente  contraria.  Ansimesmo  el 
Almirante  no  sabía  que  se  hacer;  parescióle,  é  á  otros  muchos  que  por 
entonces   fasta  bien   saber   la   verdad    que  se  debía  disimular,  porque 
después  de  sabida,  cada  que  quisiesen,  se   podía  del  recibir  enmienda. 
E  aquella  tarde  se  vino  con  el  Almirante  á  las  naos,   é  mostráronles 
caballos  é  cuanto  ahí  habia,  de  lo  cual  quedó  muy  maravillado  como  de 
cosa  extraña  á  él;  tomó  colación  en  la  nao  é  esa  tarde  luego  se  tornó  á 
su  casa;  el  Almirante  dijo  que  quería  ir  á  habitar  allí  con  el  é  quería 
facer  casas,  y  el  respondió  que  le  placía,  pero  que  el  lugar  era  mal  sano 
porque  era  muy  húmido,  é  tal  era  por  cierto.  Esto  todo  pasaba  estando 
por  intérpretes  dos  indios  de  los  que  el  otro  viage  habian  ido  á  Castilla. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


los  cuales  habían  quedado  vivos  de  siete  que  metimos  en  el  puerto,  que 
los  cinco  se  murieron  en  el  camino,  los  cuales  escaparon  á  uña  de 
caballo.  Otro  dia  estuWmos  surtos  en  aquel  puerto;  é  quiso  saber  cuando 
se  partiría  el  Almirante;  le  mandó  decir  que  otro  dia.  En  aquel  dia  vinie- 
ron á  la  nao  el  sobredicho  hermano  suyo  é  otros  con  él,  é  trajeron  algim 
oro  para  rescatar.  Ansimesmo  el  día  que  allá  salimos  se  rescató  buena 
cantidad  de  oro.  En  la  nao  había  lO  mujeres  de  las  que  se  habían  toma- 
do en  las  islas  de  Cariby;  eran  las  mas  dellas  de  Boriquen.  Aquel  herma- 
no de  Guacamari  habló  con  ellas;  creemos  que  les  dijo  lo  que  luego 
aquella  noche  pusieron  por  obra,  y  es  que  al  primer  sueño  muy  mansa- 
mente se  echaron  al  agua  é  se  fueron  á  tierra,  de  manera  que  cuando 
fueron  falladas  menos,  iban  tanto  trecho  que -con  las  barcas  no  pudieron 
tomar  mas  de  las  cuatro,  las  cuales  tomaron  al  salir , del  agua;  fueron 
nadando  mas  de  una  gran  media  legua.  Otro  dia  de  mañana  envió  el 
Almirante  á  decir  á  Guacamari  que  le  enviase  aquellas  mugeres  que  la 
noche  antes  se  habían  huido,  é  que  luego  las  mandase  buscar.  Cuando 
fueron  hallaron  el  lugar  despoblado,  que  no  estaba  persona  en  él;  ahí 
tomaron  muchos  fuerte  á  afirmar  su  sospecha,  otros  decían  que  se  habria 
mudado  á  otra  población,  quellos  ansí  lo  suelen  hacer.  Aquel  dia  estovi- 
mos  alh  quedos  porque  el  tiempo  era  contrario  para  salir;  otro  dia 
de  mañana  acordó  el  Almirante,  pues  que  el  tiempo  era  contrario,  que 
seria  bien  ir  con  las  barcas  á  ver  un  puerto  la  costa  arriba,  fasta  el  cual 
habria  2  leguas,  para  ver  si  había  díspusicion  de  tierra  para  haber  habi- 
tación; donde  fuemos  con  todas  las  barcas  de  los  na\'ios,  dejando  los 
navios  en  el  puerto.  Fuimos  corriendo  toda  la  costa,  é  también  estos  no 
se  seguraban  bien  de  nosotros;  llegamos  á  un  lugar  de  donde  todos  eran 
huidos.  Andando  jx)r  él  fallamos  junto  con  las  casas,  metido  en  el  monte, 
un  indio  ferido  de  una  vsan,  de  una  ferida  que  resollaba  por  las  espaldas, 
que  no  había  podido  ir  más  lejos.  Los  destas  islas  pelean  con  xmas  varas 
agudas,  las  cuales  tiran  con  unas  tíranderas  como  las  que  tiran  los  mo- 
chachos  las  varillas  en  Castilla,  con  las  cuales  tiran  muy  lejos  asaz  cer- 
tero. Es  cierto  que  para  gente  desarmada  que  pueden  hacer  harto  daño. 
Este  nos  dijo  que  Caonabó  é  los  suyos  lo  habían  ferido,  é  habían  que- 
mado las  casas  á  Guacamari.  Ansí  quel  poco  entender  que  los  entende- 
mos, é  las  razones  equívocas  nos  han  traído  á  todos  tan  afuscados  que 
fasta  agora  no  se  ha  podido  saber  la  verdad  de  la  muerte  de  nuestra 
gente,  é  no  hallamos  en  aquel  puerto  dispusidon  saludable  para  hacer 
habitación.  Acordó  el  Almirante  nos  tomásemos  p)or  la  costa  arriba  por 
do  habíamos  venido  de  Castilla,  p>orque  la  nueva  del  oro  era  fasta  allá. 
Fuenos  el  tiempo  contrario,  que  mayor  pena  nos  fué  tomar  30  leguas 
atrás  que  venir  desde  Castilla,  que  con  el  tiempo  contrario  é  la  largueza 
del  camino  >^  eran  tres  meses  pasados  cuando  descendimos  en  tierra. 
Plugo  á  nuestro  Señor  que  por  la  contrariedad  del  tiempo  que  no  nos 
dejo  ir  mas  adelante,  hobimos  de  tomar  tierra  en  el  mejor  sitio  y  dispu- 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


105 


sicion  que  pudiéramos  escoger,  donde  hay  rilucho  buen  puerto  é  gran 
pesquería,  de  la  cual  tenemos  mucha  necesidad  por  el  carecimiento  de 
las  carnes.  Hay  en  esta  tierra  muy  singular  pescado  mas  sano  quel  de 
España.  Verdad  sea  que  la  tierra  no  consiente  que  se  guarde  de  uii  día 
para  otro  porque  es  caliente  é  húmida,  é  por  ende  luego  las  cosas  intro- 
fatibles  ligeramente  se  corrompen.  La  tierra  es  muy  gruesa  para  todas 
cosas;  tiene  junto  un  rio  principal  é  otro  razonable,  asaz  cerca  de  muy 
singular  agua ;  edificase  sobre  la  ribera  del  una  cibdad  Marta,  junto  quel 
lugar  se  deslinda  con  el  agua,  de  manera  que  la  mitad  de  la  cibdad, 
queda  cercada  de  agua  con  una  barranca  de  peña  tajada ,  tal  que  por  alli 
no  ha  menester  defensa  ninguna;  la  otra  mitad  está  cercada  de  una  arbo- 
leda espesa  que  apenas  podrá  un  conejo  andar  por  ella :  es  tan  verde  que 
en  ningún  tiempo  del  mundo  fuego  la  podrá  quemar:  hase  comenzado  á 
traer  un  brazo  del  rio,  el  cual  dicen  los  maestros  que  trairán  por  medio 
del  lugar  é  asentará  en  él  moliendas  é  sierras  de  agua,  é  cuanto  se  pudie- 
ze  hacer  con  agua.  Han  sembrado  mucha  hortaüza,  la  cual  es  cierto  que 
crece  mas  en  ocho  dias  que  en  España  en  veinte.  Vienen  aquí  continua- 
mente muchos  indios  é  caciques  con  ellos,  que  son  como  capitanes  dellos, 
é  muchas  indias;  todos  vienen  cargados  de  ages,  que  son  como  nabos, 
muy  excelente  manjar,  de  los  cuales  facemos  acá  muchas  maneras  de 
manjares  en  cualquier  manera;  es  tanto  cordial  manjar  que  nos  tiene  á 
todos  muy  consolados,  porque  de  verdad  la  vida  que  se  trajo  por  la  mar 
ha  sido  la  más  estrecha  que  nunca  hombres  pasaron,  é  fué  ansi  necesario 
porque  no  sabíamos  qué  tiempo  nos  haria,  ó  cuanto  permitiria  Dios  que 
estoviesemos  en  el  camino;  ansi  que  fué  cordura  estrechamos,  porque 
cualquier  tiempo  que  viniera  pudiéramos  conservar  la  vida.  Rescatan  el 
oro  é  mantenimientos  é  todo  lo  que  traen  por  cabos  de  agujetas,  por 
cuentas,  por  alfileres,  por  pedazos  de  escudillas  é  de  plateles.  A  este  age 
llaman  los  de  Caribi  nabi,  é  los  indios  /ui^í:  Toda  esta  gente,  como 
dicho  tengo,  andan  como  nacieron,  salvo  las  mugeres  de  esta  isla  traen 
cubiertas  sus  vergüenzas,  dellas  con  ropas  de  algodón  que  le  ciñen  las 
caderas,  otras  con  yerbas  é  fojas  de  árboles.  Sus  galas  dellos  é  dellas  es 
pintarse,  unos  de  negro,  otros  de  blanco  é  colorado,  de  tantos  visajes  que 
en  verlos  es  bien  cosa  de  reir;  las  cabezas  rapadas  en  logares,  é  en  loga- 
res con  vedijas  de  tantas  maneras  que  no  se  podria  escrebir.  En  conclu- 
sión, que  todo  lo  que  allá  en  nuestra  España  quieren  hacer  en  la  cabeza 
de  un  loco,  acá  el  mejor  dellos  vos  lo  tema  en  mucha  merced.  Aqui  esta- 
mos en  comarca  de  muchas  minas  de  oro,  que  según  lo  que  ellos  dicen 
no  hay  cada  una  dellas  de  20  ó  25  leguas;  las  unas  dicen  que  son  en 
Niti,  en  poder  de  Caonabó,  aquel  que  mató  los  cristianos;  otras  hay  en 
otra  parte  que  se  llama  Cióao,  las  cuales,  si  place  á  nuestro  Señor,  sabre- 
mos é  veremos  con  los  ojos  antes  que  pasen  muchos  dias,  porque  agora 
se  ficiera,  sino  porque  hay  tantas  cosas  de  proveer  que  no  bastamos  para 
todo,  porque  la  gente  ha  adolecido  en  cuatro  ó  cinco  dias  el  tercio  della, 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  — 14. 


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creo  la  mayor  causa  dello  ha  sido  el  trabajo  é  mala  pasada  del  camino; 
allende  de  la  diversidad  de  la  tierra;  pero  espero  en  nuestro  Señor  que 
todos  se  levantarán  con  salud.    Lo  que  parece  desta  gente,  es  que  si 

?H;k  lengua  tuviésemos,  que  todos  se  convertirian,  porque  cuanto  nos  veen 
facer  tanto  facen,  en  hincar  las  rodillas  á  los  altares,  é  al  Ave  María,  é  á 
las  otras  devociones  é  santiguarse;  todos  dicen  que  quieren  ser  cristianos, 
puesto  que  verdaderamente  son  idólatras,  porque  en  sus  casas  hay  figu- 
ras de  muchas  maneras;  yo  les  he  preguntado  qué  es  aquello,  dícenme 
que  es  cosa  de  Turey,  que  quiere  decir  del  cielo.  Yo  acometí  á  querer 
echárselos  en  el  fuego  é  hádaseles  de  mal  que  querian  llorar;  pero  ansi 
piensan  que  cuanto  nosotros  traemos  que  es  cosa  del  cielo,  que  á  todo 
llaman  Tiirey,  que  quiere  decir  cielo.  El  dia  ,que  yo  sali  á  dormir  en 
tierra  fué  el  primero  dia  del  Señor;  el  poco  tiempo  que  habemos  gastado 
en  tierra  ha  sido  mas  en  hacer  donde  nos  metamos,  é  buscar  las  cosas 
necesarias ,  que  en  saber  las  cosas  que  hay  en  la  tierra ,  pero  aunque  ha 
sido  poco  se  han  visto  cosas  bien  de  maravillar,  que  se  han  visto  árboles 
que  llevan  lana  y  harto  fina,  tal  que  los  que  saben  del  arte  dicen  que 
podrán  hacer  buenos  paños  dellas.  Destos  árboles  hay  tantos  que  se 
podrán  cargar  las  carabelas  de  la  lana,  aunque  es  trabajosa  de  coger, 
porque  los  árboles  son  muy  espinosos;  pero  bien  se  puede  hallar  ingenio 
para  la  coger.  Hay  infinito  algodón  de  árboles  perpetuos  tan  grandes 
como  duraznos.  Hay  árboles  que  llevan  cera  en  color  y  en  sabor  é  en 
arder  tan  buena  como  la  de  abejas,  tal,  que  no  hay  diferencia  mucha  de 

^%  la  una  á  la  otra.  Hay  infinitos  árboles  de  trementina  muy  singular  é  muy 
fina.  Hay  mucha  alquitira,  también  muy  buena.  Hay  árboles  que  pienso 
que  llevan  nueces  moscadas,  salvo  que  agora  están  sin  fruto,  é  digo  que 
lo  pienso  porque  el  sabor  y  olor  de  la  corteza  es  como  de  nueces  mosca- 
das. Vi  una  raiz  de  gengibre  que  la  traia  un  indio  colgada  al  cuello.  Hay 
también  lináloe,  aunque  no  es  de  la  manera  del  que  fasta  agora  se  ha 
visto  en  nuestras  partes:  pero  no  es  de  dudar  que  sea  una  de  las  espe- 
cias de  lináloes  que  los  dotores  ponemos.  También  se  ha  hallado  una  ma- 
nera de  canela,  verdad  es  que  no  es  tan  fina  como  la  que  allá  se  ha  visto, 
no  sabemos  si  por  ventura  lo  hace  el  defecto  de  saberla  coger  en  sus 
tiempos  como  se  ha  de  coger,  ó  si  por  ventura  la  tierra  no  la  lleva  mejor. 
También  se  ha  hallado  mirabolanos  cetrinos,  salvo  que  agora  no  están 
sino  debajo  del  árbol,  como  la  tierra  es  muy  húmida  están  podridos, 
tienen  el  sabor  mucho  amargo,  yo  creo  sea  del  podrimiento;  pero  todo 
lo  otro,  salvo  el  sabor  que  está  corrompido,  es  de  mirabolanos  verdade- 
ros. Hay  también  almástica  muy  buena.  Todas  estas  gentes  destas  islas 
que  fasta  agora  se  han  visto,  no  poseen  fierro  ninguno.  Tienen  muchas 
\  ''■^.'^ÍM  ferramientas  ansi  como  achas  é  azuelas  hechas  de  piedra,  tan  gentiles  é 
tan  labradas  que  es  maravilla  como  sin  fierro  se  pueden  hacer.  El  mante- 
nimiento suyo  es  pan  hecho  de  raices  de  una  yerba  que  es  entre  árbol  é 
yerba,  é  el  age,  de  que  ya  tengo  dicho  que  es  como  nabos,  que  es  muy 


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ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


107 


buen  mantenimiento;  tienen  por  especia,  por  lo  adobar,  una  especia  que 
se  llama  agi,  con  la  cual  comen  también  el  pescado,  como  aves  cuando 
las  pueden  haber,  que  hay  infinitas  de  muchas  maneras.  Tienen  otrosi 
unos  granos  como  avellanas,  buenos  de  comer.  Comen  cuantas  culebras 
é  lagartos  é  arañas  é  cuantos  gusanos  se  hallan  por  el  suelo;  ansi  que  me 
parece  es  mayor  su  bestialidad  que  de  ninguna  bestia  del  mundo.  Después 
de  una  vez  haber  determinado  el  Almirante  de  dejar  el  descobrir  las 
minas  fasta  primero  enviar  los  navios  que  se  habian  de  partir  á  Castilla, 
por  la  mucha  enfermedad  que  habia  seido  en  la  gente,  acordó  de  enviar 
dos  cuadrillas  con  dos  Capitanes,  el  uno  á  Cibao  y  el  otro  á  Niti,  donde 
está  Caonabó,  de  que  ya  he  dicho,  los  cuales  fueron  é  vinieron  el  uno  á 
20  dias  de  Enero,  é  el  otro  á  2 1 ;  el  que  fué  á  Cibao  halló  oro  en  tantas 
partes  que  no  lo  osa  hombre  decir,  que  de  verdad  en  mas  de  50  arroyos 
é  rios  hallaban  oro,  é  fuera  de  los  rios  por  tierra;  de  manera  que  en  toda 
aquella  provincia  dice  que  doquiera  que  lo  quieran  buscar  lo  hallarán. 
Trajo  muestras  de  muchas  partes  como  en  la  arena  de  los  rios  é  en  las 
hontizuelas,  qlie  están  sobre  tierra,  créese  que  cavando,  como  sabemos 
hacer,  se  hallará  en  mayores  pedazos ,  porque  los  indios  no  saben  cavar 
ni  tienen  con  que  puedan  cavar  de  un  palmo  arriba.  El  otro  que  fué  á 
Niti  trajo  también  nueva  de  mucho  oro  en  tres  ó  cuatro  partes;  ansimesmo 
trajo  la  muestra  dello.  Ansi  que  de  cierto  los  Reyes  nuestros  Señores 
desde  agora  se  pueden  tener  por  los  mas  prósperos  é  mas  ricos  Príncipes 
del  mundo,  porque  tal  cosa  hasta  agora  no  se  ha  visto  ni  leido  de  ninguno 
en  el  mundo,  porque  verdaderamente  á  otro  camino  que  los  navios 
vuelvan  pueden  llevar  tanta  cantidad  de  oro  que  se  puedan  maravillar 
cualesquiera  que  lo  supieren.  Aqui  me  parece  será  bien  cesar  el  cuento; 
creo  los  que  no  me  conocen  que  oyeren  estas  cosas,  me  ternán  por 
prolijo  é  por  hombre  que  ha  alargado  algo ;  pero  Dios  es  testigo  que  yo 
no  he  traspasado  una  jota  los  términos  de  la  verdad. 

Hasta  aqui  es  el  treslado  de  lo  que  conviene  á  nuevas  de  aquellas 
partes  é  Indias.  Lo  demás  que  venia  en  la  carta  no  hace  al  caso,  porque 
son  cosas  particulares  que  el  dicho  Dr.  Chanca,  como  ratural  de  Sevilla, 
suplicaba  y  encomendaba  á  los  del  Cabildo  de  Sevilla  que  tocaba  á  su 
hacienda  y  á  los  suyos,  que  en  la  dicha  Cibdad  habia  dejado,  y  llegó 
esta  á  Sevilla  en  el  mes  de    1  año  de  1493  años. 


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'     Igual  vacío  en  el  original. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


( B ) .—  Pág.  656,  tomó  I ." 

Memorial  que  en  30  de  Enero  de  1494  envió  á  los  Reyes  Cató- 
licos EL  Almirante  Don  CRISTÓVAL  COLÓN,  sobre  los 

SUCESOS     DEL     SEGUNDO     VIAJE    Y    NECESIDADES     DE     LA     NUEVA 
COLONIA. 

(Navarrete.— C£>A'í«V«  de  viajes  y  desaihrímientos ,  tomo  I,  pág.  373  de  la  segunda  edición,) 

Lo  que  vos  Antonio  de  Torres,  capitán  de  la  nao  Marigalante,  é 
Alcaide  de  la  ciudad  Isabela,  habéis  de  decir  é  suplicar  de  mi  parte  al 
Rey  é  á  la  Reina  nuestros  señores,  es  lo  siguiente: 

Primeramente,  dadas  las  cartas  de  creencia  que  lleváis  de  mi  para 
sus  Altezas,  besareis  por  mi  sus  reales  pies  é  manos,  é  me  encomendareis 
en  sus  Altezas  como  á  Rey  é  Reina  mis  señores  naturales,  en  cuyo 
servicio  yo  deseo  fenecer  mis  dias,  como  esto  mas  largamente  vos 
podréis  decir  á  sus  Altezas,  según  lo  que  en  mi  vistes  é  supistes. 

Sus  Altezas  se  lo  tienen  en  servicio  '. 

ítem :  como  quiera  que  por  las  cartas  que  á  sus  Altezas  escribo,  y 
aun  el  P.  Fray  Buil  y  el  tesorero,  podran  comprender  todo  lo  que  acá 
después  de  nuestra  llegada  se  fizo,  y  esto  harto  por  menudo  y  extensa- 
mente; con  todo  diréis  á  sus  Altezas  de  mi  parte  que  á  Dios  ha  placido 
darme  tal  gracia  para  en  su  servicio,  que  hasta  aquí  no  hallo  yo  menos 
ni  se  ha  hallado  en  cosa  alguna  de  lo  que  yo  escribí  y  dije,  y  afirmé  á  sus 
Altezas  en  los  dias  pasados,  antes  por  gracia  de  Dios  espero  que  aun 
muy  mas  claramente  y  muy  presto,  por  la  obra  parescerá,  porque  las 
cosas  de  especería  en  solas  las  orillas  de  la  mar,  sin  haber  entrado  dentro 
en  la  tierra,  se  halla  tal  rastro  é  principios  della,  que  es  razón  que  se 
esperen  muy  mejores  fines,  y  esto  mismo  en  las  minas  del  oro,  porque 
con  solos  dos  que  fijeron  á  descubrir,  cada  uno  por  su  parte,  sin  detenerse 
allá  porque  era  poca  gente,  se  han  descubierto  tantos  rios  tan  poblados 
de  oro,  que  cualquier  de  los  que  lo  vieron  é  cojieron,  solamente  con  las 
manos  por  muestra,  vinieron  tan  alegres,  y  dicen  tantas  cosas  de  la 
abundancia  dello,  que  yo  tengo  empacho  de  las  decir  y  escribir  á  sus 
Altezas ;  pero  porque  allá  vá  Gorbalan ,  que  fué  uno  de  los  descubridores, 
é  dirá  lo  que  vio,  aunque  acá  queda  otro  que  llaman  Hojeda,  criado  del 
Duque  de  Medinaceli,  muy  discreto  mozo  y  de  muy  gran  recabdo,  que 
sin  duda  y  aun  sin  comparación  descubrió  mucho  mas,  según  el  memorial 
de  los  rios  que  él  trajo,  diciendo  que  en  cada  uno  hay  cosa  de  no  creella; 


'      En  el  original  que  volvió  á  recoger  Antonio  de  Torres,  y  en  el  traslado  en  el  Re- 
gistro del  Archivo  de  Indias  de  Sevilla,  las  respuestas  van  al  margen  de  cada  capítulo. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


109 


por  lo   cual  sus  Altezas  pueden  dar  gracias  á  Dios,  pues  tan  favorable- 
mente se  ha  en  todas  sus  cosas. 

Siís  Altezas  dan  muchas  gracias  á  Dios  por  esto,  y  tienen  en 
muy  señalado  servicio  al  Almirante  todo  lo  que  en  esto  ha  fecho  y  hace, 
porque  conocen  que  después  de  Dios  á  él  son  en  cargo  de  todo  lo  que 
en  esto  han  habido  é  hovieren;  y  porque  cerca  desto  escriben  mas  largo, 
á  su  carta  se  remiten. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas ,  como  quier  que  ya  se  les  escribe,  que  yo 
deseaba  inucho  en  esta  armada  poderles  enviar  mayor  cantidad  de  oro 
del  que  acá  se  espera  poder  cojer,  si  la  jente  que  acá  está  nuestra  la 
mayor  parte  súbitamente  no  cayera  doliente ;  pero  porque  ya  esta  armada 
non  se  podia  detener  acá  mas ,  siquiera  por  la  costa  grande  que  hace, 
siquiera  porque  el  tiempo  es  este  propio  para  ir  y  poder  volver  los  que 
han  de  traer  acá  las  cosas  que  aqui  hacen  mucha  mengua,  porque  si 
tardasen  de  irse  de  aqui  non  podrían  volverse  para  Mayo  los  que  han 
de  volver,  y  allende  desto  si  con  los  sanos  que  acá  se  hallan ,  asi  en  mar 
como  en  tierra  en  la  población ,  yo  quisiera  emprender  de  ir  á  las  minas 
ó  ríos  agora,  habría  muchas  dificultades  e  aun  peligros,  porque  de  aqui 
á  veintitrés  ó  veinticuatro  leguas  es  donde  hay  puertos  é  ríos  para 
pasar,  y  para  tan  largo  camino,  y  para  estar  allá  el  tiempo  que  seria 
menester  para  cojer  el  oro,  habría  menester  llevar  muchos  manteni- 
mientos, los  cuales  non  podrían  llevar  á  cuestas,  ni  hay  bestias  acá  que  á 
esto  pudiesen  suplir,  ni  los  caminos  é  pasos  non  están  tan  aparejados, 
como  quier  que  se  han  comenzado  á  adovar  para  que  se  pudiesen  pasar; 
y  también  era  grande  inconveniente  dejar  acá  los  dolientes  en  lugar 
abierto  y  chozas,  y  las  provisiones  y  mantenimientos  que  están  en  tierra, 
que  como  quier  que  estos  indios  se  hayan  mostrado  á  los  descubridores 
y  se  muestran  cada  dia  muy  simples  y  sin  malicia;  con  todo  porque  cada 
dia  vienen  acá  entre  nosotros,  non  pareció  que  fuera  buen  consejo  meter 
á  riesgo  y  á  ventura  de  perderse  esta  gente  y  los  mantenimientos,  lo 
que  un  indio  con  un  tirón  podría  hacer  poniendo  fuego  á  las  chozas, 
porque  de  noche  y  de  dia  siempre  van  y  vienen;  á  causa  dellos  tenemos 
guardas  en  el  campo  mientras  la  población  está  abierta  y  sin  defensión. 
Que  lo  hizo  bien. 

Otrosi:  como  habernos  visto  en  los  que  fueron  por  tierra  á  descubrir 
que  los  mas  cayeron  dolientes  después  de  vueltos,  y  aun  algunos  se 
hovieron  de  volver  del  camino,  era  también  razón  de  temer  que  otro  tal 
conteciese  á  los  que  agora  irían  destos  sanos  que  se  hallan,  y  seguirse 
hian  dos  peligros  de  alli ,  el  uno  de  adolecer  allá  en  la  misma  obra  dó 
no  hay  casa  ni  reparo  alguno  de  aquel  cacique  que  llaman  Caonabó,  que 
es  hombre,  según  relación  de  todos,  muy  malo  y  muy  mas  atrevido,  el 
cual  viéndonos  allá  asi  desbaratados  y  dolientes,  podria  emprender  lo 
que  non  osaría  si  fuésemos  sanos:  y  con  esto  mismo  se  allega  otra 
dificultad  de  traer  acá  lo  que  llegásemos  de  oro,  porque  ó  habíamos  de 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


traer  poco  y  ir  y  venir  cada  dia,  y  meterse  en  el  riesgo  de  las  dolencias, 
ó  se  habia  de  enviar  con  alguna  parte  de  la  gente  con  el  mismo  peligro 
de  perderlo. 

Lo  hizo  bien. 

Asi  que  diréis  á  sus  Altezas,  que  estas  son  las  cabsas  verdaderas 
porque  de  presente  non  se  ha  detenido  el  armada,  ni  se  les  envia  oro 
mas  de  las  muestras;  pero  confiando  en  la  misericordia  de  Dios,  que  en 
todo  y  por  todo  nos  ha  guiado  hasta  aqui,  esta  gente  convalescerá  presto, 
como  ya  lo  hace,  porque  solamente  les  prueba  la  tierra  de  algunas 
ceciones,  y  luego  se  levantan;  y  es  cierto  que  si  tuviesen- algunas  carnes 
frescas  para  convalescer  muy  presto  serian  todos  en  pié  con  ayuda  de 
Dios,  é  aun  los  mas  estañan  ya  convalescidos  en  este  tiempo,  empero 
que  ellos  convalesceran :  con  estos  pocos  sanos  que  acá  quedan,  cada  dia 
se  entiende  en  cerrar  la  población  y  meterla  en  alguna  defensa,  y  los 
mantenimientos  en  seguro,  que  será  fecho  dentro  en  breves  dias,  porque 
non  ha  de  ser  sino  albarradas,  que  non  son  gente  los  indios  que  si 
dormiendo  non  nos  fallasen,  para  emprender  cosa  ninguna,  aunque  la 
to viesen  pensada,  que  asi  hicieron  á  los  otros  que  acá  quedaron  por  su 
mal  recabdo,  los  cuales  por  pocos  que  fuesen,  y  por  mayores  ocasiones 
que  dieran  á  los  indios  de  haber  é  de  hacer  lo  que  hicieron ,  nunca  ellos 
osaran  emprender  de  dañarles  si  los  vieran  á  buen  recabdo :  y  esto  fecho 
luego  se  entenderá  en  ir  á  los  dichos  nos,  ó  desde  aqui  tomando  el 
camino,  y  buscando  los  mayores  expedientes  que  se  puedan,  ó  por  la 
mar  rodeando  la  isla  fasta  aquella  parte  de  donde  se  dice  que  no  debe 
haber  mas  de  seis  ó  siete  leguas  hasta  los  dichos  rios;  por  forma  que  con 
seguridad  se  pueda  cojer  el  oro  y  ponerlo  en  recabdo  de  alguna  fortaleza 
ó  torre  que  alli  se  haga  luego,  para  tenerlo  cojido  al  tiempo  que  las  dos 
carabelas  volverán  acá,  é  para  que  luego  con  el  primer  tiempo  que  sea 
para  navegar  este  camino  se  envié  á  buen  recabdo. 

Que  está  bien,  y  asi  lo  debe  Jiacer. 

ítem:  diréis  á  sus  Altezas,  como  dicho  es,  que  las  causas  délas 
dolencias  tan  general  de  todos,  es  de  mudamiento  de  aguas  y  aires, 
porque  vemos  que  á  todos  arreo  se  extiende  y  peligran  pocos;  por  consi- 
guiente la  conservación  de  la  sanidad,  después  de  Dios,  está  en  que  esta 
gente  sea  proveida  de  los  mantenimientos  que  en  España  acostumbraban; 
porque  dellos  ni  de  otros  que  viniesen  de  nuevo  sus  Altezas  se  podran 
servir  si  no  están  sanos;  y  esta  provisión  ha  de  durar  hasta  que  acá  se 
haya  fecho  simiente  de  lo  que  acá  se  sembrare  é  plantare,  digo  de  trigo 
y  cebadas  é  viñas,  de  lo  cual  para  este  año  se  ha  fecho  poco,  porque  no 
se  pudo  de  antes  tomar  asiento,  y  luego  que  se  tomó  adolescieron 
aquellos  poquitos  labradores  que  acá  estaban,  los  cuales  aunque  esto- 
vieran  sanos  tenian  tan  pocas  bestias  y  tan  magras  y  flacas,  que  poco  es 
lo  que  pudieran  hacer:  con  todo  alguna  cosa  han  sembrado,  mas  para 
probar  la  tierra,  que  parece  muy  maravillosa,  para  que  de  alli  se  pueda 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


III 


esperar  remedio  alguno  en  nuestras  necesidades.  Somos  bien  ciertos, 
como  la  obra  lo  muestra,  que  en  esta  tierra  asi  el  trigo  como  el  vino 
nacerá  muy  bien;  pero  háse  de  esperar  el  fruto,  el  cual  si  tal  será  como 
muestra  la  presteza  del  nacer  del  trigo,  y  de  algunos  poquitos  de  sar- 
mientos que  se  pusieron,  es  cierto  que  non  fará  mengua  el  Andalucía  ni 
Sevilla  aqui,  nin  en  las  cañas  de  azúcar,  según  unas  poquitas  que  se 
pusieron  han  prendido;  porque  es  cierto  que  la  hermosura  de  la  tierra  de 
estas  islas,  asi  de  montes  é  sierras  y  aguas,  como  de  vegas  donde  hay 
rios  cabdales,  es  tal  la  vista  que  ninguna  otra  tierra  quel  sol  escaliente 
puede  ser  mejor  al  parecer  ni  tan  fermosa. 

Pues  la  tierra  es  tal,  que  debe  procurar  que  se  siembre  lo  mas  que 
ser  pudiera  de  todas  cosas,  y  á  Don  Juan  de  Fonseca  se  escribe  que 
envié  de  contino  todo  lo  que  fuere  menester  para  esto. 
ítem:  diréis,  que  á  cabsa  de  haberse  derramado  mucho  vino  en  este 
camino  del  que  la  flota  traia,  y  esto,  según  dicen  los  mas,  á  culpa  de  la 
mala  obra  que  los  toneleros  ficieron  en  Sevilla,  la  mayor  mengua  que 
agora  tenemos  aqui,  ó  esperamos  por  esto  tener,  es  de  vinos,  y  como 
quier  que  tengamos  para  mas  tiempo  asi  bizcocho  como  trigo,  con  todo 
es  necesario  que  también  se  envié  alguna  cantidad  razonable,  porque  el 
camino  es  largo  y  cada  dia  no  se  puede  proveer,  e  asimismo  algunas 
canales,  digo  tocinos,  y  otra  cecina  que  sea  mejor  que  la  que  habemos 
traído  este  camino.  De  carneros  vivos,  y  aun  antes  corderos  y  corde- 
ricas;  mas  fembras  que  machos ,  y  algunos  becerros  y  becerras  pequeñas 
son  menester,  que  cada  vez  vengan  en  cualquier  carabela  que  acá  se 
enviare,  y  algunas  asnas  y  asnos,  y  yeguas  para  trabajo  y  simiente,  que 
acá  ninguna  destas  animalias  hay  de  que  hombre  se  pueda  ayudar  ni 
valer.  Y  porque  recelo  que  sus  Altezas  no  se  fallaran  en  Sevilla,  ni  los 
oficiales  ó  Ministros  suyos  sin  expreso  mandamiento  no  proveerán  en  lo 
porque  agora  en  este  primero  camino  es  necesario  que  venga,  porque  en 
la  consulta  y  en  la  respuesta  se  pasarla  la  sazón  del  partir  de  los  navios 
que  acá  por  todo  Mayo  es  necesario  que  sean,  diréis  á  sus  Altezas  como 
yo  vos  di  cargo  y  mandé,  que  del  oro  que  allá  lleváis,  empeñándolo  ó 
poniéndolo  en  poder  de  algún  mercader  en  Sevilla,  el  cual  distraya  y 
ponga  los  maravedís  que  serán  menester  para  cargar  dos  carabelas  de 
vino  y  trigo,  y  de  las  otras  cosas  que  lleváis  por  memorial,  el  cual 
mercader  lleve  ó  envié  el  dicho  oro  para  sus  Altezas,  que  le  vean, 
resciban  y  hagan  pagar  lo  que  hovierc  distraído  y  puesto  para  el 
despacho  y  cargazón  de  las  dichas  dos  carabelas ,  las  cuales  por  consolar 
y  esforzar  esta  gente  que  acá  queda,  cumple  que  fagan  más  de  poder  ser 
acá  vueltas  por  todo  el  mes  de  Mayo,  porque  la  gente  antes  de  entrar  en 
el  verano  vea  é  tenga  algún  refrescamiento  destas  cosas,  en  especial  para 
las  dolencias;  de  las  cuales  cosas  acá  ya  tenemos  gran  mengua,  como 
son  pasas,  azúcar,  almendras,  miel  é  arroz,  que  debiera  venir  en  gran 
cuantidad  é  vino  muy  poco,   c  aquello   que  vino  es  ya  consumido  é 


112 


CRISTÓBAL  COLÓN 


gastado,  y  aun  la  mayor  parte  de  las  medecinas  que  de  allá  se  trajieron, 
por  la  muchedumbre  de  los  muchos  dolientes;  de  las  cuales  cosas,  como 
dicho  es,  vos  lleváis  memoriales  asi  para  sanos  como  para  dolientes, 
firmados  de  mi  mano,  los  cuales  complidamente,  si  el  dinero  bastare,  ó 
á  lo  menos  lo  que  mas  necesario  sea  para  agora  despachar  es,  para  que 
lo  puedan  luego  traer  los  dichos  dos  navios,  y  lo  que  quedare  procurareis 
con  sus  Altezas  que  con  otros  navios  venga  lo  mas  pronto  que  ser 
pudiere. 

Sus  Altezas  ejiviaron  á  mandar  á  Don  Juan  de  Fonseca  que 
luego  haga  informacioJí  de  los  que  hicieron  ese  engaño  en  los  toneles, 
y  de  sus  bienes  haga  que  se  cobre  todo  el  daño  que  vino  en  el  vino,  con 
las  costas;  y  en  lo  de  las  cañas  vea  como  Jas  que  se  enviaren  sean 
buenas,  y  en  las  otras  cosas  que  aqui  dice  que  las  provea  luego. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  que  á  cabsa  que  acá  no  hay  lenguas  por 
medio  de  la  cual  á  esta  gente  se  pueda  dar  á  entender  nuestra  sancta  fé, 
como  sus  Altezas  desean,  y  aun  los  que  acá  estamos,  como  quier  que  se 
trabajará  cuanto  pudieren,  se  envían  de  presente  con  estos  navios  de  los 
canibales  asi  hombres  como  mujeres,  y  niños  y  niñas,  los  cuales  sus 
Altezas  pueden  mandar  poner  en  poder  de  personas  con  quien  puedan 
mejor  aprender  la  lengua,  ejercitándolos  en  cosas  de  servicio,  y  poco 
á  poco  mandando  poner  en  ellos  algún  mas  cuidado  que  en  otros 
esclavos,  para  que  deprendan  unos  de  otros,  que  no  se  hablen  ni  se  vean 
sino  muy  tarde,  que  mas  pronto  deprenderán  allá  que  no  acá;  y  serán 
mejores  intérpretes,  como  quier  que  acá  non  se  dejará  de  hacer  lo  que  se 
pueda;  es  verdad  que  como  esta  gente  platican  poco  los  de  una  isla  con 
los  de  otra,  en  las  lenguas  hay  alguna  diferencia  entre  ellos  según  como 
están  mas  cerca  ó  mas  lejos;  y  porque  entre  las  otras  islas  las  de  los 
canibales  son  mucho  grandes  y  mucho  bien  pobladas,  parecerá  acá  que 
tomar  dellos  y  dellas  y  enviarlos  allá  á  Castilla  non  seria  sino  bien, 
porque  quitarse  hian  de  una  vez  de  aquella  inhumana  costumbre  que 
tienen  de  comer  hombres;  y  allá  en  Castilla  entendiendo  la  lengua  muy 
mas  presto  rescibirian  el  bautismo  y  farian  el  provecho  de  sus  ánimas; 
aun  entre  estos  pueblos  que  non  son  destas  costumbres,  se  ganaría  gran 
crédito  por  nosotros  viendo  que  aquellos  prendiésemos  y  enviaremos, 
de  quien  ellos  suelen  rescebir  daños,  y  tienen  tamaño  miedo  que  del 
nombre  solo  se  espantan;  certificando  á  sus  Altezas  que  la  venida  é 
vistas  desta  flota  acá  en  esta  tierra  asi  junta  y  hermosa,  ha  dado  muy 
grande  autoridad  á  esto ;  y  muy  grande  seguridad  para  las  cosas  veni- 
deras, porque  toda  esta  gente  de  esta  grande  isla  y  de  las  otras,  viendo 
el  buen  tratamiento  que  á  los  buenos  se  fará  y  el  castigo  que  á  los  malos 
se  dará,  verná  á  obediencia  prestamente  para  poderlos  mandar  como 
vasallos  de  sus  Altezas.  Y  como  quier  que  ellos  agora,  do  quier  que 
hombre  se  halle  non  solo  hacen  de  grado  lo  que  hombre  quiere  que 
fagan,  mas  ellos  de  su  voluntad  se  ponen  á  todo  lo  que  entienden  que 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


113 


nos  pueda  placer;  y  también  pueden  ser  ciertos  sus  Altezas  que  non 
menos  allá  entre  los  cristianos  príncipes  les  haber  dado  reputación  grande 
la  venida  desta  armada  por  muchos  respetos,  asi  presentes  como  veni- 
deros, los  cuales  sus  Altezas  podran  mejor  pensar  y  entender  que  non 
sabria  yo  decir. 

Decirle  heis  lo  que  acá  ha  habido  en  lo  de  los  Cámbales  que  acá 

vinieron. 

Que  está  muy  bien,  y  asi  lo  debe  hacer;  pero  que  procure  allá. 

como  si  ser  pudiere,  se  reduzgan  á  tiuestra  sancta  fe  católica,  y  asi 

mismo  lo  procure  con  los  de  las  islas  donde  está. 
ítem:  diréis  á  sus  Altezas,  que  el  provecho  de  las  almas  de  los  dichos 
caníbales,  y  aun  destos  de  acá,  ha  traido  el  pensamiento  que  cuantos 
mas  allá  se  llevasen  seria  mejor;  y  en  ello  podrían  sus  Altezas  ser  servidos 
desta  manera:  que  visto  cuanto  son  acá  menester  los  ganados  y  bestias 
de  trabajo  para  el  sostenimiento  de  la  gente  que  acá  ha  de  estar,  y  bien 
de  todas  estas  islas,  sus  Altezas  podran  dar  licencia  ó  permiso  á  un 
número  de  carabelas  suficiente  que  vengan  acá  cada  año  y  trayan  de  los 
dichos  ganados  y  otros  mantenimientos  y  cosas  para  poblar  el  campo  y 
aprovechar  la  tierra,  y  esto  en  precios  razonables,  á  sus  costas  de  los 
que  las  trujieran,  las  cuales  cosas  se  las  podran  pagar  en  esclavos  destos 
canibales ,  gente  tan  fiera  y  dispuesta  y  bien  proporcionada  y  de  muy 
buen  entendimiento,  los  cuales  quitados  de  aquella  inhumanidad  creemos 
que  serán  mejores  que  otros  ningunos  esclavos,  la  cual  luego  perderán  que 
sean  fuera  de  su  tierra,  y  de  estos  podran  haber  muchos  con  las  fustas 
de  remos  que  acá  se  entienden  de  hacer;  fecho  empero  presupuesto,  que 
cada  una  de  las  carabelas  que  viniesen  de  sus  Altezas  pusiesen  una 
persona  fiable,  la  cual  defendiese  las  dichas  carabelas  que  non  descen- 
diesen á  ninguna  otra  parte  ni  isla,  salvo  aqui,  donde  ha  de  estar  la  carga 
y  descarga  de  toda  la  mercaduría,  y  aun  destos  esclavos  que  se  llevaren, 
sus  altezas  podrían  haber  sus  derechos  allá;  y  desto  traeréis  ó  enviareis 
respuesta,  porque  acá  se  hayan  los  aparejos  que  son  menester  con  mas 
confianza,  si  á  sus  Altezas  pareciere  bien. 

En  esto  se  ha  suspendido  por  agora  hasta  que  venga  otro  camino 

de  allá,  y  escriba  el  Almirante  lo  que  a  esto  le paresciere. 
ítem :  también  diréis  á  sus  Altezas ,  que  mas  provechoso  es  y  menor 
costa  fletar  los  navios  como  los  fletan  los  mercaderes  para  Flandes  por 
toneladas,  que  non  de  otra  manera;  por  ende  que  yo  vos  di  cargo  de 
fletar  á  este  respecto  las  dos  carabelas  que  haveis  luego  de  enviar; 
y  asi  se  podrá  hacer  de  todas  las  otras  que  sus  Altezas  enviasen  si  de 
aquella  forma  se  ternan  por  servidos;  pero  non  entiendo  decir  esto  de  las 
que  han  de  venir  con  su  licencia  por  la  mercaduría  de  los  esclavos. 

Sus  Altezas  mandan  á  Don  Juan  de  Fonseca  que  en  el  fletar  de 

las  carabelas  tenga  esta  forma  si  ser  pudiere. 
ítem:  Diréis  á  sus  Altezas  que  á  causa  de  excusar  alguna  mas  costa. 


Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 15. 


414 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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yo  merqué  estas  carabelas  que  lleváis  por  memoria  para  retenerlas  acá 
con  estas  dos  naos,  conviene  á  saber,  la  Gallega  y  esa  otra  Capitana,  de 
la  cual  merqué  por  semejante  del  Maestre  della  los  tres  ochavos,  por  el 
precio  que  en  el  dicho  memorial  destas  copias  lleváis  firmado  de  mi 
mano,  los  cuales  navios  non  solo  darán  auctoridad  y  gran  seguridad  á  la 
gente  que  ha  de  estar  dentro  y  conversar  con  los  indios  para  cojer  el  oro, 
mas  aun. para  cualquier  otra  cosa  de  peligro  que  de  jente  extraña  pudiese 
acontecer,  allende  que  las  carabelas  sean  necesarias  para  el  descubrir  de 
la  tierra  firme  y  otras  islas  que  entre  aquí  é  allá  están;  y  suplicareis  á  sus 
Altezas  que  los  maravedís  que  estos  navios  cuestan  manden  pagar  en  los 
tiempos  que  se  les  ha  prometido,  porque  sin  dubda  ellos  ganaran  bien  su 
costa,  según  yo  creo  y  espero  en  la  misericordia  de  Dios. 

El  Almirante  lo  liizo  bien,  y  decirle  Jieis  como  acá  se  pagó  al 

que  vendió  la  nao,  y  mandaron  á  Don  Juan  de  Fonseca  que  pague  lo 

de  las  carabelas  que  el  Almirante  compró. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  y  suplicareis  de  mi  parte  cuanto  mas 
humildemente  pueda,  que  les  plega  mucho  mirar  en  lo  que  por  las  cartas 
y  otras  escripturas  verán  mas  largamente  tocante  á  la  paz  é  sosiego  é 
concordia  de  los  que  acá  están,  y  que  para  las  cosas  del  servicio  de  sus 
Altezas  escojan  tales  personas  que  non  se  tenga  recelo  dellas,  y  que 
miren  mas  á  lo  porque  se  envian  que  non  á  sus  proprios  intereses,  y  en 
esto,  pues  que  todas  las  cosas  vistes  é  supistes ,  hablareis  y  diréis  á  sus 
Altezas  la  verdad  de  todas  las  cosas  como  las  comprendistes,  y  que  la 
Provisión  de  sus  Altezas  que  sobre  ello  mandaren  fazer  venga  con  los 
primeros  navios,  si  posible  fuere,  á  fin  que  acá  non  se  hagan  escándalos 
en  cosa  que  tanto  vá  en  el  servicio  de  sus  Altezas. 

Sus  Altezas  están  bien  informados  desto,  y  en  todo  se  proveerá 

como  conviene. 
ítem:  diréis  á  sus  Altezas  el  asiento  desta  ciudad  é  la  fermosura  de 
la  provincia  alrededor  como  lo  vistes  y  comprendistes,  y  como  yo  vos 
fice  alcayde  della  por  los  poderes  que  de  sus  Altezas  tengo  para  ello,  á 
las  cuales  humildemente  suplico  que  en  alguna  parte  de  satisfacción  de 
vuestros  servicios  tengan  por  bien  la  dicha  provisión,  como  en  sus 
Altezas  yo  espero. 

A  sus  Altezas  place  que  vos  seáis  Alcayde. 
ítem:  porque  Mosen  Pedro  Margarite,  criado  de  sus  Altezas,  ha 
bien  servido,  y  espero  que  asi  lo  hará  adelante  en  las  cosas  que  le  fueren 
encomendadas,  he  habido  placer  de  su  quedada  aqui,  y  también  de 
Gaspar  y  Beltran  por  ser  conocidos  criados  de  sus  Altezas  para  los  poner 
en  cosas  de  confianza;  suplicareis  á  sus  Altezas  que  en  especial  á  Mosen 
Pedro,  que  es  casado  y  tiene  hijos,  le  provean  de  alguna  encomienda  en 
la  orden  de  Santiago,  de  la  cual  él  tiene  el  hábito,  porque  su  mujer  é 
hijos  tengan  en  que  vivir.  Asimismo  haréis  relación  de  Juan  Aguado, 
criado  de  sus  Altezas,  cuan  bien  é  dilijentemente  ha  servido  en  todo  lo 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


"5 


que  le  ha  seido  mandado;  que  suplico  á  sus  Altezas  á  él  é  á  los  sobre- 
dichos los  hayan  por  encomendados  é  por  presentes. 

Sus  Altezas  mandaron  asentar  á  Mosen  Pedro  treinta  mili  mara- 
vedís cada  año,  y  á  Gaspar  y  Beltran  quince  mili  maravedís  cada  año 
desde  hoy  i¿  de  Agosto  de  p^  en  adelante,  y  asi  les  haga  pagar  el 
Almirante  en  lo  que  allá  se  hoviere  de  pagar,  y  don  Juan  de  Fonseca 
en  lo  que  acá  se  hoviere  de  pagar;  y  en  lo  de  Juan  Aguado  sus  Altezas 
habrán  memoria  del. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  el  trabajo  que  el  Doctor  Chanca  tiene  con 
el  afruente  de  tantos  dolientes,  y  aun  la  estrechura  de  los  mantenimientos, 
é  aun  con  todo  ello  se  dispone  con  gran  dilijencia  y  caridad  en  todo  lo 
que  cumple  á  su  oficio;  y  porque  sus  Altezas  remitieron  á  mí  el  salario 
que  acá  se  le  habia  de  dar,  porque  estando  acá  es  cierto  quél  no  toma  ni 
puede  haber  nada  de  ninguno,  ni  ganar  de  su  oficio  como  en  Castilla 
ganaba,  ó  podria  ganar  estando  á  su  reposo  é  viviendo  de  otra  manera 
que  acá  no  vive;  y  asi  que  como  quiera  que  él  jura  que  es  mas  lo  que 
allá  ganaba  allende   el   salario  que  sus  Altezas  le  dan,  y  non  me  quise 
extender  mas  de  cincuenta  mili  maravedís  por  el  trabajo  que  acá  pasa 
cada  un  año  mientras  acá  estoviera,  los  cuales  suplico  á  sus  Altezas  le 
manden  librar  con  el  sueldo  de  acá,  y  eso  mismo,  porque  él  dice  y  afirma 
que  todos  los  físicos  de  vuestras  Altezas  que  andan  en  reales,  ó  seme- 
jantes cosas  que  estas,  suelen  haber  de  derecho  un  dia  de  sueldo  en  todo 
el  año  de  toda  la  gente:  con  todo  he  seido  informado,  y  dícenme  que 
como  quier  que  esto  sea,  la  costumbre  es  de  darles  cierta  suma  tasada  á 
voluntad  y  mandamiento  de  sus  Altezas  en  compensas  de  aquel  dia  de 
sueldo.    Suplicareis  á  sus  Altezas  que  en  ello  manden  proveer,  asi  en  lo 
del  salario  como  desta  costumbre,  por  forma  que  el  dicho  doctor  tenga 
razón  de  ser  contento. 

A  sus  Altezas  place  desto  del  doctor  Chanca,  y  que  se  le  pague 
esto  desde  quel  Almirante  gelo  asentó,  y  que  gelos  pague  con  lo  del 
sueldo. 

En  esto  del  dia  de  los  físicos,  non  lo  acostumbran  haber  sino  donde 
el  Rey  nuestro  Señor  está  en  persona. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  de  Coronel ,  cuanto  es  hombre  para  servir 
á  sus  Altezas  en  muchas  cosas,  y  cuanto  ha  servido  hasta  aqui  en  todo 
lo  necesario,  y  la  mengua  que  del  sentimos  agora  que  está  doliente,  y 
que  sirviendo  de  tal  manera  es  razón  qu'  el  sienta  el  fruto  de  su  servicio, 
non  solo  en  las  mercedes  para  después,  mas  en  lo  de  su  salario,  en  lo 
presente,  en  manera  qu'  él  é  los  que  acá  están  sientan  que  los  aprovecha 
el  servicio,  porque  segund  el  ejercicio  que  acá  se  ha  de  tener  en  cojer 
este  oro,  no  son  de  tener  en  poco  las  personas  en  quien  tanta  dilijencia 
hay:  y  porque  por  su  habilidad  se  proveyó  acá  por  mí  del  oficio  de 
alguacil  mayor  destas  Indias,  y  en  la  provisión  vá  el  salario  en  blanco, 
que  suplico  á  sus  Altezas  gelo  manden  henchir  como  mas  sea  su  servicio, 


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CRISTÓBAL  COLON 


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mirando  sus  servicios;  confirmándole  la  provisión  que  acá  se  le  dio  é 
proveyéndole  de  al  de  juro. 

Siis  Altezas  mandan  que  le  asienten  15000  maravedís  cada  año 

mas  de  su  sueldo,  á  que  se  le  paguen  cuando  le  pagaren  su  sueldo. 
Asimismo  diréis  á  sus  Altezas  como  aqui  vino  el  bachiller  Gil  García 
por  alcalde  mayor  é  non  se  le  ha  consignado  ni  nombrado  salario,  yes 
persona  de  bien  y  de  buenas  letras,  é  dilijente,  é  es  acá  bien  necesario; 
que  suplico  á  sus  Altezas  le  manden  nombrar  é  consignar  su  salario,  por 
manera  que  él  se  pueda  sostener,  é  se  le  sea  librado  con  el  dinero  del 
sueldo  de  acá. 

Sus  Altezas  le  mandan  asentar  cada  año  20,000  maravedís  en 

tanto  que  allá  estoviere ,  y  mas  su  sueldo,  y  que  gelo  paguen  cuando 

pagaren  el  sueldo. 
ítem:  diréis  á  sus  Altezas,  como  quier  que  ya  gelo  escribo  por  las 
cartas,  que  para  este  año  non  entiendo  que  sea  posible  ir  á  descubrir 
hasta  que  esto  destos  rios  que  se  hallaron  de  oro  sea  puesto  en  el  asiento 
debido  á  servicio  de  sus  Altezas,  que  después  mucho  mejor  se  podrá 
facer,  porque  no  es  cosa  que  nadie  lo  pudiese  facer  sin  mi  presencia 
á  mi  grado,  ni  á  servicio  de  sus  Altezas,  por  muy  bien  que  lo  ficiese, 
como  es  en  dubda  según  lo  que  hombre  vee  por  su  presencia. 

Trabaje  como  lo  mas  preciso  que  se  pueda  se  sepa  lo  adito  de 

ese  oro. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  como  los  escuderos  de  caballo  que  vinieron 
de  Granada,  en  el  alarde  que  ficieron  en  Sevilla  mostraron  buenos 
caballos;  é  después  al  embarcar  yo  no  los  vi  porque  estaba  un  poco 
doliente,  y  metiéronlos  tales  quél  mejor  dellos  non  parece  que  vale  dos 
mili  maravedís,  porque  vendieron  los  otros  y  compraron  estos  y  esto  fué 
de  la  suerte  que  se  hizo  lo  de  mucha  gente  que  allá  en  los  alardes  de 
Sevilla  yo  vi  muy  buena;  parece  que  Juan  de  Soria  después  de  dado  el 
dinero  del  sueldo,  por  algún  interese  suyo,  puso  otros  en  lugar  de  aquellos 
que  yo  acá  pensaba  fallar,  y  fallo  gente  que  yo  nunca  habia  visto:  en  esto 
ha  habido  gran  maldad,  de  tal  manera  que  yo  no  sé  si  me  queje  del 
solo;  por  esto,  visto  que  á  estos  escuderos  se  ha  fecho  la  costa  hasta 
aqui,  allende  de  sus  sueldos,  y  también  á  sus  caballos,  y  se  hace  de 
presente,  y  son  personas  que  cuando  ellos  están  dolientes,  ó  non  se  les 
antoja,  non  quieren  que  sus  caballos  sirvan  sin  ellos  mismos;  sus  Altezas 
non  quieren  que  se  les  compren  estos  caballos,  sino  que  sirvan  á  sus 
Altezas,  y  esto  mismo  no  les  parece  que  deben  servir  ni  cosa  alguna  sino 
á  caballo;  lo  cual  agora  de  presente  non  face  mucho  al  caso,  é  por  esto 
parece  que  seria  mejor  comprarles  los  caballos,  pues  que  tan  poco  valen 
y  non  estar  cada  dia  con  ellos  en  estas  pendencias,  por  ende  que  sus 
Altezas  determinen  esto  como  fuere  su  servicio. 

Sus  Altezas  mandati  á  don  Juají  de  Fonseca,   que  se  infoi-me 

desto  de  estos  caballos,  y  ,si  se  hallare  que  es  verdad  que  hicieron  este 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


117 


engaño,  lo  envíen  á  sus  Altezas  porque  lo  mandaran  castigar;  y  también 
se  informe  de  so  que  dice  de  la  otra  gente,  y  envié  la  pesquisa  á  sus 
Altezas:  y  en  lo  destos  escuderos  sus  Altezas  mandan  que  estén  allá  y 
sil-van,  pues  son  de  las  guardas  y  criados  de  sus  Altezas; y  á  los  escu- 
deros maftdan  sus  Altezas  que  den  los  caballos  cada  vez  que  fuere 
menester  y  el  Almirante  lo  mandare,  y  si  algún  daño  recibieren  los 
caballos  yendo  otros  en  ellos,  por  medio  del  Almirante  mandan  sus 
Altezas  que  ge  lo  paguen. 
ítem :  diréis  á  sus  Altezas  como  aqui  han  venido  mas  de  doscientas 
personas  sin  sueldo,  y  hay  algunos  dellos  que  sirven  bien,  y  aun  los  otros 
por  semejante  se  mandan  que  lo  hagan  ansí ;  y  porque  para  estos  primeros 
tres  años  será  gran  bien  que  aqui   estén  mili  hombres  para  asentar  y 
poner  en  muy  grand  seguridad  esta  isla  y  rios  de  oro,  aunque  hoviere 
cient  de  á  caballo  non  se  perderla  nada,  antes  parece  necesario,  aunque 
en  estos  de  caballo'  fasta  que  oro  se  envié  sus  Altezas  podran  sobreseer: 
con  todo  á  estas  doscientas  personas  que  vienen  sin  sueldo,  sus  Altezas 
deben  enviar  á  decir  si  se  les  pagará  sueldo  como  á  los  otros  sirviendo 
bien,   porque  cierto  son   necesarios,   como  dicho   tengo  para  este  co- 
mienzo. 

De  estas  doscientas  personas  que  aqui  dice  que  fueron  sin  sueldo, 

mandan  sus  Altezas  que  entren  en  lugar  de  los  que  han  faltado  y 

faltarejí  de  los  que  iban  á  sueldo,  scycndo  hábiles  y  á  contentamiento 

del  Almirante ,  y  sus  Altezas  mandan  al  Contador  que  los  asiente  en 

lugar  de  los  que  faltasen  como  el  Almirante  lo  dijere. 

ítem;   porque  en   algo  la  costa  desta  gente  se  puede  aliviar  con 

industria  y  formas  que  otros  Príncipes  suelen  tener  en  otras,  lo  gastado 

mejor  que  acá  se  podria  excusar,  paresce  que  seria  bien  mandar  traer  en 

los  navios  que  vinieren,  allende  de  las  otras  cosas  que  son  para  los 

mantenimientos  comunes,  y  de  la  botica  zapatos  y  cueros  para  los  mandar 

facer;  camisas  comunes  y  de  otras;  jubones,  lienzo,  sayos,  calzas,  paños 

para  vestir  en  razonables  precios ;  y  otras  cosas  como  son  conservas  que 

son  fuera  de  raciones  y  para  conservación  de   la  salud,  las  cuales  cosas 

toda  la  gente  de  acá  rescibiria  de  grado  en  descuento  de  su  sueldo;  y  si 

allá  esto  se  mercase  por  ministros  leales  y  que  mirasen  al  servicio  de  sus 

Altezas,  se  ahorrarla  algo:  por  ende  sabréis  la  voluntad  de  sus  Altezas 

cerca   desto,   y  si   les  paresciere  ser  su  servicio,  luego  se  debe  poner 

por  obra. 

Por  este  camino  se  solia  fazer  fasta  que  mas  escriba  el  Almirante 

sobre  esto,  y  ya  enviaran  á  mandar  á  Don  Juan  de  Fonseca  con  Jimeno 

de  Briviesca  que  provea  en  esto. 

ítem:  también  diréis  á  sus  Altezas,  que  por  cuanto  ayer  en  el  alarde 

que  se  tomó  se  falló  gente  muy  desarmada,  lo  cual  pienso  que  en  parte 

contesció  por  aquel  trocar  que  allá  se  fizo  en  Sevilla  ó  en  el  puerto 

cuando  se  dejaron  los  que  se  mostraron  armados,  y  tomaron  otros  que 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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daban  algo  á  quien  los  trocaba,  paresce  que  seria  bien  que  se  mandasen 
traer  doscientas  corazas,  y  cient  espingardas  y  cient  ballestas,  y  mucho 
almacén,  que  es  la  cosa  que  mas  menester  habemos,  y  de  todas  estas 
armas  se  podran  dar  á  los  desarmados. 

Ya  se  escribe  á  Don  Juan  de  Fonseca  que  provea  en  esto. 
ítem :  por  cuanto  algunos  oficiales  que  acá  vinieron  como  son  alba- 
ñiles  y  de  otros  oficios,  que  son  casados  y  tienen  sus  mujeres  allá,  y 
querrían  que  allá  lo  que  se  les  debe  de  su  sueldo  se  diese  á  sus  mujeres  ó 
á  las  personas  á  quien  ellos  enviaren  sus  recabdos,  para  que  les  compren 
las  cosas  que  acá  han  menester;  que  á  sus  Altezas  suplico  les  mande 
librar,  porque  su  servicio  es  que  estos  estén  proveídos  acá. 

Yá  enviaron  á  mandar  sus  Altezas  á.  don  Juan  de  Fonseca  que 
provea  en  esto. 
ítem:  porque  allende  las  otras  cosas  que  allá  se  envian  á  pedir  por 
los  memoriales  que  lleváis  de  mi  mano  firmados,  asi  para  mantenimientos 
de  los  sanos  como  para  los  dolientes,  seria  muy  bien  que  se  lloviesen  de 
la  isla  de  la  Madera  cincuenta  pipas  de  miel  de  azúcar,  porque  es  el  mejor 
mantenimiento  del  mundo  y  mas  sano,  y  non  suele  costar  cada  pipa  sino 
á  dos  ducados  sin  el  casco;  y  si  sus  Altezas  mandan  que  á  la  vuelta  pase 
por  alli  alguna  carabela  las  podrá  mercar,  y  también  diez  cajas  de  azúcar, 
que  es  mucho  menester,  que  esta  es  la  mejor  sazón  del  año,  digo  entre 
aqui  é  el  mes  de  Abril  para  fallarlo,  é  haber  dello  buena  razón,  y  podríase 
dar  por  orden  mandándolo  sus  Altezas,  é  que  non  supiesen  allá  para 
donde  lo  quieren. 

Don  Juan  de  Fonseca  que  provea  en  esto. 
ítem:  diréis  á  sus  Altezas,  por  cuanto  aunque  los  rios  tengan  en  la 
cuantidad  que  se  dice  por  los  que  lo  han  visto,  pero  que  lo  cierto  dello  es 
quel  oro  non  se  enjendra  en  los  rios  mas  en  la  tierra,  qu'  el  agua  topando 
con  las  minas  lo  trae  envuelto  en  las  arenas,  y  porque  en  estos  tantos 
rios  se  han  descubierto,  como  quiera  que  hay  algunos  grandecitos,  hay 
otros  tan  pequeños  que  son  mas  ft.ientes  que  no  rios ,  que  no  llevan  de 
dos  dedos  de  agua ,  y  se  falla  luego  el  cabo  donde  nascen ;  para  lo  cual 
non  solo  serán  provechosos  los  lavadores  para  cojerlo  en  el  arena,  mas 
los  otros  para  cavarlo  en  la  tierra,  que  será  lo  mas  especial  é  de  mayor 
cuantidad;  é  porque  esto  será  bien  que  sus  Altezas  envien  lavadores,  é 
de  los  que  andan  en  las  minas  allá  en  Almadén,  porque  en  la  una  manera 
y  en  la  otra  se  fagan  el  ejercicio,  como  quier  que  acá  non  esperaremos  á 
ellos,  que  con  los  lavadores  que  aqui  tenemos,  esperamos  con  la  ayuda 
de  Dios,  si  una  vez  la  gente  está  sana,  allegar  un  buen  golpe  de  oro 
para  las  primeras  carabelas  que  fueren. 

A  otro  catnino  se  proveerá  en  esto  cumplidamente:  en  tanto  mandan 
sus  Altezas  á  don  Juan  de  Fonseca  que  envié  luego  los  mas  minadores 
que  pudiei'e  haber,  y  escriben  al  Alm,aden,  que  de  alli  tomen  los  que 
mas  pudieren  y  los  envien. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


119 


ítem:  Suplicareis  á  sus  Altezas  de  mi  parte,  muy  humildemente, 
que  quieran  tener  por  muy  encomendado  á  Villacorta,  el  cual,  como 
sus  Altezas  saben,  ha  mucho  servido  en  esta  negociación,  y  con. muy 
buena  voluntad,  y  según  le  conozco  persona  dilijente  y  afecionada  á  su 
servicio;  rescebiré  merced  que  se  le  dé  algún  cargo  de  confianza,  para 
lo  cual  él  sea  suficiente,  y  pueda  mostrar  su  deseo  de  servir  y  diligencia, 
y  esto  procurareis  por  forma  que  el  Villacorta  conozca  por  la  obra  que 
lo  que  ha  trabajado  por  mí  en  lo  que  yo  le  hove  menester  le  aprovecha 
en  esto. 

Asi  se  hará. 
ítem:  que  los  dichos  Mossen  Pedro  y  Gaspar  y  Beltran  y  otros  que 
han  quedado  acá,  trajieron  capitanías  de  carabelas,  que  son  agora 
vueltas,  y  non  gozan  del  sueldo;  pero  porque  son  tales  personas  que  se 
han  de  poner  en  cosas  principales  y  de  confianza,  non  se  les  ha  determi- 
nado el  sueldo  que  sea  diferenciado  de  los  otros:  suplicareis  de  mi  parte 
á  sus  Altezas  determinen  lo  que  se  les  ha  de  dar  en  cada  un  año,  ó  por 
meses  como  mas  fueren  servidos.  Fecho  en  la  ciudad  Isabela  á  treinta 
dias  de  Enero  de  mili  quatrocientos  c  noventa  é  quatro  años. 

Ya  está  respondido  arriba :  pero  porque  en  el  dicho  capitulo  que  en 
esto  habla  dice  que  gozan  del  salario,  desde  agora  mandan  sus  Altezas 
que  se  les  cuenten  á  todos  sus  salarios  desde  que  dexaron  las  capi- 
tanías. 

(Archivo  General  de  Indias. —  Registro  de  cédulas  y  Provisiones  Reales  de  Fernando 
Alvarez. —  Patronato  Est.  I,  Caj.  i,  8  á  10. 


(O).— Pág.  675,  tomo  I.°. 

Instrucciones  que  envió  CRISTÓBAL  COLON  Á  mosén  Pedro 
Margarite,  cuando  en  9  de  Abril  de  1493  le  mandó  salir  á 
reconocer  los  territorios  de  la  isla  española. 


Este  es  un  traslado  bien  é  fielmente  sacado  de  una  Instrucción  escrita 
en  papel  que  el  muy  magnífico  Señor  D.  Cristóbal  Colón,  Almirante 
mayor  del  mar  Océano,  é  Visorey  é  Gobernador  perpetuo  de  la  Isla  de 
San  Salvador,  é  de  todas  las  otras  Islas  é  Tierra-firme  de  las  Indias  descu- 
biertas é  por  descubrir,  é  Capitán  General  del  Mar  por  el  Rey  é  la  Reina, 
nuestros  Señores,  dio  á  Mosen  Pedro  Margarite;  el  tenor  de  la  cual  es 
este  que  se  sigue: 

Primeramente:  que  luego  que  vos  fuere  dada  c  entregada  la  dicha 
gente  por  Hojeda,  la  recibáis  según  é  en  la  manera  que  la  él  lleva,  é  asi 
rcscibida,  ordenéis  las  batallas  que  segund  la  disposición  de  la  tierra  os 


^^~M^ 


M\ 


I20 


CRISTÓBAL  COLÓN 


paresciere  ser  necesarias,  é  las  deis  é  entreguéis  á  las  personas  con 
nombre  de  Capitanes  que  viéredes  que  las  deben  llevar,  é  que  sirvan  al 
Rey  é  á  la  Reina,  nuestros  Señores,  é  vos  obedezcan  é  cumplan  lo  que 
les  dijéredes  é  mandáredes  de  parte  de  sus  Altezas  é  de  la  mia,  por 
virtud  de  los  poderes  que  para  ello  tengo  de  sus  Excelencias. 

ítem ;  por  alguna  experiencia  que  se  tiene  del  andar  de  esta  tierra, 
se  escriben  aqui  bajo  algunas  cosas  que  son  necesarias  de  hacer:  con 
todo,  porque  vos  andaréis  otras  provincias  ó  lugares  de  las  que  se  han 
experimentado,  puesto  que  todo  es  una  costumbre  é  una  manera  de  la 
gente,  se  os  deja  cargo  que  vos  como  presente  acrecentéis  ó  quitéis  de 
esto  que  aqui  abajo  se  escribiere  como  á  vos  os  paresciere  al  tiempo  é  á 
la  dispusicion  de  la  tierra;  porque  la  primera  intención  desto  en  que  vais 
con  toda  esta  gente  que  aqui  se  escribirá  toda  esta  isla,  y.  reconozcáis  las 
provincias  de  ella  y  la  gente  y  las  tierras  y  lo  que  en  ellas  hay,  y  en 
especial  toda  la  provincia  de  Cambao,  porque  de  todo  puedan  el  Rey  é 
la  Reina,  nuestros  Señores,  ser  bien  informados,  y  de  aqui  de  esta  ciudad 
se  os  enviarán  é  proveerá  de  todas  las  cosas  que  fueren  necesarias. 

Primeramente,  de  aqui  se  os  envian  diez  y  seis  de  caballo,  é  dos- 
cientos é  cincuenta  escuderos  é  ballesteros,  é  ciento  é  diez  espingarderos, 
é  veinte  Oficiales. 

De  esta  gente  habéis  de  hacer  tres  batallas;  la  una  para  vos,  y  las 
otras  dos  dellas  á  dos  personas,  que  serán  las  que  á  vos,  mejor  parescieren 
-ser  suficientes  para  el  tal  cargo,  á  las  cuales  dad  la  parte  de  gente  á  cada 
uno  que  os  paresciere. 

La  principal  cosa  que  habéis  de  hacer  es  guardar  mucho  á  los  Indios, 
que  no  les  sea  fecho  mal  nin  daño,  ni  les  sea  tomada  cosa  contra  su 
voluntad,  antes  resciban  honra,  é  sean  asegurados  de  manera  que  no 
se  alteren.  m0í. 

Y  porque  en  este  camino  que  yo  hice  á  Cambao  acaesció  que  algún 
Indio  hurtó  algo,  si  halláredes  que  algunos  dellos  furten,  castigadlos 
también  cortándoles  las  narices  y  las  orejas,  porque  son  miembros  que 
no  podrán  esconder,  porque  con  esto  se  asegurará  el  rescate  de  la  gente 
de  toda  la  isla,  dándoles  á  entender  que  esto  que  se  hizo  á  los  otros 
Indios  fué  por  el  furto  que  hicieron,  y  que  á  los  buenos  les  mandarán 
tratar  muy  bien,  y  á  los  malos  que  los  castigan. 

Porque  agora  la  gente  no  podrá  llevar  tanto  mantenimiento  desto 
nuestro  como  es  necesario  para  el  tiempo  que  han  de  estar  fuera,  allá 

van  1     N y  N los  cuales  llevan  mercadurías,  descuentas  é 

cascabeles  é  otras  cosas,  y  llevan  mandado,  como  por  virtud  de  la 
presente  les  mando,  que  por  el  pan  é  vituallas  que  se  hallaren  á  comprar 
las  paguen  con  las  dichas  mercadurías,  teniendo  cuenta  dellas,  poniendo 


Igual  vacío  en  el  original. ' 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


121 


el  dia  y  el  lugar  donde  las  hallaren,  y  que  todo  lo  que  dieren  de  las 
dichas  mercadurias  sea  en  presencia  de  la  persona  que  estoviere  por  el 
Teniente  de  los  Contadores  mayores,  para  que  solamente  tengan  razón  é 
cuenta  de  ello. 

ítem  mas ;  debéis  ordenar  de  dar  veinte  y  cinco  hombres  á  Arriaga, 
si  aqui  yo  no  se  los  doy  antes  que  se  parta,  y  él  tenga  cargo  de  ir  junta- 
mente con  esos  tres  á  proveer  de  todos  los  mantenimientos  para  toda  la 
hueste,  porque  no  haya  causa  que  ninguna  persona,  de  cualquier  grado  ó 
condición  que  sea,  vaya  á  rescatar  cosa  ninguna  de  los  Indios  y  los  hacer 
dos  mil  enojos;  y  es  cosa  que  es  mucho  contra  la  voluntad  y  deservicio 
del  Rey  é  de  la  Reina,  nuestros  Señores,  porque  sus  Altezas  desean  mas 
la  salvación  de  esta  gente  porque  sean  Cristianos,  que  todas  las  riquezas 
que  de  acá  puedan  salir,  asi  que  bien  proveído  vá,  y  se  debe  de  contentar 
cada  uno  que  sus  Altezas  les  manden  pagar  para  comer  y  otras  cosas 
que  necesarias  vos  fuesen. 

Y  si  por  ventura  no  se  hallare  de  comer  por  compra,  que  vos  Mosen 
Pedro  lo  proveáis ,  tomándolo  lo  mas  honestamente  que  podáis  halagando 
los  Indios. 

Desto  de  Cahonaboa,  mucho  querría  que  con  buena  diligencia  se 
toviese  tal  manera  que  lo  pudiésemos  haber  en  nuestro  poder,  y  por  eso 
debéis  tener  esta  manera  según  mi  albedrio :  enviar  una  persona  con  diez 
hombres  que  sean  muy  diestros,  que  vayan  con  un  presente  de  ciertas 
cosas  que  allá  llevan  los  sobredichos  que  llevan  el  rescate,  halagándole  y 
mostrándole  que  tengo  mucha  gana  de  su  amistad  y  que  le  enviaré  otras 
cosas,  y  quel  nos  envié  del  oro,  haciéndole  memoria  como  estáis  vos  ahi 
y  que  os  vais  holgando  por  esa  tierra  con  mucha  gente,  y  que,  tenemos 
infinita  gente,  y  que  cada  dia  verná  mucha  mas,  y  que  siempre  yo  le 
enviaré  de  las  cosas  que  trairan  de  Castilla,  tratallo  asi  de  palabras  hasta 
que  tengáis  amistad  con  él,  para  podelle  mejor  haber.  Y  no  debéis  curar 
agora  de  ir  á  Cahonaboa  con  la  gente,  salvo  enviar  á  Contreras,  el  cual 
vaya  con  las  diez  personas,  y  se  vuelvan  á  vos  con  la  respuesta  á  do 
quiera  que  se  supiere  que  estéis;  y  rescibida  la  embajada,  podréis  enviar 
otra  vez  y  otra,  fasta  que  el  dicho  Cahonaboa  esté  asegurado  y  sin  recelo 
que  le  habéis  vos  de  hacer  mal;  y  después  tener  la  forma  para  prendelle 
como  mejor  os  paresciere,  y  según  la  forma  que  él  habrá  entendido  por 
la  relación  del  dicho  Contreras,  haciendo  el  dicho  Contreras  lo  que  vos  le 
dijerédes  é  no  excediendo  dello. 

La  manera  que  se  debe  tener  para  prender  á  Cahonaboa,  reservando 
á  lo  que  allá  se  hallará  después,  es  esta. 

Quel  dicho  Contreras  trabaje  mucho  con  él,  é  tenga  manera  que 
Cahonaboa  vaya  á  hablar  con  vos,  porque  seguramente  se  haga  su 
prisión;  é  porque  él  anda  desnudo  é  seria  malo  de  detenerle,  é  si  una 
vez  se  soltase  é  se  fuyese  no  se  podria  asi  haber  á  las  manos  por  la 
dispusicion  de  la  tierra,  estando  en  vistas  con  él,  hacedle  dar  una  camisa 


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Cristóbal  Colón,  t.  ii.— i6. 


122 


CRISTÓBAL   COLÓN 


y  vestírsela  luego,  y  un  capus,  y  ceftille  un  cinto  y  ponelle  una  toca,  por 
donde  le  podéis  tener  é  no  se  vos  suelte.  E  también  debéis  prender  á  los 
hermanos  suyos  que  con  él  irán;  y  si  por  caso  el  dicho  Cahonaboa 
estoviere  indispuesto  que  no  pueda  ir  á  estar  con  vos,  tened  manera  con 
él  que  dé  por  bien  vuestra  ida  á  él;  é  antes  que  vos  á  él  lleguéis,  el  dicho 
Contreras  debe  ir  primero  por  le  asegurar,  diciéndole  que  vos  vais  á  él 
por  le  ver  é  conoscer,  é  tener  con  él  amistad,  porque  yendo  vos  con 
mucha  gente  podría  ser  que  tomase  recelo  é  se  pornia  á  ir  por  los  montes, 
é  errariades  la  presa;  pero  todo  se  remite  á  vuestra  buena  discreción  para 
que  fagáis  según  que  mejor  os  paresciere. 

ítem;  debéis  mucho  mirar  que  la  justicia  sea  mucho  temida,  y  que 
el  que  vuestro  mandamiento  pasare  sea  castigado  muy  bien,  porque  si 
de  otra  manera  pasase,  por  la  gente  se  podría  recrecer  que  se  perdiese 
toda  la  hueste  é  se  desmandaría,  é  no  vos  podriades  asi  aprovechar  de  la 
gente,  é  farian  daño;  é  los  Indios,  viéndolos  asi  desmandados  é  descon- 
certados por  el  mal  recabdo  que  ternian,  como  estos  Indios  sean  cobardes 
ó  no  dan  la  vida  á  ninguno  por  puro  temor,  fallándolos  de  dos  en  dos,  ó 
tres  en  tres,  podría  ser  que  tomasen  atrevimiento  de  los  matar;  asi  que 
por  esto  é  por  otras  cosas  es  bien  que  seades  muy  bien  obedescido,  é  se 
cumpla  en  todo  lo  que  mandáredes,  é  ninguno  no  salga  de  vuestro 
mandamiento,  avisándoos  que  no  hay  tan  mala  gente  como  cobardes,  que 
nunca  dá  la  vida  á  ninguno;  asi  que  si  los  Indios  hallasen  un  hombre  ó 
dos  desmandados  no  seria  maravilla  que  los  matasen. 

ítem;  pues  con  el  ayuda  de  nuestro  Señor  habéis  de  andar  mucha 
tierra,  será  bien  é  en  todo  caso,  por  do  quiera  que  fuérades,  por  todos 
los  caminos  ó  sendas,  faced  poner  cruces  altas  y  mojones,  y  asimismo 
cruces  en  los  arboles  y  cruces  en  los  logares  que  son  convenientes,  é  do 
no  se  puedan  asi  caer,  porque  allende  ques  razón  que  asi  se  faga,  pues, 
loado  Dios,  la  tierra  es  de  Cristianos,  aprovechareis  mucho  por  la 
perpetua  memoria  que  dellas  se  habrá,  é  aun  faciendo  poner  en  algunos 
árboles  altos  é  grandes  los  nombres  de  sus  Altezas. 

ítem  mas;  porque  me  paresce  bien  que  toda  esta  gente  vaya  agora 
con  Hojeda  hasta  Cambao,  y  que  de  alli  la  rescibais  vos  toda,  y  al 
comienzo  de  vuestro  camino  á  Yamahuix,  y  dende  llevareis  el  camino 
donde  os  paresciere  para  ver  el  término  de  Cambao;  y  porque  los 
caballos,  según  nos  informaron  el  otro  dia  Gaspar  y  los  otros  que  fueron 
á  Yamahuix,  no  pueden  pasar  de  Santo  Tomas  adelante  por  el  mal 
camino,  debeislos  de  dejar  en  Santo  Tomas,  y  dar  cargo  de  ellos  á  un 
escudero  de  los  de  las  guardas,  que  tenga  el  suyo  alli  también ,  ó  de  otra 
persona  que  os  paresciere  que  mejor  lo  haya  de  saber,  que  haga  cuidar 
destos  caballos  juntamente  con  mucha  diligencia,  tanto  é  mas  que  si 
fuesen  suyos,  porque  ya  vedes  cuanto  nos  va  en  tenerlos  buenos,  y  si 
hallásedes  tierra  para  que  viésedes,  pudiésedes  enviar  por  ellos  para 
proveeros  y  serviros. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


123 


Para  lo  cual  todo  que  suso  dicho  es,  é  para  cada  una  cosa'é  parte 
dello,  é  para  lo  que  á  ello  anejo  é  dependiente,  vos  do  é  concedo  el  mismo 
poder  que  yo  he  de  sus  Altezas  de  Viso  Rey  é  Capitán  General  destas 
Indias  por  la  presente,  bien  asi  como  si  el  dicho  poder  aqui  fuese  inserto 
é  incorporado;  é  por  virtud  del  dicho  poder  de  parte  de  sus  Altezas 
mando  á  la  gente  que  con  vos  fuere  de  aqui  adelante,  que  obedezcan  vues- 
tros mandamientos,  é  fagan  todo  lo  que  vos  les  dijéredes  é  mandáredes 
de  parte  de  sus  Altezas,  como  farian  bien  asi  como  si  yo  ge  lo  mandase, 
so  las  penas  que  les  vos  pusiéredes,  las  cuales  esecutad  en  las  personas  é 
bienes  de  los  que  lo  contrario  hicieren.  Fecha  en  la  cibdad  Isabela,  que 
es  en  la  Isla  Española  en  las  Indias,  á  nueve  dias  del  mes  de  Abril,  año 
del  Nascimiento  de  nuestro  Salvador  Jesucristo  de  mil  cuatrocientos 
noventa  y  cuatro  3iños.=£¿  A/mirante. =  Vor  su  mandado  la  fice  escribir. 
=Di£'^o  de  Peña/osa.  =^Testigos  que  fueron  presentes  á  ver  leer  é  con- 
certar este  dicho  treslado  de  la  dicha  Carta  original  de  Instrucción, 
Francisco  de  Madrid,  vecino  dende;  é  Francisco  de  San  Miguel,  vecino 
de  Ledesma;  é  Miguel  de  Cas  de  Dios,  vecino  de  Jaca;  é  Alonso  de 
Ledesma,  vecino  dende.=  E  yo  Diego  de  Peñalosa,  Escribano  del  Rey  é 
de  la  Reina,  nuestros  Señores,  á  mandamiento  del  Señor  Almirante,  la 
fice  escribir  é  concerté,  por  ende  fice  aqui  este  mi  signo.=  En  testimonio 
de  verdad.:=Z)/>^í7  de  Peñalosa. 


(D).— Pág.  681,  tomo  I." 

Escritura  de  Fray  Román  del  orden  de  San  Gerónimo,  de  la 
antigüedad  de  los  indios,  la  qual,  como  sujeto  que  sabe  su 
lengua,  recojió  con  dilijencia  de  orden  del  almirante. 


Yo  fray  Román,  pobre  heremita,  del  orden  de  San  Gerónimo, 
escribo  lo  que  he  podido  entender  y  saber  de  la  creencia  é  idolatría  de 
los  Indios,  y  como  observaban  sus  Dioses,  de  orden  de  el  Ilustre  Señor 
el  Almirante,  Virrey  y  Gobernador  de  las  islas  y  tierra  firme  de  las 
Indias ,  de  lo  cual  trataré  en  la  presente  escritura. 

Cada  uno  de  los  indios  observa  particular  modo  y  superstición  en 
adorar  los  Ídolos  que  tienen  en  su  casa,  que  llaman  Cemittes:  Creen  que 
haya  como  en  el  cielo,  ente  inmortal,  y  que  nadie  puede  verle,  y  que 
tiene  madre,  y  no  principio,  á  este  llaman  Jocahunague  Maorocon,  y  á 
su  madre  Aíubei,  Jemao,  Giiasar,  Apito  é  Zuimaco,  que  son  cinco 
nombres.  Estos  de  que  yo  escribo  son  de  la  isla  Española,  porque  de  las 
otras  islas  no  sé  cosa  alguna  por  no  haberlas  visto  jamas.  Saben  asimismo 


124 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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de  que- parte  vinieron,  y  de  donde  tuvo  orijen  el  Sol  y  la  Luna,  y  como 
se  hizo  el  mar  y  donde  van  los  difuntos.  Creen  que  los  muertos  se  les 
aparecen  cuando  vá  uno  solo,  pero  no  cuando  muchos  juntos;  todo  esto 
les  han  hecho  creer  sus  pasados,  porque  ellos  no  saben  leer  ni  contar 
hasta  diez. 

Capítulo  1. — D^"  que  parte  vinieroii  los  Judíos  y  en  que  modo. — 
La  Española  tiene  una  provincia  llamada  Caanau,  en  la  cual  hay  una 
montaña  que  se  llama  Canta  donde  hay  dos  cuevas,  llamada  la  una 
Cacibagiagua,  y  Amaiauba  la  otra.  De  Cacibagiagua  salió  la  mayor 
parte  de  la  gente  que  pobló  la  isla.  Cuando  estaban  en  la  cueva  tenían 
guarda  de  noche,  la  cual  estaba  encomendada  á  uno  que  se  llamaba 
Marocael;  QstQ  habia  tardado  en  venir  un  dia.á  la  puerta,  dicen  que  el 
Sol  se  le  llevó;  viendo  que  el  Sol  se  le  habia  llevado  á  este  por  su  mala 
guardia  se  cerraron  las  puertas  y  se  transformó  en  piedra  cerca  de  ella. 
Dicen  mas,  que  á  otros,  habiendo  ido  á  pescar,  los  cogió  el  Sol  y  se 
volvieron  árboles,  que  ellos  \\3.m2Ln  jobos  y  nosotros  mirabolanos. 

El  motivo  porque  Marocael  velaba  y  hacia  la  guardia  á  la  puerta, 
era  para  mirar  á  que  parte  queria  enviar  la  gente  ó  repartirla,  y  por  su 
tardanza  se  les  causó  mucho  mal. 

Cap.  II. —  Como  se  dividieron  los  hombres  y  las  mujeres.  —  Sucedió 
que  uno  que  tenia  por  nombre  Guagugiona  dijo  á  otro  que  se  llamaba 
Jadruvaba,  que  fuese  á  coger  una  hierba  llamada  digo,  con  que  se  Um- 
pian  el  cuerpo  cuando  van  á  lavarse;  á  este  le  cogió  el  Sol  en  el  camino 
y  se  volvió  pájaro,  que  canta  por  la  mañana  como  el  ruiseñor  y  se 
llama  Giahuba  Bagiael.  Viendo  Guagugiona  que  no  volvia  el  que  habia 
ido  á  coger  la  hierba  digo,  determinó  salir  de  la  cueva  Cacibagiagua. 

Cap.  III. —  Resolvió  partirse  Guagugiona  irritado,  viendo  que  no  vol- 
vían los  que  habia  enviado  á  coger  el  digo  para  lavarse,  y  dijo  á  las 
mujeres:  dejad  á  vuestros  maridos,  y  vamonos  á  otras  tierras  y  llevémonos 
muchas  joyas ,  dejad  á  vuestros  hijos ,  y  llevémonos  solamente  las  hierbas 
con  nosotros  y  después  volveremos  por  ellos. 

Cap.  IV. —  Partió  Guagugiona  con  todas  las  mujeres  y  anduvo  bus- 
cando otros  paises,  llegó  á  Matinino  donde  dejó  á  las  mujeres  de  repente, 
y  se  fué  á  otra  región  llamada  Guanin.  Las  mujeres  hablan  dejado  los  niños 
cerca  de  un  arroyo,  y  cuando  empezó  á  afligirlos  la  hambre ,  dicen  que 
lloraban  y  llamaban  á  las  madres  que  se  habían  ido,  que  los  padres  no 
podían  remediarlos  y  hambrientos  clamaban  á  las  madres  diciendo 
Mama:  pero  verdaderamente  pidiendo  la  teta,  y  así  llorando  y  pidiendo 
la  teta  decían  Too,  Too,  como  quien  pide  con  gran  deseo  y  por  mucha 
incomodidad.  Entonces  fueron  transformados  en  anímalíUos  como  enanos, 
que  se  llaman  Tona,  porque  pedían  teta,  y  que  de  este  modo  quedaron 
sin  mujeres  todos  los  hombres. 

Cap,  V. —  Que  llevaron  después  otra  vez  mujeres  de  la  Española. — 
La  isla  llamada  Española,  que  antes  se  llamaba  Aiti,  y  asi  se  llama- 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


125 


ban  los  habitadores  de  ella;  y  aquella  y  las  demás  islas,  los  llamaban 
Bouhi;  pero  como  los  indios  no  tienen  escritura  ni  letras  no  pueden  dar 
razón  del  modo  que  han  sabido  esto  de  sus  pasados ;  y  asi  no  se  con- 
forman en  lo  que  cuentan  ni  aun  se  puede  escribir  con  orden  lo  que 
refieren.  Cuando  se  iba  Guagugiona  el  que  llevaba  las  mujeres  llevó  las 
de  su  cacique  también,  que  se  llamaba  Anacaaigia,  engañándola  como 
engañó  á  los  demás.  Y  ademas  un  cuñado  de  Guagugiona  Anacaciigia, 
que  iba  con  él,  entró  en  el  mar,  y  dijo  el  dicho  Guagugiona  á  su  cuñado 
estando  en  la  canoa;  mira  que  hermoso  Cobo  está  en  el  agua  (el  cobo  es 
el  caracol  marino)  y  mirando  el  agua  para  ver  el  Cobo  le  agarró  por  los 
pies  Guagugiona  su  cuñado  y  le  arrojó  al  mar,  y  asi  tomó  para  si  todas 
las  mujeres,  y  dejó  las  de  Matinino,  donde  se  dice  que  hoy  no  hay  mas 
que  mujeres,  y  el  se  fué  á  otra  isla  que  se  llama  Guanin,  y  se  llamó  asi 
por  lo  que  llevó  de  ella  cuando  fué  allá. 

Cap.  VI. —  Que  Guagugiona  volvió  á  Canta,  de  donde  habia  sacado 
las  mujeres. —  Dicen,  que  estando  Guagugiona  en  la  tierra  donde  habia 
ido,  vio  una  mujer  que  habia  dejado  en  el  mar,  de  que  tuvo  gran  placer, 
y  al  instante  buscó  muchos  lavatorios,  para  lavarse,  por  estar  plagado 
del  mal,  que  llamamos  francés;  metióse  después  en  una  6^//í?//«5rt,  que 
significa  sitio  apartado,  donde  sanó  de  sus  llagas.  Después  ella  le  pidió 
licencia  para  irse,  y  él  se  la  dio.  Esta  mujer  se  llamaba  Guabonito  y 
Guagugiona  se  mudó  el  nombre  llamándose  después  Biberoci  Guagugiona, 
al  cual  dio  Guabonito  muchos  Guaninis  y  sartas  de  piedrecillas  para  que 
se  las  atase  en  los  brazos,  porque  en  aquella  tierra  son  las  gargantillas  de 
piedras  que  se  parece  mucho  al  mármol,  y  las  traen  atadas  en  los  brazos 
y  en  las' gargantas ,  y  los  guaninis  en  las  orejas,  haciéndose  los  agujeros 
en  ellas  cuando  niños,  y  son  de  metal  de  florin.  Dicen  que  el  principio  de 
estos  guaninis  fueron  Guabonito,  Albeborael,  Guagugiona  y  el  padre 
de  Albeborael.  Quedóse  en  la  tierra  Guagugiona  con  el  padre  que 
le  llamaba  Hiauna.  Su  hijo  de  parte  de  padre  se  llamaba  Hia  Guaili 
Guanin,  que  quiere  decir  hijo  de  Hiauna;  y  desde  entonces  se  llamó  y 
hasta  hoy  se  llama  Guanini.  Mas  como  no  tienen  letras  ni  escrituras  no 
saben  contar  bien  estas  fábulas,  ni  yo  puedo  escribirlas  bien,  por  lo  cual 
me  persuado  á  que  trabuco  las  cosas  y  pongo  primero  lo  que  habia  de 
ser  lo  último,  y  al  fin  lo  primero;  pero  todo  lo  que  confusamente  escribo 
lo  cuentan  ellos  asi,  y  asi  lo  extiendo  de  la  misma  forma  que  lo  he  sabido 
de  los  indios  del  pais. 

Cap.  vil — Como  fueron  mujeres  otra  vez  á  la  isla  de  Aiti  ó  Espa- 
ñola.— Dicen  que  un  dia  fueron  á  lavarse  los  hombres,  y  que  estando  en 
el  agua  llovia  mucho,  y  tenian  gran  deseo  de  tener  mujeres;  y  muchas 
veces  cuando  llovia  iban  á  buscar  las  huellas  de  las  suyas,  sin  poder 
hallar  nueva  alguna  de  ellas,  sino  aquel  dia  que  lavándose,  dicen  que 
vieron  caer  de  algunos  árboles  por  entre  las  ramas  cierta  especie  de 
personas,  que  no  eran  hombres  ni  mujeres,  ni  tenian  naturas  ni  de  unos 


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CRISTÓBAL  COLON 


ni  de  otros;  que  fueron  á  cojerlas  y  huyeron  como  águilas,  por  lo  cual 
llamaron  de  orden  del  cacique  dos  ó  tres  hombres,  viendo  que  no  podian 
cojerlas,  para  que  las  aguardasen  y  buscasen,  para  cada  un  indio  cara- 
cacol,  que  tenia  muy  ásperas  las  manos,  y  que  asi  las  tendrían  estrecha- 
mente sin  que  se  les  escurriesen;  dijeron  al  cacique  que  habia  cuatro  de 
estos  caracacoles  y  los  llevaron.  Es  el  caracaracol  una  enfermedad  como 
tina  que  causa  gran  aspereza  en  el  cuerpo.  En  efecto  las  cojieron,  y 
habiendo  tenido  consejo  sobre  el  modo  de  hacer  estas  personas  mujeres, 
por  faltarles  naturaleza  de  ellas  y  de  ellos,  buscaron  un  pájaro  que  se 
llama  hiriri,  llamado  antiguamente  hiriri  Cahuvaial  el  cual  agujerea  los 
árboles  y  en  nuestra  lengua  se  llama  Pico. 

Cap.  VIII. —  Como  hallaron  remedio  para  que  fuesen  mujeres. — 
Cojieron  aquellas  personas  y  las  ataron  de  pies  y  manos,  y  al  pájaro 
al  cuerpo  en  sitio  tan  proporcionado,  que  pensando  que  eran  árboles 
las  personas,  picando,  formó  la  naturaleza  de  la  mujer  que  le  faltaba. 
De  este  modo  dicen  los  indios  que  tuvieron  mujeres,  según  cuentan 
los  mas  ancianos;  pues  yo  escribo  en  resumen  por  no  haber  tenido 
papel  bastante,  y  asi  no  podré  poner  en  el  lugar  donde  debe  estar 
lo  que  apunté  en  lugar  diverso,  pero  con  todo  esto  no  he  errado,  porque 
creen  los  indios  todo  lo  que  vá  expresado,  como  vá  escrito.  Volvamos 
ahora  á  aquello  que  debíamos  haber  puesto  primero,  esto  es  á  la  opinión 
que  los  indios  tienen  en  cuanto  al  origen  y  principio  del  mar. 

Cap.  IX. —  Como  dicen  fué  hecho  el  mar. — Hubo  un  hombre  llamado 
Jaia,  de  quien  no  saben  el  nombre  propio,  y  su  hijo  se  llamaba  jfaiael, 
que  quiere  decir  hijo  de  Jaia.  Queriendo  Jaiael  matar  á  su  padre ,  este  lo 
mandó  desterrar,  y  lo  estuvo  cuatro  meses,  al  cabo  de  los  cuales  le  mató 
su  padre,  y  metió  los  huesos  en  una  calabaza,  la  cual  colgó  en  el  techo 
de  su  casa  y  alli  estuvo  algún  tiempo.  Sucedió  que  un  dia  dijo  Jaia  á  su 
mujer,  con  deseo  de  ver  su  hijo:  Quiero  ver  nuestro  hijo  Jaiael,  eñ  lo 
cual  convino;  y  habiendo  alcanzado  la  calabaza  la  abrió  para  ver  los 
huesos  de  su  hijo,  y  salieron  de  ella  muchos  peces  grandes  y  chicos. 
Viendo  los  padres  que  los  huesos  se  hablan  convertido  en  peces  determi- 
naron comérselos.  Dice  que  un  dia  habiendo  ido  Jaia  á  sus  conichis,  que 
quiere  decir  posesiones,  que  eran  su  patrimonio,  fueron  cuatro  hijos  de 
una  mujer  que  se  llamaba  Itiva  TaJiuvava,  todos  de  un  vientre  y  jeme- 
Ios,  pues  habiendo  muerto  de  parto  la  abrieron  y  sacaron  del  vientre  los 
cuatro  hijos,  y  el  primero  fue  Caracaracol,  que  quiere  decir  Roñoso;  el 
cual  Caracaracol  se  llamaba  Dimivan;  los  otros  no  tenian  nombre. 

Cap.  X. — Estos  cuatro  hijos  de  Itiba  Fahuvava  fueron  juntos  por  la 
calabaza  de  Jaia,  en  la  cual  estaba  su  hijo  Jaiael,  que  se  habia  transfor- 
mado en  pez,  pero  ninguno  se  atrevió  á  llegar  á  ella  sino  Dimivan  Caraca- 
racol, que  la  alcanzó  y  todos  se  hartaron  de  peces;  pero  cuando  estaban 
comiendo,  sintieron  que  venia  Jaia  de  sus  heredades,  y  queriendo  en  este 
aprieto  volver  á  colgar  la  calabaza,  lo  hicieron  tan  mal  que  cayó  en  tierra 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


127 


y  se  rompió;  dicen  que  fué  tanta  el  agua  que  salió  de  aquella  calabaza 
que  llenó  toda  la  tierra,  y  con  ella  salieron  muchos  peces,  y  de  aqui  dicen 
que  tuvo  origen  el  mar.  Salieron  estos  de  alli,  y  encontraron  con  un 
hombre  que  se  llamaba  Cofiel,  el  cual  era  mudo. 

Cap.  XI. — De  lo  que  pasó  á  los  cuatro  hermanos  cuando  huyeron  de 
Jaia. — Estos,  luego  que  llegaron  á  la  puerta  de  Basamanaco,  y  sintieron 
que  llevaba  cazabí,  dijeron,  Aiamacavo  Guartocoel,  que  quiere  decir  conoz- 
camos este  abuelo  nuestro;  asimismo  Dimivan  Caracaracol  viendo  á  sus 
hermanos  delante  de  sí,  entró  dentro  para  ver  si  podia  tomar  algún 
cazabí,  el  cual  cazabí  es  el  pan  que  se  come  en  aquella  tierra.  Habiendo 
entrado  Caracaracol  en  casa  de  Aiamacavo,  le  pidió  cazabí,  que  es  el  pan 
referido,  y  él  se  echó  mano  á  la  nariz  y  le  tiró  una  calabaza  en  las  espaldas, 
que  estaba  llena  de  cogioba  que  habia  hecho  aquel  dia.  Es  la  cogioba 
cierto  polvo  que  toman  algunas  veces  para  purgarse  y  otros  efectos,  como 
se  dirá  adelante.  Tómanla  con  una  caña  larga  como  medio  brazo,  y 
meten  un  extremo  en  la  nariz  y  otro  en  el  polvo,  y  asi  lo  sorben  por  la 
nariz,  lo  cual  les  hace  purgar  grandemente;  y  le  dio  aquella  calabaza  por 
pan,  y  se  fué  muy  irritado  porque  se  lo  pedian. 

Volvióse  Caracaracol  á  sus  hermanos  y  contó  lo  que  le  habia  suce- 
dido con  Baiamanicoel ,  y  el  golpe  que  le  dio  con  la  calabaza  en  las 
espaldas  y  que  le  dolia  mucho.  Entonces  los  hermanos  le  miraron  las 
espaldas  y  las  vieron  muy  hinchadas,  y  creció  tanto  la  hinchazón  que 
estuvo  para  morir,  por  la  cual  buscaron  modo  de  abrirla  y  no  pudieron, 
y  tomando  un  hacha  de  pedernal  la  abrieron ,  y  salió  fuera  una  tortuga 
viva,  y  asi  fabricaron  su  casa  y  llevaron  á  ella  la  tortuga.  De  esto  no  he 
sabido  mas,  y  para  entenderlo  ayuda  poco  lo  que  hemos  escrito. 

Mas  dicen,  que  el  sol  y  la  luna  salieron  de  una  cueva  que  está  en  la 
tierra  de  un  cacique  llamado  Maucia  Fiouel:  á  la  cueva  llaman  Jovovava 
y  la  tienen  en  mucha  estimación,  y  toda  pintada  á  su  modo  de  follajes  y 
cosas  semejantes,  sin  figuras.  Habia  en  esta  cueva  dos  Cernís  de  piedra 
del  tamaño  de  medio  brazo,  y  parecía  que  sudaban ,  á  los  cuales  tenian 
en  gran  veneración;  y  cuando  no  Uovia  dicen  que  iban  á  visitarlos  y  al 
punto  llovia;  el  uno  de  ellos  se  llamaba  Boiniael  y  el  otro  Maroio. 

Cap.  XII. —  Cotno  dicen  que  andan  vagando  los  muertos  y  contó  son, 
y  de  lo  que  hacen. —  Creen  que  hay  un  lugar  adonde  van  los  muertos, 
que  se  llama  Coaibai,  y  está  en  la  misma  isla  á  la  parte  que  llaman 
Soraia.  El  primero  que  estuvo  en  Coaibai  dicen  que  fué  uno  que  se 
llamaba  Machetaurie  Guanana,  que  era  Señor  de  dicho  Coaibai  czsa 
y  habitación  de  los  difuntos. 

Dicen  que  por  el  dia  están  encerrados  y  por  la  noche  salen  á  diver- 
tirse, y  que  comen  un  cierto  fruto  llamado  guabaca  el  cual  tiene  el  sabor 

de que  el  dia  están y  á  la  noche  se  convertían  en  fruta,  y  hacen 

fiestas  y  van  en  compañía  de  los  vivos. 

Cap.    XIII.  —  De    la  forma    con    que   se   tratan   los    muertos.  — 


128 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Y  para  conocerlos  observan  este  orden,  que  con  las  manos  les  tocan 
las  tripas,  y  si  no  les  hallan  ombligo,  dicen  que  está  operito  que  quiere 
decir  muerto;  porque  dicen  que  los  muertos  no  tienen  ombrigo;  y 
asi  algunas  veces  se  hallan  engañados,  pues  no  mirando  á  esto  cogen 
algunas  mujeres  de  la  compañia,  y  cuando  piensan  tenerlas  abrazadas  no 
hallan  nada,  porque  desaparecen  de  repente;  y  hasta  hoy  creen  lo  referido. 
Llaman  á  la  persona  que  está  viva  Goeiz,  y  después  de  muerta  la  llaman 
Opia.  Este  Goeiz  dicen  que  se  aparece  muchas  veces,  asi  en  torma  de 
hombre  como  de  mujer;  y  afirman  que  si  dá  con  hombre,  que  quiere 
reñir  con  él,  que  en  empezando  á  luchar  desaparece,  y  que  el  hombre 
echaba  los  brazos  en  otra  parte,  sobre  algunos  árboles  de  los  cuales 
quedaba  colgado,  lo  cual  creen  todos,  grandes -y  pequeños,  y  que  se  les 
aparece  en  forma  de  su  padre,  madre,  hermano,  pariente,  y  en  otras  formas. 
El  fruto  que  dicen  que  comen  los  muertos  es  del  tamaño  del  melacoton; 
y  estos  muertos  no  se  aparecen  de  dia  sino  de  noche,  por  lo  cual  si  se 
arriesga  alguno  á  andar  solo  de  noche  lleva  gran  miedo. 

Cap.  XIV. —  De  do7ide  procede  lo  referido  y  porque  lo  creen. — 
Hay  algunos  hombres  que  viven  y  practican  entre  ellos,  y  llámanlos 
Bohiitis,  los  cuales  hacen  muchos  engaños,  como  se  dirá  luego.  Rácenlos 
creer  que  hablan  con  los  muertos,  y  que  saben  cuanto  sucede,  y  todos 
sus  secretos,  y  que  cuando  están  enfermos  los  curan  y  arrancan  el  mal, 
y  asi  los  engañan  porque  yo  he  visto  parte  destas  cosas  por  mis  propios 
ojos,  como  de  las  otras  cosas  que  contaré.  Diré  solamente  lo  que  he 
sabido  de  muchos,  especialmente  de  los  principales,  á  los  cuales  he 
tratado  mas  que  á  otros.  Puesto  que,  como  los  moros,  tienen  la  ley 
reducida  á  canciones  antiguas,  y  cuando  quieren  cantarlas  tocan  cierto 
instrumento,  que  llaman  Baiohabao,  el  cual  es  de  palo  y  cóncavo,  fuerte 
y  muy  sutil ,  de  medio  brazo  de  largo  y  otro  medio  de  ancho,  y  la  parte 
donde  se  toca  está  en  forma  de  tenazas  de  herrador  y  la  otra  parte  es 
como  una  porra,  de  manera  que  parece  una  calabaza  de  cuello  largo. 
Este  instrumento  tocan  que  tiene  tanto  sonido  que  se  oye  una  legua,  y 
cantan  á  él  las  canciones  que  saben  de  memoria,  y  le  tocan  los  hombres 
principales,  aprendiendo  los  muchachos  á  tocarle  y  cantar  á  él,  dentro 
según  su  costumbre.  Pasemos  ahora  á  tratar  muchas  cosas,  acerca  de  las 
ceremonias  y  costumbres  de  los  jentiles. 

Cap.  XV, — De  las  observaciones  de  estos  indios  BUHuniHU ,  y  como 
hacen  profesión  de  medicitta,  y  enseñan  á  la  j ente,  y  la  engañan  en  las 
curas. — Todos,  ó  la  mayor  parte  de  los  indios  de  la  Española,  tienen  muchos 
Gemines  de  diversas  maneras.  Unos  tienen  los  huesos  de  su  padre,  de  su 
madre,  parientes  y  pasados,  los  cuales  son  de  piedra  ó  madera,  y  tienen 
muchos  de  dos  formas,  algunos  que  hablan  y  otros  que  hacen  nacer  lo 
que  comen;  otros  que  hacen  llover;  otros  que  haga  aire;  lo  cual  creen 
aquellos  ignorantes  que  hagan  aquellos  ídolos,  ó  mas  propiamente 
demonios,  porque  no  tienen  conocimiento  de  nuestra  santa  fé.    Cuando 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


129 


alguno  está  enfermo  le  llevan  al  Buhuitihu,  que  es  el  médico  referido,  el 
cual  tiene  obligación  á  guardar  la  dieta  que  el  enfermo,  y  á  traer  la  cara 
como  si  lo  estuviera,  lo  cual  se  hace  en  el  modo  que  ahora  sabréis.  Es 
menester  que  él  también  se  purgue  como  el  enfermo,  y  para  purgarse 
toman  el  polvo  cohoba  sorbiéndole  por  las  narices,  que  los  emborracha 
de  modo  que  no  saben  lo  que  se  hacen,  y  dicen  muchas  cosas  fuera  de 
razón,  afirmando  que  hablan  con  los  cemís,  y  que  por  ello  les  ha  venido 
una  enfermedad. 

Cap.  XWl.~De  lo  que  hacen  los  Buhuitihu. — Cuando  van  á  visitar 
algún  enfermo,  antes  de  salir  de  su  casa  se  ponen  negra  toda  la  cara  con 
hollín  ó  carbón,  para  hacer  creer  al  enfermo  lo  que  le  pareciere  en  cuanto 
á  su  enfermedad;  toman  después  algunos  huesecillos  y  un  poco  de  carne, 
y  envolviendo  todo  esto  en  alguna  cosa  para  que  no  se  caiga,  se  lo 
meten  en  la  boca  cuando  ya  el  enfermo  está  purgando  con  el  polvo  que 
hemos  dicho. 

En  entrando  el  médico  en  la  casa  del  enfermo,  se  sienta,  y  callan 
todos,  y  si  hay  muchachos  los  echan  fuera,  porque  no  metan  ruido  ni 
impidan  hacer  su  oficio  al  Buhuitihu,  sin  quedar  en  la  casa  mas  de  uno  ó 
dos  principales:  estando  asi  solos  toman  alguna  hierba  de  la  Joia,  ancha, 
y  otra  hierba  envuelta  en  una  hoja  de  cebolla,  de  media  cuarta  de  ancho; 
la  una  de  dichas  joias  es  la  que  comunmente  traen  todos,  y  la  comen 
después  de  haberla  traido  fregándola  entre  las  manos,  y  se  la  echan  en  la 
boca  de  noche  para  vomitar  lo  que  han  comido  y  que  no  les  haga  mal,  y 
entonces  empiezan  el  canto,  y  encendiendo  una  luz  sacan  el  jugo. 

Hecho  esto,  y  estando  quieto  un  poco,  se  levanta  el  Buhuitihu  y  vá 
hacia  el  enfermo,  que  está  sentado  solo  enmedio  de  la  casa,  como  se  ha 
dicho,  y  le  dá  dos  vueltas  al  rededor  como  quiere.  Después  se  pone 
delante  de  él  y  le  coje  de  las  piernas,  palpándole  los  muslos  y  las  piernas 
hasta  los  pies.  Después  tira  fuertemente,  como  que  quiere  desollar  alguna 
cosa,  y  de  aUi  se  vá  á  la  salida  de  la  casa  y  cierra  la  puerta,  y  habla 
diciendo:  Vete  al  monte,  ó  al  mar,  ó  adonde  quiere  decir,  y  con  un  soplo 
como  quien  sopla  una  paja ,  se  vuelve  otra  vez ,  pone  las  manos  juntas, 
cierra  la  boca,  y  le  tiemblan  las  manos  como  cuando  hace  gran  frió; 
sóplase  las  manos  por  encima,  y  tira  á  sí  el  aire  como  cuando  se  chupa 
el  meollo  de  un  hueso,  y  vá  chupando  hasta  el  enfermo  por  el  cuello, 
estómago,  espaldas,  manos,  barriga,  ó  por  muchas  partes  del  cuerpo. 
Hecho  esto  empieza  á  toser  y  á  hacer  gestos,  como  si  hubiera  habido 
una  cosa  amarga,  y  escupe  en  su  mano  lo  que  hemos  dicho  que  se  echó 
en  la  boca  en  su  casa  ó  en  el  camino,  y  si  es  cosa  de  comer  dice  al 
enfermo :  —  Advierte ,  que  tu  has  comido  alguna  cosa  que  te  ha  causado  el 
mal,  que  padeces;  mira  como  te  lo  he  sacado  del  cuerpo,  que  tu  cemís  te  lo 
habia  metido  en  el  cuerpo,  porque  no  le  hiciste  oración,  ó  no  le  fabricaste 
algún  templo,  ó  no  le  diste  alguna  heredad;  y  si  es  piedra  le  dice,  guár- 
dala muy  bien :  y  algunas  veces  tienen  por  cierto  que  aquellas  piedras 


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Cristóbal  Colón,  t.  ii.  — 17. 


130 


CRISTÓBAL  COLÓN 


son  buenas  y  ayudan  mucho  á  que  paran  bien  las  mujeres,  y  las  guardan 
con  mucho  cuidado  envueltas  en  algodón  en  una  cestilla,  y  las  dan  á 
comer  de  lo  que  comen,  y  lo  mismo  hacen  con  los  cemís  que  tienen  en 
casa.  Los  dias  de  función  solemne  llevan  mucha  comida  de  carne,  pescado, 
pan  y  otras  cosas  y  lo  ponen  en  casa  del  cemís,  para  que  coma  el  ídolo 
de  ello,  y  el  dia  siguiente  después  de  haber  comido  el  cemís,  vuelven  todo 
lo  que  aya  á  sus  casas,  y  asi  los  ayuda  Dios  como  comen  los  cemís  de 
aquello  y  no  de  otra  cosa,  siendo  los  cemís  compuestos  de  piedra  ó  palo. 

Cap.  XVII.  —  Como  algunas  veces  se  han  engañado  los  dichos  médi- 
cos.—  Después  que  han  hecho  las  referidas  cosas,  sin  embargo  de  las 
cuales  el  enfermo  se  muere,  si  tiene  muchos  parientes  el  muerto  ó  es 
Señor  de  vasallos,  y  que  pueden  resistir  contra  el  dicho  Buhuitihu,  que 
quiere  decir  médico  porque  los  que  pueden  poco  no  se  atreven  á  con- 
tender, el  que  le  quiere  hacer  mal  hace  esto. 

Queriendo  saber  si  el  enfermo  murió  por  culpa  del  médico,  ó  no 
guardó  la  dieta  como  él  le  mandó,  toman  una  hierba  que  se  llama  Gueio, 
gruesa  y  ancha,  que  tiene  las  hojas  semejantes  al  basilicon,  la  cual  por 
otro  nombre  se  llama  Zachon,  sacan  el  zumo  de  la  hoja,  cortan  las  uñas 
al  muerto  y  los  cabellos  de  la  frente  y  entre  dos  piedras  los  hacen  polvo, 
el  cual  mezclan  con  el  zumo  de  la  hierba  referida  y  se  lo  hacen  beber  al 
muerto,  por  la  boca  ó  las  narices,  preguntándole  si  el  médico  ocasionó  su 
muerte,  y  si  guardó  la  dieta,  y  esto  se  lo  preguntan  muchas  veces  hasta 
que  el  muerto  habla  tan  claramente  como  si  estuviera  vivo:  de  suerte  que 
responde  á  todo  lo  que  le  preguntan,  diciendo  que  el  Buhuitihu  no 
observó  la  dieta,  y  que  entonces  ocasionó  su  muerte;  y  dicen  que  el 
médico  le  pregunta  si  está  vivo,  y  como  habla  tan  claramente?  —  y  él 
responde  que  está  muerto.  Después  que  han  sabido  lo  que  quieren  lo 
vuelven  á  la  sepultura,  de  la  cual  le  hablan  sacado  antes  para  saber  lo 
que  querían. 

También  tienen  otro  modo  de  ejecutar  lo  referido  para  saber  lo  que 
qiaieren.  Toman  el  muerto  y  hacen  un  gran  fuego  semejante  al  de  los 
carboneros  cuando  hacen  carbón,  y  cuando  la  leña  está  hecha  brasas 
echan  el  muerto  en  aquella  gran  hoguera  y  le  tapan  con  tierra,  como 
el  carbonero  cubre  el  carbón,  y  le  dejan  estar  alli  el  tiempo  que  les  dá  la 
gana,  y  estando  de  este  modo  le  preguntan  lo  mismo  que  queda  referido, 
y  responde  el  muerto  que  no  sabe  nada;  pregúntanle  esto  diez  veces 
y  los  responde,  después  no  habla  mas  el  muerto:  pregúntanle  si  está 
muerto,  pero  él  no  vuelve  á  hablar  palabra. 

Cap.  XVIII. —  Como  se  vengan  los  parientes  sabida  la  respuesta  de 
los  muertos.  Como  saben  lo  que  quieren  de  los  que  queman  y  como  se 
vengan. —  Júntanse  un  dia  todos  los  parientes  del  muerto  y  esperan  el 
Buhuitihu  que  le  asistió,  y  le  dan  tantos  palos  que  le  rompen  las  pier- 
nas, brazos  y  cabeza,  de  suerte  que  le  machacan  todo,  y  le  dejan  asi, 
creyendo  que  es  muerto;  por  la  noche  dicen  que  vienen  muchas  culebras 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


131 


de  diversas  maneras,  blancas,  negras,  verdes  y  de  otras  muchas  colores, 
y  lamen  la  cara  y  todo  el  cuerpo  del  dicho  médico  que  dejaron  por 
muerto,  y  asi  queda  dos  ó  tres  dias:  mientras  está  alli  dicen  que  los 
huesos  de  las  piernas  y  de  los  brazos  vuelven  á  juntarse  y  se  sueldan,  y 
que  se  levanta  y  vuelve  andando  poco  á  poco  á  su  casa,  y  los  que  le  ven 
le  preguntan,  diciéndole:  ^-No  estabas  tu  muerto?  —  Y  él  responde  que 
los  cemines  hablan  venido  en  su  socorro  en  forma  de  culebras;  y  los 
parientes  del  muerto  muy  irritados,  porque  creian  haber  vengado  la 
muerte  de  su  pariente,  al  verle  vivo  se  desesperan,  y  procuran  haberle  á 
las  manos  para  matarle,  y  si  le  pueden  cojer  otra  vez  le  sacan  los  ojos  y 
los  testículos,  porque  dicen  que  ninguno  de  estos  médicos  puede  morir 
por  muchos  palos  y  heridas  que  le  den,  si  no  hacen  esto. 

Cuando  descubren  el  fuego,  el  humo  sube  hacia  arriba  hasta  que  le 
pierden  de  vista,  y  rechina  al  salir  del  horno,  vuelve  después  hacia  abajo 
y  entra  en  casa  del  Buhuitihu,  y  al  instante  enferma  porque  no  guardó 
dieta,  y  se  llena  todo  de  llagas,  y  se  pela  todo  el  cuerpo,  lo  cual  tienen 
por  señal  de  no  haber  guardado  dieta  y  haberse  muerto  el  enfermo  por 
esto;  y  asi  procuran  matarle,  como  se  ha  dicho  del  otro:  esto  es  lo 
que  suelen  hacer  en  estos  casos. 

Cap.  XIX.  —  Cotno  Jiaccji  y  tienen  los  ceniís  de  piedra  ó  de  palo.  — 
Los  de  palo  se  hacen  de  este  modo.  Cuando  alguno  camina  dice  que  vé 
algún  árbol  el  cual  mueve  la  raiz ,  se  para  el  hombre  con  gran  miedo  y  le 
pregunta  lo  que  es  aquello,  y  le  responde: —  Yo  me  llamo  BuJiuitihu,  y 
ese  te  dirá  quien  soy  yo.  —  Va  el  indio  al  médico  y  le  dice  lo  que  ha  visto, 
y  el  bruto  hechicero  va  corriendo  al  instante  al  árbol  de  que  le  ha 
hablado  el  otro  y  se  sienta  junto  á  él  y  toma  la  cogioba,  como  hemos 
dicho  en  la  historia  de  los  cuatro  hermanos.  Hecha  la  cogioba  se  levanta 
en  pié,  y  refiere  todos  sus  títulos  como  si  fueran  de  un  gran  señor,  y  le 
pregunta:  — Dime  ^ quién  eresr  jY  qué  haces  aquir  j  Qué  quieres  de  mi? 
^Porque  me  has  hecho  llamar?  Dime  si  quieres  que  te  corte  ó  venirte 
conmigo  que  yo  te  daré  una  casa  y  una  heredad.  —  Entonces  el  árbol 
ó  cemís,  hecho  ídolo  ó  diablo,  le  responde  diciéndole  la  forma  en  que 
quiere  que  lo  haga,  y  él  le  corta  y  labra  en  el  modo  que  le  ha  ordenado; 
le  fabrica  su  casa  con  la  posesión  y  le  hace  la  cogioba  muchas  veces  al 
año  cuando  le  hace  la  oración  para  agradarle,  y  preguntar  ó  saber 
algunas  cosas  malas  ó  buenas  del  dicho  cemís,  y  también  para  pedirle 
riquezas. 

Cuando  quieren  saber  si  alcanzan  victoria  de  sus  enemigos,  van 
á  una  casa  donde  no  entran  mas  de  los  indios  principales,  y  su  señor,  que 
es  el  primero  que  hace  la  cogioba  y  toca,  y  en  tanto  que  hace  la  cogioba 
ninguno  de  los  que  están  en  su  compañía  habla,  hasta  que  el  cacique 
acaba  de  hacerla;  en  habiendo  acabado  hace  su  oración,  está  un  poco  de 
tiempo  con  la  cabeza  vuelta  y  los  brazos  sobre  las  rodillas;  luego  alza  la 
cabeza  mirando  al  cielo,  y  habla;   entonces  todos  le  responden  á  un 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


tiempo  en  voz  alta,  y  habiendo  hablado  todos  dando  gracias,  cuenta 
la  visión  que  ha  visto  embriagado  con  la  cogioba  que  habia  tomado  por 
las  narices,  la  cual  se  sube  á  la  cabeza,  y  dice  haber  hablado  con  el 
cemís,  y  que  han  de  alcanzar  victoria,  ó  que  huirán  los  enemigos,  ó  que 
habrá  gran  mortandad,  ó  guerras  ó  hambre,  según  lo  que  se  le  ocurre 
estando  borracho.  Considerad  como  tendrá  el  juicio  y  la  cabeza,  porque 
ellos  mismos  dicen  que  les  parece  que  van  las  cosas  vueltas  de  arriba 
abajo,  y  que  los  hombres  andan  con  la  cabeza,  los  pies  hacia  el  cielo. 
Esta  cogioba  la  hacen  también  á  los  cemís  de  piedra  y  de  palo,  como  á 
los  cadáveres  que  hemos  dicho  arriba. 

Son  los  cemís  de  piedra  de  diversa  manera,  algunos  dicen  que  son 
los  que  sacan  los  médicos  del  cuerpo  á  los  enfermos,  y  tienen  por  seguro 
que  son  los  mejores  para  hacer  parir  las  preñadas;  hay  otrps  que  hablan, 
que  tienen  figura  de  un  nabo  gordo,  con  las  hojas  extendidas  por  tierra  y 
largas  como  las  de  las  alcaparras,  las  cuales  regularmente  tienen  forma  de 
hojas  de  olmo.  Otras  tienen  tres  puntas  y  creen  ser  producidas  de  la 
yuca,  son  semejantes  al  rábano;  y  otras  tienen  seis  ó  siete  puntas,  que 
no  sé  á  que  compararlas,  por  no  haber  visto  alguna  semejante  á  ellas  en 
España  ni  en  otra  parte.  El  tallo  de  la  yuca  es  de  un  estado  de  alto. 
Digamos  ahora  de  la  creencia  que  tienen  en  lo  que  toca  á  los  ídolos  y  á 
los  cemines,  y  de  los  grandes  engaños  que  reciben  de  ellos. 

Cap.  XX. — De  los  cemís  Bugia  y  Aiba. —  Dicen  que  cuando  hubo 
aqui  guerras  quemaron  al  cemís  Bugia,  y  lavándole  después  con  zumo  de 
yuca  le  crecieron  los  brazos  y  el  cuerpo  y  le  nacieron  los  ojos  otra  vez;  la 
yuca  era  pequeña,  y  con  el  agua  y  el  zumo  referido  le  lavaban  para  que 
engordase,  y  afirman  que  daba  enfermedades  á  los  que  hablan  hecho  este 
cemís,  por  no  haberle  llevado  de  comer  yuca.  Tenia  por  nombre  este 
cemís  Braidama ,  y  cuando  alguno  enfermaba  llamaban  al  Buhuitihu  y  le 
preguntaban  de  que  habia  procedido  la  enfermedad,  y  respondía  que 
Braidama  le  habia  enviado  de  comer  con  los  que  tenian  cuidado  de 
su  casa;  y  esto  decía  que  se  lo  habia  dicho  el  cemís  Braidama. 

Cap.  XXI. — De  el  cemís  Guamorete .  —  Dicen  que  cuando  hicieron 
la  casa  de  Guamorete ,  el  cual  era  hombre  principal,  pusieron  un  cemí 
que  él  tenia  y  se  llamaba  Corocote,  encima  de  la  casa,  y  cuando  tenian 
guerra  entre  ellos  y  los  enemigos  de  Guamorete  abrasaron  la  casa  en  que 
estaba  Corocote,  dicen  que  entonces  se  levantó  en  alto  el  cemís  y  se  fué 
á  distancia  de  un  tiro  de  ballesta,  y  que  cuando  estaba  sobre  la  casa 
bajaba  y  dormia  con  las  mujeres,  y  después  de  muerto  Guamorete  vino 
el  cemí  á  poder  de  otro  cacique ,  y  todavía  dormia  con  ellas ;  y  dicen  mas 
que  en  la  cabeza  le  nacieron  dos  coronas  por  lo  cual  decian :  pues  que  él 
tiene  dos  coronas  cierto  es  ser  hijo  de  Corocote,  y  esto  lo  tenian  por  ciertí- 
simo.  Después  tuvo  este  cemí  otro  cacique  llamado  Guatabanex,  y  su 
lugar  se  llamaba  Sacaba. 

Cap.  XXII. — De  otro  cernís  que  se  llamaba  Opigielguoiñran. —  Este 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


133 


le  tenia  un  hombre  principal  que  se  llamaba  Cavavaniovava,  que  tenia 
muchos  vasallos.  Dicen  que  este  cemís  tenia  cuatro  pies  como  de  perro, 
y  es  de  palo,  y  que  muchas  veces  por  la  noche  salia  fuera  de  casa  y.  se 
iba  á  las  selvas,  donde  iban  á  buscarlo  y  le  traian  atado  con  sogas,  pero 
él  volvia  á  las  selvas ;  y  cuando  los  cristianos  llegaron  á  la  Española  dicen 
que  se  escapó  y  se  fué  á  una  laguna  y  que  por  las  huellas  le  siguieron, 
pero  no  le  vieron  mas,  ni  saben  otra  cosa  de  esto.  Como  lo  compré 
lo  vendo. 

Cap.  XXIII. — De  otro  cemís  que  se  llama  Guabancex. —  Este  Guaban- 
cex  estaba  en  tierras  de  un  gran  cacique  de  los  mas  principales  llamado 
Aumatex,  el  cual  cemís  es  mujer  y  dicen  que  tiene  otros  dos  en  su 
compañía,  y  el  uno  es  Pregonero,  y  el  otro  Recojedor  y  Gobernador  de 
las  aguas,  y  cuando  Guabancex  se  enfurece  dicen  que  hace  mover  el 
viento  y  el  agua  y  hecha  por  tierra  las  casas,  y  derriba  los  árboles;  este 
cemís  dicen  que  es  muger  y  hecho  de  piedra  de  aquel  pais  y  los  otros 
dos  que  estaban  en  su  compañía,  el  uno  se  llamaba  Guatauva,  y  es 
Pregonero,  porque  van  los  dos  por  mandato  de  Guabancex  á  que  todos 
los  cemines  de  aquella  provincia  ayuden  á  hacer  mucho  viento  y  agua. 
El  otro  se  llama  Coatrisquía,  que  dicen  recoje  las  aguas  en  los  valles 
entre  las  montañas,  y  después  las  deja  correr  hasta  que  con  las  avenidas 
destruyen  el  pais:  lo  cual  tienen  ellos  por  muy  cierto. 

Cap.  XXIV. —  De  lo  que  creejí  de  otro  cernís,  que  se  llama  Taragu- 
vael. — Este  cemís  es  de  un  principal  cacique  de  la  Española  y  es  ídolo 
á  quien  dan  diversos  nombres,  el  cual  fué  hallado  del  modo  que  contaré. 
Dicen  que  en  los  tiempos  pasados,  no  saben  cuanto  ha,  un  dia  andando 
á  caza ,  dieron  con  cierto  animal  que  huyendo  corrieron  tras  él  y  se  les 
metió  en  un  hoyo,  y  estándole  mirando,  vieron  una  viga  que  parecía  que 
estaba  viva;  viendo  esto  el  cazador  fué  á  avisar  á  su  señor,  que  era  caci- 
que y  padre  de  Guaíaronel,  y  le  dijo  lo  que  habia  visto;  fueron  allá 
y  hallaron  lo  que  el  cazador  decia,  y  junto  aquel  tronco  le  fabricaron 
una  casa.  Dicen  que  sale  de  ella  diversas  veces ,  y  va  al  sitio  de  donde  le 
hablan  traído,  ó  cerca  del ,  por  lo  cual  el  señor  referido  ó  su  hijo  Guaíaro- 
nel le  enviaron  á  buscar  y  le  hallaron  escondido,  y  otra  vez  le  ataron  y  le 
metieron  en  un  saco,  y  con  todo  esto  andaba  como  antes,  lo  cual  tiene 
por  cosa  certísima  aquella  gente  ignorante. 

Cap.  XXV.  —  De  lo  que  afirmaban.  —  Uno  de  estos  caciques  se 
llamaba  Cacibaquel ,  padre  del  dicho  Guarionel,  y  el  otro  Gamanacoel; 
decian  que  aquel  Gran  Señor  que  está  en  el  cielo,  como  en  el  principio 
del  libro  va  escrito,  es  Cazibú,  que  hizo  una  abstinencia  en  este  lugar,  que 
comunmente  hacen  todos  los  indios,  porque  están  encerrados  seis  ó  siete 
dias,  sin  comer  otra  cosa  que  zumo  de  yerbas  con  el  cual  se  lavan 
también.  Acabado  este  tiempo  toman  alguna  cosa  que  les  sirve  de 
alimento,  y  mientras  han  estado  sin  comer  aseguran  haber  visto  alguna 
cosa  que  desean,  por  la  debilidad  que  tienen  en  el  cuerpo  y  la  cabeza,  y 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


todos  hacen  este  ayuno  á  honra  de  los  cerninas  que  tienen ,  por  saber 
si  alcanzarán  victoria  de  sus  enemigos ,  ó  para  adquirir  riquezas ,  ó  por 
cualquier  otra  cosa  que  desean;  y  dicen  que  este  cacique,  habiendo 
hablado  con  Yocawaghama,  le  habia  dicho  que  cualquiera  que  después 
de  su  muerte  quedase  vivo  gozarla  poco  su  dominio,  porque  veria  en  su 
tierra  una  gente  vestida  la  cual  habia  de  dominarlos  y  matarlos  y  hacer 
que  se  muriesen  de  hambre;  ellos  pensaron  primero  que  estos  habían 
de  ser  los  caníbales,  pero  considerando  que  no  hacian  otra  cosa  mas  de 
hurtar  y  huir,  presto  creyeron  que  seria  otra  gente  la  que  decia  el  cemís; 
ahora  creen  que  éste  es  el  Almirante  y  la  gente  que  trae  consigo. 

Quiero  ahora  contar  lo  que  vi  y  pasó  cuando  yo  y  otros  frailes 
vinimos  de  Castilla,  y  yo  Fray  Román,  pobre  eremita,  quedé  y  me  fui  á 
la  Madalena  á  una  fortaleza  la  cual  hizo  fabricar  don  Cristóbal  Colón, 
Almirante,  Virey  y  Gobernador  de  las  islas  y  de  la  tierra  firme  de  las 
Indias,  por  mandato  del  Rey  don  Fernando  y  de  la  Reina  Doña  Isabel, 
nuestros  Señores. 

Estando,  pues,  en  aquella  fortaleza  en  compañía  de  Artiaga,  capitán 
de  ella,  por  mandado  de  don  Crlstobal  Colon,  quiso  Dios  iluminar  con 
la  lumbre  de  Santa  Fé  católica  toda  una  casa  de  la  jente  principal  de  la 
dicha  provincia  Madalena,  la  cual  se  llamaba  antes  Marolís  y  el  señor  de 
ella  Guavavoco7tel,  que  quiere  decir  Guavaenechin;  en  está  casa  viven  sus 
criados  ó  servidores  y  favorecidos,  que  por  sobrenombre  tienen  el  de 
Jauva  Variú,  y  en  todos  eran  diez  y  seis  personas,  parientes  todos, 
y  entre  ellos  cinco  hijos  varones;  de  estos  uno  murió  y  los  otros  cuatro 
recibieron  el  agua  del  santo  bautismo,  y  creo  que  murieron  mártires, 
como  se  vio  en  su  muerte  y  constancia.  El  primero  que  recibió  la  muerte, 
ó  el  agua  santa  del  bautismo  fué  un  indio  llamado  Gunticaba,  que 
después  se  llamó  Juan.  Este  fué  el  primer  cristiano  que  padeció  cruel 
muerte,  y  cierto  me  parece  que  la  tuvo  de  Mártir,  porque  he  oído  algu- 
nos que  se  hallaron  en  ella  que  decia: — Dios,  aboriadacha,  que  quiere 
decir —  Yo  soy  sieiiio  de  Dios:  —  y  así  murió  su  hermano  Antonio,  y  con 
él  otro  diciendo  lo  mismo  que  él.  Toda  la  jente  de  esta  casa  estuvo  en 
mi  compañía,  y  hacian  cuanto  me  agradaba;  los  que  quedaron  vivos  y 
viven  hoy,  son  cristianos,  por  ahora  del  referido  don  Cristóbal  Colon, 
y  ahora  hay  muchos  mas  cristianos,  por  la  gracia  de  Dios. 

Digamos  ahora  lo  que  nos  sucedió  en  la  isla  de  la  Madalena.  Hallán- 
dome en  ella  vino  el  dicho  señor  Almirante  en  socorro  de  Artiaga,  y  de 
algunos  cristianos  que  estaban  sitiados  por  los  enemigos,  subditos  de  un 
cacique  que  se  llamaba  Caonao,  y  me  dijo  el  Almirante,  que  en  la 
provincia  de  la  Madalena,  Marolís,  tenia  diversa  lengua  de  la  otra,  y  que 
no  la  entendían  en  toda  la  tierra,  pero  que  yo  fuese  á  estar  con  otro 
cacique,  llamado  Guarionex,  señor  de  mucha  jente,  cuya  lengua  se 
entendía  por  toda  aquella  tierra,  con  lo  cual  de  su  orden  me  fui  á  estar 
con  el  dicho  Guarionex;  aunque  es  verdad  que  yo  dije  al  señor  Gober- 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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nador  Don  CRISTÓBAL  COLO^ :  — ¿  Señor,  como  quiere  V.  S.  que  yo  vaya 
á  estar  con  Guarionex,  no  sabiendo  otra  lengua  que  la  del  Marolis?  Déme 
V.  S.  licencia  para  que  venga  cofimigo  alguno  de  los  de  Huhuici, 
que  después  fueron  cristianos  y  sabían  ambas  lenguas,  lo  cual  me 
concedió  y  me  dijo  que  llevase  conmigo  á  quien  yo  mas  quisiese;  y  Dios 
por  su  bondad  me  dio  por  compañero  el  mejor  de  los  indios,  y  el  mas 
práctico  en  la  santa  fé  católica,  y  después  me  lo  quitó;  Dios  sea  bendito 
que  me  le  dio  y  me  le  quitó,  que  verdaderamente  yo  le  tenia  por  muy 
buen  hijo  y  hermano,  y  era  el  Juai  Cabana  que  después  fué  cristiano  y 
se  llamó  Juan.  De  las  cosas  que  pasamos  aqui,  yo  pobre  ermitaño  no 
diré  cosa  alguna,  y  como  partimos  yo  y  Juai  Cabana,  y  fuimos  á  la 
Isabela,  y  esperamos  al  señor  Almirante  hasta  que  volvió  del  socorro 
que  dio  á  la  Madalena,  y  luego  que  llegó  fuimos  adonde  nos  habia  man- 
dado en  compañía  de  uno  que  se  llamaba  Juan  de  Agiada,  á  cuyo  cargo 
estuvo  una  fortaleza  quel  Gobernador  Don  CRISTÓBAL  CoLON  hizo 
fabricar  á  media  legua  de  donde  nosotros  habíamos  de  residir,  y  mandó 
el  señor  Almirante  á  el  dicho  Juan  de  Agiada  que  nos  diese  de  comer  de 
lo  que  tenia  en  la  fortaleza,  la  cual  se  llamaba  la  Concepción;  estuvimos 
con  aquel  cacique  Guarionex  dos  años  enseñándole  siempre  nuestra  santa 
fé  católica  y  las  costumbres  de  los  cristianos.  Al  principio  mostró  buena 
voluntad,  y  dio  esperanzas  de  hacer  todo  lo  que  quisiésemos  y  de  ser 
cristiano,  diciendo  que  le  enseñásemos  el  Padre  Nuestro,  el  Ave  Maria  y 
el  Credo,  que  aprendieron  muchos  de  la  casa ,  y  él  cada  mañana  decia  sus 
oraciones  y  hacia  que  las  dijesen  todos  los  de  su  familia;  pero  después  se 
enfadó  y  dejó  este  buen  propósito  por  culpa  de  otros  principales  de  la 
tierra,  que  le  reprendían  que  queria  obedecer  á  la  Ley  cristiana,  siendo 
asi  que  los  cristianos  eran  perversos  y  le  tenian  tomada  su  tierra  por 
fuerza,  por  lo  cual  le  aconsejaban  que  no  cuidase  mas  de  las  cosas  de  los 
cristianos,  sino  que  se  concordasen  y  conjurasen  á  matarlos,  porque  no 
era  posible  satisfacerlos ,  y  habían  determinado  no  seguir  sus  acciones  en 
modo  alguno. 

Viendo  nosotros  que  se  distraía,  y  que  olvidando  lo  que  le  habíamos 
enseñado,  resolvimos  dejarle  é  irnos  adonde  pudiésemos  hacer  mas  fruto, 
enseñando  á  los  indios  y  amaestrándolos  en  las  cosas  de  la  santa  fé.  Y 
asi  fuimos  á  otro  cacique  principal,  el  cual  nos  mostraba  buena  voluntad 
diciendo  queria  ser  cristiano,  el  cual  se  llamaba  Maviatue.  Al  segundo 
dia  que  partimos  del  pueblo  y  habitación  de  Guarionex  para  ir  á  la  tierra 
del  referido  Maviatue,  yo  Fray  Román  Pane,  pobre  eremita,  y  Fray  Juan 
Borgoñon  del  orden  de  San  Francisco,  y  Juan  Mateo,  el  primero  que 
recibió  el  bautismo  en  la  Española,  la  jente  de  Guarionex  fabricaba  una 
casa  cerca  de  otra  de  la  Oración  en  que  dejamos  algunas  imájenes,  para 
que  se  arrodillasen  y  rezasen  delante  de  ellas,  y  tuviesen  este  consuelo 
los  catecúmenos,  que  eran  la  madre,  hermanos  y  parientes  del  dicho  Juan 
Mateo,  primer  cristiano  á  quien  se  juntaron  otros  siete,  y  después  todos 


136 


CRISTÓBAL  COLON 


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los  de  su  casa  se  hicieron  cristianos  y  perseveraron  en  el  buen  propósito, 
según  nuestra  santa  fé;  de  manera  que  toda  la  casa  referida  quedaba  en 
guarda  de  la  de  Oración  y  de  algunas  posesiones  que  yo  habia  labrado 
y  hecho  labrar. 

Habiendo  quedado  estos  en  guarda  de  la  dicha  casa,  el  segundo  dia 
después  que  partimos  fueron  seis  hombres  á  ella,  y  de  orden  de  Guarionex 
les  dijeron  á  los  siete  catecúmenos  que  hablan  quedado  en  custodia  que 
tomasen  las  imájenes  que  Fray  Román  les  habia  dejado  para  guardar,  y 
las  rompiesen  y  descuartizasen;  porque  habiéndose  ido  Fray  Román  y 
sus  compañeros  no  sabrían  este  hecho.  Aquellos  seis  criados  de  Gua- 
rionex que  fueron  á  la  casa  de  oración ,  hallaron  seis  niños  que  la  hacian 
guarda,  y  temiendo  lo  que  después  les  sucedió,  los  muchachos  adiestrados 
dijeron  que  no  querían  que  entrasen;  mas  ellos  entraron  por  fuerza,  y 
quitaron  y  se  llevaron  las  imájenes. 

Cap.  XXVI. —  De  lo  que  sucedió  con  las  Imágenes;  el  milagro  que 
Dios  hizo  para  mostrar  su  poder. ^  Luego  que  salieron  de  la  casa  de 
la  Oración  las  enterraron  y  las  pisaron  encima,  áicienáo :  —  A /¿ora 
serán  dueños  y  grandes  sus  frutos:  y  esto  porque  hicieron  esta  maldad 
en  un  campo  bien  labrado,  diciendo :  que  seria  bueno  el  fruto  de  lo  que 
estaba  sembrado  allí,  todo  por  vituperio.  Visto  esto  por  los  muchachos 
que  guardaban  la  casa  de  oración  por  orden  de  los  catecúmenos,  fueron 
luego  á  sus  mayores  que  estaban  en  sus  haciendas,  y  les  dijeron  que  la 
jente  de  Guarionex  habia  destrozado  y  vituperado  las  imájenes;  oido  esto 
por  ellos  dejaron  lo  que  estaban  haciendo  y  fueron  gritando  á  hacerlo 
saber  á  Don  Bartolomé  Colon ,  que  entonces  tenia  el  Gobierno  por  su 
hermano  el  Almirante  que  habia  vuelto  á  Castilla;  el  cual  como  á  Virrey 
y  Gobernador  de  la  isla  fulminó  proceso  contra  los  malhechores,  y  sabida 
la  verdad  hizo  quemar  los  delincuentes;  pero  no  por  eso  los  demás  sub- 
ditos depusieron  el  mal  ánimo  de  matar  un  dia  á  los  cristianos,  señalando 
en  el  que  iban  á  pagar  el  tributo;  pero  ese  mismo  dia,  descubierta  su 
traición,  fueron  presos  todos  los  que  iban  conjurados;  y  sin  embargo, 
perseveraron  en  el  mismo  propósito,  dando  muerte  á  cuatro  hombres,  y 
Juan  Mateo,  y  Antonio  su  hermano,  los  cuales  hablan  sido  bautizados; 
y  después  fueron  donde  estaban  las  imágenes  y  las  hicieron  pedazos. 

Pasados  algunos  dias  mandó  el  señor  de  aquel  campo  sacar  el  ají, 
que  son  raices  semejantes  á  los  nabos  y  á  los  rábanos,  y  en  el  lugar  donde 
estaban  enterradas  las  imájenes  habian  nacido  dos  ó  tres  ajís,  como  si  los 
hubiesen  puesto  uno  encima  de  otro  en  forma  de  cruz:  ni  era  posible  que 
hombre  alguno  hallase  cosa  semejante;  pero  la  encontró  la  madre  de 
Guarionex,  que  era  la  peor  mujer  que  yo  conocí  en  aquellas  partes,  la 
cual  lo  tuvo  por  gran  milagro;  y  dijo  al  castellano  de  la  fortaleza  de  la 
Concepción :  —  Dios  ha  hecho  este  milagro  donde  estuvieron  enterradas 
las  imájenes,  y  el  sabe  porqué.  Digamos  ahora  como  se  hicieron  cristianos 
los  primeros  que  recibieron  el  santo  bautismo,   y  lo  que  es   necesario 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


137 


ejecutar  para  hacerlos  cristianos  á  todos.  Es  cierto  que  la  isla  tiene  gran 
necesidad  de  jente  para  castigar  los  señores  que  no  quieren  entrar  en  que 
aquellos  pueblos  entiendan  las  cosas  de  la  santa  fé  católica  y  dejarlos 
enseñar,  y  puedo  decir  con  verdad  que  ni  pueden  ni  saben  contrade- 
cirlos, y  que  me  he  fatigado  por  saberlo  para  tener  certidumbre  de  ello, 
como  se  colejirá  de  lo  que  hasta  ahora  hemos  referido,  y  al  buen  enten- 
dedor bastan  pocas  voces. 

Los  primeros  cristianos  de  la  isla  Española  son  los  que  hemos  dicho 
arriba;  conviene  á  saber,  Guanavariu,  en  cuya  casa  habia  diez  y  siete 
personas  que  todas  se  bautizaron,  haciéndoles  conocer  que  hay  un 
Dios  el  cual  hizo  todas  las  cosas  y  crió  el  cielo  y  la  tierra,  lo  cual  fácil- 
mente creían;  pero  con  otros  habia  necesidad  de  mas  eficacia  é  ingenio, 
porque  no  todos  somos  de  una  misma  naturaleza,  puesto  que  si  aquellos 
tuvieron  buen  principio  y  mejor  fin ,  no  les  sucedería  á  otros  asi ,  porque 
suelen  empezar  bien  y  después  se  burlan  de  lo  que  les  han  enseñado,  por 
lo  cual  se  necesita  de  fuerza  y  de  castigo.  El  primero  que  recibió  el 
santo  bautismo  en  la  isla  Española  fué  Juan  Mateo  que  se  bautizó  el  día 
del  Evangelista  San  Mateó  del  año  1496,  y  después  toda  su  casa,  donde 
hubo  muchos  cristianos;  hubiera  mas  sí  hubieran  tenido  personas  que  los 
enseñasen  y  que  los  refrenasen ;  y  si  alguno  pregunta  porque  tengo  por 
tan  fácil  este  negocio,  digo  que  porque  lo  he  visto  por  experiencia,  y 
especialmente  en  un  cacique  principal  llamado  Mahuvíativire,  el  cual  ha 
mas  de  tres  años  que  continua  en  la  buena  voluntad  de  querer  ser  cris- 
tiano, y  ofrece  que  no  tendrá  mas  de  una  mujer,  porque  suelen  tener  dos 
y  tres,  y  los  principales  diez,  quince  y  veinte.  Esto  es  lo  que  yo  he  podido 
comprender  y  saber  acerca  de  las  costumbres  y  ritos  de  los  indios  de  la 
Española  por  la  dílíjencia  de  que  he  usado,  por  lo  cual  no  pretendo 
ninguna  utilidad  espiritual  ó  temporal:  plegué  á  Dios  Nuestro  Señor  que 
si  esto  es  para  su  servicio,  me  dé  gracia  para  poder  perseverar,  y  sino  me 
quite  el  entendimiento. 

Fin  de  la  obra  del  pobre  eremita  Román  Pane. 

Desde  la  vez  primera  que  repasamos  esta  interesante  Memoria,  la 
más  antigua  que  de  los  ritos,  ceremonias  y  creencias  de  los  indios  de 
Haití  se  escribió,  y  por  persona  que  vivió  entre  ellos  familiarmente  durante 
mucho  tiempo,  é  intervino  en  los  primeros  pasos  de  la  propagación  del 
cristianismo  en  aquella  isla,  vimos  con  pesar  que  su  contexto  mismo 
revela  graves  defectos  que  no  pueden  atribuirse  al  autor.  A  veces  falta 
el  sentido,  á  veces  se  nota  claramente  una  laguna  cuya  extensión  c 
importancia  no  pueden  calcularse.  No  sabemos  si  Alonso  de  Ulloa  al 
traducir  en  italiano  el  original  de  don  Fernando  Colón  entendió  mal  lo 
que  decía  fray  Román,  cuyo  lenguaje  debía  ser  bastante  rudo,  y  si 
después  en  la  reversión  castellana  hecha  quizá  no  por  don  Andrés  Gon- 
zález Barcia,  sino  de  su  orden,  se  aumentaron  aquellos  defectos.    En 


Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  18. 


13» 


CRISTÓBAL  COLÓN 


nuestro  deseo  de  dar  á  los  lectores  de  esta  obra  un  texto  más  correcto,  y 
quizá  también  la  obra  más  completa,  hemos  practicado  muchas  diligencias 
en  el  Archivo  General  de  Indias,  en  Sevilla,  en  la  Colombina,  y  en  varias 
Bibliotecas  y  Archivos  de  Madrid ,  no  habiendo  tenido  la  buena  suerte 
de  encontrar  ni  un  sólo  traslado  de  la  Escritura  de  fray  Román  Pane,  para 
poder  hacer  el  cotejo  con  la  de  González  Barcia,  que  textual  hemos 
copiado. 


(E).  — Pág.  698,  tomo'i." 
Testimonio  de  haber  reconocido  la  tierra-firme,  creyendo  que 

LO   ERA  LA  ISLA   DE    CUBA,    POR   EL   ESCRIBANO  FERNAND  PEREZ 

DE  Luna. 


M^ 


En  la  carabela  Niña,  que  ha  por  nombre  Santa  Clara,  Jueves  doce 
dias  del  mes  de  Junio,  año  del  Nascimiento  de  nuestro  Señor  Jesucristo  de 
mil  é  cuatrocientos  é  noventa  é  cuatro  años,  el  muy  magnífico  Señor 
D.  Cristóbal  Colon,  Almirante  mayor  del  mar  Océano,  Visorey  é 
Gobernador  perpetuo  de  la  isla  de  San  Salvador,  é  de  todas  las  otras 
islas  é  tierra-firme  de  las  Indias  descubiertas  é  por  descubrir  por  el  Rey 
é  la  Reina,  nuestros  Señores,  é  su  Capitán  general  de  la  mar,  requirió  á 
mi  Fernand  Pérez  de  Luna,  Escribano  público  del  número  de  la  Cibdad 
Isabela,  por  parte  de  sus  Altezas,  que  por  cuanto  él  habia  partido  de  la 
dicha  Cibdad  Isabela  con  tres  carabelas  por  venir  á  descubrir  la  tierra- 
firme  de  las  Indias,  puesto  que  ya  tenia  descubierto  parte  della  el  otro 
viaje  que  acá  primero  habia  hecho  el  año  pasado  del  Señor  de  mil  é 
cuatrocientos  é  noventa  é  tres  años,  y  no  habia  podido  saber  lo  cierto 
dello;  porque  puesto  que  andoviese  mucho  por  ella  non  habia  fallado 
personas  en  la  costa  de  la  mar  que  le  supiesen  dar  cierta  relación  dello, 
porque  eran  todos  gente  desnuda  que  no  tiene  bienes  propios,  ni  tratan, 
ni  van  fuera  de  sus  casas,  ni  otros  vienen  á  ellos,  segund  dellos  mismos 
supo,  y  por  esto  no  declaró  afirmativo  que  íuese  la  tierra-firme,  salvo  que 
lo  pronunció  dubitativo,  y  la  habia  puesto  nombre  la  Juana,  á  memoria 
del  Príncipe  D.  Juan  nuestro  Señor,  y  agora  partió  de  la  dicha  Cibdad 
Isabela  á  veinte  y  cuatro  dias  del  mes  de  Abril,  é  vino  á  demandar  la 
tierra  de  la  dicha  Juana  mas  propinca  de  la  isla  Isabela,  la  cual  es  fecha 
como  un  girón  que  va  de  Oriente  á  Occidente,  y  la  punta  está  de  la  parte 
de  Oriente  propinca  á  la  Isabela  veinte  é  dos  leguas,  y  siguió  la  costa 
della  al  Occidente  de  la  parte  del  Austro  para  ir  á  una  isla  muy  grande  á 
que  los  Indios  llaman  Jarnaica,  la  cual  falló  después  de  haber  andado 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


139 


mucho  camino,  y  le  puso  nombre  la  isla  de  Santiago,  y  anduvo  la  costa 
toda  dalla  de  Oriente  á  Occidente,  y  después  volvió  á  la  tierra-firme,  á 
que  llama  la  Juana,  al  lugar  que  el  habia  dejado,  y  siguió  la  costa  de'lla 
al  Poniente  muchos  dias,  atanto  que  dijo  que  por  su  navegación  pasaba 
de  trescientas  é  treinta  é  cinco  leguas  desde  que  comenzó  entrar  en  ella 
fasta  agora,  en  el  cual  camino  conoció  muchas  veces,  y  lo  pronunció, 
que  esta  era  tierra-firme  por  la  fechura  é  la  noticia  que  de  ella  tenia,  y  el 
nombre  de  la  gente  de  las  Provincias,  en  especial  la  provincia  de  Mango; 
y  agora,  después  de  haber  descubierto  infinitísimas  islas  que  nadie  ha 
podido  contar  del  todo,  y  llegando  aquí  á  una  población,  tomó  unos 
indios,  los  cuales  le  dijeron  que  esta  tierra  andaba  la  costa  de  ella  al 
Poniente  mas  de  veinte  jornadas,  ni  sabian  si  allí  hacia  fin,  que  fasta 
donde  llegaba  determinó  de  andar  mas  adelante  algo,  para  que  todas  las 
personas  que  vienen  en  estos  navios,  entre  los  cuales  hay  Maestros  de 
cartas  de  marear  y  muy  buenos  Pilotos,  los  mas  famosos  que  el  supo 
escoger  en  la  armada  grande  quél  trajo  de  Castilla,  y  porque  ellos  viesen 
como  esta  tierra  es  grandísima,  y  que  de  aquí  adelante  va  la  costa  della 
al  mediodía,  asi  como  les  decia,  anduvo  cuatro  jornadas  mas  adelante, 
porque  todos  fuesen  muy  ciertos  que  era  tierra-firme,  porque  en  todas 
estas  islas  é  tierras  no  hay  pueblo  á  la  mar,  salvo  gente  desnuda  que  se 
vive  de  pescado,  y  nunca  van  en  la  tierra  adentro,  ni  saben  que  sea  el 
mundo,  ni  del  cuatro  leguas  lejos  de  sus  casas,  y  creen  que  no  hay  en 
el  mundo  salvo  islas,  y  son  gentes  que  no  tienen  ley  ni  seta  alguna,  salvo 
nacer  y  morir,  ni  tienen  ninguna  polecia  porque  puedan  saber  del  mundo; 
y  porque  después  del  viage  acabado  que  nadie  no  tenga  causa  con 
mahcias,  ó  por  mal  decir  y  apocar  las  cosas  que  merecen  mucho  loor, 
requirió  á  mi  el  dicho  Escribano  el  dicho  Señor  Almirante,  como  de 
suso  lo  reza,  de  parte  de  sus  Altezas,  que  yo  personalmente  con  buenos 
testigos  fuese  á  cada  una  de  las  dichas  tres  carabelas  é  requiriese  al 
Maestre  é  compaña,  é  toda  otra  gente  que  en  ellas  son  publicamente, 
que  dijesen  si  tenían  dubda  alguna  que  esta  tierra  no  fuese  la  tierra-firme 
al  comienzo  de  las  Indias  y  fin  á  quien  en  estas  partes  quisiere  venir  de 
España  por  tierra;  é  que  si  alguna  dubda  ó  sabiduría  dello  toviesen  que 
les  rogaba  que  lo  dijesen,  porque  luego  les  quitaría  la  dubda,  y  les  faria 
ver  que  esto  es  cierto  y  qués  la  tierra-firme.  E  yo  así  lo  cumplí  y  requerí 
publicamente  aquí  en  esta  carabela  Niña  al  Maestre  é  compaña,  que  son 
las  personas  que  debajo  nombraré  á  cada  uno  por  su  nombre  y  de  donde 
es  vecino,  é  asimismo  en  las  otras  dos  carabelas  suso  dichas  requerí  á  los 
Maestres  é  compaña,  y  así  les  declaré  por  ante  los  testigos  abajo  nom- 
brados ;  todo  así  como  el  dicho  Señor  Almirante  á  mi  habia  requerido  yo 
requerí,  á  ellos,  y  les  puse  pena  de  diez  mil  maravedís  por  cada  vez  que 
lo  que  dijere  cada  uno  que  después  en  ningún  tiempo  el  contrario  dijese 
de  lo  que  agora  diria,  é  cortada  la  lengua;  y  si  fuere  Grumete  ó  persona 
de  tal  suerte,  que  le  darían  ciento  azotes  y  le  cortarian  la  lengua;  y  todos 


„jiiiimnDuinT';f,  Taunmimp  aniDiiiBiiuuniiiinim 

illlj    CID    UBI    M    Ulll     IBt    W    M    tu    ^ 


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I40 


CRISTÓBAL  COLÓN 


así  requeridos  en  todas  las  dichas  tres  carabelas,  cada  una  por  si  con 
mucha  diligencia,  miraron  los  Pilotos,  é  Maestres,  é  Marineros  en  sus 
cartas  de  marear,  y  pensaron  y  dijeron  lo  siguiente : 

Francisco  Niño,  vecino  de  Moguer,  Piloto  de  la  carabela  Niña,  dijo 
que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  no  oyó  ni  vido  isla  que  pudiese 
tener  trescientas  é  treinta  é  cinco  leguas  en  una  costa  de  Poniente  á 
Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora  que  la  tierra 
tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suduest  y  Oest,  y  que  ciertamente  no  tenia 
dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme;  antes  lo  afirma  y  defendería  ques 
la  tierra-firme  y  no  isla,  y  que  antes  de  muchas  leguas,  navegando  por  la 
dicha  costa,  se  fallarla  tierra  adonde  tratan  gente  política  de  saber,  y  que 
saben  el  mundo  &c. 

ítem  :  Alonso  Medel ,  vecino  de  Palos ,  Maestre  de  la  carabela  Niña, 
dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que  nunca  oyó  ni  vido  isla 
que  pudiese  tener  trescientas  é  treinta  é  cinco  leguas  en  una  costa  de 
Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora  que  la 
tierra  tornaba  al  Sur  Suduest,  y  al  Suduest  y  Oest,  y  que  ciertamente 
no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme;  antes  lo  afirmaba  y 
defendía  que  es  la  tierra-firme  y  no  isla ,  y  que  antes  de  muchas  leguas, 
navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra,  adonde  tratan  gente  polí- 
tica de  saber  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  Jhoan  de  la  Cosa,  vecino  del  Puerto  de  Santa  María,  Maestro 
de  hacer  Cartas,  Marinero  de  la  dicha  carabela  Niña,  dijo  que  para  el 
juramento  que  habia  hecho,  que  nunca  oyó  ni  vido  isla  que  pudiese  tener 
trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa  de  Poniente  á  Levante,  y 
aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora  que  la  tierra-firme  tornaba  al 
Sur  Suduest  y  al  Suduest  y  Oest,  y  que  ciertamente  no  tenia  dubda 
alguna  que  fuese  la  tierra-firme,  y  antes  lo  afirmaba  y  defendería  que  es 
la  tierra-firme  y  no  isla;  y  que  antes  de  muchas  leguas,  navegando  por 
la  costa,  se  fallaría  tierra  adonde  trata  gente  política  de  saber,  y  que  sabe 
el  mundo  &c. 

ítem:  todos  los  Marineros  é  Grumetes,  é  otras  personas  que  en  la 
dicha  carabela  estaban ,  que  algo  se  les  entendia  de  la  mar,  dijeron  á  una 
voz  todos  públicamente,  é  cada  uno  por  sí,  que  para  el  juramento  que 
habían  hecho,  que  aquella  era  la  tierra- firme,  porque  nunca  habían  visto 
isla  de  trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa,  y  aun  no  acabada 
de  andar;  y  que  ciertamente  no  tenían  dubda  dello  ser  aquella  la  tierra- 
firme,  é  antes  lo  afirmaban  así;  los  cuales  dichos  Maríneros  é  Grumetes 
son  los  siguientes,  é  nombrados  de  la  manera  que  se  sigue:  Johan  del 
Barco,  vecino  de  Palos,  Marínero;  Morón,  vecino  de  Moguer;  Francisco 
de  Lepe,  vecino  de  Moguer;  Diego  Beltran,  vecino  de  Moguer;  Domingo 
Ginoves;  Estefano  Veneciano;  Juan  de  España  Vizcaíno;  Gómez  Calafar, 
vecino  de  Palos;  Ramiro  Pérez,  vecino  de  Lepe;  Mateo  de  Morales, 
vecino  de  San  Juan  del  Puerto;  Gonzalo  Vizcaíno,  Grumete;  Alonso  de 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


141 


Huelva,  vecino  dende,  Grumete;  Francisco  Ginoves,  vecino  de  Córdoba; 
Rodrigo  Molinero,  vecino  de  Moguer;  Rodrigo  Calafar,  vecino  de  Car- 
taya;  Alonso  Niño,  vecino  de  Moguer;  Juan  Vizcaíno. 

ítem:  Bartolomé  Pérez,  vecino  de  Rota,  Piloto  de  la  carabela  de 
San  Juan ,  dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que  nunca  oyó  ni 
vido  isla  que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco  Jeguas  en  una  costa 
de  Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora 
que  la  tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y  Est,  y  que  cierta- 
mente no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme;  antes  lo  afirmaba 
y  defendería  que  es  la  tierra-firme  y  no  isla,  y  que  antes  de  muchas 
leguas,  navegando  por  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde  trata  gente 
política  de  saber,  y  que  saben  del  mundo  &c. 

ítem:  Alonso  Pérez  Roldan,  vecino  de  Málaga,  Maestre  de  la  dicha 
carabela  de  San  Juan,  dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que 
nunca  oyó  ni  vido  isla  que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco  leguas 
en  una  costa  de  Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que 
veia,  agora  que  la  tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y  Est, 
y  que  ciertamente  no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme,  antes 
lo  afirmaba  y  defendería  ques  la  tierra-firme  y  no  isla,  y  que  antes  de 
muchas  leguas,  navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde 
tratan  gente  política  de  saber,  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  Alonso  Rodríguez,  vecino  de  Cartaya,  Contramaestre  de  la 
dicha  carabela  San  Juan,  dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho, 
que  nunca  oyó  ni  vido  isla  que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco 
leguas  en  una  costa  de  Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar; 
y  que  veía  agora  que  la  tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y 
Est,  y  que  ciertamente  no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme, 
antes  lo  afirmaba  y  defendería  ques  la  tierra-firme  y  no  isla,  y  que  antes 
de  muchas  leguas,  navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde 
tratan  gente  política  de  saber,  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  todos  los  marmeros  é  Grumetes,  é  otras  personas  que  en  la 
dicha  carabela  de  San  Juan  estaban ,  que  algo  se  les  entendía  de  la  mar, 
dijeron  á  una  voz  todos  públicamente,  é  cada  uno  de  por  sí,  para  el 
juramento  que  hablan  hecho,  que  aquella  era  la  tierra-firme,  porque 
nunca  hablan  visto  isla  de  trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa 
y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  ciertamente  no  tenían  dubda  dello  ser 
aquella  la  tierra-firme,  antes  lo  afirmaban  ser  así;  los  cuales  dichos  Mari- 
neros é  Grumetes  son  los  siguientes,  é  nombrados  en  la  manera  que  se 
sigue :  Johan  Rodríguez ,  vecino  de  Ciudad-Rodrigo,  Marinero ;  Sebastian 
de  Ayamonte,  vecino  dende.  Marinero;  Diego  del  Monte,  vecino  de 
Moguer,  Marinero ;  Francisco  Calvo,  vecino  de  Moguer,  Marinero ;  Juan 
Domínguez,  vecino  de  Palos,  Marinero;  Juan  Albarracin,  vecino  del 
Puerto  de  Santa  María,  Marinero;  Nicolás  Estefano,  Mallorquin,  Tone- 
lero; Cristóbal  Vivas,  vecino  de  Moguer,  Grumete;  Rodrígo  de  Santander, 


142 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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vecino  dende,  Grumete ;  Johan  Garcés,  vecino  de  Beas,  Grumete;  Pedro 
de  Salas,  Portugués,  vecino  de  Lisboa,  Grumete;  Hernand  López,  vecino 
de  Huelva,  Grumete. 

ítem:  Cristóbal  Pérez  Niño,  vecino  de  Palos,  Maestre  de  la  carabela 
Cardera,  dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que  nunca  oyó  ni 
vido  isla  que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa 
de  Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora 
que  la  tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y  Est,  y  que  cierta- 
mente no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme,  antes  lo  afirmaba 
y  defendería  ques  la  tierra-firme  é  no  isla,  y  que  antes  de  muchas  leguas, 
navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde  tratan  gente 
política  de  saber  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  Tenerin  Ginoves,  Contramaestre  de  la  dicha  carabela  Cardera, 
dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que  nunca  oyó  ni  vido  isla 
que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa  de 
Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  veia  agora  que  la 
tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y  Est,  y  que  ciertamente 
no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme,  antes  lo  afirmaba  y  lo 
defendería  ques  la  tierra-firme  é  no  isla;  y  que  antes  de  muchas  leguas, 
navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde  tratan  gente 
política  de  saber,  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  Gonzalo  Alonso  Galeote,  vecino  de  Huelva,  Marinero  de  la 
dicha  carabela  Cardera,  dijo  que  para  el  juramento  que  habia  hecho,  que 
nunca  oyó  ni  vido  isla  que  pudiese  tener  trescientas  treinta  y  cinco  leguas 
en  una  costa  de  Poniente  á  Levante,  y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que 
veia  agora  que  la  tierra-firme  tornaba  al  Sur  Suduest  y  al  Suest  y  Est, 
y  que  ciertamente  no  tenia  dubda  alguna  que  fuese  la  tierra-firme,  antes 
lo  afirmaba  y  lo  defendería  ques  la  tierra-firme  é  no  isla,  y  que  antes  de 
muchas  leguas,  navegando  por  la  dicha  costa,  se  fallaría  tierra  adonde 
tratan  gente  política  de  saber,  y  que  saben  el  mundo  &c. 

ítem:  todos  los  Marineros  é  Grumetes,  é  otras  personas  que  en  la 
dicha  carabela  Cardera  estaban,  que  algo  se  les  entendía  de  la  mar, 
dijeron  á  una  voz  todos  públicamente,  é  cada  uno  por  sí,  que  para  el 
juramento  que  hablan  hecho,  que  aquella  era  la  tierra-firme,  porque 
nunca  habían  visto  isla  de  trescientas  treinta  y  cinco  leguas  en  una  costa 
y  aun  no  acabada  de  andar;  y  que  ciertamente  no  tenian  dubda  dello  ser 
aquella  la  tierra-firme,  antes  lo  afirmaban  ser  así;  los  cuales  dichos  Mari- 
neros é  Grumetes  son  los  siguientes,  é  nombrados  en  la  manera  que  se 
sigue:  Juan  de  Jerez,  vecino  de  Moguer,  Marinero;  P>ancisco  Carral, 
vecino  de  Palos,  Marinero;  Gorjon,  vecino  de  Palos,  Marinero;  Johan 
Griego,  vecino  de  Genova,  Marinero;  Alonso  Pérez,  vecino  de  Huelva, 
Marinero;  Juan  Vizcaíno,  vecino  de  Cartaya,  Marinero;  Cristóbal  Loren- 
zo, vecino  de  Palos,  Grumete;  Francisco  de  Medina,  vecino  de  Mo- 
guer,   Grumete;   Diego  Leal,  vecino  de  Móguer,   Grumete;  Francisco 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


143 


Niño,  vecino  de   Palos,  Grumete;   Tristan,  vecino  deValduerna,  Gru- 
mete. 

Testigos  que  fueron  presentes  á  ver  jurar  á  todos  é  á  cada  uno  por 
sí  de  los  suso  dichos ,  segund  y  en  la  manera  que  de  suso  se  contiene, 
Pedro  de  Terreros,  Maestre  sala  del  dicho  Señor  Almirante;  é  Iñigo 
López  de  Zúñiga,  trinchante,  criados  del  dicho  Señor  Almirante;  é  Diego 
Tristan,  vecino  de  Sevilla;  é  Francisco  de  Morales,  vecino  de  Sevilla,  &c. 


En  la  cibdad  Isabela,  Miércoles  catorce  dias  del  mes  de  Enero,  año 
del  Nascimiento  de  Nuestro  Salvador  Jesucristo  de  mil  cuatrocientos 
noventa  y  cinco  años,  el  dicho  Señor  Almirante  mandó  á  mi  Diego  de 
Peñalosa,  Escribano  de  Cámara  del  Rey  é  de  la  Reina,  nuestros  Señores, 
é  su  Notario  público  en  la  su  Corte  é  en  todos  los  sus  Reinos  é  Señoríos, 
que  catase  los  registros  é  protocolos  de  Fernand  Pérez  de  Luna,  Escribano 
público  del  número  de  la  dicha  cibdad,  defunto  que  Dios  haya,  que  en  mi 
poder  habian  quedado  por  virtud  de  un  mandamiento  por  el  dicho  Señor 
Almirante  á  mi  el  dicho  Diego  de  Peñalosa  dado,  firmado  de  su  nombre, 
para  que  yo  pudiese  sacar  de  los  dichos  registros  é  protocolos  cualquier 
escritura  que  á  mi  fuese  demandada  autorizadamente;  por  el  cual  dicho 
mandamiento  yo  fui  requerido  por  parte  del  dicho  Señor  Almirante  mi- 
rase los  dichos  registros  é  protocolos  del  dicho  Fernand  Pérez  de  Luna, 
en  los  cuales  fallaria  el  dicho  requerimiento  que  aquí  en  esta  escriptura  va 
declarado,  é  ge  lo  diese  firmado  é  signado  con  mi  signo  en  pública  forma 
de  manera  que  faga  fe,  por  cuanto  se  entiende  aprovechar  del  en  algún 
tiempo  que  le  convenga.  E  yo  Diego  de  Peñalosa,  Escribano  suso  dicho, 
por  virtud  del  dicho  mandamiento  que  del  dicho  Señor  Almirante  tengo 
para  sacar  cualesquier  escripturas  en  limpio,  autorizadamente,  que  hayan 
pasado  ante  el  suso  dicho  Fernand  Pérez  de  Luna,  Escribano  defunto 
que  Dios  haya,  que  en  mi  poder  están,  lo  fice  escribir  é  saqué  en  limpio 
é  conforme,  é  signé  de  mi  signo  á  tal.    En  testimonio  de  verdad. 

Diego  de  Peñalosa. 


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(F). —  Pág.  723,  tomo  I. 


La  enfermedad  de  las  Indias  que  contrajo 
MOSÉN  Pedro  Margarit. 


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El  origen  de  la  enfermedad  que  entonces  llamaron  bubas,  y  que 
parece  vino  de  las  Indias  Occidentales ,  ha  dado  lugar  á  grandes  discu- 
siones entre  eminentes  profesores  de  las  ciencias  médicas,  que  se  han 


144 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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consagrado  á  escribir  su  historia ,  sosteniendo  algunos  era  conocida  desde 
la  más  remota  antigüedad,  alegando  textos  de  autores  que  se  suponían 
contener  indicaciones  de  su  existencia,  como  sucede  con  el  que  incluyó 
Lonjino  en  su  Tratado  de  la  Sublimidad ,  y  comentaron  tan  ampliamente 
Mr.  Dacier  y  el  célebre  Nicolás  Boileau;  afirmando  otros  que  con  sus 
caracteres  y  síntomas  especiales  no  había  sido  visto  ni  estudiado  caso 
alguno  anteriormente  á  la  vuelta  de  Cristóbal  Colón  de  su  primer 
viaje.  Incompetentes  para  tratar  cuestión  que  tantas  controversias  ha 
suscitado  entre  especialistas  de  gran  reputación,  nos  limitábamos  á 
reproducir  en  esta  Aclaración  el  curioso  capítulo  que  Gonzalo  Fernández 
de  Oviedo  consagra  al  mal  de  las  bubas;  pero  por  gran  felicidad  de  los 
lectores  de  nuestro  libro,  podemos  enriquecerlo  en  esta  parte  con  citas 
de  la  Historia  de  la  Sífilis  que  ha  escrito  nuestro  docto  amigo,  el  cono- 
cido y  reputado  escritor  Excmo.  Sr.  D.  José  Gutiérrez  de  la  Vega,  quien 
como  persona  tan  competente  é  ilustrada  la  presenta  bajo  un  punto  de 
vista  claro,  y  con  todos  los  antecedentes  que  pueden  desearse.  Con  el 
capítulo  de  Oviedo  y  el  erudito  tratado  del  señor  Gutiérrez  de  la  Vega, 
quedan  reunidas,  á  nuestro  entender,  cuantas  noticias  son  necesarias  en 
obra  de  esta  naturaleza,  sobre  cuestión  que,  aunque  se  enlaza  directa- 
mente con  el  asunto  de  ella,  no  es,  por  su  condición  especial,  parte  inte- 
grante de  la  historia. — ^Dice  así  Oviedo  ^: 

«Pues  que  tanta  parte  del  oro  destas  Indias  ha  pasado  á  Italia  é 
Francia,  y  aun  á  poder  assi  mesmo  de  los  moros,  y  enemigos  de  España, 
y  por  todas  las  otras  partes  del  mundo,  bien  es  que  como  han  gomado  de 
nuestros  sudores,  los  alcanpe  parte  de  nuestros  dolores  é  fatigas,  porque 
^le  todo  á  lo  menos  por  la  una  ó  por  la  otra  manera,  del  oro  ó  del  trabajo, 
se  acuerden  de  dar  muchas  gracias  á  Dios,  y  en  lo  que  les  diere  placer  ó 
pesar  se  abrasen  con  la  paciencia  del  bienaventurado  Job,  que  ni  estando 
rico  fué  soberbio,  ni  seyendo  pobre  é  llagado  impaciente :  siempre  dio 
¡gracias  á  aquel  soberano  Dios  nuestro.  Muchas  veces  en  Italia  me  reia, 
<jyendo  á  los  italianos  decir  el  mal  francés ,  y  á  los  franceses  llamarlo  el 
mal  de  Ñapóles;  y  á  la  verdad  los  unos  y  los  otros  le  acertaran  el  nombre, 
si  le  dixeran  el  mal  de  las  Indias,  y  que  esto  sea  así  la  verdad,  enten- 
derse ha  por  este  capítulo  y  por  la  experiencia  grande  que  ya  se  tiene 
del  palo  sancto,  y  del  guayacan,  con  que  especialmente  esta  terrible 
enfermedad  de  las  búas  mejor  que  con  ninguna  otra  medicina  se  cura  é 
guares^e;  porque  es  tanta  la  clemencia  divina,  que  adonde  quiere  que 
permite  por  nuestras  culpas  nuestros  trabajos,  allí  á  par  dellos  quiere  que 
estén  los  remedios  con  su  misericordia.    Destos  dos  árboles  se  dirá  en  el 


'  Historia  general,  libro  II,  cap.  XIV.  — «De  dos  plagas  ó  passiones  notables  y  peli- 
grosas que  los  chripstianos  é  nuevos  pobladores  destas  Indias  padescieron  é  hoy  padescen 
algunos.  Las  quales  passiones  son  naturales  destas  Indias,  é  la  una  dellas  fué  transferida  é 
llevada  á  España  y  desde  allí  á  las  otras  partes  del  mundo.» 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


t45 


libro  X,  cap.  II:  agora  sépase  como  estas  búas  fueron  con  las  muestras 
del  oro  destas  Indias,  desde  aquesta  isla  de  Haytí  ó  Española. 

»En  el  precedente  capítulo  dixe  que  volvió  COLON  á  España  el  año 
de  mili  é  quatrocientos  é  noventa  é  seis,  é  assi  es  la  verdad  después  de 
lo  qual  vi  é  hablé  á  algunos  de  los  que  con  él  tornaron  á  Castilla,  assi 
como  el  comendador  Mossen  Pedro  Margante  é  á  los  comendadores 
Arroyo  é  Gallego,  é  á  Gabriel  de  León  é  Juan  de  la  Vega,  é  Pedro 
Navarro,  repostero  de  camas  del  principe  don  Juan,  mi  señor,  é  á  los  mas 
de  los  que  se  nombraron,  donde  se  dixo  de  algunos  criados  de  la  casa 
Real  que  vinieron  en  el  segundo  viaje  é  descubrimiento  destas  partes. 
A  los  cuales  y  á  otros  oy  muchas  cosas  de  las  destas  islas,  é  de  lo  que 
vieron  é  padescieron  y  entendieron  del  segundo  viaje,  allende  de  lo  que 
fué  informado  dellos ,  é  otros  del  primero  camino,  assi  como  de  Vicente 
Yañez  Pintón,  que  fué  uno  de  los  primeros  pilotos  de  aquellos  tres 
hermanos  Pintones  de  quien  queda  hecha  mención;  porque  con  este  yo 
tuve  amistad  hasta  el  año  de  mili  é  quinientos  é  catorce  que  él  murió. 
E  también  me  informé  del  piloto  Hernán  Pérez  Matheos,  que  al  presente 
vive  en  esta  cibdad,  que  se  halló  en  el  primero  é  tercero  viajes,  que  el 
Almirante  primero  don  Chripstobal  Colon  fizo  á  estas  Indias.  Y  también 
he  ávido  noticia  de  muchas  cosas  desta  isla  de  dos  hidalgos  que  vinieron 
en  el  segundo  viaje  del  Almirante,  que  hoy  dia  están  aquí  y  viven  en 
esta  cibdad,  que  son  Juan  de  Rojas  é  Alonso  de  Valencia,  y  de  otros 
muchos,  que  como  testigos  de  vista  en  lo  que  es  dicho,  tocante  á  esta 
isla  y  á  sus  trabajos,  me  dieron  particular  relación.  Y  mas  que  ninguno 
de  todos  los  que  he  dicho,  el  comendador  Mossen  Pedro  Margante, 
hombre  principal  de  la  casa  real,  y  el  Rey  Cathólico  le  tenia  en  buena 
estimación.  Y  este  caballero  fué  el  que  el  Rey  é  la  Reyna  tomaron  por 
principal  testigo,  é  á  quien  dieron  mas  crédito  en  las  cosas  que  acá  avian 
pasado,  en  el  segundo  viaje  de  que  hasta  aquí  se  ha  tratado.  Este  caba- 
llero Mossen  Pedro  andava  tan  doliente  é  se  quexava  tanto,  que  también 
creo  yo  que  tenia  los  dolores  que  suelen  tener  los  que  son  tocados  desta 
passion,  pero  no  le  vi  búas  algunas.  E  dende  á  pocos  meses,  el  año 
susodicho  de  mili  é  quatrocientos  é  noventa  é  seis,  se  comen9Ó  á  sentir 
esta  dolencia  entre  algunos  cortesanos;  pero  en  aquellos  principios  era 
este  mal  entre  personas  baxas  é  de  poca  auctoridad,  é  assi  se  creia  que 
le  cobraban  allegándose  á  mujeres  públicas,  é  de  aquel  mal  tracto  libidi- 
noso; pero  después  extendióse  entre  algunos  de  los  mayores  é  mas 
principales. 

»Fué  grande  la  admiración  que  causaba  en  quantos  lo  vian,  assi  por 
ser  el  mal  contajioso  y  terrible,  como  porque  se  morian  muchos  desta 
enfermedad.  E  como  la  dolencia  era  cosa  nueva,  no  la  entendían  ni 
sabían  curar  los  médicos,  ni  otros  por  experiencia  consejar  en  tal  trabajo. 
Siguióse  que  fué  enviado  el  Gran  Capitán  Gon(;;alo  Fernandez  de  Córdoba 
á  ItaUa  con  una  hermosa  y  gruesa  armada  por  mandado  de  los  Cathó- 


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Cristóbal  Colón,  t.  n. — 19. 


146 


CRISTÓBAL  COLON 


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lieos  Reyes,  é  como  su  Capitán  jeneral,  en  favor  del  Rey  Fernando, 
segundo  de  tal  nombre  en  Ñapóles,  contra  el  Rey  Carlos  de  Francia,  que 
llamaron  de  la  cabera  gruesa;  y  entre  aquellos  españoles  fueron  tocados 
desta  enfermedad,  y  por  medio  de  las  mujeres  de  mal  trato  é  vivir,  se 
comunicó  con  los  italianos  é  franceses.  Pues  como  nueva  tal  enfermedad 
allá  se  avia  visto  por  los  unos  ni  por  los  otros,  los  franceses  comentáronla 
á  llamar  mal  de  Ñapóles,  creyendo  que  era  proprio  de  aquel  reyno;  é  los 
napolitanos,  pensando  que  con  los  franceses  avia  ydo  aquella  passion, 
llamáronla  mal  francés,  é  assi  se  llama  después  acá  en  toda  Italia;  porque 
hasta  que  el  Rey  Charles  passó  á  ella,  no  se  avia  visto  tal  plaga  en 
aquellas  tierras.  Pero  la  verdad  es  que  de  aquella  isla  de  Hayti  ó  Espa- 
ñola passó  este  trabajo  á  Europa  segund  es  dicho;, y  es  acá  muy  ordinario 
á  los  indios,  é  sábense  curar  é  tienen  muy  excelentes  hierbas,  é  árboles 
é  plantas  apropiadas  á  esta  é  otras  enfermedades,  assi  como  el  guayacan, 
(que  algunos  quieren  decir  que  es  hebeno)  y  el  palo  sancto,  como  se  dirá 
quando  de  árboles  se  tratare.  Assi  que  de  las  dos  plagas  peligrosas  que 
los  chripstianos  é  nuevos  pobladores  destas  Indias  padescieron  é  hoy 
algunos  padescen,  que  son  naturales  passiones  desta  tierra,  esta  de  las 
búas  es  la  una,  é  la  que  fué  transferida  é  llevada  á  España,  é  de  allí  á  las 
otras  partes  del  mundo,  sin  que  acá  faltasse  la  misma.  Assi  que,  conti- 
nuando el  propósito  de  los  trabajos  de  Indias ,  dígase  la  otra  passion  que 
se  propuso  de  las  niguas.» 

El  interesante  trabajo  del  señor  Gutiérrez  de  la  Vega,  ha  de  satis- 
facer mucho  más  la  natural  curiosidad  de  los  lectores. 

Hace  siglos  que  los  historiadores  no  han  podido  ponerse  de  acuerdo 
sobre  la  antigüedad  y  procedencia  de  la  sífilis,  y  sin  embargo,  hace  ya 
cerca  de  cuatrocientos  años  que  el  origen  de  esta  terrible  enfermedad 
viene  guardando  relación  directa  con  la  historia  de  América,  y  con  el 
descubrimiento  del  Nuevo-Mundo,  por  cuya  circunstancia  nos  vemos  obli- 
gados á  tratar  de  semejante  cuestión. 

Muchos  y  muy  doctos  historiadores  le  dan  un  origen  tan  remoto  que 
se  pierde  en  la  oscuridad  de  los  tiempos ,  mientras  que  otros  muchos  y 
muy  doctos  también,  la  consideran  traída  por  la  tripulación  de  Cris- 
tóbal Colón  en  su  primer  viaje  de  vuelta  de  la  isla  Española  en  el  año 
1493.  Autores  españoles  contemporáneos  nuestros,  como  don  Anastasio 
Chinchilla  en  sus  Anales  Históricos  de  la  Medicina,  y  don  Antonio  Her- 
nández Morejón  en  su  Historia  Bibliográfica  de  la  Medicina  Española, 
continúan  en  desacuerdo  sobre  este  punto;  y  posteriormente  don  José 
Gutiérrez  de  la  Vega  en  su  Historia  de  la  Sífilis,  trayendo  á  cuento  todo 
cuanto  han  dicho  los  escritores  antiguos  y  modernos,  opinó  que  debía 
resolverse  la  cuestión  en  el  sentido  del  origen  americano  de  dicha  enfer- 
medad. 

A  esta  opinión  se  inclinan  también ,  citando  al  señor  Gutiérrez  de  la 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


147 


Vega,  don  José  Amador  de  los  Ríos  en  la  Vida  y  escritos  del  Capitán 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  y  Valdés,  primer  cronista  de  Indias,  (ca- 
pítulo V,  nota  43),  y  don  Modesto  Lafuente  en  su  Historia  General  de 
España  (Parte  II,  libro  IV,  capítulo  XI). 

Efectivamente,  en  la  segunda  edición  de  la  dicha  Historia  de  la 
Sífilis,  mucho  más  extensa  que  la  primera,  publicada  por  la  Biblioteca 
Universal  át:  don  Ángel  Fernández  de  los  Ríos,  Sección  Médica,  tomo  I, 
en  folio,  año  1852,  dice  el  señor  Gutiérrez  de  la  Vega  en  el  capítulo  VII 
lo  que  sigue : 

« Por  de  pronto  notemos  que  este  escritor  (se  alude  al  señor 
Hernández  Morejón)  reconoce  el  silencio  de  los  médicos  griegos,  romanos 
y  árabes  sobre  dicha  enfermedad,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  el  ningún  valor 
que  tienen  los  documentos  que  de  ellos  se  han  tomado;  y  advirtamos  en 
seguida  que  no  solamente  en  ese  silencio  se  fundan  los  partidarios  del 
venéreo  americano,  puesto  que  cuentan,  no  tan  sólo  con  la  autoridad 
respetable  de  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  cronista  de  Indias,  y  testigo 
ocular  de  la  llegada  del  venéreo  á  España  en  1493,  por  padecerlo  algunos 
de  los  de  la  tripulación  de  CRISTÓBAL  CoLÓN,  sino  también  con  la  del 
sabio  médico  sevillano  (fué  natural  de  Baeza,  pero  se  le  llama  así  por 
haberse  establecido  en  Sevilla,  y  haber  publicado  aquí  su  libro)  Rodrigo 
Ruiz  Díaz  de  la  Isla,  autor  de  una  grande  obra  de  altísima  importancia 
en  la  historia  de  la  enfermedad  de  que  tratamos,  y  en  la  cual  como 
profesor  eminente  y  como  testigo  irrecusable,  se  expresa  de  esta  ma- 
nera : 

«  Del  orijen  y  nascimiento  de  este  morbo  serpentino  de  la  Isla  Espa- 
ñola, y  de  como  fué  hallado  y  aparescido  y  de  su  propio  nombre. — Prugo  á 
la  divina  justicia  de  nos  dar  y  enviar  dolencias  ignotas ,  nunca  vistas  ni 
conoscidas,  ni  en  libros  de  medicina  halladas,  así  como  fué  esta  enfer- 
medad serpentina.  La  cual  fue  aparescida  y  vista  en  España  en  el  año 
del  Señor  de  mil  cuatrocientos  y  noventa  y  tres  años  en  la  ciudad  de 
Barcelona;  la  cual  ciudad  fué  inficionada,  y  por  consiguiente  toda  la 
Europa  y  el  universo,  de  todas  las  partes  sabidas  y  comunicables;  el  cual 
mal  tuvo  su  orijen  y  nascimiento  de  siempre  en  la  isla  que  agora  es 
nombrada  Española,  según  que  por  muy  larga  y  cierta  experiencia  se  ha 
fallado.  Y  como  esta  isla  fué  descubierta  y  hallada  por  el  Almirante  Don 
Cristóbal  Colon,  al  presente  teniendo  plática  y  comunicación  con  la 
gente  de  ella,  é  como  él  de  su  propia  calidad  sea  contagioso,  fácilmente 
se  les  apegó,  y  luego  fué  visto  en  la  propia  armada;  y  como  fuese 
dolencia  nunca  por  los  españoles  vista  ni  conoscida,  aunque  sentían 
dolores,  y  otros  efectos  de  la  dicha  enfermedad,  imponíanlo  á  los  trabajos 
de  la  mar  y  otras  causas,  según  que  á  cada  uno  le  páresela.  Y  á  tiempo 
que  el  Almirante  don  Cristóbal  Colon  llegó  á  España  estaban  los 
Reyes  Católicos  en  la  ciudad  de  Barcelona;  y  como  les  fuese  á  dar  cuenta 
de  sus  viajes  y  de  lo  que  habia  descubierto,  luego  se  empezó  á  inficionar 


I    II 


148 


CRISTÓBAL  COLÓN 


la  ciudad  y  á  se  extender  la  dicha  enfermedad,  según  que  adelante  se  vido 
por  larga  experiencia ;  y  como  fuese  dolencia  no  conoscida  y  tan  espan- 
tosa, los  que  la  veian  acojíanse  á  hacer  mucho  ayuno,  devociones  y 
limosnas,  que  nuestro  Señor  los  quisiese  guardar  de  caer  en  tal  enfer- 
medad. E  luego  al  año  siguiente  de  mil  y  cuatrocientos  y  noventa  y 
cuatro  años,  el  Cristianísimo  Rey  Carlos  de  Francia,  que  al  presente 
reinaba,  ayuntó  grandes  gentes  y  pasó  á  Italia;  y  al  tiempo  que  por  ella 
entró  con  su  hueste  iban  muchos  españoles  en  ella  inficionados  de  esta 
enfermedad ,  y  luego  se  empezó  á  inficionar  el  real  de  la  dicha  dolencia; 
y  los  franceses,  como  no  sabian  lo  que  era,  pensaron  que  de  los  aires  de 
la  tierra  se  les  apegaba,  los  cuales  pusiéronle  mal  de  Ñapóles.  E  los 
italianos  y  napolitanos,  como  nunca  de  tal  mal  tuviesen  noticia,  pusié- 
ronle mal  francés;  y  de  allí  adelante  según  fué  cundiendo,  así  le  fueron 
imponiendo  el  nombre  cada  uno,  según  páresela  que  la  enfermedad  traia 
su  orijen. 

»En  Castilla  le  llamaban  bubas,  y  en  Portugal  le  impusieron  mal  de 
Castilla,  y  en  la  India  de  Portugal  le  llamaron  los  indios  mal  de  los  por- 
tugueses; los  indios  de  la  isla  Española  antiguamente,  así  como  acá 
decimos  bubas,  dolores  y  apostemas  y  úlceras,  así  llaman  ellos  esta  enfer- 
medad guaynaras,  y  hipas,  y  taynastizas;  yo  le  pongo  morbo  serpentino 
de  la  isla  Española,  por  no  salir  del  camino  por  donde  el  universo  le 
imponía  cada  uno  el  nombre  que  le  parecía  que  la  enfermedad  traia  su 
principio,  y  por  esto  le  pusieron  los  franceses  mal  de  Ñapóles,  los  italia- 
nos 7nal  fraficés,  los  portugueses  mal  de  Castilla,  los  castellanos  7nal 
gálico,  y  los  indios  de  Arabia,  Persia  é  India  mal  de  Portugal.  (Tractado 
llamado  fructo  de  Todos  los  Santos,  contra  el  mal  serpentino  venido  de  la 
Isla  Española,  fecho  y  ordenado  en  el  grajide  y  famoso  Hospital  de  Todos 
los  Santos  de  la  insigtie  y  muy  nombrada  ciudad  de  Lisboa.  Dirigido  al 
muy  alto  y  poderoso  Señor  Don  Juan  el  tercer  de  este  nombre,  por  Ruiz 
Diaz  de  Isla,  vecino  de  Sevilla.— Sevilla  1542,  cap.  I).  La  primera  edición 
de  esta  obra  se  hizo  también  en  Sevilla,  en  casa  de  Dominico  Relar- 
tés,  1539,  en  folio,  letra  gótica.» 

Dicen  algunos  partidarios  de  la  antigüedad  de  la  sífilis,  que  ya  el  5  de 
Abril  de  1489,  en  una  carta  que  Pedro  Mártir  de  Angleria  escribió  desde 
Roma  á  Pedro  Arias  Barbosa,  catedrático  de  lengua  griega  en  Salamanca, 
le  hablaba  del  mal  de  las  bubas.  Aunque  la  fuerza  y  la  autoridad  de  la 
carta  está  muy  bien  combatida  por  el  Sr.  Chinchilla  en  su  obra  citada, 
tomo  I,  pág.  394  y  siguientes,  el  mismo  Rodrigo,  ó  Rui  Díaz  de  Isla  se 
anticipa  á  dar  noticia  de  la  existencia  del  nombre  de  bubas  diez  años 
antes  de  aquel  en  que  se  aplicó  á  la  sífilis,  es  decir,  desde  1483,  puesto 
que  escribe  lo  siguiente  al  folio  '¡e:  • '   .        ' 

«Asimismo  en  Castilla  la  impusieron  á  esta  enfermedad  bubas;  la 
causa  fué  de  esta  manera:  que  obra  de  diez  años  antes  que  esta  enferme- 
dad fuese  aparescida,  no  sabian  las  mugeres  echar  otra  maldición  á  sus 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


149 


hijos  y  criados  sino  de  malas  bubas  mueras;  tollido  te  veas  de  bubas;  ma- 
las bubas  te  coman  los  ojos,  y  otras  maldiciones  semejantes :  y  al  cabo  de 
obra  de  diez  años  que  traían  este  vocablo  en  la  boca,  vino  esta  enferme- 
dad; y  como  fascia  estos  efectos  de  morirse  y  tollirse  los  hombres  y 
comerse  las  caras,  hubo  lugar  de  quedar  esta  enfermedad  con  aqueste 
nombre. » 

Partiendo  del  testimonio  fehaciente  de  Rodrigo  Ruíz  Díaz  de  Isla 
concluye  el  señor  Gutiérrez  de  la  Vega  de  esta  manera: 

«¿Cómo  aventurar  la  creencia  de  que  un  médico  tan  sabio,  tan  jui- 
cioso, cuya  obra  es  de  tanta  importancia,  hubo  de  mentir  á  sabiendas 
cuando  pudieran  haberle  impugnado  en  sus  días,  destruyendo  su  reputa- 
ción con  un  odioso  mentís,  que  tanto  ha  lastimado  siempre  á  los  españo- 
les, y  mucho  más  á  los  de  aquella  época? 

»Muy  distantes  nosotros  de  tan  injustificable  suposición,  damos 
entera  fe  á  lo  que  dice  el  médico  sevillano,  acorde  con  lo  que  tam- 
bién escribe  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  otro  de  los  testigos  ocu- 
lares. 

»Así  pues,  nuestra  opinión  es,  como  ya  hemos  manifestado,  que  el 
venéreo  fué  traído  de  América  por  los  que  en  compañía  de  CRISTÓBAL 
Colón,  en  el  mes  de  Marzo  de  1493,  regresaron  de  su  primera  expedición, 
verificada  en  Agosto  de  1492. 

»Aquel  miserable  bajel,  que  llegó  por  fin  á  la  embocadura  del  Tajo 
después  de  haber  estado  expuesto  á  sufrir  el  más  doloroso  naufragio ,  en 
medio  de  una  deshecha  tempestad  á  su  vuelta  de  la  Isla  Española;  aquel 
miserable  bajel  en  que  tornaba  de  su  gloriosa  expedición  el  célebre  Almi- 
rante genovés,  perdido  en  alta  mar  entre  las  furiosas  olas,  fué  el  que  trajo 
á  España  las  dos  cosas  más  grandes  que  conoció  aquel  siglo :  la  fausta 
noticia  de  que  Dios  había  escondido  un  mundo  al  otro  lado  de  los  mares, 
para  premiar  las  altas  hazañas  de  los  Reyes  Católicos  Fernando  V  é  Isa- 
bel I,  y  la  terrible  nueva  de  que  también  había  guardado  el  más  cruel 
azote  para  las  gentes  disolutas.  Cristóbal  Colón,  el  hombre  más  grande 
de  aquella  época,  fué  el  enviado  por  el  Altísimo  para  traer  al  antiguo 
mundo  el  magnífico  premio  para  los  buenos  y  el  terrible  castigo  para  los 
malos. » 

Basta  ya  con  lo  dicho,  porque  no  exige  más  la  índole  de  la  presente 
obra. — Réstanos  tan  sólo  añadir  que  el  señor  Gutiérrez  de  la  Vega,  nues- 
tro amigo  y  paisano,  en  su  última  y  breve  residencia  en  Sevilla,  nos  ha 
afirmado  que  sostiene  hoy  la  misma  opinión  que  pubHcó  hace  ya  cuarenta 
años  en  la  primera  edición  de  su  obra.  Y  eso  que  en  este  largo  período 
de  tiempo,  y  en  su  laboriosa  vida  de  escritor  y  de  hombre  público,  ha 
podido  rectificar  sus  primeros  estudios  aun  en  la  misma  América;  pues  si 
en  España  ha  desempeñado  los  más  elevados  cargos  públicos,  siendo  Go- 
bernador de  Madrid  y  Consejero  de  Estado,  entre  otros,  en  la  perla  de 
nuestras  Antillas,  ha  ocupado  los  tres  más  altos  puestos  civiles,  de  Go- 


ymm- 


V^eifc^te^^V-tcx^^l 


I50 


CRISTÓBAL   COLÓN 


bernador  de  la  Habana,  Director  general  de  /administración  civil  de  la 
isla  de  Cuba  é  Intendente  General  de  Hacienda  de  la  misma;  y  de  aquí 
su  afición  de  americanista  y  su  rica  biblioteca  cubana. 


(Gr).—Vág.  68 


Correcciones  del  P.  Fray  Bartolomé  de  las  Casas  de  algunos 
errores  en  que  incurre  gonzalo  fernández  de  oviedo. 

En  los  importantes  acontecimientos  que  ocurrieron  en  la  isla  Espa- 
ñola durante  el  viaje  del  Almirante  á  Cuba  y  á  Jamaica  desde  el  24  de 
Abril  al  29  de  Septiembre  del  año  1494,  y  en  sus  consecuencias  hasta  la 
salida  del  mismo  para  España  el  16  de  Marzo  de  1496  en  compañía  de 
Juan  Aguado,  hay  grandes  inexactitudes  en  la  relación  escrita  por  el 
cronista  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  que  han  sido  causa  de  que 
incurran  en  el  mismo  error  casi  todos  los  historiadores.  El  P.  Las  Casas, 
no  solamente  los  refiere  con  mayor  verdad,  apoyándose  en  los  documentos 
originales  que  poseía  y  le  sirvieron  siempre  de  ñindamento,  sino  que, 
habiéndose  impreso  en  Sevilla  los  primeros  libros  de  la  Historia  de 
Oviedo,  cuando  él  se  encontraba  escribiendo  la  suya,  consagró  un  capí- 
tulo, que  es  el  CIX  de  la  Parte  Primera,  á  la  impugnación  del  relato  que 
aquél  hace,  justificando  á  la  vez  su  propia  narración. 

Siendo  tan  interesantes  sus  declaraciones,  insertamos  aquí  como 
Aclaraciófi  la  última  parte  del  indicado  capítulo. 

Escribe  de  la  vuelta  de  Cristóbal  Colón  á  España  en  compañía 
del  repostero  Aguado,  contando  que  muchos  decían  que  los  Reyes  le 
escribieron,  en  carta  que  le  llevó  él  mismo,  dándole  orden  de  regresar.  Y 
en  este  punto  dice: 

«Pero  que  los  Reyes  le  escribiesen  que  fijese  á  Castilla,  nunca  hom- 
bre lo  supo,  ni  tal  he  podido  descubrir;  antes  por  cosas  que  pasaron 
entre  el  Almirante  y  Juan  de  Aguado,  públicas,  que  yo  he  visto  en 
probanzas  con  autoridad  de  Escribanos,  parece  el  contrario,  porque  el 
Almirante  decia  publicamente:  «yo  quiero  ir  á  Castilla  á  informar  al  Rey 
é  á  la  Reina,  nuestros  señores  contra  las  mentiras  que  los  que  allá  han 
ido  les  han  dicho, »  y  no  tuve  yo  á  Juan  Aguado  por  tal,  que  si  él  tuviera 
tal  carta  ó  noticra  della,  que  no  le  dijera  cuando  reñian  y  él  se  desme- 
suraba contra  el  Almirante,  que  iba  á  Castilla  á  su  pesar,  porque  los 
Reyes  así  lo  querían.  Al  menos  parece  por  esta  razón  claro  un  error 
que  dice  en  su  Historia,  entre  otros  muchos,  Gonzalo  Hernández  de 
Oviedo,  en  el  cap.  13  del  II  libro,  donde  dice,  que  desde  á  pocos  dias 
que  llegó  Juan  Aguado,  apregonada  la  creencia  de  los  Reyes ,  y  ofi-ecidos 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


151 


los  españoles  á  le  favorecer  en  lo  que  de  parte  de  los  Reyes  se  dijese, 
dijo  al  Almirante  que  se  aparejase  para  ir  á  España,  lo  cual  dice  que  el 
Almirante  sintió  por  cosa  muy  grave,  é  vistióse  de  pardo  como  fraile  y 
dejóse  crecer  la  barba,  y  que  fué  en  manera  de  preso,  puesto  que  no  fué 
mandado  prender;  y  que  mandaron  los  Reyes  también  llamar  al  dicho 
padre  fray  Buil  y  á  Mosen  Pedro  Margante,  y  á  otros  que  allí  cuenta, 
que  fuesen  á  Castilla  entonces  cuando  el  Almirante  fué.  Dice  mas,  que 
venido  el  Almirante  de  descubrir  á  Cuba  y  Jamaica,  y  pasados  dos  meses 
y  medio,  mandó  llamar  á  Mosen  Pedro  Margarite ,  que  era  Alcaide  de  la 
fortaleza  de  Santo  Tomás,  y  á  otros  que  estaban  con  él,  y  venidos  á  esta 
ciudad  de  Santo  Domingo,  donde  por  la  fertilidad  y  abundancia  de  la 
tierra  se  separaron  y  cobraron  salud,  y  después  que  todos  fueron  juntos, 
comenzaron  á  tener  discordias  entre  sí  el  Almirante  y  el  padre  fray  Buil; 
y  que  ovieron  estas  discordias  principio,  porque  el  Almirante  ahorcó  á  un 
aragonés  que  se  llamaba  Gaspar  P^rrim,  por  lo  cual,  cuando  el  Almirante 
hacia  cosa  que  al  fray  Buil  no  plugiese,  ponia  entredicho  y  cesación  del 
divino  oficio;  el  Almirante  quitaba  la  ración  al  fray  Buil  y  á  su  familia,  y 
que  Mosen  Pedro  y  los  otros  los  hacian  amigos;  pero  que  duraba  el 
amistad  pocos  dias:  todo  esto  dice  Oviedo  en  el  susodicho  capítulo.  Que 
todo  sea  falso  cuanto  cerca  desto  dice,  no  serán  menester  muchos  testigos, 
pues  parecerá  por  muchas  cosas  arriba  dichas ;  lo  uno,  porque  cuando  el 
Almirante  partió  para  descubrir,  aún  no  habia,  en  obra  de  cinco  meses 
que  estuvo  en  esta  isla  después  que  llegó  de  España  y  enfermó,  ahor- 
cado hombre  ninguno,  ni  nunca  oí  que  tal  del  se  dijese,  ni  en  las  culpas 
que  le  opusieron  después  y  hombres  que  le  acusaron  que  ahorcó,  y 
nombrados,  el  catálogo  de  los  cuales  yo  vide  y  tuve  en  mi  poder,  pero 
nunca  tal  hombre  vi  nombrado  entre  ellos;  lo  otro,  porque  como  arriba 
en  los  capítulos  99  y  ico  pareció,  cuando  el  Almirante  llegó  á  la  Isabela 
de  descubrir  á  Cuba  y  Jamaica,  que  fué  á  29  de  Setiembre  del  mismo 
año  de  1494,  ya  eran  idos  el  dicho  padre  fray  Buil  y  Mosen  Pedro  Mar- 
garite, y  otros,  á  Castilla,  sin  licencia  del  Almirante;  luego  no  tuvieron 
pendencias  ni  discordias  el  Almirante  y  el  padre  fray  Buil,  para  que  el 
uno  descomulgase  y  pusiese  entredicho,  y  el  otro  negase  las  raciones  y 
la  comida  al  padre  fray  Buil  y  á  su  familia;  lo  otro,  porque  Oviedo  dice, 
que  pasados  dos  meses  y  medio,  poco  mas  ó  menos ,  el  Almirante  envió 
á  llamar  á  Don  Pedro  Margarite,  y  no  tornó  en  sí  de  la  enfermedad  con 
que  tornó  del  dicho  descubrimiento  de  Cuba,  en  cinco  meses,  como 
parece  arriba  en  el  capítulo  100;  lo  otro,  porque  Oviedo  dice  que  vino  el 
Almirante,  del  dicho  descubrimiento,  aquí  á  este  puerto  de  Santo  Do- 
mingo, y  no  vino  sino  á  la  Isabela,  porque  este  puerto  aun  no  se  sabia 
si  lo  habia  en  el  mundo,  ni  jamas  antes  el  Almirante  lo  habia  visto  hasta 
el  año  de  1 498  que  volvió  de  Castilla,  y  descubierta  ya  por  él  tierra  firme, 
según  que  parecerá  abajo;  lo  otro,  porque  dice  Oviedo  que  llegó  el 
Adelantado  Don  Bartolomé  Colon  á  este  puerto,  dia  de  Santo  Domingo, 


m 

■   i/    I 


152 


CRISTÓBAL  COLÓN 


'í- 


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rs. 


á  5  de  Agosto  de  1494,  y  esto  parece  manifiesto  ser  falso,  porque  él  llegó 
á  esta  isla  en  14  dias  de  Abril  del  mismo  año  94,  antes  que  el  Almirante 
viniese  de  descubrir  á  Cuba ,  como  parece  en  el  capítulo  i  o  i ,  y  no  habia 
de  volar  luego  á  este  puerto  en  tres  meses,  sin  ver  al  Almirante,  ni  sin 
tener  cargo  alguno,  como  si  hubiera  rebeládosele  estando  en  Castilla.  Lo 
que  dice  de  Miguel  Díaz,  que  huyó  del  Adelantado  por  cierta  travesura, 
y  vino  á  parar  aquí  á  este  puerto  y  provincia,  pudo  ser,  pero  nunca  tal 
oí,  siendo  yo  tan  propincuo  á  aquellos  tiempos;  mas  de  tener  por  amiga 
á  la  cacica  ó  señora  del  pueblo  que  aquí  estaba,  y  rogarle  que  fuese  á 
llamar  á  los  cristianos  para  que  se  pasasen  de  h  Isabela  á  vivir  aquí,  es 
tan  verdad,  como  ser  el  sol  obscuro  á  mediodía.  Donosa  fama  los  espa- 
ñoles, por  sus  obras  tan  inhumanas  tenían,  para  que  la  cacica,  ni  hombre 
de  todos  los  naturales  desta  isla  los  convidasen  á  venir  á  vivir  á  su  tierra, 
antes  se  quisieran  meter  en  las  entrañas  de  la  tierra  por  no  verlos  ni 
oírlos.  Así  que,  todo  esto  es  fábula  y  añadiduras  que  hace  Oviedo  suyas, 
ó  de  los  que  no  sabían  el  hecho,  que  se  lo  refirieron,  finjidas;  lo  que  desto 
yo  puedo  decir,  es,  que  dejó  mandado  el  Almirante  cuando  se  partió 
esta  segunda  vez  á  Castilla,  que  el  Adelantado  enviase  á  Francisco  de 
Caray  y  á  Miguel  Diaz  á  que  poblasen  á  Santo  Domingo,  y  esto  siento 
ser  mas  verdad,  vistos  mis  memoriales  que  tengo  de  las  cosas  que  acae- 
cieron antes  que  yo  viniese,  de  que,  los  que  las  vieron  ó  supieron  y 
tuvieron  por  ciertas,  me  informaron.  Lo  postrero,  porque  dice  Oviedo 
que  el  Almirante,  y  el  padre  fray  Buil,  y  Mosen  Pedro  Margante,  y 
Bernal  de  Pisa,  y  otros  caballeros  fueron  juntos  en  la  misma  flota  á 
Castilla;  esto  no  es  así,  según  parece  claramente  por  todo  lo  dicho,  y 
mucho  menos  es  verdad  que  el  Almirante  fuese  á  manera  de  preso, 
porque  aun  no  estaban  tan  olvidados  en  los  corazones  de  los  católicos 
Reyes  sus  grandes  y  tan  recientes  servicios.» 

Las  fechas  de  la  llegada  del  Adelantado  á  la  isla  Española,  como  las 
de  la  salida  de  fray  Bernal  Boíl  y  Pedro  Margarit  y  el  regreso  de  COLÓN 
de^su  costeo  de  Cuba  y  Jamaica,  constan  en  documentos  oficiales  que 
en  el  texto  quedan  referidos  en  sus  oportunos  lugares,  y  demuestran 
la  exactitud  de  la  narración  que  hace  el  P.  Las  Casas,  y  la  justicia  y 
razón  con  que  corrige  los  errores  de  Gonzalo  P'ernández  de  Oviedo,  que 
indudablemente  por  dar  oídos  á  personas  que  no  habían  tomado  parte  en 
los  sucesos,  incurrió  en  graves  errores  en  estos  puntos  y  en  otros  no 
menos  importantes. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


153 


(H).-Pág.  71 

Documentos  relativos  á  las  diferencias  entre  don  Juan  de 
FoNSECA,  Obispo  de  Badajoz,  y  don  Diego  Colón,  hermano 
del  Almirante. 

(Registro  de  Hernand'  Alvarez. — Archivo  general  de  Indias,  Patronato  Est.  1,  Caj.  2,  leg.  '/»)• 


I 


X 


iV. 


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Carta  particular  de  los  Reyes  Católicos  al  Obispo  de  Badajoz  encargándole 
conteste  á  don  Diego  Colón,  y  escriba  al  Almirante  en  términos  que  le 
dejen  satisfecho. 


El  Rey  é  la  Reyna:  Rdo.  in  Christo  Padre  Obispo:  por  servicio 
nuestro  que  fableis  con  el  hermano  del  Almirante  de  las  Indias,  que  ende 
vino,  y  le  procuréis  dar  todo  contentamiento :  é  con  los  que  van  en  esas 
carabelas  que  agora  han  de  partir  escribiréis  al  Almirante  todo  lo  que  os 
paresciere  para  apartar  cualquiera  resabio  que  con  vos  tenga;  y  de  los 
que  agora  vinieron  de  las  Indias  procurareis  saber  lo  que  debéis  fazer 
para  dar  contentamiento  al  Almirante,  y  que  sea  de  vos  saneado,  y 
aquello  fazed.— Fecha  en  Madrid  á  cinco  dias  de  Mayo  de  noventa  c 
cinco  años. 


II 


Real  cédula  ordenando  á  don  Juan  de  Fonseca  no  se  pida  á 
don  Diego  Colón  el  oro  que  para  sí  trajo. 

El  Rey  é  la  Reina:  Rdo.  in  Christo  Padre  Obispo  de  Badajoz,  é  del 
nro.  consejo:  Nos  vos  mandamos  que  non  pidáis  ni  demandéis  á  Don 
Diego  Colon  cierto  oro  que  diz  que  trajo  de  las  Indias  para  sí,  por  cuanto 
nos  le  fazemos  merced  dello ;  y  si  gelo  haveis  tomado  fazed  que  se  lo 
vuelvan  luego. — De  la  villa  de  Madrid  á  cinco  dias  del  mes  de  Mayo  de 
noventa  y  cinco  años. 


III 


Carta  de  los  Reyes  al  Obispo  de  Badajos,  recordándole  la  orden  anterior, 
y  que  don  Diego  Colón  vaya  donde  quisiere. 

El  Rey  é  la  Reina:  Rdo.  in  Christo  Padre  Obispo:  Vimos  vuestra 
letra,  y  cerca  de  lo  que  toca  á  Don  Diego  Colon,  hermano  del  Almirante 


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Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 20. 


154 


CRISTÓBAL  COLÓN 


de  las  Indias,  ya  habréis  recebido  una  carta  Nra.  por  la  cual  vos  escre- 
bimos  que  non  le  pidieredes  el  oro  que  agora  él  trajo  de  las  Indias,,  mas  que 
gelo  dejáredes  para  su  costa:  aquello  cumplid  según  que  vos  lo  escri- 
bimos. Y  porque  nos  dicen  que  después  que  han  seido  las  cosas  de  Italia 
está  de  propósito  de  non  ir  allá ,  es  muy  bien  que  non  debe  ir  allá ,  si  él 
quisiere  irse  á  su  hermano  el  Almirante,  ó  venirse  acá,  ó  estarse  ende, 
faga  lo  qu'  él  quisiere. —  De  Arévalo  á  primero  de  Junio  de  noventa  é 
cinco  años. 


Para  completar  el  conocimiento  del  carácter  del  Obispo,  que  bien 
claramente  se  desprende  del  contenido  de  Ips  anteriores  documentos, 
terminaremos  esta  Aclaración  con  algunas  apreciaciones  de  las  que  sobre 
aquel  funesto  personaje  hace  el  ilustre  historiador  Washington  Irving: 

«La  singular  malevolencia  manifestada  por  el  obispo  Juan  Rodríguez 
de  Fonseca  hacia  CoLÓN  y  su  familia,  causa  principal  aunque  secreta  de 
sus  infortunios,  se  ha  citado  frecuentemente  en  esta  obra.  Se  originó, 
como  se  ha  dicho,  en  alguna  disputa  de  las  suscitadas  entre  el  Almirante 
y  Fonseca  en  Sevilla,  en  1493,  respecto  á  la  dilación  en  armar  la  flota 
para  el  segundo  viaje,  y  al  número  de  criados  que  debía  lleva  el  Almi- 
rante. Fonseca  recibió  una  carta  de  los  soberanos  reprobando  tácitamente 
su  conducta,  y  mandándole  mostrar  todas  las  atenciones  posibles  á  los 
deseos  de  Colón,  y  hacer  que  se  le  tratase  con  honor  y  deferencia. 
Fonseca  no  olvidó  jamás  esta  afrenta,  y  lo  que  era  para  él  lo  mismo,  no 
la  perdonó  jamás.  Su  ánimo  parece  haber  sido  de  aquella  desgraciada 
especie  que  no  tiene  bálsamo  alguno  mitigador,  y  en  que  si  llega  á 
hacerse  una  herida  se  mantiene  por  siempre  abierta.  La  hostilidad  así 
producida  continuó  con  ascendente  virulencia  durante  toda  la  vida  de 
Colón,  y  á  su  muerte  se  transfirió  á  sus  hijos  y  sucesores.  Esa  animosidad 
infatigable  se  ha  ilustrado  en  el  discurso  de  la  presente  obra  con  hechos  y 
observaciones  tomados  de  autores,  algunos  de  ellos  contemporáneos  de 
Fohseca,  pero  á  quienes  refrenaban  aparentemente  motivos  de  prudencia, 
para  no  dar  salida  á  la  indignación  que  evidentemente  sentían.  Hoy 
mismo  se  abstendría  un  historiador  español  de  expresar  libremente  su 
sentir  en  este  asunto,  para  que  no  le  detuviesen  su  obra  los  censores  de 
la  imprenta.  Así  Fonseca  se  ha  librado  de  mucha  parte  del  odio  general 
que  su  conducta  merece. 

»Este  prelado  tuvo  la  superintendencia  en  jefe  de  los  Negocios  colo- 
niales de  España  bajo  Fernando  é  Isabel  y  también  bajo  el  Emperador 
Carlos  V.  Era  hombre  activo  é  inteligente,  pero  soberbio,  pérfido  y 
egoísta.  Su  administración  no  tiene  huellas  de  una  política  liberal  y 
expansiva,  pero  está  llena  de  rasgos  de  bajeza  y  arrogancia.  Se  opuso 
á  las  benéficas  intenciones  de  Las  Casas  para  mejorar  la  condición  de  los 
indios,  y  obtener  la  abolición  de  los  repartimientos,  tratándole  con  per- 
sonal altivez  y  aspereza.  Se  da  por  razón  que  Fonseca  se  estaba  enrique- 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


155 


ciendo  con  aquellos  abusos  y  que  tenía  numerosos  míseros  indios  en 
esclavitud  para  beneficiar  sus  posesiones  coloniales. 

«Mientras  se  hallaba  pronto  el  Obispo  á  proteger  vagos  aventureros 
que  á  su  favor  salían,  jamás  tuvo  virtud  ni  entendimiento  para  apreciar 
los  caudillos  ilustres  como  Colón  ó  Cortés. » 


«Fonseca,  en  virtud  de  su  empleo  de  superintendente  de  los  negocios 
de  Indias,  y  probablemente  para  halagar  su  propia  animosidad  contra 
Colón  ,  había  detenido  una  cantidad  de  oro,  que  don  Diego,  el  hermano 
del  Almirante,  traía  por  su  propia  cuenta.  Los  soberanos  le  escribieron 
repetidas  veces  mandándole  no  detener  el  oro,  ó  si  lo  había  hecho  que  lo 
volviese  sin  demora  con  explicaciones  satisfactorias,  y  que  le  escribiese 
á  Colón  en  términos  que  pudiera  apaciguar  la  carta  el  resentimiento  que 
debió  haberle  causado  su  conducta.  Se  le  mandó  también  consultar  á 
los  recién  venidos  de  la  Española  sobre  el  modo  de  complacer  al  Almi- 
rante, y  que  tratase  de  conseguirlo  en  todas  sus  disposiciones.  Sufrió 
Fonseca  una  de  las  más  severas  humillaciones  que  pueden  herir  á  la 
arrogancia;  la  de  verse  obligado  á  dar  satisfacción  por  la  altivez  de  sus 
procedimientos.  Pero  esto  mismo  avivó  la  malquerencia  que  había  conce- 
bido contra  el  Almirante  y  su  familia.  Por  desgracia  su  cargo  público  y 
la  confianza  real  de  que  tan  injustamente  gozaba,  le  dieron  ocasiones  de 
satisfacerles  después  por  mil  insidiosas  vías.» 

«Fonseca  murió  en  Burgos  en  4  de  Noviembre  de  1524,  y  se  enterró 
en  Cora.» 

(Vida y  viajes  de  Cristóbal  Colón ^  por  Washington   Irving,  traducida  al  castellano  por  don 
José  García  de  Villalta.  Madrid,  1834.  Libro  VIII,  cap.  VIII,  y  Apéndice  núm.  32). 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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Se  detuvo  en  Cádiz  Cristóbal  Colón  descansando  de 
las  fatigas  del  viaje,  y  reponiendo  las  fuerzas,  que  harto  lo 
había  menester,  habiendo  sufrido  tanto,  así  de  ánimo  como 
de  cuerpo,  desde  mucho  tiempo  antes  de  salir  de  la  isla 
Española.  En  el  momento  de  la  llegada  escribió'  á  los  Reyes 
Católicos  dándoles  noticia  de  ello,  y  algunos  días  después, 
ya  con  mayor  tranquilidad,  les  envió  información  completa, 
cuanto  por  escrito  podía  hacerse,  para  ir  previniendo  su 
ánimo  contra  los  calumniosos  informes  que  habían  de  darles, 
haciéndoles  también  relacio'n  exacta  de  los  sucesos  de  la  isla 
para  que,  conociéndolos  detalladamente,  pudieran  servir  de 
base  á  su  juicio. 

Libre  ya  de  este  cuidado,  se  dedico'  á  ordenar  su  marcha, 
que  desde  luego  se  propuso  emprender  á  cortas  jornadas, 
no  solamente  para  esperar  la  respuesta  de  los  Reyes,  sino 
consultando  la  salud  de  los  indios  que  consigo  traía  en 
bastante  número,  y  que  habían  sufrido  con  las  molestias  del 
viaje,  muriendo  muchos  de  ellos  en  la  travesía  y  encon- 
trándose otros  enfermos  y  muy  debilitados. 

El  Almirante  había  traído  consigo,  como  en  el  primer 
viaje,  las  muestras  de  aquellos  productos  del  hemisferio 
occidental  que  pudieran  llamar  la  atencio'n  del  público  y 
mantener  viva  la  curiosidad,  al  decir  del  historiador  William 
Prescott.  En  su  tránsito  por  Andalucía  estuvo  algunos  días 
hospedado  en  el  agradable  albergue  del  buen  cura  Andrés 
Bernáldez,  que  en  su  historia  de  los  Reyes  Cato'licos  cuenta 
con  marcada  satisfaccio'n  el  espectáculo  que  ofrecían  los 
caciques  indios  que  iban  en  la  comitiva  de  Colón,  adornados 
con  collares  de  gran  valor  y  coronas  de  oro  y  de  piedras ,  y 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


i6i 


con  otras  galas  propias  de  su  país.  Entre  otras  muchas 
cosas  hace  mención  especial  de  los  cinturones  de  algodón  y 
casquetes  de  madera  en  que  había  bordadas  y  grabadas 
figuras  de  diablos,  unas  veces  en  su  propia  semejanza,  y 
otras  en  figura  de  gato  ó  de  lechuTji;  de  donde  se  infiere  «que 
hay  razón  para  creer  que  el  diablo  se  aparece  á  los  isleños 
en  estas  formas ;  y  que  todos  ellos  son  idolatras  que  tienen 
entregadas  sus  almas  á  Satanás  '.» 

Efectivamente,  durante  todo  el  camino,  que  por  el  rigor 
de  la  estacio'n  se  hizo  con  mucha  pausa,  tuvo  Colón  muy 
buen  cuidado  de  ir  haciendo  muestra  y  alarde,  en  cuantas 
ocasiones  se  presentaban ,  de  todas  las  cosas  extrañas  proce- 
dentes del  Nuevo  Mundo,  que  había  traído,  y  eran  dignas  de 
llamar  la  atencio'n  del  vulgo,  y  propias  para  dar  idea  déla 
mucha  riqueza  que  aquellas  regiones  encerraban;  pues  sabía 
muy  bien  que  ese  era  el  medio  mejor  de  prevenir  los  ánimos 
á  su  favor  y  neutralizar  las  malas  noticias  que  ,los  adver- 
sarios de  su  descubrimiento  habían  propalado. 

No  se  equivocaba  el  grande  hombre:  su  empresa  se 
miraba  desde  un  punto  de  vista  muy  bajo,  sin  que  la  gene- 
ralidad de  los  hombres  hubieran  alcanzado  su  importancia, 
y  no  había  otro  deseo  que  el  de  saber  si  podría  sacarse 
mucho  oro,  y  traer  ricos  productos  de  aquellos  lejanos 
países. 

Al  llegar  el  Almirante  á  la  villa  de  los  Palacios,  distante 
cinco  leguas  de  la  ciudad  de  Sevilla,  salió  á  recibirlos  el  cura 
Andrés  Bernáldez,  hombre  muy  erudito  y  curioso,  que 
desde  sus  más  tiernos  años  había  tenido  la  costumbre  de 
reunir  y  apuntar  los  hechos  que  en  España  ocurrían  y 
llegaban  á  su  noticia ,  y  hacía  algún  tiempo  se  dedicaba  á 
escribir  la  historia  de  los  Reyes  de  Castilla  y  Aragón. 
Hospedo'  á  Colón  en  la  casa  rectoral ,  y  con  él  á  los  princi- 


»     Bernáldez. — Historia  de  los  Reyes  Católicos,  cap.  CXXXI. 
^rescott.— Historia  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  Parte  II,  cap.  VIL 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  21. 


102 


CRISTÓBAL  COLÓN 


WM 


pales  de  la  comitiva;  procurando  alojamiento  cómodo  en  el 
pueblo  á  todos  los  demás  que  le  acompañaban. 

Agrado',  sin  duda,  á  Cristóbal  Colón  el  trato  del 
excelente  cura;  le  encanto  su  franqueza  y  se  prendo'  de  su 
saber,  pues  se  detuvo  en  su  casa  por  algunos  días,  espe- 
rando la  respuesta  de  los  Reyes  á  sus  cartas,  y  después  de 
haber  conferenciado  con  él  sobre  diferentes  puntos  le  dejo'  en 
depo'sito  muchos  papeles  importantes. 

Entre  las  pepitas  de  oro  y  los  objetos  preciosos  que 
Andrés  Bernáldez  tuvo  en  sus  manos,  refiere  como  el  prin- 
cipal de  todos  y  el  más  importante,  una  gran  cadena  de  oro 
que  había  sido  presea  y  adorno  del  difunto  cacique  Caonabo', 
y  luego  hacía  Colón  que  se  pusiera  el  hermano  á  la  entrada 
en  las  poblaciones.  Era  formada  de  gruesos  eslabones  y 
pesaba  seiscientos  castellanos,  equivalentes  á  unos  tres  mil 
doscientos  duros,  cien  onzas  de  oro. 

Al  llegar  á  Sevilla  recibió'  el  Almirante  un  correo  que 
le  traía  carta  de  los  Reyes  escrita  en  Almazán  el  12  de  Julio, 
y  concebida  en  estos  términos: 


a 


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«Por  el  Rey  é  la  Reyna:  á  Don  Cristóbal  Colon  su 
Almirante,  Visorey  é  Gobernador  de  las  Indias  del  mar 
Occéano  ^ 

«El  Rey  é  la  Reyna:  don  Christobal  Colon  nuestro 
Almirante,  Visorey  é  Gobernador  de  las  Indias  del  mar 
Occéano:  Vimos  vuestra  letra  que  con  este  correo  nos  en- 
viastes ,  y  mucho  placer  habemos  tenido  de  vuestra  venida 
ende ,  la  cual  sea  mucho  en  buen  hora ;  y  después  que  este 
vino,  llego'  el  mensagero  que  nos  enviastes,  y  ovimos  plazer 
de  saber  largamente  lo  que  con  él  nos  escribistes,  y  pues 
decís  que  seréis  acá  presto,  debe  ser  vuestra  venida  cuando 
os  paresciere  que  no  os  dé  trabajo,   pues  que  en  lo  pasado 


'     Original  en  el  Archivo  de  la  casa  de  Veragua.—  Navarrete.—  Colección 
de  viajes,  tomo  II,  Doc.  núm.  CI. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


163 


habéis  trabajado.    De  Almazan  á  doce  dias  de  Julio  de  no- 
venta y  seis  años. 

Yo  el  Rey.  Yo  la  Reyna. 

Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reyna. — Fernand  Al- 
var ct^.í) 

El  contenido  de  esta  carta  causo  grata  impresión  en  el 
ánimo  del  Almirante;  pues  bien  dejaba  conocer  que  el  efecto 
producido  por  los  informes  de  Aguado  y  de  los  que  con  él 
habían  ido  á  la  corte  no  había  sido  muy  decisivo.  Y  en 
verdad,  no  hay  noticia  alguna  de  que  por  las  escrituras  y 
declaraciones  que  aquél  traía,  se  tomara  medida  de  ninguna 
clase  que  pudiera  molestar  á  Colón  ,  como  tampoco  se  había 
dado  gran  crédito  anteriormente  á  los  dichos  del  P.  Boil  y 
de  Pedro  Margarit.  Hubieron  de  conocer  los  Reyes  que  Juan 
Aguado  se  había  excedido  de  las  facultades  que  le  conce- 
dieron y  no  había  cumplido  bien  el  encargo  de  confianza  que 
llevaba;  á  lo  cual  contribuyo'  indudablemente  la  informacio'n 
misma,  pues  por  los  datos  con  que  se  hizo  se  comprende 
había  de  verse  claramente  su  parcialidad :  el  exceso  mismo 
del  encono  hacía  nacer  la  desconfianza,  que  éste  es  siempre 
el  efecto  de  las  malas  pasiones  cuando  se  ponen  al  descu- 
bierto. 

Desde  Sevilla  continuo'  el  Almirante  sus  jornadas  á 
Co'rdoba,  subiendo  hasta  Burgos,  donde  se  encontraban  los 
Consejos;  porque  los  Reyes,  desde  Almazán,  habían  salido 
en  distintas  direcciones,  yendo  don  Fernando  á  Gerona 
para  organizar  las  fuerzas  que  cubrían  la  frontera  en  vista 
de  la  actitud  del  rey  de  Francia,  que  iba  á  sostener  con  las 
armas  sus  pretensiones  al  reino  de  Ñapóles ;  y  la  reina  Cato'- 
lica  se  dirigió'  al  puerto  de  Laredo,  en  Vizcaya,  para  des- 
pedir á  la  infanta  doña  Juana  que  iba  á  contraer  matrimonio 
con  el  archiduque  don  Felipe ,  hijo  del  emperador  Maximi- 
liano.    La   escuadra   en   que   se   embarcaba    la    infanta   era 


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104 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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poderosa:  componíase  de  ciento  treinta  barcos,  y  llevaba  á 
bordo  más  de  veinticinco  mil  soldados,  para  evitar  toda 
contingencia  por  el  estado  de  guerra  con  Francia.  Tan 
numerosa  armada  necesito'  larga  preparación,  llevando  el 
doble  objeto  de  conducir  á  Flandes  á  doña  Juana,  y  traer  á 
España  á  la  infanta  Margarita,  hermana  del  Archiduque, 
cuya  boda  con  el  príncipe  don  Juan,  primogénito  de  los 
Reyes  Cato'licos,  estaba  también  concertada. 

La  armada  fué  bajo  el  mando  del  Almirante  de  Castilla, 
y  no  pudo  salir  de  los  puertos  españoles  hasta  mediados  de 
Septiembre,  poniéndose  entonces  la  reina  doña  Isabel  en 
camino  para  Burgos,  donde  llego'  ya  entrado  el  mes  de 
Octubre.  Pocos  días  antes  que  la  Reina  había  llegado  allí 
Cristóbal  Colón,  que  se  apresuro'  á  besarle  las  manos,  y  doña 
Isabel  se  holgó  mucho  de  su  venida ,  porque  después  de  tan 
contradictorias  nuevas,  deseaba  saber  noticias  ciertas  de  las 
islas  y  tierras  de  Occidente,  y  de  la  persona  del  descubridor. 


II 


Reunidos  en  Burgos  los  Reyes  Cato'licos,  recibieron  con 
frecuencia  al  Almirante,  y  le  hicieron  mucha  honra;  mos- 
trándole mucha  alegría  y  gran  clemencia  y  benignidad. 
«Dio'les  cuenta  muy  particular  del  estado  en  que  estaba  la 
isla  Española,  del  descubrimiento  de  Cuba  y  Jamaica,  y  de 
las  otras  muchas  islas  que  descubiertas  dejaba,  y  de  lo  que 
en  aquel  viaje  habia  pasado,  y  de  la  disposición  dellas,  y  lo 
que  de  cada  una  sentia  y  esperaba;  dio'  también  á  Sus 
Altezas  noticia  de  las  minas  del  oro  y  de  las  partes  donde 
las  habia  hallado.  Hízoles  un  buen  presente  de  oro,  por 
fundir,  como  de  las  minas  se  habia  cogido,  dello  menudo, 
dello  en  granos  como  garbanzos,  y  dello  mayores  los  granos. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


165 


según  se  dijo,  que  habas,  y  algunos  como  nueces;  presen- 
to'Ies  muchas  guay^as  o  carátulas  de  las  que  arriba  dijimos, 
con  sus  ojos  y  orejas  de  oro,  y  muchos  papagayos  y  otras 
cosas  de  los  indios,  todo  lo  cual  con  mucha  alegría  los  Reyes 
recibieron,  y  daban  á  Nuestro  Señor,  por  todo,  muchas 
gracias,  y  al  Almirante  tenérselo  todo  en  servicio,  y  en  seña- 
lado servicio,  en  palabras  y  honrarle  se  lo  mostraban.  De 
cada  cosa  de  las  dichas,  muchas  particularidades  y  dudas  le 
preguntaban,  y  á  todas  el  Almirante  les  respondía,  y  con 
sus  respuestas  les  satisfacía  y  contentaba.» 

Este  sencillo  relato  tiene  tal  sello  de  autenticidad  que  lo 
creemos  la  verdad  misma.  Las  explicaciones  de  Cristóbal 
Colón,  la  historia  que  de  sus  labios  escucharon  los  Reyes 
Cato'licos  no  les  dejaron  lugar  á  dudas ;  no  vacilaron  ni  un 
momento.  Entre  la  palabra  noble  del  Almirante  y  los  cuentos 
y  hablillas  de  sus  enemigos  no  podía  caber  comparacio'n.  El 
rey  don  Fernando  vio'  con  claridad  la  gran  importancia  del 
descubrimiento  y  los  resultados  que  podía  esperar  de  él  para 
la  grandeza  de  su  reinado;  doña  Isabel,  siempre  llena  de 
afecto  al  Almirante  y  apasionada  por  la  conversio'n  á  la  fe 
cato'lica  de  pueblos  que  parecían  tan  numerosos,  sintió'  rea- 
nimadas sus  fuerzas,  y  tanto  uno  como  otro,  sin  darse  cuenta 
tal  vez  de  ello,  decidieron  consagrar  toda  su  atencio'n  al  "^^ 
descubrimiento  de  nuevas  tierras,  y  al  fomento  de  las 
colonias  ya  establecidas. 

Es  verdaderamente  satisfactorio  el  ver  que  en  este 
momento  de  su  llegada  á  la  corte  todas  las  sombras  se  disi- 
paron al  eco  de  la  voz  del  Almirante.  La  verdad  volvió'  á 
resplandecer  clara,  ahogando  con  su  luz  las  sombras  de  la 
envidia.  ¡Con  cuánto  gusto  leemos  en  la  obra  del  P.  Las 
Casas  la  expresio'n  del  desprecio  que  sufrieron  los  detractores 
del  grande  hombre !  —  «De  las  informaciones  que  Juan 
Aguado  trujo,  dice,  y  hizo  á  los  Reyes  contra  el  Almirante, 
muy  poco  se  airaron ;  y  asi  no  hay  que  mas  contar  ni  gastar 
tiempo  de  Juan  Aguado.» — 


1 66 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Como  era  natural  se  accedió'  inmediatamente  á  cuanto 
el  Almirante  pidió'  como  necesario  para  socorrer  las  necesi- 
dades de  la  colonia  y  procurar  sus  adelantos,  así  como  á 
cuanto  indico  que  debía  facilitársele  para  hacer  nuevos  viajes 
y  descubrir  otras  tierras.  Limito'  por  entonces  su  exigencia 
íi  que  se  le  dieran  medios  para  equipar  ocho  buques,  entre 
mayores  y  menores,  bien  abastecidos  y  pertrechados  de 
cuanto  la  experiencia  había  acreditado  como  necesario  para 
el  objeto  á  que  se  destinaban;  puesto  que  dos  de  los  de 
mayor  porte  debían  salir  inmediatamente  para  la  isla  Espa- 
ñola á  llevar  al  Adelantado  lo  que  era  más  .indispensable 
para  sostener  la  colonia  y  los  nuevos  establecimientos,  y 
emprender  la  explotacio'n  del  oro  en  Hayna ;  y  las  otras  seis 
habían  de  ir  por  otro  rumbo,  bajo  sus  o'rdenes,  á  descubrir 
en  la  tierra  firme  todo  lo  más  que  se  pudiera.  A  todo  acce- 
dieron sin  dificultad  los  soberanos,  porque  sus  cuidados  y 
buena  voluntad  eran  muy  decididos. 

Por  desgracia  las  circunstancias  en  aquellos  momentos 
no  eran  favorables  á  que  se  ejecutase  con  prontitud  lo  que 
se  mandaba.  El  gasto  era  de  bastante  importancia  y  el  erario 
estaba  más  que  exhausto,  empeñado  por  muchas  empresas 
de  diversa  índole. 

De  una  parte  el  pensamiento  político  de  los  Reyes 
Cato'licos,  la  idea  que  empezaron  á  llevar  á  ejecucio'n  y  que 
exigía  grandes  dispendios  había  empezado  á  realizarse.  Si 
hubieran  podido  llevarla  á  término,  si  el  éxito  hubiera 
coronado  la  obra,  incalculable  es  la  preponderancia  que 
hubiera  tomado  la  monarquía  española  en  los  destinos  de 
Europa,  y  como  hubieran  marchado  los  sucesos  posteriores 
de  la  civilizacio'n  en  estos  países  occidentales,  y  aun  en 
muchos  de  los  del  Norte.  Meditaron,  y  estuvieron  muy  pro'- 
ximos  á  conseguirlo,  ganar  la  influencia  de  las  naciones  más 
poderosas  por  medios  pacíficos,  pero  mucho  más  seguros  que 
aquellos  en  que  se  emplea  la  violencia;  por  los  enlaces  de  sus 
hijos,   cuya  mano  empezaba  á  ser  solicitada   con   afán   por 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


167 


muchos  monarcas,  y  para  ello  tenían  que  sostener  nume- 
rosos y  hábiles  diplomáticos  en  todas  las  cortes,  para  que 
nunca  lo  imprevisto  viniera  á  trastornar  sus  planes.  Ya 
hemos  indicado  los  recíprocos  matrimonios  concertados  entre 
el  archiduque  don  Felipe  y  su  hermana  doña  Margarita  con 
la  princesa  Juana  y  el  príncipe  don  Juan.  Ambos  casa- 
mientos se  verificaron ;  y  aunque  la  Providencia,  en  sus  altos 
designios  dispuso  que  fueran  de  corta  duración,  muriendo 
en  la  flor  de  su  edad  don  Felipe  el  Hermoso  y  el  príncipe 
don  Juan,  la  trascendencia  de  aquel  pensamiento  se  reflejo' 
en  la  grandeza  de  que  se  vio'  rodeado  Carlos  I  de  España, 
debida  más  á  ser  nieto  de  los  Reyes  Cato'licos  que  á  su 
imperio  de  Alemania.  Para  los  viajes  que  originaron  los 
matrimonios  de  los  Príncipes  3^a  queda  dicho  el  lujo  y  pompa 
que  desplegaron  nuestros  Reyes..  No  cabe  en  nuestro  cuadro 
hablar  por  extenso  del  pensamiento  político  de  aquel  gran 
reinado,  mas  para  indicar  siquiera  las  causas  del  empobre- 
cimiento del  tesoro  en  el  momento  que  historiamos,  recor- 
daremos que,  siguiendo  aquellos  propo'sitos ,  don  Fer- 
nando y  doña  Isabel  concertaron  el  casamiento  de  su  hija 
doña  Catalina  con  el  príncipe  de  Gales,  y  el  de  la  prin- 
cesa doña  Isabel  con  el  príncipe  don  Juan  de  Portugal, 
primogénito  del  rey  don  Alfonso ,  cuyos  conciertos  causaron 
también  gastos  de  consideracio'n ,  y  muy  continuos.  Verda- 
deramente, si  la  muerte  no  hubiera  venido  á  perturbar 
aquellos  proyectos,  inutilizando  mucha  parte  de  ellos,  no  es 
posible  calcular  hoy  cuál  hubiera  sido  su  resultado  en  la 
política  europea,  ni  la  marcha  de  los  sucesos  en  toda  la  época 
posterior. 

A  estos  grandes  dispendios  se  unían  otros  muchos  ma- 
yores para  sostener  en  pie  de  guerra  los  ejércitos  de  Italia  y 
del  Rosello'n,  o'  sea  el  que  estaba  acantonado  también  en  el 
Principado  de  Cataluña,  en  la  previsio'n  de  que  se  declarase 
la  guerra  con  Francia  por  las  pretensiones  al  reino  de 
Ñapóles.  Estas  tropas  eran  las  que  había  ido  á  inspeccionar 


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1 68 


CRISTÓBAL  COLON 


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personalmente  el  Rey  don  Fernando  en  su  viaje  á  Gerona. 
Las  de  Italia  estaban  al  mando  de  Gonzalo  Fernández  de 
Co'rdoba,  y  bien  sabido  es  cuántas  glorias  ilustraron  aquel 
período  de  nuestra  historia,  y  cuántos  sacrificios  impuso  á 
España  el  sostenimiento  de  las  escuadras  para  sostener  la 
comunicacio'n  con  aquel  ejército. 

El  espíritu  público  tampoco  se  mostraba  entonces  tan 
propicio  y  decidido  por  los  descubrimientos.  El  entusiasmo 
producido  por  el  regreso  de  Colón  al  puerto  de  Palos  y  su 
presentacio'n  en  Barcelona,  se  había  resfriado;  la  atmosfera 
favorable  cam.bio  en  adversa  en  unos,  en  indiferente  en 
muchos,  y  se  hacía  alarde  de  mirar  con  prevencio'n  y  des- 
confianza cualquier  noticia  que  se  extendía  de  la  existencia 
de  riquezas  al  otro  lado  de  los  mares.  Tres  años  habían 
bastado  para  que  se  gastase  aquella  admiracio'n  profunda; 
para  que  la  imaginacio'n  popular  se  habituase  á  oir  hablar 
de  prodigios  y  de  novedades,  y  no  se  manifestara  ya  sorpren- 
dida por  acontecimiento  alguno.  Cuando  entra  la  sospecha, 
cuando  se  da  cabida  á  la  duda,  el  interés  conclu3^e  muy  luego 
y  las  malas  pasiones  empiezan  á  mostrar  sus  insidiosas  ase- 
chanzas. La  popularidad  de  Cristóbal  Colón  había  sufrido 
rudos  golpes  en  aquellos  tres  años  transcurridos.  Los  envi- 
diosos, que  habían  callado  vencidos  por  el  esplendor  de  su 
gloria  en  1493,  aprovechaban  la  ocasio'n  de  humillar  á  aquel 
cuyo  triunfo  les  había  subyugado,  y  se  gozaban  en  sembrar 
la  desconfianza  y  propalar  todos  los  rumores  que  podían 
perjudicar  al  descubrimiento. 

No  encontraban  los  proyectos  de  nuevas  expediciones  el 
apoyo  que  por  todos  se  le  había  prestado  años  antes ;  ni 
hallaban  eco  las  noticias  de  las  riquezas  del  Nuevo  Mundo,  ni 
las  descripciones  de  sus  inmensos  bosques  y  de  sus  ríos  con 
arenas  de  oro  corrían  aumentadas  por  el  entusiasmo.  Con 
sonrisa  de  incredulidad  y  manifestaciones  de  desagrado  eran 
recibidas  las  nuevas,  aunque  vinieran  acompañadas  de  prue- 
bas que  las  acreditasen. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


169 


III 


Entre  los  muchos  obstáculos,  que  las  circunstancias 
acumulaban,  para  que  no  pudieran  hacerse  con  prontitud  los 
despachos  de  las  expediciones,  puede  contarse  también  la 
mala  voluntad  del  obispo  Fonseca ,  que  era  entonces  el  en- 
cargado de  todo  lo  concerniente  á  los  asuntos  de  Indias ;  pues 
aunque  los  Reyes,  quizá  por  conocer  el  carácter  y  condicio'n 
de  aquel  eclesiástico,  favoreciendo  á  un  tiempo  al  Almirante 
y  á  las  nacientes  colonias,  y  tomando  pretexto  de  haber  sido 
elevado  á  la  dignidad  episcopal  el  Arcediano  de  Sevilla, 
encargaron  por  algún  tiempo  á  Antonio  de  Torres  la  super- 
intendencia de  la  Contratacio'n ,  esto  duro'  poco  tiempo  y 
Fonseca  volvió'  á  hacerse  cargo  de  aquel  puesto. 

En  él  procuro  siempre  mortificar  á  Cristóbal  Colón, 
poniendo  dificultades  á  cuanto  proponía.  Bajo  el  Almirante 
desde  Burgos  á  Sevilla,  y  en  esta  ciudad,  cumpliendo  las 
ordenes  de  los  Reyes,  empezó  inmediatamente  á  ocuparse 
en  los  preparativos  para  el  tercer  viaje.  Quisiéramos  poseer 
datos  auténticos  para  poder  historiar  la  serie  de  contradic- 
ciones que  fueron  oponiendo  el  Obispo  y  sus  dependientes  á 
la  adquisicio'n  y  aprovisionamiento  de  los  buques:  los  encon- 
tramos indicados  en  todas  partes;  pero  no  se  detallan  en 
ninguna,  por  más  que  se  dejen  conocer  perfectamente.  Bien 
claramente  los  señala  don  Diego  Ortiz  de  Zúñiga,  cuando 
dice  ' : 

(íAño  1496. — En  esta  segunda  vez,  venido  á  Castilla  el 
Almirante  Don  Christobal  Colon,  y  aviendo  recebido  de  los 
Reyes,  con  satisfacción  de  sus  procederes,  y  mercedes  dignas 


Afínales  eclesiásticos  y  seculares,  etc. — Madrid,  1776. 
Cristóbal  Colón.  T   11.— 22 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


algunas  ordenes  para  su  tercer  viaje,  se  detuvo  mucho  en 
Sevilla,  porque  Don  Juan  Rodriguez  de  Fonseca,  su  Dean, 
que  avia  ascendido  á  Obispo  de  Badajoz,  se  avia  apartado  de 
esta  superintendencia  3^  entrado  en  ella  Antonio  de  Torres, 
no  dándola  expediente ,  se  bolvio'  á  encargar  al  Obispo ,  que 
poco  afecto  al  Almirante,  se  lo  retardo'  con  embarazos  hasta 
30  de  Mayo  de  el  año  siguiente.» 

Sufría,  sin  embargo,  con  mucha  prudencia  el  Almirante 
todas  las  dilaciones,  por  las  señaladas  muestras  de  favor  y 
de  afecto  que  continuamente  recibió'  de  los  Reyes  Cato'licos 
durante  toda  su  permanencia  en  España.  La  simple  enume- 
racio'n  de  las  mercedes  que  le  hicieron,  bastaría  para  desva- 
necer los  cargos  de  ingratitud,  y  de  prevenciones  injustifica- 
das que  abrigara  don  Fernando  contra  Colón,  al  decir  de 
alguno  de  sus  detractores.  Ya  hemos  visto  que  en  23  de 
Abril  del  mismo  año  1497  confirmaron  todos  los  capítulos  y 
mercedes  del  contrato  que  se  estipulo  en  Santa  Fe,  antes  que 
fuese  á  descubrir,  y  le  habían  ratificado  en  la  ciudad  de 
Barcelona  ^  En  dos  capítulos  consecutivos  de  su  Historia  ^, 
se  ocupa  el  P.  Las  Casas  de  las  mercedes  que  los  Reyes  dis- 
pensaron á  Colón  en  este  año  de  1497,  y  empieza  por  estas 
significativas  palabras:  —  «Los  católicos  Reyes,  como  muy 
agradescidos  y  virtuosísimos  príncipes,  cognosciendo  el  gran 
servicio  que  hablan  del  Almirante  recibido,  y  vistos  y  consi- 
derados sus  grandes  trabajos  y  el  poco  provecho  que  habia 
hasta  entonces  habido,  hiciéronle  nuevas  mercedes  en  todo 
aquello  que  él  les  suplico',  y  aun  otras  que  él  no  habia  pedi- 
do, allende  que  le  confirmaron  de  nuevo  las  viejas  que  le 
hablan  hecho,  y  todos  sus  privilegios  al  principio  concedi- 
dos...» 

«En  verdad  logro'  cumplidamente  sus  deseos,  dice  Mu- 
ñoz.   Nueva  confirmacio'n  de  sus  privilegios ;  declaracio'n  de 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  del  Libro  11,  (L)  pág.  584. 
Historia  de  las  Indias,  lib.  I,  caps.  CXXIV  y  CXXV. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


171 


los  derechos  y  fueros  del  Almirantazgo  de  Indias,  insertas  en 
ella  las  cláusulas  del  título  del  Almirante  de  Castilla  con 
quien  se  le  igualo';  condonacio'n  de  las  sumas  con  que  debiera 
haber  contribuido  á  los  gastos  hechos  por  causa  de  sus  em- 
presas, y  merced  de  cuanto  había  recibido  y  aprovechádose; 
otra  merced,  que  por  tres  años  venideros  gozase  la  ochava  y 
décima  de  las  ganancias  sin  poner  costa  alguna,  con  la  gracia 
de  que  su  ochava  se  sacase  de  la  suma  total  antes  de  deducir 
las  costas.  Obtuvo  además  facultad  de  instituir  mayorazgo, 
como  lo  hizo  inmediatamente.  Y  obtuviera  la  propiedad 
perpetua  de  setenta  y  cinco  leguas  de  terreno  en  la  isla  Es- 
pañola, que  quisieron  concederle  los  Reyes,  con  título  de 
Marqués  o  Duque,  á  no  rehusar  tan  exhorbitante  merced  por 
miedo  de  la  cavilacio'n  y  maledicencia.» 

En  23  de  Abril  de  aquel  mismo  año  de  1497,  y  para 
que  siempre  quedase  perpetua  memoria  de  los  grandes  ser- 
vicios y  hechos  del  Almirante,  se  le  concedió'  facultad  real 
para  que  pudiera  proceder  á  la  institución  de  uno  o'  muchos 
Mayorazgos,  que  pasaran  á  la  familia  dándole  brillo  y 
esplendor;  y  queriendo  demostrar  todavía  más  los  Soberanos 
su  afecto  á  Colón  extendiendo  las  muestras  de  su  aprecio  á 
toda  la  familia,  en  22  de  Julio  nombraron  á  Don  Bartolomé 
Colon  Adelantado  de  las  Indias,  título  que,  como  ya  dijimos, 
conservo  hasta  su  muerte. 

Gran  significacio'n  tiene  este  nombramiento  del  Adelan- 
tado. Los  Reyes  Católicos  habían  visto  con  cierto  disgusto 
la  designacio'n  que  para  aquel  cargo  había  hecho  el  Almi- 
rante, á  favor  de  su  hermano,  cuando  en  el  mes  de  Septiembre 
de  1494  llego'  enfermo  á  la  ciudad  de  Isabela.  Aquel  nom- 
bramiento fué  conceptuado  como  una  usurpacio'n  de  atribu- 
ciones, como  una  extralimitacio'n  á  lo  menos,  por  los  enemi- 
gos de  Cristóbal  Colón,  y  así  lo  anunciaron  en  todas  partes 
procurando  presentarlo  bajo  el  aspecto  más  desfavorable.  Al 
ratificar  los  Reyes  aquel  nombramiento ,  reconocían  las  cua- 
lidades que  concurrían  en  don  Bartolomé  para  desempeñar 


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1/2 


CRISTÓBAL  COLÓN 


el  cargo,  y  robustecían  con  el  peso  de  su  autoridad  aquella 
primera  designacio'n  hecha  por  el  Almirante  cerrando  el  paso 
á  todas  las  hablillas  y  cabalas  de  los  maldicientes. 


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IV 


Los  Reyes  Cato'licos  tenían  verdadera  convicción  de  la 
importancia  del  descubrimiento  de  las  Indias,- y  deseaban 
que  la  memoria  de  aquel  acontecimiento  se  perpetuase  por 
medio  de  un  mayorazgo  que  hiciera  ilustre  la  familia  del 
descubridor;  Cristóbal  Colón,  por  su  parte,  lleno  del  pen- 
samiento de  su  elevada  misio'n,  creía  en  la  grandeza  de  la 
obra  que  había  realizado,  y  se  apresuró  á  fundar,  aunque 
entonces  poco  o'  nada  poseía,  usando  de  la  facultad  que  se  le 
concedía,  y  con  la  esperanza  de  dotar  á  sus  sucesores  con 
pingües  rentas. 

Encontrándose  en  Sevilla  en  22  de  Febrero  del  año  si- 
guiente de  1498,  Hamo'  el  Almirante  á  su  casa  en  la  collacio'n 
de  la  Santa  Iglesia,  al  Escribano  público  Martín  Rodríguez, 
le  exhibió'  la  Real  cédula  de  licencia,  y  usando  las  facultades 
que  se  le  concedían,  instituyo'  el  Mayorazgo  que  todavía  per- 
manece como  timbre  de  la  gloria  de  España,  esperando  en 
aquel  alto  Dios  que  se  haya  de  haber  antes  de  grande  tiempo 
buena  c  grande  renta  de  las  dichas  islas  é  tierra  firme,  que  ha- 
bían de  constituir  la  dotacio'n  de  los  sucesores. 

Llamo'  á  sucesio'n  á  su  hijo  primogénito  Don  Diego,  y 
si  fallecía  sin  sucesio'n  á  su  hijo  natural  Don  Fernando,  y  así 
sucesivamente  señalo'  el  orden  de  varones  descendientes  por 
línea  recta  de  él  o'  de  sus  hermanos;  —  «£"/  cual  Mayorazgo  en 
ninguna  manera  lo  herede  mujer  ninguna,  salvo  si  aquí  ni  en  otro 
cabo  del  mundo  non  se  fallare  hombre  dt  mi  lin(ige  verdadero, 
que  se  hoviese  llamado  y  llamase  él  y  sus  antecesores  de  Colon,  a 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


173 


Dispuso  que  tanto  su  hijo  don  Diego  como  los  que  á 
él  sucedieran  habían  de  usar  el  escudo  de  sus  armas,  tal 
como  él  lo  dejase,  sin  entreverar  mas  ningniia  cosa  que  ellas; 
sellando  con  el  sello  de  las  mismas,  y  sin  firmar  más  que  con 
el  título  de  El  Almirante,  aunque  ganase  otros  títulos  o'  el 
Rey  se  los  diera. 

Haciendo  distribucio'n  de  la  renta,  agracio  en  primer 
término  con  la  cuarta  parte  de  ella  á  su  hermano  don  Barto- 
lomé Colo'n,  hasta  que  completase  de  renta  propia  un  cuento 
de  maravedís;  destino'  otra  parte  al  sostenimiento  de  indivi- 
duos pobres  de  la  familia  y  otros  objetos  piadosos,  y  mando 
que  su  hijo  don  Diego,  o'  la  persona  que  heredase  el  mayo- 
razgo, sostuviera  siempre  en  la  ciudad  de  Genova  persona  del 
apellido  de  Colo'n,  que  tuviera  allí  casa  abierta  y  mujer,  y 
que  le  ayudara  á  vivir  con  comodidad  para  que  no  faltase 
de  allí  el  domicilio,  pues  había  tenido  raíz  la  familia,  y 
nacido  el  fundador.  Encargo'- que  los  sucesores  depositaran 
cuantas  sumas  les  fuera  posible  en  el  banco  de  San  Jorge 
para  ayudar  en  cualquier  tiempo  que  se  intentara  la  con- 
quista del  Santo  Sepulcro  3^  la  ciudad  de  Jerusalén,  o'  hacerlo 
por  sí  cuando  tuvieran  caudal  bastante;  porque  los  Reyes  si 
no  pudieran  hacerlo  (.de  darán  el  ayuda  y  adere:{0  como  á  cria- 
do y  vasallo  que  lo  hará  en  su  nombre.)) 

Es  verdaderamente  notable  la  cláusula  que  se  refiere  al 
caso  de  cisma  en  la  Iglesia  Cato'lica;  recordando  sin  duda  el 
de  los  tres  Papas,  cu3^os  perniciosos  resultados  se  tocaban 
todavía  en  tiempo  de  Cristóbal  Colón.   Dice  así: 

«ítem:  mando  al  dicho  don  Diego,  o'  á  quien  poseyera  el 
dicho  Mayorazgo,  que  si  en  la  Iglesia  de  Dios,  por  nuestros 
pecados,  naciere  alguna  cisma,  o'  que  por  tiranía  alguna  per- 
sona, en  cualquier  grado  o'  estado  que  sea  o'  fuere,  le  quisiere 
desposeer  de  su  honra  y  bienes,  que  so  la  pena  sobredicha 
se  ponga  á  los  pies  del  Santo  Padre,  salvo  si  fuere  herético 
(lo  que  Dios  no  quiera)  la  persona  o'  personas  se  determi- 
nen é  pongan  por  obra  de  le  servir  con  toda  su  fuerza  é  renta 


1/4 


CRISTÓBAL  COLON 


é  hacienda,  y  en  querer  librar  el  dicho  cisma,  é  defender  que 
non  sea  despojada  la  Iglesia  de  su  honra  y  bienes.» 

Son  muchos  los  encargos  que  confía  á  los  sucesores  de 
)^  su  Mayorazgo ;  y  como  medio  de  asegurar  el  cumplimiento  y 
vc  que  no  puedan  caer  en  olvido,  manda  á  todos  «que  cada  vez 
y  cuantas  veces  se  ovieren  de  confesar,  que  primero  muestren 
este  compromiso,  o'  el  traslado  del  á  su  confesor,  y  le  ruegue 
que  le  lea  todo,  porque  tenga  razón  de  le  examinar  sobre  el 
cumplimiento  del,  y  sea  causa  de  mucho  bien  3'-  descanso  de 
su  ánima. » 


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La  favorable  acogida  que  le  habían  dispensado  los 
Reyes  y  las  distinciones  de  que  le  hicieron  objeto,  ayudaron 
al  Almirante  á  llevar  con  paciencia  las  dilaciones,  los  entor- 
pecimientos, los  obstáculos  de  todas  clases  que  se  encontra- 
ron para  cumplir  las  ordenes  de  preparar  los  ocho  buques 
que  debían  destinarse  á  su  tercer  viaje. 

Al  cabo,  ya  en  el  mes  de  Octubre,  se  le  mandaron  dar 
seis  millones  de  maravedís  destinados  al  apresto,  dotación  y 
aprovisionamiento  de  su  pequeña  escuadra:  los  dos  de  ellos, 
para  pagar  la  gente;  y  los  otros  cuatro,  para  flete  de  los 
buques',  municiones,  víveres  y  cuanto  era  necesario.  Grave 
dificultad  fué  la  de  hacer  libramiento  de  aquella  suma,  dadcs 
los  apuros  del  tesoro ;  pero  para  cobrarlos  hubo  mayores 
trabajos  y  angustias,  por  fatales  circunstancias. 

La  guerra  con  Francia  había  tomado  incremento :  des- 
pués del"  cerco  de  la  villa  de  Salsas,  en  el  Roselldn,  vid  el 
Rey  don  Fernando  la  necesidad  de  poner  en  pie  de  guerra 
mayor  número  de  hombres,  y  fortalecer  á  Perpiñán,  y  trope- 
zaba con  la  urgencia  de  estos  socorros  y  escasez  de  fondos. 


LIBRO  CUARTO.  — CAPÍTULO  PRIMERO 


175 


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cuando  á  29  de  Octubre  llego  de  vuelta  á  Cádiz  con  sus  tres 
barcos  el  piloto  Pero  Alonso  Niño,  y  en  lugar  de  dirigirse 
desde  luego  á  la  corte  para  dar  cuenta  de  su  Viaje,  se  con- 
tento' con  escribir  al  obispo  de  Badajoz  que  había  hecho  un 
viaje  feliz,  y  se  dirigió'  á  Moguer  á  visitar  á  su  familia, 
llevándose  los  despachos  y  cartas  que  traía  del  Adelantado  ¡(3 
para  los  Reyes  y  para  el  Almirante. 

En  aquella  carta  que  escribió  Pero  Alonso  Niño,  pedía 
albricias  por  el  feliz  suceso  de  la  expedición,  y  porque  traía 
gran  cantidad  de  oro.  Con  tal  nueva,  y  por  atender  á  todo 
con  eficacia  y  puntualidad,  dispuso  el  Re}'-  de  los  seis  millones 
de  maravedís  que  debía  recibir  el  Almirante,  y  dio'  orden 
de  que  á  éste  se  le  entregase  igual  suma  de  la  que  conducía 
el  piloto  Niño. 

Grande  fué  el  desencanto .  de  todos ,  é  incalculable  el 
perjuicio  para  Colón  y  para  el  negocio  del  Nuevo  Mundo, 
cuando  al  entregar  su  relacio'n  Pero  Alonso  Niño  al  obispo 
Fonseca,  se  tuvo  conocimiento  de  que  el  oro  que  traía  era 
muy  poco,  y  la  parte  principal  del  cargamento  era  de  indios, 
que  habían  de  venderse  como  esclavos  y  producir  mucho 
oro,  según  la  hiperbo'lica  frase  del  piloto,  que  daba  ya  por 
realizada  la  venta.  Mucho  disgusto  causo'  á  los  Reyes,  y  no 
menor  á  Colón  tan  lamentable  equivocacio'n ;  pero  el  mal 
estaba  hecho,  y  aunque  con  verdadero  interés  se  quisieron 
evitar  las  consecuencias,  la  dilacio'n  fué  larga  y  el  efecto 
causado  en  la  opinio'n  por  la  carta  del  piloto  desastroso. 

Volvió  á  trabajar  con  nuevo  empeño  el  Almirante  para 
que  se  le  fueran  entregando  los  seis  millones  que  antes  se  le 
libraran,  y  se  destinaron  á  lo  de  Perpiñán;  y  en  cuanto  pudo 
obtener  la  cobranza  de  algunas  cantidades,  las  empleo'  en 
abastecer  dos  de  las  ocho  naves  que  se  le  habían  concedido, 
llenándolas  de  provisiones ,  é  hizo  embarcar  en  ellas  noventa 
hombres  útiles,  trabajadores  del  campo,  hortelanos  y  oficiales 
de  todos  los  oficios,  con  algunos  peones,  y  bajo  el  mando  de 
Pero  Hernández  Coronel,   el  alguacil  mayor  de  la  isla,   las 


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1/6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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envió  en  seguida  al  Adelantado,  conociendo  mejor  que  nadie 
la  gran  necesidad  que  allá  debían  padecer. 

Llevaba  Coronel  cartas  del  Almirante  para  su  hermano, 
dándole  cuenta  de  lo  ocurrido  después  de  su  llegada  á  Cádiz, 
narrándole  los  favores  de  los  Reyes,  y  las  dificultades  que 
había  tenido  que  vencer.  Pinta  con  tan  vivo  color  el  trabajo 
sufrido  por  la  mala  explicacio'n  de  Pero  Alonso  Niño,  que  no 
puede  comprenderse  de  ninguna  manera  su  sufrimiento 
mejor  que  trasladando  ese  párrafo  de  su  carta,  que  por 
casualidad  nos  ha  conservado  en  su  historia  el  P.  Las 
Casas. 

« Sabe  nuestro  Señor  cuantas  angustias  por  ello  he  pasado, 
por  saber  como  estariades;  asi  que  estos  inconvenientes ,  bien  que 
vo  los  diga,  prolijos,  con  péndola,  muchos  mas  fueron  en  ser,  á 
tanto  que  me  hicieron  aborrir  la  vida  por  la  gran  fatiga  que  yo 
sabia  en  que  estariades;  en  la  cual  me  debéis  de  contar  con  vos 
juntamente,  porque,  cierto,  bien  que  yo  estuviese  acá  absenté,  allá 
tenia  y  tengo  el  ánima  presente,  sin  pensar  en  otra  cosa  alguna, 
de  contino,  como  uro.  Señor  dello  me  es  testigo,  ni  creo  que  vos 
pongáis  ni  vuestra  ánima  duda  en  ello,  porque,  allende  la  sangre 
y  grande  amor,  el  efecto  del  caso  y  la  calidad  del  peligro  y  tra- 
bajo, en  tan  longincuas  partes,  amonesta  y  constringe  mas  el 
espíritu  y  sentido  á  doler  cualquier  fatiga  que  allá  se  puede  ima- 
ginar, que  no  si  fuese  en  otra  parte.  Aprovecharla  mucho  á  esto 
si  este  sufrimiento  se  sufriese  por  cosa  que  redundase  al  servicio 
de  nuestro  Señor,  por  el  cual  deberíamos  trabajar  con  alegre 
ánimo;  ni  desayudarla  á  pensar  que  ninguna  cosa  grande  se  puede 
llegar  á  efecto  salvo  con  pena,  y  asimismo  consuela  á  creer  que 
todo  aquello  que  se  alcanTji  trabajosamente  se  posee  y  cuenta  con 
mayor  dulzura.  Mucho  habria  que  decir  en  esta  causa,  mas  porque 
de  vos  no  es  la  primera  que  hayáis  pasado,  ni  yo  visto,  dejaré 
para  hablar  en  ello  mas  despacio  y  de  palabra » 

Despachadas  aquellas  dos  primeras  embarcaciones  al 
mando  de  Fernández  Coronel,  los  entorpecimientos,  las 
dificultades  fueron  aún  mayores,  tardando  el  Almirante  más 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


177 


de  tres  meses  en  pertrechar  y  aprovisionar  las  seis  restantes 
para  poder  darse  á  la  vela. 

Luchaba  con  la  falta  de  recursos,  pero  también  trope- 
zaba con  la  falta  de  hombres  que  estuvieran  dispuestos  á 
embarcarse;  retraídos  en  su  mayor  parte  por  las  noticias 
desfavorables  que  habían  circulado,  sobre  el  estado  de  los 
colonos  en  la  isla  Española ,  y  los  muchos  trabajos  que  allí 
se  padecían;  contribuyendo  en  gran  manera  á  que  no  se 
allanasen  todos  los  obstáculos  la  falta  de  armonía  y  buena 
inteligencia  entre  Cristóbal  Colón  y  el  obispo  de  Badajoz, 
que  si  hubieran  estado  unidos  y  hubieran  ayudado  mutua- 
mente, la  empresa  hubiera  terminado  en  más  breve  plazo  y 
de  mejor  manera. 

No  se  habían  mirado  bien  desde  un  principio,  pero 
después  de  la  vuelta  de  don  Diego  Colo'n ,  y  á  virtud  de  las 
o'rdenes  repetidas  de  los  Reyes  para  que  Fonseca  le  devol- 
viera el  oro  que  le  había  intervenido  y  le  procurase  contentar 
en  cuanto  fuera  de  su  agrado,  é  igualmente  á  don  Cristóbal, 
se  hicieron  más  patentes  el  rencor  y  la  mala  voluntad  del 
Obispo,  y  en  la  ocasión  del  despacho  de  los  buques  para  este 
tercer  viaje  se  significo'  el  odio  hasta  tal  punto,  que  sus 
dependientes  y  factores  tomaron  también  parte  descarada- 
mente en  contra  del  Almirante,  contrariando  todos  sus 
deseos,  poniendo  dificultad  á  todas  sus  disposiciones,  y 
haciéndole  sufrir  tantas  molestias,  tantos  sinsabores,  tantos 
desaires,  que  por  venir  de  personas  de  poco  valer  eran  aún 
más  sensibles  y  dolorosos,  que  agotaron  la  paciencia  del 
grande  hombre,  llevándole  al  extremo  de  demostrar  su  enojo 
de  una  manera  violenta  3^  muy  contraria  á  su  carácter,  según 
veremos  en  seguida. 


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Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  23. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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Las  necesidades  de  la  colonia  eran  muy  conocidas  por 
Cristóbal  Colón,  y  su  pensamiento  constante  era  reme- 
diarlas, y  en  lo  posible  prevenirlas.  Animado  por  el  conven- 
cimiento de  que  los  Monarcas  miraban  con  gran  interés  el 
descubrimiento,  y  deseaban  fomentar  la  colonizacio'n ,  les 
dirigió'  una  Memoria,  que  hasta  ahora  no  se  ha  publicado  en 
España,  aunque  es  por  muchos  títulos  importante.  Se 
conserva  auto'grafa  y  firmada  por  el  inmortal  navegante,  y 
la  guardaba  como  preciada  joya,  que  era  la  capital  de  su 
coleccio'n  de  autógrafos,  el  teniente  general  don  Eduardo 
Fernández  San  Román,  marqués  de  San  Román,  á  cuya 
afetuosa  amistad  debemos  la  copia  que  hoy  disfrutarán  los 
apasionados  á  estos  estudios  '.  Antes  la  ha  hecho  imprimir 
en  Francia  el  tantas  veces  citado  colombista  Mr.  Henry 
Harrisse  ^ ;  pero  nuestra  copia  tendrá  además  el  mérito  espe- 
cialísimo  de  llevar  una  reproduccio'n  fotográfica  de  la  última 
página,  donde  se  encuentra  la  firma  del  Almirante,  tal  cual 
la  verán  nuestros  lectores ,  y  á  ella  nos  referimos  en  la  Acla- 
ración (d)  de  la  introduccio'n  á  esta  obra  3. 

Como  puede  observarse,  este  Memorial  carece  de  fecha; 
pero  de  su  lectura  se  desprende  el  conocimiento  de  que  fué 
formado  antes  de  mediar  el  año  1497;  y  la  convicción  se 
robustece  al  comparar  sus  peticiones  con  las  resoluciones  de 
los  Reyes  contenidas  en  la  instruccio'n  fecha  15  de  Junio  de 


Al  fallecimiento  del  ilustre  general,  pasó  el  precioso  autógrafo  con  todos 
sus  libros,  que  formaban  riquísima  colección,  á  la  Biblioteca  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia,  á  quien  dejó  tan  importante  legado. 

Christophe  Colomb,  son  origine,  sa  vie,  etc.,  tome  II,  pág.  528. 
»    Véase  en  el  tomo  I,  pág.  CXXIV. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


i8i 


aquel  año  ^  que  fueron  tomadas,  sin  duda  alguna,  teniendo 
en  consideracio'n  lo  reclamado  por  el  Almirante.  Véase  el 
texto  de  este  auto'grafo  desconocido: 


«Memorial  que  presentó  Cristóbal  Colón  á  los  Reyes 
Católicos  sobre  las  cosas  necesarias  para  abastecer 
LAS  Indias. 

Vuestras  altezas  mandaron  que  se  fyziesse  memorial  de 
las  cosas  que  eran  menester  para  ser  bastecidas  las  yndias  5^ 
segund  m}''  parescer,  es  menester  lo  syguyente. 

Primeramente 

Seys  Navios  para  quatrocientos  o'  quinientos  ombres 
que  son  menester  para  sojudjar  la  isla  española,  segund  my 
parescer,  y  destos  ay  en  la  dicha  ysla  quatro  navyos,  los  dos 
son  de  Vuestras  altezas,  y  elluno,  que  se  llama  la  nyña  es  la 
mytad  de  V.  A.  y  la  mytad  m5^o,  el  otro  que  se  llama  la 
vaquenno  es  la  mytad  de  Vuestras  Altezas  é  la  otra  mytad 
de  una  byuda  vecyna  de  Palos. 

Y  destos  dos  navios  que  faltan  para  ser  seys  es  menester 
sean  de  ciento  é  veynte  toneles  cada  uno  por  suplir  la  falta 
de  los  otros  que  son  mas  pequeños,  y  serán  mas  baratos 
comprar  que  no  fletarlos,  y  ansy  mesmo  los  marineros  que 
sean  abydos  á  sueldo  y  no  por  su  flete  porque  será  mas 
barato  y  mejor  servidos. 

Y  para  los  abituallar  y  ser  la  gente  mantenida  es  mie- 
nester  que  sea  desta  manera,  la  tercia  parte  del  vyzcocho 
que  sea  bueno  y  byen  sazonado,  y  que  no  sea  añejo  porque 
se  pierde  la  mayor  parte  dello,  y  la  tercia  parte  que  sea  de 
faryna  salada,  y  que  se  sale  al  tiempo  de  moler,  y  la  tercia 
parte  de  trigo. 

Mas  es  menester  vyno,  y  tocino,  y  aceyte,  y  vynagre 
e    queso,    e    garbanzos,    e    lantejas,    é    habas,    e    pescado 


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*    Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (A). 


l82 


CRISTÓBAL  COLÓN 


salado,   e  redes  para  pescar,   é  myel  e  arroz,   é  almendras 
é  pasas. 

Mas,  para  los  navyos  ser  reparados  es  menester  pez, 
é  estopa,  é  clavos,  e  sebo,  é  manguetas,  é  fyerro  é  pe- 
llejos. 

Mas,  entre  la  gente  que  fuere  en  los  navyos  son  me- 
nester estos  oficiales  que  son  calafates,  é  carpynteros,  é 
toneleros,  e  asserradores ,  e  serrador  e  syherras,  e  se  llevar 
es  mas  barato. 

Y  mas  es  menester  que  los  navyos  que  lleven  ganado 
ansy  obejuno  como  vacuno  é  cabruno,  y  esto  que  sea  nuevo, 
y  puedenlo  tomar  en  las  yslas  de  Canaria  porque  se  abra 
mas  barato  é  es  mas  cerca. 

Es  mas  menester  que  se  lleve  para  su  vestuario  lienzo  é 
paño  é  calzado,  filo,  agujas,  fustán,  cañamazo,  bonetes,  e 
para  los  caballos  sillas  é  frenos  é  espuelas. 

Es  mas  menester  para  los  navyos  que  fueren  como  para 
la  gente  que  allá  residiere  ansy  armas  lombardas  para  los 
nav3^os,  é  lanzas,  é  espadas,  é  puñales,  e  vallestas,  é  made- 
xuelas  para  las  vallestas,  é  almacén  para  las  vallestas. 

Ansy  mesmo  de  las  cosas  que  son  menester  para  curar 
los  enfermos  el  padre  fray  Juan  informará  á  vuestras  altezas 
de  lo  que  será  menester. 

Sy  estas  cosas  suso  dichas  se  ovyeren  de  dar  por  ración 
es  .menester  que  sea  puesta  una  persona  de  buena  conciencia 
para  que  de  á  cada  uno  su  derecho  no  quitándole  nada  que 
le  pertenece,  é  sy  se  acordase  que  no  sea  por  ración  es 
menester  se  les  haga  allá  alguna  pagua  de  su  sueldo  en 
dinero  para  lo  que  ayan  de  comprar. 

Ansy  mesmo  es  menester  una  persona  que  sea  de  buena 
conciencia  y  guarde  á  cada  uno  su  justicia,  y  que  los  trate 
ansy  como  es  menester:  porque  si  los  que  oy  lo  tienen  lo 
posseen  de  aqui  adelante  no  digo  los  christianos  mas  los 
yndios  dejarán  la  tierra  porque  son  tratados  ansy  los  unos 
como  los  otros  mas  siguiendo  la  crueldad  que  la  razón  y  la 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  11 


183 


justicia,  y  porque  ay  muchos  de  los  que  allá  están  que 
querrán  abecyndar  es  menester  quel  qu'  el  tal  cargo  llevare 
lleve  poder  para  los  facer  aquel  partido  y  .dar  libertad 
segund  viere  q'  es  menester. 

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•S-     A-     S- 

X      M     Y 

rXpoFERENS.» 

A  todo  accedieron  los  Reyes,  dando  además  muchas 
útiles  prevenciones  que  eran  muestras  significativas  de  su 
atencio'n  y  buen  deseo.  Pero  en  la  ejecucio'n  empezaron  las 
mayores  dificultades.  Cristóbal  Colón  encontró'  en  la  mala 
voluntad  de  don  Juan  de  Fonseca  un  entorpecimiento  á  cada 
paso,  y  muchas  dilaciones  para  el  cumplimiento  de  cada  una 
de  sus  o'rdenes.  En  Sevilla,  donde  se  aprestaban  los  barcos 
y  se  reunían  las  provisiones,  extremaban  sus  malas  artes  los 
dependientes  de  la  contratacio'n,  que  todos  recibían  inspira- 
ciones del  Obispo,  y  solamente  pensaban  en  agradarle  procu- 
rando molestias  al  extranjero. 

Indudablemente  sentía  mucho  el  Almirante  los  grandes 
obstáculos  que  se  oponían  á  sus  planes,  y  dilataban  sin  razo'n 
alguna  el  despacho  de  la  expedicio'n,  tan  necesaria  por  todos 
conceptos ;  pero  mayor  disgusto  debían  causarle  los  modales 
desatentos  de  aquellos  bajos  dependientes,  que  engreídos  por 
la  proteccio'n  del  Obispo,  desconocían  su  autoridad  y  le 
trataban  de  una  manera  tan  inconveniente,  y  que  formaba 
tan  notable  contraste  con  las  atenciones  que  les  dispensaban 
los  Reyes.  Todos  emulaban  en  la  innoble  tarea  de  hacer 
poco  caso  de  la  persona  de  Cristóbal  Colón,  de  contrariar 
sus  deseos;  pero  por  la  grosería  de  sus  acciones,  por  lo 
repetido  de  sus  desaires,  hubo  de  señalarse  entre  ellos  un 
hombre  de  baja  extracción,  de  no  muy  limpios  antecedentes, 
entrometido  y  ligero,  que  desempeñaba  el  cargo  de  inter- 
ventor por  Fonseca,  llamado  Jimeno  de  Briviesca. 


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1 84 


CRISTÓBAL  COLON 


II 


No  podemos  satisfacer  la  natural  curiosidad  de  nuestros 
lectores,  refiriendo  las  causas  detalladamente,  porque  no  se 
han  conservado  por  ningún  historiador  los  actos  de  tan  ruin 
personaje.  Parece  que  no  debía  ser  cristiano  viejo,  único 
dato  que  consigna  el  obispo  de  Chiapa  sobre  este  antipático 
empleado,  que  tantos  desconsuelos  y  aflicciones  produjo  á 
Colón.  La  operación  de  cargar  los  seis  navios  fué  laborio- 
sísima, dificilísima,  porque  los  oficiales  de  Fonseca  dándose 
aires  de  autoridad,  ensoberbecidos  y  orgullosos,  ponían  á 
todo  impedimentos  y  cumplían  mal  y  de  mala  manera  las 
o'rdenes  del  Almirante,  causándole  graves  enojos,  continuas 
zozobras,  grandes  molestias  y  fatigas.  El  tal  Jimeno  de 
Briviesca  como  persona  de  baja  extraccio'n  y  escasos  prin- 
cipios, era  el  más  audaz  y  formaba  como  el  centro  de  los 
envidiosos  de  Colón  y  aduladores  de  Fonseca.  Sus  indignas 
provocaciones,  sus  continuos  desprecios  herían  más  por  salir 
de  tan  vil  persona;  y  nada  demuestra  tanto  su  alcance,  y 
cuánta  sería  su  tenacidad,  como  el  estado  de  irritacio'n  á  que 
condujeron  al  Almirante,  cuyo  dominio  sobre  sí  mismo  era 
grande,  y  que  tantas  veces  puso  á  prueba  su  paciencia  y 
su  fuerza  de  voluntad  en  los  azarosos  trances  de  su  exis- 
tencia. 

Pero  no  era  fácil  contenerse  ante  aquel  grosero  sujeto. 
Después  de  haber  sido  por  espacio  de  muchos  meses  constante 
adversario  de  Cristóbal  Colón,  haciendo  alarde  de  desobe- 
diencia á  sus  mandatos  y  de  menosprecio  á  su  persona, 
continuo'  vejándole  hasta  el  último  instante,  sin  abandonar 
su  triste  papel  ni  aun  en  el  momento  mismo  del   embarque. 

Traslado'se  Colón  con  todos  sus  oficiales  y  criados,  con 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


185 


los  sacerdotes  y  frailes  que  debían  acompañarle,  y  con  otra 
multitud  de  operarios  á  Sanlúcar  de  Barrameda  en  los 
últimos  días  del  mes  de  Mayo  del  año  1498.  De  allí  debía 
partir  la  tercera  expedición;  y  aunque  la  empresa  de  las 
Indias  había  decaído  mucho  en  el  concepto  público,  y  eran 
muchas  las  personas  que  llevadas  por  los  informes  de  los 
enemigos  del  Almirante,  se  hacían  eco  de  sus  calumnias,  y 
propalaban  la  idea  de  que  el  descubrimiento  nada  produciría, 
ni  servía  para  otra  cosa  que  para  arruinar  el  tesoro  español 
sirviendo  á  la  ambición  de  aquel  extranjero,  todavía  fueron 
muchos  los  amigos  que  también  concurrieron  á  aquel  puerto 
para  darle  su  postrera  despedida. 

Fué  entre  ellos  también  Jimeno  de  Briviesca,  siguiendo 
en  la  misma  playa  y  á  vista  de  todos  en  sus  sarcásticas 
provocaciones,  en  sus  burlas  soeces.  Ya  se  dirigía  el  Almi- 
rante á  su  buque,  cuando  fué  objeto  de  un  nuevo  insulto;  y 
agotado  el  sufrimiento,  cegado  por  la  indignacio'n ,  olvido 
por  un  momento  la  dignidad  de  su  posición,  la  prudencia 
de  su  conducta  y  cogiendo  del  cuello  á  Jimeno  le  arrojo' 
violentamente  al  suelo  y  le  dio  de  puntapiés,  desahogando 
así  su  comprimida  indignación,  y  descargando  sobre  aquel 
malvado  la  señal  del  más  profundo  desprecio. 

Juzgan  unos  historiadores  que  el  suceso  tuvo  lugar  en 
la  playa ;  otros  aseguran  que  fué  sobre  el  puente  mismo  de 
la  nave  capitana,  y  que  allí  se  atrevió  Briviesca  á  repetir  sus 
frases  despreciativas.  Lo  que  parecía  natural,  teniendo  en 
cuenta  el  carácter  de  las  personas  y  los  antecedentes  ya  refe- 
ridos, es  que  semejante  acto  no  hubiera  tenido  consecuencias, 
y  hubiera  pasado  como  leve  y  condigno  castigo  de  tanta 
indignidad  contra  la  autoridad  del  Almirante  de  las  Indias. 
Pero  Jimeno  de  Briviesca  era  oficial  del  obispo  de  Badajoz, 
y  éste  tuvo  buen  cuidado  de  dar  graves  proporciones  al 
asunto,  y  que  llegara  á  oídos  de  los  Reyes  bajo  un  punto  de 
vista  exagerado,  y  se  presento'  como  prueba  del  carácter 
violento,  cruel  y  dominante  de  Cristóbal  Colón.  La  odiosa 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 24. 


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i86 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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cabala  produjo  el  apetecido  resultado:  —  «á  mi  parecer,  dice 
el  P.  Las  Casas,  por  esta  causa  principalmente,  sobre  otras 
quejas  que  fueron  de  acá,  y  cosas  que  murmuraron  del  y 
contra  él  los  que  bien  con  él  no  estaban,  3^  le  acumularon, 
los  Reyes  indignados  proveyeron  de  quitarle  la  gobernación, 
enviando  al  Comendador  Francisco  de  Bobadilla,  que  esta 
isla  y  todas  estas  tierras  gobernase;  y  bien  lo  temió'  él,  como 
parece  por  un  capítulo  de  la  carta  primera  que  escribió'  á  los 
Re37^es  desque  llego  á  esta  isla,  donde  dice: 

También  suplico  á  Vuestras  Alte/^as,  que  manden  á  las  per- 
sonas que  entienden  en  Sevilla  en  esta  negociación,  que  no  le  sean 
contrarios  y  710  la  impidan;  yo  no  se  lo  que  allá  pasarla  Ximeno, 
salvo  que  es  de  generación  que  se  ayudan  á  muerte  y  vida  é  yo 
ausente  y  invidiado  extrangero:  no  me  desechen  Vuestras  Alteras, 
pues  que  siempre  me  sostuvieron.» 


III 


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l^^ejfco^f^afx-^' 


Vencidas  todas  las  dificultades  que  habían  prolongado 
por  espacio  de  dos  años  casi  cabales  su  permanencia  en 
España,  se  hizo  el  Almirante  á  la  vela  para  su  tercer  viaje 
saljendo  de  Sanlúcar  de  Barrameda,  miércoles  30  de  Maj^o 
del  año  1498.  Llevaba  seis  barcos  de  diferente  porte,  cuatro 
de  los  llamados  naos,  de  unas  cien  toneladas  y  dos  carabelas. 
Comenzó  su  Diario  en  nombre  de  la  Santísima  Trinidad, 
como  tenía  por  costumbre,  y  ofreció'  poner  bajo  su  advo- 
cacio'n  la  primera  tierra  que  descubriese. 

La  guerra  estaba  declarada  con  Francia ,  y  tuvo  noticia 
de  que  una  escuadra  de  esta  nacio'n  cruzaba  en  las  aguas  del 
Cabo  San  Vicente;  puso  por  tanto  el  rumbo  directo  á  la  isla 
de  Madera,  con  la  intencio'n  de  dirigirse  mucho  más  al  Sur 
que  en  los  viajes  anteriores,  para  subir  al  ecuador  buscando 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


187 


los  países  que  los  habitantes  de  la  isla  Española  le  habían 
indicado  como  muy  ricos  y  populosos,  que  debían  encon- 
trarse en  aquella  direccio'n,  según  sus  cálculos.  ' 

Arribo  á  la  isla  de  Porto  Santo  el  jueves  7  de  Junio,  y 
allí  se  detuvo  para  renovar  la  provisio'n  de  agua  y  leña.  Su 
llegada  produjo  gran  pánico,  creyendo  los  moradores  que 
era  una  escuadra  francesa  la  que  se  aproximaba,  por  lo  que 
habían  empezado  á  huir  al  interior  llevando  consigo  cuanto 
podían.  El  Almirante  oyó  misa  y  volvió  á  sus  naves.  Llego 
á  Madera  el  domingo  lo,  y  permaneciendo  allí  seis  días  com- 
pletando las  provisiones  necesarias,  llego  el  martes  19  a  vista 
de  la  Gomera.  Estaba  anclado  en  el  puerto  un  buque  corsario 
francés,  con  dos  embarcaciones  españolas  que  había  apresado 
y  conducido  allí  dos  días  antes. 

La  vista  de  los  barcos  españoles  le  hizo  abandonar  una 
de  las  presas  y  hacerse  al  mar  con  la  otra,  dejando  también 
en  tierra  por  la  precipitacio'n  con  que  aparejó,  una  parte  de 
los  franceses  de  su  tripulación.  Cristóbal  Colón  fondeó 
tranquilamente,  sin  sospechar  pudiera  ser  corsario  el  buque 
que  había  visto  darse  á  la  vela ;  pero  informado  de  su  con- 
dición, y  de  que  llevaba  aprisionada  una  nave  castellana, 
envió  en  su  seguimiento  los  tres  barcos  más  veleros  de  su 
escuadra.  No  tardaron  mucho  en  dar  caza  á  los  fugitivos, 
pues  vieron  con  sorpresa  que  los  dos  buques  volvían  hacia  el 
puerto;  y  era  que  seis  españoles  que  iban  á  bordo  prisio- 
neros, notando  la  falta  de  los  corsarios  que  habían  quedado 
en  tierra,  y  que  otros  buques  españoles  venían  en  su  auxilio, 
arremetieron  á  los  franceses  que  los  custodiaban,  los  mania- 
taron y  volvían  con  ellos  al  encuentro  del  Almirante.  Este 
devolvió  los  buques  á  sus  capitanes,  y  dejó  en  la  isla  en 
poder  del  Gobernador  á  los  seis  franceses  prisioneros  para 
que  los  canjease  por  otros  españoles  de  los  que  llevaba  el 
corsario. 

El  21  de  Junio  salió  de  la  Gomera,  y  se  dirigió  á  la  isla 
de  Hierro,  con  el  firme  propósito  de  continuar  en  la  dirección 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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que  se  había  trazado,  bajando  hasta  las  islas  de  Cabo  Verde 
para  llegar  á  la  gran  parte  de  tierra  firme  que  suponía 
fundadamente  había  de  encontrar  al  Sur  de  todo  lo  que  antes 
había  descubierto. 


IV 


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Al  llegar  á  este  punto  encontramos  ya  mención  expresa 
de  hallarse  establecido  en  España,  y  ocupando  puesto  de 
cierta  importancia  otro  pariente  del  Almirante,  ]uan  Antonio 
Colomho,  que  era  su  primo  hermano,  según  los  datos  más 
atendibles. 

Al  salir  de  la  isla  Gomera ,  determino  Cristóbal  Colón 
dividir  en  dos  partes  su  reducida  escuadra,  enviando  desde 
luego  tres  de  sus  barcos  en  derechura  á  la  isla  Española, 
atento  siempre  á  proveer  á  los  colonos  de  víveres  de  refresco, 
cuya  falta  se  hacía  sentir  con  tanta  fuerza,  como  él  por 
experiencia  sabía,  y  para  que  sus  hermanos  y  todos  los 
españoles  que  allá  estaban,  tuvieran  noticia  de  su  salida  y  de 
que  andaba  ya  en  descubrimiento  por  aquellos  mares  de 
Indias.  Puso  por  capitán  de  uno  de  los  barcos  que  envió' 
directamente  «á  un  Pedro  de  Arana,  natural  de  Co'rdoba, 
hombre  muy  honrado,  y  bien  cuerdo,  el  cual  yo  muy  bien 
cognoscí,  dice  Fray  Bartolomé  de  las  Casas  ^  hermano  de 
la  madre  de  Don  Hernando  Colo'n,  hijo  segundo  del  Almi- 
rante, y  primo  de  Arana,  el  que  quedo  en  la  fortaleza  con 
los  treinta  y  ocho  hombres ,  que  hallo  á  la  vuelta  muertos  el 
Almirante;  el  otro  capitán  del  otro  navio,  se  llamo'  Alonso 
Sánchez  de  Carbajal,  Regidor  de  la  ciudad  de  Baeza,  hon- 
rado  caballero.     El   tercero,    para  el   otro  navio,    fué  Jua?i 


'     Historia  de  las  Indias,  cap.  CXXX. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


189 


Antonio  Columho,  ginovés,  deudo  del  Almirante,  hombre  muy 
capa^  y  prudente,  y  de  autoridad,  con  quien  yo  tuve  frecuente 
conversación;  dioles  sus  instrucciones  según  cpnvenia,  y  en 
ellas  les  mando',  que,  una  semana  uno,  otra  semana  otro, 
fuese  cada  uno  Capitán  general  de  todos  tres  navios, 
cuanto  á  la  navegación  y  á  poner  farol  de  noche ,  que  es  una 
lanterna  con  lumbre  que  ponen  en  la  popa  del  navio,  para 
que  los  otros  navios  sepan  y  sigan  por  donde  vá  y  guia  la 
Capitana.» 

Aunque  incidentalmente  y  á  otro  proposito,  ya  hemos 
dado  noticia  de  la  venida  á  España  de  este  Juan  Antonio 
Colon  o'  Colombo  ^  al  referir  que  según  documento  notarial, 
cuya  fecha  se  habia  citado  con  error  manifiesto,  tres  herma- 
nos Juan,  Mateo  y  Amighetto  se  habian  unido  para  sufragar 
los  gastos  á  fin  de  que  uno  de  ellos  viniera  á  España  á  visitar 
á  Cristoforo  Colombo,  Almirante.  Los  tres  hermanos  eran 
hijos  de  Antonio  Colombo,  según  lo  consignado  en  el  mismo 
documento;  pues  este  Antonio,  según  otro  documento  que 
abajo  mencionaremos,  vivía  con  sus  hermanos  en  la  calle  de  la 
Puerta  de  San  Andrés,  en  Genova,  y  alli  moraba  también 
Doménico  Colombo,  que  debia  ser  uno  de  los  hermanos  del 
Antonio,  resultando  que  Cristóbal  y  Juan  Antonio  Colo'n 
eran  primos  hermanos. 

Negando  como  siempre,  y  siguiendo  su  especial  sistema 
aunque  sin  alegar  prueba  alguna,  y  fundado  tan  so'lo  en  que 
no  ha  podido  descubrir  porqué  lado  sea  el  parentesco,  ha 
colocado  iVlr.  Henry  Harrisse  á  Juan  Antonio  Colombo  entre 
los  parientes  supuestos  del  Almirante.  Pareceria  á  cualquiera 
que  debia  ser  bastante  el  testimonio  del  P.  Las  Casas,  que 
dice  haber  tenido  con  él  frecuente  conversación,  y  asegura  que 
era  deudo  del  Almirante.  Mas  no  es  asi,  ni  encontramos  la 
razón  en  que  el  señor  Harrisse  se  funda,  por  lo  que  vamos  á 
traducir  integro  su  razonamiento: 


1 


t-^^fÑ*»-^ 


*    Véase  la  página  20  del  tomo  I. 


190 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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^^ 


«Juan  Antonio  Colombo,  comandante,  o'  tan  so'lo  coman- 
ditario ^  de  uno  de  los  buques  de  la  tercera  expedicio'n  de 
Cristóbal  Colón  en  1498,  es  designado  por  el  P.  Las  Casas, 
que  le  conocía  personalmente ,  como  genovés  y  pariente  del 
Almirante  ^.  Nosotros  no  hemos  podido  descubrir  en  qué 
grado  ni  porqué  rama. 

«Los  documentos  es  cierto  que  mencionan  en  1459  y 
1466  á  un  Antonio  Colombo  que  fabricaba  en  Quinto,  y  vivía 
justamente  en  la  puerta  de  San  Andrés  3,  pero  éste  no  puede 
ser  aquél  de  que  aquí  se  trata,  porque  el  Antonio  de  los 
actos  notariales,  que  había  venido  al  mundo  antes  de  1434, 
pues  que  ya  hace  actos  de  mayor  de  edad  en  1459,  habría 
tenido  á  la  edad  de  sesenta  y  cuatro  años  el  mando  de  un 
buque  en  una  expedicio'n  de  las  más  peligrosas.  Y  por  otra 
parte,  no  nos  cansaremos  de  repetirlo,  en  crítica  histo'rica  la 
homonimia  es  un  factor  extremadamente  incierto.  Notaremos 
únicamente,  que  don  Diego  Colo'n,  hermano  del  Almirante, 
lego'  á  un  llamado  Juan  Antonio  Colo'n  cien  castellanos  de 
oro  4^  sin  calificarlo  sin  embargo  de  pariente,  y  sin  indicar 
la  causa  de  tal  liberalidad.» 

Nada,  ni  una  palabra  más,  escribe  sobre  esto  el  crítico 
anglo-americano.  Y  pudo  bien  haber  considerado  que  no 
está  aquí  sola  la  condicio'n  de  homo'nimo  para  tener  á  Juan 
Antonio  por  pariente  cercano  á  Cristóbal  Colón,  por  deudo 
suyo,  pues  la  apoya  la  respetable  autoridad  del  P.  Las 
Casas,  y  las  circunstancias  atendibles  de  haber  morado  su 
padre  en  la  misma  puerta  de  San  Andrés,  y  haber  sido  él 


Al  parecer  mercader. — Navarrete,  tomo  II,  pág.  243. 

'  El  tercero  para  el  otro  navio,  fué  Juan  Antonio  Columbo,  ginovés,  deudo 
del  Almirante ,  hombre  muy  capaz  y  prudente,  y  de  autoridad,  con  quien  yo  tuve 
frecuente  conversación. 

Las  Casas,  Historia  de  las  Indias,  lib.  I,  cap.  CXXX,  tomo  II,  pág.  221. 
Litterar.   Communis.  Ms.  Registro  9,1459 — i   de  Agosto   citado   por 
M.  Desimoni  Scopritori  Genovesi,  pág.  47 . 

*  Mando  que  se  den  d  Juan  Antonio  Colon  cient  castellanos  de  oro,  é  que  se 
les  den  de  los  bienes  é  fazienda  del  dicho  Señor  Don  Diego  Colon  que  tiene  en  las 
Indias,  porque  esta  fué  su  voluntad. — Testamento  de  Diego  Colón, 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


191 


•  V.  Historia  de  las  Indias,  lib  I,  cap.  CXXX. —  No  obstante  que  Las 
Casas  dice  que  Juan  Antonio  mandaba  el  navio,  nuestro  crítico  osó  escribir  que 
era  comandante  ó  simplemente  comanditario;  aduciendo  como  nota  que  Nava- 
rrete  había  dicho  que  era  al  parecer  mercader:  como  si  Juan  Antonio  no  pudiera 
ser  al  mismo  tiempo  negociante  y  capitán  de  mar,  como  tantos  otros.  Por  otra 
parte,  entre  comandante  y  comanditario  (ó  sobre-cargo  )  hay  á  bordo  inmensa 
diferencia;  y  todos  los  historiadores,  incluso  Navarrete,  dicen  que  comandante 

de  un  navio  era  Juan  Antonio. —  Mandaban  los  tres  navios y  Juan  Antonio 

Colombo,  etc.,  (V.  Colección,  tomo  I,  pág.  394).  Y  dejo  de  notar  el  absurdo  de 
hacer  que  Cristóbal  pusiera  á  bordo  un  comanditario,  cuando  los  buques  per- 
tenecían al  Rey;  y  no  se  hacían  en  ellos  negocios  de  comercio  por  cuenta  de 
particulares,  ni  aun  de  los  mismos  Reyes,  para  hablar  con  propiedad. 

'     V.  Crist.  Colotnb.,  tomo  II,  pág.  392. 


agraciado  por  Cristóbal  Colón  con  el  mando  de  un  buque,     p 
y  por  su  hermano  don  Diego  con  un  estimable  legado. 

Impugna  la  duda  manifestada  por  Mr.  Harrisse  el  docto 
Pro'spero  Peragallo,  y  después  de  leído  su  trabajo  nada 
queda  que  desear. 

«Pero  vengamos,  dice,  al  punto  de  los  parientes  del 
Almirante.  Uno  de  estos,  según  es  sabido,  llamado  Juan 
Antonio  Colombo,  mando'  un  barco  en  la  tercera  expedicio'n; 
y  como  pariente  de  Cristóbal  se  le  menciona  no  solamente 
en  los  Apuntes  (Historie)  sino  también  por  Las  Casas  que  lo 
trato'  mucho: — Juan  Antonio  Colombo,  Ginovés,  ámdo  del 
Almirante,  hombre  muy  capaz  y  prudente  y  de  autoridad, 
con  quien  yo  tuve  frecuente  conversación  ^ .  — 

))¿Qué  cosa  moralmente  más  cierta?  Aquí  no  tenemos 
ya  la  afirmacio'n  de  un  hombre  que  refiere  un  dicho  que  no 
ha  escuchado,  y  habla  de  una  persona  á  quien  no  conoce, 
como  en  el  caso  de  García  Hernández,  sino  que  estamos  en 
presencia  de  un  testigo  que  declara  la  calidad  de  un  amigo 
suyo,  con  el  que  tuvo  intimidad.    ¿Hay  diferencia? 

»Pues  á  pesar  de  todo,  Juan  Antonio  Colombo  es  colo- 
cado, sin  miramiento  alguno,  por  el  señor  Harrisse  entre  los 
parientes  supuestos  del  Almirante — parents  supposés — Y  la 
razo'n  de  esto  es,  según  el  crítico,  porque — no  hemos  podido 
descubrir  en  qué  grado  ni  porqué  rama  era  pariente  ^. — 
Y  desde  el  momento  que  el  crítico  no  ha  logrado  descubrir 


^ 


192 


CRISTÓBAL  COLÓN 


esto,  es  claro  que  le  es  lícito  negar  crédito  al  testimonio  de 
Las  Casas,  d  al  menos,  ponerlo  en  cuarentena.  La  elevacio'n 
y  la  profundidad  de  tales  alegaciones  es  tanta,  que  fijando 
en  ellas  los  ojos,  causan  desvanecimiento.  Por  eso  no  hacemos 
más  que  indicarlas  á  nuestros  lectores. 

—  Notemos  únicamente,  añade  el  crítico,  que  Diego, 
hermano  de  Cristóbal,  legó  á  un  tal  Juan  Antonio  Colombo 
cien  castellanos  de  oro,  sin  calificarle,  sin  embargo,  de 
pariente  V. — 

))¡Mal,  muy  mal  notado!  Quien  escribió'  el  testamento, 
y  por  lo  tanto  el  legado  al  Juan  Antonio  Colombo,  fué  el 
P.  Gorricio,  por  la  imposibilidad  del  don  Diego  y  en  virtud 
de  plenos  poderes  que  le  había  conferido,  como  resulta  de 
los  documentos.  Y  por  eso  el  monje  Cartujo  habla  siempre 
en  la  disposición  testamentaria  en  nombre  propio,  aunque 
como  fiduciario  de  don  Diego,  fago  é  otorgo  son  estas...  item 
mando  que  se  den  á  Juan  Antonio  Colon  cien  castellanos  de 

oro,  é  que  se  los  den  de  los  bienes porque  esta  fué  su 

voluntad  del  dicho  Señor  Don  Diego  ^. — 

))No  siendo,  pues,  don  Diego,  sino  una  tercera  persona 
la  que  escribió'  aquella  cláusula,  el  ingenuo  notemos  del 
crítico  puede  ir  á  hacer  compañía  á  otras  análogas  observa- 
ciones suyas. 

))Con  licencia,  pues,  de  nuestro  escritor,  o'  sin  ella,  con- 
tinuaremos, por  tanto,  diciendo  con  Las  Casas,  que  el  capitán 
marino  Juan  Antonio  Colombo,  era,  sin  duda  alguna, 
pariente  del  Almirante,  por  más  que  no  podamos  en  la 
actualidad  conocer  con  fijeza  en  qué  grado  lo  fuese. 

))Sin  embargo,  queremos  exponer  alguna  conjetura 
nuestra  á  este  propo'sito ;  esperando  saber  la  opinión  de  las 
personas  más  competentes  en  este  orden  de  conocimientos. 

«¿Dominico,  el  padre  del  Almirante,  tuvo  un  hermano 


'     Crist  Colóme.,  tomo  II,  pág.  393. 

*     V.  ¿¿fid.,  tomo  II,  Apéndice  B.,  págs.  469,  470,  476. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  11 


Í93 


que  se  llamase  Antonio?  En  un  acta  de  Genova,  fecha  20  de 
Abril  de  1448,  descubierta  por  el  marqués  de  Staglieno  ', 
aparece  que  un  Domeneghino  Colombo,  hijo  de  Juan,  tenía 
un  hermano  llamado  Antonio,  y  una  hermana  llamada  Bau- 
tistina,  mujer  de  Pascual  Frítalo.  ¿Nos  encontraremos  quiza 
ante  la  familia  del  Almirante?  Para  Harrisse  esto  es  cierto; 
tanto  que  dice  que  el  Antonio  y  la  Bautistina  eran  tío  y  tía 
de  Cristóbal  2.  Y  en  vista  de  esto  nada  tiene  improbable 
que  nuestro  Juan  Antonio  Colombo,  fuera  hijo  del  dicho 
Antonio,  y  por  lo  tanto  primo  del  Almirante. 

))Pero  aquí  surge  una  dificultad  que  anudaría  á  la  vez 
las  inducciones  del  señor  Harrisse  y  mis  propias  conjeturas; 
y  me  juzgo  en  el  deber  de  exponerla,  esperando  el  fallo  de 
los  genealogistas  colombinos.  El  acta  antes  citada  de  20  de 
Abril  de  1448,  consigna  que  los  hermanos  Dominico  y 
Antonio  Colombo  eran  habitadores  villa  Quinti.  Pues  el  señor 
Harrisse  asegura  á  su  vez  que  Dominico  Colombo  habito'  en 
Genova  —  sin  interrupcio'n  desde  1439  á  1491  3.  —  ¿Co'mo 
concillaremos  esto?  No  hay  más  medio  que  el  de  admitir 
que  Dominico  Colombo  tuvo  simultáneamente  dos  casas 
abiertas.  En  la  duda,  y  hasta  nuevas  aclaraciones,  dejaré 
en  suspenso  mi  conjetura  y  me  acojo  á  otra. 

))E1  signor  Desimoni  encontró'  que  los  cartularios  ava- 
riarum  citaban  en  el  año  1459  á  un  Antonius  Columhus  et 
fratrcs,  en  la  calle  fuera  de  la  puerta  de  San  Andrés  4.  Y  ya 
sabemos  que  Dominico  Colombo,  padre  de  Cristóbal,  estaba 
igualmente  establecido — extra  portam  sancti  Andrea  5. — Seme- 
jante coincidencia  de  domicilio  nos  inclina  á  sospechar  que 
ciertamente  Domingo  tenía  cuando  menos  un  hermano  que 


'     V.  Christophe  Colonib,  tomo  I,  pág.  186,  y  tomo  11,  págs.  404,  405. 

*  Ibid.,  torno  I,  págs.  186,  i8g. 

*  Ya  lo  hemos  citado  antes. —  El  crítico,  sin  embargo,  estaba  tan  desme- 
moriado que  en  el  tomo  I,  pág.  237,  había  dicho:  —  en  Mayo  de  147 1  Domi- 
nico Colombo  estaba  establecido  en  Savona  hacía  tres  años. 

*  V.  Sugli  Scoprit.  Genov.—  Nel  Giornale  Ligur.  Anno  I,  pág.  238. 

"     V.  Christ.  Colomb.,  tomo  II,  Apéndice  págs.  410,  411,  y  tomo  I,  pág.  208. 


Cristóbal  Colón,  t    ii.—  25. 


194 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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I    se  llamaba  Antonio,  y  que  los  dos  hermanos  tenían  una  casa 
de  tráfico. 

))Tal  sospecha  viene  también  á  confirmarse  por  otra  acta 
descubierta  asimismo  por  el  marqués  Staglieno.  De  esa  acta 
debemos  notar,  que  con  fecha  ii  de  Octubre  de  149Ó,  tres 
hijos  de  Antonio  Colombo,  de  Quinto,  nombrados  Juan, 
Mateo  y  Amigheto,  convinieron  en  sufragar  los  gastos  para 
que  uno  de  ellos  pasara  á  visitar  á  Cristóbal  Colón,  Almi- 
rante del  Rey  de  España  ^  Si  no  hubieran  sido  parientes  es 
seguro  que  no  se  hubieran  impuesto  aquel  sacrificio.  Y  el 
encargado  después  de  hacer  el  viaje  debió'  ser  naturalmen- 
te el  mayor  de  los  tres  hermanos,  es  decir,  Juan.  ¿Acaso 
sería  éste  nuestro  Juan  Antonio?  Conviene  la  edad:  porque 
teniendo  aquél  en  1460  ^  catorce  años,  llegaba  á  unos  cin- 
cuenta en  1496;  y  por  otro  lado  sabemos  que  obtuvo  el 
mando  de  una  nave  en  el  tercer  viaje  del  Almirante  el  30  de 
Mayo  de  1498. 

«Todos  los  indicios  concurren,  por  tanto,  á  demostrar 
que  Juan  Antonio  era  primo  de  Cristóbal  Colón.» 

Esta  conclusio'n  es  la  misma  que  nosotros  hemos  adu- 
cido, y  dejamos  consignada  desde  luego.  Creemos  que,  sin 
comprometer  en  lo  más  mínimo  la  formalidad  de  la  historia, 
y  en  vista  de  los  documentos  repetidamente  expuestos,  puede 
decirse  que  Juan  Antonio  Colombo,  hijo  de  Antonio,  el  tío 
carnal  de  Cristóbal,  paso  á  España  comisionado  por  sus 
hermanos  Mateo  y  Amigheto  en  1496;  que  protegido  por  su 
primo,  que  había  llegado  á  Cádiz  y  Burgos  de  regreso  de  su 
segundo  viaje,  permaneció'  dos  años  en  su  compañía,  y  pro- 
bablemente a3mdándole,  cuando  en  Mayo  de  1498  fué  desig- 
nado para  mandar  uno  de  los  buques  de  la  tercera  expedicio'n, 
y  enviado  después  en  16  de  Junio  directamente  á  la  isla 
Española  con  otros  dos  capitanes  de  la  confianza  del  Almi- 


V.  Alcuni  N.  Docum.  ó^.  nel  Giornale  Lig.,  anno  XIV,  págs.  252,  253. 
V.  Ibid.,  págs.  253,  254. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  II 


195 


rante;  y  es  de  suponer  que  continuo  en  buenas  relaciones 
con  sus  primos,  por  lo  que  don  Diego  le  agracio'  en  su  testa- 
mento con  la  manda  de  cien  castellanos. 

El  21  de  Junio,  al  salir  de  la  Gomera,  los  tres  buques 
mandados  por  Sánchez  Carvajal,  por  Arana  y  por  Colombo, 
tomaron  el  rumbo  que  les  había  mandado  seguir  el  Almi- 
rante; y  éste,  con  un  navio  de  mayor  porte  y  dos  carabelas, 
se  dirigid  á  las  islas  de  Cabo  Verde  con  objeto  de  completar 
allí  sus  provisiones,  y  recoger  algún  ganado  de  cría  para 
aclimatarlo  en  la  isla  Española. 


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198 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Desde  este  momento  vuelve  á  dividirse  segunda  vez 
la  atencio'n  hacia  tres  puntos  diferentes:  la  flotilla  en  que 
Cristóbal  Colón  navegaba  para  nuevos  descubrimientos;  el 
estado  de  la  colonia  en  la  isla  Española,  cuyo  gobierno 
había  quedado  á  cargo  del  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n, 
y  lo  que  sucedía  en  la  corte  de  España  y  en  la  casa  de 
Contratación  de  Sevilla,  á  consecuencia  de  las  noticias  que 
llegaban  de  las  Indias;  del  empeño  de  muchos  navegantes  en 
armar  para  hacer  descubrimientos,  y  de  las  intrigas  que  se 
formaban  contra  el  Almirante.  Como  cada  uno  de  aquéllos 
tiene  su  carácter  peculiar  y  su  particular  interés ,  consulta- 
remos la  claridad  tratándolos  por  separado,  y  procurando 
ponerlos  en  relacio'n  con  toda  exactitud  en  el  momento  que 
tienen  mayor  contacto,  y  se  reúnen  para  formar  el  debido 
encadenamiento. 

Desde  las  Canarias,  siguiendo  el  rumbo  estudiado, 
como  dejamos  dicho,  para  subir  hasta  la  línea  equinoccial, 
donde  abrigaba  la  esperanza  de  encontrar  clima  muy  be- 
nigno y  grandes  riquezas,  según  se  desprendía  de  un  informe 
del  insigne  lapidario  Jaime  Ferrer  que  le  habían  remitido 
los  Reyes  Cato'licos,  navego'  directamente  á  las  islas  de  Cabo 
Verde,  nombre  que,  según  la  atinada  frase  de  don  Juan  B. 
Muñoz,  pudo  dárselas  por  antífrasis,  pues  solamente  son 
notables  por  su  aridez  y  soledad,  sin  ostentar  riqueza  de 
vegetacio'n  ni  productos  abundantes,  como  de  su  nombre 
podría  esperarse.  El  27  de  Junio  dio'  fondo  en  la  isla  nom- 
brada Buena  Vista,  con  el  intento  de  recoger  algunas  cabras 
monteses  que  eran  allí  muy  abundantes,  y  cuya  carne 
resistía  mucho  y  se  conservaba  sana  en  condiciones  de  buena 
alimentación  durante  largo  tiempo.    En  aquel  puerto  apenas 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


199 


encontraba  hombres  útiles  de  quienes  valerse.  La  mayor 
parte  de  los  que  circulaban  por  sus  tristes  calles  eran  pobres 
leprosos,  enfermos  más  o'  menos  graves,  que  concurrían  á 
ella  de  muchos  puntos  distantes,  especialmente  de  Portugal, 
á  buscar  la  salud  alimentándose  con  la  carne  de  las  tortugas, 
cuya  pesca  era  allí  copiosa,  y  lavándose  con  su  sangre;  que 
este  tratamiento  se  creía  entonces  el  más  eficaz  contra  enfer- 
medad tan  horrible.  No  pudo  hacer  provisio'n  bastante  de 
carne  ni  en  aquella  isla,  ni  en  la  de  Santiago,  únicas  de  aquel 
grupo  donde  se  detuvo.  Levo'  anclas  de  esta  última  el  5  de 
Julio,  y  marco'  una  direccio'n  Sudoeste  caminando  al  ecua- 
dor durante  muchos  días  hasta  llegar  al  5°  grado  de 
latitud  Norte. 

Nada  notable  había  ocurrido  hasta  entonces  á  bordo :  el 
viaje  era  feliz,  y  llevaban  adelantadas  más  de  doscientas 
leguas  desde  las  islas  de  Cabo  Verde,  yendo  siempre  delante 
de  todas  las  embarcaciones  la  carabela  que  nombraban 
Correo,  quizá  por  sus  buenas  condiciones  marineras,  cuando 
empezó'  á  faltar  el  viento  constante  que  les  favorecía ,  sobre- 
viniendo á  poco  una  calma  completa,  tan  absoluta,  que  el 
mar  parecía  un  espejo  bruñido,  y  en  los  buques  permanecían 
clavados,  durmiendo  á  lo  largo  de  los  mástiles,  lo  mismo  las 
velas  que  las  banderas.  Habían  entrado  en  aquella  regio'n 
ecuatorial  que  los  marinos  denominan  calmosa,  donde  neu- 
tralizándose los  vientos  de  ambos  hemisferios  no  se  percibe 
ráfaga  alguna  que  pueda  ayudar  á  la  navegacio'n  durante 
largos  períodos  de  tiempo. 

Aquella  calma  causo'  gran  pavor  á  los  marineros ;  pero 
mayor  angustia  les  produjo  el  insufrible  calor  que  empe- 
zaron á  experimentar,  que  no  era  comparable  por  su  inten- 
sidad con  otro  alguno.  «Allí  me  desamparo'  el  viento,  escribe 
el  mismo  Almirante  S  y  entré  en  tanto  ardor  y  tan  grande 


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»  Relación  del  tercer  viaje,  enviada  á  los  Reyes  Católicos  por  Cristóbal 
Colón,  desde  la  isla  Española.— Navarrete.  Colección  de  viajes,  tomo  I,  pág.  391 
de  la  segunda  edición. 


20O 


CRISTÓBAL  COLON 


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que  creí  que  se  me  quemasen  los  navios  y  gente,  que  todo 
de  un  golpe  vino  tan  desordenado  que  no  habia  persona  que 
osase  descender  debajo  de  cubierta  á  remediar  la  vasija  y 
mantenimientos.»  «En  el  mismo  paralelo  debia  de  ir  el 
Almirante,  dice  el  P.  Las  Casas,  o'  por  mejor  decir,  meri- 
diaiio,  que  llevo  Hannon,  capitán  de  los  cartagineses  con  su 
flota,  que  saliendo  de  Cádiz  y  pasando  al  Océano,  á  la 
siniestra  de  Libia  o  Etiopia,  después  de  treinta  dias,  yendo 
hacia  el  Mediodía,  entre  otras  angustias  que  paso',  fué  tanto 
el  calor  y  fuego  que  padeció',  que  páresela  que  se  asaban; 
oyeron  tantos  truenos  y  relámpagos,  que  los  oidos  les  ator- 
mentaban y  los  ojos  les  cegaban,  y  no  páresela  sino  que 
llamas  de  fuego  caian  del  cielo...» 

Después  de  algunos    días  de  conservarse  la  atmo'sfera 
brumosa   y   cargada,   apareció'   el   sol  brillante,  espléndido, 
derramando  sus  rayos  ardientes  que  no  eran  mitigados  por 
ningún  movimiento  del  aire.    El  ambiente  era  de  fuego;  los 
objetos  parecían  incandescentes;  la  madera  semejaba  estar  á 
punto  de  arder.   Saltaban  los  aros  de  los  toneles  corriendo  el 
líquido    que   contenían,    y   era   imposible   respirar.    Con  la 
calma   el   calor   era   intolerable.    Después   de   ocho   días   de 
mortales  angustias,  algunas  lluvias  hicieron  renacer  las  espe- 
ranzas, soplo'  un  poco-  el  deseado  viento  y  pudieron  continuar 
la   navegacio'n,    aunque   sin   adelantar    con   la   rapidez   que 
todos  deseaban.  Las  maniobras  se  hacían  con  suma  dificultad 
porque  el  excesivo  calor   había   atacado   las   fuerzas  de  los 
marineros,    cayendo    todos   en   un   estado    de   laxitud    muy 
próximo  á  la  postración.    La  gota  mortificaba  al  Almirante, 
sucediéndose   los  accesos  casi  sin  interrupcio'n ,   y  dudando 
encontrar   tierra   en   aquella  direccio'n,   vario   el  rumbo   en 
demanda  de  las  islas  caribes,  visitadas  en  el  viaje  anterior, 
que  según   sus   cálculos   debían   encontrarse   hacia   el   Sud- 
oeste. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IH 


20I 


II 


Desde  el  13  al  31  de  Julio  las  angustias  fueron  cons- 
tantes, pues  el  estado  de  la  tripulacio'n  era  desesperado; 
necesitaban  algún  descanso,  y  lejos  de  obtenerlo  empezaron 
á  escasear  las  provisiones,  y  especialmente  el  agua  por  causa 
de  las  pérdidas  que  habían  sufrido  de  las  pipas  que  se  ver- 
tieron; cuando  ya  en  aquel  día  llegaba  al  extremo  la  ansiedad 
de  todos,  señaladamente  la  de  Colón,  que  sufría  por  la 
suerte  de  cuantos  estaban  á  sus  o'rdenes,  uno  de  los  mari- 
neros del  servicio  del  Almirante,  que  se  nombraba  Alonso 
Pérez,  subió'  á  la  gavia  del  palo  mayor  y  descubriendo  las 
cimas  de  algunas  montañas  dio'  la  voz  de  tierra.  No  es 
posible  pintar  el  efecto  que  aquel  grito  mágico  produjo  en 
las  tripulaciones.  Aproximándose  distinguieron  tres  montes 
casi  iguales,  cuyas  altas  cumbres  se  destacaban  perfecta- 
mente entre  el  limpio  azul  del  horizonte,  uniéndose  en  su 
base. 

Cristóbal  Colón,  cuya  fe  religiosa  era  tan  exaltada  en 
ciertas  ocasiones  y  que  había  ofrecido  consagrar  á  la  Santí- 
sima Trinidad  la  primera  tierra  que  descubriese  en  este 
viaje,  no  pudo  menos  de  encontrar  una  misteriosa  signi- 
ficacio'n  en  la  forma  de  aquella  primera  montaña  que  á  su 
vista  se  ofrecía.  La  isla  recibió'  el  nombre  de  Trinidad,  que 
conserva  todavía. 

Siguieron  por  mucho  tiempo  la  costa  buscando  un  buen 
puerto,  que  no  se  descubría  á  la  vista,  pues  por  todas  partes 
se  presentaba  llena  de  rocas;  doblaron  la  punta  oriental,  que 
el  Almirante  llamo'  de  la  Galera,  porque  tiene  el  aspecto  la 
peña  que  la  forma  de  un  pequeño  buque  con  su  vela  levan- 
tada, y  por  aquel  nombre  la  conocen   aún  los  marinos;  y 

Cristóbal  Colón,  t    ii — 26. 


202 


CRISTÓBAL   COLÓN 


m~  ;  .2SÍ 


luego  fueron  las  barcas  á  tierra  para  reponer  la  provisio'n  de 
agua,  ele  que  tanta  necesidad  sentían,  aunque  solamente 
pudieron  llenar  una  cuba,  volviéndose  á  bordo. 

Algunas  leguas  andadas  dieron  fondo  y  desembarco'  la 
gente  en  la  proximidad  de  un  cabo  que  se  nombro'  de  la 
Playa,  y  habiendo  tomado  cantidad  de  agua,  continuaron 
costeando  á  la  punta  del  Arenal,  por  no  encontrar  en 
cuanto  la  vista  alcanzaba  personas  con  quien  comunicar, 
ni  caseríos  adonde  poderse  dirigir  para  obtener  noticias 
del  país. 

Las  tierras  de  la  orilla  eran  bajas  y  poco  accidentadas, 
abrazando  la  vista  un  horizonte  bastante  dilatado  hasta  la 
falda  de  las  montañas  que  se  descubrían  á  lo  lejos;  desde 
que  empezaba  la  altura  se  veían  espesas  y  frondosas  arbo- 
ledas 3^  muchas  casas  o'  bohíos  que  le  prestaban  animado 
aspecto.  De  ellas  vieron  descender  á  muchos  indios  que 
entrando  en  sus  canoas  se  dirigían  llenos  de  admiracio'n  y 
haciendo  mil  demostraciones  hacia  las  carabelas;  pero  no 
consintieron  en  aproximarse,  ni  menos  subir  á  bordo,  á  pesar 
de  las  señales  de  amistad  que  se  les  hicieron,  ni  por  haberles 
mostrado  muchos  objetos  de  los  que  ya  se  sabía  por  expe- 
riencia llamaban  tanto  la  atencio'n  de  todos  los  isleños. 
Viendo  la  inutilidad  de  aquellos  medios ,  ideo'  el  Almirante 
otro  que  le  pareció'  más  eficaz,  disponiendo  que  en  el  castillo 
dé  popa  hicieran  una  pequeña  fiesta  los  marineros ,  cantando 
y  bailando  al  son  del  tamboril  y  la  dulzaina,  como  en  las 
fiestas  populares  de  España ;  pero  el  efecto  fué  al  contrario 
de  lo  que  se  esperaba. 

Al  escuchar  los  indios  el  sonido  de  los  instrumentos 
pareció  que  oían  una  señal  de  combate.  Acudieron  á  sus 
arcos  y  poblaron  los  aires  de  flechas  lanzadas  contra  las  cara- 
belas, en  las  que  no  causaron  daño  alguno,  quedando 
muchas  clavadas  en  la  obra  muerta.  Dispararon  sus  arca- 
buces dos  soldados,  y  aquella  demostracio'n  fué  bastante  para 
imponerles   respeto.     Al  oir  las  detonaciones   arrojaron   las 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  lll 


203 


armas  y  se  quedaron  suspensos,  contemplando  atónitos 
aquellos  hombres  que  vestidos  de  acero  brillante  que  refle- 
jaba los  rayos  del  sol,  disponían  del  trueno  y  del  ra}''©,  que 
no  menos  les  parecieron  los  tiros  de  la  po'lvora.  Después  se 
aproximaron  y  empezaron  á  rescatar,  depuesta,  al  parecer, 
toda  idea  de  hostilidad ,  que  sin  saber  porqué  causa  les 
habían  inspirado  las  canciones  y  música  de  los  soldados 
españoles. 

En  los  productos  que  ofrecieron  no  había  gran  diferencia 
de  los  que  se  habían  visto  anteriormente,  por  lo  que  Colón 
no  fijo',  mucho  en  ellos  su  atencio'n ,  deteniéndola  con  mayor 
cuidado  en  los  indígenas  que  subían  á  bordo.  Era  su  color 
más  claro  que  el  de  los  isleños  de  Guadalupe  y  de  la  Española, 
los  cabellos  menos  lacios,  más  flexibles  y  sedosos,  y  tanto 
los  hombres  como  las  mujeres  parecían  más  altos  y  hermosos, 
mejor  proporcionados,  cualidades  todas  que  contrariaban  las 
ideas  que  él  llevaba  de  encontrar  razas  muy  semejantes  á  las 
del  África  ecuatorial,  de  tez  negra  o'  muy  oscura,  de  cabellos 
crespos  ensortijados  y  de  cuerpos  un  tanto  deformes. 

Desembarcaron  los  marineros  y  soldados  para  descansar 
algún  tiempo  de  las  molestias  de  á  bordo,  y  completaron  la 
provisio'n  de  agua  abriendo  pozos  en  la  arena,  pues  no 
encontraron  arroyos  en  las  cercanías.  El  1.°  de  Agosto, 
estando  en  obsei'vacio'n  desde  el  castillo  de  popa  de  su  nave, 
anclada  en  lo  que  se  Hamo'  punta  del  Arenal,  porque  el 
surgidero  le  parecía  peligroso  á  causa  de  las  corrientes  con- 
trarias que  en  aquel  paraje  observaba,  formadas  por  el 
estrecho  que  hace  con  la  isla  del  Gallo,  á  que  puso  el  nom- 
bre de  Boca  de  la  Sierpe,  descubrió'  á  lo  lejos,  en  direccio'n 
Sur,  una  tierra  elevada,  que  supuso  ser  otra  isla  de  mayor 
extensio'n,  que  se  propuso  visitar  en  seguida  y  que  señalo  con 
la  denominacio'n  de  isla  Santa.  Entre  la  punta  de  la  isla 
Trinidad  y  otra  que  formaba  la  extremidad  de  la  tierra 
frontera,  quedaba  un  paso  mucho  más  difícil,  por  la  fuerza 
que  allí  tomaban  las  aguas  y  la  multitud  de  escollos,  y  aquel 


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,»'^^ 


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204 


CRISTÓBAL  COLÓN 


estrecho  recibió  del  Almirante  el  nombre  de  la  Boca  del 
Drago'n,  pues  parecían  ambos  cabos  las  fauces  abiertas  de 
una  enorme  boca  dispuesta  á  devorar  cuantas  embarcaciones 
se  atrevieran  á  intentar  el  paso.  Decidido,  sin  embargo,  el 
Almirante  á  doblar  el  cabo  y  penetrar  en  aquel  mar  tran- 
quilo, al  parecer,  que  al  sudoeste  se  descubría,  mando'  que 
varios  botes  hicieran  los  sondeos,  y  encontrando  seguro  el 
camino,  paso'  y  se  dirigió'  á  la  que  estimaba  isla,  y  no  era 
sino  el  continente,  la  verdadera  tierra  firme,  que  entonces 
por  vez  primera  contemplaron  sus  ojos,  y  holló  con  su  planta 
sin  duda  alguna. 


III 


^^eH¿5í: 


Y  aquí  se  presenta  la  ocasio'n  de  examinar  en  su  lugar 
propio  la  duda  que  hace  años  promovió'  un  distinguido 
americanista  de  la  república  de  Honduras.  ¿Desembarco' 
Cristóbal  Colón  en  tierra  firme  del  territorio  americano? 
El  aludido  literato,  que  lo  era  don  Marco  Aurelio  Soto,  con- 
sulto' sobre  este  punto  al  historiador  de  la  América  Central 
don  José  Milla  ^  y  de  sus  conceptos  aparece  que  el  hecho  no 
está  completamente  justificado,  por  lo  cual  el  señor  Soto, 
Presidente  entonces  de  aquella  república,  no  podría  dar  el 
nombre  de  Cristóbal  Colón  á  un  departamento  de  la  costa 
de  Trujillo,  según  deseaba.  Mas  hay  que  notar,  que  aquellos 
doctos  americanos  fijaron  el  punto  de  partida  de  sus  investi- 
gaciones en  el  cuarto  viaje  del  Almirante,  en  el  cual  también 
puede  creerse  que  puso  los  pies  en  el  continente;  pero  el  señor 
don  Cesáreo  Fernández  Duro  al  entrar  en  el  examen  de  esta 


*     : Desembarcó  Cristóbal  Colón  en  tierra  firme  del  continente  americano? 
—Tegucipalpa.— Tipografía  nacional,  1882.  34  páginas  en  4." 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  JII 


205 


cuestión,  con  cuantos  datos  pudo  recoger  en  los  documentos 
remitidos  del  Archivo  de  Indias  de  Sevilla  '  al  cuarto  con- 
greso de  americanistas,  empezó  por  asentar,  con  verdadero 
conocimiento,  que  el  primer  desembarco  de  Colón  en  la 
costa  de  Paria  debe  buscarse  en  el  tercer  viaje,  cuando  por 
vez  primera  descubrió',  costeo'  y  reconoció'  la  tierra  firme 
desde  el  1.°  al  17  de  Agosto  de  1498. 

Y  en  efecto,  siguiendo  paso  á  paso  el  itinerario  que, 
copiado  casi  á  la  letra  del  original,  inserta  el  P.  Las  Casas, 
se  ve  que  paso'  aquellos  días  reconociendo  la  costa  de  tierra 
firme  desde  las  bocas  del  Orinoco  hasta  el  confín  de  Paria, 
en  «  aquel  golfo  cercado  de  tierra  firme  por  una  parte  y  por 
otra  de  la  isla  de  la  Trinidad»  cre3^endo  siempre  que  aquella 
que  llamo'  isla  Santa,  lo  era  en  efecto,  y  lo  mismo  las  que 
denomino  de  Gracia,  Punta  Seca,  Punta  Llana,  Isabela  y 
otras  cuya  localidad  no  puede  comprobarse  hoy,  pues  eran 
cabos  de  la  costa  continental,  separados  por  los  brazos  del 
río.  Imposible  parecerá  que  en  todos  aquellos  días  no  bajara 
á  tierra  el  Almirante,  cuando  tantos  motivos  tuvo  para 
hacerlo ;  y  aunque  es  cierto  que  consigna  en  varias  ocasiones 
que  iba  muy  molesto  de  la  gota,  y  de  la  enfermedad  de  los 
ojos,  que  del  continuo  velar  y  de  la  fuerza  del  viento  se  le 
irritaron  á  tal  punto  que  se  le  cubrieron  de  sangre,  como  él 
dice,  bien  parece  de  sus  expresiones  que  en  más  de  una 
ocasio'n  bajo'  á  tierra  para  reconocer. 

«Estando  en  esta  punta  del  Arenal,  escribe  el  P.  Las 
Casas,  que  es  fin  de  la  isla  de  la  Trinidad,  vido  hacia  el 
Norte  cuarta  del  Nordeste ,  á  distancia  de  quince  leguas ,  un 
cabo  o'  punta  de  la  misma  tierra  firme ,  y  esta  fué  la  que  se 
llama  P^ria.  El  Almirante,  creyendo  que  era  otra  isla  dis- 
tinta, púsola  nombre  la  isla  de  Gracia Envió  á  tierra  las 


7 


'  Colón  y  Finzán.— Informe  relativo  á  los  pormenores  del  descubrimiento 
del  Nuevo  Mundo...,  por  el  capitán  de  navio  Cesáreo  Fernández  Duro.— Madrid. 
Tello,  1889. 


2o6 


CRISTÓBAL  COLON 


^ 


lanchas,  y  hallaron  pescado  y  fuego,  y  rastro  de  gente,  y 
una  casa  grande  descubierta;  de  allí  anduvo  ocho  leguas, 
donde  hallo'  puertos  buenos.  Esta  parte  desta  isla  de  Gracia 
dice  (el  Almirante)  ser  tierra  altísima,  y  hace  muchos  valles, 
y  todo  debe  de  ser  poblado,  dice  él,  porque  lo  vido  todo 
labrado;  los  ríos  son  muchos,  porque  cada  valle  tiene  el 
suyo  de  legua  á  legua ;  hallaron  muchas  frutas  y  unas  como 
uvas  y  de  buen  sabor,  y  mirabolanos  muy  buenos,  y  otras 
como  manzanas,  y  otras,  dice,  como  naranjas,  y  lo  de  dentro 
es  como  higos;  hallaron  infinitos  gatos  paules;  las  aguas, 
dice,  las  mejores  que  vieron.» 

Todo  esto  parece  dicho  de  ciencia  propia.  Más  ade- 
lante dice:  —  «Navego'  á  un  ancón,   lunes  6  dias  de  Agosto 

cinco  leguas,   donde  salió  y  vido  gente »    Pero  contra  estas 

y  otras  indicaciones  se  nota  siempre  la  falta  de  la  expresio'n 
clara  precisa  de  haber  desembarcado;  la  cual  tampoco  se 
encuentra  en  la  mencionada  Relación  del  tercer  viaje,  que 
Colón  remitió'  desde  la  isla  Española.  Las  ceremonias  oficia- 
les eran  siempre  las  mismas,  y  el  no  hacerse  mencio'n  de 
ellas,  como  se  acostumbraba  en  todas  ocasiones,  vendrá  á 
demostrar  que  el  Almirante  visito'  en  esta  cxpedicio'n  la  tierra 
firme,  aunque  no  tomo  posesio'n  de  ella,  lo  cual  no  parece 
admisible.  Pero  aun  admitiendo  que  no  practico'  tales  actos, 
todavía  quedan  datos  bastantes  para  dudar;  aún  puede  creer- 
se que  desembarco',  y  quizá  no  una  vez  sola,  en  la  costa  de 
Paria,  en  los  primeros  días  del  mes  de  Agosto  de  1498. 

Relativamente  á  un  desembarco  y  toma  de  posesio'n  en 
la  costa  de  Honduras,  en  la  punta  que  denomino'  Caxinas, 
donde  hoy  se  encuentra  la  ciudad  de  Truxillo,  en  su  cuarto 
viaje,  año  1502,  que  es  el  punto  en  que  toman  la.cuestio'n 
los  distinguidos  americanos  que  antes  citábamos,  los  señores 
Soto  y  Milla,  la  trataremos  en  su  lugar  oportuno  cuando 
de  aquel  último  viaje  del  Almirante  nos  ocupemos,  porque 
tenemos  fundado  motivo  para  esperar  que  mientras  tanto  se 
esclarezca  con  algún  dato  importante  aquella  duda. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


207 


IV 


En  el  punto  de  que  tratábamos,  o'  sea  de  los  pasos  y 
reconocimiento  de  la  costa  de  Paria,  en  este  tercer  viaje,  el 
P.  Las  Casas  en  los  capítulos  de  su  obra  que  á  ello  dedica  ', 
inserta  muchos  trozos  desconocidos  del  Diario  de  Colón,  que 
sería  muy  conveniente  entresacar,  toda  vez  que  aquel  docu- 
mento no  se  ha  encontrado  hasta  ahora,  y  especialmente  los 
indicados  capítulos,  que  siguen  con  fidelidad  su  contexto, 
copiando  muchas  veces  sus  propias  palabras. 

No  cabe  en  este  lugar  esa  interesante  recopilacio'n ;  mas 
cuando  no  todos,  hemos  de  referir  alguno,  porque  se  en- 
cuentra en  íntima  relacio'n  con  otros  hechos  posteriores  y  de 
cierta  gravedad  en  la  historia  del  descubrimiento.  Surgió' 
adonde  Hamo'  los  Jardines,  que  eran  las  más  hermosas  tierras 
que  había  visto  y  las  más  pobladas ,  donde  encontró  gentes 
vestidas,  aunque  de  una  manera  particular,  con  pañizuelos 
de  algodo'n;  y  de  aquellas  gentes  algunos  traían  hojas  de 
oro  al  cuello,  y  le  dijeron  que  por  allí  había  mucho  y  de  él 
hacían  espejos;  pero  esto  debía  ser  mala  inteligencia,  porque 
no  los  entendían  ni  una  palabra.  Vieron  á  un  indio  que 
tenía  un  grano  de  oro  tan  grande  como  una  manzana. — 
«Vinieron  unas  mujeres  que  traian  en  los  brazos  sartales  de 

contezuelas,    y    entre    ellas    perlas    o'    aljófar,    finísimas 

Pregunto'  el  Almirante  á  los  indios  donde  las  hallaban  o' 
pescaban  ^,  y  mostráronle  de  las  nácaras  donde  nacen,  y 
respondiéronle  por  bien  claras  señas ,  que  nacian  y  se  cogian 


'     Desde  el  capítulo  CXXX  al  CXLIX  de  la  Historia  de  las  Indias. 

*  El  Almirante  dice  en  su  Relación:  —  «También  les  pregunté  donde 
cogian  las  perlas,  y  me  señalaron  también  que  al  Poniente  y  al  Norte,  detrás 
desta  tierra  donde  estaban.» 


>á^'''. 


r*v: 


\J. 


208 


CRISTÓBAL  COLÓN 


V 


'  i" 


hacia  el  Poniente  detras  de  aquella  isla  que  era  el  cabo  de  la 
playa  de  la  Punta  de  Paria  y  tierra  firme,  que  creia  ser  isla; 
y  decian  verdad  ,  que  veinticinco  o'  treinta  leguas  de  allí, 
hacia  el  Poniente,  está  la  isla  de  Cubagua,  de  que  luego  se 
dirá,  donde  las  cojian.» 

Rescato  Cristóbal  Colón  cuantas  perlas  pudo,  para 
enviarlas  á  los  Reyes,  como  lo  hizo  luego  desde  la  isla 
Española,  porque  eran  finísimas  y  muy  blancas;  siendo  éstas 
las  primeras  que  del  continente  americano  se  vieron  en 
Sevilla,  y  moviendo  la  codicia  del  obispo  de  Badajoz  fueron 
motivo  para  que  se  aprestara  la  expedicio'n  que  mando 
Alonso  de  Ojeda,  con  destino  á  la  costa  de  Paria;  en  uno  de 
cuyos  buques  se  embarco'  por  vez  primera  el  florentino  Amé- 
rigo  Vespuche  o  Vespucio,  que  hasta  entonces  había  sido 
factor  de  una  casa  de  comercio. 

Después  de  las  muestras  de  oro  que  Colón  había 
enviado  á  los  Reyes,  lo  que  llamo'  la  atencio'n  más  poderosa- 
mente y  dio'  nueva  importancia  á  las  riquezas  que  se  espe- 
raban de  las  Indias  Occidentales ,  fueron  las  perlas  del  golfo 
de  Paria.  Se  miraba  todavía  el  descubrimiento  bajo  un  punto 
de  vista  harto  mezquino ;  nadie  paraba  mientes  en  la  gran 
extensio'n  de  las  islas  descubiertas,  ni  en  la  feracidad  de  los 
terrenos,  ni  en  la  multitud  y  abundancia  de  las  especias  y 
productos,  que  tanta  riqueza  podían  proporcionar  aumen- 
tando los  objetos  de  comercio,  y  acrecentando  la  importancia 
de  la  marina;  solamente  el  oro  y  las  piedras  preciosas  se 
estimaban  en  aquellos  momentos  como  dignos  de  los  trabajos 
y  de  los  gastos  que  se  habían  hecho  para  el  descubrimiento. 
Pero  entonces  se  hubiera  querido  tocar  el  provecho  inmedia- 
tamente, ver  llegar  á  cada  viaje  las  carabelas  cargadas  de 
oro;  y  como  esto  no  sucedía,  ni  era  posible  que  sucediera, 
los  émulos  de  Colón,  sus  enemigos,  ponderaban  los  gastos 
y  desacreditaban  la  empresa  llevando  á  tal  extremo  sus  vati- 
cinios, que  auguraban  se  consumirían  en  viajes  improducti- 
vos é  inútiles  todas  las  rentas  del  tesoro  español. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


209 


Es  digno  de  trasladarse  en  este  lugar  el  razonamiento 
que  sobre  estas  hablillas  propaladas  para  rebajar  su  crédito, 
dirigió'  á  los  Reyes,  por  ser  también  un  escrito  de  su  mano 
de  los  que  hoy  no  se  conservan. 

«Nuestro  Señor  me  guie  por  su  piedad  y  me  depare 
cosa  con  que  él  sea  servido  y  Vuestras  Altezas  hayan  mucho 
placer;  y,  cierto,  débenlo  de  haber,  porque  acá  tienen  cosa 
tan  notable  y  real  para  grandes  Príncipes,  y  es  gran  yerro 
creer  á  quien  les  dice  mal  desta  empresa,  salvo  aborrecerles, 
porque  no  se  halla  que  Principe  haya  habido  tanta  gracia 
de  Nuestro  Señor,  ni  tanta  victoria  de  cosa  tan  señalada,  y 
dé  tanta  honra  á  su  alto  Estado  y  reinos,  y  por  donde  pueda 
recibir  Dios  eterno  más  servicios,  y  la  gente  de  España  más 
refrigerio  y  ganancias;  que  visto  está  que  hay  infinitas  cosas, 
y  bien  que  agora  no  se  conozca  esto  que  yo  digo,  verná 
tiempo  que  se  contará  por  grande  excelencia,  y  á  grande 
vituperio  de  las  personas  que  á  Vuestras  Altezas  son  contra 
esto,  que  bien  que  hayan  gastado  algo  en  ello,  ha  sido  en 
cosa  más  noble  y  de  mayor  estado  que  haya  sido  cosa  de  otro 
Príncipe  hasta  agora,  ni  era  de  se  quitar  de  ella  secamente, 
salvo  proceder  y  darme  ayuda  y  favor,  porque  los  reyes  de 
Portugal  gastaron  y  tuvieron  corazón  para  gastar  en  Guinea, 
fasta  cuatro  o'  cinco  años,  dinero  y  gente,  primero  que  reci- 
biesen provecho,  y  después  les  deparo  Dios  ganancias  y  oro. 
Que,  cierto,  si  se  cuenta  la  gente  del  reino  de  Portugal  y  las 
personas  de  los  que  son  muertos  en  esta  empresa  de  Guinea, 
se  fallarla  que  son  mas  de  la  mitad  del  reino;  y,  cierto, 
fuera  grandísima  grandeza  atajar  una  renta  en  España,  que 
se  gastase  en  esta  empresa,  que  ninguna  cosa  dejaran  Vues- 
tras Altezas  de  mayor  memoria,  y  miren  en  ello;  y  que 
ningún  Príncipe  de  Castilla  se  halla,  o'  yo  no  he  hallado  por 
escrito  ni  por  palabra,  que  haya  ganado  jamás  tierra  alguna 
fuera  de  España ,  y  Vuestras  Altezas  ganaron  estas  tierras 
que  son  otro  mundo,  y  adonde  habrá  la  cristiandad  tanto 
placer,  y  nuestra  fé,  por  tiempo,  tanto  acrecentamiento.  ^ 
Cristóbal  Colón,  t.  11.—  27. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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Todo  esto  digo  con  muy  sana  intincion,  y  porque  deseo  que 
Vuestras  Altezas  sean  los  mayores  señores  del  mundo,  digo 
señores  de  todo  él ;  y  sea  todo  con  mucho  servicio  y  conten- 
tamiento de  la  Santísima  Trinidad,  porque  en  fin  de  sus 
dias  hayan  la  gloria  del  Paraíso,  y  no  por  lo  que  á  mi  propio 
toca,  que  espero  en  su  alta  Majestad,  que  Vuestras  Altezas 
presto  verán  la  verdad  dello,  y  cuál  es  mi  cudicia.» 

Intrigas  y  calumnias  de  otro  género,  y  las  desgracias 
que  por  las  malas  pasiones,  y  por  los  excesos  de  los  mismos 
jefes  que  allá  se  enviaban  se  originaron  en  la  colonia,  fueron 
causa  de  la  desgracia  del  Almirante,  y  de  que  se  le  cortase 
el  hilo  de  sus  buenos  deseos ;  pero  en  honra  de"  los  Reyes 
Cato'licos  debe  repetirse  que  nunca  dieron  oídos  á  las  murmu- 
raciones y  calumnias  de  sus  interesados  consejeros;  su  elevada 
inteligencia  nunca  midió'  por  tan  bajo  nivel  la  importancia 
de  la  empresa,  que  fué  la  más  alta  gloria  de  su  gloriosísimo 
reinado;  y  la  mejor  prueba  de  ello  la  dejo'  consignada  el  mismo 
.Cristóbal  Colón  en  elocuentes  palabras  que  se  encuentran 
al  fin  de  la  relacio'n  de  su  tercer  viaje,  antes  citada  '. 

«Todo  esto  dije,  escribe,  y  no  porque  crea  que  la 
voluntad  de  Vuestras  Altezas,  sea  salvo  proseguir  en  ello  en 
cuanto  vivan,  y  tengo  por  muy  firme  lo  que  me  respondieron 
Vuestras  Altezas  una  vez  que  por  palabras  le  decia  esto;  no 
porque  yo  hoviese  visto  mudamiento  ninguno  en  vuestras  Alteras, 
salvo  por  temor  de  lo  que  yo  oia  destos  que  yo  digo:  y  tanto  dá 
una  gotera  de  agua  en  una  piedra  que  le  hace  un  agujero;  y 
vuestras  Altezas  me  respondieron  con  aquel  corazón  que  se 
sabe  en  todo  el  mundo  que  tienen ,  y  me  dijo  que  no  curase 
de  nada  de  eso,  porque  su  voluntad  era  de  proseguir  en  esta 
empresa  y  sostenerla,  aunque  no  fuese  sino  piedras  y  peñas, 
y  quel  gasto  que  en  ello  se  hacia  que  lo  tenia  en  nada,  que  en  otras 
cosas  no  tan  grandes  gastaban  mucho  mas,  y  que  lo  tenian  todo 
por  muy  bien  gastado,   lo  del  pasado  y  lo  que  se  gastase  en 


•     Navarrete  — Colección  de  viajes,  tomo  I,  pág.  412  de  la  segunda  edición 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


211 


adelante,  porque  creían  que  nuestra  sancta  fé  catholica  seria 
acrecentada  y  su  real  señorío  ensanchado,  y  que  no  eran 
amigos  de  su  real  estado  aquellos  que  les  maldecían  desta 
empresa » 

El  P.  Las  Casas  haciendo  serías  reflexiones  sobre  el 
párrafo  que  arriba  dejamos  inserto,  dice  que  á  Colón,  como 
hombre  de  gran  prudencia,  le  daba  Dios  claro  conocimiento 
para  que  acertase  en  lo  que  estaba  por  venir,  pues  decía 
bien:  —  «5/  que  agora  non  se  cognosce  lo  que  yo  digo,  venid 
tiempo  que  se  contard  por  gran  escelencia.))  Y  al  llegar  á  tales 
palabras  del  Almirante  exclama  lleno  de  entusiasmo:  «¿Que 
se  podrá  contar  en  todo  lo  poblado  del  mundo,  en  este 
género,   que  se  iguale   con  lo  sucedido  y  procedido  en  las 

Indias  y  de  las  Indias  en  nuestros  tiempos? lo  cual  todo, 

antes  y  después  de  su  descubrimiento  era  estimado  por  vaní- 
simo é  increíble;  pero,  como  dije,  dábalo  Dios  á  cognoscer 
y  á  decir  antes  que  se  cumpliese,  al  que  para  lo  principiar  y 
mostrar  con  el  dedo  había  elejído.» 

En  el  cerebro  del  Almirante  se  unía  á  una  grandísima 
inteligencia  la  fuerza  de  una  imaginacío'n  poderosa:  cuali- 
dades que  bien  comprendidas  nos  ofrecen  la  explicacío'n  de 
todos  los  actos  de  su  vida.  No  haremos  en  este  lugar  más 
que  las  indicaciones  necesarias  sobre  la  combinación  extraña 
que  ofrecen  á  veces  el  entendimiento  y  la  fantasía  de  Cris- 
tóbal Colón,  cuando  feno'menos  de  la  naturaleza,  descono- 
cidos antes,  se  presentaban  á  su  contemplacío'n ;  cuando  en 
las  nuevas  zonas  que  recorría  sucesos  extraordinarios  fijaban 
su  atencio'n,  meditaba  con  profundidad,  estudiaba  con  dete- 
nimiento, y  por  la  elevacío'n  de  su  inteligencia  llegaba  á 
explicarse  de  una  manera  siempre  aproximada  á  la  verdad,  d 
muy  en  camino  de  alcanzarla,  la  causa  de  aquellas  novedades. 
Pero  su  facultad  creadora  nunca  estaba  en  reposo,  mezclando 
siempre  rasgos  de  imaginacío'n  elevada  y  soñadora  á  las  más 
graves  concepciones.  Y  este  conocimiento  de  la  fuerza  intui- 
tiva nos  pone  en  claro  los  fundamentos  de  muchas  de  sus 


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212 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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teorías,   de  sus  pensamientos  algo  fantásticos  y  de  sus  exa- 
gerados ideales. 

Ya  le  hemos  visto,  lleno  siempre  de  la  idea  de  haber 
tocado  á  los  últimos  límites  del  Asia,  creerse  en  los  dominios 
del  Gran  Kan,  y  en  la  proximidad  de  las  maravillosas 
ciudades  descritas  por  Marco  Polo,  donde  el  viajero  vene- 
ciano dejo'  correr  sin  rienda  las  exageraciones  más  enormes. 
Al  encontrarse  en  islas  nada  cultas,  ante  pobladores  salvajes, 
desnudos  y  sin  vislumbre  alguna  de  civilizacio'n ,  trae  á  su 
memoria  otros  datos  y  se  juzga  haber  llegado  al  extenso 
archipiélago  que  se  decía  rodeaba  las  extremidades  de  la 
India  Oriental.  Bastaba  una  semejanza  de  nombre,  una  de- 
sinencia en  algunas  sílabas  de  las  pronunciadas  por  aquellos 
indígenas  cuyo  idioma  no  conocía,  para  deducir  conse- 
cuencias favorables  á  sus  propósitos,  como  3'a  se  ha  notado 
repetidas  veces. 

Estando  en  la  punta  del  Arenal,  de  la  isla  de  la  Tri- 
nidad, vio'  por  primera  vez  la  tierra  firme,  y  al  primer  cabo 
que  de  ella  pudo  divisar  le  dio'  por  nombre  el  de  isla  de 
Gracia;  viendo  luego  otro  más  adelante,  le  denomino  isla 
Sancta,  y  al  penetrar  en  aquella  especie  de  golfo,  y  rescatar 
algunas  perlas  con  los  naturales,  juzga  que  si  éstas  nacen, 
según  la  opinio'n  de  Plinio,  del  rocío  que  cae  en  las  ostras 
abiertas  y  preparadas  para  recibirlo,  —  «allí  hay  mucha 
razón  para  las  haber,  porque  allí  cae  mucha  rociada  y  hay 
infinitísimas  ostras  y  muy  grandes,  y  porque  allí  no  hace 
tormenta,  sino  la  mar  está  siempre  sosegada,  señal  de  lo  cual 
es  haber  los  árboles  hasta  entrar  en  la  mar,  que  muestran 
nunca  estar  allí  tormenta,  y  cada  rama  de  los  árboles  que 
entran  (y  están  también  ciertas  raices  de  árboles  en  la  mar, 
que  según  la  lengua  desta  española  se  llaman  mangles) 
estaban  llenos  de  infinitas  ostras,  y  tirando  de  una  rama  sale 
llena  de  ostras  á  ella  pegadas » 

Por  último,    estando  en  aquel   golfo   que   llamo'  de  la 
Ballena,  formado  de  una  parte  por  la  isla  de  la  Trinidad  y 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


213 


por  otra  por  la  costa  de  tierra  firme,  vino  una  tan  gran 
corriente  de  la  parte  del  Sur,  como  pujante  avenida,  con 
tan  grande  estruendo  y  ruido  que  en  todos  puso  espanto,  y 
chocando  las  aguas  se  levantaron  haciendo  una  gran  loma, 
que  puso  en  gravísimo  peligro  las  naves.  Pasado  aquel  miedo, 
que  con  terror  recordaba  siempre  el  Almirante,  noto  con 
mayor  asombro  que  en  aquel  mar  había  venas  d  corrientes 
de  agua  dulce;  y  pensando  con  harta  sagacidad  que  debía 
ser  producido  aquel  feno'meno  por  la  corriente  de  un  gran 
río  que  bajara  despeñado  de  grandísima  altura,  imagino' 
que  el  mundo,  aunque  redondo,  no  era  completamente  esfé- 
rico sino  que  hacia  la  parte  del  Ecuador  podía  formar  la 
hechura  de  una  pera  de  cuya  parte  superior  descendieran  las 
aguas  que  con  fuerza  tal  entraban  en  el  Océano.  Pero  aún 
fué  más  adelante,  pues  no  podía  separar  su  imaginación  por 
mucho  tiempo  de  la  grandeza  de  aquella  agua  dulce,  y  dán- 
dose á  pensar  mucho  en  ello  y  hallando  sus  razones,  vino  á 
parar  en  la  opinio'n  de  que  hacia  aquella  parte  debió  hallarse 
el  Paraíso  terrenal,  y  así  lo  escribió'  á  los  Reyes  al  noti- 
ciarles aquella  novedad  que  había  encontrado  en  el  golfo. 

Basta  por  ahora  con  la  expresio'n  de  estas  ilusiones  del 
Almirante,  tan  propias  de  su  carácter,  y  que  tanto  sirven 
para  comprender  como  de  todas  las  cosas  y  de  todos  los 
sucesos  formaba  un  concepto  grande  y  elevado,  hasta  el 
punto  de  añadir  siempre  algo  de  fantástico  en  sus  conse- 
cuencias á  todos  los  sucesos  que  á  su  estudio  se  ofrecían. 
Como  ellas  demuestran  cuan  penetrado  estaba  Cristóbal 
Colón  de  la  grandeza  de  su  obra,  y  sus  sueños  y  teorías 
partían  siempre  de  un  supuesto  cierto  y  razonable,  posible 
será  que  nos  ocupemos  más  adelante  de  este  importante 
asunto. 


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214 


CRISTÓBAL  COLÓN 


•   I   I   II 


En  medio  de  tantos  trabajos,  y  del  interés  que  al  Almi- 
rante ofrecía  el  reconocimiento  de  la  costa  de  Paria,  nunca 
olvidaba  el  largo  tiempo  que  había  transcurrido  desde  su 
salida  de  Sanlúcar  de  Barrameda,  sin  tener  noticia  alguna 
de  la  isla  Española.  Abrigaba  la  confianza  de  que  con  los 
medios  de  que  allí  se  disponía,  y  dadas  las  condiciones  de 
carácter  del  Adelantado,  la  colonizacio'n  continuaría  con 
arreglo  á  sus  instrucciones,  y  no  eran  de  temer  grandes 
desastres.  Pero  á  pesar  de  todo,  siempre  recordaba  con 
inquietud  los  sucesos  de  la  isla;  y  aunque  con  los  socorros 
que  desde  Canarias  había  enviado  á  su  hermano,  y  no 
dudaba  hubieran  llegado  oportunamente,  podía  estar  algo 
más  tranquilo,  deseaba  cerciorarse  por  sí  mismo  del  estado 
de  la  colonia,  y  de  lo  que  hubiera  progresado  durante  su 
larga  ausencia. 

Llevaba,  además,  á  bordo  gran  provisio'n  de  víveres,  de 
que  suponía  fundadamente  debían  tener  mucha  necesidad  en 
la  Española,  y  como  los  accidentes  del  viaje  habían  sido 
tantos,  se  habían  padecido  los  grandes  calores  de  la  línea,  }'• 
llevaban  de  embarcados  cerca  de  tres  meses  en  tan  malas 
condiciones,  estaban  en  peligro  de  dañarse  perdiendo  aquel 
socorro  tan  necesario,  y  que  tantos  trabajos  y  disgustos  le 
había  costado  reunir. 

Estas  y  otras  razones  trabajaban  siempre  en  su  ánimo; 
y  conociendo  que  por  entonces  no  era  posible  seguir  mucho 
más  adelante  en  el  descubrimiento,  ni  desembarcar  la  gente 
bastante  en  la  costa  de  Paria  para  reconocer  la  tierra  firme, 
porque  los  buques  de  que  disponía  no  eran  á  propo'sito,  ni 
los  hombres  que  llevaba  tenían   lo   necesario   para   aquella 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


215 


nueva  expedición ,  y  como  además  se  encontraba  cansado  y 
enfermo,  muy  molesto  con  la  oftalmía,  que  desde  mucho 
tiempo  le  aquejaba,  determino'  tomar  el  camino  de  la  isla 
Española  lo  más  directamente  que  pudiera  ser. 

Adoptada  esta  resolucio'n,  y  con  el  designio  de  que  su 
hermano  Bartolomé  viniera  inmediatamente  con  una  flotilla 
dotada  de  todos  los  recursos  precisos  á  reconocer  aquella 
tierra,  que  él  apenas  había  podido  ver  ligeramente,  zarpo 
desde  la  ensenada  que  Hamo'  los  Jardines,  en  direccio'n  al 
estrecho  temible  que  formaban  la  punta  de  Paria  y  la  Tri- 
nidad, y  que  había  denominado  Boca  del  Dragón,  distante, 
al  parecer,  unas  cuarenta  leguas.  La  capitana  era  muy 
pesada,  y  demasiado  grande  para  aproximarse  mucho  á  la 
costa  sin  riesgo;  por  lo  cual  envió  delante  las  dos  carabelas 
para  reconocer  el  terreno,  bajando  á  las  embocaduras  de 
aquel  gran  río,  cuyas  corrientes  de  agua  dulce  tanto  habían 
preocupado  su  atencio'n,  viniendo  á  fijarse  en  que  á  su 
izquierda  dejaba  un  gran  continente  de  extensio'n  infinita 
donde  aquél  tomaría  su  origen ,  y  debía  aumentar  con  otros 
caudales  que  descendieran  de  elevadas  montañas,  todo  lo 
cual  era  de  gran  interés  conocer  y  estudiar  en  viajes  suce- 
sivos. El  12  de  Agosto  llegaron  los  buques  á  la  punta  de 
Paria  y  el  13,  con  viento  favorable,  se  dirigieron  al  estrecho 
para  salir  al  mar  libre  y  tomar  rumbo  á  la  Española;  pero 
en  momento  crítico  ceso'  el  viento,  las  naves  quedaron 
paradas  en  medio  de  la  calma,  y  las  aguas  del  golfo,  co- 
rriendo im.petuosamente,  se  entrechocaban  con  las  del  mar, 
poniéndoles  en  un  trance  peligroso  semejante  al  que  ante- 
riormente habían  pasado;  pero  que  termino'  pronto  y  con 
feliz  resultado ,  pues  venciendo  las  corrientes  interiores  comu- 
nicaron nuevo  impulso  á  las  embarcaciones  echándolas  al 
mar,  como  deseaban. 

Dejo  por  el  Nordeste  las  islas  que  llamo'  Asuncio'n  3^ 
Concepcio'n  y  salió'  á  toda  vela  á  la  dilatada  extensión  del 
mar  por  junto  á  la  isla  Sola;   y  perdiendo  muy  pronto  de 


2l6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


vista  las  islas  llamadas  de  los  Testigos,  la  de  la  Guarda  5^  la 
de  los  Frailes,  después  de  cinco  días  de  navegacio'n  llego'  en 
la  noche  del  19  de  Agosto  á  la  proximidad  de  las  costas  de 
la  Española,  cincuenta  leguas  más  abajo  de  la  desemboca- 
dura del  Ozama.  Asienta  en  su  diario  con  la  mayor  exactitud 
las  distancias  recorridas,  y  el  rumbo  que  seguía,  y  que 
habiendo  navegado  más  de  doscientas  leguas  desde  la  Boca 
del  Drago'n,  descubrió'  una  pequeña  isla  en  la  que  sobresale 
una  elevada  peña  que  le  hizo  dar  el  nombre  de  Alto  velo, 
pasando  desde  allí  á  otra  mayor,  que  creyó'  erradamente  era 
la  que  en  su  segundo  viaje  llamo'  de  Santa  Catalina;  pero 
como  dice  el  mismo  Almirante,  las  corrientes  le  habían 
llevado  mucho  más  abajo  de  lo  que  juzgaba,  según  la 
dirección  que  había  puesto,  y  como  por  la  noche  acortaba 
las  velas,  por  temor  á  los  bajos,  y  los  vientos  le  eran  de 
costado,  lo  habían  hecho  decaer  bajando  hasta  la  isla  á  que 
abordo',  y  se  llamo'  la  Beata,  poco  distante  de  la  costa  Sur 
de  la  isla  Española. 

Envió'  luego  el  Almirante  las  barcas  á  tierra  para  que 
procurasen  algunos  indios  con  que  poder  enviar  al  Adelan- 
tado la  noticia  de  su  arribo ;  pero  aunque  éstos  vinieron  y 
recibieron  el  encargo,  el  lunes  20  de  Agosto  vieron  venir 
con  direccio'n  á  la  isla  una  carabela,  y  á  poco  se  había 
reunido  con  las  que  allí  estaban  fondeadas,  y  bajando  á  una 
barca  don  Bartolomé  paso'  á  bordo  de  la  capitana  y  tuvieron 
la  satisfaccio'n  de  abrazarse  los  dos  hermanos.  Parece  que  en 
Santo  Domingo  estaban  en  constante  observación  esperando 
el  regreso  del  Almirante,  porque  ya  sabían,  por  las  carabelas 
que  envió'  directamente  desde  Canarias,  se  encontraba  en 
aquellos  mares,  y  sin  duda  vieron  pasar  á  lo  lejos  los  tres 
buques  y  salieron  en  su  busca  siguiendo  la  direccio'n  que 
llevaban. 

Poco  después  emprendieron  la  marcha  hacia  el  puerto 
de  la  nueva  ciudad  de  Santo  Domingo,  fundada  por  el  Ade- 
1    lantado  y  que  el  Almirante  aún  no  conocía;   y  aunque  la 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  III 


217 


travesía  no  era  larga,  las  corrientes  contrarias  la  hacían  en 
extremo  difícil,  por  lo  que  no  pudieron  entrar  en  aquél  hasta 
el  viernes  31.  Había  salido  Cristóbal  Colón  para  España 
en  10  de  Marzo  de  149Ó,  y  volvía  á  los  dos  años  y  medio 
después  de  haber  descubierto  las  costas  del  continente. 


Cristóbal  Colón,  t.  11.-28. 


220 


CRISTÓBAL  COLÓN 


El  primer  cuidado  de  don  Bartolomé  Colo'n  fué  dar 
cuenta  á  su  hermano  de  cuanto  había  hecho  en  el  dilatado 
tiempo  de  su  ausencia  para  el  adelanto  de  la  colonizacio'n, 
y  de  los  sucesos  que  habían  ocurrido,  que  en  verdad  eran 
harto  deplorables. 

En  cumplimiento  de  las  o'rdenes  que  el  Almirante  le 
dejara  á  su  partida,  y  por  las  instrucciones  que  luego  á  su 
llegada  á  España  le  remitió'  por  medio  de  Pedro  Alonso 
Niño,  salió'  el  Adelantado  de  Isabela  al  frente  de  una  nume- 
rosa expedicio'n  compuesta  de  más  operarios  que  soldados, 
aunque  también  llevaba  muchos  de  éstos  para  la  debida 
seguridad,  pertrechados  con  todo  lo  necesario  para  establecer 
residencias  y  puntos  fortificados  en  todos  aquellos  lugares 
donde  pareciera  conveniente,  en  la  parte  Sur  de  la  isla,  que 
por  primera  vez  iba  á  recorrer  y  examinar,  según  los  deseos 
del  Almirante. 

Llego'  á  las  minas  de  San  Cristo'bal  y  allí  se  detuvo  por 
espacio  de  algunas  semanas  para  dejar  en  buen  estado  una 
fortaleza  que  construyo',  y  á  la  que  dio'  el  mismo  nombre, 
para  que  en  ella  se  acogieran  los  mineros,  y  tuvieran  pro- 
teccio'n  para  sus  personas  y  lugar  seguro  donde  custodiar  el 
oro  que  obtuvieran  de  sus  trabajos.  Tuvo  allí  ma)?ores 
noticias  de  un  lugar  fértilísimo  y  muy  apropiado  para  esta- 
blecer poblacio'n  á  la  embocadura  del  río  llamado  Ozama,  en 
los  dominios  de  aquella  cacica  que  había  sido  causa  del 
conocimiento  de  las  minas  de  Hayna.  Bajo'  el  Adelantado  á 
la  costa,  y  entrando  en  canoas  por  el  río,  practico'  los  sondeos 
para  medir  la  profundidad  y  conocer  la  clase  de  buques  que 
podrían  entrar  en  el  puerto,  encontrándolo  muy  superior  á 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


221 


SUS  esperanzas,  pues  calculo  podrían  entrar  barcos  de  más 
de  trescientas  toneladas.  Señalo'  lugar  desde  luego  á  la  parte 
de  oriente  del  Ozama,  para  que  se  trazara  la  poblacio'n,  y  dio' 
principio  á  la  construccio'n  de  una  fortaleza  de  tapias  para  su 
defensa,  dando  á  la  nueva  ciudad  el  nombre  de  Santo  Do- 
mingo, que  después  fué  extensivo  á  toda  la  isla,  y  que  con- 
servo' aún  después  de  su  traslacio'n  á  la  otra  margen  del 
río,  dispuesta  en  el  año  1502  por  el  comendador  Nicolás  de 
Ovando. 

Suponen  algunos  historiadores  que  dio'  aquel  nombre  á 
la  poblacio'n  en  memoria  de  su  padre  Domingo  Colo'n;  otros 
infieren  que  quiso  se  llamase  así,  porque  aporto  en  aquel 
lugar  en  día  de  Santo  Domingo,  y  alguno  juzga  que  sola- 
mente por  ser  domingo  el  día  en  que  comenzó  la  edificacio'n, 
fué  bautizada  con  aquel  nombre.  ^  El  Almirante  deseo'  que 
se  llamara  la  Nueva  Isabela;  pero  el  nombre  no  prevaleció', 
acostumbrados  como  estaban  ya  á  nombrarla  Santo  Domingo. 

Mando  venir  de  Isabela  el  Adelantado  toda  la  gente  útil 
para  activar  la  construccio'n  de  la  nueva  ciudad,  procurando 
al  mismo  tiempo  separar  de  aquel  sitio,  donde  tantas  enfer- 
medades se  padecían,  el  mayor  número  de  hombres  posible; 
y  cuando  ya  las  obras  estaban  en  buena  marcha,  adelantando 
con  regularidad  y  rapidez,  él  se  dispuso  para  otra  expe- 
dí cio'n  más  importante  y  de  la  que  se  prometía,  como  en 
efecto  logro,  los  más  favorables  resultados. 

Siguiendo  la  costa,  guiado  por  algunos  indios,  se  enca- 
mino' don  Bartolomé  al  territorio  de  Xaraguá,  donde  era 
señor  de  una  grandísima  parte  de  la  isla  el  cacique  Behechio, 
á  cuyo  lado  se  encontraba  su  hermana,  la  célebre  Anacaona, 
mujer  que  había  sido  del  no  menos  célebre  Caonabo',  y  que 
al  ser  éste  aprisionado  por  Alonso  de  Ojeda ,  se  había  refu- 
giado al  territorio  de  su  hermano.    Al  llegar  á  las  orillas  del 


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«     Christophe  Colomb,  les  corsés,  et  le  Gouvernement  franjáis,  par  Henry 
Harrisse.— París,  H.  Welter,  editeur,  1890,  pág.  21. 


222 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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caudaloso  río  Neyba,  situado  á  unas  treinta  leguas  de  Santo 
Domingo,  encontraron  acampado  á  la  otra  margen  al  cacique 
con  numeroso  ejército  de  indios,  dispuesto  á  impedir  el  paso. 
No  entraba  en  los  cálculos  de  Bartolomé  Colo'n  reñir  batallas, 
sino  ganar  aliados  y  procurar  le  pagasen  tributos,  que  á  la 
vez  que  proporcionaran  subsistencias  para  la  colonia,  pudie- 
ran servir  para  enviar  á  España  productos  que  ayudaran  á 
sostener  viva  la  idea  de  la  riqueza  de  los  países  nuevamente 
hallados. 

Trato,  pues,  amistosamente  con  Behechio,  manifes- 
tándole que  su  propo'sito  no  era  más  que  visitar  sus  dominios 
y  asegurarles  la  protcccio'n  de  los  poderosos  Reyes  de  Cas- 
tilla; y  los  sencillos  indios,  candorosos  como  niños,  y  cual 
si  tuvieran  ya  grandes  prendas  de  los  cristianos  y  fuera 
imposible  faltarles  la  palabra,  según  dice  el  P.  Las  Casas, 
disponen  que  salga  toda  la  corte  á  recibir  al  Adelantado  con 
gran  fiesta  y  gala,  haciendo  á  los  españoles  todas  las  alegrías 
que  solían  hacer  á  sus  Reyes,  y  aún  muchas  más.  De  regoci- 
jo en  regocijo  fueron  llevados  hasta  Xaraguá ,  capital  de  los 
Estados  de  aquel  poderoso  cacique,  y  ya  en  las  inmediaciones, 
— «salen  infinitas  gentes,  y  muchos  señores  y  nobleza  que  se 
ayuntaron  de  toda  la  provincia,  con  el  rey  Behechio  y  la 
reina  su  hermana  Anacaona,  cantando  sus  cantares  y  haciendo 
sus  bailes,  que  llamaban  areitos,  cosa  muy  alegre  y  agra- 
dable >  para  ver,  cuando  se  ayuntaban  muchos  en  número 
especialmente;  salieron  delante  treinta  mujeres,  las  que  tenia 
por  mujeres  el  Rey  Behechio,  todas  desnudas  en  cueros,  solo 
cubiertas  sus  vergüenzas  con  unas  medias  faldillas  de  algo- 
don,  blancas  y  muy  labradas  en  la  tejedura  dellas,  que 
llamaban  naguas,  que  les  cubrían  desde  la  cintura  hasta 
media  pierna;  traian  ramos  verdes  en  las  manos;  cantaban 
y  bailaban  y  saltaban  con  moderación  como  á  mujeres 
convenia,  mostrando  grandísimo  placer,  regocijo,  fiesta  y 
alegría.  Llegáronse  todas  ante  Don  Bartolomé  Colo'n,  y,  las 
rodillas  hincadas  en  tierra,   con  gran  reverencia,  dánle  los 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


223 


ramos  y  palmas  que  traían  en  las  manos;  toda  la  gente 
demás,  que  era  innumerable,  hacen  todos  grandes  bailes  y 
alegrías,  y  con  toda  esta  fiesta  y  solemnidad,  que  parece  no 
poder  ser  encarecida,  llevaron  á  Don  Bartolomé  Colo'n  á  la 
Casa  real  o'  palacio  del  Rey  Behechío,  donde  ya  estaba  la 
cena  bien  aparejada  ¿egun  los  manjares  de  la  tierra,  que  era 
pan  de  ca^^abí  é  hutías  (los  conejos  de  la  isla)  asadas  é 
cocidas,  é  infinito  pescado  de  la  mar  y  del  río  que  por 
allí  pasa.» 


II 


'  ^§ 


Concluidas  las  fiestas  entre  las  que  hubo  alguna  muy 
notable,  porque  tenía  mucha  semejanza  con  los  torneos  y 
juegos  de  cañas  que  en  aquel  tiempo  eran  muy  comunes  en 
todos  los  pueblos  de  Europa,  y  bien  agasajados  los  españoles 
por  el  cacique  y  por  su  hermana,  don  Bartolomé  Colo'n 
aprovecho'  el  tiempo  en  referir  á  ambos  la  grandeza  de  los 
Reyes  de  Castilla,  á  cuyos  reinos  había  venido  entonces  el 
Almirante  para  regresar  á  la  isla  con  mayores  fuerzas,  y  con 
muchos  barcos  para  cargar  los  productos  que  en  calidad  de 
tributo  habían  de  entregar  todos  los  señores  territoriales  de 
la  isla,  como  reconocimiento  de  vasallaje  á  tan  poderosos 
Monarcas,  y  por  los  beneficios  que  de  su  proteccío'n  habían 
de  recibir.  ¡ Cuan  diferentes  habían  de  ser  en  el  porvenir, 
no  muy  lejano,  las  consecuencias  de  aquellos  lisonjeros 
ofrecimientos!  ¡Cuántos  males  se  presentaban  para  aquellos 
inofensivos  indígenas  bajo  la  dulce  apariencia  del  trato  y 
comunicacio'n  con  hombres  más  civilizados! 

Behechio  era  el  cacique  principal,  el  más  poderoso  entre 
los  cinco  más  nombrados  en  Haytí,  según  ya  hemos  dicho; 
su  territorio  era  el  más  extenso,  y  comprendía  las  comarcas 


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224 


CRISTÓBAL  COLÓN 


más  fértiles  y  más  pobladas,  siendo  los  indios  de  aquel  país, 
que  por  ocupar  un  extremo  casi  aislado  tenía  menos  trato 
con  los  demás,  los  más  cultos  relativamente,  y  de  costumbres 
tan  dulces  y  moderadas  como  los  de  Guacanagarí.  Sin  tener 
la  fama  de  temeridad  y  arrojo  que  distinguía  á  Caonabo',  el 
caribe  de  las  montañas,  era  muy  respetado  por  el  gran 
número  de  hombres  de  que  disponía ,  y  por  las  condiciones 
de  su  carácter  firme,  aunque  bondadoso  y  apacible.  Por  todas 
sus  cualidades  era  el  cacique  Behechio  tipo  del  indio  sencillo, 
sin  doblez  ni  desconfianza ;  y  como  su  señorío  estaba  á  larga 
distancia  del  teatro  de  los  sucesos  que  hasta  aquel  momento 
se  habían  desarrollado  en  la  isla,  desde  la  primera  llegada  de 
los  españoles,  no  tenía  hacia  éstos  odio  ni  prevenciones, 
aunque  ya  conocía  su  poder  por  la  prisio'n  de  Caonabo'  y 
por  las  exageradas  noticias  que  otros  indios  fugitivos  de  la 
Vega  y  del  Marién  le  habían  comunicado. 

Vivía  con  el  cacique  su  hermana  Anacaona,  muy  notable 
mujer,  muy  prudente,  muy  graciosa  y  palanciana,  en  sus 
fablas  según  el  P.  Las  Casas,  y  amicísima  de  los  cristianos; 
y  aunque  éstos  habían  preso  á  su  esposo  Caonabo',  priván- 
dola de  su  territorio  de  la  Maguana,  no  parecía  que  les 
guardaba  rencor,  y  antes  profesaba  cierta  admiracio'n  hacia 
aquellos  hombres,  que  tal  vez  juzgaba  superiores,  y  á  los  que 
su  imaginacio'n  exaltada  y  novelesca  revestía  de  cualidades 
extraordinarias.  Al  venirse  á  morar  al  lado  de  su  hermano, 
se  había  rodeado  de  una  pompa  muy  en  armonía  con  sus 
gustos  y  carácter ;  y  al  saber  la  llegada  del  Adelantado  á  los 
dominios  de  su  hermano,  puso  en  juego  toda  la  influencia 
que  con  él  tenía,  para  que  no  opusiera  resistencia  ni  pelease 
con  tan  temibles  adversarios,  procurando  más  bien  ganarse 
su  amistad  y  contar  con  su  apoyo  en  las  eventualidades  del 
porvenir.  Tal  era  aquella  india,  notable  según  todos  los 
españoles  que  la  conocieron,  por  su  hermosura,  su  gracia  y 
su  discrecio'n.  El  cronista  Antonio  de  Herrera  se  ocupa  de 
ella  en  varias  ocasiones,  y  siempre  con  elogio,  reconociendo 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


225 


que  la  adornaban  prendas  relevantes  y  que  no  mereció  la 
triste  suerte  que  la  depararon  los  españoles. 

Behechio  y  Anacaona  escucharon  con  profundo  pesar 
las  palabras  del  Adelantado.  No  repugnaban  declararse 
tributarios  de  los  Monarcas  de  España,  ni  reconocerlos  por 
señores;  pero  sabedores  de  que  nuestros  soldados  habían 
llegado  á  las  montañas  de  Cibao  con  el  único  propo'sito  de 
buscar  oro  en  las  minas  3'^  en  los  ríos,  creían  que  Colón  no 
se  contentaría  sino  con  grandes  cantidades  de  oro,  y  mani- 
festaron tristemente  que  en  todos  sus  Estados  no  se  cogía  ni 
un  grano  de  tan  codiciado  metal. 

(( — ¿Co'mo  puedo  3^0  dar  tributo,  dijo  al  Adelantado, 
que  en  todo  mi  reino  ni  en  algun.a  parte  ni  lugar  del  nace  ni 
se  coge  oro,  ni  saben  mis  gentes  que  se  es? — Respondió'  Don 
Bartolomé  Colo'n.  —  No  queremos  ni  es  nuestra  intención 
imponer  tributo  á  nadie ,  que  no  sea  de  aquellas  cosas  que 
tengan  en  sus  tierras  y  puedan  bien  pagar;  de  lo  que  en 
vuestra  provincia  y  reinos  sabemos  que  abundáis,  que  es 
mucho  algodón  y  pan  cagabí,  queremos  que  tributéis,  é  de 
lo  mas  que  en  esta  tierra  hobiese,  pero  no  de  lo  que 
no  ha3^  —  » 

Contento'  mucho  al  cacique  esta  explicacio'n,  y  se  mostró' 
satisfecho  de  poder  pagar  tributo,  como  lo  habían  convenido 
otros  muchos  señores  de  la  isla,  mostrando  deseos  de  dar 
aún  más  de  lo  que  se  le  pidiera,  á  cuyo  efecto  dio'  o'rdenes 
inmediatamente  á  muchos  de  los  caciques  menores  que  de  él 
dependían,  para  que  en  los  terrenos  más  á  propo'sito  sem- 
brasen cuanto  cagabí  fuera  posible,  é  hicieran  grandes  plan- 
taciones de  algodo'n. 

El  atraerse  la  amistad  de  Behechio  era  de  gran  interés 
para  los  españoles,  pues  les  aseguraba  poder  atravesar  en 
paz  más  de  la  quinta  parte  de  la  isla,  y  utilizar  sus  pro- 
ductos; y  por  tanto,  en  el  punto  en  que  estuvo  seguro  de  su 
buena  voluntad,  dispuso  el  Adelantado  su  regreso  á  Isabela, 
pues  le  tenía  con  gran  cuidado  lo  que  hubiera  podido  ocurrir 
Cristóbal  Colón,  t.  11—29. 


226 


CRISTÓBAL   COLÓN 


allá  por  la  falta  de  víveres  y  las  enfermedades.  Por  las 
montañas  de  Cibao  bajo'  á  la  Vega  Real  3^  la  atravesó'  en 
toda  su  extensio'n,  deteniéndose  mu}^  poco  en  aquella  larga 
expedicio'n  de  ochenta  leguas,  y  sin  dar  más  que  el  necesario 
descanso  á  sus  soldados.  El  estado  en  que  encontró'  la  ciudad 
era  verdaderamente  desconsolador. 


III 


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Las  enfermedades  habían  aumentado;  habían  fallecido 
más  de  trescientos  españoles  y  muchísimos  indios,  cuyos 
cadáveres,  medio  insepultos  en  los  alrededores  de  Isabela, 
infestaban  el  aire  y  ocasionaban  el  aumento  de  las  dolencias, 
haciéndolas  también  más  graves.  La  mala  alimentacio'n  y  la 
miseria  contribuían  igualmente  á  empeorar  cada  vez  más  la 
situacio'n,  pues  agotados  los  víveres  de  muchas  clases,  y 
dañados  los  de  otras,  tenían  que  acudir  á  los  productos  del 
país;  y  como  las  inmediaciones  de  Isabela  estaban  devas- 
tadas completamente  y  nada  producían,  y  los  indios  se 
habían  retirado  en  gran  número  á  otros  territorios  lejanos, 
los  unos  huyendo  del  hambre  que  los  aquejaba,  los  otros  por 
temor  y  por  odio  á  los  españoles,  las  subsistencias  faltaban 
en  absoluto,  y  una  verdadera  calamidad  amenazaba  á  aquel 
establecimiento  que  tan  favorablemente  había  empezado, 
y  con  tantas  ilusiones  y  esperanzas  había  fundado  el  Almi- 
rante. 

Llegaban  los  colonos  al  extremo  que  devoraban  cuantos 
animales  podían  cazar,  sin  reparar  en  sus  clases;  y  cuando 
ya  hutías,  perros,  lagartos  y  sabandijas  de  todas  especies  se 
iban  agotando  y  escaseaba  su  caza,  muchos  de  ellos  se  deci- 
dieron á  comer  las  iguanas,  á  las  que  hasta  entonces  habían 
mostrado  gran  repugnancia  y  asco,  á  pesar  de  ver  lo  mucho 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


227 


que  las  apreciaban  los  indígenas.  El  hambre  se  pintaba  en 
todos  los  semblantes,  las  huellas  de  las  enfermedades  no  se 
borraban  de  los  rostros  de  los  convalecientes-,  y  el  abati- 
miento era  general  en  todos.  Tal  fué  el  cuadro  que  encontró' 
el  Adelantado  á  su  llegada  á  Isabela. 

Desde  luego  dedico'  toda  su  actividad  al  remedio  de 
tantos  males.  Hizo  salir  de  la  ciudad  á  cuantos  convalecientes 
podían  soportar  el  viaje ,  y  los  repartió'  en  las  casas  fuertes 
que  se  habían  fundado  desde  Isabela  á  Santo  Domingo. 
A  muchos  enfermos,  y  á  los  que  estaban  más  delicados,  les 
hizo  llevar  á  los  sitios  más  saludables  de  la  Vega,  para  que 
vivieran  entre  los  indios  á  fin  de  que  los  alimentasen  y  cui- 
dasen, y  distribuyo  entre  todos  la  mayor  cantidad  que  pudo 
de  cagabí  y  frutos  del  país  que  en  abundancia  llevaba  de  su 
expedicio'n  á  Xaraguá;  con  cuyas  medidas,  y  con  las  noticias 
que  los  soldados  traían  de  los  recursos  que  habían  de  sacar 
de  los  territorios  de  Behechio  y  del  mucho  oro  que  se 
encontraba  en  las  minas  de  San  Cristóbal,  los  más  decaídos 
cobraron  ánimo,  renaciendo  la  esperanza  de  mejorar  del  todo 
la  situacio'n,  mientras  llegaban  también  nuevos  socorros  de 
España. 

La  tranquilidad  que  estas  medidas  produjeron,  fué,  sin 
embargo,  de  corta  duracio'n.  Ocupando  á  todos  los  hombres 
útiles  que  quedaban  en  Isabela,  había  dispuesto  el  Adelan- 
tado la  construccio'n  de  dos  carabelas  en  condiciones  á  pro- 
posito para  costear  la  isla  en  todas  direcciones,  y  poder 
atender  con  rapidez  y  con  menor  cansancio  de  sus  soldados 
á, todos  los  puntos  donde  hubiera  que  cobrar  los  tributos  o' 
que  por  cualquier  causa  reclamasen  su  presencia.  Mientras 
se  ocupaban  en  aquel  trabajo,  y  en  mejorar  algún  tanto  los 
edificios  de  Isabela,  haciendo  más  saludable  la  habitacio'n  en 
ellos,  recibió'  noticias  de  que  descontentos  los  indios  de  la 
Vega  por  la  carga  que  se  les  había  impuesto  de  socorrer  á 
los  soldados  enfermos,  y  mal  avenidos  con  aquellos  molestos 
huéspedes,   que  con  su  conducta  les  recordaban   los   sufri- 


avU, 


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228 


CRISTÓBAL  COLON 


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V. 


mientos  que  años  antes  les  habían  causado  los  de  Pedro 
Margarit,  habían  acudido  al  cacique  Guarionex,  excitándole 
á  que  se  pusiera  al  frente  de  los  demás  caciques,  y  por  medio 
de  un  golpe  atrevido,  congregando  en  la  Vega  el  mayor 
número  de  indios  armados  que  se  pudiera  reunir,  destruyese 
en  una  sola  jornada  á  todos  los  españoles  que  por  ella  anda- 
ban diseminados,  incendiase  las  fortalezas,  y  librase  á  la  isla 
de  sus  opresores,  que  amenazaban  destruirlos  á  todos  ellos  á 
poco  que  allí  permanecieran.  Tanto  clamaron  por  la  guerra; 
de  tal  manera  justificaban  sus  quejas  y  temores,  y  eran  tan 
numerosos  los  que  pedían,  que  Guarionex,  á  pesar  de  su 
carácter  apacible  y  un  tanto  indeciso,  y  de  que  por  entonces 
no  tenía  resentimiento  alguno  con  los  españoles,  temió'  que 
por  su  negativa  eligieran  otro  caudillo,  y  ofreció'  ponerse  al 
frente  de  la  nueva  coalicio'n. 

La  ocasio'n  era  propicia.  Enfermos  la  mayor  parte  de 
los  españoles  y  alejados  de  sus  jefes,  no  eran  de  temer  como 
cuando  estaban  reunidos  y  organizados:  las  fortalezas  con- 
taban con  muy  reducido  número  de  defensores,  y  el  Ade- 
lantado había  pasado  un  mes  antes  por  la  Vega,  con  direc- 
ción á  la  nueva  ciudad  de  Santo  Domingo,  dejando  solamente 
en  Isabela  veinte  hombres  de  armas  y  unos  pocos  trabaja- 
dores ocupados  en  la  obra  de  las  carabelas.  Era  preciso  dar 
el  golpe  con  la  mayor  rapidez,  para  no  exponerse  al  peligro 
de  que  la  llegada  de  nuevos  buques  trajera  de  España  víveres 
y  refuerzos,  y  diera  mayores  alientos  y  medios  de  resistencia 
á  los  enemigos. 

Catorce  caciques  subalternos  fueron  llegando  á  la  Vega 
con  gran  número  de  indios,  para  ponerse  á  las  o'rdenes  de 
Guarionex;  pero  su  reunio'n  no  pudo  ser  tan  secreta  que  no 
la  notasen  los  españoles  que  guarnecían  el  fuerte  de  la  Con- 
cepcio'n,  que  para  prevenir  un  golpe  de  mano  mandaron 
aviso  á  los  del  de  Bonao,  y  éstos  comunicaron  la  noticia  al 
Adelantado.  «Quiero  contar,  dice  el  P.  Las  Casas,  una 
industria  que  tuvo  un  indio  mensajero,  que  creo  que  fué  esta 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


229 


vez,  para  salvar  las  cartas  que  llevaba  de  los  cristianos  de  la 
Concepción  á  los  del  Bonao.  Diéronselas  metidas  en  un  palo 
que  tenian  para  aquello,  hueco  por  una  parte,  y  como  los 
indios  3^a  tenian  experiencia  de  que  las  cartas  de  los  cris- 
tianos hablaban,  ponian  diligencia  en  tomarlas;  el  cual  como 
cayo'  en  manos  de  las  espias,  que  los  caminos  tenian  toma-  W 
dos,  fué  cosa  maravillosa  la  prudencia  de  que  uso,  que  no 
fué  á  la  del  Rey  David  muy  desemejable.  Hízose  mudo  y 
cojo;  mudo,  para  que  no  le  pudiesen  constreñir  á  que  lo  que 
traia,  o'  de  donde  venia,  o'  que  hacian  o'  pensaban  hacer  los 
cristianos  hablase;  y  cojo,  porque  el  palo  en  que  iban  las 
cartas,  que  finjia  traer  por  bordón  necesario,  no  le  quitasen; 
finalmente,  hablando  y  respondiendo  por  señas,  y  cojeando 
como  que  iba  á  su  tierra  con  trabajo,  hobo  de  salvarse  á  sí  é 
las  cartas  que  llevaba,  las  cuales  si  le  tomaran  y  á  él  pren- 
dieran o'  mataran,  por  ventura  no  quedara  de  los  cristianos 
derramados  por  la  Vega,  y  aun  de  los  de  la  fortaleza  de  la 
Concepción  hombre  vivo  ni  sano.» 

Con  la  actividad  y  la  intrepidez  propias  de  su  carácter 
acudió'  don  Bartolomé  Colo'n  al  socorro  de  los  suyos.  Llega 
al  Bonao,  y  en  una  sola  marcha,  de  noche,  y  cautelosamente, 
recorre  las  diez  leguas  que  le  separan  de  la  Concepcio'n. 
Reúne,  sin  tomar  descanso,  cuantos  españoles  encontró'  á  su 
paso,  sanos  y  enfermos,  y  cae  de  improviso  sobre  los  indios, 
aprovechando  su  costumbre  de  no  combatir  de  noche.  Fué 
aquella  una  gran  victoria,  aunque  no  puede  llamarse  batalla 
al  suceso.  La  derrota  de  los  indios  fué  completa,  y  su 
dispersio'n  inmediata,  que  atemorizados  huyeron  á  guare- 
cerse en  los  montes.  Murieron  muchos  en  la  acometida, 
quedando  prisioneros  infinitos,  entre  ellos  varios  de  los  ca- 
ciques y  el  mismo  Guarionex,  que  fueron  encerrados  en 
la  fortaleza  de  la  Concepcio'n.  «Mataron  á  muchos  señores 
de  los  presos,  de  los  que  les  pareció'  que  habian  sido  los 
primeros  movedores,  no  con  otra  pena  segtm  yo  no  dudo, 
sino  con  quemarlos  vivos,  porque  esta  es  la  que  comunmente,  y 


230 


CRISTÓBAL  COLÓN 


siempre  y  delante  de  mis  ojos  yo  vide  muy  usada,  dice  el  P.  Las 
Casas.» 

Al  siguiente  día  se  presentaron  más  de  cinco  mil  indios 
desarmados  y  llorosos,  pidiendo  con  grandes  alaridos  y 
súplicas  les  entregasen  á  su  cacique  Guarionex  y  á  los  otros 
señores,  con  grandes  promesas  de  sumisio'n  y  acatamiento  á 
los  españoles.  Era  naturalmente  compasivo  don  Bartolomé 
Colo'n  y  generoso  después  de  la  victoria.  Le  conmovieron 
las  muestras  de  respeto  y  amor  de  aquellos  vasallos  á  su 
señor;  y  conociendo  muy  bien  la  impresio'n  favorable  que 
en  ellos  había  de  producir  un  acto  de  clemencia,  después 
del  rigor  ya  usado,  puso  en  libertad  al  cacique  y  á  los  que 
con  él  habían  sido  aprisionados. 

Pacificada  la  Vega,  que  era  la  comarca  más  importante 
.  de  la  isla  por  su  abundante  produccio'n ,  procuro  el  Adelan- 
tado se  pusieran  en  mejor  estado  de  resistencia  las  fortalezas, 
para  prevenir  la  repetición  de  peligros  como  el  que  acababa 
de  conjurar;  pero  apenas  empezada  la  obra,  llegaron  algunos 
indios  mensajeros  de  Behechio  y  Anacaona,  para  anunciar 
que  estaban  3'a  preparados  los  tributos  y  podían  pasar  á 
recogerlos.  Tal  noticia  causo'  gran  satisfacción  á  don  Barto- 
lomé, que  en  seguida  puso  en  movimiento  sus  tropas  para 
regresar  á  Xaraguá. 

Los  soldados  también  acogieron  con  júbilo  la  noticia  de 
una  nueva  expedicio'n  á  aquella  rica  corriarca,  cu5'^as  alabanzas 
habían  escuchado  muchas  veces  de  los  que  allá  habían  ido, 
y  cuyas  delicias  envidiaban.  Mal  vestidos,  mal  alimentados 
y  con  poca  salud  la  mayor  parte  de  ellos,  esperaban  mejorar 
en  todo  y  vivir  con  más  holgura  y  comodidad  en  aquel 
extremo  de  la  isla  donde  todavía  eran  respetados  los  espa- 
ñoles. La  marcha  fué,  pues,  alegre  y  animada,  atravesando 
en  pocos  días  la  Vega  y  las  montañas  y  llegando  todos,  con 
las  mejores  esperanzas,  al  territorio  donde  empezaban  los 
dominios  de  Behechio. 

La  acogida  que  el   cacique  y  los  indios  dispensaron  al 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


231 


Adelantado  no  fué  menos  cordial  que  la  que  antes  le  habían 
hecho.  Los  soldados  estaban  admirados  y  llenos  de  satis- 
faccio'n :  los  indios  agasajaban  cuanto  •  era  posible  á  sus 
huéspedes;  les  proporcionaban  un  continuo  banquete,  que 
no  por  ser  sencillo  y  natural,  de  frutos  del  país,  pescado  y 
aves ,  era  menos  abundante ;  y  al  verse  tratados  con  tanto 
afecto,  en  medio  de  aquellas  arboledas  que  parecían  hermo- 
sísimos jardines ,  y  en  clima  tan  apacible ,  bien  quisieran  los 
españoles  continuar  allí  sin  volver  á  la  lucha  y  á  la  escasez 
de  que  acababan  de  salir. 

La  cantidad  de  algodo'n  reunida  para  el  tributo  era 
extraordinaria:  habían  contribuido  á  ella  treinta  caciques 
tributarios  de  Behechio,  que  quiso  con  tanta  esplendidez  dar 
pruebas  de  su  buena  amistad,  y  al  mismo  tiempo  poner  de 
manifiesto  la  fertilidad  de  sus  tierras.  Una  casa  se  lleno  de 
algodo'n,  y  ofreció'  además  el  generoso  cacique  todo  el  csi^ahí 
que  pudieran  necesitar  los  cristianos,  para  no  experimentar 
nuevas  necesidades  por  falta  de  alimentos. 

El  Adelantado  agradeció'  verdaderamente  aquellas  de- 
mostraciones de  afecto  y  de  lealtad,  y  envió'  emisarios  á 
Isabela  á  su  hermano  don  Diego  para  que  mandase  á 
Xaraguá  una  de  las  carabelas,  que  ya  debía  estar  concluida, 
para  que  cargase  las  especies  cobradas  como  tributo. 

En  tanto  que  la  carabela  llegaba,  continuaron  el  cacique 
y  su  hermana  obsequiando  cuanto  más  era  posible  al  Ade- 
lantado, y  los  demás  hacían  lo  mismo  con  los  soldados,  que 
viéndose  en  aquel  país  delicioso  y  abundante,  entre  indios 
gallardos  que  con  tanto  amor  les  trataban  y  hermosas 
mujeres  por  todo  extremo  obsequiosas,  se  juzgaron  llegados 
alas  delicias  del  paraíso.  Las  grandezas  de  Anacaona,  su 
lujo  y  sibaritismo;  la  riqueza  de  sus  palacios  y  las  infinitas 
minuciosidades  de  su  vida,  ocupan  muchas  veces  á  los  primi- 
tivos historiadores  de  Indias.  Era  la  reina  india  la  más 
sobresaliente  entre  todas  por  su  belleza;  notable  por  su 
discrecio'n  y  agradable  trato;  de  conversacio'n  amena  y  llena 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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de  rasgos  de  ingenio,  que  parecían  extraños  en  la  poca  o 
ninguna  educacio'n  de  una  salvaje  criada  en  los  bosques. 
Tenía  mucha  gracia  y  atractivo,  unidos  á  la  altivez  que  la 
correspondía  usar  como  esposa  de  un  cacique  respetado  y 
hermana  de  otro  igualmente  poderoso ;  pero  aunque  en  las 
relaciones  con  sus  vasallos  sabía  mostrarse  orgullosa  y 
grave,  al  decir  de  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  era  otra 
su  conducta  con  los  españoles,  siendo  con  ellos  fácil  y  amable 
con  exceso,  contribuyendo  todo  á  hacer  más  agradable  la 
estancia  de  los  españoles  en  aquella  comarca.      ^ 

Llego'  la  carabela  que  el  Adelantado  había  mandado 
viniese ,  y  fué  á  dar  fondo  en  aquella  gran  ensenada  que  se 
forma  entre  los  cabos  de  San  Nicolás  y  del  Tiburo'n.  El 
punto  donde  anclo'  la  carabela  distaba  poco  más  de  dos 
leguas  de  la  residencia  de  Behechio,  y  sabido  por  los  indios 
su  arribo,  corrieron  en  gran  muchedumbre  á  la  playa  para 
admirar  la  gran  canoa  de  los  cristianos,  y  volvieron  á  la 
poblacio'n  llenos  de  asombro,  refiriendo  con  grandes  exage- 
raciones el  prodigio  que  habían  visto  sobre  las  aguas,  con  lo 
cual  se  movieron  otros,  y  fueron  todos  á  gozar  de  tan 
extraordinario  espectáculo.  No  se  lleno'  menos  de  curiosidad 
Anacaona,  que  como  mujer  y  curiosa,  deseaba  vehemente  ver 
aquella  maravilla,  y  á  sus  instancias  decidió'  el  cacique  ir  á 
visitar  la  carabela. 

Partieron  todos  en  unio'n  de  don  Bartolomé  Colo'n,  é 
hicieron  noche  en  una  reducida  poblacio'n  que  se  encontraba 
á  la  mitad  del  camino;  era  como  una  residencia  especial  de 
recreo,  donde  Anacaona  tenía  reunidos  todos  aquellos  primo- 
res de  su  mayor  gusto,  y  en  la  que  pasaba  largas  temporadas 
entregada  á  vivir  en  medio  de  objetos  preciosos  y  sin  más 
ley  que  su  capricho.  Si  hemos  de  dar  crédito  á  los  historia- 
dores contemporáneos,  había  en  aquel  palacio  un  refina- 
miento de  lujo  muy  superior  á  todo  lo  que  pudiera  esperarse 
encontrar  entre  salvajes.  Los  muebles  estaban  maravillosa- 
mente labrados;  las  vasijas  de  diversas  formas  y  colores,  en 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


235 


que  se  criaban  plantas  hermosísimas,  llamaban  la  atención 
por  su  primorosa  manufactura,  y  en  tejidos  de  blanquísimo 
algodo'n  era  tanta  la  variedad,  que  sorprendió'  á  los  españoles, 
pues  en  ningún  otro  punto  de  la  isla  habían  visto  nada  que 
se  le  pareciera  ni  aún  remotamente.  Tal  vez  un  impulso  de 
vanidad  femenina  movió'  á  Anacaona  para  llevar  al  Adelan- 
tado y  á  los  suyos  á  que  admirasen  las  preciosidades  que 
atesoraba  en  su  palacio  favorito.  «Presento  esta  señora  á 
Don  Bartolomé  muchas  sillas,  las  mas  hermosas,  que  eran 
todas  negras  }'-  bruñidas  como  si  fueran  de  azabache;  de 
todas  las  otras  cosas  para  servicio  de  mesa,  y  naguas  de 
algodón  (que  eran  como  unas  faldillas  que  traían  las  mujeres 
desde  la  cinta  hasta  media  pierna,  tejidas  y  con  labores  del 
mismo  algodón)  blanco  á  maravilla,  cuantas  quiso  llevar  3^ 
que  mas  le  agradaban.  Dio'le  cuatro  ovillos  de  algodón 
hilado  que  apenas  un  hombre  podia  uno  levantar...» 

Llegados  á  la  playa  quedaron  los  indios  mudos  de 
admiracio'n  al  ver  aquel  gran  barco,  que  á  ellos  semejaba 
una  enorme  ave  con  descomunales  alas,  que  causaban  asom- 
bro, y  que  gallardamente  se  movía  sobre  las  aguas.  Habían 
preparado  al  cacique  y  á  su  hermana  sus  mejores  canoas, 
pero  ellos  no  quisieron  separarse  del  Adelantado,  y  en  la 
barca  de  éste  entraron  para  dirigirse  con  él  á  la  carabela. 
En  las  demás  falúas  y  canoas  iban  mezclados  los  soldados 
españoles  con  infinidad  de  indios,  que  también  querían  con- 
templar de  cerca  aquel  monstruo,  cuya  extraña  forma  movía 
su  curiosidad.  Otros  muchos  permanecieron  en  tierra,  no 
osando  en  su  candidez  acercarse  al  buque.  Al  ponerse  en 
movimiento  las  barcas,  la  carabela  hizo  salvas,  disparando 
varias  lombardas,  á  cu3^o  estampido  se  sobrecogieron  los 
indios,  palidecieron  los  más  audaces,  y  muchos  quisieron 
arrojarse  al  mar  temiendo  que  el  cielo  se  les  venía  encima. 
Tembló  Behechio,  y  cayo'  desmaj^ada  Anacaona  en  brazos  del 
Adelantado;  pero  al  ver  la  sonrisa  de  éste  y  la  tranquilidad 
de  su  semblante,  presto  se  recobraron.  «Llegados,  como 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 30 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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dicen  los  marineros  al  bordo,  que  es  junto  á  la  carabela, 
comienzan  á  tañer  un  tamborino  y  la  flauta  y  otros  instru- 
mentos que  allí  llevaban,  y  era  maravilla  como  se  alegraban; 
miran  la  popa,  miran  la  proa;  suben  arriba,  descienden 
abajo;  están  como  ato'nitos,  espantados.» 

En  su  sencillez  todo  lo  veían,  todo  lo  admiraban,  en  todo 
ponían  las  manos,  como  niños  que  nunca  han  visto  un  objeto 
tan  curioso.  No  escapan  de  tales  movimientos  el  cacique 
mismo  y  su  hermana;  y  el  Adelantado,  para  colmar  su  ad- 
miracio'n,  manda  desplegar  las  velas,  y  el  buque  se  pone  en 
movimiento  conduciéndolos  mar  afuera.  Terminado  el  paseo, 
toman  de  nuevo  el  camino  para  Xaraguá,  y  en  tanto  los 
indios  cargan  la  carabela  de  cuanto  podía  contener  de  ca^abí 
y  de  algodo'n,  llevando  también  muchas  de  aquellas  preciosas 
sillas  y  muebles  con  que  Anacaona  obsequio'  á  don  Barto- 
lomé Colo'n. 

Despachada  la  embarcacio'n  para  que  se  dirigiese  á  Isa- 
bela, dispuso  también  el  Adelantado  su  partida,  para  llegar  al 
mismo  tiempo  á  aquella  ciudad,  y  cuidar  de  poner  en  segu- 
ridad el  tributo  hasta  que  pudiese  enviarlo  á  España.  El 
cacique  y  su  hermana  se  mostraron  afligidísimos  por  su 
marcha,  rogándole  se  detuviera  entre  ellos  algún  más 
tiempo;  significando  deseos  la  novelesca  Anacaona  de  se- 
guirlos en  su  viaje;  pero  al  cabo  se  resignaron,  contentos 
con  la  promesa  que  don  Bartolomé  les  hizo  de  volver  á 
residir  algún  tiempo  en  su  ciudad. 


IV 


No  puede  dejar  de  admirarse,  dice  con  sobrada  razo'n 
Washington  Irving,  el  tino,  el  talento  de  Bartolomé  Colo'n 
en  el  tiempo  que  tuvo  el  gobierno  de  la  Española.    Vigilante 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


235 


y  activo,  se  encontraba  en  todas  partes  donde  era  necesaria 
su  presencia,  y  sin  descansar  un  punto,  cruzo'  de  una  á  otra 
provincia  en  todas  direcciones,   dejando  con   su   valor  3^  su 

moderacio'n   amigos   3^   aliados    muy    poderosos Si   sus 

prudentes  medidas  hubieran  sido  secundadas  por  los  que 
estaban  bajo  su  mando,  el  país  hubiera  prosperado  desde 
luego  3"  las  utilidades  para  la  metro'poli  hubieran  sido  inme- 
diatas; pero  sus  uoJdIcs  esfuerzos,  lo  mismo  que  las  sabias 
o'rdenes  del  Almirante,  se  vieron  siempre  esterilizados  por  las 
malas  pasiones  de  los  españoles  que  debían  secundarlos. 

A  su  llegada  á  Isabela,  encontró  nuevas  complicaciones 
y  motivos  de  profundos  disgustos,  origen  de  graves  males 
para  la  colonia. 

Por  insignificantes  motivos,  que  en  apariencia  no  tenían 
importancia,  aunque  en  el  fondo  de  los  mismos  latían  odios 
mal  disimulados,  se  declaro'  el  Alcalde  mayor  Francisco 
Roldan  en  desavenencia  con  don  Diego  Colo'n,  3''  comenzó'  á 
formar  un  partido  que  no  prestase  obediencia  á  sus  manda- 
tos. Funestos  precedentes  había  tenido  tal  conducta,  que  ya 
habían  producido  consecuencias  desastrosas,  y  el  ejemplo  se- 
guido debía  tenerlas  aún  más  desventuradas. 

Parece  en  verdad  que  Cristóbal  Colón,  que  tantos 
altos  dones  había  recibido  del  cielo,  no  contaba  con  el  de 
conocer  á  los  hombres.  Derramaba  beneficios  3^  recogía 
ingratitudes.  Casi  todos  aquellos  sujetos  que  recomendó'  á 
los  Reyes,  6  en  quienes  deposito'  su  confianza,  se  volvieron 
en  contra  su3^a,  y  se  convirtieron  en  enemigos  del  que  tan 
noblemente  ponderaba  sus  servicios  para  que  fuesen  amplia- 
mente recompensados.  Ya  hemos  visto  el  pago  que  dieron  á 
sus  favores  el  P.  Boil,  Pedro  Margarit,  el  repostero  Aguado, 
y  otros  muchos  de  aquellos  que  por  buenos  mencionaba  en 
su  Memorial  primero  á  los  Reyes.  Francisco  Roldan  era  un 
pobre  escudero,  criado  del  Almirante,  vivo  y  de  ingenio, 
aunque  no  letrado,  á  quien  en  un  principio  nombro'  Alcalde 
de  Isabela;  y  como  desempeñaba  bien  el  cargo,  antes  de  par- 


236 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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tirse  para  España,  le  dejo  por  Alcalde  mayor,  para  el  ejercicio 
de  la  justicia  en  toda  la  isla,  confiando  en  que  haría  cuanto 
j)udicra  para  cumplir  bien  con  su  obligacio'n.  Y  tal  vez 
no  hubiera  tenido  motivo  de  arrepentirse  si  su  ausencia  no 
se  hubiera  prolongado  tanto.  Viéndose  por  largo  tiempo  con 
un  alto  empleo,  muy  superior  á  sus  merecimientos,  nació  en 
su  corazo'n  un  sentimiento  de  envidia  al  verse  sometido  á  la 
autoridad  de  don  Diego  Colo'n,  á  quien  no  tenía  el  respeto 
que  á  su  hermano,  y  la  emulacio'n  le  movió'  á  querer  igua- 
larse con  él  y  á  que  se  le  tributasen  los  mismos  honores. 

Llegada  la  carabela  que  desde  Xaraguá  envió'  el  Ade- 
lantado con  el  cargamento  de  algodo'n  y  pan,  dispuso  don 
Diego  que  la  dejasen  varada  en  tierra,  temeroso  siempre  de 
que  algunos  díscolos  y  descontentos  pudieran  apoderarse  de 
ella,  3'  regresasen  á  España  como  antes  lo  habían  hecho 
otros.  Éste  fué  el  pretexto  que  tomo'  Roldan  para  empezar  á 
mover  la  gente,  diciéndoles  que  los  hermanos  del  Almirante 
no  querían  que  se  supieran  los  trabajos  que  allí  se  pasaban, 
ni  enviar  las  carabelas  á  Castilla,  porque  esperaban  la 
llegada  de  aquél,  para  alzarse  con  la  soberanía  de  la  isla, 
y  tenerlos  á  todos  sometidos  á  su  voluntad,  obligados  por  el 
hambre.  Con  estos  razonamientos  y  otros  no  menos  absurdos, 
pero  que  lisonjeaban  las  pasiones  de  los  colonos,  logro'  Rol- 
dan que  exigieran  con  repeticio'n  y  en  forma  violenta  y  de 
tumulto  á  don  Diego  que  se  botasen  al  agua  las  carabelas. 

Creyendo  aquél  quitar  fuerza  á  Roldan  separándolo  de 
Isabela,  discurrió'  enviarle  á  la  fortaleza  de  la  Concepcio'n 
con  un  corto  destacamento,  bajo  pretexto  de  auxiliar  á  los 
soldados  que  allí  estaban  amenazados  por  los  indios.  La 
medida  fué  contraproducente,  como  podía  esperarse.  Don 
Diego  Colo'n  no  tenía  fuerzas  ni  energía  para  castigar  á 
Roldan,  y  escogito  un  medio  para  inutilizar  sus  planes,  que 
era  á  todas  luces  impolítico,  porque  alejaba  al  rebelde  de  la 
vigilancia  de  la  autoridad  y  le  daba  medios  para  continuar 
en  su  propaganda.    El  resultado  se  toco'  muy  luego. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


237 


Fué  el  Alcalde  con  sus  soldados  al  pueblo  de  un  cacique 
llamado  Marque,  situado  á  corta  distancia  de  la  Concepcio'n. 
y  allí,  constituyéndose  descaradamente  en  jefe  de  los  insu- 
rrectos, fueron  á  unírseles  algunos  más  de  los  que  no  habían 
osado  declararse  en  Isabela,  y  otros  muchos  de  los  convale- 
cientes qué  andaban  diseminados  por  la  Vega.  Los  que 
permanecieron  fieles  á  sus  juramentos,  abandonaron  á  Rol- 
dan y  se  acogieron  al  fuerte  de  la  Concepcio'n ,  donde  dieron 
noticia  de  cuanto  sucedía. 

Entonces  los  sublevados,  ya  decididos  á  arrostrarlo 
todo,  regresaron  á  Isabela,  se  apoderaron  violentamente  de 
las  llaves  de  los  almacenes  del  Rey,  quitándolas  á  un  criado 
de  don  Diego  Colon  que  las  guardaba,  y  tomaron  armas  3" 
víveres  cuantos  quisieron,  saliendo  en  triunfo  3^  con  grandes 
voces  de  ¡viva  el  Rey!  á  cometer  mayores  excesos.  Quiso 
remediar  el  mal  don  Diego  Colo'n,  saliendo  con  algunos 
hombres  de  armas  al  encuentro  de  los  amotinados;  pero  ni 
su  carácter  era  á  propo'sito  para  combatir,  ni  tenía  confianza 
en  la  fidelidad  de  la  gente  que  mandaba,  por  lo  que  habién- 
dose presentado  ante  el  almacén  que  saqueaban  y  vista  la 
actitud  resuelta  de  Roldan,  se  recogió  con  los  suyos  á  la 
fortaleza  hasta  que  aquél  salió'  de  la  ciudad. 

El  mal  que  habían  causado  era  gravísimo.  Los  víveres 
almacenados  eran  pocos,  y  se  distribuían  con  el  ma3'or  rigor 
y  por  raciones  bien  cortas,  para  que  no  se  consumieran 
enteramente  antes  de  que  llegaran  los  repuestos  que  de 
España  se  aguardaban  por  momentos;  y  los  sublevados  los 
repartieron  sin  orden  ni  concierto,  y  se  llevaron  cuantos 
pudieron,  dejando  comprometida  la  existencia  de  todos  los 
que  quedaban  en  la  ciudad.  De  allí  se  dirigieron  á  los 
cercados  y  mataron  vacas  y  ovejas  de  las  que  estaban  desti- 
nadas á  la  cría,  llevándose  también  los  caballos  que  podían 
servirles. 

Casi  á  un  tiempo  regresaron  á  Isabela  el  Adelantado  y 
Francisco  Roldan.    La  presencia  de  don  Bartolomé  fué  una 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


gran  contrariedad  para  éste;  pero  envalentonado  3^a  con  la 
obediencia  de  los  que  le  seguían,  y  comprendiendo  que  se 
había  comprometido  demasiado  para  poder  volver  atrás, 
permaneció  retirado  con  los  suyos,  y  procurando  sacar 
partido  de  cuantas  circunstancias  podía  aprovechar  para 
desacreditar  á  los  Colones,  y  presentarlos  como  hombres 
crueles  y  vengativos,  y  con  el  designio  de  que  algunos  que 
se  reconocían  culpables  por  complicidad  con  los  rebeldes, 
se  pasaran  resueltamente  á  su  bando  por  temor  al  castigo. 

Parece  que  Roldan  temía  efectivamente  á  don  Bartolomé 
Colon.  Hasta  parece  que  abrigo  la  idea  de  asesinarlo.  La 
ocasión  fué  la  siguiente.  Por  lo  mismo  que  el  principio  de 
autoridad  estaba  tan  relajado,  procuro  el  x\delantado  no  dar 
muestra  alguna  de  temor  ni  de  debilidad,  y  administrar 
justicia  rectamente  para  escarmiento  de  todos;  y  habiendo 
probado  que  tenía  parte  en  algunos  delitos  un  tal  Barahona, 
de  los  del  partido  de  Roldan ,  fué  condenado  á  muerte  seña- 
lándose día  para  ejecutarlo.  El  momento  pareció'  oportuno 
al  Alcalde  mayor,  y  reunió'  á  sus  más  atrevidos  partidarios 
para  que,  en  el  momento  de  presentarse  el  reo  en  público, 
acometieran  los  unos  á  la  guardia  que  le  custodiaba  y  los 
otros  dieran  muerte  al  Adelantado.  A  instancias  de  muchos 
españoles  fué  perdonado  Barahona,  y  no  tuvieron  los  conju- 
rados ocasio'n  de  llevar  á  efecto  su  maldad;  pero  sospecharon 
•que  tal  vez  sus  planes  se  habían  traslucido,  y  salieron  preci- 
pitadamente de  la  ciudad  dirigiéndose  de  nuevo  á  la  Vega. 

Nada  deseaba  tanto  Roldan  como  aumentar  su  hueste, 
por  lo  que  se  dirigió'  al  pueblo  donde  habitaba  el  cacique 
Guarionex;  allí  se  hallaba  el  capitán  García  de  Barrantes 
con  treinta  soldados,  á  los  que  se  proponía  atraer  á  su 
partido;  pero  no  pudo  conseguirlo  por  la  entereza  del  jefe, 
que  se  encerró'  en  una  casa  fuerte  é  intimo'  á  Roldan  que  se 
retirase. 

Encamináronse  los  rebeldes  al  fuerte  de  la  Concepcio'n, 
donde  ya  estaban  sobre  aviso,  5^  el  alcaide  Miguel  Ballester 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


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rechazo  todas  sus  proposiciones,  y  despacho'  cartas  á  don 
Bartolomé  para  que  acudiese  al  peligro.  A  poco  tiempo  se 
presento'  el  Adelantado  en  la  Concepcio'n  con  cuantos 
hombres  tenía  disponibles,  y  reunidas  sus  fuerzas  con  las  de 
Ballester,  muy  superiores  en  número  y  en  disciplina  á  las  de 
los  insurrectos;  sabedor  de  que  éstos  se  encontraban  en  una 
poblacio'n  muy  pro'xima,  se  dirigió'  á  ella  con  ánimo  de 
reducir  de  una  vez  á  Roldan  á  la  obediencia,  antes  de  que 
llegase  á  la  isla  el  Almirante,  cu3^a  venida  juzgaba  no  podía 
tardar,  y  encontrase  en  ella  tanto  desorden  y  tantas  desven- 
turas. 

Bien  conoció'  Roldan  la  desventaja  de  su  posición  en 
aquellos  momentos,  y  aunque  en  las  conferencias  que  tuvo 
con  el  Adelantado,  bajo  pretexto  de  atender  á  su  propia 
seguridad,  se  resistió'  á  entregar  las  armas  y  á  separarse  de 
su  gente,  insistiendo  también  en  la  peticio'n  de  que  se  botara 
al  agua  la  carabela,  que  había  sido  el  principio  de  la 
rebelio'n,  se  allano'  á  pasar  á  residir  en  el  punto  de  la  isla 
que  se  le  señalase,  en  tanto  que  venía  de  España  orden  de 
lo  que  debería  hacerse,  o'  juez  que  dirimiese  la  contienda 
pendiente  entre  su  autoridad  y  la  de  los  Colones. 

Don  Bartolomé  entonces  le  dijo  que  pasara  á  las  tierras 
de  un  cacique  bautizado  ya  con  el  nombre  de  Diego  Colo'n; 
pero  Roldan,  bien  fuera  porque  nunca  había  pensado  en 
cumplir  lo  que  ofrecía,  bien  porque  conoció'  que  cediendo  se 
colocaba  ya  en  posicio'n  de  subdito,  y  perdería  en  concepto 
de  todos,  se  negó'  resueltamente  á  la  obediencia,  alegando 
que  en  aquel  país  no  se  había  sembrado  nada  por  los  indios, 
ni  encontraría  medios  de  sustentar  á  sus  compañeros.  Ante 
esta  negativa,  el  Adelantado  le  exonero'  del  cargo  de 
Alcalde  mayor,  por  desacato  á  sus  ordenes  dadas  en  repre- 
sentación de  la  autoridad  Real ,  y  le  mando  que  se  apartase 
de  su  gente. 

Rodeado  de  hombres  en  quienes  no  podía  confiar  dema- 
siado,   amenazado    por    las    asechanzas    de    los    traidores, 


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CRISTÓBAL  COLON 


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viviendo  en  continua  zozobra,  sin  descansar  un  punto, 
recorrió  el  Adelantado  vnrios  lugares  de  la  Vega  para  pro- 
porcionarse subsistencias  3^  recoger  algunos  de  los  enfermos 
que  habían  convalecido  con  la  variación  y  con  la  abundancia 
de  alimentos;  recogiéndose  luego  con  todos  á  la  Concepcio'n, 
único  punto  donde  se  vivía  con  seguridad  y  con  orden, 
gracias  á  la  lealtad  y  severo  carácter  del  catalán  Miguel 
Ballester.  Aún  allí  intento'  nuevas  perfidias  Francisco  Rol- 
dan; pero  el  Adelantado  y  Ballester  fueron  avisados  á  tiempo 
por  Gonzalo  Go'mez  Collado,  y  desbarataron  todos  los  planes 
de  aquel  miserable.  '• 

En  vista  de  la  inutilidad  de  sus  esfuerzos,  se  retiraron 
los  rebeldes  á  los  territorios  del  cacique  Manicotex ,  donde 
aumentaron  sus  filas  por  habérseles  reunido  Adrián  Mojica, 
Pedro  Valdivieso  y  Diego  Escobar,  alcaide  del  fuerte  de  la 
Magdalena  con  otros  seis  ú  ocho  soldados.  Todos  vivían  en 
el  mayor  desorden,  sin  freno  ni  disciplina,  satisfaciendo 
todos  sus  caprichos  y  maltratando  cruelmente  á  los  indios, 
que  los  sufrían  atemorizados. 

En  tal  situacio'n  llego'  al  puerto  de  Santo  Domingo  el 
3  de  Febrero  de  1498  Pedro  Hernández  Coronel  con  las  dos 
carabelas  que  el  Almirante  había  despachado  con  los  víveres 
que  creyó'  de  mayor  urgencia,  y  las  cartas  para  don  Barto- 
lomé en  que  le  daba  cuenta  de  los  favores  que  los  Reyes  le 
dispensaban  y  la  atencio'n  que  concedían  á  todos  los  asuntos 
de  la  colonia,  y  le  remitía  el  título  de  Adelantado  que  le 
habían  conferido;  con  lo  que  su  oficio  ejercido  hasta  entonces 
por  el  nombramiento  que  hiciera  su  hermano,  cobraba  nueva 
legitimidad  y  fuerza,  como  emanado  directamente  de  los 
Soberanos. 

A  tiempo  llegaron  estas  favorables  nuevas.  Rodeado  de 
peligros  y  de  angustias  don  Bartolomé,  y  reducido  al 
extremo  «esperando  cada  dia,  como  dice  fray  Bartolomé  de 
las  Casas,  cuando  habia  de  ir-  Francisco  Roldan  á  cercarlo, 
como  Dios  en  esta  vida  no  da  todos  los  trabajos  juntos,   sino 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IV 


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siempre,  conociendo  nuestra  flaqueza,  con  alguna  interpo- 
lacio'n,  quiso  dar  algún  resuello  á  Don  Bartolomé  Colon  y  á 
los  que  con  él  estaban Rescibio'  el  Adelantado  Don  Bar- 
tolomé, ya  constituido  Adelantado,  grandísimo  favor  y 
alegría,  y  los  que  le  seguían,  como  sí  resucitaran  de  muerte 
á  vida.»  Comprendiendo  el  efecto  moral  que  las  noticias  de 
España  y  los  despachos  de  los  Reyes  podían  causar  en  los 
insurrectos,  envío'  inmediatamente  al  mismo  Pedro  Her- 
nández Coronel,  que  era  Alguacil  mayor  de  la  isla,  hombre 
prudente  y  de  confianza,  y  que  por  haber  estado  ausente 
desde  antes  que  comenzara  la  sublevacio'n,  no  tenía  enemistad 
ni  odios  con  Roldan,  para  que  se  avístase  con  éste,  y  lo 
redujese  á  la  obediencia  y  servicio  de  los  Reyes,  poniendo 
término  al  calamitoso  estado  en  que  se  encontraba  la  admi- 
nistracio'n  de  la  colonia.  Esta  era  la  mísío'n  ostensible  y  de 
paz  que  el  Adelantado  confio'  al  Alguacil  mayor,  ofreciendo 
al  propio  tiempo  el  olvido  de  los  pasados  excesos;  pero  en 
realidad,  Colo'n  se  prometía  mayor  resultado,  de  lo  que 
aquél  pudiera  decir  como  testigo  presencial  de  lo  que 
sucedía  en  la  corte  de  España,  y  del  pro'ximo  regreso  del 
Almirante. 

Lo  mismo  entendieron  los  jefes  de  la  insurreccio'n ,  y 
no  consintieron  que  Coronel  se  comunícase  con  su  gente, 
sino  que  con  amenazas  y  casi  por  fuerza  le  llevaron  adonde 
Roldan  se  encontraba,  y  enterado  aquél  de  su  mísío'n  le 
contesto'  con  altivez,  despidiéndole  de  una  manera  desabrida, 
sin  allanarse  á  cosa  alguna.  Sin  embargo,  no  dejaron  de 
producir  efecto  las  palabras  que  en  la  conferencia  se  cru- 
zaron, pues  Francisco  Roldan  abandono  toda  idea  de  agre- 
sio'n  y  emprendió'  la  marcha  á  Xaraguá,  donde  todos  los 
soldados  querían  ir,  llevados  de  las  agradables  pinturas  que 
de  su  fertilidad  y  abundancia  habían  hecho  los  que  allá 
estuvieron  anteriormente. 

El  Adelantado  se  dirigió'  á  Santo  Domingo  á  poner  en 
seguridad  las  provisiones  y  todos  los  efectos  que  en  las  cara- 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.-  31. 


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CRISTÓBAL  COLON 


belas  habían  llegado,  y  distribuyo  de  la  manera  más  opor- 
tuna los  noventa  hombres  que  á  su  bordo  venían,  enviando 
desde  luego  á  las  minas  de  San  Cristóbal  á  todos  los  que 
parecieron  útiles  para  aquellos  trabajos,  y  colocando  otros 
en  las  diferentes  obras  que  se  hacían  en  la  nueva  ciudad. 
Por  desgracia  no  todos  eran  á  proposito  para  la  colonia; 
muchos  de  ellos,  criminales  á  quienes  se  había  indultado 
para  que  pasasen  á  Indias ,  se  comprendía  desde  luego  que 
antes  habían  de  servir  para  formar  en  las  filas  de  los  que 
alborotaban,  que  en  las  de  los  trabajadores. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


Otro  mal  tan  grave  y  quizá  mayor  aún  que  el  que 
produjo  con  su  insubordinacio'n ,  causo'  Francisco  Roldan  en 
la  desorganización  de  la  isla,  sembrando  la  discordia  lo 
mismo  entre  los  españoles  que  entre  los  indios.  A  los  sol- 
dados, después  de  una  vida  licenciosa  y  desordenada,  les 
ofrecía  libertad  para  recoger  oro  sin  pagar  la  parte  que  al 
Estado  y  al  Almirante  pertenecía;  á  los  indios,  agobiados 
con  el  tributo  que  no  podían  pagar,  por  su  ignorancia  para 
beneficiar  las  minas  y  su  poca  disposicio'n  al  trabajo,  los 
incitaba  á  la  rebelión,  les  aconsejaba  que  no  pagasen  y  les 
ofrecía  apoyo  contra  las  autoridades  legítimas.  Tal  conducta 
era  verdadera  y  claramente  criminal,  y  el  Adelantado, 
viendo  la  inutilidad  de  cuantos  medios  se  habían  usado  para 
la  conciliacio'n ,  determino'  procesar  á  Roldan  y  á  cuantos  le 
seguían  para  que  sufrieran  el  castigo  de  sus  delitos.  Los 
llamo'  por  pregones,  los  persiguió  en  rebeldía,  y  al  cabo  los 
declaro'  reos  de  traicio'n,  habiendo  recibido  declaraciones  de 
las  personas  más  respetables,  y  de  los  oficiales  nombrados 
por  los  Re3'es,  que  justificaban  los  excesos  cometidos  y  los 
cargos  gravísimos  que  contra  el  Alcalde  ma^^or  aparecían. 
Prudente,  sin  embargo,  y  mesurado,  sabiendo  que  Roldan 
le  recusaba  como  juez  parcial,  y  le  denostaba  como  á  extran- 
jero, se  limito  á  concluir  el  proceso,  y  espero'  ocasio'n  de 
remitirlo  á  España  para  que  tuvieran  los  Reyes  conoci- 
miento de  todo,  é  impusieran  la  pena  á  que  se  había  hecho 
acreedor. 

Urgente  necesidad  había,  por  muchas  razones,  de  extir- 
par aquella  mala  semilla  que  los  insurrectos  habían  espar- 
cido entre  los  indios  de  la  Vega,  reduciéndolos  de  nuevo  á 


LIBRO  CUARTO —CAPÍTULO  V 


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obediencia  y  á  que  contribuyesen  con  los  tributos ,  para  lo 
cual  el  Adelantado  reunió'  cuantos  soldados  pudo  y  algunos 
caballos,  disponiéndose  á  recorrer  otra  vez  aquel  territorio 
en  todas  direcciones,  dejando  establecido  de  nuevo  el  imperio 
de  la  autoridad.  Mas  antes  de  que  esto  sucediera  recibió 
aviso  de  que  el  cacique  Guarionex  con  toda  su  familia  había 
desaparecido  de  la  Vega,  y  tomando  su  ausencia  como  señal 
de  nueva  insurreccio'n ,  dispuso  con  la  mayor  celeridad  la 
marcha. 

La  causa  de  la  desaparicio'n  del  cacique  no  era,  sin 
embargo,  la  que  se  suponía,  sino  otra  muy  diferente.  No  era 
tolerable,  en  verdad,  la  suerte  de  aquellos  infelices  indios, 
que  escarmentados  en  todos  sus  intentos  de  resistencia,  tenían 
que  sufrir  constantemente  las  vejaciones,  los  excesos,  los 
malos  tratamientos  de  que  eran  objeto,  sin  tener  ni  aun  el 
triste  derecho  de  quejarse  de  sus  opresores.  La  situacio'n  era 
más  lastimosa  desde  que  tomo'  cuerpo  la  insurrección  de 
Roldan;  porque  un  día  aparecían  en  la  Vega  los  soldados 
leales  exigiendo  y  tomando  cuantas  provisiones  encontraban, 
y  á  poco  llegaba  Roldan  con  los  suyos,  haciendo  las  mayores 
violencias  por  reunir  lo  que  ya  no  era  posible  darles,  por 
habérselo  llevado  los  que  antes  vinieron.  Los  indios  esti- 
mulaban á  veces  al  cacique  á  que  tomase  venganza;  y  Gua- 
rionex, que  veía  los  males  de  los  suyos  3^  no  tenía  carácter 
para  poner  el  remedio,  temeroso  de  verse  comprometido  en 
nueva  guerra,  tomó  el  partido  de  escapar  con  su  familia,  y 
acogerse  á.las  montañas  de  Ciguay,  lejos  del  alcance  de  los 
españoles,  y  bajo  la  protección  del  poderoso  cacique  Mayo- 
banex,  jefe  de  las  tribus  montañesas. 

Bartolomé  Colón  llegó  á  la  Vega  con  noventa  hombres 
escogidos  y  algunos  caballos.  Informado  de  la  huida  de 
Guarionex,  atravesó  la  Vega  en  toda  su  extensión  dirigién- 
dose á  Ciguay,  donde  encontró  á  aquellos  indios  de  feroz 
aspecto,  con  los  cabellos  largos  y  crespos  que  les  caían  hasta 
la  cintura,  y  armados  de  flechas  y  palos  duros  á  manera  de 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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i  lanzas,  que  habían  peleado  por  prinmera  vez  con  los  españoles 
en  el  golfo  que  el  Almirante  llamo'  de  las  Flechas,  por  la  nube 
de  ellas  en  que  se  vieron  envueltos  sus  marineros.  Más  que 
una  batalla  trabo'  con  ellos  el  Adelantado  una  escaramuza, 
pues  aunque  en  gran  número  y  con  horrible  destemplada 
gritería  cayeron  sobre  sus  soldados,  basto'  una  carrera  de 
los  de  á  caballo  para  que  huyeran  á  los  montes,  dejando 
muchos  heridos.  Aleccionados  por  la  experiencia,  y  temiendo 
la  acometida  de  los  caballos,  permanecieron  ocultos  en  los 
bosques,  y  desde  allí  lanzaban  sus  flechas  contra  los  espa- 
ñoles que  se  acercaban,  ocultándose  cuidadosamente  en  la 
espesura. 

Tuvo  noticias  el  Adelantado  de  que  á  pocas  leguas 
estaba  la  poblacio'n  donde  residía  Mayobanex,  y  le  envió' 
algunos  de  los  indios  que  había  hecho  prisioneros,  para  que 
supiera  que  no  iba  á  hacerle  guerra,  ni  daño  alguno,  sino 
á  dejar  entablada  amistad  con  él  y  que  reconociera  vasallaje 
á  los  Reyes  de  España,  y  á  que  le  entregase  al  cacique 
Guarionex,  enemigo  de  los  españoles,  con  lo  cual  demos- 
traría su  amistad,  pues  de  no  entregarlo  destruiría  su 
pueblo.  El  generoso  cacique,  fiel  á  los  deberes  de  la  hospi- 
talidad, contesto'  á  los  mensajeros  con  dignidad  impropia  de 
un  salvaje:  —  «Decidles  á  los  cristianos,  que  Guarionex  es 
hombre  bueno  y  virtuoso ;  nunca  hizo  mal  á  nadie,  como  es 
público  y  notorio,  y  por  eso  dignísimo  es  de  compasio'n;  de 
ser  en  sus  necesidades  y  corrimiento  ayudado,  socorrido  y 
defendido;  ellos,  empero,  son  malos  hombres,  tiranos,  que 
no  vienen  sino  á  usurpar  las  tierras  ajenas,  y  no  saben  sino 
derramar  la  sangre  de  los  que  nunca  los  ofendieron,  y  por 
eso,  decidles  que  ni  quiero  su  amistad,  ni  verlos,  ni  oirlos, 
antes,  en  cuanto  yo  pudiere,  con  mi  gente,  favoresciendo 
á  Guarionex,  tengo  de  trabajar  de  destruirlos  y  echarlos 
desta  tierra.» 

Con  esta  respuesta  volvió'  don  Bartolomé  Colo'n  á  com- 
batir á  los  ciguayos,   tomándoles  y  destruyéndoles  sus  ha- 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


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ciendas;  aunque  deseando  no  causarles  mayores  daños,  les 
envió'  nuevamente  algunos  mensajeros  proponiendo  paz  y 
amistad ,  pero  siempre  bajo  el  supuesto  de  que  entregase 
al  cacique  de  la  Vega.  Los  indios,  que  temían  con  razo'n  á 
las  armas  de  los  españoles,  enterados  de  que  la  guerra  no 
era  contra  su  tierra ,  propusieron  á  Mayobanex  entregase  al 
fugitivo;  pero  éste  se  resistió'  con  inaudita  constancia, 
prefiriendo  ver  asolado  su  territorio  á  entregar  al  atribulado 
Guarionex,  que  se  había  acogido  á  su  proteccio'n;  y  para 
evitar  que  los  ciguayos  vacilaran,  é  insistieran  en  que  se 
entregase  al  cacique  por  oir  las  palabras  de  los  españoles, 
dispuso  se  diera  muerte  á  todo  emisario  que  viniera  del 
campo  del  Adelantado,  sin  escuchar  su  mensaje,  para  cuyo 
efecto  destaco'  muchos  hombres  de  los  de  su  mayor  confianza. 

Avanzando  siempre,  aunque  con  mucho  trabajo,  por  la 
montaña,  y  encontrándose  á  corta  distancia  de  la  población 
donde  estaba  Mayobanex  con  el  ma3^or  número  de  sus  sub- 
ditos armados,  volvió'  á  enviar  el  Adelantado  otros  dos 
indios  para  evitar  el  derramamiento  de  sangre,  caminando 
él  en  su  seguimiento  con  cuatro  soldados  á  caballo  y  algunos 
infantes.  Dieron  los  mensajeros  indios  en  la  emboscada  de 
los  ciguayos,  y  cuando  llego'  el  Adelantado  los  encontró' 
muertos,  por  lo  cual  mando'  adelantar  en  seguida  el  grueso 
de  sus  soldados  para  caer  sobre  la  poblacio'n. 

Al  ver  la  acometida  de  los  españoles,  los  indios  desam- 
pararon á  Mayobanex,  diciéndole  que  no  querían  exponer 
sus  vidas  y  haciendas  por  defender  al  cacique  de  la  Vega;  y 
viéndose  aquél  sin  medios  para  resistir  huyo'  con  toda  su 
familia  á  ocultarse  en  lo  más  fragoso  de  la  montaña. 

Dura  era  la  vida  de  los  españoles  entre  los  ciguayos; 
penosísimas  las  marchas  por  entre  los  bosques.  La  expe- 
dicio'n  no  fué  muy  larga,  pero  sí  muy  trabajosa;  hasta  que 
habiendo  podido  descubrir  la  residencia  del  cacique  Mayo- 
banex por  haber  aprisionado  á  unos  ciguayos  que  salían  á 
llevarle  provisiones,  lograron  hacerle  prisionero. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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El  ardid  de  que  se  valieron  para  apoderarse  de  su 
persona  fué  tan  ingenioso  como  atrevido.  «Doze  castellanos 
se  ofrecieron  de  ir  por  él,  dice  el  cronista  Herrera.  Desnu- 
dáronse y  untáronse  los  cuerpos  con  cierta  tinta  negra ,  y 
parte  de  colorado,  que  es  una  fruta  de  árboles  que  se  llama 
Bixa,  lo  qual  usan  hazer  los  indios  cuando  andan  en  la 
guerra,  o'  por  el  campo  por  defenderse  del  sol  con  la  corteza 
que  haze.  Tomaron  sus  guias,  y  llegaron  á  donde  Mayo- 
banex  estaba  con  mujer,  hijos  y  poca  familia,  bien  descuy- 
dados.  Echaron  mano  á  las  espadas,  que  llevaban  envueltas 
en  las  hojas  de  palmas,  que  llamauan  Yaguas,  y  le  pren- 
dieron, y  con  su  mujer  y  hijos  los  licuaron  á  Don  Barto- 
lomé, con  los  quales  se  fué  á  la  Concepción.» 

Pocos  días  después  el  hambre  obligo'  á  Guarionex  á 
bajar  de  las  montañas  á  pedir  alimento  á  los  cigua5^os,  y 
como  éstos  le  tenían  poca  voluntad  por  considerarle  causa 
de  todos  sus  males  y  de  la  prisio'n  de  su  cacique ,  dieron 
aviso  de  su  presencia  al  Adelantado,  el  cual  lo  hizo  prender 
y  lo  llevo  también  á  la  fortaleza. 

Entre  los  prisioneros  se  encontraba  una  prima  hermana 
del  cacique  Mayobanex,  que  se  decía  era  la  más  hermosa 
mujer  de  cuantas  en  la  isla  se  habían  visto,  aunque  en  ella 
hubo  muchas  de  hermosura  señalada,  según  afirma  el  padre 
Las  Casas.  Lleno  de  pena  su  marido,  no  podía  resistir  á 
la  idea  de  ver  en  prisio'n  á  su  mujer.  El  amor  le  dio'  esfuerzo 
para  presentarse  en  el  fuerte  de  la  Concepcio'n,  y  con  expre- 
sivas frases  y  ademanes  de  dolor  pidió'  rendidamente  al 
Adelantado  le  devolviera  á  su  mujer,  ofreciéndose  incondi- 
cionalmente  á  su  servicio.  Movido  á  piedad  don  Bartolomé, 
puso  en  libertad  á  la  hermosa  iridia ;  y  su  generoso  proceder 
fué  tan  agradecido  por  los  salvajes,  que  á  pocos  días  se 
presento'  en  la  Concepcio'n  aquel  hombre  seguido  de  cuatro 
o'  cinco  mil  indios,  llevando  todos  en  las  manos  los  instru- 
mentos que  usaban  para  labrar  la  tierra,  á  que  llamaban 
coas,  pidiendo  se  le  señalase  sitio  bastante  extenso  en  la  Vega 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


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donde  hacer  una  labranza  de  pan  para  los  españoles;  y  tal 
trabajo  hicieron,  y  con  tanta  constancia,  en  quince  o'  veinte 
días  que  allí  estuvieron ,  que  podía  valer  treinta  mil  caste- 
llanos al  tiempo  de  la  recolección,  según  asienta  Antonio 
de  Herrera, 

Movidos  por  aquel  ejemplo,  y  muy  confiados  en  la 
clemencia  del  Adelantado,  acudieron  en  gran  tropel  los 
ciguayos  á  prestar  obediencia ,  ofreciendo  crecidos  donativos 
de  cuanto  tenían,  y  pidiendo  con  vehementes  súplicas  la 
libertad  de  su  cacique.  Siguiendo  su  conducta  de  benevo- 
lencia y  generosidad,  que  era  á  un  tiempo  la  más  política, 
porque  concillaba  los  ánimos  y  hacía  renacer  los  sentimientos 
de  afecto  á  los  españoles  en  el  corazo'n  de  los  indios,  puso  en 
libertad  Colo'n  á  toda  la  familia  de  Mayobanex,  sin  exceptuar 
á  la  reina  y  á  sus  hijos ;  pero  ño  pudieron  obtener  que  les 
devolviese  al  cacique,  porque  razones  de  mayor  gravedad 
creyó'  que  se  oponían  á  dar  aquel  paso. 


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II 


Huyo'  Francisco  Roldan  con  sus  hombres  al  territorio 
de  Xaraguá,  porque  las  delicias  57^  abundancia  que  contaban 
haber  gozado  allí  los  que  fueron  antes  con  el  Adelantado, 
despertaban  el  deseo  de  los  soldados,  y  los  atraían  hacia  el 
señorío  del  gran  cacique  y  de  su  hermana  de  quien  tantas 
maravillas  se  narraban ;  aunque  en  realidad  Roldan  se  llevaba 
una  segunda  intencio'n,  que  para  él  era  más  importante,  la 
de  separar  á  su  gente  de  los  alrededores  de  Santo  Domingo 
donde  acababan  de  llegar  las  carabelas  de  España ,  y  donde 
temía  pudieran  venir  otras  más  en  breve  plazo.  Porque 
conociendo  á  los  suyos,  desconfiaba  del  efecto  que  pudieran 
producir   las   noticias   que  traían   del   favor  que  gozaba   el 

Cristóbal  Colón,  t.  h. —  32. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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Almirante  con  los  Reyes ,  y  los  refuerzos  que  se  disponían  á 
enviar  á  la  Española,  y  mayor  temor  le  infundía  la  idea  de 
que  hombres  como  Pedro  Fernández  Coronel  y  Miguel 
Ballester,  pudieran  entrar  en  conferencias  con  sus  soldados 
y  pintándoles  con  sus  verdaderos  colores  la  traición  que 
cometían,  convencerlos  á  que  le  abandonaran.  Accediendo, 
pues,  al  parecer,  á  los  deseos  de  todos  de  visitiir  á  Xaraguá, 
conjuraba  también  aquel  peligro  que  podía  acabar  con  sus 
fuerzas. 

Los  daños  y  los  graves  males  que  aquella  soldadesca 
indisciplinada  causo  en  el  reino  de  Behechio,  no  es  posible 
narrarlos,  ni  menos  encarecerlos.  A  su  antojo,  y  para  satis- 
facer todos  sus  caprichos  se  servían  sin  compasión  de  los 
indios  y  de  sus  hijos,  les  tomaban  sus  mujeres,  y  les  exigían 
cuanto  tenían  reunido  para  pagar  el  tributo  contra  cuya  im- 
posicio'n  declamaban,  y  contra  cuyo  pago  animaban  la  resis- 
tencia de  los  indios. 

Mas  á  pesar  de  tanta  licencia  y  desenfreno  tampoco  se 
encontraban  bien  los  insurrectos  en  Xaraguá  cuando  ya  estu- 
vieron allá  algún  tiempo,  pues  empezaban  á  carecer  de 
muchas  cosas,  especialmente  de  ropas.  Inopinadamente  se 
encontraron  con  un  refuerzo  de  hombres  muy  á  propo'sito 
para  engrosar  sus  filas,  y  con  víveres,  ropas  y  armas,  de 
que  mucha  necesidad  empezaban  á  sentir. 

Los  tres  buques  que  el  Almirante  había  despachado 
desde  Canarias  directamente  á  la  isla  Española,  según  antes 
dijimos,  d  por  ignorancia  o'  mala  dirección  de  los  pilotos,  o' 
porque  la  fuerza  de  las  corrientes  las  desviase  de  su  rumbo, 
perdieron  mucho  tiempo  en  el  viaje,  y  deseando  arribar  al 
puerto  de  Santo  Domingo,  fueron  á  parar  cerca  de  doscientas 
leguas  más  abajo  en  la  costa  de  Xaraguá,  en  las  inmedia- 
ciones del  sitio  donde  se  encontraba  Francisco  Roldan. 

La  sorpresa  de  éste  y  de  los  su3'^os  fué  grandísima,  3^^  no 
menor  su  miedo,  al  ver  aquellas  tres  embarcaciones,  nuevas 
en  aquellos  mares,   sospechando  si  á  bordo  vendría  el  Almi- 


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rante  ya  instruido  de  sus  excesos.  Queriendo  salir  de  dudas 
se  dirigieron  á  la  playa,  que  apenas  distaba  dos  leguas,  y 
con  la  mayor  audacia  entablaron  conversacio'n  con  los  capi- 
tanes y  pasaron  á  bordo  para  tener  noticias  de  España  y  del 
Almirante;  presentándose  ante  Arana,  Carvajal  y  Juan 
Antonio  Colombo,  como  destacamento  enviado  por  el  Ade- 
lantado á  aquel  extremo  de  la  isla  para  buscar  provisiones. 

Volvio'se  Roldan  á  tierra  con  sus  hombres  sin  haber 
dejado  conocer  á  bordo  su  desobediencia  á  la  autoridad;  mas 
como  los  tres  capitanes,  viendo  la  mucha  dificultad  que 
ofrecía  el  navegar  en  contra  de  las  corrientes,  acordaron 
que  la  gente  trabajadora,  que  iba  á  sueldo,  marchase  por 
tierra  á  Santo  Domingo  con  proposito  de  que  llegasen  más 
pronto,  muy  luego  se  descubrió'  la  condición  de  los  insu- 
rrectos. Salieron  á  tierra  cuarenta  hombres  con  sus  ballestas, 
lanzas  y  espadas,  al  mando  de  Juan  xAntonio  Colombo,  y  al 
punto  los  rodearon  Roldan  y  sus  soldados,  amonestándoles 
que  no  se  fueran ;  que  en  Santo  Domingo  se  sufrían  grandes 
privaciones  y  se  pasaba  vida  estrechísima,  trabajando  mucho 
sin  utilidad,  al  paso  que  en  el  territorio  donde  se  encontra- 
ban, libres  de  la  tiranía  y  crueldades  del  Adelantado,  satis- 
facían todos  sus  caprichos  y  liviandades.  No  fueron  nece- 
sarios grandes  esfuerzos. 

La  mayor  parte  de  aquellos  colonos  era  de  la  clase  de 
delincuentes  á  quienes  se  remitía  la  pena  para  estimularlos  á 
que  pasasen  á  las  Indias ,  y  fácilmente  se  decidieron  á  abra- 
zar aquella  vida  que  se  acomodaba  más  con  sus  antecedentes. 
De  los  cuarenta  que  desembarcaron  con  Colombo,  solamente 
ocho  permanecieron  al  lado  de  su  capitán;  y  aunque  éste, 
impulsado  por  la  conciencia  de  su  deber,  y  con  valor  y 
entereza  reprocho'  á  Roldan  su  conducta,  acusándole  del 
perjuicio  que  causaba  al  servicio  de  los  Reyes,  nada  pudo 
conseguir,  y  volvió'  á  las  naves  con  ocho  hombres  dejando 
los  demás  con  los  sublevados. 

Mucho  sintieron  los  capitanes  el  engaño  en  que  habían 


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252 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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sido  envueltos  por  Roldan,  y  no  teniendo  bastantes  antece- 
dentes de  lo  sucedido  hasta  entonces  en  la  isla,  quisieron 
buscar  algún  remedio,  bajando  Alonso  Sánchez  de  Carvajal 
á  conferenciar  con  los  rebeldes ,  con  la  esperanza  de  redu- 
cirlos á  la  obediencia.  Trabajo'  con  la  mejor  fe  y  decisio'n  el 
noble  capitán,  y  aunque  nada  pudo  conseguir  por  entonces, 
descubrió',  sin  embargo,  las  opuestas  tendencias  que  yá 
dividían  los  ánimos  en  el  campo  de  Roldan,  y  comprendiendo 
que  de  ellas  podría  sacarse  partido  para  la  pacificacio'n  de 
la  isla,  resolvió  quedarse  entre  los  insurrectos,  escuchar  sus 
llamados  agravios,  y  presentarse  como  mediador,  juzgando, 
con  buen  acierto,  que  su  mediacio'n  podía  influir  en  que  ter- 
minara aquel  funesto  estado  de  cosas. 

Despidió',  pues,  á  los  dos  capitanes  Pedro  de  Arana  y 
Juan  Antonio  Colombo,  que  con  las  tres  carabelas  se  diri- 
gieron á  Santo  Domingo;  y  él  se  propuso  hacer  el  mismo 
viaje  por  tierra,  llevando  hacia  la  capital  á  Francisco  Roldan 
y  á  su  gente,  con  el  objeto  de  que  hubiera  mayor  facilidad 
en  las  negociaciones.  Aunque  por  el  momento  no  consiguió' 
Carvajal  el  objeto  que  se  proponía,  aquel  primer  trato  suyo 
con  los  insurrectos,  y  la  confianza  que  en  él  comenzaron  á 
tener  conociendo  su  integridad  y  prudencia,  fueron  el  prin- 
cipio de  la  reduccio'n  de  Francisco  Roldan  después  de  tantos 
desordenes. 

Terminaremos  esta  parte  de  la  rebelión,  que  comprende 
hasta  el  desembarco  del  Almirante  en  Santo  Domingo,  con  la 
apreciacio'n  de  un  historiador  contemporáneo:  Herrera  atri- 
buye esta  sublevacio'n ,  dice,  á  la  ambicio'n  y  al  carácter 
díscolo  de  Roldan:  Oviedo  parece  quiere  cargar  la  culpa  al 
rigor  excesivo  é  insufrible  altanería  del  Adelantado.  «Des- 
pués de  estas  victorias  con  el  Adelantado  (las  que  logro'  de 
los  indios)  dice  en  el  Libro  III,  cap.  II  de  su  Historia  de 
Indias,  parecía  que  se  le  habia  trocado  la  condición;  porque 
se  mostró'  muy  riguroso  con  los  cristianos  de  allí  adelante, 
en  tanta  manera  que  no  le  podian  sofrir  algunos,  en  especial 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


253 


Roldan  Giménez,  que  avia  quedado  por  Alcalde  mayor  del 
Almirante.  Al  qual  el  Adelantado  no  hazia  la  cortesía  o' 
tratamiento  de  que  él  pensaba  ser  merecedor;  ni  el  Roldan 
consentía  que  en  las  cosas  de  justicia  fuese  el  Adelantado 
tan  absoluto  como  queria  serlo,  y  desta  causa  o  vieron  malas 
palabras,  y  el  Adelantado  le  trato  mal,  y,  según  algunos 
dicen,  puso  o'  quiso  poner  las  manos  en  él.»  Oviedo  siempre 
parece  que  se  inclina  en  contra  de  los  Colones.  Sin  poner  en 
duda  la  severidad  de  don  Bartolomé  falta  saber  si  fué  nece- 
saria. El  mismo  Oviedo  dice  en  el  capítulo  siguiente  que 
muchos  castellanos  querían  la  guerra,  y  no  poblar  la  tierra 
sino  darle  un  repelón,  y  volverse  donde  los  esperaban  y 
deseaban  acabar  sus  días.  Don  Bartolomé  no  podía  consentir 
en  el  saqueo  y  destruccio'n  del  país;  sin  embargo,  debió'  haber 
para  estos  sucesos  alguna  falta  de  su  parte ,  pues  al  hablar 
de  las  causas  de  ellos,  su  sobrino  don  Hernando  se  contenta 
con  decir  que  el  gobernador  y  el  alcalde  mayor  no  se  lle- 
vaban bien. 

No  refuta  las  palabras  de  Oviedo,  como  hizo  en  otra 
ocasio'n  en  que  habla  de  hechos  que  le  pareció'  conspiraban  á 
rebajar  el  mérito  de  su  padre,  á  cuya  defensa  salió'  con 
bastante  acritud;  porque  don  Hernando  no  era  amigo  de 
Oviedo,  á  causa  de  creerle  demasiado  deferente  al  partido  de 
los  émulos  de  su  familia.  Uno  de  los  amigos  que  tuvo  entre 
ellos,  fué  el  tesorero  Miguel  de  Pasamonte,  el  que  tantos 
disgustos  hizo  experimentar  al  segundo  Almirante  don  Diego 
Colo'n;  y  de  él  hace  muchos  elogios  en  su  Historia  natural  de 
las  Indias,  libro  III,  cap.  XII  ^ 


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*     Noticias  de  don  Bartolomé  Colón,  hermano  del  Almirante,   por  don 
Eustaquio  Fernández  de  Navarrete. —  Ilustración  II. 


254 


CRISTÓBAL  COLÓN 


III 


Verdaderamente  la  vida  de  don  Bartolomé  Colo'n  había 
sido  agitada  y  laboriosa  desde  el  momento  mismo  en  que  su 
hermano  salió'  para  España  el  lo  de  Marzo  de  149Ó.  En 
marcha  constante;  en  continua  agitacio'n;  atendiendo  por 
una  parte  á  la  sumisio'n  de  los  indios ,  y  á  cuidar  de  que 
acudiesen  con  los  tributos,  y  por  otra  teniendo  que  desconfiar 
de  muchos  de  los  que  le  rodeaban  y  debían  ser  sus  más  fieles 
auxiliares ;  sin  provisiones  bastantes  para  atender  á  la  sub- 
sistencia de  sus  tropas,  ni  medios  de  curar  á  los  muchos 
enfermos  que  la  mala  alimentacio'n  y  la  influencia  del  clima 
ocasionaban,  amenazado  por  todas  partes  de  mil  peligros, 
calamidades  y  contratiempos,  bien  puede  tenerse  por  muy 
cierto  lo  que  decía  á  los  Reyes  en  su  Memorial,  feha  en 
Granada  á  10  de  Octubre  de  1501,  de  que  (.(estovo  siete  años 
en  la  dicha  conquista,  é  jura  que  los  cinco  no  durmió  en  cama,  ni 
desnudo,  é  siempre  la  muerte  al  lado,  é  sufrido  muchas  nescesida- 
des  que  se  dehian  de  saber » 

Angustiosa  era  la  situación  en  muchos  lugares  de  la  isla 
y  porque  á  consecuencia  de  la  guerra,  y  por  haberse  huido 
los  indios  hacia  las  montañas,  no  se  había  hecho  siembra,  y 
el  hambre  aparecía  con  todos  sus  horrores,  amenazando  lo 
mismo  á  los  naturales  que  á  los  españoles :  formaban  pavo- 
roso cuadro  tantas  calamidades,  y  el  Adelantado,  incansable, 
previsor  y  activo,  procuraba  el  remedio  por  cuantos  medios 
estaban  á  su  alcance.  Poco  tiempo  después  de  las  prisiones 
de  Mayobanex  y  Guarionex ,  cuando  más  en  apuro  se  encon- 
traba, pensando  con  amargura  en  la  falta  de  socorros  de 
España,  recibid  aviso  del  puerto  de  que  á  larguísima  dis- 
tancia, muy  adentro  en  el  mar,  se  habían  divisado  algunas 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


255 


velas  en  dirección  al  Sur,  y  no  dudando  que  pudiera  ser  el 
Almirante,  que,  según  las  noticias  que  antes  había  traído 
Fernández  Coronel,  debía  encontrarse  ya  por  aquellos  mares, 
se  embarco'  en  una  de  las  carabelas  que  estaban  en  el  puerto 
y  salió'  á  su  encuentro,  alcanzándolas,  como  hemos  dicho, 
entre  la  costa  de  la  Española  y  la  isla  llamada  Beata,  y  allí 
tuvo  lugar  la  reunio'n  de  los  dos  hermanos  después  de  treinta 
meses  de  separación. 

Las  provisiones  que  el  Almirante  traía,  aunque  bas- 
tante deterioradas  en  alguna  parte,  eran  abundantes  y  lleva- 
ron auxilio  á  muchas  necesidades.  Pero  todos  los  sucesos 
que  dejamos  narrados  y  que  don  Bartolomé  puso  en  conoci- 
miento de  su  hermano,  y  las  noticias  que  llegaron  de  Isabela 
y  de  las  comarcas  adyacentes,  llenaron  de  confusio'n  su  ánimo 
y  acibararon  todo  el  placer  de  su  llegada. 

Meditando  la  mejor  manera  de  reducir  á  los  rebeldes  y 
procurar  el  orden  en  la  isla,  sin  que  sufriera  menoscabo  su 
autoridad,  y  también  para  conocer  los  medios  de  que  podría 
usar  para  justificar  en  España  y  ante  los  Reyes  la  conducta 
del  Adelantado  y  su  prudencia  en  cuanto  había  sucedido, 
llamo'  ante  sí  el  Almirante  los  procesos  incoados  por  los 
Alcaldes,  instruyéndose  de  todas  las  declaraciones  recibidas, 
de  la  calidad  de  los  sujetos  que  las  habían  prestado,  y  de 
cuanto  podía  contribuir  al  esclarecimiento  de  la  verdad. 

Dudoso  se  encontraba  ante  el  cúmulo  de  dificultades 
que  por  todas  partes  se  presentaban  á  su  consideracio'n, 
cuando  llegaron  al  puerto  de  Santo  Domingo  las  tres  embar- 
caciones que  desde  Canarias  había  enviado  el  Almirante  con 
el  deseo  de  que  anticiparan  su  llegada,  y  que  por  desgracia 
de  todos  se  habían  retrasado  tanto,  tocando  antes,  según  ya 
se  expuso,  en  aquella  parte  de  la  isla  donde  estaban  Roldan 
y  los  suyos.  Juan  Antonio  Colombo  y  Pedro  de  Arana 
dieron  cuenta  de  cuanto  había  sucedido,  y  refirieron  como 
habían  dejado  cuarenta  hombres  con  los  insurrectos,  y  algu- 
nas armas  que  con  engaño  les  habían  tomado,  con  cuyas  nue- 


256 


CRISTÓBAL   COLÓN 


vas  se  aumento  el  disgusto  y  crecieron  las  dificultades  para 
poner  en  práctica  los  pensamientos  de  concordia  que  abri- 
gaba el  Almirante. 

Pero  pasados  pocos  días  llego'  por  tierra  desde  Xaraguá 
Alonso  Sánchez  de  Carvajal,  que  se  había  ganado  con  sus 
prudentes  consejos  la  confianza  de  Francisco  Roldan,  y  trajo 
informes  que  parecían  favorables  á  la  solucio'n  que  se  deseaba. 
No  excusaba  Roldan  abiertamente  el  entrar  en  inteligencias; 
pero  siguiendo  en  su  plan,  insistía  en  no  entenderse  con  el 
Adelantado,  á  quien  creía,  o'  afectaba  creer,  su  enemigo 
declarado;  y  juzgando  por  las  noticias  recibidas  que  el 
Almirante  no  podía  tardar  en  presentarse  en  la  isla  Espa- 
ñola, dispuso  su  marcha  al  Bonao,  para  estar  más  cerca  de 
su  residencia  y  que  con  mayor  facilidad  pudieran  seguirse 
los  tratos,  situándose  con  sus  gentes  á  unas  veinte  leguas  de 
Santo  Domingo. 


IV 


Cristóbal  Colón  se  propuso  aprovechar  inmediata- 
mente aquellas  favorables  disposiciones,  fomentadas  por  Car- 
vajal, accediendo  cuanto  era  posible  á  los  deseos  manifestados 
por  muchos  de  los  compañeros  de  Roldan;  y  al  mismo 
tiempo  que  dio'  aviso  al  veterano  alcaide  de  la  Concepcio'n, 
Miguel  Ballester,  para  que  estuviera  prevenido  contra  los 
peligrosos  vecinos  que  iban  á  establecerse  en  las  cercanías, 
hizo  publicar  en  12  de  Septiembre  que  en  nombre  de  sus 
Altezas  daba  licencia  á  todos  los  que  quisieran  volver  á 
Castilla,  y  que  les  daría  los  bastimentos  necesarios  y  navios 
para  que  se  fueran. 

■    Como   el   regresar   á   España    era    el    mayor    deseo  de 
muchos  de  los  colonos,   y  había  sido  el  pretexto  primitivo 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


257 


para  la  insurrección,  fué  altamente  político  aquel  paso  del 
Almirante,  y  lo  acogieron  con  alegría  los  que  ya  no  podían 
soportar  las  penalidades  á  que  se  veían  sometidos  en  la  isla. 

No  produjo,  sin  embargo,  el  resultado  que  era  de 
esperar  aquella  prudente  medida.  Los  rebeldes  o'  por  ma- 
licia, o'  meramente  por  maldad,  rechazaron  toda  concordia, 
bajo  frivolos  pretextos ;  y  si  éstos  eran  clara  muestra  de  su 
mal  deseo,  aún  eran  peores  las  formas  de  que  los  revestían, 
las  groseras  frases  que  contra  el  Almirante  y  sus  hermanos 
y  contra  toda  representacio'n  de  su  autoridad  proferían. 

Hablo'  Miguel  Ballester  con  los  insurrectos,  pues  nunca 
pudo  hacerlo  á  solas  con  Francisco  Roldan,  que  3'a  comen- 
zaban á  desconfiar  de  él  sus  principales  compañeros,  y  aún 
el  vulgo  de  los  soldados,  como  se  demostró  cuando  algunos 
días  después  le  hicieron  bajar  del  caballo  y  renunciar  á  la 
conferencia  que  había  aceptado  con  el  Almirante.  Sucedíale 
lo  que  ha  acontecido  siempre  á  todos  los  ambiciosos,  que 
por  buscar  apoyo  á  pretensiones  de  propia  conveniencia, 
relajan  los  lazos  de  la  obediencia  en  sus  subordinados,  per- 
miten á  la  multitud  excesos  é  inmoralidades,  y  cuando, 
asustados  de  su  obra,  quieren  volver  á  desandar  el  camino, 
se  encuentran  empujados  por  sus  co'mplices  y  son  víctimas 
de  la  tiranía  del  número,  sucumbiendo  á  la  desobediencia  de 
aquellos  á  quienes  enseñaron  á  desobedecer.  Ballester  vio' 
siempre  á  Roldan  acompañado  de  Adrián  Mojica,  de  Pedro 
Gámez,  de  Diego  de  Escobar,  3^  de  otros  muchos  de  los  que 
mayor  influencia  se  habían  ido  ganando  entre  los  rebeldes. 

Por  la  actitud  de  todos ,  por  las  razones  que  escucho'  el 
antiguo  militar,  comprendió'  la  inutilidad  de  ciertos  medios, 
y  escribió'  al  Almirante  una  carta  en  la  que  le  refería  lo 
sucedido  entre  los  rebeldes,  y  le  aconsejaba  lo  que  en  su 
entender  era  prudente  se  hiciera.  Es  importante  y  digna  de 
ser  reproducida,  para  comprobante  de  la  angustiosa  situa- 
cio'n  á  que  estaba  reducida  la  autoridad  en  la  isla,  y  como 
dato  de  lo  mal  apreciada  que  fué  la  conducta  de  Cristóbal 
Cristóbal  Colón,  t.  11,-33. 


258 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Colón,    por  no   conocer  bien   las   circunstancias  en  que  se 
vino  á  encontrar.  Decía  así  la  carta  de  Ballester: 


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«Ilustre  y  muy  magnífico  señor:  Ayer  lunes,  al  medio 
dia,  llegamos  acá  en  el  Bonao,  y  luego  á  la  hora  Carvajal 
hablo'  largamente  á  toda  esta  gente,  y  su  habla  fué  tan  alle- 
gada al  servicio  de  Dios  y  de  Sus  Altezas  y  de  vuestra 
señoría,  que  Salomón  ni  doctor  ninguno  no  hallara  enmienda 
ninguna,  y  como  quiera  que  la  ma3^or  parte  desta  gente 
hayan  mas  gana  de  guerra  que  de  paz,  á  los  tales  no  les 
parece  bien,  mas  los  que  no  querían  errar  á  vuestra  señoría, 
sino  servirle,  les  pareció'  que  era  razón  y  justa  cosa  todo  lo 
que  Carvajal  decia,  los  cuales  eran  Francisco  Roldan,  y 
Gamez,  y  Escobar,  y  dos  o'  tres  otros,  los  cuales  juntamente 
acordaron  que  fuese  el  Alcaide  y  Gamez  á  besar  las  manos  á 
vuestra  señoría  y  á  concertar  cosa  justa  y  posible,  por 
excusar  y  matar  el  fuego  que  se  va  encendiendo,  mas  de  lo 
encendido;  y  acordado  esto,  que  ya  queríamos  cabalgar,  }'■ 
yo  con  ellos,  porque  á  todos  les  pareció'  que  yo  debia  volver 
con  Carvajal  y  ellos;  en  aquel  instante  vinieron  todos  á 
requerir  á  Francisco  Roldan  y  á  Gamez,  que  hablan  acor- 
dado que  no  fuesen,  sino  que  por  escrito  llevase  Carvajal  lo 
que  pedían;  y  si  en  aquello  vuestra  señoría  viniese,  que 
aquello  se  hiciese,  y  otra  cosa  no.  Y  yo,  señor,  por  lo  que 
debe  criado  á  su  señoría,  suplico  á  vuestra  señoría  concierte 
con  ellos  en  todo  caso,  especialmente  para  que  se  vayan  á 
Castilla,  como  ellos  piden,  porque  otramente  creo  cierto  que 
no  se  harian  los  hechos  de  vuestra  señoría  como  era  de 
razón,  y  querría,  porque  me  parece  que  lo  que  dicen  es 
verdad,  que  se  han  de  pasar  los  mas  á  ellos;  y  así  me  parece 
que  se  vá  mostrando  por  la  obra ,  que  después  que  5^0  pasé 
para  ir  á  vuestra  señoría,  se  les  han  venido  unos  ocho,  y 
diciéndoles  que  por  qué  no  se  acercan  allá,  que  ellos  saben 
que  se  pasarán  mas  de  30;  y  esto  les  ha  dicho  Garcia,  ase- 
rrador y  otro  valenciano  que  se  han  pasado  con  ellos.   Y  yo. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


259 


cierto,  creo  que  después  de  los  hidalgos  5^  hombres  de  pro' 
que  vuestra  señoría  tiene  junto  con  sus  criados,  que  aquellos 
que  los  terna  vuestra  señoría  muy  ciertos  para  morir  en  su 
servicio,  y  la  otra  gente  de  común  yo  pornia  mucha  duda. 
Y  á  esta  causa,  señor,  conviene  al  estado  de  vuestra  señoría 
concierte  su  ida  de  una  manera  ú  otra,  pues  ellos  lo  piden, 
y  quien  otra  cosa  á  vuestra  señoría  consejare,  no  querrá  su 
servicio  o'  vivirá  engañado,  y  si  en  algo  de  lo  dicho  he 
herrado,  será  por  dolerme  del  estado  de  vuestra  señoría 
viéndolo  en  tan  gran  peligro,  no  haciendo  iguala  con  esta 
gente;  y  quedo  rogando  á  Nuestro  Señor  dé  seso  y  saber  á 
vuestra  señoría,  que  las  cosas  se  hagan  á  su  sancto  servicio 
y  con  acrecentamiento  y  dura  del  estado  de  vuestra  señoría. 
Fecha  en  el  Bonao,  ho}^  martes,  á  16  de  Octubre.  —  Miguel 
Ballester.í) 


Con  esta  carta  y  con  otra  que  firmada  por  los  jefes 
rebeldes  recibid  al  mismo  tiempo,  en  la  cual  se  despedían  y 
apartaban  de  su  servicio  bajo  pretexto  de  huir  de  la  ira  del 
Adelantado  ',  comprendió'  el  Almirante  que  el  convenio  que 
deseaba  era  obra  de  largo  tiempo,  y  así  decidió'  enviar  desde 
luego  á  España  los  cinco  buques  que  cargados  de  esclavos 
estaban  en  el  puerto  á  punto  de  zarpar,  y  cu3'^a  partida  había 
él  detenido  con  la  esperanza  de  que  muchos  insurrectos 
aceptasen  el  perdo'n  y  se  embarcaran  inmediatamente.  Era 
urgente  el  despacho  de  aquellas  embarcaciones,  porque  dis- 
puestas á  marchar  más  de  un  mes  antes,  se  iban  consumiendo 
las  provisiones  y  había  necesidad  de  renovar  los  repuestos; 
y  con  mayor  razo'n,  porque  seiscientos  prisioneros  indios  que 
habían  sido  llevados  á  bordo,  faltos  de  ejercicio  y  de  la  ven- 
tilacio'n  necesaria,  apiñados  bajo  los  puentes,  enfermaban  y 
morían  en  gran  número,  cosa  que  causaba  gran  compasio'n. 


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'     Véanse  los  documentos  sobre  la  insurrección   en   las  Aclaraciones  y 
documentos  (B). 


200 


CRISTÓBAL  COLÓN 


El  18  de  Octubre  levaron  anclas  las  cinco  naves.  Con 
ellas  envió'  el  Almirante  á  los  Reyes  dos  extensas  relaciones 
importantísimas,  cada  cual  bajo  diferente  aspecto.  En  la 
primera  daba  cuenta  de  todo  lo  sucedido  desde  el  princi]3Ío 
de  la  rebelio'n  de  Roldan,  y  los  graves  daños  que  había 
causado  en  la  isla,  no  solamente  por  los  robos,  violencias  y 
muertes  que  á  su  antojo  causaban,  y  el  atropello  continuo 
de  los  indios,  á  quienes  robaban  sus  mujeres,  sus  hijos  y  los 
escasos  bienes  que  poseían,  sino  también  por  el  desprestigio 
en  que  ponían  la  autoridad  Real  con  sus  desmanes ,  por  lo 
que  instaba  por  el  nombramiento  de  comisionados  que  ins- 
truyesen una  informacio'n  en  la  que  constase  imparcialmente 
la  verdad;  inclinando  siempre  el  ánimo  á  la  idea  de  que 
todos  aquellos  males  tenían  origen  en  su  larga  ausencia,  por 
haberlo  detenido  en  España  las  malas  artes  délos  adversarios 
del  descubrimiento,  so'lo  por  ser  extranjero  el  que  lo  había 
llevado  á  cabo ,  extendiéndose  en  muchas  y  muy  graves  con- 
sideraciones. 

En  la  otra,  á  la  que  acompañaba  una  carta  de  los  mares 
y  costas  que  últimamente  había  visitado,  daba  detalles  de 
su  viaje,  pintaba  la  riqueza  y  extensión  del  golfo  de  Paria  y 
de  las  islas  de  las  perlas,  remitiendo  todas  las  que  había 
podido  reunir,  y  llamando  la  atencio'n  sobre  ellas  por  ser  las 
primeras  que  de  Poniente  se  habían  visto,  y  con  la  esperanza 
de  que  pudieran  tomarse  en  abundancia,  ofrecía  seguir  el 
descubrimiento  de  la  tierra  firme,  prometiéndose  encontrar 
países  más  fértiles  y  riquezas  mayores  de  las  que  se  pudieran 
imaginar. 

En  uno  de  aquellos  buques  regreso'  á  España  el  padre 
del  historiador  de  Indias  fray  Bartolomé  de  las  Casas ,  que 
había  ido  con  Cristóbal  Colón  en  este  tercer  viaje;  y 
también  vinieron  algunos  partidarios  de  Roldan,  con  cartas 
y  relaciones  de  los  sucesos  hechas  á  su  manera,  en  las  que 
todas  las  culpas  se  cargaban  á  la  crueldad  del  Adelantado  y 
á  su  dureza  en  tratar  á  todos  los  que  de  él  dependían,  acu- 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


261 


sando  á  los  tres  hermanos  de  soberbios  y  orgullosos,  de 
avaros  é  inconsiderados,  que  pretendían  alzarse  con  cuanto 
producía  la  isla  Española. 

Mucho  se  prometían ,  sin  duda ,  Francisco  Roldan  y  sus 
secuaces  del  apoyo  que  á  sus  relaciones  apasionadas  habían 
de  prestar  don  Juan  de  Fonseca  y  los  oficiales  todos  de  la 
casa  de  Contratación  de  Sevilla,  que  seguían  sus  inspira- 
ciones; pero  el  resultado  no  correspondió'  por  entonces  á  sus 
esperanzas.  El  éxito  no  se  conoció  inmediatamente;  y  sin  que 
desconozcamos,  ni  pueda  negarse,  que  todas  aquellas  quejas, 
aún  procediendo  de  gente  indigna  y  de  poco' crédito,  eran 
gotas  constantes  que  iban  minando  la  reputación  del  Almi- 
rante, ha  de  reconocerse  que  en  el  ¿ínimo  de  los  Reyes  no 
hicieron  mella  las  representaciones  de  los  insurrectos,  y  que, 
como  dice  atinadamente  Washington  Irving,  todos  sin  ex- 
cepcio'n  las  tuvieron  en  poca  estima. 


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V 


Cerraremos  este  capítulo  con  los  fragmentos  de  las 
cartas  que  el  Almirante  escribió  á  los  Reyes,  y  ha  conser- 
vado en  su  obra  el  P.  Las  Casas,  para  que  se  vea,  hecha  por 
su  misma  pluma,  la  pintura  de  las  tierras  descubiertas  y  lo 
que  de  ellas  se  prometía,  así  como  la  índole  de  las  personas 
que  á  las  Indias  pasaron. 

«Presto  habrá  vecinos  acá,  escribia,  porque  esta  tierra 
es  abundosa  de  todas  las  cosas,  en  especial  de  pan  y  carne; 
aquí  hay  tanto  pan  de  lo  de  los  indios,  que  es  maravilla, 
con  el  cual  está  nuestra  gente  mas  sanos  que  con  el  de  trigo, 
y  la  carne  es  que  ya  hay  infinitísimos  puercos  y  gallinas,  y 
hay  unas  alimañas  que  son  atanto  como  conejos,  y  mejor 
carne,  y  dellos  hay  tantos  en  toda  la  isla,  que  un  mozo  indio 


202 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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con  un  perro  trae  cada  dia  quince  o  veinte  á  su  amo ;  en 
manera  que  no  falta  sino  vino  y  vestuario,  en  lo  demas.es 
tierra  de  los  mayores  haraganes  del  mundo ;  é  nuestra  gente 
en  ella  no  hay  bueno  ni  malo  que  no  tenga  dos  y  tres  indios 
que  le  sirvan,  y  perros  que  le  cacen,  y,  bien  que  no  sea  para 
decir,  y  mujeres  hermosas  á  maravilla.  De  la  cual  costumbre 
estoy  muy  descontento,  porque  me  parece  que  no  sea  ser- 
vicio de  Dios,  ni  lo  puedo  remediar,  como  del  comer  de  la 
carne  en  isábado,  y  otras  malas  costumbres  que  no  son  de 
buenos  cristianos,  para  los  cuales  acá  aprovecharian  mucho 
algunos  devotos  religiosos,  mas  para  reformar  la  fé  en  los 
cristianos  que  para  darla  á  los  indios;  ni  yo  jamás  lo  podré 
bien  castigar,  salvo  si  de  allá  se  me  envia  gente,  en  cada 
pasaje  cuarenta  o  cincuenta,  y  yo  envié  allá  otros  tantos  de 
los  haraganes  y  desobedientes  como  agora  fago,  y  éste  es  el 
mayor  y  mejor  castigo,  y  con  menos  cargo  del  ánima  que 
yo  veo.» 

En  otra  de  las  cartas  decía :  —  «  Siempre  temí  del  ene- 
migo de  nuestra  sancta  fé  en  esto,  porque  se  ha  puesto  á 
desbaratar  este  tan  grande  negocio  con  toda  su  fuerza;  el 
fué  tan  contrario  en  todo,  antes  que  se  descubriese,  que 
todos  los  que  entendían  en  ello  lo  tenian  por  burla;  después 
la  gente  que  vino  conmigo  acá,  que  del  negocio  y  de  mí 
dijeron  mil  testimonios,  y  agora  se  trabajo'  allá,  que  hubiese 
tanta  dilación  é  impedimentos  á  mi  despacho,  y  poner  tanta 
cizaña  á  que  Vuestras  Altezas  hobiesen  de  temer  la  costa,  la 
cual  podia  ser  ya  tan  poca  o'  nada,  como  será,  si  place  á 
Aquél  que  lo  dio  y  que  es  superior  del  y  de  todo  el  mundo, 
y  el  cual  le  sacará  al  ñn  por  qué  hizo  el  comienzo,  y  es 
cierto,  si  se  mirasen  las  cosas  que  acá  han  pasado,  se  podria 
decir  co'mo  y  tanto  como  del  pueblo  de  Israel.  Podria  yo 
todo  replicarlo,  mas  creo  que  no  hace  mengua,  porque  hartas 
veces  los  he  escrito  bien  largo,  como  agora,  de  la  tierra  que 
nuevamente  dio  Dios  este  viaje  á  Vuestras  Altezas ,  la  cual 
se  debe  creer  que  es  infinita,  de  la  cual  y  desta  deben  tomar 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  V 


263 


grande  alegría  y  darle  infinitas  gracias,  y  aborrecer  quien 
diz  que  no  gasten  en  ello,  porque  no  son  amigos  de  la  honra 
de  su  alto  Estado ;  porque  allende  de  las  tantas  ánimas  que 
se  pueden   esperar   que  se  salvarán,    de   que   son   Vuestras 
Altezas   causa,   y  que  es   el   principal  del  caudal   desto   (y 
quiero  fablar  á  la  vana  gloria  del  mundo,  la  cual  se  debe 
tener  en  nada,  pues  que  la  aborrece  Dios  poderoso),  y  digo 
que  me   respondan   quién   leyó'  las   historias   de   griegos   y 
romanos,   si  con  tan  poca  cosa  ensancharon  su  señorío  tan 
grandemente ,   como  agora  hizo  Vuestra  Alteza  aquel  de  la 
España   con   las   Indias.    Esta   sola  isla,    que  boja   más   de 
700  leguas;  Jamaica,   con  otras  700  islas,  y  tanta  parte  de 
la  tierra  firme,  de  los  antiguos  muy  cognoscida  y  no  ignota, 
como  quieren  decir  los   envidiosos  é  ignorantes,   y  después 
desto,   otras  muchas  islas  y  grandes  de  aquí  hacia  Castilla, 
y  agora  esta,   que  es  de  grande  excelencia,  de  la  cual  creo 
que  se  haya  de  hablar  entre  todos  los  cristianos  por  mara- 
villa, con  alegría.  ¿Quién  dirá,  seyendo  hombre  de  seso,  que 
fué  mal  gastado,   5''  que  mal  se  gasta  lo  que  en  ello  se  des- 
pende?  ¿qué   memoria   mayor  en  lo  espiritual   5^   temporal 
quedo'  ni  pueda  mas  quedar  de  Príncipes?    Yo  soy  ato'nito  y 
pierdo  el  seso  cuando   oigo  y  veo  que  esto  no  se  considera, 
y  que  nadie  diga  que  Vuestras  Altezas  deban  hacer  caudal 
de  plata  o'  oro,  6  otra  cosa  valiosa,   salvo  de  proseguir  tan 
alta  y  noble  empresa,    de   que   habrá   Nuestro  Señor  tanto 
servicio,  y  los  sucesores    de  Vuestras  Altezas  y  sus  pueblos 
tanto  gozo:  mírenlo  bien  Vuestras  Altezas,  que,  á  mi  juicio 
más  le  relieva  ^  que  hacian  las  cosas  de  Francia  ni  de  Italia.» 
Concluía    las    cartas    con    alusio'n    marcadísima    á   los 
oficiales  de  Sevilla,    señaladamente    al   obispo    de    Badajoz, 
cuyas   malas   disposiciones   eran   tan   notorias,    colocándose 
en  el  verdadero  punto  de  vista  de  sus  respectivas  posiciones, 
y  decía: 


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Releva,  dice  por  importa — anota  el  P.  Las  Casas. 


264 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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«  Suplico  á  Vuestras  Altezas  manden  á  las  personas  que 
entienden  en  Sevilla  en  esta  negociación ,  que  no  le  sean  con- 
trarios y  no  la  impidan,  porque  ella  estuviera  mas  preciosa  si 
mi  dicha  acertara  á  que  allí  oviera  persona  en  el  cargo  deste 
negocio  que  le  tuviera  amor,  o'  al  menos  que  no  fuera  contra 
ello,  y  no  se  pusiera  á  lo  destruir  é  lo  difamar,  y  favorecer 
á  quien  otro  tanto  hacia ,  y  ser  contrario  á  quien  decia  bien 
dello,  que,  como  se  vé,  la  buena  fama  es  aquella  que  después 
de  Dios  hace  las  cosas;  y  yo  he  sido  culpado  en  el  poblar, 
en  el  tratar  de  la  gente,  y  en  otras  cosas  muchas,  como 
pobre  extranjero  envidiado,  de  lo  cual  todo  se  veia  el  con- 
trario, y  que  era  por  voluntad  y  con  malicia  y  atrevimiento, 
como  ya  parece  en  muchas  cosas.» 

A  las  cartas  iba  unido,  como  ya  dijimos,  el  mapa  de 
las  tierras  que  acababa  de  descubrir,  con  todos  los  ma5''ores 
detalles  y  noticias  de  la  costa  de  Paria,  y  las  islas  distintas 
que  por  allí  se  encontraban,  partiendo  desde  la  Trinidad, 
que  fué  la  primera  que  visito'  en  su  tercer  viaje;  3^  también 
la  relacio'n  escrita  del  mismo  por  Diario,  según  tenía  de 
costumbre.  A  los  documentos  acompañaba  un  envoltorio 
sellado,  en  el  que  se  encerraban  algunos  de  aquellos  pañi- 
zuelos  de  algodo'n,  tejidos  y  pintados,  que  usaban  los  natura- 
les de  tierra  firme,  y  además  algunos  granos  de  oro,  de  igual 
procedencia,  con  otros  recogidos  en  las  minas  de  San  Cris- 
to'bal,  y  como  ciento  sesenta  o'  ciento  setenta  perlas  de  las 
que  había  rescatado,  que  en  el  número  no  está  seguro  ÍTa.y 
Bartolomé  de  Las  Casas,  pues  lo  supo  únicamente  por  refe- 
rencias, y  no  por  relacio'n  ni  papel  del  Almirante. 


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Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  34. 


266 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Los  grandes  proyectos  de  Cristóbal  Colón  se  veían 
contrariados  por  pequeñas  disensiones,  que  nada  significaban 
ni  valían  ante  la  colosal  importancia  de  su  empresa,  y  eran, 
sin  embargo,  obstáculo  insuperable  para  continuar  en  ella, 
por  la  escasez  de  los  medios  con  que  entonces  contaba  para 
su  realización. 

Desde  que  volvió  de  la  exploracio'n  de  la  costa  de  Paria, 
tenía  el  decidido  intento  de  que  su  hermano  don  Bartolomé, 
con  buques  á  propo'sito,  dotados  de  todo  lo  necesario  y  con 
hombres  de  confianza  y  peritos  en  diferentes  ramos ,  volviese 
á  aquellos  mares  y  desembarcando  en  la  tierra  firme  tomara 
posesio'n  de  ella,  internándose  cuanto  fuera  posible  por  las 
bocas  de  aquel  gran  río,  cuya  corriente  de  agua  dulce  se  ade- 
lanta en  el  mar  tantas  leguas,  sin  perder  su  condición,  y  que 
tan  poderosamente  había  despertado  su  curiosidad.  El  viaje 
del  Adelantado  debía  tener  un  doble  efecto,  que  demuestra  la 
elevacio'n  de  miras  que  siempre  llevaba  el  Almirante:  debía 
ser  á  un  tiempo  mercantil  y  científico,  atendiendo  al  rescate 
de  perlas  en  la  mayor  cantidad  que  pudieran  obtenerse, 
llegando  con  preferencia  á  los  puntos  en  donde  se  dedicaran 
á  su  pesca,  y  á  recoger  cuantos  objetos  preciosos  se  encon- 
traran ;  y  deteniéndose  al  mismo  tiempo  á  observar  la  con- 
figuración de  las  tierras ,  el  curso  de  los  ríos ,  las  grandes 
alturas,  y  cuanto  pudiera  contribuir  á  resolver  los  arduos 
problemas  que  en  la  mente  de  Colón  habían  hecho  nacer  los 
feno'menos  de  la  naturaleza  que  había  vislumbrado,  pero  á 
cuyo  estudio  no  se  había  podido  dedicar  por  falta  de 
medios. 

Tres    embarcaciones    se    habían  ido   preparando   en   el 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI 


267 


puerto  de  Santo  Domingo,  pertrechándolas  conveniente- 
mente, que  debían  darse  á  la  vela  en  el  mismo  tiempo  que 
las  despachadas  para  España;  pero  habiéndose  malogrado  el 
proyecto  de  convenio,  y  quedándose  en  la  isla  todos  los 
insurrectos,  ni  el  Almirante  podía  desprenderse  del  Adelan- 
tado, cuya  pericia,  actividad  é  intrepidez  le  eran  muy  nece- 
sarias ante  las  eventualidades  que  pudieran  presentarse,  ni 
don  Bartolomé  quería  abandonar  la  isla  Española  antes  de 
que  volviese  á  estar  pacificada  y  libre  de  aquellos  enemigos 
que  decían  haberse  puesto  en  armas  por  su  causa  y  en  odio 
á  su  persona.  Nueva  tristísima  consecuencia  de  aquellos 
trastornos,  que  causo  graves  perjuicios  á  nuestra  patria, 
retardando  el  descubrimiento,  y  dando  lugar  á  sucesos 
lamentables,  hijos  todos  de  tan  censurables  excesos. 

Todavía  abrigaba  esperanzas  el  Almirante  de  arreglar 
de  una  manera  decorosa  aquella  cuestio'n,  porque  de  buena 
fe  creía  que  el  odio  y  la  mala  voluntad  de  los  sublevados  era 
únicamente  contra  su  hermano  Bartolomé,  y  en  esta  con- 
fianza escribió'  nuevamente  á  Roldan,  llamándole  al  cumpli- 
miento de  sus  sagrados  deberes;  le  recordaba  las  distinciones 
que  siempre  había  tenido  con  él  procurando  sus  aumentos, 
y  recomendándole  á  los  Reyes;  y  le  daba  noticia  de  haber 
salido  los  cinco  buques  para  España,  diciéndole  que  los 
había  detenido  todo  el  tiempo  que  pudo,  no  tan  solo  para 
que  pudieran  aprovechar  la  oportunidad  de  embarcarse  cuan- 
tos partidarios  suyos  quisieran  hacerlo,  sino  también  por  el 
deseo  de  que  los  Reyes  hubieran  recibido  al  mismo  tiempo 
la  noticia  de  su  alzamiento  y  de  su  sumisión;  y  con  esto  le 
encarecía  con  frases  afectuosas  la  conveniencia  de  entrar  en 
un  arreglo  honroso  y  razonable. 

No  fué  perdido  aquel  paso.  Roldan  paso  á  Santo  Do- 
mingo, habiendo  pedido  antes  un  salvoconducto  que  le  fué 
remitido;  conferencio'  con  el  Almirante,  y  parecía  estar 
propicio  á  someterse.  Pero  ocurrió'  lo  mismo  que  anterior- 
mente.   Vuelto  al  Bonao,  la  gente  licenciosa  5^  criminal,  que 


268 


CRISTÓBAL  COLON 


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era  la  mayor  parte  de  su  fuerza,  manifestó  su  disgusto  á  toda 
proposición  de  convenio.  Repugnaban  someterse  á  la  obe- 
diencia, y  contraer  obligaciones  que  entonces  no  tenían.  Los 
que  procedían  de  las  tropas  insurreccionadas  en  Isabela, 
abrigaban  siempre  el  temor  de  que  pudieran  llegar  algún 
día  á  ser  sometidos  á  juicio,  y  se  examinase  su  conducta, 
exigiendo  la  responsabilidad  de  los  crímenes  y  excesos  que 
habían  cometido  con  los  infelices  indios ,  que  si  bien  torci- 
damente, podían  acogerse  á  las  mismas  razones  que  expu- 
siera Roldan  para  justificar  su  desobediencia  y  alzamiento, 
es  decir,  fundarlo  á  su  modo  en  las  supuestas  crueldades  del 
Adelantado,  en  su  rigor  en  los  asuntos  del  servicio,  y  en  las 
privaciones  que  habían  soportado.  Pero  los  que  desembar- 
caron en  Xaraguá  con  los  capitanes  Pedro  de  Arana  y  Juan 
Antonio  Colombo,  y  abandonaron  la  bandera  real  uniéndose 
á  los  rebeldes,  no  tenían  excusa  alguna  que  alegar  en  su 
provecho,  por  lo  mismo  que  so'lo  habían  buscado  la  vida 
libre  y  licenciosa  del  merodeador,  que  con  tan  vivos  colores 
les  habían  retratado  sus  compañeros. 

Todos  vivían  con  la  mayor  libertad,  sin  más  regla  que 
su  capricho;  tenían  á  su  servicio  cada  uno  tres  o'  cuatro 
indios,  que  además  les  buscaban  los  alimentos,  siendo  maltra- 
tados cuando  no  cumplían  el  encargo  á  satisfacción,  y 
mujeres  cuantas  su  pasión  les  pedía;  y  ésto  sin  sumisio'n  á 
autoridad,  y  siendo,  por  el  contrario,  cada  uno  de  ellos  un 
jefe,  6  mejor  un  déspota,  que  no  reconocía  más  superio- 
ridad que  la  de  la  fuerza.  En  tales  condiciones,  bien  puede 
comprenderse  la  resistencia  que  la  horda  de  los  rebeldes 
oponía,  por  cuantos  medios  directos  o'  indirectos  estaban  á 
su  alcance,  á  todo  proyecto  de  sumisión,  que  podía  hacerles 
perder  las  ventajas  que  disfrutaban. 

Bajo  la  presión  del  disgusto  de  sus  soldados,  según 
puede  conjeturarse,  37  cediendo  á  ella,  envió'  Francisco 
Roldan  sus  proposiciones  por  escrito  al  Almirante,  en  tér- 
minos  mucho  más  violentos,    con   mayores   exigencias   que 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI 


269 


había  demostrado  en  la  anterior  entrevista.  A  escrito  de 
tanta  arrogancia  no  era  posible  se  humillase  la  autoridad,  y 
Colón  se  negó'  en  absoluto  á  tratar  en  aquellas  condiciones; 
y  para  mostrar  hasta  qué  punto  llevaba  su  espíritu  de 
templanza  y  su  deseo  de  conciliacio'n ,  dirigid  una  proclama 
á  los  rebeldes  en  9  de  Noviembre  de  1498,  ofreciendo 
completo  perdo'n  y  olvido  de  lo  pasado  á  todo  el  que  se 
sometiera  á  la  obediencia,  y  además  pasaje  para  España  con 
víveres  suficientes,  en  los  primeros  buques  que  se  hicieran  á 
la  vela,  para  los  que  no  quisieran  permanecer  en  las  Indias. 

Fué  portador  de  la  proclama  Alonso  Sánchez  de  Car- 
vajal, que  era  el  capitán  que  contaba  mayores  simpatías  en 
el  campo  de  Roldan,  llevando,  además,  una  carta  del  Almi- 
rante en  que  hacía  á  éste  juiciosas  observaciones  acerca  de 
su  conducta  y  posicio'n. 

Cuando  llego'  Carvajal  al  Bonao  los  insurrectos  se  habían 
dirigido  al  fuerte  de  la  Concepcio'n,  bajo  pretexto  de  faltarles 
subsistencias  en  aquel  territorio,  aunque  en  realidad  para 
ver  si  lograban  apoderarse  de  aquella  fortaleza ,  lo  que  no 
intentaron  siquiera,  porque  conocían  bien  la  entereza  de 
Miguel  Ballester.  Allí  les  alcanzo  Carvajal  y  les  notifico'  la 
gracia  que  concedía  el  Almirante,  haciendo  fijar  la  proclama 
en  lugar  visto  de  todos;  y  aunque  fingieron  burlarse  de  ella, 
diciendo  que  dentro  de  poco  ellos  concederían  perdo'n  á  los 
de  Santo  Domingo,  en  los  menos  obcecados  hizo  imprqjiio'n 
profunda,  y  comenzaron  á  escuchar  con  menos  desdén  las 
exhortaciones  de  Carvajal,  entrando  poco  á  poco  en  con- 
ciertos para  dictar  nuevas  bases  de  capitulacio'n ,  que  pu- 
dieran ser  admitidas  por  el  Almirante,  aunque  favorecieran 
en  gran  manera  á  los  rebeldes.  La  prudencia  de  Alonso 
Sánchez  de  Carvajal,  su  perseverancia,  y  las  razones  de  que 
se  valió'  con  grandísima  habilidad  y  sagacidad  suma,  según 
se  presentaban  las  oportunidades ,  fueron  gran  parte  á  que 
Roldan  firmase  con  sus  principales  jefes  una  fo'rmula  de  con- 
trato   en    ló  de  Noviembre,  para  que  fuera  sometida  á  la 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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aprobación  del  Almirante.  Lo  más  esencial  de  ella  consiste, 
en  que  los  rebeldes  con  sus  capitanes  se  retirarían  á  Xaraguá, 
y  allí  se  embarcarían  para  España  en  dos  carabelas,  que  en 
el  término  de  cincuenta  días  habían  de  enviárseles  con  tal 
objeto  á  aquel  extremo  de  la  isla,  perfectamente  equipadas  y 
abastecidas  de  todo  lo  necesario  para  el  viaje.  — Que  todos  los 
individuos  que  debían  embarcarse,  habían  de  recibir  orden 
para  que  por  la  casa  de  Contratacio'n  se  les  abonaran  los 
sueldos  o  salarios  que  tuvieran  devengados  hasta  el  día ;  y 
además  cada  uno  había  de  llevar  un  certificado,  con  la  firma 
del  Almirante,  en  que  se  hicieran  constar  sus  servicios  y 
buena  conducta.  —  Que  como  remuneracio'n  de  los  trabajos 
sufridos  se  les  había  de  conceder  llevar  varios  esclavos  indios; 
premio  que  3^a  se  había  dado  á  otros  de  los  que  volvían  á 
España;  permitiéndose  á  los  que  tuvieran  como  propias 
algunas  mujeres  indígenas  que  las  llevasen  en  lugar  de  otros 
esclavos. — Que  se  les  indemnizara  de  los  terrenos  y  ganados 
que  habían  perdido  en  la  lucha. 

Pusieron  por  condición  que  este  proyecto  había  de  ser 
admitido  por  el  Almirante  en  los  ocho  días  siguientes  á  su 
fecha;  y  en  efecto.  Carvajal,  sin  detenerse  un  punto,  lo  llevo' 
á  manos  de  Colón,  y  aunque  éste  encontró'  muchas  cosas  en 
él  que  le  repugnaba  aceptar,  y  cuya  ejecucio'n  era  muy 
difícil,  fueron  tantas  las  instancias  y  reflexiones  de  aquél, 
enchinadas  todas  al  objeto  principal  de  obtener  la  paz,  y 
que  concluyera  el  violentísimo  estado  en  que  todos  se  encon- 
traban, que  vencido  por  tan  graves  razones  y  con  la  espe- 
ranza de  ver  libre  la  isla  de  aquellos  forajidos,  firmo'  la 
capitulacio'n  en  Santo  Domingo  á  21  del  mismo  mes  de 
Noviembre. 

Como  adicio'n  favorable  á  los  rebeldes,  por  una  parte, 

y   atento   á   que   pudieran    permanecer    en    la   isla   algunos 

colonos  útiles,   que  lo  serían  sin  duda  alguna  separados  del 

resto  de  sus  compañeros,  concedió'  Cristóbal  Colón,  á  los 

j    que  lo  pidiesen,  el  ser  alistados  nuevamente  en  las  banderas 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI 


271 


reales  con  los  mismos  sueldos  y  ventajas  que  antes  disfru-  l^j^;^^^ 
taran,  y  cierta  porcio'n  de  tierras  en  la  Vega  á  los  que 
quisieran  dedicarse  al  cultivo,  que  tantos  productos  ofrecía. 
Obtenida  la  capitulacio'n ,  Francisco  Roldan  salió  de  la 
Concepcio'n  con  su  gente  en  direccio'n  á  Xaraguá,  acompa- 
ñado por  el  veterano  Ballester,  que  debía  vigilarlos  hasta  su  f¡^ 
embarque;  y  el  Almirante  dio'  las  o'rdenes  necesarias  para 
que  dos  de  aquellos  buques,  que  debieron  salir  con  el  Ade- 
lantado á  reconocer  la  costa  de  Paria,  se  aprestasen  conve- 
nientemente para  volver  á  España. 


II 


Era  tanto  el  trastorno  de  la  isla ,  tan  grave  el  descon- 
cierto que  en  toda  ella  reinaba,  que  apenas  el  Almirante  vio' 
partidos  á  los  rebeldes  y  pudo  descansar  un  poco  de  tantas 
fatigas  y  de  tan  continuas  angustias,  dedico'  su  atencio'n  á 
restablecer  el  orden,  visitando  los  establecimientos  españoles, 
y  volviendo  al  trato  con  los  naturales  para  que,  en  la  forma 
misma  que  antes,  acudiesen  con  los  tributos  establecidos. 
Salió'  con  el  Adelantado  y  un  buen  número  de  soldados  y  se 
dirigió'  á  la  Vega  Real ,  encontrando  mucho  maj^ores  daños 
de  los  que  esperaba.  El  país  estaba  abandonado  en  gran 
parte  por  los  indios,  y  aun  en  aquellos  lugares  más  produc- 
tivos y  fértiles,  donde  todavía  se  encontraban,  la  despoblacio'n 
había  tomado  proporciones  alarmantes,  amenazando  ya  lo 
que  había  de  suceder  en  breve  tiempo:  el  trabajo  de  las 
minas  se  había  perdido,  y  de  alguno  de  los  criaderos  no 
existía  ni  aún  noticia,  por  haber  desaparecido  tanto  los  espa- 
ñoles como  los  indios  que  los  beneficiaban,  en  muchas  leguas 
á  la  redonda. 

En  Isabela  las  necesidades  eran  muchas,   las  cnferme- 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


dades  no  cesaban,  y  por  la  falta  de  subsistencias  y  la  guerra 
estaba  en  situacio'n  muy  angustiosa;  aunque  el  Almirante, 
después  de  haberlo  inspeccionado  todo  por  sí  mismo,  concibió' 
lisonjeras  esperanzas  de  que  con  algún  trabajo  y  constancia 
podrían  volver  las  cosas  al  orden  que  antes  estableciera. 
Pero  para  este  objeto  era  necesario  contar  con  la  paz,  y 
las  noticias  que  entonces  llegaron  no  anunciaban  que  se 
hubiera  conseguido  aquel  fin,  á  pesar  de  los  sacrificios  que 
se  habían  hecho. 

Durante  los  meses  que  el  Almirante  había  invertido  en 
su  excursio'n  por  el  centro  de  la  isla,  se  habían  ocupado  en 
Santo  Domingo  en  preparar  las  carabelas  Niña  y  Santa  Cni^, 
conforme  á  las  o'rdenes  que  había  dejado  á  su  hermano  don 
Diego,  á  cuyo  cargo  quedaba  el  gobierno  de  la  ciudad,  y  no 
pudieron  estar  abastecidas  y  equipadas  enteramente  hasta 
fines  del  mes  de  Febrero  de  1499,  haciéndose  entonces  á  la 
vela  en  direccio'n  á  Xaraguá ,  para  recoger  á  los  que  debían 
embarcarse  para  España.  Pero  en  aquella  difícil  travesía 
fueron  sorprendidos  por  un  violento  temporal  que  las  com- 
batió' furiosamente,  causándoles  muchos  desperfectos,  y  obli- 
gándolas á  entrar  de  arribada  en  un  abrigo  llamado  Puerto 
Hermoso  á  cuatro  leguas  de  Azua.  Una  de  las  carabelas 
emprendió'  en  seguida  su  reparacio'n;  pero  quedo'  la  otra  en 
tan  mal  estado  que  tuvo  necesidad  de  regresar  á  Santo 
Domingo,  para  ser  cambiada  por  otra,  pues  no  era  posible 
emprender  en  ella  el  viaje.  En  la  que  salió'  en  su  lugar  se 
embarco  Alonso  Sánchez  de  Carvajal,  siempre  atento  á  que 
se  cumplieran  las  o'rdenes  del  Almirante,  y  después  de  una 
larga  travesía  llegaron  las  dos  á  Xaraguá  á  mediados  del 
mes  de  Abril. 

Entonces  volvieron  á  manifestarse  más  á  las  claras  las 
intenciones  de  los  sublevados,  y  que  no  tenían  deseo  alguno 
de  cambiar  la  vida  suelta  é  independiente,  que  llevaban  hacía 
tanto  tiempo,  por  otra  de  sumisio'n  y  trabajo.  Dijeron  que 
el  Almirante  había  faltado  á  lo  convenido;   que  de  intento 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI 


273 


había  retrasado  la  llegada  de  los  buques,  y  que  éstos  venían 
mal  armados  y  peor  aprovisionados.  En  vano  Carvajal 
refirió'  que  todo  había  sido  inevitable;  que  ni  el  Almirante 
ni  el  Adelantado  estaban  en  Santo  Domingo;  que  las  carabe- 
las se  habían  abastecido  copiosamente,  y  que  la  detencio'n 
principal  era  causada  por  las  tempestades.  Con  la  mala  fe 
no  valen  razones,  y  fué  tan  clara  en  aquella  ocasio'n  la  fala- 
cia, que  el  prudente  Carvajal  rompió'  por  toda  considerad o'n, 
afeo'  su  proceder  á  los  insurrectos  en  términos  durísimos,  y 
para  que  constase  siempre  de  parte  de  quién  había  estado  el 
engaño,  hizo  que  el  escribano  Francis.co  Garay  extendiera 
allí,  delante  de  todos,  formal  protesta  en  la  que  dijo:  — 
«Juntos  Francisco  Roldan  y  su  compañía,  yo  acabé  de 
cognoscer  su  voluntad,  que  era  de  no  ir  á  Castilla  por  agora 
en  estos  navios ,  y  en  fin  de  muchas  pláticas  pasadas  entre 
ellos  y  mí,  le  requerí  por  ante  Francisco  Garay,  y  dije  como 
yo  iba  allí  por  mandado  de  vuestra  señoría  á  cumplir  con  él 
y  con  ellos  &.^)) 

La  actitud  resuelta  de  Carvajal,  su  enojo  y  protesta 
tuvieron  saludable  efecto.  Roldan  comprendió'  cuan  falsa 
iba  siendo  su  posición ;  y  cuando  Carvajal  tomo  su  caballo  y 
llamó  á  sus  hombres  para  volverse  á  Santo  Domingo,  mani- 
festó deseos  de  acompañarle  hasta  la  primera  parada ,  y  al 
encontrarse  solo  con  él  en  medio  de  un  bosque  de  árboles 
donde  nadie  podía  verlos ,  se  detuvo  y  le  manifestó  su  reso- 
lución de  tomar  sus  consejos,  para  lo  cual  le  encargó  que 
con  el  mayor  secreto,  sin  que  ninguno  de  los  suyos  pudiera 
sospechar  lo  que  habían  hablado,  le  enviase  nuevo  salvo- 
conducto, encabezado  como  Provisión  Real  en  el  nombre  del 
Rey  y  de  la  Reina,  y  además  una  carta  firmada  por  algunas 
personas  principales,  y  que  él  iría  á  hablar  con  el  Almirante, 
y  todo  quedaría  arreglado  y  concertado,  porque  su  deseo 
era  que  tuviera  fin  aquella  revuelta  y  recobrar  el  puesto  de 
Alcalde  Mayor  que  antes  desempeñaba. 

Muy  complacido  quedó  Carvajal  con  esta  confidencia, 
Cristóbai-  Colón,  t.  ii. — 35. 


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274 


CRISTÓBAL  COLÓN 


y  con  poder  llevar  tan  satisfactoria  nueva  al  Almirante, 
pues  parecía  que  la  insurreccio'n  tocaba  á  su  fin,  abrumando 
á  su  jefe  principal  con  sus  propios  excesos.  Mas  como  las 
atenciones  eran  tantas,  siendo  necesaria  gran  actividad  para 
subsanar  los  graves  males  ocurridos,  los  pasaportes  recla- 
mados no  pudieron  extenderse  hasta  principios  del  mes  de 
Agosto.  Libre  ya  para  entonces,  Colón,  de  algunos  cuidados 
perentorios,  no  so'lo  le  envió'  el  salvoconducto,  sino  que 
para  facilitar  la  entrevista  y  acelerar  la  resolucio'n,  salió'  con 
dos  buques  del  puerto  de  Santo  Domingo  el  22  de  Agosto, 
y  se  dirigió'  al  de  Azua,  que  es  veinte  o'  veinticinco  leguas 
más  abajo,  llevando  consigo  á  muchos  de  los  hombres  más 
importantes  como  Miguel  Ballester,  Pedro  Fernández  Co- 
ronel, García  de  Barrantes  y  otros  muchos. 

A  aquel  puerto  vino  muy  luego  Francisco  Roldan,  y 
subiendo  á  la  carabela  donde  se  encontraba  el  Almirante, 
reitero'  la  expresio'n  de  su  deseo  de  reducirse ,  con  palabras 
que  parecían  ya  mu}?^  sinceras.  Pidió',  ante  todo,  á  más  de 
lo  anteriormente  capitulado,  que  se  le  repusiera  en  su  cargo 
de  Alcalde  mayor,  y  se  declarase  por  bando  público  que  las 
alteraciones  por  él  causadas  lo  habían  sido  por  falsos  testi- 
monios; y  que  á  quince  de  sus  parciales  se  les  permitiera 
salir  para  España  en  los  primeros  navios  que  viniesen,  y  á 
los  demás  se  les  concediera  Avecindad  en  la  isla. 

Al  salir  á  tierra  Francisco  Roldan,  convenido  ya  en 
todo  cuanto  había- solicitado,  todavía  se  puso  de  manifiesto  la 
presión  que  en  él  ejercían  sus  compañeros  y  soldados,  pues 
añadió'  algunas  condiciones  durísimas,  señaladamente  la 
última,  cuya  sentencia  era  que  si  el  Gobernador  contra- 
viniese, pudiesen  ellos  obligarle  al  cumplimiento  por  fuerza 
o'  por  aquellos  medios  que  le  pareciese.  Suscribió'  el  Almi- 
rante obligado  por  la  necesidad  y  ansiando  poner  término 
de  cualquier  modo  á  aquel  insufrible  estado  de  cosas;  pero 
añadiendo  á  su  vez  la  condicio'n  de  que  siempre  habían  de 
ser  obedecidos  los  mandamientos  de  los  Reyes  y  los  suyos. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  Vi 


275 


Firmados  estos  conciertos  y  por  todos  admitidos,  se 
dirigieron  juntos  á  Santo  Domingo,  donde  se  hizo  pública  la 
concordia  por  medio  de  prego'n  en  18  de  Septiembre  de 
1499.  Inmediatamente  dio'  principio  el  Almirante  á  repartir 
cédulas  de  vecindad  para  diferentes  puntos  de  la  isla  á  los 
muchos  que  se  las  solicitaban,  y  á  todos  procuraba  atraér- 
selos y  dejarlos  amigos,  dando  mucho  más  de  lo  que  le 
pedían  tanto  en  terrenos  como  en  esclavos,  que  les  daba  por 
cierto  tiempo  para  que  les  ayudasen  en  el  cultivo  que  iban  á 
emprender,  con  la  obligacio'n  de  instruirlos  so'lidamente  en 
la  religio'n  cato'lica.  Cuidaba  en  la  distribucio'n,  de  que  se 
extendieran  los  nuevos  colonos  por  diferentes  partes,  y  por 
los  sitios  más  fértiles  de  la  isla;  y  al  mismo  tiempo  miraba 
con  gran  cuidado  á  dividir  lo  más  que  era  posible  á  los 
más  audaces  de  los  que  militaban  en  las  banderas  de  la 
insurreccio'n  apenas  terminada;  porque  aun  después  del 
regreso  á  Santo  Domingo,  todavía  aquéllos  andaban  mu}- 
unidos  y  con  aire  insolente,  como  en  son  de  amenaza  á 
cuantos  no  reconocieran  en  ellos  cierta  superioridad. 

No  quedo'  tampoco  Roldan  sin  su  parte  de  botín,  que 
este  nombre  y  no  el  de  recompensas  deben  tener  aquellas 
donaciones  arrancadas  al  representante  de  la  autoridad  real. 
que  recaían  en  personas  que  habían  estado  en  abierta 
rebelión  y  cometido  todo  género  de  excesos.  Obtuvo  se  le 
dieran  ciertas  tierras  en  las  cercanías  de  Isabela,  que  había 
disfrutado  antes  de  su  rebeldía,  y  una  de  las  cercas  que  se 
habían  hecho  en  la  Vega  para  custodiar  los  ganados  y  criar 
aves  de  Europa,  y  de  aquel  mismo  criadero  del  Rey  dos 
vacas ,  dos  becerros ,  dos  yeguas ,  veinte  puercas ,  y  en  sentir 
de  don  Juan  B.  Muñoz,  es  de  creer  añadiese  porcio'n  de 
gallinas,  con  facultad  para  emplear  en  sus  labores  á  los 
subditos  del  cacique  á  quien  se  habían  cortado  las  orejas  en 
la  primera  expedicio'n,  y  en  Xaraguá,  en  los  terrenos  que 
allí  labrase,  á  los  del  gran  amigo  de  los  españoles  Behechio. 
La  enormidad  misma  de  las  concesiones,  la  humillación  en 


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276 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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que  presentan  al  Almirante,  eran  bastantes  para  juzgar  su 
validez;  por  eso  Colón  tuvo  cuidado  de  consignar  con  la 
mayor  claridad  que  todas  aquellas  liberalidades  no  tenían 
carácter  de  donaciones  definitivas  y  quedaban  pendientes 
de  la.  aprobacio'n  de  los  Reyes.  A  su  buen  juicio,  á  su 
rectitud,  á  su  conciencia  no  parecía  posible  pudieran  con- 
firmar los  Soberanos  ninguna  de  las  humillaciones  que  á  su 
representante  se  habían  impuesto  por  la  fuerza :  y  abrigaba 
la  confianza  de  que  al  ser  conocidos  todos  los  delitos  come- 
tidos por  los  insurrectos,  sus  inmoralidades  de  toda  especie 
y  el  modo  violento  con  que  habían  arrancado  aquellas  recom- 
pensas, lejos  de  confirmarlas,  proveerían  los  medios  de  que 
fuesen  juzgados  y  castigados  según  la  ley  aquellos  atrevidos 
sediciosos. 

Investido  nuevamente  de  su  cargo  de  Alcalde  mayor, 
empezó'  Roldan  á  abusar  de  sus  facultades,  extralimitándose 
en  todo  aquello  en  que  podía  demostrar  su  oposicio'n  al 
Almirante  o'  favorecer  á  los  que  habían  sido  sus  principales 
auxiliares.  Sin  embargo,  no  deja  de  traslucirse  en  su  con- 
ducta otro  deseo  más  natural  y  que  podía  serle  de  mayor 
provecho,  cual  era  el  de  prestar  servicios  que  pudieran 
mover  á  los  Reyes  á  que  mirasen  con  clemencia  sus  antiguos 
extravíos.  Así  al  paso  que  al  llegar  al  Bonao,  nombraba 
alcalde  á  Pedro  Riquelme,  su  partidario,  con  manifiesta 
usurpacio'n  de  las  atribuciones  del  Almirante  y  sin  derecho 
alguno  para  hacerlo,  y  le  facultaba  para  que  con  ayuda  de 
los  indios  hiciera  una  casa  fuerte,  que  tal  vez  pudiera 
convertirse  en  centro  de  un  nuevo  atentado  en  época  no 
muy  lejana,  se  le  vio  detenerse  ante  la  protesta  de  Pedro  de 
Arana  que  prohibió'  la  continuacio'n  de  aquella  obra,  y 
habiendo  acudido  ambos  como  en  alzada  á  la  autoridad  de 
Cristóbal  Colón,  éste  confirmo'  el  mandamiento  del  capitán 
Arana,  y  Roldan  se  sometió'  sin  vacilacio'n,  y  cumplió'  lo 
preceptuado. 

Parece  que  en  este  momento  tan  crítico  para  la  historia 


LIBRO  CUARTO —CAPÍTULO  VI 


277 


y  administración  de  la  isla  Española,  5'^  comprendiendo  toda 
la  gravedad  de  las  circunstancias,  pensó  el  Almirante  venir 
de  nuevo  á  España,  para  que  los  Reyes  fueran  bien  infor- 
mados de  cuanto  había  ocurrido,  de  muy  diferente  manera 
que  podían  serlo  por  cartas,  y  aun  se  dispuso  á  efectuarlo 
en  dos  carabelas  que  estaban  prontas  para  darse  á  la  vela 
trayendo  á  los  rebeldes  que  habían  preferido  regresar. 
Y  hubiera  sido  en  verdad  muy  conveniente  para  los  pro- 
gresos de  la  colonia,  y  más  quizá  todavía  para  su  propia 
tranquilidad,  el  haberlo  verificado.  Cabe  en  lo  probable  que 
la  presencia  del  Almirante  en  la  corte,  la  lealtad  y  franqueza 
de  su  palabra,  la  verdad  de  sus  explicaciones  y  los  testi- 
monios que  hubiera  podido  presentar  para  completar  sus 
noticias  y  robustecer  sus  manifestaciones,  hubieran  bastado 
para  cambiar  la  faz  de  cuanto  se  preparaba  é  imprimir  nuevo 
giro  á  los  asuntos  de  Indias.  Por  desgracia  para  todos,  no 
pudo  venir  á  España. 

Dos  noticias  graves  influyeron  en  la  suspensio'n  del  pro- 
yectado viaje.  De  una  parte,  recibió'  confidencias  de  que  entre 
los  belicosos  ciguayos,  que  eran  numerosísimos  y  ocupaban 
una  gran  provincia  montañosa  y  difícil,  aunque  bastante 
rica,  se  notaban  señales  de  descontento  y  se  advertían  pre- 
parativos de  reunión,  como  si  tuvieran  pensado  caer  de  im- 
proviso sobre  la  Vega  en  un  momento  oportuno,  para  librar 
de  la  prisio'n  á  su  cacique  Mayobanex ,  que  continuaba  ence- 
rrado en  la  fortaleza  de  la  Concepcio'n.  Esta  noticia  le  hizo 
di¿:poner  de  un  buen  número  de  soldados  que  bajo  el  mando 
del  Adelantado  se  dirigieron  á  la  Vega,  y  estar  á  la  mira  de 
los  sucesos,  preparando  refuerzos  para  el  caso  en  que  fuese 
necesario  acudir  á  algún  punto  donde  estallase  la  guerra, 
para  conjurar  cualquier  peligro. 

Por  otra  parte  le  anunciaron  la  llegada  á  la  parte  Sur 
de  la  isla  de  algtinos  buques  españoles,  y  que  habiendo 
desembarcado  muchos  hombres  en  el  puerto  Yáquimo,  cor- 
taban  palo   de   brasil,   tinte  entonces   muy   estimado,    para 


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278 


CRISTÓBAL  COLON 


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cargar  las  embarcaciones.  Ignorando  en  aquel  momento  la 
misio'n  de  aquellos  españoles,  se  dispuso  á  enviar  á  aquel 
puerto  á  Francisco  Roldan  con  buen  número  de  hombres ;  y 
por  ambas  causas  no  creyó  que  era  prudente  abandonar  el 
territorio  de  la  isla  Española. 

En  su  lugar,  y  para  que  fueran  sus  procuradores  ante 
los  Reyes ,  é  informadores  en  la  corte  de  cuanto  había  suce- 
dido, como  personas  que  habían  sido  testigos  oculares  de 
todo,  envió'  en  aquellas  carabelas  al  veterano  y  respetable 
alcaide  de  la  Concepcio'n,  Miguel  Ballester,  y  al  no  menos 
caracterizado  García  de  Barrantes,  que  lo  era  de  Santiago; 
entregándoles  los  procesos  que  se  habían  formado  contra  los 
insurrectos;  los  testimonios  que  contra  cada  uno  resultaban, 
y  las  sentencias  que  habían  recaído;  y  asimismo  todas  las 
proposiciones  de  convenio  que  habían  mediado  hasta  la  que 
últimamente  se  firmo'.  «Suplicaba  á  los  Reyes  que  viesen 
aquellos  procesos  y  mandasen  inquirir  y  examinar  de  todo 
la  verdad  y  cognosciesen  sus  penas  y  trabajos,  y  hiciesen  en 

ello  lo  que  fuese  su  servicio »  Les  encarecía  nuevamente 

en  las  cartas  que  escribió'  ^  lo  muy  necesaria  que  era  la 
justicia  en  la  isla,  y  pedía  se  le  guardasen  sus  honores  y 
preeminencias. —  «Yo  no  sé,  escribía,  si  yerro,  mas  mi 
parecer  es  que  los  Príncipes  deben  hacer  mucho  favor  á  sus 
gobernadores  en  cuanto  los  tienen  el  cargo,  porque  con 
disfavor  todo  se  pierde.» 

Del  contexto  de  estas  cartas  deduce  el  P.  Las  Casas  dos 
cosas  importantes:  la  una  que  el  Almirante  deseaba  teijer 
ayuda  de  persona  muy  respetada  para  la  gobernacio'n  de  la 
isla,  mayormente  en  cuanto  á  la  administracio'n  de  la  jus- 
ticia, porque  no  pudieran  acusarle  de  cruel  ni  de  parcial  por 
su  cualidad  de  extranjero ;  la  otra  que  temía  las  cabalas  y 
testimonios  de  sus  adversarios,  y  que  por  sus  intrigas  los 
Re3^es  no  le  limitasen  su  oficio  y  preeminencias  que  le  habían 


'     Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (C). 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI 


279 


concedido,  de  algún  modo  que  resultase  en  agravio  suyo  y 
violencia  de  sus  privilegios  que  con  tantos  sudores  y  aflic- 
ciones habían  ganado ;  en  lo  cual  parece  presentía  lo  que  se 
preparaba,  que  fué  aquello  y  mucho  más  adverso,  como 
luego  veremos. 


« 


Cristóbal  Colón,  t.  ii, —  36. 


282 


CRISTÓBAL  COLON 


1. 


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tf¿Baiii.¿.,k,.iy!ii', 


Las  noticias  que  algunos  indios  llevaron  á  Santo  Do- 
mingo, de  que  habían  llegado  á  la  bahía  de  Yaquimo  cuatro 
buques  españoles,  cuyas  tripulaciones  habían  empezado  á 
cortar  palo  de  brasil,  y  que  después  ampliaron  varios 
soldados  llegados  de  allá,  expresando  que  estaban  mandados 
por  el  célebre  cuanto  intrépido  Alonso  de  Ojeda,  que  había 
venido  á  la  Española  con  el  Almirante  en  su  segundo  viaje, 
y  regresado  con  él  á  España,  donde  permanecía  á  la  salida 
para  el  tercero  en  fin  de  Mayo  de  1498,  fué  motivo  de  honda 
y  fundada  preocupacio'n  para  aquél. 

Muy  grave  significacio'n  tenía  efectivamente.  Dejando 
aparte  el  trastorno  que  podía  producir  entre  la  gente  inquieta 
de  la  insurrección  todavía  no  bien  reducida  á  la  obediencia, 
ni  mucho  menos  acostumbrada  á  una  vida  disciplinada  y 
meto'dica,  veía  Cristóbal  Colón  en  aquel  viaje  un  ataque 
directo  á  sus  derechos ;  una  transgresio'n  palmaria  de  los  con- 
venios firmados  por  los  Reyes  de  España ,  y  quizá  el  triunfo 
de  sus  enemigos  en  la  corte,  y  el  olvido  de  sus  inestimables 
y  extraordinarios  servicios,  por  los  informes  de  gente  holga- 
zana y  viciosa,  y  de  desertores  indignos  de  ser  atendidos 
para  otro  objeto  que  para  darles  el  castigo  á  que  se  habían 
hecho  acreedores. 

Y  en  efecto,  el  triunfo  de  los  enemigos  del  Almirante 
estaba  patente  en  aquel  viaje  de  Alonso  de  Ojeda,  así  como 
la  violacio'n  de  sus  privilegios ,  por  más  que  ni  en  lo  uno  ni 
en  lo  otro  hubieran  tenido  parte  alguna  los  Reyes  Católicos. 
Pero  el  paso  estaba  dado,  y  la  tribulación  del  Almirante 
era  por  demás  justificada. 

Antes  de  proseguir  la  narración  de  lo  sucedido  en  la 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


283 


isla  Española,  referiremos,  aunque  brevemente,  los  ante- 
cedentes de  aquel  viaje. 

Con  las  cinco  naves  que  despacho'  el  Almirante  para 
España  á  poco  de  su  llegada  á  Santo  Domingo,  después  del 
costeo  por  el  golfo  de  Paria,  pues  zarparon  el  18  de  Octubre 
de  1498,  remitió'  á  los  Reyes,  según  dijimos,  extensa  relacio'n 
del  viaje;  la  carta  o  mapa  de  los  países,  islas  y  costas  reco- 
nocidas, y  todas  las  perlas  que  había  podido  rescatar  en 
tierra  firme  y  en  la  Margarita.  Hallábase,  según  parece, 
Alonso  de  Ojeda  en  Sevilla  á  la  llegada  de  la  flota,  muy 
favorecido  por  el  obispo  de  Badajoz,  que  quizá  había  for- 
mado ya  proyectos  contando  con  sus  reconocidas  dotes  de 
osadía  y  actividad  para  ulteriores  empresas ;  pero  es  lo  cierto 
que  le  comunico'  las  cartas  náuticas  que  Colón  había  trazado, 
y  le  mostró  las  perlas,  pues  así  lo  declaro'  el  mismo  Ojeda 
muchos  años  después,  en  las  ProhanTjts  que  se  hicieron  en  el 
citado  pleito  con  don  Diego  Colo'n,  y  aquellos  datos  hicieron 
nacer  un  atrevido  pensamiento  en  el  ánimo  del  audaz  aven- 
turero. 

Acaricio'  la  idea  de  navegar  por  el  mismo  rumbo  que  el 
Almirante  había  seguido,  y  tocar  en  la  tierra  firme  en  aquella 
misma  costa  que  en  sus  cartas  dibujaba,  en  la  seguridad 
de  que  caminando  ya  por  rumbo  cierto,  había  de  sufrir 
menos  dilaciones  y  podría  obtener  muchas  ganancias  con 
menores  dispendios.  Don  Juan  de  Fonseca  comprendió  el 
alcance  de  los  cálculos  de  Ojeda,  y  los  miro'  tanto  más  favo- 
rablemente, cuanto  que  veía  el  perjuicio  directo  que  podía 
causar  á  Cristóbal  Colón  ;  y  aunque  conocía  que  las  capi- 
tulaciones de  éste  con  los  Reyes,  se  oponían  á  que  ningún 
capitán  pudiera  salir  para  las  Indias  por  él  descubiertas, 
sino  era  por  orden  de  la  corona  y  bajo  la  direccio'n  del 
mismo  Almirante,  tomó  sobre  sí  la  responsabilidad,  y  sin 
usar  del  nombre  de  los  Soberanos,  que  no  hubieran  permi- 
tido seguramente  tal  abuso  de  su  confianza,  dio'  el  permiso 
á   Alonso   de   Ojeda    para    que    armase    la    expedicio'n    que 


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284 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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proyectaba.  Llevo  su  perfidia  al  último  extremo,  pues  afec- 
tando respeto  á  lo  capitulado,  prohibía  á  Ojeda  tocar  en  los 
dominios  que  por  la  particio'n  correspondían  al  re}^  de 
Portugal,  y  en  todo  lo  que  Cristóbal  Colón  había  descu- 
bierto hasta  la  última  confirmacio'n  de  las  capitulaciones  y 
privilegios  en  1497.  Así  aparecía  respetando  los  derechos 
concedidos  al  Almirante,  cuando  en  realidad  entregaba  á 
merced  del  aventurero  Ojeda  las  islas  de  las  perlas,  y  la 
costa  de  tierra  firme,  descubiertas  en  aquel  mismo  año  de 
1498,  que  eran  el  objeto  de  su  codicia. 

Con  la  licencia  del  Obispo,  y  la  copia  que  indebida- 
mente le  facilito'  de  los  papeles  y  mapas  remitidos  por  el 
Almirante,  fué  muy  fácil  á  Ojeda  encontrar  en  los  nego- 
ciantes de  Sevilla,  movidos  por  la  esperanza  de  grandes 
lucros,  el  dinero  necesario  para  equipar  cuatro  buques  des- 
tinados á  la  exploración  de  Paria.  No  cabe  duda  en  que 
alguna  de  las  embarcaciones  fué  facilitada  por  la  casa  de 
Juanotto  Berardi,  pues  en  ella  surco  los  mares  por  vez 
primera  el  florentino  Amérigo  Vespucio,  que  era  factor  o' 
dependiente  de  aquella  casa,  y  por  injustificado  azar  de  la 
fortuna  dio'  su  nombre  al  Nuevo  Mundo,  según  la  general  y 
más  justificada  creencia  admitida  hasta  ahora  ^  Salieron 
aquellas  naves  del  puerto  de  Santa  María  en  20  de  Mayo 
de  1499;  mas  como  nuestro  intento  no  es  historiar  el  viaje 
de  Alonso  de  Ojeda,  sino  en  el  período  de  su  recalada  en  la 
isla  Española,  nos  limitamos  á  consignar  esa  fecha  indudable 
de  su  salida,  porque  es  el  dato  más  principal  y  seguro  para 
conocer  la  falsedad  de  la  relacio'n  de  Vespucio,  que  ya  en 
otro  lugar  hemos  notado,  produciendo  estudiada  confusio'n 
de  fechas,  para  poderse  atribuir  la  gloria  del  descubrimiento 
de  la  costa  de  Paria,  á  la  cual  no  aportaron,  ni  él  ni  Ojeda, 
sino  más  de  un  año  después  de  haberla  reconocido  Cristóbal 


\-9rímmiC: 


'     Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  del  Libro  II,  (K)  pág.  578  del 
tomo  1, 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


285 


Colón,  y  guiados  por  las  cartas ,  dibujos  y  noticias  que  éste 
remitió'  á  España. 

Ojeda  lo  declaro'  sin  rodeos;  pero  Américo  Vespucio  al 
escribir,  con  repetidas  falsedades  en  todos  sentidos,  las  cartas 
en  que  relacionaba  el  viaje,  comenzó'  por  dejar  que  se  vislum- 
brase que  había  hecho  otro  viaje  á  tierra  firme  antes  del  que 
emprendiera  con  Alonso  de  Ojeda,  lo  cual  es  notoriamente 
falso.  El  P.  Las  Casas  examina  todos  los  puntos  en  que 
Vespucio  falta  claramente  á  la  verdad,  los  analiza  con  escru- 
pulosa atencio'n  poniendo  de  manifiesto  la  dañada  intencio'n 
y  malicia ,  y  concluye  diciendo :  —  «  Vista  queda ,  porque 
largamente  declarada,  la  industriosa  cautela,  no  en  la  haz,  ni 
según  creo  con  facilidad  pensada,  sino  por  algún  dia 
rumiada  de  Américo  Vespucio,  para  que  se  le  atribuyese 
haber  descubierto  la  mayor  parte  deste  indiano,  habiendo 
Dios  concedido  este  privilejio  al  Almirante.» 

Esta  conclusio'n  del  juicioso  historiador  es  de  todo  punto 
exacta,  y  la  única  admisible.  La  expedicio'n  mandada  por 
Alonso  de  Ojeda,  en  la  que  iba  por  piloto  el  célebre  Juan  de 
la  Cosa,  que  había  sido  de  los  primeros  compañeros  de  Cris- 
tóbal Colón,  toco  en  tierra  firme  doscientas  leguas  al 
Oriente  de  las  bocas  del  Orinoco,  y  recorrió',  guiado  por  las 
cartas  náuticas  del  Almirante,  toda  la  costa  de  Paria,  que 
aquél  había  visitado  y  describía:  salieron  por  la  Boca  del 
Drago'n;  descendieron  en  la  isla  Margarita  en  demanda  de 
las  perlas  que  tanto  habían  estimulado  su  codicia ,  y  adelan- 
taron hasta  el  golfo  de  Venezuela.  Fueron  después  á  algunas 
otras  islas ,  que  no  están  bien  detalladas ,  porque  en  la  parte 
técnica,  en  la  precisio'n  al  describir  y  señalar  las  localidades, 
estas  cartas  de  Vespucio  dejan  mucho  que  desear,  aunque 
las  llama  de  Caribes  por  haber  tenido  varios  encuentros 
con  los  indígenas,  que  les  hostilizaban  para  impedirles  el 
desembarco,  y  demostraban  fiereza  de  condicio'n  y  hábitos 
guerreros;  y  viéndose  en  gran  necesidad  por  habérseles 
agotado  casi  por  completo  las  provisiones,  pusieron  el  rumbo 


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286 


CRISTÓBAL  COLÓN 


á  la  isla  Española  y  el  5  de  Septiembre,  después  de  cinco 
meses  de  continua  navegacio'n.  dieron  fondo  en  la  bahía  de 
Yaquimo,  y  echaron  gente  á  tierra  para  que  empezaran 
desde  luego  á  hacer  pan  de  cazabe,  de  que  tenían  mucha 
necesidad. 


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El  viaje  ilegal,  y  hasta  cierto  punto  clandestino,  de 
Alonso  de  Ojeda,  preocupo'  con  harta  razón  al  Almirante. 
Entre  los  medios  que  le  ocurrieron  para  descubrir  el  verda- 
dero carácter  de  la  expedicio'n  y  oponerse  á  los  excesos  que 
pudieran  cometer  los  soldados  que  habían  bajado  á  tierra, 
juzgo  el  más  oportuno  hacer  un  alarde  de  fuerza,  mandando 
á  Yaquimo  un  capitán  de  cierta  inteligencia,  que  á  un  tiempo 
fuese  astuto  y  resuelto ;  y  pensó'  que ,  ausente  el  Adelantado 
en  el  interior,  y  no  siendo  posible  llamarle  en  aquellos 
momentos,  podía  encargar  de  la  empresa  á  Francisco  Rol- 
dan, que  tal  vez  por  sus  especiales  circunstancias  lo  desem- 
peñaría á  su  satisfaccio'n.  Bien  pronto  se  resolvió'  en  ello;  y 
en  verdad  no  tuvo  motivos  de  arrepentirse;  pues  el  Alcalde 
mayor,  reconocido  por  una  parte  á  la  confianza  que  Cris- 
tóbal Colón  deposito'  en  él,  y  constante  también  en  prestar 
servicios  que  pudieran  ser  apreciados  en  España,  cumplió' 
su  encargo  de  la  manera  más  eficaz;  y  bajo  su  mando  fueron 
sumisos  muchos  de  los  soldados  que  habían  militado  en  la 
insurrección  anterior,  y  que  quizá  no  hubieran  servido  con 
tanta  disciplina  dirigidos  por  otro  jefe. 

Recibió'  Roldan  las  instrucciones  del  Almirante,  y  se 
penetro'  bien  de  la  importancia  del  paso  que  iba  á  dar,  que 
era  difícil  por  las  condiciones  de  Ojeda,  y  delicado  y  grave 
por  las  consecuencias  que  podía  acarrear  cualquier  desmán 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


287 


por  parte  de  aquel  audaz  aventurero.  Bien  instruido,  3'  con 
o'rdenes  terminantes,  salió'  de  Santo  Domingo  en  dos  cara- 
belas bien  armadas  y  dotadas,  y  á  29  de  Septiembre  llego'  á 
dos  leguas  de  la  bahía  donde  estaban  fondeados  los  buques 
de  Ojeda. 

Comenzando  desde  luego  á  desarrollar  un  plan  estra- 
tégico y  de  precaucio'n,  desembarco'  allí  con  una  compañía 
de  sus  mejores  soldados,  prácticos  j^a  y  probados  en  aquellos 
bosques,  dejando  sus  carabelas  bien  aseguradas.  Noticioso 
de  que  Ojeda  se  hallaba  muy  metido  tierra  adentro,  con 
so'los  quince  hombres,  se  interpuso  entre  ellos  y  la  costa  por 
medio  de  una  rápida  marcha,  dejando  así  al  atrevido  capitán 
aislado  de  sus  barcos,  y  entonces  se  dirigió'  resueltamente  á 
su  encuentro,  dirigiéndose  al  punto  en  que  le  dijeron  se 
hallaba  haciendo  provisión  de  pan. 

Roldan  procedió'  con  astucia  y  atrevimiento;  su  plan 
denunciaba  desde  luego  al  guerrillero  que  sabe  colocarse 
ante  todo  en  posiciones  ventajosas;  pero  Alonso  de  Ojeda  no 
era  hombre  para  dejarse  vencer  en  ninguna  lucha,  y  menos 
en  las  de  audacia  y  previsio'n.  Supo  á  un  tiempo  la  llegada 
de  las  carabelas,  el  desembarco  de  las  fuerzas,  y  su  marcha 
hacia  el  lugar  en  que  se  encontraba ;  y  no  dudando  vendrían 
con  o'rdenes  del  Almirante,  y  juzgando  por  la  rapidez  de  los 
movimientos  la  desventaja  de  su  posicio'n,  pensó'  en  desba- 
ratar los  planes  de  Roldan,  y  sin  esperar  su  llegada  se  fué 
directamente  á  buscarle  acompañado  únicamente  de  cuatro  o' 
seis  hombres  de  su  confianza. 

La  entrevista  fué  digna  de  tales  aventureros.  Cauteloso 
Roldan  y  no  menos  cauteloso  Ojeda,  comenzaron  la  conver- 
sacio'n  en  términos  muy  generales,  deseando  informarse  el 
primero  de  la  causa  que  al  segundo  había  movido  á  venir  á 
desembarcar  en  la  isla,  como  si  quisiera  suponer  que  venía 
de  orden  de  los  Reyes,  y  directamente  de  España.  Ojeda 
con  la  mayor  ingenuidad  empezó'  por  confesar  que  venía  de 
un  viaje  de  descubrimientos  cuya  importancia  exagero'  astu- 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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tamente,  y  que  había  llegado  á  aquellas  playas  impulsado 
por  la  falta  de  víveres ,  y  se  proponía  en  cuanto  se  aprovi- 
sionase pasar  á  ver  al  Almirante,  pues  á  más  de  ofrecerle 
sus  respetos,  como  era  debido,  tenía  que  comunicarle  noticias 
del  mayor  interés,  dejando  entrever,  con  gran  malicia  y 
discrecio'n,  que  el  Almirante  no  gozaba  ya  de  la  confianza  del 
Rey  Don  Fernando,  por  las  nuevas  que  á  la  corte  habían 
llegado  de  los  sucesos  desgraciados  de  la  colonia,  en  los  que 
Roldan  había  tenido  tanta  parte;  que  sus  adversarios 
ganaban  terreno,  y  por  último,  como  el  asunto  de  mayor 
gravedad,  que  la  Reina  estaba  cada  día  más  postrada  por 
su  enfermedad ,  y  los  médicos  desesperaban  de  poderla  con- 
servar la  vida.  Mas  no  era  hombre  Roldan  que  diera  crédito 
á  todo  lo  que  se  le  refería,  é  hizo  poco  aprecio,  por  entonces, 
de  las  noticias  que  escuchaba,  y  supuso  amañadas,  fijándose 
en  lo  esencial ,  que  era  lo  relativo  al  viaje  que  habían  hecho 
aquellas  cuatro  embarcaciones  y  á  la  autorizacio'n  con  que  se 
había  emprendido,  lastimando  los  derechos  del  Almirante, 
por  lo  que  insistió'  en  ver  los  despachos  que  Ojeda  traía. 
Como  éste  les  dijo  que  los  había  dejado  á  bordo  de  su  cara- 
bela, y  le  reitero'  su  intento  de  ir  á  conferenciar  con  el 
Almirante,  Roldan  le  dijo  que  concluyera  de  juntar  su 
provisio'n  de  cazabe,  y  se  dirigió'  á  la  costa  para  ver  los 
documentos  que  deseaba.  Paso'  á  bordo  de  los  buques  de 
Ojeda,  se  informo  minuciosamente  de  todos  los  accidentes 
del  viaje,  y  tuvo  en  sus  manos  la  licencia  que  por  sí  y  como 
superintendente  de  los  asuntos  de  Indias,  había  firmado  don 
Juan  de  Fonseca. 

Entre  las  tripulaciones  de  aquellos  cuatro  barcos  en- 
contró Roldan  á  muchos  antiguos  compañeros  que  habían 
estado  en  la  isla  Española  en  el  anterior  viaje;  les  hablo'  con 
toda  familiaridad ,  y  por  sus  manifestaciones  comprendió'  la 
parte  que  había  de  verdad,  y  lo  que  era  ficcio'n  en  las 
noticias  dadas  por  Ojeda.  Informado  perfectamente  de 
cuanto    podía    interesar    al    Almirante   respecto   de   aquella 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


289 


expedición,  y  en  la  creencia  de  que  terminadas  sus  provi- 
siones irían  los  buques  á  Santo  Domingo,  volvió'  á  embar- 
carse, para  dar  cuenta  con  anticipación  de  todo  lo  que  había 
averiguado. 

Pero  en  nada  pensaba  Ojeda  menos  que  en  presentarse 
ante  Cristóbal  Colón.  Conocía  muy  bien  lo  falso  de  su 
posicio'n,  y  no  tenía  más  proposito  que  el  de  asegurarse  la 
buena  amistad  de  Fonseca,  volviendo  sin  accidente  desgra- 
ciado de  aquella  expedicio'n  que  era  en  ambos  una  extrali- 
mitacio'n,  un  verdadero  abuso. 

Reparadas  y  calafateadas  sus  naves,  bien  abastecidas 
de  provisiones,  y  con  rico  cargamento  de  palo  de  tinte,  que 
tanto  abunda  en  aquella  bahía,  denominada  por  ello  del 
brasil,  tomo  el  rumbo  contrario  al  que  debía  conducirle  á 
Santo  Domingo,  y  doblando  el  cabo  de  San  Miguel  se  pre- 
sento' en  la  bahía  de  Xaraguá  á  principios  del  mes  de 
Febrero  del  año  1500. 

Ya  en  este  puerto  de  la  isla,  tomo  más  graves  propor- 
ciones la  actitud  de  Alonso  de  Ojeda.  Sin  duda  había  medi- 
tado su  plan  por  el  camino,  y  no  juzgando  que  el  ^Almirante 
disponía  de  muchas  fuerzas  para  oponérsele,  se  decidió  á 
hacerle  guerra  abierta.  A  su  desembarco  en  Xaraguá  en- 
contró á  muchos  de  los  que  habían  tomado  parte  en  la 
insurreccio'n  de  Roldan,  y  allí  se  habían  establecido  á  virtud 
de  lo  capitulado,  en  las  tierras  del  cacique  Behechio.  Mal 
avenidos  éstos  con  vivir  en  paz  y  sujetos  al  imperio  de  las 
leyes,  hombres  perdidos,  acostumbrados  al  merodeo  y  la 
licencia,  estaban  dispuestos  á  aprovechar  la  primera  ocasio'n 
para  volver  á  sus  antiguas  costumbres.  Ojeda  supo  apro- 
vecharse de  ellos.  Propalo'  las  mismas  noticias  que  ya  antes 
había  comunicado  á  Roldan ,  aumentándolas  con  otras 
muchas  falsedades  destinadas  á  producir  efecto,  llegando 
hasta  el  extremo  de  decir  que  á  él  y  á  Alonso  Sánchez  de 
Carvajal  se  les  había  dado  el  encargo  de  servir  de  consejeros 
al  Almirante,  y  procurar  que  variase  de  conducta,  porque 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 37. 


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3'a  no  merecía  como  antes  la  confianza  de  los  Soberanos,  los 
cuales  deseaban  quedasen  pagadas  inmediatamente  todas  las 
cantidades  que  por  sueldos  atrasados  y  otros  servicios  adeu- 
daba don  Bartolomé  Colon,  del  tiempo  que,  en  ausencia  de  su 
hermano,  había  tenido  el  mando  de  la  isla.  Acogidas  por 
muchos  con  irreflexivo  entusiasmo  estas  nuevas,  creció'  el 
prestigio  de  Ojeda,  y  seguro  ya  éste  de  que  le  secundarían 
aquellos  colonos,  se  ofreció'  á  ponerse  al  frente  de  todos  y 
marchar  á  Santo  Domingo  para  obligar  al  Almirante  á  que 
pagase  cuanto  el  Adelantado  debía  y  remediase  los  males  de 
que  se  quejaban. 

Entonces  tomo'  el  conflicto  mayor  gravedad.  Muchos  de 
los  colonos  se  opusieron  al  acto  de  rebelio'n  que  en  nombre 
de  la  autoridad  se  quería  intentar;  los  comprometidos  insis- 
tieron y  apelaron  á  la  violencia,  y  se  trabo  allí,  á  presencia 
de  los  pobres  indios,  una  lucha  fratricida  en  la  que  perecieron 
muchos  españoles  y  resultaron  muchísimos  heridos.  En 
aquellos  momentos,  y  para  bien  de  los  que  deseaban  la 
tranquilidad,  se  presento'  Roldan  en  Xaraguá  con  buen 
número  de  soldados. 

Noticioso  Colón  de  la  desleal  conducta  de  Alonso  de 
Ojeda,  que  lejos  de  cumplir  lo  que  había  ofrecido  y  presen- 
tarse en  Santo  Domingo  se  había  dirigido  á  Xaraguá ,  hizo 
marchar  nuevamente  á  Francisco  Roldan  á  aquel  territorio 
que  le  era  tan  conocido,  á  que  observase  los  movimientos  de 
los  expedicionarios  y  les  obligase  á  embarcarse.  A  buen  tiem- 
po llegaron  aquellas  fuerzas. 

Supo  Roldan  los  deso'rdenes  á  que  había  dado  lugar 
Ojeda  y  el  conflicto  en  que  estaban  los  colonos  que  perma- 
necían fieles,  y  dividiendo  sus  fuerzas  en  dos  grupos,  confio' 
el  mando  de  uno  de  ellos  á  Diego  Escobar,  y  él  con  el  otro, 
compuesto  de  soldados  escogidos  entre  los  de  su  mayor 
confianza,  se  dirigió  resueltamente  al  encuentro  de  los  amoti- 
nados. Pero  en  los  planes  de  Ojeda  no  entraba  librar  batallas 
ni  ocasionar  derramamiento  de  sangre,  que  no  le  había  de 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


291 


aprovechar.  Se  retiro  á  sus  barcos,  dejando  abandonados  á 
los  colonos  que  habían  cedido  á  su  seduccio'n,  y  á  pesar  de 
que  Roldan  le  escribió'  una  carta  insinuante  para  que  bajase 
á  tierra  y  pudieran  conferenciar,  no  consintió'  en  ello,  y  antes 
por  el  contrario  se  apodero'  de  dos  de  los  emisarios  que 
fueron  á  su  carabela,  llamados  Diego  Trujillo  y  Toribio  de 
Linares,  y  amenazo'  con  ahorcarlos  si  no  se  le  devolvía  un 
marinero  suyo  que  había  quedado  en  tierra. 

Entonces  empezó'  ya  una  lucha  de  astucias  y  descon- 
fianzas, de  recelos  y  falsías,  que  ponía  de  manifiesto  cuan 
bien  se  conocían  los  dos  jefes,  y  lo  que  cada  uno  de  ellos 
temía  de  su  adversario.  Ojeda  se  hizo  á  la  vela  con  ánimo, 
al  parecer,  de  merodear  en  la  fértil  comarca  de  Cahay, 
situada  en  posicio'n  ventajosa  al  fondo  del  golfo ;  pero  Fran- 
cisco Roldan  3^^  Diego  Escobar  k  siguieron  por  la  costa  para 
impedir  el  desembarco,  y  no  accedió'  á  ninguna  de  las  propo- 
siciones que  le  hicieron  para  que  abandonase  su  buque. 
Roldan,  con  una  doblez  sin  ejemplo,  le  mando'  á  decir  que 
puesto  que  se  obstinaba  en  no  bajar  á  tierra  él  iría  á  bordo, 
si  le  enviaba  un  seguro,  3^  un  bote  para  que  le  condujera;  3' 
cuando  llego'  la  barca  á  la  orilla  se  apodero'  de  ella  por 
sorpresa,  haciendo  prisioneros  á  los  seis  hombres  que  la 
tripulaban,  á  excepcio'n  de  un  flechero  indio  que  se  salvo'  á 
nado,  poniendo  á  Ojeda  con  este  atrevido  golpe  en  un  grave 
conflicto,  pues  no  solamente  tomaba  rehenes  que  asegurasen 
la  vida  de  los  prisioneros,  sino  que  privando  á  aquél  de 
su  mejor  barca  le  hacía  casi  imposible  continuar  la  nave- 
gación. 

El  resultado  fué  muy  lisonjero  para  Roldan.  Ojeda 
entro'  en  un  esquife  pequeño  y  se  dirigió'  á  la  playa,  mante- 
niéndose á  bastante  distancia  para  poder  ganar  su  buque  si 
veía  indicios  de  una  nueva  traicio'n.  Roldan,  por  su  parte, 
al  verle  venir,  desconfiando  de  sus  intenciones,  entro' en  la 
barca  que  acababa  de  apresar,  con  quince  soldados  de  su 
mayor  confianza,  armados  de  espadas  y  arcabuces,  y  preparo' 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


en  la  playa  otra  escuadra  de  veinte  soldados  mandados  por 
Escobar,  con  su  barco  para  que  le  diesen  a^^uda  en  caso  de 
sorpresa,  y  en  tales  condiciones,  manteniéndose  siempre  el 
uno  á  bastante  distancia  del  otro,  entablaron  una  conferencia, 
de  la  cual  resulto'  la  mejor  avenencia  que  podía  esperarse 
después  de  tales  antecedentes. 

Alonso  de  Ojeda  se  comprometió'  á  levar  anclas  á  la 
mañana  siguiente  y  abandonar  la  isla,  y  á  enviar  á  tierra  á 
Trujillo  y  á  Linares,  con  tal  de  que  se  le  devolvieran  su 
bote  y  sus  marineros,  y  verificado  el  cange  se  hizo  á  la  vela, 
aunque  lleno  de  rabia  y  jurando  volver  á  tomar  venganza. 
«Partióse  á  hacer  una  cabalgada  que  decia  que  habia  de 
hacer,  y  según  dijo  un  clérigo  que  traia  consigo,  y  otros  tres 
o'  cuatro  hombres  de  bien  que  se  quedaron,  la  cabalgada 
que  traia  fabricada  era  la  que  pensaba  hacer  en  la  persona  y 

en  las  cosas  del  Almirante »    Lo  cierto  es  que  salió' de 

Cahay  y  no  volvió'  á  poner  el  pie  en  la  isla  Española,  aunque 
hubo  sospechas  de  que  había  vuelto  á  saltar  en  tierra  mucho 
más  adelante;  pero  enviados  algunos  exploradores  no  encon- 
traron señales  de  su  paso.  Sin  embargo,  parece  que  debió 
hacer  la  cabalgada,  pues  desembarco'  y  vendió'  en  Cádiz 
doscientos  veintido's  esclavos,  que  debió'  apresar  en  esta  isla 
o'  á  su  paso  en  la  de  Puerto  Rico. 

Francisco  Roldan  no  quedo'  satisfecho  con  las  palabras 
de  Ojeda,  temiendo  que  atraído  por  la  riqueza  de  aquella 
provincia  quisiera  volver  á  depredarla,  por  lo  cual  se  detuvo 
algunos  días  en  la  comarca,  distribuyendo  sus  soldados  en 
cortas  partidas  con  encargo  de  que  le  noticiasen  la  presencia 
de  los  buques  en  cualquier  punto  donde  se  presentasen. 

Nada  nuevo  ocurrió',  y  se  disponía  Roldan  á  dar  la 
vuelta  á  Santo  Domingo  para  comunicar  al  Almirante 
cuanto  había  sucedido;  mas  se  vio'  detenido  por  la  exigencia 
de  muchos  de  los  que  en  su  compañía  habían  venido,  que 
como  recompensa  del  servicio  que  habían  prestado,  deman- 
daban la  gracia  de  avecindarse  en  Xaraguá  y  en  Cahay,  y 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


293 


que  se  les  repartiesen  tierras  para  sus  labores  y  algunos 
indios  para  que  les  ayudasen,  como  con  otros  colonos  se 
había  hecho  en  la  Vega  Real  y  en  diferentes  lugares.  El 
antiguo  caudillo  de  la  insurreccio'n  quería  redoblar  las 
demostraciones  de  su  verdadera  obediencia ,  para  que  mejor 
se  apreciaran  sus  servicios,  y  mostrándose  muy  propicio  á 
acceder  á  lo  que  sus  soldados  pedían,  les  dijo  que  hicieran 
un  memorial  de  todos  los  que  desearan  avecindarse  y  lo 
remitiría  al  Almirante  á  Santo  Domingo  para  que  lo  decre- 
tase, pues  era  el  único  que  tenía  facultades  para  concederlo. 

Conocía  muy  bien,  sin  embargo,  el  astuto  Roldan  la 
índole  de  las  gentes  que  había  acaudillado,  y  cuan  poco 
sufridas  eran,  no  consintiendo  dilacio'n  entre  el  deseo  5^  la 
práctica,  y  comenzó  desde  luego  por  distribuir  entre  ellos 
los  terrenos  que  antes  se  había  él  mismo  apropiado  en  los 
dominios  de  Behechio;  y  aún  les  dijo  que  habiéndole  auto- 
rizado á  él  el  Almirante  para  utilizar  en  sus  labores  á  los 
indios  de  aquellas  provincias,  él  á  su  vez  les  transmitía  aquella 
facultad,  con  tal  de  que  la  usaran  con  prudencia  y  procu- 
rasen instruir  á  los  isleños  en  la  religio'n  cristiana.  «Les 
permitid  que  los  tomasen  ellos,  dice  el  P.  Las  Casas,  y  se 
sirviesen  dellos  en  sus  labores  y  los  contentasen:  estas  son 
palabras  del  mismo  Roldan  al  Almirante,  que  yo  vide 
firmadas  de  su  nombre.  El  contentamiento  era  que  les 
habian  de  servir  aunque  les  pesase,  y  darles  después  un 
espejuelo  y  un  cuchillo  o'  unas  tijeras;  veis  aquí  el  reparti- 
miento claro  como  se  vá  entablando.  ¡Y  que  se  diga  que  á 
un  tan  gran  Rey  como  Behechio,  que  el  Almirante  diese 
para  que  sirviese  á  Roldan,  y  Roldan  lo  diese  á  los  hombres 
viles,  y  quizá  entre  ellos  azotados  para  los  servir,  é  que 
repartiesen  entre  sí  sus  vasallos!  ¿Qué  mayor  tiránica 
maldad?» 

Tal  fin  tuvo  el  desembarco  de  Alonso  de  Ojeda,  causa 
de  muchos  escándalos,  y  de  que  se  renovase  el  fuego  de  la 
rebelio'n,  aún  no  bien  apagado  en  la  isla. 


294 


CRISTÓBAL  COLÓN 


III 


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1«: 


Un  acontecimiento  amoroso  fué  ocasio'n  de  nuevos  dis- 
turbios en  aquel  extremo  de  Xaraguá,  y  de  algunas  des- 
gracias muy  lamentables.  En  tanto  que  Roldan  recorría 
aquella  comarca,  llego  á  ella  un  caballero  castellano  llamado 
don  Hernando  de  Guevara,  al  que  por  razones  graves  había 
mandado  el  Almirante  que  saliera  de  la  Española,  y  sabiendo 
él  la  estada  allí  de  Alonso  de  Ojeda  se  vino  para  embarcarse 
V  regresar  con  él  á  España.  Cuando  llego'  Guevara  ya  Ojeda 
se  había  hecho  á  la  vela,  por  lo  que  Roldan  le  dijo  que 
eligiera  lugar  para  su  residencia  hasta  nueva  resolución  del 
Almirante.  Por  consejo  de  su  primo  Adrián  deMojica,  que 
tenía  allí  aves  domésticas  y  perros  de  gran  utilidad  para  la 
caza  de  las  hutias,  se  fijo'  en  Cahay ;  pero  apenas  establecido 
allí,  se  introdujo  en  la  casa  de  la  reina  Anacaona,  y  con 
falaces  promesas  sedujo  á  su  hija  Higueymota,  que  tenía  gran 
renombre  por  su  hermosura,  y  la  saco  de  su  casa  fingiendo 
que  la  tomaba  por  esposa.  Roldan  llevo'  muy  á  mal  el 
engaño  hecho  á  la  famosa  hermana  del  cacique  Behcchio, 
bien  fuera  porque  comprendiese  las  malas  consecuencias  que 
podía  tener  en  el  país,  bien,  como  decían  algunos,  porque 
tuviese  elegida  para  amiga  á  la  hermosa  Higueymota,  bien 
por  otras  graves  consideraciones;  y  amenazándole  con  el 
desagrado  del  Almirante  le  ordeno'  que  devolviese  la  hija  á 
su  madre,  y  se  volviese  á  su  residencia.  Obedeció'  por  el 
pronto  Guevara,  yendo  á  visitar  á  Roldan,  que  se  encontraba 
enfermo  y  sin  poder  salir  de  su  casa  por  una  afección  á  los 
ojos;  y  en  la  entrevista  le  pidió' con  insistencia,  invocando 
sus  antiguos  vínculos,  le  dejase  proseguir  en  su  amor  á  la 
india.    Se  mantuvo  Roldan  inflexible  en  obligarle  al  cumplí- 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VI  [ 


295 


miento  de  su  deber,  que  no  hay  nadie  más  estricto  ni  más 
rigoroso  que  el  delincuente  arrepentido,  ni  hay  quien  sea 
más  exigente  en  la  observancia  de  los  preceptos  que  el  que 
ha  faltado  á  ellos  y  sabe  de  ciencia  ^propia  las  fatales  conse- 
cuencias del  desorden.  Guevara  fingió  someterse,  pero  volvió 
en  seguida  á  sus  excesos ;  y  al  recibir  la  orden  terminante  y 
perentoria  de  abandonar  el  Cahay,  y  pasar  á  Santo  Domingo 
á  recibir  instrucciones  del  Almirante,  que  le  fué  comunicada 
por  los  agentes  de  Roldan  en  forma  que  no  admitía  réplica, 
trato'  de  resistir,  apoyándose  en  otros  viciosos  tan  descome- 
didos como  él,  y  que  no  podían  contraer  hábitos  de  obe- 
diencia, y  empezó'  á  propagar  nuevamente  la  semilla  de  la 
insubordinacio'n. 

Rodeado  de  algunos  de  los  más  audaces,  y  en  la  segu- 
ridad de  que  no  dejarían  de  ayudar  á  sus  planes  otros 
muchos  descontentos,  formo'  el  infame  plan  de  apoderarse 
de  la  persona  de  Francisco  Roldan,  como  el  principal  obstá- 
culo para  su  triunfo,  y  matarle  o'  reducirle  á  prisio'n  sacán- 
dole los  ojos. 

Iba  Roldan  á  recoger  de  sus  mismos  secuaces  el  fruto 
de  las  doctrinas  que  había  enseñado.  Por  su  buena  suerte 
tuvo  conocimiento  de  la  trama,  y  obrando  con  la  energía 
que  le  (era  característica,  redujo  inmediatamente  á  prisión  á 
Hernando  de  Guevara  y  á  sus  principales  co'mplices.  Para 
que  se  comprendiera  la  lealtad  de  su  sumisio'n ,  o'  quizá  con 
el  designio  de  que  nunca  se  le  pudiera  acusar  de  haber 
obrado  en  virtud  de  un  deseo  de  venganza,  siendo  á  un 
tiempo  juez  y  parte,  pues  contra  su  persona  se  dirigía  la 
conjuración,  puso  todo  lo  ocurrido  en  conocimiento  del 
Almirante,  remitiéndole  la  informacio'n  que  practico'  y 
diciendo  que  los  criminales  quedaban  esperando  lo  que 
resolviese. 

Ordeno  Cristóbal  Colón  que  los  presos  fueran  condu- 
cidos á  Santo  Domingo,  sin  duda  para  que  fuera  de  más 
ejemplo  su  castigo.    Mas  noticioso  de  aquella  orden  Adrián 


296 


CRISTÓBAL  COLON 


de  Mojica,  primo  de  Guevara,  que  se  encontraba  en  la  Vega, 
empezó  á  amotinar  á  algunos  soldados,  ofreciéndoles  premios 
y  recompensas ,  para  reunir  los  que  fueran  bastantes  y  dar 
libertad  á  los  reos  ante^  de  que  llegasen  á  Santo  Domingo, 
asaltando  la  escolta  que  los  traía  en  el  punto  donde  con 
mayor  ventaja  pudieran  batirla. 

Tuvo  confidencia  el  Almirante  de  aquel  nuevo  crimen 
que  se  fraguaba,  comprendió'  desde  luego  su  trascendental 
importancia,  y  acudid  al  remedio  con  grandísima  diligencia, 
con  la  mayor  rapidez.  So'lo  podía  disponer  de  ocho  o'  diez 
hombres  armados  y  de  su  confianza,  y  con  solo  esa  escasa 
fuerza  resolvió'  apoderarse  de  la  persona  del  jefe,  fiando  en 
lo  inesperado  de  su  resolucio'n ;  le  sorprendió'  con  algunos 
de  los  suyos  y  se  lo  llevo'  preso  al  fuerte  de  la  Concepción. 

Sentenciado  á  muerte  Adrián  de  Mojica,  pidió'  confesio'n, 
pero  se  propuso  dilatar  este  acto  religioso  contando  con  la 
piedad  del  Almirante,  y  tal  vez  con  la  esperanza  de  que 
amotinándose  sus  parciales  le  librasen  del  suplicio.  Hizo 
delacix)nes  infames ;  suspendió'  la  confesio'n  muchas  veces  con 
desvanecimientos  verdaderos  d  fingidos ;  refirió'  largas  his- 
torias de  increibles  complicidades  de  sujetos  conocidos  en  la 
Vega,  y  dio  tantas  muestras  de  cobardía  y  de  falacia,  que 
apurada  la  paciencia  de  Colón,  mando'  que  le  precipitasen 
de  las  almenas,  como  se  efectuó',  aunque  deplorando  Colón 
la  necesidad  de  tan  grave  medida,  y  llorando  al  llevar  á 
cabo  aquel  acto  de  justicia,  como  lo  dijo  luego  en  la  carta  á 
doña  Juana  de  Torres. 

A  este  acto  de  severidad  siguieron  otros  no  menos  nece- 
sarios para  la  pacificacio'n  de  la  isla.  Hernando  de  Guevara 
llego'  á  Santo  Domingo  conducido  por  Roldan  y  fué  ence- 
rrado con  los  demás  que  allí  presos  estaban.  El  Adelantado 
salió'  para  Xaraguá  á  perseguir  á  otros  de  los  complicados, 
y  el  Almirante  hizo  prender  á  Pedro  de  Riquelme  con  varios 
de  sus  amigos,  que  mantenían  en  constante  alarma  el  terri- 
torio de  Bonao,    decidido  á  restablecer  el  orden  y  reducir  á 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


297 


la  impotencia  á  los  que  conservaban  resabios  de  las  pasadas 
insubordinaciones.  Todas  estas  cosas  se  hacían  por  los  meses 
de  Junio,  Julio  y  Agosto  del  año  de  1500. 

Bien  se  dejaba  conocer  por  todas  partes  la  presencia  de 
Cristóbal  Colón  en  la  isla ,  que  ciertamente  la  mayor  parte 
de  los  trastornos  en  ella  ocurridos  reconocían  por  causa  su 
prolongada  ausencia  por  las  dilaciones  que  le  hicieron  sufrir 
en  España.  Iba  renaciendo  la  tranquilidad;  el  orden  empe- 
zaba á  afianzarse ;  las  últimas  medidas  de  rigor  y  severidad 
habían  producido  excelente  resultado,  que  era  ya  muy  nece- 
saria la  accio'n  de  la  justicia  donde  tan  envalentonado  estaba 
el  vicio  y  tan  soberbios  los  criminales.  Aunque  era  tarea 
difícil  y  de  más  largo  tiempo  el  volver  la  administracio'n  á 
su  anterior  estado,  y  que  los  tributos  se  recaudasen  con 
regularidad,  los  indios,  escarmentados  por  sus  repetidos 
descalabros  y  convencidos  de  su  inferioridad,  estaban  sumisos 
y  obedientes,  por  más  que  excusaban  cuanto  les  era  posible  el 
estar  muy  cerca  de  sus  opresores.  Muchos  de  ellos  se  iban 
instruyendo  en  la  religio'n  cristiana,  aunque  también  este 
adelanto  dio'  ocasio'n  á  algunos  castigos  severos,  que  luego 
referiremos;  algunos  empezaban  á  vestirse  como  los  espa- 
ñoles, y  no  faltaban  otros  que  de  buena  voluntad  ayudaban 
al  cultivo  de  las  tierras.  Para  mayor  satisf accio'n,  se  reci- 
bieron noticias  de  un  extenso  territorio  de  más  de  ochenta 
leguas  donde  abundaba  el  oro,  pudiendo  laborearse  con 
poquísimo  trabajo  muchas  minas  de  gran  producto. 

La  fe  de  Cristóbal  Colón  atribuía  á  la  proteccio'n 
visible  del  cielo  el  renacimiento  que  por  todas  partes  comen- 
zaba á  iniciarse.  En  uno  de  los  momentos  de  mayor  angustia, 
cuando  su  espíritu  atribulado  no  encontraba  consuelo,  le 
pareció'  escuchar  una  voz  de  lo  alto  que  le  alentaba  llamán- 
dole hombre  de  poca  fe,  dejándole  ver  la  esperanza  de 
mejores  tiempos. 

Al  recibir  la  noticia  de  las  nuevas  minas,  y  con  el  doble 
fin  de  aumentar  la  recaudacio'n  de  oro  para  la  corona,  y 
Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  38, 


ii^.:^' 


298 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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satisfacer  el  deseo  de  los  españoles,  permitió'  que  todos 
pudieran  dedicarse  á  sacarlo,  contribuyendo  solamente  con 
el  tercio  para  los  Reyes;  y  al  mismo  tiempo  volvió'  los  ojos 
á  su  abandonado  proyecto  de  la  exploracio'n  de  tierra  firme, 
enviando  algunos  buques  que  fundasen  una  fortaleza  donde 
tuviesen  abrigo  los  que  se  dedicaran  al  rescate  de  las  perlas, 
de  las  que  esperaba  poder  enviar  grandes  cantidades  á 
España. 

Pudo  entonces  esperar  el  ilustre  Almirante  que  el  resul- 
tado de  su  administracio'n ,  el  fruto  de  tantos  trabajos  y  de 
tan  grandes  sufrimientos  podría  ser  apreciado  por  los  Reyes 
Cato'licos,  y  por  todos  los  que  en  la  corte  miraban  con 
interés  los  asuntos  de  Indias,  quedando  desacreditadas  todas 
las  calumnias  que  sus  enemigos  echaban  á  volar  para  perju- 
dicarle; porque  tanto  el  laboreo  de  las  minas  como  el  trabajo 
de  los  campos  ofrecían  pingües  ganancias  y  resultados  ven- 
tajosísimos, empezando  á  notarse  abundancia  y  bienestar, 
con  verdadera  satisfaccio'n  de  los  colonos. 

«En  ambos  artículos,  dice  Don  Juan  B.  Muñoz,  corres- 
ponde el  fruto  á  la  diligencia  y  deseo;  tanto  que  apenas 
habia  quien  quisiese  estar  á  sueldo,  pues  el  que  gozaba 
tierras  é  indios  de  repartimiento  vivia  como  un  señor, 
sobrado  de  comestibles  y  con  segura  esperanza  de  enriquecer. 
Los  que  se  aplicaban  á  minas  cojian  al  dia  por  lo  coinun  de 
seis  á  doce  castellanos  de  oro;  algunos  alcanzaban  á  cincuenta 
y  hasta  ciento  y  veinte;  y  tal  hubo  que  llego'  á  doscientos  y 
cincuenta,  que  son  cinco  marcos.  Del  mismo  modo  se  apro- 
vechaba el  Rey,  en  cuyo  nombre  se  adjudico'  el  gobernador 
muy  crecidos  repartimientos ;  y  ademas  llevaba  el  tercio  del 
oro  cojido  por  los  particulares.  Por  donde  al  paso  que 
prosperaban  los  colonos,  crecían  también  los  caudales  de  la 
Real  Hacienda.» 

Vencidos  y  subyugados  los  enemigos  en  la  isla  Españo- 
la, terminados  los  pasados  trastornos,  restablecida  la  tran- 
quilidad, iba  á  inaugurarse  la  era  del  trabajo  y  del  orden, 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VII 


299 


cuyo  resultado  había  de  ser  conocido  en  la  madre  patria  por 
los  abundantes  productos  y  grandes  riquezas  que  á  ella 
habían  de  afluir,  realizándose  todas  las  esperanzas  y  aún  las 
ilusiones  que  hiciera  concebir  el  descubrimiento.  Bien  podía 
Cristóbal  Colón  estar  satisfecho  de  su  obra  en  aquel 
momento,  y  levantar  la  vista  á  nuevas  colonizaciones  que 
aumentasen  la  riqueza  y  el  poderío  de  los  Reyes  Católicos  y 
de  la  nacio'n  española,  pensando  en  extender  sus  colonias 
por  la  tierra  firme.  Mas  en  tanto  que  todo  prosperaba  á  su 
alrededor,  y  sus  esperanzas  renacían,  en  España  se  formaba 
la  nube  que  había  de  lanzar  sobre  su  cabeza  la  mayor  des- 
gracia de  cuantas  le  ocurrieron,  la  que  había  de  atentar  á 
sus  honores  y  prerrogativas  y  acibarar  todos  los  días  de  su 
existencia,  que  tan  falaces  son  siempre  los  cálculos  humanos, 
y  así  se  escapa  de  nuestras  manos  la  felicidad  cuando  más 
próximos  nos  creemos  á  asegurarla. 


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302 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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La  solicitud  de  los  Reyes  nunca  descuidaba  la  conver- 
sio'n  de  los  indios;  la  propaga cio'n  de  la  fe  cato'lica  era  el 
más  constante  deseo  de  la  Reina,  que  en  ninguna  de  cuantas 
instrucciones  dirigía  al  Alrairante,  dejaba  de  ocuparse  de 
ella ,  así  como  en  las  prevenciones  que  á  la  Casa  de  Contra- 
tacio'n  se  hacían  para  el  despacho  de  las  flotas,  siempre 
consignaba  un  recuerdo  al  adelanto  de  la  religión,  siempre 
encargaba  que  se  enviasen  religiosos  de  reconocida  virtud  y 
capaces  de  instruirse  en  la  lengua,  para  que  pudieran 
imponer  á  los  indios  en  los  primeros  fundamentos  de  la  fe 
cristiana,  atrayéndoselos  al  mismo  tiempo  con  su  bondad  y 
con  los  beneficios  que  les  proporcionaran,  para  formarlos 
útiles  auxiliares  de  su  propaganda  y  subditos  obedientes  de 
los  monarcas  de  Castilla. 

Los  doce  religiosos  que  en  el  segundo  viaje  pasaron  á 
la  isla  Española  con  el  Vicario  fray  Bernardo  Boil,  trope- 
zaron desde  luego  con  un  grave  obstáculo,  pues  no  podían 
entenderse  directamente  con  los  indígenas  por  no  conocer  su 
lengua,  y  la  palabra  de  los  intérpretes  carecía  de  eficacia 
para  cierta  clase  de  explicaciones ,  y  más  todavía  para  per- 
suadir ciertas  verdades  y  disipar  crasísimos  errores. 

No  todos  los  religiosos  que  allá  fueron  estaban  dotados 
de  iguales  aptitudes ,  ni  tenían  el  mismo  fervor,  la  misma 
constancia,  que  tan  necesaria  era  para  la  conversio'n  de  los 
ido'latras  completamente  ignorantes ,  y  cuya  vida  selvática, 
sencilla  é  ignorante  les  hacía  muy  ajenos  á  conocimientos 
teogo'nicos,  y  más  aún  á  modificaciones  en  su  manera  de 
vivir,  á  la  que  tenían  grandísimo  apego.  Así  la  maj'or  parte 
de  aquellos  se  limitaron  á  ejercitar  su  ministerio  entre  los 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIII 


303 


mismos  españoles  que  formaban  parte  de  la  expedicio'n,  y 
fueron,  si  así  puede  decirse,  el  primer  clero  de  la  ciudad  de 
Isabela. 

Solamente  de  dos  de  eílos  hace  memoria  fray  Bartolomé 
de  las  Casas,  como  los  que  se  dedicaron  más  asiduamente  á 
la  conversio'n  é  instruccio'n  de  los  indios,  que  fueron  fray 
Román  Pane,  monje  eremita,  y  fray  Juan  Borgoño'n,  fran- 
ciscano. Al  primero  de  ellos,  que  fué,  según  parece,  el  que 
más  se  adelanto'  en  el  conocimiento  del  idioma  general  de  la 
isla,  le  encargo'  el  Almirante  escribiera  cuanto  fuese  alcan- 
zando de  las  creencias,  costumbres  é  historia  de  aquellos 
naturales,  cuyo  cometido  desempeño'  de  la  manera  que  jci 
hemos  visto  ^  escribiendo  una  Memoria  que,  aunque  por 
demás  incompleta,  y  llena  de  muchas  cosas  inútiles,  es  curio- 
sísima é  interesante  bajo  otros  aspectos ,  como  documento 
único  que  puede  consultarse  con  algún  fruto,  y  el  primero, 
5'-  más  antiguo  que  se  redacto  por  persona  que  vivió'  mucho 
tiempo  entre  los  indios  de  la  Vega  Real. 

Cuando  el  P.  Boil  abandono'  la  isla,  aquellos  dos  monjes 
continuaron  su  misio'n  evangelizadora,  y  algo  más  instruidos 
en  la  lengua,  pudiendo  hacerse  ya  comprender  de  los  indios, 
y  atrayéndolos  con  bondad  y  dulzura  á  presenciar  con 
respeto  las  prácticas  religiosas  á  que  ellos  se  entregaban,  los 
fueron  disponiendo  á  que  desearan  comprender  su  significado 
y  recibieran  las  primeras  nociones  de  la  doctrina. 

La  admiracio'n  que  todos  los  españoles  causabají  á  los 
inocentes  indios,  creyéndolos  bajados  del  cielo,  era  mayor 
en  presencia  de  los  religiosos,  con  los  cuales  adquirieron 
bien  pronto  gran  familiaridad ;  y  aquel  sentimiento  de  vene- 
ración les  movía  á  quererse  dar  cuenta  de  todas  las  acciones 
de  aquellos  hombres  superiores.  La  curiosidad  de  los  indios, 
sabiamente  estimulada  por  los  religiosos,  fué  un  agente 
poderoso  para  su  instruccio'n.    La  propaganda  fué  rápida. 


'     Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  del  libro  III,  (D)  pág.  123. 


304 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Ib 


I  fácil  y  de  gran  resultado;  y  si  los  atropellos,  los  excesos  de 
los  soldados  de  mosén  Pedro  Margarit,  y  aún  del  mismo 
jefe,  no  hubieran  despertado  la  indignación  de  los  sencillos" 
isleños,  haciéndolos  odiar  á  aquellos  soldados  que  antes 
tanto  admiraron ,  ciertamente  los  catequistas  cristianos 
habrían  logrado  más  copioso  fruto.  Pero  los  vicios  de  los 
dominadores  no  eran  la  mejor  recomendacio'n  para  la  religio'ri 
que  profesaban,  y  en  las  conciencias  de  los  indios  hacían 
mayor  efecto,  herían  más  fuertemente  sus  imaginaciones  las 
acciones  de  los  soldados,  que  las  doctrinas  explicadas  por  los 
misioneros,  cuyo  alcance  apenas  comprendían. 

No  desmayaban,  sin  embargo,  los  piadosos  frailes,  á 
pesar  de  tales  dificultades.  Parece  que  entre  los  indios  que 
más  habían  adelantado  en  la  inteligencia  de  los  misterios  de 
la  fe,  estaba  una  familia  numerosa  compuesta  de  diez  y  seis 
individuos,  entre  varones  y  hembras;  y  los  monjes,  concep- 
tuando 3^a  al  padre  con  la  suficiente  instruccio'n  para  apreciar 
las  verdades  reveladas,  no  dudaron  en  administrarle  el 
sacramento  del  Bautismo,  poniéndole  el  nombre  de  Juan 
Mateo,  por  el  cual  troco'  el  su3^o  de  Ganauvariu.  Insistió' 
don  Cristóbal  Colón  en  que  fray  Román  y  su  compañero 
intentasen  la  conversio'n  del  gran  cacique  de  la  Vega,  del 
infortunado  Guarionex,  cuyas  vicisitudes  hemos  narrado 
anteriormente,  y  aunque  bien  á  su  pes:ir,  tanto  por  no 
entender  la  lengua  del  cacique,  como  por  tener  que  aban- 
donar el  territorio  de  la  Aíagdalena,  donde  iban  consiguiendo 
mucho  fruto,  se  trasladaron  á  la  Concepcio'n,  que  entonces 
se  edificaba,  llevando  en  su  compañía  alguno  de  los  recién 
bautizados,  para  que  se  entendiese  mejor  con  los  otros 
indios. 

Largo  tiempo  estuvieron  los  misioneros  al  lado  del 
cacique,  que  dominado  por  su  bondad  y  virtud  se  prestaba 
de  buena  voluntad  á  instruirse  en  cuanto  ellos  querían. 
A  costa  de  muchos  esfuerzos,  con  grande  asiduidad  y  pa- 
ciencia,  lograron   que   tomase   de    memoria   las   principales 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIH 


305 


oraciones  del  cristiano,  y  al  mismo  tiempo  oyéndolas  repetir 
diariamente,  las  aprendieron  también  muchas  personas  de 
su  casa  y  toda  la  familia  que  era  numerosa;  pero  aquel 
fruto  tan  pacientemente  alcanzado  se  malogro',  por  la  indig- 
nacio'n  que  causo  en  el  cacique  la  conducta  de  los  soldados 
que  tantos  daños  causaban  á  los  indios,  y  de  la  cual  supieron 
aprovecharse  otros  caciques  de  los  subalternos,  para  hacerle 
aborrecible  la  religión  de  aquellos  hombres  perversos  y 
viciosos. 

Abandonaron  los  catequistas  aquel  territorio  y  se  diri- 
gieron en  busca  de  otros  indios  de  la  montaña  que  parecían 
mejor  dispuestos  para  abrazar  la  religio'n;  y  entonces  Gua- 
rionex  envió  emisarios,  o'  tal  vez  éstos  fueron  movidos  por 
su  odio  y  sin  excitacio'n  del  cacique,  y  destruyeron  la  casa 
de  oracio'n  que  fray  Román  Pane  había  dejado  edificada 
junto  á  la  que  habitaba  la  familia  de  Juan  Mateo,  y  alre- 
dedor de  la  cual  se  congregaban  también  otros  muchos  que 
se  habían  convertido.  Las  imágenes,  que  para  el  culto  se 
habían  colocado  en  el  altarito  objeto  de  la  devocio'n  de  los 
indios,  fueron  destrozadas  y  enterradas  en  un  campo  cercano, 
y  los  agresores  maltrataron  á  los  que  se  oponían  á  aquel 
acto  de  injustificada  agresio'n. 

Esto  sucedía  á  poco  tiempo  de  haberse  embarcado  para 
España  el  Almirante  en  compañía  del  repostero  Aguado. 
Los  cristianos  de  la  Vega  acudieron  con  sus  quejas  al  Ade- 
lantado, el  cual  hizo  prender  y  procesar  á  los  culpables  y 
los  hizo  perecer  en  el  más  horrible  de  los  castigos.  Sin 
embargo,  y  como  siempre  sucede,  en  lugar  de  saludable 
escarmiento  los  suplicios  avivaron  los  odios ,  y  algún  tiempo 
después  murieron  asesinados  Juan  Mateo,  su  hermano  lla- 
mado Antonio,  y  otros  muchos  indios  de  los  que  habían 
recibido  el  bautismo,  y  que  fueron  considerados  como 
mártires  por  los  religiosos,  y  por  los  demás  cristianos  de  la 
isla,  que  juntamente  con  ellos  se  habían  convertido  y  perse- 
veraban en  la  fe. 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 39. 


3o6 


CRISTÓBAL  COLON 


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II 


A  la  luz  de  los  principios  filoso'ficos  que  están  hoy  en  la 
conciencia  de  todos,  y  bajo  la  inspiracio'n  de  las  ideas  de 
humanidad  y  de  fraternidad  que  informan  el  derecho 
público  de  todas  las  naciones  civilizadas  y  sus  relaciones 
internacionales,  nada  más  lo'gico  ni  más  fácil  que  la  censura 
acerba  dirigida  contra  el  acto  de  Cristóbal  Colón  cuando 
por  vez  primera  cargo  las  carabelas  que  regresaban  á  España 
con  los  indios  que  había  hecho  prisioneros  en  su  excursio'n  á 
la  Vega  Real.  Mas  para  juzgar  su  conducta,  y  no  cometer 
la  mayor  de  las  injusticias,  es  necesario  acallar  por  un 
momento  ciertos  sentimientos,  dejar  á  un  lado  nuestras 
convicciones  actuales,  hacer  completa  abstracción  de  los 
ideales  de  esta  edad  en  que  vivimos,  y  trasladarnos,  en 
cuanto  sea  posible,  al  siglo  xv,  procurando  imbuirnos  en 
las  ideas  y  sentimientos  que  animaban  á  los  hombres  de 
aquella  época,  y  el  modo  de  ser  de  las  nacionalidades  en  las 
relaciones  que  entonces  formaban  el  llamado  derecho  de 
gentes.  So'lo  así  podremos  aproximarnos  al  conocimiento  de 
lo  que  aquellos  actos  significaban,  y  al  juicio  que  pueden 
merecer,  examinados  en  el  movimiento  general  de  la  época 
en  que  se  realizaban. 

Ni  España  había  dado  el  ejemplo  de  reducir  á  la  escla- 
vitud á  los  vencidos,  ni  mucho  menos  puede  culparse  á 
Cristóbal  Colón  de  haber  practicado  actos  que  no  estu- 
vieran perfectamente  dentro  de  las  costumbres  admitidas. 
Los  prisioneros  de  guerra  sufrían  la  dura  suerte  del  esclavo 
desde  la  más  remota  antigüedad;  desde  aquellos  tiempos  á 
que  alcanzan  memorias  histo'ricas,  y  no  es  necesario  hacer 
citas  cuando  están  llenas  de  ejemplos  lo  mismo  las  historias 
sagradas    que    las    profanas.    Los    principios    humanitarios 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIII 


307 


predicados  por  el  cristianismo,  é  infiltrados  por  la  religión 
en  las- instituciones  de  todas  la  nacionalidades  que  se  forma- 
ron después  de  la  desmembracio'n  del  Imperio  de  Occidente, 
tuvieron  sin  duda  alguna  saludable  influencia  en  el  derecho 
internacional,  y  ya  las  leyes  de  la  guerra  fueron  siendo 
menos  duras,  pudiendo  reconocerse  los  derechos  de  los 
vencidos  (de  jure  helli);  pero  esta  modificación  no  alcanzaba, 
por  regla  general,  más  que  á  los  ejércitos  beligerantes,  á 
aquellos  especialmente  que  profesaban  la  misma  religio'n  y 
estaban  unidos  por  el  lazo  de  la  creencia,  aunque  divididos 
por  cuestiones  políticas  o'  de  nación;  para  los  infieles,  y  bajo 
tal  denominacio'n,  se  comprendían  casi  todos  los  pueblos,  casi 
con  la  misma  latitud  con  que  los  romanos  llamaban  enemigos 
á  los  extranjeros  (adversus  hostes)  la  dureza  de  la  ley  no  tuvo 
sensible  alteración,  y  continuaban  siendo  los  vencidos  galar- 
do'n  y  presa  de  los  vencedores,  que  los  trataban  más  o'  menos 
cruelmente  sin  responsabilidad  alguna,  y  los  ocupaban  en 
trabajos  sin  más  regla  que  su  capricho. 

Cuando  el  ejército  que  triunfaba  era  de  una  nación 
verdaderamente  cristiana,  y  adelantada  en  cultura,  la  con- 
dición de  los  vencidos  era  mucho  más  llevadera ;  pero  si  la 
diferencia  de  religión  establecía  entre  unos  y  otros  barrera 
insuperable  ¡ay  de  los  que  sucumbían!  que  habían  de  sufrir 
en  toda  su  crueldad  la  dura  ley  de  la  esclavitud.  Y  el 
ejemplo  estaba  muy  pro'ximo,  muy  reciente,  á  la  vista  de 
todos.  Los  musulmanes  prisioneros  de  los  cristianos  en  las 
guerras  que  antecedieron  á  la  conquista  de  Granada,  ya  en 
el  tiempo  de  los  mismos  Reyes  Cato'licos,  para  no  remon- 
tarnos á  época  más  lejana,  habían  quedado  como  esclavos;  y 
ya  anteriormente  hemos  recordado  lo  que  ocurrió  en  la  toma 
de  Málaga,  después  de  cuya  entrega  todos  los  moros,  sin 
distincio'n  de  clases,  de  sexos  ni  de  edades,  fueron  hacinados 
en  un  corral,  donde  permanecieron  hasta  la  llegada  de  los 
buques  que  debían  conducirlos  á  diferentes  plazas  de  España. 

El  sensible,   el  caritativo,   el  religiosísimo  corazo'n  del 


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308 


CRISTÓBAL  COLÓN 


P.  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  conmovido  á  vista  de  la 
desgracia  de  los  indios ,  que  por  su  natural  sencillez ,  por  su 
inocencia  y  dulzura  se  le  hacían  simpáticos ,  encontró'  desde 
luego  un  argumento  á  su  favor,  y  formulo  cargo  al  Almi- 
rante, aunque  dejando  siempre  á  salvo  su  buena  intencio'n, 
porque  desde  el  primer  viaje  había  arrancado  de  sus  islas, 
para  traerlos  á  España  contra  su  voluntad,  á  varios  de 
aquellos  inofensivos  indígenas  de  las  Lucayas  y  de  Haití; 
cargo  que  luego  repitió'  con  mayor  fuerza,  al  ver  se  proponía 
como  medio  para  aumentar  los  rendimientos  de  la  isla 
Española  la  venta  de  esclavos,  y  que  se  cargaban  de  ellos 
las  carabelas  que  acá  regresaban.  El  P.  Las  Casas,  que  en 
la  conducta  del  Almirante  en  su  gobernacio'n  no  descubre 
cosa  digna  de  censura,  encontrándole  siempre  hombre  de 
altos  .pensamientos,  piadoso  y  fiel  á  los  Reyes  de  Castilla, 
busca  el  origen  de  sus  desgracias,  la  causa  de  todos  los 
sinsabores  y  disgustos  que  amargaron  su  vida,  en  la  injusti- 
cia que  cometía  con  los  indios,  abusando  de  la  fuerza,  y  no 
tratándolos  de  la  manera  que  merecían  y  como  preceptuaba 
la  caridad  cristiana. 

Discurrió'  el  piadoso  obispo  de  Chiapa  un  argumento 
para  defender  á  los  indígenas  del  Nuevo  Mundo  del  yugo  de 
la  esclavitud,  que  tanto  patentiza  su  caridad  inagotable,  como 
la  profundidad  de  su  talento  y  la  seguridad  de  su  juicio. 
Aquellos  isleños  no  podían  seguir  la  condicio'n  de  los  prisio- 
neros hechos  en  la  guerra,  después  de  una  batalla  y  con  las 
armas  en  la  mano;  porque  los  españoles,  ú  otos  hombres 
cualesquiera  de  un  pueblo  más  adelantado  en  civilización, 
por  el  mero  hecho  de  haber  aportado  á  sus  playas,  no  habían 
adquirido  ni  podían  ostentar  título  alguno  para  hacer  escla- 
vos á  aquellos  indios  que  ningún  mal  les  habían  causado, 
nada  le  debían,  y  antes,  por  el  contrario,  guiados  por  su 
natural  bondad,  y  con  la  sencillez  y  el  candor  de  niños,  les 
habían  ayudado  en  todo,  ofreciéndoles  con  la  mejor  voluntad 
cuanto  poseían. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIII 


309 


Ninguno  de  los  modernos  y  más  exagerados  filántropos 
ha  defendido  con  mejores  razones,  con  más  ardor  y  mejor 
buena  fe,  la  causa  de  los  indios;  por  eso  nos  fijamos  en  sus 
razonamientos,  que  tanto  dieron  que  hablar  y  tanto  han 
hecho  escribir  á  los  más  profundos  pensadores. 

Porque  en  nuestro  concepto,  no  era  cosa  fácil  el  deter- 
minar en  los  momentos  primeros  del  descubrimiento  la 
condición  social  de  aquellos  isleños.  La  Reina  Cato'lica,  cuyo 
gran  corazo'n  y  alta  inteligencia  son  harto  apreciados  por  la 
posteridad;  el  Re}^  cuyo  talento  é  instruccio'n  así  como  la 
seguridad  de  sus  miras  todos  reconocen,  dudaron  en  el 
principio,  y  no  dieron  resolucio'n  definitiva.  Cuando  en  las 
cuatro  carabelas  que  después  del  segundo  viaje,  vinieron  al 
mando  de  Antonio  de  Torres,  llegaron  los  quinientos  indios 
que  enviaba  el  Almirante,  los  Reyes,  por  Real  cédula  de  12  de 
Abril  de  1495,  mandaron  al  obispo  don  Juan  de  Fonseca  los 
vendiese  en  Sevilla,  porque  les  parecía  que  allí  se  podrían 
vender  mejor  que  en  otra  parte;  mas  muy  luego,  por  otra 
cédula  de  16  del  mismo  mes  ^ ,  le  preceptuaron  que  no  perci- 
biera las  cantidades  que  produjese  la  venta,  sino  que  los 
compradores  las  afianzasen: — «porque  Nos  queremos  informar- 
nos, decían,  de  letrados,  Teólogos  c  Canonistas  si  con  buena  con- 
ciencia se  pueden  vender  estos  por  solo  vos,  ó  no;  y  esto  no  se 
puede  facer  hasta  que  veamos  lasf  cartas  que  el  Almirante  nos 
escribe  para  saber  la  causa  porque  los  envia  acá  por  cativos.)) 

Porque  entonces  juzgaban  con  diferente  criterio,  según 
era  la  condicio'n  de  los  isleños  apresados.  Cuando  Colón 
envió'  á  España  algunos  de  ellos  para  que  se  educasen, 
instruyéndolos  en  los  principios  religiosos,  y  para  que  apren- 
diendo la  lengua  pudieran  ser  útiles  en  la  propagacio'n  de  la 
fe  en  los  países  nuevamente  descubiertos,  no  se  ofreció'  la 
menor  duda,  no  ocurrió'  dificultad  alguna,   porque  se  juzgo' 


P 


'     Véanse  en  Navarrete. —  Colección  de  viajes,  tomo  II,  núms.  LXXXVII  y 
XCII,  págs.  191  y  195  de  la  segunda  edición. 


310 


CRISTÓBAL  COLÓN 


que  la  elevación  del  fin  justificaba  los  medios.  Ni  tampoco 
hubo  el  más  leve  asomo  de  vacilación  cuando  los  primeros 
indios  que  se  enviaron  pertenecían  á  las  islas  caribes ,  y  eran 
de  aquellas  tribus  feroces  y  sanguinarias  que  devoraban  á 
sus  semejantes  y  celebraban  festines  de  carne  humana.  Para 
proporcionarse  tan  repugnante  alimento  y  placer  tan  bár- 
baro, salían  á  combatir  con  los  isleños  de  otros  puntos  cu37'as 
costumbres  eran  más  apacibles,  y  llevaban  á  sus  islas  los 
prisioneros  como  rico  botín  que  grandemente  apreciaban. 
Ante  la  odiosidad  de  semejante  costumbre  no  podían  caber 
escrúpulos,  y  para  hacerla  desaparecer  ningún  remedio  era 
violento.  Los  caníbales  fueron  recibidos  con  júbilo,  y  se 
procuro'  instruirlos  inmediatamente,  para  que  cayesen  en 
aborrecimiento  de  su  antigua  barbarie. 

Pero  los  indios  de  la  Vega  eran  pacíficos  por  naturaleza, 
de  costumbres  dulces,  do'ciles  por  carácter  y  fáciles  de 
reducir  á  la  religio'n  verdadera  y  á  la  obediencia  de  los 
Reyes  de  España,  según  las  manifestaciones  hechas  con 
repeticio'n  por  el  mismo  Almirante  en  sus  cartas  y  por  los 
religiosos  que  primeramente  penetraron  en  sus  moradas. 
A  éstos  no  era  posible,  ni  era  lícito  en  buena  conciencia, 
aún  atendiendo  á  las  costumbres  de  la  época,  reducirlos  á 
esclavitud,  á  menos  de  ser  cogidos  en  guerra  abierta,  derra- 
mando sangre,  con  las  armas  en  la  mano,  y  de  ahí  el  escrú- 
pulo, la  duda  prudente  de  los  Reyes,  que  produjo  la  segunda 
cédula  Real  de  16  de  Abril  de  1495,  pues  querían  ser  infor- 
mados por  las  cartas  de  Cristóbal  Colón  de  la  manera  con 
que  se  habían  aprisionado  aquellos  indios,  de  la  causa  o' 
razo'n  que  hubiera  para  tratarlos  como  cautivos. 

Tal  vez  en  esto  hubo  algún  exceso  en  el  Almirante,  y 
de  ello  bien  le  culpa  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  pues  dice: 
«que  según  el  ansia  que  tenia  de  que  hobiesen  provecho  los 
Reyes,  para  que  los  gastos  que  habian  hecho  recompensasen, 

y  los  que  hacian  no  los  sintiesen él  acabara  en  muy  poco 

tiempo  de  consumir  toda  la  gente  desta  isla,   porque  tenia 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIII 


311 


determinado  de  cargar  los  navios  que  viniesen  de  Castilla  de 
esclavos  y  enviarlos  á  vender  á  las  islas  de  Canarias  y  de  las 
Azores,  y  á  las  de  Cabo  Verde,   y  adonde  quiera  que  bien 
se  vendiesen;   y  sobre   esta   mercadería   fundaba   principal- 
mente los  aprovechamientos  para  suplir  los  dichos  gastos  y 
excusar  á  los  Reyes  de  costa  como  su  principal  grangeria.» 
Y  por  cierto  que  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  á  pesar 
de  la  severidad  de  sus  principios  y  de  lo  humanitario  de  sus 
sentimientos ,  no  hace  tan  grave  cargo  á  Cristóbal  Colón 
por  su  conducta  en  este  punto  como  más  tarde  han  querido 
formárselo,  acriminándole  y  agraviando  su  buena  memoria 
otros  escritores  menos  piadosos.  «Y  en  este  error  y  ceguedad, 
escribe   seguidamente   el  venerable   Obispo,   caia  por   igno- 
rancia,   como    arriba    creo    que    he    dicho,    no    excusable, 
haciendo  quizás  cuenta  que  la  gente  de  esas  tierras ,  por  ser 
solamente  infieles,   eran  de  derecho  mas  nuestras  que  las  de 
Berbería,    como   ni   aun   aquellas,    si   en   paz   con   nosotros 
viviesen,  tratarlas  como  á  estas,  haciéndoles  guerra  y  capti- 
vándolas,   no  chica  sino  grande  ofensa  de  Dios  ciertamente 
seria.   Pero  pues  ignoraban  tan  oscura  y  perniciosamente  aquesta 
injusticia  los  que  los  Reyes  por  ojos  y  lumbre  tenian,  que  el  Almi- 
rante la  ignorase,  que  no  era  letrado,  cierto  no  era  gran  mara- 
villa; puesto   que,    pues  ninguno    experimento  primero  la 
bondad,    mansedumbre  y  humildad  y  simplicidad  y  virtud 
destas  gentes,  ni  la  publico'  á  los  Reyes,   ni  al  Papa,  ni  al 
mundo  sino  él,  juzgado  solo  por  la  razón  natural  y  por  sí 
mismo,   según  las  obras  que  al  principio  recibió'  dellas  y  las 
que  él  después  primero  que  otro  les  hizo,   él  mismo  y  á  sí 
mismo   de   gran   culpa   convencerla;    y  verdaderamente  yo 
creo,   según  que  también  arriba  pienso  que  he  dicho,  que  la 
intención  del  Almirante,  simplemente  considerada  sin  aplicarla 
á  la  obra,  sino  supuesto  su  error  é  ignorancia  del  derecho, 
era  rectísima.)-)  Y  no  contento  aún  con  la  justicia  que  en  con- 
ceptos tales  ha  hecho  y  de  la  pureza  de  sus  miras,   concluye 
más  adelante  doliéndose  de  su  error  en  estas  significativas 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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frases:  —  «Y  es  verdad,  que  cognosciendo,  lo  que  cognoscí, 
é  noticia  que  tuve ,  fuera  desta  materia ,  de  la  bondad  del 
Almirante  y  de  su  intención,  que  parecía  todas  las  cosas 
referirlas  y  encaminarlas  á  Dios ,  á  mi  me  hace  grandísima 
lástima,  verle  en  esto  de  la  verdad  y  de  la  justicia  tan 
remoto  y  desviado.» 

La  propagacio'n  de  la  fe  cato'lica  en  las  extendidas 
regiones  nuevamente  halladas,  y  la  educación  religiosa  de 
los  numerosos  pueblos  que  las  habitaban  y  á  los  que  anhe- 
laban ver  reducidos  al  gremio  de  la  Iglesia,  eran  los  princi- 
pales fines  á  que  se  dirigían  los  conatos  de  los  ^Monarcas 
españoles,  y  nunca  olvidaban  hacer  sobre  esto  eficaces  reco- 
mendaciones tanto  á  Colón  como  á  Fonseca,  y  á  todos  los 
que  pasaban  al  Nuevo  Mundo,  encargando  fuesen  enviados 
frailes  y  sacerdotes  de  reconocida  virtud  y  celo.  Y  con  este 
motivo,  tomando  pretexto  de  aquel  laudable  y  piadoso  deseo 
de  los  Soberanos,  tomaron  principio  las  llamadas  encomiendas, 
que  no  tenían  otro  fin  verdadero  que  dar  color  de  legalidad 
á  un  incalificable  abuso,  á  una  insoportable  tiranía,  y  al 
propio  tiempo  proporcionar  á  los  indignos  españoles  que  á 
las  Indias  pasaban,  medios  de  tener  utilidades  sin  trabajar, 
haciéndose  ricos  por  medio  del  trabajo  ajeno.  Los  presi- 
diarios de  España,  los  criminales  indultados,  iban  allá  á  ser 
señores ,  y  los  sencillos  isleños  eran  sus  esclavos ,  las  bestias 
de  carga  que  les  preparaban  cuanto  era  necesario  para  satis- 
facer sus  apetitos  desordenados. 

El  mal  traía  antiguo  origen.  Ya  en  su  primer  Memorial 
remitido  á  los  Reyes  Católicos  por  mano  de  Antonio  de 
Torres  en  Febrero  de  1494,  hablaba  el  Almirante  de  los 
caníbales  que  enviaba  para  su  instruccio'n ,  y  decía  que 
cuantos  más  se  remitiesen  á  España  sería  mejor,  proponiendo 
como  medio  de  que  se  aumentase  el  número  de  ganados  y 
bestias  para  las  labores  de  la  isla,  pagar  á  los  que  allá  los 
llevasen  en  esclavos  destos  caníbales,  gente  tan  fiera  y  dispuesta 
y  bien  proporcionada  y  de  muy  buen  entendimiento,  los  cuales 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  VIII 


313 


quitados  de  aquella  inhumanidad  creemos  que  serán  mejores  que 
otros  ningunos  esclavos.  No  se  decidieron  los  Reyes  á  aceptar 
la  idea;  pero  iniciada  ya,  juzgando  que  á  los  indios  se  les 
hacía  un  gran  beneficio  entregándolos  á  personas  que  los 
instruyeran,  aunque  los  hicieran  trabajar,  las  consecuencias 
podían  llegar  muy  lejos,  como  en  efecto  llegaron.  Los 
desordenes  de  la  isla  dieron  ocasio'n  al  abuso:  los  españoles 
que  labraban  los  campos  obligaban  por  fuerza  á  los  indios  á 
que  les  hicieran  los  trabajos:  los  que  beneficiaban  las  minas 
llevaban  á  ellas  gran  número  de  naturales  para  cavar  el 
terreno,  y  se  habían  acostumbrado  todos  á  comer  de  los 
sudores  de  los  indios,  usurpando  cada  uno  tres  o'  cuatro  o' 
diez  que  le  sirviesen ;  y  los  indios  por  su  mansedumbre  no 
sabían  ni  podían  resistir.  Los  insurrectos  de  Roldan  tenían 
siempre  más  de  quinientos  indígenas  á  su  servicio;  y  cuando 
se  trasladaban  de  un  punto  á  otro  llevaban  por  delante  más 
de  mil  que  les  llevasen  camas,  bagajes,  mantenimientos  y 
cuanto  deseaban  o'  podían  necesitar. 

Terminada  la  insurreccio'n ,  el  Almirante  no  se  encontró' 
con  fuerza  moral  bastante  para  impedir  aquel  abuso,  que 
también  tenía  imitación  entre  sus  soldados,  porque  todo  estaba 
reciente  y  vedriado  y  en  peligro,  como  dice  el  P.  Las  Casas,  o' 
á  lo  menos  duraba  el  temor.  En  esta  situacio'n  tuvo  por  mejor 
consentirlo,  imponiendo  á  los  colonos  que  en  su  servicio 
ocupaban  á  los  indios,  la  obligacio'n  de  instruirlos  en  los 
principios  religiosos,  y  aún  escribió'  á  los  Reyes  disculpando 
aquel  exceso,  cuyo  alcance  él  conocía  muy  bien,  y  pidiendo 
se  tolerase  por  un  año  o'  dos;  es  decir,  hasta  que  la  admi- 
nistracio'n  se  consolidara,  el  orden  fuera  más  estable  y 
viniendo  nuevos  colonos  y  oficiales  reales  de  la  madre  patria 
recobrase  alguna  fuerza  la  autoridad. 

Así  nacieron  y  se  establecieron  aquellos  llamados  repar- 
timientos y  luego  encomiendas,  que  fueron  una  de  las  causas 
principales  de  la  despoblacio'n  de  la  isla.  También  puede 
asegurarse  que  nunca  se  dieron  los  indios  á  los  españoles 
Cristóbal  Colón,  t.  ii, — 40. 


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j. 


314 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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_^  _-,  para  que  los  enseñasen  ni  los  instruyesen  en  la  doctrina 
cristiana,  ni  en  otra  cosa  alguna,  sino  para  que  se  sirviesen 
de  ellos:  aquella  fué  la  excusa  de  tan  injustificable  abuso,  el 
pretexto  para  que  continuara  el  indebido  vasallaje. 

Cristóbal  Colón,  aunque  sin  juzgar  el  hecho  en  toda 
su  gravedad  ni  con  la  severidad  que  merecía,  no  lo  tolero' 
sino  con  carácter  de  interino,  por  breve  tiempo  y  como 
obligado  por  las  circunstancias;  pero  como  eran  tantos  los 
interesados  en  sostener  aquel  estado  de  cosas,  pues  todos,  sin 
excepcio'n,  se  aprovechaban  del  trabajo  de  los  indios,  sepa- 
rado á  poco  tiempo  el  Almirante  de  una  manera  violenta  de 
la  gobernacio'n  de  la  isla,  los  que  le  sucedieron,  por  ganarse 
voluntades,  lejos  de  extirpar  aquel  abuso,  lo  aumentaron, 
extendieron  el  número  de  encomiendas,  acrecentaron  los 
indios  repartidos,  y  dieron  firmeza  y  estabilidad  á  aquella 
atroz  injusticia  causa  de  tantos  males. 

« Los  siguientes  gobernadores ,  escribe  indignado  el 
Obispo,  no  ignoraban  la  vida  que  acá  siempre  hicieron  los 
españoles,  y  sus  vicios  públicos  y  malos  ejemplos,  que 
siempre  fueron  de  hombres  bestiales ;  y  si  cuando  se  los 
daban  les  decian  que  con  cargo  que  en  las  cosas  de  la  fé  los 
enseñasen,  no  era  otra  cosa  sino  hacer  de  la  misma  fé  y 
religión  cristiana ,  sacrilego  é  inexplicable  escarnio ;  y  mere- 
cieran los  mismos  gobernadores  que  los  hicieran  no  cuatro 
sino  catorce  cuartos.» 

¡Este  es  el  juicio  que  merece  al  P.  Las  Casas  la  con- 
ducta de  los  que  sucedieron  á  Cristóbal  Colón  en  el 
gobierno  de  la  isla  Española ! 


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316 


CRISTÓBAL  COLÓN 


^^s: 


¿Qué  ocurría  entretanto  en  España?  ¿Qué  sucedía  en 
la  corte  de  los  Reyes  Cato'licos ,  mientras  que  Cristóbal 
Colón,  desde  su  salida  de  Sanlúcar  de  Barrameda,  había 
experimentado  tantos  contratiempos,  sufrido  tantos  traba- 
jos, corrido  tan  grandes  peligros  y  prestado  servicios  tan 
eminentes?  Aún  se  encontraban  los  buques  en  los  principios 
de  aquel  difícil  viaje;  tal  vez  estaba  el  Almirante  amenazado 
de  la  más  horrible  suerte  en  las  calmas  y  el  calor  de  la 
proximidad  de  la  línea,  y  ya  sus  enemigos  personales  arre- 
ciaban en  la  lucha  emprendida  contra  su  fama,  contra  su 
empresa  y  contra  su  persona  sin  reparar  en  los  medios.  Don 
Juan  de  Fonseca  se  había  creído  ofendido  en  la  persona  de 
su  dependiente  Jimeno  de  Bribiesca ;  los  golpes  que  éste 
recibiera  estimábalos  dirigidos  á  su  autoridad,  y  si  antes  era 
su  propo'sito  oponer  dificultades  á  la  gloriosa  empresa  del 
descubrimiento,  porque  con  ella  se  engrandecía  aquel  extran- 
jero á  quien  no  podía  avenirse  á  tratar  como  igual,  y  mucho 
menos  como  superior,  y  cu3^a  gloria  despertaba  su  envidia, 
ahora  se  añadía  el  deseo  de  venganza,  pues  no  era  posible 
dejar  sin  reparacio'n  aquel  ultraje  hecho  á  persona  empleada 
por  el  obispo  de  Badajoz,  y  que  éste  juzgaba  hecho  en  su 
menosprecio. 

Como  las  flotas  se  aprestaban  en  Sevilla,  y  de  aquel 
centro  de  contratacio'n  exclusivo  partían  los  socorros  envia- 
dos al  Nuevo  Mundo,  y  allí  tainbién  se  recibían  los  productos 
y  las  relaciones  y  documentos  que  el  Almirante  remitía,  dis- 
ponían de  muchos  medios  para  hacer  que  circulase  y  se  cono- 
ciera todo  lo  desfavorable  antes  que  hubiera  noticia  de  lo 
que  podía  causar  entusiasmo;  y  tenían  buen  cuidado  Fonseca 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


317 


y  sus  oficiales,  especialmente  Soria  y  Bribiesca,  de  que  las 
relaciones  de  los  descontentos,  holgazanes  y  hombres  de  mal 
vivir  que  de  la  Española  volvían,  fueran  escuchadas  por 
muchos  en  la  ciudad,  al  paso  que  las  comunicaciones  del 
Almirante  á  los  Re}'' es  sobre  los  nuevos  descubrimientos,  las 
muestras  de  oro,  las  perlas  y  cuanto  podía  contribuir  á 
alimentar  las  esperanzas  se  reservaba  cuidadosamente,  y  se 
remitía  á  la  corte  lo  más  tarde  posible  y  con  el  mayor 
secreto,  después  que  ya  eran  del  dominio  público  y  hasta 
habían  podido  llegar  verbalmente  á  la  residencia  de  los 
Reyes,  aumentadas  por  la  exageracio'n  popular,  las  nuevas 
de  las  enfermedades ,  de  las  insurrecciones ,  de  las  guerras  y 
de  los  padecimientos  que  soportaban  los  españoles  de  las 
islas  de  Indias. 

De  este  modo  la  atmo'sfera  de  disgusto  que  se  creaba 
entre  los  que  tenían  parientes  y  amigos  al  otro  lado  de  los 
mares,  era  una  base  segura  para  cimentar  la  impopularidad 
de  Colón  ,  á  cuyos  planes  se  atribuía  la  causa  de  tantas 
desdichas ;  y  en  Sevilla  se  aumentaba  la  desconfianza  y  crecía 
el  descontento  á  merced  de  aquellas  odiosas  cabalas  que  un 
puñado  de  envidiosos  ponía  en  juego,  y  que  sostenían  los 
perdidos  que  de  la  Española  regresaban. 

Los  Reyes,  por  lo  mismo  que  deseaban  el  aumento  y 
prosperidad  de  la  colonia,  porque  tenían  muy  alta  idea  del 
descubrimiento,  veían  con  pena  el  incesante  gasto  que  oca- 
sionaba; las  muchas  necesidades  á  que  era  de  urgencia 
atender,  en  tanto  que  las  esperanzas  concebidas  no  se  reali- 
zaban, el  oro  siempre  prometido  nunca  se  alcanzaba  en  las 
cantidades  ofrecidas,  poniendo  al  tesoro  en  continuo  apuro, 
que  diestra  y  cautelosamente  procuraban  aumentar  los  ene- 
migos del  Almirante. 

No  escaseaban  las  maliciosas  insinuaciones  en  contra  de 
éste;  y  aún  que  ya  hemos  notado  repetidamente  el  poco  o 
ningún  efecto  que  causaban  ciertas  calumnias  en  el  ánimo 
recto  é  ilustrado  de  los  Reyes,  y  que  tenía  más  crédito  con 


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3i8 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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ellos  una  palabra  noble  y  franca  de  Cristóbal  Colón  que 
muchas  asechanzas  de  sus  émulos ,  la  gota  incesante  iba  al 
fin  quebrantando  la  peña,  y  por  desgracia  los  sucesos  de  la' 
isla  Española  prestaban  color  de  verdad  á  cuanto  mal  se 
decía  de  su  administracio'n  y  del  trato  que  allí  sufrían  los 
españoles. 

Era  extranjero  el  Almirante,  y  ésta  fué  ciertamente  una 
de  sus  mayores  desventuras,  y  una  de  las  causas  de  impo- 
pularidad que  más  se  agito  en  contra  suya.  Los  nobles  no 
le  miraban  con  buenos  ojos ,  y  se  veían  postergados  por  su 
engrandecimiento  y  por  los  honores  y  dignidades  que  se  le 
concedieron;  le  obedecían  de  mala  voluntad,  y  jamás  tuvie- 
ron en  él  la  confianza  á  que  le  hacían  acreedor  sus  altas 
cualidades.  Propalaron  la  especie  de  que  en  la  isla  Española 
quería  dar  entrada  únicamente  á  los  genoveses,  protegiendo 
su  comercio,  concediéndoles  contratas  y  privilegios  y  perju- 
dicando á  los  españoles,  cuyos  intereses  nada  le  importaban; 
y  aún  llegaron  á  acusarle  de  querer  alzarse  como  señor  de  la 
isla,  en  unio'n  de  sus  hermanos,  o'  ceder  su  gobierno  á  la 
República  de  Genova,  su  patria,  que  había  de  recompensarle 
mejor  que  lo  habían  hecho  los  Reyes  Cato'licos. 

Esto  era  absurdo,  era  increíble;  era,  además,  de  todo 
punto  calumnioso;  pero  la  envidia  no  se  detiene  en  barreras 
de  ninguna  clase,  y  se  repetían  como  ciertas  las  mayores 
monstruosidades,  con  tal  de  perjudicar  el  buen  nombre  del 
Almirante. 

Cuidado  tenía  el  obispo  de  Badajoz  de  hacer  que  llega- 
sen á  manos  de  los  Reyes  todos  los  memoriales  de  quejas, 
de  agravios  y  de  peticiones  que  de  los  descontentos  de  la  isla 
llegaban  sin  cesar  en  todas  las  carabelas;  y  además,  con 
la  más  pérfida  de  las  intenciones,  procuraba  que  todos 
cuantos  de  allí  desembarcaban,  huyendo  del  merecido  cas- 
tigo o'  expulsados  por  el  Almirante,  fueran  presentándose  en 
la  corte  á  reclamar  se  les  pagasen  sus  atrasos,  y  las  canti- 
dades que  por  muchos  conceptos  se  les  adeudaban,  lo  cual 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


319 


debía  ser  muy  desagradable  para  el  rey  don  Fernando;  y 
por  eso  cuidaba  Fonseca  de  que  aquella  escena  se  repitiese, 
porque  comprendía  cuánto  perjudicaban  á  Colón  aquellas 
reclamaciones  de  lo  que  él. debía  y  no  había  podido  pagar. 

Tan  bien  aleccionados  iban  á  la  corte  aquellos  haraganes 
y  viciosos,  que  así  los  califica  fray  Bartolomé  de  las  Casas, 
que  se  estacionaban  al  paso  de  los  Reyes,  y  les  repetían  sus 
quejas ,  para  causarles  mayor  molestia  en  todas  las  ocasiones 
en  que  los  veían.  Refiere  don  Fernando  Colo'n  en  sus 
Apuntes  ^  que  «muchos  de  los  rebelados,  con  cartas  desde 
la  Española,  y  otros  que  se  hablan  vuelto  á  Castilla,  no 
dejaban  de  presentar  informaciones  falsas  á  los  Reyes  Cato'- 
licos  y  á  los  de  su  Consejo,  contra  el  Almirante  y  sus  R^ 
hermanos,  diciendo  que  eran  muy  crueles,  incapaces  para 
aquel  gobierno,  así  por  ser  extranjeros  y  ultramontanos, 
como  porque  en  ningún  tiempo  se  hablan  visto  en  estado  de 
gobernar  gente  honrada ;  afirmando  que  si  sus  Altezas  no 
ponian  remedio,  sucedería  la  última  destrucción  de  aquellos 
paises,  los  cuales,  cuando  no  fuesen  destruidos  por  su 
perversa  administración ,  el  mismo  Almirante  se  rebelarla  y 
haria  liga  con  algún  Príncipe  que  le  ayudase,  pretendiendo 
que  todo  fuese  suyo,  por  haber  sido  descubierto  con  su 
industria  y  trabajo ;  y  para  salir  con  este  intento  escondía 
las  riquezas,  y  no  permitía  que  los  indios  sirviesen  á  los 
cristianos  ni  se  convirtiesen  á  la  fé;  porque  acariciándolos 
esperaba  tenerlos  de  su  parte  para  hacer  todo  cuanto  fuese 
contra  el  servicio  de  sus  Altezas.» 

«Procedían  estos  y  otros  semejantes  en  estas  calumnias 
con  tan  grande  importunación  á  los  Reyes,  diciendo  mal  del 
Almirante  y  lamentándose  de  que  habla  muchos  años  que 
no  pagaba  sus  sueldos ,  que  daban  que  decir  á  todos  los  que 
entonces  estaban  en  la  corte.  Era  de  tal  manera,  que  estando 
yo  en  Granada  cuando  murió'  el  serenísimo  príncipe   Don 


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Historie  del  signar  Don  Fernando  Colombo ,  cap.  LXXXV. 


320 


CRISTÓBAL  COLON 


Miguel,  mas  de  cincuenta  de  ellos,  como  hombres  sin  ver- 
güenza, compraron  una  gran  cantidad  de  ubas  y  se  metieron 
en  el  patio  de  la  Alhambra,  dando  grandes  gritos,  diciendo: 
que  sus  Altezas  y  el  Almirante  los  hacian  pasar  la  vida  de 
aquella  forma,  por  la  mala  paga,  3"  otras  muchas  deshones- 
tidades é  indecencias  que  repetían. »  .     .    •   . 

«Tanta  era  su  desvergüenza,  que  cuando  el  Re}^  Cato'- 
lico  salia,  le  rodeaban  todos  y  le  cojian  en  medio,  diciendo: 
Paga!  paga! — y  si  acaso  yo  y  mi  hermano,  que  eramos  pages 
de  la  Serenísima  Reina,  pasábamos  por  donde  estaban, 
levantaban  el  grito  hasta  los  cielos,  diciendo: — Mirad  los 
hijos  del  Almirante,  de  los  mosquitillos  de  aquel  que  ha 
hallado  tierras  de  vanidad  }'■  engaño  para  sepulcro  y  miseria 
de  los  castellanos, — y  añadiendo  otras  muchas  injurias,  por 
lo  cual  excusábamos  pasar  por  delante  dellos.» 


II 


A  pesar  de  este  clamor  incesante,  3^  de  los  tristes 
cuadros  que  á  cada  momento  repetían  los  calumniadores, 
que  al  cabo  habían  de  producir  su  efecto,  tal  vez  nada 
hubieran  conseguido,  si  las  noticias  de  la  isla  Española 
hubieran  pintado  su  situacio'n  con  más  halagüeños  colores. 
.Mas  lejos  de  ser  así,  el  Almirante  contaba,  según  hemos 
visto,  sus  angustias,  y  los  apuros  á  que  se  veía  reducido, 
llegando  al  punto  de  pedir  se  enviase  un  juez  letrado  que 
conociera  de  las  informaciones  practicadas  Contra  los  insu- 
rrectos, y  apreciara  los  testimonios  recibidos  con  toda 
imparcialidad.  Solicito'  tambie'n  se  le  enviase  á  su  hijo  mayor 
don  Diego,  que  debía  sucederle  en  los  cargos  y  dignidades, 
para  que  tomara  parte  en  la  gobernacio'n ,  no  tan  so'lo  con  el 
fin  de  que  fuera  entrando  en  conocimiento  dé  las  necesidades 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


321 


de  la  isla,  sino  también  para  que  le  prestase  ayuda,  pues  se 
encontraba  cansado,  enfermo  y  abatido  con  tantas  contrarie- 
dades y  tan  continua  lucha. 

Entonces  los  Reyes  pensaron  seriamente  en  enviar  á  la 
colonia  un  magistrado  respetable,  que  llenase  á  un  tiempo 
todas  las  exigencias,  respondiendo  á  los  deseos  de  Colón, 
procurando  coadyuvar  á  la  pacificacio'n  de  los  facciosos,  3'^ 
trayendo  exactas  noticias  de  la  justicia  que  pudieran  tener 
las  repetidas  quejas  que  de  allá  llegaban,  y  del  estado 
general  de  los  negocios.  Pero  para  esto,  y  para  imponer  á 
los  rebeldes  el  condigno  castigo,  si  resultaba  probada  su 
culpabilidad,  era  necesario  que  el  juez  fuera  investido  de 
facultades  extraordinarias  que  podían  lastimar  los  derechos 
y  las  prerrogativas  del  Almirante,  Virrey  y  Gobernador  de 
aquellos  lejanos  países. 

Por  eso  los  Reyes  se  revistieron  de  gran  prudencia; 
esperaban  á  cada  momento  noticias  favorables  que  hicieran 
innecesaria  la  marcha  del  juez,  y  solamente  cuando  en  el  mes 
de  Mayo  de  1499  vieron  por  las  cartas  de  Cristóbal  Colón 
el  triste  estado  de  la  isla,  se  decidieron  á  nombrar  para 
aquel  cargo  al  Comendador  de  Calatrava,  Francisco  Boba- 
dilla,  dándole  las  cédulas  en  21  de  Marzo,  y  21  y  26  de 
Mayo  de  aquel  año,  aunque  se  le  expidieron  con  tal  parsi- 
monia y  detenimiento,  dándose  tales  largas  al  asunto  que 
tardo'  más  de  un  año  en  recibir  la  orden  de  ponerse  en 
camino.  Y  es  que  lo  mismo  doña  Isabel  que  don  Fernando 
abrigaban  la  esperanza  de  que  el  Almirante  dominase  la 
triste  situación  porque  venía  atravesando ;  no  daban  crédito 
á  las  calumnias,  ni  se  fiaban  por  entero  de  los  informes  de 
don  Juan  de  Fonseca,  porque  pruebas  dieron  de  conocer  la 
mala  voluntad  y  la  envidia  con  que  miraba  cuanto  á  Colón 
se  refería,  y  deseaban  que  las  medidas  que  se  adoptaran  no 
pudieran  causar  mayores  disgustos. 

El  Almirante  mismo,  queriendo  alejar  toda  imputacio'n 
de  parcialidad,   d  de  encono  contra  Roldan,   insistía  en  el 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 41. 


322 


CRISTÓBAL  COLON 


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nombramiento  del  juez  pesquisidor,  porque  los  insurrectos 
alegaban,  para  disculpar  su  conducta,  las  supuestas  cruel- 
dades é  injusticias  del  Adelantado,  acusándole  con  evidente 
falsedad  de  malos  tratamientos  á  los  soldados,  con  otras 
muchas  calumnias ,  y  no  quería  que  le  censurasen  por  ser  á 
un  tiempo  juez  y  parte,  como  interesado  en  la  defensa  de  su 
hermano. 

El  nombramiento  primero  contenido  en  la  Real  cédula 
de  2  1  de  Marzo  de  1499,  está  evidentemente  extendido  sin 
salir  de  los  deseos  manifestados  por  Cristóbal  Colón  ,  y  las 
facultades  en  ella  contenidas  no  exceden  de  los  procedi- 
mientos que  debían  intentarse  contra  los  rebeldes.  Basta 
para  justificar  esta  afirmacio'n  la  lectura  del  principio  de  la 
cédula:  —  «A  vos,  el  Comendador  Francisco  Bobadilla, 
dice  ',  salud  y  gracia:  Sepades,  que  D.  Cristóbal  Colon, 
nuestro  Almirante  del  mar  Océano  de  las  islas  5^  tierra  firme 
de  las  Indias,  nos  envió'  á  hacer  relación,  diciendo,  que 
estando  él  absenté  de  las  dichas  islas  en  nuestra  corte,  diz 
que,  algunas  personas  de  las  que  estaban  en  ellas  y  un 
Alcalde  con  ellas,  se  levantaron  en  las  dichas  islas  contra  el 
dicho  Almirante  y  las  Justicias  que  en  nuestro  nombre  tiene 
puestas  en  ellas,  y  que  no  embargante  que  fueron  reque- 
ridas las  tales  personas  y  el  dicho  Alcalde,  que  no  hiciesen 
el  dicho  levantamiento  y  escándalo,  diz  que  no  lo  quisieron 
dejar  de  hacer,  antes  se  estuvieron  y  están  en  la  dicha 
rebelión,  y  andan  por  las  dichas  islas  robando  y  haciendo 
otros  males,  y  daños  y  fuerzas » 

Dos  meses  después  de  conferida  esta  comisio'n,  en  21  de 
Mayo,  se  nombro'  al  mismo  Bobadilla  Gobernador  y  Juez  en 
la  isla.  Dos  reales  provisiones  se  extendieron  en  la  misma 
fecha.  Dirigida  la  una  á  los  Concejos,  Justicias,  Regidores, 
Caballeros  y  escuderos,  se  les  participaba  la  resolucio'n  de  los 


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•     /listona  de  las  Indias,  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  libro  I,  capí- 
tulo CLXXVIII. — Colección  de  documentos  inéditos  de  Indias,  tomo  XXXVIII. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


323 


Reyes,  de  que  el  Comendador  Francisco  de  Bobadilla  tu- 
viera por  ellos  la  gobernacio'n  é  oficio  del  Juzgado  de  aquellas 
islas  y  tierra  firme  por  todo  el  tiempo  que  fuera  su  soberana 
voluntad,  y  se  les  mandaba  que  recibiéndole  juramento  en 
forma  le  entregasen  en  seguida  el  gobierno.  La  otra  parti- 
cipaba á  don  Cristóbal  Colón,  Almirante,  y  á  sus  her- 
manos, y  á  todos  los  jefes  que  tenían  mandos  de  fortalezas, 
que  se  enviaba  por  Gobernador  de  las  islas  y  tierra  firme  al 
Comendador,  y  les  mandaba  hacer  entrega  al  mismo  sin 
excusa  ni  dilacio'n  alguna  de  todas  las  fortalezas,  casas, 
navios,  armas  y  pertrechos. 

Lo   que   determino'   tan   esencial   variacio'n   en   los    dos 
meses  que  transcurrieron  desde  Marzo  á  Mayo,  fué  la  llegada 
de  los  cinco  buques  despachados  de  Santo  Domingo,  después 
de   haber   esperado  inútilmente  la   terminacio'n  de  la  insu- 
rrección.  Venían  en  ellos,  o  mejor  dicho,  debían  venir  sobre 
seiscientos    indios    prisioneros,    para    que    fueran    vendidos 
como  esclavos  en  las  ciudades  principales  de  Andalucía,  y 
ayudasen   á   los   gastos    que    ocasionaban    las   expediciones. 
Habían  salido  de  la  isla  Española  á  fines  del  mes  de  Octubre, 
después   de   haber   estado    dos    meses    en    bahía,    cargados, 
aprovisionados  y  dispuestos  á  emprender   el  viaje.    Colón 
esperaba    y    deseaba    poder    enviar    en    aquellos    barcos    la 
noticia  de  la  sumisio'n  de  los  insurrectos ,  y  aunque  muchos 
de  ellos  vinieran  á  España  al  mismo  tiempo ;  en  la  detencio'n 
que  sufrieron,  viviendo  los  desdichados  indios  hacinados  en 
los  buques,   faltos  de  ejercicio   y   con   escasa   alimentacio'n, 
enfermaron  y  murieron  en  gran  número.    La  travesía  fué 
larga  y  penosa ;   se  hizo  en  las  mismas  condiciones  desfavo- 
rables trayendo  á  bordo  cada  carabela  mucho  mayor  número 
de  hombres  de  los  que  era  conveniente,   y   así  llegaron   á 
Sevilla  enfermos  la  mayor  parte,    escuálidos   y   macilentos 
todos,  habiendo  dejado  sepultados  gran  parte  de  ellos  en  los 
abismos  del  mar. 

Este  espectáculo  era  una  prueba  animada  y  conmove- 


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324 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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dora  de  las  malas  noticias  que  circulaban.  El  obispo  de 
Badajoz  tenía  buen  cuidado  de  que  los  Soberanos  ignorasen 
todo  cuanto  era  favorable  al  progreso  de  la  colonia  y 
á  la  administracio'n  del  Almirante,  y  bien  se  comprende  el 
partido  que  procuraría  sacar  de  la  llegada  de  aquellos 
indios.  La  reina  doña  Isabel,  siempre  defensora  de  Colón 
y  partidaria  de  la  continuacio'n  del  descubrimiento,  había 
mirado  desde  el  principio  con  pena  la  triste  condición  á  que 
se  quería  reducir  á  los  indígenas  del  Nuevo  Mundo.  Repug- 
naba á  su  conciencia  cristiana,  y  á  los  sentimientos  de  su 
corazo'n  sensible  y  tierno  que  se  les  tratase  como  á  esclavos; 
pero  al  verlos  sufrir  crueles  tratamientos,  y  que  se  descui- 
dase su  asistencia  y  bienestar  cual  si  no  fueran  seres  racio- 
nales, se  exaltaba  su  espíritu  recto  y  buscaba  los  medios  de 
poner  término  á  aquellos  males. 

Aunque  concurrieran  otras  muchas  causas,  esa  fué,  sin 
duda  alguna,  la  principal,  la  que  precipito'  la  resolucio'n  y 
-ocasiono'  el  cambio  que  se  nota  entre  las  reales  cédulas  que 
dejamos  referidas. 

Medían,  sin  embargo,  con  singular  prudencia  tanto  el 
Rey  como  la  Reina  la  gravedad  é  importancia  de  la  resolu- 
cio'n ;  no  desconocían  que  estaban  obligados  á  sostener  las 
prerrogativas  del  Almirante,  ni  olvidaban  por  un  momento 
los  relevantes  méritos  de  éste  y  el  gran  servicio  que  había 
prestado  á  la  monarquía ;  y  esperando  constantes  los  sucesos 
que  podían  desarrollarse  en  la  isla  Española,  y  podían 
mejorar  su  situacio'n,  sin  recurrir  á  aquel  extremo,  todavía 
detuvieron  por  más  de  un  año  la  salida  del  nuevo  Gober- 
nador.  Pero  la  fortuna  no  protegía  al  Almirante. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


325 


III 


Decididos,  pues,  los  Reyes  á  nombrar  nuevo  Gober- 
nador de  la  isla  Española,  su  determinacio'n  debió'  ser  cono- 
cida anticipadamente,  y  antes  de  que  nadie  tuviera  noticia 
de  ella,  por  el  elemento  oficial,  digámoslo  así,  por  el  super- 
intendente y  empleados  en  la  Contratacio'n  de  Indias.  Tal 
vez  el  conocimiento  de  aquella  resolucio'n  dio  ánimo  al  obispo 
Fonseca  para  firmar  el  permiso  que  solicitaba  Alonso  de 
Ojeda,  que,  según  hemos  visto,  salió'  del  puerto  de  Santa 
María  en  aquel  mismo  mes  de  Mayo  de  1499,  y  á  su  llegada 
á  la  bahía  de  Yaquimo,  á  principios  de  Septiembre,  ya 
propalo'  la  noticia  de  haber  caído  en  desgracia  el  Almi- 
rante. 

Arrecio'  en  aquellos  días  y  con  vista  de  los  poderes 
concedidos  al  Comendador  Bobadilla  la  saña  de  los  enemigos 
de  Cristóbal  Colón.  En  vista  de  la  indecisio'n  de  los 
Monarcas,  que  después  de  hecho  el  nombramiento  no  envia- 
ban la  orden  de  embarque,  y  parecían  inclinados  á  dejar  sin 
efecto  aquellas  disposiciones  á  la  primera  noticia  favorable, 
volvieron  á  repetir  los  pasados  cargos,  renovaron  las  voces 
calumniosas,  tanto  respecto  á  planes  siniestros  del  Almirante 
y  de  sus  hermanos,  que  trataban  con  la  República  de  Genova 
y  preferían  á  los  genoveses  para  especulaciones  lucrativas, 
como  acerca  de  los  enormes  gastos  que  ocasionaba  la  colonia 
al  erario  español  y  los  escasos  productos  que  ofrecía;  ha- 
biendo salido  engañosas  todas  las  promesas,  y  mentidas 
ilusiones  lo  de  haberse  encontrado  las  regiones  de  Ofir,  de 
donde  tantas  riquezas  se  habían  extraído  en  tiempos  remotos. 
Volvió'  á  insistirse  en  la  crueldad  y  soberbia  con  que  aquel 
extranjero,  engrandecido  repentinamente,  trataba  á  los  hidal- 


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326 


CRISTÓBAL  COLÓN 


gos  españoles;  se  sacaba  á  plaza  la  falta  de  pagas  á  los 
soldados  y  de  sueldos  que  el  Re3/  había  concedido  á  los 
oficiales  de  Hacienda  y  Gpbierno ;  y  no  se  quedaba  en  olvido, 
el  mal  tratamiento  de  Colón  á  Jimeno  de  Bribiesca,  sobre  el 
cual  se  hacían  absurdos  comentarios,  desfigurando  por  com- 
pleto el  hecho  y  trocando  su  carácter. 

Nada  quizá  hubieran  conseguido  con  tanta  calumnia, 
porque  en  todo  se  veía  claramente  la  mano  del  obispo 
Fonseca  j  su  inveterado  odio  á  Cristóbal  Colón,  si  por  el 
encadenamiento  de  los  sucesos  políticos  de  la  nacio'n,  y  para 
acudir  á  sofocar  el  levantamiento  de  los  moriscos  de  Sierra 
Bermeja,  no  hubieran  tenido  los  Reyes  necesidad  de  bajar  á 
Andalucía  en  la  primavera  del  año  1500,  deteniéndose  en  la 
ciudad  de  Sevilla,  que  era  el  centro  de  acción  de  los  ene- 
migos del  Almirante. 

Poco  tiempo  antes  habían  llegado  á  Sevilla  las  dos 
carabelas  enviadas  por  el  Almirante  con  largos  despachos 
.para  los  Reyes,  informándoles  de  los  deso'rdenes  y  trastornos 
que  se  perpetuaban  en  la  Española,  y  en  las  que  venían  los 
dos  enviados  Miguel  Ballester  y  García  de  Barrantes ,  encar- 
gados de  dar  cuenta  verbal  y  más  minuciosa  de  la  conducta 
de  los  insurrectos ,  de  sus  crímenes  y  desobediencia  y  de  los 
graves  males  que  ocasionaban. 

Pero  en  los  mismos  buques  venían  también  procuradores 
o'  mensajeros  de  Francisco  Roldan,  no  reducido  todavía, 
audaces  aventureros  á  quienes  muy  bien  conoció  fray  Barto- 
lomé de  las  Casas.  Y  aunque  los  informes  de  Ballester  y  de 
Barrantes  fueran  muy  claros  y  muy  dignos  de  estima  por  la 
calidad  de  aquellos  sujetos,  comparándolos  con  los  que 
daban  los  contrarios,  formaron  juicio  los  Reyes  del  gran 
desconcierto  de  la  colonia,  de  lo  quebrantada  que  se  veía  la 
autoridad  del  Almirante,  de  los  inmensos  daños  que  se 
ocasionaban  por  todas  partes  á  los  infelices  indios ,  y  en  una 
palabra  de  que  era  urgente  poner  remedio  á  aquel  estado  de 
intranquilidad  y  de  desorden  que  amenazaba  la  entera  des- 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  IX 


327 


truccidn  de  la  isla.  Después  de  un  año  de  meditarlo  con 
calma,  no  encontraron  motivo  para  variar  su  pensamiento, 
y  al  cabo  dieron  orden  á  Francisco  de  Bobadilla  para  que 
emprendiese  el  viaje,  mandándole  también  por  Cédula  Real, 
fecha  en  Sevilla  á  30  de  Mayo  del  año  1500,  que  inmediata- 
mente pagase  los  sueldos  de  los  oficiales  de  la  Casa  Real  de 
la  parte  de  rentas  que  pertenecía  á  la  corona,  y  que  el 
Almirante  pagase  también  lo  que  era  de  su  cargo,  indicio 
claro  á  nuestro  entender,  que  sobre  este  extremo  de  la  falta 
de  pagas  fué  donde  más  se  extendieron  los  que  llevaban 
la  voz  de  las  quejas  de  Roldan  y  su  gente,  y  donde  menos 
satisfaccio'n  pudieron  dar  Miguel  Ballester  y  García  de 
Barrantes. 

Hubo,  además,  otra  causa  grave.  El  espectáculo  que  se 
presencio'  en  Sevilla  á  la  llegada  de  las  dos  carabelas  era  por 
demás  significativo,  dando  desconsoladora  idea  del  estado 
de  desmoralizacio'n  de  la  isla  Española.  En  la  última  capi- 
tulacio'n  habían  exigido  los  rebeldes  se  les  permitiera  traer 
á  España  dos  o  tres  esclavos  á  cada  uno  de  ellos,  en  los 
cuales  podían  contarse  las  naturales  de  la  isla  que  tuviesen 
por  mujeres  o'  por  amigas;  y  el  Almirante,  por  no  tener 
otro  remedio,  asintió'  á  ello,  aunque  puso  por  condicio'n  que 
tanto  los  indios  como  las  indias  habían  de  embarcarse 
voluntariamente . 

Desembarcaron  á  orillas  del  Guadalquivir  aquellos 
soldados  tan  groseros  como  crueles  y  viciosos,  llevando  cada 

uno  de  ellos  ¡  pena  causa  el  escribirlo !   sus  esclavos entre 

los  que  se  veían  algunas  jóvenes  en  cinta,  otras  con  criaturas 

pequeñas  en  los  brazos todos,    tanto  ellos  como  ellas,  en 

un  estado  que  inspiraba  compasio'n  en  los  corazones  más 
endurecidos.  ¿Co'mo  había  de  dar  su  asentimiento  á  tan 
grande  injusticia  la  magnánima  Reina  de  Castilla?  ¿Co'mo 
no  había  de  poner  remedio  pronto  y  eficaz  á  tan  extraor- 
dinario abuso  de  la  fuerza?  Ni  por  un  momento  dudo'  Doña 
Isabel:   abrazo  desde  luego  la  defensa  de  los  débiles,  de  los 


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328 


CRISTÓBAL  COLÓN 


inocentes,  de  los  oprimidos,  y  con  toda  la  energía  de  que 
era  capaz  su  alma  tan  noble  y  tan  elevada,  dispuso  que 
inmediatamente,  en  las  mismas  carabelas  en  que  había  de 
partir  el  Comendador  Bobadilla,  fuesen  remitidos  á  su  país 
natal  aquellos  desgraciados  isleños,  y  puestos  en  libertad, 
sin  excusa  alguna,   en  el  momento  de  llegar  á.  la  Española. 

Por  Real  Cédula  fecha  en  Sevilla  á  20  de  Junio  de 
1500  ^  se  dispuso  que  Pedro  de  Torres,  contino  de  la  Real 
Casa,  hiciera  entrega  á  Bobadilla  de  los  indios  que  ya 
estaban  recogidos  por  él  á  virtud  de  ordenes  anteriores,  y 
todos  se  embarcaron  en  seguida.  Llevaba  también  el  Comen- 
dador en  este  viaje,  y  como  guardia  de  honor  y  de  confianza, 
veinticinco  soldados  escogidos,  y  para  cumplir  los  deseos  de 
la  Reina  y  del  Almirante  sobre  la  conversio'n  de  los  indios, 
se  embarcaron  cinco  religiosos  franciscanos  de  gran  virtud, 
escogidos  por  fray  Francisco  Jiménez  de  Cisneros. 

Así  se  formo'  la  tormenta  que  había  de  turbar  la  gloria 
del  Almirante.  De  la  estancia  de  los  Reyes  Católicos  en 
Sevilla,  y  del  triste  espectáculo  que  allí  ofreció'  la  llegada 
de  los  pobres  indios,  partió'  el  rayo  que  acibaro'  la  existencia 
del  grande  hombre  cuando  creía  comenzar  á  recoger  el  fruto 
de  sus  afanes  en  la  pacificacio'n  de  la  isla,  y  cortóle  Dios  la 
urdimbre  de  la  tela  que  disponía  tejer. 


'     Nayarrete.—  Colección  de  viajes,  tomo  II,  Doc.  núm.  CXXXIV. 


Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  42. 


330 


CRISTÓBAL  COLÓN 


íífr: 


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Grave  suceso  ocurrió  en  la  ciudad  de  Santo  Domingo 
en  la  mañana  del  día  23  de  Agosto  del  año  1500.  Estaba 
hecho  cargo  del  mando  el  hermano  menor  del  Almirante, 
don  Diego  Colo'n,  en  tanto  que  aquél  recorría  los  territorios 
del  Bonao  y  Concepcio'n,  asentando  el  orden,  renovando 
amistades  3^  regularizando  la  cobranza,  y  el  Adelantado 
prestaba  el  mismo  servicio  en  la  distante  provincia  de 
Xaraguá,  donde  tanto  se  habían  dejado  sentir  los  daños 
causados  por  la  insurreccio'n. 

En  la  ciudad  levantada  á  orillas  del  Ozama  todos  se 
entregaban  á  sus  trabajos  ordinarios,  empezando  á  recoger 
los  frutos  de  la  paz,  y  se  iban  poniendo  en  olvido  las 
pasadas  desventuras,  por  más  que  los  que  habían  tomado 
parte  mu}''  activa  en  las  revueltas,  vivían  en  cierto  estado  de 
intranquilidad,  por  el  temor  deque  al  llegar  nuevas  o'rdenes 
de  España,  pudiera  exigírseles  cuenta  de  aquellos  escanda- 
losos hechos ,  que  en  su  interior  comprendían  muy  bien  la 
enormidad  de  sus  delitos  ,  y  no  podían  gozar  tranquilidad 
cuando  tan  manchada  estaba  su  conciencia. 

La  ciudad,  sin  embargo,  cobraba  cada  día  mayor 
animación;  la  vida  de  los  colonos  entraba  en  circunstancias 
normales ;  se  procuraba  que  hubiera  abundantes  subsis- 
tencias, y  la  industria  más  desarrollada,  la  de  la  explota- 
cio'n  de  las  minas,  proporcionaba  un  movimiento  constante 
lo  mismo  entre  los  españoles  que  entre  los  indios,  organizán- 
dose escuadras  de  trabajadores  que  provistos  de  las  herra- 
mientas necesarias  y  con  acopios  de  víveres  para  algunos 
días,  salían  y  entraban,  dando  á  la  naciente  poblacio'n 
aspecto  más  animado  que  el  que  anteriormente  presentara. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


331 


Aquel  día,  que  era  domingo,  en  las  primeras  horas  de 
la  mañana,  fueron  á  avisar  al  Gobernador  don  Diego  Colon, 
que  á  vista  de  la  entrada  del  puerto,  y  cosa  de  una  legua  o 
dos  mar  adentro,  se  descubrían  dos  embarcaciones,  que 
esperaban,  á  no  dudar,  la  hora  de  la  marea  para  ganar  la 
embocadura  del  río,  no  pudiendo  hacerlo  entonces  por  ser  el 
viento  recio  y  contrario. 

Salió  en  seguida  por  su  orden  una  canoa  tripulada  por 
tres  españoles,  que  lo  fueron  Juan  Arráez,  Nicolás  de  Gaeta 
y  Cristo'bal  Rodríguez,  al  que  decían  por  apodo  la  lengua, 
porque  fué  el  primero  que  aprendió'  la  de  los  indios  y  servía 
de  intérprete,  con  suficiente  número  de  remeros  indígenas, 
y  dirigiéndose  á  las  carabelas,  que  eran  la  Antigua  y  la 
Gorda,  que  salieron  de  Sevilla  á  fines  del  mes  de  Junio 
anterior,  llegaron  en  breve  tiempo  hasta  ponerse  al  habla 
con  los  que  en  ellas  venían.  Asomóse  á  la  obra  muerta 
de  la  Gorda  el  comendador  Francisco  de  Bobadilla,  y  sostuvo 
larga  plática  con  los  tripulantes  de  la  canoa. 

Preguntaron  éstos  qué  barcos  eran  aquéllos,  y  qué 
destino  traían;  qué  personas  venían  á  bordo,  y  si  conducían 
al  hijo  mayor  del  Almirante,  que  éste  había  solicitado  de 
los  Reyes  se  le  enviase  para  que  le  prestara  ayuda  en  sus 
trabajos.  Satisfechas  estas  preguntas,  interrogo'  á  su  vez  el 
Comendador  para  saber  si  estaban  en  la  ciudad  el  Almirante 
y  el  Adelantado,  é  informado  de  que  ambos  se  encontraban 
ausentes,  dio  su  nombre  á  los  de  la  canoa  para  que  comuni- 
casen su  llegada  á  don  Diego,  y  que  traía  el  cargo  de  Juez 
pesquisidor  por  los  Reyes  Cato'licos,  para  averiguar  todos 
los  sucesos  ocurridos  en  la  isla. 

La  noticia  causo'  gran  efecto;  en  unos  de  alegría,  en 
otros  de  temor,  en  todos  de  sorpresa.  Don  Diego  Colo'n 
no  sabía  qué  pensar  de  aquella  imprevista  llegada;  mas 
presto  le  saco'  de  dudas  el  Comendador  mismo,  pues  cam- 
biando el  viento,  como  de  ordinario  acontece  en  aquella 
latitud,  poco  después  de  medio  día,  entraron  las  carabelas  en 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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el  río  y  dieron  fondo  frente  á  la  ciudad.  Aunque  Bobadilla 
dio  o'rdenes  para  que  nadie  saltase  á  tierra  hasta  el  siguiente 
día,  desde  el  momento  en  que  fondearon  los  buques,  no 
dejaron  de  ir  á  su  costado  en  canoas  y  barcas  muchos  espa- 
ñoles deseosos  de  saber  noticias  de  los  que  á  su  bordo 
venían. 

Parece  que  en  ambas  márgenes  del  río  había  colocadas 
sendas  horcas,  y  en  aquel  momento  pendían  de  ellas  los 
cuerpos  de  dos  malhechores  de  los  cogidos  por  el  Adelan- 
tado, y  condenados  á  ¡Dena  de  muerte  por  sus  delitos.  Sobre 
este  hecho  se  fijo'  desde  luego  la  atencio'n  del  comendador 
Bobadilla,  y  sin  salir  de  su  carabela  escucho'  las  decla- 
raciones de  algunos  de  los  comprometidos  en  todas  las 
revueltas  anteriores,  que  temían  les  alcanzase  el  castigo,  y 
refirieron  los  sucesos  de  una  manera  falaz  é  inexacta,  procu- 
rando ganarse  la  voluntad  del  nuevo  Juez  pesquisidor, 
haciendo  intencionados  cargos  para  desviar  la  responsa- 
bilidad de  los  insurrectos  j  que  toda  reca3^ese  sobre  Colón 
y  sus  hermanos.  Con  tales  testimonios,  y  los  cuerpos  pen- 
dientes en  las  horcas  tuvo  por  formado  su  juicio  Bobadilla, 
si  no  es  que  lo  llevaba  ya  hecho  de  antemano,  y  determinada 
su  conducta.  La  crueldad  del  Almirante  y  del  Adelantado 
se  dio'  ya  por  justificada,  por  evidenciada,  decidiendo  el 
comendador  Bobadilla  tomar  inmediatamente  el  Gobierno 
de  la  isla,  para  lo  cual  no  estaba  autorizado,  sino  en  el  caso 
de  que  resultaran  de  latas  y  seguras  informaciones,  verda- 
deros cargos  contra  aquéllos.  Empezó'  abusando  y  extra- 
limitándose de  sus  facultades,  3'  el  resultado  había  de  ser 
desastroso. 

A  la  mañana  siguiente  salió'  de  su  carabela  el  Comen- 
dador precedido  de  los  veinticinco  hombres  que  formaban 
su  guardia,  3^  acompañado  de  los  religiosos  y  oficiales. 
Oyeron  todos  misa  en  la  iglesia  recientemente  terminada,  y 
concluida  salieron  á  la  plaza  3^  en  la  puerta  misma  del  templo 
fueron  leídas  por  el  Notario  las  provisiones  de  los  Re3'es, 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


333 


nombrando  Juez  pesquisidor  á  Bobadilla,  y  mandando  á 
todos  que  le  prestasen  a3'^uda  en  el  desempeño  de  su  cargo. 

En  seguida  requirió  en  forma  á  don  Diego  Colo'n  para 
que  le  hiciera  entrega  de  los  presos  que  se  encontraban  en  la 
cárcel,  entre  los  que  estaban  Pedro  Riquelme  el  amigo  de 
Francisco  Roldan ,  y  Hernando  de  Guevara,  el  que  por  la 
seducción  de  la  hija  de  Anacaona  había  sido  causa  de  la 
última  conjuracio'n.  Pidió'  también  los  procesos  que  contra 
éstos  3^  otros  presos  en  la  fortaleza  se  habían  formado,  pues 
en  su  cualidad  de  Juez  único,  quería  revisarlos  y  hacer  que 
en  todo  se  cumpliera  la  justicia.  Tanto  don  Diego  Colo'n 
como  Rodrigo  Pérez,  que  era  Alcalde  mayor  de  la  ciudad, 
se  resistieron  á  la  exigencia,  exponiendo  que  tenía  los  presos 
por  o'rdenes  del  Almirante  y  del  Adelantado,  los  cuales 
habían  obtenido  sus  nombramientos  de  los  mismos  Reyes,  y 
obraban  en  virtud  de  los  encargos  que  habían  recibido.  Exi- 
gió' á  su  vez  don  Diego,  que  le  facilitasen  traslado  de  los 
despachos  que  traía  Bobadilla  para  comunicarlos  al  Almi- 
rante. 

Pero  el  Comendador  no  pensaba  3^a  en  otra  cosa  que  en 
apoderarse  del  mando  cuanto  más  pronto  mejor.  Contestó  á 
don  Diego  que  si  no  tenía  facultades  propias  de  nada  serviría 
el  trasladarle  las  ordenes;  y  con  frases  duras  y  amenazas 
reprodujo  su  exigencia  de  que  le  fueran  entregados  los 
presos.  Requirió'  á  Miguel  Díaz,  alcaide  de  la  fortaleza, 
haciendo  que  se  le  leyeran  también  las  provisiones  reales; 
mas  como  aquel  capitán  le  respondió'  .en  los  mismos  términos 
que  don  Diego  Colo'n,  añadiendo  que  no  recibía  o'rdenes 
más  que  del  Almirante,  Bobadilla  hizo  un  vano  alarde  de 
fuerza,  juntó  con  su  guardia  todos  los  hombres  de  armas 
que  quisieron  seguirle  y  dio  á  la  fortaleza  un  simulacro  de 
ataque,  que  resultó  enteramente  ridículo  porque  nadie  hizo 
resistencia,  presentándose  únicamente  entre  las  almenas  el 
alcaide  y  su  segundo  Diego  de  Alvarado,  con  las  espadas 
desnudas,  pero  sin  hacer  uso  de  ellas.  Las  gentes  del  Comen- 


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334 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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dador  derribaron  la  puerta,   y  se  apoderaron  de  los  presos 
sacándolos  en  triunfo  por  las  calles  de  Santo  Domingo. 

Y  ya  puesto  en  este  camino,  sin  esperar  la  llegada  del 
Almirante,  ni  guardar  respeto  de  ninguna  clase,  se  dirigió' 
de  propia  autoridad  á  la  casa  morada  de  aquél ,  y  la  ocupo' 
como  si  fuera  suya,  apoderándose  de  los  libros  y  papeles,  lo 
mismo  de  los  que  pertenecían  á  la  navegacio'n  y  observa- 
ciones náuticas,  que  de  los  tocantes  al  gobierno  de  la  isla  y 
comunicaciones  con  los  Re3^es.  Entro'  en  ella  sin  formalidad 
previa  ni  miramiento  alguno ;  y  sin  guardar  el  respeto 
debido  á  la  propiedad  del  Almirante,  se  estableció  allí, 
usando  de  sus  muebles  y  ropas,  tomando  sus  arcas  j  la 
hacienda  que  tenía  de  oro,  y  plata,  3^  joyas,  y  aderezos  de 
casa;  cegándole  la  pasio'n,  fuera  de  odio  o'  de  codicia,  hasta 
el  punto  de  no  conocer  que  tales  procedimientos  denunciaban 
un  ánimo  ruin,  y  no  podían  recibir  la  aprobacio'n  de  los 
Reyes. 

Y  aún  llevo'  más  allá  su  animosidad  y  descomedimiento. 
Por  mediacio'n  del  fraile  franciscano  fray  Juan  Trasierra  y 
del  Tesorero  Juan  Velázquez,  le  envió  á  Cristóbal  Colón  la 
orden  de  los  Reyes  en  que  encargaban  diese  fe  y  creencia  á  lo 
que  Bobadilla  dijera;   pero  no  la  acompaño'  de  carta  alguna, 

.al  paso  que  escribió'  á  Roldan  y  á  todos  los  que  suponía  que 
abrigarían  resentimientos  contra  el  Almirante  y  sus  her- 
manos, para  que  supieran  su  llegada  y  propo'sitos. 

Colón,  sabedor  de  cuanto  ocurría  por  los  mensajeros 
que  le  envió'  don  Diego,  se  aproximo'  á  Santo  Domingo, 
situándose  en  Bonao;  y  desde  allí  dirigió'  una  carta  al 
Comendador,  dándole  la  bienvenida  con  la  mesura  y  pru- 
dencia que  en  todos  sus  actos  resplandecían,  a  Nunca  ovo 
respuesta  del,  lo  cual  fué  grande  descomedimiento,  y  señal  de 
traer  contra  el  Almirante  propósito  muy  malo,»  como  dice  con 
harta  razo'n  el  P.  Las  Casas. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


II 


335 


Largamente  conferencio  el  Almirante  con  fray  Juan 
Trasierra  y  con  el  Tesorero,  pesando  la  conducta  y  proceder 
de  Francisco  Bobadilla ,  y  lo  que  de  tales  principios  podía 
esperarse;  y  al  cabo  inspirándose,  como  siempre,  en  la 
elevacio'n  de  sus  miras,  y  no  temiendo  se  le  atropellase  de 
modo  alguno,  cuando  tantos  servicios  había  prestado,  se 
decidió'  á  marchar  á  Santo  Domingo  y  avistarse  con  el  nuevo 
Gobernador  de  la  isla,  que  así  se  hacía  llamar  aquel  funcio- 
nario, que  3^a  había  puesto  á  un  lado  su  calidad  de  Juez 
pesquisidor,  antes  de  ejercitarla  como  se  le  había  mandado. 

Apenas  llego'  á  noticia  del  Comendador  que  el  Almi- 
rante se  dirigía  á  Santo  Domingo,  cuando  por  primera 
providencia,  sin  hacerle  cargo  alguno,  sin  decirle  la  causa, 
ni  escucharle,  prendió'  á  don  Diego  Colo'n,  le  mando'  poner 
grillos  como  al  más  temible  foragido,  5^  dispuso  que  le 
condujesen  á  bordo  de  una  de  las  carabelas  que  estaban 
ancladas  en  el  río. 

Tomada  esta  medida,  que  desde  luego  daba  la  de  los 
sentimientos  que  animaban  al  nuevo  jefe  de  la  colonia ,  y  en 
tanto  que  se  preparaba  para  recibir  al  Almirante ,  se  apre- 
suro' á  hacer  informacio'n  de  que  resultara  gran  culpabilidad 
en  los  tres  hermanos ;  y  como  en  la  isla  había  tanta  gente 
perversa  y  maleante:  tantos  delincuentes,  negociantes  y 
descontentos  de  diversa  índole ,  para  asegurarse  la  voluntad 
de  todos,  y  tenerlos  propicios  á  sus  intenciones,  hizo  prego'n 
concediendo  franquicia  para  coger  el  oro,  tanto  en  las  minas 
como  en  los  arroyos,  reduciendo  la  tercia  que  se  pagaba  al 
Rey  á  la  undécima  parte  de  los  productos;  providencia 
arbitraria  y  desacertada,   que  los  Reyes  dejaron  en  seguida 


33^ 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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sin  electo,  así  como  anularon  otras  muchas  de  las  que  con 
igual  propo'sito  dicto'  el  infame  Gobernador,  guiado  única- 
mente por  las  mezquinas  pasiones  que  agitaban  su  corazo'n.^ 

De  propo'sito  hemos  estampado  la  calificacio'n  de  infame 
al  tratar  del  Comendador.  La  ha  usado  un  escritor  apasio- 
nadísimo, y  la  rechaza,  según  parece,  otro  mu}^^  docto;  nos- 
otros la  creemos  justísima,  como  luego  veremos. 

"Y  como  este  episodio,  ese  triste  suceso,  por  tantos  con- 
ceptos lamentable,  se  presta  á  tan  profundas  consideraciones, 
y  conmueve  el  ánimo  hasta  el  extremo  de  no  poder  estudiarlo 
con  la  debida  tranquilidad,  no  queremos  hacer  nuestra  na- 
rracio'n  de  cuenta  propia,  sino  valiéndonos  de  los  escritos  de 
los  contemporáneos. 

Hizo  el  comendador  Bobadilla  informacio'n  secreta  5^ 
pública  contra  el  Almirante.  «Acusáronlo  de  malos  5^  crueles 
tratamientos  que  habia  hecho  á  los  cristianos  en  la  Isabela, 
cuando  allí  pobló',  haciendo  por  fuerza  trabajar  los  hombres 
sin  dalles  de  comer,  enfermos  y  flacos,   en  hacer  la  fortaleza 

y  casa  suya  y  molinos  y  aceña ítem,   porque  se   iban 

algunos  á  buscar  de  comer,  adonde  andaban  algunas  capi- 
tanías de  cristianos,  habiéndole  pedido  licencia  para  ello,  y 
él  negándola,  y  no  pudiendo  sufrir  la  hambre,  que  los 
mandaba  ahorcar.  Que  no  consentía  que  se  baptizasen  los 
indios  que  querían  los  clérigos  y  frailes   baptizar,    porque 

quería  mas  esclavos  que  cristianos Acusáronle  que  hacia 

guerra  a  los  indios,  o'  que  era  causa  della  injustamente  y 
que  hacia  muchos  esclavos  para  enviar  á  Castilla.  ítem, 
acusáronle  que  no  quería  dar  licencia  para  sacar  oro,  por 
encubrir  las  riquezas  desta  isla  y  de  las  Indias,  por  alzarse 
con  ellas  en  favor  de  algún  otro  rey  cristiano.» 

La  falsedad  de  todos  estos  cargos  corre  parejas  con  su 
enormidad;  y  con  ellas  puede  igualarse  la  malicia  con  que 
se  formularon,  para  que  todos  los  agraviados  pudieran  dar 
rienda  suelta  á  sus  resentimientos,  acumulando  hechos  in- 
exactos,  y   refiriendo   mentiras  que  de  nadie  eran  creídas. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


337 


De  estos  cargos  y  falsas  acusaciones,  algunas  se  hicieron 
extensivas  á  don  Diego  y  al  Adelantado  para  disculpa  de  los 
procedimientos  que  contra  todos  iban  á  seguirse,  tan  fuera 
de  la  justicia  como  de  las  instrucciones  y  facultades  que  los 
Reyes  concedieran. 

«Yo  vide  el  proceso  o'  pesquisa,  dice  el  venerable  Fray 
Bartolomé  de  las  Casas,  y  della  muchos  testigos,  y  los 
cognoscí  muchos  años,  que  dijeron  las  cosas  susodichas. 
Dios  sabe  las  que  eran  verdad,  y  con  que  raxpn  é  intención  se 

tomaban  y  deponian pero  en  la  honestidad  de  su  persona 

ninguno  toco',  ni  cosa  contra  ella  dijo,  porque  ninguna  cosa 
dello  que  decir  habia » 

A  la  llegada  del  Almirante  á  Santo  Domingo  se  ade- 
lanto á  su  encuentro  Bobadilla,  tal  vez  para  evitar  que 
viera  la  usurpacio'n  de  su  domicilio,  «jv  ^l  recibimiento 
que  le  hi^p  fué  mandalle  poner  unos  grillos  y  metelle  en  la 
fortaleiii,  donde  ni  él  lo  vido  ni  le  habló  mas,  ni  consintió 
que  hombre  jamás  le  hablase  '.»  Acto  de  tal  naturaleza, 
llevado  á  efecto  contra  autoridad  tan  elevada  como  era  la  de 
un  Almirante  de  Castilla,  y  Virrey  de  los  países  nueva- 
mente hallados,  y  contra  persona  de  tantos  merecimientos, 
que  tan  grandes  servicios  había  prestado  y  estaba  prestando 
á  los  Reyes,  y  sin  que  precediese  acusacio'n  ni  sentencia 
alguna,  es  de  aquellos  que  no  necesitan  comentarse.  No  á 
la  luz  de  nuestras  ideas,  sino  en  su  tiempo  mismo  fué  juz- 
gado con  legítima  aversio'n,  con  verdadera  y  justa  repug- 
nancia. Pero  la  escena  fué  además  triste  y  conmovedora; 
verdadero  padro'n  de  eterna  ignominia   para   el    Comenda- 


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•  «Ya  dixe  como  yo  le  escrebí  i  a  los  frayles,  i  luego  partí  assi  como  le 
dixe  muy  solo,  porque  toda  la  gente  estaba  con  el  Adelantado,  y  también  por  ¡c 
quitar  de  sospecha :  él  quando  lo  supo  echó  á  Don  Diego  preso  en  una  carabela 
cargado  de  fierros,  e  a  mi  en  llegando  fizo  otro  tanto,  i  después  al  Adelantado 
quando  vino  Ni  le  fablé  mas  á  él,  ni  consintió  que  fasta  oy  nadie  me  haya 
fablado,  y  fago  juramento  (jue  no  puedo  pensar  por  que  sea  yo  preso.»  Esto 
escribió  Colón  en  la  carta  al  ama  del  príncipe  don  Juan,  y  esta  era  la  verdad; 
pues  no  se  hubiera  atrevido  el  Almirante  á  lanzar  afirmaciones  que  pudieran  ser 
desmentidas  por  Bobadilla.  ■ 

Cristóbal  Colón,  t.  il— 43. 


338 


CRISTÓBAL  COLON 


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dor,  y  gloriosa  aureola  de  martirio  para  el  inmortal  descu- 
bridor. 

A  pesar  del  deseo  que  abrigaban  tantos  de  ganarse  la 
voluntad  de  Bobadilla  y  de  las  mercedes  que  había  conce- 
dido, cuando  dio'  la  orden  de  poner  grillos  al  Almirante  no 
hubo  uno  siquiera  de  aquéllos,  ni  aún  de  los  más  perversos, 
que  se  prestase  á  hacerlo.  El  noble  aspecto  de  Colón,  la 
gravedad  de  su  persona ,  su  resignación  misma  proclamaban 
su  inocencia;  y  todos  conmovidos  permanecieron  como 
clavados  en  sus  puestos,  dejando  en  patente  descrédito  al 
Comendador,  que  hubo  de  repetir  la  orden.  Entonces  se 
adelanto'  un  cocinero  del  mismo  Almirante,  tan  desvergon- 
zado como  ingrato,  llamado  Espinosa,  que  se  los  remacho', 
escuchando  los  sollozos  de  algunos  de  los  presentes. 

«Esto  pareció'  término  muy  descomedido  y  detestable,  dice 
el  cronista  Antonio  de  Herrera  ',  y  caso  digno  de  com- 
pasión, que  una  persona  puesta  en  tanta  dignidad  como 
era  un  Visorey  y  Gobernador  perpetuo,  con  renombre  de 
Almirante  del  mar  Occeano,  que  con  tantos  trabajos  y 
peligros  con  aquellos  títulos,  por  singular  privilegio  de  Dios 
escojido,  habia  ganado  para  la  corona  de  Castilla  y  de  León 
con  obligación  de  perpetuo  agradecimiento,  fuese  tratado  tan 
inhumanamente Muchos  afirmaron  que  nunca  fué  la  inten- 
ción de  los  Reyes  que  Francisco  de  Bobadilla,  por  muy 
grandes  que  eran  los  poderes  que  llevaba ,  tocase  en  la 
persona  del  Almirante,  y  que  como  cosa  de  suyo  muy  cono- 
cida, no  se  lo  advirtieron.» 

En  estas  palabras  está  contenida  la  mayor  censura  de  la 
conducta  de  Bobadilla. 

El  Almirante  fué  conducido  á  la  fortaleza.  Desde  allí 
escribió'  al  Adelantado  que  entregase  los  prisioneros  que 
había  hecho  en  Xaraguá,  y  obedeciera  á  todas  las  o'rdenes 
del  Comendador,  viniendo  á  Santo  Domingo.    Cuando  llego 


Década  1,  lib.  IV,  cap.  X. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


339 


á  la  ciudad  don  Bartolomé  fué  tratado  de  la  misma  manera 
que  lo  habían  sido  sus  hermanos ;  cargado  de  cadenas  y 
llevado  á  bordo  de  otra  de  las  carabelas  donde  con  nadie  se 
le  permitió'  comunicar. 

Y  entonces  sucedió  al  Comendador  lo  que  á  todos  los 
que  obran  violentamente,  guiados  por  mezquinas  pasiones  y 
fuera  de  toda  razo'n  y  justicia.  La  misma  facilidad  con  que 
se  había  apoderado  del  Almirante  y  de  sus  hermanos,  la 
noble  resignacio'n  de  todos  le  produjo  temor  y  desasosiego. 
Sin  darse,  tal  vez,  cuenta  de  ello,  le  salto'  á  la  vista  y  le 
turbo'  la  conciencia,  la  comparacio'n  entre  su  inmotivada 
soberbia  y  la  hidalga  humildad  de  sus  víctimas,  que  aunque 
presos  no  se  consideraban  humillados,  sino  ofendidos.  Dio 
o'rdenes  severas  para  que  los  presos  no  se  comunicasen ,  ni 
nadie  pudiera  tener  conversacio'n  con  ellos;  porque  temía  la 
reaccio'n  moral  que  á  favor  de  aquellos  hombres  verdadera- 
mente ilustres  podía  producirse  en  los  ánimos. 

El  había  cambiado  en  todo  las  instrucciones  que  había 
recibido;  había  abusado  de  sus  poderes  é  invertido  en  todo 
el  orden  natural  y  lo'gico  de  los  procedimientos.  Lo  primero 
para  que  fué  facultado,  y  para  lo  que  se  le  envió'  á  la  Espa- 
ñola, fué  para  proceder  contra  los  insurrectos,  y  que  desapa- 
recieran los  últimos  vestigios  de  las  pasadas  revueltas,  y  esto 
lo  dejo'  para  después  sin  ocuparse  de  ello.  A  la  jurisdiccio'n 
del  Almirante  era  muy  dudoso  que  estuviera  facultado  para 
tocar,  ni  directa  ni  indirectamente,  y  mucho  menos  á  su 
persona;  y  caso  de  hacer  algo  contra  la  primera  no  debía 
proceder  sino  después  de  muy  formales  y  completas  infor- 
maciones, y  cuando  de  ellas  resultaran  abusos  cometidos  por 
su  autoridad;  y  lo  primero  de  que  se  ocupo  fué  de  atacar  á 
las  personas  sin  haber  siquiera  justificado  cargos  ni  abusos 
de  ningún  género. 

Y  no  se  alcanza  el  motivo  de  esta  conducta  de  Bobadilla 
si  no  es  cre3'éndole  adornado  de  escasas  dotes  intelectuales, 
y  engreído  por  la  confianza  que  en  él  depositaron  los  Reyes. 


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340 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Poco  se  han  ocupado  los  historiadores  de  su  persona;  verdad 
que  su  nombre  es  padrón  de  ignominia  para  todos  los  cora- 
zones honrados.  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  le  califica  de 
hombre  honesto  y  religioso,  y  el  P.  Las  Casas  guarda 
absoluto  silencio  sobre  sus  antecedentes  y  cualidades.  Sabe- 
mos solamente  que  era  oficial  6  empleado  de  la  Casa  Real  y 
Comendador  de  la  Orden  de  Calatrava;  asegurando  algunos 
que  era  pobre  de  espíritu  y  le  dominaba  la  ambicio'n;  no 
siendo  mucho  su  talento  se  desvaneció'  al  verse  nombrado 
para  un  alto  puesto,  y  se  llego'  á  creer  que  lo  merecía, 
logrando  únicamente  en  su  ejercicio  poner  de  relieve  su 
nulidad;  pues  si  bien  ha}^  muchos  que  aparentan  ser  muy 
aptos  cuando  ocupan  un  lugar  secundario  y  tienen  quien 
les  mande  3^  les  dicte  reglas  de  conducta,  aparecen  ridí- 
culos cuando  salen  á  primeros  puestos  y  pueden  mandar 
á  los  demás.  Bobadilla  era  un  niíii  puesto  en  oficio  ',  y  tales 
íueron  sus  acciones.  Los  Reyes  mismos  le  reconocieron 
inepto,  23ues  muy  luego  le  desposeyeron  del  cargo  que  no 
era  digno  de  ocupar. 

Mil  extraños  pensamientos  se  agitaban  en  el  ánimo  de 
Cristóbal  Colón  durante  su  larga  clausura  é  incomuni- 
cacio'n  en  la  fortaleza;  y  las  nuevas  que  pudieron  llegar  á 
sus  oídos,  los  rumores  que  podía  recoger  por  lo  que  á  su 
alrededor  sucedía  y  entre  sus  mismos  guardianes,  no  eran, 
en  verdad,  muy  tranquilizadores.  Veía  en  los  actos  de 
Bobadilla  toda  la  animosidad  y  encono  de  sus  enemigos, 
siempre  miserables  y  vengativos,  y  mucho  le  dolía  el  consi- 
derar que  con  sus  calumnias  y  falsedades  hubieran  llegado 
á  punto  de  poderle  tratar  de  tan  dura  suerte;  pero  abatía 
aún  más  su  ánimo  y  lastimaba  sus  sentimientos  el  compren- 
der que  los  Reyes  desconocían  sus  derechos,  olvidaban  sus 
servicios  y  las  grandes  muestras  de  confianza  que  le  habían 


¡Líbrenos  Dios 
de  ufi  ruin  puesto  en  oficio! 
Don  Juan  Ruíz  de  h.\.K^Q(m.— Los  favores  del  mundo.— ]oxna.á3i  III. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


341 


prodigado  por  ellos ;  hollaban  sus  prerrogativas  adquiridas 
en  pactos  solemnes  y  ratificadas  con  repetición,  y  le  entre- 
gaban sin  oirle  á  todo  linaje  de  vejaciones.  «Ciertamente 
cosa  es  esta  digna  de  con  morosidad  ser  considerada,  para 
que  los  hombres  ni  confien  en  sus  servicios  y  hazañas,  ni 
esperen  estar  seguros,  porque  mucho  tengan  los  Príncipes  o' 
Reyes  por  ellas  obligados,  porque  al  cabo  son  hombres  y 
mudables,  cuanto  su  ánimo  real  de  muchos  es  golpeado,  y 
pocas  veces  complidamente  á  los  verdaderos  servicios  con 
mercedes  condignas  satisfacen,  y  muchas  con  disfavores  y 
amortiguada  y  obliviosa  gratitud  las  que  han  hecho  des- 
hacen.» 

Iguales  reflexiones  debían  hacer  don  Bartolomé  y  don 
Diego  Colo'n  en  sus  encierros.  Pero  si  graves  consideraciones 
3^  gravísimo  pesar  abrumaban  á  los  tres  hermanos,  aún 
más  pesaban  sus  prisioneros  al  ensoberbecido  Comendador 
de  Calatrava. 

Tenía  sujetos  3^  aherrojados  á  los  Colones,  y  sin  em- 
bargo, los  veía  siempre  ante  sí,  cargaban  su  sueño  cual 
tenaz  pesadilla,  y  no  le  dejaban  punto  de  sosiego.  No 
sabemos  si  alguna  vez  pudo  pasar  por  su  mente  la  idea  de 
deshacerse  de  ellos,  haciéndolos  matar  públicamente  bajo 
cualquier  pretexto,  y  no  formaremos  cargo  tan  grave  al 
infortunado  Bobadilla,  que  harta  odiosidad  atrajo  sobre  sí 
con  su  miserable  conducta,  sin  que  pretendamos  agravarla 
ni  le  presentemos  como  malvado  sin  pruebas  de  su  mal 
pensamiento.  Nos  mueve  á  sospecharlo,  pero  nada  más  que 
á  la  sospecha,  el  estado  de  abatimiento  del  Almirante,  y  las 
palabras  que  pronuncio,  tan  ajenas  de  su  alma  grande,  que 
quizá  respondían  á  algunos  rumores  que  desde  su  prisión 
pudiera  haber  escuchado. 

Deseoso  de  librarse  de  la  presencia  de  aquellos  molestos 
prisioneros ,  que  aún  encerrados  tanto  tormento  le  causaban 
y  en  tal  zozobra  le  tenían ,  determino'  Bobadilla  remitirlos  á 
España  con  los  procesos  é  informaciones  que  había  hecho, 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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despachando  para  ello  las  dos  carabelas  que  en  mal  hora  le 
llevaron  á  la  isla  Española.  No  sabemos  si  abrigaría  la  necia 
esperanza  de  que  los  Reyes  Católicos  diesen  su  aprobacio'n 
al  inicuo  proceder  que  había  tenido,  o  si  al  disponer  aquel 
viaje,  sin  prever  sus  consecuencias,  no  hizo  más  que  seguir 
las  instrucciones  del  obispo  de  Badajoz,  que  no  perdonaba  la 
ofensa  que  recibiera  en  la  persona  de  Jimeno  de  Bribiesca; 
es  lo  cierto  que  dio  la  orden  para  el  viaje. 

«Sospecha  ovo  harta  vehemente,  escribe  Fray  Barto- 
lomé de  las  Casas,  quel  Comendador  oviese  hecho  tanta 
vejación  3^  mal  tractamiento  al  Almirante  con  favor  y  por 
causa  del  dicho  Obispo  Don  Juan  y  si  así  fué  no  le  arren- 
darla al  Señor  Obispo  la  ganancia.» 

Parécenos  que  en  libro  de  aquel  tiempo  no  se  puede 
decir  más. 

Con  orden  del  Comendador,  Alonso  Vallejo,  capitán  de 
la  carabela  La  Gorda,  reunió'  en  ella  á  los  hermanos  don 
Diego  y  don  Bartolomé  Colon,  y  acompañado  de  algunos 
hombres  de  armas  se  presento'  en  la  fortaleza  para  llevar  allá 
también  al  Almirante. 

¿Qué  esperaba,  qué  temía  en  aquel  momento  Cristóbal 
Colón?  ¿Qué  recelos  podía  abrigar  acerca  de  las  intenciones 
de  sus  declarados  enemigos?  ¿Qué  rumores  habían  podido 
llegar  á  sus  oídos  que  le  hicieran  temer  una  gran  desgracia? 
No  podemos  decirlo:  pero  consta  de  una  manera  indudable, 
que  aquel  grande  hombre,  tan  piadoso  siempre  y  tan  seguro 
de  la  proteccio'n  divina:  tan  sereno  en  los  peligros,  y  que 
confiaba  su  suerte  en  manos  de  Dios  en  las  mayores  adver- 
sidades ,  habiendo  desafiado  tantas  veces  la  muerte  sin 
turbacio'n,  se  encontraba  en  gran  sobresalto  y  angustia 
cuando  se  abrieron  las  puertas  de  su  prisio'n  y  se  presento' 
en  ella  Alonso  Vallejo  con  sus  soldados.  Oigamos  á  testigo 
que  conoció'  á  las  dos  personas: 

«Llegando  Alonso  Vallejo,  un  hidalgo,  persona  hon- 
rada  de   quien   luego   mas  se  dirá,    á   sacalle   y   Uevalle  al 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


343 


navio,  preguntóle  con  rostro  doloroso  y  profunda  tristeza, 
que  mostraba  bien  la  vehemencia  de  su  temor:  — Vallejo,  ¿do'nde 
me  lleváis? — respondió  Vallejo:  —  Señor,  al  navio  vá  vuestra 
Señoría  á  se  embarcar. —  Repitió'  dudando  el  Almirante: 
— Vallejo,  ¿es  verdad? — responde  Vallejo: — Por  vida  de 
vuestra  Señoría  que  es  verdad  que  se  va  á  embarcar.  —  Con 
la  cual  palabra  se  conhorto,  y  cuasi  de  muerte  á  vida  resu- 
cito'.—  ¿Qué  mayor  dolor  pudo  nadie  sentir?  ¿Qué  mas 
vehemente  turbación  le  pudo  cosa  causar?» 

Reunidos  á  bordo  de  la  carabela  Gorda  los  tres  prisio- 
neros, salieron  del  puerto  de  Santo  Domingo  á  principios 
del  mes  de  Octubre  de  1500.  En  poco  más  de  un  mes  había 
consumado  su  obra  Francisco  Bobadilla;  pero  era  ésta  de 
tanta  iniquidad,  que  apenas  se  hicieron  al  mar  se  presen- 
taron respetuosamente  al  Almirante  el  capitán  Alonso 
Vallejo,  y  el  maestre  de  la  nave  Andrés  Martín  de  la  Gorda, 
dueño  de  la  carabela  que  llevaba  su  nombre,  y  con  sentidas 
frases  y  corteses  maneras  se  dispusieron  á  quitarle  los  grillos 
que  tan  injustamente  le  sujetaban.  Y  para  apreciar  debida- 
mente todo  el  mérito  de  tan  noble  accio'n  y  su  significado ,  es 
necesario  recordar  que  el  prudente  y  honrado  Vallejo  era 
criado  de  un  caballero  de  Sevilla,  que  se  llamaba  Gonzalo 
Go'mez  de  Cervantes,  tío  del  obispo  de  Badajoz  don  Juan  de 
Fonseca,  al  que  debía  entregar  los  presos;  é  igual  cargo 
llevaba  Andrés  Martín,  y  bien  sabían  que  por  este  solo 
hecho  habían  de  incurrir  en  el  desagrado  del  Comendador  3^ 
del  Obispo.  Pero  el  sentimiento  de  la  justicia,  y  el  deseo  de 
aminorar  un  infortunio  inmerecido,  fué  superior  en  ellos  á 
toda  consideracio'n  egoísta,  y  ambos  se  arrodillaron  ante 
Colón  para  librar  sus  pies  de  los  grillos,  emblema  de  la 
mayor  iniquidad. 

No  lo  consintió'  el  Almirante.  Seguro  de  su  inocencia, 
aguardaba  tranquilo  á  que  los  Reyes  Cato'licos  se  los  man- 
dasen quitar,  si  de  su  orden  se  los  habían  echado,  o'  casti- 
gasen al  culpable,   si  se  había  atropellado  sin  su  mandato  la 


344 


CRISTÓBAL  COLÓN 


autoridad  que  representaba.  Abrazo  con  efusio'n  á  aquellos 
nobles  y  desinteresados  amigos;  y  bien  se  comprende  por 
este  primer  paso,  que  en  el  viaje  vino  rodeado  de  los 
cuidados  y  atenciones  que  su  estado  reclamaba,  y  que  tanto 
Vallejo  como  Martín  procuraron  hacerle  llevaderas  las  horas 
de  sufrimiento,  tratándole  como  debía  serlo  el  Almirante  del 
mar  Occéano,  consolándole  en  cuanto  estaba  de  su  parte,  y 
permitiéndole  que  escribiera  á  los  Reyes  y  á  varios  perso- 
najes de  la  corte  para  que  tuvieran  conocimiento  de  su 
situacio'n  y  del  atropello  de  que  había  sido  objeto  ',  que 
sin  duda  no  quisieron  hacerse  co'mplices  del  proceder  de 
Bobadilla. 

Hicieron  más ;  pues  al  fondear  en  la  bahía  de  Cádiz  las 
carabelas  en  20  o'  25  de  Noviembre,  después  de  un  felicísimo 
viaje,  hizo  Andrés  Martín  que  un  servidor  del  Almirante 
partiese  inmediatamente  para  Granada,  donde  se  encon- 
traban los  Re3^es,  llevando  las  cartas  que  Colón  había 
escrito  durante  el  viaje,  para  que  recibiendo  los  Soberanos 
la  noticia  del  atropeílo  cometido,  antes  de  que  pudiera  trans- 
mitírsela el  Obispo,  y  de  ver  las  informaciones  y  procesos, 
les  causara  mayor  efecto ,  y  acudieran  con  prontitud  al 
remedio,  como  sucedió'. 


III 


En  tanto  que  Cristóbal  Colón  volvía  á  España  desde 
el  mundo  que  él  había  descubierto,  privado  de  sus  honores 
y  cargado  de  hierros  por  la  soberbia  y  la  maldad ,  el  comen- 
dador Francisco  de  Bobadilla  empezaba  su  gobierno  bajo  los 
peores  auspicios,  y  tomando  medidas  enteramente  opuestas 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (ü). 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


345 


á  lo  que  la  justicia  reclamaba,  y  se  le  había  encargado  por 
los  Reyes,  y  á  lo  que  requería  la  buena  administracio'n  de  la 
colonia. 

Creyendo  asegurar  la  tranquilidad  quiso  poner  de  su 
parte  á  los  alborotadores;  y  en  algunos  de  los  pliegos  en 
blanco  que  había  recibido  de  los  Reyes  ,  escribió'  á  Roldan  y 
á  otros  con  ofrecimientos  de  favor  y  proteccio'n,  y  al  mismo 
tiempo,  sin  preceder  forma  alguna  de  juicio,  puso  en  libertad 
á  Pedro  Riquelme,  Hernando  de  Guevara  y  sus  compañe- 
ros, que  en  procesos  legalmente  seguidos  habían  sido  decla- 
rados reos  de  muchos  delitos  graves;  de  manera  que  pa- 
recía bastaba  haber  perturbado  el  gobierno  de  Colón  3'  ser 
su  enemigo,  para  gozar  los  favores  del  nuevo  Gobernador. 
Y  cuando  esto  sucedía  con  los  jefes,  con  aquellos  desobe- 
dientes y  ambiciosos  que  se  habían  alzado  contra  la  autoridad 
legítima,  puede  calcularse  cuál  sería  la  suerte  de  los  de  más 
baja  esfera.  Todos  fueron  perdonados  por  el  comendador 
Bobadilla.  Circulaban  por  las  calles  de  Santo  Domingo  con 
la  mayor  insolencia  y  desfachatez,  llevando  siempre  por 
delante  algunos  infelices  indios  para  que  los  sirviesen  en 
todo,  y  á  los  que  maltrataban  de  un  modo  feroz.  Por  este 
camino  obtuvo  también  el  Comendador  buen  número  de 
testigos  que  depusieran  contra  Colón  y  presentasen  bajo  el 
aspecto  más  desfavorable  todos  los  actos  de  su  admi- 
nistracio'n. 

Franquicia  para  trabajar  en  las  minas;  concesión  de 
cuantos  terrenos  se  le  pedían  y  repartimiento  de  indios  para 
todos  lo  trabajos,  fueron  los  medios  de  que  se  valía  Boba- 
dilla. Las  peticiones  eran  incesantes  y  cada  vez  mayores. 
Las  vejaciones  á  los  indios  no  se  castigaban,  ni  tenían 
correctivo;  así  que  cada  día  era  peor  su  condicio'n,  más 
crueles  é  inhumanos  los  tratos  que  sufrían;  pues  no  estando 
acostumbrados  al  trabajo,  y  siendo  por  su  constitución  física 
y  por  carácter  perezosos,  eran  obligados  con  dureza,  y 
enfermaban  y  morían  de  una  manera  lastimosa.    Se  indigna 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 44. 


346 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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y  con  harta  razón  el  P.  Las  Casas,  de  que  aquellos  inofen- 
siv^os  y  sencillos  isleños  pereciesen  bajo  la  tiranía  de  hombres 
desalmados,  que  habían  salido  por  indulto  de  los  calabozos 
de  España,  donde  purgaban  sus  delitos,  y  al  llegar  á  la  isla 
Española  tomaban  el  orgullo  de  grandes  señores,  y  se  hacían 
servir  por  los  indios  cual  si  tuviesen  derecho  á  ser  obede- 
cidos; pues  él  mismo  los  vio'  con  los  hombros  heridos  del 
peso  de  las  literas  o'  palanquines  en  que  se  veían  forzados  á 
pasear  á  sus  despiadados  dueños. 

Las  consecuencias  de  este  desorden  eran  fáciles  de 
prever.  En  documento  casi  desconocido,  aunque  reciente- 
mente publicado  ^  el  Licenciado  Alonso  de  Zurzo,  juez  de 
residencia  en  la  Española,  escribe  á  Mr.  Xevres,  y  ponién- 
dole al  corriente  de  cuanto  allí  sucedía,  le  refiere  que  i(cl 
Almirante  Don  Cristóbal  Colon  al  descubrir  aquel  mundo,  tuvo 
muy  buen  celo  c  tcmia  á  Dios,  porque  era  según  la  fama  que  allí 
ha  quedado,  muy  buen  cristiano;  é  como  á  los  que  con  él  tenia  no 
les  daba  tanta  soltura  como  les  páresela  á  sus  hambrientos  apetitos, 
amotináronse  contra  él  algunos,  é  escribieron  cartas  á  los  Reyes 
para  colorar  su  desatino,  lo  cual  fué  ocasión  para  que  sus  Alteras 
enviasen  al  Comendador  Bobadilla,  el  cual  luego  envió  preso  al 
Almirante,  de  lo  que  la  Reina  Isabel  tuvo  enojo;  é  el  dicho 
Comendador  disptiso  que  del  oro  que  se  sacase  é  hubiese  sacado  se 
acudiese  á  sus  Alteras  con  el  tercio  ó  la  mitad,  en  lugar  del 
quinto,  é  tomó  todo  el  oro  que  halló  á  los  vecinos  para  enviar  á 
sus  Alteras,  de  que  los  dichos  vecinos  se  resabiaron  mucho  é  hubo 
grandes  alteraciones.)) 

Pero  tamaño  desconcierto,  hijo  á  la  vez  de  la  ineptitud 
y  del  odio,  de  la  mayor  ignorancia  y  de  las  más  innobles 
pasiones,  no  podía  ser  duradero.  Sin  adelantar  la  narracio'n, 
diremos  que  la  Providencia  y  los  Reyes  le  dieron  á  la  par  el 
merecido   castigo.     El    indigno   Gobernador   so'lo   ocupo'   su 


'     Colección  de  documentos  inéditos  de  Indias,  tomo  I. —  Colón  y  la  histo- 
ria postuma,  por  el  capitán  de  navio  Cesáreo  Fernández  Duro,  pág.  256. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


347 


destino  poco  más  de  año  y  medio.  Sabedora  la  Reina  del  mal 
trato  que  sufrían  los  indios  y  de  la  despoblacio'n  de  la  isla 
Española,  que  iba  en  alarmante  proporcio'n,  y  cerciorado  el 
Rey  de  la  manera  desastrosa  de  administrar  la  Hacienda 
que  llevaba  el  comendador  Bobadilla,  le  destituyeron  á  fines 
del  año  1501,  nombrándole  sucesor,  que  salió  de  España  en 
13  de  Febrero  de  1502,  con  o'rdenes  terminantes  para  que 
enviase  á  España  al  Comendador  al  regreso  de  aquella 
misma  flota,  anulase  muchas  de  sus  absurdas  providencias  y 
reparase  en  su  parte  más  saliente  y  escandalosa  los  abusos 
que  contra  el  Almirante  y  sus  propiedades  había  cometido 
aquél.  Pero  embarcado  con  sus  riquezas,  el  mar  ahogo'  su 
envidia  y  su  soberbia  para  que  no  gozase  el  fruto  de  sus 
malas  acciones. 


IV 


Este  período  importantísimo  de  la  vida  de  Cristóbal 
Colón  y  de  la  historia  de  la  colonia  española,  que  comprende 
desde  el  nombramiento  del  comendador  Francisco  de  Boba- 
dilla para  el  gobierno  de  la  isla  Española  hasta  la  llegada  del 
Almirante  á  Cádiz  preso  y  con  grillos,  aunque  breve,  ha 
sido  objeto  del  más  detenido  estudio  por  todos  los  historia- 
dores del  descubrimiento. 

«No  hay  escritor  español  que  deje  de  reprobar  el  acto 
abusivo  y  odioso  del  comendador  Francisco  de  Bobadilla,  al 
usar  con  el  Almirante  de  rigor  injustificado.  Ponerle  grillos 
como   á   un  criminal  ordinario,  equivalía  á  signar  auto  de 

significación   apasionada  para   su   entidad  jurídica »    ha 

dicho  no  hace  mucho  un  doctísimo  amigo  nuestro  ' ;  y  sin 


*     El  capitán  de  navio  don  Cesáreo  Fernández  Duro  en  su  libro  Colón  y 
la  historia  postuma ,  pág.  51. 


348 


CRISTÓBAL  COLÓN 


embargo,  no  ha  ido  tan  lejos  en  la  reprobacio'n  de  aquel 
acto  odioso,  como  de  su  gran  corazo'n  podía  esperarse;  porque 
combatiendo  las  exageraciones  de  un  polemista  tan  violento 
como  el  conde  Roselly  de  Lorgues,  ha  sido  en  su  ataque  algo 
más  suave  de  lo  que  en  otro  caso  lo  hubiera  hecho,  que  tal 
es  y  ha  sido  siempre  la  consecuencia  de  todas  las  injusticias 
.y  de  todas  las  provocaciones. 

La  cuestio'n  tiene  diversos  aspectos,  y  bajo  cualquiera 
de  ellos  que  se  la  considere,  es  su  resultado  favorable  á 
Cristóbal  Colón. 

Como  dato  importantísimo  para  entrar  en  la  apre- 
ciacio'n  con  el  conocimiento  necesario,  trasladaremos  ante 
todo  lo  que  escribe  Alonso  de  Estanques,  cronista  contem- 
poráneo, cosmo'grafo  mayor,  en  su  libro  titulado:  —  Crónica 
de  los  reyes  don  Fernando  y  doña  Isabel,  Reyes  de  Castilla  y  de 
Aragón,  —  cuya  obra  fué  dedicada  por  su  autor  al  rey  don 
Felipe,  el  Hermoso,  marido  de  la  hija  de  aquellos  monarcas, 
y  ha  permanecido  inédita  hasta  ahora  ^     . 

«Siendo  los  Cato'licos  Reyes  informados,  dice,  así  de 
muchos  casos  que  don  Bartolomé  Colon  habia  hecho  en  el 
tiempo  de  su  gobernación,  como  otros  que  el  Almirante 
hacia ,  envió'  á  la  isla  Española  un  caballero  de  la  orden  de 
Calatrava,  dicho  Francisco  de  Bobadilla,  como  juez  de  resi- 
dencia, el  cual  hizo  cierto  proceso  contra  el  Almirante  y  sus 
hermanos,  á  los  cuales,  como  hallase  culpados,  los  hizo 
prender  y  embarcar,  en  dos  carabelas,  y  en  grillos  los  hizo 
enviar  á  España,  mandándolos  entregar  al  corregidor  de 
Cádiz  hasta  que  sus  Altezas  enviasen  á  mandar  lo  que  fuQsen 
servidos  de  ellos,  y  envió'  asimesmo  á  sus  Altezas  el  proceso 
que  contra  ellos  habia  hecho,  los  cuales,  como  supiesen  que 
estaba  en  Cádiz  y   en  prisiones,   enviaron  luego  á  mandar 


Conserva  este  precioso  Códice  en  su  riquísima  Biblioteca  el  Excelen- 
tísimo Sr.  D.  Pascual  de  Gayangos.  La  parte  que  se  refiere  á  Cristóbal  Colón 
ha  sido  publicada  por  el  señor  Fernández  Duro,  en  su  libro  Colón  y  la  historia 
postuma. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


349 


I 


que  los  soltasen,  y  que  ellos  se  viniesen  á  la  corte,  y  el 
Almirante  vino  á  besar  las  manos  de  sus  Altezas,  dándoles 
sus  disculpas  lo  mejor  quel  pudo,  y  ellos  le  oyeron  muy 
bien  y  consolaron  con  tales  palabras  que  quedo  algo  con- 
tento, y  mandaron  luego  que  le  acudiesen  con  sus  rentas  y 
derechos  que  tenian  en  las  islas,  porque  se  los  hablan 
embargado  y  detenido  cuando  fue  preso,  y  siempre,  y  cuando 
estuvo  jue  tratado  de  sus  AlteTjis  muy  honradamente,  porque  sus 
buenos  servicios  lo  merecian. 

))Sus  Altezas  enviaron  á  llamar  á  Francisco  de  Boba- 
dilla  que  viniese  á  España,  dándose  por  bien  servidos  del 
del  tiempo  que  allí  estuvo,  y  así  partió  fray  Nicolás  de 
Ovando...  pensando  que  el  Almirante  don  Cristóbal  Colon 
podria  tener  alguna  queja  por  haber  dado  ocasión  á  que  se 
pensase  que  del  no  hablan  sido  bien  servidos,  le  mandaron 
llamar  ante  sí  3^  le  dijeron  como  ellos  hablan  enviado  al 
comendador  Ovando  á  la  isla  Española  por  gobernador, 
porque  los  cristianos  que  habia  en  ella  estaban  todos  muy 
indinados  contra  él ,  y  que  estaban  informados  que  decían 
que  si  allá  tornara  á  volver,  que  le  hablan  de  matar,  y  que 
ellos  le  querían  quitar  de  aquellas  contiendas,  porque  seria 
mal  ejemplo  á  los  indios ;  que  á  esta  causa  no  se  habia 
de  ocupar  en  cosas  de  su  gobernación,  sino  servirse  de  su 
persona  en  cosas  mas  arduas  y  donde  Dios  fuese  mas  ser- 
vido y  sus  reinos  mas  acrecentados ;  por  tanto  que  le  man- 
daban y  encargaban  diese  cabo  á  lo  que  tan  buen  principio 
habia  dado,  que  era  descubrir  en  aquellos  mares  otras  islas 
ó  tierras  firmes  de  que  se  tenia  noticia,  dándole  sus  disculpas 
en  lo  de  la  prisión,  diciéndole  tuviese  por  cierto  haberles  pesado 
mucho  della,  y  que  bien  habia  él  conocido,  pues  en  sabiendo, 
como  supieron,  lo  hablan  mandado  remediar,  y  que  él  bien 
via  el  favor  que  siempre  le  habían  dado  y  la  voluntad  que 
ellos  tenian  de  le  honrar  y  hacer  merced,  lo  cual  tenian 
siempre,  y  que  tuviese  por  cierto  que  las  que  le  hablan  hecho  le 
serian  guardadas  enteramente,  y  que  si  queria  confirmación  de 


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350 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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ellas  se  la  darían,  y  á  su  hijo  don  Diego  mandarían  poner 
en  la  posesión  de  ello,  todo  lo  cual  y  otras  muchas  cosas 
dijeron  sus  Altezas  á  don  Cristóbal  Colon,  y  él  les  besó  las 
manos  por  la  merced  que  le  hadan  en  conocer  que  siempre  les 
había  sido  buen  servidor  y  fiel  criado,  y  que  en  lo  demás  que 
le  mandaban,  que  él  estaba  presto  de  lo  hacer,  con  lo  demás 
que  sus  Altezas  fueren  servidos  en  mandalle,  porque  no 
había  cosa  que  él  más  desease  en  la  vida  que  servir  á  sus 
Altezas,  los  cuales  le  agradecieron  su  buena  voluntad,  y  le 
mandaron  que  se  aparejase  luego,  porque  en  ello  les  haria 
mucho  servicio,  y  él  así  lo  hizo,  suplicando  á  sus  Altezas  le 
mandasen  proveer  ciertas  cosas  que  él  dio'  con  un  memorial 
las  cuales  le  fueron  proveídas,  y  entre  ellas  fué  que  fuere 
con  él  don  Hernando  su  hijo  y  dos  personas  que  supiesen 
arábigo  de  quien  se  pensaba  aprovechar,  y  mandáronle  dar 
sus  Altezas  una  carta  para  el  Comendador  Nicolás  Ovando, 
mandándole  que  hiciese  volver  al  Almirante  todo  el  oro  y 
plata  y  joyas  y  otros  bienes ,  muebles  y  raíces  y  bastimentos 
de  pan  y  vino  y  libros  y  escrituras  que  el  Comendador 
Francisco  de  Bobadílla  le  había  tomado  á  él  y  á  sus  her- 
manos, y  le  hizo  merced  que  pudiese  traer  de  la  isla  Espa- 
ñola cada  un  año  ciento  y  once  quintales  de  brazil ,  por 
razón  de  la  décima  parte  que  habia  de  haber  de  los  mil 
quintales  de  brazil  que  se  hablan  de  sacar  cada  año  para  el 
arrendamiento  que  tenian  hecho  con  ciertos  mercaderes; 
mandaron  asimesmo  al  gobernador  que  hiciese  acudir  á  las 
personas  que  el  Almirante  pusiese  en  la  dicha  isla  con  los 
derechos  de  Almirantazgo,  por  razón  de  su  oficio,  y  asi- 
mesmo le  enviaron  á  mandar  que  hiciese  guardar  y  guar- 
dase todos  los  privilegios  y  mercedes  que  hablan  hecho  al 
dicho  Almirante.» 

Ahora  bien,  y  prosiguiendo  nuestro  intento:  ¿Había 
causas  bastantes  para  que  se  enviase  á  la  isla  Española 
un  juez  con  atribuciones  especiales?  ¿Podía  considerarse 
al  Almirante  como  culpable  directamente  de  aquellos  tras- 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


351 


tornos  que  en  ella  ocurrieron?  ¿Se  podía  acusar  de  ellos 
á  sus  hermanos?  ¿Los  Reyes  Católicos  podían  y  debían 
nombrar  nuevo  gobernador,  con  perjuicio  de  la  autoridad 
concedida  al  Virrey-,,  sin  hacerlo  saber  á  éste  y  sin  escuchar 
sus  explicaciones?  ¿Podían  en  rigor  de  derecho  privarle  de 
su  cargo  y  anular  sus  prerrogativas,  consignadas  en  pac- 
tos solemnes  y  ratificadas  Ubérrimamente  por  los  mismos 
Reyes? 

Si  se  recuerdan  todos  los  sucesos  que  hasta  ahora 
llevamos  narrados,  bien  puede  darse  respuesta  satisfactoria; 
y  ciertamente  si  en  la  gestio'n  de  los  negocios  de  Indias,  no 
hubieran  tenido  la  parte  principal,  y  la  direccio'n  casi 
absoluta,  sujetos  enemistados  con  el  Almirante,  y  que 
cuidaban  de  desfigurar  los  hechos  y  presentarlos  por  el  lado 
más  desfavorable,  ni  los  asuntos  de  la  colonia  se  hubieran 
visto  tan  comprometidos  como  se  vieron,  ni  los  Reyes 
hubieran  tomado  una  sola  de  aquellas  providencias.  Esta 
conviccio'n  se  adquiere  en  el  estudio  desapasionado  de  aquel 
período;  porque  las  desgracias  todas  tuvieron  origen  en  la 
falta  de  subsistencias  y  recursos,  ocasionada  por  la  inten- 
cional tardanza  en  el  despacho  de  las  flotas  y  por  la 
condición  de  la  mayor  parte  de  los  hombres  que  salían  de 
España  para  poblar  las  islas  descubiertas  por  el  genio 
genovés. 

No  puede  desconocerse  que  esa  cualidad  de  extranjeros 
perjudico  grandemente  en  todas  sus  relaciones  lo  mismo  al 
Almirante  que  á  sus  hermanos.  Los  honores  concedidos  á 
Colón;  las  altas  investiduras  que  obtuvo;  las  prerrogativas 
anexas  á  los  cargos  que  desempeñaba,  le  acarrearon  gran 
número  de  envidiosos,  que  incapaces  de  comprender  su 
mérito  y  aún  de  admirar  su  gloria,  so'lo  veían  en  él  un 
extranjero,  un  advenedizo,  que  pobre  y  suplicante  ayer  á 
vista  de  todos,  se  igualaba  hoy  á  la  más  alta  nobleza  de 
España  y  oscurecía  con  su  ciencia  y  su  talento  las  más 
brillantes  hazañas  de  que  aquellos  se  enorgullecían. 


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352 


CRISTÓBAL  COLON 


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Verdad  que  el  establecimiento  de  la  isla  Española  llego' 
al  estado  más  deplorable  en  el  año  1498.  Las  noticias 
opuestas,  contradictorias  que  recibían  los  Reyes  sobre  el 
origen  3^  causas  de  aquellos  disturbios  les  pusieron  en  gran 
conflicto.  Pero  no  se  olvide  que  el  Almirante  había  partido 
para  España  en  Abril  de  1496,  y  que  detenido  por  mil 
insidiosas  dilaciones,  no  pudo  salir  en  nuevo  viaje  hasta  el 
30  de  Mayo  de  1498,  en  que  zarpo'  de  Sanlúcar  de  Barra- 
meda,  y  siguiendo  las  o'rdenes  reales  y  sus  propios  deseos, 
siguió  al  descubrimiento  de  nuevas  tierras  y  no  aporto  á 
Santo  Domingo  hasta  fines  de  Septiembre  del  mismo  año. 

Encontró',  en  efecto,  la  colonia  en  el  mayor  desorden: 
triunfante  la  insurreccio'n:  oprimidos  los  indígenas  y  víctimas 
de  los  más  crueles  tratamientos:  desconocida  la  autoridad... 
¿y  á  quién  podía  culparse  de  tan  graves  males?  Si  el  Almi- 
rante hubiera  regresado,  y  con  los  recursos  necesarios, 
¿habría  tomado  tantas  fuerzas  la  insurreccio'n?  ¿Hubiera 
comenzado  siquiera?  Cúlpese  en  primer  término  á  los  que 
fueron  causa  de  las  detenciones  y  contratiempos  que  sufrió' 
el  apresto  de  la  flota,  y  después  á  la  codicia  y  desenfreno  de 
los  hombres  que  allá  se  habían  enviado.  Ellos,  unos  y  otros, 
eran  y  son  ante  el  juicio  de  la  posteridad  los  verdaderos 
causantes  de  todos  los  males,  de  todos  los  padecimientos,  de 
los  trastornos,  guerras,  muertes  y  ruina  que  aquejaron  á  los 
españoles  lo  mismo  que  á  los  indios  en  aquel  nefasto  período, 
que  no  fué  sino  el  anuncio  de  otros  peores,  y  de  mayores 
calamidades,  hasta  concluir  en  breve  espacio  de  tiempo  con 
el  aniquilamiento  y  desaparicio'n  de  la  raza  indígena. 

Desde  que  el  Almirante  puso  el  pie  en  Santo  Domingo, 
hasta  que  allí  desembarco'  el  comendador  Bobadilla,  ni 
Colón  ni  sus  hermanos  gozaron  punto  de  reposo,  en  gue- 
rras con  los  indios  y  con  los  insurrectos,  en  negociaciones 
con  los  caudillos  rebeldes,  recorriendo  la  isla  en  todas  direc- 
ciones ,  sufriendo  todo,  género  de  molestias ;  asediados  por  la 
traicio'n,  por  las  enfermedades,  por  el  hambre,  su  existencia 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


353 


no  pudo  ser  más  trabajosa,  ni  más  consagrada  al  servicio  de 
los  intereses  de  España,  consiguiendo  después  de  tantas 
fatigas  que  el  orden  recobrase  su  imperio,  que  se  reconociera 
la  autoridad  y  se  vislumbrara  una  era  de  mayor  tranqui- 
lidad. Lo  mismo  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  don  Juan 
Bautista  Muñoz  y  Washington  Irving ,  reconocen  y  deploran 
que  cuando  después  de  tiempo  tan  calamitoso  y  á  costa  de 
tantos  afanes,  había  vencido  Cristóbal  Colón  las  turbu- 
lencias y  peligros  que  le  habían  rodeado  por  mucho  tiempo, 
y  se  gozaba  de  una  calma  que  ofrecía  excelentes  resultados; 
cuando  esperaba  coger  el  fruto  de  sus  últimas  exploraciones 
enviando  una  expedicio'n  al  golfo  de  Paria,  y  estableciendo 
una  colonia  para  la  pesca  de  las  perlas,  realizando  sus  más 
dorados  sueños  con  la  ocupacio'n  de  la  tierra  firme,  se  for- 
maba en  España  la  cabala  que  había  de  destruir  todas  sus 
ilusiones  y  amargar  los  días  de  su  existencia. 

Para  presentar  en  algún  modo  responsables  al  Almi- 
rante 3^  á  sus  hermanos  de  lo  que  en  la  isla  Española 
sucedía,  se  han  citado  las  manifestaciones  de  los  religiosos 
franciscanos  que  por  indicación  del  arzobispo  Jiménez  de 
Cisneros  fueron  allá  en  la  misma  flota  que  llevo'  al  Co- 
mendador, y  cuyas  cartas  han  sido  publicadas  reciente- 
mente. 

Fueron  éstos  fray  Francisco  Ruiz,  á  quien  se  ha  creído, 
y  no  sin  fundamento,  próximo  pariente  de  Cisneros,  cuyo 
secretario  fué  durante  muchos  años;  el  P.  Juan  de  Leudelle, 
francés  natural  de  Picardía,  y  fray  Juan  de  Robles  y  fray  Juan 
Trasierra,  todos  de  reconocida  virtud,  doctos  y  de  ejem- 
plares costumbres.  Apenas  llegados  á  la  isla  Española,  y 
bajo  la  impresio'n  dolorosa  que  en  el  primer  momento  reci- 
bieron de  las  enfermedades,  las  violencias,  la  falta  de 
alimentos  y  los  suplicios  que  á  su  vista  se  presentaron, 
hubieron  de  escribir  al  Arzobispo  en  términos  muy  sentidos, 
pero  que  no  eran  reflejo  de  la  verdad  sino  de  un  sentimiento 
exagerado,  de  una  leal  aspiración  á  que  se  remediasen 
Cristóbal  Colón,  t.  il — 45. 


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354 


CRISTÓBAL  COLON 


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aquellos  males,   pero  atribuyéndolos  erróneamente  á  quien 
no  era  culpable  de  ellos. 

Léanse  íntegras  las  cartas  de  los  religiosos  franciscanos, 
sin  olvidar  el  Memorial  que  las  acompañaba,  que  es  de 
suma  importancia  ',  y  en  ellas  se  encontrarán  escritas  casi 
textualmente  las  frases  mismas  que  don  Fernando  Colo'n 
consigna  en  el  capítulo  LXXXV  de  sus  Apuntes,  como  ver- 
tidas por  los  calumniadores  del  Almirante  para  mover  en 
contra  suya  el  ánimxO  de  los  Reyes  Cato'licos.  Más  aún:  en 
el  Memorial  se  recomienda  por  los  religiosos  la  aprobacio'n 
de  aquella  perjudicialísima  é  inmotivada  exencio'n  que  con- 
cedió' el  comendador  Bobadilla  para  que  por  espacio  de 
veinte  años  no  contribuyeran  con  el  tercio  del  oro  recogido 
los  que  se  dedicaban  á  esta  labor  con  el  trabajo  de  los 
pobres  indios ;  orden  que  desagrado'  á  los  Reyes ,  y  contra  la 
cual  hizo  Cristóbal  Colón  atinadísimas  observaciones  en  su 
carta  á  doña  Juana  de  la  Torre. 

¿Qué  importaba  á  los  frailes  recién  llegados  á  la  isla 
que  los  mineros  contribuyeran  con  mayor  o'  menor  cantidad 
para  el  tesoro  real?  ¿Qué  interés  podía  llevarles  á  defender 
aquella  absurda  medida  que  el  Comendador  tomo'  con  el 
único  objeto  de  atraerse  las  voluntades  de  los  díscolos?  Ese 
no  interés  de  la  religio'n ,  ni  se  relacionaba  de  manera  alguna 
con  la  conversio'n  de  los  indios;  otro  era  el  interés  que  en 
eso  había  y  que  se  descubre  muy  á  las  claras. 

Para  nosotros ,  las  cartas  de  los  piadosos  franciscanos 
reflejan  la  astucia  del  comendador  Bobadilla  3^  la  sencillez 
de  carácter  de  aquellos  religiosos.  Habían  hecho  el  viaje  en 
unio'n  con  aquel  funcionario,  que  ciertamente  cuidaría  de 
agasajarlos  y  tenerlos  propicios  para  que  no  se  opusieran  á 
los  planes  de  su  soberbia;  y  como  á  su  llegada  presenciaron 
escenas  cuyas  causas  no  podían  apreciar  debidamente,  pero 
que  desgarraban   sus   corazones,   fué  harto  fácil  inducirlos 


Véanse  textuales  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (E). 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


355 


mañosamente  á  que  recargasen  el  colorido  de  aquel  cuadro 
pavoroso,  haciéndoles  concebir  la  esperanza  de  que  por  esc 
medio  se  obtendría  la  reparacio'n  y  con  mayor  prontitud. 

Y  porque  los  lectores  comprendan  que  esas  cartas  de  los 
religiosos  fueron  dictadas  por  una  impresión  del  momento; 
por  un  sentimiento  exagerado  de  piedad,  muy  natural  en 
ellos,  vamos  á  presentar  el  extracto  de  ellas,  tal  cual  lo  hace 
el  docto  marino  señor  don  Cesáreo  Fernández  Duro,  que 
ha  sido  el  primero  en  exponerlas  en  su  obra  antes  citada. 

((En  la  flota  que  condujo  al  comendador  Bobadilla. 
dice,  fueron  á  la  Española  cuatro  religiosos  de  la  Orden  de 
San  Francisco,  elegidos  por  el  arzobispo  de  Toledo  Jiménez 
de  Cisneros,  grande  amigo  y  protector  de  Colón,  entre  los 
más  virtuosos  y  aptos  para  la  evangelizacio'n  de  los  indios. 
De  estos  frailes,  el  uno,  fray  Juan  de  Leudelle,  no  era 
español,  había  nacido  en  Picardía;  ni  él  ni  los  otros  conocían 
al  Almirante,  ni  tenían  intereses  o'  afecciones  en  el  Nuevo 
Mundo :  pues  bien ,  al  llegar  allí  encontraron  en  tan  grave 
situacio'n  la  colonia ,  que  estimaron  de  necesidad  que  viniera 
inmediatamente  uno  de  ellos,  fray  Francisco  Ruiz,  secre- 
tario del  Arzobispo  ',  más  adelante  obispo  de  Ávila,  á  dar 
cuenta  verbal,  escribiendo  los  otros  tres  cartas  de  creencia... 
que  vení'an  á  decir: 

El  P.  Leudelle,  que  según  informaba  el  Comendador,  el 
Almirante  y  sus  hermanos  se  habían  querido  alzar  y  ponerse 
en  defensa,  juntando  indios  y  cristianos,  y  que  el  primero 
había  expresado  á  uno  de  los  frailes  compañeros  importársele 
poco  para  sus  fines  lo  que  tuviera  en  mientes  el  Arzobispo 
de  Toledo. 

Fray  Juan  de  Robles,  (cque  habían  tenido  gran  trabajo  en 
echar  de  la  isla  á  los  señores  (Colones)  los  cuales  se  pusieron 
en  se  haber  de  defender,  sino  que  Dios  no  les  dejo'  salir  con 


'  Hay  en  esto  un  ligero  error.  Fray  Francisco  Ruiz ,  enfermo  y  débil 
antes  de  salir  de  España,  empeoró  con  la  variación,  y  no  pudiendo  dedicarse  á 
trabajar  se  decidió  á  volver  por  causa  de  su  misma  falta  de  salud. 


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356 


CRISTÓBAL  COLÓN 


su  mal  proposito:  así  rogaba  al  Arzobispo,  por  amor  de 
Jesuchristo,  trabajara  como  el  Almirante  ni  cosa  su3^a  vol- 
viera mas  á  aquella  tierra,  porque  se  destruirla  todo  y  no 
quedarla  cristiano  ni  religioso.» 

Fray  Juan  de  Trasierra,  dando  gracias  á  Dios  por  haber 
salido  aquella  tierra  del  poderío  del  Rey  Faraón,  suplicaba 
al  Arzobispo  que  ni  él  ni  ninguno  de  su  nacio'n  fuera  á 
las  islas. 

Los  tres  rogaban  por  separado  se  diera  crédito  á  lo  que 
diría  fray  Francisco  Ruiz,  y  acompañaban  relacio'n  de  las 
cosas  que  se  ofrecían,  tocantes  al  provecho  de  la  conversio'n 
de  las  ánimas,  comenzando  así: 

«Primeramente:  que  si  sus  Altezas  quieren  servir  mucho 
á  nuestro  Señor,  y  que  la  conversión  de  las  ánimas  se  haga, 
en  ninguna  manera  permitan  que  el  Almirante  ni  cosa  suya 
á  esta  isla  vuelva  á  la  haber  de  gobernar,  porque  se  des- 
truirla todo,  y  ningún  cristiano  ni  religioso  en  ella  que- 
daría.» 

En  su  misma  gravedad,  en  la  exageracio'n  de  sus  con- 
ceptos, y  hasta  en  la  forma  en  que  van  expuestos  llevan 
su  impugnacio'n  esas  cartas.  Bien  puede  sostenerse  que  no 
son  cartas  de  los  franciscanos,  sino  de  Bobadilla,  que  en  las 
falaces  palabras  que  hizo  estampar  á  aquellos  religiosos, 
escribía  por  conducto  respetable,  un  memorial  para  dis- 
culpar sus  excesos.  Y  ya  los  lectores,  ciertamente  con 
mayor  perspicacia,  habrán  comprendido  lo  que  esas  cartas 
significan. 

El  P.  Leudelle  comienza  hablando  según  le  informaba  el 
Comendador;  declaracio'n  preciosa  que  indica  el  conducto  por 
donde  recibía  sus  noticias.  ¿Cuándo  pudo  el  Almirante  decir 
á  este  religioso  que  le  importaban  poco  las  intenciones  del 
arzobispo  de  Toledo?  ¿Qué  trabajo  costo'  el  echar  de  la  isla 
á  los  hermanos  Colón  según  se  le  hizo  decir  á  fray  Juan 
de  Robles? 

Ya  lo  hemos  dicho.    Bobadilla  fué  reduciendo  á  prisio'n 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


357 


uno  después  de  otro  á  los  tres  hermanos,  sin  que  opusieran 
fuerza  ni  resistencia  alguna.  Don  Cristóbal  no  puso  el  pie 
en  Santo  Domingo,  después  de  la  llegada  del  Comen- 
dador, hasta  el  momento  en  que  éste  se  apodero'  de  su 
persona 

Pero  hay  todavía  una  más  grave  consideración.  Las 
cartas  de  esos  religiosos ,  ni  los  informes  de  fray  Francisco 
Ruíz  pudieron  influir  de  modo  alguno  en  las  providencias 
que  contra  Colón  y  sus  hermanos  se  tomaron,  porque 
aquéllas  vinieron  en  los  mismos  barcos  que  trajeron  preso  al 
Almirante.  ¿Qué  conocimiento  pudieron  tomar  en  poco  más 
de  un  mes  que  estuvieron  en  la  isla  antes  de  escribirlas?  ¿De 
quién  pudieron  recibir  informes  y  noticias?  Todos  los  histo- 
riadores lo  dicen.  La  desgracia  de  Colón  hizo  que  todos  los 
que  se  habían  insurreccionado  contra  su  autoridad  y  muchos 
que  temían  castigos,  se  apresuraran  á  congraciarse  con  la 
nueva  autoridad,  y  luchasen  en  bajeza  por  secundar  sus 
intentos.  Desde  el  punto  en  que  el  acriminar  la  conducta  de 
los  tres  hermanos  se  considero  un  mérito  á  los  ojos  del 
Comendador,  y  las  declaraciones  de  los  delincuentes  sirvieron 
para  pruebas,  la  justicia  quedo'  muy  alejada  de  cuanto  al 
Almirante  se  refería.  Las  pocas  voces  que  los  religiosos 
franciscanos  pudieron  oir,  eran  parciales,  interesadas,  naci- 
das de  enemigos  declarados;  pero  aun  éstas  no  llegaron  á 
ellos  sino  por  informes  del  Comendador,  como  dice  fray  Juan 
de  Leudelle. 

Repetiremos  que  esas  cartas  so'lo  pueden  mirarse  como 
una  nueva  maldad  de  Francisco  de  Bobadilla,  como  un 
rasgo  más  patente  de  su  astucia,  y  de  los  medios  arteros  de 
que  sabía  usar  para  dar  á  sus  malos  hechos  una  interpre- 
tacio'n  favorable. 

Y  el  resultado  confirma  nuestro  aserto.  Ni  los  informes 
del  P.  Francisco  Ruiz  fueron  atendidos,  ni  nadie  dio'  crédito 
á  las  declaraciones  que  recibió'  Bobadilla  y  con  las  que  formo' 
el  proceso  del  Almirante  y  de  sus  hermanos.    «Dicho  sea  en 


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358 


CRISTÓBAL  COLON 


alabanza  de  los  Reyes  Católicos ;  escribe  el  mismo  historiador 
Fernandez  Duro  ',  estas  cartas,  no  más  que  la  información 
de  fray  Francisco  Ruiz  y  el  proceso  de  Bobadilla  desviaron 
el  afecto  que  al  Almirante  tenian.»  Luego  rectamente  se 
deduce  que  los  Reyes  conocían  el  origen  de  aquellas  imputa- 
ciones, y  no  las  creyeron  verdaderas. 

El  mal  estado  de  la  colonia  empeoro'  visiblemente  desde 
el  año  1496  al  de  1498  por  la  ausencia  del  Almirante;  pero 
del  principio  de  todas  las  alteraciones  son  responsables  aque- 
llos que  desconocieron  su  autoridad  y  desertaron  de  la  isla 
sin  causa  alguna,  abandonando  puestos  de  confianza,  y  dando 
funesto  ejemplo,  que  por  desgracia  había  de  tener  muchos 
imitadores;  así  como  de  su  aumento  y  gravísimas  consecuen- 
cias lo  fueron  los  ambiciosos  holgazanes  y  perturbadores  que 
por  satisfacer  sus  apetitos,  sin  sujecio'n  ni  trabas  de  ningún 
género,  la  redujeron  á  tan  triste  estado,  y  señaladamente  los 
que  le  sucedieron  en  el  mando,  y  más  atentos  á  su  medro  y 
utilidad  que  á  los  encargos  que  de  los  Reyes  recibieran, 
extremaron  el  mal  trato  á  los  indios,  y  contribuyeron  á  la 
despoblacio'n  de  la  riquísima  isla  Española, 

Recoge  el  P.  Las  Casas  y  contrapone  con  admirable 
buen  sentido  la  libertad  y  protección  que  concedió'  Bobadilla 
á  todos  los  criminales,  con  las  humillaciones  que  padecían 
los  indígenas,  y  dice:  «Aquí  viérades  á  la  gente  vil,  y  á  los 
azotados  y  desorejados  en  Castilla  y  desterrados  para  acá 
por  homicianos  o'  homicidas,  y  que  estaban  por  sus  delitos 
para  los  justiciar,  tener  á  los  Reyes  y  señores  naturales  por 
vasallos,  y  por  mas  bajos  y  viles  que  criados.  Estos  Señores 
tenian  hijas  o'  hermanas  o'  parientas  cercanas,  las  cuales 
luego  eran  tomadas  o'  por  fuerza  o'  por  grado,  para  con  ellas 

se   amancebar »     Refiere   varias    de    las    crueldades    que 

presencio',   y  que  no  trasladamos  para  que  no  parezca  que 
exageramos,  ya  que  de  exagerado  se  tacha  al  Apo'stol  de  las 


Colón  y  la  historia  postuma,  pág.  56. 


LIBRO  CUARTO.— CAPÍTULO  X 


359 


Indias,  porque  se  conmovía  á  la  vista  de  los  padecimientos 
de  aquellos  desdichados,  y  sintetizando  la  agravacio'n  que 
padecieron  todos  los  males  de  la  colonia ,  y  el  desorden  de 
su  administracio'n ,  concluye  diciendo:  —  a  Y  esto  baste,  cuanto 
á  dar  noticia-  y  raipn  del  estado  de  esta  isla  en  tiempo  del 
Comendador  Bohadilla,  después  de  haber  enviado  á  Castilla 
preso  al  Almirante.» 


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ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


LIBRO  CUARTO 


(A)  — Pág.  i8i 


Documentos  referentes  á  la  preparación  del  tercer  viaje 


Carta  de  CRISTÓBAL  COLÓN  á  los  Reyes  Católicos,  acerca  de  la  población 
y  negociación  de  la  ESPAÑOLA  y  de  las  otras  islas  descubiertas  y  por 
descubrir. 

(Publicada  con  facsímile  en  las    Cartas  de  Indias ,  dadas  á  la  estampa  por  el  Ministerio  de 
Fomento,  en  1877) 


Muy  altos  y  poderosos  Señores : 

Obedespiendo  lo  que  vuestras  alteras  me  mandaron  diré  lo  que  me 
ocurre  para  la  población  y  neg09Íacion  asy  de  la  Isla  Española  como  de 
las  otras,  asy  halladas  como  por  hallar,  sometiéndome  á  mejor  pares^er. 

Primeramente,  para  en  lo  de  la  Isla  Española,  que  vayan  hasta  en 
número  de  dos  mili  vecinos,  los  que  quisieren  yr,  porque  la  tierra  esté 
mas  segura  y  se  pueda  mejor  granjear  é  tratar,  y  servirá  para  que  se 
puedan  rebolver  y  tratar  las  yslas  comarcanas. 

Iten,  que  en  la  dicha  ysla  se  hagan  tres  ó  cuatro  pueblos  é  repar- 
tidos en  los  lugares  mas  convenientes,  é  los  vecinos  que  allá  fuesen, 
sean  repartidos  por  los  dichos  lugares  y  pueblos. 

Iten,  que  porque  mejor  y  mas  presto  se  pueble  la  dicha  ysla,  que 
ninguno  tenga  facultad  para  cojer  oro  en  ella,  salvo  los  que  tomaren 
ve9Índad  é  hiciesen  casas  para  su  morada  en  la  población  que  esto  vieren, 
porque  vivan  juntamente  é  mas  seguros. 

Iten,  que  cada  lugar  é  población  haya  su  alcalde  ó  alcaldes  con  su 
escribano  del  pueblo,  según  uso  é  costumbre  de  Castilla. 

Cristóbal  Colón,  t.  11. — 46. 


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362 


CRISTÓBAL  COLON 


Iten,  que  haya  iglesia  y  abades  é  frayles  para  administración  de  los 
sacramentos  y  cultos  divinos  y  para  conversión  de  los  yndios. 

Iten,  que  ninguno  de  los  vecinos  pueda  yr  á  cojer  oro,  salvo  con 
licencia  del  gobernador  ó  alcalde  del  lugar  donde  bi viere,  y  que  primero 
haga  juramento  de  volver  al  mysmo  lugar  de  do  saliere  á  rejistrar 
fielmente  todo  el  oro  que  oviere  cogydo  y  ávido,  y  de  volver  una  vez  en 
el  mes  ó  en  la  semana,  según  el  tiempo  le  fuere  asygnado,  á  dar  quenta 
é  manifestar  la  cantidad  del  dicho  oro,  é  que  se  escriva  por  el  escrivano 
del  pueblo  por  ante  el  alcalde,  y  si  peres9Íere,  que  haya  asy  mesmo  un 
frayle  ó  abad  deputado  para  ello. 

Iten ,  que  todo  el  oro  que  asy  se  traxere ,  se  haya  luego  de  fundir  y 
marcar  de  alguna  manera  que  cada  pueblo  señalare,  y  que  se  pese  y  se 
dé  y  se  entregue  á  cada  alcalde  en  su  lugar  la  parte  que  pertenesgiere  á 
vuestras  altepas,  y  se  escriva  por  el  dicho  abad  ó  frayle  de  manera  que 
no  pase  por  una  sola  mano,  y  asy  no  se  pueda  ^ecar  la  verdad. 

Iten,  que  todo  el  oro  que  se  hallare  sin  la  marca  de  los  dichos 
pueblos  en  poder  de  los  que  ovieren  una  vez  registrado  por  la  orden 
susodicha ,  le  sea  tomado  por  perdido,  é  haya  una  parte  el  acusador  y  lo 
ál  para  vuestras  alte9as. 

Iten,  que  de  todo  el  oro  que  oviere  se  saque  uno  por  ciento  para 
la  fábrica  de  las  iglesias  y  ornamentos  dellas,  é  para  sustentación  de  los 
abades  ó  frayles  dellas ;  y  sy  paresciere  que  á  los  alcaldes  y  escrivanos  se 
dé  algo  por  su  trabajo  y  porque  hagan  fielmente  sus  oficios,  que  se 
remita  al  gobernador  y  thesorero  que  allá  fueren  por  vuestras  alteras, 

Iten,  quanto  toca  á  la  división  del  oro  é  de  la  parte  que  ovieren  de 
aver  vuestras  alte9as,  esto,  á  my  ver,  deve  ser  remitido  á  los  dichos 
gobernador  y  thesorero,  porque  averá  ser  mas  ó  menos  según  la  cantidad 
del  oro  que  se  hallare;  ó  sy  paresciere,  que  por  tiempo  de  un  año  ayan 
vuestras  alteras  la  mitad  y  los  cojedores  la  otra  mitad,  ca  después  podrá 
mejor  determinarse  cerca  del  dicho  repartimiento. 

Iten,  que  si  los  dichos  abades  y  escrivanos  hicieren  ó  consintieren 
algún  fraude,  se  le  ponga  pena  é  asymesmo  á  los  vecinos  que  por  entero 
no  manifestaren  todo  el  oro  que  ovieren, 

Iten,  que  en  la  dicha  isla  haya  thesorero  que  reciva  todo  el  oro 
pertenesciente  á  vuestras  altecas  y  tenga  su  escrivano  que  lo  asiente,  é 
los  alcaldes  y  escrivanos  de  los  otros  pueblos  cada  uno  tome  conosci- 
miento  de  lo  que  entregaren  al  dicho  thesorero. 

Iten,  porque  según  la  codicia  del  oro,  cada  uno  querrá  mas  ocuparse 
de  ello  que  en  ha^er  otras  grangerias,  parésceme  que  alguna  temporada 
del  año  se  le  deva  defender  la  licencia  de  yr  á  buscar  oro,  para  que  haya 
lugar  que  se  hagan  en  la  dicha  ysla  otras  grangerias  á  ellas  pertene- 
cientes. 

Iten,  para  en  lo  de  descobrir  de  nuevas  tierras,  parésceme  se  deve 
dar  licencia  á  todos  los  que  quisiesen  yr,  y  alargar  la  mano  en  lo  del 


1 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


363 


quinto,  moderándolo  en  alguna  buena  manera,  á  fin  de  que  muchos  se 
dispongan  á  yr. 

Ahora  diré  mi  pares^er  para  la  yda  de  los  navios  á  la  dicha  Isla 
Española,  é  la  orden  que  se  deva  guardar,  ques  la  siguiente:  Que  no 
puedan  yr  los  dichos  navios  á  descargar,  salvo  en  uno  ó  dos  puertos  para 
ello  señalados,  y  ende  registren  todo  lo  que  llevaren  é  descargaren;  y 
cuando  ovieren  de  partir,  sea  de  los  mismos  puertos,  é  registren  todo  lo 
que  cargaren,  porque  no  se  encubra  cosa  alguna. 

Iten,  que  cerca  del  oro  que  se  hoviere  de  traer  de  las  yslas  para 
Castilla,  que  todo  lo  que  se  oviere  de  cargar,  asy  lo  que  fuere  de  vuestras 
alteras  como  de  cualesquier  persona,  todo  ello  se  ponga  en  una  arca  que 
contenga  dos  cerraduras  con  sus  llaves,  y  quel  maestro  tenga  la  una,  y 
otra  presona  quel  gobernador  y  thesorero  escogieren  la  otra;  é  venga 
por  testimonyo  la  relación  de  todo  lo  que  se  pusiere  en  la  dicha  arca,  é 
señalado,  para  que  cada  uno  haya  lo  suyo;  y  si  otro  alguno  se  hallare 
fuera  de  la  dicha  arca  en  cualquier  manera,  poco  ó  mucho,  sea  perdido, 
á  fin  de  que  se  haga  fielmente  y  sea  para  vuestras  alteras. 

Iten,  que  todos  los  navios  que  vinieren  de  la  dicha  ysia,  vengan  á 
hacer  su  derecha  descarga  al  puerto  de  Cádiz ,  y  no  salga  presona  dellos 
ny  entren  otros ,  hasta  que  vayan  á  los  dichos  navios  la  presona  ó  pre- 
sonas  que  para  ello  por  vuestras  alteras  fueren  alquiladas,  en  la  dicha 
cibdad,  á  quienes  los  maestros  manifiesten  todo  lo  que  traen  y  muestren 
la  fé  de  lo  que  oviesen  cargado,  para  que  se  pueda  ver  y  requerir  sy  los 
dichos  navios  traen  cosa  alguna  encubierta  é  non  manifestada  al  tiempo 
del  cargar. 

iten,  que  en  presencia  de  la  justicia  de  la  dicha  cibdad  de  Cádiz  é 
de  quien  fuere  para  ello  deputado  por  vuestras  alteras,  se  haya  de  abrir 
el  arca  en  que  se  traxere  el  dicho  oro,  y  dar  á  cada  vno  lo  suyo. — 
Vuestras  alteras  me  ayan  por  encomendado,  y  quedo  rogando  á  Nuestro 
Señor  Dios  por  las  vidas  de  vuestras  altecas  y  acrecentamiento  de  muy 
mayores  estados. 

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:Xpo  FERENS./ 

La  lectura  de  esta  carta  y  de  la  otra  que  en  el  texto  dejamos  inserta, 
y  el  cotejo  de  sus  peticiones  con  las  órdenes  de  los  Reyes  Católicos 
consignadas  en  la  Instrucción  fecha  23  de  Abril  de  1497,  que  á  conti- 
nuación se  copia,  hacen  conocer  con  toda  claridad  que  ésta  fué  dictada 
teniendo  en  cuenta  los  deseos  del  Almirante,  y  las  cosas  que  él  estimaba 
necesarias  para  la  prosperidad  y  aumento  de  la  colonia,  y  para  corregir 
algunos  de  los  abusos  de  mayor  bulto  que  ya  se  notaban,  y  especial- 


3^4 


CRISTÓBAL  COLON 


mente  los  que  podían  responder  en  perjuicio  de  los  derechos  de  la  corona, 
por  la  defraudación  que  empezaba  á  hacerse  en  el  impuesto  sobre  el  oro. 
Esta  observación  no  tiene  otro  objeto  que  suplir  la  falta  de  fecha  que  se 
nota  en  esas  dos  cartas  de  Cristóbal  Colón  ;  pues  no  la  tiene  ninguna 
de  ellas  en  sus  originales,  y  notando  su  relación  con  las  Reales  disposi- 
ciones de  23  de  Abril  de  1497,  se  adquiere  la  convicción  de  que  fueron 
escritas  con  anterioridad  á  aquella  fecha,  probablemente  en  los  primeros 
meses  del  mismo  año. 


II 


A 


Real  cédula  facidíando  al  Almirante  para  que  tome  á  sueldo  hasta 

trescientas  treinta  personas  de  los  oficios  que  se  señalan 
(Archivo  general  de  Indias. — Registro  del  Secretario  Fernand'  Alvarez. —  Patr.  Est.  i) 

El  Rey  é  la  Reina:  por  la  presente  damos  licencia  é  facultad  á  vos 
don  Cristoval  Colon,  Nuestro  Almirante  del  mar  Occéano,  para  que 
podáis  tomar  é  toméis  á  sueldo  fasta  el  número  de  trescientas  é  treynta 
personas  para  que  estén  en  las  Indias,  de  los  oficios  é  formas  siguientes: 
cuarenta  escuderos,  cien  peones  de  guerra  é  de  trabajo,  treinta  marineros, 
treinta  grumetes,  veinte  lavadores  de  oro,  cincuenta  labradores,  diez 
hortelanos,  veinte  officiales  de  todos  oficios,  treinta  mujeres,  que  son 
todas  las  dichas  trescientas  é  treynta  personas:  las  quales  fagáis  pagar  á 
sueldo,  según  se  contiene  en  la  histruccion  que  cerca  dello  mandamos 
dar;  é  si  alguno  de  los  dichos  oficios  ó  gente  fuere  necesario  mudarse,  ó 
crecer  en  el  número  de  los  unos  abajando  en  los  otros,  lo  podáis  fa9er 
según  viéredes  é  entendiéredes  ser  complidero  al  nuestro  servicio,  é  con 
tanto  que  non  sean  mas  por  todos  de  las  dichas  trescientas  é  treynta 
personas. —  Fecha  en  la  ciudad  de  Burgos  á  veinte  y  tres  dias  del  mes  de 
Abril  de  mili  quatrocientos  é  noventa  y  siete  años. 

Yo  el  Rey.  Yo  la  Reyna. 

Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina.  —  Fernand'  Alvarez.  — 
Acordada. 


/: 


III 


Instrucción  que  se  cita  en  la  Real  Cédula  que  antecede ,  dada  por  los 
Señores  Reyes  Católicos  para  la  población  de  las  islas  y  tierra  firme 
descubiertas  y  por  descubrir  en  las  Indias. 


El  Rey  é  la  Reyna :  don  Cristoval  Colon  ,  Nuestro  Almirante, 
Visorey  é  Gobernador  del  mar  Occéano:  las  cosas  que  nos  paresce  que 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


365 


con  ayuda  de  Dios  Nuestro  Señor  se  deben  é  han  de  fazer  é  proveer 
para  la  población  de  las  islas  é  tierra-firme  descubiertas  é  puestas  so  el 
nuestro  Señorío,  é  las  que  están  por  descobrir  á  la  parte  de  las  Indias  en 
el  mar  Océano,  é  de  la  gente  que  por  nuestro  mandado  allá  está  é  ha  de 
ir  é  estar  de  aquí  adelante,  de  mas  é  allende  de  lo  que  por  otra  ins- 
trucción nuestra  vos  é  el  Obispo  de  Badajoz  aveis  de  proveer,  es  lo 
siguiente : 

Primeramente,  que  como  seáis  en  las  dichas  islas.  Dios  queriendo, 
procuréis  con  toda  diligencia  de  animar  é  atraer  á  los  naturales  de  las 
dichas  Indias  á  toda  paz  é  quietud ,  é  que  nos  hayan  de  servir  é  estar  so 
nuestro  Señorío  é  sujeción  benignamente,  é  principalmente  que  se  con- 
viertan á  nuestra  sancta  Fé  Católica,  y  que  á  ellos,  y  á  los  que  han  de  ir 
á  estar  en  las  dichas  Indias  sean  administrados  los  santos  Sacramentos 
por  los  religiosos  é  clérigos  que  allá  están  é  fueren:  por  manera  que  Dios 
nuestro  Señor  sea  servido  y  sus  conciencias  se  aseguren. 

ítem:  que  por  esta  vez  en  tanto  que  Nos  mandamos  mas  proveer, 
hayan  de  ir  é  vayan  con  vos  el  número  de  las  trescientas  é  treynta 
personas,  cuales  vos  dijieredes  de  la  calidad  é  oficios,  é  según  se  contiene 
en  la  dicha  Instrucción :  pero  si  á  vos  paresciere  que  algunos  de  aquellos 
se  deben  mudar,  acrecentando  ó  trocando  de  unos  oficios  en  otros,  ó  de 
la  calidad  de  unas  personas  en  otras,  que  vos  ó  quien  vuestro  poder 
oviere  lo  podáis  fazer  é  fagáis  según  é  en  la  manera  é  forma  é  en  el 
tiempo  ó  tiempos  que  vieredes  ó  entendiéredes  que  cumple  á  nuestro 
servicio  é  en  bien  é  utilidad  de  la  dicha  gobernación  é  negociación  de  las 
dichas  Indias. 

ítem :  que  quando  seáis  en  las  dichas  Indias ,  Dios  queriendo,  hayáis 
de  mandar  hazer  é  que  se  haga  en  la  Isla  Española  una  otra  población  ó 
fortaleza  allende  de  la  que  está  fecha,  de  la  otra  parte  de  la  isla  cercana 
al  minero  del  oro,  segund  é  en  el  logar  é  de  la  forma  que  á  vos  bien 
visto  fuere. 

ítem :  que  cerca  de  la  dicha  población ,  ó  de  la  que  agora  está  fecha, 
ó  en  otra  parte,  cual  á  vos  os  parezca  dispuesto,  se  haya  de  fazer  é 
asentar  alguna  labranza  ó  crianza  para  que  mejor  é  á  menos  costa  se 
puedan  sostener  las  personas  que  están  é  estarán  en  la  dicha  isla;  é 
porque  esto  se  pueda  mejor  fazer,  se  haya  de  dar  é  dé  á  los  labradores 
que  agora  irán  á  las  dichas  Indias,  del  pan  que  allá  se  enviare  fasta 
cincuenta  cahizes  de  trigo  emprestados,  para  los  sembrar,  é  fasta  veinte 
yuntas  de  vacas  ó  yeguas  ó  otras  bestias  para  labrar,  é  que  los  tales 
labradores  que  así  recibieren  el  dicho  pan,  lo  labren  é  siembren,  é  se 
hayan  de  obligar  en  lo  volver  á  la  cosecha,  é  pagar  el  diezmo  de  la  que 
cogieren,  é  lo  restante  que  lo  puedan  vender  á  los  cristianos  á  como 
mejor  pudieren,  tanto  que  los  precios  no  exedan  en  agravio  de  los  que  lo 
compraren,  porque  en  tal  caso  vos  el  dicho  Almirante  nuestro,  ó  quien 
vuestro  poder  oviere,  lo  aveis  de  tasar  é  moderar. 


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366 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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ítem :  que  el  dicho  número  de  las  trescientas  é  treynta  personas  que 
han  de  ir  á  las  dichas  Indias  se  les  haya  de  pagar  é  pague  el  sueldo  á  los 
precios  é  segund  que  hasta  aquí  se  les  ha  pagado,  é  en  el  lugar  del  man- 
tenimiento que  se  les  suele  dar,  se  les  haya  de  dar  é  dé  del  pan  que  man- 
damos allá  enviar  á  cada  persona  una  fanega  de  trigo  cada  mes  é  doce 
maravedís  cada  dia,  para  que  ellos  compren  los  otros  mantenimientos 
necesarios,  los  cuales  se  les  hayan  de  Hbrar  por  vos  el  dicho  nuestro 
Almirante  ó  por  vuestro  lugarteniente  ó  por  los  oficiales  de  nuestros 
Contadores  mayores  que  en  las  dichas  Indias  están  ó  estuvieren,  é  que 
por  vuestras  nóminas,  libramientos  é  cédulas  en  la  forma  susodicha,  les 
haya  de  pagar  ó  pague  vuestro  Tesorero  que  estuviere  en  las  dichas 
Indias. 

ítem:  que  si  vos  el  dicho  Almirante  viéredes  é  entendieredes  que 
cumple  á  nuestro  servicio  que  allende  de  las  dichas  trescientas  treynta 
personas  se  debe  crecer  el  número  dellas,  lo  podáis  fazer  fasta  llegar  á 
número  de  quinientas  personas  por  todas,  con  tanto  quel  sueldo  é  mante- 
nimientos que  las  tales  personas  acrecentadas  hubieren  de  haber  se  pague 
de  cualquier  mercadurías  é  cosas  de  valor  que  se  fallaren  é  ovieren  en  las 
dichas  Indias ,  sin  que  nos  mandemos  proveer  para  ello  de  otra  parte. 

ítem :  que  á  las  personas  que  han  estado  y  están  en  las  dichas  Indias 
se  les  haya  de  pagar  é  pague  el  sueldo  que  les  es  é  fuere  debido,  por 
nóminas  é  segund  é  en  la  manera  que  de  suso  se  contiene,  é  algunas  que 
no  llevaron  sueldo  se  les  pague  su  servicio  segund  que  á  vos  bien  visto 
fuere,  é  á  las  que  han  servido  por  otros  asimesmo. 

ítem :  que  á  los  alcaldes  é  otras  personas  principales  ó  officiales  que 
han  estado  é  servido  é  sirven  se  les  haya  de  acrecentar  é  pagar  é  acre- 
cienten é  paguen  sus  tenencias  é  salarios  é  sueldos  que  ovieren  de  haver, 
segund  que  á  vos  el  dicho  Almirante  pareciere  que  se  debe  fazer  habida 
consideración  á  la  calidad  de  las  personas  é  á  lo  que  cada  uno  ha  servido 
c  sirviere;  porque  además  desto,  quando  á  Dios  plegué,  que  haya  de  que 
facerles  mercedes  en  las  dichas  Indias,  Nos  habremos  memoria  para  gelas 
fazer;  lo  que  se  haya  de  asentar  ante  los  dichos  nuestros  oíKiciales,  é  que 
se  les  haya  de  librar  é  pagar  en  la  forma  susodicha. 

ítem:  que  paresciendo  herederos  del  Abad  Gallego  é  Andrés  de 
Salamanca,  que  murieron  en  las  dichas  Indias,  se  les  debe  pagar  el  valor 
de  los  toneles  ó  pipas  que  se  les  gastaron  é  tomaron  por  haber  ido  á  las 
dichas  Indias  contra  nuestro  vedamiento. 

ítem:  en  lo  que  toca  al  descargo  de  las  ánimas  de  los  que  en  las 
dichas  Indias  han  fallescido  é  fallescieren ,  nos  parece  que  se  debe  guardar 
la  forma  que  está  en  el  capítulo  de  vuestro  Memorial,  que  sobre  esto  nos 
distes ,  que  es  el  siguiente :  «  Muchos  extrangeros  é  naturales  son  muertos 
»en  las  Indias,  é  yo  mandé  por  virtud  de  los  poderes  que  de  vuestra 
» Alteza  tengo,  que  diesen  los  testamentos  c  se  cumpliesen ,  y  dello  di 
» cargo  á  Escobar,  vecino  de  Sevilla,   é  á  Juan  de  León,  vecino  de  la 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


367 


» Isabela,  que  bien  é  fielmente  procurasen  todo  esto,  así  en  pagar  lo  que 
» debían,  si  sus  albaceas  no  lo  hubiesen  pagado,  como  en  recaudar  todos 
»sus  bienes  é  sueldos,  é  que  esto  todo  pasase  por  ante  Justicia  é  Escri- 
» baño  público,  y  que  todo  lo  que  recaudasen  fuese  puesto  en  una  arca 
»que  to viese  tres  llaves,  é  que  ellos  toviesen  la  una  llave,  é  un  Regidor 
» la  otra  é  yo  otra ;  é  que  estos  dichos  sus  dineros  fuesen  puestos  en  la 
«dicha  arca  é  estoviesen  allí  fasta  tres  años,  porque  entretanto  oviesen 
» lugar  sus  herederos  de  los  venir  ó  enviar  requerir,  é  si  en  este  tiempo 
» no  requiriesen  que  se  distribuyesen  en  cosas  por  sus  ánimas. » 

Asimesmo  nos  paresce  quel  oro  que  oviese  en  las  dichas  Indias  se 
acuñe  é  faga  dello  moneda  de  excelentes  de  la  Granada,  segund  Nos 
avemos  ordenado  que  se  faga  en  estos  nuestros  Reinos,  porque  con  esto 
se  evitara  de  fazer  fraudes  é  cautelas  del  dicho  oro  en  las  dichas  Indias: 
é  para  labrar  la  dicha  moneda,  mandamos  que  llevéis  las  personas  é 
cuños  é  aparejos  que  ovieredes  menester:  é  para  ello  vos  damos  poder 
complido,  con  tanto  que  la  moneda  que  se  fiziere  en  las  dichas  Indias  sea 
conforme  á  las  Ordenanzas  que  Nos  agora  mandamos  fazer  sobre  la  labor 
de  la  moneda,  é  los  oficiales  que  la  oviesen  de  labrar  guarden  las  dichas 
ordenanzas  so  las  penas  en  ellas  contenidas. 

ítem :  nos  parece  que  los  indios  con  quien  está  concertado  que  hayan 
de  pagar  el  tributo  ordenado,  se  les  haya  de  poner  una  pieza  é  señal  de 
moneda  de  latón  ó  plomo  que  traigan  al  pescuezo,  y  que  esta  tal  moneda 
se  le  mude  la  figura  ó  señal  que  tuviere  cada  vez  que  pagare,  porque  se 
sepa  el  que  no  viniere  á  pagar;  é  que  cada  é  quando  se  fallaren  por  la 
isla  personas  que  no  trajieran  la  dicha  señal  al  pescuezo,  que  sean  presos 
é  se  les  dé  una  pena  liviana. 

ítem :  porque  en  el  coger  é  recabdanza  del  dicho  tributo  será  menes- 
ter proveer  de  una  persona  diligente  é  fiable  que  en  ello  entienda,  es 

nuestra  merced  é  mandamos  que  N tenga  el  dicho  cargo,  é  que  del 

tributo  é  mercadurías  que  así  recaudare  é  cogiere  é  fiziere  é  pagare,  haya 
é  lleve  para  sí  cinco  pesos  ó  medidas,  ó  libras  por  ciento,  que  es  la  vein- 
tena parte  de  lo  que  así  recaudare  é  fisiere  coger  é  recaudar. 

Vo  el  Rey.  Yo  la  Reina. 

Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina. —  Hernand  Alvarez  de  Toledo. 
—  Está  firmado. —  (Acordado).  Hay  una  rúbrica. 


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368 


CRISTÓBAL  COLÓN 


(B).  — Pág.  259 


Documentos  sobre  la  insurrección  de  Francisco  Roldan 


Carta  de  los  rebeldes  á  el  Almirante 


^ 


« Ilustre  y  muy  magnífico  señor :  Vuestra  señoría  sabrá  que  por  las 
cosas  pasadas  entre  el  Adelantado  é  mi,  Francisco  Roldan,  é  Pedro 
Gamez,  é  Adrián  de  Muxica,  é  Diego  de  Escobar,  criados  de  vuestra 
señoría,  é  otros  muchos  que  en  esta  compañía  están,  fué  necesario  de 
nos  apartar  de  la  ira  del  Adelantado,  é  según  los  agravios  hablamos  reci- 
bido, la  gente  que  acá  está  proponía  de  ir  contra  él  para  le  destruir;  é 
mirando  el  servicio  de  vuestra  señoría,  los  dichos  Pedro  de  Gamez,  é 
Adrián  de  Muxica,  é  Diego  de  Escobar,  é  Francisco  Roldan,  hemos 
trabajado  de  sostener  en  concordia  y  en  amor  toda  la  gente  que  en  esta 
compañía  está,  poniéndoles  muchas  razones  é  diciendo  cuanto  complia 
al  servicio  del  Rey  é  de  la  Reina,  nuestros  señores,  no  se  entendiese  en 
cosa  ninguna,  hasta  que  vuestra  señoría  viniese,  porque  entendíamoF, 
que,  venido  que  fuese,  mirada  la  razón  que  ellos  é  nosotros  teníamos  de 
nos  apartar,  é  con  muchas  razones  que  aquí  no  se  dicen,  hemos  estado  á 
una  parte  de  la  isla  esperando  su  venida,  é  agora,  há  ya  más  de  un  mes 
que  vuestra  señoría  está  en  la  tierra  y  no  nos  ha  escrito,  mandándonos 
qué  es  lo  que  hubiésemos  de  hacer;  por  lo  cual  creemos  está  muy 
enojado  de  nosotros,  é  por  muchas  razones  que  se  nos  han  dicho  que 
vuestra  señoría  dice  de  nosotros ,  deseándonos  maltratar  é  castigar,  no 
mirando  cuánto  le  hemos  servido  en  evitar  algún  daño  que  pudiera  hallar 
hecho,  É  pues  que  así  es,  hemos  acordado,  por  remedio  de  nuestras 
honras  é  vidas,  de  no  nos  consentir  maltratar,  lo  cual  no  podemos  hacer 
limpiamente  si  fuésemos  suyos,  por  ende  suplicamos  á  vuestra  señoría 
nos  mande  dar  licencia ,  que  de  hoy  en  adelante  no  nos  tenga  por  suyos, 
é  así,  nos  despedimos  de  la  vivienda  que  con  vuestra  señoría  teníamos 
asentada,  aunque  se  nos  hace  muy  grave,  pero  és  nos  forzado  por 
cumplir  con  nuestras  honras.  Nuestro  Señor  guarde  y  prospere  el  estado 
de  vuestra  señoría  como  por  él  es  deseado.  Del  Bonao,  hoy  miércoles, 
17  dias  del  mes  de  Octubre  de  98  años.  —  Francisco  Roldan. — Y  por 
Adrián  de  Muxica,  Francisco  Roldan. —  Pedro  de  Gamez. —  Diego  de 
Escobar. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


369 


n 


Carta  de  CRISTÓBAL  COLÓN  á  Francisco  Roldan 

«Caro  amigo:  Rescibí  vuestra  carta  luego  que  aquí  llegué.  Después 
de  haber  prcgulitado  por  el  señor  Adelantado  y  D.  Diego^  pregunté  por 
vos  como  por  aquel  en  quien  tenia  yo  harta  confianza,  é  dejé  con  tanta 
certeza  de  haber  bien  de  temporar  y  asentar  todas  cosas  que  menester 
fuesen,  y  no  me  supieron  dar  nuevas  de  vos,  salvo  que  todos  á  una  voz 
me  dijeron ,  que  de  algunas  diferencias  que  acá  hablan  pasado  que  por 
ello  deseábades  mi  venida,  como  la  salvación  del  ánima;  y  yo,  cierta- 
mente, así  lo  creí,  porque  aun  lo  viera  con  el  ojo  y  no  creyera  que  vos 
habíades  de  trabajar  hasta  perder  la  vida,  salvo  en  cosa  que  á  mí  cum- 
pliese, y  á  esta  causa  fablé  largo  con  el  Alcaide,  con  mucha  certeza  que, 
según  las  palabras  que  yo  le  habia  dicho  y  os  dijo,  que  luego  verníades 
acá.  Allende  la  cual  venida,  creí  antes  desto  que  aunque  acá  se  hobiesen 
pasado  cosas  más  graves  de  las  que  estas  pueden  ser,  que  aun  bien  no 
llegada,  cuando  seríades  conmigo  á  me  dar  cuenta  con  placer  de  las  cosas 
de  vuestro  cargo,  así  como  lo  hicieron  todos  los  otros  á  quienes  cargo 
dejé,  y  como  es  de  costumbre  y  honra  dellos;  veramente,  si  en  ello 
habia  impedimentos  por  palabras  que  le  farian  por  escrito,  y  que  no  era 
menester  seguro  ni  carta;  y  que  fuera  así,  yo  dije,  luego  que  aquí  llegué, 
que  yo  aseguraba  á  todos  que  cada  uno  pudiese  venir  á  mí  y  decir  lo 
que  les  placia,  y  de  nuevo  lo  torno  á  decir  y  lo  aseguro.  Y  cuanto  á  lo 
otro  que  decís  de  la  ida  de  Castilla,  yo  á  vuestra  causa  y  de  las  personas 
que  están  con  vos,  creyendo  que  algunos  se  querrían  ir,  he  detenido  los 
navios  diez  y  ocho  dias  más  de  la  demora,  y  detuviera  más,  salvo  que 
los  indios  que  llevan  les  daban  gran  costa  y  se  les  morian;  paréceme  que 
no  os  debéis  creer  de  ligero  y  debéis  mirar  á  vuestras  honras  más  de  lo 
que  me  dicen  que  facéis,  porque  no  hay  nadie  á  quien  más  toque,  y  no 
dar  causa  que  las  personas  que  os  quieren  mal  acá  ó  en  vuestra  tierra, 
hayan  en  qué  decir,  y  evitar  que  el  Rey  é  la  Reina,  nuestros  señores,  no 
hayan  enojo  de  cosas  en  que  esperaban  placer.  Por  cierto,  cuando  me 
preguntaron  por  las  personas  de  acá,  en  quien  pudiese  tener  el  señor 
Adelantado  consejo  y  confianza,  yo  os  nombré  primero  que  á  otro,  y  les 
puse  vuestro  servicio  tan  alto,  que  agora  estoy  con  pena  que  con  estos 
navios  haya  de  oir  lo  contrario;  agora  ved  que  es  lo  que  se  puede  ó 
convenga  al  caso,  y  avisadme  dello  pues  los  navios  partieron. 

Nuestro  Señor  os  haya  en  su  guarda.  De  Sancto  Domingo  á  20  de 
Octubre. 


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Cristóbal  Colón,  t.  11.— 47. 


370 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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III 


Salvoconducto  enviado  á  Francisco  Roldan 


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«Yo  D.  Cristóbal  Colon,  Almirante  del  Océano,  Visorey  y  Go- 
bernador perpetuo  de  las  islas  y  tierra-firme  de  las  Indias,  por  el  Rey 
é  la  Reina  nuestros  señores,  é  su  Capitán  de  la  mar  y  del  su  Consejo: 

Por  cuanto  entre  el  Adelantado,  mi  hermano,  y  el  Alcalde  Francisco 
Roldan  y  su  compañía  ha  habido  ciertas  diferencias  en  mi  ausencia, 
estando  yo  en  Castilla,  é  para  dar  medio  en  ello  de  manera  que  Sus 
Altezas  sean  servidos,  es  necesario  que  el  dicho  Alcalde  venga  ante  mí 
é  me  faga  relación  de  todas  las  cosas,  según  que  han  pasado,  caso  que 
yo  de  algo  dello  esté  informado  por  el  dicho  Adelantado.  E  porque  dicho 
Alcalde  se  recela  por  ser  el  dicho  Adelantado,  como  es,  mi  hermano,  por 
la  presente ,  doy  seguro  en  nombre  de  Sus  Altezas  al  dicho  Alcalde  y  á 
los  que  con  él  vinieren  aquí  á  Sancto  Domingo,  donde  yo  esto,  por  venida 
y  estada  y  vuelta  al  Bonao,  donde  él  agora  está,  que  no  será  enojado  ni 
molestado  por  cosa  alguna,  ni  de  los  que  con  él  vinieren  durante  el  dicho 
I  tiempo;  lo  cual  prometo  y  doy  mi  fe  y  palabra,  como  caballero,  según 
uso  de  España,  de  lo  cumplir  y  guardar  este  dicho  seguro  como  dicho 
es;  en  firmeza  de  lo  cual,  firmé  esta  escritura  de  mi  nombre.  Fecha  en 
Sancto  Domingo  á  26  dias  del  mes  de  Octubre. — -El  Almirante.» 


IV 


Otro  documefito  de  salvoconducto 

«Cognoscida  cosa  sea  á  todos  los  que  la  presente  vieren,  como, 
porque  cumple,  al  servicio  del  Rey  y  de  la  Reina,  nuestros  señores,  que 
venga  Francisco  Roldan  á  Sancto  Domingo  á  hablar  é  tomar  asiento  é 
concierto  con  el  señor  Almirante,  el  cual  se  teme  del  dicho  señor  Almi- 
rante y  de  su  justicia,  y  del  señor  Adelantado,  y  los  qye  aquí  firmamos 
nuestros  nombres,  decimos  que  protestamos  y  damos  nuestra  fé,  cada 
uno  de  nos  como  quien  es,  de  no  hacer  mal  ni  daño  al  dicho  Francisco 
Roldan  ni  á  ninguno  de  los  de  su  compañía,  que  con  él  vinieren,  ni  á 
sus  bienes,  ni  consentiremos,  á  toda  nuestra  posibilidad,  que  les  sea  hecho 
ningún  daño  á  las  dichas  sus  personas  y  bienes,  en  todo  el  tiempo  que 
él  y  ellos  vinieren  y  estuvieren  en  el  dicho  Sancto  Domingo,  con  condi- 
ción que  él  ni  ninguno  dellos  no  hagan  cosa  que  sea  deservicio  de  Sus 
Altezas  ni  del  dicho  señor  Almirante.  Fecha  en  la  villa  de  Sancto 
Domingo  á  3  de  Agosto  de  1499  años. —  Alonso  Sánchez  de  Carvajal. — 
Pero  Fernandez  Coronel. — Pedro  de  Terreros. — Alonso  Malaver. — Diego 
de  Alvarado. —  Rafael  Cataño.» 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


371 


(O.-Pág.  278 


Cartas  del  Almirante  sobre  la  insurrección 

(Historia  de  las  Indias,  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas.  —  Madrid.  —  Imprenta  de  Miguel 
Ginesta,  1875,  libro  I,  cap.  CLXIII). 


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«Después  que  vine,  y,  con  tanta  gente  y  poderes  de  Vuestras 
Altezas,  él  se  mudase  de  su  primero  propósito  y  dijese  esto,  yo  quisiera 
salir  á  él,  mas  hallé  que  era  la  verdad,  que  la  mayor  parte  de  la  gente 
que  yo  tenia  era  de  su  bando;  y  como  fuese  gente  de  trabajo,  y  yo  para 
trabajo  los  hobiese  asueldado,  este  Roldan  y  los  que  con  él  eran ,  y  los 
otros  que  ya  estaban  de  su  parte,  tuvieron  forma  de  los  emponer  que  se 
pasasen  con  ellos  porque  no  trabajarían  y  ternian  rienda  suelta  y  mucho 
comer  y  mujeres,  y,  sobre  todo,  libertad  á  hacer  todo  lo  que  quisieren;  é 
así,  fué  necesario  que  yo  disimulase,  y  en  fin,  vine  en  concierto  que  yo 
les  diese,  de  las  tres  carabelas  que  habia  de  llevar  el  Adelantado  á  des- 
cubrir, las  cuales  estaban  de  partida,  las  dos,  y  cartas  para  Vuestras 
Altezas  de  bien  servido  y  su  sueldo,  y  otras  cosas  muchas  deshonestas; 
é  así  se  las  envié  allá  al  cabo  del  Poniente  desta  isla  allí  donde  ya  tenian 
su  asiento;  é  así  he  estado  siempre  en  fatiga,  de  que  yo  vine  hasta  hoy 
dia,  que  es  el  mes  de  Mayo  del  99,  porque  aun  no  se  ha  ido,  y  tiene  allá 
los  navios,  y  cada  dia  me  hacen  saltos  y  enojos;  nuestro  Señor  lo  remedie 
como  fuere  su  servicio.  Muy  altos  Príncipes,  cuando  yo  vine  acá,  traje 
mucha  gente  para  la  conquista  destas  tierras,  los  cuales  recibí  todos  por 
importunidad,  diciendo  ellos  que  servirían  en  ello  muy  bien  y  mejor  que 
nadie,  y  era  al  revés,  según  después  se  ha  visto;  porque  no  venían,  salvo 
con  creencia  que  el  oro  que  se  decia  que  se  hallaba,  y  especerías,  que 
era  á  coger  con  pala,  é  las  especias  que  eran  dellas  los  lios  hechos  liados, 
y  todo  á  la  ribera  de  la  mar,  que  no  habia  más  salvo  echarlo  en  las 
naos,  tanto  los  tenia  ciegos  la  cudicia;  é  no  pensaban,  que,  bien  que 
hobiere  oro,  que  seria  en  minas,  y  los  otros  metales,  y  las  especias  en 
los  árboles,  y  que  el  oro  seria  necesario  de  cavarlo,  y  las  especias  cogerlas 
y  curarlas.  Lo  cual  todo  les  predicaba  yo  en  Sevilla,  porque  eran  tantos 
los  que  querían  venir,  é  yo  les  cognoscia  su  fin,  que  hacia  decirles  esto, 
y  todos  los  trabajos  que  suelen  sufrir  los  que  van  á  poblar  nuevamente 
tierras  de  muy  lejos.  A  lo  cual  todos  me  respondían  que  á  eso  venían, 
y  por  ganar  honra  en  ello,  mas  como  fuese  el  contrario,  como  yo  dije, 
ellos,  en  llegando  acá,  que  vieron  que  yo  les  habia  dicho  la  verdad,  é, 
que  su  cudicia  no  habia  lugar  de  hartarse,  quisiéranse  volver  luego,  sin 
ver  que  fuera  imposible  de  conquistar  y  señorear  esto,  y  porque  yo  no  se 


372 


CRISTÓBAL  COLÓN 


lo  consentí,  me  tomaron  odio,  y  no  tenían  razón,  pues  que  por  importu- 
nidad los  habia  traido  y,  hablando  claro  que  yo  venia  á  conquistar,  y  no 
por  volver  luego  como  aquel  que  ya  habia  visto  otras  semejantes,  y  que 
tenia  cognoscido  su  intincion;  y  asimismo  me  tomaron  odio  porque  yo 
no  los  consentía  ir  por  la  sierra  adentro,  derramados  de  dos  en  dos,  ó 
tres  en  tres,   y  algunos  solos,  por  lo  cual  los   indios  habian  muerto 
muchos,  á  esta  causa,  por  andar  así  derramados,  y  mataran  más  si  yo 
no  lo  remediara,  como  dije,  y  llegara  su  osadía  á  tanto,  que  me  echarán 
sin  debate  de  la  tierra,  y  sí  Nuestro  Señor  no  lo  proveyera.    Rescibí  en 
esto  grande  pena,  así  como  en  los  bastimentos  que  yo  les  habia  de 
proveer;  y  algunos  que  no  podían  dar  de  comer  en  Castilla  á  un  mozo, 
querrían  tener  acá  seis  é  siete  hombres,  y  que  yo  se  los  gobernase  é 
pagase  sueldo,  que  no  habia  razón  ni  justicia  que  los  hiciese  satisfechos. 
Otros  habian  venido  sin  sueldo,  digo  (bien  la  cuarta  parte),  escondidos  en 
las  naos,  á  los  cuales  me  fué  necesario  contentar  así  como  los  otros ;  en  ma- 
nera, que,  desde  entonces ,  en  mayor  pena  estoy  con  los  cristianos  que  con 
los  indios,  y  hoy  en  día  no  acabo,  antes  por  una  parte  se  ha  doblado  y 
por  otra  se  me  alivia.    Dóblaseme  por  este  ingrato  desconocido.  Roldan, 
que  vivía  conmigo  y  los   que  con  él  son,  á  los  cuales  yo  tenia  hecha 
tanta  honra,  y  á  este  Roldan  (que  no  tenía  nada),  dado  en  tan  pocos 
días,  que  tenía  ya  más   de  un  cuento,  y  á  estotros  que  agora  nueva- 
mente se  fueron  allegando  de  Castilla,  dado  dineros  y  buena  compañía, 
así  que  estos  me  tienen  en  pena ;  de  otra  parte  estoy  aliviado,  porque  la 
otra  gente  siembran  y  tienen  ya  muchos  bastimentos,  é  saben  ya  la  cos- 
tumbre de  la  tierra,  é  se  comienza  á  gustar  de  la  nobleza  della  y  ferti- 
lidad, muy  al  contrario  de  lo  que  hasta  aquí  se  decía;  que  creo  que  no 
haya  tierra  en  el  mundo  tan  aparejada  para  haraganes  como  esta,  é  muy 
mejor  para  quien  quisiere  ayuntar  hacienda,  como  después  diré,  por  no 
salir  del  propósito.    Así  que  nuestra  gente  que  vino  acá,  visto  que  no 
podían  hínchir  su   cudícia,  la  cual  era  desordenada,  y  aun  tanto  que 
muchas  veces  he  pensado  y  creído,  que  ella  haya  sido  causa  que  Nuestro 
Señor  nos  h^a  cubierto  el  oro  y  las  otras  cosas;  porque  luego  que  acá 
salí  al  campo  hice  experimentar  á  los  indios  cuanto  dello  podían  coger, 
y  hallé  que  algunos  que  sabían  bien  dello  cogían  en  cuatro  días  una 
medida  que  cabía  una  onza  y  media,  y  así  tenia  yo  asentado  con  todos 
los  desta  provincia  de  Cibao,  y  les  aplacía  de  dar  de  tributo  cada  persona, 
hombre  y  mujer,  de  catorce  años  arriba  hasta  setenta,  una  medida  destas 
que  yo  dije  de  tres  en  tres  lunas,  y  le  cogí  yo  este  tributo  hasta  que  fui 
á  Castilla,  así  que  esto  tengo  yo  imaginado  que  la  cudícia  haya  sido 
causa  que  se  pierda.    Mas  estoy  muy  cierto  que  Nuestro  Señor,  por  su 
piedad,  no  mirará  á  nuestros  pecados,  é  que  en  viendo  tiempo  para  ello, 
luego  lo  volverá  con  ventaja;  la  cual  gente  nuestra,  después  que  vido 
que  su  parecer  no  les  salía  como  tenían  imaginado,   siempre  después 
estaban  con  congoja  para  se  volver  á  España,  é  así  les  daba  yo  lugar 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


373 


que  fuesen  en  cada  pasage,  y  por  mi  desdicha,  bien  que  de  mi  hobiesen 
recibido  mucha  honra  y  buen  tratamiento,  ellos ,  en  llegando  allá ,  decian 
de  mí  peor  que  de  un  moro,  sin  dar  á  ello  ninguna  razón,  y  me  levan- 
taron mil  testimonios  falsos,  y  dura  esto  hoy  en  dia:  mas  Dios  Nuestro 
Señor,  el  cual  sabe  bien  mi  intención  y  la  verdad  de  todo,  me  salvará, 
ansí  como  hasta  aquí  hizo,  porque  hasta  hoy  no  ha  habido  persona  contra 
mí  con  malicia,  que  no  le  haya  él  castigado,  y  por  esto  es  bien  de  echar 
todo  el  cuidado  en  su  servicio,  que  él  le  dará  gobierno.  Allá  dijeron  que 
yo  habia  asentado  el  pueblo  en  el  peor  lugar  de  la  isla,  y  es  el  mejor 
della ,  y  dicho  de  boca  de  todos  los  indios  de  la  isla ;  y  estos  que  esto 
decian,  muchos  dellos  no  hablan  salido  fuera  del  cerco  de  la  villa  un  tiro 
de  lombarda;  no  sé  qué  fé  podían  dar  dello.  Decian  que  morían  de  sed, 
y  pasa  el  rio  allí  junto  por  la  villa,  aun  no  tan  lejos  como  de  Sancta 
María,  en  Sevilla,  al  rio;  decian  que  este  lugar  es  el  más  doliente  y  es  el 
más  sano;  bien  que  toda  esta  tierra  es  la  más  sana  y  de  más  aguas  y 
mejores  aires,  que  otra  que  sea  debajo  del  cielo,  y  se  debe  creer  que  es 
así,  pues  que  en  un  paralelo  y  una  distancia  de  la  línea  equinoccial  con 
las  islas  de  Canaria;  las  cuales  en  esta  distancia  son  conformes,  mas  no 
en  las  tierras,  porque  son  todas  Sierras  secas  y  altísimas,  sin  agua,  ni  sin 
fruto,  y  sin  cosa  verde ,  las  cuales  fueron  alabadas  de  sabios  por  estar  en 
tan  buena  temperancia,  debajo  de  tan  buena  parte  del  cielo,  distantes  de 
la  equinoccial,  como  ya  dije,  mas  esta  Española  es  grandísima,  que  boja 
más  que  España,  y  muy  llena  de  vegas,  y  campiñas,  y  montes,  y  sierras, 
y  ríos  grandísimos,  y  otras  muchas  aguas  y  puertos,  como  la  pintura 
della,  que  aquí  irá,  hará  manifiesto,  y  toda  populatísima  de  gente  muy 
industriosa;  así  que  creo  que  debajo  del  cielo  no  hay  mejor  tierra  en  el 
mundo.  Dijeron  que  no  habia  bastimentos,  y  hay  carne  y  pan  y  pescado, 
y  de  otras  muchas  maneras,  en  tanta  abundancia,  que  después  de  llegar 
acá,  peones  que  se  traen  de  allá  para  trabajar  acá,  que  no  quieren  sueldo, 
y  se  mantienen  á  ellos  y  á  indios  que  les  sirven,  y  como  se  puede  tomar 
por  este  Roldan,  el  cual  va  al  campo,  y  es  más  de  un  año,  con  120  per- 
sonas, las  cuales  traen  más  de  500  indios  que  les  sirven,  é  á  todos  los 
mantienen  con  mucha  abundancia.  Dijeron  que  yo  habia  tomado  el 
ganado  á  la  gente  que  lo  trujo  acá,  y  no  trajo  nadie  dello,  salvo  yo  ocho 
puercas,  que  eran  de  muchos;  y  porque  estos  eran  personas  que  se 
querían  volver  luego  á  Castilla  y  las  mataban,  yo  se  lo  defendí  porque 
multiplicasen,  mas  no  que  no  fuesen  suyas,  de  que  se  ve  agora  que  hay 
acá  dellos  sin  cuento,  que  todos  salieron  desta  casta,  y  los  cuales  yo 
truje  en  los  navios  y  les  hice  la  costa,  salvo  el  primer  gasto,  que  fué 
70  maravedís  la  pieza  en  la  isla  Gomera.  Dijeron  que  la  tierra  de  la 
Isabela,  adonde  es  el  asiento,  que  era  muy  mala  y  que  no  daba  trigo; 
yo  lo  cogí  y  se  comió  el  pan  dello,  y  la  mas  fermosa  tierra  que  se  pueda 
cudiciar;  una  vega  de  14  leguas  de  largo  y  dos  de  ancho,  y  tres  y  cuatro, 
entre  dos  sierras,  y  un  rio  muy  caudaloso  que  pasa  al  luengo  por  medio 


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374 


CRISTÓBAL  COLON 


della,  y  otros  dos,  no  grandes,  así  como  muchos  arroyos  que  de  la  sierra 
vienen  á  ellos,  ni  por  pan  de  trigo  cura  nadie,  porque  estotro  es  mucho 
y  mejor  para  acá  y  se  hace  con  menos  trabajo.  De  todo  esto  me  acu- 
saban contra  toda  justicia,  como  ya  dije,  y  todo  esto  era  porque  Vuestras 
Altezas  me  aborreciesen  á  mí  y  al  negocio;  mas  no  fuera  así  si  el  autor 
del  descubrir  dello  fuera  converso,  porque  conversos,  enemigos  son  de  la 
prosperidad  de  Vuestras  Altezas  y  de  los  cristianos,  mas  echaron  esta 
fama  y  tuvieron  forma  que  llegase  á  se  perder  del  todo;  y  estos  que  son 
con  este  Roldan,  que  agora  me  da  guerra,  dicen  que  los  más  son  dellos. 
Acusáronme  de  la  justicia,  la  cual  siempre  hice  con  tanto  temor  de  Dios 
y  de  Vuestras  Altezas,  mas  que  los  delincuentes  sus  feos  y  brutos  delitos, 
por  los  cuales  Nuestro  Señor  ha  dado  en  el  mundo  tan  fuerte  castigo,  y 
de  los  cuales  tienen  aquí  los  Alcaldes  los  procesos.  Otros  infinitos  testi- 
monios dijeron  de  mí  y  de  la  tierra,  la  cual  se  ve  que  Nuestro  Señor  la 
dio  milagrosamente,  y  la  cual  es  la  mas  hermosa  y  fértil  que  haya  debajo 
del  cielo,  en  la  cual  hay  oro  y  cobre,  y  de  tantas  maneras  de  especias  y 
tanta  cantidad  de  brasil,  del  cual,  sólo  con  esclavos,  me  dicen  estos 
mercaderes,  que  se  puede  haber  cada  año  40  cuentos,  y  dan  razón  dello, 
porque  es  la  carga  ahí  más  de  tres  veces  tanto  cada  año;  y  en  la  cual 
puede  vivir  la  gente  con  tanto  descanso,  como  todo  se  verá  muy  presto. 
Y,  creo,  que,  según  las  necesidades  de  Castilla  y  la  abundancia  de  la 
Española,  se  haya  de  venir  á  ella  muy  presto  de  allá  grande  pueblo,  y 
será  el  asiento  en  la  Isabela,  adonde  fué  el  comienzo,  porque  es  el  más 
idóneo  lugar  y  mejor  que  otro  ninguno  de  la  tierra,  como  se  debe  de 
creer  pues  que  Nuestro  Señor  me  llevó  allí  milagrosamente,  que  fué  que 
no  pude  ir  atrás  ni  adelante  con  las  naos,  salvo  descargar  y  hacer  asiento; 
y  la  cual  razón  me  movió  á  escribir  esta  escritura,  por  la  cual  dirán 
algunos  que  no  era  necesario  de  relatar  fechos  pasados,  y  los  ternán  por 
prolijos  y  son  tan  breves,  mas  yo  comprendí  que  todo  era  necesario,  así 
para  Vuestras  Altezas,  como  para  otras  personas  que  hablan  oido  el 
maldecir  con  tanta  malicia  y  engaño,  lo  cual  se  ha  dicho  sobre  cada  cosa 
de  las  escritas,  y  no  solamente  de  las  personas  que  fueron  de  acá,  é  más, 
con  mucha  crueldad,  de  algunos  que  no  salieron  de  Castilla,  los  cuales 
tenian  facultad  de  probar  su  malicia  al  oido  de  Vuestras  Altezas,  y  todo 
con  arte,  y  todo  por  me  hacer  mala  obra,  por  envidia,  como  pobre 
extranjero;  mas  en  todo  me  ha  socorrido  y  socorre  Aquél  que  es  eterno, 
el  cual  siempre  ha  usado  misericordia  conmigo,  pecador  muy  grande. » 


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ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


375 


II 


Carta  de  Francisco  Roldan  al  Reverendísimo  y  muy  magnífico  señor, 
mi  señor  el  Arzobispo  de  Toledo 

(Nebulosa  de  Colón,  por  Cesáreo  Fernández  Duro,  de  la  Real  Academia  de  la  Historia 
Madrid,  Sucesores  de  Rivadeneyra,  1890,  pág.  182 


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Como  alegación  de  Francisco  Roldan  á  nombre  de  sus  partidarios, 
para  desvirtuar  los  cargos  que  el  Almirante  le  formaba  en  la  carta  que  i;  * 
antecede,  y  nos  ha  conservado  el  P.  Las  Casas,  estimamos  la  que  recien- 
temente acaba  de  dar  á  la  imprenta  el  incansable  colombista  don  Cesáreo 
Fernández  Duro  en  el  libro  que  dejamos  citado.  Se  conserva  en  la 
Biblioteca  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, — (Est.  26,  gr.  4,  doc. 
núm.  92)  —  encontrándola  citada  en  un  códice  escrito  por  el  monje  Jeró- 
nimo fray  Antonio  de  Arpa,  que  también  se  guarda  en  aquélla.  Para 
fallar  un  pleito  es  necesario  oir  á  las  dos  partes,  según  axioma  vulgar  de 
rigorosa  justicia,  y  en  tal  concepto  es  de  gran  importancia  la  carta  de 
Francisco  Roldan,  por  más  que  después  de  leída  queda  en  el  ánimo  el 
convencimiento  de  que  no  es  la  verdad  lo  que  en  ella  se  escribe,  sino  la 
disculpa  falsa  y  amañada  de  graves  delitos,  que  no  pueden  encontrarla 
en  ningún  terreno,  ni  bajo  ningún  punto  de  vista  que  se  las  considere. 
Por  el  contrario,  en  los  párrafos  de  la  carta  de  Cristóbal  Colón  resplan- 
dece la  mayor  ingenuidad,  y  todos  los  hechos  que  refiere  están  com-  Z/l; 
probados  por  muchos  y  diferentes  testimonios  que  no  emanan  de  su 
influencia.  La  comparación  de  ambos  escritos  justifica  cumplidamente 
cuanto  en  el  texto  dejamos  dicho,  y  la  apreciación  que  hemos  hecho  de 
la  rebelión  y  de  sus  consecuencias. 

La  carta  dice  así: 


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«Muy  magnífico  señor:  la  presente  es  para  hacer  relación  á  vuestra 
Reverendísima  señoría  de  las  cosas  de  las  Indias  hasta  hoy  dia  acaescidas, 
y  con  deseo  de  su  servicio  humildemente  suplico  quiera  oir. —  Sabrá 
vuestra  Señoría  que  al  tiempo  que  el  Almirante  desta  isla  Española  se 
partió,  dejó  en  su  lugar  por  gobernador  á  su  hermano  el  Adelantado,  y 
dejó  á  mí  la  vara  de  justicia  por  sus  Altezas,  el  cual  residió  en  la  gober- 
nación hasta  quél  Almirante  fué  venido  que  llegó  á  esta  isla  á  quince 
de  Agosto  de  noventa  y  ocho  años. 

»En  este  dicho  tiempo,  residiendo  en  la  gobernación  el  dicho  Ade- 
lantado, comenzó  de  gobernar  con  tanto  rigor  que  puso  á  la  gente  con 
tanto  temor,  que  le  cabsó  ser  de  todos  desamado,  é  yo  refrenándole  algo 
de  sus  cosas,  que  me  parecían  indebidas,  tomó  odio  conmigo,  que  de  su 
mano  fizo  otro  alcalde  para  seguir  su  voluntad,  y  discurriendo  así  el 
tiempo,  cuantos  hombres  de  pro  habla  á  cabsa  del  mal  tratamiento  se 


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376 


CRISTÓBAL  COLON 


enemistaron  con  él  é  se  apartaban  de  su  conversación,  pareciéndoles  mal 
sus  cosas. 

»En  el  dicho  tiempo,  la  mayor  parte  de  la  gente  cristiana  estaba 
enferma  desta  general  enfermedad  que  anda,  y  junto  con  esto  ovo  grand 
seca  de  los  temporales,  de  que  habia  gran  nescesidad  de  mantenimientos, 
de  la  cual  cabsa  la  gente  estaba  partida  en  muchas  partes  para  que  se 
pudiesen  mantener,  que  no  sofria  estar  juntos.  Y  los  indios  como  esto 
viesen,  conocieron  que  tal  tiempo  non  habia  habido  para  nos  matar,  y 
ajuntáronse  para  lo  poner  en  obra,  lo  cual  le  fué  dicho  al  Adelantado. 
Y  él  se  partió  de  la  ciudad  Isabela  y  fuese  á  la  Concebcion,  y  allí  tovo 
manera  como  prendió  muchos  caciques,  en  que  ovo  uno  que  ha  nombre 
Guayonex,  el  mas  principal  hombre  de  la  tierra  y  de  mas  gente  y  de 
todo  el  concierto,  y  trayéndolos  así  presos ,  soltó  al  dicho  Guayonex  y  á 
todos  los  mas  principales  con  él,  y  aforcó  tres  de  los  menores;  y  esto  así 
hecho,  tomó  consigo  cuatrocientos  hombres  de  los  mas  dispuestos  y  sanos 
y  partióse  de  ahí  y  fuese  á  una  provincia  que  se  nombra  Xoragua,  que  es 
de  ahí  bien  setenta  leguas,  á  holgar,  diciendo  que  los  iba  á  poner  en 
tributo  y  á  hollar  la  tierra  y  visitarla,  adonde  se  estovo  cuatro  meses. 

»En  este  tiempo  yo  quedé  en  la  cibdad  Isabela  enfermo,  y  quedaba 
ende  un  su  hermano  Don  Diego  de  tan  malos  respetos  como  él,  y  no 
tardaron  muchos  dias  que  los  indios  se  tornaron  á  alzar,  y  se  ayuntaron 
para  venir  á  matar  á  los  cristianos  que  estaban  dolientes  y  partidos  en 
muchas  partes,  y  sin  guarda  de  gente  sana,  quel  Adelantado  habia 
llevado,  y  los  caballos.  Y  como  yo  supe  esto,  salí  de  la  ciudad  como 
mejor  pude  y  fui  por  todas  las  estancias  y  recogí  la  gente  toda  á  una,  y 
ove  nueva  como  los  indios  se  yuntaban  para  venir  á  tomar  la  fortaleza 
de  la  Concebcion  y  derriballa,  que  en  ella  non  habia  sinon  ocho  hombres 
todos  dolientes.  Yo  me  fui  á  meter  en  ella  con  la  mas  gente  que  pude, 
y  estando  ende  vinieron  gran  muchedumbre  de  indios  sobre  la  dicha 
casa  y  destruyeron  todo  lo  que  pudieron  alrededor,  y  allí  dijeron  como 
dejaban  muertos  aquel  dia  cuatro  cristianos  que  se  venian  á  meter  en  la 
dicha  fortaleza,  y  como  la  noche  sobrevino,  los  indios  se  fueron.  Otro  dia 
siguiente  tornaron  sobre  la  dicha  casa  y  destruyeron  unas  casas  de  labra- 
dores que  vivian  allí  cerca,  y  robáronlos  y  quemáronlas,  y  yo  salí  de  la 
dicha  fortaleza  con  los  que  mas  dispuestos  se  hallaron,  y  matamos  diez  y 
siete  hombres  dellos,  y  los  otros  huyeron. 

»Otro  dia  siguiente  tornaron  y  vinieron  grandísima  multitud  dellos, 
que  sin  temor  llegaron  á  echar  piedras  y  varas  á  la  puerta  de  la  fortaleza, 
y  salimos  y  matamos  muchos  dellos,  y  fuyeron  é  dejaron  destruidos 
todos  los  buhios  que  alrededor  de  la  fortaleza  teníamos.  La  gente  enferma, 
que  de  todas  las  estancias  yo  habia  allegado  y  puesto  en  una ,  morían  de 
hambre,  que  no  se  podia  remediar,  é  yo  dejé  la  fortaleza  é  fui  á  un 
cazabal  que  tenia  comprado  para  mi  mantenimiento  y  casa,  por  mis 
joyas  y  ropas  de  vestir,  y  fízelo  pan,  de  donde  se  fisieron  seiscientas 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


377 


cargas,  y  repartílas  en  la  gente  como  mejor  pude,  á  cada  uno  lo  que  le 
pudo  caber,  esperando  á  que  Dios  nos  remediase. 

» Fecho  esto,  yo  tomé,  á  la  fortaleza,  y  la  hambre  era  tanta  que 
treinta  personas  que  allí  estábamos  no  nos  podíamos  sostener  y  acor- 
damos de  nos  salir  de  haí  y  de  nos  ir  á  poner  seis  leguas  de  ahí,  é  un 

cacique  que  se  nombra  Mar ,  que  tenia  de  comer,  á  nos  mantener  allí 

ó  morir,  y  como  ende  fuimos  llegados,  luego  vinieron  sobre  nosotros  una 
grand  multitud  de  indios,  y  tres  dias  y  noches  continuadamente  nos 
to vieron  cercados  echando  en  nostros  piedras  y  varas,  y  nosotros 
peleando  con  ellos  matamos  muchos  dellos,  y  camparon  y  dejáronnos,  y 
allí  nos  sostuvimos  ciertos  dias  con  harto  afán. 

«Pasando  así  estas  cosas,  el  alcaide  de  la  Concebcion  despidió  men- 
sageros  al  Adelantado  donde  estaba,  y  como  lo  supo,  respondió  diciendo: 
«Otro  gobernador  hay  en  la  isla  que  recoge  las  gentes  é  las  estancias 
y  gobierna:  yo  iré  allá  y  le  cortaré  la  cabeza,  y  á  otros  mas  de  ocho.» 
Como  esto  él  propuso,  yo  fui  dello  avisado  é  hízelo  saber  á  mis  amigos, 
y  acordamos  que  el  mejor  remedio  seria,  non  yendo  contra  el  servicio  de 
sus  Altezas,  de  nos  apartar  del  y  de  su  ira,  fazta  tanto  que  Dios  y  Sus 
Altezas  nos  remediasen ,  y  como  esto  el  Adelantado  supiese,  caminó  para 
se  venir  á  meter  en  la  fortaleza  de  la  Concebcion,  y  en  el  camino  en  una 
casa  que  se  dice  la  Madalena,  quiso  prender  á  un  hombre  de  pro  que  en 
ella  estaba,  que  se  llama  Diego  Descobar,  y  á  otros  que  con  él  estaban, 
los  cuales  fuyeron  del  y  se  vinieron  á  juntar  conmigo,  y  así  nos  allegamos 
todos  los  que  sabíamos  que  tenían  enojo  de  nosotros. 

»De  esta  venida  él  se  vino  y  metió  en  la  dicha  fortaleza  de  la  Con- 
cebcion, é  dende  ahí  me  escribió  que  viniese  á  fablar  con  él,  y  vine  con 
cuatrocientos  ó  quinientos  hombres,  y  la  fabla  fué  junto  á  la  fortaleza, 
por  interpósitas  personas,  y  el  fin  de  la  fabla  fué  requiriéndole  que  una 
carabela  que  estaba  nueva  fecha,  que  la  mandase  echar  á  la  mar  é  que  la 
enviase  á  Castilla,  para  que  enviáramos  á  faser  relación  á  sus  Altezas  de 
como  estábamos,  para  que  nos  mandasen  remediar,  instando  que  viese 
donde  nos  mandarla  estar,  ó  que  nos  mandaba  fazer  que  servicio  fuese 
de  sus  Altezas,  que  lo  faríamos.  A  ninguna  cosa  de  todo  ello  quiso  venir, 
diciendo  que  el  Almirante  estaba  en  Castilla  con  sus  Altezas  é  que  no 
era  menester  fazer  otro  mensajero,  y  viendo  esto  yo  me  fui  á  la  cibdad 
Isabela  y  porque  la  gente  andaba  desarmada,  yo  mandé  tomar  de  las  armas 
que  allí  sus  Altezas  tenian  é  mandé  dar  á  la  gente  las  que  ovieron 

menester  por porque  nos  pudiésemos  defender  de  los  enemigos.   E  yo 

me  torné  donde  había  dejado  la  otra  gente,  é  los  allegué,  é  nos  retovimos 
por  aquella  comarca  hasta  que  sus  Altezas  enviaron  dos  carabelas  con 
Coronel,  vecino  de  Sevilla. 

» Cuando  las  dos  carabelas  fueron  llegadas,  entraron  en  el  puerto 
de  Santo  Domingo,  y  yo  fui  allí  luego,  y  fueron  conmigo  una  buena 
compaña  de  gente,  con  esperanza  que  habríamos  cartas  de  sus  Altezas 


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Cristóbal  Colón,  t.  il — 48. 


3/8 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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y  de  nuestras  casas  y  parientes,  y  algún  refresco,  y  como  llegásemos 
al  rio  junto  con  la  villa,  supimos  por  un  mandamiento  suyo,  como 
hacia  proceso  contra  nosotros,  y  tovímosnos  de  la  otra  parte  del  rio,  de 
^-^  donde  le  fablamos  demandándole  las  cartas  de  sus  Altezas  y  las  otras 
que  á  cada  uno  traian,  y  los  bastimentos  y  cosas  que  nos  enviaban,  y 
asimismo  nos  mandase  dar  el  bastimento  que  sus  Altezas  enviaban.  Nin- 
guna cosa  quiso  fazer,  diciendo  que  pasásemos  á  nos  asentar,  por  nos 
prender,  y  estovimos  ende  tres  dias,  que  ningund  bastimento  nos  quiso 
mandar  dar,  y  como  no  nos  pudiésemos  sostener  allí,  que  non  habia  que 
comer,  nos  tornamos  á  la  estanza  donde  habíamos  partido  é  dejado  los 
dolientes,  que  era  en  una  casa  que  se  llamaba  Diego  Colon,  y  como  ya 
ahí  non  habia  que  comer,  ni  el  cacique  lo  habria,  que  todo  lo  habia 
gastado,  dijo  que  se  queria  ir,  que  tenia  miedo  al  Adelantado,  y  yo  le 
dije  que  no  se  fuese  y  no  toviese  miedo,  que  en  nombre  de  sus  Altezas 
le  asiguraba  y  asiguré,  é  que  se  estoviese  quedo  en  su  casa,  y  yo  me 
partí  de  allí  con  harto  trabajo  y  hambre  que  la  gente  pasó,  de  ahí  fasta 
Xoragua,  que  son  treinta  leguas,  adonde  fallamos  que  comer,  y  por  estar 
desviados  del  y  de  su  ira,  asentamos  allí  y  nos  proveímos. 

» Pasado  todo  esto,  dende  á  dos  meses,  dias  mas  ó  menos,  llegaron  á 
la  isla  tres  carabelas  con  las  cuales  venia  Carvajal,  y  aportaron  á  un 
puerto  cerca  de  donde  yo  estaba,  é  ciertos  peones  que  traia  salieron  en 
tierra  y  fuéronse  donde  yo  estaba,  diciendo  que  les  hablan  dicho  como 
el  Adelantado  trataba  mal  la  gente,  é  yo  les  dije  que  fasta  que  lo  viesen 
que  non  dejasen  de  ir  allí,  como  el  Almirante  les  habia  mandado,  los 
cuales  no  quisieron.  Como  se  quedaron  allí,  yo  los  recogí,  porque  no  se 
fuesen  desmandados  y  non  los  matasen  los  indios.  Y  el  dicho  Carvajal 
desde  las  carabelas  me  escribió  diciendo  que  el  Almirante  venia,  y  que 
me  acercase  allá  para  entender  en  dar  paz  y  concordia  entre  él  y 
nosotros, 

»E1  Almirante  llegó  á  la  isla  dende  ha  pocos  dias,  y  como  yo  lo  supe, 
á  la  hora  partí  con  una  compañía  de  gente,  é  me  fui  al  Bonao,  que  es  á 
dos  jornadas  del  puerto  de  Santo  Domingo,  donde  el  Almirante  estaba, 
y  dende  allí  envió  luego  al  dicho  Carvajal  á  fáblar  conmigo,  el  cual,  de 
su  parte,  mucho  ahincadamente  me  fabló,  diciendo  que  me  conformase 
con  el  Almirante,  que  aquello  era  servicio  de  sus  Altezas,  y  yo,  creyendo 
al  dicho  Carvajal,  me  vine  á  ver  con  el  dicho  Almirante  á  Santo  Do- 
mingo, adonde  me  conformé  con  él  y  capituló  conmigo  la  paz  y  amistad, 
é  todas  las  cosas  que  cerca  dello  asentamos,  yo  le  dejé  por  escrito,  é 
levé  el  tanto  á  mostrar  á  la  gente  que  habia  traido,  é  gelo  fué  saber,  de 
lo  cual  fueron  mal  contentos,  y  al  fin  quedó  asentado,  é  yo  los  torné  á 
V^^^R     enviar  al  Almirante  que  los  firmase  y  él  los  firmó  y  me  los  envió. 

»E  como  vido  todo  lo  que  así  teníamos  asentado,  porque  la  gente  que 
conmigo  estaba  me  dejase,- y  se  fuese  para  él,  envió  un  mandamiento  al 
Bonao  y  á  la  Concebcion,  mandando  apregonar  que  todas  y  cualesquier 


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ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


379 


personas  que  viendo  la  presente,  que  dentro  de  quince  dias  se  sirviesen 
presentar  antél,  y  los  absentes  viniesen  dentro  de  quince  dias,  so  pena 
que  aquellos  que  al  dicho  plazo  non  viniesen,  que  pasado  el  término  que 
íaria  proceso  contra  ellos  por  via  de  justicia. 

»Como  yo  vi  aquesto  y  la  gente  oido  el  pregón,  yo  me  quise  ir  y 
dejarlo  todo,  y  lo  cual  el  dicho  Carvajal,  que  de  su  parte  allí  había  venido, 
me  dijo  que  le  diese  otro  medio  que  fuese  mejor,  porque  sus  Altezas 
dello  serian  servidos,  y  lo  contrario  faciendo  rescebirian  deservicio  )■ 
enojo,  y  sobre  esta  razón  yo  me  detuve  y  asenté  con  el  dicho  Carvajal, 
en  nombre  del  Almirante,  que  me  diesen  dos  carabelas  y  me  pagasen 
todo  lo  que  se  me  debia,  á  mí  y  á  la  gente  que  conmigo  estaba,  y  los 
puercos  que  me  hablan  tomado,  y  que  me  pusiesen  las  dichas  carabelas 
dentro  de  tantos  dias  en  Xoragua,  é  que  yo  me  queria  irá  Castilla  y 
todos  los  que  conmigo  estaban,  y  con  este  asiento  me  partí  é  me  torné  a 
la  estanza  donde  solia  estar,  para  adrezar  el  bastimento  que  habíamos 
menester. 

»Pasó  el  término  que  las  carabelas  nos  habia  de  dar,  puestas  en 
Xoragua,  como  estaba  asentado,  y  dende  á  tres  meses  ó  mas,  fué  el 
dicho  Carvajal  é  llevó  dos  carabelas,  las  cuales  bien  vistas,  iban  tales, 
que  non  podrían  navegar,  cerca  de  lo  cual  yo  ove  información  de  los 
maestros  y  marineros,  los  cuales  por  juramento  dijeron  que  non  estaban 
para  ir  á  Castilla,  y  visto  esto  non  las  quise  recebir,  y  el  dicho  Carvajal 
las  envió  é  mandóles  que  de  camino  cargasen  brevemente ,  é  así  yéndose 
por  la  mar  se  abrieron  ambas  á  dos,  que  le  fué  forzado  dar  con  ellas  á  la 
costa  por  guarecer  la  gente,  y  así  se  perdieron. 

»E1  dicho  Carvajal  quedó  en  tierra,  y  tornándome  á  importunar  me 
hoviese  de  ir  á  ver  otra  vez  con  el  Almirante,  é  yo  le  dije  que  no  lo 
haria,  porque  temia  que  no  me  manternia  verdad  en  ninguna  cosa,  como 
siempre  me  habia  fecho,  é  que  si  así  lo  queria,  que  se  viniese  el  Almirante 
á  Azua,  é  que  yo  me  acercaría  allá  á  hablar  con  él,  y  con  esto  se  partió 
de  mí  y  se  fué  al  Almirante,  é  dende  á  ciertos  días  el  Almirante  me 
escribió  que  él  queria  venir  á  Azua,  é  que  vernia  por  la  mar,  é  yo  íuí 
por  tierra,  é  allí  tornamos  al  dicho  concierto,  al  cual  non  fué  presente  el 
dicho  Carvajal,  y  fueron  con  el  Almirante,  Coronel,  Vallester  y  Carrimos 
y  otros  muchos,  adonde  se  asentó  el  postrimero  concierto  y  la  concordia 
que  entre  él  é  mí  fué  fecha. 

» Antes  de  aquesto,  cuando  el  Almirante  ovo  de  despachar  los  navios 
en  que  habia  venido,  que  fueron  cinco,  despachados  con  Cristóbal  Quin- 
tero y  óvele  de  dar  cierta  suma  de  esclavos,  y  como  supo  que  yo  había 
asegurado  al  cacique  Diego  Colon  ya  dicho,  en  nombre  de  sus  Altezas, 
del  cual  habíamos  recibido  mucha  honra ,  é  nos  habia  proveído  de  mante- 
nimiento fasta  que  no  le  quedó  que  comer,  como  lo  vído  siguro,  mandólo 
cabtivar  y  cabtíváronlo  á  él  y  á  su  muger  y  fijos,  y  á  otras  doscientas 
ánimas  ó  mas.    Y  porque  al   tiempo    que  se  ficieron  é  asentaron  los 


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Jáí 


38o 


CRISTÓBAL  COLON 


capítulos  de  la  paz,  yo  demandaba  la  cabalgadura,  que  en  nombre  de 
sus  Altezas  estaban  asigurados  é  los  habia  él  cabtivado  injustamente,  me 
lo  contradijo  mucho  el  dicho  Carvajal,  diciendo  que  el  Almirante  era 
Visorey  é  Gobernador,  y  que  él  era  el  que  debia  dar  siguro  y  non  otro; 
que  non  hablase  mas  en  ello. 

» Muchas  cosas  habia  que  fazer  saber  á  vuestra  señoría,  y  quedan  por 
no  ser  enojoso  en  mi  escrito.  Y  aun  porque  vuestra  señoría  lo  verá  por 
la  acusación  que  vá  fecha  contra  el  Almirante  y  sus  hermanos,  y  aun 
después  lo  verá  mas  enteramente  en  la  pesquisa.  Nuestro  Señor  prospere 
al  Reverendísimo  y  muy  magnífico  estado  de  Vuestra  Señoría  así  como 
por  Vuestra  Señoría  es  deseado,. —  Fecha  en  Santo  Domingo,  á  diez  dias 
del  mes  de  Octubre. —  El  siervo  que  muy  omildemente  besa  las  muy 
reverendísimas  manos  de  Vuestra  Señoría:  Francisco  Roldan.-» 


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¡Lástima  grande  que  hasta  ahora  no  haya  sido  conocido  por  los 
historiadores  del  Almirante  este  importantísimo  documento!  Bien  merece 
un  detenido  comentario  para  que  todos  conozcan  lo  que  desde  luego  salta 
á  la  vista,  que  en  él  se  desfiguran  los  hechos,  se  exponen  de  una  manera 
copiosa  y  se  procura  presentarlo  todo  bajo  un  aspecto  de  sencillez  por 
parte  de  los  rebeldes  que  está  desmentido  por  la  narración  misma  y  á 
despecho  de  su  autor!  Si  tal  fijera  nuestro  propósito,  facilísimo  sería  el 
demostrar  que  no  se  indica  siquiera  un  acto  de  crueldad,  ni  aun  de  doblez 
en  don  Bartolomé  Colón;  que  se  falta  descaradamente  á  la  verdad  aun 
cuando  de  una  manera  muy  solapada  en  el  carácter  que  se  atribuye  á 
don  Diego;  y  para  no  citar  más  que  un  solo  hecho,  aunque  de  los  más 
graves,  fijaríamos  la  atención  en  el  modo  insidioso  y  falso  con  que  se 
refiere  la  seducción  de  los  hombres  que  desembarcaron  de  los  buques 
mandados  por  Carvajal,  por  Pedro  de  Arana  y  por  Juan  Antonio  Co- 
lombo.  Roldan,  que  los  incitó  á  faltar  á  sus  deberes  y  desertar,  se  presenta 
como  consejero  que  les  invitaba  á  ponerse  á  las  órdenes  del  Adelantado, 
y  supone  que  los  soldados  se  quejaban  de  éste,  cuando  con  nadie  habían 
podido  comunicar  desde  su  salida  de  la  Gomera,  ni  habían  tocado  en 
puerto  alguno  de  la  isla  Española.  En  toda  la  carta  transpira  la  doblez, 
y  la  astucia  más  refinada  se  nota  en  cada  una  de  sus  expresiones.  Muy  á 
tiempo  ha  venido  su  publicación  para  que  se  complete  el  conocimiento 
de  aquel  fatal  período,  en  que  la  colonia  de  Santo  Domingo  llegó  á  tal 
estado  de  desorganización  y  estuvo  á  punto  de  sucumbir,  no  por  causa 
de  Cristóbal  Colón  ni  de  sus  hermanos,  sino  de  las  mezquinas  pasio- 
nes, de  la  codicia  y  de  la  crueldad  de  sus  desobedientes  soldados. 

Gran  servicio  ha  hecho  á  la  buena  memoria  del  Almirante  nuestro 
amigo  el  señor  Fernández  Duro  con  la  publicación  de  esa  carta  de  Fran- 
cisco Roldan,  que  tanto  contribuye  al  esclarecimiento  de  aquellos  tristes 
sucesos. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


381 


III 


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Extracto  hecho  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas  de  la  carta  que  el  Almi- 
rante escribió  á  los  Reyes,  exponiendo  las  razones  que  existían  para 
declarar  la  nulidad  del  convenio  ó  capitulación  firmado  con  los  rebeldes 
en  28  de  Septiembre  de  149^. 

(Historia  de  las  Indias,  lib.  I,  cap.  CLX) 


Escribióles  las  razones  por  las  cuales  no  debian  de  ser  guardadas 

á  Francisco  Roldan  y  demás  que  le  siguieron  en  aquella  tan  escandalosa  y 
dañosa  rebelión  las  condiciones,  y  asiento  que  con  ellos  hizo  el  Almirante, 
y  por  esto  daba  nueve  razones. 

La  primera  porque  si  las  concedió,  no  las  hizo  ni  concedió  de  su 
propio  motu  y  voluntad,  sino  hechas  y  dictadas  por  él  y  por  ellos  se  las 
envió  hechas  y  le  constriñó  la  necesidad  en  que  se  vido  extrema,  como 
ha  parecido  á  las  firmar. 

La  segunda,  porque  se  firmaron  en  la  carabela,  y  así  en  la  mar 
donde  no  se  usa  el  oficio  de  Visorey,  sino  de  Almirante, 

La  tercera,  porque  sobre  este  hecho  y  rebelión  estaban  hechos  dos 
procesos,  y  dada  una  sentencia  contra  Roldan  y  los  de  su  compañía 
condenándoles  por  traidores,  en  la  cual  no  pudo  el  Almirante  dispensar 
ni  quitarles  la  infamia. 

Cuarta,  porque  en  la  provisión  trata  sobre  cosas  de  la  hacienda 
de  Sus  Altezas,  lo  cual  no  se  pudo  hacer  sin  los  oficiales  de  los  conta- 
dores mayores,  como  estaba  por  los  Reyes  ordenado  y  mandado. 

La  quinta,  porque  pidieron  que  se  diese  pasaje  á  todos  para  Castilla 
y  no  se  exceptuaron  ni  sacaron  los  delincuentes  que  habia  enviado  de 
Castilla  y  homicianos. 

La  sexta,  porque  quedan  ser  pagados  del  sueldo  del  Rey  todos,  y 
de  todo  el  tiempo  que  anduvieron  alzados  y  en  deservicio  de  Sus  Altezas, 
siendo,  como  son ,  obligados  á  pagar  todos  los  daños  y  menoscabos  que 
han  hecho  á  los  indios  y  á  los  cristianos,  y  á  toda  la  isla,  y  á  la  hacienda 
real,  y  el  cesar  de  los  tributos  que  habían  de  pagar  los  indios,  y  la  pér- 
dida de  las  dos  carabelas  que  fueron  por  ellos,  por  el  primer  asiento  que 
ellos  quebrantaron,  á  Xaraguá,  y  el  sueldo  y  bastimento  de  los  marineros, 
lo  cual  todo  por  su  causa  se  perdió,  y  en  ello  ni  en  parte  dello  el  Almi- 
rante no  pudo  dispensar. 

La  sétima,  porque  son  obligados  á  pagar,  mayormente  Roldan,  los 
gastos  que  se  hicieron  en  Castilla  con  pagar  el  sueldo  de  seis  meses  á  los 
cuarenta  hombres  que  tomó  en  los  tres  navios,  y  los  que  después  se 
pasaron  á  él,  venido  el  Almirante,  los  cuales  venian  cogidos  y  á  sueldo 
de  los  Reyes  para  servir  ó  trabajar  en  las  minas  y  en  otras  cosas  que  se 
les  mandasen  para  servicio  de  los  Reyes,  y  mas  los  bastimentos  que 


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382 


CRISTÓBAL  COLON 


comieron  y  los  fletes  de  los  navios,  trayéndolos  acá,  y  fué  causa  que  se 
engrosase  con  ellos  y  que  no  viniesen  á  obedecer  muchos  de  los  de  su 
compañía,  como  habian  escrito  sobre  ello  cartas,  y  el  mismo  Roldan,  y 
los  primeros  por  quien  negocia  y  pide  partido  é  impunidad  son  aquellos, 
y  con  ellos  los  homicianos. 

La  octava,  porque  el  Roldan  no  mostró,  ni  señaló,  ni  nombró  las 
personas  de  su  compañía,  porque  para  que  la  provisión  que  sobre  este 
asiento  el  Almirante  les  dio  tuviese  valor  y  alcanzase  efecto,  requeríase, 
según  dice  el  Almirante,  que  mostrase  por  escritura  firmada  por  ellos 
como  se  ayuntaban,  y  porqué  fin  hacian  su  ayuntamiento,  y  en  qué 
tiempo,  y  las  condiciones  que  todos  pedían,  los  cuales  se  entenderían  ser 
de  la  compañía  de  Roldan,  y  no  otros. 

La  novena,  porque  el  dicho  Francisco  Roldan,  al  tiempo  que  partió 
de  Castilla,  él  y  los  otros  que  entonces  en  el  segundo  viaje  á  estas  Indias 
vinieron,  hicieron  juramento  sobre  un  crucifijo  y  un  misal,  y  dio  la  fé  y 
hizo  pleito  homenaje  de  ser  leal  á  sus  Altezas  y  guardar  el  bien  y  pro  de 
su  hacienda,  por  ante  el  Obispo  de  Badajoz,  é  yo  é  otros  muchos  (dice 
aquí  el  Almirante)  que  allí  estaban,  como  mas  largo  parescerá  por  el 
dicho  juramento,  el  cual  está  escrito  en  el  libro  de  los  señores  Contadores 
mayores;  de  lo  cual  todo  ha  incurrido  en  el  contrario,  porque  no  han  sido 
leal  ni  leales,  y  ha  echado  á  perder  la  hacienda  y  sido  causa  que  se  haya 
perdido  el  tributo,  y  no  solamente  este,  mas  el  algodón  de  sus  Altezas, 
que  estaba  en  Xaraguá,  le  han  tomado,  y  quemado  el  brasil  que  estaba 
cogido  y  tomados  las  velas  y  aparejos  de  los  navios,  y  el  ganado. 


:D).-Pág.  344 


TrESLADO   de    una  .  CARTA    MENSAGERA  QU'   EL  ALMIRANTE   ESCRIVIÓ 

AL  Ama  del  Príncipe  Don  Juan  (que  gloria  aya)  el  año 
DE  1500  Viniendo  preso  de  las  Indias.  ^ 

(Códice  diplomático  Colombo- Americano,  Genova,  1823,  pág.  298) 


MS 


4.*¿-^£. 


Muy  virtuosa  Señora, 

Sy  mi  quexa  del  mundo  es  nueva,  su  uso  de  maltratar  es  de  muy 
antiguo.  Mili  combates  me  ha  dado,  y  á  todos  resistí,  fasta  agora  que 
non  me  aprovecho  armas  ni  avisos,  con  crueldad  me  tiene  echado  al 
fundo.  La  esperanza  de  aquel  que  crio  á  todos  me  sostiene.  Su  socorro  fué 
siempre  muy  presto.  Otra  vez,  y  non  de  lexos,  estando  yo  mas  baxo, 
me  levanto  con  su  bra<;;o  divino  dixiendo:  O  ombre  de  poca  fee,  leván- 
tate, que  yo  soy;  non  ayas  miedo. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


383 


Yo  vine  con  amor  tan  entrañable  á  servir  á  estos  Prin9Ípes,  y  he 
servido  de  servijo,  de  que  jamas  se  oyó  ni  vido. 

Del  nuevo  pielo  e  térra  que  hasia  nro  Señor,  escriviendo  San  Juan  el 
Apocalis,  después  de  dicho  por  boca  de  Isayas,  me  hyso  dello  mensagero 
y  amostro  en  qual  parte.  En  todos  ovo  yncredulidad.  y  á  la  Reyna  mi 
Señora  dio  dello  el  spiritu  de  ynteligen^ia,  y  esfuer90  grande  y  le  hiso 
de  todo  eredera,  como  á  cara  y  muy  amada  fija.  La  posession  de  todo 
esto  fui  yo  a  tomar  en  su  real  nombre.  La  ygnoran(;:ia  en  que  avian  estado 
todos,  quisieron  emendalle,  traspasando  el  poco  saber  á  fablar  en  yncon- 
venientes  y  gastos.  S.  A.  lo  aprovava  al  contrario,  y  lo  sostuvo  fasta 
que  pudo. 

Syete  años  se  pasaron  en  la  plática,  y  nueve  exsecutando.  Cosas 
muy  señaladas  y  dignas  de  memoria  se  pasaron  en  este  tiempo :  de  todo 
non  se  hiso  concepto.  Llegue  yo,  y  estoy,  que  non  ha  nadie  tan  vil  que 
no  piense  de  ultrajarme;  por  virtud  se  contara  en  el  mundo  a  quien 
puede  no  consentillo. 

Sy  yo  robara  las  Indias,  ó  tierra  que  jaz  hase  ellas  '^  de  que  agora 
es  la  fabla  del  altar  de  Sant  Pedro,  y  las  diera  á  los  moros ,  no  pudieran 
en  España  mostrarme  mayor  enemiga.  Quien  creyera  tal  a  donde 
siempre  ovo  tanta  nobleza? 

Yo  mucho  quesiera  despedir  del  negopio,  si  fuera  onesto  para  con 
mi  Reyna.  El  esfuerzo  de  nro  Señor  y  de  su  A.  hyso  que  yo  continuase, 
y  por  aleviarle  algo  de  los  enoyos,  en  que  de  causa  de  la  muerte 
estava  ^,  cometí  viage  nuevo  al  nuevo  cielo  e  mundo  que  fasta  entonces 
estava  oculto.  Y  sy  no  es  tenido  alli  en  estima,  asi  como  los  otros  de  las 
Indias,  no  es  maravilla,  porque  salió  a  parecer  de  my  industria. 

A  Sant  Pedro  abraso  el  Spiritu  Santo,  y  con  el  otros  doze,  y  todos 
combatieron  acá,  y  los  trabajos  y  fatigas  fueron  muchas,  en  fin  de  todo 
llevaron  la  victoria. 

Este  viage  de  Parya  crey  que  apaziguaria  algo  por  las  perlas,  y  la 
fallada  del  oro  en  la  Española.  Las  perlas  mande  yo  ayuntar  e  pescar  a 
la  gente,  con  quien  quedo  el  concierto  de  mi  buelta  por  ellas;  y  a  mi 
comprender,  á  medida  de  fanega;  sy  yo  non  lo  escrivi  á  Sus  Altesas,  fue 
porque  asy  quesiera  aver  fecho  del  oro  antes. 

Esto  me  salió  como  otras  cosas  muchas:  non  las  perdiera,  ni  mi 
honrra,  sy  buscara  yo  mi  bien  propio,  y  dexara  perder  la  Española:  o  se 
guardaran  mis  previlegios  y  asiento;  y  otro  tanto  digo  del  oro,  que  yo 
tenia  agora  junto,  que  con  tantas  muertes  y  trabajos  por  virtud  divina  he 
llegado  a  perfetto. 

Quando  yo  fui  de  Paria  halle  quasi  la  mitad  de  la  gente  en  la  Espa- 
ñola aleados,  y  me  han  guerreado  fasta  agora,  como  á  moro :  y  los  Indios 


384 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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-"*H$r 


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por  otro  cabo  gravemente.  En  esto  vino  Fojeda,  y  provo  a  echar  el  sello: 
dixo  que  S.  A.  le  enbiavan  con  promesas  de  dádivas  y  franqueza  y  paga: 
alligo  grande  quadrilla,  que  en  toda  la  Española  muy  pocos  ay  salvo 
vaga  mundos,  y  ninguno  con  muyer  y  fijos.  Este  Fojeda  me  trabajo 
harto,  fuele  necesario  de  se  yr,  y  dexo  dicho  que  luego  seria  de  buelta 
con  mas  navios  y  gente;  y  que  dexaba  la  real  persona  de  la  Reyna 
nuestra  Señora  á  la  muerte.  En  esto  llego  Vincente  Añes  con  quatro 
caravelas:  ovo  alboroto  y  sospecha,  mas  non  daño,  los  Indios  dixeron  de 
otras  muchas  á  los  caníbales  y  en  Parya,  y  después  otra  nueva  de  seys 
otras  caravelas  que  traya  un  hermano  del  Alcalde;  mas  fue  con  malicia: 
esto  fue  ya  á  la  postre  quando  ya  estava  muy  rota  la  esperan9a  que 
Sus  Altezas  oviesen  jamas  de  enbiar  navios  á  las  Indias,  ni  nos  espe- 
rarlos, y  que  vulgarmente  desyan  que  S.  A.  era  muerta. 

Un  Adrián  en  este  tiempo  provo  a  alearse  otra  ves,  como  de  antes: 
mas  N.  S.  no  quiso  que  llegase  a  efetto  su  mal  proposito :  yo  tenia  pro- 
puesto en  mi  de  non  tocar  el  cabello  á  nadie;  y  a  este  por  su  ingratitud 
con  lagrimas  non  se  pudo  guardar  asy,  como  yo  lo  tenia  pensado :  a  mi 
hermano  non  hisiera  menos,  sy  me  quisiera  matar  y  robar  el  Señorío, 
que  my  Rey  e  Reyna  me  tenian  dado  en  garda. 

Este  Adrián  segund  se  muestra,  tenia  enbiado  á  Don  Fernando  a 
Xoragua,  a  allegar  a  algunos  de  sus  secares,  y  alia  ovo  debate  con  el 
Alcalde,  a  donde  na^io  discordia  de  muerte;  mas  non  llego  á  efecto.  El 
Alcalde  le  prendió,  y  á  parte  de  su  quadrilla;  y  el  caso  era  que  el  los 
justiciaba,  sy  yo  non  proveyere:  estovieron  presos  esperando  caravela  en 
que  se  fuesen:  las  nuevas  de  Fojeda,  que  yo  dixe,  finieron  perder  la 
esperanza  que  ya  no  venia  '•. 

Seys  meses  avian  que  yo  estava  despachado  por  venir  a  S.  A.  con 
las  buenas  nuevas  del  oro,  y  fuyr  de  governar  gente  disoluta,  que  non 
teme  á  Dios,  ni  a  su  Rey,  ni  Reyna,  llena  de  achaques  y  de  malicias. 

A  la  gente  acabara  yo  de  pagar  con  seys9Íentas  mili;  y  para  ello 
avia  quatro  cuentos  de  diezmos  e  alguno  syn  el  terpio  del  oro  ^. 

Antes  de  mi  partida  suplique  tantas  vezes  á  S.  A.  que  enbiasen  allá 
a  mi  costa  a  qui  toviesse  cargo  de  la  justicia;  y  después  que  falle  aleado 
el  Alcalde,  se  lo  suplique  de  nuevo  ó  por  alguna  gente  o  al  menos  un 
criado  con  cartas;  porque  mi  fama  es  tal  que  aunque  yo  faga  iglesias  y 
ospitales  siempre  serán  dichas  espeluncas  para  ladrones. 

Proveyeron  ya  al  fin,  y  fue  muy  al  contrario  dello  que  la  negociación 
demandava.  vaya  en  bien  ora,  pues  que  fue  á  su  grado. 

Yo  estuve  alia  dos  años  syn  poder  ganar  una  provisión  de  fanega 
por  mi,  ni  por  los  que  allá  fuesen;  y  este  llevo  una  arca  llena:  sy  pararan 
lodos  a  su  servicio.  Dios  lo  sabe.    Ya  por  comyenpo  ay  franquesas  de 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


385 


veynte  años,  que  es  la  hedad  de  un  onbre;  y  se  coge  el  oro  que  ovo  per- 
sonas que  de  cinco  marcos  en  quatro  horas:  de  que  diré  después  mas  largo. 

Si  pluguiese  a  S.  A.  de  desfaser  un  vulgo  de  los  que  saben  mis 
fatigas  (que  mayor  daño  me  ha  fecho  el  mal  desir  de  la  gente  que  no  me 
ha  aprovechado  el  mucho  servir  y  guardar  su  fa9Íenda  y  señorío)  seria 
limosina,  y  yo  restituido  en  mi  honrra,  y  se  fablaria  dello  en  todo  el 
mundo;  porque  el  negogio  es  de  calidad  que  cada  dia  ha  de  ser  mas 
sonado,  y  en  alta  estima. 

En  esto  vino  el  Comendador  Bovadilla  a  S.  Domingo :  yo  estava  en 
la  Vega,  y  el  Adelantado  en  Xoragua,  adonde  este  Adrián  avia  fecho 
cabe9a;  mas  ya  todo  era  llano,  y  la  tierra  rica  y  en  paz  toda:  el  segundo 
dia  se  crio  governador,  y  fizo  oficiales  y  executiones,  y  apregono  fran- 
quezas del  oro,  y  diezmos,  y  generalmente  de  toda  otra  cosa  por  veynte 
años;  que,  como  digo,  es  la  hedad  de  un  onbre;  y  que  venia  para  pagar 
todos,  bien  que  non  avian  servido  llena  mente  fasta  ese  dia,  y  publico 
que  a  mi  me  avia  de  enbiar  en  fierros,  y  a  mis  hermanos,  asy  como  lo 
ha  fecho;  y  que  nunca  mas  bolveria  yo  alli,  ni  otrie  de  mi  linage;  di- 
ziendo  de  mi  mili  desonestas  y  descorteses  cosas:  esto  todo  fue  el  segundo 
dia  que  llego,  como  dixe,  y  estando  yo  lexos  absenté,  syn  saber  dello, 
ni  de  su  venida. 

Unas  cartas  de  S.  A.  firmadas  en  blanco,  de  que  él  llevava  una 
cantitad  escribió  y  enbio  al  Alcalde,  y  su  compaña  con  favor  y  enco- 
miendas: a  mi  nunca  me  embio  carta,  ni  mensagero,  ni  me  ha  dado, 
fasta  oy.  Piense  Vuestra  Merced  que  pensaría  quien  to viera  mi  cargo: 
honrrar  y  favorecer  a  quien  provo  a  robar  a  S.  A.  el  señorío,  y  ha  fecho 
tanto  mal  y  daño;  y  arrastrar  a  quien  con  tantos  peligros  se  lo  sostuvo. 

Quando  yo  supe  esto  crey  que  este  seria  como  lo  de  Hojeda,  ó  uno 
de  los  otros:  templóme  que  supe  de  los  frayles  que  S.  A.  le  enbiava: 
escribile  yo  que  su  venida  fuesse  en  buena  ora,  y  que  yo  estava  despa- 
chado para  yr  á  la  corte,  y  fecho  almoneda  de  quanto  yo  tenia:  y  que  en 
esto  de  las  franquezas  que  no  se  a9elerase:  que  esto  y  el  govierno,  que 
yo  se  lo  daría  luego  tan  llano  como  la  palma;  y  asi  lo  escriví  a  los  Reli- 
giosos: ni  él  ni  ellos  me  dieron  respuesta:  antes  se  puso  en  el  son  de 
guerra,  y  apremiava  a  quantos  alli  yvan,  que  le  jurasen  por  governador; 
dixeronme  que  por  veynte  años :  luego  que  yo  supe  destas  franquezas 
pense  de  adobar  un  yerro  tan  grande  y  que  el  seria  contento,  las  quales 
dio  syn  ne9esidad  ni  causa  de  cosa  tan  gruesa,  y  a  gente  vagamunda  que 
fuera  demasiado  para  quien  truxiera  muger  y  fijos:  publique  por  palabra 
y  por  cartas  que  el  no  podia  usar  de  sus  provisiones  porque  las  mias 
eran  las  fuertes,  y  les  mostré  las  franquezas  que  llevo  Juan  Aguado. 

Todo  esto  que  yo  hise,  era  por  dilatar,  porque  S.  A.  fuessen  sabi- 


Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 49. 


386 


CRISTÓBAL  COLÓN 


dores  del  estado  della  tierra;  y  oviesen  logar  de  tornar  á  mandar  aquello, 
lo  que  fuese  su  servÍ9Ío. 

Tales  franquezas  escusado  es  de  las  apregonar  en  las  Indias,  los 
vesynos  que  han  tomado  vezindad  es  logro,  porque  se  les  dan  las  mejores 
tierras,  y  a  poco  valer,  valeran  doscientas  mili  al  cabo  de  los  quatro  años 
que  la  vezinidad  se  acaba,  syn  que  den  un  azadonada  en  ellas,  no  diría 
yo  asy,  sy  los  vezinos  fuesen  casados:  mas  no  ay  seys  entre  todos  que 
no  estean  sobre  el  aviso  de  ayuntar  lo  que  pudieren,  y  se  yr  en  buen' 
ora:  de  Castilla  seria  bien  que  fuesen,  y  aun  saber  quien  y  como,  y  se 
poblase  de  gente  honrrada. 

Yo  tenia  assentado  con  estos  vezinos  que  pagarían  el  tercio  del  oro, 
y  los  diezmos,  y  esto  á  su  ruego;  y  lo  repibieron  en  grande  merced  de 
S.  A.  Reprendilos  quando  yo  oy  que  se  dexavan  dello,  y  esperava  que 
el  comigo  faria  otro  tanto :  mas  fue  al  contrario. 

Indignólos  contra  mi  disiendo  que  les  queria  quetar  lo  que  S.  A.  les 
davan,  y  trabajo  de  me  los  echar  á  cuestas,  y  lo  hizo;  y  que  escriviesen 
a  S.  A.  que  no  me  enbiase  mas  el  cargo;  y  asy  selo  suplico  yo  por  mi,  e 
por  toda  cosa  mia,  en  quanto  non  aya  otro  pueblo,  y  me  ordeno  el  con 
ellos  pesquisas  de  maldades ,  que  al  ynfierno  nunca  se  supo  de  las  seme- 
jantes. Alli  está  nuestro  Señor  que  escapo  a  Daniel  y  a  los  tres  mocha- 
chos  con  tanto  saber  y  fuerpa,  como  tenia,  y  con  tanto  aparejo,  sy  le 
pluguyere,  como  con  su  gana. 

Supiera  yo  remediar  todo  esto,  y  lo  otro,  que  esta  dicho,  y  ha 
pasado  después  que  estoy  en  las  Indias,  sy  me  consentiera  la  voluntad  á 
procurar  por  mi  bien  propio,  y  me  fuera  onesto.  mas  el  sostener  de  la 
justicia,  y  acre9entar  el  señorío  de  S.  A.  fasta  agora  me  tiene  al  fondo. 
Oy  endia  que  se  falla  tanto  oro,  ay  división  en  que  aya  mas  ganancia, 
yr  robando,  ó  yr  a  las  minas:  por  una  muger  también  se  falla  ciento 
castellanos,  como  por  una  labran9a:  y  es  mucho  en  uso  y  ay  hartos 
mercaderes  que  andan  buscando  muchachas  dede  IX.  á  x;  son  agora  en 
precio  de  todas  fedades :  ha  de  tener  un  bueno  ^. 


Digo  que  la  fuerza  del  maldecir  de  desconcertados ,  me  ha  hecho  mas 
daño  que  mis  servicios  fecho  provecho;  mal  ejemplo  es  por  lo  presente  y 
por  lo  futuro ;  fago  juratnento  que  cantidad  de  onbres  an  ydo  a  las  Indias, 
que  no  merescian  el  agua  para  con  Dios  y  con  el  mundo,  y  agora 
vuelven  allá  '^. 

Digo  que  en  desyr  yo  que  el  Comendador  no  podia  dar  franquezas, 
que  hise  yo  lo  que  el  deseava;  bien  que  yo  a  el  dixese  que  era  para 
dilatar,  fasta  que  S.  A.  toviese  el  aviso  de  la  tierra  y  tornasen  á  ver,  y 
mandar  lo  que  fuese  su  servÍ9Ío  ^. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


387 


Enemistólos  a  elos  todos  con  migo,  y  el  párese,  segund  se  ovo  y 
segund  sus  formas  que  ya  lo  venia  y  bien  encendido  ^;  o  es  que  se  dize, 
que  ha  gastado  mucho  por  venir  a  este  negopio:  no  sé  dello;  mas  de  lo 
que  oygo,  yo  nunca  oy  que  el  pesquisidor  allegase  los  rebeldes,  y  los 
tomase  por  testigos  contra  aquel  que  govierna,  a  ellos  ni  a  otros  syn  fé, 
ni  dignos  della. 

Sy  S.  A.  mandasen  fazer  una  pesquisa  general  allí.  Vos  digo  que  se 
vería  la  maravilla,  como  la  ysla  no  se  funde. 


Yo  creo  que  se  acordara  Vuestra  Merced ,  quando  la  tormenta  syn 
velas  me  echo  en  Lisbona,  que  fuy  acusado  falsamente,  que  avia  yo  ydo 
alia  al  Rey,  para  darle  las  Indias:  después  supieron  S.  A.  el  contrario,  y 
que  todo  fué  con  malicia. 

Bien  que  yo  sepa  poco,  no  se  quien  me  tenga  por  tan  turpe  que  yo 
non  conozca,  que  aunque  las  Indias  fuesen  mias,  que  yo  no  me  pudiera 
sostener  syn  ayuda  de  Prin9Ípe. 

Sy  esto  es  asy,  adonde  pudiera  yo  tener  mejor  arrimo  y  seguridad 
de  no  ser  echado  dellas  del  todo,  que  en  el  Rey  e  Reyna  nuestros 
Señores,  que  de  nada  me  han  puesto  en  tanta  honrra,  y  son  los  mas 
altos  Principes  por  la  mar  y  por  la  tierra  del  mundo:  los  quales  tienen 
que  yo  les  aya  servido,  e  me  guardan  mis  previlegios  y  mer(;;edes;  y  si 
alguien  me  los  quebranta  S.  A.  me  los  acrecientan  con  avantaja  (como  se 
vido  en  lo  de  Juan  Aguado),  y  me  mandan  haser  mucha  honrra:  y  como 
dixe  ya,  S.  A.  recibieron  de  mi  servicio,  y  tienen  á  mis  fijos  sus  criados; 
lo  que  en  ninguna  manera  pudiera  esto  llegar  con  otro  Principe;  porque 
adonde  non  ay  amor,  todo  lo  otro  ^esa. 

Dixe  yo  agora  ansi  esto  contra  un  mal  desir  con  malicia,  y  contra 
mi  voluntad ;  porque  es  cosa  que  ni  en  sueño  deviera  llegar  a  memoria: 
porque  las  formas,  y  fechos  del  Comendator  Bovadilla  con  malicia  las 
quiere  alumbrar  en  esto:  mas  yo  le  faré  ver  con  el  braco  ysquerdo,  que 
su  poco  saber  y  grand  covardia  con  desordenada  codicia,  le  ha  fecho  caer 
en  ello. 

Ya  dixe  como  yo  le  escrivi,  y  á  los  frayles,  y  luego  parti,  asy  como 
le  dixe ,  muy  solo,  porque  toda  la  gente  estava  con  el  Adelantado,  y 
también  por  le  quetar  de  sospecha.  El,  quando  lo  supo,  echó  a  Don 
Diego  preso  en  una  caravela,  cargado  de  fierros,  y  a  mi  en  llegando  hiso 
otro  tanto;  y  después  al  Adelantad'o  quando  vino,  ni  le  fable,  mas  ni 
consintió  que  fasta  oy  nadie  me  aya  fablado :  y  fago  juramento  que  no 
puedo  pensar  porque  sea  yo  preso. 


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La  primera  diligencia  que  el  fisp  fue  a  tomar  el  oro,  el  qual  ovo  syn 
medida  ni  peso,  e  yo  absenté,  dixo  que  queria  el  pagar  dello  á  la  gente: 
y  segund  oy,  para  sy  hiso  la  primera  parte,  y  enbia  por  rescate  rescata- 


388 


CRISTÓBAL  COLÓN 


dores  nuevos,  deste  oro  tenia  yo  apartado  piertas  muestras,  granos  muy 
gruesos  como  huevos  de  ansaras,  de  gallinas  y  de  pollas,  y  de  otras 
muchas  fechuras  que  algunas  personas  tenian  cojido  en  breve  espa9Ío, 
con  que  S.  A.  se  alegrasen,  y  por  ello  comprendiesen  el  negopio,  con 
una  cantidad  de  piedras  grandes  llenas  de  oro.  este  fue  el  primo  a  se  dar 
con  malipia;  porque  S.  A.  no  tengan  este  negocio  en  algo,  fasta  que  él 
tenga  fecho  el  nido;  de  que  se  de  buena  presa  ^". 

El  oro  que  está  por  fundir  mengua  al  fuego,  unas  cadenas  que 
pesarían  fasta  veynte  marcos,  nunca  se  han  visto.  Yo  he  seydo  agra- 
viado en  esto  del  oro,  mas  que  de  las  perlas,  porque  non  lo  he  traído 
yo  a  S.  A. 

El  Comendador  en  todo  lo  que  el  le  pareció  que  me  dañaría,  luego 
fue  puesto  en  obra.  Ya  dixe  con  seys^ientas  mili  pagara  á  todos  syn 
robar  a  nadie,  y  que  avia  mas  de  quatro  quentos  de  diezmos  y  algua- 
ziladgo,  syn  tocar  en  el  oro.  hiso  unas  larguezas  que  son  de  risa:  bien 
que  creo  que  comento  en  si  la  primera  parte:  alíalo  sabrán  S.  A.  quando 
le  mandaren  tomar  cuenta,  en  especial  sy  yo  estoviese  a  ella.  El  no 
haze,  sy  no  desyr  se  deve  grande  suma:  y  es  la  que  yo  dixe,  y  non 
tanto;  yo  he  sydo  muy  mucho  agraviado  en  que  se  aya  enbiado  pesqui- 
sidores sobre  mi ,  que  sepan ,  que  si  la  pesquisa  que  el  enbiase  fuera  muy 
grave,  que  el  quedara  en  el  govierno. 


í-*m^ 


í'^i 


Plujiera  a  Nuestro  Señor  que  S.  A.  le  enbiaran  a  el,  o  a  otro,  dos 
años  ha,  porque  yo  fuera  ya  libre  de  escándalo  y  disfamia:  y  no  se  me 
quetara  mi  honrra  y  la  perdiera.  Dios  es  justo,  y  ha  de  hazer  que  se  sepa 
porque  y  como.  Alli  me  judgan  como  á  Governador  que  fue  a  Qipilia,  o 
a  í^ibdad  o  villa  puesta  en  regimiento,  y  adonde  las  leyes  se  pueden 
guardar  por  entero,  syn  temor  que  se  pierda  todo.  Yo  re9Íbo  grande 
agravio. 

Yo  devo  de  ser  judgado  como  capitán  que  fue  de  España  a  con- 
questar  fasta  las  Indias,  a  gente  belicosa,  y  mucha,  y  de  costumbres  y 
seta  á  nos  muy  contraria :  los  quales  biven  por  sierras  y  montes ,  syn 
pueblo  asentado  ni  nosotros;  y  adonde  por  voluntad  divina  he  puesto  so 
el  señorío  del  Rey  e  de  la  Reyna  nuestros  Señores  otro  mundo;  y  por 
donde  la  España,  que  hera  dicha  pobre ,  es  la  mas  richa. 

Yo  devo  ser  judgado  como  capitán  que  de  tanto  tiempo  fasta  oy, 
trae  las  armas  a  cuestas,  syn  las  dexar  una  ora,  y  de  cavalleros  de  con- 
questas y  del  uso  y  non  de  letras,  salvo  sy  fuesen  de  Griegos  ó  de 
Romanos,  ó  otros  modernos,  de  que  ay  tantos  y  tan  nobles  en  España.  Ca 
de  otra  guisa  re9Íbo  grande  agravio ;  porque  en  las  Indias  non  ay  pueblo 
ni  asiento. 

Del  oro  y  perlas  ya  esta  abierta  la  puerta;  y  cantidad  de  todo, 
piedras  preciosas,  y  especiería,  y  de  otras  mili  cosas  se  puede  esperar 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


389 


firmemente;  y  nunca  mas  mal  me  viniese,  como  con  el  nombre  de 
Nuestro  Señor  le  daria  el  primer  viage,  asy  como  diera  la  negociación 
del  Arabia  felis  fasta  la  Meca,  como  yo  escrivi  a  S.  A.  con  Antonio  de 
Torres  en  la  respuesta  de  la  repartición  del  mar  e  tierra  con  los  Porto- 
gueses:  y  después  viniera  a  lo  de  coló  artí,  asy  como  lo  dixe,  y  di  por 
escripto  en  el  Monesterio  de  la  Mejorada  ^^ 

Las  nuevas  del  oro  que  yo  dixe  que  diría,  son  que  dia  de  Nabidat 
estando  yo  muy  aflegido,  guerreado  de  los  malos  Cristianos,  y  de  Indios, 
en  termino  de  dexar  todo  y  escapar,  sy  pudiese,  la  vida,  me  consolo 
Nuestro  Señor  milagrosa  mente  y  dixo:  Esfuerza:  no  desmayes,  ni  temas: 
yo  proveeré  en  todo :  los  syete  años  del  término  del  oro  non  son  pasados; 
y  en  ello  y  en  lo  otro  te  daré  remedio. 

Ese  dia  supe  que  avia  ochenta  leguas  de  tierra,  y  en  todo  cabo 
dellas  minas:  el  parecer,  agora  es,  que  sea  toda  una.  Algunos  han  cogido 
CXX.  castellanos  en  un  dia;  otro  XC.  y  se  ha  llegado  fasta  CCL.  De 
Cinquanta  fasta  LXX.  otros  muchos  de  XX  fasta  L.  y  es  tenido  buen 
jornal;  y  muchos  lo  continúan.  El  común  es  de  seys  fasta  dose,  y  quien 
de  aqui  abaxa  no  es  contento :  parece  tanbien  que  estas  minas  son  como 
las  otras,  que  responden  en  los  dias  non  ygualmente.  Las  minas  son 
nuevas  y  los  cogedores.  Al  parecer  de  todos  esque  aunque  vaya  alia 
toda  Castilla,  que  por  turpe  que  sea  la  persona,  que  non  abaxara  de  un 
castellano,  o  dos  cada  dia:  y  agora  es  esto  asy  en  fresco.  Es  verdad  que 
tienen  algund  Indio:  mas  el  negocio  todo  consiste  a  nel  cristiano  ^^.  Ved 
que  discreción  fue  de  Bovadilla  dar  todo  por  ninguno,  y  quatro  quentos 
de  diezmos  syn  cabsa,  ni  ser  requerido,  syn  primero  lo  notificar  a  S.  A.: 
y  el  daño  non  es  este  solo.  Yo  se  que  mis  hierros  non  han  seydo  con  fin 
de  faser  mal:  y  creo  que  S.  A.  lo  creen  asy,  como  yo  lo  digo:  y  se,  y  veo 
que  usan  misericordia  con  quien  maliciosamente  les  desyrve,  yo  creo,  y 
tengo  por  muy  cierto,  que  muy  mejor,  y  mas  piedad  avran  comigo,  que 
cay  en  ello  con  yñorancia  y  forzosamente ,  como  sabrán  después  por 
entero;  y  miraran  a  mis  servijos  ^^,  y  conocerán  de  cada  dia,  que  son 
muy  avantajados:  todo  pornan  en  una  balancia  asy  como  nos  cuenta  la 
sacra  Escriptura  que  sera  el  bien  con  el  mal  al  dia  del  Juysio. 


r^'v  ^-.y-.-^  % :- 


Sy  todavía  mandan  que  otros  me  judgan,  lo  qual  non  espero,  y  que 
sea  por  pesquisas  de  las  Indias,  muy  humill  mente  les  suplico  que  enbien 
alia  dos  personas  de  conciencia  y  honrradas  á  mi  costa,  los  quales  creo 
fallaran  de  ligero  agora  que  se  falla  el  oro  c'nco  marcos  en  quatro  oras: 
con  esto  e  syn  ello  es  muy  necesario  que  lo  provean. 

El  Comendator  en  llegando  a  Santo  Domingo  se  aposentó  en  mi 
casa,  e  asy  como  la  fallo  dio  todo  por  suyo:  vaya  en  buen'  ora  que  quica 
lo  avia  menester,  cosario  nunca  tal  uso  con  mercaderes.  De  mis  escrip- 
turas  tengo  yo  mayor  quexa,  que  asy  me  las  ayan  tomadas,  que  jamas 


390 


CRISTÓBAL  COLÓN 


'J^Z-.  "-z-Ü 


se  le  pudo  sacar  una :  y  aquellas  que  mas  me  avian  de  aprovechar  en  mi 
desculpa,  esas  tenia  mas  ocultas.  Ved  que  justo  y  onesto  pesque- 
sydor,  cosas  de  quanto  el  aya  fecho  me  dizen  que  ha  seydo  con  termino 
de  justicia;  salvo  absolutamente.  Dios  nuestro  Señor  esta  con  sus  fuer(;;as 
y  saber,  como  solia,  y  castiga  en  todo  cabo,  en  especial  la  yngratitud  de 


ynjunas 


14 


NOTAS 

Á  LA  CARTA  QUE  DIRIGIÓ  CRISTÓBAL  COLÓN  Á  DOÑA  JUANA  DE  LA  TORRE 


Estimamos  de  tan  capital  interés  la  carta  preinserta,  que  en  nuestro  con- 
cepto es  el  documento  único  para  juzgar  con  imparcialidad  el  difícil  período 
porque  atravesó  la  isla  Española  desde  que  el  Almirante  salió  para  España  en 
compañía  de  Juan  Aguado.  Colón  también  le  concedía  excepcional  importancia, 
hasta  el  punto  de  haberla  hecho  incluir  testimoniada  por  ante  Notario  en  las 
dos  copias  de  sus  privilegios,  y  Reales  cédulas  que  en  el  año  1502  hizo  sacar 
en  Sevilla,  según  se  dijo  en  su  lugar  oportuno,  y  envió  á  la  República  de 
Genova  por  medio  del  embajador  Oderigo,  para  que  allí  se  guardasen  para  per- 
petua memoria. 

No  conservándose,  si  es  que  se  escribieron,  las  cartas  en  que  el  Almirante 
diera  cuenta  á  los  Reyes  de  los  atropellos  de  que  había  sido  víctima,  de  la  con- 
ducta que  con  él  se  observara  y  de  las  causas  de  muchos  sucesos  de  los  que  en 
la  colonia  ocurrieron,  la  Carta  al  ama  del  príncipe  don  Juan,  que  por  este 
nombre  es  de  todos  conocida,  es  el  dato  más  precioso  para  formar  juicio  de 
aquel  dificilísimo  período,  teniendo  en  cuenta  la  explicación  que  da  el  Almi- 
rante, el  cual  á  veces  en  una  palabra,  en  una  breve  frase,  aclara  y  da  el  signi- 
ficado verdadero  de  muchos  actos  que  se  han  juzgado  de  muy  diversa  manera, 
por  no  haberse  prestado  toda  la  atención  que  merece  á  la  referida  carta. 

Las  que  se  insertan  en  los  cartularios  remitidos  á  Genova  eran  copias 
autorizadas;  y  aunque  parece  fueron  cotejadas  escrupulosamente  con  los  origi- 
nales, después  de  concluido  el  traslado,  se  ven  en  ellas  palabras  mal  escritas, 
muchas  veces  variadas,  y  no  pocas  faltas  de  sentido;  siendo  muy  de  notar  que 
ni  aún  hay  absoluta. conformidad  en  las  dos  copias,  pues  en  la  que  ahora  se 
guarda  en  la  casa  Ayuntamiento  de  Genova  y  dio  á  la  imprenta  en  el  año  1823 
el  P.  Spotorno,  que  es  la  que  hemos  seguido,  existen  variantes  con  la  que  ha 
ido  á  parar  al  Ministerio  de  Negocios  Extranjeros  de  Francia,  notándose  la  falta 
de  un  párrafo  entero  que  no  se  ve  en  aquélla  y  se  incluye  en  ésta. 

El  P.  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  en  su  Historia  de  las  Indias  ^,  tam- 
bién inserta  textual  esta  carta,  demostrando  que  la  juzgaba  importante;  y 
como  su  texto  es  más  claro  y  más  completo  en  muchos  lugares,  creemos  que 
tuvo  presente  el  original  mismo,  ó  copia  conservada  por  Cristóbal  Colón 
entre  sus  papeles,  y  esta  consideración  nos  ha  decidido  á  consignar  las  variantes 
de  mayor  importancia.    «  No  hallé  original  ni  minuta  de  carta  suya,  que  escri- 


Libro  I,  cap.  CLXXXII. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


391 


biese  desde  Cádiz  el  Almirante  á  los  Reyes;  dice  el  Obispo,  por  ventura  no 
quiso  escribilles,  sino  que  de  otros  lo  supiesen,  por  verse  así  tan  afrentado  en 
sus  poderes,  creyendo  quizá,  también,  que  de  su  voluntad  su  prisión  habia 
sucedido.  Escribió,  empero,  una  carta  larga  al  ama  del  príncipe  Don  Juan,  que 
sea  en  gloria,  la  cual  mucho  queria  al  Almirante,  y  en  cuanto  podia  lo  favorecía 
con  la  Reina;  y  el  tenor  de  la  carta  es  el  siguiente,  por  el  principio  de  la  cual 
parece  la  llaneza  del  Almirante,  y  la  poca  presunción  que  de  la  vanidad  de  los 
títulos  de  que  agora  usa  España,  entonces  habia.» 

La  señora  á  quien  el  Almirante  dirigió  tan  sentida  carta,  y  que  era  tan 
protectora  suya  que  en  cuanto  podía  le  favorecía  con  la  Reina,  era  doña  Juana 
de  la  Torre,  ama  que  había  sido  del  malogrado  príncipe  don  Juan,  y  que  en  el 
palacio  de  los  Reyes  gozó  siempre  de  mucha  estimación.  Fué  hermana  de 
Antonio  de  Torres,  que  en  varias  ocasiones  llevó  el  mando  de  las  flotas  que 
iban  y  regresaban  de  las  Indias,  y  que  murió  desgraciadamente  en  la  nao  en 
que  se  anegaron  Bobadilla,  Roldan  y  otros  muchos  en  los  primeros  días  del 
mes  de  Julio  del  año  1502. 


.     NOTAS 

'  No  sabemos  el  fundamento  en  que  se  apoyará  nuestro  docto  amigo 
Mr.  H.  Harrisse,  para  asegurar  que  esta  carta  fué  escrita  un  mes  después  de  la 
llegada  de  Cristóbal  Colón  á  Cádiz, 

«  Un  mois  environ  aprés  son  arrivée,  escribe,  Colomb,  miné  par  les  chagrins, 
ecrivit  une  lettre  á  Doña  Juana  de  la  Torre.  Cest  le  document  connu  sous  le 
titre  de  Carta  al  ama  1.» 

A  nuestro  entender,  basta  con  leer  el  epígrafe  que  el  mismo  Almirante  hizo 
poner  en  las  copias  para  conocer  que  la  carta  se  escribió  á  bordo  de  la  carabela, 
durante  la  travesía,  viniendo  preso  de  las  Indias,  como  en  aquél  se  expresa. 
Y  así  lo  entendió  Washington  Irving,  que  dice  terminantemente:  «En  el  dis- 
curso del  viaje  había  compuesto  una  larga  carta  para  doña  Juana  de  la  Torre, 
dama  de  la  corte,  muy  favorecida  de  la  Reina,  y  nodriza  que  había  sido  del 
príncipe  don  Juan.   A  su  arribo  á  Cádiz  le  permitió  Andrés  Martín,  el  capitán 

de  la  carabela,  que  enviase  esta  carta  reservadamente  y  por  expreso »   Este 

documento  dio  á  los  soberanos  la  primera  noticia  del  trato  que  había  reci- 
bido •< 

*  Si  yo  robare  las  Indias  y  tierra  que  fan  faze  en  ello  (texto  del  P.  Las 
Casas).  Ni  de  una  manera  ni  de  otra  se  da  una  lección  inteligible,  pudiendo 
sospecharse  con  fundamento  que  faltan  algunas  palabras,  que  relacionarán  dos 
cosas  diferentes,  robar  las  tierras  de  las  Indias,  y  alguna  reliquia  preciosa  del 
altar  de  San  Pedro,  ó  el  altar  mismo  para  darlo  á  los  moros, 

»  Esto  dice  porque  era  entonces  muerto  el  príncipe  don  Juan.  (Nota 
puesta  al  texto  por  el  P.  Las  Casas). 

*  Este  párrafo  no  se  encuentra  en  el  texto  de  Las  Casas, 

*  Tampoco  estos  dos  renglones  están  en  la  Historia  de  las  Indias. 

«  Ha  de  tener  un  bueno  —  Sospecha  J,  B,  Spotorno,  que  en  esta  frase 
para  él  oscura,  escondió  el  Almirante  un  pensamiento  que  pudiera  ofender  los 
oídos  de  la  señora  á  quien  escribía.  Cambiando  la  puntuación  en  la  forma  que 
la  trae  el  texto  del  P.  Las  Casas — de  nueve  d  diez  son  agora  en  precio,  de  todas 
edades  ha  de  tener  un  bueno. — se  comprende  que  la  expresión  del  Almirante  es 
que  de  aquellas  edades  se  vendían  á  buen  precio. 


">»:■ 


^•&k 


Christophe  Colomb...,  tomo  II,  pág.  II4. 

Vida  y  viajes  de  Cristóbal  Colón,  libro  XIV,  cap.  I. 


392 


CRISTÓBAL  COLON  ' 


'  El  párrafo  que  hemos  puesto  en  letra  bastardilla  no  está  en  el  texto  del 
Códice  diplomático  Colombo  Americano,  que  se  guarda  en  Genova  y  sirvió  de 
original  para  el  libro  publicado  en  1823;  pero  se  lee  en  la  otra  copia,  remitida 
también  por  Colón,  y  que  hoy  existe  en  París,  y  en  el  libro  del  P.  Las  Casas. 

"    Este  párrafo  no  está  en  el  texto  de  Las  Casas. 

*     «Que  ya  lo  tenia  bien  entendido,» — dice  el  texto  del  P.  Las  Casas. 

'»     «Que  él  tuviese  fecho  el  nido  de  que  se  dá  buena  priesa.»  Las  Casas. 

"  Desde  las  palabras — y  nunca  mas  mal  me  viniese  hasta  el  fin  de  este 
párrafo  falta  en  el  texto  de  la  Historia  de  Indias.  Donde  dice  coto  artí  se  lee 
Calicut  en  la  copia  existente  en  el  Ministerio  de  Negocios  Extranjeros,  en  París. 

"  «Es  verdad  que  el  que  tiene  algún  indio  coje  esto,  mas  el  negocio  con- 
siste en  el  cristiano,»  dice  el  texto  de  Las  Casas. 

'»  Las  Casas  escribe:  «que  caí  en  ello  con  inocencia  y  forzosamente, 
como  sabrá  después  por  entero,  y  el  cual  soy  su  fechura,  y  miraran  á  mis 
servicios.» 

'■*  El  P.  Las  Casas  concluye  diciendo:  «Esto  así  todo  contenia  la  carta  del 
Almirante  para  el  ama  del  Príncipe.» 


(E).-Pág.  354 

Cartas  dirigidas  al  Cardenal  Cisneros 

por  los  frailes  franciscanos  que  fueron  á  américa 

(Octubre  de  1500) 

(Tomo  73,  rotulado  Asuntos  pertenecientes  á  los  conventos,  f.°  18) 


Colección  de  MSS.  del  tiempo  de  Cisneros,  conservada  en  la 
Biblioteca  de  la  Universidad  central 

(Boletín  histórico,  publicado  por  Villa- Amil,  Hinojosa,  Allende  Salazar  y  Gesta 
Madrid.  Aribau,  1880,  número  3.",  pág.  43) 

R.°  In  cristo-padre  y  S.*"" 

después  de  vesar  las  manos  de  vuestra  R.""*  s.  sabrá  como,  lores  á 
nuestro  s.,  venymos  aquj  á  esta  ysla  muy  buenos  avnque  poco  ó  mucho 
atodos  nos  probó  la  tierra  de  calenturas,  de  manera  que  quando  las 
caravelas  se  partjeron  ya  todos  estaban  buenos  e^etto  fray  rr.°  e  yo  que 
avn  no  estamos  Ijbres  dellas.  ||  otro  sy  sabrá  como  de  la  conversyon  de  los 
yndjos,  a  la  qual  vuestra  señorja  tjene  tanto  afecto,  de  tal  manera  lo 
traya  nuestro  s.,  que  todos  sin  poner  objeto  alguno  rregben  el  batjsmo 
en  que  en  este  tienpo  que  las  caravelas  aquj  an  estado,  avnque  avya 
hartas  ocupa^yones  acabsa  del  almjrante  e  sus  hermanos,  se  an  baptisado 
mas  de  dos  myll  animas,  de  fcrma  que  yo  espero  en  nuestro  señor  que 
para  otro  vyage  quando  otras  caravelas  ayan  de  venyr  será  muy  grande 
el  número  dellos,  ansy  que  por  amor  de  nuestro  señor,  pues  vuestra 
señoría  empezó  este  negozyo  tan  grande  y  tan  merytorjio,  que  prosyga 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


393 


adelante  su  santo  proposyto  ||  y  trabaje  con  los  perlados  de  la  orden  como 
enbyen  aquj  Reljsyosos  ||  e  tanbien  son  necesarios  aquí  clerygos  ||  e  sobre 
todo  alguna  persona  buena  para  perlado  pues  ay  tantos  sobrados,  e  la 
tierra  de  aquj  es  tan  grande  e  la  gente  della  son  tantas  que  son  muy 
necesaryos,  y  vuestra  s.  como  haze  otras  Ijmosnas  haga  esta  de  proveer 
alos  Reljsyosos  que  ansy  bynjeren  hasta  ponellos  acá  ||  e  porque  el 
s.  comendador  escryve  á  vuestra  s.  como  el  almjrante  e  sus  ermanos  se 
quisyeron  ai^ar  e  poner  se  en  defensa  juntando  yndjos  y  xpyanos,  e  todas 
las  cosas  de  acá  escrybe  por  estenso  ||  e  tanbyen  que  el  padre  fray 
fran9Ísco  va  alia,  el  qual  le  ynformara  muy  largamente  de  las  cosas  de 
acá  porque  personalmente  las  a  visto  e  dará  algunas  cosas  apuntadas  que 
al  presente  me  pare^yeron  que  se  devyan  prover  ||  no  alargo  mas,  syno 
que  sabrá  v.  s,  coesto  poco  que  tuvo  salud  trabajo  mucho,  que  casy  el 
batjzo  de  todos  los  que  aRiba  djze  ||  yo  en  que  sabya  los  trabajos  de  la 
tierra  syempre  tuve  que  no  era  para  acá  e  que  le  engañaban  sus  deseos, 
porque  no  confyrmaba  sus  subjeto  con  ellos  ||  empero  es  de  agradecer  el 
trabajo  que  sea  puesto  por  amor  de  dios,  el  s.  sabe  que  nos  peso  a  todos, 
porque  no  pudo  saljr  con  su  buen  deseo  |[  enpero  tenemos  confyanza  que 
nos  ayudara  de  alia  endereijando  e  soljpytando  las  cosas  que  tocaren  al 
byen  de  acá  ||  hago  saber  a  vuestra  s.  como  el  almjrante  fablando  al  mj 
compañero  20  leguas  adelante  del  puerto,  entre  ^yertas  Razos  dixo  que 
aunque!  ar^obyspo  de  toledo  avya  djcho  que  no  bolverya  acá  que  el  se 
bolverya  ||  todos  estos  padres  están  buenos  y  besan  las  manos  de  vuestra 
s.  y  Ruegan  a  nuestro  s.  por  el  ||  los  quales  y  yo  con  ellos  quedamos  a  su 
mandamjento,  fecha  en  las  yndias  (12)  de  octubre =yndino  syerbo  de 
vuestra  s.=fray  ju.*'  deleudelle  =  de  picardía. 

(Sobre)  Al  R."""  jn  Xpo  padre  y  senor=el  s."'  arzobispo  de toledo^.'^ 
nuestro  padre. 


II 


R.""  señor  padre. 

Hago  saber  a  v.  Rev.*""  como  el  señor  nos  dio  buen  viaje  y  como 
hallegamos  aqui  todos  muy  buenos,  avnque  avemos  tenido  harto  trabajo 
echar  de  aquj  estos  señores,  los  quales  se  Pusieron  en  se  aver  de  defender 
sino  que  el  señor  no  les  dexo  salir  con  su  mal  proposito,  otrosi  todos 
enfermamos  poco  o  mucho  enpero  todo  lo  damos  por  bien  empleado  en 
padescer  lo  por  christo,  y  en  hallar  en  estas  gentes  el  aparejo  que 
deseauamos  para  los  baptizar,  que  en  esta  tardanza  aqui  de  los  navyos, 
avnque  como  dixe  estauamos  todos  ocuppados  se  Baptizaron  mas  de  tres 
mjU  animas.  ASi  que  muy  amado  señor  Padre  porque  otros  os  escriuen 
muy  largo  las  cosas  de  acá  no  quiero  alargar  mas  sino  Rogamos  por  amor 
de  nuestro  señor  ihux.°,  pues  el  os  comunico  singularmente  el  celo  de  las 
animas  y  veis  quan  poco  se  curan  Dello,  que  lo  fauorezcays  como  siempre 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  50. 


3^4 


CRISTÓBAL  COLÓN 


^ 


y\¡  : ñ}'^''"::^■■■- 


aveys  hecho  y  trabajeys  como  el  almirante  ni  cosa  suya  buelva  mas 
aesta  tierra  porque  se  destruyria  todo  y  en  esta  ysla  no  quedaría  xiano 
ni  Religioso,  otrosí  deys  manera  con  todos  esos  perlados  de  la  orden 
como  De  cada  custodia  vengan  aquí  algunos  Religiosos  porque  la  tierra 
es  tan  grande  e  tanta  la  gente  que  son  muy  nescesaríos;  y  en  tanto 
ordenarnos  hemos  de  manera  que  se  haya  algún  bien,  lo  qual  espero  en 
nuestro  señor  que  sera  mucho,  y  porque  fray  francisco  va  alia,  asi  porque 
acá  se  hallaua  siempre  algo  enfermo,  como  porque  nos  ayude  en  algo 
desde  alia,  no  alargo  mas  sino  que  rruego  yo  a  nuestro  señor  que  os 
alunbre  siempre  para  que  hagays  grandes  cosas  por  su  honor,  como 
espero  en  su  misericordia  que  hareys.  De  las  indias  XTI  de  octubre^ 
servus  indignus,  v.  d. = fray  Juan  ==  de  robles. 

(Sobre)  Al  R."""  señor  el  s."  Ar(;;o=:bispo  De  Toledo  nuestro  padre 


III 


Reuerendissimo  señor 

por  amor  de  dios  que  pues  vuestra  rre.*  asido  ocasión  que  tanto  bien  se 
comen(;;ase  en  que  saliesse  esta  tierra  de  poderyo  del  Rey  faraón,  que 
faga  que  él  ni  nenguno  de  su  nación  venga  en  estas  islas,  y  que  a  fray 
francisco  rouys  le  de  crédito  y  anda  par  que  negocie  las  cosas  del  pro- 
veymiento,  y  si  frayres  vjniesen  los  anime  vuestra  rre.^  y  estas  cosas 
pocas  que  vjenen  en  el  memorial,  que  muchas  quedaron  para  otra  vez, 
que  vuestra  rre.^  las  despache,  pues  que  son  del  prouecho  común  de 
hayti  a  Xlj  de  octubre  =^  vuestro  obediente  hyjo  =  f  juan  =  de  trasierra. 
(Sobre)  dissimo  s.  el= o  de  toledo,  &.^ 


Memorial  que  acompañó  á  estas  cartas 


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R."""  señor 
§  las  cosas  que  al  presente  se  ofrescen  tocantes  al  Prouecho  de  la  con- 
uersion  De  las  animas  para  que  vuestra  .s.  las  comunique  a  sus  altezas 
para  que  provean  acerca  Dellas  son  las  sigujentes. 
§  primeramente. 

§  que  si  sus  altezas  quieren  serujr  mucho  á  nuestro  señor  y  que  la 
conversión  de  las  animas  se  haga,  que  en  njnguna  manera  permittan 
que  el  almirante,  nj  cosa  suya  desta  ysla  buelva  ala  aver  de  governar  por 
que  se  destruyria  todo  y  ningún  xiano  nj  Religioso  en  ella  quedarla. 
§  otrosi  que  sus  altezas  den  forma  e  manera  como  vengan  desta  tierra 
muchos  clérigos  e  Religiosos  para  les  administrar  el  sacramento  del 
baptismo  é  los  otros  sacramentos  é  para  los  enseñar  e  Doctrinar  porque 
las  gentes  della  son  sin  número. 
§  asi  mismo  que  por  que  esto  mejor  se  haga,  y  sin  hazer  De  ella  costa 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


395 


alguna  que  entre  tanto  que  a  esta  tierra  proveen,  De  Perlado  el  que  acá 
esta  que  tiene  la  auctoridad  Del  Papa  le  dexen  librernente  los  diezmos 
de  la  yglesia  asi  para  proveer  las  yglesias  De  las  cosas  necesarias  como 
para  el  proveymjento  De  las  personas  Religiosas  que  asi  vinjeren  con 
zelo  de  aprovechar, 

§  Iten  que  sus  altezas  provean  De  alguna  persona  ydonea  qual  conviene 
para  plantar  en  estas  tierras  la  yglesia,  para  que  seyendo  tal  tenga 
singular  cuydado  De  proveer  todas  las  cosas  neccesarias  á  su  plantación, 
máxime  que  los  diezmos  de  los  xianos  ya  avezindados  son  suffi^ientes 
para  ello. 

§  Iten  que  V.  s.  trabaje  con  sus  altezas  como  no  consientan  venjr  aesta 
tierra  ginoveses,  porque  la  Robaran  y  destruyran,  que  por  cobdicia  deste 
oro  que  se  ha  descubierto  lu'^  antonio  ginoves  trabajava  ya  De  hazer 
partido  con  los  vezinos  de  la  ysla  acerca  De  los  bastimentos  porque  otros 
no  pudiesen  venir  aqui  con  mercadurías,  lo  qual  es  un  daño  del  pueblo 
y  de  sus  altezas  porque  sacaran  el  dinero  dotros  Reinos ,  y  la  ysla  será 
mal  proveída  y  a  mayor  precio  de  lo  que  se  pudrie  aver,  sino  que 
quando  otra  cosa  no  se  pudiere  hazer,  vengan  e  carguen  en  brasil  e 
se  vayan. 

§  Iten  que  acerca  Del  oro,  lo  qual  aunque  sea  mas  que  lo  hasta  aqui 
avia,  enpero  no  es  en  tanta  cantidad  como  se  dize,  que  sus  altezas 
aguarden  las  franquezas  á  los  vezinos  de  la  ysla  que  agora  les  enbiaron, 
y  que  si  a  sus  altezas  se  les  haze  grave  y  que  pierden  mucho  en  ello,  que 
el  Obispo  de  Cordova  en  nombre  de  sus  al.  tenga  cargo  de  proueer  la 
ysla  De  bastimentos  e  resgates  porque  desta  manera  se  sacara  mas 
ganancia  que  si  se  quitase  o  terciase,  y  seria  mas  honesto  porque 
no  pares^iese  que  se  quebrantarla  la  franqueza  que  por  XX  años  les 
ha  dado. 

§  Que  modo  se  terna  con  los  casados  que  están  en  esta  ysla,  los  quales 
tienen  acá  mugeres  y  hijos,  porque  estos  son  muchos,  ó  los  mas. 
§  Otro  tal  di  á  su  al.  por  mandado  de  aquellos  padres. 


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400 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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^ICÍ-N]' 


Si  los  enemigos  de  Cristóbal  Colón  se  habían  pro- 
puesto con  su  conducta  indigna,  causarle  graves  penas,  y 
rebajar  su  importancia ,  puede  decirse  que  so'lo  á  medias 
consiguieron  su  objeto,  pues  si  bien  lastimaron  profunda- 
mente su  corazo'n  y  acibararon  sus  días,  la  violencia  misma 
y  la  injusticia  del  atropello  produjeron  una  reaccio'n  en  el 
espíritu  del  pueblo,  que  proporciono'  al  Almirante  momentos 
de  popularidad  casi  tan  entusiasta  como  cuando  desembarco' 
á  la  vuelta  de  su  primer  viaje.  La  humillacio'n  fué  para  los 
envidiosos.  El  sentimiento  nacional  se  manifestó  unánime, 
espontáneo ;  la  indignación  no  tuvo  límites  cuando  se  vio' 
llegar  con  grillos  en  los  pies  á  aquel  hombre  insigne,  lanzado 
como  un  criminal  desde  aquellas  mismas  playas  cuyo  cono- 
cimiento se  le  debía;  desde  aquel  mundo  que  él  había  des- 
cubierto. 

Se  olvidaron  por  el  momento  todos  los  desastres  que 
antes  se  deploraban,  cesaron  todos  los  rumores  contrarios  al 
descubrimiento,  y  la  voz  pública  simpatizo'  con  la  víctima, 
sin  tratar  de  conocer  la  causa  de  aquella  inmensa  desgracia, 
ni  el  origen  de  tan  inmerecido  infortunio,  pidiendo  el  castigo 
de  los  autores  de  aquel  atentado.  En  Cádiz  y  en  Sevilla  el 
clamor  tomo  tanta  fuerza,  que  hizo  enmudecer  á  los  calum- 
niadores, y  ocultarse  avergonzados  de  su  obra  á  todos  los 
enemigos  del  Almirante.  La  efervescencia  popular  fué  en 
aumento,  manifestándose  claramente  en  el  deseo  de  ver  al 
descubridor  y  á  sus  hermanos;  y  en  tal  proporcio'n  llego'  á 
Granada,  donde  en  aquel  momento  se  encontraban  los 
Reyes  Cato'licos,  causándoles  una  sensacio'n  que  no  es  posible 
describir. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


401 


A  manos  de  los  Reyes  llegaron  las  cartas  del  gober- 
nador de  Cádiz  y  del  comandante  Alonso  Vallejo,  casi  en  el 
momento  mismo  de  saber  por  conducto  de  doña  Juana  de  la 
Torre  la  grave  injuria  inferida  á  Cristóbal  Colón.  Pidieron 
á  aquella  distinguida  señora  la  carta-  que  el  Almirante  la 
escribiera;  la  Reina  vertió  lágrimas  al  escuchar  su  lectura, 
y  el  mismo  Rey  don  Fernando,  aunque  siempre  se  había 
mantenido  frío  y  reservado  respecto  del  descubrimiento,  se 
sintió'  conmovido  ante  el  abuso  que  se  había  cometido,  atre- 
pellando la  autoridad  de  quien  le  representaba.  Desde  aquel 
punto  Bobadilla  estaba  juzgado;  sus  acciones  fueron  sus 
acusadores;  y  aunque  no  se  le  dio'  el  ejemplar  castigo  que 
la  justicia  reclamaba,  la  Providencia  se  lo  reservo'  para 
hacerlo  muy  palpable  3'^a  que  los  Reyes  no  llegaron  adonde 
podían. 

En  el  momento  mismo,  uniéndose  los  Soberanos  al 
movimiento  general  de  indignacio'n ,  quisieron  demostrar 
claramente  á  la  faz  de  todos  que  reprobaban  tan  arbitrarias 
medidas ,  tomadas  sin  que  se  hubiera  dado  autorizacio'n  para 
ello,  y  aun  en  contra  de  sus  patentes  deseos.  Dirigieron  al 
Almirante  una  carta  en  extremo  afectuosa,  llena  de  expre- 
siones de  benevolencia,  invitándole  á  presentarse  en  la  corte, 
y  mandando  que  para  resacirle  en  alguna  parte  de  los 
perjuicios  que  se  le  habían  causado  le  entregasen  dos  mil 
ducados.  Con  esta  carta  iba  la  orden  terminante  al  gober- 
nador de  Cádiz  de  que  dejase  en  libertad  al  Almirante  y  á 
sus  hermanos,  y  les  guardase  todo  género  de  atenciones. 

No  se  esperaron  las  informaciones  del  Comendador,  ni 
se  leyeron  cuando  llegaron.  El  hecho  estaba  juzgado,  y 
Colón  respiro'  ensanchándose  su  corazo'n  al  ver  que,  como 
había  esperado,  era  públicamente  reconocida  su  inocencia,  y 
puesta  en  claro  la  maldad  que  con  él  se  había  cometido. 
Desde  Cádiz  paso'  con  sus  hermanos  á  Sevilla ,  donde  mal  su 
grado  hubo  de  entregarle  el  obispo  Fonseca  los  ocho  mil 
quinientos  pesos  fuertes  que  le  mandaban  pagar  los  Reyes; 
Cristóbal  Colón,  t.  il— 51. 


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402 


CRISTÓBAL  COLON 


y  allí  se  detuvo  algunos  días  ordenando  nuevamente  su  casa 
y  servidumbre  y  preparándose  para  presentarse  con  el 
decoro  necesario  en  la  corte.  Después  emprendió  nuevamente 
el  camino,  y  llego  á  Granada  el  17  de  Diciembre. 

Aquel  anciano  -enfermo  y  venerable,  el  hombre  que 
había  prestado  á  la  corona  de  España  un  servicio  tan  grande 
cual  no  se  recordaba  en  los  anales  del  mundo,  entro'  en  el 
regio  salo'n  de  la  Alhambra  turbado  y  silencioso,  pero  con  el 
continente  grave,  severo  y  mesurado  del  hombre  que  se 
juzga  agraviado  injustamente.  La  situacio'n  de  los  Rej^es  era 
^  también  un  tanto  angustiosa;  pero  al  ver  adelantarse  hacia 
su  trono  al  ilustre  genovés,  á  quien  tanto  debían;  al  tener 
ante  su  vista  á  la  víctima  de  tan  atroz  infortunio,  se  levan- 
taron espontáneamente  y  le  tendieron  las  manos,  Isabel  con 
los  ojos  arrasados  en  lágrimas,  Fernando,  aunque  disimu- 
laba, profundamente  conmovido  ^  No  esperaba  Colón  tan 
favorable  acogida,  ni  muestra  tan  alta  de  deferencia  y  consi- 
deracio'n,  y  al  verse  de  tal  suerte  honrado,  después  de  tantos 
sufrimientos,  su  entereza  vino  por  tierra,  y  llorando  intento' 
arrodillarse,  aunque  los  Reyes  no  lo  consintieron.  Desde 
aquel  punto  vario'  por  completo  el  aspecto  de  los  negocios  de 
Indias  con  respecto  al  Almirante;  los  sentimientos  nobles 
se  sobrepusieron  á  las  pasiones  mezquinas ,  y  la  causa  quedo' 
juzgada. 

Largo  rato  permaneció'  Colón  sin  poder  articular  una 
palabra,  porque  los  sollozos  las  ahogaban  en  su  garganta. 
Las  primeras  frases  que  pronuncio'  fueron  para  protestar  de 
su  lealtad  y  afecto  á  los  Reyes,  y  de  la  rectitud  de  sus 
intenciones,  cuyos  resultados  no  habían  podido  ser  tan 
grandes  como  se  esperaba  por  las  graves  dificultades  que  se 


'  En  la  carta  que  los  Reyes  dirigieron  á  Colón  desde  Valencia  de  la 
Torre,  fecha  en  14  de  Marzo  de  1502,  le  dijeron  :  'itened por  cierto  que  de  vues- 
tra prisión  nos  pesó  mucho,  é  bien  lo  vistes  vos  é  lo  convinieron  todos  claramente, 
pues  que  luego  que  lo  sopimbs  lo  mandamos  remediar,  y  sabéis  el  favor  con  que 
os  habemos  mandado  tratar  siempre.» 


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LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


403 


le  habían  opuesto.  No  consintió'  doña  Isabel  que  continuase 
por  entonces  en  su  disculpa;  las  ofensas  causadas  al  Almi- 
.rante  del  mar  Occéano,  lo  habían  sido  sin  autorizacio'n  y 
contra  los  deseos  de  los  Reyes ;  lastimaban  la  autoridad  y 
el  prestigio  del  trono,  y  á  ellos  correspondía  su  vindicacio'n. 

Enmudeció'  la  envidia:  los  secuaces  de  Fonseca  se  ocul- 
taron, y  nadie  presto  atencio'n  á  las  acusaciones  que  antes  se 
habían  hecho,  ni  los  Reyes  cuidaron  de  examinar  los  procesos 
formados  por  el  comendador  BobadilU  ,  ni  dieron  fe  á  las 
cartas  que  formulando  cargos  á  Colón  y  disculpando  sus 
propios  hechos  había  escrito. 

En  la  corte  ocupo'  Colón  desde  aquel  punto  el  alto 
lugar  que  de  derecho  le  correspondía;  los  Reyes  aprove- 
chaban cuantas  ocasiones  se  ofrecían  para  tratarle  con  gran- 
des consideraciones,  dándole  públicas  muestras  de  su  favor, 
como  si  quisieran  expresar  á  vista  de  todos  su  repro- 
bacio'n  á  los  procedimientos  de  Bobadilla,  y  aseguraron  al 
Almirante  que  le  serían  devueltos  cuantos  bienes  le  había 
ocupado  aquel  violentamente,  y  volvería  al  goce  de  todos 
los  privilegios  y  dignidades  de  que  se  le  había  despojado, 
dando  la  mayor  señal  de  su  indignacio'n  en  quitar  desde 
luego  de  su  cargo  al  Comendador. 


II 


Descansando  de  las  penalidades  anteriores ,  y  esperando 
resoluciones  concretas  sobre  los  muchos  puntos  que  las  recla- 
maban para  el  régimen  y  administración  de  las  colonias, 
permaneció'  Cristóbal  Colón  muchos  meses  en  Granada, 
siendo  recibido  por  los  Reyes  con  el  mayor  afecto,  y  tratado 
con  gran  distincio'n,  con  verdadero  aprecio  por  la  nobleza  y 
el  clero  de  la  corte. 


404 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Su  vindicación  fué  clara;  su  conducta  fué  de  todos 
conocida  y  aprobada;  pero  después  de  satisfechos  sus  agra- 
vios en  lo  que  tenían  de  personales,  si  así  puede  decirse, 
empezaron  las  dilaciones  para  otros  despachos,  y  para  acceder 
á  las  reclamaciones  que  con  harta  justicia  formulaba  cada 
día  con  mayor  insistencia. 

La  política  reservada  y  cauta  del  rey  don  Fernando, 
empezó'  á  conocerse  entonces  más  abiertamente  en  todo  lo 
que  á  las  Indias  Occidentales  tocaba ,  y  á  ella  se  atribuye 
que  no  fuera  más  pronto  el  despacho  de  las  peticiones  de 
Colón,  ni  más  cumplidas  las  satisfacciones  que  se  le  dieron 
por  los  atentados  que  con  él  se  habían  cometido.    La  impor- 
tancia de  los  descubrimientos  que  el  mismo  había  hecho  en 
tierra  firme ,   y  tanto   enaltecía ,   con  sobrada   razo'n ,    y   las 
nuevas  noticias  que  se  habían  adquirido  en  los  viajes  que 
emprendieron  Alonso  de  Ojeda,   Rodrigo  de  Bastidas,  Vi- 
cente Yáñez   Pinzo'n  y  otros   intrépidos   viajeros,    llamaron 
poderosamente  la  atencio'n  del  rey  don  Fernando,  haciéndole 
meditar  profundamente   sobre  el  alcance  que  pudiera  tener, 
y  las  dificultades  que  ofrecería   el  cumplimiento  de  lo  capi- 
tulado  con   Cristóbal    Colón   en   la   Vega   de   Granada   al 
comenzar  el  año    1492.    La  cesión  de  altísimos  cargos,  que 
allí  se  hizo   á  perpetuidad  y  sin  limitaciones;  la  soberanía 
y   jurisdiccio'n    concedida   sobre   muy   dilatados  territorios, 
cuya  extensio'n  ya  causaba  asombro  y   cuyos  límites  no   se 
conocían  aún,   ni  habían  de  ser  medidos  en  mucho  tiempo; 
la  enormidad  de  los  productos  de  aquel  mundo  nuevo,  sobre 
los  cuales  se  había  concedido    una    participacio'n  crecida  y 
constante    á    los    individuos    de    una    familia,    sin    término 
alguno,  y  otros  muchos  problemas  de  ardua  resolucio'n  que 
de  aquí  se  deducían,  hicieron  reflexionar  al  Rey  Cato'lico  y 
á  sus  consejeros  sobre  la  trascendencia  que  envolvían.    Pero 
no  se  tomo'  el  camino  recto,   el  que  aconsejaban  á  la  vez  la 
dignidad  y  la  prudencia,  por  el  que  quizá  se  hubiera  llegado 
á  una  avenencia  honrosa;   pues  fácil  cosa  era  que  Cristóbal 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


405 


Colón  en  su  elevada  inteligencia  hubiera  apreciado  debida- 
mente las  graves  dificultades  que  se  oponían  al  cumplimiento 
estricto  de  lo  estipulado,  y  los  males  que  podrían  sobrevenir 
por  exigirlo ;  mas  lejos  de  acudir  á  la  razo'n  y  al  convenci- 
miento se  echo'  mano  de  otros  medios  dilatorios,  dando  lugar 
á  justas  recriminaciones,  á  multiplicados  disgustos,  y  por 
último  á  un  proceso  ruidoso  que  duro'  muchas  generacio- 
nes, y  en  el  que  no  quedaban  bien  paradas  las  altas  institu- 
ciones del  Estado,  por  la  poca  habilidad  de  sus  represen- 
tantes. 

Desde  Diciembre  del  año  1500  permaneció'  el  Almirante 
en  Granada  ocupando  su  puesto  oficial  al  lado  de  los  Reyes, 
al  paso  que  era  agente  de  sus  propios  asuntos,  lo  mismo 
para  que  se  reparasen  los  perjuicios  que  se  le  habían  ocasio- 
nado, que  para  que  se  le  restituyese  en  los  bienes  de  todas 
clases,  libros  y  papeles  de  que  se  le  despojara  sin  causa 
alguna,  y  se  le  habilitara  para  emprender  nuevos  viajes. 

Pero  su  actividad  no  podía  estar  sin  ejercicio.  Volviendo 
á  sus  primeros  pensamientos,  y  juzgando  que  muy  luego 
podrían  ser  de  gran  entidad  los  productos  que  se  obtuvieran 
en  los  países  nuevamente  hallados,  tanto  los  de  la  isla  Espa- 
ñola como  los  de  la  tierra  firme  y  golfo  de  las  perlas, 
comenzó  á  exaltarse  su  celo  religioso  con  la  idea  del  rescate 
del  Santo  Sepulcro.  Su  imaginacio'n  ardiente  dio'  cuerpo  á 
muchas  ilusiones:  se  vio'  llamado  por  la  Providencia  á  que- 
brantar el  poder  de  los  infieles;  extender  la  religio'n  cristiana 
á  un  nuevo  mundo,  al  paso  que  con  las  inmensas  riquezas 
que  por  este  medio  se  ponían  en  sus  manos,  recobrara  para 
el  catolicismo  los  santos  lugares  donde  se  realizaron  los  suce- 
sos de  la  pasión  del  Salvador.  Fijo  en  este  intento  consagro' 
sus  vigilias  al  estudio  de  los  libros  sagrados,  y  á  recorrer  los 
más  renombrados  expositores,  buscando  en  la  correspon- 
dencia con  los  más  profundos  teo'logos,  sus  amigos,  doctrinas 
y  teorías  para  robustecer  su  creencia. 

Resultado  de  sus  trabajos  fué  el  libro  que  hoy  llamamos 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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de  las  Profecías  %  y  que  él  intitulo  « Maniptdus  de  auctorita- 
tilms,  dictis  ac  sententiis  et  prophetiis  circa  materiam  recuperando: 
sancta  civitatis  et  montis  Dei  Sion.y>  Allí  reunió  todos  los 
textos  que  le  pareció'  concurrían  á  su  intento,  y  después  de 
siete  meses  de  prolijos  estudios  lo  remitió'  al  P.  fray  Gaspar 
Gorricio,  monje  de  la  Cartuja  de  Sevilla,  para  que  lo  pro- 
siguiera. Está  unido  también  al  co'dice  original,  el  traslado 
de  la  carta  que  sobre  el  mismo  asunto  escribió'  á  los  Reyes 
Cato'licos  2  en  la  que  intentaba  moverles  á  tan  gran  empresa; 
y  para  vencer  la  incredulidad,  hacía  oportuno  recuerdo  á  la 
suerte  que  había  cabido  á  sus  anteriores  proposiciones:  — 
«Milagro  evidentísimo,  dice,  quiso  fazer  nro.  Señor  en  esto 
del  viaje  de  las  Indias ,  por  me  consolar  á  mi  y  á  otros  en 
estotro  de  la  Casa  Santa:  siete  años  pasé  aqui  en  su  Real 
Corte  disputando  el  caso  con  tantas  personas  de  tanta  auto- 
ridad y  sabios  en  todas  artes ,  y  en  fin  concluyeron  que  todo 
era  vano,  3^^  se  desistieron  con  esto  dello:  después  paro  en  lo 
que  Jesucristo^  Nuestro  Señor  dixo,  y  de  antes  había  dicho 
por  boca  de  sus  santos  Profetas,  y  ansi  se  debe  de  creer  que 

parará  estotro Yo  dije  que  diria  la  razón  que  tengo  de 

la  restitución  de  la  Casa  Santa  á  la  Santa  Iglesia;  digo  que 
yo  dejo  todo  mi  navegar  desde  edad  nueva  y  las  pláticas 
que  yo  haya  tenido  con  tanta  gente  en  tantas  tierras  y  de 
tantas  setas,  y  dejo  las  tantas  artes  y  escrituras  de  que  yo 
dije  arriba:  solamente  me  tengo  á  la  Santa  y  sacra  Escri- 
tura,  y  á  algunas  autoridades  proféticas »    Aquí   están 

retratados  por  entero  las  dos  cualidades  salientes  que  for- 
maban el  fondo  de  todos  los  pensamientos  grandes  de  Cris- 
tóbal Colón.  Su  inteligencia  superior  le  hacía  concebir 
ideas  sublimes,   que  meditaba  con  recto  juicio  para  poder 


*     Biblioteca  Colombina,  Z,  138-25.   Hoy  separado  en  la  vitrina  de  que  se 
habló  en  el  tomo  I,  pág.  217. 

Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (A.).  Al  fin  de  este  volumen 
pueden  verla  nuestros  lectores  fielmente  reproducida  pOr  la  foto-litografía.  Tiene 
correcciones  y  párrafos  autógrafos  de  Colón. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


407 


llevarlas  al  terreno  de  la  realización;  pero  la  misma  elevacio'n 
de  su  ingenio  exaltaba  su  fantasía;  una  imaginacio'n  no 
menos  viva  y  ardiente  le  conducía  á  formar  sobre  aquellos 
datos  científicos  otros  planes  quiméricos.  Esta  es  la  expli- 
cacio'n  de  aquel  proyecto  de  rescatar  el  Santo  Sepulcro  del 
poder  de  los  infieles,  que  si  bien  puramente  fantástico, 
estaba  también  dentro  de  los  sentimientos  de  la  época,  y 
acaloraba  la  imaginacio'n  de  muchos  españoles,  que  después 
de  haber  plantado  la  enseña  de  la  cruz  en  las  torres  de  la 
Alhambra,  y  arrojado  al  África  á  los  últimos  sectarios  de 
Mahoma,  soñaban  con  vencer  a  los  turcos  y  ganar  los  Santos 
Lugares.  Porque  es  de  notar  que  la  proposicio'n  del  Almi- 
rante, siquiera  irrealizable,  á  nadie  pareció'  entonces  ridicula, 
ni  tacharon  á  su  autor  de  visionario,  por  más  que  lo  fuera 
en  realidad.  La  idea  de  una  cruzada  bullía  en  muchos 
cerebros,  y  la  aplicacio'n  de  las  grandes  riquezas  que  del 
Nuevo  Mundo  se  esperaban ,  á  satisfacer  la  paga  á  aquellos 
ejércitos  guiados  á  tan  noble  objeto,  á  nadie  pudo  parecer 
extraña. 

Tanto  es  esto  así,  que  al  mismo  pontífice  Alejandro  VI 
se  lo  comunicaba  el  Almirante  como  la  cosa  más  sencilla  en 
su  carta  de  Febrero  del  año  1502  ^,  en  la  que  después  de 
lamentarse  de  que  la  urgencia  de  sus  ocupaciones  no  le 
permitiera  ir  á  exponer  personalmente  á  Su  Santidad  su 
pensamiento ,  como  desde  el  principio  de  su  empresa  se  lo 
había  propuesto,  presentándole  una  escritura  que  para  ello 
tenía  hecha  en  la  forma  de  los  Comentarios  de  César,  le  habla 
de  sus  dos  pensamientos  unidos  con  la  ma37^or  naturalidad, 
diciendo:  «Esta  empresa  se  tomo'  con  el  fin  de  gastar  lo 
que  della  se  oviese  en  presidio  de  restituir  la  casa  Santa  á  la 
Santa  Iglesia.»  En  la  exaltacio'n  de  su  fe  religiosa,  y  en  su 
entusiasmo  científico  á  esto  se  creía  llamado  por  la  divina 
Providencia,    y    así    le   juzgaban    también    muchos    de    sus 


^^^^^^' 


!^ 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (B). 


4o8 


CRISTÓBAL  COLON 


contemporáneos ;  que  no  es  idea  original  del  conde  Roselly 
de  Lorgues  el  apellidar  á  Cristóbal  Colón  Embajador  de 
Dios,  como  puede  verse  en  la  carta  que  le  dirigió'  mosén 
Jaime  Ferrer  en  5  de  Agosto  de  1495  \  en  la  cual  le  decía: 
((por  tanto,  Sénior,  si  en  la  vuestra  mas  divina  que  humana 
peregrinación,  gustáis  que  sabor  tiene  de  sal  el  pan  que  en 
servicio  del  nuestro  Creador  se  come  en  esta  mortal  vid?, 
luego  tomad  ejemplo  de  las  ejemplares  vidas  susodichas, 
que  por  cierto  en  este  bajo  mundo,  fama  temporal  ni  gloria 
eterna  non  se  alcanza,  asentando  en  ploma  nin  durmiendo 
ocioso.  Yo,  Sénior,  contemplo  este  grande  misterio:  la  divina 
é  infalible  Providencia  mando'  al  gran  Thomás  de  Occidente 
en  Oriente  por  manifestar  en  India  nuestra  Sancta  y  Catho- 
lica  Le}'-:  v  á  vos,  Sénior,  mando'  por  esta  oppcísita  parte  de 
Oriente  á  Poniente,  tanto  por  divina  voluntad  sois  legado 
en  Oriente,  3^  en  las  extremas  partes  de  India  superior,  para 
que  oyan  los  siguientes  lo  que  sus  antipasados  neglijeron  de 
la  predicación  de  Tomas:  adonde  se  cumplió',  in  omnen  terram 
exivit  sonus  eurum;  y  muy  presto  seréis  por  la  divina  gracia 
en  el  signus  magnus,  acerca  del  cual  el  glorioso  Tomás  dej(5 
su  santo  cuerpo;  y  cumplir  se  ha  lo  que  dijo  K  summa 
verdad  que  todo  el  mundo  estarla  debajo  de  un  pastor  3^  una 
ley:  el  que  por  cierto  seria  imposible  si  en  esas  partes  los 
pueblos,  nudos  de  ropa  y  mas  nudos  de  doctrina,  no  fueran 
informados  de  nuestra  Sancta  fé;  y  cierto  en  esto  que  diré 
no  pienso  errar,  que  el  oficio  que  vos.  Sénior,  tenéis  vos 
pone  en  cuenta  del  Apostólo  y  Embajador  de  Dios,  mandado  por 
su  divinal  juicio  á  fazer  cognoscer  su  sancto  Nombre  en 
partes  de  incógnita  verdad » 


*  Se  encuentra  íntegra  en  el  libro  titulado  Sentencias  CathoUcas  del  divino 
poeta  Dant ,  compiladas  por  mosén  Jacme  Ferrer  de  Blanes.  —  Barcelona, 
1545,  in.  8." 

Navarrete. —  Colección  de  viajes,  tomo  II,  doc.  núm.  LXVIII. 


LIBRO  OUINrO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


III 


409 


Dedicado  á  este  pensamiento  piadoso,  consagrando 
muchas  horas  al  estudio  de  los  santos  Padres  y  expositores, 
para  buscar  textos  que  apo3^asen  sus  proposiciones,  tanto  en 
lo  relativo  á  la  predicacio'n  del  Evangelio  en  regiones  ignotas 
y  á  numerosísimos  pueblos ,  como  en  lo  referente  á  la  recon- 
quista del  Santo  Sepulcro  por  las  naciones  cristianas,  su 
idea  fija  era,  sin  embargo,  el  descubrimiento.  Los  tres  viajes 
que  había  hecho  á  las  llamadas  Indias  Occidentales  no  satis- 
facían la  aspiracio'n  de  su  inteligencia;  le  dejaban  muchos 
puntos  dudosos,  y  á  su  esclarecimiento  se  dirigían  constan- 
temente sus  meditaciones. 

Aclaradas  en  muchos  extremos  las  oscuridades  que  el 
primer  desembarco  causara,  fijas  3'a  sus  ideas  sobre  muchas 
que  al  principio  eran  dudas,  tal  vez  empezaba  á  comprender 
en  su  claro  talento  que  las  islas  que  había  descubierto,  y  la 
tierra  firme  que  había  explorado,  no  eran  los  confines  del 
Asia  descritos  por  tantos  viajeros.  Aquellas  islas  numerosas, 
aquellos  indígenas  pobres,  desnudos,  sin  nocio'n  alguna  de 
civilizacio'n,  sin  cultura  ni  adelantos  en  ciencias  ni  en  artes; 
aquellos  terrenos  incultos,  comarcas  dilatadas  sin  ciudades  se 
parecían  muy  poco  á  los  maravillosos  países  ponderados  por 
Marco  Polo,  á  los  que  había  creído  poder  llegar  directamente  y 
por  camino  más  breve:  la  luz  comenzó'  á  hacerse  ver,  y  abrigo 
la  sospecha  de  haber  tocado  una  porción  dilatadísima  de 
terreno  que  colocada  en  medio  del  Océano,  le  impedía  tocar 
á  la  extremidad  de  Asia  que  debía  estar  muy  cercana,  según 
sus  cálculos,  basados  en  todas  las  teorías  entonces  admitidas 
por  los  cosmo'grafos . 

Pero  partiendo   de   sus   propias   observaciones,    de   los 

Cristóbal  Colón,  t.  h.  —  52. 


4IO 


CRISTÓBAL   COLÓN 


m 


:^ 


^  pii 


datos  que  por  sí  mismo  habíci  recogido  3^  de  los  que  pudo 
aprovechar  traídos  por  las  expediciones  de  iVlonso  de  Ojeda 
y  de  Rodrigo  Bastidas;  la  configuracio'n  de  la  costa  de  Paria, 
y  la  de  Cuba,  que  el  creía  también  parte  del  continente, 
según  ya  dejamos  consignado,  y  él  estableció'  en  documento 
oficial  y  solemne,  le  indujeron  á  sospechar  que  pudiera  exis- 
tir un  estrecho  que  le  permitiera  pasar  al  mar  de  la  India. 

Esta  idea  despertó'  nuevamente  su  entusiasmo;  su  des- 
cubrimiento podía  ganar  en  importancia  y  tener  inmediata- 
mente asombrosos  resultados  si  por  la  vía  de  Occidente,  que 
él  había  seguido  y  descubierto,  lograba  llegar  con  mayor 
facilidad  á  los  riquísimos  países  adonde  habían  ido  después 
de  larga  navegacio'n  y  doblando  el  Cabo  de  las  Tormentas 
o'  de  Buena  Esperanza  los  portugueses  guiados  por  el  genio 
de  Vasco  de  Gama.  El  comercio  de  las  especias  y  de  los 
diamantes,  de  los  perfumes,  el  marfil  y  las  piedras  preciosas 
refluiría  en  España,  y  por  la  vía  de  Occidente  vendrían  á 
sus  puertos  con  mayor  seguridad  y  en  más  breve  tiempo  los 
productos  de  la  India  Oriental,  oscureciendo-esta  revolución 
todas  las  glorias  de  los  anteriores  navegantes. 

Soñaba  Cristóbal  Colón  con  el  descubrimiento  de 
aquel  estrecho,  que  juzgaba  debía  existir  en  lo  que  luego  se 
llamo  istmo  de  Darién,  y  fijo'  su  decisio'n  en  explorar  la  costa 
de  Paria  siguiéndola  cuanto  fuera  necesario  hasta  encon- 
trarlo. 

Al  exponer  á  los  Reyes  Cato'licos  su  nuevo  plan,  el 
triunfo  fué  completo.  La  Reina  tenía  fe  en  la  ciencia  del 
Almirante,  y  le  escuchaba  siempre  conadmiracio'n,  compren- 
diendo perfectamente  toda  la  elevacio'n  de  sus  pensamientos 
con  los  que  simpatizaba,  y  el  rey  don  Fernando  le  escucho 
también  con  visibles  señales  de  complacencia,  comprendiendo 
lo  trascendental  de  aquel  proyecto,  que  tenía  muchas  proba- 
bilidades de  acertado.  Conocido  el  carácter  frío  é  interesado 
del  Rey,  y  su  marcada  inclinacio'n  á  las  soluciones  prácticas, 
puede    comprenderse    el    efecto    que    le    causaran    aquellas 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


411 


nuevas  proposiciones  del  Almirante,  profundamente  medi- 
tadas, bien  presentadas  y  demostradas,  y  de  cuyo  resultado 
eran  ya  garantía  los  del  primer  viaje  y  descubrimiento,  que 
parecían  más  imposibles,  y  eran  desde  luego  más  aventu- 
rados. 

Orgullosos  estaban  los  monarcas  portugueses  con  los 
felices  viajes  de  Bartolomé  Díaz,  de  Vasco  de  Gama  y  de 
Alvarez  Cabral,  cuya  gloria  oponían  á  las  de  Colón,  Pinzo'n 
y  demás  descubridores  españoles,  y  cuyos  productos  eran 
más  ciertos  por  el  momento  y  habían  causado  verdadera 
locura  en  el  pueblo  lusitano.  Don  Fernando  aprecio'  en  su 
justo  valor  el  proyecto  de  cruzada  para  rescatar  el  Santo 
Sepulcro,  pero  lo  puso  á  un  lado,  esperando  sin  duda  á  que 
llegaran  los  caudales  del  Nuevo  Mundo,  que  todavía  no 
habían  parecido,  y  con  los  qué  debía  costearse  la  empresa; 
y  íijo  desde  luego  su  atencio'n  en  las  probabilidades  de  la 
existencia  de  aquel  estrecho  que  debía  dar  paso  á  los  mares 
de  la  India,  como  medio  de  quitar  importancia  al  comercio 
portugués,  llegando  por  camino  más  directo  á  aquellas 
opulentas  ciudades  donde  tales  ganancias  se  obtenían. 

Asegúrase  por  algunos  que  en  el  Consejo  de  los  Reyes 
encontró'  también  oposicio'n  este  nuevo  proyecto  de  descubri- 
miento, y  se  le  opuso  tenaz  resistencia,  alegando  los  apuros 
del  tesoro  y  los  muchos  gastos  que  ya  habían  causado  las 
empresas  del  Almirante ;  insinuando  también  la  idea,  suge- 
rida por  los  envidiosos  amigos  del  obispo  Fonseca,  de  que  la 
conducta  de  Colón  ofrecía  muchos  puntos  dudosos,  y  no 
debían  los  monarcas  emplearle  en  su  servicio,  ni  confiarle  el 
mando  de  hombres  y  de  barcos,  en  tanto  por  amplias  infor- 
maciones no  quedara  plenamente  comprobada  su  inocencia. 

No  dieron  oídos  los  Reyes  á  estas  mezquinas  insinua- 
ciones de  la  emulacio'n  y  del  odio.  Tanto  Doña  Isabel  como 
su  esposo  apreciaban  la  ciencia  y  el  talento  de  Colón  y  reco- 
nocían su  mérito,  aunque  le  concedieran  su  afecto  en  grado 
muy    diferente:    y    ambos    espontáneamente,    y    de   común 


ik^í/ 


412 


CRISTÓBAL  COLON 


acuerdo,  al  parecer,  decidieron  autorizarle  para  el  cuarto 
viaje,  poniendo  á  su  disposicio'n  cuantos  elementos  eran 
necesarios  para  el  objeto  que  se  proponía.  ((Dio'  sus  memo- 
riales, pidic)  cuatro  navios,  y  bastimentos  para  dos  años; 
fuéle  concedido  cuanto  dijo  serle  necesario,  prometiéndole 
sus  Altezas  «que  si  Dios  del  algo  en  aquel  viaje  dispu- 
siese, 6  que  no  tornase,  de  restituir  á  su  hijo  el  mayor, 
llamado  don  Diego  Colon,  en  toda  su  honra  y  estado.» 

Porque  don  Cristóbal  desde  su  llegada  á  la  corte  de 
Granada,  aunque  entregado  á  sus  piadosos  proyectos  y  á  sus 
meditaciones  científicas,  no  había  dejado  de  clamar  ni  un 
solo  día  contra  el  inicuo  proceder  del  comendador  Bobadilla, 
y  contra  los  atropellos  y  expoliaciones  de  que  había  sido 
objeto  en  su  persona  y  en  sus  bienes,  sin  mandato  de  los 
Reyes  y  sin  causa  alguna  que  los  justificase. 

Desde  el  momento  en  que  la  acogida  benigna,  cordial, 
afectuosa  de  los  Soberanos,  hizo  comprender  al  Almirante 
que  no  había  perdido  el  aprecio  en  que  sus  servicios  eran 
tenidos,  y  que  el  Comendador  había  procedido  arbitraria- 
mente, abusando  de  los  poderes  que  recibiera,  aprovechaba 
las  ocasiones  todas  para  demostrar  á  los  Reyes  sus  padeci- 
mientos, y  pedirles  justicia,  y  que  se  les  devolviesen  sus 
honores,  sus  cargos,  y  los  bienes  de  su  propiedad  que  se  le 
habían  arrebatado. 

Separaba  siempre  con  el  mayor  cuidado  el  Almirante 
los  diferentes  conceptos  de  sus  aspiraciones,  insistiendo  ante 
todo  en  lo  que  se  refería  al  porvenir  de  su  nombre ,  á  la 
gloria  de  su  descubrimiento.  Alma  noble,  elevada  por  natu- 
raleza, posponía  el  interés  material  á  la  fama  postuma,  y 
antes  pedía  honores  que  provecho.  Conocedor  del  mundo, 
en  cuanto  lo  permitía  su  carácter  siempre  candoroso  y  un 
tanto  soñador,  por  los  sinsabores  y  amarguras  que  le  había 
proporcionado,  apreciaba  el  dinero  y  sabía  bien  su  valor 
entre  los  hombres,  pero  olvidaba  lo  que  valían  las  riquezas 
en  el  punto  mismo  en  que  tocaba  á  sus  prerrogativas,  á  sus 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


413 


cargos,  á  los  derechos  adquiridos  en  recompensa  de  sus 
servicios.  En  este  concepto  eran  siempre  sus  más  vehementes 
reclamaciones  hechas  personalmente  á  los  Reyes:  «les  supli- 
caba que  le  tornasen  á  restituir  en  su  estado,  guardándole 
sus  privilegios  de  las  mercedes  que  le  habií^n  concedido,  pues 
él  habia  cumplido  lo  que  prometió,  y  mucho  mas  sin  compa- 
ración, como  era  notorio,  y  no  les  habia  deservido  por  obra 
ni  por  voluntad  para  que  desmereciese  y  oviese  de  perder 
las  mercedes  prometidas ;  antes  por  su  servicio  habia  sufrido 

en  esta  isla  grandes  angustias » 

Digan  lo  que  quieran  escritores  que  se  dejan  llevar 
demasiado  de  ciertas  pasiones,  aunque  en  otros  aspectos 
tengan  envidiables  talentos,  las  reclamaciones  de  Cristóbal 
Colón  tenían  todas  un  gran  fondo  de  justicia  y  eran  escu- 
chadas con  benevolencia  por.  los  Reyes  Cato'licos,  aunque 
vemos  can  verdadero  pesar  que,  por  altas  razones,  induda- 
blemente, no  las  atendieron  en  toda  la  extensio'n  que  era 
debido,  dando  á  su  Almirante  completas  satisfacciones. 
Deseosos  de  verle  partir  para  hacer  nuevos  descubrimientos, 
en  lo  cual  tenían  entera  confianza ,  y  después  de  haber  acor- 
dado la  destitucio'n  de  Bobadilla,  como  primer  acto  de 
reparacio'n,  le  certificaban  con  benignas  y  dulces  palabras 
«tuviese  por  cierto  que  sus  privilegios  y  las  mercedes  en 
ellos  contenidas,  le  serian  cumplidas,  guardadas  y  conser- 
vadas, y  no  solo  las  prometidas,  pero  de  nuevo  le  serian 
aquéllas  confirmadas,  y  otras  hechas  y  aumentadas.»  Y  para 
su  satisfacción,  antes  que  se  ausentase  de  Granada  dieron 
orden  á  fray  Nicolás  de  Ovando,  comendador  de  Lares,  que 
iba  á  suceder  á  Bobadilla,  para  que  «restituyese  al  Almi- 
rante y  á  sus  hermanos  todo  el  oro,  y  joyas,  y  las  haciendas 
de  ganados  y  bastimentos  de  pan  y  vino,  y  libros  y  los 
vestidos  y  atavios  de  sus  personas  que  el  Comendador  Boba- 
dilla les  habia  tomado,  y  que  le  acudiesen  sus  oficiales  con 
el  diezmo  y  ochavo  del  oro  y  de  todas  las  otras  ganancias 
que  sus  privilegios  rezaban.» 


414 


CRISTÓBAL  COLON 


,:SS311iÍ.f 


Es  notable  la  orden ,  y  debe  ocupar  siempre  un  lugar 
en. la  historia  para  que  se  comprenda  bien  el  ánimo  de  los 
Reyes.    Dice  así  * : 


«El  Rey  é  la  Reyna:  Comendador  de  Lares  nuestro 
Gobernador  de  las  Indias.  Nos  habemos  mandado  y  decla- 
rado la  orden  que  se  ha  de  tener  en  lo  que  se  ha  de  hacer 
con  don  Cristóbal  Colon,  nuestro  Almirante  del  mar 
Océano  y  sus  hermanos,  cerca  de  las  cosas  que  el  Comen- 
dador Bobadilla  les  tomo,  y  sobre  la  forma  que  se  ha  de 
tener  en  el  acudir  al  dicho  Almirante  con  la  parte  del  diezmo 
y  ochavo,  que  ha  de  haber  de  los  bienes  muebles  de  las  islas 
y  tierra  firme  del  dicho  mar  Océano,  y  de  las  mercaderías 
que  Nos  de  acá  enviaremos ,  según  veréis  por  la  dicha 
nuestra  declaración  é  mandamiento  firmado  de  nuestros 
nombres  que  sobre  ello  mandamos  dar.  Por  ende  vos  man- 
damos que  veáis  la  dicha  declaración,  y,  conforme  á  ella,  les 
fagáis  entregar  los  dichos  sus  bienes,  y  acudir  al  dicho 
Almirante  con  lo  que  le  pertenece  de  lo  susodicho;  por 
manera  que  el  dicho  Almirante  y  sus  hermanos,  6  quien  su 
poder  hobiere  sean  en  todo  ello  entregados;  y  si  el  oro  y 
otras  cosas  que  así  el  dicho  Comendador  Bobadilla  les  tomo' 
lo  hobiere  gastado  o'  vendido,  que  se  lo  fagáis  luego  pagar; 
lo  que  fuere  gastado  en  nuestro  servicio  se  les  pague  de 
nuestra  facienda,  y  lo  que  el  dicho  Comendador  Bobadilla 
hobiere  gastado  en  sus  cosas  propias,  se  les  pague  de  los 
bienes  é  facienda  del  dicho  Comendador,  y  no  fagades  ende 
ál.  Fecha  en  Granada,  á  28  dias  del  mes  de  Setiembre  de 
1501  años. 


Yo  el  Rey. 


Yo  la  Reina. 


Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina.  —  Gaspar  Grisio.» 


'     Lo  copiamos  de  la  Historia  de  las  Indias,  de  fray  Bartolomé  de  las 
Casas,  libro  II,  cap.  IV. 


LJBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


415 


Hasta  fines  del  mismo  mes  de  Septiembre  no  quedaron 
extendidas  las  cédulas  é  instrucciones,  ni  se  corrieron  las 
o'rdenes  necesarias  para  el  apresto  de  la  nueva  armada  que  á 
las  o'rdenes  del  Almirante  debía  salir  á  descubrir,  y  á  prin- 
cipios de  Octubre  partió  éste  de  Granada  con  direccio'n  á 
Sevilla,  para  dirigir  personalmente  el  armamento  y  provisio'n 
de  los  buques,  llevando  en  su  compañía  al  Adelantado,  su 
hermano,  y  á  don  Hernando  su  hijo,  que  con  permiso  de  los 
Reyes  habían  de  formar  parte  de  la  expedicio'n. 


:vtí' 


IV 


En  aquel  largo  espacio  de  cerca  de  diez  meses  que  per- 
maneció' Colón  en  la  corte  de  Granada,  preparando  nuevos 
proyectos ,  y  repitiendo  sus  instancias  para  que  se  le  hiciera 
justicia,  contrajo  particular  amistad,  según  parece,  con 
Angelo  Trivigiano,  secretario  de  Dominico  Pisani,  emba- 
jador de  la  Señoría  de  Venecia  cerca  de  los  Reyes  Cato'licos. 

Trivigiano  había  sido  anteriormente  secretario  del  almi- 
rante Dominico  Malipieri,  con  el  cual  conservaba  buenas 
relaciones ,  y  como  el  ilustre  marino  deseaba  noticias  ciertas 
de  los  descubrimientos  de  Cristóbal  Colón,  se  valió'  de  su 
antiguo  secretario  para  obtenerlas.  De  las  varias  cartas  que 
sin  duda  mediaron  entre  Malipieri  y  Trivigiano  con  relacio'n 
á  este  asunto  solamente  se  ha  conservado  íntegra  una  de 
ellas  ^,   que  por  las  relaciones  personales  que  unieron  á  su 


•  Mr.  Henry  Harrisse,  en  su  libro  titulado  Christophe  Colomb,  son  origine, 
sa  vie,  ses  voyages,  etc.,  París,  Leroux,  1884,  (tomo  II,  pág.  117),  dice  sobre  esta 
correspondencia  lo  siguiente:  —  «Trivigiano  dio  cuenta  á  Malipieri  de  sus  entre- 
vistas con  Colón  en  tres  cartas  que  dos  siglos  después  fueron  designadas  por 
Foscarini.  Según  el  sabio  Dux,  estas  cartas,  tan  preciosas  para  la  historia,  se 
hallaban  en  su  tiempo  en  la  biblioteca  del  senador  Jacobo  Soranzo.  Nosotros 
no  hemos  podido  encontrar  los  originales,  ni  aún  el  texto  completo,  ni  en 


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4i6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Triij¿:n(Í9._  !-«lfc.  - 


autor  con  el  Almirante,  y  los  curiosos  pormenores  que 
contiene  sobre  la  vida  de  éste  en  la  corte ,  insertamos  en  este 
lugar,  con  tanta  mayor  satisfaccio'n  cuanto  no  sabemos  haya 
sido  publicada  en  España.    Dice  así: 

{(Ex  Gr anata,  die  21  Aug.  ijoi. 
»Io  ho  tenuto  tanto  mezo  che  ho  preso  practica  é  gran 
amicizia  cum  el  Columbo,  el  qual  al  presente  se  attrova  qui 
in  gran  desdita,  mal  in  grazia  di  questi  Re,  et  cum  pochi 
denari.  Per  suo  mezo  ho  mandato  á  far  fare  á  Palos,  che 
é  un  loco  dove  non  habita,  salvo  che  marinari,  et  homini 
pratichi  de  quel  viazo  del  Columbo,  una  carta  ad  istanza 
de  la  Magnificentia  Vostra:  la  qual  sará  benissimo  fata  et 
copiosa,  et  particular  di  quanto  paese  é  stato  scoperto.  Qui 
non  ce  ne  salvo  una  de  ditto  Columbo,  né  é  homo  che  ne 
sapia  far.  Bisognerá  tardar  qualche  zorno  ad  avere  questa, 
perche  Palos,  dove  la  se  fá,  é  lontano  de  qua  700  milia:  et 
poi  come  la  sará  facta,  non  so  como  la  potro'  mandar,  perche 
r  o  fatta  far  del  compasso  grande,  perche  la  sia  piu  bella. 
Dubito  che  bisognerá  che  la  M.  V.  aspeti  la  nostra  venuta 
che  de  rasone  non  doveria  tardar  molto,  chel  sará  presto  un' 
anno  che  siamo  fora.  Circa  el  Tractato  de  viazo  de  dito 
Columbo   uno  valentuomo  1'  a   composto,  et   é  una  dizaria 


Venecia  ni  en  los  papeles  de  Foscarini,  que  se  conservan  en  la  Biblioteca 
Imperial  de  Viena. 

»A1  fallecimiento  de  Soranzo  sus  herederos  dividieron  la  biblioteca.  Las 
cartas  de  Trivigiano  pasaron  á  poder  del  abad  Canonici,  quien  las  comunicó  á 
Morelli.   No  se  sabe  lo  que  ha  sido  después  del  manuscrito. 

»Morelli  publicó  después  en  el  apéndice  de  su  Lettera  raríssima*  una  parte 
notable  de  la  más  importante  de  estas  cartas,  la  de  21  de  Agosto  de  1501.  Ocho 
años  después,  el  cardenal  Zurla  la  insertó  íntegra  en  su  Marco  Polo  ",  acompa- 
ñándola con  un  sucinto  análisis  del  resto  de  la  correspondencia. 

»Los  detalles  personales  sobre  Colón,  sobre  todo  en  esta  época,  son  tan 
raros,  y  estas  cartas  de  Trivigiano  son  además  tan  interesantes,  que  se  nos 
dispensará  el  insertarlas  aquí,  siguiendo  el  texto  del  cardenal  Zurla.» 

*  Bassano,  18 10,  in  8.",  pag.  44. —  Este  texto  incompleto  y  modernizado  fué  el  que 
Samuel  Romanin  volvió  á  publicar  en  su  Storia  Documentata  di  Venena,  Venezia,  1859, 
in  8.°,  tomo  IV,  pág.  456. 

**     Venezia,  1818,  in  fol.,  tomo  11,  pág.  362,  nota. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  PRIMERO 


417 


moho  longa.  L'  ho  copiato,  et  ho  la  copia  appresso  di  me; 
ma  é  si  grande  che  non  ho  modo  de  mandarla  se  no  á  pocho 
á  pocho.  Mando  al  presente  alia  M.  V.  el  primo  libro  quale 
ho  traslatato  in  volgare  per  mazor  sua  comoditá. 

))Se  mal  scripto  V.  M.  me  perdoni  che  1'  é  la  prima 
copia,  ne  ho  tempo  de  recopiarla:  pur  seguiré  lo  resto.  El 
compositore  di  questa  é  lo  ambassadore  de  questi  Serenissimi 
Re  que  va  al  Soldano:  el  qual  vien  de  li  cum  animo  de  pre- 
sentarla al  Serenissimo  Principe  nostro,  el  qual  pensó  la  fará 
stampar,  et  cosi  la  M.  V.  ne  averá  copia  perfeta. 

))Non  restaro  pero'  de  mandarli  questa  vulgare  mal 
scritta  é  composta  per  contento  de  la  M.  V.,  ma  senza  la 
carta  M.  V.  non  avrá  molto  placer,  de  la  carta  pensó  la 
resterá  molto  satisfatta ,  perche  1'  ho  vista  e  hone  preso  gran 
contento  cum  quella  puocha  intelligentia  che  io  ho.  El  Co- 
lumbo  me  ha  promesso  darme  commoditá  di  copiar  tutte  la 
lettere  1'  ha  scritto  á  questi  Sereniss.  Re  deli  soi  viazi,  che 
será  cosa  molto  copiosa.  Voglio  in  ogni  modo  trar  questa 
faticha  per  amor  déla  M.  V.  Ulterius  aspetamo  de  zorno  in 
zorno  da  Lysbona  el  nostro  Dottore,  che  lasso'  li  el  Magni- 
fico Ambassatore,  el  qual  á  mia  instantia  ha  fatto  un'  opera 
del  viazo  di  Calicut,  déla  qual  ne  faro'  copia  á  la  M.  V.  de 
la  carta  del  qual  viazo  non  é  possibile  averne,  chel  Re  ha 
messo  pena  la  vista  á  qui  la  da  fora.» 

De  las  otras  dos  cartas  de  Trivigiano  el  cardenal  Zurla 
extracta  solamente  los  pasajes  que  hacen  referencia  á  Cris- 
tóbal Colón.  En  la  segunda,  cuya  fecha  no  ha  dejado  con- 
signada el  Cardenal  en  su  extracto,  pero  que  parece  ser 
escrita  en  la  misma  ciudad  de  Granada,  y  según  toda  proba- 
bilidad en  el  mes  de  Septiembre  del  año  1501,  decía  lo  si- 
guiente : 

«Li  mando  al  presente  un  altro  pezo  de  viazo  del 
Columbo,  et  sic  sucessive  lo  mandaro'  tutto:  benché  credo 
che  á  questa  hora  el  sará  gettato  á  stampa  de  li ,  perche  lo 
Ambassatore  di  queste  Altezze   che  e  venuto  de  li  che  va  al 

Cristóbal  Colón,  t.  ii, —  53. 


4i8 


CRISTÓBAL  COLON 


Soldano,  lo  ha  composto,  et  lo  volé  donar  alia  lUustr.  Sig- 
noria;  ma  senza  carta  la  M.  V.  non  potra  pigliarne  compito 
piazere.  Come  li  scrissi  lo  ho  mandata  á  far  fare  á  Palos, 
che  e  loco  á  marina  dove  se  fanno,  ma  non  credo  de  havere 
modo  de  inviarla  alia  M.  V.  avanti  la  nostra  venuta:  la  qual 
pero'  spero  haverá  ad  esser  presta,  che  son  ormai  tredici 
mesi  che  siamo  in  questa  legatione.» 

Tampoco  dio'  el  cardenal  Zurla  la  fecha  de  la  tercera 
carta  de  la  que  copio'  otro  párrafo;  mas  como  según  expresa 
Mr.  Harrisse  está  á  continuacio'n  de  otro  despacho  de  Trivi- 
giano  fechado  en  Ecija  en  3  de  Diciembre  de  1501 ,  y  en  esa 
tercera  carta  habla  de  los  preparativos  para  el  cuarto  viaje 
de  Colón,  y  de  la  pro'xima  salida  de  éste,  puede  juzgarse 
que  fué  escrita  en  Sevilla  en  los  primeros  meses  del  año 
1502.    El  párrafo  que  de  ella  transcribió'  el  Cardenal  es  éste: 

({ El  Columbo  se  mete  en  ordene  per  andar  á  discoprir 
et  dice  volé  far  uno  yiazo  piu  bello  et  de  mazore  utilitá  que 
alcum  altro  1'  habia  fato.  Credo  partirá  á  tempo  novo;  con 
lui.van  mol  ti  amici  miei  que  al  suo  ritorno  me  farano  parte- 
cipe  del  tutto.  Sonó  etiam  prepárate  á  Cades  molte  caravelle 
che  de  zorno  in  zorno  devono  partiré  per  la  ínsula  Spagnola 
cum  3000  uomini.» 


420 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Al  finalizar  el  mes  de  Octubre  del  año  1501  llego  Cris- 
tóbal Colón  á  la  ciudad  de  Sevilla,  llevando  en  su  poder 
todas  las  reales  provisiones  y  mandamientos  necesarios  para 
la  expedicio'n  de  su  flota;  que  conociendo  por  experiencia  lo 
que  podía  esperar  del  obispo  don  Juan  de  Fonseca  y  de  los 
oficiales  de  la  Contratación  de  Indias  que  seguían  sus  inspi- 
raciones, no  quiso  salir  de  Granada  sin  que  se  le  hubieran 
dado  todas  las  autorizaciones  que  juzgo  oportunas  para  pro- 
ceder por  sí  en  el  armamento  proyectado. 

Con  la  mayor  diligencia  dio'  principio  á  sus  trabajos, 
entendiendo  en  todo  personalmente.  Compro'  cuatro  navios 
de  gavia  cuales  juzgo'  que  convenían :  el  mayor  no  pasaba 
de  setenta  toneles;  en  él  se  embarco'  el  Almirante  yendo 
por  maestro  Diego  Tristán.  Las  otras  tres  carabelas  fueron 
la  nombrada  Santiago,  de  la  que  hizo  capitán  á  Francisco  de 
Porras;  la  Vi^aina,  cuyo  mando  confio'  á  un  compatriota 
suyo  de  ilustre  familia,  al  genovés  Bartolomé  Fieschi,  con 
el  que  le  unieron  constantemente  lazos  de  invariable  amistad, 
habiéndole  ayudado  en  todos  los  trabajos  y  siendo  luego 
uno  de  los  testigos  de  su  testamento,  y  la  Gallega,  de  que 
nombro'  capitán  á  Pedro  Terreros.  Aunque  en  su  carta  á  los 
Reyes  dice  Colón  fueron  ciento  y  cincuenta  personas  conmigo 
el  rol  de  á  bordo  solamente  señala  por  sus  nombres  ciento 
cuarenta  hombres,  y  este  mismo  número  fija  el  P.  Las  Casas, 
entre  chicos  y  grandes  con  los  marineros  y  hombres  de 
tierra;  entre  los  cuales  fueron  algunos  de  Sevilla,  ocho 
genoveses  y  uno  natural  del  Milanesado. 

Procuro'  el  Almirante  que  el  abastecimiento  de  las  naves 
se  hiciera  en  mejores  condiciones  que  en  los  anteriores  viajes. 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


421 


donde  tanto  se  había  padecido  por  la  mala  calidad  de  las 
provisiones  y  conservas,  3^  que  todos  los  víveres  fueran  bien 
preparados' y  pudieran  resistir  los  accidentes  de  un  largo 
viaje,  como  si  presintiera  los  muchos  trabajos  que  había  de 
padecer,  peligros  que  arrostraría  y  graves  necesidades  que 
habrían  de  sobrevenir.  Bien  abastecidos,  pertrechados  y 
armados  los  buques,  salieron  de  Sevilla  el  3  de  Abril  del 
año  1502,  al  mando  del  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n, 
para  detenerse  en  Sanlúcar  de  Barrameda,  donde  habían  de 
ser  recorridos  y  carenados. 

Cinco  meses  habían  sido  necesarios  para  el  apresto  de 
la  expedicio'n,  á  pesar  de  las  ordenes  terminantes  de  los 
Reyes,  y  de  la  proverbial  actividad  del  Almirante  y  deL 
Adelantado ;  porque  la  enemistad  y  la  malevolencia  no  cedían 
en  su  mal  camino,  y  continuaban  en  su  oposicio'n,  sorda, 
oculta,  pero  perseverante,  en  todo  lo  que  se  relacionaba  con 
los  descubrimientos,  y  más  aún  con  la  persona  de  Cristóbal 
Colón  y  de  sus  hermanos. 

En  este  tiempo  escribió'  repetidas  veces  á  los  Reyes 
reiterando  la  reclamacio'n  de  sus  derechos,  pues  no  le  satis- 
facían las  promesas  embozadas,  ni  las  disposiciones  que 
hasta  entonces  se  habían  tomado  relativas  á  sus  bienes  y 
negocios,  y  en  favor  de  sus  hijos  y  hermanos,  para  que  si 
él  muriese  todo  quedase  asegurado,  y  fuera  de  las  dudas  é 
incertidumbres  que  por  entonces  rodeaban  el  libre  ejercicio 
de  sus  prerrogativas. 

A  sus  repetidas  instancias,  y  para  satisfacer  tan  justas 
aspiraciones,  dieron  respuesta  los  monarcas  con  una  Real 
Cédula  fecha  en  Valencia  de  la  Torre  á  14  de  Marzo,  en  la 
cual  son  dignos  de  llamar  la  atención  los  conceptos  que  se 
refieren  al  deseo  del  Almirante  de  pasar  por  la  isla  Española, 
y  á  la  prisio'n  del  mismo,  así  como  la  promesa  de  guardarle 
sus  privilegios  para  sí  y  para  sus  hijos. 

Había  pedido  Colón,  según  ya  anteriormente  se  ha 
indicado,   que  en  el  viaje  que  preparaba  le  acompañasen  el 


422 


CRISTÓBAL  COLON 


Adelantado,  su  hermano,  de  cuyo  valor  y  pericia  podía 
tener  gran  necesidad,  y  don  Hernando,  su  hijo,  que  aunque 
de  poco  más  de  trece  años  de  edad,  daba  evidentes  muestras 
de  grande  inteligencia,  y  de  un  juicio  muy  superior  á  sus 
años;  y  al  mismo  tiempo,  en  la  previsio'n  de  eventualidades 
desgraciadas;  y  también  por  ser  el  punto  hasta  entonces  más 
conocido  y  de  mayores  recursos ,  solicito'  licencia  para  entrar 
en  los  puertos  de  la  isla  Española,  para  refrescar  las  provi- 
siones y  reponerse  de  cuanto  pudiera  necesitar  para  empren- 
der desde  allí  navegacio'n  más  dilatada. 

A  lo  primero,  como  á  otras  muchas  peticiones  referentes 
al  viaje,  accedieron  los  Reyes  de  buen  grado ;  pero  pesando 
con  profundo  estudio  las  circunstancias  del  momento,  y  el 
estado  en  que  se  encontraba  la  colonia,  le  indicaron  que  no 
parecía  conveniente  tocase  en  sus  puertos  en  el  viaje  de  ida, 
dándole  permiso  para  hacerlo  al  regreso  en  caso  de  necesidad 
y  por  poco  tiempo. 

Mu}^  prudente  parece  haber  sido  esta  resolución  de  los 
Reyes,  que  ha  sido  objeto  de  diferentes  juicios  y  aprecia- 
ciones desfavorables  por  parte  de  algunos  historiadores.  Los 
desaciertos  de  Francisco  de  Bobadilla,  cu3'^a  desastrosa  admi- 
nistración ya  referimos ,  habían  puesto  la  isla  á  disposicio'n 
de  los  más  comprometidos  en  la  rebelión;  de  aquellos  que 
mayores  delitos  habían  cometido  y  más  interés  tenían  en 
desacreditar  al  Almirante  y  á  su  hermano,  porque  temían 
con  muy  fundados  motivos  verlos  repuestos  en  sus  digni- 
dades. Eran  delincuentes  muy  avezados  á  todo  género  de 
maldades,  y  podía  temerse,  con  razo'n ,  algún  acto  de  vio- 
lencia que  comprometiera  la  autoridad  del  Gobernador. 
Para  evitar  estas  contingencias  desfavorables,  y  dar  tiem- 
po á  que  el  comendador  Ovando  fuera  estableciendo  de 
nuevo  el  imperio  de  la  ley,  y  cobrando  prestigio  entre 
los  colonos;  así  como  para  que  hubieran  regresado  á  España 
los  muchos  descontentos  que  deseaban  hacerlo  en  compañía 
de   su   protector   Bobadilla,    lo   cual    contribuiría   mucho   á 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


423 


restablecer  la  tranquilidad ,  estimaron  los  Re3^es  que  era 
conveniente  retrasar  cuanto  fuera  posible  el  desembarco  de 
Cristóbal  Colón  en  aquellos  lugares  donde  tan  excitadas 
estaban  todavía  las  pasiones. 

El  texto  de  la  Real  Cédula  da  solución  á  todas  las  recla- 
maciones del  Almirante ,  aunque  no  tan  cumplida  como  sus 
merecimientos  reclamaban. 

El  docto  y  juicioso  historiador  William  H.  Prescott, 
estima  estos  actos  con  severa  imparcialidad,  huyendo  de  las 
exageraciones  de  que  muchos  se  han  dejado  llevar.  —  «Mu- 
chas acriminaciones,  dice  ^,  se  han  hecho  al  gobierno  de 
España  por  la  parte  que  le  cupiera  en  este  deplorable  acon- 
tecimiento, ya  á  causa  de  haber  nombrado  á  una  persona 
tan  poco  á  propo'sito  como  Bobadilla,  y  ya  por  haberle  con- 
cedido tan  exorbitantes  é  ilirhitadas  facultades.  Con  res- 
pecto á  lo  primero  estamos  muy  apartados  de  aquellos 
tiempos,  como  ya  hemos  advertido,  para  averiguar  qué 
motivos  pudieron  hacer  elegir  á  sem.ejante  persona.» 

«Aunque  los  Reyes  determinaran  sin  vacilar  un  momen- 
to que  Colón  fuera  restablecido  en  todos  sus  honores,  cre- 
yeron, sin  embargo,  conveniente  diferir  su  reposición  en  el 
gobierno  de  la  colonia  hasta  que,  apaciguadas  las  turbacio- 
nes existentes  en  la  isla,  pudiera  volver  á  ella  con  seguridad 
y  ventaja.» 

«Muchas  veces  ha  sido  abiertamente  acusado  el  gobier- 
no de  España  como  ingrato  é  injusto  por  haber  diferido 
restablecer  á  Colón  en  el  pleno  ejercicio  de  su  autoridad 
sobre  las  islas;  y  esto  aun  por  escritores  que  en  lo  demás 
han  dado  pruebas  de  extraordinaria  imparcialidad  y  buena 
fe.     Pero   semejante   acusacio'n    no    tiene   ap05^o    alguno    en 


IX -^ 


'<iJ 


'  Historia  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos  don  Fernando  y  doña  Isabel, 
escrita  en  inglés  por  William  H.  Prescott,  traducida  del  original  por  don  Pedro 
Sabau  y  Larroya. — Madrid,  M.  Rivadeneyra,  1846. —  Tomo  III,  pág.  235. 


424 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Ll' 


\V. 


^^ 


ningún  autor  contemporáneo  que  ha3^a  llegado  á  mi  noticia; 
y  parece,  en  efecto,  que  era  del  todo  inmerecida.  Además  de 
que  claramente  no  convenía  volverle  á  poner  en  medio  de  sus 
contrarios  y  desafectos,  sin  haber  dado  lugar  á  que  se  disi- 
paran los  antiguos  odios  y  prevenciones:  había  en  su  carácter 
diversas  singularidades,  que  hacían  dudoso  si  era  la  persona 
más  á  propo'sito  para  un  caso  que  exigía  la  mayor  impasibi- 
lidad,  la  destreza  más  consumada,  y  una  autoridad  personal 
reconocida  por  todos.  Por  otra  parte  su  sublime  entusiasmo, 
que  le  saco'  victorioso  de  los  más  grandes  obstáculos,  le  había 
atraído  ^1  mismo  tiempo  multitud  de  embarazos,  de  que  se 
hubiera  libertado  otro  hombre  de  temple  más  tranquilo. 
Aquel  carácter  le  hacía  considerar  muy  fácilmente  á  los 
demás  como  animados  de  su  mismo  espíritu,  y  le  exponía  á 
tristes  desengaños.» 

«El  Rey  é  la  Reina:  don  Cristóbal  Colon  nuestro 
Almirante  de  las  islas  y  tierra  firme  que  son  en  el  mar 
Océano  á  la  parte  de  las  Indias.  Vimos  vuestra  letra  de  26 
de  Febrero  y  las  que  con  ellas  nos  enviastes  y  los  memo- 
riales que  nos  distes,  y  á  lo  que  decís  que  para  este  viaje 
á  que  agora  vais  querriades  pasar  por  la  Española,  ya  os 
dijimos  que  porque  no  es  razón  que  para  este  viaje  á  que 
agora  vais  se  pierda  tiempo  alguno,  en  todo  caso  vais  por 
este  otro  camino,  que  á  la  vuelta  si  os  paresciere  que  será 
necesario,  podéis  volver  por  allí  de  pasada  para  deteneros 
poco;  porque  como  veis  convendrá  que  vuelto  vos  del  viaje 
á  que  agora  vais,  seamos  luego  informados  de  vos  en  per- 
sona de  todo  lo  que  en  él  hobiéredes  hallado  y  hecho,  para 
que  vuestro  parecer  y  consejo  proveamos  sobre  ello  lo  que 
mas  cumple  á  nuestro  servicio,  y  las  cosas  necesarias  para  el 
rescate  de  acá  se  provean.  Aquí  vos  enviamos  la  instrucción 
de  lo  quh^laciendo  á  Nuestro  Señor,  habéis  de  facer  en  este 
viaje  ^ ;  y  á  lo  que  decís  de  Portugal,   Nos  escrivimos  sobre 


X3¿^ 


Véase  esta  instrucción  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (C). 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


425 


ello  al  Re}^  de  Portugal,  nuestro  hijo,  lo  que  conviene,  y 
vos  enviamos  aquí  la  carta  nuestra  que  decís,  para  su 
capitán,  en  que  le  facemos  saber  vuestra  ida  hacia  el 
Poniente,  y  que  habemos  sabido  su  ida  hacia  el  Levante, 
que  si  en  camino  vos  topáredes ,  vos  tratéis  los  unos  á  los 
otros  como  amigos,  y  como  es  razón  de  se  tractar  Capitanes 
y  gentes  de  Reyes  entre  quien  hay  tanto  deudo,  amor  y 
amistad,  diciendo  que  lo  mismo  habemos  mandado  á  vos;  y 
procuraremos  que  el  Rey  de  Portugal,  nuestro  hijo,  escriba 
otra  tal  carta  al  dicho  su  Capitán. 

))A  lo  que  nos  suplicáis  que  hayamos  por  bien  que 
levéis  con  vos  en  este  viaje  á  Don  Fernando,  vuestro  hijo,  y 
que  la  ración  que  se  le  dá  quede  á  Don  Diego  vuestro  hijo, 
nos  place  dello. 

»A  lo  que  decís  que  queriades  llevar  uno  o'  dos  que  [ 
sepan  arábigo  paréscenos  bien,  con  tal  que  por  ello  no  os  T 
detengáis. 

))A  lo  que  decís,  que  parte  de  la  ganancia  se  dará  á  la 
gente  que  vá  con  vos  en  esos  navios,  decimos  que  vayan  de 
la  manera  que  han  ido  otros. 

))Las  10,000  piezas  de  moneda  que  decís,  se  acordó 
que  no  se  hiciesen  por  este  viaje  fasta  que  mas  se  vea. 

))De  la  pólvora  y  artilleria  que  demandáis,  vos  avemos 
ya  mandado  proveer  como  veréis. 

))Lo  que  decís  que  no  podísteis  hablar  al  Doctor  Ángulo 
é  al  Licenciado  Zapata  á  causa  de  la  partida,  escrividnoslo 
larga  é  particularmente. 

«Cuanto  á  lo  otro  contenido  en  vuestros  memoriales  y 
letras,  tocantes  á  vos  y  á  vuestros  hijos  y  hermanos,  porque 
como  vedes,  á  causa  que  Nos  estamos  en  camino  y  vos  de 
partida,  no  se  puede  entender  en  ello  hasta  que  paremos  de 
asiento  en  alguna  parte,  y  si  esto  hobiésedes  de  esperar  se 
perderla  el  viaje  á  que  agora  vais,  por  esto  es  mejor,  que, 
pues  de  todo  lo  necesario  para  vuestro  viaje  estáis  despa- 
chado, vos  partáis  luego  sin  detenimiento  alguno,  y  quede 
Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 54. 


i"'» 


V 


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426 


CRISTÓBAL  COLÓN 


¿i^; 


á  vuestro  hijo  el  cargo  de  solicitar  lo  contenido  en  los  dichos 
memoriales ;  y  tened  por  cierto  que  de  vuestra  presión  nos  pesó 
mucho,  y  bien  lo  visteis  vos  y  lo  cognoscieron  todos  claramente, 
pues  que  luego  que  lo  supimos  lo  mandamos  remediar,  y  sabéis  el 
favor  con  que  vos  habernos  mandado  tractar  siempre,  y  agora 
estamos  mucho  mas  en  vos  honrar  y  tractar  muy  bien;  y  las  mer- 
cedes que  vos  tenemos  fechas  vos  serán  guardadas  enteramente, 
según  forma  y  tenor  de  nuestros  privilegios  que  dellas  tenéis,  sin 
ir  en  cosa  contra  ellas,  y  vos  y  vuestros  hijos  gOT^areis  dellas  como 
es  raipn,  y  si  necesario  fuese  confirmarlas  de  nuevo  las  confir- 
maremos; y  á  vuestro  hijo  mandaremos  poner  en  posesión  de 
todo  ello,  y  en  mas  que  todo  esto  tenemos  voluntad  de  vos 
honrar  y  fazer  mercedes,  y  de  vuestros  hijos  y  hermanos 
Nos  tememos  el  cuidado  que  es  razón;  y  todo  esto  se  podrá 
fazer,  yéndovos  en  buena  hora ,  y  quedando  el  cargo  á 
vuestro  hijo,  como  está  dicho;  3'^  así  vos  rogamos  que  en 
vuestra  partida  no  haya  dilación. — De  Valencia  de  la  Torre, 
á  14  de  Marzo  de  502  años. 


Yo  el  Rey. 


Yo  la  Reina. 


«Por  mandado  del  Rey  y  de  la  Reina. — Miguel  Per e:!^ 
Almaian. » 


rí 


Después  en  el  cumplimiento  ocurrieron  las  dificultades 
y  entorpecimientos,  variaciones  y  pequeñas  miserias  que  tan 
malos  ratos  causaron  al  Almirante;  pero  esta  carta  podrá 
alegarse  siempre  como  testimonio  del  alto  concepto  en  que 
los  Reyes  le  tenían,  y  de  su  probada  inocencia,  demostrando 
que  no  era  culpable  de  ninguna  de  aquellas  faltas  que  sus 
calumniadores  le  imputaron,  ni  responsable  de  los  cargos 
que  la  malicia  formulaba  contra  él,  pues  no  de  otro  modo 
se  concibe  que  los  Reyes  Católicos  no  solían  ser  tan  expre- 
sivos ,  ni  deponer  de  tal  modo  su  gravedad  en  las  relaciones 
con  sus  vasallos ,  siendo  de  admirar  los  términos  afectuosos 
que  usaron  con  el  Almirante,   y  no  sin  razón,   al  decir  del 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


427 


P.  Las  Casas,  pues  minea  algún  otro  tal  servicio  hi^o,  chico  ni 
grande,  á  sus  Reyes  jamás. 


II 


im 


En  tales  condiciones  se  traslado  Cristóbal  Colón  desde 
Sevilla  á  Cádiz  en  los  primeros  días  del  mes  de  Mayo  para 
emprender  su  cuarta  expedición. 

Antes  de  ausentarse  de  Sevilla  redacto  una  instruccio'n 
que  dejo  á  su  hijo  primogénito  don  Diego,  para  que  la 
tuviera  presente  en  las  eventualidades  que  pudieran  sobre- 
venir durante  su  ausencia,  y  aún  en  el  caso  de  que  falleciera 
durante  el  viaje.  Sus  disposiciones  guardan  perfecta  analogía 
con  muchas  de  las  que  consigno  don  Diego  en  sus  testa- 
mentos otorgados  el  primero  en  Sevilla  en  1509  y  el  segundo 
en  Santo  Domingo  en  1523;  constituyendo,  sin  embargo, 
un  documento  interesante  que  copio'  don  José  Vargas  Ponce 
de  una  Genealogía  de  la  casa  de  Portugal  escrita  por  don 
Francisco  Medina  Nuncibay,  cuyo  paradero  se  ignora  hoy,  y 
que  había  permanecido  inédito  hasta  que  lo  ha  sacado  á  luz 
el  ilustrado  marino  don  Cesáreo  Fernández  Duro,  tantas 
veces  citado  ',  y  á  quien  tanto  deben  los  estudios  colom- 
binos. 

La  instruccio'n  es  ésta: 


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mk, 


«Muy  caro  hijo,  yo  os  dejo  en  mi  lugar,  y  quiero  que 
vos  todo  lo  que  me  pertenece,  que  lo  gastes  con  mucha  orden 
lo  que  pertenezca  á  tu  honra,  y  para  ello  te  dejo  poder  ante 
escribano. 


•     Véase  el  libro  titulado  Nebulosa  de  Colón,  según  observaciones  hechas 
en  ambos  mundos.    Madrid,  1890,  pág.  25. 


428 


CRISTÓBAL  COLÓN 


«Todos  mis  privilegios  y  escrituras  quedan  á  fray  don 
Gaspar,  y  una  escritura  de  ordenación  de  mis  bienes,  para 
si  menester  fuere  en  algún  tiempo. 

))Yo  te  mando  y  encargo  que  tu  lo  debas  tomar  mucho 
á  devoción,  de  dar  el  décimo  de  todos  los  dineros  que 
hubieres,  que  sean  de  rentas,  que  sean  de  cualquiera  otra 
guisa,  el  diezmo  de  ella,  luego  sin  dilación  de  ora  dadlo  por 
servicio  de  nuestro  Señor  á  pobres  necesitados  y  parientes 
antes  que  á  otros,  y  si  no  estubieren  á  do  estubieres,  apar- 
talos  para  se  los  enviar.  Si  esto  ficiéredes,  nunca  te  faltará 
el  necesario,  porque  nuestro  Señor  proveerá. 

))Yo  te  mando  que  todas  las  personas  que  trataren 
contigo  que  las  honres  y  trates  bien,  desde  el  mayor  al  mas 
pequeño;  porque  son  pueblo  de  Dios  nuestro  Señor,  El  te 
honrará  y  acrecentará  según  que  honrares  á  su  pueblo,  é  si 
maltratáredes  á  algún  dellos,  nuestro  Señor  te  tratará  mal 
á  tí,  y  te  afligirá  si  afligieres  á  nadie,  ansi  haz  npiseri- 
cordia  y  ten  por, cierto  que  El  hará  á  tí  misericordia. 

))A1  Rey  y  á  la  Reina  nuestros  señores,  y  á  sus  hijos, 
sirve  con  mucho  amor,  y  no  los  importunes  por  los  memo- 
riales que  yo  dejé  á  SS.  AA.,  bien  que  digan  que  yo  los 
faga  requerir,  fasta  que  plega  á  nuestro  Señor  de  me  traer 
á  salvo,  si  viviérades  el  tiempo  á  su  voluntad. 

))A  Beatris  Eiiriquei  hayas  encomendada  por  amor  de 
mí,  atento  como  teníades  á  tu  madre,  haya  ella  de  tí  diez 
mili  maravedís  cada  año,  allende  de  los  otros  que  tiene  en 
las  carnecerias  de  Córdoba. 

))A  Violante  Nuñei  (sic)  dá  diez  mil  maravedís  cada  año, 
por  tercios.   (Debió'  leerse  Muni^J. 

))Yo  te  mando,  so  pena  de  mi  obediencia,  que  por  tu 
persona  tomes  cuenta  cada  mes  del  gasto  todo  de  tu  casa  y 
lo  firmes  de  tu  nombre,  porque  de  otra  guisa  se  pierden  los 
criados  y  los  dineros  y  se  cobran  enemistades. 

))Yo  te  mando  so  pena  de  inobediente,  que  todas  las 
cosas  de  sustancia  que  hubiéredes  dé  hacer  que  sea  todo  con 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


429 


parecer  5''  consejo  de  Fray  Don  Gaspar  Gorricio,  y  no  en 
otra  manera;  3^^  trabaja  porque  se  le  traya  el  Breve  del  Santo 
Padre,  para  poder  salir  á  entender  en  mis  cosas,  5^  en  esta 
empresa  de  las  Indias  demuestra  sancta  fe  y  gasta  en  esto 
cuanto  fuere  menester. 

))En  lo  de  tu  casamiento,  si  SS.  AA.  te  fablan  o'  mandan 
á  fablar,  responde  que  yo  suplico  á  SS.  A  A.  que  manden 
que  esté  suspenso  hasta  que  nuestro  Señor  me  traya. 

))Don  Diego,  mi  hermano,  queda  en  Cádiz;  es  menester 
que  del  dinero  que  nuestro  Señor  te  dará,  que  lo  proveas  y 
tengas  muy  gran  cuidado  de  él,  porque  es  mi  hermano, 
y  ha  sido  siempre  muy  obediente.  Has  de  procurar  que 
SS.  AA.  le  hagan  merced  de  algo  en  la  Iglesia;  una  canongia 
ú  otra  cosa. 

«Luis  de  Soria  siempre  habia  dado  lo  que  ha  podido, 
y  tiene  mi  procuración:  escríbele  á  menudo  y  él  escribirá 
al  señor. 

))Yo  embié  á  Carvajal  á  las  Indias  en  mi  lugar  á  recabar 
lo  que  me  pertenecía:  yo  le  di  mi  instrucción,  y  por  escrito 
todo  lo  que  allí  tengo,  ques  buena  cantidad  de  dineros,  como 
puedes  ver  por  el  traslado  de  la  instrucción  y  de  las  escri- 
turas todas  que  yo  te  dejé  en  un  envoltorio.  El  ha  de  tra- 
bajar de  te  enviar  los  mas  dineros  que  él  pudiere  con  estos 
navios.  Yo  le  diré  (¿dixe?)  que  se  viniere  con  los  otros  que 
irán  atrás  o'  en  estos  que  fueron:  él  sabe  muy  bien  todos  los 
negocios  mios  allegar.  Yo  le  prometía  á  quinientos  mara- 
vedís cada  dia ,  como  y  por  la  guisa  que  hubiera  por  su 
última  instruccio'n ,  y  si  acá  entendiere  en  mis  negocios  se  le 
dará  cincuenta  mil  maravedís.  Hombre  es  de  buen  saber:  él 
ha  recibido  de  mí  los  dineros  y  escrituras  que  verás  en  su 
instrucción  que  te  digo,  como  dije  arriba,  y  llevo'  un  libro 
de  mis  privilegios  autorizado. 

«Micer  Francisco  de  Rivarol,  Micer  Francisco  Doria, 
y  Micer  Francisco  Cataño  y  Micer  Gaspar  Espéndola,  me 
emprestaron   para   suplir  el   ochavo   de  las  mercancías   que 


430 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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u 


fueron  á  las  Indias,  5^  mas  ciento  diez  y  ocho  mil  maravedís 
en  dinero  que  se  gastaron  en  Sevilla,  y  cincuenta  mil  en 
Jerez,  y  veinticinco  mil  en  Granada:  de  todo  tienen  mi 
cédula  y  escritura  pública.  Yo  he  mandado  á  Carvajal  que 
los  pague  todos.  Procura  que  sea  así,  y  todos  los  otros 
dineros  que  parece  que  haya  yo  recibido  por  mi  firma. 
Carvajal  llevo  poder  para  recibir  el  ochavo  de  todas  las 
mercaderías;  entiéndese  el  dinero  que  dellas  saliere,  y  otras 
muchas  deudas  que  allá  en  la  Española  me  son  debidas ,  y 
otras  cosas  que  allá  me  tomo'  Bobadilla ;  lo  cual  todo  te  dejo 
por  memoria,  como  arriba  vá  dicho,  en  un  envoltorio.» 

En  estos  mismos  días  probablemente,  mientras  que  el 
Almirante  redactaba  esta  instrucción  para  su  hijo,  en  la 
previsio'n  de  contingencias  desgraciadas ,  se  terminaban 
también  las  copias  autorizadas  que  había  mandado  hacer  de 
las  cartas,  privilegios  y  cédulas  que  desde  el  año  1492  hasta 
aquella  fecha  había  obtenido  de  los  Re^^es  Católicos.  Se 
empezó'  el  miércoles  5  de  Enero  de  1502  ante  Esteban  de  la 
Roca  é  Christo'bal  Ruyz  Montero,  alcaldes  ordinarios  de 
Sevilla ,  y  en  presencia  del  escribano  público  Martín  Rodrí- 
guez, en  la  casa  morada  del  Almirante,  donde  éste  exhibió' 
los  documentos  originales  escritos  en  papel  é  pergamino,  e 
firmados  de  sus  reales  nombres,  (del  Rey  y  de  la  Reina)  é 
sellados  con  sus  sellos  de  plomo  pendientes  en  jilos  de  seda  á 
colores  é  de  cera  colorada  en  las  espaldas,  é  refrendados  por 
ciertos  oficiales  de  su  casa  real. 

De  todos  estos  documentos,  cartas  y  privilegios  se 
sacaron  cuatro  traslados:  uno  de  ellos  dejo'  Cristóbal  Colón 
con  los  originales  depositados  en  el  Monasterio  de  la  Cartuja 
de  las  Cuevas.  Otro  llevo'  á  las  Indias  Alonso  Sánchez 
Carvajal,  y  los  dos  restantes  recogió  el  mismo  don  Cris- 
tóbal para  darles  la  direccio'n  y  destino  que  ya  referimos  en 
la  Introduccio'n ,  y  ahora  veremos. 

Los  cotejos  con  los  originales  se  fueron  haciendo  paula- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


431 


linamentc,  por  tres  escribanos.  El  último  de  ellos  parece 
haber  sido  concluido  en  22  de  Marzo.  El  Almirante  había 
escrito  al  embajador  de  Genova  Micer  Nicolo  Oderigo, 
enviándole  uno  de  los  ejemplares  que  primeramente  se  ter- 
minaron, dentro  de  una  harjata  de  cordobán  colorado  con  su 
cerradura  de  plata  con  dos  cartas  para  el  oficio  de  San  Jorge, 
donde  quería  que  se  guardase  aquella  copia. 

La  carta,  cuyo  autógrafo  se  conserva  en  Genova  y  ha 
sido  publicada  en  facsímile  por  el  P.  Juan  B.  Spotorno, 
dice  así: 


:?>*'': 


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«Al  Señor  Embaxador  Miger  Nicolo  Oderigo. 

«Señor:  . 

))La  soledad  en  que  nos  habeys  dexado  no  se  puede 
dezir.  El  libro  de  mis  escrituras  di  á  Miger  Francisco  de 
Ribarol  para  que  os  le  enbie  con  otro  traslado  de  cartas 
mensajeras:  del  recabdo  y  el  lugar  que  poneys  en  ello,  os 
pido  por  merced  que  lo  escrivays  á  Don  Diego.  Otro  tal  se 
acabará,  y  se  os  enbiará  por  la  mesma  guisa,  y  el  mesmo 
Mi^per  Francisco.  En  ello  fallareys  escritura  nueba:  S.  A.  me 
prometieron  de  me  dar  todo  lo  que  me  pertenece  y  de  poner 
en  posesión  de  todo  á  Don  Diego,  como  veyreys.  Al  Señor 
Mi^er  Juan  Lu3^s,  y  á  la  Señora  Madona  Catalina  escrivo:  la 
carta  vá  con  esta.  Yo  estoy  de  partida  en  nombre  de  la  Santa 
Trinidad  con  el  primicr  buen  tiempo,  con  mucho  atablo.  Si 
Gero'nimo  de  Santi  Esteban  viene,  débeme  espectar,  y  no  se 
enbara^ar  con  nada ;  porque  tomarán  del  lo  que  pudieren,  y 
después  lo  dexaran  en  blanco.  Venga  acá,  é  el  Rey  y  la  Rey- 
na  lo  recebirán,  fasta  que  yo  venga.  Nuestro  Señor  os  aya 
en  su  santa  guardia.  Fecha  á  XXI  de  mar(,o  en  Sevilla  1502. 

»  A  lo  que  mandares. 

s- 

•S-    A-    S- 

X     M     Y 

Xpo   FERENS.» 


432 


CRISTÓBAL  COLON 


El  último  ejemplar  lo  dirigió'  el  Almirante  al  mismo 
Nicolás  Oderigo  por  medio  de  Francisco  Catanio,  o'  Cataneo, 
á  quien  lo  entrego'  en  Cádiz,  cuando  ya  estaba  á  punto  de 
darse  á  la  vela. 


III 


Puestos  en, orden  todos  estos  asuntos  y  terminados  otros 
preparativos  que  le  habían  -detenido  en  Sevilla  hasta  bien 
entrada  la  primavera,  tuvo  noticia  el  Almirante  de  que  su 
hermano  don  Bartolomé,  concluida  la  reparacio'n  de  los 
buques,  había  salido  para  Cádiz,  y  allí  se  dirigió'  para  re- 
unirse con  él  en  los  primeros  días  del  mes  de  Marzo  desde 
Sanlúcar  de  Barrameda,  y  con  fecha  4  de  Abril  dirigió' 
carta  á  su  excelente  amigo  el  monje  cartujano  fray  Gaspar 
Gorricio,  hablándole  brevemente  de  varios  asuntos.  El  ori- 
ginal de  esa  carta  se  conserva  en  el  Archivo  del  excelen- 
tísimo Sr.  Duque  de  Veragua,  y  dice  así: 

«Al  Reverendo  y  muy  devoto  Padre  Fray  Gaspar. 
*» Reverendo  y  muy  devoto  Padre:  si  el  deseo  de  saber 
de  vos  me  fatiga  ansí  andando  á  allá  adonde  voy,  como 
hará  aquí?  recibiré  gran  pena.  —  Las  cosas  de  mi  despacho 
me  han  cargado  tanto  que  he  dejado  el  resto:  y  esto  por 
hazer  todo  más  despacio.  El  señor  Adelantado  3^1  partió' 
con  los  navios  para  despalmar  en  la  Puebla  Vieja.  Mi  par- 
•  tida  será  en  nombre  de  la  Santa  Trinidad  el  miércoles  por 
la  mañana. — A  la  vuelta  verá  á  V.  R.  don  Diego  y  le  em- 
porná  bien  en  lo  de  mi  memorial  que  yo  le  dexo,  del  qual 
querría  yo  que  tuvieredes  un  traslado. 

«Allá  van  para  mi  arquita  algunas  escrituras.  —  La  carta 
escribiré  de  mi  mano.    Don  Diego  se  la  traerá  con  mis  enco- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


433 


miendas:   á   esos  devotos  religiosos  me  encomiendo,  en  espe- 
cial al  Reverendo  Padre  Prior^  que  soy  muy  suyo  y  deseoso 
de  servirle.    Fecha  á  4  de  Abril. 
»Para  lo  que  V.  R.  mandare 

•s- 

•S-     A-     S- 

X      M      Y 

Xpo.   FERENS.» 


El  día  9,  según  el  P.  Las  Casas,  o'  el  11,  según 
el  escribano  de  á  bordo  Diego  Porras,  cuyo  dato  sigue 
Mr.  H.  Harrisse,  zarpo'  la  flota  del  puerto  de  Cádiz  en 
direccio'n  á  las  Canarias.  Mas  como  en  el  punto  de  levar 
anclas  llegase  la  noticia  de  que  los  moros  tenían  estre- 
chamente cercada  en  Arcila  la  guarnicio'n  portuguesa ,  y 
que  ésta  muy  inferior  en  número  se  encontraba  en  grave 
apuro,  decidió'  prestarle  socorro  con  las  fuerzas  que  man- 
daba. 

Comprendía  el  Almirante  que  no  eran  de  gran  impor- 
tancia para  ayudar  á  los  sitiados  los  pocos  soldados  que 
llevaba  en  sus  carabelas;  pero  confiaba  más  que  en  la  fuerza 
material  en  el  efecto  moral  que  había  de  producir,  tanto  en 
sitiados  como  en  sitiadores, — en  los  unos  de  esfuerzo  y  con- 
fianza, en  los  otros  de  temor, — la  vista  de  aquella  escuadra 
que  de  Europa  se  dirigía  á  las  costas  africanas,  y  cuya 
importancia  no  podían  calcular  unos  ni  otros.  Era  un  soco- 
rro que  podía  decidir  la  suerte  de  los  cristianos  cercados 
en  Arcila,  y  Colón  no  vacilo'  ni  un  momento  en  prestárselo, 
aun  comprometiendo  su  expedicio'n. 

Afortunadamente  cuando  la  escuadra  llego'  frente  á 
la  plaza,  los  moros  habían  levantado  el  cerco.  Dispuso 
el  Almirante  que  su  hermano ,  el  Adelantado ,  su  hijo 
don  Fernando  y  los  capitanes  y  oficiales  de  todos  los 
barcos  saltasen  en  tierra  y  pasaran  á  ofrecerse  al  Gober- 
nador, que  se  hallaba  postrado  en  cama  á  consecuencia 
Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 55. 


ñ 


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434 


CRISTÓBAL   COLÓN 


de  las  heridas  recibidas  en  el  último  asalto  de  los  moros, 
prometiéndole  su  ayuda  en  nombre  de  los  reyes  de  Es- 
paña. 

Mucho  agradecieron  los  portugueses  tan  oportuno  men- 
saje, y  al  regresar  el  Adelantado  y  los  suyos,  fueron  acom- 
pañados por  varios  caballeros  de  los  principales  de  la 
guarnicio'n,  que  pasaron  á  bordo  para  dar  gracias  al  Almi- 
rante en  nombre  del  Gobernador.  Por  singular  coincidencia 
parece  que  iban  entre  aquéllos  algunos  señores  que  tenían 
deudo  con  Cristóbal  Colón,  por  ser  parientes  de  su  mujer 
doña  Felipa  Muñiz. 

Verifico'se  una  amistosa  conferencia,  y  en  el  mismo 
día  continuo'  su  viaje  la  expedicio'n  con  rumbo  á  Ca- 
narias, llegando  á  ellas  el  20  de  Mayo.  Permaneció  en 
la  Gran  Canaria  cinco  días,  haciendo  abundante  provi- 
sio'n  de  quesos  y  salazones,  y  completando  las  de  leña  y 
agua.  -  .      . 

Aprovechando  la  momentánea  ociosidad  de  aquellos 
días,  en  tanto  que  se  terminaba  el  aprovisionamiento,  volvió' 
á  escribir  á  Fray  Gaspar  Gorricio,  para  que  no  descuidase 
sus  encargos,  en  afectuosa  carta,  tan  breve  como  expresiva, 
en  estos  términos: 


((Al  Reverendo  y  muy  devoto  Padre  D.  Gaspar. 
»En  las  Cuevas  de  Sevilla. 

)) Reverendo  y  muy  devoto  Padre:  el  venda:val  me  de- 
tuvo en  Cáliz  fazta  que  los  Moros  cercaron  á  Arcila,  y  con 
él  salí  al  socorro  y  fui  al  puerto.  Después  me  dio'  nuestro 
Señor  tan  buen  tiempo  que  vine  aquí  en  cuatro  dias.  — 
Agora  será  mi  viaje  en  nombre  de  la  Santa  Trinidad,  y  es- 
pero della  la  victoria. 

))Acoerdese  V.  R.  de  escribir  á  menudo  á  don  Diego,  y 
acoerde  á  miser  Francisco  de  Rivarol  el  negocio  de  Roma, 
que  non  le  escribo  por  la  prisa. 

))A1  Padre  Prior   y   á   todos  esos   religiosos   me   enco- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  II 


435 


miendo.  —  Todos  acá  estamos  buenos  á  Dios  Nuestro  Señor 

gracias.   Fecha  en  Gran  Canaria * 

»Para  lo  que  V.  R.  mandare 

•s- 

•S-     A-     S- 

X      M      Y 

Xpo.  FERENS.» 


El  día  25  á  la  caída  del  sol  desplegaron  velas  poniendo 
nuevamente  las  proas  en  dirección  al  Nuevo  Mundo. 

Para  este  viaje,  además  de  los  datos  contenidos  en  la 
carta  que  Colón  dirigió'  á  los  Reyes  desde  la  isla  Jamaica, 
y  del  relato  de  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  recogió' 
noticias  de  muchos  de  los  que  fueron  en  la  expedicio'n,  ha}?" 
que  consultar  como  guía  indudable  j  de  mayor  crédito  á 
don  Fernando  Colo'n,  que  fué  testigo  presencial,  y  consigno 
lo  que  había  visto,  refiriendo  sucesos  en  que  había  tomado 
parte  activa,  en  los  últimos  capítulos  de  sus  Apuntes  (His- 
torie) desde  el  LXXXVIII  hasta  el  postrero.  Ya  hemos  visto 
que  los  Reyes  accedieron  á  que  en  compañía  del  Almirante 
emprendiera  el  arriesgado  viaje;  y  él  mismo  al  hablar  del 
apresto  de  los  buques  dice:  «que  se  aprestaron  con  armas  y 
vituallas  cuatro  navios  de  gavia  de  setenta  toneladas  de 
porte  el  mayor,  y  el  menor  de  cincuenta,  con  ciento  cuarenta 
hombres,  entre  grandes  y  pequeños,  de  que  yo  era  uno » 

El  viaje  en  esta  primera  parte  fué  felicísimo,  el  viento 
favorable  tan  constante ,  que  en  veinte  y  un  días ,  sin  calar 
la  vela  llegaron  á  la  isla  de  Matinino  en  15  de  Junio  por  la 
mañana,  con  bastante  alteración  de  mares  y  vientos.  Para 
dar  descanso  á  la  gente ,  y  que  lavasen  sus  ropas ,  según  la 
necesidad  y  costumbre  de  los  que  van  desde  España  en  la 


*     Está  rota  la  punta  de  papel  y  no  puede  leerse  lo  demás  de  la  fecha. 

Colón  llegó  á  la  Gran  Canaria  el  20  de  Mayo  de  1502,  y  continuó  desde 
allí  su  viaje  el  25;  por  consiguiente  la  fecha  debe  ser  de  uno  de  estos  días. 
(Notas  del  señor  don  Martín  Fernández  Navarrete). 


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436 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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primera  tierra  que  tocan,  quiso  el  Almirante  que  saltasen 
en  tierra;  allí  permanecieron  tres  días  hasta  el  sábado  diez  y 
ocho,  haciendo  provisión  de  leña  y  refrescando  la  de  agua, 
y  luego  se  dirigieron  al  Poniente  de  la  isla  y  ganaron  la 
Dominica,  distante  diez  leguas  por  aquel  rumbo. 

En  opinión  de  Washington  Irving  esta  isla  llamada 
Matinino  por  los  indios,  corresponde  á  la  que  actualmente  se 
llama  Martinica  y  que  dista  diez  leguas  de  la  Dominica.  Don 
Martín  Fernández  Navarrete  la  reduce  á  la  que  ahora  se 
nombra  Santa  Lucía.  Desde  allí,  discurriendo  entre  las  islas 
caribes,  fueron  á  la  de  Santa  Cruz,  y  el  viernes  24,  pasando 
al  Sur  de  la  de  Puerto  Rico,  tomaron  el  rumbo  directo  á 
Santo  Domingo. 

No  entraba  esta  dirección,  según  parece,  en  el  primitivo 
plan  del  Almirante,  ni  se  conformaba  con  lo  preceptuado 
por  los  Reyes  Cato'licos,  de  que  dejase  su  recalada  en  la 
Española  para  el  viaje  de  regreso ;  pero  le  obligaron  á  ello 
circunstancias  del  momento,  según  expresa  su  hijo;  «porque 
el  Almirante  tenia  ánimo  de  trocar  uno  de  los  cuatro  navios 
que  llevaba,  que  era  poco  velero,  y  que  navegaba  menos,  y 
no  podia  sostener  las  velas  si  no  se  metia  el  bordo  hasta 
cerca  del  agua,  de  que  resulto'  bastante  daño  en  aquel  viaje, 
dado  que  la  intención  del  Almirante  cuando  venia  por  el 
golfo,  era  de  ir  á  reconocer  aquella  tierra  y  seguir  la  costa, 
hasta  dar  con  el  estrecho  que  tenia  por  cierto  haber  hacia 
Veragua  y  el  Nombre  de  Dios;  pero  el  defecto  del  navio 
le  preciso  ir  á  Santo  Domingo  para  trocarle  por  otro  bueno.» 

Llego'  la  flota  al  puerto  de  Santo  Domingo  el  29  de 
Junio,  é  inmediatamente  mando'  Cristóbal  Colón  á  Pedro 
Terreros,  el  capitán  de  la  carabela  La  Gallega,  para  que 
diese  cuenta  al  comendador  Ovando  de  su  llegada,  y  le 
explicase  el  objeto  que  la  motivara,  pidiendo  le  procurase 
un  buque  mejor  que  pudiera  comprar  o'  cambiar  por  el  otro 
que  no  era  á  propo'sito  para  el  viaje. 


438 


CRISTÓBAL  COLON 


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Desde  el  punto  mismo  en  que  con  grillos  y  esposas 
llegaron  á  España  el  descubridor  del  Nuevo  Mundo  y  sus 
hermanos,  la  destitucio'n  de  Francisco  Bobadila  fué  recla- 
mada unánimemente  por  la  opinión,  y  decidida  por  los 
Reyes.  Las  quejas  que  el  Almirante  expuso,  los  agravios 
que  manifestó',  las  injurias  de  que  hizo  mérito  confirmaron 
aquella  resolución,  y  otras  razones  que  nacieron  de  las 
noticias  recibidas  del  desorden  administrativo  del  Comen- 
dador, la  hicieron  llevar  á  efecto  inmediatamente. 

Fijáronse  los  Reyes  en  la  persona  que  debía  sustituir  al 
desacertado  Bobadilla,  y  eligieron  á  fray  Nicolás  de  Ovando, 
comendador  de  Lares,  de  la  Orden  de  Alcántara,  y  que  á  su 
reputacio'n  de  honrado  y  virtuoso,  unía  extensos  conoci- 
mientos, y  carácter  prudente  y  conciliador,  cual  era  nece- 
sario'en  las  circunstancias  en  que  se  encontraba  la  colonia, 
para  borrar  las  huellas  de  pasados  desordenes ,  restablecer  el 
imperio  de  la  autoridad,  y  dar  prestigio  al  cargo  de  Gober- 
nador que  iba  á  desempeñar. 

«Era  mediano  de  cuerpo,  y  la  barba  muy  rubia  o 
bermeja;  tenia  y  mostraba  grande  autoridad,  amigo  de 
justicia;  era  honestísimo  en  su  persona  en  obras  y  palabras, 
de  cudicia  y  avaricia  muy  grande  enemigo,  y  no  pareció 
faltarle  humildad,  que  es  esmalte  de  las  virtudes;  y,  dejado 
que  lo  mostraba  en  todos  sus  actos  exteriores ,  en  el  regi- 
miento de  su  casa,  en  su  comer  y  vestir,  hablas  familiares  y 
públicas,  guardando  siempre  su  gravedad  y  autoridad, 
mostrólo  asimismo,  en  que  después  que  le  trajeron  la  Enco- 
mienda Mayor,  nunca  jamás  consintió'  que  le  dijese  alguno 
señoría Este  caballero  era  varón  prudentísimo  y  digno 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


439 


.de  gobernar  mucha  gente,  pero  no  indios,  porque  con  su 
gobernación  inestimables  daños,  como  abajo  parecerá,  les 
hizo.» 

Este  retrato  nos  dejo'  del  comendador  Ovando  el  obispo 
fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  le  conoció'  personalmente 
y  fue  con  él  á  las  Indias  en  aquel  viaje,  como  él  mismo  lo 
dice  en  su  Historia. 

Salieron  de  Sanlúcar  el  primer  domingo  de  Cuaresma, 
13  de  Febrero  de  1502.  Como  Cristóbal  Colón  se  había  í(y> 
quejado  á  los  Reyes  en  Granada,  de  que  el  nombramiento 
de  gobernadores  para  la  India  no  podía  hacerse  sin  lastimar 
sus  privilegios,  firmados  por  aquéllos,  y  se  le  prometía 
guardar  en  todo  lo  capitulado,  y  aún  confirmarlo  si  fuera 
necesario,  se  dio'  carácter  de  interino  al  nombramiento  de 
fray  Nicolás  de  Ovando,  señalándole  el  tiempo  de  dos  años, 
para  que  en  ellos  acabase  la  informacio'n  de  los  delitos  come- 
tidos durante  las  sublevaciones,  y  apaciguados  los  ánimos, 
calmados  los  odios,  extinguidas  las  enemistades  con  el 
regreso  á  España  de  todos  los  comprometidos  y  lastimados 
por  aquellos  sucesos,  pudiera  proveerse  en  la  vuelta  del 
Almirante  á  su  gobernacio'n. 

La  flota  que  se  dispuso  para  llevar  á  la  isla  Española  al 
nuevo  Gobernador  fué  más  importante  que  todas  las  despa- 
chadas hasta  entonces,  porque  llevaba  más  de  dos  mil  y 
quinientos  hombres,  para  el  aumento  de  los  trabajos,  y  gran 
cantidad  de  víveres,  semillas,  animales  y  utensilios  de  todas 
clases,  y  debía  además  recoger  allá  al  comendador  Bobadilla  riSs 
y  á  cuantos  desearan  volver  á  España  con  todos  los  objetos 
de  su  pertenencia. 

Fletáronse  treinta  y  dos  naos  y  navios,  entre  chicos  y 
grandes,  bajo  el  mando  de  Antonio  de  Torres,  saliendo  con 
pro'spero  viaje  del  puerto  de  Cádiz  con  la  obligada  direccio'n 
de  las  islas  Canarias ;  pero  ya  á  lá  vista  de  ellas ,  el  domingo 
siguiente  se  desato  un  vendaval,  que  es  viento  Austro  ó  del 
Austro  colateral,  tan  recio  y  desaforado   que  causo  grande 


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440 


CRISTÓBAL  COLON 


tormenta  en  la  mar.  Los  buques  sg  separaron  unos  de  otros, 
sin  poder  gobernar,  corriendo  cada  uno  el  viento  según  lo 
permitía  su  solidez  y  el  estado  de  su  arboladura.  Una  de  las 
mayores  naves  llamada  la  Rábida,  se  fué  á  pique  sin  poderse 
salvar  nada  de  su  carga,  pereciendo  desgraciadamente  ciento 
veinte  pasajeros  que  iban  en  ella  y  toda  su  tripulación.  Los 
demás  buques  tuvieron  que  arrojar  al  agua  cuanto  llevaban 
sobre  cubierta,  perdiendo  algunos  parte  del  velamen  y  más- 
tiles, y  estos  despojos,  depositados  por  las  olas  en  las  playas 
del  mediodía  de  España ,  hicieron  correr  la  noticia  de  que  la 
escuadra  toda  había  perecido  sepultada  en  los  abismos  del 
mar  por  la  inmensa  violencia  del  huracán,  que  también  aquí 
se  había  dejado  sentir  y  causado  muchos  estragos. 

Estas  tristes  nuevas  llegaron  á  Granada,  donde  los 
Reyes  se  encontraban,  confirmadas  con  el  hecho  de  haberse 
recogido  en  la  costa  junto  á  Cádiz,  cajonería,  maderas, 
pipas  y  varios  restos  de  la  nao  Rábida,  y  produjeron  tan 
grave  impresión  en  su  ánimo,  considerada  la  inmensidad  del 
desastre  y  la  pérdida  de  tantas  personas,  que  estuvieron 
ocho  días  retraídos  sin  permitir  que  nadie  los  viese  ni 
hablase. 

Pero  felizmente  la  catástrofe  se  redujo  á  perder  la  nao 
Rábida  y  su  tripulación.  Los  demás  buques,  corrido  el  inmi- 
nente peligro,  se  fueron  amparando  en  la  Gomera;  allí 
repararon  como  mejor  se  pudo  las  averías  que  todos,  cual 
más  cual  menos,  habían  sufrido,  rehicieron  los  repuestos,  y 
habiéndose  unido  á  la  escuadra  otra  carabela,  con  muchos 
naturales  de  aquellas  islas  que  deseaban  pasar  al  Nuevo 
Mundo,  siguieron  su  viaje  con  el  mismo  número  de  treinta 
y  dos  naves  con  que  habían  salido  de  la  barra  de  Sanlúcar. 

Antes  de  darse  á  la  vela  dividió  el  Comendador  la 
escuadra  en  dos  partes,  llevando  consigo  los  buques  más 
veleros  y  de  mejor  andar,  y  dejando  los  más  pesados  al 
mando  de  Antonio  de  Torres. 

Ambos  tuvieron  feliz  viaje,   sin  nuevos   contratiempos 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


441 


ni  borrascas ,  llegando  al  puerto  de  Santo  Domingo  el 
comendador  Ovando  el  día  15  de  Abril,  y  Antonio  de  Torres 
doce  o'  catorce  días  después. 


II 


A  la  llegada  de  las  carabelas,'  acudieron  al  puerto, 
según  costumbre,  cuantos  españoles  había  en  la  ciudad,  sin 
excepcio'n  de  clases  ni  condiciones:  que  la  curiosidad  y  el 
interés  los  movían  á  todos  con  igual  fuerza,  siempre  que  se 
divisaba  alguna  flota,  ansiando  saber  noticias  y  novedades 
de  la  patria.  Apiñados  todos  en  la  ribera,  y  conociendo 
desde  lejos  á  muchos  de  los  que  en  las  barcas  bajaban  á 
tierra,  comenzaron  á  preguntar  con  grandes  voces  por 
nuevas  de  Castilla.  Respondieron  los  que  iban  que  buenas 
nuevas,  que  todo  quedaba  bien  en  España  y  que  los  Reyes 
enviaban  por  su  Gobernador  al  comendador  de  Lares ,  de  la 
Orden  de  Alcántara,  bien  conocido  de  muchos. 

Con  esto,  cuando  pusieron  el  pie  en  la  playa,  ya  los 
estaba  esperando  con  toda  la  gente  y  vecinos  de  la  ciudad  el 
comendador  Bobadilla.  Recibieron  todos  con  el  mayor  come- 
dimiento á  Ovando,  y  le  condujeron  á  la  fortaleza,  donde 
leídas  las  Reales  Cédulas  y  provisiones,  le  prestaron  el 
debido  acatamiento,  y  habiendo  recibido  juramento,  como  en 
las  mismas  se  preceptuaba,  al  nuevo  Gobernador,  le  pusie- 
ron inmediatamente  en  posesio'n  de  su  cargo,  dándole  obe- 
diencia, en  tanto  que  iban  desembarcando  las  demás  personas 
que  habían  quedado  á  bordo. 

Entre  las  instrucciones  comunicadas  al' comendador  de 

Lares,  era  la  primera  lá  de  enviar  á  España  á  Bobadilla  al 

regreso  de  la  flota,   con  amplia  y  veraz  informacio'n  de  su 

conducta  en  el  gobierno,  y  en  lo  que  se  refería  al  Almirante; 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 56. 


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442 


CRISTÓBAL  COLON 


haciendo  iguales  diligencias  con  todos  los  que  hubieran  co- 
metido ciertos  delitos  á  la  sombra  de  los  pasados  trastornos, 
que  también  deberían  ser  embarcados  en  aquellos  buques. 
Llevaba  el  encargo  de  fundar  cuatro  ciudades  en  los  puntos 
más  convenientes  de  la  isla ,  obligando  á  los  españoles  á  que 
residieran  en  ellas,  y  no  anduviesen  errantes  por  los  campos, 
en  el  deseo  de  arrebatar  cuanto  oro  encontraban  en  poder  de 
los  infelices  indios;  logrando  así  que  se  amparasen  mutua- 
mente y  que  estuvieran  sometidos  á  la  vigilancia  de  las 
autoridades  reales.  También  se  le  había  encargado  especial- 
mente cuidara  de  que  á  los  indios  se  les  tratara  con  huma- 
nidad, y  procurase  su  instrucción  moral  y  religiosa,  á  cuyo 
efecto  se  embarcaron  con  el  mismo  Comendador  doce  frailes 
franciscanos,  de  reconocida  piedad  y  solida  doctrina,  con  un 
prelado  llamado  fray  Antonio  de  Espinal. 

El  comendador  Ovando  comenzó'  desde  luego  á  cumplir 
las  o'rdenes  que  había  recibido.  Abrió'  juicio  de  residencia  á 
su  antecesor  Bobadilla ,  y  como  el  mando  de  éste  había  sido 
tan  débil  y  desconcertado,  aunque  no  tenía  en  verdad 
enemigos  que  desearan  su  ruina,  tampoco  pudo  contar  con 
verdadero  afecto  en  el  pueblo,  ni  con  amigos  leales  que  le 
acompañasen  en  su  desgracia;  «y  era  cosa  de  considerar, 
como  dice  el  P.  Las  Casas,  verle  cual  andaba  solo  y  desfa- 
vorecido, yendo  y  viniendo  á  la  posada  del  Gobernador,  y 
parecer  ante  su  juicio,  sin  que  hombre  lo  acompañase  de  los 
que  él  habia  favorecido  y  dicho,  aprovechaos  que  no  sabéis 
cuanto  este  tiempo  os  durará.» 

Examinadas  también  las  causas  del  levantamiento  y 
desobediencia  de  Francisco  Roldan  y  sus  secuaces,  como  se 
le  había  encomendado,  dispuso  Ovando  que  todos  partiesen 
para  España,  donde  habían  de  ser  juzgados  y  castigados, 
según  mereciesen;  y  aun  parece  dispuso  que  Roldan  viniese 
en  calidad  de  preso,  aunque  sin  hierros,  porque  esto  no  lo 
recordaba  bien  fray  Bartolomé  de  las  Casas. 

Todos  fueron  embarcados ;  pero  conforme  á  las  instruc- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


443 


dones  recibidas  se  dispusieron  á  traer  consigo  las  cantidades 
de  oro  que  habían  ido  acumulando,  pues  en  aquellas  riquezas 
fiaban  la  absolucio'n  de  sus  culpables  actos. 

Grande  era  ya  la  riqueza  que  en  aquella  flota  debía 
venir  á  España;  en  la  nave  capitana  se  embarcaron  cien  mil 
castellanos  o  pesos  de  oro,  que  correspondían  á  la  corona, 
y  otros  tantos  que  eran  de  los  jefes  que  se  dispusieron  á 
venir  en  ellas.  Esto  sin  contar  lo  mucho  que  se  ocultaba,  y 
lo  que  en  los  demás  buques  de  la  escuadra  traían  oficiales 
y  soldados.  Se  entrego'  también  á  Antonio  de  Torres  para 
que  lo  presentase  á  los  Reyes,  el  mayor  grano  de  oro  nativo 
que  hasta  entonces  se  había  visto  ni  se  vio  después  en  la  isla 
Española;  pieza  tan  notable  y  celebrada  que  en  su  des- 
cripción, valor  y  hallazgo  se  detienen  muy  de  proposito  los 
historiadores. —  «  El  grano  que  dije ,  de  que  dieron  nuevas, 
dice  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  fué  cosa  monstruosa  en 
naturaleza,  porque  nunca  otra  joya  tal,  que  la  naturaleza 
sola  formase  vieron  los  vivos;  pesaba  35  libras,  que  valían 
3,600  pesos  de  oro;  cada  peso  era  o  tenia  de  valor  450  ma- 
ravedís; era  tan  grande  como  una  hogaza  de  Alcalá  (que 
hay  en  Sevilla,  y  de  aquella  hechura,  que  pesa  tres  libras), 
y  yo  lo  vide  bien  visto.  Juzgaban  que  ternia  de  piedra, 
mezclada  y  abrazada  con  el  oro  (la  cual,  sin  duda,  habia  de 
ser  por  tiempo  en  oro  convertida),  los  600  pesos,  y  porque 
la  piedra  que  está  entrejerida  y  abrazada  con  el  oro  en  los 
granos  que  se  hallan,  son  como  manchezuelas  menudas,  cuasi 
todo  el  grano  parece  oro,  aunque  con  cantidad  de  piedra. 
Habia  dado  el  comendador  Bobadilla,  Gobernador,  tan  larga 
licencia  á  los  españoles  que  se  aprovechasen  de  los  indios  y 
echasen  á  las  minas,  cada  dos  compañeros,  sus  cuadrillas  de 
quince,  y  veinte,  y  treinta,  y  cuarenta  indios,  hombres  y 
mujeres;  Francisco  de  Garay  é  Miguel  Diaz  (de  quien  algo 
se  ha  tocado,  y  abajo  se  dirá  más,  si  á  Dios  pluguiere),  eran 
compañeros,  y  traian  su  cuadrilla  o'  cuadrillas  en  las  minas 
que  dijimos  Nuevas,  porque  se  descubrieron  después  de  las 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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primeras,  que  llamaron  por  esto  Viejas,  de  la  otra  parte  del 
rio  Hayna,  cuasi  frontero,  ocho  leguas  o'  nueve,  desta  ciu- 
dad de  Sancto  Domingo.  Una  mañana,  estando  la  gente 
almorzando,  estaba  una  india  de  las  de  la  misma  cuadrilla, 
sentada  en  un  arroyo,  comiendo,  y  descuidada,  pensando 
quizá  en  sus  trabajos,  captiverio  y  miseria,  y  daba  con  una 
vara,  ó  quizá  una  barreta,  o  almocafre,  d  otra  herramienta 
de  hierro  en  la  tierra,  no  mirando  lo  que  hacia,  y,  con  los 
golpes  que  dio,  comenzóse  á  descubrir  el  grano  de  oro  que 
decimos;  la  cual,  bajando  los  ojos,  vido  un  poquito  del  relu- 
cir, é,  visto,  de  propo'sito  descubre  más,  5^,  así  descubierto 
todo,  llama  al  minero  español,  que  era  el  verdugo  que  no 
los  dejaba  resollar,  y  dícele  :  ó  cama  giiaxeri  gtiariquen  caona 
yari.  O  cama,  dice  oyes,  guaxeri,  señor,  guariquen,  mira  o'  ven 
á  ver,  yari,  el  joyel  o'  piedra  de  oro;  caona  llamaban  al  oro. 
Vino  el  minero,  y  con  los  vecinos  hacen  grandes  alegrías, 
quedando  todos  como  fuera  de  sí  en  ver  joya  tan  nueva  y 
admirable  y  tan  rica;  hicieron  fiesta  asando  un  lechon  o' 
cochino,  lo  cortaron  y  comieron  en  él,  loándose  que  comieron 
en  plato  de  oro  muy  fino,  que  nunca  otro  tal  lo  tuvo  algún 
Rey.  El  Gobernador  lo  tomo'  para  el  Rey,  dando  lo  qué 
pesaba  y  valia  á  los  dos  compañeros,  Francisco  de  Garay  y 
Miguel  Diaz.  Pero,  sin  pecado,  podemos  presumir  que  á  la 
triste  india  que  lo  descubrid,  por  hallazgo  no  se  le  dieron  de 
grana  ni  de  seda  faldrillas,  y  ojalá  le  hayan  dado  un  solo 
bocado  del  cochino.» 

Además  de  tan  gran  cantidad  de  oro,  se  dispusieron  á 
embarcar  otros  muchos  objetos  de  valor,  y  numerosos  pro- 
ductos del  país,  que  pudieran  llamar  la  atención  por  su 
novedad,  por  su  abundancia  y  por  los  usos  á  que  pudieran 
destinarse  con  gran  provecho  para  el  comercio  por  ser  hasta 
entonces  desconocidos. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


445 


III 


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En  tanto  que  se  disponía  lo  necesario  para  que  la  nume- 
rosa flota  pudiera  emprender  el  viaje,  acopiando  las  provi- 
siones, reuniendo  el  material,  y  llevando  á  bordo  cuantos 
objetos  querían  traer  consigo  los  que  á  España  regresaban, 
llego  inopinadamente  á  Santo  Domingo  el  capitán  Pedro 
Terreros,  para  anunciar  al  comendador  Ovando  la  llegada 
del  Almirante  y  las  causas  que  la  motivaran. 

Grande  fué  la  sorpresa  de  todos  al  tener  conocimiento 
de  aquella  noticia,  que  en  tales  momentos  podía  causar 
grave  trastorno.  Con  motivo  del  embarque  se  habían  reunido 
en  Santo  Domingo  la  mayor  parte  de  los  comprometidos  en 
la  insurreccio'n  que  antes  estaban  diseminados  en  la  isla,  y 
eran  los  que  mayores  resentimientos  podían  tener  del  Almi- 
rante y  del  Adelantado,  pues  muchos  de  ellos  habían  sido 
condenados  á  muerte,  y  hubieran  sufrido  la  pena  á  no  haber 
llegado  el  comendador  Bobadilla  en  el  momento  crítico. 
Libres  todos,  por  la  mala  direccio'n  que  el  Gobernador  había 
dado  á  los  asuntos,  y  en  el  punto  de  embarcarse  con  sus  mal 
adquiridas  riquezas,  la  presencia  de  Cristóbal  Colón  y  de 
su  hermano  podía  ser  motivo  de  conflicto,  cuyas  consecuen- 
cias no  era  fácil  preveer.  Importaba  mucho  que  salieran  de  la 
isla  Española  todos  aquellos  elementos  de  discordia,  mal 
acostumbrados  por  Bobadilla,  y  rebeldes  á  la  obediencia  de 
la  autoridad ,  y  pesando  estas  dificultades ,  conformándose 
también  con  las  indicaciones  hechas  por  los  Reyes,  manifestó' 
el  comendador  Ovando  á  Terreros  que  no  podía  otorgar  la 
licencia  que  el  Almirante  deseaba  para  desembarcar,  y  debía 
continuar  su  viaje  con  los  mismos  barcos  que  había  sacado 
de  España. 


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446 


CRISTÓBAL  COLON 


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Bien  se  deja  comprender  cuál  sería  el  disgusto  del  Almi- 
rante al  recibir  esta  dura  respuesta,  cuando  tal  necesidad 
veía  de  proveerse  de  un  buque  de  mejores  condiciones  para 
continuar  sus  descubrimientos.  Pero  á  este  sentimiento  se 
unió  otro  no  menos  grave,  que  le  obligo  á  enviar  nuevo 
mensaje  al  Gobernador. 

Consultando  el  estado  de  la  atmosfera,  y  por  señales 
que  para  su  saber  y  experiencia  eran  indudables,  comprendía 
que  estaba  muy  cercano  uno  de  aquellos  ciclones,  cuyos 
terribles  estragos  había  observado  más  de  una  vez :  una 
tempestad  que  amenazaba  ser  grande,  pero  cuya  gravedad 
no  podía  conocerse  anticipadamente.  Presentía,  sin  embargo, 
por  indicios  y  observaciones  que  había  de  ser  importante, 
y  temiendo  exponer  su  escuadra  á  tan  incierto  peligro, 
porque  no  la  veía  en  condiciones  de  correr  el  temporal,  se 
decidió'  á  insistir  para  que  Ovando  le  permitiera  buscar 
abrigo  en  el  puerto.  Además  había  tenido  noticias  por  el 
capitán  Pedro  Terreros  de  que  la  flota  se  aprestaba,  y  muy 
pronto  había  de  darse  á  la  vela  cargada  de  muchas  riquezas 
y  con  gran  número  de  hombres  á  bordo;  y  creyó  un  deber 
de  conciencia,  y  hasta  de  humanidad,  comunicar  al  Gober- 
nador sus  observaciones,  para  que  suspendiera  la  salida  de 
los  buques  hasta  que  hubiera  pasado  la  tormenta. 

Volvió,  pues,  Terreros  á  Santo  Santo  Domingo  para 
hacer  presentes  á  Nicolás  Ovando  las  graves  circunstancias 
en  que  se  encontraba  el  Almirante,  y  la  necesidad  que  tenía 
de  cambiar  la  nao  Bermuda  por  otra  más  apta  para  la  nave- 
gacio'n  que  emprendía;  aconsejándole  al  mismo  tiempo  detu- 
viera la  flota  para  no  exponerla  á  un  grave  peligro. 

Mal  mirado  debía  ser  en  la  colonia  todo  cuanto  procedía 
de  Cristóbal  Colón  cuando  tan  poco  aprecio  hicieron  de  su 
prudente  advertencia.  Tal  vez  el  comendador  Ovando  juzgo 
que  el  anuncio  de  la  pro'xima  tempestad  era  un  ardid,  un 
engaño  inventado  para  que  se  le  concediera  la  entrada  en  el 
puerto:   lo  cierto  es  que  volvió  á  negársela,   significándole 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


447 


continuara  su  viaje  en  las  mismas  condiciones  en  que  lo 
había  emprendido;  y  en  cuanto  á  no  dejar  salir  la  flota,  él 
no  curo'  de  creerlo ;  « y  los  marineros  y  pilotos  después  oyeron 
que  aquello  lo  había  mandado  á  decir  el  Almirante,  unos  bur- 
laron dello,  y  quizá  del,  otrps  lo  tuvieron  por  adivino;  otros, 
mofando,  por  profeta,  y  así  no  curaron  se  detener » 

El  disgusto  que  causo'  en  las  tripulaciones  de  los  buques 
de  Colón  esta  negativa  de  recibirlos  en  el  puerto,  fué  gran- 
dísimo; porque  ellos  tenían  fe  en  la  ciencia  de  su  Almirante, 
se  encontraban  amenazados  de  un  gran  peligro,  y  vieron 
con  profunda  pena  se  les  negaba  aquel  refugio,  que  por 
humanidad  y  por  derecho  de  gentes  no  se  negaría  ni  aún  á 
extraños,  siendo  tratados  por  sus  compatriotas  con  más 
rigor  que  si  fueran  herejes  d  enemigos  de  la  patria.  Colón 
disimulo'  como  mejor  pudo  el  efecto  de  aquella  repulsa,  y 
siguiendo  lo  más  cerca  de  la  costa  que  le  fué  posible,  camino' 
buscando  puerto  o'  abrigo  donde  acogerse  al  primer  asomo 
de  la  tempestad. 

Embarcáronse,  pues,  en  Santo  Domingo,  sin  acordarse 
para  nada  del  Almirante,  y  aun  despreciándolo,  aquellos 
que  más  debían  conocer  cuanto  era  su  entendimiento  y  lo 
que  alcanzaba  su  saber.  Francisco  de  Bobadilla,  Francisco 
Roldan  y  todos  los  enemigos  más  encarnizados  de  Cristóbal 
Colón  ,  pasaron  á  bordo  tranquilamente  para  estar  al  lado 
del  oro  objeto  de  sus  afanes.  Llevaron  consigo  al  infortu- 
nado Guarionex,  al  cacique  de  la  Vega,  preso  hacía  mucho 
tiempo,  pero  de  cuya  presentacio'n  en  la  corte  esperaban 
quizá  el  efecto  de  un  triunfo,  y  se  dispusieron  á  partir. 
«Quiso  Dios  cegarles  los  ojos  y  el  entendimiento,  escribe 
Don  Fernando  Colo'n,  para  que  no  admitiesen  el  buen 
consejo  que  les  dio'  el  Almirante.  Yo  tengo  por  cierto  que 
esto  fué  providencia  divina,  porque  si  estos  arribaran  á 
Castilla  jamás  serian  castigados  según  merecían  sus  de- 
litos  )) 

Y  en  verdad ,   al  más  incrédulo  y  despreocupado  ha  de 


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448 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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hacer  reflexionar  el  suceso ;  que  pocas  Aceces  puede  verse  tan 
clara  la  justicia  divina. 

En  los  días  29  y  30  de  Junio  estuvo  Cristóbal  Colón 
en  el  puerto  de  Santo  Domingo,  y  desoyendo  su  consejo, 
levaron  las  anclas  los  treinta  y  dos  barcos  que  formaban  la 
flota  dándose  á  la  vela  en  los  primeros  días  del  mes  del  Julio. 
Dos  solamente  llevaban  de  navegacio'n,  y  apenas  perdieron 
de  vista  la  costa  oriental  de  la  isla,  cuando  la  tormenta,  que 
desde  días  antes  venía  condensándose,  y  tan  clara  era  para 
el  ojo  experimentado  de  Cristóbal  Colón,  se  desencadeno'  de 
improviso  con  un  violento  huracán  de  irresistible  empuje. 
Las  aguas  se  levantaban  hasta  los  cielos  en  espumosas  mon- 
tañas, y  abrían  abismos  de  inmensurable  profundidad:  los 
barcos  fueron  dispersados  instantáneamente,  y  revueltos  en 
las  espumosas  ondas  desaparecían  para  no  volver  á  parecer. 
La  capitana,  sepultada  antes  de  que  tuvieran  tiempo  de 
plegar  siquiera  las  velas ,'  llevo'  al  fondo  del  mar  á  Bobadilla 
y  á  Roldan  con  sus  riquezas ,  sin  que  hombre  chico  ni  grande 
de  ella  escapase,  ni  vivo  ni  muerto  se  hallase.  Mas  de  veinte 
buques  corrieron  la  misma  suerte ,  y  solamente  una  carabela 
de  las  peores,  llamada  la  Guchia,  pudo  seguir  su  viaje  á 
Castilla,  donde  trajo  la  noticia  del  desastre.  Y  es  también 
de  notar  que  en  aquella  mala  embarcacio'n  venían  cuatro 
mil.  pesos  que  Alonso  Sánchez  Carvajal  había  cobrado  en 
Santo  Domingo  por  cuenta  del  Almirante,  y  como  parte  de 
las  rentas  que  le  correspondían  le  remitía  á  Sevilla.  Otros 
tres  o'  cuatro  barcos  pudieron  tomar  el  viento  y  resistir  su 
violencia,  corriendo  el  temporal  hasta  que  muchos  días 
después,  rotos,  maltratados,  arribaron  á  la  desembocadura 
del  Ozama  y  fueron  recogidos  en  el  puerto  de  Santo  Do- 
mingo. 

i(Alli  ovo  jin  el  comendador  Bobadilla,  que  envió  en  grillos 
presos  al  Almirante  y  á  sus  hermanos;  allí  se  ahogó  Francisco 
Roldan  y  otros  que  fueron  sus  secuaces  rebelándose,  y  que  las 
gentes  dcsta  isla  tanto  vejaron  y  fatigaron;  allí  feneció' el  rey 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  III 


449 


Guarionex,  que  gravísimos  insultos  y  violencias,  daños  y 
agravios  habia  rescibido  de  los  que  se  llamaban  cristianos, 
y,  sobre  todos,  la  injusticia  que  al  presente  padecía,  privado 
de  su  reino,  mujer  é  hijos  y  casa,  llevándolo  en  hierros  á 
España,  sin  culpa,  sin  razón  y  sin  lejítima  causa,  que  no  fué 
otra  cosa  sino  matallo  mayormente,  siendo  causa  que  allí  se 
ahogase.  Allí  se  hundió'  todo  aquel  minero  de  doscientos 
mil  pesos  de  oro,  con  aquel  monstruoso  grano  de  oro  grande 
y  admirable. 

))  Aqueste  tan  gran  juicio  de  Dios  no  curaremos  de  escudri- 
ñallo,  pues  en  el  dia  final  deste  mundo  nos  será  bien  claro!» 

De  esta  manera  condensa  y  resume  su  juicio  sobre  tan 
extraordinario  acontecimiento  el  venerable  obispo  de  Chiapa. 

Cuando  llego  á  noticia  de  Cristóbal  Colón  tan  terrible 
catástrofe,  su  alma  se  sintió  sobrecogida  de  santo  temor 
religioso,  y  teniendo  por  milagrosa  su  salvación,  dio'  gracias 
á  Dios  por  el  beneficio,  creyéndose  predestinado  para  acabar 
su  obra  ^  Allí  mismo,  ante  sus  ojos  había  dispuesto  la  divina 
justicia  el  castigo  de  los  que  tantos  males  habían  causado; 
el  aniquilamiento  de  sus  enemigos,  cuando  acababan  de 
despreciar  su  consejo  y  de  entregarlo  á  la  furia  de  los 
elementos.  Y  ellos  habían  perecido  todos,  y  Colón  no  había 
perdido  ni  un  solo  hombre. 

Le  sorprendió  la  tempestad  cuando  amparado  en  la 
costa  se  dirigía  en  demanda  del  puerto  de  Azua ,  buscando 
seguro  fondeadero.  En  las  primeras  horas  permanecieron 
reunidas  las  cuatro  embarcaciones;  pero  continuando  la 
fuerza  del  viento,   tuvieron  que  separarse,  y  corrieron  por 


•  Para  Cristóbal  Colón  siempre  fué  evidente  milagro  la  destrucción  de 
sus  enemigos.  En  una  de  las  últimas  peticiones  que  dirigió  al  rey  don  Fernando 
y  que  ha  conservado  el  P.  las  Casas  en  su  /fisiona,  (libro  III,  cap  XXXVII), 
recordaba  el  suceso,  y  decía:  — «La  gobernación  y  posesión  en  que  yo  estaba,  es 
el  caudal  de  mi  honra,  injustamente  fui  sacado  della;  grande  tiempo  ha  que  Dios 
Nuestro  Señor  no  mostró  milagro  tan  público;  que  el  que  lo  hizo  le  puso  con  todos 
los  que  le  fueron  en  ayuda  á  esto,  en  la  mas  escogida  nao  que  habia  en  treinta  y 
cuatro,  y  en  la  mitad  deltas,  y  si  la  salida  del  puerto  le  enfundió,  que  ninguno  de 
todos  ellos  vi  do  en  que  manera  fué  ni  como. y) 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  57. 


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450 


CRISTÓBAL  COLON 


'  varios  días  á  merced  de  las  olas,  procurando  no  alejarse 
demasiado  del  punto  donde  habían  dejado  al  Almirante, 
aunque  cre'yéndose  perdidos  los  unos  á  los  otros.  IMandaba 
el  Adelantado  aquella  nao  que  don  Fernando  llama  Bermuda, 
la  cual  no  pudiendo  soportar  el  velamen  se  sumergía  por 
completo  en  el  agua ,  hasta  la  cubierta ;  y  todos  creyeron 
que  sin  la  pericia  y  serenidad  de  don  Bartolomé  se  hubiera 
perdido,  porque  no  se  hallaba  entonces  hombre  más  práctico 
que  él  en  las  cosas  de  la  mar.  El  domingo  siguiente  se 
volvieron  á  reunir  los  cuatro  buques  en  el  puerto  de  Azua; 
y  allí,  refiriendo  cada  uno  lo  que  había  pasado,  se  mara- 
villaban de  haber  salido  de  tanto  peligro. 

Al  saber  en  Santo  Domingo  que  el  Almirante  estaba  en 
salvo  con  toda  su  gente,  aquellos  mismos  que  habían  menos- 
preciado sus  advertencias,  burlándose  de  su  prudente  consejo, 
decían  que  por  arte  mágica  había  formado  aquella  tempestad 
para  vengarse  de  Roldan  y  de  Bobadilla,  pues  les  parecía 
imposible  hubiera  podido  desafiar  la  furia  de  los  elementos. 


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452 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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La  tempestad  que  sumergió  en  el  fondo  de  los  mares  á 
los  enemigos  de  Cristóbal  Colón,  puso  también  en  grave 
peligro  las  naves  que  éste  conducía. 

Prodigio  pudieron  creer  todos  la  milagrosa  salvacio'n 
del  Almirante;  pero  para  la  exaltada  fe  de  éste,  para  su 
entusiasmo  religioso  era  clarísima  la  significacio'n  de  aquel 
grave  suceso  y  la  manifestacio'n  de  la  justicia  de  Dios.  Des- 
pedido de  Santo  Domingo,  como  ya  dijimos,  continuo'  su 
viaje  sin  separarse  de  la  isla  más  que  lo  absolutamente  nece- 
sario, buscando  puerto  o'  ensenada  donde  acogerse  para 
disminuir  los  peligros  de  que  se  veía  amenazado;  y  al  sobre- 
venir la  tempestad  se  acogió'  á  un  abrigo  poco  distante  del 
que  se  llamaba  ya  Puerto  Hermoso,  donde  pudo  resistir  sin 
grandes  quebrantos  el  primer  ímpetu  de  la  borrasca.  No 
fiando  en  la  solidez  de  su  buque  permaneció'  muy  próximo 
á  la  costa,  y  tal  vez  á  esta  saludable  prudencia  debió  su 
salvación.  Los  otros  tres  buques  corrieron  á  merced  de  las 
olas  durante  algunos  días ,  y  al  cabo  lograron  volver  á  re- 
unirse con  el  Almirante  en  el  puerto  de  Azua,  aunque  mu}^ 
maltratados  y  con  notables  averías.  Para  repararlos  se  detu- 
vieron una  semana  en  aquel  puerto,  admirando  todos  la 
exactitud  de  las  observaciones  de  Cristóbal  Colón,  j  más 
aún  el  haberse  salvado  de  tan  peligrosa  tempestad  en  tan 
débiles  embarcaciones. 

La  admiracio'n  llego  hasta  el  asombro  cuando  supieron 
la  completa  destruccio'n  de  la  flota  que  Ikvaba  á  Bobadilla. 
Reparadas  las  averías,  y  habiendo  dado  el  necesario  descanso 
á  sus  marineros,  salió'  de  Azua,  3^  sin  abandonar  la  costa  se 
detuvo  en  el  puerto  de  Yaquimo,  porque  el  tiempo  amena- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


453 


zaba  todavía;  y  ya  á  mediados  del  mes  de  Julio,  aprove- 
chando la  primera  bonanza,  dirigió'  su  rumbo  hacia  tierra- 
firme  con  direccio'n  al  sudoeste. 

Las  calmas  que  sobrevinieron,  impidiéndole  vencer  la 
fuerza  de  las  corrientes,  le  hicieron  derivar  mucho.  Toco  en 
los  llamados  Cayos  de  Morant,  y  de*  allí,  empujado  en  otra 
direccio'n,  se  encontró'  en  las  isletas  que  se  extienden  al  Sur 
de  la  isla  de  Cuba,  y  había  visitado  ya  en  si*  segundo  viaje, 
denominándolas  Jardines  de  la  Reina;  aprovechando  un  viento 
favorable,  volvió'  á  su  primer  rumbo,  y  el  30  de  Julio  descu- 
brió' una  isla  pequeña,  pero  muy  frondosa,  situada  á  poca 
distancia  de  la  costa  de  Honduras  y  en  la  que  descollaban 
altísimos  pinos,  que  llamaron  la  atencio'n  de  las  tripula- 
ciones. Era  la  llamada  por  los  naturales  Guanaya  o'  Guana- 
cos, y  que  el  Almirante  nombro  de  los  Pinos,  aunque  es  más 
conocida  por  su  primitiva  denominación.  Bajo  á  ella  el 
Adelantado  para  reconocerla,  encontrándola  muy  fértil  y 
agradable,  pero  en  lo  que  más  le  interesaba,  en  lo  que  se 
refería  á  la  condición  de  sus  habitantes,  á  su  manera  y 
medios  de  vivir,  no  había  diferencia  notable  entre  los  indí- 
genas de  aquella  isla  y  los  de  las  muchas  que  en  todos  sus 
viajes  había  ido  conociendo  el  Almirante. 

Estando  ya  los  españoles  en  la  playa  para  tomar  las 
barcas  y  volverse  á  bordo  sin  noticias  de  ningún  interés, 
vieron  á  lo  lejos  una  canoa  de  grandes  dimensiones,  que  se 
dirigía  al  mismo  punto  que  ellos  ocupaban,  y  que  llamo'  su 
atencio'n  por  el  gran  número  de  remeros  que  bogaban  en  ella. 
Era  «tan  larga  como  una  galera,  y  de  ocho  pies  de  ancho 
toda  de  una  pieza,  y  de  la  misma  hechura  que  las  demás,  la 
cual  venía  cargada  de  mercaderías  de  las  partes  Occidentales 
hacia  Nueva  España;  en  medio  de  ella  había  un  bulto  de 
hojas  de  palma,  no  diferente  del  que  traen  las  go'ndolas  en 
Venecia,  que  llaman  los  venecianos /i^/s/,  el  cual  defendía  lo 
que  estaba  debajo,  de  manera  que  no  podían  hacer  daño  á 
nada  de  lo  que  iba  dentro   las  lluvias  ni  las  tempestades. 


454 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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Debajo  de  este  bulto  estaban  los  hijuelos,  las  mujeres,  los 
muebles  y  las  mercaderías.  Los  hombres  que  la  guiaban, 
aunque  eran  veinticinco,  no  tuvieron  ánimo  para  defenderse 
contra  las  barcas  que  los  siguieron;  tomada  la  canoa  sin  con- 
traste, fué  llevada  á  los  navios  donde  el  Almirante  dio' 
muchas  gracias  á  Dios  viendo  que  era  servido  de  darle 
muestra  de  todas  las  cosas  de  aquella  tierra  en  un  instante, 

sin   trabajo *»     Esto    dice    don    Fernando    Colon   en   sus 

Apuntes  ^ 

Parecía,  en  efecto,  que  la  canoa  venía  de  gran  distancia 
habiendo  hecho  un  largo  viaje  y  recogido  muchos  objetos  de 
otro  país  más  adelantado,  que  puede  creerse  fuera  del  Yuca- 
tán, o'  quizá  el  mismo  seno  mejicano.  Cristóbal  Colón  exa- 
mino' con  gran  interés  y  curiosidad  los  varios  objetos  que 
componían  el  cargamento  de  la  canoa,  encontrando  muchos 
que  fijaron  su  atencio'n.  Traían  espadas  de  madera  formadas 
de  dos  hojas  atadas  de  una  manera  muy  industriosa,  entre 
las  que  se  sujetaban  espinas  durísimas  de  pescados,  o'  lajas 
de  afiladas  piedras,  aseguradas  con  cuerdas  de  tripas  de  ani- 
males, de  gran  resistencia,  y  muy  parecidas  á  las  cuerdas  de 
guitarra.  El  haberse  encontrado  luego  en  esta  misma  cons- 
truccio'n  las  espadas  de  los  mejicanos,  ha  hecho  creer  á  algu- 
nos historiadores  que  hasta  allá  se  alargaban  para  su  comer- 
cio los  naturales  de  aquella  isla.  Presentaron  también  una 
bebida  extraña,  producto  del  maíz  fermentado,  algo  parecida 
á  la  cerveza,  semejante  á  la  hierba  de  Inglaterra,  como  dice  don 
Fernando  Colo'n,  y  algunos  objetos  de  cobre  que,  según 
pareció',  fundían  en  unos  toscos  vasos  á  manera  de  crisoles, 
que  también  traían  á  bordo,  formando  de  aquel  metal  hachas 
para  trabajar  la  madera  y  campanillas  y  láminas  que  desti- 
naban á  diferentes  usos.  En  los  objetos  destinados  á  la 
alimentación  había  poca  diferencia  con  los  que  se  conocían 


'     Historie  del  Signor  D.  Fernando  Colombo,  Cap.  LXXXIX.  Traducción 
de  González  Barcia. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


455 


por  los  indios  de  la  isla  Española;  pero  entre  ellos  vieron  por 
vez  primera  los  españoles  las  almendras  del  cacao,  planta 
que  entonces  no  conocían,  y  cuyo  fruto  estimaban  mucho 
aquellos  indígenas,  destinándolo  á  su  alimento  y  á  facilitar  las 
contrataciones  usándolo  en  lugar  de  moneda,  demostración 
del  aprecio  en  que  lo  tenían;  pues  noto'  don  Fernando  Colo'n 
que  cuando  estaban  mostrando  las  cosas  que  traían  en  su 
canoa,  si  se  les  caían  algunas  de  las  almendras  del  cacao 
procuraban  todos  cogerlas  con  el  mayor  ahinco,  como  si  se  les 
hubiera  caído  un  ojo.  Las  telas  de  algodo'n  eran  también  muy 
superiores  á  todo  lo  que  hasta  entonces  había  visto  el  Almi- 
rante, tanto  por  el  tejido  como  por  el  color,  haciendo  de 
ellas  á  manera  de  sábanas  en  que  se  envolvían  las  mujeres, 
como  las  moras  en  sus  mantos. 

Todo  indicaba  que  aquellos  productos  eran  traídos  de 
un  país  donde  la  industria  estaba  mucho  más  adelantada 
que  en  las  muchas  visitadas  hasta  entonces,  por  lo  que 
Colón  procuro  informarse  con  gran  interés  de  su  proceden- 
cia, fijo  en  su  pensamiento  de  hallarse  pro'ximo  á  naciones 
más  civilizadas. 

Hablaban  aquellos  indios  una  lengua  muy  diversa  de 
los  de  las  otras  islas,  que  no  lograban  entender  los  españoles, 
ni  los  intérpretes  que  consigo  llevaban;  pero  señalaban  al 
Occidente  como  queriendo  indicar  que  los  productos  proce- 
dían de  hombres  que  vivían  en  aquella  dirección,  y  que  eran 
muy  numerosos  y  fabricaban  cosas  muy  admirables.  Bien 
hubiera  debido  el  Almirante  tomar  en  cuenta  aquellas  noti- 
cias ;  pero  la  inseguridad  de  la  inteligencia  que  pudieran  dar 
á  los  gestos  y  expresiones  de  los  indios;  la  duda  de  que 
fueran  engañosos  sus  datos,  y  más  que  nada  el  deseo  de 
seguir  la  exploración  del  estrecho  que  debía  comunicar  con 
los  mares  asiáticos,  le  hicieron  que  no  prestase  toda  la 
atencio'n  que  merecían  tan  singulares  referencias.  De  haber 
seguido  aquellas  indicaciones,  poniendo  las  proas  al  Occi- 
dente, en  pocos  días  de  navegacio'n  hubiera  desembarcado  en 


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456 


CRISTÓBAL  COLON 


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las  costas  que  luego  recibieron  el  nombre  de  Nueva  España; 
hubiera  descubierto  el  imperio  mejicano,  y  evitándose 
muchos  peligros,  grandes  trabajos  é  infinitos  disgustos, 
hubiera  dado  á  conocer  de  una  vez  y  de  modo  indudable  y 
sorprendente  toda  la  grandeza,  toda  la  importancia  de  su 
arriesgada  empresa. 

No  es  posible  imaginar  hoy  cuáles  hubieran  sido  las 
consecuencias,  y  cuál  la  suerte  del  Almirante  si  hubiese 
seguido  su  exploración  en  el  rumbo  que  los  indios  de  la 
canoa  le  señalaban,  para  conocer  la  verdadera  procedencia 
de  los  objetos  que  conducían.  Cuanto  pudiera  decirse  sería 
aventurado;  pero  ciertamente  los  sucesos  hubieran  tomado 
muy  distinto  carácter  y  los  resultados  también  serían  mu}^ 
diferentes. 

Colón,  fijo  en  su  pensamiento  científico,  tomo'  el  camino 
opuesto  al  que  le  indicaban  los  indios,  porque  su  deseo  era 
proseguir  en  busca  del  estrecho ,  y  dejo'  para  más  tarde  el 
caminar  por  el  rumbo  contrario,  que  siempre  juzgaba  fácil 
tarea,  en  vista  de  los  vientos  que  en  aquella  direccio'n  sopla- 
ban con  gran  regularidad  y  constancia. 


II 


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y 


y^x-t^s^sca 


Al  abandonar  la  isla  de  los  Pinos,  o'  de  los  Guanacos, 
puso  el  Almirante  rumbo  al  Sur  para  tierra  firme,  5^  al 
segundo  día  descubrió'  un  cabo  de  ella,  cubierto  de  frondosí- 
simos árboles  frutales  que  producían  unas  manzanillas  algo 
arrugadas,  con  hueso  esponjoso,  buenas  para  comer,  llama- 
das caxinas  por  los  indios,  y  este  nombre  dio'  al  cabo  que 
hoy  se  llama  cabo  de  Honduras. 

No  quiso  perder  tiempo  Colón  explorando  el  extendido 
golfo  que  á  su  vista  se  presentaba,   sino  que  mando'  prose- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


457 


guir  la  vuelta  de  éste  á  lo  largo  de  la  costa  que  corre  al  mis- 
mo rumbo,  en  el  cabo  que  nombraron  de  Gracias  á  Dios,  de 
costa  muy  baja,  como  dice  don  Fernando.  En  esta  costa 
desembarco'  el  Adelantado  el  14  de  Agosto  de  1502  con  las 
banderas  y  los  capitanes  y  otros  muchos  de  la  armada  para 
oir  misa.  Entablo'  relaciones  con  los  naturales,  que  le  ofrecie- 
ron liberalmente,  raíces,  frutas  y  pescados,  acudiendo  á 
centenares  cargados  de  éstos  y  otros  alimentos,  y  retirándose 
muy  satisfechos  y  alegres  con  algunos  juguetes  y  baratijas 
que  mando  sé  les  distribuyeran.  Habiendo  vuelto  á  bordo 
con  abundantes  provisiones,  empezaron  la  navegación  más 
molesta  y  peligrosa  de  cuantas  hasta  entonces  habían  tenido. 
En  todo  un  mes,  hasta  mediar  el  de  Septiembre,  no  cesaron 
las  lluvias:  la  tempestad  era  constante;  las  corrientes  y  los 
vientos  contrarios  al  camino  que  llevaban.  A  veces  fué  tan 
recio  el  temporal,  que  todos  desconfiaron  de  poder  vencerlo  y 
se  creyeron  perdidos :  los  buques  estaban  muy  trabajados 
y  con  muchas  averías,  y  la  tempestad  no  daba  treguas.  El 
mismo  Almirante  escribía  que  había  corrido  muchas  tor- 
mentas en  su  vida;  pero  ninguna  de  tan  larga  duración  ni 
de  tanta  fuerza. 

«Ochenta  y  ocho  dias  habia  que  no  me  habia  dejado 
espantable  tormenta,  dice  ^  á  tanto  que  no  vide  el  sol  ni  las 
estrellas  por  mar;  que  á  los  navios  tenia  yo  abiertos,  é  las 
velas  rotas,  y  perdidas  anclas  y  jarcia  y  cables,  con  las 
barcas  y  muchos  bastimentos ;  la  gente  muy  enferma ,  y 
todos  contritos,  y  muchos  con  promesa  de  religio'n,  y  no 
ninguno  sin  otros  votos  ni  romerias.  Muchas  veces  habían 
llegado  á  se  confesar  los  unos  á  los  otros.  Otras  tormentas 
se   han   visto,    mas   no   durar   tanto   ni   con   tanto    espanto. 


'  Es  la  carta  conocida  con  el  nombre  de  Lettera  rarissima,  que  imprimió 
el  docto  bibliotecario  de  San  Marcos,  en  Venecia,  Morelli,  y  tomándola  de  un 
manuscrito  perteneciente  al  Colegio  Mayor  de  Cuenca,  publicó  el  señor  don 
Martín  Fernández  Navarrete  en  el  tomo  I  de  su  Colección  de  viajes  y  descubri- 
mientos, págs.  445  y  461  de  la  2.'  edición. 


Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  58. 


458 


CRISTÓBAL  COLÓN 


--^: 


Muchos  esmortecieron  harto  y   hartas  veces,  que  teníamos 
por  esforzados.» 

La  carta  á  los  Reyes  escrita  desde  la  isla  Jamaica  en 
7  de  Julio  de  1503,  en  que  estas  noticias  se  contienen,  es 
una  de  las  más  importantes  entre  las  que  escribió  Cristóbal 
Colón,  porque  de  una  parte  es  testimonio  auténtico  de  las 
peripecias,  trabajos  y  desgracias  del  último  viaje,  y  de  otra 
pinta  la  entereza  del  alma  del  inmortal  genovés,  que  conser- 
vaba la  tranquilidad  de  su  juicio  y  el  dominio  sobre  sí  mismo 
en  medio  de  los  mayores  peligros,  y  retrata  la  sensibilidad 
de  su  corazón.  Es  interesantísimo  el  párrafo  que  sigue  al  que 
dejamos  transcrito,  en  el  que  da  expansión  á  sus  sentimientos, 
diciendo:  —  «El  dolor  del  fijo  que  yo  tenia  allí  (Don  Fer- 
nando) me  arrancaba  el  ánima ;  y  mas  por  verle  en  tan 
nueva  edad  de  trece  años  en  tanta  fatiga,  y  durar  en  ello 
tanto:  nuestro  Señor  le  dio  tal  esfuerzo  que  él  avivaba  á  los 
otros,  y  en  las  obras  hacia  él  como  si  hubiese  navegado 
ochenta  años  y  él  me  consolaba.  Yo  habia  adolescido  y 
llegado  fartas  veces  á  la  muerte.  De  una  camarilla  que  yo 
mandé  fazer  sobre  cubierta  mandaba  la  via.  Mi  hermano 
I  estaba  en  el  peor  navio  y  mas  peligroso.  Gran  dolor  era  el 
mió  y  mayor  porque  lo  truje  contra  su  grado ;  porque,  por 
mi  dicha,  poco  me  han  aprovechado  veinte  años  de  servicio 
que  yo  he  servido  con  tantos  trabajos  y  peligros,  que  hoy 
dia  no  tengo  en  Castilla  una  teja;  si  quiero  comer  o  dormir 
no  tengo  ál  salvo  al  mesón  o  taberna,  y  las  mas  de  las  veces 
falta  para  pagar  el  escoto.  -Otra  lástima  me  arrancaba  el 
corazón  por  las  espaldas,  y  era  de  Don  Diego  mi  hijo,  que 
yo  dejé  en  España  tan  huérfano  y  desposesionado  de  mi 
honra  é  hacienda ;  bien  que  tenia  por  cierto  que  allá  como 
justos  y  agradecidos  Príncipes  le  restituirían  con  acrecenta- 
miento en  todo.» 

Esta  carta  es  suficiente  por  sí  sola  para  conocer  el 
carácter  del  Almirante,  el  temple  de  su  alma  y  las  terribles 
circunstancias  que  atravesaba. 


LIBRO  QUINTO.— CAl'ÍTULO  IV 


459 


En  un  mes  apenas  adelantaron  cuarenta  leguas,  volte- 
jando  cerca  de  la  costa,  ganando  muy  poco  terreno,  y 
perdiendo  á  veces  en  una  hora  por  la  fuerza  de  las  corrien- 
tes lo  que  habían  ganado  en  un  día  de  trabajo.  A  mediados 
del  mes  de  Septiembre  llegaron  á  un  cabo  en  que  la  costa 
volvía  rápidamente,  formando  un  ángulo  casi  recto,  y  al 
cambiar  la  direccio'n,  encontraron  los  buques  mar  más 
bonancible  y  vientos  favorables,  por  lo  que  todos  dieron 
gracias  y  el  Almirante  lo  denomino'  cabo  de  Gracias  á  Dios. 

Don  Fernando  describe  así  esta  parte  del  viaje:  « se 

padeció'  mucho  en  caminar  sesenta  leguas  en  setenta  dias, 
por  la  contrariedad  de  los  vientos  y  de  las  corrientes,  y 
siempre  á  la  bolina,  saliendo  de  un  bordo  hacia  el  mar  y 
volviendo  de  otro  á  tierra,  ganando  muchas  veces  con  el 
viento  y  perdiendo  otras,  según  era  abundante  y  escaso  en 
las  vueltas  que  se  daban ;  y  si  no  hubiera  sido  la  costa  de 
tan  buenos  surjideros  como  era,  hubiéramos  tardado  mas  en 
pasarla;  pero  porque  era  limpia,  y  media  legua  de  ella  tenia 
el  mar  dos  brazas  de  fondo,  y  á  legua  de  distancia  cuatro, 
teníamos  gran  comodidad  para  dar  fondo  de  noche,  o'  cuando 
era  poco  el  viento;  y  por  causa  de  buen  fondo,  bien  que  con 
dificultad  fué  navegable  el  camino. 

)) Después,  cuando  á  14  de  Septiembre  llegamos  á  dicho 
cabo,  viendo  que  la  tierra  volvia  á  mediodía,  y  con  los 
vientos  levantes  que  allí  reinaban,  que  nos  hablan  sido  tan 
contrarios,  podíamos  navegar  co'modamente  en  nuestro  viaje, 
dábamos  todos  generalmente  muchas  gracias  á  Dios,  y  por 
esto,  y  en  su  memoria  llamo'  el  Almirante  á  aquel  cabo  Cabo 
de  Gracias  á  Dios;  poco  mas  adelante  de  él  pasamos  por 
algunos  bancos  peligrosos,  que  sallan  al  mar  cuanto  alcan- 
zaba la  vista ;  y  siéndonos  necesario  tomar  agua  y  leña ,  el 
Sábado,  á  15  de  Septiembre,  envió' el  Almirante  las  barcas 
á  un  rio  que  parecía  profundo,  y  tenia  buena  entrada,  pero 
habiéndose  ensoberbecido  los  vientos  y  hinchándose  el  mar, 
rompiendo   contra  la  corriente   de  la  boca,    embistió'  á  las 


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46o 


CRISTÓBAL  COLÓN 


barcas  con  tanta  violencia ,  que  se  anego'  la  una  3^  pereció 
toda  la  gente  que  iba  en  ella,  por  lo  cual  le  llamo'  el  Almi- 
rante rio  del  Desastre;  y  en  este  rio  y  su  contorno  habia  cañas 
tan  gruesas  como  el  muslo  de  un  hombre.» 

Esta  desgracia  impresiono'  á  todos  tristemente,  por  lo 
que  se  hicieron  á  la  vela  muy  luego,  siguiendo  la  explo- 
racio'n  sin  separarse  de  lo  que  hoy  se  llama  bahía  de  los 
Mosquitos.  El  25  de  Septiembre  dieron  fondo  en  una  isla  de 
hermosísima  vista,  por  la  frondosidad  de  sus  árboles  y 
amenidad  del  sitio.  Los  naturales  la  llamaban  Quiriviri,  y 
Colón  le  puso  el  nombre  de  la  Huerta.  Separaba  la  isla  de 
la  tierra  firme  un  estrecho  brazo  de  mar  de  menos  de  una 
legua,  y  allí  se  descubría  situado  en  playa  deliciosa  un 
lugar,  al  parecer  muy  poblado  que  los  indios  llamaban 
Cariari. 

Hasta  el  5  de  Octubre  se  detuvo  el  Almirante  en  aquellas 
plácidas  orillas,  reponiéndose  de  los  pasados  trabajos  y 
dando  el  necesario  descanso  á  las  tripulaciones  fatigadas,  y 
sin  fuerzas  de  ánimo  ni  de  cuerpo  para  continuar  en  tan 
ruda  lucha  con  los  elementos.  Dedicáronse  todos  á  la  recom- 
posición y  cuidado  de  los  buques,  á  sanear  las  provisiones 
sacándolas  al  aire  libre  y  separando  las  que  venían  dañadas, 
y  á  otros  muchos  cuidados. 

5)n  aquellos  diez  días  salió'  varias  veces  á  tierra  el  Ade- 
lantado con  algunos  hombres  en  busca  de  agua  y  provisiones, 
entablando  con  los  naturales  diferentes  tratos,  que  variaban 
según  las  impresiones  que  desde  el  primer  momento  recibían 
aquéllos.  Fué  muy  de  notar  la  impresio'n  que  les  causo  la 
orden  dada  por  el  Almirante  de  no  recibir  nada  de  lo  que 
traían  los  indígenas  para  obsequiar  á  los  españoles.  Siguiendo 
en  su  sistema  de  benevolencia  y  dulzura  que  tantas  veces 
había  producido  excelentes  resultados ,  dispuso  que  á  los  in- 
dios de  Cariari  se  les  distribuyesen  algunos  de  los  objetos  que 
se  llevaban  á  bordo  para  rescates,  sin  tomarles  las  mantas  de 
algodo'n,  las  frutas  y  raíces  que  en  gran  abundancia  trajeron, 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


461 


y  algunos  llevaron  á  nado  hasta  el  costado  de  las  embarca- 
ciones; pero  los  indios  sintieron  herido  su  amor  propio  al 
ver  rechazados  sus  obsequios ;  con  delicadeza  propia  de 
hombres  más  civilizados  se  retiraron  ofendidos  y  rehusaron 
volver  al  trato  con  nuestros  soldados.  Hicieron  más  todavía; 
]Dues  á  la  mañana  siguiente  del  suceso,  dejaron  abandonados 
en  la  playa  todos  los  cascabeles,  platillos,  bonetes  de  color  y 
cuanto  habían  recibido,  que  debió'  de  costarles  gran  sacrificio 
sabido  el  gran  aprecio  en  que  los  tenían. 

Eran  más  astutos  y  de  mejor  entendimiento,  que  todos 
los  que  hasta  entonces  se  habían  tratado,  los  habitantes  de 
aquella  regio'n.  Los  españoles  procedían  con  grandes  precau- 
ciones, porque  en  vista  de  su  conducta  hostil,  no  se  confiaban 
en  hacer  un  desembarco,  llevando  corto  número  de  soldados 
en  las  barcas;  y  por  su  parte  los  indígenas,  compren- 
diendo que  aquellos  extranjeros  llegados  en  los  grandes 
buques  que  tanto  admiraban,  no  tenían  intencio'n  de  hacerles 
daño,  estaban  deseosos  de  verlos  á  su  lado  y  entrar  en 
comercio  con  ellos.  El  Adelantado  quedo'  agradablemente 
sorprendido  cuando  desembarcando  á  alguna  distancia  y  con 
cierto  recelo,  Ado  adelantarse  un  indio  viejo  que  llevaba  en 
la  mano  una  larga  caña  en  cuyo  extremo  iba  atado  un  lienzo 
blanco  de  algodo'n,  que  agitaba  en  muestra  de  paz.  Llego'  el 
anciano  llevando  en  pos  de  sí  dos  jo'venes  indias  como  de 
catorce  años,  de  muy  agradable  presencia  y  bien  ataviadas, 
y  con  expresivos  ademanes  las  puso  en  manos  de  Bartolomé 
Colo'n,  indicándole  por  señas  que  se  las  llevase  á  bordo, 
como  prend,a  de  la  buena  fe  de  sus  compatriotas.  Desem- 
barcaron, pues,  sin  recelo  los  marineros,  cortaron  la  leña 
que  necesitaban,  hicieron  provisión  de  agua  y  de  frutas  y 
volvieron  á  las  carabelas  llevando  consigo  á  las  muchachas 
como  rehenes.  Obsequiólas  el  Almirante  en  cuanto  pudo;  les 
hizo  muchos  regalos,  sin  querer  que  se  despojasen  de  las 
joyas  de  oro  bajo  que  llevaban  al  cuello,  y  las  quiso  restituir 
á  sus  casas;  pero  la  playa  estaba  desierta,  y  permanecieron 


462 


CRISTÓBAL  COLON 


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á  bordo  aquella  noche,  cuidando  atentamente  Colón  de  que 
en  nada  pudieran  recibir  ofensa. 

Otro  suceso  extraño  causo  también  sorpresa  á  nuestros 
soldados.  Habiendo  cobrado  confianza  y  con  el  intento  de 
adquirir  noticias  ciertas  de  la  riqueza  del  país,  salió'  el 
Adelantado  nuevamente  á  tierra  para  devolver  las  indias  á 
su  familia.  Rodeáronle  innumerables  indios  que  recibieron 
á  las  jóvenes  con  grandes  caricias,  y  prodigaron  también  las 
muestras  de  su  complacencia  á  los  españoles ;  pero  de  repente 
poseídos  de  terror  huyeron  todos  en  distintas  direcciones, 
volviendo  á  poco  tiempo  con  cantidad  de  haces  de  hierbas 
olorosas,  3^  de  ciertos  polvos  quemándolo  todo  á  corta  dis- 
tancia de  los  nuestros,  y  procurando  que  el  viento  llevase  á 
ellos  el  humo,  con  el  intento,  según  pareció',  de  inutilizar  la 
influencia  de  los  malos  espíritus,  o'  deshacer  los  encanta- 
mientos y  hechizos  que  los  españoles  pudieran  haber  hecho. 

Y  la  causa  de  aquel  asombro,  fué  únicamente,  según 
refiere  don  Fernando  Colo'n,  que  el  Adelantado  con  el  pro- 
po'sito  de  indagar  cuanto  pudiera  interesarle  en  las  cercanías 
de  aquel  pueblo,  y  para  evitar  confusio'n,  mando'  al  escribano 
de  la  nave  que  escribiese  lo  que  respondía,  á  sus  preguntas. 
Saco'  éste  tintero,  papel  y  pluma,  y  la  sola  vista  de  estos 
objetos  basto'  para  causar  tanto  miedo,  porque  sin  duda 
entendieron  que  servían  para  algún  hechizo,  o'  invocacio'n 
nigromántica,  de  lo  cual  ellos  eran  muy  temerosos. 

Reparados  en  cuanto  era  posible  y  abastecidos  los 
buques  estuvieron  prontos  para  seguir  su  rumbo,  en  los 
primeros  días  de  Octubre,  pero  antes  dispuso  el  Almirante 
una  última  exploracio'n  por  los  pueblos  que  tenían  á  la  vista, 
para  llevar  el  más  perfecto  conocimiento  de  sus  producciones 
y  de  los  recursos  con  que  allí  podía  contar,  caso  de  estable- 
cerse en  aquellas  cercanías,  después  de  adquirir  la  seguridad 
de  la  existencia  del  estrecho  que  buscaba. 

Encontró'  el  Adelantado  una  casa  grande  construida  de 
madera  y  cubierta  de  cañas,   dentro  de  la  cual  tenían  sepul- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


463 


turas,  y  en  una  de  ellas  había  un  cuerpo  muerto  embalsa- 
mado; en  otra  dos,  sin  mal  olor,  envueltos  en  paños  de 
algodón;  y  sobre  las  sepulturas  había  una  tabla  en  que 
estaban  tallados  algunos  animales  y  en  otras  la  figura  del 
enterrado ;  viéndose  adornados  los  cadáveres  con  joyas, 
cuentas  y  collares  de  aquello  que  tenían  en  mayor  aprecio  y 
estimación. 

Habiendo  notado  el  mayor  grado  de  cultura,  y  la  mejor 
disposicio'n  de  los  indios  de  aquella  costa,  determino  el 
Almirante  llevar  consigo  algunos  para  que  le  sirvieran  de 
intérpretes  en  los  puertos  que  más  adelante  pudiera  tocar;  y 
habiéndole  llevado  siete  su  hermano  á  bordo,  escogió  los  dos 
que  le  parecieron  de  msiyoT  viveza  para  que  le  acompañasen, 
y  envió  á  tierra  los  otros  cinco  haciéndoles  varios  regalos 
y  con  la  promesa  de  que  á  su  vuelta  pondría  los  otros  dos  en 
libertad.  No  satisfizo  la  promesa  á  los  indios,  o  no  alcanza- 
ron á  comprender  claramente  lo  que  les  decía  Colón;  así  fué 
que  llegados  á  tierra  volvieron  acompañados  de  gran  número 
de  gente,  hombres  y  mujeres,  que  con  abundantes  dádivas 
querían  obtener  el  rescate  de  los  dos  que  estimaban  prisio- 
neros. No  accedió  á  sus  ruegos  el  Almirante,  aunque  trato'  á 
los  enviados  con  gran  benignidad,  los  colmo  de  obsequios, 
y  tomando  las  joyas  de  guanin,  frutas  y  telas  de  algodo'n 
que  llevaban ,  les  hizo  dar  muchos  de  los  objetos  de  Europa 
que  tan  agradables  eran  para  ellos,  y  que  ya,  disipado  el 
anterior  recelo,  tomaron  con  la  mayor  alegría. 

Llevaron  estos  indios  al  Almirante  como  regalo  dos 
puercos  pequeños  del  país,  de  extraordinaria  ferocidad;  y 
cuenta  don  Fernando  de  Colon  que  eran  tan  bravos  que 
tenían  aterrorizados  á  los  perros  que  iban  á  bordo.  Mas 
ocurrió  por  acaso  que  un  ballestero  cazando  aves  en  el 
bosque  pudo  coger  un  gato  gris,  de  singular  especie,  de  los 
que  parece  había  muchos  en  aquella  costa,  animal  feroz  que 
se  comía  los  huevos  y  los  pequeños  pajarillos  saltando  de 
unos  árboles  á  otros,   en  cuya  operacio'n  se  ayudaban  de  la 


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464 


CRISTÓBAL  COLON 


cola,  con  la  que  se  aseguraban  á  las  ramas  para  lanzarse  de 
un  salto  á  gran  distancia.  Gran  trabajo  costo'  al  ballestero 
apoderarse  de  aquel  montaraz,  habiéndose  visto  en  la  nece- 
sidad de  cortarle  un  brazuelo;  mas  en  aquel  estado  conservo' 
todavía  su  ferocidad.  «El  puerco  embestía  á  todos,  j  no 
dejaba  al  perro  quieto  en  la  cubierta,  por  lo  cual  mando'  el 
Almirante  que  le  arrimasen  el  gato,  el  cual  viéndole  cerca  le 
echo'  la  cola  y  le  rodeo',  y  con  el  brazo  que  le  habia  quedado 
sano  le  agarro'  para  morderle  y  el  puerco  gritaba  de  miedo 
fuertemente;  de  que  vinimos  en  conocimiento  que  semejantes 
gatos  deben  cazar  en  aquella  tierra  como  los  lobos  y  los 
lebreles  en  España.» 


III 


Después  de  abandonar  á  Cariari  siguieron  su  rumbo 
por  lo  que  hoy  forma  la  república  de  Costa-Rica,  detenién- 
dose cuanto  menos  le  era  posible  por  el  vehemente  deseo  del 
Almirante  de  adelantar  su  exploracio'n  para  comprobar  los 
cálculos  que  había  formado.  Dieron  fondo  entre  un  grupo 
de  islas  que  llamaban  sus  m.oradores  de  Caribiri,  y  vieron 
con  grandísimo  placer  los  españoles  que  aquellos  indios 
llevaban  grandes  láminas  de  oro  pendientes  del  cuello,  de 
las  que  pudieron  recoger  algunas,  pues  al  principio  no 
querían  desprenderse  de  ellas ;  pero  hubo  español  que  obtuvo 
por  tres  cascabeles  un  trozo  de  oro  puro  que  pesaba  diez 
ducados.  Tenían  también  otros  objetos  formados  del  precioso 
metal,  y  entre  varias  láminas  de  las  que  usaban,  muchas  de 
ellas  de  bastante  espesor,  se  rescato  una  figura  de  águila  que 
valía  veinte  y  dos  ducados  de  oro. 

Allí  tuvieron  noticias  que  les  llenaron  de  gran  satis- 
faccio'n.    A  dos  leguas  de  distancia  de  la  costa  recogían  los 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


465 


indios  aquel  oro  que  gastaban  en  sus  adornos;  pero  más 
adelante  se  encontraba  el  país  que  los  nuestros  por  la  manera 
de  pronunciar  de  los  indios  dieron  en  llamar  Veragua,  de 
cuya  riqueza  daban  magníficos  informes.  No  eran  menores 
las  que  se  encontraban  en  otro  territorio  tierra  adentro, 
como  á  diez  leguas  de  la  costa  en  dirección  al  Poniente,  en 
el  país  llamado  por  los  naturales  Ciguaure,  donde  las  mujeres 
usaban  tiras  de  oro  para  sujetarse  el  cabello  y  adornarse 
brazos  y  piernas,  y  lo  empleaban  para  adornar  muebles, 
trajes  y  toda  especie  de  tejidos.  De  todas  estas  noticias,  5^ 
también  de  la  equivocación  de  algún  nombre,  como  de  ordi- 
nario sucedía,  d  del  mero  sonido  de  las  sílabas  que  pronun- 
ciaban los  indígenas,  dedujo  Colón,  constante  siempre  en 
sus  primeros  pensamientos,  que  estaba  muy  próximo  á  las 
inmediaciones  de  la  India,  y  tal  vez  á  las  orillas  del  Ganges. 

Con  tan  bellas  ilusiones  se  dieron  á  la  vela  el  17  de 
Octubre  para  reconocer  aquella  región  nombrada  Veragua, 
de  la  que  tantas  magnificencias  habían  oído.  Encontraron  al 
paso  varios  ríos  muy  caudalosos,  viendo  siempre  en  los 
indios  la  misma  acogida  de  hostilidad  y  desconfianza  en  el 
primer  momento,  de  sencilla  franqueza  y  admiración  muy 
luego,  en  el  punto  que  veían  que  no  se  les  causaba  daño,  y 
tomaban  informes  por  los  intérpretes  de  la  buena  condicio'n 
de  los  españoles  y  de  las  maravillas  que  sus  embarcaciones 
encerraban.  En  alguna  ocasio'n  en  que  los  indios  intentaron 
acometer  las  barcas  que  penetraban  por  la  embocadura  del 
río  que  decían  Cubiga,  basto'  el  disparo  de  una  lombarda 
para  atemorizarlos  y  que  volvieran  sumisos  á  comerciar  con 
los  españoles,  trayéndoles  objetos  del  país,  y  las  provisiones 
que  necesitaban. 

Las  noticias  de  la  riqueza  de  aquel  país  de  Veragua 
eran  confirmadas  á  cada  paso  por  las  referencias  de  los  indios 
y  por  las  muestras  del  oro  que  se  veían  en  sus  adornos, 
y  cambiaban  con  los  marineros.  Pero  como  el  viento  en 
aquellos  días  era  favorable  para  continuar  el  rumbo  que  el 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  59. 


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466 


CRISTÓBAL  COLON 


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Almirante  deseaba  seguir  hasta  cerciorarse  de  la  existencia 
del  estrecho,  á  cuyo  descubrimiento  daba  tanta  importancia, 
determino  seguir  adelante,  dejando  para  el  regreso  la  explo- 
ración y  reconocimiento  de  aquel  rico  país,  que  ya  estimaba 
como  parte  de  lo  adquirido  y  en  el  que  podría  desembarcar 
cuando  lo  tuviese  por  conveniente. 

Y  nada  puede  pintar  mejor  la  generosidad  del  carácter 
de  Cristóbal  Colón  y  la  elevación  de  sus  miras,  que  aquella 
resolución  de  abandonar  una  costa  abundante  en  recursos 
y  en  la  que  podía  recoger  mucho  oro  con  poco  trabajo, 
acumulando  en  breve  espacio  de  tiempo  riquezas  que  elevasen 
su  crédito  en  España  y  le  dieran  un  triunfo  definitivo  sobre 
sus  detractores  y  adversarios,  y  lanzarse  á  mares  descono- 
cidos para  buscar  un  estrecho  que  aunque  de  gran  interés 
para  el  comercio  del  mundo,  de  gran  beneficio  para  la 
humanidad,  á  él  apenas  había  de  producirle  poco  más  que 
la  gloria  del  descubrimiento,  según  dice  con  su  acostum- 
brada discrecio'n  Washington  Irving. 

Y  es  efectivamente  muy  digno  de  notarse  este  empeño 
del  inmortal  descubridor,  por  más  de, un  concepto,  creyendo 
por  nuestra  parte  que  no  se  le  ha  concedido  toda  la  impor- 
tancia que  encierra  para  apreciar  su  genio  y  su  sabiduría. 

Fijo  en  el  pensamiento  de  encontrar  un  estrecho  que 
comunicase  el  mar  de  las  islas  que  había  descubierto  con  el 
mar  de  las  Indias, — intuicio'n  científica  que  por  sí  sola 
asombra,  porque  los  hechos  posteriores  vinieron  á  comprobar 
su  exactitud, — salid  Colón  de  Sevilla  con  cuatro  débiles 
embarcaciones  para  emprender  un  viaje  de  tanta  6  mayor 
dificultad  que  el  primero,  aunque  de  menos  gloria  induda- 
blemente. Ni  las  tempestades  que  amenazaron  tantas  veces 
sumergir  su  menguada  escuadra,  ni  las  enfermedades  que 
padecía,  ni  los  trabajos  de  todo  género  que  tuvo  que 
soportar,  fueron  parte  á  separarle  un  punto  del  propo'sito  de 
proseguir  en  la  exploración  que  había  de  dar  por  resultado 
poner  en  evidencia  la  verdad  de  su  teoría  científica. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


467 


Y  el  pensamiento  de  la  existencia  del  estrecho  es  también 
digno  de  alabanza  y  de  admiracio'n,  como  el  de  buscar  el 
camino  del  Oriente  navegando  hacia  Occidente.  Porque 
asombra  ver  al  Almirante  dirigirse,  como  si  tuviera  eviden- 
cia de  que  existía  aquel  codiciado  paso,  al  lugar  mismo  en 
que  la  Naturaleza  parecía  tener  señalada  la  unio'n  de  ambos 
mares,  á  los  puertos  de  Costa-Riea  y  de  Panamá:  á  Basti- 
mentos: á  Porto-Belo:  al  Retrete:  á  los  sitios,  en  fin,  en  que 
la  ciencia  moderna  intenta  establecer  la  comunicacio'n  por 
medio  de  obras  atrevidas  que  concluyan  la  obra  de  la  Natu- 
raleza. ¿De  do'nde  había  deducido  Cristóbal  Colón  la  idea 
de  la  existencia  del  estrecho?  ¿En  qué  datos  se  apoyaba  para 
dirigirse  á  aquellos  lugares  adonde  determino'  la  exploración? 
De  su  gran  inteligencia,  de  su  saber  profundo,  de  su  intuicio'n 
maravillosa  nació'  aquel  pensamiento,  como  anteriormente 
había  nacido  en  su  cerebro  el  de  abrir  nuevo  camino  para  la 
India.  El  estudio  del  mundo  antiguo,  el  conocimiento  de  los 
mares  hasta  entonces  navegados  fueron  las  premisas  en  que 
baso'  su  primer  pensamiento ,  que  procuro'  robustecer  y  de- 
mostrar con  el  concurso  de  todas  las  teorías  admitidas,  y  con 
todos  los  hechos  que  llegaron  á  su  noticia.  Meditando  luego 
sobre  su  descubrimiento  en  las  continuas  horas  de  amargura 
y  soledad  que  le  produjeron  las  ingratitudes,  los  odios,  las 
malas  pasiones  concitadas  en  contra  de  su  persona,  y  de  que 
se  hizo  representante  el  miserable  Bobadilla,  con  presencia 
del  resultado  de  sus  tres  primeros  viajes,  estudiando  la  zona 
que  comprendían  las  infinitas  islas  hasta  entonces  visitadas 
y  el  punto  en  que  comenzaba  la  tierra  firme,  su  percepcio'n 
vivísima  le  hizo  penetrar  lo  desconocido,  atravesó'  el  conti- 
nente y  llego  á  entrever  el  mar  Pacífico  al  otro  lado  de 
aquellas  costas  que  ya  había  explorado  en  varias  ocasiones. 
El  segundo  pensamiento  venía  á  completar  el  primero,  siendo 
tan  digno  de  admiracio'n  el  uno  como  el  otro. 

He  usado  repetidamente  la  palabra  intuición  al  calificar 
los  atrevidos  pensamientos  del  Almirante,  porque  para  mí 


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468 


CRISTÓBAL  COLÓN 


ñ  iv 


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es  evidente  que  después  de  profundos  estudios,  exaltada  su 
gran  inteligencia  y  apoderada  de  los  datos  conocidos,  for- 
maba juicios  exactos,  que  no  cabían  en  la  medida  de  los 
entendimientos  medianos ,  y  lograba  la  percepcio'n  de  la 
verdad  desconocida. 

Colón  se  dirigió  con  toda  seguridad  á  Panamá  en  busca 
del  estrecho,  guiado  únicamente  por  su  talento;  pero  con 
una  precisión  que  admira.  Y  apreciado  en  su  justo  valor  este 
proyecto,  sirve  también  con  su  importancia  para  dar  fuerza 
á  algunos  argumentos,  que  3^a  dejamos  apuntados,  contra 
las  hablillas  que  se  esparcieron  para  aminorar  la  gloria  del 
Almirante,  y  todavía  encuentran  autores  respetables  que  las 
acojan,  por  más  que  le  concedan  importancia  secundaria. 

Cuando  por  resultado  de  sus  estudios,  de  sus  medita- 
ciones y  de  sus  continuos  viajes  propuso  atravesar  el  Océano, 
buscando  por  más  breve  camino  el  país  de  las  piedras 
preciosas  y  de  las  especias,  se  le  tacho'  de  loco  y  de  visiona- 
rio; fué  tratado  con  burla  y  con  desprecio:  la  ignorancia  no 
podía  subir  hasta  la  altura  de  su*  talento.  Pero  cuando  á 
costa  de  todo  género  de  sufrimientos,  desafiando  los  mayores 
peligros,  y  con  una  constancia  digna  de  la  mayor  admi- 
racio'n,  logro'  poner  el  pie  en  las  llamadas  Indias  Occiden- 
tales; cuando  con  muestras  de  su  maravilloso  descubrimiento 
volvió  á  pisar  las  playas  de  la  asombrada  Europa,  se 
comenzó  á  decir  que  aquellos  países  eran  ya  conocidos  de 
algunos,  y  que  el  piloto  Alonso  Sánchez,  andaluz,  portugués 
o'  vizcaíno,  que  esto  no  importaba,  había  ido  y  vuelto  á 
aquellos  países  y  comunicado  á  Colón  la  noticia  de  su 
existencia.  La  envidia,  enemiga  del  genio,  quería  rebajar  el 
mérito  de  aquél  para  no  verse  tan  humillada. 

Ningún  crédito  merecen  tales  invenciones.  Cristóbal 
Colón,  en  alas  de  su  talento  extraordinario,  se  elevaba  á  las 
más  altas  concepciones ;  y  no  tuvo  necesidad  más  que  de  sus 
dotes  naturales  y  de  sus  profundos  estudios  tanto  para 
buscar   el   camino   del   Occidente,   como    para    sospechar  la 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


469 


existencia  de  un  estrecho  que  debía  poner  en  comunicacio'n 
los  dos  mares,  explorando  con  seguridad  pasmosa  los  lugares 
en  que  la  Naturaleza  debía  haberlo  abierto,  sin  que  nadie 
pudiera  darle  noticia  alguna  de  lo  uno  ni  de  lo  otro.  Y  el 
estudio  concienzudo  de  aquellos  dos  grandes  pensamientos; 
el  conocimiento  de  los  precedentes  de  ambos  tan  lo'gicamente 
seguidos,  tan  admirablemente  meditados,  es  bastante  para 
mirar  con  el  menosprecio  que  merecen  las  insinuaciones  de 
la  ignorancia  y  de  la  envidia. 

Siguiendo  su  camino  llegaron  los  buques,  el  2  de  No- 
viembre, á  un  hermoso  puerto,  al  cual  se  entra  por  entre 
dos  isletas  pequeñas,  y  dentro  de  él  se  encuentran  muy  defen- 
didas las  naves  y  pueden  acercarse  mucho  á  tierra.  Está 
como  á  seis  leguas  de  distancia  del  llamado  Nombre  de  Dios, 
y  el  Almirante  lo  denomino'  Porto-Belo,  siendo  así  conocido 
todavía. 

Las  lluvias  abundantísimas  y  fuertes  vientos  que  sobre- 
vinieron les  obligaron  á  detenerse  allí  siete  días ;  y  en  tanto 
que  se  hacían  algunos  rescates  de  mantenimientos  y  algodo'n 
hilado,  con  los  indios  que  en  sus  canoas  acudían  al  costado 
de  los  buques,  pudo  convencerse  el  Almirante  del  mal  estado 
en  que  éstos  se  encontraban  y  de  la  urgencia  de  una  repa- 
racio'n.  Trabajados  por  los  temporales  y  destruida  la  tablazo'n 
por  los  gusanos  llamados  teredos,  no  era  posible  resistiesen 
muchos  días  las  tormentas  de  aquellas  latitudes,  y  esto 
aumento'  la  inquietud  de  Colón  y  tuvo  gran  parte  en  sus 
decisiones  posteriores. 

Durante  este  viaje  de  exploración,  desde  el  río  grande 
de  Matagalpa,  que  el  Almirante  nombro'  rio  del  Desastre, 
hasta  Porto-Belo,  fué  donde  debieron  escuchar  muchas  veces 
el  nombre  de  Americ  6  Ammerricá ,  que  daban  los  naturales  á 
las  montañas  donde  nace  aquel  río,  y  que  eran  muy  ricas 
en  minas  de  oro,  según  las  noticias  que  entonces  se  tuvie- 
ron; montañas  que  según  algunos  americanistas  dieron  su 
nombre  á  todo  el  mundo  descubierto  por  Cristóbal  Colón. 


470 


CRISTÓBAL  COLON 


IV 


Cuando  los  buques  se  dieron  á  la  vela  abandonando  á 
Porto-Belo,  el  viento  era  favorable  y  tomaron  su  rumbo 
siempre  á  Oriente  continuando  hacia  Darién;  pero  á  poco 
cambio  volviéndoseles  de  proa,  con  tanta  insistencia  que 
no  pudiendo  ir  contra  él,  perdieron  el  camino  andado  y 
entraron  de  arribada  en  el  puerto  de  Nombre  de  Dios,  al 
que  el  Almirante  llamo  de  Bastimentos  porque  todo  el  terreno 
que  se  descubría  y  las  islas  próximas,  estaban  muy  cultivadas 
y  cubiertas  de  maizales  de  gran  lozanía. 

El  tiempo  contrario  les  hizo  permanecer  en  aquel  puerto 
hasta  23  de  Noviembre,  recogiendo  por  sus  manos  el  maíz 
y  las  frutas ,  pues  los  naturales  huían  y  no  hubo  modo  de 
entrar  en  tratos  con  ellos.  Aprovechando  la  detencio'n  ordeno' 
el  Almirante  se  reparasen  los  buques,  atendiendo  á  los  más 
urgentes  remedios,  ya  que  no  era  fácil  ni  posible  vararlos 
entonces  para  hacer  todo  lo  que  su  mal  estado  reclamaba. 
Aportaron  después  á  una  tierra  llamada  Guija  o'  Guiga 
cuyos  naturales  se  mostraron  muy  deseosos  de  cambiar  sus 
pedazos  de  oro,  pan  de  maíz  y  varios  objetos  por  cualquier 
cosa  de  las  que  los  marineros  les  ofrecían.  Deseaba  Colón 
continuar  sin  más  detenciones  su  derrotero  y  dio  orden  de 
seguir  adelante;  pero  los  vientos  contrarios  y  las  lluvias 
volvieron  á  obligarle  á  tomar  puerto  nuevamente,  acogién- 
dose el  26  á  uno  muy  reducido,  cuya  entrada  estaba  prote- 
gida por  elevados  peñascos,  y  apenas  tendría  sesenta  pies  de 
anchura,  no  pudiendo  con,tener  en  su  centro  sino  seis  ú  ocho 
barcos.  Por  su  pequenez  y  su  configuración  le  nombro  el 
Almirante  puerto  del  Retrete,  y  aún  creemos  que  conserva 
el  mismo  nombre. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


471 


Y  en  este  lugar  debemos  recordar  nuevamente  la  cues- 
tio'n  promovida  por  el  que  fué  presidente  de  la  República  de 
Honduras,  el  señor  don  Mario  Aurelio  de  Soto  sobre  el 
punto  de  desembarco  del  Almirante,  y  examinar  los  datos 
que  hacen  creer  que  puso  los  pies  en  más  de  una  ocasio'n  en 
la  tierra  firme,  en  el  continente  de  América.  Esperábamos 
adquirir  nuevos  datos  para  resolver  tales  dudas,  que  por 
desgracia  no  se  han  obtenido;  pero  de  la  narración  misma 
de  los  hechos  se  desprende  el  convencimiento. 

Dejemos  á  un  lado  su  primera  llegada  á  la  punta  o' 
cabo  de  Honduras,  cerca  del  lugar  donde  se  levanta  la 
ciudad  de  Trujillo;  consta  que  allí  desembarco'  el  Adelantado 
con  muchos  soldados,  y  que  ante  él  extendió  el  escribano  la 
diligencia  de  toma  de  posesio'n  por  los  Reyes  de  España; 
pero  uno  de  los  testigos,  el  anciano  piloto  Hernán  Pérez 
Mateos,  que  acompaño'  á  Cristóbal  Colón  en  su  primer 
viaje,  y  también  iba  en  el  cuarto,  dice,  contestando  á  la 
pregunta  cuarta  del  primer  interrogatorio  presentado  por 
don  Diego  Colo'n: — «Después  que  este  testigo  saltó  en  tierra  y  le 
trajo  nueva  de  la  tierra  que  era,  el  dicho  Almirante  con  hasta 
cincuenta  hombres  saltó  en  la  dicha  tierra  de  Paria,  é  tomó  una 
espada  en  la  mano  é  una  bandera,  diciendo  que  en  nombre,  de 
SS.  A  A.  tomaba  la  posesión  de  la  dicha  provincia  '.» 

Esta  declaracio'n  no  puede  dejar  de  atenderse,  aunque 
hay  otros  testigos  que  parece  contradicen  sus  afirmaciones; 
pero  son  éstas  tan  claras  y  terminantes,  que  inducen  á  creer 
que  aquéllos  testigos  y  éste  se  refieren  á  dos  hechos  distin- 
tos, hablando  Hernán  Pérez  del  desembarco  del  Almirante 
y  los  otros  de  la  bajada  á  tierra  del  Adelantado. 

Pero  luego,  por  un  largo  espacio  de  cerca  de  tres  meses, 
anduvieron  las  carabelas  recorriendo  la  costa,  y  se  hicieron 
varios  desembarcos;  y  como  ya  entonces  el  Almirante  nada 
dice  de   sus    achaques   y  molestias  ,    parece   indudable   que 


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Navarrete. —  Colección  de  viajes,  tomo  III,  pág.  591  de  la  2.*  edición. 


472 


CRISTÓBAL  COLÓN 


siempre  bajo  á  tierra  en  los  puertos  donde  se  detuvo.  Des- 
pués de  su  larga  permanencia  en  Cariay,  donde  hay  muchos 
indicios  de  que  bajase  á  recorrer  el  país  en  más  de  una 
ocasio'n,  estuvo  quince  días  en  el  puerto  que  Hamo'  de  Basti- 
mentos, y  otros  tantos  en  el  del  Retrete,  con  los  buques  arri- 
mados á  tierra;  allí  se  carenaron  en  parte  los  destrozados 
cascos,  y  aunque  se  omita  en  las  relaciones  el  detalle  de  que 
saltase  en  tierra,  tampoco  se  dice  que  ]Dermaneciera  á  bordo 
por  ningún  motivo;  y  el  testigo  Rodrigo  de  Escobar,  con- 
testando á  la  pregunta  quinta  del  mismo  interrogatorio  antes 
citado  ',  dijo:  —  a  que  el  Almirante  tomó  posesión  de  la  tierra 
por  el  Rey,  y  á  un  puerto  puso  nombre  del  Retrete.)) — Este 
último  dato  es  muy  digno  de  tenerse  en  cuenta. 

Y  sucedió  en  aquel  puerto  lo  que  en  casi  todos  los 
puntos  donde  tocaban  los  españoles.  En  tanto  que  Colón 
podía  tenerlos  sometidos  á  su  vigilancia,  enviándolos  á  tierra 
por  grupos  de  corto  número  de  hombres,  para  que  hiciesen 
los  rescates,  y  cuidando  de  que  sus  mandatos  fuesen  cum- 
plidos, eran  tratados  los  indios  con  bondad  y  justicia,  y  se 
mantenía  su  amistad  porque  no  se  les  causaba  mal  ni  daño 
alguno;  pero  después  los  marineros  se  salían  á  tierra  sin 
licencia  del  Almirante,  á  escondidas,  j  se  esparcían  por  los 
bohios  o  casas  de  los  naturales;  «y  como  gente  disoluta  y 
codiciosa,  dice  el  P.  Las  Casas,  les  hacian  mil  agravios 
y  diéronles  causa  á  que  se  alterasen  de  tal  forma ,  que  se 
hubo  de  quebrar  la  paz  con  ellos,  y  pasaban  escaramuzas;  y 
como  ellos  de  cada  dia  se  juntasen  en  mayor  copia,  osaban 
ya  venir  hasta  cerca  de  los  navios,  que  como  dijimos,  estaban 
con  el  bordo  á  tierra,  pareciéndoles  que  podian  hacer  el 
daño  que  quisiesen,  aunque  les  saliera  bien  por  el  contrario, 
si  el  Almirante  no  tuviera  siempre  respecto  á  mitigallos  con 
sufrimientos  y  buenas  obras.» 

Muchos  debieron  ser,  en  efecto,  los  abusos  y  excesos  de 


Navarrete. —  Colección  de  viajes,  tomo  III,  pág.  591  de  la  2."  edición. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


473 


los  marineros  en  las  riberas  del  puerto  del  Retrete.  Apro- 
vechando la  proximidad  á  tierra  y  la  altura  de  las  rocas  de 
la  costa,  salían  á  ésta  desde  los  buques  mismos  y  se  entre- 
gaban á  todo  género  de  violencias.  Al  principio  se  vengaban 
los  pobres  indios  persiguiendo  por  las  noches  y  en  silencio  á 
los  soldados  que  penetraban  en  sus  casas  para  abusar  de  sus 
mujeres  é  hijas;  se  trababan  sordas  luchas  en  que  los  indí- 
genas llevaban  la  peor  parte  por  la  superioridad  de  *las 
armas  españolas ;  muchos  quedaban  muertos  d  heridos  pero 
al  cabo  sucumbían  los  soldados  abrumados  por  el  número  y 
víctimas  de  sus  propios  vicios.  Para  tomar  venganza  de 
tantos  ultrajes  acudieron  muchos  indios  de  otros  territorios 
cercanos ,  y  así  era  más  fácil  y  segura  la  perdición  de  los 
españoles  que  bajaban  de  noche  y  solos  contraviniendo  las 
o'rdenes  del  Almirante. 

En  tanto  que  la  escuadra  estaba  retenida  en  aquel 
estrecho  puerto  por  la  fuerza  de  los  temporales,  observaban 
los  pilotos  las  corrientes  y  las  veían  constantes  y  contrarias 
al  rumbo  que  habían  emprendido,  conociendo  que  sus 
buques  no  se  hallaban  en  condiciones  de  resistencia  para  com- 
batirlas ni  navegar  contra  ellas.  Al  mismo  tiempo  los  vientos 
estaban  fijos  del  Levante  y  Nordeste,  y  las  tormentas  se 
sucedían  con  muy  breves  intervalos,  circunstancias  todas 
que  unidas  á  la  frecuente  desaparición  de  marineros  y 
soldados,  causaban  graves  temores  á  las  tripulaciones  y  las 
desanimaban,  por  lo  cual,  después  de  muy  detenidas  con- 
ferencias con  el  Almirante,  se  determino  éste  á  abandonar 
por  entonces  la  exploracio'n  de  la  costa  en  busca  del  estrecho, 
volviendo  sobre  sus  pasos  hasta  llegar  á  Veragua  donde 
pensó  desde  luego  detenerse ,  porque  de  su  exploración 
podían  resultar  grandes  beneficios  á  España,  si  eran  ciertos 
los  informes  que  de  su  riqueza  y  fertilidad  le  habían  comu- 
nicado repetidas  veces. 

En  este  punto  concluyeron,  dice  con  elocuente  frase  un 
célebre    historiador,    aquellas    nobilísimas   aspiraciones   que 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 6o.  • 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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hasta  entonces  había  abrigado  Colón  haciéndose  superior  á 
todo  interés  mezquino,  para  despreciar  y  arrostrar  los 
mayores  peligros,  dando  carácter  de  heroico  al  principio  de 
este  cuarto  viaje.  Verdad  es  que  había  venido  persiguiendo 
una  quimera,  pero  quimera  nacida  de  una  imaginacio'n 
poderosa  y  de  un  gran  talento.  No  pudo  realizar  su  espe- 
ranza de  encontrar  un  estrecho  en  Darién;  pero  si  se  engaño' 
fué  porque  la  Naturaleza  misma  ayudo  al  engaño,  pues 
parece  que  en  aquel  lugar  procuro  abrirlo  por  sí  misma, 
aunque  lo  procuro  sin  resultado. 

Quince  días  dice  el  Almirante,  en  su  carta  á  los  Reyes 
escrita  desde  Jamaica,  que  se  detuvo  en  el  puerto  del  Retrete 
con  harto  peligro  y  enojo,  y  bien  fatigado  él  y  los  navios  y 
la  gente.  .    . 

«Allí,  escribe  en  el  mismo  documento,  mudé  de  sentencia 
de  volver  á  las  minas,  y  fazer  algo  fasta  que  me  viniese 
tiempo  para  mi  viaje  y  marear;  y  llegado  con  cuatro  leguas 
revino  la  tormenta  y  me  fatigo'  tanto  é  tanto  que  ya  no  sabia 
de  mi  parte.  Allí  se  me  refresco'  del  mal  la  llaga;  nueve  dias 
anduve  perdido  sin  esperanza  de  vida ;  ojos  nunca  vieron  la 
mar  tan  alta,  fea  y  hecha  espuma.  El  viento  no  era  para  ir 
adelante,  ni  daba  lugar  para  correr  á  ningún  cabo.  Allí  me 
detenia  en  aquella  mar  fecha  sangre,  herbiendo  como  caldera 
por  gran  fuego.  El  cielo  jamás  fué  visto  tan  espantoso:  un 
dia  con  la  noche  ardió'  como  forno;  y  así  echaba  la  llama 
con  los  rayos  que  cada  vez  miraba  yo  si  me  habia  llevado 
los  masteles  y  velas ;  venían  con  tanta  furia  espantables  que 
todos  creíamos  que  me  hablan  de  fundir  los  navios.  En  todo 
este  tiempo  jamás  ceso'  agua  del  cielo,  y  no  para  decir  que 
Uovia,  salvo  que  resegundaba  otro  diluvio.  La  gente  estaba 
ya  tan  molida  que  deseaban  la  muerte  para  salir  de  tantos 
martirios.  Los  navios  ya  hablan  perdido  dos  veces  las 
barcas,  anclas,  cuerdas,  y  estaban  abiertos  sin  velas » 

Nada  más  elocuente  ni  verdadero  que  las  palabras  del 
Almirante   mismo.     En   tan   angustiosa   situacio'n   corrieron 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


475 


todo  el  mes  de  Diciembre  del  año  1502;  salieron  del  Retrete 
el  5  y  no  volvieron  á  tener  momento  de  reposo,  ni  hora  de 
tranquilidad. 

Aumentaban  todavía  las  penalidades  de  los  marineros 
con  la  falta  de  alimentos  ;  los  que  de  España  conservaban, 
estaban  en  completo  estado  de  descomposicio'n  por  haber  )'^a 
ocho  meses  que  andaban  por  el  mar;  a  y  así  consumido  la 
carne  y  el  pescado  que  de  España  hablan  sacado,  dello 
comido  y  dello  podrido  por  los  calores  y  bochorno,  también 
la  humedad  que  corrompe  las  cosas  comestibles  por  estas 
mares ;  pudrio'seles  tanto  el  bizcocho  y  hinchio'seles  de  tanta 
cantidad  de  gusanos  que  habia  personas  que  no  querían 
comer  o  cenar  la  ma9amorra,  que  del  bizcocho  y  agua  puesta 
en  el  fuego  hacian,  sino  de  noche,  por  no  ver  la  multitud 
de  los  gusanos  que  del  sallan — .»  * 

Este  mal  tuvo  algún  remedio  con  la  pesca  de  muchos 
tiburones  que  lograron  matar  en  unas  horas  en  que  ceso  la 
tormenta  aunque  no  aclaro'  el  cielo.  Calmóse  algún  poco  el 
furor  de  las  aguas,  y  acudieron  los  tiburones  hambrientos  en 
tanto  número  alrededor  de  los  barcos,  que  los  marineros 
pudieron  hacer  gran  matanza  y  acopiar  carne  fresca  de  que 
tanta  necesidad  tenían  para  reponer  sus  agotadas  fuerzas. 

Con  tantas  angustias,  con  trabajos  y  fatigas  de  todas 
clases,  y  enfermo  además  de  la  gota,  pudo  ganar  Cristóbal 
Colón  el  caudaloso  río  que  corre  por  el  territorio  de 
Veragua,  al  que  los  indígenas  nombraban  Yehra,  y  que  él 
llamo  de  Belén,  porque  entro'  en  él  el  día  de  la  Epifanía,  6  de 
Eneró  de  1503,  en  que  la  Iglesia  conmemora  la  llegada  de 
los  tres  Reyes  Magos  á  aquel  santo  lugar. 

El  río  era  caudaloso,  aunque  en  su  embocadura  poco 
profundo;  y  tuvo  Colón  por  cosa  providencial  el  haber 
fondeado  en  él,  pues  al  día  siguiente  de  su  entrada  las 
aguas  aumentadas   por  la  lluvia  torrencial  que  caía,   arras- 


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Las  Casas — Historia  de  las  Indias,  lib.  II.  cap.  XXIV. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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traron  muchas  arenas  y  la  barra  volvió  á  cerrar  el  paso, 
dejando  á  las  naves  en  un  tranquilo  lago  mu}^  anchuroso  y 
de  fértiles  riberas,  á  las  que  podían  dirigirse  con  muy  poco 
{)  trabajo.  Si  hubieran  permanecido  en  la  costa  no  era  posible 
i  que  los  barcos  resistieran  por  más  tiempo  la  tempestad 
fuertísima  que  continuo'  por  muchos  días. 

Vinieron  indios  en  gran  número,  trayendo  para  rescatar 
muy  buenas  láminas  y  pedazos  de  oro,  y  metidos  en  canutos 
de  cañas  porcio'n  de  granos  menudos  sin  trabajar;  traían 
también  mucho  pescado,  del  que  aquel  río  era  abundan- 
tísimo, y  todo  lo  cedían  contentos  por  alfileres,  por  cuentas 
de  vidrio  y  cascabeles.  Para  comprobar  las  noticias  que 
tanto  repetían  de  la  riqueza  de  aquel  terreno,  salió'  don 
Bartolomé  Colo'n  tres  días  después  para  reconocer  el  río 
llamado  Yehra  por  los  naturales,  con  algunas  barcas  tri- 
j  puladas  por  gente  escogida.  Llevaba  el  propo'sito  de  subir 
por  él  hasta  llegar  á  la  residencia  del  cacique  o'  rey  Quibián, 
que  era  una  gran  poblacio'n  situada  entre  los  dos  ríos;  pero 
sabiendo  éste  la  llegada  de  los  españoles  bajo'  á  su  encuentro 
con  numerosas  canoas,  y  al  encontrarlos  les  dispenso'  afec- 
tuosa acogida  ofreciéndoles  muchos  productos  del  país. 

Habían  entendido  tanto  el  Almirante  como  el  Adelan- 
tado, que  en  la  residencia  de  Quibián  abundaba  el  oro, 
destinado  á  todos  los  usos  de  la  vida,  enjoyas,  muebles  y 
adornos,  y  esto  fué  lo  que  movió'  su  ánimo  á  no  demorar  la 
exploracio'n.  No  quedaron  defraudadas  sus  esperanzas,  pues 
desde  luego  el  cacique  presento  á  don  Bartolomé  mucha 
mayor  cantidad  de  oro,  en  granos  y  en  espejos,  bruñidos  á 
manera  de  patenas,  de  todo  lo  que  hasta  entonces  habían 
visto,  brillando  también  grandes  trozos  del  precioso  metal 
en  los  adornos  y  en  las  armas  de  los  indios.  Se  hicieron  los 
rescates  con  mucho  contento  de  todos,  reinando  la  ma5^or 
cordialidad,  y  se  separaron  para  irse  los  indios  á  su  pobla- 
cio'n y  los  españoles  á  sus  buques,  ofreciendo  el  cacique  ir  al 
día  siguiente  al  río  de  Belén  para  visitar  al  Almirante,  como 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IV 


477 


lo  cumplió,  llevando  todos  abundantes  pedazos  de  oro  para 
rescatar. 

Más  de  un  mes  duraron  los  temporales  todavía;  «llovió' 
sin  cesar  fasta  catorce  de  Febrero,  escribe  el  xMmirante,  que 
nunca  hubo  lugar  de  entrar  en  la  tierra  ni  de  me  remediar 
en  nada.» 

Y  aún  corrieron  en  aquel  mismo  surgidero  un  grave 
peligro.  A  24  de  Enero,  aumentadas  las  aguas  con  las 
torrenciales  lluvias,  creció  el  río  y  se  levanto  tanto  al  chocar 
con  las  arenas  de  la  barra ,  que  arrastro'  las  naves ,  rompién- 
doles las  amarras,  y  milagrosamente  escaparon  de  zozobrar 
o'  destrozarse  unas  contra  otras,  «cierto  los  vi  en  mayor 
peligro  que  nunca»  dice  el  Almirante. 

Aunque  las  lluvias  continuaban,  á  6  de  Febrero,  de- 
seando salir  de  aquella  situacio'n  angustiosa,  mando'  las 
barcas  con  setenta  hombres  tierra  adentro,  y  guiados  por 
los  indios,  hallaron  muchas  minas  de  oro,  que  tal  vez  eran 
una  sola,  y  llevándolos  aquéllos  á  un  cerro  de  bastante 
elevacio'n,  les  dijeron  que  todo  el  terreno  que  se  descubría 
producía  oro  en  abundancia. 

Al  regresar  el  Adelantado  fué  grande  la  alegría  de 
todos,  porque  traía  tan  halagüeñas  noticias  y  bastante  canti- 
dad de  oro  de  excelente  calidad,  que  los  indios  recogían  con 
muy  poco  trabajo,  y  que  también  habían  reunido  con  sus 
propias  manos  muchos  de  los  de  la  expedicio'n,  con  todo  y 
que  nada  entendían  de  minas,  porque  eran  todos  marineros 
y  grumetes. 

En  obra  de  dos  horas  que  los  soldados  estuvieron  en 
aquel  terreno,  cada  uno  cogió  su  poquillo  de  oro  entre  las 
raíces,  porque  todo  es  gran  espesura  de  arboledas,  con  ío 
cual  se  contentaron  todos  y  vinieron  muy  alegres  á  los* 
navios,  donde  fueron  recibidos  con  harta  alegría,  como 
trajesen  tan  buenas  nuevas. 

No  pareció',  sin  embargo,  que  eran  del  todo  tan  sen- 
cillos   como    aparentaban    aquellos    subditos    del    cacique 


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478 


CRISTÓBAL  COLON 


Quibián.  Siendo  sa  propio  terreno  muy  abundante  en  mine- 
rales, que  desde  luego  podían  tomarse,  llevaron  los  guías  á 
los  españoles  á  un  punto  algo  distante  y  desde  allí  les  seña- 
laron el  territorio  llamado  de  Urirá,  también  muy  rico, 
pero  que  pertenecía  á  otro  cacique,  para  que  si  los  extran- 
jeros iban  á  buscar  oro,  cayeran  sobre  el  país  de  su  vecino 
dejando  libres  sus  dominios,  según  creyó'  don  Fernando 
Colo'n. 


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48o 


CRISTÓBAL  COLON 


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Conocida  la  abundancia  de  oro  en  aquellas  cercanías, 
por  la  mucha  cantidad  que  el  Adelantado  y  sus  hombres 
habían  cogido  por  sus  propias  manos  en  breves  horas,  y 
rescatado  en  su  trato  con  los  indios;  viéndose  el  Almirante 
con  mucho  aparejo  para  edificar  y  mucho  bastimento,  deter- 
mino hacer  población  y  dejar  en  ella  su  hermano,  volviendo 
á  Castilla  para  que  los  Reyes  proveyesen  al  aumento  de  la 
nueva  colonia. 

Hizo  el  Adelantado  varias  expediciones  por  el  interior, 
llevando  sus  barcas  por  el  cauce  del  río,  y  un  fuerte  desta- 
camento de  soldados  que  no  se  apartaban  en  su  marcha  de 
la  ribera  y  caminaban  como  en  conserva,  prestándose  mutua- 
mente apoyo  los  de  las  barcas  y  los  de  tierra.  No  era 
entonces  necesaria,  aunque  fué  prudente  tal  precaución,  pues 
los  indios  recibían  con  bondad  á  los  expedicionarios,  les 
facilitaban  alimentos  y  oro,  los  acompañaban  sin  violencia, 
y  antes  demostrando  alegría,  y  los  llevaban  luego  á  su 
regreso  por  los  mejores  caminos  y  donde  pudieran  ver 
ríiuestras  de  las  minas. 

No  se  encontró  mejor  lugar  donde  asentar  la  colonia 
que  el  que  ofrecía  la  ribera  del  río  Belén,  pro'ximo  á  su 
desembocadura  en  el  mar,  pasada  una  caleta  que  está  á  la 
mano  derecha  de  su  entrada,  obra  de  un  tiro  de  lombarda, 
cuya  entrada  quedaba  protegida  por  un  morro  o'  montecillo 
más  elevado  que  lo  demás  del  terreno.  Allí  desembarcaron 
todos  los  hombres  disponibles,  y  empezaron  el  trabajo  para 
hacer  casas  y  almacenes,  todo  de  madera,  con  techumbre  de 
hojas,  tomando  cada  uno  porción  extensa  de  terreno  para 
su  vivienda,   y  fortificándola   como  mejor  le  pareció'.    En  el 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


481 


almacén  o  alhondiga  metieron  cuanto  era  posible  dejarles 
para  provisión  de  bizcocho  y  vino,  aceite  y  vinagre,  quesos 
y  legumbres,  porque  otra  cosa  de  comer  no  había  á  bordo; 
y  las  armas  y  municiones,  con  otra  parte  del  repuesto  de 
víveres,  quedaron,  como  lugar  más  seguro,  en  uno  de  los 
barcos  que  había  de  permanecer  allí,  tanto  para  mayor 
fuerza  y  seguridad  de  los  que  formaban  la  nueva  poblacio'n, 
como  para  que  pudiesen  navegar  por  aquellos  contornos 
según  las  necesidades  o'  las  conveniencias  lo  exigieran. 

Ochenta  hombres  de  armas  debían  quedar  en  aquel 
punto  con  el  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n,  y  algunos 
trabajadores  y  operarios  de  los  más  útiles.  Las  construcciones 
adelantaron  rápidamente  y  todo  parecía  favorable  á  las 
intenciones  del  Almirante. 

Pero  los  indios  de  Veragua  no  eran  tan  sencillos  como  á 
primera  vista  habían  parecido.  Suspicaces  y  recelosos,  vieron 
con  disgusto  que  los  huéspedes  que  habían  aportado  allí, 
como  de  pasada,  pensaban  establecerse  en  su  territorio,  y  con 
su  natural  perspicacia  temieron  las  consecuencias  de  aquella  r^"^ 
ocupacio'n.  La  vista  de  las  casas  que  se  iban  formando 
aumento'  su  desconfianza,  y  variaron  por  completo  en  sus 
relaciones  con  los  españoles.  El  más  alarmado  era  el  cacique 
Quibián.  A  todas  las  causas  que  producían  el  descontento 
de  sus  vasallos  se  unían  otras  particulares:  era  extremada- 
mente celoso,  y  los  soldados  no  respetaban  á  las  mujeres  que 
componían  su  casa,  abuso  que  despertó'  su  furor  y  que  no 
podía  perdonar.  Pero  cauto  y  disimulado,  guardo'  su  odio 
en  el  fondo  de  su  corazo'n,  y  se  dispuso  á  tomar  venganza 
convocando  gran  número  de  indios,  para  que  en  un  momento  !|j^ 
señalado  pusieran  fuego  á  las  casas  construidas,  en  tanto 
que  él  con  los  más  atrevidos  cortaba  el  paso  por  la  ribera,  y 
destruía  por  completo  á  los  españoles. 

No  pudo  hacer  el  llamamiento  tan  en  secreto  que  no 
comprendieran  los  nuestros  que  algo  se  tramaba  contra  ellos. 
Dudaba  el  Almirante  de  que  fueran  ciertas  las  noticias  que 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  61. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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le  comunicaban  por  las  palabras  oídas  á  los  indios,  cuyo 
lenguaje  iban  entendiendo  bien  algunos  marineros,  y  para 
salir  de  la  incertidumbre,  se  ofreció'  a  hacer  por  sí  mismo 
una  detenida  inspeccio'n  el  valeroso  Diego  Méndez,  amigo 
fidelísimo  y  muy  querido  de  Cristóbal  Colón,  que  en  los 
buques  desempeñaba  el  cargo  de  escribano,  de  cuyos  servicios 
hemos  de  ocuparnos  mucho  en  todo  lo  que  resta  de  este 
viaje  y  de  la  vida  del  Almirante.  Méndez  creía  muy  fundadas 
las  sospechas  inspiradas  por  la  conducta  del  cacique;  temía 
por  la  seguridad  de  la  colonia,  y  con  grave  riesgo  de  su 
vida  y  de  la  de  sus  compañeros,  subió'  por  el  río  Belén  en 
una  canoa,  dirigiéndose  audazmente  hacia  la  residencia  de 
Quibián,  aunque  ya  sabía  que  á  éste  le  era  muy  desagra- 
dable la  vista  de  los  españoles  en  su  casa. 

La  relación  de  tan  peligrosa  aventura  se  conserva  escrita 
por  el  mismo  Diego  en  uno  de  los  párrafos  del  testamento 
que  otorgo'  en  Valladolid  el  6  de  Junio  del  año  1536.  Es 
interesantísima  y  dice  así:  —  «Estando  su  Señoría  allí  muy 
congojado,  junto'se  gran  multitud  de  Indios  de  la  tierra  para 
venir  á  quemarnos  los  navios  y  matarnos  á  todos,  con  color 
que  decian  que  iban  á  hacer  guerra  á  otros  Indios  de  las 
provincias  de  Cohrava  Aurira,  con  quien  tenian  guerra:  y 
como  pasaron  muchos  de  ellos  por  aquel  puerto  en  que 
teníamos  nosotros  las  naos,  ninguno  de  la  armada  caia  en  el 
negocio  sino  yo,  que  fui  al  Almirante  y  le  dije:  Señor,  estas 
gentes  que  por  aquí  han  pasado  en  orden  de  guerra,  dicen  que  se 
han  de  juntar  con  los  de  Veragoa  para  ir  contra  los  de  Cobrava 
Aurira :  yo  no  lo  creo,  sino  al  contrario,  y  es  que  se  juntan  para 
quemarnos  los  navios  y  matarnos  á  todos,  como  de  hecho  lo 
era.  Y  diciéndome  el  Almirante  como  se  remediarla,  yo  dije 
á  su  Señoría  que  saldría  con  una  barca  é  iria  por  la  costa 
hacia  Veragoa,  para  ver  donde  asentaban  el  real.  Y  no  hube 
andado  media  legua  cuando  hallé  al  pié  de  1,000  hombres 
de  guerra  con  muchas  vituallas  y  brevages,  y  salté  en  tierra 
solo  entre  ellos,   dejando  mi  barca  puesta  en  flota:  3'  hablé 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


483 


con  ellos  según  pude  entender,  y  ofrecime  que  quería  ir  con 
ellos  á  la  guerra  con  aquella  barca  armada,  y  ellos  se  escu- 
saron  reciamente   diciendo   que   no    lo   habian  menester:   y 
como  3^0  me  volviese  á  la  barca  y  estuviese  allí  á  vista  dellos 
toda  la  noche,    vieron   que   no   podian  ir   á   las   naos  para 
quemallas  y  destruillas,   según  tenian  acordado,  sin  que  yo 
lo  viese,  y  mudaron  propo'sito;  y  aquella  noche  se  volvieron 
todos  á  Vcragoa,  y  yo  me  volví  á  las  naos  y  hice  relación  de 
todo   á   su   Señoría,    é   no   lo   tuvo   en   poco.    Y  platicando 
conmigo  sobrello,  sobre   que   manera   se   ternia   para   saber 
claramente  el  intento  de  aquella  gente,  yo  me  ofrecí  de  ir 
allá  con  un  solo  compañero,   y  lo  puse  por  obra  yendo  mas 
cierto  de  la  muerte  que   de  la  vida:   y  habiendo  caminado 
por  la  pla3^a   hasta  el  rio  de   Veragoa,  hallé  dos  canoas  de 
Indios  extrangeros  que  me  contaron  muy  á  la  clara  como 
aquellas   gentes   iban  para   quemar  las  naos  y  matarnos  á 
todos,  y  que  lo  dejaron  de  hacer  por  la  barca  que  allí  sobre- 
vino, y  questaban  todavia  de  proposito   de  volver  á  hacello 
dende  á  dos  dias,  é  yo   les   rogué  que  me  llevasen  en  sus 
canoas  el  rio  arriba,  y  que  gelo  pagaria :  y  ellos  se  escusaban 
aconsejándome  que  en  ninguna  manera  fuese,  porque  fuese 
cierto  que  en  llegando  me  matarían  á  mí  y  al  compañero 
que  llevaba.    E  sin  embargo  de  sus  consejos  hice   que   me 
llevasen  en  sus  canoas  el  rio  arriba  hasta  llegar  á  los  pueblos 
de  los  indios,    los   cuales  hallé  todos   puestos  en  o'rden  de 
guerra,  que  no  me  querían  dejar  ir  al  asiento  principal  del 
Cacique ;  y  yo  fingiendo  que  le  iba  á  curar  como  cirujano  de 
una  llaga  que  tenia  en  una  pierna ,  y  con  dádivas  que  les  di 
me  dejaron  ir  hasta  el  asiento  real,  que  estaba  encima  de  un 
cerro  llano  con  una  plaza  grande,   rodeada  de  300  cabezas 
de  muertos  que  habían  ellos  muerto  en  una  batalla :   y  como 
yo  hubiese  pasado   toda  la  plaza   y  llegado    á   la   Casa  Real 
hubo  grande  alboroto  de  mugeres  y  muchachos  que  estaban 
á  la  puerta,    que   entraron   gritando    dentro  en  el  palacio. 
Y  salid  de  él  un  hijo  del  señor  muy  enojado  diciendo  pala- 


484 


•    CRISTÓBAL   COLÓN 


bras  recias  en  su  lenguaje,   é  puso  las  manos  en  mí  y  de 
un  empellón  me  desvio'  muy  lejos  de  sí:   diciéndole  yo  por 
amansarle  como   iba   á   curar   á   su   padre  de  la  pierna,   y 
mostrándole  cierto  ungüento  que  para  ello  llevaba,  dijo  que 
en  ninguna  manera  habia  de  entrar  donde  estaba  su  padre. 
Y  visto  por  mí  que  por   aquella  via  no  podia   amansarle, 
saqué   un   peine   y   unas    tijeras   y   un   espejo,    y   hice    que 
Escobar  mi  compañero  me  peinase  y  cortase  el  cabello.    Lo 
cual  visto  por  él  y  por  los  que  allí  estaban  quedaban  espan- 
tados ;   y  yo  entonces  hice  que  Escobar  le  peinase  á  él  y  le 
cortase  el  cabello  con  las  tijeras,   y  díselas  y  el  peine  y  el 
espejo,  y  con  esto  se  amanso;  y  yo  pedí  que  trajesen  algo  de 
comer,   y  luego  lo  trajeron,  y  comimos  y  bebimos  en  amor 
y  compaña ;   y  quedamos  amigos ;   y  despedime  del  y  vine  á 
las  naos,  y  hice  relación  de  todo  esto  al  Almirante  mi  señor, 
el  cual  no  poco  holgó  en  saber  todas  estas  circunstancias  y 
cosas  acaecidas  por  mí;  y  mando  poner  gran  recabdo  en  las 
naos  y  en  ciertas  casas  de  paja,   que  teníamos  hechas  allí  en 
la  playa,  con   intención   que   habia   yo   de   quedar   allí   con 
cierta  gente  para  calar  y  saber  los  secretos  de  la  tierra.» 

Convencido  Colón  de  la  hostilidad  de  los  indios ,  y  de 
lo  mucho  que  debía  temérseles,  delibero  el  partido  que  sería 
más  conveniente,  porque  las  circunstancias  eran  difíciles  y 
apremiantes,  y  pareció'  que  para  castigo  suyo  y  escarmiento 
y  temor  de  los  comarcanos,  era  bien  prendello  con  todos  sus 
principales  y  traellos  á  Castilla  y  que  su  pueblo  quedase  en 
servicio  de  los  cristianos  ^ 

Para  tan  arriesgada  empresa,  de  cuyo  éxito  quedaba 
pendiente  no  so'lo  la  existencia  de  la  colonia,  sino  también  la 
vida  de  todos  los  españoles,  salió'  don  Bartolomé  Colo'n  con 
setenta  y  cuatro  hombres  escogidos,  el  día  30  de  Marzo,  y 
camino'  resueltamente  hacia  la  poblacio'n,  que  no  era  formada 


'     Historie  del  Signar  Don  Fernando  Colombo,  cap.  XCVII. 
Historia  de  las  Indias,  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  libro  II,  capí- 
tulo XXVII. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


485 


por  casas  reunidas,  sino  esparcidas  y  distantes  unas  de 
otras  como  las  de  Vizcaya.  Al  saber  el  cacique  Quibián  la 
marcha  del  Adelantado,  le  envió  á  decir  que  de  ninguna 
manera  subiese  á  su  casa,  que  estaba  colocada  en  una 
elevacio'n  en  el  centro  del  pueblo  y  orillas  del  río;  pero 
don  Bartolomé  sin  cuidarse  del  aviso  y  para  inspirar  mayor 
confianza,  se  adelanto  solo,  acompañado  no  más  que  de  cinco 
soldados,  y  dando  orden  á  los  demás  de  que  le  siguieran  de 
lejos,  á  la  desbandada  por  parejas,  acercándose  lo  bastante 
para  que  en  oyendo  el  disparo  de  un  arcabuz,  que  sería  la 
señal,  acudiesen -con  la  mayor  presteza,  rodeasen  la  casa  del 
cacique,  defendiéndola  de  toda  agresio'n  por  el  exterior,  y 
sin  permitir  que  saliera  de  ella  persona  alguna. 

Al  presentarse  el  Adelantado  en  la  altura  de  la  colina 
ante  la  morada  de  Quibián,  recibió  nuevo  mensaje  de  éste 
diciéndole  que  no  entrase,  pues  aunque  estaba  herido  saldría 
á  recibirle ;  y  en  efecto  á  poco  se  presento'  en  la  puerta  y 
tomo'  asiento  en  una  gran  piedra  diciendo  al  Adelantado 
que  se  llegase  solo;  el  cual  lo  hizo  así,  dejando  encargado  á 
Diego  Méndez  5^  á  los  otros  cuatro  que  cuando  él  cogiese  por 
el  brazo  al  cacique  cayeran  sobre  él,  y  disparasen  el  arcabu- 
zazo  de  alarma  á  sus  compañeros. 

Fué  la  escena  muy  breve,  pero  llena  de  emociones. 
Sentado  Quibián  ostentaba  desnudas  sus  atléticas  formas, 
su  color  oscuro  pintado  en  partes,  y  los  variados  colores  de 
las  plumas  que  ceñían  su  cabeza.  Tenía  en  las  manos  una 
pesada  maza  o'  machadasna  y  el  desarrollo  de  su  muscula- 
tura, la  anchura  de  sus  hombros,  su  aspecto  general  le 
asemejaba  á  un  Hércules  de  aquellos  bosques.  Frente  á  él 
se  mantuvo  de  pie  don  Bartolomé  armado  de  todas  armas, 
cubierto  de  reluciente  acero,  con  su  bacinete  en  la  cabeza 
que  terminaba  en  una  aguda  lanza,  formando  singular 
contraste  con  el  guerrero  indio  cuya  suerte  pendía  en  aquel 
momento  de  una  señal  del  jefe  español. 

Breve   fué  la  plática,   pues  el  Adelantado,   mostrando 


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486 


CRISTÓBAL  COLON 


deseo  de  reconocer  la  herida  del  cacique,  le  asid  por  la 
muñeca,  y  en  el  instante  sond  un  tiro  de  arcabuz,  y  los  cinco 
españoles  se  encontraron  al  lado  de  su  jefe,  subiendo  rápida- 
mente los  otros  setenta  por  las  vertientes  de  la  colina  con  las 
espadas  desnudas  y  formando  un  círculo  de  hierro  alrededor 
de  la  casa  de  Quibián.  Quiso  éste  desasirse  por  un  esfuerzo 
supremo,  mas  como  ambos  fuesen  de  grandes  fuerzas  y  el 
Adelantado  se  encontraba  de  pie,  pudo  contenerlo  tiempo 
bastante  para  que  llegando  Diego  Méndez  y  los  que  le 
seguían  le  atasen  fuertemente  de  pies  y  manos  dejándole  sin 
movimieíito  como  fiera  aprisionada. 


II 


Entraron  los  españoles  en  la  casa  y  redujeron  á  prisio'n 
más  de  cincuenta  personas  entre  grandes  y  pequeños,  y 
muchos  indios  que  viendo  preso  á  su  jefe  quisieron  seguir 
su  suerte  y  no  se  pusieron  en  defensa.  Presas  fueron  condu- 
cidas á  las  barcas  las  mujeres  y  los  hijos  del  cacique,  y  los 
indios  pedían  su  libertad  ofreciendo  al  Adelantado  grandes 
riquezas,  diciendo  que  en  un  bosque  cercano  tenían  guar- 
dado un  gran  tesoro  y  todo  lo  darían  por  el  rescate  de  su 
jefe  y  de  su  familia. 

.  En  tanto  que  se  dedicaba  á  la  exploración  de  las  cerca- 
nías, y  aseguraba  la  posesio'n  del  pueblo,  donde  pensaron 
establecerse  los  españoles,  decidió'  el  Adelantado  enviar  sus 
prisioneros  á  bordo  de  las  carabelas  para  que  estuviesen  más 
seguros,  y  quedar  más  íibre  para  disponer  de  los  soldados 
que  llevaba  consigo.  A  este  efecto  fueron  llevados  todos  á 
la  orilla  y  embarcados  en  los  botes;  pero  no  satisfecho  don 
Bartolomé  sin  tomar  especiales  precauciones  con  el  bravo 
Quibián,  lo  entrego  con  repetidas  amonestaciones  y  encargos 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


487 


al  piloto  Juan  Sánchez,  hombre  de  probada  intrepidez  y  de 
grandes  fuerzas,  por  las  que  se  distinguía  en  todas  ocasiones 
entre  sus  compañeros,  llegando  al  extremo  de  encargarle 
que  si  intentaba  evadirse  le  diera  muerte.  El  valiente  piloto, 
muy  satisfecho  de  sí  mismo,  y  enorgullecido  con  la  confianza 
que  de  su  persona  se  hacía,  respondió  que  á  su  cargo  iba  el 
cacique,  y  que  consentía  si  se  le  escapaba,  en  que  le  arran- 
casen sus  barbas,  que  eran  muy  recias,  pelo  á  pelo. 

Bajaron  las  barcas  el  río;  al  llegar  á  la  desembocadura, 
Quibián,  que  iba  fortísimamente  ligado  de  pies  y  manos, 
con  una  cuerda  cuyo  extremo  tenía  siempre  asido  Juan 
Sánchez,  se  quejaba  lastimosamente  del  mucho  daño  que  le 
causaban  las  ataduras,  y  tales  fueron  sus  gemidos,  que 
movido  á  piedad  el  piloto  le  aligero  un  poco  de  ellas. 
Aprovecho'  la  holgura  el  astuto  cacique,  y  viendo  de  allí  á 
poco  que  Sánchez  estaba  entretenido  en  otra  cosa  se  arrojo 
al  agua  con  tal  violencia  que  tuvo  aquél  necesidad  de  aban- 
donar el  cabo  que  tenía  en  la  mano  para  no  ser  arrastrado 
al  río.  Era  ya  de  noche,  y  no  pudieron  ver  donde  había 
caído,  ni  escucharon  rumor  alguno,  como  si  hubiera  sido 
una  piedra  precipitada  en  las  aguas. 

Porque  el  ejemplo  no  fuera  seguido  por  otros  prisio- 
neros, acudieron  todos  á  custodiarlos  y  dejaron  de  perseguir 
al  cacique  al  que  juzgaron  muerto,  sin  duda  alguna. 

Avergonzados  todos  por  tal  evasión,  que  justificaba 
su  falta  de  cuidado,  y  más  que  ninguno  el  piloto  Sánchez, 
llegaron  á  los  buques  con  los  demás  presos  para  que  estu- 
viesen á  buen  recaudo. 

Recorrió'  en  tanto  el  Adelantado  la  tierra  en  todas  direc- 
ciones y  volvió'  también  á  bordo  con  el  oro  que  había  podido 
recoger,  enterándose  allí  de  todo  lo  ocurrido,  y  lamentando 
profundamente  la  evasio'n  de  Quibián,  de  la  que  preveía 
funestas  consecuencias.  No  se  hicieron  esperar  desgraciada- 
mente. La  continuacio'n  de  las  lluvias  hizo  que  creciese  en 
algunos  palmos  de  altura  el  nivel  de  las  aguas ,  permitiendo 


v^íá 


íiissi 


488 


CRISTÓBAL  COLÓN 


el  paso  de  las  embarcaciones  sobre  las  arenas  que  formaban 
barra  en  la  embocadura  del  río :  y  aprovechando  el  Almi- 
rante aquel  momento  favorable,  pues  llevaba  dos  meses  de 
forzada  inaccio'n,  dispuso  salir  al  mar  y  dirigirse  á  la  isla 
Española  para  dar  noticia  á  los  Reyes  del  resultado  de  su 
viaje.  Trabajosa  fué  la  salida.  Las  quillas  rozaban  la  arena 
y  á  veces  quedaban  sin  movimiento  las  carabelas,  siendo 
necesario  aligerar  la  carga  que  llevaban,  en  barcas  y  canoas 
que  se  pusieron  á  sus  costados ,  y  volviéndolas  á  cargar 
cuando  estuvieron  enteramente  en  franquía. 

Tres  carabelas  salieron  con  el  Almirante,  y  quedo'  la 
cuarta  en  el  río  fondeada  en  la  proximidad  de  la  estancia  de 
los  españoles,  y  á  las  o'rdenes  del  Adelantado,  para  ayudarle 
en  todo  cuanto  pudiera  ocurrir.  Cuando  los  buques  estu- 
vieron ya  en  mar  libre,  se  despidieron  afectuosamente  el 
Almirante  y  el  Adelantado,  ofreciendo  éste  regresar  lo  más 
pronto  que  fuera  posible,  y  dándole  sus  últimas  instrucciones 
á  todos  los  que  allí  quedaban,  con  muchos  consejos  amistosos 
sobre  la  administración  de  la  nueva  colonia,  y  conservacio'n 
de  la  más  rigorosa  disciplina,  recordando  ejemplos  muy 
recientes  que  demostraban  las  funestas  consecuencias  de  la 
insubordinacio'n  y  el  desorden.  El  Adelantado  y  los  su3^os 
regresaron  en  las  canoas,  pero  apenas  hubieron  puesto  el 
pie  en  la  orilla  fueron  objeto  de  un  ataque  violento  de  los 
naturales. 

El  cacique  Quibián  se  había  salvado,  nadando  diestra- 
mente á  pesar  de  sus  ligaduras  y  ganando  la  playa  entre  la 
espesura  de  los  árboles,  en  punto  que  él  conocía  mu}^  bien 
y  donde  no  pudieron  verle  los  españoles.  Llegado  á  su  casa, 
el  mayor  desconsuelo  se  apodero'  de  él  al  ver  la  falta  de  sus 
mujeres  é  hijos,  y  ardía  en  deseos  de  venganza  de  aquellos 
extraños  huéspedes  que  tanto  mal  le  causaban;  pero  su  furor 
llego'  al  extremo  cuando  vio'  partir  los  tres  barcos  que  se 
llevaban  á  un  mundo  desconocido,  de  donde  nunca  volverían, 
á  todos  los  seres  que  amaba.    Convoco   á   los   más    feroces 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


489 


guerreros,  les  estimulo  á  combatir  y  exterminar  á  los 
blancos,  y  emboscados  en  gran  número  en  el  espeso  bosque 
que  se  dilataba  hasta  las  márgenes  del  río  espero'  el  momento 
de  acometer.  Cuando  le  pareció'  que  los  soldados  estaban 
más  descuidados ,  habiendo  quedado  unos  en  las  casas  y 
bajado  otros  á  la  playa  para  esperar  el  regreso  del  Adelan- 
tado, cayeron  de  improviso  sobre  ellos  dando  grandes  ala- 
ridos, y  cubriendo  el  aire  de  flechas,  que  hirieron  á  muchos 
de  los  nuestros.  Pero  habiendo  acudido  al  punto  á  las  armas 
y  reunidos  en  grupos,  resistieron  el  ataque  y  rechazaron  á 
los  indios  causándoles  muchos  muertos. 

El  Adelantado  se  encontró  con  muy  pocos  hombres 
disponibles;  pero  tomando  una  lanza  se  puso  al  frente  de 
ellos  j  se  dirigió'  al  punto  de  mayor  peligro,  donde  era  más 
numerosa  la  muchedumbre  de  los  indios,  que  intentaban 
poner  fuego  á  las  viviendas  donde  los  españoles  se  defendían, 
y  sin  cuidarse  de  las  innumerables  flechas  que  se  rompían 
en  su  armadura  ,  causo'  gran  estrago  en  los  desnudos 
enemigos.  El  valeroso  Diego  Méndez  reunid  también  corto 
número  de  soldados  y  acometió'  por  otro  lado,  y  organizada 
ya  la  resistencia,  la  superioridad  de  los  españoles  en  táctica 
y  en  armamento  les  dio'  fácilmente  la  victoria.  El  ruido  de 
los  arcabuces,  y  los  estragos  que  causaban  las  balas  acabaron 
de  infundir  el  pánico  á  los  indios,  que  dejando  muchísimos 
muertos  y  heridos,  se  retiraron  al  bosque  y  en  lo  más  espeso 
se  ocultaron ,  sin  perder  de  vista  las  casas  de  los  españoles  á 
los  que  se  propusieron  tener  en  una  especie  de  continuo 
asedio . 

Un  soldado  español  murió'  en  la  refriega ;  el  Adelantado 
recibió'  una  flecha  que  le  penetro'  junto  al  cuello  del  coselete, 
pero  le  causo  poco  daño,  quedando  otros  ocho  o  diez  heridos 
leves  entre  soldados  y  marineros. 

Entretanto  el  Almirante  se  encontraba  detenido  á  poco 
más  de  una  legua,  sin  poder  tomar  el  rumbo  que  deseaba 
para  tocar  en  la  isla  Española  por  ser  el  viento  contrario,  ni 
Cristóbal  Colón  t.  ii. — 62. 


490 


CRISTÓBAL  COLÓN 


m^. 


■S:C] 


volver  adonde  había  dejado  á  los  nuestros  porque  las  aguas 
habían  bajado  y  las  arenas  interceptaban  la  entrada  del  río. 
Pero  esta  contrariedad  fué  la  salvacio'n  del  Adelantado  y  de 
los  suyos. 


III 


Deseando  el  Almirante  comunicar  con  su  hermano,  y 

f;      con  objeto  también  de  aumentar  la  provisio'n  de  leña  y  agua, 

dispuso  el  6  de  Abril  que  una  barca  de  poco  calado  entrase 

río  arriba,  y  llevase  noticias  á  los  que  habían  quedado  en  la 

poblacio'n  nueva. 

Salió'  en  la  barca  de  la  nao  capitana  el  capitán  de  ella 
Diego  Tristán,  y  llego  á  la  estancia  de  los  españoles  en  el  mo- 
mento en  que  era  mayor  la  bulla  y  gritería  de  los  indios  y  el 
tronar  de  los  arcabuces;  pero  ignorante  de  lo  que  sucedía,  y 
temeroso  de  que  los  de  tierra  se  lanzasen  á  la  barca  y  la  hicie- 
sen zozobrar,  no  quiso  acercarse  á  la  ribera,  y  se  estuvo  á 
la  mira  para  dar  auxilio  si  se  lo  pidieran.  Al  ver  fugitivos  á 
los  indios,  y  no  queriendo  que  por  cualquier  eventualidad  se 
perdiese  su  bote  y  quedase  imposibilitado  de  llevar  al  Almi- 
rante las  nuevas  de  lo  ocurrido,  tuvo  el  mal  acuerdo  de  con- 
tinuar subiendo  por  el  río,  hasta  donde  el  agua  salada  dejara 
de  mezclarse  con  la  dulce,  para  llenar  allí  sus  pipas  y  volverse 
en  seguida  á  los  buques.  Dice  don  Fernando  Colon  en  sus 
Apuntes,  que  algunos  le  amonestaron  para  que  no  hiciera 
aquel  camino,  por  los  peligros  que  podía  acarrearle  la  mul- 
titud de  indios  que  tenían  sus  canoas  en  las  orillas;  pero 
Tristán  no  curo  de  aquel  aviso  y  se  interno  en  el  río,  que  es 
muy  profundo  y  muy  cercado  por  ambas  partes  de  espesos 
árboles  que  llegan  hasta  el  agua.  Observaron  los  indios  su 
marcha,  y  como  vieron  que  so'lo  llevaba  diez  d  doce  hombres, 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


491 


de  los  cuales  siete  ú  ocho  iban  en  los  remos,  y  tres  o'  cuatro 
eran  soldados,  le  dejaron  adelantar  á  lo  más  intrincado,  y 
cuando  estaba  á  más  de  una  legua  de  distancia  de  la  forta- 
leza, empezaron  á  salir  de  ambas  orillas  con  multitud  de 
canoas,  cuyo  número  aumentaba  á  cada  momento,  cubrién- 
doles literalmente  de  flechas,  é  hiriéndolos  á  todos,  sin  que 
pudieran  hacer  uso  de  las  armas  de  fuego. 

Los  que  bogaban  acudieron  á  defenderse;  abandonaron 
los  remos  y  la  barca  quedo  parada  y  presa  de  los  indios. 
Aquello  fué  la  perdicio'n  de  todos.  El  valeroso  Diego  Tristán 
combatía  cubierto  de  heridas  contra  innumerables  enemigos, 
pero  la  lanza  de  madera  de  un  indio  le  entro  por  un  ojo 
dejándole  muerto  en  el  acto ;  sus  compañeros  todos  perecieron 
peleando,  unos  magullados  por  los  golpes  de  las  mazas,  otros 
traspasados  por  mil  saetas. 

Solo  pudo  salvar  la  vida  un  tonelero  de  Sevilla  llamado 
Juan  de  Moya,  que  en  uno  de  los  violentos  balances  del  bote 
fué  lanzado  al  agua  en  lo  más  cerrado  de  la  pelea,  por  lo 
cual  nadie  advirtió  su  caída  creyéndolo  muerto.  Gano  la 
orilla  y,  ayudado  de  la  misma  espesura  de  los  árboles,  logro' 
llegar  casi  exánime  al  punto  donde  se  hallaban  los  españoles 
con  el  Adelantado. 

El  efecto  que  su  relato  produjo  en  aquel  puñado  de 
valientes  no  puede  describirse;  y  como  no  les  era  posible 
abandonar  la  fortaleza  que  habían  construido,  porque  la 
carabela  no  podía  flotar  á  causa  de  las  arenas  que  á  su 
costado  se  habían  ido  depositando,  y  tampoco  podían 
mandar  aviso  al  Almirante ,  determinaron  defenderse  hasta 
el  último  extremo,  y  se  fortalecieron  armando  un  pequeño 
baluarte  donde  pusieron  la  artillería,  con  cuyos  disparos 
contenían  los  ataques  de  los  indios  que  no  se  atrevían  á  salir 
de  lo  más  espeso  del  bosque. 

En  este  tiempo  era  también  muy  grande  la  inquietud 
del  Almirante:  pasaban  los  días,  y  no  regresaba  Diego 
Tristán,  ni  tenía  noticias  de  su  hermano,  á  quien  3'a  aquél 


Wt. 


L^.  ..    


492 


CRISTÓBAL  COLON 


debía  haber  visitado.  Para  mayor  disgusto,  una  parte  de 
los  prisioneros  indios  que  tenía  á  bordo,  logro  evadirse,  y  los 
restantes  se  dieron  muerte  por  no  quedar  en  poder  de  los 
españoles.  Don  Fernando  ha  conservado  los  detalles  de  aquel 
extraño  suceso.  Estaban  reunidos  los  prisioneros  en  la  nave 
Bermuda,  y  como  se  encontraban  en  el  mar,  los  dejaban  por 
el  día  que  discurriesen  sobre  cubierta,  bajo  la  vigilancia  de 
algunos  soldados;  pero  llegada  la  noche  los  recogían  en  la 
bodega  y  tapaban  las  escotillas,  dejándolas  sin  cerrar  con  la 
cadena,  porque  sobre  ella  dormían  constantemente  algunos 
marineros.  Observaron  esto  los  indios  con  su  natural  saga- 
cidad, y  se  aprovecharon  del  descuido.  Aunque  el  sollado 
era  profundo,  amontonaron  debajo  de  la  escotilla  las  piedras 
que  formaban  el  lastre  de  la  nave,  y  subiendo  sobre  ellas 
empujaron  con  las  espaldas  violentamente  la  porta  hacién- 
dola levantar,  y  echando  á  rodar  á  los  que  encima  dormían 
descuidados.  Aprovechando  la  confusio'n  que  se  produjo, 
y  la  oscuridad  que  reinaba,  se  arrojaron  al  agua  cuantos 
pudieron  salir  sobre  cubierta  antes  de  que  se  repusieran  los 
marineros  y  soldados.  No  se  supo  cuál  había  sido  su  suerte; 
pero  los  que  no  habían  podido  huir  se  dieron  la  muerte 
aquella  misma  noche,  amaneciendo  todos  ahorcados  «con  los 
cabos  que  pudieron  haber,  y  como  tenian  poca  altura,  unos 
se  ahorcaban  de  rodillas,  y  otros  tirando  del  lazo  con  los  pies, 
de  modo  que  de  los  presos  en  aquel  navio  ninguno  quedo' 
que  no  fuese  muerto  o'  huido.» 

Diez  días  habían  corrido  desde  la  partida  de  Diego 
Tristán,  y  las  sospechas  del  Almirante  eran  cada  vez  más 
acentuadas  y  más  tristes  sus  presentimientos.  Aumentaba  su 
abatimiento  al  ver  que  carecía  de  medios  para  ponerse  en 
comunicacio'n  con  su  hermano,  pues  entre  los  tres  buques 
no  conservaban  más  que  un  solo  bote  y  por  ningún  con- 
cepto podía  desprenderse  de  él,  ignorándose  si  regresaría 
o'  no  el  que  Tristán  se  había  llevado.  En  la  duda  era  preciso 
usar  mayor  prudencia,  y  luchaba  entre  el  deseo  vehemente 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


493 


de  obtener  noticias  de  la  colonia  y  la  falta  de  medios  para 
lograrlo. 

En  tan  apurada  situacio'n  se  presento'  al  Almirante  el 
piloto  Pedro  de  Ledesma,  natural  de  Sevilla,  y  de  la  dotacio'n 
de  la  carabela  Vi:(caina,  ofreciéndose  á  ir  á  tierra ,  si  la  barca 
única  que  quedaba  le  conducía  desde  los  buques  hasta  la 
playa,  que  él  ganaría  á  nado,  y  le  esperaba  allí  para  llevarle 
á  bordo  á  su  regreso.  El  valiente  piloto  prometía  traer 
noticias  de  la  colonia  o'  perecer  en  la  demanda.  Con  verda- 
dero reconocimiento  acepto  Cristóbal  Colón;  y  Ledesma, 
corriendo  peligros  sin  cuento  y  con  grandes  angustias,  llego' 
á  la  colonia,  habló  con  el  Adelantado,  y  volvió'  á  las  naves 
llevando  al  Almirante  la  narracio'n  exacta  de  todas  las  des- 
gracias ocurridas,  y  la  noticia  de  la  triste  situación  de  los 
españoles.  Tantos  contratiempos  hicieron  que  variase  el  plan 
que  tenía  trazado.  Dejar  abandonados  á  su  hermano  y  á  los 
que  con  él  estaban  no  era  posible,  ni  cabía  imaginarlo:  enviar 
refuerzos  y  destruir  á  los  indios  hubiera  sido  el  deseo  de 
todos,  pero  no  contaban  con  medios  para  hacerlo.  Los  cascos 
de  los  buques  estaban  inservibles  y  la  mayor  parte  de  los 
hombres  enfermos  ó  heridos.  Ni  los  que  estaban  en  tierra  se 
prestaban  á  permanecer  allí,  haciendo  inútil  sacrificio  de  sus 
vidas,  por  lo  que  ya  empezaban  á  murmurar  contra  el 
Adelantado,  no  obstante  el  gran  prestigio  que  entre  ellos 
tenía ;  ni  los  que  estaban  á  bordo  se  manifestaban  dispuestos 
á  volver  á  entrar  en  aquel  funesto  río  de  Belén,  para  co- 
menzar nuevas  luchas El  Almirante  resolvió  abandonar 

por  entonces  la  fundación  de  la  colonia,  y  que  todos  partie- 
sen con  dirección  á  España;  y  así  lo  comunicó  á  su  hermano. 

La  inquietud  de  Colón  era  extremada :  temía  tanto  por 
los  que  estaban  en  tierra  como  por  los  que  tenía  á  bordo, 
pues  las  carabelas  estaban  completamente  roídas  y  aguje- 
readas por  la  broma ,  y  de  un  momento  á  otro  podían  verse 
todos  sepultados  en  las  aguas  sin  medio  alguno  de  salvación. 
Con  tantas  fatigas,   con  el  incesante  trabajo,   los  continuos 


494 


CRISTÓBAL   COLÓN 


pesares  y  la  falta  de  descanso,  su  salud  se  resintió  profunda- 
mente :  la  fiebre  lo  devoraba ,  y  los  dolores  de  la  gota  no  le 
dejaban  momento  de  tranquilidad.  So'lo  la  energía  de  su  alma 
))  y  su  inquebrantable  fe  le  sostenían  en  tan  apurados  trances. 
Tuvo  entonces  una  visio'n  consoladora ,  que  refiere  en  su 
carta  á  los  Reyes,  y  sintió  renacer  su  ánimo. 

Quiso  Dios  por  su  bondad,  dice  el  P.  Las  Casas,  que 
dentro  de  ocho  días  que  allí  estuvo  abonanzase  el  tiempo.  El 
Adelantado  y  los  suyos  con  la  barca  que  conservaban,  y  con 
dos  canoas  que  ataron  fuertemente  la  una  á  la  otra,  llevaron 
á  las  carabelas  cuantas  cosas  tenían  en  tierra:  los  buques  se 
acercaron  cuanto  pudieron  á  la  embocadura  del  río,  y  3^endo 
y  viniendo,  en  obra  de  dos  días  no  quedo  nada  por  embar- 
car, ni  dejaron  nada  de  lo  que  había  sido  de  la  colonia  «si 
no  fué  el  casco  del  navio,  que  por  la  mucha  broma  estaba 
innavegable.» 

La  reunio'n  de  todos  á  bordo  causo'  por  el  pronto 
general  movimiento  de  alegría;  y  terminado  el  embarque, 
y  remediados  en  lo  más  grave  los  desperfectos  de  los  tres 
buques,  hicieron  rumbo  á  Levante,  para  donde  el  viento  les 
era  favorable,  y  en  vista  del  mal  estado  de  los  cascos,  fondea- 
ron en  Porto  Belo  á  los  dos  días  de  haber  abandonado  el  río 
de  Belén. 


f.^"- 


IV 


Hay  en  la  carta  que  Cristóbal  Colón  escribid  á  los 
Reyes  Cato'licos  desde  la  isla  Jamaica,  poco  después  de  estos 
sucesos,  con  fecha  7  de  Julio  del  mismo  año,  un  párrafo 
notabilísimo,  en  que  refiere  lo  que  en  sueños  oyó'  de  una  V07^ 
muy  piadosa,  que  antes  notamos,  llamándola  visio'n  consola- 
dora;  y  que  debe  transcribirse   con   las  mismas  frases   em- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


495 


•  La  tomamos  á  la  letra  del  texto  de  la  Lettera  rarissima  de  Navarrete, 
Colección  de  viajes,  tomo  I,  porque  en  algunas  historias  se  ha  publicado  con 
grandes  diferencias. 


picadas  por  el  Almirante,  porque  más  de  un  historiador 
ha  sospechado  que  más  bien  que  ensueño,  fué  ficción  in- 
geniosa; medio  indirecto  de  elevar  una  queja  á  .los  Reyes;  Ol^ 
juzgando  que  la  vo^^ piadosa  encierra  una  severa  leccio'n  para 
un  príncipe,  y  en  ella  expresaba  con  vehemencia  la  amargura 
que  sentía  en  su  alma  y  lo  que  su  conciencia  le  dictaba,  y 
no  era  posible  decir  de  otra  manera.  No  parece  fundada  la 
sospecha ,  ni  parece  propio  del  carácter  de  Colón  valerse  de 
tales  ficciones;  pero  el  párrafo  es  interesante  de  suyo.  Dice 
así  * : 

(( i  O  estulto  y  tardo  á  creer  y  á  servir  á  tu  Dios ,  Dios 
de  todos!  ¿Qué  hizo  él  mas  por  Moysés  o  por  David  su 
siervo!  Desque  naciste,  siempre  él  tuvo  de  tí  muy  grande 
cargo.  Cuando  te  vido  en  edad  de  que  él  fué  contento, 
maravillosamente  hizo  sonar  tu  nombre  en  la  tierra.  Las 
Indias  que  son  parte  del  mundo,  tan  ricas,  te  las  dio'  por 
tuyas:  tú  las  repartiste  adonde  te  plugo,  y  te  dio  poder  para 
ello.  De  los  atamientos  de  la  mar  océana,  que  estaban 
cerrados  con  cadenas  tan  fuertes ,  te  dio'  las  llaves ;  y  fuiste 
obedescido  en  tantas  tierras ,  y  de  los  cristianos  cobraste  tan 
honrada  fama.  ¿Qué  hizo  él  mas  al  su  pueblo  de  Israel  cuando 
le  saco'  de  Egipto?  ¿Ni  por  David,  que  de  pastor  hizo  Rey 
de  Judea?  To'rnate  á  él,  y  conoce  ya  tu  yerro:  su  miseri- 
cordia es  infinita:  tu  vejez  no  impedirá  á  toda  cosa  mu}- 
grande:  muchas  heredades  tiene  él  grandísimas.  Abrahan 
pasaba  de  cien  años  cuando  engendro'  á  Isaac,  ¿ni  Sara  era 
moza?  Tú  llamas  por  socorro  incierto:  responde,  ¿quién  te 
ha  afligido  tanto  y  tantas  veces.  Dios  o'  el  mundo?  Los 
privilegios  y  promesas  que  dá  Dios  no  las  quebranta,  ni 
dice  después  de  haber  recibido  el  servicio  que  su  intención 
no  era  esta,  y  que  se  entiende  de  otra  manera,  ni  da 
martirios,  por  dar  color  á  la  fuerza:  él  vá  al  pie  de  la  letra: 


P^  óYí 


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todo  lo  que  él  promete  cumple  con  acrescentamiento :  ¿esto 
es  uso?  Dicho  tengo  lo  que  tu  Criador  ha  fecho  por  tí  y 
hace  con  todos.  Ahora  medio  muestra  el  galardón  de  estos 
afanes  }''  peligros  que  has  pasado  sirviendo  á  otros.» 

«Yo  así  amortecido,  prosigue  diciendo  Colon,  oí  todo; 
mas  no  tuve  yo  respuesta  o'  palabras  tan  ciertas,  salvo  llorar 
por  mis  yerros.  Acabo'  él  de  fablar,  quien  quiera  que  fuese, 
diciendo:  No  lemas,  confia:  todas  estas  tribulaciones  están 
escritas  en  piedra  mármol,  y  no  sin  causa.)) 

Verdad  o  ficción,  ensueño  o  modo  ingenioso  de  exhalar 
quejas  de  un  modo  indirecto,  son  muy  notables  las  frases 
subrayadas:  Los  privilegios  y  promesas  que  da  Dios  no  las 
quebranta,  ni  dice  después  de  haber  recibido  el  servicio  que  su 
intención  no  era  esta 

Llegados  á  Porto  Belo  en  20  d  21  de  Abril,  se  vio' 
obligado  el  Almirante  á  abandonar  la  carabela  Vizcaína, 
porque  hacía  mucha  agua,  y  porque  todo  su  plan  estaba 
consumido  y  agujereado  por  los  gusanos;  por  esto  dio'  orden 
de  que  se  trasbordasen  á  los  otros  dos  buques  que  quedaban, 
todos  los  efectos  de  aquélla  sin  dejar  cosa  alguna,  y  termi- 
nada la  operacio'n  se  hicieron  de  nuevo  á  la  vela  siguiendo 
otra  vez  á  Levante,  y  abandonando  únicamente  el  destrozado 
casco  á  la  merced  de  los  vientos  y  las  olas. 

Siguió'  el  Almirante  la  costa  en  el  mismo  rumbo,  aunque 
no  dejo'  de  conocer  el  descontento  de  las  tripulaciones,  que 
creían  iba  á  dirigirse  en  derechura  á  España,  conociendo 
todos  que  tan  largo  viaje  no  era  posible  en  aquellos  barcos 
tan  desmantelados  y  faltos  de  provisiones.  Decían  los  pilotos 
que  poniendo  las  proas  al  Norte  llegarían  con  más  brevedad 
á  Santo  Domingo;  pero  el  Almirante  y  su  hermano,  con 
observacio'n  más  segura,  quisieron  navegar  por  la  costa 
arriba  antes  de  lanzarse  á  atravesar  el  golfo  que  está  entre 
la  tierra  firme  y  la  isla  Española,  para  que  las  corrientes  no 
los  arrastrasen  muy  por  bajo  de  ésta.  Con  tal  propo'sito 
dejaron  atrás  el  puerto  del  Retrete,  que  ya  les  era  conocido, 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


497 


y  pasando  por  entre  unas  isletas  que  hoy  se  nombran  Las 
Mulatas  y  Colón  apellido'  Las  Barbas,  corrieron  todavía  diez 
leguas  más  por  la  costa,  y  ya  en  la  proximidad  del  cabo 
Tiburo'n,  abandonaron  del  todo  la  tierra  firme,  poniendo  la 
direccio'n  al  Norte  para  dirigirse  á  la  Española.  El  lunes 
1."  de  Mayo  de  1503  perdió'  de  vista  Cristóbal  Colón  el 
continente  que  había  descubierto  y  no  debía  volver  á  ver. 

El  miércoles  10  fueron  á  dar  sobre  dos  pequeñas  isletas 
á  que  se  puso  por  nombre  Las  Tortugas,  por  la  gran  abun- 
dancia de  ellas  que  allí  había;  y  arrastrados  todavía  por  las 
corrientes,  derivando  más  aún  del  rumbo  emprendido,  fueron 
á  surgir  á  las  islas  llamadas  Jardines  de  la  Reina,  situadas  al 
Sur  de  Cuba  y  reconocidas  por  el  Almirante  en  su  segundo 
viaje.  Escaseaban  á  bordo  los  alimentos  y  el  trabajo  era 
cada  día  más  constante  y  más  penoso.  No  tenían  para 
alimentarse  más  que  bizcocho,  con  escasa  cantidad  de  aceite 
y  menos  todavía  de  vinagre;  todos  los  demás  víveres  se 
habían  consumido.  Los  buques  taladrados  por  la  broma  d 
teredo  hacían  agua,  á  pesar  del  constante  cuidado  de  los 
calafates,  y  de  que  no  cesaban  ni  un  momento  los  mari- 
neros en  la  tarea  de  achicar  con  tres  bombas  que  había  de 
servicio. 

En  tal  situacio'n,  faltos  todos  de  fuerzas  y  de  recursos, 
sobrevino  una  noche  tan  gran  tormenta,  de  esas  violentas 
y  rápidas  tan  comunes  en  aquellas  latitudes,  que  les  puso  en 
el  mayor  peligro,  pues  la  Bernmda  no  pudiendo  tenerse  sobre 
sus  amarras  garreo'  sobre  la  nave  del  Almirante,  que  es 
arrastrar  las  anclas  y  juntarse  un  navio  sobre  otro,  según  lo 
explica  el  P.  Las  Casas,  que  hizo  pedazos  toda  la  proa  del 
uno  y  la  popa  del  otro,  rompiéndose  los  cables  y  perdiendo 
tres  anclas.  Quiso  Dios  librarnos,  como  }ios  había  hecho  de 
otros  muchos  peligros,  dice  don  Fernando;  y  así  partiendo  de 
allí  con  harta  fatiga  y  trabajo  se  acercaron  á  la  costa  de 
Cuba,  por  la  necesidad  de  buscar  alimentos,  y  surgieron 
cerca  del  que  hoy  se  nombra  Cabo  Cruz,  junto  á  un  pueblo 

Cristóbal  Colón  t.  ii.  —  63. 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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de  indios  que  llamaban  Macaca.  Recibieron  de  los  naturales 
pan  de  cazabe ,  pescado  y  frutas ;  de  lo  cual  y  de  leña  y  agua 
hicieron  abundante  provisio'n  en  seis  ú  ocho  días  que  allí 
consagraron  al  descanso. 

Los  vientos  fuertes  de  Levante  y  las  grandes  corrientes 
no  les  permitían  hacer  rumbo  á  la  Española,  porque  no 
podía  darse  trabajo  á  las  carabelas  que  se  quebrantaban  y 
romperían  so'lo  con  los  golpes  del  mar,  pues  sus  tablazones 
parecían  Wí  panal  de  abejas,  según  expresión  del  Almirante; 
así  que  después  de  muchos  días  de  esperar  bonanza,  deter- 
mino aprovechar  el  viento,  para  que  las  naves  no  trabajasen 
y  partió'  para  Jamaica.  Con  todo  eso,  el  agua  crecía  en  los 
barcos,  y  cuando  se  entorpecía  alguna  de  las  bombas, 
suplían  la  falta  arrojándola  con  cubas  y  calderas;  pero  en  la 
vigilia  de  San  Juan  no  había  medio  de  vencerla,  y  con  gran 
trabajo  se  mantuvieron  hasta  que  al  rayar  el  día  pudieron 
dar  fondo  en  el  llamado  Puerto  Bueno,  que  hoy  se  denomina 
Dry-Harbour;  y  no  encontrando  en  él  recurso  alguno,  ni 
indígenas  que  pudieran  prestar  auxilio,  se  dirigieron  á  la 
tarde  á  otro  muy  cercano  que  todavía  conserva  el  nombre 
de  Caleta  de  don  Cristóbal,  aunque  el  Almirante  lo  llamo 
Santa  Gloria. 

Bien  les  avino  á  los  desventurados  navegantes.  El  puerto 
era  muy  abrigado,  la  pla5^a  extensa,  y  las  carabelas  enca- 
llaron en  ella  suavemente,  apoyando  sus  fondos  en  la  arena 
cuando  3^a  no  era  posible  que  se  sostuvieran  á  flote.  Los 
cascos  estaban  desencuadernándose  por  la  flojedad  de  la 
clavazo'n;  las  maderas  horadadas  por  los  gusanos,  el  vela- 
men deshecho  en  jirones El  Almirante  procuro'  que   se 

varasen  enteramente  unidas  las  dos  embarcaciones;  y  logrado 
esto,  fueron  atadas  fuertemente  la  una  á  la  otra,  y  apunta- 
ladas por  ambos  lados  con  la  mayor  solidez  para  evitar  todo 
movimiento,  y  abandonadas  las  bombas  se  dejo'  que  el  agua 
las  llenase  para  más  seguridad. 

Sobre  la  cubierta  y  en  los  castillos  de  popa  y  proa,  se 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  V 


499 


hicieron  habitaciones  capaces  para  toda  la  gente,  y  se  pro- 
curo' toda  la  comodidad  posible,  así  como  la  mejor  defensa 
en  aquella  cindadela  de  madera.  Terminado  el  penoso  trabajo 
se  pensó'  en  entrar  en  relaciones  con  los  naturales  para  ase- 
gurar la  subsistencia:  por  lo  que  el  Almirante  reitero  sus 
o'rdenes  de  que  se  les  tratase  con  amabilidad  y  dulzura,  y  no 
se  les  tomase  cosa  alguna  sin  retribuirlos,  y  nunca  contra 
su  voluntad.  La  situacio'n  en  que  se  encontraban  era  tan  crí- 
tica que  todas  las  precauciones  eran  pocas ;  y  aun  cumplien- 
do los  prudentes  mandatos  de  Colón  no  era  fácil  prever 
como  había  de  salirse  de  ella. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


Estando  fortificados  los  navios  del  modo  que  dejamos 
dicho  y  establecidas  con  alguna  seguridad  las  estancias  para 
todos,  á  distancia  de  un  tiro  de  ballesta  de  tierra,  acudieron 
algunas  canoas  de  indios  que  parecían  gente  sencilla  y 
buena  á  trocar  víveres  con  los  españoles.  Se  encontraban 
varadas  las  naves  á  corta  distancia  de  un  pueblecillo  de  indios 
que  llamaban  ellos  Maima,  en  el  lugar  en  que  luego  se 
levanto'  la  nueva  poblacio'n  que  nombraron  Sevilla;  y  vista 
la  proximidad  del  sitio,  y  la  buena  condicio'n  de  los  natu- 
rales ,  determino  el  Almirante  que  desde  luego  se  procurase 
entablar  relaciones  amistosas,  y  que  pudieran  asegurar  de 
algún  modo  la  subsistencia  de  los  ciento  treinta  y  cuatro 
hombres  que  allí  se  encontraban  albergados. 

Dos  pensamientos  ocupaban  constantemente  á  Colón 
desde  el  punto  en  que  se  vio  libre  de  otros  peligros ;  la  segu- 
ridad de  obtener  provisiones,  sin  verse  expuestos  á  carecer 
de  lo  necesario,  y  para  ello  se  hacía  forzoso  saber  la  pro- 
duccio'n  de  la  isla  y  las  disposiciones  de  los  naturales,  obli- 
gándoles por  medio  de  dádivas  á  que  acudieran  á  los  buques; 
y  el  deseo  de  ponerse  en  comunicación  con  la  isla  Española, 
para  que  el  comendador  Ovando  tuviera  noticia  de  su  situa- 
cio'n  y  acudiera  á  remediarla,  porque  no  era  posible  se 
prolongase  sin  evidente  peligro  de  perderse  todos. 

Propicios  los  indios  al  trato  con  aquellos  extranjeros, 
cuyas  armas  y  trajes  les  causaban  admiracio'n,  y  aficionados 
al  cambio  y  rescate  de  los  objetos  que  les  presentaban  los 
españoles,  concurrían  en  gran  número  de  todos  los  pueble- 
citos  cercanos  con  el  pan  de  cazabe  y  otras  provisiones  que 
veían  ser   del   agrado  de  los  extranjeros;  mas  el  Almirante 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


503 


I 


comprendió  muy  luego  la  insuficiencia  de  aquellos  recursos, 
porque  siendo  muy  sobrios  en  su  alimentacio'n  los  indígenas, 
y  no  haciendo  sus  siembras  más  que  para  obtener  lo  nece- 
sario, habían  de  agotar  muy  pronto  sus  repuestos  encon- 
trándose todos  en  la  misma  necesidad.  Entonces  Diego 
Méndez,  el  escribano  de  la  armada,  que  ya  se  había  señalado 
muchas  veces  por  su  carácter  emprendedor,  y  por  el  servicio 
que  presto'  en  tierra  firme  subiendo  hasta  la  residencia  del 
cacique  Quibián ,  se  ofreció  á  explorar  con  algunos  compa- 
ñeros el  interior  de  la  isla,  buscando  su  parte  más  populosa 
y  productiva,  y  procurando  establecer  con  los  indios  una 
especie  de  comercio  de  grandísima  utilidad  para  los  espa- 
ñoles. 

Salió',  en  efecto,  y  recorrió'  gran  parte  de  la  isla,  ganando 
la  amistad  de  varios  caciques,  sin  que  con  ninguno  tuviera 
disgusto  ni  riña  de  ningún  género;  prestándose  todos  á  llevar 
á  la  playa  junto  á  Maima,  toda  la  pesca  que  pudieran 
recoger  y  el  pan  de  cazabe  que  labrasen,  así  como  las  hutias 
y  las  aves  grandes  que  pudiesen  servir  de  alimento.  Su 
relacio'n  hecha  en  la  cláusula  testamentaria  á  que  ya  ante- 
riormente nos  hemos  referido  es  sencilla  é  interesante. — 
«Caminé,  dice,  hasta  el  cabo  de  la  isla,  á  la  parte  de 
Oriente,  y  llegué  á  un  Cacique  que  se  llamaba  Ameyro,  é 
hice  con  él  amistades  de  hermandad,  y  dile  mi  nombre  y 
tomé  el  suyo,  que  entre  ellos  se  tiene  por  grande  hermandad. 
Y  cómprele  una  canoa  muy  buena  que  él  tenia,  y  dile  por 
ella  una  bacineta  de  latón  muy  buena  que  llevaba  en  la 
manga,  y  el  sayo  y  una  camisa  de  dos  que  llevaba,  y  embar- 
quéme  en  aquella  canoa,  y  vine  por  la  mar,  requiriendo  las 
estancias  que  habia  dejado,  con  seis  Indios  que  el  Cacique 
me  dio'  para  que  me  la  ayudasen  á  navegar,  y  venido  á  los 
lugares  donde  yo  habia  proveido,  hallé  en  ellos  los  cristianos 
que  el  Almirante  habia  enviado,  y  cargué  de  todas  las  vi- 
tuallas que  les  hallé,  y  fuime  al  Almirante,  del  cual  fui  muy 
bien  recebido  que  no  se  hartaba  de  verme  y  abrazarme  y  pre- 


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CRISTÓBAL  COLON 


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guntar  lo  que  me  habia  sucedido  en  el  viage,  dando  gracias 
á  Dios  que  me  habia  llevado  y  traido  á  salvamiento  libre 
de  tanta  gente  salvage.  Y  como  al  tiempo  que  yo  llegué  á 
las  naos  no  habia  en  ellas  un  pan  que  comer,  fueron  todos 
muy  alegres  con  mi  venida ,  porque  les  maté  el  hambre  en 
tiempo  de  tanta  necesidad,  y  de  allí  adelante  cada  dia  venian 
los  Indios  cargados  de  vituallas  á  las  naos  de  aquellos 
lugares  que  yo  habia  concertado  que  bastaban  para  130  per- 
sonas que  estaban  con  el  Almirante.» 

La  isla  era  extremadamente  fértil  y  populosa;  «abun- 
dante de  bastimentos  y  bastantemente  poblada  de  indios,» 
como  dice  don  Fernando  Colon;  y  asegurada  la  amistad  de 
los  caciques  principales  y  más  próximos,  podían  estar  más 
tranquilos,  porque  no  habían  de  faltarles  víveres  abundantes, 
por  lo  cual  Cristóbal  Colón  dio'  severas  o'rdenes  para  que 
se  conservase.  Le  favorecía  para  ello  la  posicio'n  de  las 
carabelas,  encalladas  á  bastante  distancia  de  tierra,  por  lo 
que  ninguno  podía  salir  sin  licencia  de  aquella  improvisada 
ciudadela,  teniendo,  además,  especiales  encargados  para  que 
nada  se  tomase  por  fuerza  á  los  indios,  ni  se  les  ofendiera 
en  sus  mujeres  ni  en  sus  hijas,  y  menos  en  sus  personas 
usando  violencias  de  ningún  género,  pues  de  la  amistad  de 
aquéllos  casi  puede  decirse  que  estaba  pendiente  la  vida  de 
los* nuestros.  Esto  agradaba  mucho  á  los  sencillos  naturales, 
que  cobrando  confianza,  y  atraídos  por  los  rescates,  acudían 
en  gran  multitud  á  la  playa  para  hacer  sus  cambios,  gozán- 
dose en  las  carabelas  de  relativa  abundancia,  con  lo  que 
renació'  un  tanto  la  alegría,  y  se  repusieron  todos  de  los 
muchos  trabajos  sufridos. 

«Por  cosas  de  poquillo  precio,  escribía  Don  Fernando 
Colon,  joven  de  escasos  quince  años  entonces,  cuya  imagi- 
nación juvenil  hirieron  vivamente  estos  sucesos,  nos  traian 
cuanto  necesitábamos.  Si  daban  una  o'  dos  hutias,  que  son 
como  conejos,  les  dábamos  en  cambio  un  herrete  de  agujeta; 
si  nos  traian  unas  hogazas  de  pan,   que  ellos  llaman  cazabi. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


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hechas  de  unas  raices  de  hierbas,  se  les  daban  dos  o  tres 
cuentecillas  de  vidrio,  rojas  o'  verdes;  si  de  algo  traian 
crecida  cantidad  llevaban  una  campanilla ;  y  muchas  veces 
al  Rey  o  cacique  le  regalaban  un  espejo,  un  bonete  colorado 
o'  unas  tijerillas,  de  todo  lo  que  se  mostraban  muy  alegres. 
Con  este  plan  de  rescates  estaba  la  gente  muy  provista  de 
todo  y  abastecida  con  abundancia  de  cuanto  necesitaba,  y 
los  indios  vivian  sin  descontento  en  nuestra  compañía.» 

El  Almirante  y  su  hermano  don  Bartolomé,  atentos 
siempre  á  cuanto  pudiera  contribuir  al  bienestar  de  sus 
soldados,  y  con  la  previsio'n  de  las  eventualidades  que  sobre- 
vinieran, procuraron  el  rescate  de  algunas  canoas,  de  las 
que  los  indios  traían  á  Maima,  y  llegaron  á  adquirir  hasta 
diez  que  destinaron  al  servicio  de  los  buques,  para  adelan- 
tarse en  la  costa  cuando  hubiera  necesidad. 


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II 


Algo  más  tranquilo  ya  por  lo  que  se  refería  á  las 
subsistencias  de  la  gente  que  tenía  á  sus  o'rdenes,  fijc)  Colón 
toda  la  actividad  de  su  inteligencia  en  el  pensamiento  de 
ponerse  en  comunicacio'n  con  la  isla  Española,  y  excogitar 
los  medios  de  que  podría  valerse  para  obtener  algún  buque 
en  que  volver  á  España.  Dificilísima  era  la  solucio'n  al 
problema,  pero  al  mismo  tiempo  de  imprescindible  nece- 
sidad. La  construccio'n  de  una  barca  exigía  recursos  que  no 
era  posible  obtener  sino  después  de  mucho  tiempo,  y  podría 
dar  ocasio'n  á  divisiones  entre  aquellos  hombres  abando- 
nados en  las  playas  de  una  isla  salvaje,  que  todos  desearían 
verse  en  camino  de  salvacio'n.  Hacer  un  buque  capaz  de 
transportarlos  á  todos  no  estaba  en  lo  posible.  El  regreso  de 
Diego  Méndez  con  la  gran  canoa  que  había  tomado  al  cacique 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. — 64. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


Ameyro  sugirió  á  Colón  una  idea  atrevidísima,  un  proyecto 
arriesgado  pero  realizable. 

En  sus  canoas,  los  indios  recorrían  á  veces  distancias  de 
ochenta  y  cien  leguas  por  aquellos  mares  que  les  eran  cono- 
cidos. No  les  amedrentaban  las  borrascas;  si  alguna  vez  las 
olas  les  trabucaban  sus  ligeros  barcos,  ellos  con  destreza 
singular  se  arrojaban  al  agua  y  los  volvían,  sin  perder  los 
remos  ni  nada  de  lo  que  les  era  necesario,  colocándose 
de  nuevo  en  ellos  y  continuando  su  marcha.  La  distancia 
desde  Jamaica  á  la  Española  era  solamente  de  unas  cuarenta 
leguas,  y  algunos  hombres  de  ánimo  resuelto  podían  fran- 
quearla en  tres  ó  cuatro  días ,  venciendo  los  obstáculos 
que  las  corrientes  les  opusieran  en  aquella  peligrosa  tra- 
vesía. 

Fijo  el  Almirante  en  esta  idea,  pensó'  también  que  sola- 
mente había  entre  los  suyos  un  hombre  capaz  de  llevarla  á 
cabo  con  feliz  éxito  y  se  la  comunico  desde  luego.  Compren- 
dió el  bueno  de  Diego  Méndez  que  lo  que  de  él  se  exigía  era 
que  se  sacrificase  por  la  salvacio'n  de  todos ;  y  en  su  ánimo 
noble  y  generoso  no  hubo  duda,  y  resolvió'  tomar  á  su  cargo 
aquella  temeraria  empresa,  como  había  tomado  ya  otras  de 
las  que  hubiera  podido  excusarse,  por  lo  mismo  que  no  tenían 
punto  alguno  de  contacto  con  el  cargo  que  desempeñaba  á 
bordo.  Pero  Diego  Méndez,  hombre  de  gran  corazo'n  y  de 
valor  á  toda  prueba,  sentía  verdadero  afecto  por  el  Almiran- 
te y  comprendía  como  ningún  otro  lo  triste  de  su  situacio'n, 
por  lo  que  vio'  con  verdadero  placer  la  confianza  que  en  él  se 
depositaba.  Conocía,  sin  embargo,  mejor  que  Cristóbal 
Colón  el  corazo'n  humano,  y  apreciaba  con  más  exactitud  las 
cualidades  de  los  hombres  que  le  rodeaban.  Ya  la  envidia  se 
significaba  entre  ellos;  ya  murmuraban  de  la  amistad  que  á 
Méndez  consagraba  el  Almirante ;  y  aunque  siempre  se  había 
puesto  á  prueba  de  los  mayores  trabajos,  aunque  no  le  había 
proporcionado  ventaja  alguna,  sino  únicamente  la  ocasio'n 
de  arrostrar  graves  peligros,   no  faltaban  descontentos  que 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


507 


mirasen  con  malos  ojos  la  preferencia,  creyéndose  tal  vez 
con  mejores  derechos  á  ella,  á  pesar  de  no  ser  capaces  de 
sacrificio  alguno :  que  tal  es  y  será  siempre  la  perversa  incli- 
nacio'n  del  envidioso. 

Méndez  hablo  con  toda  lealtad  á  Cristóbal  Colon;  se 
mostró  dispuesto  á  cuanto  fuera  preciso  por  peligroso  que 
pareciera,  pero  deseo'  que  la  empresa  se  propusiera  á  todos, 
por  ver  si  alguno  quería  tomarla  á  su  cargo  entre  los  mur- 
muradores. Y  sucedió'  lo  que  era  de  esperar. 

-Pero  son  dignas  de  reproducirse  las  apreciaciones  que 
este  interesante  episodio  del  descubrimiento  ha  inspirado  á 
un  docto  escritor  contemporáneo  ^  que  forma  al  propio 
tiempo  la  historia  del  suceso  con  las  palabras  del  mismo 
Diego  Méndez. 

«Los  antropólogos  modernos,  escribe  en  el  libro  titulado 
Colón  en  España,  partidario^  del  análisis  y  del  escalpelo,  que 
rebajan  al  hombre  á  la  condicio'n  del  bruto,  no  viendo  en 
él  más  que  la  célula  con  fuerza  de  atraccio'n  y  de  asimilacio'n, 
se  admirarían — si  no  alardeasen  de  sabios — al  ver  en  Diego 
Méndez,  de  quien  ya  hemos  hablado  anteriormente,  todo  lo 
que  puede  la  virtud  en  los  hombres,  hasta  do'nde  llegan  el 
amor,  y  el  entusiasmo,  la  abnegacio'n  de  que  son  capaces;  y 
como  á  impulsos  de  esa  espontaneidad  consciente,  de  esa 
fuerza  interior  que  cuasi  los  diviniza ,  convierten  el  egoísmo 
grosero  de  la  materia  en  sublime  sacrificio  por  el  bien  de  los 
demás.  Verían  entonces  que  la  grandeza  de  ánimo,  la  eleva- 
cio'n  de  espíritu ,  la  generosidad  y  la  nobleza  de  sentimientos 
no  pueden  tener  su  origen  en  el  cuerpo,  sino  en  el  alma. 
Ensanchemos  un  poco  la  nuestra  y  recreemos  las  de  nuestros 
lectores  refiriendo  los  generosos,  heroicos  hechos  de  Diego 
Méndez. 

))Ya  hemos  dicho  que  por  su  oficio  en  la  escuadrilla  no 
tenía  más  obligacio'n  que  la  de  dar  fe  y  testimonio"  de  lo  que 


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Don  Tomás  Rodríguez  Pinilla,  Colón  en  España,  pág.  395. 


5o8 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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viera  y  oyese.  Pero  también  hemos  visto  ya,  que  donde 
quiera  que  había  una  dificultad  que  vencer,  un  peligro  que 
evitar,  d  una  gran  necesidad  que  satisfacer,  allí  estaba 
siempre  Diego  Méndez.  Y  no  falto'  seguramente  en  la  ocasio'n 
de  que  nos  ocupamos. 

))Se  encontraban  ciento  treinta  y  cuatro  hombres  encas- 
tillados en  las  dos  carabelas  encalladas  junto  á  la  playa  de 
una  isla  no  explorada,  y  sin  tener  que  comer.  Nada  más  elo- 
cuente ni  más  gráfico  que  la  sencilla  narracio'n  que  el  propio 
Diego  Méndez  nos  dejo'  hecha  en  su  famoso  testamento,  fecho 
en  Valladolid  á  19  de  Junio  de  152Ó.    Oigámosle: 

))Dende  á  diez  dias  el  Almirante  me  llamo  aparte  y  me 
dijo  el  gran  peligro  en  que  estaba,  diciéndome  ansí:  «Diego 
Méndez,  hijo;  ninguno  de  cuantos  aquí  yo  tengo  siente  el 
gran  peligro  en  que  estamos  sin'o  yo  y  vos ;  porque  somos 
muy  poquitos  y  estos  indios  salvajes  son  muchos  y  muy 
mudables  y  antojadizos,  y  en  la  hora  que  se  les  antojare  de 
venir  y  quemarnos  aquí  donde  estamos  en  estos  dos  navios 
hechos  casas  pajizas ,  fácilmente  pueden  hechar  fuego  dende 
tierra  y  abrasarnos  aquí  todos:  y  el  concierto  que  vos  habéis 
fecho  con  ellos  del  traer  los  mantenimientos  que  traen  de 
tan  buena  gana ,  mañana  se  les  antojará  otra  cosa  y  no  nos 
traer-án  nada,  5^  nosotros  no  somos  parte  para  tomárselo  por 
fuerza,  sino  estar  á  lo  que  ellos  quisieren.  Yo  he  pensado 
un  remedio,  si  á  vos  parece  :  que  en  esta  canoa  que  com- 
praste se  aventurase  alguno  á  pasar  á  la  isla  Española  á 
comprar  una  nao  en  que  se  pudiese  salir  de  tan  gran  peligro 
como  este  en  que  estamos.» — Yo  le  respondí:  —  «Señor,  el 
peligro  en  que  estamos  bien  lo  veo,  que  es  muy  mayor  de  lo 
que  se  puede  pensar.  El  pasar  de  esta  isla  á  la  Española  en 
tan  poca  vasija  como  es  la  canoa,  no  solamente  lo  tengo  por 
dificultoso,  sino  por  imposible.  Porque  haber  de  atravesar 
un  golfo  de  cuarenta  leguas  de  mar,  y  entre  islas  donde  la 
mar  es  impetuosa  y  de  menos  reposo,   no  sé  quién  se  ose 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


509 


aventurar  á  peligro  tan  notorio.»  —  Su  Señoría  me  replico, 
persuadiéndome  reciamente  que  yo  era  el  que  lo  habia  de 
hacer.  Visto  lo  cual,  yo  le  respondí:  —  a  Señor,  muchas  veces 
he  puesto  mi  vida  á  peligro  de  muerte  por  salvar  la  vuestra  y  de 
todos  estos  que  aquí  están,  y  Nuestro  Señor  milagrosamente  me 
ha  guardado  la  vida.  Y  con  todo  no  han  faltado  murmuradores 
que  dicen  que  vuestra  Señoría  me  acomete  á  mí  todas  las  cosas  de 
honra,  habiendo  en  la  compañía  otros  que  las  harían  tan  bien 
como  yo.  Y  por  tanto  paréceme  á  mí  que  vuestra  Señoría  les  haga 
llamar  á  todos  y  los  proponga  este  negocio  para  ver  si  entre  todos 
ellos  habrá  alguno  que  lo  quiera  emprender,  lo  cual  yo  dudo;  y 
cuando  todos  se  echen  de  fuera  yo  pondré  mi  vida  á  muerte  por 
vuestro  servicio  como  muchas  veces  lo  he  hecho.» 

»Hízolo  así  el  Almirante,  los  reunió'  á  todos,  propuso 
el  plan  é  invito  á  que  alguno  lo  realizase.  Todo  en  vano. 
Todos  lo  tuvieron  por  imposible.  Diego  Méndez  no  se  había 
engañado. 

«Entonces,  continúa,  yo  me  levanté  y  le  dije: — «Señor, 
una  vida  tengo  no  mas;  yo  la  quiero  aventurar  por  el  servicio  de 
vuestra  Señoría  y  por  el  bien  de  todos  los  que  aquí  están.  Y  espero 
en  Dios,  que,  vista  la  intención  con  que  yo  lo  hago,  me  librará 
como  otras  muchas  veces  lo  ha  hecho.» 

))Oída  por  el  Almirante  mi  determinacio'n ,  levanto'se  y 
abrazo'me  y  beso'me  en  el  carrillo,  diciendo:  —  «Bien  sabia  yo 
que  no  habia  aquí  ninguno  que  osase  tomar  esta  empresa  sino  vos. 
Esperanza  tengo  en  Dios  Nuestro  Señor  saldréis  della  con  victoria, 
como  de  las  otras  que  habéis  emprendido. í> 

»Si  refiriéramos  el  pormenor  de  esta  heroica  empresa  se 
creería  por  algunos  que  escribíamos  una  novela.  ¡Qué  de 
ingenio  y  de  industria  para  preparar  la  expedicio'n!  \Q\yé 
dé  esfuerzos,  de  trabajos  y  de  peligros  para  llevarla  á  cabo! 
Los  han  referido  Hernando  Colo'n  y  Herrera.  De  ellos  los 
tomo'  Irving.   Es  histo'rico.» 

Aceptado  el  honroso  cuanto  difícil  encargo,  el  intrépido 
Méndez  comenzó'  sus  preparativos,  procurando  aumentar  sus 


5IO 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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medios  para  la  resistencia  de  las  corrientes,  y  las  probabili- 
dades de  salvación.  Todos  le  ayudaron  con  la  mejor  volun- 
tad. Se  saco  á  tierra  la  canoa,  que  era  capaz  para  diez  o' 
doce  personas,  poniéndola  un  pequeño  mástil  en  el  centro, 
para  ayudarse  con  la  vela  si  el  tiempo  lo  permitía;  y  se  le 
clavo  un  grueso  madero  como  quilla,  para  evitar  que  con 
tanta  facilidad  volcase;  á  popa  y  proa  se  creció  la  obra 
muerta  con  recios  tablones,  y  aunque  era  de  una  sola  pieza 
como  todas  las  que  construían  los  indios,  se  le  dieron  manos 
de  brea  para  aumentar  su  solidez. 

Busco  también  Méndez  un  buen  compañero  para  el  viaje, 
y  seis  indios  que  conocían  aquellos  mares  y  eran  buenos 
remeros,  acopiando  provisiones  para  todos;  bien  que  los 
indios  eran  de  suyo  tan  sobrios  que  no  pusieron  para  cada 
uno  sino  un  pan  de  cazabe  y  una  calabaza  de  agua.   - 

Mientras  se  hacían  estos  preparativos  el  Almirante 
recogido  en  su  estancia  escribía  una  sentida  carta  á  los  Reyes 
Católicos  de  la  cual  hemos  entresacado  repetidamente  curio- 
sas noticias  ^  y  la  termino  y  fecho'  en  7  de  Julio.  Es  el 
documento  más  importante  para  conocer  los  sucesos  de  este 
desgraciado  viaje,  y  en  el  que  se  demuestra  con  mayor 
claridad  toda  la  elevación  de  alma  de  Cristóbal  Colón  y 
la  amargura  que  experimentaba  al  encontrarse  en  tanto 
abandono. 

Con  la  carta  á  los  Reyes,  entrego  también  otras  para 
varios  sujetos ,  que  Diego  Méndez  debía  entregar  personal- 
mente, ampliando  de  palabra  lo  que  en  ellas  se  decía;  pues 
la  misio'n  que  el  Almirante  le  confio'  tenía  dos  partes,  á  cual 
más  delicadas.  La  primera  ya  la  hemos  visto;  en  una  frágil 
barquilla  y  con  pocas  probabilidades  de  éxito,  debía  diri- 
girse á  la  isla  Española,  y  una  vez  en  aquel  territorio, 
informar   al   Comendador    de    Lares  del   estado    en   que   se 


&iBk:í'/M/^iM^^. 


'     Es  la  conocida  con  el  nombre  de  Lettera  rarissima,  y  puede  verse  íntegra 
S!      en  las  Aclaraciones  y  documentos  (D). 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


511 


encontraban  los  españoles  en  Jamaica,  moviendo  su  ánimo  á 
que  los  socorriese  inmediatamente ;  y  con  el  fin  de  facilitar  y 
asegurar  el  objeto  principal,  que  era  disponer  de  medios 
para  salir  de  Jamaica,  llevaba  también  encargo  de  recoger 
algún  oro  del  mucho  que  allí  debía  encontrarse  reunido 
como  parte  que  correspondía  al  Almirante,  y  habían  man- 
dado los  Reyes  que  se  le  entregase,  y  comprar  con  él  una 
nave,  aprovisionándola  con  todo  lo  necesario,  para  que  fuera 
á  recoger  á  los  náufragos  en  la  bahía  de  Santa  Gloria.  Cum- 
plido esto,  y  hecha  la  expedicio'n  de  este  buque,  Méndez 
había  de  embarcarse  para  España,  cuan  presto  pudiera, 
para  llevar  á  los  Reyes  la  relacio'n  de  cuanto  había  ocurrido 
hasta  entonces,  con  la  noticia  de  todos  los  descubrimientos 
que  se  habían  hecho  y  que  por  la  falta  de  recursos  no  era 
posible  utilizar  sino  enviando  nueva  y  más  poderosa  expe- 
dicio'n. 

Entre  las  otras  cartas  había  una  dirigida  al  mismo 
fraile  de  la  Cartuja  de  las  Cuevas,  en  Sevilla,  en  quien 
tanto  confiaba,  y  que  conservada  en  el  archivo  del  excelen- 
tísimo señor  Duque  de  Veraguas  está  concebida  en  estos 
términos  * : 


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«Al  Reverendo  y  muy  devoto  Padre  fray  Don  Gaspar, 
en  las  Cuevas  de  Sevilla. 

«Reverendo  y  muy  devoto  Padre:  si  mi  viaje  fuera  tan 
apropiado  á  la  salud  de  mi  persona  y  descanso  de  mi  casa, 
como  amuestra  que  haya  de  ser  acrescentamiento  de  la 
corona  real  del  Rey  é  de  la  Reyna,  mis  Señores,  yo  esperarla 
de  vivir  mas  de  cien  jubileos.  El  tiempo  no  dá  lugar  que  yo 
escriba  mas  largo.  Yo  espero  que  el  portador  sea  persona  de  f 
casa ,  que  os  dirá  por  palabra  mas  que  non  se  pueda  decir  en 
mil  papeles.  También  suplirá  don  Diego. — Al  Padre  Prior 
y  á  todos  los  Religiosos  pido  por  merced  que  se  acuerden  de 


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Navarrete. —  Colección  de  viajes,  tomo  I,  pág.  479  de  la  2."  edición. 


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512 


CRISTÓBAL  COLON 


mí  en  todas  sus  oraciones.— Fecha  en  la  isla  de  Jamaica  á 
7  de  Julio  de  1503.  N 

))Para  lo  que  V.  R.  mandare 

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Xpo.   FERENS.» 


Dispuesta  la  canoa,  y  terminados  los  despachos  y  cartas 
que  debían  ser  entregados  en  Santo  Domingo  y  en  España, 
se  hicieron  al  mar  los  atrevidos  navegantes,  siguiendo  la  costa 
á  muy  corta  distancia,  para  llegar  al  extremo  occidental  de 
la  isla  y  tomar  desde  allí  lo  más  directamente  que  se  pu- 
diera el  rumbo  á  Santo  Domingo. 

Siguiendo  la  narración  hecha  por  el  mismo  Méndez, 
parece  que  esta  primera  salida  fué  bastante  desgraciada. 
A  poco  camino  andado  se  vieron  rodeados  de  multitud  de 
canoas  indias  que  en  actitud  hostil  trataron  de  acercarse  á 
ellas;  pero  como  eran  pequeñas  y  no  llevaban  más  que  un 
solo  remo,  fácilmente  las  burlaron  dejándolas  muy  atrás. 
Pero  cuando  ya  se  encontraban  al  fin  de  la  isla  3^  esperaban 
tiempo  favorable  para  la  travesía,  fueron  rodeados  por  una 
tribu  de  indígenas  numerosísima  y  feroz,  que  los  condujo 
tierra  adentro  para  darles  muerte.  Diego  Méndez  aprovechó 
una  ocasio'n  oportuna  en  que  los  indios  estaban  distraídos 
con  los  despojos  cogidps  á  los  españoles,  y  disputándose 
su  posesio'n,  emprendió',  la  fuga,  logrando  llegar  á  la  playa 
sin  ser  visto  y  recobrar  su  canoa,  con  la  que  se  dirigió'  á 
Maima  desandando  el  camino  que  había  hecho. 

No  dice  Méndez  cuál  fué  la  suerte  que  cupo  á  su  com- 
pañero español  y  á  los  seis  indios,  pero  nos  inclinamos  á 
creer  que  todos  ganaron  la  canoa,  pues  no  puede  suponerse 
que  so'lo  aquél  pudiera  guiarla  por  tan  contrarias  corrientes, 
y  por  espacio  de  treinta  y  cuatro  leguas ,  aunque  así  parece 
deducirse  de  su  relacio'n asi  juntos,  dice,  ¡ligaron  mi  vida 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


513 


n  ¡a  pelota  para  ver  á  cual  dellos  cabria  la  ejecución  del  negocio. 
Lo  cual  sentido  por  mi  vineme  ascondidamente  á  mi  canoa,  que 
tenia  tres  leguas  de  allí,  y  hicemc  á  la  vela  y  vineme  donde 
estaba  el  Almirante,  habiendo  quince  dias  que  de  allí  habia 
partido. » 

De  cualquier  modo  aparece  injustificada  la  afirmacio'n 
del  señor  don  Tomás  Rodríguez  Pinilla  de  que  Diego  Méndez 
regreso'  por  tierra  á  Maima. 

No  desanimaron  por  tal  contratiempo  ni  Cristóbal 
Colón  ni  Diego  Méndez.  Tomaron  mayores  precauciones,  y 
volvió'  á  salir  la  expedicio'n.  Desde  luego  en  vez  de  una  sola 
canoa  se  dispuso  que  marcharan  dos,  llevando  cada  cual  seis 
remeros  indios.  En  la  una  se  embarco  Diego  Méndez;  en  la 
otra  el  animoso  capitán  de  la  carabela  Vizcaína,  que  se  había 
abandonado  en  Porto-Belo,  Bartolomé  Fieschi,  de  ilustre 
familia  genovesa,  paisano  y  muy  afecto  al  Almirante  que  se 
ofreció'  á  acompañar  á  Méndez,  y  á  regresar  por  el  mismo 
camino  para  traer  á  aquél  la  noticia  del  resultado  de  su  viaje 
y  de  la  acogida  que  merecieran  á  fray  Nicolás  de  Ovando. 
Para  evitar  las  agresiones  de  los  indígenas,  el  Adelantado  con 
setenta  hombres  se  corrió'  por  la  costa,  y  fué  acompañando  á 
las  canoas  hasta  que  llegaron  al  punto  desde  donde  debían 
lanzarse  á  atravesar  el  golfo.  Tres  días  estuvieron  las  canoas 
detenidas  junto  á  la  orilla  esperando  que  el  alborotado  mar 
se  calmase  para  emprender  la  travesía  con  menos  peligro, 
hasta  que  al  cabo  de  ellos,  en  completa  bonanza  bogaron  en 
direccio'n  á  la  isla  Española.  El  Adelantado  y  sus  hombres 
permanecieron  inmo'viles  en  la  pla3^a,  con  la  vista  fija  en 
aquellas  canoas  que  llevaban  su  última  esperanza  de  socorro, 
y  cuando  se  perdieron  totalmente  en  la  dilatada  llanura  del 
mar,  emprendieron  de  nuevo  la  marcha  para  volver  al  lado 
de  sus  compañeros. 


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Cristóbal  Colón  t.  ii. — 65. 


514 


CRISTÓBAL  COLON 


III 


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Iban  pasando  meses,  no  había  noticias  de  Diego  Méndez, 
y  la  vida  se  iba  haciendo  insoportable  en  aquellas  insalubres 
barracas  construidas  sobre  los  cascos  de  las  carabelas.  El 
descontento  de  los  soldados  puede  imaginarse.  Viendo  á 
muchos  enfermos  por  resultas  de  los  trabajos  pasados  y  de 
la  inaccio'n  presente,  y  al  mismo  Almirante  postrado  mucho 
tiempo  con  las  fiebres  y  la  gota,  los  más  díscolos  empezaron 
á  formar  planes  para  salir  por  la  isla  á  buscar  esparcimiento 
y  comodidad;  y  los  más  audaces  dejaban  escapar  el  pensa- 
miento de  apoderarse  de  las  canoas  rescatadas  por  el  Almi- 
rante y  repetir  el  intento  de  Diego  Méndez,  atravesando  á 
remo  la  distancia  que  les  separaba  de  la  isla  Española. 

Entre  aquella  gente  inquieta  y  poco  sufrida  todo  era 
preferible  á  la  subordinacio'n  y  á  las  privaciones,  y  muy 
pronto  se  fraguo'  nueva  conjuración  entre  la  mayor  parte  de 
los  que  permanecían  sanos,  para  salirse  de  los  buques  y 
dejar  abandonados  al  Almirante  y  á  los  enfermos,  con 
algunos  pocos  que  por  afecto  á  aquél  y  á  su  hermano  no 
entraban  en  los  planes  de  rebeldía.  Hicieron  cabeza  de  motín 
las  dos  personas  de  quienes  menos  podría  esperarse,  Diego 
Porras,  contador  de  la  armada,  y  su  hermano  Francisco, 
capitán  de  la  carabela  Santiago,  y  que  tenía  cierta  influencia 
sobre  los  hombres  de  su  tripulación. 

La  historia  de  aquellos  dos  ingratos  oficiales  está  escrita 
por  Cristóbal  Colón,  en  breves  y  elocuentes  frases,  en  la 
carta  que  dirigió'  á  su  hijo  desde  Sevilla,  fecha  21  de  No- 
viembre de   1504  '.  —  «Yo  llevé  de  aquí  dos  hermanos,  que 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (E). 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


515 


I 


se  dicen  Porras,  á  ruego  del  Sr.  tesorero  Morales  ^  El  uno 
fué  por  capitán  y  el  otro  por  contador,  ambos  sin  habilidad 
destos  cargos;  é  yo  con  atrevimiento  de  suplir  por  ellos,  por 
amor  de  quien  me  los  dio'.  Allá  se  tornaron  mas  vanos  de 
lo  que  eran.  Muchas  civilidades  les  relevé  que  no  hiciera  por 
un  pariente ;  y  que  eran  tales  que  merecían  más  castigo  que 
reprensión  de  boca.  En  fin,  llegaron  á  tanto,  que  aunque  yo 
quisiera,  non  podia  excusar  de  non  llegar  á  lo  que  fué.  Las 
pesquisas  harán  fé  si  yo  miento.  Alzáronse  en  la  isla  de 
Jamáhica,  de  que  yo  fui  tan  maravillado  como  si  los  rayos 
del  sol  causaran  tinieblas.  Yo  estaba  á  la  muerte  y  me  mar- 
tirizaron cinco  meses  con  tanta  crueldad  sin  causa.  En  fin, 
yo  los  tuve  presos  á  todos ,  y  luego  los  di  por  libres ,  salvo 
al  capitán  que  yo  traia  á  sus  Altezas  preso.» 

El  día  2  de  Enero  del  año  1504,  se  presentaron  alzados 
en  completa  rebelión,  amenazando  al  Almirante  y  al  Adelan- 
tado, y  apoderándose  de  cuanto  pudieron,  se  salieron  á  mero- 
dear por  la  isla  satisfaciendo  sus  apetitos  desordenados;  y 
se  llevaron  las  canoas  que  allí  estaban  para  el  servicio  de 
todos,  con  la  intención  de  pasarse  en  ellas  á  la  Española.  La 
desdichada  historia  de  sus  excesos  en  la  isla  se  comprende 
estudiando  los  resultados. 

Parece  que  en  más  de  una  ocasio'n  se  embarcaron  en  las 
canoas  para  intentar  el  paso  á  Santo  Domingo ;  pero  faltos 
de  pericia  y  de  valor;  atemorizados  ante  la  imponente  pers- 
pectiva de  un  mar  proceloso  y  de  los  exiguos  medios  de  que 
disponían,  se  volvieron  siempre  á  Jamaica  arrojando  al  agua, 
por  temor  de  anegarse,  las  armas,  las  ropas,  y  hasta  á  los 
pobres  indios  que  habían  llevado  á  la  fuerza  para  que 
remasen ;   y  se  esparcieron   nuevamente  por  la  isla ,    donde 


'  Don  Fernando  Colón  dice :  que  en  Castilla  les  favorecían  el  obispo  don 
Juan  de  Fonseca  y  el  tesorero  Morales ,  porque  tenia  por  Dama  una  hermana  de 
los  Porras...  Historia,  cap.  CU. —  Washington  Irving  escribe  que  «los  dos  her- 
manos Francisco  y  Diego  Porras  estaban  relacionados  con  el  tesorero  real 
Moralez,  que  había  casado  con  una  hermana  de  ellos,  é  interesándose  con  el 
Almirante  para  que  les  diese  empleo  en  la  expedición.» — Libro  XVI,  cap.  11. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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vivían  robando  á  los  indios  y  abusando  de  ellos  y  de  sus 
mujeres  de  la  manera  más  brutal  é  inmoderada. 

No  son  para  consignadas  en  una  historia  las  crueldades 
y  excesos  á  que  aquellos  hombres  se  entregaron,  comenzando 
por  el  trato  dado  á  los  infelices  indios  que  llevaron  forzados 
para  que  remasen  en  las  canoas ,  desde  el  punto  en  que  les 
sobrecogió  el  miedo  de  anegarse.  Escritas  por  don  Fernando 
Colo'n  y  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  se  leen  con  verda- 
dero horror:  el  ánimo  se  abate  al  ver  á  tantos  desventu- 
rados españoles,  entregados  á  las  mismas  pasiones,  á  los 
mismos  vicios ,  á  iguales  actos  criminales  que  practicaron 
aquéllos  que  los  habían  precedido  en  el  fuerte  de  Navidad, 
y  que  á  muchos  había  costado  la  vida  en  la  isla  Española.  La 
soberbia  brutal;  la  falta  de  respeto  á  las  autoridades;  la 
desobediencia,  fueron  las  causas  de  todos  los  males  que  se 
lamentaban  desde  el  momento  primero  del  descubrimiento. 
Aquella  horda  de  cuarenta  y  ocho  españoles  insubordinados, 
que  no  conocían  ni  aún  sus  verdaderos  intereses,  al  verse  en 
la  imposibilidad  de  lanzarse  al  mar,  abandono'  las  canoas  y 
corrió'  de  poblacio'n  en  poblacio'n  maltratando  á  los  indios  y 
robándoles  cuanto  tenían.  '  . 

«Mientras  vagaban  los  hermanos  Porras  y  su  chusma 
disoluta  y  feroz  con  tan  horrible  desenfreno,  dice  Washington 
Irving,  presentaba  Cristóbal  Colón  la  más  viva  antítesis; 
la  de  la  existencia  de  un  hombre  sostenido  por  la  rectitud  de 
su  conciencia,  por  su  amor  á  la  justicia  que  le  llevaba  siempre 
á  tratar  con  amor  á  los  demás.  Cuando  vio'  que  los  insurrec- 
tos habían  arrastrado  en  pos  de  sí  la  parte  que  se  conser- 
vaba sana  y  fuerte ,  se  dedico'  á  animar  á  los  enfermos  y  á 
levantar  el  ánimo  de  todos.»  Los  Porras  y  su  gente,  por  el 
contrario;  por  donde  quiera  que  pasaban  perpetraban  mil 
desafueros,  daños  y  fuerzas;  y  no  so'lo  tomaban  cuanto  les 
parecía,  sino  que  incitaban  á  los  indios  á  que  fueran  á  cobrar 
del  Almirante,  y  los  inducían  á  que  si  no  les  pagaba  lo 
matasen,   con  otras  muchas  absurdas   razones.     No   fueron 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


517 


menos  contradictorios  los  pareceres  que  entre  ellos  se  mani- 
festaron, queriendo  los  unos  intentar  el  pasarse  á  Cuba,  los 
otros  acometer  al  Almirante  y  al  Adelantado;  unos  proponían 
volver  á  navegar  en  demanda  de  la  isla  Española  y  algunos 
pocos  dejaron  escapar  el  pensamiento  de  volver  á  las  cara- 
belas para  vivir  con  los  demás  españoles,  reconciliándose 
con  el  Almirante,  cuyo  perdo'n  estaban  seguros  de  alcanzar. 

Nada  de  esto  sabían  los  hermanos  don  Cristóbal  y  don 
Bartolomé  Colo'n,  pero  muy  luego  empezaron  á  ver  los 
resultados,  como  ya  dijimos.  Irritados  los  indios  por  los 
excesos  que  cometían  los  Porras,  deseando  librarse  de  la 
tiranía  de  aquellos  extranjeros,  y  vengarse  de  los  daños  que 
recibían,  empezaron  á  aflojar  en  su  trato  y  no  concurrían 
como  antes  á  las  carabelas ,  por  lo  que  comenzó'  á  sentirse 
gran  necesidad  entre  los  que  habían  permanecido  fieles  á  la 
autoridad  del  Almirante;  porque  las  provisiones  que  traían 
los  indios  eran  muy  escasas ,  y  aún  se  preveía  con  terror  el 
momento  en  que  cortasen  por  completo  su  comunicación  y 
fuera  preciso  salir  con  las  armas  á  buscar  los  manteni- 
mientos; situacio'n  apurada  y  difícil  para  hombres  en  su 
mayor  parte  enfermos  y  convalecientes. 

Entonces  ocurrió'  á  Colón  una  ingeniosa  idea,  que  podría 
sacarlos  á  todos  del  conflicto  presente  y  del  mayor  que 
temían,  y  la  puso  en  ejecucio'n  como  único  recurso.  El  resul- 
tado no  pudo  ser  más  satisfactorio. 

Había  comenzado  el  mes  de  Febrero :  por  sus  cálculos 
astrono'micos  encontró'  el  Almirante  que  en  el  plenilunio 
había  de  verificarse  un  eclipse  de  luna  casi  total,  y  conocedor 
de  la  sencillez  supersticiosa  de  los  indios,  pensó  aprove- 
charse de  aquel  feno'meno  natural  para  atraerse  de  nupvo 
sus  amistades.  «Cuéntalo  de  esta  manera  D.  Hernando:  que 
sabia  el  Almirante,  que,  desde  á  tres  días,  habia  de  haber 
eclipse  de  la  luna,  y  envió'  á  llamar  los  señores  y  Caciques, 
y  personas  principales  de  la  comarca,  con  un  indio  que  allí 
tenia  desta  isla,  ladino   en   nuestra  lengua,   diciendo  que  les 


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518 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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quería  hablar  largo.  Venidos  un  dia  antes  del  eclipse,  díjoles 
que  ellos  eran  cristianos  y  vasallos  y  criados  de  Dios,  que 
moraba  en  el  cielo,  y  que  era  señor  hacedor  de  todas  las 
cosas,  y  que  á  los  buenos  hacia  bien,  5^  á  los  malos  casti- 
gaba; el  cual,  visto  que  aquéllos  de  nuestra  nación  se  hablan 
alzado,  no  habia  querido  ayudarles  para  que  á  esta  isla 
pasasen,  como  hablan  pasado  los  que  él  habia  enviado;  antes 
habían  padecido,  según  era  en  la  isla  notorio,  grandes 
peligros,  pérdidas  de  sus  cosas,  y  trabajos.  Y  lo  mismo 
estaba  enojado  Dios  contra  la  gente  de  aquella  isla,  porque 
en  traerles  los  mantenimientos  necesarios  por  sus  rescates 
habían  sido  descuidados,  y,  con  este  enojo  que  dellos  tenia, 
determinaba  de  castígallos,  enviándoles  grande  hambre  y 
hacelles  otros  daños;  y  que,  porque  por  ventura  no  darían 
crédito  á  sus  palabras,  quería  Dios  que  viesen  de  su  castigo 
en  el  cielo  cierta  señal,  y  porque  aquella  noche  la  verían, 
que  estuviesen  sobre  el  aviso  al  salir  de  la  luna,  y  verían 
como  salía  muy  enojada,  y  de  color  de  sangre,  significando 
el  mal  que  sobre  ellos  quería  Dios  envialles.  Acabado  el 
sermón  fuéronse  todos;  algunos  con  temor,  otros  quizá 
burlando.  Pero  como,  saliendo  la  luna,  el  eclipse  comenzase, 
y  cuando  más  subida  fuese  mayor  el  amortiguarse,  comen- 
zaron los  indios  á  temer,  y  tanto  les  creció  el  temor,  que 
venían  con  grandes  llantos ,  dando  gritos ,  cargados  de 
comida  á  los  navios,  y  rogando  al  Almirante  que  rogase  á 
su  Dios  que  no  estuviese  contra  ellos  enojado,  ni  les  hiciese 
mal,  que  ellos,  de  ahí  adelante,  traerían  todos  los  manteni- 
mientos que  fuesen  menester  para  sus  cristianos.  El  Almi- 
rante les  respondió',  que  él  quería  un  poco  hablar  con  Dios; 
el  cual  se  encerró,  entre  tanto  que  el  eclipse  crescía,  y  ellos 
daban  gritos  llorando  é  importunando  que  los  ayudase,  y 
desque  vido  el  Almirante  que  la  creciente  del  eclipse  era  ya 
cumplida,  y  que  tornaría  luego  á  menguar,  salió'  diciendo 
que  habia  rogado  á  Dios  que  no  les  hiciese  el  mal  que  tenía 
determinado,    porque   le  habia  prometido   de  parte   dellos. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


519 


que  de  allí  adelante  serian  buenos ,  y  tratarían  y  proveerían 
bien  á  los  cristianos,  y  que  ya  Dios  los  perdonaba,  y,  en 
señal  dello,  verían  co'mo  se  iba  quitando  el  enojo  de  la  luna, 
perdiendo  la  color  y  encendimiento  que  había  mostrado. 
Los  cuales,  como  viesen  que  iba  menguando  y  al  cabo  del 
todo  se  quitaba,  dieron  muchas  gracias  al  Almirante,  y 
maravillándose  y  alabando  las  obras  del  Dios  de  los  cris- 
tianos, se  volvieron  con  grande  alegría  todos  á  sus  casas, 
y,  allá  llegados,  no  fueron  negligentes  ni  olvidaron  el  bene- 
ficio que  creian  haberles  hecho  el  Almirante,  porque  tuvieron 
grande  cuidado  de  los  proveer  de  todo  lo  que  hablan 
menester  con  abundancia,  loando  siempre  á  Dios,  y  creyendo 
que  les  podia  hacer  mal  por  sus  pecados ,  y  que  los  eclipses 
que  otra  vez  hablan  visto,  debia  ser  como  amenazas  y  cas- 
tigo, que  por  sus  culpas.  Dios  les  enviaba.» 

Desde  entonces,  y  gracias  al  talento  é  industria  de 
Colón,  volvieron  los  indios  á  su  antigua  amistad,  y  más 
respetuosos  y  sumisos  que  antes,  abastecían  con  profusio'n  las 
carabelas;  hubo  abundancia  de  todo  lo  necesario  y  quedo' 
conjurado  el  peligro  que  amenazaba  ser  grave,  comprome- 
tiendo la  existencia  de  aquel  puñado  de  españoles. 


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IV 


Verdaderamente  era  angustiosa  é  insostenible  la  situa- 
ción de  los  que  con  el  Almirante  habían  permanecido  en  las 
estancias  formadas  sobre  las  carabelas.  Ni  un  solo  día 
dejaban  de  hablar  de  Diego  Méndez  y  de  su  compañero;  ni 
un  solo  momento  apartaban  sus  ojos  del  horizonte,. con  el 
ansia  de  descubrir  una  vela  que  les  trajera  la  esperanza  que 
se  iba  debilitando  cada  vez  más.  Estaban  ya  en  Marzo  de 
1504   y   hacía   ocho   meses   que   Méndez    y    Fieschi    habían 


520 


CRISTÓBAL  COLON 


salido  de  la  isla.  ¿Era  posible  que  en  tan  largo  tiempo  no 
hubieran  encontrado  ocasión  de  enviar  siquiera  un  aviso  de 
su  llegada?  Ellos  sabían  muy  bien  la  situacio'n  precaria  en 
que  dejaban  al  Almirante,  y  no  podían  descuidarse  por 
tantos  meses,  ni  hubieran  dejado  de  mandarles  auxilios, 
caso  de  ser  posible.  Esto  hacía  suponer  que  aquellos  vale- 
rosos expedicionarios  habían  perecido  víctimas  de  su  arrojo, 
y  los  ánimos  decaían  al  considerar  que  perdida  aquella 
esperanza  ninguna  otra  les  quedaba  para  poder  salir  de  su 
estrecha  reclusio'n.  En  tanto  desaliento,  volvieron  á  agitarse 
algunos  inquietos  abrigando  el  proposito  de  salirse  al  campo, 
como  lo  habían  hecho  los  que  siguieron  á  los  Porras ,  para 
ir  á  buscar  á  éstos  y  vivir  en  su  compañía,  siquiera  con  la 
holgura  de  poder  pasear  por  los  bosques,  y  dar  alguna 
libertad  á  sus  pasiones;  que  no  sabían  tampoco  las  estre- 
checes, amarguras  y  trabajos  que  estaban  sufriendo  á  su  vez 
aquellos  cuya  suerte  deseaban  compartir. 

Debe  creerse  que  esta  conspiración,  comenzada  entre 
maestre  Bernal ,  boticario  valenciano,  que  había  ido  en 
calidad  de  físico  en  la  carabela  capitana,  Alonso  de  Zamora 
y  Pedro  de  Villatoro,  marineros,  encontró'  muchas  dificul- 
tades y  se  desarrollo'  muy  lentamente;  pues  dio'  lugar  á  que 
3^a  después  de  mediado  el  mes  de  Abril  presenciaran  todos 
un  suceso,  que  aunque  extraño,  hizo  renacer  las  esperanzas 
y  acallo'  los  deseos  de  los  descontentos. 

A  la  caída  de  una  tarde  de  los  últimos  días  de  Abril 
descubrieron  algunos  marinos  una  vela  en  lontanaza,  y  poco 
después  se  distinguió'  un  carabelo'n  que,  rápidamente  impul- 
sado por  viento  favorable,  llego'  á  poca  distancia  del  punto 
en  que  las  naves  estaban  encalladas  y  dio'  fondo  algo  apar- 
tado en  el  mar.  La  alegría  de  todos  no  se  puede  describir; 
y  más  indescriptible  todavía  es  la  emocio'n  del  Almirante  á  la 
vista  del  deseado  é  inesperado  socorro.  Destacóse  en  seguida 
la  barca  del  costado  del  carabelo'n,  y  bajando  á  ella  Diego  de 
Escobar,  con  algunos  marineros,  llego'  nada  más  que  á  echar 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


521 


una  carta  del  comendador  Ovando  para  Colón,  apartándose 
en  seguida;  «y  desde  lejos  dijo  de  palabra  que  el  Comenda- 
dor Mayor  lo  enviaba  á  visitar  de  su  parte,  y  que  se  le  enco- 
mendaba mucho,  pesándole  de  sus  trabajos,  porque  no  le 
podia  enviar  recaudo  de  navios  tan  presto,  para  en  que 
fuese  su  persona  y  los  demás,  se  sufriese  hasta  que  se  lo 
enviase  ',-» 

Extrañas  son  las  circunstancias  todas  que  concurrieron 
en  este  singular  mensaje  y  muy  propias  para  apreciar  debi- 
damente el  carácter  del  Comendador  Nicolás  de  Ovando  3^  lo 
que  podía  esperar  de  las  autoridades  nombradas  por  los 
Reyes  Cato'licos  el  inmortal  descubridor  del  Nuevo  Mundo. 
Se  envió'  aquella  nave  para  saber  á  ciencia  cierta  el  estado 
del  Almirante  y  de  los  españoles  que  le  acompañaban,  cuando 
iban  corridos  ocho  meses,  y  aún  más,  desde  que  el  Gober- 
nador de  Santo  Domingo  supo  por  los  intrépidos  Diego 
Méndez  y  Bartolomé  Fieschi  que  Colón,  habiendo  perdido 
dos  buques,  y  no  pudiendo  sostenerse  con  los  otros,  había 
encallado  sus  dos  últimas  carabelas  en  las  costas  de  Jamaica, 
como  único  recurso  para  conservar  la  vida  de  sus  tripula- 
ciones. El  mando  del  carabelo'n  se  confio'  á  Diego  de  Escobar, 
uno  de  los  más  ardientes  partidarios  de  Francisco  Roldan; 
uno  de  los  que  firmaron  aquel  apartamiento  de  la  obediencia 
del  Almirante  que  textualmente  insertamos  en  las  Aclara- 
ciones y  documentos  del  libro  anterior  ^;  uno  de  los  que 
mayores  daños  habían  causado  á  los  indios  en  la  isla  Espa- 
ñola y  que  más  podía  temer  de  la  justicia  del  Almirante  y 
del  Adelantado,  que  le  había  condenado  á  muerte.  ¡Era 
ominoso  semejante  mensajero!  exclama  con  sobrada  razo'n 
Washington  Irving. 

Traía  Escobar  la  orden  de  no  llegarse  á  los  navios,  ni 
saltar  en  tierra,   ni  tener   plática   con   ninguno  de  los   que 


'^il¿'«ipr^^ 


Las  Casas. — Historia  de  las  Indias,  lib.  II,  cap.  XXXIII. 
Aclaraciones  y  documentos  del  libro  IV,  (B),  pág.  368. 


Cristóbal  Colón  t,  ii. — 66. 


522 


CRISTÓBAL  COLON 


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estaban  con  el  Almirante,  ni  consentir  que  la  tuviese  ninguno 
de  los  que  con  él  iban,  y  de  no  tomar  ni  recibir  carta  de 
hombre  alguno;  pero  en  cambio  le  hizo  el  presente  de  un 
barril  de  vino  y  un  tocino  para  entre  tanto  que  le  enviaba 
otro  barco.  ((Desto  me  espanto,  dice  el  P.  Las  Casas,  por  ser 
el  Comendador  Mayor  tan  prudente  y  no  escaso,  que  no 
fuese  en  le  enviar  refresco  mas  largo.» 

Y  es,  en  efecto,  para  causar  espanto  y  asombro  la  con- 
ducta de  aquella  autoridad. 

Hemos  expuesto  los  hechos  de  tal  modo,  que  no  necesi- 
tan comentarios.  Colón  recibió'  de  manos  de  Escobar,  con  la 
carta  del  comendador  Ovando,  la  relacio'n  del  viaje  de  Diego 
Méndez  y  de  Fieschi,  que  éstos  le  enviaron  por  su  conducto; 
y  habiendo  contestado  á  la  carta  el  Almirante,  en  aquella 
misma  noche  volvió'  á  darse  á  la  vela  el  carabelo'n  y  regreso' 
á  la  isla  Española. 

Luego  consignaremos  alguna  noticia  del  viaje  de  Diego 
Méndez.  De  la  carta  dirigida  por  Cristóbal  Colón  al 
Comendador,  nos  ha  conservado  el  P.  Las  Casas  interesantes 
fragmentos.   Empezaba  así: 

«  Muy  noble  señor:  En  este  punto  recebi  vuestra  carta;  toda 
la  lei  con  gran  go^p;  papel  ni  péndolas  non  bastarían  á  escribir 
la  consolación  y  esfuerTfi  que  cobré  yo  y  toda  esta  gente  con  ella. 
Señor,  si  mi  escrebir  con  Diego  Mende^  de  Sigurafué  breve,  la 
esperanza  de  suplir  mas  largo  por  palabra  fué  causa  dello;  digo 
de  mi  viaje,  que  en  mil  papeles  no  cabria  á  recontar  las  asperezas 

de  las  tormentas  y  incovenientes  que  yo  he  pasado k.^   Donde 

le  cuenta,  dice  Las  Casas,  muchas  cosas  de  su  viaje,  y  de  la 
riqueza  de  las  tierras  que  dejaba  descubiertas,  y  de  como 
llegando  á  Jamaica  la  gente  que  traia  le  hizo  juramento  de 
lo  obedecer  hasta  la  muerte,  y  de  como  se  alzaron,  &.^ 
Y  mas  abajo,  dice  así:  a  Cuando  yo  partí  de  Castilla  fué  con 
gran  contentamiento  de  sus  AltcT^as  y  grandes  promesas,  en 
especial  que  me  volverían  todo  lo  que  me  pertenece,  y  acrecenta- 
rían de  mas  honra;  por  palabra  y  por  escrito  se  pasó  esto.  Allá, 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


523 


señor,  os  envió  un  capitulo  de  su  carta,  que  dice  de  la  materia; 
con  esto  y  sin  ello,  desque  les  comencé  á  servir  yo  nunca  tuve  el 
pensamiento  en  otra  cosa.  Pidoos,  señor,  por  merced,  que  estéis 
cierto  desto;  dígolo  porque  creáis  que  he  de  hacer  y  seguir  en  todo 
vuestra  orden  y  mandado  sin  pasar  un  punto.  Escobar  me  di^, 
señor,  el  buen  tratamiento  que  han  rescebido  mis  cosas,  y  que  es 
sin  cuento;  rescibolo  todo,  señor,  en  grande  merced,  y  agora  no 
pienso  salvo  en  que  podía  negar  tanto;  si  yo  hablé  verdad  en 
algún  tiempo,  esto  es  una,  que  después  que  os  vi  é  cognosci 
siempre  mi  ánima  estuvo  contenta  de  cuanto  allá  y  en  todo  cabo 
á  donde  se  ofreciese,  por  mi,  señor  hariades;  con  esta  ra^on  he 
estado  siempre  aquí  alegre  y  bien  cierto  de  socorro,  si  las  nuevas 
de  tanta  necesidad  y  peligro  en  que  estaba  y  estoy  llegasen  á  su 
oido.  No  lo  soy  ni  puedo  escribir  tan  largo  como  lo  tengo  firme; 
concluyo  que  mi  esperanza  era  y  es,  que  para  mi  salvación  gasta- 
riades,  señor,  fasta  la  persona,  y  soy  cierto  dello,  que  ansi  me  lo 
afirman  todos  los  sentidos.  Yo  no  soy  lisonjero  en  fabla,  antes 
soy  tenido  por  áspero;  la  obra,  si  hubiere  lugar,  f ara  testimonio. 
Pidoos,  señor,  otra  vei^  por  merced,  que  de  mi  estéis  muy  contento, 
y  que  creáis  que  soy  constante;  también  os  pido  por  merced,  que 
hayáis  á  Diego  Mende^  de  Segura,  mi  encomendado,  y  á  Flisco, 
que  sabe  que  es  de  los  principales  de  su  tierra,  y  por  tener  tanto 
deudo  conmigo,  y  creed  que  no  los  envié,  ni  ellos  fueron  allá  con 
artes,  salvo  á  haceros  saber,  señor,  el  tanto  peligro  en  que  yo 
estaba  y  estoy  hoy  dia.  Todavía  estoy  aposentado  en  los  navios 
que  tengo  aquí  encallados  esperando  el  socorro  de  Dios  y  vuestro, 
por  el  cual  los  que  de  mi  descendieren,  siempre  les  serán  á 
cargo.)-) 

La  conducta  de  Nicolás  de  Ovando;  su  tardanza  en 
procurar  siquiera  tener  noticias  de  aquellos  ciento  treinta 
españoles,  que  arribados  á  una  isla  salvaje  estaban  en  peligro 
de  perecer  todos;  la  forma  del  mensaje  que  les  enviara  y 
hasta  la  mezquindad  del  socorro  de  víveres  que  acompaño'  á 
su  carta,  han  dado  motivo  á  todos  los  historiadores  para 
graves  reflexiones,  y  para  formular  diversos  cargos.    Desde 


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524 


CRISTÓBAL  COLON 


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el  P.  Las  Casas,  que  entonces  se  encontraba  en  Santo 
Domingo  y  tuvo  noticia  de  la  llegada  de  Diego  Méndez, 
hasta  Washington  Irving,  que  abarca  en  su  apreciación  todo 
lo  escrito  anteriormente,  todos  censuran  con  más  o'  menos 
dureza  la  conducta  del  Comendador,  llegando  el  primero  á 
sospechar  que  fuera  su  intento  dejar  perecer  al  Almirante  á 
manos  de  los  indios. 

No  llegamos  á  tanto  por  nuestra  parte.  Encontramos  la 
explicacio'n  del  hecho  en  las  últimas  frases  que  escribió'  Cris- 
tóbal Colón,  en  el  carácter  pusilánime,  artero  y  suspicaz 
de  Nicolás  de  Ovando.  Temía  siempre  perder  su  elevada 
posicio'n:  soñaba  con  el  fantasma  del  Almirante  que  le  arre- 
bataba el  codiciado  gobierno  y  las  riquezas  de  la  isla:  su 
único  pensamiento  era  conservar  el  cargo  y  gozar  de  sus 
productos.  La  llegada  de  Diego  Méndez  y  Bartolomé  Fieschi 
fué  para  él  una  pesadilla.  A  pesar  de  haber  sabido  que 
habían  llegado  en  miserables  canoas  y  en  el  mayor  abati- 
miento, no  daba  crédito  al  relato.  Aquel  viaje  extraordinario 
no  le  parecía  posible,  y  temió'  alguna  asechanza  en  el  men- 
saje que  Colón  le  enviaba.  Así  se  explica  su  conducta;  así 
se  comprende  el  extraño  viaje  del  carabelo'n  mandado  ]Dor 
Escobar.  El  Comendador  quería  que  un  enemigo  encarnizado 
del  Almirante,  una  persona  que  no  pudiera  favorecerle  en 
nada,  ni  ponerse  de  acuerdo  con  él,   le  certificase  que  vivía 

sin  recursos,    en  barcos  encallados  é  inservibles y  aún 

todavía  procedió'  á  la  investigacio'n  cuando  ya  había  dejado 
pasar  tiempo  bastante  para  que  Colón  y  su  gente  hubieran 
podido  perecer  á  manos  de  indios,  o'  víctimas  de  los  rigores 
del  hambre.  La  misio'n  de  Escobar  fué  para  tranquilizar  á 
Ovando  de  que  nada  tenía  que  temer  de  aquel  hombre  cuya 
sola  existencia  le  sobresaltaba  en  los  goces  de  su  gobernacio'n. 
(i  ti  Almirante  quejándose  del,  dijo,  que  no  lo  envió  á  visitar  sino 
para  saber  si  era  muerto.)) 

Partido  el  carabelo'n,    y   dada   por   el   Almirante   3^  el 
— ;     Adelantado  á  todos  los  suyos  la  más  satisfactoria  explicacio'n 


.y 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


525 


á  su  precipitada  marcha,  infundiéndoles  una  lisonjera  espe- 
ranza, que  ellos  estaban  muy  lejos  de  tener,  pensó  Colón 
aprovechar  aquella  circunstancia  favorable,  en  que  los  her- 
manos Porras  y  su  gente  hubieran  sabido  que  se  encontraba 
en  comunicaciones  con  la  isla  Española  y  con  su  Gobernador, 
para  atraerlos  á  la  obediencia,  y  que  no  continuasen  maltra- 
tando á  los  indios ,  y  haciendo  cada  vez  más  difícil  la  subsis- 
tencia de  todos. 

Envió'  para  ello  dos  personas  de  su  mayor  confianza 
para  que  les  enterasen  de  todo  lo  sucedido,  y  como  en  breve 
tiempo  podían  esperar  la  llegada  de  nuevos  barcos  que  los 
llevasen  á  la  isla  Española,  ofreciéndoles  perdo'n  por  lo 
pasado,  y  todo  el  buen  tratamiento  que  pudieran  tener  los 
demás  que  habían  permanecido  fieles  en  sus  puestos.  Los 
mensajeros,  para  muestra  de  la  buena  disposicio'n  del  Comen- 
dador Ovando,  y  de  la  mejor  del  Almirante,  llevaron  á  los 
insurrectos  una  parte  del  tocino  que  los  del  carabelo'n  habían 
dejado  «el  cual  110  habían  visto  hartos  dias,  ni  pensaron  verlo 
tan  pronto.» 

Salieron  al  encuentro  los  hermanos  Porras,  con  algunos 
hombres  de  los  de  su  mayor  intimidad;  larga  fué  la  confe- 
rencia y  violentas  las  recriminaciones  en  más  de  una  ocasio'n. 
Soberbios  al  cabo  aquéllos,  y  juzgando  equivocadamente  las 
intenciones  de  Colón,  respondieron  que  no  confiaban  en  sus 
palabras  de  perdón,  ni  se  ponían  bajo  sus  ordenes,  y  que  se 
mantendrían  vagando  tranquilamente  por  la  isla,  si  se  les 
ofrecía,  dado  el  caso  de  que  llegasen  dos  barcos  de  la  Espa- 
ñola ,  entregarles  el  uno  para  ellos ;  y  si  enviasen  solamente 
uno,  se  les  diese  la  mitad  para  ir  con  absoluta  separacio'n. 
Pero  entre  tanto,  como  sus  armas  y  ropas  habían  sido  arro- 
jadas al  mar,  pedían  al  Almirante  partiese  con  ellos  la;  que 
tenía  en  sus  estancias:  y  como  los  mensajeros  le  reprochasen 
la  enormidad  de  tales  exigencias,  los  despidieron  con  la 
amenaza  de  que  si  no  se  lo  enviaba  voluntariamente,  irían  á 
tomarlo  por  la  fuerza  de  las  armas. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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Después  de  tantas  tribulaciones  se  veía  amenazado  el 
Almirante  de  una  acometida  de  sus  propios  soldados,  de  que 
se  trabase  una  lucha  á  mano  armada  entre  aquel  puñado  de 
españoles  que  milagrosamente  habían  vivido  diez  meses  en 
la  más  horrible  de  las  situaciones,  sujetos  á  las  privaciones 
de  todo  género  y  á  los  horrores  del  hambre  y  de  las  enfer- 
micdades,  y  que  no  escarmentados  con  tantos  reveses  aún 
iban  á  tocar  al  extremo  exterminándose  unos  á  otros. 

El  exceso  mismo  del  mal  hizo  que  se  tomase  una  reso- 
lución enérgica.  Postrado  por  los  dolores  el  Almirante, 
encargo'  á  su  hermano  que  tratase  con  los  rebeldes  y  procu- 
rase reducirlos  á  la  obediencia;  pero  don  Bartolomé,  que  era 
más  hombre  de  accio'n  que  de  palabra,  y  estaba  lleno  de 
indignacio'n  contra  Francisco  Porras,  reunió'  el  mayor 
número  que  pudo  de  los  que  estaban  capaces  para  pelear,  y 
seguro  de  su  fidelidad,  después  de  haber  conferenciado  con 
cada  uno  en  particular,  les  distribuyo  las  armas,  y  salid  en 
dirección  al  pueblo  de  Maima.  No  habían  llegado  á  él  todavía 
los  insurrectos,  alcanzándolos  en  una  ladera  poco  distante. 
Hicieron  alto  ambos  grupos,  y  el  Adelantado,  bien  contra 
su  voluntad,  y  so'lo  por  cumplir  las  o'rdenes  del  Almirante, 
les  envió'  los  mismos  dos  mensajeros  que  ya  les  había  enviado 
antes,  para  que  los  invitasen  á  tratar  de  paz. 

-  Estaban  frente  á  frente  unos  de  otros ;  Porras  veía  que 
los  suyos  eran  mucho  más  numerosos,  y  más  aguerridos,  al 
parecer,  porque  los  del  Adelantado  iban  no  del  todo  sanos, 
sino  algunos  flacos,  y  gente  de  palacio,  más  delicada  en  lo 
general;  por  lo  que,  creyendo  segura  la  victoria,  rechazaron 
á  los  emisarios  sin  querer  oirlos  y  se  dispusieron  á  la  acome- 
tida. Para  asegurar  el  éxito,  se  juramentaron  antes  seis  de 
los  principales,  para  no  separarse  uno  de  otro,  yendo  contra 
el  Adelantado  con  el  mismo  Porras  á  la  cabeza  hasta  ma- 
tarlo; porque  muerto  don  Bartolomé,  el  vencimiento  de  los 
demás  era  seguro.     -  ■         '  '     ' 

Mas  no  era  este  hombre  de  dejarse  sorprender.   Resistió' 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


527 


bravamente  la  embestida  de  los  juramentados  matando  por 
su  mano  en  el  primer  encuentro  á  varios,  siendo  uno  de 
ellos  aquel  forzudo  piloto  Juan  Sánchez  que  dejo  escapar 
en  Belén  al  cacique  Quibián,  y  encontrándose  en  frente  de 
Francisco  Porras  le  descargo'  éste  tan  fuerte  cuchillada  que 
hendiendo  el  escudo  hasta  la  abrazadera  le  rasgo'  la  mano. 
Pero  no  pudo  Porras  retirar  la  espada,  que  clavada  quedo 
en  la  rodela  de  don  Bartolomé;  y  éste  aunque  herido 
cayo'  sobre  su  adversario  y  lo  redujo  á  prisio'n,  y  desbara- 
tados los  restantes,  viendo  preso  á  su  jefe,  volvieron  las 
espaldas  en  vergonzosa  fuga,  y  se  internaron  en  el  monte  á 
vista  de  algunos  pobres  indios  que  miraban  ato'nitos  la 
pelea  de  los  blancos,  y  se  asombraban  de  verlos  heridos  y 
muertos. 

Bien  hubiera  querido  el  Adelantado  seguir  el  alcance 
de  los  que  huían;  pero  le  disuadieron  del  intento  los  más 
prudentes,  y  asegurando  á  Francisco  Porras  y  á  los  demás 
presos  se  volvieron  á  las  carabelas.  A  pesar  del  disgusto  que 
le  causaba  el  que  se  hubiese  derramado  sangre  española,  la 
importancia  del  triunfo  era  tanta,  que  representaba  el  fin  de 
una  cuestio'n  de  vida  o'  muerte,  y  causo'  verdadera  satis- 
faccio'n  en  el  Almirante;  siendo  mayor  la  alegría  porque  de 
los  que  salieron  de  las  carabelas  no  había  muerto  ninguno, 
siendo  pocos  los  heridos,  por  más  que  entre  ellos  se  encon- 
trase el  Adelantado. 

Todavía  salieron  emisarios  de  Cristóbal  Colón  para 
recoger  y  auxiliar  á  los  heridos  que  huyendo  del  combate 
pudieran  haberse .  ocultado  entre  los  indios;  y  con  efecto, 
encontraron  algunos,  á  los  que  prestaron  toda  clase  de 
socorros,  que  fué  buen  principio  para  la  total  sumisio'n  de 
los  demás. 


528 


CRISTÓBAL  COLON 


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Notable  fué  el  suceso  del  piloto  Pedro  Ledesma ,  aquel 
esforzado  sevillano  que  se  ofreció  en  Veragua  á  procurar  al 
Almirante  noticias  de  los  que  habían  quedado  en  tierra  con 
el  Adelantado,  después  de  la  desgracia  del  capitán  Diego 
Tristán.  Ledesma  se  había  unido  a  los  hermanos  Porras  y 
había  marchado  con  ellos,  y  sin  duda  peleando  en  primera 
fila,  recibió'  tales  heridas  que  á  todos  pareció'  imposible 
pudiera  sanar  de  ellas,  y  mucho  menos  en  las  malas  circuns- 
tancias que  le  rodearon.  Para  colmo  de  su  desventura  cayo' 
rodando  en  una  barranca,  y  allí  permaneció'  más  de  veinti- 
cuatro horas  sin  tener  quien  le  diese  ni  una  gota  de  agua 
para  calmar  su  fiebre. 

Recogido  por  los  españoles  fué  bien  asistido  y  sano'. 
«Le  dieron  tan  terribles  heridas,  dice  Fray  Bartolomé  de  las 
Casas,  que  parece,  á  hombre  imposible  poderse  más  fieras 
ni  peores  dar.  E  tenia  una  en  la  cabeza,  que  se  le  parecían 
los  sesos,  otra  en  el  hombro,  que,  como  perdiz,  le  tenia 
descoyuntado  y  le  colgaba  de  la  islilla  todo  el  brazo,  y  la 
una  pantorrilla,  á  raiz  del  hueso,  desde  la  corva,  cortada  y 
colgando  hasta  el  tobillo,  y  el  un  pié,  como  quien  le  pusiera 
una  suela  o'  chinela,  cortado  desde  el  calcañal  hasta  los 
dedos;  y  así,  caido  en  el  suelo,  llegaban  los  indios  del  pueblo 
á  él ,  y  con  palillos  abríanle  las  heridas  para  ver  las  llagas 
que  hacian  las  espadas,  y  cuando  lo  molestaban  decia,  apues 
si  me  levanto,))  y  con  solo  aquello  botaban  á  huir  como  asom- 
brados, y  no  era  maravilla,  porque  era  un  hombre  fiero  y 
de  cuerpo  muy  grande,  y  la  voz  gruesa.  Como  era  valen- 
tísimo, debíase  de  defender  validísimamente,  y  por  eso  pudo 
ser   muchos   tener   lugar  de  así  desgarrallo.    Estuvo   aquel 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VI 


529 


dia  de  la  pelea  y  el  siguiente  hasta  la  tarde,  sin  que  ninguno 
supiese  del  ni  le  diese  una  gota  de  agua,  donde  parece  ser 
de  subjecto  admirable.  Sabido  en  los  navios,  fueron  por  él, 
y  pusiéronlo  allí  cerca,  en  una  casa  de  paja,  que  sola  la 
humedad  y  los  mosquitos  bastara  para  matallo;  comenzo'lo 
á  curar  un  cirujano,  el  cual,  por  falta  de  trementina,  según 
la  que  era  menester,  le  quemo'  las  heridas  con  aceite,  las 
cuales  eran  muchas  más  de  las  dichas,  que  juraba  el  cirujano 
que  cada  dia  de  los  ocho  primeros  que  le  curo,  heridas 
nuevas  le  hallaba,  y  finalmente,  con  todas  escapo,  y  yo  le 
vide  después  en  Sevilla,  sano  como  si  no  hobiera  padecido 
nada:  pero  no  muchos  dias  pasados,  desque  yo  lo  vide,  oí 
decir  que  lo  hablan  muerto  á  cuchilladas.» 

La  derrota  de  los  rebeldes  parece  haber  sido  en  18  d  19 
de  Mayo  del  año  1504.  Al  siguiente  lunes  20,  reunidos  en 
uno  de  los  pueblecillos  inmediatos  casi  todos  ellos,  abatidos, 
confusos,  y  temiendo  para  el  porvenir,  escribieron  una 
peticio'n  que  enviaron  al  Almirante,  confesando  en  ella  todos 
sus  excesos  y  los  daños  que  habían  causado,  y  pidiendo 
misericordia  se  acogían  al  perdo'n  que  generosamente  les 
había  concedido  antes;  «porque  ellos  se  arrepentían  muy  de 
coraron  de  su  rebelión  y  desobediencia  pasada,  y  que  cognoscian 
haberles  dado  Dios  por  ella  el  pago,  y  por  tanto  querían  tornar 
á  su  obediencia  y  prometían  serville  fielmente  desde  adelante;  lo 
cual  juraron  y  juraban  sobre  un  crucifijo  y  un  misal,  con  pena 
que  si  lo  quebrantasen,  que  ningún  sacerdote  ni  otro  cristiano  los 
pudiese  oir  de  confesión,  y  que  no  les  valiese  la  penitencia,  y  que 
renunciaban  los  sanctos  sacramentos  de  la  Iglesia,  y  que  al  tiempo 
de  su  muerte  no  les  valiesen  bulas  ni  indulgencias,  y  que  se  hiciese 
de  sus  cuerpos  como  de  malos  y  renegados  cristianos,  no  ente- 
rrándolos en  sagrado,  sino  en  el  campo  como  herejes;  y  renun- 
ciaron y  quisieron  que  el  sancto  Padre  no  les  absolviese,  ni 
Cardenales,  ni  Arzobispos,  ni  obispos  ni  otro  sacerdote  &.^ 
A  todas  estas  execrables  penas  los  pecadores  se  obligaron  si 
este  juramento  quebrantasen.» 
Cristóbal  Colón  t.  ti. — 67. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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Acogió  el  Almirante  con  su  benignidad  acostumbrada 
la  súplica  de  los  rebeldes  soldados;  pero  meditando  con 
prudencia,  temió'  el  mal  efecto  que  pudiera  causar  el  regreso 
á  las  estancias  de  aquellos  hombres  acostumbrados  á  mal 
vivir,  y  las  consecuencias  que  pudieran  originarse  de  que 
estuvieran  reunidos  los  rebeldes  con  los  leales;  por  lo  cual 
les  otorgo'  el  perdo'n,  pero  con  ciertas  restricciones.  Los 
hermanos  Francisco  y  Diego  Porras  permanecerían  presos  v 
custodiados  por  hombres  de  confianza  dentro  de  las  cara- 
belas :  los  que  habían  formado  su  bando  se  mantendrían 
acampados  en  la  isla  á  las  o'rdenes  de  un  capitán  que  les 
envió,  con  objetos  de  rescate  bastantes  á  procurarse  la 
subsistencia  por  cambios  con  los  naturales,  en  tanto  que  no 
diese  nueva  orden  en  ello,  o'  llegasen  los  buques  que  se 
esperaban  de  la  isla  Española. 

Este  fin  tuvo  la  insurreccio'n  que  capitanearon  los 
Porras.  Más  de  un  mes  permanecieron  separados  en  dos 
grupos  los  españoles,  conforme  á  las  o'rdenes  del  Almirante, 
hasta  que  á  fines  del  mes  de  Junio,  un  año  después  de  haber 
encallado  sus  carabelas  en  aquella  costa  de  Jamaica,  llegaron 
allí  dos  buques,  el  uno  fletado  por  Diego  Méndez  con  dinero 
del  Almirante,  y  el  otro  enviado  por  el  comendador  Ovando, 
ambos  al  mando  de  Diego  Salcedo,  que  era  el  segundo  de 
los  encargados  por  Colón  en  la  isla  Española  para  hacer 
valer  sus  derechos  contra  las  usurpaciones  de  Bobadilla,  y 
recaudar  las  rentas  que  le  correspondían.  La  alegría  fué 
igual  en  todos ;  que  muchas  veces  hasta  los  más  animosos  se 
habían  creído  condenados  á  perecer  en  aquella  isla,  olvidados 
de  todo  el  mundo.  Recogidos  cuantos  objetos  pudieron  de 
lo  que  habían  salvado  de  anteriores  naufragios,  y  con  el 
maj^or  cuidado  transportados  á  los  nuevos  buques  los  muchos 
que  se  habían  recogido  en  Veragua  como  muestras  de  la 
fertilidad  y  riqueza  del  país,  se  embarcaron  juntos  amigos 
y  enemigos,  y  el  28  de  Junio  diéronse  á  la  vela  con  dirección 
á  Santo  Domingo. 


532 


CRISTÓBAL  COLON 


La  atrevida  navegación  de  Diego  Méndez  y  Bartolomé 
Fieschi  tiene  todos  los  caracteres  de  un  episodio  novelesco 
ideado  para  mantener  vivo  el  interés  de  los  lectores  con 
emociones  fuertes  é  inesperadas.  Si  sus  peripecias  no  estu- 
vieran consignadas  en  escrito  tan  formal  como  el  testamento 
de  uno  de  los  que  en  ellas  se  encontraron,  y  en  los  Apuntes 
del  hijo  del  Almirante,  que,  joven  entonces,  prestaba  gran- 
dísima atencio'n  á  todos  los  sucesos  y  los  escribía  con  notable 
ingenuidad,  muchos  lectores  se  resistirían  á  creerlas.  La 
verdad  es  á  veces  más  inverosímil  que  la  ficcio'n,  y  así 
sucede  en  el  caso  presente. 

Cuando  el  Adelantado  y  sus  hombres,  llegados  al 
extremo  oriental  de  Jamaica,  perdieron  de  vista  las  dos 
canoas  en  que  marcharon  los  intrépidos  compañeros,  el 
tiempo  estaba  sereno,  el  mar  tranquilo  y  los  pequeños 
buques  impelidos  por  los  anchos  remos  de  los  indios  adelan- 
taban rápidamente.  Pero  la  calma  era  completa;  ni  un 
soplo  de  viento  rizaba  la  superficie  de  las  aguas,  y  el  calor 
era  cada  vez  más  intenso.  Rendidos  de  fatiga  los  indios 
abandonaban  los  remos  para  buscar  el  agua,  y  empezaron 
haciendo  de  ella  un  consumo  mucho  mayor  de  lo  que  habían 
calculado.  Para  conservar  mejor  las  fuerzas  se  relevaban  en 
el  trabajo,  lo  mismo  los  indios  que  los  españoles,  alternando 
entre  el  remar  y  el  dormir,  pues  el  calor  debilitaba  extre- 
madamente los  cuerpos. 

Así  pasaron  aquel  primer  día  y  la  noche  que  le  siguió'. 
Al  amanecer  el  segundo,  se  encontraron  sin  otra  perspectiva 
que  la  inmensidad  del  cielo  y  del  mar  por  todas  partes; 
la  calma  era  la  misma   del   día   anterior,   y  la  fatiga  y  el 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


533 


cansancio  mucho  mayores.  Los  indios  por  el  gran  calor  de  la 
noche  y  del  día  habían  agotado  sus  calabazas  de  agua ;  para 
buscar  algún  descanso  se  arrojaban  al  mar,  y  después  de 
bañarse  largo  rato  volvían  al  remo  con  mayores  bríos.  El 
día  fué  muy  penoso ;  los  indios  desfallecían  por  momentos 
faltos  de  agua,  y  Méndez  y  Fieschi,  tanto  para  animarlos 
con  el  ejemplo,  como  para  proporcionarles  algún  descanso 
tomaban  á  ratos  los  remos  para  proseguir  el  viaje.  «Cuanto 
mas  se  levantaba  el  sol  en  el  dia  segundo  de  su  partida, 
escribe  Don  Fernando,  tanto  mas  crecia  el  calor  y  la  sed  en 
todos,  de  manera  que  al  medio  dia  les  faltaban  á  todos  las 
fuerzas.»  Entonces  Méndez  acudió  á  un  recurso  extremo  que 
tal  vez  se  había  reservado  para  caso  de  tanto  apuro ;  saco 
dos  barriles  de  agua,  que  dijo  había  encontrado  ocultos  sin 
saber  co'mo,  y  distribuyendo  á  todos  algunos  sorbos,  les  hizo 
cobrar  nuevos  bríos  y  que  continuaran  bogando  aunque 
siempre  de  una  manera  desmayada  y  con  escaso  vigor,  por 
lo  que  adelantaban  poco  camino.  Entreteniéndolos  de  ese 
modo,  ya  con  el  baño,  ya  con  un  trago  de  agua  cuando  la 
necesidad  era  mucha,  fué  el  valiente  Méndez  sosteniendo  el 
ánimo  de  los  indios,  y  ayudándose  con  decirles  que  muy 
pronto  debían  llegar  á  la  isleta  llamada  Navasa,  distante 
ocho  leguas  de  la  isla  Española,  y  donde  podrían  encontrar 
agua,  descanso  y  alimento. 

Pero  los  indios  no  abrigaban  mucha  esperanza;  por  sus 
cálculos  habían  navegado  ya  muchas  más  leguas  de  las  que 
eran  precisas  para  encontrar  la  Navasa,  y  debían  haber 
cambiado  algún  poco  el  rumbo  y  desviádose  de  la  direccio'n 
que  deseaban,  siendo  posible  que  hubieran  dejado  á  un  lado 
la  isleta,  que  era  muy  baja.  En  tan  apurada  situacio'n  llego' 
la  noche.  Méndez,  abatido  y  meditabundo,  se  sentó'  en  un 
banco  á  proa  de  su  canoa,  después  de  haber  dado  una  corta 
cantidad  de  agua  á  sus  remeros,  y  allí  con  la  vista  fija  en  el 
horizonte,  miraba  maquinalmente  la  salida  de  la  luna  que 
iba  pareciendo   en   el   oriente,   cuando   fijo'   su   atencio'n   un 


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CRISTÓBAL  COLON 


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cuerpo  extraño  que  se  interponía  entre  sus  miradas  y  el 
disco  del  astro  de  la  noche.  Con  la  ansiedad  que  puede 
suponerse,  se  puso  de  pie  rápidamente,  miro'  con  mayor 
atencio'n  y  se  cercioro'  de  que  era  tierra ;  la  Navasa  se  veía 
en  su  camino,  á  poca  distancia,  y  esta  noticia  comunicada  á 
los  indios  les  infundio'  valor,  y  remaron  con  mayor  esfuerzo 
para  llegar  á  aquel  deseado  descanso. 

Al  amanecer  tocaron  en  la  playa,  y  todos  poseídos  de 
igual  frenesí  se  lanzaron  á  tierra.  La  isla  Navasa  es  un 
peñasco  calcáreo  de  poco  más  de  media  legua;  en  algunas 
de  sus  desigualdades  crecía  una  vegetación  mezquina ;  en 
otras  formaban  las  aguas  llovedizas  algunos  remansos  y 
hasta  lagunas  de  más  o  menos  extensio'n,  según  los  huecos  de 
la  piedra.  Al  agua  se  lanzaron  con  ansia  devoradora  los 
infelices  indios.  En  vano  Méndez  y  Fieschi,  mas  dueños  de 
sí,  les  aconsejaron  prudencia,  y  les  dieron  ejemplo  tomando 
muy  corta  cantidad  de  agua.  Los  indios  no  los  escucharon 
y  bebieron  hasta  saciarse ,  muriendo  algunos  de  ellos  inme- 
diatamente, y  quedando  otros  enfermos  con  agudos  dolores. 

Satisfecha  la  más  apremiante  necesidad,  se  dedicaron  á 
buscar  alimento,  y  lo  encontraron  con  poco  trabajo  y  muy 
agradable  en  los  muchos  mariscos  que  á  orillas  del  mar 
recogieron,  y  que  Diego  Méndez,  que  había  llevado  consigo 
eslabo'n  y  azufre,  procuro'  medio  de  que  pudieran  asarse  con 
algunas  astillas  y  raíces  que  trajeron  los  indios.  Todo  aquel 
día  lo  consagraron  al  descanso,  gozando  á  la  sombra  de  las 
peñas  y  saboreando  el  agua  y  los  manjares,  al  mismo  tiempo 
que  miraban  con  placer  las  montañas  de  la  isla  Española  que 
como  nubes  se  divisaban  á  larga  distancia. 

Cinco  días  y  cuatro  noches,  dice  Méndez  en  su  testa- 
mento ya  citado,  que  navego',  «que  jamás  perdí  el  remo  de 
la  mano  gobernando  la  canoa  y  los  compañeros  remando. 
Plugo  á  Dios  nuestro  señor  que  en  cabo  de  cinco  dias  3^0 
arribé  á  la  isla  Española  al  cabo  de  San  Miguel  (el  que  hoy 
se  llama  del  Tiburón)  habiendo  dos  dias  que  no  comíamos  ni 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


535 


bebíamos  por  no  tenello ;  y  entré  con  mi  canoa  en  una  ribera 
muy  hermosa ,  donde  luego  vino  mucha  gente  de  la  tierra  y 
trajeron  muchas  cosas  de  comer,  y  estuve  allí  dos  dias 
descansando.» 

Pero  no  habían  'terminado  todavía  los  trabajos  del 
valeroso  Diego  Méndez.  Se  encontraba  en  la  isla  Española, 
pero  aún  quedaba  por  lograr  el  principal  objeto,  el  de  hacer 
saber  al  comendador  Ovando  la  apurada  situacio'n  en  que  se 
veía  el  Almirante,  y  cuan  necesario  era  enviarle  inmediata- 
mente socorro.  El  cabo  Tiburón  es  el  extremo  de  la  isla; 
desde  allí  á  Santo  Domingo  había  una  distancia  de  más  de 
ciento  treinta  leguas,  que  era  preciso  atravesar  por  mar 
venciendo  las  corrientes  contrarias  y  muy  poderosas  de 
aquella  costa,  sin  otro  medio  que  las  canoas  mismas  en  que 
habían  llegado  desde  Jamaica.  Los  indios  que  en  ellas 
venían,  extenuados,  enfermos  y  con  gran  abatimiento,  no 
consentían  de  modo  alguno  en  volver  á  embarcarse  para 
conducir  á  Méndez,  y  mucho  menos  para  llevar  otra  vez  á 
Fieschi,  que  deseaba  comunicar  al  Almirante  la  noticia  de 
su  feliz  arribo.  Méndez  gano'  la  voluntad  de  algunos  natu- 
rales de  aquel  cabo,  y  con  ellos  se  decidió  á  volver  de  nuevo 
al  mar  hasta  llegar  á  Santo  Domingo,  dejando  á  su  compa- 
ñero que  se  procurase  algún  medio  de  volver  á  Jamaica. 

Ochenta  leguas  anduvo  por  la  costa  de  la  Española; 
pero  al  llegar  al  puerto  de  Azua  tuvo  noticia,  por  españoles 
que  allí  se  encontraban,  de  que  el  Comendador  había  bajado 
á  la  pro'xima  provincia  de  Xaraguá ;  y  variando  inmediata- 
mente su  ruta,  solo,  sin  más  compañía  que  algún  indio  que 
pudo  servirle  de  guía,  atravesó'  á  pie  terrenos  nunca  pisados 
por  planta  humana,  corriendo  graves  peligros  entre  aquellos 
indios  ya  muy  indignados  contra  los  españoles,  y  anduvo 
cincuenta  leguas  o'  más,  subiendo  montes  y  vadeando  ríos 
hasta  encontrar  á  Nicolás  de  Ovando. 

Estaba  entonces  el  Comendador  muy  ocupado,  al  pare- 
cer, en  llevar  á  término  los  planes  que  había  formado  para 


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CRISTÓBAL  COLON 


asegurar  la  tranquilidad  de  aquella  rica  provincia;  por  lo 
que  recibid  con  la  mayor  amabilidad  á  Diego  Méndez,  asom- 
brándose del  increíble  viaje  que  acababa  de  hacer,  y  de  los 
grandes  peligros  que  había  arrostrado  por  su  lealtad  al 
Almirante.  Escucho'  con  gran  atentio'n  cuanto  á  aquél  se 
refería,  pero  no  se  ocupo  del  socorro  que  con  tanta  urgencia 
se  le  demandaba. 


II 


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El  testimonio  del  historiador  de  las  Indias,  fray  Barto- 
lomé de  las  Casas,  siempre  atendible,  siempre  digno  de 
entero  crédito,  adquiere  mayor  importancia  en  el  punto 
presente,  porque  salió'  de. Sevilla  en  la  flota  misma  que  llevo' 
al  comendador  Ovando,  desembarco'  con  él  en  Santo  Do- 
mingo, y  fué  testigo  presencial  de  cuanto  refiere.  En  los  dos 
años  que  llevaba  ya  de  administracio'n  el  Comendador,  si 
bien  habían  mejorado  algún  tanto  ciertas  condiciones,  en 
cuanto  se  relacionaba  con  la  residencia  de  los  españoles  en  la 
isla,  y  cobranza  de  los  tributos  pertenecientes  á  la  corona, 
así  como  al  orden  de  explotación  de  las  minas  y  registro  de 
sus  rendimientos,  con  arreglo  á  las  instrucciones  de  los 
Reyes,  en  lo  demás  no  se  había  adelantado  nada,  y  antes 
por  el  contrario  la  situacio'n  de  los  indios  era  cada  vez  peor, 
y  su  destruccio'n  continuaba  en  progresio'n  alarmante. 

Uno  de  los  cargos  más  graves  que  ante  los  Reyes  se 
exponía  constantemente  para  demostrarles  la  mala  direccio'n 
del  Almirante  y  la  crueldad  de  su  hermano,  era  el  mal  trato 
que  sufrían  los  indígenas;  la  dureza  de  los  trabajos  á  que  se 
les  obligaba  y  la  enormidad  de  los  tributos  que  se  les 
exigían.  Nunca  Colón  consintió'  de  grado  que  se  sometieran 
los  indios   á   trabajos  superiores  á  sus  fuerzas  y  contra  su 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


537 


voluntad;  pero  obligado  unas  veces  por  las  circunstancias 
para  que  pudieran  hacerse  las  labores  del  campo,  y  bene- 
ficiar las  minas;  llevado  en  otras  del  pensamiento  de  que 
viviendo  entre  cristianos  se  dispusieran  mejor  á  abrazar 
nuestra  religio'n,  tomando  conocimiento  de  sus  prácticas  y 
doctrinas,  autorizo'  que  por  cortas  temporadas,  y  con  la 
obligacio'n  de  instruirlos,  se  aprovechasen  los  españoles  del 
trabajo  de  cierto  número  de  indios.  Aún  en  tan  prudentes 
límites  fué  objeto  esta  disposición  de  agrias  censuras  del 
Apóstol  de  los  indios,  porque  fué  principio  de  las  enco- 
miendas o'  repartimientos  que  tantos  males  causaron  á  la 
poblacio'n  indígena;  y  mereció'  también  fijar  la  atencio'n  de 
los  Reyes  que  concluyeron  por  prohibirla. 

Francisco  Bobadilla  llevo'  ordenes  para  corregir  aquel 
abuso:  fray  Nicolás  de  Ovando  tuvo  más  terminantes  pre- 
ceptos, pues  llevo'  los  indios  que  habían  sido  remitidos  á 
España  para  dejarlos  completamente  libres  en  llegando  á  su 
país.  La  reina  Isabel  no  consentía  la  esclavitud  de  sus 
vasallos,  y  su  constante  deseo  era  que  se  mejorase  su  con- 
dicio'n. 

Mas  como  el  cargo  que  á  Colón  se  formaba,  era  sola- 
mente un  pretexto  para  enajenarle  el  afecto  de  los  Reyes, 
aquellos  males  que  durante  su  administracio'n  eran  muy 
leves,  se  agravaron  considerablemente,  según  ya  expusimos, 
en  el  tiempo  del  comendador  Bobadilla.  Se  legalizaron  las 
encomiendas  }'■  se  hicieron  mucho  más  numerosas ;  se  dieron 
por  tiempo  más  largo  gran  porcio'n  de  indios  y  se  permitió 
todo  género  de  abusos  y  malos  tratamientos. 

Pero  á  Nicolás  de  Ovando  se  le  dio'  orden  de  que  respe- 
tase la  libertad  de  los  naturales  de  la  isla;  orden  que  no 
respeto'  ni  cumplió'  á  pesar  de  las  prendas  de  rectitud  y 
prudencia  que  le  adornaban,  al  decir  de  algunos  historia- 
dores contemporáneos,  aumentando  por  el  contrario  todos 
los  excesos  que  se  deploraban,  porque  era  débil  de  carácter 
y  no  sabía  resistir  á  inmoderadas  exigencias.  Para  no  encon- 
Cristóbal  Colón  t.  ii. — 68. 


538 


CRISTÓBAL  COLON 


trarse  en  descubierto  escribió  é  hizo  llegar  á  manos  de  los 
Reyes  una  extensa  carta  o'  informe,  en  que  describiendo  las 
necesidades  y  estado  de  la  isla,  decía:  ((que  á  causa  de  la 
libertad  que  á  los  indios  se  habia  dado,  huian  y  se  apartaban  de 
la  conversación  y  comunicación  de  los  cristianos;  por  manera  que 
aun  queriéndoles  pagar  sus  jornales  no  querían  trabajar,  y  que 
andaban  vagabundos,  y  que  menos  los  podian  haber  para  los 
doctrinar  y  traer  á  que  se  convirtiesen  á  nuestra  sanctafé  cathó- 
lica  &/ — » 

Bien  conocía  el  astuto  Comendador  el  punto  ado'nde 
dirigía  sus  tiros,  y  el  resultado  de  tales  insinuaciones  en  el 
ánimo  tan  sincero  y  ardientemente  piadoso  de  la  reina  doña 
Isabel.  ((Persuadida  de  las  rabones  finjidas  ya  dichas,  escribe 
el  P.  Las  Casas,  teniéndolas  por  verdades,  que  por  cuanto  ella 
deseaba  y  pudiera  decir  que  era  obligada,  y  que  en  ello  no 
le  iba  menos  que  el  alma,   que  los  indios  se  convirtiesen  á 

nuestra  sancta  fé  católica  y  fuesen  doctrinados  en  ella » 

escribió'  al  Comendador  desde  Medina  del  Campo,  con  fecha 
20  de  Diciembre  del  año  1503,  una  notable  carta  ^,  en  cuyas 
palabras  parece  bien  claramente  la  intencio'n  que  al  bien 
y  conversio'n  de  aquellas  gentes  tenía  y  tuvo  hasta  su 
muerte.  Mas  como  en  ella  le  decía,  vista  la  dificultad  que 
presentaba  la  dispersio'n  de  aquéllos  para  que  fuesen  instruí- 
dos- en  la  doctrina  cristiana,  que  los  compeliese  y  apremiase 
al  trabajo,  y  á  que  tratasen  y  conversasen  con  los  españoles, 
pagándole  á  cada  uno  su  jornal,  y  que  las  fiestas  y  dias  que 
pareciese  se  juntasen  á  oir  y  ser  doctrinados  en  las  cosas  de 
la  fe;  aunque  se  encarecía  mucho  por  la  piadosa  Reina  que 
hiciera  el  Comendador  que  fuesen  bien  tratados,  3^  los  que 
dellos  fuesen  cristianos  mejor  que  los  otros,  y  que  no  consin- 
tiese ni  diese  lugar  que  ninguna  persona  les  hiciese  mal  ni  daño, 
ni  otro  desaguisado  alguno.  Ovando  entendió'  y  aplico'  la  orden 
como  convenía  á  sus  intereses  y  á  sus  miras  particulares,  y 


Véase  íntegra  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (F). 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


539 


se  empeoro  la  situación  de  los  pobres  indios,  llevándose  al 
extremo  los  malos  tratos  por  los  codiciosos  colonos.  Por  eso 
dice  con  tanta  razo'n  el  P.  Las  Casas  que  el  Comendador 
mayor  mal  usó  de  la  carta  de  la  Reina  en  perdición  de  los 
indios  \  y  exclama:  « —  ¡Oh  Reyes,  y  cuan  fáciles  sois  de 
engañar,  debajo  y  con  título  de  buenas  obras,  y  de  buena 
razón  y  como  ¿ebríades  de  estar  mas  recatados  y  advertidos 
de  lo  que  estáis,  y  tan  poco  dejaros  creer  de  los  ministros  á 
quien  los  negocios  arduos  y  gobernaciones  confiáis,  como  de 
los  demás ! » 

Aparentando  cumplir  la  voluntad  soberana  se  concedió'  á 
cada  español  cierto  número  de  indios,  según  los  terrenos  que 
sembraba  o'  la  mina  que  pretendía  explotar,  á  condicio'n  de 
que  pagase  á  todos  su  trabajo,  y  los  fuera  instruyendo  poco 
á  poco  en  la  religión;  pero  estas  obligaciones  eran  puramente 
formularias :  la  paga  era  escasísima ;  la  instruccio'n  no  llego' 
jamás ;  y  en  cambio  la  violencia  y  los  malos  tratos  crecían,  sin 
haber  quien  los  castigase.  Cumpliendo  las  o'rdenes  superiores, 
se  mandaba  á  los  caciques  entregaran  á  los  colonos  el  número 
de  indios  que  á  cada  uno  se  había  asignado,  bien  que  por 
tiempo  limitado,  y  so'lo  por  espacio  de  seis  ú  ocho  meses, 
para  que  el  resto  del  año  pudieran  descansar  y  vivir  al  lado 
de  sus  familias.  Pero  aquí  empezaban  desde  luego  á  faltar 
todos  á  aquello  que  los  Reyes  mandaron,  de  que  no  se  les 
hiciera  desaguisado,  ni  se  consintiera  que  se  les  molestase  ni  hiciese 
daño  alguno.  Desde  luego  los  colonos  separaban  á  los  infelices 
indios  de  sus  familias  y  los  llevaban  á  trabajar  á  largas  dis- 
tancias, á  comarcas  remotas  donde  se  veían  tristes  y  aislados; 
les  obligaban  al  trabajo  aunque  se  encontrasen  enfermos,  y 
los  forzaban  con  la  inhumanidad  más  increible  azotándolos 
cruelmente.  Apenas  les  suministraban  el  necesario  alimento, 
por  lo  que  se  debilitaban  y  demacraban,  buscando  como 
perros   algunos   de   ellos  las  sobras    de   las  comidas   de   los 


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Epígrafe  del  cap.  XIV,  libro  II  de  la  Historia  de  las  Indias. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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españoles;  y  cuando  después  de  pasados  los  seis  ú  ocho 
meses  en  esa  miserable  vida  los  dejaban  en  libertad  para 
volverse  á  sus  tierras,  se  les  veía  por  los  caminos  sentados  á 
la  sombra  de  los  árboles  cuyos  frutos  recogían  y  á  orillas  de 
los  arroyuelos ,  pálidos ,  hambrientos ,  y  sin  fuerzas  para 
continuar  el  largo  viaje  y  llegar  hasta  sus  moradas. 

« Los  tristes  íbanse,  y  al  primer  arroyo  caian,  donde 
morian  desesperados;  otros  iban  mas  adelante,  y  finalmente, 
muy  pocos  de  muchos,  á  sus  tierras  llegaban,  y  yo  topé 
algunos  muertos  por  los  caminos,  y  otros  debajo  de  los  árboles 
boqueando,  y  otros  con  el  dolor  de  la  muerte  dando  gemidos, 

y  como  podian  diciendo:   ¡Hambre!  ¡Hambre! y  esta  fué  la 

libertad,  y  los  buenos  tratamientos  y  cristiandad,  j  el  no 
recibir  agravios  ni  daños  que  estas  gentes,  con  la  goberna- 
ción que  puso  el  Comendador  Mayor  cobraron.» 

Como  éste,  refiere  otros  muchos  hechos  el  P.  Las  Casas, 
que  por  ser  persona  que  estaba  obligada  al  Comendador, 
y  por  lo  mismo  que  los  presencio',  no  pueden  pasarse  en 
silencio,  pues  demuestran  la  diferencia  que  hubo  entre  las 
medidas  adoptadas  por  Colón  con  relación  á  los  indios, 
y  lo  que  hicieron  sus  sucesores,  después  de  haberle  usur- 
pado sus  legítimos  derechos,  bajo  pretexto  de  que  con  su 
crueldad  se  despoblaría  la  isla  y  no  quedaría  en  ella  indio 
ni  cristiano,  como  se  atrevía  á  decir  el  comendador  Bo- 
badilla. 

Lejos  de  cumplir  la  voluntad  de  la  Reina  y  de  acatar 
sus  ordenes  siempre  humanitarias  y  previsoras,  se  hacían 
los  repartimientos  de  la  manera  más  inicua,  poniendo  como 
irrisorio  final  de  sus  cédulas  algo  que  pareciera  cumplimiento 
de  los  preceptos  reales. 

«De  cada  pueblo  de  indios  se  hacian  muchos  reparti- 
mientos dando  á  cada  español  cierto  número,  como  es  dicho, 
dellos;  con  el  uno  dellos  se  asignaba  que  fuese  el  señor  o' 
cacique,  y  éste  daba  al  español  á  quien  él  mas  honrar  y 
aprovechar    queria;    á   los   cuales    daba    una    cédula   de   su 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


541 


repartimiento  que  rezaba  desta  manera: — A  vos,  fulano,  se 
05  encomiendan  en  el  cacique  fulano,  cincuenta  ó  cien  indios,  para 
que  os  sirváis  dellos,  y  enseñadles  las  cosas  de  nuestra  sanctafé 
católica.  —  ítem  decia  otra  cosa:  — A  vos,  fulano,  se  os  enco- 
miendan en  el  cacique  fulano,  cincuenta  ó  cien  indios,  con  la 
persona  del  cacique,  para  que  os  sirváis  dellos  en  vuestras  gran- 
jerias y  minas,  y  enseñadles  las  cosas  de  nuestra  sancta  fé  cató- 
lica:—  y  así  todos  cuantos  había  en  el  pueblo,  por  manera 
que  á  todos,  chicos  y  grandes,  niños  y  viejos,  hombres  y 
mujeres,  preñadas  y  paridas,  señores  y  vasallos,  princi- 
pales y  plebeyos,  condenaban  absolutamente  á  servidumbre, 
donde  al  cabo,  como  se  verá  morían.» 

¿Puede  verse  esclavitud  más  general  impuesta  á  todo 
un  pueblo  de  una  manera  más  arbitraria?  ¿Había  razo'n 
alguna  ni  justicia  en  aquel  procedimiento  contra  subditos, 
que  debían  considerarse  de  la  corona  de  Castilla? 

Y  no  insistimos  sobre  el  trato  cruelísimo  que  recibían 
los  indios ,  porque  harto  dejamos  ya  indicado ;  mas  no  deja- 
remos de  recordar  otro  de  los  hechos  que  de  ciencia  propia 
refiere  fray  Bartolomé  de  las  Casas  á  que  antes  aludíamos. 
«Personas  hobo  en  la  isla  de  Cuba  (porque  si  tratando  della 
se  me  olvidare)  que  no  teniendo  por  su  avaricia  que  dar  de 
comer  á  los  indios  que  les  hacian  las  labranzas,  los  enviaban 
á  pacer  al  campo  y  á  los  montes  las  frutas  de  los  árboles 
que  habia,  dos  y  tres  dias,  y  con  lo  que  traian  en  los 
vientres,  les  hacian  trabajar  otros  dos  6  tres  dias  sin  comer 
otro  bocado ;  y  desta  manera  hizo  uno  una  labranza  que  le 
valió'  quinientos  y  seiscientos  pesos  de  oro  o'  castellanos; 
y  esto,  él  mismo  por  su  boca  en  presencia  de  mi  y  de  otros,  lo 
contó  por  industriosa  haTjxña.)) 

En  conclusio'n,  éste  era  el  lastimero  estado  de  los  indios, 
y  ésta  la  administración  paternal  del  que  vino  á  reparar  las 
injusticias  y  crueldades  que  se  atribuían  á  Cristóbal  Colón 
y  á  su  hermano.  De  intento  hemos  dejado  de  trazar  retrato 
moral  del  comendador  Ovando,  porque  los  hechos  lo  pintan 


542 


CRISTÓBAL  COLON 


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con    tales    colores    que    no    ha    menester    añadirle    un    so'lo 
toque. 

Resumen  de  su  gobierno  en  esta  parte  esencialísima 
hace  el  mismo  P.  Las  Casas,  en  breves  palabras:  —  «Cuanto 
á  lo  primero  y  principal  que  la  Reina  pretendia,  y  era  obli- 
gada pretender  por  fin,  conviene  á  saber,  la  instrucción, 
doctrina  y  conversión  de  los  indios,  ya  dije  arriba,  y  torno 
á  decir  y  afirmar  con  verdad ,  que  por  todo  el  tiempo  que  el 
Comendador  Mayor  esta  isla  gobernó',  que  fueron  cerca  de 
nueve  años ,  no  se  tuvo  mas  cuidado  de  la  doctrina  y  salva- 
ción dellos,  ni  se  puso  mas  por  obra,  ni  hobo  mas  memoria 
ni  cuenta  della  ni  con  ella  que  si  los  indios  fueran  palos  o' 
piedras,  o  gatos  o  perros.» 


III 


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Después  de  haber  recorrido  alguna  parte  de  la  isla, 
para  facilitar  el  domicilio  de  los  nuevos  colonos,  y  de  otras 
familias  españolas  que  se  deseaba  pasaran  á  establecerse  en 
ella,  pensó'  el  Comendador  en  la  construccio'n  de  nuevas 
poblaciones  dentro  de  aquellas  comarcas  que  parecían  más 
fértiles  y  salubres ;  porque  en  la  instruccio'n  de  los  Reyes  se 
le  había  prevenido  cuidara  especialmente  del  aumento  de  la 
poblacio'n,  y  de  la  comodidad  de  los  españoles  que  no 
volvieran  á  padecer  hambre  ni  á  verse  diezmados  por  las 
fiebres,  como  antes  había  sucedido. 

A  este  trabajo  se  dedico'  con  mejor  fortuna  y  más 
acierto  Nicolás  de  Ovando,  y  tal  vez  á  ello  sean  debidas  las 
alabanzas  que  le  han  dado  algunos  historiadores,  que  como 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  pudieron  tener  mejores  noti- 
cias de  las  ciudades  y  villas  construidas  bajo  la  adminis- 
tracio'n  de  aquél,   que  del  abuso  de  la  servidumbre  que  tan 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


543 


duramente  les  impuso  y  de  las  crueldades  que  tolero,  que 
fueron  causa  de  la  total  ruina  y  desaparición  de  la  raza 
indígena  de  aquella  isla  privilegiada. 

Donde  primero  se  decidió'  á  poblar  fué  en  Puerto  Plata, 
en  la  costa  Norte  de  la  isla,  por  ser  la  arribada  á  aquel 
punto  mucho  más  fácil  para  los  buques  que  llegaran  de 
España,  y  se  evitaban  dar  la  vuelta  hasta  la  parte  del  Sur 
donde  estaba  Santo  Domingo.  Desde  el  sitio  donde  se  fundo' 
Puerto  Plata  se  estaba  en  comunicacio'n  directa  con  el  fuerte 
de  Santiago,  y  desde  éste  con  el  de  la  Concepción,  encon- 
trándose así  gran  facilidad  para  llevar  los  productos  de  la 
Vega  Real  y  aún  de  las  montañas  de  Cibao  á  los  puntos  de 
embarque,  que  era  lo  que  se  deseaba. 

Siguiéronse  poblando  otras  villas  que  se  denominaron 
Puerto  Real,  Cotuy,  Azua,  Salvatierra,  Lares,  Salvaleo'n, 
San  Juan  de  la  Maguana  y  otras  que  con  las  más  antiguas 
del  Bonao,  Concepcio'n,  Magdalena  y  Yáquimo  llegaron  al 
número  de  diez  y  siete  aunque  en  algunas  se  reunieron  muy 
pocos  vecinos. 

Cuando  en  estas  diversas  ocupaciones  andaba  el  Comen- 
dador, comenzó'  á  recibir  avisos  de  algunos  de  los  colonos 
que  después  de  terminada  la  insurreccio'n  de  Francisco 
Roldan  se  había  establecido  en  Xaraguá,  anunciándole  una 
gran  conspiracio'n  de  los  indios  de  aquella  comarca  para 
acabar  en  un  día  señalado  con  todos  los  cristianos  que  se 
encontraban  en  ella.  No  se  alcanza  el  fundamento  que 
pudieran  tener  aquellas  denuncias ,  ni  la  razo'n  en  que  se 
apoyara  Ovando  para  darles  crédito  y  proceder  de  la  manera 
que  lo  hizo. 

Aquellos  colonos  acudían  en  queja  á  las  autoridades 
siempre  que  los  pacíficos  indios  de  Xaraguá,  exasperados 
por  sus  malos  tratamientos,  oponían  resistencia  á  sus  arbitra- 
riedades y  caprichos,  o'  escapaban  á  otros  terrenos  para  huir 
de  sus  dominadores;  y  éstos  tal  vez  por  decidir  más  fácil- 
mente á  Ovando  en  su  favor  esforzaron  sus  quejas  con  la 


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544 


CRISTÓBAL  COLON 


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noticia  de  la  conspiración.  El  país  estaba  perfectamente 
tranquilo  y  no  ofrecía  motivo  alguno  de  alarma,  ni  aún  de 
desconfianza.  A  la  muerte  del  gran  cacique  Behechio,  que 
tan  dadivoso  fué  siempre  con  los  españoles,  había  quedado 
como  única  gobernadora  de  Xaraguá  su  hermana,  la  célebre 
Anacaona,  viuda  del  valeroso  Caonabd,  que  tan  brillante 
acogida  hizo  al  Adelantado  cuando  fué  por  vez  primera  á 
aquel  territorio  para  imponer  tributos,  y  tan  amiga  fué 
siempre  de  los  soldados  que  ocuparon  sus  dominios.  Ni  los 
atropellos  de  que  eran  víctimas  sus  vasallos ,  ni  los  disgustos 
que  en  su  propia  casa  le  produjo  la  liviandad  de  otros  de 
sus  compañeros ,  fueron  bastantes  á  hacerla  variar  de  con- 
ducta; que  tal  vez  aquella  mujer  superior  comprendíalas 
fatales  consecuencias  que  había  de  acarrearle  la  enemistad 
de  los  españoles,  y  temía  verlos  en  guerra  con  los  suyos. 

Nicolás  Ovando,  que  debía  saber  muy  bien  el  estado  de 
aquel  territorio  tan  rico,  y  que  si  algo  había  que  corregir 
no  eran  ciertamente  los  abusos  de  los  indios ,  recibió',  sin 
embargo,  con  gran  sorpresa  las  quejas  y  noticias  de  los 
colonos,  y  aparentando,  á  lo  menos,  gran  temor,  formo'  un 
cuerpo  de  trescientos  soldados  escogidos  y  setenta  caballos  y 
se  dirigió'  á  Xaraguá  diciendo  que  iba  á  hacer  una  visita  á 
la  reina.  Llevaba,  sin  duda,  el  propo'sito  de  extender  los 
beneficios  de  los  repartimientos  y  encomiendas  por  aquella 
parte  extrema  de  la  isla;  y  quería  dejarla  asegurada  con  un 
hecho  militar  que  le  diese  gran  importancia.  Pero  le  avino 
al  contrario. 

Doloroso  es  detallar  el  suceso:  la  razo'n  y  la  justicia  se 
sublevan  ante  el  espectáculo  que  allí  ofrecieron  los  cristianos 
soldados  del  Comendador,  y  un  sentimiento  de  humanidad 
nos  impide  trazar  aquel  cuadro  de  horrores,  por  lo  que 
daremos  de  él  una  ligera  idea,  remitiendo  á  los  que  deseen 
conocerlo  á  la  Historia  de  las  Indias  de  fray  Bartolomé  de 
las  Casas.  '„  * 

Al  tener  noticia  de  la  llegada  de  Ovando  á  sus  domi- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


545 


nios,  convoco  Anacaona  á  los  principales  caciques  tributarios 
para  prepararle  ostentoso  recibimiento,  haciéndole  conocer 
lo  más  agradable  de  sus  costumbres,  como  en  anteriores 
ocasiones  lo  había  hecho.  Con  fiestas  y  convites,  con  danzas 
y  cantares  recibió'  á  su  huésped  aquella  mujer  notable,  á  la 
que  los  historiadores  se  complacen  en  presentar  adornada 
de  gran  hermosura,  de  amenísimo  trato  y  gran  talento, 
y  de  todas  las  dotes  que  la  Naturaleza  puede  reunir  en  una 
persona  para  hacerla  simpática  y  agradable. 

La  poética  y  gloriosa  reina  de  Haití,  como  la  apellida 
un  escritor  de  nuestros  días,  allego  una  corte  maravillosa, 
de  gentes  tan  bien  dispuestas,  hombres  y  mujeres,  que  era 
cosa  de  considerar.  «Ya  se  ha  dicho,  añade  el  P.  Las  Casas, 
que  las  gentes  de  aquel  reino,  en  hermosura  de  gestos,  eran 
en  gran  manera  sobre  todas  las  otras  desta  isla,  señaladas. 
Llegado  el  Comendador  Mayor  y  su  compañía  de  á  pié  y  de 
á  caballo,  sale  Anacaona  é  innumerables  señores,  porque  se 
dijo  venir  mas  de  trescientos  caciques,  y  gentes  infinitas,  á 
lo  recibir,   con  gran  fiesta  y  alegría,   cantando  y  bailándole 

delante Aposentado  el  Comendador  Mayor  en  un  carey 

o'  casa  grande  y  principal,  y  muy  labrada,  de  las  que  allí 
solian  hacer  muy  hermosas ,  puesto  que  de  madera  y  cubier- 
tas de  paja,  y  la  otra  gente  que  traia  por  las  otras  casas 
cerca  del,  con  los  españoles  que  allá  estaban,  Anacaona  y 
todos  los  señores  hacíanles  mil  servicios,  mandándole  traer 
de  comer  la  caza  de  la  tierra,  y  del  pescado  de  la  mar,  que 
legua  y  media  o'  dos  de  allí  distaba,  y  pan  capabí  (esto  era 
lo  que  ellos  alcanzaban)  y  de  todas  las  otras  cosas  que  tenian 
y  podian,  y  gente  que  sirviesen  cuanto  era  necesario  para  su 

mesa  y  para  las  de  los  demás: areytos,   que  eran  sus 

bailes,  y  fiestas  y  alegrías  y  juegos  de  pelota,  que  era  cosa 
de  ver,  no  creo  que  faltaban.» 

Ovando,  sin  embargo,   bien  fuese  por  suspicacia  propia 
o  por  agenas  insinuaciones,   veía  la  traicio'n  detrás  de  todas 
aquellas  muestras  de  amistad,   y  resolvió' hacer  un  horrible 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.  —  69. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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escarmiento  que  no  encuentra  justificacio'n  de  ninguna  clase 
en  la  conducta  de  los  caciques  de  Xaraguá ,  ni  disculpa  en 
anteriores  excesos,  como  luego  se  buscaron  en  el  Higuey,  y 
llevo  á  efecto  su  plan  en  circunstancias  tales  que  lastimaron 
el  corazón  de  la  reina  doña  Isabel  cuando  tuvo  conocimiento 
de  ellas,  hasta  tal  punto  que  no  las  olvidaba  ni  aún  en  su 
lecho  de  muerte. 

Después  de  las  fiestas  y  regocijos  de  los  indios,  se  dijo 
que  también  iban  á  tener  otra  los  españoles  corriendo  cañas  á 
la  usanza  de  su  país,  y  se  anunciaron  para  un  domingo  en  la 
plaza  pública.  Concurrieron  los  indios  atraídos  por  su  sencilla 
curiosidad  en  asombrosa  muchedumbre,  y  los  caciques  en 
número  de  unos  ochenta,  con  la  reina  Anacaona  y  su  séquito 
entraron  en  la  casa  del  comendador  Ovando,  para  presenciar 
desde  allí  el  espectáculo  con  la  mayor  comodidad.  Comieron 
juntos  en  la  mejor  armonía,  y  terminado  el  banquete  se 
comenzó'  el  juego  llamado  del  herrón,  que  tenía  entonces 
muchos  aficionados,  y  consistía  en  tirar  un  disco  o'  rodaja 
de  hierro  á  un  clavo  embutido  en  el  suelo  á  cierta  distancia, 
y  el  que  acertaba  á  dejar  metido  el  disco  en  el  clavo,  por  un 
agujero  que  aquél  tenía  en  el  centro,  ganaba  la  partida.  De 
intento  se  prolongo  ésta  para  dar  lugar  á  que  los  soldados 
españoles  rodeasen  la  casa,  y  los  caballos  las  avenidas  de  la 
plaza,  y  cuando  Anacaona  y  las  indias  de  su  compañía 
pidieron  al  Comendador  que  empezara  la  justa,  dejo'  éste  el 
juego,  y  asomándose  á  una  ventana  se  llevo'  la  mano  á  la 
cruz  de  Alcántara  que  llevaba  colgada  al  cuello  en  un 
medallo'n  de  oro,  y  era  la  señal  convenida.  Al  verla  los 
setenta  soldados  de  caballería  cargaron  sobre  aquella  mul- 
titud inerme  y  desnuda  causando  gran  infinidad  de  muertos 
y  heridos,  que  no  pudieron  contarse.  Huyeron  despavoridos 
los  demás,  ganando  los  bosques  y  las  orillas  del  mar  los  que 
escaparon  de  la  persecucio'n. 

Eñ  tanto,  muchos  soldados  rodearon  la  casa  del  Comen- 
dador sin  permitir  que  saliera  ninguno  de  los  caciques  que 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


547 


dentro  se  encontraban;  y  habiendo  sacado  á  Anacaona, 
amarraron  á  aquéllos  á  los  postes  de  madera  que  sostenían 
el  edificio  y  le  pusieron  fuego.  Quemados  sin  otra  fórmula 
de  juicio  perecieron  allí  los  ochenta  caciques  de  Xaraguá. 

Anacaona  fué  ahorcada  en  la  misma  plaza,  según  unos 
historiadores;  según  otros,  conducida  á  Santo  Domingo 
sufrió'  la  pena  en  aquella  ciudad  á  vista  de  numeroso  con- 
curso que  se  compadecía  de  su  suerte  ' 


IV 


Otra  campaña  no  menos  cruel,  aunque  bajo  cierto 
aspecto  más  justificada,  registra  la  historia  del  gobierno  del 
comendador  Ovando,  que  tuvo  por  resultado  la  sumisio'n 
completa  del  territorio  de  Higuey.  Situado  al  extremo 
opuesto  del  Xaruguá ,  era  el  más  agreste  y  accidentado  de 
la  isla,  y  donde  habitaban  las  tribus  más  indo'mitas  y  gue- 
rreras ,  aquellas  que  en  el  Golfo  de  las  Flechas  opusieron  por 
primera  vez  resistencia  á  los  españoles,  cuando  regresaban  á 
España  del  primer  viaje,  y  dieron  ocasio'n  á  que  se  vertiera 
sangre  de  los  naturales  del  Nuevo  Mundo.  Estaba  muy 
poblada  aquella  parte  de  la  isla,  y  sus  moradores  muy 
acostumbrados  á  la  defensa,  porque  las  costas  eran  inva- 
didas con  frecuencia  por  los  caribes  de  la  isla  de  Guadalupe 
y  de  otras  varias,  que  les  robaban  las  mujeres  y  los  mucha- 


'  Herrera. — Historia  general  de  los  hechos  de  los  castellanos,  &.*  Dec.  I, 
lib.  VI,  cap.  IV. 

« y  aunque  mucho  procuró  Niculás  de  Obando  de  justificar  este  hecho, 

la  Reyna  Católica  doña  Isabel  le  sintió  mucho  y  tuvo  gran  deseo  de  hazer  sobre 
él  una  gran  demostración ,  y  á  don  Aluaro  de  Portugal  que  entonces  era  Presi- 
dente del  Real  Consejo  de  justicia  se  oyó  dezir:  yo  vos  le  haré  tomar  una 
residencia  cual  nunca  fué  tomada. »  . 


548 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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chos,  según  ya  dejamos  dicho;  y  así  se  encontraban  siempre 
preparados  á  la  lucha  para  rechazar  á  sus  invasores. 

Era  entonces  el  cacique  de  todos  ellos,  y  el  principal  del 
Higuey,  el  valeroso  Cotubanamá:  «era  estimado  por  el  mas 
esforzado  de  toda  aquella  provincia,  y  era  el  mas  lindo  y 
dispuesto  hombre  que  entre  mil  hombres  de  cualquiera 
nación  creo  yo  que  se  hallara :  tenia  el  cuerpo  mayor  que  los 
de  los  otros,  creo  también  que  tenia  una  vara  de  medir 
entera  de  espalda  á  espalda,  la  cintura  la  ciñeran  con  una 
cinta  de  dos  palmos  d  muy  poquito  mas;  tenia  la  llave  de 
las  manos  de  un  gran  palmo;  los  brazos  y  las  piernas,  y  todo 
lo  demás,  á  los  otros  miembros  muy  proporcionado;  el 
gesto  no  hermoso,  sino  de  hombre  fiero  y  muy  grave,  su 
arco  y  flechas  eran  de  doblado  gordor  que  los  de  otros 
hombres,  que  parecían  ser  de  gigante.  Finalmente  este  señor 
era  de  tan  señalada  disposición,  que  los  españoles  todos  de 
velle  se  admiraban.» 

Así  lo  pinta  el  P.  Las  Casas,  que  dice  lo  vio'  en  esta 
temporada.  Supo  Cotubanamá  un  acto  de  brutal  ferocidad 
que  habían  cometido  ciertos  españoles  en  la  isleta  Saona, 
azuzando  á  su  feroz  lebrel  contra  un  cacique  inofensivo,  que 
pacíficamente  se  ocupaba  en  vigilar  la  conduccio'n  de  provi- 
siones para  las  carabelas,  y  que  murió'  destrozado  por  el 
animal;  y  puso  en  armas  á  todos  los  suyos  para  tomar 
venganza.  Indignados  también  los  de  la  isla  cayeron  sobre 
nueve  soldados,  que  al  mando  de  un  hombre  llamado  Martín 
de  Villamán,  estaban  en  una  casa  fuerte  que  allí  habían 
construido  para  que  no  faltasen  á  la  labranza  del  cazabi,  y 
cogiéndolos  desprevenidos  los  mataron  á  todos,  á  excepción 
de  uno  que  pudo  permanecer  oculto  y  corrió'  á  llevar  la 
noticia  al  Comendador,  que  se  encontraba  entonces  en  Santo 
Domingo.  Este  fué  el  principio  de  la  guerra  del  Higuey, 
que  en  algunas  ocasiones  llego'  á  tomar  un  carácter  heroico, 
aunque  termino  como- la  de  Xaraguá  de  una  manera  horrible 
y  desastrosa. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


549 


Desde  luego  el  comendador  Ovando  dio'  á  la  expedicio'n 
la  importancia  que  merecía,  pues  mando  reunir  cuatro- 
cientos hombres  bien  armados ,  y  mando  por  jefe  á  Juan  de 
Esquivel,  de  noble  familia  y  capitán  experimentado,  cuyo 
valor  y  pericia  de  todos  eran  conocidas.  La  guerra  empezó' 
con  desigual  fortuna.  Castigados  los  habitantes  de  Saona, 
que  habían  dado  muerte  á  los  españoles,  y  asolada  casi 
completamente  la  isla,  pasaron  los  soldados  al  territorio  del 
Higuey.  Cotubanamá  había  reunido  gran  número  de  gue- 
rreros; pero  amedrentados  todos  por  el  efecto  de  las  armas 
de  los  españoles,  y  temiendo  exponer  á  sus  familias  á  una 
destrucción  inevitable,  pidieron  pa*z.  Concedio'la  Esquivel, 
trabando  fraternal  amistad  con  el  cacique,  y  la  sellaron 
haciéndose  gtiatiaos,  que  quiere  decir  hermanos  de  armas, 
para  la  cual  cambiaban  los  nombres ;  pero  apenas  retirados 
los  nuestros  del  territorio,  los  indios  mataron  á  los  soldados 
que  allí  quedaron  al  mando  de  Villamán,  y  volvieron  á 
empezar  las  hostilidades. 

Destrozaron  los  españoles  las  primeras  partidas  de 
indios  que  se  les  opusieron,  aunque  escogían  para  defen- 
derse los  puntos  más  difíciles  de  las  sierras  y  los  más  cerra- 
dos bosques;  pero  ante  el  fuego  de  los  arcabuces  huían 
siempre  llenos  de  pavor,  que  no  podían  acostumbrarse  á 
aquel  rayo  que  manejaban  los  europeos;  y  eran  muy  pocos 
los  que  osaban  llegar  al  combate  cuerpo  á  cuerpo,  temiendo 
las  heridas  que  las  cortadoras  espadas  les  causaban.  Com- 
batían desde  lejos  disparando  flechas,  que  rara  vez  alcan- 
zaban á  los  españoles ,  y  les  hacían  poquísimo  daño ;  y 
obligados  á  batirse  en  retirada,  arrojaban  piedras  desde  las 
alturas. 

En  uno  de  aquellos  encuentros  parciales  en  que  siempre 
llevaban  los  indios  la  peor  parte,  ocurrid  un  hecho  notable 
que  refiere  como  testigo  presencial  el  P.  Las  Casas,  y  que 
por  su  carácter  y  circunstancias  recuerda  aquellos  combates 
singulares  que  tantas  veces  ocurrieron  en  los  ejércitos  del 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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antiguo  mundo,  y  en  los  que  el  valor  personal  se  sobreponía 
y  demostraba ,  defendiendo  un  campeón  la  causa  de  todo  un 
pueblo ;  lances  caballerescos  tan  propios  de  la  leyenda  y  que 
tanta  poesía  é  interés  prestan  á  la  historia  del  último  cerco 
de  Granada. 

«Contaré  una  hazaña  digna  de  ser  oida  y  alabada,  que 
allí  vide  hacer  á  un  indio,  cierto,  señalada,  si  la  pudiera 
dar  á  entender  co'mo  paso  contándola.  Aparto'se  de  todos 
los  otros,  que,  como  dicho  es,  con  piedras  y  sus  flechas 
peleaban,  un  indiazo,  bien  alto,  desnudo  en  cueros  como  los 
otros,  desde  arriba  hasta  abajo,  con  solo  un  arco  y  una 
flecha,  haciendo  señas,' como  desafiando  que  saliese  á  él 
algún  cristiano.  Estaba  por  allí  cerca  un  español  llamado 
Alejos  Gómez,  muy  bien  dispuesto  y  alto  de  cuerpo,  y  en 
matar  indios  harto  experimentado,  y  que  tenia  grande 
ventaja  á  todos  los  españoles  desta  isla,  en  cortar  de  una 
espada,  porque  cortaba  un  indio  por  medio  de  una  cuchi- 
llada. Este,  apartóse  de  los  demás,  y  dijo  que  lo  dejasen 
con  el  indio,  que  lo  queria  él  ir  á  matar.  Las  armas  que 
llevaba  eran,  una  espada  ceñida  y  una  daga  o'  puñal,  y  una 
media  lanza,  y  cubierto  bien  con  una  grande  adarga  de 
juego  de  cañas.  Como  el  indio  lo  vido  apartarse,  váse  á  él 
como  si  fuera  armado  de  punta  en  blanco  y  el  español  algún 
gato.-  El  Alejos  Gómez,  pone  la  media  lanza  en  la  mano  del 
adarga,  y  pelea  con  el  indio  con  piedras,  que,  como  dije, 
habia  hartas.  El  indio  no  hacia  mas,  sino  amagalle  con  la 
flecha  como  que  queria  soltalla,  y  andaba  de  una  parte  á 
otra,  dando  saltos,  guardándose  de  las  piedras,  con  tanta 
ligereza  como  si  fuera  un  gavilán.  Desque  todos  los  espa- 
ñoles los  vieron  pelear  desta  manera,  y  los  indios  asimismo, 
cesaron  de  la  pelea  por  mirallos;  unas  veces  el  indio  daba 
un  salto  contra  el  Alejos  Gómez,  que  parecia  que  lo  queria 
clavar,  él  cobríase  todo  con  el  adarga,  temiendo  que  ya  era 
clavado.  Tornaba  á  tomar  piedra  el  Alejos  Gómez  y  á 
tiralle,    y   el   indio    saltando    y    amagándole;    todo    esto   él 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


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desnudo  en  cueros,  como  su  madre  lo  parid,  y  con  sola  una 
flecha,  puesta  en  arco;  y,  porque  duro  la  pelea  un  muy 
gran  rato,  fueron  sin  número  las  piedras  que  le  tiro,  estando 
cada  momento  ambos  cuasi  juntos,  y  es  cierto  que  con 
ninguna  le  acertó'.  Finalmente,  andando  desta  manera 
ambos  á  dos ,  tuvo  el  indio  en  tan  poco  al  español ,  que  se 
fué  acercando  á  él  en  tanto  agrado,  que  arremetió  á  él  y 
púsole  la  flecha  cuasi  al  arguillo  del  adarga,  hizo  harto 
Alejos  Gómez  en  hacerse  como  un  ovillo,  cubriéndose  con 
su  adarga,  y  como  lo  vido  tan  junto  á  sí,  deja  las  piedras 
y  toma  la  lanzuela,  y  arro'jasela  creyendo  que  ya  lo  tenia 
clavado,  pero  da  el  indio  un  salto  á  través,  y  váse  riendo  y 
mofando  con  su  arco  y  flecha  sin  la  haber  soltado  de  la 
mano,  y  con  su  cuerpo  desnudo,  sano  y  salvo.  Acuden  los 
indios  todos  con  gran  grita  y  risa,  escarneciendo  de  Alejos 
Gómez  y  de  los  demás  de  su  compañía,  dando  grandes 
favores  á  su  comilitón,  por  su  soltura  y  ligereza,  y  no 
menos  esfuerzo,  digno  de  ser  loado.  Quedaron  los  españoles 
admirados,  y  el  mismo  Alejos  Gómez  más  alegre  que  si  lo 
matara,  y  no  poco  todos  al  indio  loando.  Fué,  cierto,  espec- 
táculo de  grande  alegría,  y  que  no  hobiera  Príncipe  alguno, 
de  los  nuestros  de  España  ni  de  otra  nación,  que  no  se 
holgara  de  verlo  y  de  remunerar  al  indio  con  merced  seña- 
lada. Todo  lo  que  he  dicho  es  verdad,  porque  yo  lo  vide  de 
la  manera  que  lo  he  contado.  Duro'  la  pelea  toda  entre  indios 
y  españoles,  de  la  manera  dicha,  desde  las  dos  de  la  tarde 
que  llegaron,  hasta  que  los  despartió'  la  noche.» 

Comprendió'  muy  bien  Juan  de  Esquivel  que  no  cesaría 
la  resistencia  en  tanto  que  estuviera  libre  el  intrépido  Cotu- 
banamá,  y  resolvió'  apoderarse  de  su  persona  á  costa  de 
cualquier  trabajo  y  sacrificio.  Dividió'  sus  hombres  en  cortas 
partidas  de  diez  o'  doce  soldados  cada  una,  para  que  con 
facilidad  registrasen  los  bosques  y  montañas,  recogiendo  á 
los  indios  fugitivos ,  y  procurando  arrancarles  noticias  sobre 
la  residencia  de  los  caciques,  y  el  refugio  que  había  escogido 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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Cotubanamá;  y  había  hombres  tan  diestros  en  buscar  indios, 
que  de  una  hoja  de  las  del  suelo  podridas,  caídas  de  los 
árboles,  vuelta  de  la  otra  parte,  sacaban  el  rastro  é  iban 
por  él  á  dar  con  los  que  se  encontraban  ocultos  en  la  espe- 
sura, no  bastándoles  todas  las  precauciones  que  tomaban 
al  escoger  sus  guaridas.  En  una  de  estas  ocasiones,  guiados 
por  el  rastro  del  humo  dieron  trece  soldados  con  un  lugar 
donde  estaban  refugiados  más  de  dos  mil  indios  entre 
hombres,  mujeres  y  niños.  Viéndose  tan  superiores  en 
número  se  decidieron  á  resistir  y  abrumaban  á  los  españoles 
con  flechas  y  piedras;  pero  era  tal  el  temor  que  á  las  espadas 
tenían  que  en  más  de  dos  horas  no  osaron  acercárseles, 
hasta  que  sobreviniendo  otros  soldados  hicieron  en  ellos 
gran  carnicería  y  se  llevaron  prisioneros  á  cuantos  pudieron 
coger  con  vida,  pues  gran  parte  de  ellos  emprendieron 
la  fuga. 

De  estos  prisioneros  se  hicieron  cargo  dos  o  tres  sol- 
dados, llevándolos  atados  con  cadenas  en  grupos  de  quince  o 
veinte  indios;  pero  aprovechando  un  momento  de  descuido 
se  arrojaron  sobre  sus  guardianes  y  con  las  mismas  cadenas 
y  con  piedras  los  mataron ,  y  desatándose  luego  los  unos  á 
los  otros  despojaron  los  muertos,  recogieron  sus  espadas, 
rodelas  y  ballestas,  y  con  las  cadenas  que  los  sujetaban 
fueron  á  presentarlas  al  cacique. 

Cuando  más  encendida  estaba  la  guerra  y  con  más 
ardor  se  emprendía  la  persecución  de  los  indios,  con  el 
objeto  de  apoderarse  de  Cotubanamá,  se  noto  su  desapa- 
ricio'n,  suceso  que  puso  en  gran  cuidado  al  capitán  Esquivel. 
Súpose,  al  cabo,  que  el  astuto  cacique,  viendo  que  no  era 
posible  la  resistencia,  se  había  refugiado  con  sus  mujeres  é 
hijos  en  la  isla  de  Saona,  habiéndose  retirado  á  lo  más 
áspero  de  la  montaña,  donde  vivía  con  mucha  vigilancia, 
guardado  por  muchos  de  sus  más  fieles  servidores. 

Reunió'  Juan  de  Esquivel  cincuenta  hombres,  y  se 
embarco'  con  ellos  muy  entrada  la  noche ,  para  que  ninguno 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


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de  los  indios  lo  notase,  y  en  poco  tiempo  atravesó'  el  corto 
espacio  que  separa  la  isla  Saona  de  la  Española ,  que  apenas 
es  de  dos  leguas,  desembarcando  en  las  playas  de  aquélla 
mucho  antes  de  que  amaneciera.  Cuando  los  vigilantes  indios 
subían  á  los  picos  más  elevados  de  la  costa  para  explorar 
la  playa  y  el  mar,  fueron  sorprendidos  por  los  soldados  de 
Esquivel,  y  obligados  á  servir  de  guías.  Tomo  el  capitán 
por  un  sendero  muy  estrecho,  y  por  otro  que  lo  era  más 
aún,  y  muy  escabroso,  se  interno'  solo  un  soldado  que  se 
llamaba  Juan  Lo'pez,  hombre  vigoroso  y  muy  diestro  en  el 
manejo  de  las  armas,  que  deseaba  distinguirse  por  un  hecho 
notable,  consiguiendo  la  captura  del  cacique.  La  suerte  le 
fué  favorable,  pero  estuvo  á  punto  de  perder  la  vida. 

Subiendo  trabajosamente  por  el  difícil  sendero,  iba  Lo'- 
pez ayudándose  con  gran  dificultad  con  las  manos  para  sepa- 
rar la  maleza,  cuando  de  pronto  se  encontró'  frente  á  frente 
con  un  indio,  al  que  seguían  otros  tres  o'  cuatro,  que  por  lo 
estrecho  del  camino  no  podían  venir  sino  uno  después  de 
otro.  Sobrecogidos  los  indios  con  la  inesperada  presencia 
del  español,  y  creyendo  que  vendría  seguido  de  otros 
muchos,  se  dieron  á  la  huida,  y  Lo'pez  se  encontró'  delante 
de  Cotubanamá,  que,  armado  con  su  arco  y  clava  o'  mucha- 
dasna,  caminaba  el  último  de  todos,  y  que  ni  por  un  instante 
abrigo'  el  pensamiento  de  ocultarse ;  antes  por  el  contrario 
armo'  el  arco  con  una  gran  flecha  de  tres  puntas,  y  encaro'  á 
Lo'pez ,  que  si  no  hubiera  sido  tan  ágil  hubiera  caído  pasado 
de  parte  á  parte  por  el  disparo  del  cacique.  Pero  antes  de 
que  éste  pudiera  dar  tensio'n  á  la  cuerda ,  López  se  puso  de 
un  salto  á  su  lado,  le  tiro'  una  cuchillada,  y  Cotubanamá 
para  evitar  la  segunda  cogió  la  hoja  con  ambas  manos,  y 
aunque  se  las  corto'  con  los  filos  pudo  arrancársela,  y  abra- 
zándose entonces  ambos,  como  eran  de  gran  corpulencia  y 
fuerzas,  lucharon  con  iguales  bríos,  y  al  fin  cayeron  los 
dos  en  tierra,  y  el  cacique  trabo'  del  cuello  á  Juan  Lo'pez 
y  se  propuso  ahogarle.  Muy  cerca  estuvo  de  conseguirlo;  @ 
Cristóbal  Colón  t.  ii. —  70. 


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CRISTÓBAL  COLON 


la  agitación  y  el  sordo  ronquido  de  Lo'pez  atrajeron  á  otros 
soldados  que  subían  por  diferente  senda,  y  llegando  á 
tiempo  uno  de  ellos,  dio'  un  golpe  en  la  cabeza  al  cacique, 
de  que  lo  dejo'  aturdido,  y  entonces  lo  ligaron  y  llevaron 
preso  ante  Esquivel  que  por  otro  lado  lo  buscaba. 

Por  el  rastro  de  los  indios  llegaron  los  soldados  á  lo 
más  intrincado  de  la  montaña,  y  á  una  cueva  donde  había 
estado  retirado  Cotubanamá,  pero  sus  mujeres  y  sus  hijos 
habían  desaparecido,  y  solamente  encontraron  los  españoles 
las  armas  que  habían  arrebatado  los  indios  en  su  último 
combate  á  los  soldados  muertos,  y  las  cadenas  con  que  los 
habían  magullado,  y  sirvieron  entonces  para  asegurar  al 
cacique  y  llevarlo  aprisionado  á  bordo  de  la  carabela  en  el 
trayecto  desde  Saona  á  Santo  Domingo. 

Juan  de  Esquivel,  que  contaba  entre  sus  más  brillantes 
servicios  la  prisio'n  de  Cotubanamá,  lo  presento'  á  Ovando 
cargado  de  cadenas,  herido  é  imposibilitado  de  causar  mal 
alguno  á  los  españoles.  El  Comendador,  sin  embargo,  no 
tuvo  grandeza  de  ánimo  para  conceder  el  perdo'n  al  enemigo 
vencido;  el  cacique  murió'  ahorcado  en  la  plaza  de  Santo 
Domingo,  teniendo  el  mismo  fin  que  Anacaona  y  otros  jefes 
principales  de  la  isla ,  que  todavía  tuvieron  que  agradecer  á 
sus  verdugos  por  no  haberlos  hecho  perecer  en  la  hoguera, 
o'  en.  medio  de  los  crueles  tormentos  de  que  gran  número  de 
indios  fueron  víctimas. 

De  intento  hemos  pasado  en  silencio  las  horribles  cruel- 
dades que  con  los  desventurados  indígenas  ejecutaron  los 
españoles,  cuyos  espantosos  pormenores  causan  honda  pena 
y  profunda  indignacio'n  al  mismo  tiempo.  El  testimonio  del 
P.  Las  Casas  es  irrecusable;  presencio'  muchos  de  aquellos 
suplicios ,  y  en  su  deseo  de  mover  los  corazones  de  los  Reyes 
en  favor  de  los  indios,  los  refiere  con  todos  sus  repugnantes 
detalles.  Para  honra  de  la  humanidad  quisiéramos  poder 
olvidar  tales  hechos,  ya  que  no  sea  posible  borrarlos  de  las 
inexorables   páginas  de  la  historia:   solamente  los  recorda- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


555 


remos  para  que  pueda  establecerse  con  datos  auténticos  la 
comparacio'n  entre  la  conducta  noble,  digna,  magnánima  de 
Cristóbal  Colón,  y  la  que  siguieron  aquellos  que  acusán- 
dole con  calumnias,  hijas  de  la  envidia,  fueron  al  país  nueva- 
mente descubierto  para  remediar  los  males  que  él  había 
causado  con  sus  crueldades. 

La  isla  quedo'  pacificada  después  de  concluida  la  guerra 
del  Higuey,  si  paz  puede  llamarse  al  silencio  de  la  despo- 
blacio'n  y  de  la  muerte.  No  hay  exageracio'n  alguna  en  este 
concepto:  al  arribar  los  españoles  á  las  playas  de  la  isla 
Española  o'  Haití  en  el  mes  de  Diciembre  del  año  1492, 
según  dijo  el  Almirante  al  Arzobispo  de  Sevilla  don  Diego 
Deza,  había  contado  en  las  comarcas  de  la  Vega  Real  y 
montañas  de  Cibao  más  de  un  millón  y  cien  mil  almas;  per* 
contando  los  del  Higuey  que  era  pobladísimo,  los  de 
Xaraguá  y  otros  territorios  que  entonces  no  se  habían 
visitado,  juzga  el  P.  Las  Casas,  sin  temor  de  engañarse, 
que  había  en  toda  la  isla  más  de  tres  millones  de  habi- 
tantes. 

Se  consumieron  y  aniquilaron  de  tal  modo,  que  cin- 
cuenta años  más  tarde  no  era  extraño  que  los  que  de  España 
llegaban  á  la  isla  pudieran  preguntar  si  los  indígenas  de  ella 
eran  blancos  ó  prietos,  pues  habían  desaparecido  casi  del  todo, 
y  no  se  les  veía  por  parte  alguna. 

Notable  y  digno  de  atencio'n  es  el  juicio  del  Almirante 
sobre  esta  destruccio'n  de  los  indios,  que  sirve  al  propio 
tiempo  para  comprender  el  mo'vil  que  le  guiaba  en  aquellos 
de  sus  actos  que  han  sido  más  calorosamente  discutidos:  — 
«que  los  indios  desta  isla  Española  eran  y  son,  dice  él,  la 
riqueza  della;  porque  ellos  son  los  que  cavan  y  labran  el 
pan  y  las  otras  vituallas  á  los  cristianos,  y  los  sacan  el  oro 
de  las  minas,  y  hacen  todos  los  otros  oficios  é  obras  de 
hombres  y  de  bestias  de  acarreo.  Dice  que  está  informado 
que  después  que  salió  desta  isla  son  muertos  de  los  indios  della  de 
siete  partes  las  seis;  todos  por  mal  tratamiento  é  inhumanidad 


556 


CRISTÓBAL  COLON 


que  se  había  usado  con  ellos;  unos  á  cuchillo,  otros  muertos  á 
palos  y  mal  tratamiento ;  otros  de  hambre  y  mala  vida  que 
les  era  dada,  la  mayor  parte  muertos  en  las  sierras  y 
arroyos  á  donde  iban  huidos  por  no  poder  sufrir  los  trabajos; 
de  la  cual  falta  de  los  dichos  indios  se  perdia  grandísima 
renta:  y  dice  mas,  que  bien  que  hoviese  enviado  á  Castilla 
muchos  dellos  y  se  hoviesen  vendido,  pero  que  era  con  pro- 
po'sito  que,  después  que  fuesen  instruidos  en  nuestra  sancta 
fé  y  en  nuestras  costumbres  y  artes  y  oficios,  los  torna- 
rían á  cobrar,  y  los  volver  á  su  tierra  para  enseñar  á  los 
demás  '.»  — 

Esto  decía  el  Almirante  en  Memoria  escrita  al  rey  don 
^i     Fernando  á  mediados  del  año  1505. 


V 


Cuando  Diego  Méndez  y  Bartolomé  Fieschi  pusieron  el 
pie  en  tierra  en  el  cabo  Tiburón,  se  dirigía  el  comendador 
Ovando  con  sus  trescientos  hombres  de  armas  y  setenta 
caballos  al  territorio  de  Xaraguá,  para  hacer  á  la  reina 
Anacaona  aquella  visita,  cuyos  tristes  resultados  ya  refe- 
rimos. Ignorando  esta  marcha  del  Gobernador  de  la  isla, 
y  creyéndole  en  Santo  Domingo,  el  intrépido  Méndez  em- 
prendió' el  camino  por  la  costa  en  una  canoa,  llevando  al 
remo  indios  del  país  que  reemplazasen  á  los  que  había  traído 
de  Jamaica  y  necesitaban  reposo  para  recobrar  las  fuerzas; 
sin  reparar  en  lo  dilatado  del  viaje,  ni  en  los  graves  peligros 
que  había  de  correr  al  adelantar  por  un  terreno  que,  según 
expresio'n  del  mismo  Méndez,  no  estaba  conquistado  ni  alla- 


»    Fray  Bartolomé  de  las  Casa.?,.— Historia  de  las  Indias,  libro  II,  capí- 
tulo XXXVII. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


557 


nado.  Parece  por  su  relato  que  emprendió'  el  viaje  solo,  r 
dejando  á  Fieschi  en  el  cabo  Tiburón,  donde  los  naturales  le 
habían  hecho  buena  acogida,  para  que  apurase  todos  los 
recursos  á  fin  de  llevar  al  Almirante  la  noticia  de  su  feliz 
llegada.  En  el  caso  de  no  ser  posible  hacer  de  nuevo  la 
travesía,  Fieschi  se  dirigiría  á  Santo  Domingo  para  reunirse 
con  Diego  Méndez. 

Salió  éste  con  su  canoa  y  con  indecible  trabajo  por  la 
fuerza  de  las  corrientes  anduvo  setenta  leguas  á  fuerza  de 
remo;  pero  al  tocar  en  el  puerto  de  Azua,  cuya  villa 
edificaba  el  comendador  Gallego,  tuvo  noticia  por  éste  de 
que  Nicolás  de  Ovando  se  encontraba  en  Xaraguá.  Entonces 
cambio'  por  completo  su  plan;  despidió'  á  los  indios,  y 
aunque  había  que  atravesar  cincuenta  leguas  por  terreno 
escabroso  y  casi  desconocido,  emprendió'  á  pie  el  camino, 
acompañado  de  pocos  indios  que  le  guiaban  y  le  llevaban  las 
provisiones. 

Más  de  un  mes  había  transcurrido  desde  su  arribo  á  la 
isla  Española,  cuando  logro  verse  en  presencia  del  gober- 
nador Ovando.  Causo  á  éste  viva  impresio'n  el  relato  que 
Méndez  le  hizo  de  los  viajes  y  descubrimientos  del  Almirante, 
después  que  ocurrid  la  tormenta  que  sumergió'  la  flota  de 
Bobadilla,  y  de  las  inmensas  riquezas  recogidas  en  los  países 
que  había  visitado ;  escucho'  con  cierta  desconfianza  lo  de  la 
pérdida  de  las  cuatro  naves,  y  situación  en  que  se  veía 
Colón  habitando  en  los  buques  encallados  en  la  playa  de 
Jamaica;  y  con  asombro  mezclado  de  incredulidad,  oyó'  la 
relacio'n  que  aquél  le  refería  de  su  último  viaje  en  la  canoa 
desde  aquella  isla  á  la  de  Santo  Domingo. 

« hallé  al  Gobernador,    dice  Diego  Méndez  en  su 

testamento,  el  cual  me  detuvo  allí  siete  meses  hasta  que  hÍ7,o 
quemar  y  ahorcar  ochenta  y  cuatro  caciques,  señores  ae  vasallos 
y  con  ellos  á  Nacaona,  la  mayor  señora  de  la  isla  á  quien  todos 
obedecían  y  servian.»  Esta  larga  dilacio'n  en  socorrer  al 
Almirante  y   á   ciento    treinta   y   cuatro    españoles    que    se 


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CRISTÓBAL  COLON 


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encontraban  en  inminente  peligro  de  perecer,  merece  especial 
estudio.  Recibió  el  comendador  Ovando  la  carta  en  que 
Cristóbal  Colón  le  refería  con  toda  verdad  su  triste  situa- 
cio'n,  y  escucho'  cuanto  le  dijo  Diego  Méndez,  y  con  aquello 
so'lo  bastaba  para  que  inmediatamente  hubiera  enviado 
socorro.  Aías  no  fué  así.  Faltando  desde  luego  á  los  deberes 
de  humanidad,  y  á  los  más  sagrados  que  como  autoridad  le 
imponía  el  desempeño  de  su  cargo,  dio'  buenas  palabras  á 
Méndez,  manifestó'  dolerse  mucho  de  las  apuradas  circuns- 
tancias en  que  se  veía  el  Almirante,  y  tomar  gran  interés 
en  su  salvacio'n  ofreciendo  a3^udarle  inmediatamente;  pero 
no  pasaba  á  la  ejecucio'n.  Corrieron  los  días,  las  semanas,  y 
Diego  Méndez  no  dejaba  de  recordarle  cada  vez  con  mayor 
vehemencia  la  necesidad  de  ayudar  á  los  españoles,  que  tal 
vez  en  aquellos  momentos  sucumbían  en  las  playas  de 
Jamaica,  abatidos  por  la  falta  de  alimentos,  por  las  enfer- 
medades, y  quizá  también  por  la  enemiga  de  los  indios  que 
pudieran  caer  sobre  ellos  y  reducir  á  cenizas  las  carabelas 
con  muy  poco  trabajo.  Nada  bastaba  para  mover  al  Comen- 
dador. Siete  meses  pasaron,  que  no  sería  creíble  si  no  lo 
consignaran  testigos  presenciales  y  todos  los  historiadores ,  y 
Diego  Méndez,  indignado,  se  decidió'  á  emprender  de  nuevo 
un  penoso  viaje  yéndose  á  pie  desde  Xaraguá  á  Santo 
Domingo,  que  distaba  setenta  leguas. 

So'lo  entonces  se  decidió'  Ovando  á  hacer  alguna  cosa 
para  pensar  en  ayudar  al  Almirante,  y  envió'  el  carabelo'n 
que  al  mando  de  Diego  Escobar  llego'  á  Jamaica  en  el  mes 
de  Abril  del  año  1504  con  aquel  singular  mensaje  que  ya 
dejamos  referido. 

Se  quejaba  el  Almirante  con  sobrada  razo'n,  diciendo 
que  el  Comendador  le  había  dejado  en  aquel  abandono  en  la 
esperanza  de  que  sucumbiera ,  librándose  de  una  vez  de  los 
temores  que  su  presencia  le  inspiraba,  y  cumpliendo  con 
enviar  á  los  Reyes  la  noticia  de  que  había  naufragado  y 
perecido  en  las  inhospitalarias  costas  de  Jamaica.    Para  nos- 


I 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  Vil 


559 


otros  es  casi  evidente  que  aquella  apatía,  aquel  abandono, 
aquella  falta  de  caridad,  fueron  hijos  del  carácter  suspicaz  y 
desconfiado  del  Comendador  mayor  que  veía  peligros  por 
todas  partes.  Y  el  envío  del  carabelo'n  pone  de  manifiesto 
sus  manejos.  Ni  la  carta  de  Colón,  ni  las  noticias  comuni- 
cadas por  Diego  Méndez  fueron  creídas  por  Ovando.  Falso 
por  carácter,  veía  siempre  la  falacia  y  el  engaño  en  los 
demás ;  y  hubo  de  sospechar  que  el  Almirante  quería  apode- 
rarse de  algunos  buques  y  venir  á  la  isla  Española  con  el 
peso  indisputable  de  su  autoridad  y  apoyado  por  los  solda- 
dos que  estaban  á  sus  o'rdenes  á  reclamar  lo  mucho  que  se 
le  debía ,  y  el  cumplimiento  de  las  o'rdenes  reales  que  le 
nombraban  Virrey,  Almirante,  Gobernador  y  Capitán  Ge- 
neral. Podría  ser  absurdo  el  pensamiento,  pero  á  tal  punto 
llegaba  la  desconfianza  de  Ovando,  que  no  lograron  disiparla 
las  instancias ,  los  ruegos ,  ni  las  manifestaciones  de  angustia 
del  leal  Diego  Méndez.  En  presencia  de  aquel  hombre  tan 
franco  y  tan  valiente  no  se  atrevió  el  Comendador  mayor  á 
manifestar  recelos  ni  desconfianza.  ¡Como  había  de  dudar 
de  la  palabra  de  un  hombre  honrado !  \  De  qué  modo  había 
de  decir  que  sospechaba  que  lo  que  le  refería  era  mentira! 
Sin  embargo,  en  su  interior  no  estaba  satisfecho;  con  doblez 
inusitada,  con  inexplicable  indiferencia,  dejo  transcurrir  siete 
meses,  y  cuando  Diego  Méndez  se  dirigió  á  Santo  Domingo 
para  hacer  por  sí  lo  que  la  autoridad  superior  de  la  isla  no 
hacía,  y  enviar  ayuda  al  Almirante  salvándole  de  su  com- 
prometida situación,  entonces  descubrió  Nicolás  Ovando  su 
pensamiento;  quiso  cerciorarse  por  sus  propios  ojos  de  que 
era  verdad  toda  la  relacio'n  que  le  habían  hecho;  y  como 
esto  no  era  posible,  busco'  á  un  enemigo  de  Colón,  á  uno 
de  los  más  decididos  partidarios  de  Francisco  Roldan  para 
que  fuese  á  las  costas  de  Jamaica  y  volviera  en  seguida  con 
noticia  de  lo  que  hubiera  visto. 

De  este  modo  se  explica  la  extraordinaria   misión   de 
Diego  Escobar,   tan  extraña  por  la  forma  en  que  se  hizo, 


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CRISTÓBAL  COLON 


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como  por  la  persona  que  se  eligió'  para  llevarla  á  cabo.  Fué, 
según  el  discreto  juicio  de  Washington  Irving,  como  un 
espía  que  se  manda  á  descubrir  los  secretos  del  campo 
enemigo.  Cuando  el  Comendador  mayor  supo  que  todo  lo 
dicho  por  Diego  Méndez  era  cierto,  sintió'  renacer  su  con- 
fianza, comprendió'  la  grave  responsabilidad  que  había 
contraído,  los  fundados  cargos  que  podrían  dirigírsele,  y 
vario'  en  cierto  modo  de  conducta  para  librarse  de  ellos. 

Muchos  días  tardo'  Méndez  en  recorrer  las  setenta 
leguas  que  le  separaban  de  la  ciudad  de  Santo  Domingo. 
Aprovecho  el  tiempo  que  medio'  desde  su  llegada  hasta  que 
surgieron  en  el  puerto  tres  buques  que  iban  de  España ,  en 
poner  en  orden  los  negocios  del  Almirante,  ayudado  por  los 
administradores  que  con  ese  objeto  tenía  nombrados,  y  en 
recoger  las  cantidades  que  le  correspondían,  con  cuyos 
productos  pudo  comprar  una  de  las  naves  recién  llegadas. 

En  Santo  Domingo  encontró'  también  á  su  compañero 
de  viaje,  el  italiano  Fieschi,  que  viendo  le  era  imposible 
volver  á  Jamaica  á  consolar  al  Almirante,  porque  los  indios 
no  se  prestaban  por  recompensas  de  ninguna  clase  á  empren- 
der la  travesía  en  sus  canoas,  se  había  dirigido  por  la  costa 
á  aquella  ciudad  para  continuar  sus  trabajos,  y  en  la  espe- 
ranza de  reunirse  con  Diego  Méndez.  —  «Estuve  esperando, 
dice  éste,  que  viniesen  naos  de  Castilla,  que  habia  mas  de 
un  año  que  no  hablan  venido.  Y  en  este  comedio  plugo  á 
Dios  que  vinieron  tres  naos,  de  las  cuales  yo  compré  la  una, 
y  la  cargué  de  vituallas,  de  pan  y  vino  y  carne  y  puercos  y 
carneros  y  frutas,  y  la  envié  adonde  estaba  el  Almirante 
para  que  viniesen  él  y  toda  la  gente,  como  vinieron  allí  á 
Santo  Domingo  y  de  allí  á  Castilla.» 

Confio'  Diego  Méndez  el  mando  de  la  nao  á  Diego  de 
Salcedo,  criado  de  Cristóbal  Colón,  que  entonces  residía 
en  Santo  Domingo ;  y  en  tanto  que  se  compraban  los  víveres 
y  se  aprovisionaba ,  dispuso  el  comendador  Ovando  que 
fuera   también   con   ella  otra   carabeleta,    que   él   facilito  y 


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LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VII 


561 


equipo,  para  que  pudieran  venir  todos  con  más  comodidad, 
y  la  puso  á  las  o'rdenes  del  mismo  Salcedo,  á  quien  dio' 
también  una  carta  para  el  Almirante,  con  expresiones  lison- 
jeras y  alguna  disculpa  por  la  injustificada  tardanza.  Bien 
dejaba  conocer  con  este  solo  hecho  la  variación  de  sus  inten- 
ciones, y  que,  abandonando  anteriores  recelos,  entraba  en 
camino  más  razonable  y  daba  oídos  á  lo  que  la  justicia 
exigía. 

No  se  crea,  sin  embargo,  que  aquel  movimiento  fué  del 
todo  espontáneo  en  el  Comendador,  ni  que  se  decidiera  á 
favorecer  á  Colón  y  á  los  españoles  que  con  él  sufrían,  por- 
que supo  su  desgracia  de  una  manera  indudable  por  el  testi- 
monio de  Diego  Escobar.  No:  á  pesar  de  todo,  tal  vez  el 
meticuloso  Nicolás  de  Ovando  hubiera  dudado  todavía,  si  las 
acusaciones  de  muchos  hombres  importantes  y  los  clamores 
de  la  opinio'n  pública  no  le  hubieran  empujado  para  que  lo 
hiciera. 

Desde  que  Méndez  y  Fieschi  llegaron  á  Santo  Domingo 
y  se  supo  lo  que  hacía  nueve  o'  diez  meses  había  sucedido  en 
las  playas  de  la  isla  Jamaica,  la  opinio'n  pública  se  pronuncio' 
en  contra  de  la  inexplicable  apatía  del  Gobernador,  y  olvi- 
dadas las  prevenciones  que  contra  el  Almirante  y  sus  her- 
manos abrigaban  muchos  de  los  españoles  allí  residentes, 
todos  conocieron  que  era  un  deber  de  la  nacio'n  el  socorrer 
sin  pérdida  de  tiempo  al  descubridor  de  aquel  mundo  en 
que  habitaban.  Unos  atribuían  el  abandono  en  que  el 
Comendador  le  tenía,  al  temor  de  que  su  sola  presencia  en  la 
Española  produjese  reaccio'n  en  su  favor  y  hubiera  escándalos 
entre  amigos  y  enemigos;  otros  llevaban  más  lejos  sus  malos 
pensamientos ,  y  atribuíanlo  á  otro  mal  fin,  conviene  á  saber,  a 
que  muriese  en  jamaica  el  Almirante,  porque  si  fuese  a  Castilla 
los  Reyes  lo  restituirían  en  su  estado  prístino,  y  entonces  quitár- 
sele hia  la  gobernación  desta  isla  al  Comendador  Mayor 

Llego'  el  clamor  de  la  opinio'n  al  más  alto  grado :   exal- 
tados los  ánimos  ante  tamaña  injusticia,  se  quejaban  públi- 
Cristóbal  Colón  t.  ii.  —  71. 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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camente,  y  hasta  en  los  pulpitos  fué  objeto  de  censura  la 
conducta  de  Ovando.  Por  eso  no  resistió'.  —  «Quejábase 
mucho  el  Almirante,  dice  el  P.  Las  Casas,  del  Comendador 
Mayor,  porque  tan  tarde  le  proveyó'  de  navios,  atribuyén- 
doselo á  industria  dolosa,  porque  allí  pereciese,  pues  en  un 
año  entero  nunca  fué  proveído;  y  dijo  que  no  lo  proveyó' 
hasta  que  por  el  pueblo  desta  cuidad  se  sentía  y  mormuraba,  y 
los  predicadores  en  los  pulpitos  lo  tocaban  y  reprendían.)) 

Al  cabo,  ya  al  finalizar  el  mes  de  Mayo,  se  dieron  á 
la  vela  los  dos  buques  para  recoger  á  los  náufragos  de 
Jamaica. 

Al  avistarse  las  embarcaciones  todos  se  confundieron 
en  la  mayor  alegría.  Mirábalas  el  Almirante  y  no  se  atrevía 
á  dar  crédito  á  sus  ojos.  Desembarco',  al  fin,  Diego  de 
Salcedo,  abrazo'  conmovido  á  su  señor  y  al  Adelantado, 
admirándose  de  encontrarlos  á  todos  vivos;  y  repuestas  las 
fuerzas  con  los  alimentos  que  les  llevaban,  y  más  esforzados 
todos  con  la  esperanza  de  volver  á  España,  se  dispusieron  á 
embarcar  todo  lo  que  cuidadosamente  habían  conservado  de 
sus  exploraciones  por  la  tierra  firme,  y  podía  contribuir  á 
que  se  formara  idea  de  la  riqueza  de  aquel  territorio  de 
Veragua,  y  de  las  industrias  varias  de  los  indígenas  del 
continente. 

-  Embarcados  el  Almirante  y  todos  los  demás,  se  hicieron 
á  la  vela  el  28  de  Junio  de  1504,  y  navegaron  con  gran 
lentitud  y  mucho  trabajo,  por  ser  los  vientos  y  corrientes  conti- 
nuamente contrarios  que  vienen  con  las  brisas.  En  el  día  1.°  de 
Agosto  llegaron  á  la  isla  llamada  Beata,  situada  junto  á  la 
costa  Sur  de  la  Española,  como  á  veinte  leguas  del  Puerto 
Brasil,  o'  laquimo,  y  allí  dieron  fondo,  porque  la  costa  desde 
aquel  punto  hasta  Santo  Domingo  es  muy  brava,  y  las 
corrientes  siempre  violentas,  por  lo  cual  la  travesía  era  muy 
difícil,  y  á  veces  peligrosa. 


564 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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Las  dificultades  de  aquel  viaje  fueron  tantas,  que 
parece  increíble  que  Cristóbal  Colón  con  dos  barcos  de 
medianas  condiciones  empleara  tres  semanas  largas  en  reco- 
rrer el  camino  que  Méndez  y  Fieschi  habían  andado  en 
canoas  en  poco  más  de  cuatro  días.  Durante  la  travesía,  el 
Almirante  y  el  Adelantado  fueron  informados  por  Diego  de 
Salcedo  del  estado  de  la  isla  Española,  del  número  de 
colonos  españoles  que  habían  llegado,  y  de  las  ventajas  que 
se  les  ofrecían  para  aumentar  la  población  á  los  que  eran 
casados  y  tenían  oficio  mecánico ;  3^  de  la  gestión  del  Comen- 
dador Ovando,  cuyos  resultados  empezaban  ya  á  conocerse, 
favorables  en  lo  respectivo  á  la  construccio'n  de  ciudades 
nuevas ,  y  regularidad  en  la  administración ,  recaudacio'n 
de  tributos  y  laboreo  de  minas;  funestos  y  desastrosos  en 
todo  lo  que  se  refería  al  trato  con  los  naturales ,  á  su  edu- 
cacio'n  y  bienestar,  para  crear  allí  una  verdadera  provincia 
de  España,  pues  lejos  de  procurarlo,  se  les  hacía  una  guerra 
de  exterminio. 

Fondeados  en  la  isla  Beata  tuvieron  que  permanecer 
muchos  días,  y  como  el  Almirante  sabía  muy  bien  que  con 
vientos  y  corrientes  contrarias  no  era  posible  navegar  con 
rumbo  á  Santo  Domingo  y  aquéllos  eran  á  veces  muy  dura- 
deros, escribió  una  carta  al  Comendador  noticiándole  su  feliz 
arribo,  é  hizo  marchar  un  enviado  que  desembarcase  en  la 
costa  y  la  llevase  á  su  destino.  Era  la  carta  respuesta  á  la 
que  Salcedo  le  había  entregado  en  Jamaica,  y  decía  así: 

«Muy  noble  señor:  Diego  de  Salcedo  llego  á  mí  con  el 
socorro  de  los  navios  que  vuestra  merced  me  envió',  el  cual 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VIII 


565 


me  dio  la  vida  y  á  todos  los  que  estaban  conmigo ;  aquí  no 
se  puede  pagar  á  precio  apreciado.  Yo  estoy  tan  alegre,  que 
desque  le  vide  no  duermo  de  alegría;  no  que  yo  tenga  en 
tanto  la  muerte  como  tengo  la  victoria  del  Rey  y  de  la 
Reina,  nuestros  señores,  que  han  rescebido.  Los  Porras 
volvieron  á  Jamaica  y  me  enviaron  á  mandar  que  yo  les 
enviase  lo  que  yo  tenia,  so  pena  de  venir  por  ello  á  mi  costa, 
y  de  hijo  y  de  hermano,  y  de  los  otros  que  estaban  conmigo; 
y  porque  no  cumplí  su  mandato,  pusieron  en  obra  por  su 
mano  de  ejecutar  la  pena :  hobo  muertes  y  hartas  feridas ,  y 
en  fin,  Nuestro  Señor,  que  es  enemigo  de  la  soberbia  é  ingra- 
titud, nos  los  dio'  á  todos  en  las  manos:  perdónelos,  y  los 
restituí  á  su  ruego  en  sus  honras.  El  Porras,  Capitán,  llevo 
á  sus  Altezas  porque  sepan  la  verdad  de  todo.  La  sospecha 
de  mí  se  ha  trabajado  de  matar  á  mala  muerte,  mas  Diego 
de  Salcedo  todavía  tiene  el  corazón  inquieto;  lo  por  qué,  yo 
sé  que  no  lo  pudo  ver  ni  sentir,  porque  mi  intención  es 
muy  sana  y  por  eso  yo  me  maravillo.  La  firma  de  vuestra 
carta  postrera  folgué  de  ver,  como  si  fuera  de  Don  Diego  o' 
de  Don  Fernando;  por  muchas  honras  y  bien  vuestro,  señor, 
sea,  y  que  presto  vea  yo  otra  que  diga  El  Maestre.  Su  noble 
persona  y  casa  Nuestro  Señor  guarde. — De  la  Beata,  adonde 
forzosamente  me  detiene  la  brisa.  Hoy  sábado,  á  3  de 
Agosto.    Fará,  Señor,  vuestro  mandado 

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Xpo.  FERENS.» 


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Varias  reflexiones  sugirió'  esta  carta  al  P.  Las  Casas. 
La  primera  que  al  decir  que  Diego  de  Salcedo,  su  fiel  servi- 
dor, tenía  todavía  el  corazo'n  inquieto,  era  porque  veía  que 
no  bastaban  sus  esfuerzos  para  destruir  las  prevenciones  que 
contra  el  Almirante  se  abrigaban ,  temiendo  siempre  escán- 
dalos de  su  presentacio'n  en  la  Española,  á  pesar  de  saberse 


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566 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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su  situación  angustiosa;  la  segunda,  que  causa  extrañeza 
que  al  hablar  Colón  de  la  firma  que  llevaba  la  carta  de 
Ovando  le  dijese  que  deseaba  ver  pronto  otra  que  dijera 
El  Maestre,  cuando  esta  dignidad  era  anexa  y  estaba  unida  á 
la  corona  por  disposición  de  los  Reyes.  Parece  que  pudo 
muy  bien  el  Almirante  felicitar  al  Gobernador  porque  á  la 
encomienda  de  Lares,  que  antes  disfrutaba,  hubiera  susti- 
tuido la  más  elevada  de  Comendador  mayor  de  Alcántara; 
pero  la  dignidad  de  Maestre  no  estaba  en  lo  posible  que  la 
alcanzara,  y  así  la  frase  no  puede  conceptuarse  sino  como 
una  alta  muestra  de  aprecio,  como  un  cumplimiento  exage- 
rado para  ganarle  la  voluntad. 

Después  de  mes  y  medio  de  su  salida  de  Jamaica  dio' 
fondo  la  nave  que  llevaba  el  Almirante  en  el  puerto  de  Santo 
Domingo.  La  fuerza  de  la  opinio'n  se  había  impuesto  á 
Nicolás  de  Ovando,  y  le  había  hecho  salir  de  su  indiferencia. 
La  población  se  agolpo  en  la  playa  deseosa  de  ver  en  salvo 
al  descubridor.  «Salio'le  á  recibir  el  Comendador  Mayor  con 
toda  la  ciudad,  haciéndole  reverencia  y  fiesta.  Dejo'le  su 
casa  en  que  se  aposentase  y  allí  le  hizo  servir  muy  compli- 
damente.» 

Sin  embargo,  el  ánimo  del  Gobernador  tan  so'lo  había 
cambiado  exteriormente ;  en  el  interior  alentaba  siempre  la 
suspicacia,  y  como  hija  suya  la  malevolencia  hacia  el  Almi- 
rante, y  el  deseo  de  vejarle  para  que  apresurase  su  marcha. 
La  cortesanía,  la  urbanidad  de  Ovando  eran  cumplidas;  sus 
modales  atentos ,  sus  frases  melifluas ,  pero  bien  se  conocía 
que  obraba  forzado  por  las  circunstancias ,  y  que  eran  falaces 
y  arteros  sus  halagos,  ocultando  en  el  fondo  verdadera  ene- 
mistad y  quizás  odio  reconcentrado.  —  «Hizo  gran  recibi- 
miento al  Almirante,  dice  don  Fernando  Colo'n  ',  y  le  dio' 
su  casa  para  alojarse,  y  como  si  ésta  fuese  la  paz  del  escor- 
pión;  por   otra  parte  dio'  libertad  á  Porras,  que  habia  sido 


Apuntes,  (Historia),  cap.  CVIII,  traducción  de  González  Barcia. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VIII 


567 


cabeza  de  la  rebelión ,  y  procuro  castigar  á  los  que  intervi- 
nieron en  su  prisión;  y  quiso  entrometerse  en  juzgar  otras 
cosas  y  delitos  que  solo  tocaban  á  los  Reyes  Cato'licos,  que 
eran  los  que  habian  enviado  al  Almirante  por  Capitán 
General  de  la  armada.  Hacia  el  Gobernador  estas  caricias  al 
Almirante,  con  falsas  risas  y  disimulos  en  su  presencia,  y 
duro  esto  hasta  que  se  compuso  nuestro  navio » 

Quejo'se  mucho  de  él  el  Almirante,  dice  fray  Bartolomé 
de  las  Casas,  porque  con  todas  estas  obras  que  mostraban 
amistad  y  benevolencia,  le  hizo  muchos  agravios  y  obras 
que  tuvo  el  Almirante  por  afrentas;  y  así  creía  que  todos  los 
cumplimientos  que  con  él  hacía  eran  hechos  fingidamente. 

Y  con  efecto,  no  podía  llevarse  más  lejos  la  doblez,  ni 
buscar  mayor  encono  contra  Cristóbal  Colón,  que  en  el 
acto  que  perpetro  Nicolás  de  Ovando  al  poner  en  libertad  á 
Francisco  Porras,  que  venía  para  que  los  Reyes  le  juzgasen, 
y  querer  procesar  á  los  que  permaneciendo  fieles  habían 
expuesto  sus  vidas  para  someter  á  los  rebeldes  é  impedirles 
que  acometieran  al  representante  de  la  autoridad  real.  No 
tenía  facultades  para  hacerlo,  y  atropello'  injustamente  los 
privilegios  y  autoridad  del  Almirante,  que  le  mostró'  las 
o'rdenes  de  los  Reyes;  pero  Ovando  hizo  también  presentacio'n 
de  las  suyas  apoyándose  en  ellas,  aunque  con  tan  poco 
fundamento  que  el  cronista  Herrera  decía  \  que — «esto  era 
un  notorio  agravio,  pues  que  no  le  competia  aquel  juicio, 
sino  al  Almirante  como  á  Capitán  General,  lo  disimulaba 
con  mucho  sentimiento,  viendo  que  no  aprovechaba  presen- 
tarle sus  provisiones,  las  cuales  no  admitia  ni  cumplía, 
diciendo  que  no  hablaban  con  él.» 


i^! 


Década  I,  lib.  VI,  cap.  XII. 


568 


CRISTÓBAL  COLON 


II 


Bien  se  deja  comprender  que  aquel  estado  de  relaciones 
entre  el  Gobernador  y  el  Almirante  no  podía  prolongarse 
por  mucho  tiempo.  Las  exterioridades  con  que  Ovando 
quería  cubrir  sus  atentados  á  los  derechos  de  Colón,  no 
hacían  más  que  lastimar  con  mayor  fuerza  los  leales  senti- 
mientos de  éste,  que  no  podía  sufrir  tanta,  perfidia. 

Dio',  pues,  ordenes  apremiantes  para  que  se  preparase 
y  aprovisionase  la  carabela  que  le  había  traído  de  Jamaica, 
y  era  de  su  propiedad,  y  compro'  otra  más  fuerte,  al  parecer, 
que  también  se  armo'  con  rapidez.  Trabajo'  en  aquellos  días 
para  reunir  cuanto  pudo  de  las  rentas  que  le  correspondían, 
y  en  cu3^as  reclamaciones  se  había  ocupado,  aunque  con  poco 
éxito,  hacía  mucho  tiempo  Alonso  Sánchez  de  Carvajal; 
aunque  no  fué  gran  cantidad  la  que  pudo  recoger,  siendo, 
como  era,  muy  crecida  la  que  á  su  favor  resultaba;  pero  el 
Comendador  Mayor  cuando  no  ponía  obáíáculos  claramente, 
contribuía  con  su  indiferencia  á  dilaciones  interminables,  de 
que  el  Almirante  se  quejo'  repetidas  veces. 

Uno  de  los  buques  se  confio'  al  mando  del  Adelantado: 
en  el  otro  debía  embarcarse  Colón,  con  su  hijo  Fernando,  y 
sus  criados;  debiendo  tener  cabida  en  ambos,  los  soldados  y 
marineros,  que  habiendo  salido  de  Sevilla  para  el  cuarto 
viaje,  quisieran  regresar  á  sus  hogares.  Muchos  desearon 
venir,  habiéndoles  ayudado  el  Almirante  con  cuanto  necesi- 
taron para  embarcarse.  Otros  muchos,  la  mayor  parte  de  los 
que  habían  influido  en  las  insurrecciones  de  Jamaica,  prefirie- 
ron quedarse  en  la  isla;  mas  como  todos  estaban  en  gran 
necesidad,  faltos  de  dinero  y  de  ropa.  Colón  les  distribuyo' 
también  algunas  sumas,  dando  al  olvido  sus  extravíos. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VIH 


569 


El  12  de  Septiembre,  un  mes  después  de  su  llegada  al 
puerto  de  Santo  Domingo,  volvieron  á  salir  de  él  con 
direccio'n  á  España  el  Almirante  y  su  hermano.  Apenas 
habían  adelantado  dos  leguas  en  el  mar,  cuando  una  ráfaga 
violenta  desarbolo  el  barco  en  que  habían  hecho  el  viaje 
desde  Jamaica,  tronchándole  el  mástil  á  raíz  de  la  cubierta, 
por  cuya  avería,  y  no  confiando  en  la  solidez  del  casco, 
lo  abandono'  el  Almirante,  trasbordando  al  otro  cuanto  lle- 
vaba y  haciendo  volver  aquél  al  puerto  de  donde  había 
salido. 

Siete  días  de  pro'spero  viaje  habían  hecho  renacer  la 
confianza;  adelantaban  rápidamente  por  el  golfo  impulsados 
por  un  viento  favorable,  cuando  el  19  de  Septiembre  cambio' 
repentinamente,  y  empezó'  una  tempestad  horrorosa  que  hizo 
pedazos  el  palo  mayor,  dejando  el  buque  á  merced  de  las 
olas.  No  se  cansaba  la  fortuna  de  poner  á  prueba  la  cons- 
tancia y  valor  del  Almirante. 

Aunque  postrado  en  cama  y  sufriendo  los  agudos  dolo- 
res de  la  gota,  dispuso  Colón  cuanto  era  preciso  en  tan 
apurado  trance,  y  fué  ejecutado  con  la  actividad  y  pericia 
que  caracterizaban  á  don  Bartolomé.  Con  tablas  y  cuerdas 
se  fortaleció  la  parte  que  del  palo  quedaba,  armando  sobre 
ella  una  entena  para  que  sirviera  de  mayor,  y  pudiera 
soportar  la  vela ;  y  con  aquel  remedio  continuo'  navegando 
el  buque,  aunque  todavía  en  otro  amago  de  la  tormenta  el 
viento  le  quebró'  la  contramesana,  haciendo  cada  vez  más 
difíciles  las  maniobras  y  más  tarda  y  penosa  la  navegacio'n. 
En  esta  disposicio'n  hicieron  un  viaje  de  más  de  setecientas 
leguas,  con  cincuenta  y  seis  días  de  mar,  hasta  que,  ren- 
didos de  cansancio,  fatigados  y  enfermos,  avistaron  las  cos- 
tas de  España,  y  el  día  7  de  Noviembre  atravesaron  la 
barra  del  Guadalquivir  y  dieron  fondo  en  Sanlúcar  de  Ba- 
rrameda. 


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Cristóbal  Colón  t   11. —  72. 


570 


CRISTÓBAL  COLON 


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III 


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Se  hizo  conducir  en  seguida  á  Sevilla  el  Almirante, 
porque  allí  esperaba  encontrar  la  tranquilidad  de  su  espíritu 
y  el  descanso  del  cuerpo ;  y  porque  estando  en  el  centro  de 
la  contratación  le  era  más  fácil  abreviar  el  arreglo  de  sus 
negocios,  valiéndose  de  los  muchos  y  buenos  amigos  que  tenía 
en  aquella  ciudad,  para  dirigirse  á  la  corte  á  conferenciar 
con  los  Reyes  exponiéndoles  la  grandísima  importancia  de 
los  descubrimientos  que  en  su  cuarto  viaje  había  hecho,  la 
riqueza  inmensa  del  territorio  de  Veragua,  y  la  urgente 
necesidad  de  establecer  allí  una  colonia  fuerte  y  numerosa 
para  la  explotacio'n  de  las  minas ;  al  mismo  tiempo  que  les 
exponía  los  agravios  que  se  le  habían  hecho  y  pedía  se  le 
reintegrara  en  sus  honores  y  dignidades. 

Esperaban  al  Almirante  en  Sevilla  su  hermano  don 
Diego  y  muchos  de  sus  más  allegados  amigos,  y  apenas 
logro'  algún  reposo  escribió  larga  carta  á  su  hijo,  que  estaba 
en  la  corte  de  los  Reyes.  Allí  se  encontraba  también  acom- 
pañándole el  valeroso  Diego  Méndez,  que  apenas  vio'  cum- 
plido su  deseo  de  poner  un  buque  á  disposicio'n  del  Almi- 
rante para  que  saliera  de  Jamaica,  se  había  embarcado  en 
otras  carabelas  que  volvían  á  España  y  había  pasado  á  la 
corte  para  hablar  de  los  últimos  sucesos  de  Colón,  según 
éste  se  lo  había  recomendado,  entregando  en  propia  mano  á 
los  Reyes  la  carta  escrita  por  aquél  desde  Jamaica  á  7  de 
Julio  de  aquel  año. 

Méndez  escribió'  á  Colón  al  mismo  tiempo  que  su.  hijo 
don  Diego,  en  cuanto  supieron  su  llegada  á  Sevilla;  y  al 
contestar  á  este  último  en  21  de  Noviembre  le  decía:  — 
((A  Diego  MendcT^  agradezco  su  carta:  non  le  escribo,  porque 
sabrá  por  ti  todo,  y  por  mi  mal  que  me  cansa.» 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  VIII 


5/1 


Tanto  en  esta  como  en  otras  posteriores  manifiesta 
Cristóbal  Colón  gran  deseo  de  ver  carta  de  los  Reyes,  á  los 
que  escribió'  repetidas  veces,  para  conocer  la  impresio'n  que 
en  su  ánimo  pudieran  haber  causado  las  últimas  noticias  de 
sus  descubrimientos  y  desgracias ,  y  la  acogida  que  daban  á 
sus  reclamaciones.  Ya  á  fines  de  aquel  mismo  mes  en  que 
había  llegado  á  Sevilla,  en  carta  fecha  28,  se  manifiesta 
resuelto  á  ir  inmediatamente  al  lado  de  los  Reyes;  mas  como 
aunque  su  ánimo  estaba  muy  entero,  los  dolores  del  cuerpo 
no  le  permitían  moverse  del  lecho,  comenzó'  á  pensar  en 
hacer  el  viaje  en  litera,  no  obstante  lo  muy  largo  y  costoso 
que  habría  de  ser,  y  las  graves  dificultades  que  presentaba. 
—  ((Bien  que  mi  enfermedad  me  tribuía  tanto,  escribía,  todavía 

adere7S>  mi  ida Si  me  escribes,  vayan  las  cartas  á  Luis  de 

Soria  porque  me  las  envié  al  camino  donde  yo  fuere ,  porque  si 
voy  en  andas,  será  creo  por  la  plata.)) 

Aunque  su  salud  no  mejoraba,  el  ilustre  enfermo  seguía 
preparando,  como  se  ve,  la  manera  de  trasladarse  á  la 
cqrte.  Dos  días  antes  de  escribir  esta  carta  á  su  hijo  le  había 
concedido  el  Cabildo  eclesiástico  las  andas  o'  litera  en  que 
proyecto'  ponerse  en  camino.  En  el  auto  capitular  de  26  de 
Noviembre  del  año  1504,  se  contiene  entre  otros  particulares 
lo  siguiente :  —  « Este  dia  mandaron  sus  mercedes  que  se  pres- 
ten al  Almirante  Colon  las  andas  en  que  se  trujo  el  cuerpo 
del  Señor  Cardenal  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  que  Dios 
haya,  para  en  que  vaya  á  la  corte,  é  se  tome  una  cédula  de  Fran- 
cisco Pinelo  que  asegure  de  las  volver  á  esta  Iglesia  sanas.)) — 

Era  entonces  muy  difícil  encontrar  medios  de  viajar 
cómodamente.  Las  literas  eran  muy  costosas,  y  no  las 
poseían  sino  los  más  poderosos  magnates,  y  los  dignatarios 
de  la  Iglesia  y  del  Estado;  por  eso  Colón,  que  recién  llegado 
á  Sevilla  no  tenía  medios  de  proporcionarse  otra,  acudió'  al 
Cabildo  en  solicitud  de  que  le  prestase  la  que  poseía  y  debía 
ser  magnífica. 

El  Arzobispo  cardenal  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza, 


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572 


CRISTÓBAL  COLON 


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había  fallecido  en  Tendilla  en  12  de  Septiembre  del  año 
1502,  y  el  Cabildo  de  la  Catedral  de  Sevilla,  de  acuerdo 
con  su  hermano  don  Iñigo  López  de  Mendoza,  primer 
Alcaide  de  la  Alhambra,  dispuso  que  fuera  trasladado  su 
cuerpo  á  Sevilla  para  que  tuviera  sepultura  digna  en  la 
capilla  de  Nuestra  Señora  de  la  Antigua,  que  él  había 
engrandecido  y  dotado,  y  que  señalo  para  su  enterramiento. 
La  traslación  fué  con  toda  pompa,  como  correspondía  á  la 
dignidad  del  personaje,  y  el  recibimiento  se  hizo  con  gran 
solemnidad  por  los  dos  cabildos  eclesiástico  y  secular,  según 
dice  el  analista  Ortiz  de  Zúñiga.  Era  suntuosa  la  litera,  y 
por  eso  en  la  concesión  se  puso  la  cláusula  de  que  se  devol- 
viera sin  desperfecto,  demostrando  el  aprecio  en  que  los 
cano'nigos  la  tenían. 

Fué  crudísimo  aquel  invierno  de  1504  á  1505.  Comen- 
zaron las  lluvias  muy  pronto,  siendo  continuas  y  torren- 
ciales; y  sobrevinieron  fríos  tan  intensos  cual  pocas  veces  se 
dejaron  sentir  en  esta  parte  de  Andalucía.  Después  de  las 
nieves  volvieron  las  lluvias.  aLas  aguas  han  sido  tantas  acá, 
escribía  Cristóbal  Colón  á  su  hijo  con  fecha  13  de  Diciem- 
bre, que  el  rio  entró  en  la  cihdad.í>  Esto  hizo  que  el  Almirante 
renunciara  por  entonces  á  ponerse  en  camino,  esperando 
tiempo  más  bonancible ,  y  alguna  mejoría  en  sus  pade- 
cimientos. 

Ya  en  carta  anterior  lo  había  dicho  á  su  hijo:  —  (.(Te 
escrehi  que  mi  partida  era  cierta,  y  la  esperanT^a  de  la  llegada 
allá  muy  al  contrario;  porque  este  mi  mal  es  tan  malo,  y  el  frió 
tanto  conforme  á  me  lo  favorecer,  que  non  podia  errar  de  quedar 
en  alguna  venta.  Las  andas  y  todo  fué  presto.  El  tiempo  tan 
descomunal  que  parecía  á  todos  que  era  imposible  á  poder  salir 
con  lo  que  comenTjiha;  y  que  mejor  era  curarme  y  procurar  por 
la  salud  que  poner  en  aventura  tan  conoscida  la  persona.» 

Resolvió,  pues,  con  buen  acuerdo,  permanecer  en  Se- 
villa; 3^  tal  fué  su  estado  que  no  pudo  salir  para  la  corte 
hista  el  mes  de  Mayo  del  siguiente  año. 


I 


CAPITULO  IX 


Últimos  momentos  de  la  reina  doña  Isabel.  —  Sus  padecimientos 
físicos  y  morales 

II 

Extracto  de  su  testamento 
Cláusula  notable  del  codicilo  relativa  á  los  indios 

III 

Su  muerte 

Traslación  de  su  cadáver. —  Abatimiento  de  Cristóbal  Colón 

por  la  muerte  de  la  Reina 


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574 


CRISTÓBAL  COLON 


Llenaba  de  pena  y  de  amargura  el  corazón  del  Almi- 
rante el  estado  en  que  se  encontraba  la  reina  doña  Isabel. 
Las  noticias  que  de  ella  tuvo  á  su  llegada  á  Sevilla  fueron 
desconsoladoras :  las  que  recibió  después  le  contristaron  más 
todavía.  ((Muchos  correos  vienen  cada  dia,  escribía  á  su  hijo 
don  Diego,  y  las  nuevas  acá  son  tantas  y  tales  que  se  me  encres- 
pan los  cabellos  todos  de  las  oir,  tan  al  revés  de  lo  que  mi 
ánima  desea.  Plega  á  la  Santa  Trinidad  de  dar  salud  á  la 
Reina  Nuestra  Señora,  porque  con  ella  se  asiente  lo  que  ya  vá 
levantado.)) 

Cuando  estampaba  estas  frases  era  el  i.°  de  Diciembre, 
y  hacía  seis  días  que  su  augusta  protectora  había  dejado  de 
existir.  Pero  la  infausta  nueva  no  era  sabida  aún  en  Sevilla, 
y  eso  que  según  el  analista  don  Diego  Ortiz  de  Zúñiga  llegó 

muy  apriesa dándola  el  Rey  á  su  Cabildo  por  carta  del  mesmo 

dia  de  su  fallecimiento. 

Muchos  años  hacía  que  la  salud  de  doña  Isabel ,  cuya 
constitucio'n  era  débil,  había  decaído  por  la  excesiva  acti- 
vidad de  su  vida  y  el  continuo  trabajo  intelectual.  Ocupaba 
demasiado  aquella  gran  Reina,  tanto  las  fuerzas  de  su 
cuerpo  como  las  de  su  espíritu.  Los  padecimientos  físicos 
la  habían  debilitado ;  pero  los  sufrimientos  morales  minaron 
más  profundamente  su  existencia,  y  vinieron  á  herirla  de 
muerte,  porque  en  ninguna  parte  encontraba  ya  alivio  ni 
reposo.  Los  consuelos  de  la  religio'n  la  sostenían  y  forta- 
lecían su  ánimo;  pero  no  eran  bastantes  para  devolverle  las 
fuerzas  físicas  que  se  gastaban  lentamente  en  incesante 
trabajo,  mientras  los  dolores  más  profundos  consumían  su 
corazo'n. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


575 


En  el  gran  pensamiento  político  de  los  Reyes  Católicos 
entraban  como  factores  importantísimos  los  enlaces  de  sus 
hijos,  que  habían  de  dar  por  resultado  la  unio'n  de  toda  la 
península  bajo  un  cetro  poderoso,  y  la  supremacía  de 
nuestra  nacio'n  en  todos  los  consejos  de  Europa.  Reina  de 
Castilla  y  Leo'n  doña  Isabel ,  de  Aragón  y  Cataluña  don 
Fernando,  reunieron  bajo  su  cetro  la  mayor  parte  del 
territorio  de  España,  que  ya  quedo'  casi  completo  con  la 
conquista  de  Granada:  y  los  Reyes  con  previsora  mirada 
prepararon  la  unio'n  de  Portugal  por  un  medio  natural,  que 
aunque  no  produjo  efecto  inmediatamente  y  como  ellos  se 
proponían ,  por  causas  muy  superiores  á  su  voluntad, 
fueron  ocasio'n  de  que  después  se  reuniese  su  imperio  al 
cetro  de  Felipe  II. 

No  es  éste  lugar  oportuno  para  el  examen  de  las  levan- 
tadas miras  y  atinados  conceptos  que  guiaron  á  los  Reyes 
en  todos  los  enlaces  de  sus  hijos.  Los  más  graves  historia- 
dores han  hecho  ya  juicio  que  nadie  contradice.  El  engrande- 
cimiento de  la  nacio'n  española  era  rápido,  y  se  vislumbraba 
el  momento  en  que  había  de  ser  la  más  poderosa,  rica  y 
respetada  de  Europa.  «Era  negocio  muy  importante,  escribe 
el  docto  jesuíta  Juan  de  Mariana  * ,  tener  con  estos  casa- 
mientos y  con  los  de  Austria,  trabados  con  deudo  tan 
estrecho,  Príncipes  tan  poderosos  y  grandes,  con  lo  cual  las 
cosas  dentro  y  fuera  de  España  grandemente  se  aseguraban.» 

La  Providencia  que  tantos  triunfos  y  grandezas  concedió' 
á  doña  Isabel  en  su  reinado,  puso  también  á  prueba  su 
corazo'n  con  rudos  golpes.  Las  desgracias  de  familia  aciba- 
raron todas  sus  glorias.  Vio'  morir  víctima  de  rápida 
dolencia  al  príncipe  don  Juan,  la  esperanza  de  su  porvenir; 
y  poco  tiempo  después  bajo'  también  al  sepulcro  la  más 
querida  de  sus  hijas,  la  dulce  y  tierna  doña  Isabel,  enlazada 
con  el  rey  de  Portugal,  compañera  constante  de  su  madre,  á 


Historia  general  de  España^  libro  XXVU,  cap.  I. 


576 


CRISTÓBAL  COLON 


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la  que  consagraba  todos  sus  cuidados,  y  de  la  que,  á  más  de 
hija  cariñosa,  era  amiga  simpática  é  inteligente:  y  como  si 
todo  esto  no  fuera  bastante,  una  congoja  mayor  vino  á  pesar 
en  su  ánimo  y  á  lastimar  las  fibras  más  sensibles  de  su 
corazo'n,  con  el  convencimiento  de  que  la  Princesa  doña 
Juana,  mujer  de  don  Felipe  de  Borgoña,  se  hallaba  atacada 
de  una  enfermedad  terrible  é  incurable,  cuyas  consecuencias 
necesariamente  habían  de  ser  fatales.  A  tan  repetidos  golpes 
no  pudo  resistir  la  salud  de  la  Reina,  ya  muy  quebrantada 
hacía  largo  tiempo. 

Cuando  á  principios  del  mes  de  Junio  de  aquel  año  de 
1504  llegaron  á  la  corte  de  Castilla  las  noticias  de  los 
escándalos  que  la  conducta  liviana  de  don  Felipe  había 
producido  en  su  palacio,  y  de  los  arrebatos  de  su  infeliz 
esposa ,  fué  tal  la  impresio'n  que  causaron  en  los  Reyes 
Cato'licos,  que  ambos  cayeron  gravemente  enfermos  con 
fiebres  violentas  y  de  mal  carácter.  Dominaron  los  dos  el 
mal ,  que  tuvo  más  de  moral  que  de  físico ;  pero  doña  Isabel 
quedo  en  tal  estado  de  postración  y  abatimiento,  que  tenía 
en  constante  alarma  al  Rey  y  á  todos  sus  fieles  y  antiguos 
servidores.  Por  desgracia  aquellos  temores  eran  muy  fun- 
dados. La  enfermedad  hacía  rápidos  progresos  y  el  resultado 
había  de  ser  funesto.  El  docto  italiano  Pedro  Mártir  de 
Angleria,  que  había  sido  preceptor  del  malogrado  Príncipe 
don  Juan,  y  continuaba  en  la  corte  ocupando  siempre  un 
puesto  de  confianza  al  lado  de  los  Reyes,  escribía  ya  en  7  de 
Octubre  al  conde  de  Tendilla,  ^  hablándole  de  la  Reina:  — 
«Todo  su  sistema  se  halla  dominado  por  la  fiebre  que  la  vá 
consumiendo;  se  resiste  á  tomar  alimentos  de  ninguna  clase, 
y  tiene  una  continua  sed,  síntoma  grave  de  la  enfermedad, 
que  según  todos  los  que  reúne  va  á  parar  en  hidropesía.» 
Y  ocho  días  después  le  decía  ^ ;  —  « Deseáis  saber  el  estado 


*     Oj>us  Epistolarum.—Com^Xwú,  in  oedibus  Michaelis  de  Eguia. — 1530. — 
Epist.  274. 

'    Jbid.  epist.  276,  fecha  15  de  Octubre. 


LIBRO  QUINTO.— CAf 

de  la  salud 

esperando  con  tristes  semblante^ 
religiosidad  y  tod 

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ha   Ir  votar  su  espíritu  muy  pronto 
que  pueda  compararf 

virtud  en  grado  eminentr  >  pudremo.^ 

sino  que  pasará  á  la  vida  más  elevada,  que  ant- 
:  Hli  1    ¡ue  tristeza.    Este  mundo  lo  deja  lleno 
á  gozar  felicidad  eterna 

esperanza,  porque  uc^íUa  ¡    : 

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LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


577 


de  la  salud  de  la  Reina:  estamos  todo  el  dia  en  el  Palacio 
esperando  con  tristes  semblantes  la  hora  en  que  la  mayor 
religiosidad  y  todas  las  virtudes  abandonen  la  tierra  con  su 
alma,  y  pedimos  á  Dios  nos  conceda  acompañarla  á  donde 
ha  de  volar  su  espíritu  muy  pronto.  Nadie  hay  en  el  mundo 
que  pueda  compararse  con  ella,  porque  escede  á  todos  en 
virtud  en  grado  eminente;  y  no  podremos  decir  que  muere 
sino  que  pasará  á  la  vida  más  elevada,  que  antes  debe  darnos 
envidia  que  tristeza.  Este  mundo  lo  deja  lleno  de  su  renom- 
bre,  y  vá  á  gozar   felicidad  eterna y  aun   escribo   con 

esperanza,  porque  todavía  vive  nuestra  reina.» 


II 


Tres  días  antes  de  que  escribiera  esta  carta  Pedro 
Mártir,  postrada  en  el  lecho  del  dolor,  pero  con  una  sere- 
nidad  de   espíritu   admirable,    aquella   mujer   tan   superior 

había  otorgado  su  testamento «cuya  extensión,  así  como 

las  muchas  y  graves  materias  sobre  que  da  sus  últimas 
disposiciones,  demuestran  que  su  entendimiento  se  hallaba 
en  el  más  completo  y  perfecto  estado  de  lucidez,»  como  dice 
un  escritor  de  nuestros  días  ^  «En  este  notable  documento, 
añade,  resaltan  los  sentimientos  de  la  virtud  más  pura  y  de 
la  piedad  más  acendrada.» 

Comienza  dando  instrucciones  para  su  enterramiento, 
en  estos  términos :  —  « E  quiero  é  mando  que  mi  cuerpo  sea 
sepultado  en  el  Monasterio  de  Sant  Francisco,  que  es  en  el 
Alhambra  de  la  cibdad  de  Granada ,  seyendo  de  religiosos  o' 
de  religiosas  de  la  dicha  orden,  vestida  con  el  hábito  del 
bienaventurado  pobre  de  Jesu-Christo  sant  Francisco,  en  una 


•    Historia  general  de  España,  por  don  Modesto  Lafuente,  lib.  V,  cap.  XIX. 
Cristóbal  Colón  t.  ii. — 73. 


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578 


CRISTÓBAL  COLÓN 


sepultura  baxa  que  no  tenga  bulto  alguno,  salvo  una  losa 
baxa  en  el  suelo,  llana  con  sus  letras  esculpidas  en  ella;  pero 
quiero  é  mando  que  si  el  Re}^,  mi  Señor,  eligiere  sepultura 
en  otra  cualquier  Iglesia  o  Monasterio  de  cualquiera  otra 
parte  o'  lugar  destos  mis  reinos,  que  mi  cuerpo  sea  allí 
trasladado  é  sepultado  junto  con  el  cuerpo  de  su  Señoría, 
porque  el  ayuntamiento  que  tovimos  viviendo,  y  que 
nuestras  ánimas  espero  en  la  misericordia  de  Dios  ternan  en 
el   cielo,    lo   tengan   é   representen    nuestros    cuerpos   en   el 

suelo »  Y  con  el  elevado  propo'sito  de  dar  ejemplo  para 

que  se  moderasen  los  crecidos  gastos  que  los  nobles  hacían 
en  los  entierros  de  sus  parientes ,  dispone  que  sus  exequias 
se  hagan  llanamente,  sin  demasías,  y  que  lo  que  se  había  de 
gastar  en  lutos  y  jergas  se  dé  en  limosnas  de  vestir  pobres  y 
en  luces  al  Santísimo  Sacramento  en  iglesias  que  también 
fueran  pobres.  Ordena  después  que  se  paguen  puntualmente 
todas  sus  deudas,  y  que  cumplido  esto  se  destine  un  millo'n 
de  maravedises  en  dotes  á  jóvenes  menesterosas,  y  otro  para 
dotar  doncellas  que  quisieran  consagrarse  á  Dios  entrando  en 
religio'n;  y  dispuso  que  además  de  otros  se  vistiesen  doscien- 
tos pobres  y  se  redimiesen  doscientos  cautivos  de  los  que  es- 
taban en  poder  de  infieles,  dentro  del  año  de  su  fallecimiento. 
Determinando  sobre  la  sucesión  á  la  corona,  según  las 
leyes  del  reino,  declara  propietaria  á  su  hija  doña  Juana,  y 
al  príncipe  don  Felipe  como  marido  suyo,  dándoles  á  ambos 
saludables  consejos  para  la  gobernacio'n  del  Estado;  y 
ocupándose  del  importantísimo  punto  sobre  que  ya  le  habían 
representado  los  procuradores  de  las  ciudades,  en  las  Cortes 
celebradas  en  Alcalá  de  Henares  el  año  anterior,  «por  cuanto 
puede  acaescer  que  al  tiempo  que  Nuestro  Señor  desta  vida 
presente  me  llevare,  la  dicha  Princesa  mi  hija  no  esté  en 
estos  reinos ,  o'  después  que  á  ellos  viniere  en  algún  tiempo 
haya  de  ir  é  estar  fuera  dellos ,  ó  estando  en  ellos  non  quiera  ó 
non  pueda  entender  en  la  gobernación  dellos.))  Después  de  haber 
consultado  con  algunos  prelados  y  grandes  del  reino,  manda 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


579 


que   en  cualquiera  de  los  casos  dichos  en  que  su  hija  doña 

]uansinon  quisiera  ó  non  pudiera  entender rija,  administre 

y  gobierne  el  rey  don  Fernando,  acatando  la  nobleza  y  exce- 
lencia y  esclarecidas  virtudes  que  le  adornaban  y  la  mucha 
experiencia  que  tenía  de  las  necesidades  del  reino,  hasta  que 
su  nieto  don  Carlos  tuviera  edad  para  reinar. 

Estas  y  otras  muchas  de  las  disposiciones  contenidas  en 
aquel  notable  documento,  como  las  referentes  á  las  mercedes 
concedidas  sin  causa  justificada;  á  la  supresio'n  de  oficios 
superfinos  en  la  Casa  Real,  y  á  que  no  se  concedan  empleos  á 
extranjeros,  demuestran  cuan  presentes  estaban  siempre  en 
su  mente  las  necesidades  de  los  pueblos,  y  cuánto  interés 
tenía  en  el  buen  orden  de  sus  Estados,  que  no  olvidaba 
ni  aún  en  su  lecho  de  muerte. 

Pero  además  de  su  alta  inteligencia ,  respira  por  todas 
partes  en  el  testamento  de  doña  Isabel  la  lealtad  de  su 
corazón  y  la  ternura  de  sus  sentimientos.  Copiada  queda  la 
cláusula  primera  relativa  á  su  enterramiento  junto  al  cuerpo 
del  Rey  su  marido.  Al  revocar  luego  y  dar  por  nulas  las 
mercedes  que  á  muchos  había  hecho  por  necesidades  é  impor- 
tunidades, recuerda  los  leales  servicios  de  Andrés  de  Cabrera 
y  de  su  mujer  doña  Beatriz  de  Bobadilla,  marqueses  de 
Moya,  y  demostrándoles  su  gratitud  y  su  cariño,  recomienda 
á  sus  sucesores  les  conserven  cuantas  les  habían  concedido  y 
se  las  acrecienten;  y  volviendo  á  consignar  pruebas  de  su 
entrañable  amor  al  Rey,  que  en  diversos  lugares  recuerda  á 
sus  hijos  para  que  lo  imiten,  después  de  haber  concedido  á 
aquél  cuantiosa  renta,  concluye  con  estas  interesantes  frases: 
—  (( Pero  suplico  al  Rey  mi  Señor  que  se  quiera  servir  de 
todas  las  joyas  é  cosas,  6  de  las  que  á  su  Señoría  mas 
agradaren;  porque  viéndolas  pueda  haber  mas  continua 
memoria  del  singular  amor  que  á  su  Señoría  siempre  tuve: 
é  aun  porque  siempre  se  acuerde  que  ha  de  morir,  é  que  le 
espero  en  el  otro  siglo ;  é  con  esta  memoria  pueda  mas  santa 
é  justamente  vivir.» — 


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58o 


CRISTÓBAL  COLON 


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Deja  recomendados  á  los  reyes  doña  Juana  y  don  Felipe 
á  sus  más  fieles  servidores ,  y  designa  por  albaceas  testamen- 
tarios y  ejecutores  de  su  voluntad  al  rey  don  Fernando  y  al 
cardenal  Císneros,  su  confesor,  á  los  contadores  Antonio  de 
Fonseca  y  Juan  Velázquez,  al  obispo  entonces  de  Falencia 
fray  Diego  Deza,  confesor  del  Rey,  y  al  secretario  Juan 
López  de  la  Carraga.  - 

Fueron  testigos  de  aquel  acto  tan  solemne,  y  oyeron  de 
los  trémulos  labios  de  doña  Isabel  sus  sabias  disposiciones 
don  Juan  de  Fonseca ,  obispo  de  Co'rdoba ;  don  Fadrique  de 
Portugal,  obispo  de  Calahorra;  don  Valeriano  Ordo'ñez  de 
Villaquiran,  obispo  de  Ciudad-Rodrigo;  el  doctor  Martín 
Hernández  de  Ángulo,  arcediano  de  Talavera;  el  doctor 
Pedro  de  Oropesa  y  el  licenciado  Luís  Zapata,  ambos  del 
Consejo  de  Sus  Altezas;  y  Sancho  Paredes,  camarero  de 
la  Reina. 

«Me  he  detenido,  dice  el  historiador  William  H.  Pres- 
cott,  en  referir  los  pormenores  del  testamento  de  doña  Isabel, 
porque  presentan  la  prueba  más  completa  de  la  constancia 
con  que  á  la  hora  de  su  muerte  seguía  fiel  á  los  principios 
que  habían  dirigido  su  conducta  durante  toda  su  vida:  de 
su  amorosa  y  prudente  política :  de  su  previsio'n  profética  de 
los  males  que  se  habían  de  originar  después  de  su  falleci- 
miento (males  que  por  desgracia  no  había  previsión  alguna 
capaz  de  impedir);  de  su  escrupulosa  atencio'n  á  todos  sus 
deberes,  y  de  aquel  tierno  afecto  que  profesaba  á  sus 
amigos,  y  que  no  la  desamparo  hasta  el  último  aliento  de 
su  vida.» 

Descansada  ya  de  aquel  peso,  y  cumplido  el  deber  de 
Reina,  de  esposa  y  de  madre,  quedo'  algo  más  sosegada  la 
piadosa  doña  Isabel.  Aunque  la  enfermedad  no  cedía  y  las 
fuerzas  físicas  se  debilitaban  y  eran  cada  día  más  cortas,  su 
entendimiento  conservaba  toda  la  lucidez  de  sus  mejores 
años,  y  en  el  silencio  de  las  noches  de  insomnio,  en  las  horas 
de  tranquilidad  que  le  permitía  la  fiebre,  mientras  el  reposo 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


581 


de  los  que  á  su  lado  vigilaban,  consagraba  todavía  largos 
ratos  de  meditacio'n  á  los  arduos  negocios  de  su  Estado. 
Cerca  de  mes  y  medio  después  de  haber  hecho  el  testamento, 
el  23  de  Noviembre,  otorgo'  un  codicilo  que  debía  formar 
parte  de  aquél  y  contenía  disposiciones  sobre  algunos  puntos 
importantes  que  no  había  tenido  en  memoria  anteriormente. 
Entre  ellos,  uno  solamente  hace  al  propo'sito  de  esta  historia, 
y  vamos  á  copiarlo  textual ,  porque  sirve  de  confirmacio'n  á 
lo  que  venimos  demostrando,  sobre  la  diferencia,  la  contra- 
diccio'n  que  existía  entre  las  intenciones  de  los  Reyes  Cato'- 
licos  y  lo  que  practicaban  sus  gobernadores. 

En  el  testamento  se  había  limitado  á  dejar  consignada 
la  terminante  declaración  de  que  «las  islas  é  tierra  firme  del 
mar  Océano  é  islas  de  Canaria  fueron  descubiertas  é  conquis- 
tadas á  costa  de  los  reinos  de  Castilla  y  León,  y  con  los 
naturales  dellos;  y  que  por  esto  era  razón  que  el  trato  y 
provecho  dellas  se  haya  é  trate  é  negocie  con  ellos,  y  á  ellos 
venga  todo  lo  que  de  allá  se  trajiere.» 

Pero  meditando  luego  sobre  otros  extremos,  y  trayendo 
á  la  memoria  las  noticias  que  poco  antes  había  recibido  del 
trato  que  se  daba  á  los  indios,  y  lo  sucedido  en  Xaraguá  y 
en  Higuey  que  había  presenciado  y  referido  Diego  Méndez, 
aunque  no  todo  llegase  á  oídos  de  la  Reina  con  sus  horribles 
pormenores,  quiso  mirar  por  la  suerte  de  aquellos  desgra- 
ciados, que  eran  vasallos  de  su  corona,  y  en  la  cláusula 
décima  del  codicilo  se  expreso  en  estos  términos: 


!¿ 


VI 


« ítem ,  por  cuanto  al  tiempo  que  nos  fueron  concedidas 
por  la  Santa  Sede  Apostólica  las  islas  y  tierra  firme  del  mar 
Océano ,  descubiertas  y  por  descubrir,  nuestra  principal 
intención  fué  al  tiempo  que  lo  suplicamos  al  Papa  Alejandro 
Sexto,  de  buena  memoria ,  que  nos  fizo  la  dicha  concesión, 
de  procurar  inducir  y  traer  los  pueblos  dellas  á  los  convertir 
á  nuestra  santa  fé  Cato'lica,  y  enviar  á  las  dichas  islas  y 
tierra  firme  Prelados  o'  religiosos  y  Clérigos,  y  otras  per- 


582 


CRISTÓBAL  COLÓN 


sonas  doctas  y  temerosas  de  Dios,  para  instruir  los  vecinos 
y  moradores  dellas  en  la  fé  Cato'lica,  é  les  enseñar  é  doctrinar 
buenas  costumbres,  y  poner  en  ello  la  diligencia  debida, 
según  como  mas  largamente  en  las  Letras  de  la  dicha  con- 
cesión se  contiene.  Por  ende  suplico  al  Rey  mi  Señor  muy 
afectuosamente,  é  encargo  y  mando  á  la  dicha  Princesa  mi 
hija,  y  al  dicho  Príncipe  su  marido,  que  así  lo  hagan  y 
cumplan,  é  que  éste  sea  su  principal  fin,  é  que  en  ello 
pongan  mucha  diligencia ,  y  non  consientan  ni  den  lugar  que 
los  indios  vecinos  y  moradores  de  las  dichas  Indias  y  tierra  firme, 
ganadas  y  por  ganar,  resciban  agravio  al  gimo  en  sus  personas  y 
bienes;  mas  mando  que  sean  bien  y  justamente  tratados.  Y  si 
algún  agravio  han  resabido  lo  remedien  é  provean,  por  manera 
que  no  se  exeda  en  cosa  alguna  de  lo  que  por  las  Letras  Apostó- 
licas de  la  dicha  concesión  nos  es  inyunjido  é  mandado.» 


fírsi 


Se  complace  el  ánimo  al  reflexionar,  que  si  el  cielo  no 
hubiera  llamado  á  sí  en  momento  tan  decisivo  á  la  gran 
Reina,  las  quejas  de  Cristóbal  Colón  hubieran  sido  aten- 
didas, cambiando  de  un  modo  favorable  la  suerte  de  los 
pobres  indios,  y  poniendo  impedimento,  con  medidas  enér- 
gicas y  humanitarias,  á  la  despoblacio'n  de  la  isla  Española, 
que  caminaba  á  pasos  agigantados  por  la  conducta  tan  cruel 
como- indiferente  de  las  autoridades. 


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III 


El  miércoles  26  de  Noviembre  de  1504,  á  la  hora  del 
medio  día  exhalo'  su  último  aliento  la  Reina  Católica.  El 
sentimiento  de  la  nacio'n  fué  unánime:  todos  la  lloraron 
como  pérdida  irreparable,  y  lo  era  efectivamente.  El  dolor 
de  la  corte  está  vivamente  pintado  en  la  carta  que  en  aquel 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


583 


mismo  día  escribió  Pedro  Mártir  al  venerable  arzobispo  de 
Granada  ^ :  —  «La  pluma  se  me  cae  de  las  manos  y  mis 
fuerzas  desfallecen  á  impulsos  del  sentimiento:  el  mundo  ha 
perdido  su  ornamento  más  precioso,  y  su  pérdida  no  solo 
deben  llorarla  los  españoles  á  quienes  había  conducido  por 
tanto  tiempo  en  la  carrera  de  la  gloria,  sino  también  todas 
las  naciones  de  la  cristiandad,  porque  era  el  espejo  de  todas 
las  virtudes,  el  escudo  de  los  inocentes  y  el  freno  de  los 
malvados:  no  sé  que  haya  habido  heroína  en  el  mundo,  ni 
en  los  tiempos  antiguos  ni  en  los  modernos,  que  merezca 
compararse  con  esta  incomparable  mujer.» 

Fúnebre  y  numerosa  comitiva  se  ordeno'  para  conducir 
á  Granada  los  restos  mortales  de  la  esclarecida  Reina  que 
la  había  arrancado  del  poder  de  los  musulmanes,  y  deseaba 
descansar  en  su  recinto.  Formábanla  dignatarios  de  la 
Iglesia,  representantes  de  la  nobleza,  servidores  del  palacio 
de  los  Reyes,  entre  los  cuales  se  contaba  Pedro  Mártir  de 
Angleria,  y  brillante  séquito  de  escuderos,  pajes  y  soldados. 
Al  día  siguiente  del  fallecimiento  de  la  Reina  se  puso  en 
marcha  el  cortejo,  pero  el  tránsito  fué  difícil  y  penoso, 
porque  las  lluvias  continuas  pusieron  los  caminos  intran- 
sitables, crecieron  los  ríos,  desbordáronse  los  arroyos,  y 
apenas  hubo  jornada  que  no  se  hiciese  entre  un  deshecho 
torbellino  de  agua  y  viento.  A  la  tristeza  del  objeto  que  á 
todos  preocupaba,  se  unía  lo  encapotado  del  cielo;  ni  un  solo 
día  lucio  el  sol  en  todos  los  que  duro'  el  viaje.  Obligados  á 
detenerse  en  Toledo,  en  Jaén  y  en  otros  lugares,  no  pudieron 
llegar  á  Granada  hasta  el  18  de  Diciembre,  cumpliendo  al 
cabo,  después  de  muchos  peligros  y  molestias,  el  triste  deber 
de  colocar  el  cadáver  de  la  Reina  de  España  en  el  humilde 
convento  de  franciscanos  donde  fué  su  voluntad  descansar. 

En  el  mismo  día  del  fallecimiento  de  doña  Isabel  hizo 


'     Oj>us  epistolarum. — Epist.  279. 


584 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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H  el  Rey  que  se  comunicase  la  infausta  noticia  al  cabildo  de  la 
ciudad  de  Sevilla ,  en  carta  que  se  conserva  en  su  archivo  y 
está  concebida  en  estos  términos: 

((Hoy  dia  de  la  fecha  de  esta,  ha  plazido  á  nuestro 
Señor  de  llevarse  para  sí  á  la  serenísima  Reina  Doña 
Isabel,  mi  muy  cara  y  muy  amada  muger,  y  aunque  su 
muerte  ha  sido  para  mí  el  mayor  trabajo  que  en  esta 
vida  me  podia  venir,  é  por  una  parte  el  dolor  de  ella, 
por  lo  que  en  perdella  he  perdido  y  perdieron  todos  estos 
Reinos  me  atraviesa  las  entrañas;  pero  por  otra,  viendo 
que  ella  murió'  tan  santa  é  Catcílicamente  como  vivió,  de 
que  es  de  esperar  que  nuestro  Señor  la  tiene  en  su  gloria, 
para  ella  es  mejor  é  mas  perpetuo  reino  que  los  que  acá 
tenia,  y  pues  á  nuestro  Señor  así  plugo,  es  razón  de  confor- 
marnos con  su  voluntad  y  darle  gracias  por  lo  que  hace ;  y 
porque  la  dicha  serenísima  Reina  que  santa  gloria  haya,  en 
su  testamento  dejo'  ordenado  que  yo  tomase  la  administración 
y  gobernación  de  estos  reinos  é  Señoríos  de  Castilla  é  de 
León,  é  de  Granada,  y  por  la  serenísima  Reina  Doña  Juana, 
mi  muy  cara  y  muy  amada  hija,  lo  cual  es  conforme  con  lo 
que  los  Procuradores  de  Co'rtes  de  estos  dichos  Reinos  le 
suplicaron  en  las  Cortes  de  la  ciudad  de  Toledo  en  el  año  de 
mil  quinientos  y  tres,  por  ende,  yo  vos  encargo  que  luego 
que  esta  viéredes,  después  de  hechas  por  su  ánima  las 
obsequias  que  sois  obligados,  alzeis  é  fagáis  alzar  pendones 
en  esa  dicha  ciudad  por  la  serenísima  dicha  Reina  Doña 
Juana  mi  hija,  como  Reina  y  Señora  destos  Reinos  y  Seño- 
ríos; y  en  cuanto  al  ejercicio  de  la  jurisdiccio'n  de  esa  dicha 
ciudad,  mando  al  Conde  de  Cifuen.tes,  Asistente  que  es  de 
ella,  que  tenga  las  varas  de  la  dicha  justicia  y  use  de  la 
dicha  jurisdicción  él  y  sus  oficiales  por  la  dicha  serenísima 
Reina  Doña  Juana;  y  vos,  los  dichos  Consejo  y  Veinticuatros 
que  lo  tengáis  por  Asistente  de  ella  y  uséis  con  él  y  con  los 
dichos   sus    oficiales   é   Lugar-Tenientes   en   la   dicha   juris- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  IX 


585 


dicción,  que  yo  por  la  presente  como  Administrador  y 
Gobernador  que  soy  de  estos  Reinos,  le  doy  mi  poder 
cumplido;  y  porque  la  dicha  serenísima  Reina,  que  santa 
gloria  haya,  mando'  por  su  testamento  que  non  se  traiga 
jerga  por  ella,  no  la  toméis  ni  trayais,  nin  consintáis  que  se 
traya,  y  fazeldo  así  pregonar  porque  venga  á  noticia  de 
todos,  fecha  en  Medina  del  Campo  á  veinte  y  seis  dias  de 
Noviembre.» 

Esta  carta,  traída  por  correo  especial  llego'  á  Sevilla  el 
5  de  Diciembre  y  en  el  siguiente  día  se  alzaron  pendones  por 
doña  Juana. 

Debió  ser  comunicada  por  el  cabildo  al  Almirante,  que 
tuvo  noticia  por  ella  de  la  desgracia  que  temía  tanto,  y 
teniendo  escrita  una  breve  para  su  hijo,  fecha  del  día  3, 
esperando  conducto  para  enviarla,  le  añadió'  un  Memorial 
después  de  recibir  la  triste  noticia,  que  empezaba  así : 

— vLo  principal  es  de  encomendar  afectuosamente  con 
mucha  devoción  en  el  ánima  de  la  Reina  nuestra  Señora  á  Dios. 
Su  vida  siempre  fué  católica  y  santa  y  pronta  á  todas  las  cosas 
de  su  santo  servicio;  y  por  esto  se  debe  creer  que  está  en  su  santa 
gloria,  y  fuera  del  deseo  deste  áspero  y  fatigoso  mundo.  Después 
es  de  en  todo  y  por  todo  de  se  desvelar  y  esforTjir  en  el  servicio 
del  Rey  nuestro  Señor  y  y  trabajar  de  le  quitar  enojos.  —  Su 
Altera  es  la  cabera  de  la  cristiandad:  ved  el  proverbio  que  di^: 
cuando  la  cabella  duele  todos  los  miembros  duelen.  Ansí  que 
todos  los  buenos  cristianos  deben  suplicar  por  su  larga  salud  y 
vida:  y  los  que  somos  obligados  á  le  servir,  más  que  otros 
debemos  ayudar  á  esto  con  grande  estudio  y  diligencia.  Esta 
rüTpn  me  movió  agora  con  mi  fuerte  mal  á  te  escrebir  esto  que 
aquí  escribo » 

Frases  tan  sentidas  y  que  se  conoce  salían  del  alma, 
inspiraron  á  Washington  Irving  este  hermoso  comentario: 
« Es  imposible  leer  sin  emocio'n  esta  sencilla ,  elocuente  y 
triste  carta ,  en  que  con  rasgos  tan  naturales  expresa  Colón 

Cristóbal  Colón  t.  ii.  — 74. 


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S86 


CRISTÓBAL  COLON 


su  ternura  por  la  memoria  de  su  bienhechora,  su  cansancio 
de  los  cuidados  y  males  de  la  vida ,  é  invariable  y  sufridora 
lealtad  hacia  el  Soberano  que  tan  ingratamente  le  trataba. 
En  estas  cartas  de  confianza  y  sin  estudio  se  lee  el  corazo'n 
de  Colón.» 


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588 


CRISTÓBAL  COLON 


La  profunda  pena  que  en  el  ánimo  de  Cristóbal  Colón 
produjo  la  muerte  de  la  Reina  fué  causa  de  que  con  el 
abatimiento  del  espíritu  empeorasen  los  males  del  cuerpo. 
Bien  conocía  el  Almirante  lo  que  había  perdido  al  faltarle 
doña  Isabel;  el  momento  era  crítico,  era  el  supremo  y  deci- 
sivo para  sus  esperanzas,  y  sin  el  apoyo  de  aquella  mujer 
superior,  cuyo  gran  corazón  sentía  la  elevación  de  la  inteli- 
gencia y  la  trascendencia  de  los  proyectos  del  descubridor, 
quedaba  éste  mucho  más  desamparado  de  lo  que  nunca  se 
había  visto.  Tenía  que  reclamar  contra  los  atentados  de  que 
había  sido  objeto  en  su  persona  y  en  sus  bienes ;  pedir  se  le 
cumplieran  los  capítulos  de  su  solemne  contrato  con  los 
Reyes,  y  se  castigase  á  los  que,  abusando  de  las  ordenes  de 
éstos,  habían  atropellado  su  autoridad.  Había  de  exigir  se 
le  repusiera  en  sus  cargos,  con  todos  los  honores,  dignidades 
y  retribuciones  que  le  eran  anexas ;  y  á  más  de  lo  que  le  era 
puramente  personal,  tenía  también  el  deber  de  protestar 
contra  la  administración  de  los  gobernadores  de  la  isla 
Española;  demandar  proteccio'n  para  los  indios,  y  reforma 
de  muchos  males  que  allí  se  tocaban,  y  que  tenían  su  origen 
y  eran  amparados  por  altos  dignatarios  de  España;  así  como 
hacer  constar  que  todas  las  licencias  que  estaba  expidiendo 
la  casa  de  Contratacio'n  de  Sevilla  para  viajes  de  descubri- 
miento, eran  notoria  infracción  de  lo  capitulado. 

En  otro  orden  de  cosas,  la  importancia  de  los  nuevos 
descubrimientos  en  tierra  firme;  la  riqueza  indudable  y 
reconocida  de  la  costa  de  Veragua,  y  la  gran  poblacio'n  de 
aquellos  territorios,  pedían  imperiosamente  una  colonización 
más  activa;  expediciones  más  frecuentes  y  numerosas,   que 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


589 


por  consiguiente  habían  de  exigir  grandes  sacrificios  del 
tesoro  público;  y  conocidas  las  tendencias  que  en  la  corte  de 
don  Fernando  predominaban,  y  la  índole  particular  del 
monarca,  era  entonces  más  necesaria  que  lo  había  sido 
nunca  en  los  asuntos  de  Indias  la  intervencio'n  de  la  Reina 
Católica. 

Su  falta  era,  pues,  irreparable.  Bien  lo  conocía  Cris- 
tóbal Colón;  pero  acogiéndose  todavía  á  una  remota  espe- 
ranza, buscaba  entre  las  últimas  palabras  de  su  protectora 
algo  que  favoreciera  sus  intenciones ,  y  pudiera  servir  para 
obligar  á  don  Fernando  á  que  saliera  de  su  estudiada  indi- 
ferencia. De  esto  hay  muchos  rasgos  en  su  correspondencia 
de  aquellos  días. 

En  carta  de  13  de  Diciembre  decía  á  su  hijo  don  Diego: 
((Acá  mucho  se  suena  que  la  Reina,  que  Dios  tiene,  ha  dejado 
que  yo  sea  restituido  en  la  gobernación  de  las  Indias  ^)) 
Y  temiendo,  al  parecer,  que  algo  se  le  procurase  ocultar, 
insistía  en  la  de  2 1  del  mismo  mes  de  Diciembre :  —  «Es  de 
trabajar  de  saber,  si  la  Reina,  que  Dios  tiene,  dejó  dicho  algo  en 
su  testamento  de  mi.)) — Este  era  un  pensamiento  de  que  no 
quería  desprenderse,  porque  conocía  su  valor  en  aquellas 
circunstancias. 

El  mal  estado  de  su  salud;  las  lluvias  continuas  y  los 
grandes  fríos  de  aquel  crudo  invierno,  retenían  al  Almirante 
en  Sevilla,  y  aún  en  el  lecho  la  mayor  parte  de  los  días. 
Durante  el  día  los  dolores  le  quitaban  la  fuerza  hasta  el 
punto  de  no  poder  escribir:  consagraba  la  noche  á  su  corres- 
pondencia, y  á  pesar  de  las  molestias  continuas  de  sus  pade- 
cimientos, nada  descuidaba  de  cuanto  al  asunto  de  las  Indias 
y  á  sus  propios  negocios  se  refería. 

El  cabildo  le  había  facilitado  la  litera  y  todo  estaba  en 
disposición  para  emprender  el  viaje;  pero  en  aquel  punto,  y 


a 


*     Puede  verse  con  todas  las  demás  dirigidas  á  su  hijo,  en  las  Aclaraciones 
y  documentos  (EJ). 


590 


CRISTÓBAL  COLON 


X 


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cuando  menos  lo  esperaba  llego  de  la  corte  Alonso  Sánchez 
de  Carvajal,  y  le  hizo  ver  la  imposibilidad  de  ponerse  en 
marcha.  Los  caminos  estaban  del  todo  intransitables,  eran 
un  continuo  lodazal  cortado  con  mucha  frecuencia  por  las 
aguas  estancadas  que  formaban  extensas  lagunas,  siendo 
peligroso  lanzarse  á  atravesarlas  por  la  inseguridad  de 
encontrar  en  su  fondo  terreno  firme;  y  mucho  más  en  una 
pesada  litera,  que  había  de  ser  conducida  por  dos  d  cuatro 
muías.  Esto  por  una  parte,  y  por  otra,  que  era  la  más 
principal,  la  postración  de  fuerzas  en  que  Colón  se  encon- 
traba, le  movieron  á  aplazar  el  viaje  y  buscar  medios  de 
trasladarse  á  Castilla  con  menores  dispendios  y  más  segu- 
ridad. 

Pensó  desde  luego  en  enviar  al  lado  del  Rey  á  su 
hermano  don  Bartolomé  y  á  su  hijo  don  Fernando  para 
que  esforzasen  sus  pretensiones :  —  «  Envió  allá  á  tu  hermano, 
que  bien  que  él  sea  niño  en  dias,  no  es  ansí  en  el  entendimiento, 
y  envió  á  tu  tio  y  Carvajal,  decía  el  Almirante  á  don  Diego, 
porque  si  éste  mi  escrebir  non  abasta,  que  todos  con  ti  juntamente 
proveáis  con  palabra,  por  manera  que  su  Altera  reciba  servicio.^) 

En  el  punto  mismo  de  su  llegada  á  Sevilla,  en  los 
primeros  días  del  mes  de  Noviembre ,  dirigió'  Colón  una 
extensa  carta  á  los  Reyes  exponiéndoles  muchas  de  las  cosas 
de  la  isla  Española  cuyo  remedio  era  urgente  en  su  entender, 
y  de  gran  interés  para  la  corona ;  pero  pasaron  semanas  y 
meses  sin  que  se  atendiera  á  ello,  ni  siquiera  se  le  contestase. 
—  «  Yo  escrebi  á  su  Altera,  dice  en  otro  Memorial  que  remitid 
á  su  hijo,  luego  que  aquí  llegué,  una  carta  bien  larga,  llena  de 
necesidades  que  requieren  el  remedio  cierto,  presto  y  de  braTj) 
sano.  Ninguna  respuesta  ni  provisión  sobre  ello  he  visto.)) 
Muchas  veces  repitió  sus  instancias  directamente,  como  se 
ve  en  su  correspondencia;  algunas  sobre  extremos  que  recla- 
maban de  justicia  prontas  resoluciones :  «  Yo  torné  á  escrebir 
a  sus  Alteías,  suplicándoles  que  mandasen  á  proveer  de  la  paga 
desta  gente  que  fueron  conmigo,  porque  son  pobres,  y  anda  en 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


591 


tres  años  que  dejaron  sus  casas.  Las  nuevas  que  les  traen  son 
más  que  grandes.  Ellos  han  pasado  infinitos  peligros  y  trabajos.)) 
Pero  no  obtenía  respuesta.  aFolgara  yo  en  ver  cartas  de  sus 
Alteras  y  saber  que  mandan,  dice  en  otro  lugar.  Débeslo  de 
procurar  si  viéredes  el  remedio.» 

Hay  que  tener  en  cuenta  que  las  circunstancias  entonces 
eran  anormales  en  el  palacio  de  los  Reyes.  La  enfermedad 
de  la  reina  doña  Isabel,  y  luego  su  fallecimiento,  tenían  en 
gran  perturbacio'n  todos  los  servicios;  pero  Colón,  impa- 
ciente ,  y  desconfiado  con  razo'n  sobradísima  de  cuanto 
pudiera  ocurrir,  se  decidió'  á  desprenderse  de  su  hermano  é 
hijo,  pues  todos  los  que  verdaderamente  pudieran  interesarse 
en  sus  reclamaciones  le  parecían  pocos  para  ser  enviados  á 
la  corte,  5^a  que  él  no  podía  estar  allí  por  su  enfermedad. 
En  cinco  o'  seis  de  Diciembre  salieron  de  Sevilla  el  Adelan- 
tado y  don  Fernando  con  Alonso  Sánchez  de  Carvajal,  que 
á  ruegos  del  Almirante  volvía  á  la  corte;  pero  tal  era  el 
estado  de  los  caminos,  y  la  dificultad  de  las  comunicaciones, 
que  todavía  el  29  escribía  el  Almirante  á  don  Diego:  —  «Con 
Don  Fernando  te  escrebi  largo,  el  cual  partió  para  allá,  hoy  son 
veinte  y  tres  dias,  con  el  Sr.  Adelantado  y  con  Carvajal,  de  los 
cuales  non  he  después  sabido  nada.)) 

El  año  terminaba  con  los  mismos  temporales  que  hacía 
meses  reinaban;  los  fríos  se  dejaban  sentir  con  extraordinaria 
intensidad :  « Acá  han  hecho  unos  frios  y  hacen,  que  me  han 
fatigado  harto  y  fatigan.))  El  caminar  en  la  litera  se  hacía  no 
difícil,  sino  imposible  por  mucho  tiempo.  Entonces  pensó'  el 
Almirante  en  hacer  el  viaje  en  muía;  medio  más  seguro, 
más  co'modo  y  mucho  más  barato,  y  escribid  á  su  hijo  para 
que  obtuviese  la  licencia  real,  a  Si  sin  importunar,  le  decía, 
se  hoviese  licencia  de  andar  en  mida,  yo  trabajarla  de  partir 
para  allá  pasado  Enero,  y  ansí  lo  haré  sin  ella;  por  ende  non  se 
deje  de  dar  prisa  porque  las  Indias  non  se  pierdan,  como  hacen.)) 
Y  en  otra  escribía :  « La  licencia  de  la  muía,  si  sin  trabajo  se 
puede  haber,  folgaria  de  ella,  y  de  una  buena  muía.)) 


592 


CRISTÓBAL  COLON 


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Necesitaba  se  pidiera  aquella  licencia  para  no  incurrir 
en  las  penas  impuestas  por  los  Reyes  Católicos  en  su  Prag- 
mática del  año  1494,  cuyas  causas  y  efectos  expone  el 
cronista  Andrés  Bernáldez  en  estos  términos :  —  «  En  el  año 
de  1494,  habiendo  visto  el  Rey  y  la  Reina  que  de  todos  sus 
reinos  de  Castilla  y  de  León,  para  la  guerra  de  los  moros, 
á  duras  penas  podian  llegar  diez  o'  doce  mil  hombres  de  á 
caballo,  y  habia  mas  de  cien  mil  encabalgados  en  muías, 
proveyeron  de  una  premática  con  muy  grandes  penas,  que 
ninguno  ni  alguno,  caballero.  Duque  ni  Conde,  ni  otra 
dignidad,  escudero  ni  labrador,  viejo  ni  mozo,  no  fuese 
osado  de  cabalgar  en  muía  enfrenada  y  en  silla,  so  pena  de 
que  se  la  matasen,  salvo  la  clerecía  de  orden  sacra  é  las 
mujeres.  Hicieron  al  comienzo  tales  ejecuciones  sobre  ello 
las  justicias  del  Rey,  que  se  tuvo  y  mantuvo  en  tal  manera, 
que  Duques,  Condes  y  Marqueses  y  todos  los  otros  señores 
la  temieron  y  mantuvieron  todo  el  tiempo  que  vivió  la  Reina 
Doña  Isabel,  como  si  en  la  quebrantar  oviesen  de  perder  la 
vida,  y  deshízose  la  caballería  de  las  muías  muy  presto,  é 
valieron  muy  de  valde,  é  echáronlas  al  uso  de  la  albarda  y 
del  trabajo,  en  arar,  moler,  carretas,  andar  en  harrias,  y 
las  muy  famosas  fueron  vendidas  fuera  de  los  reinos;  y  el 
Rey  mesmo  dio  tal  ejemplo  en  esto,  que  jamás  cabalgaba 
en  muía,  salvo  siempre  á  caballo.  Algunos  dijeron  que  esto 
se  hizo  por  las  guerras  que  se  esperaban  de  Francia,  porque 
se  encabalgase  á  caballo  é  oviese  mas  gente  de  á  caballo.» 

Para  obtener  la  dispensa  de  aquel  precepto,  acudid  don 
Diego  Colon  al  Rey,  que  otorgo'  la  gracia  que  se  le  pedía, 
por  Real  Cédula  de  23  de  Febrero  de  1505,  que  dice  así: 


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«El  Rey:  Por  cuanto  Yo  soy  informado  de  que  vos  el 
Almirante  Don  Cristóbal  Colon  estáis  indispuesto  de 
vuestra  persona  á  causa  de  ciertas  enfermedades  que  habéis 
tenido  é  tenéis,  é  que  no  podéis  andar  á  caballo  sin  mucho 
dapno  de  vuestra   salud:   por  ende,   acá  doy  licencia  para 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


593 


que  podáis  andar  en  muía  ensillada  é  enfrenada  por  cuales- 
quier  partes  destos  Reinos  é  Señoríos ,  que  vos  quisiéredes  é 
por  bien  toviéredes,  sin  embargo  de  la  premática  que  sobre 
ello  dispone:  é  mando  á  las  justicias  de  cualesquier  partes 
destos  dichos  Reinos  é  Señoríos  que  en  ello  non  vos  pongan 
nin  consientan  poner  impedimento  alguno,  so  pena  de  diez 
mil  maravedís  para  la  Cámara  á  cada  uno  que  lo  contrario 
ficiere.  Fecha  en  la  ciudad  de  Toro  á  veinte  y  tres  de 
Hebrero  de  mil  quinientos  y  cinco  años.» 

Colón  había  conseguido  su  objeto,  y  disponía  ya  de 
medios  para  trasladarse  á  la  corte:  la  litera  estaba  pronta, 
y  caso  de  no  poder  hacer  uso  de  ella  por  el  mal  estado 
de  los  caminos,  tenía  licencia  para  cabalgar  en  muía, 
siendo  probable  que  con  la  Real  cédula  le  enviara  su 
hijo  una  bestia  apropdsito  para  el  objeto  á  que  se  destinaba, 
de  conducir  á  un  anciano  enfermo  durante  muchos  días,  sin 
causarle  grandes  molestias.  Pero  el  tiempo  seguía  muy 
desapacible,  los  fríos  eran  intensos,  y  no  era  prudente 
desafiar  la  inclemencia  de  la  estación.  Es  probable  que  con 
tales  condiciones  empeorase  la  salud  del  Almirante,  pues, 
como  luego  veremos,  á  pesar  de  todo  su  afán,  permaneció' 
en  Sevilla  hasta  muy  entrado  el  mes  de  Mayo  del  año  1505. 


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II 


Estaba  solo  el  Almirante  en  Sevilla,  entregado  á  los 
dolores  de  su  cuerpo  y  á  la  ansiedad  de  su  espíritu;  pues 
sobre  no  encontrar  alivio  á  la  gota,  le  tenía  en  cuidado  la 
falta  de  noticias  de  su  hijo  Fernando  y  del  Adelantado  y 
Carvajal,  cuando  le  distrajo  de  sus  tristes  pensamientos  la 
presencia  inesperada  de  uno  de  sus  mejores  amigos.    En  los 

Cristóbal  Colón  t.  ii. — 75. 


594 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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primeros  días  del  mes  de  Enero  se  encontró'  agradablemente 
sorprendido  al  ver  entrar  en  su  aposento  á  Diego  Méndez, 
el  valiente  y  leal  compañero  que  tantos  servicios  le  había 
prestado  en  momentos  de  angustia ,  y  al  que  debía  el  haber 
podido  salir  de  su  triste  situacio'n  en  la  isla  Jamaica. 

Había  comprado,  según  ya  se  ha  dicho,  un  buque  de 
los  tres  que  llegaron  de  España  cuando  él  se  encontraba  en 
Santo  Domingo,  aprovisionándolo  y  despachándolo  para 
que  fuera  á  recoger  al  Almirante  y  á  sus  compañeros  bajo  la 
direccio'n  de  Diego  de  Salcedo ;  y  cumplido  aquel  imperioso 
deber  se  embarco  en  los  otros  buques  que  venían  de  regreso, 
para  traer  á  los  Reyes  la  carta  en  que  aquél  le  daba  cuenta 
de  sus  descubrimientos  y  penalidades,  y  á  otros  amigos  y 
protectores  las  quejas  de  sus  agravios  para  que  procurasen  el 
remedio.  Al  llegar  Cristóbal  Colón  á  Sevilla  se  encontraba 
Diego  Méndez  en  la  corte  cumpliendo  los  encargos  que  había 
recibido.  Tal  vez  lo  llevo'  á  ver  al  Almirante  la  necesidad  de 
recoger  fondos,  y  negociar  letras  para  los  gastos  que  ocasio- 
naban los  asuntos  pendientes,  según  podría  conjeturarse  por 
frases  de  las  cartas  de  Colón  á  su  hijo  don  Diego :  tal  vez 
éste  y  su  hermano  y  su  tío  le  enviaron  á  Sevilla  para  que 
acompañase  al  Almirante  enfermo,  y  le  consolase  con  su 
presencia  y  sus  noticias. 

Estuvo  á  su  lado  cerca  de  un  mes,  y  en  3  de  Febrero 
volvió  á  la  corte  llevando  las  cantidades  que  el  mismo  Colón 
le  había  proporcionado,  y  sus  instrucciones  para  lo  que  debía 
hacerse  en  todos  los  puntos  pendientes  de  resolucio'n,  en  lo 
cual  interesaba  á  todos  sus  antiguos  protectores,  y  con 
especial  predileccio'n  al  señor  don  fray  Diego  Deza,  entonces 
todavía  obispo  de  Falencia,  aunque  ya  presentado  para  el 
arzobispado  de  Sevilla,  donde  hizo  su  entrada  solemne  en 
24  de  Octubre  de  aquel  mismo  año  1505.  Se  encontraba  á 
la  sazo'n  en  la  corte  el  ilustre  Frelado,  y  en  su  proteccio'n 
confiaba  como  siempre  el  Almirante,  que  encarga  repetidas 
veces  á  su  hijo  don  Diego  le  muestre  sus  cartas  y  sus  peti- 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


595 


dones  al  Rey,  ay  es  de  dar  priesa  al  Sr.  Obispo  de  Falencia,  le 
dice  en  una  de  ellas ,  él  que  fué  causa  que  sus  AltcTjis  hoviesen 
las  Indias,  y  que  yo  quedase  en  Castilla,  que  ya  estaba  yo  de 
camino  para  fuera.» 

Sospechamos  que  los  padecimientos  de  Colón  se  agra- 
varon con  la  crudeza  del  invierno,  no  tan  so'lo  por  el  mucho 
tiempo  que  dejo  pasar  antes  de  emprender  el  camino,  desde 
que  obtuvo  la  licencia  para  andar  en  muía  con  silla,  sino 
también  porque  no  se  ha  encontrado  hasta  hoy  carta  suya 
escrita  desde  Sevilla  con  fecha  posterior  al  18  de  Febrero,  y 
aun  esta  última  no  está  escrita,  sino  solamente  firmada  por 
él,  dando  indicio  de  que  no  podía  hacerlo  sin  gran  dificultad. 
Al  cabo  llegado  el  mes  de  Mayo,  y  mejorado  de  sus  dolen- 
cias el  Almirante  con  la  dulce  temperatura  de  primavera  en 
Sevilla,  pudo  ponerse  en  camino,  haciendo  cortas  jornadas 
en  su  muía  y  descansando  con  frecuencia  en  los  pueblos 
donde  podía  encontrar  alguna  comodidad. 

El  rey  don  Fernando  estaba  en  Segovia,  y  allá  se  dirigid 
Colón  acompañado  de  su  hermano  don  Bartolomé  para 
besar  las  manos  de  su  Alteza.  Recibio'les  el  Rey  con  sem- 
blante un  tanto  alegre,  aunque  no  tanto  cuanto  requerían  sus 
luengas  navegaciones,  sus  grandes  peligros,  sus  inmensos  trabajos 
y  aspérrimos;  escuchando  con  mucha  atención  }'■  verdadero 
interés  toda  la  historia  del  último  viaje,  fijándose  en  la  gran 
extensio'n  y  riqueza  del  territorio  descubierto  en  tierra  firme, 
en  la  condicio'n  de  sus  indígenas,  y  en  todos  los  demás  acci- 
dentes que  habían  ocurrido,  tanto  en  Jamaica  como  en  la  isla 
Española ;  y  los  despidió  con  gran  cortesía ,  no  faltando 
cumplimientos  de  palabras. 

Mas  como  iba  pasando  el  tiempo,  y  no  se  tocaba  el  re- 
sultado de  aquellos  ofrecimientos,  el  Almirante  dirigió'  á  don 
Fernando  un  escrito,  cuyas  primeras  frases  hemos  referido 
á  otro  propo'sito  y  que  estaba  concebido  en  estos  términos: 

«Muy  alto  Rey:    Dios  nuestro   Señor   milagrosamente 


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596 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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me  envió  acá  porque  yo  sirviese  á  Vuestra  Alteza;  dije  mila- 
grosamente, porque  fui  á  aportar  á  Portugal,  donde  el  Rey 
de  allí  entendia  en  el  descubrir  mas  que  otro :  él  le  atajo  la 
vista,  oido  y  todos  los  sentidos,  que  en  catorce  años  no  le 
pude  hacer  entender  lo  que  yo  dije.  También  dije  milagro- 
samente, porque  hobe  cartas  de  ruego  de  tres  Príncipes,  que 
la  Reina  que  Dios  haya,  vido,  y  se  las  leyó'  el  Doctor  Villa- 
Ion.  Vuestra  Alteza  después  que  hobo  cognoscimiento  del  mi 
decir,  me  honro  y  fizo  merced  de  títulos  de  honra:  ahora 
mi  empresa  comienza  á  abrir  la  puerta  y  dice  que  es  y  será 
lo  que  siempre  yo  dije.  Vuestra  Alteza  es  cristianísimo,  yo 
li\  y  todos  aquellos  que  tienen  noticia  de  mis  fechos  en  España 
y  en  todo  el  mundo,  creerán  que  Vuestra  Alteza,  que  me 
honro'  al  tiempo  que  no  habia  visto  de  mí  salvo  palabras, 
que  agora  que  vé  la  obra,  que  me  renovará  las  mercedes  que 
me  tiene  fechas,  con  acrescentamiento,  y  ansí  como  me 
prometió'  por  palabra  y  escripto  y  su  firma:  y  si  esto  hace, 
sea  cierto  que  yo  le  serviré  estos  pocos  dias  que  nuestro 
Señor  nos  dará  de  vida,  y  que  espero  en  él,  que  según  lo 
que  yo  siento  y  me  parece  saber  con  certeza,  que  yo  haré 
sonar  mi  servicio  que  está  por  hacer,  á  la  comparación  de  lo 

hecho,  ciento  por  uno » 

No  desconocía  don  Fernando  la  importancia  de  los  ser- 
vicios que  Cristóbal  Colón  había  prestado  á  la  corona; 
pero  escuchando  con  benevolencia  sus  reclamaciones  difería 
el  resolver  sobre  ellas,  y  cuando  ya  se  vio'  muy  apremiado, 
respondió'  que  para  que  negocio  tan  importante  se  determi- 
nara con  todo  conocimiento,  parecía  bien  se  nombrase  perso- 
na que  se  ocupara  de  él  con  madurez  y  detencio'n.  —  «Dijo 
el  Almirante :  —  «  sea  lo  que  Vuestra  Alteza  mandare , »  — 
y  añadió':  «¿quién  lo  puede  mejor  hacer  que  el  Arzobispo 
de  Sevilla,  pues  habia  sido  causa  con  el  camarero,  que  su 
Alteza  hoviese  las  Indias?» — Esto  dijo,  porque  este  Arzo- 
bispo de  Sevilla,  que  era  Don  Diego  de  Deza,  fraile  de 
Sancto  Domingo,   siendo  maestro   del    Príncipe   Don   Juan, 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


597 


insistid  mucho  con  la  Reina  que  aceptase  esta  empresa ;  y  lo 
mismo  hizo  el  camarero  Juan  Cabrero,  aragonés,  que  fué 
muy  privado  del  Rey.  Respondió  el  Rey  al  Almirante  que 
lo  dijera  de  su  parte  al  Arzobispo,  el  cual  respondió,  que  para 
lo  que  tocaba  á  la  hacienda  y  rentas  del  Almirante,  que  se  seña- 
lasen letrados,  pero  no  para  la  gobernación;  quiso  decir,  seguñ 
yo  entendí,  porque  no  era  menester  ponello  en  disputa,  pues 
era  claro  se  le  debia.» 

Hemos  copiado  este  párrafo  de  la  Historia  de  las  Indias, 
de  fray  Bartolomé  de  las  Casas  ',  porque  Washington  Irving, 
cuya  Vida  de  Cristóbal  Colón  es  la  más  leída  y  más  justa- 
mente apreciada,  supone  que  el  rey  don  Fernando  fué  el  que 
opuso  resistencia  á  que  se  sometiesen  á  la  decisio'n  de  fray 
Diego  Deza  las  cuestiones  del  gobierno  de  las  Indias,  cuando 
lo  que  asienta  el  historiador  es  que  el  Rey  estuvo  conforme, 
y  el  Arzobispo  fué  el  que  manifestó'  que  aquéllas  no  podían 
ser  objeto  de  declaraciones  judiciales,  por  ser  claro  y  evi- 
dente el  derecho  de  Cristóbal  Colón. 

Don  Fernando  para  todo  encontraba  dificultades,  y  las 
dilaciones  continuas  mortificaban  al  Almirante,  que  vién- 
dose enfermo  y  desposeído  de  sus  cargos  y  dignidades,  y 
hasta  de  sus  rentas,  instaba  porque  se  le  restituyese  en  lo  que 
de  justicia  le  pertenecía  por  concierto  hecho  con  los  Reyes. 
Llega  á  sospechar  algún  historiador,  que  en  asunto  tan  grave 
como  lo  era  el  de  Indias,  no  quería  el  rey  don  Fernando, 
entonces  Regente,  aventurarse  en  una  resolucio'n  trascen- 
dental ,  cuyas  consecuencias  pudieran  ser  importantes  bajo 
muchos  conceptos,  y  deseaba  que  la  responsabilidad  fuera  á 
cargo  de  su  hija  doña  Juana  y  del  Archiduque  su  marido. 
Juzgan  otros ,  que  las  últimas  cartas  de  Cristóbal  Colón  ,  y 
más  todavía  la  narracio'n  que  le  hizo  de  su  último  viaje, 
habían  hecho  conocer  al  Rey  el  inmenso  campo  que  abrían 
los  descubrimientos ,   y  que  no  cabía  en  lo  posible  mantener 


Lib.  II,  cap.  XXXVII. 


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598 


CRISTÓBAL  COLÓN 


en  su  integridad  lo  que  se  capitulo  en  la  Vega  de  Granada, 
sin  tener  exacto  conocimiento,  ni  aún  aproximada  noticia  de 
las  concesiones  que  se  hacían. 

Asombraba  al  monarca  aragonés  la  extensión  de  los 
terrenos  visitados  en  lo  que  se  denominaba  tierra  firme,  que 
con  ser  tanta,  todavía  por  las  indicaciones  que  hacían  los 
naturales  de  países  situados  en  el  interior  apenas  se  empe- 
zaba á  conocer.  La  población  era  crecidísima,  y  en  los  ilimi- 
tados términos  en  que  se  había  hecho  el  nombramiento, 
podría  Colón  encontrarse  virrey  de  reinos  mayores  que  el 
de  España  y  con  mucho  mayor  número  de  habitantes.  Y  aún 
en  cuanto  á  las  rentas,  iban  aumentando  de  tal  manera  las 
muestras  de  la  riqueza  de  aquellos  territorios,  que  no  podía 
calcularse  á  lo  que  ascendería  la  participacio'n  concedida  al 
Almirante,  por  el  ochavo,  diezmo  y  demás  derechos  anexos 
á  su  dignidad.  Pero  todos  convienen  en  que  la  empresa  del 
descubrimiento  no  encontró'  nunca  favorable  acogida  en  el 
ánimo  de  don  Fernando,  que  desde  el  principio  se  mostró' 
adverso  al  pensamiento,  y  ni  en  los  momentos  de  más  entu- 
siasmo y  más  fundadas  esperanzas  lo  miro'  con  entera 
simpatía,  ni  dispenso  su  favor  y  proteccio'n  al  descubridor. 
«No  pude  atinar  ni  sospechar,  dice  el  P.  Las  Casas,  cuál 
fuese  la  causa  deste  desamor  y  no  real  miramiento,  para 
con  quien  servicios  tantos  y  tan  egregios  y  nunca  otros  tales 
á  algún  Rey  hechos  le  hizo,  sino  fuese  haber  hecho  mayor 
impresión  en  su  ánimo  los  falsos  testimonios  que  al  Almirante 
se  levantaron,  y  dar  mas  crédito  á  los  émulos  del  Almirante, 
que  siempre  tuvo  cabe  si,  que  darles  debiera,  de  los  cuales 
yo  alcancé  á  sentir  algo  de  personas  muy  privadas  del  Rey, 
que  le  contradecían.» 

No  podía,  sin  embargo,  ser  indiferente  don  Fernando  á 
la  justicia  que  encerraban  las  palabras  de  Colón;  y  cierta- 
mente si  hubiera  encontrado  medio  de  complacerle,  otorgán- 
dole amplios  beneficios  y  privilegios,  con  tal  de  que  los  tro- 
case por  sus  capitulaciones,  no  cabe  duda  lo  hubiera  hecho. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


599 


III 


Muchos  meses  siguió  á  la  corte  el  Almirante.  Desde  su 
llegada  en  el  mes  de  Mayo  hasta  fines  de  Octubre  estuvo  en 
Segovia  donde  se  hallaba  establecido  el  rey  don  Fernando; 
mas  habiendo  éste  dispuesto  trasladarse  á  Salamanca,  allí 
hubo  de  seguirle  esperando  siempre  con  la  mayor  buena  fe 
la  resolución  de  sus  peticiones. 

Pero  el  invierno  de  aquel  año  empezó  aún  más  crudo  y 
rigoroso  que  lo  había  sido  el  del  anterior,  aunque  no  de 
tantas  aguas.  Fueron  muy  recios  los  fríos;  helo'  y  nevo' 
mucho,  y  tan  mal  se  iba  sintiendo  Cristóbal  Colón,  y  tan 
postrado  estaba  su  espíritu,  que  hablando  con  el  Rey,  antes 
de  salir  de  Segovia,  le  manifestó'  su  resolucio'n  de  retirarse 
á  descansar  á  cualquier  punto  donde  estuviera  lejos  del 
bullicio  de  la  corte;  dejando  á  merced  de  don  Fernando 
todos  sus  privilegios  para  que  tomase  de  ellos  lo  que  quisiera 
y  le  conservara  los  que  fuesen  de  su  real  agrado.  No  quiso 
el  monarca  aceptar  aquel  desprendimiento,  y  le  rogo'  que  no 
se  marchase,  porque  él  estaba  de  propósito,  no  solamente  de  | 
darle  lo  que  por  sus  privilegios  le  pertenecía,  pero  que  de  su 
propia  y  real  hacienda  le  quería  hacer  mercedes;  reconociendo 
con  expresivas  frases  que  é  él  debía  las  Indias ,  y  todos  los 
servicios  que  había  hecho. 

Animado  con  tal  ofrecimiento  se  traslado'  el  Almirante 
á  Salamanca;  pero  agravados  sus  dolores  por  la  intensidad 
del  frío,  y  dilatándose  el  término  de  la  resolucio'n  que  espe- 
raba, por  haber  dispuesto  que  conociera  de  sus  reclamaciones 
un  Consejo  que  se  había  formado  para  descargos  de  con- 
ciencia de  la  reina  Isabel,  ante  el  cual  nada  podía  conseguir, 
decidió'  pasar  á  Valladolid,   adonde  luego  había    de    ir    la 


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CRISTÓBAL  COLON 


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corte,  dejando  el  cuidado  de  sus  asuntos  á  sus  hijos,  bajo  la 
proteccio'n  del  cardenal  fray  Francisco  Jiménez  de  Cisneros, 
que  le  favorecía  muy  decididamente,  á  pesar  de  las  intrigas 
de  sus  enemigos. 

Antes  de  su  partida  dirigió  al  Rey  otra  instancia, 
pidiendo  le  concediera  á  su  hijo  don  Diego  la  gobernacio'n 
de  las  Indias  en  iguales  condiciones  que  él  antes  la  había 
tenido ;  y  le  decía : 

«Serenísimo  y  muy  alto  Rey:  en  mi  pliego  se  escribió' 
lo  que  mis  escripturas  demandan,  ya  lo  dije,  y  que  en  las 
reales  manos  de  Vuestra  Alteza  estaba  el  quitar  o  poner,  y 
que  todo  seria  bien  hecho.  La  gobernación  y  posesión  en 
que  yo  estaba  es  el  caudal  de  mi  honra,  injustamente  fui 
sacado  della;  grande  tiempo  ha  que  Dios  Nuestro  Señor  no 
mostró'  milagro  tan  público,  que  el  que  lo  hizo  le  puso  con 
todos  los  que  le  fueron  en  a3mda  á  esto  en  la  mas  escogida 
nao  que  habia  en  treinta  y  cuatro,  y  en  mitad  dellas,  é  á  la 
salida  del  puerto  le  infundio',  que  ninguno  de  todos  ellos  le 
vido  en  que  manera  fué  ni  como.  Muy  humildemente  suplico 
á  Vuestra  Alteza  que  mande  poner  á  mi  hijo  en  mi  lugar, 
en  la  honra  y  posesión  de  la  gobernación  que  yo  estaba,  con 
que  toca  tanto  á  mi  honra,  y  en  lo  otro  haya  Vuestra  Alteza 
como'  fuere  servido,  que  de  todo  rescibiré  merced;  que  creo 
que  la  congoja  de  la  dilación  deste  mi  despacho,  sea  aquello 
que  mas  me  tiene  así  tullido.» 

A  esta  carta  acompañaba  un  Memorial  de  agravios  que 
habían  de  remediarse,  no  so'lo  por  los  grandes  perjuicios  que 
había  sufrido  en  sus  derechos,  daños  y  pérdidas  en  su  rentas 
que  eran  de  gran  cuantía,  sino  también  de  lo  que  siempre 
tenía  fijo  en  la  memoria,  del  mal  trato  que  sufrían  los  indios, 
y  la  inhumanidad  que  con  ellos  se  usaba,  que  iba  causando 
la  despoblacio'n  de  la  isla,  con  grave  perjuicio  de  la  riqueza 
de   ella   y   de  los   intereses   del   tesoro  público:  —  «que   los 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


6oi 


indios  desta  isla  Española,  decía  en  él,  eran  y  son  la  riqueza 
della,  porque  ellos  son  los  que  cavan  y  labran  el  pan  y  las 
otras  vituallas  á  los  cristianos,  y  los  sacan  el  oro  de  las 
minas  3^  hacen  todos  los  otros  oficios  é  obras  de  hombres  y 
de  bestias  de  acarreto.»  Y  en  el  mismo  escrito  se  extendía 
en  otras  muchas  consideraciones  de  importancia  que  no 
debieron  despreciarse. 


IV 


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Algunos  meses  después  fué  la  corte  á  Valladolid  donde 
se  encontraba  el  Almirante;  pero  el  rey  don  Fernando  per- 
maneció allí  poco  tiempo,  porque  habiendo  tenido  noticia  del 
viaje  de  su  hija  doña  Juana,  se  dirigió'  á  Laredo,  creyendo 
haría  su  desembarco  en  aquel  punto. 

El  viaje  de  la  Reina  y  de  su  esposo  había  tenido  grandes 
contratiempos.  Salieron  de  los  puertos  de  Flandes  á  8  de 
Enero  con  lucidísima  escuadra  con  direccio'n  á  España ,  pero 
antes  de  entrar  en  el  Canal  de  la  Mancha  sufrieron  tan 
gran  tormenta  que  se  dispersaron  todos  los  buques,  y  con 
grandes  averías  arribaron  como  pudieron  á  diferentes  puntos 
de  la  costa  de  Inglaterra.  La  nave  que  conducía  á  los  Reyes 
aporto  á  Weymouth  en  muy  mal  estado;  y  el  rey  Enri- 
que VIII  aprovecho'  la  ocasio'n  para  agasajar  regiamente  á 
doña  Juana  y  al  Archiduque ,  llevándolos  á  Londres ,  donde 
hicieron  solemne  entrada  acompañados  de  lucido  cartejo  de 
lo  más  ilustre  de  la  nobleza  del  reino.  Tres  meses  permane- 
cieron en  aquel  país ,  que  todo  ese  tiempo  parece  fué  nece- 
sario para  la  reparacio'n  de  los  buques,  aunque  muchos 
historiadores  sostienen  que  Enrique  aprovecho'  el  hospedaje 
para  sus  miras  políticas,  como  lo  patentizan  los  tratados  que 
concluyó  con  los  monarcas  españoles.  Al  cabo  se  hicieron 
Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  76. 


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6o2 


CRISTÓBAL  COLON 


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éstos  de  nuevo  á  la  vela  desde  el  mismo  puerto  de  Weymouth 
á  que  habían  arribado,  y  llegaron  á  la  Coruña  donde  des- 
embarcaron el  28  de  Abril. 

La  noticia  de  su  desembarco  produjo  en  el  Almirante 
viva  alegría ;  porque  se  le  resucito'  la  esperanza  de  alcanzar 
se  le  hiciera  justicia ,  que  con  el  rey  don  Fernando  la  tenía 
del  todo  perdida.  Y  bien  claro  se  ve  su  desengaño  en  la  carta 
que  por  aquellos  días  escribió'  á  su  constante  protector  el 
arzobispo  de  Sevilla  don  Diego  Deza. 

((Pues  parece,  decía,  que  su  AltcT^a  no  ha  por  bien  de 
cumplir  lo  que  ha  prometido  por  palabra  y  firma,  juntamente  con 
la  Reina  (que  haya  sancta  gloria)  creo  que  combatir  sobre  el 
contrario,  para  mi  que  soy  un  arador,  sea  aTfitar  el  viento,  y  que 
será  bien  pues  que  yo  he  hecho  lo  que  he  podido,  que  agora  deje 
hacer  á  Dios  Nuestro  Señor,  el  cual  he  siempre  hallado  muy  prós- 
pero y  presto  á  mis  necesidades »  Esto  era  abandonar  su  causa 

á  la  justicia  divina,  no  encontrándola  en  la  tierra;  era  la 
apelación  del  creyente  al  único  poder  superior  al  poder  real. 

Cobro'  esperanza,  sin  embargo,  con  la  llegada  de  don 
Felipe,  juzgando  que  joven,  y  en  el  principio  de  su  reinado 
tendría  ambición  de  gloria  y  de  justicia.  Tal  vez  imagino 
que  la  mala  inteligencia  del  nuevo  monarca  con  su  suegro 
don  Fernando  pudiera  inclinarle  á  su  favor;  pero  le  causaba 
gran  afliccio'n  no  poder  ir  al  encuentro  de  los  Re3''es  y  ofre- 
cerles personalmente  sus  servicios.  Los  dolores  le  retenían 
en  el  lecho,  y  ni  aún  podía  desprenderse  de  sus  hijos  cuyos 
cuidados  le  eran  de  absoluta  necesidad.  Resolvió,  pues, 
enviar  al  Adelantado  á  que  besase  en  su  nombre  las  manos 
á  doña  'Juana  y  don  Felipe,  y  pusiese  en  ellas  una  carta  de 
felicitacio'n ,  que  fué  la  última  que  escribid  el  inmortal  des- 
cubridor del  Nuevo  Mundo. 


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« Serenísimos  é  muy  altos,  é  muy  poderosos  señores  Prin- 
cipes, Rey  y  Reina,  nuestros  Señores: 

»  Yo  creo  que  Vuestras  Alteras  creerán  que  en  ningún  tiempo 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  X 


603 


tuve  tanto  deseo  de  la  salud  de  mi  persona,  como  he  tenido 
después  que  supe  que  Vuestras  Alteras  hahian  de  pasar  acá  por  la 
mar,  por  venirles  á  servir,  y  ver  la  experiencia  del  cognoscimiento 
que  del  navegar  tengo.  A  Nuestro  Señor  le  ha  placido  asi:  por 
ende  muy  humildemente  suplico  á  Vuestras  Alteras  que  me 
cuenten  en  la  cuenta  de  su  leal  vasallo  y  servidor,  y  tengan  por 
cierto,  que  bien  que  esta  enfermedad  me  trabaja  agora  ansí  sin 
piedad,  que  yo  les  puedo  aun  servir  de  servicio  que  no  se  haya 
visto  su  igual.  Estos  revesados  tiempos  é  otras  angustias  en  que 
yo  he  sido  puesto  contra  tanta  ra^on,  me  han  llegado  á  gran 
extremo;  á  esta  causa  no  he  podido  ir  á  Vuestras  Alteras,  ni  mi 
hijo.  Muy  humildemente  les  suplico  que  resciban  la  intención  y 
voluntad  como  de  quien  espera  de  ser  vuelto  en  mi  honra  y  estado, 
como  mis  escripturas  lo  prometen.  La  sancta  Trinidad  guarde  y 
acreciente  el  muy  alto  y  Real  Estado  de  Vuestras  Alteras.» 

Bien  se  ven  en  esta  sencilla  carta  todas  las  esperanzas 
de  Cristóbal  Colón  á  través  de  sus  grandes  amarguras,  y 
se  descubre  la  índole  especial  de  su  carácter  siempre  tan 
elevado  y  soñador  de  grandes  empresas  aun  en  medio  de  los 
sufrimientos  de  su  cuerpo. 

La  carta  fué  entregada  por  el  Adelantado,  á  quien  dis- 
pensaron los  Reyes  afectuosa  acogida.  «Bien  creo  cierto, 
dice  fray  Bartolomé  de  las  Casas ,  que  si  el  Almirante  viviera 
y  el  Rey  Don  Felipe  no  muriera,  que  el  Almirante  alcan- 
zara justicia  y  fuera  en  su  estado  restituido.» 


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6o6 


CRISTÓBAL  COLON 


Se  despidió  don  Bartolomé  Colo'n  de  su  hermano,  al 
que  no  había  de  volver  á  ver,  y  marchó  hacia  la  Coruña 
para  encontrar  á  los  reyes  don  Felipe  y  doña  Juana,  cum- 
pliendo el  encargo  que  había  recibido.  Al  lado  del  Almirante 
quedaron  sus  dos  hijos,  y  los  cariñosos  amigos  Diego  Méndez 
3^  Bartolomé  Fieschi  con  otros  varios  servidores,  marineros 
algunos  de  ellos,  que  habían  sido  fieles  á  Colón  en  todas  sus 
adversidades. 

Poco  menos  de  un  año  había  transcurrido  desde  que  el 
Almirante  se  había  trasladado  desde  Sevilla  á  Salamanca  y 
Segovia,  y  su  estado  había  empeorado  visiblemente.  Los 
que  le  rodeaban  no  podían  engañarse,  ni  formarse  ilusiones: 
la  robusta  naturaleza  de  Cristóbal  Colón  estaba  dominada 
por  el  padecimiento;  las  fuerzas  le  abandonaban,  y  aunque 
lastimado  por  tantos  desengaños  é  ingratitudes;  aunque  muy 
abatido  por  la  indiferencia  de  que  era  objeto,  sólo  conser- 
vaba su  vigor  aquella  inteligencia  superior  que  le  distinguió 
siempre  y  parecía  no  poder  debilitarse  ni  extinguirse.  Solí- 
cito le  acudía  Diego  Méndez,  que  viéndole  tan  grave,  y 
habiéndole  servido  siempre  tan  lealmente,  quiso  mirar  una 
vez  siquiera  para  en  adelante,  asegurando  de  algún  modo  su 
porvenir.  En  su  testamento,  tantas  veces  citado  *,  dejó 
consignadas  las  promesas  que  le  hicieron  en  esta  ocasión 
tanto  el  Almirante  como  su  hijo. 

«Venido  su  Señoría  á  la  Corte,  escribe,  y  estando  en 
Salamanca  en  la  cama  enfermo  de  gota,   andando  yo  solo 


*     Pueden  verse  las  cláusulas  que  hacen  referencia  á  sus  actos,  en  las 
Aclaraciones  y  documentos  (GI-). 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


607 


entendiendo  en  sus  negocios,  y  en  la  restitución  de  su  estado 
y  de  la  gobernación  para  su  hijo  Don  Diego,  yo  le  dije  ansí: 
—  Señor:  ya  vuestra  Señoría  sabe  lo  mucho  que  os  he  servido  y 
lo  mas  que  trabajo -de  noche  y  de  dia  en  vuestros  negocios; 
suplico  á  Vuestra  Señoría  me  señale  algún  galardón  para  en 
pago  de  ello:  y  él  me  respondió'  alegremente  que  yo  lo  seña- 
lase y  él  lo  cumplirla,  porque  era  mucha  razón.  Y  entonces 
yo  le  señalé,  y  supliqué  á  su  Señoría,  me  hiciese  merced  del 
oficio  del  Alguacilazgo  Mayor  de  la  isla  Española  para  en 
toda  mi  vida:  y  su  Señoría,  dijo  que  de  muy  buena  voluntad, 
y  que  era  poco  para  lo  mucho  que  yo  habia  servido ;  y  man- 
do'me  que  lo  dijese  ansí  al  Señor  Don  Diego,  su  hijo,  el  cual 
fué  muy  alegre  de  la  merced  á  mí  hecha  del  dicho  oficio,  y 
dijo  que  si  su  padre  me  lo  daba  con  una  mano,  él  con  dos. 
Y  esto  es  ansí  la  verdad  para  el  siglo  que  á  ellos  tiene,  y  á 
mi  espera.» 

Para  la  clara  inteligencia  de  este  último  concepto  debe 
recordarse  que  el  testamento  de  Diego  Méndez  se  otorgaba 
en  30  de  Junio  de  1536,  cuando  ya  habían  fallecido  el  Almi- 
rante y  su  hijo  primogénito,  que  le  sucedió  en  la  dignidad. 

Tullido  y  sin  poderse  mover  del  lecho  quedo'  Cristóbal 
Colón  cuando  su  hermano  el  Adelantado  salió'  á  saludar  á 
.los  Reyes.  En  aquellas  largas  horas  de  inaccio'n,  meditando 
sobre  los  sucesos  de  su  azarosa  vida ,  y  sobre  lo  triste  de  su 
situacio'n  presente,  que  era  en  verdad  aflictiva  por  más  de 
un  concepto,  así  como  acerca  de  los  asuntos  que  dejaba  pen- 
dientes, se  decidió'  á  reformar  en  parte  el  testamento  que  ya 
tenía  hecho,  dando  valor  legal,  por  ante  escribano  y  testigos, 
á  un  codicilo  olo'gráfo  que  conservaba  en  su  poder  y  había 
escrito  en  Segovia  á  25  de  Agosto  del  año  anterior. 

En  el  último  tercio  del  siglo  pasado,  en  el  año  1779, 
monseñor  Gaetani  comunico'  al  historiador  W.  Robertson,  la 
noticia  de  que  había  descubierto  en  la  biblioteca  Corsini,  un 
libro  de  horas  de  la  Virgen,  que  había  sido  regalado  á 
Cristóbal  Colón  por  el  papa  Alejandro  VI ,  y  en  sus  hojas 


■"Sí? 


6o8 


CRISTÓBAL  COLON 


de  guarda  estaba  escrito  un  codicilo  militar  hecho  por  el 
Almirante,  y  firmado  en  Valladolid  en  4  de  Mayo  del 
año  1506. 

No  sería  necesario  pasar  á  sus  condiciones  internas  para 
desconfiar  desde  luego  de  semejante  documento,  pues  basta- 
rían las  externas  y  las  circunstancias  del  hallazgo  para 
tenerlo  por  apócrifo.  No  consta,  en  efecto,  que  el  pontífice 
Alejandro  hiciera  regalo  alguno  al  Almirante  de  libro  de 
devoción.  Directamente  no  pudo  dárselo,  y  esto  era  lo 
natural,  porque  nunca  se  vieron  personalmente;  3^  para 
remitirlo  por  mano  de  persona  intermedia,  ésta  debiera  ser 
de  calidad  y  hubiera  constado  la  remisión  de  una  manera 
oficial.  Tampoco  parece  probable  que  en  las  hojas  de  guarda 
de  un  libro  pusiera  Colón  cosa  tan  grave,  cuando  tanta 
importancia  concedía  á  todo  lo  que  se  relacionaba  con  su 
estado  y  sucesión ;  ni  había  razo'n  alguna  para  que  se  valiera 
del  privilegio  de  otorgar  testamento  militar,  cuando  desde 
el  regreso  de  su  último  viaje  había  vivido  siempre  en  capi- 
tales donde  le  era  muy  fácil  hacer  llamar  á  un  escribano, 
como  lo  hizo  quince  días  después  erí  la  misma  ciudad  de 
Valladolid. 

Después  de  estas  consideraciones  que  podríamos  llamar 
de  evidencia  externa,  y  de  otras  muchas  que  omitimos  y 
concurren  al  mismo  objeto,  veamos  el  texto  del  supuesto 
codicilo  militar. 


••■■:¥;■/ 


(( Codicillus  more  militan  Christophori  Columbi  K 
))Cum  Sanctissimus  Alexander  Papa  VL  me  hoc  devo- 
tissimo  precum  libello  honoravit,  summum  mihi  praebente 
solatium  in  Captivitate,  praeliis,  et  adversitatibus  meis.  Voló, 
ut  post  mortem  meam  pro  memoria  tradatur  amantissimae 
meae  patriae  Reipublicae  Genuensi;  et  ob  beneficia  in  eadem 


'  Copiado  del  curioso  libro  <f.Dissertazioni  epistolari  bibliogí  afiche ,•»  di 
Francesco  Cancellieri,  sopra  Cristoforo  Colombo. —  In  Roma,  per  Francesco 
Bourlie,  nel  mdcccix. — Pág.  3. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


609 


urbe  recepta  voló  ex  haereditatibus  Italice  redditibus  erigi 
ibiden  novum  hospitale,  ac  pro  pauperum  in  patria  meliori 
substentatione,  dificienteque  linea  mea  masculina  in  admi- 
ralatu  meo  Indiarum  et  annexis  juxta  privilegia  dicti  Regis 
in  succesorem  declaro  et  substituo  eamdem  Rempublicam 
S.  Georgii. 

))Datum  Valledoliti  4  Maii  1506. 

•s- 

•S-     A-     S- 

X-     M-     Y- 

XPOFERENS.» 


^vtr^ 


No  sabemos  que  se  haya  dado  al  público  traducido  en 
castellano ;  y  como  ciertamente  más  de  un  lector  ha  de  desear 
conocer  su  contexto  exacto,  procuraremos  dar  su  versión 
enteramente  ceñida  á  las  palabras  del  original. 


-:r  .  *>  ^^ 


(( Codicilo  de  Cristóbal  Colón  según  costumbre  militar. 

))Como  Su  Santidad  el  papa  Alejandro  VI  me  honró  con 
este  devotísimo  libro  de  oraciones ,  proporcionándome  grande 
sola:!^  en  mis  prisiones,  combates  y  adversidades ,  es  mi  voluntad 
que  después  de  mi  muerte  se  entregue  como  memoria  á  mi  aman- 
tisima  patria  la  República  de  Genova;  y  por  los  beneficios  reci- 
bidos en  la  misma  ciudad  quiero  que  de  las  heredades  que  dejo  en 
Italia  se  erija  allí  un  nuevo  hospital,  para  el  mejor  cuidado  de 
los  pobres  en  mi  patria,  y  faltando  mi  linea  masculina  declaro  y 
sustituyo  por  sucesora  en  mi  Almirantazgo  de  las  Indias  y  sus 
anexos,  según  los  privilegios  del  dicho  Rey,  á  la  misma  Repú- 
blica de  San  Jorge. 

» Fecho  en  Valladolid  á  4  de  Mayo  de  1^06.» 


ÍÉíJWt 


:p^. 


Es  verdaderamente  extraña  la  disposicio'n  contenida  en 

ese  papel  que  se  quiso  suponer  codicilo  del  Almirante,  y  no 

guarda  relacio'n  ni  analogía  con  ninguna  otra   de   las   que 

dejo'  consignadas  en  documentos  solemnes  é  indubitados;  con 

Cristóbal  Colón  t.  ii. — 77. 


6io 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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1^.1 


lo  cual  ya  habría  fundamento  bastante  para  dudar  de  su 
autenticidad.  Pero  al  terminar  la  lectura  ocurre  preguntar: 
¿Y  á  quién  deja  encargado  el  Almirante  de  que  entregue  el 
libro  de  rezo  á  la  República  de  Genova?  En  todos  los  actos 
en  que  fijo'  de  alguna  manera  algo  referente  á  su  última 
voluntad  nombro  ejecutores  de  ella:  aquí  no  los  hay.  ¿Qué 
heredades  fueron  las  que  dejo'  en  Italia,  y  habían  de  servir 
para  la  dotacio'n  del  hospital?  ¿Cuáles  fueron  los  beneficios 
que  Colón  recibió'  de  la  ciudad  de  Genova?  No  lo  sabemos; 
y  estas  dudas  unidas  á  las  que  antes  se  expusieron,  nos  hacen 
convenir  en  un  todo  con  la  opinio'n  de  don  Martín  Fernández 
Navarrete,  que  es  también  la  de  Mr.  H.  Harrisse,  de  que 
ese  documento  es  apo'crifo,  es  una  ficcio'n  torpemente  hecha 
que  no  resiste  al  más  ligero  examen.^ 

Si  Cristóbal  Colón  por  cualquier  causa  desconocida 
hubiera  escrito  ese  papel  tan  informal  en  el  día  4  de  Mayo, 
nada  más  natural  ni  más  lo'gico  sino  que  lo  hubiera  con- 
firmado o'  revocado  cuando  quince  días  después,  en  vís- 
peras de  su  muerte,  hizo  llamar  al  escribano,  y  ante  él 
y  siete  testigos  formulo'  su  última  disposicio'n  testamen- 
taria. 


II 


El  inmortal  descubridor  del  Nuevo  Mundo  conoció  que 
se  aproximaba  el  término  de  sus  padecimientos.  El  19  de 
Mayo,  reunió  en  su  habitacio'n  al  escribano  de  Valladolid 
Pedro  de  Hinojedo,  y  varios  testigos  convocados  á  su  ruego, 
entre  los  que  se  hallaba  el  noble  genovés  Bartolomé  Fieschi, 
uno  de  sus  más  consecuentes  amigos.  Estaba  también  pre- 
sente fray  Gaspar  de  la  Misericordia,  al  que  por  este  nombre 
se  estima  fraile  franciscano,  aunque  el  documento  no  expresa 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


6ii 


que  lo  fuese,  y  los  criados  del  Almirante,  Alvaro  Pérez, 
Juan  de  Espinosa,  Andrés  y  Fernando  Vargas,  y  Francisco 
Manuel  y  Fernán  Martínez,  y  además  el  Bachiller  Andrés 
Mirueña. 

En  presencia  de  todos ,  y  aunque  postrado  en  el  lecho  y 
enfermo  de  cuerpo,  con  la  inteligencia  muy  cabal  y  clara, 
procedió'  á  otorgar  su  testamento  ^ ,  y  confirmando  y  rati- 
ficando el  que  anteriormente  tenía  hecho  por  ante  escribano 
público,  añadió'  que  él  tenia  escrito  de  su  mano  e  letra  un  escrito, 
firmado  de  su  nombre,  añadiendo  al  dicho  testamento,  y  lo 
mostró'  ante  todos,  haciendo  entrega  de  él  á  Pedro  de  Hino- 
jedo,  para  que  cumpliera  cuanto  allí  disponía,  y  aquella  se 
tuviese  ^or  su  última  ¿postrimera  voluntad. 

Parece  por  ese  escrito,  que  además  del  testamento  otor- 
gado en  Sevilla  en  22  de  Febrero  del  año  1498,  que  contuvo 
la  institucio'n  del  mayorazgo,  y  del  que  nos  hemos  ocupado 
á  su  tiempo,  cuya  institucio'n  fué  confirmada  por  Real  cédula 
de  28  de  Septiembre  de  1501,  había  hecho  cuando  partió'  de 
España  en  el  año  siguiente  de  1502  una  ordenanza  é  mayo- 
rüT^o  de  mis  bienes  ^,  e  de  lo  que  entonces  me  paresció  que  cumplía 
á  mi  ánima  é  al  servicio  de  Dios  eterno,  é  honra  mia  é  de  mis 
sucesores:  la  cual  escritura  dejé  en  el  monesterio  de  las  Cuevas  de 
Sevilla  á  Fray  Don  Gaspar  con  otras  mis  escripturas  é  mis  pri- 
villegios  é  cartas  que  tengo  del  Key  é  de  la  Reina  nuestros 
Señores.  Pero  este  documento  no  es  conocido;  en  ninguna 
parte  ha  podido  encontrarse,  ni  en  los  archivos  notariales 
de  Sevilla,  ni  entre  los  papeles  que  contenía  el  cofrecillo  de 
hierro  donde  se  guardaban  en  la  Cartuja  los  documentos  de 
Cristóbal  Colón,  y  casi  estamos  tentados  á  sospechar  que 
esa  institucio'n  de  mayorazgo  hecha,  según  se  dice  en 
1.°  de  Abril  de  1502,  sea  la  primera  copia  legal  y  autori- 
zada de  la  Institución  del  año  1498,  y  que  por  no  haber  sido 


/.^í^áfeí 


¡y^. 


'¿^ 


Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  (H). 
Cláusula  primera  del  codicilo  de  1506. 


6l2 


CRISTÓBAL  COLON 


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^.O' 


*^ 


aprobada  por  los  Reyes  hasta  Septiembre  de  1501,  no  se 
había  sacado  antes  '. 

Confirmo'  esa  anterior  disposicio'n  á  que  repetidamente 
llama  ordenanza  é  mayorazgo,  y  dio'  igual  fuerza  al  codicilo 
que  en  aquel  momento  otorgaba.  Entre  las  nueve  cláusulas 
que  comprende,  seis  son  de  disposiciones  nuevas,  siendo  una 
de  ellas  la  constitución  de  otro  mayorazgo  con  los  bienes 
que  dejaba  á  su  hijo  don  Fernando,  y  en  cuya  vinculacio'n 
habían  de  suceder  los  descendientes  de  éste  ^or  la  manera  que 
está  dicho  en  el  otro  mayorazgo  que  yo  he  fecho  en  Don  Diego, 
mi  hijo.  Y  la  más  notable  é  interesante,  es  la  que  se  refiere  á 
la  recomendacio'n  que  hace  á  su  sucesor  acerca  de  Beatriz 
Enríquez,  madre  de  su  hijo  don  Fernando,  de  la  que  ya  nos 
ocupamos  detenidamente,  al  tratar  del  nacimiento  de  éste, 
y  del  supuesto  casamiento  del  Almirante  con  aquella  señora. 

A  continuacio'n  del  codicilo  se  unió'  también  por  el 
escribano  una  Memoria  o'  apuntacio'n  hecha  de  mano  propia 
del  Almirante,  á  que  éste  se  había  referido  ya  en  el  anterior 
documento,  mandando  á  su  hijo  don  Diego  o'  á  quien  le 
heredare,  que  pagase  todas  las  deudas  en  él  contenidas.  Es 
una  relación  digna  de  estudio  como  antes  de  ahora  lo  demos- 
tramos 2. 

Cumplido  este  deber,  y  tranquilo  5'^a  en  cuanto  á  lo 
temporal,  por  haberse  descargado  de  tan  grave  peso,  a^-oIvío' 
su  pensamiento  al  apurado  trance  en  que  se  encontraba.  No 
temería,  tal  vez,  un  fin  tan  próximo,  y  aún  le  alentaría  la 
esperanza  de  ver  entrar  al  Adelantado  con  noticias  del  reci- 
bimiento que  hubiera  merecido  á  los  nuevos  Soberanos ;  mas 
siendo  tan  sinceramente  religioso  y  de  tan  ardiente  fe,  bien 
puede  creerse  que  se  entrego'  por  entero  á  pensar  en  la 
salvación  de  su  alma.    Hizo  que  le  vistiesen  el  hábito  de  san 


'  Copia  textualmente  la  Real  cédula  el  señor  don  Martín  Fernández  de 
Navarrete  en  las  Ilustraciones  á  la  Introducción  de  la  Colección  de  viajes,  &.", 
tomo  I,  página  145. 

*    Tomo  I,  pág.  132. 


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LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO 


vida 

Gaspar 
onfesor  en  aquellos  post?  ndase  muy  debiliti- 

>fi  mucha  devoción 

Hicr amentos  le  sos  enfermcdacle^ 

orpora;  ongoja  espíritu,  dio  el  alma  á  Dio> 

/  dia  de  su  Ascensión  á  20  de  Mayo  de  j^o6  en  la  dicha  villa 

"úladolid ,  diciendo  ¡Itimas  palabras:  in  manus  íurs 

Domine  commendo  spiíitum  roeum  3.   «Muri  meciuk 

'  de  setenta  años,  poco 

más  ó  iiiCüt 


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^star  había  consagrado  su  exisiencia^iai-g. 
i;!     1-    su  falta  produjera  la  sensaciSi 
>mo  ha  dicho  un  escritor    ^       '^ 
(^ur  por  alumbrar  á  los  demá; 
frarc    ha  podid        -';—--- 
más  exactitud  < 
— ^"'1"-   queric 


Don  D;  •  hijo,  en  el 

en  8  de  h^^ .  1523»  decía  o 

on  á  quel  dich  nte  mi  señor  ;^- 


.'.s  Casas. —  Historia  de 

tí  Barcia. 

*     Andrés 
1870.  tomo  II.  1 


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LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


613 


Francisco,  á  quien  había  tenido  gran  devocio'n  toda  su 
vida  ^,  y  en  pláticas  con  sus  hijos,  y  con  aquel  religioso 
franciscano  Gaspar  de  la  Misericordia,  que  tal  vez  fué  su 
confesor  en  aquellos  postreros  días ,  viéndose  muy  debilitado, 
como  cristiano,  cierto,  que  era,  recibió  con  mucha  devoción  los 
sanción  Sacramentos  ^,  y  entre  el  dolor  de  sus  enfermedades 
corporales,  y  las  congojas  de  su  espíritu,  dio  el  alma  á  Dios 
el  dia  de  su  Ascensión  á  20  de  Mayo  de  1^06  en  la  dicha  villa 
de  Valladolid,  diciendo  estas  últimas  palabras:  in  manus  tuas 
Domine  commendo  spiritum  meum  3.  «Murió'  in  senectute 
bona,  inventor  de  las  Indias,  de  edad  de  setenta  años,  poco 
más  o  menos  4.» 


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-1 


X 


III 


t-f, 


Aquel  grande  hombre,  gloria  inmarcesible  de  España, 
lumbrera  de  su  siglo,  honra  de  la  humanidad  á  cuyo  bien- 
estar había  consagrado  su  existencia,  había  dejado  de  existir, 
sin  que  su  falta  produjera  la  sensacio'n  que  era  de  esperar. 
Si,  como  ha  dicho  un  escritor,  los  sabios  son  como  los  cirios 
que  por  alumbrar  á  los  demás  se  consumen  ellos,  nunca  esa 
frase  ha  podido  aplicarse  rigorosamente  á  vida  alguna  con 
más  exactitud  que  á  la  de  Cristóbal  Colón.  Lleno  de  ideas 
grandes,  queriendo  realizar  empresas  que  para  el  vulgo  eran 


*  Don  Diego  Colón,  su  hijo,  en  el  testamento  que  otorgó  en  Santo  Do- 
mingo en  8  de  Septiembre  de  1523,  decía  en  su  cláusula  13:  « ávida  consi- 
deración á  quel  dicho  Almirante  mi  señor  siempre  fué  devoto  de  la  horden  del 
bienaventurado  sancto  Señor  San  Francisco,  /  con  su  hábito  murió.  ..i>  (Archivo 
general  de  Indias.  Patronato  E.  i,  caj.  i,  leg.  Vn)- 

*  Las  Casas. — Historia  de  las  Indias,  libro  II,  cap.  XXXVIII. 

*  Don  Femando  Colón. — Apuntes  (Histoire),  cap.  CVIII,  traducción 
de  Barcia. 

*  Andrés  Bemaldez. — Historia  de  los  Reyes  Católicos  — Sevilla. — Jeofrin, 
1870,  tomo  II,  pág.  82. 


6i4 


CRISTÓBAL   COLÓN 


quimeras,  en  constante  aspiración  del  ideal,  consumió'  su 
existencia  en  provecho  de  todos  los  pueblos,  abrió'  nuevas 
vías  al  progreso  humano,  dio'  carácter  á  la  edad  moderna, 
sin  obtener  siquiera  en  el  momento  de  morir  las  muestras  de 
gratitud  á  que  su  mérito  le  hacía  acreedor. 

Su  muerte  paso'  inadvertida;  y  hoy  se  suscita  una  duda 
sobre  cada  una  de  sus  circunstancias,  acusando  con  voz  de 
trueno  la  ingratitud  de  sus  contemporáneos. 

¿Do'nde  murió'  el  primer  Almirante  que  descubrió'  las 
Indias?  No  se  refiere  nuestra  pregunta  á  la  ciudad,  sino  á  la 
casa  en  que  exhalo'  su  último  aliento  Cristóbal  Colón.  Nada 
dicen  los  documentos  coetáneos,  ni  los  primitivos  historia- 
dores, y  parecía  que  en  Valladolid  no  había  memoria  de  tan 
importante  suceso,  cuando  en  el  año  1851  salió'  á  luz  el  tomo 
primero  de  los  dos  que  componen  la  Historia  de  aquella 
noble  ciudad,  escrita  por  el  señor  don  Matías  Sangrador 
Vítores  ^ ,  y  en  ella  pareció'  cumplido  satisfactoriamente  el 
deseo  de  los  curiosos  y  desatada  la  dificultad. 

«Colón,  dice  en  nota  de  la  página  309,  murió  en  la 
casa  número  dos  de  la  calle  Ancha  de  la  Magdalena ,  que 
siempre  han  poseído  como  de  mayorazgo  los  que  llevan  este 
ilustre  apellido.» 

Años  después  de  la  publicacio'n  de  está  noticia,  en  1865 
o'  1866,  por  acuerdo  del  Ayuntamiento  de  Valladolid  se 
coloco'  una  lápida  de  mármol  en  la  fachada  de  aquella  casa, 
marcada  entonces  con  el  número  7,  que  dice  sencillamente: 

(.AQUÍ  MURIÓ  COLÓN.— GLORIA  AL  GENIO» 

De  aquella  fachada ,  que  verdaderamente  conserva 
cierto  sabor  y  tinte  solemne,  y  que  es  de  indudable  anti- 
güedad,  se  hicieron  reproducciones  por  medio   de  la  foto- 


'     Historia  de  la  muy  noble  y  leal  ciudad  de  Valladolid  desde  su  más  remota 
antigüedad  hasta  la  muerte  de  Fernando  VII. — Valladolid,  Aparicio,  1 851 -1854. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


61? 


grafía ,  que  los  colombistas  buscaban  afanosos ;  y  en  el  año 
1875,  en  el  número  correspondiente  al  día  22  de  Mayo,  el 
acreditado  perio'dico  de  Madrid,  La  Ilustración  Espaíwla  y 
Americana,  publico'  un  grabado  de  aquélla ,  acompañado  de 
un  buen  artículo  del  señor  don  Cesáreo  Fernández  Duro, 
para  conmemoracio'n  del  aniversario  369  del  fallecimiento 
del  primer  Almirante  que  descubrid  las  Indias.  A  continua- 
cio'n  del  escrito  del  señor  Fernández  Duro,  se  inserto  una 
carta  suscrita  por  don  Aureliano  García  Barrasa ,  director 
del  perio'dico  de  Valladolid  nombrado  La  Crónica  Mercantil, 
en  la  que  se  encuentran  estos  notables  párrafos: 

«Valladolid,  que  cuenta  con  edificios  notables  por  sus 
recuerdos,  tuvo  un  tiempo  entretenidos  á  sus  moradores  en 
buscar  las  construcciones  que  hubieran  albergado  algún 
genio  de  los  que  el  positivismo  actual  relega  á  completo 
olvido,  y  fijo'se  principalmente  en  la  necesidad  de  inquirir  lo 
que  se  refería  al  insigne  Cristóbal  Colón,  aquel  que  mereció' 
de  sus  coetáneos  el  dictado  de  loco  por  concebir  lo  que  no 
alcanzaban  las  medianías  de  su  tiempo. 

«Después  de  laboriosas  investigaciones,  súpose  que 
pro'ximo  á  la  iglesia  de  la  Magdalena,  en  la  calle  que  hoy 
lleva  el  nombre  de  Colón,  y  en  la  casa  señalada  con  el 
número  7,  habito  el  marinero  Gil  García,  quien  tuvo  la 
fortuna  de  dar  hospedaje  al  descubridor  del  Nuevo  Mundo 
en  los  últimos  días  de  su  vida,  según  se  desprende  de  este 
párrafo,  extractado  de  un  documento  digno  de  crédito: 

»  í  digo  yo,  Cristóbal  Colon  ,  que  hallándome  en  trance 
de  muerte,  sin  mas  testigos  de  mi  última  hora  que  el  marinero 
Gil  Garda,  en  cuya  casa  de  limosna  me  hallo,  nombro  por 
herederos  de  todos  los  cuantiosos  bienes  que  los  Reyes  Católicos 
me  prometieron,  á  mis  hijos  Don  Diego  y  Don  Fernando  y  á  mi 
hermano,  que  con  mantenerlos  y  ayudarlos  los  libre  de  la  miseria 
de  su  padre.)-) 

Ciertamente  el  historiador  menos  escrupuloso,  hubiera 
deseado  saber  qué  documento  era  ese  digno  de  crédito,  y 


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6i6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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donde  se  encontraba;  mas  como,  quiera  que  recaía  la  noticia 
sobre  otros  datos  aceptados,  corrió  sin  contradiccio'n,  y  desde 
entonces,  como  decía  también  el  señor  Barrasa,  cuantos 
extranjeros  pasaban  por  Valladolid,  visitaban  la  renombrada 
casa  y  se  llevaban  como  recuerdo  pedazos  de  yeso  de  la  habi- 
tación en  que  se  suponía  había  espirado  Cristóbal  Colón.  . 

Muchos  años  han  transcurrido,  creyendo  todos  como 
verdad  indudable  que  se  conocía  la  casa  que  albergo'  en 
Valladolid  al  Almirante;  mas  en  el  presente,  el  mismo  señor 
don  Cesáreo  Fernández  Duro  ha  destruido  aquella  creencia, 
publicando  documentos  fehacientes  que  patentizan  que  no 
hubo  razones  atendibles  para  hacer  tal  afirmacio'n  ^  Queda 
en  pie  la  duda  y  hay  que  volver  á  nuevas  investigaciones. 

¿Y  en  qué  día  falleció  el  Almirante?  A  pesar  de  las 
noticias,  al  parecer  muy  terminantes  de  don  Fernando, 
su  hijo,  y  de  fray  Bartolomé  de  las  Casas,  todavía  queda 
una  duda  que  aclarar.  Aquél  dice:  adió  el  alma  á  Dios,  dia 
de  su  Ascensión  á  20  de  Mayo  de  ijo6,  en  la  referida  ciudad  de 
Valladolid.))  Las  Casas  expresa  que:  ((murió  en  Valladolid, 
dia  de  la  Ascensión,  que  cayó  aquel  año  á  20  de  Mayo  de 
1^06.»  Y  precisamente  en  esto  estriba  la  dificultad,  porque 
en  aquel  año  el  20  de  Mayo  fué  miércoles,  y  la  festividad  de 
la  Ascensio'n  se  celebro'  el  jueves  21,  Luego,  admitiendo  como 
exacta  la  fecha,  habremos  de  fijar  la  muerte  del  Almirante 
en  el  día  víspera  de  la  Ascensión. 

Y  que  esta  fiesta  fué  en  el  año  1506  á  21  de  Mayo  no 
puede  ofrecer  la  menor  duda.  Consultada  la  letra  dominical, 
corresponde  á  jueves  el  día  21,  y  el  señor  Fernández  Duro, 
ha  comprobado  por  sí  este  cálculo,  como  el  del  Áureo  número 
y  Epacta,  pero  encontró'  además  otro  dato  importante  é 
igualmente  decisivo.  En  el  Archivo  municipal  de  Valladolid 
se  conserva  el  Libro  de  Actas  que  empieza  en  el  año  1502  y 


*  Nebtdosa  de  Colón,  por  don  Cesáreo  Fernández  Duro,  de  la  Real  Aca- 
demia de  la  Historia. — Madrid,  Sucesores  de  Rivadeneira,  1890. — Págs.  143 
y  168. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


617 


concluye  en  1514.  En  el  mes  de  Mayo  de  1506  se  celebraron 
sesiones  el  sábado  ló  y  el  viernes  22,  con  lo  cual  viene  á 
obtenerse  la  misma  convicción  y  resultado:  y  admitiendo 
como  dato  fijo  la  fecha  del  20,  porque  en  ésta  no  puede 
suponerse  equivocacio'n,  falleció'  Cristóbal  Colón  en  miér- 
coles, víspera  de  la  fiesta  de  la  Ascensio'n. 

¿Qué  personas  estaban  al  lado  del  Almirante  cuando 
exhalo'  su  último  suspiro?  Tampoco  hay  dato  auténtico  para 
afirmarlo.  Casi  con  seguridad  puede  creerse  que  espiro'  en 
brazos  de  sus  hijos  don  Diego  y  don  Fernando,  y  que  estaba 
presente  el  noble  genovés  Bartolomé  Fieschi,  que  en  el  día 
anterior  había  firmado  como  testigo  del  testamento;  siendo 
probable  también  que  estuviera  á  su  lado  el  leal  Diego 
Méndez,  pues  no  hay  indicacio'n  alguna  de  que  hubiera 
salido  de  Valladolid,  y  algunos  de  aquellos  antiguos  mari- 
neros compañeros  de  sus  navegaciones  que  formaban  entonces 
su  servidumbre,  Alvaro  Pérez,  Juan  de  Espinosa  y  los  demás 
que  también  figuraron  como  testigos  de  su  última  dispo- 
sicio'n;  debiendo  hacer  notar  que  ni  entre  éstos,  ni  en  el  rol 
de  las  tripulaciones  de  los  cuatro  buques  que  salieron  para 
el  último  viaje  se  encuentra  el  nombre  de  Gil  García,  que, 
según  las  noticias  de  los  arqueo'logos  de  Valladolid,  era  el 
inquilino  de  la  casa  donde  se  hospedo'  y  murió'  el  Almirante. 

Probable  es  asimismo,  que  le  rodeasen  en  sus.  postri- 
merías los  religiosos  franciscanos,  siempre  sus  predilectos 
amigos,  á  cuya  orden  tenía  especial  devocio'n  y  de  la  que 
era  hermano  tercero;  y  ya  hemos  indicado  la  posibilidad  de 
que  entre  ellos  se  contase  fray  Gaspar  de  la  Misericordia,  que 
fué  también  testigo  del  testamento.  Todas  son  conjeturas 
más  o  menos  fundadas,  pero  que  so'lo  tienen  de  interés  la 
probabilidad  y  ninguna  puede  alegarse  como  absolutamente 
cierta. 


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Cristóbal  Colón  t.  ii. — 78. 


6i8 


CRISTÓBAL  COLÓN 


IV 


((¿Qué  ocurrió  después  del  fallecimiento?  Ya  se  ha  visto, 
dice  el  señor  Fernández  Duro,  que  los  historiadores  con- 
temporáneos, incluso  don  Hernando  Colo'n,  no  lo  dicen.  Una 
tradición  recogida  con  posterioridad ,  indica  que  los  restos 
mortales  se  depositaron  en  el  convento  de  San  Francisco  de 
Valladolid  y  que  se  celebraron  funerales  en  la  parroquia  de 
Santa  María  de  la  Antigua.  En  lo  último  discrepan  j^a  los 
historiógrafos,  pues  mientras  dicen  unos  que  las  honras  se 
verificaron  con  solemnidad,  critican  otros  que  fueran  más 
que  modestas,  miserables.» 

((¿Qué  crédito  merecen  estas  tradiciones?  El  cronista 
Herrera,  que  tenía  á  su  disposicio'n  los  papeles  del  Consejo 
de  Indias,  no  las  conocería,  pues  que,  sin  citarlas,  se  limita 
á  repetir  lo  que  dijeron  Oviedo,  don  Hernando  Colo'n  y  el 
P.  Las  Casas:  los  libros  de  la  parroquia  de  la  Antigua  y  del 
convento  de  San  Francisco  no  las  autorizan  con  su  silencio: 
Antolínez  de  Burgos  y  Floranes ,  que  los  registraron ,  ni  de 
ellos',  ni  de  la  voz  pública  los  recogieron:  por  último,  don 
Matías  Sangrador,  que  dio  nacimiento  á  la  de  la  casa  de  la 
calle  de  la  Magdalena,  tampoco  supo  nada  de  éstas.» 

Tendremos,  pues,  que  admitir,  (jue  hubo  funerales  más 
o  menos  suntuosos,  porque  no  estaba  en  las  costumbres  del 
tiempo  omitir  esas  preces  por  los  difuntos,  ni  hubieran 
dejado  de  hacerlos  los  hijos  del  inmortal  descubridor.  Pero 
volveremos  á  encontrarnos  ante  un  hecho  tan  extraño  como 
el  de  la  entrada  de  Colón  en  Barcelona  á  la  vuelta  de  su 
primer  viaje.  El  silencio  de  los  contemporáneos;  la  falta 
absoluta  de  mención  de  los  hechos  en  documentos  públicos  o' 
privados.  Exequias  las  hubo:  no  podemos  aducir  pruebas  de 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


619 


que  se  verificasen  en  la  iglesia  de  San  Francisco  d  en  la 
parroquia  de  la  Antigua,  ni,  lo  que  sería  igualmente  de 
importancia,  el  lugar  en  que  fueron  inhumados  los  restos  del 
Almirante. 

Porque  es  indudable  para  todos  los  historiadores,  que 
durante  algún  tiempo  aquellos  restos  venerandos  permane- 
cieron en  Valladolid ,  aunque  varíen  en  la  duracio'n  de  aquel 
deposito  provisionaL 

Ya  en  otro  lugar  hemos  manifestado  nuestra  opinio'n  de 
que  en  el  año  1507  tuvo  lugar  la  traslación  á  Sevilla  ^  Sin 
embargo,  es  muy  digna  de  tenerse  en  cuenta  la  afirmación 
que  hace  don  Pablo  Espinosa  en  su  Historia  y  Grandevas  de  la 
gran  ciudad  de  Sevilla  ^.  «En  el  año  1506,  dice,  traxeron  á 
esta  ciudad  el  cuerpo  del  Almirante  Don  Cristóbal  Colon, 
primer  descubridor  de  las  Indias;  y  fué  sepultado  en  el 
convento  de  Santa  María  de  las  Cuevas,  de  la  orden  de  la 
Cartuja.» 

Nada  tendría  de  extraña,  y  antes  por  el  contrario  tiene 
muchos  visos  de  probabilidad ,  que  en  el  mismo  día  del 
fallecimiento  del  Almirante  dispusieran  sus  hijos  la  trasla- 
cio'n  del  cadáver  á  la  Cartuja,  donde,  según  su  expresa 
voluntad,  debía  descansar  hasta  que  se  construyera  capilla 
para  su  sepultura,  y  que  terminados  los  funerales  empren- 
dieran el  camino  hacia  Sevilla.  De  igual  manera  se  había 
procedido  con  los  restos  mortales  de  la  reina  doña  Isabel, 
que  al  día  siguiente  de  su  muerte  fueron  conducidos  á 
Granada. 

Pero  en  el  libro  Protocolo  del  monasterio  de  las  Cuevas 
se  encuentra  la  anotacio'n  que  sigue  3 :  —  « Año  de  1^06.  — 
A  los  20  de  Mayo  de  este  año  falleció'  en  Valladolid  el 
heroico  y  esclarecido  Don  Christóbal  Colon  y  fueron   sus 


'     Zos  restos  de  Cristóval  Colon  están  en  la  Habana.  —  Demostración 
por  D.  J.  M.  A.,  segunda  edición,  Sevilla,  Tarascó,  1881,  pág.  13,  nota. 

*  Sevilla,  en  la  oficina  de  Juan  de  Cabrera,  1630. 

*  Yé3&eyxn&\ir3jcXotn\2&  Aclaraciones  y  documentos  {\),  - 


620 


CRISTÓBAL  COLÓN 


huesos  traídos  á  este  Monasterio,  y  colocados  por  depósito,  no 
en  el  entierro  de  los  Señores  de  la  casa  de  Alcalá,  como  dice 
Zúñiga,  sino  en  la  capilla  de  Santa  Ana,  que  hÍ7p  labrar  el 
Prior  Don  Diego  de  Luxan  el  año  siguiente,  y  es  la  misma  que 
hoy  llamamos  de  Santo  Christo,  por  lo  que  se  dirá  adelante.» 
No  contradice  el  Protocolo  de  una  manera  directa  lo  que 
escribió  don  Pablo  Espinosa,  pues  el  cadáver  parece  que  se 
traslado'  en  el  año  1506,  en  que  se  pone  la  noticia,  aunque 
permaneciera  en  depósito  hasta  que  se  concluyo'  la  capilla  de 
Santa  Ana  en  el  año  siguiente. 

Formamos,  no  obstante,  nuestra  opinio'n  de  que  en  éste, 
o'  sea  en  el  de  1507,  se  había  verificado  la  traslacio'n,  fiján- 
donos en  la  cláusula  del  testamento  otorgado  por  don  Diego 
Colo'n  en  Sevilla  á  16  de  Marzo  de  1509,  ante  el  escribano 
Manuel  de  Sigura,  que  dice:  — «ítem  mando,  que  hasta  que 
yo  o'  mis  albaceas  o'  herederos  tengamos  disposición  y  facultad, 
para  lo  que  pertenece  á  la  sepoltura  perpetua  del  Almirante, 
mi  señor  padre,  que  Dios  haya,  que  de  la  dicha  limosna  del 
diezmo  sean  dados  á  los  padres  del  monasterio  de  las  Cuevas, 
á  donde  yo  mandé  depositar  el  dicho  cuerpo  el  año  de  quinientos 
nueve,  diez  mili  maravedís  en  cada  un  año  mientras  allí  estu- 
viere depositado.» — Y  hemos  de  llamar  desde  luego  la 
atencio'n  sobre  las  frases  que  usa  el  testador,  porque  otorga 
el  documento  á  mediados  del  tercer  mes  del  año  1509,  y  dice 
donde  yo  mandé  depositar  el  dicho  cuerpo  el  año  de  quinientos 
nueve.  Aquel  año  era  el  presente ,  y  comenzaba  entonces ;  no 
podía  referirse  como  cosa  pretérita  á  lo  que  en  él  se  hacía, 
luego  puede  deducirse  sin  violencia  que  hay  un  error,  pro- 
bablemente de  copia,  y  que  don  Diego  diría  que  había 
mandado  hacer  el  depo'sito  en  1507;  y  así  quedaban  en 
perfecta  armonía  los  textos  de  don  Pablo  Espinosa  con 
el  Protocolo  de  las  Cuevas  y  el  testamento  de  don  Diego 
Colo'n. 

Los  que  han  fijado  la  fecha  de  la  traslacio'n  en  el  año 
1513   no  se  fundan  en  dato  atendible  ni  en   documento   de 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


621 


ninguna  clase,  sino  en  una  simple  noticia  comunicada, 
según  parece,  por  el  archivero  don  Tomás  González. 

En  la  Cartuja  de  las  Cuevas  permanecieron  los  restos 
de  don  Cristóbal  Colón  desde  el  año  1507  al  de  1544.  Esta 
última  fecha,  que  hasta  ahora  estaba  en  duda,  puede  esta- 
blecerse hoy  con  entera  seguridad,  en  vista  de  documentos, 
fijándose  aquel  año  como  el  de  su  traslacio'n  á  la  Catedral  de 
Santo  Domingo  en  la  isla  Española.  Por  real  cédula,  fecha 
en  Valladolid  á  2  de  Junio  del  año  1537,  el  emperador  don 
Carlos  hizo  merced  á  don  Luis  Colo'n,  por  peticio'n  hecha  á 
su  nombre  por  su  madre  doña  María  de  Toledo,  de  la  capilla 
mayor  de  la  iglesia  Catedral  de  Santo  Domingo,  para  que 
sirviera  de  sepultura  á  su  abuelo  don  Cristóbal,  á  su  padre 
don  Diego  y  á  los  herederos  y  sucesores  en  su  casa  y  mayo- 
razgo, dándole  facultad  para  trasladar  los  huesos  del  Almi- 
rante, que  se  mando'  depositar  en  el  monasterio  de  las  Cuevas, 
extramuros  de  la  ciudad  de  Sevilla,  donde  al  presente  están, 
y  llevarlos  á  la  isla  Española.  Después  de  obtenida  la  Real 
cédula  todavía  se  pasaron  cinco  años  sin  que  los  restos  del 
Almirante  fueran  sacados  de  su  depo'sito  en  la  capilla  de 
Santa  Ana  de  la  Cartuja  de  las  Cuevas. 

«Entre  las  obras  que  no  se  han  impreso  del  cronista  de 
los  reyes  Felipe  II  y  Felipe  III,  Esteban  de  Garibay,  dice  el 
señor  Fernández  Duro  ',  hay  una  relacio'n  de  los  almirantes 
de  Indias,  en  que  naturalmente  cuenta,  con  el  origen  de  esta 
dignidad,  la  vida  y  vicisitudes  de  don  Cristóbal  Colón.» 
Se  conserva  el  manuscrito  de  esa  obra  en  la  biblioteca  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia  2,  y  hablando  de  la  descen- 
dencia de  don  Diego  Colo'n  y  de  su  esposa  doña  María  de 
Toledo,  dice:  «La  madre  volvió'  luego  después  á  Santo 
Domingo  en  el  dicho  año  de  1544,  y  murió'  en  esta  ciudad 
en  el  siguiente,   y  fué  enterrada  en  la  capilla  mayor  de  su 


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Nebulosa  de  Colón,  pág.  138. 
Colección  Salazar,  tomo  VIII,  cap.  II. 


622 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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iglesia  Catedral  con  los  Almirantes  su  suegro  y  su  marido,  á 
los  cuales  había  llevado  consigo  en  su  navio  cuando  tornó  á  las 
Indias  esta  última  vct^.»  Y  ya  antes  había  dicho  refiriéndose 
al  fallecimiento  del  segundo  Almirante  don  Diego  Colo'n ,  á 
quien  sorprendió'  la  muerte  en  la  Puebla  de  Montalván  el  23 
de  Febrero  de  1526,  «sus  criados,  según  su  mandato,  toma- 
ron su  cuerpo  y  lo  llevaron  á  Sevilla,  y  enterráronle  en 
depo'sito  en  el  monasterio  de  Santa  María  de  las  Cuevas, 
junto  al  Almirante  su  padre,  y  pasados  algunos  años,  la 
dicha  doña  María  de  Toledo  su  mujer,  trasladó  juntos  á  suegro 
y  marido  en  el  aiw  1^44,  á  la  capilla  mayor  de  la  iglesia 
Catedral  de  Santo  Domingo  de  la  isla  Española,  donde 
yacen.» 

En  paz  quedaron  allí,  aunque  presenciando  horrores  de 
todas  clases,  aquellas  reliquias  venerandas  por  espacio  de 
doscientos  cincuenta  años,  hasta  el  de  1795.  Por  el  tratado 
de  Basilea,  España  cedió  á  Francia  el  territorio  que  poseía 
en  la  isla  de  Haití;  pero  antes  de  hacer  la  entrega  el  Almi- 
rante don  Gabriel  de  Aristizabal  tuvo  el  feliz  y  patrio'tico 
pensamiento  de  no  dejar  en  tierra  extraña  los  restos  de 
Cristóbal  Colón,  y  como  en  aquellas  circunstancias  no  era 
posible  consultar  al  gobierno  español,  se  puso  de  acuerdo  con 
el  arzobispo  don  Fernando  Portillo  y  Torres  y  con  el  Gober- 
nador" de  la  isla  don  Joaquín  García,  y  exhumaron  con  la 
debida  solemnidad  aquellos  restos,  abriendo  para  ello  «una 
bo'veda  que  estaba  sobre  el  presbiterio,  al  lado  del  evangelio, 
pared  principal  y  peana  del  altar  mayor»  que  tenía  como 
una  vara  cúbica. 

La  caja  de  plomo  estaba  deshecha;  y  recogidas  las 
planchas  que  la  formaban  y  los  restos  humanos  que  conte- 
nían, se  puso  todo  en  nueva  urna  de  plomo  dorado,  que 
fué  llevada  procesionalmente  y  embarcada  en  el  navio  San 
LoreuTp,  que  la  condujo  á  la  Habana ,  en  cuyo  puerto  fondeo' 
el  25  de  Enero  de  1796. 

Los  preciados  restos  fueron  conducidos  á  la  Catedral, 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


623 


colocados  en  un  nicho  al  lado  derecho  de  la  capilla  mayor, 
y  cubiertos  con  una  lápida  entre  pilastras,  en  la  que  se  re- 
presenta el  busto  de  un  guerrero  joven,  armado  á  la  antigua 
usanza,  con  grandes  bigotes  y  gorgnera  encañonada,  que  no 
tiene  semejanza  alguna  con  ninguno  de  los  retratos  que  han 
querido  hacerse  pasar  por  el  del  Almirante. 

La  conducta  de  las  autoridades  españolas  en  Santo 
Domingo,  y  su  resolucio'n  de  llevar  á  territorio  español  las 
cenizas  del  inmortal  navegante,  merecieron  universal  aplauso, 
y  corrió'  cerca  de  un  siglo  sin  que  nadie  pusiera  en  duda 
que  los  restos  del  Almirante  se  habían  llevado  á  la  Habana 
y  descansaban  en  su  Catedral.  Todo  lo  contrario:  en  más  de 
una  ocasio'n  por  historiadores  y  periodistas  dominicanos  se 
había  manifestado  la  opinio'n  de  que  se  reclamase  á  España 
la  devolución  de  los  restos,  que  de  justicia  debían  descansar 
en  la  Catedral  de  Santo  Domingo,  pues  así  fué  la  voluntad 
del  descubridor. 

Pero  en  el  año  1877  ^on  motivo  de  estar  en  obra  aquella 
Catedral  y  arreglándose  el  pavimento  de  la  capilla  mayor, 
se  encontraron  á  derecha  é  izquierda  de  la  peana  del  altar 
dos  cajas  de  plomo  iguales,  que  contenían  los  restos  de  los 
hermanos  don  Luis  y  don  Cristóbal  Colón  y  Toledo,  nietos 
del  Almirante  ' ,  y  aquel  descubrimiento  hizo  nacer  en 
algunos  la  idea  de  presentar  la  caja  de  don  Cristo'bal  Colo'n 
y  Toledo  como  perteneciente  á  su  abuelo,  suponiendo  que 
los  españoles  se  habían  equivocado  en  1 795  llevándose  unos 
restos  por  otros,  y  que  existía  una  tradicio'n  en  la  ciudad  de 
Santo  Domingo  de  que  los  de  su  descubridor  no  habían 
salido  de  la  Catedral.  El  descubrimiento  de  la  caja  que 
guardaba  los  restos  de  don  Luis  Colon,  muerto  en  Oran  en 
9  de  Febrero  de   1572,   se  hizo  en  14  de  Abril  de  1877,  J  '^ 


'  Mr.  Moreau  de  Saint  Mery,  en  su  libro  Description  topographique  et  poli- 
tique  de  la  partie  espagnole  de  Visle  Saint  Domingue,  Philadelphia.  1796,  dos  tomos 
en  8.°,  dice:  «Fuera  de  la  peana  del  altar  mayor,  á  derecha  é  izquierda,  reposan 
en  dos  urnas  de  plomo  los  huesos  de  don  Cristóbal  Colón  y  los  de  don  Luis 
su  hermano. 


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624 


CRISTÓBAL  COLON 


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pesar  de  que  era  verdaderamente  importante,  no  se  le  con- 
cedió' por  el  momento  importancia  alguna.  La  caja  tenía 
grabada  sobre  la  tapa  en  caracteres  que  imitaban  la  letra 
GÓTICA  ALEMANA,  según  declaración  de  los  que  la 
examinaron ,  la  inscripción  siguiente : 

(Bl  almirante  bon  Sui^  (¡^oíon  /  . 

2)itque  be  ^eragua^  Tlaxc\ué§  be 

Esta  caja  fué  reconocida  y  vuelta  á  colocar  en  su  lugar. 
Pero  días  después  se  encontró'  al  lado  opuesto  la  otra  corres- 
pondiente á  don  Cristóbal  que  solo  tenía  grabada  en  la  tapa 
en  iguales  caracteres  GÓTICOS  ALEMANES,  que  todavía 
pueden  verse  en  las  muchas  reproducciones  que  de  ellos  se 
han  hecho,  otra  inscripcio'n  que  decía: 

S)on  ©rí^toBaí  doíon 

Y  entonces  se  comenzaron  los  trabajos  para  presentar  en 
el  momento  oportuno  al  pueblo  dominicano  esta  caja  como 
la  verdadera  que  contenía  los  restos  del  primer  Almirante 
que  descubrió'  las  Indias.  Después  de  profundas  medita- 
ciones, sin  duda,  los  que  preparaban  el  engaño,  decidieron 
grabar  algo  en  el  plomo  mismo  de  la  caja  que  indicase  que 
el  Cristóbal  cuyos  restos  allí  se  guardaban  no  era  el  nieto 
sino  el  abuelo.  —  Se  puso  en  la  parte  exterior  de  la  tapa  D  de 
la  A.  P.^""  A. te  I  —  En  la  cabera  Í7^quierda  C.  — En  el  costado 
delantero  C.  —  En  la  cabeTji  derecha  A.  —  Y  dándose  por  satis- 
fechos con  esto  por  entonces,  siguieron  preparando  todo  lo 
necesario  para  la  mistificacio'n  que  se  intentaba: — La  inscrip- 
ción, pues,  decía  claro:  Ilustre  y  esclarecido  varo'n  don 
Cristóbal  Colón,  descubridor  de  la  América,  primer  Almi- 
rante.   Y  más  brevemente:  Cristóbal  Colón,  Almirante. — 


'  Las  palabras  subrayadas  están  copiadas  del  acta  autorizada  por  el  doctor 
fray  Roque  Cocchía,  obispo  de  Drope,  de  lo  de  Septiembre  de  1877,  y  la  expli- 
cación de  su  pastoral  fecha  del  14. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


625 


Pero  ya  próximo  el  desenlace  hubieron  de  tropezar  los 
astutos  dominicanos  con  una  grave  dificultad.  Era  necesario 
hacer  referencia  al  hallazgo  de  los  restos  del  tercer  Almirante 
don  Luis  Colo'n,  y  si  se  procedía  al  examen  de  las  dos  cajas, 
había  de  tocarse  por  necesidad  que  eran  iguales  y  de  la  mis- 
ma época,  }'-  que  también  había  perfecta  identidad  entre  las 
dos  inscripciones  góticas  que  las  señalaban,  pudiendo  conocer 
la  verdad  el  menos  avisado,  pues  lo  que  por  añadidura  se 
había  puesto  en  la  caja  de  don  Cristóbal  era  de  letras  abiga- 
rradas, sin  carácter  propio,  y  con  abreviaciones  no  conocidas 
en  epigrafía  de  país  alguno.  El  remedio  fué  tal  como  podía 
esperarse.  La  caja  de  don  Luis  Colo'n  se  había  descubierto  y 
se  había  sacado  de  su  lugar  sin  aparato  de  ninguna  clase  el 
14  de  Abril  de  1877.  A  fines  del  mes  de  Junio,  en  los  días  26 
y  28,  fué  reconocida  nuevamente  por  los  señores  don  Carlos 
Nouel  y  don  Gerardo  Bobadilla ,  que  leyeron  la  inscripcio'n 
de  los  caracteres  góticos  grabados  en  la  tapa,  que  eran  la  jus- 
tificacio'n  de  pertenencia  de  aquellos  restos.  Pues  antes  del 
10  de  Septiembre  la  tapa  desapareció'  y  no  ha  vuelto  á  recu- 
perarse, ni  nadie  ha  podido  verla.  Era  testigo  irrecusable  del 
engaño,  y  se"  la  quito'  de  en  medio. 

Y  llego'  el  día  solemne,  y  por  la  razo'n  poderosísima, 
según  dice  el  mismo  obispo  fray  Roque  Cocchia  en  su  carta 
Pastoral  ',  de  que  «se  había  encontrado  un  nicho  dentro  del 
cual  se  veía  una  caja  de  metal  que  seguramente  contenia  los 
restos  de  algún  difunto:))  se  invito'  á  todas  las  autoridades 
civiles  y  eclesiásticas,  á  los  militares  y  al  cuerpo  diplomático, 
y  ampliada  la  abertura  se  saco'  la  caja  que  con  tantas  inscrip- 
ciones declaraba  contener  los  restos  del  primer  Almirante 
don  Cristóbal  Colón. 

Y  desde  luego  se  comprende  la  mistificación  y  se  de- 
muestra que   todo   aquello   estaba   preparado   de   antemano 


^.i.^ 


•     Gaceta  de  Santo  Domingo,  periódico  oficial  del  gobierno  dominicano, 
18  de  Septiembre  de  1877. 

Cristóbal  Colón,  t.  ix.— 79. 


626 


CRISTÓBAL  COLON 


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con  solo  preguntar:  ¿Por  qué  razo'n  en  14  de  Abril,  cuando 
se  descubrió'  la  primera  bo'veda  y  urna,  se  extrajo  ésta  sin 
avisar  á  nadie,  y  en  10  de  Septiembre  con  so'lo  ver  la  punta 
de  otra  caja  de  metal,  sin  tocarla  siquiera,  se  convoco'  á  todos 
para  que  la  vieran  sacar  de  su  escondrijo?  Nadie  dudará  de 
que  se  sabía  perfectamente  que  se  iba  á  dar  un  gran  espec- 
táculo. 

Pero  no  es  éste  el  lugar  de  entrar  en  tales  demostra- 
ciones ^  Desde  que  el  suceso  fué  conocido  la  incredulidad 
fué  general:  de  todos  lados  se  manifestaron  dudas:  se 
pusieron  en  examen  el  Acta  que  publico  la  Gaceta  de  Santo 
Domingo,  y  la  Pastoral  del  obispo  de  Orope,  y  tanto  autori- 
dades como  centros  oficiales,  las  academias  como  los  colom- 
bistas  de  ambos  hemisferios,  se  esforzaron  en  demostrar  que 
el  acto  practicado  en  la  catedral  de  Santo  Domingo,  era  una 
farsa  que  no  podía  aceptarse;  que  la  verdad  se  dejaba  cono- 
cer en  los  muchos  errores  cometidos  por  los  dominicanos;  que 
lo  patentizaban  las  torpes  inscripciones  que  sé  habían  gra- 
bado en  el  plomo,  y  otra  que  después  se  aumento'  intro- 
duciendo entre  los  restos  una  planchita  de  plata  con  letras 
grabadas  nuevamente,  y  así  quedo'  asentado  en  el  concepto 
de  todos  los  hombres  imparciales  de  todos  los  pueblos  de 
Europa  y  de  América. 

Las  cenizas  de  Cristóbal  Colón,  preciados  restos  de 
uno  de  los  hombres  más  grandes  que  ha  producido  la  huma- 
nidad, descansan  en  la  capital  de  la  isla  de  Cuba,  de  aquella 
isla  Juana  que  comparaba  con  los  más  deliciosos  lugares  del 
mundo,  y  cuyas  costas  visito'  mucho  antes  de  haber  pisado 
las  de  la  isla  Española  6  de  Santo  Domingo. 


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Véase  al  fin  el  Apéndice  sobre  los  restos  de  Colón. 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


627 


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Si  al  terminar  la  narración  de  los  sucesos  de  la  vida  de 
Cristóbal  Colón,  su  figura  destaca  entre  todas  las  de  los 
grandes  hombres  que  le  rodearon,  y  fija  la  atención  en  sus 
hechos,  parecen  pequeños  todos  los  demás  de  aquel  impor- 
tantísimo período  histórico,  no  ha  sido  por  pensamiento 
preconcebido,  ni  por  trabajo  puesto  especialmente  para 
conseguir  tal  resultado;  es  que  su  inteligencia  superior  lo 
ilumina  todo,  y  la  alta  concepción  de  su  empresa  le  hace 
brillar  con  luz  más  viva  entre  cuantos  entonces  constituyeron 
la  evolución  científica,  porque  abrió  la  nueva  vía  por  donde 
la  civilización  europea  se  extendió'  á  un  hemisferio  nuevo, 
tomo'  rumbos  desconocidos,  y  dio'  carácter  á  la  edad  mo- 
derna. 

Cristóbal  Colón,  doña  Isabel  la  Cato'lica  y  Martín 
Alonso  Pinzo'n  son  los  astros  de  primera  magnitud  en  aquella 
época  de  los  descubrimientos :  todos  los  demás  se  agitan  á  su 
alrededor  como  estrellas  menores,  que  solamente  lucen  á 
intervalos  cuando  se  ocultan  los  grandes  luminares  de  la 
ciencia,  de  la  fe  y  del  entusiasmo. 

Colón  concibió'  el  atrevido  proyecto;  lo  maduro'  con  el 
estudio;  lo  adelanto'  con  la  experiencia:  sin  la  fe  de  la  Reina 
de  Castilla;  sin  el  entusiasmo  y  abnegación  del  marino  expe- 
rimentado de  Palos,  nunca  hubiera  realizado  aquél  su 
portentoso  descubrimiento;  nunca  se  hubiera  emprendido  el 
peligroso  viaje  hacia  lo  desconocido.  ¡Lástima  que  nuestro 
compatriota  desapareciera  tan  pronto  de  aquella  gloriosa 
escena,  donde  tan  principal  papel  representaba!  ¿Cuántos 
hubieran  sido  sus  triunfos,  y  cuál  sería  hoy  su  renombre 
si  el  cielo  le  hubiera  concedido  más  largos  años  de  vida? 


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628 


CRISTÓBAL  COLON 


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Desde  que  nacido  en  humilde  cuna,  en  estrechez  y 
pobreza,  fueran  nobles  o'  plebeyos  sus  padres,  empezó'  á  salir 
al  teatro  del  mundo  aquel  hombre  extraordinario  que  se 
llamo  Cristóbal  Colón,  mueve  la  curiosidad  y  excita  el 
interés,  el  conocimiento  de  sus  pasos  en  la  vida,  la  instrucción 
que  pudiera  recibir,  sus  ocupaciones,  porque  se  desea  des- 
cubrir y  averiguar  co'mo  y  cuándo  pudo  nacer  en  su  mente 
aquel  gran  pensamiento  que  llevado  á  la  práctica  transformo' 
la  faz  del  mundo.  Luego,  cuando  después  de  graves  estudios 
y  de  multiplicados  viajes,  se  le  contempla  proponiendo  su 
audaz  proyecto  de  incomprensible  grandeza  á  las  cortes  de 
Europa,  se  ansia  por  momentos  ver  el  feliz  resultado  de 
aquella  lucha  tenaz,  sostenida  por  largos  años  3^  entre 
grandes  penalidades  por  la  fe,  por  la  conviccio'n,  por  la 
ciencia,  contra  la  ignorancia  y  el  error.  Mas  cuando  en  pos 
de  trabajos  sin  número,  y  al  término  de  un  viaje  lleno  de 
azares,  por  un  mar  nunca  navegado,  el  12  de  Octubre  de 
1492  pone  la  planta  en  aquella  isla  virgen,  frondosa  y  amena 
como  la  imaginacio'n  puede  pintarla,  habitada  por  gentes 
sencillas  y  desnudas  que  parecía  conservábanla  gracia  origi- 
nal, y  se  comprende  que  aquel  descubrimiento  era  el  escalo'n 
primero  de  la  brillante  serie  de  ellos  que  habían  de  establecer 
la  relacio'n  de  fraternidad  entre  toda  la  familia  humana, 
dando  á  conocer  territorios  tan  extensos  como  todo  el  mundo 
antiguo;  con  imperios  tan  poderosos  como  los  de  Motezuma 
y  Atahualpa,  la  admiracio'n  sobrecoge  el  ánimo,  el  entusiasmo 
se  enciende,  se  desborda  el  sentimiento,  y  aparece  aquél  cual 
momento  culminante  de  la  historia  del  mundo,  y  el  hombre 
que  ha  realizado  la  idea  como  el  más  extraordinario  de 
todos  los  mortales. 

Después  del  punto  culminante,  llegado  el  astro  al  zenit 
de  su  gloria  empezó'  para  él  el  calvario  con  que  la  humanidad 
brinda  siempre  á  los  que  descuellan,  y  con  que  la  Provi- 
dencia parece  quilatar  y  poner  á  prueba  en  el  crisol  de  la 
desgracia  las  virtudes  de  los  seres  privilegiados.    Grande  en 


LIBRO  QUINTO.— CAPÍTULO  XI 


629 


la  fortuna,  no  lo  fué  menos  en  la  adversidad  el  que  había 
descubierto  un  nuevo  mundo. 

El  carácter  de  Cristóbal  Colón  era  siempre  noble  y 
decidido;  en  ninguna  de  las  acciones  de  su  azarosa  vida  se 
le  puede  acusar  de  haberse  dejado  llevar  por  mo'viles  rastre- 
ros, por  pasiones  mezquinas,  por  el  deseo  de  proporcionarse 
o'  conceder  á  los  su3^os  riquezas  y  poder.  Sus  pensamientos 
siempre  eran  grandes  y  elevados;  pecaba  de  soñador,  pero 
su  inteligencia  extraordinaria  tenía  fuerza  bastante  para 
convertir  sus  ensueños  en  realidades;  sus  visiones  en  verda- 
des maravillosas.  Soñd  que  podía  encontrarse  fácil  camino 
á  las  riquísimas  comarcas  de  la  India  navegando  hacia  donde 
el  sol  se  oculta,  por  un  mar  desconocido,  y  exponiendo  su 
vida  encontró  el  Nuevo  Mundo.  Imagino  que  dejando  atrás 
aquellas  regiones  que  primero  había  visitado,  podía  salir 
nuevamente  á  mar  abierto  que  le  condujese  á  las  fabulosas 
ciudades  descritas  por  Marco  Polo,  y  que  entre  los  conti- 
nentes debía  existir  un  estrecho  que  pusiera  en  comuni- 
cación ambos  mares,  y  se  lanzo  á  buscarlo  en  el  punto 
mismo  en  que  la  Naturaleza  parece  haber  trabajado  por 
abrirlo.  Han  pasado  cuatro  siglos,  y  la  ciencia  moderna 
luchando  por  abrir  el  canal  de  Panamá,  trata  de  realizar 
todavía  lo  que  soñaba  el  genio  genovés. 

Absorto  en  sus  meditaciones,  entregado  á  sus  estudios, 
siempre  embargado  por  la  constante  actividad  de  su  cerebro, 
era  capaz  de  grandes  empresas,  é  incapaz  de  conocer  á  los 
hombres.  Leal  por  naturaleza,  noble  y  confiado,  no  veía  el 
dolo  en  los  demás  y  desconocía  el  arte  de  vivir  en  sociedad. 
Tenía  la  simplicidad  del  genio,  como  dice  el  P.  Las  Casas 
que  le  trato  y  le  admiraba,  y  éste  fué  el  origen  de  muchas 
de  sus  desgracias. 

No  debe  sorprendernos  que  aleccionado  por  la  expe- 
riencia, lastimado  por  los  desengaños,  exclame  en  un  mo- 
mento de  angustia  hablando  de  las  riquezas  de  Veragua :  — 
((De  allí  sacaran  oro el   oro   es  excelentísimo:  del  oro  se 


630 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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hace  el  tesoro,  y  con  él  quien  lo  tiene,  hace  quanto  quiere  en 
el  mundo,  y  llega  á  que  echa  las  ánimas  al  paraíso. í) 

No  era  esto  propio  de  su  carácter,  lo  era  de  la  amargura 
que  rebosaba  de  su  alma  al  comprender  que  todo  se  sacrificaba 
á  la  posesión  de  aquel  metal  codiciado;  que  todo  se  posponía 
al  pensamiento  de  reunir  una  gran  cantidad  de  oro.  No  son 
esas  palabras  manifestacio'n  de  su  creencia ;  no  revelan  escep- 
ticismo en  su  corazón,  ni  codicia  ni  avaricia  desenfrenada, 
son  más  bien  el  aviso  del  alma  noble  que  preveía  el  abismo 
adonde  se  precipitaba  la  humanidad  llevada  por  la  sed 
del  oro ;  son  la  profecía  del  genio  que  vislumbraba  poster- 
gada la  virtud  á  los  intereses  materiales,  olvidada  la  moral, 
y  en  vil  mercado  convertido  el  mundo,  como  ha  dicho  un  poeta 
de  nuestros  días. 


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CARTA 


DEL  ALMIRANTE  D.   CRISTÓBAL  COLÓN 

A  LOS  REYES  CATÓLICOS 

QUE     SE     CONSERVA     EN     EL     LIBRO     LLAMADO 

DE  LAS  PROFFXÍAS 

EN   LA 

BIBLIOTECA  COLOMBINA  ÜE  SEVILLA 

Reproducción  foto-Uto-gráfica 


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¿•oíí^á^imicí^uaf  counííciJ  §t/*rtj4^  u^^^^^^^ 

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Iti^ítn  o  Sí  I  K>  2C  |c  lUtt      ^  9t|tc  ron  wñ^M  tv  f'*  »  J3><«  JC_ 
Ctttrzo  íAÜ  lítnC/  S\>1»o  uutji,  Jctxc  >Vuc  t>o»  wJr^i 

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ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


LIBRO   QUINTO 


(A). —  Pag.  406 
Carta  de  CRISTÓBAL  COLÓN  Á  los  Reyes  Católicos  sobre  la 

RECUPERACIÓN  DE  LA  SANTA  CIUDAD  DE  JeRUSALÉN 
(Original  en  el  Libro  de  Profecías  existente  en  la  Biblioteca  colombina) 

Carta  del  Almirante  al  Rey  y  á  la  Reyna. 


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Cristianísimos  y  niiiy  altos  príncipes: 

La  razón  que  tengo  de  la  restitución  de  la  casa  santa  á  la  santa 
yglesia  militante  es  la  syguiente : 

muy  altos  reyes,  de  muy  pequeña  hedad  entré  en  la  mar  navegando 
é  lo  he  continuado  fasta  oy.  La  mesma  arte  ynclina  á  quien  le  prosigue 
á  desear  de  saber  los  secretos  deste  mundo.  Ya  pasan  de  XL  años  que 
yo  voy  en  este  uso.  Todo  lo  que  fasta  hoy  se  navega  todo  lo  he  andado; 
trauto  y  conversación  he  tenido  con  gente  sabia,  heclesiásticos  é  seglares, 
latinos  y  griegos,  judios  y  moros  y  con  otros  muchos  de  otras  setas. 
A  este  mi  deseo  falle  nuestro  Señor  muy  próspero  (enmendado  de  letra 
de  COLÓyí  propicio)  y  ove  del  para  ello  espirito  de  ynteligencia :  en  la 
marinería  me  fizo  abondoso,  de  astrología  me  dio  lo  que  abastaba ,  y 
ansy  de  geometría  y  arismética,  y  engenio  en  el  anima  y  manos  para 
debiixar  esphera  (estas  palabras  puestas  por  COLÓN),  y  en  ella  las 
cibdades,  rios  y  montañas,  islas  y  puertos  todo  en  su  propio  sytio. 

En  este  tiempo  he  yo  visto  y  puesto  estudio  en  ver  de  todas  escri- 
turas, cosmografía,  ystorias,  coronicas  y  fylosofía  y  de  otras  artes;  ansy 
me  abrió  nro.  Señor  el  entendimiento  con  mano  palpable  á  que  era 
hacedero  navegar  de  aquí  á  las  Indias,  y  me  abrió  la  voluntad  para  la 
hexecucion  dello,  y  con  este  fuego  vine  á  V.  A.  Todos  aquellos  que 
supieron  de  my  ynpresa  con  risa  lo  negaron  burlando;  todas  las  ciencias 


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CRISTÓBAL  COLON 


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de  que  dixe  arriba  non  me  aprovecharon  ni  las  autoridades  dellas:  en 
solo  V.  A.  quedó  la  fee  y  constancia  ¿quién  dubda  qu'  esta  lumbre  no 
fuese  del  espirito  Santo,  asy  como  a  mí,  el  cual  con  rayos  de  claridad 
maravillosos  consoló  con  su  sancta  y  sacra  escriptura  á  voz  muy  alta  y 
clara,  con  quarenta  y  quatro  libros  del  Viejo  Testamento,  y  quatro 
hevangelios,  con  veynte  é  tres  hepístolas  de  aquellos  bienaventurados 
apóstoles,  avivándome  que  yo  prosyguiese,  y  de  continuo,  sin  cesar  un 
momento  me  avivan  con  gran  priesa? 

Milagro  evidentísimo  quiso  fazer  nuestro  Señor  en  esto  del  viaje  de 
las  Indias,  por  me  consolar  á  mí  y  á  otros  en  estotro  de  la  casa  santa: 
siete  años  pasé  aquí  en  su  Real  Corte  disputando  el  caso  con  tantas 
personas  de  tanta  autoridad  y  sabios  en  todas  artes,  y  en  fin  concluyeron 
que  todo  hera  vano,  y  se  desistieron  con  esto  dello:  después  paró  en  lo 
que  jhu.  xpo  nro  redentor  dixo,  y  de  antes  avia  dicho  por  boca  de  sus 
Santos  y  profetas  y  así  se  deve  de  creher  que  parará  estotro,  y  en  fee 
dello  si  lo  dicho  non  abasta  doy  el  santo  evangelio  en  que  dixo  que  todo 
pasarla  mas  no  su  palabra  maravillosa,  y  con  esto  dixo  que  todo  hera 
necesario  que  se  acabase  quanto  por  él  y  por  los  profetas  estaba 
escrito. 

Yo  dixe  que  diria  la  razón  que  tengo  de  /a  restitución  (letra  del 
Almirante)  de  la  casa  santa  á  la  Santa  Iglesia;  digo  que  yo  dexé  todo 
my  navegar  desde  hedad  nueva  y  las  pláticas  que  yo  haya  tenido  con 
tantas  gente  en  tantas  tierras  y  de  tantas  setas,  y  dexo  las  tantas  artes  y 
escrituras  de  que  yo  dixe  arriba;  solamente  me  tengo  á  la  santa  y  sacra 
escritura  y  á  algunas  autoridades  proféticas  de  algimas  presonas  santas 
que  por  revelación  divina  han  dicho  algo  desto. 

Pudiera  ser  que  V.  A.  y  todos  los  otros  que  me  conoscen  y  á  quien 
esta  escritura  fuere  amostrada,  que  en  secreto  ó  públicamente  me  re- 
prehenderán de  reprehensión  de  diversas  maneras,  de  non  doto  en  letras, 
de  lego,  marinero  y  de  hombre  mundanal  &.^ 

Respondo  aquello  que  dixo  S.  mateus ó, 

señor,  que  quisistes  tener  secreto  tantas  cosas  á  los  sabios  y  revelárselas 
á  los  ynocentes;  y  el  misino  s.  mateos  (de  letra  de  COLÓN)  yendo 
nro.  Señor  en  iherusalen  cantaban  los  mochachos  hosana,  fijo  de  David: 
los  scribas  por  le  tentar  le  preguntaron  sy  oya  lo  que  decían,  y  él  les 
respondió  que  sí,  diciendo  ¿no  sabeys  vos  que  de  la  boca  de  los  niños  é 
inocentes  se  pronuncia  la  verdad?  ó  mas  largo  de  los  apóstoles  que 
dixieron  cosas  tan  fundadas,  en  especial  san  Juan:  in  principio  erat 
Verbiim,  et  Verbum  erat  apud  Deum  &.^,  palabras  tan  altas  de  personas 
que  nunca  deprehendieron  letras. 

Digo  que  el  espirito  santo  obra  en  xpianos,  judíos  y  moros,  y  en 
todos  otros  de  toda  seta,  y  no  solamente  en  los  sabios,  mas  en  los  ino- 
rantes, que  en  mi  tpo.  yo  he  visto  aldeano  que  dá  cuenta  del  cielo  y 
estrellas  y  del  curso  dellas  mejor  que  otros  que  ya  gastaron  dineros  en 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


633 


ello.  Y  digo  que  no  solamente  el  espirito  santo  revela  todas  las  cosas  de 
porvenir  á  las  criaturas  racionales ,  mas  nos  las  amuestra  por  señales  del 
cielo,  del  ayre  y  de  las  bestias  quando  le  aplaze ,  como  fué  del  boy  que 
fallo  en  roma  al  tpo  de  Julio  César,  y  en  otras  muchas  maneras  que  serian 
prolixas  para  dezir  y  muy  notas  para  todo  el  mundo. 

Séneca  VII  in  tragetide  Medeae  in  choro  audax  nimium...  Vernan 
los  tardos  años  del  mundo. —  (En  el  original  está  esta  cita  al  margen,  de 
puño  y  letra  del  Almirante). 

La  sacra  escritura  testifica  en  el  testamento  viejo  por  boca  de  los 
profetas  y  en  el  nuevo  por  nro.  redentor  jhu.  xpo.  que  este  mundo  ha  de 
aver  fin:  las  señales  de  quando  esto  haya  de  ser  dixo  mateo,  y  marco  y 
lucas ;  los  Profetas  abundosamente  también  lo  avian  predicado. 

Santo  Agostin  diz,  que  la  fin  deste  mundo  ha  de  ser  en  el  sétimo 
millonar  de  los  años  de  la  creación  del;  los  sacros  teólogos  le  siguen,  en 
especial  el  cardenal  pedro  de  Ayliaco  en  el  verbo  XI ,  y  en  otros  lugares 
como  dixe  abajo. 

De  la  creación  del  mundo,  ó  de  Adán  fasta  el  avenimiento  de 
nro  señor  ihu.  xpo.  son  cinco  myll  é  trescientos  y  quarenta  é  tres  años 
y  trescientos  y  diez  y  ocho  dias  por  la  cuenta  del  rey  Don  Alonso  la 
qual  se  tiene  por  la  mas  cuerda:  p.  de  a.  ||  e.  a.  e.  c.  t.  et  h.  v.  sobre  el 
verbo  X.  con  los  quales  ponyendo  mili  y  quinientos  y  uno  inperfeto  es 
por  todos  seys  myll  ocho  cientos  quarenta  é  cinco  inperfetos. 

Segund  esta  quenta  no  falta  salvo  ciento  e  cinquenta  y  cinco  años 
para  complimyento  de  siete  mili,  en  los  quales  dixe  arriba  por  las  autori- 
dades dichas  que  avrá  de  fenecer  el  mundo. 

nro.  redentor  dixo  que  antes  de  la  consumación  deste  mundo  se  abrá 
de  complir  todo  lo  que  estaba  escrito  por  los  profetas. 

los  profetas  escribiendo  fablaban  de  diversas  maneras,  el  de  por 
venir  por  pasado  y  el  pasado  por  venir,  y  asy  mismo  del  presente;  y 
dijieron  muchas  cosas  por  semejanza,  otras  propincas  á  la  verdad  y  otras 
por  entero  á  la  letra;  y  uno  mas  que  otro  y  otro  por  mejor  manera,  y 
otro  no  tanto,  Isayas  es  aquel  que  mas  alaba  san  gerónimo  y  san  agostin, 
y  los  otros  dotores  y  todos  aprueban  é  tienen  en  grande  reverencia:  de 
Isaya  dizen  que  no  solamente  profeta  mas  hevangelista;  este  puso  toda  su 
diligencia  á  escribir  lo  venidero,  y  llamar  toda  la  gente  á  nra.  santa  fee  cató- 
lica. Muchos  santos  dotores  y  sacros  teólogos  escrybieron  sobre  todas  las 
profecias,  y  los  otros  libros  de  la  sacra  escritura;  mucho  nos  alumbraron  de 
lo  que  teníamos  j«  noto  (de  letra  de  CoLÓN)  bien  que  en  ello  en  muchas 
cosas  discordan;  algunas  ovo  de  que  no  les  fué  alargado  la  ynteligencia. 

torno  de  replicar  my  protestación  de  no  ser  dicho  pretensioso  sin 
ciencia  y  me  allego  de  contino  al  decir  de  5.  mateus  (de  letra  de  COLÓN) 
que  dijo :  ó  señor  que  quisyste  tener  secreto  tantas  cosas  á  los  sabios  y 
rebelaste  las  á  los  ynocentes:  y  con  esto  pago  y  con  la  esperiencia 
que  dello  se  ha  visto. 


Cristóbal  Colón,  t.  11.— 8o. 


634 


CRISTÓBAL  COLON 


^^1 


Grandísima  parte  de  las  profecías  j/  sacra  (letra  de  Colón)  escriptura 
está  ya  acabado :  ellas  lo  dicen  y  la  santa  yglia  en  alta  voz  sin  cesar 
lo  está  diciendo,  y  no  es  menester  otro  testimonio.  De  una  diré  porque 
haz  á  my  caso,  y  la  qual  me  descansa  y  faz  contento  quantas  vezes  yo 
pienso  en  ella. 

Yo  soy  pecador  gravísimo:  la  piedad  y  misericordia  de  Dios  siempre 
que  yo  he  llamado  por  ellas  me  han  cobierto  todo;  consolación  suaví- 
sima he  fallado  en  echar  todo  my  cuydado  á  contemplar  su  maravilloso 
aspeto. 

Ya  dixe  que  para  la  hezecucion  de  la  ynpresa  de  las  yndias  no  me 
aprovechó  razón  ny  matemática,  ni  mapasmundos;  llenamente  se  cumplió 
lo  que  dijo  ysayas;  y  esto  es  lo  que  deseo  de  escrebir  aquí  por  le  reducir 
á  V.  A.  á  la  memoria,  y  porque  se  alegren  del  otro  que  yo  le  diré  de 
ihrusalen  por  las  mesmas  autoridades;  de  la  qual  ynpresa,  si  fee  ay,  tengan 
por  muy  cierta  la  vitoria. 

Recuérdense  V,  A.  de  los  hevangelios  y  de  tantas  promesas  que 
nro.  redentor  nos  fiso,  y  quan  esprimentado  está  todo.  San  pedro  quando 
saltó  en  la  mar  anduvo  sobrella  en  quanto  la  fee  fué  firme:  quien  toviere 
tanta  fee  como  un  grano  de  panizo  le  obedecerán  las  montañas:  quien 
toviere  fee  demande  que  todo  se  le  dará:  pasad  y  abriros  han.  No  debe 
nadie  de  temer  a  tomar  qual  áspera  ynpresa  en  nombre  de  nro.  salvador, 
seyendo  justa  y  con  sana  yntincion  para  su  santo  servicio:  a  santa  cata- 
lina socorrió  después  que  vido  la  prueba  della.  Acuérdense  V.  A.  que 
con  pocos  dineros  tomaron  la  ynpresa  deste  reyno  de  Granada:  la  deter- 
minación de  toda  cosa  la  dexó  nro.  señor  á  cada  uno  en  su  albedrio;  bien 
que  á  muchos  amonesta,  ninguna  cosa  le  falta  que  sea  en  el  poder  de  la 
gente  para  dársela.  O  que  señor  tan  bueno  que  desea  que  faga  la  gente 
con  que  le  sea  á  cargo.  De  dia  y  de  noche  y  á  todos  momentos  le  debrian 
las  gentes  dar  gracias  devotísimamente. 

Yo  dixe  arriba  que  quedaba  mucho  por  complir  de  las  profecías:  y 
digo  que  son  cosas  grandes  en  el  mundo;  y  digo  que  la  señal  es  que 
nro.  señor  da  priesa  en  ello.  El  predicar  del  evangelio  en  tantas  tierras 
de  tan  poco  acá  me  lo  dice. 

(Esia  carta,  á  mi  parecer,  no  está  terminada.  Al  llegar  á  este  punto, 
siguen  dos  notas  de  letra  de  la  indudable  del  Almirante ,  que  según  las 
iniciales  que  llevan  al  matgen,  hasta  están  para  ser  colocadas  en  oi'den 
inverso;  y  después  en  el  que  debía  ser  folio  LXX  VI  del  libro,  si  estuviera 
completo,  hay  otras  notas  también  autógrafas ,  que  debían  veftir  á  formar 
parte  de  esta  carta,  pues  una  de  ellas  ya  tiene  su  llamada  más  arriba. 
—  Se  copia  todo,  por  ser  del  mayor  interés). 


B. —  El  Abad  Johachim,  calabrés,  dixo  que  había  de  salir  de  España 
quien  había  de  reedificar  la  casa  del  monte  Sion. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


635 


A. —  El  Cardenal  Pedro  de  ayliaco  mucho  scribe  del  fin  de  la  seta 
de  mahoma  y  del  avenimiento  del  ante  xpo.  en  un  tratado  que 
hizo  « de  concordia  astronomice  veritatis  &.^,  narrationes  histo- 
rice  »  en  el  qual  retracta  las  opiniones  de  muchos  astrónomos 
sobre  las  diez  revoluciones  de  Saturno :  y  en  especial  al  fin  del 
dicho  libro  en  los  nueve  postreros  capítulos. 

Al  folio  y6. —  Debiendo  recordar  que  faltan  en  el  Lióro  de  Profecías, 
sive  mmtipulum  de  aiictoritatibus,  dictis  ac  sententiis  et  prophetiis,  los 
folios  desde  el  63  al  75  inclusive,  que  según  opinión  del  señor  don  Martín 
Fernández  Navarrete  podrían  estar  en  blanco;  y  en  la  de  un  anónimo 
que  estampó  nota  al  folio  "jy,  debían  ser  de  importancia.  —  La  nota  dice 
así:  «.Mal  hizo  quien  hurtó  de  aquí  estas  hojas,  porque  era  lo  mejor  de  las 
profecías  de  este  libro. »  Entre  ambos  encontrados  pareceres  nosotros  no 
podemos  decir  más  sino  que  no  se  puede  calcular  lo  que  aquellas  hojas 
contenían. 

■  Séneca  in  vij.°  tragetiae 
Medee  in  choro  audax  nimium. 
Venient  annis 

Sécula  seris  quibus  occeanus 
Vincula  Rerum  laxet  et  ingens 
Pateat  telus  tiphis  que  novos 
Detegat  orbes  nec  sit  terris 
Vltima  tille. 


.^PWjr^üWíf 


Vernan  los  tardos  años  del  mundo  |  ciertos  tiempos  en  los  quales  el 
mar  occeano  afloxerá  los  atamientos  de  las  cosas  y  se  abrirá  una  grand 
tierra  |  y  un  nuevo  marinero  como  aquel  que  fue  guya  de  Yazon  que  ovo 
nombre  tiphi  |  descobrirá  nuevo  mundo,  y  entonces  no  será  la  ysla  tylle 
la  postrera  de  las  tierras.  I 


El  año  de  1 494,  estando  yo  en  la  ysla  Saona,  que  es  al  cabo  oriental 
de  la  ysla  española,  ovo  eclipsis  de  la  luna,  a  14  de  septiembre,  y  se  fallo 
que  había  de  diferencia  de  ahí  al  cabo  de  san  vicente  en  portugal  cinco 
oras  y  mas  de  media. 

Jueves  29  de  febrero  de  1 504  estando  yo  en  las  yndias  á  la  ysla  de 
Janahica  en  el  porto  que  se  diz  de  santa  Gloria,  que  es  casi  en  el  medio 
de  la  ysla  de  la  parte  septentrional  ovo  eclipsis  de  la  luna;  y  porque  el 
comienzo  fué  primero  que  el  sol  se  pusiera  no  pude  notar,  salvo  el 
término  de  quando  la  luna  acabó  de  volver  en  su  claridad;  y  esto  fué, 
muy  certificado,  dos  horas  y  media  pasadas  de  la  noche  |  cinco  ampo- 
lletas muy  ciertas.  ] 

la  diferencia  del  medio  de  la  ysla  de  Janahica  en  las  yndias ,  con  la 


636 


CRISTÓBAL  COLÓN 


ysla  de  Calis  en  España  es  siete  oras  y  quynce  minutos;  de  manera  que 
en  Cáliz  se  puso  el  sol  primero  que  en  Janahica  con  siete  oras  y  quynze 
minutos  de  ora. 

en  el  porto  de  santa  Gloria  en  Janahica  se  alza  el  polo  diez  e  ocho 
grados  estando  las  guardas  en  el  brazo. 


(B).  — Pág.  407 


Carta  de  CRISTÓBAL  COLON  al  Pontífice  Alejandro  VI,  en  el 
MES  de  Febrero  de  1502,  dándole  cuenta  de  sus  viajes 

(Archivo  de  la  casa  de  Veragua. — Navarrete,  Colección  de  viajes,  tomo  II,  Doc.  ntím.  CXLV) 


Beatíssime  Pater:  luego  que  yo  tomé  esta  empresa  y  fui  á  descobrir 
las  indias,  prepuse  en  mi  voluntad  de  venir  personalmente  á  vuestra 
Santidad  con  la  relación  de  todo:  nasció  á  ese  tiempo  diferencia  entre  el 
señor  Rey  de  Portogal  y  el  Rey  é  la  Reyna  mis  Señores ,  diciendo  el 
Rey  de  Portogal  que  también  queria  ir  á  descobrir  y  ganar  tierras  en 
aquel  camino  hacia  aquellas  partes,  y  se  reíeria  á  la  justicia. 

El  Rey  é  la  Reyna  mis  señores  me  reenviaron  á  prisa  á  la  empresa 
para  descobrir  y  ganar  todo;  y  ansi  non  pudo  haber  efecto  mi  venida  á 
vuestra  Santidad.  Descubrí  deste  camino,  é  gané  mili  é  quatrocientas 
yslas,  y  trescientas  y  treinta  y  tres  leguas  de  la  tierra  firme  de  Asia,  sin 
otras  islas  famosísimas,  grandes  y  muchas  al  Oriente  de  la  Isla  Española, 
en  la  qual  yo  hize  asiento,  y  la  qual  boje  ochocientas  leguas  de  cuatro 
millas  cada  una  y  es  populatissirna ,  de  la  qual  hize  yo  un  breve  tiempo 
tributaria  la  gente  della  toda  del  Rey  é  de  la  Reyna  mis  Señores.  En  ella 
hay  mineros  de  todos  metales,  en  especial  de  oro  y  cobre:  hay  brazil, 
sándalos,  lináloes  y  otras  muchas  especias,  y  hay  encenso;  el  árbol  de 
donde  él  sale  es  mirabolanos.  Esta  isla  es  lliarsis,  es  Cethia,  es  Ofir  y 
Ophax  é  Cipango,  y  nos  la  habemos  llamado  Española.  Deste  viaje 
navegué  tanto  al  Occidente  que  quando  en  la  noche  se  me  ponia  el  sol 
le  cobraban  los  de  Cáliz  en  España  dende  á  dos  horas  por  Oriente;  en 
manera,  que  yo  anduve  diez  lineas  del  otro  hemisferio:  y  non  pudo  haber 
yerro  porque  hubo  entonces  eclipsis  de  la  luna  en  catorce  de  Septiembre. 
Después  fué  necesario  venir  á  España  apriesa,  y  dejé  allá  dos  hermanos 
con  mucha  gente  en  mucha  necesidad  y  peligro. 

Torné  á  ellos  con  remedio  y  hize  navegación  nueva  hacia  el  dentro, 
adonde  yo  fallé  tierras  infinitísimas  y  el  agua  de  la  mar  dulce.  Creí  y 
aquello  que  creyeron  y  creen  tantos  santos  y  sabios  teólogos,  que  allí  en 
la  comarca  es  el  Paraíso  terrenal.  La  necesidad  en  que  yo  había  dejado  á 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


637 


mis  hermanos  y  aquella  gente  fué  causa  que  yo  non  me  detuviese  á  expe- 
rimentar mas  esas  partes  y  volviese  á  mas  andar  á  ellos.  Allí  fallé  gran- 
dísima pesquería  de  perlas,  y  en  la  isla  Española  la  mitad  de  la  gente 
alzada  vagamundeando,  y  donde  yo  pensaba  haber  sosiego  ya  de  tanto 
tiempo  que  yo  comenzé,  que  fasta  entonces  no  me  habia  dejado  una  hora 
la  muerte  de  estar  abrazada  conmigo,  refresqué  el  peligro  y  trabajos. 
Gozara  mi  ánima  y  descansara  si  agora  en  fin  pudiera  venir  á  vuestra 
Santidad  con  mi  escriptura,  la  qual  tengo  para  ello,  que  es  en  la  forma  de 
los  Comentarios  é  uso  de  Cesar,  en  que  he  proseguido  desde  el  primero 
dia  fasta  agora,  que  se  atravesó  á  que  yo  haya  de  facer  viaje  nuevo  en 
nombre  de  la  Santa  Trinidad,  el  qual  será  á  su  gloria  y  honra  de  la  santa 
religión  cristiana;  la  qual  razón  me  descansa,  y  hace  que  yo  non  tema 
peligros,  ni  me  dé  nada  de  tantas  fatigas  é  muertes  que  en  esta  empresa 
yo  he  pasado  con  tan  poco  agradecimiento  del  mundo.  Yo  espero  de 
aquel  eterno  Dios  la  victoria  desto  como  de  todo  lo  pasado:  y  cierto,  sin 
ninguna  dubda,  después  de  vuelto  aquí  non  sosegaré  fasta  que  venga  á 
vuestra  Santidad  con  la  palabra  y  escriptura  del  todo,  el  qual  es  magná- 
nimo y  ferviente  en  la  honra  y  acrescentamiento  de  la  sancta  fee  cris- 
tiana. 

Agora,  Beatisime  Pater,  suplico  á  vuestra  Santidad  que  por  mi 
consolación ,  y  por  otros  respectos  que  tocan  á  esta  tan  santa  y  noble 
empresa,  que  me  dé  ayuda  de  algunos  sacerdotes  y  religiosos  que  para 
ello  conozco  que  son  idóneos,  y  por  su  Breve  mande  á  todos  los  Supe- 
riores de  cualquier  orden  de  san  Benito,  de  la  Cartuja,  de  san  Hierónymo, 
de  menores  é  mendicantes  que  pueda  yo,  ó  quien  mi  poder  tuviere, 
escoger  dellos  fasta  seis,  los  quales  negocien  adonde  quier  que  fuere 
menester  en  esta  tan  santa  empresa,  porque  yo  espero  en  nuestro  Señor 
de  divulgar  su  santo  nombre  y  Evangelio  en  el  universo.  Así  que  los 
superiores  destos  religiosos  que  yo  excogeré  de  qualquier  casa  ó  monas- 
terio de  las  órdenes  suso  nombradas  ó  por  nombrar,  qualquier  que  sea, 
non  les  impidan  nin  pongan  contradicción  por  privilegios  que  tengan,  ni 
por  otra  causa  alguna;  antes  los  apremien  á  ello  y  ayuden  é  socorran 
quanto  pudieren,  y  ellos  hayan  por  bien  de  aquiescer  y  trabajar  é 
obedecer  en  tan  santa  é  católica  negociación  y  empresa:  para  lo  qua] 
plega  eso  mismo  á  vuestra  Santidad  de  dispensar  con  los  dichos  reli- 
giosos in  administratione  spirituatium ,  non  obstaiitibus  quibuscumque  &.^ 
concediéndoles  insiiper  y  mandando  que  siempre  que  quisieren  volver  á 
su  monasterio  sean  bien  rescebidos  y  bien  tratados  como  antes,  y  mejor 
si  sus  obras  lo  demandan.  Grandísima  merced  recebiré  de  vuestra  Santi- 
dad desto,  y  seré  muy  consolado  y  será  gran  provecho  de  la  religión 
cristiana. 

Esta  empresa  se  tomó  con  fin  de  gastar  lo  que  della  se  oviese  en 
presidio  de  la  casa  santa  á  la  santa  Iglesia.  Después  que  fué  en  ella,  y 
visto  la  tierra,  escrebí  al  Rey  y  á  la  Reyna  mis  Señores,  que  dende  á 


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638 


CRISTÓBAL  COLÓN 


siete  años  yo  le  pagaría  cincuenta  mili  de  pié  y  cinco  mili  de  caballo  en  la 
conquista  della ,  y  dende  á  cinco  años  otros  cincuenta  mili  de  pié  y  otros 
cinco  mili  de  caballo,  que  serian  diez  mili  de  caballo  é  cient  mili  de  pié 
para  esto.  Nuestro  Señor  muy  bien  amostró  que  yo  compliria  por  expe- 
riencia, á  mostrar  que  podia  dar  este  año  á  S.  A.  ciento  y  veinte  quintales 
de  oro  y  certeza  que  seria  ansí  de  otro  tanto  al  término  de  los  otros 
cinco  años.  Satanás  ha  destorbado  todo  esto,  y  con  sus  fuerzas  ha  puesto 
en  términos  que  non  haya  efecto  el  uno  ni  el  otro,  si  nuestro  Señor  no  lo 
ataja.  La  gobernación  de  todo  esto  me  hablan  dado  perpetua,  ahora  con 
furor  fui  sacado  della:  por  muy  cierto  se  vé  que  fué  malicia  del  enemigo, 
y  porque  non  venga  á  luz  tan  santo  propósito.  De  todo  esto  será  bien 
que  yo  dexe  de  hablar  antes  que  escrebir  poco. — 


.      (C).— Pág.  424 
Carta  é  instrucción  de  los  Reyes  Católicos  al  Almirante, 

ANTES  DE  emprender  SU  CUARTO  VIAJE 

El  Rey  é  la  Reyna:  — 

Don  Cristoval  Colon,  nuestro  Almirante  de  las  islas  e  tierra 
firme  que  son  en  el  mar  Occeano  á  la  parte  de  las  Indias:  vimos  vuestra 
letra  de  26  de  Hebrero  y  las  que  con  ella  enviastes  y  los  memoriales  que 
nos  distes,  y  á  lo  que  decís  para  este  viaje  á  que  vais  querríades  pasar 
por  la  Española,  ya  os  deximos  que  porque  no  es  razón  que  para  este 
viaje  á  que  agora  vais,  se  pierda  tiempo  alguno,  en  todo  caso  vais  por 
este  otro  camino,  que  á  la  vuelta,  placiendo  á  Dios,  si  os  pareciere  que 
será  necesario,  podréis  volver  por  allí  de  pasada  para  deteneros  poco; 
porque  como  vedes  converná  que  vuelto  vos  del  viaje  á  que  agora  vais 
seamos  luego  informados  de  vos  en  persona  de  todo  lo  que  en  él  ovieredes 
fallado  é  fecho,  para  que  con  vuestro  parescer  é  consejo  proveamos  sobre 
ello  lo  que  mas  cumpla  á  nuestro  servicio;  y  las  cosas  necesarias  del 
rescate  acá  se  provean. 

Aquí  vos  enviamos  la  Instrucción  de  lo  que,  placiendo  á  Nuestro 
Señor,  habéis  de  facer  en  este  viaje;  y  á  lo  que  decís  de  Portugal,  nos 
escrebimos  sobre  ello  al  Rey  de  Portugal,  nuestro  hijo,  lo  que  conviene, 
y  vos  enviamos  aquí  la  carta  nuestra  que  decís  para  su  capitán,  en  que  le 
hacemos  saber  vuestra  ida  hacia  el  Poniente,  y  que  havemos  sabido  su 
ida  hacia  el  Levante ;  y  si  en  camino  os  topáredes  os  tratéis  los  unos  á 
los  otros  como  amigos ,  y  como  es  razón  de  se  tratar  capitanes  é  gentes 
de  Reyes  entre  quien  hay  tanto  debdo,  amor  é  amistad,  deciéndole  que 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


639 


lo  mismo  habernos  mandado  á  vos;  y  procuraremos  que  el  Rey  de 
Portugal  nuestro  hijo,  escriba  otra  tal  carta  al  dicho  su  capitán. 

A  lo  que  nos  suplicáis  que  hayamos  por  bien  que  levéis  con  vos  este 
viaje  á  Don  Fernando,  vuestro  fijo,  y  que  la  ración  que  se  le  dá  quede  á 
Don  Diego  vuesto  fijo,  á  Nos  place  dello. 

A  lo  que  decís  que  querríades  llevar  uno  ó  dos  que  sepan  arábigo, 
paréscenos  bien,  con  tal  que  por  ello  no  os  detengáis. 

A  lo  que  decís  qué  parte  de  la  ganancia  se  dará  á  la  gente  que 
vá  con  vos  en  esos  navios,  decimos  que  vayan  de  la  manera  que  han  ido 
los  otros. 

Las  10,000  piezas  de  moneda  que  decís,  se  acordó  que  non  se 
ficiesen  por  este  viaje,  fasta  que  mas  se  vea. 

De  la  pólvora  y  artillería  que  demandáis,  Nos  avernos  mandado  ya 
proveer  como  veréis. 

Lo  que  decís  que  no  podisteis  hablar  al  Doctor  Ángulo  é  al  licen- 
ciado Zapata  á  causa  de  la  partida,  escrevidnoslo  larga  é  particu- 
larmente. 

Cuanto  á  lo  otro  contenido  en  vuestros  memoriales  é  letras,  tocante 
á  vos  y  á  vuestros  hijos,  é  hermanos,  porque  como  vedes  á  causa  que 
Nos  estamos  en  camino  é  vos  de  partida,  no  se  puede  entender  en  ello 
fasta  que  Nos  paremos  de  asiento  en  alguna  parte,  y  si  esto  hovieredes 
de  esperar  se  perdería  el  viaje  que  agora  vais;  por  eso  es  mejor,  que  pues 
de  todo  lo  necesario  para  vuestro  viaje  estáis  despachado,  vos  partáis 
luego  sin  detenimiento  alguno,  y  quede  á  vuestro  hijo  el  cargo  de  solicitar 
lo  contenido  en  los  dichos  memoriales;  y  tened  por  cierto  que  de  vuestra 
prisión  nos  pesó  mucho,  é  bien  lo  vistes  vos  é  lo  conocieron  todos  clara- 
mente, pues  que  luego  que  lo  supimos  lo  mandamos  remediar,  y  sabéis 
el  favor  con  que  os  habernos  mandado  tratar  siempre,  y  agora  estamos 
mucho  mas  en  vos  honrar  é  tratar  muy  bien,  y  las  mercedes  que  vos 
tenemos  fechas  vos  serán  guardadas  enteramente  segund  forma  é  tenor 
de  vuestros  privilegios  que  dellas  tenéis,  sin  ir  en  cosa  contra  ellas,  y  vos 
y  vuestros  hijos  gozareis  dellas  como  es  razón;  y  si  necesario  fuere 
confirmarlas  de  nuevo,  las  confirmaremos,  y  á  vuestro  hijo  mandaremos 
poner  en  la  posesión  de  todo  ello,  y  en  mas  que  esto  tenemos  voluntad 
de  vos  honrar  y  fazer  mercedes,  y  de  vuestros  hijos  y  hermanos  Nos 
tememos  el  cuidado  que  es  razón,  y  todo  esto  se  podrá  fazer  yendo  vos 
en  buena  hora,  é  quedando  el  cargo  á  vuestro  hijo,  como  está  dicho;  y 
asi  vos  rogamos  que  en  vuestra  partida  no  haya  dilación.  —  De  Valencia 
de  la  Torre ,  á  catorce  días  de  Marzo  de  quinientos  é  dos  años. 

Yo  el  Rey.  Yo  la  Reyna. 


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Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reina. 


-Miguel  Pérez  de  Almazan. 


640 


CRISTÓBAL  COLON 


INSTRUCCIONES  PARA  EL  ALMIRANTE 


El  Rey  é  la  Reyna:  —  Don  Cristoval  Colon,  nuestro  Almirante 
de  las  islas  é  tierra  firme  que  son  en  el  mar  Occéano  á  la  parte  de  las 
Indias;  lo  que  Dios  queriendo  habéis  de  fazer  en  el  viaje  á  que  vais  por 
nuestro  mandado  es  lo  siguiente. 

Primeramente  habéis  de  trabajar  de  fazer  velas  con  los  navios  que 
lleváis  lo  mas  brevemente  que  podáis,  pues  todo  lo  que  para  vuestro' 
despacho  se  habia  de  proveer  está  fecho,  y  pagada  la  gente  que  con  vos 
vá,  porquel  tiempo  de  agora  es  muy  bueno  para  navegar  y  segund  es 
largo  el  viaje  que  Dios  queriendo  habéis  de  ir  todo  el  tiempo  de  aquí 
adelante,  es  bien  menester  antes  que  vuelva  la  fortuna  del  invierno. 

Habéis  de  ir  vuestro  viaje  derecho,  si  el  tiempo  no  os  ficiere  con- 
trario, á  descubrir  las  islas  é  tierra  firme  que  son  en  las  Indias  en  la  parte 
que  cabe  á  Nos,  y  si  á  Dios  pluguiere  que  descubráis  ó  falléis  las  dichas 
islas,  habéis  de  surgir  con  los  navios  que  leváis  y  entrar  en  las  dichas 
islas  é  tierra  firme  la  mas  á  seguridad  vuestra  y  de  la  gente  que  leváis 
que  ser  pueda,  y  habéis  de  tomar  posesión  por  Nos  é  en  nuestro  nombre 
de  las  dichas  islas  y  tierra  firme  que  así  descubriéredes,  y  habéis  de 
informaros  del  grandor  de  las  dichas  islas,  é  facer  memoria  de  todas  las 
dichas  islas,  y  de  la  gente  que  en  ellas  hay  y  de  la  calidad  que  son,  para 
que  de  todo  traigáis  entera  relación. 

Habéis  de  ver  en  estas  islas  y  tierra  firme  que  descubriéredes,  que 
oro  é  plata  é  perlas  é  piedras  é  especería  é  otras  cosas  hoviere,  é  en  que 
cantidad  é  como  es  el  nascimiento  dellas,  é  facer  de  todo  ello  relación 
por  ante  nuestro  Escribano  é  oficial  que  Nos  mandemos  ir  con  vos  para 
ello;  para  que  sepamos  de  todas  las  cosas  quen  las  dichas  islas  é  tierra 
firme  hoviere. 

Habéis  de  mandar  de  nuestra  parte  que  ninguna  persona  sea  osado 
de  rescatar  con  ninguna  mercadería  ni  otra  cosa,  ningún  oro  nin  plata, 
nin  perlas,  nin  piedras,  nin  especias,  nin  otras  cosas  de  ninguna  calidad 
que  sean,  ecepto  que  sean  aquellas  que  vos  señaláredes  é  nombráredes 
con  acuerdo  é  en  presencia  del  dicho  nuestro  Escribano  é  oficial,  el  qual 
ha  de  tomar  por  escrito  los  nombres  de  las  tales  personas  que  á  ello 
fueren,  é  obligación  dellos  que  bien  é  fielmente  manifestaran  lo  que 
trujeren  en  presencia  vuestra  y  del  dicho  escribano  é  oficial,  sin  encobrir 
cosa  alguna;  con  que  sean  certificados  que  por  cualquier  cosa  que  encu- 
brieren caerán  en  pena  de  perdimiento  de  sus  bienes ,  é  las  personas  á  la 
nuestra  merced. 

Todo  lo  que  se  trujere  é  oviere  de  las  dichas  islas  é  tierra  firme,  así 
de  oro  como  de  plata,  é  perlas  é  piedras  é  especería  é  otras  cosas  se  ha 
de  entregar  á  Francisco  de  Porras  en  presencia  vuestra  é  del  escribano  é 
oficial  que  enviamos ,  el  cual  ha  de  facer  libro  de  todo  ello,  é  en  él  habéis 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


641 


vos  de  firmar  é  el  dicho  nuestro  escribano  é  oficial,  é  la  persona  que  así 
lo  rescibiere,  para  que  por  el  dicho  libro  é  relación  se  haga  cargo  dello  al 
dicho  Francisco  Porras,  é  Nos  sepamos  cuanto  es. 

De  la  gente  que  leváis  habéis  de  dejar  en  aquellas  islas  que  descu- 
briéredes  la  que  á  vos  paresciere  y  habéis  de  mirar  que  queden  lo 
mejor  mantenidos  de  proveimientos  que  ser  pueda  c  seguridad  de  sus 
personas. 

Todos  los  capitanes  é  maestres  é  marineros  é  pilotos  é  gente  de 
armas  que  fiaeren  en  los  dichos  navios  que  leváis,  han  de  fazer  é  obedescer 
vuestros  mandamientos  como  si  Nos  gelo  mandásemos;  á  los  quales 
habéis  de  tratar  como  á  personas  que  nos  van  á  servir  en  semejante 
jornada,  é  habéis  de  tener  desde  el  dia  que  partiéredes  fasta  que  volváis 
la  justicia  cevil  é  creminal  sobrellos,  á  los  quales  mandamos  que  vos 
obedezcan  como  dicho  es. 

Otrosí,  al  tiempo  que  Dios  queriendo,  vos  hoviéredes  de  volver,  ha 
de  venir  con  vos  el  dicho  nuestro  escribano  é  oficial,  é  habéis  de  procurar 
de  traernos  la  mas  cumplida  é  larga  é  entera  relación  de  todo  lo  que 
descubriéredes ,  é  de  las  nasciones  de  lá  gente  de  las  dichas  islas  é  tierra 
ñrme  que  (aWáreáes]  y  no /lalfezs  de  traer  esclavos:  pero  si  buenamente 
quisiere  venir  alguno  por  lengua  con  propósito  de  volver,  traedle. 

Así  mismo,  porque  non  se  pueda  encubrir  ninguna  cosa  entre  la 
gente  que  trujiéredes  en  los  navios,  de  lo  que  no  se  hoviere  manifestado 
ni  entregado,  antes  que  embarquéis  para  acá,  habéis  de  catar  todo  lo  que 
cada  uno  metiere  en  los  dichos  navios,  é  ha  de  facer  el  dicho  nuestro 
escribano  é  oficial  inventario  dello,  firmado  de  vuestro  nombre  é  del  suyo, 
porque  al  tiempo  que  desembarcáredes ,  Dios  queriendo,  se  vea  por  la 
misma  orden  si  traen  alguna  otra  cosa  de  mas  de  lo  que  llovieren  mani- 
festado; porque  si  lo  trujieren  lo  habrán  perdido,  y  será  para  Nos,  é  mas 
caerán  en  la  pena  sobredicha. 

Lo  qual  todo  que  dicho  es  vos  mandamos  que  así  fagades  é  cum- 
plades,  segund  é  por  la  forma  é  manera  que  aquí  se  contiene,  sin  exceder 
en  cosa  alguna  dello,  é  si  otras  cosas  oviere  demás  de  las  sobredichas  que 
se  deban  proveer  para  lo  que  á  nuestro  servicio  cumple  é  al  buen  recabdo 
de  nuestra  hacienda,  proveedlo  como  mas  cumpla  á  nuestro  servicio,  ca 
para  ello  vos  damos  por  esta  instrucción  poder  cumplido;  é  mandamos  á 
los  dichos  capitanes,  maestres  é  marineros  é  pilotos  é  hombres  de  armas 
que  fagan  todo  lo  que  conforme  á  esta  nuestra  instrucción  les  mandáredes 
de  nuestra  parte,  so  las  penas  que  vos  les  quisiéredes  ó  les  mandáredes 
poner  de  nuestra  parte,  las  quales  vos  damos  poder  para  las  ejecutar  en 
ellos  é  en  sus  bienes.  —  Fecha  en  Valencia  de  la  Torre  á  catorce  dias  del 
mes  de  Marzo  de  mili  e  quinientos  é  dos  años. 

Yo  el  Rey.  Vo  la  Reyna. 

Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Reyna. —  Miguel  Pérez  de  Almazan. 


Cristóbal  Colon  t.  ii. — 81. 


642 


CRISTÓBAL  COLÓN 


^^'í'. 


L-  / 


^M. 


^ir'-^.:, 


(D).— Pág.  510 

Carta  que  escribió  don  CRISTÓBAL  COLON,  Virey  y  Almirante 
DE  LAS  Indias,  á  los  cristianísimos  y  muy  poderosos  Rey  y 
Reina  de  España,  nuestros  señores,  en  que  les  notifica 

CUANTO  LE  HA  ACONTECIDO  EN  SU  VIAJE;  Y  LAS  TIERRAS,  PRO- 
VINCIAS, ciudades,  RÍOS  Y  OTRAS  COSAS  MARAVILLOSAS,  Y  DONDE 
HAY  MINAS  DE  ORO  EN  MUCHA  CANTIDAD,  Y  OTRAS  COSAS  DE 
GRAN  RIQUEZA  Y  VALOR. 

Serenísimos  y  muy  altos  y  poderosos  Príncipes  Rey  y  Reina,  nues- 
tros Señores :  De  Cádiz  pasé  á  Canaria  en  cuatro  dias ,  y  dende  á  las 
Indias  en  diez  y  seis  dias,  donde  escribía.  Mi  intención  era  dar  prisa  á  mi 
viaje  en  cuanto  yo  tenia  los  navios  buenos,  la  gente  y  los  bastimentos,  y 
que  mi  derrota  era  en  la  Isla  de  Jamaica;  y  en  la  Isla  Dominica  escribí 
esto :  fasta  allí  truje  el  tiempo  á  pedir  por  la  boca.  Esa  noche  que  allí 
entré  fué  con  tormenta,  y  grande,  y  me  persiguió  después  siempre. 
Cuando  llegué  sobre  la  Española  invié  el  envoltorio  de  cartas,  y  a  pedir 
por  merced  un  navio  por  mis  dineros,  porque  otro  que  yo  llevaba  era 
inavegable  y  no  sufria  velas.  Las  cartas  tomaron,  y  sabrán  si  se  las  dieron 
la  respuesta.  Para  mí  fué  mandarme  de  parte  de  ahí,  que  yo  no  pasase 
ni  llegase  á  la  tierra:  cayó  el  corazón  á  la  gente  que  iba  conmigo,  por 
temor  de  los  llevar  yo  lejos,  diciendo  que  si  algún  caso  de  peligro  les 
viniese  que  no  serian  remediados  allí,  antes  le  seria  fecha  alguna  grande 
afrenta.  También  á  quien  plugo  dijo  que  el  Comendador  habla  de  proveer 
las  tierras  que  yo  ganase.  La  tormenta  era  terrible,  y  en  aquella  noche 
me  desmembró  los  navios:  á  cada  uno  llevó  por  su  cabo  sin  esperanzas, 
salvo  de  muerte:  cada  uno  de  ellos  tenia  por  cierto  que  los  otros  eran 
perdidos.  ¿  Quién  nasció,  sin  quitar  á  Job ,  que  no  muriera  desesperado.?* 
que  por  mi  salvación  y  de  mi  fijo,  hermano  y  amigos  me  fuese  en  tal 
tiempo  defendida  la  tierra  y  los  puertos  que  yo,  por  la  voluntad  de  Dios, 
gané  á  España  sudando  sangre? — E  torno  á  los  navios  que  así  me  habia 
llevado  la  tormenta  y  dejado  á  mí  solo.  Depáremelos  nuestro  Señor 
cuando  le  plugo.  El  navio  Sospechoso  habia  echado  á  la  mar,  por  escapar, 
fasta  la  isola  la  Gallega;  perdió  la  barca,  y  todos  gran  parte  de  los  basti- 
mentos: en  el  que  yo  iba,  abalumado  á  maravilla,  nuestro  Señor  le  salvó 
que  no  hubo  daño  de  una  paja.  En  el  Sospechoso  iba  mi  hermano ;  y  él, 
después  de  Dios,  fué  su  remedio.  E  con  esta  tormenta,  así  á  gatas,  me 
llegué  á  Jamaica:  allí  se  mudó  de  mar  alta  en  calmeria  y  grande  corriente, 
y  me  llevó  fasta  el  Jardín  de  ki  Reina  sin  ver  tierra.  De  allí  cuando  pude, 
navegué  á  la  tierra  firme,  adonde  me  salió  el  viento  y  corriente  terrible 
al  opósito:  combatí  con  ellos  sesenta  dias,  y  en  fin  no  le  pude  ganar  mas 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


643 


de  70  leguas. —  En  todo  este  tiempo  no  entré  en  puerto,  ni  pude,  ni  me 
dejó  tormenta  del  cielo,  agua  y  trombones  y  relámpagos  de  continuo, 
que  parecía  el  fin  del  mundo.    Llegué  al  cabo  de  Gracias  á  Dios,  y  de 
allí  me  dio  nuestro  Señor  próspero  el  viento  y  corriente.  Esto  fué  á  1 2  de 
Setiembre.   Ochenta  y  ocho  dias  habia  que  no  me  habia  dejado  espan- 
table tormenta,  á  tanto  que  no  vide  el  sol  ni  estrellas  por  mar;  que  á  los 
navios  tenia  yo  abiertos,  á  las  velas  rotas,  y  perdidas  anclas  y  jarcia, 
cables,  con  las  barcas  y  muchos  bastimentos,  la  gente  muy  enferma,  y 
todos  contritos,  y  muchos  con  promesa  de  religión,  y  no  ninguno  sin 
otros  votos  y  romerías.    Muchas  veces  hablan  llegado  á  se  confesar  los 
unos  á  los  otros.    Otras  tormentas  se  han  visto,  mas  no  durar  tanto  ni 
con  tanto  espanto.    Muchos  esmorecieron,  harto   y  hartas  veces,  que 
teníamos  por  esforzados.  El  dolor  del  fijo  que  yo  tenia  allí  me  arrancaba 
el  ánima,  y  mas  por  verle  de  tan  nueva  edad  de  13  años  en  tanta  fatiga, 
y  durar  en  ello  tanto :  nuestro  Señor  le  dio  tal  esfuerzo  que  él  avivaba  á 
los  otros,  y  en  las  obras  hacia  él  como  si  hubiera  navegado  ochenta  años, 
y  él  me  consolaba.    Yo   habia  adolescido  y  llegado   fartas  veces   á  la 
muerte.   De  una  camarilla,  que  yo  mandé  facer  sobre  cubierta,  mandaba 
la  via.  Mi  hermano  estaba  en  el  peor  navio  y  más  peligroso.  Gran  dolor 
era  el  mió,  y  mayor  porque  lo  truje  contra  su  grado;   porque,  por  mi 
dicha,   poco  me  han  aprovechado  veinte  años  de  servicio  que  yo  he 
servido  con  tantos  trabajos  y  peligros,  que  hoy  dia  no  tengo  en  Castilla 
una  teja ;  si  quiero  comer  ó  dormir  no  tengo,  salvo  al  mesón  ó  taberna,  y 
las  mas  de  las  veces  falta  para  pagar  el  escote.    Otra  lástima  me  arran- 
caba el  corazón  por  las  espaldas ,  y  era  de  D.  Diego  mi  hijo,  que  yo  dejé 
en  España  tan  huérfano  y  desposesionado  de  mi  honra  y  hacienda;  bien 
que  tenia  por  cierto  que  allá  como  justos  y  agradecidos  Príncipes  le  resti- 
tuirían con  acrescentamiento  en  todo. — Llegué  á  tierra  de  Cariay,  adonde 
me  detuve  á  remediar  los  navios  y  bastimentos,  y  dar  aliento  á  la  gente, 
que  venia  muy  enferma.   Yo  que,  como  dije  habia  llegado  muchas  veces 
á  la  muerte,  allí  supe  de  las  minas  del  oro  de  la  provincia  de  Ciamba, 
que  yo  buscaba.   Dos  indios  me  llevaron  á  Carambaini,  adonde  la  gente 
anda  desnuda  y  al  cuello  un  espejo  de  oro,  mas  no  le  querían  vender  ni 
dar  á  trueque.   Nombráronme  muchos  lugares  en  la  costa  de  la  mar, 
adonde  decia  que  habia  oro  y  minas;  el  postrero  era  Veragua,  y  lejos  de 
allí  obra  de  25  leguas;  partí  con  intención  de  los  tentar  á  todos,  y  llegado 
ya  el  medio  supe  que  habia  minas  á  dos  jornadas  de  anda.dura:  acordé 
de  enviarlas  á  ver  víspera  de  San  Simón  y  Judas,  que  habia  de  ser  la 
partida:  en  esa  noche  se  levantó  tanta  mar  y  viento,  que  fué  necesario  de 
correr  hacia  adonde  él  quiso;  y   el  indio  adalid   de  las  minas  siempre 
conmigo. —  En  todos  estos  lugares,  adonde  yo  habia  estado,  fallé  verdad 
todo  lo  que  yo  habia  oido:  esto  me  certificó  que  es  así  de  la  provincia  de 
Ciguare,   que  según  ellos,  es  descrita  nueve  jornadas  de  andadura  por 
tierra  al  Poniente:  allí  dicen  que  hay  infinito  oro,  y  que  traen  corales  en 


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644 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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las  cabezas,  manillas  á  los  pies  y  á  los  brazos  dello,  y  bien  gordas;  y  del, 
sillas,  arcas  y  mesas  las  guarnecen  y  enforran.  También  dijeron  que  las 
mujeres  de  allí  traian  collares  colgados  de  la  cabeza  á  las  espaldas.  En 
esto  que  yo  digo,  la  gente  toda  de  estos  lugares  conciertan  en  ello,  y 
dicen  tanto  que  yo  seria  contento  con  el  diezmo.  También  todos  cono- 
cieron la  pimienta.  En  Cigiiare  usan  tratar  en  ferias  y  mercaderías :  esta 
gente  así  lo  cuentan ,  y  me  amostraban  del  modo  y  forma  que  tienen  en 
la  barata.  Otrosí,  dicen  que  las  naos  traen  bombardas,  arcos  y  flechas, 
espadas  y  corazas ,  y  andan  vestidos ,  y  en  la  tierra  hay  caballos ,  y  usan 
la  guerra,  y  traen  ricas  vestiduras,  y  tienen  buenas  cosas.  También  dicen 
que  la  mar  boxa  á  Ciguare ,  y  de  allí  á  lO  jornadas  es  el  rio  de  Ganges. 
Parece  que  estas  tierras  están  con  Veragua,  como  Tortosa  con  Fuente- 
rrabia  ó  Pisa  con  Venecia.  Cuando  yo  partí  de  Carambai'u  y  llegué  á 
esos  lugares  que  dije,  fallé  la  gente  en  aquel  mismo  uso:  salvo  que  los 
espejos  del  oro  quien  los  tenia  los  daba  por  tres  cascabeles  de  gabilan 
por  el  uno,  bien  que  pesasen  lo  ó  15  ducados  de  peso.  En  todos  sus 
usos  son  como  los  de  la  Española.  El  oro  cogen  con  otras  artes,  bien 
que  todos  son  nada  con  los  de  los  cristianos.  Esto  que  yo  he  dicho  es  lo 
que  oyó.  Lo  que  yo  sé  es  que  el  año  94  navegué  en  24°  al  Poniente  en 
término  de  nueve  horas,  y  no  pudo  haber  yerro  porque  hubo  ecUpses:  el 
sol  estaba  en  Libra  y  la  luna  en  Ariete.  También  esto  que  yo  supe  por 
palabra  habíalo  yo  sabido  largo  por  escrito.  Tolomeo  creyó  de  haber 
bien  remedado  á  Marino,  y  ahora  se  falla  su  escritura  bien  propincua  al 
cierto.  Tolomeo  asienta  Catigara  á  12  líneas  lejos  de  su  Occidente,  que 
él  asentó  sobre  el  cabo  de  San  Vicente  en  Portugal  dos  grados  y  un 
tercio.  Marino  en  1  5  líneas  constituyó  la  tierra  é  términos.  Marino  en 
Etiopia  escribe  al  Indo  la  linea  equinoccial  mas  de  24^^,  y  ahora  que  los 
portugueses  le  navegan  le  fallan  cierto.  Tolomeo  diz  que  la  tierra  mas 
austral  es  el  plazo  primero,  y  que  no  abaja  mas  de  1 5°  y  un  tercio.  E  el 
mundo  es  poco:  el  enjuto  de  ello  en  seis  partes,  la  séptima  solamente 
cubierta  de  agua:  la  experiencia  ya  está  vista,  y  la  escribí  por  otras  letras 
y  con  adornamiento  de  la  Sacra  Escriptura,  con  el  sitio  del  Paraíso 
terrenal,  que  la  santa  Iglesia  aprueba:  digo  que  el  mundo  no  es  tan  grande 
como  dice  el  vulgo,  y  que  un  grado  de  la  equinoccial  está  52  millas  y  dos 
tercios:  pero  esto  se  tocará  con  el  dedo.  Dejo  esto,  por  cuanto  no  es  mi 
propósito  de  fablar  en  aquella  materia,  salvo  de  dar  cuenta  de  mi  duro  y 
trabajoso  viaje,  bien  que  él  sea  el  mas  noble  y  provechoso.  —  Digo  que 
víspera  de  San  Simón  y  Judas  corrí  donde  el  viento  me  llevaba,  sin  poder 
resistirle.  En  un  puerto  excusé  diez  dias  de  gran  fortuna  de  la  mar  y  del 
cielo:  allí  acordé  de  no  volver  atrás  á  las  minas,  y  déjelas  ya  por  ganadas. 
Partí,  por  seguir  mi  viage,  lloviendo:  Ví&^wé.  ii  puerto  de  Bastimentos, 
adonde  entré  y  no  de  grado:  la  tormenta  y  gran  corriente  me  entró  allí 
catorce  dias;  y  después  partí,  y  no  con  buen  tiempo.  Cuando  yo  hube 
andado  1 5  leguas  forzosamente ,   me  reposó  atrás  el  viento  y  corriente 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


645 


con  furia:  volviendo  yó  al  puerto  de  donde  había  salido  fallé  en  el  camino 
al  Retrete,  adonde  me  retruje  con  harto  peligro  y  enojo,  y  bien  fatigado 
yo  y  los  navios  y  la  gente:  detüveme  allí  quince  dias,  que  así  lo  quiso  el 
cruel  tiempo ;  y  cuando  creí  de  haber  acabado  me  fallé  de  comienzo :  allí 
mudé  de  sentencia  de  volver  á  las  minas,  y  hacer  algo  fasta  que  me 
viniese  tiempo  para  mi  viage  y  marear;  y  llegado  con  4  leguas  revino  la 
tormenta,  y  me  fatigó  tanto  á  tanto  que  ya  no  sabia  de  mi  parte.  Allí  se 
me  refrescó  del  mal  la  llaga:  nueve  dias  anduve  perdido  sin  esperanza  de 
vida:  ojos  nunca  vieron  la  mar  tan  alta,  fea  y  echa  espuma.  El  viento  no 
era  para  ir  adelante,  ni  daba  lugar  para  correr  hacia  algún  cabo.  Allí  me 
detenia  en  aquella  mar  fecha  sangre,  herbiendo  como  caldera  por  gran 
fuego.  El  cielo  jamas  fué  visto  tan  espantoso :  un  dia  con  la  noche  ardió 
comp  forno;  y  así  echaba  la  llama  con  los  rayos,  que  cada  vez  miraba  yo 
si  me  habia  llevado  los  masteles  y  velas;  venian  con  tanta  furia  espan- 
tables que  todos  creíamos  que  me  habían  de  fundir  los  navios.  En  todo 
este  tiempo  jamas  cesó  agua  del  cielo,  y  no  para  decir  que  llovía,  salvo 
que  resengundaba  otro  diluvio.  La  gente  estaba  ya  tan  molida  que 
deseaban  la  muerte  para  salir  de  tantos  martirios.  Los  navios  ya  habían 
perdido  dos  veces  las  barcas,  anclas,  cuerdas,  y  estaban  abiertos,  sin 
velas.  —  Cuando  plugo  á  nuestro  Señor  volví  á  Puerto  Gordo,  adonde 
reparé  lo  mejor  que  pude.  Volví  otra  vez  hacía  Veragua  para  mí  viage, 
aunque  yo  no  estuviera  para  ello.  Todavía  era  el  viento  y  corrientes 
contrarios.  Llegué  casi  adonde  antes,  y  allí  me  salió  otra  vez  el  viento  y 
corrientes  al  encuentro,  y  volví  otra  vez  al  puerto,  que  no  osé  esperar  la 
oposición  de  Saturno  con  mares  tan  desbaratados  en  costa  brava,  porque 
las  mas  de  las  veces  trae  tempestad  ó  fuerte  tiempo.  Esto  fué  día  de 
Navidad  en  hora  de  misa.  Volví  otra  vez  adonde  yo  habia  salido  con 
harta  fatiga ;  y  pasado  año  nuevo  torné  á  la  porfía,  que  aunque  me  hiciera 
buen  tiempo  para  mí  viage,  ya  tenia  los  navios  inavegables,  y  la  gente 
muerta  y  enferma.  Dia  de  la  Epifanía  llegué  á  Veragua,  ya  sin  aliento: 
allí  me  deparó  nuestro  Señor  un  río  y  seguro  puerto,  bien  que  á  la  entrada 
no  tenia  salvo  10  palmos  de  fondo:  metime  en  él  con  pena,  y  el  día 
siguiente  recordó  la  fortuna:  si  me  falla  fuera,  no  pudiera  entrar  á  causa 
del  banco.  Llovió  sin  cesar  fasta  14  de  Febrero,  que  nunca  hubo  lugar 
de  entrar  en  la  tierra,  ni  de  me  remediar  en  nada;  y  estando  ya  seguro 
á  24  de  Enero,  de  improviso  vino  el  rio  muy  alto  y  fuerte;  quebráronme 
las  amarras  y  proeses,  y  hubo  de  llevar  los  navios,  y  cierto  los  vi  en 
mayor  peligro  que  nunca.  Remedió  nuestro  Señor,  como  siempre  hizo. 
No  se  si  hubo  otro  con  mas  martirios.  A  6  de  Febrero,  lloviendo,  invié 
70  hombres  la  tierra  adentro;  y  á  las  5  leguas  fallaron  muchas  minas;  los 
indios  que  iban  con  ellos  los  llevaron  á  un  cerro  muy  alto,  y  de  allí  les 
mostraron  hacia  toda  parte  cuanto  los  ojos  alcanzaban ,  diciendo  que  en 
toda  parte  había  oro,  y  que  hacia  el  Poniente  llegaban  las  minas  20  jor- 
nadas, y  nombraban  las  villas  y  lugares,  y  adonde  habia  de  ello  mas  ó 


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CRISTÓBAL  COLON 


S 


menos.  Después  supe  yó  que  el  Qiiibimí  que  habia  dado  estos  indios,  les 
habia  mandado  que  fuesen  á  mostrar  las  minas  lejos  y  de  otro  su  contra- 
rio; y  que  adentro  de  su  pueblo  cogian,  cuando  él  queria,  un  hombre  en 
diez  dias  una  mozada  de  oro;  los  indios  sus  criados  y  testigos  de  esto 
traigo  conmigo.  Adonde  él  tiene  el  pueblo  llegan  las  barcas.  Volvió  mi 
hermano  con  esa  gente,  y  todos  con  oro  que  hablan  cogido  en  cuatro 
horas  que  fué  allá  á  la  estada.  La  calidad  es  grande,  porque  ninguno  de 
estos  jamás  habia  visto  minas,  y  los  mas  oro.  Los  mas  eran  gente  de  la 
mar,  y  casi  todos  grumetes.  Yo  tenia  mucho  aparejo  para  edificar  y 
muchos  bastimentos.  Asenté  pueblo,  y  di  muchas  dádivas  al  Qiiihian, 
que  así  llaman  al  Señor  de  la  tierra;  y  bien  sabia  que  no  habia  de  durar 
la  concordia:  ellos  muy  rústicos  y  nuestra  gente  muy  importunos,  y  me 
aposesionaba  en  su  término:  después  que  él  vido  las  cosas  fechas  y  el 
tráfago  tan  vivo  acordó  de  las  quemar  y  matarnos  á  todos:  muy  al  revés 
salió  su  propósito:  quedó  preso  él,  mujeres  y  fijos  y  criados;  bien  que  su 
prisión  duró  poco:  el  Quibian  se  fuyó  á  un  hombre  honrado,  á  quien  se 
habia  entregado  con  guarda  de  hombres;  é  los  hijos  se  fueron  á  un 
maestre  de  navio,  á  quien  se  dieron  en  él  á  buen  recaudo.  En  Enero  se 
habia  cerrado  la  boca  del  rio.  En  Abril  los  navios  estaban  todos  comidos 
de  broma,  y  no  los  podia  sostener  sobre  agua.  En  este  tiempo  hizo  el 
rio  un  canal,  por  donde  saqué  tres  dellos  vacios  con  gran  pena.  Las  barcas 
volvieron  adentro  por  la  sal  y  agua.  La  mar  se  puso  alta  y  fea,  y  no  les 
dejó  salir  fuera:  los  indios  fueron  muchos  y  juntos  y  las  combatieron,  y 
en  fin  los  mataron.  Mi  hermano  y  la  otra  gente  toda  estaban  en  un  navio 
que  quedó  adentro:  yo  muy  solo  de  fuera  en  tan  brava  costa,  con  fuerte 
fiebre,  en  tanta  fatiga:  la  esperanza  de  escapar  era  muerta:  subi  así 
trabajando  lo  mas  alto,  llamando  á  voz  temerosa,  llorando  y  muy  aprisa, 
los  maestros  de  la  guerra  de  vuestras  Altezas,  á  todos  cuatro  los  vientos, 
por  socorro;  mas  nunca  me  respondieron.  Cansado,  me  dormeci  gimiendo: 
una  voz  muy  piadosa  oí ,  diciendo :  «  ¡  O  estulto  y  tardo  á  creer  y  á  servir 
»á  tu  Dios,  Dios  de  todos!  ¿Qué  hizo  él  mas  por  Moysés  ó  por  David 
» su  siervo  ?  Después  naciste ,  siempre  él  tuvo  de  ti  muy  grande  cargo. 
»  Cuando  te  vido  en  edad  de  que  él  fué  contento,  maravillosamente  hizo 
» sonar  tu  nombre  en  la  tierra.  Las  Indias,  que  son  parte  del  mundo,  tan 
» ricas ,  te  las  dio  por  tuyas :  tú  las  repartiste  adonde  te  plugo,  y  te  dio 
» poder  para  ello.  De  los  atamientos  de  la  mar  océana,  que  estaban 
»  cerrados  con  cadenas  tan  fuertes ,  te  dio  las  llaves ;  y  fuiste  obedecido 
»en  tantas  tierras,  y  de  los  cristianos  cobraste  tan  honrada  fama.  ¿Qué 
»hizo  el  mas  al  su  pueblo  de  Israel  cuando  le  sacó  de  Egipto?  ¿Ni  por 
» David,  que  de  pastor  hizo  Rey  en  Judea?  Tórnate  á  él,  y  conoce  ya  tu 
» yerro:  su  misericordia  es  infinita:  tu  vejez  no  impedirá  á  toda  cosa 
» grande:  muchas  heredades  tiene  él  grandísimas.  Abrahan  pasaba  de 
»cien  años  cuando  engendró  á  Isac,  ¿ni  Sara  era  moza?  Tu  llamas  por 
»  socorro  incierto :  responde ,  ¿  quién  te  ha  afligido  tanto  y  tantas  veces, 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


647 


»  Dios  ó  el  mundo  ?  Los  privilegios  y  promesas  que  dá  Dios ,  no  las  que- 
» branta ,  ni  dice  después  de  haver  recibido  el  servicio,  que  su  intención 
»no  era  esta,  y  que  se  entiende  de  otra  manera,  ni  dá  martirios  por  dar 
»  color  á  la  fuerza :  él  vá  al  pie  de  la  letra :  todo  lo  que  él  promete  cumple 
»  con  acrescentamiento :  ¿  esto  es  uso  ?  Dicho  tengo  lo  que  tu  Criador  ha 
» fecho  por  ti  y  hace  con  todos.  Ahora  medio  muestra  el  galardón  de 
» estos  afanes  y  peligros  que  has  pasado  sirviendo  á  otros.»  Yo  así  amor- 
tecido oí  todo;  mas  no  tuve  yo  respuesta  á  palabras  tan  ciertas,  salvo 
llorar  por  mis  yerros.  Acabó  él  de  fablar,  quien  quiera  que  fuese,  diciendo: 
« No  temas ,  confia :  todas  estas  atribulaciones  están  escritas  en  piedra 
»  marmol,  y  no  sin  causa. » 

Levánteme  cuando  pude;  y  al  cabo  de  nueve  dias  hizo  bonanza,  mas 
no  para  sacar  navios  del  rio.  Recogí  la  gente  que  estaba  en  tierra,  y  todo 
el  resto  que  pude,  porque  no  bastaban  para  quedar  y  para  navegar  los 
navios.  Quedara  yo  á  sostener  el  pueblo  con  todos,  si  vuestras  Altezas 
supieran  de  ello.  El  temor  que  nunca  aportarían  allí  navios  me  determinó 
á  esto,  y  la  cuenta  que  cuando  se  haya  de  proveer  de  socorro  se  pro- 
veerá de  todo.  Partí  en  nombre  de  la  Santísima  Trinidad,  la  noche  de 
Pascua,  con  los  navios  podridos,  abrumados,  todos  fechos  agujeros.  Allí 
en  Belén  dejé  uno,  y  hartas  cosas.  En  Belpiierto  hice  otro  tanto.  No  me 
quedaron  salvo  dos  en  el  estado  de  los  otros,  y  sin  barcas  y  bastimentos, 
por  haber  de  pasar  7,000  millas  de  mar  y  de  agua,  ó  morir  en  la  via  con 
fijo  y  hermano  y  tanta  gente.  Respondan  ahora  los  que  suelen  tachar  y 
reprender,  diciendo  allá  de  en  salvo:  ¿porqué  no  haciádes  esto  allí?  Los 
quisiera  yo  en  esta  jornada.  Yo  bien  creo  que  otra  de  otro  saber  los 
guarda :  á  nuestra  fé  es  ninguna.  —  Llegué  á  1 3  de  Mayo  en  la  provincia 
de  Mago,  que  parte  con  aquella  del  Catayo,  y  de  allí  partí  para  la  Espa- 
ñola: navegué  dos  dias  con  buen  tiempo,  y  después  fué  contrario.  El 
camino  que  yo  llevaba  era  para  desechar  tanto  número  de  islas,  por  no 
me  embarazar  en  los  bajos  dellas.  La  mar  brava  me  hizo  fuerza,  y  hube 
volver  atrás  sin  velas :  surgí  á  una  isla  adonde  de  golpe  perdí  tres  anclas, 
y  á  la  media  noche,  que  parecia  que  el  mundo  se  ensolvía,  se  rompieron 
las  amarras  al  otro  navio,  y  vino  sobre  mi,  que  fué  maravilla  como  no 
nos  acabamos  de  se  hacer  rajas :  el  ancla ,  de  forma  que  me  quedó,  fué 
ella  después  de  nuestro  Señor,  quien  me  sostuvo.  Al  cabo  de  seis  dias, 
que  ya  era  bonanza,  volví  á  mi  camino:  así  ya  perdido  del  todo  de 
aparejos  y  con  los  navios  horadados  de  gusanos  mas  que  un  panal  de 
abejas,  y  la  gente  tan  acobardada  y  perdida,  pasé  algo  adelante  de  donde 
yo  habia  llegado  denantes :  allí  me  torné  á  reposar  atrás  la  fortuna :  paré 
en  la  misma  isla  en  mas  seguro  puerto :  al  cabo  de  ocho  dias  torné  á  la 
via  y  llegué  á  Jamaica  en  fin  de  Junio,  siempre  con  vientos  punteros,  y 
los  navios  en  peor  estado:  con  tres  bombas,  tinas  y  calderas  no  podían 
con  toda  la  gente  vencer  el  agua  que  entraba  en  el  navio,  ni  para 
este  mal  de  broma  hay  otra  cura.  Cometí  el  camino  para  me  acercar  á  lo 


«Mí    ''M*.  í 


yú 


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CRISTÓBAL  COLON 


mas  cerca  de  la  Española,  que  son  28  leguas;  y  no  quisiera  haber  comen- 
zado. El  otro  navio  corrió  á  buscar  puerto  casi  anegado.  Yo  porfié  la 
vuelta  de  la  mar  con  tormenta.  El  navio  se  me  anegó,  que  milagrosa- 
mente me  trujo  nuestro  Señor  á  tierra.  ¿Quién  creyera  lo  que  aquí  escribo? 
Digo  que  de  cien  partes  no  he  dicho  la  una  en  esta  letra.  Los  que  fueron 
con  el  Almirante  lo  atestigüen.  Si  place  á  vuestras  Altezas  de  me  hacer 
merced  de  socorro  un  navio  que  'pase  de  64,  con  200  quintales  de  biz- 
cocho y  algún  otro  bastimento,  abastará  para  me  llevar  á  mi  y  á  esta 
gente  á  España  de  la  Española.  En  Jamaica  ya  dije  que  no  hay  28  leguas 
á  la  Española.  No  fuera  yo,  bien  que  los  navios  estuvieran  para  ello.  Ya 
dije  que  me  fué  mandado  de  parte  de  vuestras  Altezas  que  no  llegase  á 
allá.  Si  este  mandar  ha  aprovechado,  Dios  lo  sabe.  Esta  carta  invio  por 
via  y  mano  de  indios:  grande  maravilla  será  si  allá  llega.  —  De  mi  viage 
digo:  que  fueron  150  personas  conmigo,  en  que  hay  hartos  suficientes 
para  pilotos  y  grandes  marineros :  ninguno  puede  dar  razón  cierta  por 
donde  fui  yo  ni  vine:  la  razón  es  muy  presta.  Yo  parti  de  sobre  el  puerto 
del  Brasil :  en  la  Española  no  me  dejó  la  tormenta  ir  al  camino  que  yo 
quería:  fué  por  fuerza  correr  adonde  el  viento  quiso.  En  ese  dia  cai  yo 
muy  enfermo:  ninguno  habia  navegado  hacia  aquella  parte:  cesó  el  viento 
y  mar  dende  á  ciertos  dias,  y  se  mudó  la  tormenta  en  calmería  y  grandes 
corrientes.  Fui  á  aportar  á  una  isla  que  se  dijo  de  las  Bocas,  y  de  allí  á 
tierra  firme.  Ninguno  puede  dar  cuenta  verdadera  de  esto,  porque  no 
hay  razón  que  abaste;  porque  fué  ir  con  corriente  sin  ver  tierra  tanto 
número  de  dias.  Seguí  la  costa  de  la  tierra  firme:  esta  se  asentó  con 
compás  y  arte.  Ninguno  hay  que  diga  debajo  cuál  parte  del  cielo  ó 
cuando  yo  parti  de  ella  para  venir  á  la  Española.  Los  pilotos  creian 
venir  á  parar  á  la  isla  de  Sanct-Joan;  y  fué  en  tierra  de  Maitgo,  400  leguas 
mas  al  Poniente  de  adonde  decían.  Respondan,  si  saben,  adonde  es  el 
sitio  de  Veragua.  Digo  que  no  pueden  dar  otra  razón  ni  cuenta,  salvo 
que  fueron  á  unas  tierras  adonde  hay  mucho  oro,  y  certificarle;  mas  para 
volver  á  ella  el  camino  tiene  ignoto,  seria  necesario  para  ir  á  ella  descu- 
brirla como  de  primero.  Una  cuenta  hay  y  razón  de  astrologia,  y  cierta: 
quien  la  entiende  esto  le  basta.  A  visión  profética  se  asemeja  esto.  Las 
naos  de  las  Indias,  sino  navegan  salvo  á  popa,  no  es  por  la  mala  fechura, 
ni  por  ser  fuertes;  las  grandes  corrientes  que  allí  vienen,  juntamente  con 
el  viento  hacen  que  nadie  porfié  con  bolina,  porque  un  dia  perderían  lo 
que  hubiesen  ganado  en  siete ;  ni  saco  carabela  aunque  sea  latina  portu- 
guesa. Esta  razón  hace  que  no  naveguen,  salvo  con  colla,  y  por  esperarle 
se  detienen  á  las  veces  seis  y  ocho  meses  en  puerto;  ni  es  maravilla, 
pues  que  en  España  muchas  veces  acaece  otro  tanto. —  La  gente  de  que 
escribe  Papa  Pió,  según  el  sitio  y  señas,  se  ha  hallado,  mas  no  los  caba- 
llos, pretales  y  frenos  de  orp,  ni  es  maravilla,  porque  allí  las  tierras  de  la 
costa  de  la  mar  no  requieren ,  salvo  pescadores ,  ni  yo  me  detuve  porque 
andaba  á  prisa.   En  Cariay,  y  en  esas  tierras  de  su  comarca,  son  grandes 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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(echiceros  y  muy  medrosos.  Dieran  el  mundo  porque  no  me  detuviera 
allí  una  hora.  Cuando  llegué  allí  luego  me  inviaron  dos  muchachas  muy 
ataviadas:  la  mas  vieja  no  seria  de  once  aiíos  y  la  otra  de  siete;  ambas 
con  tanta  desenvoltura  que  no  serian  mas  unas  putas :  traian  polvos  de 
hechizos  escondidos;  en  llegando  las  mandé  adornar  de  nuestras  cosas  y 
las  invié  luego  á  tierra :  allí  vide  una  sepultura  en  el  monte,  grande  como 
una  casa  y  labrada,  y  el  cuerpo  descubierto  y  mirando  en  ella.  De  otras 
artes  me  dijeron  y  mas  excelentes.  Animalías  menudas  y  grandes  hay 
hartas  y  muy  diversas  de  las  nuestras.  Dos  puercos  hube  yo  en  presente, 
y  un  perro  de  Irlanda  no  osaba  esperarlos.  Un  ballestero  habia  herido 
una  animalía,  que  se  parece  á  gato  paúl,  salvo  que  es  mucho  mas  grande, 
y  el  rostro  de  hombre:  teníale  atravesado  con  una  saeta  desde  los  pechos 
á  la  cola,  y  porque  era  feroz  le  hubo  de  cortar  un  brazo  y  una  pierna:  el 
puerco  en  viéndole  se  le  encrespó  y  se  fué  huyendo :  yo  cuando  esto  vi 
mandé  echarle  bcgare ,  que  así  se  llama  adonde  estaba:  en  llegando  á  él, 
así  estando  á  la  muerte  y  la  saeta  siempre  en  el  cuerpo,  le  echó  la  cola 
por  el  hocico  y  se  la  amarró  muy  fuerte,  y  con  la  mano  que  le  quedaba 
le  arrebató  por  el  copete  como  á  enerrtigo.  El  auto  tan  nuevo  y  hermosa 
montería  me  hizo  escribir  esto.  De  muchas  maneras  de  animalías  se  hubo, 
mas  todas  mueren  de  barra.  Gallinas  muy  grandes  y  la  pluma  como  lana 
vide  hartas.  Leones,  ciervos,  corzos  otro  tanto,  y  así  aves.  Cuando  yo 
andaba  por  aquella  mar  en  fatiga  en  algunos  se  puso  heregia  que  está- 
bamos enfechizados ,  que  hoy  dia  están  en  ello.  Otra  gente  fallé  que 
comían  hombres:  la  desformidad  de  su  gesto  lo  dice.  Allí  dicen  que  hay 
grandes  mineros  de  cobre:  hachas  de  ello,  otras  cofas  labradas,  fundidas, 
soldadas  hube,  y  fraguas  con  todo  su  aparejo  de  platero  y  los  crisoles. 
Allí  van  vestidos;  y  en  aquella  provincia  vide  sábanas  grandes  de  algodón, 
labradas  de  muy  sotiles  labores;  otras  pintadas  muy  sutilmente  á  colores 
con  pinceles.  Dicen  que  en  la  tierra  adentro  hacia  el  Catayo  las  hay 
tejidas  de  oro.  De  todas  estas  tierras  y  de  lo  que  hay  en  ellas,  falta  de 
lengua,  no  se  sabe  tan  presto.  Los  pueblos,  bien  que  sean  espesos,  cada 
uno  tiene  diferenciada  lengua,  y  es  en  tanto  que  no  se  entienden  los  unos 
con  los  otros,  mas  que  nos  con  los  de  Arabia.  Yo  creo  que  esto  sea  en 
esta  gente  salvage  de  la  costa  de  la  mar,  mas  no  en  la  tierra  dentro. — 
Cuando  yo  descubrí  las  Indias  dije  que  eran  el  mayor  señorío  rico  que 
hay  en  el  mundo.  Yo  dije  del  oro,  perlas,  piedras  preciosas,  especerías, 
con  los  tratos  y  ferias,  y  porque  no  pareció  todo  tan  presto  fui  escanda- 
lizado. Este  castigo  me  hace  agora  que  no  diga  salvo  lo  que  yo  oigo  de 
los  naturales  de  la  tierra.  De  una  oso  decir,  porque  hay  tantos  testigos, 
y  es  que  yo  vide  en  esta  tierra  de  Veragua  mayor  señal  de  oro  en  dos 
dias  primeros  que  en  la  Española  en  cuatro  años ,  y  que  las  tierras  de  la 
comarca  no  pueden  ser  mas  fermosas  ni  mas  labradas,  ni  la  gente  mas 
covarde,  y  buen  puerto,  y  fcrmoso  rio,  y  defensible  al  mundo.  Todo  esto 
es  seguridad  de  los, cristianos  y  certeza  de  señorío,  con  grande  esperanza 


wm 


Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  82. 


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CRISTÓBAL  COLON 


de  la  honra  y  acrescentamiento  de  la  religión  cristiana;  y  el  camino  allí 
será  tan  breve  como  á  la  Española,  porque  ha  de  ser  con  viento.  Tan 
señores  son  vuestras  Altezas  de  esto  como  de  Jerez  ó  Toledo :  sus  navios 
que  fueren  allí  van  á  su  casa.  De  allí  sacarán  oro :  en  otras  tierras ,  para 
haber  de  lo  que  hay  en  ellas,  conviene  que  se  lo  lleven,  ó  se  volverán 
vacíos,  y  en  la  tierra  es  necesario  que  fien  sus  personas  de  un  salvage. — 
Del  otro  que  yo  dejo  de  decir,  ya  dige  por  qué  me  encerré:  no  digo  así, 
ni  que  yo  me  afirme  en  el  tres  doble  en  todo  lo  que  yo  haya  jamás  dicho 
ni  escrito,  y  que  yo  esto  á  la  fiaente,  genoveses,  venecianos  y  toda  gente 
que  tenga  perlas,  piedras  preciosas  y  otras  cosas  de  valor,  todas  las  llevan 
hasta  el  cabo  del  mundo  para  las  trocar,  convertir  en  oro :  el  oro  es  exce- 
lentísimo: del  oro  se  hace  tesoro,  y  con  él,  quien  lo  tiene,  hace  cuanto 
quiere  en  el  mundo,  y  llega  á  que  echa  las  ánimas  al  paraíso.  Los  Seño- 
res de  aquellas  tierras  de  la  comarca  de  Veragua  cuando  mueren  entierran 
el  oro  que  tienen  con  el  cuerpo,  así  lo  dicen:  á  Salomón  llevaron  de  un 
camino  666  quintales  de  oro,  allende  lo  que  llevaron  los  mercaderes  y 
marineros,  y  allende  lo  que  se  pagó  en  Arabia.  De  este  oro  fizo  200 
lanzas  y  300  escudos,  y  fizo  el  tablado  que  habia  de  estar  arriba  "dellas 
de  oro  y  adornado  de  piedras  preciosas,  y  fizo  otras  muchas  cosas  de 
oro,  y  vasos  muchos  y  muy  grandes  y  ricos  de  piedras  preciosas.  Joseío 
en  su  crónica  Antiqíiitatibus  lo  escribe.  En  el  Paralipómenon  y  en  el  libro 
de  los  Reyes  se  cuenta  de  esto.  Joseío  quiere  que  este  oro  se  hobiese  en 
la  Áurea:  si  así  fiaese  digo  que  aquellas  minas  de  la  Áurea  son  unas  y  se 
convienen  con  estas  de  Veragua,  que  como  yo  dije  arriba  se  alarga  al 
Poniente  20  jornadas,  y  son  en  una  distancia  lejos  del  Polo  y  de  la  línea. 
Salomón  compró  todo  aquello,  oro,  piedras  y  plata,  é  ailí  le  pueden 
mandar  á  coger  si  les  aplace.  David  en  su  testamento  dejó  3.000  quin- 
tales de  oro  de  las  Indias  á  Salomón  para  ayuda  de  edificar  el  templo,  y 
según  Josefo  era  el  destas  mismas  tierras.  Hierusalem  y  el  monte  Sion 
ha  de  ser  reedificado  por  mano  de  cristianos:  quien  ha  de  ser.  Dios  por 
boca  del  Profeta  en  el  décimo  cuarto  salmo  lo  dice.  El  Abad  Joaquín 
dijo  que  este  habia  de  salir  de  España.  San  Gerónimo  á  la  santa  mujer 
le  mostró  el  camino  para  ello.  El  Emperador  del  Catayo  ha  dias  que 
mandó  sabios  que  le  enseñen  en  la  fé  de  Cristo.  ¿Quién  será  que  se  ofrezca 
á  esto?  Si  nuestro  Señor  me  lleva  á  España,  yo  me  obligo  de  llevarle, 
con  el  nombre  de  Dios,  en  salvo. — Esta  gente  que  vino  conmigo  han 
pasado  increíbles  peligros  y  trabajos.  Suplico  á  V.  A.,  porque  son  pobres, 
que  les  mande  pagar  luego,  y  les  haga  mercedes  á  cada  uno  según  la 
calidad  de  la  persona,  que  les  certifico  que  á  mi  creer  les  traen  las  mejores 
nuevas  que  nunca  fueron  á  España.  El  oro  que  tiene  el  Qjiibiati  de 
Veragua  y  los  otros  de  la  comarca,  bien  que  según  información  él  sea 
mucho,  no  me  paresció  bien  ni  servicio  de  vuestras  Altezas  de  se  lo  tomar 
por  via  de  robo :  la  buena  orden  evitará  escándalo  y  mala  fama ,  y  hará 
que  todo  ello  venga  al  tesoro,  que  no  quede  un  grano.    Con  un  mes  de 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


651 


buen  tiempo  yo  acabaré  todo  mi  viaje:  por  falta  de  los  navios  no  porfié 
á  esperarle  para  tornar  á  ello,  y  para  toda  cosa  de  su  servicio  espero  en 
aquel  que  me  hizo,  y  estaré  bueno.  Yo  creo  que  V.  A,  se  acordará  que 
yo  queria  mandar  hacer  los  navios  de  nueva  manera:  la  brevedad  del 
tiempo  no  dio  lugar  á  ello,  y  cierto  yo  habia  caido  en  lo  que  cumplía. — 
Yo  tengo  en  mas  esta  negociación  y  minas  con  esta  escala  y  señorío,  que 
todo  lo  otro  que  está  hecho  en  las  Indias.  No  es  este  fijo  para  dar  á  criar 
á  madrastra.  De  la  Española,  de  Paria  y  de  las  otras  tierras  no  me 
acuerdo  dellas,  que  yo  no  llore:  creia  yo  que  el  ejemplo  dellas  hobiese 
de  ser  por  estotras  al  contrario:  ellas  están  boca  á  yuso,  bien  que  no 
mueren:  la  enfermedad  es  incurable,  ó  muy  larga:  quien  las  llegó  á  esto 
venga  agora  con  el  remedio  si  puede  ó  sabe:  al  descomponer  cada  uno 
es  maestro.  Las  gracias  y  acrescentamiento  siempre  fué  uso  de  los  dar  á 
quien  puso  su  cuerpo  á  peligro.  No  es  razón  que  quien  ha  sido  tan 
contrario  á  esta  negociación  le  goce  ni  sus  hijos.  Los  que  se  fueron  de 
las  Indias  fuyendo  los  trabajos  y  diciendo  mal  dellas  y  de  mí,  volvieron 
con  cargos:  así  se  ordenaba  agora  en  Veragua:  malo  ejemplo,  y  sin 
provecho  del  negocio  y  para  la  justicia  del  mundo:  este  temor  con  otros 
casos  hartos  que  yo  veia  claro,  me  hizo  suplicar  á  V.  A.  antes  que  yo 
viniese  á  descubrir  esas  islas  y  tierra  firme,  que  me  las  dejasen  gobernar 
en  su  Real  nombre:  plúgoles:  fué  por  privilegio  y  asiento,  y  con  sello  y 
juramento,  y  me  intitularon  de  Viso  Rey  y  Almirante  y  Gobernador 
general  de  todo;  y  aseñalaron  el  término  sobre  las  islas  de  los  Azores 
100  leguas;  y  aquellas  del  Cabo  Verde  por  línea  que  pasa  de  polo  á  polo, 
y  desto  y  de  todo  que  mas  se  descubriese,  y  me  dieron  poder  largo:  la 
escritura  á  mas  largamente  lo  dice. —  El  otro  negocio  famosísimo  está  con 
los  brazos  abiertos  llamando:  extrangero  he  sido  fasta  agora.  Siete  años 
estuve  en  su  Real  corte,  que  á  cuantos  se  fabló  de  esta  empresa  todos  á 
una  dijeron  que  era  burla:  agora  fasta  los  sastres  suplican  por  descubrir. 
Es  de  creer  que  van  á  saltear,  y  se  les  otorga,  que  cobran  con  mucho  per- 
juicio de  mi  honra  y  tanto  daño  del  negocio.  Bueno  es  de  dar  á  Dios  lo 
suyo  y  aceptar  lo  que  le  pertenece.  Esta  es  justa  sentencia,  y  de  justo.  Las 
tierras  que  acá  obedecen  á  V.  A.  son  mas  que  todas  las  otras  de  cristianos 
y  ricas.  Después  que  yo,  por  voluntad  divina,  las  hube  puestas  debajo  de 
su  Real  y  alto  señorío  y  en  filo  para  haber  grandísima  renta,  de  improvi- 
so, esperando  navios  para  venir  á  su  alto  conspecto  con  victoria  y  gran- 
des nuevas  del  oro,  muy  seguro  y  alegre,  fui  preso  y  echado  con  dos  her- 
manos en  un  navio,  cargados  de  fierros,  desnudo  en  cuerpo,  con  muy  mal 
tratamiento,  sin  ser  llamado  ni  vencido  por  justicia:  ¿quién  creerá  que  un 
pobre  extrangero  se  hobiese  de  alzar  en  tal  lugar  contra  V.  A.  sin  causa, 
ni  sin  brazo  de  otro  Príncipe,  y  estando  solo  entre  sus  vasallos  y  naturales, 
y  teniendo  todos  mis  fijos  en  su  Real  corte?  Yo  vine  á  servir  de  28  años  ', 


m 


T^m 


'     En  esto  hay  equivocación,  como  ya  la  advirtió  el  señor  Bossi.    Algunos  historia- 


652 


CRISTÓBAL  COLON 


1 


y  agora  no  tengo  cabello  en  mi  persona  que  no  sea  cano  y  el  cuerpo 
enfermo,  y  gastado  cuanto  me  quedó  de  aquellos,  y  me  fué  tomado  y 
vendido,  y  á  mis  hermanos  fasta  el  sayo,  sin  ser  oido  ni  visto,  con  gran 
deshonor  mió.  Es  de  creer  que  esto  no  se  hizo  por  su  Real  mandado. 
La  restitución  de  mi  honra  y  daños,  y  el  castigo  en  quien  lo  fizo,  fará 
sonar  su  Real  nobleza;  y  otro  tanto  en  quien  me  robó  las  perlas,  y 
de  quien  ha  fecho  daño  en  ese  almirantado.  Grandísima  virtud,  fama 
con  ejemplo  será  si  hacen  esto,  y  quedará  á  la  España  gloriosa  me- 
moria con  la  de  vuestras  Altezas  de  agradecidos  y  justos  Príncipes. 
La  intención  tan  sana  que  yo  siempre  tuve  al  servicio  de  vuestras  Alte- 
zas, y  la  afrenta  tan  desigual,  no  da  lugar  al  ánima  que  calle,  bien  que 
yo  quiera:  suplico  á  vuestras  Altezas  me  perdonen.  —  Yo  estoy  tan  per- 
dido como  dije:  yo  he  llorado  fasta  aquí  á  otros:  haya  misericordia  agora 
el  cielo  y  llore  por  mí  la  tierra.  En  el  temporal  no  tengo  solamente  una 
blanca  para  el  oferta:  en  el  espiritual  he  parado  aquí  en  las  Indias  de  la 
forma  que  está  dicho:  aislado  en  esta  pena,  enfermo,  aguardando  cada 
dia  por  la  muerte,  y  cercado  de  un  cuento  de  salvajes  y  llenos  de  crueldad 
y  enemigos  nuestros,  y  tan  apartado  de  los  Santos  Sacramentos  de  la 
Santa  Iglesia,  que  se  olvidará  desta  ánima  si  se  aparta  acá  del  cuerpo. 
Llore  por  mí  quien  tiene  caridad,  verdad  y  justicia.  Yo  no  vine  este 
viage  á  navegar  por  ganar  honra  ni  hacienda:  esto  es  cierto  porque  estaba 
ya  la  esperanza  de  todo  en  ella  muerta.  Yo  vine  á  V.  A.  con  sana 
intención  y  buen  zelo,  y  no  miento.  Suplico  humildemente  á  V.  A.  que 
si  á  Dios  place  de  me  sacar  de  aquí,  que  haya  por  bien  mi  ida  á  Roma  y 
otras  romerías.  Cuya  vida  y  alto  estado  la  Santa  Trinidad  guarde  y 
acresciente.  Fecha  en  las  Indias  en  la  isla  de  Jamaica  á  7  de  Julio  de 
1503  años. 


dorcs-suponen  que  Colón  murió  de  sesenta  años  en  el  de  1506,  y  por  consiguiente  nació 
en  1446.  Su  hijo  don  Hernando  asegura  que  vino  á  Castilla  desde  Portugal  al  fin  del  año 
1484.  El  Cura  de  los  Palacios,  que  le  trató  y  conoció,  dice  que  murió  in  senectute  bona,  de 
edad  setenta  años,  poco  más  ó  menos.  Esto  parece  lo  mas  probable,  como  lo  manifesta- 
remos en  otro  lugar.  —  Una  conjetura  nuestra.  ¿Podría  leerse  48?  ¿Estaría  escrito  en  nume- 
ración romana  mal  hecha  XLVllI,  y  un  copiante  poco  diestro  tomó  la  L  por  otra  X?  Así 
quedaba  exacta  la  cronología.  CRISTÓBAL  CoLÓN  en  el  año  de  su  venida  á  España,  1484, 
debía  tener  exactamente  cuarenta  y  ocho  años. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


(El).— Pág.  514 


Carta  de  don  CRISTÓBAL  COLON  Á  su  hijo  don  Diego 


653 


(En  el  sobre  dice:   A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colo?i). 

Muy  caro  fijo:  Recibí  tu  carta  con  el  correo.  Fecistes  bien  de  quedar 
allá  á  remediar  algo  y  á  entender  ya  en  nuestros  negocios.  El  Sr.  Obispo 
de  Falencia,  siempre  desque  yo  vine  á  Castilla  me  ha  favorecido  y 
deseado  mi  honra.  Agora  es  de  le  suplicar  que  le  plega  de  entender  en 
el  remedio  de  tantos  agravios  mios;  y  que  el  asiento  y  cartas  de  merced 
que  sus  Altezas  me  hicieron,  que  las  manden  cumplir  y  satisfacer  tantos 
daños:  y  sea  cierto  que  si  esto  hacen  sus  Altezas  que  les  multiplicará  la 
hacienda  y  grandeza  en  increíble  grado.  Y  no  le  parezca  que  40.000  pesos 
de  oro  sean  salvo  representación,  que  se  podia  haber  muy  mayor  cantidad, 
si  Satanás  no  lo  estorbara  en  me  empedir  mi  disiño:  porque  cuando  yo 
fui  sacado  de  las  Indias  tenia  en  filo  para  dar  suma  de  oro  incomparable 
á  40.000  pesos. — Yo  fago  juramento,  y  esto  sea  para  tí  solo,  que  de  las 
mercedes  que  sus  Altezas  me  tienen  fechas,  en  mi  parte  me  alcanza  el 
daño  10  cuentos  cada  año,  y  que  jamas  se  pueden  rehacer.  Ved  que 
parte  será  ó  es  la  que  toca  á  sus  Altezas,  y  no  lo  sienten.  Yo  escribo  á 
su  merced,  y  me  trabajaré  de  partir  para  allá.  La  llegada  y  el  resto  es 
en  las  manos  de  nuestro  Señor.  Su  misericordia  es  infinita.  —  Lo  que  se 
haz  y  está  para  hacer,  diz  San  Agostin,  que  ya  está  hecho  antes  de  la 
creación  del  mundo.  —  Yo  escribo  también  á  estotros  señores  que  dice  la 
carta  de  Diego  Méndez.  En  su  merced  me  encomiendo  con  las  nuevas 
de  mi  vida,  como  dije  arriba;  que  cierto  estoy  con  gran  temor,  porque  el 
frió  tiene  tanta  inimistad  con  esta  mi  enfermedad  que  habré  de  quedar 
en  el  camino. 

Plúgome  mucho  de  oir  tu  carta,  y  de  lo  que  el  Rey  nuestro  Señoi 
dijo :  por  el  cual  le  besarás  las  Reales  manos.  Es  cierto  que  yo  he  servido 
á  sus  Altezas  con  tanta  diligencia  y  amor  como  y  mas  que  por  ganar  el 
paraíso;  y  si  en  algo  ha  habido  falta  habrá  sido  por  el  imposible,  ó  por 
no  alcanzar  mi  saber  y  fuerzas  mas  adelante.  Dios  nuestro  Señor  en  tal 
caso  no  quiere  de  las  personas  salvo  la  voluntad. 

Yo  llevé  de  aquí  dos  hermanos,  que  se  dicen  Porras,  á  ruego  del 
Sr.  Tesorero  Morales.  El  uno  fué  por  capitán  y  el  otro  por  contador, 
ambos  sin  habilidad  destos  cargos:  é  yo  con  atrevimiento  de  suplir  por 
ellos,  por  amor  de  quien  me  los  dio.  Allá  se  tornaron  mas  vanos  de  lo 
que  eran.  Muchas  civilidades  les  relevé  que  no  hiciera  á  un  pariente;  y 
que  eran  tales  que  merecían  otro  castigo  que  reprensión  de  boca.    En  fin 


■:í^ 


654 


CRISTÓBAL  COLON 


llegaron  á  tanto,  que  aunque  yo  quisiera  non  podia  escusar  de  non  llegar 
á  lo  que  fué.  Las  pesquisas  harán  fé  si  yo  miento.  Alzáronse  en  la  isla 
de  Janahica,  de  que  yo  fui  tan  maravillado,  como  si  los  rayos  del  sol 
causaran  tinieblas.  Yo  estaba  á  la  muerte  y  me  martirizaron  cinco  meses 
con  tanta  crueldad  sin  causa.  En  fin  yo  los  tuve  á  todos  presos,  y  luego 
los  di  por  libres,  salvo  al  capitán  que  yo  traia  á  sus  Altezas  preso. 

Una  suplicación  que  me  hicieron  con  juramento,  que  con  esta  que  te 
envió  te  dirá  largo  desto,  bien  que  las  pesquisas  son  las  que  fablan  largo, 
las  cuales  y  el  escribano  vienen  en  otro  navio  que  yo  espero  de  dia  en 
dia.  Este  preso  prendió  el  gobernador  en  Santo  Domingo.  Su  cortesía 
le  constringió  en  facer  esto.  Yo  tenia  en  mi  instrucción  un  capitulo  en 
que  sus  Altezas  me  mandaban  que  todos  me  obedeciesen,  y  que  tuviese 
yo  la  justicia  civil  y  criminal  sobre  estos  todos  que  fueron  conmigo :  mas 
no  aprovechó  con  este,  el  cual  dijo  que  non  se  entendia  en  su  término. 
Envióle  acá  á  estos  señores  que  tienen  cargo  de  las  Indias  sin  pesquisa  ni 
proceso  ni  escrito.  Ellos  non  le  recibieron  y  se  van  sueltos.  —  Non  me 
maravillo  si  nuestro  Señor  castiga.  Ellos  fueron  allá  con  sus  barbas  de 
poca  vergüenza.  Rebeldaria  tal  ni  traición  tan  cruel  se  oyó  nunca.  —  Yo 
escrebí  desto  á  sus  Altezas  con  la  otra  carta,  y  que  non  era  razón  que 
consintiesen  este  agravio.  También  escrebi  al  Sr.  Tesorero  que  le  pedia 
por  merced  que  no  diese  sentencia  en  palabras  que  estos  le  dijesen  fasta 
oirme.  Agora  será  bien  que  se  lo  acoerdes  de  nuevo.  Non  se  como  osan 
de  ir  delante  del  con  tal  impresa.  Yo  lo  escribo  á  él  otra  vez,  y  le  envió 
el  traslado  del  juramento  como  á  tí  fago,  y  otro  tanto  al  doctor  Ángulo 
y  licenciado  Zapata.  En  su  merced  de  todos  me  encomienda,  con  aviso 
que  mi  partida  para  allá  será  breve. 

Folgara  yo  en  ver  carta  de  sus  Altezas,  y  saber  que  mandan. 
Débeslo  de  procurar  si  viéredes  el  remedio.  También  de  me  encomendar 
al'Sr.  Obispo  y  á  Joan  López  con  la  memoria  de  mi  enfermedad  y  del 
galardón  de  mis  servicios. 

Estas  cartas  que  van  con  esta  debes  de  leer  por  te  conformar  con  la 
fabla  de  ellos. 

A  Diego  Méndez  agradezco  su  carta:  non  le  escribo  porque  sabrá  de 
tí  todo,  y  por  mi  mal  que  me  cansa. 

Carbajal  y  Jerónimo  en  tal  tiempo  estuvieran  bien  en  la  corte,  y 
fablar  en  nuestro  provecho  con  estos  señores  y  con  el  secretario. —  Fecha 
en  Sevilla  á  21  de  Noviembre  '. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

•s- 

•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo  FERENS. 


Corresponde  al  año  de  1504,  y  así  las  demás  hasta  Enero  y  Febrero  de  1505. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


655 


(Sigue  de  letra  del  Almirante  también). 

Yo  torné  á  escribir  á  sus  Altezas,  suplicándoles  que  mandasen  á 
proveer  de  la  paga  desta  gente  que  fueron  conmigo,  porque  son  pobres 
y  anda  en  tres  años  que  dejaron  sus  casas.  Las  nuevas  que  les  traen  son 
mas  que  grandes.  Ellos  han  pasado  infinitos  peligros  y  trabajos.  Yo 
non  quise  robar  la  tierra  por  non  escandalizarla;  porque  la  razón  quiere 
que  se  pueble,  y  entonces  se  habrá  todo  el  oro  á  la  mano  sin  escándalo. 
Fabla  dello  al  secretario  y  al  Sr.  Obispo  y  á  Juan  López  y  á  quien  viére- 
des  que  conviene. 


II 


( En  el  sobre  dice :   A   mi  muy  caro  fijo  Don   Diego  Colon.  —  En 
la  Corte). 

Muy  caro  fijo :  recebí  tus  cartas  de  15  de  este.  Después  te  escrebí 
que  son  ocho  dias  con  un  correo,  y  á  otros  hartos,  y  las  cartas  te  envié 
abiertas  para  que  las  viésedes,  y  vistas  las  diésedes  cerradas.  —  Bien  que 
esta  enfermedad  me  tribuía  tanto,  todavía  aderezo  mi  ida.  —  Mucho  qui- 
siera la  respuesta  á  sus  Altezas,  y  que  la  procurárades ;  y  también  que 
proveyeran  á  la  paga  desta  gente  pobre  que  han  pasado  increíbles  traba- 
jos y  les  traigo  tan  altas  nuevas,  de  que  deben  dar  infinitas  gracias  á  Dios 
nuestro  Señor,  y  estar  dellas  tan  alegres.  Si  yo  miento  ^  el  Paralipo- 
menon  y  el  libro  de  los  Reyes  y  Josepho  de  Antiquitatibiis ,  con  otros 
hartos,  dirán  lo  que  desto  saben.  Yo  espero  en  nuestro  Señor  de  partir  esta 
semana  que  viene.  Ni  por  esto  debes  dejar  de  escribir  mas  amenudo. — 
De  Carbajal  y  de  Gerónimo  no  he  sabido.  Si  ahí  están  dales  mis  enco- 
miendas. El  tiempo  es  tal  que  ambos  debieran  estar  en  la  corte,  si  la 
enfermedad  non  los  estorba.  —  A  Diego  Méndez  da  mis  encomiendas: 
creo  yo  que  valdrá  tanto  su  verdad  y  diligencia  como  las  mentiras  de  los 
Porras.  El  portador  desta  es  Martin  de  Gamboa,  y  con  él  escribo  á  Juan 
López  y  envió  creencia. — Ved  la  carta,  y  después  se  le  vuelva.  Si  me 
escribes  vayan  las  cartas  á  Luis  de  Soria,  porque  me  las  envié  al  camino 
donde  yo  fuere :  porque  si  voy  en  andas  será  creo  por  la  plata  '^.  —Nuestro 
Señor  te  haya  en  su  santa  guardia. — Tu  tio  ha  estado  muy  malo  y  está 
de  las  quijadas  y  de  los  dientes.  —  Fecha  en  Sevilla  á  28  de  Noviembre. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

•s- 

•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo.  FERENS. 


L^J^J 


Asi  parece  que  dice  el  original,  que  está  roto  en  estas  dos  sílabas. 

Llámase  asi  la  calzada  ó  camino  romano  que  va  desde  Mérida  á  Salamanca. 


656 


CRISTÓBAL  COLON 


w 


(-v 


.Wi 


I-  m 


III 


(En  el  sobre  dice:  A  mi  muy  caro  c  ainado  f Jo  D.  Diego  Colon). 

Muy  caro  fijo:  Después  que  recebí  tu  carta  de  15  de  Noviembre 
nunca  mas  he  sabido  de  tí.  Quisiera  que  me  escribiérades  muy  amenudo. 
Cada  hora  quisiera  ver  tus  letras.  La  razón  te  debe  decir  que  no  tengo 
ahora  otro  descanso.  Muchos  correos  vienen  cada  dia,  y  las  nuevas  acá 
son  tantas  y  tales  que  se  me  encrespan  los  cabellos  todos  de  las  oir  tan 
al  revés  de  lo  que  mi  ánima  desea.  Plega  á  la  Santa  Trinidad  de  dar 
salud  á  la  Reina  nuestra  Señora ,  porque  con  ella  se  asiente  lo  que  va  ya 
levantado. —  Otro  correo  te  envié  el  Jueves  hizo  ocho  dias:  ya  debe  estar 
en  camino  de  venir  acá.  Con  él  te  escrebí  que  mi  partida  era  cierta,  y  la 
esperanza  según  la  experiencia  de  la  llegada  allá  muy  al  contrario;  porque 
este  mi  mal  es  tan  malo,  y  el  frió  tanto  conforme  á  me  lo  favorecer,  que 
non  podia  errar  de  quedar  en  alguna  venta.  Las  andas  y  todo  fué  presto. 
El  tiempo  tan  descomunal  que  parecia  á  todos  que  era  imposible  á  poder 
salir  con  lo  que  comenzaba:  y  que  mejor  era  curarme  y  procurar  por  la 
salud  que  poner  en  aventura  tan  conocida  la  persona.  —  Con  estas  cartas 
te  dije  lo  que  agora  digo,  que  fué  bien  mirado  á  te  quedar  allá  en  tal 
tiempo,  y  que  era  razón  comenzar  á  entender  en  los  negocios;  y  la  sazón 
ayuda  mucho  á  esto.  Paréceme  que  se  debe  sacar  en  buena  letra  aquel 
capítulo  de  aquella  carta  que  sus  Altezas  me  escribieron,  á  donde  dicen 
que  complirán  conmigo,  y  te  pornán  en  la  posesión  de  todo,  y  dásela  con 
otro  escrito  que  diga  de  mi  enfermedad  y  como  es  imposible  que  yo 
pueda  agora  ir  á  besar  sus  Reales  pies  y  manos;  y  que  las  Indias  se 
pierden  y  están  con  el  fuego  de  mil  partes;  y  como  yo  non  he  recibido  ni 
recibo  nada  de  la  renta  que  en  ellas  he:  ni  nadie  osa  de  aceptar  de  requerir 
allá  nada;  y  que  vivo  de  emprestado.  Unos  dineros  que  allá  hobe,  allí 
los  gasté  en  traer  esa  gente  que  fué  conmigo  acá  á  sus  casas:  porque 
fuera  gran  cargo  de  conciencia  á  los  dejar  y  desampararlos.  Al  señor 
Obispo  de  Falencia  es  de  dar  parte  desto  con  de  la  tanta  confianza  que 
en  su  merced  tengo,  y  ansí  al  Sr.  Camarero.  —  Creia  yo  que  Carvajal  y 
Gerónimo  en  tal  sazón  estarían  ahí.  —  Nuestro  Señor  es  aquel  que  está,  y 
que  lo  avivará  como  sabe  que  nos  conviene. 

Carvajal  llegó  ayer  aquí:  yo  le  quise  enviar  luego  con  esta  misma 
orden :  escusóseme  mucho  diciendo  que  su  mujer  está  á  la  muerte.  Veré 
que  vaya  porque  él  mucho  sabe  destos  negocios, — También  trabajaré  que 
vayan  tu  hermano  y  tu  tio  á  besar  las  manos  á  sus  Altezas,  y  les  dar 
cuenta  del  viaje,  si  mis  cartas  non  abastan.  De  tu  hermano  haz  mucha 
cuenta:  él  tiene  buen  natural,  y  ya  deja  las  mocedades:  diez  hermanos 
no  te  serian  demasiados:  nunca  yo  fallé  mayor  amigo  á  diestro  y  siniestro 
que  mis  hermanos. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


657 


Es  de  trabajar  en  haber  la  gobernación  de  las  Indias,  y  después  el 
despacho  de  la  renta.  Allá  te  dejé  un  memorial  que  decia  lo  que  me  per- 
tenece dellas.  Lo  que  despacharon  á  Carvajal  es  nada,  y  en  nada  se  ha 
tornado.  Quien  quiere  lleva  mercaderías,  y  ansí  el  ochavo  es  nada:  porque 
sin  contribuir  en  él  puedo  yo  enviar  á  mercadear  sin  tener  cuenta  ni 
compañía  con  nadie.  Harto  dije  yo  esto  en  tiempo  pasado  que  la  contri- 
bución del  ochavo  vernia  á  nada:  el  ochavo  y  el  resto  me  pertenece  por 
la  razón  de  la  merced  que  sus  Altezas  me  hicieron,  como  te  dejé  aclarado 
en  el  libro  de  mis  privilegios,  y  ansí  el  tercio  y  diezmo:  del  cual  diezmo 
no  recibo  salvo  el  diezmo  de  lo  que  sus  Altezas  reciben,  y  ha  de  ser  de 
todo  el  oro  y  otras  cosas  que  se  fallan  y  se  adquieren  por  cualquiera 
forma  que  sea  dentro  ese  Almirantado,  y  el  diezmo  de  todas  las  merca- 
durías que  van  y  vienen  de  allá,  sacando  las  costas,  —  Ya  dije  que  en  el 
libro  de  los  privilegios  está  bien  aclarada  la  ra;4on  de  esto  y  del  resto;  con 
del  juzgado  aquí  en  Sevilla  de  las  Indias;  es  de  trabajar  que  sus  Altezas 
respondan  á  mi  carta ,  y  que  manden  á  pagar  esta  gente.  —  Con  Martin 
de  Gamboa  habrá  cuatro  dias  que  yo  les  torné  á  escrebir,  y  veríades  la 
carta  de  Juan  López  con  la  tuya. 

Acá  se  diz  que  se  ordena  de  enviar  á  facer  tres  ó  cuatro  Obispos  de 
las  Indias,  y  que  al  Sr.  Obispo  de  Falencia  está  remitido  esto.  Después 
de  me  encomendado  en  su  merced,  dile  que  creo  que  será  servicio  de  sus 
Altezas  que  yo  fable  con  el  primero  que  concluya  esto. 

A  Diego  Méndez  da  mis  encomiendas,  y  vea  esta.  Mi  mal  no  con- 
siente que  escriba  salvo  de  noche,  porque  el  dia  me  priva  la  fuerza  de 
las  manos. 

Yo  creo  que  esta  carta  llevará  un  hijo  de  Francisco  Pinelo:  hácele 
buen  allegamiento,  porque  haz  por  mí  todo  lo  que  puede  con  buen  amor 
y  larga  voluntad  alegre.  —  La  carabela  que  quebró  el  mástil  en  saliendo 
de  Santo  Domingo  es  llegada  al  Algarbe:  en  esta  vienen  las  pesquisas  de 
los  Porras.  —  Cosas  tan  feas  con  crueldad  cruda  tal,  jamás  fué  visto.  Si 
sus  Altezas  no  los  castigan,  no  se  quien  sea  osado  ir  fuera  en  su  servicio 
con  gente. 

Hoy  es  lunes.  —  Trabajaré  que  partan  mañana  tu  tio  y  tu  hermano. 
Acoerdate  de  me  escrebir  muy  amenudo,  y  Diego  Méndez  muy  largo. — 
Cada  dia  hay  aquí  de  allá  mensajeros. — Nuestro  Señor  te  haya  en  su 
santa  guardia.  Fecha  en  Sevilla  i .°  de  Diciembre. 

Tu  padre  que  te  ama  como  á  sí. 

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X     M      Y 
Xpo.   FERENS. 


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Cristóbal  Colon  t.  ii. — 83. 


658 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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IV 


(En  el  sobre  dice:  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon. —  En  la 
Corte). 

Muy  caro  fijo:  Ante  ayer  te  escrebí  con  persona  de  Francisco  Pinelo 
largo,  y  con  esta  va  un  memorial  bien  complido.  Muy  maravillado  estoy 
de  non  ver  carta  tuya  ni  de  otro.  Esa  maravilla  tienen  todos  los  que  me 
conocen.  Todos  acá  tienen  cartas,  é  yo  á  quien  mas  cumplía,  non  las 
veo.  Era  de  tener  sobre  ello  gran  cuidado.  El  memorial  que  arriba  dije 
abasta,  y  por  esto  non  me  alargo  mas  en  esta.  Tu  hermano  y  tu  tio 
y  Carvajal  van  allá:  dellos  sabrás  lo  que  aquí  falta. —  Nuestro  Señor  te 
haya  en  su  santa  guarda,  -r-  Fecha  en  Sevilla  á  3  de  Diciembre. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

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•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo.  FERENS. 

Memorial  de  letra  del  Almirante 

Memorial  para  tí  mi  muy  caro  fijo  Don  Diego  de  lo  que  al  presente 
me  ocorre  que  se  ha  de  hacer.  —  Lo  principal  es  de  encomendar  afectuo- 
samente con  mucha  devoción  el  ánima  de  la  Reina  nuestra  Señora  á  Dios. 
Su  vida  siempre  fué  católica  y  santa  y  pronta  á  todas  las  cosas  de  su 
santo  servicio;  y  por  esto  se  debe  creer  que  está  en  su  santa  gloria,  y 
fuera  del  deseo  deste  áspero  y  fatigoso  mundo.  Después  es  de  en  todo  y 
por  todo  de  se  desvelar  y  esforzar  en  el  servicio  del  Rey  nuestro  Señor, 
y  trabajar  de  le  quitar  de  enojos.  —  Su  Alteza  es  la  cabeza  de  la  cristian- 
dad: ved  el  proverbio  que  diz:  cuando  la  cabeza  duele,  todos  los  miem- 
bros duelen.  Ansí  que  todos  los  buenos  cristianos  deben  suplicar  por  su 
larga  vida  y  salud,  y  los  que  somos  obligados  á  le  servir  mas  que  otros 
debemos  ayudar  á  esto  con  grande  estudio  y  diligencia.  —  Esta  razón  me 
movió  agora  con  mi  fuerte  mal  á  te  escribir  esto  que  aquí  escribo,  porque 
su  Alteza  lo  provea  como  fuere  su  servicio;  y  por  mayor  cumplimiento 
envió  allá  tu  hermano,  que  bien  que  él  sea  niño  en  dias,  no  es  ansí  en  el 
entendimiento,  y  envió  á  tu  tio  y  Carvajal ,  porque  si  este  mi  escribir 
non  abasta,  que  todos  con  tí  juntamente  proveáis  con  palabra,  por  manera 
que  su  Alteza  reciba  servicio. 

A  mi  veer  nada  tiene  tanta  necesidad  de  se  proveer  y  remediar  como 
las  Indias.  Allá  debe  agora  de  tener  su  Alteza  mas  de  40  ó  50.000  pesos 
de  oro.  Conoscí  quel  Gobernador,  cuando  yo  estaba  allá,  non  tenia 
mucha  gana  de  los  enviar.  —  También  en  la  otra  gente  se  cree  que  habrá 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


659 


otros  150.000  pesos,  y  las  minas  en  gran  vigor  é  fuerza.  La  gente  que 
allá  es  los  mas  son  de  común  y  de  poco  saber,  y  que  poco  estiman  los 
casos.  El  Gobernador  es  de  todos  muy  mal  quisto.  Es  de  temer  que  esta 
gente  non  tome  algún  revés.  Si  esto  seguiese,  lo  que  Dios  no  quiera, 
seria  después  malo  de  adobar,  y  también  si  de  acá  ó  de  otras  partes  con 
la  gran  fama  del  oro  se  pusiese  á  usar  sobre  ellos  de  justicia.  Mi  parecer 
es  que  su  Alteza  debe  de  proveer  esto  apriesa  y  de  persona  á  quien 
duela  con  1 50  ó  200  personas  con  buen  atavio,  fasta  que  lo  asiente  bien 
sin  sospecha.  Lo  cual  puede  ser  en  menos  de  tres  meses,  y  que  se  provea 
de  hacer  allá  dos  otras  fuerzas. — El  oro  que  allá  está  es  grande  aventura, 
porque  es  ligero  con  poca  gente  de  señorearlo.  —  Digo  que  acá  se  diz 
un  refrán  que  al  caballo  la  vista  de  su  dueño  le  engorda.  Acá  y  adonde 
quiera,  fasta  que  el  espíritu  se  aparte  de  este  cuerpo  serviré  á  su  Alteza 
con  gozo. 

Arriba  dije  que  su  Alteza  es  la  cabeza  de  los  cristianos,  y  es  de  nece- 
sidad que  se  ocupe  y  entienda  en  conservarlos  y  las  tierral!  A  esta  causa 
dicen  la  gente  que  non  puede  ansí  proveer  de  buen  gobierno  á  todas 
estas  Indias,  y  que  se  pierden  y  no  dan  el  fruto  ni  le  crian  como  la  razón 
quiere.  A  mi  veer  seria  su  servicio  que  de  algo  desto  se  descuidase  con 
alguno  á  quien  doliese  el  mal  tratamiento  dellas. 

Yo  escrebí  á  su  Alteza,  luego  que  aquí  llegué  una  carta  bien  larga, 
llena  de  necesidades  que  requieren  el  remedio  cierto,  presto  y  de  brazo 
sano.  Ninguna  respuesta  ni  provisión  sobre  ello  he  visto.  Unos  navios 
detiene  en  San  Lúcar  el  tiempo.  —  Yo  he  dicho  á  estos  señores  de  la 
contratación  que  los  deben  mandar  á  detener  fasta  que  el  Rey  nuestro 
Señor  provea  en  ellos,  ó  de  presente  con  gente  ó  de  escrito.  Muy  nece- 
sario es  desto,  y  sé  lo  que  digo,  y  es  necesidad  que  se  mande  en  todos 
los  puertos,  y  se  mire  con  diligencia  que  non  vaya  allá  nadie  sin  licencia. 
Ya  dije  que  hay  mucho  oro  cogido  en  casas  de  paja  sin  fortaleza,  y  en  la 
tierra  hartos  desconcertados,  y  la  enemistad  deste  que  gobierna,  y  el 
poco  castigo  que  se  hace  y  se  ha  fecho  en  quien  cometió  manipodios  y 
salió  con  su  traición  favorecido.  —  Si  su  Alteza  acoerda  de  proveer  algo 
debe  de  ser  luego,  porque  estos  navios  no  reciban  agravio.  —  Yo  he  oido 
que  están  para  elegir  tres  Obispos  para  enviar  á  la  Española.  —  Si  place 
á  su  Alteza  de  me  oir  antes  que  esto  concluya,  que  diré  con  que  Dios 
nuestro  Señor  gea  bien  servido  y  su  Alteza ,  y  contento. 


(Por  debajo  del  final  de  este  Memorial  está  escrito  también  de  letra 
del  Almirante  lo  que  sigue). 

Yo  me  he  detenido  en  el  proveer  de  la  Española. 


66o 


CRISTÓBAL  COLON 


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V 


(En  el  sobre  dice:    A   mi  7nuy   caro   fijo  D.   Diego    Colo)i.  —  En 
la  Corte). 


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W. 


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Muy  caro  fijo:  Hoy  son  ocho  dias  que  partió  de  aquí  tu  tio  y  tu 
hermano  y  Carvajal  juntos  para  besar  las  Reales  manos  de  su  Alteza  y 
le  dar  cuenta  del  viaje,  y  también  para  te  ayudar  á  negociar  lo  que  allá 
fuere  menester. 

D.  Fernando  llevó  de  aquí  150  ducados  y  su  albedrío:  él  habrá  de 
gastar  dellos :  lo  que  él  tuviere  te  los  dará.  También  lleva  una  carta  de 
fee  de  dineros  para  esos  mercaderes.  Ved  que  es  mucho  menester  de 
poner  buena  guardia  en  ellos  que  allá  hobe  yo  enojo  con  ese  Gobernador, 
porque  todos  me  decian  que  yo  tenia  allí  1 1  ó  12.000  castellanos  y  non 
hobe  sino  cuafro. —  Él  se  quería  meter  en  cartas  conmigo  de  cosas  á  que 
non  soy  obligado,  y  yo  con  la  confianza  de  la  promesa  de  sus  Altezas,  que 
me  mandarían  restituir  todo,  acordé  de  dejar  esas  cuentas  con  la  espe- 
ranza de  se  las  tomar  á  él.  Ansí  que,  bien  que  tenga  allá  dineros,  non  ha 
nadie,  por  su  soberbia,  que  se  los  ose  requerir. — Yo  bien  sé  que  después 
de  yo  partido  que  él  habrá  recibido  mas  de  5.000  castellanos. — Si  posible 
fuese  de  haber  una  carta  de  buena  tinta  de  su  Alteza  para  él,  en  que  le 
mandase  con  la  persona  que  yo  enviaré  con  mi  poder,  que  luego  sin  dila- 
ción envié  los  dineros  y  cuenta  cumplida  de  todo  lo  que  á  mí  pertenece, 
seria  bueno;  porque  de  otra  guisa  non  dará  ni  á  Miguel  Diaz  ni  Velazquez 
nada,  ni  le  osan  ellos  fablar  solamente  en  ello. — Carvajal  muy  bien  sabrá 
como  esto  ha  de  ser:  vea  él  esta.  Los  150  ducados  que  te  envió  Luis  de 
Soria,  cuando  yo  vine,  están  pagados  á  su  voluntad. 

Con  D.  Fernando  te  escribí  largo,  y  envié  un  memorial.  Agora  que 
mas  he  pensado  digo,  que  pues  que  sus  Altezas  al  tiempo  de  mi  partida 
dijeron  por  su  firma  y  por  palabra  que  me  darian  todo  lo  que  por  mis 
privilegios  me  pertenece,  que  se  debe  dejar  de  requerir  el  memorial  del 
tercio,  ó  del  diezmo  y  ochavo,  salvo  sacar  el  capítulo  de  su  carta  á  donde 
me  escriben  esto  que  dije,  y  requerir  todo  lo  que  me  pertenece  como  lo 
tienes  escrito  en  el  libro  de  los  privilegios,  en  el  cual  va  también  aclarado 
la  razón  porque  yo  he  de  haber  el  tercio,  ochavo  y  diezmo;  porque 
después  habrá  siempre  lugar  de  abajar  á  lo  que  la  persona  quisiese;  pues 
sus  Altezas  dicen  en  su  carta  que  me  quieren  dar  todo  lo  que  me  perte- 
nece.—  Carvajal  muy  bien  me  entenderá  si  vee  esta  carta,  y  cualquier 
otro,  que  harto  ve  claro.  También  yo  escribo  á  su  Alteza,  y  en  fin  le 
acuerdo  que  debe  proveer  luego  las  Indias,  porque  aquella  gente  no  se 
alterase,  y  le  acuerdo  la  promesa  que  arriba  dije.  —  Debíades  de  ver 
la  carta. 

Con  esta  te  envió  otra  carta  de  fee  para  los  dichos  mercaderes. — Ya 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


66i 


dije  la  razón  que  hay  para  templar  el  gasto. — A  tu  tio  tien  el  acata- 
miento que  es  razón,  y  á  tu  hermano  allega  como  debe  hacer  el  hermano 
mayor  al  menor;  tu  no  tienes  otro,  y  loado  nuestro  Señor,  este  es  tal  que 
bien  te  es  menester.  Él  ha  salido  y  sale  de  muy  buen  saber.  A  Carvajal 
honra  y  á  Gerónimo  y  á  Diego  Méndez;  á  todos  da  mis  encomiendas:  yo 
non  les  escribo  que  no  hay  que,  y  este  portador  va  de  priesa.  Acá 
mucho  se  suena  que  la  Reina,  que  Dios  tiene,  ha  dejado  que  yo  sea 
restituido  en  la  posesión  de  las  Indias.  —  En  llegando  el  escribano  de  la 
Armada  te  enviaré  las  pesquisas  y  original  de  la  escritura  de  los  Porras. 
—  De  tu  tio  y  hermano  non  he  habido  nueva  después  que  partieron. — 
Las  aguas  han  sido  tantas  acá  que  el  rio  entró  en  la  cibdad. 

Si  Agostin  Italian  y  Francisco  de  Grimaldo  no  te  quisieren  dar  los 
dineros  que  hobiéredes  menester,  búsquense  allí  otros  que  los  den ;  que 
yo,  en  llegando  acá  tu  firma,  yo  los  pagaré  todo  lo  que  hobiéredes  reci- 
bido, á  la  mesma  hora;  que  acá  non  hay  agora  persona  con  quien  yo 
te  pueda  enviar  moneda.  —  Fecha  hoy  viernes  1 3  de  Diciembre  de  1504. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí, 

•S- 

•S-   A-   S- 

X     M     Y 

Xpo.   FERENS. 


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VI 


(En  el  sobre  dice:    A   mi  muy  caro  jijo  D.   Diego   Colon, 
la  Corte). 


En 


Muy  caro  fijo :  El  Sr.  Adelantado  y  tu  hermano  y  Carvajal  partieron 
hoy  son  diez  y  seis  dias,  para  allá.  Nunca  mas  me  han  escrito.  D.  Fer- 
nando llevaba  150  ducados.  Él  habrá  de  gastar  lo  que  hobiere  menester, 
y  lleva  una  carta  para  los  mercadores  que  te  provean  de  dineros.  —  Otra 
te  envié  después  con  fee  de  Micer  Francisco  de  Ribarol ,  con  Zamora 
correo,  y  dije  que  si  por  mi  carta  te  hablan  proveido  que  no  usásedes 
de  la  de  Francisco  Ribarol ;  ansí  como  agora  digo  de  otra  carta  que  te 
envío  con  esta  de  Micer  Francisco  Doria,  la  cual  te  envío  á  mayor  abun- 
dancia, porque  non  falte  que  tu  non  seas  proveido.  —  Ya  dije  como  es 
necesario  de  poner  buen  recabdo  en  los  dineros  fasta  que  sus  Altezas  non 
den  ley  y  asiento.  También  te  dije  que  yo  he  gastado  para  traer  esta 
gente  á  Castilla  1.200  castellanos,  los  cuales  me  debe  su  Alteza  la  mayor 
parte  dellos,  y  por  esto  le  escrebí  que  me  mandase  á  tomar  la  cuenta. 

Acá,  si  posible  fuese,  querría  cada  día  cartas.  —  De  Diego  Méndez 
me  quejo  si  non  lo  haz  y  de  Gerónimo,  y  después  de  los  otros  cuando 
allá  llegaren.  Es  de  trabajar  de  saber  sí  la  Reina,  que  Dios  tiene,  dejó 
dicho  algo  en  su  testamento  de  mí,  y  es  de  dar  priesa  al  Sr.  Obispo  de 


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662 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Falencia,  el  que  fué  causa  que  sus  Altezas  hobiesen  las  Indias,  y  que  yo 
quedase  en  Castilla,  que  ya  estaba  yo  de  camino  para  fuera;  y  ansí  al 
Sr.  Camarero  de  su  Alteza. 

Si  viene  á  caso  á  fablar  en  descargo,  es  de  trabajar  que  vean  la  escri- 
tura que  está  en  el  libro  de  los  privilegios,  la  cual  amuestra  la  razón 
porque  se  me  debe  el  tercio,  ochavo  y  diezmo,  como  por  otra  te  dije. 

Yo  he  escrito  al  Santo  Padre  de  mi  viage  porque  se  quejaba  de  mí 
porque  no  le  escribía.  El  traslado  de  la  carta  te  envió.  Querría  que  la 
viese  el  Rey  nuestro  Señor  ó  el  Sr.  Obispo  de  Falencia,  primero  que  yo 
envié  la  carta  por  evitar  testimonios  falsos. 

Camacho  ^  me  ha  alevantado  mil  testimonios.  A  mi  pesar  le  man- 
daba á  prender.  —  Él  está  en  la  Iglesia:  diz  que  pasado  la  fiesta  irá  allá 
si  pudiere.  —  Yo  si  le  debo  amuestre  por  donde;  que  fago  juramento  que 
yo  non  lo  sé,  ni  es  verdad.  —  Si  sin  importunar  se  hobiese  licencia  de 
andar  en  muía  2,  yo  trabajarla  de  partir  para  allá  pasado  Enero,  y  ansí 
lo  haré  sin  ella:  por  ende  non  se  deje  de  dar  prisa  porque  las  Indias  non 
se  pierdan,  como  hacen.  Nuestro  Señor  te  haya  en  su  guardia.  —  Fecha 
hoy  21  de  Diciembre. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

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•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo.  FERENS. 


(A  las  espaldas  de  la  carta  está  escrito  lo  siguiente  también  de  letra 
del  Almirante). 

(Estos)  diezmos  que  me  dan  non  es  el  diezmo  que  me  fué  prometido: 
ios  privilegios  lo  dicen :  y  bien  ansí  se  me  debe  el  diezmo  de  la  ganancia 
que  se  trae  de  mercadurías  y  de  todas  otras  cosas,  de  que  no  recibo  nada. 
—  Carvajal  bien  me  entiende.  —  También  se  acoerde  Carvajal  de  haber 
carta  de  su  Alteza  para  el  Gobernador  que  luego  envié  las  cuentas  y  los 
dineros  que  allá  tengo  sin  dilación,  y  seria  para  esto  bueno  que  fuese  á 
esto  un  repostero  de  su  Alteza,  porque  deben  de  ser  buena  suma  para 
mí.  —  Yo  trabajaré  con  estos  señores  de  la  contratación  que  también 
envíen  á  decir  al  Gobernador  que  envié  esta  mi  parte  con  el  oro  de  su 
Alteza.  —  Ni  por  esto  se  deje  de  remediar  allá  estotro.  —  Digo  que  allá 
deben  de  pasar  á  mi  creer  de  7  ó  8.000  pesos  que  se  habrán  recibido 
después  que  yo  partí,  sin  los  otros  que  no  me  dieron. 


*  Gonzalo  Camacho,  que  fué    de   escudero  en  el  navio  Gallego,  que  mandaba  Pedro 
de  Terreros. 

*  Obtuvo  esta  licencia  del  Rey  en  23  de  Febrero  de  1505. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


663 


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(En  el   sobre  dice:    A  mi  muy   caro  Jijo  D.  Diego   Colon.  —  Eji 
la  Corte). 


Muy  caro  fijo :  Con  D.  Fernando  te  escrebí  largo,  el  cual  partió  para 
allá,  hoy  son  veintitrés  dias,  con  el  Sr.  Adelantado  y  con  Carvajal,  de  los 
cuales  non  he  después  sabido  nada.  Después,  hoy  son  diez  y  seis  dias  te 
escrebí  con  Zamora  el  correo,  y  te  envié  una  carta  de  fee  para  esos 
mercadores  que  te  diesen  los  dineros  que  les  pidiésedes  con  fee  de  Fran- 
cisco Ribarol;  y  después  con  otro  correo,  habrá  ocho  dias,  con  otra  fé 
de  Francisco  Doria.  Estas  van  dirigidas  á  Pantaleon  y  Agustín  Italian 
para  que  te  las  den,  y  con  ellas  va  un  traslado  de  una  carta  que  escribo 
al  Santo  Padre  de  las  cosas  de  las  Indias,  porque  non  se  me  queje  mas 
de  mí.  Este  traslado  envió  para  que  le  vea  su  Alteza,  ó  el  Sr.  Obispo 
de  Falencia  por  evitar  testimonios  falsos.  —  La  paga  désta  gente  que  fue 
conmigo  ha  tardado.  —  Acá  los  he  proveído  de  lo  que  he  podido. —  Ellos 
son  pobres,  y  han  de  ir  á  ganar  su  vida:  acordaron  de  ir  allá:  acá  se  les 
ha  dicho  que  le  farán  el  favor  que  sea  posible,  y  ansí  es  razón;  bien  que 
entrellos  hay  que  mas  merecían  castigo  que  mercedes.  Esto  se  diz  por 
los  alzados.  —  Yo  le  di  una  carta  para  el  señor  Obispo  de  Falencia;  vedla 
y  véala  tu  tio  y  hermano  y  Carvajal,  que  si  fuere  menester  que  estos  que 
van  hayan  de  dar  petición  á  su  Alteza,  que  della  le  saquen,  y  ayúdale 
todo  lo  que  pudiéredes  que  es  razón,  y  obra  de  misericordia,  porque 
jamas  nadie  ganó  dineros  con  tantos  peligros  y  penas  y  que  haya  fecho 
tan  grandes  servicios  como  estos.  Allá  diz  Camacho  y  Maestre  Bernal  ^ 
que  quieren  ir:  dos  criaturas  por  quien  Dios  haz  pocos  milagros:  ellos 
mas  van,  si  fueren,  para  dañar  que  non  á  hacer  bien.  Poco  pueden 
porque  la  verdad  siempre  vence,  como  hizo  de  la  Española,  que  rebeldes 
ficieron  con  sus  falsos  testimonios  que  non  se  hobiese  fasta  agora  pro- 
vecho della.  Este  Maestre  Bernal  se  diz  que  fué  el  comienzo  de  la  traición: 
fué  preso  y  acusado  de  muchos  casos,  que  por  cada  uno  dellos  merecia 
ser  fecho  cuartos.  A  ruego  de  tu  tio  y  de  otros  fué  perdonado,  con  tanto 
que  por  la  mas  pequeña  palabra  que  mas  fablase  contra  mí  y  mi  estado 
que  non  le  valga  el  perdón  y  se  da  por  condenado:  el  traslado  te  envió 
con  esta.  —  De  Camacho  te  enviaré  una  carta  justicia:  ha  mas  de  ocho 
dias  que  non  sale  de  la  Iglesia  por  los  desvarios  y  testimonios  falsos  de 
su  lengua:  él  tiene  un  testamento  de  Terreros  2,  y  otros  parientes  deste 
Terreros  tienen  otro   mas  fresco  que  niquila  el  primero :  dígolo  por  la 


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•  Había  ¡do  de  médico  ó  físico  en  la  carabela  Capitana. 

*  Pedro  de  Terreros,  capitán  del  navio  Gallego,  había  muerto  durante  el  viaje  el  dia 
29  de  Mayo  de  1504.   Camacho  iba  de  escudero  en  el  mismo  navio. 


664 


CRISTÓBAL  COLON 


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herencia;  é  yo  foí  rogado  que  acuda  al  postrero  en  manera  que  Camacho 
habrá  de  restituir  lo  que  ya  ha  recebido.  —  Yo  mandaré  sacar  una  carta 
de  justicia,  y  la  enviaré,  porque  creo  que  sea  obra  de  misericordia  á  cas- 
tigarle ;  porque  es  tan  disoluto  de  su  lengua  que  alguien  le  ha  de  castigar 
sin  vara,  y  no  será  tan  sin  consciencia  y  mas  daño  de  su  persona.  Diego 
Méndez  muy  bien  conosce  á  Maestre  Bernal  y  sus  obras.  El  Gobernador 
le  queria  prender  en  la  Española,  y  le  dejó  á  mi  causa.  Diz  que  allá  mató 
dos  hombres  con  medecinas  por  venganza  de  menos  de  tres  fabas.  —  Lá 
licencia  de  la  muía  si  sin  trabajo  se  puede  haber,  folgaria  della  y  de  una 
buena  muía.  Con  todos  consulta  tus  negocios,  y  diles  que  non  les  escribo 
particularmente  por  la  gran  pena  que  llevo  en  la  péndula.  Non  digo  que 
hagan  ellos  ansí,  salvo  que  cada  uno  me  escriba,  y  muy  á  menudo,  que 
gran  pesar  tengo  que  todo  el  mundo  tiene  cada  dia  cartas  de  allá,  yo 
nada  de  tantos  como  allí  estáis.  Al  Sr.  Adelantado  en  su  merced  me 
encomiendo,  y  mis  encomiendas  da  á  tu  hermano  y  á  los  otros  todos.  — 
Fecha  en  Sevilla  á  29  de  Diciembre. 
Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

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•S-  A-  S- 

X     M     Y 
Xpo.  FERENS. 


(Sigue  de  letra  del  Almirante ) . 

Todavía  digo  que  si  nuestros  negocios  han  de  ser  librados  por  via 
de  consciencia,  que  es  de  amostrar  el  capítulo  de  la  que  sus  Altezas  me 
escribieron  cuando  partí,  en  que  dicen  que  te  mandarán  á  poner  en  pose- 
sión; y  después  es  de  mostrar  la  escritura  que  está  en  el  libro  de  los 
privilegios,  la  cual  amuestra  por  razón  y  justicia  como  es  mió  el  tercio, 
el  ochavo  y  el  diezmo.    De  aquí  siempre  habrá  lugar  de  abajar. 


VIII 


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(En  el  sobre  dice:  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon). 

Muy  caro  íijo :  Con  un  correo  que  ha  de  llegar  allá  hoy  te  escrebí 
largo,  y  te  envié  una  carta  para  el  Sr.  Camarero.  Quisiera  enviar  en  ella 
un  traslado  de  aquel  capítulo  de  la  carta  de  sus  Altezas,  en  que  dicen 
que  te  mandarán  á  poner  en  la  posesión ,  y  se  me  olvidó  acá.  —  Zamora 
el  correo  vino.  Vi  tu  carta  y  de  tu  tio  y  hermano  y  de  Carvajal  con 
mucho  placer  por  haber  llegado  buenos,  que  yo  estaba  de  ello  en  grande 
congoja.  Diego  Méndez  partirá  de  aquí  tres  ó  cuatro  dias  con  la  libranza 
despachada:  él  llevará  larga  relación  de  todo,  y  escribiré  al  Sr.  Juan 
Velasques.    Yo  deseo  de  su  amistad  y  servicio.  —  Yo  creo  que  él  sea 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


665 


caballero  de  mucha  honra.  —  Si  el  Sr.  Obispo  de  Falencia  es  venido  ó 
viene,  dile  cuanto  me  ha  placido  de  su  prosperidad  y  que  si  yo  voy  allá, 
que  he  de  posar  con  su  merced  aunque  él  non  quiera,  y  que  habemos  de 
volver  al  primero  amor  fraterno,  y  que  non  le  poderá  negar  porque  mi 
servicio  le  fará  que  sea  ansí. —  La  carta  del  Santo  Padre  dije  que  era  para 
que  su  merced  la  viese  si  allí  estaba,  y  el  señor  arzobispo  de  Sevilla,  que 
el  Rey  non  terna  lugar  para  ello.  —  Ya  te  dije  que  el  pedir  á  su  Alteza 
es  que  compla  lo  que  me  mandó  á  escrebir  de  la  posesión  y  del  resto  que 
me  fué  prometido:  y  dije  que  era  de  amostrar  ese  capítulo  de  la  carta,  y 
dije  que  non  se  debe  dilatar,  y  que  esto  conviene  por  infinitos  respetos. 
—  Crea  su  Alteza  que  cuanto  me  diere  que  ha  de  ser  ciento  por  uno  el 
acrescentamiento  de  su  alto  señorío  y  renta ;  y  que  non  tiene  comparación 
lo  fecho  con  lo  que  está  por  hacer.  —  El  enviar  Obispo  á  la  Española  se 
debe  dilatar  fasta  fablar  yo  á  su  Alteza;  non  sea  como  del  otro  que  se 
piense  adobar  é  se  trastorne.  —  Acá  han  fecho  unos  frios  y  hacen  que  me 
han  fatigado  harto  y  fatigan.  En  merced  del  Sr.  Adelantado  me  enco- 
miendo. A  tí  y  á  tu  hermano  guarde  y  bendiga  Nuestro  Señor.  A  Carvajal 
y  á  Gerónimo  dad  mis  encomiendas.  Diego  Méndez  allá  llevará  el  costal 
lleno. — Del  negocio  que  tu  escribistes,  creo  que  sea  muy  hacedero. — Los 
navios  de  las  Indias  no  han  llegado  de  Lisboa.  Mucho  oro  trujieron,  y 
ninguno  para  (mí).  Tan  grande  burla  no  se  vido,  que  yo  dejé  60  000  pesos 
fundidos.  No  debe  su  Alteza  dejar  perder  (este)  tan  grande  negocio,  como 
haz.  Agora  envia  al  Gobernador  provisión  fresca:  non  sé  sobre  qué.  De 
(ahí)  espero  cada  dia  cartas.  Mira  mucho  sobre  el  gastar,  que  ansí  con- 
viene. —  Fecha  á  1 8  de  Enero. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

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•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo.  FERENS. 


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(En  el  sobre  dice 
la  Coi'te). 


A   mi  muy  caro  fjo  D.  Diego    Colon.  —  En 


Muy  caro  fijo :  Diego  Méndez  partió  de  aquí  lunes  3  de  este  mes. 
Después  de  partido  fablé  con  Américo  Vespuchy,  portador  de  esta,  el  cual 
va  allá  llamado  sobre  cosas  de  navegación.  —  Él  siempre  tuvo  deseo  de 
me  hacer  placer:  es  mucho  hombre  de  bien:  la  fortuna  le  ha  sido  contraria 
como  á  otros  muchos :  sus  trabajos  no  le  han  aprovechado  tanto  como  la 
razón  requiere.  Él  va  por  mió  y  en  mucho  deseo  de  hacer  cosa  que 
redonde  á  mi  bien,  si  á  sus  manos  está.    Yo  non  sé  de  acá  en  que  yo  le 


Cristóbal  Colon  t.  ii.  —  84. 


666 


CRISTÓBAL  COLON 


emponga  que  á  mi  aproveche,  porque  non  se  que  sea  lo  que  allá  le  quieren. 
Él  va  determinado  de  hacer  por  mí  todo  lo  á  que  él  fuere  posible.  Ved  allá 
en  que  puede  aprovechar,  y  trabajad  por  ello,  que  él  lo  hará  todo  y 
fablará,  y  lo  porná  en  obra;  y  sea  todo  secretamente  porque  non  se  haya 
del  sospecha.  Yo,  todo  lo  que  se  haya  podido  decir  que  toque  á  esto, 
se  lo  he  dicho,  y  enfermado  de  la  paga  que  á  mí  se  ha  fecho  y  se  haz.— 
Esta  carta  sea  para  el  Sr.  Adelantado  también,  porque  él  vea  en  qué 
puede  aprovechar,  y  le  avise  dello.  —  Crea  su  Alteza  que  sus  navios 
fueron  en  lo  mejor  de  las  Indias  y  mas  rico;  y  si  queda  algo  para  saber 
mas  de  lo  dicho,  yo  lo  satisfaré  allá  por  palabra,  porque  es  imposible  á 
lo  decir  por  escrito.  Nuestro  Señor  te  haya  en  su  santa  guardia. —  Fecha 
en  Sevilla  á  5  de  Febrero. 

Tu  padre  que  te  ama  mas  que  á  sí. 

•S- 

•S-  A-  S- 

X     M     Y 

Xpo.  FERENS. 


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(En  el  sobre  dice  (de  mano  del  Almirante):  A  mi  muy  caro  fijo 
D.  Diego  Colo7i.  —  En  la  Corte)  ^. 


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Muy  caro  fijo:  El  licenciado  de  Cea  es  persona  á  quien  yo  deseo 
honrar.  Él  tiene  á  cargo  dos  hombres,  sobre  los  cuales  la  justicia  tiene 
proceso,  como  se  paresce  por  esta  información  que  aquí  en  esta  va.  Ten 
forma  que  Diego  Méndez  ponga  esta  dicha  petición  con  las  otras  en  la 
Semana  Santa  que  se  dan  á  su  Alteza  de  perdón :  y  si  saliese  despachada, 
bien;  y  si  no,  ved  otra  forma  porque  se  despache. —  Nuestro  Señor  te 
haya  en  su  santa  guarda.  —  Fecha  en  Sevilla  á  25  de  Hebrero  de  1505. 
—  Con  Américo  Vespuchy  te  escrebí:  procura  que  te  envié  la  carta, 
salvo  si  ya  la  hobiste. 


(Lo  que  sigue  es  de  mano  del  Almirante). 
A  lo  que  —  tu  padre 


Xpo.  FERENS. 


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'     Esta  es  la  tínica  carta  que  no  es  toda  de  letra  del  Almirante ,  á  excepción  del  sobre^ 
antefirma  y  firma,  que  hizo  de  letra  minúscula. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


667 


(F).-Pág.  538 

Carta  de  i.a  Reyna  Católica  al  Comendador  mayor  de  Alcán- 
tara FRAY  Nicolás  de  Ovando,  sobre  el  trato  que  debía 

DAR  Á  LOS  INDIOS  DE  LA  ISLA  ESPAÑOLA. 

(Historía  de  las  Indias ,  por  fray  Bartolomé  de  las  Casas.  —  Parte  II,  cap.  XIV) 

La  Reyna: 

Doña  Isabel ,  por  la  gracia  de  Dios ,  reina  de  Castilla ,  de  León  &.^ 
Por  cuanto  el  Rey  mi  señor  é  yo,  por  la  Instrucción  que  mandamos  dar 
á  don  fray  Nicolás  de  Ovando,  Comendador  mayor  de  Alcántara,  al 
tiempo  que  fué  por  nuestro  Gobernador  á  las  islas  y  tierra  firme  del  mar 
Océano,  hobimos  mandado  que  los  indios  vecinos  y  moradores  de  la  isla 
Española  fuesen  libres  y  no  subjetos  á  servidumbre,  según  mas  larga- 
mente en  la  dicha  Instrucción  se  contiene,  y  agora  soy  informada  que,  á 
causa  de  la  mucha  libertad  que  los  dichos  indios  tienen,  huyen  y  se 
apartan  de  la  conversación  y  comunicación  de  los  cristianos,  por  manera 
que,  aun  queriéndoles  pagar  sus  jornales,  no  quieren  trabajar  y  andan 
vagabundos,  ni  menos  los  pueden  haber  para  los  doctrinar  y  traer  á  que 
se  conviertan  á  nuestra  sancta  fé  católica,  y  que,  á  esta  causa,  los  cris- 
tianos que  están  en  la  dicha  isla,  y  viven  y  moran  en  ella  no  hallan  quien 
trabaje  en  sus  granjerias  y  mantenimientos,  ni  les  ayudan  á  sacar  y  cojer 
el  oro  que  hay  en  la  dicha  isla,  de  que  á  los  unos  y  á  los  otros  viene 
perjuicio;  y  porque  Nos  deseamos  que  los  dichos  indios  se  conviertan  á 
nuestra  sancta  fé  católica,  y  que  sean  doctrinados  en  las  cosas  della,  y 
porque  esto  se  podria  mejor  facer  comunicando  los  dichos  indios  con  los 
cristianos  que  en  la  dicha  isla  están,  y  andando  tratando  con  ellos,  y 
ayudando  los  unos  á  los  otros,  para  que  la  dicha  isla  se  labre  y  pueble, 
y  aumenten  los  frutos  della,  y  se  coja  el  oro  que  en  ella  hobiere,  para  que 
estos  mis  reinos  y  los  vecinos  dellos  sean  aprovechados,  mandé  dar  esta 
mi  Carta,  en  la  dicha  razón:  Por  la  cual  mando  á  vos  el  dicho  nuestro 
Gobernador  que  del  dia  que  esta  mi  Carta  viéredes  en  adelante,  complais 
é  apremiéis  á  los  dichos  indios  que  traten  é  conversen  con  los  cristianos 
de  la  dicha  isla,  y  trabajen  en  sus  edificios,  en  cojer  y  sacar  oro  y  otros 
metales,  y  en  facer  granjerias  y  mantenimientos  para  los  cristianos  vecinos 
y  moradores  de  la  dicha  isla,  y  fagáis  pagar  á  cada  uno  el  dia  que  traba- 
jare, el  jornal  y  mantenimiento  que,  según  la  calidad  de  la  tierra,  y  de  la 
persona,  y  del  oficio,  vos  paresciere  que  debieren  haber,  mandando  á 
cada  cacique  que  tenga  cargo  de  cierto  número  de  los  dichos  indios,  para 
que  los  haga  ir  á  trabajar  donde  fuere  menester,  y  para  que,  las  fiestas  y 
dias  que  paresciere,  se  junten  á  oir  y  ser  doctrinados  en  las  cosas  de  la  fé, 
en  los  lugares  deputados,  para  que  cada  Cacique  acuda  con  el  número  de 


668 


CRISTÓBAL  COLÓN 


indios  que  vos  les  señaláredes,  á  la  persona  ó  personas  que  vos  nombra- 
redes  para  que  trabajen  en  lo  que  las  tales  personas  les  mandaren,  pagán- 
doles el  jornal  que  por  vos  fuere  tasado,  lo  cual  hagan  é  cumplan  como 
personas,  libres,  como  lo  son,  y  no  como  siervos;  é  faced  que  sean  bien 
tratados  los  dichos  indios,  é  los  que  dellos  fueren  cristianos  mejor  que  los 
otros,  é  non  consintades  ni  dedes  lugar  que  ninguna  persona  les  haga 
mal  ni  daño,  ni  otro  desaguisado  alguno,  é  los  unos  ni  los  otros  no  faga- 
des  ni  fagan  ende  ál,  por  alguna  manera,  so  pena  de  la  mi  merced,  y  de 
10,000  maravedís  para  la  mi  cámara,  á  cada  uno  que  lo  contrario  ficiere; 
y  demás  mando  al  home  que  les  esta  mi  carta  mostrare  que  los  emplacen 
y  parezcan  ante  Mí  en  la  corte,  do  quier  que  yo  sea,  del  dia  que  los 
emplacen,  fasta  quince  dias  primeros  siguientes,  so  la  dicha  pena,  so  la 
cual  mando  á  cualquier  Escribano  público  que  para  esto  fuere  llamado, 
que  dé,  ende,  al  que  se  la  notificare  testimonio  sinado  con  su  sino,  porque 
yo  sepa  como  se  cumple  mi  mandado.  Dada  en  la  villa  de  Medina  del 
Campo,  á  veinte  dias  del  mes  de  Diciembre,  año  del  nascimiento  de 
Nuestro  Señor  Jesucristo  de  mili  quinientos  y  tres  años. 

Yo  ¿a  Rey  na. 

Yo  Gaspar  de  Gricio,  Secretario  del  Rey  y  de  la  Reina,  nuestros 
Señores,  la  fice  escrebir  por  su  mandado  de  la  Reina  nuestra  Señora. 

Y  en  las  espaldas  de  la  dicha  Carta  está  escripto  y  firmado   lo 
siguiente: 

^o.  Eps.  Cartha.         Franciscus ,  licenciatus.         Jo.  ¿icenciatus. 
Fidus  Tello,  licenciatus.  Licenciatus  Carvajal. 

Licenciatus  de  Saiitiago. 

Registrada:  Licenciatus  Polatico. 

Francisco  Diaz,  Chanciller. 


(G-)  — Pág.  606 
Cláusulas  del  testamento  que  otorgó  Diego  Méndez  en  Va- 

LLADOLID  Á  6  de  JuNÍO  DE  1 5  36,  ANTE  EL  ESCRIBANO  FERNÁN 
PÉREZ,  QUE  SE  REFIEREN  AL  CUARTO  VIAJE  Y  Á  SUS  RELACIONES 
POSTERIORES  CON  EL  ALMIRANTE. 

(Original  en  el  archivo  de  la  casa  del  señor  Duque  de  Veragua) 


ítem:  —  Los  muy  ilustres  Señores  el  Almirante  Don  Cristoval 
Colon  ,  de  gloriosa  memoria  y  su  hijo  el  Almirante  Don  Diego  Colon,  y 
su  nieto  El  Almirante  Don  Luis,  á  quien  Dios  dé  largos  dias  de  vida,  y 
por  ellos  la  Virreyna  mi  señora,  como  su  tutriz  é  curadora,  me  son  en 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


669 


cargo  de  muchos  y  grandes  servicios  que  yo  les  hize,  en  que  consumí  y 
gasté  todo  lo  mejor  de  mi  vida  hasta  acaballa  en  su  servicio;  especial- 
mente serví  al  gran  Almirante  Don  Cristoval  andando  con  su  Señoría 
descubriendo  islas  y  tierra  firme,  en  que  puse  muchas  veces  mi  persona 
á  peligro  de  muerte  para  salvar  su  vida  y  de  los  que  con  él  iban  y  estaban; 
mayormente  quando  se  nos  cerró  el  puerto  del  rio  Belén  ó  Yebra,  donde 
estábamos  con  la  fuerza  de  las  tempestades  de  la  mar  y  de  los  vientos 
que  acarrearon  y  amontonaron  la  arena  en  cantidad  con  que  cegaron  las 
entradas  del  puerto.  Y  estando  su  Señoría  allí  muy  congojado,  juntóse 
gran  multitud  de  indios  de  la  tierra  para  venir  á  quemarnos  los  navios  y 
matarnos  á  todos,  con  color  que  decian  que  iban  á  hacer  guerra  á  otros 
indios  de  las  provincias  de  Cohrava  Aurirá,  con  quien  tenian  guerra:  y 
como  pasaron  muchos  dellos  por  aquel  puerto  en  que  teníamos  nosotros 
las  naos,  ninguno  de  la  armada  caia  en  el  negocio  sino  yo,  que  fui  al 
Almirante  y  le  dixe:  —  Señor,  estas  gentes  que  por  aquí  han  pasado  en 
orden  de  guerra  dicen  que  se  han  de  juntar  con  los  de  Veragoa ,  para 
ir  contra  los  de  Cobrava  Aurira;  yo  no  lo  creo,  sino  el  contrario  y  es  que 
se  juntan  para  quemarnos  los  navios  y  matarnos  á  todos;  como  de  hecho 
lo  era.  Y  diciéndome  el  Almirante  como  se  remediarla,  yo  dije  á  su  Seño- 
ría que  saldría  con  una  barca  é  iria  por  la  costa  hacia  Veragoa,  para  ver 
donde  asentaban  el  real.  Y  no  hube  andado  media  legua  cuando  hallé  al 
pié  de  mil  hombres  de  guerra  con  muchas  vituallas  y  brevages,  y  salté 
en  tierra  solo  entre  ellos,  dejando  mi  barca  puesta  en  flota:  y  hablé  con 
ellos  según  pude  entender,  y  ofrecíme  que  quería  ir  con  ellos  á  la  guerra 
con  aquella  barca  armada,  y  ellos  se  excusaron  reciamente  diciendo  que 
no  lo  havian  menester;  y  como  yo  me  volviese  á  la  barca  y  estuviese  allí 
á  vista  dellos  toda  la  noche,  vieron  que  no  podían  ir  á  las  naos  para 
quemallas  y  destruillas,  según  tenian  acordado,  sin  que  yo  lo  viese,  y 
mudaron  propósito;  y  aquella  noche  se  volvieron  todos  á  Veragoa,  y  yo 
me  volví  á  las  naos  y  hice  relación  de  todo  á  su  Señoría,  que  no  lo  tuvo 
en  poco.  Y  platicando  conmigo  sobrello,  sobre  que  manera  se  ternia  para 
saber  claramente  el  intento  de  aquella  gente,  yo  me  ofrecí  de  ir  allá  con 
un  solo  compañero,  y  lo  puse  por  obra  yendo  mas  cierto  de  la  muerte 
que  de  la  vida:  y  habiendo  caminado  por  la  playa  hasta  el  rio  de  Veragoa 
hallé  dos  canoas  de  indios  extrangeros,  que  me  contaron  muy  á  la  clara 
como  aquellas  gentes  iban  para  quemar  las  naos  y  matarnos  á  todos,  y 
que  lo  dejaron  de  hacer  por  la  barca  que  allí  sobrevino,  y  questaban 
todavía  de  propósito  de  volver  á  hacello  dende  á  dos  dias,  é  yo  les  rogué 
que  me  llevaran  en  sus  canoas  el  rio  arriba  y  que  gelo  pagaría;  y 
ellos  se  excusaban  aconsejándome  que  en  ninguna  manera  fuese,  porque 
fuese  cierto  que  en  llegando  me  matarían  á  mí  y  al  compañero  que 
llevaba.  E  sin  embargo  de  sus  consejos  hice  que  me  llevasen  en  sus 
canoas  el  rio  arriba  hasta  llegar  á  los  pueblos  de  los  indios,  los  cuales 
hallé  todos  puestos  en  orden  de  guerra,  que   no  me  querían  dejar  ir  al 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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asiento  principal  del  cacique;  y  yo  fingiendo  que  le  iba  á  curar  como 
cirujano  de  una  llaga  que  tenia  en  una  pierna,  y  con  dádivas  que  les  di, 
me  dejaron  ir  hasta  el  asiento  real ,  que  estaba  encima  de  un  cerro  llano 
con  una  plaza  grande  rodeada  de  trescientas  cabezas  de  muertos  que  habían 
ellos  muerto  en  una  batalla;  y  como  yo  oviesse  pasado  toda  la  plaza  y 
llegado  á  la  Casa  Real,  hubo  grande  alboroto  de  mugeres  y  muchachos 
que  estaban  á  la  puerta,  que  entraron  gritando  dentro  del  palacio.  Y  salió 
de  él  un  hijo  del  señor,  muy  enojado  diciendo  palabras  recias  en  su 
lenguaje,  é  puso  las  manos  en  mí,  c  de  un  empellón  me  desvió  muy 
lejos  de  sí :  diciéndole  yo  por  amansarle  como  iba  á  curar  á  su  padre  de 
la  pierna,  y  mostrándole  cierto  ungüento  que  para  ello  llevaba,  dijo 
que  en  ninguna  manera  habia  de  entrar  donde  estaba  su  padre.  Y  visto 
por  mí  que  por  aquella  via  no  podia  amansarle,  saqué  un  peine,  y  unas 
tijeras  y  un  espejo,  y  hice  que  Escobar,  mi  compañero,  me  peinase  y 
cortase  el  cabello,  lo  cual  visto  por  él  y  los  que  allí  estaban  quedaban 
espantados;  y  yo  entonces  hice  que  Escobar  le  peinase  á  él  y  le  cortase 
el  cabello  con  las  tijeras,  y  díselas,  y  el  peine  y  el  espejo,  y  con  esto  se 
amansó;  y  yo  pedí  que  trajesen  algo  de  comer,  y  luego  lo  trajeron,  y 
comimos  y  bebimos  en  amor  y  compaña,  y  quedamos  amigos;  y  despe- 
díme  del  y  vine  á  las  naos,  y  hice  relación  de  todo  esto  al  Almirante,  mi 
señor,  el  cual  no  poco  holgó  en  saber  todas  estas  circunstancias  y  cosas 
acaescidas  por  mí;  y  mandó  poner  gran  recabdo  en  las  naos  y  en  ciertas 
casas  de  paja,  que  teníamos  hechas  allí  en  la  playa,  con  intención  que 
habia  yo  de  quedar  allí  con  cierta  gente  para  calar  y  saber  los  secretos 
de  la  tierra. 

Otro  dia  de  mañana  su  Señoría  me  llamó  para  tomar  parecer  con- 
migo de  lo  que  sobre  ello  se  debia  hacer;  y  fué  mi  parecer  que  debíamos 
prender  á  aquel  señor  y  á  todos  sus  capitanes,  porque  presos  aquéllos  se 
sojuzgarla  la  gente  menuda:  y  su  Señoría  fué  del  mismo  parecer:  é  yo  di 
el  ardid  é  la  manera  con  que  se  debia  hacer,  y  su  Señoría  mandó  que  el 
señor  Adelantado,  su  hermano,  y  yo  con  él ,  fuésemos  á  poner  en  efecto 
lo  sobredicho  con  ochenta  hombres.  Y  fuimos,  y  diónos  Nuestro  Señor 
tan  buena  dicha  que  prendimos  el  cacique  y  los  mas  de  sus  capitanes  y 
mugeres  y  hijos,  y  nietos  con  todos  los  principales  de  su  generación,  y 
enviándolos  á  las  naos  ansí  presos,  soltóse  el  cacique  al  que  le  llevaba 
por  su  mal  recabdo,  el  cual  después  nos  hizo  mucho  daño.  En  este 
instante  plugo  á  Dios  que  llovió  mucho,  y  con  la  gran  avenida  abriósenos 
el  puerto,  y  el  Almirante  sacó  los  navios  á  la  mar  para  venirse  á  Castilla, 
quedando  yo  en  tierra  para  haber  de  quedar  en  ella  por  Contador  de  su 
Alteza  con  setenta  hombres,  y  quedábame  allí  la  mayor  parte  de  los 
mantenimientos  de  bizcocho  y  vino  y  aceite  y  vinagre. 

Acabado  de  salir  el  Almirante  á  la  mar,  y  quedando  yo  en  tierra  con 
obra  de  veinte  hombres ,  porque  los  otros  se  hablan  salido  con  el  Almi- 
rante á  despedir,  súbitamente  sobrevino  sobre  mí  mucha  gente  de  la 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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tierra,  que  serian  mas  de  cuatrocientos  hombres,  armados  con  sus  varas 
y  flechas  y  tiraderos,  y  tendiéronse  por  el  monte  en  haz,  y  dieron  una 
grita  y  otra  y  kiego  otra,  con  las  cuales  plugo  Dios  me  apercibieron  á  la 
pelea  y  defensa  de  ellos :  y  estando  yo  en  la  playa  entre  los  bohios  que 
tenia  hechos,  y  ellos  en  el  monte  á  trecho  de  tiro  de  dardo,  comenzaron 
á  flechar  y  á  garrochar  como  quien  agarrocha  á  toro,  y  eran  las  flechas  y 
tiraderas  tantas  y  tan  continuas  como  granizo;  y  algunos  dellos  se  des- 
mandaban para  venirnos  á  dar  con  las  machadasnas ;  pero  ninguno  dellos 
volvían,  porque  quedaban  allí  cortados  brazos  y  piernas  y  muertos  á 
espada;  de  lo  cual  cobraron  tanto  miedo  que  se  retiraron  atrás,  habién- 
donos muerto  siete  hombres  en  la  pelea  de  veinte  que  éramos,  y  de  ellos 
murieron  diez  é  nueve  de  los  que  se  venian  á  nosotros  mas  arriscados. 
Duró  esta  pelea  tres  horas  grandes,  y  Nuestro  Señor  nos  dio  la  victoria 
milagrosamente ,  siendo  nosotros  tan  poquitos  y  ellos  tanta  muche- 
dumbre. 

Acabada  esta  pelea  vino  de  las  naos  el  capitán  Diego  Tristan  con 
las  barcas  para  subir  el  rio  arriba  á  tomar  agua  para  su  viaje;  y  no  embar- 
gante que  yo  le  aconsejé  y  amonesté  que  no  subiese  el  rio  arriba,  no  me 
quiso  creer  y  contra  mi  grado  subió  con  las  dos  barcas  y  doce  hombres 
el  rio  arriba,  donde  le  toparon  aquella  gente  y  pelearon  con  él,  y  le 
mataron  á  él  y  todos  los  que  llevaba,  que  no  se  escapó  sino  uno  á  nado 
que  trujo  la  nueva;  y  gomaron  las  barcas  y  hiciéronlas  pedazos,  de  que 
quedamos  en  gran  fatiga,  ansí  el  Almirante  en  la  mar  con  sus  naos  sin 
barcas,  como  nosotros  en  tierra  sin  tener  con  que  poder  ir  á  él.  Y  á  todo 
esto  no  cesaban  los  indios  de  venirnos  á  acometer  cada  rato  tañiendo 
bocinas  y  atabales  y  dando  alaridos,  pensando  que  nos  tenian  vencidos. 
El  remedio  contra  esta  gente  que  teníamos  eran  dos  tiros  falconetes  de 
fruslera,  muy  buenos,  y  mucha  pólvora  y  pelotas  con  que  los  ojeábamos 
que  no  osaban  llegar  á  nosotros.  Y  esto  duró  por  espacio  de  cuatro  dias, 
en  los  cuales  yo  hice  coser  muchos  costales  de  las  velas  de  una  nao  que 
nos  quedaba,  y  en  aquellos  puse  todo  el  bizcocho  que  teníamos,  y  tomé 
dos  canoas  y  até  la  una  con  la  otra  parejas,  con  unos  palos  atravesados 
por  encima,  y  en  estos  cargué  el  bizcocho  todo  en  viages,  y  las  pipas  de 
vino  y  aceite  y  vinagre  atadas  en  una  guindaleja  y  á  jorro  por  la  mar, 
tirando  por  ellas  las  canoas ,  abonanzando  la  mar,  en  siete  caminos  que 
hicimos  lo  llevaron  todo  á  las  naos  y  la  gente  que  conmigo  estaba  poco 
á  poco  lo  llevaron,  é  yo  quedé  con  cinco  hombres  á  la  postre,  siendo  de 
noche,  y  en  la  postrera  barca  me  embarqué:  lo  cual  el  Almirante  tuvo  á 
mucho,  y  no  se  hartaba  de  me  abrazar  y  besar  en  los  carrillos  por  tan 
gran  servicio  como  allí  le  hice,  y  me  rogó  tomase  las  capitanías  de  la  nao 
Capitana,  y  el  regimiento  de  toda  la  gente  y  del  viaje,  lo  cual  yo  acepté 
por  le  hacer  servicio  en  ello,  por  ser,  como  era,  cosa  de  gran  trabajo. 

Postrero  de  Abril  de  1503  partimos  de  Veragoa  con  tres  navios, 
pensando  venir  la  vuelta  de  Castilla:  y  como  los  navios  estaban  todos 


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CRISTÓBAL  COLON 


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abuj creados  y  comidos  de  gusanos  no  los  podíamos  tener  sobre  agua;  y 
andadas  treinta  leguas  dejamos  el  uno,  quedándonos  otros  dos  peor  acon- 
dicionados que  aquel,  que  toda  la  gente  no  bastaba  con  las  bombas  y 
calderas  y  vasijas  á  sacar  el  agua  que  se  nos  entraba  por  los  abujeros  de 
la  broma:  y  de  esta  manera,  no  sin  grandísimo  trabajo  y  peligro,  pen- 
sando venir  á  Castilla,  navegamos  treinta  y  cinco  dias,  y  en  cabo  dellos 
llegamos  á  la  isla  de  Cuba,  á  lo  mas  bajo  della,  á  la  provincia  de  Homo, 
allá  donde  agora  está  el  pueblo  de  la  Trinidad:  de  manera  que  estábamos 
mas  lejos  de  Castilla  trescientas  leguas  que  cuando  partimos  de  Veragoa 
para  ir  á  ella;  y  como  digo  los  navios  mal  acondicionados,  innavegables, 
y  las  vituallas  que  se  nos  acababan.  Plugo  á  Dios  Nuestro  Señor  que 
pudimos  llegar  á  la  isla  de  Jamaica,  donde  zabordamos  los  dos  navios  en 
tierra,  y  hicimos  de  ellos  dos  casas  pajizas,  en  que  estábamos  no  sin  gran 
peligro  que  la  gente  de  aquella  isla,  que  no  estaba  domada  ni  conquis- 
tada, nos  pusiesen  fuego  de  noche,  que  fácilmente  lo  podian  hacer  por 
mas  que  nosotros  velábamos. 

Aquí  acabé  de  dar  la  postrera  ración  de  bizcocho  y  vino,  y  tomé 
una  espada  en  la  mano  y  tres  hombres  conmigo,  y  fuíme  por  esa  isla 
adelante,  porque  ninguno  osaba  ir  á  buscar  de  comer  para  el  Almirante 
y  los  que  con  él  estaban :  y  plugo  á  Dios  que  hallaba  la  gente  tan  mansa 
que  no  me  hacian  mal,  antes  se  holgaban  conmigo  y  me  daban  de  comer 
de  buena  voluntad.  Y  en  un  pueblo  que  se  llamaba  Agiiacadiba,  concerté 
con  los  indios  y  cacique  que  harian  pan  cazabe,  que  cazarían  y  pescarían, 
y  que  darían  de  todas  las  vituallas  al  Almirante  cierta  cuantía  cada  dia, 
y  lo  llevarían  á  las  naos,  con  que  estuviese  allí  persona  que  ge  lo  pagase 
en  cuentas  azules,  y  peines  y  cuchillos,  y  cascabeles  y  anzuelos  y  otros 
rescates  que  para  ello  llevábamos :  y  con  este  concierto  despaché  uno  de 
los  dos  cristianos  que  conmigo  traía  al  Almirante,  para  que  enviase 
persona  que  tuviese  cargo  de  pagar  aquellas  vituallas  y  enviarlas. 

Y  de  allí  fui  á  otro  pueblo  que  estaba  tres  leguas  de  este  y  hice  el 
mismo  concierto  con  el  Cacique  y  indios  de  él,  y  envié  otro  cristiano  al 
Almirante  para  que  enviase  allí  otra  persona  al  mismo  cargo. 

Y  de  allí  pasé  adelante  y  fui  á  un  gran  Cacique  que  se  llamaba 
Huareo,  donde  agora  dicen  Melilla,  que  es  trece  leguas  de  las  naos,  del 
cual  fui  muy  bien  recebido,  que  me  dio  muy  bien  de  comer,  y  mandó 
que  todos  sus  vasallos  trajiesen  dende  á  tres  dias  muchas  vituallas  que  le 
presentaron,  é  yo  ge  las  pagué  de  manera  que  fueron  contentos:  y  con- 
certé que  ordinariamente  las  traerían,  habiendo  allí  persona  que  ge  las 
pagase,  y  con  este  concierto  envié  el  otro  cristiano  con  los  manteni- 
mientos que  allá  me  dieron  al  Almirante ,  y  pedí  al  Cacique  que  me  diese 
dos  indios  que  fuesen  conmigo  fasta  el  cabo  de  la  isla,  que  el  uno  me 
llevaba  la  hamaca  en  que  dormía  é  el  otro  la  comida.  Y  desta  manera 
caminé  hasta  el  cabo  de  la  isla  á  la  parte  del  Oriente,  y  llegué  á  un  Cacique 
que  se  llamaba  Ameyro  é  hice  con  él  amistades  de  hermandad,  y  dile  mi 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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nombre  y  tomé  el  suyo,  que  entre  ellos  se  tiene  por  grande  hermandad. 
Y  cómprele  una  canoa  muy  buena  que  él  tenia,  y  dile  por  ella  una  baci- 
neta de  latón  muy  buena  que  llevaba  en  la  manga,  y  el  sayo  y  una  camisa 
de  dos  que  llevaba,  y  embarquéme  en  aquella  canoa,  y  vine  por  la  mar 
requiriendo  las  estancias  que  habia  dejado,  con  seis  indios  que  el  Cacique 
me  dio  para  que  me  la  ayudasen  á  navegar,  y  venido  á  los  lugares  donde 
yo  habia  proveído,  hallé  en  ellos  los  cristianos  que  el  Almirante  habia 
enviado,  y  cargué  de  todas  las  vituallas  que  les  hallé,  y  fuíme  al  Almi- 
rante, del  cual  fui  muy  bien  recebido,  que  no  se  hartaba  de  verme  y 
abrazarme,  y  preguntar  lo  que  me  habia  sucedido  en  el  viaje,  dando 
gracias  á  Dios  que  me  habia  llevado  y  traido  á  salvamiento  libre  de  tanta 
gente  salvage.  Y  como  al  tiempo  que  yo  llegué  á  las  naos  no  habia  en 
ellas  un  pan  que  comer,  fueron  todos  muy  alegres  con  mi  venida,  porque 
les  maté  la  hambre  en  tiempo  de  tanta  necesidad;  y  de  allí  adelante  cada 
dia  venian  los  indios  cargados  de  vituallas  á  las  naos  de  aquellos  lugares 
que  yo  habia  concertado,  que  bastaban  para  doscientas  treinta  personas 
que  estaban  con  el  Almirante. 

Dende  á  diez  dias  el  Almirante  me  llamó  aparte  y  me  dijo  el  gran 
peligro  en  que  estaba,   diciéndome:     Diego  Méndez,  hijo:  tiingiino  de 
cuantos  aquí  yo  tengo  siente  el  peligro  en  que  estatnos  sino  yo  y  vos ,  porque 
somos  muy  poquitos ,  y  estos  indios  salvages  son  muchos  y  muy  mudables  y 
antojadizos ,  y  en  la  hora  que  se  les  antojare  de  venir  y  quemarnos  aqui 
donde  estamos  en  estos  dos  navios  hechos  casas  pajizas ,  fácilmente  pueden 
ecliar  fuego  dende  tierra  y  abrasarnos  aquí  á  todos:  y  el  concierto  que  vos 
habéis  hecho  con  ellos  del  traer  los  mattte?iimientos  que  traen  de  tati  buena 
gana,  mañana  se  les  antojará  otra  cosa,  y  no  710 s  traerán  nada,  y  nosotros 
no  somos  parte  á  toínargelo  por  fuerza ,  sino  estar  á  lo  que  ellos  quisieren. 
Yo  he  pensado  utt  remedio  si  á  vos  os  parece:  que  en  esta  canoa  que  com- 
prastes  se  aventurase  algtmo  á  pasar  á  la  isla  Española  á  comprar  ima 
nao  que  pudiésemos  salir  de  tan  gran  peligro  como  este  en  que  estamos. 
Decidtne  vuestro  parecer. — Yo  le  respondí:  —  Señor,   el  peligro  en  que 
estamos  bien  lo  veo,  que  es  muy  mayor  de  lo  que  se  puede  pensar.  El  pasar 
desta  isla  á  la  isla  Española  en  tan  poca  vasija  como  es  la  canoa,  no  sola- 
mente lo  tengo  por  dificultoso,  sino  por  imposible:  porque  haber  de  atravesar 
un  golpe  de  cuarenta  leguas  de  mar,  y  entre  islas  donde  la  mar  es  mas 
impetuosa  y  de  menos  reposo,  no  sé  quien  se  ose  avetiturar  á  peligro  tan 
tiotorio. — Su  Señoría  no  me  replicó,  persuadiéndome  reciamente  que  yo 
era  el  que  lo  habia  de  hacer,  á  lo  cual  yo  respondí: — Señor,  muchas 
veces  he  puesto  mi  vida  á  peligro  de  muerte  por  salvar  la  vuestra  y  de 
todos  estos  que  aquí  están ,  y  nuestro  Señor  milagrosamente  me  ha  guar- 
dado la  vida;  y  con  todo  no  han  faltado  murmuradores  que  dicen  que 
vuestra  Señoría  me  acomete  á  mí  todas  las  cosas  de  honra,  habiendo  en  la 
compañía  otros  que  las  harían  tan  bien  como  yo :  y  por  tanto  parécemg  á  mí 
que  vuestra  Señotía  los  haga  llamar  á  todos,  y  los  proponga  este  negocio, 


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Cristóbal  Colón,  t.  11. —  85. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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para  ver  si  entre  todos  ellos  habrá  alguno  que  lo  quiera  emprender,  lo  cual 
yo  dudo;  y  cuando  todos  se  echen  de  fuera  yo  pondré  mi  vida  á  muerte  por 
vuestro  servicio,  como  muchas  veces  lo  he  hecho. 

Luego  el  dia  siguiente  su  Señoría  los  hizo  juntar  á  todos  delante  sí,  y 
les  propuso  el  negocio  de  la  manera  que  á  mí:  é  oido,  todos  enmudecieron, 
y  algunos  dijeron  que  era  por  demás  platicarse  en  semejante  cosa,  porque 
era  imposible  en  tan  pequeña  vasija  pasar  tan  impetuoso  y  peligroso 
golfo  de  cuarenta  leguas  como  este,  entre  estas  dos  islas  donde  muy 
recias  naos  se  hablan  perdido  andando  á  descubrir,  sin  poder  romper  ni 
forzar  el  ímpetu  y  furia  de  las  corrientes.  Entonces  yo  me  levanté  y  dije: 

—  Se  flor,  una  vida  tengo  no  mas,  yo  la  quiero  aventurar  por  servicio  de 
vuestra  Señoría ,  y  por  el  bien  de  todos  los  que  aquí  estáti ,  porque  tengo 
esperanza  e7i  Dios  nuestro  Señot  que  vista  la  intenaon  con  que  yo  lo  hago 
me  librará  como  otras  muchas  veces  lo  ha  hecho.  —  Oida  por  el  Almirante 
mi  determinación,  levantóse  y  abrazóme  y  besóme  en  el  carrillo,  diciendo: 

—  Bien  sabia  yo  que  no  había  aquí  ninguno  que  osase  tomar  esta  empresa 
sino  vos;  esperanza  tengo  en  Dios  nuestro  Señor  saldréis  de  I  la  con  vilorta 
como  de  las  otras  que  habéis  emprendido. 

El  dia  siguiente  yo  puse  mi  canoa  á  monte,  y  le  eché  una  quilla 
postiza,  y  le  di  su  brea  y  sebo,  y  en  la  popa  y  proa  clávele  algunas 
tablas  para  defensa  de  la  mar  que  no  se  me  entrase  como  hiciera  siendo 
rasa;  y  púsele  un  mástil  y  su  vela,  y  metí  los  mantenimientos  que  pude 
para  mí  y  para  un  cristiano  y  para  seis  indios,  que  éramos  ocho  personas, 
y  no  cabian  mas  en  la  canoa:  y  despedíme  de  su  Señoría  y  de  todos,  y 
fuíme  la  costa  arriba  de  la  isla  Jamaica,  donde  estábamos,  que  hay  dende 
las  naos  hasta  el  cabo  dcUa  treinta  y  cinco  leguas,  las  cuales  yo  navegué 
con  gran  peligro  y  trabajo,  porque  íuí  preso  en  el  camino  de  indios 
salteadores  en  la  mar,  de  que  Dios  me  libró  milagrosamente.  Y  llegado  al 
cabo  de  la  isla,  estando  esperando  que  la  mar  se  amansase  para  cometer 
mi  viaje,  juntáronse  muchos  indios  y  determinaron  de  matarme  y  tomar 
la  canoa  y  lo  que  en  ella  llevaba;  y  así  juntos  jugaron  mi  vida  á  la  pelota 
para  ver  á  cual  dellos  cabria  la  ejecución  del  negocio.  Lo  cual  sentido 
por  mí  víneme  escondidamente  á  mi  canoa,  que  tenia  tres  leguas  de  allí, 
y  híceme  á  la  vela  y  víneme  donde  estaba  el  Almirante,  habiendo  quince 
dias  que  de  allí  me  había  partido:  y  contéle  lo  sucedido,  y  como  Dios 
milagrosamente  me  habia  librado  de  las  manos  de  aquellos  salvajes.  Su 
Señoría  fué  muy  alegre  de  mi  venida,  y  preguntóme  si  volverla  al  viaje. 
Yo  le  dije  que  sí,  llevando  gente  que  estuviese  conmigo  en  el  cabo  de 
la  isla  hasta  que  yo  entrase  en  la  mar  á  proseguir  mi  viaje.  Su  Señoría 
me  dio  setenta  hombres  y  con  ellos  á  su  hermano  el  Adelantado,  que 
fuesen  y  estuviesen  conmigo  hasta  embarcarme  y  tres  dias  después. 
Y  desta  manera  volví  al  cabo  de  la  isla  donde  estuve  cuatro  dias.  Viendo 
que  la  mar  se  amansaba  me  despedí  dellos  y  ellos  de  mí,  con  hartas 
lágrimas;  y  encomendeme  á  Dios  y  á  nuestra  Señora  del  Antigua,  y 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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navegué  cinco  dias  y  cuatro  noches  que  jamas  perdí  el  remo  de  la  mano 
gobernando  la  canoa  y  los  compañeros  remando.  Plugo  á  Dios  nuestro 
Señor  que  en  cabo  de  cinco  dias  yo  arribé  á  la  isla  Española  al  cabo  de 
San  Miguel,  habiendo  dos  dias  que  no  comíamos  ni  bebíamos  por  no 
tenello;  y  entré  con  mi  canoa  en  una  ribera  muy  hermosa,  donde  luego 
vino  mucha  gente  de  la  tierra  y  trajeron  muchas  cosas  de  comer,  y  estuve 
allí  dos  dias  descansando.  Y  tomé  seis  indios  de  allí,  dejados  los  que 
llevaba  y  comencé  á  navegar  por  la  costa  de  la  isla  Española,  que  hay 
dende  allí  hasta  la  cibdad  de  Santo  Domingo  ciento  treinta  leguas  que  yo 
había  de  andar,  porque  estaba  allí  el  Gobernador  que  era  el  Comendador 
de  Lares :  y  habiendo  andado  por  la  costa  de  la  isla  ochenta  leguas ,  no 
sin  grandes  peligros  y  trabajos,  porque  la  isla  no  estaba  conquistada  ni 
allanada,  llegué  á  la  provincia  de  Azoa,  que  es  veinte  y  cuatro  leguas 
antes  de  Santo  Domingo,  y  allí  supe  del  Comendador  Gallego  como  el 
Gobernador  era  partido  á  la  provincia  de  Xuragoa  á  allanarla;  la  cual 
estaba  cincuenta  leguas  de  allí.  Y  esto  sabido  dejé  mi  canoa  y  tomé  el 
camino  por  tierra  de  Xuragoa,  donde  hallé  el  Gobernador,  el  cual  me 
detuvo  allí  siete  meses  hasta  que  hizo  quemar  y  ahorcar  ochenta  y  cuatro 
caciques,  señores  de  vasallos  y  con  ellos  á  Nacaona,  la  mejor  Señora  de 
la  isla,  á  quien  todos  ellos  obedecían  y  servían.  Y  esto  acabado  vine  de 
pié  á  tierra  á  Santo  Domingo,  que  era  setenta  leguas  de  allí  y  estuve 
esperando  que  viniesen  naos  de  Castilla,  que  habia  mas  de  un  año  que 
no  hablan  venido.  Y  en  este  comedio  plugo  á  Dios  que  vinieron  tres 
naos ,  de  las  cuales  yo  compré  la  una  y  la  cargué  de  vituallas  de  pan  y 
vino  y  carne  y  puercos  y  carneros  y  frutas,  y  lo  envié  adonde  estaba  el 
Almirante  para  en  que  viniesen  él  y  toda  la  gente,  como  vinieron  alli  á 
Santo  Domingo,  y  de  allí  á  Castilla.  E  yo  me  vine  delante  en  las  otras 
dos  naos  á  hacer  relación  al  Rey  y  á  la  Reina  de  todo  lo  sucedido  en 
aquel  viaje. 


Paréceme  que  será  bien  que  se  diga  algo  de  lo  acaecido  al  Almirante 
y  á  su  familia  en  un  año  que  estuvieron  perdidos  en  aquesta  isla;  y  es 
que  dende  á  pocos  dias  que  yo  me  partí  los  indios  se  amotinaron  y  no  le 
querían  traer  de  comer  como  antes,  y  él  los  hizo  llamar  á  todos  los 
caciques,  y  les  dijo  que  se  maravillaba  dellos  en  no  traerle  la  comida 
como  solían,  sabiendo,  como  él  les  habia  dicho,  que  habia  venido  allí  por 
mandado  de  Dios,  y  que  Dios  estaba  enojado  dellos,  y  que  él  ge  lo 
mostrarla  aquella  noche  por  señales  que  habría  en  el  cíelo;  y  como  aquella 
noche  era  el  ecUpse  de  la  luna,  que  casi  toda  se  escureció,  díjoles  que 
Dios  hacia  aquello  por  enojo  que  tenía  dellos,  porque  no  le  traían  de 
comer,  y  ellos  lo  creyeron  y  fueron  muy  espantados,  y  prometieron  que 
le  traerían  siempre  de  comer,  como  de  hecho  lo  hicieron ,  hasta  que  llegó 
la  nao  con  los  mantenimientos  que  yo  envié,  de  que  no  pequeño  gozo  fué 
en  el  Almirante  y  en  todos  los  que  con  él  estaban :  que  después  en  Castilla     jt-;^^^^^ 


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CRISTÓBAL  COLON 


SSíSíí- -'— " 


me  dijo  su  Señoría  que  en  toda  su  vida  habia  visto  tan  alegre  dia,  y  que 
nunca  pensó  salir  de  allí  vivo:  y  en  esta  nao  se  embarcó  y  vino  á  Santo 
Domingo  y  de  allí  á  Castilla. 

He  querido  poner  aquí  esta  breve  suma  de  mis  trabajos  y  grandes 
y  señalados  servicios,  cuales  nunca  hizo  hombre  á  Señor,  ni  los  hará  de 
aquí  adelante  del  mundo;  y  esto  á  fin  de  que  mis  hijos  lo  sepan  y  se 
animen  á  servir,  é  su  Señoría  sepa  que  es  obligado  á  hacerles  muchas 
mercedes. 

Venido  su  Señoría  á  la  Corte,  y  estando  en  Salamanca  en  la  cama 
enfermo  de  gota,  andando  yo  solo  entendiendo  en  sus  negocios  y  en  la 
restitución  de  su  estado  y  la  gobernación  para  su  hijo  Don  Diego,  yo  le 
dije  ansí :  —  Señor;  ya  vuestra  Señoría  sabe  lo  mucho  que  os  he  servido,  y 
lo  mas  que  trabajo  de  noche  y  de  dia  en  vuestros  negocios:  suplico  á  vuestra 
Señoría  me  señale  algún  galardón  para  en  pago  dello:  —  y  él  me  respon- 
dió alegremente  que  yo  lo  señalase  y  él  lo  cumpliría,  porque  era  mucha 
razón.  Y  entonces  yo  le  señalé  y  supliqué  á  su  Señoría  me  hiciese  merced 
del  oficio  del  Alguazilazgo  mayor  de  la  isla  Española  para  en  toda  mi 
vida:  y  su  Señoría  dijo  que  de  muy  buena  voluntad,  y  que  era  poco 
para  lo  mucho  que  yo  habia  servido;  y  mandóme  que  lo  dijese  ansí  al 
señor  Don  Diego,  su  hijo,  el  cual  fué  muy  alegre  de  la  merced  á  mí  hecha 
de  dicho  oficio  y  dijo  que  si  su  padre  me  lo  daba  con  una  mano,  él  con 
dos.  Y  esto  es  ansí  la  verdad  para  el  siglo  que  á  ellos  tiene  y  á  mí 
espera. 

Habiendo  yo  acabado,  no  sin  grandes  trabajos  mios,  de  negociar  la 
restitución  de  la  gobernación  de  las  Indias  al  Almirante  Don  Diego,  mi 
señor,  siendo  su  padre  fallecido,  le  pedí  la  provisión  del  dicho  oficio. 
Su  Señoría  me  respondió  que  le  tenia  dado  al  Adelantado,  su  tio,  pero 
que  él  me  daria  otra  cosa  equivalente  á  aquella.  Yo  dije  que  aquella 
diese  él  á  su  tio,  y  á  mí  me  diese  lo  que  su  padre  y  él  me  hablan  prome- 
tido, "lo  cual  no  se  hizo;  y  yo  quedé  cargado  de  servicios  sin  ningún 
galardón,  y  el  Sr.  Adelantado  sin  haberlo  servido,  quedó  con  mi  oficio 
y  con  el  galardón  de  todos  mis  afanes. 

Llegado  Su  Señoría  á  la  cibdad  de  Santo  Domingo  por  Gobernador, 
tomó  las  varas,  y  dio  este  oficio  á  Francisco  de  Garay,  criado  del  Señor 
Adelantado  que  lo  sirviese  por  él.  Esto  fué  en  diez  días  del  mes  de  Junio 
de  1 510  años.  Valia  entonces  el  oficio  lo  menos  un  cuento  de  renta,  del 
cual,  la  Virreyna  mi  señora,  como  tutriz  é  curadora  del  Virrey,  mi 
señor,  y  él,  me  son  en  cargo  realmente  y  me  lo  deben  de  justicia,  y  de 
foro  conscienticB ,  porque  me  fué  hecha  la  merced  del,  y  no  se  cumplió 
conmigo  dende  el  dia  que  se  dio  al  Adelantado  hasta  el  postrero  de  mis 
dias,  porque  si  se  me  diera,  yo  fuera  el  mas  rico  hombre  de  la  isla  y  el 
mas  honrado;  y  por  no  se  me  dar,  soy  el  mas  pobre  della,  tanto,  que  no 
tengo  una  casa  en  que  more  sin  alquiler. 

Y  porque  habérseme  de  pagar  lo  que  el  oficio  ha  rentado  seria  muy 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


677 


dificultoso,  yo  quiero  dar  un  medio,  y  será  este:  que  su  Señoría  haga 
merced  del  Alguacilazgo  mayor  de  la  cibdad  de  Santo  Domingo  á  uno 
de  mis  hijos,  para  en  toda  su  vida,  y  al  otro  le  haga  merced  de  ser 
Teniente  de  Almirante  en  la  dicha  cibdad;  y  con  hacer  merced  destos 
dos  oficios  á  mis  hijos  de  la  manera  que  he  aquí  dicho,  y  poniéndolos  en 
cabeza  de  quien  los  sirva  por  ellos  hasta  que  sean  de  edad,  su  Señoría 
descargará  la  conciencia  del  Almirante,  su  padre,  y  yo  me  satisfaré  de  la 
paga  que  se  me  debe  á  mis  servicios;  y  en  esto  no  diré  mas  de  dejallo  á 
sus  conciencias  de  sus  Señorías  y  hagan  en  ello  lo  que  mejor  les  pares- 
ciere. 

ítem :  dejo  por  mis  albaceas  y  ejecutores  deste  mi  testamento,  aquí 
en  la  corte,  al  Bachiller  Estrada  y  á  Diego  de  Arana,  juntamente  con  la 
Virreyna  mi  Señora,  y  suplico  yo  á  su  Señoría  lo  acepte  y  les  mande  á 
ellos  lo  mismo. 

ítem:  mando  que  mis  albaceas  compren  una  piedra  grande,  la  mejor 
que  hallaren,  y  se  ponga  sobre  mi  sepultura,  y  se  escriba  en  derredor 
della  estas  letras:  —  Aquí  YACE  EL  honrado  caballero  DIEGO 
MÉNDEZ,  QUE  SIRVIÓ  mucho  á  la  corona  Real  de  España  en  el 

DESCUBRIMIKNTO    Y    CONQUISTA    DE    LAS    INDIAS    CON    EL    ALMIRANTE 

DON  CRISTOVAL  COLON,  de  gloriosa  memoria,  que  las  des- 
cubrió Y  después  por  sí  CON  NAOS  SUYAS  Á  SU  COSTA :  FALLECIÓ  &.^ 
—  Pido  en  limosna  un  Pater  noster  Y  UNA  Ave  María. — 

ítem:  en  medio  de  la  dicha  piedra  se  haga  una  canoa,  que  es  un 
madero  cavado  en  que  los  indios  navegan,  porque  en  otra  tal  navegué 
trescientas  leguas,  y  encima  pongan  unas  letras  que  digan,  CANOA. 

Caros  y  amados  hijos  mios,  y  de  mi  muy  cara  y  amada  mujer  Doña 
Francisca  de  Ribera,  la  bendición  de  Dios  Todopoderoso,  Padre  y  Hijo 
y  Espíritu  Santo  y  la  mia  descienda  sobre  vos  y  vos  cubra,  y  vos  haga 
catóHcos  cristianos,  y  os  dé  gracia  que  siempre  le  améis  y  temáis.  Hijos, 
encomiéndoos  mucho  la  paz  y  concordia,  y  que  seáis  muy  conformes,  y 
no  soberbios  sino  muy  humildes  y  muy  amigables  á  todos  los  que  con- 
tratáredes,  porque  todos  os  tengan  amor:  servid  lealmente  al  Almirante 
mi  señor,  y  su  Señoría  os  hará  muchas  mercedes  por  quien  él  es,  y 
porque  mis  grandes  servicios  lo  merecen ;  y  sobre  todo  os  mando,  hijos 
mios,  seáis  muy  devotos  y  oyais  muy  devotamente  los  oficios  divinos,  y 
haciéndolo  ansí  Dios  nuestro  Señor  os  dará  largos  dias  de  vida.  A  él 
plega  por  su  infinita  bondad  haceros  tan  buenos  como  yo  deseo  que 
seáis,  y  os  tenga  siempre  de  su  mano.  Amen. 

Los  libros  que  de  acá  os  envió  son  los  siguientes: 

Arte  de  bien  morir,  de  Erasmo.  Un  sermón,  de  Erasmo,  en  romance 

Josepho,  De  Bello  Judaico,  La  filosofía  moral,  de  Aristóteles.  Los  libros 

que  se  dicen  Lingua  Erasmi.  El  libro  de  La  Tierra  Santa.  Los  coloquios^ 

de  Erasmo.  Un  tratado  de  las  Querellas  de  la  Paz.    Un  libro  de  Contem- 


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CRISTÓBAL  COLON 


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placioiies  de  la  Pasión  de  nuestro  Redentor.  Un  tratado  de  la  Venganza  de 
la  muerte  de  Agamenón ,  y  otros  tratadillos. 

Ya  dije,  hijos  mios,  que  estos  libros  os  dejo  por  mayorazgo  con  las 
condiciones  que  están  dichas  de  suso  en  el  testamento;  y  quiero  que 
vayan  todos  con  algunas  escrituras  mias,  que  se  hallaran  en  el  arca  que 
está  en  Sevilla,  que  es  de  cedro,  como  ya  está  dicho;  pongan  también 
í3-  C^  !  en  esta  el  mortero  de  mármol  que  está  en  poder  del  Sr.  Don  Hernando, 
ó  de  su  mayordomo. 

Digo  yo  Diego  Méndez,  que  esta  Escritura  contenida  en  trece  hojas 
es  mi  testamento  y  postrimera  voluntad,  porque  yo  lo  ordené  é  hice 
escribir,  y  lo  firmé  de  mi  nombre,  y  por  él  revoco  y  doy  por  ningunos 
otros  cualesquier  testamentos  hechos  en  cualesquier  otros  tiempos  ó 
lugar,  y  solo  este  quiero  que  valga  que  es  hecho  en  la  villa  de  Valladolid 
en  19  dias  del  mes  de  Junio,  año  de  nuestro  Redentor  en  1536  años. — 
Diego  Méndez. — 


E  yo  el  dicho  Garcia  de  Vera,  Escribano  Notario  público,  presente 
fui  á  todo  lo  que  dicho  es,  que  de  mí  se  hace  mención,  é  por  mandado 
del  dicho  Sr,  Teniente  é  pedimento  del  dicho  Bachiller  Estrada,  este 
testamento  en  estas  26  hojas  de  papel  pliego  entero,  como  aquí  parece,  fui 
en  escribir  como  ante  mí  se  presentó  é  abrió,  é  ansí  queda  orijinalmente 
en  mi  poder. —  E  por  ende  fice  aquí  este  mi  signo  tal  (está  signado)  en 
testimonio  de  verdad. —  Garcia  de  Vera. — 


(H).— Pág.  611 


Testamento  y  codicilio  del  Almirante  don  CRISTÓBAL  COLON, 

OTORGADO  en  VaLLADOLID  Á  19  DE  MaYO  DEL  AÑO   1506 
(Testimonio  autorizado  en  el  Archivo  del  duque  de  Veragua) 


En  la  noble  Villa  de  Valladolid ,  á  diez  y  nueve  dias  del  mes  de 
Mayo,  año  del  Nacimiento  de  Nuestro  Salvador  Jesucristo  de  mil  é  qui- 
nientos é  seis  años,  por  ante  mí  Pedro  de  Hinojedo,  Escribano  de  Cámara 
de  sus  Altezas  y  Escribano  de  provincia  en  la  su  Corte  é  Cháncillería,  é  su 
Escribano  é  Notario  público  en  todos  los  sus  Reynos  y  Señoríos ;  é  de  los 
testigos  de  yuso  escritos:  el  Sr.  D.  CRISTÓBAL  COLON,  Almirante,  é 
Visorey  é  Gobernador  general  de  las  islas  é  tierra-firme  de  las  Indias 
descubiertas  é  por  descubrir  que  dijo  que  era:  estando  enfermo  de  su 
cuerpo,  dijo,  que  por  cuanto  él  tenia  fecho  su  testamento  por  ante  Escri- 
bano público,  quél  agora  retificaba  é  retifica  el  dicho  testamento,  é  lo 
aprobaba  é  lo  aprobó  por  bueno,  é  si  necesario  era  lo  otorgaba  é  otorgó 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


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de  nuevo.  E  agora  añadiendo  él  dicho  testamento,  él  tenia  escrito  de  su 
mano  é  letra  un  escrito  que  ante  mí  el  dicho  Escribano  mostró  é  presentó, 
que  dijo  que  estaba  escrito  de  su  mano  é  letra,  é  firmado  de  su  nombre, 
quél  otorgaba  é  otorgó  todo  lo  contenido  en  el  dicho  escrito,  por  ante  mí 
el  dicho  Escribano,  según  é  por  la  via  é  forma  que  en  el  dicho  escrito  se 
contenia,  é  todas  las  mandas  en  él  contenidas  para  que  se  cumplan,  é 
valgan  por  su  última  é  postrimera  voluntad.  E  para  cumplir  el  dicho  su 
testamento  que  él  tenia  y  tiene  hecho  é  otorgado,  y  todo  lo  en  él  conte- 
nido, cada  una  cosa  é  parte  dello,  nombraba  é  nombró  por  sus  testamen- 
tarios é  complidores  de  su  ánima  al  Sr.  D.  Diego  Colon,  su  hijo,  é  á 
D.  Bartolomé  Colon,  su  hermano,  é  á  Juan  de  Porras,  Tesorero  de  Viz- 
caya, para  que  ellos  todos  tres  cumplan  su  testamento,  é  todo  lo  en  él 
contenido  é  en  el  dicho  escrito,  é  todas  las  mandas  é  legatos  é  obsequias 
en  él  contenidas.  Para  lo  cual  dijo  que  daba  e  dio  todo  su  poder  bastante, 
é  que  otorgaba  é  otorgó  ante  mí  el  dicho  Escribano  todo  lo  contenido  en 
el  dicho  escrito;  é  á  los  presentes  dijo  que  rogaba  é  rogó  que  dello  fuesen 
testigos.  Testigos  que  fueron  presentes,  llamados  y  rogados  á  todo  lo 
que  dicho  es  de  suso,  el  Bachiller  Andrés  Mirueña  é  Gaspar  de  la  Mise- 
ricordia, vecinos  desta  dicha  villa  de  Valladolid,  é  Bartolomé  de  F'resco 
é  Alvaro  Pérez,  é  Juan  Despinosa  é  Andrea  é  Hernando  de  Vargas,  é 
Francisco  Manuel  é  Fernán  Martinez,  criados  del  dicho  Sr.  Almirante. 
Su  tenor  de  la  cual  dicha  escritura ,  que  estaba  escrita  de  letra  é  mano 
del  dicho  Almirante,  é  firmada  de  su  nombre,  de  verbo  ad  vcrbum ,  es 
este  que  se  sigue: 

Cuando  partí  de  España  el  año  de  quinientos  é  dos  yo  fice  una 
ordenanza  é  mayorazgo  de  mis  bienes,  é  de  lo  que  entonces  me  pareció 
que  cumplía  á  mi  ánima  é  al  servicio  de  Dios  eterno,  é  honra  mia  é  de 
mis  sucesores:  la  cual  escriptura  dejé  en  el  monesterio  de  las  Cuevas  en 
Sevilla,  á  Frey  D.  Gaspar  con  otras  mis  escrituras  é  mis  privilegios,  é 
cartas  que  tengo  del  Rey  é  de  la  Reyna,  nuestros  Señores.  La  cual  orde- 
nanza apruebo  é  confirmo  por  esta,  la  cual  yo  escribo  á  mayor  cumpli- 
miento é  declaración  de  mi  intención.  La  cual  mando  que  se  cumpla  ansí 
como  aquí  declaro  é  se  contiene,  que  lo  que  se  cumpliera  por  esta,  no  se 
faga  nada  por  la  otra,  porque  no  sea  dos  veces. 

«  Yo  constituí  á  mi  caro  hijo  D.  Diego  por  mi  heredero  de  todos 
mis  bienes  é  oficios  que  tengo  de  juro  y  heredad,  de  que  hice  en  él  Mayo- 
razgo, y  non  habiendo  él  fijo  heredero  varón,  que  herede  mi  hijo  don 
Fernando  por  la  misma  guisa,  é  non  habiendo  el  fijo  varón  heredero,  que 
herede  D.  Bartolomé  mi  hermano  por  la  misma  guisa,  é  por  la  misma 
guisa  si  no  tuviere  hijo  heredero  varón,  que  herede  otro  mi  hermano; 
que  se  entienda  así,  de  uno  á  otro  el  pariente  mas  llegado  á  mi  línea  y 
esto  sea  para  siempre.  E  no  herede  mujer,  salvo  si  faltase  no  se  fallar 
hombre,  é  si  esto  acaesciese  sea  la  mujer  mas  allegada  á  mi  línea. » 

E  mando  al  dicho  D.  Diego,  mi  hijo,  ó  á  quien  heredare,  que  no 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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piense  ni  presuma  de  amenguar  el  dicho  Mayorazgo,  salvo  acrecentalle  é 
ponello :  es  de  saber  que  la  renta  que  él  hubiere  sirva  con  su  persona  y 
estado  al  Rey  é  la  Reina  nuestros  Señores  é  al  acrescentamiento  de  la 
Religión  Cristiana. 

El  Rey  é  la  Reina  nuestros  Señores,  cuando  yo  les  serví  con  las 
Indias;  digo  serví,  que  parece  que  yo  por  la  voluntad  de  Dios  Nuestro 
Señor  se  las  di  como  cosa  que  era  mia,  puédolo  decir,  porque  importuné 
á  SS.  A  A.  por  ellas,  las  cuales  eran  ignotas  é  abscondido  el  camino  á 
cuantos  se  fabló  dellas,  é  para  las  ir  á  descubrir  allende  de  poner  el  aviso 
y  mi  persona.  SS.  A  A.  no  gastaron  ni  quisieron  gastar  para  ello,  salvo  un 
cuento  de  maravedís,  é  á  mí  fué  necesario  de  gastar  el  resto:  ansí  plugo 
á  SS.  AA.  que  yo  hubiese  en  mi  parte  de  las  dichas  Indias,  Islas  é  tierra- 
firme  ,  que  son  al  Poniente  de  una  raya  que  mandaron  marcar  sobre  las 
Islas  de  las  Azores  y  aquellas  del  Cabo  Verde,  cien  leguas,  la  cual  pasa 
de  Polo  á  Polo;  que  yo  hubiese  en  mi  parte  el  tercio  y  el  ochavo  de  todo, 
é  mas  el  diezmo  de  lo  que  está  en  ellas ,  como  mas  largo  se  amuestra  por 
los  dichos  mis  privilegios  é  cartas  de  merced. 

Porque  fasta  agora  no  se  ha  habido  renta  de  las  dichas  Indias,  porque 
yo  pueda  repartir  della  lo  que  della  aquí  bajo  diré,  é  se  espera  en  la 
Misericordia  de  Nuestro  Señor  que  se  haya  de  haber  bien  grande;  mi 
intención  seria  y  es,  que  D.  Fernando,  mi  hijo,  hobiese  della  un  cuento 
y  medio  en  cada  un  año,  é  D.  Bartolomé,  mi  hermano,  ciento  y  cincuenta 
mil  maravedís,  é  D.  Diego,  mi  hermano,  cien  mil  maravedís,  porque  es 
de  la  Iglesia.  Mas  esto  no  lo  puedo  decir  determinadamente,  porque 
fasta  agora  non  he  habido  ni  hay  renta  conocida,  como  dicho  es. 

Digo,  por  mayor  declaración  de  lo  susodicho,  que  mi  voluntad  es 
que  el  dicho  D.  Diego,  mi  hijo,  haya  el  dicho  Mayorazgo  con  todos  mis 
bienes  é  oficios,  como  é  por  la  guisa  que  dicho  es,  é  que  yo  los  tengo. 
« I£  digo  que  toda  la  renta  que  él  toviere  por  razón  de  la  dicha  herencia, 
que  haga  él  diez  partes  della  cada  un  año,  é  que  la  una  parte  destas  diez, 
las  reparta  entre  nuestros  parientes,  los  que  perescieren  haberlo  mas 
menester,»  é  personas  necesitadas,  y  en  otras  obras  pias.  E  después 
destas  nueve  partes  tome  las  dos  dellas  é  las  reparta  en  treinta  y  cinco 
partes,  é  dellas  haya  D.  Fernando,  mi  hijo,  las  veintisiete  é  D.  Bartolomé 
haya  las  cinco  é  D.  Diego,  mi  hermano,  las  tres.  E  porque,  como  arriba 
dije,  mi  deseo  seria  que  D.  Fernando,  mi  hijo,  hobiese  un  cuento  y  medio 
é  D.  Bartolomé  ciento  y  cincuenta  mil  maravedís  é  D.  Diego  ciento;  é 
no  se  como  esto  haya  de  ser,  porque  fasta  agora  la  dicha  renta  del  dicho 
Mayorazgo  no  está  sabida  ni  tiene  número ;  digo  que  se  siga  esta  orden 
que  arriba  dije  fasta  que  placerá  á  nuestro  Señor  que  las  dichas  dos 
partes  de  las  dichas  nueve  abastarán  y  llegarán  á  tanto  acrecentamiento 
que  en  ellas  habrá  el  dicho  un  cuento  y  medio  para  D.  Fernando  é  ciento 
y  cincuenta  mil  para  D.  Bartolomé  é  cien  mil  para  D.  Diego.  E  cuando 
placerá  á  Dios  que  esto  sea  ó  que  si  las  dichas  dos  partes,  se  entienda  de 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


68 1 


las  nueve  sobredichas,  llegaren  contia  de  un  cuento  é  setecientos  é  cin- 
cuenta mil  maravedís,  que  toda  la  demasia  sea  é  la  haya  I).  Diego,  mi 
hijo,  ó  quien  heredare;  é  digo  é  ruego  al  dicho  D.  Diego,  mi  hijo,  ó  á 
quien  heredare,  que  si  la  renta  deste  dicho  Mayorazgo  creciere  mucho, 
que  me  hará  placer  acrecentar  á  D.  Fernando,  é  á  mis  hermanos  la  parte 
que  aquí  va  dicha. 

Digo  que  esta  parte  que  yo  mando  dar  á  D.  Fernando,  mi  hijo, 
«  que  yo  fago  de  lia  Mayorazgo  en  él  é  que  le  suceda  su  hijo  mayor,  y 
ansí  de  uno  en  otro  perpetuamente,  sin  que  la  pueda  vender  ni  trocar 
ni  dar  ni  enagenar  por  ninguna  majiera ,  é  sea  por  la  guisa  y  manera 
que  está  dicho  en  el  otro  Mayorazgo  que  yo  he  fecho  en  D.  Diego,  mi 
hijo. » 

Digo  á  D.  Diego,  mi  hijo,  é  mando  que  tanto  que  él  tenga  renta  del 
dicho  Mayorazgo  y  herencia,  que  pueda  sostener  en  una  Capilla,  que  se 
haya  de  facer,  tres  Capellanes  que  digan  cada  dia  tres  Misas,  una  á  honra 
de  la  Santa  Trinidad,  é  otra  á  la  Concepción  de  Nuestra  Señora,  é  la  otra 
por  ánima  de  todos  los  fieles  difuntos,  é  por  mi  ánima  é  de  mi  padre  é 
madre  é  mujer.  E  que  si  su  facultad  abastare  que  haga  la  dicha  Capilla 
honrosa,  y  la  acreciente  las  oraciones  é  preces  por  el  honor  de  la  Santa 
Trinidad ,  é  si  esto  puede  ser  en  la  Isla  Española  que  Dios  me  dio  mila- 
grosamente, holgaría  que  fuese  allí  donde  yo  la  invoqué,  que  es  en  la 
Vega  que  se  dice  de  la  Concepción. 

Digo  y  mando  á  D.  Diego,  mi  hijo,  ó  á  quien  heredare,  que  pague 
todas  las  deudas  que  dejo  aquí  en  un  memorial,  por  la  forma  que  allí 
dice,  é  mas  las  otras  que  justamente  parecerá  que  yo  deba.  E  le  mando 
que  haya  encomendada  á  Beatriz  Enriquez,  madre  de  D.  Fernando,  mi 
hijo,  que  la  provea  que  pueda  vivir  honestamente ,  como  persona  á  quien 
yo  soy  en  tanto  cargo.  Y  esto  se  haga  por  mi  descargo  de  la  conciencia, 
porque  esto  pesa  mucho  para  mi  ánima.  La  razón  dcllo  non  es  lícito  de- 
la  escrebir  aquí. 

Fecha  á  veinticinco  de  Agosto  de  mil  y  quinientos  y  cinco  años, 
sigue  Christo  Ferens.  Testigos  que  fueron  presentes  é  vieron  facer  é 
otorgar  todo  lo  susodicho  al  dicho  Señor  Almirante,  según  é  como  dicho 
es  de  suso:  los  dichos  Bachiller  de  Mirueña,  Gaspar  de  la  Misericor- 
dia, vecinos  de  la  dicha  villa  de  Valladolid,  é  Bartolomé  de  Fresco  é 
Alvar  Pérez  y  Juan  Despinosa  é  Andrea  é  Femando  de  Vargas  é  Fran- 
cisco Manuel  é  Fernán  Martínez,  criados  del  dicho  Señor  Almirante.  E  yo 
el  dicho  Pedro  de  Hinojedo,  Escribano  é  Notario  público  susodicho,  en 
uno  con  los  dichos  testigos,  á  todo  lo  susodicho,  presente  fui.  E  por  ende 
fice  aquí  este  mi  signo  á  tal :  En  testimonio  de  verdad. — Pedro  de  Hino- 
jedo, Escribano. 


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A  continuación  del  Codicilio  de  mano  propia  del  Almirante,  había 
una  memoria  ó  apuntación,  también  de  su  mano  del  tenor  siguiente: 


Cristóbal  Colón,  t.  u.—  86 


682 


CRISTÓBAL  COLON 


Relación  de  ciertas  personas  á  quien  yo  quiero  que  se  den  de  mis 
bienes  lo  contenido  en  este  memorial,  sin  que  se  le  quite  cosa  alguna 
(\q\\o_ Hásele  de  dar  en  tal  forma  que  no  sepa  quien  se  las  manda  dar. 

Primeramente  á  los  herederos  de  Gerónimo  del  Puerto,  padre  de 
Benito  del  Puerto,  Chanceller  en  Genova,  veinte  ducados  ó  su  valor. 

A  Antonio  Vazo,  mercader  Ginovés  que  solia  vivir  en  Lisboa,  dos 
mil  é  quinientos  reales  de  Portugal,  que  son  siete  ducados  poco  mas,  a 
razón  de  trescientos  é  setenta  y  cinco  reales  el  ducado. 

A  un  judio  que  moraba  á  la  puerta  de  la  juderia  en  Lisboa,  ó  á  quien 
mandare  un  Sacerdote,  el  valor  de  medio  marco  de  plata. 

A  los  herederos  de  Luis  Centurión  Escoto,  mercader  Ginovés  treinta 
mil  reales  de  Portugal,  de  los  cuales  vale  un  ducado  trescientos  ochenta 
y  cinco  reales,  que  son  setenta  y  cinco  ducados  poco  mas  ó  menos. 

A  esos  mismos  herederos  y  á  los  herederos  de  Paulo  de  Negro, 
Ginovés,  cien  ducados  ó  su  valor.  Han  de  ser  la  mitad  á  los  unos  here- 
deros y  la  otra  á  los  otros. 

A  Baptista  Espíndola,  ó  á  sus  herederos,  si  es  muerto,  veinte  duca 
dos.  Este  Baptista  Espíndola  es  yerno  del  sobredicho  Luis  Centurión, 
era  hijo  de  Micer  Nicolao  Espíndola  de  Locoli  de  Ronco,  y  por  señas  él 
íué  estante  en  Lisboa  el  año  de  mil  cuatrocientos  ochenta  y  dos. 

La  cual  dicha  memoria  ó  descargo  sobredicho,  yo  el  escribano  do\ 
íé  que  estaba  escripta  de  la  letra  propia  del  dicho  testamento  del  dicho 
D.  Cristóbal,  en  fé  de  lo  cual  lo  firmé  de  mi  nombre. — Pedro  de 
Azcoytia.  —  (Está  firmada). 


(I).-Pág.  619 


Protocolo  del  Monasterio  de  nuestra  Señora 
Santa  María  de  las  Cuevas 

(Biblioteca  de  la  Real  Academia  de  la  Historia) 


Anales  de  los  tres  primeros  siglos  de  su  fundación. — 
Contiene  sus  Principios  y  Progresos,  y  la  sucesión  de  sus  Prelados 
desde  el  año  de  1 400  en  que  lo  fundó  y  dotó  amplísimamente  el  Ilus 
tríssimo  y  Reverendíssimo  Señor  Don  Gonzalo  de  Mena,  Digníssimo 
Arzobispo  de  esta  ciudad  de  Sevilla.  — Van  insertos  los  de  la  Sant; 
Cartuxa  de  la  Puríssima  Concepción  de  Cazalla,  Fundada  y  dotada  poi 
esta  de  las  Cuevas. — 

Dedicado  al  Niño  Dios  en  los  brazos  de  su  Puríssima  Madre. 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


683 


Por  mano  de  la  dulcíssima  Virgen  Santa  Gertrudis  la  Magna,  Pro- 
ectora  de  este  archivo  y  archivo  de  mis  afectos. 

Año  de  1744. 

Tomo  1.  Pajinas  360-361. — 

Año  de  1506.— 2.— A  los  20  de  Mayo  de  este  año  falleció  en  Valla- 
olid  el  heroico  y  esclarecido  Don  Christoval  de  Colon,  y  fueron  sus 
uesos  trasladados  á  este  monasterio  y  colocados  por  depósito,  no  en  el 
ntierro  de  los  Señores  de  la  casa  de  Alcalá ,  como  dice  Zúñiga ,  sino  en 
.  capilla  de  Santa  Ana  que  hizo  labrar  el  Prior  Don  Diego  Luxan  en  el 
ño  siguiente,  y  es  la  misma  que  hoy  llamamos  de  Santo  Christo,  por  lo 
ue  se  dirá  adelante.  Este  cavallero  fué  aquel  célebre  Almirante  de  la 
lar  y  projenitor  de  la  casa  de  Veraguas,  para  cuyo  elogio  basta  el 
lote  en  el  sepulcro  donde  yaze  en  la  isla  y  ciudad  de  Santo  Domingo. 
'ice  así: 

Á  CASTILLA  Y  Á  LEÓN 
NUEVO  MUNDO  DIO  COLON 

En  ia  misma  Capilla  se  depositó  su  hijo  Don  Diego  Colon.  Quedaron 
simismo  depositados  en  el  monasterio  los  títulos  y  papeles  del  Almiran- 
tzgo  de  Indias  y  estado  de  Veraguas,  donde  estuvieron  hasta  el  año 
d  1609,  como  en  él  diré.  Véanse  adelante  los  años  de  508 — 536  y  609, 
onde  se  tocara  como  en  su  propio  lugar,  lo  restante,  concerniendo  á 
eta  ilustre  casa  y  alumnos  de  la  de  las  Cuevas. 

Pajinas  365-366. — Año  de  1508. — 3. —  El  Adelantado  de  las  Indias 
L)n  Bartolomé  Colon,  envió  poder  á  su  hermano  Don  Diego  (citados  en 
eaño  de  506)  para  que  percibiese  el  tesoro  de  joias  y  dineros  que  tenia 
dpositados  en  este  Monasterio,  y  con  efecto  le  fué  entregado,  de  que  dio 
rcibo  autorizado  por  Francisco  Pérez  Madrigal  escrivano  público  de 
A^a  de  Tormes,  en  16  de  Agosto  de  este  año  de  508;  pero  aun  queda- 
ra en  depósito  los  títulos  del  Almirantazgo  hasta  el  año  de  609  como  en 
ése  dice. 


Pajinas  400-401. — Año  de  1536. — Dixe  en  los  años  de  506  y  08, 
qe  en  la  Capilla  del  Santo  Christo  yacían  en  depósito  los  cadáveres  de 
lo  Colones,  y  en  este  de  536  se  entregaron  los  de  Don  CílKISTOVAL  y 
Dn  Diego,  su  hijo,  para  trasladarlos  á  la  isla  de  Santo  Domingo  en 
Iriias,  quedando  solo  en  dicha  Capilla  el  de  Don  Bartolomé  su  hermano 
hóta  oy.  No  empero  se  entienda  que  por  esto  tiene  algún  derecho  á  la 
Coilla  la  casa  de  Veraguas;  ni  que  por  ello  ha  percibido  el  Monasterio 
aluna  limosna,  porque  maguer  que  Don  Christoval  Colon  le  dexó 
cirta  cantidad  de  azúcar,  nunca  "llegó  á  efecto  su  cobranza:  y  aunque 
dcpues,  por  el  año  de  1352  el  Almirante  COLON,  primer  duque  de  Vera. 


684 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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guas,  y  nieto  de  Don  Christoval,  pretendió  con  instancia  la  Capilla  para 
su  entierro,  y  de  sus  descendientes,  ofreciendo  mil  ducados  que  habia 
costado  su  fábrica,  y  27  ducados  para  su  ornato  y  reparos,  llegando  á  tan 
buenos  términos  su  pretensión  que  ya  se  habia  sacado  licencia  de  el 
Reverendo  Padre  General  por  parte  del  Monasterio,  dada  en  dicho  año 
de  552;  se  frustró  el  tratado  quedando  la  casa  en  posesión  y  dominio 
directo  de  su  Capilla. 


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Pajina  561. —  Año  de  1609. —  3. — Supuesto  lo  emanado  en  los  años 
de  506,  núm,  2,  y  508,  núm.  3.,  sobre  depósitos  de  los  Colones  y  de  sus 
tesoros;  resta  la  expresión  de  haberse  entregado  este  año  á  Don  Ñuño 
Colon  de  Portugal ,  Duque  de  Veraguas ,  todos  los  Privilegios  de  pactos, 
títulos  de  su  Estado  y  Almirantazgo  de  las  Indias  que  aun  permanescian 
depositados  en  nuestro  Monasterio,  de  los  que  se  hizo  inventario,  y  entre- 
gado en  ellos  dio  recibo  en  forma  dicho  Duque,  uno  y  otro  en  virtud  de 
mandamiento  de  el  Theniente  Don  Alonso  de  Bolaños  ante  Miguel  de 
Medina,  escriuano  de  su  Juzgado  á  15  de  Mayo  de  mil  seiscientos  y 
nueve  años. 


Parece  que  nada  más  contiene  el  Protocolo  con  relación  á  los  ente- 
rramientos de  individuos  de  la  familia  del  Almirante  don  Cristóbal 
Colón,  pues  esto  fué  lo  único  que  copió  de  aquel  libro  M.  H.  Harrisse 
en  el  año  187J. 


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APÉNDICES 


APÉNDICES 


PRIMERO 


LA  FAMILIA  DEL  ALMIRANTE  DON  CRISTÓBAL  COLÓN 


Como  terminación  natural  de  la  historia  del  primer 
Almirante  que  dejamos  escrita,  vamos  á  consignar  breve- 
mente los  sucesos  ocurridos  á  sus  hermanos  é  hijos  desde 
que  aquél  bajo'  al  sepulcro  hasta  el  fallecimiento  de  éstos. 
Narradas  en  sus  lugares  respectivos  las  visicitudes  de 
aquellos  individuos  de  la  familia  de  Cristóbal  Colón  en 
cuanto  se  relacionaban  con  sus  hechos,  parece  oportuno  dar 
noticia  de  los  que  luego  les  ocurrieran,  y  que  en  su  mayor 
parte  fueron  consecuencias  del  gran  suceso  que  aquél  realizo', 
y  de  la  parte  que  á  aquéllos  correspondió'  en  su  ejecucio'n. 

No  carece  de  interés  la  vida  de  don  Bartolomé  y  don 
Diego  Colo'n  después  de  la  muerte  de  su  hermano ;  y  mayor 
aún  le  ofrece  la  de  sus  hijos  don  Diego  y  don  Fernando:  la 
de  aquél  por  haberle  sucedido  en  la  dignidad  de  Almirante 
de  las  Indias,  ocupando  de  nuevo,  tras  de  varios  accidentes, 
los  cargos  que  desempeño  su  padre;  la  del  segundo,  porque, 
aunque  ilegítimo,  parece  haber  heredado  mejor  que  el  pri- 
mogénito alguna  parte  de  la  superior  inteligencia  del  Almi- 
rante, dándose  á  conocer  y  respetar  en  todas  partes  por  sus 
extensos  conocimientos,  y   mereciendo  que  le  consultasen  los 


688 


CRISTÓBAL  COLON 


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monarcas  y  le  confiasen  difíciles  cargos,  fiados  en  su  pro- 
fundo saber  y  en  su  reconocida  prudencia. 

Con  ellas  se  completa  la  historia  de  este  importantísimo 
período,  y  además  podemos  incluir  en  su  contexto  muchos 
documentos  curiosos  y  nuevos  que  razonablemente  no  tenían 
cabida  en  la  vida  de  Cristóbal  Colón,  por  referirse  á  sus 
hijos  y  hermanos. 


DON  BARTOLOMÉ  COLON 

Al  fallecimiento  del  Almirante  se  encontraba  en  Galicia 
el  Adelantado  acompañando  á  los  reyes  doña  Juana  y  don 
Felipe,  á  los  que  había  presentado  la  carta  en  que  Cristóbal 
Colón  les  ofreció'  sus  servicios,  que  habían  acogido  con  seña- 
ladas muestras  de  complacencia.  Retardaba  el  Archiduque 
intencionalmente  todo  cuanto  le  era  posible  la  continuacio'n 
del  viaje,  deteniéndose  en  las  poblaciones  y  dirigiéndose  á 
algunas  fuera  del  tránsito,  para  dar  lugar  á  que  se  reunieran 
con  sus  hombres  de  armas  y  caballeros,  muchos  nobles  de  los 
descontentos  del  rey  don  Fernando,  á  los  cuales  había  escrito 
afectuosas  cartas  llamándolos  á  su  lado  para  formar  un 
ejército  lucido  de  castellanos,  que  unido  á  los  seis  mil 
alemanes  que  había  traído  en  su  escuadra  y  eran  soldados 
escogidos,  dieran  á  conocer  desde  luego  á  su  suegro  las 
grandes  fuerzas  de  que  disponía,  y  lo  resuelto  que  se  encon- 
traba á  no  someterse  á  su  voluntad. 

Tal  vez  el  Adelantado  siguió'  á  la  corte  en  todo  su  cami- 
no hasta  la  Puebla  de  Sanabria,  donde  se  celebro'  al  fin  la 
entrevista  de  don  Fernando  con  don  Felipe  en  los  últimos  días 
del  mes  de  Junio.  Tal  vez  desde  allí,  y  con  la  noticia  de  la 
muerte  del  Almirante,  se  dirigió'  á  Roma  con  la  intencio'n  de 
que  el  Pontífice  Julio  II  le  recomendase  al  rey  don  Fernando 
o'  á  su  yerno,  para  que  le  confiasen  la  direccio'n  de  un  nuevo 


APÉNDICES 


689 


viaje  de  descubrimientos  en  tierra  firme,  en  aquellos  terri- 
torios situados  desde  el  cabo  Caxinas,  en  el  golfo  de  Hondu- 
ras, hasta  el  Darién,  que  había  recorrido  en  tan  malas 
condiciones  y  con  tantos  peligros,  y  donde  se  encontraban  las 
riquísimas  comarcas  de  Veragua,  que  era  necesario  colonizar 
y  explotar  con  gran  provecho  para  la  corona  de  España. 

Dejo  entonces  en  la  capital  del  orbe  cato'lico,  en  manos 
de  un  cano'nigo  de  San  Juan  de  Letrán,  una  descripcio'n  de  la 
tierra  de  Veragua  que  había  escrito,  de  cuyo  importante 
documento  se  encontró  un  extracto  en  la  biblioteca  Alaglia- 
bequiana  de  Florencia,  entre  los  papeles  del  embajador 
veneciano  Alexandro  Zorzi  ^  Parece  que  á  pesar  de  sus 
esfuerzos  no  obtuvo  la  recomendación  que  deseaba,  o  ésta  no 
fué  atendida,  pues  don  Bartolomé  no  volvió  á  las  Indias  por 
su  cuenta,  sino  acompañando  á  su  sobrino  el  segundo  Al- 
mirante, don  Diego  Colon,  en  el  mes  de  Julio  del  año  1509. 

En  30  de  Julio  de  1511  se  encontraba  de  nuevo  en 
Sevilla,  en  cuya  ciudad  escribió'  el  codicilo  que  deposito'  en 
la  Cartuja  de  las  Cuevas,  en  el  que  se  encuentra  la  noticia 
de  haber  tenido  una  hija  ilegítima  llamada  María,  cuya 
madre  no  consta,  que  había  nacido  tres  años  antes,  pues 
dice:  —  «Por  quanto  doña  Maria,  mi  hija,  es  niña  de  tres 
años,  los  quales  complirá  á  once  de  Deciembre  de  este  año 
de  quinientos  once  años,  é  está  puesta  en  el  monesterio  de 
sant  Liandre,  mando  que  siendo  en  edad,  si  quisiere  hacer 
profesión  en  el  dicho  monesterio  que  le  sean  dados  por  mis 
albaceas  o'  herederos  otros  cient  mili  maravedís  allende  los 
cient  mili  maravedís  que  le  mandé  por  mi  testamento,  por 
manera  que  sean  doscientos  mili  maravedís,  é  si  quisiere  casar, 
mando  que  sobre  los  cieyít  mili  maravedís  que  le  mandé  por 
testamento  que  le  amplíen  á  quinientos  mili  maravedís  para 
su  dote » 


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*    Fué  dada  á  la  estampa  por  Mr.  Henry  Harrisse  en  el  Apéndice  á  la 
Biblioteca  Americana  Vetustíssima. — New- York,  1886,  in  4.°,  pág.  471. 

Cristóbal  Colon  t.  ii. — 87, 


690 


CRISTÓBAL  COLON 


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De  la  suerte  de  esta  sobrina  del  Almirante  no  hemos 
encontrado  otra  noticia. 

Gobernaba  la  isla  Española  don  Diego  Colo'n,  procu- 
rando mantener  la  paz  entre  los  españoles  y  fomentar  la 
produccio'n  de  aquellas  feracísimas  vegas,  conteniendo  los 
excesos  de  muchos  codiciosos  que  deseaban  continuar  la 
antigua  manera  de  enriquecerse,  maltratando  á  los  indígenas, 
cuyo  número  disminuía  visiblemente,  y  obligándoles  á  tra- 
bajar mucho  más  de  lo  que  podían,  en  lo  cual  les  iba  muy  á 
la  mano  el  Gobernador,  por  lo  que  se  fué  formando  un 
bando  contrario  de  que  era  cabeza  Afiguel  de  Pasamonte, 
como  escribe  el  cronista  Antonio  de  Herrera  ',  el  cual  y  sus 
adherentes  escribían  tanto  contra  él,  que  el  rey  don  Fer- 
nando mando'  llamar  al  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n 
para  decirle  las  cosas  sobre  que  convenía  que  pusiera  remedio 
don  Diego;  y  habiéndole  hecho  merced  á  aquél  de  la  tenencia 
de  la  isla  de  Mona,  y  de  doscientos  indios  más  en  la  isla 
Española,  le  mando  que  fuese  allá  con  una  carta  de  creencia 
o'  instruccio'n  de  lo  que  al  Rey  parecía  conveniente  se 
hiciese. 

Volvió'  á  la  isla  Española  don  Bartolomé,  y  allí  perma- 
neció' hasta  su  muerte,  ocurrida  según  los  datos  más  proba- 
bles á  fines  del  año  1514;  pues  en  el  Repartimiento  de^la  isla 
Española  ^  se  le  adjudicaron  en  23  de  Noviembre  por  el 
mismo  tesorero  Miguel  de  Pasamonte  y  el  repartidor  Albur- 
querque  en  la  villa  de  Concepcio'n  ciento  cincuenta  indios  y 
ciento  cincuenta  y  dos  indias,  con  su  cacique,  y  en  la  Real 
cédula  de  16  de  Enero  de  1515  ^  se  nombra  á  don  Diego 
sucesor  en  el  cargo  de  Adelantado,  diciéndose:  «es  mi 
merced  é  voluntad,  que  agora  é  de  aquí   adelante,  por   la 


Década  i.^  —  Lib.  IX,  cap.  V. — ...con  que  daba  materia  á  Miguel  de 
Pasamonte  para  que  por  la  emulación  que  tenía  el  Almirante  se  pudiese  ca- 
lumniar. » 

*     Documentos  inéditos  de  Indias,  tomo  I,  pág,  60. 

'     '^zxaxrtit.—Colección  de  viajes,  tomo  II,  Doc.  núm.  CLXXVI. 


APÉNDICES 


691 


parte  que  á  mí  toca  é  atañe,  para  en  toda  vuestra  vida  seáis 
mi  Adelantado  de  la  isla  Española  é  de  las  otras  islas  é 
partes  donde  era  nuestro  Adelantado  don  Bartolomé  Colo'n, 
vuestro  tio,  en  su  lugar  é  por  vacación,  por  quanto  él  es  falle- 
cido y  pasado  desta  presente  vida.» 

En  el  reducido  espacio  que  media  entre  esas  dos  fechas 
ocurrió'  la  muerte  del  Adelantado.  ¿En  qué  lugar  falleció? 
Parece  lo  más  probable  que  en  la  isla  Española ;  en  aquella 
misma  ciudad  de  Concepcio'n  de  la  Vega  Real,  donde  se  le 
había  dado  repartimiento.  Cabe,  sin  embargo,  en  lo  posible, 
que  después  del  25  de  Noviembre  del  año  1514  se  embarcara 
para  España,  y  muriera  á  su  llegada  á  Sevilla,  habiendo 
enfermado  tal  vez  durante  el  viaje;  y  así  se  concordaría  su 
presencia  en  Indias  en  la  fecha  indicada,  y  la  afirmación  del 
Protocolo  de  la  Cartuja  de  las  Cuevas  que  dice:  «en  este  año 
de  53Ó  se  entregaron  los  cadáveres  de  Don  Christoval  3^ 
don  Diego  su  hijo,  para  trasladarlos  á  la  isla  de  Santo 
Domingo  en  Indias,  quedando  solo  en  la  dicha  capilla  el  de 
su  hermano  Don  Bartholomé  hasta  oy  '.» 


Informatiqne  di  Bartolomeo  Colombo  della  navicatione  di 
Ponente  et  Garbín  di  Beragua  nel  mondo  novo 

Del  1505  essendo  Bartolamio  Colombo  fratello  di  Chris- 
TOPHORO  Colombo  da  poi  la  sua  morte  andato  á  Roma  ^  per 
haver  lettere  del  pontefice  al  Re  di  Spagna  chel  volese  esser 
contento  di  darle  caravelle  in  ordine  di  quel  bisognava  et 
specialmente  di  frati  docti  in  philosophia  et  Theologia  et  in 
la  sacra  scriptura  et  questo  perche  si  oferiva  ritornare  alie 
terre  del  mondo  novo  dove  insieme  con  ditto  suo  fratello  ha 


'     Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  del  libro  V  (  I). 
*     Es  error  de  copia,  pues  diciendo  que  Bartolomé  fué  á  Roma  después  de 
la  muerte  del  Almirante,  no  pudo  ser  hasta  mediados  del  año  1506. 


692 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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vea  del  1503  descoperte  per  ponente  á  Garbín  di  la  detta 
Spagnola  da  miglia  3000  et  trovato  le  mine  del  Oro  in 
Beragua  et  altri  lochi  dove  con  facilita  si  converteria  tanti 
popoli  alia  fede  cristiana  con  honor  et  utile.  Di  che  ditto 
Bartolomeo  confesato  da  uno  frate  Hieronimo  de  V  ordine  di 
frati  canonici  regulari  in  S.  Joanni  Laterano  li  déte  di  suo 
mano  uno  disegnio  de  litti  di  tal  terre  dove  eran  discripte  i 
lochi  la  conditione  et  natura  et  costumi  et  abiti  di  quelli 
popoli  et  esendo  ditto  frate  Hieronimo  qui  in  Venetia  nel 
monasterio  loro  della  carita  essendo  mió  amico  mi  dette  il 
tal  disegno  et  el  simile  mi  dette  in  scripto  la  conditione  et 

popoli  di  tal  paesi  li  quali  in  brieve  lo  Alex.° '  li  notero' 

et  prima  cominciando  da  Garbin  venendo  verso  lo  Trópico 
di  Cancro  dove  é  il  golfo  di  Denol  fino  dove  non  potero  cosi 
bene  haver  notitia  di  tal  terre  per  difecto  delle  lor  nave  che 
essendo  abisate  facievano  tanta  aqua  in  modo  che  si  afreta- 
rono  in  partirsi  et  navicaron  verso  Spagna  che  v'  era  una 
gran  via  da  farsi  miglia  7000.  questo  tal  mare  di  denol  in 
molti  lochi  aveva  poco  fondo  et  havea  gran  correntia  di  a 
que.  partito  di  tal  loco  venono  á  uno  loco  ditto  Retrete  nel 
qual  porto  e  per  tutta  tal  costiera  marítima  trovaron  gran 
copia  de  Oro  et  asai  lavorato  óptimamente  et  habitata  di 
giente  asai  molto  apti  é  ben  disposti  i  quali  baratavano  il 
suo  Oro  tentuono  per  cose  picóle  et  di  poco  precio,  et  di  li 
scorrendo  per  tal  costiera  da  uno  porto  de  Bastimentos  et  per 
el  Bel  Porto  et  á  Porto  Grosso  nelle  qual  lochi  basi  sonó  habí- 
tate da  giente  rusticana  et  hano  asai  abondantia  del  vivere 
al  quale  hanno  tuta  la  lor  fantasía.  Et  le  loro  case  et  habita- 
tioni  sonó  in  cima  a  grandi  Arbori  altissimi  dove  dormono 
et  questo  fano  per  dubito  che  egli  hanno  de  nemici.  Dipoi 
seguitando  pur  verso  lo  Trópico  di  Cancro  in  il  loco  de 
Beraga  il  quale  é  apresso  a  uno  fiume  in  una  gran  Valle  per 


.  '  .  Hay  una  palabra  borrada  é  ininteligible  en  el  original  que  probable- 
mente era  Zorzi.  


APÉNDICES 


693 


le  concavitá  delle  qualle  son  molté  cave  de  Oro  nove  in  le 
quale  i  ditti  Spagnoli  ne  ricolsono  asunorono.  Et  quelli 
Indiani  del  paese  referirono  che  infra  a  térra  da  circa  á 
miglia  60  verso  la  provintia  ditta  sur.  esser  altre  cave  de 
Oro  et  magior  molto :  in  le  quale  uno  certo  Judeo  in  uno  di 
asund  uno  saccheto  de  Oro  in  el  qual  era  marche  dodici  peso 
et  rifen'  molte  altre  cosa  admirante.  Dichón  per  esser  stato 
di  li  nella  vernato  quando  navicarono  in  ello  ebono  di  gran 
piogie  continué  con  molte  fortune:  Partendo  di  qui  segui- 
tando  ditta  Costa  trovarono  uno  loco  ditto  Carcha  dove  é 
uno  fiume  che  ha  oro  in  quello  secondo  disse  tal  Indi  eron 
con  loro  in  li  navilii :  et  cosi  vedemmo  ditti  popoli  che  ne 
portavano  al  eolio  per  colana.  Seguitando  piu  oltre  trova- 
rono il  moir  et  magior  porto  que  sia  en  tal  costa,  il  qual  si 
chiama  Carambarv:  ma  li  habitanti  son  molti  silvestri  et 
vano  nudi  et  son  copiosi  di  cose  et  cibi  da  vivere  et  de  oro 
et  per  il  gran  caligo  et  bruma  vi  trovarmo  in  ditto  porto  per 
esser  il  verno  per  tal  paura  non  volemo  dimorarvi.  Segui- 
tando piu  oltre  infino  á  una  térra  chiamata  Cariai  in  la  qual 
habita  gente  de  bona  sorte  che  vivono  de  industria  et  mer- 
cantia  como  si  fa  in  la  provincia  la  qual  chiaman  Maia. 
Sonó  grandi  incantatori  i  quali  come  ci  vidono  dismontare 
á  térra  molti  di  loro  ci  venero  in  contre  et  ci  ricetorono  con 
uno  pié  tenendo  inanzi  che  é  tra  lor  segno  di  pace.  In  questo 
loco  vidono  uno  sepolcro  con  sue  volte  de  cube  di  sopra 
nelle  qual  era  intagliato  diversi  animali  di  varié  nature.  Et 
portaronci  porci  vivi  come  i  nostri:  et  altre  cose  asai  che  sia 
cosa  lunga  da  riferire.  In  tal  loco  si  trova  gomma  in  gran 
copia  perfecta.  Et  di  qui  partendosi  par  navicando  verso 
il  pol  ártico  per  il  Trópico  dil  Cancro  infino  al  voltar  di  uno 
Cao  che  vá  al  ponente  que  si  chiama  porto  di  Consuela  dove 
inanzi  il  dita  mare  le  aque  hanno  gran  corso  et  fa  gran 
onde  per  esservi  poco  fondo  infino  á  leghe  20  di  spatio 
tuto  da  bracia  20  di  fondo  si  trova  et  non  piu.  Et  cosi 
discorrendo  per  ogni  liga  cresce  uno  brazzo  di  fondo  si  trova 


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694 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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di  piu.  La  terre  ferma  é  feconda  et  da  ogni  hora  et  tempo 
le  nave  po  gitar  le  sue  ancore.  Tal  mar  dura  per  6o  leghe 
dove  navicando  per  6o  di  consumorono  cosi  discorrendo. 
Seguitando  verso  ponente  per  tal  liti  pervenuti  á  uno  loco 
ditto  Tenabaxa  dal  R.  di  cobre:  dove  le  genti  che  in  tal  lochi 
habitano  sonó  molti  bruti  ma  di  bon  corpo  di  color  lionato 
con  capelli  lunghi  sparti.  Le  lor  femine  hanno  grande 
oreche  di  grandecia  di  uno  palmo  é  conforami  tanto  grandi 
che  ci  paseria  uno  pugno.  Vivono  di  carne  humana  come 
la  i  canibali.  Et  cosietiam  mangiano  i  pesci  crudi  cosi  come 
li  pigliano  del  mare  se  li  mangiano  sentia  cuocerli:  Et  cosi 
li  hanno  veduti  manglar  delle  specie  che  mangiamo  noi  che 
dicono  trovarsi  in  ira  térra  gran  copia.  E  per  cagion  delle 
piogie  grande  v'era  non  potero  intendere  ne  cercare  tal  cosa 
come  saria  stato  il  loro  desiderio.  Navicando  piu  oltre  á  tal 
ripe  verso  ponente  in  fin  al  porto  di  Casermas.  Dove  in  tal 
provincie  é  frequente  et  gente  molto  mansueta  et  vergognosa 
con  sue  carte  in  modo  de  sachi  sentia  maniche  ma  óptima 
mente  lavorati  et  cuopreno  le  loro  vergogne  con  sue  bragese 
et  hanno  coraze  di  bambaso  si  grose  et  forte  che  una  balestra 
non  le  paseria :  Le  femine  si  vestono  de  li  panni  candidi  et 
mangiano  di  quel  medecimo  grano  come  si  fa  in  l'insulá  di 
Banassa  in  mar  qui  a  rincontro.  Et  oltra  di  questo  hanno 
molte  galine  grande  come  paoni  et  gran  copia  di  fricelli  et 
altri  cuellami:  La  Ínsula  di  Banassa  qui  di  rincontro  ha 
giente  molto  robusta  che  adorano  li  Idoli.  Et  il  loro  vivere 
si  é  máximamente  di.  certo  grano  biancho  di  grandecia  di 
uno  cesare  et  nasce  cosi  come  nascie  in  le  balleare  colle 
panochie  del  quale  fano  pane  óptimo.  Et  cosi  fanno  Cervosa 
perfettissima :  In  alcune  altre  Insule  si  é  la  térra  simile 
al  Oro  li  cristiani  li  quali  potero  tore  di  quella  la  ser- 
vaban© con  diligentia  da  8  mezi  l'ascondevano  existiman- 
do chel  fusi  oro.  In  questo  loco  pigliarono  una  nave  loro 
carica  di  mercantia  et  merce  la  quale  dicevono  veniva  da 
una    certa    provintia    chiamata    Maiam    vel    luncatam    con 


APÉNDICES 


695 


molte  veste  di  bambasio  de  la  quale  ne  erono  il  forcio  di 
sede  di  diversi  colori.  Da  poi  ditta  ínsula  di  Banassa  navi- 
cando  verso  ponente  fino  á  uno  Cao  di  Lama  trovarono 
poco  lontano  da  térra  3  insole  cioé  la  prima  chiamata 
oaqueloir,  la  seconda  manava:  la  tersa  oalava.  Di  poi  non 
navicoron  piú  oltri  et  voltoron  la  proa  per  levante  verso  la 
Cuba  et  la  Spagnola  per  esser  le  lor  nave  male  in  afeto  che 
eron  abisate,  disson  molte  altre  cose  le  quale  non  dico 
perché  per  la  lettera  che  scrive  Christophoro  Colombo  suo 
fratello  al  Re  di  Spagnia  como  intenderete. — 


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Carta  de  creencia  que  el  rey  don  Fernando  envió  al 
SEGUNDO  Almirante  don  Diego  Colón  en  el  axo  1511 
POR  mano  del  Adelantado  don  Bartolomé  Colón  sobre 

LAS   COSAS   QUE   LE   PARECÍA   CONVENIENTE   PUSIESE  REMEDIO 
Y  ENMIENDA. 

(Antonio  de  Herrera.  —  Historia  general  de  los  hechos  de  los  castellanos ,  &.* 
Década  I,  libro  IX,  cap.  V) 

Que  no  tenia  razón  en  la  quexa  que  significaba  por 
auer  dado  autoridad  á  los  oficiales  Reales,  porque  de  aquella 
manera  gouernaua  los  Reynos  de  Ñapóles  y  Sicilia,  escri- 
uiendo  cartas  comunes  al  Visorrey  y  á  todos;  que  le  tenia 
por  muy  bueno  y  leal  servidor,  y  que  como  tal  auia  man- 
dado mirar  todo  lo  que  hasta  entonces  le  auia  tocado,  y  lo 
mandarla  hazer  adelante:  y  que  para  conseruarlo  ninguna 
cosa  le  podia  mas  aprovechar,  que  acertar  en  las  cosas  de 
su  seruicio:  y  que  para  hacerlo  como  conuenia,  las  devia 
primero  consultar  con  su  Alteza,  lo  qual  no  hizo  de  vn 
pregón  que  mando'  dar  para  que  todos  se  casassen,  y  otros 
semejantes  negocios  que  se  deuieran  consultar,  sin  que 
hubiera  mucho  inconueniente  en  el  tiempo  que  se  pudiera 
perder  en  hazerlo,  y  después  de  consultadas  aguardar  la 
respuesta,  sin  hazer  lo  que  en  el  repartimiento  de  los  Indios, 


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696 


CRISTÓBAL  COLON 


que  auiendo  escrito  los  inconuenientes  que  auia  en  executar 
lo  que  le  mandaua,  lo  hizo  sin  aguardar  respuesta:  por  lo 
qual  deuia,  conforme  á  la  carta  general  que  se  escriuia  á  él, 
y  á  los  otros  oficiales,  embiar  el  repartimiento  cierto  y 
verdadero,  sin  dilación:  y  que  devia  hazerles  muy  buen 
tratamiento  á  los  oficiales  Reales  que  allá  residían,  en  público 
y  secreto,  especialmente  en  público:  y  que  quando  alguno 
dellos  no  hiziesse  lo  que  deuia,  lo  reprchendiesse  con  mucha 
moderación  en  secreto,  y  no  se  enmendando  lo  auisasse  para 
que  se  castigasse  como  conuiniesse:  y  que  reprehendiese 
mucho  á  sus  Alcaldes  mayores,  y  castigasse  á  Carrillo  por 
el  desconcierto  que  auia  hecho  en  dar  mandamiento  para 
que  el  Tesorero  Passamonte  entregasse  cierto  oro  que  en  él 
estaua  depositado,  y  que  le  dixesse  que  si  no  fuera  por  su 
respeto ,  le  mandara  castigar :  y  que  también  deuia  de 
reprehender  á  Marcos  de  Aguilar  porque  se  entremetía  en 
las  cosas  de  la  Real  hazienda,  y  en  analizar  las  cosas  que 
tocauan  á  los  oficiales:  lo  qual  no  era  cosa  acostumbrada, 
y  dello  podia  venir  daño,  porque  se  sabia  la  mala  inclinación 
que  la  gente  tenia  al  hazienda  Real  y  á  pagar  lo  que  la 
debia:  y  que  si  la  justicia  no  era  muy  fauorable  á  los  oficia- 
les que  tenian  á  su  cargo  el  hazienda,  recebiria  mucho  daño, 
por  lo  qual  deuia  de  trauajar  en  fauorecerles  y  darles  todo 
calor, -y  que  si  no  lo  hiziesse  se  proveerla  como  conuiniesse. 
Y  que  ansimismo  auia  entendido  que  el  Alcalde  Marcos 
de  Aguilar,  era  algo  parcial  en  su  cargo  y  no  tan  limpio  en 
recebir  como  el  oficio  requería,  y  aun  que  se  auia  alargado 
alguna  vez  en  palabras,  que  estuuieran  mejor  por  dezir:  y 
que  también  le  dixesse  que  auia  escrito  una  carta  diziendo 
que  tenia  determinado  de  embiar  al  Adelantado  su  tio,  para 
que  fuesse  á  saber  el  secreto  de  las  minas  de  Cuba :  y  que  si 
quando  lo  pensó'  lo  huuiera  escrito,  muy  particularmente  se 
pudiera  auer  excusado  su  venida:  y  que  quando  tuuiesse 
intención  de  proueer  semejantes  cosas,  deuia  escrebirlo  parti- 
cularmente para  que  su  Alteza  le  respondiesse  su  voluntad, 


APÉNDICES 


697 


y  que  esto  le  encargaua  mucho  porque  era  muy  grande 
artículo  para  las  cosas  de  aquellas  partes.  Y  que  ansimisrao 
quisiera  saber  mucho  su  Alteza  que  concierto  era  el  que 
tenia  hecho  para  la  fábrica  de  la  fortaleza  de  la  isla  de 
Cubagua,  que  llaman  de  las  Perlas,  porque  visto,  mandara 
proueer  lo  que  conuiniera :  y  que  en  semejantes  cosas  deuia 
siempre  anisar  para  que  se  le  dixesse  lo  que  conuenia  á  su 
seruicio,  y  que  auisasse  luego  lo  que  en  esto  pasaua,  junta- 
mente con  los  otros  oficiales  para  que  su  Alteza  lo  confir- 
masse  antes  que  se  assentasse :  y  que  esta  misma  orden  se 
guardasse  en  todos  los  demás  negocios ,  porque  ansí  lo  hacían 
todos  los  que  tenían  gobernación  por  su  Altera,  porque  de  otra 
manera  podria  auer  muchos  inconuenientes.  Y  que  le  dixesse 
también  que  no  tenia  razón  de  poner  él  solo  capitanes  en  los 
nauios  que  venian  acá,  porque  el  Comendador  mayor  no  lo 
auia  hecho  sin  los  oficiales,  ni  era  razón  que  los  pussiesse 
porque  aquello  principalmente  tocaua  á  la  hazienda:  y  que 
hasta  entonces  nunca  el  Almirante  de  Castilla  auia  tratado 
de  poner  capitanes  en  los  navios  que  de  acá  yuan  á  las 
Indias ,  y  que  por  ser  cosa  de  preeminencia  Real ,  auia  man- 
dado assentar  algunos  Capitanes  á  los  quales  se  pagarla  su 
salario  en  la  casa  de  contratación  de  Seuilla. 

Que  le  aduirtiesse  ansimismo  que  tuuiesse  mucho  cuy- 
dado  de  tratar  muy  bien  á  todos  en  general,  y  que  no 
mostrasse  enemistad  ni  mala  voluntad  en  obras  ni  en  pala- 
bras á  ninguno  de  la  isla  especialmente  á  Christoual  de 
Cuellar,  luán  Ponce  de  León,  y  aliende  destos  á  los  otros 
que  en  el  tiempo  passado  tuuieron  la  opinión  de  Francisco  c 
Roldan,  porque  de  lo  contrario  seria  deservido.  Y  que 
también  se  auia  dicho  que  el  Almirante  recebia  y  allegaua  á 
si  mucha  gente,  y  que  á  los  que  no  querian  viuir  ni  estar 
con  él  los  amenazaua  y  hazia  mal  tratamiento,  de  obra  y 
palabra,  especialmente  en  lo  de  los  Indios:  y  que  su  Alteza 
estava  marauillado  del,  sabiendo  que  era  contra  lo  que 
estañan  obligados  de  hazer  los  Gouernadores  y  personas  que 
Cristóbal  Colón,  t.  ii,— 88. 


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698 


CRISTÓBAL  COLON 


-  tomauan  cargos  de  administración  de  justicia.  Y  que  demás 
desto  seria  causa  de  poner  mucha  alteración  y  escándalo  á 
los  que  allí  residían.  Y  que  porque  no  se  podia  creer  que 
el  Almirante  huuiese  hecho  cosa  semejante,  no  lo  mandaua 
proueer:  porque  si  hasta  entonces  lo  hauia  hecho  no  lo 
hiziesse  para  adelante.  Y  que  le  parecía  que  debia  de  con- 
certar su  casa,  y  no  tener  sino  la  gente  que  huuiese  menester 
para  el  seruicio  della  y  de  las  grangerias.    Y  que  por  otras 

)j  cartas  le  auia  escrito  encargándole  muy  por  entero  todo  lo 
que  tocaba  al  Tesorero  Passamonte,  y  que  comunicasse  con 
él  lo  que  conuenia  á  su  seruicio,  porque  dello  seria  muy 
seruido,  porque  tenia  por  muy  gran  seruidor :  y  que  por  ser 
tal  y  de  mucha  confianza  le  apremio'  á  que  fuesse  á  servir  en 
el  cargo  que  tenia:  y  que  no  podia  encargar  ni  encomendar 
las  cosas  del  dicho  Tesorero  quanto  tenia  en  la  voluntad:  y 
que  dixesse  al  Almirante  que  le  rogaua  y  encargaua  que  lo 
hiziesse,  porque  en  nada  le  podia  hazer  mayor  plazer  y 
seruicio:  y  que  haziéndolo  así  seria  causa  que  él  tuuiesse 
mucho  aliuio  en  los  negocios  de  allá.» 


La  lectura  de  esta  incalificable  instruccio'n  demuestra 
bien  á  las  claras  la  desconfianza  del  rey  don  Fernando,  y  la 
manera  como  iba  cercenando  y  reduciendo  las  atribuciones 
del  Virrey.  Esa  desconfianza  sería  incomprensible  por  tra- 
tarse de  un  hombre  de  las  condiciones  de  don  Diego  Colo'n, 
que  se  había  casado  con  la  sobrina  del  Duque  de  Alba,  si 
no  diera  la  clave  para  apreciarla  el  mismo  historiador 
Herrera  en  las  frases  que  pone  como  comentario:  —  «Esta 
«fué  la  concisión  de  Don  Bartolomé  Colon,  dice,  procedida 
))de  las  calumnias  de  Passamonte,  que  sentido  porque  no  le 
«daban  los  Indios  que  queria,  ni  la  mano  que  su  ambición 
«pedia  en  el  Gobierno,  demás  de  lo  que  tocava  á  su  oficio, 
«informava  lo  que  le  parecía  que  podia  ser  parte  para  echar 
«al  Almirante  del  cargo,  y  quedarse  absoluto  en  él.«  Y  esas 
eran  las  quejas  que  escuchaba  don  Fernando. 


APÉNDICES 


699 


II 

DON  DIEGO  COLON 

HERMANO    DEL    ALMIRANTE 

Preso  por  el  comendador  Francisco  de  Bobadilla,  en 
Santo  Domingo,  don  Diego  Colo'n  vino  á  España  en  compa- 
ñía de  sus  hermanos  Cristóbal  y  Bartolomé,  y  desde  el 
punto  en  que  puesto  en  libertad,  de  orden  de  los  Reyes,  pudo 
trasladarse  desde  Cádiz  á  Sevilla,  hubo  de  fijarse  en  su 
proyecto  de  recibir  las  ordenes  sagradas  para  conseguir  vida 
más  tranquila  y  conforme  con  sus  inclinaciones,  y  llegar  á 
alguna  dignidad  eclesiástica  por  el  buen  afecto  que  los  Reyes 
le  profesaban.  El  P.  Las  Casas  que  en  esta  época  le  conoció' 
y  trato  con  frecuencia ,  escribe  ' :  —  «  andaba  muy  honesta- 
mente vestido,  cuasi  en  hábito  de  clérigo;  y  bien  creo  que 
pensó  ser  Obispo;  y  el  Almirante  le  procuro',  al  menos,  que 
los  Reyes  le  diesen  renta  por  la  Iglesia.» 

Insistiendo  en  su  propo'sito,  obtuvo  Real  cédula  de 
naturalizacio'n  en  los  reinos  de  Castilla  y  de  Leo'n,  fecha  en 
Medina  del  Campo  á  8  de  Febrero  de  1504,  en  la  que  decían 
los  Reyes:  —  «é  acatando  vuestra  fidelidad  é  leales  servicios 
que  vos  habéis  fecho,  é  esperamos  que  nos  fareis  de  aquí 
adelante,  por  la  presente  vos  facemos  natural  destos  nuestros 
Reinos  de  Castilla  é  de  "León,  para  que  podáis  haber  é  hagáis 
qualesquier  dignidades  é  beneficios  eclesiásticos  que  vos  fueren 
dados...)) 

Debió  recibir  las  o'rdenes,  aunque  no  llego'  á  ocupar 
ningún  obispado,  pues  en  el  testamento  del  Almirante  ^,  se 
le  consigno'  un  legado  de  cien  mil  maravedís,  porque  es  de 
la  Iglesia. 


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Historia  de  las  Indias,  libro  I,  cap.  LXXXII. 

Véase  en  las  Aclaraciones  y  documentos  del  libro  V  (GI-). 


700 


CRISTÓBAL  COLON 


De  avanzada  edad,  pues  debía  contar  más  de  sesenta 
años  falleció'  en  Sevilla  en  21  de  Febrero  del  año  1515, 
encontrándose  hospedado  en  la  casa  de  Francisco  Gorricio, 
hermano  del  monge  de  la  Cartuja  fray  Gaspar,  al  que  su 
hermano  el  Almirante  profesaba  tanta  amistad  y  que  trabajo' 
con  él  en  el  Libro  de  las  Profecías. 

Como  curioso  documento  insertamos  el  testimonio  de 
su  enterramiento  en  la  Cartuja  de  las  Cuevas,  que  se  con- 
serva en  el  Archivo  general  de  Protocolos  de  Sevilla,  en  los 
libros  pertenecientes  al  escribano  Juan  Rodríguez  Bravo, 
que  contienen  los  del  escribano  Manuel  Sigura. 

(.(Fé  de  sepelio  del  cadáver  del  Señor  Don  Diego  Colon  en 
)) Monasterio  de  Santa  Maria  de  las  Cuevas,  cerca  de  Sevilla.)) 


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((Miércoles,  veinte  é  un  dias  del  mes  de  Febrero,  año 
))del  nascimiento  de  nuestro  Salvador  Jesu  Christo  de  mil  é 
«quinientos  é  quince  años,  en  este  dia  sobredicho,  á  hora 
))de  vísperas,  poco  mas  o'  menos,  estando  dentro  en  el 
«monasterio  de  Santa  Maria  de  las  Cuevas,  de  la  orden  de 
«Cartuxa,  qué s  fuera  é  cerca  de  la  muy  noble  &.  muy  leal  cibdad 
»  de  Sevilla,  en  una  capilla  como  entran  por  la  puerta  mayor  de 
» la  Iglesia  del  dicho  monasterio  á  la  mano  derecha,  queriendo 
«sepultar  en  la  dicha  capilla  al  señor  Don  Diego  Colon, 
«que  aya  santa  Gloria,  vecino  de  la  cibdad  de  Santo 
«Domingo  de  la  isla  Española  dé  las  Indias  del  mar 
«Occéano,  estando  presente  el  Reverendo  padre  Don  Barto- 
«lomé  Guerrero  Prior  del  dicho  monasterio  de  Santa  Maria 
«de  las  Cuevas,  con  el  convento  y  Universidad  del  dicho 
«monasterio,  con  sus  candelas  de  cera  encendidas  en  las 
«manos,  para  sepultar  al  dicho  señor  Don  Diego  Colon;  et 
»  otrosí  estando  y  presente  Ximon  Verde,  vecino  del  lugar  de 
«  Gelves,  albacea  del  dicho  Señor  Don  Diego  Colon,  é  en  pre- 
«sencia  de  mi  Manuel  Sigura  escribano  público  de  la  dicha 
«cibdad  é  de    los  testigos   yuso   escriptos,    luego    el    dicho 


APÉNDICES 


701 


))Ximon  V^erde  razono  por  palabra  é  dixo  al  Reverendo 
«Padre  Prior  del  dicho  monesterio  de  Santa  Maria  de  las 
«Cuevas  delante  la  Universidad  del  dicho  monesterio,  que 
»la  volontad  del  dicho  señor  Don  Diego  Colon  fué  que  estu- 
» viese  depositado  el  cuerpo  del  dicho  Don  Diego  Colon  en 
))  en  el  dicho  monasterio  de  Santa  Maria  de  las  Cuevas  fasta 
«que  sus  albaceas  é  herederos  tengan  voluntad  de  lo  mudar 
»  é  trasladar  su  cuerpo  en  otra  iglesia  d  monesterio  como  les 
«pareciera;  por  ende  si  á  los  dichos  Prior  é  convento  les 
«place  dello,  que  lo  digan  é  declaren  ante  mí  el  dicho  escri- 
«bano  público  é  testigos:  luego  el  dicho  Reverendo  Padre 
«Prior  dixo,  que  él  lo  consulto  con  el  dicho  convento,  é  que 
«á  él  é  al  dicho  convento  plaze  que  esté  ende  depositado  el 
«cuerpo  del  dicho  Don  Diego  Colon,  é  que  cuando  quisieren 
«sus  albaceas  é  herederos  lo  puedan  llevar  é  trasladar  del 
«dicho  monesterio  á  Iglesia  d  monesterio  do  quisieren,  é  que 
«con  esta  condición  lo  recebian  é  recebieron  en  el  dicho 
«monesterio;  é  de  todo  esto  en  como  paso,  el  dicho  Ximon 
«Verde,  albacea  dixo  que  pedia  é  pidió'  á  mí  el  dicho  Escri- 
«bano  que  ge  lo  diese  así  por  testimonio  para  guarda  é 
«conservación  de  su  derecho  é  del  derecho  de  la  heredera 
«del  dicho  señor  Don  Diego  Colon;  é  yo  dile  ende  este 
«segund  que  ante  mí  paso',  que  fué  fecho  del  dicho  dia,  mes 
«é  año  susodichos;  testigos  que  fueron  presentes,  Don 
«Andrés  de  Salas,  Procurador  del  dicho  monesterio  é  monje 
«del  dicho  monesterio,  é  Gonzalo  de  Salinas  é  Alfonso  Gue- 
«rrero,  Escribanos  de  Sevilla. « 


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No  es  menos  notable  y  digno  de  conservarse  el  inven- 
tario que  para  cargo  de  los  albaceas  se  formalizo'  en  el  mismo 
día,  y  se  conserva  en  el  mismo  archivo  y  escribanía. 


702 


CRISTÓBAL  COLON 


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Inventario  de  los  bienes  de  don  Diego  Colón 

« En  la  muy  noble  é  muy  leal  cibdad  de  Sevilla, 
miércoles  veinte  é  un  dias  del  mes  de  Febrero,  año  del 
nascimiento  de  Nuestro  Salvador  Jesu  Christo  de  mili  é 
quinientos  é  quinze  años,  en  este  dia  sobre  dicho,  á  hora 
de  mitad  de  tercia,  poco  mas  o'  menos,  estando  en  las  casas 
morada  del  Señor  Don  Diego  Colon  que  haya  Santa  Gloria, 
vecino  de  la  cibdad  de  Santo  Domingo  qu'  es  en  la  isla 
Española  de  las  Indias  del  mar  Occéano,  que  son  en  esta 
dicha  cibdad  en  la  collación  de  la  Madalena,  digo  de  Santa 
Maria  Madalena,  estando  presentes  el  Reverendo  Padre 
Don  Gaspar  Gurricio,  monje  profeso  del  monesterio  de 
Santa  Maria  de  las  Cuevas  del  Orden  de  la  Cartuxa,  qu'  es 
fuera  é  cerca  desta  dicha  cibdad,  é  Ximon  Verde,  vecino 
-del  lugar  de  Gelves,  é  en  presencia  de  mi  Manuel  Sigura 
Escribano  público  de  la  dicha  cibdad  é  de  los  escribanos  de 
Sevilla  de  mi  oficio  que  á  ello  fueron  presentes,  luego  los 
dichos  Don  Gaspar  Gurricio  é  Ximon  Verde  razonaron  por 
palabras  é  dixeron  que  por  cuanto  hoy  dicho  dia  á  las  cuatro 
horas  antes  de  medio  dia  el  dicho  señor  Don  Diego  Colon 
fálleselo  desta  presente  vida,  y  antes  que  fallesciera  dio'  é 
otorgo'  el  dicho  señor  Don  Diego  su  poder  cumplido  é 
bastante  al  dicho  Don  Gaspar  para  fazer  é  ordenar  su 
testamento  é  última  voluntad  segund  paso'  ante  mí  el  dicho 
Escribano  público ;  é  asimesmo  el  dicho  señor  Don  Diego 
Colon  fizo  é  otorgo  una  declaración  de  su  última  voluntad 
en  la  cual  dexd  por  Albaceas  é  executores  á  los  dichos  Don 
Gaspar  é  Ximon  Verde  segund  que  en  la  dicha  última 
voluntad  se  contiene,  que  ante  mí  el  dicho  Escribano 
público  é  testigos  en  ella  contenidos  paso;  é  porque  del 
dicho  señor  Don  Diego  quedaron  é  remanescieron  ciertos 
bienes  muebles  é  oro,  é  otras  cosas  que  tenia  en  las  dichas 
sus  casas  de  su  morada  é  en  esta  dicha  cibdad  de  Sevilla, 


APÉNDICES 


703 


los  cuales  dichos  bienes  é  oro  é  otras  cosas  dixeron,  que  bt 
porque  fuesen  sabidos  é  conoscidos  que  bienes  son  é  de  que 
calidad,  que  los  querían  poner  é  ponian  por  inventario 
para  cualesquier  persona  que  acción  é  derecho  á  ellos 
toviesen;  é  los  bienes  de  que  dixeron  que  fazian  é  fizieron 
el  dicho  inventario  son  los  siguientes : 

«Primeramente  tres  colchones  llenos  de  lana,  dos  viejos 
é  uno  nuevo.  Una  colcha,  la  faz  de  algodón  é  el  revés  de 
lienzo.  Una  frazada  de  Valencia,  nueva.  Unos  bancos  é  un 
armario.  Ocho  reposteros  nuevos  é  uno  viejo.  Un  paño  de 
ventanas  viejo. 

«Ropas  de  vestir:  una  loba  negra  de  cotray  negra  reve- 
teada, con  cenefa  de  terciopelo.  Otra  loba  vieja  abierta,  de 
paño  negro.  Dos  sayos  negros,  el  uno  traido  é  el  otro  negro. 
Dos  jubones  con  las  mangas  de  terciopelo  é  los  cuerpos  de 
chanelete  negro.  Una  loba  de  Siracusa,  vieja.  Unas  calzas  colo- 
radas traídas.  Dos  bonetes  redondos  traídos.  Cinco  sábanas  de 
lienzo,  viejas.  Una  baryoleta.  Un  portamonedas  con  unos  pen- 
dientes que  son  onze  manillas  de  oro,  é  unas  potencias  de  fili- 
grana, é  mas  otras  treze  manillas  de  oro.  Una  pañella  de  seda, 
qu'  está  empeñada  en  ocho  ducados.  Una  arca  grande.  Una 
silla  vieja.  Un  libro  de  rezar.  Otro  libro  de  memoria.  Una  toca 
de  merino.  Noventa  ducados  de  oro  qu'  están  en  el  portamo- 
nedas. Trestovallas  de  mano.  Un  pichel  de  estaño.  Dos  cande- 
leros  de  scalera,  grandes.  Un  plato  de  estaño,  grande.  Cuatro 
platos  estendidos  é  servilleteros,  de  estaño.  Una  muía  pardilla 
con  su  silla  é  guarnición  de  paño.  Otra  silla  de  muía  con  guar- 
nición de  cuero.    Otra  silla  de  muía,  nueva,  sin  guarnición. 

))Un  esclavo  blanco  que  se  nombra  Agustín,  al  cual  diz 
que  dexo'  horro  el  dicho  señor  Don  Diego  Colon. 

«Veinte  é  cuatro  caxetas  de  carne  de  membrillo.  Dos 
mili  ducados  de  oro  que  confeso'  el  dicho  Don  Diego  Colon 
que  tiene  en  poder  de  Juan  Francisco  de  Grimaldo  é  Gaspar 
Centurión  estantes  en  Sevilla. 

»E  así  puestos  é  declarados  los  dichos  bienes  en  el  dicho 


^ 


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704 


CRISTÓBAL  COLON 


inventario,  como  dicho  es,  luego  los  dichos  Don  Gaspar 
Gorricio  é  Ximon  Verde  fizieron  llamar  ante  sí  á  Francisco 
Gorricio  é  al  dicho  Agustín,  esclavo  que  fué  del  dicho  señor 
Don  Diego  Colon,  é  recibieron  dellos  é  de  cada  uno  dellos 
juramentos  por  Dios  é  por  Santa  Maria,  é  por  las  palabras 
de  los  Santos  Evangelios,  do'  quier  que  son,  é  por  la  señal 
de  la  cruz  que  fizieron  con  sus  manos  derechas  corporal- 
mente,  so'  virtud  del  cual  dicho  juramento  les  fué  pregun- 
tado si  ellos  o'  alguno  dellos  sabia  o'  hablan  venido  á  su 
noticia  mas  bienes,  o'  oro,  o'  plata,  o'  moneda  o'  monedas,  6 
ropas,  o'  joyas,  o' debdás  qu'  el  dicho  Don  Diego  Colon 
debiese  o'  le  fuesen  debidas  en  esta  cibdad  de  Sevilla  o'  en 
otra  parte  de  Castilla,  que  lo  digan  é  declaren  para  que  se 
ponga  en  este  dicho  inventario;  los  cuales  dichos  Francisco 
Gurricio  é  Agustín  dixeron  que  por  el  juramento  que  fecho 
tienen  no  saben  de  mas  bienes  é  maravedís  é  oro  é  otras 
cosas  que  en  esta  cibdad  é  en  otras  partes  de  Castilla  el 
dicho  Don  Diego  haya  dexado,  ni  saben  que  deba  debdas  ni 
que  le  deban,  é  qu'  esta  es  la  verdad;  é  luego  los  dichos 
Don  Gaspar  Gorricio  é  Ximon  Verde,  albaceas,  el  dicho 
Don  Gaspar  juro'  por  las  o'rdenes  que  rescibio',  é  el  dicho 
Ximon  Verde  á  Dios  é  á  Santa  Maria  é  á  las  palabras  de  los 
Santos  Evangelios,  do'  quier  que  son,  é  por  la  cruz  en  que 
puso  su  mano  derecha  corporalmente ,  que  al  presente  ellos 
no  saben  de  mas  bienes,  ni  oro,  ni  maravedís,  ni  otras  cosas 
que  en  esta  cibdad  hayan  quedado  del  dicho  señor  Don 
Diego  Colon,  pero  que  cada  é  cuando  de  mas  bienes  supieren 
é  á  su  noticia  vinieren,  que  los  pondrían  en  este  inventario; 
é  de  todo  esto  en  com.o  paso',  los  dichos  Don  Gaspar  é  Ximon 
Verde  dixeron  que  pedian  é  pidieron  á  mí  el  dicho  Escribano 
que  yo  lo  diese  así  por  testimonio  para  guarda  é  conser- 
vación de  su  derecho:  é  yo  díles  ende  este,  segund  que  ante 
mí  paso',  que  fué  fecho  del  dicho  dia  é  mes  é  año  susodichos. 
— GotiT^alo  de  Salinas,  Escribano  de  Sevilla. — Luis  de  Andujar, 
Escribano  de  Sevilla  son  testigos. >) — 


APÉNDICES 


70»; 


DON  DIEGO  DE  COLÓN 

SEGUNDO    ALMIRANTE    DE    LAS    INDL\S 

El  primogénito  de  Cristóbal  Colón  asistió'  á  los  últi- 
mos momentos  de  su  padre,  y  le  vio'  espirar  en  sus  brazos. 
Debía  suceder  en  todos  los  títulos ,  cargos  y  dignidades  del 
Almirante,  y  ya  éste,  mucho  tiempo  antes  de  su  muerte, 
había  escrito  al  rey  don  Fernando,  pidiéndole  mandase  poner 
á  su  hijo  en  su  lugar  en  la  honra  y  gobernacio'n  de  las 
Indias  en  que  él  estaba  ' ;  y  secundando  este  deseo  de  su 
padre,  el  mismo  don  Diego  dirigió'  un  Memorial,  suplicando 
se  le  nombrase,  cuyo  texto  ha  conservado  el  P.  Las  Casas  *, 
y  es  el  siguiente: 

((Muy  alto  y  muy  poderoso  príncipe  Rey  nuestro 
Señor. — 

))Don  Diego  Colon,  en  nombre  del  Almirante  mi  padre, 
humildemente  suplico  á  Vuestra  Alteza  se  quiera  acordar 
con  cuantos  trabajos  de  su  persona  y  peligros  de  su  vida,  el 
dicho  Almirante ,  mi  padre ,  gano'  las  mercedes  que  vuestra 
Alteza,  y  la  Reina  nuestra  Señora,  que  santa  gloria  haya, 
le  hicieron,  y  en  cuanto  servicio  y  provecho  de  Vuestra 
Alteza  suceden  sus  servicios,  y  mande  que  las  dichas  mer- 
cedes le  sean  guardadas ,  mandándole  restituir  en  lo  que  le  está 
tomado  y  ocupado,  sin  él  merecerlo,  según  que  vuestra  Altera  se 
lo  tiene  dicho  de  palabra  y  escripto  por  carta,  según  que  verá 
por  este  capítulo  que  aquí  vá,  que  fué  en  una  carta  que 
Vuestra  Alteza  le  escribió'  al  tiempo  que  se  partió'  para  ir  á 
descubrir;  y  en  esto  Vuestra  Alteza  administrará  justicia,  y 
descargará  la  real  consciencia  de  la  Reina  nuestra  Señora  y 
la  suya ,  y  al  Almirante  y  á  mí  nos  hará  señalada  y  gran 


*'^ 


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Véase  en  el  libro  V,  pág.  600. 

Historia  de  las  Indias,  libro  II,  cap.  XXXVII, 

Cristóbal  Colon  t.  ii. — 89. 


7o6 


CRISTÓBAL   COLÓN 


merced.  í  si  devolvelle  la  gobernación  de  las  Indias  fuere 
servido,  el  dicho  Almirante  le  suplica  sea  servido  en  que  vaya  yo, 
con  que  vayan  conmigo  las  personas  que  Vuestra  Alteza  sea 
servido,  cuyo  consejo  y  parecer  yo  haya  de  tomar.» 

Muy  poco  después  del  fallecimiento  del  Almirante  por 
Real  cédula  de  2  de  Junio  del  año  150Ó,  mando'  el  rey  don 
Fernando  al  Comendador  mayor  que  acudiese  á  don  Diego 
Colo'n ,  hijo  y  sucesor  en  el  dicho  Ahniranta^o  con  el  oro  y 
otras  cosas  que  le  pertenecían  en  las  Indias. 

Partió'  á  Ñapóles  el  Rey;  mas  la  conducta  de  los  oficiales 
de  hacienda  y  de  los  empleados  de  la  contratacio'n  fué  tal, 
que  exasperado  don  Diego,  aunque  su  carácter  no  era  arre- 
batado, sino  antes  apacible  y  bondadoso,  escribió'  á  don 
Fernando  ofreciéndose  á  ir  á  servirle  en  su  reino  de  Ñapóles, 
ya  que  tan  mal  sé  le  trataba  en  España.  Tal  vez  le  movió'  á 
dar  este  paso  la  favorable  disposicio'n  en  que  había  encon- 
trado al  Monarca  con  respecto  á  su  persona,  pues  según  dice 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  — « aun  antes  que  el  Rey 
Catho'lico  partiese  de  Ñapóles  para  España,  se  la  otorgo'  por 
sus  cartas  (la  gobernacio'n  de  las  Indias),  segund  yo  lo  oy 
de(;ir  al  mismo  Almirante,  estando  en  Hornillos,  la  Re3ma 
doña  loanna,  desde  á  pocos  meses  que  estaba  viuda  '.»  La 
carta  del  rey  don  Fernando,  que  original  se  conserva  en  el 
archivo  de  la  casa  de  Veragua  ^,  es  breve,  pero  significativa. 
En  el  sobreescrito  dice: 

((Por  el  Rey.  —  A  Don  Diego  Colon,  Almirante  de  las 
Indias. 

))E1  Rey.  — Don  Diego  Colon  Almirante  de  las  Indias: 
vi  vuestra  letra  y  háme  pesado  de  lo  que  decís  que  allá  no 
se  .ha  fecho  bien  con  vos.    Vuestra  venida  acá  á  me  servir 


'     Historia  general  de  las  Indias ,  tomo  I,  lib.  IV,  cap.  I. 

'     ^^yzxxt.\.t.— Colección  de  viajes,  tomo  II,  doc.  núm.  CLXI. 


APÉNDICES 


707 


vos  tengo  mucho  en  servicio,  y  no  es  menester,  pues  mi  ida 
allá  será  presto  placiendo  á  Nuestro  Señor.  —  De  Ñapóles  á 
veinte  y  seis  dias  de  Noviembre  de  quinientos  é  seis  años. — 

»  Yo  el  Rey. 
))Almazan,  Secretario.» 


Inclinado  por  sus  ruegos  y  por  las  instancias  de  pode- 
rosos magnates  que  en  la  corte  favorecían  la  causa  de  don 
Diego,  y  vencido  tal  vez  por  la  justicia  de  sus  reclamaciones, 
mando'  el  Rey  que  fray  Nicolás  de  Ovando  entregase  á  aquél 
la  gobernacio'n  de  la  isla  Española,  que  ya  anteriormente  le 
había  concedido.  La  Real  cédula  lleva  la  fecha  de  Sevilla  á 
29  de  Octubre  de  1508,  y  en  verdad  no  se  concuerda  bien 
esta  concesio'n  con  la  autorizacio'n  que  poco  antes  se  le  había 
concedido  para  litigar  con  la  corona,  representada  por  el 
fiscal  de  Indias,  el  reconocimiento  de  los  derechos  que  le 
correspondían  en  virtud  de  lo  estipulado  por  los  Reyes  con 
su  padre  en  las  capitulaciones  de  Granada,  y  confirmado 
por  diferentes  Reales  cédulas  en  años  posteriores,  a  La  pri- 
mera demanda  que  el  Almirante  puso  fué  en  este  año  de 
1508,»  dice  el  cronista  Herrera,  y  el  pleito  continuo'  luego; 
por  lo  cual  no  sabemos  qué  explicación  pueda  darse  á  la 
Real  cédula  citada. 

A  esta  época,  entre  los  años  1507  y  1508,  han  de  refe- 
rirse las  relaciones  amorosas  de  don  Diego  con  una  joven 
burgalesa  llamada  Constanza  Rosa ;  relaciones  por  extremo 
raras,  pues  de  ellas  dice  en  la  cláusula  24  del  testamento 
que  otorgo'  en  Sevilla  en  ló  de  Marzo  del  año  1509: 
(( Mando  que  sean  dadas  en  limosnas  á  Constancia  Rosa,  vecina 
de  Burgos  en  la  calle  Tenebregosa,  veinte  mili  maravedis;  y  si 
ella  fuese  fallescida,  que  con  ellos  sea  casada  una  huérfana  pobre 
ó  dado  en  redención  para  cautivos:  y  por  cuanto  se  ha  dicho 
que  esta  dicha  Constanza  parió'  un  hijo  o'  hija  de  mí,  mando 
que  si  se  hallase  ser  verdad,  que  mi  heredero  reciba  la  tal 
criatura   y    la   mande  criar  y  proveer  en  todo  3"  por  todo 


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7o8 


CRISTÓBAL  COLON 


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como  conviene  á  mi  honra  y  estado;  y  por  saber  la  verdad 
desto  doy  por  aviso  á  mis  albaceas  y  á  mi  heredero,  que, 
considerando  el  tiempo  que  yo  hube  esta  mujer  3^  el  tiempo 
cuando  la  dejé,  que  esta  tal  criatura  pudo  nacer  por  el  mes 
de  junio  o'  julio  de  mil  y  quinientos  y  ocho  años,  como 
podrán  haber  información  de  Garcia  de  Lama,  vecino  de 
Burgos  á  Santa  Maria  la  Mayor.» 

Muy  lleno  de  accidentes  fué  este  año  de  1508  para  el 
segundo  Almirante  don  Diego  Colo'n.  En  él  recupero  la 
gobernacio'n  de  las  Indias,  tanto  tiempo  solicitada  por  su 
padre,  desde  el  punto  en  que  regreso  á  España  despojado  de 
ella  por  el  comendador  Bobadilla  en  el  año  1500;  empezó  el 
pleito  contra  el  fiscal  del  Rey ;  y  según  la  más  segura 
opinión,  contrajo  matrimonio  con  doña  María  de  Toledo, 
sobrina  del  segundo  duque  de  Alba,  don  Fadrique,  hija  de 
su  hermano  don  Fernando,  Comendador  mayor  de  Leo'n. 
Y  no  terminan  en  esto  todavía  los  sucesos  de  aquel  año.  En 
la  cláusula  2^  de  su  citado  testamento  de  Sevilla,  consigno'  la 
noticia  de  otros  amoríos  harto  graves,  de  los  cuales  también 
hubo  sucesio'n,  y  que  produjeron  un  litigio  que  ya  había 
comenzado  cuando  la  criatura  apenas  contaba  seis  meses  de 
nacida.    La  cláusula  es  por  demás  curiosa: 

«ítem,  mando  que  á  doña  Isabel  Samba,  mujer  qüt  fué  de 
Petis'ala^an  (Petri-Salazar?)  vecina  de  Bilbao  o'  de  Cárnica, 
que  por  espacio  de  dos  años  le  sean  dados  por  mis  albaceas 
o'  heredero  doscientos  ducados  para  sus  necesidades;  ca  si 
fuere  fallescida  quédense  para  cumplir  las  mandas  deste  mi 
testamento.  E  por  cuanto  ella  parió'  un  hijo,  mando  que, 
fenecido  el  pleito  que  injustamente  y  contra  verdad  me  movió, 
este  tal  hijo  sea  por  mi  heredero  recibido  y  criado ;  é  como 
tratándose  de  mi  honra  y  estado  conviene;  el  cual  hijo  según 
parece  parió  por  el  mes  de  Octubre  de  quinientos  y  ocho  años;  y 
cuanto  á  lo  de  los  dichos  ducados  doscientos,  no  le  serán 
dados  cosa  alguna,  perdiendo  el  dicho  pleito.» 

Estos  dos  hijos  ilegítimos  del  segundo  Almirante  vivie- 


APÉNDICES 


709 


ron  largos  años,  según  parece,  y  eran  conocidos  por  toda  la 
familia.  El  de  Constanza  Rosa  se  cree  que  murió  en  la 
desgraciada  expedición  que  en  1546  fué  al  mando  de  Cris- 
tóbal de  la  Peña  á  colonizar  en  el  territorio  de  Veragua. 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  dice  ':  —  «Murió'  la  mayor 
parte  de  toda  la  jente  que  avia  llevado,  entre  los  cuales 
murió'  Don  Francisco  Colon,  hermano  bastardo  del  Almirante.» 
—  Habiendo  muerto  don  Diego  en  el  año  1526,  le  sucedió' 
su  hijo  legitimo  don  Luís  Colón  y  Toledo,  que  fué  el  tercer 
Almirante  á  quien  se  refiere  Oviedo ;  y  su  hermano  bastardo 
nacido  en  1508,  debía  contar  treinta  y  ocho  años  de  edad. 

El  otro  hijo,  nacido  de  la  viuda  Isabel  Samba,  fué  nom- 
brado heredero  del  remanente  del  quinto  por  su  padre  don 
Diego,  en  el  testamento  que  otorgó  en  Santo  Domingo  á 
8  de  Septiembre  de  1523. 

«E  cumplido  y  pagado  este  dicho  mi  testamento  é  todo 
lo  en  él  mandado  é  contenido,  mando  que  lo  que  restare  del 
quinto  de  mis  bienes,  después  que  del  se  cumplieren  las  cosas 
é  mandas  que  del  se  deben  sacar,  lo  aya  é  lleve  don  Cristóbal 
Colon  mi  hijo  natural,  que  está  en  Castilla,  que  es  al  presente 
de  edad  de  quince  años;  el  qual  quinto  de  mis  bienes  le  mando 
para  sus  alimentos  é  sustentación,  el  qual  mando  que  le  sea 
dado  é  entregado  sin  dilación  ni  revuelta,  é  sin  que  en  él  le 
sea  puesto  impedimento  ni  embargo  alguno,  por  qu'  es  mi 
voluntad  que  lo  aya  é  lleve  para  sy  é  lo  goze  como  cosa 
suya  propia,  é  pueda  tener  é  disponer  de  lo  que  asy  le 
cupiere  del  dicho  quinto  de  mis  bienes.»  Conviene  exacta- 
mente la  edad,  pues  este  Cristóbal  nombrado  heredero  y 
que  tenía  quince  años  en  el  de  1523,  había  venido  al  mundo 
en  1508;  pero  queda  en  la  incertidumbre,  por  falta  de  datos 
directos,  el  señalar  si  este  Cristóbal  pudo  ser  hijo  de  Cons- 
tanza Rosa,  y  el  Francisco  muerto  en  Veragua  el  de  Isabel 
Samba,  pues  nacidos  ambos  en  el  año  1508,  á  cualquiera  de 


Historia  general  de  las  Indias,  libro  XXVIII,  cap.  VIIL 


710 


CRISTÓBAL  COLÓN 


ellos  puede  referirse  el  legado,   porque  los  dos  tenían  quince 
años  en  el  de  1523. 


Al  año  de  su  casamiento,  en  los  primeros  días  del  mes 
de  Junio  de  1509,  salió  de  Sanlúcar  de  Barrameda  para 
tomar  posesio'n  del  Gobierno  de  las  Indias.  No  expresan  el 
P.  Las  Casas,  ni  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  el  número  de 
buques  que  componían  la  expedicio'n;  pero  aquél  dice  que 
partió'  con  una  buena  flota,  y  así  debía  de  ser,  no  tan  solo 
por  darle  autoridad,  sino  también  porque  el  rey  don  Fer- 
nando había  mandado  por  cédula  fecha  en  el  Realejo  á  13 
de  Diciembre  de  1508,  que  se  hiciera  en  la  partida  y  pasaje 
de  don  Diego  todo  lo  que  se  hallara  en  los  libros  que  se 
había  hecho  con  el  comendador  Ovando,  y  la  flota  que  éste 
llevo'  fué  la  más  lucida  que  hasta  entonces  se  había  enviado 
al  Nuevo  Mundo.  Además,  y  para  que  se  comprenda  la 
importancia  que  revestía  aquel  acto,  dice  el  mismo  P.  Las 
Casas,  que — «se  partió  el  Almirante  con  su  mujer  Doña 
Maria  de  Toledo  para  Sevilla  con  mucha  casa;  trujo  consigo 
á  sus  dos  tios  el  Adelantado  Don  Bartolomé  Colon  y  Don 

Diego    Colon,    hermanos    de    su    padre trujo    también 

consigo  á  su  hermano  Don  Hernando  Colon  y  algunos  caba- 
lleros é  hijos-dalgo  casados,  y  algunas  doncellas  para  casar, 
como  las  caso'  después  en  esta  isla  con  personas  honradas  y 
principales;  trujo  por  Alcalde  Mayor  á  un  licenciado  Marcos 
de  Aguilar,  natural  de  la  ciudad  de  Ecija,  muy  buen  letrado 
y  experimentado  en  oficios  de  judicatura,  en  especial  habia 
sido  Alcalde  de  la  justicia  en  Sevilla,  que  es  en  ella  muy 
principal  cargo;  trujo  á  un  licenciado  Castrillo,  también,  de 
quien  abajo  se  dirá » 

Con  un  viaje  de  los  más  prósperos  y  felices,  y  rodeado 
de  tan  numerosa  corte  dio'  fondo  en  el  puerto  de  Santo 
Domingo  el  segundo  Almirante,  el  domingo  10  de  Julio 
de  1509. 

No  entra  en  el  plan  de  este  trabajo  historiar  detallada- 


APÉNDICES 


711 


mente  todos  los  actos  de  la  administracio'n  de  don  Diego  en 
la  isla  Española;  las  vicisitudes  porque  paso'  por  la  emula- 
cio'n  del  tesorero  Pasamonte;  ni  los  viajes  que  hizo  á  España 
para  dar  cuenta  de  su  conducta,  unas  veces,  para  activar  el 
pleito  que  seguía  con  la  corona  y  aumentar  los  datos  que  se 
fijaban  en  las  informaciones  testificales,  las  otras;  ni  reseñar 
las  mejoras  que  llevo  á  todos  los  ramos,  la  creacio'n  de  los 
establecimientos  primeros  en  la  isla  de  Cuba  y  en  la  Jamaica, 
y  otros  no  menos  importantes  que  necesitan  estudio  par- 
ticular. 

En  algunos  de  aquellos  viajes  parece  que  se  le  trataba 
con  gran  distincio'n  durante  su  permanencia  en  la  corte; 
pues  el  emperador  Carlos  V  le  envió'  desde  Zaragoza,  en 
Agosto  de  1518,  para  que  recibiera  á  los  embajadores  Juan 
Bautista  Lasagna  y  Todino  de  Camilla,  enviados  por  la 
República  de  Genova,  y  en  el  año  siguiente  formo'  parte  de 
la  junta  magna  que  presidio'  en  Barcelona  el  mismo  Empe- 
rador, acompañándole  luego  en  1520  hasta  la  Coruña, 
cuando  fué  á  embarcarse  para  pasar  á  Flandes. 

En  aquella  ciudad,  conociendo  Carlos  V  que  lo  que 
escribían  Miguel  de  Pasamonte  y  los  de  su  bando  contra 
el  Almirante  eran  notorias  calumnias, —  «declaro'se  que  tenia 
derecho  de  Visorrey  y  Governador  en  la  isla  Española,  y  en 
todas  las  que  su  padre  descubrió'  en  aquellos  mares,  conforme 
al  asiento  que  se  tomo'  con  él  '.»  Con  tal  investidura 
regreso'  ya  al  Nuevo  Mundo  y  allí  permaneció'  ocupándose 
de  mejorar  la  ciudad  y  de  aumentar  los  establecimientos 
españoles,  hasta  que,  obligado  de  nuevo  por  las  necesidades 
de  la  isla,  se  embarco'  por  última  vez  en  i6  de  Septiembre 
de  1523,  y  llego  á  Sanlúcar  de  Barrameda  el  5  de  Noviembre 
siguiente. 

Unido  á  la  corte  del  Emperador  recorrió'  las  principales 
ciudades  de  España,  hasta  el  punto  en  que  aquél  salió'  de 


^ar^-flv 


MÉlDlIilttftiL 


S»  V 


Herrera. — Historia  general ,  década  II,  lib.  IX,  cap.  Vil. 


712 


CRISTÓBAL  COLON 


^:^. 
•>>-' 


Toledo  con  direccio'n  á  Sevilla,  donde  había  de  celebrar  sus 
bodas  con  la  infanta  doña  Isabel  de  Portugal. 

Sintióse  enfermo  en  Toledo  el  Almirante  don  Diego, 
pero  sin  duda  no  creyó'  su  mal  de  tanta  gravedad  como  en 
realidad  lo  era,  por  lo  que  se  proporciono'  una  litera  y  se 
dispuso  á  acompañar  á  don  Carlos  en  la  visita  que  iba  á 
hacer,  antes  de  dirigirse  á  Sevilla,  al  devoto  monasterio  de 
Nuestra  Señora  de  Guadalupe. 

Salió'  de  Toledo  en  su  litera  el  día  21  de  Febrero  de 
1526,  pero  no  pudo  continuar  el  camino,  y  se  vio'  precisado 
á  detenerse  al  terminar  la  primera  jornada  en  la  Puebla  de 
Montalván,  donde  le  sorprendió'  la  muerte  dos  días  después, 
entre  ocho  y  nueve  de  la  noche,  en  la  casa  de  su  amigo 
don  Alonso  Téllez  Pacheco  que  le  había  dado  alojamiento. 

((Fué  persona  de  grande  estatura,  como  su  padre, 
escribe  fray  Bartolomé  de  las  Casas  que  le  conoció'  mucho  ^ 
gentilhombre  y  los  miembros  bien  proporcionados,  el  rostro 
luengo  y  la  cabeza  empinada  y  que  representaba  tener  per- 
sona de  señor  y  de  autoridad ;  era  muy  bien  acondicionado 
y  de  buenas  entrañas;  mas  simple  que  recatado  ni  malicioso; 
medianamente  bien  hablado,  devoto  y  temeroso  de  Dios » 

Trato'le  con  intimidad,  según  hemos  dicho,  el  P.  Las 
Casas ,  que  entre  otros  sucesos  ciertos  refiere  el  siguiente :  — 
((Y  como  el  Rey  le  trújese  siempre  suspenso  con  sus  dila- 
ciones, como  habia  hecho  á  su  padre,  y  un  dia  se  le  quejase 
diciendo  que  por  qué  su  Alteza  no  le  hacia  merced  de  dalle 
lo  suyo,  y  confiar  del  que  le  servirla  con  ello  fielmente,  pues 
lo  habia  en  su  corte  y  casa  criado,  el  Rey  le  respondió':  — 
Mirad,  Almirante,  de  vos  bien  lo  confiaria  yo,  pero  no  lo  hago 
sino  por  vuestros  hijos  y  sucesores.  —  Luego  él  dijo  al  Rey: 
—  Señor,  ¿es  ra^on  que  pague  y  pene  yo  por  los  pecados  de  mis 
hijos  y  sucesores,  que  por  ventura  no  los  temé?  —  Esto  me  dijo 
un  dia  el  Almirante  hablando  conmigo  en  Madrid,  cerca  de 


Historia  de  las  Indias ,  libro  II,  cap.  LL 


APÉNDICES 


713 


los  agravios  que  rescebia,  el  año  el  516,  que  con  el  Rey 
habia  pasado.» 

De  su  matrimonio  con  doña  María  de  Toledo  tuvo 
cuatro  hijas  y  tres  hijos. 

Doña  Felipa,  que  no  tuvo  sucesio'n  y  murió'  siendo 
religiosa. 

Doña  María,  que  caso'  con  don  Sancho  de  Cardona. 

Doña  Juana,  que  fué  mujer  de  don  Luís  de  la  Cueva. 

Doña  Isabel,  que  lo  fué  de  don  Jorge  de  Portugal. 

Don  Luis,  tercer  Almirante,  que  murió'  desterrado  en 
Oran. 

Don  Cristóbal,  de  quien  proceden  los  actuales  duques 
de  Veragua  por  su  matrimonio  con  doña  Ana  de  Pravia. 

Don  Diego,  que  murió'  sin  sucesio'n. 


DON  FERNANDO  COLÓN 


La  vida  de  este  célebre  personaje,  hijo,  como  ya  deja- 
mos dicho  en  su  lugar  oportuno,  de  doña  Beatriz  Enríquez  y 
Arana  y  del  primer  Almirante  que  descubrió'  las  Indias,  ha 
sido  objeto  de  especiales  investigaciones  por  parte  del  tantas 
veces  citado  escritor  americano  Mr.  Henry  Harrisse,  parti- 
cular amigo  nuestro,  que  ha  publicado  acerca  de  ella  impor- 
tantísimos trabajos  ^ ,  poniendo  en  claro  sus  principales 
sucesos  con  verdadera  y  copiosa  erudicio'n  y  rigorosa  exac- 
titud. 

Nadie   se   atreverá  á  sostener  hoy,   después  de  impresa 


'     Don  Fernando  Colón,  historiador  de  su  padre,  por  el  autor  de  la  Biblio- 
teca Americana  Vetustíssima. —  Sevilla,  Rafael  Tarascó,  1871. 
— Fernand  Colomb,  sa  vie,  ses  oeuvres. — París,  Tross,  1872 
— Christophe  Colomb ,  son  origine ,  sa  vie,  ses  voyages,  safamille  et  ses  des- 
cendants,  d'aprés  des.documents  inédits  tires  des  archives  de  Genes,  de  Savone, 
de  Séville  et  de  Madrid.— Par is,  Emest  Leroux,  1884,  tome  II,  chap.  XV. 

Cristóbal  Colon  t.  ii. — 90. 


^^1 


714 


CRISTÓBAL  COLON 


fí^r 


la  Historia  de  Jas  Indias  que  escribió  el  obispo  de  Chiapa  fray 
Bartolomé  de  las  Casas,  y  que  anda  en  manos  de  todos  los 
americanistas,  que  don  Fernando  Colo'n  no  escribiera  la  his- 
toria de  su  padre,  por  más  que  el  original  castellano  se  haya 
perdido,  y  solamente  se  conserve  la  traducción  que  hizo 
Alfonso  de  Ulloa,  en  italiano,  pues  el  Obispo  trascribe 
literalmente  muchos  párrafos  de  esta  obra  tomados  del  texto 
español  de  don  Fernando;  pero  tampoco  podrá  negarse  que 
la  duda  manifestada  por  el  señor  Harrisse  en  su  libro  titu- 
lado Don  Fernando  Colón  historiador  de  su  padre,  y  sostenida 
con  gran  ingenio,  dio'  motivo  á  que  los  hombres  que  se  inte- 
resan en  el  movimiento  científico,  dedicaran  sus  tareas  al 
esclarecimiento  de  aquella  cuestio'n  con  tanta  brillantez 
presentada ,  y  se  estudiara  con  mayor  empeño  la  vida  de 
aquel  ilustre  español ,  siendo  objeto  de  publicaciones  impor- 
tantes '  que  aumentaron  su  interés,  y  dando  causa  á  que 
salieran  á  luz  documentos  curiosos  que  antes  no  se  habían 
conocido. 

El  estudio  del  señor  Harrisse  sobre  los  sucesos  é  historia 
de  don  Fernando  Colo'n  es  completísimo ;  y  como  la  obra  en 
que  se  contiene  con  todos  sus  últimos  detalles,  que  es  la 
titulada  Cbristophe  Colomb,  son  origine,  sa  vie,  ses  voyages,  sa 
jamille  ct  ses  descendants,  no  se  ha  traducido  al  castellano, 


'  L'autenticité  des  ^/í/í7r/V  atribuées  á  Fernand  Colomb.  —  Paris,  Abbe- 
ville,  Briez,  1873. 

— Année  veritable  de  la  naisance  de  Christophe  Colomb,  par  M.  d'Avezac, 
Paris,  1873. 

— Le  livre  de  Ferdinand  Colomb,  par  M.  d'Avezac,  Paris,  Martinet,  1873. 

—  Les  Colombo  de  France  et  d'Italie,  fameux  marins  du  xv  suele,  par 
M.  Henry  Harrisse...  Paris,  Tross,  1874. 

— T^es  líistorie,  livre  apocriphe..,  par  M.  Henry  Harrisse,  Paris,  Marti- 
net, 1875. 

— V autenticitá  delle  Historie  di  Fernando  Colombo,  per  Prospero  Peragallo, 
Genova,  1884. 

— V origine  de  Christophe  Colomb,  par  Sejus,  Paris,  MDCCCLXXXV. 

— Origine,  patria  é  gioventu  de  Cristo/oro  Colombo,  par  Celsus^  Lisboa, 
tipographia  elzeviriana,  1 886. 

— Riconferma  deW autenticitá  delle  Historie...  per  Próspero  Peragallo,  Ge- 
nova, Angelo  Ciminago,  1885. 


APÉNDICES 


715 


vamos  á  incluirlo  en  este  lugar,  seguros  de  la  aprobacio'n  de 
su  autor,  y  acompañándolo  de  algunas  notas  aclaratorias; 
aunque,  en  verdad,  muy  poco  hay  que  anotar  en  tan  per- 
fecto trabajo. 

Sabemos  por  las  declaraciones  de  su  albacea  testamen- 
tario Marcos  Felipe,  que  se  apoya  en  recuerdos  personales 
dignos  de  crédito,  que  don  Hernando  Colo'n  nació'  en  Co'r- 
doba  el  día  15  de  Agosto  de  1488  '.  Su  madre  se  llamaba 
Beatriz  Enríquez. 

El  único  documento  de  la  época  en  que  se  habla  de  ella, 
es  el  testamento  de  Cristóbal  Colón:  —  a  Digo  é  mando  á 


'  Porque  por  memorias  suyas  fidedignas  paresze  nació  en  Córdoba  á  qtiinze 
dias  del  mes  de  Agosto,  dia  de  la  Asunción  de  Nuestra  Señora  año  de  mili  é  quatro 
cientos  é  ochenta  é  ocho,  (Declaraciones  del  albacea  Marcos  Felipe,  en  nuestro 
don  Fernando  Colón,  historiador  de  su  padre,  Sevilla,  1871,  in  4.°) 

El  epitafio  dice,  *  que  cuando  Fernando  murió  el  12  de  Julio  de  1539,  era 
de  edad  de  ¿o  años,  g  meses  y  14  días,  lo  cual  nos  daría  como  fecha  del  naci- 
miento el  26  de  Septiembre  de  1488.  Ortiz  de  Zúñiga  dice  que  Fernando 
nació  á  veinte  y  nueve  de  Agosto  como  parece  de  papelea  originales  suyos  que  tiene 
nuestra  santa  Iglesia.  (Anales  eclesiásticos,  pág.  596). —  Los  únicos  documentos 
que  Zúñiga  pudo  consultar  en  los  archivos  de  la  catedral  de  Sevilla,  son  el  testa- 
mento de  Fernando  y  las  declaraciones  antedichas.  Fuera  de  los  autos,  que  no 
hacen  relación  alguna  á  nacimiento,  no  existen  otras  piezas  en  que  se  mencione. 
Las  fechas  que  da  Zúñiga  son  por  tanto  inexactas.  El  Almirante  mismo  se 
equivocó  cuando  en  su  carta  de  7  de  Julio  de  1503  expresaba  su  disgusto  de 
verle  (á  su  hijo)  de  tan  nueva  edad  de  trege  años  en  tanta  fatiga,  y  durar  eji  ello 
tanto.   Nayarrete,  tomo  I,  pág.  298. — Fernando  tenía  entonces  15  años. 

*  Una  distracción  padeció  aquí  el  docto  colombista.  La  losa  sepulcral  que  hoy  se 
encuentra  en  el  tra?coro  de  la  catedral  de  Sevilla  sobre  el  lugar  donde  descansan  los  restos 
de  don  Fernando,  dice,  en  efecto,  lo  que  copia  Mr.  Harrisse.  Pero  esa  piedra  no  es  la  primi- 
tiva, sino  otra  moderna  que  sustituyó  á  aquélla,  que  debía  estar  ya  muy  deteriorada,  cuando 
se  renovó  la  solería  de  la  santa  Iglesia,  por  los  años  1775  y  siguientes.  El  epitafio  antiguo 
que  dejó  escrito  el  mismo  don  Fernando  en  su  testamento,  y  cuyos  huecos  hizo  llenar  el 
albacea  Marcos  Felipe,  decía:  —  «  Falleció  en  esta  ciudad  á  xil  de  Julio  de  MDXXXVIIII  años, 
de  edad  de  L  aftas,  é  X  vieses  é  xxvii  dias.^  —  Así  estaba  en  la  losa  antigua  que  vio  y  copió 
el  canónigo  don  Juan  de  Loaysa  en  su  libro  intitulado  Memorias  sepulchrales  de  esta  Santa 
Iglesia  Patiiarchal  de  Sevilla,  en  epitafios,  capillas,  entierros  y  toda  la  noticia  de  este  género  d: 
antigüedades  en  dicha  Santa  Iglesia,  que  original  y  autógrafo  se  conserva  en  la  biblioteca 
Colombina  (SS. — 254 — 30).  El  mismo  Loaysa  dice: —  «Nació  don  Fernando  Colon  (segt'in 

un  manuscrito  de  su  letra  que  está  en  la  librería)  en  Cordova  a   15   de  Agosto  de  1488 > 

y  con  uno  y  otro  dato  se  evidencia  que  ésta  es  la  fecha  exacta. 

Y  oportuno  parece  advertir  que  todos  los  errores  que  en  la  lápida  sepulcral  de  don 
Fernando  Colón  se  notan  y  han  llamado  la  atención  de  los  eruditos  (véase  el  periódico 
titulado  El  Averiguador,  que  se  publicaba  en  Madrid,  año  1871,  págs.  66  y  279),  se  encuentran 
en  esa  piedra  que  en  1876  sustituyó  á  la  antigua,  y  que  en  ésta  no  existían.  (Nota  del  tra 
ductor  y.  M.  A.) 


r-n?í^ _Hi, 


7i6 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Dow  D/V^o  w/  jijo...  que  haya  encomenda  á  BeatrÍT^  EnriqueT^y 
madre  de  Don  Fernando,  mi  fixo,  que  la  provea  que  pueda  vivir 
honestamente,  como  persona  á  quien  yo  soy  en  tanto  cargo,  é  esto 
se  faga  por  mi  descargo  de  la  conciencia  porque  esto  pesa  mucho 
para  mi  ánima.  La  rraTpn  dello  non  es  licito  de  la  escrebir 
aqui.í)  Este  lenguaje  tan  solemne  y  la  falta  absoluta  de 
documentos  en  sentido  contrario,  autorizan  la  opinio'n  adop- 
tada por  tradicio'n  y  por  todos  los  historiadores  formales  del 
Almirante,  de  que  éste  no  fué  esposo  de  Beatriz  Enríquez, 
y  que  Fernando  era  hijo  ilegítimo. 

Oviedo,  por  ejemplo,  en  ocasio'n  de  hablar  de  los  dos 
hijos  de  Colón,  á  los  que  conocía  íntimamente,  establece 
entre  ellos  una  distinción.  Llama  al  uno  a  Don  Diego  Colon, 
hijo  lejitimo  del  Almirante))  y  á  Fernando  le  nombra  simple- 
mente «otro  su  fijo  '.))  El  adjetivo  legitimo  sería  aquí  un 
pleonasmo,  si  no  se  hubiera  empleado  para  designar  en 
Diego  una  cualidad  que  Fernando  no  tenía.  En  otro  caso, 
Oviedo  hubiera  dicho:  sus  hijos  lejitimos  Don  Diego  é  Don 
Fernando.  Era  bastante  buen  hablista  para  construir  una 
frase  tan  sencilla. 

Tenemos  además  un  testimonio  seguro ;  el  de  fray  Bar- 
tolomé de  las  Casas.  En  relaciones  personales  durante  dilata- 
dos años  con  todos  los  individuos  de  la  familia  de  Cristóbal 
Colón",  y  habiéndose  ocupado  especialmente  en  escribir  su 
historia,  para  lo  cual  consulto  los  documentos  que  conser- 
vaba don  Fernando,  contra  el  que  no  abrigaba  ningún  senti- 
miento de  hostilidad;  viviendo  en  Sevilla  en  intimidad  con 
muchas  personas  que  habían  conocido  al  Almirante  desde  su 
llegada  á  España,  y  á  sus  hijos  desde  la  más  tierna  infancia; 
obispo  y  hombre  honrado,  Las  Casas  es  un  testigo  de  vera- 
cidad incontestable. 

Este  califica,  pues,  á  Fernando  Colon  de  hijo  natural. 


'  Los  guales  eran  Don  Diego  Colon,  hijo  legitimo  é  mayor  del  Almirante,  é 
otro  su  fijo  Don  Fernando  Colon,  que  hoy  vive. — Oviedo.  Historia  General, 
lib.  III,  cap.  VI,  tomo  I,  pág.  71. 


APÉNDICES 


717 


Y  para  que  se  comprenda  bien  que  usa  esta  expresión  en  el 
sentido  de  hijo  nacido  fuera  del  matrimonio,  y  como  oposi- 
ción á  la  de  hijo  legítimo,  cuando  habla  de  los  dos  hijos  de 
Cristóbal  Colón,  Las  Casas  llama  á  Diego  hijo  legitimo,  en 
tanto  que  Fernando  es  calificado  de  hijo  natural  ^ 

Para  sus  contemporáneos,  la  bastardía  de  Fernando 
Colo'n  era,  pues,  una  cosa  indubitable,  y  nada  ha  venido 
después  á  destruir  aquella  creencia  ^.  Y  por  otra  parte,  los 
hijos  ilegítimos  no  fueron  raros  en  esta  familia.  Bartolomé 
Colo'n,  hombre  de  costumbres  austeras,  tuvo  sin  embargo, 
una  hija  bastarda  cuando  contaba  sesenta  años  3.  Diego  Co- 
lon ,  hijo  de  Cristóbal  ,  en  vísperas  de  contraer  matrimonio 
con  doña  María  de  Toledo,  fué  padre  de  dos  hijas  naturales 
casi  al  mismo  tiempo '^.  Luis,  su  hijo,  el  polígamo  impeni- 
tente, y  condenado  como  tal  á  destierro,  no  careció',  sin  em- 
bargo, de  prole  ilegítima.  Y  en  fin,  en  Diego,  el  menor  de 
los  hermanos  de  Cristóbal  Colón,  que  era  eclesiástico  y 
estuvo  á  punto  de  llegar  á  obispo    ¿qué  significa  aquel  hijo 


*  Tenía  hecho  su  testamento  en  el  cual  constituyó  por  su  universal  here- 
dero á  don  Diego  su  hijo;  y  si  no  tuviese  hijos,  á  don  Hernando,  su  hijo  natural. 
— Las  Casas,  Historia,  libro  II,  cap.  XXXVIII,  tomo  III,  pág.  194. —  Don 
Diego  Colón,  hijo  lejítimo  del  Almirante  Don  Cristoval  Colon.  (Ibidem,  et 
cap.  XLVII,  pág.  237). 

*  Herrera  y  Zúñiga,  á  quienes  los  apologistas  de  la  continencia  del 
gran  navegante  citan  para  sostener  la  tesis  contraria,  dicen  únicamente,  el  pri- 
mero :  —  « casó  con  Doña  Felipa  Moñiz  de  Perestrello,  y  huvo  en  ella  á  Don 
Diego  Colon;  i  después  en  Doña  Beatriz  Enriquez,  Natural  de  Cordova,  d  Don 
Hernando. y>  (Década  I,  lib.  I,  cap.  VII,  pág.  11),  sin  hacer  alusión  alguna  á 
nuevo  casamiento  con  Beatriz. — Zúñiga  es  más  breve,  pero  en  sentido  contrario 
á  los  que  le  invocan:  —  <í Don  Fernando  Colon.,  nació  en  Cordoua,  de  doncella 
noble,  y  siendo  iñudo  su  padre..  »  (Anales  eclesiásticos,  lib.  XIV,  pág.  496). 
Lejos  de  indicar  la  legitimidad  de  Fernando,  Zúñiga  parece  que  trata  de  alejar 
la  idea  de  adulterio,  porque  tampoco  habla  de  matrimonio  con  Beatriz  Enriquez. 

En  fin,  no  fué  Casoni  el  primero  en  emitir  la  opinión  de  que  Fernando  era 
hijo  ilegítimo.  El  lector  ha  visto  ya  que  el  obispo  Las  Casas,  á  pesar  de  ser 
amigo  de  Diego  y  de  Femando  califica  á  este  último,  cuando  aún  vivía,  de  hijo 
natural,  en  oposición  al  título  de  hijo  legítimo  que  da  á  Diego.  Esta  distinción 
entre  los  dos  hermanos  duró  siempre,  y  en  una  de  las  peticiones  del  Memorial 
del  Pleyto  (pág.  29),  con  fecha  30  de  Abril  de  1578,  cuando  sólo  hacía  cuarenta 
años  que  había  muerto  Fernando,  se  le  nombra  en  su  misma  patria  hijo 
bastardo. 

*  Véase  la  cláusula  dé  su  testamento  que  dejamos  copiado  á  la  pág.  688. 

*  Dejamos  insertos  á  la  pág.  705  los  datos  que  comprueban  estos  extremos. 


7i8 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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de  la  criada  Barbóla,  cuya  educación  encargo'  á  su  sobrina, 
y  al  que  lego  cien  onzas  de  oro?  ^  ¿No  puede  presumirse 
razonablemente  que  fué  un  hijo  nacido  del  comercio  de  Diego 
Colo'n  con  una  negra? 

En  estos  últimos  años,  ciertos  escritores  dotados  de 
mejor  celo  que  crítica,  han  promovido  gran  escándalo  con 
motivo  de  un  documento  que,  según  ellos  decían,  probaba 
de  una  manera  incontestable  que  Fernando  Colo'n  era  hijo 
legítimo  del  Almirante. 

Se  trataba  de  una  carta  encontrada  en  el  archivo  Medici 
de  Florencia  ^,  fechada  en  Madrid  en  8  de  Febrero  de  1586, 
y  enviada  por  el  encargado  de  negocios  del  gran  duque  de 
Toscana. 

Según  ese  documento,  el  procurador  del  almirante  de 
Arago'n,  en  el  curso  del  pleito  de  sucesión,  presento  una 
copia  del  testamento  de  Cristóbal  Colón,  pero  faltaba  en 
ella  una  hoja,  y  esa  hoja  contenía  el  precepto  del  testador 
para  que  su  hijo  Fernando  fuera  á  fundar  en  Genova  una 
familia  nueva.  No  se  necesitaba  más,  en  concepto  de  esos 
escritores,  para  demostrar  la  legitimidad  del  nacimiento  de 
Fernando  Colo'n. 

Pero  aquel  pretendido  deseo  del  Almirante  es  una  pura 
invención,  y  remitimos  á  los  lectores  al  capítulo  de  este 
mismo  libro  3  en  que  dejamos  demostrado  que  en  aquella 
hoja  que  fallaba  á  la  copia,  no  se  mencionaba  siquiera  á  don 
Fernando.  So'lo  añadiremos  aquí  que  en  ninguno  de  los  tes- 
tamentos o'  codicilos  del  Almirante  se  encuentra  disposicio'n 
que  tenga  siquiera  analogía  con  la  que  esos  apologistas  peri- 
frasean en  estos  términos :  «  et  vuole  che  il  suo  secando  Figliolo 
vada  ad  ahitare  á  Genova  et  jaccia  radice  in  quella  República.)) 


»     Véase  la  cláusula   i."  de  su  testamento  otorgado  en  Sevilla  á  22  de 
Febrero  de  151 5. 

*  MS.  Legajo,  780,  folio  227. — Este  documento  fué  publicado  en  el  Fen- 
siero  cattolico,  de  Genova,  número  de  18  de  Noviembre  de  1875. 

*  Es  el  párrafo  III  del  cap.  V  del  libro  titulado  Christophe  Colomb,  son 
origint,  c^.^,  tomo  II,  pág.  161. 


APÉNDICES 


719 


Esta  frase  es  sencillamente  glosa  del  corresponsal  ma- 
drileño del  gran  duque  de  Toscana.  Pero  aún  admitiendo 
que  la  suposicio'n  fuera  exacta,  nadie  sacaría  de  ella  la 
conclusio'n  de  que  Fernando  no  había  nacido  fuera  de  matri- 
monio. Llena  está  la  historia  de  ejemplos  de  hijos  ilegítimos 
que  fueron  tronco  de  sucesiones  regulares.  Y  hasta  hubo  en 
España  bastardos  de  hombres  casados,  que  sucedieron  á  la 
línea  legítima  en  los  títulos  y  cualidades  poseídas  por  el 
padre.  A  esto  se  refiere  Saint-Simon,  cuando  escribe:  «On  a 
vu  des  bátards  ayant  des  fréres  legitimes,  étre  faits  grands 
par  le  crédit  de  leurs  peres,  et  fonder  alors  de  plain  pied 
des  maisons  presque  pareilles  á  celles  dont  ils  sortaient  par 
bátardise,  et  dans  la  suite,  leur  posterité  et  la  legitime  tout 
á  fait  confondues  ^)) 

Y  todavía  preguntan  algunos  ¿este  hecho  de  que  llame 
á  Fernando  á  suceder  en  el  ma3'orazgo,  en  el  caso  en 
que  Diego  llegase  á  morir  sin  sucesio'n  ^,  no  es  prueba  de 
que  era  hijo  legítimo? 

Esta  preferencia  no  prueba  absolutamente  nada,  si  se 
tiene  en  cuenta  que  un  bastardo  podía  suceder  en  el  ma3^o- 
razgo,  y  véase  por  qué: 

Aquí  no  se  trata  de  un  derecho  primordial  que  fuese 
llamado  á  ejercitar  Fernando  Colo'n,  sino  de  un  acto  espe- 
cial ,  emanado  del  poder  feudal  que  tenían  la  Reina  de  Cas- 
tilla y  su  esposo,  según  se  ve  en  los  términos  mismos  de  la 
autorización  de  23  de  Abril  de  1477.  En  ella  leemos  esta 
significativa  frase:  (íTuvimosh  por  bien,  é  por  esta  nuestra 
carta  de  nuestro  proprio  motu,  é  cierta  sciencia  y  Poderío  Real 
absoluto,  de  que  en  esta  parte  queremos  usar  e  usamos  como  Kcy 
é  Reyna  é  señores,  no  reconocientes  superior  en  lo  temporal  3.» 
Y  así  se  ve  sin  sorpresa  que  los  Reyes  Cato'licos  conceden  á 
Colón  facultad  de  hacer  pasar  el  mayorazgo  no  tan  so'lo  á 


•     Saint-Simon. —  Memorias ,  tomo  III,  pág.  iio. 
»     Navarrete,  tomo  II,  pág,  313. 
»    Navarrete,  tomo  II,  pág.  222. 


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720 


CRISTÓBAL  COLON 


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sus  hijos,  nacidos  y  por  nacer,  sino  en  defecto  de  hijos  y  de 
parientes,  á  la  persona  que  tuviera  á  bien  designar.  «E  en 
defeto  é  falta  de  hijos,  en  uno  ó  dos  de  vuestros  parientes  ó  otras 
personas  que  vos  quisiéredes  ' . » 

Este  acto  además  estaba  perfectamente  conforme  con  las 
leyes  que  desde  hacía  dos  siglos,  cuando  menos,  regían  en 
España  sobre  esta  materia.  Para  que  un  bastardo  quedase 
habilitado  para  suceder  á  su  padre,  no  tenía  éste  más  que 
instituirle  heredero :  —  Son  legitims  é  poden  venir  á  successió, 
si  7  pare,  quan  dona  midler  á  son  fill  natural,  I'  apellará  fill,  c 
no  dirá  fill  natural...  Alio  meteyx  es  si  en  son  testament  ó  en 
pleyt  devan  jutge  T  appella  fill,  é  no  y  enadeyx  7iatural  2.» 

Las  Siete  Partidas  que  reúnen  á  la  vez  lo  abstracto  y  lo 
concreto  de  la  antigua  jurisprudencia  española,  son  tan 
liberales  en  este  punto  como  el  derecho  catalán.  En  la  ley 
titulada:  —  (.(Como  el  padre  puede  faTj^r  su  fijo  natural  legi- 
timo en  su  testamento,  se  dice,  que  para  llamar  un  bastardo  á 
la  herencia ,  el  padre  no  está  obligado  á  más  que  á  emplear 
la  fo'rmula  siguiente:  —  ((Quiero  que  fulan  et  fulan  mios fijos 
que  hobe  de  tal  muger  que  sean  mios  herederos  legítimos.)) 

Esta  facultad  se  concede  también  al  padre  aún  sin  recu- 
rrir á  testamento.  Basta  otro  escrito  cualquiera.  Así  la 
disposicio'n  sobre  ((En  que  manera  puedan  los  padres  legitimar 
sus  fijos  por  carta»  establece  como  suficiente  la  declaración 
del  padre  de  que  alguno  fijo  que  tiene  ha,  nombrándolo  sehala- 
damiente  que  lo  conosce  por  su  fijo:  que  fué  precisamente  el 
caso  de  Fernando  Colo'n. 

Todavía  se  objeta,  que  si  éste  hubiera  sido  ilegítimo,  su 
padre  lo  hubiera  dado  á  entender  en  el  testamento ;  lo  cual 
es  un  error.  Semejante  confesio'n  estaba  prohibida  á  Cristó- 
bal Colón  bajo  pena  de  investir  de  nulidad  aquel  mismo 


•  Navarrete.  Tomo  II,  pág.  223. 

*  Costums  de  Tortosa,  ley  X,  Ms.  del  siglo  xiii,  citado  por  D.  Bienvenido 
Oliver,  Historia  del  derecho  en  Cataluña,  Mallorca  y  Valencia,  Madrid,  1881. 
in  8.°,  tomo  IV,  pág.  293. 


APÉNDICES 


721 


acto.  La  ley  lo  declaraba  en  términos  explícitos:  —  ((Pero  en 
tal  conoscencia  como  esta  non  debe  decir  que  es  su  jijo  natural; 
ca  si  lo  dixiere,  non  valdría  la  legitimación  '.» 

Estas  disposiciones  estaban  de  tal  modo  conformes  con 
las  costumbres  de  los  españoles,  que  las  famosas  Leyes  de 
Toro,  promulgadas  en  1505  las  amplían  aún  más: — ((...pero 
si  el  tal  hijo  fuere  natural,  y  el  padre  no  tuviere  hijos  ó  descen- 
dientes lejitimos,  mandamos  que  el  padre  le  puede  mandar  justa- 
mente de  sus  bienes  todo  lo  que  quisiere,  aunque  tenga  ascendien- 
tes legítimos  2 . » 

Los  hijos  naturales  no  estaban,  por  tanto,  calificados  en 
España  entre  los  indignos,  y  Colón  pudo  perfectamente 
llamar  á  Fernando  á  la  sucesio'n  del  mayorazgo,  aunque 
bastardo,  sin  que  se  pueda  deducir  de  aquí  la  consecuencia 
de  que  fuera  legítimo. 

Con  la  esperanza  de  poner  fin  á  discusiones  inútiles,  nos 
hemos  detenido  á  tratar  esta  cuestión,  que  por  otra  parte  no 
tiene  importancia  alguna,  si  nos  remontamos  á  la  época  del 
nacimiento  de  Fernando  Colo'n.  A  fines  del  siglo  xv  la 
condicio'n  de  bastardía  no  tenía  consecuencias.  Desde  el 
Papa  hasta  el  último  de  los  hidalgos,  no  había  señor  que 
escrupulizara  el  tener  bastardos,  confesándolo  públicamente. 
Colón,  en  el  tiempo  de  sus  relaciones  con  Beatriz  Enrí- 
quez,  pudo  ver  en  las  calles  de  Co'rdoba  á  Fernando  el 
Católico,  cabalgando  en  compañía  de  su  hijo  ilegítimo  don 
Alonso  de  Arago'n,  promovido  al  arzobispado  de  Zaragoza 
cuando  contaba  seis   años   de   edad  3;    y    al   cardenal   Men- 


»  Las  siete  Partidas  del  rey  don  Alonso  el  Sabio. — Madrid,  1807,  in  4.°, 
Part.  IV,  tít.  XVI,  leyes  VI  y  VII;  tomo  III,  pág.  90. 

*  Leyes  de  Toro,  Ley  X;  en  los  Códigos  españoles.  —  Madrid,  1872, 
Tomo  VI,  pág.  573. 

*  Embiaron  á  suplicar  al  Papa,  que  tuuiese  por  bien  de  proueer  aquella 
Iglesia  (Metropolitana  de  Qaragoga)  en  la  persona  de  Don  Alonso  de  Aragón, 
hijo  natural  del  Rey  de  Castilla  que  era  de  seys  años. — ^urita,  Anales  de 
Aragón,  Madrid,  1600,  in  fol.  Tít.  XX,  cap.  XXIII,  tomo  IV,  pág.  296,  sub 
anno  1478.  —  En  su  consecuencia  don  Alonso  fué  preconizado  Arzobispo  por 
Sixto  en  un  consistorio  celebrado  en  el  castillo  de  Brarvano,  el  viernes  14  de 

Cristóbal  Colón,  t.  ii. —  91. 


722 


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CRISTÓBAL  COLON 


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doza  \  á  quien  seguían  sus  tres  bastardos  habidos  en  dife- 
rentes madres,  y  de  los  que  descienden  muchas  de  las  ilus- 
tres familias  del  Reino. 

Beatriz  Enríquez  era  de  Córdoba,  pobre,  aunque  parece 
pertenecía  á  una  familia  noble.  Era  hermana  de  Pedro  de 
Arana  ^,  que  mandaba  uno  de  los  buques  de  la  tercera  expe- 
dición, y  al  parecer,  prima  de  Rodrigo  de  Arana,  alguacil 
mayor  3. 

Sus  relaciones  con  Cristóbal  Colón  datan  de  la  época 


Agosto  de  1478.  Si,  como  dice  Zurita,  Alonso  no  tenía  entonces  más  que  seis 
años,  era  á  la  vez  bastardo  y  adulterino,  puesto  que  su  padre  casó  con  Isabel  la 
Católica  el  19  de  Octubre  de  1469  (Acta  del  casamiento  en  Clemencin,  Elogio, 
pág.  383),  después  de  los  esponsales  firmados  en  7  de  Enero.  Notaremos,  sin 
embargo,  que  este  historiador  dice  también :  <í parece  en  algunas  mejnorias  que 
Don  Alonso  había  nacido  en  el  año  mcccclxx. 

Marineo  Siculo,  hablando  del  niño  arzobispo  (Obras,  AlcsXá.,  1539,  in  fol. 
al  fóleo  cxxxix),  dice,  sin  encontrar  en  ello  malicia:  —  el  qual  en  tal  manera 
siguió  las  costumbres  y  virtudes  del  Rey  Don  Fernando  su  padre:-»  lo  que  creemos 
sin  dificultad;  porque,  en  efecto,  don  Alonso  tuvo  también  un  hijo  bastardo  que 
también  filé  arzobispo  de  Zaragoza:  D.  Ferdinandi  de  Aragón,  Alphonsi  archie- 
piscopi  CcBsar  augustani  filius ,  Ferdinandi  Castillce  et  Aragonice  regis  nepos. 
Antoni,  Bibliot.  Hispan.  Nova.,  tomo  I,  pág.  368.  Mucho  se  había  adelantado 
desde  el  Concilio  de  Poitiers  y  cierta  decretal  de  Alejandro  III. 

'  A  vueltas  de  las  negociaciones  desta  vida,  tuvo  tres  hijos  varones.  Oviedo 
Qui?icuagenas ,  bat.  I,  quine.  I,  diálogo  8.°;  MS,  citado  por  Prescott,  History 
of  Ferdinand  and  Isab ella,  Philadelphia,  1870,  in  8.°,  tomo  II,  pág.  371;  nota. 

*  Puso  por  capitán  de  un  navio  á  un  Pedro  de  Arana  ¡  natural  de  Córdoba, 
hombre  honrado  y  bien  cuerdo,  el  cual  yo  muy  bien  cognoscí,  hermano  de  la  madre 
de  Don  Hernando  Colon,  hijo  segundo  del  Almirante.  Las  Casas,  Historia,  lib.  I, 
cap.  CXXX,  tomo  I,  pág.  221. 

*  Y  nombró  por  capitán  d  un  hidalgo  llamado  Rodrigo  de  A  rafia,  fiatufal 
de  Córdoba.  Oviedo,  Historia  General,  lib.  II,  cap.  VI,  tomo  I,  pág.  26  y  47. 
El  parentesco  entre  estos  dos  Arana  se  desprende  únicamente  de  esta  afirmación 
de  las  Historie:  Pietro  de  Arana,  cugin  di  quelV  Arana,  che  morí  nella  Spagnola 
(cap.  LXV,  folio  152  vuelto).  Y  sabemos  que  el  Arana  que  murió  en  la  Espa- 
ñola, á  manos  de  Caonabó,  en  1493,  ^^3.  el  que  Oviedo  llama  Rodrigo,  y  Las 
Casas  Diego  de  Arana,  de  Córdoba,  Alguacil  mayor  del  Armada.  Es  curioso 
observar  que  el  autor  de  las  Historie,  obra  que  se  atribuye  á  Fernando  Colón, 
que  habla  de  estos  dos  Aranas  (folios  68,  70,  152  y  154)  omite  el  recordar  que 
uno  de  ellos  era  tío  suyo,  hermano  de  Beatriz  Enríquez,  la  que  se  dice  legítima 
consorte  del  Almirante.  - 

También  se  encuentra  un  Pedro  de  Arana  entre  los  familiares  de  la  casa 
de  don  Fernando  en  1538  (véase  su  testamento)  y  entre  los  de  la  casa  de  Doña 
María  de  Toledo  en  1549.  Y  es  singular  coincidencia  que  la  orden  dada  para 
el  pago  de  lo  que  se  adeudaba  á  Catalina  Enríquez,  nodriza  de  su  hijo  don 
Diego,  se  remite  para  fijar  su  cuantía  á  lo  que  dijera  Pedro  de  Arena  ó  de  Arana. 
Méndez  habla  también  de  un  Diego  de  Arana,  criado  de  la  Señora  Virreyna  de 
las  Indias.  Navarrete,  tomo  I,  pág.  314. 


APÉNDICES 


723 


de  los  primeros  pasos  que  intento'  en  la  corte  para  lograr 
que  se  aceptasen  sus  proyectos,  en  el  otoño  de  1487.  Tenía 
entonces  más  de  cuarenta  años. 

Hay  motivos  para  creer  que  aquellas  relaciones  fueron 
de  breve  duracio'n,  y  que  cesaron  poco  tiempo  antes  de  la 
salida  de  Colón  para  su  memorable  viaje.  Nunca  se  men- 
ciona á  Beatriz  en  las  cartas  del  Almirante,  aun  cuando 
el  relato  parece  que  debía  dejar  caer  el  nombre  bajo  su 
pluma.  Así  en  el  Diario  de  navegación  del  primer  viaje, 
el  14  de  Febrero  de  1493,  en  un  momento  de  tristeza,  se 
lamenta  Colón  de  estar  alejado  de  sus  dos  hijos  «que  los 
dejaba,  dice,  huérfanos  de  padre  y  madre  en  tierra  extraña.)) 
Sin  embargo,  en  1493,  aún  vivía  Beatriz  Enriquez,  que 
murió  quizá  veinte  años  después.  ¿Por  qué  razo'n  califico' 
entonces  Colón  á  sus  dos  hijos  como  huérfanos  de  padre  y 
madre?  ¿Se  hubiera  valido  de  semejante  frase,  si  Beatriz,  la 
madre  de  don  Fernando,  hubiera  sido  su  legítima  esposa,  ni 
aun  siquiera  si  aquel  hijo,  que  entonces  so'lo  tenía  cuatro 
años,  hubiera  vivido  al  lado  de  Beatriz  Enriquez?  No  se 
olvide  tampoco  que  Cristóbal  Colón  so'lo  una  vez  habla  de 
Beatriz,  y  es  para  acusarse  de  la  conducta  que  observo'  con 
ella,  ((porque  esto  pesa  mucho  para  mi  ánima.» 

Sea  como  quiera,  pronto  dejaron  de  vivir  juntos.  Colón 
estableció'  su  morada  en  Sevilla  en  la  collacio'n  de  Santa 
María,  en  tanto  que  Beatriz  no  dejo'  su  residencia  de  Co'r- 
doba.  Este  hecho  resulta  de  la  cláusula  del  testamento  de 
Diego  Colo'n,  en  el  que  mandando  á  sus  herederos  paguen 
los  atrasos  de  la  mezquina  pensión  de  diez  mil  maravedís  ' 
que  Colón  le  había  legado  diez  y  siete  años  antes  y  que 
Diego  se  cuido'  poco  de  que  fuera  pagada  con  regularidad, 
designa  á  la  madre  de  don  Fernando  con  estas  palabras: 
((BeatrÍ7^  EnriqueT^,  vecina  que  fué  de  Córdoba.)) 


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*  Cláusula  27  del  testamento  otorgado  en  Sevilla  en  16  de  Marzo  de  1507; 
y  cláusula  15  del  otro  que  otorgó  en  Santo  Domingo  en  8  de  Septiembre 
de  1523. 


724 


CRISTÓBAL  COLON 


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¿Leyendo  esta  frase,  no  causaría  admiracio'n  que  Diego 
no  calificase  á  Beatriz  Enríquez  de  viuda  que  fué  del  Almirante 
mi  señor  padre  ',  y  que  hablara  de  ella  con  tan  poco  respeto, 
sin  tratarla  siquiera  de  Doña,  si  hubiera  sido  su  madrasta? 
En  fin,  ¿co'mo  puede  admitirse  que  Colón  hubiera  legado  á 
la  que,  siendo  su  esposa,  habría  sido  de  derecho  viuda  del 
gran  Almirante  de  las  Indias,  ciento  cincuenta  francos  de 
renta,  por  toda  pensio'n  alimenticia? 

Fernando  Colon  nunca  hablo'  de  su  madre,  y  aun 
ignoramos  el  año  de  su  muerte.  De  algunas  cláusulas  del 
testamento  de  Diego  Colon  se  deduce  que  aún  vivía  en  1513. 

El  Almirante  profeso  siempre  á  Fernando  el  mayor 
cariño;  y  hasta  le  llamo'  á  suceder  en  el  ma3'^orazgo  en  el 
caso  en  que  Diego  muriera  sin  dejar  sucesio'n  ^' 

Cuando  el  primer  viaje  de  descubrimiento  de  Colón, 
desde  el  3  de  Agosto  de  1492  á  4  de  Marzo  de  1493  (Y  P^"^" 
bablemente  hasta  1498),  Fernando  estaba,  según  dice  su 
padre,  en  Co'rdoba  3^  en  la  escuela.  Tenía  entonces  catorce 
años. 


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»  El  Almirante  mi  padre  mandó  que  la  diese  en  cada  un  año  diez  mil  mara- 
vedís. (Testamento  de  Diego  Colón).  Un  maravedí  equivalía  próximamente  á 
céntimo  y  medio  de  Francia,  y  el  legado  era  de  ciento  cincuenta  francos 
de  renta  de  aquel  tiempo.  Dejar  esta  cantidad,  casi  ridicula,  es  demostrar  ha^ta 
qué  punto  es  improbable  la  pretensión  de  hacer  á  Beatriz  Enríquez  mujer 
legítima  de  Cristóbal  Colón.  Es  cierto  que  éste  en  su  testamento  sólo  manda 
á  Diego  que  la  provea  que  pueda  vivir  honestamente ,  sin  señalar  la  cantidad  de 
la  pensión ;  pero  como  Diego  declara  que  su  padre  le  ordenó  (mandó)  que 
pagara  10,000  maravedís  por  año,  hay  fundamento  para  creer  que  esto  fué  dicho 
por  Colón  verbalmente.  En  todo  caso,  esa  suma  de  150  francos,  demostraría 
que  Diego  no  tenía  á  Beatriz  en  gran  estimación. 

*  Primeraniente  que  haya  de  suceder  don  Diego,  mi  hijo,  y  si  del  dispusiere 
Nuestro  Señor  antes  que  él  hobiese  hijos ,  que  etide  suceda  don  Fernando,  mi  hijo. 
(Institución  del  Mayorazgo.  —  Navarrete,  tomo  II,  pág.  232. 

*  Dice  más ,  que  también  le  dabati  grati  pena  dos  hijos  que  tenía  en  Córdoba 
al  estudio.  (Derrotero,  Navarrete,  tomo  I,  pág.  152). 

Herrera  dice  (Década  I,  lib.  II,  cap.  IV)  que  cuando  Colón  salió  para 
el  segundo  viaje  en  1493  dejó  al  lado  del  príncipe  á  sus  dos  hijos  en  calidad  de 
pajes.  Este  historiador  sigue  aquí  con  evidencia  á  Oviedo,  que  refiere,  que: 
f-Hizo  Colon  que  los  Reyes  Católicos  hubieran  por  bien  que  sus  hijos  el  Príncipe 
Don  Juan  los  recibiese  por  pajes  suyos ,  los  cuales  eran  Don  Diego  Colon,  hijo 
legítimo  y  mayor  del  Almirante,  y  otro  su  hijo  Don  Fernando  Colon,  que  hoy 
vive...  Y  así  el  Príncipe  Don  Juan  trató  bien  á  estos  sus  hijos,  y  eran  del  favor e- 


APÉNDICES 


725 


A  principios  del  año  1494,  su  tío  Bartolomé,  que  llegaba 
de  Francia,  fué  á  buscarlo  para  conducirle  á  la  corte,  pero 
no  podía  ser  para  que  entrase  á  servir  de  paje,  como  dice 
Las  Casas ,  porque  Fernando  no  fué  nombrado  para  aquel 
empleo  hasta  cuatro  años  después  ^ 

En  18  de  Febrero  de  1498  fué  nombrado  paje  de  la 
reina  Isabel. 

En  1502,  Colón  le  llevo  consigo,  en  lugar  de  Diego,  en 
su  cuarto  y  último  viaje.  Fernando  se  mostró  digno  de 
aquella  preferencia,  por  la  calma  y  el  valor  de  que  dio'  prue- 
bas en  tan  difícil  y  penoso  viaje. 

Salió  de  Cádiz  el  9  de  Mayo  de  1502  y  regreso'  á 
España  con  su  padre  en  7  de  Noviembre  de  1504.  Le  vemos 
en  3  de  Diciembre  siguiente,  llevando  desde  Sevilla  á  Segovia 
para  su  hermano,  que  estaba  en  la  corte,  dinero,  cartas  y 
una  peticio'n  relativa  á  las  justas  reclamaciones  que  el  Almi- 
rante no  cesaba  de  formular. 

Según  Washington  Irving,  Fernando  acompaño  á  su  tío 
Bartolomé  á  la  corte  en  la  primavera  del  año  1505.  Su 
padre  fué  á  reunirse  con  ellos  en  Segovia  ^  por  Mayo  del 
mismo  año,  y  es  probable  que  á  causa  de  la  mala  salud  del 
Almirante  3  ya  no  le  abandonara  más  hasta  su  muerte, 
ocurrida  en  Valladolid  el  día  de  la  Ascensio'n  de  1506. 


cidos  y  anduvieron  en  su  casa  hasta  que  Dios  lo  llevó  á  su  gloria  en  la  ciudad  de 
Salamanca  en  el  año  I4g7. —  Oviedo,  Historia  general ,  lib.  III,  cap.  VI, 

Sólo  se  conserva  el  nombramiento  de  Diego,  que  tiene  fecha  de  8  de  Mayo 
de  1492.  (Navarrete,  tomo  II,  pág.  17.)  Copiado  en  los  registros  que  todavía 
están  intactos,  es  raro  que  no  se  encuentre  el  de  Femando  junto  al  otro,  como 
sucede  en  el  nombramiento  de  los  dos  hermanos  para  pajes  de  la  reina,  que  se 
hizo  en  dos  cédulas  diferentes,  pero  que  están  en  los  registros  á  continuación 
una  de  otra  con  un  día  de  diferencia  (loe  cit ,  pág.  220.)  Tampoco  debe 
olvidarse  que  Fernando,  en  Agosto  de  1492,  contaba  apenas  cuatro  años,  mien- 
tras que  el  príncipe  tenía  catorce. 

*  Partióse  de  Sevilla  para  la  corte  que  estaba  en  Valladolid,  por  el  principio 
del  año  I4<)4,  y  llevó  consigo  á  dos  hijos  que  tenía  el  Almirante,  Don  Diego  y  Don 
Fernando...  para  que  fueran  á  servir  al  príncipe  Don  Juan  de  pajes. — Las  Casas, 
Historia,  lib.  II,  cap.  CI,  tomo  II,  pág.  79. 

*  Las  Casas,  Historia,  lib.  II,  cap.  XXXVII. 

'  Venido  su  señoría  á  la  cor  te,  y  estando  en  Salamanca  en  la  cama  enfermo 
de  gota.  (Relación  de  Diego  Méndez,  Navarrete,  tomo  I,  pág.  325). 


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726 


CRISTÓBAL  COLÓN 


No  hemos  podido  encontrar  indicación  alguna  que  se 
refiera  al  punto  de  residencia  y  ocupaciones  de  don  Fernando 
en  los  tres  años  que  siguieron  á  aquel  suceso. 

En  los  versos  latinos  que  él  mismo  compuso  y  se 
encuentran  grabados  en  la  losa  que  cubre  sus  restos  en  la 
catedral  de  Sevilla ,  se  lee  este  principio : 

Aspice  quid  prodest  totum  sudasse  per  orbem 
Atque  orbem  patris  ter  pera^rasse  novum. 


No  se  tiene  noticia  de  que  Fernando  Colon  emprendiera 
más  que  dos  viajes  al  Nuevo  Mundo.  El  de  1502-1504,  y 
otro  de  que  hablaremos  más  adelante.  ¿Fué  otra  vez  á  las 
Antillas  en  el  transcurso  de  aquellos  tres  años?  A  pesar  de  los 
esfuerzos  que  hemos  hecho  para  saberlo  no  podemos  asegu- 
rarlo. 

De  1506  á  1509  Diego  Colon  estuvo  en  España  procu- 
rando en  vano  que  se  le  invistiera  en  las  dignidades  en  que 
el  testamento  de  su  padre  le  llamaba  á  suceder.  Puede 
suponerse  que  el  estado  precario  de  la  fortuna  de  los  here- 
deros del  Almirante,  y  el  cuidado  de  sus  intereses,  puesto 
que  su  único  patrimonio  consistía  en  aquellos  privilegios  que 
se  le  disputaban,  retuvieron  á  Fernando  en  España  al  lado 
de  su  hermano,  que  se  había  visto  en  la  precisio'n  de  llevar 
sus  pretensiones  ante  el  Consejo  de  Indias  ^  Pero  estas  mis- 
mas razones  pudieron  obligarle  también  á  volver  á  atravesar 
el  Océano. 

Aunque  Herrera  habla  de  un  viaje  emprendido  por  los 
dos  hermanos  á  Santo  Domingo  en  1508,  no  fué  sino  en  el 
año  siguiente,  porque  el  10  de  Julio  de  1509  fué  cuando 
Diego,  investido  al  fin  con  la  dignidad  de  Almirante,  se 
embarco'  en  Sanlúcar  con  su  mujer,  su  tío  Bartolomé  y 
Fernando,  que  llevaba  encargo  especial  del  Rey  de  fundar 


*     Herrera. —  Década  I,  lib.  VI,  cap.  V. 


APÉNDICES 


727 


en  Santo  Domingo,  y  en  toda  la  isla,  iglesias  y  monas- 
terios *• 

Fernando  parece  que  cumplió  bien  su  misio'n  porque  en 
una  carta  de  mano  de  la  isla  Española,  encontrada  hace  poco 
en  la  Biblioteca  Colombina ,  entre  las  hojas  de  guarda  de  su 
ejemplar  de  las  Décadas  de  Pedro  Mártir,  impresas  en  Sevilla 
en  1511,  se  encuentra  gran  número  de  edificios  con  campa- 
narios terminados  por  una  cruz. 

Entonces  fué  cuando  recibió'  como  esclavos  cuatrocientos 
indios  que  el  Rey  Fernando  en  1514  le  permitió'  conservar 
á  pesar  de  lo  dispuesto  en  las  leyes  ^.  Las  Casas  le  acusa  de 
desconocer  el  derecho  de  aquellos  desventurados  isleños  3. 

Biblio'filo  meto'dico  é  ilustrado,  Fernando  anotaba  en  la 
última  hoja  de  cada  libro  de  los  que  compraba  para  su 
numerosa  biblioteca ,  la  fecha  y  el  lugar  en  que  había  hecho 
la  adquisicio'n.  Muchos  de  sus  libros  se  han  perdido,  pero  el 
catálogo  que  contiene  aquellas  interesantes  rúbricas,  y  los 
cuatro  mil  volúmenes  procedentes  de  su  coleccio'n,  que  se 
conservan  todavía  en  la  Colombina,  bastan  para  que  podamos 


'  Asi  que,  después  que  el  Rey  Cathólico  acordó  de  admitir  el  segundo  Almi- 
rante,  é  ovo  por  bien  que  acá  pasasse,  llegó  á  esta  ciudad  de  Sancto-Domingo  con 
su  muger  la  vi-rey  na,  Doña  Maria  de  Toledo,  d  diez  dias  de  Julio,  año  de  la 
natividad  de  Cristo  de  mili  é  quinientos  é  nueve  años. —  Oviedo,  Historia  general, 
lib.  IX,  cap.  I,  tomo  I,  pág.  97. 

Herrera  ,  sin  embargo,  dice :  « tuvo  orden  del  Rey,  para  aprovechar  d  su 
hermano  Don  Hernando  en  quanto  pudiese,  i  de  poner  todo  cuidado  en  la  fábrica 
de  las  Iglesias  y  monasterios.  (Herrera,  Década  I,  cap.  VI,  pág.  185)-,  pero  este 
historiador  se  confunde  con  Bartolomé  Colón.  Cf.  la  cédula  de  12  de  Noviembre 
de  1509. —  Colee,  de  doc.  inéd.  de  Indias,  tomo  XXXI,  pág.  478. 

*  Y  porque  se  trataba  de  embiar  nuevo  Repartidor  de  los  Indios  de  la  Espa- 
ñola, que  no  se  quitasen  d  Don  Hernando  Colon  los  quatr o  cientos  que  tenia, 
aunque  fuese  contra  el  tenor  de  las  ordenanzas  (Herrera;  Dec.  I,  lib.  X,  capí- 
tulo XVI).  Hemos  encontrado  la  huella  de  algunos  de  estos  indios  reducidos  al 
estado  de  domésticos  ó  más  bien  de  esclavos.  Con  fecha  23  de  Noviembre  del 
año  1 5 14,  un  cierto  Marmolejo  recibió  en  reparto  en  la  villa  de  Concepción,  en 
la  Española,  once  de  los  naüirales  que  Fernando  había  hecho  matricular  á  su 
nombre ,  aunque  no  sabemos  en  qué  año.  —  «  Once  naborías  de  casa  que  registró 
Don  Hernando  Colon. f>  Repartimiento  de  la  isla  Española,  en  la  Colección  de 
documentos  inéditos ,  tomo  I,  pág.  70. 

'  Don  Hernando  Colon  alcafizó  poco  del  derecho  destas  gentes  (los  indios), 
y  de  tener  por  injusticias  las  primeras  que  su  padre  comenzó  en  esta  isla  contra  los 
naturales  della.  Las  Casas,  Historia,  cap.  XXVII,  lib.  II,  tomo  III,  pág.  138. 


728 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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restablecer  con  exactitud  las  naciones  y  pueblos  que  visito',  y 
el  año  en  que  hizo  cada  viaje. 

Notaremos  desde  luego,  que  no  permaneció'  mucho  tiem- 
po con  su  hermano  en  Santo  Domingo,  porque  éste  le  volvió' 
á  enviar  con  la  flota  que  regresaba  y  cuyo  mando  le  confio' 
á  pesar  de  su  juventud.  La  vuelta  fué  motivada  por  la  ne- 
cesidad que  tenía  don  Fernando  de  continuar  sus  estudios  '. 

Le  vemos  desde  el  mes  de  Enero  de  1510  en  Vallado- 
lid  2.  En  el  mismo  año  se  le  encuentra  en  Calatayud,  en  el 
reino  de  Arago'n  3. 

En  1511,  5^a  establecido  en  Sevilla,  envió'  al  Cardenal 
Cisneros,  gran  amigo  de  su  padre  ^,  una  obra  manuscrita  5, 
que  tal  vez  fué  la  primera  que  compuso.  Eran  dos  tratados 
que  tenían  por  objeto  demostrar  que  se  podía  dar  la  vuelta 
al  mundo  por  mar,  de  Oriente  á  Occidente,  que  el  Evangelio 
debía  llevar  la  civilizacio'n  á  todas  partes,  y  que  toda  la 
tierra  estaría  un  día  sometida  á  España  ^.  Esta  obra  le  valió 
muy  lisonjeras  cartas  del  cardenal  y  del  Emperador  Carlos 
Quinto  7. 


'  Despachó  el  Almirante  á  su  hermano  Don  Hernando,  que  sería  de  edad 
de  diez  y  ocho  años ,  para  que  fuese  á  estudiar  á  Castilla  porque  era  inclinado  á 
las  ciencias. —  Las  Casas,  Historia,  lib.  II,  cap.  L,  tomo  11,  pág,  256. 

'  Libro  de  la  Menes calía,  compuesto  por  Mosen  Manuel.  Ms.  Diómelo 
Almeyda,  paje  de  Don  Hernando  de  Toledo,  en  Valladolid,  por  Enero  de  1510. 
N.°  3292  del  Registrum  B,  del  cual  tomamos  todas  estas  indicaciones.  (Véase 
también  el  n.°  1870  del  tomo  II  del  Ensayo  de  Gallardo). 

^  Libro  de  Marco  Polo,  traducido  del  latin  en  castellano  por  Rodrigo  de 
Sanctaella.  Folio,  2  col.  Sevilla,  Lanzalao  Colono  y  Jácome  Cromberger,  1502. 
Costó  en  Calatayud  54  maravedís,  año  de  15 10.  — N.°  3279. 

'*■     Herrera,  Década  I,  lib.  VI,  cap.  XIV,  pág.  166. 

"  El  original  del  libro  que  yo  hice  y  envié  al  cardenal  Don  fray  Francisco 
Ximenez  en  Sevilla  año  de  i¿ii,  dicho  Colon  de  Concordia ,  divídese  en  dos  trata- 
dos.  Es  infolio  manuscriptus.  N.° jy8j. 

*  Un  volumen  intitulado  Colon  de  Concordia,  en  tres  libros  diviso,  en  el 
primero  de  los  cuales  se  mostró  que  en  nuestros  días  sería  todo  el  mundo  de 
Oriente  á  Occidente  por  todas  partes  navegado,  y  la  forma  que  en  ello  se  debía 
tener:  en  el  segundo  se  dijo  que  por  todo  el  mundo  asimesmo  en  nuestros  dias  sería 
la  palabra  del  Evangelio  divulgada  y  recibida:  y  en  el  tercero  se  probó  que  el  uni- 
versal imperio  había  de  ser  á  la  corona  de  España  concedido.  (Declaración  del 
derecho  que  la  R.  C.  de  Castilla  tiene  á  la  conquista  de  Persia.  Colección  de 
docums.  inéd.,  tomo  IX,  pág.  383). 

'  Y  según  se  muestra  por  las  cartas  que  su  Alteza  y  el  dicho  cardenal  sobre 
ello  me  escribieron ,  fué  gratamente  aceptado.  (Loe  cit.) 


APÉNDICES 


729 


En  el  otoño  del  mismo  año  hace  una  excursio'n  á  Toledo 
y  Alcalá  de  Henares  ^ 

En  Junio  de  1512  está  don  Fernando  en  Lérida,  donde 
compra  muchas  obras  en  lengua  catalana  2.  Poco  tiempo 
después  emprende  su  primer  viaje  á  Roma,  y  pasa  cerca  de 
un  año  en  aquella  ciudad  3,  ocupándose  principalmente  de 
literatura. 

En  el  verano  de  1513,  está  Fernando  de  regreso  en 
España,    adonde  parece  volvió  directamente    por    mar;   en 


*  Manual  de  la  Sancta  Fé  católica.  Sevilla,  1495,  ^"  4-°  Costó  en  Toledo 
34  maravedís,  año  15 11,  9  de  Octubre.  Núm.  3004. 

—  Cárcel  de  amor  en  español.  —  Edic.  por  Diego  de  Sampedro.  Logroño, 
año  1508,  in  4.°  Costó  en  Alcalá  de  Henares  17  maravedís,  año  1511  á  5  de 
Noviembre.  Núm  3006. 

*  Vocabulario  catalán  y  alemán.  Divisus  in  dúo  lib.  Perpiñán,  1502,  in  8." 
2  col.  Costó  en  Lérida  20  maravedís,  año  15 12,  por  Junio.  Núm.  3862. 

—  Refranes  en  prosa  catalana  glossados  por  moseti  Dimas  preveré,  Barcelo- 
na, 151 1,  in  4.°,  2  col.  Costó  en  Lérida  8  maravedís,  año  15 12.  Núm.  3854. 

—  Libro  en  catalán,  del  estilo  de  escribir  á  cualquier  persona ,  hecho  por 
Tomás  de  Ferpijiya.  Impr.  por  Jo.  Rosembach,  1510,  in  4.°  Costó  en  Lérida 
5  maravedís,  año  15 12,  por  Junio.  Núm.  3860. 

—  Disputa  del  ase  contra  frare  Enselm  Turmeda,  sobre  la  natura  et  noblesa 
deis  animáis ,  ordenat per  lo  dit  Enselm.  Barcelona,  1509,  in  4.°  Costó  en  Lérida 
29  maravedís,  año  15 12,  por  Junio.  Núm.  3861. 

—  El  recibimiento  que  hizo  el  Rey  de  Francia  en  Saone  al  Rey  don  Fernando 
en  español,  in  4.°  Costó  en  Lérida  3  maravedís,  año  15 12,  por  Junio.  Núm.  3856. 

'  Lettera  di  Americo  Vespuci  delle  isole  novamente  tróvate  in  quatro  suoi 
viaggi.  Datum  Lisbone  die  4  di  Septembre  1504.  Es  en  toscano  y  en  4.°  Costó 
en  Roma  cinco  cuatrines,  año  15 12,  por  Setiembre.  Núm.  3041.  (B.  A  V.,  Nú- 
mero 87).  Un  ejemplar  de  este  opúsculo  fué  el  que  enagenado  por  13,000  francos 
en  la  venta  del  doctor  Court,  acaba  de  ser  pagado  en  1,000  libras  esterlinas  por 
un  aficionado  de  New  York.  La  anotación  de  don  Fernando  pnieba  que  esta 
edición  existía  ya  en  15 12,  y  que  no  es  de  15 16  como  se  había  supuesto  al 
encontrarlo  encuadernado  con  la  carta  de  Corsali. 

— Juvenal,  1509,  in  fol.  Costó  en  Roma  60  cuatrines  año  15 12  por  Setiem- 
bre, y  un  amado  de  oro  vale  307  cuatrines.  Ego  D.  Fernando  Colon  audivi  Ro- 
mee hunc  librum  quodaní  meo  magistro  exponente  á  6  die  decembris  15 12  usque  ad 
20  ejusdem  mensis. 

—  Spagna,  en  metros  toscanos.  Florencia,  1490,  in  folio  2  col.  Costó  en 
Roma  50  cuatrines  por  Octubre  de  1512.  Núm.  2548. 

—  Libro  de  motetes  de  canto  d'  órgano.  Impr.  en  Venecia,  por  Otavio  Per- 
tnicio,  1504,  4  vol.  in  4.°  ad  longum.  Cada  voz  está  de  por  sí  en  un  libro.  Cos- 
taron las  cuatro  partes  en  Roma  247  cuatrines,  año  de  15 13,  por  Hebrero.  Nú- 
mero 2895. 

—  Sermo  Fr.  Dyonisii  Vázquez,  hispani.  Impr.  Roma,  año  15 13.  Hunc  se r- 
monem  audivi  viva  voce  auctoris  Rome,  Mensis  Martii  1513.  Núm.  2640. 

—  Bernardini  Carvajal ,  Oratio  de  elegendo  summo  pontífice,  in  4.°  Costó 
en  Roma  2  cuatrines  por  Junio  de  15 13.  Núm.  2902. 

Cristóbal  Colon  t.  ii.— 92. 


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730 


CRISTÓBAL  COLON 


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Agosto  se  hallaba  en  Barcelona  ',  en  Tarragona,  y  después 
en  Valencia  ^.  En  el  invierno  siguiente,  muy  al  principio 
vuelve  á  comenzar  su  peregrinación.  En  Febrero  de  1514  se 
encontraba  en  Madrid  3,  villa  que  apenas  contaba  entonces 
3,000  habitantes,  donde  la  imprenta  no  fué  establecida  sino 
cuarenta  y  seis  años  después ,  pero  que  tenía  ya  una  tienda 
de  libros  y  quizá  un  encuadernador.  En  Julio  siguiente 
estuvo  en  Medina  del  Campo  4;  en  Valladolid  en  Noviem- 
bre 5;  pero  muy  luego  volvió'  á  Italia,  ya  que  en  Enero 
de  1815  estaba  en  Genova  ^,  y  en  Junio  y  Setiembre  en 
Roma  7.  En  el  mes  de  Octubre  hizo  una  excursio'n  á  Viter- 
bo   ^,   y   volvió   á   pasar    el   invierno    en    la    ciudad   de   los 


*  Zo  plant  de  la  Reina  Ecuba,  en  prosa  catalana,  compost  per  mosen  Joan 
Roiz  de  Corella.  Imp.  Barcelona,  por  Joan  Liischer,  in  4.°  Costó  3  dineros  en 
Barcelona  por  Agosto  de  15 13.  Ntím.  3958. 

*  Cancionero  de  Rodrigo  de  Reinosa,  de  coplas  de  Nuestra  Señora,  en  espa- 
ñol, cum  nonnullis  figiiris  depictis.  Estampado  en  Barcelona,  año  15 13,  in  4.° 
2  col.  Costó  en  Tarragona  6  dineros,  por  Agosto  de  15 13. 

—  Vision  deleitable  de  la  casa  de  la  Fortuna,  compuesto  por  Eneas  Silvio  en 
latín  y  traducido  en  español  por  Juan  Gómez.  Valencia,  1 5 1 1 ,  in  4.°  Costó  en 
Valencia  5  dineros  por  Agosto  de  15 13. 

*  Antonii  Nebrissensis  Gratnmatica.  Logronii  per  Arnaldum  Guillelmum, 
año  1 5 13,  in  fol.  Costó  en  Madrid  17  maravedís,  per  Hebrero  de  15 14,  encua- 
dernado. 

*  Floretum  sane  ti  Mathei,  colectum  per  Petrum  de  Prexano,  Hispani,  1491, 
in  fol.  Costaron  en  Medina  del  Campo  600  maravedís  por  Junio  de  15 14.  Nú- 
meros 2721  y  3975. 

"  El  sétimo  libro  de  Amadís ,  Sevilla,  15 14,  in  fol.  Costó  en  Valladolid 
130  maravedís  por  Noviembre  de  15 14.  Nüm.  4000. 

— La  Historia  de  Melosina,  en  español.  Valencia,  15 12,  in  fol.  con  figuras. 
Costó  en  Valladolid  70  maravedís  por  Noviembre  de  15 14.  Núm.  4146. 

*  Silvestri  de  Prierio  in  theoricas  planetarum  p redar issinia  comentarla. 
Mediolani,  15 14,  in  4.°  Costó  en  Genova  siete  sueldos  por  Enero  de  15 15; 
Prima  novembris  1513  iticipi  hunc  libriim  exponente  eum  magistro  Sebastiano; 
Romee  immediate post  24.^"^  horam ,  octo  prima  folia  tantum  in  octo  lectionibus 
exposuit  (Biblioteca  Colombina,  GG.,  177,  23. 

"<  2  ragicomedia  de  Ca listo  y  Melibea.  Sevilla,  1502,  in  4.°  Muchas  figuras. 
Costó  en  Roma  25  cuatrines  por  Junio  de  15 15.  Núm.  2417. 

—  Copia  de  una  lettera  del  re  de  Portogallo.  Roma,  1505,  in  4.°  Costó  en 
Roma  3  cuatrines  por  Setiembre  de  15 15.  Núm.  2428. 

*  Littera  della  presa  de  Orano,  edita  per  Georgio  de  Veracaldo,  traducida 
de  castellano  en  vulgar  italiano,  por  Baltasar  del  Río,  in  4.°  Costó  en  Viterbo 
I  cuatrín  por  Octubre  de  15 15.  Núm.  2433. 

—  Obedientiam  Joannis  II  Portugalice  Regis  ad  Alexandrutn  VI.  praest. 
per  Ferdinand  d'  Almeida,  in  4.°  Costó  en  Viterbo  i  cuatrín  por  Octubre  del 
año  1515.  Núm.  3452. 


APÉNDICES 


731 


papas  ',  quizá  después  de  haber  estado  en  Bolonia  al  tiempo 

de  la  entrevista  de  Leo'n  X  con  Francisco  I  el  9  de  Noviem-     ly^,] 

bre  de  1514. 

En  el  mes  de  Enero  de  1516  fué  don  Fernando  á  Flo- 
rencia 2,  donde  se  encontraba  todavía  en  Julio  3,  á  pesar  de  1 
que  allí  recibió'  la  noticia  del  fallecimiento  del  rey  Fernando 
de  Arago'n;  pero  volvió  poco  después  á  España,  y  muy  pro- 
bablemente también  por  mar,  porque  al  fin  del  mes  de  Julio 
estaba  ya  en  Medina  del  Campo  4, 

En  la  primera  quincena  de  Junio  de  1517,  le  encontra- 
mos en  Madrid  nuevamente,  pues  allí  recibió  el  día  16  un 
libro  que  de  Roma  le  había  enviado  el  maestro  Pedro  de 
Salamanca  el  29  de  mayo  de  aquel  año  5. 

¿Fué  á  Roma  inmediatamente,  aunque  para  permanecer 
allí  una  corta  temporada?  Puede  sospecharse,  porque  con- 
servamos un  libro  suyo  comprado  en  aquella  ciudad  ^  en 
Junio  de  1517.  Al  regresar  á  España  fué  á  visitar  á  Antonio 
de  Lebrija,  que  entonces  vivía  en  Alcalá  T ,  en  cuya  Univer- 
sidad enseñaba  la  elocuencia  latina,  y  probablemente  don 
Fernando  le  consultaría  sobre  el  Diccionario  geográfico  de 
España,  que  empezó'  á  escribir  en  Sevilla  ^,   el  lunes  3  de 


*  Coplas  en  catalán  de  Miraglos  de  N.  S.  del  Socors,  in  4.°  Costaron  en 
Roma  I  cuatrín  por  Octubre  de  15 15.  Núms.  2366  y  2454. 

*  Adriani  Cardinalis ,  de  Sermone  latino  opusculorum ,  in  4.°  Costo  en  Flo- 
rencia 34  cuatrines  viejos,  por  Enero  de  15 16.  Núm.  2985. 

*  Gasparis  Torella  consiliu7n  de  prceservatione  et  curatione  pestis.  Roma. 
Costó  en  Roma  10  cuatrines  por  Julio  de  15 16.  Núms.  3599  y  2 131. 

*  Expositio  Laurentii  Vallensis  Salmanticae,  in  fol.  Costó  en  Medina  del 
Campo  I  real  por  Julio  de  1516.  Núm.  2723. 

'  De  correctione  Kalendarii.  Sine  anno  et  loco,  in  4.°  Este  tratado  me 
embió  maestro  Pedro  de  Salamanca  de  Roma  á  los  29  de  Mayo  de  1517,  y  rece- 
bílo  en  Madrid  á  16  de  Junio  de  dicho  afio  (Colombina ,  GG.,  177,  5). 

'  Marci  Danduli  oratoris  Veneti  apud  Ser.  Ferdinandum  Hispanice  oratio. 
Neapoli,  1507,  in  4.°  Costó  en  Roma  3  cuatrines  por  Junio  de  1517  (V.  A.  V., 
Additions,  Núm.  28). 

'  Tabla  de  la  diversidad  de  los  dias  y  horas  en  las  cibdades ,  villas  y  lugares 
de  España  y  otras  de  Europa  que  le  responden  por  sus  paralelos.  Compuesta  por 
Antonio  de  Nebriger,  en  4.°  Diómela  el  mismo  autor  en  Alcalá  de  Henares,  año 
de  1517.  Núm.  2725. 

*  El  borrador  escrito  de  mano  de  su  secretario,  existe  todavía  en  la  Colom- 
bina, BB.,  150,  24. 


1 


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732 


CRISTÓBAL  COLÓN 


/'T'x 


Agosto  de  1517.  El  Presidente  del  Consejo  Real,  por  razo- 
nes que  desconocemos,  le  prohibió'  que  continuase  aquel 
trabajo  '. 

En  aquel  año  paso'  el  invierno  en  España,  probablemente 
en  Valladolid,  donde  se  celebraban  las  Cortes  de  Castilla  que 
Carlos  V  acababa  de  convocar  para  su  proclamación.  Don 
Fernando  estaba  en  aquella  ciudad  en  el  mes  de  Enero  del 
año  1518  2;  y  aún  permanecía  allí  en  Marzo,  donde  después 
de  hacer  encuadernar  aquel  ejemplar  de  Séneca  3,  que  se  ha 
hecho  tan  célebre  por  la  nota  puesta  al  margen  del  coro  de 
la  Medea,  tantas  veces  citado: 


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Quihus  Oceanus  vincula  rerum 
Venient  annis  sacula  seris 
Laxet,  ét  ingens  pateat  tellus, 
Typhisque  novas  detegat  orbes, 
Nec  sit  terris  ultima  Thule, 


■:K' 


comenzó  la  lectura  el  seis  del  dicho  mes. 

En    Julio    de    1518    estuvo    Fernando    en    Medina    del 
Campo  4;   y  en  Setiembre  empezó'  en  Segovia  aquel  árido 


XAv 


tK'm^'^ 


*  Entendía  en  hacer  la  descripción  y  Cosmographia  de  España,  á  que  por 
el  Presidente  del  Real  Consejo  de  S.  M.  me  fué  pttesto  impedimento  ( Discurso 
declaratorio  del  derecho  que  la  corona  tiene  en  la  conquista  de  Persia.  Colección 
de  docums.  inéd.,  tomo  XVI,  pág.  383). 

*  Alvari  Pelayi.  De  Planete  ecclesice.  Lugduni,  15 17,  in  fol.  Costó  en  Va- 
lladolid 10  maravedís  por  Enero  de  15 18.  Núm.  2584. 

*  TragedicB  SeneccB  cum  duobus  commentariis.  Venetiis,  15 10,  in  fol.  Costó 
quatro  reales  y  dos  por  encuadernar  en  Valladolid  por  Marzo  de  15 18,  así  que 
costó  seis  reales.  Sábado  seis  de  marzo  de  iji^,  comencé  á  leer  este  libro  y  á 
pasar  las  notas  del  en  el  yndice  en  Valladolid ,  y  distraído  por  muchas  ocupa- 
ciones y  caminos  no  lo  pude  acabar  hasta  el  domingo  8  de  Julio  de  1520  en 
Bruselas  de  Flandes,  en  el  qual  tiempo  las  anotaciones  que  ay  desde  el  núme- 
ro 1559  en  adelante  aun  no  están  pasadas  en  el  índice  porque  quedó  en  España. 

Miércoles  19  de  Enero  de  1524,  entre  las  doce  y  la  una,  lo  torné  otra  vez  á 
pasar  y  añadí  las  anotaciones  que  tienen  dos  virgulitas  y  las  diciones  sublineadas 
que  tienen  una  -^  al  fin  de  linea  y  comencé  á  pasar  otra  vez  las  notas  añadiendo 
las  autoridades.  Núm.  478. 

*  Historia  de  Floriseo,  compuesta  por  Hernando  Bernal.  Valencia,  15 16, 
in  fol.  Costó  128  maravedís  en  Medina  del  Campo  por  Julio  de  15 18.  Núm.  2708. 


APÉNDICES 


733 


Diccionario  de  definiciones,  escrito  en  latín,  cuyo  tomo  pri- 
mero se  encuentra  todavía  en  la  Colombina  ^ 

Le  perdemos  de  vista  durante  todo  el  año  1519;  tal  vez 
asistiera  en  Barcelona  á  aquella  solemne  discusio'n  presidida 
por  Carlos  V,  en  presencia  de  Diego  Colo'n,  donde  Las  Casas 
defendió'  con  tanto  ardor  la  causa  de  los  desgraciados  indios. 
Habiendo  quedado  vacante  en  aquel  tiempo  el  trono  impe- 
rial, por  muerte  del  emperador  Maximiliano,  fué  escogido 
para  sucederle  Carlos  V  en  28  de  Junio  de  1519.  Pero  el 
electo  tenía  necesidad  de  sumas  de  gran  cuantía ,  no  tanto 
para  reembolsar  á  los  Fugger,  como  por  la  guerra  que  pre- 
veía; y  contaba  principalmente  con  el  servicio  o'  donativo  de 
albricias  por  su  elevacio'n,  el  cual  tardo'  mucho  en  concedér- 
sele.   Por  eso  no  se  embarco  para  los  Países  Bajos  hasta  el 

22  de  Mayo  de  1520. 

Fernando  formaba  parte  de  la  numerosa  comitiva  que 
Carlos  llevo'  consigo.  No  se  encuentra  su  nombre  en  la  lista 
que  da  Sandoval,  pero  creemos,  sin  embargo,  que  Fernando 
estuvo  presente  á  la  coronacio'n  en  Aix-la-Chapelle,  el  día 

23  de  Octubre  de  1520,  porque  le  vemos  primero  en  Bruse- 
las, el  8  de  Julio,  día  en  que  acabo'  la  lectura  de  su  poeta 
favorito  (cuyas  obras  están  llenas  de  notas  marginales  todas 
de  su  mano);  y  en  Lovaina  el  7  de  Octubre,  pues  en  ella 
le  regalo'  Erasmo  su  Anti-harharorum  2,  y  después  en  Worms 
al  lado  del  Emperador,  en  17  de  Diciembre,  pues  allí  recibió' 
la  gracia  de  200,000  maravedís  anuales  sobre  la  tesorería  de 
Indias,  en  recompensa  de  sus  servicios  como  unido  á  la  casa 
imperial  3.    Pero  no  asistid  Fernando  á  la  famosa  Dieta  de 


'  BB.,  150,  25.  La  primera  hoja  tiene  escrita  de  su  mano  esta  frase: — Die 
lunes  septembris  sexta,  15 18,  in  civitate  Secubiensi  hora  8  ante  meridiem  incipi  hunc. 

*  Antibarbarorum.  D.  Erasmi  Roterdami  liber  unus.  Basileae  apud  lo.  Pro- 
benicem,  An  mdxx.  Este  libro  me  dio  el  mismo  autor  como  parece  en  la  octava 
plana  (Está  registrado  1090)  Erasmus  Roterdamus  dono  dedit  lovanij  die  dofni- 
nica  octobris  séptima  die  anni  15 20  qui  quidem  Erasmus  duas  primas  lineas  sua 
propria  manu  hic  scripsit. 

'  Esté  á  la  corte  que  se  le  emplee.  Extracto  hecho  por  Muñoz,  fol.  256, 
a/«í/ Nav ARRETE,  BibUoteca  marítima,  tomo  I,  pág.  619. 


734 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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esta  ciudad  \  porque  en  el  invierno  de  1520-1521  estaba  en 
Italia. 

A  mediados  de  Diciembre  del  año  1520  se  encontraba 
en  Genova  ^•,  el  2  de  Enero  de  1521,  en  Savona  3,  etapa,  sin 
duda,  de  una  excursio'n  á  la  Liguria,  en  busca  de  la  familia 
de  su  padre.  A  principios  de  Mayo  estuvo  en  Ferrara  4:  al  fin 
de  aquel  mes  y  en  el  'de  Julio,  en  Venecia  5;  en  Noviembre 
en  Treviso  ^. 

Volvió'  á  Alemania  por  Suiza  7;  estuvo  en  Nuremberg  ^ 
en  Diciembre  de  1521,  en  Francfort  9  á  mediados  de  Enero 
de  1522,  en  Colonia  ^°  y  en  Aquisgran  en  Febrero  ".  Desde 
esta  ciudad  se  traslado'  á  los  Países  Bajos ,  donde  permaneció 
hasta  la  primavera. 

Se  detuvo  dos  meses  en  Lovaina  ^^,  probablemente  en 


*  Citada  para  el  3  de  Enero  de  152 1,  Lutero  no  estuvo  en  Worms  más 
que  hasta  el  26  de  Abril  siguiente. 

*  Ar¿e  de  Aritmética,  Thaurino,  1492.  Costó  30  dineros  en  Genova,  de 
niediado  de  Diciembre  de  1520. 

*  Platini  Elegia  Pulcherrima.  Milano,  1505,  in  4.°  Costó  14  dineros  en 
Saona  á  2  de  Enero  de  152 1,  y  el  ducado  de  oro  vale  900  dineros  (Biblioteca 
Colombina.  Núm.  73,  24). 

*  Viagio  al  paese  de  V  isola  del  oro  tróvate p.  Juan  de  Afigliara,\n  4.° 
Costó  en  Ferrara  medio  cuatrín  á  4  de  Mayo  de  1521,  y  el  ducado  vale  378  cua- 
trines (B.  A.  V..  Additions,  Núm.  65). 

'  Littera  mándala  de  la  Ínsula  de  Cuba,  1519,  in  4.°  Costó  en  Venetia 
2  marcos  á  22  de  Maio  de  1521.  Núm.  1179  (B.  A.  V.  Add!  núm.  60). 

—  CosmographicK  Introductio  et  quatuor  Ayneric.  Vesputii  navigationes; 
Argent.,  1509,  in  4.°  Costó  5  sueldos  en  Venetia  por  Julio  de  1521.  Núm.  1773. 
En  la  primera  edición  de  esta  obra  fué  donde  Waltzemüller  propuso  que  al 
Nuevo  Mundo  se  le  denominase  América.  Es  de  notar  que  Femando  Colón  de 
ordinario  tan  pródigo  de  anotaciones,  nada  puso  al  margen  de  aquella  atrevida 
proposición.  Por  otra  parte  la  Historia  tampoco  dice  nada  de  esto, 

*  Tesoro  de  Ser  Brunnetto  Latino  de  Firenza.  Impr.  en  Trevizo,  año  1474 
y  costó  en  la  misma  cibdad,  encuadernado  34  sueldos  á  17  de  Noviembre  152 1. 
Núm.  522. 

^  Petri  Martyr  liber  de  insulis.  Basil.,  1521,  in  4.°  Costó  en  Basilea  dos 
crayces,  año  de  152 1.  Núm.  930. 

*  Aritmética  speculativa  Gasparis  Lax.Ydsiñ,  15 15,  in  fol.  Costó  en  Nu- 
remb'erga  20  crayces  por  Diciembre  de  152 1.  Núm.  503. 

*  Modus  confitendi  Andrce  Hispani.  Argentinae,  1508,  in  4.°  Costó  en 
Francfort  7  feni,  de  mediado  Enero  de  1522.  Núm.  1578. 

*"  Tractatus  syllogismorum  Ludovici  Coronel  hispani  segoviensis ,  in  4." 
Costó  en  Colonia  24  feni  por  Hebrero  de  1522.  Núm.  i6i6. 

"  Vocabulario  para  aprender  francés ,  español  y  flamitii.  Antuerpiae,  1520, 
in  4.°  Costó  en  Aquisgrano  6  feni  por  Hebrero  de  1522.  Núm.  1690. 

'*     Carmina  in  laudem  Adriani  cardinalis  electi po?itificis ,  in  fol.    Costó  un 


APÉNDICES 


735 


compañía  de  Nicolás  Cleynaerts,  que  allí  se  dedicaba  á 
enseñar  griego  y  hebreo.  A  instancias  suyas  fué  luego  este 
sabio  á  establecerse  en  España.  Vemos  después  en  Mayo  á 
don  Fernando  en  Brujas,  donde  debió'  encontrar  al  erudito 
Juan  VasscEus,  que  por  los  años  1535  fué  su  bibliotecario  '. 

En  el  mes  de  Mayo  de  1522,  Fernando  presento'  al 
emperador  su  Forma  de  navegación  para  su  alto  y  felicisimo 
pasaje  de  Flandes  á  España,  y  paso'  con  él  á  Inglaterra  ^.  Se 
encontraba  en  Londres  3  por  Junio  de  1522,  y  en  Santander 
cuando  Carlos  V  llego'  á  aquella  ciudad  en  el  mes  de 
Octubre  +. 

No  tenemos  indicaciones  de  los  trece  meses  siguientes. 
Tal  vez  en  ese  espacio  de  tiempo  fué  cuando  escribió'  su 
tratado,  hoy  perdido.  Sobre  la  forma  de  descubrir  y  poblar  en 
la  parte  de  las  Indias  5.  Sea  lo  que  quiera,  ya  estaba  en 
España  en  el  año  1523,  porque  el  día  4  de  Noviembre  ^  hizo 
comprar  en  Alcalá  la  famosa  Biblia  Poliglota,  llamada  del 
cardenal  Cisneros,  y  el  23  adquirió'  en  persona  en  Medina 
del  Campo  ^  cierto  número  de  libros. 


neguin  en  Lobaina  por  Hebrero  de  1522.   Nüm.  273.    El  núm.  11 12  dice,  al  fin 
de  Hebrero. 

*  Vicencio  de  Monte  é  Juan  Vasco ,  y  Desiderio ,  mis  criados.  Testamento 
en  nuestro  Don  Fernando  Colon,  pág.  197....  Postquam  Ferdinandi  Colombi... 
auspiciis  é  Belgio  et  Lovanio  Hispalim  concessisset,  inque  ejus  domo  et  biblio- 
theca  instructissima  aliquot  annis  commoratus  est.  Nich  Antonio,  Bibliot.  his- 
pana Nova,  tomo  II,  pág.  369. 

*  Se  embarcó  en  Calais  el  28  de  Mayo  de  1522,  Carlos  V,  pero  no  salió 
de  Inglaterra  hasta  el  día  4  de  Julio  siguiente.  Sandoval,  Historia,  tomo  I, 
lib.  XI,  folio  557. 

'  Alfonsi  Aragonensis  facetice.  Argentinas,  1509,  in  4.°  Costó  en  Londres 
4  penine,  por  Junio  de  1522.  Nüm.  1260. 

*  En  el  año  de  veynte  é  dos  allí  en  Santander  guando  volvió  el  Emperador 
nuestro  señor  de  Flandres,  me  alquiló  un  mulo. — Vide  su  testamento,  en  el 
Ensayo,  pág.  130. 

*  Alude  á  él,  pero  sin  describirlo,  en  la  introducción  á  su  Memorial 
de  1524.  Colección  de  documentos  inéditos,  tomo  XVI,  pág.  383. 

*  Biblia  per  Cardinaliis  Toletani  Francisci  Ximenes  instantiam,  in  quatuor 
linguas  translata,  et  in  quinqué  volumina  divisa.  Impreso  (este  último  volumen 
compluti)  en  15 15,  in  folio.  Costaron  en  Alcalá  de  Henares  al  que  los  envié  á 
comprar,  3  ducados  á  4  de  Noviembre  de  1523.  Núm.  519. 

■^  Romance  hecho  por  Andrés  Ortiz ,  de  los  amores  de  Floriseo  y  la  reina 
de  Bohemia,  en  español,  en  4.°  Costó  en  Medina  del  Campo  3  blancas  á  23  de 
Noviembre  de  1523.   Núms.  4083  y  4084. 


73<5 


CRISTÓBAL   COLÓN 


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Por  decreto  de  19  de  Febrero  de  1524  fué  nombrado 
como  uno  de  los  arbitros  para  definir  los  derechos  de  España 
j  Portugal  sobre  las  islas  Molucas.  La  comisio'n  se  reunió'  en 
Badajoz  donde  Fernando  estuvo  presente,  á  lo  menos  hasta 
el  mes  de  Mayo.  Entonces  redacto'  cuatro  memorias  que  se 
conservan: 

Parecer  sobre  la  pertenencia  de  los  Molucos  (27  de 
Abril). 

Memorial  de  don  Hernando  Colón  á  los  diputados  letrados 
en  la  junta  de  Badajo^,  para  que  declaren  lo  relativo  al  derecho 
de  S.  M.  al  dominio  y  pertenencia  del  Maluco. 

Parecer  de  los  astrónomos  y  pilotos  españoles  de  la  junta  de 
Badajo:^  sobre  la  demarcación  y  propiedad  de  las  islas  del 
Maluco  I. 

Declaración  del  derecho  que  la  Real  Corona  de  Castilla 
tiene  á  la  conquista  de  las  provincias  de  Persia,  Arabia  é  India, 
é  de  Calicut  2. 

En  Octubre  de  1524  estaba  en  Medina  3;  en  la  segunda 
semana  de  Noviembre  en  Valladolid  4;  volviendo  algunos 
días  después  á  Medina  del  Campo  5. 

Por  Febrero  de   1525  dio'  una  vuelta  por  el  Norte  de 


•**^ 


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VA-^ 


'  Estos  tres  documentos  han  sido  publicados  por  Navarrete,  Colección  de 
viajes,  tomo  IV,  núms.  34,  36  y  37.  Los  originales  están  en  el  Archivo  de 
Indias.  Deben  recordarse  también  las  dos  obras  siguientes,  que  segün  Fuster 
(Biblioteca  Valenciana,  tomo  II,  pág.  217),  deben  estar  en  la  colección  de 
Muñoz. 

— Declaración  del  derecho  que  la  corona  de  Castilla  tiene  á  la  provincia 
de  Persia 

—  Coloquio  sobre  las  dos  graduaciones  diferentes  que  las  cartas  de  Indias 
tienen. 

*  Se  insertó  en  la  Colección  de  documentos  inéditos ,  tomo  XVI,  pági- 
na 382. 

*  Anselmi  de  Turremada,  fratris.  Doctrina  de  los  cristiafios ,  en  metro 
castillano;  in  8.°  Costó  en  Medina  del  Campo  4  maravedís,  á  19  de  Octubre 
de  1524.   Núm.  4047. 

Question  de  amor,  en  castellano..  Salmanticae,  15 19,  in  folio.   Costó  en 
Valladolid  34  maravedís,  á  12  de  Noviembre  de  1524.   Núm.  4027. 

*  Historia  de  Ar?ialte  y  Lucenda,  hecha  por  Diego  de  San  Pedro,  Burgos, 
1522,  in  4.°  Costó  en  Medina  del  Campo  11  maravedís,  á  19  de  Noviembre 
de  1524.   Núm.  4055. 


APÉNDICES 


737 


España,  y  paso  dos  meses  en  Madrid  ^,  y  otros  dos  en  Sala- 
manca 2. 

Si  en  el  otoño  siguiente  volvió'  á  Roma  3,  no  pudo  per- 
manecer allí  más  de  un  mes,  pues  ya  le  encontramos  en  Sevilla 
el  27  de  Noviembre,  día  en  que  Fernán  Pérez  de  Oliva,  que 
debía  ser,  si  no  lo  era  ya,  uno  de  los  bio'grafos  de  Cristóbal 
Colón,  le  regalo'  su  traduccio'n  de  una  comedia  de  Planto  4. 

Paso'  en  Sevilla  los  cuatro  años  siguientes  5  ocupándose 
en  organizar  su  célebre  biblioteca,  cuya  fundacio'n  hace  el 
mismo  remontar  al  año  152Ó  ^,  y  vigilando  la  construccio'n 
del  suntuoso  edificio  que  levanto  para  su  morada  en  medio 
de  un  jardín  magnífico,  poblado  con  plantas  traídas  del 
Nuevo  Mundo,  de  las  que  en  el  año  1871  no  quedaba  más 
que  un  hermoso  zapote  7.  Este  edificio,  que  hoy  ha  desapare- 


,W1 


•  Libro  II  de  la  historia  de  don  Clarián  de  Laudanis ,  traducido  en  caste- 
llano por  Alvaro,  físico,  Toledo,  1522,  in  folio.  Costó  en  Madrid  6  reales  y  medio, 
por  Hebrero  de  1525.  Nüm.  4120. —  Libro  III,  costó  encuadernado  en  perga- 
mino en  Madrid  7  reales,  por  Marzo  de  1525.    Núm.  4119. 

'  La  Historia  de  Palmerin  de  Oliva,  traducida  del  griego  en  español  por 
Francisco  Vázquez,  Salamanca,  15 16,  in  folio.  Costó  en  Salamanca  4  reales,  á 
17  de  Marzo  de  1525.   Nüm.  4124. 

—  La  historia  de  Canamor  y  del  infante  Turian,  Burgos,  1509,  in  4.°  con 
figuras.  Costó  en  Salamanca  30  maravedís,  á  17  de  Marzo  de  1525.  Nüm.  4122. 

—  Tractatus  Astrolabii,  de  mano,  compositus  in  Arábico  per  Ameth 
filium  Afar,  et  traductus  en  español  per  Philippum,  Arteri  Medicinae  Doct., 
in  4.°   Costó  en  Salamanca  real  y  medio,  á  18  de  Abril  de  1525.  Nüm.  4127. 

*  Vitoria  del  re  de  Portugallice  en  India  et  de  la  presa  de  Malacha,  in  4.° 
Costó  en  Roma  un  cuatrín,  por  Septiembre  de  1525.   Nüm.  2429. 

*  Muestra  de  la  lengua  castellana  en  el  nascimiento  de  Hércules,  ó  comedia 
de  Anfitrión,  en  español,  compuesta  por  Fernán  Pérez  de  Oliva,  in  4.°  Diómelo 
el  mesmo  autor  en  Sevilla  á  27  de  Noviembre  de  1525.  Nüm.  4148. 

•  Cartilla  para  monstrar  d  leer,  in  4.°  Costó  en  Sevilla  8  maravedís,  año 
de  1526.  Ni^m.  4160.  —  El  numero  4155  está  fechado  en  9  de  Marzo;  el  nu- 
mero 41 6 1  en  Junio;  el  4176  en  Julio  de  1527. —  Conoció,  sin  duda,  en  Sevilla, 
á  aquel  Felipe  Guillen,  boticario,  gran  jugador  de  ajedrez  y  cortador  de  tijera^ 
que  habiendo  observado  las  variaciones  de  la  bníjula  é  inventado  una  especie 
de  sextante,  salió  de  Sevilla  en  1525  y  pasó  á  Portugal,  donde  don  Juan  III  le 
tomó  á  su  servicio  después  de  haberlo  gratificado  generosamente. 

'  Estaba  próxima  á  la  puerta  de  Hércules,  casi  en  la  orilla  del  Guadal- 
quivir, y  tenía  en  el  frontis  esta  inscripción : 

Don  Fernando  Colon,  hijo  de  Don  Xpoval  Colon,  primero 
Almirante  que  descubrió  las  Indias,  fundó  esta  casa,  año  de  mil 
É  quinientos  é  ví¡vnte  y  seis. 

'     Fernand  Colomb,  Apéndice  II,  págs.  158  á  i6i. —  Cuando  estuvimos  en 

Cristóbal  Colón,  t.  n.—  93. 


^ 


73» 


CRISTÓBAL  COLON 


cido  por  completo,  debía  tener  el  aspecto  de  un  palacio,  si 
hemos  de  juzgar  por  la  descripcio'n  de  la  fachada  de  mármol 
que  don  Fernando  encargo'  á  Genova  en  el  año  1529  ^ 
En  1526  don  Fernando  fué  encargado  por  el  Emperador  de 
formar  una  junta  de  cosmo'grafos  y  pilotos  que  corrigiera 
las  cartas  marítimas  y  se  ocupara  de  construir  una  esfera  o' 
mapa-mundi  en  donde  estuvieran  indicados  los  países  nueva- 
mente descubiertos  2. 

En  1527,  durante  la  ausencia  de  Sebastián  Cabot,  que 
había  salido  en  el  mes  de  Abril  de  1526  para  una  expedicio'n 
á  las  Molucas  3,  Fernando  recibió'  la  misio'n  de  presidir  en 
su  propia  casa  los  exámenes  de  los  pilotos,  á  los  que  estaban 
encargados  de  interrogar  los  célebres  cosmo'grafos  Diego 
Ribero  y  Alonso  de  Chaves  4. 

En  Agosto  de  1528  leyó'  en  Sevilla  aquel  curioso  escrito 
en  que  el  rey  de  Portugal  anunciaba  el  casual  descubrimiento 
de  la  tierra  de  Santa  Cruz,  hecho  por  Pedro  Alvarez  Cabral. 
Esa  tierra  no  era  sino  la  del  Brasil,  lo  cual  prueba  que 
aunque  Cristóbal  Colón  no  hubiera  existido  se  hubiera 
descubierto  el  Nuevo  Mundo  el  día  22  de  Abril  de  1500  5. 

Carlos  V,  falto  de  dinero  para  su  expedicio'n  á  Italia, 
llamo  á  la  corte  á  don  Fernando  á  fin  de  consultarle  sobre  la 
cesio'n,  o  mejor  dicho,  sobre  la  venta  de  sus  derechos  á  las 


Sevilla  dimos  algunos  pasos  para  adquirir  la  propiedad  del  árbol  y  los  terrenos 
que  lo  rodean,  que  eran  entonces  una  mezquina  huerta  en  la  proximidad  del 
camino  de  hierro  en  construcción.  Era  nuestro  propósito  rodear  el  zapote  con 
una  verja  de  hierro,  colocar  allí  una  inscripción,  y  regalarlo  al  Municipio  de 
Sevilla  como  tributo  del  reconocimiento  de  un  americano.  Pero  nuestros  esfuer- 
zos fueron  inútiles. 

'  Véase  el  contrato  firmado  á  nombre  de  Dum  Fernando  Colon  spagnollo 
con  A.  M.  de  Carona  y  A.  de  Laurico,  por  mediación  de  Nicolás  Grimaldi, 
en  la  notaría  de  Stefano  Saoli  Carreya,  Genova,  10  de  Septiembre  de  1529. 

*  Herrera. —  Década  III,  lib.  X,  cap.  XI. 

*  Por  falta  de  provisiones  se  varió  el  plan  primitivo,  y  se  convirtió  en  una 
exploración  de  las  costas  del  Brasil, 

*  Herrera. — Década  IV,  lib.  IV,  cap.  V. —  Sin  embargo,  según  las  notas 
tomadas  por  Cean  Bermúdez,  que  Navarrete  inserta  en  su  Biblioteca  marítima 
(tomo  I,  pág.  16),  parece  que  Chaves  no  entró  al  servicio  de  la  corona  hasta  el 
4  de  Abrí  de  1528. 

'     Copia  di  una  lettera  del  Ré  de  Portogallo,  Romae,  1505,  in  4.° 


APÉNDICES 


739 


islas  Molucas,  que  se  proponía  hacer  á  Portugal.  Fernando 
redacto'  los  Apuntamientos  sobre  la  demarcación  del  Maluco  y 
sus  islas,  firmados  de  los  seis  jueces  que  firmaron  la  capitulación 
para  empeñar  estas  islas  á  Portugal  el  año  1^2^  ' .  La  cesión  fué 
firmada  en  Zaragoza  el  22  de  Abril  del  mismo  año. 

Embarco'se  el  emperador  en  Barcelona  con  rumbo  á 
Genova  el  8  de  Julio  de  1529;  pero  entonces  no  le  acompaño' 
don  Fernando,  pues  en  Septiembre  se  encontraba  en  Sevilla, 
donde  añadió'  muchas  notas,  aunque  de  escaso  interés,  á  su 
extenso  resumen  de  referencias  ^. 

En  el  otoño  del  año  siguiente  parece  que  Fernando 
visito'  otra  vez  Italia,  encontrándose  en  Perusa  el  día  4^7 
en  Roma  el  20  de  Septiembre  de  1530  4.  No  pudo,  por  tanto, 
asistir  á  la  coronacio'n  de  Carlos  V  por  el  papa  Clemente  VII 
como  rey  de  Lombardía  y  emperador  de  romanos,  que  se 
verifico'  en  Bolonia  5. 

Al  año  siguiente  ya  había  regresado  á  España ,  pues  le 
encontramos  en  Valladolid  en  Noviembre  de  1531  ^.  ¿Pero 
qué  hizo  en  los  dos  años  que  subsiguieron?  No  volvemos  á 
saber  nada  de  él  hasta  que  en  Enero  de  1534  le  vemos  en 
Alcalá  de  Henares  7. 

En  el  verano  de  1535  hizo  un  viaje  al  centro  de  Francia, 


'  Esta  memoria,  que  según  Barcia  (Epítome  de  ¡a  Biblioteca,  tomo  II, 
col.  633)  se  encontraba  en  el  Archivo  de  Simancas,  no  se  ha  encontrado  en 
aquel  establecimiento,  ni  en  el  de  Indias  en  Sevilla. 

*  Dia  de  Sancto  Mathia,  Año  de  I52g. —  En  las  guardas  de  un  tomo  ma- 
nuscrito que  se  conserva  en  la  Colombina ,  BB.,  150,  23. 

*  Lamento  d'una  Cortigiana  Ferrar  ese,  la  guale  per  habere  el  mal  franzese 
si  conduxe  andaré  in  carréela,  compuesta  p.  maestro  Andrea  Venitiano, 
in  8." — Costó  en  Penisa...  á  4  de  Setiembre  de  1530.  —  No  está  catalogado, 
encontrándose  en  un  tomo  de  varios. 

*  Constitutiones  et  regulae  cancellarias,  1492.  Costó  en  Roma  6  quatrines 
á  20  de  Setiembre  de  1530.   (Colombifia,  D.  201-36). 

'  El  emperador  había  salido  de  esta  ciudad  para  Alemania  el  22  de  Marzo 
de  1530.  Entró  en  Bolonia  el  5  de  Noviembre  de  1529,  pero  no  fué  coronado 
hasta  Febrero  del  año  siguiente. 

*  Fatri  de  Rescentiis,  in  commodum  ruralium.  —  Costó  170  mrs.  en  Valla- 
dolid, á  29  de  Noviembre  de  1531.  (Colombina,  GG.  179-16). 

^  Fábula  longit.  et  latitud,  planetarum,  Lovanii.  Costó  68  mrs.  en  Alcalá 
de  Henares,  por  Enero  de  1534.  (Colombina,  GG.  177-8). 


740 


CRISTÓBAL  COLON 


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pues  estuvo  en  Montpellier  por  Julio  *,  y  en  Lyon  por 
Octubre  y  Diciembre  de  aquel  año  2. 

Creemos  que  vuelto  á  su  patria  no  volvió  á  salir  de 
ella.  La  herencia  de  su  hermano  don  Diego  era  objeto  de 
tantas  contradicciones  de  parte  de  la  corona,  que  la  viuda 
doña  María  de  Toledo  se  había  visto  precisada  á  dejar  á 
Santo  Domingo,  para  venir  á  revindicar  los  derechos  de 
los  herederos.  El  procedimiento  seguido  ante  el  Consejo 
de  Indias  no  termino'  hasta  el  compromiso  de  153o,  en 
el  que  fueron  arbitros  don  Fernando  3^  el  cardenal  Loay- 
sa  3.  Podemos  pues  suponer  que  aquél  se  dedico'  exclusi- 
vamente á  este  gran  proceso,  en  el  que  no  se  trataba 
únicamente  de  los  intereses  de  sus  sobrinos ,  sino  también  de 
los  suyos  propios,  porque  su  única  fortuna  la  componían 
esclavos  y  rentas  procedentes  de  las  posesiones  de  territorios 
que  le  lego'  Cristóbal  Colón  4. 

Persuadidos  estamos  de  que  se  encontraba  en  Sevilla 
en  1535,  y  no  so'lo  por  la  tradicio'n  que  le  atribuye  aquel 
dístico : 

Férrea  Fernandus  perfregit  claustra  Sibilla 
Fernandi  et  nomen  splcndet  ut  astra  poli, 

que  se  puso  sobre  la  imagen  de  San  Fernando  que  se  pinto' 
en  aquel  año  sobre  la  puerta  de  Hércules,  sino  también 
porque   en   el   mismo   año   llego'   á   aquella    ciudad    Nicolás 


'  -D.  Haymoniis,  viri  sanctisximi ,  in  psalmos  explanatio,  Parisiis,  1532. 
Costó  20  sueldos  en  Montpellier,  á  7  de  Julio  de  1535,  y  el  ducado  vaíe  47  suel- 
dos. (Colombina,  4-66-10). 

*  Oeuvre  tres  subtille  deVart  de  arithmetiqtte.  Lyon,  15 15.  Costó  76  dineros 
en  León  por  Octubre  de  1535.  (GG.  177-15)  — Bced(B  Presbiter,  Opus.  Basileas. 
1533-  Costó  18  sueldos  en  León,  á  6  de  Diciembre  de  1535,  y  el  ducado  vale 
47  sueldos  y  medio  (4-66-3). —  Vemos  también  que  recibió  en  aquella  ciudad: 
Yo  le  rescebí  en  León  de  Francia,  un  poder  relativo  á  la  herencia  de  cierto  Juan 
Antonio,  borgoñón  y  doctor  en  derecho,  que  murió  á  su  servicio  hacia  el  año 
^535-   (Testamento,  j5'«íaj'í;,  pág.  132). 

*  Charlevoix,  Histoire  de  Saint  Domingue ,  lib  VI,  pág.  476. 

*  E  después  des  tas  nueve  partes  (de  la  renta  que  Diego  toviere  por  razón 
de  la  dicha  herencia),  tomé  las  dos  dellas  é  las  reparte  en  treinta  y  cinco,  é  deltas 
haya  Don  Fernando  mi  hijo  las  veintisiete. — Navarrete,  tomo  II,  pág.  314. 


APÉNDICES 


741 


Cleynaerts  ',  y  sobre  todo  Juan  Vasaeus  que  entro'  en  dicho 
año  de  bibliotecario  de  la  Colombina,  6  de  la  Fernandina 
como  entonces  se  decía. 

En  Junio  de  1536  estaba  en  Barcelona  ^,  el  2  de  Julio 
en  Lérida  3,  el  28  de  Agosto  siguiente  en  Valladolid  4  donde 
encontró'  al  obispo  don  Juan  de  Zumárraga,  que  acababa  de 
llegar  á  España  para  dar  cuenta  de  que  en  Méjico  quedaba 
erigido  definitivamente  el  obispado. 

Y  aquí  parece  que  tuvieron  fin  sus  viajes,  los  cuales 
lejos  de  extenderse  por  toda  Europa  y  por  la  mayor  parte 
de  Asia  y  de  África  5,  no  abarcan,  fuera  de  sus  tres  trave- 
sías á  la  isla  Española,  más  que  una  zona  limitada  al 
Norte  por  Londres,  Brujas  y  Colonia,  al  Este  por  Venecia 
y  Ferrara,  al  Sur  por  Roma ,  donde  ciertamente  estuvo 
por  tres  veces,  y  aun  quizá  cinco,  embarcándose  en  Barce- 
lona. 

Probable  parece  que  desde  el  año  1537  á  su  regreso  á 
Sevilla  ^  se  ocupara'  en  fundar,  con  aprobacio'n  del  Empe-. 
rador,    aquella   escuela   de   matemáticas   y   navegacio'n    que 


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'  N.  Clenardus,  Epistolarum  libri  dúo,  Antuerpiae,  1560,  in  8.°,  p.  284; 
Vas^us,  Cronic.  rerum  memorabilium  Hispanice.  Salmanto,  1552,  in  fól.  hoja  i.*; 
Antonio,  Bib.  hisp.  nova,  tomo  II,  pág.  373. 

*  Pratica  mercantivol,  sermón  lemosin,  in  4.*  —  composta  per  Joan  Vatallol 
de  la  ciutat  de  Mallorque.  Lugduni,  1521. —  Costó  enquadernado  43  dineros  en 
Barcelona,  por  Junio  de  15 16.  Colombina,  GG.  177,  14,  7. — Véase  también  la 
nota  de  su  ejemplar  del  Diccionario  de  las  rimas  provenzales  de  J.  March. 
MS.  citado  por  Ticknor,  en  la  Historia  de  la  literatura  española,  tomo  I,  p.  292, 
nota. 

*  Suspensio  Domini  Julii  pape  secundi  ab  omnitam  in  spiritualibus  quam  in 
temporalibus  papali  administrationem. —  Este  libro  costó  2  dineros  en  Lérida 
á  2  de  Julio  de  1536. 

*  Joannes  de  Zummarraga ,  universis  et  singulis.  R.  P.  de  fratribus  in 
Chorinto.  E.  Maioreti  oppido  Kl.  Jan.  1533,  in  4.°. — Este  libro  me  dio  el  mismo 
autor  en  Valladolid,  á  25  de  Agosto  de  1536.  (Colombina,  P.  85,  11). —  Elegan  • 
zias  romanzadas,  in  4.°. — Este  libro  costó  28  mrs.  en  Valladolid  á...  de 
Setiembre  de  1536.  (DD.  159,  11). 

'  Peregrinó  toda  Europa  y  mucho  de  la  Asia  y  África. —  Ortiz  de  Zúñiga, 
Anales,  pág.  496. — Europam  universam  peragravit. —  Epistol.  Nic.  Clenardi, 
1566,  lib.  2,  pág.  232. 

*  Petrus  Nannus,  Apología,  Lovanii,  1536,  in  4.°. — Este  libro  me  enbió 
Juan  Vazco  desde  Salamanca,  y  recibílo  en  Sevilla  á  20  de  Agosto  de  1537. 
(D.  21,  32). 


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742 


CRISTÓBAL  COLON 


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debía  llevar  el  título  de  Colegio  Imperial.  En  el  verano  de 
aquel  mismo  año  pudo  asistir  á  la  exhumacio'n  de  los  restos 
de  su  padre  y  de  su  hermano  Diego,  que  estaban  sepultados 
en  una  capilla  del  convento  de  las  Cuevas  ^  En  Noviembre 
de  1537  recibió  una  nueva  pensio'n  concedida  por  Carlos  V  2. 
También  en  aquel  año  compro  la  Crónica  de  Genova,  redac- 
tada por  Justiniani,  que  acababa  de  salir  á  luz,  y  cuyas 
apreciaciones  han  preocupado  tanto  á  los  bio'grafos  del 
Almirante.  La  discreta  peticio'n  3  que  dirigió'  al  emperador 
acerca  del  carácter  de  perpetuidad  que  deseaba  dar  á  la 
Biblioteca  Colombina,  es  también  probablemente  de  aquel 
mismo  año,  aunque  no  hay  en  ella  alusión  alguna  que  nos 
permita  indicar  la  fecha. 

En  el  mes  de  Diciembre   del   año    1538    continuba   en 

Sevilla  ^,   padeciendo   ya    de   la   enfermedad   que   había   de 

llevarlo  al  sepulcro.    Hizo  testamento  el  3  de  Julio  de  1539, 

y  murió'  en  aquella  ciudad  el  sábado  siguiente  día  12  por  la 

•  mañana  5.  -  .. 

Fernando  Colon  fué  el  único  de  la  familia  que  tuvo 
sepultura  en  la  Catedral  de  Sevilla,  donde  su  lápida,  muchas 
veces  renovada,  se  ve  todavía  en  la  nave  principal  á  espaldas 
del  coro. 

Su  fortuna  era  crecida.  Tenía  por  herencia  de  su  padre 
una  renta   anual   de   dos   millones   de   maravedís   pro'xima- 


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'  La  Real  cédula  autorizando  la  exhumación  es  de  2  de  Junio  de  1537. — 
Véase  nuestra  Disquisición ,  Sevilla,  1878,  pág.  43. 

*  Dozientos  é  veynte  é  cinco  mil  maravedís  que  S.  AI.  me  dá  desde  los  veynte 
de  Noviembre  del  año  de  treynta  y  siete.  —  Testamento,  en  el  Ensayo,  pági- 
na 137. 

Códice  SS.  254.  30,  de  la  Colombina. 

Lactantii  et  archediaconi  del  Vizo.  Dialogus  rerum  gestarum  Rom(2.  — 
Costó  á  trasladar  y  encuadernar  8  rs.  en  Sevilla  por  Diciembre,  año  de  1538. 

'  V.  S.  sabrá  que  el  Sábado  á  g  dias  de  Julio  á  las  8  del  dia,  falle- 
ció el  bienaventurado  Don  Hernando  Colon,  vuestro  tio:  Vuestra  Señoría  no 
reciba  pena  de  su  muerte,  sino  haya  placa-,  por  que  fué  tal  su  acabamiento  como 
de  un  apóstol.  Cincuenta  dias  antes  que  muriese  supo  que  habia  de  morir  con  su 
gran  saber,  y  llamó  á  sus  criados,  y  les  dijo  que  poco  habia  de  estar  con  ellos  en 
este  mundo.  —  Carta  dirigida  á  Don  Luis  Colón ,  probablemente  por  el  Bachiller 
Juan  Pérez. —  (Véase  nuestro  Don  Fernando  Colon,  pág.  184. 


APÉNDICES 


743 


mente  ';  del  rey  don  Fernando  cuatrocientos  esclavos  ^^  co- 
locados en  clase  de  dependientes  en  las  minas  de  la  Espa- 
ñola; y  de  Carlos  V  dos  pensiones  3^  que  juntas  ascendían 
á  la  suma  de  425,000  maravedís,  las  cuales  forman  una 
renta  anual  de  nueve  mil  duros  de  la  época,  o'  sean  más  de 
veinte  y  cuatro  mil  actualmente,  aumentados  sin  duda  por 
algunos  negocios  mercantiles  4. 

Aunque  don  Fernando  había  hecho  pintar  su  retrato, 
que  todavía  en  Noviembre  de  1592  se  veía  en  el  escritorio  de 
Gonzalo  Argote  de  Molina  5,  no  conocemos  hoy  sus  faccio- 
nes; so'lo  sabemos  que  era  grueso  y  de  elevada  estatura  ^. 
Desde  la  infancia  mostró'  buena  disposición  7,  modales  dis- 
tinguidos y  un  carácter  afable  ^  que  no  alteraron  la  edad 
ni  los  achaques  9, 


\ 


*  Habrá  de  la  dicha  renta  del  dicho  Mayorazgo,  ó  de  otra  cuarta  parte 
della,  Don  Fernando  mi  hijo,  un  cuento  cada  año,  si  la  dicha  cuarta  parte  tanto 
montare ,  fasta  que  él  haya  dos  cuentos  de  renta.  (Institución  del  mayorazgo. 
Navarrete,  tomo  II,  pág.  130).  En  el  testamento  de  1506,  esta  renta  se  fija 
en  millón  y  medio: — mi  intención  seria  y  es  que  don  Fernando,  mi  hijo,  oviese 
della  (la  renta  de  las  dichas  Indias)  un  cuento  y  medio  en  cada  un  año.  (Loe.  cit., 

pág-  313-) 

*  Véase  la  nota  núm.  2  de  la  pág.  727. 

'  La  una  de  200,000  maravedís,  en  17  de  Diciembre  de  1520;  la  otra  en 
20  de  Noviembre  de  1537  de  225,000  maravedís. 

*  Véase  su  testamento  en  nuestro  Don  Fernando  Colón,  págs.  201-202. 

'  Su  retrato  se  ve  en  mi  estudio. — k.^GQríY.\)^yío\A^K,  Aparato  para  la 
historia  de  Sevilla.   Md. 

*  Mando  que  sobre  mi  sepultura,  ras  con  ras  de  todo  el  suelo,  sea  puesta 
una  losa  de  marmol  blanco,  que  sea  de  dos  varas  y  quarta  de  medir  de  luengo,  y 
de  vara  y  quarta  de  ancho,  en  la  qual  se  haya  un  quadrdngulo  de  dos  varas  é  dos 
dedos  de  mango,  y  de  una  vara  é  un  dedo  de  ancho,  d  causa  que  las  anchuras  desto 
son  una  longura  é  estatura  de  mi  persona ,  lo  qual  en  mi  conciencia  no  pongo  tanto 
por  curiosidad  que  se  sepa  qual  fué.  (Testamento,  en  el  Ensayo,  pág.  125).  Estas 
dimensiones  aun  no  eran  exactas,  porque  leemos  en  las  Declaraciones  de  su 
albacea  testamentario  que  se  vio  precisado  á  aumentarlas ,  porque  el  cuerpo  no 
se  contenía  en  aquel  espacio: — Parece  que  el  grandor  que  el Sr.  D.  Hernando 
Colon  mandó  que  tuviese  la  dicha  losa  es  pequeña.  (Ibid.,  pág.  157). 

'  Y  por  mayor  complimiento  envío  allá  á  tu  hermano,  que  bien  que  él  sea 
niño  en  dias ,  no  es  ansi  en  el  entendimiento. — Carta  del  Almirante  á  Diego  Colón. 
— Navarrete,  tomo  I,  pág.  341. 

*  De  tu  hermano  haz  cuenta  mucha:  él  tiene  buen  natural,  y  ya  deja  las 
mocedades.  (Loe.  cit.,  pág.  339). 

»  Oviedo  escribía  en  1535,  hablando  de  don  Fernando,  de  quien  algunos 
le  suponen  enemigo: — Virtuoso  caballero  y  demás  de  ser  de  mucha  nobleza  é 
afabilidad ,  é  dulge  conversación. — Oviedo,  Historia  General  de  las  Indias,  lib.  III, 


744 


CRISTÓBAL  COLON 


Sus  frecuentes  viajes  á  Roma,  las  invocaciones  que  se 
encuentran  en  sus  escritos,  sus  poesías,  su  celibato,  su  testa- 
mento y  su  muerte  patentizan  bien  su  celo  religioso,  pero  no 
hay  prueba  alguna  de  que  recibiera  ordenes  sagradas  '. 

Cosmo'grafo,  jurisconsulto  ^,  biblio'filo  y  muy  dado  á  las 
letras,  era  aficionado  á  las  artes  3  y  cultivaba  la  poesía  4,  Se 
le  atribuye  por  último  una  Historia  de  su  padre,  de  la  que  se 
hizo  descripción  y  juicio  en  la  Introducción  de  este  libro. 


cap.  VI,  tomo  I,  pág.  71. — Véase  también  la  carta  que  se  atribuye  á  Pérez,  en 
el  Apéndice  VI  de  nuestro  Fernand  Colomb. 

*  Sacerdotio  ornatus;  Oldoinüs,  Athen.  Sigustia,  Penisiae,  1680 — in  4.°, 
pág.  137. — Charlevoix,  tn  %\i  Historia  de  Santo  Domingo,  dice:  «Fernando 
Colon  se  ordenó  en  sus  últimos  dias.»  No  es  exacto;  el  único  de  la  familia  que 
tuvo  órdenes  sagradas  fué  Diego,  el  hermano  menor  del  Almirante. 

*  Véase  su  Propuesta  ó  proyecto  de  Audiencia  Real,  en  la  Colección  de 
docums.  inéd. — Tomo  XVI,  pág.  365. 

'  Su  catálogo  de  Estampas  describe  una  colección  tan  numerosa  como 
bien  escogida. 

*  Nuestro  Ensayo  contiene  (Apéndice  F)  algunas  de  sus  poesías  recogidas 
de  un  cancionero  Md.  que  posee  la  Biblioteca  del  Palacio  de  Madrid. 


SEGUNDO 


LOS  RESTOS  DE  DON  CRISTÓBAL  COLON 

Lograron  los  dominicanos  llamar  la  atencio'n  del  mundo 
civilizado  con  la  farsa  que  prepararon  y  ejecutaron  el  día  lo 
de  Septiembre  de  1877;  pero  el  ruido  que  produjo  aquel 
extraño  suceso,  más  que  á  la  habilidad  de  sus  fautores,  fue 
debido  á  la  importancia  que  en  todos  los  países  se  concede  á 
cuanto  se  relaciona  con  el  primer  Almirante  que  descubrió' 
las  Indias,  y  al  interés  que  despierta  todo  lo  que  se  refiere  á 
su  persona,  o'  viene  á  poner  en  claro  alguno  de  los  hechos  de 
su  existencia.  Tanto  en  Europa  como  en  América  los 
hombres  que  se  dedican  á  estudios  histo'ricos  como  amantes 
de  la  verdad;  los  colombistas  y  las  Academias,  en  perio'dicos 
y  en  libros,  empezaron  á  hacerse  cargo  de  aquel  supuesto 
descubrimiento,  y  analizando  sus  circunstancias,  en  todas 
partes  manifestaban  dudas,  se  pedían  noticias  y  aclara- 
ciones, y  de  todos  los  países  salieron  impugnaciones  en 
demostracio'n  de  la  falsedad  de  aquel  hecho.  Defensores  no 
los  tuvo  más  que  en  Santo  Domingo,  y  si  hubo  alguna 
excepcio'n,  fué  muy  insignificante,  y  tal  vez  procedente  délos 
mismos  dominicanos. 

No  es  posible  dar  conocimiento  de  lo  mucho  que  sobre 
aquel  ruidoso  suceso  se  escribió' ;  mas  para  que  pueda  for- 
marse idea  siquiera  aproximada,  formaremos  catálogo  de  los 
trabajos  y  publicaciones  que  tenemos  á  la  vista,  guardando 
únicamente  el  orden  de  fechas. 

—  Gaceta  de  Santo  Domingo.  —  Periódico  oficial  del  go- 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  94. 


746 


CRISTÓBAL  COLON 


7r^ 


bierno  dominicano. — Números  de   18  de  Septiembre,  11  y 
19  de  Diciembre  de  1877. 

—  ColÓ7i  en  Quisqiieya.  —  Coleccio'n  de  documentos  con- 
cernientes al  descubrimiento  de  los  restos  de  Cristóbal 
Colón  en  la  catedral  de  Santo  Domingo.  — Santo  Domingo, 
García  hermanos,  1877,  98  páginas  in  8.° 

— Informe  que  sobre  los  restos  de  Colón  presenta  al  Excelen- 
tísimo señor  Gobernador  general  don  Joaquín  Jovellar  y  Soler 
después  de  su  viaje  á  Santo  Domingo,  don  Antonio  Lo'pez 
Prieto. —  Habana,  imprenta  del  Gobierno,  1878.  In  4.°, 
109  páginas,  con  diez  planos  y  dibujos  y  XI  páginas  de 
Apéndice. 

—  Los  restos  de  Colón.  —  Examen  histo'rico  por  don 
Antonio  Lo'pez  Prieto,  segunda  edicio'n,  imprenta  del  Go- 
bierno, 1878,  in  4.°,  83  páginas. 

—  Los  restos  de  don  Cristóbal  Colón.  —  Disquisicio'n  por 
el  autor  de  la  Biblioteca  americana  vetustísima,  Sevilla, 
F.  Alvarez,  1878,  in  8.",  X,  96  páginas. 

— ¿Do  existen  depositadas  las  cenizas  de  Cristóbal  Colón? — 
Apuntes  al  caso,  en  defensa  de  su  conducta  oficial,  por  don 
José  Manuel  de  Echeverri,  co'nsul  de  España  en  la  república 
dominicana.  —  Santander,  imprenta  de  Solinis  5^  Cimiano, 
1878,  in  8.°,  22  páginas  y  un  plano. 

—  Una  bala  histórica,  por  Ignacio  Guasp. — Habana, 
imprenta  de  la  viuda  de  Soler,  1878,  in  4.°,  27  páginas. 

—  Les  sepultures  de  Christophe  Colomb.  —  Revue  critique 
du  premier  rapport  ofFiciel  publié  sur  ce  sujet.  (Par  H.  H.) 
Extrait  du  BuUetin  de  la  Societé  de  Geographie  de  Paris, 
Octobre,  1878,  Paris,  E.  Martinet,  1879,  ^^  8.°,  27  págs. 

—  Los  restos  de  Colón.  —  Informe  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia  al  Gobierno  de  S.  M.,  Madrid,  Tello,  1879, 
in  8.",  VII,  197  páginas  y  seis  láminas. 

—  Los  restos  de  Cristóbal  Colón  en  la  catedral  de  Santo 
Domingo.  —  Contestacio'n  al  informe  de  la  Real  Academia  de 
la  Historia  al  Gobierno  de  S.   M.   el  Rey  de  España,  por 


APÉNDICES 


747 


monseñor  Roque  Cocchía,  de  la  orden  de  capuchinos,  arzo- 
bispo de  Sirace,  etc. —  Santo  Domingo,  imprenta  de  García 
hermanos,  1879,  in  4.°,  338  páginas. 

—  Los  restos  de  Cristóbal  Colón  están  en  la  Habana. — 
Demostracio'n  por  don  José  María  Asensio.  —  Valencia,  Do- 
menech,  1881,  in  4.°,  51  páginas. 

— Las  cenizas  de  Cristóbal  Colón  suplantadas  en  la  catedral 
de  Santo  Domingo,  por  don  Juan  Ignacio  de  Armas.  —  Cara- 
cas, 1881,  in  4.° 

—  Los  restos  de  Cristóbal  Colón  están  en  la  Habana. — 
Demostracio'n  por  don  José  María  Asensio,  segunda  edicio'n, 
aumentada  con  un  artículo  del  mismo  autor  sobre  el  año  en 
que  nació  Cristóbal  Colón. — Sevilla,  imprenta  de  Rafael 
Tarasco',  1881,  in  4.°,  93  páginas. 

Los  trabajos  de  todos  los  escritores  mencionados,  y  los 
de  otros  muchos  cuyas  obras  no  recordamos,  han  sido  útilí- 
simos para  el  descubrimiento  de  la  verdad;  pues  cada  uno 
ha  presentado  noticias  nuevas  y  documentos  desconocidos, 
hasta  poder  exponer  la  historia  de  la  mistificación  intentada 
por  los  dominicanos,  en  la  forma  precisa  que  en  el  texto 
queda  consignada.  El  importante  folleto  que  bajo  el  título 
de  Disquisición  escribió'  Mr.  Henry,  y  se  imprimió'  en  Sevilla, 
contiene  documentos  de  verdadero  valor,  y  se  ha  hecho  tan 
raro,  que  ni  aún  los  más  diligentes  logran  hoy  encontrar  sus 
ejemplares,  razo'n  que  nos  mueve  á  reproducirlo,  como 
antecedente  necesario  para  conocimiento  de  los  hechos,  y 
resolución  de  los  mismos. 

Igualmente  raro  se  ha  hecho  el  otro  trabajo  nuestro  que 
bajo  el  título  de  Los  restos  de  Cristóbal  Colón  están  en  la 
Habana,  se  publico'  en  Valencia  y  fué  reimpreso  con  algunas 
adiciones  en  Sevilla  en  el  año  1881. — Ambas  ediciones  están 
completamente  agotadas,  siendo  imposible  satisfacer  á  los 
muchos  colombistas  que  cada  día  lo  solicitan  de  Europa  y 
de  América.  Por  eso  le  damos  también  cabida  en  este  Apén- 
dice, porque  con  él  se  completan   cuantas  noticias  y  datos 


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CRISTÓBAL  COLÓN 


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pueden  apetecerse  sobre  esta  debatida  cuestión ,  y  se  abre  la 
puerta  para  que  los  aficionados  puedan  consultar  cuanto 
sobre  ella  se  ha  escrito.  No  por  el  mérito  del  trabajo,  sino 
por  la  buena  intencio'n  con  que  en  él  se  persigue  la  verdad 
ha  merecido  aquel  folleto  tan  favorable  acogida,  hasta  el 
punto  de  que  en  la  biografía  de  Cristóbal  Colón  inserta  en 
el  Diccionario  enciclopédico  Hispano-Americano  ^  haya  dicho 
un  reputado  escritor:  —  «Célebre  es  la  contienda  que  moder- 
namente ha  suscitado  el  señor  obispo  monseñor  Roque 
Cocchía  sosteniendo  que  los  verdaderos  restos  de  Colón  ha- 
bían quedado  ocultos  y  se  hallaban  actualmente  en  la  iglesia 
catedral  de  Santo  Domingo.  El  informe  presentado  con  el 
título  de  Los  restos  de  Colón  (Madrid  1879)  ^  ^^  Academia 
de  la  Historia,  por  don  Manuel  Colmeiro,  y  el  libro  de  don 
José  María  Asensio  tutulado  Los  restos  de  Cristóbal  Colón 
están  en  la  Habana,  han  destruido  por  completo  las  preten- 
siones de  aquel  Prelado.  Hoy,  nadie  que  haya  leído  las 
citadas  obras  puede  poner  en  duda  que  las  cenizas  del 
inmortal  descubridor  se  guardan  en  la  catedral  de  la  Ha- 
bana.» 


'     Barcelona,  Montaner  y  Simón,  editores,  tomo  V,  parte  primera,  1890, 
481,  col.  2." 


APÉNDICES 


749 


LOS  RESTOS 

DE  DON  CRISTÓBAL  COLÓN 


DISQUISICIÓN 


POR  EL  AUTOR 


DE    LA    BIBLIOTECA    AMERICANA    VETUSTÍSIMA 


En  la  Catedral  de  la  Habana,  Junto  al  altar  mayor,  hay 
una  lápida  de  mármol  embutida  entre  dos  pilastras,  que 
presenta  en  bajo  relieve  el  busto  de  un  guerrero  joven, 
armado,  cuyo  rostro  ostenta  fieros  bigotes,  y  que  asoma  la 
cabeza  por  entre  los  pliegues  de  una  ancha  gorgnera. 

Debajo  se  leen  estos  pobres  versos : 

O  restos  é  imájen  del  grande  Colon! 
Mil  siglos  durad  guardados  en  la  urna, 
Y  en  la  remembranza  de  nuestra  nación! 

Los  españoles,  los  habaneros,  creen  que  en  aquella  urna 
se  contienen  los  restos  de  Cristóbal  Colón.  Nadie  pensaba 
poner  en  duda  la  autenticidad  de  aquellas  preciosas  reli- 
quias, cuando  el  día  ii  de  Septiembre  de  1877,  la  Gaceta, 
diario  oficial  de  la  República  dominicana,  anuncio'  urbi  et 
orhi,  que  á  consecuencia  de  las  investigaciones  emprendidas 
en  la  Catedral  de  Santo  Domingo,  acababa  de  descubrirse, 
bajo  el  sitio  ocupado  por  la  silla  episcopal,  una  caja  de  plo- 
mo que  contenía  los  verdaderos  restos  del  ilustre  navegante. 

Al  punto  que  esta  noticia  llego  á  Europa,  la  prensa 
española,    como  era  natural,  protesto  enérgicamente;  y  con 


í?"**fer_.2íj^ 


kym^ 


750 


CRISTÓBAL  COLON 


el  objeto  de  dar  confianza  á  sus  pueblos,  se  dice  que  el  Go- 
bierno ha  encargado  á  la  Real  Academia  de  la  Historia  de 
probar  al  mundo  entero,  que  los  restos,  piadosamente  conser- 
vados en  la  Habana,  tienen  toda  la  autenticidad  necesaria. 

El  pequeño  problema  histórico  que  plantea  este  curioso 
descubrimiento,  subsiste  sin  embargo,  y  quizá  nunca  podrá 
resolverse.  Mientras  se  espera  el  informe  que  los  ilustres 
académicos  preparan  tan  cuidadosa  y  pesadamente,  como  es 
preciso  y  se  acostumbra,  creemos  oportuno  fijar  la  cuestio'n 
con  exactitud  é  independencia. 

En  el  estado  actual  del  debate,  los  documentos  que  es 
necesario  consultar,  siguiendo  el  orden  de  fechas,  son  los 
siguientes : 

1.°         La  Real  Carta  otorgada  por  el  emperador  Carlos  V  á 

doña  María  de  Toledo,  en  2  de  Junio  de  1537. — MS.  que 

se  encuentra  en  Madrid  en  el  Archivo  del  excelentísimo 

señor  duque  de  Veragua  ^ 

2.°         El  Protocolo  de  el  Monasterio  de  las  Cuevas;  MS.  de 

la  biblioteca  de  la  Academia  de  la  Historia  ^. 
3.°  El  certificado  de  don  José  Núñez  de  Cáceres,  fecha 
en  Santo  Domingo  el  23  de  Abril  de  1783;  el  de  don 
Pedro  Gálvez,  Maestre  escuela,  del  2Ó  de  Abril  del 
mismo  año;  y  la  carta  de  don  Isidoro  Peralta,  dirigida 
él  29  de  Marzo  de  1783  á  don  Joseph  Solano,  coman- 
dante de  la  armada  española  3. 
4.°  Las    piezas   originales    de   la   informacio'n  hecha   en 

Santo  Domingo  el  2  de  Diciembre  de  1795,  que  deben 
encontrarse  en  los  ministerios  de  Estado  y  Marina.  En 
su  defecto  puede  consultarse  el  resumen  de  las  declara- 
ciones prestadas  en  aquella  ocasio'n  en  presencia  de  un 
Notario  real,  y  publicado  por  Navarrete  4. 


Véase  el  Apéndice  núm  L 
Apéndice  núm.  U. 
Apéndice  núm.  III. 
Apéndice  núm.  IV. 


APÉNDICES 


751 


5.°  El  acta  del  descubrimiento  é  identificación,  fecha  10 
de  Septiembre  de  1877,  firmada  por  todas  las  autori- 
dades eclesiásticas,  civiles,  militares  y  consulares  de  la 
República  dominicana  '. 
6.°  El  mandamiento  de  Mr.  el  obispo  Roque  Cocchía, 
capuchino,  legado  de  la  Santa  Sede,  cerca  de  las  Repú- 
blicas de  Santo  Domingo,  Haití  y  otras,  dado  en  su 
palacio  arzobispal  el  14  de  Septiembre  de  1877,  y 
contrasignado  por  el  reverendo  padre  Bernardino  de 
Emilia,  también  capuchino  ^. 
7.°  El  decreto  de  la  municipalidad  de  Santo  Domingo, 
fecha  10  de  Septiembre,  confiando  la  dicha  caja  de 
plomo  al  señor  cura  Billini,  para  que  fuese  colocada 
temporalmente  en  la  iglesia  de  Regina  Angelorum,  y 
también  (si  hemos  de  dar  crédito  á  la  relación  trasmi- 
tida á  Washington  por  el  co'nsul  de  los  Estados-Unidos) 
para  someterla  al  examen  de  las  comisiones  científicas 
que  las  naciones  extranjeras  pudieran  creer  oportuno 
enviar  3.  ^ 

Ahora  vamos  á  los  hechos. 

Cuando  por  el  tratado  de  Basilea,  España  cedió'  á 
Francia  el  territorio  que  en  1795  poseía  al  Este  de  la  isla  de 
Santo  Domingo,  el  almirante  Aristizabal  sugirió  al  Gobierno 
y  al  Arzobispo  de  la  colonia  el  proyecto  de  transportar  á  la 
Habana  los  restos  de  Cristóbal  Colón  ,  que  hacía  dos  siglos 
y  medio  estaban  sepultados  en  la  catedral  de  Santo  Domingo. 
Sin  esperar  las  o'rdenes  del  Monarca,  aquellos  celosos  funcio- 
narios hicieron  abrir  en  presencia  de  los  notables  de  la 
ciudad  (íuna  bóveda  que  estaba  sobre  el  Presbiterio  al  lado  del 
Evangelio,  entre  la  pared  principal  y  peana  del  altar  Mayor.)) 
De  aquélla  exhumaron  ((unas  planchas  como  de  tercia  de  largo 
de  plomo,  indicando  haber  habido  una  caja  de  dicho  metal,  y 


Gaceta  de  Santo  Domingo,  Septiembre  18  de  1877. 
Gaceta,  Octubre  5  de  1877.  Apéndice  núm.  V. 
New  York  Times,  Noviembre  2  de  1877. 


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752 


CRISTÓBAL  COLON 


f- 


pedamos  de  huesos  de  cmiillas  y  otras  varias  partes  de  algún 
difunto,  que  se  recogieron  en  una  salvilla,  y  toda  la  tierra  que 
con  ellos  había  ^w  Estos  exiguos  restos  fueron  guardados  en 
una  caja  de  plomo  dorada,  y  dirigidos  á  la  Habana  el  21  de 
Diciembre  de  1 795  á  bordo  del  navio  San  Lorenzo,  que  llego 
á  buen  puerto  el  25  de  Enero  siguiente. 

El  pomposo  cenotafio  que  describimos  al  principio,  no 
guarda,  pues,  en  realidad,  más  que  un  fragmento  de  tibia, 
algunas  esquirlas  y  un  puñado  de  tierra.  Pero  ¿quién  nos 
asegura  que  aquélla  sea  la  tibia  de  Cristóbal  Colón?  ¿Qué 
prueba  se  presenta  de  que  los  restos  tan  piadosamente  reco- 
gidos en  aquella  salvilla  fueran  los  del  Almirante?  ¿Do'nde 
encontramos  en  el  acta,  que  es  la  única  prueba  documental 
conocida,  indicios  de  un  nombre,  de  un  escudo,  de  una 
inscripcio'n  legible  o'  medio  borrada?  Cierto  que  no  tenemos 
más  que  el  resumen  de  las  declaraciones  dadas  por  los  testigos 
de  la  exhumacio'n;  pero  ¿es  acaso  verosímil  que  don  Martín 
Fernández  Navarrete,  uno  de  los  sabios  más  escrupulosos  de 
su  época,  onjitiera  consignar  aquellos  indicios,  aquella 
inscripcio'n,  sin  los  cuales  ninguna  comprobacio'n  es  posible, 
si  hubiera  encontrado  la  menor  indicacio'n  en  las  deposiciones 
de  cuyo  análisis  se  ocupo'  con  tanto  cuidado?  *  - 

Pero  entonces  ¿de  quién  son  aquellos  restos?  ¿Perte- 
necían á  un  Colo'n  cualquiera,  o'  por  el  contrario,  eran  huesos 


'     Extracto  de  las  noticias,  etc.  Navarrete  II,  pág.  368. 

*  Parece  comprenderse  que  tanto  don  Gabriel  de  Aristizabal,  almirante 
espafiol,  que  tan  vivos  deseos  mostraba  por  conservar  el  sagrado  depósito  de  los 
restos  de  Colón,  como  el  Arzobispo  y  demás  personas  que  le  acompañaban, 
procedieron  de  una  manera  que  no  dejaba  lugar  á  duda;  se  dirigieron  á  un  sitio 
fijo,  sabido,  donde  notoria  y  claramente  se  entendía  por  todos  que  reposaban  los 
restos  del  grande  hombre  cuya  traslación  iban  á  efectuar.  No  había  necesidad  de 
probar  lo  que  era  notorio ;  nadie  vaciló.  Solamente  así  se  explica  la  confianza  de 
todos  los  que  presenciaron  el  acto,  el  silencio  de  los  testigos,  y  la  falta  de  deta- 
lles referentes  á  la  losa  que  cubriera  la  caja,  del  lugar  que  ésta  ocupara,  etc  ,  etc. 
No  era  la  ausencia  de  indicaciones :  fué  que  no  se  creyó  preciso  consignar  las 
que  estaban  reconocidas  generalmente,  como  no  las  consignaría  el  que  en  los 
momentos  de  la  aproximación  de  los  prusianos  á  París  hubiera  tratado  de  poner 
en  salvo  los  restos  de  Napoleón  el  Grande.  (Nota  ex  aliena  manu). 


APÉNDICES 


753 


de  un  desconocido,  como  otros  muchos  de  que  está  lleno  el 
suelo  de  aquella  bo'veda? 

Para  responder  á  tales  preguntas,  es  necesario  volver  á 
consignar  la  noticia  histo'rica  de  los  enterramientos  sucesivos 
de  Cristóbal  Colón,  de  sus  hermanos,  de  sus  hijos  y 
nietos. 

1498,  22  de  Febrero.  —  Dispone  Cristóbal  Colón  que 
después  de  su  muerte,  su  hijo  Diego  construya  en  la  isla 
Española  una  iglesia  que  se  nombre  Santa  María  de  la 
Concepcio'n,  en  la  cual  haya  una  capilla  en  que  se  digan 
misas  por  la  salvacio'n  de  su  alma ,  por  las  de  sus  antepa- 
sados y  descendientes  ^ 

1506,  19  de  Mayo.  —  Otorga  testamento  Cristóbal 
Colón,  en  el  que  habla,  no  de  la  iglesia,  sino  de  la  capilla 
que  Diego  «haya  de  facer  2.» 

1505,  20  de  Mayo.  —  Muere  Colón  en  Valladolid.  Por 
tradicio'n  se  dice  que  fué  inhumado  en  la  bo'veda  del  convento 
de  franciscanos  observantes  de  aquella  ciudad,  l.as  pruebas 
faltan  en  absoluto.  Allí  debió  permanecer  hasta  1513.  Esta 
fecha  descansa  tan  so'lo  en  la  nota  que  hacia  el  año  1825 
facilito  á  Navarrete  3  un  empleado  en  el  Archivo  de  Se- 
villa 4j  que  no  hizo  más  que  copiar  la  pág.  360  del  tomo  1 .° 
del  Protocolo  precitado,  pero  añadiendo  á  su  aserto  el  último 
guarismo,  tan  arbitrario  como  equivocado. 

1507. —  Los  restos  del  Almirante  son  transportados 
desde  Valladolid  á  la  Cartuja  de  las  Cuevas,  no  en  1513, 
como  se  ha  creído  generalmente,  sino  con  mayor  probabi- 
lidad en  el  año  que  siguió'  á  su  muerte. 

El   Protocolo   dice,    bajo  la   fecha   de    1506:    ay  fueron 


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'     Institución  del  Mayorazgo. —  Navarrete  II,  pág.  234. 

»     Testamento  otorgado  en  Valladolid. — Navarrete,  II,  pág.  314. 

*  Colección  I,  pág.  169. 

*  Don  Antonio  de  San  Martín  y  don  Tomás  González,  el  mismo  que 
debía  más  tarde  suministrar  á  Navarrete  la  dudosa  noticia  de  que  estaba  inscrito 
en  un  registro  de  la  Universidad  de  Salamanca  el  nombre  de  Miguel  de  Cer- 
vantes, y  que  vivía  en  la  calle  de  Moros  de  aquella  ciudad. 


Cristóbal  Colón,  t.  ii  —  95. 


754 


CRISTÓBAL  COLON 


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trasladados  sus  huesos  en  este  Monasterio,  y  colocados  por  depó- 
sito en  la  capilla  de  Santa  Ana  que  hiip  labrar  el  Prior  Don 
Diego  Luxan,  en  el  año  siguiente.))  Por  otro  lado,  Diego 
Colo'n,  en  un  testamento  fechado  en  6  de  MarT^o  de  ijo^, 
nombra  por  su  heredero  reversionario  «la  iglesia  o'  monas- 
terio á  donde  fuere  fundada  la  perpetua  sepultura  del  cuerpo 
del  Almirante  mi  señor  Padre  ^.í> 

¿Y  cuál  era  ese  monasterio  donde  estaba  fundada  la 
sepultura  perpetua  de  Cristóbal  Colón?  El  emperador  Car- 
los V  nos  lo  dirá:  «Don  Cristóbal  Colón  murió  y  se  mando' 
depositar  en  el  monasterio  de  las  Cuevas  2.»  Así,  pues,  en 
la  Cartuja  de  las  Cuevas,  junto  á  Sevilla,  es  donde  fueron 
depositados  los  restos  de  Colón. 

¿Debemos  entender  la  palabra  depositados  en  el  sentido 
de  depuestos  in  transita?  Esta  es  la  interpretacio'n  que  se 
desprende  de  la  cédula  de  que  vamos  á  hablar. 

1537,  2  de  ]unio.  —  Doña  María  de  Toledo,  viuda  de 
Diego  Colon,  hijo  del  Almirante,  obtiene  del  Emperador 
una  Real  Carta  concediendo  á  don  Luis  Colo'n,  nieto  de 
Cristóbal  y  heredero  de  sus  títulos  y  dignidades,  el  privi- 
legio de  transportar  á  la  «  Capilla  Mayor  de  la  Iglesia  Catedral 
de  la  Ciudad  de  Santo  Domingo))  los  restos  de  Cristóbal 
Colón;  conforme  á  la  voluntad  expresa  de  éste  3,  cumpliendo 
la  voluntad  del  dicho  Almirante.  El  documento  en  que  esta 
voluntad  se  expresara  no  ha  llegado  hasta  nosotros;  pero  es 
incontestable  que  la  fecha  de  1536,  dada  por  todos  los  histo- 
riadores, como  aquella  en  que  fué  cumplida,  es  erro'nea, 
puesto  que  la  dicha  Carta  está  fechada  con  todas  sus  letras 
«en  Valladolid  á  dos  del  mes  de  Junio  de  mil  é  quinientos 
é  treinta  y  siete  años.»  Fué,  por  tanto,  después  del  2  de 
Junio  de  1537  cuando  los  restos  del  Almirante  fueron  lleva- 
dos de  Sevilla  á  Santo  Domingo.    ¿Pero  en  qué  año?    No 


MS.  en  el  Archivo  del  Excmo.  señor  Duque  de  Veraguas. 
Real  Carta,  infra,  Apéndice  L 
Loe.  cit. 


APÉNDICES 


755 


puede  responderse  con  certeza.  El  testigo  más  antiguo  es 
fray  Bartolomé  de  las  Casas,  que  atestiguando  de  vista,  dice: 
«Llevaron  el  cuerpo  o'  los  huesos  del  Almirante  á  las  Cuevas 

de  Sevilla de  allí  los  pasaron  y  trajeron  á  esta  ciudad  de 

Santo  Domingo,  y  están  en  la  Capilla  Mayor  de  la  Iglesia 
Catedral  ^))  Este  pasaje  fué  escrito  precisamente  antes  del 
año  1559,  puesto  que  de  esta  fecha  es  la  dedicatoria  del 
tomo  de  la  Historia  de  las  Indias  en  que  se  contiene.  Puede, 
pues,  asegurarse,  que  desde  la  primera  mitad  del  siglo  xvi 
los  restos  de  Cristóbal  Colón  descansaban  en  la  Catedral 
de  Santo  Domingo.  ¿Pero  fué  don  Cristóbal  el  único  de  su 
familia  á  quien  cupo  semejante  honra? 

Fijémonos  en  Diego,  su  hermano  menor,  el  cual,  aunque 
se  dedicaba  á  la  Iglesia,  fué  Presidente  del  Consejo  de  la  isla, 
y  Gobernador  de  Isabela  en  1494.  Aunque  sin  carácter 
oficial,  este  afectuoso  tío  siguió  á  su  sobrino  y  homónimo 
Diego  á  la  Española,  en  el  año  1507  *.  Aún  permanecía 
allí  en  1515  cuando  este  último  regreso'  á  España  3  para 
protestar  contra  las  exacciones  de  Alburquerque.  Sus  huellas 
se  pierden  desde  esta  fecha.  Sin  embargo,  debió  sobrevivir 
todavía  algunos  años,  pues  en  el  de  1815,  so'lo  contaba 
cuarenta   y   siete  4.    Es   muy   probable,    que   encargado  de 


*  Historia  de  las  Indias. —  Parte  II,  cap.  XXXVIII. 

*  Diego  tenía  ya  esa  intención  en  1498,  porque  con  esa  fecha  disponía  el 
Almirante  que  se  le  crease  cierta  renX.Si  porque  él  quiere  ser  de  la  Iglesia.  (Nava- 
rrete,  II,  pág.  230).  No  se  naturalizó  en  España  hasta  el  8  de  Febrero  de  1504, 
tal  vez  para  que  pudiera  obtener  dignidades  de  la  Iglesia,  porque  el  primer  pri- 
vilegio que  se  le  otorga  es  « para  que  podáis  haber  é  hayáis  cualesquier  digni- 
dades é  beneficios  eclesiásticos.»  (Loe.  cit.,  II,  pág.  300).  Sin  embargo,  hasta  el 
último  testamento  del  Almirante,  otorgado  en  1506,  no  le  encontramos  desig- 
nado como  efectivamente  entrado  en  órdenes.  Las  Casas  dice  de  él  (Part.  I, 
cap.  LXXXII),  «^  bien  creo  que  pensó  ser  obispo.-»  — Es  el  ünico  de  la  familia 
que  tuvo  órdenes  sacras  en  todo  el  siglo  xvi.  Don  Fernando  Colón  nunca 
las  tuvo. 

*  Herrera,  Década  I,  c2l\).  XW,  pág.  292.  — El  almirante  Diego  Colón 
llegó  á  Sanlúcar  el  9  de  Abril  de  1515;  lo  cual  supone  el  haberse  embarcado  á 
fines  de  Febrero. 

*  El  contrato  de  aprendizaje  en  virtud  del  cual  se  le  confió  á  L.  Cadamar- 
tori  «per  menses  viginti  dúo,  ad  addiscendutn  artem  textorum  pannoruin  »  es  de 
fecha  10  de  Septiembre  de  1484;  y  en  ella  <s.insuper  dictus  Jacobus  major  annis 


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756 


CRISTÓBAL  COLÓN 


^^1  guardar  los  intereses  de  sus  sobrinos  Diego  y  Hernando, 
cuya  fortuna  entera,  así  como  la  suya  propia,  radicaba  en 
la  isla  Española,  Diego  permaneciera  en  aquel  país  y  allí 
H  muriera.  Si  esta  hipótesis  es  cierta,  debió'  ser  sepultado  en 
Santo  Domingo,  y  sería  el  primer  Colón  que  se  enterro'  en 
la  Catedral. 

Bartolomé,  hermano  mayor  de  Cristóbal,  y  Adelan- 
tado de  las  Indias  occidentales ,  no  se  sabe  el  lugar  en  que 
muriera,  pero  sí  ciertamente  que  fué  antes  del  día  16  de 
Enero  de  1515  '•  Fué  enterrado  en  el  monasterio  de  la 
Cartuja  de  las  Cuevas.  Allí  estaban  sus  restos  en  1537 
cuando  se  exhumaron  los  de  su  hermano  don  Cristóbal.  El 
Protocolo  dice  que  los  dejaron  allí:  {(quedando  sólo  en  dicha 
Capilla  el  (cadáver)  de  Don  Bartolomé,  su  hermano,  hasta  oy.)^ 
—  ¿Hasta  cuándo?  ¿á  qué  época  se  refiere  aquella  palabra 
«  hoy ))  ?    El  Protocolo  lleva  la  dedicatoria  siguiente : 

«Dedicado  á  el  Niño  Dios  en  los  bra(:os  de  su  Purissima 
Madre.  Por  mano  de  la  Dulcissima  Virgen  Santa  Gertrudis  la 
Magna,  Protectora  de  este  Archivo,  y  archivo  de  mis  afectos. 
Año  de  1744.» 

¿Es  esto  decir  que  los  restos  de  Bartolomé  se  hallaban 
todavía  en  las  Cuevas  en  1744?  Mucho  lo  dudamos.  Este 
Protocolo  no  es  ciertamente  sino  copia  o'  compilacio'n  hecha 
en  el"  siglo  xvii,  con  documentos  mucho  más  antiguos  y 
perdidos  hoy.  Es  muy  probable,  que  el  manuscrito  de  que 
el  compilador  se  servía  al  redactar  la  página  401  de  sus 
anales,  era  de  fecha  bastante  anterior  al  año  1744,  en  que 
escribía;  y  que  las  palabras  «hasta  hoya  se  refieren  á  época 
pasada  lo  menos  con  un  siglo  de  distancia. 


sexdecim  juravit.-» — Extracto  de  los  documentos  descubiertos  en  Savona  por 
Juan  Bautista  Pavese,  y  publicados  por  Julio  Salinerio  en  sus  Adnotationes  ad 
C.  Tacitum,  Genova,   1602,  in  4.°,  págs.  336  y  56,  obra  extremadamente  rara: 

y  Spotorno,  DelV  origine Genova,   18 19,  in  8.°,  pág.  167,  libro  que  es  casi 

imposible  encontrar. 

'  La  reina  doña  Juana,  al  transferir  al  almirante  don  Diego  el  título  de 
Adelantado,  dice,  con  fecha  16  de  Enero  de  15 15,  hablando  de  Bartolomé:  <s.por 
cuanto  él  es  fallescido  y  pasado  desta  presente  vida.y>  — Navarrete,  II,  pág.  364. 


APÉNDICES 


757 


Cuando  el  Consejo  de  Indias  fallo  en  último  recurso,  en 
2  de  Diciembre  de  1608,  que  Ñuño  Yelves  de  Portugal 
(nieto  de  Isabel,  hija  de  don  Diego  II),  debía  heredar  las 
posesiones  y  dignidades  de  los  Colo'n ,  el  afortunado  preten- 
diente reclamo'  todos  los  títulos  y  papeles  de  familia  que  en 
1502  había  confiado  el  Almirante  «á  fray  Gaspar  (Gorricio) 
en  el  Monasterio  de  las  Cuevas  de  Sevilla.»  Le  fueron  envia- 
dos en  15  de  Mayo  de  1609.  El  hecho  de  recogerlos,  unido 
á  otras  circunstancias,  parece  no  ser  indicio  de  buena  corres- 
pondencia entre  el  nuevo  jefe  de  la  casa  de  Colón  y  el 
monasterio  de  las  Cuevas,  el  cual,  disgustado  ya  por  no 
haber  percibido  nunca  la  renta  anual  que  el  Almirante  le 
había  asignado  en  el  impuesto  sobre  azúcares,  ni  los  mil 
ducados  de  oro  prometidos  por  don  Luis  en  1552  para  dota- 
cio'n  de  la  capilla,  exigiría  que  los  restos  de  Bartolomé  y  de 
Luis,  que  estaban  allí  todavía,  fuesen  trasladados  á  otro 
lugar;  á  menos  que  no  fuera  el  mismo  nuevo  duque  de 
Veragua  el  que  manifestase  aquel  deseo.  Pudo  ser,  pues, 
hacia  el  año  1609,  cuando  se  enviaron  aquellos  restos  á 
Santo  Domingo. 

Esta  hipo'tesis  encuentra  alguna  confirmación,  á  nuestro 
entender,  en  una  nota  del  cano'nigo  Juan  de  Loaisa,  que 
hemos  leído  en  el  catálogo  manuscrito  de  la  biblioteca  Colom- 
bina. Cuenta  aquel  entendido  bibliotecario,  que  cuando  en 
1678  visito'  la  Cartuja,  los  monjes  no  le  hablaron  de  la  sepul- 
tura de  los  Colo'n  sino  como  de  un  suceso  tradicional.  Le 
mostraron  «en  la  Capilla  de  Santa  Ana,  en  un  sitio  que 
señala  aver  allí  sepultura,  se  dice  haber  estado  los  cuerpos 
de  Xptoval  Colon...  y  Bartolomé,  su  hermano  ^»  No  csta- 


*  «En  la  capilla  de  Sta.  Ana,  como  se  entra  en  la  Iglesia  d  mano  derecha, 
al  medio  de  ella  en  un  sitio  que  señala  aver  allí  sepultura,  se  dice  haber  estado  los 
cuerpos  de  Xpoval  Coho^,  primer  Almirante  de  las  Indias, y  de  Diego  Colon,  su 
hijo primojénito,y  Bartolomé  Colon,  hermano  de  Don  Xpoval. — Don  Xpoval _y 
su  hijo  Diego  fueron  llevados  sus  cuerpos  á  la  Isla  de  Sto.  Domingo,  y  oy  dicen 
los  relijiosos  no  ser  aquella  Capilla  de  persona  alguna  particular. -i>  — Esta  capilla 
fué  despojada  completamente  de  todo  á  la  abolición  de  las  órdenes  monásticas 


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758 


CRISTÓBAL  COLON 


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ban,  pues,  ya  en  aquel  lugar  los  restos  del  Adelantado  en 
1678.  En  cuanto  á  su  traslacio'n  á  Santo  Domingo,  todo  lo 
que  se  puede  decir  es,  que  el  jefe  de  la  casa  de  Colón  á  fines 
del  siglo  XVIII  tenía  el  convencimiento  de  que  los  restos  de 
Bartolomé  habían  sido  llevados  también  á  Santo  Domingo; 
porque  en  la  relacio'n  de  la  exhumacio'n  hecha  en  1795, 
se  decía,  que  el  gobierno  de  la  colonia  dominicana  comunico 
al  almirante  Aristizabal  una  carta  del  duque  de  Veragua, 
en  la  que  pedía  que  los  restos  del  Adelantado  fueran  exhu- 
mados también,  y  aún  había  remitido  inscripciones  para  que 
se  grabasen  en  las  cajas.  Tenemos,  por  tanto,  otro  Colo'n 
que  igualmente  parece  haber  sido  depositado  en  la  Catedral 
de  Santo  Domingo. 

Cuando  don  Diego,  hijo  y  heredero  del  Almirante, 
falleció'  cerca  de  Toledo  en  el  año  1526,  se  le  inhumo  en  la 
Cartuja  de  las  Cuevas,  junto  á  su  padre.  i(En  la  misma 
capilla  se  depositó  su  hijo  Don  Diego  Colon:»  dice  el  Protocolo. 
La  cédula  otorgada  por  Carlos  V,  no  solamente  permitía  la 
traslacio'n  de  los  restos  de  don  Cristóbal,  sino  también  «de 
los  huesos  de  sus  descendientes.))  Doña  María  de  Toledo  apro- 
vecho' el  privilegio  para  hacer  que  se  exhumase  el  cuerpo  de 
su  marido  y  se  enviase  á  Santo  Domingo  al  mismo  tiempo 
que  el  del  Almirante,  después  del  2  de  Junio  de  1537.  <(Se 
entregaron  los  (cadáveres)  de  Don  Cristóbal  y  Don  Diego,  su 
hijo,  para  trasladarlos  á  la  isla  de  Santo  Domingo  en  las  Indias:» 
leemos  en  el  Protocolo.  Por  tanto,  puede  afirmarse  que  don 
Diego  fué  enterrado  igualmente  en  la  Catedral  dominicana. 

En  Enero  de  1572,  don  Luis  Colo'n,  jefe  de  la  familia 
en  aquella  fecha,  y  el  mismo  polígamo  cuya  historia  y  des- 
dichas hemos  contado  en  otro  lugar  ^,  murió'  en  su  destierro 


en  1836.  Su  magnífica  sillería,  tallada  en  madera  por  célebres  artistas  sevi- 
llanos, adorna  hoy  el  coro  de  la  catedral  de  Cádiz.  Cuando  visitamos  la  Cartuja 
en  187 1,  las  paredes  habían  sido  blanqueadas,  y  no  se  escuchaban  más  voces 
que  las  de  los  trabajadores  que  tienen  allí  al  presente  sus  talleres  de  porcelana. 

Ensayo  crítico,  págs.  5,  9. —  Feniand  Colomb ,  págs,  33,  37. —  L'Hisíoire 
de  Chrlstophe  Colomb ,  págs.  4,  12. 


APÉNDICES 


759 


en  Oran,  y  fué  transportado  á  las  Cuevas  ^  Se  ignoraba  lo 
que  había  sido  de  sus  restos,  hasta  que  en  este  año  de  1877, 
el  señor  obispo  Cochía  descubrió  en  la  Catedral,  (cá  la  Í7c 
quierda  del  presbiterio  una  cajita  de  plomo  con  restos  de  un 
cadáver  y  esta  inscripción:  El  Almirante  Don  Luis  Colon, 
Duque  de  Veraguas,  Marqués  de...» 

Y  aún,  según  parece,  este  descubrimiento  fué  la  causa 
que  le  impulso'  á  practicar  excavaciones  más  minuciosas  á 
fin  de  comprobar  la  vaga  tradición  que ,  según  nos  dice, 
corría  por  Santo  Domingo  *. 

Hay  también  otro  hijo  de  don  Diego,  llamado  Cristo'bal, 
hermano  menor  de  don  Luis,  y  que  creemos  debió'  morir 
antes  que  éste,  probablemente  en  la  Española,  donde  su 
posicio'n  secundaria,  su  matrimonio  y  sus  intereses  debieron 
retenerlo.  Este  Cristo'bal  tuvo  un  hijo  llamado  Diego,  que 
fué  el  último  que  llevó  el  nombre  de  Colo'n  en  la  línea  mas- 
culina directa.  Paso  á  España  donde  murió'  en  1578,  después 
de  haberse  casado  con  su  prima  doña  Felipa,  hija  de  Luis, 
de  la  cual  no  tuvo  sucesión.  Este  Diego  quizá  fuese  ente- 
rrado en  España ;  pero  su  padre  Cristóbal ,  segundo  de  este 
nombre,  creemos  que  tuvo  sepultura  en  la  Catedral  de  Santo 
Domingo. 

En  resumen:  tres  de  la  familia  de  Colón  fueron  ente- 
rrados ciertamente  en  la  Catedral:  Cristóbal  I,  don  Diego, 
su  hijo  y  don  Luis,  hijo  de  este  último.  Otros  tres  tuvieron 
allí  sepultura  probablemente,  y  son  Bartolomé  y  Diego,  her- 
«lanos  del  Almirante,  y  Cristóbal  II,  su  nieto.  En  rigor,  no 
es,  pues,  imposible,  que  los  restos  exhumados  en  1795,  y 
transportados  á  la  Habana  sean  los  de  Diego,  el  segundo  almi- 
rante, como  empiezan  á  sostener  ciertos  papeles  dominicanos. 


*  Expediente  promovido  por  Pedro  Navarro  como  testamentario  de  don  Luis 
Colón. —  MS.  del  Archivo  de  Indias,  E.  i,  C.  i,  L.  7/14,  Ramo  24. 

*  No  parece  lógica  la  consecuencia  deducida  por  el  señor  Obispo.  Los 
restos  de  Colón  habían  sido  trasladados ;  de  los  de  don  Luis  nadie  había  dicho 
que  faltasen  del  lugar  donde  desde  luego  estuvieron.  El  hallazgo  de  éstos  nada 
argüía  á  favor  de  la  existencia  de  los  otros. 


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76o 


CRISTÓBAL  COLON 


Según  la  avaga  tradición»  que  hemos  mencionado,  pero 
de  la  que  no  hay  rastro  escrito  en  ninguna  parte  ^  un  canó- 
nigo patriota,  llamado  Jiménez  o'  Jimeno  ^,  habría  sustituido 
otros  restos  á  los  de  Cristóbal  Colón  cuando  Aristazabal 
quiso  llevárselos  á  la  Habana  *;  el  misterioso  canónigo  hasta 
exclamo  cuando  el  Almirante  Español  trasladaba  concien- 
zudamente su  piadosa  carga  á  bordo  del  bergantín  Descu- 
bridor ;  creen  que  se  han  llevado  á  Colón  ;  pero  aquí  está  con 
nosotros! 

¿Es,  pues,  la  tibia  de  uno  délos  descendientes  del  Almi- 
rante la  que  aquel  prelado  entrego,  y  no  la  del  ilustre  nave- 
gante? ¿Fué  la  tibia  de  otro  cualquiera  de  los  Colo'n,  o 
pertenecen  aquellos  restos  de  osamenta  á  cualquier  simple  y 
y  oscuro  feligrés  enterrado  en  la  Catedral? 


II 


Debemos  intentar  ahora  la  averiguación  de  los  motivos, 
que  decidieron  á  don  Gabriel  de  Aristizabal  y  al  arzobispo 


*  El  London  Times  del  23  de  Octubre  de  1877,  dice:  «It  has  long  been 
matter  in  dispute  whether  the  remains  of  Christopher  Columbus  were  really 
removed.»  Pero  nada  cita  en  apoyo  de  su  aserto.  También  el  Diario  de  la 
Marina  se  sorprende,  y  no  sin  razón,  de  que  él  general  Luperon  solicitara  del 
gobierno  español,  hace  algo  menos  de  dos  años,  que  los  restos  que  están  depo- 
sitados en  la  catedral  de  la  Habana,  se  restituyesen  á  la  República  de  Santo  Do- 
mingo. ¿Ignoraba,  pues,  aquella  tradición  el  elevado  funcionario  dominicano? 

Gaceta  de  Santo  Domingo,  Octubre  23  de  1877. 

*  El  argumento  es  del  todo  contraproducente;  mas  puesto  que  usan  de  él 
los  dominicanos,  podemos  devolverle  las  consecuencias  sin  que  puedan  ser 
rechazadas.  Para  admitir  la  supuesta  tradición,  es  preciso  conceder  que  el  almi- 
rante Aristizabal,  y  el  arzobispo  Portillo  conocían  perfectamente  el  lugar  donde 
estaban  depositados  los  restos  de  Colón  ;  que  también  lo  conocía  el  canónigo 
Jiménez,  y  que  después  de  la  sustitución  hecha  por  éste,  las  autoridades  espa- 
ñolas fueron  al  sitio  de  todos  conocido  y  cayeron  en  el  lazo  preparado  por  la 
superchería  del  canónigo.  —  Al  usar  semejante  raciocinio  se  confiesa  implícita- 
mente que  el  lugar  de  la  sepultura  era  evidente.  —  Que  existió  el  canónigo 
Jiménez  ó  Jimeno,  que  tuvo  audacia,  y  tiempo,  y  medios  para  cometer  el  fraude, 
y  que  en  efecto  fueron  engañados  el  Arzobispo  y  el  almirante  es  lo  que  deben 
probar  los  dominicanos. —  (Nota  ex  aliena  manu). 

(De  los  argumentos  formulados  en  esta  nota  y  en  las  demás  señaladas  con 
estrellas  y  que  llevan  la  indicación  de  ser  ex  aliena  manu,  volveretnos  á  ocuparnos 
del  fin  de  la  obra). 


APÉNDICES 


761 


clon  Fernando  Portillo  y  Torres,  «á  abrir  en  la  Catedral  de 
Santo  Domingo  una  bóveda  que  estaba  sobre  el  presbiterio  al  lado 
del  Evanjelio,^^  prefiriendo  aquel  sitio  á  otros,  y  aceptando 
como  pertenecientes  al  Almirante  los  restos  que  allí  encon- 
traron. 

Empezada  probablemente  bajo  los  auspicios  de  don 
Fernando  Colo'n,  en  virtud  de  una  misio'n  que  el  Rey  le 
confiara  \  la  Catedral,  que  no  se  concluyo'  hasta  el  año  1540, 
parece  que  fué  saqueada  algunos  años  después  por  Francisco 
Drake,  y  objeto  luego  de  reparaciones  y  composturas,  que 
debieron  modificar  su  aspecto  interior;  especialmente  la  que 
se  hizo  en  1783.  Si,  como  es  de  suponer,  había  anterior- 
mente una  boVeda  especial  para  don  Cristóbal  Colón,  con 
lápida  sepulcral,  o'  inscripciones,  todo  induce  á  creer  que 
aquellos  signos  desaparecieron  antes  de  mediar  el  siglo  xvi  ^. 


'  «Tuvo  orden  del  Rey  para  aprovechar  á  Don  Hernando  en  quanto 
pudiese;  i  de  poner  todo  cuidado  en  la  fábrica  de  las  Iglesias  i  monasterios.» 
Herrera,  Década  I,  cap.  VI,  pág.  185 ;  y  Fernand  Colomb ,  pág.  8,  nota.  —  Sin 
embargo,  Moreau  de  Saint-Méry  dice,  que  aquel  edificio  empezado  en  1512  fué 
concluido  en  1540. — No  sabemos  positivamente  si  el  primer  obispado  fué  erigido 
por  el  Papa  Julio  II,  por  especial  Bula  expedida  el  año  de  1508,  como  dice  el 
Synodo,  ó  en  15 12,  en  la  Concepción  de  la  Vega,  como  sufragáneo  del  Arzobis- 
pado de  Xaraguá,  ó  si  no  lo  fué  hasta  15 17,  en  Santo  Domingo,  y  como  sufra- 
gáneo del  Arzobispado  de  Sevilla.  Tampoco  hemos  podido  averiguar  con  certeza, 
si,  como  se  cree  generalmente,  fué  el  primer  titular  fray  García  de  Padilla, 
franciscano,  ó  lo  fué  el  licenciado  Alonso  Manso.  Parece,  sin  embargo,  que  las 
funciones  episcopales  fueron  ejercidas  por  vez  primera  en  Santo  Domingo  en 
1517,  por  Alessandro  Geraldini,  de  Amelia,  en  la  Umbría  «amicoque  Columbo 
omni  ope  auxiliatus  est.» 

( Itinerarium  ad  rejiones  sub  equinotiali. —  Roma,  1631,  pág.  231). 

*  Debemos  consignar,  que  existen,  según  se  dice,  en  la  catedral  de  Santo 
Domingo  dos  piedras  sepulcrales,  que  al  parecer  son  muy  antiguas:  la  de  Rodrigo 
de  Bastidas  que  fué  enterrado  allí  en  1527,  y  la  de  Diego  Caballero  que  falleció 
en  1554;  pero  tenemos  la  persuasión  de  que  en  el  siglo  pasado  no  estaban  en  el 
sitio  donde  se  las  vé  hoy.  Moreau  de  Saint-Méry  que  exploró  cuidadosamente 
la  Catedral  en  1780,  nos  dice  que  encontró  allí  la  sepultura  del  almirante  Caro, 
muerto  en  1707,  y  la  de  don  Pedro  Niebla,  jefe  de  la  colonia,  enterrado  en 
1714.  ¿Es  admisible  que  hubiera  dejado  de  hablarnos  de  la  del  primer  secretario 
de  la  primera  Real  Audiencia  que  los  católicos  Reyes  asentaron  en  las  Indias,  y 
del  sepulcro  de  Bastidas ,  el  intrépido  notario  de  Triana  que  habiendo  armado  á 
su  costa  dos  carabelas,  continuó  las  exploraciones  de  Hojeda;  descubrió  la  costa 
de  Tierra  Firme  desde  el  cabo  de  la  Vela,  y  cuyo  nombre  ha  conservado  su 
popularidad,  como  el  del  único  amigo  y  protector  de  los  desdichados  indios,  si 
estos  curiosos  monumentos  hubieran  estado  en  la  Catedral  cuando  aquél  visitó 
el  edificio  y  lo  estudió  para  describirlo  con  exactitud? 

Cristóbal  Colon,  t.  ii. — 96. 


762 


CRISTÓBAL  COLON 


Es  cierto  que  Alcedo   dice  ^  que  la  sepultura  del  Almirante 
estaba  adornada  con  la  inscripcio'n  siguiente: 


CxX 


R^^ 


r¿í^' 


ivd 


>  4-', 


Hic  locus  abscondit  praclari  membra  Columhi 

Cujus  nomen  ad  astra  volat. 

Non  satis  unus  erat  sibi  mundus  notus,  ad  orbcm 

Ignotum  priscis  ómnibus  ipse  dedit; 

Divitias  stimmas  tenas  dispersit  in  omnes, 

Atque  animas  cwlo  tradidit  innúmeras; 

Invenit  campos  divinis  legibiis  aptos, 
Regibus  et  nostris  próspera  regna  dedit. 

Pero  el  sabio  geo'grafo  nunca  llego'  á  ver  ese  epitafio 
grabado  sobre  tumba  alguna.  Lo  copio  de  la  Elegía  V,  de 
Juan  de  Castellanos,  quien  lo  formo'  de  su  invencio'n,  como  lo 
hizo  con  los  de  Rodrigo  de  Arana,  Bobadilla,  Diego  Colo'n, 
Ponce  de  León  y  otros  varones  ilustres  de  Indias ,  cuyas  ¿7^- 
gias  termina  siempre  con  epitafio  o'  dístico  latino  á  su  gusto. 

Cuando  Moreau  de  Saint-Aíéry,  miembro  del  Consejo 
Superior  de  la  isla,  exploro'  en  1780  todos  los  monumentos 
de  la  parte  española,  que  describió'  en  un  excelente  libro  ^, 
no  había  en  la  Catedral  rastro  alguno  de  inscripcio'n,  de 
escudo,  ni  aún  de  tumba  o'  cenotafio,  que  diera  indicio  del 
lugar  "donde  reposaban  las  cenizas  del  Almirante.  Se  sabía 
por  tradicio'n  que  estaban  allí,  pero  nada  más  3. 

En  otro  libro  de  escaso  mérito  4  se  dice,    sin  embargo, 


'  Diccionario  Geográfico-Histórico  de  las  Indias. —  Madrid,  1786,  artículo 
América. 

Description  Topographique  et  PoUtique  de  la  partie  Espagnole  de  Saint 
Domingue. — Philadelphia,  1796,  2  vol.  in  8.° 

*  «II  n'est  personne  qui  ne  s'attende  á  trouver  dans  l'Eglise  metropolitaine 
de  Santo  Domingo,  le  mausolée  de  Christophé  Colomb ;  mais  loin  de  la,  l'exis- 
tence  de  ses  dépouilles  mortelles  dans  ce  lieu,  n'est  en  quelque  sorte  appuyée 
que  sur  la  tradition.»  Loe.  cit.,  tomo  I,  pág.  124. 

*  Roselly  de  Lorgues.  Christophé  Colomb,  París,  1856,  tome  II,  pág.  400. 
— El  aserto  está  tomado  de  la  noticia  que  consta  en  el  extracto  del  discurso 
pronunciado  en  las  exequias  de  Mr.  Moreau  de  Saint-Méry,  por  Mr.  Fournier- 
Pescay. 


APÉNDICES 


763 


lo  que  sigue:  «por  los  años  1770,  se  ignoraba  en  la  isla 
el  lugar  de  la  sepultura  de  Cristóbal  Colón.  Un  francés, 
el  honorable  Moreau  de  Saint-Méry,  fué  quien  tuvo  la  dicha 
de  descubrirla  en  la  Catedral  de  Santo  Domingo  y  de  hacer 
su  restauracio'n.»  Hay  que  objetar,  que  en  1770,  Moreau  de 
Saint-Méry,  lejos  de  estar  en  Santo  Domingo  se  encontraba 
en  Versalles  con  su  compañía  de  gendarmes  del  Rey,  dando 
guarnicio'n  en  aquel  sitio  Real.  Además,  cuando  después  de 
haber  perdido  su  fortuna  vino  desde  la  Martinica  á  estable- 
cerse en  el  cabo  Francés,  como  abogado,  hacia  1780,  y 
exploro  la  isla,  no  descubrió',  ni  entonces,  ni  en  toda  su 
vida,  la  sepultura  de  Cristóbal  Colón,  ni  nada  que  se  le 
pareciera,  y  él  es  el  primero  en  confesarlo  y  en  .deplorarlo. 
Lo  que  hizo  fué  averiguar  si  en  Santo  Domingo  se  sabía 
alguna  cosa  referente  al  lugar  en  que,  según  la  tradicio'n, 
debió  ser  enterrado  el  Almirante. 

Con  tal  intento,  se  dirigió'  á  su  amigo  don  José  Solano, 
comandante  de  la  armada  española,  que  le  respondió'  nada 
sabía,  ni  podía  investigar,  no  estando  ya  en  aquel  punto; 
pero  escribió'  á  don  Isidoro  Peralta ,  su  sucesor  en  la  presi- 
dencia de  la  parte  española  de  la  isla.  Don  Isidoro  le  contesto' 
con  fecha  29  de  Marzo  de  1783,  que  dos  meses  antes,  traba- 
jando en  la  Catedral,  habían  derribado  un  trozo  de  muro 
muy  grueso,  que  fué  vuelto  á  levantar  en  el  momento. 
Aquel  hecho  dio'  ocasio'n  á  encontrar,  enterrada  en  el  santua- 
rio al  lado  del  Evangelio,  una  caja  de  piedra,  que  encerraba 
otra  caja  de  plomo  que  contenía  osamentas  humanas.  Esta 
caja  i(  aunque  sin  inscripciones,  era  conocida  por  una  tradicio'n 
constante  é  invariable,  como  que  encerraba  los  restos  de 
Colón  ^» 

En  apoyo  de  su  aserto,  don  Isidoro  Peralta  envió 
después  dos  certificados,  cuya  importancia  es  capital,  porque 
fueron   extendidos  en  una  época  en  que  nadie  pensaba   en 


^í-i^Tt-Ñi-'. 


m 


.rü-    ^''  'Ai^'T 


*    Descripción,  tomo  I,  pág.  126. 


764 


CRISTÓBAL  COLÓN 


WÍ--í')i 


desposeer  á  Santo  Domingo  de  aquellas  preciosas  reliquias. 
— Volveremos  á  trasladarlos  del  francés,  en  lengua  española, 
por  no  tener  á  mano  los  originales. 

«  Yo  Don  Joseph  NüñcT^  de  Cáceres,  Doctor  en  sagrada 
teología,  de  la  Pontificia  y  Real  Universidad  del  Angélico  Santo . 
Tomás  de  Aquino,  dignidad  Dean  de  esta  Santa  Iglesia  metro- 
politana y  Primada  de  las  Indias:  —  Certifico:  que  habiendo  sido 
demolido  el  santuario  de  esta  Santa  Iglesia  Catedral  para  cons- 
truirlo de  nuevo,  se  encontró  al  lado  de  la  tribuna  donde  se  canta 
el  Evangelio,  y  próximo  á  la  escalera  por  donde  se  sube  á  la 
Sala  Capitular,  un  cojre  de  piedra,  hueco,  de  forma  cúbica,  y  de 
cerca  de  una  vara  de  altura,  que  encerraba  una  urna  de  plomo 
algo  maltratada  conteniendo  muchos  huesos  humanos. 

))Hace  algunos  años,  que  en  iguales  circunstancias,  de  que 
certifico,  se  encontró  al  lado  de  la  Epístola,  otra  caja  de  piedra 
semejante;  y  según  la  tradición  comunicada  por  los  ancianos  del 
país,  y  un  capitulo  del  Sínodo,  de  esta  santa  Iglesia  Catedral,  se 
cree  que  la  del  lado  del  Evangelio  encierra  los  huesos  del  Almi- 
rante Cristóbal  Colón  ,  y  la  del  lado  de  la  Epístola  los  de  su 
hermano,  sin  que  se  haya  podido  comprobar  si  éstos  son  los  de  su 
hermano  don  Bartolomé,  ó  de  don  Diego  Colón,  hijo  del  Almi- 
rante. 

))Eh  testimonio  de  lo  que  doy  el  presente.  En  Santo  Domingo, 
á  20  de  Abril  de  ijS). 

«Firmado,  don  Joseph  Núñez  de  Cáceres.» 

A  este  certificado  iba  unida  una  copia  literal,  pero  dada 
el  29  de  Abril  de  1783,  y  firmada  por  don  Manuel  Sánchez, 
cano'nigo  Dignidad  Chantre  de  la  iglesia  Catedral. 

En  fin,  había  también  otro  tercero,  concebido  en  estos 
términos: 

(.(Don  Pedro  de  Gálve^,  Maestre-escuela,  canónigo  Digni- 
dad de  esta  Iglesia  Primada  de  Indias.  —  Certifico:  que  habién- 


APÉNDICES 


765 


dose  derribado  el  santuario  para  volverlo  á  construir,  se  ha 
encontrado  al  lado  donde  se  cantaba  el  Evangelio,  un  cofre  de 
piedra  con  tina  urna  de  plomo,  algo  deteriorada,  que  contiene 
osamenta  humana;  y  se  conserva  memoria  de  haber  otra  de  igual 
clase  al  lado  de  la  Epístola,  que  según  lo  que  refieren  personas 
ancianas  del  país  y  un  capitido  del  Sínodo  de  esta  santa  Iglesia 
Catedral,  la  del  lado  del  Evangelio  contiene  los  huesos  del  Almi- 
rante Cristóbal  Colón,  y  la  del  lado  de  la  Epístola,  los  de  su 
hermano  Bartolomé.  ^ 

»  En  je  de  lo  cual  doy  la  presente  á  26  de  Abril  de  lySj. » 

«Firmado,  don  Pedro  Gálvez  ^.» 


Debemos  completar  estos  datos  con  el  extracto  de  lo  que 
esos  canónigos  llaman  Synodo,  y  que  no  puede  ser  más  que 
la  recopilacio'n  de  instrucciones  sinodales  publicada  en  Ma- 
drid 2  bajo  el  título  de  Sytiodo  Diocesana  del  Arzobispado  de 
Santo  Domingo,  celebrada  por  el  Illmo.  y  Revmo.  Sr.  D.  Fray 
Domingo  FernándeT^  Navarrete.  —  Año  de  M.  DC.  XXXIII, 
día  V  de  Noviembre.  —  Efectivamente,  á  la  pág.  13  leemos: 
«...  y  para  este  fin,  habiéndose  descubierto  esta  Isla  por  el 
insigne  y  muy  celebrado  en  el  mundo  Don  Christoval 
Colon  (cuyos  huessos  yazen  en  una  Caxa  de  plomo  en  el 
Presbyterio,  al  lado  de  la  peana  del  Altar  Mayor  de  esta 
nuestra  Catedral,  con  los  de  su  hermano  Don  Luis  Colon 
(sic)  que  están  al  otro,  según  la  tradición  de  los  antiguos  de 
esta  Isla.» 

Esta  descripción  es  la  más  antigua  que  poseemos,  y  sin 
embargo,  no  se  apoya  más  que  en  la  tradicio'n ;  á  menos  que 
la  salvedad  última  se  refiera  solamente  á  los  huesos  de  don 
Luis  Colo'n.  Es  de  notar  que  justamente  á  la  izquierda  del 
presbiterio  fué  donde  Mr.  el  obispo  Cocchía  tuvo  la  buena 


*  Tomamos  estos  Documentos  de  la  Descripción  citada,  tomo  I,  pági- 
nas 127  y  128. 

*  Madrid,  imprenta  de  Manuel  Fernández;  sine  anno,  119  págs.  en  4.° 
menor. 


766 


CRISTÓBAL  COLÓN 


'.^ 


fortuna  de  encontrar  la  caja  de  plomo  cuya  inscripción  decía: 
(.(El  Almirante  don  Luis  Colón.»  Si  los  certificados  anteriores 
al  parecer,  han  sido  inspirados  en  parte  por  la  descripción 
hecha  en  el  Synodo,  bien  puede  suponerse  que  don  José 
Núñez  de  Cáceres  y  don  Pedro  de  Gálvez,  mejor  instruidos 
en  la  genealogía  de  Colón,  corrigieron  el  error  de  fray  Do- 
mingo Fernández  Navarrete,  de  atribuir  la  caja  de  plomo 
del  lado  izquierdo  del  presbiterio,  no  á  un  hermano  de  Cris- 
tóbal Colón  llamado  don  Luis  (que  ellos  sabían  no  existió' 
nunca)  sino,  inducidos  en  error  por  el  apelativo  ((Hermano» 
al  Adelantado  don  Bartolomé,  el  verdadero  fundador  de  la 
colonia. 

En  las  Antillas,  unos  insectos  llamados  impropiamente 
termites,  destruyen  en  breve  tiempo  los  libros  y  los  manus- 
critos. Esta  sería  causa  suficiente  para  que  en  todo  lo  rela- 
tivo á  Santo  Domingo  nadie  pudiera  encontrar  documentos 
de  fecha  anterior  al  siglo  xvii;  pero  además  cuando  Francis 
Drake  saqueo'  la  ciudad  de  Santo  Domingo  en  1586,  los 
archivos  de  la  Catedral  fueron  quemados  o'  destruidos.  El 
documento  más  antiguo  que  Moreau  de  Saint-Méry  pudo 
consultar  allí  cuando  escribió'  su  Descripción ,  fué  un  viejo 
registro  que  comprendía  las  actas  capitulares  desde  1569 
hasta  1593,  y  que  el  tiempo  y  los  gusanos,  según  decía, 
tenían  medio  destruido.  Existían  también  probablemente  en 
el  siglo  pasado,  actas  civiles  fechadas  desde  el  año  1630; 
pero  dudamos  de  que  en  1795  hubiera  documentos  que  las 
autoridades  pudieran  consultar  con  algún  fruto,  si  hubieran 
caído  en  la  tentacio'n  de  examinar  la  cuestio'n  de  la  autenti- 
cidad de  las  cenizas,  que  su  patriotismo  irreflexivo  les  forzaba 
á  arrancar  de  Santo  Domingo,  para  llevarlas  á  la  «Isla  de 
Cuba,  que  también  don  Cristóbal  Colón  descubrió',  y  en 
que  arbolo'  el  primero  el  estandarte  de  la  cruz  ^))  A  no  ser 
así,  los  cano'nigos  que  en  1783  manifestaron  tanta  prolijidad 


Extracto  de  las  Noticias,  pág.  366. 


APÉNDICES 


767 


en  dar  detalles  á  don  Isidoro  Peralta ,  habrían  citado  aque- 
llos documentos,  y  no  se  hubieran  contentado  con  invocar 
solamente  un  libro  impreso  en  Madrid.  Esta. cita  demuestra, 
por  otra  parte,  el  afán  de  acompañar  sus  asertos  con  pruebas 
documentales. 

En  el  eco,  pues,  y  muy  reciente  por  cierto,  del  suceso 
referido  en  los  documentos  que  dejamos  traducidos  antes,  es 
necesario  que  busquemos  las  razones  que  decidieron  á  don 
Gabriel  de  Aristizabal  y  al  Arzobispo  á  hacer  en  1795  la 
exhumacio'n  descrita  en  el  Extracto  de  las  Noticias,  hecho  y 
publicado  por  don  Martín  Fernández  de  Navarrete  *.  Hasta 
cabe  en  lo  posible,  que  fueran  ayudados  por  testigos  del 
descubrimiento  que  según  Cáceres  y  Gálvez,  se  hizo  en  el 
año  1783. 

El  sitio  designado  en  el  Synodo,  como  existente  <aen  el 
Preshyterio,  al  lado  de  la  peana  del  Altar  Mayor,))  que  don 
Isidoro  Peralta  describe  «etant  dans  le  sanctuaire  du  cote  de 
l'Evangile»  y  Cáceres,  Sánchez  y  Gálvez,  «le  cote  de  la 
tribune  oü  se  chante  l'evangile ,  et  prés  de  la  porte  par  oú 
Ton  monte  á  l'escalier  de  la  chambre  capitulaire,»  corres- 
ponde exactamente  al  lugar  indicado  en  el  Extracto  de  las 
noticias  en  estos  términos :  «  en  el  Presbiterio,  al  lado  del  Evan- 
gelio pared  principal  y  peana  del  altar  mayor.))  También  hay 
completa  identidad  con  la  descripcio'n  que  da  Mr.  el  obispo 
Cocchía:  «á  la  derecha  del  presbiterio...  en  el  lugar  del 
trono  episcopal,  á  un  metro  del  muro,  enfrente  de  la  puerta 
que  conduce  á  la  sala  capitular.» 

Hay  también  otro  dato,  que  por  hoy  nos  contentaremos 
con  señalar,  como  coincidencia  digna  de  atencio'n.    Cuando 


*  No  en  el  eco  del  suceso,  sino  en  los  documentos  mismos,  fué  donde  se 
apoyaron  y  fundaron  su  convicción  Aristizabal  y  el  Arzobispo,  como  lo  demues- 
tra la  absoluta  identidad  de  frases  en  el  Synodo  y  en  el  Extracto,  que  el  autor 
hace  notar  en  seguida.  Y  cuenta  que  el  Synodo  es  documento  muy  digno  de 
crédito,  puesto  que  no  es  posible  considerarlo  como  de  fecha  de  1683,  sino  mucho 
más  antiguo,  como  que  el  libro  es  recopilación  de  las  constituciones  sinodales 
formadas  desde  la  primitiva  erección  de  la  Iglesia  primada.  (Nota  ex  aliena 
manu). 


768 


CRISTÓBAL  COLON 


el  coronel  presidente  de  la  colonia,  don  Isidoro  Peralta, 
murió'  en  el  año  178Ó,  fué  inhumado  cerca  de  las  cenizas 
recién  descubiertas  y  atribuidas  á  Cristóbal  Colón  \  hacía 
tres  años.  Ahora  bien:  ¿cuál  fué  el  primer  objeto  que  salto' 
á  la  vista  de  don  Francisco  X.  Billini,  cura  al  presente  de  la 
santa  iglesia  Catedral,  cuando  el  sábado  8  de  Septiembre, 
día  de  la  Natividad  de  la  Santísima  Virgen,  abrió  la  bo'veda? 
«Restos  humanos,  adornados  de  galones...  indicaban  que 
era  un  oficial  que  había  sido  enterrado  con  su  uniforme  2.» 

Mientras  no  se  ofrezca  prueba  topográfica  que  lo  contra- 
diga, puede  creerse  fundadamente  que  el  lugar  de  aquellas 
tres  exhumaciones  es  exactamente  el  mismo. 

Pero  lo  que  hay  digno  de  atencio'n  es,  que  los  objetos 
funerarios  examinados  en  la  bo'veda  de  1783  se  parecen  tan 
poco  á  los  descritos  en  el  acta  de  1795,  como  éstos  á  los 
descubiertos  por  Mr.  el  obispo  Cocchía  en  1877. 

En  1783  es  urna  de  plomo  que  estaba  encerrada  en  una 
caja  de  piedra ;  y  lo  que  la  urna  contenía,  según  vieron  y 
supieron  los  cano'nigos,  eran  osamentas  reducidas  á  ceniza  en 
su  mayor  parte,  entre  las  cuales  se  distinguían  huesos  del 
ante-hraTp. 

Doce  años  después,  la  caja  de  piedra  ha  desaparecido; 
y  en  vez  de  la  urna  6  de  sus  fragmentos,  es  decir,  trozos 
co'ncavos  o'  convexos,  son  unas  planchas  de  plomo  como  de 
tercia  de  largo,  indicantes  de  haber  habido  caja  de  dicho 
metal.  En  cuanto  á  los  huesos,  en  lugar  de  un  «radius,»  o' 
de  un  «cubitus,»  se  encuentran  pedazos  de  huesos  de  canillas. 

En  fin,  en  el  año  de  gracia  de  1877,  se  saca  á  luz  una 
caja  bien  conservada  de  42  centímetros  de  largo,  20  ^¡2  de 
ancho  y  21  de  profundidad,  toda  surcada  de  inscripciones, 
y  guardando  un  esqueleto  casi  completo. 

Y  cualquier  lector  se  preguntará ,  por  qué  y  como  esta 


'     Descripción,  tomo  I,  pág.  133. 

*    Mandamiento  del  señor  obispo  Cocchía. 


APÉNDICES 


769 


«caja  bien  conservada,  con  un  letrero  en  la  tapa,  dentro  y 
alrededor,»  pudo  escapar  á  las  escudriñadoras  miradas  no 
solamente  de  Cáceres,  de  Gálvez  y  de  Sánchez,  sino  también 
de  aquella  cohorte  de  funcionarios  que  figuran  en  el  acta  de 
1795,  y  que  se  habían  reunido  expresamente  para  exhumar 
é  identificar  los  restos  de  don  Cristóbal  Colón.  Por  más 
que  se  diga,  siempre  parecerá  extraño  que  el  clero  Catedral 
en  1783  y  en  1795,  con  más  un  Arzobispo,  un  Teniente 
General  de  la  Armada  Real ,  un  comandante  de  Ingenieros 
«y  muchas  otras  personas  de  grado  y  consideracio'n »  hayan 
escogido  precisamente  para  objeto  de  su  veneracio'n,  los 
unos,  una  urna  de  plomo  sin  inscripcio'h  alguna;  los  otros, 
unas  planchas  del  mismo  metal  igualmente  ano'nimas,  cuando 
á  dos  pasos  de  ellos  estaba  allí  esta  hermosa  caja  profusa- 
mente adornada  con  magníficas  inscripciones  de  letras  go'ti- 
cas  alemanas,  y  que  desde  luego  debía  saltarles  á  los  ojos. 
A  menos  que  no  se  suponga — y  esto  incumbe  á  Mr.  el  obispo 
Cqcchía  probarlo  arquitectónicamente  —  que  el  sub-suelo  del 
presbiterio  de  la  Catedral  al  lado  derecho,  cerca  de  la  puerta 
que  conduce  á  la  Sala  Capitular,  está  cuajado  de  bo'vedas, 
como  los  agujeros  de  un  panal  de  miel,  y  que  varias  de  estas 
celdas  contienen  una  o'  muchas  cajas  de  plomo.  Sin  embargo, 
los  excépticos  dirán  siempre  que  cuando  en  1783  y  en  1795 
no  se  puso  la  vista  en  caja  tan  notable,  es  porque  en  aquellas 
fechas  no  se  encontraba  allí  todavía. 


III 


En  la  caja  de  plomo  que  recientemente  se  ha  sacado  á 
luz,  hay  un  «radius,»  un  «peroné,»  un  «fémur,»  un  «coc- 
cyx,»  la  mitad  de  una  mandíbula  y  otros  muchos  huesos. 
Hasta  se  ha  encontrado  allí  ((una  bala  de  plomo  del  peso  de  una 
OUTJI  poco  más  ó  menos.))  ¿Qué  puede  significar  aquella  bala 
de  fusil?  El  señor  obispo  de  Orope,  al  describirla,  cita  un 
Cristóbal  Colon,  t.  ii.— 97. 


-'* 


'^kC-  I 


770 


CRISTÓBAL  COLON 


M'j 


párrafo  de  la  Historia  Universal  de  César  Cantú  ',  en  que  se 
dice  que  estando  en  la  costa  de  Veragua,  volvió  á  abrirse  la 
herida  de  Cristóbal  Colón;  y  aún  da  á  entender  que  el  Al- 
mirante tenía  herida  de  mosquete,  y  que  bien  podía  ser  que 
la  bala  se  le  hubiera  quedado  en  el  cuerpo  y  ahora  apareciera. 

El  incidente  de  la  costa  de  Veragua,  se  fija  hacia  el  20  de 
Diciembre  de  1503  durante  el  último  viaje  de  Colón,  cuando 
tan  ríiinuciosamente  exploraba  el  litoral  de  Venezuela,  bus- 
cando la  embocadura  del  Ganges.  Las  autoridades  para  estu- 
diar esta  expedicio'n,  que  está  referida  hasta  en  sus  menores 
detalles,  son  el  Diario  de  Diego  de  Porras;  la  carta  expedida 
por  el  Almirante  el  7  de  Julio  de  1503 ;  la  relacio'n  interca- 
lada en  el  testamento  de  Diego  Méndez  ^,  y  la  hulera  raris- 
sima  3.  De  nuevo  acabamos  de  leerlas.  En  ninguna  parte  se 
hace  mencio'n  en  ellas  de  heridas  antiguas  o'  modernas.  Los 
cronistas  contemporáneos,  tales  como  Pedro  Mártir  de  An- 
ghleria  y  Oviedo,  que  describen  este  cuarto  viaje  y  hablan  de 
la  horrible  tempestad  que  sufrió'  Colón,  nada  dicen  tampoco; 
se  hace  mucho  mérito  de  las  penalidades  y  fatigas  y  de  la 
enfermedad  del  Almirante.  Las  Casas  hasta  la  señala  diciendo 
que  adoleció'  de  la  gota,  pero  de  una  herida  abierta,  o'  de 
cualquiera  otra  clase,  no  encontramos  siquiera  rastro. 

Debemos  decir,  sin  embargo,  que  en  el  cuarto  viaje,  al 
salir  dé  los  puertos  de  Bastimentos  y  del  Retrete,  fué  asal- 
tado por  una  serie  de  tempestades  que  le  hicieron  padecer 
mucho;  y  en  la  carta  que  escribió  á  los  Reyes  Cato'licos, 
dice  efectivamente:  «Allí  se  me  refresco'  del  mal  la  llaga  4.» 
Pero  de  aquí  no  se  deduce  que  fuera  consecuencia  de  herida 
de  arma  de  fuego  —  es  muy  diferente ! 


'  «En  la  costa  de  Veragua  se  abrió  su  herida,»  Cantú,  tomo  10,  biogra- 
fía XIX. — ¿Se  refiere  á  esta  bala? — Mandamiento,  en  la  Gaceta  de 3  de  Octubre 
de  18 jy;  infra,  Documento  V 

*  Navarrete,  Colección,  tomo  I,  págs.  296  y  314. 

*  Riprodotta  é  illustrada  del  cav.  ab.  Morelli,  Bassano,  m.dccc.x. —  En  8.° 
—  B.  A.  V.  no  36. 

*  Navarrete,  tomo  I,  pág.  301. 


APÉNDICES 


771 


Por  otro  lado,  el  peso  de  esa  bala,  que  se  nos  dice  no 
ser  más  que  de  una  onza  pro'ximamente,  casi  no  es  admisible 
tratándose  de  un  proyectil  que  se  quiere  hacer  provenir  del 
siglo  XV.  Cierto  que  desde  época  tan  remota  como  los  años 
1376  y  1397  ^  figuran  ya  en  los  inventarios  armas  de  fuego 
de  mano ;  y  hasta  libros  conservamos  impresos ,  en  los  que 
bajo  las  fechas  de  1468  ^  y  1473  3  hay  miniaturas  o'  graba- 
dos que  representan  exactamente  la  clase  de  que  eran  aquellas 
armas.  Llámaselas  «schopos,»  «bombardas»  d  «cañones,» 
no  eran  en  realidad  sino  culebrinas  más  o'  menos  manuables, 
pero  en  todas  ellas,  aún  en  las  más  pequeñas,  el  calibre  es 
ciertamente  mayor  que  para  balas  de  diez  y  seis  en  libra. 

Vinieron  luego  los  arcabuces,  primero  sin  rastrillo 
ninguno,  y  se  hacía  fuego  por  medio  de  una  mecha;  y 
después  los  arcabuces  verdaderos,  que  tenían  un  mecanismo 
elemental,  que  hacía  mover  una  serpentina  que  caía  sobre  el 
cebo.  Es  casi  imposible  fijar  la  época  en  que  se  invento  esta 
arma.  Nosotros  la  creemos  de  los  diez  últimos  años  del 
siglo  XV,  todo  lo  más.  Si  hemos  de  creer  á  Du  Bellay,  el 
arcabuz  de  horquilla,  que  siguió'  inmediatamente  al  arcabuz 
primitivo,  no  dataría  más  que  desde  la  batalla  de  Ghiara, 
en  el  Milanesado,  que  se  dio'  en  el  año  1521  4.  Sea  como  se 
quiera,  los  primeros  arcabuces  de  mecha  eran  seguramente 
capaces  por  su  calibre  de  llevar  balas  de  mucho  ma3'or  peso 
que  el  de  una  onza,  por  más  que  sea  hoy  muy  difícil  fijar  el 
mínimum  de  peso  del  pro3'ectil  de  aquellas  armas  al  finalizar 
el  siglo  XV.    En  efecto,   hasta   15Ó9,   en  la  batalla  de  Mon- 


L  —i 


'  «VIII  schopos  de  ferro,  de  quibus  sun  tres  á  manibus.»  Inventarios  for- 
mados en  Bolonia  en  1397,  y  en  Huntercombe  en  1375. — Véase  Hefner,  Die 
Burg  Tannenberg  und  ihre  Ausgrabungen. 

*  Des  faits  du  grant  Alexandre,  transíate  par  Vasque  de  Luce  M.  SS.  de 
Burney  no  169,  fol.  127,  miniatura  reproducida  por  Hewitt,  Anden  armour, 
vol.  III,  pág.  485. 

*  Valturius,  De  re  militari,  Verona,  1472,  in  fol.  cap.  X. 

*  «De  ceste  heure  lá  furent  inventées  les  arquebouzes  qui  on  tiroit  sur  une 
fourchette.»  Memoires  de  Martin  du  Bellay,  edición  de  Petitot,  París,  8.°,  2^ 
entrega,  pág.  347. 


172 


CRISTÓBAL  COLON 


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contour,  no  aparecieron  los  arcabuces  de  calibre  uniforme  '. 
Hasta  entonces  el  calibre  dependía  del  capricho  de  cada  jefe; 
pero  como,  además  de  la  dificultad  que  ofrece  el  forjar  un 
caño'n  de  corto  diámetro,  recto  é  igual  en  toda  su  longitud, 
era  también  idea  entonces  dominante,  la  de  que  una  bala 
gruesa  era  más  mortífera  que  una  pequeña,  es  cosa  cierta 
que  el  calibre  no  era  inferior  al  de  los  arcabuces  más  anti- 
guos que  se  conservan.  Hemos  medido,  y  hecho  medir  con 
gran  cuidado  las  armas  de  fuego  guardadas  en  muchos 
museos  y  colecciones  particulares,  que  autoridades  compe- 
tentes en  la  materia  declaran  ser  de  fabricacio'n  anterior  del 
XVI.  Ninguna  hemos  podido  encontrar  cuyo  calibre  bajase 
de  0^,019  milímetros  o'  o*", 020  entre  los  arcabuces,  y  o"', 022 
para  las  culebrinas  de  mano;  lo  que  supone  una  bala  de  un 
peso  muy  superior  á  «una  onza  poco  más  o  menos.» 

Por  otra  parte,  durante  todo  el  siglo  xviii  y  la  primera 
mitad  del  xix,  el  calibre  del  mosquete  ordinario  y  luego  del  fu- 
sil de  municio'n  no  pasaba  de  o"',oi 7 milímetros,  es  decir,  que 
el  arma  de  fuego  más  común  calzaba  una  bala  precisamente 
del  peso  de  la  que  se  ha  encontrado  dentro  de  la  caja  en 
cuestio'n.  Fundamento  encontraría  un  crítico  meticuloso  y 
nimio  para  plantear  el  siguiente  problema: — Dada  la  nece- 
sidad de  presentar  en  nuestros  días  una  bala  esférica  de 
plomo,"  para  suponer  que  procede  de  un  arma  antigua  de 
guerra,  y  no  teniendo  á  mano  más  que  los  elementos  ordina- 
rios, se  pregunta,  ¿cuál  sería  el  peso  de  la  bala  producida? 

Ochenta  y  nueve  artilleros  entre  ciento  contestarían: 
«una  onza,  poco  más  d  menos.» 

Además,  ¿do'nde  y  cuándo  se  vio'  Colón  expuesto  á 
recibir  una  bala  de  arcabuz,  o'  aunque  fuera  de  caño'n?  ¿Y.n 
qué  expediciones  militares  tomo'  parte? 

Apoyándose  en  los  cuentos   que   tanto   abundan  en  la 


pág.  674 


John  Hewitt,  Ancient  armour,  Oxford  and  London,  1860,  8.°,  \q\.  III, 


APÉNDICES 


ni 


biografía  atribuida  á  la  pluma  de  su  hijo  Fernando ,  afirman 
algunos  historiadores  modernos,  que  Cristóbal  Colón,  al 
servicio  del  rey  Renato  de  Anjou ,  mando'  expediciones  mili- 
tares contra  Túnez.  Pero  ya  hemos  demostrado  en  otro 
lugar  ^  que  esas  expediciones  no  pudieron  verificarse  sino 
entre  los  años  1459  y  1461,  3^  que  en  estas  fechas,  Colón, 
pobre  niño,  aprendiz  de  un  cardador  de  lana,  tendría  todo 
lo  más  trece  años. 

Se  ha  pretendido  también  que  mandaba  la  nave  geno- 
vesa  que  en  147Ó  hizo  frente,  delante  de  la  isla  de  Chipre,  á 
toda  la  escuadra  veneciana.  Pero  demostramos  igualmente, 
que  nada  hay  que  justifique  ni  aún  siquiera  que  Colón 
estuviera  á  bordo  2;  y  los  documentos  descubiertos  poste- 
riormente 3  nos  han  revelado  el  nombre  del  capitán  genové>. 
Se  llamaba  Paolo  Gentile.  Y  en  fin,  se  ha  repetido  que  el 
futuro  descubridor  del  Nuevo  Mundo  había  tomado  parte 
en  el  famoso  combate  naval  en  que  la  armada  de  Carlos  VIII 
se  apodero'  de  las  galeras  flamencas  á  la  altura  del  Cabo  de 
San  Vicente.  Documentos  hemos  estudiado  procedentes  de 
los  archivos  de  Venecia  4  y  de  las  cro'nicas  de  aquel  tiempo 
que  prueban  que  aquel  combate  se  dio  en  el  año  1485;  que 
en  esta  fecha,  Colón,  casado  hacía  ya  muchos  años,  padre 
de  familia,  y  después  viudo,  estaba  en  España,  y  probable- 
mente establecido  ya  en  Andalucía  como  mercader  de  libros 
de  estampa  5 ;  y  que  el  Colombo  de  que  se  hace  mencio'n  en 
los  despachos  oficiales  y  en  Sabellicus,  no  era  Cristóbal 
Colón,  sino  un  almirante  francés,  gasco'n,  hijo  o'  sobrino  de 
Guillermo  Caseneuve,  y  conocido  como  éste  por  el  sobre^ 
nombre  de  Coullom  (en  latín  Columbtis)  ^. 


*  Boletín  de  la  sociedad  de  geografía  de  París,  en  los  números  de  Abril 
de  1873  y  Noviembre  de  1874. — Véase  el  Documento  nüm.  VI. 

*  Les  Colombo  de  France  et  d^Jtalie. — París,  1874,  pág.  42. 

*  Por  César   Cantú,   Archivo  storico  Lombardo,  anno  I,  fase.   3. —  Mi- 
lano, 1874. 

*  Les  Colombo  de  France  et  d'Italie,  cap.  III. 
'     Bernáldez. — Reyes  Católicos,  cap.  CXVIII. 

*  Don  Diego  Ortiz  de  Zúñiga  es  el  primero  que  en  sus  Anales  de  Sevilla, 


A 


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774 


CRISTÓBAL  COLON 


La  herida  y  la  bala  son,  por  lo  tanto  apo'crifas.  En 
cuanto  á  la  presencia  de  ese  proyectil  entre  los  huesos,  no 
seremos  nosotros  quien  se  encargue  de  explicarla.  Esto  sería 
tanto  más  dificultoso,  cuanto  que  una  caja  de  42  centímetros 
de  largo,  por  20  '/a  de  ancho  (dimensiones  exactas  de  la  de 
plomo  que  han  encontrado  en  Santo  Domingo)  supone  una 
traslacio'n  hecha  en  tiempo  en  que  los  huesos  estaban  ya 
completamente  dislocados.  ¿Qué  objeto  pudo  tener  el  pasar 
aquella  bala  á  la  nueva  caja  al  mismo  tiempo  que  se  pasaban 
los  restos?  En  buen  hora  que  se  hubieran  pasado  las  famosas 
cadenas  que  se  pusieron  á  Colón  cuando  Bobadilla  lo  envió' 
á  España ,  si  hubiera  sido  cierto  que  se  enterraron  con  él ,  y 
las  hubieran  encontrado;  pero  ¿á  qué  causa  puede  atribuirse 
la  conservacio'n  de  esa  bala  de  plomo  hasta  en  nuestros 
días? 

La  caja  en  cuestio'n  tiene  muchas  inscripciones,  abre- 
viadas, pero  muy  legibles.  En  la  parte  interior  de  la  tapa 
se  lee: 

varón 
Dn.  Cristóbal  Colón 

lo  cual*  debía  quitar  todas  las  dudas;  pero  hay  también  otra 


libro  XII,  año  1489,  hace  representar  á  Colón  un  papel  militar,  pero  es  en  la 
guerra  de  Granada.  Como  escribía  más  de  ciento  cincuenta  años  después  de  los 
sucesos,  nos  parece  muy  dudosa  su  autoridad. — Los  compatriotas  de  Colón,  tales 
como  Alessandro  Geraldini  y  Pedro  Martyr,  que  vivían  en  aquel  tiempo  en  la 
corte  de  los  Reyes  Católicos ;  Bartolomé  Senarega,  que  fué  poco  después  Emba- 
jador en  ella  por  la  República  de  Genova ;  los  otros  genoveses  contemporáneos 
que  escribieron  su  historia,  tales  como  Antonio  Gallo  y  Agostino  Giustiniano, 
obispo  de  Nebbio ;  Maífei  de  Volterra,  y  el  continuador  de  Philipo  Bergomas; 
los  cronistas  españoles  que  le  conocieron  personalmente,  como  fray  Bartolomé  Las 
Casas  y  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  todos  ignoran  aquellos  combates,  y 
aún  un  suceso  militar  aislado.  No  ven,  por  el  contrario,  en  Cristóbal  Colón, 
más  que  un  genovés  afable  aunque  tenaz,  que  dejó  bastante  entrado  en  años 
C<í.pubescens  Jam  rei  maritime  opera7n  dedit-»)  su  oficio  de  cardador  de  lana  para 
dedicarse  á  marino ;  y  que  en  España  nunca  pensó  más  que  en  hacer  que  se 
aceptaran  sus  proyectos  de  viajes  trasantlánticos. 


APÉNDICES 


775 


inscripción  igualmente  clara,   aunque  menos  comprensible, 
que  está  sobre  la  misma  tapa : 

D.  de  la  ^.  P/^jlJ' 

Que  estas  inscripciones  estén  en  castellano  y  no  en 
latín,  es  ya  un  poco  sorprendente,  aunque  no  extraordi- 
nario. La  lápida  sepulcral  de  don  Fernando  Colo'n  en  la 
catedral  de  Sevilla,  que  es  del  año  1539,  y  por  tanto  con- 
temporánea de  la  caja  en  que  se  pusieron  los  restos  del 
Almirante  para  transportarlos  desde  la  Cartuja  á  Santo 
Domingo,  tiene  una  inscripcio'n  en  lengua  española.  Pero 
esas  abreviaturas  arbitrarias,  que  no  están  en  una  invoca- 
ción religiosa,  sino  que  se  refieren  á  títulos  y  calificaciones, 
son  inusitadas,  inverosímiles,  tratándose  de  una  muestra  de 
estilo  lapidario  en  el  siglo  xvi.  Ese  lujo  de  inscripciones  á 
derecha  é  izquierda,  fuera  y  dentro,  como  si  al  fabricar  la 
caja  de  plomo  se  hubiera  tenido  ya  la  presciencia  de  las 
dudas  que  hoy  se  presentan,  es  también  harto  sospechoso. 

Y  sin  embargo,  lo  que  más  nos  preocupa  es  una  sola 
letra; — la  xA  mayúscula  del  renglón  de  la  tapa.  El  reve- 
rendo obispo  Cocchía  dice  con  excelentísima  gracia  que 
aquella  línea  debe  traducirse  por  Descubridor  de  la  América. 
—  Pero  ¿co'mo  puede  provenir  de  España,  en  la  época  pro- 
bable de  la  inscripcio'n,  ese  nombre  de  América? 

Esa  apelación  es  de  origen  alemán.  Fué  inventada  por 
Waltzemuller  de  Friburgo,  en  Brisgau,  é  impresa  por  pri- 
mera vez  en  el  mes  de  Alayo  de  1507  ^  No  es  posible,  por 
tanto,  que  se  grabase  en  la  primera  caja  de  Cristóbal 
Colón,  que  murió'  en  1506.  Hay  además  fundado  motivo 
para  preguntar :  ¿por  qué  el  autor  del  epitafio  no  se  sirvió'  en 
la  inscripcio'n  del  término  oficial  y  consagrado  por  el  uso? 


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Maij,  1507. 


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CRISTÓBAL   COLÓN 


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¿Por  qué  razón  en  vez  de  Descubridor  de  la  América,  no  grabo' 
Descubridor  de  las  Indias?  El  nombre  de  América  fué  rarísimo 
en  España  en  todo  el  siglo  xvi.  De  sesenta  y  dos  obras  que 
conocemos  impresas  aquí  antes  del  año  1550  ^  en  las  cuales 
se  trata  del  Nuevo  Mundo,  en  una  sola  se  le  da  el  nombre 
de  América  ^\  todas  las  demás  dicen  las  Indias.  Los  historia- 
dores, los  cronistas,  los  jurisconsultos,  los  geo'grafos,  los 
grabadores  heráldicos  de  aquella  época  nunca  se  valen  de 
otra  palabra.  —  Oviedo,  Lo'pez  de  Gomara,  Las  Casas  en  su 
Historia,  Mártir  de  Anghleria  en  sus  Décadas,  Ramírez  en  sus 
Pragmáticas,  Enciso  en  las  Suninia  de  Geografía,  todos  dicen 
las  Indias;  el  Almirante  de  las  Indias,  el  Descubridor  de  las 
Indias  3.  La  lápida  de  don  Fernando  Colo'n,  que  justamente 
es  contemporánea,  como  dijimos,  de  la  inscripcio'n  que 
debería  leerse  en  la  caja  del  Almirante  remitida  de  Sevilla 
en  1537,  dice:  «Primo  Almirante  que  descubrid  las  Indias  y 
Nuevo  Mundo.))  En  fin,  éste  es  hoy  todavía  en  Madrid  y  en 
Sevilla  el  término  oficial  4.  Por  eso  nos  sorprende  extraor- 
dinariamente, ver  en  una  inscripcio'n  solemne,  redactada 
precisamente  en  España,  y  que  debe  atribuirse  de  positivo  á 
la  familia  misma  de  Cristóbal  Colón  ,  ese  nombre  de 
América  que  consagra  la  más  clara  de  las  injusticias,  puesto 
sobre  unos  restos  que  se  quiere  suponer  sean  los  del  mismo 
que  fué  la  ilustre  víctima  de  aquélla. 


IV 


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En  resumen.    No  hay  prueba  hasta  ahora   de  qufi  los 
restos  recogidos   en    1795    en   Santo  Domingo,   y  colocados 


Biblioteca  americana  Vetustlssima,  et  Addittions. 

Pedro  Margallo,  Phisice  compenaium.  Salmanticae,  1520,  in  fol.  iiij. — 
(Addittions ,  no  61). 

Los  Títulos  oficiales  de  Cristóbal  Colón  eran,  Almirante  Mayor  del 
mar  Occéano;  Visorrey  y  Gobernador  de  las  Indias  y  tierra  firme,  por  el  Rey  y 
la  Reina,  y  su  Capitán  General  del  mar. 

«El  gobierno  español  le  ha  denominado  siempre  Indias  Occidentales.» 
— Navarrete,  I,  pág.  125. 


APÉNDICES 


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al  año  siguiente  en  la  catedral  de  la  Habana  sean  verdadera- 
mente los  de  Cristóbal  Colón.  Se  indico'  á  don  Gabriel  de 
Aristizabal,  á  don  Joaquín  García  y  al  Arzobispo,  una 
bo'veda  ano'nima,  de  la  cual  extrajeron  fragmentos  sin  seña- 
les, y  que  ningún  indicio  auténtico,  ninguna  prueba  docu- 
mental permitía  identificar. 

Al  parecer,  únicamente  fueron  guiados  por  una  tradi- 
cio'n,  y  por  ciertas  afirmaciones  que  no  pudieron  com- 
probar. Esto  no  es  bastante.  Y  además,  vemos,  en  los 
términos  mismos  del  acta  de  exhumación,  que  los  fragmen- 
tos del  recipiente  y  los  restos  humanos  que  se  exhumaron 
en  1795,  no  se  parecen  al  recipiente  y  á  los  restos  que  tan 
solo  doce  años  antes  atribuía  la  tradicio'n  á  Cristóbal 
Colón;  pues  en  1783  eran  huesos  del  antebra/^o,  contenidos 
en  una  urna  de  piorno,  la  cual  estaba  dentro  de  una  caja  de 
piedra;  al  paso  que  en  1795  es  un  fragmento  de  tibia,  y  los 
únicos  fragmentos  del  recipiente  que  se  encuentran ,  indican 
una  caja  de  plomo,  sin  cubierta  alguna  de  piedra. 

En  cuanto  á  los  restos  encontrados  en  la  catedral  de 
Santo  Domingo  el  10  de  Septiembre  de  1877,  los  testigos 
competentes  llamados  á  reconocer  el  estado  del  hueco  y  de 
las  bo'vedas  adyacentes,  del  nicho  y  de  la  caja  de  plomo,  de 
las  soldaduras  y  cierre;  los  inteligentes  que  han  visto,  leído 
y  examinado  cuidadosamente  las  inscripciones,  el  carácter 
de  las  letras,  las  abreviaturas,  el  grabado,  la  patina,  y 
ese  color  indefinible  que  el  tiempo  solamente  puede  impri- 
mir en  la  superficie  de  los  metales,  son  los  únicos  que 
hasta  ahora  tienen  datos  para  pronunciar  su  voto  en  la 
cuestio'n  de  autenticidad  promovida  por  este  inesperado 
hallazgo. 

Deshechos,  sin  embargo,  quedan  fijos.  El  primero  — 
que  mientras  no  se  pruebe  lo  contrario,  los  restos  encon- 
trados en  1877,  proceden  de  la  misma  bo'veda  donde  en 
1683,  1783  y  1795  aseguraba  la  tradicio'n  que  estaban 
depositados  los  restos  de  don  Cristóbal  Colón  ;  y  entonces 

Cristóbal  Colón,  t.  h.— 98. 


M:m 


778 


CRISTÓBAL  COLON 


f* 


no  se  explica  como  la  caja  recientemente  sacada  á  luz,  pudo 
escapar  á  la's  miradas  de  los  exploradores  que  entraron  allí 
en  1783  y  1795.  El  segundo,  —  es  que  la  palabra  América 
grabada  en  la  cubierta  de  la  misteriosa  caja  de  hoy,  denuncia 
una  época  relativamente  muy  moderna,  y  una  expresión  que 
es  contraria  á  la  lo'gica  y  á  la  historia. 


APÉNDICES 


779 


't). 


^<SM, 


DOCUMENTOS 


Real  carta  de  fecha  2  de  Junio  del  año  1537 


Don  Carlos.  Por  la  Divina  Clemencia  Emperador 
Semper  Augusto,  Rey  de  Alemania,  D.^  Juana,  su  Madre, 
y  el  mismo  Don  Carlos,  Por  la  Gracia  de  Dios,  Reyes  de 
Castilla,  de  León,  de  Aragón,  de  las  Dos  Sicilias,  de  Hieru- 
salem,  de  Navarra,  de  Granada,  de  Toledo,  de  Valencia,  de 
Galicia,  de  Mallorca,  de  Sevilla,  de  Cerdeña,  de  Cordova, 
de  Co'rcega,  de  Murcia,  de  Jaén,  de  los  Algarbes,  de  Alge- 
ciras,  de  Gibraltar,  de  las  Islas  Canarias,  de  las  Indias,  Islas 
y  Tierra  firme  del  mar  Occeano,  Condes  de  Barcelona, 
Flandes,  Tirol,  &:c.  &c.  &c.  &c.  &c. 

Por  cuanto  Doña  Maria  de  Toledo,  Virreyna  de  las 
Indias,  Muger  que  fué  del  Almirante  Don  Diego  Colon,  ya 
difunto,  por  sí  y  en  nombre,  y  como  Tutora  é  Curadora  de 
Don  Luis  Colon,  su  hijo.  Almirante  que  al  presente  es  de 
las  dichas  Indias,  é  de  los  otros  sus  Hijos  é  Hijas,  é  del 
dicho  Almirante  Don  Diego  Colon  su  Marido,  Nos  ha  hecho 
relación,  que  el  Almirante  Don  Cristóbal  Colon,  su  Suegro, 
y  Abuelo  de  los  dichos  sus  Hijos,  murió'  en  estos  Nuestros 
Reynos  y  se  mando  depositar  en  el  Monasterio  de  las  Cuevas, 
estra  muros  de  la  ciudad  de  Sevilla,  donde  al  presente  está, 
para  que  llevasen  sus  Huesos  á  la  Isla  Española ;  y  que  agora 
ella,  cumpliendo  la  voluntad  del  dicho  Almirante,   querría 


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78o 


CRISTÓBAL  COLON 


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llevar  los  dichos  sus  Huesos  á  la  dicha  Isla ,  é  Nos  suplico 
que  acatando  lo  que  el  dicho  Almirante  nos  sirvió'  en  el 
descubrimiento,  conquista  y  población  de  las  dichas  Nuestras 
Indias,  y  lo  que  sus  hijos  y  nietos  nos  han  servido  ^  sirven, 
les  hiciésemos  merced  de  la  Capilla  Mayor  de  la  Iglesia  Cate- 
dral de  la  ciudad  de  Santo  Domingo,  de  la  dicha  Isla  Espa- 
ñola, donde  se  pongan  é  trasladen  los  dichos  sus  Huesos,  é  los 
de  sus  descendientes,  o'  como  la  nuestra  merced  fuese;  lo  cual 
visto  por  los  del  Nuestro  Consejo  de  las  Indias  y  con  Nos 
consultado:  acatando  que  el  dicho  Almirante  Don  Cristóbal 
Colon  fué  el  primero  que  descubrió,  conquisto  y  pobló'  las 
dichas  Nuestras  Indias,  de  que  tanto  noblecimiento  ha  redun- 
dado é  redonda  á  la  Corona  Real  de  estos  Nuestros  Reinos  y 
á  los  naturales  de  ellos;  Tuvimos  por  bien,  é  por  la  pressente 
hacemos  merced  al  dicho  Almirante  Don  Luis  Colon  de  la 
dicha  Capilla  Mayor  de  la  dicha  Iglesia  Catedral  de  la  ciudad 
de  Santo  Domingo  de  la  dicha  Isla  Española  y  le  damos 
licencia  y  facultad  para  que  pueda  sepultar  los  dichos 
Huesos  del  dicho  Almirante  Don  Cristóbal  Colon,  su 
Abuelo  y  se  puedan  sepultar  los  dichos  sus  Padres  y  her- 
mano, y  sus  herederos  y  sucesores  en  su  Casa  é  Mayorazgo 
agora  y  en  todo  tiempo  para  siempre  jamás,  é  para  que 
pueda  hacer  é  haga  en  ella,  él  y  los  dichos  sus  herederos  é 
sucesores,  todos  y  cualesquier  Bultos  que  quisieren  é  por 
bien  tuvieren,  y  poner  y  pongan  en  ellos  y  en  cada  uno 
dellos  sus  Armas,  con  tanto  que  no  las  puedan  poner  ni 
pongan  en  lo  alto  de  la  dicha  Capilla,  donde  queremos  y 
mandamos  que  se  pongan  Nuestras  Armas  Reales. 

Y  rogamos  y  encargamos  al  Reverendo  en  Cristo  Padre 
Obispo  de  la  dicha  Iglesia,  é  al  Dean  y  Cavildo  della,  así 
á  los  que  agora  son,  como  á  los  que  serán  de  aquí  adelante, 
que  les  guarden  y  cumplan  ésta  nuestra  Carta  y  todo  lo  en 
ella  contenido,  y  que  contra  ello  no  vayan  ni  pasen  en  tiempo 
alguno  ni  por  alguna  manera;  de  lo  cual  Mandamos  dar  é 
dimos  esta  nuestra  Carta  firmada  de  mí  El  Rey  é  sellada  con 


APÉNDICES 


781 


nuestro  Sello  y  Refrendada  de  nuestro  infrascripto  Secre- 
tario.—  Dada  en  Valladolid  á  dos  del  mes  de  Junio  de  mil  é 
quinientos  é  treinta  y  siete  aíios.  —  Yo  el  Rey. 

(Original  en  el  Archivo  del  duque  de  Veraguas.  Leg.  12,  n."  17) 


^^^ 


II 


Protocolo  de  el  monasterio  de  Nuestra  Señora 
Santa  María  de  las  Cuevas 

Anales  en  los  tres  Primeros  Siglos  de  su  fundación:  Contiene  sus 
Principios,  y  Progresos,  y  la  Sucesión  de  sus  Prelados  desde 
el  año  de  1400  en  que  la  Fundó  y  Dotó  Amplissimamente 
el  Illustrisimo  y  Reverendísimo  Señor  Don  GouTjilo  de  Mena 
Dignissimo  Arzobispo  de  esta  Ciudad  de  Sevilla.  Uan 
insertos  los  de  la  Santa  Cartuxa  de  la  Purissima  Concepción 
de  CaT^alla  Fundada  y  Dotada  por  esta  de  las  Cuevas. 
Dedicado  á  el  Niño  Dios  en  los  bracos  de  su  Purissima 
Madre.  Por  mano  de  la  dulcissima  Virgen  Santa  Gertrudis 
la  Magna,  Protectora  de  este  Archivo  y  Archivo  de  mis 
afectos.  Año  de  IJ44. 


Tomo  I.  Pág.  )6o,  )6i.  Año  de  1506.  2.  Á  los  20  de 
Mayo  de  este  año  falleció'  en  Valladolid  el  heroico  y  esclare- 
cido D.  Christobal  de  Colon,  y  fueron  sus  huesos  trasladados 
á  este  monasterio  y  colocados  por  depo'sito;  no  en  el  entierro 
de  los  Señores  de  la  casa  de  Alcalá  como  dize  Zúñiga,  sino 
en  la  Capilla  de  Santa  Ana  que  hizo  labrar  el  Prior  D.  Diego 
I.uxan  en  el  año  siguiente,  y  es  la  misma  que  oy  llamamos 
de  Santo  Christo,  por  lo  que  se  dirá  adelante.  Este  cauallero 
fué  aquel  célebre  Almirante  de  la  mar,  y  projenitor  de  la 
Casa  de  Veraguas,  para  cuyo  elojio  basta  el  mote  de  el 
sepulcro  donde  yaze  en  la  Isla  y  Ciudad  de  Santo  Domingo; 
dice  así  Á  Castilla  y  á  León  nuevo  Mundo  dio  Colon.  En 
la  misma  Capilla  se  deposito  su  hijo  Diego  Colon.  Quedaron 


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782 


CRISTÓBAL  COLON 


así  mismo  depositados  en  el  Monasterio  los  títulos  y  papeles 
del  Almirantazgo  de  las  Indias  y  estado  de  Veraguas  donde 
estuuieron  hasta  el  año  de  1Ó09  como  en  el  dize  véanse 
adelante  los  años  de  508  =  536  y  Ó09  donde  se  tocarán, 
como  en  su  propio  lugar,  lo  restante  concerniendo  á  esta 
ilustre  Casa,  y  alumnos  de  las  de  las  Cuevas. 

Pág.  )6^,  )66.  Año  de  1508.  3.  El  Adelantado  de  las 
Indias  D.  Bartholomé  Colon,  embio'  poder  á  su  hermano 
D.  Diego  (citados  en  el  año  de  506)  para  que  percibiese  el 
tesoro  de  Joias  (sic)  y  dineros  que  tenia  depositados  en  este 
Monasterio,  y  con  efecto  le  fué  entregado,  de  que  dio  recibo 
autorizado  por  Francisco  Pérez  de  Madrigal  escriuano  pú- 
blico de  Alúa  de  Tormes,  en  16  de  Agosto  de  este  año  de 
508 ;  pero  aun  quedaron  en  deposito  los  títulos  de  el  Almi- 
rantazgo hasta  el  año  de  609  como  en  el  dice. 

Pág.  400,  401.  Año  de  1536  (sic)  2.  Dixe  en  los  años 
de  506  y  508,  que  en  la  Capilla  de  el  Santo  Christo  yacian 
en  depo'sito  los  Cadáveres  de  los  Colones,  y  en  este  536  se 
entregaron  los  de  D.  Christobal  y  D.  Diego  su  hijo  para 
trasladarlos  á  la  Isla  de  Santo  Domingo  en  Indias,  quedando 
solo  en  dicha  Capilla  el  de  D.  Bartholomé  su  hermano  hasta 
oy.  No,  empero,  se  entienda  que  por  esto  tiene  algún  derecho 
á  la  Capilla  la  Casa  de  Veraguas;  ni  que  por  ello  ha  perci- 
bido el  Monasterio  alguna  limosna,  porque  auer  (sicj  que 
D.  Christobal  Colon  le  dexo  cierta  renta  anual  de  Azúcar, 
nunca  llego'  á  efecto  su  cobranza:  y  á  un  que  después  por  el 
año  de  1552  el  Almirante  Colon  primer  Duque  de  Veraguas 
y  Nieto  de  D.  Christoual  pretendió'  con  instancias  la  Capilla 
para  su  entierro,  y  de  sus  descendientes,  ofreciendo  mil 
ducados  que  auia  costado  su  fábrica,  y  27  ducados  para  sus 
ornato  y  reparos ,  llegando  atan  buenos  términos  su  preben- 
cion,  que  ya  se  auia  sacado  licencia  de  el  Reverendo  Padre 
General  por  parte  del  Monasterio,  dado  en  dicho  año  de  552; 
se  frustro  el  trabado,  (sic),  quedando  la  casa  en  posesión  y 
directo  dominio  de  su  Capilla. 


APÉNDICES 


783 


Pág.  j6l.  Año  de  1609.  3.  Supuesto  lo  emanado  en  los 
años  de  506  núm.  2,  y  508  núm.  3,  sobre  depo'sitos  de  los 
Colones,  y  de  sus  tesoros;  resta  la  expresio'n  de  auerse 
entregado  este  año  á  D.  Ñuño  Colon  de  Portugal,  Duque  de 
Veraguas,  todos  los  privilegios  y  papeles,  títulos  de  su 
Estado,  y  Almirantazgo  de  las  Indias,  que  aun  permanescian 
depositados  en  nuestro  Monasterio,  de  los  que  se  hizo  inven- 
tario, y  entregado  en  ellos,  dio  recibo  en  forma  dicho 
Duque,  uno  y  otro  en  virtud  de  mandamiento  de  el 
Theniente  D.  Alonso  de  Bolanos  ante  Miguel  de  Medina 
escriuano  de  su  Juzgado  á  15  de  Mayo  de  mil  sescientos 
y  nueue. 


III 


Comme  tout  ce  qui  a  trait  a  Christophe  Colomb  est  fait 
pour  exciter  le  plus  vif  intérét,  et  surtout  dans  ceux  qui 
veulent  faire  connaitre  Tile  Saint -Domingue,  j'avais  un 
ardent  désir  de  me  procurer  des  renseignements  certains  sur 
sa  sépulture  á  Santo-Domingo.  Je  m'adressai  done  á  Don 
Joseph  Solano,  lieutenant  des  armées  navales  d'Espagne, 
commandant  celle  qui  était  alors  au  Cap-Frangais.  Le  carac- 
tére  obligeant  de  cet  officier  general,  les  preuves  particuliéres 
que  j'avais  de  ses  dispositions  á  me  servir,  son  titre  d'ancien 
Président  de  la  partie  espagnole  et  ses  relations  d'amitié 
avec  Don  Isidore  Peralta,  qui  lui  avait  succédé  dans  cette 
presidence,  tout  me  promettait  une  recommandation  efficace. 
Don  Joseph  Solano  écrivit,  en  eífet,  de  la  maniere  la  plus 
instante,  et  je  crois  devoir  transcrire  ici  la  réponse  de  Don 
Isidore  Peralta. 


Santo-Domingo,  2^  mars  iy8). 
«Mon  trés-cher  ami  et  protecteur,    J'ai   recu  la  lettre 
amicale  de  Votre  Seigneurie,  du  13  de  ce  mois;  et  je  n'y  ai 
pas  répondu  sur-le-champ ,  afin  d'avoir  le  temps  de  m'infor- 


784 


CRISTÓBAL  COLON 


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mer  des  détails  qu'elle  me  demande  relativement  á  Chris- 
tophe  Colomb,  et  encoré  afin  de  goúter  la  satisfaction  de 
servir  Votre  Seigneurie  autant  qu'il  est  en  mon  pouvoir  et 
de  lui  faire  éprouver  celle  de  complaire  á  l'ami  qui  la 
engagé  á  recueillir  ees  mémes  details. 

»  A  l'egard  de  Christophe  Colomb ,  quoique  les  insectes 
détruisent  les  papiers  dans  ce  pays  et  qu'ils  aient  convertí 
des  archives  en  dentelles,  j'espére,  malgré  cela,  remettre  á 
Votre  Seigneurie  la  preuve  que  les  ossements  de  Christophe 
Colomb  sont  dans  une  caisse  de  plomb ,  renfermée  dans  une 
autre  caisse  de  pierre ,  qui  est  enterrée  dans  le  sanctuaire  du 
cote  de  l'Evangile;  et  que  ceux  de  Don  Barthélemy  Colomb, 
son  frére,  reposent  du  cóté  de  l'épitre,  de  la  méme  maniere 
et  avec  les  mémes  précautions.  Ceux  de  Christophe  Colomb 
y  ont  été  transportes  de  Séville,  oú  ils  avaient  été  déposés 
dans  le  panthéon  des  ducs  d' Alcalá,  aprés  y  avoir  été 
conduits  de  Valladolid,  et  oú  ils  son  restes  jusqu'á  leur 
transport  ici. 

))I1  y  a  environ  deux  mois  que,  travaillant  dans  l'église, 
on  abattit  un  morceau  de  gros  mur  qu'on  reconstruisit  sur- 
le-champ.  Cet  événement  fortuit  donna  occasion  de  trouver 
la  caisse  dont  j'ai  parlé,  et  qui,  quoique  SANS  INSCRIP- 
TION,  ÉTAIT  CONNUE,  D'APRÉS  UNE  TRADITION 
CONSTANTE  ET  INVARIABLE,  POUR  RENFERMER 
LES  RESTES  DE  COLOMB.  Outre  cela,  je  fais  rechercher 
si  Ton  ne  trouverait  pas  dans  les  archives  ecclésiastiques ,  ou 
dans  celles  du  gouvernement  quelque  document  qui  pút 
fournier  des  details  sur  ce  point ;  et  les  chanoines  ont  vu  et 
constaté  que  les  ossements  étaient  réduits  en  cendres,  en 
majeure  partie,  et  qu'on  avait  distingué  des  os  de  l'avant- 
bras. 

))J'adresse  á  Votre  Seigneurie  la  liste  de  tous  les  arche- 
véques  que  cette  ile  a  eus,  et  qui  est  plus  curieuse  que  celle 
de  ses  présidents;  car  Ton  m'assure  que  la  premiére  est 
complete,   tandis  qu'il  se  trouve  dans  la  seconde  des  lacunes 


APÉNDICES 


785 


produites  par  les  insectes  dont  j'ai  parlé,  et  qui  attaquent 
plutót  certains  papiers  que  d'autres. 

» A  régard  des  edifices ,  des  temples ,  de  la  beauté  des 
rúes,  ainsi  que  du  motif  qui  a  determiné  á  transporter  cettc 
ville  sur  la  rive  ouest  de  la  riviére,  qui  lui  forme  un  port, 
je  vous  en  entretiens  aussi.  Mais,  QUANT  AU  PLAN  QUE 
DEMANDE  LA  NOTE,  il  y  a  une  difficulté  réelle,  parce 
que  cela  m'est  défendu  comme  gouverneur;  les  lumiéres 
supérieures  de  Votre  Seigneurie  lui  en  font  sentir  la  rai- 
son,  etc.» 


M 


Voilá  la  piéce  envoyée  par  Don  Isidore  Peralta,  et  que 
je  posséde,  revétue  de  toutes  les  formes  légales. 


«Moi,  Don  Joseph  Nugnez  de  Cazeres,  docteur  en  la 
sacrée  théologie  de  la  pontificale  et  royale  Université  de 
l'angélique  saint  Thomas  d'Acquin ,  doyen  dignitaire  de 
cette  sainte  église  métropolitaine  et  primatiale  des  Indes, 
certifieque  LE  SANTUAIRE  DE  CETTE  SAINTE  ÉGLISE 
CATHÉDRALE,  AYANT  ÉTÉ  ABATTU  LE  30  JANVIER 
DERNIER,  pour  le  construiré  de  nouveau,  on  a  trouvé, 
du  cóté  de  la  tribune  oü  se  chante  TEvangile,  et  prés  de  la 
porte  par  oú  Ton  monte  á  l'escalier  de  la  chambre  capitu- 
laire,  un  coffre  de  pierre  creux,  de  forme  cubique,  et  haut 
d'environ  une  vare,  renfermant  une  urne  de  plomb,  un  peu 
endommagée,  qui  contenait  plusieurs  ossements  humains. 
II  y  a  quelques  années  que,  dans  la  méme  circonstance ,  ce 
que  je  certifie,  on  trouva  du  cóté  de  l'épitre,  une  autre  caisse 
de  pierre  semblabe,  et,  d'aprés  la  tradition  communiquée 
par  les  anciens  du  pays,  et  un  chapitre  du  synode  de  cette 
sainte  église  cathédrale,  celle  du  cóté  de  VÉvangile  est  réputée 
renfermer  les  os  de  l'amiral  Christophe  Colomh,  et  celle  du  cóté 
de  l'épitre  ceux  de  son  frére ,  sans  qu'on  ait  pu  vérifier  si  ce 
sont  ceux  de  son  frére  Don  Barthélemy,  ou  de  Don  Diégue 
Colomb,  fils  de  Tamiral;  en  foi  de  quoi  j'ai  délivré  le  présent. 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 99. 


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786 


CRISTÓBAL  COLON 


A  Santo  Domingo,  le  20  avril  1783.  Signé:  D.  Joseph  Nuñez 
DE  Cazeres. 

))Don  Manuel  Sánchez,  chanoine,  dignitaire  et  chantre 
de  cette  sainte  église  cathédrale,  certifie,  etc.  (comme  le 
précédent,  mot  á  mot).  A  Santo-Domingo,  le  26  avril  1783. 
Signé:  Manuel  Sánchez. 

»Don  Fierre  de  Calvez,  maitre  d'école,  chanoine  digni- 
taire de  cette  église  cathédrale  primatiale  des  Indes,  certifie 
que  le  sanctuaire  ayant  été  renversé  pour  le  reconstruiré,  on 
a  trouvé,  du  cóté  de  la  tribune  oú  se  chante  l'évangile,  un 
coffre  de  pierre  avec  une  urne  de  plomb,  un  peu  endom- 
magce,  qui  contenait  des  ossements  humains,  et  l'on  con- 
serve la  mémoire  qu'il  y  en  a  une  autre  du  cóté  de  l'épitre 
du  méme  genre;  et,  selon  ce  que  rapportent  les  anciens  du 
pays  et  un  chapitre  du  synode  de  cette  sainte  église  cathé- 
drale, celle  du  cóté  de  l'évangile  renferme  les  ossements  de 
l'amiral  Christophe  Colomb,  et  celle  du  cóté  de  l'épitre, 
ceux  de  son  frére  Don  Barthélemy.  En  témoignage  de  quoi 
j'ai  délivré  le  présent,  le  26  avril  1783.  —  Signé:  Don  Pedro 
DE  Calvez.» 


Telles  sont  les  uniques  preuves  du  glorieux  dépót  que 
recele  l'église  primatiale  de  Santo -Domingo,  et  qui  sont 
elles-mémes  enveloppées  d'une  sorte  de  ténébres,  puisque 
l'on  ne  saurait  diré  affirmativement  laquelle  des  deux  caisses 
renferme  les  cendres  de  Christophe  Colomb;  á  moins  qu'á 
l'appui  de  la  tradition,  on  ne  fasse  valoir  la  diíference  des 
dimensions  des  deux  caisses,  parce  que  celle  oü  l'on  croit 
que  les  restes  de  Colomb  ont  été  places,  a  30  pouces  d'éléva- 
tion ,  tandis  que  l'autre  n'a  que  les  deux  tiers  de  cette 
hauteur. 

Depuis  1783,  l'on  a  encoré  cherché,  dans  les  dépóts  de 
la  partie  espagnole,  quelques  traces  des  faits  relatifs  á  Chris- 
tophe Colomb,  mais  toujours  infructueusement ;  je  suis 
méme  trés-redevable ,   á  cet  égard,   au  zéle  complaisant  de 


APÉNDICES 


787 


M.  le  chevalier  de  Boubée,  alors  commandant  la  frégate  la 
Beleite,  qui,  dans  un  voyage  á  Santo-Domingo,  fait  en  1787, 
voulut  bien,  pour  concourrir  á  mon  ouvrage  et  pour  satis- 
faire  une  curiosité  qu'il  partageait,  fouiller  dans  les  archives 
que  le  doyen  et  l'archiviste  lui  montrérent  avec  beaucoup 
d'aífabilité. 

Sacado  de  la  Descríption  topographtqtie  et  poütique  de  la  partie  espagnole  de  Visle  Saint 
Domingue ,  por  M.  L.  E.  Morcau  de  Saint-Méry,  Philadelphia,  1796,  2  vols.  8.";  vol.  i, 
p.  125  sequUur. 


IV 


Extracto  de  las  noticias  que  comunicaron  al  Gobierno  los  Gefes 
y  Autoridades  de  las  islas  Española  y  de  Cuba,  sobre  la 
exhumación  y  traslación  de  los  restos  del  Almirante  D.  Cris- 
tóbal Colon,  desde  Santo  Domingo  á  la  Havana  en  los  aíios 
de  mil  setecientos  noventa  y  cinco  y  noventa  y  seis. 

Ajustada  la  paz  entre  la  España  y  la  Francia  en  Basilea 
á  veinte  y  dos  de  julio  de  mil  setecientos  noventa  y  cinco,  se 
convino  por  el  artículo  IX  que  la  primera  cediese  á  la 
segunda  en  toda  propiedad  la  parte  que  poseia  en  la  isla 
española  de  Santo  Domingo.  Para  cumplirlo  así,  al  tiempo 
prefijado  se  hallaba  fondeada  en  el  rio  de  aquella  isla  la 
escuadra  que  mandaba  el  teniente  general  D.  Gabriel  de 
Aristizabal,  quien  con  fecha  de  once  de  diciembre  del  mismo 
año  oficio'  al  mariscal  de  campo  y  gobernador  don  Joaquín 
García,  diciéndole:  que  enterado  de  que  yacian  en  la  catedral 
de  aquella  ciudad  los  restos  del  célebre  almirante  don  Cris- 
tóbal Colon,  primer  descubridor  de  aquel  nuevo  mundo,  y 
primer  instrumento  de  que  se  valió  Dios  para  su  bien  espi- 
ritual en  la  dilatación  de  la  verdadera  religión  y  sagrado 
evangelio,  le  parecía  propio  de  su  obligación,  como  español 
y  general  en  jefe  que  á  la  sazón  era  de  la  escuadra  de  opera- 
ciones de  S.  M.  Cato'lica,  solicitar  la  traslación  de  las  cenizas 
de  aquel  héroe  á  la  isla  de  Cuba,   que  también  descubrió',  y 


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788 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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en  que  arbolo  el  primero  el  estandarte  de  la  cruz,  para  evitar 
que  en  la  trasmigración  no  quedasen  en  ageno  poder,  con 
pérdida  de  un  documento  auténtico  que  en  los  tiempos 
i<  venideros  podria  oscurecer  en  los  fastos  de  la  historia  el 
suceso  que  forma  la  época  más  gloriosa  de  las  armas  espa- 
ñolas, y  para  dar  á  entender  á  las  demás  naciones  que  no 
cesan  los  españoles,  á  pesar  del  curso  de  los  siglos,  de 
tributar  honores  al  cadáver  de  tan  digno  y  venturoso  general 
de  mar,  ni  le  abandonan  cuando  de  aquella  isla  emigraban 
todos  los  cuerpos  que  representaban  el  dominio  español ;  y 
que  como  no  habia  lugar,  sin  esponerse  á  inconvenientes 
invencibles,  de  consultarlo  á  S.  M.,  ocurría  al  gobernador, 
como  vice-Patrono  real  de  la  isla,  para  que  tuviera  efecto  su 
solicitud,  disponiendo  que  se  exhumasen  los  restos  de  Colon 
y  se  trasladasen  á  Cuba  con  el  navio  San  Loreni^o.  Contesto' 
el  gobernador  con  la  misma  fecha  al  general  Aristizabal 
aplaudiéndole  el  pensamiento,  y  manifestando  su  prontitud 
á  ejecutar  por  su  parte  cuanto  estuviese  en  sus  facultades, 
añadiéndole  que  el  señor  Duque  de  Veraguas ,  como  sucesor 
de  la  casa  y  estado  del  almirante  Colon,  tenia  la  misma 
solicitud,  á  cuyo  efecto  habia  comisionado  en  aquella  isla  á 
D.  Juan  Bautista  Oyarzábal  y  D.  Andrés  de  Lecanda,  para 
que  de  acuerdo  con  el  señor  Regente  de  la  real  audiencia 
practicasen  las  oportunas  diligencias,  y  aun  costeasen  todos 
los  gastos  necesarios  para  que  tan  glorioso  monumento  no 
quedase  fuera  del  dominio  español ,  insinuando  que  se  soli- 
citase también  la  exhumación  y  traslación  de  las  cenizas  del 
adelantado  D.  Bartolomé  Colon;  y  que  hablan  recibido  de 
su  principal  las  inscripciones  que  se  hablan  de  poner  en  los 
sepulcros  de  uno  y  otro ;  que  el  señor  Regente  de  la  audien- 
cia, con  quien  habia  comunicado  el  asunto,  estaba  también 
por  su  parte  pronto  á  realizarlo  y  á  satisfacer  del  real  erario 
todos  los  gastos  precisos;  y  finalmente,  que  aunque  S.  M. 
nada  le  tenia  ordenado  sobre  este  particular,  siendo  tan  justa 
la  proposición  y  tan  propia  de  la  generosa  gratitud  de  la 


APÉNDICES 


789 


nación  española,  y  conviniendo  en  ello  todas  las  autoridades 
de  la  isla,  estaba  pronto  á  realizarlo. 

El  comandante  general  Aristizabal  en  once  de  diciem- 
bre, á  bordo  del  bergantín  Descubridor,  dijo  al  Ilustrísimo 
Señor  D.  Frai  Fernando  Portillo  y  Torres,  arzobispo  de 
Cuba,  cuya  Metro'poli  era  entonces  Santo  Domingo,  lo 
mismo  que  al  gobernador  de  la  isla,  y  en  seguida  le  añade 
que  habia  debido  á  Su  Señoría  Ilustrísima  este  pensamiento, 
y  se  lo  participaba  para  que  por  su  parte  concurriese  con 
sus  providencias  á  la  extracción  de  las  cenizas  del  héroe. 

El  señor  Arzobispo  le  contesto'  con  la  misma  fecha 
diciendo  que  respecto  á  ser  un  pensamiento  tan  oportuno 
para  la  gloria  de  la  nación,  y  mui  correspondiente  á  acre- 
ditar el  mérito  del  mismo  comandante  Aristizabal,  pues  á 
no  tenerlo  personal  no  sabria  hacer  tan  debido  aprecio  al 
Almirante  Colon ,  de  quien  ya  no  podia  recibir  en  el  mundo 
testimonio  ninguno  de  gratitud  por  aquel  obsequio,  después 
de  manifestarle  la  satisfacción  que  tenia  por  sus  eficaces 
diligencias  para  tan  digno  objeto,  y  por  la  consideración  que 
le  habia  merecido  su  recuerdo  y  ocurrencia,  daria  en  unión 
con  el  señor  Gobernador  presidente  cuantas  providencias 
creyese  oportunas  y  eficaces  para  la  ejecución  del  proyecto. 

Los  apoderados  del  señor  Duque  de  Veraguas;  el  ve- 
nerable Dean  y  Cabildo  de  aquella  santa  Iglesia  metropo- 
litana ,  y  las  demás  personas  y  autoridades ,  á  quienes  hizo 
igual  comunicación  el  general  Aristizabal,  le  contestaron 
prestándose  gustosos  á  cuanto  estuviese  en  sus  facultades 
para  ejecutar  la  exhumación  y  traslación  propuestas. 

Dados  estos  pasos ,  resulta  por  testimonio  de  José  Fran- 
cisco Hidalgo,  que  despachaba  á  la  sazón  el  oficio  de  escri- 
bano de  cámara  de  la  Real  Audiencia,  que  en  el  dia  veinte 
de  diciembre  del  mismo  año  de  mil  setecientos  noventa  y 
cinco,  estando  en  la  Santa  Iglesia  Catedral  el  comisionado 
D.  Gregorio  Saviñon,  regidor  perpetuo,  decano  del  mui 
ilustre  Ayuntamiento   de  la  ciudad  de  Santo  Domingo,  con 


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790 


CRISTÓBAL  COLON 


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asistencia  del  Ilustrísimo  y  Rmo.  D.  Fernando  Portillo  y 
Torres,  arzobispo  de  aquella  Metro'poli,  del  Excmo.  Señor 
D.  Gabriel  de  Aristizabal,  teniente  general  de  la  real  armada, 
de  D.  Antonio  Canzi,  brigadier  y  teniente  rei  de  aquella 
plaza,  D.  Antonio  Barba,  mariscal  de  campo  y  comandante 
de  Ingenieros,  de  D.  Ignacio  de  la  Rocha,  teniente  coronel 
y  sargento  mayor  de  la  misma;  y  de  otras  personas  de  grado 
y  de  consideración,  se  abrió'  una  bóveda  que  estaba  sobre  el 
presbiterio  al  lado  del  evangelio,  pared  principal  y  peana 
del  altar  mayor,  que  tiene  como  una  vara  cúbica,  y  en  ella 
se  encontraron  unas  planchas  como  de  tercia  de  largo  de 
plomo,  indicante  de  haber  habido  caja  de  dicho  metal,  y 
pedazos  de  huesos  de  canillas  y  otras  varias  partes  de  algún 
difunto,  que  se  recogieron  en  una  salvilla,  y  toda  la  tierra 
que  con  ellos  habia,  que  por  los  fragmentos  con  que  estaba 
mezclada  se  conocía  ser  despojos  de  aquel  cadáver,  y  todo  se 
introdujo  en  una  caja  de  plomo  dorada,  con  su  cerradura  de 
hierro,  la  cual  cerrada  se  entrego'  la  llave  al  Sr.  Arzobispo. 
— La  caja  es  de  largo  y  ancho  como  de  media  vara  y  de  alto 
una  tercia ;  y  se  traslado  á  un  ataúd  forrado  en  terciopelo 
negro,  guarnecido  de  galón  y  flecos  de  oro;  y  puesto  en  un 
decente  túmulo,  al  siguiente  dia,  con  asistencia  del  Ilustrí- 
simo Sr.  Arzobispo,  del  comandante  general  de  la  Armada, 
comunidades  de  religiosos  dominicos ,  franciscos  y  mercena- 
rios ,  jefes  militares  de  marina  y  tierra ,  y  demás  concurso 
principal  y  jente  del  pueblo,  se  canto'  solemnemente  vigilia 
y  misa  de  difuntos,  predicando  después  el  mismo  señor 
Arzobispo. 

En  este  mismo  dia,  como  á  las  cuatro  de  la  tardé,  pasa- 
ron á  la  misma  Santa  Iglesia  metropolitana  los  Señores  del 
Real  Acuerdo,  á  saber:  el  presidente  gobernador  mariscal 
de  campo  D.  Joaquín  García,  capitán  general  de  la  isla; 
D.  José  Antonio  de  Urizar,  caballero  de  la  o'rden  de  Car- 
los III,  ministro  del  consejo  de  Indias,  rejente  de  esta  real 
Audiencia;  y  los  oidores  D.  Pedro  Catani,   decano;  D.  Ma- 


APÉNDICES 


791 


nuel  Bravo,  caballero  de  la  misma  o'rden  de  Carlos  III,  con 
honores  y  antigüedad  de  la  de  Méjico;  D.  Melchor  Fonce- 
rrada  y  D.  Andrés  Alvarez  Calderón,  fiscal.  A  su  llegada 
estaban  ya  allí  el  Ilustrísimo  Señor  Arzobispo,  el  Excelentí- 
simo Señor  Aristizabal,  el  Cabildo  Catedral,  y  el  de  los 
beneficiados  de  la  ciudad  y  las  comunidades  religiosas ,  con 
un  numeroso  piquete  militar,  con  bandera  enlutada;  y 
tomando  el  ataúd  los  señores  gobernador  y  rejente,  y  los 
oidores  decano  y  Urizar,  fué  conducido  por  ellos  hasta  la 
puerta  principal  de  la  Iglesia,  en  donde  separándose  dichos 
señores  les  substituyeron  los  señores  oidor  Foncerrada  y 
fiscal  Calderón.  Al  salir  el  ataúd  de  la  Iglesia  fué  saludado 
con  descargas  militares  del  piquete  del  acompañamiento.  En 
seguida  le  tomaron  el  mariscal  de  campo  y  comandante  de 
ingenieros  D.  Antonio  Barba,  el  brigadier  comandante  de 
milicia  D.  Joaquín  Cabrera,  el  brigadier  y  teniente  de  rei 
D.  Antonio  Canzi,  y  el  coronel  del  regimiento  de  Cantabria 
D.  Gaspar  de  Casasola,  y  alternando  con  ellos  en  la  con- 
ducción los  demás  jefes  militares,  según  el  o'rden  de  gradua- 
ción y  antigüedad  hasta  la  puerta  'de  tierra  que  vá  á  la 
marina ,  le  tomaron  allí  los  regidores  del  mui  ilustre  Ayun- 
tamiento D.  Gregorio  Saviñon,  decano,  D.  Miguel  Martínez 
Santelices,  D.  Francisco  de  Tapia,  y  D.  Francisco  de  Arre- 
dondo, alcalde  de  la' Santa  Hermandad.  Al  salir  fuera  de 
los  muros  se  hizo  un  descanso,  se  canto'  un  responso,  y 
durante  él  fué  saludado  por  la  plaza  con  quince  cañonazos, 
como  á  Almirante.  En  seguida  el  gobernador  capitán  gene- 
ral ,  tomo'  la  llave  del  ataúd  de  manos  del  Señor  Arzobispo 
y  la  entrego'  al  Señor  Comandante  de  la  armada  para  que  la 
entregase  al  señor  gobernador  de  la  Habana,  en  calidad  de 
depo'sito,  mientras  S.  M.  determinaba  lo  que  fuese  de  su 
soberano  agrado. 

En  el  acto  mismo  se  llevo'  el  ataúd  á  la  playa,  y  se 
depositó  en  el  bergantín  Descubridor,  el  cual  igualmente  que 
todos   los   buques    de   la   real   armada,    tenian   insignias  de 


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792 


CRISTÓBAL  COLON 


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luto,  y  le  saludaron  con  honores  y  tratamiento  de  Almirante 

efectivo 

Desde  el  puerto  de  Santo  Domingo  fué  conducido  el 
ataúd  á  la  ensenada  de  Ocoa,  y  allí,  trasbordado  al  navio 
San  Lorenzo  para  llevarle  á  la  Habana ,  con  o'rden  de  que  se 
hiciesen  á  las  cenizas  que  encerraba,  los  honores  que  se 
hablan  ya  hecho  en  Santo  Domingo  correspondientes  á  la 
dignidad  de  Almirante,  previniendo  que  también  acompa- 
ñaba un  retrato  de  Colon,  enviado  desde  España  por  el 
Duque  de  Veraguas,  para  que  se  colocara  inmediato  al  sitio 
en  que  se  depositasen  las  cenizas  de  su  ilustre  antecesor.  El 
capitán  general  de  Santo  Domingo  D.  Joaquín  García,  con 
fecha  de  veintiuno  de  diciembre,  dio'  conocimiento  de  todo 
al  Excmo.  Señor  D.  Luis  de  las  Casas,  gobernador  y  capitán 
general  de  la  isla  de  Cuba,  advirtiéndole  que  en  aquel  correo 
escribían  al  Señor  Arzobispo,  el  general  Aristizabal,  el 
r-egente  de  la  audiencia,  y  las  demás  autoridades  al  señor 
obispo  y  al  comandante  de  marina  de  la  Habana  para  que 
cada  uno  por  su  parte  diesen  las  disposiciones  convenientes 
para  el  recibo  y  depo'sito  de  los  restos  de  Colon  en  la  iglesia 
Catedral,  con  el  decoro  y  honores  correspondientes.  El 
comandante  general  de  marina  D.  Juan  de  Araoz,  en  conse- 
cuencia de  estos  avisos  oficio  al  Excmo.  señor  gobernador  y 
capitán  general,  y  al  Ilustrísimo  señor  obispo  diocesano,  para 
acordar  las  providencias  que  á  cada  uno  competían,  como 
lo  hicieron  con  gran  celo.  Acordaron  unánimemente  que 
la  función  se  ejecutase  con  toda  la  grandeza  y  pompa  debida, 
y  dispusieron  que  la  caja  donde  se  contenían  los  despojos  de 
tan  ilustre  general,  se  colocasen  al  lado  del  Evangelio  en  la 
Santa  Iglesia  Catedral,  con  la  inscripción  correspondiente 
en  la  lápida  de  su  sepulcro,  asistiendo  y  oficiando  Su  lima, 
de  pontifical,  para  hacer  más  solemne  y  ostentosa  una 
función  tan  singular.  El  gobernador  y  capitán  general  de  la 
isla  contesto'  también  á  D.  Juan  de  Araoz,  en  quince  de 
enero  de  mil  setecientos  noventa  y  seis,  que  asistirla  con  los 


APÉNDICES 


793 


gefes  y  oficiales  de  mayor  graduación  en  aquella  plaza ,  en 
concurrencia  de  los  cabildos  eclesiástico  y  secular,  para  reci- 
bir en  el  muelle  de  caballería  la  caja  de  depo'sito  con  toda 
solemnidad,  y  conducirla  á  la  Santa  Iglesia  Catedral,  lo  que 
podria  verificarse  á  las  ocho  de  la  mañana  del  Martes  diez  y 
nueve,  en  cuyo  dia  y  hora  estaba  conforme  el  reverendo 
obispo. 

Convenidas  en  esto  las  principales  autoridades,  paso  el 
comandante  general  de  marina  D.  Juan  de  Araoz  á  las  siete 
de  la  mañana  del  dia  señalado  á  bordo  del  navio  San  Lo- 
retiTfi,  acompañado  del  gefe  de  escuadra  D.  Francisco  Javier 
Muñoz,  de  los  brigadieres  D.  Carlos  De  la  Rivieri,  D.  Fran- 
cisco Herrera  Cruzat,  del  capitán  de  navio  D.  Juan  de  Herre- 
ra, del  ministro  principal  de  marina  D.  Domingo  Pavía,  del 
mayor  general  de  la  escuadra  D.  Cosme  de  Carranza  y 
demás  plana  mayor,  y  de  D,  José  Miguel  Izquierdo,  escri- 
bano de  guerra  de  marina;  y  estando  allí  todos  reunidos,  el 
comandante  del  navio,  D.  Tomás  de  Ugarte,  hizo  en  manos 
del  señor  comandante  general  Araoz  entrega  formal  del 
ataúd  y  caja  que  encerraban  las  cenizas  del  almirante  Colon, 
y  de  la  llave  con  que  estaba  cerrada,  y  era  la  misma  que 
habia  recibido  en  la  rada  de  Ocoa  del  teniente  de  navio  Don 
Pedro  Pantoja ,  comandante  del  bergantín  Descubridor,  para 
trasportarla  al  puerto  de  la  Habana  por  o'rden  del  general 
Aristizabal.  Entregado  de  todo  D.  Juan  de  Araoz  mando 
trasladar  el  ataúd  á  una  falúa  que  estaba  preparada  al 
costado  del  navio,  lo  que  ejecutaron  los  brigadieres  La  Ri- 
viere  y  Herrera  Cruzat  y  los  capitanes  de  navio  Herrera  y 
Ugarte,  que  siguieron  á  tierra  en  la  misma  falúa  en  medio 
de  la  formación  de  tres  columnas  de  las  demás  falúas  y  botes 
del  Rei,  adornados  y  vestidos  con  la  mayor  decencia  y  con 
toda  la  oficialidad  de  guerra  y  ministerio.  Seguían  á  la  prin- 
cipal otras  dos  falúas  que  llevaban  la  guardia  de  honor  de 
marina,  con  sus  banderas  y  cajas  enlutadas,  y  en  otra  iba  el 
Exmo.  señor  comandante  general,  el  ministro  principal  de 
Crisóbal  Colon,  t.  ii.— ioo. 


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794 


CRISTÓBAL  COLON 


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marina  y  la  plana  mayor ;  y  al  pasar  por  la  inmediación  de 
los  buques  de  guerra  surtos  en  el  puerto,  hicieron  los  honores 
de  almirante  o  capitán  general  de  la  armada,  siguiendo  en 
esta  forma  hasta  el  muelle,  donde  se  hallaba  el  gobernador 
capitán  general  de  la  isla,  acompañado  de  los  generales  y 
plana  mayor  de  la  plaza.  Desembarcado  el  ataúd  por  los 
mismos  que  le  bajaron  del  navio,  poniéndole  en  manos  de 
cuatro  capitulares,  siguieron  éstos  remudándose  y  llevándole 
por  entre  dos  filas  de  tropa  de  infantería ,  que  guarnecía  la 
calle  hasta  la  entrada  de  la  plaza  de  armas,  delante  del 
obelisco,  donde  se  celebro'  la  primera  misa  en  aquella  ciudad; 
y  puesto  el  ataúd  en  un  decente  panteón,  que  al  efecto 
estaba  preparado,  se  hizo  reconocimiento  de  lo  que  contenia 
la  caja,  de  lo  que  quedo  entregado  el  Exmo.  señor  gober- 
nador y  capitán  general  de  la  isla.  Concluido  este  acto  con- 
tinuo la  función  con  toda  majestuosidad  y  pompa  hasta  la 
Catedral,  donde  después  de  los  oficios  mas  solemnes,  en  los 
que  el  reverendo  obispo  celebro  de  pontifical,  coloco  el  ataúd 
y  caja  que  contenia  las  cenizas  del  gran  Colon  en  una  de  las 
paredes  del  altar  mayor  al  lado  del  evangelio,  con  las  ins- 
cripciones oportunas;  habiendo  acompañado  á  estos  hombres 
y  ceremonias  los  cabildos  eclesiásticos  y  secular,  los  cuerpos 
y  comunidades,  y  toda  la  nobleza  y  gente  principal  de  la 
Habana ,  en  prueba  de  la  alta  estimación  y  respetuosa 
memoria  que  hacian  del  héroe  que  habiendo  descubierto 
aquella  isla,  planto'  el  primero  allí  la  señal  de  la  cruz,  y 
propago'  entre  sus  naturales  la  fé  de  Jesu-Cristo,  por  cuyas 
consideraciones  anhelaba  la  ciudad  de  la  Habana  fuese  per- 
manente en  su  seno  aquel  deposito,  pues  ya  que  las  circuns- 
tancias obligaban  á  que  no  se  siguiese  compliendo  la  voluntad 
de  Colon  en  o'rden  al  depo'sito  de  sus  mortales  despojos,  no 
habia  provincia  que  con  mayor  derecho  que  la  Habana, 
después  de  la  isla  española,  debiese  poseerlos. 

Estas  noticias  sacadas  de  los  testimonios  autorizados  en 
Santo  Domingo,  á  veinte  y  dos  de  Diciembre  de  mil  sete- 


APÉNDICES 


795 


cientos  noventa  y  cinco  por  D.  José  Francisco  Hidalgo,  escri- 
bano Real,  despachando  el  oficio  de  Cámara  de  aquella  real 
Audiencia ;  y  en  la  Habana  á  veinte  y  cinco  de  Enero  de  mil 
setecientos  noventa  y  seis  por  D.  José  Miguel  Izquierdo, 
escribano  de  guerra  de  marina  por  S.  M.  en  dicha  ciudad, 
las  oyó'  el  rei  nuestro  señor  con  mucha  satisfacción,  apro- 
bando cuanto  se  habia  practicado  con  tan  digno  objeto,  así 
en  Santo  Domingo  como  en  la  Habana,  según  sus  reales 
resoluciones  de  veinte  y  cinco  de  Marzo  y  veinte  y  cinco  de 
Mayo  de  mil  setecientos  noventa  y  seis,  tomadas  por  los 
ministerios  de  Estado  y  de  Marina. 


V 


ACTA 


NUMERO   I 


En  la  ciudad  de  Santo  Domingo  á  diez  de  Setiembre  de 
mil  ochocientos  setenta  y  siete.  Siendo  las  cuatro  de  la  tarde, 
previa  convocatoria  dirijida  por  el  Ilustrísimo  y  Reveren- 
dísimo Señor  Doctor  Fray  Roque  Cocchia,  Obispo  de  Orope, 
Vicario  y  Delegado  Aposto'lico  de  la  Santa  Sede  en  las  Repú- 
blicas de  Santo  Domingo,  Venezuela  y  Haity,  asistido  del 
Presbítero  Fray  Bernardino  d'Emilia,  Secretario  del  Obis- 
pado; del  Señor  Cano'nigo,  Penitenciario  honorario.  Rector 
y  Fundador  del  Colegio  de  «San  Luis  Gonzaga»  y  de  la 
Casa  de  Beneficencia,  Misionero  Apostólico  Presbítero  Don 
Francisco  Javier  Billini,  Cura  interino  de  la  Santa  Iglesia 
Catedral,  y  del  Presbítero  Don  Eliseo  Yandoly,  teniente 
cura  de  la  misma,  se  reunieron  en  la  Santa  Iglesia  Catedral, 
los  Señores  General  Don  Marcos  A.  Cabral,  Ministro  de  lo 
Interior  y  Policía ;  Licenciado  Don  Felipe  Dávila  Fernandez 
de  Castro,  Ministro  de  Relaciones  Exteriores;  Don  Joaquín 
Montolio,  Ministro  de  Justicia  é  Instrucción  Pública;  General 
Don  Manuel  A.  Cáceres,   Ministro  de  Hacienda  y  Comercio, 


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796 


CRISTÓBAL  COLÓN 


y  General  Don  Valentín  Ramírez  Baez,  Ministro  ele  Guerra 
y  Marina;  los  Honorables  miembros  del  Ilustre  Ayunta- 
miento de  esta  capital,  Ciudadano  Don  Juan  de  la  Cruz 
Alfonseca,  Presidente,  y  Ciudadanos  Don  Félix  Baez,  Don 
Juan  Bautista  Paradas,  Don  Pedro  Mota,  Don  Manuel  M."" 
Cabral  y  Don  José  M.^  Bonetty;  los  Ciudadanos  Generales 
Don  Braulio  Alvarez,  Gobernador  Civil  y  Militar  de  la  Pro- 
vincia Capital,  asistido  de  su  Secretario  don  Pedro  ^L^ 
Gautier,  y  Don  Francisco  Ungria  de  Chala,  Comandante  de 
Armas  de  la  misma;  los  Ciudadanos  Don  Félix  Mariano 
Lluveras,  Presidente  de  la  Cámara  Legislativa,  y  Don  Fran- 
cisco Javier  Machado,  diputado  á  la  misma  Cámara;  los 
Miembros  del  Cuerpo  Consular  acreditado  en  la  República, 
Señores  Don  Miguel  Pou,  Co'nsul  de  S.  M.  el  Emperador  de 
Alemania,  Don  Luis  Cambiaso,  Co'nsul  de  S.  M.  el  Rey  de 
Italia,  Don  José  Manuel  Echeverry,  Co'nsul  de  S.  M.  Cato'- 
lica  el  Rey  de  España,  Monsieur  Aubin  Defougerais,  Co'nsul 
de  la  República  Francesa,  Mister  Paul  Jones,  Co'nsul  de  la 
República  de  los  Estados  Unidos  de  Norte  América,  Don 
José  Martin  Leyba,  Co'nsul  de  S.  M.  el  Rey  de  los  Paises 
Bajos,  y  Don  David  Coen,  Co'nsul  de  S.  M.  la  Reina  del 
Reino  Unido  de  la  Gran  Bretaña;  los  Ciudadanos  Licen- 
ciados en  medicina  y  cirugía,  Don  Marcos  Antonio  Gómez  y 
Don  José  de  Jesús  Brenes;  el  Ingeniero  civil  Don  Jesús  M.^ 
Castillo,  Director  de  los  trabajos  de  dicha  Catedral,  el  Sa- 
cristán Mayor  de  la  misma,  Don  Jesús  M.^  Troncoso,  3^  los 
infrascritos  Notarios  Públicos,  Don  Pedro  Nolasco  Polanco, 
Don  Mariano  Montolio  y  Don  Leonardo  Delmonte  y  Aponte, 
siendo  á  la  vez  el  primero  interino  de  la  Curia  y  el  segundo 
titular  del  Ayuntamiento  de  esta  capital.  El  Ilustrísimo 
Señor  Obispo  en  presencia  de  los  Señores  arriba  designados 
y  de  una  numerosa  concurrencia  espuso:  que  hallándose  en 
reparación  la  Santa  Iglesia  Catedral  bajo  la  dirección  del 
Reverendo  Canónigo  Don  Francisco  Javier  Billini,  y  habiendo 
llegado  á  su  noticia  que  según  la  tradición  y  no  obstante  lo 


APÉNDICES 


797 


que  aparece  de  documentos  públicos,  sobre  la  traslación  de 
los  restos  del  Almirante  Don  Cristo'bal  Colon  á  la  ciudad  de 
la  Habana  en  el  año  de  mil  setecientos  noventa  y  cinco, 
dichos  restos  podían  existir  en  el  lugar  donde  habian  sido 
depositados,  señalándose  como  tal  el  lado  derecho  del  presbi- 
terio, debajo  del  sitio  ocupado  por  la  silla  episcopal:  que  de- 
seando esclarecer  los  hechos  que  la  tradición  habia  llevado 
hasta  él  autorizo'  al  Reverendo  Cano'nigo  Billini,  por  su 
pedimento  para  que  hiciese  las  esploraciones  del  caso;  y 
practicándolo  así  en  la  mañana  de  este  dia  con  dos  trabaja- 
dores, descubrió'  á  la  profundidad  de  dos  palmos  poco  más  o' 
menos  un  principio  de  bóveda  que  permitid  ver  una  parte 
de  una  caja  de  metal:  que  inmediatamente  el  referido  Señor 
Cano'nigo  Billini  mando'  al  Sacristán  Mayor  Don  Jesús  María 
Troncoso  que  pasase  al  Palacio  Arzobispal  á  dar  conoci- 
miento á  S.  S.  Ilustrísima  del  resultado  de  las  investiga- 
ciones, al  mismo  tiempo  que  lo  participaba  al  Señor  Ministro 
de  lo  Interior  suplicándoles  su  asistencia  sin  pérdida  de 
tiempo:  que  acto  continuo  S.  S.  Ilustrísima  se  traslado  á  la 
Santa  Iglesia  Catedral  donde  encontró  á  los  Señores  Don 
Jesús  Maria  Castillo,  Ingeniero  Civil  encargado  de  las  repa- 
raciones de  este  templo  y  á  los  dos  trabajadores  que  custo- 
diaban, en  compañía  del  Cano'nigo  Billini,  la  pequeña 
escavacion  que  se  habia  practicado,  al  mismo  tiempo  que 
llegaba  el  Señor  Don  Luis  Cambiaso  que  habia  sido  llamado 
por  el  citado  Cano'nigo  Billini:  que  cerciorado  personalmente 
de  la  existencia  de  la  bo'veda,  así  como  de  que  contenia  una 
caja  á  que  se  referia  el  Cano'nigo  Billini,  y  descubriéndose 
una  inscripción  en  la  parte  superior  de  lo  que  parecia  ser  la 
tapa,  dispuso  dejar  las  cosas  en  el  estado  en  que  se  encon- 
traban y  cerrar  las  puertas  del  templo  confiando  las  llaves 
al  Reverendo  Cano'nigo  Billini ;  proponiéndose  invitar  como 
lo  hizo  á  S.  E.  el  Gran  Ciudadano,  Presidente  de  la  Repú- 
blica, General  Don  Buenaventura  Baez,  su  Ministerio,  el 
Cuerpo  Consular   y   demás   autoridades   civiles   y   militares 


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798 


CRISTÓBAL  COLON 


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espresadas  en  cabeza  de  este  acto,  con  el  fin  de  proceder  con 
toda  la  solemnidad  debida  á  la  extracción  de  la  caja  y  dar 
toda  la  autenticidad  requerida  al  resultado  de  la  investiga- 
ción, y  habiendo  dado  aviso  á  la  autoridad,  por  o'rden  de 
ésta,  se  pusieron  guardias  municipales  á  cada  una  de  las 
puertas  del  templo. 

Su  Señoría  Ilustrísima,  colocado  en  el  presbiterio  junto 
á  la  escavacion  principiada,  y  rodeado  de  las  autoridades 
arriba  mencionadas  y  de  un  concurso  numerosísimo  com- 
puesto de  personas  de  todas  condiciones,  abiertas  todas  las 
puertas  del  templo,  hizo  continuar  la  escavacion,  quitándose 
una  lápida  que  permitió'  extraer  la  caja,  que  tomada  y  pre- 
sentada por  Su  Señoría  Ilustrísima,  resulto'  ser  de  plomo. 
Dicha  caja  se  exhibió'  á  las  autoridades  convocadas  y  luego 
se  llevo  procesionalmente  en  el  interior  del  templo  mostrán- 
dola al  pueblo. 

Ocupada  la  cátedra  de  la  nave  izquierda  del  templo  por 
Su  Señoría  Ilustrísima,  el  Reverendo  Cano'nigo  Billini  por- 
tador de  la  caja,  el  Ministro  de  lo  Interior,  el  Presidente  del 
Ayuntamiento  y  dos  de  los  Notarios  públicos,  signatarios  de 
este  acto,  Su  Señoría  Ilustrísima  abrió'  la  caja  y  exhibió'  al 
pueblo  parte  de  los  restos  que  encierra;  asimismo  dio'  lectura 
á  las  diversas  inscripciones  que  existen  en  ella  y  que  com- 
pruebande  un  modo  irrecusable  que  son  real  y  efectivamente 
los  restos  del  Ilustre  Genovés,  el  Grande  Almirante  Don 
Cristo'bal  Colon,  Descubridor  de  la  América.  Adquirida  de 
una  manera  incontestable  la  veracidad  del  hecho,  una  salva 
de  veinte  y  un  cañonazos  disparados  por  la  Artillería  de  la 
Plaza,  un  repique  general  de  campanas  y  los  acordes  de  la 
banda  de  música  militar,  anunciaron  á  la  ciudad  tan  fausto 
y  memorable  acontecimiento. 

Seguidamente  las  autoridades  convocadas  se  reunieron 
en  la  Sacristía  del  templo  y  procedieron  en  presencia  de  los 
infrascritos  Notarios  públicos,  que  dan  fé,  al  examen  y 
reconocimiento  pericial   de  la  caja  y  de  su  contenido;  resul- 


APÉNDICES 


799 


tando  de  este  examen,  que  dicha  caja  es  de  plomo,  está  con 
goznes  y  mide  cuarenta  y  dos  centímetros  de  largo,  veinte  y 
uno  de  profundidad  y  veinte  y  medio  de  ancho;  conteniendo 
las  inscripciones  siguientes :  en  la  parte  exterior  de  la  tapa 
D.  de  la  A.  P"  A*®.  —  En  la  cabeza  izquierda  C. —  En  el  cos- 
tado delantero  C.  —  En  la  cabeza  derecha  A.  —  Levantada  la 
tapa  se  encontró'  en  la  parte  interior  de  la  misma  en  carac- 
teres góticos  alemanes  cincelada  la  inscripción  siguiente: 
ni*"  y  ES*°  Varón  Dn  CristÓVal  Colon,  y  aentro  de  la  refe- 
rida caja  los  restos  humanos  que  examinados  por  el  Licen- 
ciado en  Medicina  Don  Marcos  Antonio  Gómez ,  asistido  por 
el  de  igual  clase,  Señor  Don  José  de  Jesús  Brenes,  resultan 
ser:  Un  fémur  deteriorado  en  la  parte  superior  del  cuello  o' 
sea  entre  el  gran  trocánter  y  su  cabeza.  Un  peroné  en  su 
estado  natural.  Un  radio  también  completo.  Una  clavícula 
completa.  Un  cubito.  Cinco  costillas  completas  y  tres  incom- 
pletas. El  hueso  sacro  en  mal  estado.  El  coxis.  Dos  vértebras 
lumbares.  Una  cervical  y  tres  dorsales.  Dos  calcáneos.  Un 
hueso  del  metacarpo.  Otro  del  metatarso.  Un  fragmento  del 
frontal  o'  coronal,  conteniendo  la  mitad  de  una  cavidad 
orbitaria.  Un  tercio  medio  de  la  tibia.  Dos  fragmentos  más 
de  tibia.  Dos  astrágalos.  Una  cabeza  de  homo'plato.  Un 
fragmento  de  la  mandíbula  inferior.  Media  cabeza  de  húmero, 
constituyendo  el  todo  trece  fragmentos  pequeños  y  veinte  y 
ocho  grandes,  y  existiendo  otros  reducidos  á  polvo. 

Además  se  encontró'  una  bala  de  plomo  del  peso  de  una 
onza  poco  más  o'  menos  y  dos  pequeños  tornillos  de  la 
misma  caja. 

Terminado  el  examen  de  que  se  ha  hecho  mención,  las 
autoridades  eclesiásticas,  civiles  y  el  Ilustre  Ayuntamiento, 
determinaron  cerrarla  y  sellarla  con  los  sellos  respectivos  y 
depositarla  en  el  santuario  de  Regina  Angelorum,  bajo  la 
responsabilidad  del  referido  Señor  Cano'nigo  Penitenciario 
Don  Francisco  Javier  Billini ,  hasta  que  otra  cosa  se  deter- 
mine; procediéndose  en  seguida  á  poner  dichos  sellos  por  Su 


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CRISTÓBAL  COLON 


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Señoría  Ilustrísima,  los  Señores  Ministros,  los  Señores  Co'n- 
sules  y  los  infrascritos  Notarios ;  y  en  última ,  determinaron 
llevar  dicha  caja  á  la  mencionada  Iglesia  Regina  Angelorum 
triunfalmente  acompañada  de  las  tropas  veteranas  de  la 
capital,  baterías  de  Artillería,  música  y  cuanto  podia  dar 
realce  y  esplendor  á  tan  solemne  acto,  para  lo  que  se  hallaba 
preparada  la  población  como  se  notaba  del  gran  gentío  que 
llenaba  el  templo  y  la  plaza  de  la  Catedral,  de  lo  que  damos 
fé,  lo  mismo  que,  de  haber  sido  firmada  la  presente  por  los 
señores  que  arriba  se  expresan  y  otras  personas  notables. 

gg  Fray  Roque  Cocchia,  de  la  Orden  de  Capuchinos, 
Obispo  de  Orope,  Delegado  Aposto'lico  de  Santo  Domingo, 
Haití  y  Venezuela,  Vicario  Aposto'lico  de  Santo  Domingo. 
—  P.  Fray  Bernardino  d' Emilia,  Capuchino,  Secretario  del 
Excelentísimo  Delegado  y  Vicario  Aposto'lico. — Francisco  X. 
Billini. — Eliseo  J'andoli,  teniente  cura  de  la  Catedral. — 
Marcos  A.  Cahral,  Ministro  de  Estado  en  los  despachos  de  lo 
Interior  y  Policía. — Felipe  Dávila  FernandeT^  de  Castro,  Wi- 
nistro  de  Estado  en  los  despachos  de  Relaciones  Exteriores. 
— Joaquín  Montolio,  Ministro  de  Justicia  é  Instrucción  Pú- 
blica.—  M.  A.  Cáceres,  Ministro  de  Estado  en  los  despachos 
de  Hacienda  y  Comercio.  —  Valentín  Ramire-^  Bae^,  Ministro 
de  Guerra  y  Marina.  —  Braulio  AlvarcT^,  Gobernador  de  la 
Provincia. — Pedro  Marta  Gautier,  Secretario. — Juan  de  la 
CruT^Alfonseca,  Presidente  del  Ayuntamiento. — Regidores, 
Félix  Bae^. — Juan  Bautista  Paradas. — Manuel  María  Cahral. — 
P.  Mota. — José  María  Bonetty.  —  Francisco  Ungria  Chala,  Co- 
mandante de  Armas. — Félix  Mariano  Lluveres,  Presidente  de 
la  Cámara  Legislativa. — Francisco  Javier  Machado,  Diputado 
á  la  misma  Cámara. — José  Manuel  Echcverry,  Co'nsul  de 
S.  M.  Cato'lica  el  Rey  de  España. — Ltiigi  Camhiaso,  R.  Con- 
solé de  S.  M.  il  Re  d'Italia.  —  Miguel  Pou,  Dir  Konsol  des 
Deutscher  Reiches. — Paul  Jones,  United  States  Co'nsul. — 
D.  Goen,  British  Vice-Consul. — /.  M.  Leyba,  Co'nsul  Neerlan- 
dés.— ^.  ^ubin  Defougerais,  Vice-Co'nsul  de  France. — Jesús 


APÉNDICES 


8o  I 


María  Castillo,  Ingeniero  civil. — El  Licenciado  en  medicina  y 
cirugía,  M.  Antonio  Gomei. — El  Licenciado  en  medicina  y 
cirugía,  /.  /.  Brenes. — El  Sacristán  mayor,  Jesús  M.  Troncoso. 
—  A.  Licairac. — M.  M.  Santamaría.  —  Domingo  Rodrigue^. — 
Manuel  de  Jesús  García. —  Enrique  Peynado. —  Federico  Polanco. 
— Lugar dis  Olivo. — P.  Mr.  Consuegra.  —  Eugenio  Marchena. — 
Valentín  Ramire^,  hijo. — F.  Per  domo.  —  Joaquín  Ramire\  Mora- 
les. —  Amable  Damiron.  —  Jayme  Ratto.  —  Pedro  N.  Polanco, 
Notario  público.  — Leonardo  Del  Monte  y  Aponte,  Notario 
público.  — Mariano  Montolio,  Notario  público. 


NUMERO  2 


NOS  D.  FR.  ROQUE  COCCHÍA 

De  la  Urden  de  Capuchinos  Provincial  Emérito,  y  de  las  Misiones 

Extranjeras  de  la  misma  Urden  Ex-procurador  General, 

por  la  Gracia  de  Dios  y  de  la  Santa  Sede  Apostólica, 


OBISPO  DE  OROPE 


Delegado  de  la  Santa  Sede  cerca  de  las  Repúblicas  de  Santo  Domingo, 
Haití  y  Venezuela  y  en  esta  Arquidiócesis 

VICARIO  APOSTÓLICO 


Al  Venerable  Clero  y  á  los  fieles  de  la  misma 
Arquidiócesis  salud  y  paz  en  el  Señor 

Un  grande  acontecimiento  ha  venido  á  coronar  de  la 
manera  más  espléndida  aquella  suma  de  afectos,  que  tuvo 
siempre  para  esta  tierra  predilecta,  y  manifestó  hasta  en  su 
última  voluntad,  el  descubridor  del  Nuevo  Mundo,  Cris- 
tóbal Colo'n  ^ 


•  «  Su  verdadero  apellido  es  Colombo,  latinizado  por  él  en  sus  primeras 
cartas  Columbus.  El  Almirante  es  no  obstante  mas  conocido  en  la  historia 
española  por  el  nombre  de  Cristóbal  Colon,  con  el  cual  se  presentó  en  España. 
Según  refiere  su  hijo,  hizo  esta  alteración,  para  que  no  se  confundiesen  sus 
descendientes  con  los  de  los  ramos  colaterales  de  la  misma  familia,  para  lo  cual 
acudió  al  que  se  suponía  origen  romano  de  su  nombre  Colonus,  y  le  abrevió 
en  Colon,  acomodándole  á  la  lengua  española.»  Irving,  «Vida  y  Viajes  de 
¿ri^^tóbal  Colon,»  lib.  i,  cap.  i.  En  Italia  no  es  conocido  sino  bajo  el  nombre 
de  Colombo. 


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802 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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Italiano,  misto  de  genio  y  de  talento,  de  reflexión  5^  de 
entusiasmo,  de  cálculo  y  de  poesía,  que  fué  en  él,  como  en 
sus  contemporáneos  Miguel  Ángel  y  Galileo,  la  más  sublime 
expresión  del  carácter  nacional ;  mostró'  muy  temprano  una 
pasión  por  la  geografía,  3^  á  la  par  que  se  educaba  en  la 
Universidad  de  Pavía,  la  grande  escuela  lombarda,  donde  á 
las  letras  unió'  las  ciencias,  según  lo  permitía  el  siglo, 
prefiriendo  la  náutica;  á  la  par  que  se  distinguía  capita- 
neando naves  genovesas  y  napolitanas,  reanudo'  los  hilos  de 
la  antigua  escuela  itálica  relativa  á  la  esferidad  de  la  tierra, 
y  saco'  no  un  sistema,  sino  un  descubrimiento,  que  hizo  de  él 
un  gigante  entre  la  edad  media  57^  la  moderna. 

La  naturaleza  puso  las  bases,  dándole  un  genio  vasto  é 
inventivo,  un  carácter  fogoso  y  emprendedor.  La  patria 
desarrollo  aquellos  gérmenes  con  sus  tradiciones,  con  su 
brújula,  con  su  cielo,  impeliéndole  á  las  bellas  artes;  y 
educando  aquella  imaginación  ardiente,  hizo  que  él  en  sus 
cartas  y  diarios,  en  vez  de  describir  los  objetos  con  la  técnica 
frialdad  de  un  navegante,  pinta  las  bellezas  de  la  Naturaleza 
con  el  entusiasmo  de  un  artista.  La  religión  lo  colmo'  todo, 
imprimiendo  aquella  fuerza  de  fé  y  de  convicción  que  única 
puede  arrojar  á  las  mas  atrevidas  empresas  y  sostener  el 
valor  en  los  momentos  mas  graves  y  desesperados.  «El  prin- 
cipal rasgo  característico  de  este  grande  hombre  era  la  fé 
viva,  ardiente,  omnipotente  ^)) 

Con  estos  propo'sitos,  no  pudiendo  la  patria  oprimida  y 
amenazada,  no  queriendo  el  Portugal  empeñado  en  los  des- 
cubrimientos del  África  Occidental,  él  se  dirijio'  á  España,  y 
oponiéndose  allí  la  política,  le  sostuvo  la  Religión.  El  con- 
vento de  los  Franciscos  de  la  Rábida,   y  el  nombre  de  su 


Cantú,  Hist.  Universal,  t.  10,  biogr.  XIX.  Un  protestante  añade:  «Era 
devotamente  piadoso,  se  mezcló  la  religión  con  todos  los  sentimientos  y  accio- 
nes de  su  vida,  y  brilla  en  sus  mas  secretos  y  menos  meditados  escritos.  La 
religión,  tan  profundamente  impregnada  en  su  alma,  difundia  sobria  dignidad  y 
benigna  compostura  á  su  porte.»  Irving,  lib.  18,  cap.  5. 


APÉNDICES 


803 


superior  Juan  Pérez,  han  pasado  á  la  historia  como  bien- 
hechores de  Colon.  Nueva  la  empresa,  muchos  y  poderosos 
sus  opositores,  empeñados  los  Reyes  Cato'licos  en  echar  á  los 
Moros  de  España,  pasaron  siete  años  de  promesas  y  repulsas, 
y  en  tantas  ansiedades,  entre  inmortal  y  visionario,  el  supe- 
rior le  abrió'  siempre  sus  brazos  y  el  convento.  Colon  se 
amparaba  en  él  con  la  confianza  de  un  hermano :  él  era  de  la 
tercera  Orden  de  San  Francisco  ^ 

En  fin,  el  gran  proyecto  fué  aceptado,  y  Colon  el  3  de 
Agosto  de  1492,  después  de  haberse  confesado  con  el  P.  Pérez 
y  recibido  con  toda  la  tripulación,  se  embarco  en  el  Santa 
Maña  y  acompañado  del  Pinta  y  del  Niña,  zarpo  del  Puerto 
de  Palos  al  descubrimiento  de  una  nueva  via  para  las  Indias, 
en  realidad  del  Nuevo  Mundo.  —  I  lo  encontró  el  12  de 
Octubre,  tocando  antes  á  Guanahani,  que  llamo'  San  Salva- 
dor, y  en  seguida  á  las  Bahamas,  Cuba,  y  finalmente  (5  de 
Diciembre)  esta  isla  que  los  indígenas  llamaban  Haití,  los 
colonos  nombraron  Santo  Domingo. 

Su  primer  acto  fué  la  toma  de  posesión,  3^  esta  la 
escribió'  con  el  antiguo  quiro'grafo  de  la  fé  cristiana,  levan- 
tando solemnemente  una  cruz.  ¡Primera  semilla  de  la  Reli- 
gión en  esta  isla!  - — Después  que  adelanto'  y  conoció'  mas,  le 
dio  el  nombre  de  Española,  acercándola  así  con  preferencia  á 
la  madre  patria,  y  escribió'  á  los  Reyes  Cato'licos:  «Juro  á 
VV.  MM.  que  no  hay  en  el  mundo  todo  ni  mejor  pais,  ni 
mejores  gentes  2.»  —  Y  en  otra  ocasión:  «Espero,  Dios 
mediante ,  que  Vuestras  x\ltezas  se  resolverán  pronto  á 
enviarnos  personas  devotas  y  religiosas  para  reunir  á  la 
Iglesia  tan  vastas  poblaciones,  y  que  las  convertirán  á  la  fé. 


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'     « De  aquí  su  afición  á  vestirse  de  fi-aile cuando  llegó  á  España,  se 

presentó  vestido  de  fraile.  Amenudo  vestia  de  fraile.»  Cantú,  t.  4,  lib.  14,  cap,  4. 
«Fu  al  tempo  stesso  laico  di  condizione  e  religioso,  per  la  professione  della 
regola  del  terz'  ordine  di  san  Francesco,  del  quale  bene  spesso  vestiva  le  lañe,  e 
nei  cui  umifi  conventi  si  dilettava  di  riposarsi  dalle  fatiche  e  dalle  fortune  del 
niare.»    Civilta  Cattolica,  serie  IX,  vol.  Vil,  pág.  690. 

*  Irving,  lib.  4,  cap.  8.  La  isla  Española,  norte  de  sus  esperanzas.  Id,, 
lib.  12,  cap.  I. 


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CRISTÓBAL  COLON 


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del  mismo  modo  que  destruyeron  á  los  que  no  querían  al 
Padre,  al  Hijo  y  al  Espíritu  Santo.»  Fué  este  el  centro  de 
sus  descubrimientos,  como  fué  la  capital  de  las  colonias, 
aquí  puso  la  primera  fortaleza  (La  Navidad),  aquí  dejo  los 
treinta  hombres  bajo  el  mando  de  Diego  de  Arana,  y  de 
aquí,  como  si  hubiera  llegado  al  ápice  de  sus  deseos,  reco^ 
rrida  la  isla  desde  San  Nicolás  hasta  Samaná ,  marcho'  á 
España  para  anunciar  al  viejo  mundo  el  descubrimiento  del 
nuevo. 

Otros  tres  viajes  hizo  él  de  Europa  á  las  Antillas,  y 
siempre  puso  á  la  cabeza  de  sus  cuidados  la  Española.  — En 
el  primero,  ayudado  por  sus  hermanos  el  pacífico  Diego  y  el 
enérgico  Bartolomé,  reorganizo'  la  Colonia  que  encontró' 
destruida:  fundo'  la  Isabela,  primera  ciudad  cristiana  en  el 
Nuevo  Mundo,  en  la  cual  trece  eclesiásticos  celebraron  la 
primera  misa  en  la  Epifanía  de  1494:  esploro'  el  Cibao  hasta 
la  Vega,  dejando  el  gran  monumento  del  Santo  Cerro  '; 
envió'  á  otros  hasta  las  bocas  del  Ozama:  hízose  amigo  de 
Guacanagari,  Cacique  de  Marien:  sometió'  Guarionex,  Ca- 
cique de  Magua:  capturo  al  terrible  Caonabo,  Cacique  de 
Maguana:  y  á  su  hermano  Maniocatez,   poniendo  en  fuga  al 


'  «Cristoforo  avea  piantata  una  croce  nella  collina  cliamata  Santo  Cerro 
air  imboceatura  della  gran  valle  della  Immacolata  Concezione  (della  Vega)  e 
di  tan  te  che  álzate  ne  avea,  quest'  era  la  sua  prediletta.  Ai  piedi  di  questa, 
novello  Mosé,  aveva  impetrata  la  famosa  vittoria  che  riportaron  i  suoi  in  quella 
valle,  combattendo  uno  contro  cinquecento  indigeni.  E  sovente  saliva  colassú 
á  pregare,  e  la  sera  vi  radunava  intorno  le  milizie,  a  farvi  orazione  ed  a  cantarvi 
inni  e  precci  tolte  dalla  sacra  liturgia.  Questa  croce  acquistó  venerazione  in 
tutto  il  paese,  a  presto  ai  suoi  piedi  si  operarono  miracoli.  I  pellegrini  comincia- 
rono  á  concorrervi  in  folla;  e  si  notó  che  per  quanto  la  divozione  dei  fedeli 
tagliasse  di  quel  suo  legno  giá  inaridito,  pur  sempre  lo  rifaceva  con  una  vegeta- 
zione  portentosa.  Le  reliquie  di  questo  legno  apportavano  salute,  e  le  grezie  che 
se  ne  ottenevano  erano  senza  número.  La  fama  di  questa  croce  passó  in  Ispagna. 
Cario  V  mandó  preziose  gemme  perché  ne  fosse  adorna,  e  Filippo  II  le  fé 
erigere  una  suntuosa  cappella  nella  cattedrale,  in  cui  dispose  che  si  coUocasse 
chiusa  entro  una  stupenda  teca  di  filigrana.  —  Sebbene  spogliato  della  croce,  il 
Santo  Cerro  seguitó  ad  essere  un  luogo  frecuentatissimo  dai  pellegrini,  cosí 
che  fu  necessario  erigervi  un  convento  ái  Francescani,  che  sodisfacesero  col  loro 
ministerio  alia  pietá  delle  turbe  di  fedeli  che  vi  accorreano.» — Civiltá  Cattolica, 
ser.  IX,  vol.  VII,  p.  703.  Da  Roselly  de  Lorgues,  «  L'Ambassadeur  de  Dieu  et 
le  Pape  Pie  IX.»  Paris  1874. 


APÉNDICES 


805 


cuñado  Behechio  y  á  la  mujer  Anacaona;  puso  fortalezas  en 
las  montañas  del  Cibao  y  en  las  márgenes  del  Yaque :  rodeo' 
la  isla,  al  mismo  tiempo  que  reconoció  á  Cuba  y  descubrió' 
á  Jamaica ,  y  después  de  casi  dos  años  y  medio  paso'  de  la 
Isabela  á  Europa,  dejando  en  su  lugar  á  Bartolomé  en 
cualidad  de  Adelantado;  el  cual  poco  después,  por  su  orden, 
fundo'  la  Ciudad  de  Santo  Domingo  (4  de  Agosto  149Ó). 

En  el  segundo,  llegado  á  esta  Capital,  después  de  haber 
descubierto  la  isla  de  la  Trinidad  y  el  golfo  de  Paria, 
ensancho'  en  dos  años  lo  que  habia  hecho,  calmando  motines 
y  ganando  rencores,  hasta  recibir  el  honor  reservado  á  todos 
los  grandes  bienhechores  de  la  humanidad,  la  ingratitud:  la 
que  le  cargo'  de  cadenas  y  le  echó  á  través  de  aquel  Atlántico 
que  él  mismo  habia  abierto  á  la  Europa.  El  grande  hombre 
supo  cuanto  vallan  aquellas  cadenas,  guardándolas  siempre 
«colgadas  en  su  gabinete,  y  quiso  que  fuesen  sepultadas  con 
él  ^))  Era  envidia  contra  su  persona,  pero  quedaron  sus 
ideas  así  como  su  afecto  para  esta  isla.  Bobadilla  y  Ovando 
no  mandaron  sino  desde  Santo  Domingo,  y  esta  quedó  cabeza 
de  las  Colonias  hasta  el  descubrimiento  de  Méjico,  así  como 
fué  hasta  ayer  la  capital  de  las  Antillas,  prueba  la  silla 
episcopal  que  hubo,  la  primera  en  América,  en  1511,  elevada 
á  Metrópoli  primacial  en  1547. 

Aquella  ingratitud  no  le  abatió,  el  amor  le  determinó  á 
un  otro  viaje,  y  en  este  la  misma  preferencia  le  trajo  direc- 
tamente á  esta  Capital.  La  vieja  oposición  le  rechazó,  y  él 
vagando  y  descubriendo  á  Honduras,  Mosquitos,  Costa-Rica, 
se  consolaba,  con  estas  palabras,  que  dijo  haber  oido  en  una 
nocturna  visión :    (( j  Oh  estulto  y  tardo  á  creer  y  á  servir  á 


*  Cantú,  t.  4,  lib.  14,  cap.  4.  —  Uno  de  sus  criados  «un  triste  y  desver- 
gonzado cocinero,  le  remachó  los  hierros  con  tanta  prontitud  y  ahinco,  como  si 
le  estuviese  sirviendo  escogidas  y  sabrosas  viandas.  Yo  conocia  al  tal,  y  creo  se 
llamaba  Espinosa. »  Cuando  Alonzo  de  Villezo,  que  debia  conducirle  á  España, 
entró  en  la  cárcel:  Villezo,  le  preguntó  tristemente,  ¿á  donde  me  conducís? — 
A  embarcarse,  Excmo.  Señor. — A  embarcarse!  repitió  vivamente  el  Almirante. 
Villezo,  hablas  formalmente?  —  Lo  mas  formal  del  mundo,  os  lo  juro,  Excelen- 
tísimo Señor.  Las  Casas  creyó  que  era  para  conducirlo  al  patíbulo. 


8o6 


CRISTÓBAL  COLON 


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))tu  Dios,  Dios  de  todos!  ¿Qué  hizo  él  mas  por  Moisés  o'  por 
«David  su  siervo?  Des  que  naciste,  siempre  él  tuvo  de  tí 
«muy  grande  cargo.  Cuando  te  vio'  en  edad  de  que  él  fué 
«contento,  maravillosamente  hizo  sonar  tu  nombre  en  la 
«tierra.  Las  Indias  que  son  parte  del  mundo,  tan  ricas,  te 
«las  dio  por  tuyas;  tú  las  repartistes  adonde  te  plugo  y  dio' 
«poder  para  ello.  De  los  atamientos  de  la  Mar  Océana,  que 
«estaban  cerrados  con  cadenas  tan  fuertes,  te  dio'  las  llaves; 
«y  fuiste  obedecido  en  tantas  tierras,  y  de  los  cristianos 
«cobraste  tan  honrada  fama.  ¿Qué  hizo  del  más  alto  pueblo 
«de  Israel,  cuando  le  saco  de  Egipto?  ¿Ni  por  David  que 
«de  pastor  hizo  Rey  en  Judea?  To'rnate  á  él,  y  conoce  ya  tu 
«yerro:  su  misericordia  es  infinita:  tu  vejez  no  impedirá  á 
»toda  cosa  grande:  muchas  heredades  tiene  él  grandísimas. 
«Abrahan  pasaba  de  cien  años,  cuando  engendro'  á  Isaac,  ni 
«Sara  era  moza.  Tú  llamas  por  socorro  incierto:  responde 
«¿quién  te  ha  aflijido  tanto  y  tantas  veces,  Dios  o'  el  mundo? 
«Los  privilegios  y  promesas  que  da  Dios  no  las  quebranta, 
«ni  dice  después  de  haber  recibido  el  servicio,  que  su  inten- 
«cion  no  era,  y  que  se  entiende  de  otra  manera,  ni  da  mar- 
« tirios  por  dar  color  á  la  fuerza:  él  va  al  pié  de  la  letra:, 
«todo  lo  que  él  promete  cumple  con  acrecentamiento:  ¿esto 
«es  uso?  Dicho  tengo  lo  que  tu  Criador  ha  hecho  por  tí  y 
«hace  con. todos.  Ahora  medio  muestra  el  galardón  de  estos 
«afanes  y  peligros  que  has  pasado  sirviendo  á  otros.  No 
« temas ,  confia ;  todas  estas  tribulaciones  están  escritas  en 
«piedra  mármol,  y  no  sin  causa. «  El  anadia:  Yo  vine  á 
«servir  de  veintiocho  años,  y  ahora  no  tengo  cabello  en 
«mi  persona  que  no  sea  cano,  y  el  cuerpo  enfermo,  y  gastado 
«cuanto  me  quedo'  de  aquellos,  y  me  fué  tomado  y  vendido, 
«y  á  mis  hermanos  fasta  el  sayo,  sin  ser  oido  ni  visto,  con 
«gran  deshonor  mió.  En  el  temporal  no  tengo  solamente 
«una  blanca  para  la  oferta:  en  el  espiritual  he  parado  aquí 
«en  las  Indias  de  la  forma  que  está  dicho;  aislado  en  esta 
«pena,    enfermo,    aguardando   cada   dia   por   la   muerte,   y 


APÉNDICES 


807 


» cercado  de  un  cuento  de  salvages  y  llenos  de  crueldad  y 
«enemigos  nuestros,  y  tan  apartado  de  los-  Santos  Sacra- 
))mentos  de  la  Santa  Iglesia,  que  se  olvira  de  esta  ánima  si 
))se  aparta  acá  del  cuerpo.  Llore  por  mí  quien  tiene  caridad, 
«verdad  y  justicia  '.o  Sin  embargo,  él  logro'  ver  por  última 
vez  á  Santo  Domingo,  y  fué  de  aquí  que  salid  definitiva- 
mente para  Europa. 

Enfermo  allá  en  España,  abrumado,  él  no  olvidaba  á 
su  predilecta  Española,  y  lamentaba  cerca  del  Rey:  «Desde 
«que  he  dejado  la  isla,  se  que  han  muerto  las  cinco  sextas 
«partes  de  los  naturales  por  bárbaros  tratamientos  o'  por 
«cruel  inhumanidad,  algunos  bajo  el  hierro,  otros  á  fuerza  de 
«golpes,  muchos  de  hambre,  la  mayor  parte  en  los  montes 
«o'  en  las  cavernas,  adonde  se  hablan  retirado  por  no  poder 
«tolerar  los  trabajos  que  se  les  imponían. «  Mas  la  mayor 
prueba  de  su  viejo  afecto  la  dio  en  su  testamento,  en  el  cual 
ordenaba  á  su  hijo  Diego  ú  otro  heredero  «que  mande  hacer 
«una  iglesia,  que  se  intitule  Santa  Maria  de  la  Concepción, 
» en  la  isla  Española,  en  el  lugar  mas  ido'neo,  y  tenga  un 
«hospital  el  mejor  ordenado  que  se  pueda,  así  como  hay 
«otros  en  Castilla  y  en  Italia,  y  se  ordene  una  capilla  en 
«que  se  digan  misas  por  mi  ánima  y  de  nuestros  antecesores 
«y  sucesores  con  mucha  devoción:  que  placerá  á  nuestro 
«Señor  de  nos  dar  tanta  renta,  que  todo  se  podrá  cumplir 
«lo  que  arriba  dije.  ítem,  mando  al  dicho  D.  Diego,  mi 
«hijo,  o'  á  quien  heredare  el  Mayorazgo,  trabaje  de  mantener 
«y  sostener  en  la  isla  Española  cuatro  buenos  maestros  en 
«la  santa  teología,  con  intención  y  estudio  de  trabajar  y 
«  ordenar  que  se  trabaje  de  convertir  á  nuestra  santa  fé  todos 
«estos  pueblos  de  las  Indias,  cuando  pluguiere  á  nuestro 
«Señor  que  la  renta  de  dicho  Mayorazgo  sea  crecida,  que 
«así  crezca  de  maestros  y  personas  devotas,  y  trabaje 
«para  tornar  estas  gentes  cristianas,   y  para  esto  no  haga 


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•     «  Carta  rarísima  de  Colon,»  Jamaica  á  7  de  julio  de  1503. 


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8o8 


CRISTÓBAL  COLON 


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«dolor  de  gastar  todo  lo  que  fuere  menester;  y  en  conme- 
))moracion  de  lo  que  yo  digo,  y  de  todo  lo  sobrescrito,  hará 
»un  bulto  de  piedra  de  mármol  en  la  dicha  iglesia  de  la 
» Concepción,  en  el  lugar  mas  público,  porque  traiga  de 
«continuo  memoria  esto  que  yo  digo  al  dicho  D.  Diego,  y 
))  á  todas  las  otras  personas  que  le  vieren ,  en  el  cual  bulto 
))  estará  un  letrero  que  dirá  esto  ^  » 

A  este  testamento  sucedieron  varios  codicilos,  en  el 
último  de  los  cuales,  escrito  en  el  borde  del  sepulcro,  preci- 
sando él  su  primera  disposición,  repetia  á  su  hijo:  «que 
«erijiese  una  capilla  en  la  isla  Española,  que  Dios  maravi- 
» liosamente  le  habia  dado,  situándola  en  la  Vega  y  ciudad 
))  de  la  Concepción ,  adonde  se  dijesen  misas  diarias  por  el 
«reposo  de  su  alma,  la  de  su  padre,  su  madre,  su  esposa  y 
«de  todos  los  que  morian  en  la  fé  2,» 

El  grande  hombre  murió'  en  Valladolid  á  veinte  de 
Marzo  de  1506,  dia  de  la  Ascensión  del  Señor,  y  allá, 
después  de  espléndidos  funerales  en  la  parroquia  de  Santa 
Maria  de  la  Antigua ,  sus  preciosos  restos  fueron  enterrados 
en  la  Iglesia  de  los  Padres  Franciscos.  En  i^i)  á  petición  del 
Consejo  de  las  Indias  fueron  trasladados  á  Sevilla,  y  depositados 
en  la  de  Santa  Ana,  pertenecientes  á  los  Cartujos  de  las 
Cuevas.  Finalmente,  en  1536,  sea  que  esta  fuera  su  volun- 
tad, sea"  que  no  habia  para  él  tumba  mas  digna  del  Mundo 
que  él  habia  descubierto,  aquellas  venerandas  reliquias 
fueron  nuevamente  extraidas,  trasladadas  á  Santo  Domingo 
y  aquí  inhumadas  en  el  presbiterio  de  la  Catedral. — La 
humana  ingratitud  no  supo  encontrar  un  pedazo  de  piedra 
para  grabar  su  nombre  é  indicar  aquella  tumba. 

Esta  pues  quedo'  oscura,  ignorada  por  mas  de  dos  siglos 
y  medio,  hasta  que  en  1795  debiendo  la  España  ceder  á 
Francia  lo  que  poseia   en  esta  isla  por  el  tratado  de  Basilea, 


Ap.  Irving,  Apéndice. 
Irving,  lib.  18,  cap.  4. 


APÉNDICES 


809 


se  pusieron  de  acuerdo  D.  Gabriel  de  Aristizabal,  Teniente 
General  de  la  Real  Armada,  D.  Joaquín  García,  Mariscal  de 
Campo  y  Gobernador  de  la  Colonia,  y  D.  Fr.  Fernando 
Portillo  y  Torres,  Arzobispo  de  esta  Arquidio'cesis,  para 
exhumar  otra  vez  las  reliquias  del  gran  Genoves  y  trasla- 
darlas á  Cuba.  — El  acto  nacia  de  afecto,  de  gratitud,  y  sin 
embargo  la  historia  lo  considero'  como  un  nuevo  disturbio  de 
la  paz  que  aquel  grande  hombre  debia  gozar  á  lo  menos  en 
la  tumba  ^  Pero  no:  la  Providencia  hizo  justicia  á  esta 
tierra  de  las  predilecciones  de  Colon,  y  pareció'  repetir 
aquellas  antiguas  palabras:  Dejadle,  ninguno  mueva  sus 
huesos-I  quedaron  intactos  los  huesos  de  él  ^.  Y  estas  otras  al 
ilustre  difunto:  Enterrado,  dormirás  seguro.  Reposarás,  y  no 
habrá  quien  te  moleste  3. 

El  acta  de  aquella  operación  redactado  por  D.  José 
Francisco  Hidalgo,  escribano  de  Cámara  de  la  Real  Audien- 
cia, refiere  el  hecho  así:  «En  el  dia  veinte  de  Diciembre  del 
mismo  año  de  mil  setecientos  noventa  y  cinco,  estando  en  la 
Santa  Iglesia  Catedral  el  comisionado  D.  Gregorio  Saviñon, 
rejidor  perpetuo,  decano  del  muy  ilustre  Ayuntamiento  de 
la  ciudad  de  Santo  Domingo,  con  asistencia  del  Ilustrí- 
simo  y  Rmo.  D.  Francisco  Fernando  Portillo  y  Torres, 
Arzobispo  de  aquella  Metro'poli,  del  Excmo.  Sr.  D.  Gabriel 
Aristizabal,  teniente  general  de  la  real  armada,  de  D.  An- 
tonio Canzi,  Brigadier  y  teniente  rey  de  aquella  plaza,  de 
D.  Antonio  Barba,  mariscal  de  campo  y  comandante  de 
ingenieros,  de  D.  Ignacio  de  la  Rocha,  teniente  coronel  y 
sargento  mayor  de  la  misma,  y  de  otras  personas  de  grado 
y  de  consideración ,  se  abrió'  una  bo'veda  que  estaba  sobre  el 
presbiterio  al  lado  del  Evangelio,  pared  principal  y  peana 
del  altar  mayor,  que  tiene  como  una  vara  cúbica,  y  en  ella 
se  encontraron  unas  planchas   como  de  tercia  de  largo  de 


'     Irving,  lib.  18,  cap.  4. 
»     4RegXXIII,  18. 
»    Job,  XI,  18,  19. 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  102. 


8io 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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plomo,  indicante  de  haber  habido  caja  de  dicho  metal,  y 
pedazos  de  huesos  de  canillas  y  otras  varias  partes  de  algún 
%)H^'l<^X  difunto,  que  se  recogieron  en  una  salvilla,  y  toda  la  tierra 
que  con  ellos  habia ,  que  por  los  fragmentos  con  que  estaba 
mezclada  se  conocía  ser  despojos  de  aquel  cadáver,  y  todo  se 
introdujo  en  una  caja  de  plomo  dorada,  con  su  cerradura  de 
hierro,  la  cual  cerrada,  se  entrego'  la  llave  al  Sr.  Arzo- 
bispo ^))  I  fué  esta  la  caja  que  embarcada  con  pompa  en  El 
Descubridor^  fué  trasportada  hasta  la  bahia  de  Ocoa,  y  de 
allá  por  el  San  Lorenzo  á  la  Habana. 

Aquella  caja  salió',  pero  quedo'  en  Santo  Domingo  la 
tradición  de  que  los  restos  de  Colon  no  hablan  salido  del 
lugar  donde  estaban.  I  en  A^erdad  dicho  documento,  el  mas 
auténtico  que  puede  haber,  dice  que  solo  se  encontraron 
«unas  planchas  de  plomo,  indicante  de  haber  habido  caja 
del  mismo  metal  y  pedazos  de  huesos  de  canillas  y  otras 
varias  partes  de  algún  difunto ; »  pero  ni  un  nombre ,  ni  una 
letra,  ni  una  señal  cualquiera  en  aquellos  fragmentos  de 
plomo,  que  indicasen  á  quién  pertenecían  dichos  restos.  Quizá 
la  prisa,  quizá  la  poca  crítica,  ciertamente  cualquiera  otro 
acostumbrado  á  la  meditación  histo'rica,  encuentra  estraño 
que  una  comisión  tan  seria,  al  abrir  brevemente  una  bóveda 
y  encontrar  nada  más  que  algunos  fragmentos  de  plomo  y 
de  un  cuerpo  humano,  los  acepto'  sin  otra  observación  como 
restos  de  Colon  y  los  remitid  á  Cuba. 

Apoyado  pues,  en  la  futileza  del  documento  y  en  la 
vaga  tradición  arriba  indicada.  Nos,  como  italiano  y  como 
Jefe  de  esta  Arquidio'cesis ,  tuvimos  siempre  intención  de 
hacer  á  su  tiempo  las  averiguaciones  necesarias.  .  Por  consi- 
'4«/fc  i  guíente,  habiéndose  procedido  á  la  composición  de  la  Cate- 
dral; y  quitado  el  piso,  como  se  encontró'  á  la  izquierda  del 
presbiterio  una  cajita  de  plomo  con  restos  de  un  cadáver  y 


'     El  Noticioso  de  Ambos  Mundos,  New- York,  Marzo  19  de  1836.   De  Na- 
varrete.   Colección  de  documentos  concernientes  al  Almirante  Colon. 


APÉNDICES 


8ii 


esta   inscripción:    El  Almirante  Don  Luis  Colon,  Duque  de 

Veraguas,  Marqués  de (Jamaica;)  '  dimos  o'rclen  á  nuestro 

Penitenciario  el  Señor  Cano'nigo  Hon.  D.  Francisco  X. 
Billini ,  Cura  actual  de  la  santa  Iglesia  Catedral  y  encargado 
de  dichos  trabajos,  para  practicar  averiguaciones  á  la  derecha 
del  presbiterio,  y  justamente  en  el  lugar  del  trono  episcopal,  que 
la  tradición  designaba  como  tumba  del  gran  Colon.  El  sábado 
ocho  de  los  corrientes  dia  de  la  Natividad  de  la  Sma.  Virgen, 
dicho  Señor  Penitenciario  vino  á  imponernos  de  que  se 
habia  encontrado  á  un  metro  del  muro,  enfrente  de  la  puerta 
que  conduce  á  la  Sala  Capitular,  una  bo'veda  con  restos 
humanos  adornados  de  galones.  No  hicimos  caso,  los  dos, 
puesto  que  no  habia  ninguna  inscripción  y  los  galones  indi- 
caban que  era  un  oficial  quien  habia  sido  enterrado  con  su 
uniforme,  no  los  huesos  de  Colon,  que  como  tales  no  admi- 
tían galones.  Al  momento  en  que  escribimos,  la  bo'veda  está 
abierta,  y  esto  prueba  que  en  el  presbiterio  se  enterraban 
personajes  más  o  menos  importantes,  sin  nombre,  sin  otra 
indicación;  y  fué  sin  duda  uno  de  ellos  lo  que  la  comisión 
encontró'  en  1795,  y  trasladado  con  pompa,  todavía  conserva 
en  la  Catedral  de  la  Habana. 

Con  nuestro  permiso  se  trabajo'  parte  del  domingo,  y  el 
lunes  (dia  10)  por  la  mañana.  Nos  aviso'  nuevamente  el 
Señor  Penitenciario  que  en  el  lugar  indicado  se  habia  encon- 
trado un  nicho,  dentro  del  cual  se  v«ia  una  caja  de  metal, 
que  seguramente  contenia  los  restos  de  algún  difunto.  A  tal 
noticia  Nos  trasladamos  prontamente  á  la  Catedral,  y  en 
presencia  de  algunos  encontramos  el  nicho  pegado  al  muro 
principal,  á  la  derecha,  pero  algo  lejos  del  altar  mayor. — 
Por  un  hoyo,  el  único  que  estaba  abierto,  alcanzamos  á  ver 
la  caja,  la  vieron  los  presentes,   y   en  la  casi  seguridad  que 


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•  Nieto  de  Colon,  el  cual  viendo  que  los  derechos  de  su  abuelo  eran 
fuentes  de  vejaciones ,  renunció  á  los  mismos  por  la  asignación  anual  de  mil 
doblones  y  los  títulos  de  duque  de  Veraguas  y  marqués  de  Jamaica 


/<^^^  /h'/M/M/y/z/MM 


8l2 


CRISTÓBAL  COLON 


podían  ser  los  restos  anhelados,  ordenamos  que  se  deja- 
ran las  cosas  como  estaban,  y  salidos  todos  se  cerraron 
las  puertas,  á  ñn  de  hacer  el  reconocimiento  en  toda 
regla. 

A  tal  efecto  mandamos  formales  invitaciones  á  S.  E.  el 
Presidente  de  la  República,  al  Señor  Ministro  de  lo  Interior, 
al  Señor  Presidente  del  Honorable  Ayuntamiento  3^  al  Cuerj^o 
Diplomático  Consular,  indicando  las  cuatro  y  media  p.  m. 
del  mismo  dia.  En  cuya  hora,  impedido  por  enfermedad 
S.  E.  el  Presidente  de  la  República,  concurrieron  en  su  tota- 
lidad el  Excmo.  Ministerio,  el  honorable  Ayuntamiento,  el 
Cuerpo  Diplomático  Consular,  nuestro  Secretario,  el  Señor 
Penitenciario,  el  teniente  Cura  de  la  Catedral,  el  Señor 
Gobernador  de  la  Provincia,  otras  autoridades  civiles  y 
militares,  dos  médicos,  tres  notarios,  las  personas  mas 
importantes  de  la  Capital  y  un  inmenso  jentío  que,  abiertas 
las  puertas.  Heno  prontamente  el  vasto  templo.  En  presencia, 
pues,  de  un  concurso  tan  respetable,  dimos  principio  al  reco- 
nocimiento, refiriendo  en  breve  el  origen  y  resultado  de  las 
investigaciones  hasta  la  última  de  la  misma  mañana.  Acto 
continuo  se  levanto'  una  piedra  para  dar  salida  á  la  caja, 
que  tomamos  en  nuestras  manos  y  pusimos  sobre  una  mesa 
en  el  medio  del  presbiterio,  invitando  á  los  Señores  Ministros, 
á  los  miembros  del  honorable  Ayuntamiento,  al  Cuerpo 
Diplomático  Consular,. á  los  notarios  y  á  las  otras  personas 
importantes  para  que  averiguaran  el  todo.  Ento'nces  se  vio 
que  la  caja,  bien  conservada,  era  de  plomo  y  tenia  42  centí- 
metros de  largo,  20  7=  de  ancho  y  21  de  profundidad:  se 
vio'  un  letrero  en  la  tapa,  fuera  y  dentro,  y  alrededor.  — Se 
vieron  dentro  muchos  restos  y  bien  conservados ,  entre  los 
cuales  una  bala  de  plomo  '.    Limpiado  el  letrero,  se  leyó'  en 


'  £/i  la  cosía  de  Veraguas  se  abrió  su  herida.  Cantú,  t.  10,  biog.  XIX. 
¿Se  refiere  á  esta  bala?  De  las  cadenas  no  se  ha  encontrado  nada.  Era  un  título 
(le  infamia  para  sus  opresores,  y  en  esto,  como  en  muchas  otras  cosas,  no  se 
cumplió  con  la  voluntad  del  oprimido. 


APÉNDICES 


813 


la  parte  interior  de  la  tapa:  Illtre.  y  Es.io.  Varón — Dn  Cristó- 
val  Colon. —  En  la  parte  superior:  D.  de  la  A.  Per.  Ate.= 
Alrededor:  C.  C.  A.  =  ha.  inscripción,  pues,  decia  claro: 
Ilustre  y  Esclarecido  Varón  D.  Cristóbal  Colon,  Descubridor  de 
la  América,  Primer  Almirante.^Y  mas  brevemente:  Cristóbal 
Colon  Almirante. =1^0.5  reliquias  del  grande  hombre  estaban 
en  nuestras  manos,  ¿quién  podia  pues  contener  nuestra 
emoción  al  declarar  en  alta  voz  que  aquellos  eran  los  restos 
del  inmortal  Colon?  Estuvimos  al  punto  de  exclamar:  Gómate, 
ó  Santo  DomingoUÍ  El  hombre  que  te  descubrió  y  te  amó  con 
preferencia  no  ha  salido  de  tu  seno,  él  ha  sido  y  será  contigo. = 
Gómate  tú  también,  ó  Italia!!!  Ha  como  resucitado  uno  de  los 
mas  grandes  de  tus  hijos.  Tú  eres  en  tal  ocasión  afectuosamente 
representada.  —  La  conmoción  fué  general ,  los  gritos  del 
pueblo  se  levantaron  de  todas  partes,  las  campanas  dieron 
feliz  anuncio  á  la  ciudad,  el  cañón  contesto'  ruidosamente  al 
fausto  acontecimiento. 

En  seguida  se  vino  al  reconocimiento  y  numeración  de 
los  restos  por  los  dos  médicos,  y  á  la  vez  al  instrumento  por 
los  tres  notarios,  firmado  por  Nos  y  por  todas  las  autoridades. 
Los  restos  con  su  caja  de  plomo  fueron  colocados  en  otra 
caja,  y  está  cerrada  con  llave,  que  queda  en  nuestras  manos, 
fué  sellada  con  nuestro  sello  y  con  los  del  Excmo.  Ministerio, 
del  Honorable  Ayuntamiento  y  del  Cuerpo  Diplomático 
Consular.  Finalmente  siendo  las  ocho  y  media  de  la  noche, 
se  improviso  una  imponente  procesión,  que  acompaño  con 
Nos  á  la  Iglesia  de  Regina  Angelorum  (donde  estarán  hasta 
concluirse  los  trabajos  de  la  Catedral)  los  restos  mortales  del 
mas  grande  hombre  de  la  edad  moderna. 

Tardía  justicia!  pero  muy  á  propo'sito.  Han  pasado  casi 
cuatro  siglos,  y  la  grande  epopeya  de  Colon  todavía  no  ha 
encontrado  su  Homero.  Los  Lusitanos,  menos  importantes, 
tuvieron  su  Camoens.  ¡Quién  sabe  si  no  se  levanta  ahora' 
¡Quién  sabe  si  mientras  que  prelados  y  laicos  emplean  sus 
cuidados  3^  sus  plumas  para   ver   introducida  la  Causa  de 


8i4 


CRISTÓBAL  COLON 


este  insigne  Varón  cerca  de  la  Santa  Sede,  la  Providencia 
ha  permitido  oportunamente  el  descubrimiento  de  sus  re- 
liquias ! 

Por  nuestra  parte,  llamando  todos  á  gozar  del  mismo 
nuestro  júbilo,  mandamos  á  los  Señores  Curas  un  repique 
general  de  campanas  al  arribo  de  la  presente  y  que  canten 
en  el  Domingo  á  su  recibo  (en  esta  Capital  el  dia  de  las 
Mercedes)  un  Te  Deum  en  acción  de  gracias  al  Todopoderoso, 
que  será  repetido  todos  los  años  el  diez  de  Setiembre,  dia 
desde  ahora  memorable  en  los  fastos  de  esta  República,  por 
el  descubrimiento  de  tan  precioso  tesoro. 

Dadas  en  nuestro  Palacio  Arzobispal  de  Santo  Domingo, 
firmadas,  selladas  y  refrendadas  en  forma  el  14  de  Setiem- 
bre, fiesta  de  la  Exaltación  de  la  Santa  Cruz,  1877. 

f  Fr.  roque  Obispo 

DELEGADO  Y  VICARIO  APOSTÓLICO. 
L.   fS.  ^ 

Por  mandado  de  S.  S.  lUma.  y  Rma. 
P.  Fr.  Bernardino  d'Emilia, 

Capuchino,  Secretario. 


VI 


En  el  capítulo  IV  de  las  Historias,  atribuidas  á  Don 
Fernando  Colon,  se  contiene  una  carta  que  el  autor  nos  dice 
haber  sido  dirijida  por  Cristoval  Colon  al  Rey  de  Castilla 
desde  la  Española,  en  Junio  de  1495.  Esta  carta  no  se 
encuentra  en  ninguna  otra  obra;  y  el  testo  español,  si  en 
efecto  ha  existido,  no  ha  podido  encontrarse  todavía  en 
Simancas,  en  Sevilla,  ni  en  los  archivos  del  Duque  de  Ve- 
raguas, ni  en  otra  parte. 

Hé  aquí  la  traducción  literal  de  ese  documento,  curioso 
por  tantos  conceptos: 


APÉNDICES 


815 


«El  Rey  Renato  '  que  Dios  ha  llamado  á  sí,  me  envió' 
á  Túnez  para  que  me  apoderase  de  la  galeaza  La  Fernandina. 
Cuando  llegué  cerca  de  la  isla  de  S.  Pedro,  en  Cerdeña,  me 
informaron  de  que  la  galeaza  iba  custodiada  por  dos  bajeles 
y  una  carraca.  Esta  noticia  turbo  de  tal  manera  á  mi  jente, 
que  tomaron  su  resolución,  no  solamente  de  no  ir  mas  allá, 
sino  de  volverse  á  Marsella  en  busca  de  refuerzos.  Viendo 
que  no  era  posible  hacerles  variar  de  pensamiento,  finjí 
ceder,  y  volviendo  la  aguja  de  la  brújula,  por  la  tarde  hize 
desplegar  velas;  y  al  dia  siguiente  al  salir  el  sol  nos  encon- 
tramos dentro  del  cabo  de  Cartajena,  cuando  todos  creian 
que  caminábamos  hacia  Marsella.» 

El  «Rey  Renato»  de  que  aquí  se  hace  mención,  no 
puede  ser  otro  que  Renato  de  Anjou,  Conde  de  Provenza. 

Renato,  por  muerte  de  su  hermano  Luis  III,  re}^  de 
Sicilia,  y  en  virtud  del  testamento  de  Juan  II,  habia  here- 
dado el  reino  de  Ñapóles, 

En  Abril  de  1437  se  embarco'  en  Marsella,  hizo  escala 
en  Genova  y  fué  á  desembarcar  en  Ñapóles.  Después  de 
haberlo  tenido  sitiado  en  1438  y  en  1441,  Alfonso  V  de  Ara- 
gón lo  arrojo  de  allí  eñ  2  de  Junio  de  1442. 

En  esta  primera  guerra ,  tuvo  Renato  por  auxiliares  á 
los  Genoveses;  pero  Cristoval  Colon  no  pudo  estar  entre 
ellos,  puesto  que  de  1438-42,  si  es  que  habia  nacido  ya, 
estaba  todavía  en  pañales  o'  poco  menos, 

A  la  muerte  de  Alfonso  V,  Renato  se  apresuro  á  dar 
o'rdenes  á  Nicolás  Brancas,   su  embajador   en   Roma,    para 


*  «A  me  auuenne,  che'l  Ré  Reinel,  il  quale  Dio  ha  appresso  di  se,  mi 
mando  a  Tunigi,  perch'io  prendessi  la  galeazza  Fernandina;  et,  giunto  presso 
all  isola  di  San  Pietro  in  Sardigna,  mi  fu  detto,  che  erano  con  detta  galeazza 
due  naui  et  una  Carraca,  per  laqual  cosa  si  turbó  la  gente,-  che  era  meco,  et  de- 
liberarono  di  non  passar  piú  innanzi;  ma  di  tornare  indietro  a  Marsiglia  per  un' 
altra  ñaue,  et  piú  gente.  Et  io,  vedendo,  che  non  poteua  senza  alcuna  arte 
sforzar  la  lor  volontá  concessi  loro  quel,  che  voleuano;  et,  mutando  la  punta  del 
bussolo,  feci  spiegar  le  vele  al  vento,  essendo  giá  sera:  et  il  di  seguente  all'appa- 
rir  del  Solé  ci  ritrouammo  dentro  al  capo  di  Cartagena,  credendo  tutti  per  cosa 
certa,  che  a  Marsiglia  n'andassimo.»  (Historie,/.  8,  verso). 


'  V'  '?i  ^-:v 


8i6 


CRISTÓBAL  COLON 


r^ 


que  reclamase  la  investidura  del  reino  de  Ñapóles.  Ca- 
lixto III  respondió'  con  una  Bula  ^  en  que  declaraba  que  el 
Reino  habia  vuelto  á  la  Iglesia ;  pero  su  sucesor  Pió  II  hizo 
un  tratado  con  Fernando,  hijo  natural  y  heredero  de  Al- 
fonso, y  le  dio'  la  investidura  en  lo  de  Noviembre  de  1458. 

En  la  primavera  de  1459,  Renato  animado  por  las 
solicitudes  y  promesas  de  la  nobleza  napolitana,  armo'  una 
expedición  para  apoderarse  del  reino.  A  las  doce  galeras 
que  envió'  desde  Marsella  para  que  se  pusieran  al  mando  de 
Juan  de  Anjou,  Duque  de  Calabria,  su  hijo,  los  genoveses, 
muy  adictos  á  aquel  jo'ven  Príncipe,  añadieron  diez  galeras 
y  tres  bajeles  grandes,  que  partieron  de  Genova  el  4  de 
Octubre  de  1459  ^,  á  pesar  de  la  oposición  del  Dux  Fre- 
goso  3. 

Deepues  de  una  campaña  de  dos  años,  los  genoveses, 
cansados  de  las  exijencias  de  Carlos  VII,  su  señor  4^  se  insu- 
rreccionaron contra  los  franceses  y  el  partido  anjevino ,  lo 
arrojaron  de  Genova,  después  de  haber  asesinado  gran 
número  de  ellos,  el  9  de  Marzo  de  1461,  y  el  17  de  Julio 
siguiente  los  expulsaron  de  la  fortaleza  de  Castelleto,  que 
era  su  último  refugio  5.  Renato,  enemigo  desde  entonces  de 
los  genoveses,  se  acojio'  inmediatamente  á  los  puertos  de  la 
Provenza,  porque  aquel  descalabro  le  privaba  de  sus  auxi- 
liares y  de  la  flota  de  Genova  ^.  Desanimado  por  aquel  gran 
revés,  renuncio'  para  siempre  á  la  guerra,  y  «rien  ne  put 
))dans  la  suite  le  faire  departir  de  cette  resolution  7.» 


::>-;V 


*  Bula  de  12  de  Julio  de  1458. 

*  Sismondi,  Histoire  des  franjáis,  tomo  XIV,  pág.  42..  > 
'     De  Villeneuve — Bargemont,  Histoire  de  Rene  d' Anjou,  tomo  II. 

'*  Interviniendo  en  Inglaterra  en  la  guerra  de  las  dos  Rosas,  Carlos  habia 
exijido  de  los  genoveses  el  envío  de  una  flota  en  socorro  de  Margarita  d'Anjou 
contra  el  partido  de  Yorck. 

'  Giustiniani.  — Annali,  Genova,  1537,  in  fol.  libro  V,  fol.  214.  —  Ub  Fo- 
lietce  Genuensis  Historia.— Genova,  1585,  in  fol.  libro  XI,  fol.  239. 

Sismondi. — Historia  de  las  Repúblicas  italianas,   edición   de    1840, 
tomo  VI,  páj.  353. 

Arte  de  comprobar  las  fechas ,  1874,  in  folio,  tomo  II,  páj.  444. —  En 
efecto  vemos  que  cuando  en  1464  se  trató  de  recobrar  el  condado  de  Niza,  sin 


APÉNDICES 


817 


Desde  entonces,  Renato,  abrumado  por  los  reveses  y  la 
tristeza,  desdeñando  el  poder  y  con  desprecio  de  los  tesoros, 
lejos  de  pensar  en  hacer  la  guerra  por  tierra  ni  por  mar,  solo 
se  ocupo'  de  artes  y  de  literatura,  viviendo  tranquilo  y  resig- 
nado en  Angers,  en  Nancy,  y  en  Aix. 

Seria,  pues,  precisamente  entre  Octubre  de  1459  y 
Julio  de  1461,  cuando  Colon  llevo'  á  cabo  la  hazaña  referida 
en  las  Historias. 

Ahora  bien,  ¿cuál  era  la  edad  de  Cristoval  Colon  de 
1459  á  1461? 

En  1459  Cristoval  Colon  tenía  á  lo  más  once  años  '. 

Supongamos  que  la  empresa  delante  de  Túnez  no  se 
efectuó'  sino  en  el  último  año  de  la  guerra,  necesariamente 
antes  del  17  de  Julio  de  14Ó1,  dia  en  que  los  genoveses 
abandonaron  el  pabellón  de  Renato  de  Anjou  y  se  volvieron 
decididamente  contra  él.  Colon  no  podia  tener  entonces  mas 
de  15  años  ^.  Y  él  que  no  era  ni  un  Do'ria  ni  un  Grimaldi 
sino  un  pobre  aprendiz  de  tejedor  3  hubiera  mandado  á  esta 
edad  una  galera  y  ejecutado  un  plan  tan  atrevido. 

En  resumen,  la  cuestión  se  reduce  á  estos  términos: 

Por  o'rden  de  Renato  de  Anjou  fué  por  lo  que  Cristoval 
Colon  tomara  parte  en  esta  espedicion.  Es  preciso,  pues,  que 
esta  o'rden  hubiese  sido  dada  en  época  en  que  Renato  man- 
daba todavia  espediciones ,   y  demostrar  que  después  de  la 


embargo  de  que  confinaba  con  su  querida  Provenza,  Renato  se  contentó  con 
formular  una  simple  protesta  « porque  sus  gustos  y  su  edad  se  oponian  á  que 
emprendiera  nuevas  espediciones  militares.»  Papón,  según  los  archivos  reales 
de  Aix.   Historia  general  de  Provenza,  París,  1778-86  in  4.°,  tomo  III,  páj.  382. 

»  D'Avezac,  Año  verdadero  del  nacimiento  de  Cristoval  Colon.  —  París, 
1873,  en  8.°,  pájs.  30  y  32. 

'  Y  si  nosotros  adoptamos  la  opinión  emitida  y  sustentada  por  M.  O. 
Perchel  (in  Das  Aus  land,  1866,  pájs.  1177,  1181)  que  el  Almirante  habia 
nacido  en  1456,  hubiera  mandado  esta  espedicion  á  la  edad  de  cisneo  años! 

'  Tenemos  dos  actas  auténticas  fechas  en  20  de  Marzo  y  26  de  Agosto  de 
1472,  en  las  que  Cristoval  Colon  figura  como  testigo  ó  como  parte  contratante. 
Los  notarios  lo  califican  de  «tratante  en  lanas.»  ¿Le  hubieran  dado  este  modesto 
título  después  de  haber  mandado  en  Jefe  una  galera  del  Rey  Renato?  (Cf.  Co- 
rrespondance  astronomique  du  barón  de  Zach,  vol.  XIV,  p.  555,  et  Nota  di 
divirsi  documenti ,  i2)T,ci). 


Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 103. 


8l8 


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CRISTÓBAL  COLON 


espulsion  de  los  anjevinos  de  Genova  y  de  sus  asesinatos  en 
1461,  catástrofe  que  según  el  parecer  de  todos  los  historia- 
dores, fué  la  que  determino'  á  Renato  á  vivir  en  el  retiro, 
hasta  su  muerte,  este  venerable  anciano  saliera  de  pronto  de 
él  para  intentar  sin  motivo  espediciones  marítimas,  de  las 
cuales  no  se  encuentran  el  menor  rastro,  ni  en  las  historias, 
ni  en  las  cro'nicas.  ¿Cuáles  pudieran  ser  las  razones  que  lo 
impulsaran?  La  tregua  con  Juan  II  de  Aragón  '  y  la  muerte 
de  su  hijo  el  Duque  de  Calabria  ^  lo  habia  dejado  en  paz  con 
todo  el  mundo,  mientras  que  la  pérdida  tan  reciente  de  su 
hijo  menor  Juan  3,  y  de  su  último  hijo  Nicolás  de  Anjou  4, 
privándole  de  herederos  naturales  le  impulsó  más  en  su 
indiferencia  hacia  los  bienes  del  mundo  5.  Ciertamente  que 


irtuat. 


'  Esta  tregua  es  de  fecha  19  de  Enero,  1469.  Papón,  loe.  cit.,  vol.  III, 
p.  383,  cita  sacada  de  los  manuscritos  Ruffi  (His.  des  conites  de  Provence.  Aix, 
1655,  in  folio,  páj.  389)  y  Bouche  (Chorographia,  Aix,  1664,  vol.  II,  páj.  468), 
hablan  también  de  un  tratado  de  paz  hecho  por  Renato  en  1469,  con  Enrique  IV 
de  Castilla.  En  cuanto  á  Fernando,  primer  Rey  de  Ñapóles,  cuyo  nombre 
recuerda  el  de  la  galeaza.  La  Fernandina ,  objeto  de  este  debate,  después  de  un 
tratado  con  Luis  XI  en  1465,  nadie  pensaba  en  molestarlo  en  ningún  sentido. 
Así  que  cuando  Guillermo  de  Casenove ,  se  apoderó  de  las  galeras  delante  de 
Vivero  en  1472,  le  bastó  solo  una  nota  para  que  al  Rey  de  Francia  se  las  resti- 
tuyese con  una  fuerte  indemnización.  Cf.  les  Colombo  de  France  et  d' Italia, 
pájs.  16-85. 

*  La  muerte  que  le  sorprendió  en  Barcelona,  el  16  de  Diciembre  de  1470, 
puso  fin  á  una  guerra  en  la  cual  habia  demostrado  un  valor  y  disposiciones 
extraordinarias.  Papón  (loe.  cit.).  El  P.  Anselmo  fija  la  época  de  la  muerte  de 
Juan  de  Calabria  en  27  de  Julio  147 1.  (Histoire  genealogique  de  la  maison  de 
France,  vol.  i.°,  p.  233);  mientras  que  Bourdigné  dice  que  murió  en  Nancy  el 
año  1472,  «.aunque  hayan  querido  decir  que  murió  en  Barcelona.-^)  (Histoire 
agregative  des  analles  et  cronigcues  Danjou,  angiers  1529,  in  fol.,  f.  177. 

'     En  1472. 

*  El  27  de  Julio  1473.  (Chronique  de  Metz). 

*  No  es  menos  cierto  que  Renato  estuvo  entonces  en  la  Provenza.  Tene- 
mos, ciertamente,  ima  carta  suya  fechada  en  Aix  el  12  de  Diciembre  de  1473, 
publicada  por  M.  Quatrebarbes  (Oeuvres  du  roi  Rene,  París,  1845,  1846,  in  4.°, 
vol.  I,  p.  46) ;  pero  esta  fecha  no  debe  estar  muy  distante  de  la  de  su  llegada  á 
la  Provenza,  puesto  que  las  crónicas  más  inmediatas  de  aquel  tiempo,  mani- 
fiestan á  Renato  viviendo  retirado  hacia  muchos  años  en  un  castillo  de  Baugé, 
que  parece  no  abandonó  hasta  después  de  la  toma  de  Anjou  por  Luis  XI.    «El 

Rey  de  í'rancia  llegó  á  Anjou  y  se  apoderó  del  Ducado El  buen  rey  Renato 

estaba  entonces  en  el  castillo  de  Baugé,  distante  próximamente  siete  leguas  de 

Angiers El  muy  humano  y  bondadoso  rey  de  Sicilia  dejando  su  ducado  de 

Anjou en  Francia  se  retiró  elijiendo,  como  lo  habia  hecho  el  Emperador 

Diocleciano  y  varios  otros  príncipes,  una  vida  muy  conveniente  para  gozar  de 


APÉNDICES 


819 


no  seria  entonces  cuando  hubiese  imaginado  espediciones 
más  bien  dignas  de  un  corsario  jo'ven  que  de  un  rey 
anciano. 

Pero  lo  más  importante  que  hay  que  demostrar  es  co'mo 
Cristoval  Colon,  hijo,  nieto  y  hermano  de  pobres  tejedores  ^ 
tejedor  el  mismo  y  cuñado  de  un  tocinero  2,  menos  de  un 
año  después  de  haber  vivido  todavía  de  su  oficio  de  tejedor, 
tenia  ya  tal  reputación  de  marino,  que  un  príncipe,  sobrepo- 
niéndose á  las  preocupaciones  de  la  época,  podia  confiarle  el 
mando  de  una  galera  real.  Seria  preciso  probar,  en  fin,  que 
en  una  época  en  la  cual  el  recuerdo  de  la  opresión  que  habia 
sufrido  Genova  y  de  la  sangrienta  revolución  que  la  habia 
seguido  y  todos  los  genoveses  tenian  aun  presente,  Colon, 
que  amaba  tanto  su  país,  lo  habia  abandonado  para  servir 
bajo  las  banderas  del  enemigo  de  su  patria! 


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II 


La  narración  del  combate  delante  de  Chipre ,  está 
tomada  de  Bossi ,  el  cual  en  su  Vita  di  Christoforo  Colomho  3, 
da  el  estracto  de  una  carta  dirijida  al  Duque  de  Milán  por 
dos  ilustres  milaneses  en  2  de  Octubre  de  1476,  donde  se 
dice:  «que  el  comandante  de  la  escuadra  veneciana  que 
«defendía  á  Chipre,  habia  peleado  por  dos  veces  con  un 
«buque  genovés.»  Y  como  el  capitán  de  aquella  escuadra 
hablaba  de  su  combate  contra  cierto  Colombo,  se  ha  querido 


su  vejez  ....  y  algún  tiempo  después  este  noble  príncipe  se  retiró  á  la  Provenza, 
su  país.»  Je/tan  de  Bourdigné  {[oc.  cit.,  f.  168),  et  Monstrelet  (Chroniques,  aans 
les  additiojis  anonymes,  París,  1572,  in  fol.,  vol.  III,  p.  177). 

*  Giacomo,  el  antecesor,  Dominico,  el  padre,  Bartolomé,  Diego  y  Pelle- 
grino,  los  tres  hermanos  de  Cristoval  habian  sido  todos  ellos  tejedores  ó  carda- 
dores de  lana. 

*  Giacomo  Bavarello  «pizzicagnolo.»  Su  mujer,  hermana  de  Cristoval,  se 
llamaba  Nicolasa,  si  hemos  de  dar  fé  á  el  árbol  genealójico  hecho  en  1654,  por 
el  abate  Antonio  Colombo.  (Cf.  Isnardi,  Nuovi  documenti  originali,  Genova, 
1840,  in  8.°),  pero  en  qué  consistirá  que  este  sabio  eclesiástico  omite  á  Giovani 
Pellegrino  el  segundo  de  los  hijos  de  Dominico? 

'     Milán,  1818,  in  8.°,  p.  122. 


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820 


CRISTÓBAL  COLON 


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V 


deducir  que  existia  en  aquella  fecha  un  Colon,  genovés,  que 
recorria  el  Mediterráneo,  y  que  aquel  Colon  no  podia  ser 
otro  sino  el  futuro  descubridor  del  Nuevo-Mundo. 

A  merced  de  investigaciones  recientemente  hechas ,  uno 
de  nuestros  amigos  ha  logrado  encontrar  en  los  archivos  de 
Milán  el  original  de  la  Carta  en  cuestión.  Hé  aquí  su  tra- 
ducción exacta: 


';^^jM, 


«Llegamos  el  ló  de  Agosto  (147Ó)  á  las  salinas  de 
«Chipre,  y  encontramos  en  aquel  sitio  al  capitán  de  la 
))  Señoría,  que  llegado  con  veinte  galeras ,  cruzaba  delante  de 
))la  isla,  temiendo  al  hijo  del  Rey  Fernando,  que  se  decia 
))habia  llegado  allí  como  aliado  (?)  del  Sultán,  y  para  tomar 
))la  investidura  del  Reino  de  Chipre.» 

«Dejando  las  salinas,  recibimos  avisos  de  Chipre,  el 
))i8  de  Agosto,  noticiándonos  que  el  capitán  habia  salido  en 
«demanda  de  un  barco  de  muchas  toneladas  (?)  llamado  la 
íiNave  Palavissina,  que  se  decia  tripulada  por  Turcos.  En 
))Candia  fuimos  informados  por  cartas  del  capitán  Piero 
))Raimondo  de  que  se  habia  batido  contra  aquel  buque  con 
«sus  galeras  y  tres  bajeles  venecianos,  todos  armados  para 

«esta   empresa  de  Chipre,  y habiéndolo   encontrado  le 

«habia  embestido  por  dos  veces.  La  primera  duro  seis  horas, 
«la  segunda  ocho.  Hubo  heridos  entre  Turcos  y  Genoveses 
«ciento  veinte  hombres,  y  por  parte  de  la  flota  treinta 
«muertos  y  doscientos  heridos.  Escribe  en  su  carta  que  ha 
«justificado  plenamente  su  conducta,  declarando  al  dicho 
«patrón  del  dicho  buque,  que  á  causa  de  la  grande  amistad 
«y  alianza  que  existia  entre  la  ilustrísima  Señoría  y  él  ilus- 
«trísimo  señor  Duque,  no  tenia  intención  de  apoderarse 
«  de  nada  de  lo  que  fuese  de  su  propiedad ,  exijiendo  única- 
» mente  que  le  entregase  sus  enemigos,  esto  es,  los  Turcos 
«que  estaban  á  bordo,  así  como  los  efectos  y  mercaderias 
«que  les  perteneciesen,  hallándose  dispuesto  además  á  reem- 
«bolsarle  los  perjuicios.    A  la  cual,   él,  (el  patrón  del  buque 


APÉNDICES 


821 


ügenovés),  respondió  que  no  quería  acceder  á  la  petición;  que  f 
))en  aquel  mismo  año  habia  encontrado  por  tres  veces  gale-  * 
))ras  que  no  le  hablan  pedido  mas  que  su  nombre,  y  que 
»  habiendo  encontrado  también  á  Colombo  con  sus  bajeles  y 
«galeras,  él  (este  último)  le  habia  dejado  pasar.  No  habiendo 
«podido  conseguir  otra  cosa  más  que  el  grito  de  ¡viva  San 
» Jorge !   él  (el .  comandante  veneciano)  lo  habia  atacado  en- 

»tonces 

»De  la  tierra  de  Otranto,  2  de  Octubre  1476. 

Antonio  Guide  Arcimboldo  ^ 

Juan  Jacobo  Trivulzio.» 

A  nuestro  excelente  Señor  el  Duque  de  Milán. 


T 


Esta  narración  está  confirmada  por  un  despacho  de 
Antonio  Loredano  dirijido  á  Andrea  Vendramino,  en  7  de 
Setiembre  de  1476  ^i  otro  del  mismo  capitán  genovés,  fecha 
de  7  de  Octubre  siguiente  3;  por  los  detalles  que  dá  Domi- 
nico Malipiero  4  y  en  fin  por  un  despacho  oficial  todavía 
inédito  que  se  conserva  en  los  archivos  de  Genova  5, 

Lo  que  aparece  de  esas  narraciones  es,  que  si  el  barco 
era  verdaderamente  genovés,  el  capitán  era  un  oscuro 
marino,  aliado  y  cómplice  de  los  infieles.  En  ninguna  parte 
se  dice  que  se  llamara  Colombo,  y  menos  todavía  Cristoval 


'  A  nuestro  sabio  amigo  el  Marqués  Girolamo  de  Adda,  es  á  quien  debe- 
mos el  orijinal  de  esta  carta,  publicada  con  otros  muchos  documentos,  que 
demuestran  que  el  Colombo  de  quien  aquí  se  trata  era  Guillermo  de  Casenove, 
apellidado  Coulon,  vice-Almirante  de  Francia  bajo  Luis  XI,  en  nuestra  memoria 
titulada:  Les  Colombo  de  Frunce  et  d' Italie,  fameux  niarins  du  XV  silcle,  etc. — 
Leida  en  la  Academia  de  inscripciones  y  bellas  letras  en  las  sesiones  de  i.°  y  15 
de  Mayo  de  1874. —  París,  in  4.° 

*  Can  tú  —  /  Colombo  (Archivo  Storico  Lombardo,  anno  I,  fase.  3. — 
Milano,  1874). 

*  Loe.  cit.,  pájs.  9-12,  de  la  tirada  separada. 

*  Les  Colombo  de  France  et  d^ Italie,  Doc.  XII,  páj.  88. 

'  Archivo  di  Stato.  Togliazzo  di  Cancellería,  ann.  1471-76,  núm.  16,  apud 
C.  Desimoni,  Rassegna  del  nuovo  libro  di  Enrico  Harrisse.  (Giornale  Ligustico, 
Abril  y  Mayo  de  1875). 


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822 


CRISTÓBAL  COLON 


Colon.    Su  nombre  era  Pablo  Gentile.    «Dicta  la  nave  fia 
Palavicina)  era  patronizata  per  Pollo  Zentile  ^)) 

Habia  encontrado  simplemente  «á  Colombo  con  nave  é 
galera  2,  el  cual  no  se  habia  batido  ni  delante  de  Chipre  ni 
en  ninguna  otra  parte  en  aquel  año.  En  cuanto  á  aquel 
Colombo,  de  que  hablan  las  precitadas  autoridades  como  de 
un  marino  conocido  de  todos,  era  Guillermo  de  Casenove, 
llamado  Coulon  o'  Colombo,  cuya  venida  al  Mediterráneo 
estaba  indicada  á  Genova  desde  el  23  de  Mayo  de  1476  3.» 


'     Despacho  de  Loredano,  en  Cantú,  loe.  cit. 
*     Les  Colombo  de  Frunce  et  (Tltalie,  Doc.  XIV",  páj.  90. 
'     Despacho  de  Genova,  die  XXIII  Maij,  1476,  dirijido  á  Guido  Visconti. 
-Loe.  cit ,  Doc.  X,  páj.  87. 


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APÉNDICES 


823 


LOS  RESTOS 

DE   CRISTÓBAL   COLÓN 


ESTÁN  EN  LA  HABANA 


DEMOSTRACIÓN 


DON  JOSÉ  MARÍA  ASENSIO 


PRIMERA  PARTE 


ANTECEDENTES 


'IS¿ 


No  deja  de  preocupar  la  atención  pública,  tanto  en 
Europa  como  en  las  Antillas,  y  en  toda  la  renombrada 
América  española ,  la  cuestio'n  de  averiguar  si  la  caja  descu- 
bierta en  el  mes  de  Septiembre  de  1877  en  Santo  Domingo 
contiene  los  verdaderos  restos  de  Cristóbal  Colón,  o'  si 
aquel  descubrimiento  no  fué  más  que  una  superchería 
piadosa,  encaminada  á  activar  una  canonizacio'n  que  se  ha 
hecho  difícil,  y  á  reunir  donativos  que  redundarán,  á  no 
dudar,  en  beneficio  de  la  Catedral  dominicana  ^ 

No  es  cuestión  de  amor  propio  nacional  ni  particular, 
ni  es  exageración  de  patriotismo,  sino  afecto  á  la  verdad, 
deseo  de  que  no  se  pueda  falsear  la  historia,  amor  á  la 
justicia,  placer  de  que  nunca  triunfen  los  errores,  ora  nazcají 
de  la  ignorancia,  ora  procedan  del  dolo  y  del  engaño. 

Porque  la  cuestio'n  en  sí  sola  entraña  un  interés  rela- 


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Harrisse. —  Zes  sepultures  de  Colomb,  París,  1879. 


824 


CRISTÓBAL  COLÓN 


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tivo;  tiene  escasa  gravedad,  y  solamente  se  la  han. prestado 
las  pasiones.  Si  la  consideramos  con  ánimo  libre,  lo  que 
merece  respeto,  culto,  veneracio'n  y  aún  afecto  en  los  grandes 
hombres,  lo  que  nos  admira  y  nos  enseña,  son  sus  pensa- 
mientos, de  ninguna  manera  sus  mortales  despojos.  Los 
hombres  superiores  dejan  sus  obras  para  modelos ,  sus  accio- 
nes como  ejemplos.  Esa  es  la  herencia  de  la  posteridad.  Sus 
cuerpos  en  poco  se  diferencian  de  los  del  vulgo  de  las  gentes; 
y  el  aprecio  de  sus  restos  es  una  irradiación  del  que  tribu- 
tamos á  su  inteligencia;  depende  del  mérito  que  les  comu- 
nica la  idea  que  les  animara,  la  misio'n  que  cumplieron  y 
cuyo  recuerdo  vive  en  la  memoria  de  todos;  brillando  como 
luz  esplendorosa  que  comunica  su  reñejo  á  lo  que  en  los 
demás  mortales  es  perecedero  y  cae  en  el  olvido. 

De  Cervantes  guardamos  el  Quijote,  y  no  tenemos  la 
osamenta;  la  América  vale  lo  que  nunca  podrían  significar 
los  huesos  de  Colón. 

Hasta  algo  de  providencial  se  descubre  en  esa  desapa- 
rición de  los  restos  de  casi  todos  los  hombres  superiores, 
para  que  la  humanidad  rinda  el  tributo  de  su  admiración  á 
la  parte  noble,  á  la  parte  inteligente,  á  lo  inmortal,  sin 
fijarse  en  lo  transitorio.  La  parte  material  muere  en  el 
héroe  y  en  el  sabio,  destinada  siempre  á  seguir  la  suerte  del 
vulgo  de  la  humanidad  ^  convirtiéndose  en  podredumbre,  en 
polvo,  en  nada,  y  á  desaparecer  de  la  memoria. 

Dios  rompe  el  vaso  cuando  ha  derramado  su  precioso 
bálsamo,  y  deja  que  los  hombres  aspiren  su  fragancia,  amen 
el  ex-ipso,  el  soplo  divino  que  ayuda  al  progreso  humano, 
estudien  la  marcha,  y  adoren  la  inteligencia  superior  que 
sabe  dirigirla  y  guiarla,  sin  cuidarse  de  la  forma  en  que 
lo  hace,  sin  considerar  al  operario,  que  es  solamente  instru- 


'  As  thus.  Alexander  died:  Alexander  was  buried:  Alexander  returned  to 
dust :  the  dust  is  earth ;  of  earth  we  niake  loam ;  and  why  of  that  loam  whereto 
he  was  converted,  might  they  not  stop  á  beer-barrel? — Shakespeare. —  Hamlet. 
—  Acto  V,  escena  segunda. 


APÉNDICES 


b25 


mentó,  medio  de  que  se  vale  para  el  adelanto  y  el  bien  de  la 
humanidad,  llevándolos  á  la  perfeccio'n... 

Sirvan  estas  consideraciones  para  indicar  la  importancia 
secundaria,  en  el  terreno  histo'rico,  de  la  cuestio'n  en  que  va- 
mos á  ocuparnos;  de  gran  interés  afectivo  por  la  simpatía  que 
en  todos  los  corazones  y  en  todas  las  inteligencias  despierta 
el  nombre  de  Cristóbal  Colón,  interés  que  se  comunica  á 
cuanto  de  lejos  o'  de  cerca  le  pertenece;  pero  de  relativa  y 
menor  trascendencia.  Llevamos  por  único  objeto  volver  por 
los  fueros  de  la  Verdad,  que  según  la  expresiva  alegoría  de 
los  antiguos,  siempre  el  Tiempo  la  descubre,  desnudándola 
de  los  engaños  que  cual  nubes  la  oscurecen. 


II 


Podrá  parecer,  tal  vez,  que  llegamos  tarde  á  la  polé- 
mica. Esto,  sin  embargo,  nos  excusa  mucho  trabajo;  y 
todavía  no  se  ha  dicho  la  última  palabra  sobre  cuestio'n  tan 
debatida,  que  aun  siendo  secundaria,  como  decimos,  ha 
despertado  en  alto  grado  el  interés  nacional.  Y  hay  razo'n 
justísima  para  ello.  Los  nombres  de  Colón  y  España  están 
indisolublemente  unidos  en  la  historia  de  la  humanidad, 
forman  un  solo  timbre  de  gloria,  y  no  puede  tocarse  al  uno 
sin  que  la  otra  se  conmueva  profundamente. 

Además,  que  nunca  es  tarde,  tratándose  de  rectificar 
juicios  d  de  establecer  nuevos  puntos  de  vista.  Hasta  ahora, 
desde  el  erudito  autor  de  la  Biblioteca  Americana  VeiusHssima 
hasta  la  Real  Academia  de  la  Historia,  todos  los  que  en  este 
torneo  han  tomado  parte,  se  han  ocupado  principalmente  en 
reunir  datos  y  presentar  documentos.  El  mantenedor  ha 
rebatido  á  su  manera  cuanto  le  contradice  y  se  opone  á  su 
intencio'n;  pero  la  contienda  queda  indecisa,  y  el  crítico 
siente  la  necesidad  y  tiene  por  obligacio'n  la  de  estudiar, 
meditar,  compulsar,  deducir  consecuencias  y  fijar  el  hecho 
histo'rico  con  la  mayor  claridad.  Se  han  sacado  los  compro- 
Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 104 


826 


CRISTÓBAL  COLON 


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JO, 

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bantes;  hoy  es  hora  de  fundar  los  argumentos.  Tras  el 
período  de  la  cro'nica  el  de  la  dialética ,  como  sucede 
siempre. 

Pero  antes  de  penetrar  en  el  examen  y  comenzar  la 
discusio'n,  parece  oportuno  recordar,  siquiera  sea  con  breve- 
dad, los  antecedentes  todos,  sintetizar  lo  que  ya  se  ha  hecho; 
siendo  posible  que  algún  lector  de  esta  Demostración  no  haya 
seguido  paso  á  paso  la  contienda,  y  desconozca  algo  de  lo 
mucho  que  sobre  Los  restos  de  Colón  se  ha  escrito  en  España, 
en  Francia  y  en  América,  desde  que  el  descubrimiento  anun- 
ciado en  la  isla  de  Santo  Domingo  el  día  lo  de  Septiembre 
de  1877,  vino  á  poner  en  duda  la  autenticidad  de  los  que  se 
llevaron  á  la  Habana  en  el  año  1795,  y  allí  se  guardan  con 
religioso  respeto. 

Aducidas  las  pruebas  de  una  y  otra  parte,  se  hace  nece- 
sario el  estudio  comparativo,  sosegado,  imparcial,  detenido. 
De  él  resultará  el  convencimiento. 


III 


■^ 


El  día  20  de  Mayo  de  1506  falleció'  en  Valladolid,  en 
una  humilde  casa,  habitacio'n  del  marinero  Gil  García, 
donde  por  accidente  se  hospedaba,  el  primer  Almirante  de 
las  Indias  don  Cristóbal  Colón. 

Sobre  el  día  no  puede  caber  duda  de  ninguna  especie. 
Lo  consigno'  en  su  testamento  don  Fernando  Colon,  hijo 
natural  del  Almirante,  en  el  epitafio  que  dejo'  escrito  para 
su  propia  sepultura  ' ;  y  lo  fijan  además  Andrés  Bernáldez, 
cura  de  los  Palacios,  y  el  obispo  Las  Casas.  Se  creyó'  que 
era  día  de  la  Ascensio'n;  el  señor  Colmeiro,  en  su  Informe  ^, 
ha  establecido   de   una   manera   irrecusable   que   falleció'   la 


*  Z>on  Fe7-nando  Colón,  historiador  de  su  padre. —  Sevilla,    1871,  pági- 
nas 126  y  157. 

*  Informe  de  la  Real  Academia  de  la  Historia. — Madrid,  Tello,  1879, 
pág.  125. 


APÉNDICES 


827 


víspera  de  aquella  festividad ,  que  en  el  año  citado  cayo  á 
21  de  Mayo. 

Acompañaron  á  Cristóbal  Colón  en  sus  últimos  mo- 
mentos los  religiosos  de  San  Francisco,  y  en  la  iglesia  de  su 
convento  recibió'  sepultura.  Al  año  siguiente  ^  fué  trasladado 
el  cadáver  á  la  Cartuja  de  las  Cuevas,  é  inhumado  en  la 
capilla  nombrada  de  Santa  Ana,  o'  del  Santo  Cristo,  que 
había  hecho  construir  el  prior  don  Diego  Luxán. 

El  2  de  Junio  de  1537  se  expidió  Real  cédula,  en  la 
que  el  Emperador,  á  instancia  de  doña  María  de  Toledo, 
viuda  de  don  Diego  Colo'n,  otorgo'  la  merced  de  que  el 
cadáver  del  Almirante,  a  que  se  mandó  depositar  en  el  Monasterio 
de  las  Cuevas,  extramuros  de  la  ciudad  de  Sevilla,  donde  al 
presente  está,»  fuera  trasladado  á  la  capilla  Mayor  de  la  iglesia 
catedral  de  Santo  Domingo,  que  cedía  para  este  efecto  ^. 

En  el  año  1544  fueron  trasladados  los  restos  de  Colón 
á  la  isla  de  Santo  Domingo,  por  la  virreina  doña  María  de 
Toledo,  en  el  mismo  buque  que  llevo  á  ésta.  Al  llegar  á 
aquel  puerto  fueron  sepultados  en  la  capilla  Mayor  de  la 
Catedral  al  lado  del  Evangelio. 

Y  aquí  termina  el  que  podríamos  llamar  primer  pe- 
ríodo. 


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'  Don  Diego  Colón,  en  su  primer  testamento  otorgado  en  Sevilla  á  16  de 
Marzo  de  1509,  que  se  conserva  en  el  archivo  de  la  casa  de  Veragua,  dice:  — 
« ítem  mando,  que  hasta  que  yo  ó  mis  albaceas  ó  herederos  tengamos  disposición 
y  facultad  para  lo  que  pertenece  á  la  sepoltura  perpetua  del  Almirante ,  mi  señor 
padre,  que  Dios  haya,  que  de  la  dicha  limosna  del  diezmo  sean  dados  d  los  padres 
del  Monasterio  de  las  Cuevas,  á  donde  yo  mandé  depositar  el  dicho  cuerpo  el 
año  de  quinientos  nueve,  diez  mili  mrs.  en  cada  un  año  mientras  allí  estuviere 
depositado  »  —  Ocurre  desde  luego  la  observación  de  que  hablando  el  testador 
en  el  tercer  mes  del  año  1509  diga,  yo  mandé  depositar  el  año  ijog  Siendo  así, 
hubiera  dicho  he  mandado  este  mismo  año;  por  lo  cual  puede  suponerse  un  error 
de  copia,  y  que  don  Diego  mandó  enterrar  á  su  padre  en  la  Cartuja  el  año  1507. 
—  Al  año  siguiente  de  su  muerte,  como  dice  el  libro  Protocolo  del  convento  que 
se  robustece  así  con  un  nuevo  documento.  Don  Pablo  Espinoso  de  los  Mon- 
teros, Historia  y  grandezas  de  Sevilla,  dice  que  fué  trasladado  en  el  mismo  año 
de  1506,  parte  II,  pág.  81,  y  lo  mismo  consigna  don  Diego  Ortiz  de  Zúñiga  en 
sus  Annales. 

*  Los  restos  de  don  Cristóbal  Colón.  —  Disquisición  por  el  autor  de  la  Bi- 
blioteca Americana  Vetustíssima. — Sevilla,  Alvarez,  1878,  pág.  41. 


;/ ty 


828 


CRISTÓBAL  COLON 


Muy  conveniente  sería  encontrar  documentos  o'  rela- 
ciones que  comprobasen  ciertos  detalles.  Útilísimo  fuera,  por 
ejemplo,  el  saber  si  celebradas  las  exequias  en  el  convento 
de  San  Francisco  de  Valladolid,  se  inhumo'  el  cadáver  del 
Almirante  en  la  tierra,  o'  fué  colocado  en  alguna  bóveda 
particular,  con  objeto  de  que  fuera  más  fácil  la  traslacio'n;  é 
igualmente  en  qué  clase  de  mortaja  se  envolvió'  el  cuerpo 
(aunque  suponemos,  casi  con  evidencia,  que  sería  el  hábito 
franciscano)  ^;  cuál  fué  la  caja  en  que  se  encerró';  y  si  se 
puso  alguna  señal,  inscripción  d  nombre  para  que  todos 
conocieran  el  sitio  de  tan  precioso  depo'sito. 

De  esto  nada  consta. 

Igno'rase  de  igual  modo,  y  con  absoluta  falta  de  detalles, 
la  manera  en  que  se  hizo  la  traslacio'n  desde  Valladolid  á  la 
Cartuja  de  Sevilla. 

Y  por  último,  tampoco  sabemos  ni  la  forma  ni  las  cir- 
cunstancias en  que  fué  llevado  á  la  isla  Española,  o'  de  Santo 
Domingo,  el  cadáver  del  que  la  descubrió'. 


IV 


En  la  catedral  de  aquella  isla,  en  su  capilla  Mayor,  por 
soberana  disposicio'n,  fué  enterrado  el  Almirante,  pareciendo 
que  allí  debía  descansar  hasta  la  consumación  de  los  siglos. 
Mas  no  fué  así. 

Los  restos  del  descubridor  del  Nuevo  Mundo  fueron 
colocados  en  la  capilla  Mayor —  en  el  Presbiterio,  —  al  lado  de 
la  peana  del  altar  Mayor, — junto  á  la  tribuna  donde  se  canta 
el  Evangelio, — próximo  á  la  escalera  donde  se  subeá  la  Sala 
Capitular. 

Cada  una  de  estas  señas  y  circunstancias  constan  en 
documentos  de  indudable   valor  y  crédito.    Los  datos  han 


*     Don  Diego,  su  hijo,  en  su  segundo  testamento,  fecha  en  Santo  Domingo 
á  8  de  Septiembre  de  1523,  dice  que  murió  con  el  hábito  de  San  Francisco. 


APÉNDICES 


829 


venido  en  el  curso  de  la  polémica;  y  siendo  de  diferentes 
épocas,  demuestran  que  siempre  se  ha  recordado  el  lugar 
fijo  de  tan  estimada  sepultura. 

Lo  indico'  en  1549,  "^^Y  pocos  años  después  de  la  inhu- 
macio'n,  el  arzobispo  don  Alonso  de  Fuenmayor,  en  una 
relacio'n  que  original  posee  el  señor  don  Antonio  Lo'pez 
Prieto,  según  expresa  en  su  Informe  *,  diciendo:  «que  la 
sepultura  del  Almirante,  donde  están  sus  huesos,  era  muy 
venerada  é  respetada  en  nuestra  sancta  Eglesia  é  Capilla 
Maior.» 

En  el  año  1555  el  arzobispo  don  Francisco  Pío,  con  la 
piadosa  intencio'n  de  que  no  fueran  profanados  los  sepulcros 
que  existían  en  la  Catedral  dominicana ,  si  los  ingleses, 
que  se  habían  presentado  con  poderosa  armada  á  vista  de  la 
ciudad,  penetraban  en  ella  por  fuerza,  mando':  «que  las 
sepulturas  se  cubran  para  que  no  hagan  en  ellas  desacato  o 
profanación  los  herejes;  é  aincadamente  lo  suplico  con  la 
sepultura  del  Almirante  viejo,  que  está  en  el  Evangelio  de  mi 
sancta  Eglesia,  é  Capilla.» 

En  el  año  1683  encontramos  en  un  documento  solemne 
la  confirmación  de  las  anteriores  noticias :  en  el  libro  titulado 
Synodo  Diocesana  del  Arzobispado  de  Santo  Domingo,  celebrado 
por  el  limo,  y  Rvmo.  Sr.  D.  Fray  Domingo  FernándeT^  Nava- 
rrete.  —  Año  de  m.dc.lxxxiii,  dia  v  de  Noviembre.  —  (Madrid, 
imprenta  de  Manuel  Fernández,  119  páginas,  in  4.°,  sine 
anno).  Este  importantísimo  libro  tiene  mucha  mayor  auto- 
ridad de  la  que  á  primera  vista  y  por  su  fecha  puede 
parecer.  Es  documento  auténtico,  y  no  es  posible  consi- 
derarlo como  del  año  1Ó83  en  que  se  celebro'  la  reunio'n, 
sino  mucho  más  antiguo,  como  recopilacio'n  y  traslado  de 
las  Constituciones  Sinodales  formadas  sucesivamente  por  los 


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T?. 


^ 


'  Informe  que  sobre  los  restos  de  Colón  presenta  al  Excmo.  Sr  Gobernador 
general  don  Joaquín  Jovellar  y  Soler,  después  de  su  viaje  d  Santo  Domingo,  don 
Antonio  López  Prieto. —  Habana,  1878,  pág.  36. 


f^^^«s^ 


830 


CRISTÓBAL  COLON 


Arzobispos  y  Cabildos  desde  la  primitiva  creacio'n  de  la 
Iglesia  primada.  Pues  en  aquellas  constituciones  se  expre- 
sa afirmativamente  (pág.  827),  y  sin  ambigüedad  alguna, 
que  los  huesos  del  insigne  y  mu}^  celebrado  en  el  mundo 
don  Cristóbal  Colón  ,  que  descubrió  la  isla  de  Santo 
Domingo  ayaT^en  en  una  caxa  de  plomo  en  el  Preshyterio  al 
lado  de  la  peana  del  altar  Mayor  de  esta  nuestra  catedral  ^.» 

Véase  co'mo  las  pruebas  se  eslabonan;  co'mo  á  través  de 
siglo  y  medio  se  designa  siempre  el  lugar  cierto  de  la  sepul- 
tura, dando  señales  que  sin  género  de  duda,  podrían 
conducir  á  cualquiera  que  tuviese  el  intento  de  recoger  o' 
contemplar  el  estado  de  aquellos  preciados  restos. 

Aunque  se  hubiera  perdido  la  memoria  en  siglos  poste- 
riores, aunque  hasta  hoy  mismo  no  se  hubiera  vuelto  á 
tratar  de  tal  cosa,  aunque  hubiera  estado  oscurecida  y  ver- 
daderamente ignorada  la  sepultura  de  Cristóbal  Colón,  el 
hombre  docto,  el  curioso  que  deseara  conocerla,  nunca 
podría  encontrarse  sin  guía  seguro  y  fidedigno,  si  acudiendo 
á  los  documentos  estudiaba  el  Synodo  Diocesana,  y  seguía  sus 
indicaciones. 


V 


Sin  mención  alguna  transcurre  casi  un  siglo;  ó  á  lo  más, 
si  la  hubo,  no  es  conocida  hasta  ahora. 

Por  los  años  1780,  Mr.  L.  E.  Moreau  de  Saint-Mery, 
visitó  la  parte  española  de  Santo  Domingo,  y  como  curioso 
buscó  en  la  catedral  la  sepultura  del  Almirante.  Nadie  le 
dio  razón  de  ella.  De  regreso  al  Cabo  Francés  de  la  isla, 
donde  se  había  establecido  como  abogado,  y  ordenando  los 
materiales  para  una  Descripción  de  aquélla,  escribió  á  don 
José  Solano,   que  había  sido  gobernador  ó  comandante  por 


y^j^j^^J  *     Los  restos  de  Cristóbal  Colón,  Disquisición  por  el  autor  de  la  Biblioteca 

Americana  Vetustíssima,  pág.  22. 


APÉNDICES 


831 


España,  y  obtuvo  por  su  mediacio'n  las  noticias  que  de- 
seaba. 

En  carta  de  don  Isidoro  Peralta  dirigida  á  Solano,  á  la 
que  acompañaban  certificados  del  Deán  y  del  cano'nigo 
dignidad  Maestre-escuela,  se  refiere  que  estando  en  repa- 
racio'n  el  santuario  de  la  catedral ,  se  encontró  al  lado  de  la 
tribuna  donde  se  canta  el  Evangelio,  y  pro'ximo  á  la  escalera 
por  donde  se  sube  á  la  sala  capitular,  un  cofre  de  piedra 
que  encerraba  una  urna  de  plomo,  algo  maltratada,  conteniendo 
muchos  huesos  humanos.  Añaden  los  certificados,  que  según 
la  tradicio'n  de  los  ancianos  del  país,  y  un  capítulo  del 
Synodo,  se  cree  que  encierra  los  huesos  del  Almirante  don 
Cristóbal  Colón. 

Los  documentos  referidos  se  encuentran  textuales  en  el 
libro  que  escribid  Mr.  Moreaú  de  Saint-Mery  ' ,  y  han  sido 
reproducidos  varias  veces  en  las  obras  impresas  últimamente 
para  ocuparse  de  esta  cuestión. 

Ni  hacemos  observaciones ,  ni  discutimos  estos  antece- 
dentes. Vamos  recapitulando  la  poléínica.  Dejamos  sentados 
hechos;  su  encadenamiento  saltará  á  la  vista  de  los  lectores. 


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PARTE  SEGUNDA 


LAS  DOS  EXHUMACIONES 


Por  el  artículo  9.°  del  tratado  de  paz  entre  España  y 
Francia,  celebrado  en  Basilea  en  22  de  Julio  de  1795,  se 
estipulo'  la  cesión  de  la  parte  española  de  la  isla  de  Santo 
Domingo.  Antes  de  llevarse  á  cabo,  el  almirante  don  Gabriel 


•     Description   topographique  et  politique  de  la  partie  espagnole  de  V Isle 
de  Saint- Domingue. — Philadelphie,  1796,  2  tomos  in  8."  Tome  premier,  pág.  125. 


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832 


CRISTÓBAL  COLON 


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de  Aristizabal  sugirió  al  gobierno  y  al  Arzobispo  de  la 
colonia  el  proyecto  de  trasportar  á  la  Habana  los  restos  del 
primer  Almirante  que  descubrió'  las  Indias ,  don  Cristóbal 
Colón,  que  hacía  dos  siglos  y  medio  estaban  sepultados 
en  el  presbiterio  de  la  Catedral.  Sin  esperar  la  resolucio'n  del 
Monarca,  aquellos  celosos  funcionarios  hicieron  abrir  en 
presencia  de  los  notables  de  la  ciudad: — una  bóveda  que 
estaba  sobre  el  Presbiterio,  al  lado  del  Evangelio,  entre  la  pared 
principal  y  peana  del  altar  Mayor.»  De  ella  exhumaron  :  — 
((unas  planchas  como  de  tercia  de  largo,  de  plomo,  indicante  de 
haber  habido  caja  del  dicho  metal,  y  pedamos  de  huesos  de  canillas 
y  otras  varias  partes  de  algún  difunto,  que  se  recogieron  en  una 
salvilla  y  toda  la  tierra  que  con  ellos  había,  que  por  los  frag- 
mentos con  que  estaba  mezclada  se  conocía  ser  despojos  de 
aquel  cadáver.»  Estos  exiguos  restos  fueron  guardados  en 
una  caja  de  plomo  dorado,  y  dirigidos  á  la  Habana  el  21  de 
Diciembre  de  1795,  abordo  del  navio  San  Lorenzo,  que  llego' 
á  buen  puerto  el  15  de  Enero  siguiente. 

En  el  acta  de  esta  exhumacio'n  y  en  el  Extracto  de  las 
noticias  que  se  comunicaron  al  gobierno  español  ^  por  los  jefes 
y  autoridades  de  la  isla  de  Cuba,  echan  de  menos  ahora 
los  críticos  la  indicacio'n  de  las  inscripciones,  escudos  y 
señales  que  guiaran  al  Almirante  español,  al  Arzobispo,  y  á 
cuantos  intervinieron  en  aquel  acto,  para  no  caer  en  error, 
y  tener  la  seguridad  de  que  eran  los  restos  de  Cristóbal 
Colón,  y  no  otros,  aquellos  que  tan  patrio'ticamente  reco- 
gieron. 

Desde  luego  se  comprende  que  todas  las  personas  que 
intervinieron  en  aquella  solemne  ceremonia,  y  tan  vivo  deseo 
mostraban  por  conservar  el  sagrado  depo'sito  de  los  restos  de 
Cristóbal  Colón,  procedieron  sobre  seguro,  guiados  por  la 
evidencia,  de  una  manera  que  no  dejaba  lugar  á  la  duda. 
Se  dirigieron  á  un  sitio  fijo,   sabido,  incuestionable,  donde 


*     Navarrete. —  Colección  de  viajes  y  descubrimientos,  tomo  II,  pág.  368. 


APÉNDICES 


833 


notoria  y  claramente  se  entendía  por  todos  que  reposaban 
los  restos  del  grande  hombre  cuya  traslacio'n  se  iba  á 
efectuar.  No  había  necesidad  de  probar  lo  que  era  notorio. 
Nadie  vacilo'. 

Solamente  así  se  explica  la  confianza  general  de  cuantos 
intervinieron  en  el  acto;  el  silencio  de  los  testigos,  y  la  falta 
de  detalles  referente  á  la  losa  que  cubriera  la  bo'veda,  posi- 
cio'n  de  la  caja,  lugar  que  ocupara,  etc.,  etc.  No  era  la 
ausencia  de  indicaciones ;  fué  que  no  se  creyó'  preciso  con- 
signar las  que  estaban  reconocidas  generalmente;  como  no 
consignaría  comprobante  alguno  la  comisión  que  en  los  mo- 
mentos de  la  aproximacio'n  de  las  tropas  prusianas  á  París 
en  1870,  hubiera  sido  encargada  de  trasladar  á  un  punto 
seguro  del  mediodía  de  Francia  los  restos  de  Napoleón  el 
Grande,  o'  los  que  por  cualquier  motivo  pudieran  ocuparse 
en  trasladar  el  cuerpo  de  San  Fernando;  con  dirigirse 
aquéllos  á  los  Inválidos  y  éstos  á  la  capilla  Real  de  la 
catedral  de  Sevilla,  y  tomar  las  cajas  era  bastante,  pues  allí 
se  sabe  con  evidencia  que  reposan  sus  cenizas.  Se  atestiguaría 
en  el  acta  que  se  habían  recogido,  pero  no  se  fijarían  pruebas, 
que  no  eran  necesarias. 


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II 


Esta  indicacio'n  dejamos  estampada  en  el  año  1878  por 
nota  á  la  importante  Disquisición  del  autor  de  la  Biblioteca 
Americana  Vetustissima  '.  Oportuno  parece  ampliarla,  para 
que  se  comprenda  hasta  qué  punto  fué  meditado  y  es  res- 
petable  el   acto    practicado    por    las    autoridades    españolas 

en  1795. 

Ocho  años  nada  más  habían  transcurrido  desde  que, 
renovándose  el  santuario  de  la  catedral,  se  descubrió'  la  caja 


*     Los  restos  de  Cristóbal  Colón.  —  Disquisición,  etc.  —  Sevilla,  Alvarez,     ^ 
1878,  pág.  7. 

Cristóbal  Colón,  t.  11.  — 105. 


834 


CRISTÓBAL  COLON 


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de  plomo  que  guardaba  los  restos  de  Colón.  Se  vieron  éstos, 
reducidos  á  polvo  en  su  mayor  parte,  distinguiéndose  sola- 
mente huesos  del  antebrazo. 

De  este  hecho  tenían  conocimiento  muchas  personas,  y 
habían  expedido  certificados  los  señores  don  José  Núñez  de 
Cáceres,  deán;  don  Manuel  Sánchez,  dignidad  chantre,  y 
don  Pedro  Gal  vez,  dignidad  maestre-escuela  de  la  catedral 
de  Santo  Domingo.  No  se  expresa  en  el  Extracto  de  las 
noticias,  que  se  envió'  al  gobierno  español,  que  estuvieran 
presentes  en  1795  aquellos  señores  Dignidades  que  en  1783 
habían  visto  el  lugar  en  que  estaba  colocada  la  caja;  pero  si 
habían  fallecido  todos,  lo  cual  no  parece  probable,  otras 
muchas  personas  debían  existir  que  hubieran  presenciado  la 
obra  del  santuario,  viendo  la  caja  y  sabiendo  á  ciencia  cierta 
do'nde  se  encontraba  la  bóveda. 

Una  especie  de  duda  se  significa,  queriendo  establecer 
comparacio'n  entre  los  restos  que  se  vieron  en  el  año  1783  y 
los  exhumados  en  1795.  Allí,  se  dice,  distinguieron /?WC505 
del  antebrazo;  en  el  acta  parece  se  recogieron  pcdaT^os  de  huesos 
de  canillas.  Importa  dejar  consignados  varios  extremos  para 
evitar  que,  huyendo  de  precisar  las  cuestiones  y  fijar  los 
argumentos,  se  vayan  recorriendo  puntos  como  en  un  teclado 
sin  concluir  cosa  alguna.  —  Primero:  que  al  descubrírsela 
urna  de  plomo  en  1783  no  había  intencio'n  alguna,  ni  se 
acariciaba  el  pensamiento  de  hacer  un  acto  pomposo,  ni  se 
procedió'  á  reconocer  los  restos,  sino  que  los  miraron  sin 
tocarlos.  —  Segundo:  que  las  expresiones:  ules  ossements 
étaient  reduits  en  cendres  en  majeure  partie,  et  qu'  on  avait 
distingué  des  os  de  I'  avant-bras»  no  constan  en  ninguno  de 
los  certificados  que  dieron  los  señores  cano'nigos,  sino  en  la 
carta  de  don  Isidoro  Peralta,  que  acompañaba  aquellos 
documentos. — Y  tercero:  que  á  la  simple  vista  es  fácil,  en 
persona  poco  versada  en  anatomía ,  confundir  la  parte  supe- 
rior de  una  canilla  con  la  de  un  hueso  de  brazo. 

Cenizas   con   restos   de   osamenta,    y   un    hueso   de   los 


APÉNDICES 


835 


redondos  se  vieron  en   1773;   y  estos  mismos  restos  fueron 
los  recogidos  en  1795,  y  conducidos  á  la  Habana. 


III 


En  esto  no  puede  quedar  duda  alguna. 

Los  cano'nigos  de  la  catedral  de  Santo  Domingo  sabían 
por  las  palabras  del  Synodo  el  lugar  de  la  sepultura  de 
Cristóbal  Colón,  y  habían  comprobado  su  exactitud  cuando 
se  hizo  la  obra  en  el  santuario  el  año  1783.  — Al  verificarse 
la  exhumacio'n,  el  Arzobispo,  los  canónigos  y  el  Almirante 
español  se  dirigieron  al  sitio  de  todos  conocido,  y  sacaron 
los  restos  que  habían  visto  ocho  años  antes,  teniendo  buen 
cuidado  de  estampar  en  el  Acta  las  palabras  mismas  del 
Synodo  que  les  servían  de  guía. 


IV 


En  el  mes  de  Septiembre  del  año  1877  se  encontraba 
nuevamente  en  reparacio'n  la  iglesia  catedral  de  Santo  Do- 
mingo, bajo  la  direccio'n  del  cano'nigo  penitenciario  don 
Francisco  Javier  Billini. 

A  pedimento  de  éste,  fundado  en  que  por  tradicio'n,  y 
no  obstante  lo  que  aparece  en  documentos  públicos  sobre  la 
traslacio'n  de  los  restos  de  Colón,  dichos  restos  podían  existir 
en  el  lugar  donde  habían  sido  depositados,  se  le  autorizo 
para  que  hiciera  las  exploraciones  del  caso. 

Cumpliendo  su  cometido,  en  la  mañana  del  10  de  Sep- 
tiembre descubrió  á  la  profundidad  de  dos  palmos ,  poco  más  ó 
menos,  un  principio  de  bóveda ,  que  permitió  ver  una  parte  de 
una  caja  de  metal. 

Avisados  inmediatamente  el  Arzobispo   ^  y  el  Ministro 


'     El  día  14  de  Abril  había  descubierto  el  penitenciario  Billini  otra  caja  de 
plomo,  y  no  avisó  á  nadie  para  sacarla,  resultando  era  la  que  contenía  los  restos 


ÍJ. 


836 


CRISTÓBAL  COLÓN 


del  Interior,  suplicándoles  la  asistencia,  sin  pérdida  de 
tiempo,  se  trasladaron,  acto  continuo,  á  la  catedral, 
donde,  cerciorados  del  hecho,  hicieron  llamar  á  muchas 
personas  y  autoridades,  y  ante  todos,  colocado  S.  S.  I.  en 
|¡t  el  Presbiterio,  hizo  continuar  las  excavaciones;  se  extrajo  la 
caja,  se  presentó  al  público,  se  leyeron  las  inscripciones  de 
que  profusamente  está  cubierta,  y  que  comprueban  de  un  modo 
irrecusable  que  son  real  y  efectivamcfite  los  restos  del  ilustre 
genovés,  y  con  salvas,  repiques  y  música,  se  anuncio'  urbi  ct 
orbi,  con  el  oportuno  ruido,  tan  fausto  y  memorable  aconte- 
cimiento. 

Seguidamente,  las  autoridades  convocadas,  se  reunieron 
en  la  sacristía  del  templo,  y  procedieron,  ante  notarios,  que 
de  todo  dan  fe,  al  examen  y  reconocimiento  pericial  de  la  caja 
y  de  su  contenido. 

Hasta  aquí  la  narración  del  suceso  consignada  en  el 
Acta,  firmada  por  S.  S.  L  don  fray  Roque  Cocchía,  por  su 
secretario,  el  cano'nigo  Billini  y  otras  muchas  personas  y 
autorizadas  por  tres  notarios  públicos. 


V 


•■^Ofi^SfesTr 


Terminada  la  historia,  viene  en  el  Acta  la  parte  des- 
criptiva. 

La  caja  es  de  plomo  y  está  con  goznes.  Mide  42  centí- 
metros, por  20  y  2  (¡escrupulosidad  muy  recomendable!)  y 
21  de  profundidad. 

Tiene  inscripcio'n  sobre  la  parte  exterior  de  la  tapa;  — 
en  la  cabeza  izquierda;  —  en  el  costado  delantero;  —  en  la 
cabeza  derecha...  y  todavía  levantada  la  tapa,  se  encontró 
en   la   parte   interior   de   la    misma   tapa,    EN   CARACTE- 


de  don  Luís  Colón.  Pero  el  10  de  Septiembre  apenas  se  permitió  ver  una  parte 
de  una  caja  convocó  á  todos...  porque  ya  sabía  de  antemano  que  iba  á  sacar  los 
restos  de  Cristóbal  Colón. 


APÉNDICES 


837 


RES  GÓTICOS   ALEMANES,   cincelada   la    inscripción  si- 
guiente: 

S),n  Srt^toBaí  Soíon 

No  hacemos  aquí  observaciones,  porque  importa  no 
interrumpir  ni  detener  la  descripcio'n. 

Se  sacaron  los  huesos,  se  clasificaron  y  contaron,  y 
resultando  de  todo  trece  fragmentos  pequeños  y  veintiocho 
grandes. 

Además  se  encontró  una  bala  de  plomo ,  del  peso  de  una 
onT^a  y  poco  más  ó  menos ,  y  dos  pequeños  tornillos  de  la  misma 
caja. 

Procedio'se  en  seguida  á  cerrar  y  sellar  la  caja  con  varias 
cintas  y  los  sellos  respectivos  de  Su  Señoría  Ilustrísima ,  de 
los  señores  Ministros,  co'nsules  y  notarios. 


VI 


Estamos  frente  á  frente  del  documento  capital,  y  uno 
de  los  más  importantes  en  la  cuestión.  Le  sirve  de  comple- 
mento la  Carta  Pastoral  del  señor  Obispo,  fecha  14  del  mismo 
mes  de  Septiembre. 

La  crítica  lo  estudio'  muy  detenidamente.  En  todo  su 
contexto  se  encontraron  grandes  motivos  de  duda,  grandes 
causas  para  sospechar  un  embrollo. 

Vamos  á  examinar  las  principales,  reduciéndolas  á 
cinco  puntos. — Primero:  la  tradicio'n  dominicana,  que  se 
supone  aseguraba  no  habían  salido  de  la  catedral  los  restos 
de  Cristóbal  Colón.  —  Segundo:  la  distribucio'n  de  porcio- 
nes de  los  restos  descubiertos,  que  no  consta  en  el  Acta. — 
Tercero:  las  inscripciones  que  por  todas  partes  ostenta  la 
caja  de  plomo  presentada  al  público  en  Santo  Domingo.  — 
Cuarto:  la  planchita  de  plata  que  apareció  en  el  segundo 
reconocimiento  de  los  restos,  verificada  en   2   de  Enero  de 


838 


CRISTÓBAL  COLON 


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18-78.  —  Quinto:  la  bala  que  estaba  entre  los  restos  descu- 
biertos por  Su  Señoría  Ilustrísima  y  por  el  canónigo  Billini. 
Todos  estos  extremos  han  sido  tratados  con  grandísima 
erudicio'n  y  crítica  imparcial  y  razonada,  siendo  tantos  y 
tales  los  argumentos  formulados,  que  en  todos  esos  puntos 
podemos  asegurar  que  en  su  libro  S  el  señor  Obispo  se  bate 
en  retirada. 


PARTE  TERCERA 


INDICIOS 


Digan  lo  que  quieran  los  defensores  de  la  escena  domi- 
nicana de  10  de  Septiembre,  en  todas  partes  se  recibió  con 
marcado  recelo  la  nueva  de  su  anunciado  descubrimiento. 
La  crítica  se  manifestó'  más  desconfiada  todavía. 

Y  era  legítima  la  duda.  ¿Do'nde  había  estado  oculta  esa 
tradición  de  que  podían  existir  las  cenizas  del  Almirante  en 
la  catedral  de  la  isla  Española,  después  de  la  traslacio'n  de 
1795?  ¿Cuándo  se  había  hablado  de  ella  en  el  transcurso  de 
ochenta  años?  ¿Era  conocida  por  los  naturales  del  país, 
o  se  conservaba  consignada  en  algunos  documentos  reser- 
vados? 

Nada  menos  que  ésto.  La  tradicio'n,  fábula  o  conseja, 
nació'  con  el  descubrimiento;  se  consigna  por  primera  vez  en 
el  Acta  de  10  de  Septiembre. — Todo  lo  que  antes.se  había 
hablado  y  obrado  es  adverso  á  semejante  tradicio'n. 

Si  alguien  debía  tener  conocimiento  de  tal  cosa,  eran 


'  Zos  restos  de  Cristóbal  Colón  en  la  Catedral  de  Santo  Domingo.  —  Con- 
testación al  Informe  de  la  Real  Academia  de  la  Historia...  por  Monseñor  Roque 
Cocchía. —  Santo  Domingo,  García  hermanos,  1879. 


APÉNDICES 


839 


las  autoridades.  En  este  punto  no  cabe  réplica;  e\  Informe 
de  la  Real  Academia  de  la  Historia  es  concluyente,  decisivo, 
satisfactorio,  hasta  el  extremo  que  más  no  puede  pedirse;  y 
lo  es  tanto,  que  el  señor  Obispo,  á  pesar  de  su  entusiasmo, 
es  el  punto  primero  en  que  se  bate  en  retirada. 

La  Academia  ha  matado  la  fábula  de  la  tradición. — En 
el  año  de  1875,  El  Porvenir,  perio'dico  que  se  publica  en 
Puerto-Plata,  excito'  el  celo  del  gobierno  dominicano  para 
que  pidiese  á  España  la  devolución  de  las  cenizas  del  primer 
Almirante;  y  consta,  en  efecto,  de  documentos  oficiales,  que 
se  intento'  la  reclamacio'n.  Los  periodistas  de  la  isla,  repre- 
sentantes de  la  opinio'n,  no  tenían  conocimiento  de  la  fábula, 
no  dudaban  de  que  la  traslacio'n  se  había  hecho.  Las  auto- 
ridades tampoco  conocían  la  tradicio'n. 

En  el  mismo  año  o'  en  el  anterior,  el  general  domini- 
cano Luperon,  sostuvo  contra  el  Diario  de  la  Marina,  de  la 
Habana,  «que  los  restos  de  Colón  debian  ser  devueltos  á 
Santo  Domingo.» 

Y  por  último,  en  el  libro  titulado  Memorias  para  la 
historia  de  Qtiisqueya,  se  queja  su  autor,  don  José  Gabriel 
García ,  del  acto  de  haberse  llevado  á  la  Habana  los  restos 
de  Colón,  creyendo  que  fué  una  injusticia. 

Estos  y  otros  datos  demuestran  que  nadie  abrigaba 
dudas  en  Santo  Domingo,  ni  había  tradicio'n  alguna.  Para 
dar  cierto  vislumbre  de  verosímil  á  la  que  ahora  se  inventa, 
y  que  no  existió',  se  invoca  el  testimonio  de  un  anciano 
respetable,  pero...  difunto.    No  vendrá  á  desmentir  á  nadie. 

Es  necesario  suplir  su  presencia,  sustituir  su  persona- 
lidad, abonar  su  dicho,  como  se  expresa  en  el  lenguaje  del 
foro.  Han  tratado  de  hacerlo  los  mantenedores  de  la  farsa 
de  10  de  Septiembre;  nosotros  hemos  tenido  también  el 
mismo  intento,  3^  no  creemos  se  nos  querrá  negar  el  derecho 
de  que  allá  se  ha  usado. 

El  señor  don  Tomás  de  Bobadilla,   antiguo  y  respetable      I 
magistrado  dominicano,   era  sabedor  de  la  circunstancia  de 


840 


CRISTÓBAL  COLON 


Wj 


haber  sido  sustituidos  por  otros  los  restos  de  Cristóbal 
Colón,  cuando  se  supo  el  proyecto  de  las  autoridades  espa- 
ñolas para  trasladarlos  á  la  Habana,  antes  de  la  cesión  de  la 
isla;  esto,  que  se  quiere  llamar  tradicio'n,  fué  comunicado 
misteriosamente  por  el  señor  Bobadilla  á  su  amigo  o'  pariente, 
don  Carlos  Nouel ,  y  por  éste,  con  igual  misterio,  al  reve- 
rendo Obispo  de  Orope. 

Nosotros  acudimos  á  un  íntimo  amigo  de  Bobadilla.  El 
señor  don  Felipe  Alfau,  dignísimo  jefe,  segundo  cabo  de  la 
Capitanía  general  de  x\ndalucía,  durante  algunos  años,  había 
hecho  toda  su  carrera  en  la  isla  de  Santo  Domingo,  de  donde 
era  natural.  Quedo'  al  servicio  de  nuestra  bandera,  y  cuando 
tuvo  lugar  la  anexio'n  de  la  isla  á  España;  al  recobrar  su 
autonomía  no  quiso  continuar  en  la  desordenada  República, 
y  paso  al  ejército  español. 

Usando  de  la  amistad  que  con  Alfau  nos  unía,  y  seguros 
de  su  lealtad  y  de  su  bondadoso  carácter,  le  pedimos  antece- 
dentes de  la  llamada  tradicio'n  dominicana  y  del  señor  don 
Tomás  de  Bobadilla,  fuente  ahora  de  cuanto  á  ella  se 
refiere. 

Alfau  fué  amigo  íntimo  de  Bobadilla,  depositario  de 
todas  sus  confidencias  y  secretos.  Su  trato  fué  diario  durante 
largos  años;  su  cariño  fraternal;  su  confianza  sin  límites. 
Secretos  graves  de  familia,  pequeños  accidentes  de  fortuna, 
aficiones,  disgustos  y  placeres,  todo  fué  común  entre  ambos. 
Nos  aseguro'  el  distinguido  general  que  nunca  había  escu- 
chado, en  boca  de  Bobadilla,  palabra  alguna  que  pudiera 
dar  indicio  de  que  era  sabedor  de  semejante  tradición  6 
conseja. 

La  desgraciada  muerte  de  Alfau  nos  ha  privado  de 
otros  comprobantes  que  ciertamente  hubiéramos  obtenido  de 
Santo  Domingo;  pues  aunque  su  hijo  don  Antonio,  notable 
abogado,  residente  en  Madrid,  quedo'  encargado  de  pedirlos, 
por  el  fallecimiento  de  su  padre  no  se  le  enviaron  los  inte- 
rrogatorios convenidos. 


APÉNDICES 


841 


Eso,  que  se  quiso  llamar  tradición,  nunca  había  existido; 
nació'  como  indica  con  harta  sagacidad  y  con  su  acostum- 
brado tacto  el  señor  Colmeiro,  al  tiempo  del  portentoso 
descubrimiento  de  10  de  Septiembre  de  1877;  y  con  tanta 
insistencia  se  hablo'  de  ella,  citando  hasta  el  nombre  del 
cano'nigo  que  hizo  la  sustitucio'n ,  y  las  exclamaciones  que 
hiciera  al  ver  zarpar  el  bergantín  Descubridor  que  en  la  Carta 
Pastoral  del  día  14  del  mismo  mes  decía  monseñor  Cocchia: 
((Aquella  caja  (la  de  1795),  salió,  pero  quedó  en  Santo  Do- 
mingo la  tradición  de  que  los  restos  de  Colon  no  hablan  salido 
del  lugar  que  ocupaban  K»    Esto  es  afirmativo,  terminante. 

Pero  Su  Señoría  Ilustrísima  no  insiste,  el  Informe  de  la 
Real  Academia  lo  confunde  y  se  acoge  á  otra  parte  de  la 
Pastoral  misma,  diciendo  con  admirable  candidez  en  su 
último  libro  «De  aquí  una  tradición  que,  debilitada  por  la 
»  muerte  de  sus  primeros  depositarios,  interrumpida  por  mil  con- 
í)Vulsiones políticas,  (esto  es  claro  como  la  luz  de  un  candil... 
))Modo  de  oscurecerse  las  tradiciones,  las  convulsiones  polí- 
» ticas),  llegó  hasta  nosotros  tan  lánguida  (¡vaya  si  estaba 
» lánguida ! )  que  yo  la  llamé  vaga  ^. » 

En  este  primer  extremo,  el  señor  Obispo  se  bate  en 
retirada. 


lí 


Antes  de  pasar  adelante  en  esta  refutacio'n  de  los  datos, 
tanto  narrativos  como  descriptivos,  contenidos  en  el  Acta 
de  Santo  Domingo,  cumple  que  hagamos  una  manifestacio'n, 
tan  espontánea  como  sincera  y  leal. 

Estimamos  falso  el  descubrimiento  cacareado  en  Santo 
Domingo;  creemos  ver  muy  clara  la  verdad  de  lo  ocurrido, 
y  procuramos  demostrarla  á  vista  de  todos. 


r  ittitijÉ' 


Carta  Pastoral.— Apud.  Harrisse,  i)ág.  80. 
Contestación  al  Informe  de  la  Academia,  pág.  142. 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.—  106 


842 


CRISTÓBAL  COLON 


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il^: 


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-^J^. 


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Pero  no  hemos  formado  juicio  completo  acerca  del  papel 
representado  por  algunos  individuos  de  los  que  concurrieron; 
todavía  dudamos  si  el  señor  obispo  don  fray  Roque  Cocchia 
es  víctima  del  engaño.  De  un  lado,  su  alta  investidura,  su 
carácter  público,  su  respetabilidad  sacerdotal;  de  otro  el 
entusiasmo  de  que  se  le  ve  animado,  el  fuego  con  que 
sostiene  cuanto  que  dice,  su  deseo  mismo  de  no  dejar  sin 
respuesta  á  ningún  adversario,  inducen  á  creer  que  su  buena 
fe  ha  sido  sorprendida  desde  el  primer  momento ;  que  se  le 
ha  hecho  adquirir  mañosamente  una  halagadora  conviccio'n, 
para  que,  viendo  después  cuantos  datos  se  le  presenten,  bajo 
aquel  prisma,  manifieste  su  opinio'n,  poniendo  el  peso  de  su 
indisputable  autoridad  en  la  balanza.  Y  esta  idea,  que 
embarga  nuestro  ánimo,  basta  para  que  se  comprenda  que 
los  argumentos  todos  se  dirigen  al  contendiente  en  el  terreno 
histo'rico,  al  hombre  de  letras,  al  sabio  que  juzga,  á  nuestro 
entender,  con  criterio  equivocado  de  los  documentos  que 
maneja;  pero  sin  llegar  jamás  á  la  rectitud  de  las  inten- 
ciones, sin  tocar  al  caballero,  ni  mucho  menos  al  sacerdote 
cristiano,  respetable  siempre  y  en  todos  terrenos. 

Y  cuando  de  Su  Ilustrísima  hablamos,  entiéndase  que 
iguales  salvedades,  según  los  casos  y  las  circunstancias, 
hacemos  respecto  á  cuantos  intervinieron  en  estos  actos. 

La  naturaleza  de  alguno  de  ellos,  las  consecuencias  que 
de  otros  se  deducen,  son  ocasionadas  á  veces  á  que  se  traten 
con  cierta  ligereza  de  lenguaje,  en  tono  más  de  chanza  que 
de  seriedad;  por  más  que,  antes  de  echar  mano  de  esa  forma 
festiva,  hayamos  estudiado  todos  los  extremos  con  igual 
profundidad:  pues  si  parece  que  burlamos,  es  solamente  en 
la  apariencia,  nunca  en  el  fondo.  Hemos  llevado  por  intento 
amenizar  en  lo  posible  este  escrito,  pero  dejando  á  salvo  el 
respeto  á  las  personas  y  aún  á  las  opiniones. 

Y  prosigamos. 


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APÉNDICES 


843 


III 


Con  sobrada  razo'n  se  dice  por  la  Real  Academia  de  la 
Historia  en  su  Informe,  que  si  al  encontrarse  los  restos  que 
se  han  figurado  como  de  Cristóbal  Colón  en  la  Catedral 
Dominicana ,  se  dijo  que  parecía  voluntad  divina  que  las 
cenizas  del  descubridor  permanecieran  en  la  isla  Española  ', 
lejos  de  suceder  así,  hay  peligro  de  que  suceda  todo  lo 
contrario,  pues  han  salido  porciones  para  Genova  y  para 
otros  puntos. 

Esta  profanacio'n ,  que  lo  sería  y  grande ,  si  fuera  cierto 
el  hallazgo,  ha  dado  lugar  á  una  respuesta  del  señor  Obispo, 
de  la  que  se  deducen,  no  nuevas  sospechas,  sino  nuevas 
pruebas  contra  la  repetida  Acta  de  1.°  de  Septiembre. 

El  miércoles  24  de  Julio  del  año  1878,  se  hizo  entrega 
por  el  caballero  don  Luis  Cambiaso  al  municipio  de  la 
ciudad  de  Genova  de  una  redomita,  que  contenía  parte  del 
preciado  polvo  de  los  huesos  guardados  en  la  caja  mis- 
teriosa. 

Contra  el  grave  cargo  que  por  este  hecho,  oficialmente 
comprobado,  y  otros  análogos,  que  reservadamente  se  refie- 
ren, formula  la  Real  Academia,  contesta  Su  Ilustrísima  en 
su  libro  (pág.  113)  en  estos  términos: 

((El  Sr.  Ministro  de  Justicia  recogió'  las  cenizas  que  se 
habían  desprendido  de  los  huesos  en  el  acto  de  la  clasifica- 
cio'n,  y  con  aprobacio'n  de  todos  las  dio'  al  Sr.  Co'nsul  de 
Italia  Don  Luis  Cambiaso.» 

Hecho  de  tal  clase,  que  tuvo  lugar  en  la  sacristía  en  el 
acto  del  reconocimiento  pericial,  bien  merecía  consignarse 
en  el  Acta,  y  que  dieran  fe  los  Notarios,  porque  faltando 
ésto,    quedaba  sin  auténtica   la   redomita.    Acudimos  á  en- 


;^^i 
•^^ 


'  Gózate  ¡oh  Santo  Domingo!  El  hombre  que  te  cJescubrió  y  te  amó  con 
preferencia,  no  ha  salido  de  tu  seno,  él  ha  sido  y  será  contigo. — Pastoral,  apud 
Harrisse,  pág.  83. 


V: 


¿N. 


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844 


CRISTÓBAL  COLON 


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trambos  documentos,  emanados  del  señor  Obispo,  Acta  y 
Pastoral...  y  en  efecto,  ni  una  sola  palabra  existe  en  ellos  que 
se  refiera  á  aquel  donativo. 

Tenemos,  pues,  que  darnos  por  satisfechos  con  la  mani- 
festación del  señor  Obispo,  aislada,  y  hecha  mucho  tiempo 
después,  para  responder  á  un  cargo  gravísimo;  y  bajo  su  fe 
creeremos,  y  lo  mismo  ha  de  hacer  el  municipio  de  Genova, 
que  aquel  polvo  procede  de  los  huesos,  que  se  recogió  y  se 
dio  al  co'nsul  de  Italia,  sin  duda  por  espíritu  de  compa- 
drazgo o'  nacionalidad ;  y  que  no  hubo  quien  se  acordara  de 
España,  á  pesar  de  la  amabilidad  de  su  representante,  que 
no  peco'  de  listo  en  aquellos  momentos  ^ ,  para  enviarle 
siquiera  otro  recuerdo  del  Almirante;  3^  quizá  España  osten- 
taba mejor  derecho,  pues  si  éste  nació  en  Italia,  bien  puede 
asegurarse  sin  jactancia  que  el  descubrimiento  de  la  isla 
Española  so'lo  se  debe  á  la  gran  nación  que  regía  la  gran 
reina  Isabel  la  Católica. 

La  indignacio'n  de  la  Real  Academia  de  la  Historia  era 
muy  justa.  — El  señor  Obispo,  lejos  de  negar  las  causas,  las 
confirma  aunque  con  mucha  y  tímida  habilidad.  — Ya  se  ha 
visto  que  se  dio'  al  co'nsul  Cambiaso  una  porción  del  sagrado 
polvo,  sin  que  conste  en  el  acta ;  y  el  señor  Castillo,  inge- 
niero, al  parecer,  de  la  catedral  de  Santo  Domingo,  mostraba 
en  Bostón  en  otro  frasco  otro  poco  de  polvo  rojizo. — Mon- 
señor Cocchia,  después  de  decir  en  su  Contestación  (páginas 
23Ó  y  237):  que  nada  hay  de  verdad  en  todo  esto,  no  niega 
que  el  señor  Castillo  sea  su  ingeniero,  y  sí  expresa  que  — 
«la  corta  cantidad  del  polvo  rojizo  fueron  átomos  recogidos 
después  de  la  pequeña  cantidad  ofrecida  al  Sr.  Cambiaso.»  — 
Tenía,  pues,  razo'n  sobrada  la  Real  Academia;  lejos  de  no 
ser  verdad  lo  que  que  afirma ,  sabemos  ya  por  confesio'n  del 


'  jDo  existen  depositadas  las  cenizas  de  Cristóbal  Colon  r  —  Apuntes  al 
caso  en  defensa  de  su  conducta  oficial,  por  don  José  Manuel  de  Echeverri,  cónsul 
de  España  en  la  República  Dominicana.  —  Santander,  imprenta  de  Solinis  y 
Cipriano,  1878. 


APÉNDICES 


845 


señor  Obispo  de  dos  porciones  de  los  llamados  restos  de  Cris- 
tóbal Colón,  que  andan  mostrándose  por  los  pueblos  como 
objetos  de  curiosidad. 

«Al  año  siguiente  (pág.  238)  las  Autoridades...  rega- 
laron á  S.  S.  Illma.  una  pequeñísima  reliquia  de  dichos 
restos.»  - —  i  Ya  son  tres,  y  serán  treinta! 

Hay,  pues,  algunos  detalles  importantes  que  no  constan 
en  el  Acta  de  10  de  Septiembre,  y  que  para  darles  fuerza  y 
explicacio'n  se  necesita  hacer  de  vez  en  cuando  en  ésta  adi- 
ciones estemporáneas,  que  equivalen  á  batirse  disimulada- 
mente en  retirada  ante  los  argumentos  de  la  crítica. 


IV 


Punto  grave,  delicado  y  muy  discutido  es  el  de  las 
numerosas  inscripciones  que  ostenta  la  caja  presentada  á  la 
vista  del  público  por  el  canónigo  Billini  en  10  de  Septiembre 
de  1877. 

Para  no  creer  que  los  que  en  ella  se  guardaban  eran 
los  mismos,  verdaderos,  indubitados  y  queridísimos  restos 
de  don  Cristóbal  Colón,  es  necesario  ser  un  escéptico 
de  primera  fuerza;  porque  la  caja  habla  hasta  por  los 
codos. 

Y  justamente,  en  esa  locuacidad  tan  inusitada,  tan 
varia,  tan  fuera  de  razo'n  como  de  tino,  encuentran  los 
incrédulos  la  primera  causa  de  sospecha. 

Se  ha  discutido  mucho  sobre  las  inscripciones;  tanto 
que  ni  es  posible  traer  aquí  todo  lo  dicho,  ni  justo  repetir  lo 
que  otros  han  trabajado.  Nos  contentaremos,  por  tanto, 
con  asentar  lo  que  más  hace  á  nuestro  proposito. 

Sobre  la  tapa  de  la  caja,  en  letras  incalificables,  y  con 
abreviaciones  no  conocidas  en  epigrafía  alguna,  leíase: 

D.     de     la     A.     Pr     A}' 


846 


CRISTÓBAL  COLON 


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que  se  quiere  que  diga,  y  tal  sería  la  mente  de  su  ignorante 
inventor: 

Descubridor  de  la  América  Primer  Almirante 

Y  en  verdad ,  ni  resiste  á  la  crítica  la  forma  de  la  escri- 
tura, ni  menos  esa  picara  A,  que  se  traduce  América,  deno- 
minacio'n  que  tantos  disgustos  ha  producido  á  sus  fau- 
tores. 

En  un  costado,  C-  ristobal.  —  Delante,  C--o^on.^ — En 
el  otro  costado,  A---lniirante...  en  tres  iniciales  muy  gordas, 
muy  torpes ,  muy  diferentes  de  las  anteriores ,  y  de  las  que 
se  siguen. 

Al  levantar  la  tapa,  y  en  su  parte  interior,  nueva 
inscripcio'n  en  caracteres  GÓTICOS  ALEMANES  que  ya 
referimos. 

filtre  tj  (B§>  :Saron 
S),"  Kri^tobaí  ©oíon 


Esta  parte  ha  sido  la  que  mayor  ocupación  ha  dado  á 
la  crítica,  la  que  merece  más  agria  censura,  y  la  menos 
defendible  de  la  farsa ;  pero  depurada  ya  en  muchos  extre- 
mos, no  hacemos  más  que  llamar  la  atención  de  los  lectores 
sobre  las  letras  góticas  alemanas,  porque  en  ellas  está  la 
clave  del  enigma ,  siendo  lo  único  antiguo  que  hay  entre  todo 
lo  cincelado  en  la  caja.  Esas  GÓTICAS  son  el  hilo,  y  por  el 
hilo  sacaremos  el  ovillo,  pese  á  malandrines  y  encantadores, 
como  decía  el  sensato  escudero  del  célebre  Hidalgo  de  la 
Mancha. 

Además  de  tanta  inscripcio'n,  se  saco'  todavía  de  la 
parlanchína  caja,  en  nuevo  reconocimiento  de  2  de  Enero 
de  1878,  una  planchita  de  plata  con  caracteres  que  se  parecen 
á  los  de  escritura  de  mano...  Pero  la  planchita  capítulo  por  sí 
merece. 


APÉNDICES 


847 


V 


La  plancha  de  plata  y  la  bala  han  sido  también  grandes 
escollos  para  el  descubrimiento  falso;  luminosos  faros  para 
los  que  buscamos  la  verdad.  Lujo  de  argumentos  ha  desple- 
gado la  crítica ;  se  han  hecho  alardes  de  erudicio'n  epigráfica 
y  de  conocimientos  balísticos.  Las  razones  han  aplastado  á 
los  dominicanos,  que  no  saben  á  qué  parte  volver  la  cara. 
De  un  lado  sale  aterrador  Harrisse ,  el  autor  de  la  Biblioteca 
Americana  Vetustissima,  con  su  lo'gica  severa  y  sus  reco'nditos 
conocimientos;  de  otro  se  presenta  inopinadamente,  defensor 
de  la  historia ,  don  Ignacio  Guasp  ' ;  al  frente  se  coloca  la 
Real  Academia  de  la  Historia  denunciando  anacronismos 
con  voz  atronadora...  la  situacio'n  es  grave. 

Vamos  á  abrir  de  nuevo  la  célebre  Acta  de  10  de  Sep- 
tiembre. 

Ya  vimos  á  su  tiempo  que  después  de  la  historia  y 
presentacio'n  de  la  caja  coram populo,  «las  autoridades  convo- 
cadas se  reunieron  en  la  sacristía  del  templo,  y  procedieron 
en  presencia  de  los  infrascritos  Notarios  públicos,  que  dan 
fé,  al  examen  y  reconocimiento  pericial  de  la  caja  y  de  su 
contenido.» 

Hemos  visto  también  que  fué  tan  prolijo  y  detenido  el 
examen,  que  los  huesos  se  pasaron  uno  á  uno,  pues  nos  dice 
el  señor  Obispo,  á  la  pág.  113  de  su  Contestación  al  Informe 
de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  que  las  cenÍTjis  que  se 
habían  desprendido  de  los  huesos  en  el  acto  de  la  clasificación ,  se 
recogieron  por  un  señor  Ministro,  etc.  Bien  se  deja  entender 
la  pausa  y  solemnidad  con  que  se  procedía;  lo  minucioso  y 
detenido  que  fué  el  reconocimiento,  sin  asomo  siquiera  de 
precipitacio'n ,    de  aglomeracio'n  de  gente,  de  calor,  de  oscu- 


ra 


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'     [/na  bala  histórica,  por  Ignacio  Guasp.  —  Habana,  imprenta  militar, 

1878,  8.°,  27  hojas. 


848 


CRISTÓBAL  COLON 


ridad...  nada,  nada;  según  el  Acta  y  la  Pastoral,  hubo 
tranquilidad  completa,  calma  y  espacio  suficiente  para  todo; 
3^  claramente  se  comprende  así,  cuando  aquélla  dice  ': 
«Además  se  encontró'  una  bala  de  plomo,  del  peso  de  una 
onza,  poco  mas  o'  menos,  y  dos  pequeños  tornillos  de  la  misma 
caja.»  Y  la  Pastoral  añade  ^■.  «Se  vieron  dentro  muchos 
restos  bien  conservados,  entre  los  cuales  una  hala  de  plomo.» 
Y  para  mayor  comprobacio'n  del  significado  que  S.  S.  Illma. 
daba  á  aquel  proyectil,  pone  una  notita  á  ese  párrafo  de  la 
Pastoral,  con  cita  de  un  pasaje  de  César  Cantú,  que  ha  sido 
para  él  la  carta  de  Urias. 

La  crítica  estuvo  á  gran  altura  en  este  extremo,  demos- 
trando con  erudicio'n  copiosa  y  profunda  el  anacronismo  de 
]a.  bala  de  peso  de  una  on/^a,  concluyendo  todos  con  unánime 
sentencia  que  si  la  bala  había  caído  de  los  huesos  guardados 
en  la  caja,  no  era  Cristóbal  Colón,  primer  Almirante,  el 
difunto  que  se  había  encerrado  en  ella;  pues  ni  consta  en 
toda  su  vida  que  recibiera  herida  alguna  de  arma  de  fuego, 
ni  aún  en  caso  de  haberla  recibido  pudo  ser  de  proyectil  de 
aquel  calibre. 

Estas  conclusiones  han  producido  resultado  visible.  En 
la  Contestación  al  Informe  de  la  Real  Academia  hay  datos 
importantísimos,  confesiones  que  revelan  mucho...    Veamos. 

«Acto  continuo  fuimos  á  la  sacristía,  y  allí  se  procedió' 
al  examen  y  reconocimiento  formal.  El  examen  se  hizo  como 
pudo  hacerse  en  aquella  confusión...  fué  notada  la  existencia  de 
una  BOLA  o'  bala  de  plomo,  y  de  dos  pequeños  tornillos  de 
hierro  3.» 

La  crítica  ha  hecho  cambiar  la  bala  en  bola,  ha  hecho 
que  hubiera  confusión  en  el  acto  solemne  que  describió  el 
Acta;  pero  hizo  más  efecto.  A  la  página  120  de  la  Contes- 
tación, al  final,   comienza  un  párrafo,   que  en  todo  él  no  se 


Apud  Harrisse,  Restos  de,  Colón,  pdg.  66. 

Loe.  cit.,  pág.  83. 

Contestación  al  Informe  de  la  Real  Academia,  pág.  113. 


APÉNDICES 


849 


encuentra  desperdicio,  y  dice:  «cuarto;  la  presencia  y  razón 
de  esta  misma  hala,  si  es  una  bala etc.» 

¿Si  es  una  hala?  ¿Y  quién  nos  lo  ha  dicho,  y  quién  debe 
saberlo  mejor  que  los  dominicanos?  Ellos  la  adujeron  como 
prueba  de  la  identidad  de  los  restos  en  el  Acta;  en  la  Pastoral 
se  busco  la  herida  para  justificar  la  presencia  de  la  traidora 

bala Hoy  se  duda   de   si   es   bola,   y  hasta  se  formulan 

argumentos 

La  crítica  ha  producido  efecto,  como  puede  verse  por 
la  simple  confrontacio'n  del  Acta,  la  Pastoral  y  la  Contestación 
al  Informe  de  la  Real  Academia.  No  acudimos  á  los  amigos, 
ni  á  los  enemigos:  el  Obispo  cotejado  consigo  mismo. 

Y  si  se  vio'  la  bala,  y  se  notaron  los  tornillos  pequeños^ 
¿co'mo  no  se  vio'  la  planchita  «cuadrilonga  que  mide  en  el 
centro  87^5  milímetros  de  largo  y  32  de  ancho?»  —  Precioso 
documento    es   la   planchita  — « no    aclaratoria   sino   siistilu- 

tiva '»  «que  está  muy  bien  conservada,  las  letras  son  muy 

legibles,  y  su  forma  se  parece  á  la  común  de  la  escritura  de 
mano.»  ¡Ya  lo  creo!  ¡como  que  es  letra  inglesa  de  la 
corriente  comercial  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xix !  y  con 
éste  son  cuatro  caracteres  de  escritura  los  que  ostenta  la  caja. 

Verdaderamente,  si  no  fuera  por  el  respeto  que  nos 
merece  el  carácter  del  ilustrísimo  señor  Cocchía,  supondría- 
mos que  había  tenido  revelación  de  los  autores  de  la  planchita 
(y  quizá  sea  cierto);  pues  no  de  otra  manera  se  comprende 
que  sepa  á  ciencia  cierta  la  intencio'n  con  que  se  puso,  su 
carácter  de  suslitutiva;  es  decir,  que  fué  puesta  allí  para  el 
caso,  poco  probable,  de  otra  traslacio'n,  cuando  ya  se 
hubieran  perdido  las  CC  y  la  yí  de  los  lados,  y  lo  de  Des.  de 
la  A.  P.""  A.'^  cincelado  en  la  tapa  (que  todo  puede  suceder 
andando  el  tiempo).  Y  para  ese  caso  remoto,  muy  preve- 
nidos los  autores,  pusieron  la  planchita.  Y  no  se  contentaron 
con  escribirla  por  un  lado,   aunque  la  iban  á  fijar  con  tor- 


SSiX 


■"¿i'ft    í:      I.      ¡ 


Contestación,  pág.  175. 

Cristóbal  Colón,  t.  il  — 107. 


850 


CRISTÓBAL  COLON 


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nillos  sobre  una  de  las  paredes  de  la  caja,  siendo  por  tanto 
perfectamente  inútil  lo  escrito  por  el  reverso. 

Pero  adivinaron  también  que  iban  á  caerse  los  tornillos, 

V  para  que  los  venideros,  al  encontrar  la  plancha,  no  se 
molestasen  en  volverla,  la  escribieron  por  ambas  caras. 

Bien  que  esta  anomalía  tiene  otra  explicación  muy  más 
satisfactoria,  pues  «fácil  es  deducir  que  se  había  empcT^ado  á  gra- 
bar por  un  lado...  y  no  alcanzando  las  proporciones,  se  suprimió... 

V  se  pasó  al  lado  opuesto  ^))  —  En  verdad,  estas  cosas  solo 
pueden  saberlas  los  autores,  o'  los  que  están  con  ellos  en 
intimidad;  son  negocios  de  casa,  y  si  no  los  hubieran  dicho 
los  dominicanos,  nunca  los  hubiéramos  sabido. 

Y  aunque  los  ofendamos  por  ende,  no  es  posible  dejar 
de  insistir  en  la  sospecha,  por  todos  demostrada,  de  que  la 
repetida  y  malhadada  planchita  no  se  encontraba  en  la  caja 
cuando  se  extendió'  el  Acta  de  lo  de  Septiembre. 

Según  lo  consignado  en  ella,  se  examino'  y  reconoció'  la 
caja  y  el  contenido;  se  leyeron  las  incripciones;  se  miraron, 
contaron  y  clasificaron  los  huesos  en  ella  encerrados;  se  vio' 

la  bala  (y  se  peso')  y  los  pequeños  tornillos  de  hierro ¿No 

encuentran  extraño  el  Penitenciario  y  el  señor  Obispo  que 
no  se  tropezara  con  la  plancha  de  plata?  ¿En  virtud  de  qué 
ley  física  se  dará  la  explicacio'n  de  que  una  plancha  de  plata 
de  dos  ó  tres  pulgadas,  cayendo  sobre  un  monto'n  de  cenizas, 
se  soterré  y  guarde  de  manera  que  se  oculte  á  la  vista,  al 
paso  que  sobrenadan  y  quedan  visibles  dos  pequeños  tornillos 
de  hierro,  y  una  bala  de  plomo  que  pesa  31  gramos?  No  cabe 
explicacio'n.  Estos  son  feno'menos  que  solamente  suceden  en 
la  catedral  de  Santo  Domingo. 

La  inscripcio'n  de  la  planchita  es  inapreciable ;  sus 
caracteres  de  escritura  de  mano  forman  por  sí  solos  argu- 
mento sin  réplica;   pero  su  aparicio'n  es  un  prodigio de 

destreza. 


Loe.  cit,  pág.  175. 


APÉNDICES 


851 


No  sostendremos  que  después  de  sellada  la  caja  de 
plomo  el  10  de  Septiembre  se  volviera  á  abrir,  rompiendo 
sellos  y  fajas,  para  introducir  la  plancha  de  plata  recién 
confeccionada.  Damos  por  bueno,  sin  saberlo,  que  el  2  de 
Enero  de  1878  se  encontraron  intactas  las  célebres  liga- 
duras   pero  más  de  una  vez  hemos  visto  á  torpes  escamo- 

teadores  en  plazas  y  paseos  sacar  de  una  caja  que  se  cerro' 
vacía,   muchos  objetos  que,   según  el  arte,  llevaban  ocultos 

en  el  hueco  de  la  mano Y  no  hablamos  de  lo  que  saben 

hacer  en  materia  de  escamoteos  Macallister,  Saint-Hipolite, 
Velle  o'  Hermán ! ! . . . 

Resultado:  para  la  plancha  de  plata,  su  hallazgo,  sus 
inscripciones  se  procura  buscar  explicacio'n ,  y  aún  llega  á 
decirse  la  verdad  involuntariamente.  Para  la  bala  no  hay 
defensa  posible,  y  se  le  apellida  hola,  con  bastante  propiedad; 

llegando  luego  hasta  el  punto  de  decir  candorosamente 

la  presencia  de  la  bala,  si  es  una  bala dubitativo  delicioso, 

cuando  recae  sobre  el  Acta  y  la  Pastoral. 

Esto  es  lo  que  se  llama  batirse  en  retirada.  Indicios  de 
causa  perdida. 


PARTE   CUARTA 


PRUEPA   PLENA 


A  dos  puntos  capitales  vamos  á  reducir  esta  parte 
fundamental  de  nuestra  Demostración.  Estos  son  el  fondo. 
Hasta  aquí  hemos  recapitulado,  con  mayor  o'  menor  exten- 
sio'n,  esforzando  unos  con  otros  por  nuevo  orden  los  argu- 
mentos aducidos.  Creemos  bastante  preparado  el  terreno, 
conocidos  los  detalles  y  descubiertos  los  medios  que  se  ha^i 
puesto  en  juego  para  dar  visos  de  verosímil  á  un  acto  dis- 


852 


CRISTÓBAL  COLON 


."jt 


x¿;i: 


puesto  con  habilidad ;  pero  que,  no  siendo  verdadero,  deja 
siempre  cabos  sueltos,  puntas  volantes,  de  que  pende  la 
verdad,  y  todo  el  trabajo  consiste  en  la  agilidad  para  asirlas 
y  proceder  á  la  averiguacio'n. 

No  vamos  á  discutir.  Lo  necesario  queda  consignado. 

En  el  año  1783  se  encontró'  una  caja,  que  contenía,  al 
parecer,  un  hueso  visible  y  otros  varios  reducidos  á  cenizas. 
Estos  exiguos  restos  fueron  los  extraídos  en  1795  por  las 
autoridades  españolas,  recogidos  en  una  salvilla  y  condu- 
cidos á  la  ílabana  en  el  navio  San  LoreuT^o.  La  caja  estaba 
deteriorada;  eran  unas  planchas  de  plomo  sin  forma  ya  por 
el  transcurso  del  tiempo. 

Recibamos  ahora  hipotéticamente  como  exactísimo  3'' 
cierto  el  relato  del  Acta  de  10  de  Septiembre  de  1877.  No 
hay  anacronismos  ni  dudas,  bala  ni  planchas  de  plata. 
Tendremos  que  se  descubrid  una  caja  de  plomo  bien  conser- 
vada, y  en  ella  los  restos  de  un  difunto.  Se  examinaron, 
contaron  y  clasificaron,  siendo  en  total  veintiocho  frag- 
mentos grandes  y  trece  pequeños.  Con  notable  gracejo  y 
oportunidad  observa  el  señor  Colmeiro  que  con  un  poco  de 
esfuerzo  más,  nos  ofrecen  los  dominicanos  el  esqueleto 
íntegro  de  Cristóbal  Colón. 

Aceptada  por  un  momento  la  hipo'tesis,  y  con  las  dos 
exhumaciones  á  la  vista,  teniendo  ante  los  ojos  la  caja  rota 
y  la  caja  bien  conservada,  aquélla  con  sus  cenizas  y  ésta 
con  sus  cuarenta  y  un  huesos,  preguntamos  á  todos  los  que 
han  intervenido  en  el  embrollo  dominicano,  y  á  cuantos  han 
seguido  con  interés  la  polémica,  sin  distincio'n  alguna:  supo- 
niéndose que  ambos  restos  mortales,  pertenecen  á  dos  indi- 
viduos   de    la    familia    Colón ¿Cuáles    serán    los    más 

antiguos?  ¿Cuáles  podrán  ser,  por  tanto,  los  del  primer 
Almirante,  que  descubrió'  las  Indias? 

No  creemos  dudosa  la  respuesta. 

Si  las  cenizas  que  recogieron  las  autoridades  españolas 
en  el  año  de   1795  pertenecen  á  un  Cristo'bal   Colo'n,  y  los 


APÉNDICES 


853 


restos  presentados  en  Santo  Domingo  en  1877,  son  de  otro 
Cristo'bal  Colon,  lo  cual,  como  veremos,  están  cierto  que 
no  admite  contradiccio'n  ni  duda,  y  así  lo  indico'  ya  un 
ardoroso  polemista,  la  resolucio'n  no  ofrece  dificultad.  Con 
presencia  de  ambas  osamentas  llanamente  se  comprende  cuál 
será  la  del  abuelo,  cuál  la  del  nieto. 

Murió  Cristóbal  Colón  en  20  de  Mayo  de  1506.  Inhu- 
mado en  Valladolid,  quizá  por  un  año,  quizá  por  tres  hasta 
el  de  1509,  fué  removido  y  trasladado  á  nueva  sepultura  en 
la  Cartuja  de  las  Cuevas  á  orillas  del  Guadalquivir,  A  los 
treinta  años  fué  exhumado  de  nuevo,  y  llevado  á  la  catedral 
de  Santo  Domingo.  El  tiempo,  el  movimiento,  la  variacio'n, 
debieron  reducir  más  pronto  á  polvo  sus  mortales  despojos... 
Y  no  repetimos  lo  observado  por  muchos  escritores  sobre  los 
terremotos  de  la  isla  Española ,  humedad  de  los  terrenos 
tanto  en  Sevilla  como  en  aquélla,  gusanos,  termites,  etc. 
Para  causa  de  la  pronta  destruccio'n  y  reduccio'n  del  cadáver 
bastan  las  traslaciones,  los  viajes 

Don  Diego  Colo'n,  hijo  del  Almirante,  falleció'  en  Mon- 
talván  el  día  23  de  Febrero  de  1526.  De  su  matrimonio  con 
la  Ilustre  señora  doña  María  de  Toledo,  dejo'  dos  hijos: 
don  Lilis,  que  murió  desterrado  en  Oran  en  9  de  Febrero  de 
1572  'j  y  don  Cristóbal,  fallecido  en  Santo  Domingo  en  el 
mes  de  Enero  del  mismo  año  ^.  Sesenta  y  seis  después  que 
el  del  Almirante,  fué  entregado  á  la  tierra  el  cadáver  de  su 
nieto  don  Cristo'bal,  y  á  poco  llego'  á  Santo  Domingo,  con- 
ducido desde  Oran  y  Sevilla,  el  cadáver  de  su  hermano  don 
Luis,  Almirante  tercero,  duque  de  Veragua,  marqués  de 
Jamaica. 


'  Don  Fernando  Colón,  historiador  de  su  padre.  —  Ensayo  crítico  pof 
el  autor  de  la  Biblioteca  Americana  Vetustíssima.  —  Sevilla,  Tarascó,  1871, 
pág.  9. 

«  Tuvo  también  tres  hijas  llamadas  María ,  Juana  é  Isabel.  Y  el  señor 
Harrisse  nos  dice  que  tuvo  otro  tercer  hijo  llamado  Diego,  que  casó  en  Sevilla 
con  doña  Isabel  Justiniani,  de  la  que  se  separó  poco  tiempo  después;  pero  de 
éste  no  tenemos  para  que  ocuparnos. 


mümA 


•fi'r"!""' 


854 


CRISTÓBAL  COLÓN 


Esto  ahora  podrá  parecer  un  aserto  gratuito  é  infun- 
dado, pero  se  justificará  en  seguida. 

Lo  que  sí  podemos  consignar  desde  luego,  que  el  cadá- 
ver que  primeramente  recibió  sepultura  en  el  presbiterio  de 
la  catedral  de  Santo  Domingo,  fué  el  de  don  Cristóbal 
Colón,  muerto  el  año  de  1506,  y  que  fué  colocado  allí 
después  de  repetidas  traslaciones,  al  lado  del  evangelio  y 
junto  al  lugar  ocupado  por  la  silla  episcopal. 

Muchos  años  después,  al  lado  de  la  epístola  recibieron 
sepultura  los  dos  hermanos  don  Luis  3^  don  Cristo'bal  Colo'n 

y   Toledo Por   sus   pasos    hemos    llegado   á   la   prueba 

directa  de  la  mistificación.  Los  datos  no  son  nuestros.  Están 
consignados ,  á  pesar  de  sus  autores ,  en  las  Actas  de  lo  suce- 
dido en  la  iglesia  catedral  de  Santo  Domingo  en  el  año  1877, 
insertas  por  Apéndice  al  libro  escrito  por  el  Rdo.  fray  Roque 
Cocchía,  con  objeto  de  dar  contestacio'n  al  Informe  de  la  Real 
Academia  Española  de  la  Historia. 


II 


Algo  de  providencial  hay  en  la  prueba  que  vamos  á 
ofrecer  á  los  lectores  para  restablecer  la  verdad  histo'rica. 
Porque  es  el  mismo  señor  don  fray  Roque  Cocchía,  obispo 
de  Oropey  arzobispo  de  Sirace,  quien  nos  pone  en  las  manos 
los  documentos  de  donde  se  desprende. 

Repasando  la  Contestación  al  Informe  de  la  Real  Academia, 
fijo'  nuestra  atencio'n  este  concepto  estampado  á  la  pág.  174. 
—  «Las  dos  Actas  obran  aquí  en  el  Apéndice,  y  cada  uno 
puede  ver  si  hay,  y  cuáles  son,  las  contradicciones.» 

Con  esta  indicacio'n,  tomando  del  enemigo  el  consejo,  y 
llevándonos  Monseñor  como  de  la  mano,  fuimos  á  las  actas 
y  encontramos  lo  que  sigue: 

Acta  del  hallazgo  de  los  restos  de  D.  Luis  Colón  ^ 


Loe.  cit.,  pág.  283. 


APÉNDICES 


855 


Aparece  levantada  ante  notario  en  1.°  de  Septiembre 
de  1877.  —  Se  iba  preparando  todo  lo  necesario  para  el  otro 
descubrimiento. 

En  ella  se  consigna  por  manifestacio'n  del  señor  Obispo, 
que  ausente  Su  Ilustrísima  en  la  santa  pastoral  visita,  y 
encargados  los  trabajos  de  reparacio'n  de  la  iglesia  catedral 
al  cano'nigo  Billini,  resulto'  que  el  día  14  de  Abril,  al  abrirse 
una  puerta  entre  la  sacristía  y  el  presbiterio,  que  desde 
tiempo  inmemorial  se  hallaba  cerrada,  quitada  una  de  las 
piedras,  se  descubrió  al  lado  derecho  un  nicho,  y  en  él  se 
apercibió'  una  caja  de  plomo.  En  esta  ocasio'n  el  presbítero 
Billini  no  cito'  á  las  autoridades  para  que   presenciaran  el 

acto  de  sacar  la  caja,  ni  el  26  de  Junio  tampoco (Véase 

la  nota  de  la  pág.  835).  Que  el  presbítero  Billini  determino' 
volver  á  fijar  la  piedra  y  esperar  el  regreso  de  Su  Ilustrísima: 
que,  sin  embargo,  deseando  poner  en  claro  el  hecho,  dispuso 
abrir  nuevamente  el  nicho,  lo  que  se  efectuó'  el  26  de  Junio: 
que  tomando  la  plancha  de  plomo  que  se  presentaba  á  la 
entrada  del  nicho,  noto'  grabados  en  ella  caracteres  ilegibles 
que  dio  permiso  para  ver  la  plancha  al  señor  don  Carlos 
Nouel,  y  que  éste,  rascándola,  pudo  leer  la  inscripcio'n 
siguiente : 

@í  almirante  bou  2m§  ©oíon 
3)uque  be  Veragua,  Tlax(\né§  be.,.,* 

que  inmediatamente  dio'  orden  al  presbítero  Billini  que 
cerraran  la  bo'veda,   dejando  este  trabajo  al  cuidado  de  los 

maestros  de  obras,  que  lo  hicieron  después  de  algunos  días y 

que  al  volver  el  señor  Obispo  de  su  visita,  convocadas  las 
autoridades  para  comprobar  el  descubrimiento  se  volvió'  á 
abrir  el  nicho,  notándose  la  AUSENCIA  de  la  parte  de  caja 
que  contenia  la  inscripción  descifrada  por  el  señor  Nouel. 

Vamos  por  partes.  Y  antes  de  seguir  en  el  examen  de 
otro  precioso  documento,  que  viene  á  completar  el  Acta  que 


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856 


CRISTÓBAL  COLON 


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^f^AÍÍ'^;^í 


dejamos  extractada ,  formularemos  una  pregunta  sencilla  y 
sin  malicia: 

¿Por  qué  motivo  se  perdió',  sin  que  se  hable  de  robo,  ni 
de  fuerza,  ni  de  abuso  alguno,  aquella  tapa  descubierta  no 
menos  que  en  el  día  14  de  Abril  de  1877,  y  examinada  en 
los  días  26  y  28  de  Junio  por  don  Carlos  Nouel  y  don 
Gerardo  Bobadilla?  ¿Qué  ocurrió  después  del  hallazgo  de 
aquella  tapa,  que  hizo  precisa  su  ausencia  ó  desaparicio'n? 

Nótese  que  en  ella  estaba  consignado  el  nombre  de  don 
Luis  Colo'n,  nieto  del  Almirante;  y  la  comprobacio'n  de  que 
sus  restos  trasladados  desde  Oran  á  Sevilla,  habían  sido 
llevados  para  darles  sepultura  al  presbiterio  de  la  catedral 
dominicana,  era  un  verdadero  descubrimiento,  un  gran  dato 
histo'rico  para  quien  emprenda  el  trabajo  de  escribir  la 
historia  y  sucesio'n  d.e  los  descendientes  del  inmortal  ge- 
novés. 

No  obstante  la  verdadera  importancia  de  aquel  monu- 
mento funerario,  en  el  Acta  que  nos  ocupa,  y  felizmente  nos 
ofrece  monseñor  Roque  Cocchía,  ya  arzobispo  de  Cirace,  se 
dice  con  la  mayor  sencillez,  y  como  si  se  tratara  de  la  cosa 
más  natural  é  indiferente  del  mundo,  que  al  regresar  de  su 
Santa  Pastoral  visita,  y  para  comprobar  de  un  modo  autén- 
tico el  descubrimiento  hecho,  se  procedió'  á  abrir  el  nicho, 
notándose  la  ausencia  de  la  parte  de  caja  que  contenia  la  inscrip- 
ción descifrada  por  Nouel. 

Huelgan  aquí  los  comentarios.  Verdad  que  algunos 
renglones  antes,  y  con  el  visible  designio  de  preparar  el 
ánimo  para  esa  ausencia  de  la  tapa,  se  había  estampado  con 
igual  candidez,  que  descifrada  la  inscripcio'n  en  28  de  Junio 
por  don  Carlos  Nouel,  inmediatamente  dio  orden  el  presbítero 
Bellini,  que  cerraran  la  bóveda,  dejando  este  trabajo  al  cuidado 
de  los  maestros  de  obras,  que  lo  hicieron  después  de  algu- 
nos días!!  * 

¡Qué  bien  unidas  quedan  esas  dos  cláusulas!  ¿No  es 
cierto,  señores  dominicanos?    Inmediatamente  se  dio'  la  orden 


APÉNDICES 


857 


de  cerrar  una  abertura;  y  se  hizo después  de  algunos  días, 

— Tal  indiferencia  es  encantadora  por  lo  candorosa. 

Se  perdió'  la  parte  de  caja  que  contenía  la  inscripcio'n, 
o'  mejor  dicho,  para  acomodarnos  ai  lenguaje  del  Acta, 
SE  NOTÓ  SU  AUSENCIA.  ¡Quizás  era  y  aún  sea  verdad! 
—  La  tapa  con  letras  góticas  alemanas  no  está  más  que 
ausente 

Para  llenar  el  vacío,  y  continúa  la  historia,  compare- 
cieron ante  notario  en  el  palacio  arzobispal  el  3  de  Sep- 
tiembre de  1877  los  señores  don  Carlos  Nouel  y  don  Gerardo 
Bobadilla,  y  declararon  que,  en  efecto,  con  el  beneplácito 
del  canónigo  Billini  habían,  examinado  dos  planchas  de 
plomo,  y  lavada  una  de  ellas  apareció  una  inscripción  en  carac- 
teres QUE  IMITABAN  la  letra  GÓTICA  ALEMANA,  y  que 
decía  así: 

(£í  ^límirante  bou  Sui^  ©oíon, 
S)uqiie  be  Veragua,  9JÍ arqueé  be ' 


T-!^ 


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jEureka! — Recuerden  ahora  los  lectores  entre  las  repe- 
tidísimas  inscripciones  que  hoy  presenta  la  caja,  que  se 
quiere  hacer  creer  contiene  los  restos  del  gran  Colón,  la 
única  que  de  antiguo  estaba  grabada  en  ella  era  también  la 
de  la  tapa ,  en  letras  góticas  alemanas 

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®,n  (ívigtobaí  (íoíou 


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todo  lo  demás  fué  añadido,  y  por  mano  torpe,  poco  acos- 
tumbrada, para  convertir  á  este  don  Cristóbal  muerto  en 
1572 ,  en  el  primer  Almirante  que  descubrió'  las  Indias. 

Por  eso  se  perdió  la  tapa  de  la  caja  que  encerraba  los 


'     Contestación  al  Informe  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  etc.— 
Apéndice,  pág.  284. 

Cristóbal  Colón,  t.  11.  —  icS 


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858 


CRISTÓBAL  COLON 


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restos  de  don  Luis  Colo'n:  por  eso  no  se  ha  perseguido  á 
nadie  por  la  sustracción  sacrilega,  robo  verificado  en  el  pres- 
biterio mismo,  en  el  santuario  de  la  catedral  de  Santo 
Domingo,  y  profanando  una  sepultura!... 

Pero  no  hagamos  cargo  por  esto  á  nadie.  Las  autori- 
dades   civiles,    las    eclesiásticas   no   han   procedido,    porque. 

saben  muy  bien  que  la  tapa  no  fué  robada sino  que  está 

ausente,  para  evitar  que  cotejadas  las  dos  inscripciones  góticas 
alemanas  de  don  Luis  Colón,  Almirante  y  duque  de  Veragua,  y 
de  su  hermano  don  Cristóbal  Colón,  que  no  tenía  título  alguno 
y  era  so'lo  un  segundo'n  III""'.  y  Es.''"  de  tan  ilustre  y  esclare- 
cida familia,  se  viera  claro  como  la  luz  del  sol  en  la  isla 
Española,  que  las  dos  cajas  eran  del  mismo  tiempo,  iguales 
las  inscripciones  puestas  á  aquellos  dos  hermanos,  muerto 
el  uno  en  la  misma  isla  en  el  miCs  de  Enero  del  año  1572, 
el  otro  en  su  destierro  de  Oran,  en  14  de  Febrero  del 
mismo  año. 

Si  esto  hubiera  podido  verse  no  cabía  mistificacio'n ;  el 
embrollo  se  deshacía  por  sí  mismo. 


III 


Entre  el  día  14  de  Abril  de  1877  en  que  se  descubrid  la 
caja  que  contenía  los  restos  del  tercer  almirante  don  Luis 
Colon  y  Toledo,  y  el  acto  solemne  representado  en  10  de 
Septiembre,  medio'  el  descubrimiento  de  la  caja  de  don 
Cristo'bal,  su  hermano.  El  nombre  de  éste  hizo  nacer  un 
pensamiento  tan  audaz  como  insensato.  Se  rayaron  nuevas 
inscripciones  sobre  el  plomo  para  convertir  en  Descubridor  de 
América  al  que  había  nacido  muchos  años  después  de  aquel 
gran  suceso  histo'rico,  3'  ya  en  el  país  descubierto  y  coloni- 
zado;  y  entre  los  datos  contrarios,  entre  los  testimonios 
acusadores,  que  hubo  necesidad  de  hacer  desaparecer,  fué 
uno  de  ellos,  el  principal  de  todos,  la  plancha  de  plomo  que 
tenía  el  nombre  de  don  Luis  Colo'n  en  letras  góticas  alemanas. 


APÉNDICES 


JL^. 


859 


CONCLUSIÓN 


^^\í! 


Aunque  con  la  brevedad  necesaria,  paréccnos  haber 
puesto  de  relieve  que  en  el  curso  de  esta  polémica,  desde  su 
principio  hasta  ahora,  se  han  fijado  muchos  esenciales. 

1.° — El  Almirante  don  Cristóbal  Colón  fué  el  primero 
que  obtuvo  sepultura  en  el  presbiterio  de  la  catedral  de 
Santo  Domingo;  sin  que  nunca  fuera  ignorado  el  lugar 
donde  estaba  colocada  la  caja  de  plomo  que  condujo  sus 
mortales  despojos  desde  Sevilla. 

2.° — Jamás  ha  existido,  ni  podido  existir  en  la  isla  tra- 
dición oral  ni  escrita  relativa  á  haberse  equivocado  los  espa- 
ñoles cuando  recogieron  en  1795  las  cenizas  del  Almirante; 
ni  menos  á  que  persona  alguna  eclesiástica  hubiera  cambiado 
los  restos  verdaderos  por  otros  del  hermano  o'  del  hijo  del 
grande  hombre. 

3.° — Tales  muestras  acompañan  al  acto  ruidoso  repre- 
sentado el  día  10  de  Septiembre  de  1877;  aparecen  en  las 
Actas  indicios  de  tal  carácter,  que  es  imposible  concederle 
importancia  histo'rica. 

Conocidos  el  valor  y  la  verdad  del  suceso;  depurados 
los  antecedentes;  sacados  á  pública  luz  los  puntos  flacos  y 
vulnerables,  que  no  ha  sido  posible  sostener  ni  aún  á  los 
más  audaces   patrocinadores   de   aquella   escena;    puesto  en 

claro  el  procedimiento  seguido ¿Podría  decirse  algo  más 

para  completar  la  Demostración  de  que  los  restos  del  almirante 
están  en  la  Habana? — No  es  necesario. — Disipada  la  nube 
brilla  de  nuevo  la  luz  que  por  un  momento  había  tratado  de 
oscurecer  la  malicia. 

El  acto  noble  y  patriótico  practicado  en  1795  por  las 
autoridades  españolas  recobra  su  fuerza,  y  se  ofrece  con 
mayor  prestigio  á  la  vista  de  las  naciones  civilizadas,  que  no 
pueden   dejar   de   aplaudir    la    elevación    de    ideas    que   los 


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CRISTÓBAL  COLON 


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guiaba,  haciéndolos  dignos  descendientes  de  aquellos  pre- 
claros varones  que  ^patrocinaron  al  desvalido  genovés  en  la 
corte  de  los  Re3'es  Cato'licos. 

Estos  comprendieron  la  altísima  idea  que  llenaba  la 
mente  de  Colón,  o'  aún  sin  llegar  á  comprenderla  por  su 
magnitud  misma,  adoraban  la  inteligencia  superior  de  aquel 
hombre  esclarecido,  que  hablaba  con.  fe,  con  ardor  y  con 
elocuencia  de  proyectos  tan  nuevos,  tan  asombrosos,  que 
parecían  ensueños,  delirio  de  imaginacio'n  enferma. 

Nudo  nochicr,  prometitor  di  rcgni... 

Con  su  admiracio'n,  con  su  entusiasmo  le  sostuvieron 
en  las  contrariedades,  le  ayudaron  en  la  lucha,  llevándole  á 
término  de  que  su  pensamiento  colosal  fuera  escuchado  y 
comprendido,  como  jamáí?  tal  vez  hubiera  podido  serlo, 

Si  no  hallara  en  Castilla  una  matrona 
Cual  nunca  alguna  que  ciñó  corona. 

Aquéllos  se  resignaron  con  dolor  á  ver  que  su  patria 
perdía  uno  de  los  más  preciados  florones  de  su  corona ;  pero 
no  pudieron  resignarse  á  entregar  con  la  capital  la  memoria 
del  héroe  protegido  por  la  gran  Isabel  primera.  Cedieron 
territorrio  y  conservaron  el  emblema  de  gloria,  semejantes  á 
aquellos  "caballeros  legendarios  que  menospreciaban  la  exis- 
tencia y  perdían  la  vida  envolviéndose  en  los  jirones  de  su 
destrozada  y  gloriosa  bandera. 

Los  restos  de  Cristóbal  Colón  representaban  la  mayor 
gloria  de  España;  la  idea  grandiosa  del  descubrimiento  por 
nosotros  acogida  cuando  otros  pueblos  no  la  comprendieron: 
eran  el  símbolo  de  los  tiempos  de  nuestra  mayor  grandeza. 
Aquí  encontró'  el  Redentor  de  un  mundo  inteligencias  que 
comprendieran  sus  planes,    compañeros» para  sus  atrevidas 

expediciones aquí  debía  encontrar  igualmente  corazones 

que  al  recuerdo  de  su  nombre  latieran  con  violencia,  movidos 
por  el  afecto,  y  que  procuraran  conservar  su  memoria,  sacan- 


APÉNDICES 


86i 


do  sus  restos  de  una  tierra  que  iba  á  dejar  de  ser  española, 
para  guardarlos  con  verdadero  respeto,  con  amor  profundo, 
con  patriótico  entusiasmo,  con  veneracio'n  sin  límites  entre 
los  buenos  hijos  de  España,  entre  los  desdientes  de  los 
inmortales  reyes  cato'licos  don  Fernando  y  doña  Isabel,  de 
gloriosa  memoria. 

Dios  inspiro'  á  los   españoles  el  noble  intento  de  conser- 
var las  cenizas  de  Cristóbal  Colón,  y  guio'  su  mano  para 

que  recogieran  el  sagrado  depo'sito Dios  no  ha  querido 

que  el  engaño  oscurezca  la  historia,  y  ha  hecho  se  conserven 
en  los  actos  mismos  de  los  nuevos  magos  las  semillas  de 
verdad  que  fructificando  sirven  para  destruir  su  obra. 


yl 


V. 


r*^-' 


APÉNDICES 


863 


TERCERO 


LOS  RETRATOS  DE  CRISTÓBAL  COLON 


El  deseo,  muchas  veces  manifestado  en  todos  los  países 
cultos,  de  conocer  la  verdadera  efigie  del  descubridor  del 
Nuevo  Mundo,  parece  haber  tenido,  hasta  cierto  punto,  satis- 
faccio'n  cumplida  en  nuestros  días,  con  la  feliz  restauracio'n 
de  la  antigua  tabla  que  poseía  la  Biblioteca  Nacional  de 
Madrid,  bajo  cuyos  modernos  repintes  ha  aparecido  un 
retrato  muy  diferente  del  que  antes  se  veía  en  ella,  y  con 
caracteres  de  haber  sido  hecho  en  los  primeros  años  del  siglo 
decimosexto. 

La  leyenda  que  el  cuadro  antiguo  ostenta  en  su  parte 
superior  y  dice:  Colombus  Ligur,  novi  orbis  repertor, 
parece  que  debe  contribuir  también  á  producir  el  convenci- 
miento. Dudan  muchos,  todavía,  á  pesar  de  todo,  y  la  verdad 
es  que  no  podemos  envanecernos  de  poseer  evidentemente 
un  retrato  auténtico  del  primer  Almirante  de  las  Indias, 
aunque  hay  muchos  datos  para  persuadirnos  de  que  el 
nuevamente  hallado  debe  estar  muy  cercano  á  la  verdad ,  si 
no  es  la  verdad  misma.  Al  ofrecer  un  fiel  traslado  á  los 
lectores  de  nuestro  libro,  vamos  á  darles  noticia  de  lo  más 
importante  que  sobre  los  retratos  de  Cristóbal  Colón  se  ha 
escrito  por  personas  muy  autorizadas,  y  de  las  condiciones 


864 


CRISTÓBAL  COLON 


de  esa  copia  ú  original  que  se  conserva  en  la  Biblioteca 
Nacional. 

Pero  antes  de  entrar  en  el  examen  de  las  diversas 
imágenes  que  se  han  presentado  como  retratos  del  ilustre 
navegante,  no  podemos  excusarnos  de  tratar  la  cuestión  en 
terreno  más  amplio  y  sin  reducirla  á  un  cuadro  determinado; 
con  tanta  más  razón,  cuanto  de  los  antecedentes  que  ahora 
expongamos,  podrá  deducirse  criterio  más  recto  para  juzgar 
las  pruebas  en  que  se  apoya  cada  uno  de  los  sostenedores  de 
las  varias  opiniones. 

¿Cuándo  pudo  ser  retratado  Cristóbal  Colón?  ¿En  qué 
lugar  debió'  serlo?  ¿Qué  artistas  pudieron  ocuparse  en  hacer 
aquel  trabajo?  ¿Do'nde  debieron  conservarse  los  originales? 
Con  estas  cuestiones  van  ligadas  todas  las  demás  dudas  que 
se  ofrecen  sobre  la  edad  del  Almirante,  su  traje  y  cuanto 
con  los  accidentes  de  aquél  se  relaciona. 


II 


Preciso  es  confesar,  para  rendir  el  culto  debido  á  la 
exactitud  histo'rica,  que  no  existe  referencia  ni  dato  contem- 
poráneo que  indique  se  hiciera  en  tiempo  alguno  retrato  del 
Almirante  durante  los  días  de  su  vida.  Lanzados  al  terreno 
de  las  conjeturas  y  buscando  lo  más  probable,  examinaremos 
las  diferentes  épocas  de  su  permanencia  en  España,  en  que 
pudiera  haber  interés  y  ocasio'n  de  conservar  su  imagen. 

Desde  luego  podemos  descartar  todo  el  período  largo  y 
trabajoso,  que  antecedió'  al  embarque  en  el  puerto  de  Palos. 
Desde  1484  hasta  1492  no  fué  Colón  persona  notable  entre 
los  cortesanos  y  caballeros  que  acompañaban  á  los  Soberanos, 
ni  se  hacía  señalar  en  las  poblaciones  donde  habitaba,  más 
que  por  lo  atrevido  de  sus  proyectos,  por  la  rareza  de  sus 
razonamientos  y  por  su  porte  extraño  cuanto  mísero,  que 
hizo  que  más  de  una  vez  lo  apostrofaran  de  maniático.    No 


APÉNDICES 


865 


hay  que  buscar,  pues,  en  esa  primera  época,  retrato  del 
genovés  que  tanta  gloria  había  de  proporcionar  á  la  nacio'n, 
y  que  entonces  andaba  envuelto  en  una  capa  raída.  No  había 
en  aquel  tiempo  gran  pasio'n  por  los  retratos,  y  era  éste  un 
honor  que  so'lo  se  concedía  á  los  Monarcas  y  á  personajes  de 
las  más  elevadas  gerarquías,  entre  los  cuales  no  podía  enton- 
ces colocarse  de  modo  alguno  al  peticionario  extranjero,  al 
pobre  arbitrista  mantenido  por  la  esplendidez  de  algunos 
nobles  y  por  la  generosidad  de  los  Soberanos. 

Desde  que  Colón  desembarco'  en  el  puerto  de  Palos  en 
el  mes  de  Marzo  de  1493,  hasta  que  en  25  de  Septiembre 
del  mismo  año  se  hizo  nuevamente  á  la  vela  para  colonizar 
en  las  islas  que  había  descubierto,  puede  considerarse  que 
fué  la  figura  más  sobresaliente  de  toda  España ;  el  hombre 
que  más  llamaba  la  atención  y  aquel  á  quien  todos  deseaban 
conocer.  Esta  parecía  la  ocasio'n  más  propicia  para  que 
los  Reyes  mismos  o'  algunos  entusiastas  de  su  empresa  y 
apasionados  de  su  persona,  hubieran  querido  conservar  su 
recuerdo  cuando  iba  á  exponerse  á  nuevos  peligros  y  á  per- 
derse tal  vez  en  mares  desconocidos.  Pero  la  conjetura  no 
traspasa  los  límites  de  lo  probable;  porque  no  se  conserva 
noticia,  según  ya  dijimos,  de  que  se  le  hubiera  retratado  en 
Sevilla,  en  Barcelona  o'  en  Cádiz,  y  la  misma  notoriedad  que 
entonces  acompañaba  á  todos  los  actos  del  Almirante, 
hubiera  sido  causa  de  que  no  dejara  de  consignarse  que  se 
había  hecho  su  retrato. 

En  aquellos  meses  la  existencia  de  Colón  fué  muy 
agitada,  muy  ocupadas  sus  horas.  En  Palos  y  en  Sevilla, 
preparándose  para  ir  á  la  corte  de  los  Reyes,  y  escribiendo 
las  relaciones  de  su  viaje;  en  Barcelona,  refiriendo  á  don 
Fernando  y  á  doña  Isabel  las  singulares  condiciones  de  las 
islas  visitadas,  las  maravillas  de  su  suelo,  la  riqueza  de  sus 
producciones,  y  las  esperanzas  que  podían  abrigarse  de  ex- 
tender la  religio'n  cristiana  entre  infinitas  gentes  sencillas  é 
incultas,  y  aumentar  el  poder  de  la  monarquía  española  con 
Cristóbal  Colón  t.  11.  — 109. 


866 


CRISTÓBAL  COLON 


\^  eab¿a^*^g'E7=r^^ 


territorios  cuya  extensión  no  era  posible  calcular.  Desde 
luego  pensaron  los  Reyes  enviar  allá  una  numerosa  escuadra 
provista  de  todo  lo  necesario  para  una  colonizacio'n  estable  y 
duradera,  comenzando  á  dictar  multitud  de  o'rdenes  y  á 
tomar  medidas  de  índole  muy  varia,  para  todo  lo  que  era 
consultado  Colón,  y  se  seguían  sus  consejos  sin  variación 
alguna,  como  de  la  persona  más  competente.  Su  ocupacio'n, 
pues,  era  continua,  sus  atenciones  muchas;  y  al  trasladarse 
desde  Barcelona  á  Sevilla  para  dirigir  personalmente  el 
armamento  de  la  escuadra,  crecieron  sus  obligaciones  hacién- 
dose más  perentorias,  porque  los  Reyes  daban  prisa  para 
que  saliera  inmediatamente,  por  temor  de  las  resoluciones 
que  pudiera  tomar  el  rey  de  Portugal. 

No  es  probable  que  en  aquel  tiempo  pensara  el  Almi- 
rante más  que  en  atender  á  las  graves  responsabilidades  que 
sobre  él  pesaban:  buscar  hombres;  acopiar  provisiones  y 
cumplir  las  repetidas  ordenes  que  los  Monarcas  le  comu- 
nicaban. 

A  la  vuelta  del  segundo  viaje  desembarco'  en  Cádiz  á 
principios  del  mes  de  Junio  de  1496.  Hospédale  entonces 
en  su  rectoría ,  Andrés  Bernáldez ,  el  cura  de  los  Palacios ,  y 
aunque  describe  su  persona,  no  hace  memoria  de  retrato 
alguno  que  lo  representase.  Sin  embargo,  en  esta  época  sería 
cuando  podría  señalarse  con  mayor  probabilidad  la  ocasión 
de  haber  sido  trasladado  al  lienzo  o'  en  tabla;  pero,  en  verdad, 
debe  recordarse  que  aunque  su  permanencia  entonces  fué 
muy  dilatada,  pues  no  se  hizo  á  la  vela  para  el  tercer  viaje 
hasta  el  último  día  del  mes  de  Mayo  de  1498,  no  fueron 
tranquilos  sus  días,  y  entre  las  atenciones  de  su  cargo,  el 
apresto  de  la  flota,  las  peticiones  á  los  Reyes  y  las  com- 
plicaciones, dificultades  y  disgustos  que  le  acarreaba  de 
continuo  la  mala  voluntad  del  obispo  Fonseca,  no  debió' 
quedarle  mucho  espacio  ni  gusto  para  dedicarse  á  un  acto 
que  entonces  reclamaba  largas  horas  de  exposicio'n  del 
modelo   ante  el  artista.    Además,   al  regresar  del  segundo 


APÉNDICES 


867 


viaje  el  Almirante,  había  decaído  ya  mucho  el  entusiasmo 
por  su  empresa.  Los  descontentos  que  habían  vuelto  con 
fray  Bernardo  Boíl  y  con  mosén  Pedro  Margarit,  habían 
pintado  con  muy  negros  colores  la  situación  de  lá  colonia, 
esparciendo  el  rumor  de  que  había  mucha  exageración  en  las 
grandezas  narradas  por  Colón,  y  que  lejos  de  traer  ventajas 
el  descubrimiento,  se  sepultarían  en  las  Indias  los  caudales 
del  tesoro  de  España  y  gran  número  de  sus  hijos;  por  todo 
lo  cual  se  notaba  cierto  vacío  alrededor  del  Almirante. 

A  pesar  de  todo  esto,  ésta  es  la  época  más  favorable 
para  que  pudiera  copiarse  su  figura,  y  por  las  circunstancias 
del  traje  y  de  la  edad  á  ella  parece  referirse  la  antigua  tabla 
de  que  luego  nos  ocuparemos. 


m 


Pero  dado  el  supuesto  de  que  Colón  fuera  retratado  en 
esta  segunda  época,  o'  que  lo  fuera  en  la  anterior  de  1493, 
cuando  recorrió  todo  el  ámbito  de  España  desde  Sevilla  á 
Barcelona,  vienen  naturalmente  las  otras  cuestiones  que 
indicábamos.  ¿En  qué  lugar  pudo  hacerse  el  retrato?  ¿Qur 
artistas  pudieron  ocuparse  en  aquel  trabajo?  Acerca  de  L 
primero  no  puede  formarse  conjetura:  no  hay  dato,  ni 
indicacio'n,  ni  sospecha;  y  faltando  como  falta  la  evidencia 
de  haberse  hecho  la  pintura,  es  imposible  que  se  indague  el 
punto  en  que  debió  hacerse. 

Pero  no  sucede  lo  mismo  en  cuanto  al  artista.  Los 
retratos  que  con  mayores  visos  de  autenticidad  se  ofrecen  al 
examen  de  los  entendidos,  son  obras,  según  parece,  de  auto- 
res muy  notables  en  la  historia  del  arte.  La  tabla  que  pro- 
cedente de  los  señores  de  Cuccaro  vino  á  poder  del  conde 
Rosselly  de  Lorgues,  y  éste  publico'  al  frente  de  varias 
ediciones  de  su  vida  de  Colón,  se  suponía  de  mano  de  An- 
tonio del  Rinco'n,  y  así  lo  expresaba  la  nota  que  la  acom- 


'^*^:S 


smi) 


868 


CRISTÓBAL  COLON 


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paño:  ((Único  retrato  verdadero  de  Cristóbal  Colon,  atribuido 
á  Antonio  del  Rincón.»  El  cuadro  existente  en  la  Biblioteca 
Nacional  de  Madrid,  y  que  se  juzga  ser  el  mismo  que  tenía 
en  su  coleccio'n  famosa  el  obispo  de  Nocera  Paulo  Jovio, 
es  clasificado  de  muy  antiguo  por  los  inteligentes,  como  obra 
de  la  escuela  florentina  y  estilo  de  los  discípulos  del  Bron- 
cino;  y  el  que  últimamente  ha  descubierto  en  Venecia  el 
discreto  arqueólogo  Antonio  della  Rovere,  se  cree  pintado 
por  Lorenzo  Lotto,  tal  vez  por  encargo  de  Angelo  Trivijiano, 
para  que  fuese  remitido  al  embajador  Malipieri  con  aquella 
copia  de  la  carta  diseñada  por  Cristóbal  Colón,  que  hizo 
se  sacase  en  la  villa  de  Palos  en  gran  tamaño,  como  en  su 
lugar  dejamos  consignado. 

Vamos  á  ocuparnos  de  este  último,  dándole  el  primer 
lugar  en  nuestro  examen,  porque  siendo  el  más  reciente,  es 
el  que  ha  llamado  más  poderosamente  la  atencio'n  en  estos 
últimos  tiempos;  y  porque,  siguiendo  este  orden,  vendremos 
á  terminar  nuestro  estudio  con  el  de  la  tabla  existente  en  la 
Biblioteca  Nacional,  que  es  por  muchas  razones  el  objeto 
principal  de  este  Apéndice. 

Se  ha  dado  al  público  este  retrato  acompañado  de  un 
trabajo  del  Sig.  Salvatore  Raineri  ^,  del  cual  extractaremos 
las  noticias  principales  que  á  él  se  refieren,  toda  vez  que  el 
cuadro  original  nos  es  desconocido,  y  so'lo  podemos  juzgar 
de  la  cabeza,  que  en  precioso  grabado  acompaña  al  artículo. 

((El  retrato  del  Lotto,  dice,  está  pintado  en  lienzo,  tal 
vez  para  transportarlo  enrollado,  3^  mide  0,82  centímetros 
por  0,93.  El  color  del  rostro  y  cuello  es  moreno;  las  dimen- 
siones de  la  cara  son  24  centímetros  y  la  misma  distancia  se 
observa  entre  la  barba  y  la  parte  inferior  del  pecho;   luego 


'     Revista  marítima. — Luglio. — Agosto  1890. — Roma:  tip.  del  Senato. 


APÉNDICES 


869 


si  el  retrato  es  exactamente  del  tamaño  natural ,  la  estatura 
del  sujeto  debía  ser  á  lo  menos  de  1  metro  75,  6  sea  la 
altura  más  que  mediana  que  dijo  Fernando  Colo'n.  Viste 
traje  rojo,  6  escarlata,  terminado  sobre  el  pecho  por  una 
cinta  blanca.  Sobre  la  ropilla  interior,  amplio  tabardo  negro 
adornado  con  piel  oscura.  Sale  bajo  el  tabardo  el  brazo 
derecho,  y  en  la  mano  tiene  una  carta  náutica  con  los 
nombres  de  las  islas  descubiertas  por  Colón;  la  mano 
izquierda,  que  sostiene  una  de  aquellas  ampolletas  usadas 
por  los  marinos 

per  mirare 

Quante  ore  con  un  vento  siano  andati, 
E  quante  íniglia  per  ora  arbitrar  el  ' 

se  apoya  sobre  un  volumen  de  Aristo'teles  en  una  mesa 
baja.» 

«El  fondo  del  cuadro  es  gris,  y  en  el  centro  á  través  de 
una  ventana  se  descubre  una  isla  cubierta  de  verdura.» 

«El  cuadro  fué  más  ancho  que  alto,  y  esta  circunstancia 
inclinaría  á  creer  que  estuvo  destinado  á  figurar  en  la  carta 
que  Trivijiano,  por  mediacio'n  de  Colón,  hizo  dibujar  en 
Palos  {(Copiosa  é  particolar  di  quanto  paese  é  scoperto,  é fatta 
Jar  dall  compasso  grande  2.» 

«Para  reducir  el  cuadro  á  mejores  proporciones,  y  por 
estar  deterioradas  las  extremidades,  fueron  cortadas  éstas, 
y  el  que  hizo  la  operación  afirma  que  á  la  derecha,  detrás 
de  los  libros,  se  descubrió'  la  cabeza  de  un  moro  o'  árabe  con 
birrete  colorado.  Era  sin  duda  alguna  la  efigie  del  rey 
sarraceno  o'  beréber  de  las  Canarias  3,  que  fué  regalado  á  la 
Señoría  por  los  Reyes  de  España   con  papagallos  y   otras 


•y^'' 


^'fe^ 


»     Leonardo  Dati. — Canto  III. 

*  MoRELLi,  Lettera  rarhsima,  pág.  44.— Véase  íntegra  á  la  pág.  416  de 
este  tomo. 

»  Bembo  le  llama  Rey  de  las  islas  Afortunadas.  (ístoria  Véneta,  1780, 
pág.  181). 


870 


CRISTÓBAL  COLON 


c^ 


curiosidades,  antes  del  lo  de  Junio  de  1496,  y  llevado  á 
Venecia  por  Francisco  Capello  en  1497,  como  puede  verse 
en  los  diarios  de  Malipieri  y  de  Sañudo  y  en  los  registros  del 
Senato-Terra,  que  lo  envió'  á  Padua  en  2  de  Junio  de  1497  S 
Lotto  lo  puso  en  el  retrato  ciertamente  para  identificar 
mejor  á  Colón.)) 

«El  lienzo  está  pintado  á  la  manera  bellinesca,  que  uso 
el  Lotto  hasta  1509.» 

«Ahora  nace  la  cuestión  de  si  este  pintor  pudo  estar  en 
España  entre  los  años  de  1500  y  150a.)) 

«Lomazzo,  Ridolfi  y  Tassi,  creyeron  á  Lotto  natural  de 
Bérgamo:  Milanesi  y  Lermolieíf  2,  trevisano:  Federici  y 
Frizzoni,  veronés:  Vasar  i  y  Lanzi,  veneciano,  y  tal  resulta 
ser  por  los  documentos  hallados  en  Treviso  3,  donde  residía 
el.  6  de  Septiembre  de  1503.  Por  cierta  maestría  que  se  ve 
en  la  ejecución  del  san  Jerónimo  del  Louvre,  hecho  en  el  año 
1500,  cree  Lermolieff  que  Lotto  pudo  nacer  en  el  año  147Ó. 
Su  biografía  revela  una  existencia  nómada,  y  por  tanto  no 
es  improbable  que  pudiera  haber  hecho  un  viajé  á  España 
formando  parte  de  la  comitiva  del  embajador  Dominico  Pi- 
sani,  como  la  formo'  de  la  que  llevo'  á  Roma  Jorge  Pisani 
en  1508  y  1509,  Las  dos  fechas  del  cuadro  del  Louvre  y 
del  documento  de  Treviso  no  serían  obstáculo,  pues  el  san 
Jerónimo  pudo  ser  pintado  en  la  primera  mitad  de  aquel 
año  (1500),  y  como  la  embajada  volvió  á  Venecia  en  1502, 
bien  pudo  Lotto  haber  ido  á  España  en  1501.» 

«Algunos  opinan  que  Trivijiano  pudo  traer  consigo  de 
España  un  retrato  de  pequeñas  dimensiones,  que  hubiera 
sido   ampliado    por    Lotto   hasta   el   tamaño   natural;    pero 


i 


A  /-/ 


'  Concordando  las  fechas  el  beréber  debió  llegar  á  España  con  las  cara- 
belas de  Torres,  que  trajeron  500  indios  de  Haití.  El  nombre  de  beréber  ó 
azenaga  se  encuentra  en  el  viaje  de  Alvize  de  Mosto,  é  indica  los  africanos  de 
color  rojizo  para  diferenciarlos  de  los  de  color  negro. 

«     Lermolieff  (Morelli).  Die  ÍVerke  It.  Meister,  39. 

*    Bampo,  Arch.  Ven.  XXXII,  169. 


APÉNDICES 


871 


» 


sería  cosa  sorprendente  que  el  pintor  hubiera  podido  dar 
á  un  retrato  la  vivísima  expresio'n  que  tiene  el  nuestro,  sin 
haber  visto  la  persona,  especialmente  si  la  expresión  es  tan 
natural  y  notable  como  en  el  retrato  del  Lotto.» 

No  son,  á  decir  verdad,  muy  robustos  los  argumentos 
que  de  suposición  en  suposición  va  formando  el  Sig.  Raineri 
para  dar  fuerza  á  sus  opiniones.  Mas  á  pesar  de  ello  el 
retrato  merece  atencio'n  por  sí  mismo  y  por  varias  coinci- 
dencias en  que  después  nos  ocuparemos. 


IV 


El  retrato  que  poseían  los  señores  de  Cuccaro,  y  que  se 
creía  llevado  de  España  por  Baltasar  Colombo,  cuando  re- 
greso á  Italia  después  del  pleito  de  sucesio'n,  parece  que 
había  pasado  á  manos  del  conde  Rosselly  de  Lorgues,  y  se 
estimaba  obra  de  Antonio  del  Rincón.  Cabe  en  lo  posible 
que  así  fuera;  mas  debe  repetirse  la  observacio'n  ya  hecha, 
de  no  existir  dato  que  se  refiera,  ni  siquiera  indirectamente, 
á  que  aquél  se  ocupara  en  trazar  la  efigie  del  primer 
Almirante.  Pudo  hacerlo,  porque  fué  uno  de  los  artistas  más 
notables  de  su  época,  tanto  que  principio'  á  separarse  de  la 
rigidez  bizantina,  dando  más  naturalidad  á  las  tintas  de  las 
carnes  y  redondeando  la  dureza  de  los  pliegues,  como  se  nota 
en  los  cuadros  del  retablo  de  Robledo  de  Chávela,  creándose 
un  estilo  propio,  por  lo  que  se  dice  fué  nombrado  pintor  de 
los  Reyes  Católicos,  cuyos  retratos  hizo  para  el  retablo  del 
altar  mayor  de  San  Juan  de  los  Reyes.  Nació'  en  Guadalajara 
en  1445  y  murió  probablemente  en  Sevilla  el  año  1500, 
según  conjetura  de  don  Juan  A.  Ceán  Bermúdez  '.  Retrato'  al 


•     Además  de  lo  que  este  erudito  historiador  de  las  bellas  artes  dice  en  su 
Diccionario  histórico  de  los  más  ilustres  profesores  de  las  bellas  artes  de  España, 


872 


CRISTÓBAL  COLON 


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maestro  Antonio  de  Nebrija,  y  la  reproduccio'n  de  aquel  cua- 
dro, grabada  en  cobre,  se  ve  en  las  antiguas  ediciones  de  algu- 
nas obras  del  Nebrisense,  como  en  su  edicio'n  de  las  Geo'rgicas 
y  la  Eneida  de  Virgilio,  hecha  en  Granada  en  el  año  de  1546. 
Que  el  retrato  es  obra  de  Antonio  del  Rincón  lo  dice  el  mis- 
mo hijo  de  Nebrija  en  los  versos  latinos  que  acompañan  al 
grabado;  y  si  de  este  dato  puede  deducirse  el  intento  del 
artista  de  conservar  las  imágenes  de  los  varones  más  notables 
de  su  tiempo,  nada  más  natural  que  creer  hiciera  el  retrato 
de  Cristóbal  Colón  á  cuyo  lado  vivid  muchos  meses  en  la 
corte  de  los  Reyes.  Pero  aun  concediéndolo,  faltaría  todavía 
la  demostración  de  que  aquella  tabla  original  sea  la  que 
poseyeron  los  señores  Colombo  de  Cuccaro,  pues  no  creemos 
exista  documento  que  lo  justifique,  ni  se  sabe  que  5^a  en  ma- 
nos del  conde  Rosselly  de  Lorgues,  o'  antes,  lo  hayan  recono- 
cido personas  peritas  que,  por  el  estilo  del  cuadro,  por  su 
dibujo  y  colorido,  por  el  estado  de  la  tabla  y  por  los  muchos 
accidentes  que  deben  tenerse  en  cuenta  para  la  clasificación 
de  las  obras  pictóricas,  la  hayan  atribuido  á  Antonio  del 
Rinco'n,  ni  uno  siquiera  que  hubiera  dicho  que  era  pintura 
contemporánea  de  este  artista  y  del  Almirante.  Lo  dice  el 
conde  historiador,  y  lo  conceptúa  único  retrato  verdadero; 
pero  solo  bajo  su  palabra,  que  no  es  por  cierto  artículo  de 
fe,  y  hasta  sin  indicar  siquiera  por  qué  razones  es  atribuido 
al  pintor  que  hizo  los  de  los  Reyes  Cato'licos  y  el  del  maestro 
Nebrija. 


V^:v 


(tomo   IV)   pueden   verse   algunas   noticias   sobre   Rincón   en   las   obras   si- 
guientes : 

—Discursos  apologéticos  en  que  se  defiende  la  ingenuidad  del  arte  en  la  pintura, 
por  donjuán  de  Butson.— Madrid,  por  Luis  Sánchez,  1626. 

—Parnaso  español  pictórico  laureado,  por  don  Antonio  Palomino  Velasco.— 
Madrid,  1724, 

—  Viaje  de  España,  por  don  Antonio  Pons.— Madrid,  1773,  i"  8.°,  tomo  II. 

—  El  Arte  en  ^í/í7/7a.— Madrid,  Galiano,  1869,  tomo  VIII. —Artículo  Antonio 

del  Rincón,  por  don  Gregorio, Cruzada  y  Villaamil. 


APÉNDICES 


873 


La  tabla  de  la  Biblioteca  Nacional  tiene  larga  historia. 
Pintada, — según  hoy  puede  asegurarse  sin  vacilacio'n  ni 
duda,  porque  su  estilo  lo  declara, — en  la  primera  mitad  del 
siglo  XVI  y  según  toda  probabilidad  de  escuela  florentina; 
repintada  luego  en  época  que  no  puede  fijarse;  y  variado  el 
rostro  del  personaje,  su  vestido  y  hasta  la  inscripcio'n  que  en 
la  parte  superior  se  descubre,  por  mano  imperita  trazada  y 
con  una  intencio'n  que  no  es  fácil  calificar,  pues  sin  duda  se 
pretendió'  mejorar  el  retrato,  había  llamado  muchas  veces  la 
atencio'n  de  personas  doctas,  que  la  miraban  con  interés,  cre- 
yendo descubrir  en  aquel  cuadro  rasgos  de  mayor  antigüedad. 

Ocupándose  de  él  el  señor  don  Valentín  Carderera,  cuya 
competencia  en  la  materia  es  por  todos  reconocida,  decía  en 
su  informe  á  la  Real  Academia  de  la  Historia  ^ : 

((El  que  se  conserva  en  la  sala  de  índices  de  la  Bibliote- 
ca Nacional  de  esta  corte,  es  el  más  antiguo  de  cuantos  hemos 
visto  en  España:  está  ejecutado  en  tabla,  es  de  unos  dos 
pies  de  alto  y  con  poca  diferencia  igual  en  su  tamaño  al  de 
la  casa  de  ^íalpica  ^  y  al  presunto  de  la  isla  de  Cuba. 
Creemos  que  merece  analizarse  esta  pintura,  á  la  cual  tenía 


•  Informe  sobre  los  retratos  de  Cristóbal  Colón,  su  traje  y  escudo  de  armas, 
leído  en  la  Real  Academia  de  la  Historia  por  su  autor  don  V.  Carderera;  indi- 
viduo de  número. — Memorias  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  tomo  XVIII, 

P%-  25. 

*  Describiendo  este  retrato  había  dicho  antes  el  señor  Carderera: 

«  El  primer  retrato  que  se  presenta  en  nuestro  examen  es  un  lienzo  de  dos 
pies  de  alto,  que  conservan  en  esta  corte  los  señores  marqueses  de  Malpica.  En 
él  se  ve  á  Colón  de  busto  solamente,  con  ropilla  ó  sotana  negra,  descubierto 
levemente  el  borde  de  la  camisa,  y  terciado  por  delante  el  manto  de  color  verde 
muy  osciu-o.  En  el  borde  superior  se  lee  este  epígrafe:  Cristoforus  Ligur  novi 
orbis  repertor.  Aunque  esta  pintura  cuente  casi  tres  siglos  de  antigüedad,  desgra 
ciadamente  no  es  más  que  una  copia,  harto  abreviada,  del  retrato  colocado  en 
la  serie  de  varones  ilustres  de  la  galería  de  Florencia,  que  así  como  otros  de 

Cristóbal  Colón,  t.  ii.— no. 


874 


CRISTÓBAL  COLON 


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especial  predilección  nuestro  difunto  y  sabio  director  señor 
Navarrete,  que  trato'  de  reproducirla  en  la  impresión  de  los 
viajes  del  Almirante. 

«¿Este  retrato,  por  ser  el  más  antiguo  que  conocemos, 
será  copia  de  alguno  hecho  por  el  natural  en  nuestra  penín- 
sula? ¿Será  acaso  de  los  que  sirvieron  de  tipo  para  el  del 
museo  expresado  de  Paulo  Jovio,  o'  será,  por  el  contrario, 
copia  de  éste,  traída  de  Italia  á  mediados  del  siglo  xvi, 
cuando  entre  los  magnates  españoles  que  volvían  de  aquellas 
regiones,  se  despertó  la  afício'n  á  los  retratos  histo'ricos  y  á 
todos  los  objetos  de  bellas  artes? 

»  Dos  razones,  no  de  gran  fuerza,  podrían  dar  visos  de 
probabilidad  á  lo  primero.  Consistiría  la  una  en  la  diferencia 
del  traje,  porque  el  ropo'n  con  pieles  ajustado  y  cruzado  por 
delante,  es  vestido  algo  diverso  del  de  los  retratos  que  cono- 
cemos. Pero  un  escrupuloso  examen  nos  persuade  ser  aquel 
ropo'n  postizo,  y  obra  de  un  restaurador  moderno,  pues 
mirando  la  tabla  al  soslaj^o,  se  descubren  las  huellas  o'  pince- 
ladas casi  horizontales  de  los  pliegues  del  manto  echado 
sobre  los  hombros  cruzando  el  pecho,  con  que  se  ve  á  Colón 
en  la  galería  de  Florencia,  y  en  la  ya  citada  estampa  de 
A.  Capriolo. 

))La  segunda  razo'n  sería  que  este  último  retrato,  si 
bien  es  de  la  misma  sagma  y  está  en  idéntica  dirección  de  la 
de  nuestro  cuadro,  nos  presenta  á  Colón  con  su  cabellera 
larga,  y  con  la  calma  y  serenidad  de  un  héroe;  al  paso  que 
en  la  tabla  de  la  Biblioteca,  cierta  contraccio'n  de  las  cejas 
imprime  una  expresión  notable  de  tristeza,  que  parece 
retrata  el  estado  del  alma  del  ilustre  navegante  en  los  meses 
últimos  de  su  gloriosa  carrera:  diríase  que  lo  escaso  de  su 
cabellera  confirma  igualmente  esta  conjetura. 

))Por  desgracia,  las  razones  que  hay  para  probar  que  la 


diferentes  personajes,  esparcidos  por  la  corte,  del  tamaño  dicho,  fueron  copiados 
con  muy  ligeras  alteraciones  en  el  traje  y  en  la  edad,  durante  el  ultimo  tercio  del 
siglo  XVI,  de  los  del  famoso  museo  que  Paulo  Jovio  formó  en  su  granja. 


APÉNDICES 


875 


tabla  de  que  hablamos  es  una  copia,  son  muchas  y  de  gran 
peso.  Obsérvase  desde  luego  en  ella  el  tamaño  casi  igual  al 
de  los  retratos  de  Jovio,  o'  al  de  las  colecciones  que,  como 
las  de  Florencia,  se  formaron  copiando  aquéllos.  Idéntica  es 
la  proporcio'n  del  busto  de  tamaño  natural ;  idéntico  el 
epígrafe  colocado  del  propio  modo  en  la  parte  superior  del 
cuadro.  No  vemos,  por  otra  parte,  aquellos  trazos  y  pince- 
ladas seguras  y  dibujadas  que  dan  gran  carácter  de  verdad 
al  retrato « 


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VI 


'     Se  insertó  en  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  Madrid. — 
Fortanet,  1877,  tomo  I,  págs.  244-254. 


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Tal  era  era  el  cuadro  que  llamaba  la  atención  del  docto 
don  Martín  Fernández  Navarrete,  y  que  tanto  aprecio 
merecía  al  inteligente  don  Valentín  Carderera.  Mas  á  pesar 
de  lo  expuesto  en  la  erudita  Memoria  que  escribió'  el  último, 
pasaron  muchos  años,  desde  el  de  1847  á  1874,  -i"  ^^^ 
nada  se  hiciera  por  disipar  las  dudas  que  sobre  las  restau- 
raciones de  aquel  antiguo  retrato  había  manifestado  con  tan 
justificadas  causas,  ni  se  procurase  conocer  el  verdadero 
original  que  bajo  tantos  repintes  se  encubría. 

Manifesto'se  en  aquel  año  el  propo'sito  de  levantar  una 
estatua  á  Cristóbal  Colón,  en  el  Ministerio  de  Ultramar, 
y  con  tal  motivo  el  señor  don  Ángel  de  los  Ríos  y  Ríos 
dirigió'  á  la  Real  Academia  de  la  Historia  una  comunicacio'n  ¿«- 
Sobre  el  retrato  y  traje  más  auténtico  de  Cristóbal  Colón, 
fecha  en  Podreño  á  12  de  Octubre  de  1874  ',  en  la  que, 
dando  el  mismo  lugar  preferente  que  Navarrete  y  Carderera 
habían  dado  á  la  tabla  de  la  Biblioteca  Nacional,  exponía 
muchas  y  atinadas  observaciones  sobre  la  misma,  y  acerca  de 
otros  retratos,   así  como  sobre  su  traje  y   la  época  en  que 


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876 


CRISTÓBAL  COLON 


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pudo  ser  reproducida  su  imagen.  Contesto'  á  esta  comuni- 
cacio'n  el  señor  don  Valentín  Carderera  ',  insistiendo  en  su 
antigua  opinio'n,  robustecida  con  nuevo  y  más  cumplido 
examen  del  retrato,  y  á  estos  trabajos  debemos  la  restau- 
ración esmerada  que  del  cuadro  se  hizo,  presentando  un 
retrato  del  Almirante  por  todos  conceptos  digno  de  aprecio, 
y  que  llamo'  vivamente  la  atencio'n  de  los  americanistas 
más  distinguidos,  reunidos  en  Madrid  para  la  celebracio'n 
del  cuarto  Congreso  en  el  año  1881. 

«Resta  decir   algo,    escribía  el  señor  de  los  Ríos,   del 
retrato  existente  en  la  sala  de  índices  de  la  Biblioteca  Nacio- 
nal,  al  que  tenía  especial  predileccio'n  el  señor  Navarrete, 
razo'n  muy  digna  de  tenerse   en  cuenta  para  los  que  saben 
cuánto  profundizo'  la  historia  en  los  viajes  y  descubrimientos 
marítimos  de  los  españoles  nuestro  inolvidable  director.    El 
señor  Carderera  afirma  ser  este  retrato  el  más  antiguo  de 
los  que  hoy  se  conocen ;  pero  cree  que  es  una  copia  hecha  en 
Italia,  porque  tiene  igual  tamaño  que  los  retratos  del  museo 
de  Jovio  y  de  la  galería  de  Florencia;  la  tabla  es  de  madera 
de    chopo,    contra  la  costumbre  de  los  pintores   españoles, 
o'  que  pintaban  en  España,   y  el  estilo   es  amanerado  como 
el    de    la    escuela    florentina   de   fines   del    siglo  xvi;    cono- 
ciéndose á   través   del  ropo'n   forrado   de   pieles,  propio  de 
la  época  de  Carlos  V,   los  trazos  horizontales  de  la  toga  o' 
manto  que  manifiestan  la  copia  de  Florencia  y  el  grabado  de 
Capriolo.  Además,  juzga  que  ha  sido  este  cuadro  restaurado 
pocos  años  ha,  y  por  mano  inexperta,  conservando  la  forma 
general  de  la  fisonomía,   pero  alterando  algunos  detalles  y 
rasgos  característicos  de  ella.  >. 

«Resta  ahora  ocuparnos,  decía,  contestando  por  el 
mismo  tono  el  señor  Carderera,  del  retrato  al  oleo  existente 
en  la  Biblioteca  Nacional,   lo  que  haremos  con  tanto  mayor 


Se  encuentra  á  las  págs.  255  á  268  del  tomo  I  del  Bo/ef/n  antes  citado. 


APÉNDICES 


"^77 


gusto,  cuanto  que  convenimos  en  gran  parte  con  las  ideas 
del  señor  de  los  Ríos,  pues  así  que  leímos  su  erudita  Memo- 
ria nos  apresuramos  á  examinarlo,  ofreciéndonos  esto  motivo 
para  modificar  la  apreciación  que  hicimos  en  nuestro  primer 
informe ,  apreciacio'n  motivada  por  el  desagradable  efecto 
que  nos  produjo  la  vista  de  las  torpes  restauraciones  de  que 
estaba  llena  aquella  tabla,  por  el  extraño  ropo'n  moderno 
que  nos  desoriento'  extraordinariamente,  no  menos  que  por 
la  escasa  luz  y  altura  á  que  se  hallaba  colocado.  Así,  pronto 
sospechamos  que  pudiera  ser  una  de  las  casi  adocenadas 
copias  del  retrato  de  Colón,  procedentes  de  las  series  que 
se  hicieron  en  el  Museo  de  Jovio,  y  de  las  de  otros  princi- 
pales mencionados  aquí  y  en  nuestro  primer  informe,  repro- 
duciendo más  tarde  los  retratos  iguales  al  citado  grabado  de 
Capriolo.  Pero  habiendo  debido  posteriormente  á  la  amable 
cortesía  del  señor  Hartzenbusch,  entonces  dignísimo  director 
de  aquel  establecimiento,  el  hacer  despacio  un  nuevo  examen 
de  aquella  tabla,  observamos  lo  que  antes  nos  fué  imposible 
ver  por  las  razones  expresadas. 

«Entonces  nos  llamo  la  atencio'n  el  cabello  corto,  circuns- 
tancia que  señala  el  señor  Ríos,  y  que  necesitaba  un  atento 
examen,  hallándose  poco  visible  el  corte  y  teniendo  el  cuadro 
fondo  algo  oscuro 

))En  cuanto  á  las  diferentes  transformaciones  del  traje 
de  Colón,  que  nuestro  digno  académico  supone  en  la  refe- 
rida tabla  (aunque  nada  inverosímiles),  nos  parece,  atendida 
la  delgadez  de  la  parte  de  color  que  cubre  el  cuerpo,  no 
haber  tenido  más  que  las  que  creíamos  ver  en  nuestra 
primera  inspección;  ni  aún  el  que  haya  otra  cosa  debajo  del 
traje  primitivo,  d  de  marino  o'  de  sayal  franciscano,  si  es 
que  lo  hubo.  Observamos  en  lo  alto  del  pecho  algunos 
vestigios  de  color  menos  oscuro,  que  se  traslucen  en  dos 
pinceladas  en  direccio'n  oblicua  hacia  la  izquierda,  y  pudiera 
la  más  alta  marcar  el  borde  superior  del  capucho,  destacán- 
dose sobre  la  parte  sombreada  del  cuello.    Así  todo  lo  dicho 


878 


CRISTÓBAL  COLON 


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STE?  permite  sospechar  con  el  señor  de  los  Ríos,  que  debajo  de  la 
pintura  moderna  y  del  impropio  ropo'n  postizo,  pudiera 
descubrirse  una  copia,  aunque  deteriorada,  del  retrato 
primitivo,  con  el  traje  ya  citado,  como  de  fraile,  que  men- 
ciona el  cura  de  los  Palacios.  Si  éste  llega  á  descubrirse, 
bien  puede  sospecharse  que  la  tabla  de  la  Biblioteca  sea  una 
copia  del  expresado  retrato  primitivo,  entre  los  que  reunió 
Jo  vio  en  su  magnífico  Aiuseo  de  Como.» 


VII 


Las  opiniones  expuestas  dieron  el  resultado  más  cum- 
plido que  pudiera  desearse.  Movido  por  ellas,  y  por  su  amor 
al  insigne  navegante  el  señor  don  Cayetano  Rossell ,  jefe  de 
la  Biblioteca  por  fallecimiento  del  señor  Hartzenbusch,  pro- 
cedió con  gran  empeño  á  la  restauracio'n  de  la  discutida 
tabla,  valiéndose  de  la  reconocida  pericia  y  gran  inteligencia 
del  señor  don  Salvador  Martínez  Cubells,  restaurador  del 
Museo  Nacional,  que  tantos  aplausos  había  conseguido 
restaurando  el  grandioso  cuadro  de  San  Antonio  de  Murillo, 
después  de  la  sacrilega  mutilacio'n  de  que  fué  objeto. 

«Dio'  principio  el  señor  Cubells  á  su  tentativa,  escribe 
el  señor  don  Cayetano  Rossell  \  por  la  parte  superior  del 
cuadro,  por  la  leyenda  que  indicaba  el  nombre  del  personaje 
y  su  calidad,  y  las  letras  que  iban  raspándose  dieron  una 
variante  que  descubría  ya  la  primera  suplantación.  Debajo 
del  sustantivo  inventor  indiscretamente  usado  por  los  roman- 
cistas de  aquella  edad,  apareció'  la  abreviatura  de  repertor;  y 
prosiguiendo  la  operacio'n,  en  vez  del  renglo'n  que  decía: 

Cristo/.  Colombus  nori  (sic)  orhis  inventor, 

se  descubrió'  este  otro: 

Colomb.  Ligur,  novi  orhis  reptor. 


'     Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia.— 'i'omo  1,  p.lg.  326. 


APÉNDICES 


879 


» La  diferencia  entre  las  dos  últimas  voces  es  muy 
importante;  la  impropiedad  de  una  hace  resaltar  la  exac- 
titud de  la  otra;  invenire,  es  hallar  como  por  casualidad; 
reperire,  descubrir,  encontrar  lo  que  se  busca.  No  sutili- 
zamos nosotros  tanto  en  el  uso  de  estos  verbos;  pero  los 
franceses  emplean  el  reiicontrer  y  el  trouver  en  sentido  también 
distinto;  en  el  de  lo  casual  el  primero,  y  el  segundo  en  el 
que  se  refiere  á  propo'sito  deliberado.  De  tal  principio  ¿qué 
no  debía  esperarse?  Bastaba  una  enmienda  tan  desacertada 
en  el  epigrafista  para  atribuir  al  pintor  licencias  por  el  estilo. 

))Y  en  efecto,  á  medida  que  iba  despejándose  el  antiguo 
original  de  la  mancha  que  lo  oscurecía,  cobraba  vida  nueva 
y  existencia  natural  el  semblante  desfigurado;  y  cuando  tras 
uno  y  otro  día  de  labor  lenta  y  penosa  se  llevó  á  cabo  la 
deseada  restauración,  quedaron  plenamente  justificadas  las 
sospechas  concebidas  desde  el  principio. 


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» Los  ojos,  la  nariz,  el  labio  inferior,  el  óvalo  facial, 
imprimen  diverso  carácter  á  la  fisonomía,  trocando  su  pri- 
mera expresión  de  melancolía  y  desdén  en  cierto  aspecto 
reposado  y  grave;  propio  de  la  firmeza  de  ánimo  y  elevado 
pensamiento  del  que  con  asombro  de  una  y  otra  edad  realizó 
instintiva  ó  conscientemente  la  encubierta  profecía  de  Séneca. 

» Es  inútil,  concluye  el  señor  Rossell  como  síntesis  de 
su  informe,  añadir  otras  razones  á  las  expuestas  en  favor  de 
la  legitimidad  del  retrato  de  Cristóbal  Colón,  existente  en 
la  Biblioteca  nacional,  cuya  reciente  restauración  muestra  ser 
uno  de  los  más  antiguos  que  se  conocen;  el  cual  por  su  materia, 
forma,  semblante,  traje  y  demás  condiciones  que  le  distinguen 
ofrece  mayor  carácter  de  autenticidad  que  cuantos  se  conservan 
en  nuestros  museos  particulares.í) 


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CRISTÓBAL  COLON 


VIII 


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Entrando  en  el  examen  comparativo  de  estos  tres  retra- 
tos principales  y  que  con  mayores  pretensiones  de  antigüedad 
parece  que  trasladan  los  rasgos  del  Almirante,  haremos 
acerca  de  ellos  alguna  observación  general  que  parece  les  co- 
munica cierto  grado  de  autenticidad.  Esas  imágenes  del  des- 
cubridor que  parece  proceden  de  tan  diversos  orígenes,  que 
ninguna  de  ellas  puede  decirse  copia  de  la  otra,  y  que  si  se 
comprobaran  debidamente  sus  historias,  resultarían  hechas 
cada  una  por  un  artista  distinguido,  pero  de  diferente  escue- 
la, 5^  cada  una  de  ellas  en  una  época  de  la  vida  del  personaje, 
tienen  idéntica  posicio'n,  todas  perfiladas  hacia  la  derecha,  y 
en  todas  tres  guarda  también  analogía  el  traje,  tanto  en 
cuanto  al  cuello,  como  en  los  pliegues  del  manto  que  aparece 
terciado  en  una  forma  muy  semejante.  Estas  circunstancias 
lejos  de  contribuir  á  robustecer  la  opinio'n  de  los  que  á  cada 
uno  de  esos  retratos  atribuyen  una  procedencia,  más  bien 
concurriría  á  significar  un  origen  común,  un  tipo  único  que 
pudo  haberse  tomado  á  la  vista  del  original,  aún  cuando  al 
repetirlo  se  variasen  algunos  accidentes  por  gusto  del  artista 
que  copiaba  o  del  que  encargaba  la  copia.  No  son  éstas  más 
que  suposiciones  aventuradas;  pero  resulta  siempre  un  dato 
atendible  en  la  posicio'n  idéntica  de  las  cabezas  de  los  retra- 
tos, porque  de  ellas  puede  deducirse  la  idea  de  que  existía 
un  prototipo. 

¿Pudo  éste  ser  el  del  Lotto,  que  por  encargo  de  Angelo 
Trivijiano  se  hiciera  en  España  y  se  trasladara  en  Italia?  No 
encontramos  en  las  pruebas  que  para  justificarlo  se  presentan 
ninguna  que  sea  digna  de  estimarse:  todas  son  suposiciones 
de  entusiastas  que  apenas  pueden  indicar  una  posibilidad 
muy  remota.  La  única  circunstancia  digna  de  atencio'n  es 
el  retrato  mismo,  que  presenta  rasgos  de  la  fisonomía  que  se 


APÉNDICES 


revelan  igualmente  en  el  de  la  Biblioteca  Nacional,  y  aunque 
tal  vez  presenta  cierto  amaneramiento  á  la  atenta  mirada  del 
observador  escrupuloso,  bien  puede  considerarse  como  re- 
trato de  Cristóbal  Colón,  con  mejores  títulos  que  otros 
de  los  que  como  tales  han  corrido,  aunque  deba  al  talento 
del  artista  la  expresio'n  viva  que  le  anima  y  que  no  pudo 
obtener  á  vista  del  original.  Los  accesorios  que  en  el  cuadro 
se  indican  no  contribuirían  á  darle  carácter,  aunque  se  inter- 
pretaran en  la  forma  que  desea  el  docto  articulista  de  la 
Rivisla  Marittima;  pues  ciertamente  no  se  alcanza  en  qué 
podría  contribuir  á  identificar  la  imagen  del  Almirante,  el 
colocar  detrás  de  ella  la  cabeza  de  un  moro  beréber  con 
birrete  colorado,  aunque  se  pudiera  decir  que  era  el  Rey  de 
las  islas  Canarias,  pues  éste  vino  con  Antonio  Torres,  y  no 
pertenecía  á  los  países  descubiertos  al  Occidente. 

Mucha  atencio'n  merecería  el  retrato  que  poseyeron  los 
Colombo  de  Cuccaro,  obra  que  se  quiere  atribuir  á  Antonio 
del  Rinco'n ,  y  que  llevado  de  España  por  Baldassare 
Colombo,  parece  fué  vendido  al  conde  Roselly  de  Lorgues, 
si  de  algún  modo  pudiera  creerse,  no  ya  que  fuera  obra  del 
pintor  de  los  Reyes  Cato'licos,  sino  siquiera  pintura  contem- 
poránea del  gran  navegante,  aunque  se  ignorase  su  autor. 
Mas  tampoco  en  este  terreno  existe  dato  que  satisfaga  al 
investigador.  El  cuadro  no  ha  sido  reconocido  pericialmente, 
antes  ni  ahora,  o'  al  menos  en  ninguna  parte  consta  el 
dictamen  de  personas  entendidas;  y  aquella  fisonomía  se 
recomienda  solamente  por  la  semejanza  que  se  nota  con  los 
otros  cuadros  reconocidos  como  antiguos,  y  por  la  configu- 
racio'n  del  traje,  muy  parecido  al  de  la  estampa  grabada 
por  Aliprando  Capriolo  y  al  de  la  tabla  de  nuestra  Biblio- 
teca. 


Cristóbal  Colón  t.  ii.— iii. 


882 


CRISTÓBAL  COLON 


MM: 


IX 


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Y  por  último  nos  hallamos  en  presencia  del  retrato  de 
Cristóbal  Colón  que  ma3'ores  garantías  ofrece,  aunque  en 
nuestro  sentir  no  son  bastantes  á  producir  la  evidencia. 
Dejamos  hecha  su  historia  con  datos  procedentes  de  muy  res- 
petables autoridades;  mas  aun  concediéndoles  toda  la  fuerza 
y  valor  que  merecen,  todavía  nos  es  permitido  preguntar: 
¿Y  en  definitiva,  la  tabla  de  la  Biblioteca  Nacional,  que 
acusa  antiguo  origen,  3^  hoy  gozamos  en  su  primitivo  estado, 
es  original  o  copia?  Esta  es  la  primera  dificultad,  que 
ninguno  de  los  artistas  é  inteligentes  que  la  han  examinado, 
ha  podido  resolver.  Dudan  los  señores  Ríos  y  Rossell,  y 
tampoco  se  atreven  á  decidir  el  peritísimo  don  Valentín  Car- 
derera  ni  el  hábil  y  docto  Martínez  Cubells;  mas  ora  se  tenga 
por  la  misma  que  ocupo'  lugar  en  el  museo  de  Paulo  Jovio, 
ora  sea  copia  de  aquélla,  hecha  en  Italia,  parécenos  fuera  de 
duda  que  esa  imagen  del  gran  navegante  es  la  más  cercana 
á  los  tiempos  del  original  entre  todas  las  que  han  llegado 
hasta  nosotros.  Tal  vez  la  duda  estaría  á  punto  de  resol- 
verse, y  aun  antes  de  la  celebracio'n  del  centenario  pro'ximo, 
si  se  confirmase  la  noticia  que  hace  días  han  puesto  en 
circulacio'n  algunos  perio'dicos  importantes,  de  que  se  ha 
encontrado  en  Como,  en  la  coleccio'n  del  doctor  Dell'  Archi, 
el  cuadro  que  figuro  en  el  Museo  de  Paulo  Jovio.  Si  fuera 
cierto  tan  peregrino  hallazgo,  el  examen  comparativo  de  la 
tabla  de  nuestra  Biblioteca  Nacional  con  el  retrato  conser- 
vado en  Como,  daría  ocasio'n  á  deshacer  muchas  dudas.  Del 
cotejo  resultaría  la  antigüedad  relativa  de  cada  uno  de  ellos, 
y  si  eran  copia  exacta  el  uno  del  otro;  y  no  siéndolo  podría 
también  ponerse  en  claro  la  sospecha  manifestada  por  algu- 
nos doctos,  de  que  el  obispo  de  Nocera  hubiera  poseído  dos 


APÉNDICES 


883 


retratos  de  Colón  hechos  en  épocas  diferentes,  que  nunca 
nos  ha  parecido  probable. 

Si  en  efecto,  y  por  verdadero  azar  de  la  fortuna,  se 
confirmase  el  hallazgo,  juzgamos  anticipadamente  que  de  él 
ha  de  resultar  un  nuevo  dato  favorable;  pues  no  puede  ser 
otra  cosa  que  el  original  del  medallo'n  colocado  por  el  abate 
Francisco  Cancellieri  en  la  portada  de  su  libro,  de  que  muy 
pronto  vamos  á  ocuparnos,  y  que  en  nuestro  sentir  es  prueba 
muy  concluyente  y  significativa  en  pro  de  la  tabla  de  la 
Biblioteca  Nacional  de  Madrid. 

¿Se  hizo  ésta  en  presencia  del  modelo?  ¿Fué  pintada  por 
recuerdo,  o'  teniendo  presente  algún  pequeño  boceto  hecho 
á  la  vista  del  mismo  Almirante?  Imposible  responder  á  estas 
dudas.  Lo  que  casi  puede  asegurarse,  sin  temor  de  incurrir 
en  error  es,  que,  fuera  por  ser  verdadero  retrato  el  primi- 
tivo, o'  bien  por  ser  tomado  y  agrandado  de  un  dibujo  de 
menores  dimensiones,  la  tabla  en  cuestio'n  conserva  accidentes 
del  natural  que  no  pueden  ser  arbitrarios,  ni  salen  del  pincel 
del  artista  sino  cuando  los  toma  del  natural. 

Y  muy  aproximado  debía  de  ser  á  la  verdad,  cuando  el 
que  se  conservaba  en  la  casa  de  los  señores  marqueses  de 
Malpica  y  examino  el  señor  Carderera,  aunque  por  desgracia 
hoy  no  se  encuentra,  era  muy  parecido  al  de  la  Biblioteca 
después  de  la  restauracio'n ,  y  hasta  en  su  parte  superior 
tenía  la  misma  inscripcio'n  con  la  palabra  repertor,  á  que  tanta 
importancia  daba  el  erudito  señor  don  Cayetano  Rossell 
para  comprobar  la  antigüedad  del  cuadro. 

Finalmente,  hay  otro  dato  que  viene  también  á  aumen- 
tar el  caudal  de  indicios  que  á  favor  de  éste  que  examinamos 
concurren.  En  el  año  1809  el  abate  Cancellieri  publico' en 
Roma  un  curioso  y  erudito  libro  bajo  el  título  de  NoÜTJc 
storiche  et  bibliographiche  de  Christoforo  Colomho  di  Cuccaro 
nell  Monferrato   ^   y  en  la  portada  llama  la  atencio'n  un 


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El  libro  se  titula:  Dissertazioni  epistolari  bibliografiche  di  Francesco 


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884 


CRISTÓBAL  COLON 


grabadito  con  el  retrato  del  Almirante  en  un  todo  parecido 
al  que  posee  la  Biblioteca  Nacional ,  en  la  forma  y  expresión 
del  rostro  y  en  el  traje,  que  es  igual  enteramente.  Tal  seme- 
janza es  harto  significativa,  porque  Francisco  Cancellieri 
explica  la  procedencia  del  grabado  en  estos  términos  ^•. 


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«Si  se  tiene  en  cuenta  la  celebridad  del  personaje,  son 
pocos  todavía  los  retratos  suyos  que  adornan  las  pinacotecas 
y  los  grabados  que  enriquecen  las  preciosas  colecciones  de 
los  aficionados.  J.  Teodoro  de  Bry,  en  el  libro  impreso  en 
Francfort  en  1628,  con  el  título  de  Bihliotheca  sive  Thes- 
aunis  virtutis  et  gloria,  produce  su  efigie  que  le  fué  dada 
por  Boissard,  pero  que  no  se  sabe  de  do'nde  la  obtuvo.  Copia 
de  éste  es  el  que  adorna  en  forma  de  medallo'n  la  primera 
página  de  la  hermosa  edicio'n  de  Parma,  del  Elogio  impreso 
en  1781. 

«Diferente  de  éste  es  el  que,  grabado  por  Larmesin,  el 
padre,  se  inserto'  en  1682  en  el  Boletín  de  la  Academia  de 
Ciencias  y  Artes. 

«Difiere  también  de  estos  retratos,  tanto  en  la  fisonomía 
como  en  el  traje,  el  que  dibujado  por  Mariano  Mahella,  }'■ 
grabado  por  Fernando  Selma  figura  al  frente  de  la  Historia 
del  Nuevo  Mundo  de  Muñoz,  Madrid  1793,  en  el  primer 
volumen,  único  que  llego'  á  imprimirse  por  muerte  del 
autor. 

«Ahora,  gracias  á  los  solícitos  cuidados  del  benemérito 
editor  de  estas  Disertaciones,  traemos  á  ella  otro,  tomado  del 
antiguo  retrato  que  posee  el  Sig.  Fidel  Guillermo  Colombo, 
de  Cuccaro,  grabado  por  José  Colendi,  que  he  juzgado  debe 
preferirse  á  otros,  debiendo  creerse  que  es  el  más  exacto  y 
parecido,  por  haber  sido  conservado  por  sus  parientes » 


Cancellieri  sopra  Cristo/oro  Colombo  di  Cvccaro  nel  ATonferrato  discopritore 
deír  America,  é  Giovanni  Gersen  di  Cavaglia,  abate  di  S.  Stefano  in  Vercclli, 
avtore  del  libro  de  imitatione  CJiristi:  —  In  Roma,  per  Francesco  Bovrlie,  nel 
MDCCCIX. 

•     Página  180,  §LXXVI. 


APÉNDICES 


885 


El  parecido  entre  estos  retratos  dice  algo  en  su  favor, 
además  de  las  otras  circunstancias  que  ya  hemos  hecho 
notar  y  que  indican  su  antigüedad.  Cierto  que  esa  seme- 
janza pudiera  venir  de  haber  sido  copia  los  unos  de  los 
otros;  pero  sobre  no  ser  probable  tal  sospecha,  por  los  dife- 
rentes orígenes  de  esas  pinturas,  en  buena  lo'gica  parece  más 
bien  que  demuestran  proceder  todos  de  un  original  autén- 
tico, si  no  es  que  alguno  de  ellos  puede  ser  el  primitivo  que 
se  hiciera  en  presencia  del  Almirante. 

Pesando  todas  las  pruebas ,  y  tomando  en  consideracio'n 
los  antecedentes,  el  cuadro  más  digno  de  atencio'n  es  el  que 
posee  la  Biblioteca  Nacional.  En  él  se  encuentran  rasgos 
característicos  de  que  los  otros  carecen ,  y  que  nos  inclinan 
á  sospechar  por  el  estado  de  la  tabla  y  su  calidad,  por  el 
estilo  de  la  pintura  y  por  otros  accidentes,  sea  el  mismo  que 
poseía  el  obispo  de  Nocera  Paulo  Jovio  en  su  colección 
famosa,  y  que  hoy  no  se  encuentra  en  ninguna  de  las  dos  en 
que  se  dividió'  aquélla,  según  noticias  fidedignas,  o'  copia 
contemporánea  del  mismo;  que  esto  no  puede  decirse  sin 
tener  á  la  vista  ambos  ejemplares,  según  anteriormente 
dijimos. 

Satisface  mejor  al  inteligente  la  expresio'n  de  esta  fiso- 
nomía grave,  serena,  aunque  un  tanto  melanco'lica,  que  la 
del  retrato  nuevamente  publicado  como  obra  de  Lorenzo 
Lotto,  en  el  que  tomando,  sin  duda,  por  base  las  líneas 
generales  de  aquélla,  se  ha  querido  hacer  alarde  de  maestría 
en  el  arte  dándole  más  viveza  y  animacio'n;  y  también  son 
ambas  mucho  más  humanas,  y  con  más  detalles  del  natural 
que  la  del  retrato  publicado  por  el  conde  Roselly  de  Lorgues 
como  procedente  del  pincel  de  Antonio  del  Rinco'n,  con 
cuyo  estilo  no  se  le  ve  analogía  de  ninguna  clase.  No'tase, 
además,  en  ese  retrato,  mucho  de  convencional,  señalada- 
mente en  aquella  cabellera  larga  y  cuidada,  tan  impropia  de 
un  marino,  y  que  no  dice  bien  sobre  una  frente  pensadora, 
entregada    continuamente    á    trabajos    profundos    y    en    un 


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886 


CRISTÓBAL  COLON 


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hombre  cuyas  vigilias  fueron  tan  repetidas,  ora  por  el  estu- 
dio, ora  por  el  cuidado  de  sus  buques  y  la  observacio'n  de  la 
Naturaleza. 


X 


Bien  quisiéramos  completar  este  Apéndice  con  la  noticia 
y  juicio  de  los  muchos  grabados  que  en  el  transcurso  de 
cuatro  siglos  han  aparecido  con  el  intento  de  representar  la 
figura  de  Cristóbal  Colón.  Algunos,  entre  ellos,  son  dignos 
de  especial  mencio'n  y  estudio,  como  lo  fué  la  estampa  de 
Aliprando  Capriolo  para  el  señor  don  Valentín  Carderera, 
que  le  concedía  la  preferencia  sobre  otros  muchos  retratos. 

Entre  todos  ellos  hay  algunos  que  no  tienen  más  reco- 
mendacio'n  que  el  capricho  de  sus  poseedores,  y  no  repre- 
sentan á  Colón  sino  porque  así  lo  afirman  coleccionistas  6 
vendedores  interesados.  Notable  es  entre  éstos  el  que  se 
inserto'  en  las  Actas  del  Congreso  de  americanistas.  —  Segunda 
sección. — -Luxeniburgo,  iSjy, —  caricatura  extraña  de  un  viejo 
desdentado,  y  que  Mr.  Rink,  pintor  de  Nueva  York  cree,  o' 
desea  hacer  que  se  crea,  representa  al  primer  Almirante  que 
descubrió  las  Indias,  porque  tiene  en  la  mano  un  huevo, 
que  al  parecer  ha  sacado  de  un  cesto  de  ellos  que  tiene 
delante. 

((Representa,  escribe  el  señor  don  Cayetano  Rossell,  un 
viejo  septuagenario,  cubierto  con  un  chaqueto'n  de  nuestros 
días,  y  la  cabeza  con  una  gorra  de  pelo  corto  como  de 
nutria,  un  huevo  entero  en  la  mano  derecha,  y  delante  un 
cesto  en  que  asoma  otro  huevo  roto.  La  expresio'n  del  sem- 
blante entre  truhanesco  y  estúpido  es  por  demás  ridicula. — 
Aquí  tienen  ustedes,  parece  decir  Colón,  el  famoso  huevo. 
— Y  el  propietario  de  aquella  alhaja  supone  hasta  el  diálogo 
que  con  este  motivo  se  entablo'  entre  el  taumaturgo  y  el  que 
menospreciaba  su  ciencia.    No  merece  semejante  documento 


APÉNDICES 


88; 


tomarse  en  serio.    El  retrato  es  el  de  un  viejo  gastrónomo, 
según  el  vendedor  del  cuadro ;    al   comprador  se  le  antojo' 

nada  menos  que  un  Colón » 

Trabajo  ímprobo  y  cansada  labor  sería  la  de  examinar 
cada  uno  de  esos  grabados,  formando  su  historia  y  descri- 
biendo las  obras  en  que  se  encuentran.  Limitamos  el  nuestro, 
para  no  cansar  inútilmente  la  atencio'n  de  los  lectores,  á 
indicar  los  motivos  que  nos  han  decidido  á  dar  la  prefe- 
rencia al  retrato  de  Cristóbal  Colón  que  se  ha  reproducido 
para  adornar  el  presente  libro. 


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FIN    DEL    TOMO    SEGUNDO 


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ÍNDICE 


DEL   TOMO   SEGUNDO 


LIBRO  TERCERO 


(1493—1496) 


CONTINUACIÓN 


W9) 


CAPÍTULO  IX. —  I.  En  España. —  Llegada  de  las  cara- 
belas al  mando  de  Antonio  de  Torres. —  Disponen  los 
Reyes  el  envío  de  nueva  flota.  —  Bartolomé  Colón. 
— II.  Efectos  que  producen  los  informes  de  Torres 
y  de  sus  compañeros. — Cartas  de  Simón  Verde. — 
III.  Consecuencias  del  regreso  del  P.  Boil  y  de  Pedro 
Margarit. —  Sus  informes  y  quejas. —  IV.  Los  reyes 
comisionan  á  Juan  Aguado  para  que  pase  á  la  isla 
Española 

CAPÍTULO  X.— I.  En  la  isla.  Enfermedad  del  Almirante. 
Visita  al  Guacanagarí.  — II.  Llegada  de  las  carabelas. 
Sublevación  de  los  indios.  —  Expedición  de  Ojeda. 


Cristóbal  Colón,  t.  11.— 112 


890 


índice 


Prisión  de  Caonabó. —  IV.  Nuevos  socorros  de  Espa- 
ña. Batalla  de  la  Vega  Real 31 

CAPÍTULO  XI.  —  I.  Regreso  de  Antonio  de  Torres  con 
sus  cuatro  carabelas  á  España.  El  primer  cargamento 
de  esclavos. —  II.  Sumisión  de  los  indios.  El  tributo 
de  oro. —  III.  Las  minas  de  Hayna. —  IV.  Llegada  de 
Aguado  á  la  isla  Española.  Su  conducta  imprudente. 
Colón  se  determina  á  volver  á  España 57 

CAPÍTULO  XII.  —  I.   Horrorosa   tempestad   en    Isabela. 
Pérdida  de  las  carabelas  en  el  puerto. —  II.  Dificulta- 
des del  viaje  de  regreso.  El  hambre  á  bordo.  Llegada  ' 
al  puerto  de  Cádiz.. 81 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


LIBRO  TERCERO 


(A). —  Carta  del  doctor  Diego  Alvarez  Chanca,  Médico 
de  la  ciudad  de  Sevilla,  dirigida  al  Cabildo  de  la 
misma 

(B). —  Memorial  que  en  30  de  Enero  de  1494  envió  á  los 
Reyes  Católicos  el  Almirante  don  Cristoval  Colón, 
sobre  los  sucesos  del  segundo  viaje  y  necesidades  de 
la  nueva  colonia 

(0).  — Instrucciones  que  envió  CRISTÓBAL  COLÓN  á  mosén 

Pedro  Margante,  cuando  en  9  de  Abril  de   1493  le 

mandó  salir  á  reconocer  los  territorios  de  la  isla  Espa- 

-    ñola 

(D).— Escritura  de  Fray  Román,  del  orden  de  San  Geró- 
nimo, de  la  antigüedad  de  los  Indios,  la  qual,  como 


91 


108 


119 


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índice 


891 


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sujeto  que  sabe  su  lengua,  recojió  con  dilijencia  de 

orden  del  Almirante 123 

(E). —  Testimonio  de  haber  reconocido  la  tierra  firme,  cre- 
yendo que  lo  era  la  isla  de  Cuba,  por  el  escribano 
Fernand  Pérez  de  Luna 138 

(F)  —  La  enfermedad  de  las   Indias  que  contrajo  mosén 

Pedro  Margarit 143 

(G).—  Correcciones  del  P.  Fray  Bartolomé  de  las  Casas  de 
algunos  errores  en  que  incurre  Gonzalo  Fernández 
de  Oviedo 150 

(H).  —  Documentos  relativos  á  las  diferencias  entre  don 
Juan  de  Fonseca,  Obispo  de  Badajoz,  y  don  Diego 
Colón,  hermano  del  Almirante 153 


LIBRO  CUARTO 


1496 — 1500 


CAPITULO  PRIMERO.  — I.  El  Almirante  en  España. 
Viaje  desde  Cádiz  á  Burgos. —  II.  Recibimiento  que 
le  hicieron  los  Reyes,  órdenes  para  el  tercer  viaje. — 
III.  Dilaciones  imprevistas.  Distinciones  que  se  con- 
cedieron á  Colón. — IV.  Fundación  del  mayorazgo. — 
V.  Preparativos  para  la  expedición 159 

CAPÍTULO  II.  —  I.  Peticiones  del  Almirante  de  lo  nece- 
sario para  el  tercer  viaje.  Memorial  inédito.  Instrucción 
de  los  Reyes. —  II.  Salida  de  las  naves.  Suceso  de 
Jimeno  de  Briviesca.  —  III.  Acontecimiento  de  las 
islas  Canarias.  Salida  de  la  Gomera. —  IV.  Juan  Anto- 
nio Colombo 179 

CAPÍTULO  III. —  I.  En  el  mar.  Navegación  á  las  islas  de 


892 


ÍNDICE 


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Cabo  Verde.  Grandes  sufrimientos  en  el  viaje. — 
II.  Descubrimiento  de  la  isla  de  la  Trinidad.  Se  reco- 
noce la  costa  de  Paria. — III.  ¿Desembarcó  Cristóbal 
Colón   en  tierra  firme  del  continente  americano? — 

IV.  Rescate   de   perlas.    Ilusiones   del   Almirante. — 

V.  Sale  de  la  boca  del  Dragón  en  dirección  á  la  isla 
Española 

CAPÍTULO  IV. —  I.  En  la  isla  Española.  Trabajos  del 
Adelantado  después  de  la  partida  del  Almirante. 
Nuevas  poblaciones.  —  II.  Expedición  á  Xaraguá.  El 
tributo.  Behechio-Anacaona.  —  III.  Estado  de  Isabela. 
Castigo  en  la  Concepción.  Regreso  á  Xaraguá.  — 
IV.  Sublevación  de  Francisco  Roldan 

CAPÍTULO  V. — I.  Expedición  del  Adelantado  á  las  mon- 
tañas del  Ciguay.  Prisiones  de  Mayobanex  y  Guario- 
nex.  —  ll.  Los  insurrectos  del  Xaraguá.  —  III.  Tra- 
bajos del  Adelantado.  Llegada  del  Almirante. — 
IV.  Tratos  y  arreglos  con  Francisco  Roldan.  Conce- 
siones del-  Almirante.  Salida  de  varios  rebeldes  para 
España. — V.  Cartas  del  Almirante 

CAPÍTULO  VI. — I.  Exigencias  inmoderadas  de  P>ancisco 
Roldan.  Proyecto  de  avenencia.  —  II.  Nuevas  discor- 
dias. Informalidad  de  los  insurrectos.  Arreglo  defini- 
tivo  

CAPÍTULO  VIL— I.  Viaje  de  Alonso  de  Ojeda  y  Américo 
Vespucio.  Su  arribada  á  la  isla  Española. —  II.  Roldan 
enviado  contra  Ojeda. — III.  Nuevas  insurrecciones  de 
Hernando  de  Guevara  y  Adrián  Mojica.  Su  castigo. 
Pacificación  de  la  isla  por  el  Almirante 

CAPÍTULO  VIII.  — I.  Progresos  religiosos.  Dificultades. 
Castigos  por  causa  de  religión.  —  II.  Condición  de 
los  indígenas.  El  comercio  de  esclavos.  Las  enco- 
miendas  

CAPITULO  IX. —  I.  En  España.  Constancia  de  los  enemi- 
gos del  Almirante.  Su  trabajo  incesante  en  la  corte. — 
lí.  Nombramiento  del  comendador  Bobadilla.   Mesura 


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197 


219 


243 


265 


2«I 


^.01 


índice 


893 


de   los    Reyes.    Facultades    que    le    concedieron.  — 
III.  Triunfo  de  los  calumniadores  de  COLÓN.  Bobadilla 

sale  para  la  isla  Española 315 

CAPÍTULO  X.  —  I.  Llegada  del  comendador  Bobadilla  á 
Santo  Domingo.  Sus  primeros  actos  y  providencias. — 
II.  Prisión  de  los  tres  hermanos  don  Diego,  don  Cris- 
tóbal y  don  Bartolomé  Colón.  Informaciones  contra 
ellos.  Salen  para  España  aherrojados.  —  III.  Gobierno 
de  Bobadilla  en  la  Española.  —  IV.  Consideraciones 
sobre  este  período 329 


ACLARACIONES  Y  DOCUMENTOS 


LIBRO  CUARTO 

(A). — Documentos  referentes  á  la  preparación  del  tercer 
viaje. —  I.  Carta  de  Cristóbal  Colón  á  los  Reyes 
Católicos,  acerca  de  la  población  y  negociación  de  la 
Española  y  de  las  otras  islas  descubiertas  y  por  des- 
cubrir  361 

II. —  Real  Cédula  facultando  al  Almirante  para  que  tome  á 
sueldo  hasta  trescientas  treinta  personas  de  los  oficios 
que  se  señalan 3^4 

III. —  Instrucción  que  se  cita  en  la  Real  Cédula  que 
antecede,  dada  por  los  Señores  Reyes  Católicos  para 
la  población  de  las  islas  y  tierra  firme  descubiertas  y 
por  descubrir  en  las  Indias id. 

(B). — Documentos  sobre  la  insurrección  de  Francisco  Rol- 
dan. —  I.  Carta  de  los  rebeldes  á  el  Almirante.     .       .         368 

II.— Carta  de  Cristóbal  Colón  á  Francisco  Roldan.       .         369 


894 


índice 


III. — Salvoconducto  enviado  á  Francisco  Roldan.  .       .       .         370 

'A         IV. —  Otro  documento  de  salvoconducto id. 

(0). —  I.  Cartas  del  Almirante  sobre  la  insurrección.      .       .         371 

II.  —  Carta  de  Francisco  Roldan  al  Reverendísimo  muy 
magnífico  señor,  mi  señor  el  Arzobispo  de  Toledo.     .         375 

III.  —  Extracto  hecho  por  íray  Bartolomé  de  las  Casas  de 
la  carta  que  el  Almirante  escribió  á  los  Reyes,  expo- 
niendo las  razones  que  existían  para  declarar  la  nuli- 
dad del  convenio  ó  capitulación  firmado  con  los 
rebeldes  en  28  de  Septiembre  de  1499 381 

(D). — Treslado  de  una  carta  mensagera  qu'  el  Almirante         "^ 
escrivió  al  Ama  del  Príncipe  Don  Juan  (que  gloria 
aya)  el  año  de  1500  viniendo  preso  de  las  Indias.        .  382 

Notas  á  ia  carta  que  dirigió  Cristóbal  ColÓN  á  doña 

Juana  de  la  Torre .       .       .       .  390 

(E). — ^ Cartas  dirigidas  al  Cardenal  Cisneros  por  los  fi-ailes 
franciscanos  que  fi.ieron  á  América  (Octubre  de  1 500). 
Colección  de  MSS.  del  tiempo  de  Cisneros,  conser- 
vada en  la  Biblioteca  de  la  Universidad  Central.  .       .         392 


LIBRO  QUINTO 


1500 — 1506 


m 


CAPÍTULO  PRIMERO.— I.  Efecto  de  la  llegada  de  Cris- 
tóbal Colón  á  Cádiz.  Sensación  en  la  corte.— 
II.  Pensamiento  de  rescatar  el  Santo  Sepulcro.  El 
libro  de  las  profecías.  Cartas  al  pontífice  Alejandro  VI 
y  á  los  Reyes.  —  III.  Nuevas  proposiciones  del  Almi- 
rante. Se  le  autoriza  para  el  cuarto  viaje. — IV.  Cartas 
de  Angelo  Trivigiano 


399 


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índice 


895 


EPEÍii'^ 


CAPÍTULO  II. —  I.  Preparativos  en  Sevilla  para  el  cuarto 
viaje.  —  II.  Condiciones  en  que  emprendió  la  expedi- 
ción el  Almirante.  Salida  de  Cádiz.  Llegada  á  Arcila. 
III.  Desembarco  en  la  isla  de  Matinino.  Llegada  á 
Santo  Domingo 419 

CAPÍTULO  III.  —  I.  Nicolás  de  Ovando.  Condiciones  en 
que  fué  nombrado  Gobernador.  Su  llegada  á  la  isla 
Española. —  II.  Primeros  actos  de  su  administración. 
Juicio  de  los  rebeldes.  Bobadilla  y  Roldan  se  dispo- 
nen á  volver  á  España.  —  Ilf.  Llegada  de  Cristóbal 
Colón.  Sus  consejos.  Catástrofe 437 

CAPÍTULO  IV.—  I.  Viaje  del  Almirante.  Toma  de  pose- 
sión de  la  isla  de  los  Pinos. —  II.  Exploración  por  la 
costa  de  Honduras  y  de  Costa  Rica  en  demanda  del 
estrecho. —  III.  Navegación  dificultosa. — IV.  Regreso 
á  Veragua.  Reconocimiento  de  las  cercanías  del  río  de 
Belén.  Condición  y  costumbres  de  los  naturales  de 
Veragua 451 

CAPÍTULO  V. — I.  Proyecto  de  establecer  una  colonia  en 
el  río  Belén.  Prisión  del  cacique  Quibián  por  el  Ade- 
lantado. — II.  Grandes  peligros  que  corren  los  españo- 
les. Separación  de  los  buques. —  III.  El  Almirante 
vuelve  á  recoger  sus  hombres. — IV.  De  Veragua  á 
Jamaica.  Tempestades.  CoLÓN  hace  encallar  los  bar- 
cos para  habitar  en  ellos .       .         479 

CAPÍTULO  VI. —  I.  Un  año  en  Jamaica.  Primeras  provi- 
dencias. En  busca  de  provisiones. —  II.  Atrevido  pro- 
yecto  de  pasar  á  la  isla  Española  Méndez  y  Fieschi. 
Carta  á  los  Reyes. —  III.  Sublevación  de  los  hermanos 
Porras.  Sus  atropellos  en  la  isla.  Triste  situación  del 
Almirante.  El  eclipse. — IV.  Misión  de  Diego  Escobar. 
Ataque  de  los  rebeldes  á  las  carabelas.  Su  derrota. — 
V.  Salida  de  Jamaica 501 

CAPÍTULO  VII.  — I.  Viaje  de  Diego  Méndez  y  Barto- 
lomé Fieschi.  Sus  peripecias.  Llegada  á  Santo  Do- 
minero.  —  II.  Sucesos  de  la  administración  de  Ovando. 


896 


índice 


—  ]I1.  Horrores  en  Xaraguá.  Muerte  de  Anacaona. — 

IV.  Guerra  de  Higuey.  Crueldades  de  los  españoles. — 

V.  Resultado  de    las    instancias  de  Diego   Méndez. 
Llegada  de  Cristóbal  Colón  á  la  Española. 

CAPÍTULO  VIII.— I.  El  Almirante  en  Santo  Domingo. 
Carta  del  Comendador.  Recibimiento  que  le  hace 
Ovando. —  II.  Preparativos  para  el  viaje.  Vuelta  de 
Colón  á  España.—  III.  Llegada  á  Sevilla.    . 

CAPÍTULO  IX. —  I.  Últimos  momentos  de  la  reina  doña 
Isabel.  Sus  padecimientos  físicos  y  morales. —  II.  Ex- 
tracto de  su  testamento.  Cláusula  notable  del  codicilo 
relativa  á  los  indios. —  III.  Su  muerte.  Traslación  de 
su  cadáver.  Abatimiento  de  Cristóbal  Colón  por  la 
muerte  de  la  Reina 

CAPÍTULO  X.— I.  Vida  de  CRISTÓBAL  Colón  en  Sevilla. 
Instancias  al  Rey.  Preparativos  para  marchar  á  la 
corte.  —  lí.  Conducta  del  rey  don  Fernando  ante  las 
reclamaciones  del  Almirante.  —  III.  Agravación  de 
su  enfermedad.  Sus  últimas  peticiones.  —  IV.  Llegada 
de  los  reyes  don  Felipe  y  doña  Juana.  Carta  que  les 
dirige  Colón 

CAPÍTULO  XI.  —  I.  Últimos  días  de  CRISTÓBAL  CoLÓN. 
El  supuesto  codicilo  militar.  —  II.  Su  testamento. 
Su  muerte.  —  III.  Circunstancias  que  en  ella  concu- 
rrieron. Dudas  y  cuestiones. — IV.  Traslación  de  sus 
restos.— V.  Conclusión 


531 


índice 


897 


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mi. 


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(A). —  Carta  de  Cristóbal  Colón  á  los  Reyes  Católi- 
cos sobre  la  recuperación  de  la  santa  ciudad  de  Jeru- 
salén 

(B).— Carta  de  CRISTÓBAL  CoLÓN  al  Pontífice  Alejan- 
dro VI,  en  el  mes  de  Febrero  de  1502,  dándole 
cuenta  de  sus  viajes 

(C). —  Carta  é  instrucción  de  los  Reyes  Católicos  al  Almi- 
rante, antes  de  emprender  su  cuarto  viaje.    . 

Instrucciones  para  el  Almirante 

(D). —  Carta  que  escribió  don  CRISTÓBAL  COLÓN,  Virey  y 
Almirante  de  las  Indias,  á  los  cristianísimos  y  muy 
poderosos  Rey  y  Reina  de  España,  nuestros  señores, 
en  que  les  notifica  cuanto  le  ha  acontecido  en  su  viaje; 
y  las  tierras,  provincias,  ciudades,  ríos  y  otras  cosas 
maravillosas,  y  donde  hay  minas  de  oro  en  mucha 
cantidad,  y  otras  cosas  de  gran  riqueza  y  valor.  . 

(E). — Cartas  de  don  CRISTÓBAL  CoLÓN  á  su  hijo  don 
Diego.  —  I.  En  el  sobre  dice:  A  mi  muy  caro  fijo 
D.  Diego  Colon 

II.  En  el  sobre  dice:  A  mi  muy  caro  fijo  Don  Diego  Colon. 

— En  la  Corte 

III.  En  el  sobre  dice :  A  mi  muy  caro  c  amado  fijo  Don 
Diego  Colon 

IV.  En  el  sobre  dice  :  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon. 
— En  la  Corte 


Cristóbal  Colón,  t.  ii.— 113 


898 


índice 


Memorial  de  letra  del  Almirante 

V.  En  el  sobre  dice :  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon. 

— En  la  Corte 

VI.  En  el  sobre  dice  :  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon. 
— En  la  Corte 

Vil.  En  el  sobre  dice :  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego 
Colon. —  En  la  Corte 

VIH.  En  el  sobre  dice :  A  mi  muy  caro  fijo  Don  Diego 
Colon 

IX.  En  el  sobre  dice  :  A  mi  muy  caro  fijo  D.  Diego  Colon. 
— En  la  Corte 

X.  En  el  sobre  dice  (de  mano  del  Almirante):  A  mi  muy 

caro  fijo  D.  Diego  Colon.  —  En  la  Corte. 

(P).  —  Carta  de  la  Reyna  Católica  al  Comendador  mayor 
de  Alcántara  fi^ay  Nicolás  de  Ovando,  sobre  el  trato 
que  debía  dar  á  los  indios  de  la  isla  Española. 

(G).  —  Cláusulas  del  testamento  que  otorgó  Diego  Méndez 
en  Valladolid  á  6  de  Junio  de  1536,  ante  el  escribano 
Fernán.  Pérez,  que  se  refieren  al  cuarto  viaje  y  á  sus 
relaciones  posteriores  con  el  Almirante 

(H). — Testamento  y  codicilo  del  .Almirante  don  Cristó- 
bal Colón  ,  otorgado  en  Valladolid  á  1 9  de  Mayo 
del  año  1 506 

(I).  —  Protocolo  del  Monasterio  de  nuestra  Señora  Santa 
María  de  las  Cuevas 


667 


668 


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APÉNDICES 


PRIMERO 


La  familia  del  Almirante  don  CRISTÓBAL  CoLÓN.. 

I. —  Don  Bartolomé  Colón 

ínformatione  di  Bartolomé©  Colombo  della  navicatione  di 
Ponente  et  Garbin  di  Beragua  nel  mondo  novo.   . 

Carta  de  creencia  que  el  rey  don  Fernando  envió  al  se- 
gundo Almirante  don  Diego  Colón  en  el  año  1 5 1 1 
por  mano  del  Adelantado  don  Bartolomé  Colón  sobre 
las  cosas  que  le  parecía  conveniente  pusiese  remedio 
y  enmienda 

II. —  Don  Diego  Colón,  hermano  del  Almirante.    . 

Inventario  de  los  bienes  de  don  Diego  Colón 

III.— Don  Diego  de  Colón  segundo  Almirante  de  las 
Indias 

IV. —  Don  Fernando  Colón 


687 
688 

691 


695 
699 

702 

705 
713 


V. 


V 


900 


índice 


I. —  Real  carta  de  fecha  2  de  Junio  del  año  1537.  . 

II. —  Protocolo  de  el  monasterio  de  Nuestra  Señora  Santa 
María  de  las  Cuevas.  —  Anales  en  los  tres  primeros 
Siglos  de  su  fundación:  Contiene  sus  Principios,  y 
Progresos,  y  la  Sucesión  de  sus  Prelados  desde  el  año 
de  1400  en  que  la  Fundó  y  Dotó  Amplíssimamente 
el  lUustrísimo  y  Reverendísimo  Señor  Don  Gonzalo 
de  Mena  Digníssimo  Arzobispo  de  esta  Ciudad  de 
Sevilla.  Uan  insertos  los  de  la  Santa  Cartuxa  de  la 
Puríssima  Concepción  de  Cazalla  Fundada  y  Dotada 
por  esta  de  las  Cuevas.  Dedicado  á  el  Niño  Dios  en 
los  brazos  de  su  Puríssima  Madre.  Por  mano  de  la 
dulcíssima  Virgen  Santa  Gertrudis  la  Magna,  Protec- 
tora de  este  Archivo  y  Archivo  de  mis  afectos.  Año 
de  1774 


IV. —  Extracto  de  las  noticias  que  comunicaron  al  Gobier- 
no los  Gefes  y  Autoridades  de  las  islas  Española  y  de 
Cuba,  sobre  la  exhumación  y  traslación  de  los  restos 
del  Almirante  don  Cristóbal  Colón,  desde  Santo 


781 
783 


t€ 


Domingo  á  la  Havana  en  los  años  de  mil  setecientos 
.  noventa  y  cinco  y  noventa  y  seis 

V. —  Acta. —  Número  i 

Número  2.  —  Nos  D.  Fr.  Roque  Cocchía  de  la  Orden  de 
Capuchinos  Provincial  Emérico,  y  de  las  Misiones 
Extranjeras  de  la  misma  Orden,  Exprocurador  Gene- 
ral, por  la  Gracia  de  Dios  y  de  la  Santa  Sede  Apos- 
tólica, Obispo  de  Orope,  Delegado  de  la  Santa  Sede 
cerca  de  las  Repúblicas  de  Santo  Domingo,  Haití  y 
Venezuela  y  en  esta'  Arquidiócesis  Vicario  Apostó- 
lico  

VI 

Los  restos  de  CRISTÓBAL  COLÓN  están  en  la  Habana. — 
Demostración  por  don  José  María  Asensio. —  Primera 
parte. —  Antecedentes.  . 

Parte  segunda. —  Las  dos  exhumaciones 

Parte  tercera. —  Indicios. 

Parte  cuarta. —  Prueba  plena. 

Conclusión 


787 
795 


i 


801 
814 


823 

831 
838 
851 

859 


TERCERO 


Los  retratos  de  CRISTÓBAL  Colón. 


863 


^ 


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