UBRARV OF PRINCETON
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THEOLOGlCAt SEMJNARY
PER BX8001 . C84
Cuadernos teolsgicos.
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in 2016
https://archive.org/details/cuadernosteologi1819facu
en homenaje al
Profesor Karl Barth
en su septuagésimo aniversario
1886 — Mayo 10 — 1956
SUPLEMENTO DE
CUADERNOS TEOLOGICOS es una revista trimestral, editada por la Edi-
torial y Librería "La Aurora ”, S. R. L., Corrientes 728, Buenos Aires,
Argentina, como suplemento de la revista EL PREDICADOR EVANGE-
LICO, y aparece bajo los auspicios de la Facultad Evangélica de Teología,
de Buenos Aires.
Junta Editorial:
Presidente: B. Foster Stockwell, director de la Facultad Evangélica de
Teología. Secretario : Tomás J. Liggett. Vocales: J. González Massó (Ad-
ministrador), Tomás S. Goslin, D. D. Lurá Villanueva, J. Míguez
Bonino, J. M. Norris, Rudolf Obermüller, Luis Padrosa, J. Alberto
Soggin, A. F. Sosa, Luis Villalpando.
PRECIOS DE SUSCRIPCION:
Por año, Argentina, $ 20. — m/n. Exterior, 1.50 dólares.
Los artículos y comentarios de libros deben ser enviados al director. Sólo se
asegura la publicación de las colaboraciones solicitadas por el director o el
jefe de redacción. La publicación de un artículo no significa que la redacción
se solidarice con las opiniones vertidas por su autor.
Jefe de redacción: A. F. Sosa, Corrientes 728, Buenos Aires
Administrador: J. González Massó, Corrientes 728, Buenos Aires
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Intelectual N9 402.256
Suplemento de
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Número especial de homenaje al
PROFESOR KARL BARTH
en su septuagésimo aniversario
1886 - Mayo 10 - 1956
Dirección editorial de este número:
/. Migue z Butrino, Buenos Aires
/. A. Soggin, Buenos Aires..
M. Gutiérrez Marín. BaxelonrrJ-- ' " ■ 'Oo
APR - 7 2000
NUMEROS
SEGUNDO Y TERCER TRIMESTRES, 1956
INDICE DE LOS NUMEROS 18-19
A manera de presentación, por B. F áster Stockwell
La situación teológica de Latinoamérica y la teolo-
gía de Karl Barth, por Emilio E. Castro ....
La guerra santa en el Antiguo Testamento como
problema teológico, por J. Alberto Soggin . . .
La Teología del Nuevo Testamento, de Rudolf
Bultmann, por José Miguez Bonino
La eternidad de Jesucristo, por M. Gutiérrez Marín
Del estudio de la Biblia, por Rudolf Oberrnüller . .
O chamado de Deus, por Jorge César Mota
Del tiempo y de la fe, por Angel M. Mergal
La tradición reformada en los comienzos de la
obra evangélica latinoamericana, por Tilomas S.
Goslin
Los adopcionistas españoles del siglo VIII. por Da-
niel Vidal
Sobre las pruebas de la existencia de Dios — su valor,
por Luis A. Seggiaro
La noción del tiempo en San Agustín, por Julio
Rubén Sabanes
Nuestros colaboradores
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A MANERA DE PRESENTACION
La dirección editorial de Cuadernos Teológicos se honra en unirse
al homenaje al profesor Karl Barth, dedicándole en su septuagésimo
aniversario esta modesta colección de ensayos, destinados al público
de habla española.
Estos ensayos, ya salgan de plumas españolas o latinoamericanas,
va sean de autores foráneos radicados en América latina, señalan lo.-;
principios del pensamiento teológico autóctono en las iglesias evangé-
licas de los países sudamericanos. Hasta ahora hemos tomado nuestra
teología prestada de los países del norte en los que las iglesias evangé-
licas tienen un arraigo de varios siglos. ¿Cómo podría ser de otra
manera, dadas las urgentes tareas de evangelización que llamaban a
las iglesias del continente? Pero ya se vislumbran otras corrientes que
lleven el sello del Nuevo Mundo.
Naturalmente la preocupación de los jóvenes pensadores de estos
países por la teología de Karl Barth no implica, por sí sola, una mayor
independencia en el pensar religioso; pues se podría rechazar una
tendencia teológica, y seguir pegado a algún maestro de otras tierras.
Pero no ha de ser así (creo) con los nuevos teólogos que van surgiendo
en las filas evangélicas latinoamericanas. El reconocimiento y estudio
de corrientes teológicas tan diversas como las que hasta ahora han
prevalecido en Sudamérica, por una parte, y por otra, las asociadas
con los nombres de Karl Barth, Emil Brunner, Rudolf Bultmann,
Reinhold Niebuhr, y otros, han de servir necesariamente como leva-
dura y producir un fermento intelectual que poco a poco irá forjando
sus propias modalidades y abriéndose sus propios caminos.
Siete de los colaboradores en esta obra están íntimamente ligados
a la Facultad Evangélica de Teología, de Buenos Aires. Esta institu-
ción, en la que cooperan iglesias evangélicas de muy diversas proce-
dencias, tiene por finalidad la preparación de pastores y profesores
que tengan plena conciencia de sus responsabilidades ecuménicas en el
día actual. Si bien sólo dos de los profesores de la Facultad se han
sentado literalmente a los pies de Karl Barth, y muy pocos de ellos se
llamarían “discípulos” del gran teólogo de Basilea, todos reconocemos
3
4
CUADERNOS TEOLOGICOS
la influencia poderosa que éste ha ejercido en el pensamiento cristiano
de nuestra época, y consideramos un privilegio y un deber ayudar a
interpretar su pensamiento a las nuevas generaciones de pastores evan-
gélicos latinoamericanos. Nos sentiremos satisfechos si estos ensavos
sirven también a este mismo fin.
B. Foster StockweU .
Facultad Evangélica de Teología,
Buenos Aires , Argentina,
10 de mayo de ¡956.
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
Y LA TEOLOGIA DE KARL BARTH
Por Emilio E. Castro *
El presente trabajo es encarado más como una contribución al
conocimiento de una situación histérico-eclesiástica que como contri-
bución propiamente teológica. Puede tener el valor de mostrar Jos
problemas teológicos particulares de un territorio de misión y la for-
ma en la cual el pensamiento de Karl Barth puede ayudar a contestar
dichos problemas. Digamos en el mismo comienzo que al referirnos a
la situación teológica latinoamericana nos estamos refiriendo a aque-
lla parte de Latinoamérica que confiensa una forma de fe evangélica
o protestante. No entra mayormente el panorama católico de estos
pueblos —a no ser como fondo contra el cual trabaja ia teología evan-
gélica—, pues lamentablemente se ha mostrado completamente im-
permeable a toda influencia teológica exterior a su misma Iglesia. Sin
embargo debemos mencionar que algunos cambios recientes en las
tácticas católicas dan alguna esperanza para el futuro. La verdadera
invasión de sacerdotes romanos de origen americano, alemán, francés,
que se produce en estos momentos, trae consigo la esperanza de una
actitud menos fanática que la tradicional en estas tierras, y la posibili-
dad de un futuro intercambio teológico con las Iglesias reformadas.
Ha sido afirmación constante en Europa, que Latinoamérica es
un continente catéilico. Habría mucho que decir en pro y en contra
de esta afirmación, pero ha de sernos suficiente señalar la existencia
de un vigoroso y creciente número de Iglesias Evangélicas, para mostrar
que no existe tal homogeneidad religiosa, y que, en el presente inter-
cambio ecuménico, alguna contribución puede llegar de estas Iglesias
jóvenes que surgen de un tipo particular de paganismo, el de la
moderna indiferencia religiosa y el de la deformación del mensaje
cristiano.
(*) Este ensayo fue originalmente escrito para el Festschrift en honor ele
Karl Barth en su setenta aniversario, publicado en Suiza. Lo reproducimos aquí
en castellano, por gentileza del autor y los editores del volumen en alemán.
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6
CUADERNOS TEOLOGICOS
Ochenta años atrás hubiera sido difícil encontrar movimientos
protestantes organizados en Sudamérica. Hoy en día encontraremos
alrededor de cuatro millones de evangélicos. Y si existieran estadísticas
podría comprobarse que se trata de un crecimiento en proporción
geométrica. ¿De dónde han llegado? Dos son las fuentes principales.
Una la constituye la labor de misioneros de distintas Iglesias de los
EE. EJU. e Inglaterra, y la otra, el constante arribo de inmigrantes
europeos de tradición protestante, que trajeron su fe a estas playas.
Este doble origen ha condicionado en mucho el desarrollo de la Iglesia
y la formulación teológica de las mismas. Mientras que los misioneros
de EE. UU. e Inglaterra vinieron con el claro propósito de evangelizar
a los nacionales, los inmigrantes europeos, en el caso en que lograron
traer a sus propios pastores, lo hicieron con el exclusivo propósito
de conservar la te de sus compatriotas. En el primer caso heredábamos
las formulaciones teológicas de las denominaciones del Norte, en el
segundo caso se recibía el pensamiento europeo, aun cuando se corría
el riesgo — en el cual muchas veces se ha caído—, de confundir la fe
evangélica con la nacionalidad, el culto con la preservación clel idioma.
Pero este doble origen del protestantismo latinoamericano es también
su esperanza. La ruptura de los encasillamientos teológicos, que es
obra contemporánea del movimiento ecuménico, nos permite en estos
momentos presenciar un entrecruzamiento que mucho promete, de
ideas americanas y europeas, de Iglesias pietistas y ortodoxas, de entu-
siastas y moderados.
M ¡entras que las Iglesias que cuidaban de sus emigrantes consti-
tuían un mundo cerrado en sí, siendo sus pastores de preparación
europea, las Iglesias nacionales que iban surgiendo heredaban la or-
ganización y la teología de las denominaciones del Norte. Su teología
no era fruto de la propia reflexión sino de la lealtad personal af
misionero o a la denominación que había comenzado la obra. Aquí
radica la raíz de uno de nuestros más serios problemas teológicos, la
estéril continuación del dilema fundamentalismó-modernismo.
El resurgimiento paulatino de obreros nacionales nos dió algunas
primeras generaciones de hombres entusiastas, verdaderos héroes de
la fe, cuyas vidas tienen todo derecho de enriquecer las páginas de
gloria de la Iglesia Universal, pero que en su afán de trabajar por el
Señor no tenían la oportunidad ni la posibilidad de obtener una
preparación teológica más o menos sólida. Se vivía al día, buscando
en las páginas de la Biblia el sermón dominical. Las indispensables
presuposiciones teológicas se heredaban y se aceptaban sin mayor dis-
cusión, de la Iglesia madre.
Nuestra situación de debate fundamentalismo-moclernismo, debate
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
7
que no debiera pertenecemos, pues no es nuestro, es heredado, es el
más grande pecado de la Iglesia en tierra de misión, pues divide es-
fuerzos, siembra confusión y presenta a la colectividad humana escán-
dalos humanos en lugar del gran escándalo divino.
Los primeros debates teológicos se van produciendo a medida
que arriban diferentes denominaciones. La llegada de los bautistas
levanta el problema del bautismo de párvulos, la llegada de los ad-
ventistas el problema del sábado, pero son polémicas vivas del mo-
mento, hasta que la nueva confesión se amolda a la situación y pierde
su furor inicial.
El elemento realmente nuevo, que condiciona la situación teoló-
gica sudamericana es la presencia del catolicismo romano, en una
forma de eclesiasticismo autoritario, de ritos elaborados que eluden
conexión con la vida moral, de un énfasis en la veneración —prácti-
camente adoración— de María que en la generalidad de los casos ha
eclipsado a Cristo de la vida de los creyentes, y con un obscurantismo
intelectual v religioso casi imposible de concebir fuera de los pueblos
hispánicos. Todo pensar teológico, todo actuar eclesiástico tle los pro-
testantes latinoamericanos, está condicionado por este factor. Debe
dar razón de su ser, debe dar su testimonio, no sólo a un mundo paga-
no, sino a una Iglesia a la cual, muchas veces, cuesta reconocer como
Iglesia cristiana.
De tal modo, el primer motivo de reflexión teológica fué la
polémica con este catolicismo. Era ineludible. En el siglo XIX la Iglesia
católica mantenía en casi todos los estados latinoamericanos un predo-
minio cultural que recordaría en muchos sentidos a la Edad Media.
Era imposible hacer oír ninguna idea de reforma, fuera religiosa, social
o política, que no tuviera que chocar indefectiblemente con la Iglesia.
Por ello los pulpitos se convirtieron en centros de polémica, aplaudida
lógicamente por masones y liberales que veían en ello un arma de
combate contra el predominio católico. Pero la duda que queda es si
también podía ser aplaudida desde un sano concepto de la Iglesia.
La polémica, la reflexión teológica, se basaba por igual en la
Biblia y en el racionalismo, y muy especialmente en los argumentos
que el positivismo comtiano ponía a su disposición. Digamos de
paso que para comprender los problemas teológicos latinoamericanos
es necesario tener presente que frente a la influencia de la Iglesia
católica existe tremendamente poderosa la influencia del positivismo
comtiano y del materialismo francés del siglo pasado. Digamos sola-
mente como un índice que aun hasta el día de hoy existen en Brasil
templos de la religión de la humanidad...
Esta situación frente al catolicismo condiciona toda la vida de
8
CUADERNOS TEOLOGICOS
estas Iglesias y plantea algunos de sus problemas práctico-teológicos
(pie aun cuando puedan parecer relativamente sin importancia mira-
dos desde un punto de vista más amplio, tienen su gran importancia
en la situación histórica concreta en que estas Iglesias tienen que
trabajar. Los problemas del ritual, de la construcción eclesiástica, de
las ropas eclesiásticas, ocupan la mente de muchos pastores y laicos.
El temor al excesivo ritualismo católico y a la tremenda distinción
existente entre sacerdote y congregación, son los presupuestos históricos
que explican la preeminencia de estos temas.
Una excepción a esta situación de pobreza teológica la constituye
la aparición hacia principios de siglo en el Río de la Plata, de una
revista de miras más amplias. La Reforma, cuyos propulsores no
se limitaron al periodismo combatiente, sino que comenzaron a patro-
cinar ediciones de traducciones de los padres de la Iglesia al idioma
español, y así levantar el debate a planos más elevados, a la vez que
hacer conocer a tirios y troyanos los valores de la verdadera tradición
cristiana. Pero este interés no salía de las lilas de las crecientes Igle-
sias, sino que era más bien interés de un grupo de intelectuales cris-
tianos, que murió cuando murieron ellos.
Nos queda pues un panorama de lucha modernista-lundamentalís-
ta, de oposición al catolicismo y de pregunta inquieta sobre el mensaje
a predicar, por un lado a nuestros círculos intelectuales que decepcio-
nados del cristianismo que conocieron en Roma, encuentran asilo en
una filosofía positivista-materialista, y por otro lado a las masas que
sólo tienen un barniz de cristianismo, donde la superstición reina
en el nombre de Cristo.
Si bien siempre hubo un grupo con preocupaciones teológicas y
que a título personal mantuvo contactos con las corrientes y pensa-
mientos de la Iglesia en otras latitudes, se puede decir que la teología
latinoamericana experimenta un verdadero renacimiento a partir de
la última guerra mundial. Esta es la gran deuda de gratitud que la
Iglesia Universal tiene para con el moderno movimiento ecuménico.
Viajes de delegaciones, visitas de prominentes profesores, intercambio
de libros y revistas, promueven tremendo interés en los debates teo-
lógicos contemporáneos, y nombres como Niebuhr, Barth, Brunner
Tillich, Bultmann, Cullman y otros, vienen a sonar constantemente
en los pasillos de los seminarios teológicos. Muy probablemente en
los primeros tiempos se les cita casi sin conocerles, se embandera en
el entusiasmo del descubrimiento de un nuevo mundo de pensamiento.
Es en estos últimos diez años cuando se puede y debe hablar de
preocupaciones teológicas en Latinoamérica. La misma palabra “teo-
logía", durante mucho tiempo desprestigiada, recibe ahora un nuevo
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
9
timbre de respeto. Es posible hablar de “teólogos” sin que inmediata-
mente se piense en personas que no tienen otra cosa que hacer más
que especular tontamente sin ninguna relación a la vida de la Iglesia
y el mundo. Por primera vez el interés teológico llega a los laicos, los
cuales toman parte en la discusión del mensaje a predicarse. Por un
lado un gran entusiasmo acompaña este renacer teológico, por otro
lado una tremenda desconfianza. El entusiasmo se manifiesta en un
deseo de estudiar los idiomas originales y el idioma alemán. La des-
confianza se hace sentir frente a innovaciones que muchas veces vienen
acompañadas por un cambio de actitud frente a costumbres que, como
el fumar y el tomar, estaban excomulgadas de la vida evangélica
sudamericana. El cuadro teológico latinoamericano en el momento es
uno de hilarante movimiento, de interés, de traducción, y en medio
de todo este interés en el movimiento teológico internacional una
sincera preocupación por encontrar el mensaje esencial que debemos
predicar a nuestros pueblos en estos días. De allí la urgencia de nues-
tro tema. De allí la importancia de preguntarnos la contribución de
Karl Barth en esta búsqueda de una predicación cristiana para La-
tinoamérica en el día de hoy.
La presencia de Karl Bartli en Latinoamérica
Podemos y debemos distinguir entre dos presencias de Barth en
Latinoamérica, la una de índole filosófica, la otro teológica. Miguel
de Unamuno, el gran filósofo español, descubrió a Barth para el
mundo hispánico, citándolo y poniendo así su nombre y algo de su
pensamiento al alcance de nuestros intelectuales. Asimismo en España,
en la Revista de Occidente, de gran circulación entre los medios uni-
versitarios latinoamericanos, publicó Ostega y Gasset algunos artículos
sobre la persona y pensamiento de Barth. En Latinoamérica mismo,
la primera mención en idioma español la tenemos en la revista filo-
sófica evangélica mejicana Luminar en el año 1938, donde se pu-
blica traducida del francés una polémica entre Blondel y Maury sobre
la posición negativa de Barth en relación a la filosofía. Salvo las men-
ciones de Unamuno, en quien se mezcla constantemente el hombre
religioso, el teólogo y el filósofo, todas estas referencias a Barth se
inclinan a considerarlo como parte de la reacción Kierkegaardiana
contra el idealismo Hegeliapo, es decir en su aspecto filosófico, en la
aparente radicalidad de su negación de todo filosofar humano.
En los últimos años este aspecto ha venido a ser redescubierto
en las universidades argentinas, en algunas de cuyas facultades se han
dado conferencias sobre el pensamiento barthiano, si bien siempre
10
CUADERNOS TEOLOGICOS
con la dificultad de querer interpretar como íilósofo a un teólogo. Al
parecer quienes mejor le entienden son los representantes del neoto-
mismo, que lo conocen a través de las obras de Von Baltha/ar y Ha-
mer. Sin embargo siempre existe la tendencia a colocarlo en la línea
del existencialismo — sea éste teológico o lilosólico. Tal es así que en
1954 aparece en Buenos Aires un libro del profesor Vicente Fatone,
en el que Barth aparece en un misma línea junto a Heidegger, Sartre,
Marcel y otros.
La presencia teológica de Barth se remonta a la llegada de las
primeras traducciones francesas de algunos de sus sermones y del
Credo. Se mencionaba su nombre en los seminarios, pero se notaba
que su conocimiento era muy indirecto. En general era representado
como el teólogo de la reacción antiliberal, (pie hablaba de Dios como
del “totalmente otro” y que, se reconocía indulgentemente, si bien
era la suya una voz prolética, sin duda siendo una reacción había
exagerado. Se le pagaba así un homenaje y luego se le dejaba de lado
sin mayor lectura. Esta actitud dominaba en los círculos liberales. En
los círculos fundamentalistas no se andaban con cortesía para sacarle
de en medio. En una publicación bonaerense su nombre aparece con-
denado junto con otras herejías modernas como el “modernismo” y
el “ecumenismo”. Claro está que se ignoraba completamente lo que
se condenaba. Simplemente se le condena porque tal condenación ya
había sido pronunciada en círculos fundamentalistas norteamericanos.
Si bien hombres de la talla de John Mackay, (pie en muchos
sentidos puede ser considerado un teólogo sudamericano, conocían a
fondo el pensamiento de Karl Barth, se puede afirmar (pie un interés
serio en su obra comienza en los años de la última guerra mundial.
Es desde entonces que su nombre suele estar en labios de los estu-
diantes de teología, y algunos artículos suyos y referencias a su pensa-
miento comienzan a aparecer con relativa frecuencia en periódicos
eclesiásticos latinoamericanos. Hacia el fin de la guerra el incremento
de contactos ecuménicos y el crecimiento del interés ecuménico en
Latinoamérica misma producen una mayor posibilidad de conocer el
pensamiento barthiano. El Movimiento Estudiantil Cristiano se con-
vierte en uno de los canales por los cuales Barth se filtra en Latino-
américa.
Todo este movimiento en torno a la teología neortodoxa en
general y en torno a Barth en particular culmina en la parte Sur del
continente con una serie de clases (pie el pastor español Manuel Gu-
tiérrez Marín dictara en 1949 en la Facultad Evangélica de Teología
de Buenos Aires y que vieron la luz en forma de libro en 1950. 1
i Dios ha hablado. Buenos Aires. Editorial “La Aurora ”, 1950.
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
11
Pero evidentemente Barth no puede ser debidamente apreciado
hasta que no puede ser leído en sus textos. Para ello la barrera del
idioma es un obstáculo tremendo. Estos pueblos de cultura latina leen
francés con cierta facilidad y también están sometidos en estos días a
la intensa presión del inglés. Pero el conocimiento del idioma alemán,
que en alguna ocasión pudo llegar a ser cultura general, se vió dete-
nido por el estallido de la guerra y los consiguientes sentimientos
antagónicos a la cultura germana. Ya mencionábamos en párrafos
anteriores que el interés en la teología se manifestaba por un interés
en el aprendizaje del idioma alemán, pero sin duda es de tremenda
importancia que a partir de 1954 tengamos la primera traducción de
una obra de Barth al idioma español, Dogmatik in Grundriss.
Resumiendo la presencia de Barth hasta el presente, digamos que
hay un tremendo interés en su pensamiento, que este interés en parte
sólo puede satisfacerse por la lectura de traducciones de obras de Barth
a otros idiomas, y que el Barth de la Kirchliche Dogmatik es prácti-
camente desconocido. Claro está, esta situación está cambiando rápida-
mente con la publicación de la Dogmática en su versión francesa, la
cual está siendo devorada por muchos jóvenes pastores latinoamericanos.
El pensamiento de Karl liarth y los problemas sudamericanos
¿Por qué ese tremendo interés en el pensamiento de Karl Barth,
aun cuando no se le pueda conocer en su obra magna? La respuesta
se encuentra en la serie de problemas que la situación de la Iglesia
Evangélica en estas tierras plantea al joven teólogo, y la intuición
que éste tiene de que en Karl Barth puede encontrar una ayuda posi-
tiva. Trataremos ahora de mencionar algunos aspectos del pensamiento
de Karl Barth y su incidencia en la situación teológica sudamericana,
para mostrar que este interés está absolutamente justificado y más aún,
que la contribución teológica de Barth es desesperadamente necesaria
en Sudamérica.
Mencionábamos que toda la vida de la Iglesia Evangélica está
condicionada por la presencia del catolicismo romano. ¿Qué actitud
ha de adoptar el teólogo evangélico frente a la presencia de esta Igle-
sia? La primera respuesta ha sido negarle todo carácter de Iglesia
cristiana. No faltaban para ello razones y evidencias externas. “Por sus
frutos les conoceréis”. Pero cuando comienza la reflexión en torno a
la realidad bíblica de la Iglesia, se nos plantea el problema: ¿desde
qué punto de vista estamos criticando o juzgando a la Iglesia católica?
O, ¿no estaremos procediendo por una tremenda reacción, sin dete-
12
CUADERNOS TEOLOGICOS
nernos a examinar seriamente la posible presencia de la Iglesia cristia-
na en la Iglesia católica?
Barth se impone a primera impresión al teólogo sudamericano
por su leal reconocimiento de la dificultad existente en reconocer a
¡a Iglesia católica como cristiana. Expresiones suyas como las vertidas
en su obra Credo, hallan un eco simpático realista en Sudamérica.
Pues son pocos los teólogos protestantes, de países tradicionalmente
tales, que ven en la posición de los evangélicos sudamericanos a la
Iglesia católica algo más que una negación extremista. Pero la posición
crítica de Barth frente al catolicismo, no surge de un considerar sus
aspectos populares más dañinos como la Mariolatría, las supersticiones
y demás, —hecho primero (¡lie le es difícil evitar al pensador sudame-
ricano— sino de un serio reflexionar sobre los fundamentos cristianos,
bíblicamente esenciales a una Iglesia que merezca el nombre de cris-
tiana. Barth va a la raíz del problema. Encara el problema de la gracia
y el de la teología natural. “Se trata para nosotros de la gracia del
único Dios y de Cristo, sólo puede tratarse de una gracia”. Dios es
gracia. Todo el sistema eclesiástico católico se hunde así frente al
concepto bíblico de la gracia, que se opone a la sistematización esco-
lástica de la misma. El otro punto fundamental es el de la teología
natural. Si bien sería mucho pretender afirmar que en el protestan-
tismo sudamericano no se hubiera filtrado esta clase de teología, es
lícito decir que la presencia de la Biblia en su seno es siempre un
correctivo que impide la plena manifestación de sus efectos nocivos
en la vida de la Iglesia. Pero Barth nos señala la presencia corrosiva
de esta teología en todos lados, y en particular en la Iglesia romana.
Allí no aparece en seguida el concepto cristiano de Dios. La Iglesia
romana trabaja con ideas filosóficas de Dios y de allí muchas de sus
prácticas erróneas. No parte del Dios trino, sino que pretende llegar
al Dios trino. Esta distinción es fundamentalmente mucho más seria
que la presencia de un poco de superstición en alguna práctica litúr-
gica de la Iglesia. Pues ataca la raíz del cristianismo.
Así en Barth se combina una actitud tremendamente crítica con
una actitud positiva. Se entra a discutir con la Iglesia romana. No se
descarta de antemano la posibilidad de que en su seno llegue a reali-
zarse (Ereignis) la Iglesia cristiana, pero en esa discusión se señala el
tremendo abismo que separa a Roma de la verdad bíblica. Toda otra
polémica es parcial, limitada y no constructiva. Aquí es posible abrir
un diálogo con Roma. (De hecho hemos tenido hace poco tiempo la
primera experiencia fructífera en el Seminario del Salvador en Buenos
Aires, en el cual sacerdotes romanos dieron una serie de conferencias
sobre el protestantismo, mostrando por primera vez un sorprendente
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
13
conocimiento de las obras de Barth y Cullman, facilitando de esta
manera una discusión posterior, en un tono amigable pero profundo,
que era completamente desconocida en Sudamérica).
Sólo este tipo de polémica, profunda, bíblica, puede hacernos
alentar esperanzas de cambios aun en la misma Iglesia Romana. Nues-
tra mayor esperanza de cristianización de los pueblos latinoamericanos,
no puede estar puesta en una conversión en masa al protestantismo,
sino en una conversión de la Iglesia Romana a la esencia cristiana
que esconde en su seno. Y esto sólo puede esperarse a través de la
presencia de una teología cristiana, viva, positiva y profunda. Aquí
mucho puede enseñarnos Karl Barth.
Nuestro segundo gran problema es el dilema funclamentalismo-
modernismo. Fundamentalmente este dilema se basa en las distintas
maneras de aproximarse a la Biblia. Por un lado un ciego considerarla
en todas sus páginas palabra dictada por Dios, en el otro extremo un
mirarla a través de los ojos de la crítica bíblica hecha a la luz de las
presuposiciones básicas de la cultura liberal. Mientras un grupo pre-
tende conservar el valor de la Biblia como Palabra de Dios, el otro
grupo pretende conservar su honradez intelectual. Y así, en posiciones
establecidas, casi no es posible un diálogo constructor entre las dis-
tintas ramas protestantes en Sud América. Mientras no eliminemos
este falso dilema no puede haber posibilidades de reforma y progreso
en nuestro pensar teológico.
¿Cómo puede ayudarnos Barth? Su doctrina de la Palabra de Dios,
de la cual depende su doctrina de las Escrituras, le da la posibilidad
de salvar ambos valores, sin comprometerlos por medio de la adhesión
a ideas extrañas al mismo testimonio bíblico. No puede ayudarnos el
fundamentalismo, en cuanto negando los derechos de la moderna in-
vestigación pretende aferrarse a una letra antigua. Barth nos hará
ver que la doctrina de la inspiración verbal de las Escrituras, que
nace en el siglo XVII, se establece en la lucha contra el racionalismo,
pero es en sí misma un producto del mismo racionalismo. Es el intento
de convertir a la fe y a su conocimiento indirecto en un saber directo,
hacer de la revelación un objeto fijo de experiencia (Erfahrung) pro-
fano. 2
En cuanto al modernismo poco debiéramos decir. Barth surge a
la vida teológica por su apasionada protesta contra el liberalismo bí-
blico. Pero su actitud hacia la crítica bíblica no es en ninguna manera
obscurantista, sino de respeto a la vez cjue de superación. Reconociendo
los derechos de la ciencia bíblica a estudiar los libros bíblicos como
un documento humano, sumamente humano, no desconoce los dere-
2 Kirchliche üogmatilc, IV/ 1, pág. 407.
14
CUADERNOS TEOLOGICOS
dios de Dios, de servirse de tan humano instrumento como mediador
de su Palabra a los hombres.
Karl Barth comienza a encontrar la Palabra de Dios en la Biblia,
precisamente donde el liberalismo presume haber terminado con la
Biblia. Conociendo la confección de los escritos, conocemos también
—y es un conocimiento mucho más fundamental— que Dios nos habla
hoy a través de esos escritos. Y mientras la Biblia en un anaquel es
un documento humano, un libro más, una Biblia abierta a través de
la cual escuchamos nuestro juicio y nuestro perdón, deviene Palabra
viva de Dios. No se deja al libro solo, sino que se reconoce que Dios
acompaña a su Libro. Se elimina el racionalismo lundamentalista
—que da todo poder al hecho objetivo del libro, y se elimina el huma-
nismo modernista— que deja todo librado a la deducción humana, pa-
ra hacer cíe la lectura de la Bibla un encuentro con el Dios de la
Biblia. Dios es libre, frente a su libro, pero Dios se ata a su libro. Y
se ata en el momento en el cual a El le place devenir a su libro, su
Palabra. La Biblia es la Palabra de Dios en el Ereignis (suceso), en
el momento en que Dios habla a una congregación o a un hombre a
través tle sus páginas. No es una Palabra de Dios independiente de
Dios, sino sujeta a Dios.
En esta dirección podremos salvar el abismo fundamentalismo-
modernismo. Reconociendo valores y limitaciones de uno y otro, y
trascendiéndolos en una mejor formulación de la doctrina bíblica.
* * *
Pero aún no hemos tocado el problema fundamental del
protestantismo sudamericano, el problema del mensaje a predicar.
Viviendo en medio de una cultura que cree conocer el cristianismo
y (pie por lo tanto ya lo ha eliminado como posible fuente de verdad,
rodeados por una actitud de superioridad en las grandes ciudades hacia
todo lo religioso cristiano, y encarando el problema del fanatismo y la
superstición de las masas católicas convertidas a un cristianismo nomi-
nal, la gran pregunta es: ¿Qué mensaje dar? ¿Cómo predicar? ¿Cómo
anunciar? La necesidad de una cierta apologética casi se impone al
predicador, y es entonces cuando le asalta la tentación de comenzar
por la periferia del mensaje cristiano, intentando defenderlo, o en
el caso de las masas populares, presentar un asalto radical a los ídolos
cpie el romanismo ha colocado para la adoración del pueblo. Este
problema fué enfrentado por la Conferencia Evangélica Latinoameri-
cana que se reunió en Buenos Aires en 1949. Allí se establecieron
algunos énfasis de predicación que más muestran la inquietud existen-
te que señalan la solución.
LA SITUACION TEOLOGICA DE LATINOAMERICA
15
Se nos dice en su primera resolución: “Reconociendo que en la
America Latina ha sido subrayado ampliamente el concepto de la
justicia de Dios, declaramos que, sin disminuir el concepto ele justicia,
el mensaje evangélico debe acentuar más el amor de Dios en su expre-
sión paterna universal, pues entendemos que la síntesis del Evangelio
está en Juan 3:16”.
Se está aquí ya dividiendo artificialmente la predicación cristiana,
como si posible fuera entender a Juan 3:16 sino contra el fondo de la
justicia divina. Pero inmediatamente en su segundo punto, la misma
declaración añade: “Cristo ha de ser el centro de nuestro mensaje, por-
que no hay evangelio sin Cristo; él es el principio y el fin del Evan-
gelio”. Una inversión de los puntos, una presentación de lo cristocén-
trico del mensaje en primer lugar, y luego una declaración sobre el
amor y la justicia de Dios, hubieran puesto las cosas en la justa pers-
pectiva evangélica. Porque no conocemos un amor o una justicia de
Dios independientes de Cristo. Y es aquí donde la contribución del
pensamiento barthíano puede hacerse sentir poderosamente. Es ese cris-
tocentrismo de Barth, ese ver toda la reflexión cristiana, desde la crea-
ción hasta la consumación, a través del prisma de la cruz de Cristo,
estará la solución a los “énfasis” necesarios a nuestro mensaje.
Barth nos mostrará que toda predicación, que todo pensar teoló-
gico, parte desde Dios hacia el hombre y no al revés. Y nos mostrará
que ese Dios es Jesucristo, en el cual su amor no contradice a su jus-
ticia, ni su gracia a su ley, pero el cual nos muestra primeramente su
amor y su gracia, pues sin ellas no podemos apreciar ni su justicia ni
su ley. Barth nos dirá —casi como la primera afirmación de la Confe-
rencia Latinoamericana: “Primero el amor, luego la justicia”. Pero no
lo dirá por oportunismo, por táctica, en virtud de que tal o cual as-
pecto de Dios ya ha sido ampliamente subrayado— como si predicára-
mos ideas que pueden subrayarse y no un Dios que quiere revelarse-
sino que lo dirá por fidelidad al evangelio. No conozco la justicia, la
ira de Dios, hasta que no conozco su amor. Primero lo positivo, la gra-
cia, el amor, luego por contraste con ello conozco la enormidad de mi
pecado, la ley de Dios y la justicia de Dios.
Barth nos ha de ayudar a centrar todo nuestro pensar teológico
real y efectivamente en la persona de Cristo. Y será, sin duda, una
ayuda de tremendas consecuencias prácticas. Frente al fanatismo y su-
perstición del ambiente nos recordará que si bien la tarea de la pre-
dicación cristiana es destruir falsos dioses, esa, tarea es de carácter
secundario, a posteriori, consecuencia de un primer trabajo de predi-
cación del Dios verdadero. Desde el evangelio es que se destruye la
teología natural, Desde el evangelio es que se puede redargüir al hom-
1G
CUADERNOS TEOLOGICOS
bre de pecado, desde el evangelio es que se pueden destruir de raíz
todas las negaciones de Cristo que en nombre de Cristo se han levan-
tado en América.
Los teólogos sudamericanos estamos todavía en el período del
“primer amor” con la teología barthiana. Si bien su nombre de oídas
era de antiguo conocido, su verdadero pensamiento es un descubri-
miento de los últimos diez años. Quizás hubiera alguna época en Europa
que pudiera compararse con ésta nuestra situación. Por ello todavía es
muy prematuro para señalar en qué otras direcciones podrá influir
Barth nuestro meditar teológico. Todavía hay muchas páginas suyas
que nos cuesta digerir, pero que provocan nuestro pensamiento. Dilícil
nos es aceptar su radical negación de toda la labor apologética. Estando
en las fronteras de la Iglesia, en territorio de misión, nos parece labor
casi imprescindible, aquella de barrer posibles prejuicios intelectuales
que impiden el nacimiento de la le. No que pensemos que en el plano
humano podamos nosotros facilitar el nacimiento de la fe, pero sí que
podemos barrer obstáculos, prejuicios que impiden que nuestros inte-
lectuales accedan a escuchar la Palabra de la Cruz, sin cuya Palabra
seguramente no hay nacimientos a la fe. Y, sin embargo, aun en esta
dificultad, reconocemos su voz profética, impidiéndonos tener una
conciencia tranquila en la realización de esa labor apologética, sino
sintiéndonos siempre preguntados desde el evangelio, si no estamos
traicionando su mensaje, al bajar al nivel de nuestros vecinos semi-
paganos.
Nos cuesta comprender su sentido predestinatario del mensaje
bíblico. Ese postular la fe como acto libre del hombre, pero a la vez,
en la presencia de la palabra, inevitable, nos es difícil de concebir. Otra
vez el hecho de ser Iglesia de misión, nos dificulta el rápido aceptar
del pensamiento barthiano. Pero otra vez ese su pensamiento nos trae
a la presencia del misterio de Dios, y nos hace sentirnos más reveren-
tes en nuestra predicaciém, evitando que se convierta en una mera ape-
lación a una decisión humana, para ser exponente primero de la deci-
sión de Dios que ha caído sobre los hombres.
Mucho tenemos que andar todavía en el camino barthiano, mu-
cho que meditar y pensar, mucho que aprender y sin duda también
mucho que rechazar. Pero por lo que ya hemos aprendido, por lo que
ya hemos pensado y meditado, aun cuando sea el comienzo del camino,
nos sentimos llamados a dar gracias a Dios por su obra. Estamos se-
guros que en el correr de los años y a medida que nuevas traducciones
a idiomas más accesibles nos familiaricen con su pensamiento, nueva
bendición recibiremos que se traducirá en un mejor servicio en la
Iglesia al Señor de la Iglesia.
LA GUERRA SANTA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
COMO PROBLEMA TEOLOGICO
Por j. Alberto Soggin
1. Presentación del problema. El Evangelio de Cristo Jesús es el
buen anuncio de la liberación obrada por el amor de Dios, que en la
vida, la muerte y la resurrección de su Elijo unigénito ha cumplido el
acto por el cual fuimos rescatados del señorío del pecado y por eso de
la muerte: nuestra deuda ha sido anulada (Jn. 3:16 y Col. 2:14). Cual-
quier otra explicación que podamos dar del hecho de Jesús de Na/aret
se resuelve en una negación o en trivialidades. Y es este “centro” mis-
mo del Evangelio el que nos plantea el problema de la guerra santa
en el Antiguo Testamento; la Iglesia confiesa la unidad de los dos
Testamentos en las diversas “economías” de la salvación, proclama la
identidad del Dios de Israel y de la creación con el Padre de Cristo
Jesús y con el Espíritu Santo que gobierna la Iglesia, mediante las
tradicionales formulaciones trinitarias; sin embargo, se nos pone en
seguida el problema, como muchos lo han advertido desde siglos: ¿có-
mo es posible que aquel Dios que en Cristo nos reveló su infinito
amor para con los hombres, haya ordenado el masacre de miles de
personas culpables sólo de tener una religión pagana, diversa de la de su
pueblo elegido? ¿Y las mujeres, los niños, el ganado, los viejos? ¿No se
trataría aquí tal vez de “una manera horrible de tratar el asunto de
la infidelidad religiosa”, a la cual “se opone radicalmente la enseñanza
cristiana?” h
l eñemos que precisar de antemano que el problema de la guerra
santa ha de ser tratado separadamente del problema más general de
la licitud de la guerra secular: una cosa es ésta, en (pie se plantea el
problema ético de los límites de la obediencia del cristiano frente al
Estado, otra cosa es la guerra santa, en que Dios mismo manda al
1 H. Cunliffe- Jones : Deiiteronomy , Introáuction and Commenlary (Torcli
Bilile Oommentaries), London 1951, pp. 21 y 92; cpr. H. Gunkel, Dio Psalmen
(HKAT II, 2), Gottingen 1920, p. 580 (al Salmo 137).
47
18
CUADERNOS TEOLOGICOS
hombre para (¡ue tome las armas; en los dos casos el cristiano no tiene
reglas abstractas de conducta, sino sólo aquéllas inspiradas por la obe-
diencia de la le, la que, en el último caso, sólo puede hacerle decidir
en lavor de la aceptación del mando divino de la guerra santa, si
admite que en la orden haya realmente un llamado divino. Sin em-
bargo, una decisión acerca de la guerra santa presenta consecuencias
que no pueden menos que alcanzar hasta el problema de la guerra
en general; una declaración de ilegitimidad de la guerra santa, como
poco arriba se ha citado, conduce automáticamente a la negación de la
guerra en general; sin embargo, el reconocimiento de la guerra santa
como algo conforme al plan divino no perjudica de ninguna manera
la actitud [rente a la guerra profana, por la profunda diferencia entre
las dos instituciones.
Hay una manera de superar el problema, que considero, sin em-
bargo, una evasión, subrayar la substancial diferencia entre los dos Tes-
tamentos de manera que el Antiguo sea sólo un estado arcaico de
espiritualidad, que a veces puede llegar a cumbres de profundidad re-
ligiosa, pero que otras veces mantiene un nivel conforme al primiti-
vismo de su civilización. Se funda en un concepto evolucionista de la
Biblia, en que el Antiguo Testamento juega un papel netamente in-
ferior frente al Nuevo; la guerra santa es en este caso algo lógica y
naturalmente superado, siendo una manera primitiva de experiencia
religiosa. Ya en el Antiguo Testamento mismo este momento se supera,
pero la superación definitiva llega en Cristo. Una posición parecida
empieza a mostrarse desde el Iluminismo y llega a su cumbre en aque-
llos ambientes más influenciados por el liberalismo teológico. 2
lie insistido sobre la necesidad de separar el problema de
la guerra en general, del problema de la guerra santa, ya que
mucho antes del siglo 18 se hablaba de la ilicitud de la guerra
como institución para arreglar asuntos de política extranjera
o interna. Los Valdenses medievales, antes de empezar sus re-
laciones con los Bohemios (ca. 1414), eran conocidos como
pacifistas en el sentido más amplio de la palabra, rechazando
- En este .sentido, con absoluta falta de seriedad crítica, Harper’s Bible Dic-
tionary, artículo “War”, New York 1952. Cpr. II. F. llahn, Oíd Testament in
Modei n Research, Philadelphia 1954, pp. 11 y sgg.; G/. W. Anderson: Hebrew
Religión, en The Oíd Testament and M odern study, editado por II. II. Rowley,
Oxford 1951, pp. 284-289; J. Ilasting’s Énoyclopaedia of Religión and Etliics, art.
“War” por W. P. Paterson, vol XII p. 684 ss., New York-Edinlmrgh 1925. cpr.
además las obras de W. F. Albright: From the Stone age to Christianily, Balti-
moi' ■ 1940 cap. IV, C, 1; Archaealogy and the Religión of Israel, 3^ ed. Baltimore
1953 pp. 116, 119, 155, 207.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
19
aún la pena de muerte, según el testimonio unánime de los
Inquisidores; Lutero y los Humanistas, aunque fundándose so-
bre bases muy diferentes, se oponían a la guerra, así como cier-
tas ramas del Anabautismo y el místico Franck. Los movimien-
tos pacifistas de hoy generalmente se ocupan poco o nada del
problema de la guerra santa en la Biblia. La contribución que
todos estos movimientos ofrecen a la solución del problema
para el Antiguo Testamento puede considerarse nula o com-
pletamente insuficiente.
Ahora bien, no cabe duda que no es verdad que el Antiguo Tes-
tamento sea cruel, mientras que el Nuevo está lleno de bondad. Sería
ignorar a profetas como Oseas y Jeremías, la fundación de toda la
Ley sobre un acto de amor de Dios de un lado, y del otro olvidarse
de episodios como la expulsión de los mercaderes del Templo o el
de la muerte de Ananías y Safira o de Judas. El problema es más
complicado para que se le pueda reducir a términos tan netos.
2. La guerra santa en la prehistoria de Israel. No es de maravi-
llarse que, como todos los pueblos primitivos, Israel en el período de
su vida seminómade haya sido guerrero. No se trataba por cierto de
un capricho ni se combatía por deporte: era la necesidad cotidiana
que obligaba al pastor a que supiese usar con eficacia y precisión las
modestas armas del beduino pobre en defensa de su ganado: cuchillo,
palo y honda, más raramente lanza y flechas, podían ser empleadas en
manera extremamente eficaz, como demuestra el episodio de la lucha
del joven David contra Goliath (R Sm. 17 cpr. la otra tradición
2:i Sm. 21:19 y H Crón. 20:5) 3. Asimismo es algo normal para la épo-
ca, que a la virilidad llegara el hombre sólo cuando estuviese en edad
apta a llevar las armas. Y corolario lógico de una situación parecida
era que la “ambientación en la vida” (Sitz im Leben) para la revela-
ción divina a este pueblo era la guerra, con su terminología y sus
conceptos de ejército, campamento, lo que luego pasó fácilmente a
constituir la terminología tradicional del culto hebreo4. Y en este
medio ambiente nace también la guerra santa como institución cul-
tual.
Santa es aquella guerra que se realiza por mando de Yahvé, para
cumplir una parte de su plan. Condición necesaria era la presencia
divina en medio del campamento (Nú. 14:42 ss), sin esta presencia la
3 Cpr. L. Koliler, Bcr hebraische Mensch, Tübingen 1953, p. 85 ss.; C. F.
Evans: art. “War”, en A Theologioal Word Booh of the Bible, New York 1955.
4 O. Prockseh: Theologie des Altes Testaments, Giitersloli 1950 p. 105. Para
todo el problema cpr. H. Fredriksson Jahve ais Krieger, Lund 1945.
20
CUADERNOS TEOLOGICOS
guerra ya no es santa y puede terminar con una derrota5. En el éxodo
de Egipto hay una serie de episodios bélicos que claramente revelan
las características de guerras santas: Ex. 15:1-3 para empezar, y una
larga secuencia; por lo que concierne la vida de los patriarcas, las
antiguas tradiciones unánimemente testimonian en favor de su carác-
ter pacífico, como es además lógico en ganaderos, fácilmente vulne-
rables por su poca velocidad y escasa autonomía G; sola excepción
queda la roca errática Gén. 14, cuyos problemas críticos no permiten
una plena valoración del material, por lo que el lector recurrirá con
provecho a los comentarios. En estas luchas que empiezan con el éxo-
do, Dios obra por su cuenta o se sirve de su pueblo, para realizar en
juicio y en gracia, su plan de salvación; esto continuará durante la
conquista de la Palestina, cuyo carácter de juicio sobre los Cananeos
ya está subrayado desde Gén. 15:16: la medida de las poblaciones ca
naneas ha de ser cumplida, antes de que se puedan realizar las pro-
mesas territoriales a Abraham y a su descendencia; cpr. además
Ul Sm. 28:18, que subraya el carácter funcional de la guerra santa, al
servicio del castigo divino”. Corolario del cumplimiento de este juicio
es el exterminio total (o parcial en ciertas circunstancias), el jcrem. El
pueblo por el cual el juicio de Dios se realiza, no ha de ser necesa-
riamente Israel: veremos más adelante que Dios puede servirse de
otros pueblos para ejecutar su plan contra Israel, y así frecuentemente
actúa.
En la tradición bíblica, desde el éxodo hay guerras santas.
Un ejemplo de actuación en este sentido hay en el citado pasaje
del Mar Rojo, Ex. 15: es una batalla totalmente combatida por
Yahvé, sin intervención humana, un modelo ideal de guerra
santa; en Ex. 17, en la lucha contra Amalee, también el éxito
no depende del valor de Israel, sino de la posición de los bra-
zos de Moisés: quedándose en adoración, el pueblo vence, de
otra manera pierde. La participación del pueblo ya es más subs-
tancial que en el pasaje que precede, pero es puramente formal.
En Nú. 21:21, Israel derrota a los “Amorreos”, pero parece más
una guerra no santa; santa es, sin embargo, la guerra contra Og,
rey de Basán, en el mismo capítulo: Yahvé entrega al enemigo
en manos del pueblo; así en la guerra contra Madián en Núm.
25 y 31. Sin embargo, hay dudas fundadas acerca de la histo-
5 L. Kohler, Theologie des Altes Testamcnts 3® ed. Tübingen 1953, p. 7.
8 O. Procksch, art. “Krieg” en Die Religión in Gesóhiókte und Gegenwart,
vol. IV, p. 1305, 2? ed. Tübingen 1929, G. von Rad: Das erste Bncli Mose (ATD
2-4), Gottingen 1952 p. 143 (Comentario a Gén. 13).
' L. Kohler, Thcol. eit. p. 7.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
21
ricidad en sentido estricto de estos episodios, que más bien pa-
recen glorificación cultual de las obras divinas para con su pue-
blo en el pasado H. Este problema de alta crítica, cuya solución
parece muy lejos, impide tomar estos episodios como ejemplos
clásicos de guerra santa, a pesar de que tengan todas las carac-
terísticas.
3. La guerra santa y la conquista . La época clásica de la guerra
santa la tenemos en el período de la conquista de Ganaán hasta el
reino de Saúl. Luego el progresivo desarrollo de la Monarquía, con
la constitución de un ejército regular, llevaron naturalmente a la de-
cadencia de la institución, a pesar de que, bajo los primeros reyes, se
hayan combatido guerras santas 9; la guerra se transforma en un asun-
to político de la monarquía, y las críticas prolcticas poco o nada po-
drán para modificar la situación: sus quejas contra la secularización
de lo que había sido un acto de culto, contra su transformación en
un acto para lograr ventajas materiales, no llegaron a transformar el
curso de los sucesos. Lo que antes había sido, por cuanto pueda pare-
cer paradójico, una situación carismática, la sola capaz de evitar con-
tactos profundos y la progresiva paganización de Israel con los Cana-
neos in, había perdido lo que justamente era su peculiaridad. Y no
cabe duda que es en el medio ambiente de la protesta profética que
hemos de entender la teoría de la guerra santa, como veremos, como
contraposición polémica de los profetas hacia las guerras seculares, po-
sición que llega a su perfección teórica en el Deuteronomio y en la
obra histórica por éste re-elaborada.
4. Carácter sagrado de la guerra santa. ¿Por qué es “santa" la gue-
rra santa? Porque es un acto de culto, con su liturgia, sus sacerdotes,
sus sacrificios, su teología, porque en ella el pueblo de Israel (o sus
enemigos) realizaban, por mando de Yahvé, su plan en la historia.
Es menester aquí seguir la presentación de Gerhard von Rad 11,
que comprueba en manera definitiva cuánto dicho arriba.
8 G. von Rad: Der lieilige Krieg im Alten Testament, Zürich 1951 (ATA-
NT 20) p. 15.
9 G. von Rad, op. cit. p. 33; y 7> en tcrono miu ms t uMen 2? ed. Gottingen 1948
(FRLANT NF 40) p. 31 s. (trad. ingl. Studies in Deuteronomy, London 1953
p. 45 s.).
10 W. F. Lofthouse: Hcbrew Religión from Moses to Saúl, en Tlie people
and tile Boolc, ed. por A. S. Peake, Oxford 1925, p. 243 y R. H. Ivennet: The con-
tributicn of the OT to tile ■religious developrhcnt of manlcind, ibid. p. 392; v. Rad,
Dcut.it. p. 32 ss. (trad. ingl. p. 46 ss.), Proeltseh, art. eit.
11 v. Rad, ni. Krieg eit. p. 6 ss. cpr. Procksch, art. cit.: Yahvé está presente
en el Arca. Una recensión a v. Rad: B. Corsani en Protest antesimo 6 (1951) p. 90 ss.
22
CUADERNOS TEOLOGICOS
La invitación a la guerra se hace tocando la trompeta,
Jue. (1:34 ss; cpr. 3:27 y H Sm. 13:3. Los que oyen el llamado
(lo que no se podía decir siempre de lodos) se congregan en
el campamento, llamado desde luego “pueblo de Yahvé” o “de
Dios”, fue. 5:11-13; 20:2. El ejército está bajo severas reglas de
purificación, 3:5; H Sm. 21:6; 2? Sm. ll:lls cpr. Dt. 23:9-14.
Antes de la batalla había sacrificios y oráculos, 1? Sm. 7:9; 13:9;
fue. 20:23-27; H Sm. 14:8 ss. Sigue la respuesta del caudillo:
“Yahvé os ha entregado a...” Jos. 2:24; 6:2; 6:16; 8:1-18;
10:8-19; fue. 3:28; 4:7-14; 7:9-15; 18:10; 20;28; 1:1 Sm.
14:12; 17:46; 23:4; 24:5; 26:8; 1? Re. 20;28. La irecuencia de
este elemento hace clara su importancia y explica la certidum-
bre de la victoria que animaba a los guerreros. Al fin el ejér-
cito marcha contra el enemigo y Yahvé delante de él, fue. 4:14;
Dt. 20:4 cpr. 2^ Sm. 5:24 (o el Arca Jos. 3:11. Los hombres se
arman “delante de Yahvé”, Nú. 32:20 ss; 27:29-32; Jos. 4:13,
pero hombres y armas son un elemento secundario para la vic-
toria. Estas guerras son llamadas guerras de Yalivé, los enemi-
gos son sus enemigos. El sólo actúa cpr. Ex. 14, Dt. 1:30; Jos.
10:14, etc., y H Sm. 18:17; 25:28. Lo que Israel ha de hacer
es no temer , sino creer. Ex. 14:13; Dt. 20:3; Jos. 8:1; 10:8-25;
11:6; Jue. 7:3; H Sm. 23:16; 30:6; 2^ Sm. 10:12. Nótese en se-
guida el carácter deuteronomístico de estos pasajes últimos 12.
Al enemigo le sobreviene pánico, Ex. 15:14-16; 23:27; Dt. 2:25;
11:25; Jos. 2:9; 2:24; 5:1; 10:2; 11;20; 24:12; 1? Sm. 4;7 s. Ya
en estos documentos tenemos la guerra santa contra Israel:
Lv. 26:36; Jos. 7:5; 1? Sm. 17:11; 28:5, al menos en sus electos.
La batalla se abre con un grito de guerra (terúcah) Jue. 7:20,
y un temor divino cae sobre los enemigos. Nunca tenemos es-
tos elementos todos juntados, a causa de las tradiciones proba-
blemente defectuosas. Difícilmente se podrá exagerar el mé-
rito de von Rad, por haber, primero, definido y tratado los
pasajes en cuestión ele manera tan completa.
Y cuál era la situacicm histémco-teológica de la guerra santa exa-
minaremos ahora.
5. Situación histórica de la guerra santa. Como vimos, “nunca
una guerra santa ha sido combatida con una completeza tan ortodo-
xa de particulares” 12. En los pasajes mencionados hay sólo frag-
mentos de la liturgia, nunca la totalidad. Hemos visto también cuán
12 von Rad, op. cit. p. 14.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
23
difícil es considerar históricas en sentido estricto las guerras santas
combatidas antes de la conquista de Canaán. No cabe duda que ésta
ha sido la época áurea para este tipo de guerras y que, si queremos
examinar las circunstancias históricas que las produjeron, tenemos que
limitarnos a estos pocos siglos 13.
Es menester que examinemos algunos pasajes en el libro
de Josué; los primeros dos son un ejemplo típico de rielabora-
ción posterior cúbica de material mucho más antiguo.
a) Jos. 6, la conquista de Jericó. El relato se encuentra
boy día claramente en un contexto de culto, de que hay los
siguientes elementos: I) la celebración de la circuncisión y de
la Pascua poco antes; II) la aparición del “Jefe del ejército de
Yahvé” (5:13-15), con elementos que claramente recuerdan la
teofanía de Ex. 3; III) el oráculo 6:1 ss.; IV) la procesión ciú-
tica correspondiente a una semana, con acentuación particular
al séptimo día (sábado); V) la predicación por Josué; VI) el
resultado: caída de los muros y exterminio de la ciudad excep-
tuada Rahab y los suyos. El relato falta de unidad interior:
v. 3 hay el motivo de la procesión de los guerreros, v. 4 la
procesión del Arca con sacerdotes con bocinas de cuerno; sin
embargo una separación en fuentes es hoy rechazada por la
crítica más al día, encontrándose los varios elementos orgáni-
camente reunidos 14.
Hay un fuerte anacronismo: “el tesoro de la casa de
Yahvé” en 6:24, que sin embargo algunos borran, no apare-
ciendo en la LXX (sólo Thesáurou Kuríou), pero que muchos
mantienen “ya que las narraciones del libro de Josué llevan las
señales de una época posterior” 15. Esta posición me parece
más conforme a la regla general de la crítica literaria por la
cual se prefiere siempre la lectio difficilior.
Una comparación con la arqueología nos revela que la
ciudad ha sido destruida alrededor del siglo XV por una ex-
traordinaria catástrofe: un terremoto probablemente derrocó los
13 von Rad, op. cit. p. 15 y Dcutst. p. 31 (trad. ingl. p. 45).
14 M. Notli: 7 las Bucli Josua (HAT 7), 2^ ed., Tübingen 1953, ad. loe.; J.
Pedo-sen: Israel, its Ufe and aulture, I1I-1V, p. 30, Oxford 1940; cpr. tal vez II.
W. Hertzberg, Die Büdher Josua, Biehter, Ruth (ADT 9), Gottingen 1953, ad
loe. y Holzinger, en Dic heilige Schrift des AT 4a ed., Tübingen 1922., vol. 1,
ad loe.
15 Los comentarios citados por Notli, Hertzberg, y la obra cit. por Pedersen,
loe. cit.
24
CUADERNOS TEOLOGICOS
ciclópeos muros y un ataque enemigo pudo fácilmente comple-
tar lo que faltaba a la destrucción 16. Claro queda de toda ma-
nera que difícilmente la ciudad ha sido desvastada por aquel
Israel que estaba entrando en Palestina en el siglo XIII; ¿que
se haya tratado de la experiencia de una tribu hebrea que se
había quedado en Palestina? 17 La importancia de esta lecha
no ha sido todavía completamente valorada para la historia
más antigua de Israel 18. De toda manera la seguridad de la
rielaboración posterior del episodio parece suficientemente
comprobada, tratándose con toda probabilidad de una redacción
pre-deuteronomística sobre tradiciones más antiguas 1!), en rela-
ción con el culto.
b) Jos. 7:1-8:29, la batalla de Ay, nos presenta análogas
dificultades. Hoy el relato está unido con el episodio del pecado
de Acán, del cual está, sin embargo, claramente separado por
estos motivos: I) geografía: el episodio de Acán se desarrolla
cerca de Jericó, Ay está mucho más lejos; II) el pecado de Acán
está lógicamente conectado con Jericó, Acán es de Judá 7:1,
mientras en torno de Jericó y en todos los primeros 12 capítulos
ile Jos. se habla de Benjaminitas 20. En la conquista de Ay el
elemento humano tiene un papel más importante que en Jos. 6:
la trampa. Aquí también la arqueología nos trae resultados
sorprendentes: en la medida y tardía Edad del Bronce, la ciudad,
floreciente en el 3er. milenio, ya estaba en ruinas y volvió a
ser habitada sólo en la Edad de Hierro: su mismo nombre sig-
nifica “escombro”. Tampoco aquí puede haber un episodio de
la invasión del siglo XIII en adelante, sino al máximo una
hazaña aislada por Israelitas que estaban ya en Palestina, como
en el pasaje que precede. Y las ruinas duran hasta el día del
redactor (“hasta hoy día” 8:28).
Caen de esta manera dos guerras santas de agresión, por la
dificultad de ubicarlas históricamente: se nos describe, ¿quién
i 6 W. O. E. Oesterley, The exegesis of the OT., en Record and Revelationl ed.
por H. W. Robinson, Oxford 1938, p. 421 s. epr. la misma tesis, pero con la poco
clara y casi racionalística explicación en G. Ricciotti, Storia d’lsraele, Torino
1952, vol. I p. 279. Una feclia menos antigua es mantenida boy por algunos.
ir The Westminster Atlas of the Bihle ed. por Wright y Filson, London
1945, p. 40.
18 M. Noth, Geschichte Israels, Gottingen 1951, D ed„ p. 65 (trad. frane.
Histovre d’Israel Paris 1954, p. 85 ss.) ; y Die Welt des ATs, Berlín 1953, p. 102.
19 cpr. ad loe. el coment. cit. de Holzinger.
20 cpr. ad loe. el coment. cit. de Noth y Hert'zberg.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
25
lo negaría? una acción que se desarrolla según el patrón de la
guerra santa, pero no se nos da algo captable históricamente.
c) Jos. 10, la batalla de Gabaón. Se trata de otra típica
guerra santa, pero nos presenta también sus dificultades. Noth
y Hertzberg 21 ven aquí dos relatos unificados: uno que relata
acerca de una batalla entre Israelitas y reyes Amorreos, otro
del exterminio de cinco reyes en la gruta de Maqqedáh 23. Los
Gabaonitas resultan aquí ser “todos. . . hombres fuertes” v. 2, lo
que claramente contrasta con el cap. 9 24. La cita del “Libro
del canto” o “del Justo” no está en directa relación con el con-
texto: Josué pide algo a Yahvé, en la cita el pedido es al sol y
a la luna; la distancia entre Gabaon y Ayalón es considerable
(unos 20 Kms.); el término “detenerse” de un astro mayor es
técnico para un eclipse cpr. Hab. 3:1 la y así se emplea por todo
el Cercano Oriente. Por tanto parece cierto que el sentido ori-
ginario no es el del prolongamiento del día 25 , además no se
ve bien qué tiene que hacer la luna con esto. Si está claro que
a la base del relato está la tradición acerca de una batalla entre
Hebreos y Cananeos, ganada por los primeros, el resto queda
muy poco claro. Se añaden detalles como la doble vuelta al
campamento en Guilgal v. 15 y 43, la doble matanza del rey
de Hebron v. 23 y 36s., cpr. los comentarios citados.
Sin embargo, las evidencias arqueológicas son mucho más
favorables cpie las textuales: Laquish ha realmente sido destrui-
da alrededor del 1230 y más o menos en la misma época Eglon
20 v. 31ss., es decir, con suma probabilidad por Israel; sin em-
bargo, la noticia de los vv. 40-43 parece otra vez problemática,
contrastanto con Jue. 1, que ve la conquista del sur efectuarse
por tribus aisladas, por muchos años.
Ahora bien, el testimonio del capítulo es que Yahvé ayuda
al pueblo para que conquiste todo el país; por eso se da aquí
a la guerra el valor de una guerra santa, sin que exista ninguna
prueba sino el testimonio posterior del redactor que quiere
aplicar a la conquista del sur la tesis de que todo lisrael haya
21 cpr. los coment. cit., ad loe.
23 G. E. Wriglit, Journal of Near Eastern Studies 5 (1946) p. 105-114, cit.
por M. Noth en el comentario cit. p. 60.
24 cpr. los comentarios de Noth y Hertzberg, cit., y él de H. Gressmann, en
SAT 1, 2, 2^ ed. 1922, Gottingen, ad. loe.
23 Fenómenos parecidos en Odisea XXIII, 242 ss e llíada XVIII, 239 (ci-
tados por Gressmann). Cpr. los cora. cit. Noth y Hertzberg.
2(í W extminster Atlas cit. p. 40.
2G
CUADERNOS TEOLOGICOS
conquistado Canaán (como antes había hecho para el territorio
benjaminita). A pesar por tanto de la historicidad indudable
ele I episodio en sí, los detalles quedan muy poco claros, para
que podamos ver en ellos una prueba de guerra santa realmente
combatida como tal.
d) Jos. //, victorias al Norte. Se refiere principalmente a
una serie de hazañas cumplidas por las tribus del Norte, espe-
cialmente Naítalí; Yahvé aquí también es el actor principal, y
esto parece dar a todo el episodio el crisma de la guerra santa.
Sin embargo aquí también muchos de los vv. que hablan de
exterminio son seguramente deuteronomísticos (lia, 12b, 15)
y todo revela el carácter local, luego ensanchado a todas las
tribus, del episodio27, tal vez en el culto. Además, la noticia del
exterminio general en estos dos últimos episodios contrasta
totalmente con Jue. I, tanto más realista, y nos está presentado
como cumplimiento de la orden de Moisés en el Deuteronomio.
Casi insensiblemente hemos llegado a la conclusión de que ios
episodios de guerra santa en el libro de Josué, aunque indudablemente
se fundan sobre antiquísimas tradiciones, son, en su forma actual, una
construcción posterior, actuada probablemente por el culto y llevada
a su forma definitiva por la escuela deuteronomística 28, con fines
teológicos bien claros. Y esto no nos lleva al siglo XIII adC, sino, a lo
más temprano, a la polémica profética que precede la reforma del rey
Josías del año 621, es decir a los siglos IX-VI, en que se hace una
completa reinterpretación de la historia pasada del pueblo, citando
continuamente fuentes más antiguas, y es en este período que debemos
buscar la ambientación en la vida de la guerra santa en Josué.
Todo el que esté al corriente de los estudios históricos acerca del
Antiguo Testamento sabrá que, desde los trabajos de Albrecht Alt29,
algunos pasajes aislados en el ruare magnurn de las reelaboraciones
posteriores nos revelan otra tradición, bien diversa de la corriente
acerca de la conquista: una acerca de una penetración ante todo pa-
cífica en los territorios escasamente poblados de las montañas y de los
27 cpr. los comentarios cit. de Hortzberg y Notli, ad loe.
28 von Ead, Hl. Krieg cit. p. 15 ss.
20 Albrecht Alt: T)ie Landnahme der Israelitcn in Palestina, Leipzig 1025;
■Erwügungen líber die Landnahme d'r Israelitcn in Palestina, en Palest inajahibiich
35 (1939) pp. 8 ss.; estos ensayos han sido reimpresos en Kleinere Schriften vol.
I, Manchen 1953 p. 89 ss. v 126 ss. Cpr. II. Ii. Eowley: From Josepli lo Josva
(¡Schweieh lect. 1948) London : 1950, p. 100, y M. Noth: Geschichte, cit. p. (51 ss.
(trad. fraile, p. 83 ss.).
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
27
desiertos del Sur, generalmente por obra de tribus aisladas., nunca en
el grupo de doce: Jos. 15:13-19; 16:10; 17:11-13 cpr. Jue. 1. Estos pa-
sajes son bien realistas acerca del escaso alcance de aquella posesión
de Canaán. Esto no significa que no hubo luchas, sino sólo que fueron
de carácter local, limitado, no de alcance nacional; G. vori Rad 30
habla de la “gran sugestión” del libro de Josué, a causa de su esque-
matismo artificial. Y para la época del desierto todo se hace aún más
problemático, como vimos.
Sólo con el libro de los Jueces llegamos a tener elementos seguros
acerca de guerras santas:
a) Jue. 5, el canto de Débora, casi seguramente contempo-
ráneo o casi al suceso que relata: ca. 1 125 31. Aunque no se trate
de un himno cultual, está lleno de elementos del culto: ala-
banzas a Yahvé, su intervención en la batalla, su ayuda que
decide el éxito, maldiciones y bendiciones. Por este canto pode-
mos aceptar también lo que precede 4:14-16 32. Lo que extraña
en esta primera noticia segura que tenemos de una guerra santa
(sea repetido: esto no significa (jue antes no hubo, sino que
ésta es la primera vez que podemos fijar a una guerra santa
en el terreno histórico), es que aquí tenemos una alianza de
sólo algunas tribus, no de todas, y que esto nos es presentado
como algo extraordinario, como ya ha notado Alb. Alt 33; jrare-
ce jjor lo tanto haber sido algo extremadamente raro que las
tribus se reunieran en una unidad llamada “Israel”; casi con
sorjrresa se enteran de que su fe en Yahvé puede tener alcances
determinantes también sobre el terreno político.
b) l^Sm.ll, Saúl contra los Amonitas. Es ésta otra guerra
de cuyo carácter sagrado no se puede dudar. Con esto tenemos
los límites entre los cuales se desarrollan las guerras santas
históricamente determinables como tales34; otras seguras son:
Jue. 3:12ss; 7 : 1 ss (2 relatos reunidos de que uno solo es de gue-
rra santa); mucho menos clara es la posición del episodio de
Jefté, Jue. 11, con sus guerreros profesionales y falta de joartici-
pación de las tribus (¡Jue. 12:2: en vano!).
so op. cit. p. 17.
31 Albriglit, AE1 cit. p. 227 nota 35. S. Mowmckel en Vetas Testamentum
5 (1955) p. 27 nota 2 acepta esta fecha condieionalmente.
32 yon Rad, op. cit. p. 21.
33 A. Alt': Die Staatenbildung der Israeliten in Palestina, Leipzig 1931,
ahora en Kl. Sclir. II p. 7 n. 2.
34 von Rad: op. cit. p. 21.
28
CUADERNOS TEOLOGICOS
De todo esto von Rad trae una conclusión que parece extrema-
damente probable a pesar de que todas las guerras de la época más
antigua de Israel sean presentadas como santas, sólo de pocas se puede
afirmar que lo hayan sido realmente (y no una glorificación épico-
cultual de siglos posteriores); las otras, cuando los acontecimientos se han
realizado por medio de una guerra, parecen haber sido episodios pro-
fanos cualquiera , así como, por ej. en fue. 1 no oímos nada de la
sagra l idad. Frente a esta conclusión está la tradición acerca de la con-
quista, pero hemos visto que hay restos de aquella otra tradición,
mucho más realista, pero dejada en segundo plano por el culto, ya
que se prestaba menos a sus fines de glorificación del pasado.
Otra conclusión también se impone: por lo que podemos alcanzar
sobre el terreno histórico en sentido estricto, las guerras santas eran
siempre guerras defensivas, nunca de agresión ™, la amenaza contra
una de las tribus, siendo considerada como amenaza contra toda la
amfictionía, es decir la congregación sagrada de las tribus bajo las
promesas de Yahvé. Y Dios obraba por medio de su asamblea con-
gregada en el campamento militar, hombres libres que voluntaria-
mente contestaban al llamado divino para ser ejecutores de su plan,
cuyo Jefe era un caudillo carismático confirmado por el Espíritu de
Yahvé.
Ha sido por tanto la tradición del culto israelita, la que ha arre-
glado para sus fines las antiguas tradiciones acerca de las epopeyas
del pueblo, recibiendo su forma definitiva por la escuela deuterono-
mística 37 ; se generalizaron las que habían sido experiencias de tribus,
aplicándolas a todo Israel, se quitó todo lo profano, sagralizando
donde fuera posible. Será lo que sigue un ensayo de fundar teológica-
mente el ;por qué? de todo esto.
6. Situación teológica de la guerra santa. El lema de la guerra
santa, “no asustarse sino creer”, lo encontramos todavía en Is. 7. Parece
por lo tanto relativamente fácil trazar una línea desde la época de la
guerra santa, hasta el tiempo de su sistematización, que encontramos
en el libro del Deuteronomio. El carácter defensivo le ha sido quitado
completamente en este libro, para dejar lugar a algo completamente
diferente: la guerra santa es el medio que Yahvé emplea para ejecutar
sus juicios ante todo sobre los pueblos de Canaán: Dt. 7; 8:20; 12:2;
18:9-14; 20:16; 29:24: los Cananeos son pecadores, y por tanto merecen
35 Ibid. p. 24.
36 Esto había ya sido afirmado por W. Caspari en ZWT 1912 p. 112 ss.,
cit. por Prockseli, art. cit. ; cpr. Prockscli, Theol. cit. p. 119/n. 2.
37 Sobre el problema general de la rielaboración deuteronomística véase
C. E. North: The OT interpretation of history, London 1946, p. 94 ss.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
29
lo que por medio de Israel Dios cumple contra ellos (el motivo, vimos,
anticipado ya el Gén. 15:16, cpr. los comentarios). Sin embargo será
uno de los Leitmotive de la predicación prófética que Israel no crea
que esto ha sido un favor de un dios nacional a su pueblo, ya que
esto es justamente lo que Yahvé no es cpr. Am. 9:7ss. Y esta nueva
perspectiva es mucho más amplia que la más antigua: de una guerra
defensiva con la ayuda de Dios, se ha transformado en un medio del
cual Dios se sirve para ejecutar su plan en la historia, también contra
Israel, si hiciese falta, como veremos.
7. La guerra santa contra Israel. Hablando de la guerra santa,
es imposible usar el término de “nacionalismo religioso”, ya que existe
la guerra santa por parte de otros pueblos contra Israel 38.
O. Procksch 39 afirma, al contrario, que sólo las guerras
nacionales contra pueblos extranjeros, no las civiles, tienen
carácter sagrado, lo que contradice a cuanto estamos desarro-
llando. Sin embargo, ¿qué posición tiene entonces la guerra
civil de Jue. 20, que tiene todas las características de una
guerra santa? El motivo ético que se añade puede muy bien
fundar una acción parecida contra una tribu que se hizo in-
digna de quedarse en la anfictionía.
Es una tendencia del pueblo, y probablemente de aquellas teolo-
gías que encontramos en los profetas llamados “falsos” (p. ej. Ananías,
|er. 28), ensayar de interpretar toda la historia del pueblo de Israel
en el sentido de una aprobación nacionalística de Dios a sus proyectos
y aspiraciones; es verdad que estas tendencias se harán siempre más
fuertes después del destierro. Pero es también una realidad que los
profetas luchan ferozmente contra estas interpretaciones, para que
toda idea parecida sea quitada de sus corazones, desgraciadamente con
poco éxito; y el historiador deuteronomístico demuestra que el fin del
Reino de Samaría, el primer destierro, el segundo definitivo son todos
el castigo del pecado del pueblo de Dios. Isaías llama al Asirio instru-
mento de Yahvé (cap. 10), jeremías (cap. 26) llega hasta llamar a Ne-
bucadnezar “siervo de Yahvé”, el mismo término que el Déuteroisaías
usará para el Rey-Mesías que sufre por los pecados del pueblo 40.
Hay una infinidad de pasajes: Am. 5:27; 6:14; Is. 5:26ss; Sol. I:7ss;
Jer. 4:5ss; 5:15ss; 6:lss; 8:14; 25:14s, en que a veces se llega hasta usar
38 yon Ead op. cit. p. 11.
39 O. Procksch, art'. cit.
40 i. Engnell : The Servant of the Lord, in Bulletin of the John Eylamds
Library 31 (1948) p. 1 ss.
:jo
CUADERNOS TEOLOGICOS
directamente la terminología propia de la guerra santa: interdicto,
exterminio, etc.
El pueblo culpable será objeto de exterminio tal como antes los
Cananeos por su pecado; tal ve/ la pena será peor (pie para aquél
por la mayor responsabilidad que su posición da a Israel y a Judá. Y
el “día de Yahvé” (pie el pueblo esperaba como un día de triunfo na-
cionalista (cpr. los Salmos reales 2:7 ss y 1 10:5 ss antes de su interpre-
tación mesiánica), habrá de ser, al contrario, un “día de tinieblas y
no de luz” (Am. 5:18).
<V. Dente) onomio y guerra santa. Cabe ahora una pregunta. Hemos
visto que desde los tiempos de David (Saúl era todavía más un “juez”
que un rey) la guerra santa pierde su importancia, siendo substituida
por guerras a cargo de un ejército regular, con fines estrictamente
seculares (en un cierto sentido David con sus “desesperados” son las
primeras de estas fuerzas regulares, 14 Sm. 22:2); otras veces se lucha
con mercenarios (cpr. David y los Filisteos, 1? Sm. 27). Sabemos ade-
más (pie la escuela deuteronomística luchó hasta que pudo imponerse
con la reforma del rey Josías (621, 24 R. 22 y 23), para (pie tocio resto
de paganismo fuera eliminado de Israel. Y entonces ¿por (pié recons-
truye toda una teoría acerca de la guerra santa, interpretando según
ella todas las tradiciones y epopeyas de su pueblo, haciendo aparecer
santas 41 ciertos episodios de guerras tan poco ciertas? En la contestación
a esta pregunta está la solución del problema de la guerra santa en
Israel.
Con la monarquía había entrado en Israel un elemento extraño,
tomado de las grandes monarquías del antiguo Oriente, como los re-
latos de la instituciém, en su versión antimonárquica, claramente de-
muestran. Sin embargo, la fe de Israel había demitologizado la figura
del rey: ya no era Dios, ni de descendencia divina, al máximo llegaba
a ser hijo adoptivo, un virrey de Dios y nada más (cpr. Sal. 2). Esto
es lo máximo de sagralidad a que un rey en Israel puede llegar. El
“juez” había sido una institución de emergencia, que la aníictionía
empleaba en ciertos momentos de calamidad nacional y tenía que ser
confirmado expresamente por Yahvé después de su elección; no así el
rey, ya cpie la monarquía era instituciém permanente, exactamente co-
mo en Roma republicana el dictador había sido una institución espe-
cial, y en el imperio se había llegado a una persona con los mismos
poderes y además el carácter hereditario y permanente de su mando.
Así en Israel es el rey que ahora conduce la política exterior o interior,
declara guerras, pacta alianzas; Israel se hace un estado con un fondo
41
Cpr. von Rad, op. cit. p. 34 ss. (trad. ingl. p. 46 ss.).
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
31
religioso solamente, como los demás, pero nada fuera de esto; esto con-
tinúa hasta la catástrofe nacional definitiva. Sabemos cuál ha sido la
posición profética contra esta nueva situación secular en la política de
Israel: netamente negativa; una política parecida y las guerras o alian-
zan que engendraba, eran una forma más de idolatría, de falta de fe,
de adoración de la potencia propia o de sus aliados, una falta de fi-
delidad al Dios que era el autor del pueblo en el sentido más estricto
de la palabra, para confiar en fuerzas que no pueden ayudar. Y el Deu-
teronomio, como se sabe, tiene fuertes raíces en el profetismo.
Y de aquí podemos seguir una línea: como los profetas idealizaron
la época del desierto (cpr. especialmente Oseas y Jeremías), ahora los
escritores deuteronomísticos idealizan las guerras del pasado: en sus
tiempos veían degeneración, secularización de las instituciones más glo-
riosas de su historia, pero ¡en aquellos otros tiempos era diferente!: la
guerra se combatía sólo si Yahvé mandaba hacerlo en su plan y toma-
ha personalmente el mando. “Por eso el camino de expansión al exte-
rior, hacia el cual los caudillos nacionales ensayan empujar a su pue-
blo, es juzgado por los Profetas como una abierta rebelión contra Yah-
vé. . . y con esto se le quita el terreno a toda exclusión de las funda-
ciones de la guerra santa” 42, y el juicio habrá de caer sobre una nación
que ha ensayado servirse para su provecho particular de una institu-
ción divina.
Hay entre algunos estudiosos una corriente que tiende a des-
conocer las relaciones entre Profetas y Deuteronomio, a causa de
la falta de problemática de éste en las relaciones entre Dios y los
hombres, la falta de escatología, de decisiones, ciertas diferencias
entre Dt. y profetas, por ej., el acento del Dt. sobre el culto43.
Von Rad ve así entre los Levitas, sacerdotes del Arca, el medio
ambiente en que el Dt. nació (2^ Sm. 15:24), ya que el Arca es-
taba en estricta relación con la guerra santa y por esto se puede
entender su interés en vivificar una costumbre olvidada desde
tiempo. Vriesen 44 se levanta contra esta tendencia: el Dt. se di-
rige justamente a aquel pueblo nuevo señalado por Isaías, y a
esto quería actualizar otra vez la época de Moisés y de la con-
quista, re-elaborando las viejas tradiciones del culto. Es un “en-
sayo positivo para la renovación del pueblo justamente desde el
42 W. Eichrodt: Theologie des ATs, Berlín 1939, III, p. 52.
43 von Rad: Deutst cit. p. 47 ss. (trad. ingl. p. 66 ss.) y Das Gotte voV
Devteronomium (BWANT III, 11) Stuttgait 1929, p. 60 y 72 ss. T. C. V
Die Erwalihmg Israels nach dem AT (ATANT 24) Ziirieh 1953, p. 58 ss.
44 Así también von Rad, Gottesvollc c-it' p. 82 y 92 ss.
32
CUADERNOS TEOLOGICOS
punto de vista profético del juicio. Así se explican los varios
puntos de contacto entre el Dt. y Os. y ]er. 4 \ En Is. 7:9 resuena
todavía el lema de la guerra santa: “Si vosotros no creyereis, de
cierto no permaneceréis”, es decir: no vuestra política confiada
en vuestras fuerzas o en potentes aliados, os librará, sino Yo,
Yahvé, cpr. Is. 30:1 ss; 31:1 ss.
El Deuteronomio reinterpretó por eso la historia pasada del pue-
blo, con sus tradiciones y sus epopeyas, en una manera conforme a las
tesis de la protesta profética, idealizando el pasado como los profetas
hacían con el desierto; entonces, proclamaban, había guerra sólo cuan-
do Yahvé lo ordenaba, cuando El había escogido este método para
cumplir su plan; las guerras contemporáneas, empero, siendo el fruto
de la falta de fe del pueblo y haciéndose sin ninguna orden divina,
eran guerras malditas, ilícitas. Por esto las derrotas del pueblo en los
siglos VIII-VI eran el justo castigo por su pecado, así como antigua-
mente hubo derrotas también, cada vez que el pueblo violaba la ley 4ti:
los enemigos políticos de Israel o Judá no han de ser de ninguna ma-
nera los de Dios y sólo los falsos profetas pueden llegar a una conclu-
sión contraria.
El historiador que se gloria de su objetividad podrá lamentar la
tendenciosidad de este método; sin embargo, acordémonos que el Deu-
teronomista no quiere hacer investigaciones históricas (para éstas señala
al lector las fuentes de que sacó sus datos: el Libro de las guerras de
Yahvé, el Libro del Justo o del Canto, los anales de los reyes, etc.),
sino quiere comentar los acontecimientos del pasado, que eran de pú-
blico dominio, explicar las causas primeras y los fines de toda esta
historia, y esto no teóricamente, sino existencialmente, para su época,
para la vida de cada día, que es la vida de una época de decadencia
religiosa, de “baalización” y por eso de decadencia en todos los demás
campos de la vida pública y particular: corrupción, deshonestidad,
mala política, injusticia social, etc.; y además que predicar, el Deutero-
nomista quiere dar sugerencias prácticas para la vida de la comunidad
renovada, quiere realizar públicamente lo que los profetas han predi-
cado (Vriesen), llegando, sin embargo, a la realización de sus planes
45 J. Pedersen, op. eit. p. 575 s y 584 ss. ; E. Nielsen: Oral tradition (SBTh
11) London 1954 p. 54s.; O. Grether, Ñame and Wort Gottes im-AT. (BZAW 64),
Giessen 1934 p. 33. I. Engnell : The cali of Isaiah en Uppsala TJniversitets Arsskrift
1949, 4, p. 60/nota 2.
46 H. Michaud: art. “guerre” en Vocabulaire biblique ed. por J. J. von
Allmen, Neueliatel 1954 ; C. F. Evans, art. cit.
LA GUERRA SANTA COMO PROBLEMA TEOLOGICO
33
sólo bajo el reino relativamente breve de Josías y luego, sólo después
del destierro.
Afirmando que las guerras antiguas eran todas santas, que otras
no había, afirmaban implícitamente que las demás son ilícitas (de otra
manera, ¿por qué toda esta especulación?), y esto caía en una época de
nacionalismo feroz, como bien tuvo que experimentar Jeremías sobre
su propia persona en la cárcel. Profetas y Deuteronomista proclaman
al mundo (pie la voluntad de Dios no es la guerra, sino la paz, no es
la muerte, sino la vida, a menos de que el hombre no caiga bajo su
juicio.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO
DE RUDO LE BULTMANN *
Por J usé Míguez Bonino
El más discutido y tal vez el más notable de los estudiosos contem-
poráneos del N. T., acaba de brindarnos una obra que significa, a la
vez, la coronación de su carrera y un hito en la historia de la discipli-
na. La “Teología del Nuevo Testamento” de Rudolf Bultmann es, en
efecto, “la coronación de su programa de relacionar de una forma nue-
va la labor teológica exegética, dogmática y práctica”. 1 Se trata de
una exposición lúcida, condensada, penetrante y llevada a cabo con
notable rigor científico. Tras ella se hallan cuarenta años de estudio
crítico, histórico y literario de los evangelios sinópticos (Geschichte der
synoptischen Tradition, 1921) del cuarto evangelio (Das Johannes
Evangelium, 1937-41), de los orígenes del cristianismo (Das Urchristen-
tum im Ralimen der antiken Religionen , 1949) y decenas de valiosas
monografías. Pero tras ella se halla también un concepto hermenéutico
perfectamente articulado y una convicción clara acerca de cuál es el
cometido de una teología del N. T. Y es precisamente esta conjunción
del crítico histórico y literario, del historiador de las religiones, del
sistemático y del predicador, lo que da su sello particular a la obra
en cuestión. En la breve presentación crítica de la obra que hacemos
a continuación, con el objeto principal de atraer sobre ella el interés
de los colegas latinoamericanos, nos limitaremos a hacer notar algunos
Theologie ¿les Neuen Testamente, aparecida en fascículos desde 1948 y en
su totalidad en 1951 (J. C. B. Molir, Tübingen). La traducción inglesa por Ken-
drick Grobt‘1 lia sido publicada por Ch. Scribner’s sons, apareciendo el primer yol.
en 1951 j el segundo en 1955. Citamos siguiendo el original alemán, pero aña-
diendo la paginación en la traducción inglesa para beneficio de aquellos a quienes
ésta sea más accesible.
' Markus Bartli “Die Metliode von Bult manns ‘ Tlieologie des Neuen Tes-
tamenta ’ ” Theologische Zeitsehrift , Jan/Feb. 1955; p. 1. Desafortunadamente
esta penetrante discusión del método seguido por Bultmann en sn Teol. del N. T.
llegó a nuestro conocimiento demasiado tarde para sacar el provecho debido.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 35
de los problemas y respuestas presentados por Bultmann y la indicencia
de su método hermenéutico sobre su presentación y exposición del
N. T.
I
Barth ha observado alguna ve/ que Bultmann, además de exégeta,
es un “Systematiker” de tal calibre que es imposible considerar su exé-
gesis sin plantear el problema de los fundamentos de la misma (Kirch-
liche Dogmatik, III ¡2, pág. 534). Es imposible comprender la dirección
impresa por el autor a su obra sin tener en cuenta ciertas presuposi-
ciones de orden sistemático que plasman toda la exégesis e interpretación
bultmanniana.
I. Investigación histórica y exégesis “sustancial”. El concepto del
objeto de una teología del N. T. que predominó en todo el siglo pa-
sado es el formulado incipientemente por }. Ph. Gabler en 1787 en un
discurso académico donde distingue entre teología sistemática y bíbli-
ca, asignando a ésta la función de estudiar el pensamiento de los au-
tores sagrados desde el punto de vista histórico, con atención a las cir-
cunstancias y personalidad de esos autores. 2 * Tal tesis fué llevada a su
culminación en el liistoricismo: se estudia filológicamente y gramati-
calmente un pasaje, su relación con el ambiente, los paralelos en otros
tipos de literatura, su valor como fuente histórica. Tal vez se añade
el estudio psicológico del autor. Luego la teología bíblica expone orde-
nada y objetivamente el resultado de esos estudios. Se obtiene así “una
descripción científica de la religión del N. T.” —o de las distintas ex-
presiones religiosas de esos escritos. :! El Neutestarnentler ha concluido
su obra. Ahora podrá venir el “teólogo práctico” y actualizarlo con
una serie de ilustraciones o paralelos.
El Rórnerbrief de Barth aparece en 1918 como una vehemente
protesta contra ese estado de cosas. Toda esa investigación sólo es “un
paso en la dirección” de una genuina interpretación, “un prolegóme-
no”, “labor preliminar”, que debe ser seguida por una comprensión
“sustancial” (sachlich) del texto, una discusión con el autor bíblico, en
torno al tema del texto, un diálogo en el cpie la muralla entre el pri-
mer siglo y el presente “se torne trasparente” como en la exégesis de
un Galvino o un Lutero. 4.
2 I)e junto discrimine theologiae bihlicae et dogmatícete regcndisque rede
utr i usque f i n i b ion.
2 Holzmaim, Theologie den Neuen Testamente, 2 Aufl., 1911, I, p. 20.
4 Botnerbrief, prefacio a la 2* edición (1921)- donde explica extensamente
cuál es su actitud respecto de la crítica histérico-literaria y el significado de
su propia exégesis,
36
CUADERNOS TEOLOGICOS
Bultmann, que a la sazón viene destacándose en el campo de his-
toria de las religiones, manifiesta sus temores: ¿se trata de abandonar
el método histórico y retornar al antiguo biblicismo? Pero al año si-
guiente, en el prefacio a la tercera edición del Rómerbrief, Barth pue-
de anunciar “la amistosa recepción del libro por Bultmann”. Poco
después el por entonces profesor de Marburgo comienza a colaborar
en el grupo encabezado por Barth que publica la revista Zwischen cien
Zeiten.
¿Qué signilica la conversión del brillante N eutestamentler? Esen-
cialmente una nueva comprensión del significado del estudio de la
Biblia. El mismo se encarga de explicárnoslo en varios artículos. La
llamada “teología dialéctica” no contribuye al estudio neotestamenta-
rio con “determinadas afirmaciones dogmáticas” que pudieran trans-
formarse en principio de interpretación. * * 5 * Tampoco se trata “de un
nuevo método de investigación que podría suplantar al histórico”.0
Se trata más bien de “una percepción más profunda en la naturaleza
de la historia”.7 No basta, en efecto, la “reconstrucción” de un trozo
de historia y su ubicación en el contexto general de la historia, como
si eso no tuviera relación alguna con mi persona. 8 “Porque en un tex-
to no se me da a conocer cosas notables, accesibles y hasta entonces no
descubiertas, conocimiento de ciertos sucesos hasta entonces ignorados,
sino que se me abren posibilidades de mi propia existencia que sólo
puedo comprender en la medida que yo me halle abierto a las posi-
bilidades de mi existencia y quiera dejarme abrir a ellas. No puedo
aceptar lo dicho (en el texto) como comunicación, sino que sólo lo
puedo comprender aceptando o negando. Porque se trata de la aper-
tura de mi propia posibilidad... Comprender es por lo tanto siempre
también resol lición , decisión. El exégeta debe percibir su relación vi-
tal con el texto, que le viene, no como un fragmento errático del pa-
sado, sino como un mensaje que lo coloca en tela de juicio, que lo
afecta personalmente.
¿Se abandona por ese método la “objetividad histórica” tan pre-
ciada al historicismo (Historismusjt “La exigencia” —responde Bult-
mann— “que el intérprete silencie su objetividad y destruya su indivi-
j “ Die Bedeutung der ‘ dialektisclien Theologie’ für die neutestamentliclie
Wisscnseliaft” (El significado de la ‘teología dialéctica’ para la deuda del N.T.)
(1928). En Glauben und Verstelien, I (J. C. B. Molir, Tiibingen, 1954) p. 114.
<> Ib id., p. 115.
7 lbul., p. 115.
3 Ib id. p. 123.
a lbul. p. 127 (subrayado nuestro)
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 37
dualidad para alcanzar un conocimiento objetivo es. . . el mayor ab-
surdo. Sólo tiene sentido y validez en cuanto significa que el intérprete
debe silenciar sus deseos personales en cuanto al resultado de la inter-
pretación— i.e. el deseo que el texto confirme una opinión (dogmática)
determinada... La ausencia de presuposiciones respecto del resultado
es algo dado por sentado absolutamente e imprescindible en la inter-
pretación como en cualquier investigación científica. Pero, aparte de
esta verdad, la exigencia de hacer enmudecer la propia subjetividad
desconoce enteramente la naturaleza de una genuina comprensión.
Porque la interpretación presupone precisamente la máxima vitalidad
del sujeto que comprende , el más rico desarrollo posible de su indivi-
dualidad”. 1(1 La polaridad subjetivo-objetivo que dominó al historicis-
mo se fundamenta en una incomprensión de la dialéctica de la exis-
tencia histórica. Una afirmación o un relato histórico puede —y debe-
ser tomado como una información, como una “fuente’’ de conocimien-
to, objetivamente. Como tal forma parte de una época histórica. Pero
a la vez, está en una relación inseparable con una forma de existencia
humana y con una determinada posibilidad de existencia; no sólo es
un “qué” (IVas), sino también un “cómo” (Wie). La verdadera com-
prensión histórica no se ha realizado hasta que uno se ha dejado pro-
poner por el texto histórico ese “cómo” como una posibilidad para su
propia existencia. Porque esa “apertura” al pasado es la verdadera
esencia de la existencia histórica. La interpretación más “subjetiva” es
en este caso la más “objetiva”, esto es: “sólo aquel que es movido por la
cuestión de su propia existencia puede escuchar el reclamo del tex-
to”. 11
Lo que esto significa en términos de la comprensión del N. T.
—y que Bultmann ha expresado utilizando la terminología existencia-
lista de Heidegger— lo expresa Barth en su intento de interpretación
de Bultmann en los siguientes términos: “En esto espero no equivo-
carme cuando veo en el centro de los esfuerzos de Bultmann la inten-
ción de comprender el N. T. como documento de un mensaje (Keryg-
rna, anuncio, predicación). ¡Cómo tal y sólo como tal!. . . Por lo tanto
no habría una verdadera comprensión ni exégesis del N. T. cuando
se quisiera tomar del mismo ciertas declaraciones generales y teóricas
acerca de Dios, el mundo o el hombre, o relatos históricos neutrales
acerca de historias acontecidas (geschehene Geschichte ) o reproduc-
ción de experiencias o vivencias religiosas, místicas, contemplativas o
morales, realizadas en el pasado y a realizar de nuevo hoy”. Por lo tan-
' i 1 l I ; ;
10 “Der Problem der Iiermeneutik” (“El problema de la hermenéutica),
1950, en Glanben und Vcrstehen (J. C. Molir, Tübingen, 1952), Vol. II, p. 230.
11 loe. cit.
38
CUADERNOS TEOLOGICOS
to la única posible comprensión del mensaje tiene lugar “en la parti-
cipación en la vida de éste su mensaje”.12 “La comprensión del N. T.
viene a ser —sin perjuicio de toda la atención histórica y filológica que
se le dedique— un acto “existencia!” : la única forma en que puede
tener lugar una genuina comprensión del texto". 13
2. La “presuposición” hermenéutica. Para que “el siglo primero
hable” y “el siglo veinte escuche”, es necesaria alguna forma de con-
tinuidad entre ambos, un terreno común. ¿Dónde lo encontraremos?
Schleiermacher creía hallarlo en una cierta “simpatía” o “receptividad”
humana que permite “imitar” o “reconstruir” la experiencia trasmitida
en el texto. Dilthey amplía el concepto fundamentándolo en una na-
turaleza humana común, de la cual las “diferencias individuales” no
son “cualitativas” sino “de grado”. Pero esa continuidad psicológica
o estética no penetra a la raíz misma de la existencia humana que es
su historicidad. Una conexión más profunda puede hallarse por medio
de “un interés en la historia como la esfera de vida en que se mueve
la existencia humana...”. “En otras palabras: la dirección puede ser
determinada por la investigación acerca (le la existencia humana como
la propia existencia”. 14 En todos los casos, para llegar a una compren-
sión sustancial del texto, es necesario llegar a él con una pre-suposi-
ción, una comprensión previa (Vorverstandnis) que es como el oído
que permite percibir lo que el texto dice. Esta comprensión previa será
una comprensión de la existencia humana, la cuestión de mi propia
existencia. Puede tratarse de una comprensión muy ingenua de mi exis-
tencia, pero de todos modos ella proveerá las categorías que abren el
arcano del texto (por e j . , la búsqueda de la “salvación” o del “sentido
de la vida”, etc.). Sin esta comprensión preliminar — que el “escuchar”
del texto podrá luego modificar o transformar— los textos resultan
totalmente mudos. Podrá recogerse de ellos toda suerte de “datos" e
“informaciones”, pero no se habrán comprendido como textos históri-
cos, es decir, como expresiones de la existencia humana que abren una
posibilidad actual y llaman a la decisión.
La interpretación bíblica no escapa a este requisito. Es imposible
llegar a la Biblia sin “presuposiciones previas”. El intérprete no ha
de tratar de eliminar esas presuposiciones sino traerlas a la luz, “pro-
bailas críticamente”, en una palabra, “dejarse interrogar al interrogar
12 Rudolf Bultmann, fin Versuch, ihn zu verstehen (Evangelisclie Verlag;
Zollikon-Zürieli, 1953), p. 4-5.
13 Ibuh, p. 6.
ii Este análisis es desarrollado cuidadosamente en “Das Problem der Her-
meneutik’’ ( GJauben vnd Verstehen, II., pp. 227-231).
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 39
al texto”, “escuchar la demanda del texto”. 13 Pero todo esto sólo pue-
de hacerse cuando la orientación de la pregunta que se dirige al texto
uo nace de “fantasía individual” sino “de la historia misma”. De
allí nace la importancia de que la pregunta sea planteada correcta-
mente; es decir, que halla una “exposición adecuada de la existencia
humana”. El hallar la terminología que corresponde genuinamente
a las categorías de la existencia es la labor de la filosofía. Bultmann
halla que el más exacto análisis de la existencia humana se halla en
las categorías expuestas por Heidegger en sus primeras obras. Y así
llegamos al programa concreto que Bultmann se propone.
3. Interpretación existencialista. El N. T. tiene, por supuesto, un
“mensaje”, una “comprensión de la existencia humana” que nace de
la le, o mejor, una comprensión de la existencia humana en la le.
Esta se expresa, sin embargo, en términos “mitológicos” ya sea en forma
de aserciones acerca de Dios, del mundo y del hombre, ya en forma
ile “mitos” (del Dios-hombre, de la Resurrección, de la Parousia) que
representan la comprensión de la existencia en formas objetivadas.
La aceptación de esas formas de representación (Vorstell ungen) objeti-
vamente, como información mediada por el texto, como lo ha hecho
la ortodoxia, o su reducción a verdades generales intemporales, como
lo hizo el liberalismo (piénsese en La esencia del cristianismo de
Harnack, por ejemplo), significa a la vez un desconocimiento del
propósito de la Revelación y de la naturaleza de la existencia humana.
No se trata de eliminar esas formas mitológicas, ni esas afirmaciones
conceptuales, sino de interpretarlas existencialmente; esto es, pregun-
tarse qué comprensión de la existencia humana presentan, qué posi-
bilidad me abren. lfi
Esta es la labor que la ciencia de la interpretación del N. T. debe
realizar. El estudio literario, histórico, es el preliminar necesario. Pero
debe ser colocado al servicio de una genuina comprensión del men-
saje del texto. Esa genuina comprensión se alcanza cuando uno se
acerca al texto interrogándolo a partir de su propia existencia. En-
tonces el texto descubre una nueva comprensión de la existencia que
desalía la “presuposición preliminar” que el intérprete trajo a él y
le muestra una nueva, ante la cual debe realizar su decisión. Bultmann
se propone realizar esa traducción utilizando la terminología existen-
15 Ibid., p. 228.
if> Aludimos en estos párrafos, por supuesto, al famoso programa de “des-
mit.ologizaeión ’ ’ que Bultmann lia propuesto en su ensayo ‘ ‘ Off enbarung und
Heilsgesclielien ”, publicado en 1941 y que luego lia sido re-eilitado en valias opor-
tunidades. La discusión detallada del tema, uno de los más controvertidos en la
escena teológica contemporánea, escapa por completo a nuestro propósito presente.
40
CUADERNOS TEOLOGICOS
cialista. Este propósito informa su teología del N. T. que se propone,
reconociendo el valor de la investigación histórico-crítica y de la his-
toria de las religiones, evitar su error de “separar el acto de vivir del
de pensar y por ende desconocer la intención de las afirmaciones
teológicas”. La reconstrucción del pasado debe “colocarse al servicio de
la interpretación de los escritos del N. T., bajo la presuposición de
que tienen algo que decir al presente... no como enseñanzas teoré-
ticas, verdades generales a temporales, sino sólo como la expresión
de una comprensión de la existencia humana que es también para
el hombre de hoy día una posibilidad de comprensión de sí mismo. . .
Hacer clara esta auto-comprensión de la fe (glaubende Selbst-verstdnd-
nis) en su referencia al kerygma es la tarea de una presentación de
la teología del N. T.” 17
II
El plan seguido por Bultmann en la presentación de la teología
del N. T. es histórico. Divide la obra en cuatro partes: la primera,
dedicada a las “Presuposiciones y motivos de la teología del Nuevo
Testamento” que desarrolla sucesivamente, en tres capítulos: “El men-
saje de Jesús”, “El kerygma de la iglesia primitiva” y “El kerygma
de la iglesia helenística exceptuando a Pablo”. La segunda parte está
destinada a la exposición de la teología de Pablo, y la tercera a la
juanina. La cuarta expone el desarrollo de la teología en la dirección
de la iglesia católica antigua. Concluye con un apéndice sobre “La
tarea e historia de la teología del N. T.”
M. Barth ha notado que los métodos empleados en cada una de
las partes no son los mismos, sino cpie se adecúan al material tratado
en ellas. El empleado en la primera parte es histórico-crítico. Aquí
Bultmann hace uso del análisis de los sinópticos que ya ha realizado
empleando el método del estudio de las formas y su desarrollo
(formgeschichtliche Methode). De esa forma ha creído poder aislar
ciertos “estratos” en la formación de los evangelios y ubicarlos en su-
cesión cronológica.
Del Jesús histórico no cree el autor que podamos saber mucho.
Cuando separamos de la tradición más antigua las ideas producidas
por la iglesia y la labor editorial de los evangelistas, nos queda un
profeta que predica un llamado escatológico al arrepentimiento (§ 1),
i" Theologie des Ncuen Testaments , p. 591; tr. ing. II, 251. En adelante da-
mos la paginación en el texto, primero en el original alemán y luego en la tra-
ducción al inglés (ing.).
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 41
entra en conflicto con el legalismo judío (§ 2) y predica un Dios tras-
cendente y presente a la vez que demanda todo del hombre y perdona
al pecador cjue se arrepiente (§ 4).
Tres cuestiones, al menos, se plantean en este capítulo, que han
de preocupar seriamente al estudioso del N. T. La primera se refiere
a la llamada “conciencia mesiánica de Jesús”. Bultmann niega de
plano tal cosa: Jesús se consideró, sí, el predecesor del “Hijo del hom-
bre”, la persona frente a la cual el hombre decidía su entrada o recha-
zo en el Reino (según le aceptara o no), pero no el Mesías mismo. Tal
designación se la atribuyó la iglesia “post eventu” a partir de la fe
en la Resurrección. La hipótesis pertenece a Wrecle (Das Messias-
geheimnis in den Evangelien, 1901) y ha sido revivida por Bultmann.
Partiendo de esa base, el autor considera cjue el mensaje de Jesús no
jjertenece a la teología del N. T. propiamente dicha, sino a sus presu-
posiciones, ya que Jesucristo no es el contenido de su mensaje (p. 2;
ing. 1:3). Pero la base resulta demasiado endeble j^ara sostener el
edificio cjue se le sujjerjxme y uno se pregunta si es jiosible reflotar
la teoría del “secreto mesiánico” de Wrecle luego de la crítica a cjue
ha sido sometida por Cullmann, W. Manson, T. W. Manson, Goguel,
Schweitzer, C. H. Dodd y otros. 38
Pero aun el cuadro de Jesús cjue Bultmann nos da está abierto
a serias objeciones. En efecto, su figura se dibuja enteramente sobre
el fondo del judaismo jrosterior con sus figuras del Mesías como el
Hijo del Hombre (en el sentido de “ser celestial” de las Similitudes
de Enoch) y del Juez del mundo. Jesús no se consideró a sí mismo
como tal: luego, concluye B., no se consideró el Mesías. ¿Está justifi-
cada esa reducción del panorama al judaismo? ¿Hemos de considerar
las repetidas referencias al A. T. de los sinópticos como reflexiones
posteriores de la iglesia o los evangelistas? ¿Puede decirse con tanta
seguridad (27; ing. 1:26) que “el relato del bautismo de Jesús es una
leyenda. . . relatada en interés de la fe”? Nuevamente aquí, los estu-
dios de Kümmel, Cullmann y numerosos artículos del Kittel (Teolo-
gisclies Wdrterbuch zurrí Neuen Testament) nos dejan la convicción
de que la influencia del A. T. exjjlica mucho más del mensaje de
18 Puede hallarse una excelente presentación del desarrollo de los estudios
sobre este asunto en el artículo de John W. Bowman “From Schweitzer to Bult'-
mann” en Theology To-day (oct. 1954). Un nuevo enfoque del problema de la
conciencia mesiánica de Jesús a base de textos reconocidos como genuinos (parti-
cularmente los antítesis de Mat.. 5:17-48) fue realizado por Ernst' Fuchs (“Jesu
Selbstzeuguis nacli Matthaus 5” en Zeitschrift fur Theologie und Kvrclie, Vol.
51/1-1954; pp. 14-34).
42
CUADERNOS TEOLOGICOS
Jesús y de su “conciencia mesiánica” de lo que Bultmann nos llevaría
a pensar. lu
Finalmente está la interpretación misma que se da al mensaje
de Jesús así reconstruido. Se podría resumir en tres círculos concén-
tricos (no del todo disímiles, al menos en su reducción progresiva, a
los de Harnack en el primer capítulo de su “Esencia del Cristianis-
mo”). En el primero hallamos a Jesús como predicador de un inme-
diato advenimiento del Reino a modo de apocalipticista. Pero, a dile-
renda de los apocalipticistas que gustan detenerse en los detalles del
evento escatológico, Jesús subraya que la proximidad del evento es un
llamado a la decisión. En el segundo círculo se nos muestra el carácter
de esa decisión: se trata de una respuesta incondicional a la demanda
de Dios. Esta demanda no puede ser interpretada en un código
objetivo como la ley, que viene a ser como una “protección” que el
hombre se crea ante Dios: éste demanda “la totalidad de la voluntad
del hombre” (p. 13; ing. 1:13) y su demanda se expresa en el requeri-
miento del amor (ps. 17-18; ing. 1:18), que no reconoce límites. ¿Qué
es lo que imprime este énfasis a la proclamación de Jesús? Su idea de
Dios. Dios es el Dios trascendente del A. T., pero es a la vez el Dios
que constantemente nos confronta con su demanda: esa certidumbre
ele la presencia de Dios se expresa en las formas de representación
apocalípticas. Lo que éstas nos presentan es, finalmente “la conciencia
ele e)ue la relación elel hombre con Dios decide su suerte y que la hora
ele la decisión es de cluraciem limitada” (p. 22; ing. 1:22). Es decir:
cuando inejuirimos a los términos mitológicos apocalípticos acerca ele
su verdadera significación, nos dan la comprensión de la existencia
humana como plantada constantemente ante una elecisión ejue la pre-
sencia de Dios (t uya señal es la persona elel ‘mensajero’ Jesús) le re-
tjuiere. Kümmel ha notatlo ejue Dios es para Jesús “no solamente el
t|ue ‘siempre viene’ sino también el que ‘pronto viene’ ”: es decir, ejue
no es [posible vaciar la escatología de su sentitlo temjeoral y reducirla
a la tlimensión puramente vertical, a un llamaelo a la decisión (en este
sentitlo también la crítica de Gullmann en su Clrrist und Zeit, 1945).
Pero aun entre quienes están elisjjuestos a retlucir la escatología a
jeura “trascendencia”, hay quienes se oponelrían decididamente a la
versión jmramente futurista ejue Bultmann nos ofrece de la escatología
ele Jesús: Dotld nos dirá ejue la terminología ajjocalíjjtica tiene por
19 Véase esp. el estudio de O. Cullmann: “Gesú, servo di Dio” en Pro-
t estante simo, oc. 1947. También J. W. Bowinan, The Intcntion of Jesús (194:1) y
T. W. Manson The teaching <>f Jesús (1931) explicándola a base del concepto
elel ‘‘Hijo del hombre” de Dan. 7 comprendido como título colectivo del ‘‘re-
manente” fiel de Israel.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 43
objeto expresar el carácter absoluto del Reino de Dios y es considerada
por Jesús ya “realizada” en su venida; J. W. Bowman y W. Manson
nos dirán (pie ambos aspectos —futuro y realizado— se adunan en la
escatología de Jesús: tiene conciencia de ser el Jefe de la comunidad
mesiánica (la “iglesia") y aguarda a la vez su plena realización. El
problema está muy lejos de hallarse aun resuelto.
¿Cómo pasamos del mensaje de Jesús al “kerygma” cuyo contenido
es Jesús como Mesías? Bultmann nos responde en el segundo capítulo
de la primera parte: por la comunidad primitiva. Este es el segundo
de los pilares en el edificio de su teología del N. T. L.as fuentes para
reconstruir el pensamiento de esta “comunidad primitiva” (Urkirche):
una tradición básica que subyacería al actual libro de Hechos — ais-
lada por métodos críticos, datos extraídos de las epístolas paulinas y
la tradición sinóptica. A base de estas fuentes hallamos que la comu-
nidad primitiva incluyó a Jesús como contenido de su mensaje “como
Mesías venidero, en otras palabras, como el Hijo del Hombre. Se agual-
da, no su retorno como Mesías, sino su venida: es decir, (pie para la
comunidad primitiva su actividad pasada sobre la tierra no era aun
considerada como actividad mesiánica” (p. 34; ing. 1:33). Pero esta
convicción no nace de una meditación de la iglesia primitiva en la
persona de Jesús, sino de la conciencia de sí misma. La comunidad
viene a considerarse como una comunidad escatológica, el pueblo de
Dios de los últimos días, que aguarda al Mesías, el Hijo del Hombre
como figura real que ha de establecer el Reino del cual los 12 serán
regentes ($ 6). Esta conciencia de sí (este Selbstverstándnis) como con-
gregación escatológica, se proyecta hacia atrás sobre quien fue su jefe
V otorga el carácter mesiánico a Jesús (bien entendido, como Messias
fu funis). El reconocimiento de Jesús como el Hijo del Hombre por
venir estaba “sólo implícitamente presente en la comprensión escato-
lógica de sí misma de la comunidad primitiva...” (p. 44; ing. 1:43).
¿Cuál es la “decisión” en la (pie la comunidad gana esa comprensión
de sí? La respuesta: la le en la Resurrección, por medio de la cual la
iglesia supera el escándalo de la Cruz ($ 7). La Resurrección, por
supuesto, no es para Bultmann un hecho veriíicable de la historia:
lo único veriíicable en la historia es la fe de los discípulos en la Re-
surrección (der Osterglauben). Las historias de las apariciones son
elaboraciones legendarias. La aceptación de la Cruz, como acto de
Dios, que es en último análisis el contenido de la fe en la .Resurrec-
ción, debe buscar luego una interpretación de la muerte de Cristo
y así nacen, a posterior i, las interpretaciones de las profecías. Esto
va determinando la clase de Mesías que la comunidad espera: el Hijo
44
CUADERNOS TEOLOGICOS
del Hombre celestial de Enoch y Daniel, el Hijo de Dios (en el sentido
puramente real de “hijo de David’’) el Servidor de Dios, pero no en
relación con Isa. 53.
La tesis desarrollada en este capítulo se remonta, evidentemente,
a la obra de Bousset (Kyrios Christos, 1913) acerca de los orígenes de
la cristología. Las bases críticas sobre las que la hipótesis reposa pare-
cen un tanto magras. ¿Es posible imaginarse (pie la idea del “Siervo
de Dios" haya podido mantenerse en completo aislamiento de Isa. 53?
¿Cómo creer que la iglesia haya aceptado la Resurrección, pero haya
permanecido completamente ajena a toda idea de encarnación y re-
dención? Por otra parte, si la le en la Resurrección es la aceptación
de la Cruz —sin que todavía haya idea de su significado redentor-
una aceptación para la cual nada preparaba en el mensaje ni en la
persona de Jesús, nos encontramos con una “comprensión de sí mis-
mos como congregación escatológica" de la comunidad primitiva, cu-
yo origen permanece un misterio. ¿No resulta mucho más plausible
suponer que la conciencia mesiánica se remonta al fundador y que
estuvo desde un comienzo ligada al concepto del siervo sufriente?
(Tal es la posición defendida por Cullmann y, con algunas variantes,
por T. W. Manson y J. W. Bowman y que hasta el presente no ha
sido seriamente refutada).
Hasta aquí tenemos una religión puramente escatológica, “una
secta escatológica dentro del judaismo” (p. 43; ing. 1:42). ¿Cómo pasa-
mos de ella a la religión de redención de las epístolas paulinas? La
respuesta se halla en lo que Bultmann llama “El kerygma de la comu-
nidad helenística antes de Pablo y aparte de él ”. (H parte, cap. III).
Nuevamente se trata aquí de una “reconstrucción” a base de porcio-
nes de Hechos, pasajes de Pablo que tienen indicaciones de venir de
una “tradición” ( 1 Cor. ll:23ss. y 15:1 ss., etc.) e inferencias de otras
fuentes posteriores que no muestren influencias paulinas (Hebreos,
Bernabé, H Clemente y el Kerygma Petri). A base de este material
Bultmann dedica 120 pp. a la descripción del mensaje de la iglesia
helenística. El mensaje de la comunidad primitiva entra en contacto
en varios centros —principalmente Antioquía— con las religiones he-
lenísticas de misterio y muy particularmente con el mito gnóstico de
la redención. Es en ese contacto donde se elaboran los grandes temas
de la teología neotestamentaria — que virtualmente desalojan o rele-
gan al judaismo primitivo y hacen del cristianismo una religión de
redención. Aquí aparece la idea de un redentor preexistente, de su
descenso a este mundo, de los sacramentos como unión con el reden-
tor y sobre todo, la cristología. En efecto, el título de Señor (Kyrios)
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 45
dado a Jesucristo no ha de remontarse al empleo del término para
designar a Dios (como en las LXX) sino a los “Kyrioi” de los cultos
helenísticos.
¿Qué hemos de pensar de esta hipótesis? Los capítulos dedicados
a la exposición del mensaje de la iglesia helenística están llenos de
descripciones penetrantes, por ej., del significado de los sacramentos
(§ 13), de valiosísimos análisis, por ej., de la relación de la Iglesia al
judaismo y el problema planteado por el A. T. (§ 11). Nadie piensa
negar hoy el hecho de que el encuentro con el helenismo afectó pro-
fundamente el lenguaje y —en cierta medida— los conceptos teológi-
cos cristianos. Pero el asignar al helenismo el papel decisivo que Bult-
man le confiere es una tesis demasiado vulnerable. En primer lugar,
la tesis se resiente por la escasez de las fuentes: ¿son suficientes unos
pasajes espigados aquí y allá en Pablo o en Hechos? ¿No es toda esa
reconstrucción un tanto artificial? Lino se siente más de una vez lle-
vado a creer que se trata de hipótesis más ingeniosas que sólidas y
que no es exagerada la caracterización de toda esa construcción por
T. W. Manson como “castillos en el aire".
Se plantea además, con respecto a la influencia gnóstica, un pro-
blema cronológico. Apoyándose en los estudios de historiadores de la
religión como Reitzenstein, W. Bousset, H. joñas, Bultmann supone
que el mito gnóstico de la redención no sólo se había ya originado,
sino que ya estaba extendido en los tiempos neotestamentarios. Tal
suposición, que parecía resolver todos los problemas en los tiempos
del entusiasmo por la religionsgechichtliche Schule está lejos de con-
tar hoy con la popularidad que en otros días gozó. Un investigador
como W. F. Albright, por ej., está más cerca de expresar la opinión
predominante hoy en día al reconocer que ciertos motivos gnósticos
pueden preceder o ser contemporáneos al cristianismo, pero no la for-
mulación del mito gnóstico con la articulación que sería necesaria para
que hubiera desempeñado un papel tan decisivo en el desarrollo de
la teología del N. T. Tal vez ésta es la parte más dudosa de toda la
descripción de la evolución de la fe cristiana que Bultmann nos ofre-
ce. Es difícil convencerse (pie hemos de comprender el N. T. a base
de la religiosidad helenística y que el A. T. juega en él un papel tan
menguado como el que Bultmann le asigna.
Hasta aquí hemos presentado lo cpie para Bultmann constituyen
los “presupuestos” de la teología del N. T. Hemos visto que, pese a
la labor crítica rigorosa que informa estos capítulos, la reconstrucción
bultmanniana del desarrollo de la fe cristiana está erizada de proble-
mas que aún estamos lejos de haber resuelto. Eso torna toda la cons-
46
CUADERNOS TEOLOGICOS
micción problemática y un tanto endeble. Pero no queremos abando-
nar esta sección sin aludir a un problema que nos parece fundamental:
la relación del “mensaje” de la Iglesia con la persona de Jesús. Hubo
un tiempo en que Harnack nos dijo que “solamente el Padre, no el
Hijo, halla lugar en el Evangelio, tal como Jesús lo proclamó”: la
implicación era que el mensaje cuyo contenido era el Hijo constituía
una perversión del cristianismo genuino. Bultmann nos repite el
dictum de Harnack con la conclusión opuesta: muy poco sabemos de
Jesús, apenas podemos reconstruir unas pocas líneas de su mensaje,
pero lo que nos interesa es el kerygrna de la Iglesia, en el cual El
es el contenido: después de todo, lo que tenemos en los evangelios es
Gemeindetheologie y detrás de ella no podemos ir. ¿Estamos realmen-
te presos en esa alternativa?
Hacia fines del siglo pasado Martín Kahler (Der sogennante Ins-
to) ¡sche Jesús und der geschiclitliche biblische Cliristus, 1892), en irle-
no auge de las reconstrucciones del Jesús histórico, nos llamó a la
realidad de que la fe cristiana no se dirige a la figura de un hombre
extraordinario, sino a Dios encarnado. Kierkegaard ya 1er había pro-
clamado y posteriormente la teología llamada “dialéctica” ha insistido
en ello. Se trataba de una advertencia muy saludable cuando Herrmann
y los suyos trataban de mostrarnos una figura histórica cautivante (una
especie de encarnación del ideal kantiano), despojada del escándalo
que siempre acompaña al verdadero Jesucristo del N. T. Se trataba de
recordar a la Iglesia que no es un “conocimiento según la carne” (his-
tórico, psicológico) de Jesucristo la piedra angular de la Iglesia cris-
tiana, sino el conocimiento del acto redentor de Dios en El, que sólo
el Espíritu Santo puede revelar. Pero es ahora el momento de pre-
guntarse si es sensata la conclusión a la que nos hemos inclinado: que
porque la fe cristiana no depende de una reconstrucción del Jesús
histórico, por lo tanto el Jesús histórico no nos interesa. Cuando adop-
tamos tal posición, ¿no estamos muy cerca de un nuevo docetismo que
hace profesión de fe en Jesucristo, cuando lo único que tiene es una
sombra (la decisión de los discípulos de considerar su existencia como
escatológica)? He ahí un problema que hemos de considerar seriamen-
te. Varias voces se han levantado en este sentido. Dónale! Baillie (God
was in Christ, 1948) nos ha llamado la atención al hecho de que la
doctrina de la Encarnación no puede ser un concepto vacío: debe
haber una figura humana real y concreta bajo ese concepto. Kásemann,
Stauffer, N. A. Dahl, han comentado sobre este punto. No podemos
soñar en crear una figura del Jesús histórico en sus detalles psicológi-
cos. Hemos sido librados para siempre —es de esperar— de la ilusión
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, I)E BULTMANN 47
de hallar una biografía “neutra” de Jesús tras los evangelios, no co-
loreada por la fe de la Iglesia. Sabemos que nuestra fe está indisolu-
blemente ligada al kerygma, cuyo contenido es Jesucristo. Por todo
esto hemos de agradecer a hombres como Bultmann y la escuela de la
Formgeschichte. Pero séanos permitido expresar con Dahl (“Der histo-
rische Jesús ais geschichtwissenschaftliches und thelogisches Problem”
cu Kerygma und Dogma, 1/2, abril 1955, pp. 1 04ss.) : “Aun sin buscar
una falsa seguridad histórica, el cristiano puede regocijarse cuando
la búsqueda del Jesús histórico no se limita a conducir a la fe a la
angustia sino que lleva a la comprobación de que los hechos de la
vida de Cristo son, no por cierto pruebas indubitables, pero sí señales
visibles otorgadas a la fe de que Jesús fue aquel (pie los escritos
del N. T. proclaman” (p. 126). Y la mejor erudición neotestamentaria
seguirá hallando rasgos de la persona de Jesús, señales de su mensaje
y de su obra, (pie la fe cristiana recogerá con go/o y gratitud. 20
III
Al pasar de la comunidad primitiva a Pablo y Juan, Bultmann
modifica el método de enfoque. Abandona el análisis puramente crí-
tico-histórico para emplear el análisis conceptual y la exposición sis-
temática. Es difícil imaginar que pueda hacerse en 160 páginas una
exposición tan profunda, clara y comprensiva de la doctrina paulina
como la que Bultmann nos ofrece acpií. El principio hermenéutico del
autor da aquí sus mejores frutos: Pablo se nos presenta como el
apóstol de una nueva comprensión de la existencia: la comprensión
de la fe. “Toda afirmación acerca de Dios es a la ve/ una al il inación
acerca del hombre, y viceversa. Por lo tanto y en este sentido, la teo-
logía paulina es al mismo tiempo antropología” (p. 187; ing. 1:191).
Como tal es presentada en dos grandes capítulos: “el hombre ante-
2° Un aspecto importante de esta exploración, es la relación entre Jesús y la
iglesia. Varios teólogos luteranos suecos han hecho interesantísimas comprobacio-
nes en este sentido, publicadas en En Bolc om K ¡frican, (Lund, 1943) traducido al
inglés y alemán. La antigua hipótesis de que Jesús no tuvo la intención de formar
una iglesia ni previo en manera alguna su formación, lia sufrido una dura crítica.
Otro aspecto importante de este asunto, sobre el que M. Barth llama la aten-
ción, es el interrogante de si esa despreocupación por la figura histórica de Jesús
no significa, en primer lugar, un nuevo falseamiento del propósito de los evange-
listas. Es cierto que ellos no quieren escribir “biografías” neutiales sino dar un
testimonio de fe. Pero ¿es puramente accidental e indigno de ser tenido en cuenta
el esfuerzo de ingerir acabadamente en la historia a Jesús, que se manifiesta, por
ejemplo, en la cuidadosa fijación de fechas de Lucas?
48
CUADERNOS TEOLOGICOS
nórmente a la revelación de la. fe”, y “el hombre bajo la fe”. En ambos
casos el método seguido es la exposición de las nociones que carac-
terizan ambas formas de existencia. Este análisis comparado de con-
ceptos, siguiendo sus conexiones con los conceptos paralelos vetero-
testamentarios, helenísticos, etc., es una verdadera obra maestra.
La “forma” de la existencia humana es explicada por los térmi-
nos: cuerpo (soma), mente (psyque), espíritu (pneuma) y vida (zoé).
Todos estos términos pueden comprenderse como meras designaciones
objetivas de una parte del ser humano y de su vida natural. Pero,
aunque Pablo las utilice a veces en ese sentido, el análisis del uso
paulino nos muestra que designan más bien “estructuras formales de
su existencia” (p. 188; ing. 1:192), modalidades de la existencia hu-
mana. En este sentido más profundo, “cuerpo” representa el hecho
de que el hombre “está en una cierta relación consigo mismo”, “puede
ser un objeto de sí mismo”; psyque y pneuma indican que “es una
persona que vive en su intencionalidad, en ex-sistencia (Aus-sein) hacia
algo, su querer y saber” (p. 206; ing. 1:209). La vida humana no es
para Pablo “un fenómeno natural” sino dado por Dios, que existe
en su proyectarse hacia algo, hacia una “posibilidad” (Moglichkeit)
que lo confronta. “El se ve a sí mismo colocado ante el futuro, ante
las posibilidades en las que puede perder o ganar su genuina existen-
cia” (p. 207; ing. 1:210). 21
El hombre debe ganar (o perder) su existencia en un acto de
decisión. Pero ya no se halla, para Pablo, en esa relación de pura
disponibilidad: “el hombre siempre ha perdido ya (immer schon) su
21 No lia de creerse que la asignación de este significado ‘ ‘ existencial ’ ’ a
los términos paulinos se haga de una manera arbitraria o caprichosa. El análisis
magistral de un término como soma (cuerpo) puede servir de ejemplo. Bultmann
comprueba que Pablo utiliza “soma” como refiriéndose a algo que pertenece
constitutivamente a la existencia humana (aun después de la muerte). Que no se
lo utiliza en el sentido de ‘ ‘ forma corporal ’ ’ se echa de ver ya que Pablo no
distingue “forma” de “naturaleza” (cf. 2^ Cor. 3:18 o Fil. 3:21). Tampoco se
refiere meramente a la naturaleza física, ya que se lo usa intercambiablemente
con “miembros”, pero también con el pronombre personal (vosotros) (Rom. 12:1;
6:12s.). Otros pasajes similares llevan a la conclusión que “soma” designa toda
la vida humana. ;Pero en qué sentido? Estudiando los pasajes respectivos vemos
que se emplea “cuerpo” refiriéndose a la posibilidad del hombre de “discipli-
narse” (1^ Cor. 9:27), de entregarse (1* Cor. 13:3), de ofrecerse (Rom. 6:12 ss.;
12:21), de gastarse (Fil. 1:20), etc. Es decir, se utiliza “cuerpo” refiriéndose al
hombre como a la vez sujeto de la acción, esto es, a la posibilidad de tomarse
a si mismo como objeto de su acción, de disponer de si mismo. Luego tenemos
una comprobación de este significado en otros usos de la palabra y negativamente
en la idea de muerte como destrucción del cuerpo (1* Cor. 15:26, 55s.). Recién
luego de un análisis acabado (§17, pp. 189-199) se determina la conclusión antes
indicada.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 49
genuina existencia” (p. 223; ing. 1:227), todos los hombres son peca-
dores (Rom. 1:18-3:20; Gal. 3:22s.) De las afirmaciones mitológicas
(la estructura de la existencia) pasamos a las ónticas (la situación de
su existencia cualificada por su relación a Dios). Esta descripción está
dada en función de los conceptos: creación, carne (sarx), pecado, mun-
do (cosmos) y ley. “Según Pablo, la naturaleza del hombre no es de-
terminada por la sustancia que lo forme. . . ni por las cualidades que
posea. . sino por la esfera en la que se mueve y que delimita el hori-
zonte, las posibilidades de su acción y experiencia” (p. 231, ing. 1:235).
Ahora bien, el hombre vive una existencia no-genuina (uneigentlich)
porque se ha entregado a la carne, a la creación (como distinta del
Creador, como fin en sí), es decir, a la esfera de lo “exterior”, de lo
cotidiano (Zu-Tage-Liegenden, terminología heideggeriana: lo obvio),
de lo “terreno-humano”, “natural”. El hombre busca su seguridad, no
de un don siempre aguardado de Dios, sino de las cosas “accesibles”,
“disponibles”. Esta actitud de confianza en sí mismo es el andar en
la carne: confiar en su propio poder y en las cosas que están a su
alcance. En este sentido son explicados los conceptos de “cuidado (rne-
rimnan) y “jactarse” (knukasthai), o “poner su confianza en la carne”.
Esta es la esfera de la muerte, que es una realidad ya presente.
Pero en la formulación de las condiciones de esta existencia in-
aulcntica, se percibe ya la posibilidad de otra existencia. Esto ocurre
porque esa descripción, tal como Pablo la hace, es la existencia inau-
téntica hecha a la luz de la fe (hasta qué punto pueda hacérsela
fuera de la le es algo que Bultmann nunca ha aclarado totalmente
y constituye uno de los temas debatidos de su propuesta “desmitologi-
zación”). En realidad hay posibilidad de pasar de esa comprensión de
la existencia (Selbstverstandnis) a otra nueva y auténtica, que se al-
canza en la decisión de la fe (p. 265; ing. 1:269). (Aquí se analizan
los conceptos: justicia de Dios, gracia, fe y libertad). “Fe” es aquí el
concepto clave: significa, en primer lugar (no “tener por cierto”, aun-
que también se usa en este sentido) “una conversión (Urnhehr) radical
de la compresión previa de sí”, un “entrega a la gracia de Dios” (pp.
296s.; ing. 1:300-301). Esta fe está determinada enteramente por su
objeto, que es la cruz de Cristo como acto de Dios, como don de gracia
(p. 284; ing. 1:289). Pero este objeto no ha de considerarse como un
hecho del pasado, un factum , sino que es un evento (Geschehen) que
se completa (vollzieht sicli weiter) en la proclamación de la Palabra
y abre así la posibilidad de una nueva, auténtica existencia (p. 297;
ing. 1:302) En la fe el hombre puede vivir una existencia “escatoló-
gica”: es decir, abierta hacia el futuro y en la que el imperativo de
Dios no es una limitación de la libertad sino la posibilidad de la
50
CUADERNOS TEOLOGICOS
genuina libertad que nace del indicativo (lo que Dios hace por nos-
otros) (p. 329; ing. 1:333).
Evidentemente, algunos de los términos analizados tienen en Pa-
blo otro significado además del “existencial” indicado y Bultmann no
lo ignora: se habla de poderes sobrenaturales como si dominasen la
vida humana, determinando su destino, de la “venida” y “retorno” del
redentor en términos mitológicos (esto es, no existenciales, objetivos),
se atribuye a la redención alcances cósmicos, se refiere “cuerpo de
Cristo” como algo supraindividual, etc. Estos conceptos, continúa Bult-
mann, son tomados de la mitología judaica o helenística (ésta prin-
cipalmente) y aún quedan en Pablo restos de su uso en el sentido
mitológico-objetivizante (1 Cor. 15, por ej.). Pero la intención de Pablo
no es mitológica sino histórica y por lo tanto esos mitos deben ser
interpretados existencialmente. La alirmación de la preexistencia de
Cristo, por ej., no es una especulación acerca de la naturaleza de
Cristo (como lo es en el gnosticismo con respecto al redentor) sino
significa que “la persona y destino de Jesús no tienen su origen y sig-
nificado como suceso inmanente a este mundo, sino que Dios ha
obrado en ellos...” (p. 299; ing. 1:304). 22
No podemos extendernos en el comentario de los capítulos dedi-
cados a la literatura juanina (Evangelio y epístolas, según B., si no
pertenecen al mismo autor, son al menos producto de la misma es-
cuela”). En el terreno crítico Bultmann sigue las líneas de su monu-
mental comentario ya citado. La base del Evangelio serían los dis-
cursos revelatorios (Offenbarungsreden), característicos por el uso de
la fórmula “ligo eimi” (yo soy). Estos representarían el pensamiento
más genuino del autor. Estarían insertados en medio de relatos prove-
nientes de otras fuentes (una de las “señales” y otra paralela a los
sinópticos) que ofrecen el marco histórico. Estas luentes habrían lle-
gado a un redactor en estado de desorden y él habría intentado
ponerlas en orden: el comentarista debe proseguir esa labor que el
redactor comenzó y 1>. lo hace en su comentario y da por sentado ese
trabajo en el capítulo correspondiente a su T. del N. T. En cuanto
a su lugar en el desarrollo de la doctrina, Juan tendría como londo el
22 Esta apreciación del significado de las fórmulas (Histológicas d'l N. T
ha sido desu' rollado por Bultmann en un artículo titulado “Das christologisehe
Bekenntnis des Okumenisclien Rales ” (La confesión cristológica del Concilio Mun-
dial) reproducido en Glauben und Vcnstehen, 11, pp. 24(5 ss.
22 Esta hipótesis lia sido sumamente discutida. El trabajo magistral de E.
Scliweitzer (Ego eimi, Gottingen, 1939) ha demostrado casi definitivamente
que es imposible una distinción exacta de las fuentes como la que Bultmann trata
de hacer.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 51
helenístico, pero independientemente de Pablo. Ambos toman el mito
gnóstico y lo “desmitologizan”, pero en forma distinta. 24
El centro del pensamiento “juanino” es Jesús como Revelador.
En su dualismo característico, Juan ve la oposición entre el Revelador
y el “mundo" (p. 361; ing. 11:14). Este dualismo es característicamente
gnóstico, pero toma en Juan un sentido propio: “mundo” no es para
él un término cosmológico sino denota “existencia en cautividad” (362;
ing. 11:16). I.o mismo ocurre con los otros términos negativos: “tinie-
blas” significa “que el hombre no aprovecha esta oportunidad” (la
posibilidad de una correcta comprensión de su existencia como cria-
tura), esto es, tinieblas denota “una comprensión ilusoria de sí mismo”
(364; ing. 11:18); “cautividad”, significa que al dejar de reconocer a
su Creador el mundo cae en el poder del engaño, de la mentira, de la
nada. El Revelador manifiesta el pecado del mundo, porque “cada
hombre es. . . confrontado por la decisión por Dios o contra El por
la revelación de Dios en Jesús”, cuyas palabras “no son proposiciones
didácticas, sino una invitación y un llamado a la decisión” (367, 368;
ing. 11:21). Así “el dualismo cosmológico de la Gnósis viene a ser en
Juan un dualismo de decisión (loe. cit.)
El pecado consiste en que el mundo “se amarra a sí mismo”, “se
crea una seguridad propia y se mueve en ella como la esfera de “lo
dado por sentado”, lo accesible” (379; ing. 11:33). En esta situación es
enviado el Revelador. Juan se refiere a él en los términos del Reden-
tor pre existente del gnosticismo. Pero estos conceptos y títulos tienen
por objeto mostrar “que Jesús es el portador escatológico de la sal-
vación, que su venida es el evento escatológico” (383, 384; ing. 11:37).
Lo absolutamente nuevo, que Juan es el primero en subrayar, es que
este Revelador es un ser humano particular en la historia y no un mis-
tagogo que comunica fórmulas ni conocimientos secretos. Los mila-
gros, las referencias a la omnisciencia o al conocimiento milagroso de
Jesús no tienen una intención mitológica sino expresan “que la acti-
24 También la relación de los escritos juanillos al gnosticismo lia sido objeto
de cuidadosos estudios. Particularmente E. Pe rey ( Untcrsuchungen über den
Ursprung der johanneisehen The .iogie, 1939) ha sometido la tesis de But'mann a
una severa ciítica. La controversia sobre este punto continúa y es todavía imposible
hacer un balance definitivo. En general, la tendencia a conceder al mandaísmo la
preminencia en las fuentes del cuarto evangelio, que tuvo su auge en la década
1920-1930, ha declinado. Testigo de ello es la excelente obra de C. H. Dodd ( The
Intcrprctation of the Fsurth Cospel, 1953). Un excelente resumen y comentario
de las investigaciones juaninas en estos aspectos ha sido publicado por Ph. H.
Menoud ( L’évangile de .lean cl’aprés les reoherches récenles: Delachaux et Niestlé,
Neuchatel, 1943).
52
CUADERNOS TEOLOGICOS
viciad del Revelador crea una perturbación de lo familiar en el mun-
do” (391; ing. 11:44). No constituyen estas cosas la “gloria” de Jesús
para el autor del evangelio: ella consiste en la paradoja de que Dios
nos encuentra en la figura humana histórica, particular de Jesús. Este
es el escándalo. Y la fe es “superar el escándalo —el escándalo de que
la vida encuentra al hombre solamente en la palabra que un mero
hombre —Jesús de Nazareth— le dirige” (422; ing. 11:75). Esta fe no
significa aceptar un determinado concepto del mundo —tal vez el dua-
lista-gnóstico— sino “que el mundo abandone las medidas, los juicios,
la comprensión que hasta entonces ha tenido de sí mismo, la misma
estructura de su seguridad, cjue se ha creado en presuntuosa indepen-
dencia de su Creador...” (423; ing. 11:75). Es, en resumidas cuentas,
una “decisión contra el mundo y por Dios”, una “de-secularización”
( Entweltlichung ) (422ss.; ing. II:76ss.)
Siendo éste el centro del mensaje juanillo, es evidente que la per-
sona de Jesús importa esencialmente como un llamado a la decisión,
en la que el hombre alcanza o pierde la gen u i na existencia, la “vida”
en el lenguaje juanino. Y cuando Bultmann afirma eme “Jesús como
revelación de Dios no revela nada sino cpie El es el Revelador” (413;
ing. 11:66) uno se pregunta si Jesús no queda reducido a una figura
vacía, una pura forma. Bultmann responde que no es así porque la
revelación significa la negación y destrucción de la auto-afirmación
humana y por lo tanto la afirmación de la verdadera vida, que el
hombre busca (4 1 4s. ; ing. 11:68).
Bultmann ve una confirmación de esta “historización” del mito
gnóstico en Juan en la “historización” de la escatología: el fin (futuro)
ha sido traído al presente y el juicio (krisis) es la hora de decisión
al ser confrontado por el Revelador (§ -15). Lo único que interesa en
Juan es la fe (cuyo contenido es la existencia genuina, escatológica).
Por ello encuentra que el concepto de la muerte expiatoria de Cristo
(400; ing. Il:53s.) y los sacramentos (401, 405; ing. 11:54-57) son obra
de redactores posteriores, como las relerencias escatológicas futuris-
tas.23 Tampoco juegan un papel importante los milagros ni la resu-
rrección, que son más bien “una concesión a la debilidad humana
25 Esta relegación de las referencias a los sacramentos, la expiación o la
escatología, a las correcciones de redacción sería puramente arbitraria si no estu-
viera respaldada por la crítica literaria y de forma realizada por Bultmann en su
comentario al evangelio de Juan. Toda crítica debe iniciarse en este punto en el
terreno crítico v exegético. Y es en este punto donde los trabajos de E. Seliweitzer
en el terreno literario y estilístico y de O. Cullmann sobre los sacramentos en el
evangelio de Juan plantean serias dudas sobre las conclusiones de Bultmann.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 53
(402ss.; 11:55). Ninguna prueba, ninguna legitimación externa, ningún
testimonio ocular en el sentido de comprobación histórica, ningún
Weltanschauung, ninguna doctrina fija sirve aiií de muleta: frente al
escándalo de la particularidad, “la fe lo es todo” (420; ing. 11:74)
La última parte de la obra de Bultmann examina el desarrollo de
la fe cristiana hasta el segundo siglo: comprende el estudio de los es-
critos tardíos del N. T. y los padres apostólicos. Dijimos “examina”,
pero debimos decir “enjuicia”. Porque el análisis tiene —en completa
consecuencia con el concepto bultmanniano de la función de la teolo-
gía bíblica— un carácter crítico. La medida de ese juicio la constiuven
Pablo y Juan y sus normas críticas son las preguntas: ¿se comprende
el carácter “ambiguo” (entre el “ya” y el “aún no”) de la existencia
del cristiano en forma puramente cronológica o también existencial
mente? ¿Se comprende la situación paradojal de la le o se ha transfor-
mado en una mera infusión de gracia concebida sustancialmente? ¿Son
los sacramentos concebidos como “la nueva posibilidad de vida” o co-
mo perdón de los pecados cometidos antes de su recepción? ¿Es la igle-
sia concebida como una comunidad escatológica o como una institu-
ción religiosa que imparte bienes sobrenaturales? ¿Son las afirmaciones
cristológicas comprendidas en su sentido existencial como afirmaciones
acerca del significado de Cristo o sustancialmente —mitológicamente—
como afirmaciones acerca de la naturaleza de Cristo? ¿Es el imperativo
de la vida cristiana una consecuencia del indicativo o se lo entiende en
forma legalista?
A base de esas normas, el juicio es decididamente negativo. El
desarrollo hacia la iglesia antigua es una especie de caída en la “com-
prensión de sí” de la fe y la iglesia cristiana: la fe cristiana se trans-
forma en un legalismo, la iglesia en una institución que expende la
salvación, la cristología se convierte en una especulación objetivizante
sobre la naturaleza de Cristo. Es decir, los elementos negativos, mitoló-
gicos, que ya se percibían en el mensaje de la comunidad helenística
antes cíe Pablo, han llegado aquí a su desarrollo pleno, negando y
destruyendo la obra de Pablo y Juan. Por supuesto, ciertos motivos
paulinos sobreviven en diversa medida en las pastorales, Colosenses y
Efesios, pero la dirección general es la inversa. Sólo Ignacio constituye
una excepción en ese panorama sombrío: “Ignacio, a diferencia de to-
dos los otros escritores del cristianismo primitivo luego de Pablo y
Juan, es una figura con originalidad... Aparte de él, la fe cristiana
cae casi en todas partes en el legalismo. . . Pero Ignacio aprendió de
Pablo una comprensión verdaderamente existencial de la fe cristiana "
(539; ing. 11:198).
54
CUADERNOS TEOLOGICOS
IV
Nos hemos abstenido de hacer una crítica a la presentación de
Pablo, Juan y el desarrollo de la comprensión cristiana de la fe en la
teología de Bultmann, porque creemos que es en estos capítulos donde
se plantea el problema más serio de la hermenéutica bultmanniana, al
(pie quisiéramos dedicar estos últimos párrafos.
Aparte de la monumental erudición, la penetración y la claridad
de la obra, no hay duda que lo que le presta un carácter extraordi-
nario es el rigor con que un principio hermenéutico ha sido aplicado
a todo el N. T. Cada documento neotestamentario ha sido interrogado
acerca de la existencia humana y la respuesta ha sido investigada es-
trictamente. Ese procedimiento le ha permitido a Bultmann iluminar
magníficamente ciertos aspectos de la teología neotestamentaria. Sin
duda alguna los párrafos sobre antropología paulina han de perma-
necer insuperados por mucho tiempo. Igualmente ha podido mostrar-
nos la unidad y diversidad de los escritos neotestamentarios: la com-
paración entre Pablo y Juan será considerada esencialmente correcta
y valiosísima por la mayoría de los estudiosos del N. T. Finalmente,
el método empleado le ha permitido realizar una crítica al contenido
mismo de los documentos (Sachhritik), labor teológica ineludible que
muchas veces tendemos a olvidar.
Pero justamente aquí comienza nuestra preocupación: ¿es el crite-
rio aplicado por Bultmann para ejercer esa crítica (la pregunta acerca
de la existencia) el que corresponde a la teología cristiana del N. T.?
La aplicación sistemática que Bultmann ha hecho de él nos parece des-
cubrir sus insuficiencias. Es evidente que la exclusividad de la pre-
gunta le impide al autor ver un mensaje allí donde el texto se niega
a responder a la pregunta sobre la existencia humana. Las doctrinas
paulinas de la soberanía de Dios, de la humillación de Jesucristo, del
mundo como creación de Dios, de Israel como pueblo de Dios, de la
expiación, de la nueva creación, permanecen como bloques mitológi-
cos, cuerpos extraños. No se trata aquí de la existencia humana: se
trata de afirmaciones acerca de Dios antes, fuera y aparte de la existen-
cia humana. Como tales, no pueden tener sentido para Bultmann y
no podemos menos de notar la ausencia en la obra de Bultmann, o
una reducción de los mismos.
Es que, nos dice nuestro autor, no se trata de una reducción, sino
de una interpretación de esas afirmaciones como afirmaciones de le y
no sentencias mitológicas o cosmológicas. Evidentemente el caso deci-
sivo es en este respecto la Resurrección de Jesucristo. La interpretación
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 55
bultmanniana hace de la resurrección, no un “suceso” (Ereignis), un
hecho en la sucesión de la historia de este mundo, sino un “evento”
(Geschehen); la le en que los discípulos superan el escándalo de la
muerte de Jesús. Concedamos que ele esta manera se pone de relieve
un aspecto importante de la Resurrección. Concedamos además que se
destaca así que la misma es una afirmación de le y no un hecho com-
probable históricamente; preguntamos aún: ¿Es eso lo que el N. T.
quiere decirnos al hablar de la Resurrección? ¿No es el Resucitado
más bien que la fe de los discípulos el centro de la historia de Pascua?
¿No señalan las afirmaciones de fe que encontramos más bien a Aquél
que encuentra a los discípulos y despierta esa fe que a la fe misma?
¿Y por lo tanto no significa la interpretación de esas afirmaciones a
partir de la pregunta acerca de la existencia humana el colocarse en
relación al contenido del texto inversamente de como se colocan los
autores del mismo? 26
En esto reside nuestra principal preocupación: ¿No concluye el
empleo del principio hermenéutico propuesto por Bultmann por ter-
giversar el sentido del testimonio bíblico, colocándose en una relación
arbitraria con relación al contenido de! texto investigado y a la inten-
ción del autor? Válganos un ejemplo. Notábamos en la exposición del
mensaje de Juan, que Jesús es allí el Revelador, pero un Revelador
que no revela nada, sino que El es el Revelador. A la pregunta de si
eso no transforma a Jesús en una mera forma, en un puro escándalo
formal, nos responde Bultmann que no es así porque la revelación
constituye la negación de la falsa vida del hombre y la afirmación de
la verdadera vida, que el hombre busca ya antes y fuera de la revela-
ción. Eso significa que en realidad el concepto rector es el de “vida au-
téntica” que el hombre ya trae y que Jesús es sencillamente identifi-
cado con ella. En otros términos, en afirmaciones como “Yo soy la vida
verdadera”, “yo” es realmente predicado y no sujeto (412; ing. 11:65).
Es decir, que finalmente “la vida” y no Jesucristo es el tema del Evan-
gelio. Pero precisamente —como E. Percy lo ha mostrado— la distinción
entre las afirmaciones de los escritos gnósticos mándeos y los del cuarto
evangelio es la inversión del énfasis: donde los escritos mándeos dirían:
“Es el enviado de la Luz que soy yo” o “El pastor soy yo”, el Jesús del
cuarto Evangelio dice: “Yo soy el buen pastor. . .” Vale decir las afir-
maciones son esencialmente afirmaciones respecto de Jesucristo y no
respecto de la vida; el tema del evangelio no es la cuestión acerca de
26 Si no comprendemos mal, ésta es la crítica que K. Barth formula a Bult
mann con respecto a la interpretación de la Resurrección en la Kirchliche Dot¡-
matik, II/2; pp. 531 ss.
5G
CUADERNOS TEOLOGICOS
la genuina existencia, del correcto entendimiento de sí mismo, o si-
quiera de la le, sino Jesucristo mismo.
Esto nos trae al corazón del problema de la hermenéutica bíblica.
¿Es posible plantear a la Biblia una pregunta traída de fuera de la Bi-
blia? ¿Es posible una comprensión preliminar importada de la existen-
cia humana? Tal comprensión preliminar nos coloca siempre, nos pare-
ce, en una falsa relación al contenido de la Escritura. No basta colo-
carse con el autor del texto en el plano de la existencia histórica; es
necesario interrogar al texto con referencia al contenido del texto. To-
do el N. T. nos dice que pretende dar testimonio de Jesucristo. Es, por
lo tanto, tergiversar el sentido del N. T. llevar otra pregunta que no
sea la pregunta acerca de Jesucristo. El es el único Vorverstandnis
legítimo en la hermenéutica bíblica. Por supuesto, ningún exégeta se
aproxima al texto sin una serie de presupuestos de todo orden que for-
man parte de su misma persona. Tampoco podrá evitar encontrar
siempre en el texto toda una serie de preocupaciones e intereses de to-
do orden que forman parte de la persona de los autores bíblicos. No
debe desconocer ni ocultar ni uno ni otro hecho. Pero ninguno de esos
intereses o presuposiciones —siquiera sea el de la propia existencia-
puede ser considerado último. El único terreno común entre el autor
y el exégeta es Aquél de quien el texto testifica. El constituye el único
“principio” hermenéutico válido en la interpretación de la Biblia. Por-
que, muy sencillamente, ésta entiende hablarnos, no de esta o aquella
comprensión de la existencia, sino de Jesucristo. 27 El N. T. se toma la
libertad de hablarnos de diversas maneras acerca de ese su “tema”. Lo
hace en términos antropológicos y cosmológicos, existenciales o substan-
ciales. Y elude todo intento nuestro de fijarle una serie de categorías.
Debemos concluir. Esperamos que estas páginas hayan dado una
idea, siquiera pálida, de la riqueza de la obra que analizamos. La teo-
Este principio lia sido extensa y profundamente desarrollado por Karl
Barth en la Kirchlióhe Dogmatik, 1/2 pp. 513 s.., 546 ss. y 810 ss. Si no estamos
muy equivocados, esto constituye el meollo de la “nueva exégesis’’ que se mani-
festó en el Tlomerbrief. El ropaje existencialista (especialmente de la 2^ edición)
engañó sin duda a muchos y tal vez alguna vez desvió al propio autor. Pero, visto
ahora a la distancia: ¿nos equivocamos al creer que el verdadero corazón del
“sistema” de K. Barth lo constituía, más que la comentada afirmación acerca
de la “distancia entre Dios y el hombre” esa otra frase del prefacio a la 2^
edición: “presupongo que en la epístola a los Romanos Pablo habló de Jesucristo
y no de ningún otro ’ ’ ?
Por supuesto, sería igualmente insensato el pretender elaborar un nuevo
sistema - — tal vez llamado eristológico — de interpretar las Escrituras. En tal
caso transformaríamos a Jesucristo en una especie de principio teórico. El, sin
embargo, no es un principio que nosotros podamos manejar, sino el Señor, que
nos habla libremente en la Palabra de la Escritura, por el poder del Espíritu Santo.
LA TEOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO, DE BULTMANN 57
logia del N. T. de Bultmann constituye una marca en la historia de la
disciplina. Es la labor responsable de un teólogo de la iglesia cristiana
cpie entiende su trabajo, no como una mera exposición objetiva de da-
tos y hallazgos, sino como un testimonio vivo al mensaje de la Escritu-
ra —el hiato entre exégesis, dogmática y predicación desaparece. Es a
la vez la obra responsable de un investigador que no omite esfuerzo,
que no se permite “trucos”, que cumple concienzudamente con toda
la labor crítica. El estudioso encontrará en la obra valiosas sugestiones
y afirmaciones que lo provocarán al estudio. El predicador hallará es-
tímulo y ayuda en su labor de interpretación del mensaje. Nadie deja
de ser ricamente recompensado por la lectura y meditación de estas 600
páginas apretadas de sustancia. Permítasenos, sin embargo, concluir con
las palabras de M. Barth: “El N. T., sin embargo, mantiene su libertad
de dar su testimonio de Jesucristo también fuera de la camisa de tuerza
en la que las alternativas de Bultmann lo constriñen”.
LA ETERNIDAD DE JESUCRISTO
Por M. Gutiérrez Marín
Hablar de Jesucristo y su cruz sin hablar, acto seguido, de su re-
surrección, equivale a quedarse a medio camino, ora sea por detenerse
a especular sobre el significado (temporal-jurídico o atemporal-místico)
de la cruz, ora por agotamiento intelectual, cuando no por razones me-
nos serias.
Concedamos de antemano que, con respecto a la resurrección, nos
hallamos en manifiesta desventaja frente a lo referente a la crucifixión,
y esto no porque la resurrección no sea un hecho (factum), sino por
ser un hecho que, dentro de la historicidad, no tiene el carácter his-
tórico de la crucifixión. El evangelio nos ofrece detalles de ésta, indica
personas, da nombres, señala hora y lugar, mientras que con respecto
a la resurrección no indica ni siquiera un testigo. Un hecho histórico
requiere testigos de una u otra clase, testigos presenciales. El evangelio
relata, simplemente, cómo quienes fueron al sepulcro lo hallaron va-
tio: son, pues, testigos de las consecuencias del acontecimiento de la
resurrección, pero no del hecho mismo. Ni María Magdalena, ni nin-
guno de los discípulos presenciaron la resurrección como vieron la cru-
cilixión. Y, sin embargo, el que en la iglesia primitiva se llame a Cris-
to: “Señor”, débese, justamente, a que para los cristianos El había re-
sucitado. O sea, que sin la resurrección Cristo no sería el “Señor” de
la Iglesia, del nuevo pueblo de Dios. “Señor” es el título con que en
la LXX se designa a Yahvé o Elohim. Y esto significa, sin duda, que
ya la iglesia primitiva consideraba a Cristo como Dios. No es preciso,
pues, que ello estuviese inspirado en los cultos del mundo helenista
(R. Bultmann). 1 Aunque son innegables ciertos pensamientos helenis-
tas entre los cristianos primitivos, eran éstos, sobre todo los cuatro
evangelistas, demasiado hebreos de sangre y de tradición religiosa para
aceptar o considerar necesario el adoptar pensamientos religiosos ex-
traños. Además, con tespecto a Cristo, nada podía ofrecerles el “hele-
nismo”. Y así lo demuestran ellos apelando al Antiguo Testamento.
i E. Bultmann, Das Urchristentum, págs. 193-216.
58
LA ETERNIDAD DE JESUCRISTO
59
Por amor de la mayor claridad, añadamos que diciendo los “cuatro”
evangelistas, queremos decir: La Iglesia del primer siglo, que, al fin y
a la postre, es la autora indirecta de los cuatro Evangelios.
Solamente con respecto a detalles externos o a ciertos razonamien-
tos (comprensibles en su forma, teniendo en cuenta la mentalidad y
preparación intelectual de muchos cristianos de aquellos tiempos),
puede decirse que la imagen de Cristo en la Iglesia primitiva fuera la
consecuencia de una confluencia de corrientes hebraicas y paganas.
El evangelio sinóptico más antiguo (Marcos) relata el “hecho” de
la Resurrección. El que los once discípulos exigiesen, poco después,
me el sustituto de judas fuera un testigo del “Resucitado”, indica,
asimismo, que para los primeros cristianos la Resurrección era un he-
cho de carácter fundamental. Desde el punto de vista del A. T., es
indudable que el Mesías no había de “ver corrupción”, o dicho de otro
modo, no había de seguir la suerte inevitable de todo hombre víctima
de la muerte. Tampoco parece ineludible la necesidad de apelar a los
mitos de Tamuz, Adonis o Mithras para razonar la resurrección de
Cristo. Por otra parte, todo razonamiento semejante habrá de apegarse
i la Religión Natural y prescindirá automáticamente de la revelación
divina bíblica. Por otro lado, pretender defender la resurrección de
Cristo es hacerse abogado de una causa ajena; porque no es nuestra
esta causa, sino de Dios, Padre de Jesucristo. 2. Controversias sean en
buena hora; pero por mucho que busquemos en el Nuevo Testamento,
no hallaremos en él sino aquello que Pablo escribía a los Corintios:
“Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es vana (vacía); aun estáis en
vuestros pecados” (1 Cor. 15, v. 17). Poner la fe solamente en que Cris-
to fué crucificado es tener la misma fe que tenía Pilatos, por ejemplo,
el cual sabía muy bien lo sucedido en aquel día 14 del mes de Nisan.
El discípulo Tomás (injustamente denominado “incrédulo”, ya que los
demás discípulos fueron, primero, tan incrédulos como él) 3 también
sabía lo de la crucifixión, pero se negaba a creer, precisamente, en la
Resurrección. Y es que aquí está la cuestión: Fe cristiana es fe en Cris-
to resucitado, fe en la Resurrección. Para esta fe Cristo deja de ser eso
que corrientemente se enseña y repite: El objeto de la Fe. Mientras el
hombre “pueda” creer y, a la vez, compaginar su razonamiento con el
objeto de la Fe, la cosa tiene que fallar, a la fuerza. Por el contrario,
cuando el hombre empieza a distinguir, también a la fuerza, entre su
razonar y su creer, reconociendo los límites del primero, mejora la si-
tuación para él. ¿Por qué? Porque es entonces cuando Dios le ha lie-
2 Así lo acentúa el testimonio apostólico desde un principio : Heeli. 2, v. 32 ;
3, v. 15; Gál. 1, v. 1 etc.
3 Luc. 24, v. 11 y par.
60
CUADERNOS TEOLOGICOS
cho de tal manera objeto de su gracia, que le ha hecho también objeto
ele Jesucristo; y es [esucristo quien, allegándose al hombre y entrando
en él, le pone en condiciones de creer, de creer en él, en el Resucitado.
Porque, ;en qué ha de creer el hombre? El hombre no puede tener otra
le sino en Dios. ¿Y quién, litera del Resucitado, puede hacerle creer en
el Dios del amor (en la cruz) y de la omnipotencia y la eternidad (en
la Resurrección)? 1.a le vive, al fin y al cabo, de la revelación divina.
Si se vale de la razón —y ha de valerse de ella— es únicamente para
mani testarse a los demás. La Resurrecciém corresponde, como milagro,
al misterio de la te cristiana, según el cual Dios y el hombre guardan
comunión, en virtud de la gracia divina. La Resurrecciém, ha dicho
K. Barth, es “el milagro vertical”, que, por serlo, resulta verdadero mi-
lagro, escapando así a todo razonamiento de causa y electo. Pero, al
mismo tiempo, la Resurrección es la señal de eternidad de Jesucristo.
Claro está, no deja de ser señal de su victoria; pero ésta es inherente
a su eternidad.
II
Cuando Cristo habla de su resurrección, es lo mismo que cuando
dice: “Vengo del Padre y voy al Padre. . . El Padre y yo una cosa so-
mos...” No es cierto que hayan sido, primero, los discípulos quienes
hablaron de la Resurrección, sino que tué Jesús mismo el que la pre-
dijo. Ellos, con su poca le, no lo entendieron. Cuando el Resucitado se
les reveló, entonces, pero no antes, creyeron en él.
La revelación y la te pertenecen a un plano especial. Por lo pronto,
es un plano sin perspectiva. ¿Y cómo ver las cosas aperspectivamente.-'
La carencia de perspectiva conduce a la inversión de valores: Morir es
vi\ir y, al contrario, vivir es morir. La misma aperspectividad supera la
polaridad: Nacer y morir son, en el fondo, una y la misma cosa. En el
plano de la revelación y la te no hallan cabida los elementos naturales-
biológicos. Por eso no conoce la revelación bíblica otro Dios que un
Dios super-sexual, que no necesita ni de acompañante ni de conlronta-
ción femenina. El Dios de la Biblia está por encima de los dos princi-
pios (masculino y femenino), como lo está también por encima del
principio de la luz y de las tinieblas y, asimismo, por encima del Bien
y el Mal (Martín Buber). Dios está por encima del “Yin” y “Yan”, que
diría la sabiduría ancestral china.
Cuando Dios se revela históricamente, lo hace en un varón: Jesu-
cristo. justamente, el evangelio de Jesucristo es también de carácter
aperspectivo y por eso no se dirige a los “justos , que no precisan de
arrepentimiento. La predicación del evangelio, de labios de Jesús, a la
LA ETERNIDAD DE JESUCRISTO
61
fuerza había de chocar con la sinagoga y la piedad farisaica y saducea,
ambas provistas de firme perspectiva ele las cosas divinas. Según tal
perspectiva, el Mesías tenía que mostrarse como un ser poseedor de
determinadas cualidades, que sólo en pequeña parte parecía atesorar
Jesús. El vulgo mismo abundaba en semejante opinión, y a ello se
debe el que Jesús corriese peligro de morir apedreado cuando pronun-
ció su sermón en Nazaret. Otro tanto le vino sucediendo al apóstol
Pablo: en todas partes donde predicaba le acechaban, no sólo el escep-
ticismo, sino también el odio, la persecución y la muerte. Observándolo
bien (dejando aparte ahora la predicación de Jesús), lo que promueve
tal ambiente es, precisamente, la predicación del Cristo eterno, del Re-
sucitado, entronizado en los cielos. En la defensa que Pablo se ve obli-
gado a hacer de su doctrina hay dos palabras características del plano
sin perspectiva en que él se mueve: una es “revelación" y la otra es
“resurrección” o gloria eternamente actual de Cristo. Mi evangelio o
Buena Nueva, dice Pablo, proviene de revelación y no lo aprendí de
nadie. Por lo que a Cristo atañe, basta con detenerse un poco en las
epístolas paulinas para advertir sin esfuerzo que para Pablo, Cristo es
el Cristo eterno, que era, es y ha de venir. Pero para Pablo la fe con-
siste, justamente, en creer en ese Cristo; porque sólo ese Cristo eterno
puede ser el eterno Mediador entre Dios y los hombres, entre Dios y
la humanidad. El “otro Cristo”, esto es, el que puede mirarse desde la
perspectiva aplicable a la naturaleza y las criaturas en general, es me-
ramente un punto de partida, es decir, lo que se viene llamando: El
Maestro, el Guía o, más a fondo, el Modelo o el Arquetipo. Nadie ne-
gará que el Cristo así mirado puede llevar al hombre bastante lejos,
elevándole, al mismo tiempo, a un plano superior, pero jamás será el
hombre libertado de sí mismo; será un esclavo con cadenas de oro, pero
cadenas al fin. Ese Cristo que tal obra no es el Cristo eterno. Preten-
diendo defender su super-humanidad se le convertirá en un o en el
“principio eterno”, término resbaladizo, aventurado, propio de una es-
peculación peligrosa, por falsa. Un Cristo así, hombre a solas, super-
hombre, etc., está exigiendo a voces su complemento: bien el principio
femenino corredentor, bien el esfuerzo propio del hombre para contri-
buir a su propia salvación, bien ambas cosas a la vez (como en la doc-
trina católico-romana). Pero el Cristo eterno se basta y sobra para reli-
gar al hombre con su Dios; no necesita de intermediarios celestes ni
terrestres; porque él lo es ya todo y lo abarca todo: los cielos y la tie-
rra, el ayer, el hoy y el mañana. El Resucitado dice: “Me ha sido dada
toda potestad en los cielos y en la tierra ...” 4
4 Ev. Mat. 28,18. Recuérdese lo que Pablo dice del pléroma : Col. 1,19; 2,9 etc!
62
CUADERNOS TEOLOGICOS
Tal potestad le ha sido dada por Dios, el Padre, el Eterno. La
eternidad de Jesucristo no significa, ni mucho menos, identificación
con Dios, el Padre, sino, simplemente, que Jesucristo es el Hijo del
Padre y, por consiguiente, participante de la eternidad del Padre. El
diácono de la iglesia jerusalemita, Esteban, no era cualquier fanático
al exclamar: “¡Señor jesús, recibe mi espíritu!” (Hech. 7:59), cuando
moría lapidado, sino un hombre creyente en la eternidad de Jesucristo.
El Apocalipsis no es un mero relato de visiones que un domingo tuvie-
se Juan en la isla de su destierro, sino un saber de eternidad, de la
eternidad de Jesucristo. Y Pablo dice a los Corintios dudosos de dicha
eternidad: “Si solamente en esta vida esperamos en Cristo, los más mi-
serables somos de todos los hombres” (I Cor. 15:19). Mas ¿cómo esperar
en Cristo fuera de esta vida, si Cristo no es eterno? La Biblia no co-
noce otra eternidad que la de Dios y pone de manifiesto que todo con-
cepto místico de la eternidad, igual que todo concepto espiritista o
antroposólico de la misma, no son otra cosa que simples especulacio-
nes ile gentes que, como lamentaba Unamuno, “ya lo saben todo”. Sólo
Dios es eterno y por eso la “eternidad será superación de la Historia.
Pero su superación es, al mismo tiempo, su conservación”. 5 A la Histo-
ria va íntimamente unida nuestra propia vida. El evangelio nos habla
mucho de la vida eterna; pero siempre poniendo a Cristo como aquél
en el cual, y sólo en el cual, el hombre tiene vida eterna. Por vida eter-
na no puede entenderse, según la Biblia, otra cosa que la comunión
perfecta con Dios, y esto no de manera individual o, mejor, “indivi-
dualista”, sino en la comunión personal con Cristo, que es la comunión
de la Iglesia, cuya única cabeza es él mismo. “El que tiene al Hijo tie-
ne la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1? Juan
5:12). Estas palabras de Juan suenan implícitamente en todo el Nuevo
Testamento. La vida está en Cristo. Pablo dice a los Calatas: “Yo vivo
en Cristo. . .” (2:20). Y en otra ocasión: “Para mí el vivir es Cristo. .
(Filip. 1:21). Pero esa vida es vida de fe y en fe. Dice Jesús: “Y esta es
la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo y cree
en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan
6:40). Y, luego, terminantemente: “El que cree en mí tiene vida eter-
na” (Juan 6:47).
Se advierte, pues, que no es posible imaginarse siquiera la eterni-
dad de Dios sin la eternidad de Jesucristo, el Hijo, el Enviado. Así
puede entenderse también cómo el apóstol Pablo dice a los creyentes:
"... Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). Y se
comprende, asimismo, que diga: “Cristo es vuestra vida” (Col. 3:4).
5 Paul Altliaus, Die letzten Dirige, 1926, pág. 240.
LA ETERNIDAD DE JESUCRISTO
63
III
La voluntad decidida de Dios es, pues, que el hombre sea partí-
cipe de la eternidad por Jesucristo y que aquí ya, en este mundo, goce
de la vida eterna. . ., tanto como ello le es posible al hombre mientras
mora en la tierra. Fácilmente puede ser engañado el hombre, fácilmen-
te puede el hombre también engañarse a sí mismo, imaginándose gozar
de comunión con Dios, o sea, de vida eterna, por otros medios que el
único Mediador: Jesucristo. Fuera del mundo cristiano, es decir, entre
practicantes o creyentes de diversas religiones, se conocen diversos me-
dios para lograr comunión con la divinidad. Tales sistemas religiosos
suelen entender la eternidad en sentido neutro: Lo eterno. La Biblia,
en cambio, habla de El Eterno, que es Dios. Además, no reconocen
aquellos sistemas religiosos ningún tiempo lina] y, por consiguiente,
ningún “centro” del tiempo (O. Gullmann), que para el creyente cris-
tiano es Jesucristo. Por otro lado, no es allí el tiempo una línea recta,
sino un círculo sin principio ni fin, una rueda, a la cual el hombre ha
de sujetarse, de la cual el hombre no puede salirse y dentro de la cual
el hombre se “espiritualiza” tanto, que puede lograr su propia “divini-
zación”.
Es indiscutible que tales conceptos han entrado también en el
mundo cristiano, resultando así cierto que de la lucha habida en los
albores del cristianismo entre la predicación apostólica y elementos re-
ligiosos extraños a ella, éstos no fueron derrotados por completo, sino
que de una u otra manera hallaron cabida entonces o después. Esencial
a tales elementos eran dos cosas: Primera: La supremacía del conoci-
miento del hombre sobre la fe, de modo que resulta posible llegar a
ésta mediante el conocimiento. Y, en segundo lugar: El considerar la
eternidad no como algo exclusivo de Dios, y, por consiguiente, también
de Jesucristo, sino como algo concesible por la “divinidad”, asimismo,
a otros seres humanos superdotados, por así decirlo. Fué de esta guisa
cómo las deidades regionales, locales y familiares empezaron a poblar
el cielo cristiano para ostentar aquí el papel subordinado de interme-
diarios entre Dios, Cristo y los hombres. De esta armonía entre lo “ra-
cional” y lo “irracional” sólo podía resultar la incomprensión de la ex-
clusividad del Cristo eterno. Esta incomprensión equivale a un triunfo
de la religiosidad “natural” y a una traición al Nuevo Testamento. En
éste la revelación y la fe son lo esencial: no se desprecia el conocimien-
to, ni mucho menos; pero el conocimiento de Dios sucede a la fe, que,
a su vez, es el don de la gracia, don completamente gratuito. La rela-
ción del hombre con Dios acontece de arriba a abajo, o sea: desde arri-
G4
CUADERNOS TEOLOGICOS
ba le es ofrecida al hombre dicha relación, como iniciación a la comu-
nión con Dios. En vano se buscará en el Nuevo Testamento (y en la
Biblia, en general) apoyo que justifique la existencia real de interme-
diarios entre el Mediador único (Jesucristo) y el hombre; en vano tam-
bién algún ser corredentor al lado de Cristo. Por el contrario, tales su-
puestos mediadores o intermediarios y tal corredención son fáciles de
encontrar fuera de la revelación bíblica y en cultos anteriores al cris-
tianismo y contemporáneos suyos. ¿Por qué? Porque, a diferencia del
Evangelio, según el cual Jesús es el Hijo del Dios de Abraham y de
Isaac y de Jacob, se considera, no al Dios viviente y personal y santo,
sino a la “divinidad” con toda su cohorte de “divinidades” subordina-
das o incluso, aparte de éstas, con su complemento femenino al lado:
la diosa Madre o la “Magna Mater”, es decir, la Gran Madre. Pero
el Nuevo Testamento se aterra al Dios de Jesucristo, al Dios de los
Patriarcas del Antiguo Testamento, con lo cual se atiene estrictamente
a lo revelado y desecha lo ideado, especulado o apetecido por más fá-
cil, más comprensible, más en armonía con la “racional”.
El Nuevo Testamento subraya a cada momento el carácter exclu-
sivo y “exclusivista” de la eternidad de Jesucristo, justamente porque
cree en él como el único Mediador entre Dios y los hombres. Si el hom-
bre ha de cumplir su destino, que es tener vida eterna, su Mediador
ha de tener en sí vida eterna y ha de tenerla del Dios eterno y vivien-
te. Con razón se empeña el apóstol Pablo, y a su lado también el após-
tol Juan, en defender la eternidad de Cristo, tanto en lo que ello su-
pone de preexistencia de Cristo como en lo que sí encierra de omnipo-
tencia frente al tiempo.
Por eso enseña el Nuevo Testamento que Cristo, el Cristo invisible
y eterno, es la cabeza del cuerpo que se llama Iglesia; por eso también
es cada miembro de la Iglesia tan importante, ya que ha de obedecer
al mandato de la cabeza. Y por eso, siendo necesario el orden en la
Iglesia, como comunidad humana, o sea, compuesta por hombres débi-
les, ese orden nunca supuso en la Iglesia cristiana la existencia de un
representante único de Jesucristo, ni tampoco una estrecha sucesión
apostólica. Estas cosas serían comprensibles si Jesucristo no fuera Señor
de la eternidad y, por lo tanto, eterno en sí mismo. Si Jesucristo fuera
nada más que Señor de este mundo, se explicaría la necesidad de una
sucesión hereditaria; pero siendo de él la eternidad lo que precisa el
mundo es testigos de la misma, esto es, de la eternidad de Jesucristo.
No existe ningún hombre capacitado (capacitado por obra del Es-
píritu Santo) para ser algo más que testigo de Jesucristo eterno. Testi-
go significa, en este caso, uno que da testimonio de lo que le ha sido
revelado desde arriba, “donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios”,
LA ETERNIDAD DE JESUCRISTO
65
como dice Pablo (Col. 3:1-2). Es muy difícil dar con un verdadero tes-
tigo de Jesucristo eterno; no porque la gracia divina sea parca en otor-
gar, sino porque el hombre prefiere hablar más de sí mismo que de
otro, aun tratándose de su Señor natural y divino.
Puede hacerlo el hombre suave y subrepticiamente, refiriéndose a
sus “experiencias religiosas”, lo cual disimula mejor el deseo de hablar
de sí mismo y de su propia capacidad, o puede hacerlo poniéndose
en lugar de Cristo y exigiendo obediencia a lo que dice, cual si se
tratara de Cristo mismo; y esto es mucho más grave que la dulce mon-
serga psicológica de las “experiencias religiosas”. Pero, finalmente,
también puede hacerlo venciéndose a sí mismo, humillándose bajo
la gracia y repitiendo, sin añadir ni quitar nada, el testimonio de los
Apóstoles. Quien tal hace, es fiel y verdadero testigo de la eternidad
de Jesucristo. Pero ese testigo que, desde luego, mora en la Iglesia,
es hombre de vigilia y oración, hombre que espera la llegada de su
Señor eterno y que no quisiera estar durmiendo o charlando cuando
él vuelva.
DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
por Rudolf Obermüllér
Las perspectivas para el porvenir del cristianismo — ¿cuáles son?
Tanta gente quiere saber si el cristianismo católicorromano tiene las
mejores, o el evangélico, o el orotodoxo. Querer saber lleva a hacer
preguntas. Acaso toda la relación que uno tiene con el cristianismo,
consiste en preguntas, y será muy bien no apresurarse en darse las
contestaciones y soluciones que son del dominio público. Necesitamos,
desde luego, en cada caso una contestación personal y propia, por lo
menos si la pregunta que se nos plantea, ya antes ha sido una inquie-
tud personal propia o si la pregunta del interrogante se ha encontrado
en el camino con una cuestión que ha sido nuestra propia. Por lo
tanto es de investigar si es adecuado estudiar la Biblia con tales pre-
guntas ya formuladas con anticipación. ¿Es lícito presuponer que la
Biblia es un libro con soluciones prefijadas que tan sólo hay que
consultar?
Podría muy bien suceder que no encontremos una respuesta si
comenzamos el estudio de la Biblia planteando preguntas nuestras.
Sobre las perspectivas para el porvenir del cristianismo, por ejemplo,
no se dice nada en la Biblia. La Biblia desconoce nuestra manera de
formular la pregunta. Más bien, nos devuelve la pregunta y pregunta
de su parte al lector para saber cómo él enfrenta su porvenir: romo
expresa él efectivamente el hecho de que tiene su Hoy, su Instante,
su existencia determinada desde el Mañana, desde la Eternidad, desde
el porvenir del Señor, cómo entonces quiere ser responsable y jus
tificable frente al juicio venidero de Dios sobre su vida, cómo espera
el porvenir de Cristo. Resulta tpie recién después de aclarada esta
cuestión, podrá decirse tal vez también algo sobre las perspectivas para
el porvenir del cristianismo a base del mensaje de la Biblia.
Entonces está mal que nosotros preguntemos y la Biblia conteste.
Entonces hay que proceder a la inversa. La Biblia nos pregunta
a nosotros, y nosotros tenemos que contestar.
En la Biblia, la primera palabra y la última palabra evidentemen-
66
DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
67
te es de Dios mismo, de Dios solo y de Dios totalmente, y los hombres
tenemos suerte (si es que no queremos llamarlo experiencia de la Gra-
cia) si se nos da ocasión de participar en la conversación, escuchando
y replicando.
Por consiguiente hay un solo camino para estudiar adecuadamen-
te la Biblia, y es la participación activa de los que escuchan y de los
que responden que sucede en la liturgia del culto de la congregación,
en adoración y alabanza, en arrepentimiento, súplica y oración inter-
cesoria. También en la cámara de Mt. 6:6 o en el grupo depende la
existencialidad de nuestro estudio bíblico de la medida en la cual
sabemos y realizamos que somos miembros de todo el cuerpo entero
de Cristo. Solamente así, están bien ubicados con su “Sitz im Leben”
las Biblische Fragen, Einsichten und Ausblicke (Preguntas, consi-
deraciones y perspectivas bíblicas), que nos han sido dadas por nues-
tro homenajeado Karl Barth desde aquellos tiempos cuando publicó
su conferencia que lleva este título, para compartir con otros pastores
su profunda inquietud frente a un racionalismo o emocionalismo do-
minantes, con su amenaza de destruir la vida clevocional en el culto
común.
Será pues de poco valor hacer el voto de leer la Biblia desde
Génesis hasta Apocalipsis seguidamente por lo menos una vez por año.
A pesar de dar grandes impresiones en admiración o en conmoción,
tal estudio recién será fructífero si algún día surge la meditación y
reflexión, y entonces se va paralizando la carrera. Tal paralización
sirve para madurar el estudio bíblico. Antes de tal paralización, el
lector era superior a la Biblia, sabiendo más o menos de antemano
lo que podrá decírsele. Después de la paralización, será interior a la
Biblia, ignorando ahora con anticipación cuáles serán las preguntas
que planteará, y cuáles serán las respuestas que dará. Así, después de
haber sido el oyente obligado —y esto con temor y temblor— a sentirse
cuestionado, la Palabra comienza a hablar por primera vez efectiva-
mente. Innumerablemente Lutero lia inculcado que la Palabra se
liga a la angustia (Anfechtung) del cristianismo (Isaías 28:19).
La “Santa Escritura” es la “Palabra de Dios”.
Nunca será suficiente nuestra comprensión de la dimensión tan
extendida en la cual Dios dificulta nuestra relación con la Biblia, al
ejecutar su propósito de revelarse a sí mismo, cubriéndose a la vez con
el velo de su inescrutabilidad. El misterio tle la revelación de Aquel
que nunca se revela inmediatamente porque es Persona y no es objeto,
es lógicamente también el misterio hermenéutico que determina la
dimensión de las dificultades de estudiar la Palabra de Dios en la
Santa Escritura, el conocimiento de la Persona en algo objetivado.
68
CUADERNOS TEOLOGICOS
Nosotros empero deseamos tan ingenuamente que la Palabra de Dios
sea registrada en la Santa Escritura de tal manera que mediante una
simple lectura tomemos conocimiento y recibamos así las respuestas
prefijadas para nuestras preguntas sobre tal o cual objeto. Aunque
muy devoto, este anhelo es, empero, ateo. Porque es evidente qué
sería entonces Dios. Dios sería meramente Maestro, un Sabio del pro-
greso de las luces que nos ilustra, un filósofo tipo griego con un libro
de texto en la mano, y lo esencial de Dios serían sus ideas.
Por el contrario, el Dios de quien la Biblia da testimonio, es un
Hacedor, es Señor de una Historia, Creador de Acontecimientos, Dador
de un Pacto, Padre de Jesucristo que manda el Poder del Espíritu San-
to para su pueblo. Dios nos reclama porque somos criaturas suyas, y
nos propuso su pacto. Dios es, al decir de Blaise Pascal, “no un Dios
de filósofos, sino Dios de Abrabam, de Isaac y de Jacob”. Si Dios en
verdad es así, entonces es inconcebible que la Palabra de este Dios
pudiera escribirse sencillamente en un libro. Su palabra es palabra
con poder, palabra creadora, palabra del juez, y este carácter de su
palabra puede ser reflejado o señalado en el mejor de los casos tan
sólo de la misma manera como el mar tiene el privilegio de represen-
tar su encuentro con la luz — la espuma sobre las olas reluce, reflejan-
do la luz por el instante de fracción de segundos. La Biblia, como
libro objetivo, no hace excepción de la gran regla de que lo objetivo
no es personal, de que lo creado no es idéntico con su creador, como
tampoco la dádiva con el dador. Lo creado debe ser mantenido por su
creador del mismo modo como lo creó en su momento. La Palabra
está autorizada siempre y siempre tan sólo por el Espíritu del cual
proviene. Así, Dios da de su Palabra un doble testimonio, uno externo
en la Biblia, otro interno en la confrontación personal, histórica y
existencial; ninguno de los dos testimonios es aislado del otro, son
simultáneos en su dialéctica y superan así la dualidad de los filósofos
que distinguen tradicionalmente entre objeto y persona. Por lo tanto,
nuestro estudio de la Biblia será adecuado a la causa que señala la
Biblia en la medida en que reconocemos a Dios como Dios Viviente
([lie nos sitúa debajo de la Biblia y no delante, ni al lado y menos
encima de lo que está escrito.
Podemos ahora sacar consecuencias definidas para nuestro estudio
de la Biblia.
Al leer los libros bíblicos con el interés de escuchar su mensaje,
hay que estar apercibido para dos cosas: para la actualización de su
contenido y para la certificación de su reclamo (de su autoridad) que
es dar testimonio de la Verdad de Dios y exigir nuestra obediencia.
En esto puede ser muy distinta la medida de la actualización y la ar-
DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
69
gumentación sobre la autoridad, porque esto depende ampliamente
ule los preconceptos generales tlel que estudia la Biblia; pero sea como
sea, en todo caso nos decidimos por nuestro modo de leer en favor
de una suerte de actualización y en favor de una suerte de autoridad.
La actualización es un tema predilecto de nuestros contemporá-
neos. Se dan a publicidad muchas nuevas versiones que se caracterizan
por el uso del idioma corriente; una de las mejor logradas es la edición
inglesa de Philipps Letters to young chinches (Carta a las iglesias
jóvenes) que transcribe cartas paulinas. Pero ni estas versiones condu-
cen más allá de la “Escritura Santa”. O se nos presentan programas
para estudios bíblicos en grupos que toman su punto de partida desde
problemas de actualidad, p. ej. cuestionando “nuestro sistema econó-
mico a la luz de la Biblia”. Pero también aquí es el hombre aquel que
pregunta, y después la respuesta de Dios tiene cpie formar fila entre
la multitud de los programas de expertos en economía; es pues un
camino que tampoco conduce a la meta deseada. Se nos ofrecen Bi-
blias con selección de materias, antologías bíblicas, etc., que dejan
aparte todo lo que podría ser considerado de interés puramente ar-
queológico — y otra vez el hombre dispone con sus intereses momen-
táneos sobre la acepciém de la Palabra independiente. Mucho más
atendible es el esfuerzo de estudiantes universitarios cristianos fran-
ceses, quienes dramatizan temas bíblicos, obligando a cada uno de los
miembros del grupo bíblico a representar un papel de actor en el
relato o mensaje bíblico. Tal dramatización tiene la ventaja metódica
de llevar a cada uno en la manera de la liturgia hasta la identificación
con alguien que 1ra sido reclamado por la Palabra de Dios, aunque
sea un Judas o el pecador del Salmo 51. Sin embargo subsiste en este
método un gran peligro, porque todo puede circunscribirse a un sen-
timiento artificial estético. La verdadera actualización queda reservada
para la situación apremiante del que se define porque responde a la
voz que le reclama cuando la Biblia le da el testimonio de la Palabra
de Dios.
En un instituto de Pastores en Buenos Aires hemos tratado el
problema. Notable era la unanimidad del concepto básico cuando
todos dijeron que su experiencia había comenzado con el interés en
un pasaje bíblico que correspondía a sus más profundas inquietudes, y
que habían continuado apreciando la Biblia más y más también en
otros pasajes, a base de esta primera impresión en uno de sus pasajes.
En este concepto no hubo diferencia alguna entre “fundamentalistas”
y “modernistas”, y es interesante fijarse en tan sorprendente coinci-
dencia más allá de las controversias usuales. ¿Sería que ambos comen-
zaban con una posición por encima de la Biblia, dando crédito a su
70
CUADERNOS TEOLOGICOS
actualidad, sirviéndose de conceptos previos? ¿Sería que ambos daban
prioridad a sus preguntas religiosas y a la impresionabilidad humana
para apreciar después la Palabra de Dios porque era confirmada la
Palabra por la experiencia del ser humano?
Los encuentros de la Palabra de Dios con hombres que describe
la Biblia .misma, responden mayormente a un orden de prioridades
totalmente opuesto.
La misma inversión de prioridades podría revolucionar nuestra
relación con la Biblia y por lo tanto también nuestro estudio de ella.
Cuando Calvino (en su prólogo al comentario sobre los Salmos) men-
ciona su “súbita conversio”, la presenta como “conversio ad docilita-
tem” (Salmo 32:9), dispuesto a aprender y escarmentarse, libertado de
sus preconceptos y prejuicios que había traído de su pasado romanista
dogmático-escolástico. Tal conversión la necesitamos igualmente. Tiene
que producirse de nuevo siempre y siempre, porque todos traemos
con nosotros preconceptos denominacionales y todos nos encarcelamos
fácilmente de nuevo en preconceptos y tradiciones muertos. Solamen-
te el encuentro de la Biblia con nosotros puede actualizarnos bien y
correctamente en “súbita conversio ad docilitatem”.
Bajo este punto de vista se destaca una señal de nuestros tiempos
que es muy promisoria. En los más variados países, la Biblia vuelve a
ser un libro leído por muchos en la Iglesia católica apostólica romana;
en castellano se ofrecen muchas ediciones como las de Nacar-Colunga,
Bover ‘-Cantera y de Straubinger, con excelentes comentarios que tratan
más que las “notas aclaratorias” sobre el dogma, que conocimos antes.
En el movimiento ecuménico se concentra el estudio sobre la autori-
dad y el mensaje de la Biblia en escala creciente. ¡Las doctrinas co-
mienzan a dar nuevamente cabida a la Palabra viviente! Dogmática
y exégesis se buscan mutuamente. Sobre el esqueleto de la teología
sistemática aparecen nuevamente los músculos y los nervios de la reali-
dad. Alrededor de la tabla redonda p. ej. en los Movimientos Estu-
diantiles Cristianos, cuando abren la Biblia, se hallan unidos jóvenes
que no pueden unirse aún alrededor de uno de los altares de sus igle-
sias. La Biblia pregunta, y nosotros respondemos, aprendiendo, uno
con el otro y uno del otro, porque todos al igual están bajo la de-
manda suprema de la palabra autoritaria divina.
La consecuencia es que al estudiar la Biblia nos damos por noti-
ficados de que se precisa una extremada disciplina vigilante a fin de
oír lo ej ne se dice. Con demasiada facilidad conectamos un vocablo
como “paz”, “iglesia”, “porvenir” con nuestros conceptos impregnados
de ilusiones o temores para seguir hablando de nosotros mismos, mien-
tras que primeramente es necesario examinar si la palabra bíblica es
DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
71
idéntica con nuestros conceptos, o si los cambia desde Dios o los in-
vierte. Demasiado fácilmente encontramos los temas de nuestra pre-
dilección en la Escritura, o preferimos un libro como Lutero prefirió
la carta a los Romanos o como hoy día preferimos la carta a los
Elesios, fijando así el mensaje de Dios sobre un tema exclusivo. Por
el contrario tendríamos que encarar ininterrumpidamente que nues-
tros conocimientos son fragmentarios (1 Cor. 13:9), que Dios mayól-
es que nuestro corazón ( Juan 3:20) y que la palabra de Dios no está
presa (2 Tim. 2:9). Entonces ya hoy podemos disfrutar de la Palabra
de Dios en aquella libertad que Cristo nos da al señalar hacia el día
venidero en gloria, cuando dice: “Aquel día no me preguntareis nada”
(Ev. Juan 16:23).
O CHAMADO DE DEUS
por jorge César Mota
0 vocábulo chamado (llamado) como adjetivo e substantivo, e
seus cognatos, sao usados em nossas línguas tanto como em inglés ou
francés, em muitos sentidos diferentes. De quase todos eles podem
encontrarse exemplos na Biblia. Chamar pode ter sentido de, dar
nomes ou apelidar cousas, animáis, pessóas e o próprio Deus. 1
“Levantai ao alto os vossos olhos e vede quem criou estas cousas. . .
quem a todas chama pelos seus nomes”. (Is. 40:26). “Havendo, pois, o
Senhor formado todo o animal do campo e tóela a ave do céu, os
trouxe a Adáo para éste ver como Ibes chamaria”. (Gen. 1:19); “Já
nao vos chamarei servos... mas tenho vos chamado amigos”. (Jo.
15:15). “E chama-lo-aó pelo nome de Emanuel”... (Mat. 1:23); ‘‘Por-
que o teu Criador. . . o Senhor dos Exércitos. . . o Santo de Israel. . .
o Redentor. . . será chamado o Deus de toda a térra”. (Is. 54:5). Cha-
mar pelo próprio nome, com a idéia de posse: “Chamei-te pelo nteu
nome: tu és meu”. (Is. 43:1); “A todos os que sao chamados pelo nteu
nome. . . os que criei para minha gloria”. (Is. 43:7). Também significa,
como nos clássicos e na linguagem do povo, atrair: “O vento e a corren-
te chaman as naus para térra”. (Constancio); “O imán chama o ferro ’
(Aulete) e Camoes: “O tempo que para a partida os chama”. (Lus.
9:8). “Triste ventura e negro fado os chama”. (Lus. 5:46) e Amos:
‘‘Procurai o que faz o setestrelo. . . o que chama as aguas do mar e as
derrama sobre a térra...” (5:8). 2 LTsa-se intransitivamente na língua
comum, mas nunca ñas Escrituras: “Estou chamando há meia hora e
ninguém aparece”. “Dar sinal com a voz ou com o gesto para que
alguem venha”. Com o sentido de invocar: “Chamam uns Mafamede,
outros Sanitago”. (Lus. 3:113); “O povo chama aquele que a salvar o
mundo veio”. (Lus. 6:75). Com esse mesmo sentido aparece o verbo
naqueles tristes versos de Amero de Quental:
1 “E Deus cliamou á luz Dia e as trevas cliamou Noite”. (Gen. 1:15).
3 “Um abismo chama outro abismo”. (Sal. 42;7).
■ 72
O CHAMADO DE DEUS
73
“E a mim que aspiro a ele, a mim que o amo,
Que anseio por mais vida e maior brilho,
Há-de negar me o termo deste anseio?
Buscou quem o nao quis; e a mim, que o chamo,
Há de lugir-me como a ingrato lilho?
Ó Deus, metí pai e abrigo! espero! ... eu creio!”
Tem também o sentido de tomar por testemnnha: Os céus e
a térra chamo por testemunhas contra vos...” (Deut. 30:19). Como
sinónimo de escolher, temos un exemplo em Is. 41:8,9; “Mas tu, ó
Israel, a quem elegí... a quem tomei desde os lins da térra... e te
chamei...” Há aínda dois sentidos que sao típicamente bíblicos: cha-
mar a existencia, ou criar: “Deus, o qual vivifica os mortos e chama
as cousas que nao sao como se já fossem” (Rom. 4:17) e convocar,
como é comum nos clássicos: “Zeus... manda chamar os deuses do
mar” (Lus. 6:15). (Ver também 7:67; 10:14). “Eu dei ordens aos meus
santificados, sim, já chamei os meus valentes para a minha ira”. (Is.
13:3). “Que chamo a ave de rapiña desde o oriente e o homem do metí
conselho desde térras remotas”. (Is. 46:11). “Porque o Senhor te cha-
mou...” (Is. 54:6). “Chamou a sí os doze, corneen u a enviados...”3
Do ponto de vista teológico também se poderian encontrar muitos
sentidos para os ossos vocábulos. O Dicionário de la Academia, sub
Vocación, dir-nos-á: “Inspiración con que Dios llama a algún estado,
especialmente al de religión”.
Nao pretendo entrar aqui no campo das especulares terminoló-
gicas da Teología clássica, seja católica ou protestante. O meu objetivo
é milito outro: é simplesmente ouvir o que di/em as Sagradas Escri-
turas sobre a vocatáto divina e tomar consciencia do chamado de Deus
no seu sentido bíblico. Entretanto, é nosso dever preliminar fazer urna
breve referéncia as mais importantes opinioes, entre os teólogos mais
famosos.
A definidlo há pouco citada do Dicionário da Academia, é bas-
tante para mostrar como a influencia da teología medieval e crista
modifica internamente o sentido da doutrina bíblica em geral e apos-
tólica em particular. Obedecendo á orientado escolástica a que nao
escaparan! de todo os teólogos protestantes, particularmente os tía ía-
3 Neste sentido usou o termo Juan Menéndez Valdez em La Presencia de T)i is:
‘ ‘ Pero a par en las ondas
Te hallo del hondo mar, los vientos llamas,
Y a su saña lo entregas...
74
CUADERNOS TEOLOGICOS
mil i a calvinista, os pensadores católicos dividiram e subdividiram em
classes e subclasses a doutrina da vocagáo. Partindo de Agostinho, que
distinguía .entre eleigáo ou decreto para a salvagáo, e voca^ao, o chama-
do para o arrependimento e a conversáo, por meio do Evangelho e
especialmente da Igreja, Toma/ de Aquino estabeleceu que o chamado
de Deus é meio pelo qual Deus torna eficiente a sua soberana escolha.
{Suma, I Q. 23, art. 2). Distingue entre Vocatio Generalis que se pro-
cessa por meio da revelagáo da natureza e Vocatio Specialis que ss
realiza por meio da pregagáo do Evangelho e pelo Sacramento. Calvino
distingue entre o chamado externo, isto é, a pregagáo da Palavra de
Deus, que tem carater universal, isto é, nao faz acepgáo de pessóas, e o
chamado especial ou interno, que consiste na operagáo do eleito. {Inst.
III, XXIV. 10). Essa doutrina está compreendida nos símbolos de té de
Westminster como se pode ver na C. Fé, X; Cat. Maior Q. 67; Cat.
Men. Q. 31.
A diferenga fundamental entre Calvino e Lutero, nessa questáo do
chamado divino, está em que, para o primeiro, o poder para levar a
criatura ao arrependimento e á conversao pertence ao Espirito Santo
que opera aü extra no coragao, ao passo que, para o segundo, a Pala-
vra mesma leva consigo, ineren te, esse poder.
Examinemos a clefinigao há pouco citada do Dicionário da Acade-
mia. Ai se diz, primeiro, que Deus chama; segundo, que Ele chama
para algum estado; e terceiro, que principalmente para o da religuio.
Segundo a teología católica, portanto, vocagáo própriamente dita é o
chamado para o ministerio sagrado, seja secular, para o matrimonio ou
o celibato; seja eclesiástico, para a tonsura, ou para as ordens menores
(ostiário, leitor, exorcista, acólito) ou para as ordens maiores (Sub-
diacono, diácono e presbítero); seja, finalmente, religioso que, além
dos do segundo tipo, exige aínda a pobreza, a castidade e a obediencia.
Como clisse Ligório, “La elección de estado es la rueda maestra de la
vida”. Há unta hieraquia de estados e de profissóes. Aquele que recon-
hece essa hierarquia e abraga a carreira ministerial atende melhor á
vocagáo de Deus, e alcanga maior merecimento. Cario Landucci, escre-
vendo com a autoridade do Vaticano (Enciclopedia Católica, última
edigáo de Cidade do Vaticano), assim trata do assunto: “Parlando di
vocazione divina, o anche soltanto di vocazione, si suole generalmente
intender quella sacerdotale o religiosa. E a queste solé si riteriscorno i
celebri passi della Sacra Scrittura, Heb. 5:4; Jo. 15:1b; Mat. 19:11. La
razione de tale privilegiata denominazione di “Vocazione divina” con-
siste nello speciale contenuto divino dello statu sacerdotale e religioso,
O CHAMADO DE DEUS
75
detto, appunto perció, sacro; che pone contesto stato a un livello supe-
riore a tutto il comune piano supranaturale umano”.
Na Idade Media, como muito bem lembra Otto Weber na sua sín-
tese da Dogmática de Karl Barth, 1 a expressáo vocagao era usada quase
exclusivamente para designar a vocablo dos monges. Opondo-se a essa
“deíormacáo escandalosa”, Lutero foi arrastado a um erro inverso, ao
dar a klésis em I Cor. 7:20 o sentido geral de “Trabalho executado
por cada individuo no dominio da sua prolissao”. Barth reconhece al-
guna verdade na posi^áo de Lutero, mas liberta o termo vocagao do
mero nivel de prolissao, e explica desta forma o texto de Paulo: “Que
cada um obedeza á sua vocagao. . . que lhe seja e permane^a fiel — nao
ao sen estado, mas á sua vocatdío que lhe foi dirigida nesse estado, aqui
e agora. . A prolissao nao é urna lei, nem um mandamento; é o lu-
gar onde se exerce a responsabilidade humana. Ora, o homem nao é
responsável peíante a sua prolissao, mas perante Deus, que o chama
onde quer que se encontré.
É meu propósito demonstrar, primeiro que a idéia do “chamado
de Deus” está presente em tóela a Biblia e que é necessário que a ten-
hamos em mente se quisermos compreender a mensagem das Sagradas
Escrituras. Nenhuma das doutrinas fundamentáis da nossa fé crista
escapa á sua presenta, como veremos. O Deus que se nos revela no
Velho Testamento é um Deus “que chama” (Rom. 9:11). A cria^ao, a
palavra de Deus, o homem, a obra da redencáo, o povo de Deus, a
Igreja, sao todas verdades para cuja compreensáo teremos de suben-
tender o chamado de Deus. Em segundo lugar, esforgar-me-ei por esta-
belecer o conceito cristáo da vocaqao divina que requer urna resposta
humana.
Deus, Aqttele que chama
A primeira cousa que as Escrituras nos di/em de Deus é que Ele
no principio criou o céu e a térra (Gen. 1:1). Paulo escreveu aos ro-
manos, falando do Deus em que Abraao creu: “Aquele que vivifica os
mortos, e chama as cousas que nao sao como se já íossem” (Rom. 4:17).
Ele chamou a luz, e a luz se fez; chamouo sol, como todas as estrelas
e as sementes e as aves e os monstros, e os homens; e eles vieram vindo,
obedientes a voz do Criador, como um exército obedece ao chamado
do seu comandante, como um servo obedece ao chamado do seu senhor:
“Vem, e ele vent”. (Luc. 7:8).
4 La Dogmatiqiw de Karl Barth, pg. 184.
CUADERNOS TEOLOGICOS
7 6
José Maria Heredia, o sentiu assim:
“Por qué orden vienes de la mar undosa
Oh, Sol, a darnos de tu luz los rayos?
Te espero cada dia, Y vuelves siempre.
¿Seré yo por ventura quien te llama,
Y quien arregla tu perpetuo curso?”
O salmista dissera: “Pela palavra do Senhor foram ieitos os ceus
e todo o exército deles pelo espirito da sua boca”. . . falou, e tudo se
fez; mandón e logo tudo apareceu”. (Sal. 33:6-9).
É tao evidente, nos dois relatos da Criacao no livro do Génesis
(1:1-2, 4a e 2:4b e segs.) a presenta do “Deus que chama”, que Barth
os analisa sucessivamente sob estes títulos ¡ “A criacao como fundamen-
to externo da alianca” e “A alianza como fundamento da criando”. No
primeiro caso, a alianza de Deus era o objetivo para o qual todas as
indicares de detalhes convergiam e, portanto, a razáo profunda da
criacao. No segundo caso, o inverso: a criacao prefigura alianza, ante-
cipa-a. O novo nome de Deus também indica isso Iaveh-Elohim. O Deus
que age nesse segundo registro da Criacao é o Deus que revelou o seu
nome a Israel e o chamou para ser o seu povo. Barth acrescenta que
o cap. 37 de Ezequiel “é o mais poderoso comentário que lid no Anti-
go Testamento sobre Gen. 2:7”. O profeta narra nesse extraordinario
capítulo a sua visao dos ossos secos que foram pela palavra de Deus
chamados a vida: “Assim diz o Senhor Iaveh”. “Vem dos quatro ven-
tos, él Espirito, e assopra sobre estes mortos para que vivam” . . .
“. . . entao o Espirito entrou líeles e viveram, e se puseram em pé, um
exército grande em extremo”. O ponto alto da criacao é a criando do
homem. E aquí é onde se nos torna mais clara a relando do Deus que
chama com a obra que realizou. Diz o texto: “clisse Deus: Fagamos o
homem a nossa imagem, conforme a nossa semelhanqa. . . E criou Deus
o homem a sua imagem: a imagem de Deus o criou: macho e femea
os criou” (Gen. 1:26-27).
Esta passagem nos sugere dois pensamentos. Primeiro, “Fagamos”.
Por que o plural? Nao parece plausivel tratar-se aqui de um simples
exemplo de “plural de magestade” da gramática hebraica. Conforme
tuna observando de Barth ( apud Weber, obra citada pag. 95), a lingua
do Velho Testamento desconhece esse plural. Também nao pode tra-
tar-se dos alijos, porque a “imagem” e a “semelhanna” é daquele que
lala no plural.
Mesmo fazendo abstrando do conhecimento que as Escrituras mais
O CHAMADO DE DEUS
77
tarde nos darao, 5 segundo a doutrina da Igreja de que Deus subsiste
em tres pessóas, e de que este texto tem sido citado para corroborar
essa doutrina, e sabendo que o escritor nao estava de maneira alguma
pensando nesse assunto quando empregou o plural, aínda assim, me-
diante urna simples leitura singela e despreocupada de questoes dog-
máticas, será natural entender que Deus falou consigo mesrno. Nao
padece d ávida, pois, de que há nessa palavra um apelo, um chamado.
Segundo, “á nossa imagem”. O hornera íoi criado á imagem de
Deus: “Imago Dei”. Há ai, certamente, a indica^ao de urna analogía.
Nao, urna “analogía entis”, mas urna “analogía relationis”. f!.
Aqui combinamos o “facamos” com o “imago Dei". Seguindo-o
pensafento de Barth, “a característica do ser de Deus está num “eu"
e num “tu” que co-existem nele. Assim a característica da esséncia do
hornera é ser hornera e mulher. E o teólogo de Bfde concluí, cit. por
Weber: “Deus age em lace do homem que ele criou, como o “eu” divi-
no procede perante o “tu” divino que ele chama”.
Assim, pois, a semelhan^a esséncial entre o homem e Deus tem de
ser posta no plano do chamado de Deus. Deus é aquele que tem o
poder de chamar. O homem, se por um lado tem de ter o dever de res-
ponder ao chamado de Deus, por outro foi tambera criado com a capa-
ciclarle de chamar. O poema dos Cantares de Salomao, interpretado
pela Igreja antiga como um livro simbólico que trata da Igreja e do
seu esposo, mas que é inegávelmente um poema amoroso, será, talvez,
ñas Escrituras, o melhor exemplo dessa analogía relationis. Todo ele
está cheio de um continuo “chamar”, “buscar”, “adiar”, “responder”,
“perder”, e “nao achar”.
Prossegue o relato do Génesis, e aquilo que se ocultava num ato
de misterio em que os exégetas e teólogos pressentem a verclade, se
torna claro e evidente. O homem e a mulher haviam desobedecido ao
seu Criador e estavam atemorizados. Ouviram entáo a voz do Senhor
“que passeava no jardim pela viraqao do día”. Eles se esconderam, jul-
gando que pudessem encontrar refugio aonde nao chegasse a voz e a
presenta do seu Deus. Mas ouviram a voz cpie chamava: “Acláo! Adáo!
Onde estás?”
Deus busca o homem, e ele sabe onde encontrá-lo, e chama-o.
Ouando Hagar fugiu da casa de Abráo, da presenta de Sarai que a
5 Nao obstante, o ensino das Escrituras é claro sobré a partieipagáo das
tres pessóas da Trinidade na criagáo : Deus criou o céu e a térra ; O Espirito de
Deus “ehocava” sobre a face do abismo” (Gen. 1:1,2). “Pelo seu Espirito
ornou os céus” (Jo. 26:13); ‘ 1 0 verbo estava no principio com Deus, e todas as
cousas foram feitas por ele, e sem ele nada do que foi feit'o se fez” (Jo. 1:2,3);
“...por quem fez o mundo” (Heb. 1:2).
i Apitd Weber, obra citada pag. 97.
78
CUADERNOS TEOLOGICOS
afligía, “o anjo de Senhor a achou junto a urna lonte d’agua no deser-
to, junto á lonte no caminho de Sur”. E o anjo do Senhor a chamou
e disse: “Donde vens e para onde vais?” E Hagar deu um nome a seu
lilho e um nome ao seu Deus. Ao filho chamou Ismael, cjue (juer dizer
“Deus está ouvindo” e a Deus chamou: “Tu és o Deus que me ves”.
O Deus da Biblia 7, quer ser reconhecido como Deus pelos homens,
e por isso os busca e os chama. Zeus, assentado sobre o seu alto trono
no Olimpo, contempla os sucessos dos humanos com displicencia e bo-
nomia, interessa-se em saber o (jue fazem, mas nao se interessa por eles,
nem se emociona. Deus, ao contrario, busca os que O adorem em espí
rito e verdade, e ama o mundo.
A revelacao bíblica do Vellto e do Novo Testamento 8 *, trata da
rela^So de Deus com os homens e dos homens com Deus. Nao há na
Biblia nenhuma doutrina de um Deus absoluto, “as He in Himself”,
“Gott-an-sich”, nem tampouco do homem como hemem isolado, “Mens-
chen-an-sich”. A Biblia tala sempre de um Deus que se aproxima do
homem e o busca (Gott-zum Menschen-hin).
Simone Weil na sua interessante obra “Intuitions Pré-Chrétien-
nes”, percorre um grande número de poetas e filósofos da antiguidade
clássica e tambem do folk lore nórdico, e encontra, particularmente nos
liinos Homéricos e em Platao, também um Deus que, de urna forma
ou de outra, sai em procura do homens. E diz, comentando o Novo
Testamento, a notável escritora francesa: “Remarquez que, dans
L'Evangile il n’est jamais question, sauf erreur, d'une recherche de
Dieu par l’Homme”.
Jó tambem já sabia que a iniciativa pertence a Deus e clamava, no
meio da sua angustia, contra o seu silencio e a sua aparente indite-
renca para com o seu servo: “Chama, pois, e eu responderei”, se nao,
“eu íalarei, e tu responde-me” (Jo. 13:22; Cf. 14:15).
O apóstolo Paulo expoe essa doutrina em Rom. 8:28-30. Um estu-
do de Liturgia, ñas Escrituras e na Historia da Igreja, nos mostrará, u
que ai mesmo, onde o homem surge com um anseio místico de buscar
a Deus e de se encontrar com o seu Criador, ai mesmo, é o misterio
de Deus que lhe manifesta a iniciativa divina. É Deus que se deixa
encontrar. O culto é sempre urna resposta. 10.
r Cf. E. Brunner - Dogma t Íes Vol. 1.
8 E. Brunner - The Divine -Enman Ecounter, pag. 31.
0 Cf. R. Will , Le Cuite, Strag. 1925, 1, p. 329-330. (cit. por Paquier, Traite
de Uturgique
10 Cf. Gen. 12:7,9; 13:14,18; 15:22. Ver. também Lev. 8:3; Núm. 8:9;
Lev. 23:1,2,4.
O CHAMADO DE DEUS
79
Assim também no estudo do dever missionário. Paulo diz que todo
aquele que invocar o nonre do Senhor será salvo, mas acrescenta que
a “lé é pelo ouvir e ouvir pela Palavra de Den/”. Como invocarao
aquele em quem nao creram? E como crerao naquele de quem nao
ouviram? E como ouvirao se nao há quem pregue”? (Rom. 10:13ss).
O mesmo Paulo cita Isaías: “Fui manifestado aos que por mim nao
perguntavam” (Rom. 10:20).
“Eis que estou a porta, e bato (di/, o Senhor) se alguem ouvir a
minha voz, e abrir a porta, entrarei em sua casa, e com ele cearei, e
ele contigo” (Ap. 3:20).
II
A Palavra de Deus
Como vimos, a palavra de Deus e o chamado de Deus sao duas
noyóes que se completam. A primeira palavra foi a evocacao mesrna do
universo e da humanidade a existencia e á vida. Palavra de graca,
chamado do ser, chamado ao sér, esséncia que incluí e provoca a exis-
tencia. 11
A palavra de Deus, ou simplesmente a palavra está de tal sorte
por toda a parte na Biblia, cpie seria impossivel entender o sentido de
urna sem o auxilio da outra; mas devem distinguir-se cuidadosamente
urna de outra para que nao se caia na confusao que tantos érros dou-
trinários tem originado. A Palavra de Deus ó maior do cpie a Biblia,
em cujas páginas nao encontraremos especulares a respeito da palavra
e da Palavra de Deus. Na Biblia temos o testemunho simples de um
Deus que í'ala e do homem que tala, de um Deus que busca o homem
para conversar com ele. O que ocorre entáo é que Deus se revela liel
á sua palavra, as promessas feitas, e pede do homem que possua a ati-
t ude correspondente, a lé, isto é, que se ja digno da vocacao com que
foi chamado. Como escreveu Leenhardt: “A fé é um chamado e unta
resposta, é um diálogo. 12
A palavra de Deas é eterna. Seguindo a penetrante análise de Karl
Barth, Deus nao seria menos Deus se nao tivesse criado o homem a
quem fala. A gera^ao eterna do Filho, ou do Logos, é expressao do
amor de Deus e de sua vontade de nao estar só; mas isso nao significa
(jue ele nao seria Deus se nao nos falasse. O amor de Deus é livre, e
aínda cpie nao houvesse mundo nem existisse o homem, Deus seria
11 G. Gusdorf, La Parole, P. U. F., <p. 10.
12 Franz J. Leenhardt, La Notion de Parole, in Revue d’Histoire et Philoso-
phie, 1955, N° 3.
80
CUADERNOS TEOLOGICOS
Deus. Porque foi pela graca que ele nos falou e nos chamou. Ele nao
tinha necessidade de nos dizer nada, e o universo poderia ser para nós
um eterno silencio. 13
A palavra de Deus é a substancia de gra^a de Deus, porcjue sig-
nifica (pie o liomem nao loi condenado ao silencio sepulcral nem aban-
donado a escutar apenas a viraciío do dia, a voz impessoal das
cousas, o ruido do vento que quebra as rochas e leude os montes; nem
do terremoto que arrasa tonitroante a térra, nem do logo que crepita
e estala destruindo as matas. Cuacas a Deus, nao estamos condenados
a ouvir únicamente o estrépito da nossa civili/acao —a vibra^ao ener-
vante dos motores, dos apitos das fábricas e dos trens, do tráfego en-
sordecedor, do radio e o estroncio assassino das bombas e dos canhoes.
Mas Deus falou, e Adáo distinguiu a sua voz que o chamava na
viraba o do dia, e Elias a escutou, á boca da caverna do Horeb; “Que
fazes acjui Elias?” (1 Reis 19:8-21). E íala-nos boje tambem, chamando
a cada um de nós.
A Palavra de Deus, portanto, nao nos é apresentada ñas Escrituras
sob o aspecto filosófico de um conceito metaíísico, como o logos dos
gregos, expressao abstrata e racional de urna verdacle eterna. A pala-
cra se nos apresenta existencialmente como um fenómeno histórico
único, urna interpelagáo díreta e pessóal de Deus aos homens. A pa-
lavra de Deus é sinónimo do Evangelho que é Boas Novas, em subs-
tancia — um apelo, un chamado.
O Deus da narrativa do Génesis, nao é urna divindade transcen-
dente que reside muito longe, mergulhada no seu ser absoluto e si-
lenciosamente terrível, mas, ao contrario, é um Deus que decide criar
o universo, decide cria-lo por meio da palavra, e decide estabelecer
rela^oes com esse universo e particularmente com o homem quem deu
capacidade de correspondes ao seu proposito e ao seu desejo.
III
O homem, aqueje que responde
Segundo as Escrituras, o homem nao vive sem o Criador, que é
o mesmo que dizer, sem a palavra de Deus. A palavra de Deus é a
vida (Jo. 1:4) e nao há existencia possível para as criaturas a nao ser
má obediencia a essa Palavra (Deut. 8:3; Luc. 4:4; Am. 8:11-13; Sal.
103:20; Jó. 38:10ss).
As diferentes antropologías que se estor^am por decifrar o enigma
do homem nao atingem o seu alvo precisamente porque ficam no te-
Vér Barth, Dogmatique, I, 1, 1. p. 135.
O CHAMADO DE DEUS
81
rreno puramente fenomenológico. O naturalismo explica o sér huma-
no do ponto de vista biológico; o idealismo salta do ámbito puramen-
te animal para o plano superior da ética filosófica, mas em ambos nao
saimos da esfera fenomenológica sem atingirmos a realidade mesma do
homem. Com os existéncialistas, damos um passo á frente, no sentir de
Barth, porque eles nos apresentam um antropología de fronteira tíos
limites extremos a que o homem é lanzado e onde encontra o sentido
da vida. Contudo, nao é sempre nessas extremidades existéciais de
angustia e de desespero que o homem se encontra a sí mesmo e des-
cobre o sentido da sua vida. A falha do existéncialismo está em parar
no reconhecimento de que o sér humano nao é só um animal, nem
apenas em sér moral. Falta-lhe reconhecer que o homem foi criado
pela palavra de Deus e nao poderá subsistir sem ela. O homem está
colocado diante da face de Deus para ouvir a Sua voz e deve-lhe urna
resposta. O homem verdadeiro é um sér “Responsável”, que responde
á palavra de Deus. A existéncia do homem verdadeiro é também urna
palavra, urna palavra humana, e essa palavra humana é urna resposta.
A historia do homem ñas Escrituras é urna historia dramática pre-
cisamente porque o homem de que a Biblia nos fala, que é o homem
que se rebelou contra Deus, é um homem que foge ao dever de dar
resposta ao chamado de Deus. Em outras palavras, é um sér “irrespon-
sável'”, urna criatura que nao tleseja responsabilizar-se. Mas em váo
foge o homem da presenta do Senhor. A experiéncia do salmista é a
de todos os homens quando diz: “Para onde me irei do teu Espirito,
ou para onde fugirei da tua face?” (Sal. 139:7). Adáo se ocultou ñas
árvores do jardim, Joñas comprou urna passagem para Tarsis, e no
de urna vez, mas quando estava no seio do abismo, salva a sua vida
pelo monstro marinho, ele sen ti u que Deus aínda o olhava e lhe la-
lava; e com os seus cábelos emaranhados de alga, sen tinelo que, nos
fundamentos dos montes, os ferrólhos da térra corriam sobre ele e
Deus continuava chamando, descobriu que nao adiantava íugir da face
do Senhor, e entáo ceden, clamou do ventre do inferno, e se tornou
caminho, sentindo que Deus o achara, pensou em morrer para tugir
“responsável” petante o seu Deus.
O homem também age de outra forma: ouve a outras vozes, aten-
de a outros chamados. Adáo também fez isso. Quando Deus lhe pediu
contas do seu procedimento, ele disse que tinha dados ouvidos a urna
outra voz, por sinal urna voz doce e meiga, a voz da sua mulher que
Deus mesmo lhe tinha dado. Eva também tinha ouvido outra voz. Urna
serpente falara-lhe “Eva! Eva!”. Ela olhou, nao via ninguém. “Eva!”
olhou de novo, e era a serpente que a chamava.
82
CUADERNOS TEOLOGICOS
Mas Deus disse: “Porquanto deste ouvidos á voz de tua mulher. .
(Gen. íi : 1 7 ) (]tie (juer dizer: “Porquanto deste ouvidos a outra voz além
da minha”.
O mundo está cheio de vozes cjuc distraem o homem da verdadeira
voz e do verdadejro chamado, e por isso o Salmista clamava: “Ó Deus
do metí louvor, nao te cales; pois a boca do ímpio e a boca fraudu-
lenta estao abertas contra mim” (Sal. 109:1-2).
Se Deus é “aquele que chama”, o homem é “aquele que respon-
de”. F. H. Heinemann 14 chega a dizer que o termo resposta, olerece
um símbolo chave melhor do que existencia para a reinterpretacao dos
diferentes campos de nossa experiencia, como a arte, a ciencia a his-
toria, a ética, e abre campo para novas investigares. O termo serve
de ponte para estabelecer conexao entre a Natureza e Historia. Ma-
teria e Mente. É preciso, pois, diz Heinemann, re-definir o homem:
“Um animal detentar de urna crescente e criadora responsividade”
(increased and Creative responsiveness) capaz de responder, em diferen-
tes níveis, ao estímulo proveniente de muitas dimensóes e de formular
suas respostas potencialmente livres, de diferentes modos. É precisa-
mente neste ponto que o homem dilere do animal, porque aquele tem
a capacidade ele romper as amarras com que este é preso á térra, e
de quebrar o círculo de estímulo-resposta, de respostas automáticas e
pessivas. Só o homem pode transpór esse círculo fechado. Só ele pode
responder sim ou nao. Permanecendo ainda no terreno puramente ra-
cional, el i z Heinemann que o homem responde em linguagem, em tres
distintos caminhos: O cía palavra comum ou da linguagem natural.
O da linguagem artificial da lógica, da matemática e da ciencia e o
da linguagem artística da música, da pintura, da escultura, da arqui-
tectura, isto é, das cores e dos sons e de outros recursos com que cons-
truí sen próprio mundo. Nao era sem motivo que Leibnitz chamava
a mente humana, schaffender Spiegel — espelho criador. Porque o ho-
mem recebe o estímulo e a resposta é um reflexo daquele estímulo.
E aqui Heinemann chega ao ponto culminante da sua análise, da
posi^ao do homem no universo dizendo que, como “Sé-que-responde”,
torna-se “questionável”, “perguntável” (answerable) por suas a^5es.
Chegamos, assim, ao aspecto ético-religioso da vida do homem. Nao
se trata mais de Cogito, ergo surn , porque o homem é mais do que um
Homo rationalis; trata-se agora de Respondeo, ergo surn. Existo en-
quanto fór responsável pelos meus atos. Sem responsividade, nao pode
haver responsabilidade.
O homem, é, entáo, o único ser neste mundo capaz de responder
* l Existeneialism ancl tlie Modern Prcdicament, Harper 1953.
O CHAMADO DE DEUS
83
além da esfera animal. “Só o homem responde a Deus, fala com Deus,
ora a Deus”.
O que há de mais trágico na historia do homem contada ñas Es-
crituras é o siléncio do homem ao chamado divino”... eu vos ialei,
madrugando, e falando, e nao ouvistes; chamei-vos e nao respondestes”
(Jer. 7:13; cf. p. ex. 2 Cr. 36:15-16). “... Chamei e nao respondestes;
Ialei e nao ouvistes; mas fizestes o que mal parece aos meus olhos, e
escolhestes aquilo em que eu nao tinha prazer” (Is. 65:12; el. 66:4;
Jer. 35:17).
O chamado de Deus é pessoál. Como escreveu Brunner (The Di-
vine Imperative), Deus nao atira convites ou programas “em geral”,
para o ar, esperando (pie, se acontecer que alguém os oucá, venha a
aceitá-los, se gostar deles. Deus se dirige ao homem pessóalmente. O
chamado alcan^a-me aquí e agora. Ele nao chama um “qualquer”.
Chama um determinado: “Chamo o homem “do meu conselho” desde
térras remotas” (Is. 46:11). E Eti chama o Tu. “Eu sou o Senhor teu
Deus que te t i re i da térra do Egito” (Ex. 20:2).
“Há muito que o Senhor me aparecen, di/endo: “Pois que com
amor eterno te amei, também com amorável beniguidade te atrai ’
(Jer. 31:3). “Nao temas, porque eu te remi: chamei-te pelo teu nome:
tu és meu (Is. 43:1). “Eu sou o Senhor, Deus de Israel, que te chama
pelo teu nome” (Is. 45:3). “Eu a ti te chamei pelo teu nome, pus-te
o teu sobrenome, aínda que nao me conliecesses” (Is. 45:4).
Se pudéssemos pedir a Moisés, a Samuel, a Abrao, a Isaías, a Jere-
mías, a Amos, a Paulo, a Pedro, que nos contassem a sua historia, eles,
sem exce^ao, chegariam a um ponto em que nos diriam a mesma cou-
sa: “. . . e entáo, o Senhor me chamou e disse. . .”. ir’ E todos eles nos
contariam depois o cpie acontecen, que foi a resposta viva, que deram
ao chamado divino.
O pensamento hebraico-bíblico exprimía o carater dinámico do
chamado pessóal de Deus por meio do nome. O nome envolvia o cha-
mado e a resposta. “Vede quera criou estes (astros). . . a todos chamou
pelos seus nomes” (Is. 40:26). “Havendo pois, o Senhor Deus formado
da térra todo o animal do campo e tóela a ave dos ceus, os trouxe a
Adáo para este ver como lhes chamaría.. . e Adao pos os nomes...
mas nao se achava adjutora que estivesse como diante dele” (Isto é,
que Ihe respondesse), mais tarde, porém, ele pode dar nome á sua
mulher, e chamou-lhe Eva, que quer dizer Vida. O nome continha a
esséncia do carater e dar personalidade, de tal maneira que Isaías es-
15 Gen. 3:9; Ex. 3:4; 19:20; 24:16; 1? Sam. 3:4; Gen. 12:1715; 32:28;
Atos 26:14; Heb. 11:8; Is. 6:8; 49:1; 62:2; Gal. 1:15; Jo. 1:42, etc.
84
CUADERNOS TEOLOGICOS
creve no íim de sen livro: “Porque como os céus novos e a térra nova
que hei-de fazer estaráo diante de mim, assim há de estar. . . o vosso
nome’’ (Is. 66:22).
Por isso, visto que o nome indica a própria realidade do sér,
quando Deus chama, o nome daquele que Deus chamou muda-se por-
(|ue houve urna mudanca na realidade tío sér. Abrao torna-se Abrao
(Gen. 17:5); [acó é Israel (Gen. 35:10). A quebra da tradicao da familia
de Zacarías quando o sen filho se chamou Joáo é incidente muito
interessante e merece especial aten^áo do escritor sagrado (Luc.
1:13; 59:63).
Todos os que estao em Cristo, tém os seus nomes mudados, por-
que trazem todos o nome de Cristo, sao Cristójoros. “Aos seus servos,
di/ o Senhor, pelo profeta Isaías, chamará por outro nome” (65:15).
O nome corresponde á vocagáo.
IV
Jesús Cristo , aquele que chama e aquele que responde
Deus chama o hornera em linguagem inteligível. Por isso o Verbo
se fez carne e habitou entre nós. Deus chama-nos em Cristo, que se
fez como um de nós. Jesús Cristo, verdadeiro Deus, aquele que chama,
e verdadeiro homem, aquele que responde. Nao podemos vér em Cristo
o que um destetável modernismo protestante VÉ — um heroi religio-
so: nem, táo pouco o que o catolicismo romano enxerga — um coraqao
de Jesús, porque em ambos os casos estamos diante tío fenómeno de
divinizares da criatura como bem mostra Barth; mas Cristo é para
nós, segundo as Escrituras, o Filho de Deus que se fez um sér humano,
de tal modo que “a naturaleza assumicla por Deus em Cristo é idéntica
á nossa naturaleza tle homens colocados sob o estigma da queda”
(Barth).
Cristo é exatamente aquilo que nós somos, mas de outra maneira
completamente diferente tía nossa porque “a carne (sarx) cessa,
em Cristo, de agir segundo a sua própria lei : Assim, encontram-se na
pessóa de Jesús Cristo, Deus que chama e o homem chamado por
Deus. Ele é obediente ao chamado. Ao inverso do primeiro que quis
ser como Deus, porque deu ouvidos a unta outra voz, profana, men-
de Deus : “O homem viverá da palavra de Deus”. Ele que era Deus,
nao teve por usurpado ser igual a Deus, tomou a forma de servo, e
foi obediente até á morte, e morte de cruz.
Contemplando essa cruz, um poeta espanhol medieval compós este
soneto táo conhecido, no qual afirma a iniciativa do amor de Deus
O CHAMADO DE DEUS
85
e a resposta do homem, as quais se encontrara e se combinam subli-
memente em Cristo, de tal maneira que o homem é levado a res-
ponder ern Cristo, como Cristo, ao chamado divino que em Cristo,
como Cristo, Deus lhe dirige;
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz, y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
m llévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme al ver tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara;
y aunque no hubiera inlierno, te temiera.
No me tienes que dar, porque te quiera;
que aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
V
O Povo de Deus e a Assambléia dos chamados
Há pouco, quando tratávamos do homem, citamos um filósofo
que eré que o homem é un animal-que-responde, e que nao é possivel
entender-lhe a natureza a nao ser por esse prisma. O famoso historiador
Arnold Toynbee também eré que nao é possivel compreender a his-
toria do homem a nao ser pelo mesrno ángulo. As civilizares sui-
giram, os fenómenos históricos ocorreram, os acontecimentos se pro-
cessáram tocados pelo principio “estímulo-resposta”. Trouxe á baila
a teoría de Toynbee, porque parece-me que do ponto de vista teológico
e bíblico, ela se aplica perfeitamente á historia da redencáo, á historia
do povo de Deus. A existéncia do povo que Deus chamou dependeu
exclusivamente do chamado divino. Nao ioi por seus méritos, por sua
torga, pelo seu número, pela sua inteligéncia nem pela sua bondade que
Israel veio a existir, mas súmente pela graga do chamado de Deus. Nao
é apenas o homem como individuo que só pode existir pela Palavra
de Deus, mas o povo também, como comunidade. (Cf. Deut. 8:6,20).
86
CUADERNOS TEOLOGICOS
Moiscs exortava o povo a obediencia sua vocacao di/endo: “Para que
viváis”. E dizia também aos que nao ouviram a outros chamados,
como o cié Hall-peor ¡ “Vede, vos os que vos chegastes ao Senbor, boje
estáis vivos”. (Deut. 4:2,4).
Pelo proteta Isaías, Deus argui : “Quem suscitou do oriente o
justo, e o chamou para o pé de si? Quem den as nacóes a sua face?”
“Ouem operou tudo isso chamando as ge ñera coes desde o principio?”
(ls. 41 :2 e 4); “Eu, o Senhor, te chamei, e te tomarei pela máo e te
guardarei, e te darei por concertó do povo, e para a luz dos gentíos”
(42:6). “E quem chamará, como eu. . . que ordenei um povo eterno?”
(44 :7). Atpii é o povo mesmo quem tala, como servo do Senhor, pelo
proleta; “O Senhor me chamou desde o ventre da minha máe. . . e
lez a minha boca como urna espada aguda, com a sombra da sua máo
me cobriu, e me pos como unta trecha limpa, e me esconden na sua
aljava; e me disse: “Tu es metí servo: e Israel aquele por quem hei
de ser glorificado” (Is. 49:1,3). “Olhai para Abraáo vosso pai, e para
Sara que vos deu á luz; porque sendo ele só, eu o chamei, e o aben^oei
e o multipliquei”. (51 :2).
Com esse povo Deus firmou um pacto. O pacto tinha por base
liesed, que as nossas versoes traduzem “misericórdia”, mas cjue sigu i ti-
ca antes fidelidade, lealdade. Deus chamou o povo, fez com ele um
pacto, e pede dele que seja fiel. Deus mesmo é fiel e guarda liesed
(Deut. 7 :9) e quer ser correspondido na sua fidelidade. “Hesed quero
e nao sacrificio” (Os. (i ;(i).
O pvóposito ile Deus, chamando o sen povo, é levar a todas as
riagoes as heneaos da red cuca o. O chamado é para todos os povos da
térra e Deus usa um povo peculiar para ser sen instrumento na reali-
zado desse propósito. O povo ñera sempre compreendeu isso, e a obra
dos profetas, que também foram vocacionadas para realizaron tuna
tarefa específica no plano ele Deus, consistí u em alertar o povo para
compreender a natureza da sua vocacao no meio das outras nacóes
da térra. Num livro recente sobre a mensagem dos profetas do Amigo
Testamento, Eric W. Beatón (His Servants the Pruphets, S. C. M.
Press) analisa o teór de pregacáo de cada um dos profetas que falaram
ao Povo ile Deus, conclamando-o á realizacao vocacional do sen ilesti-
no. Segundo Heaton, Amos proclamou a natureza moral da vocacao
ile Israel. 1U ()séas anunciou a natureza pessóal da vocaifio do povo
escolhido. 17 Isaías pregón a natureza trascendente da vocacao de Is-
16 Ani. 5:18 (Cf. Is. 2:12,27); 5:27; 9:7 ss. ; 5:24.
17 Os. 9:6; ”2:11 ss. | 4:13 seg.; 7: 14, 11:2; 12:11; 13:2.
O CHAMADO DE DEUS
87
rael 18 e Jeremías a sua natureza espiritual. 19 Entáo o segundo Isaías
proclamou a natureza missionária do chamado do povo de Deus. “Eu
liz a térra e criei nela o homem, e o despertei em justica e todos os
seus caminhos endireitarei, e ele edificará a minha cidade. . . nao
falei em segredo, nem em lugar algtim escuro da térra. Gongregai-vos,
e vinde; chegai-vos juntos os que escapastes das nacxies . . . olhai para
mim e sereis salvos, vós todos os termos da térra; porque eu son Deus,
e nao há outro”. 20
Diz o Senhor a Israel; “Nao basta que sejas meu Servo, para
restaurares as tribus de Jaco, e tornares a trazer os guardados de Israel;
também te dei para luz dos gentíos, para seres a minha salva^áo até
a extremidade da térra” (Is. 19:5 seg.): “O teu Criador é o teu marido;
o Senhor dos Exércitos é o seu nome; e o Santo de Israel é o leu
Redentor; Ele será chamado o Deus de toda a térra”. 545:).
O povo de Israel lalhou no cumplimento de sua missáo, como
na^áo, mas no plano de Deus continua, e o povo de Israel como “povo
escolhido” está presente na realizarán do proposito final de Deus. As
Escrituras Sagradas loram-nos guardadas e transmitidas por ele e, acuna
de tudo, Jesús Cristo, nosso Senhor e Redentor, Filho de Davi, a pe-
cha regeitada pelo seu povo, que iuaugurou, com a descida do Espirito
Santo sobre os apóstelos em Pentecostés, o novo Israel de Deus ¡ “a
generado eleita, sacerdocio real, a nacáo santa, o povo adquirido,
para anunciar as virtudes daquele que chamou das trevas para a sua
maravilhosa luz”. (I Pedro 2:9).
Como nos tempos amigos, também nos dias dos apóstelos o com-
promisso assumido por Deus com Abraáo, e portando com o povo
de Israel constituiu um problema em face do rato de que Deus pro-
metía salvaban para todas as nacóes e pocos da térra e finalmente
criou um novo povo, a lgreja. Paulo trata desse problema na sua
carta aos Romanos. Joao Batista dissera tpie até das pedias pedería
Deus suscitar iilhos a Abraáo (Luc. 3:8), e Paulo, no capítulo 9 da
epístola aos Romanos também firmado na mesilla doutnna da sobe-
ranía de Deus, que era aceita pelos seus adversarios os fariseos, insiste
em que a misericordia de Deus é livre e ninguém manda na sua voli-
tarle. Ele prometen aben^oar o povo escolhido, mas a ele pertence
decidir quem é o “povo escolhido . Se ele resolveu regeitar Israel e
chamar os gentíos, estes constituiráo o novo povo. Portanto, ainda
18 Es. 7:1,17; 28:14,22; 30:1,17; 31:1 seg.; 39.
19 Jer. 7; 21:5 seg.; 29:11; 31:15; 31 seg.; 32:0; 37:10; 38:2;
?o Isaías 45; 12:22.
17:18.
88
CUADERNOS TEOLOGICOS
que todo o Israel losse rejeitado, a promessa que Deus tez a Abraao
nao seria quebrada (Ver Rom. 9:6,33; 10:8,21; 11:1,32). A resposta
á voca(ño divina se caracteriza pela invocando do lióme de Deus. (Cf.
Rom. 10:13,14 e Gen. 4:20). 21
A Igreja (ekklésia) a assembléia dos chamados, existe na medida
em que responde á sua vocacao.
VI
A consciencia do chamado
Comentando o capítulo 8 dos Romanos, Barth lembra (jue aqueles
que amam a Deus saberáo que sao nada mais nem menos do que
Aqueles que sao chamados ’ .O Eu-sou-o-que-sou (Ex. 3: 1 3,15), o Des-
conhecido, o Invisivél, o Eterno, ioi Ele quem chamou. “Se preten-
dermos ter outro Deus, nao o acharemos, e o nosso chamado nao será
mais un chamado”. No cap. 19 dos Atos se narra o episodio de uns
tais lilhos de Sceva que pretendiam operar as maravilhas que Paulo
operava e iam passando por membros da comunidades crista; mas
veio o momento em que tiveram de lutar contra o Maligno, e éste
pode mais que eles porque nao tinham na realidade atendido ao
chamado de Deus.
O cristáo é chamado “na esperanza da sua voca^áo” (El. 1:18),
a esperanza ai sendo a cousa esperada e nao o ato de esperar. Nao
somos, ao sermos chamados, impelidos á análise dos antecedentes do
chamado, mas devemos ter a consciencia do chamado para agir aqui
e agora dentro da linha de um simples e supremo propósito divino
que atua de urna torma oculta através de todas as energías dinámicas
da vida. 22
Por isso o cristáo vive da té. Ele atira-se para o desconhecido na
certa esperanza de que Deus o usará para a realizado do seu propósito.
Dai a necessidade da certeza de urna elei^áo pessoal. Oscar Culmann
< Christ et le Ternps) expóe essa doutrina com muita clareza. A relacáo
que existe entre a historia da salvacáo e o individuo encontra ex-
pressáo concreta na té na elei^áo pessoal. Ésta cretina signiíica que,
desde o cometo, pertencemos, como individuos, á KOINONÍA dos
que foram chamados por Deus É digno de nota o lato de que, no
Novo Testamento, a elei^áo do individuo merece tanta éniase como
21 E notável a análise destes capítulos de Romanos feita por C. H. Dodd no
seu famoso comentário.
22 Cp. Minear, Eyes of Faith pag. 31.
O CHAMADO DE DEUS
89
a elei^ao do povo. A predestinado abrange os dois sentidos. A certeza
de ter sido eleito envolve a participado ativa na historia da salvadlo.
A historia do passado é a sua historia, porquanto foi predestinado á
le. Ao ingressar na Igreja pelo batismo, o individuo passa a participar
da morte e ressurei^áo de Jesús Cristo, e, portanto, da historia do
passado que se tornou realidade em Cristo. Pela comunháo com o
Espirito Santo, participa do período atual e do iuturo da historia
da salvad0- (Ob. cit. pags. 158, 159).
Comentando um passo de Kierkegaard, Minear escreve em Ejes of
Faith: “O ato de Deus se dirigir ao homem cristaliza se mima nova
e peculiar forma do auto conciencia. Ele fala ao homem direta e pes-
soalmente, deixa de ser urna terceira pessóa a respeito de quem o
homem fala e torna se em alguém a quem o homem deve responder.
O homem sente que pertence áquele que o chamou. “Nao mais
eu, mas Cristo vive em mim". “Ele me comprou”. “Somos seus escra-
vos”. Sao frases do apóstolo Paulo que revelam a consciencia que
tinha de ter sido convocado pelo Deus Altíssimo.
Como a Palavra de Deus, também o chamado de Deus é um Ato
de Deus e ninguem pode escapar ao seu alcance. Pode o homem nao
ter consciencia de estar sendo arrastado pelo chamado de Deus como
colaborador seu na sua obra, como Ciro, que em Isaías é chamado
seu sei~uo. Pode ter um pouco a conciencia do chamado, mas nao a
distinguir bem entre os outros apelos e os outros convites deste mundo,
como expressou Amado Ñervo ¡
“Si tú me dices: “Ven!” lo dejo todo
Pero dintelo fuerte, de tal modo,
que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada”.
A expressáo “chamado por Deus” é também popularmente usada
como equivalente a “morreu” refletindo bem a idéia generalizada
de que Deus chama para estar com ele na outra vida, post mortero,
“Fulano morreu”; “Deus o chamou”. Aesrum morbo illo Deus ad
se ndvocavit” . Esse o sentido da vida sem sentido, que aguarda apenas
o chamado inevitável e inclemente da morte. “. . .de la muerte viva”,
como sentiu o poeta boliviano Germán Cespedes Barberi :
¡*0
CUADERNOS TEOLOGICOS
“Llama la muerte:
—“Aquí sueña la vida el sueño de la muerte viva.
Aquí está la verdad, porque está escrito:
no volverás de mí”.
Pero las ramas de los nervios se levantan,
se encrespan las palabras
e imploran las rodillas de pie:
—“No todavía—”.
Nadie sabe de dónde brota la palabra
ni hacia dónde se va.
Pero los árboles derrumban su existencia
Por las nudosas ramas florecidas.
Urge una locura de esferas, de agotados punteros,
e de pronto,
ni la muerte nos llama.
La gente nos habla en un suspiro
Se nos borran las páginas escritas,
ni siquiera decimos lo de siempre. . .
pero nosotros ya no volvemos. . . nunca!”
Nao! Deus nao nos chama para a morte, mas para a vida, níio
para o nada ou o Nirvana, nem para a destruidlo, mas para a sua
presenta, para o seu servido.
Há quem tenha urna consciencia profunda do chamado de Deus,
como Sta. Tereza de Jesús, como se sente em seu poema “Vuestra
soy, para vos nací”.
“Vuestra soy, pues me criaste:
Vuestra, pues me llamaste
Oué mandáis hacer de mí?”
E entretanto, a morte lhe parecía ser o caminho natural para
atender ao chamado divino;
“No deja de nos amar
nuestro Dios, y nos llama;
sigámosle sin recelo
monjas del Carmelo”.
O CHAMADO DE DEUS
91
“Caminemos para el cielo”, é o título do poema.
Tóela sua obra está calcada ueste conceito, como se pode ver
também uestes versos de urna tías suas mais belas poesías : “Vivo sin
vivir en mí”.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor
oue me quiso para Sí.
Cuando el corazón le el í
puso en él este letrero :
que muero porque no muero.
Aquela vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Ter, portanto, a consciencia do chamado de Deus nao signitica
que se saiba dar a resposta. A resposta adequada, a resposta certa,
aquela que Deus espera de nós, essa nos será dada na comunháo com
Deus, pela orayao e ¡tela leitura da sua Palavra. O estuclo das Escri-
turas. feito correta e honestamente na Igreja, dentro do contexto do
“aqui e agora” porque “a Palavra de Deus c viva e eficaz”, despertará
o senso de responsabilidade. 23
Se há alguém a quem a expressáo “respondeo, ergo suni” se apli-
ca. esse é o cristáo. Nao será digno do norne de cristáo aquele que nao
corresponde ao lugar que ocupa na Igreja, a comunidade que Deus
vocacionou em Cristo para a salva^áo do mundo.
A quem “responde” o cíente? A quem devia ser capaz de respon-
der a homem do Génesis 1:26-27? Criado á imagem de Deus, devia
responder a Deus primeiro, epie o chama e o vocaciona, que exige c¡ue
se sitúa e se defina: “Adáo, onde estás”?
Como? Reconhecendo cpie ele nao é Deus e que, portanto, nao
é ele o centro do universo. Reconhecendo que Deus é Deus e o homem
23 Sobre a responsabilidade do Cristáo em face da exegese da Escritura e da
Palavra de Deus que através dessa exegese o convoca, o vocaciona, ver a interes-
sante diseussáo de Bartli em sua Bogmatiqiie, I, II, III, pag. 258.
92
CUADERNOS TEOLOGICOS
c horacm. Deve, por conseguinte, obedecerle, invoca-lo, adorado,
servido.
Ao fazer isso, ao defrontar-se com o Criador, o homem se descobre
a si próprio. O “onde estás?” indaga sobre sua posigáo em relagáo a
Deus e também em relagao a sí mesmo. O sentido vocacional da vida
é fruto da obediencia ao chamado de Deus, mas resulta de urna luta
interior. O homem foi criado á imagem daquele que fala no plural:
“Fagamos o homem...”. O que em Deus significava infinitas possibi-
lidades todas justas e boas, que a nossa mente nao pode e nao tem o
direito de penetrar, no homem indica urna longa série de alternativas,
em que entram em jógo os interesses mais opostos. Quando o homem
toma urna decisao, faz uso de urna prerrogativa de um ser criado á ima-
gem de Deus, mas o modo como o faz indicará se responde a Deus ou
ao diablo. Essa luta se trava no íntimo do ser. O homem pode tomar
a decisao de seguir urna determinada carreira levado pelos mais di-
versos e contradi torios motivos. Mas só será acertada a sua decisao
quando fór urna resposta á vocagáo divina porque só assim alcanzará
a paz interior. A harmonía da criatura e do criador resulta no verda-
deiro equilibrio da personalidade.
O homem deve responder também ao seu próximo. O “Onde es-
tás?” é seguido de um “Onde está ten irmao?”. Aquele que é verda-
deramente alcanzado pela graga de Deus adquire um senso de res-
ponsabilidades para com as outras criaturas de Deus que carecem, no
torvelinho incessante da vida social, económica e política dos nossos
dias, da profunda simpatía e da agáo eficaz de todos os homens de
boa vontade. Nao só o individuo é chamado a sentir responsabilidade
diante do seu próximo como o samaritano ilustrou na parábola de
jesús, mas também a comunidade da Igreja, como um corpo social
que vive e existe dentro do mundo. A frase táo comum nos nossos dias
na Igreja, “responsible society”, precisa ser traduzida corretamente,
nao apenas em palavras, mas sobretudo em atos em todas as linguas
da térra.
P. Domergue, no seu belo livro “Servir” escreve “Pela criagáo,
Deus serve; pela incarnagño, Deus serve; pela redengao, Deus serve, ü
lim dado ao homem: servir...”
() chamado de Deus é feito em atos. Os atos de Deus sao atos de
amor expontáneo, desinteressado. A vercladeira resposta do homem
nao é a adoragáo mística ou a atitude de passivo enlevo e conformagáo.
É, sim, a resposta em atos de amor e de fé. O “culto lógico” (Rom.
12:1) é a verdadeira resposta do cíente á vocagao divina — o sentimen-
to de responsabilidade diante de Deus e diante do homem.
DEL TIEMPO Y I)E LA FE
Por Angel M. Me) gal
Hasta el más modesto jíbaro (campesino) de mi pequeña tierra
(Puerto Rico) ha cantado alguna vez los versos de una cuarteta, casi
universal en el folklore hispánico:
Yo le di lugar al tiempo,
y el tiempo me dio lugar.
Qué buen amigo es el tiempo,
que sabe desengañar!
¡Desengañar!, es decir, salir del engaño, libertarse de la mentira,
del error, de la falsedad y de la apariencia. Desengañarse es recobrar
la vista para decir como el ciego del Evangelio: “Si este hombre es pe-
cador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”
(Juan 9:25).
¡Es buen amigo el tiempo cuando da lugar al desengaño creador!
Es verdaderamente sabio el hombre cuando aprovecha la amistad del
tiempo para redimirse de la temporalidad engañosa. De este modo
puede el hombre corresponder a la amistad del tiempo redimiéndolo
en su justo valor, al troquelarlo en cuño de verdad, de realidad, de
vida eterna.
¿Qué es esa entidad llamada tiempo, que tal fascinación ejerce so-
bre la reflexión humana? Los griegos utilizaban una media docena de
palabras para referirse al tiempo. De éstas, sobresalen dos, y una de
ellas con sentido especializado en el koiné del Nuevo Testamento. El
tiempo kronos, en sentido general, es la mera duración; el tiempo
kairos es el aprovechamiento creador de la oportunidad, el momento
decisivo, en sentido especializado. El tiempo huiros es la copulación
fecunda o destructora de la natura natnrans y la natura naturata. La
duración es la experiencia humana de la vida como acontecer. Los
sucesos transcurren en el tiempo; y el tiempo kronos, para la reflexión
humana, es la percepción de la existencia como sucesión de aconteci-
93
94
CUADERNOS TEOLOGICOS
mientos. Pero cuando la acción es electo de una volición responsable,
o reacción de una voluntad personal [rente a otra, el momento de la
decisión es el tiempo kairos. El primero es el tiempo natural; el segun-
do es el tiempo histórico.
La simbolización de kronos es un dios, hijo del cielo y de la tie-
rra: el dios que devora a sus hijos; revela una intuición científica en
las creaciones estélicas de la mitología griega. En realidad, kronos es
la proporción matemática entre el tamaño de la tierra y la velocidad
de su movimiento en la órbita celeste alrededor del sol. Esta propor-
ción nos da el año, el mes, el día, la hora, el minuto, el segundo, y en
su consecuencia el calendario, el cronómetro y el cronoscopio. Este es
el tiempo cósmico, el que transcurre con entera indiferencia del des-
tino humano. Y sin embargo, es el ser humano quien le da nombre, el
nombre que es el lazo del domador, el comienzo de una [unción defi-
nitoria para construir las estructuras mentales donde el hombre apri-
siona las esencias. El tiempo kronos es, pues, una abstracción, una pro-
yeccción simbólica del esfuerzo humano para representar, sobre un te-
lón de fondo, el acontecer de las existencias.
Si bien es cierto que en el acontecer cósmico kronos devora a sus
hijos, los hombres; tío es menos cierto que los hijos, al simbolizar [un-
ciones cósmicas, crean, antes de ser devorados, una realidad más du-
radera (pie el transcurso temporal de su existencia. Esta acción crea-
dora en el tiempo kronos, es el germen fecundo del tiempo kairos, y
es ya acción redentora del mismo tiempo kronos. El íkono ostenta cua-
tro alas: las dos del pauta reí heracleitano, que podrían simbolizar
también el tempus fngit horaciano; y las dos de la permanencia del
ser permanenideico. Heráclito y Parménides, el Ser y el Tiempo, el ser
como realidad funcional, percibida, dinámica, y el ser como realidad
(íntica, perceptora y estática, ya están simbolizados en una sola repre-
sentación mitológica en la cual proyecta el hombre objetivamente la
vivencia de su tiempo kronos. 1
El tiempo cósmico puede dar la medida al acontecer de la natu-
raleza; pero el tiempo natural no es realmente kronos, sino Thanatos.
Vivir en estado de naturaleza es transitar de la vida a la muerte por
ese camino real del tiempo kronos. La imagen del tiempo natural es
el Huir del hilillo de agua en la clepsidra. Las Parcas, hermanas de la
Necesidad, determinan la duración del tiempo mortal. El tiempo Tha-
natos no es ya, la simbolización de una relación matemática abstracta,
i Como mera curiosidad lingüística, por ahora, obsérvese que en español la
palabra tiempo tiene dos referentes : la duración y las condiciones metereológicas,
para las cuales el inglés usa la palabra weather. En ambos casos el tiempo es
impersonal: llueve, truena, hace calor, etc.
DEL TIEMPO Y LA FE
95
sino la de un obscuro sentir del régimen misterioso de una voluntad
omnipotente sobre toda existencia: el Dios que devora a sus hijos.
¿Quién, cuando yo grite, escuchará mi voz
entre las categorías angelicales? 2
pregunta Rainer María Rilke.
Este sentimiento del tiempo humano como Thanatos le hace sen-
tir al hombre de su existencia vacía, a imagen de la fugaz nubecilla de
verano, naúfraga y disuelta en una infinita vastedad de indiferencia
azul. Y aún el mismo azul es mera apariencia engañosa, alucinación de
la ansiedad humana.
“Porque el suceso de los hijos de los hombres” —dice el
viejo Predicador de Eclesiastés— “y el suceso del animal, el
mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros:
y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre
que la bestia; porque todo es vanidad. (Ecl. 3:2)
“Aun hay esperanza para todo aquel que está entre los
vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto”. (Ecl. 9:4)
No son menos dolorosas las palabras del Profeta:
“Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del
campo: la hierba se seca, v la flor se cae, porque el viento de
Jehová sopló en ella: ciertamente hierba es el pueblo. Sécase
la hierba, cáese la flor: mas la palabra del Dios nuestro per-
manece para siempre”. (Isaías 40:1-8)
El hálito de Dios, el viento de Jehová, es vida en el momento ge-
nésico; pero también es muerte en el momento escatológico. Al ritmo
de la respiración humana, se agota el tiempo natural, el tiempo Tha-
natos, con la celeridad que lamenta Job: “Mis días fueron más ligeros
que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza. Acuérdate que
mi vida es viento, y que mis ojos no volverán a ver el bien”. 3
(Job 7:6-7).
Lo que Freud llama el instinto de muerte es más bien un perca-
1 ' • ¡ ■
- Wer, wenn ieli schrie, liiirte micli denn aus der Engel Ordnungen? (Die
Erste Elegie).
3 Nótese la semejanza de esta imagen y el mito griego de las J [oirai o Parcas.
9G
CUADERNOS TEOLOGICOS
tarse el hombre de este ritmo del tiempo natural, el paso acompasado
de las existencias hacia el sepulcro. El proceso vital que Claude Ber-
nard ha llamado homeostasis es un esfuerzo concertado de toda la na-
turaleza para conservar un organismo vivo flotando en el fluir de los
acontecimientos, como una burbuja sobre la superficie de la corriente.
Piérre Lecomte du Noüy concentró sus estudios sobre un aspecto
de este acontecer biológico, el proceso de cicatrización. De estos estu-
dios surgió su concepto de tiempo biológico. Toda esta actividad in-
cesante que presupone el mantenimiento de la homeostasis, se da sin
la concurrencia de la voluntad o la conciencia humana. En el mismo
cuerpo del biólogo francés pudo llevarse a cabo el proceso de cicatri-
zación sin su concurso consciente, a la misma vez que él estudiaba en
sus propios semejantes ese fenómeno vital. La operación del tiempo
biológico es kronos en cuanto transcurre como duración; es tiempo
Thánatos en cuanto transcurre en competencia con el no ser, con la
negatividad. Pero la oportunidad aprovechada conscientemente por
Claude Bernard, Piérre Lecomte du Noüy o el mismo Sigmund Freud,
es tiempo kairos. Lo que da al tiempo su propiedad de kairos es la
decisión personal tomada en el momento crucial.
Pocos pueblos de la antigüedad midieron el ritmo de su vida por
el tiempo kronos. Algún día se sacarán del cenote de su obscuridad
histórica las altas culturas precolombinas de América. Tal vez entonces
aparezca la singular cultura que marcó el transcurso de su ciclo vital
por el compás de su tiempo kronos. Sin embargo, en casi todas las
culturas son los hombres del destino, y los desastres naturales o histó-
ricos los que señalan jalones temporales para contar los días de su
vanidad sobre la tierra. Quizás sea sintomático de la cultura occidental
cristiana haber combinado en su calendario, al partir del nacimiento
Je jesús, el tiempo kronos y el tiempo kairos. Tai vez sea éste un sím-
bolo espontáneo de la búsqueda humana para que el hombre encuen-
tre, dentro de sí mismo, la plenitud que colme esa oquedad de la exis-
tencia mortal.
El Eclesiastés señala hacia el origen del tiempo kairos cuando afir-
ma: “Para todas las cosas hay sazón, y todo lo que se quiere debajo
del cielo tiene su tiempo”. Pero “el hombre tampoco conoce su tiem-
po” (Ecl. 3:19 y 9:12). Conocer el hombre la sazón para actuar, es co-
nocer su tiempo, su kairos.
La vida humana es decisión continua, opción de alternativas in-
cesantes. Una decisión aparentemente trivial, como el escoger la dere-
cha o la izquierda en una encrucijada, puede en el momento kairos,
determinar el punto de llegada, el destino de una vida, de una nación,
de una cultura, el curso de la historia. De este modo la vanidad del
DEL TIEMPO Y LA FE
97
tiempo Thánatos puede redimirse en plenitud de tiempo kairos, hasta
llegar a la mayor plenitud, la hora del hijo de Dios.
La decisión se da siempre frente a un conflicto, en la persona
misma, contra otra persona y a veces contra una multitud. Una deci-
sión a tiempo —el kairos— puede no tener más consecuencias que su
función integradora del carácter individual. Y esto ya es mucho. Pero
la historia misma es consecuencia de la decisión personal. A veces es
la decisión fortalecida por la concurrencia de un pueblo, a veces es la
decisión de una persona solitaria. La concatenación ele decisiones en
el kairos es la verdadera tradición, la verdadera historia. El que logra
desentrañar la fuerza del kairos en la tradición histórica es un verda-
dero historiador; aquel que se limita a registrar eventos, es un cronista.
Por ser imposible reunir suficiente evidencia de modo que la de-
cisión pueda hacerse con absoluta certidumbre, el científico procede
a base de una hipótesis funcional razonable. El profeta y el conduc-
tor de pueblos se guían por una misteriosa intuición. Tanto la una
como la otra participan de esa propiedad humana llamada fe, la cual,
por ser el substracto de la conciencia, se ejerce de ordinario inconscien-
temente.
“Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de
los hombres para que en él se ocupasen” —dice el Predicador—.
“Todo lo hizo hermoso en su tiempo: y aun el mundo dió en
su corazón, de tal manera que no alcance el hombre la obra
de Dios desde el principio hasta el cabo”. (Ecl. 3:10-11)
Siempre el gran profeta, el gran conductor puede proceder como
Abraham, “salir sin saber dónde va”, o cómo Moisés, que se sostenía
como viendo al Invisible. (Hebreos 1 1:8 y 27). “Abraham vió mi kairos
se gozó”, dice Jesús (Juan 8:56). Y esta fe de Abraham, de Moisés y de
Jesús es la definida en la Epístola a los Hebreos, el cimiento de nues-
tros propósitos, la contemplación espiritual de kairos redentor.
La democracia es, en cierto modo, un substituto secular de la le:
un modo de asegurar la certidumbre en el kairos de la decisión trans-
cendente. El consensus gentium se funda en la ingenua hipótesis que
proclama la voz del pueblo, voz de Dios. La democracia es la versión
renacentista de la fe cristiana.
Ya un humanista español de tradición hebrea había escrito, siglos
antes de los primeros vagidos democráticos, un Guia de los Perplejos.
La vivencia profunda de esta perplejidad la sufrió Pablo de Tarso en
las muchas encrucijadas que marcaron su rumbo misionero.
98
CUADERNOS TEOLOGICOS
“Así que, pretendiendo esto” —dice el Apóstol— “usé quizá
de liviandad? o lo (pie pienso hacer, piénsolo según la carne
para que haya en mi Sí y No? Antes, Dios fiel sabe (pie nuestra
palabra para con vosotros no es Sí y No. Porque el Hijo de
Dios, Jesucristo, que por nosotros ha sido entre vosotros pre-
dicado. . .no ha sido Sí y No; más ha sido Sí en él. Porque todas
las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén por nosotros
a gloria de Dios”. (II Cor. 1:17-20)
¿Qué significa para la le cristiana (pie el Hijo de Dios sea solamen-
te Sí? No siempre Pablo de Tarso tuvo esa seguridad de le. Al escribir
a los Romanos recuerda con angustia el tiempo de su perplejidad.
“Porque lo que hago, no lo entiendo; ni lo que quiero,
hago; antes lo que aborrezco, aquello hago... Porque no hago
el bien que quiero; mas el mal (pie no quiero, este hago. . .
¡Miserable hombre de mi! ¿quién me librará del cuerpo de esta
muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor Nuestro...
(Romanos 7:15-25)
Esta incertidumbre radical, de la cual el concepto de ansiedad
básica, acuñado por Karen Horney, es solamente un pálido trasunto
secular, no se da jamás en Jesús. El Hijo del Hombre conoce su
kairos como “voluntad de Dios”, y lo obedece, aunque transpire san-
gre, como en Getsemaní. Quien le siga recibe el tesoro del cielo para
tomar una cruz, el símbolo de la decisión en el kairos de Dios. Es;t
dedicación de toda su vida, que le permite afirmar: “Yo, lo que a El
agrada hago siempre” (Juan 8:29) hace de Jesús el “autor y perfec-
cionador de nuestra fe”(Hebreos 12:2).
La esperanza cristiana se ha simbolizado en una “ciudad con fun-
damentos, el artílice y hacedor de la cual es Dios”. Hacia ella pere-
grinó Abraham, y hacia ella aspiramos todos los que con él somos “pe-
regrinos y advenedizos”. Allí el tiempo kronos será abolido. No hay
en ella templo “porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de
ella, y el Cordero. Y la ciudad no tiene necesidad de sol, ni de luna,
para que resplandezcan en ella: porque la claridad de Dios la iluminó,
y el Cordero era su lumbrera” (Apoc. 27:22-23).
Esta lumbre es la luz increada, donde reside el supremo kairos,
“el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se había pro-
puesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensa-
ción de la plenitud de los kairoi, así las que están en los cielos como
los que están en la tierra” (Efesios 1:9-10).
DEL TIEMPO Y LA FE
99
Pero esta fe creadora no es ya producto humano, ni abstracción
doctrinal, sino comunión de personas, mediada por la fe en la Persona
Suprema, el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.
(I Tim. 2:5). En él estamos cumplidos (Col. 2:10). La vanidad e indi-
ferencia del kronos, se torna plenitud personal. Sólo en él se halla lo
que por diversos caminos se ha buscado, porque solamente esta fe es
victoriosa sobre la muerte (I Cor. 15:54-57). Él tiempo kronos queda
sorbido y superado en el kairos de Dios.
LA TRADICION REFORMADA EN LOS COMIENZOS
DE LA OBRA EVANGELICA LATINOAMERICANA
Por Thomas S. Goslin
Es interesante notar que el primer esfuerzo misionero llevado a
cabo en la América Latina, como bien lo destaca el profesor G. Báez-
Gamargo, fué una hazaña de calvinistas de la iglesia reformada de
Ginebra. 1 La tradición reformada ha tenido su debida parte en los
comienzos de la obra evangélica en el Nuevo Mundo, tanto en la Amé-
rica del Sur como en la América del Norte.
Hace cuatro siglos, el 10 de noviembre de 1555, llegó a Río de
Janeiro una expedición francesa. Su comandante, Nicolás Durand de
Villegagnon, había conseguido el apoyo del almirante Gaspard de Co
ligny, lamoso líder hugonote. Villegagnon manifestó su objetivo de
establecer un refugio en el Nuevo Mundo para amparar a los que su-
frían persecuciones en Europa por causas religiosas. Poco después de
llegar a Río, mandó de vuelta uno de sus dos buques, pidiendo por
carta a Juan Calvino y a Coligny mismo que le enviasen pastores evan-
gélicos y colonos, especialmente artesanos. No solamente se interesó
en los europeos, según dijo, sino también quiso convertir a los indí-
genas.
El almirante Coligny gustosamente cumplió con los deseos de Vi-
llegagnon. Persuadió a Enrique II de Francia a que proveyera los Ion-
dos para una segunda expedición. También recomendó el proyecto a
Calvino. Este, compañero de estudios de Villegagnon en la Sorbona,
vió la posibilidad de extender la influencia de la iglesia ginebrina, y
se apresuró a buscar a pastores dispuestos a ir allí lejos.
i Estos datos acerca de la expedición hugonote lian sido tomados del artículo
de 6. Báez-Camargo, ‘ ‘ The Earliest Protestant Missionary Venture in Latín
America,” que apareció en Clmrch Histcrry, Vol. XXI, X“ 2, junio de 1952. Este
artículo se basa en las fuentes originales, especialmente el libro de Jean de Léry,
Histovre d’un voyage fait dans le gays du Brésil, La Rochelle, Chuppin, 1558. Da
todo lujo de detalles referente a esta extraña aventura.
100
LA TRADICION REFORMADA EN LATINOAMERICA
101
Después de muchas dificultades, se enrolaron dos pastores, Pierre
Richier y Guillaume Chartier, más un grupo de estudiantes de teolo-
gía, y alrededor de trescientos colonos. 2 El jefe del grupo fué un ami-
go íntimo de Calvino, Philippe du Pont de Corguilleray. Los pastores
salieron de Ginebra el 16 de septiembre de 1556 y llegaron a Río, jun-
tamente con los demás, el 10 de marzo de 1557.
Villegagnon quedó muy contento al recibirlos. Du Pont explicó
que su fin era establecer “nuestra Iglesia Reformada, según la Palabra
de Dios”. A partir de su llegada, se organizó la vida espiritual del gru-
po en forma muy estricta. Parecía que la colonia se iba a moldar según
el estilo teocrático de Ginebra misma. Se observó la Santa Cena el 21
de marzo de 1557 — según Báez-Camargo, la primera comunión según
la práctica evangélica jamás celebrada en el Nuevo Mundo. Por lo
pronto, todo seguía en buen orden.
Desgraciadamente, Villegagnon empezó a interferir con los asuntos
netamente eclesiásticos. Quiso determinar la manera precisa de admi-
nistrar la Cena del Señor, por ejemplo. Ordenó agregar aceite, sal y
saliva al agua del bautismo. Se inclinó hacia la transubstanciación. Co-
mo se puede imaginar, éstas y otras actitudes semejantes del titular de
la colonia de inmediato crearon una atmósfera de tirantez entre él y
los reformados de Ginebra..
Finalmente se decidió mandar de vuelta a Ginebra al pastor Char-
tier, a fin de que consultara directamente con Calvino acerca de las
disputas. Villegagnon se comprometió aceptar la decisión del gran re-
formador, a quien alabó. Pero en seguida después de que zarpó el bu-
que, cantó otro cantar. Para él, ahora, Calvino era “un hereje desviado
ele la Fe”. Aceptaría, dijo, nada menos que una decisión de la Sorbona,
y no haría caso a Calvino. El aventurero luego tomó a su cargo todos
los cultos, dejando de lado al pastor Richier. Además, asignó las tareas
más difíciles a los hombres de Ginebra, a despecho de las condiciones
muy duras bajo las cuales todos trabajaban. Los castigó tan brutal-
mente que varios se fugaron para esconderse con los indios Tupinam-
ba. Estos, afortunadamente, consideraron a los franceses como aliados
contra los portugueses.
Algunos historiadores señalan que Villegagnon volvió formalmen-
te a la iglesia católica. En todo caso, llegó a un colmo insoportable la
situación de la colonia. Un día Richier y du Pont rompieron abierta-
2 El doctor Webster E. Rrowning, en su manuscrito inédito, The Romance
of tile Eounding o f Evangélica l Missions in Latín America habla de los trescientos
colonos y ios estudiantes de teología y cita como su referencia el libro de Samuel
R. Gammon, The Evangelical Invasión of Brasil, pgs. 106-108.
102
CUADERNOS TEOLOGICOS
mente con el tirano. Su respuesta fué mandarlos de la isla donde se
había empezado la colonia, con su cindadela, a la tierra firme. Allí
había un grupo de franceses que antes se habían separado de Ville-
gagnon y los recibieron gustosamente. La división ocurrió en octubre
de 1557, y el 4 de enero de 1558, cinco descorazonados misioneros su-
bieron a bordo riel / ñeques para emprender el viaje de regreso.
Para complicar su situación, el viejo buque no aguantaba muy
bien los mares tempestuosos y para la mayor seguridad de todos, los
ginebrinos ofrecieron volver en un bote de salvavidas. Con dificultad
alcanzaron el puerto. Se presentaron ante su contrincante, quien los
recibió con simulada amistad, pero con la amonestación de no tratar
de hacer prosélitos. Así que fueron tranquilos a la tierra firme, deján-
dolo en su isla. Pero dentro de poco empezó a molestarlos. Les pidió
una confesión de fe, que hicieron en forma notable, y al leerla, Ville-
gagnon se encolerizó. Por sus secuaces les hizo llevar a todos a un pe-
ñasco en la bahía, y después de estrangularlos, arrojaron sus cuerpos
al mar. Un tal La fon escapó esta triste suerte, porque Villegagnon
quiso emplearlo como sastre. Poco después, el villano volvió a Francia
para buscar más colonos. Mientras estuvo ausente, los portugueses ata-
caron y destruyeron la pequeña colonia. Así se acabó la historia de
este temprano esfuerzo. Al enterarse las autoridades calvinistas euro-
peas de la defección de Villegagnon, se cancelaron los planes que había
para mandar a diez mil evangélicos a Brasil, procedentes de Francia,
Bélgica, España y los Países Bajos.
Que sepamos nosotros, no habían ganado los obreros ningún con-
vertido entre los indios. De hecho, les interesaba más la posibilidad de
establecer una rama de la iglesia de Ginebra que la de ampliar el radio
de sus actividades hacia el sector indígena. Se puede explicar parcial-
mente esta actitud. Había tanto que hacer en Europa, para conservar
su existencia frente a sus perseguidores, que la obra de extensión casi
necesariamente carecía de importancia para ellos. También, líente a
la traición de Villegagnon, se vieron cortados de sus bases. No podían
informar a Ginebra. No podían pedir ni recursos ni personal. Parece,
sin embargo, que contemplaban la posibilidad de ir al interior para
convivir con los indios. A lo mejor hubiera sido un suicidio inútil este
plan, que a final de cuentas no adoptaron.
No obstante, este puñado de cristianos reformados tenía siempre
en menta la meta eventual de ganar para Gristo a los aborígenes. Te-
nemos una carta dirigida a Galvino por el pastor Richier, que viene ¡
a ser en forma somera el primer informe misionero evangélico de Amé- >
rica. Esta carta subraya, con muchos detalles interesantes, las necesi-
LA TRADICION REFORMADA EN LATINOAMERICA
103
dades y los problemas de la labor entre los nativos. No íué nada fácil
su tarea, alega el pastor, porque ésos ni idea de Dios tenían.
Un laico, el zapatero Léry, también destaca la pésima condición
moral e espiritual de los habitantes de la región y a la vez nos cuenta
que había ciertos esfuerzos para predicar el evangelio entre ellos. Se
muestra menos pesimista que el pastor Richier en cuanto a su recep-
tivdad para con las Buenas Nuevas. Léry, para explicarles algo acerca
de Dios, tuvo que emplear una palabra Tupinamba, que significa “true-
no” —para ellos la fuerza natural suprema. Cierta vez Léry, con la
ayuda de un traductor, predicó por espacio de más de dos horas, con
buena reacción de parte de sus oyentes. Nos dice que con tal que Vi-
llegagnon no se hubiera entrometido, y si hubieran podido quedarse
por más tiempo, seguramente habrían logrado la conversión de algunos.
En años posteriores otros elementos reformados, hijos espirituales
de los hombres de Ginebra, tuvieron la oportunidad de llevar a cabo
la obra de “pioneers” en distintas repúblicas latinoamericanas.
En el mismo Brasil, el doctor Roberto Reid Kalley, médico esco-
cés, es considerado como el fundador de la obra evangélica permanen-
te. Este obrero presbiteriano llegó a Río de Janeiro trescientos años
después de la primera expedición hugonote, o sea en 1855. Kalley or-
ganizó varias congregaciones y a la vez creó una comisión para buscar
pastores escoceses para Brasil. También vale la pena notar que la pri-
mera junta que estableció obra permanente en Brasil fué la presbite-
riana de Nueva York. Su primer misionero fué el conocido pastor
Ashbel Green Simonton, que llegó allí en 1859.
Como veremos, esta misma junta tuvo que ver con el primer es-
tablecimiento de obra evangélica en otros países. En la República Ar-
gentina, por ejemplo, el primer misionero fué el reverendo Teólilo
Parvin. Llegó a Buenos Aires en 1826, aunque había estado breve-
mente tres años antes, acompañado por otro presbiteriano, J. C. Brig-
ham. Parvin, a quien hemos de considerar el primer misionero enviado
a la América Latina por una organización misionero como tal, 3 4 según
el historiador Webster E. Browning, organizó una congregación y
también ocupó la cátedra de griego e inglés en la naciente Universidad
de Buenos Aires.
3 En los párrafos a continuación liemos sacado la mayoría de los datos
del mencionado manuscrito inédito de Browning. Una copia de este manuscrito se
encuentra en la biblioteca de la Facultad Evangélica de Teología de Buenos Aires.
4 Por supuesto el viaje de Diego Thomson, bautista escocés, que empezó una
gira del continente en 1818 como representante de la Sociedad Bíblica Británica
y Extranjera, antecede la llegada de cualquier otro obrero de los tiempos modernos,
Pero Parvin fue el primero que vino para establecer una iglesia.
104
CUADERNOS TEOLOGICOS
En la república hermana de Chile, el gran precursor de la obra
evangélica lué el doctor David Trumbull, que llegó en 1845 al país.
Con títulos de la Universidad de Yale y el seminario teológico de
Princeton, hizo (con otros) una notable obra que lué asumida en 1873
por la junta presbiteriana. Trumbull mismo fué congregacionalista,
pero se le reconoce hoy en día como el fundador de la iglesia presbi-
teriana chilena, la más antigua de esa nación. 5
Yendo más al norte, descubrimos que un coronel Diego Fraser, de
la legión extranjera del ejército de Bolívar, se quedó en Nueva Gra-
nada (Colombia) después de la lucha para la independencia y fué la
persona cuya influencia trajo al primer ministro evangélico a la nación.
Fraser, presbiteriano escocés, lógicamente pidió ayuda de su propia
iglesia. La iglesia escocesa no podía responder en ese momento, pero
la iglesia presbiteriana de los EE.UU. sí podía. Se mandó al reverendo
H. B. Pratt como el primer obrero evangélico en Colombia. Llegó a
Bogotá en 1856. Durante muchos años, la iglesia presbiteriana, impul-
sada por Pratt y sus colegas, fué la única iglesia evangélica del país.
Un país limítrofe, Venezuela, también vié> el establecimiento de
su obra evangélica permanente por un ministro reformado. El doctor
Teodoro S. Pond y su señora esposa llegaron a Caracas en 1897, en-
viados por la junta presbiteriana, después de haber trabajado antes
en Mesopotamia, Siria y Colombia. Los Pond, con sus años de expe-
riencia, reunieron alrededor de sí a los diversos elementos evangélicos
que había en Caracas y a través de los años iban echando los cimien-
tos para la obra evangélica permanente en aquel lugar.
En la América Central, el país que ha dado más apoyo al evan-
gelio es Guatemala. El primer representante del evangelio en Guate-
mala fué el pastor Juan H. Hill, de la junta presbiteriana. Hill vino
al campo en 1882 por la invitación personal del famoso presidente li-
beral, justo Rufino Barrios, después de una entrevista que sostuvo éste
en Nueva York con los secretarios de la junta. Con la llegada de Hill,
se estableció en forma permanente la iglesia evangélica en Guatemala.
También en México cabe a los reformados el honor de haber con-
tribuido en forma decisiva a la formación de la iglesia evangélica. Esta
vez notamos que una mujer presbiteriana, la señorita Melinda Rankin
(1811-1888) llegé) a ser el personaje más destacado, según el doctor
Browning, del movimiento evangélico en México. Su carrera es un es-
tudio inspirador de cómo Dios pueda emplear una persona humilde
en su servicio. Durante años trabajó sin cesar en México la señorita
5 Véase James Me Lean, Historia de la Iglesia Presbiteriana en Chile, San-
tiago, 1954.
LA TRADICION REFORMADA EN LATINOAMERICA
105
Rankin, y multiplicó sus esfuerzos mediante los muchos colaboradores
que preparó para trabajar allá en la viña del Señor.
Otros muchos casos podrían citarse, pero con éstos se ve clara-
mente la tuerte contribución de la iglesia de Ginebra y de sus hijos
espirituales a la iglesia evangélica latinoamericana en los momentos
de su establecimiento en el Nuevo Mundo. Esta contribución ha au-
mentado a través de los años en muchos sentidos, y algún día tendrá
que prestarse a una seria investigación histórica y teológica.
LOS ADOPGIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
Por Daniel Vidal
En los últimos años del siglo VIII, ese siglo que Sainz de Robles
ha calificado como el siglo del caos, aparece en España y se extiende
más tarde por el Sacro Romano Imperio una de las innumerables
controversias Histológicas (pie la Historia del Dogma registra. La
cuestión se presenta como una querella de palabras que, envenenán-
dose súbitamente, es tema de discusión de varios sínodos, llegando
a intervenir en la misma el obispo de Roma, el gran Alcuino de
York y el emperador Carlomagno.
Los dos personajes principales son Elipando, arzobispo de To-
ledo desde 783 c. a 804 c. y Félix, obispo de Urgel, de cuya vida
no conocemos fecha exacta y sí únicamente su jerarquía episcopal
en los últimos años del siglo VIII. Ambos personajes difieren nota-
blemente entre sí. El primero aparece como un tipo perfecto de la
época, fogoso y violento, aunque con poco discernimiento cientílico;
mientras el segundo se presenta como un teólogo piadoso, aunque sin
tener escrúpulo alguno en retractarse una y otra vez de las opiniones
emitidas anteriormente. 1
Estos dos hombres se encontraron separados toda la vida, excepto
quizá en sus últimos años. Elipando en Toledo se hallaba bajo la
dominación árabe, mientras Félix en Urgel se encontraba en la Marca
Hispánica y ni uno ni otro pueden ser señalados como los inventores
de la teoría adopciana. Sabemos perfectamente cuán difícil es señalar
el comienzo y el final de una corriente de ideas en el terreno de la
historia del Dogma. El hecho de que esta herejía (en su sentido ori-
ginal y sin ninguna noción peyorativa) lleve el nombre de adopcionis-
mo, nos ileva inmediatamente a pensar en Teodoto de Bizancio, Pablo
de Samosata y el concilio de Cesárea de Capadocia del año 264. Pero
• i “ T
i Agobardo dice de él: “Qui incauti admirantes vitam praedicti reliéis,
probanda putant quae dixit”. Menéndez Pelayo. Hist. de los heterodoxos esp., T.
II pág. 50, Ed. 1947.
106
LOS ADOPCIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
107
se trata en verdad de algo completamente distinto. Tan distinto, que
es justamente la desviación opuesta a la de aquellos teólogos. No se
trata de que en el hombre Jesús habitase, por adopción divina, el
Logos impersonal, sino cpie el Hijo Eterno de Dios, Dios de Dios, Lu/
de Luz, según el Niceno Constantinopolitano, engendrado desde toda
eternidad, en su encarnación en Jesús de Nazaret se convirtió en el
hijo adoptivo de Dios en cuanto a su naturaleza humana, conservando
su filiación natural en cuanto a su naturaleza divina.
Si en esta frase nosotros cambiamos las palabras “se convirtió
en el hijo adoptivo de Dios en cuanto a su naturaleza humana” por
“adoptó la naturaleza humana” en el sentido de asumió la naturaleza
humana, nadie hubiera objetado nada, en cuanto a la ortodoxia de
los adopcionistas españoles del siglo VIII. Claro que debemos confesar
que el sentido cambia también, por cuanto en la formulación primera
no cabe vitar un nestorianismo, oculto tras las afirmaciones repetidas
de los adopcionistas en favor de la unión hipostática de ambas natu-
ralezas en Cristo. * 2
El origen del adopcionismo es particularmente confuso. La litur-
gia mozárabe, citada por Elipando al defender su posición, dice en
dos ocasiones “Qui per adoptivis hominis Passionem dum suo non
indulsit corpore” y “Hodie Salvator noster post adopcionem carnis
seclem repetivit deitatis” 3. Pero ¿es cierto? Los obispos galos que es-
cribieron la Epístola Synodica Concilii Francofordiensis lo dan por
concedido, lo que implica que, si tales frases son heréticas, la herejía
es muy anterior a Elipando y toda la Iglesia española de tiempos
anteriores al mencionado arzobispo de Toledo, era tan herética como
el mismo Elipando. En cambio Florez asegura que todo es una modi-
ficación del texto litúrgico realizada por el propio Elipando quien
al parecer, no tenía inconveniente alguno en cometer tales falsedades
en apoyo de su tesis 4.
El fondo nestoriano de la cuestión hace pensar si no encontramos
en ella un resto modificado de las doctrinas nestorianas esparcidas
- Ño es nestorianismo puro lo que ellos defendían, error fácil de ocurrírsele
a cualquiera que se ponga a desbarrar acerca de la Encarnación sino un término
medio algo original e ingenioso. Menéndez Peí a yo op. cit. II pág. 55. Lo único que
cabe añadir es que toda distinción acerca de la unión hipostática y el misterio de
la Encarnación conducirá necesariamente a la herejía, llámese ésta nestorianismo,
arrianismo o adopcionismo.
3 Misa de la Cena del Señor y Misa de la Ascensión respectivamente.
4 Florez “España Sagrada’’ T. III págs. 262-272. Cf. Aleuino lib. 7 contra
Félix col. 895. ed. París 1617 que dice Adeferunt enim quídam ex illis patribus,
ubi tu dixisti vel adoptionem vel adoptivi hominis, eos dixisse pro adoptionem
assumptionem et pro adoptivi assumpti.
108
CUADERNOS TEOLOGICOS
por España a pesar del carácter particularmente oriental que asumió
la controversia. En electo, una carta de los presbíteros españoles Vital
y Constancio, dirigida al obispo de Cártago, Capreolo, muestra su
preocupación por las doctrinas nestorianas r\ Por su parte Alcuino
supone que Córdoba fué la cuna del adopcionismo, seguido en ello
por Florez 0 lo cual apoya en cierto modo nuestra suposición, por
cuanto Córdoba era el centro cultural musulmán y las doctrinas nes-
torianas debieron ser aportadas en el movimiento intelectual provo-
cado por los árabes. Félix, por su parte, pudo llegar al conocimiento
de las doctrinas nestorianas por alguna ele las versiones latinas, que
de las obras de Teodoro de Mopsuestia se hicieron, con ocasión ele la
controversia de los Tres capítulos.
Lo que parece menos acertado es la filiación bonosiaca de la
herejía adopciana que algunos historiadores, entre los que se cuenta
YValch, han señalado. Ciertamente que por el siglo VII una secta
bonosiaca aparece en España, frente a la cual el sínodo de Toledo de
675 dice “Christus est Filius Dei natura non acloptione”. A pesar de
esta frase, la semejanza entre bonosiacos y adopcionistas es una simple
coincidencia de lenguaje. Al hablar de “adopción” Bonoso se coloca
al lado de Pablo de Samosata y Fotino, es decir al lado opuesto de
Elipando que incluso acusa de bonosianismo a su adversario Beato 5 6 7.
En cuanto a suponer que el adopcionismo es una transacción ideada
por cristianos débiles para vivir en paz con judíos y musulmanes,
como hace Falliente 8, es no haberse detenido bastante en el asunto,
por cuanto en ningún caso se puede tildar el adopcionismo de com-
promiso con la doctrina musulmana. Elipando y Félix se aterran a la
fe trinitaria y ello les distancia definitivamente del creyente musulmán,
sin que compromiso alguno pueda establecerse entre ambos.
Sin que se pueda decidir delinitivamente quién en España puede
ser señalado como el primer adopcionista, si Félix o Elipando, puesto
que los testimonios son contradictorios9, el celo del arzobispo de
Toledo hace que en el breve espacio de tiempo de un año, las ideas
adopcionistas vean la luz y crucen las fronteras del mundo musulmán.
5 Quia sunt hic quídam qui dieunt non debe re dici Deum natum nam et j
haec est fules eorum hominem purum natum fuisse de María virgine et post haec
Deum habita sse in eo. Quorum nos... resistimus affirmationem . . Cf. Menen. Pela,
op. ct. I pág. 314.
6 Florez op. cit. T. V. págs. 336 y 557.
' Epístola Elipando a Fidel Cf. Florez op. et. V pág. 537.
8 Lafuente “Hist. Eclesi.” T. III pág. 13.
9 Cf. Florez op. ct. V pág. 336 y P. L. CI pág. 234.
LOS ADOPCIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
109
Fue principalmente en Córdoba 10, Asturias, Galicia y Cataluña (don-
de íué necesario enviar una comisión eclesiástica que desterrase la
herejía) donde los adopcionistas tuvieron sus núcleos más numerosos,
y en uno de esos reinos, Asturias, íue donde las primeras voces se
alzaron contra las doctrinas del arzobispo de Toledo. Fueron éstas
las de Heterio, obispo de Osma discípulo de Beato, presbítero de la
Liébana, quizá abad de Valcavado y verdadero portavoz de la opo-
sición a las doctrinas adopcionistas.
Si violento era Elipando, Beato no se quedaba atrás. Si celoso
era el de Toledo, no menos celoso era el de Liébana, y así ya en 785,
el arzobispo se queja de la actividad de sus adversarios en una carta
escrita a Fidel, abad adopcionista de Asturias. La carta nos es conocí
da fragmentariamente a través de un libro, el Apologeticon, que con-
tra Elipando escribieron Beato y Fleterio. Es decir, que toda clase de
reservas deben hacerse, en cuanto a la autenticidad de los fragmentos
de la carta a Fidel allí mencionados. Al parecer en dicha carta el
arzobispo de Toledo se burla cruelmente del obispo de Osma y dirige
sus más mordaces insultos contra Beato, su verdadero adversario u.
La carta a Fidel fue rápidamente propagada por toda Asturias
animando a los elipandistas y creando la división, no sólo entre el
clero, sino también entre el pueblo 12. Esta situación impulsa a Beato
y Heterio a contestar con el mencionado Apologético dirigido a Eli-
pando. Todo ello antes de finalizar el año 785. El tono de este libro
corresponde al tono de Elipando y solamente un prejuicio como el
que animaba a Menéndez y Pelayo puede ver en el arzobispo de To-
ledo un monstruo de odio y soberbia mientras que en Beato ve “el
santo presbítero de Liébana”.
Con el Apologético la controversia trasciende el plano nacional
“ Eo te mpo re quo Elipandi lúes nostram vastabat provinciam, et erudeliter
barbárico gladio letali pect'ora dissipabat” Alvaro Cordobés. Cf. Florez op. ct. V.
pág. 530. ■ ■ 7 *í
Por su parte Joñas Aurelianense dice haber todavía visto discípulos de Eli-
pando y Beato habla de las divisiones internas del pueblo asturiano. Florez op.
cit. V. pág. 560.
31 El fragmento puede leerse en Florez op. cit. V. pág. 536.
i2 Corte, jam rumor est, jam fama est, et non solum per Ast'uriam, sed per
totam Hispaniam et usque ad Franeiam divulgatum est, quod duae quaestiones, ita
dúo populi, et duae ecclesiae. Una pars cum altera jaro Christo cont'endunt. Cujus
fides vera aut falsa sit, grandis intentio est'. Et hoc non in minuta plebe, sed ínter
Episeopos est. Una pars Episcoporum dicit quod Jesús Christus adoptivus esta liu
manitate et nequáquam adoptivus divinitate. Altera pars dicit nisi ut raque natura
unius est De: Pat'ris filius proprius ut ipse sit Dei filius Deus verus, et ipse
adoretur et colatur, qui sub Pontio Pilato est crueifixus. linee pars nos su mus, id
est, Etherius et Beatus . . . Apol. lib. 1 cf . Menéndez Pelayo op. ct. II pág. 24.
110
CUADERNOS TEOLOGICOS
y pronto en el imperio franco y en Roma se van a tomar cartas en
el asunto. La razón que impulsó a Adriano, obispo de Roma, a escribir
en 785 una carta a los obispos “per universam Spaniam commoran-
tibus, máxime tamen Eliphando vel Ascarico cum corum consentaneis
pro haeresi vel blasphemia, quod Filium Dei adoptivum nominant”
no lo sabemos. No es imposible que Beato y Heterio se dirigieran al
obispo de Roma, aunque sí bastante improbable, ya que el romano
no ocupaba aún, respecto de la iglesia española, la posición que más
tarde alcanzó. Tiene más apariencias de probabilidad la idea de que
habiéndose propagado las doctrinas de Elipando por Francia como
el Apologeticon señala, el obispo de Roma llegase al conocimiento de
las mismas a través del imperio franco. Debe señalarse que en toda
la epístola de Adriano no se nombra para riada a Félix, lo que da a
entender que no había participado todavía en la controversia, puesto
que su papel en ésta es mucho más importante que el de Ascarico,
que sin embargo es nombrado juntamente con Elipando.
La controversia permanece sin embargo dentro de los límites es-
pañoles, aunque conocida probablemente por los obispos de Francia,
Alemania y Roma, hasta que el imperio franco se posesiona de la
Marca Hispánica entre los años 785 y 790. Aparece entonces en la
palestra Félix, obispo de Urgel y por la anexión de la Marca, súbdito
del Sacro Romano Imperio. Su influencia se ejerce en Cataluña, las
provincias del sur de Francia y aún sin tardar gran cosa, llega hasta
Alemania. Los concilios, a los que tan aficionado era Carlomagno,
tienen que ocuparse del asunto. El adopcionismo preocupa a la iglesia
europea del siglo VIII y no solamente se limita, como hasta este mo-
mento, a una querella entre un arzobispo y un presbítero celosos el
uno del otro. Incluso Alcuino se va a sentir obligado a intervenir.
En esta fase de la controversia el personaje principal es Félix.
Por un lado la situación política de Elipando aislado en este debate,
por otro laclo siendo Félix el verdadero sistemático de la herejía y
estando ligado políticamente al imperio de Carlomagno, es comple-
tamente natural que asumiera el papel principal.
Los concilios de estos tiempos son un verdadero problema, como
es sabido. Falsedades, actas incompletas o desaparecidas, actas de con-
cilios que no han tenido lugar, etc., etc., dificultan si no imposibilitan
la comprensión de los problemas de la época. Así el primer concilio en
el que se dice haber tratado de la controversia adopciana es el de
Narbonne. La fecha de dicho concilio es ya un problema. Según el
encabezamiento de las actas del mismo, que el padre Richard trans-
mite, tuvo lugar en el año 788, indicción 12 año 23 del reinado de
Carlomagno. Ahora bien, el año 23 del reinado de Carlomagno indic-
LOS ADOPCIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
111
ción 12 no es el 788 sino el 791. El padre Richard sigue diciendo que
26 obispos se reunieron y que Félix de Urgel lirmó las actas en décimo
tercero lugar. Lo que no se advierte por ninguna parte es que fuera
condenado 13.
Pero todo esto no prueba que el concilio haya existido en verdad
y ello a los ojos de historiadores como Pagi o Menéndez Pelayo. Por
lo menos si tal reunión tuvo lugar no se trató en ella del aclopcio-
nismo 14.
En los Anales Rerum Francicarum se señala el concilio de Ra-
tisbona del año 792 como el primero en que la herejía de Félix fue
oída y condenada y donde el mismo Félix se retractó ir\ Las actas de
este concilio han desaparecido y la abjuración de Félix debe ser
creída por el testimonio de los anales citados, de Paulino de Aquileya
que parece haber tomado parte eu la discusión, y sobre todo por el
testimonio de Alcuino; siendo llevado el obispo de Urgel a Roma,
por un abad llamado Angilberto, encerrado allí en una prisión y no
recobrando la libertad hasta haber redactado una confesión de te
“anathematizans et confirmans ínter caetera, nequáquam Filium Dei
adoptivum esse, sicut dixerat, sed proprium et verum Dominum nos-
trum Jesunr Christum, Filium Dei confíteor” 10. Además debié) jurar
solemnemente no reincidir en la herejía, juramento que no le impidió
continuar defendiendo y profesando sus ideas anteriores, aunque pro-
bablemente por medida de prudencia, se refugiase en Toledo, lejos
del poder de Carlomagno 1T. En 799 Félix volvió a redactar una se-
gunda confesión de fe ortodoxa “non in violentia sed ratione verita-
tis” a pesar de lo cual volvió a las ideas adopcionistas 18.
Este proceso de Félix y la amenaza que el brazo secular signifi-
caba para todos aquellos que se separaban de la ortodoxia de la iglesia
franca, movió a los obispos adopcionistas españoles a redactar una
carta al emperador y otra a los obispos del imperio. Se ha pretendido,
y cabe dentro de lo posible, aunque es bastante improbable, que un
13 Richard “Los sacrosantos Concilios”, III, pág. 254.
ii Menéndez Pelayo, op. ct\ II, pág. 32.
lo Anuo DCCXCII Haeresis Feliciana primitus audita et in Reganesburg
primo comdemnata est. Quein Angilbertus ad praesentia ni Adriani apostoliei ad-
duxit, et ionfessione facta suam haeresim iterum abdieavit. Cf. Florez op. cit.
T. III pág. 561.
ni Cf. Aguirre “Collectio maxima conciliorum omnium Hispanieae et novis
orbis”. Roma 1694. T. III pág. 114.
17 El papa León II dice: “Fugieus apud paganos cousentaneos perjuratus
effeetus est’’.
13 Cf. Neander. Churcli History T. V, pág. 228.
112
CUADERNOS TEOLOGICOS
sínodo se reunió en Toledo y adoptó las ideas de Elipando y Félix.
El padre Richard llega incluso a fijar la fecha citando el año 793 ,9.
Las cartas mencionadas están escritas por los obispos españoles o en
su nombre, pero nada indican acerca de una reunión sinodal, lo que
nos hace pensar que se trató en todo caso de una reunión de los
obispos adopcionistas, perfectamente normal, pero sin pretensiones de
concilio de la iglesia española. De haber sido así, hubieran podido
tomar una actitud completamente distinta de la que adoptan en reali-
dad. Las cartas en cuestión fueron remitidas al Papa Adriano mientras
el emperador convocaba un concilio donde se discutiera el asunto.
Así llegamos al concilio que se celebró en el año 794 en Francfort s/
M ein que, aunque muy numeroso puesto que asistieron a él unos tres-
cientos obispos y gran número de doctores, no parece que pueda ser
considerado como un concilio general de la iglesia de occidente, como
algunos historiadores franceses han dicho, aunque ciertamente fue un
sínodo general de la iglesia del sacro romano imperio. La carta del
arzobispo de Toledo al emperador lúe presentada por éste al sínodo,
y tras una discusión de varios días, la enseñanza de Elipando y Félix
fue declarada herética, como era de esperar. Poseemos cuatro docu-
mentos salidos del concilio.- la carta del papa Adriano a los obispos
de España contra Elipando, el llamado Sacrosyllabo, obra de Paulino
de Aquileya que sigue los pasos de la carta mencionada en primer
lugar, que le sirve evidentemente de modelo, la Epístola Synodica
Concilii Francofordiensis ab Episcopis Galliae et Germaniae ad Praesu-
les Hispaniae, de autor desconocido aunque atribuida a Alcuino, que
no aporta gran luz a la discusión, y finalmente la Epístola Caroli
Magni Regis ad Elipandum et caeteros Episcopos Hispaniae, obra de
Alcuino aí parecer y más sistemáticamente redactada, que concluye
con una confesión de fe que rechaza la adopción 20.
Tras el concilio de Francfort, que no hizo gran mella en España,
por cuanto la iglesia española se hallaba fuera de la jurisdicción de
Garlomagno, el emperador encargó a Alcuino y Paulino de Aquileya
la refutación por escrito de las doctrinas adopcionistas. Este último
escribió tres libros “Contra Felicent Urgellitanum Episcopum" com-
pletamente superfluos, ya que le acusa de arriano y macedoniano,
empeñándose en demostrarle la divinidad del Hijo y del Espíritu
Santo, que los adopcionistas nunca negaron. Alcuino escribió una corta
y respetuosa carta a Félix oponiéndole la autoridad de la iglesia, y
19 Richard, op. ct. III pág. 260. Mansi P. L. T. 1 col. 729.
20 Los documentos pueden ser hallados en Aguirre op. eit. T. III págs. 91-110.
21 Aguirre op. cit. III, pág. 118.
LOS ADOPCIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
113
otra dirigida a Elipando en la que le exhorta a abandonar la herejía.
Escribió también un corto tratado cuyo tema principal es “non essent
dúo íilii, unus proprius et alter adoptivus; aut dúo Di i unus servus
Dei et alter nuncupativus” 21 .
La controversia por escrito se continuó con una gran obra apolo-
gética de Félix dirigida al emperador que sólo conocemos por frag-
mentos citados por Alcuino y en la que al parecer describía a Cristo
como “Filius Dei adoptivus” y “Deus nuncupativus”. En cuanto a
Elipando su contestación fue una mezcla de insultos y ruegos a favor
de Félix. Alcuino se encargó de refutar el escrito de Félix juntamente
con el papa Leém III y otros doctores, basando su argumentación en
la unidad de la persona del Salvador y apoyándose en la Escritura
y en la Patrística.
Todas estas disputas teológicas no habían conseguido detener
la marcha ascendente del adopcionismo en las provincias del sur de
Francia, por lo cual una comisión creada por el emperador y com-
puesta por Leidrado, obispo de Lyon y Nefridio, obispo de Narbonne,
realizaron una campaña en pro de la fe ortodoxa en las regiones don-
de el adopcionismo había arraigado más profundamente, llegando a
entrevistarse con Félix, al que propusieron una discusión teológica
pública, dándole toda clase de garantías en cuanto a su seguridad
personal, en nombre del emperador 22. La reunión tuvo lugar en
Aquisgrán en el año 799, ante el emperador, durando la discusión
seis días, al final de los cuales los asistentes dieron a Félix por ven-
cido aunque él no reconociera su derrota, y solamente ante la amenaza
de condenación se aviniera a firmar una confesión de fe ortodoxa, a
la que nadie creyó23. A pesar del salvoconducto imperial, Félix fue
detenido y llevado a Lyon donde permaneció bajo la custodia de
Leidrado y de su sucesor Agobardo. Tras su muerte se halló entre
sus papeles un escrito que bajo la forma de preguntas y respuestas
defiende la doctrina adopcionista y que Agobardo refutó en el último
escrito de esta controversia.
Elipando falleció hacia el 804 y con la muerte de estos dos hom-
bres desaparece la herejía, lo que muestra que su repentino floreci-
miento se debió sobre todo al valor personal del arzobispo de Toledo
y del obispo de Urgel. Evidentemente se ha insistido en que ambos
murieron en la fe ortodoxa, pero si ya es más que dudoso en cuanto
a Félix, más improbable resulta en cuanto a Elipando, y el mismo
Menéndez Pelayo califica esta opinión de “creencia piadosa”.
. ' ' 1 i [ ;
22 Aguirre op. cit. III, pág. 115.
22 Nos vero cordis lilis secreta nescientes oecultorum judien causa dimisimus.
Alcuino. Cf. Neander op. cit. V pág. 232 y Aguirre op. cit. III pág. 115.
114
CUADERNOS TEOLOGICOS
El punto de partida del pensar dogmático de ‘Félix es la Encar-
nación. Una ve/ más en la historia de la Iglesia el intento de esclare-
cer la persona del Cristo conduce a discusiones y errores y Beato, el
adversario español del adopcionismo, tiene perfecta razón cuando dice
en su Apologético “Si disputar quieres y distinguir la persona de
Cristo, caes pronto en lazos de perdición”. Félix encuentra claramente
en Cristo las dos naturalezas divina y humana, y para explicar la per-
sona única del Cristo adopta la línea de pensamiento de la antigua
escuela antioquena: es un lazo moral y exterior el que liga las dos
naturalezas, lo que obliga y Félix insiste en ello, a especificar la na-
turaleza a que hace referencia cualquier predicado que del Cristo se
haga. Así si nosotros decimos Cristo, Hijo de Dios, tenemos que espe-
cificar bien si nos referimos a la naturaleza divina porque en tal caso
nos movemos en el terreno de la esencia misma de Dios, o si por el
contrario nos referimos a la naturaleza humana ya que hacemos re-
ferencia a la filiaciém que proviene de un acto de la libre voluntad
de Dios. Hay, pues, dos filiaciones en Cristo; por un lado, Hijo na-
tural —genere natura—; por el otro es hijo por la libre voluntad di-
vina, que lo adopta como hijo — Filius Dei adoptivus— .
El nestoi ianismo evidente de esta formulación queda enmascarado
mediante un nuevo término. Aunque Félix se mantiene firme en el
hecho de que Cristo, según la naturaleza humana, no puede ser con-
siderado como Dios y solamente como Filius Dei adoptivus, reconoce
que se le puede llamar Dios aunque sólo sea de nombre, por una
especie de metonimia (Deus nuncupativus). Cita los pasajes de Hechos
10:38 y 2? Cor. 5:19 y concluye “Non quod Christus homo videlicet
assumptus, Deus non sit, sed quia non natura, sed gratia atque nuncu-
patione sit Deus”.
Por otra parte repugna al pensamiento teológico del de Urgel,
el tener que pensar siquiera en la descendencia “ex divina essentia”
del cuerpo de Jesús24 y concluye de una manera inesperadamente
simplista que puesto que la Escritura dice que Jesús es hijo de David,
es decir tiene un padre humano, no puede ser en cuanto a su huma-
nidad hijo de Dios, ya que entonces se encontraría un hombre con
dos padres. El término “adopción” aparece en este razonamiento como
necesario, ya que es la única manera de establecer una doble pater-
nidad 25
24 Humanitas in qua extrinsecus factus est, non de substantia patria subsis-
tens sed ex carne niatris et natus est. Aleuin. con. Fel. op. cit. III col. 8.
25 Ñeque enim fieri potest, ut filius naturaliter dúos patres liabere possit
unum turnen per naturam, alium aufcem per adoptionem prorsus potest. Aleuin
con. Fel. op. cit. III 812.
LOS ADOPCIONISTAS ESPAÑOLES DEL SIGLO VIII
115
Llegando a esta conclusión de la necesidad de la adopción para
explicar la naturaleza humana de Jesús, el obispo de Urgel saca una
consecuencia que necesariamente agudiza la controversia : el que niega
la adopción niega al mismo tiempo la verdadera humanidad de Jesús,
porque si se dice que Cristo en cuanto a su naturaleza humana es
hijo natural de Dios, no puede serlo de David (porque no puede tener
dos padres) y si no es hijo de David entonces no es verdaderamente
hombre. El silogismo es tan contundente que los adversarios del adop-
cionismo como Beato, se vieron impotentes a mostrar su ialsedad y
recurrieron a argumentos tan absurdos como el que nos conserva
Florez “Christus Jesús in maternis visceribus trahens, sed carnem no-
vam sibí novam efficiens” 26.
Félix encuentra en los cánticos del Siervo de Isaías, una confir-
mación plena de su doctrina del Filius Dei adoptivus et Deus nuncu-
pativus. Trata de mostrar que la servidumbre de que se hace mención
no es ni mucho menos una servidumbre voluntaria sino natural. Cris-
to, como hombre, es una criatura y sus relaciones con el Padre son
las de la criatura con el Creador 27 . Porque désele tantas vueltas como
quiera, dice Félix, nunca se podrá concluir que las relaciones de Jesús,
en cuanto a su naturaleza humana, con el Padre son las mismas que
se hallan en el seno de la Trinidad. Hay dos clases de relaciones del
Cristo con el Padre, una la relación que corresponde a la filiación
¡e su naturaleza divina, la otra “servus secundum conditionem” que
corresponde a la naturaleza humana, a la criatura. Como tal Jesús
se encuentra en la misma situación que todos los hombres ha sido
adoptado por gracia, aunque es verdad que en él fue “multo excelen-
tius”. La comunión íntima (pie liga los creyentes con Cristo se debe
según Félix, precisamente a esa doble condición y relación clel Cristo
con el Padre, puesto que Jesús es un hombre, hijo ele Dios adoptivo,
como cualquiera de ellos, aunque en grado más excelente.
Lanzado ya en esta línea de pensamiento (pie acentúa y separa
más y más la humanidad de la divinidad en Cristo, Félix se siente
obligado a reflexionar sobre el momento de la adopción. Dos pasajes
de sus escritos parecen contradecirse. Por un lado mantiene el de Urgel
que no hay ningún momento en que la naturaletza humana de Cristo
exista por sí misma, es decir, que desde la concepción el hijo natural
y el adoptivo se encuentran en la persona de Jesús. Pero por otro lado
20 Florez op. eit. T. V, pág. 546.
27 Numquid qui verus est Deus fi-eri pot.est, ut conclitione servus Dei sit,
sicut Christus Dominus in forma serví, qui multis multisque docümentis non tantum
propter obedientiam ut plerique volunt, sed etiam et per naturam servus patris et
filius aneillae ejus verissime docetur. Aleui. con. Fl. IV 820.
116
CUADERNOS TEOLOGICOS
compara el bautismo de Jesús con el de los creyentes y pone aquél en
relación con la “spiritualis generado per adoptionem ". Probablemente
Félix quería decir que la adopción comenzó a revelarse exteriormente
a partir del bautismo de Jesús y probablemente como ya había dicho
Teodoro de Mopsuestia “supuso una revelación del divino poder ma-
nifestándose en la forma de la humanidad de Cristo y siguiendo paso
a paso el curso del desenvolvimiento de su naturaleza humana; y de
aquí él probablemente supuso también que la resurrección de Cristo
era la culminación de esta revelación". 28
Intimamente relacionado con todo lo que precede está la siempre
espinosa cuestión de la extensión del conocimiento de Jesús. Por un
escrito de Agobardo 29 sabemos que Félix escribió el párrafo siguiente:
“Nuestro Señor Jesucristo según la carne había ignorado dónde estaba
el sepulcro de Lázaro puesto que preguntó Ubi posuistis eum?, y que
había ignorado verdaderamente el día del juicio y lo que hablaban
en el camino los dos discípulos, acerca de las cosas que habían acon-
tecido en Jerusalem, y que tampoco sabía quién de sus discípulos le
amaba más, dado que pregunté) Simón Petre amas me plus bis?”. I)e
esto, sigue diciendo Agobardo, deducía Félix <jue el hijo adoptivo po-
día ignorar estas cosas, pero no el propio.
Es difícil determinar por este solo párrafo, lo que el obispo de
Urgel pensaba acerca de la cuestiém. Ya hemos visto que a veces asom-
bra la simplicidad de algunas de sus ideas, sobre todo al compararlas
con lo minucioso y retorcido de su argumentaciém en otros casos. De-
cir simplemente que el hijo adoptivo ignoraba cuando el hijo propio
conocía es arrojarnos a un mar de confusiones. Con tal afirmación
define dos personas, a pesar de todas las declaraciones de ortodoxia,
en cuanto a la unidad de la persona de Cristo, que pueda haber hecho.
Se comprende fácilmente que los adversarios del adopcionismo vieran
en éste un reavivamiento, bajo formas ligeramente diferentes, de las
doctrinas nestorianas y que lo combatieran como tal nestorianismo.
Podemos citar como conclusión los puntos discutibles en la doc-
trina adopcionista, (pie son:
19 Las dos filiaciones en una misma persona que tienden a
la división de ésta.
29 La adopción de Cristo en el bautismo.
39 La fórmula Deus nuncupativus.
49 La relación de servidumbre de Cristo.
28 Cf. Neander op. cit'. II págs. 48-49.
2f Cf. Menéndez Pelayo, op. cit. V. 228.
SOBRE LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS,
SU VALOR
Por Luis A. Segsiciro
El problema de la demostración de la existencia de Dios ha sido
siempre tema de permanente y apasionado interés para el hombre.
Su origen está condicionado al descubrimiento, en un momento
dado, de la especulación racional como medio de conocimiento y su
desarrollo guarda estrecha relación con el progreso y la importancia
que adquiere este nuevo instrumento de la razón humana puesto al
servicio del intelecto.
Al examinar las pruebas de la existencia de Dios se plantea, inevi-
tablemente, otro problema: el de su valor; en su doble aspecto filosó-
fico y religioso. De ambos nos ocuparemos luego de resumir las argu-
men filosóficas más importantes que se han dado en favor de la exis-
tencia de Dios.
Si nos remontamos en la historia del pensamiento cristiano, en-
contraremos —confirmando la importancia del problema— que desde
el instante mismo en que la le cristiana entró en contacto con el pen-
samiento filosófico se sintió la necesidad de explicar racionalmente al
Dios revelado del Cristianismo.
Necesidad espiritual lógica del ser humano como criatura racio-
nal, que nace inevitablemente del primer contacto entre el cristianis-
mo y la filosofía griega.
Y decimos de la filosofía griega, porque fueron los griegos, indu-
dablemente, los descubridores de la razón como instrumento de cono-
cimiento, los creadores de la técnica para explicar racionalmente el
mundo y la vida y los que con su esfuerzo por comprender e interpre-
tar las causas últimas, crearon la Filosofía.
La doctrina del Dios judeo-cristiano es un conocimiento esencial-
mente religioso. Los judíos y los primeros cristianos no tuvieron, pues,
ningún problema de orden metafísico con respecto a su Dios.
Fué recién cuando esta revelación religiosa se puso en contacto
con la filosofía griega, al descubrir San Agustín y Tomás de Aquino,
117
118
CUADERNOS TEOLOGICOS
a Platón y a Aristóteles, respectivamente, cuando nace —como ya ano-
táramos— el deseo de explicar racionalmente y de demostrar íilosóli-
camente la existencia de Dios.
Desde entonces los hombres, entusiasmados con este nuevo recurso
del pensamiento racional que habían aprendido a utilizar, se lanzan
a demostrar la existencia de Dios por medio de pruebas de orden me-
tafísico.
Y así desde los tiempos de San Agustín y Tomás de Aquino, a
través de los siglos, hasta llegar a la hora presente, encontramos en los
distintos sistemas filosóficos, siempre vivo y siempre renovado, este
esfuerzo de la razón humana para aportar nuevos argumentos y prue-
bas de la existencia de Dios.
Vamos a tratar de resumir en la forma más breve y clara que nos
sea posible, estas diversas pruebas. No mencionaremos a todas, sino sólo
a aquellas que ya son clásicas y que jalonaron la marcha del pensa-
miento filosófico cristiano.
Ef primer contacto que hizo época, entre la experiencia religiosa
cristiana y la especulación filosófica griega, ocurrió cuando un neófito
cristiano, el joven Agustín, leyendo las Enéadas de Plotino, conoce la
filosofía de Platón.
Usando los razonamientos y la técnica filosófica empleada por
Platón para explicar la existencia de un principio inanimado y eterno,
causa y origen del mundo, San Agustín intenta resolver el problema
de la existencia de Dios, razonando en la siguiente forma.
Es un hecho incuestionable que la verdad —o las verdades— exis-
ten en la mente del hombre. Si admitimos, por otra parte, que la
verdad es sobrehumana y divina por derecho propio y por Jo tanto
inmutable, eterna y perfecta; y si reconocemos además (pie, no obstan-
te ser una criatura imperfecta, el hombre conoce y posee esta verdad,
debemos admitir forzosamente que la existencia de la verdad, con sus
atributos de perfección y eternidad, debe proceder de un ser perfecto
y trascendente como es Dios. Y que en ningún momento puede ser
creación de la mente humana.
Vale decir, que si existe la verdad eterna y perfecta, es necesario
que exista una causa proporcionada, igualmente eterna y perfecta ca-
paz de haberla creado. O dicho en otros términos: la existencia de
Dios, es la única explicación concebible de la presencia de la verdad
en la mente humana.
En esta forma plantea San Agustín la demostración de la exis-
tencia de Dios, usando por primera vez la especulación racional.
El segundo encuentro entre la teología cristiana y la filosofía
griega, y el segundo intento de explicar racionalmente a Dios, ocurre
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
119
nueve siglos después, casi al finalizar la Edad Media, cuando Tomás
de Aquino descubre el mundo filosófico de Aristóteles.
Los argumentos de Tomás de Aquino son los utilizados por Aris-
tóteles para desarrollar su concepción del Universo, trasplantados por
el filósofo escolástico al terreno cristiano.
Estos argumentos se agrupan en las cinco pruebas tradicionales
que sintetizaremos a continuación.
1? Prueba: por el movimiento.
Es experimentalmente cierto que el movimiento existe en el mun-
do. No sólo movimientos mecánicos, sino también espirituales: los de
nuestra inteligencia y voluntad. Es igualmente cierto — y es un prin-
cipio necesario y universal— que todo lo que está en movimiento es
movido por otro motor, que a su vez íué puesto en movimiento por
una causa anterior y así sucesivamente. Pero esta serie de motores no
puede ser infinita y su causa primera no puede radicar en uno de sus
componentes, porque todos ellos son imperfectos, justamente por estar
en movimiento y porque necesitan necesariamente ser movidos por
un motor anterior.
Es, por consiguiente, preciso concluir en la existencia de un primer
motor, al que llamamos Dios, que no sea movido por un motor su-
perior.
Este motor Supremo es inmóvil; no con la inercia e inmovilidad
inferior de la potencia —que encierra más imperfección todavía que el
movimiento— sino con la inmovilidad superior del acto, que no ne-
cesita ser premovido o puesto en acción para obrar. Es decir, que el
primer motor y el más universal de los cuerpos y de los espíritus tiene
que ser Acto puro, trascendente y perfecto, infinitamente superior por
su misma naturaleza a todas las demás cosas que El mueve incesante-
mente.
2;i Prueba: por las causas eficientes.
Similar a la anterior en su desarrollo y conclusiones, esta prueba
nos lleva a admitir la existencia de una causa primera, eficiente y ne-
cesaria, no sólo en la creación de todas las cosas, sino también en su
conservación y existencia. Existe, pues, por encima de las causas efi-
cientes causadas, una causa primera no causada: Dios.
3^ Prueba: por la contingencia de los seres del mundo.
Los seres que existen en el mundo son manifiestamente contin-
gentes, es decir, que pueden existir o no existir y que no tienen en sí
la razón suficiente ni la causa de su propia existencia. Por lo tanto,
desde el momento que existen, presuponen la existencia de un ser
necesario que exista por sí mismo; causa de todos los demás seres. Tal
es Dios.
120
CUADERNOS TEOLOGICOS
4? Prueba: por los grados de perfección de los seres.
Los seres de este mundo constituyen una jerarquía, siendo unos
más perfectos que otros. La verdad, la bondad, el bien o la belleza
que existen en ellos, dependa del grado de aproximación a la causa
Suprema de la verdad y la perfección.
Ahora bien, el hecho de ser unos más buenos o menos buenos que
otros, implica ya la existencia de una limitación o imperfección. Si,
por otra parte, consideramos que estos atributos de bondad, belleza
o verdad —patrimonios de la perfección— no pueden existir por sí
en seres imperfectos, tenemos que concluir que la existencia del bien
y la verdad en los seres de este mundo es el efecto de una causa su*
prema, absolutamente perfecta y pura como es Dios.
5^ Prueba: por el orden del mundo.
Los seres privados de razón obran con un fin determinado, pero
listos seres no pueden tender hacia un fin, siempre igual, si no son
dirigidos por una inteligencia rec tora. Una cosa no puede estar orde-
nada sino por una causa ordenadora. Si negamos la existencia de una
Inteligencia ordenadora, debemos admitir que el orden y la armonía
del universo provienen de una causa ciega, lo cpie resulta absurdo,
puesto cjue lo más no puede salir de lo menos. Lo perfecto no puede
derivar de la imperfección. Hay, pues, un ser Supremo, perfecto e in-
teligente, que ordena todas las cosas naturales a un fin. Es decir, Dios.
El orden de estas cinco pruebas es el de la marcha natural de
nuestro espíritu, desde las cosas sensibles, más evidentes, como es el
movimiento, hasta alcanzar sucesivamente las más profundas y llegar
finalmente a Dios.
En realidad, todos estos argumentos se pueden reducir a uno sólo
más general, fundado en el principio de causalidad.
En los comienzos de la Edad Moderna hace su aparición Descar-
tes, el filósofo de la duda.
Dudando de todo, le resta, sin embargo, algo absolutamente cierto
e indudable: la duda misma. De ello deduce que si duda es porque
piensa y si piensa es porque existe. Y resume este razonamiento en
su clásica sentencia “Cogito, ergo sum”. Yo pienso, luego soy.
En esta forma demuestra Descartes la realidad de su propia exis-
tencia, pero nada más que eso. La existencia del mundo externo que
Jo rodea sigue envuelta en la duda.
Para demostrarlo necesita de toda necesidad —y éste es el momento
más difícil de toda su filosofía— probar la existencia de Dios, funda-
mento sobre el que edificará posteriormente su sistema filosófico y
clave que le permitirá recobrar la realidad del mundo exterior.
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
121
Por lo tanto, antes de proseguir con la estructuración de su fi-
losofía, se dedica Descartes a probar la existencia de Dios. Lo hace
mediante tres pruebas.
En la primera, siguiendo sus reflexiones, admite que, sin duda,
es un ser imperfecto, puesto que “hay más perfección en conocer que
en dudar”, de donde deduce que la idea de un ser absolutamente per-
fecto, infinito y eterno, no puede partir de él mismo —criatura imper-
fecta y finita—, ya que la causa tiene que poseer, por lo menos, tanta
realidad como el efecto, y lógicamente un ser limitado y dependiente
no puede ser la causa cíe una representación de tal magnitud, que
trascienda de sus posibilidades.
Esta idea no puede, por lo tanto, tener por causa más que un
ser cuya realidad sea tanta como la idea que expresa. Este ser es pre-
cisamente Dios. Y así concluye que Dios existe y que El es necesaria-
mente quien imprime en su alma Su representación.
La segunda prueba se basa en la contingencia de su existencia.
Cuando Descartes descubre que él existe, encuentra también que
su existencia es “no necesaria”, que lo mismo existe como pudiera “no
existir”.
Necesita hallar una base que explique y justifique su existencia
y su razón de ser. Buscando este fundamento, remontándose cada vez
más lejos, llega gradualmente y necesariamente a Dios, como causa
primera de su existencia. LJnico ser cpie se justifica a sí mismo; eterno,
trascendente y necesario. Que tiene la virtud de existir en sí y por sí
mismo.
La tercera prueba de la existencia de Dios que da Descartes, es el
famoso argumento mitológico.
En la idea de la perfección divina está contenida inseparablemen-
te la de su existencia. Si Dios es un ser perfecto, no puede carecer de
ninguna perfección y como la existencia es, sin duda alguna, una con-
dición de la perfección, debemos concluir que Dios existe necesaria-
mente, ya que por ser perfecto, es el único que posee en sí la garantía
de su propia realidad.
“Pues —se pregunta Descartes— ¿hay algo que sea más claro y
manifiesto que pensar que hay un Dios, es decir, un ser soberano y
perfecto, el único en cuya idea está incluida la existencia necesaria
o eterna y que, por lo tanto, existe?”. 1
El planteamiento filosófico cartesiano informará de ahora en
adelante la marcha de la filosofía, hasta llegar al siglo XVIII, fecha
i Descartes. Meditaciones Metafísicas, meditación quinta, pág. 135. Ediciones
Austral.
122
CUADERNOS TEOLOGICOS
en t j ue aparece Manuel Kant, el pequeño gran filósofo de Kónigsberg,
cuyas ideas orientarán en un nuevo rumbo e influirán decisiva y ter-
minantemente en el pensamiento contemporáneo.
Su argumentación filosófica en favor de la existencia de Dios será
la última en la que nos detendremos por breves momentos.
En la Crítica de la Razón Práctica, después de postular la liber-
tad y la inmortalidad del alma, plantea su tercer y último postulado:
la existencia de Dios. Conclusión obligada a la que nos conducen los
postulados anteriores y término necesario para completar la estruc-
turación de su metafísica.
Kant desarrolla su demostración de la existencia de Dios, razo-
nando en la siguiente forma.
Si bien el ideal y el objetivo final de la moral es la santidad del
alma y la felicidad del hombre, es necesario y doloroso aceptar que
la realidad es muy distinta; que no existe concordancia entre la feli-
cidad y la moralidad. El ejercicio de ésta no trae aparejada, siempre,
la posesión de aquélla. Existe, por el contrario, en la mayoría de los
casos, una evidente desconexión entre ambas.
La característica de nuestra vida moral, en el mundo fenoménico
donde transcurre nuestra existencia, es el dolor y la tragedia ante la
impotencia para alcanzar la meta, donde se unan venturosamente la
moralidad y la felicidad. Hay un profundo abismo entre lo que desea-
mos ser y lo que somos. Entre lo que la conciencia moral, imperati-
vamente, quiere que seamos, y lo que la flaqueza humana nos permi-
te ser.
El desenvolvimiento de nuestra vida moral está regido por las le-
yes naturales, ajenas a los valores morales. En cambio, nosotros, que
no somos ciegos a estos valores, nos encontramos ante la evidencia de
su menguada y limitada realización.
Nuestros anhelos de paz, de justicia y de santidad, no se cumplen
y en su lugar prevalecen el odio, la injusticia y la maldad.
Debemos reconocer que el hombre —y aquí citamos textualmente
a Kant— “no puede en lo (pie concierne a su felicidad, hacerla por sus
propios medios coincidir completamente con sus propios principios
prácticos”. “Por consiguiente, se postula también la existencia de una
causa de la naturaleza toda, distinta de la naturaleza y que encierre el
fundamento de esta conexión, esto es, de la exacta concordancia entre
la felicidad y la moralidad”. 2
En esta forma, de la dislocación, de la tragedia por el abismo
abierto entre nuestra vida fenoménica y las exigencias cíe nuestra con-
ciencia moral, surge imperiosa e impostergable, la necesidad de una
Kaut. Crítica de la Razón Práctica. Ed. El ateneo, pág. 118.
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
123
Existencia, que más allá de este mundo sensible, más allá del tiempo
mismo, realice en sí, la plena conformidad de nuestro anhelo insatis-
fecho con el ideal (pie perseguimos.
A ese acuerdo, a esa concordancia entre lo que “debe ser” y lo
que “es”, a la realización del ideal de santidad y moralidad llama el
filósofo, Dios; y añade literalmente: “Así, pues, la causa suprema de
la naturaleza, en cuanto ella ha de ser presupuesta para el supremo
bien, es un ser que por razón y voluntad es la causa —por consiguiente,
el autor— de la naturaleza, es decir, Dios”.
Con esta prueba kantiana, llegamos al final de nuestra breve re-
vista sobre el problema de la existencia de Dios, en el pensamiento
de los más grandes genios filosóficos de todos los tiempos.
Hemos citado sólo a cuatro de ellos,3 4 representantes, por orden
cronológico, de las cuatro edades de la Historia, los cuales, en sus res-
pectivas épocas, orientaron y dirigieron en un nuevo rumbo el pensa-
miento filosófico de la humanidad. San Agustín en la Antigüedad,
Tomás de Aquino en la Edad Media, Descartes en la Moderna y Kant
en la Contemporánea.
Igualmente están representados en estos cuatro filósofos, los cua-
tro tipos principales de argumentaciones o pruebas de la existencia de
Dios: el Intuicionismo con San Agustín, el Escolasticismo clásico, deduc-
tivo con Tomás de Aquino, el Ontologismo con Descartes y el Prag-
matismo con Kant.
Citar estos nombres, es más que una garantía de que el razona-
miento especulativo llegó en sus manos a las cumbres más elevadas
adonde puede llegar la razón humana, agotando todos sus recursos y
dando de sí hasta sus últimas posibilidades.
En otras palabras, hemos resumido aquí los argumentos filosófi-
cos más serios sobre la existencia de Dios. Hemos citado las pruebas
ya definitivamente consagradas —y por eso clásicas— sobre las que se
basan, con ligeras variantes, la mayoría de las pruebas enunciadas por
los distintos filósofos que se ocuparon de este problema.
Ahora bien, todas estas pruebas racionales de la existencia de Dios
son de una primordial significación y de una capital importancia. Tie-
nen, indudablemente, el gran valor de demostrar que su existencia es
perfectamente racional y totalmente compatible con la lógica. Más aún,
que es necesaria para una armónica y satisfactoria concepción del uni-
3 Kant, Obra citada, pág. 118.
4 No nos detenemos en la prueba propuesta por Sclieler en base a los “actos
religiosos”, porque entendemos, que en última instancia y en rasgos generales,
su mecanismo es similar a la prueba de San Agustín. En todo caso, ambos son
argumentos intuieionistas.
124
CUADERNOS TEOLOGICOS
verso y que su realidad no esta reñida en ningún momento con el ra-
zonamiento filosófico. Llegar a su demostración por estos medios, es
también, un esfuerzo que jerarquiza la mente humana, como logro
meta físico.
Pero nada más que esto. Su valor es sólo racional: como conoci-
miento íilosófico, como realización de la inteligencia que llegamos a
poseer de Dios, por medio de ellas, es un conocimiento parcial y li-
mitado de la verdad divina, es únicamente un aspecto, artificial e in-
completo, de la infinita realidad del Dios Cristiano. Es una visión
empequeñecida de su omnipotencia y es tina pobre apreciación de las
inescrutables riquezas de su gracia.
A través de ellas, sólo se vislumbra una imagen fugaz de su gran-
deza v es apenas presentida su Presencia eterna.
No puede ser de otra manera. Nuestra inteligencia y nuestra razón
dependen del cerebro y de su estructura: instrumento finito y limitado
de conocimiento. Nuestro pensamiento —producto y parte de la vida-
creado por la vida con posibilidades determinadas, para obrar, también,
sobre cosas determinadas e incapaz por lo tanto de explicar y abarcar
la vida misma. ¿Cómo podrá alcanzar y conocer, en toda su inconmen-
surable realidad, la existencia de Dios, el Autor de la vida?
Querer hacerlo es desmedida pretensión de la inteligencia y es
tarea insuperable para el conocimiento humano. Nuestra razón se
desenvuelve normalmente y se siente cómoda en un mundo de cosas
cuya existencia y leyes puede abarcar y definir en términos de con-
ceptos. Pero, en cambio, se mueve insegura frente a las esencias y
realidades trascendentes y se siente cohibida ante lo absoluto.
Nuestra inteligencia, esencialmente conceptual, no puede abarcar
la idea de la existencia de Dios, reduciéndola a los términos de una
definición, o encerrándola en los estrechos moldes de la especulación
racional. Cuando pretendemos hacerlo, los sentimos crujir inevitable-
mente. Sus límites son demasiado rígidos para contener tamaña mag-
nitud.
Cuando queremos utilizar, únicamente, las formas habituales de
nuestro pensamiento, para demostrar la existencia de Dios, tenemos
cjue reconocer que la rigidez de nuestros conceptos y la falta de elas-
ticidad de nuestra inteligencia la incapacitan para abarcar su realidad
infinita y trascendente.
Su magnitud rebasa —inconteniblemente— los menguados límites
de la razón humana y hace estallar las normas lógicas preestablecidas
de nuestra inteligencia.
Con nuestra razón, como único instrumento, no podemos superar
la enorme distancia cualitativa epte nos separa de Dios.
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
125
Pretender, pues, abarcar, llegar a conocer y demostrar la existencia
de Dios, únicamente por medio de las pruebas racionales, es descono-
cer el verdadero alcance de nuestra razón, hipervalorando sus posibi-
lidades y olvidar que nuestra inteligencia, que es sólo un aspecto par-
cial de la vida y de la creación, no puede pretender explicar la causa
y origen de la vida, con sus particulares y limitados medios de expre-
sión y de conocimiento.
Por medio del raciocinio puro, lo más que alcanzaremos será un
simbolismo cómodo, que se acomode quizás a las necesidades de la
ciencia positiva, pero nunca una visión directa, completa y efectiva
de la realidad Divina.
“El conocimiento de Dios por el hombre —alguien ha dicho apro-
ximadamente así— no es una conquista suya, no puede ser un paso
dado por la inteligencia desde las criaturas hasta la altura de su Crea-
dor, hasta estar ante El, cara a cara, sino a la inversa, una inclinación
de Dios hasta esta criatura, que tiene el prodigioso privilegio de ser
su imagen; no un descubrimiento propio, sino la gracia de una re-
velación”. 5
Para que el hombre, con sus limitadas posibilidades de conoci-
miento racional, pudiera llegar a captar la existencia de Dios en toda
su magnitud, sería imprescindible, previamente, reducir la idea de
Dios a los términos de un concepto. Pero a Dios no lo podemos obje-
tivar ni tampoco lo podemos abarcar en el término de un concepto
o de una definición, justamente, porque El es trascendente e inde-
finible.
Hay una sentencia que dice: “Dios definido, Dios finito”. O Dios
limitado. Nada más cierto; la infinitud divina no la podemos reducir
al tamaño de nuestro limitado molde humano, ni acomodarla a nues-
tra comprensión y a las concepciones de nuestra lógica.
“Dios escapa por su esencia a toda captación objetiva”, señala Ga-
briel Marcel, y esto ocurre, sin ninguna duda, porque El es infinito,
como decíamos recién; y cada vez que el espíritu humano se topa con
lo infinito, se enfrenta con el misterio. Por eso, Dios, que es infinito,
es un misterio y no puede ser probado.
“Que Dios sea para el hombre un misterio insondable, es eviden-
te —anota Roger Verneaux— ; más aún, es lo único evidente a su res-
pecto. Pues por definición, si así puede decirse, Dios sobrepasa la ca-
pacidad de todo espíritu creado. El es El, y nada le es comparable.
Es trascendente, por lo tanto “escondido”, y la revelación que nos hace
de Sí mismo queda infinitamente lejos de agotar su naturaleza, puesto
5 Introducción a la obra, Dios y la Filosofía , de Et'ienne Gilson. Colección
Sophía.
CUADERNOS TEOLOGICOS
12G
que debe expresarse en términos humanos para estar a la medida de
nuestra debilidad”.0
Conocemos de El, no lo que la razón es capa/ de descubrir o de-
mostrar, sino lo que Dios quiso por su gracia revelarnos.
Por todo esto, las pruebas de la existencia de Dios, tienen valor
únicamente como un esiuer/o que dignifica a la razón humana. Como
una demostración de que la idea de Dios es perfectamente racional y
necesaria para explicar satisfactoriamente el sentido del universo y de
la vida. Y es también, una fuente de satisfacción espiritual para el
hombre que ya cree y conoce a Dios.
El Dios que podemos conocer mediante las pruebas racionales, no
será nunca ni una sombra del Dios que conocemos por medio de la
experiencia religiosa. Ellas sólo podrán darnos una imagen suya des-
virtuada y desnaturalizada, ajena a la verdad. Al Dios vivo y eterno,
al Salvador y Redentor sólo se llega por la fe y no por la especulación
racional.
Con el instrumento de la especulación filosófica, solamente pode-
mos conocer un Dios intelectual e irrefutable, pero frío e impasible.
Omnipotente, sí, pero ineficaz para disipar las angustias que afligen
a la raza humana.
“Al Dios cordial o vivo —decía Unamuno— se llega, y se vuelve a
El cuando por el Dios lógico o muerto se le ha dejado, por el camino
de la fe y no de la convicción racional o matemática”.6 7
La prueba presupone la fe y no puede precederla. La fe es ante-
rior a la prueba y no la prueba anterior a la fe. “La prueba es una
especie de despliegue de la fe en el campo racional”, se ha dicho acer-
tadamente.
La fe del creyente es la que otorga validez y la “conditio sine qua
non” para que el contenido de las pruebas de la existencia de Dios
adquieran su plena y completa significación.
“Cualquiera de las demostraciones de la existencia de Dios puede
llegar a convencernos —leemos en el esquema “El Hombre y Dios”—.
Pero lo que esas demostraciones no consiguen es persuadirnos, es decir,
mover nuestro ánimo y transformar nuestra existencia. La demostra-
ción de que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los
cuadrados de los catetos nos convence porque satisface a nuestra inte-
ligencia: no nos queda duda alguna de que eso es “cierto”. Pero eso
que nuestra inteligencia acata sin rebeliones, eso que es “cierto”, no
compromete nuestro futuro, no nos obliga a rever toda nuestra vida;
6 Roger Verneaux, Lecciones Sobre Exis Uncial ismo, pág. 304.
7 Miguel de Unamuno. Del Sentimiento Trágico de la Fula. Ed. Espasa
Calpe. pág. 145.
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
127
después de la demostración del teorema, seguimos siendo quienes éra-
mos, aunque tengamos un “conocimiento” más. Lo mismo sucede con
las demostraciones de la existencia de Dios: después de entenderlas,
aún cuando no tengamos nada que objetar a ellas, seguimos siendo
quienes éramos. Esas demostraciones no “convierten” a nadie, como a
nadie convierte el teorema de Pitágoras”. 8 Es larga la cita, pero vale
la pena transcribirla, mejor dicho, nos hubiera resultado imposible
eludirla. Tan clara y terminante es.
Nadie salvará su alma, únicamente por el camino de las pruebas
racionales, si no llega a Dios en un acto de le, creyendo en su palabra.
Kierkegaard, el padre del existencialismo, siempre terminante,
sostiene que querer racionalizar la fe, para proporcionarnos razones
para creer y tornar inteligible el dato revelado, como es el intento de
demostrar la existencia de Dios, es negar y destruir la fe, y dice al res-
pecto: “El primer inventor, en el cristianismo, de una defensa del cris-
tianismo, es de hecho otro Judas; también él traiciona con un beso,
pero es el beso de la estupidez”. 9
Los judíos y los primeros cristianos, sin necesidad de argumentos
metafísicos, ya le conocían y creían en su Dios con la misma certeza
que nosotros; antes de que el hombre descubriera y aplicara el instru-
mento de la especulación filosófica, para la solución de este problema.
Además es un hecho incuestionable que Dios no necesita ni le in-
teresa probar, por estos medios, su existencia.
Al respecto dice Barth: “Advirtamos que en toda la Biblia, tanto
en el Antiguo como Nuevo Testamento, nunca se realiza el menor
intento de demostrar a Dios. Y es que dicho intento siempre ha sido
hecho fuera del concepto bíblico de Dios y siempre que se ha olvidado
de quién se trata cuando se habla de Dios”. lu
En efecto, a través de todas las páginas de la Biblia no encontra-
mos nada que se parezca a una demostración de la existencia de Dios.
En el Evangelio no tiene cabida la especulación. El cristianismo no es
patrimonio de los teólogos. El mensaje de perdón y vida es claro y está
al alcance de los simples y los niños.
Dios quiso, con su gracia, alcanzar a todas las criaturas y que su
conocimiento y su mensaje fueran accesibles a las mentes más simples.
Por eso, sin ninguna duda, El se hace conocer en su auto-revelación,
por medio de un simple y espontáneo acto de fe y no mediante ningún
complicado proceso de demostración racional, que sólo estaría al alcan-
ce de un limitado círculo de inteligencias privilegiadas.
8 Vicente Fatone. El hombre y Dios, (Editorial Columba), pág. 27.
9 Citado por Roger Verneaux en Lecciones Sobre el Existencialismo, pág. 45.
1° Karl Bartli. Bosquejo de Dogmática, pág. 57.
128
CUADERNOS TEOLOGICOS
“Yo te alabo, olí Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escon-
diste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pe-
queños",11 dice el Señor Jesucristo, confirmando categóricamente esta
verdad.
Por otra parte, el postrer mandamiento que recibieron los discí-
pulos de su Maestro, no fué el de demostrar nada, sino el de dar tes-
timonio; simplemente dar testimonio de El y de sus obras, como El
daba testimonio del Padre que lo envió. “Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura”, 12 oímos que dice admonitiva-
tnente la voz del Salvador.
Así lo entendieron sus discípulos, que al dispersarse por los cuatro
puntos cardinales, no hacen filosofía, no especulan sobre la doctrina
que les dejó el Maestro y sobre todo no intentan demostrar cosa algu-
na, ni siquiera la existencia de Dios.
Sólo se limitan a dar testimonio de lo que han visto y oído. A
presentar el mensaje claro y concreto del Evangelio; el hombre creado
por Dios a su imagen y semejanza; el hombre caído, perdido y conde-
nado a muerte por su pecado; el hombre redimido y transformado, al-
canzado por el amor divino del Hijo de Dios, que vierte por él su
sangre en la cruz.
Dios, más que grandes pensadores y profundos teólogos que de-
muestren su existencia, reclama diligente seguidores y fieles testigos
que den testimonio de su vida.
En el Evangelio es de mayor importancia testificar que demos-
trar; y es también lo más difícil.
Nos atrevemos a traer aquí otra cita de Kierkegaard, que a fuerza
de paradójico es enormemente gráfico a veces “No es lo mismo —di-
ce— sostenido sobre una sola pierna demostrar la existencia de Dios,
que adorarle postrado de rodillas” 13 queriendo significar, sin duda
alguna, la importancia de nuestras actitudes espirituales y sobre todo
el hecho de que en la vida cristiana no son necesarios equilibrios
lógicos o dialécticos.
Y eso es lo que quiere Dios, seguidores y adoradores que den
testimonio de su obra y no demostradores teóricos de su existencia,
por medio de argumentos racionales; y que en última instancia, sus
únicos argumentos sean la prueba viva y palpitante de su regenera-
ción, andando en novedad de vida y en novedad de espíritu, gracias
a la obra expiatoria del Verbo encarnado en la cruz.
ii San Lucas 10:21.
i- San Marcos 16:15.
i3 Citado por Gutiérrez Marín en Reflexiones Sobre la Asamblea de Evans-
ton. Cuadernos Teológicos N° 12.
LA NOCION DEL TIEMPO EN SAN AGUSTIN
(Con una demostración comparativa de conceptos de Karl Barth
en su “Dogmática Eclesiástica”)
Por Julio Rubén Sobanes
No hay tema de la teología cristiana o de la filosofía para el
cual no podamos hacer un valioso aporte considerando lo que acerca
del mismo nos legara el obispo de Hipona. Y esto se cumple igualmen-
te en la discusión filosófica acerca del problema del tiempo.
Como observación general, diremos que la piedad íntima de San
Agustín, siempre tan estrechamente entrelazada con sus reílexiones
teológicas y filosóficas, se manifiesta casi siempre como un anhelo
interior de trascender el tiempo y la finitud. Para Agustín, el pecado
viene a ser un aferrarse del alma a los placeres y deseos pasajeros, a
la codicia de las cosas transitorias y perecederas, de residías de lo
cual, el alma, sedienta de lo eterno e inconmovible, se ve sumergida
en el torbellino de la temporalidad. Hallar a Dios, o, mejor dicho,
ser hallado por El, significa el encuentro del hombre con el Eterno,
con lo imperecedero e inconmovible, con un punto de apoyo inmuta-
ble en medio del cambio y la mutación. La angustia permanente
del alma del hijo de Santa Mónica es la angustia ante lo fluctuante
y variable de las cosas que están en el tiempo : su anhelo de salvación
consiste en la búsqueda de una comunión con el Ser Eterno, que
permita a su alma trascender la mutación y la finitud. Para él, la per-
dición consiste en vender la bienaventuranza eterna por el deleite del
minuto que pasa, y la redención es echar mano de la Vida Eterna
evadiéndose así a la dispersión de la temporalidad. Así se conjugan
su alma cristiana y su mente platónica, expresándose en sus escritos
devocionales, explicando el motivo de sus “confesiones” :
“...para que Tú, Señor, seas para mí, dulzura verdadera, dul-
zura felicísima y segura; y me reúnas y saques de la disipación
y distraimiento que ha dividido mi corazón en tantos trozos
129
130
CUADERNOS TEOLOGICOS
como objetos ha amado diferentes, mientras he estado separado
de Ti, que eres la eterna y soberana unidad” b
El tema del tiempo lo plantea concretamente y en forma exhaus-
tiva únicamente en el libro XI de sus “Confesiones” , y a partir del
hecho de la Creación. Allí anali/a el significado de la frase: “En el
principio Dios ...”
Comienza por decir Agustín que es absurda la doctrina de los
maniqueos, quienes sostenían la eternidad del mundo, y para poner
en ridículo a la doctrina cristiana de la Creación preguntaban : “¿Qué
hacía Dios antes de crear al mundo?” Luego de recordar, con ironía,
la respuesta de alguien que contestó que Dios estaba preparando un
infierno para los preguntones impertinentes 1 2 3, dice que él no eludirá
de esta manera la cuesticm, sino (¡ue dirá (pie el corazém de quienes
hacen tal pregunta revolotea —porque está lleno de vanidad— sobre
los movimientos pretéritos y futuros de las cosas, sin ver que el tiempo
y la eternidad son términos incomparables. En la eternidad, todo está
presente, al revés de lo que sucede con el tiempo; ella está lija, y
dicta los tiempos, pretéritos y futuros. O sea (pie en Dios, los tiempos
existen todos juntos: “Tu hov no cede el paso al mañana ni sucede
al día de ayer” A Nadie puede preguntar por (pié Dios dejó pasar
innumerables siglos antes de crear el mundo, siendo que antes que El
nada crease ni siquiera se puede hablar de que hubiese siglos, pues
Dios es el Autor y Creador de todos los siglos. “Precedes a todos los
tiempos pasados con la excelencia de tu eternidad siempre presente,
y eres superior a todos los tiempos futuros, porque todavía están por
venir, y cuando hayan venido, ya han pasado, “pero Tú eres siempre
el mismo, y tus años no acabarán” (Salmo 102:27)” .... “Conque es
imposible hallar un tiempo en que hayas estado sin hacer algo; por-
que aquel mismo tiempo Tú le habías producido, y ningún tiempo
pudo ser coeterno a Ti, porque Tú eres permanente, y si el tiempo lo
fuera, no sería tiempo” 4.
Más adelante, en el párrafo 17, Agustín preguntá qué es el tiem-
po, y responde que es algo que nos resulta familiar, pues todos lo
conocemos y lo experimentamos, pero es imposible de explicarlo. “Pues,
¿qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, yo lo sé para entenderlo;
pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé para expli-
1 San Agustín, Confesiones , libro II, párrafo 1.
- Ibid, libro XI, párr. 14.
3 Ibid, XI, 16.
* Ibid, XI, 16.
LA NOCION DEL TIEMPO EN SAN AGUSTIN
131
cario” 5 6. Si comenzamos a analizar el tiempo nos percatamos que es
muy difícil asirlo para definirlo: el pretérito ya no es, y el futuro
todavía no es. En cuanto al presente, a su vez, está pasando constan-
temente y es inasible, pues si no pasase, no sería tiempo. Lo cual de-
muestra que el tiempo existe al dejar de ser.
Sin embargo, todos nosotros decimos que tal tiempo “es largo”
o “es corto”. Pero hemos visto que ni pasado ni futuro son, por lo
tanto ¿cómo pueden ser largos o cortos? El presente tampoco puede
ser largo o corto, porque si bien lo observamos, es apenas una tenue
línea divisoria entre el pasado que ya no es y el futuro que todavía
no es. Por lo tanto, sólo pueden ser “largos” o “cortos” el pasado o
el futuro con referencia al presente. Por ejemplo; este tiempo pasado
fue “largo” o “corto”, cuando era presente. ¿Pero cómo puede ser
largo el presente, si sólo es el instante fugaz que ya pasó al sólo men-
cionarlo?
Nuestro autor continúa analizando la noción del tiempo, desde
el punto de vista de su división en pasado, presente y futuro, y de su
medición que todos hacemos. Su análisis, que por momentos parece
intrincado y superfluo, sirve para demostrar la imposibilidad de una
consideración racional y objetivista del tiempo, tal como lo ha demos-
trado Bergson en nuestro siglo. Sin embargo, dice él, a pesar de todas
las objeciones racionales, continuamos midiendo y comparando los
tiempos y los intervalos, lo cual significaría que todos los tiempos
están en el alma. Estén donde estén, pasado y futuro han de estar
presentes, y existir como presentes, al recordar o al imaginar y pre-
meditar. “Más sé con toda certeza que muchas veces premeditamos
nuestras mismas acciones futuras, y que esta premeditación nos es
presente, aunque la acción premeditada no lo sea porque es futura” (i.
Por lo cual se ve que siempre esa meditación o comparación se hace
con referencia al presente, así como vislumbramos las cosas futuras
por sus signos en el presente, como puede ser la luz del alba con
respecto al sol : en ella, como signo de un hecho futuro, el día está
presente. Por lo cual debería decirse no que hay tres tiempos —pasado,
presente y futuro—, sino tres tiempos, que son : el presente de las
cosas pasadas, el presente de las cosas presentes y el presente de las
cosas futuras. “Porque estas tres presencias tienen algún ser en mi
alma, y solamente las veo y percibo en ella” 7. Existen, por tanto,
en el alma, y no fuera de ella, en la memoria, en la visión (que sería
s Ib id, XI, 17.
6 IMd, XI, 23.
~ Ib id, XI, 26.
132
CUADERNOS TEOLOGICOS
lo que la moderna psicología denomina percepción) y en la expecta-
ción, o esperar de las cosas futuras.
Después se pregunta cómo medimos el tiempo. Unicamente po-
demos hacerlo cuando pasa del futuro al pasado, de ser esperado a
ser recordado, a través de la línea divisoria del presente. ¿Y dónde y
por qué lo medimos? Esto es para San Agustín un enigma; ¿en qué
espacio medimos el tiempo que se pasa? No puede ser ni en el futuro
ni en el pasado, porque hemos convenido en que no existen, pero
tampoco en el presente, porque no medimos lo que no tiene espacio
alguno. “Mi alma se ha encendido en deseos de saber y alcanzar este
enigma enredosísimo” 8.
Continúa diciendo que algunos han considerado que el tiempo
se mide por el movimiento de los astros. A Agustín esto le parece
absurdo, pues dice: Si los astros se pararan, ¿entonces no habría tiem-
po? Hay quienes creen ver en esto una referencia a Aristóteles, para
quien “el tiempo es la medida del movimiento, según el antes y el
después”. E. Gilson, en Introducción al estudio de San Agustín, sostie-
ne que si Agustín se refiere aquí a la tesis aristotélica, la ha simpli-
ficado exageradamente o no le ha sido trasmitida adecuadamente, lo
cual nos parece a nosotros lo más probable. En verdad, la tesis de
Aristóteles, en su Física, no es tan simple como la presenta aquí San
Agustín en el párrafo 29 de su libro XI. Aristóteles se refiere más
bien a todo movimiento, al movimiento en general, y para el filósofo
del Liceo ateniense todo cambio o mutación es movimiento, y se pue-
de clasificar en cuatro cambios o mutaciones posibles; 1) local (de
ubicación o disposición en el espacio); 2) cuantitativo (aumento o
disminución de cantidad o tamaño); 3) cualitativo (cambio de cuali-
dades), y 4) sustancial, que lo producen la generación y la corrupción.
Estos cuatro tipos de mutaciones incluyen a todo movimiento posible:
un pensamiento, por ejemplo, es un cambio cualitativo, del tercer
tipo, que se produce en el alma racional. Como vemos, cuando Aristó-
teles dice que “el tiempo es la medida del movimiento”, incluye mucho
más que el movimiento de los astros. De todos modos, Agustín hace
bien al decir que no puede ser el movimiento de los astros o cuerpos
aquello con lo cual medimos el tiempo.
Después de hacer minuciosas investigaciones acerca del movimien-
to de los cuerpos y de los astros, acerca de cómo medimos un poema,
un discurso o una frase, a los cuales entendemos porque nuestra alma
va reteniendo, al escucharlo o leerlo, lo que ya pasó del mismo, llega
paulatinamente Agustín a su clásica definición del tiempo. Pero antes
ha dicho: En ti es, oh alma mía, en donde mido los tiempos. . . De
LA NOCION DEL TIEMPO EN SAN AGUSTIN
133
lo cual se infiere, o que ella es lo mismo que los tiempos, o que no
es verdad que yo mido los tiempos” 9. La idea es, entonces, que el
tiempo es uno distensión , la cual mide a los tiempos. No es una dura-
ción, porque el sentido de la duración también lo da el alma misma.
Insiste entonces, es una distensión del olmo, lo cual se prueba pro-
nunciando sílabas de distinta longitud. ¿Cómo sabemos cuál es la más
larga? Midiendo algo en nuestra memoria, algo que en ella permanece
lijo. Es decir, mido los tiempos en el alma, por la afección que en él
le producen las cosas. El alma espera, para que pase lo que está espe-
rando, por lo que atiene a lo que recuerda. Lo que es largo o corto
es la expectación o es la memoria que del tiempo futuro o pasado
tenemos. Y esto ocurre tanto al escuchar un canto, como con respecto
a toda la vida humana, la cual se abarca también por una distensión.
En este sentido, vale la pena leer el párrafo 38 del libro XI, por lo
notable que es para aclarar este concepto del tiempo como distensión .
Así conoce y mide el tiempo el alma humana. En el caso de Dios,
es completamente distinto : El no conoce los tiempos por memoria y
expectación, pues en estas facultades del alma hay distensión de la
misma y variación del afecto. En La Ciudad de Dios, Agustín dirá
que Dios comprende todas las cosas con una estable y eterna pres-
ciencia.
Antes de terminar el libro XI de sus Confesiones, considera Agus-
tín que el hombre, para no ser disipado en el devenir de los tiempos,
debe fijar su alma en lo Eterno, esto es, en Dios mismo. Ora a Dios
pidiendo que los hombres “extiendan su consideración a las cosas
eternas, que son antes de las temporales y transitorias, para entenderte
a Ti, que eres antes de todos los tiempos y Eterno Creador de todos
los tiempos, y que ningún tiempo, ni criatura alguna, aunque sea
superior a los tiempos, es coeterna a Ti" 10.
Gilson cree que es obvia la relación que hay entre este concepto
agustiniano del tiempo y la psicología de la duración expuesta por
Henri Bergson, destacando la frase del párrafo 37 ¡ “¿Y quién hay que
niegue' que el tiempo presente carece de espacio por pasar en un
punto? Y. sin embargo, perdura la atención por donde pase al no ser
lo que es”. Esta noción de Agustín ha recibido la crítica de ser sub-
jetivista y de no hacer justicia a la objetividad del tiempo. No es el
caso de plantear esta discusión en este lugar, pero es evidente que
su análisis y su concepción son geniales, y que si se ha de llegar a
una concepción que dé lugar a una noción objedvista del tiempo,
» Ib id, XI, 36.
i» Ibid, XI, 40.
134
CUADERNOS TEOLOGICOS
tiene que ser tomando como punto de partida, y no desconociendo la
crítica agustiniana al objetivismo ingenuo, el cual ignora la dimen-
sión anímica del tiempo en el ser del hombre.
II
Luego de hacer este estudio de la noción del tiempo en San
Agustín, hemos tomado conocimiento de cómo considera Karl Barth,
el teólogo de Basilea, el mismo problema. Es interesante que también
lo enfrenta en la parte de su Dogmática eclesiástica que se refiere
a la doctrina de la creación. Agustín también se plantea el problema
en el mismo contexto, como hemos visto. Haríamos varias observacio-
nes sucintas acerca de la consideración barthiana del problema :
1. Mientras el tratamiento agustiniano del tiempo es un trata-
miento típicamente filosófico, del cual se pueden encontrar paralelos
en muchos escritos de la literatura filosófica de todos los tiempos, el
desarrollo que hace Barth gira constantemente alrededor de conceptos
y exégesis bíblicos, y se caracteriza por ser eminentemente cristocén-
trico. El tratamiento que hace el teólogo del tiempo es constantemente
referido a Cristo, y a la consideración que de “los tiempos”, más bien
que de “el tiempo”, hace la Iglesia a la luz de la revelación histórica
de Dios en Cristo, centrada en la Resurrección, de la revelación pre-
sente que es dispensada en el Espíritu Santo, y de la revelación futura
que es su esperanza en la manifestación triunfante del mismo Señor
que “resucitó, ascendió al cielo y está sentado a la diestra del Padre”,
v que dispensa a su Iglesia los dones de su Espíritu Santo. En este
sentido, podríamos decir que entre el tratamiento agustiniano del
tiempo y el que hace Barth no hay ni siquiera un punto común, de
comparación posible, sino que más bien, compararlos es mostrar, no
su oposición —porque uno es filosofía y el otro es cristología— , sino
su divergencia, dados los absolutamente diferentes puntos de partida.
2. Un punto de contacto entre el filósofo y el teólogo lo hallamos
en que Agustín sostiene que es en el presente en que nuestra alma
conoce, mide y compara los tiempos. En ese presente que abarca los
tiempos todos, se da el contacto del alma con la eternidad, que no
es negación del tiempo, sino asunción de los tiempos por el eterno
presente, que es en Dios. Para Barth, también se da en el presente
el contacto de la Iglesia con su Señor, también Señor de los tiempos.
En este sentido, los tres —el Cristo del pasado, el del presente y el
de la esperanza futura— tienen la misma importancia, y el menospre-
cio u olvido de cualquiera de ellos siempre trae un perjuicio para la
teología y la vida de la Iglesia ; “Los cristianos viven no menos en
LA NOCION DEL TIEMPO EN SAN AGUSTIN
135
la anticipación de El que lo viven en el recuerdo de El y que lo
viven simplemente con El. Y así, la proclamación de la Iglesia respecto
a El es no menos escatológica que lo que es soteriológica y neumato-
lógica : no menos proclamación de su f uturo y del fin del tiempo que
se aproxima junto con su futuro que lo que es proclamación de su
¡Misado, en el cual el tiempo tuvo no sólo su comienzo sino también
su centro — o que lo que es proclamación de su presencia, en la cual
el hombre se mueve desde ese comienzo y centro hacia la consumación
del tiempo" 11 .
3. Otra diferencia que es digna de consideración y de estudio es
la que tiene relación con lo señalado al principio de este estudio. La
búsqueda espiritual de Agustín, hemos dicho, es un anhelo de tras-
cender lo transitorio y mutable que se halla en el tiempo, en busca
de lo eterno e inconmovible que se halla en Dios. En el planteo
barthiano no se deduciría, como consecuencia, una búsqueda de su-
peración de la finitud temporal, sino una realización de la plenitud
de significado que puede tener el tiempo, lo transitorio de este tiempo
presente, como ‘‘el tiempo” en el cual la Iglsia —de la cual nunca
está separada el alma del creyente individual, sola ante la eternidad-
conoce la presencia y la acción de Aquel que realiza en sí la plenitud
de los tiempos, porque es su Creador y Señor. Esa Iglesia no espera
ninguna superación del tiempo ni cosa por el estilo, sino a Aquel,
“quien en vista del ayer y del hoy no te deja esperar una y otra vez
en pobreza y desesperación, que más bien llena con su plenitud cada
nuevo período, de modo que sería realmente una pérdida de tiempo
en el peor sentido de la expresión si alguien quisiera llenar el tiempo
que se le ha dado con acusaciones y quejas por Su ausencia, en vez de
estar una y otra vez agradecido a El por lo que El fue para ti, y en
vez de estar una y otra vez feliz por lo que El es para ti” 12.
11 KarI Barth. Kircliliclie Do gm afile , ITT: págs. 582-583.
12 KarI Barth, op. cit ., pág. 589.
NUESTROS COLAB( )R ADORES
EMILIO E. CASTRO es pastor de la Iglesia Metodista en La Paz,
Bolivia. Después de graduarse en la Facultad Evangélica de Teo-
logía, de Buenos Aires, y prestar algunos años de servicio pastoral
en el Uruguay, lúe becado por las iglesias suizas y estudió un año
en la Universidad de Basilea.
TOMÁS S. GOSLIN II es profesor ele historia eclesiástica y de teología
práctica en la Facultad Evangélica de leo logia.
MANUEL GUTIÉRREZ MARÍN es profesor del Seminario Evangé-
lico Unido de Teología de Madrid y director de la Escuela Bíblica
de Barcelona.
[OSÉ MÍGUEZ BONINO es profesor de Biblia y ética cristiana en la
Facultad Evangélica de Teología.
ANGEL M. MERGAL es profesor en la Universidad tle Puerto Rico.
JORGE CÉSAR MOTA es pastor de la Iglesia Presbiteriana en Brasil,
director del Departamento Cultural del Instituto Mackenzie en
Sao Paulo, y director de la revista Testimonium de la Federación
Mundial Cristiana de Estudiantes.
RUDOLF OBERMÜLLER es profesor de Nuevo Testamento y de
Historia de la doctrina en la Facultad Evangélica de Teología.
JULIO RUBÉN SABANES es pastor de la Iglesia Metodista de la
Boca, Buenos Aires, y profesor de doctrina cristiana en el curso
para laicos de la Facultad Evangélica de Teología.
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Facultad Evangélica de Teología.
LUIS A. SEGGIARO es miembro de la Iglesia de los Hermanos en
Villa María (Prov. de Córdoba, Argentina), donde ejerce su
profesiém de doctor en medicina.
DANIEL VIDAL es pastor de la Iglesia Evangélica Española en Zara-
goza, España.
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