DE3DB MI BELVEDERE
Colección de Escritores Americanos
dirigida por Ventara García Calderón
III
Desde mi belvedere
(Edición definitiva)
» i f08
ENRIQUE JOSÉ VARONA
Con una semblanza preliminar por Francisco
García Calderón y una carta autobiográfica
CASA EDITORIAL MAUCCI
Gran medalla de oro en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid 1907,
Budapest 1907 y gran premio en la de Buenos Aires 1910
Calle de Mallorca, núm. 166— BARCELONA
ES PROPIEDAD DE ESTA. CASA EDITORIAL
Enrique José Varona
Nos sorprendía en una democracia frenética la acción* de
esle patricio que opone la sensatez del Norte a la intensa
aventura de la libertad.
Su cultura sajona, tolerante y prudente, corrige era Cuba
los errores do los partidos y el romanticismo desmesurado
de la joven república. Porque se inclina ante su dulce ma-
gisterio, le ofrecen sus compatriotas, apasionados de toda
nobleza espiritual, funciones públicas que él acepta resignado.
Maestro sin adusla cátedra, director de hombres sin ambi-
ción violenta, sugiere y enseña libremente, venerado pero no
siempre seguido en las brillantes agitaciones de su isRa
encantada y próspera.
Acumula preeminencias como los grandes educadores de
nuestra América inquieta : filósofo y periodista, profesor fy
hombre de Estado, crítico y creador de valores, no se en-
castilla en un solo dominio del pensamiento o de la acción.
De su laboratorio de ideas desciende al foro tumultuoso e
invoca a Artemisa Agrotcra, entre los libros, dilectos de
su biblioteca, porque se ha fatigado en los comicios. No le
ENRIQUE JOSÉ VARONA
es extraño ningún aspecto del drama humano ni le son in-
diferentes las sonrisas y las «lágrimas de las cosas». Pasea
por los más sutiles órdenes su penetrante curiosidad. Sabe
que la vida del hombre is a tedious one y, para curar su
tristeza, contempla sin acritud la operosa mentira del uni-
verso.
Es filósofo de generosa doctrina, un positivismo sin limi-
taciones dogmáticas en que se conciliaran las influencias
de Spencer, de Fouillée y de Guyau. Le interesan la psico-
logía y la moral más que la metafísica, según la tradición
de los pensadores ingleses. En sus artículos, el filósofo se-
cunda al artista, el observador que acucia leyes, y fórmulas
al armonioso espectador. Aparece pronto, en medio a sus
libres reflexión^;, la idea pura a que ha consagrado horas
de austeridad. «No hay quimera igual, dirá, a la de creer
que nuestros juicios puedan nacer puros de toda mezcla
de afecto. Ese es su pecado original y para éste no hay
aguas purificadoras». Si el otoño le angustia con la gris
caducidad de las hojas, piensa que «nada persiste, ni aun
la idea» y que «cuando la naturaleza agita ante nosotros su
manto multicolor» olvidamos nuestra miseria y «quedamos
ciegos para la formidable agitación del torbellino que nos
arrastra en sus espiras infinitas». En el tórrenle d« las apa-
riencias medita como Heráclito: «de las entrañas mismas do
la humanidad sube un clamor eterno: cuneta fluunt, todo
pasa, todo huye». Cuando el obelisco habla en una ciudad
tentacular, Nueva-York, dice su mole rígida al frenesí de
los hombres ambulantes : «los he visto cambiar de traje, do
moradas, de gestos, de lenguaje, de ideas. No los he visto
cambiar de apetitos ni de pasiones». Un desconsolado pe-
simismo se levanta de acerbas páginas en que el estilo con-
serva, sin embargo, su gracia ondulante y su belleza. Ama-
blemente vuelve el observador a su farmacia recóndita y nos
DESDE MI BELVEDERE
da luego azucaradas pastillas en que va envuelta una fe me-
nor y una limitada esperanza. Pero no hemos olvidado
su lección. «La humarfidad es la perennie crucificada», re-
petimos, y buscamos en los cielos lejanos la sonrisa de un
dios. También nos agita un «insaciable anhelo de perpetui-
dad», una «quimera jamás satisfecha de vida sin muerte».
Ensayista como Rodó, González Prada y Cañé, Varona lleva
a sus menudas disertaciones, frente a la vida, una leve ironía
y un desencanto sonriente. De allí la perpetua claridad de s,u
prosa donde en vano buscamos la criolla retórica o las tre-
pidaciones de la pasión infatigable. Un don constante de
serenidad nos subyuga. Guando evoca estatuas y esfinges,
en sus cartas a ilustres sombras, en sus diálogos de suave
vagar intelectual, pensamos en un Renán que abandonara
repentinamente la «almohada de la duda» porque su isla
puede morir. Varona ha definido su actitud intelectual: es
«un átomo tocado de la manía razonante». Duda, explica,
analiza con implacable lucidez. En breves páginas condensa
prolongadas meditaaiones. Poetas y filósofos le acompañan
en su amable excursión a través de las almas y los libros.
Desde su «belvederes observa la vida circundante, claudica-
ciones y esperanzas, crepúsculos del ideal, inesperadas reac-
ciones del instinto domado. No lleva a su mirador la indife-
rencia de las estrellas remotas, de Sirio indiferente, a nues-
tra turbación. Le inquieta su predilecta democracia, Cuba,
que ensaya gallardamente la libertad. Deplora sus extravíos
con patriótica tristeza: «nuestro triste pasado se ha erguido
de súbito, escribe, para lanzarnos al rostro que en vano he-
mos pugnado, nos hemos esforzado y hemos sangrado tanto.
La generación de cubanos que nos precedieron y que tan
grandes fueron en la hora del sacrificio, podrán mirarnos
con asombro y láktiraá, y preguntarse estupefacta si es éste el
resultado de tsu obra, de la obra en que puso su corazón y
8 ENRIQUE JOSÉ VARONA
su vida». Varona sueña en su amada república ideal y sólo
encuentra la sombría prolongación del régimen odioso : «Cuba
republicana parece hermana gemela de Cuba colonial». De-
nuncia el despilfarro, el parasitismo de los funcionarios, el
desdén de la justicia, la dorada mentira de las elecciones, el
peligroso culto de la irresponsabilidad. Con discreta ironía
había explicado ya a Plutarco, «fabricante de grandes hom-
bres», que en esta Thule de América la historia «no es his-
toria sino epopeya», los hechos «no son hechos sino hazañas».
Del exceso de tanto bien, pensaba, nace tanto mal. «Tantos
superhombres juntos so sienten estrechos, se estorban unos
a otros y en cierto modo se anulan unos a otros. Tantas
cimas iguales hacen el efecto de una línea continua». Varona
político no sonríe ya ante su pueblo desorbitado. En revistas
y discursos, amonesta virilmente y dice su íntima inquietud.
Artemisa Agrolera, la «diosa del huso de oro» a quien van
sus votos dolientes, enseñará, al fin, a su «pueblo sencillo»
que la libertad es «un medio útil, necesario, indispensable,
pero sólo un medio para que reine y a todos proteja la ley
equitativa». Si Martí creaba con suntuosas metáforas y una
formidable energía, la libertad, Varona la conserva disertando
ingeniosamente bajo altivas palmeras, en la violencia del
sol. Y del océano Urgente se levantan nuevos mitos conso-
ladores.
Como Hostos, como Rodó, Varona asocia la acción y la
crítica, y abandona su ardua soledad si Calibán amenaza, con
su "brutal imperio, a pueblos infantes. No lamentemos, en
tan altos espíritus, esto viaje necesario de un país de bellas
quimeras a la insegura realidad. En un continente que se
organiza no cabe el orgullo de actitudes exclusivas. Rodó es-
cucha la sutil melodía de Ariel y propone leyes para la vida
obrera; Varona, filósofo y ensayista, es vicepresidente (de
una apasionada democracia. Ganan estas personalidades en
DESDE MI BELVEDERE
interés humano lo que pierden en erudición paciente y en
sabia limitación. Y cuando el nuevo mundo desorientado
busca razones para esperar, vamos hacia estas figuras cpó-
nimas que, como los héroes de antiguos pueblos legendarios,
nos enieñan a vfiv¡ir y a pensar, estudian el curso de los as-
tros y la avidez de los 6urcos, fundan ciudades, civilizaciones
y religiones.
Fkancisco García Calderón
París, 1917.
-♦<$►♦-
Una carta autobiográfica
Sr. don Ventura García Calderón
París
Muy distinguido señor mío :
Su amabilidad, sin quererlo usted, me ha puesto en grande
aprieto. Porque desea usted que le envíe unasi notas auto-
biográficas, y he solido mostrarme bastante escépüeo con
los escritos de esa clase. Pero ¿qué ho de hacerle? apuraré
el pequeño sorbo, de que no había creído beber.
Nací en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, poco anles¡ de
mediar el año de 1849. Mi padre, aunque de las más anti-
guas cepas del país, era un hombre completjamente mo-
derno; por su espíritu, por su variada lectura, y por la ex-
periencia que le habían dado sus largos viajes por América
y Europa. Puso tanto cuidado en prepararme para el cul-
tivo mental, que al mismo tiempo que traducía para imí,
del inglés, una gramática latina, según el método de Ollen-
dorf, me hacía aprender la lengua de nuestros vecinos del
Norte. Lo perdí demasiado pronto, pero han perdurado en
mí las huellas, si no de su carácter, de su inteligencia .es-
crutadora. Seguí la segunda enseñanza casi hasta el bachi-
12 ENRIQUE JOSÉ VARONA
llcrato, pero me casé, e interrumpí por entonces mis estu-
dios sistemáticos. Como tenía modo de vivir con indepen-
dencia, me entregué a mi afición, a la poesía y a la bella
literatura. Leí enormemente ; sin orden ni concierto, como era
natural. Me envolvió, como a todos los míos, la vorágine
de la guerra de los diez años, en que casi desapareció
mi fortuna personal.
Tuve entonces que dedicarme al periodismo y a la en-
señanza. Rehice y continué mis estudios, canalicé mis lec-
turas y empecé a navegar por el mar de los sistemas.
Había aprendido otras lenguas modernas, que me prestaron
no pequeño auxilio, poniéndome en contacto con muy di-
versas maneras de pensar. De todo ello saqué un bien que
juzgo inapreciable: saber que así como hay y ha habido
distintos modos de vivir entre los hombres, hay y ha habido
distintos modos de entender y apreciar la vida. Ya ni las
religiones ni las escuelas filosóficas pudieron encerrarme
en un círculo, mágico, sí, pero estrecho al cabo. No, no
he sido el hombre ligio de ninguna. He cultivado diversas
ciencias, especialmente la psicología; y he conservado y
conservo, como don precioso de mi risueña edad infantil,
el amor más profundo al arte inagotable, al arte, o lo que
se nos presenta como tal en la naturaleza; y al arte en
todas las invenciones humanas.
Por deber, y no por afición a las contiendas políticas,
he servida a mi patria en las tremendas luchas por la inde-
pendencia y en los años laboriosos de su organización como
pueblo moderno. Hoy contemplo con profunda tristeza la
caída de sus instituciones, reducidas a mero simulacro; pero
pongo la vista en lo pasado, y me consuelo pensando que,
aunque la agonía de éste es muy lenta, aunque parece revi-
vir a intervalos, no resucita, en realidad; y al cabo los hom-
bres y los pueblos van hacia adelante y se encuentran ¡un
DESDE MI BELVEDERE 13
día en campo nuevo y ante no previstas e ilimitadas perspec-
tivas.
No sé si esto es una nota autobiográfica, pero quizás diga
a usted más sobre mí que la relación escueta de los altibajos
ü<%. mi vida y de mi pensamiento.
Soy de usted, con la más sincera estimación, S. S.
Enrique JosE Varona
Habana, 2 de Julio, 1917.
♦♦!♦♦"
Para disculparme
A manera de prefacio
J'ai devino que les étres n'é-
taient que des images chan-
geantes dans l'universelle ¡Ilu-
sión, et j'ai été des lors enclin
a la tristes.se, k la douceur et
á la pitié. '
Anatole France
Tengo un amigo y deudo, persona discreta, culta y
afable, cualidades que naturalmente se hermanan, a
quien no ha de gustar el título de mi libro'.
Mi amigo es purista; y belvedere trae un husmillo
demasiado exótico. Pero no me costará tanto es-
fuerzo conseguir que se disimule el vocablo, en gra-
cia de la inocente malicia que me lo ha sugerido y
hecho preferir, como lograr qne me perdone el mi
pecaminoso que le antepongo. .
Mi amigo es, al menos en esta materia, de la es-
cuela del severo M. Brunetiére. Para ese adusto
moralista el pecado más nefando es la egolatría. Y
16 ENRIQUE JOSÉ VARONA
a sus ojos son ególatras cuantos prodigan el yo;
y los posesivos a latieres suyos; signo inequívoco, a
lo que parece, de sensual delectación en el excesivo
amor de sí mismo.
Pero me figuro que el mal, si mal hay, no está en
el pronombre, sino en el hombre. De mí sé decir que
lejos de usar ese posesivo por orgullo;, la uso< por
humildad. Quiero significar con él que cuanto va
c¡a estas páginas es lo que he alcanzado a ojear,
desde el pequeño mirador en que me ha colocado
ía suerte, pasado por el imperfecto tamiz de mis
nervios, y vaciado luego en los diminutos moldes
de mi fantasía. Fragmentos, trizas del vasto mundo,
deformadas por una sensibilidad ora aguda, ora em-
botada, siempre instable, como que voltea a todos
los soplos de la emoción.
Sutilizando un poco, se puede advertir que lo que
así doy, sin adobo ni condimento de falsa modestia,
es lo mismo que dan todos cuantos hablan o escriben.
No basta ocultar en lo más recóndito el yo, sujeto
a error y deslumbramiento. La luz de lo que lla-
mamos lo objetivo se quiebra y desvía ineludible-
mente al penetrar en cada cerebro; y lo mismo
el que habla en primera persona, que quien jamás
presume hablar de sí mismo, todos hacen sufrir
una doble o triple refracción a las impresiones que
reciben de lo externo, antes de devolverlas en signos,
que son, quiéranlo o no, el reflejo de su sola y
propia personalidad fugitiva, en aquel exclusivo mo-
mento de su existencia transitoria.
DESDE MI BELVEDERE 17
M. Brunietiére abomina las confesiones. Me atrevo
a insinuar que todo libro es nna confesión, o tío
es absolutamente nada. Flatus vocis. Y aun ese poco
de viento es la confesión explícita de la vacuidad del
espíritu que sonoramente lo lanza al mundo.
Ahora, si se me pregunta por qué me confieso;
me sería mucho más difícil contestar de un modo
satisfactorio. No tengo en verdad ningún motivo va-
ledero. Este libro podría perfectamente no ser im-
preso. Los pequeños artículos que lo forman po-
drían correr la suerte de otros innumerables, salidos
de la misma pluma. Pero me son más caros; porque
han logrado fijar, en forma menos imprecisa, algún
aspecto delicuescente de la vida que me circunda
y me arrastra; algún matiz momentáneo de mi es-
píritu, en el instante fugaz en que, desde la cresta
de la ola movediza de la conciencia, pudo contem-
plar, a la iluminación de un relámpago, algo del
mar inmenso, donde poco después había de confun-
dirse, antes de zozobrar para siempre.
Porque en ellos me parece que he logrado decir
mejor que otras veces lo que he sentido hondamente
cada vez, por eso los publico de nuevo. No sabría
disculpar con razones de mayor peso el haber pro-
curado un día más de vida a estas hoja» efímeras.
20 de Judio, 1905. 1 1
-♦<£♦♦
9
Semana de Pasión
«Life time's fool
No hay contraste más profundo y doloroso que el
que nos ofrece la naturaleza, en la sucesión cons-
tante de sus períodos de sopor invernal y rejuve-
necimiento, y la vida humana con su decadencia]
progresiva e incontrastable, hasta la extinción de-
finitiva. En la una, la muerte es un eslabón de la
cadena de las vidas. En la otra, todo surge piara ex-
tinguirse, todo florece para marchitarse, todo arde
para apagarse, todo nade paral morir. En vano que-
remos asirnos al goce fugitivo, a la ilusión alada,
a la idea que se desvanece, al efecto que se trans-
forma, a la pasión que galvaniza un instante y ani-
quila por años. En vano queremos detener el tiem-
po, fijar la emoción que nos embriaga; en vano pe-
20 ENRIQUE JOSÉ VARONA
dimos un instante de reposo, la tregua de algunos
días para sentirnos felices y seguros de nuestra
felicidad. El tiempo vuelve indiferente hacia nosotros
su rostro multiforme, donde cada hora imprime un
nuevo gesto; y se aleja condenándonos al vaivén
constante, a la instabilidad perpetua, al cambio, que
es lo único eterno.
En su insaciable anhelo de perpetuidad1, en su
quimera jamás satisfecha de vida sin muerte, el
hombre apela a la imaginación, para dorar sus en-
gaños con el resplandor de la poesía o el misticismo;
y crea los símbolos que son la vestidura humíllele
o espléndida de los sistemas de ideas y sentimientos
que llamamos religiones. Por eso, aunque varios
en la forma, sus mitos son semejantes en el fondo;
y los vemos transformarse, pasar de pueblo a pue-
blo, de siglo a siglo, con la misma oculta significa-
ción, con igual sentido profundo.
Hoy las matronas y vírgenes cristianas lloran la
muerte y celebrarán mañana la resurrección del
Hombre-Dios. Como hace siglos las doncellas sirias
sollozaban sobre el cadáver de Adonis, que habían
de festejar, con himnos de júbilo, restituido a la
vida, a la juventud, a la belleza. ¿Qué importa a ,las
imaginaciones místicas qUe sean estas escenas con-
sagradas, transformaciones antropomórfico de algún
Viejo mito solar? Lo que las cautiva, lo que las
atrae es que prometen— también al hombre— nueva
vida, vida eterna, gozo infinito después de las angus-
tias de la pasión. i
DESDE MI BELVEDERE 21
¡Ah! para ellas dura una semana. Y, sin embargo,
nuestra pasión es eterna. La humanidad es la pe-
renne crucificada. Y cada uno de nosotros, si iejn
alas del entusiasmo, de la fe, del amor, llega alguna;
yez a una cumbre resplandeciente, a un Tabor lu-
minoso, donde ha podido descubrir perspectivas de
belleza infinita y escuchar concentos de inefable
armonía, ha sido para rodar después despeñado
a un abismo insondable de miseria, donde en la obs-
curidad de una noche pavorosa, sólo le queda la
conciencia suficiente para contar los instantes de Su
lenta disolución, que lo empuja a la nada.
Marzo, 89.
•>♦$►♦-
"No smoking"
Un discreto y ameno escritor, ©1 señor Hernández
Miyares, que se encuentra de paseo en la ciudad
imperial, nos ha transmitido sus impresiones neoyor-
kinas. Leyéndolas, por cierto con mucho agrado, di
con un párrafo en que el criollismo del señor Her-
nández se mostraba mortificado, porque sus ojos
tropiezan por todas partes con esta recomendación
fatídica: No smoking.
Las misteriosas letras de fneigo, que vio dibujarse
sobre el muro sombrío, no espantaron tanto al re-
calcitrante Baltasar, como al escritor cubano estiel
impertinente No fuméis, que a|>aga el cigarro en
su boca de fumador empedernido. ¿No fumar? Pero
eso es un horrible castigo para los cubanos. ¡Es
como obligarlos a nx> andar sino de frac. Estol dice
el señor Hernández. Y comprendía la abominación
del anexionismo. i
Sin duda nuestro viajero recordaba, y la boca
se le hacía agua, la sabrosa llaneza coa que) acá se
24 ENRIQUE JOSÉ VARONA
fuma en todas partes, ten la cocina y en el comedor,
en ¡el salón y en la alcoba, antes y después $e\ baño,
antes y después do las comidas, en los ómnibus y
en los carros, en los parques y teatros, dando |el
brazo a una señora y a la cabecera de un enfermo.
Esta; atmósfera humosa, saturada de nicotina, debe
ser tan natural al pulmón de un cubano, como su
ambiente acuoso a las branquias de un pez. No está
probado que la salamandra viviera en el fuego; pero
está visto que nosotros podemos vivir y recrearnos
en el humo. Lord Brassey nos hizo— ¡ay sin sospe-
charlo!— el más delicado elogio, cuando escribió esta
frase, que quizás se le antojaba epigramática : Smo-
king is the universal ocwpation in this land of in-
dolence.
Es indudable que este hábito de fumar en todos
lados y sobre todo el mundo es eminentemente de-
mocrático, y aun tiene algo de ascético. Establece
la igualdad de todos los ciudadanos ante la morti-
ficación. Es enemigo jurado de todo privilegio. Mi
vecino me ahuma y yo 1q ahumo. Si yo huelot {a
tabaco, ¿por qué no ha de oler también el que se
sienta a mi lado? El fumar forma parte de nuestros
derechos inalienables. Quizás forme el todo. Porque
si es verdad que un. simple ejecutor de apremios,
por decreto de un empleadillo, puede allanar mi
domicilio; y un soldado armado de pies a cabeza
me puede llevar al vivac porque le di un encontrón;
y el fisco puede poner en entredicho todos mis de-
fechos civiles, si no le he pagado la cédula; y el
DESDE MI BELVEDERE 25
gobierno, cuando le viene a cuento, me viola la
correspondencia; y el Estado dispone de mi ha-
cienda sin mi intervención y riéndose de mis pro-
testas; y la venalidad y el privilegio hacen irrisión
do cualquier demanda de justicia que interpongo;
al menos puedo fumar, sin que ningún ujier hosco
me grite: «Guarde reverencia.»
Comprendo que nuestro viajero se haya indignado
contra ese imperioso consejo, que recuerda tan
inoportunamente que no vive uno solo en el mundo,
y que no se puede aficionar a saciedad1 el aire que
otro respira. Y me explico que, si alguna vez sor-
prendió en el claustro de su conciencia tal cual ve-
leidad de anexionismo, haya abjurado de ella con
horror en el smoking room, entre las aromáticas es-
piras de humo de su rico habano. Quizás le pare-
cería que un misterioso dedo iba trazando con ellas
geroglíficos de extraña significación, caracteres hie-
ráticos que desarrollaban un dogma singular, refrac-
tario a nuestros usos, a nuestras ideas, a nuestra
sangre, a nuestro criollismo bonachón y egoísta, que
gusta de salirse con la suya, aunque se apeste al
prójimo. (
No smoking. Es decir, recuerda que todos te res-
petan y que debes respetar a todos. Recuerda que
tu vecino del momento tiene los mismos derechos a
tu consideración, que tu vecino permanente. Re-
cuerda que tus gustos no deben convertirse en el
disgusto del que te acompaña. Recuerda qu& la má-
xima primera del código de la buena sociedad es:
26 ENRIQUE JOSÉ VARONA
no molestes. Y recuerda: que el hombre bien educa-
do debe considerarse siempre en buena sociedad.
No smoking. Es decir, para el buen concierto de
los individuos en comunidad no hay nada insigni-
ficante. La lesión del derecho más pequeño resulta
enorme. No prives a nadie de su aire puro. Respeta
su olfato. No Id irrites los ojos. Te indignas porque
un desconocido te ha pisado un pie. Pues páensja
que con idéntica: razón se indigna él porque leí arrojas
a la cara una bocanada de humo. A ti te parece aro-
mático, a él puede parecerle nauseabundo. Te mo-
lestias si te salpican de lodo. Otro puede molestarse
porque le impregnas la ropa de olor a tabaco. Te
exasperas porque esa buena señora sube al ómnibus
con su falderillo. Pues a la buena señora tu cigarro
leí produce mareo. Lo conveniente para todos es,
ni perro, ni cigarro, ni lodo, ni humo. Piensa siemprie
qUe la presencia de otro limita tus antojos, en la
misma proporción que tu compañía limita los suyos.
No se ha inventado, ni se inventará otra fórmula para
andar en paz y sosiego por el mundo.
Dichoso Robinson, estaría pensando el señor Her-
nández Miyares, dichoso Robinson, que es el único
sajón que ha podido fumar a sus anchas, y eso
mientras estuvo solo en su isla. Porque de seguro,
desde que fué Friday a aumentar la población, él
mismo tomaría un tizón del hogar, y escribiría con
gruesos caracteres de tizne por las paredes de su
cabana: No smoking. ¡
Julio, 1894* , , , |
Otra, otra infortunada
«I see, a man's life is a tedious o e.¡»
La sensación más horrible de aislamiento, la an-
gustia más asfixiante de soledad, no son las qtitej se
experimentan en lo intrincado de unja selva 0 lela
las entrañas de un túnel, sino las que caen aon piesd
enorme sobre nuestro espíritu en medio de la mul-
titud afanosa de una de las Babilonias modernas.
El rumor sordo de tantas voces extrañas, la inter-
minable sucesión de tantos rostros desconocidos e
indiferentes, al andar rápido d£ tantas figuras que
yan a perderse, a diluirse en la masa informa que:
avanza, se codea, se íes truja y pasa como río titf
muchas aguas, quei se desliza o stei precipita hacia el
mar inmenso, nos dejan la implosión dtí algo ím>
28 ENRIQUE JOSÉ VARONA
personal formado por millartes de personas, del ano-
nadamiento de la voluntad individual, de la pasión
personal, en ese torbellino, cuyas moléculas son se-
res sensibles y apasionados. ¡Qué pequeño se ve
uno a sí mismo, simple unidad entre centenares de
millares! ¡qué pobre e insignificante la emoción que
nos sacude, el anhelo que nos impulsa, ante esa in-
diferencia suprema que nos envuelve en su atmós-
fera glacial! La indiferencia de los que no nos co-
nocen, ni nos han de conocer jamás. La del tantos
corazones que jamás vibrarán con el nuestro. La de
tantas almas que jamás adquirirán por qué se di-
buja una sonrisa en nuestros labios o empaña una
lágrima nuestros ojos. El hombre que pasa. Es algo
infinitamente más triste que la ola, que la nube, que
el pájaro, que todo lo que se: va sin dejar humilla,
en el perenne fluir de la naturaleza.
Cuántos dramas punzantes, cuántos lúgubres des-
garramientos del alma, de esos que refieren ¡sin
emoción las noticias generales de los periódicos, se
explican por ese vertiginoso sentimiento de ¡aban-
dono de que puede sentirse poseído un ser aislado,
entre el tumulto de tantos millones de vidas extrañas,
sin ningún suave contacto con la suya. Así discu-
rría yo, leyendo algunas líneas de un papel am'eri-
ciano, al mismo tiempo que llegaban a mi oído los
últimos rumores de la gran metrópoli neoyorkina,
ciuya respiración se iba apagando, al entregarse al
breve reposo de las altas horas de la nochfe.
Estas líneas referían con laconismo frío la patética
DESDE MI BELVEDERE 29
historia de una joven extranjera, que había sido
conducida aquel día al hospital de ©ellevue, ieirt-
venenada por su propia mano. Era muy joven, era
muy bella, artista y enamorada, no de un hombre,
sino del ideal. Había nacido muy lejos, en la pe-
queña ciudad rusa de Voone, de raza hebraica; pero
su educación había sido completamente occidental,
como que la había recibido en Dusseldorf, en Ale-
mania. Vaivenes de fortuna la arrojaron con su
madre, viuda, a las playas americanas. Allí había
paladeado todas las amarguras de la pobreza en
tierra extraña y del aislamiento entre el hormigueo
ansioso de la multitud innumerable. Su espíritu, que
no encontraba otros afines donde espaciarse, se re-
plegaba en sí mismo; y sólo se comunicaba con el
mundo, que se le representaba duro y hctetil, por
la lectura asidua de los grandes poetas. Los amigos
cíe la niña extranjera, que recorría indiferente las
magníficas avenidas de la ciudad imperial, eran Sha-
kespeare, Shelley, Byron, Goethe, Schiller, Heine.
De su poco roce con la realidad y de su perfecta
compenetración con la más elevada poesía resultó
el refinarse su sensibilidad hasta adquirir carac-
teres morbosos. Por largo tiempo rehusó prestar oído
a muchos galanes, que atraía su extraordinaria be-
lleza. En todos descubría presto la parte sórdida
del natural humano. Y ¡esquivaba su contacto como
una profanación. Al cabo, un joven, Carlos Mar-
khof, se le hizo más acepto, y en el pasado mes de
Maj'o le entregó su mano.
30 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Sobre esta nueva y decisiva experiencia de la vida,
la joven ha sido muy reservada. Pero muy pronto
se la vio desviarse de su esposo, entregarse a Uu
ocupación favorita, leer y componer versos, y ma-
nifestar agravada su anterior naelancolía. Estaba con-
denada a la soledad. Quería mi compañero para
su alma, peregrina entré tantos cuerpos como suben
y bajan por las calles interminables de la ciudad
inmensa. No lo había encontrado. Entonces resol-
vió morir.
Su despedida fueron unos versos escritos en he-
breo, que se encontraron entre las hojas de uno
de sus libros, una versión alemana de Homero. Son
Un rayo de luz blanca eme baja hasta el fondo más
sombrío de un alma.
«Está helando, i Qué deliciosa es la sensación del
aire frío! Quisiera poder envolverme y perjderme
en el torbellino de esta blanca tempestad.
» Cuando llegue el momento supremo, entonces des-
pertaré, pero ¿a qué? Este pensamiento me espanta.
¿Cuál íes el fin?
»¡Oh! ¿por qué habré nacido para sufrir esta
mofa de la vida? Sólo cuando duermo, vivo real-
mente. ¡Qué no pudiera sostenerme con una fuerte
cadena! ¡quisiera poder escalar las más altas cimas
de la virtud, lejos, muy lejos de toda tentación.»
La pobre Ida Markhoff fué a ponerse al abrigo
de toda tentación en el seno frío de la muerte. Su
Maldad no la espantaba; porque más fríos habían
sido para ella tantos corazones helados, tantos ros-
DESDE MI BELVEDERE 31
Iros glaciales. No tenía aún veinte años, y ya habíd
visto, como la Imógenes del poeta, que no hay peso
más abrumador que el de la tediosa vida humana.
I see, a marís Ufe is a tedious one.
Nueva York, Agosto, 94.
-♦♦$►♦-
Anacronismo pertinaz
A propósito de «Mis duelos >:
A>
Sería curioso preguntar ¿quién defiende el duelo?
Moralistas y legisladores lo han condenado a porfía.
Los satíricos lo han hecho blanco de sus epigramas.
Hasta los duelistas reniegan de él. ¿Qué le queda?
Antes de contestar, sería bueno traer a la memoria
que el moralista puede llamarse Proudhon y acep-
tar un reto de Félix Pyat; y ese legislador puede
entender que el duelo ilegítimo en un paisano, es
necesario en un militar; y aquel satírico es capaz
de mandar sus padrinos a uno que le mordió su
sátira contra el duelo. No hay que fiarse.
El duelo, como otras muchas cosas absurdas, tiene
34 ENRIQUE JOSÉ VARONA
pocos panegiristas públicos y muchos subditos su-
misos en secreto. Si vamos al fondo, al verdadero
fondo del asunto, sacamos en consecuencia que el
mayor número de los que se baten, se baten por pusi-
lanimidad. El caso de Proudhon, al que he aludido, es
inicua prueba de ello. Hombre tan despreocupado, que
combatió tan de frente rancios abusos y arraigados
privilegios, a La segunda vez que lo desafió Pyat, con-
fesó que no se atrevía a resistir, ein ese punto, a la
opinión.
Esta franca palinodia quita por completo el antifaz
sü ídolo, y nos lo deja ver tal cual es. No se va
al campo por enderezar entuertos, que se quedan
torcidos, ni por lavar honras, que se quedan man-
chadas, sino porque se sepa que se ha ido al campo.
Los duelos por odio son cada vez más raros; y
si se mira con cuidado se verá que, en los más de
estos casos, la pasión homicida ha sido exacerbada
por la publicidad, por el escándalo. Hay quienes
tienen en alto precio su existencia, y se van a dar
de estocadas o tiros por un motivo^ fútil. Es que
tienen más miedo a la nota de cobardes, que a las
cuchilladas o los fogonazos. Si fuera posible envol-
ver los duelos en el más profundo secreto, tapar
todas las rendijas para que no se traslucieran, no
diré que de un golpe se acabaran los desafíos, pero
sí que disminuían de golpe lo menos el noventa por
ciento.
Precisamente las solemnidades de que se hacen
preceder y los rodean, la intervención de varías
DESDE MI BELVEDERE 35
personas, las discusiones, las actas, que! siempre en-
cuentran el modo de deslizarse al bolsillo de algún
periodista, todo ello contribuye a la publicidad y
es ya una forma de publicidad1. El Argos, llamado
la opinión, tiene ya abiertos algunos de sus cien
ojos, y con eso basta para fascinar a las víctimas.
Hay que inmolarse al qué dirán. Por eso mientras
más notoriedad disfruta la persona, por su jp¡ro-
fesión, por su sociedad habitual u otra circunstan-
cia semejante, más en riesgo está de dejarse arrastrar
a ese insigne depropósito. Ya se ha notado que en
nuestros días la epidemia de los duelos se deba par:
ticularmenle en los periodistas, los políticos y los
militares.
Los duelos, se dice, tienen por objeto, defender el
honor, son lances de honor. Y aun se añade que el
sentimiento del honor es cosa moderna. Si se en-
tiende por tal el que va a depurarse a veinticinco
pasos de la boca de una pistola, con asistencia de
cuatro testigos y aun de algunas docenas de. curio-
sos, puede muy bien ser. Pero si el honor no (es
sino la medida, más o menos exacta, del valor so-
cial de cada individuo, es decir, del precio que la
sociedad atribuyte a su persona por las cualidades
útiles que le reconoce o supone, ha existido siem-
pre. Alcibiades, que no se inmuta por un palo, tenía
honor. Cuates y Carón, abofeteados, lo¡ tenían; tam-
bién; y el primero denuncia el daño para que el
desprecio público lo castigue, y el segundo mi si-
quiera (estima que le han inferido daño. Advierto
36 ENRIQUE JOSÉ VARONA
que leí castigo del desprecio público recayó sobre
Nicrodomas que fué el agresor, no sobre Crates,
que fué el agredido. } ,
¿Por qué la opinión, dispensadora de los diplo-
mias de honor, ha de exigir que el agredido se con-
vierta a su vez en agresor, y en lugar de ser uno,
sean dos los bru tales o violentos? Es uno de los
muchos casos de atavismo que se pueden señalar
en nuestra época, que se tiene por refinada. Los
siglos de violencia, que siguieron a la disgregación
del imperio romano, han dejado esta herencia san-
grienta. Es una costumbre1 bárbara que se sobrevive,
y qué hoy se mantiene artificialmente merced a la
gran publicidad de nuestros tiempos. Tiene el falso
prestigio de lo antiguo, y para muchos pueblos nue-
vos, como el nuestro, el de ser practicado fuera y
lejos. Sobre el instinto heredado se ingerta el des-
lumbramiento de la moda de París.
Por todo esto resulta que, aunque el duelo, el duelo
serio, va de capa caída, no hay que creer que va
de vencida. Los lances de aparato, que bastan para
satisfacer el honor con aplauso de la gallería, se
multiplican. Y nadie sabe si lo que empieza en saí-
nete acaba en tragedia. No dudo que se puedan
encontrar remedios sociales contra el duelo, como*
la Anti-duelling Society que inventaron los ingleses,
o esa resurrección del antiguo tribunal de los Ma-
riscales, que prestó, según dicen, buenos servicios
en Fraucia, y que recomienda M. Tarde, o el ju-
rado especial para la protección legal del honor
DESDE MI BELVEDERE 37
que ha preconizado M. Beaussira Pero entiendo quo
se Le ha de combatir, sobre todo, en su mismo
terreno, en el terreno de la opinión; y por su ver-
dadero lado flaco, por lo que tienel de absurdo y
muchas veces de ridículo. Para esta obra de recti-
ficación juiciosa de tan arraigado extravío, que ha
de ser lenta, los más abonados son los mismos due-
listas, cuando por suerte pasan a la categoría de
arrepentidos. Si se deciden, como le ha pasado al
señor Varona Murías, a decir sin ambajes todo lo
que su experiencia personal les ha enseñado y todo
lo que piensan de ese remedio heroico del honor,
a que tantas yeoes han apelado, su testimonio de
calidad no puede menos de hacer impresión en los
mismos que han formado su cortejo de admiradores,
y donde se recluían sus discípulos. Si los sacerdotes
se encargan de desacreditar el oráculo, a los cre-
yentes no queda más remedio que dispersarse y bus-
car por otro camino la salud.
Confesiones como éstas de «Mis duelos» no tendrán
el valor literario de las famosas del filósofo de
Ginebra, pero son más útiles para la higiene social.
Noviembre, 94.
'♦♦!♦♦-
Mi tarjeta
Estamos en época de cambiar civilidades. A falta
de buenas obras y servicios efectivos, no está mal
que so cambien tarjetas. Es cómodo y cuesta poco.
Por no jgastar, ni siquiera gastamos palabras. Se
pone iel nombra Esto quiere decir: «Deseo a usted
mil felicidades». Hay quienes añaden algún apodo
rimbombante, quiero decir, algún título de marqués,
sin marca que defender, o de conde, sin príncipe
a quien acompañar, y esto significa: «Deseo a usted
ventura, y córrase, de paso, de llamarse a secas
Fulano de Tal.» Por si alguno se corte de no tener
apéndice qtie añadir a su nombre, le recomiendo
el expediente de Villiers de l'Isle Adam, que des-
pués del suyo agregaba este pomposo estrambbte:
Candidato a la sucesión de los reyes de Chipre y
ie Jerusalén.
40 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Como el cargo de candidato está al alcance de todo
el mundo, nadie podrá quedarse sin título, sino por
su gusto.
Hay también el gran recurso de los ex. Aquí en-
tran los ex-ooncejales, ex-diputados, ex-senadoras y
demás. En es I a categoría me pareció admirable una
tarjeta que cayó en mis manos ha pocos días, y
on que se lee: N. iV., antiguo funcionario de policía,
cesante (porque sí).
Como, recurso desesperado quedan los títulos de
la parentela, a que se puede aludir de manera más
o menos discreta. Por modelo puede' tomarse la
tarjeta que asegura cierto escritor haber visto en
Pan ticosa, y que decía: X. de Z., primo del conde
de K. O la de un francés, que consignaba este de-
talle histórico: Hermano del general Z, herido en
Sebastopol.
Esto nos indica de paso que la tarjeta puede pres-
tar más de un servicio. En ocasiones, co.'mo esta de
fin de año, hacemos de la cartulina que lleva nues-
tro nombre la moneda fiduciaria del afecto. Por
eso sin duda se ha propuesto ya establecer entre la
gente é& buen tono una especie de clearing house,
que lies ahorrará del todo la molestia de intentar
siquiera la visita. Se establecerá un depósito central,
a donde acudirá el lacayo de la señora Y, por ejem-
plo, recogerá las tarjetas depositadas para la señora
y dejará las que ella envía a todas sus amistadas.
Pues parece que vamos perdiendo el gusto y la
aptitud para las delicias de la conversación amena
DESDE MI BELVEDERE 41
y chispeante, que dio color y sabor a la vida ide
sociedad en época no muy remota, ese sistema tiene
positivas ventajas. Y no pierde nada de su mérito,
ponqué no sea tan original como lo supone quizás
5ii inventor. Sobre las grandes ideas pesa siempre
la fatalidad de que ya se le han ocurrido antes &.
otro. Eu 1770 un consejero del Parlamento de Pa-
rís colocó dos cajas a la puerta de su morada, una
vacía con este rótulo: «Para las tarjetas que me
traigan», y otra atestada de tarjetas suyas, con este
aviso: «Tomad una».
La tarjeta anuncio es muy antigua. No necesitó
de los americanos para venir al mundo. En esta
clase es típica la de un señor madrileño, que se
ahorraba avisos en los periódicos de este modoí:
«X. X.; concejal, Gran Cruz de Carlos III.— Calle de...
núm... Casa propia (y otras varias).» Mucho más mo-
derna es la tarjeta con profesión de fe. Sirva de
ejemplo la de un Mr. Rousseau, que acotaba su
nombre así: Arquitecto, cuya familia no desciende
del filósofo impío.
Los inventores de la tarjeta dicen que fueron los
chinos. El invento es adecuado a esos grandes sim-
bolistas, que presentan a sus deidades ofrendas pin-
tadas, y hacen rezar a una especie de molino, de
donde salen las oraciones impresas en tiras de papel.
La realidad se esconde tanto, que bien podemos
decir que todo es signo. Vaya, pues, la tarjeta a
llevar nuestra felicitación; que su eficacia dependerá
siempre del espíritu con que se envíe y con que
i
42 ENRIQUE JOSÉ VARONA
se reciba. El nombre, que se destaca en negro sobre
la blanquísima cartulina, saludará a éste con frial-
dad, a ése con respeto, a aquél con afecto, al otro
con efusión; y arrancará aquí un mohín, allá una
sonrisa, avivará quizás una chispa en los ojos, y
tal vez, tal vez encenderá el rubor en alguna mejilla.
Es que ten vano se alejan los hombres, y ponen
entre corazón y corazón la barrera de¡ costumbres
artificiales. El cemento de la vida social son los
afectos; y lo que da preicio y verdadera significa-
ción a las relaciones sociales, cualquiera que sea
su formia, y a los actos que las simbolizan, es la teimo-
ción que los anima. Un saludo siempre es una señal
de asociación, un santo y seña de benevolencia mu-
tua, una promesa de concordia. Dos cabezas que
se inclinan, son dos manos que están prestas a jun-
tarse. Saludémonos, pues, siquiera sea de lejos, aun-
que no sea sino una vez al año. Recibe, lector amigo,
íni tarjeta.
31 de Diciembre, 94. ,
'♦«♦♦-
Dreyfus
Vivimos ahora tan de prisa y solicitan a laj Vez
nuestra curiosidad tantos sucesos, grandes y piequfci-
fios, fútiles e importan tes, que se necesita nna sa-
cudida muy intensa para detener algunos momentos
nuestra atención. Antes, en la penumbra de la vida
monótona, bastaba un rayo de luz para atraer los
ojos. Hoy, cu el pleno fulgor de la! publicidad! moi-
derna, so requiero poco menos que la descarga eléc-
trica, para hacernos volver la cabeza.
Dos lastimosas tragedias han tenido por escenario
á Francia, en estos últimos tiempos. Últimos, si as
que ya seis meses no son algo remoto. La una puso
espanto en los corazones, y despertó en muchos
indignación, conmiseración en iodos. La otra, aun más
triste, ha pasado poco notada para la ge|nenailid'aid
le las gentes.
44 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Gala Caraot en Lyon, pierio rado el ¡vientre por el
puñal de un fanático furioso; y la sociedad fran-
cesa y la sociedad universal «"lie los hombres civili-
zados sintieron la herida. La demencia visible del
pigmeo que se lanzaba de frente contra el orden
social, con el ímpetu ciego de la fiera hipnotizada,
no bastó para servirle de escudo; y el Briareo, que
se llama el Estado lo pulverizó entre los dedos. Ese
fué el epílogo poco interesante de una catástrofe es-
truendosa.
No ha muchos días colocaban en París ante cinco
mil soldados y concurso innumerable de pueblo a
un hombre joven, pero encanecido, de ojos profundos,
que brillaban con fuego extraño. Vestía el uniforme y
tes insignias militares. Llevaba ceñida la espada!. Las
vestía y la ceñía por última vez. Siete hombres,
reunidos en secreto, lo habían declarado indigno
de llevarlas; y sin necesidad del hierro candente
de las edades harteras, habían marcado su frente
con el estigma indeleble de traidor. Olro hombre
¿e acercó al reo y con lentitud tremenda fué arran-
cándole una a una sus insignias, uno a uno los bo-
tones blasonados de su traje, y le desciñó por úl-
timo la espada, que hizo brillar siniestramente des-
nuda, para romperla luego con horror. Pero no era
ese el espectáculo más extraño. El hombre encane-
cido se erguía más a cada ademán del victimario,
y con voz entera y vibrante los acompañaba con un
solo grito: «¡Viva Francia!» Cuando su espada cayó
al polvo hecha pedazos, sobre los aullidos de la
DESDE MI BELVEDERE 45
multitud furiosa, sobre el ronco y siniestro redoble
de los tambores, resonó aún su acento profundo, que
exclamaba: «Soy inocente».
Esa exhibición siniestra deja la impresión de los
cuadros más lúgubres de la historia. Hay algo es-
pantoso en la visión de ese hombre a quien pe
deja intacto el cuerpo, y se le tortura el espíritu.
Nadie le toca las carnes, pero le arrancan a girones
el honor. El sayón no lo azota, pero las palabras in-
famantes lo hieren, como puñales envenenados, en
su nombre, en su reputación, en sus afectos. El ver-
dugo no le monta a horcajadas en los hombros,
no le talonea los costados; pero un hombre, en
nombre de un pueblo, le pisotea su dignidad. ¡Y la
turba ciega pedía frenética su sangre, cuando ese
hombre va a vivir atormentado por las furias de
esos recuerdos de ignominia! El 0 restes moderno no
es menos trágico que el antiguo. No; tos mucho
más trágico. Porque este hombre, ayer ciudadano
respetable, servidor devoto de su patria, hoy de-
gradado, aherrojado, excomulgado, lapidado, no se
ha sometido, no ha abrazado el ara de ningún dios
como suplicante; sino que ha permanecido erecto
bajo el peso abrumador de la acusación, de la sen-
tencia y del desprecio público, y ha protestado su
inocencia.
Sus jueces lo han declarado culpable por unani-
midad. Su defensor, no menos íntegro, no menos
francés que los jueces, ha continuado sosteniendo,
después del veredicto, que es inocente. No se puede
46 ENRIQUE JOSÉ VARONA
pensar, sin frío ¡en ¡el alma, en la falibilidad del
juicio humano, en las dificultadles a veces insupe-
rables de la prueba judicial, en las seducciones ocul-
tas del sentimiento exacerbado por el espíritu die
clase, por los prejuicios del patriotismo, por el te-
mor de ser o parecer débil; y resulta clara y se
muestra exigente la convicción de que la sociedad
no debe rodearse' nunca de misterio para juzgar a
uno de sus miembros. Cuando la colectividad entra
en litigio con el individuo, por lo mismo que ella íes
omnipotente y él impotente, le debe, al menos, partir
el sol por igual, y acusarlo y oir sus descargos
a la plena luz del día.
Si Dreyfus es criminal, su crimen es horrendo.
Pero la grandeza misma de la patria ultrajada, ven-
dida por el hijo indigno, exigía que no pudiese flotar
la sombra de una duda sobre la majestad de su jus-
ticia. Se discurre con horror sobre las consecuen-
cias de la traición, sobre los males sin cuento que
la venialidad o la debilidad o la pasión de un hombre
puede desatar sobre millones de seres humanos, uni-
dos a él por los vínculos de la sangre y del las leyes.
Pero, nadie sabe a ciencia cierta de cjíié se le acusa,
cómo se le ha probado el crimen, cómo se ha de-
fendido, qué le haln imputado, qué lía alegado. Y
al pasar de nuevo por los ojos las imágenes vagas
de su horrible suplicio, del hombre encanecido mi-
rando con ojos cavernosos la consumación pública
de su ignominia, sin encorvari.se, sin doblarse, ape-
ando a una verdad oculta que parecía yelr con
DESDE MI BELVEDERE 47
fijeza ten lo profundo de su conciencia, no es posible
que deje de acudir al espíritu sobrecogido esta pre-
gunta temerosa: ¿Y si es inocente?
Enero, 1895.
■><$►♦-
El naufragio de "El Elba"
5"»
Los que no se han visto nunca entre una multi-
tud poseída de terror súbito, no pueden darse cuenta
víabal de las tremendas pasiones que dormitan en el
fondo del ser humano. El único espectáculo seme-
jante es el que presentan los pueblos enfermos, cuan-
do se producen en ellos algunas de esas convulsiones
que revelan, de cuándo en cuando, la diátesis que
los mina. En uno y otro caso el poderoso resorte
comprimido, el egoísmo feroz mal enfrenado, pol-
la vida normal, salta con violencia, recupera en un
instante su terrible ascendiente, y se despoja sin
miramientos de su máscara engañosa. El hombre,
íuclve a ser la fiera primitiva, aguijada hasta el
frenesí por el terror de la muerte.
50 ENRIQUE JOSÉ VARONA
A pocas millas de la costa de Holanda, envuelto
en J,a. niebla untuosa del mar del Norte, navegaba
una madrugada del último Febrero, uno de los co-
losales trasatlánticos del Lloyd alemán, atestado de
pasaje para América. Reinaba a bordo la calma
pesada de las horas del sueño profundo, agravada
por el frío intenso. De pronto la enorme máquina se
sacude estremecida, y cruje como si se desgarrara
toda al choque de una lanza monstruosa. En el
silencio del mar tranquilo suena como la irrupción
de una súbita catarata. La aguda proa d'e otro barco
que llegaba en la sombra se había hundido en el
flanco de «El Elba», abriéndole enorme brecha, por
donde se precipitaban las olas para arrasarlo todo.
Un clamor inmenso, formado por mil gritos de es-
panto, surge del buque herido. Los pasajeros, sor-
prendidos en su sueño, locos por el pavor del pe-
ligro inminente y mal entrevisto, se precipitan en
desorden, sin saber a dónde acudir. Los tripulantes,
desconcertados, que no oyen ninguna voz, ni señal
de mando, corren, como por instinto, a lojs botes
de salvamento. Los cables, agarrotados por el frío,
resisten como si quisieran ser cómplices del hado
siniestro. Sólo dos botes para trescientas cincuenta
personas.
Entonces comienza lo espantoso. El barco se va
hundiendo por segundos. El mar sel engolfa en sus
cavidades cada vez con más ímpetu. Gritos ahogados
suben de las partes profundas ya inundadas. La
multitud se apiña en el puente en busqa de las es-
DESDE MI BELVEDERE 51
calas, que están ya ocupadas. Los que van a descol-
garse; por la borda, encuentran manos quei los re-
chazan. Una lucha general se entabla, lucha ciega,
frenética, como que ha de ser de instantes, porque
un instante es la vida o la mueiie. Hay que salvarse
y el que está delante estorba, impide. Todos son
enemigos. ¡Ay del más débil! Por alcanzar un sal-
vavidas, por llegar a un bote se forcejea, se estruja,
se pisotea. Los hombres que han logrado ocupar
ya uno de los botes arrojan al agua los niños, porque
aumentan .el peso. A un hombre que llega a nado,
le gritan: «Esta embarcación está reservada para
,as mujeres». Y no había ninguna en ella. Se dirige
a la otra, y tiene que abrirse hueco a la fuerza. El
combate íes tan desesperado en los botes como en
el vapor. Y el golpe de gente furiosa que invade uno
es tanto, que zozobra al mismo tiempo que se hundía
el buque colosal con su carga de desesperados de-
lirantes. A precio de tantos horrores compraron su
vida los veinte que escaparon del naufragio.
Esta escena pavorosa deja nublados los ojos y el
alma aterida. Parece que se interrumpe por un ins-
tante la fuente misma de la simpatía humana, al
ver en toda su desnudez el egoísmo brutal que
forma la médula de nuestros sentimientos; y que
nos sentimos también feroces y encarnizados con-
tra nuestros semejantes. Esa lucha frenética de pocos
minutos por conservar algunos instantes la vida,
quizás sólo la esperanza de vivir, presenta, bajo un
foco de luz intensa, en escenario de unos cuantos
52 ENRIQUE JOSÉ VARONA
metros cuadrados, la imagen reducida de las socie-
dades de hombres, pugnando también con dientes
y garras, en el relámpago fugaz de su existencia,
tambaleándose sobre el abismo, a punto de hundirse
en el golfo tenebroso de la nada.
IJay que haber visto de cerca esos oíros combates,
no por más sordos y disimulados menos homici-
das y crueles, que se libran los 'hombres, cuando
.legan las horas del miedo y se relajan los vínculos
de la solidaridad social, para comprender cuan te-
rribles dramas se desarrollan cuando los pueblos
temen un naufragio. Es como si en cada corazón
pusilánime o espantado resonase el grito profundo
\le «sálvese el que pueda». Las manos convulsas se
apoderan de cualquier arma; y todo parede lícito
para herir o resguardarse.
Es verdad que esas son las horas también de los
grandes heroísmos y de las grandes abnegaciones.
Pero ¡qué triste es pensar que todavía, después de
slgíos de cultura moral, esos ejemplos gloriosos se
han de levantar sobre un pedestal amasado con tan-
tas miserias!
Marzo, 1895.
-♦♦!♦♦'
Poe y Baudelaire
La Revue Blanche de París ha publicado algunas
cartas inéditas de Edgard Poe, las cuales constituyen
ano de los más curiosos documentos que puedian
escudriñarse, para buscar la solución del alma enig-
mática del extraordinario poeta americano. Quizás
para los espíritus vaciados en el molde común—
tJie httppy many— estas cartas, lejos do arrojar nue-
va luz en las profundidades de ese corazón anheloso,
torturado por las exigencias de la fantasía, lo hagan
aparecer más insondable y obscuro. Poe encontró,
sin saberlo, un alma gemela de la suya, que se em-
peñó en revelar al inundo su genio, y lo consiguió al
cabo de perseverantes esfuerzos. Pero lo que hizo
Baudelaire para la gloria literaria del poeta, si&tá
difícil que haya quien lo haga para su vida.
54 ENRIQUE JOSÉ VARONA
La más rara afinidad de gustos y temperamentos
permitió al exquisito "escritor francés asimilarse la
substancia mental de su modelo, y reproducirla en
una lengua tan refinada y sutil como la del mara-
villoso escritor norteamericano. Baudélaire ha con-
fesado que muchas veldes descubrió los asuntos poé-
ticos, que bullían confusos e indeterminados en su
cerebro, modelados en forma precisa y perfecta en
xas obras de Edgard Poe. Esta concordancia cabal
de dos espíritus creador&s, que resonaban armónica-
mente en dos instrumentos de timbre diverso, pro-
dujo una traducción que ha llegado a ser clásica en
el idioma francés, y que dio a las obras del poeta de
Baltimore carta de ciudadanía en dos literaturas.
Leyendo estas confidencias, que ahora salen a la
Indiscreta luz de la curiosidad malévola, se me ha
ocurrido preguntar: ¿habrá quien pueda hacer esa
otra versión, infinitamente más difícil, de una exis-
tencia indómita e indomada, incapaz de doblarse
bajo el yugo del convencionalismo tiránico, al idio-
ma de las existencias vulgares, que se dejan ir al
hilo de la corriente de la rutina, incapaces de com-
prender lo insólito, pero capacíes siempre de malde-
cirlo e infamarlo? El que no haya sentido nunca
)a resistencia tremenda que pueden oponer las tela-
rañas férreas de las preocupaciones absurdas que
se creen La quinta esencia de la razón, de la igno-
rancia endiosada que se tiene por sabiduría infusa,
de la hipocresía taimada que quiere engañarse a sí
misma con sus aires de santidad, del vicio que llega a
DESDE MI BELVEDERE 55
ignorarse, a desconocerse, a fuerza de ser habitual,
ése no .podrá comprender jamás los martirios sin
nombre do estos parias de genio, condenados a ir
y sentirse solos en medio de la multitud, que gie
codea y estruja sin conocerse. La suma de maldad
estúpida que segregan y amasan los mediocres, des-
lumhrados y atontados por el brillo de lo superior,
sea genio, sea heroísmo, forma una montaña incon-
mensurable que cierra sin esperanza el horizonte, y
ño deja sospechar siquiera que hay un plus ultra.
La vida de Poe es para la generalidad el libro
de los siete sellos. ¿De qué sirve que se la escriba
o interpreto un Baudelaire? La de éste, segunda edi-
vión más dolorosa de la de su Sosias espiritual!,
necesitaría también de comentador, al alcance de
los idiotas que razonan. Es verdad que hay graves
doctores y maestros definido res que acudirán so-
lemnemente con su aplicación ya hecha: desequili-
brados, degenerados. ¡Es pasmosa la sabiduría que
puede esconderse debajo de un birrete! Pero los
que leemos sin birrete, sólo para dejamos guiar
por manos expertas en los senderos maravillosos
del mundo del arte, no conocemos aún la balanza
bastante sensible para determinar los granos que
se han de añadir a la locura para componer el genio,
o que se han de sustraer al genio para que ¡nos
quede la locura.
Quizás Edgard Poe y Baudelaire fueron ^genera-
dos. Su existencia atropellada y tumultuosa re¡veLa
estigmas tremendos. Pero si la degeneración conduce
50 ENRIQUE JOSÉ. VARONA
a esa fantasía sutil, que ellos poseyeron, capaz de
encontrar un súnbolo profundamente poético en los
asuntos y objetos más trivial -s. duplicando, exten-
diendo así la significación de las cosas; si lleva a
vsa perfección no igualada de estilo, que es también,
a su manera, una creación poética, y por la cuaj
las palabras adquieren nuevo color y vida más in-
tensa, entonces todos los grandes escritores han sido
degenerados, o éstos de que trato han sido grandes
escritores, a pesar de la degeneración. Y en uno
y otro caso, la explicación ¿a dónde se ha ido?
No pretendo resolver el punto. Es muy intrincado.
Sólo he querido hacer notar que resulta cómodo, muy
eómodo, poner un mole denigrante o muchos motes
a todo lo que no cabe en nuestras medidas, a todo
lo (pie excede de nuestra estatura. ¿Hay nada más
impertinente que la bondad sencilla? ¿más molesto
(pie la abnegación? ¿más insólenle y más perturbador
que el heroísmo? ¿más deslumbrante y vertiginoso
que el genio? '
Si yo estoy hecho a mi mazmorra, y puedo andar
a pasos cortos con mis grillos, y respiro pasable-
mente bien mi atmósfera mefítica, y me contento
con La luz cenicienta que se filtra por mi claraboya,
¿no es estupendo que otro me venga a empujar,
pretendiendo que es grato correr y dilatar los pul-
mones en la cima de la montaña y extender la vista
por el horizonte infinito bañado, inundado de "luz
meridiana? ¿No sería posible dar gusto a estos lo-
cos, y soltarlos en el Continente Antartica, que está
DESDE MI BELVEDERE 57
por poblar? Así al menos nos dejarían vivir en paz.
practicando y saboreando la filosofía d<e Tien-Ki-Chi,
letrado chino.
Abril, 1895.
El centenario del Tasso
En esta semana ha conmemorado Italia el tercer
centenario de la muerte del infortunado autor de La
Gernsakmme Liberata. No menos qu¡e Roma, se apres-
taban Bergamo y Ferrara a solemnizar con grandes
fiestas el 25 de Abril; y toda la Península las acom-
pañaba, con aplausos y adhesiones, en su patriótico
empeño. Una vez más la estéril y tardía admiración
vl« la posteridad pone do lo rosamente de relieve el
contraste entre los merecimientos del genio y la
recompensa obtenida por sus esfuerzos.
Los apasionados de los versos divinos del poeta y la
turba de curiosos habrán ido en peregrinación a
la mazmorra de Santa Ana, donde gimió dautivo,
y a la celda de San Onofrei, donde murió sin cleñir
el laurel ambicionado y ya conseguido. Allí habrán
60 ENRIQUE JOSÉ VARONA
podido contemplar las reliquias que revelan las tor-
turas desgarradoras que laceraron el alma inquieta
y turbada de ese hijo postumo del Renacimiento.
Y más de uno habrá recordado el drama melancó-
lico de su vida, emponzoñada por su misma gloria,
juguete de la fatalidad encarnada en su tempera-
mento, arruinada por el desacuerdo de su espíritu
luminoso con el espíritu de la época de reacción
sombría en que1 le tocó florecer.
Quizás .alguno de los visitantes, al contemplar la
máscara que conserva, después de trescientos años,
las facciones del poeta; ante esas mejillas maderadas
por el dolor, ante esas órbitas hundidas, donde se
escondieron unos ojos espantados por la profunda
visión de los abismos internos, sintiera anhelos de
preguntarle:— Poeta, ¿bajo qué peso abrumador se
rindió tu espíritu soberano? ¿fueron tu suplido las
pequeñas mordeduras de los pequeños dientes blan-
cos, que apiernas desgarran, pero envenenan irremi-
siblemente la herida? ¿fueron los ímpetus de tu
mente exaltada, que le reconocía dijgno do un destino
superior? ¿fueron las mil contrariedades mezquinas
de l.u posición de gentil hombre de! compañía, de
poeta de corte, sin más salario que las mercedes
de un príncipe tornadizo? ¿fué el contraste entre el
mundo de cortesía ideal, de heroísmo noble, jgpje
creó tu fantasía, y el pequeño círculo de intrigan-
tes astutos, de parásitos audaces, que te miraba
de reojo como estorbo inútil, y que sabía hacer
caudal de tus menores excentricidades para perderte?
DESDE MI BELVEDERE 61
Muy duro debía ser embeberse conversando con tus
paladines sin tacha, para despertar al lado de un
Alfonso de Esto; y más duro encontrar en el que
te complacías en piularle como fiel trasunto de tu
¿iodofredo, un mal alumno del príncipe de Maquia-
velo.
Y quizás entonces le parecería que los carnosos
labios sin color se separaban sin ruido, y le con-
t oslaban:— Mucho anhelé y sufrí, en Ferrara, al-
ternativamente mimado y desdeñado, en el cometr-
¿io de un duque egoísta, de princesas demasiado
frivolas o demasiado austeras, de cortesanos con
orgullo y sin dignidad, de leguleyos diplomáticos
(pie removían el cielo y la tierra para alar o desalar
una intriga sin consecuencia. Mucho anhelé y sufrí,
viendo que había de acuñar el oro puro de mis
versos en moneda falta, a fin de pagar favores mer-
cenarios; y que en recompensa de la fama eterna
que les aseguraba en mis poemas, mis falsos Mecenas
ni me aseguraban el reposo del cuerpo, el ozio lette-
\ato, que demandaban mis facultades para producir
).on provecho, ni la dignidad, que demandaba mi
espíritu, como recompensa y estímulo de sus es-
fuerzos.
—Allí probé todas las amarguras de la pobreza en
medio del fausto, del ansia de libertad en la servi-
dumbre, del ingenio soberano rodeado de pedantes
estultos, del idealismo alado y fulgente preso en las
redes de los intereses mezquinos de una mísera corte
señorial; sintiéndome con rubor como astro conde-
62 ENRIQUE JOSÉ VARONA
nado a ser satélite de otro satélite. Mas no f nerón
estos los golpes que1 abatieron mi cuerpo y rindieron
mi espíritu. Porque salí de Ferrara y erré por Italia;
busqué refugio y paz en Sorrenío, y bullicio y glo-
ria en Roma; y por todas partes me siguió invisible
ti fantasma implacable que me acechaba. Mi mal
)ba conmigo; porque era yo un desterrado en mi
patria y un extemporáneo en mi siglo. Era la mía
la Italia de Petrarca y Ariosto, de Ficino y Lorenzo
de Médicis, de Sadolet y León X, y me encontraba
en la Italia d¡e Berni y Speroni, de Bellarmino y
Alfonso de Este, de Silvio Antoniano y Gregorio XIII.
Mi espíritu se había nutrido en los tiempos en que
se dulcificaba el ascetismo cristiano con la miel
Ae Platón; y se encontraba en los tiempos en que se
plantaba una cruz sobre el obelisco de Heliópolis.
Para esos tiempos y esos hombres escribí mi poe-
ma, último canto de la musa del Helicón, que de-
ponía el laurel, para ceñirse di stelli immortali áurea
corona. Pero sus oídos estaban sordos a esa melodía,
y sus ojos se ofuscaban con el resplandor de ese
cintillo de astros. Con hábito de críticos y alma de in-
quisidores torturaron, dilaceraron, dislocaron, des-
coyuntaron mi obra divina. Asieron torpemente por
sus alas diáfanas mi poesía sutil, y se las estruja-
ron y quebraron para aj lisiarle un sayal de penitente.
¿Hay nombre para este martirio? ¡Desdichados, in-
comparablemente desdichados, únicos desdichados los
que nacen demasiado tarde o demasiado presto!
Y el romero curioso quizás se alejaría pensando
DESDE MI BELVEDERE 63
en la triste ironía de esta fiesta, en que, a los tres
siglos completos, se celebra la memoria de aquel
a quien desconoció su siglo; que le ofreció al cabo
una corona de laurel, sólo porque se había prestado
a mutilar y profanar su obra.
Mayo, 1895.
Un desquite
Entre la ruidosa confusión de un escándalo, trom-
peteado por los millarets de bocas de bronce de la
prensa de ambos hemisferios, se ha hundido de
súbito uno de los hombres más originales de la ori-
ginalísima sociedad londinense; hombre que es al
mismo tiempo uno de los ingenios más sutiles, pe-
netrantes, irónicos y paradójicos de esa tierra clá-
sica del humor, y un maravilloso artífice de estilo.
Muchos años hacía que estaba trabado un duelo
mortal entre ese escritor brillante y desdeñoso y
el público anónimo, la turba semi-culta, adoradora
ciega de lo convencional, que se revolvía indignada
cuando oía silbar por encima de sus cabezas el látigo
de esa sátira, que más se proponía vilipendiar con
66 ENRIQUE JOSÉ VARONA
el adenián insolente que castigar con el golpe. Real
o fingido, el desprecio de Osear Wilde por el cant,
señor absoluto del alma de la libre Inglaterra, era
un crimen de lesa nación, que no le podían perdonar
los innumerables a quienes agraviaba diariamente
con su traje, con sus maneras, con su tren de vida,
con sus teorías literarias y sociales, con el chis-
porroteo acre de su vena cáustica, con la dura gra-
nizada de sus paradojas mefistofélicas.
Pocos satíricos han sabido dejar veneno más sutil
en las leves picaduras de su aguijón. Con un mohín,
que podía pasar por sonrisa, dejaba caer sus epigra-
mas, sin volverse a mirar donde caían. ¿Lo perdo-
naría a él nunca el público, a quien había dicho una
vez: «Tu tolerancia es pasmosa. Todo lo perdonas,
excepto el genio?» No habrían de olvidar ciertamente
los periodistas, que han heredado por lo menos
el temperamento irritable de los antiguos vates, su
sarcástica apreciación del moderno periodismo. «Jus-
tifica su existencia, escribe en uno de sus diálogos,
por el gran principio darwinista de la supervivencia
de los más vulgares, the survival of the vulgar est.»
Y como si esto fuera poco, establece así la diferencia
entre el periodismo y la literatura: «Los periódicos
son ilegibles y las obras literarias no son leídas.»
Journalism is unreadable, and literature is not read.
No he de arriesgarme por los meandros escabro-
sos de su proceso. No sé, ni quiero, si es reo de todas
las abominaciones que1 le achacan o siquiera de al-
gunas. Lo que sí veo es la saña con que han acudido
DESDE MI BELVEDERE 67
al desquite todos sus agraviados. La multitud ha car-
gado sobre él y lo ha aplastado. Al elefante ha pa-
recido poco una de sus patas enormes, y con todo
ju cuerpo se ha acostado sobre la libélula. La prensa
inglesa se ha arremolinado en torno del pretorio, y,
cubriéndose el rostro con el manto, ha clamadoi a una
voz: crucifícalo. La prensa francesa le ha formado
toro estridente, no por indignación contra el artista
demasiado socrático, sino por viejo* rencor contra
el deslustrado puritanismo británico. El rumor for
midable que ha venido después ya se explica, y no
necesitaba tanto.
Es peligroso jugar con las fieras, aun enjauladas,
aun encadenadas. Osear .Wilde confiaba demasiado
en la fascinación de su ingenio asombroso. Presumía
quizás que el círculo de chispas multicolores y des-
lumbrantes, que trazaba en torno suyo con sus fra-
ses eléctricas, lo preservaría, por una especie de
supremo encanto. Pero al taumaturgo no basta la
confianza plena en sí mismo, si la tiene, necesita la
fe de los espectadores, que es la que realiza las
cuatro quintas partes del milagro. El flaco de Wilde
es que se le descubría sin gran esfuerzo la afecta-
ción. La máscara no adhería bastante al rostro. In-
glaterra ha sufrido satíricos tal vez más implacables,
más despiadados, como el deán Swift; pero eran o
parecían sinceros. El excesivo refinamiento del jefe
de los estetas, el artístico desdén en que se envol-
vía como en un manto de púrpura pálida, no le de-
jaban poner en su obra sino una parte mínima de su
68 ENRIQUE JOSÉ VARONA
alma. Es ün Próspero qute parece desconfiar de sus
encantamientos y hasta reárele de ellos. Ni Ariel,
ni Caliban le sirven a gusto, ni él los manda con
suficiente imperio. No se sabia si tiene convicciones,
y quizás le parezca de muy mal tono tenerlas. El
mismo hombre, que dice haber tomado como> norma
el objeto que asigna Goethe a la vida: self-develop-
ment, compone un 'ensayo para probar la importancia
de no hacer nada. Es un aristócrata que escribe a
vedes como socialista; un crítico que se burla de
la crítica; y un escritor que sostiene que hay el
arte de hablar, pero no el de escribir.
Emerson ha enseñado a la gente de su raza que
quien quiera ser libre debe no conformarse. Y Osear
Wilde aprueba y practica el aforismo. Pero los in-
gleses, en cuya historia y en cuya vida social juegan
tanto papel los no-conformistas, les exigen ante todo,
para aceptarlos, que lo sean de veras. ¿Quién se
encuentra capaz de aquilatar lo que es de veras
este escritor, que se complace en desfigurarse y
transformarse? Aun para no testar conforme con los
demás se necesita estar uno conforme consigo mismo.
Y el supremo dilettantismo de estos escépticos pon
amor al arte consiste en presen tarea a los ojos del
lector .sorprendido' cual nuevos Proteos del pensa-
miento y la fantasía.
El público inglés no parece haber tomado por lo
serio el espíritu de independencia de Osear Wilde,
pero sí su impertinencia de gran maestro, su des-
dén de lo vulgar y su ironía lacerante, más cruel
DESDE MI BELVEDERE 69
¿fue la invectiva más sangrienta. Sufría su incontes-
table superioridad de artista, pero con ©1 sordo ren-
cor del que está dispuesto a sublevarse en la pri-
mera oportunidad. Estamos presenciando con qué
cruel regocijo la ha aprovechado.
Aunque adorador de las deidades helénicas, .Wilde
había constituido en regla de su vida desdeñar a
las Euménides, encargadas de traer a la razón a los
infractores de las reglas. He aquí que las Euménides
se le han aparecido bajo los redingotes de un jurado
de burgueses, y lo han excomulgado. Tremendo cas-
tigo para un esteta.
Mayo, 1895.
"H
Rarezas
En el número de Junio de la Contemporary Beview
publica Mr. Harry Quilter un artículo, en que ana-
liza la parte capital que corresponde a la prensa
en la corrupción del gusto literario en Inglaterra.
Mr. Quilter es un crítico puritano que dice cosas,
a primera vista extrañas, pero que no lo son sino
porque nos hemos ido desacostumbrando a oirías.
A fuerza de leer periódicos, y de leerlos de prisa,
vamos perdiendo de vista su influencia real en nues-
tro modo de sentir y pensar. Y es nada menos que
la influencia de la gota sobre la piedra.
La sugestión del periódico favorito, aunque menos
intensa que la de las personas con quienes entramos
en contacto, es, en cambio, más prolongada, puede
ser más duradera, y hasta cierto punto más temible,
72 ENRIQUE JOSÉ VARONA
por lo mismo que se disimula más. Los elogios cons-
tantes a las obras de autor determinado o de tal o
cual escuela acaban por establecer una presunción
o disposición favorable en el espíritu del lector in-
dependiente, y la convicción más profunda en el
espíritu del lector maleable y sumiso. Y aquí se
propone el gran problema: ¿cuántos por mil son
'os lectores independientes? ¿serán dos? ¿será uno?
cserá una fracción de la unidad? Averigüelo quien
pueda. Lo que sí puede asegurarse es que son muy
contados, muy pocos los que se toman el trabajo de
pensar por cuenta propia. ¿Qué digo? los que se
toman el trabajo de pensar. El mayor número de los
¿enebros que andan por ahí, debajo de cráneos muy
sólidos, son meras pantallas por donde desfilan las
imágenes y las ideas, como procesiones de sombras
chinescas. La lámpara está fuera, y a cada lámpara
acompaña su maese Pedro.
Los críticos, que funcionan de maese Pedros, se
dan o no se dan cuenta de su poder; pero lo tienen;
y es indudable que la boga de más de una secta li-
teraria es obra suya, no menos que obra de sus
autores. Muchos ingenios distinguidos hubieran aban-
donado a tiempo la senda torcida, sin las compla-
cencias de una crítica poco escrupulosa o imbuida
a su vez de preocupaciones externas. La luz de la
.ampara-crítico puede ser también luz refleja.
Mas no es mi propósito tomar por mi cuenta, ni
desde mi punto de vista, como lo he hecho en los
párrafos precedentes, la tesis de Mr. Quilter. La
DESDE MI BELVEDERE 73
lectura de su artículo me ha sugerido ideas aun
más raras que -las suyas, más fuera de uso. Leyéndolo,
me he puesto a pensar en la influencia deletérea
<pic pueden ejercer los periódicos en el carácter!
moral de sus lectores habituales.
Confieso que, aunque paso entre la media docena
de mis casi-amigos por hombre de ideas muy ra-
dicales, la verdad es que no he logrado desarrai-
gar de mi espíritu ciertas ideas añejas, de que hablo
muy poco por temor de que me confirmen de ex-
travagante. Mr. Quilter va a tener la culpa de que
me ponga en evidencia. Creo, y lo digo casi corrido,
que una de las bases del carácter moral es la sin-
ceridad. Me duele pensar que esa aseveración se
¿stá pudriendo de puro vieja. Los antiguos enseñaban
ipie Pitágoras dividía el campo entero de la virtud
en dos grandes provincias: Decir verdad y hacen
bien. Figúrense ustedes. ¡Pitágoras! Y figúrense us-
tedes también lo que se ha mentido antes y después
de ese venerable filósofo.
Así y todo, es decir, vieja y todo, tengo esa idea.
Entiendo que ni §e respeta a sí mismo, ni respeta a
los demás el que, a sabiendas, lo induce a error.
Se me antoja que no poseemos la palabra para ocul-
l»ar, sino para declarar nuestros pensamientos. Me
figuro que se empequeñece el hombre que no se
atreve a decir a otro lo que cree. Y pienso que,
sin orgullo ni presunción, cada mío debe empeñarse
cu conservar su estatura. El que me obliga a ocul-
tar o disimular mi pensamiento es mi tirano. El que
74 ENRIQUE JOSÉ VARONA
me fuerza a recortar mis ideas, para ajustarías a las
suyas, me martiriza más qUe aquél que tajaba los
miembros de sus víctimas para amoldarlos a su
lecho. Voy tan lejos, o tan hacia atrás, por esta
senda, que tengo por preferible un pregonero de
vicios a un simulador de virtudes. Entre don Juan
y Tartufo el abominable es el hipócrita. El uno
hiere, pero no engaña; el otro hiere y engaña, hiere
v envenena la herida.
La prensa mendaz fomenta el espíritu de mentira.
Ningún otro degrada más a los pueblos. Amo la li-
bertad, sobre todo porque enseña al hombre a ser
hombre. Para mí ser hombre no significa dar tajos
y mandobles, ni jurar en el arroyo, ni acogotar al
rival en la taberna o enviarle los padrinos en el
club; sino tener el corazón a la altura de su pen-
samiento, para llamar siempre a lo bueno, bueno,
y a lo malo, malo. Engañar al pueblo, dándole lo
jalso por verdadero, es peor que envenenarle «el
pian y el agua; es inficionarle su atmósfera moral.
No hay interés que disculpe hacer granjeria de la
xUentira; ni el interés de partido, ni el de secta, ni
&. interés patriótico, ni el humano. Porque ultrajan
¿ai patria y la humanidad los que creen servirlas;
con imposturas. Mísera nación, la que no sea capaz
de soportar una verdad que le duela, le a,margue,
la1 hiera o la desgarre! ¡Pobre humanidad, la que
no sea capaz de fortificarse con la confesión sincera
de sus pequeneces y miserias!
Mas no quiero extremar la sorpresa del lector.
DESDE MI BELVEDERE 75
Después de todo, estas son opiniones personales mías,
y yo mismo las encuentro a veces un tantico excén-
tricas. ¡Esos ingleses puritanos y ese Mr. Quilter...!
Agosto, 1895.
/^^^WA^^Aí
Días después
La naturaleza es horrible en su indiferencia. Lo
mismo pulveriza la flor espléndida y el insecto na-
carado, que el águila caudal y al hombre, coronado
de presunción, homo sapiens ! En el perenne y mis-
terioso combate que se libran la creación y la des-
trucción, la victoria es siempre del más fuerte. Todo
organismo para vivir necesita destruir olro organismo.
Esta es la terrible ley que llamamos de vida. Y es
ley de muelle.
El hombre no se cuida de su inmensa labor des-
tructora. Los organismos innumerables e invisibles,
que hacen de él su presa, tampoco se cuidan de sus
alegrías, ni de sus dolores, de sus designios, ni de
sus pasiones. Son tan indiferentes en su incons-
ciencia, como el hombre consciente lo es para todo
lo que está o cree que está debajo de él. Lo mismo
78 ENRIQUE JOSÉ VARONA
atacan y destruyen al infante que empieza a bal-
bucear, que al anciano decrépito que olvida la pa-
labra, lo mismo al varón engreído en su robustez,
que a la joven matrona que lleva en su seno la
esperanza de las nuevas generaciones.
El mundo fuera un inmenso campo de carnicería,
donde en medio de tinieblas densas, se librara eter-
namente el combate salvaje de la vida, si no lo
alumbrase con su luz funesta ese sol mortecino, que
llamamos la conciencia. ¡Cuan compasiva fué para
los animales inferiores la filosofía orgullosa que ha
querido ver ien ellos meros autómatas! ¡Conciencia!,
es decir, dolor. Y en tí hombre, además, pavor,
desolación por nuestra impotencia, por nuestro ais-
lamiento, por nuestra soledad. ¿Para qué sirve la
conciencia? Para sentirnos morir. Para ver morir.
Para asistir con espanto en nuestro espíritu al gra-
dual hundimiento, al paulatino desvanecimiento de
nuestras creencias, de nuestros deseos, de nuestros
afectos. Para seguir con espanto en el espíritu ajenóla
desaparición lenta o rápida de cuanto nos lo hizo caro.
Dicen que estamos los hombres unidos por la con-
ciencia. ¡Quimera engañosa! Separados eterna, irre-
ductiblemente por la conciencia. Todo puede' fun-
dirse, siquiera un instante, en la naturaleza, menos
dos espíritus. Hay dos manos que se estrechan, dos
bocas que se besan, pero allá, más allá, en el fondo
misterioso de cada ser humano está una conciencia
que no s© une, que no se entrega por completo,
que en el instante inmediato puede estar separada
DESDE MI BELVEDERE 79
de la otra por toda la inmensidad dei un abismo sin
límites. Y para mayor tormento, para más horror,
lo sentimos!
Si hubiera algo compasivo en el mundo, el hom-
bre debería ser ciego, irremisiblemente ciego de es-
píritu. ¿A qué anhelar, si cuanto toco se va ¡en
polvo? ¿A qué amar, si todo es efímero? Efímero
el cuerpo, efímera la belleza, efímero el afecto, efí-
mera la pasión. Y, sobre todo, ¿a qué concebir y
amar lo permanente, si todo es pasajero? De las en-
trañas mismas de la humanidad sube un clamor
eterno: cuneta fluunt, todo pasa, todo huye; velut
unda supervenit ímdam, una ola sigue a otra, un
amor a otro amor, una vida a otra vida. Pero, ¿por
qué he de sentirlo, por qué bJe de verlo, por qué
he de saberlo? ¿A qué la conciencia de lo finito con
la ilusión de lo infinito?
En medio de Atenas se elevaba un altar vacío, sin
deidad, ni símbolo. Estaba dedicado a la Compasión.
Los suplicantes, que lo cercaban en tropel, levan-
taban sus palmas al aire vano. Imagen tremenda
de la mísera y engañada humanidad, que busca inútil-
mente la conmiseración donde menos está, en la fría
i impasible naturaleza, que no conoce ni el amor,
ni el odio, ni la desesperación, ni la esperanza. Tran-
quila o revuelta, su corriente incesante todo lo arras-
tra, todo lo arrebata y todo, no. se sabe dónde, lo
lepulta. i
Sólo el hombre compadece al hombre. Mas la
compasión también es dolor; dolor estéril, como- to-
80 ENRIQUE JOSÉ VARONA
dos, porque no hay más que un bálsamo verdadero,
la inconsciencia. La inconsciencia imperfecta que nos
trae ese deficiente anestésico, el tiempo ; o la incons-
ciencia plena, en que nos envuelve la única con-
soladora, la muerte. l
Cuando en el hogar queda vacío un puesto irreem-
plazable, cuando en la fila de los amigos se abre
ün hueco que no ha de llenarse, cuando de la le-
gión de los que glorifican, la humanidad1 cae uno
que no se levantará; ¡cómo maldecimos, cómo exe-
cramos la muerte! ¡Cuan horrible nos parece su
faz lívida! Y es verdad, la muerte es horrible, mas
no para el que se va, sino para los que se quedan.
El caro desaparecido, ya no siente, ¡dicha suprema!
¡dicha única! y en cambio su recuerdo nos está
lacerando las entrañas; sin otra esperanza que la
de hacernos estólidamente a la soledad, que nos
parecía insoportable; o la de dejarnos vencer, sin
darnos cuenta, por la artera cobardía del olvido.
25 de Agosto de 1895.
-♦*.
»l
Reflexiones de un elevado
Las teorías que nos enseñan a considerar las so-
ciedades como grandes y complicados organismos
difícilmente hubieran brotado en el cerebro de pen-
sadores, que viviesen en el campo o en pequeñas
ciudades. Pero se concibe fácilmente que hayan sido
/jroducto de la imaginación de hombres, que se sien-
Asa arrebatados por el torbellino de alguna de las
gigantescas Babcles modernas.
Nada, en efecto, se asemeja más a una inmensa;
máquina consciente. En ellas la analogía con el con-
junto de órganos concertados que constituye los seres
vivos salta a los ojos. Se ven funcionar los órganos,
y se siente vibrar y se oye pasar la incesante cir-
culación, en que van confundidos hombres y cosas,
G
82 ENRIQUE JOSÉ VARONA
lo más basto que produce la naturaleza y lo más
refinado que inventa el artista, los materiales en
bruto que demanda la industria, y los producios
extraños que exige la sensibilidad estragada.
El individuo más dueño de sí se siente empeque-
ñecido, al encontrarse arrebatado por ese torrente.
El hombre se reduce a átomo. Es menos que el en-
fermo en el .hospital, que se convierte en número;
menos que el soldado ¡en el ejército, que es una
simple unidad. Allí ni se le cuenta siquiera. Es un
glóbulo wque va o viene, como cualquier otra |del
enorme raudal circulatorio. ¿Quién pone número a
los átomos? Cada uno es cualquiera. Cada cual pcüpa
ol menor espacio posible. El otro y el ptrot y cien y
mil son semejantes, que van, ^sin que nadie sepa,
ni se preocupe por saber, a dónde. Ese rostro que
ahora se \ie, no se volverá a ver más. ¿A qué fi-
jarse en él? Los hay tristes, los hay alegres, los
hay mohínos, los hay malévolos y hasta estúpidos.
Y ¿qué? Son aspectos diversos de lo más trivial
que existe, una faz humana. Al día ¡se van tantos
millares !
Es ciertamente una gran lección de humildad1. Por
supuesto, para los humildes. Porque si hay algo
incurable en el mundo es la vanidad humana. Y
estoy cierto de que un vanidoso, en medio de tanta
gente atareada y despreocupada de todo lo que no sea
su particular preocupación del momento, ese va-
nidoso todavía creerá que, siquiera en ese abreve
instante, ha sido el objeto preferente de atención
DESDE MI BELVEDERE 83
de todo ¡aquel mundo, que ha adivinado y reconocido
su mérito excelso.
Todo esto se me ocurre), cuando voy por los eleva-
dos de íesta ciudad. Me parece imposible que la disgre-
gación de las almas llegue más lejos, en medio
vle esta pasmosa aglomeración de cuerpos. Me he
visto en lugares bien remotos de toda habitación hu-
mana, he atravesado solo bosques seculares en. los
confines ¡del Camagüey, he cruzado sin compañía
por aquellas sabanas en que el horizonte tiene las
lejanías del océano, nunca míe ha penetrado tan
íntimamente la sensación de la soledad, como eln
estos viajes cotidianos. Nunca me he sentido tan
solo.
Es verdad que la multitud1 me produce siempre
este mismo efecto. Pero la multitud en movimiento,
la masa humana, deseoímpuesta ein sus moléculas,
efectuando con monótona regularidad su función cir-
culatoria, me abisma aun más en esa intensa sensa-
ción de aislamiento. Mi personalidad quiere afir-
ñwse, pero el terreno se le desliza debajo, y poco
a poco voy sintiendo su anulación, su inmersión,
su desaparición en el plasma social. Soy también
parte de la masa. Parle ínfima, infinitesimal. Me
siento átomo.
Por desgracia soy un átomo tocado de la manía
razonante. Y por allí vuelve a surgir mi individua-
lidad, para hacerme sentir más mi aislamiento. Qui-
siera ser como uno de tantos que van a desempe-
ñar su porcioncita minúscula de una función per-
84 ENRIQUE JOSÉ VARONA
fe ótame n te insignificante y perfectamente necesaria,
sin preocuparse poco ni mucho de1 los otros que* van
a desempeñar la suya, tan pequeña y tan forzosa.
Ser un globulito más o menos rojo, que va de canal
en canal hasta parar a un capilar que se mide por
milímetros, a llevar su granito útil a cualquier^
ignorada parte de la periferia de un cuerpo, para
nutrirla, o a sacar su granito nocivo para limpiarla
y sanearla. Pero con ser esto, como cualquier O'trot,
todavía rae distraigo de mis diez mil millonésima
parte de función, preguntándome! si tese otro glo-
bulito, que va cerca, será feliz o desgraciado, si es-
tará o no satisfecho con su suerte, y sobre todo
si se sentirá como yo oprimido por la idea del la
indiferencia glacial de todos esos otros globulilos,
que van tan afanosos a su tarea de penja o jde
placer.
Mi único modo de escapar, de alguna suerte, a la
dolorosa obsesión de esos pensamientos es refugiar-
me en la idea de¡ que, aunque no la sienta en acción,
la ley de afinidad existe para los' glóbulos hombres
como para los glóbulos sangre. Sólo que la nuestra
obra por modo más sutil, y atrae a través del espacio
y aun a través del tiempo. Mientras haya un espíritu
que pienso al unísono, siquiera alguna vez, mientras
haya un corazón que lata con el mismo ritmo, si-
quiera algunos instantes, no estamos solos. Podemos
estar confundidos con extraños y ser éstos innume-
rables. Pero allá, cerca o lejos, habrá oirOs ¡hom-
bres que piensen como nosotros, que deseen lo que
DESDE MI BELVEDERE 85
nosotros, que sufran o se regocijen con los mismos
dolores o las mismas alegrías, y aquí, cerca o lejos,
nuestro espíritu sentirá el dulce, el inefable con-
suelo de- la compañía, de la unión, de la concordia.
Esta es la más hermosa palabra del vocabulario
humano. Ella demuestra, desentrañando su sentido,
que el hombre es un ser incompleto. Para sentirse
completo necesita del hombre. Un solo corazón no
basta para estar concorde; se hace necesario al menos
i tro corazón. Según el mito profundo de Platón, ¡el
hombre fué formado doble. Después quedó separado
en dos mitades, que andan siempre buscándose, para
volver, aunque de manera imperfecta, a su antigua
unión, y realizar en ella la harmonía de sus senti-
mientos e ideas, la concordia.
Por experiencia propia aconsejo, pues, a los que
se sientan aquejados por la melancolía que me do-
mina, cuando voy y vengo, entre millares de per-
sonas atareadas, en los trenes de los elevados de
Nueva York, que se dejen de ,p*ensar a dónde van,
qué hacen, qué piensan o qué sienten aquellos píe-
me jan tes suyos, que no parecen darse cuenta si-
quiera de nuestra existencia. Y que en cambio se
pongan a pensar eU los mitos de Platón. Si mo
los conocen, y ello nada tiene de particular, ya les
he dado a conocer uno, que es muy substancioso.
Nueva York, Noviembre, 1895.
SI
La estatua de Heine
Los habitantes de la gran metrópoli americana
andan estos días enzarzados en una grave dificultad,
que amenaza dividirlos no menos hondamente que las
rivalidades de la pandilla Tammany Hall y la liga
anü-Tammany. Entre los huéspedes de bronce de
¿entra! Park ¿recibirá también hospedaje el poeta
Heine? ¿Serán seis o serán siete los hijos tie las
Musas que asomen sus caras melancólicas entre los
bosq'uecillos y praderas del gran parque neoyor-
kino ?
Grandes cosas se han dicho en pro, y grandes cosas
se han dicho en contra. ¡Quién verá la sonrisa iró-
¡nica del maleante poeta, allá en las etéreas isljas
afortunadas por donde vaga su sombra serena leí
?nmortal! De seguro que si se tratara de instalan
otro hipopótamo en la Meaiagerie o de armar ¡un
esqueleto de mastodonte en el Museo, la votación
88 ENRIQUE JOSÉ VARONA
hubiera sido unánime. Pero Heine conocía demasiado
bien los caracteres de la especie Philister, para que
le extrañe ahora este desquite postumo contra |el
censor zumbón, que tanto hubo de lacerarla en su
tiempo.
Los topos son enemigos natos de los linces. La
vulgaridad vestida de ropa talar y coronada de; bi-
rrete es implacable con el genio. Muchos años han
pasado, y todavía los filisteos alemanes no han podido
perdonar a ese Sansón, con su calva erizada de
versos punzan les. No hay rencor más tenaz que el
de los hipócritas; y Heine amotinó y atrahílló en
contra suya a lodos los enmascarados de la com-
parsa social. ¡Cuántos antifaces dorados arrancó y
mantos corazones podridos disecó! Compuso con
sangre y hiél, con su sangre y con su hiél, un licor
acerbo, y lo hizo apurar a la ralea de los perversos,
de los egoístas, de los rastreros. Todavía el amargor
/es tuerce la boca, y quieren escupir sobre la fama
del poeta. '
Ni su genio ni su largo martirio han proyectado
bastante luz para deslumhrar los ojos de zahori
de sus inquisidores de ultratumba. Se han levantado
fervorosos e indignados, con el celo de Ezequiel
en los labios, para protestar contra la glorificación
de ese enemigo de la familia, de la patria y de la
religión. A cada uno de estos nombres sacrosantos,
se han erguido puros, patriotas, creyentes, han ex-
tendido las manos y han pronunciado: anathema. ¡Y
todo contra un busto o una estatua de bronce!
DESDE MI BELVEDERE 89
Estos puritanos purísimos, candidos, inmaculados,
sine labe concepti, que han tronado con tan santa,
indignación, no han sentido cómo transfiguraba 13!
ridículo sus rostros de profetas, en máscaras ide
histriones. El ridículo, que íes el gran vengador,
el gran justiciero. Tanto ruido de plazuela y tanto
chapoteo en el fango y tanta salpicadura dei cierno
¿para qué? y ¿contra qué? Un pedazo de bronce ta-
llado en figura humana sobre un pedestal de granito
o de yeso— lo mismo da— ¿es eso la gloria? Si qui-
Láis la estatua ¿extinguís la fama? Si no ponéis el
busto, ¿desterráis de la memoria el nombre y del
oído la música divina de los versos? ¡Necios! La
gloria del poeta se cierne en el mundo ideal ¡del
arte, que enriqueció; en donde no penetran las vo-
ces estentóreas de los charlatanes de la crítica, a
¿onde no llegan los rayos falsificados de las excomu-
niones farisaicas. El monumento imperecedero, que
la trasmite a las edades futuras, son sus versos,
¿ame ya de la carne, y sangre ya de la sangre de
ía lengua alemana. Desarraigad, si podéis, las raíces
con que se ha entrelazado la obra de Heine en ese
granito viviente, que es el idioma de un pueblo;
aventad de la fantasía de los alemanes las imágenes
de que la ha poblado el poeta; haced que ceseu
las palpitaciones del corazón alemán, que acompaña
el ritmo de sus cantos; y entonces y sólo entonces
habréis puesto la coraza, como fatídico apagador,
sobre su gloria. '
Los grandes artistas de la palabra son los que
90 ENRIQUE JOS£ VARONA
dejan obras más duraderas. Las obras maestrías dje
kt pintura helénica no viven ein la tela, ni en Ja
tabla; perduran en las descripciones de los literatos
griegos. Pudiera desaparecer hasta la última estatua
mutilada de las que esculpieron aquellos cinceles
divinos. El polvo de las edades pudiera enterrar
hasta el último capitel y el último friso de esas rui-
nas, habitadas por el genio solemne de la belleza
antigua. El espíritu del arte helénico seguiría viviendo
cu los versos inmortales de sus poetas. Y si se lle-
gara a borrar de la memoria de los hombres hasta
¿ai lengua maravillosa en que los cantaron o los es-
cribieron, aun así no habría muerto ese espíritu,
porque duraría y florecería en los pensamientos y
concepciones que aquellos poetas animaron con so-
plo imperecedero, para que habitaran ya por siem-
pre en la mente conmovida de las generaciones por
venir.
¿Importa algo que no conozcamos las facciones
de Hesiodo, de Píndaro o de Esquilo? ¿Aumentan
su gloria las figuras convencionales que! los repre-
sentan, para satisfacer la necesidad de los símbolos
palpables que parece1 sentir el alma humana? Su
gloria estriba en la parte de su alma que se ha
encarnado en la nuestra; y para borrarla habría
4ue amasar de nuevo y dar otra forma a nuestra
alma.
En este pleito risible, lo que importaría realmente
decidir es si Heine fué o no gran poeta. Si lo fué,
íunque no se le erija estatua en el Parque Centra}!
DESDE Mt BELVEDERE 91
de Nueva York, ni en parte alguna, seguirá conmo-
viendo corazones y agitando espíritus. Si no loi fué,
aunque su estatua haga centinela en el Malí, no se
elevará mucho su cabeza por encima de la «Je Ha-
Heck, que aguarda sentado en ese hermoso paseo
que le llegue su turno de inmortalidad.
Los florentinos, al decorar una dé las calles de su
gloriosa ciudad con las estatuas de Dante, Giotto,
Petrarca, Boccaccio, Ghiberti, Maquiavelo, Miguel Án-
gel, quisieron honrarse ellos mismos, recordando al
mundo la pléyade luminosa qUe había alumbrado el
cielo de su ciudad artística, dentro del corto espacio
de dos siglos. No soñaron con que podían aumentar
así el renombre, ni los merecimientos de esos ar-
tistas soberanos. Los buenos vecinos de! sangre njfcs
o menos filisteo-alemana, que creen que van a con-
tribuir a la gloria de un nombre eme aborrecen por
instinto, consintiendo en que se ponga su busto ¡en
un paseo, carecen del buen gusto de los florentinos.
En cuanto a los apasionados del poeta1, no debían
tampoco enojarse demasiado con sus contradictores.
Heine ha resistido ya y ha vencido todas las pruebas.
De la escoria de sus inauditos sufrimientos, se alzó
con las alas abiertas su gran espíritu, parla) iri a con-
solar, con el lenguaje encantado de la verdadera
poesía, a todos los que, en medio de las miserias
de la vida vulgar, se sienten atormentados por la nos-
talgia del ideal.
Donde quiera que un alma triste evoque los Ver-
áos olel poeta que se sintió peregrino en su patria,
92 ENRIQUE JOS£ VARONA
extraño mine los suyos, herido por manos amadas,
ultrajado por la suerte y abandonado dei todos, me-
nos de su inspiración, allí se levanta el verdadero
monumento que perpetúa su memoria.
Heine es un gran poeta, porque representa un
estado de alma humana. Gomo GoetbJe, su compa-
triota., representa otro diverso. Como representa otro
su compañero Schiller. No tan sereno como el tino,
menos ideal que el otro. ¿Y qué? Por ¡eso mismo
necesario y típico dentro die su literatura. Y lla-
mado, como ellos, y por ser grande como tallos, a
traspasar los linderos de una literatura nacional,
a entrar en el grupo de los poetas universales.
En él está, por derecho propio, aunque al cabo
su figura, sentada o erguida, no adorne una alameda
cerca o lejos de la aguja de Cleppatra.
Nueva York, Diciembre, 1895.
-♦<♦♦-
n
Lo que piensa el obelisco
Todo era glacial aquella tarde. Detrás de los enor-
mes cristales, cerca del calentador que crugía de
cuando en cuando, la blanca perspectiva que! se es-
paciaba ante mis ojos me atería el espíritu. Nada
zmllía a mi alrededor. El edificio colosal se había
itio yaciando poco a poco del enjambre! rumoroso
<jue lo llenaba. Parecíame, sin embargo, que el aire
helado y sutil, que debía silbar fuera, vaheaba so-
bre mi rostro, y me hacía estremecer.
No podía separar la vista del gran monolito, que
¿staba allí, a pocos pasos, inmóvil y erguido sobro
centenares de esqueletos de árboles, que se sacu-
dían, dejando caer en largos canalones la nieve cuaj-
ada en sus ramas sin hpjas. Se me antojaba que
corrían fugaces escalofríos por la piel rugosa de
Aquella mole, hecha por siglos a los ardores del sol
94 ENRIQUE JOSÉ VARONA
africano y al hálito abrasado del desierto. Erigido
por la vanidad humana en un suelo de clima casi
tropical, la vanidad humana lo había trasplantado
a un suelo de clima casi boreal. Me figuraba que
el frío de mi alma debía morder sus entrañas de
piedra.
Lo veía allí, como espectro de edades remotísimas,
evocado por la universal desolación de la naturaleza,
privada del calor fecundante; para ser testigo de otra
vida en otro mundo diverso. El que vio desfilar,
grave y mudo, las pompas guerreras de los Thutmes
y de los Ramses, reyes, hijos de dioses, y dioses vi-
sibles ¡ellos mismos, miraba ahora la procesión in-
terminable, abigarrada y brillante, de otros hombres
que obedecen a reyes impalpables y reverencian a
dioses invisibles.
Lia tierra estaba muerta; pero el hombír¡e¡ hormi-
gueaba vigoroso en su superficie helada. En torno,
delante del obelisco, pasaban veloces magníficos tri-
neos, arrastrados por soberbios tríos de corceles con
vistosos penachos, y atestados de mujeres y hom-
bres arrebujados en pieles, deslizándose sin parar,
uno y otro y otro y mil, a cual más ¡brilftintiei.
a cual más rico, a cual más rápido, aguijados por
no sé cuál imperioso afán de ir adelante, de .prisa,
en pos de algo inaccesible que se dibujaba en Ja
¿Manca lontananza; sin duda para desvaniecerse, pues
la carrera silenciosa no paraba jamás.
Y sin poderlo evitar, prestaba yo mis pensamientos
exóticos al inerte obelisco, y me parecía que los ex-
DESDE MI BELVEDERE 95
¿ranos signos que tatúan sus caras hablaban, y do-
cían : [ '
«Yo he visto multitudes afanosas, con brazos y piéis
desnudos, en la tierra que el limo del sagrado Nilo
fertiliza; yo las he visto, en fila inacabable, ir abru-
madas a depositar su carga, como una ofrenda, ante
si déspota que temían y veneraban, para levantar
monumentos imperecederos a su soberbia mortal.
Apenas caía uno en el camino arenoso, otro ocupaba
ej hueco; y la tarea y el afán np cesaban nunca. A
no ser por el tamaño, hubiera confundido aquellos
hombres con la diminuta hormiga, que pasa así la
existencia, colaborando en obras gigantescas e inú-
tiles. ;
»He visto después precipitarse sobre ellos, como
tromba impetuosa, hordas de gente extraña, que pu-
sieron el alfanje en sus manos, y los arrastraron a
una nueva tarea de esfuerzo y de sangre, para le-
vantar otros monumentos en que inscribieron en otra
lengua otros nombres. Pasaron predicando, saqueando
y matando, y siguieron a otras comarcas paria p¡r¡e-
diciar, saquear y matar. Y su obra de destüucción
y 'edificación no sle 'detenía nunca.
»No sé cuántos años, ni cuántos siglos pasaron. A
mis pies veía siempre sucederse, como las olas de
ün mar sin orillas, las generaciones de hombres, siem-
pre encorvados en una carrera sin fin, para ir a
rematar una obra interminable
»Un día su afán insensato s'e volvió contra mí. Me
arrancaron del suelo ¡e!n que se amasó la roca que
ENRIQUE JOSÉ VARONA
me forma, y me trajeron a una reglón ¡extraña,
donde todo es diverso. ¿Qué iba a ver en torno mío?
Cuando empecé a familiarizarme pon estos hom-
bres nuevos, cuando supe interpretar el rumor de
trueno subterráneo que sale de esas inmensas col-
menas que desde aquí descubro, y las trepidaciones
* producidas a su paso por esos monstruos empena-
chados de humo que vuelan siu alas entre la tierra
y el cielo, el espectáculo de esta marca humana
que viene a romperse contra mi base inmoble nada
me dijo que ya no supiera.
» Estos hombres no van descalzos, ni se humillan
ante un tirano amasado de su mismo barro, ni en-
sangrientan la tierra por una quimera irisada! y ful-
gurante; pero van, sin embargo, más premiosos, con
ínás ahinco, con mayor fatiga, devorando el espacio,
recortando, mutilando, abreviando el tiempo, al mis-
mo fin incógnito; erigiendo trofeos más altaneros, que
han de caer no obstante; amontonando edificios más
altos, que se derrumbarán al cabo; engarzando, en-
cadenando poblaciones para formar ciudades— pro-
vincias, que se derrumbarán al fin en ruinas; que-
riendo hacer más y más pronto y mejor que los pa-
sados, y haciendo a la postre lo mismo: afanar,
afanar, desvariar, pretender volar, y al cabo en un
instante desaparecer.
>He visto, sí, millones de hombres en millares de
años; los he visto cambiar de traje, de moradas,
de gestos, de lenguaje, de ideas. No los he visto cam-
biar de apetitos, ni de pasiones. ¿De qué les sirve
DESDE MI BELVEDERE 97
correr, deslizarse, precipitarse, volar con tan rego-
cijado ímpetu, sin querer parar; si no pueden pa-
rar cuando quisieran?»
Caía la noche, y los últimos reflejos de la tarde
fría se quebraron en chispas sobre el gorro de zinc
dorado que cubre el ápice del obelisco. Me pareció
«pie pestañeaba el ojo triste de un cíclope melancó-
Jco. .
Nueva York, Marzo, 96.
'♦»*•
9?
La bandera de la patria
Al amanecer del día veintiséis, las banderas cuba-
nas flotaban sobre una pequeña parte de la ciudad,
entre despierta y dormida. El viento recio del nordes-
te azotaba la enseña gloriosa, que desenvolvía altiva
sus pliegues sobre el último baluarte de la domina-
ción española en América. El cielo estaba plomizo,
lloviznaba a intervalos, había vapor de lágrimiais en
la atmósfera húmeda. Sin embargo, la bandera dje
la patina sonreía serena sobre el amodorramiento
matinal y la melancólica pesadez de la naturaleza.
Se elevaba gallarda sobre la ciudad aun silenciosa,
¿orno flor de esperanza sobre campo desolado que
ha bebido sangre.
Poco a poco el carmín y el azul de las banderas
100 ENRIQUE JOSÉ VARONA
iban poniendo nuevas manchas de luz y alegría
sobre el fondo obscuro de esa primera mañana de
invierno. Era como el romper sucesivo de gigantes-
ras orquídeas, que desataban sus largas pétalos ¡azu-
les y blancos sobre todas Jas azoteas, en lo ¡alta
de los miradores, en lo más empinado de las torres.
Era como una marea de ondas cerúleas y rojizas
que avanzaban más y más hacia el Este.
Sordo rumor comenzó a subir de las calles ton-
tuosas, primero como zumbido de enjambre lejano,
luego como trueno de la tierra estremecida, al fin
como tempestad ensordecedora de aclamaciones, que
se elevan de millares de pechos, para corear un him-
no triunfal a la bandera de la libertad, que resplan-
decía en lo alto. Era el pueblo que despertaba y se
sentía libre. Como un Encelado, que echa a un lado
la montaña que .había gravitado por siglos sobre
su pecho, sacudía sus poderosos miembros entume-
cidos y lanzaba su voz profunda, que apagaba los
mugidos del mar tajado por las grandes alas jdel
viento del Septentrión.
Mis ojos no se fatigaban de niirar ese gjoriosoí
alumbramiento de una vida nueva, que surgía dJe
entre la obscuridad y el llanto dje un pasado ho-
rrible, simbolizada por esa bandera que ascendía
de todos los ámbitos de la capital, cubierta de niebla,
como de un Tabor envuelto aún en la sombra. Esa
era, ésa, la que hasta ¡entonces sólo había visto yo
decorar las moradas tristes de los proscritos, en los
largos años de peregrinación por el desierto de la
DESDE MI BELVEDERE 101
tierra extraña. Esa la que daba sombría a los túmu-
los, en cuyo derredor nos congregábamos en oitro
suelo a llorar a los mártires de la patria. Esa la
bordada con recelo en lo más retirado de la casa
por la doncella intrépida, y la ungida por las lágri-
mas silenciosas de la madre, que la enviaba ja es-
condidas al hijo que había de defenderla, como un
'alismán, en desigual combate. Esa la ,que tres ge-
neraciones habían visto flotar solamente en sus sue-
ños generosos de libertad y patria, la que para tantos
héroes sólo había significado deber y martirio, la
que únicamente se había desplegado, al silbar de
íias balas y al fulgurar de los aceros, sobre campos
Je muerte. Y allí se alzaba ahora, sobre la orgullosa
ti udiad que se llamaba inexpugnable, en la majestad
do su gloria tranquila, surcando de luz el espacio
ton cada ondulación de sus brillantes franjas, pro-
clamando el triunfo de la abnegación y el patrio-
tismo y la eficacia portentosa de una causa justa.
Y al verla hermanada con el pabellón soberbio
de la Gran República, que ha sido el heraldo y cam-
peón de la libertad de América, al verla flotando
a la par de la luminosa bandera de los Estados
Unidos, volvía a mi espíritu, como evocación de un
pasado ya muerto, el recuerdo lejano de uno de los
días más tristes de mi vida de colono sin patria.
Era el alba de un 4 de Julio. Míe encontraba en;
un 'hotel de la metrópoli neoyorkina. Fragor conti-
nuo de rápidos chasquidos, que repercutían en todas
direcciones, me hizo sallar del lecho; corrí a la
102 ENRIQUE JOSÉ VARONA
estrecha ventana, y sentí tal deslumbramiento, que
apenas podía darme1 cuenta de lo que contemplaba.
La calle inmensa parecía flamear toda entera, en la
gloria tricolor de la enseña nacional. De cada tina
de millares de ventanas salía un brazo rígido que
hacía flotar al viento la bandera, qtie había conso-
lidado la Unión y emancipado al siervo. Abajo, en
fila interminable, los coches, los carros, los ómnibus,
ía hacían pasar en sucesión vertiginosa. En todas
partes brillaba, con profusión indecible, desde el
hotel suntuoso, hasta la humilde tiendecilla. Un niño
limpia-botas la había plantado con orgullo en el
pobre cajón, que contenía sus útiles de trabajo. Me
pareció que el alma del pueblo gigante florecía a mi
vista, en ese símbolo radioso de su poder y su li-
bertad. Y sentí encogerse espasmódicamente dentro
de mi pecho el alma de Cuba, que no tenía bandera...
Y aquí está ahora, después de tantos años de la-
bor de sangre, empapada por esta lluvia sutil, como
por las lágrimas de un pueblo entero; aquí lefctá
triunfante, alzada por el heroísmo silencioso de tan-
tas generaciones que por ella han sufrido el martirio.
Y, en ese rumor profundo que se eleva de las olea-
fas del pueblo, escucho una voz, que claramente!
dice: «Sube, sube, bandera de la patria; fulgura'
como sol que disipa las sombras del terror y la
ignominia; abre tus pliegues, como alas, que cobijen
corazones amansados por el dolor y ensanchados
por el triunfo merecido; tiende tus franjas, como
iris perenne de paz y bonanza, sobre esta tierra
DESDE MI BELVEDERE 103
manchada por el crimen y purificada por ©1 sacri-
ficio. Sube, sube, bandera de Cuba, y que ese girón
sangriento, que ostentas como símbolo de nuestro
martirio, restañe para siempre la sangro do las he-
ridas de la patria.» (
27 de Diciembre, 1898.
*&♦'
i*r
Una evocación
Al mediar la noche del tres de Febrero del corriente
año, celebraron con febril regocijo los habitantes
de Buenos Aires una extraña fiesta.
En un recodo del paseo de Palermo, al resplan-
dor intenso de focos eléctricos y en medio de mul-
ticoloras luces de Bengala, gran concurso de pueblo
formó círculo en torno de un vetusto edificio', aten-
to a la obra que iba a realizar un grupo de inge-
nieros. A la última campanada de las doce, respon-
dió una tremenda explosión, y a ésta, formidablle
alarido, que pareció repercutirse por todos los ám-
bitos de la ciudad cercana. La casa había sido vo-
lada con dinamita. Un ejército de obreros, armados
&c picos y cuerdas, cayó sobre los escombros aun
Vitubcantes, y a pocot dejó raso el suelo, donde la
multitud empezó a banquetear, entre gritos de júbilo
v hurras ensordecedores.
106 ENRIQUE JOSÉ VARONA
¿Qué significaba esa algazara len medio de la no-
che, que parecía convertir a los honrados ribereños
del Plata en romeros del sábado de WaLpurgis,?
¿Qué nueva Bastilla habían derribado esos pacíficos
insurrectos, amparados por la Ley y con el auxilio
de la fuerza pública?
Aquella vieja casa sombría era la quinta del tirano
Rosas. Allí había ido a reposar de sus faenas san-
grientas el Tiberio argentino, y a preparar sus re-
medos siniestros de las abdicaciones y reelecciones
de Octavio Augusto. Por allí había circulado la hues-
te de sus sicarios, el tropel de cortesanos que tem-
blaban ante sus bufones galoneados y constelados
de condecoraciones, y qiie iban a hacer coro a las
grotescas antífonas del padre Lozano. Por allí habían
rondado sus gauchos salvajes; y por entre ellos
había 'discurrido, como la sombra rósea de Beatriz
entro las almas del Purgatorio, aquella Manuelita,
que fué como el iris que flotó sobre aquel inmenso
lago de sangre.
No es en verdad lo menos dramático de la vida
del terrible dictador, el papel que en ella tuvieron
Jas mujeres de su familia. Su esposa, como otra
Josefina, aunque de modo mucho más activo, pre-
paró el camino de su encumbramiento, agitando fac-
ciones, antes de que las domeñara su marido. La
hermana de Rosas, Agustina, reinaba en Buenos Aires
por su belleza, mientras él mantenía doblegada ¡la
república por el terror. Y su hija Manuelita, triste,
bella y dulce, giraba incesantemente en torno de ese
DESDE MI BELVEDERE 107
astro siniestro, dotada del misterioso poder 'de agitar
la única fibra sensible en el pecho de un hombre
de granito. La reliquia de más precio en. la aban-
donada quinta era precisamente la acacia centenaria,
a cuya sombra gustaba Manuclita de dormir la sies-
ta, teniendo acurrucado a sus pies a Biguá, mestizo
idiota, que compartía con don Euscbio de la Santa
Federación el alto honor de desarrugar con sus truha-
nerías el ceño del tirano.
Pocos meses hace que murió en Londres esa mu-
jer tan famosa, que se ha llevado a la tumba las
confidencias lúgubres de uno de los hombres más
extraordinarios de la historia de la América Latina
en nuestro siglo. Si ella las hubiese confiado a su
Vrez a la posteridad, ¡qué documento nos hubiera
dejado para reconstruir la visión del mundo, pintada
en la retina espiritual de quien pudo contemplar
desde tan alto y hasta tan bajo las almas de; sus
semejantes! El pensamiento de esos grandes des-
\ireciadores de la vida; de la dignidad y de las va-
lidades humanas, como lo fueron el romano Sylla
y el argentino Rosas, si se nos revelara, sería el más
maravilloso tratado de moral ascética que pudiera
escribir la pluma desengañada de un Kempis se-
¿lar. Indiferentes a las torturas físicas o morales que
imponían, derramaron la sangre fríamente y fría-
mente humillaron las almas; y lo vieron todo tan
pequeño, insignificante o vil, que bajaron de la cús-
pide de la grandeza, y no hicieron el menor esfuerzo
oor remontarla. !
108 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Se comprende muy bien rjue, cuando se han ma-
nejado los hombres como cosas, se caiga fácilmente
en eso estado mental tremendo, que pudiera llamarse
el hastío del esfuerzo. Se necesita estimar a los de-
más, para darse uno valoi, para darse precio, a sí
mismo. Ser uno entre iguales, aunque no sean muy
aitos, ensancha el espíritu y lo fortalece. Ser único
sobre muchos infinitamente pequeños, amengua, achi-
ca y hasta anula una personalidad vigorosa. Un ambi-
cioso estólido podrá seguir siendo siempre ambicioso,
aunque domine desde muy alto infinitas almas pos-
tríadas. Con un poco de elevación de espíritu, es
imposible que la ambición coronada por el éxito
no se disuelva lentamente en el más profundo desen-
canto, en el más incurable desprecio de esa misma
grandeza, que se persiguió a costa de inaudito em-
peño, sin reparar en los medios y por sobre todos
los obstáculos.
Sylla, puesto que lo cité, se cansa de malar hom-
bres y de envilecerlos, y se desprende voluntaría-
mente del poder que nadie le disputaba ya, para
obscurece rse o para no tener que ver la obscuridad
de las almas ajenas. Rosas, vencido en un encuentro
insignificante, disponiendo de fuerzas numerosas, ab-
dica sin trabajo, se destierra, y pasa largos ¡años
hasta llegar a la senectud, sin la menor veleidad
de tender la mano para volver a asir la omnipotencia
de que disfrutó a sus anchas, y que le permitió ver
cómo puede arrastrarse el animal, que tanto se en-
vanece de su actitud erguida.
DESDE MI BELVEDERE 109
Al cumplirse cuarenta y siete años de la llamada
uiatalla de Monte Caseros, trata el pueblo argentino
de raer de la superficie de la tierra los últimos ¡es-
combros de la qasa del tirano; y el suceso recibió
nas aclamaciones frenéticas de una multitud inmensa,
que parecía sentirse libre de terrible obsesión. Si,
según las añejas creencias, rondasen los espíritus
stis habituales moradas, cómo sonreiría la máscara
neroniana del dictador, al recordar que medio siglo
antes resonaban en torno de esos muros otras muy
distintas aclamaciones; y al pensar que cuando pedía
al plebiscito la sanción de sus tropelías no se en-
contraban en toda la república más de cuatro votos,
que osaran negársela en la sombra del anónimo.
Abril, 1899.
'♦♦>♦-
ih
A barrer
En materia de barrido es indúdablei que estamos
mejor que antes. Se barren mucho las calles de la
Habana, y las barren bastante bieín. Da gusto ver
f?sas cuadrillas de gente atareada, que se toma tanto
impeño en la limpieza pública. A mí, al menos, me
la gasto, y un puntico de pena. Porque, sin quererlo,
He acuerdo de que ha sido necesario que vengan
de fuera a hacernos barrer. Pues claro está que si
nosotros, motu projirio, nos hubiéramos empeñado
más en remover nuestro polvo y quitar nuestro lodo,
no hubiera tenido el vecino que venir a enseñarnos
esos rudimentos de mía virtud, que no es teóloga}
ni cardinal, pero que también fortalece el cuerpo
y refresca el espíritu.
Como las asociaciones de ideas suelen parecer*
tan caprichosas, quizás alguien se sorprenderá al
112 ENRIQUE JOSÉ VARONA
saber que tanto movimiento de escobas rae hace pen-
sar casi siempre en los chinos. No por asociación de
contraste, sino porque los discípulos del cauto' Con-
i'uoio y del sagaz Meneio tienen un proverbio que
dice: «Si cada cual barriera decante de su puerta,
las calles estarían limpias». Y esto, que puede ser
una explicación, tan buena como otra, de la prover-
bial suciedad de las calles de sus ciudades-hormigue-
ros, me sirve a mí para largas meditaciones acérela
de todo lo que pudiera hacer el esfuerzo individual
para remover impurezas, mientras nos acostumbra-
mos al esfuerzo colectivo, y lo que es más, para
facilitarlo.
¡Si nos decidiéramos a barrer, cada uno delante!
de su puerta! Por supuesto, que ya no pienso en Jas
calles tortuosas por donde andamos o nos llevan.
Ya esas, bien o suficientemente bien, las barren en
cuadrilla, por cuenta de la bolsa común. Pero ¡es
que nos queda tanto por limpiar! Y sería lástima
que hubieran de ser otros los que nos forzaran la
mano para obra tan útil y decorosa.
Año nuevo, dijimos el primer día de este pasado
Enero, vida nueva. No soy de los muy creyentes
en el milagro de que los pueblos cambien así de
piel completa, como los ofidios. Por eso me Confor-
maría con que fuéramos soltando escama a escama,
hasta encontrarnos, dentro de suficiente número de
Años, bien lustrosos, flamantes y gayados; con ves-
tido nuevo, en una palabra, y, a ser posible, aunque
lardase algo más, con alma nueva. Pero confieso que,
DESDE MI BELVEDERE 113
por más que busco, no hallo ninguna escama. Qui-
zás se las lleven los barrenderos, apenas caen.
Podrá ser defecto dle mi vista; mas miro y remiro,
por dentro y por fuera, y todo me parece lo mismo.
Somos tan descontentadizos y estamos tan descon.-
lentos como antes; pero cada cual lo está de los de-
más, no de sí mismo. ¿No< nos convendría, por acaso,,
un ligero examen de conciencia? No basta que a
ano lo quiten las ligaduras, es preciso sentirse uno
mismo suelto. Si no, es difícil hasta el intentar mo-
verse, y echar a andar. Pues bien, se me antoja que
el hábito de las trabas nos ha dejado de tal modo
jík impresión de ellas, que no damos un paso por
creernos atados; y después nos sorprendemos, dis-
gustamos y hasta indignamos de que nadie lo dé.
Pensemos que los demás sienten lo que nosotros,
y no seremos tan exigentes. Acabemos de conven-
ciernos do que podemos hacer muchas cosas que
antes no podíamos, y resolvámonos a dar el ejem-
plo. Es más práctico que esperar a qU,e otros lo den.
Todo lo que uno puede hacen* por sí mismo O' aso-
ciándose con olros^ ¿por qué esperar que se lo den
hecho? Nuestro más viejo resabio, y por tanto el más
arriesgado, es el de contar con una providenelia
visible, casi doméstica, siempre a la mano, que debe
preparar el cauce para nuestra vida, sacarnos do
lodos los apuros, y hasta distribuirnos nuestra por-
ción congrua de felicidad. Y como no vemos abrir
8
114 ENRIQUE JOSÉ VARONA
el surco, ni nadie nos saca en hombros, si hemos
yaído en algún garlito, ni nos traen la dicha a domi-
cilio; echamos pestes contra alguien que debe ser
íl culpable, y sobre todo contra un sistema político
y un gobierno que no dicta leyes para que todo nos
salga bien y estemos satisfechos. Me figuro que si
nos propusiéramos arar nosotros mismos nuestro
campo, y salir de aprietos con nuestro ingenio o es-
fuerzo, y cortarnos a nuestra medida el bienestar
que nos sea dable adquirir, nos quejaríamos menos
y adelantaríamos y ganaríamos más.
En la raíz de ¡este descontento crónico encuentro
ese hábito, que ya es en nosotros segunda natura-
leza, de esperarlo todo de fuera. Es que nos lo deben,
pensamos; porque somos dignos de todo. ¿Debió caer
sólo para los israelitas vagabundos el maná y para
las Dánaes emparedadas la lluvia de oro? Si las
cosas no nos resultan bien, la culpa es de quien
debe enderezarlas, para que disfrutemos de ellas.
Nosotros las queremos derechas.
No sé cómo lo pasaría el qlue se atreviera a lle-
garse quedito a nuestro oído y nos advirtiese:— Pero
quizás no seamos merecedores de todo ese bien;
imizás no baste querer lo mejor para obtener!!^ ;
quizás nos sobren vanidad para corregirnos e igno-
rancia de lo necesario para enderezar lo torcido;
quizás sea efecto de nuestra pereza u obra de nuestra
mala educación lo que nos parece producto de la
negligencia de ese otro, con quien contamos a título
de suficiencia nuestra y sin su consentimiento.
DESDE MI BELVEDERE 115
Como no lo sé, no digo lo que le pasaría. Mas
sin extremar tanto la materia, ni poner el gesto
tan avinagrado, vuelvo a mi tesis, mucho; más ino-
cente y menos mortificante, de que debía cada cual
hacer por escobar los rezagos del caduco régimen
anterior, que hayan quedado a su puerta.
Entonces, presentando marcial y gallardamente
nuestra escoba, podríamos decir al de al lado:— -Ve-
cino, yo por mi parte barro, ¿quiere usted barrer?
Mayo, 1899.
'♦»♦-
El centenario de Balzac
Algo atrás ha quedado la celebración del cente-
íario de Balzac. El mundo no va más de prisa; pero
a la humanidad parece que le han nacido alas en los
pies. No sabe a dónde vuela, mas es lo. cierto que
vuela, pidiendo a cada instante la mayor suma y
la mayor intensidad de sensaciones. Vivir mucho no
quiere decir ya vivir largos años, sino sentir mucho.
Se quiere, pues, vivir mucho y de carrera.
Gracias que, de cuando en cuando, haya lugar para
volver la cara atrás, y recordar que tal día hizo
tantos años que nació o murió alguno de esos hom-
bres excepcionales, que se impusieron la tarea de
sentir, inventar, creer u obrar por los demás y
para los demás. Se festeja la fecha recordada con
palabras sonoras, banquetes y fuegos de artificio,
y sejslgue de largo a gran velocidad.
Del centenario de Balzac han quedado, para mié-
118 ENRIQUE JOSÉ VARONA
moría, una conferencia de M. Brumetiéne en el tea-
tro de Tours, un estudio de Mr. Arthur Symons etn la
Fortnightly Bevieiv, varios artículos de periódico, y
una edición especial en inglés de algunas de sus no-
velas, traducidas por Miss Katherine Préscott Wor-
meley.
No había dejado de extrañarme que los franceses,
que publicaron tan lindas ediciones selectas en los
lentenarios de Diderot y Voltaire, no hubieran he-
cho ahora lo mismo, tratándose de un escritor no
menos eximio y no menos abundante. Pero, pensán-
dolo bien, y sobre todo, después dé coinoeler la se-
lección de Miss Wormeley, hte comprendido que no
les faltaba razón. Cabe penetrarse del espíritu y
conocer la manera de aquellos dos grandes escri-
tores, agrupando algunas de sus obras más carac-
terísticas. Diderot está todo él en El sueño de d'Alem-
hert, El sobrino de Ramean, la Conversación de un
filósofo con la Mariscóla de ***, en algunos de sus
Salones. Voltaire se revela siempre el mismo en
Cándido o en Micromcgas, ein el Affaire Calas o en
La fábula de las abejas, en la tragedia Brutus o en
unos versos efímeros como Adieux a la me. La
obra de Balzac 'es un todo orgánico, que no sufre
desarticulación.
En la mente del gran autor, cada una de sus no-
velas viene a ser una escena de esa múltiple, infi-
nita comedia social, que sé había propuesto abarcar,
si no en su integridad, en las líneas generales que
¿erraran su pieriferia. Aisladas podrán ser, como Ib
DESDE MI BELVEDERE 119
son muchas, muy interesantes para el lector de oca-
sión, que va a. pedir a la obra de arte un rato de
divagar, o una suma de sensaciones pasajeras más
o menos sutiles. Pero no producen, no pueden pro-
ducir la vista de conjunto a que el artista aspiraba,
ni menos pueden revelar la poderosa personalidad
del vidente que, colocado en el centro del torbe-
llino humano, era capaz de seguir la trayectoria
de una vida y otro y otra, verlas cortarse, chocar,
acelerarse, retardarse, sin que su vista se confun-
diera, sin que se deslumhrara, sirviéndose de cada
existencia para explicar la mutua, compleja acción
de todas; y desarrollar el desenlace fatal a que
iban impelidas por las fuerzas ciegas del instinto
y la pasión.
Pocas veces, en la historia del arte literario, se habrá
visto aparecer, en época más rica para la observa-
ción, observador más agudo y penetrante, más con-
vencido al. mismo tiempo de su poder y más deci-
dido a emplearlo en servicio de su obra. Balzac, si no
destruye por completo, reduce a valor muy relativo
la doctrina de la inconsciencia de los grandes ar-
tistas. <La observación ha llegado a ser un instinto
en mí, decía, la facultad de penetrar en ¡el alma,
sin descuidar el cuerpo... Salirme de mi propia ma-
nera de vivir, ser otra persona distinta de mí, por
una especie de embriaguez de las facultades intelec-
tuales, y entretenerme a voluntad en este juego, ha
sido mi recreo.»
Este análisis de su facultad de rehacer sus per-
120 ENRIQUE JOSÉ VARONA
sonajcs, descrito en tan pocos rasgos, tiene un valor
extraordinario. Nos explica su modo de operar, que
es el de todos los artistas que llamamos creadores.
El no usa la palabra rehacer, soy yo quien la em-
pleo de propósito. Balzac experimentaba, sufría la
alucinación peculiar de los compositores de per-
sonajes y dramas; la que hacía sentir a Flaubert
los síntomas del envenenamiento de madama Bovary.
Por eso creía verlos tales como eran o debían ser;
se sentía transfundido en el alma de esos seres fic-
ticios. En realidad; lo que hacía era recomponer en
su mente personajes que había observado en el mun-
do, que habían pasado junto a él, de quienes co-
noció fragmentos de su vida o rasgos de su carácter
o los lincamientos de su fisonomía. Con esos ele-
mentos daba forma a seres que eran creaciones suyas
y al mismo tiempo represen tacioues y tipos de los
nombres de su época y su país.
Como que ¿él instrumento que empleaba era de
admirable precisión, pues su inteligencia y su fan-
tasía no oodían ser más extraordinarias, y como
los materiales sobre que operaba fueron tan abun-
dantes y variados y estaban dolados de interés per-
manente, su obra resulta de valor excepcional. Por
iO mismo, no debe ser vista, ni conviene que se la
estudie en fragmentos.
Predomina en ella un concepto fundamental de la
vida, quie, en su trágica sencillez, recuerda aquellla
fuerza tremenda que se cierne sobre el mundo, se-
gún la manera de sentir y comprender la existencia
DESDE MI BELVEDERE 121
que tuvieron los antiguos. La passion est toute Vhu-
manité. Cada esciena de las que trazó aquella pluma
febril es una demostración de ese principio.
No es del momento dilucidar si es más verda-
dero que otros; si la complejidad infinita del mun-
do, aun reducida a la humanidad, es capaz de ser
contenida en tan escueta fórmula. Pero ese con-
cepto explica la obra del gran novelista, y hace
comprender la necesidad de abarcarla en su con-
junto, para darle toda su importancia. El brillante
es uno solo, mas hay que ver las mil facetas en que
está tallado, para admirar los reflejos y cambiantes
numerosos de la luz que lo baña. Una sola ¡ley
doblega a la triste humanidad, la del dolor; pero
son infinitos los aspectos de nuestra miseria. Para
comprender a quien intentó mostrarlos todos, hay
que seguirlo en cada estación de la vía dolorosa que
recorrió, y fijarse en cada uno de los cuadros que
[¡os va señalando al paso. Es otro angustioso* viaje
¿or la selva obscura, sin necesidad de bajar a las
i'egiones infernales.
Junio, 1899.
-♦<$►♦"
Il¿
Educación popular
Gracias a un periódico de esta ciudad, leí el otro
día una carta, entre enigmática y zumbona, en que
se míe excitaba a decir algo sobre educación popular.
La epístola contiene algunas insinuaciones curiosas
y algunas otras obscuras. Por eso no estoy seguro
de haberla entendido bien; y a no ser por la seriedad
del periódico y el lugar preferente que le concedió,
la hubiera lomado toda por pura broma.
Sea de ello lo que fuere, como el asunto en sí no
tiene nada de cómico, antes bien, mucho de triste,
haré como si la petición se encaminara a buscar una
respuesta. Hay casos en que vale más pasarse de
candido y no de listo.
Se me ocurre a veces que estamos necesitados!
no sólo de educación popular, sino de .educación
total. En ocasiones me parece que somos una co-
124 ENRIQUE JOSÉ VARONA
iectividad social bastante mal educada. Pero todo
ello sólo a veces y en ocasiones. Las más, me reclino
blandamente en esa suave satisfacción de uno mis-
mo, que tantos llaman amor patrio. Entoneles tjno
siento seguro de que somos— plural de soy— un de-
chado de perfecciones ; y convengo en que hay que
reformar la educación... de los demás.
Puestos a reformar, es claro que se debe empezar:
por la base. Sobre todo en materias de educación,
hay que comenzar por el principio y dejarlo bien
rematado. Se impone el método de las matemáticas:
subir los escalones de¡ uno en uno, no de dos en dos,
y menos de cuatro en cuatro.
Este es un descubrimiento muy viejo, como otros
muchos, y, como otros, bastante desatendido. Hade
buenos siglos que lo preconizaba uno de los seudot-
evangelistas, el autor del Evangelio de la Infancia.
En uno de sus capítulos da Jesús esta bella lección
á su maestro. Quiso el futuro Cristo ir a la esduela,
y fué conducido a ella. «Cuando el maestro vio a
Jesús, escribió un alfabeto y le dijo que pronunciara
Aleph. Cuando Jesús lo hubo hecho, le dijo< que
pronunciara Bcth. El señor Jesús le dijo:— Dime pri-
mero lo que significa Aleph, y entonces pronunciaré
Beth.*
Ahora bien, parece muy claro que la base de la
educación social está en la preparación que reciban
para la vida las clases populares. Si hemos de empe-
zar por Aleph antes de pasar a Beth, pongamos
manos a educar al pueblo. A primera vista, sin
DESDE MI BELVEDERE 125
Iluda, esto se ve claro. Lo malo es que, a segunda
vista, ya se ve un poco borroso.
No se educa con preceptos, sino con ejemplos. Hace
millares de años que, de la boca de sus sacerdotes,
ie sus profetas, de sus moralistas, de sus manda-
rines, de sus magistrados, de sus tribunos y hasta
de sus empresarios de espectáculos, descienden blan-
damente sobre los pueblos, como los incesantes y
apresurados copos de tina gran nevada sin viento,
los más saludables consejos para ablandar el cora-
zón, morigerar la conducta y rectificar al cabo la
vida. Y toda esa lluvia bienhechora se desliza y cae
por tierra, sin dejar sino algunas gotas adheridas
a la ropa, gotas que un movimiento maquinal sacude,
o que se evaporan y desaparecen.
Lo vque labra en la conciencia es la acción que se
ve repetir y que se repite. La acción del que uno
estima, a sabiendas o no, superior. Cada individuo
imita al otro que admira; cada clase a la que está
encima. La educación desciende de arriba hacia aba-
jo. En los buenos tiempos de la monarquía, el rey
educaba a la corle, la corte a la nobleza de espada,
la nobleza de espada a la noblleza togada, la no-
bleza togada a la clase media, la clase media al
pueblo. La educación, que no era muy buena en
«0 alto, resultaba pésima en lo bajo, porque cada
copia se asemejaba menos a un original que nada
tenía de excelente. Pero de todos modos, el hecho
es el hecho; y mientras haya hombres y clases
sociales— lo que va para largo,— se repetirá inflexi-
126 ENRIQUE JOSÉ VARONA
bl emente el mismo fenómeno. De suerte que para
sanear los sótanos, hay que tener .muy limpias y
ventiladas las galerías superiores. Lo que pasa en
éstas se halla a la vista de todos; y es una lección
objetiva de cada instante para millares y millares
de alumnos que, la reciben sin darse cuenta del apren-
dizaje. Mientras se juegue en el club, se jugará en
la taberna. Mientras combatan al florete los caba-
ñeros, pelearán los jaques a cuchilladas.
Lo que digo de la educación en este sentido tan
amplio, que es el eme le corresponde, habría de
repetirlo de la instrucción. Grande y urgente nece-
sidad tenemos de instruir a nuestro pueblo; pero la
instrucción es también como el agua: corre de la
Jima a la falda. Cuando Francia, después de sus
tremendos desastres, se aplicó con renovado ardor
a su obra de regeneración, muchos eminentes y no-
bles espíritus, a su cabeza Renán, pidieron que la
reforma de la enseñanza empezara por los estu-
dios superiores. Muchas razones abogaban en su
favor, pero la profunda y decisiva es que, para
enseñar, lo primero que se necesita son maestros,
¿m maestro es un guía; el guía mejor es el que
tía ido más lejos y con más frecuencia por el camino
que ha de enseñar a recorrer. El que ha explorado
más y ha 'descubierto más amplios horizontes.
¿Por dónde, pues, debemos empezar nosotros, si
jueranos, como debemos; educar e instruir a nues-
tras clases ineducadas e iletradas? ¿Por arriba? ¿Por
el medio? ¿Por debajo? ¿Dónde está núes trio Aleph?
DESDE MI BELVEDERE 127
Como la carta a que me he referido no me pedía
soluciones, que hubiera sido ponerme en grande
aprieto, hago lo que puedo planteando el problema,
como mejor se me alcanza. Dicen que problema bien
planteado está ya medio resuelto. Vamos a ver, pues,
Á desentrañamos la dignificación de Aleph, y en-
tonces podremos pasar a Beth.
Junio, 1899.
w5
D'Annunzio y la crisis actual
Recuerdo que hablando cierta vez con Mme. Chalía
del renacimiento de la ópera italiana, que había
tenido su más cabal expresión en esos dos talentos
'an juveniles y al mismo tiempo tan vigorosos, Mas-
cagni y Leoncavallo, me deslicé, sin sentirlo, al cam-
po de la literatura; donde, por entonces, cuando se
hablaba de Italia y su nueva escuela, todo lo domi-
naba, como la sombra de un coloso, el genio: a la
vez sombrío y resplandeciente de D'Annunzio.
Para mí Jo característico de la producción de este
siglo en el campo de las artes es la rapidez con que
¿r¿ suceden y renuevan las escuelas. No tomo esta
palabra en un sentido pedantesco, sino como un
signo cómodo para expresar las obras que pueden
9
130 ENRIQUE JOSÉ VARONA
formar grupo; sin darle otra importancia que la que
tenga para la clasificación. Esa renovación 'demues-
tra la intensidad de la vida moderna, qrue hace va-
riar tanto el gusto. El viento huracanado de nues-
tra época gasta las modas, como si fueran bujías
de cera. Esto constituye una gran ventaja para los
talentos originales, pero íes asfixiante, para los me-
diocres. En el mero círculo de la novela, y en la
sola tierra italiana, ¡cuántos cambios entre Ugo Fos-
eólo o Manzonni y Gabriel© D'Annunzio!
Sin embargo, debajo de las simples alteraciones
de forma o procedimientos, no sería difícil descu-
brir una transformación profunda que procede de
un modo mucho más lento. El arte también sufre, y
era natural que sufriera, la influencia de este gran
movimiento que nos arrastra, como la poderosa co-
rriente del golfo, a otro hemisferio apenas entre-
visto, a otro mundo diversamente constituido en lo
social, no sé si para menor o mayor tormento^ del,
pobre átomo que es el individuo.
He citado, como cité en aquella conversación, el
nombre del gran novelista italiano, porque de todas
las formas literarias la novela es la que descubre
mejor el cambio a que aludo; y en las obras de ese
artista insigne, el cual por su temperamento parece
que debía serle refractario,- se puede señalar uno
de sus aspectos más importantes.
En nuestros días, todo tiende a socializarse, si se
me permite la expresión. Quiero decir que la preocu-
pación de lo social predomina sobre lo meramente
DESDE MI BELVEDERE 131
individual. No es la primera vez que ocurre» así;
y en cierto modo pudiera llamarse esto mía regne-
jión, si no coincidiera ahora el refinamiento más
exquisito de la conciencia personal con esa intensa
manifestación de la conciencia colectiva. Quizás el
aspecto más trágico de la historia de la humanidad
sea éste que ahora nos presenta al individuo cons-
ciente de su inmersión en el agregado, en la masa,
donde tiende a desaparecer. En las épocas del comu-
nismo primitivo la conciencia individual era rudi-
mentaria; hoy ha alcanzado un grado pasmoso de
desarrollo. Esta es la causa radical del malestar
profundo de las sociedades civilizadas coetáneas. Es-
tamos en plena crisis del individualismo, y somos
individualistas hasta la médula de los huesos.
Quizás al decir somos he estado pensando más de
lo que debiera en mí mismo. Hay quienes sostienen
con gran autoridad que los pueblos de nuestra raza
guardan mucho del sello comunista de su primitiva
organización. Pero de todos modos es indudable que
el trabajo mental de los últimos siglos había sido
en dirección contraria, y que nuestras instituciot-
nes y nuestra producción, unas y otra en el sentido
más alto, se habían vaciado en el molde individua-
lista.
Resulta por tanto un curioso problema el de un
artista que, por su educación y carácter, está im-
pregnado de individualismo, en frente de los fenó-
menos que hoy se producen, y que está obligado a
reproducir en sus obras, para que sean interesantes.
132 ENRIQUE JOS© VARONA
El efecto, en una palabra, ele la revelación impo-
nente del predominio de la fuerza social en esa sen-
sibilidad sobreaguda, hecha a considerar el indivi-
duo como el centro del mundo.
No es difícil predecir que el resultado tiene que
ser ese pesimismo, que trata de consolarse, de en-
gañarse al memos, con la exaltación y la adoración
de las formas bellas, el cual constituye el desolado
fondo de las obras del portentoso estilista italiano.
Desde el momento en que el interés no va a con-
centrarse en algunos individuos, por quienes poda-
mos apasionarnos, porque el individuo va siendo
cada vez más una cantidad despreciable, quedan sólo
-us grandes líneas que encierran el conjunto, y los
efectos de masa; y se vuelven de súbito, por un ca-
mino disimulado, al arte por el arte. Los personajes
van tomando más y más papel secundario, y vuelve
a adquirir importancia el escenario, y cobrjan valor
artístico inusitado los grandes grupos humanos que
*?n él se mueven. >
Otra gran novelista italiana, Matilde Serao, acaba
Üe insinuar que d'Annunzio va perdiendo en la fa-
cultad de hacerse simpático; aunque reconoce en él,
sin atenuaciones, al «profeta de la belleza» en Italia.
Cuando un verdadero artista deja romper el hilo
que ponía en contacto su corazón con los otros co-
razones, sin que pueda atribuirse el hecho a eclip-
se de su genio, es porque una gran causa externa
obra para producir esa extraña desviación.
Mucho me temo que, mientras dure la crisis actual,
DESDE MI BELVEDERE 133
y ha de ser muy larga, se presente más de un caso
semejante. Y como no todas las obras que vayan
apareciendo han de tener, para subsistir, la admira-
ble forma que caracteriza las de d'Annunzio, muchas,
innumerables han de ser las que vayan, como las
hojas de otoño, a confundirse en el polvo coln las
ij'iic las precedieron en su arrebatado giro.
Agosto, 1899.
♦ ♦>♦-
U.T
amare
La segunda crucifixión
La abominación consumada en Rennes ha espan-
tado al mundo, y aterrado a los franceses que no
están intoxicados por el orgullo o el odio. Han sen-
tido que les apretaban a los labios un cáliz de in-
famia, y han tenido que apurar su licor aicerbo,
hasta las heces. Cargan sobre sí el peso abrumador
de la iniquidad que no han cometido, y de que,
sin embargo, son responsables. Indignados e impo-
tentes, devoran en silencio la ignominia que no me-
recen. Porque los hijos de un mismo pueblo comul-
gan, quiéranlo o no, con la misma hostia, esté ama-
sada de gloria o de infamia.
La vida social no es menos trágica que la del
mdividuo. La tremenda ley de la solidaridad de los
miembros de un agregado humano se revela a ve-
136 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ees cu catástrofes morales, que hunden en el propio
abismo a culpables e inocentes. Sus caminos too
parecen menos misteriosos que los de esa fuerza
ciega que precipita al hombre aislado de caída en
' caída, contra todo el poder de su voluntad, que
13 es al cabo sino el flaco deseo de resistir a lo inevi-
table. Juguete son del vértigo, que sopla no sabemos
de dónde, lo mismo los pueblos que los hombres.
La vacilante luz de la razón sólo sirve para alumbrar
A medias el espantable derriscadero eme los atrae
y sepulta.
En medio de esas tormentas fulminantes, lo más
(¡ue puede hacer el individuo, el átomo, es alzar
su voz entre el tronido de los elementos, no para so-
meterse a su furia, como un rey Lear desolado,
sino para oponer su protesta a las cataratas desbor-
dadas de la iniquidad. La voz de la justicia en los
labios de un profeta podrá ser ahogada de momento
por el bramido de los aquilones que desatan la llu-
via y desgarran la nube en que arde el rayo; pero
cuando ellos han pasado, su eco misterioso se le-
vanta, loma alas, y repercute por todos los ámbitos
del espacio. El profeta habla desde el seno del hu-
racán a la región serena que está más allá de su
arrebatado curso. Es un sembrador que lanza el
grano de la verdad, para que vaya a caer a lo lejos,
hi la semen lera del porvenir. Su obra puede pa-
recer estéril, porque no fructifica a la vista; pero
va germinando en lo profundo, y en su día rom-
perá en tallo y flor, del duro seno de la tierra. Sin
DESDE MI BELVEDERE 137
ella la humanidad, como el agua inmóvil de inmensa
marisma, sólo fermentaría para corromperse.
Del cuadro sombrío y doloroso que ha presentado
la Francia coetánea, la Francia del anti-semitismo
y de la autocracia militar, se destaca un grupo ba-
lado en luz, compuesto de algunos hombres ínte-
gros y magnánimos. Aunque pese también sobre ellos
la carga de iniquidad, por ellos será removida de los
hombros de su patria. En ellos está la chispa que
será faro mañana. Por ellos surgirá de nuevo limpia
y luminosa el alma de la gran nación, que tanto ha
sufrido por humanizar el mundo. Ese ha sido el
grupo de aquellos valientes, a quienes la ignara es-
tulticia de los ambiciosos de bastarda popularidajd
ña querido denigrar con el mote de intelectuales. En
ellos, en efecto, se ha acendrado lo más puro del
intelecto francés, y los ha preservado del contagio
de la cobardía vocinglera, cine se arremolina en tor-
no de los barateros del crimen; de esos que invocan
la gloria de la patria, cuando la prostituyen y des-
honran.
La lucha titánica de esos hombres, como Anatole
France o Zola, sin más arma que su pluma, contra
el tórrenle desbordado de lodos los prejuicios de un
pueblo ciego de fanatismo, contra la poderosa liga
de los intereses de una clase omnipotente en el
Fslado. contra la fuerza de resistencia de la rutina,
empedernida en el fetichismo de la cosa juzgada,
está ya sirviendo para rescatar de su ignominia pa-
sajera la conciencia de una gran nación. Su entereza
138 ENRIQUE JOSÉ VARONA
moral es de Un subidos quilates, que basta para
contrapesar la enorme cobardía de1 tantos que hacen
profesión de valor. Mientras los fuertes de oficio
temblaban, esos meros intelectuales descubrían el
pecho y se iban de cara al peligro a desafiar al mino-
tauro enfurecido. Admirable fué Voltaire, defendien-
do al hugonote Calas desde su apacible retiro de
Ferney; estos herederos de su generoso espíritu lo
ion todavía más, porque han estado siempre en lo
más recio de la batalla.
Parece muy sencillo decir la verdad. Pero cuando
un pueblo entero, tocado de demencia, la aborrece
*¡n saberlo, y 'entroniza en su lugar la mentira, el
salir a proclamarla es hazaña infinitamente! más ries-
gosa que ir a purgar las soledades primitivas de
monstruos y quimeras. Hoy no se levantan pública-
mente piras para quemar a esos contradictores in-
sensatos; pero se les persigue con el ostracismo mo-
:»al, se les lapida la honra, se les viste el sambenito
fie la infamia, y se les imprime en la frente, como con
fcn hierro enrojecido, el estigma de traidores. Tarde
o temprano llega la hora.de la reparación; pero
mientras tanto sangra el cuerpo y desfallece con-
vulso el espíritu.
Por eso me parecen tan grandes esos franceses, que
cuando todo su pueblo aullaba : «crucifiquemos al
judío», contestaban impertérritos: «purifiquemos al
inocente». El judío ha sido crucificado de nuevo. No
importa; por esos amantes de la justicia ha quedado
Ja purificada la inocencia. Y mañana su patria re-
DESDE MI BELVEDERE 139
¿onocerá que esos pocos han sido los que han acu-
mulado el precio de su rescate.
Septiembre, 1899.
-♦♦!♦♦-
l*r<
Diez de Octubre
Miradas a distancia, las grandes fechas históricas
son como las cimas más empinadas de las alterosas
cordilleras; parecen perdidas y solitarias en la in-
mensidad del éter. Sin embargo, no son sino el re-
mate d© una gradual ascensión, el punto elevado
y casi indeciso que separa dos inmensas vertientes,
opuestas, aunque contiguas, unas ein iel espacio, otras
en el tiempo.
El diez de Octubre de 1868 marca en la historia
de América uno de esos altos puntos, quei sirven
de límite a dos épocas. El núcleo de hombres re-
sueltos que, a la luz incierta de una madrugad^
tropical, se reunió en la Demajagua, para declaran
que había llegado la hora de la independencia de
Chiba, y para afirmar su resolución de defendeiila
p. costa de todos los sacrificios, incluso el de su
142 ENRIQUE JOSÍi VARONA
vida, apareciera un día, a los ojos del historiador,
tan extraordinario, como el de aquellos aventure-
ros del mar que, al posar la planta en la misteriosa
isla de Guanahaní, abrieron una nueva ruta al co-
mercio de las ideas y productos de Europa, o como
el de esos peregrinos, que al llegar a la playa glacial
de Plymouth, consagraron un continente a la liber-
tad de conciencia.
Bien pocos eran unos y otros; pero los impulsaba
una fuerza inmensa. Su esfuerzo era la resultante
de un trabajo anterior colosal. Colón y sus compa-
ñeros rompieron la brecha que ¡necesitaba ya Jai
emergía expansiva de la civilización ¡de occidente.
Miles Standish y los suyos abrieron el primer cauce
a la impetuosa corriente de ideas, que iba a rege-
nerar esa civilización. Céspedes y sus amigos vi-
nieron, siglos después, a socavar el dique que se-
paraba los dos raudales nacidos de aquellos tíos
grandes sucesos. \
Si se considerase la empresa de Céspedes como
un hecho aislado, parecería obra de la temeridad,
vecina a la demencia. A pesar solo las circunstan-
cias externas, todas las probabilidades estaban en
contra suya. Contaba con pocos hombres, pocas ar-
mas y escasos recursos. Al poder que intentaba de-
rrocar le sobraba cuanto a él le faltaba. Esto era
lo superficial. Lo profundo era la obra de disgrega-
ción lenta, pero continua, de cuanto España había
representado y representaba en América. Su domi-
nación en las Antillas parecía sólida, y estaba car-
DESDE MI BELVEDERE 143
comida; carcomida por el diente invisible del ana-
cronismo latente, que era su espíritu. España estaba
en el corazón de América, en las últimas décadas
del siglo diez y nueve, viviendo con su sangre y
su cerebro de los siglos ya muertos, de los siglos
de la conquista y la colonización.
Eli torno suyo, enfrente, había crecido, se babía agi-
gantado otro pueblo con un espíritu totalmente diver-
so; flexible, apto a todo cambio, dispuesto a todo pro-
greso, capaz de la más rápida adaptación; su antítesis,
on todo lo que determina el buen éxito en las épocas
de transformación, como la actual. El choque de
¿sos dos pueblos, que encarnaban dos tendencias
tan radicalmente diversas, era inevitable; y ese cho-
que tenía que determinar una nueva orientación
de los sucesos, que constituyen la vida de las so-
ciedades; por lo menos en este continente, que había
de ser, como fué, su escenario.
La lucha entre España y la Unión Americana es-
taba iniciada, casi desde los albores del siglo. Cada
girón del imperio español, que desgarraba el vien-
to de las revoluciones, entraba en la órbita de in-
fluencia de la gran nación que se consolidaba en el
Norte, y contribuía a que se aproximara más el mo-
mento del conflicto final. Cuando Céspedes sacó la
espada para cortar el último eslabón de la cadena
que unió a España y América, eso golpe sonó como
la primera campanada de la hora decisiva. En el reloj
del tiempo los años son segundos. A nosotros nos ha
tocado oir la última vibración. Nosotros hemos pre-
144 ENRIQUE JOSÉ VARONA
senciado el choque fulminante. Pero el golpe inicial,
que ha hecho posible el maguo suceso, se dio en
la Demajagua aquel diez de Octubre.
Al considerar así el papel histórico de Céspedes
y los demás iniciadores de la revolución cubana,
en nada se empequeñece su importancia para nues-
tro pueblo. Todo lo contrario'. Ningún acaecimiento
histórico adquiere sus verdaderas proporciones, sino
jonsiderado en relación con los demás y en el con-
junto de los que componen la vida de la humanidad,
en un período marcado del tiempo.
La revolución cubana, iniciada en 18G8 y terminada
treinta años después, además de su significación ca-
pital para el pueblo que la ha realizado, tiene la
que le imprime ser un suceso de la más alta im-
portancia en la historia de América; en la pugna y
contienda de las razas que han traído a este conti-
nente la civilización occidental; en el conflicto de
uleas trasplantado a nuestro hemisferio a bordo de
la «Santa Marisa» y en el puente de la «Flor de Mayo».
Considerada así, envuelve una gran lección para
nuestra raza. La pone frente a frente a una de esas
inevitables encrucijadas, a que llegan los pueblos,
como los individuos. España ha sucumbido en Amé-
rica, porque no ha sabido adaptarse a las nuevas
condiciones que la vertiginosa civilización coetánea
iba creando en torno nuestro. Si sus descendientes
quieren subsistir, y deben quererlo, como factor apre-
dable e importante de esta civilización en esta parle
del mundo que ocupan con buenos títulos, deben
DESDE MI BELVEDERE 145
despojarse cuan lo unios del manto de plomo del
tradicionalismo, que sus hábitos de raza las pegan
a Jas carnes, y entrar con nuevo espíritu en Ja
nueva liza.
Céspedes y sus continuadores trabajaron y se sa-
crificaron para que Cuba no se quedara rezagada,
como hubiera quedado, si subsistía el régimen que
España representaba. Derrocado ese régimen, se
abrían para Cuba más amplios horizontes, que le
ofrecían nueva vida, vida mejor. ¡Ay de los que no
vean que para conseguirla necesitamos renovar, re-
generar el espíritu con que liemos de ir a su con-
quista!
Octubre, 1899.
-♦♦>♦-
10
va-7
Ironía de la suerte
No ha muchos días narraban los periódicos nor-
teamericanos las ceremonias con que celebró la Uni-
versidad de Chaiiollesville, en Virginia, la erección
de un monumento al más egregio de sus alumnos,
Edgard Alian Poe. (
No he logrado leer el obligado panegírico del poe-
ta, pronunciado por Mr. Hamilton W. Mabie en el
mismo recinto, que atravesó, como un meteoro, el
bello adolescente. Y a fe que me pesa; porque hay
un punto escabroso, que no ha de ser lo memos
picante en ese discurso, y que desde luego tiene que
suscitar el mayor interés. Este mismo hijo intelectual,
cuya figura melancólica se ofrece ahora esculpida
en bronce a la admiración de sus hermanos postu-
mos, ¿se les ofrece también como ejemplo? Porque
el alma parens del poeta errabundo y descarriado
148 ENRIQUE JOSÉ VARONA
no tuvo para él entrañas muy maternales. La que
ahora acoge su efigie con honores solemnes, como
reclamando para sí algunos rayos de su nimbo de
gloria, lo expulsó ignominiosamente de su regazo,
niño aún; y fué la primera en empujarlo por 'la
tseabrosa pendiente, en cuyo fondo cayó al fin, que-
brantado su gallardo cuerpo, rotas en trizas las alas
luminosas de su espíritu soberano.
Las puertas que se cerraron implacablemente para
el vivo, se abren hoy de par en par ante el muerto.
Tardío desquite de la suerte, ofrecido al cabo die
tan largo tiempo al genio, que viene a reinar después
de morir donde, por tantos años, fué el suyo nombre
de escándalo, pronunciado con temeroso horror por
aquellos sesudos camaradas que llegaron, sin tro-
piezos ni caídas aparentes, al sancta del doctorado.
Ante esta insigne reparación, que ha necesitado
casi todo el siglo para consumarse, no es posible
ahuyentar el recuerdo de las infames diatribas que
persiguieron en vida al poeta infortunado, ni sobre
Lodo el del coro de ponzoñosas homilías con que fué
saludada su espantable muerte. La santa indignación
de los virtuosos de oficio tronó desde el Sinaí de los
pulpitos; los dosificadores de la moral pública hi-
ciaron la anatomía de sus pecados en las columnas
:le los periódicos; hasta el infiel albacea, encargado
de salvar para la posteridad sus tesoros literarios,
erigió una picota al frente de sus obras, para clavar
allí, obediente a su pura conciencia á& juez severo
y vestido de limpio, la honra del amigo, que ya no
DESDE MI BELVEDERE 149
podía conjurar sus escrúpulos con el talismán de su
genio. De las cuatro plagas del horizonte volaron, en
negro enjambre, los cuervos, para graznar sobre
el cadáver su fatídica antífona: «Ya no nos escan-
dalizarás más, no, nunca más».
La posteridad no se había atrevido antes de ahora
a coronar en público al mayor poeta de la América
anglo-sajona. En un ángulo escondido del Museo
Metropolitano de Nueva York, una alterosa figura,
blanca y fría, extiende casi maquinalmehte su brazo
mórbido, para colocar una guirnalda de laurel sobre
Vi frente demacrada de un busto en alto relieve,
lis la Poesía, correctamente vestida de amplia tú-
nica de mármol, que parece recatarse para brin-
dar esa modesta ofrenda al que, por amarla con
amor intenso y exclusivo, sacrificó la juventud, la
fortuna, ia posliza estimación del mundo y hasta.
el don excelso de su divina inteligencia.
Digno de atención sería descubrir a qué obede-
ce el cambio de ideas que permite a una universi-
dad, tan genuinamente americana, honrar ya con
publicidad y aparato al que arrojó de sus aulas; y
cuyo espíritu parecía vagar con el signo que el dios
del Génesis puso en la frente del errante primogé-
nito de Adán. ¿Qué ha podido reconciliar la opinión
de los pseudo-purilanos con el gran poeta que tanto
los despreciaba? ¿Ha sido la consagración universal
cíe su genio por el testimonio unánime del mundo,
cautivo del singular hechizo die sus obras porten-
tosas? ¿O es el espíritu de tolerancia y humanidad
150 ENRIQUE JOS$ VARONA
que,. se infiltra cada vez más en las grandes comu-
nidades modernas, y que sopla al cabo con alfas)
tan libres sobre la frente de la gran democracia)
americana?
Prefiero esta segunda respuesta; porque son visi-
bles los signos de esa transformación de la conciencia
pública en los Estados Unidos. Bien poco hace que
.tiurió ese gran pugilista de ideas que fué Ingersoll;
y sus adversarios, los que más duramente habían
sentido los golpes de su maciza dialética, saludaron
con respeto al luchador vencido por la muerte. Los
ministros de todas las sectas, que él había comba-
tido con la tenacidad característica de su raza, tu-
vieron jpalabras de elogio para la sinceridad del
pensador. Los creyentes reconocían, su vínculo de
humanidad con el agnóstico.
Las ciudades americanas, por donde paseó Poe
Su alma exaltada y su imaginación divina, BaMi-
more, Richmond, Boston, Filadelfia y la misma Nueva
York, eran entonces poblaciones pequeñas, en com-
paración de lo que han llegado a ser. El veneinjo
oculto de la vida del poeta fué la atmósfera social
enrarecida, que tuvo que respirar en ellas. La mirada
escrutadora de tantos ojos hostiles que lo¡ rodeaban
£an de cerca le producía el efecto de verdaderos!
basiliscos, que estuviesen examinando al microsco-
pio sus menores faltas. Se sentía como emparedado
dentro de esas vidas tan próximas. Cada vez estaba
más lejos de los que tenía más cercanos, y buscaba
el medio de escapar a su contacto por medio de las
DESDE MI BELVEDERE 151
peligrosas alucinaciones de la embriaguez, que había
de matarlo.
El poeta murió aplastado por una sociedad que
pesaba demasiado sobre su frágil, etéreo organismo.
Esa sociedad, que ha crecido y se ha engrandecido
y refinado, le erige hoy estatuas. Son monumentos
expiatorios que, como siempre, se levantan demasiado
tarde; pero que vale más, de todos modos, que se
levanten. Son una ironía del destino, en que se
deslíen algunos granos de consuelo, no para el
desagraviado, sino para los qne contemplan fel
desagravio.
Octubre, 1899.
'♦«►♦-
\S2
Humorismo y tolerancia
Dicen, por lo menos dice Pauw, que en Atenas
había im tribunal encargado de juzgar los chistes.
Es verdad que Xicola'i lo ha contradicho, y hasta
ha puesto de embustero a Panw. Querella de eruditos.
De todos modos éste sería el caso de repetir: se non
é vero, c ben trouato, porque el rasgo es bien ático.
Si Atenas no tuvo el tribunal, merecía tenerlo.
Ante esos jueces, duchos en el arle de desentrañar
la gracia aun bajo la peluca blanca de un magis-
trado inglés, llevaría yo un atestado de cierta escena,
que tuvo lugar hace poco en la Cámara de los Co-
munes; seguro de obtener en su favor el sufragio
unánime de los sesenta peritos. Porque no menor
número era el de los jueces, eme podía reunir en
cada ocastón aquella ciudad de las Musas y las
Risas.
154 ENRIQUE JOSS VARONA
Los diputados irlandeses no han tenido empacho
en atestiguar públicamente su simpatía por los boers;
V alguno de ellos, como Mr. Redmond, ha procurado
que sus sentimientos sean bien conocidos por los
belicosos campesinos, que están haciendo frente con
tanta audacia y fortuna al formidable poder britá-
nico. Con este motivo un diputada leal, Mr. Seton
Krarr, llamó la atención del gobierno de Su Graciosa
Majestad, y uno de los más poderosos ministros,
Mr. Balfour, que ha solido filosofar en sus horas
perdidas, se dignó llamar a capítulo al efusivo ir-
landés. Esta vez era un ministro el que interpelaba!
a un representante; y el incidente dio lugar a una
de las justas agudezas más divertidas de que hay
memoria en los graves anales parlamentarios.
El diálogo fué corto, y merece trasladarse con toda
fidelidad posible:
Mr. Balfour.— Se ha dado el caso de que un
miembro de esta Cámara ha dirigido sus expre-
siones de simpatía a los enemigos en armas del
Imperio.
Mr. Redmond.— Al enviar mi testimonio de sim-
patía al Transvaal, no he hecho más que seguir el
ejemplo del emperador Guillermo. (Bisas en todos
los bancos de la Cámara).
Mr. Balfour.— No sabía que hubiese usted tomado
tal modelo. (Aplausos). Pero al menos, el emperador
Guillermo no es subdito británico, ni miembro del
Parlamento. (Carcajada general).
Mr. Redmond (Muy serio).— Cierto; pero es co-
DESDE MI BELVEDERE 155
ronel del ejército inglés. (Un trueno de risotadas
sacude la sala).
Mr. Balfour (Sentándose y con tono de gran in-
diferencia).—No es la primera vez que ciertos dipu-
tados de esta cámara han prometido su apoyo a los
enemigos de S. M. ; pero ese apoyo no ha sido
nunca sino moral (Sonrisas y aplausos). Tengo mo-
tivos para creer que en esta ocasión sucederá como
en las otras. Pienso que la Cámara no tiene por qué
dar grande, importancia al incidente. (Cae el telón
entre aplausos ruidosos y prolongados).
Aunque Mr. Balfour es autor de un libro sobre
la duda filosófica, dudo que nunca se haya elevado
más en las alturas de la serenidad, que tan bien
sienta a los espíritus especulativos. Como no creo
que los grandes humoristas, sus compatriotas, hayan
logrado idear una escena de más subido valor có-
mico, que ésa, cortada en plena realidajd, y trans-
mitida por los estenógrafos, todavía viva y palpi-
tante, a todos los lectores del munido. Su gran mérito
consiste para mí en que abre una dilatada perspec-
tiva sobre el alma de un pueblp, que representa!
papel tan prominente en los deslinos actuales de
la humanidad.
El humorismo es planta que prende en suelos muy
diversos, pero en ninguno se extiende y florece
como en el británico. Casi parece un atributo de
raza. El inglés es el hombre del humor, como el fran-
cés el hombre del esprit. Pero nótese que el esprit
se va todo en superficie, y el humor todo en profun-
156 ENRIQUE JOSÉ VARONA
didad. Aquél es un rayo de luz que juega sobre la
delicada película nacarina de una pompa de jabón;
este ©s un haz de sol que va a buscar, para encen-
derlo, el espejo del agua escondida en el obscuro
fondo de una cisterna. El esprit es un juglar, que
hace voltear las palabras en vez de bolas de colores,
y ríe para hacer reír. El humor es un satirizante,
disfrazado de clown, que pone a la vista el fondo
de las cosas, el reverso de las medallas, y ríe para
hacer pensar. El esprit es jocoso y el humor mielan-
cólico. El uno es hijo del ingenio, que se siente libro
y vuela; el otro es hijo de la fuerza, que siente, sin
embargo, las limitaciones naturales, y saie que ha
de luchar con obstáculos.
El humorismo del pueblo inglés es una de las
manifestaciones de la conciencia de su fuerza. En
él entra por mucho el bíceps, el famoso bíceps anglo-
sajón. Esos pugilistas bromean de antemano con
los golpes que asesta el deslino, atleta sin rival,
champion del mundo. Por eso es uno de los caminos
que los lleva a la tolerancia, prenda tan general
entre ellos como el humorismo. Es verdad1 que su
tolerancia tiene una punta de desdén. La condes-
cendencia de la giganta Glumdalclitch con el ho-
múnculo Gulliver. Pero de todos modos ya es mucho1,
intre hombres, que el fuerte oiga con reposo las
invectivas del débil, y aun le consienta que }¡e dis-
pare sus pelotillas de papel mascado a las antiparras.
Hércules se contentó con recoger en ,su piel de león
el ejército de pigmeos que lo asaltaba, y llevársel|o
DESDE MI BELVEDERE 157
lomo presente curioso a Euristhieiiies. Pero eso per-
tenece a la fábula. Y es grato ver en la realidad que
los poderosos sepan hacer verdadera la ficción.
El desenlace de la escena de la Cámara de los
Comunes, que he referido, no es menos típico que el
diálogo que lo precedió; y envuelve una lección más
alta. No es poco hostilizar meramente con la ironía
al que se puede sujetar con la fuerza; pero es mucho
inclinarse, aunque sea aparentando desdén, ante la
libertad de pensar y sentir, aun siendo en contra
nuestra y por lo mismo que es en contra nuestra.
Noviembre, 1899.
-♦♦>♦
>ar9
A una esfinge chipriota
Yo te he visto, posada em una di© las acroteirasj
áel viejo sarcófago, vuelta la grupa al huésped de
algunos días que fué allá a rendir su última jomada,
a dormir su último sueño; vuelto ed rostro impasible,
agitado apenas por la sonrisa lúgubre de tus labios
lie piedra, al transe unte que se paraba mudo a
contemplarte, o se alejaba con indefinible terror, pe¡r-
beguido por la mirada inmóvil de tus ojos entor-
nados.
A través de las anchas vidrieras, se veía caer en
menudos copos la nieve. Caía sin tregua, sin rumor,
como si el cielo quisiera arrebujar la tierra soño-
lienta en un frío manto de silencio y olvido.
Yo te había visto antes muchas veces. Tallada en
madera, esculpida ien mármol, fundida en bronce.
Pero nunca te habías revelado a mi espíritu, como
160 ENRIQUE JOS£ VARONA
en ese bloque de calcáreo gris, en tu papel de guar-
dián de da muerte y tentadora de la funesta curio-
sidad de la vida.
Allí estabas, en el pedestal más adecuado; presi-
diendo indiferente a la descomposición de la mate-
ria; proponiendo al espíritu el pavoroso enigma del
perenne renacimiento del dolor en la naturaleza.
Más de ¡veinticinco siglos hace que la mano de un
Artista errabundo, venido a tu Chipre risueña del
Egipto próximo o de la Asiría lejana, te hizo surgir
de la piedra, símbolo de su anhelo angustioso de
penetrar el gran misterio, expresión corporal de sus
terrones, al volver la vista al mundo caliginoso de
Ais sombras.
Ante ti estuve yo, también errante y angustiado,
pensando que la fría incredulidad de nuestro siglo
decrépito ha podido despojarte de tu dignidad de
símbolo; pero no ha, podido contestar la fatídica
pregunta, que parece resonar todavía en tus labios
eternamente mudos.
Fuera de la gran sala, llena ele las relit¡uLas inertes
del pasado remoto, caía silenciosamente la nieve,
y era glacial el hálito de los lagos y los bosques.
Tú asististe al gran espectáculo de la fusión de
los pueblos y de la transfiguración de sus ideas
cardinales. Tú viste mezclarse las razas y las creen-
cias, y presenciaste las metamorfosis de los dioses.
En los bajo relieves de esa misma tumba donde
eslás posada en tu serenidad desdeñosa, ¿quién, si
no tú, podría decirnos si esa figura, que parece des-
DESDE MI BELVEDERE 161
vanecierso al roce invisible de las alas del tiempo,
vs Astarté que muere o Afrodita que nace? Tocaban
las riberas encantadas en tu isla las naves fenicias
y las barcas jónicas; y en aquel suelo se verificó
a tu vista el desposorio del arte oriental y el arle
úelénico. Tú contemplabas apática las grandes obras
del amor y la ilusión. Y sonreías, con tus labios
sarcásticos, pensando en esa labor infinita, que pa-
noe tener por objeto perpetuar la miseria, en el
fondo de un mundo de formas tan bellas.
Cuando yo estaba ante tí, como clavado al suello
por el peso de mis pensamientos, moría un año
en su lecho de hielo. La nieve ponía sus blancos fes-
tones en las anchas vidrieras. La melancolía de la
naturaleza armonizaba con tu hosco aspecto y mj
espíritu desolado.
Yo te preguntaba, sin articular sonidos, por qué
la primera manifestación de la vida es el dolor, y
la pena la prístina revelación de la conciencia. Que-
ría decirte que esa ley funesta hace pesar sobre el
Aiundo sensible una maldición injusta. Pero tu son-
risa enigmática heló mi palabra interior, y rompió
el sortilegio misterioso en que me envolvía tu pre-
sencia. Pude al fin alejarme; pero tú quedabas rei-
nando en mi recuerdo, dura, sombría, indiferente
e irónica.
Cuando salí de aquel recinto, poblado por las
memorias d» las edades muertas, la nieve ¿íabía
11
162 ENRIQUE JOSÉ VARONA
acabado de extender su albo sudario sobre la tierra.
Muchos días han pasado. Muere ahora otro año.
Pero aquí brilla el sol en un cielo sm nubes, y sobre
Ja tierra 'verde y florida no cae en blandos copos
la nieve. Y, sin embargo, vives en mi espíritu, aterido
de frío; vives, como en aquel cuadro que parecía
hecho para tu calma glacial. Porque1, cuando se ha
contemplado una vez tu faz, que parece interrogar
al tiempo que no descansa y a la eternidad muda,
ya no se la olvida. Y la sed de curiosidad que encien-
des no se apaga. <
Esfinge, misterio, ironía, misterio de la vida, iro-
nía del des-lino, dicen que tú conoces la clave del
enigma del bien fugaz y del mal perenne; dicen
que sabes el shibboleth, a cuyo conjuro se disipa
la noche de la conciencia humana. Así lo dicen;
pero tus labios de piedra, abiertos sólo para tu lú-
gubre sonrisa, no han pronunciado, ni pronunciarán
jamás palabra alguna.
Diciembre, 27, 1899.
-♦«►♦-
163
A la nueva estatua del Parque
Parecía que el firmamento había derramado sobre
\a ciudad todos sus astros, desde los más blancas
hasta los más rojos, como el carbunclo que brilla
en el corazón de Scorpio. El Parque era una in-
mensa fragua ten ignición. En su centro, sobre el
pedestal tanto tiempo desierto, se erguía una ma-
trona de bronce, enhiesto el brazo que sostiene un
sol.
Perdido entre la multitud que avanzaba por lentas
sacudidas, vi la aparición, a trechos sombría, a tre-
chos luminosa, y en la cima, resplandeciente. Traté
de acercarme; y te reconocí al cabo, oh Libertad,
sol de las conciencias, vencedora de las tinieblas del
alma.
Te reconocí, o te adiviné; porque era para mí
indudable que sólo tú debías presidir aquella fiesta;
161 ENRIQUE JOSÉ VARONA
,a fiesta de un pueblo, emancipado, por la virtud
suprema que reside en tu amor.
Y al contemplarte en aquel sitio, sobre aquel pe-
destal, sentí intensa sacudida, y en pos un gran
deslumbramiento; como si el vertiginoso tropel de
los recuerdos pugnara en mi espíritu, por abrir
campo a la inabarcable, luminosa perspectiva del
futuro.
Te vi vuelta la espalda a la vieja ciudad, como
queriendo decir eterno adiós al pasado. Te vi sobre
aquel alto zócalo, que había mantenido soberbio el
símbolo, que fué encarnación de los días de la es-
pada y el cetro; como para demostrar, aun en aque-
lla hora, que el mañana tiene su raíz en el ayer;
y que en la flor más espléndida se acendran Jos
jugos del suelo impuro.
En ese instante, Diosa fecunda en dulces prome-
sas, me parecieron más perceptibles, si no más ex-
plicables, las contradicciones que pugnan en tu hen-
chido seno; de donde pueden nacer o venturas sin
cuento, o interminables desventuras.
Creí comprender cuan vana quimera es pensar,
que basta substituir un símbolo a otro, para que
muera una ¡edad y surja la nueva, tan completamente
diversa, tan limpia y pura de toda sombra de la
anterior, como la bella Melusina, al desprendersie
de su deforme envoltura de sierpe.
Para los hombres, como para los pueblos, el tiem-
po es una cadena que va soldando eslabones a esla-
bones ; y éste que se desliza en nuestras manos asido
DESDE MI BELVEDERE 165
está al anterior, el cual viene en pos de otros y otros
infinitos, pendientes en el insondable abismo, que
hemos dejado a la espalda. Aspiramos a tener alas
en los pies; y es noble y legítima nuestra aspiración;
pero no debemos olvidar la vieja cadena, si no que-
remos, al 'empezar a remontar el vuelo, sentirnos
fijos y adheridos a la dura tierra por inconmensu-
rable peso.
Tú, Libertad fulgurante, nos enseñas, en esta nue-
va forma que te ha dado el arte moderno, que
avanzas, derramando luz a torrentes. Y los rayos
de lu mágica antorcha parecen decirnos que tu ma-
yor enemigo, el monstruo que tratas de domeñar, es
la ignorancia.
Ignorancia de lo que dejamos en pos de nuestros
pasos; ignorancia de las fuerzas con que contamos
al presente; ignorancia de lo próximamente asequi-
ble, de aquello de que es capaz y de que nos
hace dignos nuestro esfuerzo, y de lo que es en
definitiva irrealizable.
Logra tú, Diosa a la par tierna y severa, logra
tú apartar a mi pueblo de ese terrible escollo. Bien
lo merece; porque te ha amado mucho, y por ti
ha penado y pugnado mucho.
Enséñale a no olvidar; porque lo pasado es maes-
Lro insubstituible; y enséñale a considerar los erro-
res de otros tiempos como parte de su herencia^
de que debe purgarse, si quiere transmitir otra más
noble a las generaciones venideras. Enséñale, ade-
más, que nacer débil es ley natural; pero que la na-
166 ENRIQUE JOSÉ VARONA
turaleza da al organismo tierno los medios de robus-
tecerse, si logra adaptarse, y, cuando se trata de
Un organismo consciente, si sabe adaptarse.
Y enséñale sobre todo que poseerte es el bien
sumo, cuando se sabe lo que tu posesión significa.
Poseerte, oh Libertad, es la dignidad suprema, pero
es también la responsabilidad suprema. Tú pones
en las manos de los pueblos la balanza de su destino;
ie entregas a la par las pesas de los bienes y las
pesas de los males; y cuando así lo han hecho, te
apartas, para que sean ellos los que carguen los
platillos. Tú te ciernes en lo alto^ y miras con in-
terés de madre. Pero no tocas el brazo que distribuye
las pesadas.
Tú estás en lo alto, y alumbras.
25 de Mayo, 1902.
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y
'■[Z.
A Paul de Kock
Permíteme, sombra regocijada, que turbe por bre-
tes momentos tu larga siesta. Soy portador de una
nueva, que ha de contribuir no poco a entretener
tu buen humor de ultratumba. Pues supongo, que
allá en el Hades misterioso tu espíritu continúa
dirigiendo al vasto hormiguero humano la misma
mirada benévola y burlona, con que veías desfilar a
los atareados subditos del rey burgués delante de
tu ventana del boulevard S. Martin.
En los campos de rollizas y encaracoladas berzas,
que sin duda prefieres a los prados de asfódelo del
mundo supralunar, no sé si conservarás tu figura
alegre y bonachona de rentista regordete, a quien
no espesan la sangre las digestiones difíciles; mas
estoy seguro de que guardas el mismo maleante in-
168
ENRIQUE JOSÉ VARONA
teres por las bizqueras morales, que tan sabroso
pasto de risa ofrecen a los que estamos seguros de
ía perfecta focalización de nuestros ojos.
La sombra trágica que se proyectó sobre tu cuna,
sólo pareció dejar en tu alma aversión profunda
por las estériles agitaciones de la política. En la pro-
longada tranquilidad de tu vida sin aventuras, tuviste
a tus anchas vagar y espacio para familiarizarte con
todas las muecas de la máscara humana; y aprendiste
a repetirlas, para provocar en el infinito número
de los aburridos la sonora explosión de la carcajada
desopilante.
Indiferente al menosprecio de los críticos titulares,
alejado de los cenáculos en que se acuñaba la mo-
neda legítima del buen gusto, sin ambición de esti-
lista ni aspiración a la agudeza recóndita, preferiste
hacer reir a hacer llorar; sin otra filosofía a la
vista que la convicción de que los hombres tienen
demasiados motivos de melancolía, para no sentirse
agradecidos de veras al que los mueve a risa, a
costa de los traspiés ajenos.
Las pequeñas ridiculeces que sorprendiste con tu
pequeña linterna, Diógenes de las huertas de vi-
llorrio y de las alcobas en la trastienda, no son las
úlceras profundas que los novísimos médicos so-
ciales ponen al descubierto, para afligirnos, ya que
no para curarnos. No te la dabas de Galeno. Sabías
lo que eras, caricaturista de los entresuelos de la
sociedad coetánea; y cabe sospechar que estabas
contento de lo que eras.
DESDE MI BELVEDERE 169
Tus compatriotas te leían: aunque los pontífices
y augures de su literatura afectaban desdeñarte. Tam-
bién te leían" los extraños; y del extranjero te lle-
gaban las satisfacciones que te negaba la refinada
pulcritud de los tuyos. Tus chistes parece que se
clarificaban al pasar por el filtro de la traducción.
De seguro que no hubo para ti testimonio más alto
de aprecio, que el que te ofreció, desde el otro lado
del estrecho, aquel bon vivant del Major Pendennis,
cuando aseguraba que durante treinta años no había
leído otras novelas que las tuyas, y que positiva-
mente lo hacían reír. Fun is good.
Ciertamente, si tu modestia no hubiese corrido
parejas con tu vena humorística, habrías tenido más
.te un motivo para desvanecerte. La leyenda se apo-
ieró en vida tuya de tu persona y de tus obras. Se
contaba de un Padre Santo de Roma, que escondía
ios doceavos en que se imprimían tus narraciones
droláticas tras los infolios de la Summa. Y se hizo
¿élebre la pregunta de un soberano europeo a un
su visitante francés: «Vous venez de París et vous
cu' vez savoir des nouvelles. Commcnt se porte Paul
de Kock?»
Pero; es seguro que por mucho que cosquillea-
ran tu amor propio estas leyendas, sabrías pa-
sarlas a su debida columna en el activo de tus
adquisiciones. El estudio asiduo de ios lies menta-
les es un gran preservativo contra esa degenera-
ción de la célula cerebral que se llama la vani-
dad. Y por eso estoy cierto de que mi noticia de
170 ENRIQUE JOSÉ VARONA
hoy no te ¡ensoberbecerá más que esas anécdotas de
antaño.
Habrás de saber, padre fecundo de Chamberí y
de Du Burg, que se te prepara un homenaje pos-
tumo, cual no lo ha recibido ninguno de los reyes
legítimos de esa larga dinastía de los sumos satiri-
zantes, que empieza con los Aristófanes y los Lu-
cianos y sigue con los Rabelais y los Cervantes
hasta los Swift y los Thackeray. De tus obras, pero
de tus obras traducidas al inglés, está preparando
cierto editor de Boston una edición, que será única
en los fastos de la tipografía. Hará una tirada es-
pecial, de un solo ejemplar, cuyo costo es de dos-
cientos mil dollars. Hará otra tirada especial, de
un solo ejemplar, que costará ciento cincuenta mil.
Y otra de diez ejemplares, los cuales sólo valdrán
la suma, que ya parece pequeña, de cincuenta mil
dollars cada uno.
La impresión será eli verdadero pergamino, por
medio de una prensa de mano, fabricada en 1630,
con tipos del viejo estilo Caslpn, y con tal lujo
de iluminaciones, que no las habrán poseído igua-
les, ni parecidas, las vitelas en que primero se es-
tamparon los suspiros amorosos de la Sulamita y
las desengañadas confesiones del rey Gohelet, para
quien todo era vanidad.
¿No es cierto, sombra placentera, que la noticia
valía la pena de importunarme? ¡Serán de ver los
ojos con que harás guiños a la sombra afanada de
tu compatriota y coetáneo, el gran autor de la Co-
DESDE MI BELVEDERE 171
media Humana, que casi no ha pasado de las edi-
ciones a tres y medio francos el volumen! Fun is
good.
Junio, 1902.
'♦<»♦*
A Mr. Fletcher, psicólogo y quiromancista
35 W. 42d St— New York
Su anuncio de usted en el Herald dominical mo ha
áado materia para divertidas reflexiones. Gracias.
Es un primer i'rulo de la recóndita sabiduría de usted,
habilidoso señor; y recogido a distancia, sin ne-
cesidad de exhibir ante sus ojos de zahori mis manos
demasiado cosquillosas.
No es usted modesto, señor. ¿Ni por qué había de
serlo quien lleva toda la ciencia humana en el hueco
de la mano? Usted mismo lo asegura: negocios, sa-
lud, matrimonio, divorcio, procesos, cambios de for-
tuna, cuanto levanta o postra el ánimo de los flacos
mortales y aguija su ansiosa curiosidad, de todo
sabe usted, de todo entiende, y sobre todo puede
aconsejar con tino que no yerra.
Nada es bastante difícil para usted, oh varón pro-
171 ENRIQUE JOSÉ VARONA
digioso. Así lo dice su anuncio con laconismo y cla-
ridad, que no pueden menos de sembrar la convic-
ción en el espíritu de tantos como andan por el
mundo atortelados, porque se les vuelven dificulta-
des hasta los dedos de la mano.
Seguro estoy de que el timbre de su puerta no
cesa de retiñir. Desde aquí me parece ver la in-
terminable procesión de sus clientes, y adivino la
írra reprimida que roe las entrañas del doctor del
piso bajo, cuya campanilla, Doctor' s bell, permanece
muda todo el santo día, sin contar la noche pecadora.
Hubiera consagrado sus vigilias, como usted, a la,
quirognomia y quiromancia; hubiérase sumido en
los profundos senos del psiquismo, y hoy podría
disputar a usted las palmas dadivosas de sus pla-
cientes, quizás preferibles a las palmas académicas.
Natural es que así resulte. Usted no receta pil-
doras amargas ni cápsulas biscosas; no prescribe
ascéticos ayunos, ni hace sobar las carnes flaccidas,
ni trae a sus enfermos en trajín perpetuo de las sa-
lutíferas playas a las cumbres no menos salutíferas.
Su ceño de usted1 no anuncia sentencias espantables,
ni amenaza en sus manos la reluciente cuchilla con
tajos mortales, en busca de abscesos las más veces
'maginarios. Sobre usted y su ciencia consoladora
no se han publicado las tremendas revelaciones de
ese tremendo doctor Veressa'ief, que trae sin som-
bra a los Galenos de ambos hemisferios.
Usted es sabio y benévolo. Sus doctrinas tienen un
abolengo treinta veces secular. Al mismo tiempo
DESDE MI BELVEDERE 175
es usted sencillo, porque conoce la enorme potencia
de Jas dos fuerzas que tiene a su servicio: el mis-
tirio y la ilusión. Cuando siente usted temblar la
mano que posa sobre la suya agasajadora, deja us-
ted de escudriñar ese mapa viviente, prescinde us-
ted de anillos de Venus, líneas de Apolo y montes
de Saturno, y con mirada plácida, que sosiega al
más zahareño, comienza a dispensar bienandanzas
a granel.
La pobre doncella de labor, que ha ido a con-
sultar su fortuna, oye con deleito la buena nueva;
se ve del brazo con un Vanderbilt inédito, que la in-
troduce leu el sancta sanctorum de los cuatrocien-
tos de la fama. El azogado y desarrapado Gallegher,
que tiende a usted su pequeña mano ya encallecida,
al conjuro mágico do las fatídicas palabras, infla el
pecho bajo un blanco pelo constelado de brillantes,
y se siente arbitro de las tabernas de la metrópoli,
señor de sus escuadras de polizontes colosos, czar de
sus ventrudos aldermen, semidiós de los poderosos
huéspedes del Capitolio de Mbany.
¡Qué varita de virtudes tuvo nunca el maravilloso
poder de su dedo do usted, recorriendo los signos
cabalísticos de una palma, que acaba de dejar el
rudo contacto de la escoba o el mazo, cuando no de
alguna que sólo ha sentido el tenue roce de la seda
o la blanda caricia de las felpudas pieles! ¿Dónde
hubo horóscopos en que se pusiera tanta fe como
en las sentencias inapelables de su boca inspirada?
El mundo se ha ido siempre tras los profetas que
176 ENRIQUE JOS?. VARONA
le han pronosticado el milenario ; por la misma razón
por la cual ha lapidado siempre a los videntes que
le han anunciado catástrofes. Es verdad que hasta
ahora las profecías calamitosas se han realizado
las más de las veces; y en materia de paraísos te-
rrestres no sé de otro que se haya descubierto, sino
aquel Paradise of Fools, que contempló aún vacío
el futuro tentador de Adán, y donde ya no se cabe
tú de pie.
Por lo mismo, dirá usted, tiene más precio mi ha-
bilidad, y puedo y debo considerarme un benefactor
público. Quince minutos de riqueza, de poderío, de
ventura, de ensueño realizado, los doy de un modo
infalible con el filtro de mis palabras. Y nadie ha
venido a quejarse después. Claro. ¿De qué se que-
darán? ¿Acaso dan más, ni tanto, los otros doctores
que andan por el mundo, vendiendo salud para el
cuerpo y el alma, grandezas en esta vida y bienaven-
turanza en la otra?
Sobra a usted razón: como sobraría necedad al
que pretendiera motejarlo de charlatán o apodarlo
con nombre parecido. ¿Quién es capaz de definir
dónde empieza y dónde acaba la charlatanería? Y
cobre todo, ¿ a quién aprovecha más, el embaidor o al
embaído ?
Mientras se resuelve, si se resuelve, esta sutil cues-
tión, continúe usted descubriendo manos ásperas y
desenguantando manos suaves; y siga leyendo en
todas promesas de villas y castillos, en la tierra o
en las nubes. Y si tropieza usted por calles o es-
DESOE MI BELVEDERE 177
caleras con sabios más doctorados, más togados y
más cmbirnetados, que lo midan a usted de pies
a cabeza con los ojos y parezcan darle del codo,
como diciendo : «yo vendo ciencia» ; salude usted
cortésmenle y contaste, sin jactancia y sin empacho:
«yo vendo quimeras».
Junio, 1902.
'♦♦!♦♦-
12
\"V9
A un mi amigo, artista
¿Recuerda usted nuestra última visita al Museo
Metropolitano? Me parece ver a usted a mi lado,
contemplando conmigo los pies maravillosos de la
Salomé del escultor Story. Esos pies que acaban
de bailar una verdadera danza de la muerte, y que
reposan, finos, gráciles, siniestros. Hablábamos de
esa noble escuela de escultura americana, que basta
para demostrar ella sola la profunda idealidad dje
Un pueblo, que los observadores superficiales tildan
de prosaico y positivo.
Acababa usted de llegar de Filadelfia, y me refería
la impresión de asombro que le habían producido
las Casas Consistoriales. Particularmente se dete-
nía usted en enumerarme las heroicas figuras del
portal; y me contaba los extraños rumores que cir-
180 ENRIQUE JOSÉ, VARONA
rulaban acerca de su autor, Menninger, desaparecido
en pleno renombre. Sabíase que no había muerto;
pero pocos conocían su paradero, quizás nadie, y
menos la causa misteriosa, por la cual había renun-
ciado al mundo y a la gloria.
Todo ello me ha venido a la memoria, al desco-
rrerse en estos días, ante una escena incomparable-
mente trágica, una parte del velo que ocultaba hacía
muchos años la vida del artista.
Menninger, como usted sabe, estaba en la plenitud
de la vida y de su actividad productora, cuando fué
elegido para ejecuta r las estatuas filadelfianas, ese
trabajo que lo colocó definitivamente entre los gran-
des escultores de su país. Su posición social, aun
sin esta consagración de su talento, era envidiable. Sn
fortuna le había permitido cultivar sus aptitudes y
.disfrutar de los encantos de la más refinada civili-
zación en los centros artísticos de Europa.
Ni en él3 ni en torno suyo, parecía faltar nada
de lo que constituye, o parece constituir la dicha
humana: era rico, famoso, se sentía rebosando de
vigor mental, estaba rodeado de amigos y admira-
dores. De pronto el artista cierra su estudio, y, sin
decir adiós ni a deudos ni a íntimos, emprende un
viaje misterioso, de que no regresa. Sólo su ban-
quero certificaba que estaba vivo; aunque, obede-
ciendo a estricta consigna, se negaba a revelar el
lugar de su destierro.
Porque, en efecto, el artista se había desterrado
para siempre de la sociedad y del comercio de los
DESDE MI BELVEDERE 181
hombres. Había huido a una nueva Tebaida, a una
floresta casi desierta de New Jersey, en el lindero
de dunas extensas y solitarias. Allí hnbía levantado
con sus manos una cabana de sencillas tablas y allí
se había recluido con algunos cuadros, algunos libros,
Un retrato y un perro.
Los raros habitantes de aquellos lugares que erra-
ban a veces hasta la proximidad de su ermita, solían
descubrirlo sentado a la sombra de los escasos pinos
que la sombreaban, puesto el oído al grave y triste
rumor del mar distante, contemplando el cielo o>
mirando fijamente al fiel compañero, echado a sus
plantas.
El nuevo Timón, más feliz en esto que el del gran
poeta, había conservado un perro a quien amar...
I do ivish thou ivert a dog, That I might love thee
something. Pero poco a poco esta fue su única com-
pañía. Las pinturas fueron desapareciendo de la ca-
bana, y tras ellas, los libros. El espíritu del solitario
iba cortando una a una las amarras que lo mantenían
asido al mundo. Así destruía los hilos que podían
ponerlo en comunicación con lo que oíros habían
sentido, con lo que otros habían anhelado. Sin duda
juzgaba suficiente alimento para su alma, que se
atrofiaba, su propio dolor o su propio desengaño.
No ha mucho, en uno de los últimos días del
pasado Julio, un campesino de las cercanías observó
una gran columna de humo negro que flotaba si-
niestra sobre la cabana del anacoreta. Corrió a ella
y encontró que empezaba a incendiarse; penetró
182 ENRIQUE JOSÉ VARONA
desolado, y sobre el pobre lecho, que ocupaba una
pequeña alcoba en el fondo, descubrió ya inerte el
cuerpo demacrado del artista y en su diestra crispada
una pistola...
Apagado a tiempo el fuego, nada se encontró que
revelase el motivo de la catástrofe. El trágico desen-
gañado no creyó necesario despedirse de un mundo
que ya no existía para él. Ni una línea, ni una pa-
labra. ¿No cree usted, amigo mío, que hay pocos
ejemplos auténticos de mayor desasimiento de las
cosas humanas?
Es difícil concebir nada más patético que ese pro-
longado y completo aislamiento voluntario de un
espíritu superior, tan rico en un tiempo de cuanto
juzgamos valioso para el hombre; como no sea ese
desprecio total de todo lo que dejaba en pos de sí.
Esta sombra que se va del ese modo, desdeñosa y
altiva, llevándose consigo su secreto, como algo tan
suyo que a nadie interesa y a nadie concierne, re-
viste grandeza dramática pocas veces igualada.
Toda esta lenta agonía, en la disolución paulatina
de un alma que se niega con resolución estoica y
tranquilidad perfecta el pan de la comunicación es-
piritual ¿ha sido una expiación? Las pocas noticias
que se han recogido después de la tragedia no con-
sienten fácilmente esa hipótesis. En los tiempos en
que Menninger era algo más accesible a sus vecinos
que lo fué posteriormente, los que se le acercaban
lo encontraban siempre sereno y afable. No los bus-
caba, pero no los repelía; y algunas veces franqueaba
DESDE MI BELVEDERE 183
el umbral de su choza a los niños ele aquellos lu-
gares.
Poco a poco se fué .compenetrando más con la
soledad, y quiso vivir exclusivamente con sus pen-
samientos. Usted que tanto admiró la obra del ar-
tista, de seguro presiente que este es un caso típico
de esa enfermedad implacable que mina ciertas na-
turalezas excepcionales; y recordará a Leopardi, el
desterrado de Recanati, el que supo cantar con voz
üivina los tormentos del asco del mundo.
Enfermedad, ciertamente; y que por lo mismo
debe movernos a honda, angustiosa lástima. Sí, amigo
mío, lástima de los que la padecen y también, tam-
bién, de los que son causa de que se padezca.
Agosto, 1902.
^♦«♦♦-
Una página que olvidó Voltaire
Voltaire, que conocía tan a maravilla a sus com-
patriotas, ¿es un buen tipo del francés? La exacta
ponderación de sus dotes mentales, su escepticis-
mo superficial y juguetón, su ironía casera, agra-
dable y poco venenosa, son ciertamente rasgos fá-
ciles de encontrar entre los suyos. Pero la serenidad,
a que se solía elevar sin esfuerzo su juicio, y sobre
todo esa gran virtud, médula del hombre verda-
deramente humano, la amable tolerancia que inspira
sus mejores obras no parecen cualidades caracterís-
ticas de la mayoría de sus compatriotas.
Ciertamente. El francés suele ser escéptico, pero
no tolerante. No es fanático, cual otros pueblos que
se le aproximan por la sangre y la geografía; pero,
con el chiste en la punta de la lengua y presto a tran-
quilizar su conciencia con una canción burlona, sabe
186 ENRIQUE JOSÉ VARONA
estrujar al que no piensa a su gusto, y ocha jal
gendarme encima del que pretende salirse un tanto
del molde que esté de moda.
En el Siéclc de Louis XIV hay un capítulo casi
al final, que podría pasar, sin gran esfuerzo, por una
crónica parisiense de estos días de violencias legales
contra las monjas recalcitrantes. Refiere muy seria-
mente el doloroso burlador la expedición de dos-
cientos guardias, marcialmente dirigida contra las
religiosas de la abadía de Port-Royal de París, las
cuales se habían negado a firmar cierto formularlo,
donde se condenaban proposiciones de un libera que
no habían leído. Por este enorme delito fueron apre-
hendidas e internadas en diversos conventos del
reino. :
En cambio, a las más humildes de espíritu que se
resignaron a firmar, aun sin haber leído, como cier-
ta Sor Perdreau y cierta Sor Passart, las acribillaron
con coplas satíricas.
Las últimas correspondencias de M. Cornely, en
que se refieren los incidentes, semi-dramáticos y
semi-cómicos, del cierre de las escuelas de las con-
gregaciones francesas, pareoen reminiscencias de esos
pasajes de Voltaire. Si es que no preferimos consi-
derar éstos como ediciones anticipadas de las co-
rrespondencias de M. Cornely.
También ahora se ha movilizado la guardia muni-
cipal contra religiosas, que creen obedecer a su con-
ciencia, desobedeciendo leyes, cuyas sutilezas esca-
parían a cerebros algo mejor organizados. Lugar
DESDE MI BELVEDERE 187
lia habido, como Landemau, donde se ha concentrado
un verdadero cuerpo de ejército: tres brigadas de
la gendarmería y doscientos soldados de línea, para
forzar la puerta de una escuela.
Para que el paralelo sea más picante y de paso
más instructivo, en el caso de las religiosas janse-
nistas bastó una palabreja deslizada por Clemen-
te IX en la fórmula que habían de firmar las rafrac-
tarias, para acallar sns escrúpulos, ponerles la plu-
ma en las manos y hacerlas volver en paz de su
destierro. Y en el caso actual, ha bastado que M. Corn-
il autorice a distinguir entre las congregaciones]
que han creído proceder de buena fe y las que no,
para que el resultado de tan grande inquietud y con-
moción haya sido que permanezcan en sus respec-
tivos establecimientos noventa y cinco por ciento1
y más de. los individuos de las congregaciones ame-
nazadas.
La musa satírica de los franceses tendrá asunto, si
no fresco, rejuvenecido; mas no por eso ha dejado
de soplar un viento de pasiones iracundas sobre
el país, ni de avivarse odios mal extintos. Porque
ahora, como en los tiempos del Rey Sol, no bastan
la civilidad, ni el refinamiento para amansar la fiera
de la intolerancia, que es mía de las formas más
odiosas de la presunción humana.
Sin embargo, 'entre Port-Royal y Landernau se colo-
can la agonía de un régimen político de siglos, leí
espantoso drama de la Revolución, la conquista de
Europa por los ejércitos y las ideas de la nueva
188 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Francia, una centuria más de pasmosos cambios en
las instituciones políticas, en la vida industrial, en
las teorías científicas, en los sistemas filosóficos;
es decir, el siglo diez y ocho, demoJedor, y el diez
y nueve, constructor! Y al cabo, al cabo, como si estu-
viéramos presenciando una maravillosa sucesión de
vistas disolventes, donde acabábamos de ver la si-
lueta de un radical francés de la aurora del veinte,
nos encontramos con el agrio gesto* de un Le Tellier
de las postrimerías del diez y siete.
Naturalmente no pretendo decidir aquí si los tres-
cientos establecimientos, que resultan ahora las ove-
jas negras del rebaño de los siete mil perseguidos
al principio, tenían o no razón, procedían o no de
buena fe. Desde tan lejos resulta difícil dirimir esas
querellas. Creo que debían obedecer la ley de su
país. Es un principio que no sufre excepción. Pero
creo también que un poco de humanidad y un
mucho de tolerancia hubieran evitado el inútil es-
cándalo que, por segunda vez en pocos años, han
hecho dar a un gran país las facciones ensoberbeci-
das que lo dividen y conmueven. La prueba está en
fas atenuaciones introducidas a última hora por el
gobierno, y que han empezado a serenar el hori-
zonte.
El que ama la libertad, que es paladión de la
dignidad personal, sufre al registrar hechos de esta
especie. Porque advierte que es inútil que cambie
la jornia de las instituciones, mientras no se refor-
men los sentimientos fundamentales. La igualdad,
DESDE MI BELVEDERE 189
antes de estar escrita en la ley, debe estar escrita
( ji la conciencia. Y pues estamos por igual sujetos al
error, ¿cómo discernirnos un privilegio de infalibi-
lidad? Y lo que ©s aún peor, ¿cómo perseguir, en
nombre de ese privilegio?
Agosto, 1902.
-♦♦!♦♦'
w
Mi postal
A Meleagro de Gadara, Sofista, Poeta y Colector
Días geniales, marcados con blanca señal en el
gran encerado de] tiempo, fueron sin, duda aque-
llos que dedicaste a la sabrosa tarea de escoger las
flores más lindas, gallardas y fragantes del antiguo
lerjel de la musa helénica, para entrecogerlas en una
guirnalda inmortal.
Afortunado inventor de las antologías, florilegios,
ramilletes, haces y mazorcas de pensamientos ex-
quisitos, deja que te salude mi bárbaro agradecido.
Merced a ti, poeta cosmopolita y ecléctico', hemos
logrado ver de trapillo, en las horas de plácido aban-
dono o juguetona trisca, a las solemnes ninfas del
Pindó; y heñios podido beber algunos sorbos refri-
gerantes de la heliconia fuente en la manuable taza
de Diógenes.
192 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Gran pérdida hubiera hecho el mundo, si so hu-
biese extinguido sin eco la voz sonora que cantó las
hazañas del airado hijo de Peleo o las inacabables
aventuras del artificioso Ulises. ¿Quién nos compen-
saría de no haber oído los lamentos prof éticos del
titán encadenado en los abruptos picachos que sirven
de lindero a dos mundos? ¡Cuántos Villiemain (de
menos tendríamos, si se hubieran reducido a polvo
los pergaminos que han guardado las genealpgías
ditirámbicas de los vencedores píticos y olímpicos!
Pero sin ti, coleccionador emérito y benemérito,
tal vez hubiéramos perdido más. Perdóneme la le-
gión sagrada de los comentadores, exégetas, filólogos
y traductores. Sin ti, no hubiéramos concebido a
tus compatriotas más o' menos adoptivos, sino cal-
zados del alto coturno y dando al vientoi la pur-
púrea clámide.
Tú nos has libertado de la obsesión de las acti-
tudes académicas. Tú, amable perseguidor de ma-
riposas, nos has enseñado que los descendientes de
los seniidioses y los héroes gemían por sus pe-
queños dolores y reían sus pequeños goces, como los
que no descendemos de los Heráclides o los Atridas.
Por ti sabemos cómo sufrían la yida y cómo espe-
raban la muerte; cómo engañaban las horas fugaces
entre la aurora y el ocaso, y las amables lecciones
o los agridulces desengaños que les dejaba jugando
la poesía casera, desterrada de las pompas oficiales.
Cuan admirable te me presentas, cuando considero
las dificultades de tu empresa. Todas esas poesías
DESDE MI BELVEDERE 193
fugitivas, que detuviste al vuelo para fijarlas en tu
maravillosa colección, revoloteaban en pequeñas ban-
dadas por mil lugares diversos y remotos, prendidas
aquí al zócalo de las estatuas, colgando allá de las
estelas funerarias, subidas al frontón de un tem-
plo, comprimidas en los rollos de un pergamino
o zumbando en la memoria de un sofista trashumante.
No tuviste por auxiliares la prensa, que multiplica
las reproducciones de una misma obra, y, como
la naturaleza con sus gérmenes, confía en que algu-
nos ejemplares se salvarán de la universal destruc-
ción; ni el correo, que vence en velocidad a Iris y
en ubicuidad a Hermes. Tus ayudantes fueron tu
paciencia, tu buen gusto y tu amor a la gaya doc-
trina, por ti verdaderamente gaya.
Y lo más pasmoso es que tú, su inventor de genio,
no alcanzaste el álbum, ni presumiste sus singulares
transformaciones.
Los colaboradores de tu obra habían vivido antes
de ti y en muy diversos puntos del mundo helénico.
En un momento dado, conmovidos por la belleza,
de una Niobe inconsolable, por la desaparición sú-
bita de una beldad temprana, por los aprestos ri-
sueños de un himeneo o los solemnes de un sacri-
ficio, encerraban en dos o tres dísticos un pensa-
miento tan patético o tan bellamente ingenuo, que
merecía quedar vibrando en los oídos de la huma-
nidad.
13
194 ENRIQUE JOSÉ, VARONA
Pero la vecina invisible del gi neceo próximo no les
había enviado sus tabletas de marfil ungidas de! blanda
cera para que le improvisaran un epigrama lauda-
torio. Los helenos no. eran galantes, ni repentistas.
Escribían sus versos para que los esculpieran jen
mármol; y no sospechaban que* habías del veinir tú
detrás a recogerlos, para darles mayor duración,
fijándolos en materia mucho más frágil. El destino
tiene caprichos como ésos.
Pero íes lo cierto que los recogiste. Y lo es tam-
bién que todo buen ejemplo tiene imitadores. Tu
juitología fué continuada, empatada y alargada. Tu
antología fué comentada. Tu antología fué impresa
Y cuando los bárbaros llegaron a entender de letras
y creyeron tener literatura, quisieron tener también
sus antologías. ?
Como andando el tiempo todo se democratiza, lle-
garon días en que los meros ciudadanos desearon
poseer sus florilegios particulares y personales, y se
inventó el álbum. Pero el álbum forma volumen, es
pesado y no se reparte por entregas a domicilio. He
aquí por qué, oh Meleagro-, los ingeniosos bárbaros
del siglo veinte, que para ti sería veintiuno, hanj
inventado una especie de téseras de cartulina, que
se envían a domicilio para solicitar la inspiración
remolona o dormida de los epigramatislas coetá-
neos.
¡Cuánto hubiera facilitado este feliz invento tu
agradable y fructuosa labor! ¿Qué nos falta en estos
días faustos de la tarjeta que va y viene por la
DESDE MI BELVEDERE 195
posta, para tener a porrillo colecciones, coimoi la
tuya, guirnaldas de agudos, sencillos y hechice-
ros poemitas en unos cuantos versos lapidarios?
No serán ciertamente los Simónides, ni los Cali-
macos.
Septiembre, 1902.
«97
A John Ruskin, inmortal
Apenas escrito el vocativo de esta carta para Ul-
tratumba, me he sentido del todo temeroso. No veo
oien si la Lomarás, sombra ilustre, por una impacn-
tinencia o por una irreverencia.
Fuiste, en tu vida mortal, demasiado severo con
tus coetáneos. Quizás por lo demasiado complaciente
(fue eras a veces con los pasados, sobre todo si
habían vivido antes del siglo decimosexto. Dígalfo,
si no, aquel Guido Guinicelli, de quien has rever-
decido los laurelies, ya que no los versos, decla-
mándolo uno de los prototipos a que se conformaba
cu ahna exquisita.
Mas me alienta la esperanza de que habrás cam-
biado de ánimo, al cambiar de morada. Te supongo
de humor más acomodaticio, trocada esta tierra don-
de tan satisfecho estabas de la armonía de las cosas
198 ENRIQUE JOSÉ VARONA
y tan poco del desconcierto de los hombres, por las
afortunadas islas empíreas, donde de seguro habitas.
No debe rezar, con los que hacen el viaje irreversible,
la sentencia del poeta latino.
Desde esas alturas, leerás fácilmente en mi espí-
ritu, y verás que no abrigo la extraña y risible in-
tención de turbar tu ecuanimidad celestial. Ni siquiera
se me ocurre que pueda sorprenderte en uno de
esos momentos en que tu temple, según tu propia
confesión, tenía más de la corrosiva acritud de Swift,
que de la moderada suavidad de Marmontel.
Trato, por el contrario, de que veas que not te fal-
caba razón para pensar como piensabas, acerca de
la beatífica imbecilidad de muchos que sacan di-
ploma de doctos, con licencia en forma, para enseñar
su estulticia. Al mismo tiempo, tu espíritu, tan radical
y profundamente religioso, encontrará en lo que
voy a referirte nueva ocasión de aquilatar la vanidad
más que etérea de toda gloria humana, y lo hueco
de todo renombre, aunque sean gloria tan resplan-
deciente y renombre tan dilatado como los tuyos.
De las numerosas obras qne escribiste, para pro-
vecho vy deleite de los hombres, a quienes has en-
señado el arte nuevo, y sin embargo no recóndito,
de embellecer la vida más humilde, quizás era tu
preferida aquella profunda disertación en que nos
desentrañas los tesoros que ofrece y regala, con
munificencia regia, la buena lectura. Of Kings1 trea-
suries, la llamaste.
Después de habernos enseñado a mirar en torno
DESDE MI BELVEDERE 199
nuestro, para que supiéramos apropiarnos todas y
cada una de las bellezas que siembra con prodigali-
dad infatigable la natura, lo mismo en el escondido
islote formado por los brazos de un humilde ria-
chuelo, que en las gigantescas moles nevadas, que
se alzan como atalayas de la tierra^ después de ha-
bernos amaestrado en la interpretación del alma de
tas viejas edades, tal como la ha retenido la piedra
que labró el arquitecto o la tela que coloreó el pin-
tor, quisiste enseñarnos a leer en el espíritu y el
corazón de los grandes pensadores.
Pudiste creer entonces, sin vana inmodestia, que ha-
bías asegurado larga sucesión de lectores inteligentes,
a tus libros, ni míenos profundos ni menos bellos, del
gran siglo en que viviste. A tu vista se reproducían las
ediciones de tus obras, a uno y otro lado del At-
lántico; y los extranjeros escribían libros acerca de
tus doctrinas, que presentaban como el evangelio
artístico de tu patria.
Pues .oye lo que acaba de ocurrir en ella, no
mucho tiempo después do perdenle, y cuando todavía
vibran las prensas perfeccionadas, arrojando al mun-
do páginas de ésas en que le legaste lo mejor de
tus nobles pensamientos.
En la ultrainglesa ciudad de Liverpool, un perió-
dico, dedicado especialmente a la enseñanza, pro-
movió no ha mucho un certamen literario, cuyo tema
debió excitar suavemente tu contento, si por enton-
ces tuviste vuelta la vista hacia la isla nativa, pe-
destal de tu fama. Pedía que se disertara, como tan-
200 ENRIQUE JOSÉ VARONA
tas veces lo hiciste tú, con maestría insuperable,
sobre «Las montañas y su belleza».
Como ves, el asunto era genuinamente ruskiniano.
Tan ruskiniano, que un lector y amante tuyo hubo
de convencerse de que era inútil empeñarse en decir
mediocremente lo que ya habías dicho tú de un modo
casi divino, cual en ti se hubiesen fundido los ojos
de un alpinista y el poder plástico del gran escultor
del mundo. Con este convencimiento, tu admirador
se limitó a copiarle, y envió tranquilo su copia, tan
seguro del premio, como de que siendo ya tus obras
patrimonio de la humanidad, no habías de tenerle
a mal, que él explotase un pequeño filón de la
abundante mina.
Pero el desenlace no ha sido ruskiniano, sino ra-
belesiano. Tu copropietario no contaba con el sutil
husmeo e infalible criterio de los pedantes. El ju-
rado, ¡oh Ruskin!, te concedió cuarenta y un pun-
tos, de cien que era el máximum. Cuarenta y un
puntos a John Ruskin y noventa y uno a Mr. X. X.,
vencedor del pind arico concurso. Las trompetas de
la fama se han encargado de anunciar al mundo tu
derrota y el cretinismo soberano de tus jueces.
Porque ese jurado de magníficos idiotas razonó
su dictamen. Tu tesis, maestro inmortal de toda una
generación de artistas, está escrita en estilo duro
y sin flexibilidad; tus descripciones carecen de vida
y tienen demasiado sabor periodístico! Por poco te
arrojan de una vez al anónimo montón reporteril.
La lección, si lección hay, es sólo para los críticos
DESDE MI BELVEDERE 201
y jueces literarios. En tu serenidad olímpica, poco
lia de punzarte el chasco do tu gratuito altor ego.
Pero no dejará de bosquejarse una plácida sonrisa
en tu boca melancólica y bondadosa, al volver a per-
cibir desde allá arriba la sombra (pie proyecta sobre
cj mundo de la inteligencia la montaña colosal de la
pedantería humana.
Octubre, 1902. i
-♦«►♦-
ve ¿
A Baba Bharati, varón santo
En New York
Todopoderoso es Krishna, y Krishha es el amor.
Se muestra, y el corazón más empedernido florece,
inspira, y la lengua más torpe se desata en raudaji
de palabras suaves, que ablandan las almas.
Bien venido seas a estas tierras de Occidente, hom-
bre de mucha fe, que haces prodigios. Vienes de
donde el sol se levanta, y nos traes el oro de tus doc-
trinas, el incienso de tus oraciones, la mirra de tus
virtudes.
Tú has hecho penitencia entre los santos de Rad-
Uakund, en la floresta de Brindaban, cuyo solemnle
murmullo adormece y pacifica el alma. Tú te has
bañado en las aguas maravillosas del Lago de Rhada,
que da a los corazones el temple divino del amor
puro. Tú has desarmado con tu resignación y la
fortaleza de tu confianza en el Señor a los tigres
que yerran, buscando su presa, en las vastas sola-
201 ENRIQUE JOSÉ VARONA
dades de los Himalayas. Tú lias visto cara a cara
i Krislma, tres voces santo, y lias contemplado la
reverberación de su amor sobre el mundo; y has
amado en el mundo el amor de Krislma.
Fiiiste ermitaño entre los eremitas y asceta en
medio de los ascetas. Pero te recluíste, para conocer
mejor la grey de los hombres olvidados de la san-
tidad; y mortificaste tu cuerpo, para que las ca-
denas del apetito no lograsen nunca aprisionar tu
espíritu. ¡ ,
Vuelves ahora al mundo; como el nauta, que es-
tuvo algunos años cobrando fuerzas, al abrigo^ de
bien defendido puerto, se lanza de nuevo al mar,
donde rugen y azotan las hirvientes tempestades.
Te arrojas a las playas desconocidas de este hemis-
ferio, donde viene a declinar el sol; porque a tu
lelo evangélico resulta ya estrecho el mundo de
los fieles de Krishna.
Admiro tu alto espíritu, apóstol del amor; y en mi
ceguedad de incrédulo tiemblo, al pensar en las
espantables luchas que te aguardan.
Otro vidente, de tiempos más viejos, fué arrojado
a una caverna, donde hambreaban leones furiosos.
Tú te lanzas a un anfiteatro, donde a primera vista
no encontrarás gladiadores, ni fieras. Pero, a poco
que prestes el oído, oirás como sube y crece y se
dilata rumor profundo de ayes y maldiciones, do
amenazas y blasfemias, revelador de pugna más ho-
rrenda, porque es invisible.
¿Oyes ese tribuno que arenga una turbamulta elec-
DESDE MI BELVEDERE 205
trizada por sus ademanes y sus palabras? ¡Cómo te
regocijan sus prime ras frases, todas do miel!— «Her-
manos», llama a sus oyentes, «compañeros del alma,
que compartís conmigo el pan del infortunio, esas
manos que tendéis hacia mí, unidlas, unidlas estre-
chamente, para que os sostengáis fraternalmente unos
a otros por la áspera cuesta de nuestro Calvario».
Escucha algo más. Esas manos, que ahora une
el arrebatado tribuno, va a separarlas dentro de
poco, para que blandan el hierro o la tea, para que
arrojen la máquina infernal, para que descarguen
la piqueta demoledora. Su confraternidad está en-
cerrada en fronteras más elevadas, que las cimas
de tus montañas ; porque están levantadas blo/rue a
bloqne sobre el espíritu mezquino de clase, sobre la
ignorancia de las leyes sociales, sobre la concupis-
cencia y el vicio, que no son menos fieros, potrque
no sean imputables a sus víctimas.
Mira acá ese hombre de afables maneras, que se
insinúa entre los grupos, para calmarlos, para qui-
tarles suavemente las armas homicidas. Ya se te
ensancha el pecho, porque encuentras un justo, según
tu corazón y tu espíritu. Espera un poco. Ese justo
los desarma ahora, porque quiere hacer de su man-
sedumbre escabel para sus plantas. Si mañana en-
tiende que los necesita armados y airados, ya lo verás
abatir ante ellos la barrera de las leyes, abrtir a su
ímpetu ciego todas las compuertas, y mirar sin es-
panto la inundación que avanza, como espere) que
su barca flote sobre las olas embravecí dais.
206 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Tu evangelio ^s de amor. ¿Esperas sembrar tu
simiente en estas sociedades, minadas por el odio
torvo o la ambición hipócrita? Tu palabra es luz.
¿Crees cme¡ no tratarán de apagarla, cuantos fundan
su medro en la obscuridad, que envuelve las con-
ciencias de aquellos a quienes han convertido en ins-
trumento de su fortuna?
Aquellos tigres que amagaban saltar sobre ti son
menos feroces que estos corderos, que vuelven tran-
quilos a la querencia pasando sobre charcos dfe
sangre. Aquellos rugían y confiaban su terrible ame-
naza a todos los ecos del bosque. Estos balan; pero
no te fíes de sus pérfidos balidos, aunque parezca
¿me resuenan en ellos las dulces voties de patria
y humanidad.
Vienes a predicar la paz a los que viven por la
guerra. Pides que abran sus corazones a quienes
no se atreven a mirar en los abismos de su .alma.
Ensalzas el amor ante hombres que sólo respiran
odio.
Vuelve a tu floresta encantada, yogui. Tus visio-
nes, tus éxtasis no son la preparación requerida para
lanzarte a teste torbellino desencadenado de pasiones
antihumanas. El arco colosal de Rama sería impo-
tente ante el brazo que lanza la dinamita.
Mas perdona, santo anacoreta. Había olvidado que
antes de ser apóstol habías sido periodista.
Noviembre, 1902.
>*1
Enero
En las blandas alas de la ilusión se deja conducir
el hombre a través de la linca indefinida, intermi-
nable del tiempo. Nuestra pequeña cárcel, la tierra,
gira en 'estrecha órbita; y en su avance y regreso
sucesivos va pasando alternativamente de las nieves
de Enero a las flores de Mayo; de las flores ide
Mayo a las nieves de Enero.
Y el hombre cree candidamente eme también para
él vuelven a florecer las rosas y a cantar los rui-
señores; espera que en sus lagares correrá el zumo
nuevo de las nuevas vides; aguarda los villancicos
que saludarán la futura renovación de su vida.
Como no ve envejecer la tierra, nada quiere saber;
del diente invisible que va desmigajando su alma,
a medida que él se desliza por la recta infinita: del
tiempo. Y sin embargo las nieves de antaño no vuel-
208 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ven para el; ni son tan frescas las flores de la pró-
xima primavera, como lo fueron las de la pasada.
«Tu torni ben, tu torni,
Ma teco altro non torna.»
No renueva sus moldes la vieja artista naturaleza.
Ya sus obras más exquisitas nos parecen amaneradas.
Siempre las mismas rosas, siempre los mismos pám-
panos, y siempre al cabo el mismo blanco sudario
sobre la tierra aletargada.
Para ayudar a nuestro propio engaño, hemos en-
í asillado el tiempo, y a cada pequeña porción damos
un nombre, que repetimos de trecho en trecho, para
alentarnos con la ilusión de que hemos vuelto atrás
y empezamos de nuevo la ruta. Ahora es Enero. Mas
¿quién nos dará los ojos de Adán para ver, juvenil-
mente, la juventud del año?
El viejo entre los viejos, Jano, anterior a los
hombres y a los dioses, nos aguarda, en ésta que
queremos llamar entrada, con su rostro de efebo
dirigido hacia atrás y su rostro de anciano vuelto
hacia adelante. La cara fresca de ojos sin nubes
es la que necesitaríamos nosotros para mirar el ca-
mino que ante nuestras plantas se prolonga; y en-
contrarlo llano, alfombrado de fresca grama, som-
breado de laureles perennemente verdes.
Ver quisiéramos a pocos pasos el regocijado' coro
de las horas, asidas de las manos para la danza li-
gera, buscándose unas a otras con la mirada jubi-
DESDE MI BELVEDERE 209
losa, exuberantes de lozanía y plenitud de vida;
como quienes siguen las huellas de la luminosa au-
rora, que desata las ligaduras del sueño a las plan-
tas, a las bestias y a los hombres.
Mas ¡ay! la ronda que acertamos a ver no es la
de esas ninfas de alas invisibles, de gayadas vesti-
duras, que antes nos arrebataban en sus rápidos
giros. Las que evoca el dios ceñudo que preside al
nuevo Entero, van torvas y enlutadas, escondiendo
en los pliegues del manto instrumentos de tortura.
Sus labios parecen pronunciar la ineludible sen-
tencia del reloj agorero de Urrugne: vulnerant omnes ;
ultima necat.
Sí, cada una hace al pasar su herida: quien en
el pecho, como estocada, quien en la espalda, como
latigazo, quien en la frente, como estigma. El alma
cuenta las cicatrices, y mira con sonrisa irónica la
puerta falsa que entorna Enero sobre la inmensidad
del tiempo. Por allí pasarán de frente nuestras mi-
serias y de soslayo nuestras ilusiones.
Más allá del umbral tropezaremos de nuevo con
la multitud afanosa que dejamos a la espalda. Ellos
también han pasado por el postiguillo, en busca del
ynismo año nuevo, que ha de resultar tan viejo, de
ra misma vida nueva que ha de ser al fin aquelüa
ieshilachada y rota por el uso.
Por allí van los buenos amibos que esconden la
mano, si ven que damos un traspiés. Los lisonjeros
14
210 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ingenuos, que llevan cosida a la ropa la tarifa. Los
celosos del bien público, que vilipendian a su her-
mano, si no piensa su hermano como ellos. Los fa-
náticos de conveniencia, que incendian una ciudad,
para /verse grandes siquiera en su sombra, proyec-
tada por las llamas. Los que enmudecen cuando
zumba la calumnia en torno de su valedor; porque
no quieren pasar los rendidos a la gratitud. Los que
aplauden cuando crucifican a un justo, porque hay
que ahogar el orgullo antes de que asome. Por allí
van los charlatanes de la ciencia, los monederos!
falsos de la virtud, los barateros del patriotismo. No,
el ¡año nuevo no nos librará de esa incontable caterva.
Quedarían demasiados huecos en el mundo.
Pues la tierra envejece o envejecen los ojos con.
que la miramos, que todo al cabo es lo mismo* ; y
pues el hombre no deja la vieja piel en el antro del
viejo año, resignémonos a seguir tegiendo y des te-
giendo la tela de nuestra vida, así en el presente
Enero como en los que le sucedían. De cuantos
horóscopos podamos brujulear en estos días pra-
léticos, el más cierto es que poco importa la cifra
con que designemos el ¡año; cada uno de ellos trae
su semana de pasión; ¡sólo que para unos hombres
comienza antes que para otros, y hay quienes no
la interrumpen de Enero a Enero. Los esbirros y
verdugos son las pasiones humanas, y éstas sí dis-
frutan de juventud eterna.
Puede que algún lector, al llegar aquí, piense que,
para repetir verdades tan manoseadas y tan triist
DESDE MI BELVEDERE 211
no vale la pena de escribir una página de almana-
que. Es muy probable que tenga razón. Pero piense
también que cada cual da lo que tiene; y que son
muchos los que, al detenerse a ver cómo voltean
por el aire tenue las hojas de vario matiz que (el
tiempo arranca de su libro exfoliador, repiten con el
ciego inmortal:
«Thus with the year
Seasora return. but not to me returns
The day.»
Enero, 1903.
*v>
El idilio de un vampiro
¿Qué es la revolución 1 se preguntaba Carlyle, des-
pués de haber evocado, como en siniestra pesadilla,
las convulsiones de la sociedad francesa desquiciada
¿or los terroristas. Y se contestaba: Es la locura
que habita en los Corazones de los hombres. H is the
Madness that dwells in the hearts of men.
Sí, era la locura, pero no de un hombre, sino de
millares, de millones, de todo un pueblo. La locura
convertida en tempestad deshecha, que arrastraba
en torbellino de sangre las vidas de los mortales mí-
seros, como débiles hojas secas de una floresta en
otoño. La locura, que ponía un velo carmesí sobre
los ojos y conducía ¡a los hombres, sonámbulos dlel
fanatismo, sin el menor alto¿ sin la menor vacila-
214 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ción, a perpetrar los crímenes más horribles, con
los nombres de amor y fraternidad en los labios. La
tremenda locura del doctrinario, que santifica sus
pasiones criminales, porque las envuelve en el res-
plandor intenso de una idea que toma la fuerza for-
midable de la obsesión. Entonces se siente el odio
como una .religión, y el crimen monstruoso* llama
a sí con la atracción del deber. Entonces es preferiblie
vivir entre lobos hambrientos y sierpes venenosas
a vivir entre los hombres. En todo el vasto mundo
no hay alimaña feroz comparable al fanático.
Sin embargo, durante esos períodos de general*
demencia, si no hay hombres más crueles e indi-
ferentes al dolor que los fanáticos, lo hay más viles,
más fríamente dañinos y ponzoñosos; los que! tra-
fican con el fanatismo de los otros. Los cfue a sangre
fría avientan sus pasiones; los que siembran en sus
espíritus perturbados la simiente maldita de la ca-
lumnia en que no creen, para convertirlos en instrlu-
mento de logro; los envenenadores de la conciencia
pública, que mienten a sabiendas, para hacer d¡e su
mentira la muleta que enfurece a la fiera, y de esa
furia y de los destrozos quie ocasiona la fuente
impura de su fortuna.
Entre tesos logreros, qne chapoteaban en la san-
gre humana, y pregonaban su mercancía de difa-
mación obscena, subidos sobre montones de ca-
dáveres, ninguno, durante 'el crepúsculo y en .pleno
Üía del Terror, se empinó más alto, ni aulló con voz
jiás estentórea sus juramentos canallescos, para se-
DESDE MI BELVEDERE 215
nalar víctimas a la multitud delirante, que el libelista
Jacques Rene Hébert, le Pére Duchesne. Hébert, le
sac á ordures del periodismo, como lo llama Taine,
más brutal, cha va can o y perverso que Marat, no
vra un fanático, sino un mero explotador de¡ las
pasiones furiosas del pueblo.
Aquel hombre, burgués de nacimiento, de manos
tan cuidadas como su traje, que había hecho desfilar
en la carreta infamante de su hoja, que olía a car-
nero y muladar, al conde de Artois, al príncipe de
Conde, al arzobispo de París, al rey y la reina, a
ios miembros de la Asamblea legislativa, a los de
la fracción de Brissot, a los generales de la Repú-
blica, a la comisión de los Doce, a Chabot, a Bazire,
a Mme. Roland, a Fabre d'Eglantine, a Danton, a
Robcspierre, se limitaba a ejercer a conciencia un
oficio lucrativo.
Las pacientes investigaciones de los historiadores
de la nueva escuela francesa, han rastreado los por-
menores íntimos de la vida de más de un terrorista;
los cuales han servido para poner más al descu-
bierto la estupenda complejidad de esta máquina tan
sutil que llamamos el alma humana. Fouquier.Tinvi-
ile, el fiscal sanguinario que debíamos suponer per-
seguido por más espectros lívidos que King Richard
en su tienda, era un excelente padre de familia,
preocupado siempre de su bienestar, y que sólo
este desvelaba.
El desaforado Pére Duchesne no salía de una cloa-
ca para lanzar a diestro y siniestro sus inmundas
216 ENRIQUE JOSÉ VARONA
patochadas, sino de un saloncito limpio y apacible,
donde acababa de mecer en sus rodillas el primer
fruto de una unión idílica. Mino. Hébert, la Mere
Duchesne, era una mujer sensible, nada varonil, que
adoraba a su marido, y había formado para él un
hogar envidiable. En carta a una de sus cuñadías,
decía: «Si M. Hébert es bastante bueno para colocar
su felicidad en mi posesión, soy yo, señorita, la que,
sin ningún mérito, puedo certificar que soy per-
fectamente feliz con él, que no cesa de darme dia-
riamente nuevas pruebas de su ternura. De ella
llevo en mi seno- una preciosa "prenda, hace tres
meses. El quiere que se me parezca, y yo lo quiero
se m r jante a su padre.'»
Esto se estampaba pocos días antes de las matan-
zas da Scpliembie; ese padre, modelo del hijo por
nacer, era el jefe de los rabiosos, de los hebertistas,
el que había de recibir una corona cívica, por su
.lonslanle excitación al pillaje, al asesinato, con for-
mas judiciales o sin ellas; el mismo que había de
ser a su vez lanzado al cadalso por la voz sarcástoca
de Saint Jusl, que lo llamaba malvado traficante
de su pluma y su conciencia y reptil que se arrastra
al sol; y que fué realmente a la guillotina, chorreando
aún con la sangre de sus víctimas, como un verda-
dero reptil, trémulo, que se enrosca para tratar de
huir el golpe que lo aplasta.
Y esc monstruo era realmente bueno con su mujer
y con su hija pequeñita, a las que hacía dulce la
vida, mientras removía con la pluma un pantano
DESDE MI BELVEDERE 217
infecto, de donde subían, cada voz más espesos, va-
pores de sangre caliente.
Tiene razón Carlyle: We Uve in a fertile ivorld.
Marzo, 1903.
-♦«►♦'
Un poeta del Ghetto
Largo rato estuve detenido, cierta larde,, hace ya;
buen número de años, frente a un viejo lienzo de
pared, que sostenía malamente los restos herrum-
brosos de una reja, en uno d'e los rincones ¡más
apartados de la capital de España. Aquellas pocas
piedras y aquel poco de hierro era cuanto quedaba
entonces de la judería de Madrid.
Mi pensamiento me llevaba muy atrás en el tiem-
po; y al recordar la mísera condición de los ha-
oitantes de aquel lugar maldito, secuestrados más
que por sus altos muros por la aversión fiera de sus
convecinos, que en vano habían nacido^ sobre la mis-
ma tierra y bajo el mismo sol, me sentía interior-
mente halagado, en mi incontestable superioridad
de hombre moderno, por la idea de que ya no era
posible que turbase mi mente la visión de las es-
220 ENRIQUE JOSÉ VARONA
cenas de matanza y pillaje que flotaban, como fan-
tasmas de siniestros aquelarres, sobre los barrios de
judíos de Toledo, de Burgos, de Valencia o de Cór-
doba. Al conjuro mágico de la declaración de los
derechos del hombre, el espíritu humano se había
limpiado de su costra secular de odio e iniquidad;
y en ras manos del hombre no había de coagularse
más la sangre de Abel.
No habían transen rrido muchos años después de
la tarde de esas consoladoras reflexiones, cuando
empiezo en Europa la agitación antisemítica, fomen-
tada por hombres perfectamente barnizados de cul-
tura, periodistas, oradores, poetas y hasta teólogos.
El judío era de nuevo la víctima emisaria, cargada
con los pecados de nuestra civilización. Vestido es-
taba del vellocino de oro, y debía ser trasquilado
antes de ser inmolado. De la predicación se pasó
a las persecuciones, al despojo, al destierro; y ya
se ha llegado otra vez al degüello y al saqueo. El
siglo veinte ha dado la mano al siglo catorce; y a
ios clamores de espanto de las aljamas de Toledo
responden, en coro infernal, los lamentos de las al-
jamas de Kischineff. Mefistófeles, con la máscara de
Robespierre, lleva por todo lo alto* la batuta.
¿Cómo no? ¿Acaso la predicación di© un día y otro
día gotea en vano sobre el alma del pueblo, amasada
de miseria, de codicia y concupiscencia? ¿No es el
judío la sanguijuela hidrópica de oro? ¿No es el
aliado natural del enemigo de más allá de la fron-
tera? ¿No corrompe a la virgen cristiana? ¿No cru-
DESDE MI BELVEDERE 221
tífica al niño bautizado? Toda la perversa retórica
do los demagogos antisemitas se ha empleado en
glosar los versos del canciller de Castilla:
«Allí vienen judíos, que están aparejados,
para beber la sangre de los pueblos cuitados.»
Y los pueblos cui lados están siempre dispuestos
a creer con mayor fe lo más abominable, lo que
ennegrezca más la naturaleza humana, y endurezca
más unos contra otros los corazones de los hom-
bres, y los lance unos contra otros o unos sobre
otros, para responder al canibalismo ideado con el
canibalismo efectivo. Después se canta un tedeum,
y se pide, con lágrimas de enternecimiento, paz en
la tierra a los hombres de buena voluntad.
Un nuevo y doloroso éxodo ha comenzado para los
descendientes de Israel, que desde las playas inhos-
pitables de Europa se desbordan, como río de re-
vueltas aguas, sobre las costas de Norte América.
Por decenas de millares se cuentan los judíos que
han huido de Austria Hungría, de Alemania y de
Rusia, y se encuentran hacinados en las húmedas
y sombrías casas de vecindad del Ghetto de Nue-
va York.
Una visita a esas zahúrdas miserables deja frío
en el alma por mucho tiempo y el eco en los oídos
de la más extraña jerga, en que puedan expresarse
el dolor y la desesperación humanos. Los judíos
recién llegados a la ciudad imperial hablan una es-
222 ENRIQUE JOSÉ VARONA
pede de germanía, en que se mezclan y amalgaman
vocablos alemanes y hebreos o rusos y hebreos,
según los casos, y a que se da el nombre de yiddish.
Esta jerga, importada de sus tierras nativas, prie-
d omina en <el Ghetto, y se mantiene por lo menos en
la segunda gene-ración de inmigrantes.
Nada parece a primera vista menos literario que
vsa bárbara jerigonza; pero tal es la fuerza de exr
presión del dolor verdadero, de tal modo necesita
el alma doliente exhalarse en quejas rítmicas, para
mover, siquiera por la simpatía del movimiento mu-
sical, las otras almas, que del seno de esos condenados
en vida, de esa perdida gente, se han elevado sus-
piros armoniosos, voces de poetas, que han reper-
cutido en el corazón de sus endurecidos compatriotas
de más allá de los mares.
Entre los 'escritores en dialecto yiddish del solo
Ghetto neoyorkino hay varios que han alcanzadoi no-
toriedad, como Bloomgarden o Zunser; pero recien-
temente ha sobresalido entre ellos uno, que parece
destinado a la celebridad. Se llama Morris Rosem-
feld, y su acento, aun a través de las traducciones,
es tan hondamente patético, que hace recordar jal
punto los trenos de los grandes poetas de la miseria,
como Thomas Hood o Elizabeth Browning. El canto
de la máquina de coser no llega a la excelencia artís-
tica del canto de la camisa; pero, en su airada se-
quedad, punza las fibras de la conmiseración, como
ai las inflexibles agujas se hubiesen tornado dedos
de hierro en la mano del poeta.
DESDE MI BELVEDERE 223
Las poesías del cantor del Ghetto acaban de ser
traducidas al alemán por E. M. Lilien, y publicadas
en Berlín con ilustraciones que suplen el texto con
gu terrible simbolismo. Al mismo tiempo se anuncia
una versión francesa, a la par de otra rusa, que se
deberá a la pluma de cincelador de Máximo Gorki.
La ferocidad humana no envejece. Quede al menos
a sus víctimas el consuelo de convertir sus lamentos
en imprecaciones tales que hagan de cuando en cuan-
do estremecerse a los verdugos. La miseria y el
dolor siguen pululando a la vista de los indiferentes
y empedernidos. Que alguna vez al menos una voz
de poeta les haga subir al rostro palidez fugaz, al
oir, como un eco de moribundo que se extingue, la
queja de los descoloridos labios de la costurera:
Oh godl that bread should be so dear,
and fiesh and blood so cheap! (*)
Julio, 1903.
(*) ¡Dios de bondad I, ¡que el pan cueste tan caro,
y la carne y la sangre tan batatas !
vn/-\/\^v^A 4Sm ^n
A miss Virginia Pope
1,934 Broadway, New York !
Señorita :
Una inoportuna misiva más, no ha de aumentar
mucho el número de las que recibirá usted1 cada día.
Esto de las cartas de gente desconocida es una de
las forzosas molestias adscrílas a la notoriedad en
nuestros tiempos. Téngamelo uslcd en cuenta; y sea
benévola con un bípedo implume, aunque imperti-
nente, ya que lo es usted tanto con los bípedos plu-
mados. ?
Soy, señorita, un admirador distante y discreto
de su ingeniosa sensibilidad. La llamo así, porque
me parece lo característico de su persona, nada
vulgar, la amalgama feliz de la agudeza de espíritu
y la propensión a padecer con los males ajenos, por
extraños que nos sean. Usted se siente unida, por
15
226 ENRIQUE JOSÉ VARONA
vi vínculo sutil del dolor, a todo loi que vive!; y lio
pudiendo poner remedio a cuanto padece y agoniza
¿entre las rudas manos de la naturaleza insensible
y del hombre indiferente, se ha dedicado a aliviar
los males de esos pequeños seres inofensivos, a quie-
nes privamos de libertad por el delito de ser bellos
y trinar melodiosamente. / Wee, hclpless thing !
Es usted enfermera y curandera de aves cautivas.
Curandera digo, sin ninguna intención de rebajar
su mérito, ni sus buenas obras. Curandera, puesto
que usted ejerce el noble oficio de curar, y lo realza
ejerciéndolo en pro de cria turi tas sin defensa, con-
taminadas y lisiadas por el contacto con el hombre.
No va usted a buscarlas al bosque o la pradera.
No pone usted anuncios en las peñas; ni se ha gra-
duado de doctora en Nefeloeoccygia. Viendo la du-
reza de corazón del gorila repulido que domina]
y tiraniza el inundo, y se solaza sin piedad a costa
de lps demás seres sensibles, sintió usted ablandarse
el suyo, y nacer su bella vocación de hermana de
¡a caridad de los pájaros.
Uno de sus biógrafos nos ha contado cómo em-
pezó usted a interesarse por esos diminutos cautivos,
viéndoles hacinados en las grandes pajarerías de
Boston, ciento y más en una sola jaula, sucios, aban-
donados, mustios, aleteando sin vigor, piando sin
alegría. Esos hijos del aire puro, emponzoñándoise con
las miasmas de ¡estas mazmorras en gue se confina
el hombre, debieron parecer a usted1 una odiosa
demostración del abuso de la fuerza.
DESDE MI BELVEDERE 227
No podía usted devolverles la libertad; pero quiso
usted consagrarse a devolver la salud a cuantos
atrajese a sus manos tiernas y delicadas. De aquí
surgió la idea original de ese sanatorio de aves,
en que ha asumido usted el papel de providencia
para el mundo alado; al mismo tiempo que empjren-
. dio usted su cruzada para obligar a los iinportadoneis
Üe pájaros a humanizar i© higienizar el tratamiento
que daban a su delicada mercancía. El resultado
de sus esfuerzos ha sido altamente satisfactorio. La
administración se cuida ya de que los canarios es-
i:lavosi expedidos de Alemania por centenares de
millares para los puertos de la gran República, lle-
guen saludables. Es un primer paso en el camino
de su emancipación. ,
No se sonreirá usted de esto que digo, como algún
lector accidental de mi carta; usted que sabe cuánto
lia tenido y tiene que sufrir el ave bajo el poder
del hombre, usurpador de la monarquía universal.
La ignorancia, la voracidad y la crueldad humanas
han corrido sin freno, haciendo víctimas en ese reino
ligero y bullicioso.
Ya hoy vamos sabiendo que hay una solidaridad
.iatural infinitamente más amplia que la humana,
y que los pájaros sueltos y libres por el vasto es-
pacio nos pueden ser y nos son en alto grado útiles;
y nuestro egoísmo nos ha llevado a dictar leyes,
para ponerlos a cubierto de la bestial enemiga del
rapaz o la estólida ojeriza del patán,
Pero usted, señorita, va más lejos. Usted deniues-
228 ENRIQUE JOSÉ VARONA
tra que hay un deber de humanidad hacia esas lindas
alimañas, que aprisionamos para deleite) de nuestros
ojos y recreo de nuestros oídos. Al hacerlas parásitos
nuestros, a ellas, con alas como las de la alondra
y ojos como los del neblí, les hemos multiplicada
las causas de lesión, enfermedad y prematura muer-
te ; y lo menos que podemos hacer en compensación,
es poner a su servicio nuestra experiencia y nuestra
ciencia, aunque deficientes y contrahechas, para res-
taurar algo de lo mucho que por nuestro capricho!
pierden. ¡ »
Usted sabe que no faltará quien tilde desdeñosa-
mente de sensiblería ociosa lo que he llamado! sen-
sibilidad avisada. Pero usted no sólo va más lejos,
s'ino que ve más lejos. Usted sabe que no pierde de
lista al hombre, al interesarse y afanarse pon al-
gunas de sus víctimas. Usted sabe que hay que tomar
todas las avenidas, para llegar a poner cerco al
corazón empedernido de este orgulloso antropoide re-
formado, que aprendió a reírse, para disimular me-
jor su ferocidad nativa.
Necesario es amansar al hombre, adiestrándolo
a tener lástima del asno que le lleva la Carga, del
buey que le abre el surco y del pájaro que le regala
el oído, para que acabe de aprender a tener com-
pasión de su semejante, que lo ayuda a soportar
la miseria de la vida.
Soy, señorita, su más respetuoso servidor.
Agosto, 1903.
A Vercingetórix
EN LA GLORIA
En la sublime región donde moras, heroico man-
cebo, supongo tu nombre resonante bien conocido;
$ me parece señalar más por menudo tus títulos
y dirección. Dada la afluencia de recién llegados
en 'estos últimos tiempos, los carteros deben tener
más que trillado el camino del barrio del los héroes.
Tu altiva sombra ha debido vagar en estos días por
lugares más accesibles para nosotros los simples
mortales, atraída por la natural curiosidad de ver
tu marmórea efigie y de oir el erudito disclursbi,
con que la ha saludado M. des Essarts, y la (bé-
lica oración, en qfue el general André ha tomado
tu nombre para santo y seña de encarnizadas, íaun-
230 ENRIQUE JOSÉ VARONA
que incruentas batallas. Pero no he creído discreto
ir, en esa singular ocasión, a turbar tu ánimo sus-
penso, después de tantos siglos de reposo», entre el
regocijo y el asombro.
He preferido quei estuvieses de regreso en tus
departamentos del Walhalla; pues no creo que los
héroes galos hayan dei estar menos bien hospedados
que sus parientes los germanos. He querido darte
tiempo para meditar en las vicisitudes de la for-
tuna infralunar, y para que saboreases el inopi-
nado desquite que ha venido a ofrecerte, después
de muerto, la que tan esquiva se te mostró en vida.
Sí, jlustre vencido, hoy triunfas. En vez do seguir,
con afectada impavidez, el carro de Julio César,
como el trofeo más preciado de su victoria, te elevas
erguido sobre tu corcel do batalla, blandiendo la
espada y, para colmo de dicha, hollando con los
cíaseos de tu bridón el cuerpo exánime de un ro-
mano. La posteridad te desagravia.
Nuestro sentimiento exquisito de la equidad pro-
testa así, al cabo dei dos mil años, contra el ciego
rigor de los hados. Roma te venció, es cierto*; pero
tú merecías haber vencido a Roma. Y lo que ¡no
pudo lograr tu esfuerzo., lo realiza hoy el genio
de un gran artista. Quizás hubiera sido más pi-
cante dar al cadáver que atropellas las facciones del
acicalado César. Así nuestra restauración de la his-
toria hubiera sido más completa; y so habría de-
mostrado más claramente que lo ideal acaba siempre
por domeñar lo real.
DESDE MI BELVEDERE 231
Después de tus efímeros triunfos, presenciados por
los mismos sitios donde hoy se eleva tu estat|ua
soberbia, vinieron las noches tristes del asedio sufrido
ejn Alesia; los combates desesperados e infructuosos;
la decepción tremenda del socorro ja a la vista, de
la Galia entera desplomándose en vano contra la
táctica y la ciencia militar de los invasores; la asam-
blea de los tétricos sitiados en que te ofreciste como
víctima expiatoria ; la capitulación al frente de ochen-
ta mil hombres, Sedán anticipado en las lejanías del
tiempo; la humillación ante César impasible, que
no dedica en su diario de campaña más de dos pa-
labras a su tremenda caída: Vercingetorix deditur !
¿Qué importa? Una obrera infatigable ha estado
trabajando siglo tras siglo, para prepararte tu pos-
tumo despique. La imaginación se ha apoderado de
las páginas secas y frías de tu desdeñoso vencedor,
de las breves menciones de los historiógrafos, adu-
ladores de Roma, y ha tegido en torno de tu imagen
una inmortal guirnalda de hazañas, ha sorprendido
en las profundidades sombrías de lo pasado el se-
creto de tus altos designios, ha leído en tu alma
u. través de la tumba, y te ha ungido preciursior^
profeta y mártir del patriotismo francés.
Ya lo está viendo. Era Francia, que nació de las
ruinas que fuiste escalonando a tu paso, de entre
las cenizas que acumulaste para privar do recursos
al invasor, que los llevaba consigo; esta Francia)
que surgió en virtud del nuevo espíritu sembrado
allí por tus enemigos, la misma que recibió su san-
232 ENRIQUE JOSÉ VARONA
gre, sus costumbres, sus leyes, sus instituciones, hoy
te encomia y glorifica, en una lengua formada con los
detritus del idioma de tus vendedores. ¿Qué más
puede apetecer tu sombra impalpable, si en el mundo
cimerio conserva todavía interés por los movedizos
afectos del hombre?
Mas me figuro que, a este extraño vocablo de
Francia, tu corazón de galo se sobresalta, como si
temiese que la ruidosa apoteosis de Clermont hu-
Jiera sido un sueño, ya a punto de desvanecerse.
Tranquilízate. Clermont es la misma Gergovia, de
donde fuiste expulsado por tus deudos, y de donde
saliste para decretar la leva en masa contra el in-
vasor, como lo hizo muchos siglos después un latino
hebreo forrado en ,galo; a donde volviste para re-
peler y derrotar las cohortes romanas; y de donde
partiste de nuevo para correr la misma suerte de
otro dux o imperator de los pueblos de la que
fué Galia y ahora es Francia.
No puedes quejarte. Tus admiradores han olvi-
dado tu Sedán y sólo recuerdan tu Tours. Han olvi-
dado su sangre, sus tradiciones, y sólo sienten bullir
en sus pechos tu espíritu indomable. Del galo ven-
cido han hecho un francés triunfante. Milagro, nada
sorprendente, realizado por esa gran fuerza que ani-
ma a los hombres y a los puebtlos_, la imaginación
simbólica, que nos permite desdeñar los hechos,
reírnos de la historia, y construir con retazos de
ilusión una realidad más inconmovible que la base
granítica de la tierra. No es la verdad lo que haya
DESDE MI BELVEDERE 233
podido suceder, sino lo que nos empeñamos en creer
que ha sucedido. >
No frunzas el ceño, Vereingetórix; mira a tus pies,
vencedor del romano. '
Noviembre, 1903.
-♦<*►♦'
%%$
El arte de la vida
Después do tan largas horas opacas, húmedas, ani-
madas apenas por las ráfagas de viento que lanzaban
de través la lluvia, saben bien estas ráfagas de sol,
que a ratos ponen grandes manchas de lnz en el piso
y los mtiebles. No es todavía la bonanza; pero ya va
disipándose el ceño del tiempo; y poco a poco parece
que se desarropa y desentumió el ánimo. También co-
rren fugaces las nubes que envolvían mis pensamien-
tos, y se van haciendo claros cada vez mayories en
la obscuridad soñolienta en que flotaba mi espíritu.
En esta correspondencia siempre efectiva, aunque
no percibida siempre, entre la naturaleza cambiante
y Ja mente movediza está el secreto de un arte
exquisito de que todos pudieran gozar, aunque sean
tan pocos los que disfruten de: él a conciencia, si
nos cuidáramos más de cultivarlo. El arte de sentir
236 ENRIQUE JOSÉ VARONA
c interpretar las emociones que brinda la vida, ail
que sabe verla por sus mil diversas facetas.
Lo que más ennegrece la existencia de la genera-
lidad de las personas, o la reviste de exasperante
monotonía, es el estrecho horizonte en que la man-
tienen encerrada, por falta de cultivo de su capa-
cidad de simpatizar. No todos simpatizamos con
todo. Pero si se registra bien el fondo de nuestra
sensibilidad, será muy difícil que no encontremos
algún, filón que explotar, para interesarnos por algún
aspecto del vasto y movible escenario en que somos
a la vez actores y espectadores. Hay quien restringe
su simpatía al hombre y a lo que de él depende;
hay quien se estremece de placer o pena donde quiera
que descubre alguna palpitación de vida; hay quien
experimenta como una difusión de su espíritu a
través de todo lo que existe, animado o inerte, y
se siente florecer en el capullo que desencoge sus
sedosos pétalos, y rodar suavemente con la pulida
guija que ¡el riachuelo arrastra al mar insondable. ,
Wordsworth ha expresado así, maravillosamente,
sus sensaciones juveniles ante los grandes espec-
táculos naturales:
«For nature then
to me was all in all. I cannot paiut
what then, I was. The sounding cataract
haunted me like a passion: the tall rock,
the mountain, an the deep and gloomy wood,
their colours and their forms, were then to me
an appetite, a íeeling and a love.»
DESDE MI BELVEDERE 237
La naturaleza, dice el poeta, me penetraba y poseía;
era mi todo. No sabría pintar lo que era yo entonces.
El rumor de la sonante catarata llenaba mis oídos
como apasionada obsesión; la erguida roca, la mon-
taña, el bosque profundo y sombrío, sus colores j
sus formas, eran entonces para mí apetito^ senti-
miento y amor.
Mas no es necesario ser un gran poeta, ni encon-
trarse ante la plena majestad de las bellezas del pai-
saje, para hallar en. nuestro mundo exterior mil
pequeñas fuentes de emoción poética, que pueden
convertirse al cabo en un raudal copioso y profundo,
que fertilice la vida. Del corazón más árido puede
brotar esa agua cristalina, si se le toca desde tem-
prano y en cada momento oportuno.
Una distinguida escritora norteamericana,, Miss Ag~
nes Repplier, maestra cumplida en esa interesante
disciplina, ha dicho con tino y precisión singulares,
que la facultad de disfrutar de lo bueno y lo bellp
tu torno nuestro debe cultivarse como una 'de las
bellas artes. Y su doctrina se enlaza, no sé si a sa-
biendas o sin saberlo, con la de otra escritora de su
mismo origen, famosa en el mundo artístico! con el
nombre de Vernon Lee, para quien el gusto por
las bellas formas y la expresión patética no es pos-
terior, sino anterior a las obras del artista. Esto es
decir de otro modo que el arte está en la vida y
en la naturaleza, antes de tomar forma, más o menos
simbólica, en la estatua, el cuadro o el poema.
Suena esta opinión, en el primer momento, como
238 ENRIQUE JOSÉ VARONA
una verdad trivial, de sentido común; pero si vamos
al fondo, y miramos después en derredor, advertire-
mos que la tendencia general es a convertir el arte
en una región superior, en una especie de cima casi
inaccesible, a donde sólo pueden elevarse algunos
escogidos. No sé hasta qué punto debemos consi-
derar como responsables a los mismos artistas de
este errorj, que redunda al fin en perjuicio suyo.
Mientras más se abra a la generalidad la fuente
de las emociones estéticas, mayor será cada día! el
número de los que sepan apreciar y gustar la obra
de arte. Pero lo importante íes recordar que esa
fuente no mana de los museos, de las colleíocáoinjes,
de las bibliotecas, que son, por el contrario<, los
grandes depósitos artificiales a donde van a confluir
sus aguas. El manantial está en cada alma humana.
Puede fluir y fluye al contacto con el mundo y la
vida; si sabemos revestirlos de interés; si no nos
endurecemos o dejamos que nos endurezcan el cora-
zón, fomentando las pasiones mezquinas; si evita-
mos la constante subordinación de nuestras sensa-
ciones, que son los hilos que nos unen al gran todo,
al provecho actual de la persona. Hay que ¡aprender
A salir de sí, para que1 se enriquezca 'de. veras nuestro
espíritu. ' ■
Sobre cuántas vidas brumosas, monótonas, esté-
riles, luciría un sol claro> y fecundante, si no se las
hubiera dejado consumirse y ahilarse, como planta es-
cuálida d!e palmera, en la indiferencia y la inacción!
22 de Noviembre, 1903 (después del temporal).
»*
Heredia
«Y la estrella de Cuba eclipsada
para un siglo de horror queda ya».
Ochenta años han transcurrido, desdo que la voz
proféticia del poeta excelso gemía así sobre los males
presentes y venideros de su patria sin ventura. Y
ahora, al cumplirse el primer centenario de su na-
cimiento, ahora que ha comenzado su ascensión por
nuestro cielo el astro de la libertad a que consagró
Heredia culto perenne, cumple volver la vista atrás,
y reconocer cómo su acendrado amor a Cuba iluminó
su mirada, y cómo se cumplió, por nuestro mal, el
pavoroso augurio. : . * í
Casi un siglo de horror ha causado» a Cuba la pro-
/ongación del estado político, que encendió en el
pecho del generoso adolescente una llama de indig-
nación que sólo había de extinguirse en la tumba.
La sangre, que él vio arrancar con el látigo sajante
a la espalda desnuda del africano, corrió después a
raudales de las venas de los señores de la tierra.
El cadalso y la proscripción proyectaron su sombra
horrenda sobre todos los hogares cubanos. La expío-
240
ENRIQUE JOS£ VARONA
tación despiadada de la riqueza del país por un fisco
insaciable cegó las fuentes del bienestar al mayor
número. Un régimen económico, inicuo y torpe, fo-
mentó la corrupción de las costumbres, haciendo
aceptos el contrabando, el soborno, el fraude, el
cohecho; haciendo sospechosa la justicia, contami-
nada en el santuario mismo de la propia conciencia.
Guerras sangrientas acabaron la obra infanda di©
disolución moral, agostando la flor de nuestra juven-
tud, dispersando y destruyendo, casi por completo
la clase que era el nervio de la población cubana.
Y la tiranía, para despedirse dignanionte del pjais
que había sido su presa, llamó en auxilio de sus
toldados al hambre, la desnudez y la peste, para
dejarle, como legado de raza, la miseria fisiológica
y el cretinismo mental.
Este es el terrible balance de una centuria de
nuestra dolorosa historia. Cuando< ha llegado para
nosotros el día de la emancipación que, desde sus
albores, perseguía el poeta en sus sueños de digni-
dad y gloria, en sus frustrados esfuerzos de cons-
pirador y guerrero, sólo hemos podido contemplar en
torno nuestro campos eriales, cadáveres y escom-
bros, y en nuestro ánimo enervado la desconfianza
de nuestras fuerzas y el temor paralizante de lo
porvenir.
Mayor debe ser, por lo mismo, nuestro filial em-
peño de reanimar y levantar la patria que hemos
recibido casi exangüe en los brazos. El recuerdo
amoroso y agradecido de nuestros egregios precur-
DESDE MI BELVEDERE 241
sores en la magna empresa de salvar a Cuba, debe
ser uno de los más activos estímulos de nuestra
voluntad; y entre ellos se eleva, ceñida con el doble
nimbo del genio y del infortunio, la sombra melancó-
lica del gran Heredia.
Del estudio asiduo y atento do su producción li-
teraria se desprende que el poeta concebía la liber-
tad de Cuba, como ha debido siempre concebirse,
como obra, ante todo, de saneamiento- moral. Todo
régimen político puede justificarse y defenderse, se-
gún las circunstancias de lugar y tiempo, excepto
aquellos que empequeñecen y degradan al indivi-
duo e inficionan y corrompen el cuerpo social. Se
puede y a las veces se debe acatar la ley severa,
la ley estricta, que limita actividades que pueden
tornarse perniciosas por el desenfreno; no se debe
admitir la tolerancia para el vicio, para la relaja-
ción de las costumbres, para el despotismo domés-
tico, para la corrupción profesional, en cambio del
yugo férreo puesto a las nobles aspiraciones, de la
mordaza para el pensamiento, de la mutilación del
espíritu, del emparedamiento de la actividad anhe-
losa de ejercitarse en el mejoramiento social. Se
puede vivir en un campo fortificado; no se debo
vivir en una sentina.
Desde la niñez, tuvo Heredia reiteradas ocasiones
de conocer la laceria moral del país, tan bello como
infortunado, donde le tocó nacer. Su experiencia
16
242 ENRIQUE JOSÉ VARONA
de la vida se maduró presto, y su excelso espíritu
y noble corazón se encendieron en anhelo inextin-
guible de sacudir de un letargo que podía ser letal
a sus compatriotas, y de aguijarlos, con el ejemplo
de los pueblos que en torno suyo> luchaban por la
independiencia, a derrocar un régimen de gobierno
asfixiante para todo intento de regeneración y pro-
greso.
Cantó en lengua j« no oído hasta entonces en Cuba
cuanto hay de tierno y bello en los sentimientos
humanos, cuanto hay de grandioso en la naturaleza,
cuanto hay de sublime1 en las obras y el espíritu
del hombre. Y sus versos armoniosos volaron por
todo el país, como enjambre de ideas fulgurantes,
que iban a punzar las almas dormidas y a llenar
con imperecedero susurro las conciencias.
Mil ecos resonantes despertaron a su mágica evo-
cación; mas entre ¡el concierto de voces cadenciosas
que le han hecho coro, todavía se eleva la suya,
pura y potente, dominando el rumor tempestuoso
de un siglo de combate y martirio, para recordarnos,
con acento divino, que él primero de los deberes
del cubano, en los días de esclavitud, como en los
de libertad, es pugnar y esforzarse sin descanso por-
que no coexistan len su patria, redimida por el sa-
crificio, 1
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Diciembre, 1903.
Hfc>
El hombre del perro
En los casos ele parasitismo resulta que ol que
parece inferior en realidad es el superior. El pará-
sito, hombre, animal o planta, vive a expensas de lo
que otro elabora. Toma para sí, a su sabor, una
parte del producto del trabajo ajeno. Gasta la savia
o la fuerza muscular de otro ser. El es el señor;
el otro el esclavo.
En los casos de domesticidad parecen trocados
los papeles. La hormiga es el amo; el pulgón, el
siervo. El hombre hace trabajar para sí al buey, al
asno, al caballo; sobre todo al hombre. Pero se dan
casos en que el doméstico somete, sin aparentarlo,
al domesticador, lo guía y lo esclaviza. Toma el des-
quite, en representación de la clase.
244 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Estas profundas reflexionéis y otras más ocupaban
ini mente el otro día, mientras contemplaba de sos-
layo un hermoso terranova, que llevaba tras sí a un
hombre todo jadeante. ¡Soberbio animal, en verdad!
Ostentaba su sedoso manto de lustrosas guedejas ne-
gras, con la misma majestad con que una dama ele-
gante deja caer de los torneados hombros su salida
de teatro, que la cubre toda como túnica talar. Agi-
taba la cabeza con desembarazo y satisfacción; y
sus menores movimientos revelaban su pujanza. Iba
de prisa, sin dignarse volver los ojos al pobre hom-
bre, a quien apenas bastaban las dos manos para
asirse a la cuerda con que lo arrastraba su imperioso
dueño.
Cuando éste se detenía para reírse sardónicamente
de algún gosquecillo qne pasaba con el rabo entre
las piernas, el buen hombre hacía alto, se atrevía
a desembarazar una de las manos, y se esponjaba
la sudorosa f rente. Cuando el perra sentía ganas de
desperezarse, y daba algunos saltos de felino, el
cirineo se agarrada desesperadamente a la cuerda,
y danzaba a compás. Cuando el noble paseante se
recostaba familiarmente contra un árbol, o lo tra-
taba más familiarmente aún, restregándose contra
él, su sumiso compañero le hacía guardia con res-
peto. Nunca lacayo presenció con más tiesa com-
postura los pasatiempos de su señor.
Confieso que por mirar el despreocupado can y
admirar su vigorosa prestancia, apenas me habíí
fijado en su hombre. Aprovechando un moinenk
DESDE MI BELVEDERE 245
de solaz que se permitía el perro entre las hierbas,
puse de pasada la vista en su seguidor. Iba bien
puesto; tenía la traza de persona correcta y decente;
y si hubieran cortado en aquel momento la cuerda
que lo ataba al hermoso animal, hubiera recuperado
su verdadera calidad, y hubiera sido uno de tantos
caballeros como tomaban el fresco matinal en aquel
paseo. ' I
Lo mejor de aquella esciena tan entretenida era
que el hombre no parecía disgustado en lo más
mínimo por su ruda faena. Creía exhibir su perro,
sin darse cuenta de que su perro era el que lo exhibía
a él. Creía recrearse, sin advertir que el recreo era
para el can, y para él la fatiga.
Después de todo, y bien mirado el caso, de esta
hechura son casi todos los regocijos humanos; y
la satisfacción de este sudoroso servidor de su perro
tenía tantos quilates y era de tan buena ley como
cualquier otra. Lo importante y lo substancial y subs-
tancioso es sentirse uno satisfecho. El hombre del
perro se sentía feliz; sin dársele un ardite de lo que
pudiera pensar el primer presumido de observador
que se topase al paso.
Si hubiera leído en mi pensamiento, habría muy
bien podido decirme: «Bu^no, señor mío, usted parece
que encuentra un si es no es ridículo que un mozo
de mi porte y puños ande afanado al cabo de esta
cuerda, conducido a donde le venga en ganas a un
perro; corriendo si él corre, saltando si él salta, y
hecho un poste si él determin¡a estarse quedo. Pero
246 ENRIQUE JOSÉ VARONA
¿qué se le alcanza a usted del gusto que rafe da ver
mi perro tan rollizo, lustroso y contento? ¿qué en-
tiende usted del cosquilleo que rae corre nuca abajo,
cuando oigo exclamar a un transeúnte: ¡famosa bes-
tia! Yo llevo un perro, como otros llevan un cri-
santemo en el ojal o un penacho en el sombrero.»
» Supongamos, señor censor de gustos ajenos, su-
pongamos que mi compañero fuera un hombre, un
amigo. Porque no viera usted la cuerda ¿creería
usted que andaba yo más libre? Cuando dos van
juntos, uno arrastra al otro. Uno guía y otro es
guiado. Uno manda y otro obedece. Sí, yo' voy tras
mi perro y donde quiera mi perro; pero al menos
tengo la convicción de que éste no me está escudri-
ñando con la vista, para ver si el cuello de! mi ame-
ricana se ha deslustrado; no lleva la cuenta de mis
palabras, para anotar si cometo un solecismo; ni
pas^ por el crisol mis pensamientos, a ver si los
encuentra en falta y tiene luego ocasión de ponerme
en ridículo o de hacerme desmerecer en el con-
cepto público. Y, sobre todo, estoy seguro de que
si rae caigo al agua, se lanza sin titubear detrás
de mí para salvarme.»
Confieso que la¡ idea de que el hombre del perro
pudiera hablarme en esos o parecidos términos, me
desconcertó por breve rato; e hizo que apretase
el paso para perderlo de vista. Peroi a poco se fue-
ron haciendo borrosas esas ideas, y sólo quedó ante
mí la imagen cómica del hermoso bruto y su apén-
dice humano. i
DESDE MI BELVEDERE 247
No formé ningún silogismo; sin embargo, concluí
lie un modo categórico, que es natural ser el perro
de un hombre, mas no así ser el hombre de íun
perro. Y con eso volvió al fiel mi espíritu.
Enero, 1904. ,
-♦♦$►♦
té
A Artemis Agrotera
C/o Mr. Augustus Saint Gaudens
Torre de Madison Square Garden. — New York
Diosa:
Desde tu inaccesible altura, condesciende, por una
vez siquiera, a preslar oído a las palabras impor-
tunas de un mortal.
Mis plegarias silenciosas se han elevado muchas
veces hacia ti, deidad serena y resplandeciente, cuán-
do, en los tediosos años del destierro, mis ojos su-
plí cantes le saludaban, cual símbolo de inmortal be¡-
lleza y de suprema esperanza.
Cuántas veces, cuando la nieve cubría las calles
con su manto de blanca felpa y colgaba su vellón
de los árboles ateridos, y el bullicio de la metrópoli
inmensa parecía ensordecerse en la atmósfera he-
lada, te he visto radiosa, en tu virginal desnudez,
250 ENRIQUE JOSÉ VARONA
prosiguiendo tu carneara inmóvil, por la región tran-
quila, a donde no llegaban ni los silbidos del bóreas
tempestuoso, ni el sordo tumulto de las pasiones
de los hombres.
Y cuántas, al sacudirse la tierra del sopor inver-
nal, al escarcharse de hojillas apenas verdes las
ramas, al aletear de los pájaros piadores, y al pre-
cipitarse con nuevos bríos por parques y avenidas
el río humano, crecido con la savia de la nueva
primavera, te he contemplado, cerniendo te en re-
posado vuelo sobre la ciudad atronadora, persiguien-
do con invisible jauría tu invisible caza.
¡Oh Artemis Agro lera!, cierna cazadora, cuan re-
montada te me aparecías, sobre aquel torbellino de
movimiento y vida afanosa, señalando, en el éter
excelso, con la aguda punta de tu flecha perenne,
mente extendida, el misterioso blanco del ideal.
En los días en que la ciudad imperial era una!
inmensa agora, y los ciudadanos corrían frenéticos
a la caza del voto, que los empuja al palacio consis-
torial o al capitolio de Albany, me preguntaba yo,
diosa justiciera, cómo habías podido dejar las 011-
dulosas colinas deificas por los enormes bloques
rectangulares de la isla de Manhattan, y trocar las
riberas floridas de juncos del Meleto por las escar-
padas márgenes del Hudson.
Recordaba las palabras del aeda, que te llama
amiga del arco, de la caza, de los coros, de las flo-
restas y de «las ciudades habitadas por liombres
justos». Y me decía que el ruido estridente y diseor-
DESDE MI BELVEDERE 251
dan te de las bocinas que1 anunciaban el triunfo de
la demagogia beoda e insolente, no debía ser el ta-
ñido y la algarada que tanto te regocijaban por los
boscajes del Taygeto.
Pero recordaba luego, diosa infatigable, que taíri-
bién dice el poeta que tus flechas persiguen las ali-
mañas feroces^ y purga do ellas la fecunda tierra.
Y me parecía que tu arco fulgurante, desde la cima
alterosa que apenas tocas con ligero pie, disparaba
lluvia de saetas contra el tigre de Tammány, más
fiero y dañino que el jabalí de Erymanto.
Entonces te transfigurabas a mis ojos; y veía en
ti la Artemis Soleara, que cierra su carcaj, porque
ya no infestan el mundo monstruosos vestiglos, y
en él viven los hombres, aleccionados por el doloTj
en paz y concordia.
Años han pasado ya, deidad de mi destierro, des-
de que no te admiran mis ojos, embebecidos en
tu belleza remota; pero con la vista interna, bendi-
ción de la soledad, según dice un poeta, cuya lengua
debes haber aprendido, con la vista interna te con-
templo a mis solas y cada vez más te reverencio.
Te reverencio y te Hamo, cazadora incansable;
porque en torno mío hierven las mismas pasiones,
que me hacían temblar por la libertad y la dignidad
humanas en aquella tierra de mi refugio. Oigo las
mismas voces de apetito insaciable; y Veo pasar
al demagogo cínico, arrastrado por el mismo venda-
bal de palabras mentirosas.
Mas no, no quiero que vengas con tus arreos de
252 ENRIQUE JOSÉ VARONA
■ -.»■
cazadora; todavía tienen allí larga tarea tus dardos.
Ven, hermana y compañera de Apolo Musageta; ven
tal como te be visto en los ex-votos deíficos, ¡con
sendas antorchas en las manos, esparciendo rayos
de luz, para expulsar los endriagos de las mentes
tenebrosas. Ven, no a castigar, sino a alumbrar, Ar-
temis Selasforos.
Este mío es un pueblo sencillo, a quien embaucan
logreros que se dicen sus amigos. Tráenos luz, diosa
que portas antorchas; infúndenos el amor al trabajo
perseverante, diosa del huso de oro; enséñanos que
la libertad es un medio útil, necesario, indispensa-
ble, pero sólo un medio para que reine y a todos
proteja la ley equitativa, diosa que te complaces en
morar en las ciudades habitadas por hombres justos.
Febrero, 1904.
^♦♦>4-
El caso Nietzsche
«He aquí la nueva ley, ¡oh hermanos míos!, que
yo promulgo para vosotros: Haceos duros.» Así ha-
blaba Zaralrustra; y el doctor Miehaut no ha de-
jado que se lo repita dos voces. Recordó la antigua
amenaza, «con la vara que mides serás medido; y
ya que no pudo vapulear en vida al Zaratrustra <!■'
ultra Rhin, no le ha dejado hueso sin moler después
de muerto.
El doctor Miehaut es médico, como el doctor Max
Nordau, y alienista, como el doctor Max Nordau;
y si no su discípulo, es su émulo decidido. El alie-
nista alemán, según se recordará, metió en su clí-
nica a casi todos los poetas franceses coetáneos, y
escribió un libro que produce visiones de aquelarre.
El alienista f canees no ha querido quedarse atrás;
y, para empezar ha tendido sobre la mesa anatómica
254 ENRIQUE JOSÉ VARONA
el cuerpo del gran poeta alemán Nietzsche; y ha
demostrado con la punta del escalpelo, noi sótoi que
murió loco, pues eso ya lo sabíamos, sinoi que todas
sus obras son lucubraciones de un cerebro, cuyas
neuronas estaban bailando la perpetua zarabanda
de una noche de Walpurgis.
Los admiradores de Nietzsche, cada día más nume-
rosos, deben estar indignados y, lo que es peor,
asustados. Su estupendo filósofo, su poeta sublime,
desde que empezó a escribir, estaba ya acometido
de la implacable neurosis que anegó por fin su in-
teligencia en la sombra completa de la parálisis ge-
neral progresiva. Hay más, su mismo prurito de
escribir, scribendi cacoethes, es un síntoma delator
de los estragos ya manifiestos de la insidiosa dolen-
cia. A cualquier asilo de enajenados podrían ir sus
amigos y sectarios, a escuchar los agudos pensamien-
tos, las fulgurantes paradojas, las osadas imágenes,
las atrevidas teorías, que les parecían producto del
genio.
No hay por donde pasar. Cuando Nietzsche es-
cribió, con el título de Aurora, sus reflexiones so-
bre los prejuicios morales, ya había comenzado a
sentir los zarpazos del temible mal. Tranquilícense
los nioralistas titulares. La famosa transmutación
de todos los valores no significa sinoi que ya su au-
tor tenía trocadas todas las conexiones entre cilin-
dros, ejes y prolongaciones protoplásmicas, y en
consecuencia todo lo ve[a cabeza abajo.
Conste que para hacer esta afirmación categórica
DESDE MI BELVEDERE 255
descanso en el diagnóstico retrospectivo del doctor
Michaut. No pongo nada de más, sino lo pintoresco
y exacto del lenguaje. Ahora bien, como el poeta fi-
lósofo dictó esa ruidosa obra en la primavera de 1880,
y el ataque de apoplegía, con que comenzó su enfer-
medad para los profanos, ocurrió en Diciembre de
1888, resulta que el período de su mayor actividad
literaria cae de lleno en el de los progresos de su
demencia; y el estudio de sus producciones más
considerables debe pasar desde ahora, de las pá-
ginas de la historia de la civilización en el siglo xix,
a los documentos que acompañen los casos clínicos
notables en los tratados de neuropatía.
Las pruebas que nos da el doctor Michaut están
vaciadas en el molde de las de su ilustre predecesor
Max Nordau, y son por igual decisivas y convincen-
tes. Nietzsche padecía de jaqueca; y en vano ape-
laba para calmarla a la antipirina, fenacetina, neu-
ralgina y demás iuas con que la química alemana
ha enriquecido la farmacopea. Casi la cuarta parte
del año se pasaba Zaratnistra con espantosos do-
lores lancinantes en uno de los ojos. Naturalmente,
durante las otras tres cuartas partes, el recuerdo
y el temor de ese tormento habían de perturbarle
el trabajo cerebral.
Otro síntoma aun más grave, y de orden más
subjetivo: desde que compuso el libro mencionado,
Nietzsche cesa de citar a otros autores. Confiesoí
que el síntoma me parece espeluznante. ¿Cómo no
ver allí manifiesto el primer indicio del delirio de
256 ENRIQUE JOSÉ VARONA
grandeza, que había de culminar luego e¡n Zaratrus-
tra? El escritor debe ser modesto, respetuoso! con sus
ilustres predecesores, sumiso a sus doctrinas, admi-
rador de sus luces sobrenaturales. No debe poner
la pluma en el papel sino para emplear estas fór-
mulas consagradas: «Según dice el eximio X.»; «en
opinión del eminente J.»; «a juicio del insupera-
ble Z.»; «como nos enseña el indiscutible &.» Un
escritor que presume tener ideas propias, o que
lo da a entender, es un orate. Esto es el abecé de la
patología mental.
Además, Nietzsche abandona el estilo periódico,
y se ciñe a expresarse por sentencias cortas, prodiga
los aforismos. Veo bien clara la interpretación histo-
psicológica de ese terrible fenómeno, y me atrevo
a someterla al doctor Michaut. El eretismo de las
expansiones terminales de las neuronas del paciente
no era normal; a lo mejor se quedaban contraídas;
no podía verificarse la asociación de las ideas, se
rompía la ilación del discurso. Por eso Nietzsche
no era capaz de pensar sino a borbotones. Apren-
damos a desconfiar de los hombres sentenciosos;
pongamos en cuarentena a todo autor de aforismos.
Si pudiéramos examinar al microscopio las arboriza-
dones de sus cilindros ejes, las veríamos encogidas
y casi paralizadas. Esos infelices están en camino
del manicomio.
Para colmo de males y de pruebas, el doctor Mi-
chaut hace notar que Nietzsche usa y abusa de los
neologismos. Temblemos. No es la casa del vecino
DESDE MI BELVEDERE 257
La que arde, ¡sino la propia. Cada vez que se ¡nos
resbale la lengua, y empleemos un vocablo de menos
de cien años, llamemos por teléfono al doctor, aunque
no sea el doctor Mich.au t. Es un caso de amnesia.
Los neologismos de Nietzsche demuestran el trabajo
de desorganización a que estaba sometida su ter-
cera circunvolución frontal izquierda.
No prosigo, por temor de llevar la intranquilidad al
ánimo del lector. .Conocer los síntomas de las en-
fermedades constituye más bien mi peligro que un
aviso. Además, con lo dicho basta para comprender
la razón con que el alienista francés ha podido resu-
mir su luminoso ¡estudio sobre la locura del poeta
alemán, afirmando que en vez de la cansada fórmula:
Así hablaba Zaratrustra, leamos: Así hablaba un
paralítico general. La ciencia es algo ruda; no co-
noce las atenuaciones.
Marzo, 1904.
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Los ciegos gobernadores
No es este! el título de un apólogo esópico, ni me-
nos leyenda de alguna caricatura de actualidad. Los
gobernadores del día, por regla general, se gastan
rayos X, en vez de rayos visuales.
Sobre todo en día de elecciones.
Los ciegos gobernadores o los gobernadores ciegos
constituyen un rasgo muy curioso de. la curiosa his-
toria del Japón. Cuentan las crónicas del Reino Flo-
rido que, a fines del siglo décimo, las costumbres
del pueblo se habían dulcificado mucho, gracias sin
duda a la difusión del budismo, y qule se apoderó
de los corazones gran lástima hacia los maltratados
por la naturaleza, especialmente los ciegos.
Fueron éstos recogidos por tedias las islas, y con-
ducidos a un monasterio, desde donde; se descubría
un paisaje maravilloso. El lago Biwa1 bañaba la co-
260 ENRIQUE JOSÉ VARONA
lina en que leí edificio tenía asiento, y enviaba las
ondas de suave luzjxflejada en su bruñida super-
ficie bacía todas aquellas retinas insensibles. Allí
fueron doctrinados los ciegos; y después se los nom-
bró gobernadores de diversas provincias.
Esto pasaba en la misteriosa Cipango, mucho an-
tes de Marco Polo. Lástima que los anales japoneses
no nos digan al pormenor las grandes cosas que
debieron verse en agüellas comarcas, cuyos jefes
no veían.
Desde luego debieron ser eminentes justicieros.
Hasta los niños saben que la justicia ha de ser ciega.
Parece que éste íes el único medio de que puedaj
mantenerse en el fiel la balanza. Esos jueces, que
no podían quitarse la venda, escapaban así a mu-
chas tentaciones. Las Frinés japonesas, las peque-
ñas giteishas, vestidas de púrpura, ensayaríaU en
vano los sortilegios de sus mienudos gestos y la son-
risa de sus labios iluminados al carmín, ante aquellos
ojos inmóviles, insensibles a la belleza de las for-
mas y los colores. Las dádivas de los cohechadoires
de oficio perdían, para ellos, un grande atractivo,
el reflejo fascinador del metal brillante.
Libres estaban de contemplar la gesticulación tea-
tral del abogado, pagado para defender, como pu-
diera haberlo sido para acusar. De todos los medios
de sieducción del ihombre, la voz, cuando no se alia
al ademán estudiado, a la actitud afectada, a la
palidez fingida, a las lágrimas traicioneras, es el
menos hipócrita. Casi todo el arte mentirosoí de las
DESDE MI BELVEDERE 261
piezas de convicción adulteradas perdía su eficacia
con aquellos oidores, que no podían ser veedores.
Como tenían menos asideros, menos fácilmente ha-
brían de caer ien las redes de los cazadores titulares
de jueces incautos o mansos.
Reducidos a la contemplación de su mundo in-
terno, su concepto general del hombre había de ser
menos mezquino que el de aquellos a quienes no
pueden ocultarse todas las deformidades humanas.
Rodeados de la pompa del poder, estaban exentos
de fijarse en su pueril aparato. Eran actores, que no
tenían que ver por detrás las bambalinas. Escapaban
al espectáculo triste o miserable de las genuflexio-
nes a su paso; surían el ósculo en la mano, mas no
podían descubrir la mirada ¡envidiosa que seí filtraba
a través de los párpados entornados; y si sorpren-
dían algún cuchicheo de mofa o menosprecio, no
sabían que los zumbones estaban prosternados en
actitud de adoración en torno suyo.
No podían substraerse al olor de la sangre, que
los compasivos japoneses derramaban tan. copiosa-
mente como los refinados helenos o los duros ger-
manos; pero al menos no miraban las cabezas cor-
tadas, que las damiselas, sus compatriotas, conser-
vaban como valiosas preseas. Así, de la ferocidad del
homo rex no tenían noticias sino por un sentido*, y
éste bien poco intelectual.
Cuando les vestían la armadura de bronce y lada
y colocaban sobre su máscara natural la careta
horripilante, al salir, rodeados de samurais curtidos
262 ENRIQUE JOSÉ VARONA
por las hazañas de la guerra civil inacabable, para
poner ¡en paz a los daimiós demasiado levantiscos, si
detrás de sus pasos dejaban marcada su presencia
escombros humeantes y cadáveres mutilados, nada
habían visto los gobernadores mutilados, nada ha-
bían visto los gobernadores ciegos. Y podían muy
bien comparar su acción destructora a la de los
elementos naturales, que purifican la atmósfera, des-
cuajando bosques, fulminando peñones y arrastrando
en la hinchada corriente hombres y alimañas. No
tenían, como otros, necesidad de cerrar los ojos,
para no medir el costo de sus sangrientos beneficios.
Sí, es lástima que no hayan quedado memorias!
exactas de la administración y gobierno de esos
altos funcionarios sin vista. Así podríamos compa-
rarlos con los ¡actos de los gobernadores qtie¡ ven
por sus ojos, o que, al menos, así lot creen. Porque:,
después de todo, no es seguro que vean cuantos llevan
ojos en la cara, y hay muchos lazarillos que; van tjah a
obscuras, como los ciegos a que1 pretenden servir!
de guías. i
Existe no sé si un cuadro o un grabado, pues sólo
he visto la reproducción, del gran artista japonés
Hokusai, que representa once ciegos, vadeando un
río. Adelantan con precaución, en fila india, asidos
unos a otros, torciendo el cuerpo, tanteando con el
palo, sumergiendo apenas el pie; pero adelantan!
sin caerse, y el que va delante parece ya tocar la
tierra enjuta de ¡la orilla. Se me ocurre que así irían
gobernados y gobernantes, cuando éstos eran cié-
DESDE MI BELVEDERE
263
gos; puesto que así van todavía, en el Japón y más
allá del Japón, pasando el vado de la: vida, los que
gobiernan, figurándose qtie ven, y los gobernados
perpetuamente en tinieblas.
Marzo, 1904. 1
-♦♦>♦
>./
Rusos y japoneses
El ruido que hacían esos diablillos ora como el
do cuatro escuadrones do caballería a escape por
un camino pedregoso. ¡Qué galopes, qué escarceos,
qué vociferaciones y aúllos, y, sobre todo, qué con-
tundir de garrotes y qué granizada de peladillas!
Pues no sumaban más de seis por cada banda;
pero suplían el número exiguo con el coraje, pintado
en los rostros puerilmente feroces, y con la grita,
que atronaba la calle. Los garrotes, vistos de cerca,
no eran sino palos de escoba; pero lois esgrimían con
tanta furia aquellos astrosos soldadillos, que sonaban
como estacas en manos de jayanes. Los guijarros sí
eran tales, hechos y derechos, y amagaban desca-
labraduras a diestro y siniestro.
Cuando desemboqué en la calle, ocupada toda por
266 ENRIQUE JOSÉ VARONA
los encarnizados contendientes, di de manos a boca
con un policía recostado en el guardacantón de la
esquina, el cual miraba con cara de risa y. ojos chis-
peantes la divertida y tumultuosa escena.— ¿Qué pa-
sa?, le pregunté, entre sorprendido y alarmado. —
Nada, me contestó, con cierto dejo de desdén; unos
muchachos que juegan a rusos y japoneses.
Como en esto rebotó una piedra bastante! cerda
de nosotros, el policía se incorporó, dio media vuelta,
y se alejó contoneándose y haciendo oscilar su ma-
ciza porra, no sin echarme, por despedida, una mi-
rada de reojo, que, traducida a lenguaje fonético,
decía sin ambajes: «¡Vaya un mentecato!»
Pudo en mí más la curiosidad que el susto, y me
adelanté algunos pasos, para ver mejor a los arris-
cados guerreros. Acerté a estar del lado del los ru-
sos, ia quienes mandaba un rapaz mestizo, muy ateza-
do, que voceaba por seis, e imprecaba en términos
estrictamente soldadescos, lo mismo* a enemigos que
a amigos. El jefe de los japonesas era un chiquillo
blanco y pelirrojo, hecho una pólvora, y tan roto
como arrogante y deslenguado. A empellones dirigía
éste el combate, pues los suyos parecían a punto
de cejar.
Fuese por decidir más pronto la contienda o poi-
que escaseaba ya el parque, en ese momento arre-
metieron ambos generales uno contra otro!, a puño
limpio; ^y esto fué señal para que, estrechadas y
confundidas las filas, se enredaran rusos y japoneses,
a pescozones, patadas y mordiscos. Buscaba yo¡ con
DESDE MI BELVEDERE 267
los ojos quien m!e auxiliaste en la difícil empresa
de separar a los frenéticos contendientes, Cuando
acertaron a presentarse calle arriba dos coches de
alquiler, que venían regateando, y a redoblados gol-
pes de timbre pedían que se les despejara la pista.
Casi tenían encima las dos catapultas, cuando los
muchachos se dieron cuenta del peligro, y se dis-
persaron como bandada de gorriones al paso- de un
tren. ' .
Acertó a pasar junto a mí uno* de los pocos fugi-
tivos que no corrían, limpiándose la cara polvorien-
ta con la mano algo más sucia, y renqueando un poco
de la pierna derecha. Volvía con frecuencia la ca-
beza atrás, y todavía de los ojillos le saltaban chis-
pas.— Ya no te quedarán más ganas de pelear, le
dije en tono chancero- Frunció el ceño al oirme-,
y con vocecita destemplada, me contestó:— Al pri-
mero que me encuentre, lo reviento... — ¡Peno, ¿qué
te han hecho, hombre?— Son rusos, me contestó,
dándome un quiebro de hombro, como para poner
fin al impertinente coloquio.
Son rusos, claro. No saben más los japoneses
auténticos, ni necesitan saber más. Son rusos, les
decir, 'están en frente^ en vez de estar al lado; y
damos sobre ellos, como ellos sobre nosotros, pon-
qué los rifles se disparan hacia adelante, y no hacia
atrás.
Son rusos, claro. El blanco ¡de mis piedras, el saco
de arena para mis puños; ¿a cara que estrppleiar,
el cuerpo que moler; uno ,que me estorba, porcfuie
268 ENRIQUE JOSÉ VARONA
está allí; que me provoca, porque se me pone de-
lante; uno a quien odio ¿sin conocerlo, porque anda
con otros y no conmigo' ; y a quien derrengaré, si
me deja, antes que me derriengue.
Todo esto y algo más me decía el enfurruñado
pilludo, con su lacónica respuesta. Y, pensándolo
bien, ¿no es ello natural? Esos son los entendimien-
tos que se siembran y cultivan; y la herencia ayuda
aquí a la selección. Los pequeños combatientes de
hoy serán los electores de mañana. No se llamarán
entonces rusos o japoneses, sino ¡liberales o con-
servadores, azules o rojos, lopistas o martinistas.
Pero se combatirán con igual saña sin conocerse,
a puñadas o puñaladas, a tiros, a calumnias, como
haya lugar, como se haga más daño; en el cujerpo,
bueno; en la honra, mejor; en la honra y el cuerpo,
mucho mejor. No piensas como yo, no me ayudas,
eres mso; y, si me dejan, te extermino.
Y ya lo creo que lo dejan. No hacemos otra cosa
que dejarlo. La prensa lo aplaude, el orador lo
exalta, el jefe de partido lo premia. Y la gente
experta, los listos, los que tienen mundo, dicen al
que se lastima, desde lo alto de su incontestable su-
perioridad:—Pero, bendito sea Dios, ¿de qué se sor-
prende usted? Si eso es la política; si la política
no tiene entrañas; al que no se quiere efuitar del
puesto por las buenas hay que echarlo a rodar por
las malas. Esa es la política, hombre. ¡Ni que ca-
yera usted de la luna!
Bueno; pues esa es la política: rusos y japoneses.
DESDE MI BELVEDERE 269
Hacen bien en practicarlo desde temprano nuestros
futuros electores. Así no los cogerá diesprievenidois
la pedrea.
Abril, 1904.
-♦♦>♦'
i j - un m — *— -■-"■-■ ,.^¿^_^m — , "~"n
Ut^u%:if,i.*sui«r.r>iritw«ifTT^^
z^ysz
A Plutarco
Fabricante de Grandes Hombres
Clarísimo varón:
Aunque tu fama anda ya por el mundo algo des-
medrada y paliducha, se debe más a la mal|ci¡aj
y descreimiento de los hombres actuales, que a su
buen juicio. Por mi parte, gigo pensando que los
productos de tu antigua fábrica ,son exeelentes; y
los prefiero con mucho a Jos de los innumerables
émulos tuyos, que, en mis días, tienen taller abierto-,
para proveer el mercado de hombres ilustres por
medida.
Por pensarlo así, me; he decidido a escribirte, a
ver si me socorres, y conmigo a mis conciudadanos,
en la apretada necesidad en que nos encontramos,
No te impaciientes, figurándote que se trata de que
nos remitas algunas parejas de hombres egregios.
No, no necesitamos que sacudas el polvo de tus
anaqueles. Por el contrario, aquí los tenemos a po-
272 ENRIQUE JOSÉ VARONA
rrillo, hasta por exportar; y si te hicieron falta
algunas docenas, podemos cedértelos, con descuento
sobre el precio de catálogo.
Te diré en puridad, para tu gobierno., que este
artículo se ha desacreditado un poco, por el exceso
de producción, que tiene abarrotadas las plazas y
trinando a los fabricantes. Con los procedimientos
modernos, no cuesta más inflar un personaje, que
una pompa de jabón. Todo lo que se necesita son,
unas cuartillas de papel, un vocabulario abundante
de epítetos empenachados, dos docenas de papana-
tas y un empresario hábil, a quien tenga cuenta
la operación.
Precisamtente lo difícil hoy es dar un paso, sin
tropezar con un grande hombre. Nosotros, míseros
consumidores, estamos reventando de empacho de
ellos. Y aquí tienes que se m'e ha venido a la mano
el objeto principal del mi epístola,
Vivo, insigne beoeio, yo que me permito* impor-
tunarte, vivo en una isla de que no tuviste noticia,
mucho más acá de la última Thiüe. Esta isla tiene
íama de fértil; y aunque no muy poblada, com-
pensan sus habitantes la falta de cantidad con la
sobra de calidad. Somos pocos, pero todos ilustres.
Nuestra historia no es historia, sino epopeya. Nues-
tros hechos no son "hechos, sino hazañas. Excepto la
talla, todo en nosotros es grande, todo admirable, todo
mayor de la ordinaria marca.
A tu perspicacia y experiencia no puede ocultarse
que del exceso de tanto bien nace nuestro, mal.
DESDE MI BELVEDERE 273
Tantos superhombres juntos se sienten estrechos,
se estorban unos a otros;, y en cierto modo se anulan
unos a otros. Tantas cimas iguales hacen el efecto
de una línea continua. Nuestra común grandeza re-
sulta monótona. Si, de algún modo, noi se introduce
entre nosotros algo que forme contraste, vamos a
morir de hipertrofi(a de todas las células que com-
ponen nuestro tejido social.
Como eres tan perito en hombres^ que los sabías
bcrtilloneiar muchos siglos antes de Bertillon, se me
ha ocurrido acudir a tu ciencia; a ver si nos man-
das unas cuantas remesas de individuos perfecta-
mente mediocres. Por lo mismo que tu especialidad
son los grandes hombres, has de saber distinguir
a maravilla la gente común, la de poco más o me-
nos, que es la que nos hace falta.
Queremos, buen Plutarco, hombres laboriosos*, que
no pregonen a todos los vientos su laboriosidad
como virtud excelsa; gente que labre su huerta, y
no crea que se le deben recompensas públicas por
labrarla; que ame su patria, y no entienda que un
sentimiento tan natural merece estatuas; que la de-
fienda llegado el caso, y no espere que se le con-
sagre héroe por haber cumplido un deber rudimen-
tario; que sirva con celo a la república, y se vea;
recompensado por la prosperidad general de que
forma parte la siiya, sin 'esperar que le paguen en
orivilegios lo que es deuda de todo ciudadano. No
18
274 ENRIQUE JOSÉ VARONA
más que eso queremos; pero lo queremos con gran
apremio, porque la carencia es mucha.
Si nos puedes servir, siquiera con algunas mues-
tras, pos dejarás eternamente obligados.
Te deseo grata compañía, buena conversación y
sutiles disquisiciones.
Habana, 19 de Junio, 1904.
Posdata. Si te decides a complacerme, mira si en-
cuentras por ahí de repuesto un Filopoemen de mar-
lia menor. Dices del tuyo, en alguna parte, que
sabía no sólo mandar según las leyes, sino a las
mismas leyes, cuando la necesidad pública lo re-
quería. No pretendo que el nuestro sepa tanto; sino
que acierte a servirse de las leyes, para evitar que
otros se crean superiores a ellas, y por tanto' exen-
tos del deber de cumplirlas.
Después de todo, dicen por ahí, y ya se decía en
tu tiempo, que la ley sólo se ha Hecho para los
pequeños. Razón de más, para procurar nosotros
que venga esa remesa de hombres no grandes, no
ilustres, no excelsos; sino modestos, pobr¡es de es-
píritu, subditos de la ley. Porque éstos, y sólo éstos,
son los que hacen innecesarios a los Filopoemen com-
pletos o recortados.
No te importuno más, no sea qne algún malicioso
pretenda sacar a mi posdata más jugo que a mi
carta.
Jaire.
nr
Una transfiguración de Rosina y Querubín
Obra maestra de penetración psicológica, en el
teatro, es el estado de alma en que coloca Beaumar-
chais a Rosine, entre el desvío negligente de su ma-
rido, vividor «blasé», y la tenue, indefinida seduc-
ción de Cliérubin, boquirrubio enamorado de la vida.
Rosine ama al Conde; sus calaveradas la mortifi-
can en su corazón y en su legítima presunción fe-
menil. Su languidez y su principio dtei despego a
la monotonía de su existencia regalada y cada vez
más solitaria nacen sobre todo de la conducta do
su marido; después quizás, y sólo quizás, de la
e¡dad peligrosa a que se aproxima. Si alguien fuera
a decirle que la adoración muda del efebo, sólo
con ella tímido, añade algunos granos a su melan-
colía, mezcla un matiz vago de «saudade», de «so-
276 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ledad», a su tristeza de esposa desatendida, su sor-
presa sería tan grande como su inquietud y su dis-
gusto.
El alma de Rosinie es compleja, como todas las
almas; pero nada sabe ella de esa complejidad. Quien
lo sabe es Beaumarchais, que toca diestramente to-
dos sus registros, y nos hace asistir fugaz de un
alma de gran señora del siglo dieciocho, que repite
tantas otras, fugaces o duraderas, de almjas de mu-
jeres de todos los tiempos.
Chérubin, adolescente arrebatado por el anhelp
y el vértigo del sentir, en quien bulle la savia fresca
de l¡a primera mocedad, es el principal resorte de
esa crisis; y como Rosine pertenece a todas las
épocas. Chérubin fué Hipólito cuando Rosine era
Fedra. Chérubin se ha transfigurado en el poeta
y esteta Eugene Marchbanks, ahora que Rosine se
encarna en Cándida, esposa del grande orador so-
cialista, Reverendo James Mayor Morell.
Esto es, al menos, lo que he descubierto en una
pieza muy recálente del celebrado autor dramático
irlandés Beruard Shaw; y confieso que mi descu-
brimiento me ha encantado. Es un regalo mental
poder cotejar así unos mismos personajes de la
comedia humana en las diversas encarnaciones que
recorren.
Ante todo debo declarar que los críticos han visto
otra cosa y aun otras cosas en la comedia de Shaw;
y que no pretendo achacar al escritor coetáneo nin-
gún propósito expreso, y memos exclusivo, de re-
DESDE MI BELVEDERE 277
surrección de los deliciosos tipos de Beaumarchais.
Hay algo que me dice que han actuado en el doble
fondo de su espíritu, donde ejerce su actividad la
rememoración inconsciente. El aire de familia de
ciertas situaciones y aun de ciertas expresiones re-
sulta para mí visible. Pero eso es consecuencia del
dato fundamental idéntico, no obra de meditación
deliberada.
Cuando Chérubin, disfrazado de muchacha cam-
pesina, recibe en la frente un beso de la Condesa,
que no lo ha reconocido, tiene ocasión poco después
de exclamar: «M'ennuyer! jemporte á mon front du
bonheur pour plus de cent années de prison» (1).
Marchbanks, reclinado en el regazo de Cándida, que
lo trata maternalmente, cuando ella, al ver su ex-
presión de beatitud, le pregunta si desea algo más,
le responde: «No: I have come into heaven, where
svant is unknown» (2). Chérubin, como temeroso de
({uc se borre la impresión divina del ósculo fortuito,
*met son chapean et s'enfuit» (3). Marchbanks, tam-
bién con su beso en la frente, «flies out into the
night (4).
En realidad en la obra de Beaumarchais y en la
de Shaw hay tres personajes colocados en situa-
(i) i Aburridme I Llevo en la frente ventura para más de cien años
de prisión.
(2) No: he penetrado en el cielo, donde no se conoce el deseo.
(3) Se cala el sombrero y escapa huyendo.
(4) Huye, precipitándose en las tinieblas.
278
ENRIQUE JOSÉ VARONA
ción semejante, y hay un estudio de psicología fe-
menina que descansa en esa situación; pero lo uno
y lo otro sirven a fines dramáticos distintos. La
Rosine del siglo xx ha nacido en la clase media,
más cerca del pueblo que de la aristocracia, y no
so hastía por falta de ocupación útil eh las largas
horas inactivas que proporciona el lujo de una ser-
vidumbre numerosa. La sorda sensación de vacío
que a vecéis la sofoca levemente proviene de su
edad, treinta y tres años, y del egoísmo inconsciente,
tan tranquilo, como dominante, del Reverendo Mo-
rell. Este ama a su esposa, que sabe entretener en
torno suyo la atmósfera que conviene a su espíritu
poseído de su superioridad; y, si la desatiende un
tanto en la vida real y un mucho en la vida mental,
es arrastrado por su incesante actividad de propa-
gandista aplaudido y solicitado. Chérubin es ahora
un poetia de las nuevas escuelas, postrado a veces
por la neurastenia, elevado a ratos por las alas na-
cientes de su genio; y que con tanta facilidad cree
su amor correspondido conio> desconocido.
El drama moral, mejor dicho, el principio de dra-
ma moral que tiene por escenario el espíritu de Ro-
sine y de Cándida, sí es el mismo en la comedia
francesa y en la inglesa; aunque una y otra venzan
en el conflicto pasional por medios muy distintos.
Rosine, porque el arrepentimiento del Conde, aun-
que transitorio, basta para sujetarla en las redes
de sus hábitos de vida; Cándida por la conciencia
de su fuerza serena, de su ¿rapel de providencia do-
DESDE MI BELVEDERE 279
méstica del hombre que se juzga tan fuerte y ella
ve tan débil.
Mr. Bernard Shaw ha sido clasificado entilé los
discípulos de Ibsen; y hay, sin embargo, quienes
han visto en esta obra suya el propósito de contrariar
las tendencias del maestro, poniendo en contraste
a Cándida y Nora. Entiéndase desde luego la Nora
de la redacción primitiva del drama ibseniano, la
Nora que se va, no la que se queda. Este es ¡otro
aspecto de la comedia de Shaw, que ahora no me
interesa.
Mi objeto ha sido indicar que, sin designio delibe-
rado de imitación, el «canevas» pasional sobre qne
está bordada «Cándida», pues así se llama también
la pieza, viene a ser en el fondo el mismo que sirvió
a Beaumarchais para una de sus famosas gemelas:
«Le mariage de Fígaro».
Septiembre, 1904.
-♦♦>♦-
J^
Nueva York
Observaciones de dos viajeros
Por circunstancias que no son del caso referir,
llegaron a mis manos, en un hotel do Nueva York,
las notas en que habían registrado sus impresiones
de la gran cosmópolis dos viajeros, al parecer ob-
servadores.
Me entretuvo en leerlas y cotejarlas; y se me
ocurrió escoger aquellas en que habían discurrido
sobre los mismos temas, y ponerlas unas al lado
de ,ptras, para esparcimiento y provecho del lector
aficionado a ver por ojos ajenos.
Téngase presente que ni comento, ni moralizo.
Confronto y copio. Para distinguir a nuestros via-
jeros, llamaré al uno A y al otro B.
282 ENRIQUE JOSÉ VARONA
Estoy en pleno reinado de Churriguera. Por huir
de la antigua uniformidad de sus edificios, los
neoyorkinos, o sus arquitectos, se han dedi-
cado a copiar todos los estilos, a mezclarlos,
a sobreponerlos; y una casa que empieza en
el arte helénico, pasa por el egipcio y acaba
en el piel roja. Esta es la negación del arte.
B
Esta ciudad realiza ©1 sueño del sincretismo ar-
tístico. ¡Qué unidad y qué variedad! El tipo
utilitario antiguo se ha ido modificando, y se
ha llegado a las ideas más atrevidas con una
seguridad de concepto y de ejecución que pas-
man. Las pirámides son juegos de niños, al
lado de estos edificios colosales, cuyas pro-
porciones permiten la más rica variedad de
estilo, sin confusión ni disparidad. Estoy de
lleno en el arte moderno, en el arte nuevo.
¿Osa esta gente flemática, sin sangre en las ve-
nas, preconizar la excelencia de su clima? The
DESDE MI BELVEDERE 283
glorious clime of New York. ¡Qué sarcasmo !
Todavía no reza el calendario la llegada del
otoño, y está la ciudad envuelta en una niebla
pegajosa, que da escalofríos aun vista detrás
de cristales. Este hacinamiento confuso de blo-
ques macizos parece todavía más apretado, más
caótico, envuelto en esa humosa funda, en que
se pierden todos los contornos. Ayer hizo calor
sofocante; hoy, frío húmedo. Comprendo que
aquí vivieran rollizos y contentos búfalos y
mastodontes,, no seres humanos.
B
Ayer bajaba yo' por la Quinta Avenida, a la al-
tura del Parque Central. Una ligera neblina
flotaba sobre los árbolles y los edificios, ci-
ñéndolos de una gasa gris pieria, y haciendo
más aéreas y delicadas sus líneas. El pano-
rama era un encanto para la vista y más para
la imaginación. Nada preciso, nada chocante.
La perspectiva se dilataba de un modo casi
fantástico, convirtiendo la atronadora metró-
poli en una ciudad de ensueño. De pronto
cayó la niebla, como un telón de* teatro; el sol
inundó en cascada de luz la avenida; y la
ciudad inmensa se elevó ante mi vistaj como
284 ENRIQUE JOSÉ VARONA
en la gloria de una resurrección. ¡Espectáculo
maravilloso !
Esta mezcla de bazar y falansterio, que llaman
aquí hoteles, aunque me deja todavía lugar
para irritarme, me entontece, y me llevará
a la imbecilidad. Es la reducción dtí la vida;
a un simple mecanismo. Es la anulación de la
personalidad. Yo no soy yo, sinoi un número,
el 708. El número, que soy yo, habla por una
bocina a un oído invisible, y oye una voz
aflautada que sale de labios impalpables. Un
mozo, que es otro número*, y a quien probable-
mente no veré más, entra sin saludar ni pro-
nunciar palabra, y me trae lo qud pedí en
el vacío. Todo esto tiene el sello* característico
de las comedias de magia, todo parece ficticio.
Entro, salgo, como, duermo; nadie sel fija en
mí, nadie me Conoce, ni tengo tiempo de cono-
cer a nadie. Voy a acabar por creer que soy
esa abstracción, esa cifra con que me designan
en la oficina del hotel; y que el mundo es un
problema de matemáticas. ¿Cómo no ha de
hacer estragos la neurastenia? Así se para en
la plena demencia.
DESDE MI BELVEDERE 285
B
Mal año para Aladino y su lámpara. La invención,
de Las invenciones os el hotel americano. Con-
cluyeron los enojos, las molestias y desazones
de la vida doméstica. No más batallas con el
criado perezoso, embustero, mirón y parlan-
chín. No más pequeños cuidados que mal-
gastan la vida. Todo en orden, todo a tiempo,
todo al salto. No más tiranía del cuerpo, con-
trariado a cada paso en sus hábitos. El tiempo
pleno para la vida del espíritu, para la vida
íntegra. Sólo aquí se realiza la verdadera in-
dependencia personal. Entro cuando quiero o
lo necesito, salgo lo mismo. Nadie me atisba,
nadie se preocupa. Sé que otros existen, por-
que tienen cuidado de mi cuarto, de mi ropa,
de mis comidas, de mis boletas para el teatro
o el ferrocarril. ¡Qué completo y qué libre me
siento! La vida me parece más agradable, y
mis ideas son cada vez más lúcidas.
Singular libertad la de este país. Un polizonte
rechoncho, un Falstaff sin espada, ni espue-
las, un Falstaff sin penacho, levanta la mano
286 ENRIQUE JOSÉ VARONA
carnosa, y millares de o viejas con americana
y sombrero de empleita se detienen con los
ojos sumisos, o siguen len procesión, sin saber
ni tratar de saber por qué o para qué, mu-
ñecos de cuerda que obedecen a la presión de
un resort|a. Esto es más cfue la obediencia
pasiva, es la obediencia automática. Su blasón
nacional debía ser una porra de plata en cam-
po de gules.
B
La disciplina de este pueblo, dueño de sí mismo,
revela el secreto de su constante progreso. Por
encima de cada individuo autónomo, indepen-
diente, se siente la presión igual de la ley,
de la regla abstracta. El funcionario alto o bajo,
que la representa, íestá investido de to¡da su
fuerza, por una especie de pacto tácito, y co-
lectivo, y nadie la pone en tela de juicio. Así
van en multitudes, por calles y plazas, los
habitantes de este país, sin estorbarse nunca;
y realizan las inayores empresas, sin q;ue el
apetito o los intereses particulares sirjvaii de
obstáculo a la acción general. Me parece ver
delante de todos y cada .uno, no una columna
de fuego, que los ofusque, sino unas tablas
de la ley, que los alumbre y guíe*.
DESDE MI BELVEDERE 287
No he visto gente más atareada. Se afanan de la
mañana a la tarde y de la tarde a la mañana.
¿Qué tiempo les queda para ¡disfrutar de, la
vida?
B
Esto se llama sacar partido de nuestra breve
existencia. La vida aquí se centuplica por la
diversidad y complejidad de sensaciones que
sabe recibir el hombre en un solo día. Se
alarga el vivir, por corto que sea, viviendo tan
intensamente. I
Soy un hombre exento de prejuicios; pero en esta
tierra todo parece hecho aposta para chocar
a la gente sensata.
B
Estoy curado hace tiempo de todo snobismo. Sé
mirar y admirar. Mas se necesitaría ser ciego,
para no ver que aquí todo es pasmoso.
Quizás continuará.
Octubre, 1904. }
&
Los igorrotes
Uno de los grandes atractivos de la feria mundial
de St. Louis es la exhibición da las Filipinas
¡Cómo se divierte el pueblo con los igorrotes!
Por centenares se agrupan mujeres y hombres, ni-
ños y anciano para ver, durante horas enteras,
media docena de hombrecitos, color de adobe sucio,
puestos en cuclillas, formando semicírculo, y mi-
rando en torno con ojos abotagados y expresión do
beatífica estupidez.
Los dos espectáculos son bien jnteresaintes y un
tanto melancólicos.
La turba de los espectadores, tan diferentes en
tipos, en trajes y maneras, se presenta del todo
19
290 ENRIQUE JOSÉ VARONA
unificada, arrasada, por decirlo así, por etl mismo
sentimiie¡nto dominante, absorbente, de infantil cu-
riosidad, de deseo truhanesco de divertirse con aque-
llos animal ej os qtie parecen hombres, algo más que
los simios del jardín zoológico.
El buen labrador del remoto peste, anguloso», necio,
con su mirada de halcón, rodeado de toda la familia,
desde la suegra apergaminada hasta el rapaz mofle-
tudo y coloradote, se codea con el dandy del este
lejano, que ase familiarmente del brazo a una blon-
da señorita, vestida de blanco inmaculado, la cual
deja filtrar su mirada atisbadora por entre los pár-
pados que el cant manda entornar, mientras la son-
risa indiscreta se burla de sus órdenes. La plebeya
fornida, con su gran papalina de percal azul listado,
se abre hueco por entre un reverendo con. alzacuello
y fun mocetón de casaca (encarnada y galoneada,
caporal lo menos de la banda inglesa. Detrás de un
grupo de hombres rubicundos en mangas de ca-
misa, que exhiben tirantes multicolores, se alza la
silueta de un piel roja macilento, envuelto en una
manta pringosa y desgarrada. Pero todos, en ese
abigarrado montón de gente jubilosa, con el mismo
aire de plebe en circo.
Ninguno separa la vista del redondel formado por
los igorrotes; y por poco eme alguno de éstos cam-
bie de postura, y, al desperezarse, muestre más al
descubierto algo de su desnudez, las risotadas parten
como voladores, para formar un trueno formidable
que sacude todo el concurso. Las palmadas y los
DESDE MI BELVEDERE 291
hurras lo refuerzan; mientras los hombrecillos co-
ior de adobe se miran entre sí y sonríen cprnoi ale-
lados.
¡ Qué bien se divierte el hombre con la ridiculez y la
infelicidad humanas! Porque, a la verdad, esos po-
bres diablos son perfectamente ridículos y perfec-
tamente infelices, unos apenas ceñidos los lomos
con un colgajo de tela basta; otros en piernjasi,
descalzos, sin camisa y con chaquet; otros con los
pies entumidos dentro de unos borceguíes, que! no
suplen la falta de calcetines y pantalones; todos ti-
ritando bajo los latigazos de un vientecillo frío y
húmedo, que viene de la próxima laguna.
Al menos los macacos y ti tí es de la casa de fieras
se divierten a la diabla con los curiosos que los
hurgan ; chillan como urracas; les enseñan los dientes
y, como pueden, les disparan su manotazo o su
mordisco. Pero estos bípedos no saben sino estarse
quedos, hacerse guiños y reírse cual si les diesen
cuerda. Cuando el pueblo, deseoso de mayor y más
entretenida diversión, los excita lanzándoles puña-
dos de centavos; se incorporan, y empiezan a za-
randearse perezosa y desmañadamente, levantando;
apenas los pies del suelo, acompañando unai lenta
canturía monótona y lastimera con la percusión, de
una suerte de panderos, que suenan a metal rajado.
Entonces sus movimientos sin gracia, sus rostros sin
expresión ofrecen un espectáculo todavía más dolo-
roso; y entoneles es cuando el pueblo aplaude; más
eordialmente, y su risa inextinguible celebra poía
292 ENRIQUE JOSÉ VARONA
estrépito la pintoresca bufonada con que se exalta
y regodea.
Cierto, iel pueblo es un rey bonachón, a quién place
infinitamente jugar con títeres humanos. No pone
en ello malicia; y, con tal de divertirse, tanto le da
que un viejo ande ante él de cabeza, o que un chico
haga piruetas en lo alto de una pértiga en equilibrio
sobre la nariz de su padre. Mientras más y más es-
túpidamente se zarandean los igorrotes, más les re-
toza a los espectadores el alma en el cuerpo y la
risa en la boca.
Guando visité la exposición de Filipinas, pjor ex-
ceso tal vez de humor atrabiliario, mirando alterna-
tivamente al respetable público y a sus juglares im-
provisados bien poco respetables, se me antojaba
tener delante un concurso de gatos, que hubiesen!
logrado aprisionar una lechigada de ratónenlos, y
los hubieran encerrado en círculo, para entretenerse
inocentemente con su atortolamiento, sus pequeños
saltos y sus inútiles escapadas. Y pensaba yo:
¡Cómo se divertirían los gatos con los ratojnciUos !
Noviembre, 1904.
-♦♦>♦'
&s
Fin de otoño
Et nous écouterons, frólant les feuilles rousses,
Le pas prcssé
De l'année emportant nos heures les plus douces
Vcrs le Passé.
En este día brumoso, efn que el sol lanza a inter-
valos rayos mortecinos, y el nordeste friolero nos
envía ráfagas intermití utes, siento el espíritu pie-
rezoso y encogido, como si lo congelara este sopljo
pasajero de invierno.
Melancólico fin de otoño, que anuncia el próximo
fin del año! Su vaga tristeza me envuelve, y tifie
de gris mis pensamientcs. Me parecen más resonantes
las sordas pisadas del tiempo; y su ruido fatídico me
hace perceptible, en alucinación dolorida, el con-
tinuo desmoronamiento de las cosas.
De lo profundo de los tiempos pasados llega a
nosotros la voz desengañada del filósofo', que; dejó
294 ENRIQUE JOSÉ VARONA
rezumarse toda la amargura de la experiencia hu-
mana en estas dos palabras, más siniestras que las
del festín babilónico: pajita rei. Sí, todo fluye, todo
declina y cae, todo se desgasta y pasa.
Lo humano obedece a la inflexible ley del cam-
bio; y también lo extrahumano. Todo es transitorio.
Cuanto el hombre apetece y deifica, cuanto admira
en sí o en la naturaleza, todo es instable. La ju-
ventud se marchita, la belleza se deslustra y defor-
ma. Nada persiste, ni aun la idea.
Bajo la misma etiqueta mentirosa, mis pensamien-
tos son del todo diversos de los de los hombres dfe
ayer. Lo que llamo yo justicia, lo que llamo derecho,
lo que llamo libertad, sólo tienen de común el nom-
bre, con lo que así denominaron nuestros antecief
sores. Ni aun por las pasiones son iguales los hom-
bres de dos épocas distintas. No entiende un moderno
por amor, lo que entendía un heleno contemporáneo
de Sócrates y Platón.
Por suerte el insaciable apetito de ser y perma-
necer, que nos domina, distrae nuestra mente tor-
nadiza de esa contemplación lastimosa. No siem-
pre resbala entre nubes pandas un sol descolorido,
ni silba el viento irónico, revolviendo el mar, que
gime sordamente. Basta al hombre que el (üelo son-
ría sobre su cabeza, o que el hervor juvenil caliente
su corazón, para juzgar eterno el instante fugitivo,
inmortal el fuego fatuo que lo alienta.
Si perdurasen estos momentos de clarividencia ¡qué
horrible fuera en su totalidad la vida humana! Pero
DESDE MI BELVEDERE 295
La naturaleza agita ante nosotros su m!anto multi-
color, y tras él nos vamos deslumhrados. Conscien-
tes o inconscientes del engaño supremo, fijamos la
vista en lo actual, punto luminoso que nos hipnotiza,
y quedamos ciegos para la formidable agitación del
torbellino que nos arrastra en sus espiras infinitas.
Por todos los medios a nuestro alcance, procura-
mos favorecer la obra de la ilusión, reina risueña y
piadosa de nuestro espíritu. Cuando llega esta época
del año, que, hasta en nuestros climas, favoritos del
calor y la luz, cambia a ratos la faz del mundo,
tendiendo un velo de muerte sobre todo loi que
poco antes resplandecía con los colores de la vida,
el hombre busca, en la región fantástica de las creen-
cias, símbolos que le hablen de renovación y felici-
dad perdurable; y saluda con fiestas alegres la lle-
gada amenazadora del invierno.
En estos días, gratos para los niños, los que ha-
cen revivir para los pequeños las añejas leyendas,
los mozos y los viejos que sonríen con bondad algo
irónica, al verlos tender las manos inocentes hacia!
el invisible donador, que vendrá a colmar sus deseos,
no piensan que ellos también, con ojos suplicantes
y manos extendidas, solicitan del huésped incóg-
nito, que avanza sin rumor, del porvenir encarnado
en el nuevo año, los juguetes maravillosos, porque
suspiran todos los mortales: la esperanza y el ol-
vido. La esperanza, que nos hace sentir como tan-
gibles sus promesas de salud, de prosperidad, |de
dicha, de larga vida, larga ya que no puede: siejn
296 ENRIQUE JOSÉ VARONA
perenne; el olvido, que nos oculta piadosamente
la faz ceñuda de la experiencia, reveladora impor-
tuna de la fragilidad de esos irisados ensueños.
18 de Diciembre, 1904.
*<»♦-
A M. Thalamas
Profesor de Historia. — Versailles
V?
Muy señor mío y colega: !
He seguido con mucho interés los curiosos inci-
dentes a que ha dado lugar el acceso de franqueza
de que se vio usted acometido, en su clase del liceo
Gondorcet. Víctima, por desgracia, de la misma diá-
tesis, a que parece usted sometido, era natural que
pusiese toda mi atención en el desarrollo de esa
pequeña tempestad en una garrafa de agua.
Como no hay mejor nadador que eil que está en
la orilla, debo confesarle, que, a ratos, me ha pare-
cido usted un tanto sencülote, naif, oomo> dicen uste-
des. A estas alturas y en la patria de Renán, se ne-
cesita gran dosis de candor, para creer en la liber-
tad de la ciencia y confiar en los derechos de la
crítica. ¿Cómo olvida usted que liemos convenido
298 ENRIQUE JOSÉ VARONA
en que la ciencia ha hecho bancarrota? Pregúntelo
usted, si lo duda, a M. Brunetiér©, su paisano. Y
en cuanto a la crítica, es cosa averiguada que se
juzga con el corazón a con la bolsa, no¡ con la in-
teligencia.
Por lo que veo, usted parte todavía de la idea'
de que nada es más sano que la verdad, y de que
los hombres se dejan arrastrar por cierta natural
inclinación a perseguirla y poseerla. En un pjro-
fesor de historia, resulta ésta una ilusión muy res-
petable, pero bastante extraña. Porque, si algo nos
enseña lo pasado, es que la verdad contiene en sí
una virtud ponzoñosa^ y que los hombres corren
tras ella, porque están seguros de no alcanzarla.
¿No ha leído usted un viejo cuento español, puesto
en excelente francés por el amable Laboulaye, con
el título de La mensonge et la vérité1? Vale la^pena.
Pero aunque no lo haya leído, el libro que hojea Usted
constantemente viene a ser un comentario perpetuo
del epitafio puesto, según reza el cuento, sobrje la
tumba de la malograda:
Aquí yace la verdad,
a quien el mundo cruel
mató sin enfennedad, etc.»
Permítame decírselo. Ahora que estoy limpio de
calentura, no vuelvo de mi asombro, al ver cómo
uarted la emprende quijotescamente con ciertos fan-
tasmas, dueños de la imaginación popular. No co-
nocía usted, sin duda, el temple de la coraza de un
DESDE MI BELVEDERE 299
trasgo. Se imaginaba usted que iba a atravesarlo de
una estocada, descabezarlo de un tajo y hendido
de >yi revés. Y ha estado usted haciendo molinetes
contra el aire.
«For it is, as the air, invulnerable.»
Como se expresó cuerdamente Marcellus, ein otro
celebre caso de fantasmagoría.
Todo lo que usted dijo a sus indignados discípulos
es de sentido común. Por lo mismo se necesita vivir
en las nubes para creerse autorizado a decirlo. En
efecto, a mí, que no soy francés, me puede usted!
persuadir, con la mayor facilidad, de que Juana de
Arco no sabía táctica. Si no fuese por no parecer
inmodesto, añadiría que me lo sospechaba desde
antes. Pero un francés, un francés genuino, no in-
ficionado por la falsa crítica de ultra; Rin, ni man-
chado por el sambenito de judaismo, debe creer, y
cree a pies juntillas, que la heroica doncella de
Orleans sabía táctica y estrategia y el trivio y; el
cuadrivio.
No hay términos medios con el patriotismo. Todo
héroe lo es de cuerpo entero. Quiero decir que su
heroísmo lo penetra y empapa, como fluido sutilísi-
mo, y no deja intersticio en su cuerpo que no ocupe;
y por eso lo transforma, limpiándolo' de todas las
impurezas de la humanidad y dotándolo de todas
las virtudes corpóreas e incorpóreas. Y lo¡ más pe-
regrino es que ni siquiera se necesita que el héroe
haya existido. ¿Puede usted darme noticias de Gui-
llermo Tlell? Usted, historiador y todo, no podrá
300 ENRIQUE JOSÉ VARONA
dármelas fidedignas ; mas no por eso Guillermo y su
arco, su hijo y su manzana, y el sombrero de Gessleri
por añadidura, dejan de sea' realidades más indes-
tructibles que el Jungfrau.
Ha sido usted acusado de falta de tacto y, lo que
«?s más serio, castigado por dio. Ya lo> sabrá usted1
de hoy en adelante. Hay que ponerse guantes paral
manejar las leyendas. Mejor dicho, hay que andarse
con mucho tiento en eso de sacudir las telarañas do
la mente popular. Las telarañas se quedan intactas,
y el crítico impertinente y su plumero están ex-
puestos a saltar por la ventana.
El salto de usted no ha sido de mayores conse-
cuencias. De un liceo a otro. Dése por bien servido,
y tres puntos en la lengua.
Lo pongo aquí a mi carta, deseando a usted buen
año, y a mí seguir tan cuerdo y avisado.
Su más s. s. i
Enero, 3, 1905.
-♦♦!♦♦-
->»\
ya»B^a^^éT*BLiuauwMuaHHi**HLt^ukijAttMni»a«H»iaiT™r:
The milk of human kindness
Cierto; tel hombre se humaniza. Sus manos apare-
cen cada vez más limpias do las viejas manchas de
sangre. Lady Macbeth encontraría ya fácilmente per-
fumes mejores que los de Arabia para sahumar la
suya, tremina por la obsesión del golpe mortal.
Conforta vivir en estos tiempos, en que la sensi-
bilidad floréele en nuestros corazones, como las gar-
denias y crisantemos en nuestros ojales. Antes un
hombre bonachón, manso, incapaz do verter sangre
y capaz de verter lágrimas era algo insólito, algo
como un Juan Jacobo sentimental en un aduar de
apaches. Hoy los sensibles se llaman legión; y hasta
tenemos la amable secta de los pacifistas y sus
primos los tolstoistas, que nos empujan suavemente
hacia la futura edad de oro de la paz universal. Así
sea.
302 ENRIQUE JOSÉ VARONA
La leche de la ternura humana de que habió leí
poeta, lubrifica nuestras relacionas con los mismos
animales. Poco nos falta para llegar a donde llegó
por anticipación el poverino de Asís, y sentirnos
hermanos del ave en el aire, del pez en el agua y
del lirio en el víalle. Nuestro hermano el sol ¡no
alumbrará dentro de poco sino escenas idílicas. Por
de contado idílicas no a lo Teócrito, sinoi a lo Me-
léndez: Paced, mansas ovejas...
Las señales están bien visibles. Ya no sacamos el
patíbulo a la plaza, sino lo escondemos detrás de
los muros de la prisión. Ya el verdugo no se¡ monta
a horcajadas sobre el reo, ni le golpea el pechó¡
con los talones, para despedir simbólicamente a pun-
tapiés el alma que salía dificultosamente! por la boca
contraída del ahorcado. Ahora un fmicionarjo' co-
rrectamente vestido toca un botón, y fulmina al
criminal en la silla en que lo acomoda la sociedad
severa, pero compasiva. Y entrevemos la época pró-
xima, en que ese funcionario sea un experto cirujano,
que se limite a propinar al sentenciado una decisiva
inyección hipodérmica.
Todavía sacrificamos los animales, de que nece-
sitamos para alimentarnos, como sacrificamos a los
reos, .que no necesitamos para nada. Pero lo ha-
cemos con más secreto, con más limpieza, con más
rapidez y ocultando mejor la sangre. Aquí está el
toque. Los mataderos modernos, donde los hay, tie-
nen el aspecto más inofensivo. Cuando las opera-
ciones para privar de la vidJa al animjal lleguen.
DESDE MI BELVEDERE 303
a ser todas mecánicas, como ya lo son casi todas en
algunos de los grandes degolladeros de cerdos de
Chicago, el espectador no tendrá tiempo de darse
cuenta de la carnicería que se verifica en torno
suyo. No se suprime la efusión de sangre, pero se
suprime la vista de la sangre. Después de este rasgo,
¿quién puede negar que cada día somos más sen-
sibles?
Si alguien lo pretendiera, le recomiendo', para di-
sipar sus dudas, la lectura de un libro muy inte-
resante, muy instructivo y muy edificante que ha
publicado M. Cunisset-Carnot, gran cazador delante
del Eterno. Se llama el libro, calificado de charmant
por otro Nemrod moderno, Fldneries d'un chasseur ;
y vale la pena do ser leído hasta por los más ex-
traños al arte cinegético.
M. Cunisset-Carnot ha cazado mucho. La mon-
tería no tiene para él secretos, y la caza menor le
es familiar en todos sus aspectos. Si no lo vemos
ta'n ducho en volatería, es porque los rifles han
hecho inútiles los neblíes. Pues he a|quí que este
veteratno de los acechos y batidas nos confiesa que
ha renunciado por completo a cazar con perros.
M. Cunisset-Carnot es un hombre moderno. Las fa-
tigas y penalidades de su ejercicio favorito le han
endurecido el cuerpo, pero no el corazón. Las emo-
ciones palpitantes del atisbo, de la espera, de los
planes, de las estratagemas, de la persecución, de
la carrera y de la victoria no han logrado embotar
su sensibilidad. M. Cunisset-Carnot ama los ciervos,
304 ENRIQUE JOSÉ VARONA
las liebres y los conejos. Los ama y los persigue.
Los ama y los mata. Un filósofo sutil a la moderna
nos diría quizás que los mata porque los ama.
Pero, si se resigna a la muerte final de la pieza,
no le es indiferente la manera de llegar a ese re-
sultado funesto, aunque inevitable. El corazón se
le parte, al considerar los trances espantosos por
donde pasa la infeliz bestia acosada por la jauría.
Nadie los ha pintado con más vivos colones, con
simpatía más profunda. Parece que su alma se subs-
tituye a la del pobre ^animal jadeante, que siente
por momentos acortarse la distancia entre él y sus
furiosos perseguidores, que oye los fatídicos ladridos
cada vez más próximos, que tJdae ya el corazón
en las fauces, que tiembla con todo el cuerpo, que
flaquea y cale, para no más levantarse, para ser acri-
billlado, lacerado, desgarrado por los agudos dientes
de aquellas fieras al servicio del hombre. M. Cunisset-
Carnot, nos lo dice él mismo, no> puede «representar
un papel en eíse suplicio, ni aun soportar su vista».
No; M. Cunisset-Carnot no caza ya con pernos;
sólo caza a tiro.
Octubre. 1905.
-♦«♦^
»r
De sobremesa
ENTREMÉS HISTÓRICO (*)
Personajes
Nerva, emperador augusto.
Junio Máurico, patriota irreductible, viro nihil fir-
mius, nihil verius, decía su amigo Plinio.
Veyento, sicario de Domiciano, rallié al nuevo
régimen.
Flavio Josefo, judío romanizado.
Epafrodita, liberto.
(*) Autoridades : dos contemporáneos. Caius Plinius secundus : Epís-
tola;, L. iv, 22; Aurelius Victor: «Historias romanas breviarium», xit
20
306 ENRIQUE JOSÉ VARONA
En Roma, año 97 D.
El triclinio del Emperador. En torno del una gran
mesa redonda de limonero, maravillosamente bru-
ñida, un estibadio semicircular. En uno de sus ex-
tremos Nerva; algo más bajo Veyento, oon la ca-
beza reclinada en el regazo del Emperador; en el
otro extremo Máurico; en el centro Josefo y Epa-
frodita. Están en el primer servicio.
VEYENTO
Levanta una copa de vino mulso
A la salud del divino Nerva, por quien el imperio
floréete en paz y justicia.
Los comensales apuran sus copas.
JOSEFO
Quiebra delicadamente con su cuchara la punta de un huevo de pavo real
En verdad, César, que tu corazón debe estar hen-
chido de gozo. Nunca ha disfrutado el mundo da
un despertar más risueño, después de la noche ca-
liginosa en que lo envolvió el último retoño dege-
nerado del gran tronco de los Flavios.
DESDE MI PELVEDERE 307
EPAFRODITA
Después de sorberse una ostra, y teniendo otra a la altura de la boca,
con el mayor, el índice y el pulgar en forma de trípode
¡La humanidad de Nietrvá ha realizado ese portento.
Tú mismo, Josefo, eres testimonio' vivo de su be-
nevolencia y ecuanimidad; tú, favorito de la casa
FJavia.
JOSEFO
En los tiempos de Vespiasiano y Tito. Yo me aparté
del monstruo con horror.
MÁURICO
Ligeramente irónico
¿Te apartaste, o te escondiste? Domiciano gustaba
poco de los judíos, y veía con ceño a los hombres
de letras. Y su cieño era como el de Júpiter; presa-
giaba el rayo.
VEYENTO
Por el favor de los dioses y la voluntad omnipo-
tente del divino Nerva, todos aquí demostramos vi-
siblemente que la discordia ha huido de Roma, gra-
cias a la humana y sabia policía de qtiien no mira
308 ENRIQUE JOSÉ VARONA
a nuestras espálelas, sino las obras de nuestro corazón
y nuestras manos.
MÁURICO
Con sequedad
Generalizas demasiado, Yeycnlo. Hay muchos en
Roma, que, sin tenor dos caras como Jano, pueden
mirar impertérritos su pasado y su porvenir.
JOSEFO
Nadie olvida, ilustre Máurico, que tú has arriesgado
la vida por la libertad.
NERVA
Blandamente
La magnanimidad en acciones y palabras es alto
don de los inmortales; pero aun los menos bien
dotados pueden ser útiles en la república. Atendamos
a las obras. Si la época de Domiciano fué tan horri-
ble, se debió ante todo a la inquisición pertinaz de
las opiniones e intenciones, que ofrecía cosecha abun-
dante de beneficios a los envidiosos j delatores,
y frutos de sangre a los perseguidos.
DESDE MI BELVEDERE 309
EPAFRODITA
Con una granada abierta en la mano
Bendigamos a la deidad propicia, que nos ha li-
bertado del poder inicuo de los Mes salinos.
VEYENTO
¿Lo recuerdas. Epaí'rodita? Catullo Messalino fué
el mal genio de Domiciano.
MÁ ÚRICO
Si es que Domiciano no fué el mal genio ¡de
Messalino. A la sombra pro lee lora del déspota nace,
crece y prospera la delación. Cuando le falta, desapa-
rece... o se transforma en la untuosa lisonja o Ja
adulación desfachatada.
JOSEFO
Messalino elevó el arte del delator a la categoría
de institución pública. Nada, ni nadie, escapaba a
su proterva suspicacia. Ni la familia del César servía
de muro contra sus insidias. No salvó a Flavio Sa-
bino su mérito, ni a Flavio Clemente su insignifi-
cancia. S
310 ENRIQUE JOSÉ VARONA
EPAFRODITA
Triturando un grano con los dientes
Con íntimo regocijo ée su imperial primo, a quien
no pesaba ciertamente encontrar pretextos para po-
dar el árbol demasiado frondoso dd la gefnte Flavia!.
JOSEFO
El hálito de su boca era mortífero. Recoge las cuatro
esquinas de su servilleta, las anuda, formando bolsa. SllS pérfidas
insinuaciones perdieron al historiador Hermógenes
Tarsense y al poeta Helvidio el joven, introduce en la
servilleta dos langostinos, de un rojo dorado. Persiguió de muer-
te a Cocdeiano por piadoso, y a Pomposiano por su-
persticioso. Pone en la bolsa un puñado de aceitunas blancas y otro
de aceitunas negras. TrOCÓ Cttl propósitos criminales IOS
chistes de Eli o Lamia; e hizo armas contra Salustio
LÚCUllO de SUS ingieniosas invenciones. Echa en la ser-
villeta una ciruela de Esmirna, por Lamia, y otra por I.úcullo.
VEYENTO
No olvidemos que la cólera de los dioses loi hirió
en vida, privándolo de la vista.
MÁURICO
No por eso dejaría de¡ ver la legión incontable (de
los espectros dei sus víctimas.
DESDE MI BELVEDERE 311
EPAFRODITA
El cielo, al cabo, se le mostró piadoso, pues Je
permitió escapar, en el refugio de la tumba, del cas-
tigo a que lo destinaban sus crímenes abominables.
NERVA
Amigos, no dejaría de ser interesante saber qué
pasaría a Messalino, si aún viviera.
MÁURICO
Fijando la vista en Veyento
¿Qué le pagaría? ¡Dioses inmortales! Comería con
nosotros.
Finís
Noviembre, 1905.
-H$>^
Simeta y Julia Torres
3*¿
El famoso colaborador de Karl Marx, Fr. En-
gels, calificaba todas las religiones do absurdos pre-
históricos; tal vez para significar que en ningún otro
grupo de ideas sistemáticas, de los que ocupan la
mente humana, se encuentra mayor número de su-
pervivencias. Nuevas o viejas las manifestaciones
religiosas contienen siempre, en efecto, considera-
ble número de elementos que nos ponen en contacto
con el pasado más remoto, con la medrosa infancia
de la humanidad.
Aun en las más depuradas, en las más penetradas
de racionalismo, si analizamos no pocas partes dle
su ritual, nos damos de improviso con fórmulas, ges-
tos y ceremonias que corresponden a las creencias
primitivas y al primitivo modo de interpretar las
relaciones del hombre, amilanado por su incurable
314 ENRIQUE JOSÉ VARONA
ignorancia, con la naturaleza misteriosa y omnipo-
tente que lo oprimía y aniquilaba.
Naturalmente, si buscamos ©1 sentimiento religioso,
no ¡en la conciencia 4e las personas cultas, sino en
la mente espantadiza del gran número de los eme
viven a su lado todavía en pleno fetichismo, todo
lo que hallamos, y no sólo partes, corresponde a esa
mentalidad absolutamente primitiva. Y así se¡ da el
curioso fenómeno de que, mientras los elementos su-
periores de la creencia religiosa se han transformado,
y se puede seguir su evolución, esa base profunda,
que corresponde al pleno salvajismo, plermanede inal-
terable a través del las edades.
Hoy, ¡como hace tres siglos, como tyace diez; como
hace treinta, los sortilegios, los encantos, lois amu-
letos, las formas todas de la hechicería, representan
la expresión íntima, espontánea y perfectamente
arraigada de la conciencia religiosa del mayor nú-
mero de los hombres, de un extremo a otro: de Ja
tierra, pasando por toda la escala de laí civilización.
Los teólogos, los moralistas y los sabios deben sen-
tirse, para sus adentros^ muy satisfechos del resul-
tado de su magna labor.
En todo esto pensaba yo, al enterarme1, días pa-
sados, del descubrimiento de un laboratorio^ de be-
bedizos en la vecina villa de Guanabaicoa. El caso
no tiene nada de anómalo, ni de exclusivo. Entre
nosotros abundan Jos hechiceros o brujos; pero hay
países donde pululan más y los hay donde se en-
cuentran m'enos; lo que no hay es donde falten por
DESDE MI BELVEDERE 315
completo. Sólo qtuei (esta vez el hallazgo produjo al-
gún ruido. La fama es caprichosa; y ahora lia querido
recompensar del susto a Julia Torres, nuestra Me-
dra; cazuelera, dándole algunos días de notoriedald.
Entre los útiles de esta profesional de sortilegios
se descubrió una curiosísima pieza literaria, digna
de un rato de atención. Se llama la «oración del
ánima sola» ; y su texto prueba su antigüedad ve-
nerable, por las ideas que contiene, por las muti-
laciones que ha sufrido, y por las adaptaciones a
nuestro medio social que patentiza. Puede que sea
el resultado de la yuxtaposición de dos fórmulas dis-
tintas de encanto; pero resulta indudable que la
parte principal, como si dijéramos el fragmento me-
jor conservado, es una vieja fórmula de sortilegio
para precaverse de las veleidades de un amante ol-
vidadizo y para castigarlo de consuno.
Nada más fácil que comprobarlo, a la luz de un
texto famoso, no en la historia de la hechicería,
sino en la historia de una de las literaturas ¡más
refinadas con que se deleita el hombre culto. Pon-
qué lestos conceptos, que ahora inspiran burla y
menosprecio, merecieron, hade más de veintidós si-
glos, ser recogidos d¡e la boca de sus contemporá-
neos 'por un poeta exquisito, y fijados en versos
que ha conservado religiosamente la posteridad. Ju-
ba Torres no puede aspirar a la gloria del su remota
antepasada Simeta; sin embargo, salmodia todavía
frases que parecen un eco de las que lanzaba a los
vientos de la noche, entre los aullidos de los pie-
316 ENRIQUE JOSÉ VARONA
rros amedrentados por el espectro terrible de la
sombría ;H coate, la amante desdeñada del mindioi
Delfis. Sólo que los sortilegios dé Simeta fueron
traducidos en un lenguaje verdaderamente encanta-
dor por Teócrito, que seguramente creía en ellos;
y hoy si es fácil dar con espíritus fuertes, no lo es
dar con Teócritos. Julia Torres, desde luego, no
tendrá esa suerte.
Pero no deja de ser una satisfacción, al menos
desde el punto de vista literario, pensar que, cuando
cualquiera de las fieles de Julia Torres barbotaba
con fervor: «que no haya negra, ni china, ni mu-
lata, ni blanca, ni hombre, ni mujer que lo detenga» ;
traducía al lenguaje y a las costumbres criollas un
verso tan típico como aquel en que Simeta clamaba
porque no hubiese mujer ni hombre que mantuviese
lejos de ella a Delfis: eite guiña, eite kai aner. Con
estilo más clásico pedía Simeta que el ingrato volase
transportado hacia ella, como los coréeles de Ar-
cadia, furioso^ c|on el jugo del hippomanes; pero
con no menos ahinco, aunque menos poéticamente,
piden las neófitas de Julia: «que corra como perro
rabioso; que venga donde yo estoy.»
Aunque pudieran parecerlo, éstas no son meras
coincidencias. Revelan la transmisión profunda de
un mismo estado de ánimo, a través del tiempo y
del ¡espacio. Nos hacer ver cuan tenue es todavía
la capa de brillante laca que pone la civilización
sobre la mentalidad humana, cuyo tegido interno
está compuesto por Jas fibras resistentes de gne-
DESDE MI BELVEDERE 317
juicios y sentimientos ultra seculares. Supersticio-
nes, dice con indiferencia desdeñosa el hombre culto.
Pero les que la superstición forma, en el obscuro
fondo do la generalidad de las conciencias, la aH-
madura granítica, la roca viva, apenas cubierta por
el poco de mantillo en que germinan las grandes ideas
emancipadoras.
Marzo, 1906.
♦4»4~WFV~v
>\9
Ibsen
El historiador de las ideas de nuestra época ten-
drá por fuerza que abordar un problema que me
parece muy interesante: la influencia ejercida por el
pran poeta noruego Henrik Ibsen en la literatura
occidental. En realidad es un caso poco frecuente.
Ibsen ha escrito en una de las lenguas menos difun-
didas de Europa; tan poco difundida que no jeís
siquiera la lengua popular de su país. El fondb de
sus obras, sobre todo de las más personales, y lo
que hay de más típico en sus piezas dramáticas es
peculiarmente noruego, y está inspirado por la hon-
da preocupación del autor de censurar y corregir
a sus paisanos.
Sin embargo, a la par de la acción enérgica ejerci-
tada sobre sus compatriotas de las ciudades, sólo
igualada por la de Bjórnson, su huella en los es-
píritus de los dramáticos contemporáneos es tan
320 ENRIQUE JOSÉ VARONA
visible, ^gue ha merecido designarse con el nombre
peculiar de ibsenismo.
A mi juicio, prescindiendo de causas secundarias,
la explicación debe buscarse en el temple moral en
que se formó; temple que dio impulso y dirección
a las grandiosas manifestaciones de su genio poético.
En esos pequeños pueblos del norte de Europa, y
muy especialmente en Noruega, la intensidad de la
vida moral es tanta, que resulta casi inintjcijigiMe
para nosotros, con nuestra concepción tan distinta
de la existencia. La sombría religión luterana, aun
reducida al mero mecanismo mental que tanto indig-
naba a Ibsen, ha impregnado el pensamiento de sus
compatriotas, y ha convertido en objeto constante
de sus preocupaciones los enigmas torturantes del
destino del hombre y de su manera de afrontar la
vida.
En Noruega se ve con frecuencia surgir del pue-
blo predicadores laicos, remedo de los antiguos pro-
fetas, que hacen fermentar las ideas y promueven
una agitación reformadora más o menos permanente,
en todo semejante a los reviváis de los países de
lengua inglesa. Su apostolado es, desde luego, pura-
mente religioso. Ibsen, y lo mismo puede decirsje
de su gran émulo, ha sido uno de estos profetas,
pero racionalista, y dotado de un instrumento de
acción incomparable en sus facultades poéticas. A
ellos, tanto como a la exégesis alemana, se debe el
cambio completo de orientación de la conciencia
religiosa de los noruegos de las ciudades.
DESDE MI BELVEDERE 321
Desde las poesías de su primera época, escritas en
su país natal, ya se descubre en su obra el pro-
pósito de sacudir el alma de su pueblo, y de obli-
garlo a medirse con la esfinge, que sale al paso
de todo hombre consciente. Allí están, como> en es-
corzo, los temas que después han, de desenvolverse
ricamente ten sus poemas, en sus dramas patrióticos,
en sus dramas sociales. Allí está el terrible interro-
gador, que no se cree obligado a contestar lo que
no debe contestar. Allí se presentan los dos sím-
bolos, que pareoen encerrar lo más patético de §u
filosofía de la existencia humana. El ceñudo minero,
que se abre su vía dolorosa, a fuerza de brazos, entre
las tinieblas resonantes. El buho espantado de la
sombra, que sabe que ha de vivir en la noche; el
pez a quien horroriza el agua, destinado a flotar
sin término entre las ondas.
Cuando comenzó Ibsen su larga peregrinación fue-
ra de su patria, ya su genio poético estaba maduro,
y no hizo sino sazonar los gérmenes con que iba
fecundado. En sus dos grandes poemas dramáticos,
JBrand y Peer Gynt, se descubre a las claras la
razón del extraordinario efecto producido por su
obra, no sólo entre los suyos, sino entre los extra-
ños. Son por el asunto, por los personajes, por la
inspiración y por la lección inmediata, genuinamente
noruegos. Pero su alcance poético es esencialmente
humano. El fanatismo que puede elevar al hombre
21
322 ENRIQUE JOSÉ VARONA
sobre su ingénita flaqueza, pero a costa do desecarle
y petrificarle el corazón, no tiene por único marco
las plomizas rocas que sombrean las dormidas aguas
de los fiords de Noruega. En todas partes el mayor
número vive esquivando la dura necesidad de escoger
y de resolverse por sí mismo, en ^perpetua e ignora-
da abdicación de su personalidad.
En sus dramas sociales sólo el escenario y los
personajes son noruegos. Ibsen agita una y otra
vez el tremendo problema, el problema universal del
individuo, bloque formado fatalmente por la heren-
cia, desbrozado a golpes de mazo por la influencia
incontrastable de su medio social, y que pugna
sin embargo por afirmarse, por ser uno, por sen-
tirse libre, por labrarse en estatua hija de su inspi-
ración y de su esfuerzo. En Hamlet, que es cada
hombre, ha encontrado un maravilloso intérprete
de los vaivenes de su conciencia y de su destino
en ese Hamlet poeta.
Pero no bastaría esta tendencia filosófica de su
obra para explicar su extraordinaria resonancia. Es
que la sinceridad con que se afirma la vigorosa per-
sonalidad mental de Ibsen es tanla, que ha logrado
ejercer verdadera fascinación sobre cuantos se han
puesto en contacto con ella. Ibsen ha sido llamado
el poeta de la duda. Pero nadie ha dudado con más
viril franqueza. El ha dicho que hay dudas cojas.
La suya se tenía firme y erguida sobre sus pies,
y miraba cara a cara el torbellino de esta edad,
sin confianza en lo pasado, sin fe en lo porvenir,
DESDE MI BELVEDERE 323
donde «la nueva verdad no sigue siendo verdadera
y la antigua belleza ha dejado de ser bella».
Porque fué poeta; porque la vasta visión dolorosa
del mundo moderno, que contempló obstinadamen-
te, supo encontrar expresión maravillosa en el mundo
simbólico que creó; porque fué un espíritu de tem-
ple perfecto, y su don de poesía fué el arma má-
gica con que libró sus combates contra la rutina,
contra la hipocresía, contra la mentira, contra la
vergüenza de los compromisos mentales, de las ab-
dicaciones del carácter; por eso Ibsen llegó a ser
uno entre los pocos que han evangelizado en nuestros
tiempos.
Mayo, 1906.
F I N
»^
♦ ♦ ♦> ♦ ♦ ♦ ♦ ♦♦♦ ♦ ♦♦♦ ♦$♦ * ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦>
ÍNDICE
Pdgs.
Enrique José Varona 5
Una carta autobiográfica 11
Para disculparme . 15
Semana de Pasión 19
«No smoking» 23
Otra, otra infortunada 27
Anacronismo pertinaz 33
Mi tarjeta 39
Dreyfus 43
El naufragio de «El Elba» 49
Poe y Baudelaire . 53
El centenario del Tasso 59
Un desquite 65
Rarezas 71
Días después . 77
Reflexiones de un elevado 81
326 ÍNDICE
I i Págs.
La estatua de Heine 87
Lo que piensa el obelisco 93
La bandera de la patria 99
Una evocación 105
A barrer 111
El centenario de Balzac 117
Educación popular , 123
D'Annunzio y la crisis actual 129
La segunda crucifixión 135
Diez de Octubre . 141
Ironía de la suerte 147
Humorismo y tolerancia 153
A una esfinge chipriota .....;. 159
A la nueva estatua del Parque 163
A Paul de Kock 167
A Mr. Fletcher, psicólogo y quiromancista. . . . . 173
A un mi amigo, artista 179
Una página que olvidó Voltaire 185
Mi postal 191
A John Ruskin, inmortal 197
A Baba Bharati, varón santo 203
Enero 207
El idilio de un vampiro 213
Un poeta del Ghetto 219
A miss Virginia Pope 225
A Vercingetórix 229
El arte de la vida 235
Heredia 239
El hombre del perro 243
ÍNDICE 327
Págs.
A Arlemis Agrotera 249
El caso Nietzsche t 253
Los ciegos gobernadores 259
Rusos y japoneses 265
A Plutarco 271
Una transfiguración de Rosina y Querubín 275
Nueva York .' . 281
Los igorrotes . 289
Fin de otoño . 293
A II Thalamas 297
The milk of human kindness 301
De sobremesa 305
Simeta y Julia Torres 313
Ibsen ... . . . 319
-♦«♦♦-
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