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M54Í 6d
Menéndez y Pelayo, Marcelino
Discursos leidos ante la
Real academia española en la
pública recepción del doctor
Don Marcelino Menéndez Pelayo
el dia 6 de marzo de 1331.
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DISCURSOS
leídos ante
LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
EN LA PUBLICA RECEPCIÓN
DEL DOCTOR
DON MARCELINO MENÉNDEZ^PELAYO
EL DÍA 6 DE MARZO DE iSSi
MADRID
IMPRENTA DE F. MAROTO É HIJOS
CALLE DE PELA.YO, NUM. 34
1881
V
-
DISCURSO
DEL DOCTOR
DON MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
ADVERTENCIA
Corríjanse, antes de comenzar la lectura de este discurso, las siguientes erra-
tas, que en ¿1 se han deslizado, por descuido mío, al corregir las pruebas:
Página 33, linea última: dice grambo, léase grembo.
Página 42, linea 18: dice musa, léase mesa.
Página Ó2, linea primera: dice género, léase genio.
SEÑORES:
Si fué siempre favor altísimo y honra codiciada la de
sentarse al lado vuestro; si todos los que aquí vinieron
tras larga vida de gloria para sí propios y para las letras,
encontraron pequeños sus méritos en parangón con el
lauro que los galardonaba, y agotaron en tal ocasión las
frases de obsequio y agradecimiento, ¿qué he de decir yo,
que vengo á aprender donde ellos vinieron á enseñar, y que
en los umbrales de la juventud, cubierto todavía con el
polvo de las aulas, no traigo en mi abono, como trajeron
ellos, ni ruidosos triunfos de la tribuna ó del teatro, ni
largos trabajos filológicos de los que apuran y acendran el
tesoro de la lengua patria? Pero no temáis, señores, que
ni un momento me olvide de quién sois vosotros y quién
soy yo; y si de mis discípulos nunca me tuve por maestro,
sino por compañero, ¿qué he de juzgarme en esta Acade-
mia, sino malo y desaprovechado estudiante?
Y aumenta mi confusión el recuerdo del varón ilustre
que la suerte, y vuestros votos, me han dado por predece-
8 DISCURSO
sor. Poco le conocí y traté (y eso que era consuelo y re-
fugio de todo principiante); pero, ¿cómo olvidarlo cuando
una vez se le veía? Enamoraba aquella mansedumbre de
su ánimo, aquella ingénita modestia, y aquella sencillez y
candor como de niño, que servían de noble y discreto velo
á las perfecciones de su ingenio. Nadie tan amigo de ocul-
tar su gloria y de ocultarse. Difícil era que ojos poco aten-
tos descubriesen en él al gran poeta.
Y eso era antes que todo y sobre todo, aunque el vulgo
literario dio en tenerle por erudito, bibliotecario é investi-
gador, más bien que por vate inspirado. Otros gustos,
otra manera de ver y de respetar los textos, una escuela
crítica más perfecta y cuidadosa, han de mejorar (no hay
duda en ello) sus ediciones, hoy tan estimables, de Lope,
Tirso, Alarcón y Calderón: libre será cada cual de admitir
ó rechazar sus ingeniosas enmiendas al Quijote; pero sobre
los aciertos ó los caprichos del editor se alzará siempre, ra-
diante é indiscutida, la gloria del poeta. Gloria que no está
ligada á una escuela ni á un período literario, porque Hart-
zenbusch sólo en los accesorios es dramático de escuela, y
en la esencia dramático de pasión y de sentimiento. Por
eso queda en pié, entre las ruinas del Romanticismo, la
enamorada pareja aragonesa, gloriosa hermana de la de
Verona, y resuena en nuestros oidos, tan poderoso y vi-
brante como lo sintieron en su alma los espectadores de
1836, aquel grito, entre sacrilego y sublime, del amador
de Isabel de Segura:
En presencia de Dios formado ha sido.
— Con mi presencia queda destruido.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PEÍ. AYO g
Y al lad^ de Los Amantes de Teruel vivirán, aunque con
menos lozana juventud y vida, Doña Mencía, Alfonso el
Casto, Un si y un no, Vida por honra y La ley de raza. Podrá
negarse á sus dramas históricos, como á casi todos los
que en España hemos visto, color local y penetración del
espíritu de los tiempos, ni era ésta la intención del autor;
pero, ¿cómo negarles lo que da fuerza y eternidad á una
obra dramática, lo que enamora á los doctos y enciende el
alma de las muchedumbres congregadas: la expresión ver-
dadera y profunda de los afectos humanos?
La vena dramática era en Hartzenbusch tan poderosa
que llegaba á ser exclusiva. Su personalidad, tímida y mo-
desta, se esfuma y desvanece entre las arrogantes figuras
de sus personajes. Por eso no brilló en la poesía lírica
sino cuando dio voz y forma castellanas al pensamiento de
Schiller en el maravilloso Canto de la Campana, el más re-
ligioso, el más humano y el más lírico de todos los cantos
alemanes.
Reservado queda á los futuros biógrafos de D. Juan Eu-
genio Hartzenbusch hacer minucioso recuento de todas las
joyas de su tesoro literario, sin olvidar, ni sus delicadísi-
mas narraciones cortas, entre todas las cuales brilla el pe-
regrino y fantástico cuento de La hermosura por castigo, su-
perior á los mejores de Andersen; ni sus apólogos, más
profundos de intención y más poéticos de estilo que los de
ningún otro fabulista nuestro; ni los numerosos materia-
les que en prólogos y disertaciones dejó acopiados para
la historia de nuestro teatro. Yo nada más diré: hay nom-
bres que abruman al sucesor, y esto, que en boca de otros
pudo parecer retórica modestia, es en mí sencilla muestra
io • DISCURSO
de admiración ante una vida tan gloriosa y tan llena, y á
la vez tan mansa y apacible, verdadera vida de hombre de
letras y de varón prudente, hijo de sus obras y señor de sí,
exento de ambición y de torpe envidia, ni ávido ni despre-
ciador del popular aplauso.
¿Cómo responder, señores, ni aun de lejos, á lo que exi-
gen de mí tan gran recuerdo y ocasión tan solemne? Por
eso busqué asunto que con su excelencia, y con ser simpá-
tico á toda alma cristiana y española, encubriese los bajos
quilates de mi estilo y doctrina, y me fijé en aquel género
de poesía castellana por el cual nuestra lengua mereció
ser llamada lengua de ángeles. Permitidme, pues, que por
breve rato os hable de la poesía mística en España, de sus
caracteres y vicisitudes, y de sus principales autores.
Poesía mística he dicho, para distinguirla de los varios
géneros de poesía sagrada, devota, ascética y moral, con
que en el uso vulgar se la confunde, pero que en este san-
tuario del habla castellana justo es deslindar cuidadosa-
mente. Poesía mística no es sinónimo de poesía cristiana:
abarca más y abarca menos. Poeta místico es Ben-Gabi-
rol, y con todo eso, no es poeta cristiano. Rey de los poetas
cristianos es Prudencio, y no hay en él sombra de misti-
cismo. Porque para llegar á la inspiración mística no basta
ser cristiano ni devoto, ni gran teólogo ni santo, sino que
se requiere un estado psicológico especial, una efervescen-
cia de .la voluntad y del pensamiento, una contemplación
ahincada y honda de las cosas divinas, y una metafísica ó
filosofía primera, que va por camino diverso, aunque no
contrario, al de la teología dogmática. El místico, si es
ortodoxo, acepta esta teología, la da como supuesto y base
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO n
de todas sus especulaciones, pero llega más adelante: as-
pira á la posesión de Dios por unión de amor, y procede como
si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo. Este es el
misticismo como estado del alma, y su virtud es tan pode-
rosa y fecunda, que de él nacen una teología mística y
una ontología mística, en que el espíritu, iluminado por
la llama del amor, columbra perfecciones y atributos del
Ser, á que el seco razonamiento no llega; y una psicología
mística, que descubre y persigue hasta las últimas raices
del amor propio y de los afectos humanos, y una poesía
mística, que no es más que la traducción en forma de arte
de todas estas teologías y filosofías, animadas por el sen-
timiento personal y vivo del poeta que canta sus espiritua-
les amores.
Sólo en el Cristianismo vive perfecta y pura esta poesía;
pero cabe, más ó menos enturbiada, en toda creencia que
afirme y reconozca la personalidad humana y la persona-
lidad divina, y aun en aquellas religiones donde lo divino
ahoga y absorbe á lo humano, pero no en silenciosa uni-
dad, sino á modo de evolución y desarrollo de la infinita
esencia, en fecunda é inagotable realidad. Por eso no es
fruto, ni del deísmo vago, ni del fragmentario y antropo-
mórfico politeísmo. Por eso los griegos no alcanzaron ni
sombra ni vislumbre de ella. Donde los hombres valen
más que los dioses, ¿quién ha de aspirar á la unión extáti-
ca, ni abismarse en las dulzuras de la contemplación? La
excelencia del arte heleno consistió en ver donde quiera la
forma, esto es, el límite; y la excelencia de la poesía mís-
tica consiste en darnos un vago sabor de lo infinito, aun
cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres.
12 • DISCURSO
El panteísmo idealista y dialéctico es asimismo incom-
patible con la poesía, por seco, árido y enojoso; pero no
el panteismo naturalista y emanatista, aunque encierra un
virus capaz de matar en germen toda inspiración lírica, so
pena de grave inconsecuencia en el poeta. Si la poesía lí-
rica es, por su naturaleza, íntima, personal, subjetiva, como
en la jerga de las escuelas se dice, ¿dónde queda la indivi-
dualidad del que se reconoce parte de la infinita esencia;
dónde ese eterno drama que en la conciencia cristiana
nace de la comparación entre la propia flaqueza y miseria
y los abismos de la sabiduría y poder de Dios; dónde el
triunfal desenlace traído por la afirmación categórica del
libre albedrío en el hombre, y de la bondad inagotable de
un Dios que se hizo carne por los pecados del mundo?
Fuera del Cristo humanado, lazo entre el cielo y la tierra,
¿qué arte, qué poesía sagrada habrá que no sea monstruosa
como la de la India, ó solitaria é infecunda como la de los
hebreos de la Edad Media?
Esta poesía, aun la imperfecta y heterodoxa, ora tenga
por intérpretes yoguis indostánicos, gnósticos de Alejan-
dría, rabinos judíos ó ascetas cristianos, no es ni ha po-
dido ser en ningún siglo género universal y de moda, sino
propio y exclusivo de algunas almas selectas, desasidas de
las cosas terrenas, y muy adelantadas en los caminos de
la espiritualidad. Se la ha falsificado, porque todo puede
falsificarse; pero, ¡cuan fria y pálida cosa son las imita-
ciones hechas sin fé ni amor! De mí sé deciros, que cuan-
do leo ciertas poesías modernas, con pretensión de místi-
cas, me indigna más la falsa devoción del autor, que la
abierta incredulidad de otros, y echo de menos, no ya las
DE D. MARCELINO MENENDEZ PEÍ. AYO i3
desoladas tristezas de Leopardi, menos amargas por el pu-
rísimo cendal griego que las cubre, sino hasta los gritos de
satánica rebelión contra el cielo que lanzaba, con rudeza
sajona, el autor de La Reina Mab y del Prometeo desatado.
Pero, dejando á un lado tales impotentes remedos, á
cualquiera se le alcanza que tampoco bastan la mera de-
voción y el bien intencionado fervor cristianos para pro-
ducir maravillas de poesía mística, sino que el intérprete
ó creador de tal poesía ha de ser encumbrado filósofo y
teólogo, ó á lo menos teósofo, y hombre que posea y haya
convertido en sustancia propia todo un sistema sobre las
relaciones entre el Criador y la criatura. Por eso no dudo
en afirmar que, además de ser rarísima flor la de tal poe-
sía, no brota en ninguna literatura por su propia y espon-
tanea virtud, sino después de larga elaboración intelec-
tual, y de muchas teorías y sistemas, y de mucha ciencia
y libros en prosa, como se verá claro por el contexto de
este discurso. Y no se crea que confundo los aledaños
de la ciencia y del arte, ni que soy partidario de lo que
llaman hoy arte docente, sino que creo y afirmo que los
conceptos que sirven de materia á la poesía mística son
de tan alta naturaleza, y tan sintéticos y comprensivos,
que, en llegando á columbrarlos, entendimiento y fanta-
sía, y voluntad y arte y ciencia se confunden y hacen una
cosa misma, y el entendimiento da alas á la voluntad, y la
voluntad enciende con su calor á la fantasía, y es llama de
amor viva en el arte lo que es serena contemplación en la
teología. Si separamos cosas inseparables, en vez de las
odas de San Juan de la Cruz, tan gran teólogo como poeta,
nos quedará el vacío y femenil sentimentalismo de los ver-
14 ' DISCURSO
sos religiosos que ahora se componen. No creamos que la
ciencia es obstáculo para nada; no creamos, sobre todo,
que la ciencia de Dios traba la mano del que ha de ensal-
zar con la lengua del ritmo las divinas excelencias.
Y dados tales precedentes, á nadie asombrará que tarde
tanto en asomar la poesía mística en la Iglesia latina, y
que, aun entre los griegos, no tenga más antigüedad que
el siglo IV, ni más intérprete digno de la historia que el
neo-platónico Sinesio, discípulo de Hipatia, amamantado
con todas las enseñanzas paganas, gnósticas y cristianas
de Alejandría; discípulo de los griegos por la forma hasta
el punto de invocar con amor el coro de las vírgenes les-
bianas y la voz del anciano de Teos; discípulo de Platón
en la teoría de las ideas y de la preexistencia de las al-
mas; pero tan poco discípulo de ellos en lo sustancial é
íntimo, que al mismo autor del Fedro y del Simposio le hu-
bieran sonado á música extraña y desconocida aquellos
vagos anhelos de tornar á la fuente de la vida, de romper
las ataduras terrenales, de saciar la sed de ciencia en las
eternas fuentes de lo absoluto, y de ser Dios juntamente con
Dios, no por absorción, sino por abrazo místico. ¿Cómo
habían de encajar tales ideas en la concepción plácida y
serena de la vida, ley armoniosa del arte antiguo? Por eso
las efusiones de Sinesio abren un arte y un modo de sen-
tir nuevos. La melancolía cristiana, el corazón inquieto
hasta que descanse en el Señor, encontraron la primera
expresión (y ciertamente una de las más bellas) en sus
odas; y es, por ende, el Obispo de Tolemaida poeta más
moderno en el sentir y en el imaginar que el mismo San
Gregorio Nazianceno. Cerca del nombre de Sinesio debe-
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAVO ó
mos poner el del sirio San Efrem, que con- himnos cató-
licos mató en las gentes de su país la semilla herética der-
ramada en sus versos por el gnóstico Harmonio, aunque
hoy el misticismo de San Efrem vive para nosotros en sus
homilías y oraciones en prosa, ricas de color con riqueza
y prodigalidad orientales, más bien que en sus himnos,
perdidos todos á excepción de los pocos que se incorpora-
ron en la liturgia siria, y que son, por la mayor parte,
cantos fúnebres ó ascéticos.
Nada semejante en la Iglesia latina. Su gran poeta es
un español, un celtíbero, Aurelio Prudencio, el cantor del
Cristianismo heroico y militante, de los eculeos y de los
garfios, de la Iglesia perseguida en las catacumbas ó
triunfadora en el Capitolio. Lírico al modo de David, de
Píndaro ó de Tirteo, y aún más universal que ellos, en
cuanto sirve de eco, no á una raza, siquiera sea tan ilus-
tre como la raza doria, ni á un pueblo, siquiera sea el
pueblo escogido, sino á la gran comunidad cristiana, que
había de entonar sus himnos bajo las bóvedas de la primiti-
va basílica. Rey y maestro en la descripción de todo lo hor-
rible, nadie se ha empapado como él en la bendita eficacia
de la sangre esparcida y de los miembros destrozados. Si
hay poesía que levante y temple y vigorice el alma, y la
disponga para el martirio, es aquélla. Los corceles que
arrastran á San Hipólito, el lecho de ascuas de San Lo-
renzo, el desgarrado pecho de Santa Engracia, las llamas
que lamen y envuelven el cuerpo y los cabellos de la eme-
ritense Eulalia, mientras su espíritu huye á los cielos en
forma de candida paloma; los agudos guijarros que, al
contacto de las carnes de San Vicente, se truecan en fra-
16 * DISCURSO
gantes rosas; el ensangrentado circo de Tarragona, á don-
de descienden, como gladiadores de Cristo, San Fructuoso
y sus dos diáconos; la nivea estola con que en Zaragoza
sube al empíreo la mitrada estirpe de los Valerios eso
canta Prudencio, y por eso es grande. No le pidamos ter-
nuras ni misticismos; si algún rasgo elegante y gracioso se
le ocurre, siempre irá mezclado con imágenes de martirio:
serán los Santos Inocentes jugando con las palmas y coro-
nas ante el ara de Cristo, ó tronchados por el torbellino
como rosas en su nacer.
En vano quiere Prudencio ser fiel á la escuela antigua,
á lo menos en el estilo y en los metros; porque la hirvien-
te lava de su poesía naturalista, bárbara, hematolatra y su-
blime, se desborda del cauce horaciano. Para él la vida es
campo de pelea, certamen y corona de atletas, y el gra-
nizo de la persecución es semilla de mártires, y los nom-
bres que aquí se escriben con sangre los escribe Cristo con
áureas letras en el cielo, y los leerán los ángeles en el día
tremendo, cuando vengan todas las ciudades del orbe á
presentar al Señor, en canastillos de oro, cual prenda de
alianza, los huesos y las cenizas de sus Santos.
Quédese para otro hacer la gloriosísima historia de la
poesía eclesiástica desde sus orígenes hasta el nacimiento
de las lenguas vulgares. Esta poesía, erudita por sus au-
tores, popular porque el pueblo latino la cantaba junta-
mente con el clero, es impersonal, y, por tanto, no es mís-
tica, ni expresión de un alma solitaria y contemplativa.
El poeta no habla en nombre propio, sino de la multi-
tud reunida en el templo. Sólo cuando el autor ha sido un
Padre de la Iglesia como San Ambrosio, ó un Pontífice
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 17
instaurador ó reformador del canto eclesiástico como nues-
tro San Dámaso y San Gregorio el Magno, ó un retórico
famoso como Venancio Fortunato, consta su nombre, y
aun en estos casos el alma del poeta anda tan velada, que
bien puede retarse al más sutil analizador de estilos á que
descubra una sola fibra de ella en el V exilla regis prodeunt,
en el Jam lucís orto sidere ó en el Lustra sex qui jam peregit.
¿Qué más? Anónimas son hasta la fecha la mayor oda y
la mayor elegía del Cristianismo: el Dies irae y el Stabat
Mater; y ni en uno ni en otro creemos escuchar la voz ais-
lada de un poeta, por grande que él sea, sino que en los
versos bárbaros del primero viven y palpitan todos los te-
rrores de la Edad Media, agitada por las visiones del mile-
nario, y en el segundo todas las dulzuras y regalos que
pudo inspirar, no á un hombre, no á una generación, sino
á edades enteras, la devoción de la Madre del Verbo.
He dicho, y la historia lo confirma, que á todo poeta
místico precede siempre una escuela filosófica. Obsérvase
esto aun en el misticismo heterodoxo. Si conociéramos de
otra manera que por fragmentos las obras de los gnósticos
de Siria y de Egipto, aún sería más palpable la demostra-
ción; pero bástanos el texto de la Pistis Sophia ó Sabiduría
fiel, y el de algunos evangelios apócrifos, y lo que de Va-
lentino y de Bardesanes nos dejaron escrito sus impugna-
dores, para deducir que los himnos, alegorías y novelas de
aquellos sectarios no eran más que una traducción en forma
popular de sus respectivos sistemas emanatistas ó dualis-
tas. Así expusieron la eterna generación de los eones en el
seno del Pleroma, el destierro y las peregrinaciones de So-
phia, último anillo de la dodecada, y su redención final por
18 . DISCURSO
el Cristo; así difundieron el desprecio á la materia, que
llamaban una mancha en la vestidura de Dios.
De esta poesía herética tenemos una muestra en Espa-
ña: el himno de Argirio, conservado, aunque sólo en parte,
por San Agustín en su carta á Cerecio (Epíst. CCXXXVII
de la edición de San Mauro) l. Le usaban los Priscilianis-
tas gallegos, única rama gnóstica que se arraigó en Occi-
dente, y dábanle oculto y misterioso sentido, suponiéndole
recitado en secreto por el Salvador á los Apóstoles. Ha-
blaba en él la infinita y única sustancia: en la primera
parte de cada versículo, como naturaleza divina; en la se-
gunda, como naturaleza humana. Y decían de esta mane-
ra, imitando el paralelismo hebreo:
I. — Quiero desatar y quiero ser desatada (esto es, de los
lazos corpóreos).
II. — Quiero salvar y quiero ser salvada.
III. — Quiero engendrar y quiero ser engendrada.
IV. — Quiero cantar: saltad todos.
V. — Quiero llorar: golpead todos vuestro pecho.
VI. — Quiero adornar y quiero ser adornada.
VIL — Soy lámpara para tí que me ves.
VIII. — Soy puerta para tí que me golpeas.
IX. — Tú que ves lo que hago, calla mis obras.
t I. — Solvere voló et solví voló.
II — Salvare voló et salvari voló.
III — Geuerari voló
IV. — Cantare voló: sáltate cuncti.
V. — Plangere voló: tundite vos omnes.
VI. — Ornare voló et ornari voló.
VII — Lucerna sum tibí, Ule qui me vides.
VIII. — Janua sum libi, quicumque me pulsas.
IX — Qui vides quod ago, tace opera mea.
X. — Verlo illusi cmicta, et non sum illusus in totum.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO ig
X. — Con la palabra engañé á todas las cosas, y no fui
engañada del todo.
Aún nos queda que hacer largo camino, camino de si-
glos, antes de tropezar con la mística ortodoxa. La inspi-
ración que vamos buscando se refugió en los primeros
siglos de la Edad Media en el alma de los judíos, y aun
entre ellos no la atesoró en el mayor grado el más ilustre de
sus poetas, el que logró autoridad casi canónica en las Si-
nagogas, el que compuso la-famosa lamentación que será can-
tada en todas las tiendas de Israel esparcidas por el mundo, el
aniversario de la destrucción de Jerusalen, el Abul-Hassán de
los árabes, el castellano Judá-Leví, aquél de quien, entre
burlas y veras, dijo Enrique Heine que «tuvo una alma
más profunda que los abismos de la mar». Con ser Judá-
Leví el lírico más notable de cuantos florecieron desde
Prudencio hasta Dante, no es poeta místico en todo el ri-
gor del término, precisamente por ser poeta bíblico y sa-
cerdotal en grado sumo.
Más independiente, más personal, y hasta soñador y
melancólico á la moderna, es Salomón-ben-Gabirol, el
Avicebrón de los cristianos, autor de la Fuente de la Vida.
Su poesía no es más que una forma de su filosofía, y su
filosofía, la más audaz que ha brotado dentro de la Sina-
goga, es un emanatismo alejandrino con reminiscencias
gnósticas, y toques y vislumbres de otras metafísicas por
venir, expuesto todo ello con método y terminología aris-
totélicos, y esforzándose el autor, con más candidez que
dichoso resultado, en concertar sus enseñanzas, á toda
luz panteísticas, con la personalidad divina y con el dog-
ma de la Creación. Así proclama la unidad de materia,
2o DISCURSO
como si dijéramos, la unidad de sustancia, y sólo en la
forma ve el principio de distinción de los seres; pero ex-
cluye á Dios de la composición de materia y forma, afir-
mando en otra parte que forma y materia emanaron de la
libre voluntad divina. La contradicción dialéctica es evi-
dente, pero no amengua la gloria del poeta. Si tan po-
bre filosofía como el atomismo de Leucipo, hermanado
con la moral de Epicuro, bastó á inspirar la nerviosa
y espléndida poesía de Lucrecio, ¿cómo no había de le-
vantarse Gabirol sobre todas las antinomias de su Makor
Hayim, él, que era poeta hasta en prosa, y sabía interpre-
tar simbólicamente la naturaleza, como buen teósofo, y
recordar el verdadero sentido oculto bajo los caracteres y
las formas sensibles, que son como letras que declaran el
primor y sabiduría de su autor? La más extensa de sus
composiciones, la Corona Real (Keter Malkuth), encierra
trozos de soberana y eterna belleza, porque son de noble
poesía espiritualista, independiente de las especulaciones
del autor. Esta obra, que tiene más de ochocientos ver-
sos, participa de lo lírico y de lo didáctico, de himno y de
poema ~ty. '¿-Jinbt;, donde la ciencia del poeta y su arran-
que místico se dan la mano. Permitidme, no que extracte,
sino que traduzca algún breve trozo: «Eres Dios (excla-
ma el poeta), y todas las criaturas te sirven y adoran
Tu gloria no se disminuye ni se acrecienta porque adoren
en Tí lo que Tú no eres, porque el fin de todos es llegar á
Tí. Pero van como ciegos, pierden el camino y ruedan al
abismo de la destrucción, ó se fatigan en vano sin lograr
el fin apetecido. Eres Dios, y sostienes y esencias á todas
las criaturas con tu divinidad, y nadie puede distinguir en
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELA YO 21
Tí la unidad, la eternidad y la existencia, porque todo es
un misterio único, y con nombres distintos todo tiene un
solo sentido. Eres sabio, y la sabiduría es la fuente de la
vida que brota de Tí. Eres sabio, y la sabiduría fué desde
la eternidad tu retoño querido. Eres sabio, y de tu sabi-
duría emanó tu voluntad de artífice para sacar el ser de la
nada. Y á la manera que la luz se difunde en infinitos ra-
yos por todo lo creado, así manan eternamente las aguas
de la fuente de la vida, sin que su caudal se agote, sin
que Tú necesites instrumento para tus obras.»
¿Y cómo no admirar al poeta en la descripción de las es-
feras celestes, hasta que penetra en la décima, en la esfera
del entendimiento, que es el cercado palacio del Rey, el Ta-
bernáculo del Eterno, la tienda misteriosa de su gloria, la-
brada con la plata de la verdad, revestida con el oro de la
inteligencia y asentada en las columnas de la justicia? Más
allá de esa tienda sólo queda el misterio, el principio de toda
cosa, ante el cual se humilla el poeta, satisfecho y triun-
fante por haber abarcado con su mano todas las existen-
cias corpóreas y espirituales, que van pasando por su espí-
ritu como por el mar las naves.
Quien vivía entregado á tan altas contemplaciones,
¿cómo había de mirar el mundo, sino como cárcel y des-
tierro? «Alma noble y real (dice en una de sus composicio-
nes breves), ¿por qué tiemblas como una paloma? Esta
vida es un arco tendido y amenazador. El tiempo corto, el
fin incierto. Vuelve, vuelve á tu nido: cumple la voluntad
de Dios, y sus ángeles te guiarán al jardín celeste» \
1 Hay una excelente traducción alemana de las poesías de Avicebrón, hecha
por Geiger, rabino de Breslau: Salomo Gebirol u. s. Dichtungen (Leipzig, 1S67). La
mayor parte de ellas pueden verse además en el libro del Dr. Miguel Sachs, Die
22 DISCURSO
La filosofía alejandrina hizo místicos á los judíos, y al-
gunos chispazos de este misticismo llegaron á los árabes,
con ser la más refractaria de todas las razas á la especula-
ción intelectual y á la meditación de las cosas divinas. Ni
un solo verso místico conozco en todo lo que anda traduci-
do de sus poetas. El único que lo fué de veras, aunque escri-
biendo en prosa, es el insigne filósofo, astrónomo y médico
guadijeño, Abubeker-ben-Tofail (siglo XII), autor de la no-
vela filosófica que Pococke llamó El autodidacto, obra de
las más extrañas de la Edad Media. Si á la grandeza de la
invención y del pensamiento correspondiesen el desarrollo
y el estilo, que desdichadamente, y para el gusto de lecto-
res modernos y occidentales, no corresponden, pocos libros
habría en el mundo tan maravillosos como este Robinsón
filosófico, en que el protagonista Hai, nacido en una isla
desierta y amamantado por una cabra, crecido y formado
sin trato ni comunicación con racionales, va elaborando
por sí mismo sus ideas, procediendo de lo particular á lo
general, de lo concreto á lo abstracto, del accidente á la
sustancia, hasta llegar á la unidad y abismarse en ella, y
sacar por fruto de todas sus meditaciones el éxtasis de los
so/íes de Pérsia y el Nirvana budhista. El autor, que perte-
necía á la secta llamada de los contempladores, escribió su li-
bro para resolver el problema de la unión del entendimiento
agente con el hombre; pero, á semejanza de su maestro
religiose Poesie der luden in Spanien (Berlín, 1845). El Keter Malkuth fué tradu-
cido al latín por Francisco Donato (Poma áurea linguae hebraicae, Roma, 1618), y
al castellano, y muy bien, aunque en prosa, por David Nieto; al francés, por
Mardoqueo Ventura, etc.
Las condiciones de este discurso no me consienten detenerme en otros poetas
hebreos de menos cuenta, como los dos Ben-Ezras y Moisés-bar-Nachmán, so-
bre los cuales puede verse á Sachs.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO z3
Avempace en la epístola del Régimen del solitario, llega á
la conclusión mística por vía especulativa *, por la exalta-
ción de las fuerzas naturales del entendimiento humano,
por la espontaneidad racional elevada á la máxima poten-
cia, y no por el escepticismo religioso, que hoy diríamos
tradicionalismo, del persa Algazel. «El mundo sensible y
el mundo divino (escribe Tofail) son como dos mujeres en
un mismo harem: si el dueño prefiere á la una, ha de irri-
tarse forzosamente la otra.» ¿Cómo resolver este dualismo?
Aniquilándose, para que lo múltiple se reduzca á la uni-
dad; y mientras la aniquilación no se cumple, prolongan-
do el éxtasis y la visión por todo género de medios, hasta
materiales y groseros, aturdiéndose y mareándose con vuel-
tas á la redonda, para producir el vértigo. «Ponía el soli-
tario toda su contemplación en lo Absoluto, y apartaba de
sí todos los impedimentos de las cosas sensibles, y cerraba
ios ojos y tapiaba los oidos, y con todas sus fuerzas pro-
curaba no pensar más que en lo Uno; y giraba con mucha
rapidez, hasta que todo lo sensible se desvanecía, y la fan-
tasía y las demás facultades que tienen instrumentos cor-
póreos caían en debilidad y abatimiento, alzándose pura
y enérgica la acción de su espíritu, hasta percibir al Ser ne-
cesario 2, la verdadera y gloriosa esencia.
i Él lo dice bien claro, á lo menos en la versión latina de Pococke: 'Ad hunc
autcm gradum pervenitur via scientiae speculativae et disquisitionis cogitativae».
2 Página i 5 de la edición de Pococke: •P/iilosophus autodidactus sive Epístola
Abi Jaatar, ebn Thofail, de Hahi ben Jokdhan, in qua oslenditur quomodo ex infe-
riorum conlemplatione ad superiorum notitiam ratio humana ascenderé possil. Ex
Arábica in latinan linguam versa. Ab Eduardo Pocockio A. M. ¿Edis Christi Alumno.
Oxonii,excudebat H. Hall /6~7/.(De mi biblioteca.) Hay otra edición latina
de 1700, tres traducciones inglesas, dos alemanas, una holandesa y una hebrea
de Moisés de Narbona, acompañada de un largo comentario, inédito todavía.
Vid. Munck, Melantes de philosopliie árabe et juive. (París, i85(j, págs. 4.10 á 418.)
Puede notarse cierta lejana analogía entre el Autodidacto y el Criticón de Gradan.
24 DISCURSO
¿Y habrá quien pretenda que semejante novela pesimis-
ta y delirante, ó que la misma Corona Real de Gabirol, con
ser resplandeciente de luz y de poesía, han influido de un
modo directo en la literatura mística de los cristianos?
¿Cuándo de las tinieblas salió la luz? Místicos nuestros hay
que son hermanos ó hijos de Tofail; pero no los busquemos
en la Iglesia ortodoxa, sino en las sectas quietistas, en Mi-
guel de Molinos y los adoradores de la nada, en los alum-
brados de Llerena, en los convulsionarios jansenistas, en
los tembladores de Inglaterra. El vértigo, la excitación
producida por brutales flagelaciones, el desprecio de la
vida activa, la contemplación enervadora y malsana, de
ellos son, y no de San Buenaventura ni de Gerson.
Achaque fué de la erudición de otros tiempos poner por
las nubes el influjo de árabes y judíos en la cultura de Eu-
ropa, y hoy quizá hayamos venido á caer, por reacción, en
el extremo contrario. Agradecimiento debemos, sin duda, á
los árabes como trasmisores, más ó menos infieles, de una
parte del saber griego, recibido por ellos de segunda ma-
no, de intérpretes persas ó sirios. Y no sólo en las ciencias
astronómicas y físicas, sino en la misma filosofía primera,
sirven los sectarios del Islam de anillo que traba la anti-
gua cultura con la moderna. Tan inexacto es decir que
Aristóteles fuera desconocido en las escuelas de Occidente
hasta la introducción de los compendios de Avicena y de
Algazel en el siglo XII, como imaginar que los escolásticos
anteriores á aquella fecha conociesen del Estagirita otra
cosa que el Organon, incompleto, y no en su original, sino
en la traducción de Boecio. Pero no fué obstáculo esta ig-
norancia de Aristóteles para que la escolástica, que en este
DE i). MARCELINO MENENDEZ PELA.YO 25
primer período no pudo tomar de él más que las formas ló-
gicas, se desarrollase rica y potente en todo género de di-
recciones ortodoxas y heterodoxas, sin que deban nada á
los árabes, ni el panteísmo alejandrino de Escoto Erígena,
sabiamente impugnado por nuestro doctor Prudencio Ga-
lindo en el siglo IX, ni el realismo de Lanfranco, enérgico
adversario del heresiarca Berenguer en el XI, ni la mara-
villosa teodicea de San Anselmo, en que la razón va con-
firmando las premisas de la fe, ni el audaz y descarado
nominalismo de Gaunilón y del antitrinitario Roscelino,
verdaderos positivistas á la moderna, ni el conceptualismo
de Pedro Abelardo, ni la escuela mística de Hugo y de Ri-
cardo de San Víctor. Y si luego se dilata por los campos
de la escolástica la corriente oriental, es para traer nue-
vos errores sobre los antiguos, y más que todos, el ave-
rroismo, ó teoría del intellecto uno, perpetuo fantasma de la
Edad Media y del Renacimiento, como que no bastaron á
ahuyentarle los esfuerzos de Santo Tomás, de Ramón Lull
y de Luis Vives, y se arrastró oscuramente en la escuela
de Padua hasta muy entrado el siglo XVII.
Ni necesitaron los escolásticos que moros y judíos vi-
niesen á revelarles las dulzuras de la contemplación y de
la unión extáticas, puesto que, aparte de las muchas luces
que podían sacar de los tratados de San Agustín, eran lec-
tura familiar de ellos los libros De mystica Theologia y De
divinis nominibus del falso Areopagita, pseudónimo de al-
gún platónico cristiano de Alejandría; libros que el mismo
Escoto Erígena (mucho antes que filosofase nadie en la
raza árabe) tradujo del griego y comentó é hizo familiares
á los cortesanos de Carlos el Calvo. Aquella semilla fruc-
4
26 DISCURSO
tificó, sobre todo en la abadía de San Víctor, cátedra de
Guillermo de Champeaux, hasta engendrar la escuela mís-
tica de Hugo y Ricardo, que aspiran á la intuición de las
naturalezas invisibles, pero no por los documentos de la ra-
zón, ni por la vana sabiduría del mundo, sino por un proceso
de iluminación divina, con varios grados y categorías de
ascensión para la mente; en suma, un verdadero ontologis-
nio. A difundir tales ideas, especie de reacción contra las
audacias dialécticas de los Abelardos y Roscelinos, con-
tribuyó el mismo San Bernardo, con no ser filósofo en
el riguroso sentido de la palabra, pero sí teólogo místico
empapado en la purísima esencia del Cantar de los Can-
tares, y orador incomparable, en quien una dulzura lác-
tea y suave se juntaba con un calor bastante á lanzar
á los hombres al desierto ó á la cruzada.
Y cuando llegó el siglo XIII, la edad de oro de la ci-
vilización cristiana, á la vez que la teología dogmática
y la filosofía de Aristóteles, purificada de la liga neo-
platónica y averroista, se reducían á método y forma
en la Snmma TJieologica y en la Summa contra gentes, la
inspiración mística, ya adulta y capaz de informar un
arte, centelleaba y resplandecía en los áureos tercetos del
Paradiso, sobre todo en la visión de la divina esencia que
llena el canto XXVIII, y llegaba á purificar é idealizar
los amores profanos en algunas canciones del mismo Dan-
te, y corría por el mundo de gente en gente llevada por
los mendicantes franciscanos, desde el santo fundador,
que si no es seguro que hiciera versos (sea ó no suyo el
himno de Frate Solé), fué á lo menos soberano poeta en
todos los actos de su vida y en aquel simpático y pene-
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 27
trante amor suyo á la naturaleza, hasta Fr. Pacífico, tro-
vador convertido, llamado en el siglo el Rey de los ver-
sos, y San Buenaventura, cuya teología mística, aun en
ios libros en prosa, en el Breviloquium, en el Itinerarium
mentís acl Deiun, rebosa de lumbres y matices poéticos, no
indignos algunos de ellos de que Fr. Luis de León los
trasladase á sus odas. Y en pos de ellos Fra Giacomino
de Verona, el ingenuo cantor de los gozos de los bienaven-
turados, y el Beato Jacopone da Todi, que no compuso el
Stabat, dígase lo que se quiera (porque nadie se parodia á
sí mismo), pero que fué en su género frailesco, beatífico
y popular, singularísimo poeta, mezcla de fantasía ar-
diente, de exaltación mística, de candor pueril y de sáti-
ra acerada, que á veces trae á la memoria las recias invec-
tivas de Pedro Cardenal.
¿Y á quién extrañará que enfrente de toda esta literatu-
ra franciscana, cuyo más ilustre representante solía llorar
porque no se ama al amor, pongamos, sin recelo de quedar
vencidos, el nombre del peregrino mallorquín que compu-
so el libro Del Amigo y del Amado? ¡Cuándo llegará el día
en que alguien escriba las vidas de nuestros poetas fran-
ciscanos con tanto primor y delicadeza como de los de
Italia Ozanam! Quédese para el afortunado ingenio que
haya de trazar esa obra, tejer digna corona de poeta y de
novelista, como ya la tiene de sabio y de filósofo, al ilu-
minado doctor y mártir de Cristo, Ramón Lull, hombre
en quien se hizo carne y sangre el espíritu aventurero,
teosófico y visionario del siglo XIV, juntamente con el
saber enciclopédico del siglo XIII. En el beato mallor-
quín, artista hasta la médula de los huesos, la teología, la
2S DISCURSO
filosofía, la contemplación y la vida activa se confunden
y unimisman, y todas las especulaciones y ensueños ar-
mónicos de su mente toman forma plástica y viva, y se
traducen en viajes, en peregrinaciones, en proyectos de
cruzada, en novelas ascéticas, en himnos fervorosos, en
símbolos y alegorías, en combinaciones cabalísticas, en ár-
boles y círculos concéntricos, y representaciones gráficas
de su doctrina, para que penetrara por los ojos de las mu-
chedumbres, al mismo tiempo que por sus oidos, en la mo-
nótona cantilena de la Lógica metrificada y de la Aplicado
de V art general. Es el escolástico popular, el primero que
hace servir la lengua del vulgo para las ideas puras y las
abstracciones, el que separa de la lengua provenzal la ca-
talana, y la bautiza desde sus orígenes, haciéndola grave,
austera y religiosa, casi inmune de las eróticas livianda-
des y de las desolladuras sátiras de su hermana mayor,
ahogada ya para entonces en la sangre de los Albigenses.
Ramón Lull fué místico teórico y práctico, asceta y con-
templativo, desde que en medio de los devaneos de su ju-
ventud le circundó de improviso, como al antiguo Saulo,
la luz del cielo; pero la flor de su misticismo no hemos de
buscarla en sus Obras rimadas ', que, fuera de algunas de
índole elegiaca, como el Plant de nostra dona Santa María,
son casi todas (inclusa la mayor parte del Desconort) expo-
siciones populares de aquélla su teodicea racional, objeto
de tan encontrados pareceres y censuras, exaltada por
unos como revelación de lo alto, y tachada por otros pun-
to menos que de herética por el empeño de demostrar con
i Las ha coleccionado D. Jerónimo Roselló en un grueso volumen. (Palma.
1839, imp. de Gelabert.)
DE I). MARCELINO MENENDEZ PELAYO 29
razones naturales todos los dogmas cristianos, hasta la
Trinidad y ia Encarnación, todo con el santo propósito de
resolver la antinomia de fe y razón, bandera de la impie-
dad averroista, y de preparar la conversión de judíos y
musulmanes, empresa santa que toda su vida halagó las
esperanzas del bienaventurado mártir.
La verdadera mística de Ramón Lull se encierra en una
obra escrita en prosa, aunque poética en la sustancia: el
Cántico del Amigo y del Amado, que forma parte del libro V
de la extraña novela utópica intitulada Blcinquema, donde
el iluminado doctor desarrolla su ideal de perfección cristia-
na en los estados de matrimonio, religión, prelacia, ponti-
ficado y vida eremítica; obra de hechicera ingenuidad y es-
pejo fiel de la sociedad catalana del tiempo. El Cántico está
en forma de diálogo, tejido de ejemplos y parábolas, tantos
en número como días tiene el año, y su conjunto forma
un verdadero Arte de contemplación. Enseña Raimundo que
«las sendas por donde el Amigo busca á su Amado son
largas y peligrosas, llenas de consideraciones, suspiros y
llantos, pero iluminadas de amor». Parécenle largos estos
destierros, durísimas estas prisiones: «¿Cuándo llegará la
hora en que el agua, que acostumbra correr hacia abajo,
tome la inclinación y costumbre de subir hacia arriba?»
Entre temor y esperanza hace su morada el varón de de-
seos, vive por pensamientos y muere por el olvido; y para
él es bienaventuranza la tribulación padecida por amor.
El entendimiento llega antes que la voluntad á la presen-
cia del Amado, aunque corran los dos como en certamen.
Más viva cosa es el amor en corazón amante que el relám-
pago y el trueno, y más que el viento que hunde las naos
5o DISCURSO
en la mar. Tan cerca del Amado está el suspiro, como de
la nieve el candor. Los pájaros del verjel, cantando al alba,
dan al solitario entendimiento de amor, y al acabar los
pájaros su canto, desfallece de amores el Amigo, y este
desfallecimiento es mayor deleite é inefable dulzura. Por
los montes y las selvas busca á su amor; á los que van
por los caminos pregunta por él, y cava en las entrañas
de la tierra por hallarle, ya que en la sobrehaz no hay ni
vislumbre de devoción. Como mezcla de vino y agua se
mezclan sus amores, más inseparables que la claridad y el
resplandor, más que la esencia y el ser. La semilla de este
amor está en todas las almas: ¡desdichado del que rompe
el vaso precioso y derrama el aroma! Corre el Amigo por
las calles de la ciudad, pregúntanle las gentes si ha perdi-
do el seso, y él responde que puso en manos del Señor su
voluntad y entendimiento, reservando sólo la memoria
para acordarse de Él. El viento que mueve las hojas le
trae olor de obediencia; en las criaturas ve impresas las
huellas del Amado; todo se anima y habla y responde á la
interrogación del amor: amor, como le define el poeta, «cla-
ro, limpio y sutil, sencillo y fuerte, hermoso y espléndido,
rico en nuevos pensamientos y en antiguos recuerdos»; ó
como en otra parte dice con frase no menos galana: «her-
vor de osadía y de temor». «Venid á mi corazón (prosi-
gue) los amantes que queréis fuego, y encended en él vues-
tras lámparas: venid á tomar agua á la fuente de mis ojos,
porque yo en amor nací, y amor me crió, y de amor ven-
go, y en el amor habito.» La naturaleza de este amor mís-
tico nadie la ha definido tan profundamente como el mis-
mo Ramón Lull, cuando dijo que «era medio entre creen-
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 3i
cia é inteligencia, entre fé y ciencia». En su grado extático
y sublime, el Amigo y el Amado se hacen una actualidad
en esencia, quedando á la vez distintos y concordantes. ¡Ex-
traño y divino erotismo, en que las hermosuras y excelen-
cias del Amado se congregan en el corazón del Amigo, sin
que la personalidad de éste se aniquile y destruya, porque
sólo los junta y traba en uno la voluntad vigorosa, infinita y
eterna del Amado! ¡Admirable poesía, que junta como en
un haz de mirra la pura esencia de cuanto especularon sa-
bios y poetas de la Edad Media sobre el amor divino y el
amor humano, y realza y santifica hasta las reminiscen-
cias provenzales de canciones de mayo y de alborada, de
verjeles y pájaros cantores, casando por extraña manera á
Giraldo de Borneil con Hugo de San Víctor! '
Xo os parezca profanación, señores, si después del nom-
bre de Lulio, á quien el pueblo mallorquín venera en los
altares, traigo el nombre de un poeta erótico, posterior
en más de un siglo, y que comparte con él la mayor glo-
ria de la literatura catalana. Lejos de mí la profana mez-
cla de amores humanos y divinos, de que no debe vestirse
ningún cristiano entendimiento; pero fuera soberana injus-
ticia hablar de Ausías March con la misma ligereza que
de cualquier otro cantor de finezas y desvíos. Y por otra
parte, el amor encendido, apasionado y vehemente á la
criatura, el amor en grado heroico, aun cuando vaya er-
i El Blanquerna se imprimió por primera y única vez en Valencia, por Mo-
sen Juan Bonlabii (que lastimosamente modernizó el texto), en i52i; edición
rarísima. Yo poseo (y me he- valido de) la traducción castellana impresa en Ma-
llorca (1749) por la viuda de Frau (Blanquerna, maestro de la perfección etc.),
que también escasea mucho. El traductor es anónimo. Morel Fatio, en el to-.
mo VI de la Romanía, ha dado noticias y extractos de un antiguo códice catalán,
que diliere no poco del texto impreso en Valencia.
•3¿ DISCURSO
rado en su objeto, no puede albergarse en espíritus mez-
quinos y vulgares, sino en almas nacidas para la contem-
plación y el fervor místico. El mismo Ramón Lull, que
tan altamente especuló del amor divino, es el que, cuando
mozo, se abrasaba en las llamas de la pasión mundana y
del deseo, hasta penetrar á caballo, en seguimiento de su
dama, por la iglesia de Santa Eulalia; el mismo á quien
Dios llamó á penitencia, mostrándole roido por un cáncer
el pecho de Ambrosia la genovesa.
Nada de legendario y fantástico en la biografía de Au-
sías March. Es toda ella tan sencilla y prosaica, que los
que se han detenido en la corteza de sus versos, sin pene-
trar el íntimo sentido, han juzgado mera convención poé-
tica sus amores, y hasta fantástica la dama, ó han creido,
como Diego de Fuentes, que al celebrarla no quiso el poeta
sino «mostrar con más levantado estilo la fuerza y licor de
sus versos». Opinión absurda, porque además de constar
en los biógrafos, y hasta en un pasaje algo embozado del
mismo Ausías, el verdadero nombre de la ilustre dama,
que él suele llamar lirio entre cardos, ¿quién no siente, bajo
la ceniza árida y escolástica de los Cantos de amor, el res-
coldo de una pasión verdadera y profunda? Sino que Au-
sías, con ser imitador del Petrarca en algunos pormeno-
res, é imitador á su modo, es decir, áspera y crudamen-
te, no se parece al mismo Petrarca, ni á ningún elegiaco
del mundo, en la manera de sentir y expresar el amor. Se
le encuentra á la primera lectura monótono, duro, frío,
pobrísimo de imágenes; pero, vencido este primer disgus-
to, pocas personalidades líricas hay tan dignas de es-
tudio. Si existe un poeta verdaderamente psicológico, es
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 33
decir, que no haya visto en el mundo más que las soleda-
des de su alma, Ausías lo es, y en el análisis de sus afectos
pone fuerza y lucidez maravillosas. La poesía del Petrar-
ca parece insustancial devaneo al lado de esta disección
sutil é implacable de las fibras del alma. Llega á olvidarse
uno del amor y de la dama, y á ver sólo el corazón del
poeta, materia del experimento. Ausías no se cuida del
mundo exterior, y cuando quiere decirnos algo de él, apa-
rece torpe y desgarbado; pero el mundo del espíritu le per-
tenece, y en él sabe describir hasta los átomos impalpables.
Decir que Ausías desciende de la poesía italiana, de Dante
y de Petrarca, es decir una vulgaridad, que puede inducir
á error, hasta por lo que tiene de cierta. En lo sustancial,
en lo que da carácter propio á un poeta, Ausías no des-
ciende de nadie, sino de sí mismo y de la filosofía escolás-
tica, de que es discípulo fervoroso. Sus cantos pueden re-
ducirse á forma silogística, y de ellos extraerse una psico-
logía y una estética, y un tratado de las pasiones. Ese es
el, oro fino y extremado
En sus profundas venas escondido,
que dijo Jorge de Montemayor; y por eso nuestros anti-
guos (y entre ellos el maestro de Cervantes) tuvieron á Au-
sías por filósofo tanto ó más que poeta. Y si del Petrarca
dijo Hugo Foseólo y han repetido tantos:
Che amore in Grecia mido, nudo in Roma,
D'un velo candidissimo adornando,
Rendea nel grambo a Venere celeste,
34 DISCURSO
de nuestro valenciano podemos decir, no sólo que arropó
al amor con todo género de candidos cendales, hasta el
punto de no describir nunca, ni por semejas, la peregrina
hermosura de su dama, sino que le hizo sentarse en los
bancos de la escuela de Santo Tomás y de Escoto, y apren-
der de coro muchas cuestiones de la Summa, como el me-
jor discípulo de la Sorbona.
He dicho que los versos de Ausías constituyen, reuni-
dos, una verdadera filosofía del amor y de la hermosura,
que, á no estar dirigida á beldad terrena, merecería ser
aquí largamente analizada. Ausías tenía grandes condicio-
nes de poeta místico; pero se quedó en el camino, distraí-
do por el amor humano, y en los Cantos de Muerte y en el
Canto Espiritual apenas pasó de ascético y moralista.
Y basta de Edad Media, porque en vano he recorrido
los poetas del mestér de clerecía, desde Gonzalo de Bercero
hasta el Arcipreste de Hita y el Canciller Ayala, y nues-
tros cancioneros castellanos y portugueses, desde el de la
Vaticana hasta el de Resende, en busca de algo que fuera
místico con todo el rigor de la frase; y he encontrado sólo
versos de devoción, piadosas leyendas, visiones del cielo y
del infierno, como las que en la época visigoda bosqueja-
ba en las soledades del Vierzo el ermitaño San Valerio,
cariñosas efusiones á la Virgen, y á vueltas de esto, mu-
chas cosas que serán todo menos poesía, dicho sea con
toda la reverencia debida á la vetustez del lenguaje y al
valor histórico de aquellos monumentos.
Ensalcen otros la Edad Media: cada cual tiene sus de-
vociones. Para España, la edad dichosa y el siglo feliz fué
aquél en que el entusiasmo religioso y la inspiración casi
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYÜ 35
divina de los cantores se auno con la exquisita pureza
de la forma, traída en sus alas por los vientos de Italia y
de Grecia. Siglo en que la mística castellana, silenciosa 6
balbuciente hasta aquella hora, rotas las prisiones en que
la encerraba la asidua lectura de los Tauleros y Ruys-
broeck de Alemania, y ahogando con poderosos brazos la
mal nacida planta de los alumbrados, dio gallarda muestra
de sí, libre é inmune de todo resabio de quietud y de pan-
teísmo, y corrió como generosa vena por los campos de la
lengua y del arte, fecundando la abrasadora elocuencia del
Apóstol de Andalucía, el severo y ascético decir de San Pe-
dro de Alcántara, la regalada filosofía de amor de Fr. Juan
de los Angeles, la robusta elocuencia del venerable Grana-
da, toda calor y afectos que arrancan lumbre del alma más
dura y empedernida, el pródigo y mal represado lujo de
estilo de Malón de Chaide, la serena luz platónica que se
difunde por los Nombres de Cristo de Fr. Luis de León, y
la alta doctrina del conocimiento propio y de la unión de
Dios con el centro del alma, expuesta en las Moradas te-
resianas como en plática familiar de vieja castellana junto
al fuego. ¿Quién ha declarado la unión extática con tan
graciosas comparaciones como Santa Teresa: ya de las dos
velas que juntan su luz, ya del agua del cielo que viene á
henchir el cauce de un arroyo? ¿Y qué diremos de aquella
portentosa representación suya de la esencia divina, «co-
mo un claro diamante muy mejor que todo el mundo», ó
como un espejo en que por subida manera, y «con espan-
tosa claridad», se ven juntas todas las cosas, sin que haya
ninguna que salga fuera de su grandeza? Ni Malebran-
che ni Leibnitz imaginaron nunca tan soberana ontología.
•36 DISCURSO
No hubo abstracción tan sutil ni concepto tan encumbrado
que se resistiese al romance de nuestro vulgo: sépanlo los
que hoy, á titulo de filosofía, la destrozan y maltratan.
Esa lengua bastó para contener y difundir el pensamiento
de Platón y del Areopagita, en cauce no menos amplio que
el de la lengua griega, y ciertamente que no halló pobre ni
estrecha la nuestra (y valga un ejemplo por todos) el fraile
que supo decir (en el libro I de los Nombres] que «las co-
sas, demás del ser real que tienen en sí, tienen otro aún
más delicado, y que en cierta manera nace de él, consis-
tiendo la perfección en que cada uno de nosotros sea un
mundo perfecto, para que de esta manera, estando todos
en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de to-
dos ellos, y todos y cada uno dellos teniendo el ser mío,
se abrace y eslabone toda aquesta máquina del universo,
y se reduzca á unidad la muchedumbre de sus diferencias,
y quedando no mezcladas se mezclen, y permaneciendo
muchas no lo sean, y extendiéndose y como desplegándo-
se delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine
y ponga su silla la unidad sobre todo». El filósofo que en
nuestros días tuviera que explicar esta gallarda concepción
armónica, diría probablemente que «lo objetivo y lo subje-
tivo se daban congrua, y homogéneamente, dentro y debajo
de la unidad, y en virtud de ella, en íntima unión de Todei-
dad»; y se quedaría tan satisfecho con esta bárbara alga-
rabía, so pretexto de que los viejos moldes de la lengua no
bastaban para su altivo y alemanisco pensamiento.
Gala y carácter de este misticismo español es lo delica-
do y agudo del análisis psicológico, en que ciertamente se
adelantaron los nuestros á los místicos del Norte, y esto, á
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 37
mi ver, hasta por tendencias de raza y condiciones del ge-
nio nacional, visibles en la historia de nuestra ciencia. Á
nadie asombre el que Santa Teresa diera por firmísimo
fundamento de sus Moradas la observación interior, sin
salir de ella mientras no sale de la ronda del castillo. Toda
la filosofía española del siglo XVI, sobre todo la no esco-
lástica é independiente, está marcada con el sello del psi-
cologismo, desde que Luis Vives, en su tratado De anima
et vita, anticipándose á cartesianos y escoceses, volvió pol-
los fueros de la silenciosa experiencia de cada cual dentro de sí
mismo (tacita cognitio experientia cujuslibet intra seipsum],
de la introspección ó reflexión (mens in se ipsam reflexa), hasta
que Gómez Pereira redujo á menudo polvo las especies inte-
ligibles y la hipótesis de la representación en el conocimien-
to, levantando sobre sus ruinas el edificio que Hamilton
ha llamado realismo natural.
La importancia dada al conocimiento de sí propio, la
enérgica afirmación de la personalidad humana, aun en el
acto de la posesión y del éxtasis, salva del panteísmo, no
sólo á nuestros doctores ortodoxos, sino al mismo hereje
Miguel de Molinos, en cuyo budhismo nihilista, el alma,
muerta para toda actividad y eficacia, retirada en la parte
superior, en el ápice de sí misma, abismándose en la nada,
como en su centro, espera el aliento de Dios, pero recono-
ciéndose sustancialmente distinta de él.
Recuerdo á propósito de esta distinción unos tercetos,
tan ricos de estilo como profundos en la idea, de un olvi-
dado poeta del siglo XVI, á quien no con entera injusticia
llamaron sus contemporáneos el Divino; porque si es cierto
que suele versificar dura y escabrosamente, también lo es
38 DISCURSO
que piensa tan alto como pocos. Hablo del capitán Fran-
cisco de Aldana, natural de Tortosa, muerto heroicamente
en la jornada de África con el rey D. Sebastián. No os pe-
sará oir lo que pensaba de la inmersión del alma en Dios, y
veréis cuan graciosas y adecuadas comparaciones se le ocu-
rren para vestir de forma poética-el intangible pensamiento:
Y como el fuego saca y desencentra
Oloroso licor por alquitara
Del cuerpo de la rosa que en él entra,
Así destilará de la gran cara
Del mundo inmaterial varia belleza,
Con el fuego de amor que la prepara.
Y pasará de vuelo á tanta alteza *,
Que volviéndose á ver tan sublimada,
Su misma olvidará naturaleza.
Cuya capacidad ya dilatada
Allá verá, do casi ser le toca
En su primera causa transformada.
Ojos, oidos, pies, manos y boca,
Hablando, obrando, andando, oyendo y viendo,
Serán del mar de Dios cubierta roca.
Cual pece dentro el vaso alto, estupendo
Del Océano, irá su pensamiento
Desde Dios para Dios yendo y viniendo.
No que del alma la especial natura,
Dentro el divino piélago hundida,
Deje en el Hacedor de ser hechura,
i El alma.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 3g
O quede aniquilada y destruida,
Cual gota de licor que el rostro enciende
Del altísimo mar toda absorbida.
Mas como el aire en que su luz extiende
El claro sol, que juntos aire y lumbre
Ser una misma cosa el ojo entiende.
Déjese el alma andar suavemente,
Con leda admiración de su ventura,
Húndase toda en la divina fuente,
Y del vital licor humedecida,
Sálgase á ver del tiempo en la corriente.
Ella verá con desusado estilo
Toda regarse y regalarse junto
De un, salido de Dios, sagrado Nilo.
A diferencia de otros misticismos egoístas, inertes y en-
fermizos, el nuestro, nacido enfrente y -en oposición á la
Reforma luterana, se calienta en el horno de la caridad,
y proclama la eficacia y valor de las obras. No exclama
Santa Teresa, como la discreta Victoria Colonna, catequi-
zada en mal hora por Juan de Valdés:
Cieco el nostro voler, vane son V opre,
Cadono al primo vol le mortal piume,
sino que escribe en la Morada V: «No, hermanas, no; obras
quiere el Señor y ésta es la verdadera unión Y estad
ciertas, que mientras más en el amor del prójimo os vié-
4'o DISCURSO
redes aprovechadas, más lo estaréis en el amor de Dios.»
Por eso Santa Teresa no separa nunca á Marta de María,
ni la vida activa de la contemplativa.
Todos nuestros grandes místicos son poetas, aun escri-
biendo en prosa, y lo es más que todos Santa Teresa en
la traza y disposición de su Castillo Interior; pero la misma
riqueza de la materia me obliga á reducirme á los que es-
cribieron en verso, y á prescindir casi de la doctora avi-
lesa. Y la razón es llana: entre las veintiocho poesías que
en la edición más completa se le atribuyen, muchas son
de autenticidad dudosa, y ninguna pasa de la medianía,
fuera de la conceptuosa letrilla, que ya acude á vuestros
labios como á los míos:
Vivo sin vivir en mí,
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero.
Estos versos, «nacidos (como escribe el P. Yepes) del
fuego del amor de Dios que en sí tenía la Madre», son el más
perfecto dechado del apacible discreteo que aprendieron
de los trovadores palacianos del siglo XV algunos poetas
devotos del siglo XVI; y en medio de lo piadoso del asun-
to, retraen á la memoria otros más profanos acentos del co-
mendador Escrivá y del médico Francisco de Villalobos:
Venga ya la dulce muerte
Con quien libertad se alcanza,
dice el físico del Emperador.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 41
Y Santa Teresa clama:
Venga ya la dulce muerte,
Venga el morir tan ligero,
Que muero porque no muero.
En cuanto al célebre soneto
No me mueve mi Dios para quererte,
que en muchos devocionarios anda á nombre de Santa
Teresa, y en otros á nombre de San Francisco Javier (que
apuntó una idea muy semejante en una de sus obras lati-
nas), sabido es que no hay el más leve fundamento para
atribuirle tan alto origen; y á pesar de su belleza poéti-
ca, y de lo fervoroso y delicado del pensamiento (que,
mal entendido por los quietistas franceses, les sirvió de
texto para su teoría del amor puro y desinteresado), he-
mos de resignarnos á tenerle por obra de algún fraile
oscuro, cuyo nombre quizá nos revelen futuras investiga-
ciones.
¿Quién me dará palabras para ensalzar ahora, como yo
quisiera, á Fr. Luis de León? Si yo os dijese que fuera de
las canciones de San Juan de la Cruz, que no parecen ya
de hombre, sino de ángel, no hay lírico castellano que se
compare con él, aún me parecería haberos dicho poco.
Porque desde el Renacimiento acá, á lo menos entre las
gentes latinas, nadie se le ha acercado en sobriedad y pu-
reza; nadie en el arte de las transiciones y de las grandes
lineas, y en la rapidez lírica; nadie ha volado tan alto ni
42 DISCURSO
infundido como él en las formas clásicas el espíritu mo-
derno. El mármol del Pentélico labrado por sus manos se
convierte en estatua cristiana, y sobre un cúmulo de remi-
niscencias de griegos, latinos é italianos, de Horacio, de
Píndaro y del Petrarca, de Virgilio y del himno de Aristó-
teles á Hermias, corre juvenil aliento de vida que lo trans-
figura y lo remoza todo. Así, con piedras de las canteras
del Ática labró Andrés Chénier sus elegías y sus idilios,
jactándose de haber hecho, sobre pensamientos nuevos,
versos de hermosura antigua; pero bien sabéis que el pro-
cedimiento tenía fecha. Error es creer que la originalidad
consista en las ideas. Nada propio tiene Garcilasso más
que el sentimiento, y por eso sólo vive y vivirá cuanto
dure la lengua. Y aunque descubramos la fuente de cada
uno de los versos de Fr. Luis de León, y digamos que Ja
tempestad de la oda á Felipe Ruiz se copió de las Geórgi-
cas, y que La vida del campo y La profecía del Tajo son re-
lieves de la musa de Horacio, siempre nos quedará una
esencia purísima, qae se escapa del análisis; y es que el
poeta ha vuelto á sentir y á vivir todo lo que imita de sus
modelos, y con sentirlo lo hace propio, y lo anima con ras-
gos suyos; y así en la tempestad pone el carro de Dios ligero
y reluciente, y en la vida retirada nos hace penetrar en la
granja de su convento, orillas del Tormes, en vez de lle-
varnos, como Horacio, á la alquería de Pulla ó de Sabinia,
donde la tostada esposa enciende la leña para el cazador
fatigado. ¡Poesía legítima y sincera, aunque se haya des-
pertado por inspiración refleja, al contacto de las páginas
de otro libro! Hay cierta misteriosa generación en lo bello
Tó/.or ev t<p /.v'/iu , como dijo Platón. El sentido del arte ere-
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 43
ce y se nutre con el estudio y reproducción de las formas
perfectas. A. Chénier lo ha expresado con símil felicísimo:
el de la esposa lacedemonia, que, cercana al parto, manda-
ba colocar delante de sus ojos las más acabadas figuras que
animó el arte de Zeuxis, los Apolos, Bacos y Helenas, para
que, apacentándose sus ojos en la contemplación de tanta
hermosura, brotase de su seno, henchido de aquellas nue-
vas y divinas formas, un fruto tan noble y tan perfecto co-
mo los antiguos ejemplares y dechados. Así se comprende
que Fr. Luis de León, con ser- poeta tan sabio y culto, tan
enamorado de la antigüedad y tan lleno de erudición y
doctrina, sea en la expresión lo más sencillo, candoroso é
ingenuo que darse puede, y esto no por estudio ni por arti-
ficio, sino porque juntamente con la idea brotaba de su al-
ma la forma pura, perfecta y sencilla, la que no entienden
ni saborean los que educaron sus oidos en el estruendo y
tropel de las odas quintanescas. Es una mansa dulzura,
que penetra y embarga el alma sin excitar los nervios, y
la templa y serena, y le abre con una sola palabra los ho-
rizontes de lo infinito:
Aquí el alma navega
Por un mar de dulzura, y finalmente
En él así se anega,
Que ningún accidente
Extraño ó peregrino oye ni siente.
Ese efecto que en el autor hacía la música del ciego
Salinas, hacen en nosotros sus odas. Los griegos hubie-
ran dicho de ellas que producían la apetecida soplirosyne
44 DISCURSO
(s-tb<ppó<juvir)), aquella calma y reposo y templanza de afec-
tos, fin supremo del arte:
El aire se serena
Y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
La música extremada
Por vuestra sabia mano gobernada.
Música que retrae al poeta la memoria
De su origen primera exclarecida,
y le mueve á levantarse sobre el oro y la belleza terrena
y cuanto adora el vulgo vano, y traspasar las esferas para
oir aquella música no perecedera que las mueve y gobierna
y hace girar á todas; música de números concordes, que
oyeron los pitagóricos, y San Agustín y San Buenaven-
tura, y que es la fórmula y la cifra de la estética platónica.
Todo lleva á Dios el alma del poeta, no asida nunca á
las formas sensibles, ni del arte ni de la naturaleza (con
ser de todos los nuestros quien más la comprendió y amó),
sino ávida de lo infinito, donde centellean las ideas madres,
cual áureo cerco de la Verdad suprema; donde se ve dis-
tinto y junto
Lo que es y lo que ha sido,
Y su principio cierto y escondido;
donde la paz reina y vive el contento, y donde sestea el
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 4$
buen Pastor, ceñida la cabeza de púrpura y de nieve, apa-
centando sus ovejas con inmortales rosas, producidoras
eternas de consuelo,
Con flor que siempre nace,
Y cuanto más se goza, más renace.
¿Y será hipérbole, señores, el decir que tales cantos
traen como un sabor anticipado de la gloria, y que el poe-
ta que tales cosas pensó y acertó á describir, había colum-
brado en alguna visión la morada de grandeza, el templo
de claridad y de hermosura, la vena del gozo fiel, los repues-
tos valles y los riquísimos mineros, y las esferas angélicas
De oro y luz labradas,
De espíritus dichosos habitadas? *
Pero aún hay una poesía más angélica, celestial y di-
vina, que ya no parece de este mundo, ni es posible me-
dirla con criterios literarios, y eso que es más ardiente
i Como se ve, apenas aludo más que á las odas Noche serena, A Salinas, A Fe-
lipe Ruiz, Á la vida del Cielo, que son las que tienen el carácter místico más se-
ñalado. En otras, v. gr., la del Apartamiento, hay rasgos de misticismo, y en una
de las atribuidas á Fr. Luis de León por el Padre Merino, la cual no suele im-
primirse en las ediciones vulgares, se leen estas dos bellísimas estrofas, que, si
no son del gran Maestro, merecen serlo:
¡Oh aires sosegados,
Ya libres de las voces y ruidos,
Al cielo encaminados,
Del corazón salidos
Llevad con vuestras ondas mis gemidos!
Lleguen á la presencia
Del uno entre millares escogido:
Lamentando su ausencia,
En tierra del olvido
Queda mi corazón de amor herido.
45 DISCURSO
de pasión que ninguna poesía profana, y tan elegante y
exquisita en la forma, y tan plástica y figurativa, como
los más sabrosos frutos del Renacimiento. Son las Can-
ciones Espirituales de San Juan de la Cruz, la Subida del
monte Carmelo, la Noche oscura del alma. Confieso que me
infunden religioso terror al tocarlas. Por allí ha pasado
el espíritu de Dios, hermoseándolo y santificándolo todo:
Mil gracias derramando,
Pasó por estos sotos con presura,
Y yéndolos mirando,
Con sola su figura
Vestidos los dejó de su hermosura.
Juzgar tales arrobamientos, no ya con el criterio retó-
rico y mezquino de Tos rebuscadores de ápices, sino con la
admiración respetuosa con que analizamos una oda de
Píndaro ó de Horacio, parece irreverencia y profanación.
Y sin embargo, el autor era tan artista, aun mirado con
los ojos de la carne, y tan sublime y perfecto en su arte,
que tolera y resiste este análisis, y nos convida á exponer
y desarrollar su sistema literario, vestidura riquísima de
su extático pensamiento.
La materia de sus canciones es toda de la más ardorosa
devoción y de la más profunda teología mística. En ellas
se canta la dichosa ventura que tuvo el alma en pasar por
la oscura noche de la fe, en desnudez y purificación suya,
á la unión del amado; la perfecta unión de amor con Dios
cual se puede en esta vida, y las propiedades admirables
de que el alma se reviste cuando llega á esta unión, y los
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAVO 47
varios y tiernos afectos que engendra la interior comuni-
cación con Dios. Y todo esto se desarrolla, no en forma
dialéctica, ni aun en la pura forma lírica de arranques y
efusiones, sino en metáfora del amor terreno, y con velos
y alegorías tomados de aquel divino epitalamio en que Sa-
lomón prefiguró los místicos desposorios de Cristo y su
Iglesia. Poesía misteriosa y solemne, y sin embargo, lo-
zana y pródiga y llena de color y de vida; ascética, pero
calentada por el sol meridional; poesía que envuelve las
abstracciones y los conceptos puros en lluvia de perlas y
de flores, y que, en vez de abismarse en el centro del alma,
pide imágenes á todo lo sensible, para reproducir, aunque
en sombras y lejos, la inefable hermosura del Amado. Poe-
sía espiritual, contemplativa é idealista, y que con todo eso
nos comunica el sentido más arcano, y la más penetrante
impresión de la naturaleza, en el silencio y en los miedos
veladores de aquella noche, amable mas que el alborada, en el
ventalle de cedros, y el aire del almena que orea los cabellos
del Esposo:
Mi amado, las montañas,
Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
Los ríos sonorosos,
El silbo de los aires amorosos.
La noche sosegada
En par de los levantes de la aurora,
La música callada,
La soledad sonora
48 DISCURSO
Detente, Cierzo muerto,
Ven, Austro que recuerdas los amores,
Aspira por mi huerto,
Y corran tus olores,
Y pacerá mi amado entre las flores.
Gocémonos, amado,
Y vamonos á ver en su hermosura
El monte y el collado,
Do mana el agua pura:
Entremos más adentro en la espesura.
Y luego á las subidas
Cavernas de las piedras nos iremos
Que están bien escondidas,
Y allí nos entraremos,
Y el mosto de granadas gustaremos.
Nuestro lecho florido
De cuevas de leones enlazado,
De púrpura teñido,
En paz edificado,
De mil escudos de oro coronado.
A zaga de tu huella,
Los jóvenes discorren el camino,
Al toque de centella,
Al adobado vino,
Emisiones del bálsamo divino.
Por toda esta poesía oriental, transplantada de la cum-
bre del Carmelo y de los floridos valles de Siona, corre
una llama de afectos y un encendimiento amoroso, capaz
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYQ |g
de derretir el mármol. Hielo parecen las ternezas de los
poetas profanos al lado de esta vehemencia de deseos y de
este fervor en la posesión que siente el alma después que
bebió el vino de la bodega del Esposo:
Apaga mis enojos,
Pues que ninguno basta á deshacellos,
Y véante mis ojos,
Pues eres lumbre de ellos,
Y sólo para tí quiero tenellos.
Quédeme y olvidóme,
El rostro recliné sobre el amado,
Cesó todo y déjeme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.
¿Y aquel otro rasgo, que no está en el Cantar de los Can-
tares, y que, no obstante, es admirable de verdad y de sen-
timiento:
Cuando tú me mirabas,
Su gracia en mí tus ojos imprimían?
Y todo esto es la corteza y la sobrehaz, porque, pene-
trando en el fondo, se halla la más alta y generosa filosofía
que los hombres imaginaron (como de Santa Teresa escri-
bió Fr. Luis), y tal que no es lícito dudar que el Espíritu
Santo regía y gobernaba la pluma del escritor. ¿Quién le
7
5o • DISCURSO
había de decir á Garcilasso que la ligera y gallarda estrofa
inventada por él en Ñapóles, cuando quiso domar por aje-
no encargo la esquivez de doña Violante Sanseverino, ha-
bía de servir de fermosa cobertura á tan altos pensamientos
y suprasensibles ardores? Y en efecto, el hermoso comen-
tario que en prosa escribió San Juan de la Cruz á sus pro-
pias canciones, nos conduce desde la desnudez y desasi-
miento de las cosas terrenas, y aun de las imágenes y apa-
riencias sensibles, á la noche oscura de la mortificación de
los apetitos que entibian y enflaquecen el alma, hasta que,
libre y sosegada, llega á gustarlo todo, sin querer tener
gusto en nada, y á saberlo y poseerlo todo, y aun á serlo
todo, sin querer saber ni poseer ni ser cosa alguna. Y no se
aquieta en este primer grado de purificación, sino que en-
tra en la vía iluminativa, en que la noche de la fe es su
guía, y como las potencias de su alma son fauces de
monstruo abiertas y vacías, que no se llenan menos que con
lo infinito, pasa más adelante, y llega á la unión con Dios
en el fondo de la sustancia del alma, en su centro más profun-
do, donde siente el alma la respiración de Dios; y se hace tal
unión cuando Dios da al alma esta merced soberana que
todas las cosas de Dios y el alma son una en transforma-
ción participante, y el alma más parece Dios que alma, y
aun es Dios por participación, aunque conserva su ser na-
tural unida y transformada, «como la vidriera le tiene dis-
tinto del rayo, estando de él clarificada». Pero no le crea-
mos iluminado ni ontologista, ó partidario de la intuición
directa, porque él sabrá decirnos, tan maravillosamente
como lo dice todo, que en esta vida «sólo comunica Dios
ciertos visos entre-oscuros de su divina hermosura, que
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 5i
hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo res-
tante». Ni le llamemos despreciador y enemigo de la razón
humana, aunque aconseje desnudarse del propio entender,
pues él escribió que «más vale un pensamiento del hombre
que todo el mundo», y estaba muy lejos de creer perma-
nente, sino transitorio y de paso, aquel éxtasis de alta
contemplación, del cual misteriosamente cantaba:
Éntreme, donde no supe,
Y quédeme no sabiendo,
Toda ciencia transcendiendo.
Después de Fr. Luis de León y de San Juan de la Cruz
fuera injusto no hacer alguna memoria de Malón de
Chaide, autor del hermoso, aunque algo retórico, libro de
La Conversión de la Magdalena. Lástima que no tengamos
más versos suyos que los pocos que intercaló en la mis-
ma Conversión, si bien bastan ellos para acreditarle de exi-
mio poeta, y aún más que las traducciones de Psalmos, las
dos canciones originales:
Óyeme, dulce Esposo,
Vida del alma que en la tuya vive....
Al Cordero que mueve
Con el candido pié el dorado asiento.
En el estilo y en el gusto se parece á Fr. Luis de León,
y ciertamente se le acercaría si fuera más sobrio y recogi-
do y ahorrara más las palabras, porque viveza de fantasía
52 m DISCURSO
y calor de alma le sobran. Nunca pasará por lírico vulgar
el que expresó de esta manera los goces etéreos:
Cercante las esposas,
Con hermosas guirnaldas coronadas
De jazmines y rosas,
Y á coros concertadas
Siguen, dulce Cordero, tus pisadas.
Y cuando al medio día
Tienes la siesta junto á las corrientes
Del agua clara y fría,
Del amor impacientes,
Ciñen en derredor las claras fuentes.
Andas en medio dellas,
Dando mil resplandores y vislumbres,
Como el sol entre estrellas,
Y en las subidas cumbres
De los montes eternos das tus lumbres '.
i Los velos de la alegoría que dan tan misteriosa y augusta oscuridad á las
composiciones de San Juan de la Cruz y de Malón de Chaide, desaparecen del
todo en otros místicos nuestros, más didácticos y más fríos: en el autor del Es-
tímulo del Divino Amor (por ejemplo), ó en las octavas, por otra parte robustas y
de hondo sentido, que se atribuyen al trinitario San Miguel de los Santos, hijo
y patrono de la ciudad de Vich. Lope de Vega dijo de ellas que «no cabían bajo
de potencia humana», y que >eran suma de la perfección espiritual». En ellas es
más la doctrina que el arte, pero doctrina estupenda, y tal que basta á levantar,
y aun á enfervorizar, el estilo, enriquecido con prodigalidad y opulencia de ideas
más que de afectos:
Con esta luz ilustra la memoria
De imágenes y formas ya desnuda,
Y de esta vida triste y transitoria
A la firmeza de su ser la muda:
Con la lumbre de fe, la luz de gloria
DE I). MARCELINO MENENDEZ PELA.YO 53
Temo que este discurso se va prolongando demasiado,
y por eso renuncio á hablar de otros poetas secundarios,
aunque ya advertí al principio que la verdadera inspiración
mística es cosa rarísima, aun en medio de aquella maravi-
llosa fecundidad de la poesía devota que ilustra nuestros
dos siglos de oro, y sólo rasgos esparcidos de ella encon-
traréis en esa selva de Caucioneros Sagrados, Vergeles, Jar-
dines y Conceptos Sagrados, con que tanto bien y consuelo
dieron á las almas, y tanta gloria á las letras, Fr. Am-
brosio Montesino, Juan López de Ubeda, Fr. Arcángel de
Alarcón, Alonso de Bonilla, el divino Ledesma, Pedro de
Padilla, el maestro Valdivielso y Lope de Vega, superior
á todos en su Romancero Espiritual '. ¡Cuan grato me fuera
Le da al entendimiento vista aguda:
Arde la voluntad por lo que ama
Con fuego de este amor en viva llama.
La voluntad suprema á unirse viene
Toda en si propia, y toda amor se hace;
Sube más alto y nada le detiene,
Muere mil veces, y otras mil renace:
Goza lo que ama, y aunque en sí lo tiene.
Su cuidadoso amor no satisface,
Que mientras más le goza, más se aumenta,
Y siempre amando más se queda hambrienta.
Mas aunque goza á Dios, no comprehende
Lo que hay en Dios ni cómo está en el cielo.
Que el ser humano y flaco no lo entiende
Ni puede ver á Dios en mortal velo:
Goza de Dios amando, mas pretende
Conocerle y amarle en este suelo,
Y unirse por amor con él, de modo
Que un ser humano le parezca en todo.
El alma en la vida unitiva: octavas impresas en La Veu de Motuerrat, 5 de Ju-
lio de 1879.)
1 En las Rimas Sacras de Lope hay algunas composiciones que pueden pasar
por místicas, especialmente los romances cortos que principian:
Estábase el alma
Al pié de la sierra
?4 DISCURSO
detenerme en todos esos romances, glosas, villancicos,
endechas y juegos de Noche-Buena, y mostrar la invasión
del elemento popular en ellos, y la infantil devoción, co-
mo de inocentes que juegan ante el altar, con que en ellos
se disfrazan, sin daño de barras ni peligro de los oyentes
tan buenos cristianos como el poeta, los más augustos"
misterios de nuestra Redención, en raras alegorías, ya del
misacantano, ya del juez pesquisidor ó del reformador de
Jas escuelas, ó bien se parodian á lo divino romances vie-
jos, y se difunden, con el tono y música de las canciones
picarescas, ensaladillas y chanzonetas al Santísimo Sacra-
mento! ¡Bendita sencillez! ¿Dónde te has ido? Y al mismo
género pertenecen nuestros Autos Sacramentales, de que
Cantad, ruiseñores,
Al alborada,
Porque vi-ene el Esposo
De ver al alma
En el Cancionero y vergel de Jlores divinas de Juan López de Úbeda sp w
osa de una ranr,Vin „;„;,. Jez ae L Deda se lee un;
losa de una canción vieja:
Yo me iba ¡ay Dios mío!
A Ciudad reale;
Errara yo el camino
En fuerte lugare
—Vos mi cielo sois.
—Y Vos sois mi cielo.
—Vos sois centro mió.
—Y Vos sois mi centro.
— ¡Ay Dios, lo que os amo!
—Alma, ¡ay cuánto os quiero!
—En Vos me transformo.
—Y yo en Vos me quedo.
—Tomad Vos mis brazos.
—Y dadme los vuestros;
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 55
quizá debería yo tratar, si ya no lo hubiese hecho, de tal
modo que apenas deja lugar á emulación, el malogrado
González Pedroso; y si no fuera verdad, por otra parte,
que los Autos, más bien que poesía mística, son traducción
simbólica, en forma de drama, de un misterio de la teolo-
gía dogmática, y deben calificarse de poesía teológica, lo
mismo que muchos lugares de la Comedia de Dante.
Aun en los tiempos de mayor decadencia para nuestra
literatura, se albergó en los claustros, guardada como
precioso tesoro y nunca marchita, la delicadísima flor de
la poesía erótica á lo divino, conceptuosa y discreta, ino-
cente y profunda, la cual, no sólo en el siglo XVII, sino
en el XVIII, y á despecho de la tendencia enciclopedista
Galán de mi alma,
Ccrcadme de flores.
Que de amores enferma,
Muero de amores.
El Estímulo del Divino Amor se ha atribuido por algunos á Fr. Luis de León,
pero el estilo no parece suyo. Le publicó Rengifo en su Arte Poética (Salaman-
ca, i 592). Es poesía enteramente mística, como puede juzgarse por estas redon-
dillas:
Y si contemplar pudieras
Aquel arquetipo mundo.
Ejemplar de este segundo.
¡Oh, cuan altas cosas vieras!
Vieras otra esfera hermosa,
De otras lineas rodeada,
Y á cada cosa criada,
En Dios vuelta en otra cosa;
En su eterno entendimiento
Vieras á todas las cosas,
En cualidad más hermosas
Y en el número sin cuento.
En un círculo infinito
De inmensa capacidad,
Cuyo centro es la deidad,
Y su ser incircunscrito, etc.
Vid. Romancero y Cancionero Sagrados de la Biblioteca de Rivadeneyra. y la
Floresta de Rimas Antiguas Castellanas de Bolh de Faber.
56 ' DISCURSO
y heladora de la época, esparcía su divino aroma en los
versos de algunas monjas imitadoras de Santa Teresa. De
las que alcanzaron todavía el buen siglo sólo os citaré á
una, Sor Marcela de San Félix, y á ésta, no sólo por hija
de Lope de Vega, sino porque dio sus versos á luz un com-
pañero vuestro, y porque es gloria de la que podéis llamar
vuestra casa, como monja de las Trinitarias. Así el ro-
mance de la Soledad, como el del Pecador arrepentido y el
del Afecto amoroso, únicos suyos que conozco, son dignos
del padre de Sor Marcela; teniendo, además, un senti-
miento tan íntimo y fervoroso como Lope no le alcanzó
nunca, ni siquiera en los Soliloquios de un alma á Dios, que
compuso delante del Crucifijo. Verdadera poetisa la que
acertó á decir en loor de la soledad mística:
En tí gocé de mi Esposo
Las pretendidas caricias,
Los halagos sin estorbos,
Los regalos sin medida.
En tí me vi felizmente,
Muy negada y muy vacía
De criaturas y afectos,
Cuanto lejos de mí misma.
En tí le pedí su unión
Con ansias de amor tan vivas,
Que no sé si le obligaron:
El lo sabe y Él lo diga.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 57
¿Qué virtud no se alimenta
Con tus pechos y caricias?
¿Quién deja de estar contento
Si te busca y te codicia?
Aún es mayor el movimiento lírico y el anhelo amoroso
en otro romancillo corto:
Sufre que noche y día
Te ronde aquesas puerta?,
Exhale mil suspiros,
Te diga mil ternezas
Porque el amor fogoso
Que de fuerte se precia,
Por más que le acaricies,
Con nada se contenta.
Todo se le hace poco,
Si á conseguir no llega
Todo un Dios por unión
Donde saciarse pueda '.
Hermanos de tales versos se dirían los de la sevillana
Sor Gregoria de Santa Teresa, por más que falleciera
en 1735. Era una alma del siglo XVI, y ni del prosaísmo
del suyo, ni del conceptismo del anterior, hay apenas hue-
llas en sus romances tiernos y sencillos.
¡Cuan extraña cosa debieron de parecer á los discípulos
1 Molins, Sepultura de Cervantes, 1870. págs. 2i3 y sigs.
58 * DISCURSO
de Luzán y de Montiano aquellas endechas suyas Del pen-
samiento!
Aquel profundo abismo
Del Sumo Bien que adoro,
Donde el alma se anega,
Y es su dicha mayor el irse á fondo
Aquel aire delgado,
Silbo blando, amoroso,
Que el corazón penetra
Y la mente levanta á unirse al todo
Perdida mi memoria,
Mi entendimiento absorto,
Mi voluntad se rinde,
Y dulcemente en mar de amor zozobro.
Y yo cambiaría de buena gana todas las sátiras y epís-
tolas y églogas y odas pindáricas que los preceptistas de
aquel tiempo hicieron, por algunos pedazos del romance
del Pajarillo:
¡Oh tú, que con blandas plumas,
Giras el vago elemento,
Sube más alto, si puedes,
Y serás mi mensajero.
Darás de mis tristes penas
Un amoroso recuerdo
A la luz inaccesible
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 5g
Del sol de Justicia eterno.
Díle que sus resplandores
Me tienen de amor muriendo,
Porque á la luz de mi fe
Descubro sus rayos bellos,
Y en ellos me engolfo tanto
Cuanto en ellos más me ciego,
Que es gloria quedar vencido
Del imposible que anhelo ,.
La fama de Sor Gregoria de Santa Teresa fué grande en
su tiempo, con ser su tiempo tan poco favorable á efusio-
nes místicas. Don Diego de Torres escribió largamente su
vida y virtudes, y á él debemos la conservación de las poe-
sías que van citadas.
Aún fué mayor el nombre de la portuguesa Sor María
do Ceo, cuyas obras se tradujeron en seguida al castella-
no (1744). Tenía, sin duda, ingenio no vulgar y más vigo-
roso que el de Sor Gregoria, y más hábil para concertar un
plan, pero afeado con todo género de dulzazos amanera-
mientos. En la novela alegórica de La Peregrina, y en las
muchas poesías intercaladas en ella, todas relativas al via-
je del alma en busca de su divino Esposo; en el auto de las
Lágrimas de Roma, y en las alegorías de las flores y piedras
preciosas, hay brío de imaginación y hasta talento descrip-
tivo y felices imitaciones del Cantar de Salomón -; pero
1 Poesías de la Venerable Madre Sor Gregoria Francisca de Sania Teresa (Pa-
rís, Garnier, 1 856), publicadas por Mr. Latour.
2 Obras varias y admirables de la Madre María do Ceo, religiosa franciscana
y abadesa del convento de la Esperanza de Lisboa. (Madrid, por Antonio Ma-
rín, 1744-) Dos tomos son los que han llegado á mis manos; quizá se publicó
algún otro que en el prólogo del segundo se anuncia.
6o DISCURSO
todo, aun la misma dulcedumbre, en fuerza de repetida,
empalaga.
Con estas monjas coexistió y debe compartir el lauro la
americana Sor Francisca Josefa de la Concepción, de
Tunja, en Nueva Granada (fallecida en 1742), que escri-
bió en prosa, digna de Santa Teresa, un libro de Afectos
Espirituales, con versos intercalados, no tan buenos como
la prosa, pero en todo de la antigua escuela ;, y á veces
imitados de la Santa Carmelitana.
Fuera del claustro y de las almas femeninas, quizá el úl-
timo anillo de nuestra poesía mística sea la oda A un pensa-
miento de D. Gabriel Álvarez de Toledo, exhumada por el
diligente historiador de la lírica del siglo pasado, á quien
no he de nombrar, puesto que se sienta entre vosotros.
Fué Álvarez hombre de largos estudios, dado á graves
meditaciones, autor de una especie de Filosofía de la His-
toria, primer bibliotecario del rey, y uno de los fundado-
res de esta Academia: poeta malogrado por el siglo infe-
liz en que nació, pero no tan malogrado que no nos dejase
rastrear lo que pudo ser, por los dichosos rasgos esparcidos
en lo poco que hizo. Asombra encontrar entre el cieno in-
sulso de los versos que entonces se componían, una medi-
tación poética tan alta de pensamiento y tan firme de estilo
(fuera de algún prosaísmo) como la citada. Estoy por de-
cir que hasta los rasgos conceptuosos que tiene están en
su lugar y no la desfiguran, porque no son vacío alambi-
camiento, sino sutileza en el pensar del poeta, que ve en-
tre las cosas extrañas relaciones y analogías:
1 Sentimientos Espirituales de la Venerable Madre Francisca Josefa de la Con-
cepción de Castillo escritos por ella misma de orden de sus confesores Santa
Fe, 1S43.
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELA.YO (n
¿Qué oculto bien es éste
Que en criaturas tantas,
En ninguna responde,
Y para que le busque, en todas llama.
Todos el bien procuran,
Y es consecuencia clara,
El que en sí no le tienen,
Pues nadie solicita lo que alcanza.
¿De qué le sirve al ave
Batir la pluma osada,
Si la pihuela burla
El ligero conato de sus alas?
Búscale, pues te busca,
Óyele, pues te llama,
Que descansar no puedes,
Si en su divino centro no descansas.
Permitidme acabar con tan sabroso dejo esta historia
compendiada de un modo de poesía que yace, si no muer-
to, por lo menos aletargado y decaído en nuestro siglo.
Notaréis que he estudiado ese género frente á frente y en
sí mismo, sin enlazarle con la historia externa, lo cual es-
candalizará, de seguro, á los que en todo y por todo quie-
ren ver el espejo y el reflejo de la sociedad en el arte. Mas
yo entiendo que contra estas enseñanzas, buenas y útiles
en sí, pero absorbedoras de la individualidad y valor pro-
pio del artista, á poco que se exageren, conviene reclamar
62 • DISCURSO
la independencia del género poético, y, sobre todo, del ge-
nio lírico, y más aún del que no arenga á la multitud en
las plazas, ni habla en nombre de una idea política ó so-
cial, sino de su propio y solitario pensamiento, absorto en
la contemplación de las cosas divinas. Cuando tal estado
de alma se dé, el poeta será más ó menos perfecto con los
recursos y las formas que el arte de su tiempo le depare;
pero, creedlo, será lírico de veras. Yo tengo tal confianza
en la virtualidad y poder de la poesía lírica, que por igual
me hacen sonreír los que la creen sujeta á la misma ley de
triste decadencia que aflige á otras artes, v. g., la escultu-
ra y el teatro, y los que, por el extremo contrario, aplican-
do torpemente lo que llaman ley del progreso, juzgan los
cantos de nuestro siglo superiores á todos, sólo porque ha-
blan más de cerca á sus- aficiones y sentimientos. Ne quid
nimis. Dios no agotó en los griegos y en los romanos el
ideal del arte; y en cuanto á la poesía lírica, podemos es-
perar confiadamente que vivirá, como dice la canción ale-
mana, mientras haya cielos y flores, y pájaros y alboradas,
y hermosura y ojos que la contemplen, y vivirá lozana y
robusta en tanto que la raíz del sentimiento humano no
se marchite ó seque.
Ni creamos que morirá la poesía mística, que siempre
ha de tener por refugio algunas almas escogidas, aun en
este siglo de duda y descreimiento, que nació entre revo-
luciones apocalípticas, y acaba en su triste senectud, de-
jándonos en la filosofía un nominalismo grosero, y en el
arte la descripción menuda y fría de los pormenores, des-
cripción por describir, y sin fin ni propósito, y más de lo
hediondo y feo que de lo hermoso; arte que hasta ahora
DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO 63
no ha encontrado su verdadero nombre, y anda profanan-
do los muy honrados de realismo y naturalismo, aplicables
sólo á tan grandes pintores de la vida humana como Cer-
vantes, Shakespeare y Velázquez.
Más duros tiempos que nosotros alcanzaron nuestros
abuelos: ellos vieron cerrados los templos, y la cruz abati-
da, y perseguidos los sacerdotes, y triunfante el empiris-
mo sensualista y la literatura brutal y obscena, y tenida
toda religión por farándula y trapacería. Y sin embargo,
todo aquello pasó, y la cruz tornó á levantarse, y el espí-
ritu cristiano penetró como aura vivífica en el arte de sus
adoradores, y aun en el de sus enemigos: y ello es que en
el siglo XIX se han escrito la Pentecoste y el Nombre de Ma-
ría; y ¿qué más os diré? hasta Leopardi, por su insaciado
anhelo de la belleza eterna é increada y del bien infinito,
por sus vagas aspiraciones y dolores, y hasta por su pesi-
mismo, es un poeta místico á quien sólo faltó creer en
Dios.
No desesperemos, pues, y el que tenga fe en el alma y
valor para dar testimonio de su fe ante los hombres, cante
de Dios, aun en medio del silencio general, que no falta-
rán, primero, almas que sientan con él, y luego voces que
respondan á la suya. Y cante como lo hicieron sus mayo-
res, claro y en castellano, y á lo cristiano viejo, sin filoso-
fismos ni nebulosidades de allende, porque si ha de hacer
sacrilega convención de Cristo con Belial, ó fingir lo que
no siente, ó sacrificar un ápice de la verdad, vale más que
se calle, ó que sea sincero como Enrique Heine y Alfredo
de Musset, y dé voz á la ironía demoledora, ó describa los
estremecimientos carnales y la muerte de Rolla sobre el
64 -DISCURSO DE D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO
lecho comprado para los deleites de su última noche; por-
que cien veces más aborrecibles que todas las figuras de
Caines y Manfredos rebelados contra el cielo, son las de-
votas imágenes en que se siente la risa volteriana del es-
cultor '.
He dicho.
i Por razones fáciles de comprender no he hablado de los escasos poetas
místicos del siglo presente. Séame lícito, no obstante, hacer, aunque en forma
de nota, una excepción, no de amistad, sino de justicia, en favor de la preciosa
colección de Idilios y Cantos Místicos de Mosén Jacinto Verdaguer, alta gloria de
la literatura catalana, y superior, en mi concepto, á su tan celebrado poema de
La Atlántida. Sin hipérbole puedo decir que no se desdeñaría cualquiera de
nuestros poetas del gran siglo de firmar algunas de las composiciones de ese
volumen: tal es el fervor cristiano, y la delicadeza de forma y de conceptos que
en ellas resplandece.
CONTESTACIÓN
EXCMO. SEÑOR DON JUAN VALERA
Fácil era de prever, señores Académicos, y bien había
yo previsto, la grande satisfacción que íbamos á tener en
este día, al quedar completamente confirmado por el bello
discurso que acabamos de oir el acierto con que procedi-
mos en la elección del Sr. Menéndez Pelayo para ocupar
un puesto en esta Real Academia.
No era menester, ni para vosotros, ni para cierto círcu-
lo, grande ya en España por fortuna, de personas aficio-
nadas á los estudios serios, que el joven que hoy se sienta
entre nosotros diese de nuevo tan brillante prueba de su
aptitud. La prueba convenía, no obstante, para que la
convicción, que nos ha movido á elegirle á pesar de sus
pocos años, penetrase en otro círculo más extenso, donde
se discurre, se vota y se sentencia sobre méritos litera-
rios, donde la discreción y el recto juicio abundan sin du-
da, pero donde las ardientes contiendas de la política y el
perpetuo afán de la industria y de los intereses materiales
no dejan vagar ni reposo para examinar con detención el
68 . CONTESTACIÓN
valer de las obras de ingenio, sobre todo si éstas requie-
ren, por su índole, examen más profundo que somero.
La gente que pertenece á dicho círculo forma á veces
equivocados juicios, porque falla algo á ciegas, salvo qui-
zá sobre una clase de escritos, cuya lectura se hace con
rapidez y sin esfuerzo de atención, ó sobre otra clase de
escritos, que no es necesario leer, porque se oyen y sirven
de espectáculo: la novela y el drama.
Proviene de aquí que todo el que no es autor dramático
ó novelista tarde más en llegar con su nombre y con su
gloria á ese círculo más extenso. Cuando lo consigue, sue-
le ser en virtud de los continuados encomios y razones de
aquellos sujetos de buen gusto, que viven en el círculo
más pequeño, y que, apartados de la política y de otros
negocios útiles, pero que distraen de estudios y lecturas,
se paran á considerar y á pesar las excelencias de los tra-
bajos de quien por primera vez sale á la palestra literaria.
Algo de esto ha ocurrido con el Sr. Menéndez Pelayo,
el cual goza ya de bastante popularidad, habiendo sido, al
menos en parte, reconocido su mérito; pero no pocas per-
sonas tiran á rebajarle, fundándose en vulgarísimos erro-
res que será bueno desvanecer,
Con dificultad se concede el entendimiento. El entendi-
miento se escatima. ¿Quién no es avaro para darle? Se
diría que lo que da cada uno es como si á sí mismo se lo
quitara. La memoria, en cambio, se prodiga sin pena, co-
mo si no hiciese falta, ó como si no importase alta supe-
rioridad el poseerla. Hasta los mayores enemigos otorgan
buena memoria á quien desean denigrar con sátira encu-
bierta ó implícita en la alabanza. Presumen que la canti-
DE D. JUAN' V ALERA
dad de memoria que conceden la sustraen del entendi-
miento del alabado, cuyos triunfos se explican de manera
menos honrosa, negándole originalidad y fantasía.
En lo expuesto me fundo para no admitir, sin reparos y
restricciones, los desmedidos elogios que oigo hacer por
ahí de la portentosa memoria de nuestro nuevo compa-
ñero.
Imposible es que alguien sea erudito, literato ó sa-
bio, sin buena memoria. Calidad es ésta que se requiere
para cualquiera de dichos oñcios ó profesiones; pero tam-
bién se requiere buena voz para ser orador, y no sabemos
que Estentor perorase más gallardamente que Ulises. Sin
duda que el Sr. Menéndez Pelayo tiene buena memoria;
pero con su buena memoria se hubiera quedado, si no po-
seyese otras facultades más altas, por cuya virtud su buena
memoria le vale. El pintor necesita buena vista, y el mú-
sico, buen oido; pero hay hombres que tienen vista de
lince, y no pintan, ó pintan mal, lo que es peor, y otros
que tienen oidos de tísico, y no cantan ni componen ópe-
ras ni sinfonías; y de la propia suerte he conocido' yo y co-
nozco gran número de personas que tienen muchísima más
memoria que el Sr. Menéndez Pelayo, y que ni llaman la
atención ni escriben hermosos libros y mejores discursos.
La memoria de éstos es como la urraca, que roba de aquí
y de acullá multitud de cosas inútiles, y las amontona en
desorden, y para nada le sirven; y la memoria del Sr. Me-
néndez Pelayo es como la abeja, que también toma, pero
toma con discernimiento y buen tino, la más pura sustan-
cia del cáliz de las flores; y ordenando luego lo que ha
tomado, y prestándole no poco de su generosa y natural
7o ' CONTESTACIÓN
condición, lo convierte en miel, con la cual endulza y de-
leita el paladar de los hombres, y en cera, con cuyo res-
plandor los ilumina, y hace patente la misteriosa belleza
del santuario y los altares.
Entendida así la memoria, ¿cómo negar que es nobilísi-
ma y útilísima facultad del alma? Tal memoria no es da-
ble sin la energía de carácter, sin la constancia, sin la la-
boriosidad, y sin otras virtudes. Y aun así, no bastaría to-
do ello para explicar cómo el Sr. Menéndez ha aprendido,
ha escrito y ha enseñado tanto, siendo tan mozo, si no le
concediésemos igualmente singular rapidez para compren-
der las cosas, y claro y ágil entendimiento para clasificar-
las y ordenarlas, pues sólo lo bien comprendido, clasifica-
do y ordenado se conserva allí, no se borra ni se confun-
de, y acude con prontitud cuando se necesita.
A fin de ser excelente escritor se requiere además, sobre
la memoria que conserva y el entendimiento que ordena,
otra facultad que crea la expresión y la imagen de que el
pensamiento se reviste, y que concierta y enlaza las pala-
bras, por arte no aprendido, para que tejan el discurso con
nitidez, elegancia y fuerza.
Este don de la facundia le posee en grado eminente el
Sr. Menéndez Pelayo. Todos sus escritos dan de ello irre-
cusable testimonio. Casi me atrevo á decir que pecan por
lo fáciles. Tal vez, si el Sr. Menéndez Pelayo fuese pre-
mioso, sería más sobrio, más enérgico, más original en su
estilo. Los escritores que tienen estilo propio no suelen
ser los más disertos. En lo que se hace con extremada fa-
cilidad no se pone tanta parte del alma, no va tanto de lo
hondo y esencial de nuestro ser, como en lo que cuesta
DE D. JUAN VALERA 71
trabajo y en lo que tenemos que emplear todo nuestro em-
puje y ahinco.
Por su facilidad, así como por el grave cúmulo de sus
conocimientos, el Sr. Menéndez ha puesto hasta hoy me-
nos de lo que debiera de su ser en las obras que ha escri-
to. Yo tengo por seguro que, si bien las más son de eru-
dición y de crítica, habría en ellas otra novedad de pen-
samiento, miras más singulares y teorías más propias, si
el Sr. Menéndez no escribiese tan sin esfuerzo. Las ideas
salen á buscarle en tropel, y la palabra adecuada para ex-
presarlas acude ligera y solícita á su labio ó á su pluma.
Esto le impide buscar y hallar en su alma, ó el manan-
tial de donde brotan ideas nuevas, ó el tesoro donde las
más peregrinas y sublimes yacen escondidas y olvidadas.
Sin embargo, el Sr. Menéndez, á pesar de este abando-
no ó descuido, que de su misma facilidad dimana, da ya
muestras de ser lo que llaman ahora un pensador. A través
del conjunto de sus escritos se distingue y señala su per-
sona en la república de las letras, con fisonomía propia y
hasta con misión determinada, por donde acaso, en la his-
toria de nuestro desenvolvimiento intelectual, llegue á
marcar período.
En España, así como en Italia y en Francia, al nacer
las respectivas lenguas-romances, surgió una literatura
propia y castiza, á mi ver ni con mucho tan original como
la de aquellos pueblos cuya cultura fué primordial y no
derivada. La civilización del Lacio no se extinguió jamás
por completo, ni aun en el más apartado rincón del que
fué Imperio de Occidente, dando origen á completa barba-
rie. Los siglos más tenebrosos de la Edad Media más pa-
72 ' CONTESTACIÓN
recen crepúsculo que noche. De aquí que toda literatura
de los pueblos neo-latinos, hasta en su más inicial desa-
rrollo, semeje renuevo, brote y reverdecimiento en el anti-
guo tronco, y no planta nacida de raíz, merced al espon-
taneo vigor de la tierra: sea un reaparecer, un retoñar de
la cultura antigua, nunca muerta del todo. Los más vie-
jos cantares, los más populares romances y las más loca-
les leyendas distan mucho de tener la nativa sencillez, el
virginal hechizo y la vernal frescura de los himnos del
Rig-Veda ó de las rapsodias de la guerra troyana. Lo que
se designa con el nombre de renacimiento no es, pues, sino
la prolongación de la antigua cultura, restaurada desde
que empezó á escribirse algo en las lenguas vulgares neo-
latinas. Nuestras literaturas, lo mismo que nuestros idio-
mas, son vastagos de la literatura é idioma del Lacio.
Con el pleno Renacimiento se estudió, se comprendió y
se imitó mejor lo antiguo. De aquí la distinción, más apa-
rente que real, entre la poesía pupular y la erudita; pero
poco á poco pasó á lo popular todo lo bueno y hermoso
que en lo erudito se había introducido, floreciendo allí y
dando fruto cual bien logrado ingerto. Hay quien sostiene
que esta imitación de lo clásico, del siglo XVI en adelan-
te, quitó originalidad al ingenio de los españoles. Yo en-
tiendo lo contrario, y la historia literaria viene en mi apo-
yo. Nuestro teatro, nuestros mejores romances, nuestra
más elevada poesía lírica y nuestra más bella prosa, son
posteriores al pleno Renacimiento. Posteriores son tam-
bién ambos Luises, Cervantes, Tirso, Calderón y Lope.
La imitación no les quitó las fuerzas y el ser propio. Es
más: la imitación ya existia. Lo que puso en ella el pleno
DE D. JUAN VALERA 73
Renacimiento fué la habilidad que antes no se empleaba.
La imitación no fué mayor, sino más juiciosa y feliz, por
ser ya los modelos mejor estudiados. Este estudio, por úl-
timo, y esta afición á lo antiguo, sirvieron de incentivo y
aguijonearon la inspiración moderna.
De todos modos, nuestra literatura, aunque rica de ele-
mentos propios, está fundada y arraigada en el clasicismo
latino. Tiene además de común con la de muchas nacio-
nes otro elemento esencial, venido de fuera: la religión
cristiana. El genio peculiar de cada pueblo ha prestado
después rasgos diversos á estos elementos importados, y
ha creado cosas distintas; pero lo fundamental de la im-
portación es idéntico siempre, sobre todo en los pueblos
neo-latinos. El mayor ó menor valer de la cultura de cada
uno dependerá, en primer lugar, del mayor ó menor valer
de su genio nacional, que algo añade de su condición y
naturaleza, combina los elementos y organiza el conjun-
to. De esta cuestión de primacía no me incumbe disertar
aquí. Supongamos que los genios de los tres pueblos son
igualmente activos y creadores. En tal hipótesis, no se me
negará que la mayor abundancia de elementos extraños
que han concurrido á formar el habla, la literatura y la
civilización en general de cualquiera de los tres pueblos,
ha de haber hecho esta civilización, y sobre todo esta ha-
bla y esta literatura, más ricas.
Miradas así las cosas, y comparando nuestra cultura
con la de Italia y la de Francia, -salta en seguida á los
ojos una gran ventaja en la nuestra. En el habla y en la
literatura de España entra un elemento que falta casi en
los demás países del Occidente de Europa: el elemento
;4 CONTESTACIÓN
oriental-semítico, traído por los judíos y por los árabes, y
tal vez por los fenicios y cartagineses en más remotas
edades. Pero este elemento, si en la parte léxica es algo
apreciable, pues acaso cuente sobre mil ó mil y quinientos
vocablos, en la sintaxis y en el organismo gramatical ape-
nas lo es, dígase lo que se quiera. Nuestro idioma es ario,
es latino, y propende á arrojar, y arroja de sí, no sólo for-
mas, giros y frases, sino palabras semíticas. La mayor
parte de las que tienen esta procedencia van cayendo en
desuso ó anticuándose, y los que las miramos como pri-
mor, elegancia y riqueza del idioma, á quien prestan á la
vez algo de peregrino y distinto de los otros romances,
pugnamos en balde, ó por traerlas á frecuente empleo, ó
por conservarlas en el habla del día. La ciencia rabínica
y mahometana no pudo ejercer en la nuestra influjo supe-
rior sino en los siglos medios, durante los cuales nos hizo
representar importante papel. Y en cuanto al influjo ará-
bigo y judaico en nuestra bella literatura, bien puede afir-
marse que, hasta por confesión de los más entusiastas
arabistas y hebraístas de ahora, fué y es menor de lo que
en otro tiempo se ha imaginado. Xo obstante, y aunque
le quitemos importancia, es innegable que el elemento se-
mítico, á más de que ha de formar parte de la sangre que
corre por nuestras venas, ha entrado en nuestra lengua y
en nuestra poesía por mucho más que en las de Italia y
que en las de Francia. En cambio, Francia é Italia cuen-
tan con un elemento más rico, más fecundo y más afín,
con el cual apenas hasta hoy contamos nosotros. Este ele-
mento es asimismo más esencial y fundamental.
La lengua latina, de donde la francesa, la italiana y la
DE D. JUAN VALERA 7?
española proceden, es tan antigua en su raíz ó más que la
helénica. El origen inmediato de nuestros idiomas está en
el latín, y no hay para qué ir hasta el griego. Yendo hasta
el griego, pasaríamos de una rama á otra, en vez de acer-
carnos al tronco. Pero lo que acontece con el idioma no
acontece con la literatura. En lo profano, en todo aquéllo
que antes se designaba y comprendía bajo el título de hu-
manidades, esto es, en todo saber, arte y disciplina, que no
tienen algo de revelado y sobrenatural, Grecia es fecunda
y casi única madre de la civilización europea. El mismo
Lacio agreste recibió de ella todo saber, vencido y cautivo
por las letras cuando la venció y cautivó por las armas.
Salvo pocos gérmenes informes de indígena cultura, y
salvo algo propio que pudo añadir el genio de los antiguos
pueblos de Italia, griegos de origen muchos de ellos, todo
fué allí imitación elegante y erudita, pero imitación al ca-
bo, del saber helénico: epopeya, teatro, lírica, filosofía,
historia, y hasta leyes.
Los helenistas españoles, sobre ser pocos, ó no tuvie-
ron disposición para ello, ó no nacieron en ocasión propi-
cia. Lo cierto es que su influjo y su gloria, como tales he-
lenistas, se han encerrado dentro de límites harto mezqui-
nos. Los más célebres lo son por otras aptitudes y traba-
jos. Así Arias Montano, el Brócense, Gonzalo Pérez, el
Padre Scío de San Miguel, Castillo y Ayensa y Conde. El
espíritu de Grecia jamás ha sido estudiado y comprendido
bien en España, sino á través de sus imitadores latinos.
Las huellas del helenismo son, en toda edad, más hondas
en Italia y en Francia que en España. Nuestro clasicismo
español rara vez ha pasado del latín. Con frecuencia se ha
76 CONTESTACIÓN
contentado con estudiar á ios italianos y á los franceses.
Esto nos ha perjudicado mucho. No bebe agua limpia
quien la toma en la derivada corriente, á la que se han
mezclado el caudal de otros arroyos, y tal vez la tierra re-
movida de los bordes, sino aquél que aplica los labios al
mismo manantial de donde brota la abundante vena con
pureza no turbada. Por esto, acaso, si bien nuestras letras
brillan por la pompa, la lozanía y la gala de color y de
adorno, carecen á menudo de aquella corrección y sobrie-
dad, y de aquella mesura llena de buen gusto y de armo-
nía, que en raras ocasiones obtiene el propio instinto como
gratuito don del cielo, y que suelen adquirir y poner en
sus obras los que estudian, contemplan y comprenden, con
amor y entendimiento de hermosura, los inmortales y casi
acabados modelos de la. Grecia antigua.
Este estudio, lejos de destruir la originalidad ó de me-
noscabarla, la ha aumentado y corroborado en Francia y
en Italia, sobre todo desde principios de este siglo ó fines
del pasado, dando extraordinario impulso á la lírica, gra-
cias á la inspiración de Andrés Chénier, de Hugo Foseólo
y de Leopardi.
Lo mismo anhela hacer en España Menéndez Pelayo.
Para ello no basta, ni él posee sólo, la erudición. Nuestro
nuevo compañero posee igualmente el sentido profundo de
la belleza, la capacidad instintiva de percibirla y hacerla
suya, y el amor que infunde. Para ser amado de las Mu-
sas es menester amarlas con amor entrañable, y él las
ama. Para que ellas inicien en sus santos y dulces miste-
rios, y muestren los recónditos tesoros que ocultan al pro-
fano vulgo, es menester vencerlas con el afecto y con la
DE 1). .HAN VALERA
devoción. Es menester que las Musas juzguen al mortal
digno de su favor y confianza, y capaz de transplantar
al suelo patrio, con esmero y sin ajarlas, las delicadas y
mágicas flores que ellas cultivan.
Lo único que para ésto tal vez falta al Sr. Menéndez
Pelayo, no es falta, sino sobra. Su prontitud de compren-
sión y de producción le perjudica. Comprende y expresa
pronto, y de aquí algún desaliño. No hay en él aún aque-
lla escrupulosidad respetuosa, aquel detenido afán que de-
biera. Su Pegaso pide, más que espuela, freno.
A pesar de estos lunares, los versos del Sr. Menéndez
tienen notorio valor: hay en ellos carácter propio; y, sin
dejar de ser españoles y castizos, traen á nuestra poesía
nacional extrañas y primorosas joyas con que nunca ó rara
vez antes se engalanaba.
Si como poeta no es popular aún el Sr. Menéndez, me
atrevo á pronosticar que lo será con el tiempo. ¿Fueron,
por dicha, populares desde el principio Boscán y Garci-
lasso? Así Menéndez, que viene á aportar un nuevo ele-
mento á nuestra patria, tiene que ser al principio tan poco
popular como ellos. Andrés Chénier goza hoy de más fama
que en vida y que poco después de su muerte, á pesar de
que su intervención en la política, su oda contra Marat, y
su fin trágico, debieron realzar su mérito literario y acre-
centar su brillo.
Y no se diga que quien en cierto modo reproduce lo an-
tiguo, ni piensa ni siente como en el día, y que su poesía
es anacrónica. La belleza de la forma es inmortal: no pasa
de moda nunca; y por ella las antiguas imágenes, fábulas
y alegorías, renacen y cobran juvenil frescura, y adquieren
78 • CONTESTACIÓN
significación más alta, cuando una fantasía valiente se
hunde en el seno de las edades remotas, y de allí las trae
á la vida actual y á la luz del sol que hoy nos alumbra.
No de otra suerte robó Fausto del seno de las Madres á la
hija de Leda, la cual apareció tan hermosa y deseable,
como en el momento en que, desde los muros de Ilion,
enamoraba á cuantos la veían, al ir á presenciar la lucha
por su amor entre París y Menelao. El que tiene mente y
corazón, y mira el espectáculo del mundo, de la historia
en su largo proceso, y de la vida humana con sus senti-
mientos y pasiones, se pone en medio del raudal de los si-
glos y del movimiento incesante de las inteligencias, y
cuanto dice es tan nuevo como puede y debe ser, aunque
se revista de forma antigua, si hemos de llamar forma an-
tigua á la forma bella. ■
Para mí, pues, más que por erudito, más que por gra-
mático, más que por humanista, aunque estas condiciones
le hacían idóneo para ser Académico, lo cual, no sólo es
premio y distinción honorífica, sino función ó empleo, el
Sr. Menéndez está aquí por poeta. Mientras que el vulgo
le reconoce y proclama como tal, en lo que si tarda es por
lo insólito ó inaudito de su canto, justo es que le reconoz-
ca y proclame, no la Academia Española, que no debe im-
poner su autoridad ni comprometerla, sino un individuo
de su seno, que espera no ser desmentido, ni por el juicio
de la posteridad, ni por la opinión pública ilustrada de la
edad presente. Yo no le califico declarándole superior á
éste ó al otro compatricio y contemporáneo suyo. Digo
sólo que, si escribe con más cuidado, será más, influirá
más y valdrá más en España, que en Francia Chénier y
DE D. JUAN VALERA
que Foseólo en Italia. Por lo pronto, de lo que menos ca-
rece es de inspiración. Su virtud poética, que no desmerece
de la de aquellos dos ilustres extranjeros que he citado,
campea y da clara razón de sí en traducciones, y también
en obras propias, como la Epístola á Horacio, la Epístola d
sus amigos de Santander, la Galerna, y, sobre todo, los ver-
sos amorosos á Lidia. Si esta dama no es fantástica, y no
creo que lo sea, porque no hay dama fantástica que infun-
da tan verdadera pasión, bien puede andar orgullosa de
haber sido cantada con ternura, elegancia, sencillez y pri-
mor que rara vez se emplean.
Del género de estudios y gustos del Sr. Menéndez Pe-
layo han salido ciertas opiniones que forman sistema: algo
como embrión de una filosofía de la historia. Para cifrar
este sistema en una palabra, me atrevo á inventarla, aun-
que sea larguísima, y le llamo el pan-greco-latinismo. L,2l
soberbia de ingleses, franceses y alemanes, el desdén con
que miran en el día á los pueblos del Sur de Europa, con-
siderándolos irremisiblemente decaídos, cuando no radi-
calmente inferiores, y la conformidad ruin con este desdén
de muchos sugetos descastados, que desprecian la tierra y
la casta de que son por seguir la corriente y mostrarse co-
mo rarísima excepción de la regla, han contribuido tam-
bién, por espíritu de protesta, á que el Sr. Menéndez se
haga pan-greco-latino. El abatimiento, el desprecio de nos-
otros mismos ha cundido de un modo pasmoso; y aunque
en los individuos, y en algunas materias, es laudable vir-
tud cristiana, que predispone á resignarse y á someterse á
la voluntad de Dios, en la colectividad es vicio que postra,
incapacita y anula cada vez más al pueblo que le adquiere.
8o CONTESTACIÓN
Por reacción contra este vicio ha nacido en el alma del
Sr. Menéndez cierto injusto y airado desdén hacia los pue-
blos del Norte, y sobre todo hacia los alemanes, cuyos sa-
bios, dicho sea de paso, son los que mejor nos tratan, los
que más nos estiman, y hasta los que más á fondo cono-
cen ya al Sr. Menéndez, y le celebran, y llegan á reírle
como gracia paradoxal é ingeniosa, y como sátira aguda,
la crueldad con que suele tratarlos. Ha nacido también en
el Sr. Menéndez la creencia de que los pueblos del Medio-
día de Europa son los hierofantes de la humanidad, la
raza civilizadora por excelencia: siendo extraño que coin-
cida hasta cierto punto en tal creencia con un alemán y
con un impío. Haeckel supone que las gentes oíalas,
antropiscas y negras como la tizne, que salieron en ma-
nadas de la Lemuria y del centro de África, no se hicie-
ron parlantes, discretas y progresivas, hasta que pisaron
las orillas de este sagrado mar Mediterráneo, cuyo litoral
y cuyas islas han creado las nobles castas que han traído
la cultura, la libertad y el progreso, las cuales castas, an-
tes de poner la hermosura en el mármol inerte y frío, la
han puesto en sus mismos individuos, blanqueándoles la
piel, afilándoles la nariz, y haciéndolos euplocamos, esto es,
quitándoles las pasas ó los cabellos lacios, y rizándoles
natural y lindamente el pelo. Lo cierto es que las regio-
nes de Europa que el Mediterráneo baña con sus ondas,
y particularmente las tres penínsulas que avanzan en su
seno, la tierra de Pelops y ambas Hesperias, son para el
Sr. Menéndez la patria de la inteligencia, el foco de donde
toda la civilización sana, fecunda y alta, ha irradiado y se
ha difundido por el mundo.
DE D. JUAN VALER A 8i
Todo otro foco de civilización, ó vive de reflejo y de em-
préstito del legítimo foco, ó, si tiene y vierte luz propia,
es bastarda y deletérea.
Nace de aquí el amor, nace de aquí la devoción fervo-
rosa que consagra el Sr. Menéndez al gentilismo heléni-
co; y nace también de aquí su intolerante catolicismo des-
de que empieza la edad moderna. Desde entonces el señor
Menéndez pone sobre todo el ser de católico. Nada bueno
hay que no informe y funde esta religión. La Reforma lu-
terana es un retroceso: algo, en lo espiritual, como lo que
la invasión de los bárbaros y la caida del Imperio Roma-
no fueron en lo temporal siglos antes. El predominio de
la filosofía alemana, en época más reciente, fué otra inva-
sión no menos funesta contra el imperio filosófico de los
pueblos latinos.
Con independencia de su sistema, y por cima de él,
quizá estará en el alma del Sr. Menéndez la fe religiosa.
No me incumbe tratar aquí de ella ni examinar sus quila-
tes. Baste la afirmación, para mi propósito de bosquejar
un retrato literario, de que el ardiente catolicismo del se-
ñor Menéndez cuadra y se ajusta con su sistema.
Asimismo se ajusta con él la constante preocupación
del Sr. Menéndez de incluir en libros y discursos, como
parte de España, todo lo que á Portugal pertenece. Para
el Sr. Menéndez el genio de Portugal es el mismo que el
de España. La ciencia y la literatura españolas no se com-
prenden por completo sin contar con las de Portugal. Por
esto, en el libro del Sr. Menéndez sobre la ciencia en nues-
tro país, en su Historia de los heterodoxos, y en la obra ti-
tulada Horacio en España, que, bajo tan modesto epígrafe,
& CONTESTACIÓN
es una excelente historia crítica de nuestra poesía lírica,
entran sabios, heterodoxos y poetas portugueses.
En el concepto de Historia universal de nuestro joven
compañero, Grecia se adelanta y funda el saber de Euro-
pa, en cuanto tiene de humano. Italia une luego á las na-
ciones, les da lenguaje y leyes, las prepara para recibir el
Cristianismo, y después, en nombre del Cristianismo, si-
gue civilizándolas y gobernándolas durante los siglos me-
dios. El papel de España, esto es, de Aragón, Castilla y
Portugal, no es, por último, menos brillante.
Hecha ya por Grecia é Italia la educación de Europa,
españoles y portugueses, como si la Providencia hallase
estrechos los límites de nuestro continente para encerrar
tan gran civilización, y á fin de ensancharlos ó borrarlos
los suscitase, abren caminos á distantes, inmensos é igno-
rados países; descubren otro mundo en que difundirla, y
la acrecientan á la vez, poniendo la base de toda ciencia
ulterior en el concepto del planeta que habitamos, magni-
ficado y completo por el arrojo é inteligencia de nues-
tros gloriosos navegantes. Éstos, al descubrir la América,
nos dan asimismo idea experimental de las sociedades pri-
mitivas; y al visitar el Asia, nos ponen en contacto con
las antiquísimas civilizaciones y sociedades del extremo
Oriente, preparando la mente humana para que, así como
ha agrandado en el espacio el mundo conocido, haga re-
troceder el término de lo no explorado en el tiempo. Nues-
tros misioneros, además, son los primeros importadores
de idiomas, poesía y saber de los pueblos asiáticos y ame-
ricanos, y, sobre todo, de chinos, japoneses y arios de la
India oriental, por donde ensanchan el horizonte de los co-
DE D. JUAN V ALERA
nocimientos europeos, siembran la semilla de no pocas
ciencias nuevas, como la etnografía y la lingüística, y en-
riquecen con exóticos elementos nuestra imaginación y
nuestras artes.
La parte de España en empresa tan noble casi es supe-
rior á la de Grecia y á la de Italia, si sólo se atiende al pri-
mer impulso; pero el predominio de España es efímero. Su
poder y su virtud pasan á otros pueblos. Lo que España
empieza, Francia, Inglaterra y Alemania lo prosiguen y lo
llevan hasta el punto que alcanza hoy. Ellas realizan la
ciencia experimental que nosotros inauguramos; del cono-
cimiento de este planeta, pasan ellas al más completo co-
nocimiento del sistema solar y del universo todo; y ellas
esclarecen y divulgan, con método, precisión y copia de
datos, el habla, las artes, la religión y la filosofía de los
iranios, brahmanes y demás pueblos del Asia que nos-
otros visitamos antes. El imperio material pasa á sus ma-
nos también. La raza inglesa prevalece en América sobre
la española, y se enseñorea de la India. Por el centro del
Asia se abren paso y llevan la civilización los rusos.
Nuestra primacía fué corta. En todo nos sucedieron; de
casi todo nos despojaron los pueblos del Norte.
Si fuésemos á investigar aquí las causas de esta rápida
decadencia, el Sr. Menéndez y yo estaríamos muy discor-
des Para mí, la causa fué el fanatismo unánime (la uni-
dad de fanatismo) que en hora mala se apoderó de nos-
otros. Los otros pueblos no eran quizás menos fanáticos;
pero como el fanatismo tomó entre ellos diversas y opues-
tas direcciones, los hombres de distintas sectas se comba-
tieron unos á otros, y, no pudiendo destruirse, se allana-
S4 a CONTESTACIÓN
ron á vivir en paz: primero á tolerarse, y después á tener
la libertad, fuente y condición de todo progreso. En Espa-
ña, en los siglos XVI y XVII, merced á lo casi unánime
de las creencias, no hubo guerras civiles religiosas, ni tan-
ta sangre derramada; pero hubo una compresión larga y
continua, que acabó por marchitarlo y matarlo todo. Si
personificásemos á las naciones, yo me fingiría á Inglate-
rra, Francia y Alemania, en medio de sus furores religio-
sos, como á tres matronas, que caen enfermas con fiebre
agudísima, acompañada de violento delirio y de todo lina-
je de perversas erupciones, pero que al fin sanan, convale-
cen, desechan el mal humor, y se ponen más robustas
que nunca; y á España me la representaría como á otra
matrona, que no tiene más que una calenturilla lenta y
suave (no puede hacerse más benigna apología del régi-
men inquisitorial), pero esta calenturilla persiste tan te-
naz y tan sin tregua, que estraga la salud de la matrona,
y la enflaquece y desmedra, hasta que acaba por parecer
un esqueleto. Así España al terminar la vida y el reinado
de Carlos II. Verdad es que florecieron, en medio de aquel
fanatismo, las letras y las artes; pero á la manera del
tronco de un árbol, si se cubre de enredaderas, hiedra y
otras plantas parásitas, parece más verde, lozano y visto-
so, hasta que, oprimido por aquello mismo que tanto le
adorna, se seca y se consume.
En aquella virtud que nos animaba y engrandecía, iba
el germen corruptor que había de perdernos. El Sr. Me-
néndez Pelayo, con todo su ingenio y erudición, no nos
demostrará que, en medio del resplandor de nuestras ar-
tes y amena literatura, no acabásemos por ser inertes para
DE D. JUAN VALERA 85
toda alta cooperación científica, y ciegos y sordos para ver
y oir el movimiento de las ideas y el extraordinario pro-
greso de aquellos siglos.
Si de ésto se tratara, nuestros discursos serían una con-
troversia. El mío sería, ó procuraría ser, la más completa
refutación del de nuestro joven compañero.
Por fortuna, el Sr. Menéndez ha elegido asunto dentro
del cual estamos en perfecto acuerdo. No me toca más
que ampliar ó comentar ligeramente lo que él dice, corro-
borando sus afirmaciones.
En medio de aquella tiranía mental de los siglos XVI
y XVII, cuando la razón de Estado y el fanatismo unáni-
me, fiero sufragio universal, se aunaron para obligar á to-
dos los españoles, á las vencidas minorías, á que creye-
sen, pensasen y sintiesen lo mismo, haciendo embusteros
ó hipócritas, ó matando toda iniciativa de pensamiento,
algo que está por cima de toda ley se eximió de la tiranía,
y allí fué el hombre plenamente libre y dueño de sí: sus
fueros, sus bríos; stis pragmáticas, su voluntad. En la práctica,
este templo, este asilo, donde custodiaba el hombre lo que
ahora llamaríamos sus derechos individuales é ilegislables,
era la honra. El Rey era señor de vidas y haciendas. Po-
día matar y podía confiscar. En lo temporal, la Majestad
humana era omnipotente, como en lo eterno la Majestad
divina; pero la honra se sustraía á su pleno poder. Como
dice el poeta español, espejo de su siglo, el poeta español
por excelencia entonces, la honra
Es patrimonio del alma,
Y el alma sólo es de Dios.
86 • CONTESTACIÓN
De la misma suerte, en lo especulativo, en la esfera del
pensamiento, por cima del discurso, del raciocinio y de
otras facultades, hay una potencia sublime, intuitiva, la
inteligencia simple, que, movida por el entusiasmo, y al-
zándose en alas del amor, busca en el alma misma, donde
hay campos sin término en que explayarse, lugar sacratí-
simo en que ser libre y soberana. Allí, en el centro del
alma, adecuado y único trono de esa elevadísima poten-
cio suya, asiste Dios, y allí el alma le halla, y, por inefa-
ble misterio, se transforma en Dios, sin dejar de ser el
alma individual humana. Los espíritus libres de los espa-
ñoles de aquella edad, huyendo de la compresión, tal vez
sin darse cuenta, buscaban este refugio. Tal vez la misma
compresión en que gemían les prestaba más fuerza, más
alcance y más certera dirección para penetrar y ahondar en
los abismos de la mente, como la bala que, mientras más
forzada está dentro del tubo de hierro que la oprime, sale
más rectamente disparada, y va más lejos, no bien la pólvo-
ra se inflama, dilata el aire y la empuja. Por esto la primera
calidad que distingue al misticismo español, es la de ser
más intenso y penetrante que los otros. Vuela y ahonda
más, y se extravía menos. Se diría que toda la serena clari-
dad del espíritu se guarda para él. Como hábiles acróbatas
que fuesen por cuerda sutil, extendida sobre precipicios es-
pantosos, así van nuestros místicos, llenos de confianza y
denuedo, á buscar á Dios, á unirse con él, á poseerle y á po-
nerle en todo lo creado, sin caer en el panteísmo egoteista ó
sujetivo, y sin quitar á Dios la personalidad, endiosando
la naturaleza. La realidad del Universo, la responsabili-
dad de nuestros actos, nuestro ser individual, nuestro li-
DE D. JUAN VA LERA 87
bre albedrío, todo queda á salvo, hasta en los momentos
de más íntima unión del Criador y de la criatura. Nues-
tros grandes místicos jamás tienen el egoísmo negativo é
inerte de los de otros países, en quienes el alma se aniquila,
se pierde en la infinita esencia, y, absorbida en el Ser, en
el Ser se reposa y aquieta como en la Nada. En nuestros
grandes místicos sólo en un instante inapreciable puede
haber aparente aniquilamiento, completa efusión de lo
finito en lo infinito. El metal en la fragua parece fuego y
no metal; pero sale de allí mejor templado y con propie-
dades de instrumento idóneo para mil operaciones útiles.
Así también el alma de nuestros místicos sale de su unión
con Dios más hábil é idónea para la vida activa. Y no se
enfría como la herramienta cuando sale de la fragua, sino
que guarda en sí aquel fuego de amor divino, y en todo le
pone. Dios no la abandona. El alma sigue llena toda de
Dios, después que una vez le ha poseído, y le lleva y le
siente en su centro, y le siente además en todos los seres,
así semejantes suyos como no semejantes, animados é ina-
nimados. Y este fuego, que saca el alma y que no pierde,
es fuego de caridad, es el amor por amor de Dios, que
vence en violencia y en útil actividad á todo otro amor de
fundamento profano. Sin creer el alma que todo es Dios,
cree que todo está en Dios, y que Dios está en todo, y lo
respeta y lo ama todo, y aun en cierta manera lo adora
como divino. Nada hay feo, ni deforme, ni inmundo. El
sentimiento de la presencia divina hermosea la fealdad y
limpia la material impureza, prestándoles aquella expre-
sión que Murillo y turbarán sabían dar á sus frailes más
rotos, sucios y demacrados.
88 • CONTESTACIÓN
En lo práctico de la vida se refleja este misticismo ge-
neroso, y produce maravillosas obras. Así nuestros misio-
neros y fundadores, entre los que descuellan Juan de Dios,
Antonio de Padua, José de Calasanz, Iñigo de Loyola y
Francisco Xavier, apóstol de Oriente. Estos hombres, que
la Iglesia pone en el número de los Santos, y la más des-
creída filosofía no puede menos de contar entre los más
ilustres bienhechores del humano linaje, no van sólo á di-
fundir por el mundo la fe cristiana y á enseñar la religión
á las gentes, sino á enseñarles también todas las artes,
toda la superior civilización de los pueblos de Europa. Y
en tan gigantesco propósito, que tanto ha influido en el
progreso de la humanidad, divulgando nuestro saber en-
tre los pueblos bárbaros y salvajes, y trayendo de ellos á
Europa cumplida noticia de sus lenguas, ideas, costum-
bres, usos y leyes, nadie se ha señalado más que la Com-
pañía de Jesús, creación del genio español, y una de sus
mayores glorias. Los que yo juzgo extravíos de la Com-
pañía, su guerra declarada al espíritu del siglo y su lasti-
mosa alianza con los hombres del régimen absoluto, que
tan tiránico y feroz fué contra ella en el siglo pasado, no
han de impedirnos que en su empezar la ensalcemos. Para
ponderar sus pacíficas y civilizadoras conquistas, que aun
en vida de su fundador llegan á los últimos términos de la
tierra, no hay en la historia real encarecimiento que sa-
tisfaga; y tenemos que apelar, á fin de hallarle, á la fábu-
la vetustísima de la expedición triunfante y benéfica de
Osiris.
Fundamento de todo ello fué el misticismo español, tan
penetrante y tan hondo, y del cual sale el alma muy infla-
DE D. JUAN VALERA 8cj
mada de caridad, y muy apta y alerta para las luchas de la
vida. Y no se entienda que sólo al llegar el alma á la per-
fección que anhela pasa de la contemplación á la actividad
y es útil al prójimo. Antes al contrario, durante toda su
peregrinación, la actividad exterior es necesaria, y en esto
se distingue la mística ortodoxa de otros misticismos que
requieren ó recomiendan la inercia. Es cierto que entre la
vida activa y la contemplativa, Cristo prefirió la contem-
plativa, diciendo que María, escogió la mejor parte; pero al
decir la mejor parte, dio á entender que la vida consta de
pensamiento y de acción, y así la vida mixta, que abraza
lo más perfecto que hay en la acción y en la contempla-
ción, es la que nuestros autores ponen por cima de las
otras, sosteniendo que la contemplación no llegará nunca
á ser perfecta, si el amor de Dios, que en ella se emplea y
ejercita, no se difunde también en utilidad de nuestros se-
mejantes. De aquí que para distinguir la contemplación de
buen espíritu de la falsa ó de espíritu malo, haya una re-
gla general infalible, dada por el divino Maestro: Por los
frutos se conocen los árboles donde nacen. La piedra de toque,
pues, que sirve de contraste y aquilata la bondad de la
vida contemplativa, está en las obras. Y no ya en lamerá
contemplación, pero ni en los grados más altos de este as-
censo del alma hacia el Ser divino, la actividad y las obras
se perdonan; antes, mientras más señalados son los dones
del cielo, hasta cuando se descorre el velo de la fe y viene
á haber como un rompimiento de los muros de esta cárcel
en que vivimos, y el alma ve cara á cara al Bien infinito y
se une á él con abrazo indisoluble, no es para que se
aquiete y descanse en tanto regalo, sino para que tome
CONTESTACIÓN
fuerzas y prodigue en bien del prójimo todas las virtudes,
«in lo cual el alma, á pesar de los favores recibidos, que-
daría desmedrada y con corto merecimiento, y por lo mis-
mo que ya ha recibido favores, sería, con justicia, tildada
de ingrata.
Por otra parte, la contemplación, la visión intelectual
infusa, el punto más sublime á que puede llegar el alma
durante nuestra vida mortal por esta senda mística, no
puede durar más que un pequeño momento, como si de re-
pente se abriera la secretísima puerta del abismo del alma
y su luz la inundase é iluminase, y viese ella las cosas
todas con tal claridad, como si en la propia esencia divina
las viera. Y esta visión, aunque pasa, queda esculpida en
la memoria, y deja tan ilustrada al alma, y con tales de-
seos de merecer nuevos favores, que la guía y la induce á
hacer obras para merecerlos de nuevo y agradecer los ya
recibidos.
Otra excelencia avalora también nuestro misticismo. El
esfuerzo poderoso de la voluntad para buscar á Dios en lo
más íntimo, en el ápice de la mente, lleva al alma á ob-
servar y penetrar sus ocultos senos, como los psicólogos
más pacientes y sutiles tal vez no lo hacen: por donde se
halla con frecuencia, por propedéutica de la mística, una
aguda psicología, un estudio claro del yo, con todos sus
afectos, facultades y propensiones.
El misticismo, sin embargo, tiene siempre inconvenien-
tes y peligros gravísimos, y en España los tuvo mayores
porque fué mayor que en otros países, viniendo á degene-
rar y á corromperse pronto, como toda nuestra cultura.
Los medios de llegar por él á la perfección son la voluntad
DE D. JUAN VAJLERA 91
y la inteligencia; pero la inteligencia no va lentamente
analizando, deduciendo y raciocinando, sino que, arreba-
tada por el amor, se remonta á la intuición de un vuelo,
y alcanza, ó cree alcanzar, la verdad en el éxtasis y en el
rapto. De aquí que cualquiera persona, por simple é ig-
norante que fuere, podrá aspirar á la unión con Dios,
guiada sólo por el afecto fervoroso.
De aquí el abandono de la observación paciente de los
fenómenos, la inacción del natural discurso en la tarea de
averiguar las causas, la calificación del pensar de funesta
manía, y el abuso y la perversión de aquella sentencia, tan
hermosa si se interpreta y se aplica bien, de que los que
no son simples por naturaleza, deben serlo por gracia.
Otros grandes escollos del misticismo hicieron zozobrar
también la nave del ingenio español.
El alma que busca á Dios en su centro debe apartarse
y aislarse de los sentidos, borrar las impresiones que por
ellos recibe, desnudar la memoria y hasta despojar de imá-
genes la interior fantasía, para que la inteligencia pura, en
toda su admirable simplicidad, vea á Dios y como que se
compenetre y confunda con él. Larga y fatigosa es la vía
que tiene que hacer el alma para llegar á este término, si
término puede llamarse lo que en realidad no le tiene.
Para nuestros místicos ortodoxos, que jamás caen en el
panteísmo, no es posible que el alma se transmute en la
divina naturaleza, aunque participe de ella, por donde á
los que á tan alto grado suben los llaman deiformes ó
transformados en Dios. Y en esto, por la intensidad, pol-
la duración, y por la mayor ó menor plenitud de la gra-
cia, de la caridad y demás dones con que la participación
ga CONTESTACIÓN
se hace, hay grados y excelencias hasta lo infinito, que los
místicos, en su sutilísima y profunda ciencia, declaran y
clasifican como pueden. De todos modos, aun para llegar
al más ínfimo de estos grados, aun para llegar, valiéndo-
nos de las expresiones figuradas de que los místicos se va-
len, á besar, como la Magdalena, los pies de su Redentor
divino, el alma tiene que hacer muy larga peregrinación,
durante la cual el amor la conduce; pero el amor puede ex-
traviarla, y, aun antes de extraviarla, causarle una enfer-
medad ó dolencia, si muy sublime, muy peligrosa también,
porque el alma, atacada de mal de amores, se ve como
pendiente entre la tierra y el cielo; desdeña ya las cosas
terrenales, que le dan fastidio, y no logra todavía compren-
der ni gozar las divinas. Tal situación es de mucho peli-
gro, porque en ella el alma puede fijarse en algún ser crea-
do, y consagrarle toda la adoración que para Dios lleva
consigo. Tal vez así se explique el amor refinado y meta-
físico por la mujer, la idolatría del caballero por su dama
y la del poeta por la beldad que inspira sus cantares; lo
cual, aunque nos hechice y aunque lisonjee á las mujeres,
no es sino aberración y herejía del misticismo legítimo y
ortodoxo. Es más; como entre los pueblos antiguos, aun-
que en todos hubo misticismo, apenas se halla rastro de
este amor idólatra á las mujeres, ni tampoco se halla en
los primeros siglos de la era cristiana, yo me inclino á
pensar que en la creación de este misticismo galante entró
por mucho la veneración supersticiosa de celtas y de ger-
manos hacia las mujeres, influida y hermoseada luego por
doctrinas católicas. Tal vez el elemento céltico tenga más
parte que el germánico en la creación de esta bella y sin-
DE D. JUAN V ALERA g3
guiar herejía, donde la mujer amada es como diosa para
el caballero ó poeta que la sirve, á quien se encomienda de
todo corazón, por quien hace penitencia; á quien debe, ó
cree deber, la valentía de su ánimo, el esfuerzo de su bra-
zo y las altas inspiraciones de su ingenio; á quien consa-
gra su vida y rinde culto; por quien tiene devoción y ver-
dadera religión, y de quien dice, no por encarecimiento
poético, sino con todas veras y con toda la trascendencia
de la frase, lo que Calisto de Melibea cuando le pregunta
Sempronio si es cristiano: — «Yo melíbico soy, é á Melibea
adoro, en Melibea creo, y á Melibea amo.» — Esta mística
adoración de la mujer tiene por un lado extraordinarias
bellezas, no sólo poéticas, sino morales. Ella inspiró,
sin duda,
Al dulce vate, de caliope labio,
El que al amor desnudo en Grecia y Roma,
De un velo candidísimo adornando,
Volvió al regazo de la Urania Venus;
pero, por otra parte, no está bien que de la exaltación
apasionada por un ser finito y perecedero se haga funda-
mento de toda hazaña y de toda obra buena. Así la mujer
amada viene á ser como símbolo, alegoría ó personifica-
ción visible de la misma divinidad ó de alguno de sus
atributos. La mujer amada es la fuente de la gracia, la
dispensadora de la bienaventuranza, la creadora de toda
virtud. «Sus ojos, dice Dante de Beatriz, llueven llamitas
de fuego, animadas de un espíritu tan gentil que crea todo
buen pensamiento.» Naturalmente de esta elevación de la
94 CONTESTACIÓN
pasión humana amorosa, hasta una potencia y un valor
divinos, nacen mil ricas ideas; pero también suelen nacer
otras altamente perturbadoras é inmorales. La relación
entre dos que de tal suerte se aman está por cima, ora lo
disimulen unos, ora otros lo dejen entrever, ora otros lo
declaren con franqueza, de todo lazo social y religioso.
Se diría que un sacramento más alto invalida ó anula el
vínculo que la ley civil ha formado y que la religión posi-
tiva ha santificado. El amor místico á la mujer no respeta
nada. Los prototipos de este amor, en la Edad Media, ce-
lebrados por todos los trovadores y cantados en todas las
lenguas de Europa, fueron Lanzarote y Ginebra, y Tris-
tán é Iseo, llegando, en la última historia amorosa, á po-
nerse el cielo en contra del marido agraviado y en favor
de los malogrados amantes, sobre cuyos unidos sepulcros
nace un maravilloso rosal, siempre cubierto de blancas
rosas. Y no se diga que en la mayor parte de los casos
este amor es tan sin malicia y tan del espíritu que no ofen-
de ni mancha. Ciertamente el conde Baltasar Castiglione,
en su Cortesano, describe este amor con suma elocuencia
y filosofía, llamándole amor virtuoso, para distinguirle
del amor vicioso; pero, en gracia de la misma virtud del
amor, da anchuras á sus límites, en mi sentir extremadas,
llegando á consentir cosas al virtuoso que al vicioso en
manera alguna concede, pues afirma que la dama, «por
contentar á su servidor en este amor bueno, no solamente
puede y debe estar con él muy familiar, riendo y burlan-
do, y tratar con el seso cosas sustanciales, diciéndole sus
secretos y sus entrañas, y siendo con él tan conversable,
que le tome la mano y se la tenga, mas aun puede llegar,
DE D. JUAN VALERA <p
sin caer en culpa, por este camino de la razón, hasta be-
salle». Y, para cohonestar tan grato y amplio permiso,
trae una singular teoría del beso, suponiéndole de todo
punto espiritual en los que andan divinamente enamora-
dos. El razonamiento de Castiglione no me convence, á
pesar de aquel testimonio de Platón con que le ilustra y
trata de probar que el beso es unión de almas, ya que á
Platón se le vino la suya á los dientes una vez que besó á
su amiga; pero, aun cuando el razonamiento me conven-
ciera, todavía la adoración galante y sacrilega entre dos
seres humanos, aunque tenga más brillante poesía, no la
tendrá tan sólida y sana como el afecto natural de la es-
posa á su esposo, el santo cariño del hombre á la madre
de sus hijos, y el respeto que inspira la honrada y virtuosa
matrona. Por otra parte, esta idolatría alambicada de la
mujer casi siempre se opone á la conveniente y recta esti-
mación que es justo que de ella se tenga. Donde el misti-
cismo la endiosa en sus fugaces arrobos, las almas, que
no todas suelen arrobarse, ó que no están arrobadas de
continuo, la menosprecian y denigran. No hay el justo
término medio, ni el puesto digno que debe ocupar la no-
ble compañera de nuestra vida, quien no es divinidad, pero
no es vil esclava; quien no es breve cielo, pero tampoco es
lodo inmundo. Cornelia, Octavia y Porcia, jamás fueron
amadas místicamente por sus maridos. El Cid y García
del Castañar tampoco aman místicamente á sus mujeres.
Por eso son ellas más respetables y simpáticas que la ma-
yor parte de las damas de Calderón, en las que se advierte
que el amor que inspiran, cuando no es feroz y salvaje,
como en No hay cosa como callar, es tan pasado por alam-
g6 • CONTESTACIÓN
bique, que se evapora la verdadera pasión, y sólo quedan
en el fondo de la retorta, ergotismo escolástico, discreteos
y sutilezas.
Otras varias corrupciones ha habido también en el mis-
ticismo de España. Tal místico no ha sabido libertarse de
la baja sensualidad, y la ha puesto en sus altos amores;
tal otro, á fin de tener libre el alma de esta sensualidad,
la ha satisfecho, como quien se aligera de un peso incó-
modo para su peregrinación en busca del bien infinito; y
tal otro, en vez de amarlo todo por amor de Dios, lo ha
aborrecido todo: de donde el menosprecio de cuanto hace
grata la vida, apacible y amena la sociedad, y más her-
mosa, ó si se quiere menos fea, nuestra forma temporal en
este globo que habitamos. Fuerza es confesarlo: el desali-
ño, la zafia rustiqueza y el más asqueroso desaseo, han
sido á menudo prendas de los místicos. Esto ha trascen-
dido al desenvolvimiento total de España, la cual ha des-
cuidado sus intereses, su industria y las artes de lujo y
deleite, y ha caido ó ha vivido siempre en pobreza, con re-
lación á la material prosperidad de otras naciones.
En el amor de Dios no hay el exclusivismo de donde
nace la rivalidad. El místico ama á Dios mientras más se-
ñales ve en las criaturas de que por Dios son amadas. Le-
jos de tener celos, lo que desea es que todas las criaturas
le amen y le adoren y alcancen su gracia; pero á veces,
de estas finezas del amor á objeto tan soberano proviene
en los místicos, y singularmente en los españoles, una pa-
sión deplorable: los celos, en nombre de Dios y por Dios,
de toda infidelidad que sus adoradores puedan hacerle; el
afán de vengar esta ofensa y de castigar este adulterio que
DE D. JUAN VALERA 97
el alma humana extraviada é infiel hace á su Esposo y Re-
dentor divino. De esta suerte, y por espantosa contradic-
ción, en las puras llamas de la caridad suele encenderse
el furor de la más cruel intolerancia, y aun llegar á pren-
derse fuego á las hogueras, en que, renovando el culto de
Moloch, hemos quemado vivos á nuestros hermanos.
Por esta levadura de corrupción vino en España á de-
generar, en la práctica, el misticismo, hasta parar á fines
del siglo pasado en el lascivo desenfreno de la beata Do-
lores, y en el siglo presente en los ridiculos y falsos mila-
gros de alguna monja vulgar y trapacera.
El influjo del misticismo en nuestra poesía ha sido gran-
de, si bien no ha dado el misticismo exclusivo asunto á
otro género que no sea el lírico. El Sr. Menéndez ha des-
lindado la diferencia que hay entre la poesía devota, reli-
giosa y ascética, que es abundante en nuestro país, y la
puramente mística, que es poca.
Esta ha florecido, en los siglos medios, entre los judíos
de España, sin librarse casi nunca de la nota de panteís-
mo, pero elevándose á la mayor sublimidad, como en Ibn
Gebirol, por ejemplo.
Extraño es que entre los mahometanos españoles no se
hayan encontrado aún ni rastros de misticismo en verso,
siendo, como son, tan místicos Ibn Tofail y algunos otros
filósofos y prosistas.
En cuanto á nuestra poesía mística cristiana, ya el se-
ñor Menéndez ha hecho de ella interesante historia en su
bello discurso. ¿Qué podré yo añadir?
Casi todos nuestros poetas, y muy especialmente en los
siglos XVI y XVII, edad de oro de nuestra literatura, han
g8 • CONTESTACIÓN
escrito rimas sacras, romances á lo divino, canciones, glo-
sas, letrillas, villancicos y otras clases de versos devotos.
Los cancioneros y romanceros espirituales contienen pre-
ciosas joyas; pero en ellas no hay, por lo general, misticis-
mo. Sin embargo, el influjo del misticismo se revela allí
con frecuencia en cierta santa familiaridad y en cierta in-
timidad entrañable con las cosas divinas, como de per-
sonas que las aman, que de continuo las tratan, y que
las llevan muy arraigadas en el corazón. De aquí que ave-
ces, no en los versos pulidos y artificiosos, no en los es-
critos por el estilo más elevado, sino en las letrillas villa-
nescas y en los romancillos pastoriles, entre el candor y
la sencillez de la frase, y á través de la rústica y casi in-
fantil naturalidad de imágenes y pensamientos, se note
dulce sabor como de bienaventuranza, crea respirar el
alma y hasta inundarse en ambiente del cielo, y columbre
súbitas iluminaciones de algo á modo de ciencia infusa,
con arranques maravillosos que la transportan á lo más
encumbrado del pensar y á lo más hondo del sentir. Ta-
les efectos no pueden menos de producirse hasta en la
mente de sujetos descreídos, si estos sujetos entienden y
saben penetrar la poesía, al leer el romancillo de Lope
que empieza:
Estábase el alma
Al pié de la sierra,
Del humano engaño
Perdida y contenta;
la canción que tiene por estribillo
DE D. JUAN VALERA
Cantad, ruiseñores,
Á la alborada,
Porque viene el Esposo
De ver al alma;
y muchas composiciones más que pudiéramos citar de Da-
mián de Vegas, de Fr. Ambrosio Montesino, de Valdi-
vieso, de Gregorio Silvestre, de Luis de Ribera y de
otros.
Tampoco Fr. Luis de León, aunque siempre religio-
so, es poeta místico sino por momentos. Su inteligencia
se extendía sobre todos los seres, y su lira tenía todos los
tonos. El sentimiento de la naturaleza era en él muy vivo.
Su hermosura le enamoraba, y en ella buscaba á Dios,
como si ella fuera el espejo en que Dios se mira y el in-
menso hieroglífico donde se revelan los misterios de su
bondad y de su poder para el que sabe leerle. Así es que
fray Luis busca á Dios por efusión del alma en lo creado;
rara vez le busca por introversión, hundiéndose en su
centro. La más propia inspiración de Fr. Luis se cifra
en el título de una de sus odas, que dice: En loor y honra de
Dios, nuestro Señor, tomando ocasión de las criaturas.
¡Ay orbes celestiales,
Cuan bien me da á entender vuestra figura
Los rayos divinales,
La gloria y hermosura
Que tiene el gran pintor de esta pintura!
En Fr. Luis hay mucho de objetivo para ser místico;
[QO • CONTESTACIÓN
más bien es teósofo. Es asimismo un vate asceta y peni-
tente; pero en su penitencia, en su mortificación, halla
una paz santa y sublime, una tranquilidad digna sólo del
sabio, y un noble y fecundo reposo, que hacen el principal
hechizo de sus versos:
No busca los favores
Que al ambicioso traen desvelado
En casas de señores,
Mas antes retirado
Goza su suerte y su feliz estado.
No tiene desconsuelo,
Ni puede entristecerle cosa alguna,
Porque es Dios su- consuelo;
Ni la varia fortuna
Con su mudable rueda le importuna.
La casa y celda estrecha
Alcázar le parece torreado,
La túnica deshecha
Vestido recamado
Y el duro suelo lecho delicado.
El cilicio tejido
De punzaduras cerdas de animales,
Que al cuerpo trae ceñido,
Aparta de él los males
Que causa el ciego amor á los mortales.
DE D. JUAN VALERA 'OI
La disciplina dura
De retorcido alambre le da gusto,
Pues cura la locura
Del estragado gusto,
Que huye á rienda suelta de lo justo.
Por lo demás, mezclada siempre con el acetismo cris-
tiano y con el vivo sentimiento amoroso por la naturaleza,
reluce en Fr. Luis la plácida serenidad del sabio antiguo,
algo de la soberbia independencia del estoicismo gentílico,
si bien templado por la mansedumbre cristiana:
Dichoso el que jamás ni ley, ni fuero,
Ni el alto tribunal, ni las ciudades,
Ni conoció del mundo el trato fiero;
Que por las inocentes soledades,
Recoge el pobre cuerpo en vil cabana,
Y el ánimo enriquece con verdades.
Cuando la luz el aire y tierras baña,
Levanta al puro sol las manos puras,
Sin que se las-aplomen odio y saña.
Sus noches son sabrosas y seguras;
La mesa le bastece alegremente
El campo, que no rompen rejas duras.
Lo justo le acompaña y la luciente
Verdad, la sencillez en pechos de oro,
La fe no colorada falsamente.
De ricas esperanzas almo coro
Y paz con su descuido le rodean
Y el gozo cuyos ojos huye el lloro.
roa • CONTESTACIÓN
En muchas ocasiones tal vez se trasluce algo de misti-
cismo; pero, ya mezclado con la moderación en los deseos
propia del sabio antiguo, ya con el orgullo noble del filó-
sofo; por manera que no se acierta á distinguir bien cuá-
les han sido las verdaderas fuentes de su inspiración, ó si
todas ellas han mezclado sus raudales y han entrado con
ímpetu y de consuno en el corazón del poeta para dar ser
á sus mejores estrofas. Así, por ejemplo, cuando dice al
tirano que le amenaza con hierro y fuego, tal vez á la In-
quisición que le perseguía:
¿Qué estás? ¿No ves el pecho
Desnudo, flaco, abierto? No te cabe
En puño tan estrecho
El corazón que sabe
Cerrar cielos y tierra con su llave.
Y como ejemplo de moderación:
Quien de dos claros ojos
Y de un cabello de oro se enamora,
Compra con mil enojos
Una menguada hora,
Un gozo breve que sin fin se llora.
Dichoso el que se mide,
Felipe, y de la vida el gozo bueno
A sí solo le pide,
Y mira como ajeno
Aquello que no está dentro en su seno.
DE D. JUAN VALER A io3
Sin embargo, si hemos de creer al P. Fr. Juan Bautista
Lisaca, una composición en redondillas, titulada Estímulo
del Divino Amor, es obra de Fr. Luis, y, en este caso, fray
Luis ha escrito algo completamente mistico. El crítico que
en 1782 publicó la segunda edición de Los grados del amor
de Dios, del citado Lisaca, donde el Estímulo va incluido,
halla en esta composición algunas puerilidades, y, aunque
sólida doctrina, un modo de verterla zonzo, frío y cansa-
do; pero, á mi ver, se deja arrastrar de las preocupaciones
literarias de su época al formar tan duro juicio. El Estí-
mulo tiene mérito, sea ó no de Fr. Luis, y quizá en los de-
fectos que el crítico nota estriben sus mayores bellezas,
porque lo natural y lo espontaneo del estilo hacen resal-
tar la grandeza del asunto. No puede negarse, por eso, que
el prosaísmo y la sequedad deslucen hartos aciertos y pri-
mores, y afean en parte el Estímulo, así como afean los
muchísimos versos con que el P. Lisaca adorna sus Gra-
dos del amor de Dios, lo cual consiste, en mi sentir, en que
aquellos poetas iban ceñidos á la ciencia por el miedo de
extraviarse, definiendo y explicando con rigor dialéctico,
encadenada y medrosa la imaginación, abatido el vuelo del
entusiasmo, y sus alas oprimidas por la pesadumbre de
doctrinas, minuciosamente determinadas ya, y de que no
era lícito apartarse. ¿Qué atrevimientos dichosos no hu-
bieran tenido, á qué esferas no se hubieran elevado nues-
tros místicos, exentos de este temor? Aun así, no pocos,
sobre todo en el siglo XVI, tuvieron dichosos atrevimien-
tos, y alcanzaron peregrina originalidad en verso y prosa.
Entre todos, y concretándonos al verso, descuella el ami-
go de la admirable Doctora Santa Teresa, su predilecto
104 CONTESTACIÓN
hijo espiritual, San Juan de la Cruz, dechado de perfec-
ción en este género. Toda la mística teológica está cifrada
en los versos de este divino poeta; y aunque el Sr. Me-
néndez haya dicho bastante de él, puede añadirse muchí-
simo más, y algo añadiré yo, seguro de que asunto tan ex-
tenso, tan grave y tan alto, no se agota; ni puede cansar,
como no sea por la impericia pecadora del que en esta oca-
sión le trata y expone.
Si hubiéramos de juzgar sólo los versos de San Juan de
la Cruz por su sentido literal y por la belleza de la forma,
pronto estaría acabada nuestra tarea. Los versos son be-
llísimos hasta por su sencillez, y los mejores, á modo de
idilio ó égloga, donde el Esposo y la Esposa, enamorados
ambos, entienden y hablan dulcemente de sus amores; pero
bajo la corteza de esta linda alegoría, donde pone el poeta
todas las galas de la poesía oriental, y hermosos cuadros y
pinturas de la vida campestre, hay un profundísimo senti-
do, que el Santo desentraña y explica con elocuencia ini-
mitable en los tres divinos comentarios, que llevan por
título: Noche oscura del alma, Declaración del cántico espiritual
y Llama de amor viva.
Á ñn de entenderlo bien es menester haberlo sentido y
experimentado, porque es psicología experimental, si bien
tan alta, que se eleva y trasciende á la metafísica ó cien-
cia primera más sublime y tenebrosa, porque ciega y crea
tinieblas la opulencia de su luz, cuyas verdades, aunque
logre el alma percibirlas, no hay lengua humana, por elo-
cuente que sea, que atine á expresarlas con la debida cla-
ridad.
Toda la ciencia y todo el arte de la mística se resumen
DE n. JUAN VALERA to5
y contienen, como dice el doctor seráfico San Buenaven-
tura, en estos tres puntos: ¿Quién soy yo? ¿Quién es Dios?
¿Cómo Dios y yo seremos una misma cosa? Implica lo
primero el conocimiento de sí mismo. Lo segundo, un es-
tudio teológico del Ser Supremo, á quien no conocemos
bien por la razón y debemos verle en la oscuridad de la fé.
Y lo tercero se logra sólo después de la contemplación so-
breesencial, alzándose el alma, abstraída de toda imagen
y de toda idea que no sea, Dios mismo, por cima de su
propia esencia creada, y subiendo hasta el ser increado del
alma, que es su centro. El centro del alma Dios es, dice el
Santo. Sólo la mente introversa, la inteligencia desnuda y
reconcentrada en lo más hondo, en el abismo, en las en-
trañas del espíritu, puede llegar hasta Dios y sentir allí
como su respiración. Siente el alma la respiración de Dios,
y por eso dice la canción en tu aspirar sabroso: punto en el
cual el Santo abandona ya el comento, exclamando con el
bello candor de su estilo: Veo claro que no lo tengo de saber
decir y parecería menos si lo dijese.
Antes de subir á esta contemplación extática, hay, se-
gún hemos indicado varias veces, una prolija y penosa pe-
regrinación que hacer, cuyo itinerario y trámites traza el
Santo en su precioso libro, titulado Subida del Monte Car-
melo; lo cual es llegar á un término en que la voluntad esté
entera con Dios, y prescinda hasta de la devoción sensible,
y se halle en recogimiento interior y en desnudez espiri-
tual completa. Se da entonces una abismal nesciencia, que
llama el poeta noche oscura. En ella quedan vacías del todo
Las profundas cavernas del sentido;
14
ioo CONTESTACIÓN
esto es, del sentido íntimo del espíritu, lo cual significa
que en el entendimiento no queda ciencia, sino fe; ni en la
memoria, recuerdo, sino esperanza; ni en la voluntad, afec-
to alguno humano, sino caridad pura. De aquí un vacío
inmenso, unas cavernas profundas, que no se llenan menos
que con lo infinito. De este modo, en esta noche oscura,
Estando ya la casa sosegada,
ó sea domada la sensualidad y las pasiones y apetitos mor-
tificados, sale el alma en busca de su amor; esto es, se
alza por cima de su propia esencia para buscar la fuente
de que procede. De esta fuente ha hecho el poeta una can-
ción especial, que comienza:
¡Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,
Aunque es de noche!
Esta fuente es la esencia divina, de donde emana el
Verbo increado por generación eterna; Verbo en quien
resplandece y se manifiesta cuanto hay oculto en el Padre,
y en quien el Padre se complace eternamente, y donde es-
tán, como arquetipos perfectos, y eternamente también, y
por arte ideal, los seres todos y el alma.
Bien se ve que cada frase de las canciones de San Juan
de la Cruz encierra misterios difíciles de explicar, y que él
expliea en sus elocuentes comentarios.
El alma está en Dios, y Dios está en el centro del alma,
porque el centro del alma Dios es. Ahora bien; ¿cómo no es
fácil llegar á Dios, cuando le tenemos en el centro del al-
DE D. JUAN VALE HA io7
ma? ¿Cómo no encontrarle allí si le buscamos? Porque hay
impedimentos que el alma ha ido allanando ya, si bien aún
queda algo que se interpone entre Dios y ,1 alma. Por esto
dice la canción:
Rompe la tela de este dulce encuentro;
y la llama tela, porque está ya muy espiritualizada, ilustra-
da y adelgazada, y la divinidad se trasluce por ella cuan-
do á tanta altura sube el alma. El alma, no obstante, aun-
que la trasluzca, la ve y la comprende de un modo confu-
so, por donde aspira, al menos, á verla y comprenderla
por fe, y de aquí lo que dice la canción, figurando la fe
bajo la apariencia de otra fuente distinta:
¡Oh cristalina fuente,
Si en esos tus semblantes plateados,
Formases de repente
Los ojos deseados,
Que tengo en mis entrañas dibujados!
Rota, por último, la tela, y llegada la unión, apenas hay
palabra que baste á expresar sus inefables misterios. Por-
que el alma «es Dios por participación, y, aunque no tan
perfectamente como en la otra vida, es, como dijimos,
como en sombra Dios. Y á este talle, siendo ella por me-
dio de esta transformación sombra de Dios, hace ella en
Dios por Dios lo que él hace en ella por sí mismo; porque
la voluntad de los dos es una.»
Apenas va aquí un átomo de la sabiduría mística que
io8 • CONTESTACIÓN
las Canciones de San Juan de la Cruz y sus Comentarios en-
señan. Juzgar las doctrinas de este Santo, el más subli-
me, original y sutil de nuestros místicos, no cabe en breve
discurso, sino requiere extenso libro; no es materia para
tratada de repente, sino después de larga meditación y
prolijo estudio. Algo, no obstante, teníamos que decir del
místico, al considerarle como poeta. ¿Habíamos de parar
mientes sólo en la forma? ¿Quién mira la fábrica exterior
de cofrecillo primoroso de oro y esmalte, y guarnecido de
candidas y relucientes perlas, sin que procure, al menos,
internar por un instante la mirada en los arcanos é inesti-
mables tesoros que custodia? ¿Quién tiene el pomo en la
mano y no aspira el aroma embriagador que guarda, y
que el fuego del amor divino ha destilado de lozanas flo-
res del cielo?
El asunto de la mística es tan delgado asunto, que es
casi inefable, explicado en sentido recto. Así los prosistas
que de la mística tratan usan términos y frases de la es-
cuela, y acuden, además, á símiles y figuras. Los poetas, á
quienes la terminología, cuando la emplean, les hace caer
en el prosaísmo, se valen de lo alegórico, y para ello to-
man con predilección, por modelo, El Cantar de los Canta-
res. Este libro tiene tres significaciones: una directa, de
amores entre el rey Salomón y la Sulamita; otra profética
y religiosa, que es el lazo entre Cristo y su Iglesia; y otra
mística y hondamente psicológica, que es la unión de Dios
y del alma. Como El Cantar de los Cantares es bellísimo,
de cualquier modo que se le considere, ha sido parafra-
seado ó imitado no pocas veces en nuestro idioma; pero
no siempre dándole todo su valer, sino concretándose á lo
DE D. JUAN V ALERA iog
profético y religioso, ó no traspasando en ocasiones los lí-
mites de lo literal, como ha hecho Ventura de la Vega,
en su por otra parte preciosa imitación, que es joya de ní-
tida elegancia.
Las imitaciones de San Juan de la Cruz encierran tam-
bién, si no miramos más que á la letra, la gala y la vehe-
mencia de una égloga amatoria; pero, en el conjunto, y á
través de cada frase, se percibe el fondo lleno de prodi-
gios, cuya contemplación hace olvidar todo afecto terreno,
todo deleite caduco y toda pasión de esta existencia mor-
tal. No parece sino que pinas de flores, ventalles de cedro,
escudos de oro, alcázares y pompas orientales, ínsulas ex-
trañas, ríos sonorosos, valles floridos, lechos de púrpura y
cuantas magnificencias posee el rey Salomón, sólo sirven
para velar el centro del alma donde en realidad pasan las
escenas que el Santo describe. Allí no puede llegar ni agi-
tación del mundo, ni rumor ni movimiento de seres cor-
porales, ni sugestión del demonio, ni voz de ángeles, los
cuales no atinan ya á dar ni á explicar al alma lo que
desea:
Que no saben decirme lo que quiero.
Allí oscuro silencio y sosiego maravilloso. Aquel punto,
si punto puede llamarse lo que está fuera del espacio y del
tiempo, es, según Ruysbrochio y Suso, citados por el ilu-
minado y extático Fr. Miguel de la Fuente, más alto que
el último cielo, más profundo que el mar, más ancho que
el universo todo, y no hay criatura de las espirituales y
celestiales que pueda llenar su capacidad, según es in-
no CONTESTACIÓN
mensa, sino sólo Dios, que es la esencia de su esencia y
la vida de su vida. Lo cual viene confirmado por Blosio
al añadir que este centro del alma va á parar á cierto
abismo, que se llama cielo del espíritu, donde está el rei-
no de Dios, que es el mismo Dios con todas sus riquezas,
dones y gracias. De suerte que este centro desnudo está
levantado sobre las potencias racionales, y en eternidad
inmóvil, y unido con su principio, que es Dios, por víncu-
lo de unión perpetuo.
En conceptos tan atrevidos tocan ya nuestros místicos
ortodoxos al borde de la sima del panteísmo; pero, por di-
cha, allí se detienen sin caer. Los salva, á más de su hu-
milde sumisión á la Iglesia, el vivo sentimiento del ser in-
dividual; el psicologismo empírico, que no consiente que
el yo ni por un instante 'se diluya en lo infinito como gota
de agua en el Océano; y el amor á la acción, con la que
tienen siempre despierta la conciencia de la personalidad
humana. Bastan estas condiciones para dar al misticismo
español carácter propio. Por lo demás, como el Sr. Me-
néndez, en su Historia de los heterodoxos, lo prueba, contra
lo que afirma Rousselot, la influencia de los grandes mís-
ticos alemanes fué importantísima en la mística española.
El Maestro Eckart, jefe de la secta, no influyó por cier-
to directamente. Sólo en corto número sus sermones es-
tán impresos, desde principios del siglo XVI. Sus demás
obras, si se conservan, aún deben de estar inéditas; pero
sus discípulos Tauler, Suso y otros, que florecieron en el
siglo XIV, fueron muy conocidos en España por traduc-
ciones latinas, y algunos por traducciones castellanas, tal
vez desde el siglo XV. Los místicos de los Estados de
DE 1). JUAN V ALERA tu
Flandes, Ruysbroeck y Blosio, que son con evidencia de
la misma escuela, están igualmente traducidos en espa-
ñol, y citados siempre por nuestros autores con los elogios
más extraordinarios. Las obras de Blosio, sobre todo, fue-
ron la lectura devota favorita de tres Reyes españoles su-
cesivos: del Emperador Carlos V, de Felipe II y de Feli-
pe III. No es, pues, de extrañar que los místicos alema-
nes fuesen imitados por los nuestros. Se parecen hasta en
el propósito de escribir cosas tan altas y difíciles en la
lengua vulgar, y no en la lengua latina, con lo cual pulie-
ron y perfeccionaron sus respectivos idiomas, haciéndolos
flexibles y aptos para expresar los más hondos y sutiles
pensamientos, si bien en ocasiones con oscuridad y frase
enrevesada, de lo que se burlarían los profanos de aquella
edad, en nuestro país, aunque no tanto, ni con tanto mo-
tivo y frecuencia, como ahora se burlan de los traducto-
res ó imitadores de Krause. También los místicos alema-
nes se parecen á los nuestros en ser poetas. Tauler com-
ponía canciones, como San Juan de la Cruz.
Éste fué y es el misticismo puro, que puede ponerse
fuera ó independiente de toda religión positiva, con tal de
que acepte un Dios personal, pero no al modo que le en-
tienden algunos fríos y superficiales deístas, creando el
mundo, dándole leyes y apartándose de él, sino presente
en todo, y vivificándolo y compenetrándolo siempre. Si
Dios está en todas las cosas creadas, de donde la teosofía,
que le busca en ellas, Dios está en el alma humana, he-
cha á su imagen, por manera eminente, por lo que dice el
evangelista San Lucas que el reino de Dios está dentro de
nosotros mismos, y de aquí la mística.
na CONTESTACIÓN
La mística, no obstante, si bien, según hemos expuesto
al hablar de San Juan de la Cruz, busca á Dios en el cen-
tro del alma, esto es, en el hombre espiritual é íntimo,
todavía entiende que el hombre racional y hasta el hom-
bre corporal pueden tener visiones, revelaciones y enlaces
con los seres sobrenaturales, lo cual en cierto modo es
parte de la mística, aunque viene á fundirse con lo ascé-
tico y lo devoto, por donde apenas hemos dicho nada de
ello. Esto ha sido, si no más rica, más abundante fuente
de inspiración poética, en todas las literaturas cristianas,
no concretándose sólo á lo lírico, sino extendiéndose por
lo dramático y por lo épico ó narrativo. En nuestra poe-
sía, empieza semejante misticismo casi al empezar la poe-
sía. La imitación del Cantar de los Cantares tiene otro sen-
tido en ella: no es ya la unión del alma, en su centro des-
nudo, con la pura divinidad, sino su unión con el Verbo
humanado, la aparición á los ojos del cuerpo, y los favo-
res y regalos de la humanidad de Cristo á las almas devo-
tas y penitentes que le imitan y aman en esta vida mortal.
De aquí los desposorios místicos de algunas Santas con
Jesús, ya por medio de anillo, ya por flecha de amor, ya
por signos ó estigmas. En este linaje de misticismo, que
ha durado hasta nuestros días, están inspirados los versos
de varias monjas devotas y de noble talento, como Sor
María del Cielo y Sor Gregoria de Santa Teresa. Nada en
estos versos que pueda llevar al panteísmo. La individua-
lidad humana de Cristo determina al Dios que estas san-
tas mujeres adoran, al amante celestial á quien sus suspi-
ros se dirigen:
Jesús amoroso,
DE D. JUAN V ALERA n3
Amante divino,
Objeto del alma;
No desprecies, Señor, mis suspiros.
Pastor soberano,
Mi dueño, rey mío,
Esposo suave;
No desprecies, Señor, mis suspiros.
Vuélveme tu rostro
Lleno de cariño,
Que vivo muriendo;
No desprecies, Señor, mis suspiros.
Y este misticismo es tan propio de las almas soñadoras
de las mujeres y de sus tiernos corazones, que, á pesar de
la incredulidad de nuestro siglo, se ha perpetuado y ha
dado muestras de sí en las mejores poetisas contemporá-
neas: en El amor de los amores de Carolina Coronado, y en
bastantes composiciones de los últimos años de doña Ger-
trudis Gómez de Avellaneda.
Análogo al afecto devoto de las mujeres por Cristo es el
de no pocos monjes, sacerdotes penitentes y hasta segla-
res piadosos, por la Virgen María, la cual ha sido manan-
tial fecundo de inspiración cristiana en todas las lenguas
y naciones de Europa. La poesía lírica y épica en loor de
la Virgen, en España sólo, es tan rica y notable, que el
hablar de ella crítica é históricamente pudiera dar asunto
á un libro interesante y voluminoso. Los dos idiomas lite-
rarios y nacionales de nuestra Península, el castellano y
el portugués, se puede decir que nacen á la poesía, cele-
brando los milagros de la Virgen, sus apariciones y los fa-
'5
1 14 CONTESTACIÓN
vores que hace á sus devotos, en Gonzalo de Berceo y en
el Rey Sabio, que se llamaba su trovador.
Volviendo ahora nosotros al misticismo del hombre ín-
timo, diremos que casi la única bella muestra poética que
de él puede darse en España, en el siglo pasado, está en
los versos que el Sr. Menéndez cita de D. Gabriel Alvarez
de Toledo, uno de los fundadores de esta Academia.
Varias causas externas concurrieron á acabar por enton-
ces con el misticismo íntimo, á más de la corrupción y ex-
travíos en que había llegado á caer. Fué la primera causa,
en el orden cronológico, el sensualismo divulgado y puesto
en moda por Condillac. Cuando se negaba hasta el yo,
¿cómo había de buscarse lo absoluto puesto en el yo? Fer-
vorosos católicos se hicieron sensualistas, y de aquí el tra-
dicionalismo, del todo contrario al misticismo íntimo.
¿Cómo para Bonald ó para Donoso Cortés, que niegan
que haya en el alma verdad alguna que no venga de reve-
lación material y penetre allí por los sentidos, ha de estar
en el alma Dios mismo, origen de todas las verdades?
Otra causa destructora del misticismo íntimo, aun den-
tro del corazón de los más sinceros creyentes, es el carác-
ter social y político que ha tomado, en el siglo presente,
la cuestión religiosa. El pensador cristiano de nuestros
días no medita tanto en la verdad metafísica, ni en la re-
lación ó unificación del alma con su principio, como en la
vida total del humano linaje; en sus destinos y en su fin
colectivo. La teología se aplica, más que á la metafísica
pura, á las ciencias políticas y sociales; más que á la psi-
cología, á la historia; y busca á Dios, más que en el apar-
tamiento solitario de la mente, en el tumulto y marcha or-
DE D. JUAN VA LERA „5
denada de la humanidad á través de las edades. De aquí
que los escritores religiosos de ahora, ya son liberales, ya
no son liberales, pero todos son políticos; la política y las
ciencias, que con ella están en relación, los preocupan so-
bre todo. Así Bonald, De Maistre, Buchez, Bordas De-
moulín, Graty, el P. Ventura, Balmes y el marqués de
Valdegamas.
La poesía religiosa toma también este carácter social y
político, y produce obras bellas, como, por ejemplo, los
coros é himnos de Manzoni y La campana de Schiller. La
musa religiosa española se ha hecho política de la misma
suerte, y bien se pudieran dar aquí estimables muestras de
sus creaciones.
Entre tanto, el misticismo íntimo hubo de refugiarse en
Alemania, donde desde la Edad Media con tanto fruto se
había cultivado. Allí aparece de nuevo, en medio del sen-
sualismo del siglo XVIII, en un maravilloso poeta, en No-
valis; y, sin duda, apartándose de las vías cristianas, in-
fluye, no poco, en la creación de una filosofía panteista,
pero profunda, la cual, partiendo de la desapiadada y seve-
ra crítica de Kant, identifica el ser y el conocer, el objeto
y el sujeto, y Dios y el alma.
Algo de este misticismo heterodoxo ha penetrado en
España con las doctrinas de Schelling, Hegel y Krause,
y fácil nos sería hacer patentes sus huellas en nuestros poe-
tas contemporáneos, si no temiésemos, ó bien ofender su
modestia, ó bien enojarlos, porque creyesen que los acusa-
mos de heterodoxia, cuando tal vez alguno de ellos esté
presente.
Por otra parte, estos apuntes, que no me atrevo á cali-
u6 CONTESTACIÓN DE D. JUAN V ALERA
ficar de discurso, y que apenas pueden tocar de ligera tan
vasto y difícil asunto, son ya harto extensos, y deben ter-
minar, y terminan aquí, á fin de que la fatigada atención
del benévolo auditorio vuelva con placer á deleitarse en el
recuerdo de la brillantísima disertación de nuestro nuevo
compañero.
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