Skip to main content

Full text of "El abuelo de Pepito : juguete cómico-lírico en un acto"

See other formats


EL  ABUELO  DE  PEPITO 

JUGUETE  CÓMICO-LÍRICO  EN  UN  ACTO 

ORIGINAL    DE 

JOAQUÍN  ARQUES 

música  del  maestro 


Estrenada  eon  gpan  éxito  en  los  Teatros  Tíi^oli  y  Jlae^ío 
de  Bareelona,  la  noehe  del  26  de  Enero  de  1908 


BARCELONA 

Imprenta  «La  Industria»,  de  Manuel  Tasis 

Calle  de  Tallers,  6,  8  y  10 

1908 


\1 


EL  ABUELO  DE  PEPITO 

JUGUETE  CÓMICO-LÍRICO  EN  UN  ACTO 

ORIGINAL   DE 

JOAQUÍN  ARQUES 

música  del  maestro 


Estrenada  god  qun  éxito  en  los  Teabos  Tivoli  y  flaevo 
de  Bapeelona,  la  noehe  del  26  de  Emvo  de  1908 


í>v 


BARCELONA 

Imprenta  «La  Industria»,  de  Manuel  Tasis 

■  Calle  de  Tallers,  6,  8  y  10 

1908 


REPARTO 


íTBHTI^  O    TÍ  YODI 


PERSONAJES  ACTORES 


ANTONIA. Srta.  Chafer. 

SALOMÉ .  Sra.     Gómkz. 

LUISA Srta.  Marí. 

PEPITO Sr.       Viñas. 

DON  JOSÉ »        Ckret. 


T^BHTRG    ríUBYO 


ANTONIA Sra.  Benito. 

SALOMÉ »  March. 

LUISA »  Torregrosa. 

PEPITO Sr.  Rebúll. 

DON  JOSÉ »  Peral. 

La  acción  en  Madrid.— Época  actual 


Derecha  ¿  izquierda,  las  del  actor 


ACTO  ÚNICO 


Salón  elegante.  Puertas  foro  y  laterales.  Es  de  día.  Un  velador  con  libros.  En  el 
joro  derecha.  Un  retrato  de  tamaño  natural  representando  á  don  José  con 
oabello  y  bigote  blanco. 

ESCENA  PRIMERA 
Pepito,  después  D.*  Salomé. 

Pepi.  {Con  el  libro  de  una  comedia  en  la  mano). 
Esto  sí  que  es  canela  fina;  y  aún  dice  mi  tía 
que  el  teatro  está  perdido!  Cosas  de  mi  tía. 
Aquí  tienen  ustedes  una  obra  que  ha  basta- 
do para  hacer  la  reputación  de  un  artista. 
¡Qué  papel  este!  qué  efectos,  qué  fuerza 
cómica,  qué  hermoso.  Un  muchacho  joven  y 
guapo,  como  yo;  calavera  como  D.  Juan...  y 
como  yo;  y  que  quiere  casarse,  como  yo. 
Nada,  si  parece  que  me  han  retratado;  no 
falta  más  que  una  tía  que  se  empeña  en  dar- 
me cinco  disgustos  diarios.  Hay  mortal  á 
quien  le  sale  un  grano,  que  no  le  deja  vivir, 
y  á  mí  me  ha  salido  una  tía  que  es  peor  que 
todos  los  granos  juntos.  ¡Pues  no  se  ha  em- 
peñado en  que  he  de  ser  cura  por  fuerza! 
¡Cura  yo  que  deliro  por  el  teatro  y  que  me 
vuelvo  loco  por  mi  prima!  ¡No!  no,  y  mil 
veces  no.  (Pausa).  Perp,  señor,  que  haya 
quien  diga  que  el  teatro  está  perdido  escri- 
biéndose obras  como  ésta.  Vaya  una  esceni- 
ta.  {Leyendo).  Nicasio  y  Nicolasa.  Nicasio 


607415 


—  6  — 

saltando  por  una  ventana  y  cayendo  cerca 
del  lecho  donde  duerme  Nicolasa.  Lle^ó  el 
momento  de  que  el  amor  se  impont^a  á 
todo...  ¡Sí!  Andando  A  tientas  tropieza  con 
el  lecho.  ¡Qué  hermosa  debe  estar  dormi- 
da!... Pero  mis  ojos  de  mortal  mezquino  no 
pueden  romper  las  tinieblas  que  envuelven 
su  precioso  cuerpo.  En  este  momento  pene- 
tra por  la  ventana  un  rayo  de  luna  ilumi- 
nando la  escena  ¡Oh!  el  cielo  me  prote^ce. 
¡Rediez,  qué  morbideces!  Se  limpia  el  sudor 
y  se  quita  la  americana  y  el  chaleco.  ¡Nico- 
lasa! Nicolasa  mía,  cuando  despiertes  suspi- 
rarás en  mis  brazos  amantes.  (Aparece  doña 
Salomé  por  el  foro  y  va  acercándose  á  Pepi- 
to cautelosamente).  ¡Que  se  oponen  tus  pa- 
dres! ¡que  se  opono^an!  ¿No  te  amo  yo?  ¡Pues 
basta!  ¿No  me  amas  tú?  ¡Pues  basta!  ¿No  es 
esta  nuestra  voluntad?... 

Salo.       {Interrumpiéndole).  Pues  basta. 

Pepi.       ¡Mi  tía!  Ábrete,  tierra. 

Salo.       Supongo  que  leerías  algún  libro  de  texto. 

Pepi.       De...  Sí  señora...  de  tex  ..  de  eso. 

Salo.       Venga  ese  libro. 

Pepi.       ¡María  Santísima! 

Salo.       ¡Venga  he  dicho!  (Le  quita  el  libro). 

Pepi.       Dios  me  ampare. 

Salo.  (Leyendo).  «Noche  de  amor».  Noche  de  des- 
vergüenza digo  yo.  ¡Jesús!  Es  esto  en  lo  que 
pasas  el  tiempo! 

Pepi.       ¡Pero  tía! 

SaIíO.       ¡Te  has  empeñado  en  matarme  á  disgustos! 

Pepi.  Usted  es  la  que  se  ha  empeñado  en  torcer  mi 
vocación. 

Salo.  No  le  escribo  á  tu  abuelo  porque  está  para 
llegar  de  un  momento  á  otro,  que  si  no  ya 
verías. 

Pepi.  Mejor.  Seguramente  no  será  tan  tirano  como 
usted. 

Salo.       ¡Pepito!  ¿Qué  palabras  son, esas? 

Pepi.  Perdón,  tía...  Pero  es  que  ya  no  sé  lo  que  me 
digo.  Siempre  me  lleva  usted  la  contraria. 

Salo.       Por  tu  bien. 


Pepi.  Por  mi  bien,  no,  señora;  porque  si  yo  por 
darle  gusto  me  hiciera  cura,  como  que  quie- 
ro á  mi  prima  con  toda  el  alma,  sería  un 
cura  de  papel  de  estraza,  y  me  convertiría 
en  un  ser  desdichado;  y  mi  prima  tampoco 
podría  vivir  porque  no  se  curaría  de  este 
amor. 

Salo.       Ya  tendría  cura. 

Pepi.  Ya  lo  creo  que  lo  tendría,  como  que  no  me 
separaría  de  su  lado. 

Salo.  ¡Pero  inocente!  ¿Se  puede  saber  con  qué 
cuentas  para  sostener  una  familia? 

Pepi.       ¿Que  con  qué  cuento?  Con  mi  carrera. 

Salo.       ¿Al  teatro  le  llamas  tú  carrera? 

Pepi.       Ya  lo  creo.  No  hay   otra  mejor  ni  que   más 
.  produzca.  Además  cuento  con  la  fortuna  de 
mi  abuelo. 

Salo.  Que  será  capaz  de  dejársela  á  los  pobres 
cuando  sepa  tus  torpes  inclinaciones;  porque 
á  tu  abuelo,  aunque  personalmente  no  le  co- 
nozco por  haber  marchado  á  Méjico  hace 
muchos  años,  me  consta  que  es  un  santo 
varón,  lleno  de  virtudes  y  de  costumbres 
cristianas. 

Pepi.  ¡Tía,  tía!...  Usted  se  propone  que  yo  haga 
un  disparate. 

Salo.       ¿Y  qué  disparate  ^a  á  ser  ése? 

Pepi.       No  lo  sé...  pero  como  mi  prima  quiera... 

Salo.       Mi  hija  hará  lo  que  yo  le  mande. 

Pepi.       O  lo  que  le  dicte  su  corazón. 

Salo.  ¿Sí?  Pues  verás  qué  pronto  la  encierro  en  un 
convento. 

Pepi.       Y  yo  la  robaré  de  allí. 

Salo.       ¡Pepito! 

Pepi.       ¡Tía!  ¿Vamos  á  un  arreglo? 

Salo.       Siempre  que  me  convenga... 

Pepi.  ¿Si  dejo  el  teatro,  consiente  usted  que  me 
case  con  Luisa? 

Salo.       ¡Pero  este  chico  no  sé  lo  que  se  ha  figurado! 

Pepi.       ¿Consiente  usted? 

Salo.       ¡No! 

Pepi.       ¿Entonces  me  declara  usted  la  guerra? 

Salo.       ¡Vete  al  demonio! 


Pepi.  Ahora  teatros  y  boda.  ¿No  quiere  usted 
guerra?  Pues  guerra.  Seré  cómico  y  seré  el 
marido  de  mi  prima. 

Salo.       (Coloriendo  hacia  Pepito).  ¡Y  yo  te  sacaré 

los  ojos! 


ESCENA   IT 
Dichos  y  Luisa. 

Luisa  {Interponiéndose).  ¡Por  Dios,  mamá,  ^  sí 
que  no! 

Pepi.  {Con  gravedad  cómica).  Déjala  que  •  le  los 
saque. 

Salo.  Déjame,  Luisa,  que  quiero  castigar  á  este 
mocoso  mal  educado 

Luisa      ¿Pero  qué  ha  ocurrido? 

Salo.  Ha  pasado  lo  que  yo  debía  haber  previsto 
hace  tiempo;  pero  ya  pondré  remedio. 

Pepi.       Difícil  me  parece. 

Salo.  Desde  ahora  quedas  despedido  de  esta  casa. 
¿No  dices  que  sabes  ganarte  la  vida?  pues  á 
demostrarlo. 

Pepi.       ¿Me  echa  usted  á  la  calle? 

Salo.       Ya  lo  has  oído. 

Pepi.  (Gimoteando).  Está  bien.  Adiós,  Luisa,  adiós. 
(Le  da  ¿a  mano). 

Luisa      ¿Pero,  dónde  irás  por  ahí  solo? 

Pepi.       Me  iré  lejos,  muy  lejos...  con  los  chinos... 

Luisa  (Llorando).  ¡Ay,  mamá,  que  dice  que  se  va 
con  los  chinos! 

Salo.       ¡Que  se  vaya  con  dos  mil  de  á  caballo! 

Pepi.  ¡Adiós,  tía!  (Mirando  el  retrato  de  su  abue- 
lo). Adiós,  abuelo  amado,  cuando  vengas  de 
Méjico,  ya  no  me  encontrarás  en  esta  casa. 

Salo.  De  lo  cual  se  alegrará  mucho.  ¡Uf!  Esto  ya 
es  demasiado.  (A  Pepito).  Ya  sabes  lo  que 
tienes  que  hacer.  {Vdse  izquierda). 


9  — 


ESCENA  III 


üichos,  menos  Salomé. 
Música 


Luisa 

Cuánto  sufre  el  pobrecito 

cuánto  sufre  por  mi  amor. 

p-o- 

Cuánto  sufre  mi  Luisa, 

cuánto  sufrimos  los  dos. 

Luxs/ 

¡Ay  Pepito! 

Pepi. 

Prima  mía. 

LüISA"^^ 

Ya  verás  lo  que  hago  yo 

para  que  podamos  vernos 

sin  ninf^una  interrupción. 

Pepi. 

Ay,  prima  mía 

qué  vas  á  hacer. 

Luisa 

Lo  que  ahora  mismo 

vas  á  saber. 

Todas  las  noches, 

todos  los  días 

tras  los  cristales 

de  mi  balcón, 

yo  estaré  viendo 

cómo  en  la  acera 

me  estás  mirando 

con  loco  amor. 

Pepi. 

Y  yo  en  la  calle. 

como  un  bendito, 

sufriendo  el  agua. 

sufriendo  el  sol; 

ahora  me  tuesto. 

ahora  me  enfrío, 

ahora  me  calo 

de  un  chaparrón. 

Luisa 

¿Qué  te  parece  eso? 

Pepi. 

Que  va  de  lo  mejor 

para  morir  de  reuma 

ó  de  una  insolación. 

No  es  eso,  prima  mía, 

yo  deseo  vivir 

estando  como  ahora 

10  - 


Luisa 
Pepi. 


Los  DOS 


muy  juntitos,  así 
Sin  separarnos 
ni  dos  minutos 
viendo  tus  ojos, 
viendo  tu  faz 
y  respirando 
tu  puro  aroma, 
pero  algo  lejos 
de  tu  mamá; 
soñar  si  sueñas 
sueños  de  amores 
que  es  lo  más  grato 
poder  soñar 
y  al  ñn  morirme 
loco  perdido 
á  los  cien  años 
ó  poco  más. 
Ay  qué  bonito  es  eso. 
Así  quiero  vivir 
estando  como  ahora 
muy  juntitos,  así. 
Qué  dicha  tan  grande 
qué  inmenso  placer- 
Así  prenda,  mía, 
concibo  el  querer. 


ESCENA  IV 


Hablado 

Dichos  y  Antonia. 


Anto.  (Por  la  izquierda).  ¡Señorita! 

Luisa  ¡Ay!  (Asustada). 

Pepi.  ¡Canastos!  ¡Vaya  un  susto! 

Luisa  ¿Qué  quieres  tú  ahora? 

Anto.  La  señora  la  espera  en  su  gabinete. 

Pepi.  Ya  lo  oyes,  no  quiere  que  estemos  juntos. 

¡ea!  torturémonos  el  corazón  y  adiós. 

Luisa  ¿Pero  ya  no  nos  veremos? 

Pepi.  ¡Pues  no  nos  hemos  de  ver! 


11 


¿De  modo  que  no  te  marchas? 
Yo  no  me  muevo  de  aquí  aunque  me  hagan 
trizas. 

¡Pobrecillos! 

¿Y  si  mamá  no  te  deja  entrar? 
Entraré  por  el  balcón   ó  por  el  techo  ó  por 
donde  sea-,  pero  yo  entro. 
Entonces  ya  me  voy  más  tranquila.  Adiós. 
(Se  dirige  á  la  puerta  de  la  izquierda  y  des- 
de allí  le  echa  un  beso  con  la  mano). 
Adiós,  y  ahí  te  va  este  otro.  (Le  manda  un 
beso). 


ESCENA  V 

Dichos  menos  Luisa. 

¡Ay,  señorito,  qué  lastímame  da  de  verles 

sufrir! 

Gracias,  Antonia. 

Y  el  caso  es  que  no  sé  cómo  decírselo. 
¡Ah!  ¿Pero  me  tienes  que  decir  algo? 

Que  tengo  orden  de  no  abrirle  más  la  puerta 
cuando  se  vaya. 

¡Sí!  Pues  entonces  no  me  voy.  ¡Hecha  la  ley, 
hecha  la  trampa! 

Y  entonces  lo  pagará  la  señorita. 
Tienes  razón,  debo  marcharme. 
Señorito... 

¿Qué? 

Nada,  que  yo  no  quiero  que  se  me  pudra  en 


¿Pero  acabarás  de  una  vez? 

{Con  misterio).  El  domingo  lo  vi. 

¡Claro!  como  todos  los  días. 

No,  señor,  fué  por  la  tarde,  en  el  teatro. 

{Tapándole  la  boca).  Calla,  guasona. 

No   tenga  usted  cuidado  que   no  se  sabrá 

por  mí. 

¿De  modo  que  me  viste? 

Como  lo  veo  á  usted  ahora.  Pero  qué  gracia 

tiene  usted  para  el  teatro,  señorito. 


—  1-J  — 


Pepi.       Pero  no  carites,  mujer. 

Anto.  a  mi  lado  había  dos  caballeros  y  uno  de 
ellos  decía:  este  chico  lle^^ará  á  ganar  un 
dineral. 

Pepi.  Pues  ya  ves,  mi  tía  no  quiere  que  sea  del 
teatro. 

Anto.  Porque  no  le  ha  visto  trabajar.  Con  decir 
que  si  yo  hubiera  podido  le  habría  dado  un 
abrazo. 

Pefi.  Pues  mira,  todos  los  santos  tienen  octava. 
Dámelo  ahora. 

Anto.  Así,  así  hablaba  usted  con  aquella  tiple  tan 
g'uapa.  ¡Pero  qué  retebién  lo  hacía  usted,  se- 
ñorito...! Vamos,  si  parecía  que  siempre  ha- 
bía usted  estado  en  las  tablas. 

Pepi.       Pues  no  llevo  más  que  un  mes  escaso. 

Anto.      Y  cómo  se  dejaba  abrazar  la  muy  tunanta. 

Pepi.       Porque  el  papel  lo  requería. 

Anto.  ¿Y  lo  de  enseñarle  á  usted  las  pantorrillas, 
también  lo  requería  el  papel? 

Pepi.       Naturalmente. 

Anto.  En  fin,  es  el  caso  que  me  tuvo  usted  con  la 
boca  abierta,  y  que  me  aprendí  de  memoria 
aquello  que  cantaban  los  dos,  con  tanto 
jaleo. 

Pepi.       ¿Y  cómo  lo  has  aprendido  tan  pronto? 

Anto.  Toma,  estudiándolo  con  los  cantables  de  la 
obra  que  compré  por  diez  céntimos.  ¿Y  sabe 
usted  á  qué  número  me  refiero? 

Pepi.  Al  dúo  de  los  nervios,  que  es  muy  bonito... 
pero  muy  cansado. 

Anto.  Pues  yo  no  me  cansaría,  porque  como  soy 
nerviosa,  no  tendría  que  violentarme  mucho. 
¿Quiere  usted  que  lo  cantemos? 

Pepi.  Pero  oye,  tendrás  que  hacer  todo  lo  que  ha- 
cía aquélla. 

Anto.      Claro.  ¿No  dice  usted  que  es  del  papel? 

Pepi.  Pues  vamos  á  ver  si  te  acuerdas  de  la  parte 
de  la  tiple. 

Anto.      Ven^a  el  dúo  de  los  nervios. 

Pepi,  ¡Vaya!  Y  si  mi  tía  nos  oye,  ya  verás  qué  ter- 
ceto. 


—  13  — 


Música 


Como  soy  tan  nervioso. 

Como  soy  tan  nerviosa. 

No  la  puedo  mirar. 

No  le  puedo  mirar. 

Sin  notar  cierta  cosa.  {Se  estremecen). 

Cuando  voy  por  la  calle 

y  él  me  sigue  detrás, 

si  un  poquito  la  falda 

me  quiero  levantar.... 

como  soy  tan  nerviosa 

doy  un  tirón  atroz 

y  enseño  el  zapatito 

la  media  y  pantalón. 
Pepi.  y  yo  que  voy  tras  ella 

como  un  ga.\^m]\o  inglés, 

si  atisbo  ciertas  cosas 

que  no  quisiera  ver... 

como  soy  tan  nervioso, 

salto  y  brinco  detrás, 

tropiezo,  y  á  sus  brazos 

siempre  voy  á  parar.  {Se  abrazan). 
Anto.  ¡Ay  qué  susto  me  dio! 

Pepi.  ¡Ay  qué  rica  es  ustedl 

Anto.  ¡Ay  qué  nerviosa  estoy! 

Pepi.  ¡Ay!  ¡Pues  no  sé  por  qué! 

Y  siguen  los  nervios 

con  grave  tensión 

igual  que  si  fueran 

cuerdas  de  violón. 
Anto.  Y  llego  hasta  casa 

saltando  á  compás. 
Pepi.  Y  del  mismo  modo 

yo  sigue  detrás. 
Anto.  Cuando  ya  estamos  solos 

le  quiero  hasta  pegar 

y  al  mirarle  de  cerca 

su  cara  de  truhán... 

Como  soy  tan  nerviosa, 

no  sé  qué  voy  á  hacer, 


—  u  — 

que  saltan  hechos  trizas 

los  broches  del  corsé. 
Pepi.  y  yo  que  estoy  mirando 

belleza  tan  juncal, 

al  ver  que  se  desbordan 

sus  carnes  de  azahar... 

Como  soy  tan  nervioso 

rae  sube  un  no  se  qué 

que  me  sube,  me  sube... 

y  no  sé  lo  qué  hacer. 
Anto.  ¡Ay  el  ataque! 

Pepi.  ¡Ay  que  me  da! 

Los  DOS  ¡Ay  cielo  santo! 

No  puedo  más.  {Fingiendo  él  ataque). 


Hablado 

Pepi.       Magnífico,  muchacha.  Te  aseguro  que  estás 

de  nervios  y  de  formas  mejor  que  la  tiple. 
Anto.      Usted  sí  que  está  hecho  un  pillastre... 
Pepi.       Un  gran  cómico  es  lo  que  yo  estoy  hecho;  y 

eso  se  lo  voy  á  demostrar  á  mi  tía  muy 

pronto. 
Anto.      ¿Qué  va  usted  á  hacer? 
Pepi.       Ya  verás;  una  idea  que  me  ha  sugerido  el 

retrato   de   mi   abuelo.  ¿Estás   dispuesta   á 

ayudarme? 
Anto.      ¿Lo  va  usted  á  vender? 
Pepi.       No  se  trata  de  eso. 
Ajsto.      Pues  yo  le  ayudaré  en  todo. 
Pepi.       Muy  bien.  Dentro   de  un   rato    llegará   mi 

abuelo. 
Anto.      ¡Cómo!  ¿Tiene  usted  noticias? 
Pepi.       No  me  preguntes  más.  Lo  que  yo  tengo  son 

pelucas  y  todo   lo  que  necesito.  Ven  á  mi 

cuarto  y  allí  te  daré  mis  instrucciones. 
Anto.      Vaya  un  lío. 
Pepi.       ¡Y  gordo!  Ah,  querida  tía,  ya  verás  si  soy 

buen  cómico.  {Al  retrato).  Dispensa,  abuelo, 

pero  no  hay  más  remedio.  Anda,  muchacha. 

{Salomé  dentro).  ¡Antonia! 
Anto.      ¡La  señora! 
Pepi.       Anda  he  dicho.  {La  empuja  y  vánse  foro). 


—   15 


ESCENA  VI 


Salomé  V  Luisa. 


Salo.  Hubiera  jurado  que  aún  andaba  por  aquí  ese 
mequetrefe. 

Luisa      ¡Pobrecillo,  ya  no  le  veré  más!  (Suspirando). 

Salo.       Mejor.  ¿Pero  se  puede  saber  por  qué  lloras? 

Luisa      {Llorando).  Si  no  lloro,  mamá. 

Salo.  Pues  no  he  visto  cosa  más  parecida.  ¡Ea! 
basta  de  gimoteos;  yo  que  soy  tu  madre,  te 
mando  que  le  olvides  para  siempre. 

Luisa  Bueno,  usted  me  lo  manda  á  mí  y  obedezco 
porque  soy  buena.  Pero  yo  se  lo  mando  á  mi 
corazón  y  no  me  hace  caso. 

Salo.       Entonces  se  lo  mandaré  yo. 

Luisa  Está  muy  mal  educado  mi  corazón.  Acer- 
qúese, mamá,  acerqúese.  {Figurando  que  le 
habla  al  corazón).  Oye,  niño,  estáte  quieto  de 
una  vez.  ¿Ve  usted  qué  saltos  da  ahora? 
¿Estás  dispuesto  á  olvidar  á  Pepito?  ¿Oye 
usted?  No,  no,  no,  no. 

Salo.  Sí,  ¿eh?  Pues  escucha  lo  que  dice  el  mío. 
¿Estás  dispuesto  á  no  consentir  majaderías? 
Sí,  sí,  sí,  sí. 

Luisa      ¿Y  si  se  muere? 

Salo.       Lo  entierran. 

Luisa      ¿Y  si  yo  me  muero? 

Salo.       Tú  no  te  morirás  porque  velo  yo  por  tí. 

Luisa      Sí  que  me  moriré  y  va  á  ser  muy  pronto. 

Salo.       Bueno,  déjame  en  paz. 

Luisa  Eso  es,  ya  no  falta  más  que  se  enfade  us- 
ted conmigo  y  me  arroje  de  su  lado  tam- 
bién. 

Salo.  Vamos  á  ver:  ¿y  si  yo  hiciera  eso,  qué  ha- 
rías tú? 

Luisa  Toma,  pues  buscar  el  pariente  más  cerca- 
no... y  como  aquí  no  tengo  más  pariente  que 
mi  primo... 

Salo.       Muy  bonito.  ¡Miren  la  mosquita  muerta! 

Luisa      ¿Pero,  qué  había  de  hacer? 


—  16 


poder 


Salo.       Nada;  yo  soy  la  que  ha  de  tomar  mis  pre- 
cauciones. Mañana  salimos  de  Madrid. 

Luisa      ¡Ay,  Dios  mío!  ¿Dónde? 

Salo.       Donde  no  te  importa;  vamos  á  ver  si  puedo 
dominar  á  estos  niños. 

Luisa      H^h,  qué  idea!)  Ay  mamá,  no  va  á 
ser. 

Salo.       ¿Y  por  qué? 

Luisa      ¿No  esperamos  de  un   momento   á  otro   al 
abuelo  de  Pepito? 

Salo.       Es   verdad.    Bien,    ya   le   dejaremos   dicho 
nuestro  paradero. 

Luisa      Me  he  lucido. 


ESCENA  VII 
Dichos  y  Antonia. 

Akto.      (Foro).  ¡Señora,  señora! 

Salo.       ¿Qaé  ocurre? 

Anto.  Desde  el  balcón  del  comedor,  he  visto  que 
ha  parado  un  coche  en  la  puerta. 

Salo..      ¿Y  bien? 

Anto.  Que  se  ha  apeado  un  señor  anciano  muy  pa- 
recido al  retrato  del  abuelo. 

Luisa      El  es.  (Nos  hemos  salvado). 

Salo.  Y  en  qué  momento  llega.  Vaya  usted  á  abrir 
la  puerta. 

Anto.  Dios  nos  saque  bien  librados.  (Fdse/)or  eZ 
foro). 


ESCENA  VIII 


Salomé  y  Luisa. 

Salo.       ¿Y  qué  le  dio^o  ahora  de  su  nieto? 
Luisa      ¿Ve  usted?  Si  no  le  hubiera  despedido... 
Salo.       ¡Jesús!    Entre   todos   harán   que    pierda   el 

juicio. 
Luisa      Si  el  viejo  es  bueno,  seremos  felices. 
Salo.       ¿Qué  le  diré  á  este  señor? 


17 


ESCENA  IX 


Salomé,  Luisa,  Antonia  y  Pepito  caracterizado  imitando 
el  retrato  del  abuelo 


Música 

Anto.  {Desde  el  foro). 

D.  José  de  la  Calzada 

pide  venia  para  entrar. 
Salo.  Adelante  y  á  mis  brazos. 

Pepi.  Pues  los  míos  allá  van.  {Se  abrazan). 

Luisa  {A  Antonia).  Ya  del  todo  parecido 

al  retrato  que  allí  ves. 
Anto.  No  le  falta  más  que  el  marco 

que  hay  colg-ado  en  la  pared.  . 
Salo.  Esta  es  mi  hija. 

Luisa  Su  servidora. 

Pepi.      "        Como  su  madre, 

buena  y  hermosa. 

Ven  á  mis  brazos, 

ven  sin  tardar 

que  tus  mejillas 

quiero  besar. 

{Abraza  y  besa  á  Luisa). 

Bien  se  aprovecha 

el  muy  pillastre. 

Vaya  un  orgullo 

para  una  madre.  ' 

Este  buen  viejo 

tiene  razón. 

Cuando  era  joven 

así  era  yo. 
Pepi.  ¿Pero  dónde  está  mi  nieto, 

que  ya  no  me  viene  á  ver? 
Salo.  Pues  su  nieto...  francamente, 

ahora  mismo  no  lo  sé. 
Pepi.  Que  le  avisen  en  seguida 

que  al  no  verle  sufro  ya. 
Salo.  Ya  vendrá, *pase  entretanto, 

le  conviene  descansar. 
Luisa  Es  lo  primero, 

descanse  usted. 


Anto. 

Salo. 


_  18  — 

Pepi.  Si  no  me  canso, 

ven  otra  vez. 

Dame  un  abrazo. 

Qué  rica  es. 
Todos  Basta  de  abrazos, 

descanse  usted. 


Hablado 

Salo.  Ahora  hablemos  un  poco,  después  descansa- 
rá un  ratito  y  cuando  haya  descansado,  á 
comer. 

Pepi.       Magníficamente  pensado. 

Salo.  Y  usted  vaya  preparándolo  todo.  (A  An- 
tonia). 

Anto.  Está  muy  bien,  señora.  ¡Cualquiera  sabe  en 
lo  que  para  esto!  {Vdse). 


ESCENA  X 


Dichos  menos  Antonia. 

Pepi.  (Sentándose  en  una  butaca) .  ¿Pero  ese  Pe- 
pito? 

Salo.  {Sentándose  á  su  lado).  Como  á  punto  fijo 
no  sabía  su  llegada... 

Pepi.  Eso  le  disculpa,  que  si  no...  (A  Luisa).  Pero 
qué  linda  es.  ' 

Luisa      Muchas  gracias. 

Pepi.  Ven,  siéntate  aquí  sobre  mis  rodillas,  quiero 
que  me  cuentes  muchas  cosas. 

Luisa      ¿No  le  molestaré? 

Pepi.       Qué  me  has  de  molestar,  ángel  mío. 

Luisa      (Seiitándose) .  Pues  aquí  me  tiene. 

Pepi.       (¡María  Santísima,  qué  redondeces!). 

Salo.       ¿Pero  dónde  se  ha  dejado  usted  el  equipaje? 

Pepi.  ¿El  equipaje?  (No  había  caído  en  esto).  Pues 
no  sabes...  en  alta  mar...  una  tempestad 
horrible  y  ¡cataplum!  ¡Adiós,  equipaje! 

Luisa      Se  lo  llevó. 

Pepi.       Todo,  hasta  la  maleta  de  mano. 

Salo.       ¡Qué  desgracia! 


—  19  — 


Pepi.       Pero  no  me  llevó  á  mí. 

Luisa      ¡Qaé  suerte! 

Pepi.       Mucha,  porque  así  he  podido  verte  y  soy  di- 
choso. 

Salo.       Es  muy  simpático. 

Luisa      ¡Ay,  no  sé  lo  que  le  noto...  parece  que  tiene 
usted  hormig-uillo! 

Pepi.       No,  tonta...  es  la  satisfacción...  el...  vamos... 
que  ya  no  sé  lo  que  me  pasa. 

Salo.       Vamos,  niña,  levántate  de  ahí  que  estás  mo- 
lestándole. 

Luisa      Peso  mucho,  ¿verdad? 

Pepi.       ¡Quiá!  ¡ni  una  paja! 

Luisa      (¡Jesús,  cómo  aprieta  el  demonio  del  viejo!) 

Salo.       Ahora  siéntate  aquí  á  nuestro  lado  y  hable- 
mos de  algo  muy  serio. 

Luisa      Antes  un  beso.  (Besa  á  Pepito). 

Pepi.       Ahí  va  el  mío.  {La  besa).  (Me  estoy  cobran- 
do el  gran  anticipo). 

Salo.       Antes  que  se  presente  su  señor  nieto  debo 
participarle  que  es  un  perdido. 

Pépi.       ¡Eh! 

Salo.       Siento  darle  este  disgusto.  Pepito  no  quiere 
ser  cura. 

Pepi.       De  lo  cual  me  alegro  mucho. 

Luisa      ¡Y  yo! 

Salo.       ¡Niña,  silencio! 

Pepi.       ¿Y  qué  más? 

Salo.  Se  ha  empeñado  en  ser  cómico;  y  esto  es  una 
vergüenza  para  la  familia. 

Pepi.       ¡Vergüenza!  ¿y  por  qué? 

Luisa      ¿Eso  y  por  qué? 

Salo.       ¡Niña! 

Pepi.       Adelante,  adelante. 

Salo.       ¿Pero  á  usted  no  le  horroriza  esto? 

Pepi.  No,  señora.  Se  puede  ser  cómico  y  muy  santo 
á  la  vez...  ya  te  enseñaré  el  almanaque  me- 
jicano y  entonces  te  convencerás.  San  Bata- 
lio^  fué  bajo  de  ópera  y  murió  mártir.  Santa 
Plaudia,  murió  tiple  y  virgen;  ya  ves  tú  si 
eso  es  difícil.  San  Amorguis,  apuntador  y 
obispo... 

Salo.      No  conozco  esos  santos. 


'20  — 


Luisa      Porque  son  mejicanos,  mamá. 

Pepi.  Además  3^0  no  pienso  torcer  su  vocación,  y 
en  los  pocos  días  que  esté  entre  vosotros  no 
quiero  disgustos.  Vengo  á  casarlo,  y  nada 
más. 

Luisa      ¡A  casarlo!  ¿y  con  quién? 

Salo.       ¡Niña! 

Pepi.  Con  una  chica  muy  bella  y  que  á  él  le  quie- 
re mucho. 

Luisa      A  Pepito  no  le  quiere  nadie. 

Pepi.       ¿Ni  tú  tampoco? 

Luisa      ¡Yo,  sí,  mucho!  ¿á  qué  negarlo? 

Pepi.  Bendita  sea  tu  alma.  (Levantándose  de  un 
salto). 

Salo.       ¿Pero  don  José,  qué  es  eso? 

Pepi.  Nada,  que  me  la  comía-,  esa  inocencia  me 
encanta;  y  que  he  venido  á  casarlos  y  los 
caso. 

Luisa      ¿A  mí  con  él? 

Pepi.       Sí  á  tí. 

Salo.  Pero  usted  no  se  ha  fijado  en  que  son  muy 
jóvenes. 

Pepi.  A  los  diez  y  siete,  me  casé  yo  y  sin  un  cén- 
timo; ya  ves,  él  cuenta  desde  ahora  con 
ochenta  mil  pesos  que  yo  le  traigo. 

Salo.       ¡Ochenta  mil! 

Pepi.  Sí,  ó  cien  mil.  (Yo  estoy  soltando  pesos  hasta 
mañana). 

Salo.       Es  una  fortuna. 

Pepi.       Poca  oosa;  después,  cuando  yo  muera... 

Luisa      Por  Dios,  no  piense  usted  en  eso. 

Salo.  Tiene  razón  la  niña.  (Pero  por  qué  habré  yo 
despedido  á  ese  chico). 

Pepi.  Supongo  que  no  te  opondrás;  ya  seque  ellos 
se  quieren  porque  él  me  lo  ha  escrito. 

Luisa      Sí,  señor,  mucho. 

Salo.  Accedo  muy  gustosa,  porque  al  fin  y  al  cabo 
Pepito  es  un  buen  muchacho. 

Pepi.  (Valiente  tía  me  ha  dado  Dios).  Y  ahora,  con 
vuestro  permiso,  quisiera  descansar  un  rato. 

Salo.  Aquí  tiene  usted  su  habitación  preparada. 
{Indicando  la  primera  puerta  de  la  derecha). 

Pepi.       (Magnífico,  tiene  puerta  de  escape). 


—  21  — 

Luisa      Pues  adiós,  abuelito,  y  á  descansar. 

Pepi.  Pero  no  entrar  á  llamarme  hasta  que  yo 
avise. 

Salo.       Así  lo  haremos. 

Pepi.  ¡Ah!  si  viene  mi  nieto,  ése  sí,  que  entre  en 
seoruida.  ¡Vaya!  tengo  unas  ganas  de  darle 
un  tirón  de  orejas...  Y  tú  no  me  lo  entreten- 
gas mucho,  muñeca,  je,  je,  je.  Conque  hasta 
dentro  de  un  rato;  qué  chico  ese,  je,  je,  adiós, 
monina...  Adiós,  Salomé.  (Adiós  mis  costi- 
llas como  se  descubra  el  lío).  (Ehtra  en  la 
alcoba). 


ESCENA  XI 

Dichos  menos  Pepito. 

Salo.       ¿Y  qué  hacemos  ahora?  {Muy  agitada). 

Luisa      Yo  no  sé,  mamá...  pero  creo  que  volverá. 

Salo.  ¡Oh!  si  se  hubiera  marchado  fuera  de  la  po- 
blación... 

Luisa      No  quiero  pensarlo. 

Salo.  ¡Yo  sola  tendría  la  culpa  de  la  desgracia! 
¡Pobre  criatura! 

Luisa      ¡Pobrecillo! 

Salo.       Y  qué  alegrón  le  íbamos  á  dar. 

Luisa      Y  se  lo  daremos.  ¡Pues  ya  lo  creo! 

Salo.  ¿Pero,  y  si  se  levanta  el  abuelo  y  no  ha  ve- 
nido? 

Luisa      Eso  sí  que  sería  una  contrariedad. 

Salo.       En  fin,  pensemos  algo  práctico.  {Se  sienta). 

Luisa      Buena  estoy  yo  para  pensar.  (Se  sienta). 


ESCENA  XII 


Dichos  y  Pepito. 

Pepi.  {Sale  sin  disfraz  por  el  foro,  y  muy  pensati- 
vo llega  pausadamente  hasta  el  proscenio). 
¿Puedo  pasar,  tía? 

Salo.       (Con  alegría),  ¡l'epito! 

Luisa      (Id).  ¡Por  fin! 


—  22  — 

Pepi.       (Muy  triste).   Ya  lo   tengo  todo  arreglado. 

Esta  noche  duermo  en  el  Seminario  y  dentro 

de  un  año  cura. 
Salo.       ¡Narices! 
Pepi.       ¡Cómo! 

Luisa      Ya  lo  has  oído;  narices. 
Pepi.       Pero... 
Salo.       Pues  has  de  saber... 
Luisa      (Ay  mamá,  no  se  lo  diga  usted  de  sopetón, 

que  le  puede  dar  algo). 
Salo.       ¿A  quién  dirías  que  tenemos  en  casa? 
Pepi.       ¡Oh!   ¡Ah!   no  me  digan  más.  Aquí  está  mi 

abuelo. 
Luisa      Qué  listo  es  y  qué  penetración  tiene. 
Salo.       Aquí  está,  lo  has  adivinado;  pero   lo  que  de 

fijo  ignoras  es  que  viene  decidido  á  casarte. 
Pepi.       ¿A  mí,  y  con  quién? 
Salo.       Con  ésta. 

Pepi.       ¡Ah!  Pero  claro,  usted  se  opondrá. 
Salo.       ¡Quiá!  yo  no  me  opongo. 
Luisa      Ni  yo  tampoco. 

Salo.       No  quiere  disgustos  el  pobre  anciano. 
Pepi.       ¿De  modo  que  seremos  marido  y  mujer? 
Salo.       Así  parece.  Vamos  hombre,  no  te  encortes; 

ahora,  anda,  dale  un  abrazo  delante  de  mí. 
Pepi.       Tía... 
Luisa      Anda,  hombre... 

Pepi.       (Estoy  sacando  la  tripa  de  mal  año).  {Abra- 
zando á  Luisa). 
Salo.       Y  ahora  ya  puedes  pasar  á  ver  al  abuelito. 
Pepi.       (Ya  empezó  Cristo  á  padecer). 
Salo.      ¿Qué  dices? 
Pepi.       Nada,  que  voy  en  seguida. 

ESCENA  XIII 
Dichos,  D.  José  y  Antonia  {dtntró). 

Anto.  No  puede  ser. 

José  ¿Y  eso  por  qué? 

Anto.  Tengo  que  pasar  recado. 

José  Ea,  basta,  yo  no  necesito  cumplidos. 

Salo.  ¿Pero,  qué  es  eso? 


28  — 


Pepi.       ¡No  lo  sé,  tía!  (Malo,  malo,  malo). 

Salo.       (A  Antonia  que  sale  por  el  foro).  ¿Qué  hay? 

Anto.  Un  caballero  que  desea  verla.  {A  Pepito). 
(Ahí  está  el  abuelo,  escápese  usted). 

Pepi.       (De  aquí  salgo  como  San  Lorenzo). 

José  (Sin  bigote,  con  peluca  negra  y  una  male- 
ta). ¿Pero  es  este  el  modo  de  recíbip  al 
abuelo? 

Salo.      ¿Pero,  qué  dice  este  hombre? 

Luisa      ¡Jesús,  qué  miedo  me  da! 

José  Me  habré  equivocado  de  casa.  ¿No  vive  aquí 
D.^  Salomé  Fuentes? 

Salo.       Con  ella  está  usted  hablando. 

José        Entonces,  aquél  perillán  es  Pepito. 

Pepi.       Sí,  señor...  Pepito. 

José        Pues,  hombre,  abraza  á  tu  abuelo. 

Salo.  ;Ea!  Basta  de  burlas,  señor  mío.  D.  José  de 
la  Calzada  llegó  hace  una  hora  y  descansa 
en  aquella  habitación. 

Pepi.        ¡Atiza! 

José  ¡Cuerno!  Eso  no  es  posible.  D.  José  de  la 
Calzada  soy  yo. 

Anto.      Esto  acabará  muy  mal. 

Luisa  El  abuelo  de  Pepito  es  aquél  de  aquel  cua- 
dro. 

José  En  efecto,  ése  era  yo,  cuando  tenía  bigote  y 
antes  de  llevar  peluca. 

Salo.       ¿Pues,  entonces,  quién  es  el  otro? 

Pepi.       Eso  digo  yo,  quién  es  el  otro. 

José        ¿Pero,    criatura,  no  te  dice   nada  la  sangre? 

Pepi.       (Aquí  me  agarro  á  éste  para  que  me  salve). 

José        Vamos... 

Pepi.  Sí,  ahora  sí...  me  dice  que  usted  es  mi  abue- 
lito.  ¡Abuelo  de  mi  alma!  {Abrazándole). 

Salo.       ¿Pero,  cuántos  abuelos  hay  en  esta  casa? 

José        Yo  solo. 

Luisa  Entonces,  ¿quién  es  aquél  que  me  daba  aque- 
llos apretujoncto?... 

José  Un  impostor,  un  sinvergüenza  que  habrá 
querido  darnos  un  timo.  ^ 

Salo.  (Abriendo  la  puerta  de  la  alcoba).  Salga  us- 
ted, caballero. 

Pepi.       (Sí,  por  la  otra  puerta). 


24  — 


Salo.       He  dicho  que  salga  usted. 

Pepi.       No  saldrá,  no  saldrá. 

José        Pues  verá,  cómo  yo  le  saco  á  palos. 

Pepi.  Para  eso  estoy  aquí  yo,  ¡vaya!  pues  no  falta- 
ba más;  ya  verá  usted  lo  que  vale  tener  un 
hombre  en  casa. 

Anto.,     íEn  mi  vida  he  visto  frescura  semejante). 

Pepi.       Ahora  verá  usted.  {Entra  en  la  alcoba). 

Luisa      Por  Dios,  Pepito,  no  te  pierdas. 

José        (Es  bien  extraño  todo  esto). 

Pepi.  {Dentro).  Salga  usted  de  ahí.  {Imitando  la 
voz  del  viejo).  ¡No  me  da  la  gana!  ¿Qué  es  lo 
que  usted  pretende?  No  le  importa.  ¿No?  ¡No! 
Ahora  lo  verás.  ¡Tío  marrullero! 

Luisa      Ay,  Dios,  se  lo  va  á  comer, 

Pepi.  Bien  largo  de  aquí.  lie  dicho  que  no.  ¿No? 
pues  á  puntapiés.  ¡Toiiia!  (Sale  corriendo  con 
el  disfraz  del  abuelo).  lÁy,  esto  no  es  digno 
ni  decente! 

José  ¿Se  puede  saber  con  qué  objeto  ha  tomado 
usted  mi  nombre? 

Pepi.  ¿Se  puede  saber  con  qué  objeto  ha  tomado 
usted  el  mío? 

José  Cómo  se  entiende;  yo  soy  D.  José  de  la  Cal- 
zada. 

Pepi.       Lo  mismo  digo. 

José        ¡Mentira! 

Pepi.  (Se  quita  rápidamente  la  peluca  y  bigote). 
Pruébeme  usted  lo  contrario. 

Todos      ¡Pepito! 

Pepi.       ¿Soy  ó  no  soy  D.  José  de  ía  Calzada? 

José  Ahora  si  que  te  la  calzas.  {Levantando  el 
palo). 

Luisa      Por  Dios,  abuelo.  {Conteniéndole). 

José  Ja,  ja,  ja.  Pero,  tonta,  si  me  ha  hecho  mucha 
gracia. 

Salo.       Dios  mío,  qué  bochorno. 

José  Supongo  que  esto  habrá  sido  una  comedia 
para  entretenerme. 

Pepi.       Justo,  sí  señor,  una  comedia. 

Salo.  Esto  ha  sido  que  este  botarate,  en  su  afán  de 
ser  cómico,  nos  ha  puesto  en  ridículo. 

José        Pues  mira,  ya  sirve  para  el  teatro. 


—  25  — 

Salo.       ¿Usted  también? 

Pepi.       Abuelito^  usted  es  nuestra  providencia;  yo 
amo  á  mi  prima,  que  es  ésta. 
Si,  señor,  á  mí. 

Es  muy  bella  y  veo  con  gusto  que  os  améis. 
Pues  yo  no.  ¡Ea!  Esa  burla  no  la  puedo  to- 
lerar. 

Y  yo,  que  no  quiero  disgustar  á  mi  nieto,  me 
empeño  en  darle  gusto  y  se  casará. 
¡Pero,  D.  José!... 

{Arrodillándose).  Consienta  usted,  tía. 
{Id).  Mamá_,  consienta  usted. 
{Id).  Consienta  usted,  señora. 
¿Pero  qué  cuadro  de  ánimas  es  éste? 
Por  consentido.  Levantad  y  después  tratare- 
mos despacio  lo  que  se  ha  de  hacer.  Cuentas 
desde  ahora  con  ochenta  mil  pesos  de  dote. 
¿Ve  usted?  No  me  equivoqué  ni  en  un  cén- 
timo. 

Y  respecto  al  teatro... 

No  hay  más  que  hablar.  Mañana  traeré  un 
palco  para  que  vayan  á  verme.  {Al  público) . 

Todo  al  fin  lo  he  conseguido; 
y  si  es  que  quieren  venir, 
al  teatro  les  convido, 
pero  tienen  que  aplaudir. 


TELÓN 


y