EL ABUELO DE PEPITO
JUGUETE CÓMICO-LÍRICO EN UN ACTO
ORIGINAL DE
JOAQUÍN ARQUES
música del maestro
Estrenada eon gpan éxito en los Teatros Tíi^oli y Jlae^ío
de Bareelona, la noehe del 26 de Enero de 1908
BARCELONA
Imprenta «La Industria», de Manuel Tasis
Calle de Tallers, 6, 8 y 10
1908
\1
EL ABUELO DE PEPITO
JUGUETE CÓMICO-LÍRICO EN UN ACTO
ORIGINAL DE
JOAQUÍN ARQUES
música del maestro
Estrenada god qun éxito en los Teabos Tivoli y flaevo
de Bapeelona, la noehe del 26 de Emvo de 1908
í>v
BARCELONA
Imprenta «La Industria», de Manuel Tasis
■ Calle de Tallers, 6, 8 y 10
1908
REPARTO
íTBHTI^ O TÍ YODI
PERSONAJES ACTORES
ANTONIA. Srta. Chafer.
SALOMÉ . Sra. Gómkz.
LUISA Srta. Marí.
PEPITO Sr. Viñas.
DON JOSÉ » Ckret.
T^BHTRG ríUBYO
ANTONIA Sra. Benito.
SALOMÉ » March.
LUISA » Torregrosa.
PEPITO Sr. Rebúll.
DON JOSÉ » Peral.
La acción en Madrid.— Época actual
Derecha ¿ izquierda, las del actor
ACTO ÚNICO
Salón elegante. Puertas foro y laterales. Es de día. Un velador con libros. En el
joro derecha. Un retrato de tamaño natural representando á don José con
oabello y bigote blanco.
ESCENA PRIMERA
Pepito, después D.* Salomé.
Pepi. {Con el libro de una comedia en la mano).
Esto sí que es canela fina; y aún dice mi tía
que el teatro está perdido! Cosas de mi tía.
Aquí tienen ustedes una obra que ha basta-
do para hacer la reputación de un artista.
¡Qué papel este! qué efectos, qué fuerza
cómica, qué hermoso. Un muchacho joven y
guapo, como yo; calavera como D. Juan... y
como yo; y que quiere casarse, como yo.
Nada, si parece que me han retratado; no
falta más que una tía que se empeña en dar-
me cinco disgustos diarios. Hay mortal á
quien le sale un grano, que no le deja vivir,
y á mí me ha salido una tía que es peor que
todos los granos juntos. ¡Pues no se ha em-
peñado en que he de ser cura por fuerza!
¡Cura yo que deliro por el teatro y que me
vuelvo loco por mi prima! ¡No! no, y mil
veces no. (Pausa). Perp, señor, que haya
quien diga que el teatro está perdido escri-
biéndose obras como ésta. Vaya una esceni-
ta. {Leyendo). Nicasio y Nicolasa. Nicasio
607415
— 6 —
saltando por una ventana y cayendo cerca
del lecho donde duerme Nicolasa. Lle^ó el
momento de que el amor se impont^a á
todo... ¡Sí! Andando A tientas tropieza con
el lecho. ¡Qué hermosa debe estar dormi-
da!... Pero mis ojos de mortal mezquino no
pueden romper las tinieblas que envuelven
su precioso cuerpo. En este momento pene-
tra por la ventana un rayo de luna ilumi-
nando la escena ¡Oh! el cielo me prote^ce.
¡Rediez, qué morbideces! Se limpia el sudor
y se quita la americana y el chaleco. ¡Nico-
lasa! Nicolasa mía, cuando despiertes suspi-
rarás en mis brazos amantes. (Aparece doña
Salomé por el foro y va acercándose á Pepi-
to cautelosamente). ¡Que se oponen tus pa-
dres! ¡que se opono^an! ¿No te amo yo? ¡Pues
basta! ¿No me amas tú? ¡Pues basta! ¿No es
esta nuestra voluntad?...
Salo. {Interrumpiéndole). Pues basta.
Pepi. ¡Mi tía! Ábrete, tierra.
Salo. Supongo que leerías algún libro de texto.
Pepi. De... Sí señora... de tex .. de eso.
Salo. Venga ese libro.
Pepi. ¡María Santísima!
Salo. ¡Venga he dicho! (Le quita el libro).
Pepi. Dios me ampare.
Salo. (Leyendo). «Noche de amor». Noche de des-
vergüenza digo yo. ¡Jesús! Es esto en lo que
pasas el tiempo!
Pepi. ¡Pero tía!
SaIíO. ¡Te has empeñado en matarme á disgustos!
Pepi. Usted es la que se ha empeñado en torcer mi
vocación.
Salo. No le escribo á tu abuelo porque está para
llegar de un momento á otro, que si no ya
verías.
Pepi. Mejor. Seguramente no será tan tirano como
usted.
Salo. ¡Pepito! ¿Qué palabras son, esas?
Pepi. Perdón, tía... Pero es que ya no sé lo que me
digo. Siempre me lleva usted la contraria.
Salo. Por tu bien.
Pepi. Por mi bien, no, señora; porque si yo por
darle gusto me hiciera cura, como que quie-
ro á mi prima con toda el alma, sería un
cura de papel de estraza, y me convertiría
en un ser desdichado; y mi prima tampoco
podría vivir porque no se curaría de este
amor.
Salo. Ya tendría cura.
Pepi. Ya lo creo que lo tendría, como que no me
separaría de su lado.
Salo. ¡Pero inocente! ¿Se puede saber con qué
cuentas para sostener una familia?
Pepi. ¿Que con qué cuento? Con mi carrera.
Salo. ¿Al teatro le llamas tú carrera?
Pepi. Ya lo creo. No hay otra mejor ni que más
. produzca. Además cuento con la fortuna de
mi abuelo.
Salo. Que será capaz de dejársela á los pobres
cuando sepa tus torpes inclinaciones; porque
á tu abuelo, aunque personalmente no le co-
nozco por haber marchado á Méjico hace
muchos años, me consta que es un santo
varón, lleno de virtudes y de costumbres
cristianas.
Pepi. ¡Tía, tía!... Usted se propone que yo haga
un disparate.
Salo. ¿Y qué disparate ^a á ser ése?
Pepi. No lo sé... pero como mi prima quiera...
Salo. Mi hija hará lo que yo le mande.
Pepi. O lo que le dicte su corazón.
Salo. ¿Sí? Pues verás qué pronto la encierro en un
convento.
Pepi. Y yo la robaré de allí.
Salo. ¡Pepito!
Pepi. ¡Tía! ¿Vamos á un arreglo?
Salo. Siempre que me convenga...
Pepi. ¿Si dejo el teatro, consiente usted que me
case con Luisa?
Salo. ¡Pero este chico no sé lo que se ha figurado!
Pepi. ¿Consiente usted?
Salo. ¡No!
Pepi. ¿Entonces me declara usted la guerra?
Salo. ¡Vete al demonio!
Pepi. Ahora teatros y boda. ¿No quiere usted
guerra? Pues guerra. Seré cómico y seré el
marido de mi prima.
Salo. (Coloriendo hacia Pepito). ¡Y yo te sacaré
los ojos!
ESCENA IT
Dichos y Luisa.
Luisa {Interponiéndose). ¡Por Dios, mamá, ^ sí
que no!
Pepi. {Con gravedad cómica). Déjala que • le los
saque.
Salo. Déjame, Luisa, que quiero castigar á este
mocoso mal educado
Luisa ¿Pero qué ha ocurrido?
Salo. Ha pasado lo que yo debía haber previsto
hace tiempo; pero ya pondré remedio.
Pepi. Difícil me parece.
Salo. Desde ahora quedas despedido de esta casa.
¿No dices que sabes ganarte la vida? pues á
demostrarlo.
Pepi. ¿Me echa usted á la calle?
Salo. Ya lo has oído.
Pepi. (Gimoteando). Está bien. Adiós, Luisa, adiós.
(Le da ¿a mano).
Luisa ¿Pero, dónde irás por ahí solo?
Pepi. Me iré lejos, muy lejos... con los chinos...
Luisa (Llorando). ¡Ay, mamá, que dice que se va
con los chinos!
Salo. ¡Que se vaya con dos mil de á caballo!
Pepi. ¡Adiós, tía! (Mirando el retrato de su abue-
lo). Adiós, abuelo amado, cuando vengas de
Méjico, ya no me encontrarás en esta casa.
Salo. De lo cual se alegrará mucho. ¡Uf! Esto ya
es demasiado. (A Pepito). Ya sabes lo que
tienes que hacer. {Vdse izquierda).
9 —
ESCENA III
üichos, menos Salomé.
Música
Luisa
Cuánto sufre el pobrecito
cuánto sufre por mi amor.
p-o-
Cuánto sufre mi Luisa,
cuánto sufrimos los dos.
Luxs/
¡Ay Pepito!
Pepi.
Prima mía.
LüISA"^^
Ya verás lo que hago yo
para que podamos vernos
sin ninf^una interrupción.
Pepi.
Ay, prima mía
qué vas á hacer.
Luisa
Lo que ahora mismo
vas á saber.
Todas las noches,
todos los días
tras los cristales
de mi balcón,
yo estaré viendo
cómo en la acera
me estás mirando
con loco amor.
Pepi.
Y yo en la calle.
como un bendito,
sufriendo el agua.
sufriendo el sol;
ahora me tuesto.
ahora me enfrío,
ahora me calo
de un chaparrón.
Luisa
¿Qué te parece eso?
Pepi.
Que va de lo mejor
para morir de reuma
ó de una insolación.
No es eso, prima mía,
yo deseo vivir
estando como ahora
10 -
Luisa
Pepi.
Los DOS
muy juntitos, así
Sin separarnos
ni dos minutos
viendo tus ojos,
viendo tu faz
y respirando
tu puro aroma,
pero algo lejos
de tu mamá;
soñar si sueñas
sueños de amores
que es lo más grato
poder soñar
y al ñn morirme
loco perdido
á los cien años
ó poco más.
Ay qué bonito es eso.
Así quiero vivir
estando como ahora
muy juntitos, así.
Qué dicha tan grande
qué inmenso placer-
Así prenda, mía,
concibo el querer.
ESCENA IV
Hablado
Dichos y Antonia.
Anto. (Por la izquierda). ¡Señorita!
Luisa ¡Ay! (Asustada).
Pepi. ¡Canastos! ¡Vaya un susto!
Luisa ¿Qué quieres tú ahora?
Anto. La señora la espera en su gabinete.
Pepi. Ya lo oyes, no quiere que estemos juntos.
¡ea! torturémonos el corazón y adiós.
Luisa ¿Pero ya no nos veremos?
Pepi. ¡Pues no nos hemos de ver!
11
¿De modo que no te marchas?
Yo no me muevo de aquí aunque me hagan
trizas.
¡Pobrecillos!
¿Y si mamá no te deja entrar?
Entraré por el balcón ó por el techo ó por
donde sea-, pero yo entro.
Entonces ya me voy más tranquila. Adiós.
(Se dirige á la puerta de la izquierda y des-
de allí le echa un beso con la mano).
Adiós, y ahí te va este otro. (Le manda un
beso).
ESCENA V
Dichos menos Luisa.
¡Ay, señorito, qué lastímame da de verles
sufrir!
Gracias, Antonia.
Y el caso es que no sé cómo decírselo.
¡Ah! ¿Pero me tienes que decir algo?
Que tengo orden de no abrirle más la puerta
cuando se vaya.
¡Sí! Pues entonces no me voy. ¡Hecha la ley,
hecha la trampa!
Y entonces lo pagará la señorita.
Tienes razón, debo marcharme.
Señorito...
¿Qué?
Nada, que yo no quiero que se me pudra en
¿Pero acabarás de una vez?
{Con misterio). El domingo lo vi.
¡Claro! como todos los días.
No, señor, fué por la tarde, en el teatro.
{Tapándole la boca). Calla, guasona.
No tenga usted cuidado que no se sabrá
por mí.
¿De modo que me viste?
Como lo veo á usted ahora. Pero qué gracia
tiene usted para el teatro, señorito.
— 1-J —
Pepi. Pero no carites, mujer.
Anto. a mi lado había dos caballeros y uno de
ellos decía: este chico lle^^ará á ganar un
dineral.
Pepi. Pues ya ves, mi tía no quiere que sea del
teatro.
Anto. Porque no le ha visto trabajar. Con decir
que si yo hubiera podido le habría dado un
abrazo.
Pefi. Pues mira, todos los santos tienen octava.
Dámelo ahora.
Anto. Así, así hablaba usted con aquella tiple tan
g'uapa. ¡Pero qué retebién lo hacía usted, se-
ñorito...! Vamos, si parecía que siempre ha-
bía usted estado en las tablas.
Pepi. Pues no llevo más que un mes escaso.
Anto. Y cómo se dejaba abrazar la muy tunanta.
Pepi. Porque el papel lo requería.
Anto. ¿Y lo de enseñarle á usted las pantorrillas,
también lo requería el papel?
Pepi. Naturalmente.
Anto. En fin, es el caso que me tuvo usted con la
boca abierta, y que me aprendí de memoria
aquello que cantaban los dos, con tanto
jaleo.
Pepi. ¿Y cómo lo has aprendido tan pronto?
Anto. Toma, estudiándolo con los cantables de la
obra que compré por diez céntimos. ¿Y sabe
usted á qué número me refiero?
Pepi. Al dúo de los nervios, que es muy bonito...
pero muy cansado.
Anto. Pues yo no me cansaría, porque como soy
nerviosa, no tendría que violentarme mucho.
¿Quiere usted que lo cantemos?
Pepi. Pero oye, tendrás que hacer todo lo que ha-
cía aquélla.
Anto. Claro. ¿No dice usted que es del papel?
Pepi. Pues vamos á ver si te acuerdas de la parte
de la tiple.
Anto. Ven^a el dúo de los nervios.
Pepi, ¡Vaya! Y si mi tía nos oye, ya verás qué ter-
ceto.
— 13 —
Música
Como soy tan nervioso.
Como soy tan nerviosa.
No la puedo mirar.
No le puedo mirar.
Sin notar cierta cosa. {Se estremecen).
Cuando voy por la calle
y él me sigue detrás,
si un poquito la falda
me quiero levantar....
como soy tan nerviosa
doy un tirón atroz
y enseño el zapatito
la media y pantalón.
Pepi. y yo que voy tras ella
como un ga.\^m]\o inglés,
si atisbo ciertas cosas
que no quisiera ver...
como soy tan nervioso,
salto y brinco detrás,
tropiezo, y á sus brazos
siempre voy á parar. {Se abrazan).
Anto. ¡Ay qué susto me dio!
Pepi. ¡Ay qué rica es ustedl
Anto. ¡Ay qué nerviosa estoy!
Pepi. ¡Ay! ¡Pues no sé por qué!
Y siguen los nervios
con grave tensión
igual que si fueran
cuerdas de violón.
Anto. Y llego hasta casa
saltando á compás.
Pepi. Y del mismo modo
yo sigue detrás.
Anto. Cuando ya estamos solos
le quiero hasta pegar
y al mirarle de cerca
su cara de truhán...
Como soy tan nerviosa,
no sé qué voy á hacer,
— u —
que saltan hechos trizas
los broches del corsé.
Pepi. y yo que estoy mirando
belleza tan juncal,
al ver que se desbordan
sus carnes de azahar...
Como soy tan nervioso
rae sube un no se qué
que me sube, me sube...
y no sé lo qué hacer.
Anto. ¡Ay el ataque!
Pepi. ¡Ay que me da!
Los DOS ¡Ay cielo santo!
No puedo más. {Fingiendo él ataque).
Hablado
Pepi. Magnífico, muchacha. Te aseguro que estás
de nervios y de formas mejor que la tiple.
Anto. Usted sí que está hecho un pillastre...
Pepi. Un gran cómico es lo que yo estoy hecho; y
eso se lo voy á demostrar á mi tía muy
pronto.
Anto. ¿Qué va usted á hacer?
Pepi. Ya verás; una idea que me ha sugerido el
retrato de mi abuelo. ¿Estás dispuesta á
ayudarme?
Anto. ¿Lo va usted á vender?
Pepi. No se trata de eso.
Ajsto. Pues yo le ayudaré en todo.
Pepi. Muy bien. Dentro de un rato llegará mi
abuelo.
Anto. ¡Cómo! ¿Tiene usted noticias?
Pepi. No me preguntes más. Lo que yo tengo son
pelucas y todo lo que necesito. Ven á mi
cuarto y allí te daré mis instrucciones.
Anto. Vaya un lío.
Pepi. ¡Y gordo! Ah, querida tía, ya verás si soy
buen cómico. {Al retrato). Dispensa, abuelo,
pero no hay más remedio. Anda, muchacha.
{Salomé dentro). ¡Antonia!
Anto. ¡La señora!
Pepi. Anda he dicho. {La empuja y vánse foro).
— 15
ESCENA VI
Salomé V Luisa.
Salo. Hubiera jurado que aún andaba por aquí ese
mequetrefe.
Luisa ¡Pobrecillo, ya no le veré más! (Suspirando).
Salo. Mejor. ¿Pero se puede saber por qué lloras?
Luisa {Llorando). Si no lloro, mamá.
Salo. Pues no he visto cosa más parecida. ¡Ea!
basta de gimoteos; yo que soy tu madre, te
mando que le olvides para siempre.
Luisa Bueno, usted me lo manda á mí y obedezco
porque soy buena. Pero yo se lo mando á mi
corazón y no me hace caso.
Salo. Entonces se lo mandaré yo.
Luisa Está muy mal educado mi corazón. Acer-
qúese, mamá, acerqúese. {Figurando que le
habla al corazón). Oye, niño, estáte quieto de
una vez. ¿Ve usted qué saltos da ahora?
¿Estás dispuesto á olvidar á Pepito? ¿Oye
usted? No, no, no, no.
Salo. Sí, ¿eh? Pues escucha lo que dice el mío.
¿Estás dispuesto á no consentir majaderías?
Sí, sí, sí, sí.
Luisa ¿Y si se muere?
Salo. Lo entierran.
Luisa ¿Y si yo me muero?
Salo. Tú no te morirás porque velo yo por tí.
Luisa Sí que me moriré y va á ser muy pronto.
Salo. Bueno, déjame en paz.
Luisa Eso es, ya no falta más que se enfade us-
ted conmigo y me arroje de su lado tam-
bién.
Salo. Vamos á ver: ¿y si yo hiciera eso, qué ha-
rías tú?
Luisa Toma, pues buscar el pariente más cerca-
no... y como aquí no tengo más pariente que
mi primo...
Salo. Muy bonito. ¡Miren la mosquita muerta!
Luisa ¿Pero, qué había de hacer?
— 16
poder
Salo. Nada; yo soy la que ha de tomar mis pre-
cauciones. Mañana salimos de Madrid.
Luisa ¡Ay, Dios mío! ¿Dónde?
Salo. Donde no te importa; vamos á ver si puedo
dominar á estos niños.
Luisa H^h, qué idea!) Ay mamá, no va á
ser.
Salo. ¿Y por qué?
Luisa ¿No esperamos de un momento á otro al
abuelo de Pepito?
Salo. Es verdad. Bien, ya le dejaremos dicho
nuestro paradero.
Luisa Me he lucido.
ESCENA VII
Dichos y Antonia.
Akto. (Foro). ¡Señora, señora!
Salo. ¿Qaé ocurre?
Anto. Desde el balcón del comedor, he visto que
ha parado un coche en la puerta.
Salo.. ¿Y bien?
Anto. Que se ha apeado un señor anciano muy pa-
recido al retrato del abuelo.
Luisa El es. (Nos hemos salvado).
Salo. Y en qué momento llega. Vaya usted á abrir
la puerta.
Anto. Dios nos saque bien librados. (Fdse/)or eZ
foro).
ESCENA VIII
Salomé y Luisa.
Salo. ¿Y qué le dio^o ahora de su nieto?
Luisa ¿Ve usted? Si no le hubiera despedido...
Salo. ¡Jesús! Entre todos harán que pierda el
juicio.
Luisa Si el viejo es bueno, seremos felices.
Salo. ¿Qué le diré á este señor?
17
ESCENA IX
Salomé, Luisa, Antonia y Pepito caracterizado imitando
el retrato del abuelo
Música
Anto. {Desde el foro).
D. José de la Calzada
pide venia para entrar.
Salo. Adelante y á mis brazos.
Pepi. Pues los míos allá van. {Se abrazan).
Luisa {A Antonia). Ya del todo parecido
al retrato que allí ves.
Anto. No le falta más que el marco
que hay colg-ado en la pared. .
Salo. Esta es mi hija.
Luisa Su servidora.
Pepi. " Como su madre,
buena y hermosa.
Ven á mis brazos,
ven sin tardar
que tus mejillas
quiero besar.
{Abraza y besa á Luisa).
Bien se aprovecha
el muy pillastre.
Vaya un orgullo
para una madre. '
Este buen viejo
tiene razón.
Cuando era joven
así era yo.
Pepi. ¿Pero dónde está mi nieto,
que ya no me viene á ver?
Salo. Pues su nieto... francamente,
ahora mismo no lo sé.
Pepi. Que le avisen en seguida
que al no verle sufro ya.
Salo. Ya vendrá, *pase entretanto,
le conviene descansar.
Luisa Es lo primero,
descanse usted.
Anto.
Salo.
_ 18 —
Pepi. Si no me canso,
ven otra vez.
Dame un abrazo.
Qué rica es.
Todos Basta de abrazos,
descanse usted.
Hablado
Salo. Ahora hablemos un poco, después descansa-
rá un ratito y cuando haya descansado, á
comer.
Pepi. Magníficamente pensado.
Salo. Y usted vaya preparándolo todo. (A An-
tonia).
Anto. Está muy bien, señora. ¡Cualquiera sabe en
lo que para esto! {Vdse).
ESCENA X
Dichos menos Antonia.
Pepi. (Sentándose en una butaca) . ¿Pero ese Pe-
pito?
Salo. {Sentándose á su lado). Como á punto fijo
no sabía su llegada...
Pepi. Eso le disculpa, que si no... (A Luisa). Pero
qué linda es. '
Luisa Muchas gracias.
Pepi. Ven, siéntate aquí sobre mis rodillas, quiero
que me cuentes muchas cosas.
Luisa ¿No le molestaré?
Pepi. Qué me has de molestar, ángel mío.
Luisa (Seiitándose) . Pues aquí me tiene.
Pepi. (¡María Santísima, qué redondeces!).
Salo. ¿Pero dónde se ha dejado usted el equipaje?
Pepi. ¿El equipaje? (No había caído en esto). Pues
no sabes... en alta mar... una tempestad
horrible y ¡cataplum! ¡Adiós, equipaje!
Luisa Se lo llevó.
Pepi. Todo, hasta la maleta de mano.
Salo. ¡Qué desgracia!
— 19 —
Pepi. Pero no me llevó á mí.
Luisa ¡Qaé suerte!
Pepi. Mucha, porque así he podido verte y soy di-
choso.
Salo. Es muy simpático.
Luisa ¡Ay, no sé lo que le noto... parece que tiene
usted hormig-uillo!
Pepi. No, tonta... es la satisfacción... el... vamos...
que ya no sé lo que me pasa.
Salo. Vamos, niña, levántate de ahí que estás mo-
lestándole.
Luisa Peso mucho, ¿verdad?
Pepi. ¡Quiá! ¡ni una paja!
Luisa (¡Jesús, cómo aprieta el demonio del viejo!)
Salo. Ahora siéntate aquí á nuestro lado y hable-
mos de algo muy serio.
Luisa Antes un beso. (Besa á Pepito).
Pepi. Ahí va el mío. {La besa). (Me estoy cobran-
do el gran anticipo).
Salo. Antes que se presente su señor nieto debo
participarle que es un perdido.
Pépi. ¡Eh!
Salo. Siento darle este disgusto. Pepito no quiere
ser cura.
Pepi. De lo cual me alegro mucho.
Luisa ¡Y yo!
Salo. ¡Niña, silencio!
Pepi. ¿Y qué más?
Salo. Se ha empeñado en ser cómico; y esto es una
vergüenza para la familia.
Pepi. ¡Vergüenza! ¿y por qué?
Luisa ¿Eso y por qué?
Salo. ¡Niña!
Pepi. Adelante, adelante.
Salo. ¿Pero á usted no le horroriza esto?
Pepi. No, señora. Se puede ser cómico y muy santo
á la vez... ya te enseñaré el almanaque me-
jicano y entonces te convencerás. San Bata-
lio^ fué bajo de ópera y murió mártir. Santa
Plaudia, murió tiple y virgen; ya ves tú si
eso es difícil. San Amorguis, apuntador y
obispo...
Salo. No conozco esos santos.
'20 —
Luisa Porque son mejicanos, mamá.
Pepi. Además 3^0 no pienso torcer su vocación, y
en los pocos días que esté entre vosotros no
quiero disgustos. Vengo á casarlo, y nada
más.
Luisa ¡A casarlo! ¿y con quién?
Salo. ¡Niña!
Pepi. Con una chica muy bella y que á él le quie-
re mucho.
Luisa A Pepito no le quiere nadie.
Pepi. ¿Ni tú tampoco?
Luisa ¡Yo, sí, mucho! ¿á qué negarlo?
Pepi. Bendita sea tu alma. (Levantándose de un
salto).
Salo. ¿Pero don José, qué es eso?
Pepi. Nada, que me la comía-, esa inocencia me
encanta; y que he venido á casarlos y los
caso.
Luisa ¿A mí con él?
Pepi. Sí á tí.
Salo. Pero usted no se ha fijado en que son muy
jóvenes.
Pepi. A los diez y siete, me casé yo y sin un cén-
timo; ya ves, él cuenta desde ahora con
ochenta mil pesos que yo le traigo.
Salo. ¡Ochenta mil!
Pepi. Sí, ó cien mil. (Yo estoy soltando pesos hasta
mañana).
Salo. Es una fortuna.
Pepi. Poca oosa; después, cuando yo muera...
Luisa Por Dios, no piense usted en eso.
Salo. Tiene razón la niña. (Pero por qué habré yo
despedido á ese chico).
Pepi. Supongo que no te opondrás; ya seque ellos
se quieren porque él me lo ha escrito.
Luisa Sí, señor, mucho.
Salo. Accedo muy gustosa, porque al fin y al cabo
Pepito es un buen muchacho.
Pepi. (Valiente tía me ha dado Dios). Y ahora, con
vuestro permiso, quisiera descansar un rato.
Salo. Aquí tiene usted su habitación preparada.
{Indicando la primera puerta de la derecha).
Pepi. (Magnífico, tiene puerta de escape).
— 21 —
Luisa Pues adiós, abuelito, y á descansar.
Pepi. Pero no entrar á llamarme hasta que yo
avise.
Salo. Así lo haremos.
Pepi. ¡Ah! si viene mi nieto, ése sí, que entre en
seoruida. ¡Vaya! tengo unas ganas de darle
un tirón de orejas... Y tú no me lo entreten-
gas mucho, muñeca, je, je, je. Conque hasta
dentro de un rato; qué chico ese, je, je, adiós,
monina... Adiós, Salomé. (Adiós mis costi-
llas como se descubra el lío). (Ehtra en la
alcoba).
ESCENA XI
Dichos menos Pepito.
Salo. ¿Y qué hacemos ahora? {Muy agitada).
Luisa Yo no sé, mamá... pero creo que volverá.
Salo. ¡Oh! si se hubiera marchado fuera de la po-
blación...
Luisa No quiero pensarlo.
Salo. ¡Yo sola tendría la culpa de la desgracia!
¡Pobre criatura!
Luisa ¡Pobrecillo!
Salo. Y qué alegrón le íbamos á dar.
Luisa Y se lo daremos. ¡Pues ya lo creo!
Salo. ¿Pero, y si se levanta el abuelo y no ha ve-
nido?
Luisa Eso sí que sería una contrariedad.
Salo. En fin, pensemos algo práctico. {Se sienta).
Luisa Buena estoy yo para pensar. (Se sienta).
ESCENA XII
Dichos y Pepito.
Pepi. {Sale sin disfraz por el foro, y muy pensati-
vo llega pausadamente hasta el proscenio).
¿Puedo pasar, tía?
Salo. (Con alegría), ¡l'epito!
Luisa (Id). ¡Por fin!
— 22 —
Pepi. (Muy triste). Ya lo tengo todo arreglado.
Esta noche duermo en el Seminario y dentro
de un año cura.
Salo. ¡Narices!
Pepi. ¡Cómo!
Luisa Ya lo has oído; narices.
Pepi. Pero...
Salo. Pues has de saber...
Luisa (Ay mamá, no se lo diga usted de sopetón,
que le puede dar algo).
Salo. ¿A quién dirías que tenemos en casa?
Pepi. ¡Oh! ¡Ah! no me digan más. Aquí está mi
abuelo.
Luisa Qué listo es y qué penetración tiene.
Salo. Aquí está, lo has adivinado; pero lo que de
fijo ignoras es que viene decidido á casarte.
Pepi. ¿A mí, y con quién?
Salo. Con ésta.
Pepi. ¡Ah! Pero claro, usted se opondrá.
Salo. ¡Quiá! yo no me opongo.
Luisa Ni yo tampoco.
Salo. No quiere disgustos el pobre anciano.
Pepi. ¿De modo que seremos marido y mujer?
Salo. Así parece. Vamos hombre, no te encortes;
ahora, anda, dale un abrazo delante de mí.
Pepi. Tía...
Luisa Anda, hombre...
Pepi. (Estoy sacando la tripa de mal año). {Abra-
zando á Luisa).
Salo. Y ahora ya puedes pasar á ver al abuelito.
Pepi. (Ya empezó Cristo á padecer).
Salo. ¿Qué dices?
Pepi. Nada, que voy en seguida.
ESCENA XIII
Dichos, D. José y Antonia {dtntró).
Anto. No puede ser.
José ¿Y eso por qué?
Anto. Tengo que pasar recado.
José Ea, basta, yo no necesito cumplidos.
Salo. ¿Pero, qué es eso?
28 —
Pepi. ¡No lo sé, tía! (Malo, malo, malo).
Salo. (A Antonia que sale por el foro). ¿Qué hay?
Anto. Un caballero que desea verla. {A Pepito).
(Ahí está el abuelo, escápese usted).
Pepi. (De aquí salgo como San Lorenzo).
José (Sin bigote, con peluca negra y una male-
ta). ¿Pero es este el modo de recíbip al
abuelo?
Salo. ¿Pero, qué dice este hombre?
Luisa ¡Jesús, qué miedo me da!
José Me habré equivocado de casa. ¿No vive aquí
D.^ Salomé Fuentes?
Salo. Con ella está usted hablando.
José Entonces, aquél perillán es Pepito.
Pepi. Sí, señor... Pepito.
José Pues, hombre, abraza á tu abuelo.
Salo. ;Ea! Basta de burlas, señor mío. D. José de
la Calzada llegó hace una hora y descansa
en aquella habitación.
Pepi. ¡Atiza!
José ¡Cuerno! Eso no es posible. D. José de la
Calzada soy yo.
Anto. Esto acabará muy mal.
Luisa El abuelo de Pepito es aquél de aquel cua-
dro.
José En efecto, ése era yo, cuando tenía bigote y
antes de llevar peluca.
Salo. ¿Pues, entonces, quién es el otro?
Pepi. Eso digo yo, quién es el otro.
José ¿Pero, criatura, no te dice nada la sangre?
Pepi. (Aquí me agarro á éste para que me salve).
José Vamos...
Pepi. Sí, ahora sí... me dice que usted es mi abue-
lito. ¡Abuelo de mi alma! {Abrazándole).
Salo. ¿Pero, cuántos abuelos hay en esta casa?
José Yo solo.
Luisa Entonces, ¿quién es aquél que me daba aque-
llos apretujoncto?...
José Un impostor, un sinvergüenza que habrá
querido darnos un timo. ^
Salo. (Abriendo la puerta de la alcoba). Salga us-
ted, caballero.
Pepi. (Sí, por la otra puerta).
24 —
Salo. He dicho que salga usted.
Pepi. No saldrá, no saldrá.
José Pues verá, cómo yo le saco á palos.
Pepi. Para eso estoy aquí yo, ¡vaya! pues no falta-
ba más; ya verá usted lo que vale tener un
hombre en casa.
Anto., íEn mi vida he visto frescura semejante).
Pepi. Ahora verá usted. {Entra en la alcoba).
Luisa Por Dios, Pepito, no te pierdas.
José (Es bien extraño todo esto).
Pepi. {Dentro). Salga usted de ahí. {Imitando la
voz del viejo). ¡No me da la gana! ¿Qué es lo
que usted pretende? No le importa. ¿No? ¡No!
Ahora lo verás. ¡Tío marrullero!
Luisa Ay, Dios, se lo va á comer,
Pepi. Bien largo de aquí. lie dicho que no. ¿No?
pues á puntapiés. ¡Toiiia! (Sale corriendo con
el disfraz del abuelo). lÁy, esto no es digno
ni decente!
José ¿Se puede saber con qué objeto ha tomado
usted mi nombre?
Pepi. ¿Se puede saber con qué objeto ha tomado
usted el mío?
José Cómo se entiende; yo soy D. José de la Cal-
zada.
Pepi. Lo mismo digo.
José ¡Mentira!
Pepi. (Se quita rápidamente la peluca y bigote).
Pruébeme usted lo contrario.
Todos ¡Pepito!
Pepi. ¿Soy ó no soy D. José de ía Calzada?
José Ahora si que te la calzas. {Levantando el
palo).
Luisa Por Dios, abuelo. {Conteniéndole).
José Ja, ja, ja. Pero, tonta, si me ha hecho mucha
gracia.
Salo. Dios mío, qué bochorno.
José Supongo que esto habrá sido una comedia
para entretenerme.
Pepi. Justo, sí señor, una comedia.
Salo. Esto ha sido que este botarate, en su afán de
ser cómico, nos ha puesto en ridículo.
José Pues mira, ya sirve para el teatro.
— 25 —
Salo. ¿Usted también?
Pepi. Abuelito^ usted es nuestra providencia; yo
amo á mi prima, que es ésta.
Si, señor, á mí.
Es muy bella y veo con gusto que os améis.
Pues yo no. ¡Ea! Esa burla no la puedo to-
lerar.
Y yo, que no quiero disgustar á mi nieto, me
empeño en darle gusto y se casará.
¡Pero, D. José!...
{Arrodillándose). Consienta usted, tía.
{Id). Mamá_, consienta usted.
{Id). Consienta usted, señora.
¿Pero qué cuadro de ánimas es éste?
Por consentido. Levantad y después tratare-
mos despacio lo que se ha de hacer. Cuentas
desde ahora con ochenta mil pesos de dote.
¿Ve usted? No me equivoqué ni en un cén-
timo.
Y respecto al teatro...
No hay más que hablar. Mañana traeré un
palco para que vayan á verme. {Al público) .
Todo al fin lo he conseguido;
y si es que quieren venir,
al teatro les convido,
pero tienen que aplaudir.
TELÓN
y