Alvaro Sánchez
EL APOSTOL
DEL NUEVO REINO
SAN LUIS BELTRAN
ALVARO SANCHEZ nació en Bogotá, en
julio de 1896. Hizo sus estudios elementa-
les con los Hermanos de las Escuelas Cris-
tianas. Cursó literatura, filosofía y teolo-
gía en el Seminario Conciliar de Bogotá,
bajo la rectoría de Monseñor Manuel Ma-
ría Camargo y Monseñor José Eusebio
Díaz. Se ordenó sacerdote en 1919. Desde
entonces ha vivido dedicado a la ense-
ñanza. Ha publicado: "El Misterio del
Altar", "Meditaciones Eucaristicas"; "Cris-
to Rey". Alocuciones y discursos, obras
de carácter religioso y de carácter peda-
gógico, un "Resumen de la Historia de la
Filosofía". Actualmente es capellán del
Colegio de la Presentación (Centro), en
donde dicta las clases de Historia de la
Literatura y Filosofía de la Educación y
los cursos de Religión. Es profesor de
Filosofía de la Educación en el Colegio
Departamental de La Merced. En años
anteriores desempeñó una cátedra de Fi-
losofía en al Pontificia Universidad Jci-
veriana.
IJ. NOE HERRERA
SALES OF COLOMBIAN BOOKS
APARTADO AEREO 12053
BOGOTA, COLOMBIA
SAN LUIS BELTRAN - Cuadro de Zurbarán.
Museo Provincial de Sevilla.
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EL APOSTOL
DEL NUEVO REINO
SAN LUIS BELTRAN
Nihil obstat
Joseph Restrepo Posada
Censor Deputatus.
Bogotae die 27 Aprilis ani 1953.
Imprimatur,
t Aemilius de Brigard,
Episcopus Auxiliaris.
Reg. Libr. resp. fol. 28, No. 334.
BIBLIOTECA
DE CULTURA HISPANICA
VOLUMEN IX
ALVARO SANCHEZ
(Miembro correspondiente de la Academia de la Lengua
y Miembro Fundador del Instituto Colombiano
de Cultura Hispánica)
EL APOSTOL
DEL NUEVO REINO
SAN LUIS BELTRAN
EDITORIAL KELLY
BOGOTA
\
Homenaje al Instituto de
Cultura Hispánica
EL AUTOR
Nota Liminar
La mística española que en la Edad de Oro
se expresó en voces cuasi divinas, encontró en
el barroco pinceles inspirados que la aprvsiona-
ron para siempre. Así los trazos magistrales del
extremeño Francisco de Zurbarán, el más insig-
ne pintor religioso del mundo hispánico. Inter-
pretó de manera magistral la intensa vida in-
terior de ascetas y de penitentes cuyo espíritu
ardió corno la zarza simbólica de Horeb. Enjuto
el cuerpo, luminosa el alma que irradia en las
pupilas dilatadas y extáticas del visionario ex-
traterreno. Solía el maestro envolverlos en luces
de bodega para convertir en luminaria rostros
y manos exangües; otras veces, ya en la madu-
rez, rodéalas de paisajes magníficos con rotun-
dos aciertos en sus cielos amplios y claros que
iluminan, además, los encantadores paisajes del
tercer plano: serenidad, sosegado encanto, coli-
nas de suave descenso, regatos y movidas escenas
lejanas, milagros que se cumplen al cobijo de
árboles milenarios o en las orillas rumorosas de
cristalinas fuentes donde mejor se intuye la pre-
sencia de Dios.
12
NOTA LIMINAR
Aún recuerdo, en visitas al Museo Provincial de
Sevilla, cómo fui retenido con insistencia por
dos obras del insigne pintor: representa en ellas
a dos cumbres de la orden de Santo Domingo,
el místico Fray Enrique Suzón y nuestro igno-
rado San Luis Bertrán. Demoré ante éste atraí-
do por la genial interpretación que del Patrono
del Nuevo Reino de Granada realizó el extreme-
ño y tratar de explicarme por qué mi patria, tan
orgullosa de su fe religiosa, ignoraba o descono-
cía la vida admirable del Protector de sus indí-
genas, del que colmó de luz y de milagros dilata-
das regiones del litoral atlántico colombiano.
Durante siete años, desde el que arranca de
1562, el taumaturgo valenciano aquilató su vida
heroica, enriquecida con el dón de los milagros
en servicio de los humildes, ejemplo y confusión
de los soberbios.
Formaron el teatro de su vida neogranatense
pueblos y reducciones de indios, las selvas mile-
narias del río Magdalena, sus torrentes y ria-
chuelos; el templo de su predicación lo domina-
ba el cielo tropical abierto y magnífico donde en
noches estivales la Cruz del Sur hace de altar
para el extático. Regiones humildes como Tu-
bará, Cipacua, Palauto, Usiacurí, Turbaco, Ma-
hates, Tenerife, Malambo y Piojo fueron santifi-
cados con su presencia, maravillados con su dón
divino de las lenguas y salpicados con su sangre
penitente. Ciudades preclaras como Santa Mar-
ta y Cartagena gozaron también de su presen-
cia y escucharon su predicación que poseyó el
secreto tan acertadamente calificado por el nue-
vo biógrafo colombiano del Santo Patrono: "El
NOTA LIMINAR
13
secreto de todo provechoso apostolado no es
otro que la intensidad de la vida divina en el
alma del apóstol; entonces la palabra no es lec-
ción aprendida y monótonamente repetida sino
eco auténtico y vital de la palabra del Maestro".
Dón inestimable fueron para el Nuevo Reino
de Granada los siete años de la infatigable pre-
dicación del "taumaturgo del Atlántico" . Mas
la memoria de tanta bienandanza espiritual, dis-
persa en contadas crónicas de la época colonial,
quedó para recreo de los eruditos y honor pre-
claro pero oculto de la iglesia colombiana.
La hora de su definitiva revaluación llegó por
fin. El silencio guardado por sus propios her-
manos de religión, satisfechos con el primoroso
y rarísimo libro que de la vida singular del va-
lenciano escribió su discípulo Fray Antist y los
breves capítulos que el historiador bogotano
Fray Alonso de Zamora dedicó al insigne San
Luis Bertrán en su "Historia de la Provincia de
San Antonino del Nuevo Reino de Granada", pu-
blicada en el año de 1701 y en épocas recientes
reimpresa e ilustrada por la erudición de Fray
Andrés Mezanza, son claro testimonio del desin-
terés con que la comunidad de Santo Domingo
ha visto la vida heroica de San Luis Bertrán, des-
vío del que ya se quejaba el Padre Antist. Fue
la familia de Bertrán la que promovió la causa
de beatificación que exaltó a la dignidad de bien-
aventurado al hijo inolvidable del notario Luis
Bertrán y de Angela Exarch, cuando apenas ha-
bían pasado veintisiete años de su tránsito, ocu-
rrido en su amada ciudad de Valencia el 9 de
octubre de 1581. Cronistas seculares anteriores
14
NOTA LIMINAR
a Zamora y dos del siglo xvm ilustran sus his-
torias con la memoria del que fue elevado a los
altares por Clemente X y exaltado como Patrono
del Nuevo Reino de Granada a instancias de
Carlos II de España e Indias. Después el silen-
cio, la indiferencia y el olvido, sin explicación
en Colombia donde de tan antiguo florece la
comunidad cuyo hábito honró el santo y cuyo
pueblo se distingue con el privilegio de su
patronado.
De pocos años a hoy la imagen de San Luis
Bertrán decora la hermosa fachada de la basíli-
ca menor de Bogotá y en lo venidero la narra-
ción de su vida admirable será recreo de los bue-
nos lectores. Un sacerdote bogotano ilustre, es-
critor de acendrado gusto clásico que para la cá-
tedra del Espíritu Santo labra oraciones de rara
belleza literaria y suma doctrina, ha hecho el
hallazgo del Patrono de Colombia. Prendado de
su vida adornada de tantos atractivos hagiográ-
ficos, se dio a estudiarla con criterio de histo-
riador, autorizado por las graves lecciones de las
ciencias eclesiásticas. El fruto de su empeño ha
sido logrado en forma digna de alabanza. Cons-
tituye el libro del doctor Alvaro Sánchez el más
cabal estudio de la vida del santo valenciano.
Ofrece su lección para todos el acertado patroci-
nio del Instituto Colombiano de Cultura Hispáni-
ca que cumple así, una vez más, con las finalida-
des propias de su establecimiento, las de revaluar,
exaltar e incorporar al patrimonio cultural de la
ilación los motivos más caros de su estirpe his-
pana, olvidados tantas veces y que constituyen
NOTA LIMINAR
15
perenne lección de la historia sobre cuyo funda-
mento se erige el porvenir.
La vida de San Luis Bertrán es oportunidad
para el crítico, el moralista, el pensador y el
orador sagrado, que de mano de armonioso y so-
noro castellano, introduce al lector en lecciones
magistrales por los empinados caminos de la
ascética, de la predicación y del pensamiento. Su
pluma se recrea con la evocación de la moruna
ciudad de Jaime el Conquistador , de San Vicen-
te Ferrer, de San Luis Bertrán y de tantos hu-
manistas, prelados y ricos homes que dialogaron
al amparo del Miquelet o cabe los claustros ro-
mánicos y góticos ornamento de tan hermosa
joya del Levante español. Sabe el doctor Sánchez
componer los planos del maravilloso y variado
cuadro de la vida del héroe, con la misma belle-
za envolvente de los pinceles de Zurbarán.
Este libro, ni menos su ilustrado autor, requie-
ren de presentación. Un razgo de generosidad,
que aprecio como un estímulo, han puesto la plu-
ma en mis manos, no para prologar, sino para
celebrar como hijo de la Iglesia, como historia-
dor y como amante de toda belleza, la realiza-
ción de una obra tan atrayente, con la cual Co-
lombia salda cuantiosa deuda con la gloria y
la memoria de San Luis Bertrán.
Guillermo Hernández de Alba.
PRIMERA PARTE
i
Valencia
A no dudarlo era Valencia en el siglo xv y me-
diados del xvi la segunda ciudad de España. Ade-
lantábasele Sevilla por múltiples causas: su pri-
vilegiada situación geográfica la ' dio la vida y
el movimiento de un gran puerto"; romanos y
árabes, los dueños sucesivos de Andalucía y de
las comarcas aledañas, hicieron de la ciudad del
Guadalquivir un emporio de riquezas, un cen-
tro de actividades militares y políticas, una lon-
ja y mercado de extraordinaria importancia. De
allí partían las naves que iban a levante, y allí
volvían cargadas de materias laborables, de ricos
damascos, de fragantes especias; allí se junta-
ban las armadas de poderosas galeras y veloces
fragatas compuestas, para arriesgadas empresas,
y allí regresaban empavesadas de honor. Cruza-
ron unos con puentes su río: la dieron otros to
rres que la defendiesen, y alcázares y jardines
que la hermoseasen: sus santos prelados la ilus
traron con fulgores de virtud y de ciencia y la
dotaron de templos magníficos donde rendir a
Jesucristo culto público y solemne.
Regocijados e industriosos sus habitantes da
20
ALVARO SANCHEZ
ban a la ciudad la activa y reidora fisonomía que
le es peculiar. "Quien no ha visto a Sevilla no ha
visto maravilla", decía el adagio antiguo; quien
dice Sevilla, dice franca alegría, cielo esplendo-
roso y aroma y color de claveles.
Toledo, erguida sobre sus peñascales que baña
el Tajo, mostraba su noble cabeza coronada de
leyenda y de gloria, mas sin igualar a Sevilla
en comercio y riqueza. Granada la adelantaba
seguramente en el prestigio que, como herencia,
la dejaron muslines y abencerrajes; pero para
el efecto de actividad y vida, no puede comparar-
se Sierra Elvira con el ancho río y el cercano
mar que dilatan los horizontes y citan y empla-
zan sobre los malecones de los puertos a los mer-
caderes de lueñe.
Córdoba, como capital del viejo califato, te-
nía preeminencias y atraía por los estudios, por
su mezquita trocada en catedral cristiana y por
sus especiales industrias, sin llegar a igualar por
eso en el empuje de la vida urbana a su hermana
Sevilla. La misma hoy populosa, industrial y be-
lla Barcelona apenas si obtenía entonces un oc-
tavo lugar entre las villas peninsulares. Madrid
era una casería sin mayor significación; aún
faltaban años para que Felipe II comenzara a
hacer de ella la orgullosa cabeza de sus reinos y
señoríos.
Solamente Valencia soportaba comparación
con la opulenta y hermosa ciudad andaluza.
Desde~ fines del siglo xi cuando Mió Cid Ruy
Díaz de Vivar inicia la organización de la ciu-
dad ganada en buena lid a los moros, había ido
definiendo centuria a centuria sus peculiares
21
condiciones y afirmado sus fueros, no sin gran-
des vicisitudes y múltiples luchas.
El Tirria, fraterno rio. antes de atravesar la
ciudad, divide su caudal en infinidad de acequias
que riegan campos circundantes y los convierten,
en las ya desde" antaño, ubérrimas huertas don -
de crece el arroz, el naranjo, la morera, y donde
a más y mejor lozanean los rosales. De vieja data
atendía Valencia a la industria de la seda: a tal
punto que en el siglo xv fuera menester construir
la famosa Lonja, joya de la arquitectura gótica,
obra de Pedro Compte. para expender los capu-
llos y comerciar con las finas maceras transfor-
madas luego, merced a la habilidad de obreros
valencianos, en codiciadas telas, propias para
galas reales o religiosos paramentos. Las múlti-
ples industrias que florecían en la ciudad, tela-
res, bordados, orfebrería, imaginería, dieron ori-
gen a diversas hermandades gremiales, sindica-
tos, diríamos hoy. que lograron singular desarro-
llo con general provecho.
Edificios suntuosos daban testimonio de la
prosperidad económica de la ciudad: casas reli-
giosas, hospitales y templos, del buen corazón y
piedad de sus moradores. La catedral, cuya pri-
mera piedra fuera colocada mediado el siglo xrrr.
estaba en el xn concluida. La puerta de los
Apóstoles con sus prolijas esculturas, la Romá-
nica con sus simbólicos canecillos, daban a pia-
dosas multitudes entrada al misterio de las "na-
ves iluminadas por ia tamizada luz vertida des-
de el gótico cimborio: altares de fastuosa rique-
za decían de la religiosidad valenciana y del celo
y buen gusto de los pastores de almas: venera-
22
ALVARO SANCHEZ
base ya el cáliz de la Cena, oro y cornarina, que
don Alfonso III el Magnífico donara como tesoro
inestimable.
La torre, que aún hoy se levanta como carac-
terística e inconfundible silueta de Valencia, al-
go así como es la de la torre Eiffel para París o
3a cúpula de San Pedro para Roma, la robusta
torre del Miguelete, comenzada en el siglo xiv,
diseñada por los diestros alarifes Pedro Balaguer
y Andrés Juliá, constructores también de la torre
de Serranos, se destacaba ya protectora y domi-
nadora sobre las techumbres y la playa.
Y si la industria y el comercio y el desarrollo
"urbano daban importancia a Valencia, en lo in-
telectual y en lo artístico sus hijos ponían muy
alto su fama. Surgía ya la fábrica de la Univer
sidad, los célebres Estudios Generales, que irían
a competir con los universalmente conocidos de
Salamanca y Alcalá. Lo bien dirigido de sus dis -
ciplinas, lo excelente de sus maestros, ganában-
le renombre fuera del recinto urbano, y, salvan-
do las fronteras patrias obtenían para la ciudad
blasones renacentistas no indignos de parango-
narse con los de algunos archifamosos munici-
pios italianos.
Valenciano fue uno de los más ilustres repre-
sentantes del humanismo auténticamente cris-
tiano, sin resabios de paganismo, Luis Vives, el
autor de los "Diálogos'"', de un tratado "De Ani-
ma", y de las imperecederas páginas de "Concor-
dia y Discordia", que debieran, en nuestra épo-
ca de sangrientas contiendas, reimprimirse y
meditarse para sosegar levantiscas pasiones y
ver de traer a los hombres a la cordura y a la
SAN LUIS BELTRAN
23
paz. Dos valencianos, canónigos ambos de la
catedral de Valencia, alcanzaron en lejanas ca-
lendas el honor supremo del pontificado: Alfon
so de Borja, que en la lista de los pontífices fi-
gura con el nombre de Calixto III y Rodrigo de
Borja conocido en la historia de la Iglesia con
el de Alejandro VI.
Un valenciano iluminó la escena española con
resplandores de genio: Guillen de Castro, ilus-
tre autor de "Las mocedades del Cid". ¿Quién
sino un nacido y educado en el ambiente en que
cumpliera sus hazañas el Campeador podía sen-
tirlas y cantarlas con propios y perdurables acen-
tos? Baldomar. Jacomarte, Navarro, Fernando
de los Llanos y Fernando Yáñez de Almedián y
cien más exaltaban el arte y hacían que la ciu-
dad huertana no envidiase a los Wander Weiden
y a los Matsis de otros solares y otras razas.
Un santo español, Domingo, de la noble fami-
lia de los Guzmanes, había instituido en el siglo
xin una orden religiosa que, junto con la funda-
da en Umbría por Francisco de Asís, constituyen
piedras sillares en el edificio de la Iglesia. Por su
ascetismo de pura cepa evangélica, por su ama-
ble simplicidad, por su desprendimiento y pobre-
za, Francisco es una rica vena de esplritualismo;
Domingo por su parte, organiza una milicia que,
teniendo por armas la oración y la doctrina, con-
trarrestará la difusión de la herejía; mendican-
tes uno y otro darán al mundo el ejemplo de la
voluntaria abnegación: una y otra familia pro-
porcionarán gloria inmortal a los estudios filo-
sóficos y teológicos, a las ciencias especulativas
y a las artes bellas, y así mientras Alberto Mag-
24
ALVARO SANCHEZ
no, Santo Tomás de Aquino y el Monje de Fié-
sole, visten el hábito blanco y negro, luces y
sombras, como la vida; Dum Scoto, San Buena-
ventura, Jacopone de Todi, llevan el sayal y la
cuerda nudosa de los hijos del Poverello.
La religiosidad valenciana ofreció desde el pri-
mer momento el recinto de su ciudad a los discí-
pulos de los dos Patriarcas para que ejercitaran
su celo, y propició la apertura de sus conventos
y noviciados. Según las crónicas, el convento do-
minico de Valencia fue importante centro in-
telectual, y ejerció profundo y benéfico influjo
en el pensamiento levantino; por lo que a los
franciscanos mira, claustros hubo de diversas ra-
mas, en los cuales descollaron varones eminen-
tes en virtud y letrás.
Vicente Ferrer, hijo ilustre de Valencia, en el
siglo xiv hizo vibrar al mundo cristiano al eco
de su palabra misionera; tuviéronle por ángel
del Apocalipsis, tan al vivo anunciaba el enojo
de Dios por los pecados de los hombres, que se
diría resonaban ya las trompetas del último día;
en el siglo xvi otro valenciano, al parecer pa-
riente lejano de San Vicente y de la misma reli-
giosa familia, esclareció con la luz de su santi-
dad el firmamento español, donde por aquella
centuria fulgían astros de primera magnitud,
como la Reformadora 'del Carmelo, el Monje de
Ontiveros y el Apóstol de Andalucía, y llevó sus
andanzas apostólicas hasta las playas ardientes
del Mar Caribe.
II
La Infancia
Ejercía en el primer cuarto del siglo xvi, en
la ciudad de Valencia, el cargo de notario, Juan
Luis Beltrán \ caballero de excelentes estudios y
mejores prendas, servidor en años anteriores del
Tribunal de la Santa Inquisición, circunstancia
que demuestra su catolicidad y no comunes co-
nocimientos canónicos y jurídicos, casado en se
gundas nupcias con Juana Angela Exarch, mu:
jer que las crónicas califican como de "muy bue-
nas partidas y gran sierva de Dios". Plugo a la
Providencia visitar este cristiano matrimonio el
día primero de enero del año de gracia de 1526
con un niño, predestinado al honor de los altares
Fue bautizado con el nombre de Jxian Luis,
muy luego de nacido, en la parroquial de San
Esteban, en donde dice la leyenda que Ruy Díaz
de Vivar desposó a sus hijas, doña Jimena y do-
ña Sol, con los infantes de Carrión, don Diego y
don Fernando; y donde la verídica historia en-
seña que recibió la gracia del bautismo San Vi
1 El verdadero apellido de San Luis era Bertrán, como lo trae
el Dr. Hernández de Alba en su Nota Liminar, pero el uso lo con-
virtió, no sé por qué, en Beltrán, y así lo escribe Zamora.
28
ALVARO SANCHEZ
cente Ferrer, ascendiente remoto, como ya se
dijo de nuestro Santo
No gusta nuestra época de aquellas figuras de
servidores de Dios, tan perfectos desde sus prin-
cipios, que no tuvieron oportunidad de conocer
nuestras comunes miserias. Dónde está, se pre-
gunta, la lucha heroica contra la rebelde concu-
piscencia? ¿Dónde aquel batallar contra la pro-
clive naturaleza, que da aliento y consuelo a los
que sentimos a diario el atractivo de la tentación
y, muchas veces, por mala ventura, delinquimos?
Tan sobre lo común se ciernen sus vidas desde
el alborear del libre albedrío, que, lejos de servir
de estímulo, ponen en el ánimo cierto linaje de
desesperanza. Preferimos, se añade, las vidas de
los santos que anduvieron penosamente por los
caminos de la tierra; nos placen aquellos rela-
tos en los que se siente el tremer de la carne
ante la voracidad del peligro; nos gusta verlos
levantados de nuestro lodo después de haber
transitado por él: sentimos entonces la voz que
habla de posibles renovaciones, y, pecadores co-
1 Los historiadores de San Luis Beltrán dicen simplemente que
iue allegado de San Vicente Ferrer. El crítico José Teixidor en su
"Necrologio" ofrece en prueba de que San Luis Beltrán, o mejor
Bertrán, fue sobrino de San Vicente Ferrer en sexto grado, el siguien-
te árbol genealógico: "Guillermo Ferrer y Constanza Míquel tuvieron
entre otros hijos, a Vicente y a Pedro Ferrer. Este, del matrimonio
con Madona Vicenta, tuvo a Martín Ferrer, y, casado éste con doña
Angelina, entre otros hijos tuvo a Ursula Ferrer, que casó con Jaime
Ferrer, y tuvo a Luis Bertrán Notario, el cual, del segundo matrimo-
nio con Juana Angela Exarch, tuvo a nuestro San Luis".
(Véase: "Verdadera relación de la vida y muerte del P. Fr.
LUIS BELTRAN, de bienaventurada memoria, compilada por el H. P.
Maestro Fr. Vicente Jusliniano Antist". Fol. 36).
SAN LUIS BELTRAN
29
mo somos, experimentamos el estímulo de supe-
riores anhelos.
Olvidamos, cuando así discurrimos, la parábo-
la de los operarios que el Señor de la viña llamó
a la labor provechosa a diversas horas de la jor-
nada: a unos desde el alba; a otros a filo del
día; a quienes más, cuando la tarde cae y sólo
queda poco espacio para el merecer.
Si para llegar a la santidad fuera necesario
conservar sin mancilla la primera inocencia, to
dos descaeceríamos mirándola como inalcanza-
ble; si todos los santos hubiesen pasado por la
humillante etapa de las caídas y pecaminosas
miserias, cabría preguntar si la gracia de Dios
es tan poco eficaz que no logra prevenir a las al-
mas y conservarlas puras. Y así conviene que
la diversidad en las vidas de los santos nos alec-
cione sobre la eficacia de los auxilios sobrena-
turales y sobre la inefable bondad y poder de
Dios. Poderosa es la gracia e inexcrutables las
determinaciones divinas cuando de tal suerte
obran sobre un privilegiado que lo guardan sin
sombra de culpa; y aún más poderosa, si cabe, y
mayor ostentación de misericordia, cuando el es-
píritu sopla sobre la carne pecadora y la rege
ñera: se acerca la mano de Cristo a la herida
para curarla, a la cambronera sin provecho para
vestirla de verdura, darle la gracia de las flores
y la singular merced de los frutos celestes.
Ni nadie imagine que por el hecho de predesti-
nar Dios a un alma a la inocencia y pureza per-
fectas, a la señalada santidad desde la cuna,
deja de existir el esfuerzo personal y constante
anhelo de superación. Siempre la santidad será
30
ALVAHO SANCHEZ
resultado de un doble factor: la gracia de Dios
obrando con manifiesta bondad y la voluntad
humana cooperando heroica y generosamente.
Me ocurre pensar que, así como en lo mera-
mente temporal y humano, existen excepciona-
les aptitudes para diversas artes y ciencias, que
quedarían inoperantes e imperfectas, si el con
ellas dotado no se hubiese impuesto el cultivar-
las, muchas veces a precios de grandes sacrifi-
cios; así en lo espiritual y sobrenatural Dios otor-
ga sus dádivas y llama a una determinada voca-
ción de santidad : a unos a la quietud de la vida
contemplativa, a otros al heroico ejercicio de
apostolado, al de más allá a inmolación silencio-
sa o generoso sacrificio, a caridad sin tasa, a hu-
mildad sin reservas; y pone en el corazón de sus
elegidos las simientes extraordinariamente fe-
cundas de tales virtudes, que quedarían estéri-
les y no producirían los bendecidos frutos de san -
tidad, si las voluntades humanas — para conti
nuar el símil — , como tierra propicia no diesen
íesueltamente a las semillas la acogida que co-
rresponde.
Y así, pongo por caso, como en tiempos de Mo-
zart habría muchos niños dotados de sorpren-
dentes disposiciones para la música, mas ningu-
no como él, y nadie irá a preguntar a la Provi-
dencia por qué en él y no en otros encendió la
chispa del genio; así entre las muchas almas que
allá por los años de 1526 vinieron a la vida, to-
cias llamadas a la práctica del bien y a la par-
ticipación de la gracia mientras discurriesen por
esta existencia, y a la felicidad del cielo en so-
breviniendo la muerte, mas pocas, por razones
SAN LUIS BELTRAN
31
que la eternal Sabiduría se reserva, al ejercicio
heroico de todas las virtudes, y muy pocas a la
perfecta inocencia.
De nada hubiese servido que el niño prodigio
de Salzburgo hubiese recibido de la naturaleza
la disposición musical, si no hubiese luego cui-
dado de cultivarla, ejercitándola, perfeccionán-
dola con el conocimiento científico de las leyes
del arte, trabajo personal que constituye el mé-
rito; así el alma llamada a la perfección y pro-
veída para ello por misericordiosa bondad de
Dios, ha menester entregarse dócilmente a la
mano que la guía, empeñarse en la práctica de
la perfección evangélica, vencer los siniestros que
la pobre naturaleza humana trae consigo; y ahí
principia para los santos el merecimiento, y pa-
ra nosotros lo ejemplar en la relación de sus
vidas.
Digo, pues, que Juan Luis Beltrán sortitus est
anima bona, recibió una naturaleza dichosamen-
te favorecida, vino al mundo con la estrella de
los predestinados sobre la frente.
Parece que su temperamento linfático lo in-
clinó desde temprana edad a un sentimiento de
tristeza. "Nuestro bienaventurado niño, dice su
primer biógrafo, el ya citado Padre Justiniano
Antist, fue muy llorador; en lo cual parece que
Nuestro Señor comenzó a darle condición triste
para que como otro Jeremías toda su vida andu -
viese triste y afligido por los pecados del mun-
do". Sin querer dar a esta condición suya otro
alcance que el de un indicio de su temperamento,
conviene anotarla porque se vea cómo siendo los
linfáticos inclinados a la quietud, al apartamien-
ALVARO SANCHEZ
to, más bien que a la compañía y trato con los
prójimos, con toda la gracia venció a la natu-
raleza; y así luego lo veremos escoger la ago-
biadora y difícil labor de las misiones de ul-
trapuertos.
Advierte el nombrado Antist, que para conso-
larlo de sus llantos de niño no había mejor cosa
que conducirlo al templo; y cuando por acaso se
encontraba la iglesia ya cerrada, la sola con-
templación de las esculturas de la fachada bas-
taba para acallarle. Expliquen los observadores
el hecho como bien quisieren, no se cita acá a tí-
tulo de manifestación sobrenatural sino como
una realidad cumplida y que los contemporáneos
tuvieron por señal de una piadosa inclinación.
Apenas si la razón comenzó a despertarse a las
nociones de la vida, cuando, merced al ambiente
religioso en que se desarrollara, a los buenos
ejemplos que recibiera, propuesta como ya se
anotó la divina elección, atraíale el ejercicio de
oraciones y devociones; gustaba de visitar igle-
sias y monasterios, de asistir a vísperas, y, lle-
gado que hubo a la edad de participar de la Sa-
grada Eucaristía, de recibirla con frecuencia.
Edificaba con su palabra evangélica desde los
pulpitos de Valencia el R. P. Fr. Ambrosio de
Jesús de la Orden de los Mínimos; oyóle por di-
cha, Juan Luis y contentóle grandemente; llegó-
le al alma la exposición sentida y vivida, como
que Fr. Ambrosio, amén de destacado maestro
de sagrada elocuencia en la cátedra, era varón
espiritual muy dado a penitencias, a contem-
plación y a ejercicios de caridad; y así quiso te-
nerlo por confesor y guía de su espíritu. Bajo su
SAN LUIS BELTRAN
33
prudente dirección creció en el mozo el anhelo
de la "santidad.
Común era en aquella edad el emprender, con
el bordón en la mano, laboriosos peregrinajes.
Hacíanlos como práctica penitencial, para atraer
especiales mercedes del cielo, para demandar el
conocimiento de la divina voluntad en especia
les circunstancias. Lugares favoritos para estas
devotas andanzas eran las santas ciudades de
Palestina, las basílicas de Roma y el santuario
de Santiago de Compostela. Con harta frecuen-
cia el principio de una vida de admirable san-
tidad lo señaló una visita a un celebrado santua
rio. De seguro, sin consultarlo con Fr. Ambrosio,
llevado por el solo impulso de su generoso cora-
zón, determinó Juan Luis hacer del romero de
Santiago. Por ventura la mañana en que salió
rumbo a Galicia habría oído leer en la misa el
Evangelio en que el Señor manda a sus discípu
los sin alforjas, sin calzado, sin bordón, a reco-
rrer el mundo; y así él, no con otra provisión,
sino con una muy crecida de fe en la Providen-
cia y de fervor religioso, echó a andar, peregri-
no de amor, hacia la meta de sus deseos.
Intentaba, cumplido su propósito de visitar el
antuario, dar consigo en algún austero cenobio
donde, lejos del mundo, pudiese vivir única-
mente para Dios.
Algún dinero debió de pedir en préstamo a
persona conocida, para lo más indispensable que
se le ofreciera en el viaje, de lo cual, y del enojo
que su secreta partida sin duda causara asu pa-
dre, experimentó remordimientos; y así se de-
terminó a escribirles esta carta:
o4
ALVARO SANCHEZ
"Jesús y María. Tengo por muy cierto el gran-
de enojo que Vuesa Merced y la Señora han re-
cibido con la resolución que he tomado. Mas
ciertamente no lo debían recibir pensando que
esta es la voluntad de Dios. Pero dirán que có-
mo sé yo ser esta la voluntad de Dios. Pueden
pensar que no emprendiera yo esta partida en-
trado ya el invierno, y dejando el estudio co-
menzado, si no fuera con la divina voluntad, de
la cual Vuesa Merced no debe recibir pena, acor-
dándose que nuestro Redentor vino al mundo en
tiempo del mayor frío del año y dejó la gloria
del cielo y vino a morir para darnos vida a nos
otros ingratos. Cuánto más debo yo pecador de-
jar el mundo e ir a donde El querrá para ha-
cer penitencia de tantos pecados como he come-
tido contra mi Dios!
"Habrále dado a Vuesa Merced grande pena
haberme ido yo estando la Señora como está; pe
ro en esto tampoco hay razón para recibir pesa-
dumbre. Lea a los Santos Doctores que dicen que
es bienaventurada la persona que en este mundo
padece trabajos y fatigas; porque es señal que
Dios se vuelve a ella y quiere remunerarle en la
gloria las buenas obras que aquí hace. Y, ay! de
aquellos a quienes Dios paga en este mundo lo
bueno porque en el otro les pagará las malas
obras! Así que deben recibir este trabajo con pa
ciencia y rogar a Dios me ponga las manos enci-
ma y me guíe como guió a la Magdalena, y me
guarde de malos enemigos.
"De N. y de N. he tomado algunos dineros pres-
tados para este camino, no para regalarme con
ello, sino para que si Dios me quisiera castigar
SAN LUIS BELTRAN
35
con alguna enfermedad por los pecados que he
cometido, tenga algún remedio, aunque Dios es
el remedio y medicina de todos. Paciencia y ño
se cansen por saber dónde estoy, porque sería
trabajo excusado, y ya que me hallasen confío
que Dios y Maestro Jesús me conservarían en el
parecer que tengo; V. Merced me encomiende
a El, y le niegue que me encamine a donde
más le sirva.
"Consuele Vuesa Merced a mi madre, y di
gale, pues tiene otros hijos 1, se contente con ellos
y haga cuenta que me tomó la muerte cuando
me criaba. No más, sino que el Padre y el Hijo y
el Espíritu Santo, y la Santísima Virgen María,
madre nuestra, queden con Vuesas Mercedes y
los consuelen, y vayan conmigo, amén, y nos ha-
gan tánta gracia que les sirvamos en este mundo
de manera que en el otro les alabemos y alcan-
cemos el reposo eterno" 2.
Obra de siete leguas había andado, cuando en
llegando a un lugarejo llamado Buñol, le dieron
alcance quienes sabedores del caso advirtieron
que en él había sobra de piedad y falta de discre-
ción. Mas como el joven insistiera en la prosecu-
ción de sus designios, pusiéronle de presente que
su madre, a la sazón delicada de salud, moriría
1 Los hermanos de San Luis Bellrán fueron ocho: Miguel Jeró-
nimo, ejemplar sacerdote, beneíiciado de la catedral de Valencia;
Juan Bautista, religioso dominicano, como su santo hermano; Jaime,
que por tres veces consecutivas tomó el estado de matrimonio; Juana
Ana; Jerónimo Vicente; Ursula Magdalena; Rafaela y Francisca
Dorotea.
2 Esta carta está tomada a la letra de las "Adiciones al libro
de la Vida del Santo Padre Fr. Luis Beltrán", obra del mismo Padre
Vicente Justiniano Antist. Fol. 307 y siguientes.
36
ALVARO SANCHEZ
de pena por su partida. Tocóle al vivo la adver-
tencia y volvió sobre sus pasos.
Esta piadosa aventura sirvió para que su padre
entendiese cómo en Juan Luis había madera pa-
ra un santo, pero en modo alguno materia para
las cosas del mundo. Y así hubo de desistir por
completo de algún remoto proyecto de matrimo •
nio que alimentaba a propósito de su hijo.
Permitiósele traer hábitos clericales y que se
dedicase cuanto quisiese a la práctica de la pie -
dad y caridad. Sería cosa de maravillar ver a un
mozuelo, casi un niño, de complexión delicada,
vestido a modo de oblato, visitando hospitales y
sirviendo a los enfermos con amorosa diligencia;
sería motivo de grande edificación para la villa
verle en el templo, bajos los ojos, recogida la ac-
titud, entregado a orar con tanta unción como
hubiera podido hacerlo un eremita avanzado en
los caminos del espíritu.
Ni se contentaban sus piadosos anhelos con
los ejercicios de la devoción y caridad y quiso
añadir las prácticas de la penitencia: evitó el
dormir en cama blanda, y al modo de los anti-
guos anacoretas y severos monjes lo hizo sobre
el desnudo pavimento las breves horas que dedi-
caba al descanso; y porque persona ninguna de
la casa fuese a advertir sus austeridades, cui-
daba de revolver a la mañana mantas y sábanas.
Mas al notar la servidumbre cuán limpias se
mantenían las ropas del lecho cometieron la cu-
riosidad, laudable por cierto, pues se descubrió
el secreto de una vida, desde sus comienzos, pe-
nitente, de observar por la cerradura y por una
mirilla abierta de propósito en el muro, y así
SAN LUIS BELTRAN
37
pudieron cerciorarse de que buena parte de la
noche la dedicaba Juan Luis a la oración, y que
el descanso era más bien trabajo de penitencia.
En las actas de los procesos levantados para su
canonización consta de su dócil obediencia, de la
sencillez de su espíritu, de la mansedumbre y
suavidad de su trato.
Murió por entonces, y de inesperada manera,
Fray Ambrosio de Jesús, y Juan Luis escogió pa-
ra confiarle la dirección de su conciencia al R.
P. Fray Lorenzo López de la Orden de Santo Do-
mingo. Sus consejos, sus paternales advertencias,
y más que los avisos de palabra, la permanente
lección del ejemplo, llevaron al devoto joven a
solicitar del entonces prior del convento de Va-
lencia, Fray Jaime Ferrer, el hábito domini-
co. Pero como lo supiese el Notario Beltrán, cre-
yó prudente advertir al superior lo débil y en-
fermizo de la salud de su hijo, y así no fue po
sible que le franqueasen el claustro, al menos
mientras duró el priorato del mencionado Padre
Maestro.
Desquitábase de la mora en principiar su no-
viciado yendo con algunos otros aspirantes, en
determinados días, a la casa que regía el Padre
López para escuchar las instrucciones religiosas
que les hacía como si ya perteneciesen a la fa-
milia de Santo Domingo; intruíales en los méto-
dos de oración, en el examen de la conciencia,
en los provechos de la Santa Misa y modo de re-
cibir los sacramentos; exhortábales al amor de
Cristo y a perseverar en sus piadosas resolucio-
nes. Concluía señalándoles alguna leve peniten-
cia y alguna devota práctica para la siguiente
38
ALVARO SANCHEZ
semana. Luis Beltrán íbase luégo con sus amigos,
entre los cuales destacábase Francisco Saravia,
que ingresó más tarde a la Compañía de Jesús,
a ciertos lugares apartados y allí hacían capítu
lo de culpas y tomaban disciplina. Tan santas
disposiciones auguraban claramente lo que sería
en la observancia.
111
Toma el hábito. — El devoto novicio.
El santo sacerdote.
Sábese de cierto que, inclinado vehementemen-
te a la práctica de la oración y contemplación,
imaginando que hasta el estudio y las preocupa-
ciones intelectuales podrían distraerlo de su
devota quietud, pensó en renunciar a los libros;
más luego, conociendo que la ciencia, cuando la
encamina e informa el espíritu de Dios, no em-
pece la contemplación y oración, antes por el
contrario la fundamenta y favorece, y, sin duda,
aleccionado sobre ello por sus confesores y di-
rectores espirituales, resolvió darse al estudio,
alcanzando una no común noticia de la filoso-
fía escolástica y de la sagrada teología, de los es-
critores místicos y de los Padres y Doctores de
la Iglesia.
Por la carta arriba transcrita, en donde se lee :
"Puede pensar que no emprendiera yo esta parti-
da entrado ya el invierno y dejando el estudio
comenzado ..." y dado el corto tiempo que me-
dió entre su ingreso a la Orden y su ordenación
sacerdotal, podemos concluir que antes de su
noviciado frecuentaba algunas aulas, y que tal
42
ALVARO SANCHEZ
vez recibiera lecciones de los mismos religiosos
cuyo hábito se preparaba a vestir.
Era, pues, nuestro Santo de talento natural
claro y bien capacitado para las ciencias; hizo
buenos y sólidos estudios, mas no fue la volun-
tad del cielo que descollara en la cátedra sino
sobre los altares; no lo quiso preeminente en las
letras humanas sino en las obras divinas.
Habiendo concluido el tiempo de su priorato
el R. P. Jaime Ferrer, fue reemplazado por el
R. P. Juan Micón, hombre de extraordinarias
luces y que gozaba de merecida fama de santi
dad. Este, pues, instada en reptidas ocasiones
por Juan Luis Beltrán acabó por concederle el
hábito de la Orden. Vistiólo el 26 de agosto de
1544, a los diez y ocho años de su edad.
No se hizo esta ceremonia con el gusto y con-
tentamiento del Notario don Juan Luis Beltrán
y de su esposa doña Juana Angela, antes igno-
rándolo ellos; pues siendo nuestro bienaventura-,
do el mayor de los hijos que por entonces les'
quedaban, pesábales mucho desprenderse de él,
y temían, no sin fundamento, que su complexión
delicada no pudiera soportar los estudios y aus-
teridades de la vida conventual.
Solía, como dijimos atrás, el piadoso joven pa-
sarse los días de la aurora al crepúsculo, bien en
alguna casa religiosa oyendo misas y pláticas, y
orando; bien en el hospital cuidando de los en-
fermos. Este el motivo de que sus padres en la
mañana del 26 de agosto no lo echaran de menos,
no advirtieran su ansencia; mas, llegada la no-
che, y viendo que no regresaba a casa, entraron
en cuidado, afán que se aumentó al ver que la
SAN LUIS BELTRAN
43
ausencia duraba toda la noche y todo el siguien-
te día. Adivinando entonces la causa, acudió
Juan Luis Beltrán al convento de Santo Domin -
go y haciendo llamar al R. P. Micón le expuso
sus cuidados y temores. Este a su vez mandó pre-
sentarse al aspirante Juan Luis y le exigió de
clarase delante de su padre su voluntad. Obe-
diente el joven Beltrán, hízolo luego manifes-
tando que tenía hecho voto de vivir y morir en
la observancia de la regla de Santo Domingo.
Con ello, y con una visita que días después
practicó el R. P. Micón a doña Juana, sin duda
la más acongojada por la separación de su hijo,
quedó el negocio concluido: consolados los pa-
dres que, como cristianos a cabalidad, no podían
por menos de ver en la vocación religiosa de su
hijo una señalada merced del cielo, si bien la
naturaleza humana sufría con el dolor de !a
ausencia; y el mozo sosegado y tranquilo sa-
biendo que contaba ya con el beneplácito y ben-
dición de sus padres.
Dos meses después, a 6 de octubre, contestó a
sus padres una carta cuyo contenido nos hace
conocer lo bien estudiado de su determinación.
Dice así:
"Una de Vuesa Merced he recibido y mirán-
dola bien hallo que en suma contiene dos cosas:
la una es que ya que yo quiero ser religioso, su
intención es que yo sirva a Dios en la Orden de
la Cartuja o en la de San Jerónimo. La otra es
que los Padres de esta casa me han persuadido
que yo sea religioso en ella. Acerca del primer
punto, tenga paciencia Vuesa Merced porque no
sería consuelo mío; y a lo que dice Vuesa Mer-
44
ALVARO SANCHEZ
ced que los manjares y abstinencias y trabajos
no son para mi conplexión y también como yo
soy dado a meditación y contemplación tendría
mayor aparejo para ello en aquellas religiones
que en ésta, donde los religiosos se dan mucho
al estudio; y finalmente que en esta Orden no
se hace caso sino de los muy letrados, acuérdese
Vuesa Merced que como dice San Pablo el reino
de Dios no está en comer y beber, y reprende a
aquellos cuyo Dios es el vientre. Y pues yo no
creo que el reino de Dios es comer y beber, ni
tengo por Dios a mi vientre, poco me han de es-
pantar los trabajos y abstinencias. Y pues acá
se dan los religiosos a predicar y confesar (ofi-
cios que no se pueden hacer bien sin contemplar
y meditar) es cierto que en esta Religión hay
grande lugar para meditar y contemplar, lo cual
es notorio a Vuesa Merced y a cuantos lo que-
rrán ver.
"El ser tenido en poco delante de los hombres
no me da pena, antes lo busco, y San Pablo me
lo aconseja en aquellas palabras: «Yo tengo en
nada el ser juzgado de vosotros, porque el que
me juzga es el Señor». Por lo tanto suplico a
Vuesa Merced por amor de Dios que tenga por
bueno lo que el Espíritu Santo ha hecho. De El es
obra y no mía, y hacer lo contrario es resistirle.
Y así creo verdaderamente que me salvaré y que
seré la causa de la salvación de Vuesa Merced y
de mi madre y de mis hermanos. Por lo tanto
digo con el Salmista: Haec requies mea, hic ha-
bitato quoniam elegí eam.
"Cuanto a lo segundo que Vuesa Merced pien -
sa que los Padres de esta Santa Religión me han
SAN LUIS BELTRAN
45
persuadido a que me fuese, créame (porque digo
la verdad) que antes me han sido contrarios, y
principalmente el Padre Maestro de novicios, no
porque le pesase de recibirme, sino por parecerle
como a Vuesa Merced que no tengo bastantes
fuerzas para pasar los trabajos de esta Santa Re-
ligión. Mas a la postre, vista mi importunación
y perseverancia, les ha parecido que no condes-
cender conmigo era resistir al Espíritu Santo.
Para que entienda Vuesa Merced ser esto así,
me han dado algunas licencias, que no se dan
a otros novicios, como ser de escribirles y recibir
sus cartas y hablar a los que han enviado a vi-
sitarme. Mas ahora pues ya a Vuesa Merced le
consta que lo que he hecho ha sido de buena vo-
luntad y no importunado, ya no hay para qué
pasar adelante en esta licencia sino regirme co-
mo se rigen los otros novicios de la Orden y así
lo he rogado ya al Padre Maestro; pero dice que
me dará licencia para que Vuesa Merced me ha-
ble a solas si viniese por acá.
"En lo demás me tratan con tanta crueldad
que por mis enfermedades me han puesto en la
mejor celda de la casa de novicios y me hacen
cenar tres veces en la semana contra mi volun-
tad, y por hacer tanto frío se ha quitado la ropa
de que él tenía tanta necesidad, y me la ha dado.
De suerte que para mi es misericordioso y para
sí cruel y va desnudo porque yo vaya vestido. Así
que Vuesa Merced se consuele que yo estoy con-
solado en mi espíritu, y cuanto a las fuerzas ex-
teriores, me siento mejor que en toda mi vida.
Guarde no se diga de Vuesa Merced lo que dice
David: «temblaron de temor donde no había qué
46
ALVARO SANCHEZ
temer». La gracia del Espíritu Santo guarde a
Vuesa Merced y a la Señora, y a todos, como se
]o ruego de día y de noche. A 6 de octubre
de 1544" i.
Esta carta bastaría, aun cuando otras noti
cias no tuviésemos para saber qué disposición de
ánimo le acompañó en el propósito de abrazar
la vida dominica; y qué linaje de vida llevaba
el edificante novicio.
Infórmanos que las asperezas y trabajos eran
muchos, llevado todo con grande espíritu y ad-
mirable caridad. Cuenta como gran alivio en la
austeridad de la regla, el que lo hiciesen cenar
tres días en la semana; danos a entender que la
pobreza brillaba en todo su esplendor, así como
la bondad del corazón y el amor del prójimo en
Dios y por Dios. (El superior para remediar el
frío del novicio se desprende de su escaso y mez-
quino abrigo). Por último, hános abierto su al-
ma para decirnos cuál el fin que por tan es
trecho camino buscaba: su propia salud eterna
y la de sus prójimos, principiando por aquellos
a quienes lo ligan los vínculos de la sangre, sus
padres y sus hermanos..
Alentado con tan persuasivos ejemplos, ayu-
dado de la gracia sobrenatural, tenía que salir,
como salió, perfecto novicio, dispuesto a maravi-
lla para la profesión religiosa, que hizo a 27 de
agosto de 1545.
Y si en el año de su preparación tan excelentes
pruebas dio de lo que podía esperar de él su co-
1 "Adiciones al Libro de la vida del SGnto Padre Luis Bcltrán"
por el P. Maestro Vicente Justiniano Anlist. Fol. 310 y siguientes.
SAN LUIS BELTRAN
47
munidad en particular, y la Iglesia en general;
ligado a Cristo por los votos de pobreza, casti-
dad y obediencia, procuró llevar tan adelante la
práctica de sus generosas determinaciones, que
sus maestros y directores no tenían, como suele
acaecer con otros candidatos a la profesión de
menjes, que darle del acicate, sino más bien que
sofrenarle en su decidida carrera.
Dióse en especial a la práctica de la peniten-
cia, de la que toda su vida fue muy amante, y
como ya su salud era harto delicada de suyo.,
vino a quebrantarse por entero, siendo necesa-
rio enviarle primero cuatro meses a casa de sus
padres y luego a otro convento llamado de San
Mateo, retirado en el campo, donde los aires plá -
cidos, dejados por obediencia el estudios y los ri-
gores penitenciales, le restaurasen mejor que las
pócimas y medicinas. Vuelto a Valencia en ente •
ra salud, reanudó con gran fervor sus interrum-
pidas tareas y su vida penitente.
Era, como es hoy, la Summa de Santo Tomás,
y como deberá serlo siempre que se desea propor
cionar una sólida cultura teológica, la base de
los estudios eclesiásticos. Libro admirable que
conjuga la solidez con la claridad del razona-
miento, tiene no sé qué recóndita unción en
medio de la sobriedad de los términos, como bro -
tado al cabo de una inteligencia iluminada por
una ciencia más que humana y escrito al calor
de un corazón encendido en el celo de la verdad.
Mucho debió quedar en lo escrito, de la intensa
vida espiritual de aquel que mereció, proferido
por los mismos labios de Cristo, este incompa-
rable elogio: "Bien has escrito de mí, Tomás".
48
ALVARO SANCHEZ
Contacto con un grande y noble espíritu, in-
fluencia de una inteligencia superior, experi-
menta el estudioso de la Summa, que al propio
tiempo que sustenta la mente con nutritivo pan
de doctrina, prende en la voluntad afectos de
devoción.
Tomó tanto gusto Fray Luis al estudio del
Doctor de Aquino, que no acertaba a dejarlo de
la mano. Tenía especial empeño en consultar
con frailes doctos sus dudas y en conversar con
sus cohermanos acerca de lo que en cada artícu
lo estudiaba. De modo que todas sus pláticas eran
de cosas del espíritu, sin que en él se observara
jamás ligereza, ánimo murmurador o curioso de
novedades del mundo.
No quiere decir esto que fuera amanerado o
desapacible en su trato; que se advirtiera en él
algún linaje de afectación; antes su gravedad
era la natural como espontánea manifestación
de un alma superior poseída enteramente por
más altos cuidados.
Dos años después de hechos los santos votos,
fue promovido a las órdenes sagradas; recibió el
presbiterado en octubre de 1547. Cantó su pri-
mera Misa en noviembre del año 48 en la Igle-
sia del convento de Santa Cruz de Lombay. Una
de las notas características de este religioso va-
rón, modelo de almas apostólicas y sacerdota-
les, fue su devoción por el Sacramento del Altar.
Ya vimos cómo de mozo gustaba de recibir con
frecuencia la Venerable Eucaristía; cuánto, pues,
sería el gozo de su alma, cuando la autoridad
de la Iglesia le dio el poder de consagrar el
Cuerpo del Señor, cuando oyó de labios del pre-
SAN LUIS BELTRAN
49
lado aquellas palabras de San Juan: "Ya no he
de llamaros siervos, sino amigos míos ..." y
comprendió que todo el aparejo de sus años de
novicio, y todo el empeño de purificación, y toda
la vida de austeridad y de oración, y todos los
sacrificios, comparado todo ello con la excelen-
cia de la merced recibida, con la alteza de la
dignidad, con lo sublime del carácter sagrado,
resultaba muy poca cosa! Qué preparación será
suficiente para ascender al altar de Dios, al al-
tar de Dios que es la fuente de la santidad de
los santos y el gozo indeficiente de los elegidos!
Hecho sacerdote comienza en él una serie de
manifestaciones extraordinarias que no tendrán
fin sino con su muerte: Una lúcida intuición de
las almas y de las conciencias; un ver los suce-
sos futuros como si fuesen presentes; especiales
favores en la oración extática y contemplativa;
dón de milagros como el que tuvieron los mayo-
res taumaturgos de todos los tiempos.
Nuestro siglo incrédulo y positivista sonríe,
cuando se menciona en las vidas de los santos
acaecimientos milagrosos y dones sobrenatura-
les. Unas veces los niega lisa y llanamente, sin
tomarse siquiera el trabajo de estudiar los do-
cumentos históricos, el valor de los testimonios,
en suma, las pruebas que los presentan como
una realidad; otras, ante la imposibilidad de des
conocer el hecho, ensaya una explicación fun-
dada en las leyes naturales, cuyo total conoci-
miento aún no se ha alcanzado. Ante el relato
de una curación milagrosa, dice: "Leyenda; otras
veces concluye, sugestión"; ante el anuncio de
una visión profética, ante el conocimiento del
50
ALVARO SANCHEZ
secreto de los corazones, asegura paladinamente'
que se trata de fantasías, o bien inventa una pa-
labra para designarlo: telepatía, visión a distan-
cia, manifestación del subconsciente, y qué sé
yo cuantas cosas más!
Los doctores Corre y Laurent (encontramos en
Joly l, Psicología de los Santos) en un artículo
publicado en París en la Revue Scientifique el 6
de septiembre de 1893, y titulado "La sug gestión
dans l'histoire", estudian los milagros, las profe-
cías, nada menos que de San Vicente Ferrer, y
las reducen a lucidez o vista a distancia, suges-
tiones y fascinaciones. Persuadidos, por otra par-
te, de que el hecho de la santidad consiste esen-
cialmente en esas manifestaciones extraordina-
rias, proclaman satisfechos que el santo es un
neurópata y que se encuentra por igual en otras
confesiones religiosas distintas del catolicismo,
en el budismo, por ejemplo, donde prosperan a
granel los embaucadores, los encantadores de
serpientes, los faquires dotados de visión a dis-
tancia; pretenden, en una palabra, negar a la
Iglesia su nota de santidad.
Ante todo, cuidemos de establecer muy bien lo
esencial de la santidad. Distingamos claramente
entre su esencia y algunos fenómenos sobrena-
turales que en ocasionen la acompaña, pero que
en manera alguna son indispensables para cons-
tituirla. La santidad es la perfección de la vir-
tud, es el ejercicio heroico de toda justicia; y, si
queremos ahondar más en sus raigambres y fuen-
1 Véase: Psicología de los Santos, por H. Joly, pág. 78 de la tra-
ducción castellana de M. Villaescusa.
SAN LUIS BELTRAN
51
tes interiores para mejor hacernos cargo de sus
frutos, diremos, con el docto Fundador de San
Sulpicio, que el santo está destinado a manifes-
tar al exterior la vida interior de Jesucristo. Pe-
ro, escuchemos textualmente sus palabras: "La
fiesta de todos los santos, dice, me parece en
cierto modo más grande que la de Pascua o la
de la Ascención; porque este misterio hace a
Nuestro Señor perfecto, puesto que Jesús, como
Jefe, no es perfecto y acabado, si no está unido
con todos sus miembros que son los santos. Esta
fiesta es gloriosa porque manifiesta de fuera la
vida oculta del interior de Jesucristo; pues toda
la excelencia y perfección de los santos es sólo
una emanación, salida de su espíritu, que se di-
funde por todos ellos" l.
Doctrina fundada en la enseñanza de San Pa-
blo. Sería preciso transcribir una a una las epís-
tolas para que viésemos con cuanta claridad el
Apóstol de las gentes enseña la noción funda
mental de la santidad. "Por tanto, leemos en el
capítulo II de la epístola II a los colosenses, de
la manera que habéis recibido al Señor Jesucris-
to, andad en El, arraigados y sobreedificados en
El". Y más abajo, en la misma carta, añade:
"Muertos sois y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios". En donde claramente se prescri-
be, al que quiera llamarse discípulo de la nueva
doctrina, que debe estar como planta cuyas raí-
ces se adentran para asimilar la vida del espíri-
tu en el mismo Cristo; o como edificios cuyos ci-
mientos reposan en Cristo; o aún más exacta-
1 Letües 11 -475. (Edición LecoHre).
52
ALVARO SANCHE2
mente, como una vida que se oculta, para hacer-
se más intensa y profunda, en Cristo Dios. En
el capítulo II de la carta a los filipenses enseña:
"Haya pues, en vosotros ese sentir que hubo tam-
bién en Jesucristo"; y, a renglón seguido dice
cuál fuera ese sentir, y cómo, a su semejanza,
debe sentir y vivir el cristiano. Y qué otra cosa
significa cuando en su carta a los gálatas les re-
fiere las ansiedades y dolores que por ellos pade-
ce, doñee jormetur Christus in vobis, hasta que
Cristo se haya formado en vosotros? Pues aún
es más preciso, si cabe, en el capítulo IV de la
epístola II a los fieles de Corinto: "Llevando
siempre, leemos, por todas partes la muerte de
Jesús en el cuerpo para que también la vida de
Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos. Por ■
que nosotros que vivimos siempre estamos entre-
gados a muerte por Jesús, para que también la
vida de Jesús sea manifestada en nuestra car-
ne mortal".
Adviértase ahora cuán fielmente el señor Olier
en su concepto de santidad sigue la doctrina de
San Pablo. Cristo, Dios como el Padre, y hombre
como nosotros en virtud de la unión personal de
las dos naturalezas, ha puesto, por decirlo así,
al alcance del hombre, la santidad misma de
Dios. Es su humanidad sagrada a manera de un
leve vaso de alabastro que tamizara el brillo de
la luz indeficiente; como un precioso velo que,
para no deslumhrar las débiles pupilas humanas,
encubriera las claridades divinas. El cristiano de-
be procurar vivir la vida de Cristo; que el Señor
viva en él, y que sus actos y palabras, su existen-
cia entera, sean para el mundo la manifesta-
SAN LUIS BELTRAN
53
ción de la vida de su Maestro: üt et vita Jesu
manifestetur in carne nostra mortali. Por mala
ventura, no es eso lo ordinario; y así la Iglesia
reserva el título de "Santo" para aquel creyen-
te que logra realizar el hermoso proyecto de vida
espiritual descrito por San Pablo, y por él mis-
mo cumplido en toda su plenitud, ya que pudo
escribir estas palabras: "Vivo, mas no yo, es
Cristo quien vive en mí".
No son, pues, los hechos milagrosos, los suce-
sos extraordinarios, los. acaecimientos raros e in-
explicables, las notas características de la san-
tidad; puede haber almas muy santas, y de he-
cho las ha habido, sin que el milagro, el suce-
dido asombroso, revelara su existencia en la tie-
rra. Siendo ello así, y volviendo al asunto que
nos ocupa, si al narrar la vida de San Luis Bel-
trán se citan hechos asombrosos ello es, no para
hacer consistir en eso su santidad, sino en guar -
da de la fidelidad de la historia, y como una
prueba objetiva de cuán gratas eran a Dios las
virtudes de su fidelísimo siervo.
Advirtamos además, con Joly, que en las vidas
de los servidores de Dios lo natural se mezcla
constantemente con lo sobrenatural. Nada impi-
de suponer, por ejemplo, que casos de lejana vi-
sión o de visión interior puedan encontrarse en
personajes no santos, y a los cuales fenómenos
puede dárseles una explicación natural. Mas pre-
cisamente esos hechos susceptibles de explicarse
por una causa que no excede los límites y posi-
bilidades de la simple naturaleza, servirán de
punto de referencia para anotar cuán claramen-
54
ALVARO SANCHEZ
te brilla en otros la luz de lo sobrenatural; tan
reales como los primeros y en absoluto inexpli -
cables, si no es admitiendo la intervención direc-
ta de Dios.
Aún en aquellos mismos hechos que, para ob-
servadores positivistas y prevenidos, pueden te-
ner una explicación natural, hay una diferencia
grande entre los acaecidos a personajes no cata-
logados entre los santos, y los sucedidos a estos
últimos. Para los primeros un caso de telepatía,
vaya en gracia de ejemplo, puede ocurrir sin ma-
yor "por qué": una preocupación trivial, un es-
fuerzo de concentración, lo determina; en el
santo está siempre ordenado a una obra virtuo-
sa, tiene por finalidad el bien del prójimo y la
gloria de Dios. Para el común de las gentes, un
sucedido de aquellos que revelan soterradas co-
rrientes psíquicas no ocurre si no media entre
ellos alguna laya de conocimiento o relación
— simpatía o antipatía, familiaridad u odio — ;
para el santo, sobreviene sin aquellas naturales
vinculaciones, por donde se echa de ver cuán
exacta es la observación de Joly: "lo sobrenatu-
ral se mezcla en lo natural". "Podría conjetu-
rarse, añade en otra parte, que el alma del santo
sobre la cual se deslizan tantas impresiones te-
rrenas, dispone para todo lo concerniente a la
vida del espíritu y de la conciencia de una deli-
cadeza negada al común de los hombres. Hay
en ellos como un traspaso de sensibilidad muy
fácil de entender. Añadamos que esta penetran-
te adivinación no se aplica en ellos a hechos in-
significantes y vulgares: se consagra a lo que
SAN LUE BELTRAN
55
merece provocar su atención de directores, de
misioneros o de apóstoles" K
Perdónese la interrupción del relato en fuer-
za de la necesidad de aclarar algunos conceptos,
y veamos el primer hecho extraordinario aconte-
cido a Fray Luis. De ahí en adelante lo extraor-
dinario sera lo ordinario de su vida.
Hallábase en noviembre de 1548, al año si-
guiente de su ordenación sacerdotal, en el con-
vento de Santa Cruz de Lombay (el notario don
Juan Luis Beltrán, su padre, residía en Valen
cia) cuando, una noche, acabada su oración y al
retirarse a descansar, lo vio moribundo. Impre-
sionóle tan vivamente lo acaecido que a la ma-
ñana siguiente, antes de celebrar la misa, lo con-
tó a su confesor. De ahí a poco llegó de Valencia
un mensajero solicitando hablar con el Padre
Fray Luis. Cuál no sería su asombro al informar,
se que no otra novedad le noticiaba sino que su
padre, víctima de repentina enfermedad, esta-
ba ya al cabo de sus días.
Partió Fray Luis para Valencia, y tuvo la for-
tuna de encontrar vivo y consciente a su padre.
Dióle los últimos sacramentos y pudo oir de sus
labios estas palabras: "Hijo mío, una de las co-
sas que en esta vida me han dado mayor pena
ha sido verte fraile, y ahora lo que más* me con-
suela es que lo seas: te encomiendo mi alma".
Con estas palabras, y recibida la bendición de
su hijo, entregó su espíritu a Dios, a 6 de noviem-
bre de 1548. Caso de telepatía, dirá alguno; he-
1 H. Joly, Psicología de lo* Santos. Traducción de M. ViUaescusa.
pao. 81.
56
ALVARO SANCHEZ
chos semejantes registran los estudios psíquicos,
y no hay acaso persona que no pueda referir
alguno. Verdad es, mas adviértase cómo en el
narrado por los biógrafos del Santo, la finalidad
fue de gloria para Dios, provecho del alma de
don Juan Luis y singular edificación, pues nos
demuestra cuán descaminados andan los pa-
dres de familia que sin motivo se oponen a la vo-
cación religiosa de sus hijos.
El padre, con la lucidez que da a los juicios la
vecindad de la muerte, alabó la vocación religio-
sa de su hijo, y encontró en verle con hábitos y
ordenado sacerdote, un positivo consuelo. El hijo
dio al padre los auxilios de la religión y lo des-
pidió para el gran viaje sin retorno.
Lo que si no puede admitir explicación natu-
ral fue lo sucedido al cabo de algunos días: vió
el Santo a su padre en las penas del purgatorio,
escuchó sus voces que le demandaban sufragios;
y esta representación o visión la tuvo, en el cur-
so de ocho años y en repetidas ocasiones. No hay
que decir cuán entristecido andaría el Padre
Fray Luis obsesionado por el recuerdo permanen-
te de su padre detenido en la dura prisión puri-
ficadora.^Al término de los ocho años lo vió son-
riente y en medio de un como luminoso jardín.
Estas visiones contó San Luis a su hermano
Jaime Beltrán, años después y llorando de pu-
ro gozo.
IV
Maestro de Novicios
El cargo de maestro de novicios es en todas
las comunidades religiosas uno de los más deli-
cados y considerados, y acaso el que más gran -
des responsabilidades apareja; y no suele nom-
brarse para su desempeño sino a las almas muy
probadas, pues de él depende la conservación del
espíritu en los respectivos institutos, el modelar
en la práctica y observancia de las constitucio-
nes y reglas a las nuevas generaciones, y con ello
preparar el advenimiento de días de piadosa
prosperidad y santo fervor. Necesario es que el
maestro sea, por una parte, varón experimenta-
do, por donde no es lo usual nombrarles demasia-
do jóvenes, sino de años; y por otra, hombres
doctos y de gran espíritu; lo primero para que
en la dirección de las conciencias confiadas a su"
cuidado, se apoye en doctrina sólida y en la ex-
periencia; y lo segundo, para que la enseñanza
de la palabra tenga el respaldo del ejemplo.
Estas consideraciones nos dan a entender
cuánto sería el aprecio que se hacía de la doc-
trina, luces y santidad de Fray Luis, pues sien -
do el convento de Valencia uno de los principa-
60
ALVARO SANCHEZ
les de España, así por las letras y disciplinas es-
colásticas que se enseñaban en sus aulas, como
por el celo con que se conservaba el primitivo fer -
vor y espíritu de Santo Domingo, apenas tres
años después de ordenado sacerdote, y a los 23
de su edad, fue nombrado maestro de novicios
de la misma casa en que un lustro antes ingre-
sara como discípulo. Cargo que desempeñó, con
general contentamiento y gran provecho de los
aspirantes a la profesión religiosa, hasta el año
de 1555 en que fue llamado a ejercer el oficio
de vicario del convento de Santa Ana de Albayda,
como adelante se dirá.
Procuró Fray Luis para alcanzar aquel conoci-
miento de Cristo y el sentir y obrar con El, aquel
manifestar a los hombres la vida interior del
Maestro divino, ut et vita Jesu manifestaretur in
sua carne mortali, en lo cual, como ya se expuso
consiste la santidad, meditar intensamente en
los misterios de Cristo. Cuatro horas dedicaba a
la oración. "Entre otras cosas con que llegó a
sublimes grados de perfección, leemos en la Bula
del Señor Clemente" X, fue la principal emplear-
se todos los días, por el espacio de cuatro horas
en la oración mental, trayendo a la memoria con
gran fervor y consuelo de su alma los misterios
de la pasión del Señor. A estas añadía una ho-
ra después de comer para contemplar los gozos
de la Beatísima Virgen María.. Con estos ejerci-
cios en que recibía celestiales ilustraciones, fue
visto muchas veces no sólo arrebatarse espiri-
tualmente en éxtasis, sino también elevarse cor-
poralmente de la tierra circuido de resplando-
SAN LUIS BELTRAN
61
res". (Hasta aquí son palabras de la Bula de ca -
nonización) .
Penetrado del espíritu de Cristo Nuestro Se
ñor, y convencido de que debía manifestarlo al
mundo en el estado que por clara vocación ha-
bía elegido, iba adelante de sus novicios en la
fervorosa observancia. Si el buen religioso ha me •
nester ser obediente, él era el primero en la guar-
da de los preceptos; si el buen religioso necesi-
ta ser pobre, ninguno en casa más pobre que
Fray Luis el maestro; si la pureza, si la caridad,
si la diligencia y presteza en el obrar obras de
virtud deben resplandecer en el que se entrega
al servicio de Dios y hace profesón suya el bus-
car primero que todo los bienes espirituales,
Fray Luis era el modelo de la simplicidad y mo-
destia, en la caridad y en el trabajo, en una pa-
labra, en el amor y guarda de todas las virtudes.
Apoyado en el fundamento de su vida ajusta-
da, abnegada y mortificada, bien podía exigir
mucho a los que la autoridad de sus legítimos
superiores ponía bajo su obediencia y celo. "Los
viernes en la noche, cuando nos hacía capítulo,
narra el P. Vicente Justiniano Antist, contempo-
ráneo del Santo y su primer biógrafo, no parecía
sino que nos representaba el juicio final, repren-
diendo y castigando con aspereza un quebrar el
silencio, un dormir demasiado, un errar en el
coro o hacer alguna faltilla en los oficios en-
comendados".
Pero no se crea por eso que Fray Luis fuese de
aquellos que, como dice el Evangelio, "imponen
a los demás cargas ponderosas y ellos no valen
para aplicar un dedo con el fin de conllevarlas";
G2
ALVARO SANCHEZ
si el Santo Maestro señalaba penitencia a sus
discípulos aún por las faltas leves, en saliendo
del capítulo, como sintiéndose solidario de las
almas entregadas a sus desvelos, íbase a su cel
da a tomar cruenta disciplina.
Fue nuestro Santo desde niño, como ya se
anotó, y luego en el noviciado y en todo el curso
de su vida, muy amigo de maceraciones y peni-
tencias. Llevaba casi de continuo un férreo cili-
cio sobre sus carnes, y aplicaba con sobrada fre-
cuencia a sus espaldas el rigor del azote hasta
verter sangre. En el fervor de sus santas auste-
ridades algunas veces llegó a salpicar de sangre
ios muros de su pobre celda, y hasta hacerla co-
rrer sobre las desnudas baldosas del pavimento;
ideó entonces ceñirse a la cintura una sábana
mientras se flagelaba, para que la sangre se em-
bebiese en ella, y ocultar de esta suerte su acer-
bo y voluntario martirio. Aún el comer, aún el
reposo de la noche, halló medio de convertirlos
en ocasión de padecer; cuando no tomaba insí-
pido el alimento, amargábalo con acíbar; duro
era su lecho y dura la almohada sobre que re-
clinaba su cabeza.
Ciertas tendencias actuales, que intentan ver-
lo todo al través de un prisma naturalista, han
censurado las austeridades de los santos, bien
calificándolos de atentados contra la salud y
contra la vida, y por ende actos imperfectos,
cuando no verdaderas faltas; o bien presentán-
dolas, como lo hace Vilfredo Pareto en su Socio-
logía, a modo de residuos o supervivencias de
aberraciones primitivas y casi salvajes. Sabido
es que los espartanos, por ejemplo, sea para ex-
SAN LUIS BELTRAN
63
cusar y suplir los sacrificios humanos, o ya co-
mo medio para despertar la emulación de una
juventud educada para la lucha, solían dar a los
muchachos, delante del altar de Diana, una vuel-
ta de azotes cada año. En las fiestas lupercales
de Roma iban los sacerdotes armados de látigos
repartiendo golpes a la multitud que se agol-
paba a su paso, y considerábase augurio de pros-
peridad el azotazo recibido. En algunas tribus de
Africa considérase el soportar la flagelación co
mo una demostración de amor. Aberraciones, sa-
dismo, residuos de selváticas crueldades primi-
tivas, concluye el sociólogo italiano. Los hin-
dúes son penitentes tanto o más que los ascetas
cristianos
Pues bien, las maceraciones no son, como ya
dijimos de los milagros y sucedidos maravillo-
sos, una fundamental manifestación de santidad.
Erraría quien creyese que puede abrazarse ese
camino por propia voluntad. Así como no ha con -
ducido Dios a todos los santos por las vías de las
comunicaciones y sobrenaturales visiones, así
tampoco los ha llamado a todos a los tremendos
rigores penitenciales de un San Pedro de Alcán-
tara o un San Luis Beltrán. Quien sin pruden-
cia ni dirección acometiera ese trabajo, correría
el riesgo de extraviarse, quebrantaría sus fuer-
zas inútilmente; mas quien inducido por la pru-
dencia de un experimentado guía y bajo la mo
ción de Dios echa a andar por las sendas de la
austeridad penitente, el mismo Señor le dará
1 "On a voulu que la flagellatión eut pour effet de purifier celui
qui était flagellé. Comme d'habitude, c'est une derivation". Pareto
Sociologie Genérale. Traducción francesa. Tomo I, págs. 627 y sig.
64
ALVARO SANCHEZ
fuerzas para ello y sostendrá hasta el fin la hu-
mana flaqueza.
De la externa semejanza de las santificadoras
austeridades cristianas con ciertas prácticas gen
tilicas o primitivas, no puede concluirse la iden-
tidad de motivos que las determinan o de fines
que con ellos se persiguen. El asceta cristiano se
arma con el instrumento del castigo o bien para
expiar, sufriendo, sus propias faltas pasadas; o
bien para acompañar a Cristo doloroso en el mis-
terio de su pasión. Ya lo dijo San Pablo: semper
mortificatiónem Christi in corpore nostro cir-
cumferentes l. Adimpleo ea quae desunt passio-
nis Christi en carne mea; 2 o bien para satisfacer
por los pecados del mundo, convirtiéndose en ge-
nerosas víctimas voluntarias. Acaso, dada la mu-
chedumbre de las iniquidades humanas, la per-
versidad del mundo, la sensualidad desbordante,
el egoísmo sin entrañas, el orgullo necio, hayan
faltado hostias inmaculadas y sangrantes; y he
aquí que una turbonada de dolor y de miseria
(todas las trae consigo el máximo mal de la
guerra) corrió por sobre los dos hemisferios . . .
La justicia divina necesita satisfacciones. Ad-
miremos a los que sobrenaturalmente impulsa-
dos satisfacen por nosotros; no critiquemos ni
menospreciemos sus piadosas crueldades, antes
bien agradezcamos su callado heroísmo, fuente
copiosa de bendiciones.
Ya recordamos que la santidad no es otra cosa
sino la imitación acabada y perfecta, en cuanto
1 San Pablo. II a los Corintios. IV - 10.
2 San Pablo a los Colosenses. I • 24.
SAN LUIS BELTBAN
65
es dable en lo humano, de la vida infinitamente
perfecta de Jesucristo; y la misión, en la tierra,
de los predestinados a "esa incomparable, pero
dificultosa gloria, no es otra que manifestar al
divino Maestro a las gentes. Mas como la san
tidad de Jesucristo sea. pues es el Hijo de Dios,
sin medida y sin término, de ahí que sea indis
pensable haya muchos que la publiquen y osten-
ten en sus vidas, y que sean variadas esas mani-
festaciones. Los santos padres y doctores, los
apóstoles y misioneros, manifiestan a Cristo, que
abrió su boca en doctrina de verdad, en sabidu-
ría celestial; las almas interiores, los orantes y
deprecantes manifiestan a Cristo, que oraba de
continuo al Padre y con voces inenarrables pe-
día piedad para los hombres: los santos de vida
aromada con amable simplicidad son la revela-
ción de Cristo, que durante treinta años se incli-
nó sobre un banco de carpintero para santificar
el trabajo: los santos que, como San Francisco
de Asís o San Felipe Neri vivían en comunica-
ción con la naturaleza, manifiestan a Cristo,
que cantó la hermosura de los lirios campesinos
y celebró, en la montaña, la bienaventuranza de
los humildes; los santos que se dieron a prodigar
caridades en el servicio del -menesteroso, del en-
fermo, del afligido, son la revelación de Cristo,
que empleó su divina omnipotencia para abrir
los ojos de los ciegos, limpiar a los leprosos, y en
jugar las lágrimas de la pobre viuda: los san-
tos que. armados de la disciplina penitente, có-
mo San Luis Beltrán, se hieren y castigan inmi-
sericordes. son la revelación de Cristo en aquel
paso predicho por Isaías, cuando atado al poste
66
ALVABO SANCHEZ
flagelatorio, curó con sus heridas las llagas de
nuestras malas pasiones y con la maceración do-
lorosa de su carne virginal remedió la vehemen-
te proclividad al mal de nuestra carne pecadora.
Mas no vaya a pensarse que el rigor, y po-
dría decirse crueldad, con que Fray Luis se tra-
taba a sí mismo, y que la exactitud nimia y ex-
quisita pedida por él a sus discípulos fuesen efec-
tos de un corazón impasible, consecuencias de
complejos, como hoy se dice, desprovistos de to-
da ternura; en suma, que el monje Beltrán fue
se hombre de dura entraña, áspero e intratable,
ciertamente que no. Tenía para sus novicios cui-
dados y delicadezas paternales: si alguno en-
fermaba, ya estaba él a la cabecera de su lecho
velando con asidua diligencia; si alguno expe-
rimentaba una pena, en su maestro encontraba
el consolador. Para los días de fiesta, Pascua o
Navidades digamos, escribía a su madre pidién-
dole preparase algunos pasteles, dulces o platos
delicados, destinados a los novicios, ruego que
doña Juana atendía seguidamente.
Convencido de que es preferible un buen seglar
a un mediano religioso, probaba hasta el extre-
mo a quienes postulaban la entrada en el novi-
ciado; y estaba pronto" a franquear la puerta a
quienes hallaba menos aptos para la dura pro-
fesión de frailes predicadores. De esta suerte el
noviciado de Valencia llegó a destacarse entre
todos los de la Orden, si no por el número, sí por
la calidad de los hermanos; y fue seminario de
virtudes religiosas, jardín de almas selectas y
verdadera escuela de santidad.
Otra de las preocupaciones del P. Fray Luis
SAN LUIS BELTRAN
67
fue la intensificación de los estudios propios del
estado sacerdotal y monacal: patrística, filoso-
fía, teología, moral y dogmática, Sagrada Escri-
tura. Tenía por cosa averiguada que si en todo
cristiano la solidez de la piedad corre par de la
doctrina, cuanto más en un religioso y en un
sacerdote; comprendía claramente que su in-
fluencia como directores de las conciencias y pre -
dicadores del santo Evangelio, si por una parte
se deriva de la integridad de las obras y santidad
de las costumbres, por otra, y en proporción
considerable, descansa sobre la preparación in-
telectual. La piedad y la ciencia, he aquí las dos
columnas del edificio sacerdotal. Con el fin de
fomentar el cultivo de las ciencias eclesiásticas
cuidó, de acuerdo con el superior local y el pro-
vincial, de que las cátedras del convento de Va-
lencia se proveyeran en hombres de excepcional
doctrina, y de que las lecciones se dictaran con
aquella exactitud que quería en todo, y que los
estudiantes tuvieran copia de libros y elementos
para sus labores intelectuales.
Cosa admirable! Como si hallara que sus pro-
pios conocimientos, dado el breve tiempo trans-
currido entre su ingreso en la Orden y su consa-
gración sacerdotal, eran insuficientes, si bien
es verdad que lo que faltó en años lo suplió el
talento y la intensidad de la aplicación, obtu-
vo del general de la Orden una destinación para
irse a estudiar al convento de San Esteban de
Salamanca; y como sin duda le faltaban algu-
nos recursos pecuniarios, los solicitó de su ma-
dre: así consta de una carta fechada en Va-
lencia. El P. Maestro Micón, que bien conocía
68
ALVARO SANCHEZ
el alma de su fervoroso cofrade, y sabía de sobra
su mucha lectura y claro entendimiento, y, so
bre todo, su elevación en santidad, procuró di-
suadirlo de su proyecto. No obstante el parecer
del P. Micón llevó adelante su designio, y em-
prendió viaje a Castilla; pero en llegando a Vi-
llaescusa de Haro, un religioso muy espiritual
que allí encontró y a quien contó sus deseos, dí-
jole que mejor y más seguro camino era la obe-
diencia; que el ir a Salamanca era ocupación
buscada por él mismo; que el estudiar era efecto
de la propia elección, mas el cuidado de sus no-
vicios era voluntad de los superiores; que volvie-
se, por tanto, sobre sus pasos y se consagrase a
su oficio donde Dios le daría no pocas luces y
señalados consuelos.
Dócil Fray Luis, en descubriendo la divina vo-
luntad, regresó a Valencia, donde en efecto hizo
extraordinarios frutos en las almas confiadas a
su prudencia y desvelado celo religioso.
Consignemos algunos de aquellos casos que so-
lían sucederle y en donde se advierte su perspi-
cacia y genial intuición en el conocimiento de
las almas, amén de la particular providencia con
que Dios le asistía para la dirección de los jóve
nes aspirantes.
Hablando en una ocasión con Fray Cristóbal
Escribano, hízole observar a dos novicios, que
pasaban por muy fervorosos y aún por escrupu-
losos, y de quienes todos, padres y connovicios,
tenían por seguro que habrían de perseverar y
dar mucha gloria a Dios y lustre a la Orden do
minica; pues bien, le dijo el santo Maestro:
"ninguno de los dos llegará al fin; dejarán los
SAN LUIS BELTRAN
69
hábitos y se volverán al mundo". Como en efecto
sucedió, contra toda previsión humana.
Otra vez, habían ingresado al noviciado tres
jóvenes. Pasados algunos meses, una mañana,
antes de que llamasen a coro, Fray Luis fuese
a la celda de uno de ellos, y golpeando a la puer-
ta, dijo: "¿Duermes? ¿Ya estás listo para irte?".
"¿Y, a dónde tengo que irme?", respondió el in-
terrogado. "A donde bien quisieres, como tus
compañeros". Entonces saliendo el novicio con-
tó a Fray Luis que en efecto le habían acometi-
do tentaciones de melancolía, y que había desea-
do, dejando los hábitos, escapar ocultamente del
convento. El Santo lo consoló y le ayudó a ven-
cer la tentación. El joven perseveró; sus dos com-
pañeros acabaron por dejar el claustro y tor-
nar al mundo.
Año de dolor y de prueba fue para Valencia el
de 1555: el varón de Dios, el fraile agustiniano
que desde 1544 gobernaba la Sede con celo y
acierto incomparables, el gran Tomás de Villa-
nueva, cuya palabra de oro ganó tantas almas
para el servicio de Dios, cuya caridad era un con-
tinuo ejemplo, cuya sola presencia edificaba, cu-
yos escritos contribuyeron a encauzar la podero-
sa corriente de la mística española, que luego en
San Juan de la Cruz y en Santa Teresa será
océano; dejó la caduca vida temporal por la eter -
na. Poco después el P. Juan Micón, que recibiera
a Fray Luis en la Orden de Santo Domingo, al-
ma de predilección, religioso de perfecta obser-
vancia, claro honor de Valencia, moría apaci-
blemente, cerraba los ojos de la luz creada y los
abría a la indeficiente de Dios.
Si los fieles de toda la cristiana grey levanti-
na sintieron hondamente la muerte de esos dos
ejemplares servidores de Dios, para Fray Luis
Beltrán debió de ser particularmente sensible.
Penetrado como estaba del pensamiento de lo
eterno, pediría a las almas de los dos bienaven-
Año de dolor y de prueba fue para Valencia el
de 1555: el varón de Dios, el fraile agustiniano
que desde 1544 gobernaba la Sede con celo y
acierto incomparables, el gran Tomás de Villa-
nueva, cuya palabra de oro ganó tantas almas
para el servicio de Dios, cuya caridad era un con-
tinuo ejemplo, cuya sola presencia edificaba, cu-
yos escritos contribuyeron a encauzar la podero-
sa corriente de la mística española, que luego en
San Juan de la Cruz y en Santa Teresa será
océano; dejó la caduca vida temporal por la eter-
na. Poco después el P. Juan Micón, que recibiera
a Fray Luis en la Orden de Santo Domingo, al-
ma de predilección, religioso de perfecta obser-
vancia, claro honor de Valencia, moría apaci-
blemente, cerraba los ojos de la luz creada y los
abría a la indeficiente de Dios.
Si los fieles de toda la cristiana grey levanti-
na sintieron hondamente la muerte de esos dos
ejemplares servidores de Dios, para Fray Luis
Beltrán debió de ser particularmente sensible.
Penetrado como estaba del pensamiento de lo
eterno, pediría a las almas de los dos bienaven-
74
ALVARO SANCHEZ
turados que alcanzaran para él gracia semejan-
te, la de dejar la tierra por el cielo. No era en
verdad la muerte lo que se avecinaba para el san-
to religioso, sino la gran etapa misionera de su
vida; la merced que de la divina Providencia al-
canzaron sus dos ilustres modelos, fue la de una
ponderosa carga de apostolado para el logro de
.mayores merecimientos.
Como el contagio que arrebató al santo Arzo-
bispo y al venerable Juan Micón se intensifica-
ra, y el término del cargo que encomendara a
Fray Luis la obediencia concluyera, el R. P. Mi-
guel de Santo Domingo, por orden del Provin-
cial Pedro de Salamanca, envió a otros lugares
a los religiosos del convento de Valencia y de-
signó para el oficio de vicario de Santa Ana de
Albaida al Padre Beltrán, a la sazón de 29 años
de edad.
En el desempeño de su vicariato, cumplióle
empezar su carrera de predicador. Como maes-
tro de novicios semanalmente, podríamos decir
casi cuotidianamente, hablaba a sus discípulos,
más el común de los fieles aún no se había bene-
ficiado de su palabra verdaderamente inspirada.
Es el oficio de predicador difícil entre todos
los que ha menester fungir el sacerdote. De ex-
terno brillo, ofrécele ocasión de ganar aplausos,
que de no saber menospreciar, le harán perder
el mérito de sus esfuerzos y fatigas, y tras ello
tornarán estéril su enseñanza; mas si, por el
contrario, fundado en doctrina y rico en propia
vida espiritual, solo atiende a la siembra de los
ideales cristianos, a aprovechar sobrenatural-
mente al prójimo, a dar a conocer a Dios y a
SAN LUIS BELTRAN
75
quien El envió, Jesucristo Nuestro Señor, enton-
ces será digno sucesor de los apóstoles, eco fi
delísimo y sembrador de la palabra que oyeron
por primera vez las orillas del mar de Tiberíades
y la iluminada colina de las bienaventuranzas.
Pídese, pues, al predicador, si ha de llevar me-
recidamente ese nombre, doctrina y estudio de
su arte, como medios humanos que deberá po-
ner al servicio de una causa sobrenatural y di-
vina; y ejemplaridad de vida, espíritu interior
que venga a animar, a dar color y fuego, a pres-
tar fuerza de convicción a esotros externos f acto •
des. ¿De qué serviría la profunda ciencia, el arte
consumado, la bella dicción, el prodigioso ma-
nejo del idioma, si faltara el espíritu? No para
otra cosa sino para causar una pasajera admira-
ción, semejante, no diremos a la que provoca el
orador profano, que si en él se advierte sinceri-
dad, su palabra no será del todo estéril : logrará
la absolución de un reo, el hacer triunfar sus
ideales políticos o cosa parecida; sino a la que
despierta el actor en la escena: todo allí es fic-
ción, mas de tal suerte representada, que el artis -
ta simula hasta la realidad de un sentimiento
que no tiene. Para esos oradores sagrados, huér-
fanos de espíritu, va la palabra de San Pablo
aes sonans aut cymbalum tiniens l, semejan cím-
balo sonoro, bronce vibrante y nada más. Pero
si la sinceridad del sentimiento y la profundidad
de la fe hablan, si la vida respalda la enseñanza,
si la gracia de Dios, mejor que la destreza en el
arte unge el período, entonces no habrá aplau-
1 San Pablo. I a los Corintios. XUI - 1.
76
ALVARO SANCHEZ
sos ni admiración, sino renovar de conciencias
y superior ilustración para las almas.
Fray Luis Beltrán no tenía acaso las prendas
que constituyen al orador en su expresión más
alta. Hombre docto y, como hemos visto, grande-
mente estudioso de las sagradas Letras y de los
grandes pensadores cristianos, faltábale la voz
y la facilidad de la dicción; mas como no busca-
ba sino el aprovechar al prójimo, cuidaba poco
o nada de esas deficiencias; cosa alguna le sig-
nificaban los adornos del estilo y las elegancias
del lenguaje, ardía eso sí su alma en celo por
la gloria de Dios y en vivos deseos de llevarle co-
piosa ofrenda de corazones. Las verdades eter-
nas, que para buen número de gentes son a
modo de abstracciones lejanas, tan lejanas como
pueden estar de los caminos de la tierra las ru
tas estelares, tenían para él una inminencia y
una actualidad no superadas por ningún nego-
cio o ganancia del mundo y de la vida; de ahí
la fuerza y convicción con que las exponía; ha-
blaba de algo que había aprendido, no tanto en
las páginas de los libros, cuanto en la cumbre
encendida de la contemplación. Sus palabras
tenían la vibración de la máxima elocuencia: la
simplicidad de la verdad, la fuerza de la sin-
ceridad.
Hizo su primer sermón en el pueblo de Palo-
mar; entendiéronlo sus sencillos oyentes, y ya
no quisieron más palabra que la suya.
Durante los años que estuvo de vicario en Al-
baida, muchas veces predicó en todos los con-
tornos con notorio provecho de las almas. Su
manera de prepararse para el ministerio del púl-
SAN LUIS BELTRAN
77
pito consistía más en orar y en meditar sobre
lo que tenía que decir, que en leer y releer mu-
chos tratados. Determinada la materia y pues-
tas las bases teológicas de su enseñanza, entra
base a la sacristía y por el mayor tiempo que le
permitían sus trabajos apostólicos, quedábase en
silenciosa oración: así se esclarecían en la pre-
sencia de Dios sus pensamientos y se caldeaban
sus afectos. Cuando subía el púlpito, los labios
hablaban de la abundancia del corazón. Por tes-
timonio de los que lo oyeron, y que los jueces del
proceso de su canonización recogieron, sabemos
que de aquellos sermones salían convertidos los
que habían venido en pecado; animados a la per-
severancia y a más amor de Dios, los que se ha-
llaban en gracia; instruidos los ignorantes y sor-
prendidos de la profundidad de la doctrina lós
doctos: todos aprovechados en sus almas.
"Grandes eran los fuegos que le abrasaban, se
lee en la Bula de Clemente X, fuegos de amor de
Dios, que nunca pudieron apagar las aguas de
las tribulaciones; de donde inflamado del divino
celo, sufría si veía u oía intentar algo contra
los divinos preceptos, y sus sermones abrasaban
como antorchas, no mezclando en ellos cosa al-
guna que revelara vanidad de este siglo; sí enca-
minándolos o al servicio de Dios, o a la peniten-
cia y detestación del pecado. Fue muy dado a re-
ferir o sentencias déla Escritura Sagrada o he
chos de los santos, ponderando con grande fer-
vor ser cosa horrenda caer en las manos del Dios
vivo enojado. De aquí muchos experimentaron
que de sus pláticas e instrucciones salían siem-
pre movidos a nuevo fervor en el servicio de Dios.
78
ALVAHO SANCHEZ
Ni el respeto humano, ni profanas considera-
ciones de ningún género ponían sello en sus la-
bios cuando había menester corregir o censu-
rar los desórdenes; la prudencia y la discreción
le indicaban hasta dónde podía llegar en sus re-
prensiones. Con todo y saber aunar de tan ma-
ravillosa manera la severidad con la caridad, su-
cedió que un caballero, de no muy ajustada vi-
da, se sintió aludido en uno de sus sermones,
concluido el cual, buscó al Santo en lugar donde
a solas pudiese intimidarle con amenazas: exi-
gióle en forma apremiante que en público se re-
tractase de sus palabras; cuando no, sabría él
que era hombre de armas tomar, volver por sus
fueros y enseñar a un fraile a ser más medido en
sus pláticas. Como el celoso Fray Luis no había
tenido ni por asomos la intención de agraviar-
le, pues lo único que había pretendido había
sido corregir en general los vicios, afear el pe-
cado, mostrar cuán extraviados andan los que
se alejan de la práctica de los divinos manda-
mientos, negóse con toda entereza a ceder ante
las exigencias del irritado hijodalgo. Amenazóle
éste de muerte, continuó el Santo inalterable,
protestando de su inocencia y poniendo de pre-
sente la pureza de sus intenciones. Presenciaba
la escena, por casualidad Cristóbal de Mora,
quien añosdespués declaró en el proceso apos-
tólico sobre la exactitud de lo acontecido. Suce-
dió, pues, que el mal caballero se echó a la cara
una pistola, que llevaba ya cebada para el efec-
to de disparar sobre el Siervo de Dios; mas al in-
tentar hacerlo no halló entre sus manos el arma
SAN LUIS BELTRAN
79
homicida sino el pacífico leño sobre que se in-
molara Cristo.
La ira se trocó en arrepentimiento; compren-
diendo toda la gravedad de su injusto arrebato,
se arrojó a los pies de Fray Luis Beltrán implo-
rando su perdón. Otorgóselo el Santo, lleno de
caridad; exigió sí al gentil hombre y a Cristóbal
Mora silencio completo sobre el milagro que ha-
bían presenciado sus ojos.
Murió por entonces Fray Clemente Benet, dis-
cípulo de Fray Luis y su dirigido, al confesarse
por la postrera vez dijo al Santo que, permitién-
dolo Dios, le haría saber su estado en la vida fu-
tura. En la noche que siguió a su muerte mani-
festósele por modo maravilloso y díjole que es-
taba en el purgatorio dando a Dios satisfacción*
por algunas infracciones de la regla; cosas le-
ves, y según el mundo, de ningún momento, pe-
ro a las cuales ha de prestar atención el verda-
dero religioso. Por haber sido fiel en lo poco el
servidor bueno fue constituido sobre lo mucho;
por haber escondido el dinero y no haberlo pues-
to a cobro, atrajo sobre sí el siervo perezoso el
enojo de su Señor. Ordenó el P. Fray Luis se di-
jesen misas, se aplicasen sufragios, ofreciese la
Comunidad sus austeridades y penitencias por
el descanso eterno del alma de Fray Clemente;
merced que, como lo supo Fray Luis sobrenatu-
ralmente, se obtuvo de la divina piedad.
El contagio que arrebató de la vida a Santo
Tomás de Villanueva y al P. Micón, alcanzó tam -
bién a fray Miguel de Santo Domingo. Como la
casa de Valencia se viera harto castigada del fla-
gelo, el caritativo P. Miguel no desamparaba la
80
ALVARO SANCHEZ
cabecera de los enfermos; muchísimos había
auxiliado, de los cuales veinticinco habían muer-
to cuando le correspondió caer herido, para salir
de la vida e ir a disfrutar de la eterna recom-
pensa ganada por su observancia y la abnega-
ción, y el fervor de su caridad. Hallábase fray
Luis en Santa Ana orando, cuando entró de
presto a su celda fray Miguel, con el rostro ilu-
minado por la alegría, y en todo su continente
un no sé qué de festivo; hasta en la pobreza de
sus hábitos cierto resplandor, algo así como una
participación del que debió tener la túnica de
Cristo en la gloria de la montaña, y le dijo que
iba al cielo, desde donde velaría por sus herma-
nos. A esa misma hora fray Miguel moría santa-
mente en Valencia.
Era el de Santa Ana de Albaida convento de
pocos frailes; cinco o seis constituían de ordina-
rio la comunidad. No faltaban, antes menudea-
ban las dificultades de todo orden; la "santa her-
mana Pobreza" era inseparable compañera de
la mesa y del claustro. Los priores anteriores a
fray Luis viéronse en serias dificultades para
atender al vestido y al calzado de los religiosos,
y aún a veces para el pan de cada día. Fray Bel-
trán pudo palpar la protección de la Providen-
cia. Acudían los vecinos en el preciso momento
de mayor estrechez, cual con el dinero para la
estameña, esotro con la limosna para el vino y
la cera del altar, el de más allá con las mejores
panojas y el recental más gordo para la mesa
del convento.
Tenía el Padre Beltrán entrañas de misericor •
dia para con los necesitados; las providencias
SAN LUIS BELTRAN
81
que Dios le hacía, partíalas con cuantos menes-
terosos golpeaban a la puerta del convento erí
donde hallaban su despensa y proveeduría. Du-
rante la cuaresma, en el adviento y en épocas
de misión, muchas gentes acudían a la iglesia
conventual para confesarse y recibir la Eucaris-
tía. Dado el corto número de religiosos no po-
dían satisfacer prontamente sus piadosos deseos
y habían menester quedarse hasta bien entrada
la tarde; el Padre Beltrán ordenaba que diesen
en el convento a cuantos habían comulgado una
merienda, pobre es verdad, pero ofrecida con to-
da generosidad.
Parécenos, al advertir este modo de velar so-
bre las urgencias físicas de sus fieles, oir como
un eco de las palabras con que el divino Maes-
tro preludiara el milagro de los panes y de los
peces, misereor super turbam \ y en la multipli-
cación de los mantenimientos y vituallas para
atender a las necesidades de los de casa como de
los extraños, se nos ocurre ver la renovación del
prodigio cumplido en las orillas del lago con la
bendición de la mano dadivosa.
Tenía el convento anejo un terreno de secano,
bueno para el cultivo de la viña, y en él algunas
cepas excelentes, que, cuidadas por los herma-
nos legos, rendían regular beneficio. Acaeció que
estando el Santo fuera de casa, el fuego que sé
había prendido en la colina cercana, en razón
de no sé qué trabajo, alcanzó a las viñas del con-
vento y amenazaba consumirlas por entero. Avi-
sado Fray Luis, acudió prontamente y desde que
1 Tengo piedad de la muchedumbre. San Marcos. VIII - 2.
82
ALVARO SANCHEZ
hubo divisado el fuego, trazó sobre él la señal
de la cruz. En breve extinguióse el incendio como
si una invisible mano hubiese impedido su pro-
pagación. Hecho maravilloso que causó grande
asombro en cuantos lo presenciaron, y aumentó
el crédito de santidad que merecidamente gozaba
el vicario de Santa Ana.
Las veces que Fray Luis, con intuición mara-
villosa, penetró en el secreto de las conciencias
fueron muchas, y repetidas aquellas en que por
iluminación profética anunció a muchos lo que
les guardaba el porvenir. Circunstancia que
acompañaba siempre esta lúcida visión del fu-
turo, a este intuir el secreto de los corazones y
lo recóndito del pensamiento, fue el que redun-
daba en bien espiritual de aquellos sobre quie-
nes la ejercía.
Mucho era el bien que derramaba a manos lle-
nas entre los habitantes de aquellos lugares; y
ahí hubiese continuado, en la misma callada y
edificante labor, si una circunstancia providen-
cial no hubiera venido a señalarle campo más
anchuroso al fervor de su celo, tierras más ne-
cesitadas de recibir el rocío de su sangre pe-
nitente.
VI
De cómo fue enviado o las misiones de Nueva
Granada, y de la travesía hasta su llegada a
Cartagena de Indias
Fue el siglo xvi para España el apogeo de
su trayectoria como pueblo, el punto máximo a
que pudo llegar la raza, la victoriosa cima a
donde hoy mira, para emular pasadas grande-
zas, y, despertando dormidos anhelos, emprender
un noble esfuerzo de superación. Nación templa-
da en ocho siglos de lucha, en dominando la
cumbre, sus frutos fueron de heroicidad y de
conquista. Tres velas españolas desafiando lo
desconocido se atrevieron más allá de las rocas
de Calpe y de las Columnas de Hércules; cruza-
ron el Atlántico y abrieron a la civilización las
dilatadas comarcas del Nuevo Mundo; a brazo
partido lucharon con la brava naturaleza, lleva-
ron a término hechos que pudieran, por su in-
creíble temeridad, pasar por fabulosos. Lanzada
a la conquista, delante de~ su enseña iba la cruz;
en pos de los hombres de hierro empuñando el
acero invicto, seguían los hombres vestidos de es-
tameña y en la diestra el libro de la verdad evan-
gélica. De este celo por la fe proviene toda su
gloria, lo mismo la social y política que la artís-
tica; la fe informaba su pensamiento, lo mismo
86
ALVARO SANCHEZ
el del gobernante que el del soldado, el del poeta
y el del místico. No el interés vulgar ni el impe
rialismo orgulloso y codicioso indujeron a Espa
ña a la conquista: sirvió a sus convicciones; pu-
do equivocarse a veces, los fines fueron altos,
servidos siempre con lealtad caballeresca. Así lo
ha reconocido en un libro reciente el docto his
panófilo Luis Bertrán, cuyas son las palabras
siguientes :
"La colonización de América está sellada pro-
fundamente con un carácter religioso. El espíri
tu que anima e inspira las ordenanzas de los so
beranos españoles y la conducta de los virreyes,
es el mismo que sostenía la cruzada contra los
moros y empujaba a Colón a la conquista de
las Indias: la propagación de la fe. Hay que
partir de aquí si se intenta comprender algo de
la colonización española en América. De no te-
ner esta idea constantemente presente, se corre
el riesgo de interpretar mal la obra colosal rea-
lizada en el Nuevo Mundo por los conquistado
res" l. "Colón, escribe por su parte William Tho-
mas Walsh, no iba a buscar una nueva ruta para
el comercio, iba como un misionero explorador".
Don José Vasconcelos en su bien conocida
Breve Historia de Méjico, hace la apología del
misionero, del método de .colonización, y declara
"completamente desacreditada la leyenda negra
sobre la conquista española". Aunque mucho se
ha escrito, y muy bueno, sobre la labor evangeli-
zadora de la legión de religiosos de todas las ór
1 Luis Bertrán: Historia de España. Traducción de Luis Santa
Marina. Edición de 1933, pág. 267.
SAN LUIS BELTRAN
'.',1
denes, de sacerdotes seculares, de obispos y pre-
lados, que venidos de la Península consagraron
a la América sus fatigas y su vida, con la misma
abnegación que lo hubieran hecho sobre el sue-
lo de su patria, al fin y al cabo como que estas
tierras, que la Providencia entregara a las Cató
licas Majestades para civilizarlas, venían a ser
como una continuación de su suelo; con todo,
aún cabe decir más, y hoy, como nunca, sería
necesario poner a plena luz los vínculos que en
virtud de la fe recibida tenemos con la ñacióii
heroica y grande, descubridora y plasmadora de
todo un continente.
Las nuevas de los grandes hechos cumplidos
llegarían a España, y sería un hervir de comen
tarios y de proyectos; sería un llamado a todo
noble pecho para dar remate a otros nuevos más
gloriosos. Hoy se sabría cómo el extremeño Her-
nán Cortés con un puñado de valientes había
conquistado un imperio; cómo allí, si bien los
pobladores tenían su arte y una industria pro-
pia, prosperaban a más y mejor errores y cruel-
dades. Sobre las aras de las bárbaras divinidades
corrían en ofrenda la sangre de víctimas huma
ñas. Comentaríase entonces, cómo valientes y ge-
nerosos misioneros habían emprendido la obra
de llevar a esas mentes que yacían en tinieblas,
la luz de la verdad revelada, y sería gozo gran-
de para las almas piadosas el imaginar cómo el
estandarte castellano no sólo era emblema de
imperio sino alta cifra de catolicidad. Otro día
sabríase cómo Pizarro, yendo hacia el sur, había
descubierto un reino vastísimo y poderoso don
de muros de piedras sillares y templos fabulosos
c!3
ALVARO SANCHEZ
declaraban la vitalidad de la raza pobladora,
idólotra y víctima de crueles pasiones. Otro sería
el saber cómo las naves del portugués Magalla-
nes, asociado al vasco Sebastián Helcano, había
circumnavegado el planeta. En todas las comar-
cas que había visitado a su paso, la cruz queda-
ba como emblema de una posesión, no material
sino espiritual; si los monarcas de España tenían
nuevas colonias, el Monarca del Cielo tenía nue -
vos servidores; las almas pobladoras de aquellas
distantes regiones venían al conocimiento del
Evangelio, los soles de aquellas latitudes veían
alzarse la cruz sobre playas y cumbres; las es-
trellas insomnes saludábanla en la noche así
como la saludaron en la tarde del sacrificio san-
griento, prenda de libertad y gaje de esperanza.
Un día de los calurosos del verano de 1560 fon-
dearon en el puerto de Valencia dos galeras mo-
ras. Venían a tratar del rescate de muchos cau-
tivos hechos en el curso de sus piraterías; y
mientras se pactaba con ellos, y se allegaban los
dineros necesarios para comprar la libertad de
los prisioneros, el capitán con todos los visto-
sos distintivos de su "categoría saltó a tierra y
entró en la ciudad, acompañado de varios de
los suyos, con el fin de conocerla; recorrió sus
calles, se detuvo a admirar lo espacioso de sus
plazas, contemplar sus monumentos, e hizo don-
dequiera ostentación de desenfado y de soberbia.'
Súpolo Fray Luis, que regía, pasado el contagio
que hemos dicho, su querido claustro de novi-
cios, y sintió grandemente la afrenta que con
ello se hacía a la dignidad del pueblo cristiano.
El gentil no solamente cautivaba cristianos y se
SAN LUIS BELTHAN
89
esforzaba, hasta dándoles tormento, por arreba
tarles la fe, y ya que no lo lograba, exigía dine-
ros por su rescate; sino que él mismo venía a
reclamar los dineros a las puertas de la ciudad,
penetraba en ella como por su casa y se mos-
traba osado mientras los fieles callaban.
Estando aún los frailes en la huerta (era casi
de anochecida, y bien se sabe que en el verano
el crepúsculo vespertino se prolonga) , fuese allí
y les contó el lastimoso caso, invitándolos a pos
trarse de cara al mar y a ofrecer un salmo en
desagravio, una oración por la buena pro del
pueblo cristiano. Y cuenta' el tantas veces citado
Padre Vicente Justiniano Antist, que a la misma
hora, y estando la mar en admirable sosiego, de
súbito se levantó una borrasca que echó a pique,
casi a vista del puerto, las dos galeras moriscas,
que pocas horas antes habían izado sus velas.
Penetrado el Santo del deseo de la gloria de
Dios, de la necesidad de extender entre los in-
fieles el conocimiento de su Santo Nombre, de
llevar dondequiera, con mayor empeño del que
los moros ponían en hacer botín y cautivar fieles,
la luz del Evangelio, para hacer ganancia de al-
mas, acertó a llegar al convento un nativo ame-
ricano; quedóse en él algo más de un año; contó
a Fray Beltrán que el lugar de su nacimiento era
una playa batida por el mar Caribe, apellidada
por sus primeros exploradores, acaso en recuer-
do de la patria lejana, "Nueva Andalucía" y,
en su parte más occidental, "Castilla de Oro".
Dióle noticias exactas de las gentes que la po-
blaban; y como el Santo le preguntara sobre si
aquellas gentes conocían a Cristo, el indígena
'JO
ALVARO SANCHEZ
hubo de responderle que eran muchos los que
ignoraban todavía ese santo Nombre. Contóle
de los ardores del clima, de las dificultades nu-
merosas por vencer, y cómo algunos santos mi-
sioneros habían pagado con su sangre su empe
ño de enseñar y evangelizar.
El alma de Fray Luis, que por las noticias re-
cibidas de las proezas ejecutadas por frailes de
otras órdenes y algunos de la suya propia en la
meritoria tarea de predicar el Evangelio, había
sentido despertar su vocación misionera; que por
los relatos del extraño huésped había conocido
cuánto quedaba por realizar y cómo podía apli-
carse a las misiones de América las palabras de
Cristo: "La mies es mucha y los operarios son
pocos"; que por el incidente de las naves infie
les se tachaba de tardo en el divino servicio, pues
mientras los discípulos de Mahoma no cejaban
en su empresa de cautivar cristianos y de des-
pojarlos de sus bienes materiales y señaladamen-
te del tesoro espiritual de su fe, él — así lo pensa-
ba en su humildad — hacía tan poco por su Se
ñor, y ardió en deseos de martirio. Deliberó mu-
chas veces en la presencia de Dios sobre pedir
a sus superiores licencia para ir a misionar en-
tre los nativos del Nuevo Mundo.
Por la misma época, y en cumplimiento de lo
acordado en el capítulo general de Salamanca,
habido en el ano de gracia de 1551, el reverendo
Padre Vicario Fray Martín de los Angeles, con
el objeto de informar a la Congregación de Pro-
paganda Fide y al Eminentísimo Cardenal Vi
cente Justiniano, por ese entonces Vicario Ge
neral de la Orden,' acerca del estado de las pro-
SAN LUIS BELTRAN
91
vincias dominicas en las regiones de Améri-
ca, debió solicitar el envío de más religiosos al
Nuevo Reino, y la separación de la Provincia del
Perú, de las casas existentes en el dicho Nuevo
Reino para constituir una nueva provincia. Mas,
habida" consideración del corto número de con
ventos, conformándose a las constituciones, no
se procedió a la erección de la nueva provincia,
aunque si se separaron los conventos del Nuevo
Remo de la obediencia del Perú; concedióseles
la facultad de elegir sus vicarios generales, some
tiendo el resultado del escrutinio a la aproba-
ción del provincial; además facultóse al reve-
rendo Padre Francisco de Carvajal para que de
las provincias de España tomase hasta treinta
religiosos, aquellos que de libre voluntad así lo
pidiesen, para enviarlos a las misiones de la en-
tonces llamada gobernación o presidencia de
la Nueva Granada.
Solicitó, pues, Fray Beltrán, al tener noticias
de las letras expedidas por el Cardenal Justinia-
no, el ser enviado a las misiones del Caribe. Iban
finalmente a realizarse sus deseos, sus más en-
encidos anhelos: ofrecer a la Majestad divina
sus fatigas, su sangre, su vida misma en el hon
roso propósito de difundir la fe revelada, el amol-
de Cristo, de predicar la gracia de la salvación.
Era superior del convento de Valencia el pa
dre Jaime Serrano que, conocedor de la santidad
de Fray Luis, de sus dotes como formador de al-
mas jóvenes, y de su mucha doctrina, teníalo
por la gloria de su casa y elemento de inaprecia
ble valor para su adelantamiento y gobierno.
Cuando supo la determinación, opúsose a ella
92
ALVARO SANCHEZ
con todas las veras de su espíritu, y procuró con
todo empeño dificultar su partida, llegando has-
ta a amenazarlo con que no le daría dineros ni
vituallas para el camino.
No paró mientes Fray Beltrán en estas consi-
deraciones, y obtenida del Padre Carvajal la an-
siada designación, comenzó a hacer sus aprestos
para la partida. Lo acompañaban en su gene-
roso propósito los Padres Luis Vero, Tomás del
Rosario, Diego Escaurio, Diego Javier y Jeróni-
mo Barros, de la Provincia de Aragón.
Hizo a los novicios de su convento una encen-
dida y devota plática de despedida; pidióles con
sincera humildad perdón por la desedificación
que con sus obras y palabras les hubiera podido
causar, y, por último, les dio el adiós de despe-
dida. Con qué avidez escucharían aquellas almas
mozas las palabras últimas del que fue su maes-
tro! Las lecciones que les diera sobre el despren-
dimiento religioso de todo lo terreno, abnega-
ción, amor del prójimo, amor al sacrificio, celo
por la gloria de Dios y del bien de las almas, las
veían confirmadas con el ejemplo. Por libre elec
ción, y sin que se lo impusiera la obediencia, ele-
gía el camino más dificultoso, con generosos
anhelos de martirio marchaba a tierras de mi-
sión, donde es nulo el descanso y sin tregua la
labor.
El primer viernes de cuaresma de 1562 salió
de Valencia, a pie, peregrino apostólico, por la
ruta que va a Sevilla, pues ya en San Lúcar es-
taba pronta la armada que debía zarpar para
las colonias de América.
Harto quebrantada su salud, ya débil de suyo,
SAN LUIS BELTRAN
93
por sus muchas y muy severas obras penitencia-
les, hubo de comprar por pocos dineros un ju-
mentillo, a cuyos lomos entró caballero en Se-
villa. Le esperaban en el Real Convento de San
Pablo, habiendo informado de su llegada a las
reales autoridades en la Casa de Contratación,
establecida para despachar todo lo relacionado
con el gobierno de las posesiones ultramarinas.
Reunidos ya de diversas provincias los treinta
religiosos, hiciéronse a la vela en el dicho puerto
de San Lúcar mediado el año de 62.
Para que podamos formarnos alguna idea de
las dificultades y fatigas de ese viaje, vamos a
transcribir una página de Stefan Zweig en la
cual describe un viaje que, con todas las comodi-
dades modernas hiciera a la Argentina. Dice así
en la Introducción a su estudio sobre Magalla
nes: "Gocé infinitamente en los primeros días
paradisíacos de esa travesía. Pero de pronto, en
el séptimo u octavo me sorprendí a mí mismo
presa de una impaciencia desazonada. Siempre
el cielo azul, siempre ese tranquilo mar azul. En
ese repentino arrebato se me antojaron demasia-
do lentas las horas del viaje. La monotonía de la
vida a bordo irritaba mis nervios. De improviso
el trasatlántico hermoso, cómodo, confortable,
no me resultaba lo suficientemente rápido. Me
di cuenta de mi impaciencia, y me avergoncé.
Aquí lo tienes todo: libros, manjares, bebida,
música, sociedad. Sabes exactamente dónde es-
tás, puedes enviar a cualquier prate de la tierra
un mensaje. Recuerda en tu impaciencia, re-
cuerda en tu insatisfacción, lo que era esa trave-
sía antaño; compara tu viaje con los de antes,
94
ALVÁRO SANCHEZ
sobre todo con los de aquellos primeros arroja
dos marinos que descubrieron un mundo para
tí y avergüénzate delante de ellos. Trata de ima -
ginarte cómo en aquel entonces se lanzaron en
sus diminutos cútures de pescadores a lo igno
to. Sin luz que los alumbrase de noche, sin más
bebida que el agua tibia y salobre de las tinajas
o de la lluvia recogida, sin otro alimento que el
de la galleta desmigada o el tocino salado y ran •
ció, y aún a veces privados de estos paupérrimos
alimentos. Sin camas ni espacio donde descan-
sar, bajo un calor diabólico, sufriendo la sensa-
ción de estar solos, irremisiblemente solos, en
un despiadado desierto de agua. Durante meses
nadie sabía de ellos. La necesidad los acompa
ñaba, la muerte los rodeaba en mil formas dis
tintas, sabían que nadie podía, ayudarlos, que
por meses enteros no se encontrarían con ningu-
na otra vela sobre esas aguas intransitables, que
nadie podría salvarlos del peligro y de la mise -
ria, que nadie informaría sobre el hundimiento
de su nave y de su muerte en el silencio de
las olas" l.
Así navegó Fray Beltrán. ¿Cuál es el objeto de
su viaje? ¿La conquista? Sí; la de las concien-
cias para el reino de la verdad y la justicia. ¿La
gloria? Sí; mas no la humana sino la sobreña
tural y divina.
Sucedió durante la travesía que como algunos
grumetes realizaran una maniobra, dejaron caer,
sin ninguna torcida voluntad, mas por mala ven..
1 Steian Zweig. La aventura más audax de ]a Humanidad. Tra-
ducción de Alfredo Kahn. Introducción.
SAN LUIS BELTRAN
95
tura, una garrucha sobre la cabeza de uno de los
misioneros que se encontraba sobre el puente;
grande fue la herida, y de cuidado; acudió a
prestarle auxilio el cirujano que con ellos venía.
Entonces Fray Luis manifestó tener consigo una
excelente medicina; pidió que pusieran al herido
sobre su cama y que lo dejaran solo con él. Y
asi como Elias alentó sobre el rostro del niño
muerto y lo devolvió a la vida, así el Santo,
acercando su cabeza a la rota y sangrante de
su compañero, lo sanó de presto. Milagro del
cual testificaron todos los tripulantes de la nave.
Las largas horas de navegación las empleaba
Fray Luis en orar y enseñar. Las rutilantes es
trellas de los anchos cielos marinos viéronle ce-
rrados los ojos y postrado sobre las tablas de la
galera, pasar la noche en ferviente plegaria; así
lo sorprendían las primeras luces del amanecer.
Pedía ser para las almas que en las playas des-
conocidas y distantes lo esperaban, verdadero
heraldo de la buena nueva, eficaz dispensador
de los dones divinos. Cuando las gentes de a bor
do querían buenamente escucharlo, y era siem
pre que la brega con los aparejos, velas y jarcias
no lo impedía, sentado, así como lo hiciera el
Señor Jesús, en la popa de la nave, les hablaba
de la eternidad, de Dios, del hondo sentido de
la vida, que el bien y la virtud elevan y en-
noblecen.
Así transcurrió el tiempo, cuando un día per-
filóse en el horizonte la línea indicadora de la
playa. Las pupilas de San Luis se detuvieron
por primera vez en las costas colombianas.
SEGUNDA PARTE
i
Cartagena de Indios
No era Cartagena cuando llegó a su puerto
San Luis Beltrán la bella e interesante ciudad
que hoy admira el viajero: ni murallas proceras
levantadas para presenciar legendarias proezas,
ni ese ambiente de leyenda y de simpatía que
se respira en sus calles estrechas, en sus plazas
desiguales, en los soportales que las enmarcan.
Estamos mediado el siglo xvi, en los días en
que se desarrollaba la conquista y civilización
de nuestra América.
La conquista y reducción de los machanaes y
turbacos, pobladores del litoral atlántico, que no
pudieron realizar no obstante su extraordinaria
valentía y sus reconocidos dotes de mando, los
capitanes Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa.
llevólas a términos lisonjeros el adelantado don
Pedro de Heredia. El 14 de enero de 1533, "con
una nao e dos carabelas e una fusta", como dice
un cronista, en las cuales venía un buen golpe
de soldados, se entró el Adelantado Heredia po¡
la hermosa bahía, destinada a ser uno de los más
preciados puertos de los dominios españoles.
Hombre experimentado, capitán de no común
100
ALVARO SANCHE2
arrojo y clara visión de las cosas, advirtió des-
de luego que una ciudad levantada en aquel si-
tio, donde la naturaleza ofrecía, sin necesidad
de mayores obras de arte, fácil y seguro fondea-
dero; en ribera hospitalaria, no ciertamente por
sus moradores que eran (los soldados conquista
dores con sus heridas y quebrantos daban feha-
ciente testimonio) gentes indómitas, tan agüe
rridas que hasta las mismas hembras valían pa
ra los riesgos del pelear, cuanto por la abundan-
cia de sus mantenimientos: pesca ofrecía el mar
y copia de frutos tropicales las vecinas selvas;
abriendo claros en ellas tendrían los ganados
pastos abundantes y excelentes; con poco se po-
dría arreglar una salina, y, así todo era facili-
dad para la vida.
Equidistante casi de Santa Marta y del Golfo
de Urabá bien podría ser el puerto que allí se
aparejase la base de futuras operaciones de con-
quista. Allí llegarían los galeones de la Penínsu-
la y de allí saldrían cargados de metales precio-
sos, pieles, resinas, materias primas de toda la-
ya. De allí partirían para el interior misioneros
y hombres de armas, a dilatar y afianzar los do-
minios de la corona.
El primero en combatir a los indígenas que
provistos de flechas envenenadas les salieron ai
paso, fue Francisco César teniente general de
Heredia. No fue afortunada para los españoles
esta primera refriega : César, herido de treinta y
dos flechazos, y sus compañeros, no más de cin-
cuenta, hubieron de retirarse mal heridos y que-
brantados. Don Pedro entonces reorganizó sus
efectivos, y desembarcó el resto de gentes de gue-
SAN LUIS BELTRAN
101
rra que traía. "Se ensillaron y armaron de al-
godón acolchado caballeros y peones, dice el
cronista Fray Pedro Simón, con estas prevencio-
nes y las que pedía el orden militar, en bien for-
mado escuadrón, llevando los jinetes a las anca's
los peones porque llegasen descansados, fueron
marchando hacia el pueblo de Calamar", cuatro
días después de la primera intentona.
Los naturales, que en el encuentro tenido con
don Francisco César habían sufrido grandes pér-
didas, atemorizados por los caballos y por los
disparos de las armas de fuego, huyeron hacia
el interior. De esta suerte el 20 de enero del año
dicho pudo el Adelantado ordenar erigir, en el
lugar llamado hoy Paseo de Heredia un altar
y allí celebró la primera misa el P. Clemente Ma-
riana. Así se fundó la ciudad, que en memoria
y en homenaje a la patria chica de los más de
ios comilitones de Heredia, se llamó Cartagena.
Recordemos una página de Fray Alonso de Za-
mora, el bien conocido historiador dominico,
que habrá de servirnos de guía en el reseñar las
maravillas obradas por San Luis Beltrán en las
costas colombianas. "Parecióle bien a Heredia
para fundar una ciudad la isla de Codego, que
cerca del mar por la parte del norte, y por la tie -
rra un brazo del mismo mar la rodea hasta la
Ciénaga de Canapote. Fundó una villa que lla-
mó Cartagena por la semejanza que tiene el
puerto con el de Cartagena de Levante; y porque
de esta ciudad eran los más soldados que vinie-
ron a la conquista. Vinieron por capellanes al-
gunos clérigos y dos religiosos de nuestra Orden,
que fueron los Padres Fray Diego Ramírez y
102
ALVARO SANCHEZ
Fray Luis de Ordura. Dicha la primera misa, in-
vocaron por patrono de toda la provincia a aquel
grande soldado a lo divino y a lo humano, el
verdadero caballero San Sebastián, porque mar-
tirizado a flechazos, sirviera de escudo a las
que llenas de mortal veneno, les prevenían ya
conspirando los machanaes por toda la tierra
adentro" l.
Rudos debieron ser los primeros meses. Las
casas no ciertamente de mampostería, sino de
más feble materia construidas, mal resistirían
los desmanes de las tribus circunvecinas, venci-
das pero no aniquiladas. Con una mano en la
empuñadura de la espada y la otra en la pala
del constructor o en la azada del gañán debie-
ron de vivir por entonces los primeros poblado-
res. Tanto con el ánimo de prevenir posibles ata-
ques, como con el propósito de descubrir nuevas
tierras; por la ambición del oro, — las noticias
que recibiera de algunos indios, las muestras que
a mano tenía le demostraban la existencia de fa-
bulosas riquezas, selva adentro — impulsaron al
Adelantado a proseguir sus exploraciones.
De leyenda pudiera calificarse, de no ser el cro-
nista Zamora varón de tan recto criterio y de
tan sólida erudición, cuanto refiere en su Histo-
ria de la Provincia de San Antonino, referente
a los hallazgos de oro que hiciera don Pedro de
Heredia. Cuéntase allí cómo habiéndole dado el
cacique del Sinú por guía a un hijo suyo, llegó
hasta las Sierras del Avive donde dio con un bos-
) F. Alonso de Zamora C. P. Historia d» la Provincia de San
Antonino. Pág. 66 de la edición de Parra León, anotada por F. An-
drés Mtzania C. P.
SAN LUIS BELTRAN
103
quecillo de cuyos árboles colgaban unos a ma-
nera de cascabeles tan grandes como almirecos
todos de oro muy puro; también cuenta de un
bohío que debía de ser el lugar de adoración de
la tribu, pues era de gran tamaño y en donde
había hasta doce estatuas gigantescas en made-
ra labradas y cubiertas íntegramente de plan-
chas de oro. Del bosque sagrado y del templo
pasó Heredia a un cementerio, cuyos supulcros
encerraban, amén de los cadáveres, considerables
riquezas, pues era tradición de los indios que ha-
bían de enterrarlas con los cuerpos de aquellos
que en vida las poseyeron. No hay para qué decir
que el Adelantado hizo de todo aquello botín de
muchos millares de castellanos de oro, suficien-
tes a enriquecer a todos los valientes cuanto
afortunados guerreros, compañeros suyos en lós
trabajos y en las recompensas.
"Con los navios que pasaron a España a dar
noticia de las conquistas de don Francisco Pi-
zarro, — transcribimos unas líneas del cronista
Zamora — llegaron las noticias de las que había
hecho don Pedro de Heredia en la provincia de
los Machanaes, sus utilidades y riquezas. Deter
minó Su Majestad conservar a Cartagena y pre-
sidirla para escala y puerto seguro de las comu-
nicaciones de todo lo que se había descubierto
en Tierra Firme. Para autorizar la ciudad y go
bernación envió por su primer Obispo al Rdó.
Señor Maestro Fray Tomás Toro, de la orden
dominica, hijo del Convento de San Este-
ban de Salamanca. Entró consagrado a fines del
año 1534".
Colígese de lo transcrito la importancia de la
104
ALVARO SANCHEZ
ciudad fundada y su rápido crecimiento, como
que transcurridos dos años escasos y ya se hon-
raba con la categoría de sede episcopal. Mas
con el aumento de la población, el arribo de los
barcos llegados de diversos puertos, la afluencia
de géneros exportables y el recibo de mercade-
rías, sobrevinieron problemas de índole sociai
y moral.
No siempre las gentes que venían de la Pe-
nínsula lo hacían movidas por los nobles estí
mulos de servir a la Patria, ganar justo renom-
bre, cooperar a la difusión de la cultura; ni eran
siempre hombres de pro, limpios de sangre y
hechos. Acontecía que maleantes y picaros, har-
to parecidos a los personajes descritos por Ma-
teo Alemán o por don Francisco de Quevedo, hu-
yendo de la justicia, arribaban a estas playas en
busca de mejor fortuna. Los tales querían olvi-
do para sus tristes hazañas, libertad sin trabas,
ningún deber, y derechos para todos sus desafue-
ros. Aplauso merecen los representantes de la
Corona que, sin acepción de personas castigaron
el delito donde lo hallaron e hicieron vibrar la
vara de la justicia lo mismo sobre la espalda del
indio que sobre la del encomendero. Y especial-
mente son acreedores a nuestra admiración y
alabanza los religiosos varones que alzaron su
voz para predicar el evangelio a los nativos y
para censurar con apostólica entereza los desma-
nes cometidos por los de su raza. Antes que gen
tes forasteras, transcurridas las difíciles centu-
rias del descubrimiento y colonización, no por
otros motivos que por la envidia y mala volun-
tad a la gran nación católica, misionera de me -
SAN LUIS BELTRAN
105
dio universo, se dieran a la ingrata tarea de
forjar la leyenda negra, y se determinaran a em-
plazarla ante el tribunal de la historia, diz que
por los abusos e injusticia cometidos en el ciclo
del coloniaje; ya ella misma había dejado su
defensa en la obra gigantesca, leyes y decretos,
de sus eximios varones peritos en la ciencia del
derecho y autores de las leyes de Indias, en la
labor civilizadora de quienes fundaron aquende
los mares colegios y universidades, en la tarea
secular y titánica de los misioneros, de los je-
suítas, de los frailes menores; y había dicho al
mundo que las culpas y menguas de su magna
empresa, si las hubo, ni las ocultó con cobardía,
ni las justificó con malicia: Defendió el derecho,
tuteló a los débiles, propagó su cultura y dejó
ejemplares de valor, de tenacidad y de nobleza
no vividos antes en parte alguna ni superados
todavía.
Plumas religiosas hicieron a su tiempo la de-
fensa de los indígenas, voces ungidas por la sa-
grada noción del derecho humano y por la pie-
dad divina se alzaron para protestar contra los
abusos de encomenderos y mayordomos, y para
tutelar los legítimos derechos del indio. Dígalo
sino el "Esclavo de los esclavos", San Pedro Cla-
ver y nuestro admirable misionero San Luis
Beltrán.
El Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Fray
Tomás Toro, con el mismo espíritu que moviera
al Apóstol de las Gentes en sil propósito de He
var el conocimiento de Cristo a las inteligencias
sumidas en las tinieblas de la gentilidad y hacer
observar por los creyentes los preceptos de la
106
ALVARO SANCHEZ
caridad y la justicia, diose a la tarea de adelan-
tar la catequización de los nativos y a hacer
guardar toda moral entre las gentes venidas de
la Península; y como no bastara en ocasiones
para mantener en los términos de la rectitud y
la equidad las suaves palabras, el prudente con-
sejo, la severa amonestación, echó mano de las
sanciones eclesiásticas contra los que extorsio-
naban a los indefensos terrígenas ya despojándo-
los de sus modestos haberes, ya imponiéndoles
sin miramiento ni humanidad tal carga de tra-
bajo, que venía a impedirles el aprendizaje de
la doctrina cristiana.
Entregado por entero a las obras de apostólico
celo, lo sorprendió la muerte en el año 1536. To-
dos lloraron su ausencia definitiva: los que re-
cibieron sus castigos paternales porque con ellos
los trajo a nueva vida; los débiles porque era su
defensor; los religiosos porque era su rector y
modelo, los laicos, españoles e indios que no po-
dían por menos de ver en él al hombre de Dios
un abnegado y desinteresado pastor de almas.
Para sucederlo fue designado el Excelentísimo
y Reverendísimo Señor Jerónimo de Loayza, a
esa sazón prior de un convento en Talavera. Des
pués de su consagración en la catedral de Valla-
dolid acompañado de seis religiosos de su misma
orden, se dirigió a Sevilla en donde se embar-
có, rumbo a su Sede. Llegó a Cartagena media-
do el año 1538.
Al año siguiente dispuso la fundación de un
convento de su orden. Contaba para ello con
unos solares, situados cerca de la plaza denomi-
nada de Nuestra Señora de la Popa y ahora de
SAN LUIS BEITRAN
107
Carnicerías y con mil pesos donados por el mis-
mo rey. Construyóse la casa conventual de ta-
blazón porque no había por el momento más só-
lidos materiales ni consentía otra cosa lo limi-
tado de sus recursos. Fue consagrada al Patriar
ca San José y tomó posesión del inmueble Fray
José Robledo, varón" de gran espíritu religioso
muy dado a la labor apostólica de catequizar a
los indios y a quien cupo la gloria de recibir al
siervo de Dios San Luis" Beltrán.
He aquí, pues, el campo en donde Fray Luis
va a desarrollar durante siete años una labor
de evangelización regado con su sangre peniten -
te y corroborada con prodigios: en una ciudad,
que comienza apenas a surgir; situada cara al
mar Atlántico, "de ardiente clima, rodeada de
tribus semisalvajes y que hay que ganar para la
fe. Luis hará oír su palabra vivificada por el
fuego interior de su santidad lo mismo a los es-
pañoles que a los indígenas; a éstos para conver
tirios a la fe, a aquéllos para mejorarlos en las
costumbres.
Hay en la naciente villa Prelado y convento
de religiosos, pocos templos y muchas almas que
salvar.
II
Arriba Fray Luis a Cartagena. — Su nueva
manera de vida. — Sus virtudes
Informados del nuevo teatro en que habrá de
cumplir Fray Luis tantas y tan maravillosas ha-
zañas de santidad, reanudemos nuestro inte-
rrumpido relato.
La navegación había sido afortunada 1 : ni mar
brava, antes muy serena y hermosa; ni menos-
cabo alguno en la nave que, bien carenada en
el puerto de origen, llegó en excelentes condicio-
nes a su destino; ni retrasos imprevistos en las
escalas cumplidas en la travesía. Con todo lo
prolongado del viaje, las forzosas penalidades
anejas por aquellos tiempos a las mensajerías
transoceánicas, requerían algunos días de repo-
so, pasados los cuales la obediencia señaló a
Fray Luis Beltrán y a los otros cinco religiosos
que con él llegaron a nuestras costas, los cam-
pos respectivos de sus futuras conquistas apostó-
licas. Los RR. PP. Luis Vero, Diego Javier y Je-
1 Con la dicha que tuvo aquella Ilota de traer tan santos pa-
sajeros, tuvieron el viaje más breve que se había experimentado,
desde que se descubrieron las Indias, y con la ielicidad de haber
tenido trabajo alguno. Zamora. "Historia de la Provincia de San An-
tonino delVluovo Reino do Granada". Capítulo IX del Libro III.
112
ALVARO SANCHEZ
rónimo Barrios fueron enviados a las misiones
de Santa Marta; los RR. PP. Diego Escaurio, To-
más del Rosario y Luis Beltrán, a la llamada
"Tierra adentro", denominación que compren-
día a los hoy departamentos de Atlántico y
Bolívar.
Una de las cosas en que más se echa de ver
la generosa fuerza de la voluntad es en el lograr
adaptarse a las circunstancias que una súbita
mudanza de la vida trae consigo, señaladamen-
te si el que la experimenta se ha modelado ya
en sus hábitos, vale decir, si ha entrado ya en la
madurez de los años. De ahí que para el ingreso
en toda comunidad religiosa se requiera deter-
minada edad, ni tan temprana que aún no se dé
el cabal dicernimiento de las cosas : ni demasiado
avanzada, pues es sobrado difícil, por no decir
imposible, para quien en los años mozos, no se
habituó a la disciplina común, a la observancia
de las reglas, a la sujeción de la obediencia, en-
trar por todo ello cuando ya el sol de la existen-
cia va de vencida, la voluntad está formada y,
como una segunda naturaleza, las tendencias ad-
quiridas se han apoderado de lo profundo del
ser. Cuán dificultoso para un hombre de letras
dejar su apacible retiro, el trato asiduo con sus
autores favoritos, sus preocupaciones y proble-
mas intelectuales, para traginar por la senda de
la diaria y exterior actividad, entender en afanes
positivos, contender con las voluntades ajenas:
lo probable será que el fracaso acompañe su
tentativa.
Pues hagámonos cargo del cambio radical que
experimentó Fray Luis en el ordenamiento de
SAN LUIS BELTRAN
113
su vida desde que pisó la cubierta de la nave,
acentuado luego al desembarcar en nuestras cos-
tas; y admiremos por ende, lo recio y generoso
de su voluntad elevada a lo heroico por la gracia
divina.
Considérese cuán insospechados aspectos ofre-
ce la naturaleza al europeo que por primera vez
huella las tierras tropicales. Allá en la Europa
lejana las estaciones se suceden unas a otras con
regularidad constante: antes de los vivos calo-
res del verano, los más templados de la primave -
ra; precediendo a los fríos rigurosos del invier-
no, las brisas olorosas de la otoñada. Los ríos si
enriquecen su caudal con las lluvias, no suelen
salir de madre ni inundar devastadores las pra-
deras; por bien cortados canales dan parte de sus
aguas para fertilizar los campos. Las montañas
y los valles vense cruzados por caminos que, co-
mo un lazo cordial, unen ciudades a ciudades y
llevan hasta las aldeas palpitaciones de vida ur-
bana: en suma, en Europa, la naturaleza está
dominada por el hombre.
En los trópicos la naturaleza se muestra indo-
meñada en su pujanza. Se diría que en nuestras
tierras las estaciones coexisten; en las más altas
cimas de los Andes, las nieves perpetuas: el pri-
mer conquistador que logró trepar algo por los
lomos de la Sierra Nevada de Santa Marta, pudo
evocar la blanca silueta invernal de Sierra El-
vira. En las altiplanicies y mesetas, la primave-
ra: flores siempre abiertas, días siempre claros,
temperatura suave, y, a veces en los meses de
cosecha, una como semejanza del otoño. En los
profundos y anchos valles, en la llanura ilímite
114
ALVARO SANCHEZ
que al pie de las cordilleras se dilatan, y a la ori-
lla del mar, los tórridos calores del verano.
Bien advertía Fray Luis la mudanza desde la
primera noche que pasó en Cartagena. Bajo el
parpadeo de las estrellas o a la claridad de la
luna, no reinaba, como allá en la huerta valen-
ciana el inefable y casto silencio: aquí triunfa-
ba una extraña armonía producida por la soste
nida vibración de los élitros de miríadas de in-
sectos, por el rumor de una brisa caliente, trans-
minante a frutos exóticos, a floraciones exube
rantes, a selva virgen. En la mañana pudo ad-
vertir que el sol nacía con la fuerza de una viva
llamarada, luz encegueciente de puro esplendo-
rosa. A los ruidos múltiples y asordinados de la
noche se sucedían los vibrantes que indicaban el
despertar de las selvas, el canto de los pájaros
de variados matices. Al medio día, el agobio del
calor que reverbera, muy propio de estas latitu-
des, y bien distinto de las siestas estivales de los
climas templados: calor que deja los sentidos
amodorrados, la inteligencia en un vagar de im-
precisas evocaciones, la voluntad sin bríos; calor
enervante que convida a una perezosa quietud,
peligrosa como una tentación.
Allá en Valencia, en lo repuesto de su claus-
tro silencioso y místico, era el orden perfecto:
una campanada señalaba todas y cada una de
las horas de la diaria jornada: al alba, la ora-
ción, favorecida por un fresco y grato silencio;
con las primeras luces del día, la misa, bajo la
bóveda de una antigua iglesia perfumada de in-
cienso, penumbrosa y propicia a la meditación;
luego el estudio con los noveles religiosos en
SAN LUIS BELTRAN
11*
aulas ungidas de paz. La mesa y la recreación
en común; la plegaria de la noche y el reposo in-
dicado por la misma voz del bronce bendito, que
llamara en la mañana a las divinas alabanzas y
a ocuparse en las apacibles fatigas del entendi-
miento. Hasta para' los ejercicios de penitencia
tenía tiempos y lugares señalados y convenientes.
En ocasiones ocuparíase en el ministerio de
la predicación: cuando a los novicios de su Or-
den para encaminarlos por los altos senderos de
la perfección religiosa; cuando a los fieles de Va-
lencia o de sus aledaños, gentes informadas en
la verdad cristiana, que esperaban el riego de
su palabra fervorosa para adelantar en la guar
da de los mandamientos de Dios.
Al venir a las misiones de la llamada Nueva
Andalucía, dejaba el clima suave y amable de
su patria por el recio y selvático de un mundo
recién descubierto; las auras de la Huerta en
que transcurriera su niñez y su juventud, por
el aire abrasado del trópico; la ocupación de los
estudios, por las andanzas misioneras; el trato
con gentes civilizadas por la compañía de los
indígenas a quienes había que evangelizar y
atraer a la vida de orden y disciplina en las nue-
vas villas y ciudades.
Y cuan bien supo adaptarse al nuevo género
de vida el abnegado servidor de Dios. Olvidó la
regularidad claustral, sus distribuciones cuoti-
dianas para abrazar la accidentada vida del
apóstol en tierras de infieles; dejó las formalida-
des externas, mas conservó y aquilató el espí
ritu. Hay acaso quien crea que el mérito de la
regla está en lo exacto y cronométrico y no se
116
ALVARO SANCHEZ
resuelve a advertir que el fundamento y corona
de toda regla, su razón de ser, la causa de su va-
lor intrínseco es sencillamente el amor de Dios
y del prójimo. Nada importaba que las distribu-
ciones de la regla fuesen sustituidas por lo ines-
perado en su nueva vida de doctrinero; los ca-
pítulos y constituciones teníalos escritos Fray
Luis en su corazón. Con «heroicidad milagrosa
supo darse a la oración, a la penitencia, a la
practica de la vida interior, mientras recorría
las selvas buscando como el Buen Pastor a las
ovejas, que aún no eran del aprisco, sin otra nor-
ma que su ardorosa caridad y su inflamado celo
por la gloria de Dios y el advenimiento de su
reinado. Fue dondequiera y para todos dechado
de castidad y de pobreza; la obediencia y la hu-
mildad lo llevaron a la ejecución de todo cuanto
le fuera mandado así fuese abatido y dificultoso.
Si los siete años que vivó misionando en nues-
tras costas fueron fecundos en bienes espiritua-
les, si su palabra logró tan admirables resulta-
dos, si renovó en las aguas del bautismo a mu-
chos millares de indios se debe todo ello a la per-
fección de su vida interior; como que el secre-
to de todo provechoso apostolado no es otro
que la intensidad de la vida divina en el alma
del apóstol; entonces la palabra no es lección
aprendida y monótonamente repetida sino eco
auténtico y vital de la palabra del Maestro.
SU ESPIRITU DE ORACION
Orar! he aquí una palabra cuy significado to-
dos conocen, pero a cuyo ejercicio no todos al-
SAN LUIS BEITRAN
117
canzan como debido es. Para algunos, orar es
repetir con los labios fórmulas de adoración, de
alabanza o de ruego: manera de orar es ello, y
ciertamente meritoria si va acompañada de la
devoción del corazón. Pero a más de este ejerci
ció vocal, hay otro más excelente que consiste
en la aplicación de las potencias del alma : la me .
moria evoca el recuerdo de una verdad de la Re
ligión, dogma, precepto o hecho de la vida de
Cristo; la inteligencia se aplica a desentrañar el
sentido del dogma, el alcance del mandamiento
o a contemplar con vista interior el sucedido; y.
por último, la voluntad, en fervoroso homenaje
se ejercita en los afectos y propósitos que de la
meditación de las verdades o de la contemplación
de los pasajes naturalmente brotan. A esta ma-
nera de elevar el corazón a Dios y ejercitar las
potencias del alma llaman los autores ascético.-.,
meditación. Así como en lo físico los sentidos nos
ponen en relación con el mundo circundante y
el respirar enriquece la sangre de oxígeno, la
purifica y la renueva; así en el orden espiritual
el meditar es un abrir los ojos del entendimien-
to, un aplicar los sentidos interiores para entrar
en comunicación y relación con el mundo so-
brenatural, y un anhelar por nuestro eterno
principio, verdad absoluta, y bien sumo. Allí se
enriquece el alma con vigores no sabidos, puri-
fícanse los afectos y renuévase en lo interior pa-
ra vivir la vida de Dios.
Mas puede haber quien piense que para medi-
tar son indispensables tiempos y lugares propi
cios y que solamente en el sitio deputado para
ello y a la hora de antemano señalada se puede
118
ALVARO SANCHEZ
el alma entregar libremente a tan regalado y
provechoso ejercicio. Claro está que lo ordinario
y aconsejable es practicarlo en lugares y tiempos
convenientes; mas es también verdad que para
las almas muy adelantadas en el trato y comu
nicación con Dios, no hay tiempo menos apto,
ni lugar menos propicio para elevarse hasta Dios
en la fervorosa contemplación de sus misterios;
ni quehaceres o fatigas les impiden volar hasta
el término de sus deseos. De ahí que San Luis
Beltrán después de un día de fatigas, consagra-
do ya a recorrer la selva para dar con los indios,
atraerlos y adoctrinarlos, ya a la predicación,
ya a la administración de los sacramentos, cuan
do se entraba a descansar a su choza o bohío,
pues no otra cosa era la habitación de los abne-
gados misioneros, no otro era su reposo que
entregarse a la oración! Qué mucho si oraba
mientras esguazaba los ríos y cruzaba las sel-
vas, y oraba mientras tomaba su pobre y escaso
sustento!
Premiaba el cielo el ardido empeño de San
Luis de buscar en el trato y comunicación de
Aquel que, conforme al texto evangélico, pasaba
las noches orando (et erat pernoctans in oratio-
ne Dei) arrebatándole algunas veces en milagro-
sos arrobamientos, haciendo del tugurio de cañi-
zos un Tabor de divinas transfiguraciones. En
cierta ocasión — y de ello nos sale garante el
nombrado Padre Alonso de Zamora — lo vieron
los indios elevado unos cuantos palmos sobre la
tierra desnuda, extático el rostro y circundado
de vivos resplandores : visión de maravilla que los
SAN LUIS BELTRAN
119
dejó asombrados y los llevó a decir que el Padre
Fray Luis parecía un sol cuando rezaba.
SU SED DE PENITENCIA
A la oración añadía la penitencia. Como si no
íuese bastante mortificación el andar por medio
de las malezas, mal calzados los pies, descubier
ta la cabeza, pobre y raído el hábito, sin temor
a los calores caniculares; adentrábase a vece'
con mucho sigilo en la selva para desgarrar con
severas y prolongadas disciplinas su carne en-
flaquecida. "Un mozo llamado Jerónimo Fernán
dez, de nación valenciano, — cuenta el tantas
veces citado Zamora — acompañó a Fray Luis
por los pueblos de Cartagena y Santa Marta, y
dijo en su declaración: que reparando en que
todos los viernes se retiraba a lo más intrincado
de la selva, juzgaron que era a tomar algunas
disciplinas. Siguiéronle con la curiosidad de cer-
tificarse, y vieron que era verdad, y que las tie-
rras de aquellos montes estaban regadas con la
sangre de San Luis Beltrán" l.
Su mismo breve reposo de la noche era un li-
naje de penitencia, pues sin quitarse su vestidu-
ra talar, rendíase al sueño sobre unos mal jun-
tos cañizos, pobre camastro más propio para dar
incomodidad y molestia que para proporcionar
descanso. Ingenioso para hallar en todo ocasión
de crucificar la naturaleza y someterla por el do-
lor, discurría desnudarse las espaldas para some-
terse a las picaduras de los mosquitos. Cuadro
1 F. Alonso de Zamora. HUtoria de la Provincia de San Antonino.
Edición citada, pda. 194
120
ALVARO SANCHEZ
de paciente sufrir, de asombroso amor al padeci-
miento! A orillas del río, que a altas horas de
la noche corría al halago lunar, el Santo seme-
jante a los eremitas del desierto, de rodillas so
bre la arena de la playa, caídas las ropas hasta
los hinojos, meditaba en la agonía que una no-
che, bajo los olivos del huerto soportó el Señor
Jesús. Él sudor de sangre que perlaba en el ros-
tro divino, la congoja que estrujaba su corazón,
el amor infinito que anhelaba la salud de todos
los hombres pasan ante las miradas extáticas
del misionero, mientras los mosquitos clavan sus
aguijones minúsculos sobre los brazos, hombros
y espaldas tundidas y aliboradas a disciplinazos.
El ardor es insufrible. Las partes del cuerpo del
Santo sometidas a este extraño y horrendo tor-
mento enrojecidas, sangran, y Luis continúa in-
móvil ofreciéndose en silencioso y voluntario ho-
locausto por la conversión de los pobrecitos in
dígenas confiados a sus desvelos. Cuando ha con
cluído su oración y se recoge a su mísera vivien -
da siente sus carnes laceradas y enfiebrecidas.
pero colmado de gozo el corazón. El Señor oirá
su oración y merced al riego de sudor y de san
gre el árbol de la fe echará raíces profundas en
las almas de los nuevos conversos. Se retira en
admirable placidez pues puede repetir con San
Pablo : "adimpleo ea quae desunt passionis Chris-
ti en carne mea". "Me gozo en lo que por vosotros
padezco, y sufro en mi carne lo que falta a las
aflicciones de Cristo por su cuerpo místico que
es la Iglesia" l.
I San Pablo, I a los Corintios. 1-24.
SAN LUIS BELTRAN
121
Tenía por todo haber el breviario, una biblia
y el recado de decir misa, que puesto en una al-
forja solía llevarle un mozo para celebrar la mi-
sa en donde se ofreciese alguna comodidad y
necesidad.
Sería escena de singular devoción el sacrificio
eucarístico ofrecido por el Beato Padre Luis Bel -
Irán: a cielo abierto, o al cobijo de algún gigan
tesco árbol centenario, rodeado de indígenas re •
cién convertidos, rudos y quemados los rostros,
pero blancas las almas por la gracia de Jesucris -
to. Descendía el Maestro sobre el pan y el vino
para transubstanciarlo y se hacía presente en
medio de los suyos como en los días de su resu-
rrección en las riberas del lago. Por bien paga
das daría Fray Luis Beltrán sus fatigas, austeri-
dades y sacrificios al contemplar sus cristianda-
des nacientes *.
Tal era, en lo concerniente a las cosas espiri
tuales, el tenor de vida; que en cuanto a los pro-
saicos menesteres diarios tenía por regla sus-
tentarse de lo que buenamente, en las reduccio-
nes de indígenas le era ofrecido de caridad. Co-
mo quien a la letra toma el texto evangélico y
procura hacerlo norma efectiva, actuante de la
existencia; no cuidaba sino del reino de Dios y
1 Según consta en el Archivo de Indias, citado por el Dr. Gui-
llermo Hernández de Alba en su Crónica del Colegio del Rosario,
"solo al indio ladino o civilizado, administrábasele la Eucaristía, a
los recién convertidos, no". Y refiérese como una de las legítimas
glorias del Arzobispo fundador del Colegio del Rosario el que "cuan-
do él entró en este Reino, a unos cuantos indios, que comulgaban
en sus repartimientos, los dejase todos dispuestos y reducidos, y que
comulgasen ya veinticuatro mil indios sin memoria de idolatría".
[Crónica del Colegio del Rosario. Tomo I, folios 32 y 33).
122
ALVARO SANCHEZ
de su justicia, pues probado tenía que las demás
cosas le vendrían de adehala.
No por escrúpulos, ni por delicadeza de con-
ciencia solamente, sino por un fervoroso deseo
de recibir en su alma el riego de la sangre de
Jesucristo, que en la confesión se da al peniten-
te, solía Fray Luis, mientras vivió en Valencia,
confesarse hasta dos veces al día. Cuán penoso
debió de ser para él, verse, durante los años que
anduvo misionando, privado de tal consuelo y
riqueza espiritual. Para lograr hacerlo con la
frecuencia dable, dado el nuevo y extraño modo
de vida que vivía, hubo de convenir con el R. P.
Diego de Escuario, una vez que hubieron fijado
sus respectivas residencias: éste en el pueblo de
Zipagua, Fray Luis en Tubará, que construirían,
como en efecto lo hicieron, en medio de la dis
tancia que los separaba una ermita de cañas
en donde periódicamente se encontrarían para
oírse mutuamente en confesión 1. Admirable
ejemplo del celo con que trabajando en el bien
de las conciencias ajenas estos dos religiosos ve
laban por la santificación de las propias.
1 No queda recuerdo, por aquellos lados, de la ermita y de
otras cosas del Santo. (Nota de Mezanza. Tomo II de la obra de
Zamora].-
III
Misiones en Tubaró, Palauro, Turbaco,
Malambo y otros lugares
Dió el Señor, como leemos en San Marcos, es-
tas seguras prendas y señales de su favor a quie-
nes creyeran sin titubear en su palabra: "En mi
nombre echarán fuera a los demonios, hablarán
nuevas lenguas, desafiarán a las serpientes y si
bebieren cosa mortífera nc les dañará: pondrán
sus manos en los enfermos y sanarán". Palabras
que tuvieron exacto cumplimiento en las misio-
nes de San Luis por los pueblos de Tubará. Pa-
lauto, Turbaco. Malambo y otros lugares de la
costa atlántica. Hombre de fe. para predicar a
Cristo entre quienes no lo conocían, dejó su pa-
tria; la fe lo impulsaba a los rigores de la peni-
tencia, al fervor de la plegaria, a la ardiente y
generosa piedad; y así la promesa evangélica nc
podía dejar de cumplirse: si la fe era su vida,
el milagro lo acompañaría como la gloriosa con
firmación y prueba de su enseñanza *
Suele apellidarse a San Antonio el taumatur-
go de Padua por que a su paso florecieron los
1 Siqit outem qui cr«did»iut hoTe sequentux: in nomine aieo
d— Ofiiu «jicirat. luinquis loquentur noria, etc.. etc. San Marees.
XVI • 17.
126
ALVARO SANCHEZ
milagros al punto de que se hubiera dicho ser el
hecho prodigioso como el subrayado de sus pa-
labras, la glosa de sus evangélicas predicaciones.
A San Luis Beltrán podríamos llamarlo el misio
ñero taumaturgo, el taumaturgo del Atlántico,
por cuanto no dió paso, misionando por aquellas
regiones, que no hubiese quedado envuelto con
el resplandor del milagro.
Pregúntanse algunos por qué en esta crítica
edad en que nos ha cumplido vivir, no acontecev
como en otras edades ya "remotas, el milagro. La
edad apostólica presenció los muchos que hicie-
ron los inmediatos discípulos del Divino Maes
tro; el ciclo heroico de la epopeya cristiana se
asombró con el glorioso y continuado milagro
del martirio; las centurias siguientes consecha
ron también mies de milagros, díganlo si no los
cumplidos a favor de los santos eremitas ya en
la alta Tebaida, y a las orillas del Orontes! Qué
de milagros narran las historias de los padres
del desierto! Taumaturgos fueron los Padres de
la Iglesia, los evangelizadores de las diversas
naciones de Europa nacidas como consecuencia
de la ruina del Imperio. La edad media presen
ció los portentos del Pobrecito de Asís, y de Do-
mingo de Guzmán. En centurias posteriores, las
selvas indúes vieron los cumplidos por Francis-
co Javier; nuestras comarcas, en la época de la
conquista y de la colonia admiraron los de Pedro
Claver, San Luis Beltrán, San Francisco Solano,
Santo Toribio de Mogroveio, Santa Rosa de Li-
ma ... Y, en esta hora del mundo, cuando el
hombre lo ha dominado todo, como si la tierra
se hubiera tornado impropicia para lo sobre-
SAN LUIS BELTRAN
127
natural, el milagro casi es un vocablo extraño y
sin sentido. Para los positivistas y racionalistas
es una a manera de mixtificación, engañosa e in-
tencionada interpretación de hechos naturales,
cuando no fantasías al servicio de la propagan
da religiosa. Para algunos cristianos, manifesta
ciones divinas, es verdad, pero que fueron y que
no habrán de repetirse; como fueron realidad las
floraciones gigantescas de las edades primitivas,
imposible de renovarse sobre una tierra fatigada
y empobrecida.
Sinembargo, si analizamos su concepto: inter-
vención directa de Dios en el gobierno del mun-
do, no hay por qué no se repitan hoy esos he-
chos divinos, como se cumplieron en pasadas
edades. La respuesta al por qué hoy los anales re-
ligiosos registran menos número de prodigios,
es muy sencilla: porque en nuestros días se ha
debilitado la fe.
Si repasamos las páginas del Evangelio vere-
mos que no en una sino en repetidas ocasiones,
el Salvador atribuyó el milagro a la fe de los que
instantemente solicitaron remedio. "Tu fe te
ha salvado", dijo a aquella pobre mujer que re-
cuperó súbitamente la salud con solo tocar la
orladura de la túnica nazarena. "Yo soy la re-
surrección y la vida, y el que cree en mí aunque
muriera vivirá. ¿Crees en esto?", preguntó Jesús
a Marta antes de resucitarle a su hermano. Mas,
es el caso que en el día, los grandes avances de
la ciencia; los poderes que un mayor conocí
miento de las leyes de la naturaleza han puesto
en las manos de los hombres, los han tornado
más y más orgullosos; un concepto absolutamen-
128
ALVARO SANCHEZ
te naturalista y positivo de la vida, tan atrevido
como no lo conociera ni sospechara siquiera el
mundo gentílico, los ha hecho olvidarse de Dios,
los ha convertido en siervos de sus propias con-
cupiscencias: el afán de poseer, como si no tu-
viesen ni siquiera noticia de la vida advenidera,
los ha sumido en un egoísmo sin entrañas. Nada
de sorprendente entonces que Dios sea menos
pródigo que antaño lo fuera en sus extraordina-
rias manifestaciones providenciales. Sinembargo,
tan pronto como la fe solicita del cielo, sin titu-
beos ni incertidumbres, su protección y amparo
torna a florecer el milagro.
Ni hay para qué recordar al piadoso lector que
la Iglesia en los procesos de canonización de los
siervos de Dios exije el milagro come prueba de
que esa alma predestinada, cuya causa se ade-
lanta, goza de la visión beatífica, de la eterna
contemplación de Dios, generosa iecompensa al
heroico ejercicio de las virtudes. Solo exceptúa
a los mártires pues qué mayor milagro, ni qué
mayor demostración de fidelidad a Dios que el
haber rendido la vida por su amor y en la de-
fensa de su causa.
SUS MILAGROS
Pero vengamos ya al estudio y recuento de
los hechos milagrosos con que el Divino Reden-
tor quiso respaldar la apostólica predicación de.
su siervo San Luis Beltrán y dar una a modo de
anticipada recompensa a los sacrificios que por
su amor se imponía, al heroísmo de sus muchas
virtudes.
130
ALVARO SANCHEZ
hecho milagroso. Veamos, siguiendo a Zamora,
en qué circunstancias hubo de acontecer el
prodigio.
¿Cómo se arreglaban los misioneros para ha-
cer conocer la doctrina cristiana a los indios de
nuestras comarcas? O bien esforzábanse por
aprender el lenguaje de los indios; o valíanse de
un intérprete. Ocupadas estas tierras por los sol
dados y conquistadores españoles, cuidaron de
enseñar a los sojuzgados la lengua de Castilla, y
ellos de aprender algo de los idiomas indígenas.
Sea este el lugar de traer a la memoria el serví
ció prestado a la cultura por los misioneros co-
mo el abnegado y docto José Dadey S. J.r el P.
Bernardo de Lugo, dominico, bogotano, autor de
una Gramática de la lengua chibcha publica-
da en 1619, y otros muchos más que cuidaron de
redactar las gramáticas de los idiomas indíge-
nas; sin ellos se hubiera perdido hasta la memo-
ria de los dialectos americanos.
""San Luis hubiera podido, antes de venir a en-
tregarse a la gloriosa labor misionera, aprender
el arauac como humana y natural preparación a
ella, mas dado que su determinación fue súbita,
y no hubiese en casa quien tuviera alguna no-
ticia de esos dialectos, prefirió, llegado a Carta-
gena, valerse de un intérprete.
Prestábale este importantísimo servicio un in-
dio que, ya por malicia, o bien por ignorancia,
desfiguraba el sentido de las exhortaciones del
Santo, llegando a decir muchas veces lo contra-
rio de lo que el misionero proponía. Como en
SAN LUIS BELTHAN
131
cierta ocasión le advirtiera un oyente que habla-
ba entrambas lenguas, española e indígena lo
que acontecía, llenóse de pesadumbre el celoso
Fray Luis. ¿A qué predicar si sus enseñanzas no
llegaban a la mente de esos pobrecitos infieles?
Como un muro infranqueable, levantábase entre
él y los indígenas, para cuya evangelización ha-
bía dejado la patria, la diferencia del idioma.
Hubiera podido pedir su retiro a Cartagena en
donde con el empeño que ponía en todas sus em-
presas y la ayuda de algún religioso o laico que
sin duda conocían el arauac, hubiera logrado
dominarlo. Pero ese aprendizaje hubiera demora
do muchos meses, hurtados a la labor misionera.
Pidió a Dios con todo el fervor de su alma le
concediera la gracia, otorgada a San Antonio de
Padua y a su consanguíneo y coterráneo San
Vicente Ferrer, de hablar ante gentes de diver-
sas lenguas y ser entendido por ellas. Mas como
no le era dable saber el resultado de su oración,
continuó para sus predicaciones, valiéndose de
un intérprete; hasta que un día los mismos in-
dios le dijeron que hablara en castellano pues
así le entendían mejor. De ahí en adelante, y
hasta que la obediencia lo llevó de nuevo a Es-
paña, continuó predicando en castellano a las
muchas tribus que habitaban aquellas regiones
y que hablaban los más diversos dialectos, lo-
grando llevar el conocimiento de Cristo a muchí -
simas de aquellas almas antes sumidas en las
tinieblas de la ignorancia. No hay para qué aña-
dir con qué ardientes lágrimas de agradecimien-
alvjlbo sjuicm
hecho milagroso. Veamos, siguiendo a Zamora,
en qué circunstancias hubo de acontecer el
prodigio.
¿Como se arreglaban los misioneros para ha-
cer conocer la doctrina cristiana a los indios de
nuestras comarcas? O bien esforzábanse por
aprender el lenguaje de los indios: o valíanse de
un intérprete. Ocupadas estas tierras por los sol-
dados y conquistadores españoles, cuidaron de
enseñar a los sojuzgados la lengua de Castilla, y
ellos de aprender algo de los idiomas indígenas.
Sea este el lugar de traer a la memoria el servi
ció prestado a la cultura por los misioneros co-
mo el abnegado y docto José Dadey S. J.. el P.
Bernardo de Lugo, dominico, bogotano, autor de
una Gramática de la lengua chibcha publica-
da en 1619. y otros muchos más que cuidaron de
redactar las* gramáticas de los idiomas indíge-
nas: sin ellos se hubiera perdido hasta la memo-
ria de los dialectos americanos.
""San Luis hubiera podido, antes de venir a en-
tregarse a la gloriosa labor misionera, aprender
el arauac como humana y natural preparación a
ella, mas dado que su determinación fue súbita,
y no hubiese en casa quien tuviera alguna no-
ticia de esos dialectos, prefirió, llegado a Carta-
gena, valerse de un intérprete.
Prestábale este importantísimo servicio un in-
dio que. ya por malicia, o bien por ignorancia,
desfiguraba el sentido de las exhortaciones del
Santo, llegando a decir muchas veces lo contra-
rio de lo que el misionero proponía. Como en
132
ALVARO SANCHEZ
to procuró pagar al divino Maestro tan señala
da merced.
"arrojaran a los demonios"
No se me oculta que la presunción de nuestro
siglo sonríe al oír hablar de posesión diabólica,
y que hasta de los posesos de los cuales se hace
mención en las páginas del Evangelio se ensa-
ya dar una explicación natural: casos de epi-
lepsia curados por sugestión, se dice. Es inútil
que se establezcan las claras y fundamentales
diferencias entre una enfermedad nerviosa y esas
tenebrosas manifestaciones de un poder preter-
natural obrando a través de una criatura huma-
na; cuando se tiene el prejuicio de negar la evi-
dencia, hasta la claridad del sol podría ser ob-
jeto de duda. Atrévome a pensar que si en nues-
tro tiempo se pone tanto empeño en negar las
obsesiones diabólicas es porque hoy la posesión
no es individual sino colectiva. Ese ateísmo que
es la tésera de la doctrina comunista; el empe-
ño que esta doctrina pone en borrar, si pudiera,
hasta el nombre de Dios; las persecuciones que
desata contra la Iglesia, y contra todos los va-
lores espirituales; el aliento de guerra y de san-
gre, de sensualidad y de pecado que respira el
mundo, ¿no tienen algo de demoníaco?
Decíamos, pues, que a San Luis Beltrán, como
a los primeros apóstoles, fuele dado poder sobre
el espíritu del mal y de las tinieblas. No todos
los pobladores de la América precolombiana, es-
taban igualmente degradados en sus costum-
bres: "En ciertas tribus, había algún regusto de
SAN LUIS BELTRAN
133
honestidad natural1; mas en otras, por causas
que sería difícil determinar con claridad, el re-
lajamiento de las costumbres había llegado a
términos incalificables. Parece ser que las tribus
del litoral atlántico se contaban en ese número.
¿Qué de extraño entonces que el concepto reli-
gioso hubiera descendido hasta el culto idolátri-
co, hasta la adoración de toda laya de divinida-
des: la luna, los fetiches, algunos animales, co-
mo las serpientes, los ídolos monstruosos de ba-
rro, de piedra, de oro? Sin pretender calificar la
responsabilidad moral en que los indios incu-
rrieran al practicar la idolatría, pues procedían
así por ignorancia, era lamentable extravío que
en el fondo recataba el culto al mismo espíritu
de las tinieblas. Tetérrimo genio del mal que al
ver cuál vacilaban sus altares, procuró por todos
los medios poner pavor en el corazón de los sen-
cillos indígenas y entrabar cuanto pudiese la se-
rena labor evangelizadora del Santo Misionero.
Cuéntase que muchas veces yendo San Luis
de un lugar a otro: de Tubará a Turbaco, de allí
a Malambo, hubo de acontecerle el ser gravemen -
te atribulado por el demonio, tentaciones y lu
chas semejantes a las que se refieren como acae-
cidas a los padres del desierto, al bienaventurado
Grignon de Monfort en más reciente data y en
los últimos tiempos a San Juan Bautista Vian-
ney, cura párroco de Ars. Como que unas veces
arremetía con él arrojándolo entre los jarales
1 "Los gentiles que no tienen ley, hacen naturalmente lo que es
de la ley, que si no tienen ley scrita tinen no obstante la ley na-
tuial, por la que cada uno conoce y se da cuenta de lo que es
bueno y de lo que es malo". (Santo Tomás de Aquino. Primae Se-
cundae Cuestión XCI. Artículo II).
134
ALVARO SANCHEZ
que crecían a los lados de los senderos apenas
entreabiertos por entre aquellas selvas bravas;
ya tomando diversas formas sensibles para en-
gañarlo y atemorizarlo. Trazaba el Santo la se-
ñal de la cruz, y como se ahuyentan las sombrás
a la primera claridad del amanecer, huía el es
píritu de la mentira y dejaba que el Apóstol con-
tinuara su camino.
Otras veces, como en aquellos adoratorios in-
dígenas, a manera de antiguos oráculos sibilinos,
el demonio hubiera acostumbrado a los indíge-
nas a hacerles oír sus indicaciones pérfidas y sus
dañados consejos, presente el austero y celoso
dominico, para inspirar al corazón de los in-
dios odio contra el que venía a predicarles la
doctrina del Hijo de Dios encarnado y paciente
para salvarnos, callaba y se negaba en absoluto
a dar la más leve respuesta. Los pobrecitos idó-
latras se conturbaban y entonces Fray Luis ben-
decía el lugar. Y con gran estrépito y espectacul-
ares manifestaciones de su rabia impotente el
demonio huía, como se vio obligado a huir en
los días de la carne mortal del Hijo de Dios, al
ser vencido en el desierto por la misma palabra
que hizo el cielo y la tierra, perdonó a los peca-
dores y anunció las bienaventuranzas a los sen-
cillos de corazón.
Dos acontecimientos milagrosos hubieron de
acontecerle en la misión de Tubará y tierras ale -
dañas dignos de ser narrados, como que hay en
ellos tan intensa poesía, tan suave y auténtica
elación mística, por Hugolino de Monte Georgio
en el ingenuo y transparente estilo con que con-
signó en las "Florecillas" los prodigios del Santo
SAN LUIS BELTRAN
135
de Asís, o por Jacobo de la Vorágine en una nue-
va leyenda dorada.
Daba compañía a San Luis Beltrán, para lle-
varle el recado de decir misa, un mozo de nom-
bre Jerónimo Cardillo, piadoso y sufrido cierta-
mente mas no hasta el punto del Santo varón
a quien servía. Y como por aquellos lugares de
la costa atlántica, no abundaban de seguro los
mantenimientos, pidió a San Luis cuando par •
tieron del caserío en que se encontraban a una
misión tierras adentro, licencia para poner en
las alforjas, junto con las ceras y el vino de con-
sagrar, algunas modestísimas vituallas. No vino
en ello el Santo; antes urgiólo a confiar más en
el amoroso cuidado de la Providencia trayendo
a cuento en prueba y confirmación de sus pater-
nales advertencias aquellas palabras de Cristo
que se leen en San Lucas: No vayáis haciendo
vuestro camino, a llevar en vuestras alforjas, pan
ni dinero . . . Hay que entregarse generosamente
a la protección del que viste de hermosura los
lirios campesinos y alimenta con largueza a las
aves del cielo.
Mas no vaya a pensarse que el espiritualizado
Padre Beltrán fuera por exceso de su vida inte-
rior duro e inmisericórde. Esa perfecta confian-
za en Dios no excluye, antes afina, si es lícito
hablar así, el sentido humanitario de la vida. La
compasión y consideración por las debilidades
ajenas movieron a nuestro Santo y así llevó a
Jerónimo a un repuesto paraje de la selva porque
cruzaban y le mostró con pasmo del fatigado
mozo, pues aquellos climas ardientes son impro-
pios para el cultivo de frutales que solo prospe-
13G
ALVARO SANCHEZ
ran en más benignas zonas, un manzano carga-
do de encendidas pomas. Un arroyo tan claro y
fresco como aquel que brotó de la peña en el de-
sierto al golpe de la vara de Moisés, corría, mur-
murante, al pie del árbol opulento. Jerónimo no
cabía en sí de alegría y de asombro. Comió y
bebió cuanto quiso. Y discurriendo que de segu-
ro más adelante no hallarían frutos como esos,
resolvió guardar, a hurto del santo, unas cuan-
tas ricas manzanas. Como Fray Luis llegara a
saberlo reprendiólo y esta vez no con suavidad,
sino con suma severidad; ordenándole que arro-
jara las manzanas entre las jaras del camino.
Jerónimo oyó, obedeció y calló, pero formó el
propósito de dejar, tan pronto como pudiese, el
servicio del misionero. ¿Qué significaba eso de
perder las oportunidades de proveer con algún
regalo a su pobre mantenimiento? Que hiciera
él sus penitencias! ¿Qué podía esperar de quien
así menospreciaba hasta las mercedes de Dios?
Llegados que fueron al lugarejo de la misión, el
Santo adivinando los deseos del mozo, hubo de
decirle: "Penoso soy, hermano de no tener que
daros. Andad con Dios. Lo que más me duele es,
que viviréis y moriréis en gran miseria".
Jerónimo dispuso sus cosas y regresó a Tuba-
rá y de allí como le fuera posible se trasladó a
Cartagena, en donde aprovechando el primer
navio que salió rumbo a Valencia se embarcó sin
más demora.
Allí entró al servicio de Juan Boíl, rico huer
taño. Pasaron los meses y los años. Olvidado es-
taba Jerónimo de las palabras de Fray Luis a
cuyo lado viviera allá en los días de su estancia
SAN LUIS BBLTRAN
137
en las tierras del Caribe, cuando un día recibió
mientras trabajaba en los naranjales de su amo
una recia pedrada en la cabeza. Agravóse la he
rida. y ya los físicos declaraban la necesidad de
agrandar la herida para, así se discurría enton-
ces, descubrir y sacar fuera el humor dañado.
Cuando Jerónimo, aterrado ante la perspectiva
de un verdadero tormento, pues no existiendo
?nestésico, las operaciones eran fuente de tre-
mendos dolores, se acordó de las palabras profé
ticas del santo misionero dominico, se dolió de
sus culpas y con lágrimas en los ojos pidió a
San Luis Beltrán el remedio de su dolencia. Que-
dóse dormido y soñó que el Santo le ponía la
mano sobre la cabeza. La curación se inició al
partir del sueño y Jerónimo curado por entero
íue de ahí en adelante gran devoto de Fray Luis.
Llamáronle en cierta ocasión al lado de un
indio viejo, cristiano sincero convertido y bauti-
zado por él, para que le atendiera y sacramenta-
ra pues se hallaba en caso de muerte. Cuando el
Santo llegó al bohío halló a otro indio aún no
convertido antes muy dado a la adoración de sus
ídolos que se esforzaba porque su amigo renega
ra de la fe cristiana y muriera como habían
muerto sus abuelos. Caía la tarde espléndida en
volviendo en sus arreboles encendidos la choza,
el grupo de indios venidos a la noticia de la lie
gada de Fray Luis, el indio tentador que, pega-
do al pobrísimo camastro hablaba quedo al mo
ribundo y la figura del dominicano que con su
hábito blanco y negro ponía en el conjunto co-
mo una nota de misterio. Traedme. dijo a los
presentes, una cruz para fijarla a la cabecera
138
ALVARO SANCHEZ
de este hermano que agoniza, y ahuyentar así al
demonio. No es menester, dijo el moribundo
abriendo las amortecidas pupilas, que se torna-
ron brillantes al fijarlas en un árbol cuya silue-
ta se recortaba sobre los cárdenos esplendores
del sol próximo a extinguirse; no hay necesidad
porque allí veo una, y señaló con su mano cobri-
za y enjuta, la copa del árbol. Con efecto, una
fulgía en el lugar señalado por el indio, maravi-
llosamente bella cual si de claros diamantes es-
tuviese formada.
Renovóse para el pobrecito el milagro del
puente Milvio. La cruz, símbolo de victoria le
anunció que conseguiría en la serenidad de esa
tarde tropical el triunfo supremo. Cerráronse los
ojos del indígena, mientras San Luis hacía caer
sobre él la absolución sacramental y mucitaba
las preces de los agonizantes, la cruz resplande
cíente se extinguió: brillaba ya más pura ante
los ojos del predestinado abiertos, allende la
muerte, a la luz sempiterna.
El mismo Santo Misionero refería, años des-
pués, predicando en Cartagena, en Santa Marta
y en Valencia, para edificación de sus oyentes,
este hecho prodigioso que dejó en el ánimo de
cuantos lo presenciaron la certidumbre de haber
contemplado el tránsito de un elegido desde una
choza, en medio de un bosque salvaje, al cielo.
OTROS MILAGROS
Hallábase el Santo en Tubará cuando por mo
do absolutamente sobrenatural tuvo noticia de
los trabajos que corría un amigo suyo, valencia-
no, de nombre Jaime Rafael Francés. Preparó
SÁN LTJIS BÉETRAN
139
vestidos y algunas sencillas viandas y con gran
premura acudió a la orilla del mar, en donde
encontró a su amigo tan quebrantado que la
muerte por inanición y fatiga le acosaba ya. Fue
el caso que navegando hacia Cartagena, en su
viaje vino a sufrir tormenta; roto el velamen,
deshecha la arboladura, batida la tablazón pol-
la furia del oleaje, sólo era de esperarse la muer-
te: Jaime Rafael encomendó su suerte a la Vir-
gen del Rosario. La nave se fue a pique, y el po-
bre náufrago asido a algún madero o bien na-
dando en lucha desigual con los elementos des-
atados, fue arrojado a la playa, sin fuerzas y
casi ni conocimiento. De no haber acudido Fray
Luis, el miserable resto de vida arrancado a las
olas hubiérase apagado sobre las arenas de la
playa. Con agradecidos acentos refería el dicho-
so Francés la gracia de su salud; y así lo contaba
por escrito, una vez llegado a Cartagena, a su
hermano Juan residente en Valencia, la mila-
grosa manera como había escapado de una muer •
te cierta y cómo su amigo Fray Beltrán infor
mado por modo prodigioso también de las difíci-'
les circunstancias en que se encontró al ser
arrojado a la playa, había acudido a su remedio.
PRUEBAS
NO sería completa la corona de los siervos de
Dios si juntamente con las flores de sus eximias
virtudes no se hallasen las punzantes espinas de
la tentación, los desgarradores abrojos de las
humillaciones, de los trabajos, y, a veces, hasta
de la calumnia. Puro y austero en sus costum-
bres, los malquerientes hicieron caer sobrg Fray
140
ALVARO SANCHEZ
Luis, con dañada intención, la sombra de una
infame sospecha. Esclarecida la acusación, hubo
quien pidiera castigo, y harto severo como la
gravedad del caso lo exigía; mas el mismo Sier-
vo de Dios, imitando al Divino Maestro que, sus-
pendido de la cruz oró por los que le llevaron al
suplicio, intervino para recabar el perdón en fa
vor de sus gratuitos adversarios y extraviados
calumniadores.
Predicó en cierta ocasión, como solía cuando
de corregir escándalos se trataba, contra uno
muy notorio que cierto rico encomendero esta
ba dando con su pecaminoso vivir. El aludido
resolvió silenciar los labios acusadores del San
to; y no halló medio mejor para salirse con su
intento que, tenderle un lazo, opacar la fama de
vida inocentísima que, como un ambiente de au-
toridad y de decoro precedía y acompañaba don
dequiera al Padre Beltrán. Si lograra que un de
cir malicioso surgiera contra la honra del auste
ro y severo predicador, entonces tendría que ca-
llarse, pues carecerían de fuerza sus censuras y
moniciones importunas. Pagó a una mujer bien
parecida y desenvuelta para que, a deshora y
bien entrada la noche, acudiera a la destartala-
da choza que ocupaba el Santo; llamara con
apremio e intentara entrar con no limpios de
seos. La mala hembra hizo como le había sido
mandado. Golpeó a la puerta de la que, con muy
poca exactitud, llamaríamos casa ocupada por
el Misionero. Salió éste al ventanuco, luego a la
puerta, por si de auxiliar a algún moribundo se
trataba, mas al hallarse frente por frente con
la desvergonzada, se retiró a la pajiza construc-
SAM LUÍS BCTBAK
141
ción que tenía honores de Iglesia: se encerró en
ella, aseguró firmemente la puerta por de den
tro; y, ante la imagen de Jesús crucificado tomó
en expiación de tanta carne pecadora, y para
tener la suya muy sujeta, recia y sangrienta dis
ciplina. Tal modo de combatir "la tentación era
para desanimar al más osado, para persuadir al
más desconfiado, la probada virtud del apostó
lico misionero.
Pero el mal hombre no desistió de su empre-
sa. Dejó pasar los días, y repitió su diabólica ha
zaña. Consiguió otro instrumento para sus per-
versos planes; pagó con largueza a otra hembra
y la envió, avanzada la noche, dándole instruc-
ciones más precisas de que fingiese mucha pie
dad y necesidad de auxilio espiritual. Esta vez
el Santo al salir a la puerta de su choza y encon -
trarse con quien quería, más que turbarle en
sus santas contemplaciones, echar sombras so
bre su honra para desvirtuar e inutilizar su la
bor evangelizadora y moralizadora, descolgó las
nudosas disciplinas con que solía macerarse, mas
no para descargarlas sobre sus propias espaldas,
sino para hacer lo que hiciera Cristo con los mer-
caderes del templo. Pocos, pero bien asestados
azotazos sobre la desvergonzada mujer fueron
suficientes para ponerla en fuga. Los santos sa
ben, no lo serían de no hacerlo, acudir al senti-
do común. Bueno es el rigor para sojuzgar la
propia naturaleza, mas conviene que la mano al
guna vez, para con el prójimo perdonadora y ge
nerosa, muestre a los atrevidos el instrumento
de la justicia y se alce castigadora como la mis
ma mansísima diestra del Señor Jesucristo.
IV
Regresa el Santo a Cartagena. — Misiones
que le fueron encomendadas
Por muerte del Rdo. P. Fray Juan de la Seo,
Prior del convento de San José de Cartagena,
había sido designado para reemplazarle Fray
Pedro Mártir Palomino O. P., varón de muchas
letras e insigne virtud, llamado años más tarde,
en recompensa de sus muchos merecimientos, a
ocupar la sede episcopal, de Venezuela. Justipre -
ciador de las excepcionales prendas del P. Fray
Luis Beltrán misionero de Tubará, y consideran -
do que, por una parte era necesario proporcio-
narle algún descanso, y, por otra, que en la na
ciente ciudad podría hacer mucho bien en las
almas, ya en el pulpito, ya en el confesionario,
le dio obediencia de dejar a Tubará y trasladar -
se a Cartagena.
Durante los tres años que permaneció misio-
nando por los lugares que hemos dicho, logró la
conversión de innumerables nativos, tántos que
la crónica dice no haber dejado en aquellos lu
gares, cuando hubo de ausentarse, ni uno si-
quiera sin la merced del bautismo.
Ya en el convento de la ciudad ciñó su vida
a todo el rigor de la observancia regular: muy
146
a:va?.c sanckt:
de mañana, previa una larga hora de oración
mental, celebrada la Santa Misa, con tanta un-
ción y devoción que los vecinos acudían a oírsela
por verle y edificarse. Luego atendía en confe-
sión a cuantos así lo deseaban. El tiempo que
le tomaba el santo ministerio, empleábalo en
orar, en enseñar los rudimentos de la fe a los
niños, y preparar con esmero diligente sus plá-
ticas doctrinales.
No era Fray Luis, como ya se dijo, un orador
en el sentido que suele darse a esta palabra: su
voz era escasa, y por la misma intensidad de su
vida interior sobrado sencillo su ademán. Des-
provisto de todo artificio retórico, su fuerza es-
taba en la sencillez y en la profunda sinceridad.
Tenía algo que no pueden suplir todos los ex-
tremos del arte: la elocuencia que da el celo ar-
diente por la gloria de Dios y por la defensa de
su causa, la fuerza demostrativa que nace de la
virtud y de la santidad. Cuando Fray Luis ha
biaba, no eran sus palabras fruto del arte, sino
honrada manifestación de espíritu y de la ver-
dad, yon in persuazibilibus humande sapientiae
verbi, sed in hostentione spiritus et virtutis, pue-
de decirse de sus predicaciones, como decía de
las suyas el Apóstol San Pablo.
Echóse de ver esta sobrehumana elocuencia,
con efectos rayanos en lo milagroso, en una cua-
resma y en particular en el sermón del viernes
santo, que predicó por esa data en la iglesia ca-
tedral. El excesivo calor de la ciudad portuaria,
mayor como es natural dentro de un recinto cu-
bierto y colmado de gente, hace que el predica-
dor a poco de hablar se fatigue y procure acor-
SJLN ITS EElTrJLK
147
tar cuanto le sea posible su sermón. Los fieles
no aciertan a oír largas exposiciones, la atención
se distrae en el empeño de buscar algún alivio
a lo elevado de la temperatura. Pues bien, Fray
Luis vivamente penetrado del recuerdo de la pa*-
sión de Jesucristo, habló por largo tiempo sin
parar mientes ni en su propia fatiga, ni en el
calor de horno que abrasaba el ambiente, ni el
numerosísimo público que con poca comodidad
colmaba la nave del templo. Los fieles por su
parte, no se cuidaban de otra cosa sino de oír
aquellas voces evocadoras del hecho más sublime
acaecido en la tierra y ordenado en los ocios.
Las palabras de Fray Luis tocaban las concien-
cias y herían los corazones. El pueblo lloraba
conmovido. Se hubiera dicho que las horas ha
bfan suspendido su fluir, que el tiempo rodando
hacia atrás había llevado al predicador y a sus
oyentes a la realidad misma: que todos presen-
ciaban por vista de ojos el tremendo drama del
Calvario, exigido por los fariseos, reclamado por
el pueblo y dispuesto por Pila tos. Cuando Fray
Beítrán anuncio la muerte de Jesús hubo un lar
go sollozo, y cuando descendió del pulpito un
clamor colectivo imploró perdón por todos los
pecados cometidos, causa del horrendo penar y
de la muerte del mismo Hiio de Dios.
Ido Fray Luis para España, años después, aún
se hacía memoria de ese conmovedor viernes san-
to en que las palabras del Santo Misionero anun-
ciaron por tan maravillosa manera el sacrificio
del Calvario. A este propósito se expresa así la
Bula de canonización. "Designado predicador de
cuaresma en Cartagena fue visto que ablanda-
148
ALVARO SANCHEZ
ba los corazones más duros; y no dejaba a los
oyentes hasta que estuviesen compungidos y llo-
rando amargamente. Arrebatábales la atención
pues sus palabras no sonaban a espíritu de hom-
bre sino de ángel".
Construida la casa, que habitaron los misione-
ros dominicos llamada convento de San José,
apresuradamente y con materiales poco resisten-
tes para la braveza del clima, no ofrecía ya co-
modidad a los religiosos, pero ni siquiera pro-
tección y seguro. El Rdo. P. Mártir Palomino re
solvió acometer la empresa de levantar un edifi-
cio en cal y canto, capaz y bien acondicionado,
en donde se levanta en la actualidad el semina-
rio arquidiocesano, contiguo a la iglesia de San-
to Domingo. La fábrica resultaba demasiado cos-
tosa, y la comunidad carecía de recursos. ¿Qué
hacer entonces? El Rdo. Padre Prior determinó
que el Padre Jerónimo Barros fuera a Riohacha,
que el P. Beltrán se encargara de ir a misionar
a Castilla de Oro (hoy Golfo del Darién y región
de Urabá), mientras él se trasladaba a Escudo
de Veraguas: el intento no era otro que el de
recaudar entre los colonos, naturales y encomen_
deros algunas limosnas para adelantar la cons-
trucción de la iglesia y convento de Cartagena.
Advirtióse en esta sazón el espíritu profético de
San Luis, pues, dijo ya para marcharse a la mi-
sión que le señalaba la obediencia, estas pala-
bras": "Padre Prior: el Padre que con tanta vo-
luntad va a Río de la Hacha, no volverá; V. Re-
verencia y yo estaremos en gravísimo peligro de
muerte, pero nos veremos libres de él"; palabras
que se cumplieron con exactitud, pues el R. P.
SAN LUIS BELTHAN
149
Barros, llegado que hubo al término de su viaje,
se dio a predicar, cuando por modo inesperado
fue cogido por dolorosa enfermedad que lo llevó
al sepulcro. El P. Prior y Fray Luis, sufridas mu-
chas y graves enfermedades, regresaron a Car-
tagena.
Una de las eximias prendas, que de modo más
manifiesto brilló en la recta y recia voluntad del
P. Luis Beltrán, durante el curso de esta misión,
fue la de decidido protector y defensor, como lo
fuera también su hermano en religión, el P. Fray
Bartolomé de las Casas, de los indígenas, tantai
veces injustamente tratados por colonizadores
sin entrañas.
Sapientísimas y humanitarias las leyes, que
para la colonización y gobierno de las Indias oc-
cidentales fueron dadas por los Monarcas espa
noles, eran sin embargo por sus lugartenientes
de aquende los mares, o violadas o desconocidas,
con ánimo codicioso y cruel. Se obedecen, pero
no cumplen, tal decían muchos, a quienes no
asistía para regir y civilizar estas tierras el áni-
mo levantado, cristiano y caballeresco de un
Venero de Leyva y otros semejantes, sino más
bien el afán de lucro, el auri sacra james, la te-
nebrosa codicia del oro.
Tuvo noticia, en la reducción de Varona, del
mal trato que los mayordomos del obraje y los
encomenderos daban a los naturales. Hubo de
encontrarse cara a cara con uno de ellos, nom-
brado Andrés Martín, empleado de Fernando de
Ales y de su esposa, doña Inés Mendoza, ricos en
comenderos. Dijo el Santo a Martín, sañalando
a los pobres indios sometidos a duras labores
150
ALVARO SANCHEZ
bajo el látigo del capataz: Dios librará muy
pronto a estos pobrecitos de la gran calamidad
que sobre ellos pesa, pues morirá uno de sus ma-
yores perseguidores. Martín no tomó las palabras
para sí, no obstante ser él uno de los que acaso
con mayor dureza de entrañas trataba a los co-
lonos; mas refirió el caso a sus patronos. Fer-
nando e Inés se atemorizaron grandemente y
acudieron al Santo para saber la verdad de sus
palabras y el alcance del anuncio profético. "No
lo dije por vosotros, que sois justos y compasi-
vos con los indios, mas por vuestro mayordomo,
que no conoce lo que es compasión y humani-
dad". De ahí a poco y en forma inesperada mu-
rió Andrés Martín, causando el exacto cumpli-
miento del anuncio saludable impresión entre los
mayordomos y encomenderos sabedores del caso,
que desde ese punto humanizaron su conducta
para con los negros esclavos, los indígenas y
mestizos.
Más significativo si se quiere fue el dramáti-
co modo de concluir un convite con que lo aga-
sajaron ciertos avariciosos y crueles encomen-
deros de los aledaños de Uziacurí. Deseosos de
ganar para su causa, si pudiesen, al convincente
predicador, de acallar con dádivas sus labios
acusadores, le convidaron a comer con ellos: y
le prepararon, dentro de lo que era posible en
aquellas calendas y por aquellos lugares, un ver-
dadero festín. San Luis asistió, no podía por
menos dado su espíritu de caridad; y como siem-
pre sus maneras y sus palabras ofrecieron mo-
tivos de edificación. Ya para concluir, los anfi-
triones movieron la conversación acerca de la
SAN LUIS BELTRAN
151
manera cómo era necesario tratar a los indíge-
nas. Cual ponderó sus malas inclinaciones, cual
otro su indolencia e incapacidad para el traba
jo, el otro discurrió sobre lo intocable de los de-
rechos de los amos, y, por tanto, lo urgido del
deber, por parte de los nativos, de ocuparse en
las labranzas y en el cuidado de los ganados.
San Luis callaba, en espera de que concluyesen
aquellas poco sinceras gentes de decir la última
palabra, en espaciosa defensa de su anticristia
na conducta. Cuando no hubo palabra más que
añadir, el justiciero y caritativo dominico tomó
la encendida defensa de los derechos del indio,
les expuso cómo con sangre del indio estaban
sustentando su gula, fomentando su codicia y
amasando su riqueza, no solamente vana sino
maculada por el crimen. Si queréis ver cómo es
sangre del indio lo que os sustenta, dijo, mirad;
y, tomando en sus manos una torta de maíz de
unas que habían quedado sobre la mesa la expri-
mió hasta hacerla gotear sangre.
Los encomenderos callaron cabizbajos. Acaso
hubo por el momento enmienda ante lo extraño
y acusador del caso, mas luego volvieron a sus
culpables abusos. Pero como la injusticia clama
reparación, el milagro justiciero de la torta de
maíz quedó consignado hasta en la Bula de ca-
nonización; y los predicadores, años después, lo
contaban cuantas veces tenían que hacer la de-
fensa de los derechos naturales de los indios, no
sin sonrojo de los descendientes de quienes, en
aquella fiesta, habían visto avergonzados sus
manteles teñidos con la sangre destilada de los
relieves de su mesa.
152
ALVARO SANCHEZ
Si los encomenderos quisieron acallarlo con
los regalos de una fiesta, algunos caciques, por
su parte, intentaron un medio más definitivo pa-
ra sellarle los labios del misionero infatigable
en el propósito de anunciar la verdad, censurar
el vicio y volver por los fueros de la justicia; y
así se determinaron a proponerle un desafío de
muerte. Hecho sorprendente similar a aquellas
ordalías o juicios de Dios con que en las edades
bárbaras y aún en las postrimerías de la edad
media, se pretendía averiguar la justicia de una
causa, y que la Iglesia, con toda razón, desapro
baba, pues constituía un verdadero pecado de
presunción. Recuerde el lector uno de esos jui-
cios intentado a fines del siglo xv, en plena pla-
za de la Señoría, en Florencia, para comprobar
la verdad de los anuncios formulados en sus
vehementes arengas por Fray Jerónimo Savona
rola y la justicia de su causa. "Nada de más
sermones, dice Luis María Lojendio, ni de argu-
mentos teológicos, ni de largos párrafos en la-
tín. Una gran hoguera en la plaza de la Seño-
ría. En ella iban a entrar Fray Jerónimo y uno
de los frailes contradictores (Fray Francisco de
Puglia). A fuego lento demostrarían la verdad
de su doctrina. Porque, evidentemente, si el fra-
te salía vivo de la prueba se podría creer que sus
cosas respondían a los designios de Dios y en el
caso contrario estaba definitivamente perdido".
No hay para qué añadir que la prueba del fue-
go entre Savonarola y Fray Francisco no llegó
a verificarse.
Mas el trágico desafío propuesto por el caci-
que a San Luis Beltrán fue aceptado por el he-
SAN LUIS BELTRAN
153
roico misionero, que no dudó por un instante
en el fiel cumplimiento de la divina promesa.
"En mi nombre arrojarán a los demonios y si
bebieren ponzoña no les hará daño". Creo, le
dijo el cacique, en la rectitud de tus acciones;
mas no estoy del todo convencido de la verdad
de la doctrina que enseñas. Ven a mi casa y bebe
el vaso que te tengo preparado con veneno mor-
tal. Si no mueres, si quedas sano, renunciaré a
mis dioses y tu Dios será mi Dios.
San Luis Beltrán movido interiormente por
el mismo Divino Espíritu que llevó a los confe
sores de la fe a la serena aceptación del marti
rio, hubo de responder al Cacique:
— No lo olvides, si no muero tú tendrás que
creer en mi Dios, Jesús crucificado y recibir el
bautismo.
Recogióse a orar, cerró los ojos y pareció que
quedaba dormido por espacio de algunos minu-
tos. Vuelto en sí de su ferviente plegaria, sin te-
mor alguno tomó la taza que le ofrecía el indio,
ia bendijo, y apuró hasta el fondo su repugnan-
te contenido. "Cacique, le dijo, las vidas de las
criaturas no están en las manos de los hombres
sino en las manos de Dios: tú me diste un vene-
no, mas por la virtud de la cruz en la cual mu-
rió Jesucristo, tu veneno ha sido para mí refres-
cante como el agua de la fuente donde tú bebes.
Cacique, cumple ahora tu palabra: crée en Cris'-
to, adórale y prepárate a recibir el agua que
debe hacerte cristiano".
El cacique miraba asombrado al Santo que no
ofrecía señal alguna de envenenamiento. Cayó
de rodillas confesando a Cristo. Su conversión
154
ALVARO SANCHEZ
determinó la de toda la tribu que regía. La prue
ba mortal del veneno, que según los designios
del indio debía concluir con la vida del misio-
nero, acabó en regocijo. Por varios días los sub-
ditos del cacique celebraron el hecho milagroso
con bulliciosa alegría. El cacique obsequió a
Fray Luis una buena cantidad de oro para su
convento de Cartagena. Este hecho que narra
Arcos en sus Tradiciones de Cartagena tuvo lu:
gar en vísperas del regreso del Santo al puerto
donde se estaba reconstruyendo el claustro do-
minico.
La figura de Fray Luis como envuelta en un
halo de bondad y de ascética pureza cruzó por
las playas que se extienden desde el Golfo del
Darién hasta Cartagena, como la viva imagen
del mismo Divino Maestro, evangelizando a los
pobres, defendiendo los derechos de los débiles
contra los poderosos, curando a los enfermos,
haciendo glorificar, con la perfección de su vida,
al Padre que está en los cielos y, dando con sus
hechos milagrosos, pruebas de la verdad que
predicaba, del origen divino del mensaje que
traía.
V
Es trasladado San Luis Beltrán de Cartagena
a Santa Marta. — Misiones en la costa com-
prendida entre esta última ciudad y el Cabo
de la Vela. — Es nombrado Párroco de la Villa
de Tenerife y en sus andanzas apostólicas llega
hasta Tamalameque
Inútil recordar que por entonces las comuni
caciones, no sólo entre la Península y las coló'
nías americanas, sino entre las ciudades y pue*
blos en fundación y los diversos territorios eran
excesivamente tardías por sobrado dificultosas.
Sin navegación regular, los ríos que para ello
ofrecían posibilidades; los caminos, pocos, y aún
en verano casi intransitables, pues, más bien que
caminos eran trochas abiertas por el paso de los
viajeros; las extensiones que había necesidad de
salvar en verdad casi inconmensurables: nada
de extraño entonces que los focos de coloniza-
ción se mantuvieran incomunicados la mayor
parte del año. No obstante todo ello, la fama de
santidad del Padre Beltrán, el eco de su prodi-
giosa predicación, el renombre de sus milagros,
había volado desde la costa atlántica hasta el
interior de la que ya por entonces era "Presiden-
cia de la Nueva Granada". En Santa Fe, edifi-
cada en lo más alto de la meseta andina y a cen-
tenares de kilómetros de distancia de Cartage-
na, se hablaba del extraordinario misionero que
en las orillas del Mar Caribe predicaba como
nunca lo hiciera misionero alguno.
158
ALVARO SANCHEZ
Y no era porque sus cualidades puramente hu -
manas y naturales excedieran a los de los otros
insignes anunciadores de la verdad; sino porque
sus virtudes, austeridad, oración, celo por la glo
ria divina, caridad, rayaban en lo heroico y por
que el milagro respaldaba la sencilla autoridad
y sinceridad de sus palabras. De boca en boca
pasaba la noticia de los prodigios obrados por
el incomparable dominico, y de las incontables
conversiones que, como fruto de su labor evange-
lizadora se registraban aún entre las tribus más
renuentes a la catequesis cristiana. Por obra de
Fray Luis, donde antes reinaba la ignorancia y
los extravíos de la idolatría manteniendo como
encadenadas las almas de los pobrecitos terríge-
nas, prosperaban cristiandades numerosas, el
Evangelio se abría paso entre la selva, el nom-
bre de Cristo era reverenciado y adorado por mi-
llares de nuevos creyentes.
Fray Juan de los Barrios, Arzobispo por enton-
ces de Santa Fe y bajo de cuya jurisdicción caían
los territorios situados en la banda oriental del
Magdalena solicitó instantemente del R. P. Vi
cario General, Fray Andrés de Santo Tomás, que
ordenara al P. Maestro Fray Pedro Mártir, Prior
de Cartagena, dispusiera el traslado del P. Bel
trán a Santa Marta. Transcribamos para mayor
abundamiento de lo dicho las palabras mismas
del cronista Zamora: "Llegaron a esta ciudad
de Santa Fe las noticias de los gloriosos progre
sos que había tenido el cristianismo en la predi-
cación de San Luis en todos los pueblos de la go
bernación de Cartagena. Celebradas por el señor
doctor Fray Juan de los Barrios, pidió al P. Vi-
SAN LUIS BELTRAN
159
cario General Fray Andrés de Santo Tomás que
enviara orden para que el santo predicador Fray
Luis Beltrán pasara á su Obispado de Santa Mar
ta, cuyas naciones habían menester un espíritu
tan grande como el suyo".
Recibió, pues, el santo obediencia de ir a mi
sionar al otro lado de las Bocas de Ceniza; y,
exactísimo como era en la docilidad y sometí
miento al querer de sus superiores, sin tomar
siquiera unos breves días de reposo en Cartage-
na, dejó las playas que le fueran confiadas a sus
desvelos, y, como de ordinario solía viajar, sin
más impedimento que el recado de la misa, el
breviario y sus inseparables instrumentos de pe
nitencia, tomó el camino de Santa Marta.
Fue aquel viaje para el santo misionero una
verdadera marcha triunfal: debiendo pasar por
los lugares, pueblos y caseríos que lo overon y
otrora presenciaron sus virtudes y prodigios, sus
habitadores acudían a recibirlo. Hubiérase dicho
que se renovaba para él, la acogida ofrecida pol-
los sencillos de corazón al Divino Maestro en las
aldehuelas galileas, en los días de su carne mor -
tal. Como acudieron entonces los enfermos y mi-
serables para pedirle el remedio de su padecer,
y los oprimidos por el peso y el calor del día,
una palabra de consuelo y los hambrientos de
doctrina el pan de la verdad: así acudieron al
paso de Fray Luis los negros esclavos, los indí-
genas oprimidos, los despreciados mestizos, para
escuchar una vez más sus palabras ungidas de»
misericordia, mensajeras de una doctrina de es-
peranza; y para recibir de su diestra la bendi-
160
ALVARO SANCHEZ
ción que hacía descender del cielo una lluvia
de beneficios.
Bien pudiera un artista evocar sobre el lienzo
la figura de Fray Luis Beltrán, como debieron
verlo las gentes en su viaje hacia Santa Marta,
enflaquecido el rostro por las fatigas misioneras
y el rigor de su penitencia, exangües los labios
como de hombre cuya vida parece fugarse a im-
pulso de superiores anhelos, vivísima la mirada
cual si en sus pupilas se hubiera concentrado
toda la lumbre de su vida interior; vestido el
blanco talar, sobre el que caía la capa negra, a
manera de pendón anunciador del propio sacri-
ficio. En la mano izquierda el crucifijo, levanta
la diestra en actitud de bendecir, y rodeado de
indígenas morenos, cobre quemado al sol del
trópico, negros de blancos dientes, que no año-
raban las datileras del suelo africano sino la
perdida libertad; mestizos hijos de español e in-
dia con las características de sus progenitores,
perfiles dignos de los soldados conquistadores y
piel como la hoja del tabaco reseco, y alguno
que otro peninsular. Por último término de la
tela evocadora, las playas de oro, el mar de co-
balto o la verde maraña, los abanicos esmeralda
de las palmeras y, más cerca, los bohíos de pa
ja, rubios de sol y de la tibia vaharada de la
tierra pujante.
San Luis predicó en todos los pueblos por don
de hubo de pasar despidióse de sus muy amados
fieles, traídos a la fe por su celo, profundamente
conmovido; lloraban ellos con vivo sentimiento
y acompañaron parte del camino al buen Padre :
así llegó a Malambo. Embarcóse en una piragua,
SAN LUIS BELTRAN
161
cruzó el río Magdalena y continuó su ruta hacia
Santa Marta.
Recibiéronle en esta ciudad, las autoridades
eclesiásticas, Vicario General y Provisor, adver-
tidos el viaje de San Luis por el limo. Sr. Fray
Juan de los Barrios, lleváronle al convento de la
Orden del que por ese tiempo era Prior el P.
Luis de Orduña, y bajo cuya obediencia, entre
otros fervorosos religiosos se hallaba el P. Luis
Vero, compañero del P. Beltrán en la navegación
de España a nuestras costas como arriba se dijo,
y su amigo de corazón.
El P. Prior, oído el parecer de los dos misione-
ros, vino en enviar al P. Vero a la misión del
Valle de Upar, con orden de adelantar, si fuese
dable, hasta el lago de Maracaibo; y confió a
San Luis las regiones habitadas por caribes y
tayronas, vale decir, costas del Caribe desde San-
ta Marta hasta el Cabo de la Vela.
Eran los indios a quienes debía misionar Fray
Luis, sobre mejor organizados que otras tribus,
de natural inmisericorde, recios de cuerpo y re-
nuentes a toda doctrina. Sin desfallecimientos
dio el Santo comienzo a su misión evangelizado-
ra. Predicó a todo lo largo de la costa desde San-
ta Marta hasta el Cabo de la Vela; internóse con
valor en las maniguas insalubres y habitadas
por indígenas indomables. Al advertir las mu-
chas dificultades con que tropezaba para atraer-
los a la fe, pensó si su martirio no sería el tribu-
to que Cristo esperaba, el necesario riego de san
gre, para llegar hasta esas almas entenebrecidas,
y así con nuevo ardor buscó a los indios y pidió
a Dios se dignara aceptar su sacrificio.
162
ALVARO SANCHEZ
Tuvo noticia de que en alguno de aquellos lu-
gares rendían culto de adoración a los huesos de
uno de sus mohanes o sacerdotes fallecido años
hacía. Tenían tradición de que tales despojos
eran su mejor defensa; en faltándoles había de
sobrevenirles calamidades sin cuento. Esta la ra -
zón de que los guardasen dentro de una arqui-
lla curiosamente labrada y en una manera de
templo, vigilado día y noche con celo extraordi-
nario. En épocas señaladas hacían fiestas, bailes
y regocijos, como si se tratase de honrar a una
deidad. Imposible, ante tamaña superstición,
adelantar la enseñanza de la doctrina cristiana.
No una, sino muchas veces, y con palabras con-
vincentes y llenas de bondad les demostró la ne-
cedad de tal culto. En viendo que nada apro-
vechaban sus palabras, determinóse a hurtar la
arquilla con los huesos del mohán, para que por
experiencia viesen como ni su falta les acarrea-
ba desgracias, ni su culto favores y protección.
Al darse cuenta del hurto los indios se em-
bravecieron y decretaron quitar la vida al mi-
sionero. Advertidos algunos indios cristianos ya,
del peligro que corría Fray Luis, lo llevaron pres
tamente a otro lugar distante cuatro leguas de
aquel en donde se veneraban las reliquias del
mohán.
Atentar públicamente contra la vida del hom -
bre blanco, predicador de la nueva doctrina, y
reo de haberles hurtado el objeto de su culto, hu-
biérales acarreado contienda; hallaron preferi-
ble propinarle arteramente un veneno. Uno de
sus hechiceros, conocedor de las propiedades de
las plantas, ya salutíferas, ya dañosas y ponzo-
SAN LUIS BELTRAN
163
ñosas, preparó una bebida mortal. Lograron que
el Santo la bebiera; y comenzó para él una té-
trica tortura. Sentía como si un fuego le abra
sase las entrañas, que el alma se le arrancaba
en agudos e insoportables dolores. Acompañá-
banle dos negros bautizados con quienes depar-
tía y a quienes comunicaba su voluntad de reci-
bir y aceptar aquellos graves padecimientos por
la gloria de su Maestro y por la conversión de
todos los indios y en particular por los que lo
habían puesto en ese trance de dolor y de muer
te. Y como no le era posible recibir la Eucaris-
tía, pues se hallaba muy lejos de su compañero
de misión, consolábase contemplando el Cristo
de su rosario y dirigiéndole fervorosas plegarias
y generosos ofrecimientos de dar la vida por el
triunfo de su causa. Cinco días duró la horrenda
tortura al cabo de los cuales entró en mejoría,
no sin haber quedado, como cuenta Zamora, har-
to débil y quebrantado.
Los indios amigos del Santo quisieron vengar
el villano y cobarde atentado: hubo quien,
echándose un arcabuz al hombro, saliera en
busca de los culpables con ánimo de sembrarles
en el cuerpo todo el plomo de sus cartuchos. Fue
preciso que San Luis interpusiese el peso de su
autoridad para ver de calmar los ánimos.
El haber escapado del envenenamiento, hecho
que fue tenido por milagroso, y la admirable
mansedumbre de la víctima, fueron parte a que
los indios viniesen en oír con mayor cordura y
buena disposición de espíritu las fervorosas ex-
hortaciones del misionero. Ningún mal le había
acontecido por la pérdida de los huesos de su
164
ALVARO SANCHEZ
mohán; las hierbas más nocivas nada habían po-
dido contra la vida del siervo de Dios: ¿por qué
no reconocer entonces que la doctrina predicada
por el Padre Beltrán era doctrina de verdad?
¿Por qué no rendirse al yugo de la ley de Cristo?
¿Cómo no ver el engaño diabólico en las amena-
zas con que el espíritu de la mentira los obligaba
a rendir culto a unos huesos? Resplandecía mag-
nífico el poder de la fe en Cristo, que no sola-
mente defiende del veneno los cuerpos sino que
sosiega las pasiones e inspira a las almas el per-
dón generoso y hace sentir al vivo la consoladora
doctrina de la fraternidad. Fray Luis tuvo el ine-
fable consuelo de instruir a muchos de aquellos
que, engañados, habían atentado contra su vida,
e instruidos y doblada la rodilla, darles con sus
manos el agua renovadora y el perdón de sus
culpas.
Mas otros indios menos dóciles a la gracia y
más supersticiosos y apegados a sus errores ha-
llaron modo de recuperar la arquilla con los hue-
sos del mohán, que con la prisa no había alcan-
zado San Luis a sepultar como era su deseo. Fal
tan palabras para traducir el sentimiento del
Santo: era el peligro para aquellos desgraciados
de recaer en el culto idolátrico y de perder aca-
so la fe recibida. Años después ya en su conven-
to de Valencia, refiriendo el caso a Nadal, rector
de Torrente, decía: "Si yo estuviera alentado
que pudiera tenerme en pie para defenderlos, hu-
biera perdido mil veces la vida, antes que dejár
selos llevar a los idólatras. Oh bienaventurada '
muerte con la que pudiera esperar la corona del
martirio! Oh feliz y dichoso aquel padre carme-
SAN LUIS BELTHAN
165
lita que habiéndole dado veneno el mismo sacer-
dote de los ídolos consiguió en breves horas una
fortuna tan dichosa!".
Como hábil predicador que sabe aprovechar
las propias experiencias y sacar partido de los
diversos acaecimientos y circunstancias de la vi-
da, refería en el pulpito cómo los adoradores
de los huesos del mohán no acertaban a apartar
los ojos de la arquilla que los contenía; y los
cristianos, agregaba, gozando de la presencia
real de Jesucristo en el adorable misterio de la
divina Eucaristía ni siquiera guardan en los tem-
plos la compostura debida.
Quiso la Providencia hacer resplandecer en
las jornadas misioneras que venimos reseñando,
el poder admirable de la santa Cruz. Trazando
el santo el signo bendito sobre los enfermos les
restituía la salud. Cuando los pacientes, por el
rigor mismo de sus dolencias no podían venir a
verlo, enviábales su crucifijo o su rosario, objetos
piadosos que, aplicados a los pacientes, por vir-
tud milagrosa obraban súbitas curaciones. Hacía
poner en la puerta de las chozas, sobre los po
bres camastros de sus catequizados la cruz de
dos toscos leños formada, y era de admiración
la paz y la alegría que el sagrado emblema ha-
cía descender sobre aquellos campos, a veces fla-
gelados por lluvias huracanadas, a veces socarra-
dos por los tórridos ardores del verano.
En un lugar no lejos del Cabo de la Vela y
donde había una muy poblada aldea indígena,
predicó el misterio de la redención por la muer
te del Hijo de Dios humanado y clavado en una
cruz. Un cacique de los más poderosos de esos
166
ALVARO SANCHEZ
aledaños, como hubiese acudido a oírlo concluí-
do el sermón, se acercó al misionero y le pidió
le declarase mejor qué era lo que de la cruz en-
señaba: quería verla y si llegaba a convencerse
de su virtud, profesar su doctrina, y entregarse
a su culto. El misionero, divinamente inspirado,
se abrazó a un árbol gigantesco que en la plaza
del poblado crecía y dejó impreso en el tronco
el signo de la cruz. Cuantos vieron el prodigio
prorrumpieron en voces de admiración y alaban -
za. El cacique suplicó a San Luis lo acompañara;
lo tuvo nueve días en su casa durante los cua-
les recibió instrucción, al cabo lo bautizó junto
con su esposa, sus hijos y muchísimos indios de
la tribu movido por el ejemplo de su caudillo.
Es fama que la cruz perduró grabada sobre la
corteza del árbol hasta muchos años después co-
mo testimonio del triunfo de la fe sobre la
idolatría.
Habiendo recorrido toda la costa que va desde
Santa Marta hasta el Cabo de la Vela, y predi-
cado con fruto copioso de bautismos, fundado
varias cristiandades, el Ordinario lo llamó a
Santa Marta pues lo había nombrado cura pá-
rroco de la villa de Tenerife. La misma obedien-
cia que lo llevara de España a Cartagena, de
Cartagena al Darién y del Darién a Santa Mar-
ta, le señaló, por intermedio de la jerarquía, un
nuevo campo a su infatigable apostolado.
Referimos como el P. Luis Vero por orden del
Prior de Santa Marta había ido a misionar a
Valle de Upar. Sabedor de los éxitos que acompa-
ñaban las predicaciones de su santo cofrade, qui
so con toda humildad acudir a presenciar la
SAN LUIS BELTRAN
167
forma de catequesis empleada por Fray Luis y
pedirle instrucciones y consejo. Con tal ocasión
cumplióle atestiguar un milagro. Vino a la pre-
sencia del misionero una india, con la garganta
tan llagada, que inspiraba no ya compasión sino
repugnancia, a implorar de Fray Luis su cu-
ración. Parécenos oír en las palabras de la india
un eco de las voces con que los enfermos y nece-
sitados pedían a Jesús su remedio: "apiádate
de mí y sáname" dijo la pobre indígena al misio-
nero. Trazó el santo sobre las pústulas malolien-
tes la señal de la cruz, le abrigó la garganta con
su propio pañuelo, y añadió: Vete con Dios, ten
confianza en él, que sanarás. Vuelve mañana.
Al día siguiente, dócil la india al mandamien-
to del Siervo de Dios, vino a su presencia, enton-
ces él, presente el P. Vero, le quitó el pañuelo
y le ordenó diera gracias a Cristo Nuestro Señor,
pues su poder e infinita misericordia le habían
devuelto la salud. El P. Vero más maravillado
que la misma india, hubo de decirle: "Padre
Fray Luis, esto milagro es". A lo cual respondió
el Santo: "Calle, hermano carísimo, que esta es
obra de Dios, que de mi no hay cosa buena. El
Señor lo hace por quien es y para que estas po-
bres gentes se conviertan".
En compañía del P. Vero navegó por el Mag-
dalena hasta la altura de Tamalameque evange-
lizando entrambas riberas y bautizando a innu-
merables indígenas. Adentráronse luego los dos
misioneros por las selvas de la banda oriental
y llegaron a los esteros de la laguna de Zapatoca.
Grandes y provechosas fueron sus andanzas
evangélicas por esos parajes. Los naturales que
168 ALVARO SANCHEZ
los poblaban, no obstante el estar atemorizados
por el paso de los conquistadores, vinieron a ellos
como atraídos por su mansedumbre y al recono-
cer que no la codicia del oro sino el desinteresa-
do deseo de traerlos a mejor y más seguro ca-
mino los llevaba hasta la entraña de la selva.
Regresaron después a Tamalameque, pobla-
ción de cuyos orígenes nos informa Juan de Cas-
tellanos en estas líneas, que no sin remordimien-
to de conciencia nos atrevemos a llamar versos :
Vino también el capitán Lorenzo
Martín, aquel que dio el primer cimiento
al pueblo hispano de Tamalameque,
la era de cuarenta y cinco años
o por el fin del de cuarenta y cuatro
porque por aquel tiempo me rogaba
hiciese yo con él aquel viaje
Fundada, pues, en 1544 cuando llegaron los
padres misioneros apenas si contaba unos 22
años de existencia. Pocas casas mal construidas
y peor provistas, la constituirían; y de esa suer-
te, no comodidad sino trabajos encontraron los
dos viajeros. El Padre Mezanza en sus eruditas
Notas a la Historia de Zamora, advierte que por
la época en que San Luis Beltrán debió de visi-
tarla, recibió notables mejoras. Acaso los dos re-
ligiosos hicieron valer su influencia ante las au
toridades españolas, les pusieron de presente la
importancia que podía llegar a tener la pobla-
ción por la excelencia de sus pastos y la bondad
1 Juan de Castellanos: Elegías de Varones Ilustres de Indias.
SAN LUIS BELTRAN
169
de su clima, y así su presencia no solamente tuvo
una finalidad evangelizadora, sino, como de or-
dinario acontece con la labor de párrocos y mi-
sioneros celosos, aún en el orden material fue
punto de partida y factor eficaz y desinteresado
de progreso.
Acordaron los dos religiosos, después de reali-
zados activos trabajos de catequización y admi-
nistración de sacramentos, que el P. Vero se que-
dara en Tamalameque algún tiempo más para
regresar luego a Valle de Upar; y que el P. Bel-
trán se dirigiera a Tenerife para hacerse cargo
de la parroquia.
Múdase con ello un tanto el tenor de vida del
ejemplar religioso: pasa de misionero a párroco.
Al cuidado de enseñar casi cuotidianamente la
doctrina, a la administración de los sacramentos,
era preciso añadir el trabajo del despacho pa-
rroquial. Cierto era que tales parroquias recién
fundadas más tenían de tierra de misión que de
verdaderas feligresías. Pero no por ello los pre-
lados dejaban de exigir que se abrieran ya los
libros mandados por sínodos y concilios y que
con diligencia se procurara ordenar la vida, por
decirlo así, canónica, de los fieles.
Es fácil de comprender las imponderables di
ficultades con que tropezaría el santo para dis-
poner lo mejor posible, no con la mira de su
personal comodidad sino para el mejor servicio
de los vecinos la iglesia y la casa del cura. Ha-
bitó, el tiempo que desempeñó su cargo, una
muy pequeña, contigua al cobertizo que hacía
las veces de templo. Mas como nunca deja el
Señor de proveer de cooperadores y auxilio a sus
170
ALVARO SANCHEZ
amigos, dispuso que un vecino piadoso y no mal
provisto de bienes de fortuna lo sentara todos
los días a su mesa, limosna que más tarde recom-
pensó el Santo Párroco apartándolo milagrosa-
mente de un grave riesgo de pecar.
La fama de santidad y el renombre de tauma-
turgo que le seguía donde quiera, se aumentó
durante su permanencia en Tenerife. Muchas ve-
ces, cuando el mal tiempo echaba a perder las
cosechas, el P. Beltrán bendecía el poco grano
existente, que se multiplicaba y así los vecinos
no padecían necesidad. A Isabel María, esposa
de Juan Bernal, encomendero, vecino de Tene-
rife, anunció los muchos trabajos que había de
padecer su marido y la consoló añadiendo que
de todos ellos había de salir felizmente; todo
lo cual se cumplió a la letra, con la cual se puso
de manifiesto el espíritu prof ético de San Luis.
Luis Vásquez de Guevara, vecino también de
Tenerife, con cargo de teniente del gobernador,
llegó a arrancar del libro de bautismos algunas
hojas en donde estaba la firma de Fray Beltrán
para así tener del penitente y milagroso Hombre
de Dios alguna reliquia; hojas que hubo de res-
tituir por orden del Provisor de la diócesis que a
ello lo apremió con censuras. Citamos este caso
en confirmación de cuán general y cuan grande
fuese la fama de santidad de Fray Luis.
La ejemplaridad de la vida y el milagro conti-
nuo rubricaban la enseñanza del pastor de al-
mas y así podía no por menos de acrecentarse el
número de fieles y de prosperar la vida cristia-
na en la dichosa parroquia de Tenerife.
VI
De cómo Fray Luis fue elegido Prior
Convento del Rosario de Santa Fe.
Recibe Orden de regresar a España.
Va a Cartagena a embarcarse
Concluía el R. P. Fray Alberto Pedrero O. P.,
su priorato del convento del Rosario, de Santa
Fe, por los años de 1568 y continuaban llegando
desde las ardientes orillas del Magdalena noti-
cias de los muchos milagros y grandes virtudes
de Fray Luis Beltrán.
La ocasión se ofrecía de que tan egregio varón
viniese a ilustrar con los ejemplos de sus virtu-
des y a regir con su prudencia los claustros del
convento dominico de Santa Fe. Reunidos los
religiosos electores, y habida consideración del
general deseo de todos los santafereños, comen-
zando por el de Fray Juan de los Barrios, prelado
de la diócesis y el del primer presidente de la
Real Audiencia don Andrés Venero de Leyva,
eligieron de unánime consenso por Prior al Fray
Luis Beltrán, y enviaron seguidamente a España
el acta de la elección para que recibiera, como
prescriben los cánones, la aprobación del Vica-
rio General, dignidad y oficio que por entonces
tenía el M. R. P. Francisco Venegas. Quien no
sólo confirmó la elección, por acertada y por
ende prometedora de muchos espirituales pro-
174
ALVARO SANCHEZ
vechos en el claustro del convento del Rosario y
en medio de los religiosos, y aún en toda la ciu-
dad; sino que impuso a Fray Luis la aceptación
del priorato bajo obediencia señalando censura
en caso de rehusar.
Cuando llegaron a las manos del entonces pá-
rroco de Tenerife las actas de su elección, con-
firmación canónica de ella y el grave precepto
de su superior, contristóse grandemente; rehu-
sar no le era dable; posesionarse de su cargo,
costaba mucho a su humildad . . . como único
desahogo de esta nueva prueba que el Señor le
enviaba prorrumpió en estas palabras, claras se-
ñales de su celo por la gloria de Dios y de cuan'
modestamente sentía de sí mismo: "Yo no vine,
dijo al que le trajo la noticia de su elección, a
buscar prioratos; porque estimo más la conver-
sión de un indio que cuantos honores y puestos
tiene la iglesia de Dios, pero es fuerza obedecer".
Aceptó el cargo y se dispuso a cumplirlo como
él acostumbraba, hasta la total abnegación y sa-
crificio de su propio yo. Escribió una muy expre-
siva carta al señor Provisor de Santa Marta in-
formando de la elección y cómo, por tal causa,
se veía obligado a hacer dejación del curato de
Tenerife. Varón verdaderamente humilde y sen-
cillo, pedía le perdonase las deficiencias en el
servicio de la parroquia, manifestaba la sinceri-
dad y prontitud de su voluntad que había pues-
to en obedecerle y suplicaba procediera muy lue-
go a nombrar otro sacerdote para administrar la
parroquia de Tenerife.
Hecha entrega de su cargo, salió de Tenerife
hacia Mompox en marzo del año de 1569. For-
SAN LUIS BELTRAN
175
tuna grande fue para esta población el que su
visita ocurriese durante el tiempo de cuaresma,
pues de este modo recibió la gracia de su predi-
cación el viernes de la tercera semana. Habló
Fray Luis del evangelio del día: la resurrección
de Lázaro. Qué de piadosos comentarios sobre el
amor de Jesucristo a sus amigos, su poder sobre
la vida y sobre la muerte! Qué de exhortaciones
a perseverar en la gracia y amistad del que es
nuestra vida y resurrección! Huelga el decir que
nunca los vecinos de Tenerife habían escuchado
una palabra ni más sencilla ni más doctrinal y
convincente. Entre sus oyentes se encontraba un
capitán español de nombre Bernardo Betancur,
que movido por la palabra del santo, fue a visi-
tarlo, ya de anochecida, y a pedirle se dignara
oírlo al día siguiente en confesión, solicitud que
fue recibida con muy buen agrado por Fray Luis.
Aún no clareaba el alba cuando el capitán lie
gó a la puerta del aposento en que había pasa -
do la noche el misionero; y como la hallara sim-
plemente entornada y viese la habitación ilumi
nada, se atrevió a penetrar en ella con tanto
silencio y compostura. Pero vino a quedar sus-
penso cuando contempló al santo entregado a
la oración, levantado varios palmos del suelo y
acompañado por dos celestiales personajes. El
hombre de armas, hecho a no trepidar a la vista
de un adversario poderoso y armado, no pudo
sostener la visión sobrenatural: no lograba ni
cambiar de sitio ni articular palabra. De ahí a
poco la luz de gloria que iluminaba el aposento
dio paso a la primera claridad de la aurora.
Vuelto en sí de su éxtasis, el santo ayudó al ca-
176
ALVARO SANCHEZ
pitán Betancur a serenarse, le atendió en confe-
sión y lo hizo regresar a su casa, diciéndole lo
que Cristo dijera a sus tres discípulos después
de la transfiguración en la montaña: "Lo que
has visto no lo cuentes a nadie . . .".
Se sorprenderá el lector de que un soldado, de
vida un tanto desajustada, (campamentos y ca-
cernas no son los lugares más propicios para la
severidad de las costumbres) hubiera sido favo-
recido por una visión celestial. También los sol-
dados que montaron la guardia ante el sepulcro
de Cristo fueron favorecidos con la merced in
signe de ser los primeros en ver al Señor resu-
citado. Era necesario que hubiese testigos abso-
lutamente imparciales del triunfo del Salvador
sobre la muerte, soberana prueba de su divini-
dad. Convenía también que un soldado presen-
ciara las comunicaciones sobrenaturales, las cé-
licas visiones con que el Señor Jesús recompen-
saba a su siervo por los grandes trabajos abra-
zados por su amor y por el amor de las almas re-
dimidas con su sangre.
Muerto el Padre Beltrán, interrogado el capi-
tán Betancur por quien tenía autoridad para
hacerlo, dijo ser verdad el hecho y añadió que
según su parecer, formado por las estampas de
santos que le habían hecho conocer, los dos
personajes eran sin duda Santo Tomás y San
Ambrosio. A este respecto dice así la Bula de su
canonización: "En otras ocasiones fue recreado
con visiones de santos que reinan con Dios en la
eterna felicidad, particularmente de sus santos
Patriarcas y aún del mismo Cristo Señor Núes-
SAN LUIS BELTRAN
177
tro y oyó de su boca habérsele perdonado todos
sus pecados".
Por las sendas dificultosas, a través de la ma-
raña salvaje, navegando en los ríos, en las posa-
das campesinas, lo mismo que en su retiro mo •
nacal en donde inició su itinerario de santidad y
en donde lo concluyó cuando Dios fue servido
llevarse al premio de la visión beatífica, siempre
y donde quiera iba San Luis Beltrán, para em-
plear los versos de uno de nuestros poetas:
"Tocada la sandalia con polvo de la tierra,
tocada la pupila con resplandor de cielo . . ." K
Pero más que la pupila llevaba el espíritu y
el corazón henchidos de esos ultraterrenos es-
plendores, embebecida el alma en el pensamiento
de Dios; no tenía él, como lo quiere San Pablo,
acá en el mundo ciudad permanente, iba en bus-
ca de la eterna y clara ciudad advenidera.
En Mompox tomó una canoa para continuar
remontando el Magdalena. No es la navegación
de nuestra principal arteria fluvial igualmente
fácil en todo su curso: a veces las aguas se ex-
playan, arenas y fangos en entrambas orillas,
allí pululan los caimanes y es peligroso encallar;
a veces el cauce se estrecha y las aguas corren
como encajonadas y ofrecen graves riesgos a las
embarcaciones ligeras. Por dos veces estuvo el
Santo expuesto a serios peligros: en una, la ca-
noa al cruzar por delante frente a la desemboca-
dura de un afluente, se vio con tanta fuerza sa-
1 José María Rivas Groot, La* Constelaciones.
178
ALVARO SANCHEZ
cudida que hubo de volcarse y cayeron al agua
los bogas o bogadores y cuantos en ella iban. Las
oraciones del Fray pudieron más que la habilidad
de los remeros y todos salieron ilesos. En otra, las
aguas, encanaladas entre las orillas rocosas, les
ofrecían tanta resistencia que les fue costoso
avanzar contra la corriente. Por último llegaron
a Nare en donde resolvieron descansar un tiem-
po prudencial. El Padre Mezanza glosa el pasa-
je de Zamora y apoyándose en la autoridad del
P. Justiniano Antist dice que padecieron tor-
menta en la navegación del río Magdalena, y
que la riada abundante y turbulenta les hizo vol
ver atrás muchas leguas; circunstancia provi
dencial que fue parte para que un mensajero
venido de España, le diera alcance y pusiera en
manos de San Luis una orden del General en la
que disponía su inmediato regreso al convento
de Valencia. De no haber sobrevenido la crecida
del río, acaso el santo hubiera llegado a Santa
Fe, y la orden de su regreso lo encontrara pose-
sionado del priorato y tal vez hubiera quedado
sin efecto: Dios no quiso que Bogotá fuera non
rada con su presencia del santo misionero do-
minico.
Pronto y exacto en la obediencia dispuso el
inmediato retorno a Cartagena. Siguiendo el
curso del río pasó de nuevo por Mompox y Te-
nerife, en donde halló que la esposa del caballe-
ro que lo hospedara en su casa mientras estu-
vo rigiendo la parroquia, estaba gravemente en-
ferma. La administró los sacramentos, la ayudó
a bien morir, y con su bendición dejó la tierra
por el cielo. Al día siguiente celebró por su alma
SAN LUIS BELTRAN
179
la misa de Réquiem e hizo al pueblo, congregado
en la iglesia, un fervoroso sermón tomando pie
en las virtudes de la finada; así premió Dios la
obra de caridad que esas buenas gentes practi
carón con su siervo. Atrás dijimos cómo este ca
ballero recibió en premio el verse libre de un
grave riesgo de pecar.
Prosiguiendo la navegación llegó a Cartagena.
Acudió a su convento, v, dispuesto el viaje a Es-
paña, como había flota próxima a zarpar, ape-
nas si tuvo tiempo de pedir la bendición al P.
Prior v desnedirse de los religiosos, que con ver-
dadero dolor le veían dejar la tierra colombiana,
y hacerse a la vela sin posible regreso. Era el
año de 1569.
Parece oportuno para dar una idea del renom-
bre de santidad dejado por Fray Luis entre nos-
otros, de sus milagros v de su espíritu profético,
transcribir algunos párrafos del capítulo xvm
de un curioso libro escrito por Pedro Ordóñez de
Ceballos (el clérigo agradecido) como a sí mismo
se llama, y titulado Viaje del mundo, publicado
en Madrid, por Luis Sánchez, en 1614.
"Aquella noche que llegué a Cipacua vino un
viejo que había muchos años tenía el oficio de
mayordomo de aquellos pueblos del rey, y en
una plática que tuvimos me dijo: Aunque me
quitaron este pueblo y otro y la mitad del sala-
rio, no acierto a salir de por aquí, porque pisó
esta tierra aquel gran varón Fray Luis Beltrán,
el cual fue cura y doctrinero de estos pueblos, y
le vide decir y hacer cosas maravillosas en que
mostraba su gran santidad y ser un varón de
180
ALVARO SANCHEZ
Dios. Deseosísimo de saber cosas suyas, porque
ya el capitán Francisco Sánchez me había con-
tado algunas, le rogué me dijese lo que sabía,
y así me dijo lo siguiente:
"Un domingo antes de decir misa vide muy
pensativo y triste a aquel santo varón. Llegué -
me a él, que era muy afable, y le pregunté: Pa-
dre mío, ¿de qué está triste? Respondióme: Hijo,
del gran trabajo en que está el buen cristiano
Martín de las Alas, Gobernador de Cartagena,
que quiere expirar. Júntese presto la gente, que
no los quiero dejar sin misa, y vamos. Apresuré
los caciques y dijo misa, y sin comer el Santo bo-
cado partimos a grande priesa en sendos caba
líos, que me parecía, según íbamos dejando la
tierra, que el viento no era tan ligero. Junto a
la piedra grande encontramos al capitán Fran-
cisco Sánchez y se admiró de vernos y le pregun-
tó a dónde iba, y le dijo: caminemos antes que
expire el Gobernador, que ya nos llaman. Lue-
go a un cuarto de legua encontramos un mulato
que venía; el cual, como la vido, dijo: Presto, Pa-
dre, que mi señor queda expirando. Así como lle-
gamos lo confesó, aunque ya otra vez lo había
hecho, y recibidos los santos sacramentos lo ayu-
dó a bien morir un rato. Luego se apartó, se hin-
có de rodillas y rezó en un diurno, que me pare-
ció ser los salmos y letanías. Hecho esto llegóse
al enfermo con el Cristo y le dijo: Mire, herma-
no; ve aquí la imagen de Jesús; nómbrelo y vá-
yase en paz con él. Abrió los ojos, y dijo: Jesús,
que todos los que estábamos presentes lo oímos,"
y recostado expiró. Luego le encomendó el alma
y dijo: dichoso hombre, Dios me haga como tú,
SAN LUIS BELTRAN
181
aunque todos conocimos ser aquellas palabras
de humildad.
"Pedíle que prosiguiese con otras cosas, y res-
pondió: Sí haré, porque estos caciques que aquí
están en pie en tu presencia son testigos de vis-
ta y saben que no han tenido en esta doctrina
Padre más santo que él, no otro de tanta fe y"
que tanto la predicase, ni de tanta caridad y
que tanto la obrase.
"Pasó adelante y di jome: Este varón santo, lo
primero fue virgen, tanto que no se le conoció
ni aún mirar a las mujeres, ni consintió entrasen
en su casa, ni hablar con ellas fuera de la igle-
sia, confesándolas, o en alguna necesidad o en-
fermedad, o para darles limosna o curarlas. No
tenía cosa suya, porque todo lo daba, tanto que
decían estos curacas e indios: Démosle a este
Padre mucho, pues también lo reparte. Y así
díganlo ellos; si todos los más de los que están
aquí presentes, en cogiendo sus sementeras, no
venía a él y todo lo ponían en sus manos para
que por ellas se gastase en limosnas. Diga allí
don Andrés (señalando a un cacique) si vino un
año en el cual se cogió muy poco y le dijo: Padre,
allí está mi troje; dad como me quede, y el santo
lo dio todo, que no le quedaron dos fanegas de
maíz; y pareciéndole que había hambre, vino a
él y le dijo: Padre, como me has dejado sin maíz,
¿a dónde hallaré para comprar? Y con aquella
boca de risa le dijo: Anda, cacique, y saca lo
que has menester. Vinieron a llamar al cacique,
diciendo que su troje estaba lleno, y todos vini-
mos y la vimos. Castigaba con grande amor a
182
ALVARO SANCHEZ
esta gente, y cuando veía algunos que cometían
algunos delitos y ofensas de Dios y que no se
enmendaban con las palabras ásperas que le de-
cía, ni con los castigos que les daba, decía vuel-
to a Dios: Señor, llévame a morir a Valencia
(de donde era natural); y decían los tales re-
prendidos que aquellas palabras les pasaban el
corazón, y que por no perderlo y enojarlo se
enmendaban.
"Pues querer decir sus ayunos y abstinencias,
disciplinas y penitencias, sería no acabar mi
razonamiento. Sabe Dios que le vide noches en-
teras pasarse sin dormir, de rodillas. Jamás de-
jaba de decir misa, y si había enfermos les lle-
vaba el agua del cáliz, y con sólo ponerles las
manos dio salud a infinidad de ellos, y a mí,
su indigno devoto, me sanó dos veces de dos di-
ferentes enfermedades.
"Pues las cosas que Dios revelaba, que aún no
eran venidas, bastaba yo decir una que él me
dijo deste desdichado General don García de
Serpa, que ha gastado en estas jornadas que ha
hecho al Dorado o Manoa doscientos mil duca-
dos suyos y de otros, y a la tercera vez volverán
pocos, y plegué a Dios sea él entre ellos; y así
todos los días le encomiendo a Dios, que es la
tercera ésta. También me dijo que sería Carta-
gena entrada de enemigos, pero en breve restau-
rada, y otras que las he visto como las dijo; y es-
pero en Dios me ha de guardar hasta que lle-
guen a hacerse sus informaciones, para en ellas
decir la gran santidad de este varón, para ejem-
plo de las gentes".
Parecerá a algunos sobrado prolija la cita, y
SAN LUIS BELTRAN
183
que se hubiera podido hacer una síntesis de lo
narrado en los párrafos transcritos; mas de ha-
berlo hecho así, se hubiera perdido el ingenuo
sabor del estilo, ese aliento de sinceridad que
constituye la mejor probanza de cuanto allí se
refiere. Al copiar esas frases hemos querido que
el lector conozca, en su misma fuente, lo que el
pueblo sentía del santo misionero 30 años des-
pués de su muerte, 40 después de haber dejado
las playas americanas.
TERCERA PARTE
i
Viaja el Santo a Sevilla. — Sigue el camino de
Valencia. — Es nombrado Prior del Convento
de San Onofre
No estuvo el viaje de regreso exento de los pe-
ligros del mar como había estado el de su ve-
nida a estas playas. Las naves de la flota en que
se hizo a la vela, castigadas por una larga nave-
gación interoceánica, acaso no suficientemente
carenadas en Cartagena por carecer entonces
ese puerto de arsenal bien provisto, no ofrecían
mayor seguridad.
El Atlántico, desde los primeros días de la na-
vegación, se mostró ceñudo: vientos continuos
levantaban las aguas y las coronaban de espu-
mas. En una isla, cuyo nombre no da el cronis-
ta Zamora, fueles forzoso hacer escala, así para
reparar las embarcaciones como para ver de hur-
tarse a los riesgos del temporal. Pasajeros y tri-
pulantes saltaron a tierra con mira a reposar
un tanto y a desquitarse de una travesía, breve
en el tiempo, pero sobrado agitada. San Luis Bel-
trán, siempre pendiente de aprovechar el tiem-
po para glorificar a Dios y procurar el bien espi-
ritual del prójimo, comenzó a predicar a las
gentes que acudieron al arribo de las caravelas.
Como de ordinario sus palabras despojadas de
188
ALVARO SANCHEZ
todo artificio retórico, pero vibrantes de sinceri-
dad, transparente manifestación de una fe pro-
funda y de los sentimientos de un corazón apos-
tólico, lograron su efecto. Muchos oyentes indí-
genas, que no habían recibido el bautismo, lo
pidieron, y surgió una nueva cristiandad. Otros,
oriundos de España, olvidados casi, por el lina-
je de vida que llevaban de sus principios cristia-
nos, se dolieron de sus culpas y se reconciliaron
con Dios. Fray Luis procuró escribir en algunas
cedulillas que hubo a la mano, el Credo, los Man-
damientos, los Sacramentos y oraciones, y las
dejó con el fin de que, ausente él, procuraran re-
pasar las verdades fundamentales de la vida cris-
tiana; y si ya no eran capaces de leerlas, las hi-
cieran leer y declarar por algún cristiano que
desembarcara en la isla.
Hechas las posibles y más urgentes reparacio-
nes levó la flota sus anclas, se izaron las velas y
los timoneles pusieron rumbo a España. Siguié-
ronse desoladas semanas de una navegación in-
segura sobre un mar revuelto y bajo un cielo de,
plomo. La tempestad llegó por fin. Rachas he-
ladas sacudieron como banderas las lonas de los
barcos; silvaron en los cordajes; levantáronse las
aguas como cimas de una cordillera fantástica.
La marinería trabajó cuanto pudo. Mas la ta-
blazón de la nave crugía, sus arboladuras pare-
cían temblar como cañas bajo la ventisca; las
espumas saladas cubrieron el puente. San Luis
acudió a la popa, y confiado en las palabras del
Divino Maestro: "todo cuanto pidiereis en mi
nombre a mi Padre, estad ciertos de que os será
concedido"; acordándose de cómo Jesús durante
SAN LUIS BELTRAN
189
una navegación en compañía de sus discípulos,
sobre el Lago de Galilea, asaltados por un tem-
poral, con su palabra sosegó las aguas alborota-
das, oró, suplicó protección a la Providencia y,
extendiendo sus manos sobre el mar, en el nom-
bre y por el poder de Dios, mandó a los vientos y
a las "aguas ... La tempestad comenzó a ceder.
Entonces el Santo para evitar que los marinos
hablasen de milagro alcanzado por su oración,
se retiró a un lugar escondido. Capitanes y gru-
metes para quienes la actitud de Fray Luis no
había pasado desapercibida, lo llamaron de nue-
vo urgidamente: Orad, Padre querido, orad por
nosotros porque perecemos, le decían al ver que
el huracán había vuelto a la carga; y otra vez
las velas en tensión tremenda llevaban a la na -
ve como enloquecida sobre un vórtice profundo
enalbado de encajes. San Luis reanudó su ora
ción y no cesó en ella hasta que la borrasca huyó;
mugiente, hacia otros horizontes.
Brillaron en un cielo despejado y sereno las
estrellas; el mar entró en sosiego al modo de una
fiera fatigada: la nave cortó con tranquilo rit
mo las aguas; y los hombres en silencio, agra-
decían a Dios y bendecían a su siervo, antes de
entregarse a un sueño reparador.
Mientras la flota, libre ya de todo peligro de
naufragio continúa su viaje, y antes de que núes
tro Fray Luis se entregue a las tareas que le ha-
brá de señalar la obediencia, inquiramos el por
qué de su regreso a Europa. Había marchado a
las misiones de las Indias Occidentales movido
por el celo de la gloria de Dios; impulsado por el
anhelo de conquistar para la fe las almas de los
190
ALVARO SANCHEZ
indígenas, sediento de martirio, con la firme de-
terminación de dar su sangre en riego de bendi-
ción sobre un continente que nació a la cultura
bajo el signo de la cruz, y al cual era absoluta-
mente necesario iluminar con la doctrina del Di-
vino Maestro.
"Tan encendido era en él, dice la Bula de su
canonización, el deseo del martirio, que en la
elevación del tremendo sacrificio, rogaba a Dios
de lo íntimo de su corazón con San Pedro Már-
tir: "Concédeme, Señor, que yo muera por ti, así
como tú quisiste morir por mí". Cuando veía la
imagen de San Vicente Mártir, deseaba con
grande vehemencia padecer aquellas mismas pe-
nas y tormentos con que él peleó y venció. ¿Por
qué entonces no perseveró en sus misiones en-
tre las tribus salvajes de la Nueva Granada?
Concluido su priorato en Santa Fe, hubiera po
dido volver a la selva entre aquellos pobrecitos
tan necesitados de sus palabras y de sus sacrifi-
cios. ¿No hay una contradicción entre la carta
del Vicario General en que le apremió, hasta con
censuras, la aceptación de la dignidad de Prior
del convento del Rosario de Santa Fe, y la nota
en que le imponía el regreso inmediato a Va-
lencia?
Tanto Zamora como el R. P. Vicente Justinia-
no Antist, como el texto de la Bula de canoniza-
ción están acordes en señalar por causa del re-
greso del P. Luis Beltrán a España un escrúpulo
de su delicada conciencia. "Viendo las muchas
congojas, leemos en la Bula, con que por lo co-
mún eran oprimidos los indios por ciertos gober-
nantes, con heridas y aún con muerte; y no pu-
SAN LUIS BELTRAN
191
diendo embarazarlo, ni sufrirlo, conseguida la li-
cencia, se volvió a España".
Por sus propios ojos pudo darse cuenta, como
lo conoció y observó también su hermano en re-
ligión, Fray Bartolomé de las Casas, el trato
cruel, despiadado, inhumano que daban los en-
comenderos a los indios, y las dificultades que
oponían a la empresa de su evangelización.
Aconteció que predicando Fray Luis en alguna
iglesia de la Gobernación de Cartagena, entró al
recinto sagrado, sin miramiento alguno al lugar,
ni al acto de culto que allí se cumplía, ni a la
persona que hablaba, un encomendero; y, con
violencia, enarbolado el látigo, hizo salir a los
indios que oían la predicación, y ordenó que in-
mediatamente se marcharan a su trabajo. He-
chos como este afligían profundamente el recto
y celoso corazón de San Luis. No había huma-
nidad ni piedad en el corazón de muchos, de
muchísimos encomenderos, para quienes el indio
era una bestia de trabajo explotable, un instru-
mento de amasar riqueza, y nada más. Ante ta-
maña injusticia se levantó la voz del sentimien-
to humanitario, la voz de la conciencia cristia-
na, el recto sentido colonizador auténticamente
español consignado en las Leyes de Indias y en
los escritos de Fray Bartolomé de las Casas, obis-
po que fuera de Chiape, contra los lamentables
abusos con que amancillaban ciertos encomen-
deros su nombre de católicos y su sangre de
españoles.
Resuelto el Padre Las Casas a aprovechar
cuantos recursos estuvieran en sus manos para
mejorar la condición de los indígenas y de los
192
ALVARO SANCHEZ
esclavos negros; y, sabedor por otra parte de las
extraordinarias cualidades del incomparable mi-
sionero P. Beltrán, le dirigió una larga carta en-
comendándole fervorosamente se emplease to-
do en la conversión de los indios y en el mejora-
miento de su misérrima condición. Y, — añadía —
"cuídese muy bien de cómo confiesa y absuelve
a los encomenderos que, burlando las normas
claras y terminantes de las Leyes de Indias, abu-
san de los naturales, los abruman de trabajos y
cometen contra ellos todo linaje de injusticias".
Honda impresión causó en San Luis la carta
de Fray Bartolomé. Y, como por otra parte veía
la inutilidad de sus empeños, halló ser lo me-
jor, para no gravar su conciencia creyendo en
su humildad que la raíz del mal estaba en su
poca habilidad para imponerse a los encomende-
ros, renunciar a su labor misionera, y regresar
a España.
La causa es evidente; lo que no aparece muy
claro es el camino por donde llegó a obtener la
orden de regresar a su querido convento de San
Onofre. Pensar en que hubiera echado mano de
valedores, impulsando a algunos amigos a ha-
cer la solicitud, sería agravio a la transparencia
de sus miras y a su santa memoria. No "era ami-
go de ir soslayadamente a su fin. En todo des-
prendido de sus personales intereses, preocupa-
do tan sólo de los de Dios y de sus almas, iba sen-
cillamente en prosecución de sus propósitos.
Tampoco cabe pensar en alguna carta suya di-
rigida al Vicario Provincial o Prelado de Valen
cia: su entrega generosa a los designios de Dios
era tal que se hubiera creído culpable de haber
SAN LUIS BELTRAN
193
intentado ordenar su vida según sus deseos pres-
cindiendo de la voluntad de sus superiores. Por
lo demás, no hubiera habido tiempo de enviar la
solicitud y de recibir la respuesta. Su elección
para prior y la confirmación canónica del acta
aconteció en el año de 1568, y se embarcó en
noviembre de 1569. Teniendo en cuenta la len-
titud de la navegación y los prolijos trámites
exigidos por la curia eclesiástica y aún por el
gobierno de las comunidades religiosas, la pre-
sentación de una solicitud y de tal categoría,
su consulta y estudio, y su respuesta, todo exclu-
ye la posibilidad de que San Luis hubiera reci-
bido la orden de regreso como respuesta a una
demanda escrita. Unicamente queda, un recur-
so: la oración. San Luis pidió a Cristo Nuestro
Señor lo librara de las tremendas responsabili-
dades que le acarreaba el continuar en la labor
de misionero, en su sincero y humilde sentir de
sí mismo, absolutamente ineficaz y acaso entor-
pecedora de otros intentos más efectivos y pro-
vechosos.
Admirable eficacia la del ruego dirigido por
la fe, sostenido por la esperanza y animado por
la caridad y humildad: como saeta enviada por
certera mano, llega al blanco; como el continuo
implorar del menesteroso, conmueve al cabo el
corazón del rico y le arranca la dádiva. Cristo
escuchó a su siervo, y por cuanto la petición no
nacía de falta de coraje para el empeño, ni de
ánimo negligente, sino de sincera humildad y de
delicadeza de conciencia, a modo de un bonda-
doso amigo y misericordioso padre, libertó a su
amigo del cuidado, salvó al hijo de obsesionan-
194
ALVARO SANCHE*
te preocupación, y lo llamo de la misión a su re-
tiro conventual.
Algunas semanas transcurrieron después del
riesgo del naufragio. Pronto divisáronse las cos-
tas lusitanas; y entraron a poco gozosamente,
por las bocas del Guadalquivir, a la maravillosa
Sevilla.
Tan pronto como desembarcó, San Luis pro-
curó tomar el camino de Valencia; mas no ca-
balgando, ni en carruaje, sino a pies, como pe-
regrino apostólico. Cuando llegó a la ciudad le-
vantina, corridos no pocos días de viaje, era me-
dia noche, por donde resolvió no ir a golpear al
convento sino pedir hospedaje en casa de su
hermano, situada fuera de los muros de la ciu-
dad, y, conforme a la reseña de Antist, cerca
del Monasterio de Nuestra Señora del Socorro.
Al día siguiente reanudó su andar hacia sus
muy amados claustros. La noticia de su llegada
le había precedido en muchas horas, de modo
que el Prior del Convento, Fray Lorenzo López,
difícilmente pudo contener a los religiosos que
deseaban salir al encuentro del venerable, del
meritorio misionero. No es para contar, pues re-
sultaría pálido el relato, la alegría con que to-
dos los religiosos abrieron sus brazos para reci-
bir al glorioso hermano, que tántos y tan san-
tos laureles de conquistador de almas había
cortado allende el mar océano, en las ardientes
comarcas de las Indias Occidentales. Ni hay pa-
ra qué declarar el sentimiento de humildad y de
vivo reconocimiento con que Fray Luis recibió
la bienvenida de sus hermanos en el Señor.
Al cruzar el umbral de su celda formó el pro1
SAN LUIS BELTRAN
195
pósito de iniciar una vida de perfección. Quería
portarse con la sencillez y la docilidad de un no-
vicio. ¿Qué valían, qué significaban, en su sen-
tir, los años pasados en la sacrificada existencia
de las misiones; días ardientes, noches canicula-
res, peligros en las selvas, en los ríos, en medio
de los salvajes, entre los encomenderos voraces,
predicaciones continuas, fatigas sin término;
qué los millares de indígenas convertidos con su
palabra plena de unción y caridad y hechos cris-
tianos por el bautismo, los pecados evitados con
sus penitencias, por medios "de sus exhortaciones
y consejos? Nada!, como fundamento para glo-
riarse de haber hecho algo por Cristo, pues todo
era obra de la gracia y no fruto de la industria
humana. La prueba de su inutilidad estaba en
que no había podido triunfar de los encomende-
ros. ¿Qué era él sino un deficiente instrumento
en las manos drl Divino Artífice?
Transcurridos algunos meses fue elegido y
confirmado Prior del Convento de San Onofre.
Dio pruebas entonces de que valía también, y,
mucho, para ordenar los triviales y cuotidianos
menesteres de una casa, y de que era, como suele
hoy decirse, hombre práctico.
Obvió con simplicidad y eficacia las dificul-
tades económicas en que se hallaba el conven
to confiado a sus cuidados y prudencia. No hay
que dudarlo: el mejor tesorero es la Divina Pro-
videncia. ¿No propuso Cristo esta norma de vi-
da: buscad primero el reino de Dios y su jus-
ticia y lo demás os será dado por añadidura?
Así que no digáis acongojados: ¿dónde hallare-
mos qué comer o qué beber? ¿Dónde hallaremos
196
ALVARO SANCHEZ
con qué vestirnos? Así lo hacen los paganos, los
cuales andan tras todas esas cosas. Bien sabe
vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis.
Así, pues, buscad primero el reino de Dios y su
justicia y todas las demás cosas se os darán por
añadidura". La santidad de Fray Luis atraía las
limosnas de los buenos cristianos; y, cuando
ellas faltaban, la Providencia, que alimenta a
las aves del cielo y viste de esplendor los lirios
campesinos, proveía la mesa de sus frailes en-
tregados a ejercitarse en la virtud y en practi-
car el bien.
¡Cuántas veces, escaseando el dinero para pa-
gar a los que suministraban los mantenimien-
tos, los vestidos, los libros para los hermanos,
vino el auxilio en la forma más inesperada y
ciertamente providencial!
No temía gastar algunos dineros en el esplen-
dor del culto, en el ornato de la casa de Dios,
en promover la piedad. Hizo levantar en el fon-
do de una avenida de cipreses, que había en el
huerto del convento, una grande y hermosa
cruz de piedra, para que cuando los religiosos
tomaran la recreación, la vista de la cruz con-
tribuyera a levantarles el espíritu. Y como al-
guien objetara que aquello era un gasto inútil,
suntuario, dada la penuria de la casa, San Luis
replicó: no es mucho gastar algún dinero en le-
vantar cruces, cuando los protestantes gastan
tanto en derribarlas.
Un día faltaba el pan para la mesa; los frai-
les eran muchos; y no había ni con qué com-
prarlo ni cómo, pues la lluvia caía a torrentes.
Que toquen la campana para ir al refectorio, or-
SAN LUIS BELTRAN
197
denó el P. Beltrán. Padre, que no hay pan; me-
jor sería esperar a la tarde, observó el hermano
refectorero. Que toquen; y vos poned en la mesa
lo que haya. Y los dos o tres panes que el her-
mano puso sobre las mesas desnudas, bendeci-
dos por la mano de San Luis se multiplicaron
como los cinco panes de cebada se multiplicaron
bendecidos por la mano del Señor Jesucristo pa-
ra acudir a los hambrientos y necesitados.
De San Luis Beltrán podríamos decir aquello
que de Santa Teresa de Jesús dijo uno de nues-
tros máximos valores literarios:
Su ciencia humilde sin errar medía
los pobres menesteres del convento
y las cosas de Dios; y su ardimiento
y fortaleza un siglo estremecía. 1
El extático, el misionero, el taumaturgo, el
que no se fatigó bautizando en las faldas de la
Sierra Nevada, con ser millares los neófitos; ve-
laba con paterna caridad, con prudencia y soli-
citud porque no faltase el pan en la mesa de su
convento, y de milagro lo multiplicaba; porque
entendieran muy bien sus religiosos que esos ma-
teriales favores vienen de añadido, si de veras
se busca, con tesón y sinceridad, el reino de Dios
y su justicia.
En la primera parte de este libro, al tratar del
noviciado del P. Luis Beltrán hablamos de cómo,
ordenado sacerdote, comenzó para él una serie
de acaecimientos extraordinarios que no tuvie-
1 Guillermo Valencia, Loe eiete doñee.
198
ALVAHO SANCHEZ
ron fin sino con su muerte: lúcida intuición de
las almas y de las conciencias, el ver los sucesos
futuros como si fuesen presentes, trato y comu-
nicación con las almas : sea este el lugar de con
firmar lo dicho con algunos ejemplos.
Joly trae como ejemplo de esa humano-mila
grosa penetración del pensamiento, hechos cum-
plidos en las vidas de Santa Catalina de Sena,
de San Vicente Ferrer, de Santa Teresa de Jesús;
y uno, singularmente interesante, tomado de la
vida de M. Olier, el venerable fundador del Semi-
nario de San Sulpicio. No son menos significati-
vos, ni menos edificantes los que encontramos en
la vida de San Luis Beltrán.
Asiduo al confesionario como quien sabe que
una absolución vale tanto como la sangre pre-
ciosa de Cristo, atendía con inalterable pacien-
cia a toda clase de penitentes. En repetidas oca-
siones, Fray Luis puso de presente a sus con-
fesados tal o cual falta que por inadvertencia,
deficiente examen o quizá, explicable temor, ha-
bían olvidado. Este privilegio, digámoslo así, del
P. Beltrán, le atraía innumerables almas. Sus
penitentes se retiraban del santo tribunal con
la certeza de que todas sus debilidades y mise-
rias morales habían quedado sometidas al poder
de las llaves de la iglesia. Ahora estoy en paz
con Dios, todo ha quedado sometido al juicio
misericordioso del sacramento renovador. Esa
lúcida visión de las conciencias ajenas no era
simplemente un fenómeno psicológico, era a más
de eso, y sobre eso, una gracia de Dios ordenada
a purificar las conciencias y a salvar las almas.
Un día, como disponen las constituciones do-
SAN LUIS BELTRAN
199
minicas, dos hermanos legos salieron a recau-
dar algunas limosnas en la ciudad. Los acom-
pañó la buena fortuna y cobraron, amén de exce-
lentes vituallas, numerosos ducados de oro; tan-
tos, que dijeron: podemos reservar algunos para
el día en que los fieles no atiendan nuestras pe-
ticiones, y las limosnas sean escasas. Uno de los
hermanos escondió un ducado entre la manga
del hábito; el otro, lo escondió entre el zapato.
Llegados a la casa, entregaron las limosnas a
Fray Luis. ¿Me lo habéis dado todo? interrogó el
Prior. Todo, respondieron los legos al unísono.
No decís la verdad, añadió el Santo. Dame, her-
mano el ducado que escondes entre la manga del
hábito; y tú, el que llevas entre el zapato. Obe-
decieron los dos hermanos, y salieron de la cel-
da del Prior harto cariacontecidos pues recibie-
ron, a más de una severa reprensión, una buena
penitencia para que nunca olvidaran la senten-
cia del Evangelio: "Cada día tiene su propio
afán . . . Buscad primero el reino de Dios y su
justicia y lo demás vendrá por añadidura".
II
El Padre Luis Beltrán es nombrado Maestro de
Novicios del Convento. — Su tenor de vida. —
Los frutos de su enseñanza. — Discípulos
ilustres que modeló con su ejemplo
Concluido el priorato en San Onofre, tuvo
Fray Luis por cosa averiguada, que lo dejarían
entregarse por entero a una vida de total aus-
teridad y silencio cual siempre había sido su
deseo; pero los superiores pensaron ser culpable
descuido delante de Dios no aprovechar las lu-
ces, la experiencia, las virtudes y ejemplos del
P. Beltrán. Por ello tan pronto como quedó libre
del oficio de Prior le confiaron el delicadísimo
cometido de formar la gente moza, el porvenir
de la comunidad y le nombraron Maestro de
Novicios, cargo que antes de venir a América
había ya desempeñado.
Presentáronse a la mente, el día que aceptó el
nuevo oficio, las palabras con que San Pedro
amonesta a los prelados acerca de qué suerte
han de dirigir y gobernar la grey del Señor:
Pascite qui in vobis est gregem Dei, providentes
non coacte, sed spontanee . . . ñeque ut dominan-
tes in cleris, sed forma facti gregis ex animo.
Apacentad la grey de Dios puesta a vuestro car-
go, velando sobre ella no precisados por la ne-
cesidad, sino con voluntad que sea según Dios . . .
204
Alvaro sanchez
ni como quien quiere tener señorío sobre el cle-
ro, sino siendo dechado de la grey por el ejem-
plo 1. Debéis regir y gobernar no como suelen los
del mundo, por el imperio, sino haciéndoos ejem-
plo vivo vosotros mismos para el rebaño que vais
a apacentar. Y también aquellas de Cristo, en
la noche en que, durante la cena legal, se despi-
dió de los suyos e instituyó la Pascua Nueva:
Ego sanctifico mevpsum ut et ipsi sin sancticati
in vertíate, santificóme a mí mismo para que
ellos sean santificados en la verdad 2. Y adviérta-
se que, quién habla es la misma justicia por
esencia, encubierto bajo nuestra mortalidad.
Inspirado en tales pensamientos, impulsado
por el Espíritu de Dios, quiso que la formación
que pensaba dar a los novicios confiados a su
celo tuviese, en cuanto la debilidad humana lo
consiente, en la perfección de su propia vida
un respaldo. Pues discurría: ¿cómo pedir obe-
diencia si él no era un superior ejemplar?
¿Cómo exigir amor a la penitencia, a la pobre-
za, al trabajo, si él no iba adelante en la auste-
ridad, en el desprendimiento, en el ejercicio de
la propia abnegación? ¿De qué valdrían las más
hermosas pláticas espirituales, si los discípulos
no veían que el maestro las había vivido pri-
mero? Diose, pues, con el empeño que ponía en
todas sus obras, a conquistar la meta de la per-
fección religiosa.
Amigo como pocos del recogimiento, muchas
veces pensó si no sería mejor buscarlo en los
1 I - San Pedro. V • 2.
2 San Juan. Evangelio XVII - 19.
SAN LUIS BELTRAN
205
claustros de una cartuja, sellados ya con miste-
rioso silencio, verdaderos vestíbulos de la eter-
nidad; asilo para su años posteros. Pero desis-
tió de su empeño con la consideración de que
abandonar la Orden en que hasta ahí había vi-
vido, sería linaje de desagradecimiento, notoria
ingratitud con el Patriarca Santo Domingo y
con todos aquellos auténticos siervos de Dios, de-
coro de la iglesia y dechados de perfección reli-
giosa, tales como Santo Tomás de Aquino, San
Vicente Ferrer y tantos y tantos otros más. Y
luego porque sus palabras en la cátedra, en las
conversaciones particulares, en la instrucción a
sus novicios aún podían hacer algún provecho y
llevar a las almas al amor y servicio del Sumó
Bien.
Entregado por completo a la formación de los
jóvenes candidatos a las órdenes sagradas y á
la profesión del estado religioso según el espíri-
tu de Santo Domingo, apenas si salía de los
claustros conventuales si no era para confesar
en el templo o para predicar en algún lugarejo
vecino; mas en este caso, cuidaba siempre de re-
gresar el mismo día para que los novicios tuvie-
ran siempre a quien consultar, con quien acon-
sejarse, y no pensaran que el claustro, por un
momento, podía encontrarse acéfalo y desaten-
dido. Solía decir, con sencillo gracejo, que no
conviene al superior dejar muchas veces la casa,
pues "cuando la clueca deja los huevos casi to-
dos salen hueros".
Era él sin duda el primero en la observancia
de todas las reglas y prescripciones: silencio, la-
boriosidad, pobreza, modestia, olvido de sí mis-
206
ALVARO SANCHEZ
mo, penitencia, caridad, amor de Dios, caridad
para con el prójimo.
Señalada era su devoción por la adorable Eu-
caristía. Dichosos novicios que cada día veíanle
ascender al altar y cumplir las ceremonias sa-
gradas con fervor entrañable. En ocasiones al
consagrar la materia del sacrificio, al comul-
gar, al repartir entre sus discípulos del novicia-
do las sagradas especies, al descender del altar
convertido su pecho en sagrario viviente, se le
iluminaba el rostro, y se descubría en el inmen-
so gozo y brillo de su mirada, en el casi imper-
ceptible movimiento de los labios, en sus meji-
llas, de ordinario empalidecidas, arreboladas en
esas circunstancias, que un encendido amor
le quemaba el pecho. Los misterios, para el co-
mún de los cristianos, conocidos sólo por la fe,
eran para él objeto de una milagrosa visión y
término de un conocimiento casi intuitivo; cuan-
do para nosotros es la meta lejana de una celes-
te esperanza, era ya para él fuente serena de
inefables fruiciones.
Gustaba de pronunciar, diríamos, saboreán-
dolo, el nombre de Jesús: el nombre de su Re-
dentor, de su Amigo, de su Maestro. Para El vi-
vía, por El hubiera querido morir en la suma
victoria del martirio. Impulsó entre los de casa
y fuera de ella, la cofradía del Santo Nombre de
Jesús, instituida por el P. Diego de Victoria, en
reparación de las blasfemias y juramentos con
los malos cristianos lo deshonraban y afrenta-
ban: cofradía ¡aprobada y autorizada por la
Santidad de Pío IV en 1564 y enriquecida de
gracias y espirituales privilegios por el Pontííi-
SAN LUIS BBLTBAN
207
ce Pío V en 1571. Algunos años después el mis-
mo Pontífice dispuso que, habida cuenta de ser
religiosos dominicos los fundadores de ella,
fuesen siempre los Padres de la mencionada Or-
den los directores de la Cofradía en toda la
tierra.
Era también objeto de su particular devoción
la Virgen María a quien honraba recitando cuo-
tidianamente el rosario completo, práctica que
ahincadamente recomendaba, así por ser exce-
lente forma de oración vocal, como por fomentar
en las almas la práctica de la meditación me-
diante la piadosa memoria de los principales pa-
sos y misterios de la vida de Cristo y de su In-
maculada Madre.
Insiste la Bula de su canonización en hacer-
nos conocer de qué modo fue Fray Luis, y hasta
qué punto era dado a la oración, santifícador
ejercicio que no abandonó ni limitó ni aún en
las circunstancias más difíciles de su vida mi-
sionera.
Como en los días ya lejanos cuando por pri-
mera vez fuera Maestro de Novicios, como antes
de marchar a la Nueva Granada, hacía diaria- a
mente cuatro horas de oración mental.
Bien puede sonar a exageración, en este nues-
tro siglo de necia superficialidad, la noticia de
sus cuatro horas de oración; y habrá también
quien, admitiéndola por histórica y exacta, lla-
me tiempo perdido el pasado en pensar y contem-
plar en quietud las verdades reveladas: ejerci-
cio pasivo, sin trascendencia, sin provecho, pu-
diendo haberlo empleado en dictar eruditas con-
ferencias a los novicios, en ejercitarlos en el co-
208
ALVARO SANCHEZ
nocimiento de las obras clásicas; en iniciarlos
en una vida de verdadero apostolado, en procu-
rar hacerlos más prácticos. ¡Quién sabe si el pa-
sar tanto tiempo en tranquila contemplación no
es una forma de velado egoísmo!
Tal pueden discurrir gentes que, ganadas por
el medio ambiente de la hora, no comprenden,
no pueden comprender el humano y divino pre-
cio del acto de pensar. Hemos olvidado, y sin du-
da ahí está la clave de la actual decadencia en
el orden ético y estético, que lo específicamente
humano es pensar. No citemos ni palabras de
Santos Padres, pues su copia es inmensa, ni en-
señanzas de ascetas: recordemos algunas de un
filósofo gentil y traigamos a la memoria el axio-
ma pascaliano. Aristóteles en su Etica a Nicó-
maco, después de analizar el concepto de felici-
dad y cómo ella debe brotar del acto que más
;>e acerque al que es propio de su primer princi-
pio, concluye: Así, pues, el acto de Dios, que su-
pera en felicidad a todos los demás es puramente
contemplativo : y de los actos humanos el que se
aproxima más íntimamente a éste es también
; un acto que proporciona mayor grado de feli-
cidad K
"Tan lejos como va la contemplación otro tan-
to avanza la felicidad; y los seres más capaces de
reflexionar y de contemplar son igualmente los
más dichosos, no indirectamente sino por efecto
de la contemplación misma que tiene en sí un
1 Quocirca dei muneris fundió ta quea beatitudine cmtecellit.
ín contemplárteme consistere reperietur. Ergo et humanorum iunctio-
nura ut trueque huic simillima est, ¡ta ad beatam vilam eonstituendam
plurlmum toJ*». Aristóteles, Ethicorum X - VIII.
SAN LUIS BELTBAN
209
precio infinito; y en fin, en conclusión la feli-
cidad puede ser considerada como una especie de
contemplación" l.
Advierte Aristóteles cuantas actividades nos
son comunes con los animales, y señala el pen-
sar como aquella que con ningún otro ser vivo
compartimos. Dirá alguno que más propio y
esencialmente humano es el ejercicio de la li-
bertad : mas no olvidemos que ni siquiera se po-
dría hablar de libertad si no hubiera primero de-
liberación, vale decir ejercicio del pensamiento,
conocimiento y discución de los bienes que ha-
yan de ser objeto de la libre elección.
Pensar: he ahí la diadema y cetro del hombre.
El hombre, dijo Pascal, es una caña, pero una
caña que piensa. Recogió el gran geómetra la
doctrina aristotélica y exaltó el pensamiento, y
reconoció en él nota distintiva de la criatura hu-
mana. ¿Podrá decirse entonces que es tiempo
mal empleado el que se gaste en hacer aquello
que es más específicamente nuestro? ¿Y no será
la causa del universal desquiciamiento, tétrico
signo de la hora, que alguno llamó "veinticinco",
como para indicar que es hora de excepcionales
pruebas y problemas, el que se están cumplien-
do las palabras de la Escritura: La tierra está
desolada con desolación porque no hay quien
medite en su corazón. Desolaticme desoíate, est
térra quia nemo est qui recogitet corde.
1 Quam longe igitur lateque iunditur contemplado, tcun lonqe est
keatirudo: et in quibus magia inest contemplandi assiduitas. ii sunt et
beatiores: ñeque id ex erentu. sed ex contemplatione. Ea enim por
se magnii pretii est magno que honor decorando. Itaqu beatitudo
•ril contemplado quaedam. Aristóteles. Ethicoium. X - VIH.
210
ALVARO SANCHEZ
De la hondura del pensamiento brota la acción
ordenada y triunfante. Las artes agonizan, se
debaten en una búsqueda de rutas nuevas tan
angustiosa como estéril, porque los jóvenes ar-
tistas no tienen nada que decir; porque aún no
han descubierto en su propio interior un mensa-
je nuevo y digno que comunicar, dado que están
ayunos de un contenido espiritual, en suma, por-
que el hombre de nuestros días no piensa. Los
hombres de letras, no crean como los que les pre-
cedieron; imaginan que lo novedoso y lo fuerte
está en contorcionar el idioma, y la causa de
esa esterilidad, de esa intrascendencia de sus
obras no es otra sino la ausencia de pensamien-
to. Y así podríamos discurrir por todas las acti-
vidades libres de la vida humana para compro-
bar el mismo lastimoso fenómeno. La tierra está
desolada con desolación porque los hombres no
piensan, continúan siendo una caña que la más
insignificante ventolina descuaja, pero han de-
jado voluntariamente de ser el junco que, por
ser pensante, se erguía para vencer al huracán.
Las instituciones sociales y políticas ensayan
de continuo nuevas soluciones a los problemas
en que, como hacia un desfiladero sin salida rá-
pidamente se precipitan; y no los hallan porque
hoy no se piensa, se calcula, que no es exacta-
mente lo mismo. Pensar es ascender a la causa;
calcular es buscar el interés; pensar es, partien-
do de los principios, hilar razones para llegar a
los términos, calcular es mirar a los provechos;
pensar es actividad humana, calcular es tam-
bién trabajo de hormigas.
La filosofía de moda, si es lícito llamar así una
SAN LUIS BELTRAJJ
211
actividad antihumana, corresponde justamente
a esa miseranda actitud de calculista interesa-
da de la humanidad de nuestros días; existen-
cialismos, fenomenologismos! ¿Qué son en el
fondo sino un empeño por cargar el acento so-
bre lo momentáneo, lo accidental, lo transitorio,
para librarse de la pesadilla de inquirir las cau-
sas y tender a lo absoluto? Lo meramente feno-
ménico nos es común hasta con el mundo de lo
inanimado: creerlo nuestra única herencia es
renunciar a ser hombres. Lo absoluto, lo que no
muda, lo que es por esencia, he aquí nuestra he-
redad y nuestro reino al cual nos acercamos por
el vuelo del pensamiento.
Esta filosofía de nuevo cuño cree valorar al
mundo y no hace sino empequeñecerlo todavía
más; quisiera reducir al hombre a la categoría
de una frágil espuma que flota un instante so-
bre la corriente del río, y se deshace luego y des-
aparece. Si la espuma del torrente tuviera con-
ciencia de sí misma, viviría los breves instantes
que le son dados por existencia, en una desola-
dora angustia : así" el hombre de hoy, flota entre
la nada que fue y la nada que será. Mas, demos
al hombre su valor, advirtamos que el pensar es
acto del espíritu y por ende índice de una exis-
tencia que perdura; y entonces las cosas menu-
das e insignificantes de nuestra vida, como nues-
tra misma vida presente, cobrarán sentido: la
vida y nuestros actos, y los seres que nos ro-
dean, ocasiones son de atesorar para la eterni-
dad. La sucesión de actos libres no son burbu-
jas que se revientan y pasan; son las pinceladas
del artista, que modelan para el futuro una fiso-
212
ALVARO SANCHEZ
nomía moral, son los pasos con que nos acerca-
mos a la fuente misma de la vida, al arcano de
la eternidad.
La historia nos dice que los caracteres de ma-
yor y más durable influencia en todos los órde-
nes de la vida fueron de ordinario grandes con-
templativos, sumergidos en la hondura de su
vida interior, gentes de pensamiento: caudillos,
escritores, artistas, creadores, conductores de
pueblos, vivieron del culto a un ideal, vale decir :
vivían y hacían vivir la vida de su pensamiento.
Cuatro horas de fijar los ojos del alma en la,
maravilla de los bienes supremos; cuatro horas
de detener el pensamiento, acto humano por ex-
celencia, en la verdad de Dios, cómo enriquece-
rían la mente y la palabra del Maestro de No-
vicios, que había hecho ese mismo ejercicio du-
rante varios años, no en el silencio de la celda,
sino en el silencio de los bosques, bajo el cielo
sembrado de estrellas, procurando que la voz de
su pensamiento interpretara la muda adoración
de la naturaleza a su Creador Omnipotente.
Qué densidad de doctrina tendría cada pala-
bra de San Luis cuando hablaba a sus novicios,
dado que brotaba no muerta de sus labios, no
simplemente aprendida en los libros, sino viva
y quemante, ardida en la fragua de la contem-
plación, fecunda y ceñida de espiritual belleza
como aprendida en el mismo corazón de Dios.
La prueba de su ascendiente sobre las almas
en la tarea de formar novicios, ascendiente lo
grado oor la intensidad de su vida interior, la te-
nemos ¿n la calidad de discípulos que formó, va-
rones de sorprendente perfección religiosa. Cite-
SAN LUIS BELTRAK
213
mos dos siquiera: El Padre Bartolomé Pavía, va-
lenciano, como Fray Luis, eximio teólogo, gran
conocedor de la doctrina de Santo Tomás, y va-
rón tan religioso e inocente que parecía se hu-
biesen extinguido en él las miserias humanas,
según cuenta el P. Justiniano Antist : "Dios mis-
mo es testigo, escribe, que, con haberle tratado
mucho, jamás vi en él cosa que me pareciese pe-
cado venial; y, más adelante añade: este reli-
gioso estaba tan encendido en el amor de Dios,
que no se contentaba con pensar en Dios en el
coro y en el refectorio y andando por el conven-
to, sino que escribiendo las lecciones de filosofía
escolástica que había de leer a sus discípulos,
siempre hablaba con Jesucristo, aun cuando ta-
les lecciones trataran de materias muy especu-
lativas y secas". Y el Padre Francisco Fernandez
a quien el Cardenal Gaspar Cervantes, Arzobis-
po de Tarragona, cuando determinó fundar su
universidad, exigió junto con otros Padres do-
minicos, formados por San Luis Beltrán, para
ocupar las cátedras más difíciles e importantes
de las ciencias sagradas.
Su bien ganado renombre de formador de re-
ligiosos hizo que Padres graves y muy doctos de
otras familias religiosas vinieran a verlo y a
consultarlo y a tomar sus consejos. La misma
extática Doctora Santa Teresa de Jesús, se diri-
gió a él en demanda de su parecer en cierto ne-
gocio importante. Se conserva la carta de San
Luis Beltrán en que da respuesta a la egregia
Reformadora del Carmelo.
Severo consigo mismo, penetrado de las res-
ponsabilidades anejas a su cargo, persuadido del
214
ALVARO SANCHEZ
valor que para la formación espiritual, tiene la
exacta observancia de las reglas y constitucio-
nes conventuales, exigía mucho a sus discípulos.
Sabía distinguir cuando una falta nacía de de-
bilidad y humana flaqueza, y cuando de culpa-
ble negligencia: en el segundo caso, así fuera
pequeña la infracción cometida, la castigaba_con
severidad. Un quebrar el silencio, la poca aten-
ción y empeño en el servicio divino, en el orden
que debía guardarse en el coro, costaban al novi-
cio una muy cumplida disciplina. Acostumbraba
decir que no quería ser responsable de la relaja-
ción nacida por no haber castigado a tiempo. So-
bre la puerta de su celda hizo escribir esta frase
de San Pablo: Si hominibus placeré, Christi ser-
vus non esse. Si me preocupara por agradar a los
hombres no sería siervo de Cristo.
En cierta ocasión llegó a sus manos una carta
dirigida por personas de condición muy califi-
cada a un cierto novicio, y en la cual le decían
que se saliera del convento, pues de no hacerlo
no podría heredar no sé qué título nobiliario con
las haciendas y rentas correspondientes. Al sa-
berlo algunos padres interesados en conservar al
novicio por la influencia provechosa que la pre-
sencia de una persona de alto linaje podría traer
a la comunidad, le rogaron a Fray Luis que no
entregara la carta al novicio, por temor de que
atraído por el halago del título y de los bienes
de fortuna, fuera infiel a su vocación. Mas Fray
Luis, atento sólo a las condiciones y disposicio-
nes espirituales del candidato que no a las ven-
tajas de la sangre, se expresó con cruda claridad:
Entréguese la carta; si es su voluntad, que deje
SAN LUIS BELTRAN
215
el hábito, y que tenga presente que, de quedarse
en el convento es por cuanto así lo ha querido
y determinado de su propio y libre parecer, no
sea que más tarde esté descontento de la Orden.
Bendecían a Dios los Padres y Hermanos por
haberles enviado tan Santo Maestro; y tanto se
regocijaban de tenerlo como dechado y modelo
que no bien se acercó el fin de su cargo como
Maestro de Novicios, cuando ya pensaban en su
elección para Prior del Convento de Valencia.
III
Es elegido Prior del Convento de Valencia. —
Su prudencia y caridad
I
Elegido y confirmado Prior, al entrar al con-
vento fuese a la celda, que en otro tiempo había
ocupado San Vicente Ferrer, transformada ya
en oratorio, y postrándose delante de la imagen
del incomparable predicador de las verdades
eternas, con gran fervor de espíritu le dirigió es-
ta oración: "Padre Santo Vicente: a mí me han
hecho prior de esta casa sin merecerlo, habiendo
en ella personas muy religiosas y santas. Desde
ahora renuncio al priorato en vuestra cabeza.
Sed vos el prior, y mandad y regid a vuestro mo-
do, que yo seré el subprior y regiré según vues-
tras órdenes". Cosió su rostro a la tierra y estu-
vo meditando un buen espacio de tiempo. Y
aconteció, tal fue la tradición que se conservó en
el convento, que la estatua de San Vicente vino
a animarse, y descendió de su pedestal, habló a
Frya Luis y le hizo levantarse y le echó sus bra-
zos como para darle el parabién. ¿Cómo llegó a
tenerse noticia de este extraordinario sucedido?
Antist nos lo cuenta. Transcribimos sus propias
palabras: "Mucho después, estando enfermo de
la enfermedad de que murió, dos hermanos, el
220
ALVARO SANCHEZ
uno del coro y el otro lego, se concertaron de sa -
berlo muy de propósito. Y así fueron a la cama
donde estaba, y pusiéronse a hablar con él de
oración y recogimiento, y otras cosas así, y cuan-
do vieron la ocasión dijo el uno: Padre, ¿es ver-
dad que hay en esta casa un fraile que quiso
besar las manos a San Vicente Ferrer, y él lo
abrazó? Respondió él: verdad es. De ahí a un
rato, dijo el otro: Y aún dicen que es vuestra Re-
verencia. El, abajando un poco la cabeza, respon-
dió: ¿Qué pensáis de eso? También Dios habló
por el asno de Balaam sin tener merecimiento
alguno".
A medida' que el Santo adelantaba en años y
en vida interior, estas comunicaciones sobrena-
turales hiciéronse más frecuentes, y, si cabe, más
extraordinarias. Era el Padre Beltrán grande
amigo del oidor Pedro Salcedo a cuyo cargo co-
rría el cuidado de las cárceles; y así muchas ve-
ces el compasivo religioso acudía a visitarlo para
pedirle en pro de los sentenciados. Una tarde,
oídas las peticiones del Santo, y empeñada la
palabra del oidor, que favorecería, en cuanto de-
pendiese de su poder, a los pobres sentenciados;
como se avecinase la fiesta de San Francisco,
cambiaron el tema de la conversación. Fray Luis
contó un hecho acaecido en su convento, no mu-
chos años hacía.
Y fue el caso que saliendo los religiosos de can-
tar Maitines, uno de ellos tropezó en el claustro
con San Francisco y Santo Domingo, y habién-
dose arrojado a los pies de los dos bienaventura-
dos, mientras el de Asís le ponía las manos sobre
la cabeza, el Patriarca de los Predicadores le de-
SAN LUIS BELTRAN
221
cía consoladoras palabras, preciosas prendas de
su eterna salvación.
Refería San Luis el dichoso acaecimiento con
tan extraña viveza que bien entendió el Oidor
Salcedo haber sido su visitante el favorecido por
ol milagroso encuentro. ¿Cómo, le dijo con tan
especiales consuelos, andáis de ordinario, Padre
Beltrán, tan triste? Por eso mismo replicó Fray
Luis, como si le dijera, porque se dilata el tiem-
po de mi peregrinación. Porque quisiera estar ya,
con ellos adorando y alabando a aquél que por
nosotros murió, y por cuyos méritos y misericor-
dia espero llegar a su reino.
Meses después, y ante la piadosa curiosidad
del Oidor, Fray Luis le declaró ser verdad que el
Patriarca de los Menores y el de los Predicado-
res le habían hablado, y añadió: "tengo de deci-
ros que los vi así como os veo a vos", recibí su
bendición y muchos consuelos y esperanzas.
Dos intentos se propuso realizar San Luis en
el tiempo de su priorato: el primero, que las re-
glas y constituciones de la Orden se guardasen
con perfecta fidelidad; lo segundo, que los Pa-
dres sometidos a su obediencia estuviesen muy
bien tratados y atendidos, pues si mucho traba-
jaban, ya en la predicación, ya en el confesiona-
rio, ya dictando lecciones en la Universidad, era
de justicia que en las cosas materiales, y sin
faltar a la santa pobreza, tuviesen cuanto les
era necesario.
Mirando a la exacta observancia, escogía con
sumo cuidado a los religiosos que había de asig-
nar para los diversos cargos y oficios del con-
vento, como subprior, vicario, maestro de novi
222
ALVARO SANCHEZ
cios, etc., y les pedía, con diligente cuidado, cuen
ta exacta acerca de la manera cómo los desem-
peñaban. Si veía que no andaban tan acuciosos
como fuera su deseo, y según entendía que era
menester cumplirlos, retiraba al descuidado en
seguida, así hiciera pocos días que lo hubiese
designado.
No era menor su empeño en que no faltara !o
indispensable a sus religiosos: visitaba las de-
pendencias de la casa, todo lo veía y a todo aten-
día como un verdadero padre de la familia, que
descansaba en sus desvelos.
Su caridad para con las gentes menesterosas
que acudían cada semana a la portería del con-
vento, no conocía límites. Al año siguiente de
haberse posesionado del priorato, perdiéronse las
cosechas en muchos huertos de Valencia; y la
población viose acosada por el hambre. Las mis-
mas familias adineradas sufrieron estrecheces,
cuántas serían las pasadas por las que vivían
del diario jornal! Cuántas las de los que no te-
nían otro amparo que la caridad! En tan difíci-
les circunstancias, el P. M. Fray Luis fue para
todos visible providencia.
Era el P. Domingo Amador el encargado de
distribuir las limosnas: persona prudente, cui-
daba de repartir los no muy abundantes ingre-
sos de la comunidad, entre las necesidades de la
casa y las múltiples de los pobres, que lo espe-
raban todo de la bondad de Fray Luis. Padre,
le solía decir Fray Domingo, que todo se va a
acabar, que no alcanzará el trigo para la sema-
na, que no habrá para leña en el invierno . . .
Despreocúpese, V. 'Reverencia, respondía San
SAN LUIS BEITHAN
223
Luis. El que provee de sustento a las aves del
cielo, velará por sus frailes.
Su magnífica liberalidad no empobrecía el
convento. En mayo de 1576 celebróse en el claus-
tro que regía, un Capítulo Provincial. Muchos
fueron los Padres que acudieron a él; y, por lo
tanto, muchos los gastos para atenderlos debi-
damente. De inesperada manera llegaron al Con-
vento buenas limosnas, bastantes a proveer a
todo, de suerte que cuantos sabían de las largue-
zas del Santo Superior, por una parte admira-
ban cómo la generosidad para con los pobres
gana la simpatía de las gentes; y de otra, cuan
admirablemente recompensa el Señor Jesucristo
a cuantos creen firmemente y descansan en
aquella sentencia evangélica y proceden confor-
me a ella: "En verdad, en verdad os digo que
el vaso de agua dado al pobre en mi Nombre no
quedará sin recompensa". Y aquella otra: "Se
os dará una buena medida, apretada y bien col-
mada hasta que se derrame".
El pasar de los años es como una curva ascen-
dente, suavemente iluminada y cargada de un
saber no aprendido en los libros, si la gracia de
Dios y su ultraterrena y penetrante luz la asis-
te y acompaña. Vase acostumbrando el hombre
a una serena y justa revaluación de los hechos,
de las personas y de las cosas. Podría pensarse
en una exacta claridad que da a todo su relieve
y tamaño. Hay en la juventud una desmesurada
perspectiva que equivoca las proporciones y fal-
sea los juicios. En la madurez, pasada la línea
de los cincuenta años, en las proximidades de
la senectud, el hecho de habérsenos huido de
224
ALVARO SANCHEZ
entre las manos el hilo de los años, nos aleccio-
na acerca de lo limitado y pequeño de cuanto
está condicionado por el tiempo, y sobre el apre-
cio sumo que merecen los bienes de la eternidad.
Por eso al hombre entrado ya en la madurez de
los años, y que a la voz de la experiencia añade
las preciosísimas lecciones de la divina experien-
cia de la fe, nada le deslumbra, ni a nada teme,
ni cosa alguna le sobresalta: sabe que todo pasa,
y que lo bueno, lo en verdad apetecible, la ver-
dadera sabiduría, sólo se encuentra en Dios.
Andaba por el segundo año de su priorato, y
en el 51 de su edad, cuando un religioso, no dice
Antist a qué comunidad hubiera pertenecido, vi-
no a Fray Luis para hacerle una solicitud, una
gentil invitación : quería que le oyera predicar, y
que luego, con toda libertad, le diera su parecer.
Sin duda el sacerdote, era hombre de muchas le-
tras, versado en la sagrada teología, en las dis-
ciplinas filosóficas, bella literatura y conoci-
miento de los Santos Padres. Es de presumirse el
esmero con que prepararía el sermón, buscando
la definitiva aprobación, el aplauso de una per-
sona tan conocida y admirada por su virtud co-
mo el P. M. Fray Luis Beltrán; pensaría también
que la aprobación y aplauso del Prior del Con-
vento de Valencia sería el punto de partida para
pretender las más altas dignidades eclesiásticas.
El Santo, caritativo y bondadoso, acudió a la
festividad religiosa en que iba a predicar el
gran letrado. San Luis siguió con sostenida aten,
ción el prolijo discurso, sembrado de flores retó-
ricas, rico de erudición, compuesto conforme a
todas las reglas que Cicerón señala en sus Tó
SAN LUIS BELTHAN
225
picos Oratorios; pero huérfano de verdadero es-
píritu cristiano, frío como el mármol, sin un
adarme de unción bebida a los pies del que mu-
rió por el hombre y pide ser predicado y ense-
ñado con sencillez y con amor.
Concluido el sermón, y también los parabienes
de los muchos sacerdotes y religiosos que lo es-
cucharon, preguntó el orador a Fray Luis, ¿y
qué piensa V. Reverencia de mi sermón? Y el
Santo con esa libertad que da la fe y deja la ex-
periencia de la vida, le respondió: Bien predi-
cáis, pero tenéis mucha presunción y muy poca
humildad.
No supo aprovechar el predicador la lección.
Se retiró mohíno pensando para sí que a un re-
ligioso venido de las selvas americanas se le al-
canzaba muy poco de las finuras y exquisiteces
del verdadero arte oratorio.
De ahí a poco el religioso resolvió viajar a
Italia. Roma lo esperaba para recompensarlo,
quizá no según sus méritos, pero sí según sus
esperanzas. Súpolo Fray Luis que, impulsado
por su espíritu profético y animado por su sin-
cera caridad, no le aconsejó sino que le suplicó
no emprendiera ese viaje, pues sería para su da-
ño. Pero quien tan mal había recibido una opi-
nión de antemano solicitada, mal podía escu-
char un consejo no pedido.
Emprendió el viaje; y ya en Roma, concibió
grandes esperanzas para el futuro. Hallábase por
entonces en dicha ciudad el doctor José Esteban,
Canónigo de la Catedral de Segorbe y gran ad-
mirador de Fray Luis Beltrán. Como en alguna
ocasión el docto Capitular alabara sin reserva
22o
ALV ABO SANCHEZ
al misionero dominicano, en presencia del falli-
do orador, éste habló con resentimiento para
decir: el tal Fray Luis es un pobre loco y teme-
rario que quiso oponerse a mi viaje a Roma, di-
ciéndome que sería para mi mal. Quédese él en
Valencia, entregado a sus penitencias, ocúpese de
sus frailes, que yo no tengo de parar sino hasta
que me vea obispo o con un bonete doctoral co-
mo el vuestro. Las palabras proféticas de San
Luis se cumplieron. Bien pronto los hechos hi-
cieron ver cuánta razón había en los dictáme-
nes dados por su prudente experiencia. Nuestro
orador, cansado de esperar en Roma, partió pa-
ra Hungría. Las tentaciones que dondequiera y
a toda hora pueden sorprender al hombre, le
tendieron unos tan cautivadores lazos, que se ol-
vidó de todo y dejó los hábitos eclesiásticos. Vi-
vió hasta el fin vida lastimosa de miserias mo-
rales; y en ello vinieron a parar el bonete docto-
ral y el episcopado.
Está bien que en esta sazón digamos el cono-
cimiento claro que tuvo del porvenir de tres jó-
venes religiosos venidos a Valencia con el propó-
sito de conferir con el Santo sus problemas espi-
rituales. Llegado que hubieron a la ciudad, dos
de ellos fuéronse al Convento de San Onofre; el
tercero determinó quedarse en una posada.
Fray Luis los recibió con sencilla cordialidad.
Una vez que le manifestaron sus cuidados, el
Santo se retiró a orar durante un buen espacio
de tiempo, a la celda de San Vicente Ferrer. Con-
cluida la oración, hizo sentar a sus visitantes
uno a su derecha, a la izquierda el otro y los in-
SAN LUIS BELTRAN
227
terrogó diciendo: ¿Vinisteis tres a Valencia?
¿Dónde está vuestro compañero? Quedóse en la
posada, pues no quiso venir con nosotros. De la-
mentar es, respondió Fray Luis. Bien quisiera
que tuvieseis tinta y papel a la mano para es-
cribir lo que tengo de deciros:
Veo un árbol con tres ramos: el uno por más
que lo rieguen no dará fruto, y así lo cortarán,
y lo meterán en un lugar encerrado. El segundo
dará fruto, pero áspero, y así será presto corta-
do; paréceme que lo veo ya puesto en la sepul-
tura. El tercero dará un fruto suave y así lo
guardarán. Pero, añadió, con las palabras de San
Mateo, las cosas que habéis sabido no las digáis
a nadie.
Los dos religiosos, para concluir la visita, pre-
guntáronle si era verdad que la estatua de la
Virgen que estaba ahí en la celda, había habla-
do a San Vicente Ferrer. Es la verdad, y aún sé
de un fraile que vive hoy en esta casa y a quien
ha hablado también. Y ellos de súbito por ver de
sorprenderle y cerciorarse de un hecho que mu-
cho les interesaba, añadieron: ¿A vuestra Reve-
rencia? El entonces se limitó a responder: Pa-
dres, no tengo licencia para deciros quien es.
Los dos religiosos salieron de la celda de Fray
Luis altamente edificados. Las palabras del San-
to, corriendo los días, tuvieron cabal cumpli-
miento. Uno de los tres religiosos descaminóse
de manera lastimosa llegando hasta perder el
juicio. Otro, después de unos años de provecho,
se descuidó en la virtud, tornóse de condición
áspera, salió de su comunidad y a poco murió.
228
ALVARO SANCHEZ
El tercero, fue ornamento de su orden, por la
ciencia y la perfección de la vida.
Dijimos que a medida que el Santo se acerca-
ba al término de su existencia, ciertas comuni-
caciones sobrenaturales se hicieron más frecuen-
tes, como si gozara ya por anticipado de la vida
de los puros espíritus. Consignemos una más pa-
ra ejemplo y cerremos con ello el presente ca-
pítulo.
Muchas veces al oír el relato de la manifesta-
ción de un alma que demanda sufragios, gentes
hay que sonríen con un si es no es de benevolen-
cia y de crítica. Encuentran en ello mucho de
leyenda, de conseja nacida a favor de supers-
ticiosos temores de medios campesinos, de gen-
tes sencillas que hallan en los fuegos fatuos de
las noches de verano un desfilar de almas en pe-
na, y en el hulular del viento entre las arbole-
das las quejas y los lamentos de los atribulados
del otro mundo. Estaríamos equivocados si ne-
gáramos la posibilidad de esas manifestaciones
ultramundanas; y caeríamos en una credulidad
infantil si las aceptáramos todas incondicional-
mente.
Seguros de la supervivencia de las almas, ver-
dad demostrada, sin necesidad de echar mano a
la revelación, por la sana filosofía; y en la cer-
tidumbre, fundados en la palabra divina, de su
destino ultratemporal : pena o gloria para siem-
pre según fuere el estado del alma, si de culpa
mortal o de gracia, al salir de la vida presente:
la doctrina católica enseña la existencia de un
estado de purificación pasajero para las almas
SAN LUIS BBLTRAN
229
que marcharon de la vida con rehato de pena
temporal que pagar antes de entrar a la beatitud
de Dios. No hay inconsecuencia ni absurdo en
admitir que algunas veces, y por especiales de-
signios de la Divina Providencia, un alma de-
tenida en esos lugares de prueba llamado "Pur-
gatorio" en lenguaje cristiano, venga a pedir un
sufragio, un auxilio espiritual para poder lograr
su eterno reposo. Rechazar el hecho por impo-
sible, no aceptarlo por creer que se trata de una
leyenda, sería rehusar una clara consecuencia
del dogma consolador de la comunión de los
santos. Ahora bien, si a la posibilidad intrínseca
se añade la permisión de Dios, dueño de la vida
y de la muerte, Señor del tiempo y de la eterni-
dad, nada hay en ese acercarse un alma a pedir
un sufragio para su eterno descanso, de indeco-
roso, de menos conveniente, de inútil o de algo
que pudiera pasar por simple leyenda o conseja.
Dada la posibilidad, en cuanto a la realidad
histórica de una determinada revelación, habrá
que estudiarla a la luz de los criterios históricos.
¿Quién la testifica? ¿Es persona suficiente-
mente veraz? ¿Estuvo bien informada? ¿No se
trata de un iluso? ¿No hay factor que la incline
o la haya inclinado a tomar por realidad una
pura alucinación? Cuando en libros aprobados
por la Iglesia y escritos por autores de recono-
cida seriedad y competencia encontramos el re-
lato de una de esas manifestaciones de almas ya
juzgadas por Dios, a un cristiano, podemos acepr
tarla, deducir las lecciones ejemplarizantes que
230
ALVARO SANCHEZ
seguramente encierran; como que sirven para
testificarnos de la realidad de la vida futura que
esperamos, de la tremenda gravedad de los jui-
cios de Dios, de la ininterrumpida comunicación
entre el mundo de lo temporal y el eternal esta-
dio de los puros espíritus.
Mucho antes de que fuese Prior del Conven-
to de Valencia, apenas llegado de América, un
religioso, o poco caritativo, o envidioso del aura
de santidad que seguía al misionero, o quizá en
un arrebato de enojo, lo llamó despectivamente :
fraile ignorante! San Luis no se inmutó por eso;
limitóse a responderle que Lucifer era una pura
inteligencia y que sinembargo penaba para siem-
pre. Dándole a entender que de nada sirve el sa-
ber sin la virtud. Murió el religioso, después de
sacramentado, pero acaso sin haber dado excu-
sas a su hermano a quien había ofendido. JLJna
noche, siendo ya Prior, permitió el Señor, que
el alma del dicho religioso se le manifestara. Cla-
ramente oyó Fray Luis su voz : Padre, perdonad-
me el agravio que os dije tal día, pues no puedo
entrar al cielo hasta tanto que no digáis por mí
una misa. Venida la mañana, el Padre Beltrán
celebró con especial devoción la misa por el alma
de su hermano. En la noche de ese mismo día,
vio al religioso difunto, glorioso ya, y oyó que
le decía: Servid a Dios, que Dios tiene mucha
cuenta con vos. ¿Qué es esta manifestación sino
una confirmación, mediante un hecho, de las
palabras del Evangelio: "Antes de presentar tu
ofrenda en el altar ve primero a reconciliarte con
tu hermano?". El reino del cielo no franqueó sus
SAN LUIS BELTRAN
231
puertas al religioso que había agraviado a su
hermano; y fuele dado permiso, para lograr su
entrada al reino donde triunfa la caridad, de
venir a suplicar el perdón y el sufragio del
ofendido.
Ni el espíritu de penitencia, humildad y po-
breza; ni el dón de prodigar milagros abando-
naron un instante a Fray Luis. Minado por las
extraordinarias fatigas de las misiones, por los
cuidados del gobierno, por el santo afán de mi-
rar por las miserias del prójimo, continuaba, no
obstante, observando rigurosamente los ayunos
prescritos en las severas reglas de la Orden, ci-
ñéndose desgarrantes cilicios, e hiriendo sus es-
paldas con los retorcidos canelones de las disci-
plinas. Teníase por el último de los religiosos y
sublicaba con sincera humildad a sus coherma-
nos le dijeran sus yerros. Para él siempre el há-
bito más raído, la más desnuda celda, el libro
de horas más deshecho. El cuerpo y los bienes
que al cuerpo sirven, éranle ya un peso; pugna-
ba el alma por romper los terrenos lazos e ir a
Cristo, cuya luz, muchas veces, en los misterios
eucarísticos le inundaba de gozo las potencias,
Cupio disolví et esse cum Christo, podía decir
con San Pablo.
Rico de merecimientos por su ingente y abne-
gada labor misionera, favorecido con no comu-
nes gracias y mercedes por la Divina Misericor-
dia, con sincera humildad lo recataba todo; y
sabía hallar camino para abatirse cuando llama-
ba a su puerta la exaltación, y hora y proposito
232
ALVARO SANCHEZ
para declararse pecador cuando los más se ha-
cían predicadores de sus virtudes.
Cierto día un amigo suyo le instó para que
le declarara algunos de los singulares carismas
con que la bondad de Dios lo había favorecido;
Fray Luis le dio, en el primer momento, por úni-
ca respuesta el silencio.
Mirad, Padre Beltrán, instó el amigo, que no
estaría bien callar lo que podría contribuir a la
gloria de Dios. Contadme los favores y gracias
especiales que habéis recibido para consignarlas
en un libro y hacerlas conocer de muchas almas,
que con ello recibirán luz de doctrina y no poca
edificación. Habent Moisen et praphetas . . .
audiant illos, replicó Fray Luis, con simplicidad.
Como si le dijera: ¿quieren doctrina y ejemplos?
Lean la Escritura Sagrada. ¿Qué mayor luz y
qué más altos dechados de virtudes pueden ha-
llarse que los escritos bajo la inspiración de la
Divina Sabiduría en las páginas de los libros
santos?
— Contádmelos entonces, reargüyó el amigo,
para mi propia edificación. A nadie diré lo que
tengáis a bien confiarme; mas oyéndoos apren-
deré muchas lecciones referentes al divino ser-
vicio, aprenderé cuán bueno y generoso es el
Señor. ¿Queréis edificación?, respondió el Santo.
¿Queréis daros alguna cuenta de la pródiga ca-
ridad de Dios? Postraos a los pies de un cruci-
fijo! Dónde aprenderéis una lección más viva
del amor de Cristo, de sus bondades, de su pie-
dad y misericordia, si no es en sus llagas abier-
tas para nuestro bien! Dónde si no es en la he-
SAN LUIS BELTRAN
233
rida de su costado y en sus ojos quebrados, y en
su cabeza ceñida de dolor y en sus labios dese-
quidos por el tormento!
De mí nada tengo que contaros. Judas fue
apóstol e hizo prodigios seguramente, y vino a
perderse. ¿No recordáis las palabras de la Es-
critura: "Nadie sabe si es digno de amor o de
odio"? Dios quiera concederme la gracia de mo-
rir con humildad y en su amor, recibidos los Sa-
cramentos de nuestra Madre la Iglesia, como
un verdadero cristiano. ¿No recordáis el ejem-
plo del Padre Asensio Cartujo? Después de una
vida gastada en la virtud, en la oración y en la
penitencia, llegada su última hora, como si na-
da hubiera hecho, como si hubiera sido un mal-
hechor, arrepentido en el trance de la muerte,
abrazado a una cruz, gemía y clamaba: Señor
Dios, misericordia! Con que ya veis si tengo de
contaros milagros y apariciones.
A las puertas del Convento venían los dolien-
tes y los familiares de los postrados por tremen-
das enfermedades, los acosados por las angus-
tias de la vida, a pedir el milagro. El rosario de
Fray Luis, el cinto de Fray Luis, el crucifijo de
Fray Luis, la bendición de Fray Luis eran a mo-
do de talismanes que daban salud, que cifraban
la consolación y la esperanza.
El cargo de definidor es uno de los más altos
con que en las órdenes religiosas se suele pre-
miar los merecimientos y virtudes de sus hijos
más esclarecidos. Quisieron los religiosos domi-
nicos dárselo al Padre Fray Luis Beltrán, mas
ya las enfermedades lo tenían quebrantado. Su
234
ALVARO SANCHEZ
vista flaqueaba, sus oídos habíanse cerrado casi
por completo a las palabras humanas, a los ru-
mores de la tierra; los pies del caminante evan-
gélico, del peregrino apostólico, negábanse a
sostenerlo: en tales condiciones, ¿cómo hacerlo
Definidor? ... Y los Padres capitulares salieron
del Capítulo contristados; el consejo de Fray
Luis les sería más bien inspiración, desde arriba,
cuando, deshechas las terrenas ligaduras, y
ojalá esa hora estuviera muy lejana, su espíritu
gozara de la gloria de Dios.
IV
Sus enfermedades. —
Su santa y dichosa muerte
I
Desde su niñez fue Fray Beltrán de delicada
complexión. En el curso de su noviciado, en los
primeros años de su vida religiosa, cuando fue
maestro de novicios por primera vez, en el tiem-
po de su priorato de Albayda, no le faltaron do-
lencias y penalidades. Achaques nacidos de su
constitución; a lo cual se añadía el debilita-
miento originado por las austeridades de su vida
penitente. El linaje de la que llevó en América
no era ciertamente la más indicada para sanar-
le y robustecerle. Días enteros transcurridos sin
alimento que nutritivo fuese, y pasados no en el
ocio sino en el trabajo. Noches de maceración y
de ardientes vigilias como preparación a las con-
memoraciones litúrgicas, de los grandes miste-
rios de nuestra religión o en las vísperas de sus
magnas empresas apostólicas para atraer sobre
ellas las bendiciones del cielo; amenazas de
muerte por el veneno, fatigosos viajes a través
de las maniguas y a lo largo de las playas, a pie
y sin mayores bastimentos; viajes sobre los ríos
caudalosos sin modo de reposar en la noche, ex-
puesto a los ardores del sol canicular en el día;
238
ALVARO SANCHEZ
todo ello hubiera bastado a minar la salud más
robusta, a quebrantar las energías más enteras
y menos trajinadas que las suyas.
Pues, y en los años que siguieron a su regreso
sobre el suelo nativo, ni pidió ni esperó descan-
so. Como si hubiera retornado de un viaje de
placer, fresco y entero en sus energías, se dio
al trabajo agotador con una intensidad que
asombra. Sus fuerzas entonces comenzaron a fa-
llar; veces hubo en que se vio obligado a prescin-
dir de una predicación, a suspender alguna aus-
teridad porque si el espíritu estaba pronto la
carne flaca desfallecida, abrumada de trabajos
y de dolencias.
Ordenó la Providencia en los últimos años de
la vida de este ejemplar religioso, darle, como
hace el artífice con la estatua que plasmó su
mano, los últimos retoques y alcanzar con ello
el punto de perfección apetecido; y lo hizo por
medio de la enfermedad.
Ninguna prueba mayor para un hombre de la
actividad y temple de Fray Luis que la forzada
quietud, que el dejarse atender, cuando no ha-
bía vivido sino para servir a los demás y sacri-
ficarse por el prójimo. Tal fue la condición en
que la mano sapientísima y misericordiosa del
Maestro Divino lo puso en los cabos de su vida,
con el fin de que el ejercicio de una inalterable
mansedumbre y la aceptación generosa de un
estado, en que ya la vida le era carga, fuese para
él la inmediata* antesala de su término y dicho-
so tránsito.
Todavía, corriendo el año de 1580, se mantuvo
en pie: y ya sin cargo alguno, continuó llevan-
SAN LUIS BBLTRAN
239
do la vida reglamentada de los demás religiosos.,
interrumpida por breves viajes a lugarejos ale-
daños a misionar y predicar; pero ya con gra-
ves dificultades, pues las enfermedades habían
comenzado a batir de firme aquella naturaleza,
mantenida en pies, no por otra fuerza que por la
soberana energía de una voluntad inquebranta-
ble en el servicio de Dios y del prójimo.
Pidieron los consejeros de Játiva, a principios
de 1580, que les predicara la cuaresma. Se excu-
só humildemente dando como razón sobrado jus-
tificativa, sus muchas y continuas enfermeda-,
des. Instaron los piadosos caballeros, y aún aña-
dieron que quedarían contentos si por una vez
lo viesen en el pulpito de su iglesia. Aceptó el
Santo por prestar un servicio oportunamente y
de tantas maneras solicitado. Oró al cielo para
que no le faltaran las fuerzas, y pudo predicar
durante toda la cuaresma, los viernes y domin-
gos, dos sermones cada día. Cuando terminó su
tarea estaba tan mejorado en su salud que juz-
gó podría regresar a pie a Valencia. No le fue
posible realizar su propósito. Se hizo indispensa-
ble traerlo en carruaje, contra toda su voluntad.
El día de la Epifanía de 1581 predicó en la
Iglesia Mayor de Valencia; y debía hacerlo, en
la del Temple, la dominica siguiente, a petición
del Gran Maestre de los Caballeros de Montesa
y de la Marquesa de Navarrés, pues en día tal
celebraba la Orden su festividad principal. Mas
las enfermedades a tal punto lo imposibilitaron
que hubo de renunciar al sermón, y así lo comu-
nicó al Maestre. Igualmente tuvo que prescin-
dir de predicar la cuaresma en la parroquia de
240
ALVARO SANCHEZ
San Esteban, no sin gran sentimiento del Rector
de la Iglesia y de los fieles, que esperaban oír al
Santo y aprovechar muy de veras su enseñanza.
Aproximándose la cuaresma, tanto le apreta-
ron los dolores que los religiosos pensaron se
acercaba ya el fin de esa edificante existencia.
Resolvieron darle por viático la Sagrada Euca
ristía. La noticia se propagó por toda la ciudad,
y se hicieron presentes al acto solemne de la
última visita de Cristo a su fiel servidor, el Pa-
triarca de Valencia, el Obispo de Marruecos, Jai-
me Ferrer, Gobernador de la ciudad, Micer Mar-
tín Pérez, Regente del consejo supremo de Ara-
gón, y otras muchísimas personalidades, amén
de un gran concurso de fieles.
Antes de recibir la Eucaristía hizo una larga
y devota protestación de fe: pidió, con ejemplar
humildad, perdón a los presentes y ausentes por
si con sus palabras y acciones les hubiera dado
motivo de desedificación. Recibida la Sagrada
Hostia, permaneció largo rato en recogimiento,
y prorrumpió luego en una devota letanía a to-
dos los santos y santas de Dios, en la que pedía
intercedieran por él ante el trono de la Majes-
tad, para que no revocara la sentencia de su
muerte. Detúvose al pronunciar los nombres de
San Pedro Mártir, de Santo Tomás de Aquino,
San Vicente Ferrer, San Raimundo de Pañafort,
Santa Catalina de Sena, por ser los santos de su
particular devoción. Afectos tan piadosos y sen-
tidos conmovieron vivamente a los circunstantes
hasta hacerles derramar lágrimas : Cupio disolví
et esse cum Christo. Mi deseo es, tal sentía Fray
Beltrán en esa hora, que se rompan los lazos de
SAN LUIS BELTRAN
241
la carne para poder ver el rostro del Divino Se-
ñor a quien he procurado servir toda mi vida.
Y acaeció en esos momentos en que parecía
avecinarse la entrada al cielo de un verdadero
predestinado, algo que vino a poner de presen-
te hasta qué punto el amor del necesitado, era
santa pasión en el corazón de Fray Luis.
Doña Isabel de Bayl, se hallaba en trance de
agonía en la misma ciudad de Valencia. Habían-
sele dado las pócimas y recursos todos con que
por entonces contaba la medicina, los físicos que
la atendían habían declarado perdido el caso.
Pero el esposo y los hijos de la dama lo ofrecían
todo a trueque de la vida del ser querido. Que-
daba solamente un recurso: Fray Luis Beltrán!
Mas también él estaba próximo a entregar su
alma a Dios. El padre de doña Isabel, Juan de
Arenas, herido con el espectáculo de su hija ago-
nizante, conturbado, lloroso, se presentó a las
puertas del convento:
— Hermano, dijo al portero que salió a su en-
cuentro, ¿el Padre Padre Fray Luis?
— Está en agonía, acaba de recibir el Santísi-
mo Sacramento.
— ¿Me podría V. R. permitir entrar a verlo?
— Entrad, señor, si queréis.
— ¿Podría hablarle, pedirle una gracia?
— Caballero, compadeceos de él; dejadlo tran-
quilo en sus últimos instantes.
Don Juan mostraba extraordinario dolor, tan-
to, que el Padre Pedro de Salamanca, profunda-
mente conmovido se hizo cargo de presentar la
súplica de un padre destrozado por la agonía de
su hija, a un santo agonizante.
242
ALVARO SANCHEZ
Al llegar a la puerta de la celda y ver al Pa-
dre Fray Luis pálido y con la mirada fija en lo
alto, dudó si le hablaría. Mas el santo como si ya
en los umbrales de la eternidad, aun le cautiva-
ra la caridad, el deseo de ayudar a los sufrientes
de la tierra, tornó hacia Pedro Salamanca los
ojos, en los que se echaba de ver un interrogante.
El Padre Salamanca lo entendió así, y añadió:
perdonad, pero hay quien pide una bendición
vuestra para remedio de un dolor, es un padre
que implora por su hija en agonía. Perdonadme,
Padre Beltrán, que turbe vuestras hablas con
Dios después de vuestra comunión.
En seguida el Padre Beltrán trazando con
mano exsangue el signo de la cruz replicó: De-
cidla que se confiese, comulgue y dé gracias a
Dios ... y que no pase cuidados, que de esa en-
fermedad no morirá.
Cuando don Juan regresó a su casa, doña Isa
bel había entrado en franca mejoría.
También Fray Luis mejoró, y se restableció a
tal punto de la dolencia que lo había puesto en
trance de muerte, que ya por la Pascua pudo
levantarse; y, con grandes dificultades, es ver-
dad, decir algunos días la misa en la celda de
San Vicente Ferrer. El hermano lego que se la
ayudaba, como advirtiera que ese esfuerzo le po-
día hacer mal, le dijo con todo respeto: Padre, el
levantaros os puede dañar; quedaos en la cama,
uno de los Padres os puede llevar cada mañana
la Comunión. A lo cual el Padre Beltrán res-
pondió : Hijo mío, los Santos Sacramentos no da-
ñan a nadie, antes ayudan, no solamente para
la salud del espíritu, sino también para la del
SAN LUIS BEI.TR A N
243
cuerpo cuando conviene al alma. Así continuó
levantándose para celebrar con una devoción
que conmovía, el Sacrificio del Altar. Parecía
como si el acercarse al Señor Jesucristo, le vol-
viese la vida. Salía de su celda al oratorio te-
niéndose del muro; y regresaba de la misa trans-
figurado.
Mediado el mes de mayo la enfermedad cobró
sus derechos, y el Padre se vio obligado a perma-
necer en la cama. Cada mañana le traían la Co-
munión, y pasaba las horas con el rosario entre
los dedos y los ojos fijos en la imagen del Cru-
cificado.
Los calores del verano le trajeron como un
aliento de vida. Su hermano Jerónimo Beltrán,
Capellán de la Cofradía de Nuestra Señora del
Hospital de clérigos, pidió permiso para llevar-
lo allí y atenderlo de la mejor manera que le fue-
ra posible. Obtenida la licencia, Fray Luis fue
trasladado al hospital. Algunas veces los reli-
giosos dominicos iban a atenderlo, ayudában-
le la misa, cuando podía celebrarla, o decíansela
cuando no podía salir del lecho. De pronto pare-
ció que el restablecimiento de su salud tomaba
un camino seguro: se pensó entonces que el aire
de los campos acabaría por ponerlo bueno del
todo. El Patriarca y los religiosos de su convento
dieron su aquiescencia. Oído el parecer de los
médicos Luis Collado y José Reguard, le llevaron
a un lugar llamado Bujazot, el 4 de agosto de
1581. Hizo el viaje, por orden del patriarca, en
una silla o carreta de la cual tiraban dos asni-
llos. El tiempo transcurrido en Bujazot estuvo
acompañado por el Patriarca, que gustaba de ha-
244
ALVARO SANCHEZ
blar con Fray Luis temas espirituales. De tarde,
como que los crepúsculos se prolongan en el
verano, acabada la cena, salíanse Patriarca y
Fraile Santo a una ventana abierta sobre el huer-
to y contemplando el hermoso poniente, discu-
rrían acerca de aquella claridad sin ocaso, que ha
de encenderse por la mano de Dios allende los
horizontes de la vida. Otras veces, considerando
que estaban en aquel lugar para disfrutar del ve-
rano únicamente, y que pronto deberían dejarlo,
llegaban a discurrir cómo la existencia del hom-
bre sobre la tierra es noche en una incómoda po-
sada, y que la eternidad es la morada verdadera
donde el padre de familia cita a sus hijos para
regalarlos con bienes que no conocen mengua.
Finado agosto hubo que regresar a Valencia.
La enfermedad del Siervo de Dios, iba, como di-
cen, por la posta. Vinieron con él, a darle com-
pañía y a asistirlo en cuanto necesitase, el Pa-
triarca, el Maestro Nadal, rector de la Iglesia de
Torrente y algunos religiosos atentos siempre
a proveer con diligencia a quien tantas lecciones
y ejemplos de santidad les había dado.
Informado el vecindario de Valencia de su lle-
gada y de cuánto se había agravado su enferme-
dad, cada día acudían muchísimos fieles para
verlo y recibir su bendición; otros para traerle
obsequios y medicinas; otros para edificarse con
su inalterable paciencia.
Atormentado por agudos dolores repetía con
una expresión de paz indefinible, las palabras de
San Agustín: Domine, hic ure, hic seca, ut in
aeternum parcas. Señor, aquí quema, aquí corta
para que en la eternidad me perdones. Parecía
SAN LUIS BELTRAN
245
que la paciencia aumentaba en la propia medida
que acrecía el padecimiento.
No solamente los fieles sencillos acudían al pie
de su lecho; gentes de linaje, caballeros principa-
les, religiosos de todas las Ordenes, prelados ilus-
tres venían a besarle las manos y a mirar en
aquel rostro en que se echaba de ver ya como un
reflejo de la luz del rostro de Dios. El dolor de
la carne quemaba las últimas escorias para que
el espíritu pudiese entrar en el reino de la per-
fección sin sombra, de la felicidad sin dejos de
pesadumbre.
El Comendador Mayor de la Orden de les Ca-
balleros de Montesa, don Juan de Borja, llegó
un día y penetró en la encalada celda donde ago-
nizaba San Luis; se acercó al pobrísimo lecho,
levantó con religiosa discreción las mantas, y be-
só los pies, de los que con toda verdad podía de-
cirse las alabanzas de la Escritura: Quam specio-
si pedes evangelizatium pacem, evangelizatium
bona. Qué hermosos los pies de los que anuncia-
ron la paz, de los que sembraron y prodigaron
el bien.
"Y el bendito Padre, citamos palabras de An-
tist, que ya no podía menearse, daba voces di-
ciendo: Señor Ilustrísimo, que soy un pecador!
Y fue cosa de ver al Maestro llorando de reveren-
cia y al siervo de Dios de humildad".
De amanecida, el 6 de octubre, habiéndose
confesado y recibido el Sacramento, preguntó a
los que allí estaban, qué día era. Y habiéndole
respondido que viernes, con mucha quietud se
puso a hacer cuentas en los dedos: viernes, sá-
bado, domingo y lunes. Aun cuatro días, bendi-
Al VAHO SANCHEZ
to seáis Dios mío : aún hay tiempo de merecer . . .
Cúmplase la voluntad del Señor.
El sábado, avanzada la tarde, como se hubie-
ran retirado muchos de los que de ordinario lo
acompañaban para descansar un poco y poder
servirle en la noche, di jóle al Padre Rector Nadal
de Torrente, que se había quedado en el aposen-
to: ¿No veis, señor Rector, cómo se ha entrado
la gloria por casa? ¿No veis a la Señora, a la
Reina de los cielos? Dulzura y esperanza del
alma, ¿por dónde merecía yo esta visita? !Y
cuán hermoso el Niño que trae en sus brazos, su
belleza recrea y encanta: su belleza es superior
a toda creada hermosura! Y diciendo estas pa-
labras se quedaron sus pupilas fijas sobre la vi-
sión maravillosa, a él solo perceptible. A veces
movía los labios como si dejesen una muy tier-
na plegaria; otras sonreía, olvidado de todo do-
lor: la vista de la Soberana Virgen Madre con
su Hijo Divino en los brazos, le anticipaba la paz
inalterable de la futura visión beatífica.
Al amanecer del domingo dijo: hoy es día de
alegría, es mi Pascua; luego calló y perseveró en
el silencio, como si meditara, todo el día. Entra-
da la noche, dijo a Nadal, Rector de Torrente:
Señor Rector, aun cuando me he confesado, qui-
siera hacerlo de nuevo generalmente. Nadal lo
oyó en silencio, y le impartió por última vez la
absolución sacramental. Fray Luis musitaba
quedamente: Jesu, esto mihi Jesu. Jesús mío sed
para mí lo que significa vuestro Nombre, sed
mi Salvador.
Venida el alba del lunes pidió le vistieran el
hábito blanco de Santo Domingo, y le trajeran
SAN LUIS BELTHAK
247
la Comunión. Aparejado en el espíritu con abun-
dancia de la gracia y exteriormente con el talar
que desde mozo había vestido, con aquel santo
hábito, durante toda su vida, carísima armadu-
ra de combate, recibió el adorable Cuerpo del
Señor bajo las blancas especies del Sacramento.
Pidió Fray Luis al Patriarca le leyese un Evan-
gelio; concluida su lectura, comenzaron a enco-
mendarle el alma según el ritual de la Orden y
en llegando a estas palabras: ". . . para que des-
atados los lazos de la carne, merezcas llegar a la
gloria del reino celestial por los méritos de Je-
sucristo", cerró Fray Luis blandamente los ojos
y entregó su espíritu al Creador. Eran las 9 de
la mañana del 10 de octubre de 1581.
Trae Rainer María Rüke en algunas de sus
poesías esta sentida y piadosa oración: "Señor,
da a cada uno su propia muerte, un morir que
brote de su vida, para que tenga amor, sentido
y urgencia. Porque somos nosotros la cortesa y
la hoja. La gran muerte que cada uno lleva en
sí, es el fruto en torno del cual debe girar todo.
Porque lo que hace extraño y difícil el morir, es
que no es nuestra muerte; sino una muerte que
nos acecha por fin, sólo porque no hemos madu-
rado muerte alguna en nosotros: por eso viene
una tormenta para despojarnos de todo". Fray
Luis vivió para preparar su propia muerte. Du-
rante todo su curriculum vitae no hizo otra cosa
sino disponerse para esa hora suprema. Vivió de
la fe y para la fe. Sostenido por la fe mortificó
su cuerpo; vivió en pobreza, en sujeción, en inin-
terrumpido sacrificio; la clara noticia de la fe
le presentaba ante su mirada interior la sobera-
248
ALVARO SANCHEZ
na perspectiva de la visión de Dios, y con el vivo
deseo de conquistarla, todo era para él hacedero,
así fuese el mismo abrazarse a la tortura.
Cuando estuvo dispuesto para el gran viaje,
cumplido el ciclo de sus merecimientos, sobrevi-
no la muerte, bienaventurado remate de una
existencia plena. No fue su muerte el desgarro
doloroso de un amador de la vida, sino el suave
desprenderse de un fruto cargado de perfume
y de miel.
Colmó la celda, doblemente santificada, por la
vida de un ejemplar religioso y por la presencia
de la muerte, bendita mensajera del triunfo, un
largo y sereno sollozo. En el propio instante, lo
refiere Antist, y lo refrenda la Bula de Canoni-
zación, una celestial claridad inundó el aposen-
to: Cristo conducía para la eternal apoteosis a
un alma que desde el día de su nacer fue siem-
pre suya. La breve y laboriosa jornada de la exis.
tencia" terrenal había concluido; comenzaba la
glorificación que dura para siempre.
V
Algunos Documentos
Casta de Sa> Lub Rn.Taaw a Saxta Tom
Madre Teresa Recibí ruestra caita, y porque
el negocio sobre que me pedís parecer, es tan en
servicio del Señor, he querido encomendárselo en
mis pobres oraciones y sacrificios, y esta ha sido
la causa de haber tardado en responderos. Ahora
digo, en nombre del mismo Señor» que os anwrfh
-an :ar. g7ir.it rrr.iresa :_e r.1 :; ¿y_i¿:¿ ;.
íaTorecerá: y de su parte os certifico que no pa-
sarán cincuenta años, que vuestra Relig::.-. r.
sea una de las más ilustres que haya en la Igle-
sia de Dios, el cual os guarde, etc. En Valencia,
Fray Luis Beltrán.
(Tomada de la edición crítica de las Obras de
5ar.:i -rrjsi tÍ::¿ííí y ir.: -.arias 5_ve:::
de Santa Teresa. Tomo n. pág. 124).
AfjptwAc hay una nota que dice:
La fama de este Santo Dorninico llegó basta
Santa Teresa y le escribió dándole cuenta de sos
propósitos de reforma de la Orden del r^nw
Fray Vicente Justmiano Antist. en las Aátckmei
a la Vida de Sen Luis Béttrán. dice a este propó-
252
AL VAHO SANCHEZ
sito: "La bienaventurada Madre Teresa de Jesús,
fundadora de las descalzas y descalzos Carmeli-
tas, en los primeros años que empezó a fundar
la vida recoleta de su Orden, procuró consultar
sus intentos con muchas personas espirituales,
particularmente con el Padre Fray Luis Beltrán,
que moraba entonces en esta casa de Predicado-
res (Valencia) escribióle una carta y dióle cuen-
ta de su deseo y de algunas revelaciones que ha-
bía tenido sobre ello. El Padre Fray Luis enco-
mendó a Dios en sus oraciones y sacrificios los
buenos intentos della, y al cabo de tres o cuatro
meses, le respondió en esta forma".
Fragmentos de la Bula de Canonización
de San Luis Beltran
Clemente por la Divina Providencia Papa
El Criador de cielo y tierra desde el principio
del mundo hasta estos tiempos, en que parece
haber Llegado el fin de los siglos, nunca ha de-
jado en todas las edades, distribuidas como por
horas, de enviar jornaleros a su viña, que lle-
vando el peso del día y del calor, la regasen con
su trabajo, sudor y sangre, y la hiciesen pro-
ducir con abundancia frutos de celestiales virtu-
des, y de eterna vida: hasta que según los
oráculos de las Divinas Escrituras, todos los Lla-
mados para la Cena del Cordero de todas las
gentes, tribus y pueblos de toda la redondez de
la tierra, bien prevenidos y congregados en el
Reino celestial, bebiesen aquel vino novísimo,
que acostumbra la Sabiduría divina comunicar
a sus escogidos.
Los que principalmente sudaron en este cui-
dado del cultivo de la vida de la Santa Cruz,
254
ALVARO SANCHEZ
fueron muy unos, en verdad, aunque diferentes
en las operaciones: para que así por los reinos y
provincias no conocidas antes de nuestros mayo-
res, su virtud y vigor en la victoria de todo el
orbe, y el haber triunfado del Príncipe de este
mundo, se manifestase de forma, que aquel nom-
bre tremendo a todas las potestades y que es
sobre todo nombre, se haya ya sujetado así las
bárbaras nociones, y toda rodilla se doble al
Nombre de Jesús, y confiese toda lengua que el
Señor Jesús se halla en la gloria de Dios Padre.
No ha desistido la Orden de Predicadores con
una continuada sucesión suministrar a la Iglesia
Católica muchos de esos diestros jornaleros: en-
tre los que novísimamente resplandeció con ad-
miración el egregio Siervo de Dios Luis Beltrán
que inflamado de una ardentísima caridad para
con Dios y para con el prójimo, y resplandecien-
do en la excelencia de las demás virtudes, dón
de profecía y ministerio apostólico, con razón
es celebrado con alabanzas en todas las lenguas :
cuya piedad y devoción se dejó ver ya en los tier-
nos años, en los que uniendo el desprecio del
mundo y perfección del estado religioso, fue de
admiración y ejemplo a los ejercitados por mu-
cho tiempo.
Movido de estas y otras muchas virtudes y mi-
lagros, nuestro predecesor Paulo V, de feliz me-
moria beatificó al Siervo de Dios Luis. Hechos
después y bien otros procesos, fueron aprobados
los milagros siguientes:
El primero es la incorrupción de su sagrado
cuerpo, después de cerca de ochenta años desde
SAN LUIS BELTRAN
255
su sepultura: no habiéndose abierto antes, ni
puesto en él preservativo alguno de la corrup-
ción. Con todo, cuando se trasladaba el año de
1647 a monumento más precioso, y cuando era
visitado el año de 1661 por Jueces Delegados con
Autoridad Apostólica, aun se hallaba entero, ile-
so y tratable.
El segundo es la repentina curación del niño
Luis Vicente Montesinos, que embestido de una
calentura ardentísima, extenuado de disentería
y vómitos, lleno de gusanos, y con las costillas
apegadas al estómago, había llegado a tal para-
je, que los de su casa lo tenían por muerto tan
ciertamente, que amortajado estaba dispuesto
para la sepultura. Pero el padre sumamente tris-
te recurrió al sepulcro de San Luis, y hecho allí
mismo un voto, volvió apresuradamente a su
casa, y tomándole el pulso al hijo, halló que daba
indicios de vida: y abriendo los ojos, se encon-
tró del todo sano.
El tercero es la maravillosa preservación de
Jesualda Gil de Ramírez, niña de cuatro años, y
a la que un carro cargado de carbón, y con un
movimiento rápido, por tirado de seis muías,
había echado arrebatadamente en tierra para
pasar por encima de ella, y puesta bajo de sus
ruedas, la oprimió valerosamente: pero implo-
rado el patrocinio de San Luis, se levantó sana
la niña, y para evidencia del milagro, aparecie-
ron en su cabeza, cuello y hombros las señales dt
los clavos impresos ligeramente por las ruedas.
El cuarto én Bartolomé Cristóbal Domínguez,
al que así había bajado una deforme hernia con
los intestinos pendientes, que siempre y cuando
256
ALVARO SANCHEZ
se arrodillaba, tocaba el suelo el tumor roído ya
de llagas y empudreciéndose. Pero a la invoca-
ción de San Luis, se desvaneció al punto toda la
calamidad de este miserable.
Deducidos y aprobados estos y otros muchos
milagros, salió el Decreto de Clemente IX tam-
bién predecesor nuestro de piadosa memoria,
que se podía con toda seguridad pasar a la so-
lemne canonización del sobredicho bienaventu-
rado, para cuya consecución se allegaron los rue-
gos de nuestros Carísimos hijos en Cristo, Leo-
poldo I, rey de Romano, electo Emperador, y de
Carlos II, rey de las Españas, y así mismo del
Orden de Predicadores: con los que suplicaron
las mismas repetidas veces a dichos Romanos
Pontífices nuestros predecesores, y a Nos. Por
lo que pidiéndolo los méritos de su santísima vi-
da, e inclinados a los ruegos de los sobredichos,
no faltando ya nada de lo que es menester hacer
y guardar para esta sacrosanta función, según
la autoridad de los Santos Padres, decretos de
los Sagrados Cánones, costumbre antigua de la
Santa Iglesia Romana, y prescriben nuevos de-*
c retos, juzgando ser justo y debido, que aque-
llos a quienes honra Dios en los cielos, alabemos
nosotros con oficio de veneración, y glorifique-
mos acá en la tierra; hoy en la sacrosanta Basí-
lica del bienaventurado Pedro, Príncipe de los
Apóstoles, en la que en solemne rito nos junta-
mos por la mañana con los Cardenales de la
misma Santa Romana Iglesia, Patriarcas, Arzo-
bispos y Obispos, y los queridos hijos Prelados a
la Curia Romana, oficiales y familiares nuestros
Clero secular y regular, y grandísima frecuencia
SAN LUIS BEiTHAN — Cuadro de Hüralta.
.Vclancia. — Colección de A. Fc-js Fescllescc .
1
SAN LUIS BELTRAN
257
del pueblo, después de tres peticiones que nos
hizo el querido hijo nuestro Luis, título de San-
ta Sabina, Presbítero Cardenal Portocarrero, en
nombre de dicho Rey Carlos, para conseguir el
Decreto de la Canonización, después de sagrados
himnos, letanías y otras oraciones, después de
implorar, como se debe, la gracia del Espíritu
Santo.
A la honra y gloria de la Santísima e individua
Trinidad, para exaltación de la Santa Fe Católi-
ca y aumento de la Religión cristiana, con la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y_la
nuestra, tenida antes madura deliberación, im-
plorado diferentes veces el divino auxilio, y con
el consejo de los venerables hermanos nuestros
Cardenales de la misma Santa Romana Iglesia,
Patriarcas, Arzobispos y Obispos existentes en
Roma, decretamos y definimos, que el bienaven-
turado LUIS BELTRAN es santo, y le inscribimos
en el catálogo de los Santos, como por el tenor
de las presentes lo decretamos, definimos y es-
cribimos, estableciendo, que todos los años debe
celebrarse por la Iglesia universal con piadosa
devoción su memoria entre los santos confesores,
no Pontífices, el día 10 de octubre. En el Nom-
bre del Padre, y del Hijo y del Espíritu San-
to. Amén.
Dadas en Roma en San Pedro a 12 días del
mes de abril, año de la Encarnación del Señor
1671, y primero de nuestro Pontificado.
258
ALVARO SANCHEZ
Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos
DESIGNANDO A SAN LUIS BeLTRAN PATRONO DE LA
Nueva Granada
La Sagrada Congregación de Ritos accediendo
benignamente a las instantes preces de la Ca-
tólica Majestad del Serenísimo Señor Carlos II
Rey de las Españas, enviadas y presentadas a la
misma Congregación, y oído el parecer del Emi-
nentísimo Cardenal Capisucció, eligió, declaró
Patrono Principal de todo el Reino de la Nueva
Granada en las Indias Occidentales a San Luis
Beltrán de la Orden de Predicadores (por cuyo
patrocinio e interceción, como en la misma carta
petitoria se refiere, hanse alcanzado muchísi-
mos beneficios) , con todas las prerrogativas co-
rrespondientes a los Patrones Principales al te-
nor de las constituciones de nuestro Predecesor
de santa memoria Urbano VIII referente a la
observancia de las fiestas y publicada el día 13
de septiembre de 1642.
Por lo tanto la Sagrada Congregación ha ve-
nido en decretar y decreta que todos los años el
día 10 de octubre se celebre en la Nueva Grana-
da la fiesta de San Luis Beltrán con oficio doble
de primera clase como Patrono Principal, según
las ^rúbricas del misal y del breviario romano.
En los demás reinos y provincias sujetas al ce-
tro del Católico Rey de España, recítense las ho-
ras canónicas por cuantos están obligados a ello,
así seculares como regulares de uno y otro sexo,
según las rúbricas del oficio doble menor, dígan-
se las lecciones propias del II Nocturno, revisa-
das y aprobadas por el Eminentísimo y Reveren-
SAN LUIS BELTRAN
259
dísimo Cardenal Collaredo el día 12 de septiem-
bre de 1690, y celébrese la fiesta el día mencio-
nado y según el rito que se ha dicho.
Consultado el presente Decreto con la Santi-
dad de Nuestro Señor Alejandro Papa VIII, vino
en aprobarlo el día 3 de septiembre de 1690.
Quedando sin vigencia cuanto hubiere en contra-
rio. Quibuscumque in contrarium non obstan-
tibus.
Cédula en que comunica su Majestad el Rey
al Presidente y Oidores del Nuevo Reino el
Decreto anterior
El Reij,
Presidente y Oidores de mi Audiencia de Santa
Fe en el Nuevo Reino de Granada. El Maestro
Eray Ignacio de Quesada de la Orden de Predi-
cadores, Procurador General de su Religión de
la Provincia de este Nuevo Reino, y Quito, me ha
representado, que por los continuos milagros y
frutos que hizo San Luis Beltrán con su predi-
cación en Santa Marta, Cartagena, Río de la
Magdalena, y otras partes del distrito de ese
Reino, convirtiendo innumerables gentiles a
nuestra Santa Fe, y obrando raros prodigios, que
todavía se continúan, ha concedido su Santidad
a instancia mía, que ese Glorioso Santo sea el
Patrón Principal de ese Reino, y que se rece en
todos mis Dominios Rito Doble con lecciones pro-
pias de su vida, y Oración, como constaba por el
instrumento que presentaba, suplicándome, fue-
se servido de mandarle dar paso de él, y cédula
260
ALVARO SANCHEZ
para que se ejecute en ese Reino, como su Santi-
dad lo ha concedido. Y habiéndose visto en_mi
Consejo de las Indias, cc/n lo que pidió mi Fiscal
de él, he mando dar el paso que pidió el dicho
Fray Ignacio de Quesada del instrumento refe-
rido con la forma regular, por el cual su Santi-
dad concede, que San Luis Beltrán sea Patrón
Principal de ese Reino, y que se rece con rito
doble y lecciones de su propia vida, y Oración
de que ha parecido noticiaros, para que lo ten-
gáis entendido y cuidéis, en la parte que os pu-
diere tocar, del cumplimiento de ello, como os
mando lo hagáis. Fecha en Madrid a 12 de agos-
to de 1693 años.
Yo el Rey.
Por mandado del Rey nuestro Señor, Antonio
Ortiz de Otálora.
Acta de la sesión del Capitulo Metropolitano
te Santa Fe de Bogotá en que se acepto a San
Luis Beltrán como Patrono del Nuevo Rieno
En la ciudad de Santa Fe a 4 de junio de 1694
años, estando en la Sala Capitular los Señores
Venerable Dean y Cabildo de esta Santa Iglesia
Metropolitana. El señor Doctor D. Pedro Moreau
de Montaña, Canónigo, Provisor y Vicario Ge-
neral, manifestó a dichos Señores este testimo-
nio, en que se contiene el Breve de su Santidad
y Cédula de su Majestad para que en este Reino
se tenga por Patrono Principal al glorioso San
Luis Beltrán, y que se celebre su festividad Do-
ble de primera Clase en el dia diez del mes de
octubre de cada un año. Y visto y oído por di-
SAN LUIS BELTRAN
261
chos Señores, dijeron lo obedecían con la vene-
ración que debían, y que admitían, y admitie-
ron por Patrón Principal al Glorioso" San Luis
Beltrán, y celebrar en esta Iglesia su festividad
como a los demás Patronos Principales, como se
manda en dicho Breve, y Real Cédula, y manda-
ron se ponga en el Archivo del Cabildo. Y así lo
acordaron y firmaron. Fue presente. Juan Caba-
llero González, Escribano Real y Secretario.
El Cronista Zamora, a continuación refiere la
celebración de la primera festividad de San Luis
Beltrán. He aquí sus palabras:
"Estaba el Señor Arzobispo en el pueblo de
Susa, adonde se le llevó la Cédula que le despa-
chó su Majestad con el Breve de Su Santidad
que obedeció ante Juan de Obando. Escribano
Real y Notario Eclesiástico. Remitió a su Cabil-
do el orden que se había de tener en el recibi-
miento del Patronato y solemnidad con que Ic
había de celebrar su Catedral el día 9 de octu-
bre, que señaló para darle posesión. Despachó
también libranza al Tesorero de las rentas deci-
males, para que se diese al Convento cuatrocien-
tos pesos para ayuda del gasto de las solemni-
dades'.
"A estas dio principio el Venerable Deán y Ca-
bildo el día 9 de octubre de 1694. a la hora de
vísperas, con un ostentoso y magnífico altar, en
que pusieron la estatua de San Luis Beltrán; y
después de cantadas, la trajeron en procesión a
nuestra Iglesia, acompañada de la del Príncipe
de los Apóstoles. San Pedro, de la de la gloriosa
Reina de Hungría, Santa Isabel, Patrona del
Arzobispado, y de la de la Santísima Virgen Rosa
262
ALVARO SANCHEZ
de Lima, Patrona Universal de toda esta Amé-
rica, asistió la Real Audiencia con su Presiden-
te y el Señor Maestro de Campo Don Gil de Ca-
brera Dávalos, Caballero de la Orden de Cala-
trava, que con sus Oidores sacó en hombros el
Santo hasta la puerta de la Catedral. Fue in-
numerable el concurso de los Tribunales, Cabil-
dos, religiosos y colegios que asistieron a la pro-
cesión".
BIBLIOGRAFIA
VERDADERA RELACION DE LA VIDA Y MUERTE DEL PADRE FRAY
LUIS BELTRAN DE BIENAVENTURADA MEMORIA, compilada por
el Maestro Fray Vicente Justiniano Antist. (Publicado por primera
vez en Zaragoza en 1583. Reinpresa en Valencia en 1884).
HISTORIA DE LA PROVINCIA DE SAN ANTONINO DE1 NUEVO REINO
DE GRANADA, por el P. M. Alonso de Zamora O.P. Edición de
Ce: neos, 1030. dirigida y anotada por el P. Lector Fray Andrés
Mezanza O. P.
VIAJE DEL MUNDO, por Pedro Ordóñez de Ceballos. Biblioteca Po-
pular ds Cultura Colombiana. Bogotá, 1942.
HISTORIA DE COLOMBIA, por Henao y Arrubla. Séptima edición.
Bogotá, 1916.
PSICOLOGIA DE LOS SANTOS. H. Foly. Traducción de Modesto Vi-
llaescusa. Barcelona. Herederos de Gustavo Guli, editores. 1911.
ELEGIAS DE VARONES ILUSTRES. Juan de Castellanos. Biblioteca Po-
pular de Cultura Colombiana.
HISTORIAS Y LEYENDAS DE CARTAGENA. D. Camilo S. Delgado.
Cartagena, 1947.
INDICE
Nota liminax 9
I — Valencia 17
II — La Infancia 25
ta — Toma el hábito.— El devoto novicio.— El Santo Sacerdote. 39
PRIMERA PARTE
IV — Maestro de Novicios 57
V — El Vicario de Albayda 71
VI — De cómo tue enviado a las misiones de Nueva Granada
y de la travesía hasta su llegada a Cartagena de Indias. 33
SEGUNDA PARTE
I — Cartagena de Indias 97
II — Arriba Fray Luis a Cartagena. — Su nuevo género de
vida. — Sus virtudes 109
m — Misiones de Tubara Palauto, Turbaco, Malambo y otros
lugares 123
TV — Regresa el Santo a Cartagena. — Misiones que le tueron
encomendada* 143
Páginas
V — Es trasladado San Luis Beltián de Cartagena a Santa
Marta. — Misiona en la costa comprendida entre esta
última ciudad y el Cabo de la Vela. — Es nombrado Pá-
rroco de la villa de Teneriíe, y en sus andanzas apostó-
licas llega hasta Tamalameque 155
VI — De cómo Fray Luis fue elegido Prior del Convento del
Rosario de Santa Fe. — Recibe orden de regrescr a Es-
paña. — Va a Cartagena a embarcarse 1T1
TERCERA PARTE
I — Vieja el Santo a Sevilla. — Sigue el camino de Vc-
lencia. — Es nombrado Prior del Convento de San Onoíre. 185
II — El Padre Luis Bertrán es nombrado Maestro de Novicios
del Convento de Valencia 201
LTI — Es elegido Prior del Convento de Valencia. — Su pru-
dencia y caridad 217
IV — "Sus enfermedades. — Su santa y dichosa muerte 235
V — Algunos documentos . 249
Biblloíraíía 253
Cultura Hispánica
volumen ix
Editorial KELLY
Bogotá