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Full text of "El apóstol de Nuevo Reino, San Luis Beltrán"

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Alvaro  Sánchez 


EL  APOSTOL 
DEL  NUEVO  REINO 
SAN  LUIS  BELTRAN 


ALVARO  SANCHEZ  nació  en  Bogotá,  en 
julio  de  1896.  Hizo  sus  estudios  elementa- 
les con  los  Hermanos  de  las  Escuelas  Cris- 
tianas. Cursó  literatura,  filosofía  y  teolo- 
gía en  el  Seminario  Conciliar  de  Bogotá, 
bajo  la  rectoría  de  Monseñor  Manuel  Ma- 
ría Camargo  y  Monseñor  José  Eusebio 
Díaz.  Se  ordenó  sacerdote  en  1919.  Desde 
entonces  ha  vivido  dedicado  a  la  ense- 
ñanza. Ha  publicado:  "El  Misterio  del 
Altar",  "Meditaciones  Eucaristicas";  "Cris- 
to Rey".  Alocuciones  y  discursos,  obras 
de  carácter  religioso  y  de  carácter  peda- 
gógico, un  "Resumen  de  la  Historia  de  la 
Filosofía".  Actualmente  es  capellán  del 
Colegio  de  la  Presentación  (Centro),  en 
donde  dicta  las  clases  de  Historia  de  la 
Literatura  y  Filosofía  de  la  Educación  y 
los  cursos  de  Religión.  Es  profesor  de 
Filosofía  de  la  Educación  en  el  Colegio 
Departamental  de  La  Merced.  En  años 
anteriores  desempeñó  una  cátedra  de  Fi- 
losofía en  al  Pontificia  Universidad  Jci- 
veriana. 


IJ.  NOE  HERRERA 
SALES  OF  COLOMBIAN  BOOKS 
APARTADO  AEREO  12053 
BOGOTA,  COLOMBIA 


SAN  LUIS  BELTRAN  -  Cuadro  de  Zurbarán. 
Museo  Provincial  de  Sevilla. 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 

! 


https://archive.org/details/elapostoldenuevoOOsanc 


EL  APOSTOL 
DEL  NUEVO  REINO 
SAN  LUIS  BELTRAN 


Nihil  obstat 

Joseph  Restrepo  Posada 

Censor  Deputatus. 
Bogotae  die  27  Aprilis  ani  1953. 


Imprimatur, 

t  Aemilius  de  Brigard, 
Episcopus  Auxiliaris. 

Reg.  Libr.  resp.  fol.  28,  No.  334. 


BIBLIOTECA 
DE  CULTURA  HISPANICA 
VOLUMEN  IX 


ALVARO  SANCHEZ 


(Miembro  correspondiente  de  la  Academia  de  la  Lengua 
y  Miembro  Fundador  del  Instituto  Colombiano 
de  Cultura  Hispánica) 


EL  APOSTOL 
DEL  NUEVO  REINO 
SAN  LUIS  BELTRAN 


EDITORIAL  KELLY 
BOGOTA 


\ 


Homenaje  al  Instituto  de 
Cultura  Hispánica 


EL  AUTOR 


Nota  Liminar 


La  mística  española  que  en  la  Edad  de  Oro 
se  expresó  en  voces  cuasi  divinas,  encontró  en 
el  barroco  pinceles  inspirados  que  la  aprvsiona- 
ron  para  siempre.  Así  los  trazos  magistrales  del 
extremeño  Francisco  de  Zurbarán,  el  más  insig- 
ne pintor  religioso  del  mundo  hispánico.  Inter- 
pretó de  manera  magistral  la  intensa  vida  in- 
terior de  ascetas  y  de  penitentes  cuyo  espíritu 
ardió  corno  la  zarza  simbólica  de  Horeb.  Enjuto 
el  cuerpo,  luminosa  el  alma  que  irradia  en  las 
pupilas  dilatadas  y  extáticas  del  visionario  ex- 
traterreno.  Solía  el  maestro  envolverlos  en  luces 
de  bodega  para  convertir  en  luminaria  rostros 
y  manos  exangües;  otras  veces,  ya  en  la  madu- 
rez, rodéalas  de  paisajes  magníficos  con  rotun- 
dos aciertos  en  sus  cielos  amplios  y  claros  que 
iluminan,  además,  los  encantadores  paisajes  del 
tercer  plano:  serenidad,  sosegado  encanto,  coli- 
nas de  suave  descenso,  regatos  y  movidas  escenas 
lejanas,  milagros  que  se  cumplen  al  cobijo  de 
árboles  milenarios  o  en  las  orillas  rumorosas  de 
cristalinas  fuentes  donde  mejor  se  intuye  la  pre- 
sencia de  Dios. 


12 


NOTA  LIMINAR 


Aún  recuerdo,  en  visitas  al  Museo  Provincial  de 
Sevilla,  cómo  fui  retenido  con  insistencia  por 
dos  obras  del  insigne  pintor:  representa  en  ellas 
a  dos  cumbres  de  la  orden  de  Santo  Domingo, 
el  místico  Fray  Enrique  Suzón  y  nuestro  igno- 
rado San  Luis  Bertrán.  Demoré  ante  éste  atraí- 
do por  la  genial  interpretación  que  del  Patrono 
del  Nuevo  Reino  de  Granada  realizó  el  extreme- 
ño y  tratar  de  explicarme  por  qué  mi  patria,  tan 
orgullosa  de  su  fe  religiosa,  ignoraba  o  descono- 
cía la  vida  admirable  del  Protector  de  sus  indí- 
genas, del  que  colmó  de  luz  y  de  milagros  dilata- 
das regiones  del  litoral  atlántico  colombiano. 
Durante  siete  años,  desde  el  que  arranca  de 
1562,  el  taumaturgo  valenciano  aquilató  su  vida 
heroica,  enriquecida  con  el  dón  de  los  milagros 
en  servicio  de  los  humildes,  ejemplo  y  confusión 
de  los  soberbios. 

Formaron  el  teatro  de  su  vida  neogranatense 
pueblos  y  reducciones  de  indios,  las  selvas  mile- 
narias del  río  Magdalena,  sus  torrentes  y  ria- 
chuelos; el  templo  de  su  predicación  lo  domina- 
ba el  cielo  tropical  abierto  y  magnífico  donde  en 
noches  estivales  la  Cruz  del  Sur  hace  de  altar 
para  el  extático.  Regiones  humildes  como  Tu- 
bará,  Cipacua,  Palauto,  Usiacurí,  Turbaco,  Ma- 
hates,  Tenerife,  Malambo  y  Piojo  fueron  santifi- 
cados con  su  presencia,  maravillados  con  su  dón 
divino  de  las  lenguas  y  salpicados  con  su  sangre 
penitente.  Ciudades  preclaras  como  Santa  Mar- 
ta y  Cartagena  gozaron  también  de  su  presen- 
cia y  escucharon  su  predicación  que  poseyó  el 
secreto  tan  acertadamente  calificado  por  el  nue- 
vo biógrafo  colombiano  del  Santo  Patrono:  "El 


NOTA  LIMINAR 


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secreto  de  todo  provechoso  apostolado  no  es 
otro  que  la  intensidad  de  la  vida  divina  en  el 
alma  del  apóstol;  entonces  la  palabra  no  es  lec- 
ción aprendida  y  monótonamente  repetida  sino 
eco  auténtico  y  vital  de  la  palabra  del  Maestro". 

Dón  inestimable  fueron  para  el  Nuevo  Reino 
de  Granada  los  siete  años  de  la  infatigable  pre- 
dicación del  "taumaturgo  del  Atlántico" .  Mas 
la  memoria  de  tanta  bienandanza  espiritual,  dis- 
persa en  contadas  crónicas  de  la  época  colonial, 
quedó  para  recreo  de  los  eruditos  y  honor  pre- 
claro pero  oculto  de  la  iglesia  colombiana. 

La  hora  de  su  definitiva  revaluación  llegó  por 
fin.  El  silencio  guardado  por  sus  propios  her- 
manos de  religión,  satisfechos  con  el  primoroso 
y  rarísimo  libro  que  de  la  vida  singular  del  va- 
lenciano escribió  su  discípulo  Fray  Antist  y  los 
breves  capítulos  que  el  historiador  bogotano 
Fray  Alonso  de  Zamora  dedicó  al  insigne  San 
Luis  Bertrán  en  su  "Historia  de  la  Provincia  de 
San  Antonino  del  Nuevo  Reino  de  Granada",  pu- 
blicada en  el  año  de  1701  y  en  épocas  recientes 
reimpresa  e  ilustrada  por  la  erudición  de  Fray 
Andrés  Mezanza,  son  claro  testimonio  del  desin- 
terés con  que  la  comunidad  de  Santo  Domingo 
ha  visto  la  vida  heroica  de  San  Luis  Bertrán,  des- 
vío del  que  ya  se  quejaba  el  Padre  Antist.  Fue 
la  familia  de  Bertrán  la  que  promovió  la  causa 
de  beatificación  que  exaltó  a  la  dignidad  de  bien- 
aventurado al  hijo  inolvidable  del  notario  Luis 
Bertrán  y  de  Angela  Exarch,  cuando  apenas  ha- 
bían pasado  veintisiete  años  de  su  tránsito,  ocu- 
rrido en  su  amada  ciudad  de  Valencia  el  9  de 
octubre  de  1581.  Cronistas  seculares  anteriores 


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NOTA  LIMINAR 


a  Zamora  y  dos  del  siglo  xvm  ilustran  sus  his- 
torias con  la  memoria  del  que  fue  elevado  a  los 
altares  por  Clemente  X  y  exaltado  como  Patrono 
del  Nuevo  Reino  de  Granada  a  instancias  de 
Carlos  II  de  España  e  Indias.  Después  el  silen- 
cio, la  indiferencia  y  el  olvido,  sin  explicación 
en  Colombia  donde  de  tan  antiguo  florece  la 
comunidad  cuyo  hábito  honró  el  santo  y  cuyo 
pueblo  se  distingue  con  el  privilegio  de  su 
patronado. 

De  pocos  años  a  hoy  la  imagen  de  San  Luis 
Bertrán  decora  la  hermosa  fachada  de  la  basíli- 
ca menor  de  Bogotá  y  en  lo  venidero  la  narra- 
ción de  su  vida  admirable  será  recreo  de  los  bue- 
nos lectores.  Un  sacerdote  bogotano  ilustre,  es- 
critor de  acendrado  gusto  clásico  que  para  la  cá- 
tedra del  Espíritu  Santo  labra  oraciones  de  rara 
belleza  literaria  y  suma  doctrina,  ha  hecho  el 
hallazgo  del  Patrono  de  Colombia.  Prendado  de 
su  vida  adornada  de  tantos  atractivos  hagiográ- 
ficos,  se  dio  a  estudiarla  con  criterio  de  histo- 
riador, autorizado  por  las  graves  lecciones  de  las 
ciencias  eclesiásticas.  El  fruto  de  su  empeño  ha 
sido  logrado  en  forma  digna  de  alabanza.  Cons- 
tituye el  libro  del  doctor  Alvaro  Sánchez  el  más 
cabal  estudio  de  la  vida  del  santo  valenciano. 
Ofrece  su  lección  para  todos  el  acertado  patroci- 
nio del  Instituto  Colombiano  de  Cultura  Hispáni- 
ca que  cumple  así,  una  vez  más,  con  las  finalida- 
des propias  de  su  establecimiento,  las  de  revaluar, 
exaltar  e  incorporar  al  patrimonio  cultural  de  la 
ilación  los  motivos  más  caros  de  su  estirpe  his- 
pana, olvidados  tantas  veces  y  que  constituyen 


NOTA  LIMINAR 


15 


perenne  lección  de  la  historia  sobre  cuyo  funda- 
mento se  erige  el  porvenir. 

La  vida  de  San  Luis  Bertrán  es  oportunidad 
para  el  crítico,  el  moralista,  el  pensador  y  el 
orador  sagrado,  que  de  mano  de  armonioso  y  so- 
noro castellano,  introduce  al  lector  en  lecciones 
magistrales  por  los  empinados  caminos  de  la 
ascética,  de  la  predicación  y  del  pensamiento.  Su 
pluma  se  recrea  con  la  evocación  de  la  moruna 
ciudad  de  Jaime  el  Conquistador ,  de  San  Vicen- 
te Ferrer,  de  San  Luis  Bertrán  y  de  tantos  hu- 
manistas, prelados  y  ricos  homes  que  dialogaron 
al  amparo  del  Miquelet  o  cabe  los  claustros  ro- 
mánicos y  góticos  ornamento  de  tan  hermosa 
joya  del  Levante  español.  Sabe  el  doctor  Sánchez 
componer  los  planos  del  maravilloso  y  variado 
cuadro  de  la  vida  del  héroe,  con  la  misma  belle- 
za envolvente  de  los  pinceles  de  Zurbarán. 

Este  libro,  ni  menos  su  ilustrado  autor,  requie- 
ren de  presentación.  Un  razgo  de  generosidad, 
que  aprecio  como  un  estímulo,  han  puesto  la  plu- 
ma en  mis  manos,  no  para  prologar,  sino  para 
celebrar  como  hijo  de  la  Iglesia,  como  historia- 
dor y  como  amante  de  toda  belleza,  la  realiza- 
ción de  una  obra  tan  atrayente,  con  la  cual  Co- 
lombia salda  cuantiosa  deuda  con  la  gloria  y 
la  memoria  de  San  Luis  Bertrán. 


Guillermo  Hernández  de  Alba. 


PRIMERA  PARTE 

i 

Valencia 


A  no  dudarlo  era  Valencia  en  el  siglo  xv  y  me- 
diados del  xvi  la  segunda  ciudad  de  España.  Ade- 
lantábasele  Sevilla  por  múltiples  causas:  su  pri- 
vilegiada situación  geográfica  la  '  dio  la  vida  y 
el  movimiento  de  un  gran  puerto";  romanos  y 
árabes,  los  dueños  sucesivos  de  Andalucía  y  de 
las  comarcas  aledañas,  hicieron  de  la  ciudad  del 
Guadalquivir  un  emporio  de  riquezas,  un  cen- 
tro de  actividades  militares  y  políticas,  una  lon- 
ja y  mercado  de  extraordinaria  importancia.  De 
allí  partían  las  naves  que  iban  a  levante,  y  allí 
volvían  cargadas  de  materias  laborables,  de  ricos 
damascos,  de  fragantes  especias;  allí  se  junta- 
ban las  armadas  de  poderosas  galeras  y  veloces 
fragatas  compuestas,  para  arriesgadas  empresas, 
y  allí  regresaban  empavesadas  de  honor.  Cruza- 
ron unos  con  puentes  su  río:  la  dieron  otros  to 
rres  que  la  defendiesen,  y  alcázares  y  jardines 
que  la  hermoseasen:  sus  santos  prelados  la  ilus 
traron  con  fulgores  de  virtud  y  de  ciencia  y  la 
dotaron  de  templos  magníficos  donde  rendir  a 
Jesucristo  culto  público  y  solemne. 

Regocijados  e  industriosos  sus  habitantes  da 


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ALVARO  SANCHEZ 


ban  a  la  ciudad  la  activa  y  reidora  fisonomía  que 
le  es  peculiar.  "Quien  no  ha  visto  a  Sevilla  no  ha 
visto  maravilla",  decía  el  adagio  antiguo;  quien 
dice  Sevilla,  dice  franca  alegría,  cielo  esplendo- 
roso y  aroma  y  color  de  claveles. 

Toledo,  erguida  sobre  sus  peñascales  que  baña 
el  Tajo,  mostraba  su  noble  cabeza  coronada  de 
leyenda  y  de  gloria,  mas  sin  igualar  a  Sevilla 
en  comercio  y  riqueza.  Granada  la  adelantaba 
seguramente  en  el  prestigio  que,  como  herencia, 
la  dejaron  muslines  y  abencerrajes;  pero  para 
el  efecto  de  actividad  y  vida,  no  puede  comparar- 
se Sierra  Elvira  con  el  ancho  río  y  el  cercano 
mar  que  dilatan  los  horizontes  y  citan  y  empla- 
zan sobre  los  malecones  de  los  puertos  a  los  mer- 
caderes de  lueñe. 

Córdoba,  como  capital  del  viejo  califato,  te- 
nía preeminencias  y  atraía  por  los  estudios,  por 
su  mezquita  trocada  en  catedral  cristiana  y  por 
sus  especiales  industrias,  sin  llegar  a  igualar  por 
eso  en  el  empuje  de  la  vida  urbana  a  su  hermana 
Sevilla.  La  misma  hoy  populosa,  industrial  y  be- 
lla Barcelona  apenas  si  obtenía  entonces  un  oc- 
tavo lugar  entre  las  villas  peninsulares.  Madrid 
era  una  casería  sin  mayor  significación;  aún 
faltaban  años  para  que  Felipe  II  comenzara  a 
hacer  de  ella  la  orgullosa  cabeza  de  sus  reinos  y 
señoríos. 

Solamente  Valencia  soportaba  comparación 
con  la  opulenta  y  hermosa  ciudad  andaluza. 

Desde~  fines  del  siglo  xi  cuando  Mió  Cid  Ruy 
Díaz  de  Vivar  inicia  la  organización  de  la  ciu- 
dad ganada  en  buena  lid  a  los  moros,  había  ido 
definiendo  centuria  a  centuria  sus  peculiares 


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condiciones  y  afirmado  sus  fueros,  no  sin  gran- 
des vicisitudes  y  múltiples  luchas. 

El  Tirria,  fraterno  rio.  antes  de  atravesar  la 
ciudad,  divide  su  caudal  en  infinidad  de  acequias 
que  riegan  campos  circundantes  y  los  convierten, 
en  las  ya  desde"  antaño,  ubérrimas  huertas  don  - 
de crece  el  arroz,  el  naranjo,  la  morera,  y  donde 
a  más  y  mejor  lozanean  los  rosales.  De  vieja  data 
atendía  Valencia  a  la  industria  de  la  seda:  a  tal 
punto  que  en  el  siglo  xv  fuera  menester  construir 
la  famosa  Lonja,  joya  de  la  arquitectura  gótica, 
obra  de  Pedro  Compte.  para  expender  los  capu- 
llos y  comerciar  con  las  finas  maceras  transfor- 
madas luego,  merced  a  la  habilidad  de  obreros 
valencianos,  en  codiciadas  telas,  propias  para 
galas  reales  o  religiosos  paramentos.  Las  múlti- 
ples industrias  que  florecían  en  la  ciudad,  tela- 
res, bordados,  orfebrería,  imaginería,  dieron  ori- 
gen a  diversas  hermandades  gremiales,  sindica- 
tos, diríamos  hoy.  que  lograron  singular  desarro- 
llo con  general  provecho. 

Edificios  suntuosos  daban  testimonio  de  la 
prosperidad  económica  de  la  ciudad:  casas  reli- 
giosas, hospitales  y  templos,  del  buen  corazón  y 
piedad  de  sus  moradores.  La  catedral,  cuya  pri- 
mera piedra  fuera  colocada  mediado  el  siglo  xrrr. 
estaba  en  el  xn  concluida.  La  puerta  de  los 
Apóstoles  con  sus  prolijas  esculturas,  la  Romá- 
nica con  sus  simbólicos  canecillos,  daban  a  pia- 
dosas multitudes  entrada  al  misterio  de  las  "na- 
ves iluminadas  por  ia  tamizada  luz  vertida  des- 
de el  gótico  cimborio:  altares  de  fastuosa  rique- 
za decían  de  la  religiosidad  valenciana  y  del  celo 
y  buen  gusto  de  los  pastores  de  almas:  venera- 


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ALVARO  SANCHEZ 


base  ya  el  cáliz  de  la  Cena,  oro  y  cornarina,  que 
don  Alfonso  III  el  Magnífico  donara  como  tesoro 
inestimable. 

La  torre,  que  aún  hoy  se  levanta  como  carac- 
terística e  inconfundible  silueta  de  Valencia,  al- 
go así  como  es  la  de  la  torre  Eiffel  para  París  o 
3a  cúpula  de  San  Pedro  para  Roma,  la  robusta 
torre  del  Miguelete,  comenzada  en  el  siglo  xiv, 
diseñada  por  los  diestros  alarifes  Pedro  Balaguer 
y  Andrés  Juliá,  constructores  también  de  la  torre 
de  Serranos,  se  destacaba  ya  protectora  y  domi- 
nadora sobre  las  techumbres  y  la  playa. 

Y  si  la  industria  y  el  comercio  y  el  desarrollo 
"urbano  daban  importancia  a  Valencia,  en  lo  in- 
telectual y  en  lo  artístico  sus  hijos  ponían  muy 
alto  su  fama.  Surgía  ya  la  fábrica  de  la  Univer 
sidad,  los  célebres  Estudios  Generales,  que  irían 
a  competir  con  los  universalmente  conocidos  de 
Salamanca  y  Alcalá.  Lo  bien  dirigido  de  sus  dis  - 
ciplinas, lo  excelente  de  sus  maestros,  ganában- 
le renombre  fuera  del  recinto  urbano,  y,  salvan- 
do las  fronteras  patrias  obtenían  para  la  ciudad 
blasones  renacentistas  no  indignos  de  parango- 
narse con  los  de  algunos  archifamosos  munici- 
pios italianos. 

Valenciano  fue  uno  de  los  más  ilustres  repre- 
sentantes del  humanismo  auténticamente  cris- 
tiano, sin  resabios  de  paganismo,  Luis  Vives,  el 
autor  de  los  "Diálogos'"',  de  un  tratado  "De  Ani- 
ma", y  de  las  imperecederas  páginas  de  "Concor- 
dia y  Discordia",  que  debieran,  en  nuestra  épo- 
ca de  sangrientas  contiendas,  reimprimirse  y 
meditarse  para  sosegar  levantiscas  pasiones  y 
ver  de  traer  a  los  hombres  a  la  cordura  y  a  la 


SAN  LUIS  BELTRAN 


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paz.  Dos  valencianos,  canónigos  ambos  de  la 
catedral  de  Valencia,  alcanzaron  en  lejanas  ca- 
lendas el  honor  supremo  del  pontificado:  Alfon 
so  de  Borja,  que  en  la  lista  de  los  pontífices  fi- 
gura con  el  nombre  de  Calixto  III  y  Rodrigo  de 
Borja  conocido  en  la  historia  de  la  Iglesia  con 
el  de  Alejandro  VI. 

Un  valenciano  iluminó  la  escena  española  con 
resplandores  de  genio:  Guillen  de  Castro,  ilus- 
tre autor  de  "Las  mocedades  del  Cid".  ¿Quién 
sino  un  nacido  y  educado  en  el  ambiente  en  que 
cumpliera  sus  hazañas  el  Campeador  podía  sen- 
tirlas y  cantarlas  con  propios  y  perdurables  acen- 
tos? Baldomar.  Jacomarte,  Navarro,  Fernando 
de  los  Llanos  y  Fernando  Yáñez  de  Almedián  y 
cien  más  exaltaban  el  arte  y  hacían  que  la  ciu- 
dad huertana  no  envidiase  a  los  Wander  Weiden 
y  a  los  Matsis  de  otros  solares  y  otras  razas. 

Un  santo  español,  Domingo,  de  la  noble  fami- 
lia de  los  Guzmanes,  había  instituido  en  el  siglo 
xin  una  orden  religiosa  que,  junto  con  la  funda- 
da en  Umbría  por  Francisco  de  Asís,  constituyen 
piedras  sillares  en  el  edificio  de  la  Iglesia.  Por  su 
ascetismo  de  pura  cepa  evangélica,  por  su  ama- 
ble simplicidad,  por  su  desprendimiento  y  pobre- 
za, Francisco  es  una  rica  vena  de  esplritualismo; 
Domingo  por  su  parte,  organiza  una  milicia  que, 
teniendo  por  armas  la  oración  y  la  doctrina,  con- 
trarrestará la  difusión  de  la  herejía;  mendican- 
tes uno  y  otro  darán  al  mundo  el  ejemplo  de  la 
voluntaria  abnegación:  una  y  otra  familia  pro- 
porcionarán gloria  inmortal  a  los  estudios  filo- 
sóficos y  teológicos,  a  las  ciencias  especulativas 
y  a  las  artes  bellas,  y  así  mientras  Alberto  Mag- 


24 


ALVARO  SANCHEZ 


no,  Santo  Tomás  de  Aquino  y  el  Monje  de  Fié- 
sole,  visten  el  hábito  blanco  y  negro,  luces  y 
sombras,  como  la  vida;  Dum  Scoto,  San  Buena- 
ventura, Jacopone  de  Todi,  llevan  el  sayal  y  la 
cuerda  nudosa  de  los  hijos  del  Poverello. 

La  religiosidad  valenciana  ofreció  desde  el  pri- 
mer momento  el  recinto  de  su  ciudad  a  los  discí- 
pulos de  los  dos  Patriarcas  para  que  ejercitaran 
su  celo,  y  propició  la  apertura  de  sus  conventos 
y  noviciados.  Según  las  crónicas,  el  convento  do- 
minico de  Valencia  fue  importante  centro  in- 
telectual, y  ejerció  profundo  y  benéfico  influjo 
en  el  pensamiento  levantino;  por  lo  que  a  los 
franciscanos  mira,  claustros  hubo  de  diversas  ra- 
mas, en  los  cuales  descollaron  varones  eminen- 
tes en  virtud  y  letrás. 

Vicente  Ferrer,  hijo  ilustre  de  Valencia,  en  el 
siglo  xiv  hizo  vibrar  al  mundo  cristiano  al  eco 
de  su  palabra  misionera;  tuviéronle  por  ángel 
del  Apocalipsis,  tan  al  vivo  anunciaba  el  enojo 
de  Dios  por  los  pecados  de  los  hombres,  que  se 
diría  resonaban  ya  las  trompetas  del  último  día; 
en  el  siglo  xvi  otro  valenciano,  al  parecer  pa- 
riente lejano  de  San  Vicente  y  de  la  misma  reli- 
giosa familia,  esclareció  con  la  luz  de  su  santi- 
dad el  firmamento  español,  donde  por  aquella 
centuria  fulgían  astros  de  primera  magnitud, 
como  la  Reformadora 'del  Carmelo,  el  Monje  de 
Ontiveros  y  el  Apóstol  de  Andalucía,  y  llevó  sus 
andanzas  apostólicas  hasta  las  playas  ardientes 
del  Mar  Caribe. 


II 

La  Infancia 


Ejercía  en  el  primer  cuarto  del  siglo  xvi,  en 
la  ciudad  de  Valencia,  el  cargo  de  notario,  Juan 
Luis  Beltrán  \  caballero  de  excelentes  estudios  y 
mejores  prendas,  servidor  en  años  anteriores  del 
Tribunal  de  la  Santa  Inquisición,  circunstancia 
que  demuestra  su  catolicidad  y  no  comunes  co- 
nocimientos canónicos  y  jurídicos,  casado  en  se 
gundas  nupcias  con  Juana  Angela  Exarch,  mu: 
jer  que  las  crónicas  califican  como  de  "muy  bue- 
nas partidas  y  gran  sierva  de  Dios".  Plugo  a  la 
Providencia  visitar  este  cristiano  matrimonio  el 
día  primero  de  enero  del  año  de  gracia  de  1526 
con  un  niño,  predestinado  al  honor  de  los  altares 

Fue  bautizado  con  el  nombre  de  Jxian  Luis, 
muy  luego  de  nacido,  en  la  parroquial  de  San 
Esteban,  en  donde  dice  la  leyenda  que  Ruy  Díaz 
de  Vivar  desposó  a  sus  hijas,  doña  Jimena  y  do- 
ña Sol,  con  los  infantes  de  Carrión,  don  Diego  y 
don  Fernando;  y  donde  la  verídica  historia  en- 
seña que  recibió  la  gracia  del  bautismo  San  Vi 

1  El  verdadero  apellido  de  San  Luis  era  Bertrán,  como  lo  trae 
el  Dr.  Hernández  de  Alba  en  su  Nota  Liminar,  pero  el  uso  lo  con- 
virtió, no  sé  por  qué,  en  Beltrán,  y  así  lo  escribe  Zamora. 


28 


ALVARO  SANCHEZ 


cente  Ferrer,  ascendiente  remoto,  como  ya  se 
dijo  de  nuestro  Santo 

No  gusta  nuestra  época  de  aquellas  figuras  de 
servidores  de  Dios,  tan  perfectos  desde  sus  prin- 
cipios, que  no  tuvieron  oportunidad  de  conocer 
nuestras  comunes  miserias.  Dónde  está,  se  pre- 
gunta, la  lucha  heroica  contra  la  rebelde  concu- 
piscencia? ¿Dónde  aquel  batallar  contra  la  pro- 
clive naturaleza,  que  da  aliento  y  consuelo  a  los 
que  sentimos  a  diario  el  atractivo  de  la  tentación 
y,  muchas  veces,  por  mala  ventura,  delinquimos? 
Tan  sobre  lo  común  se  ciernen  sus  vidas  desde 
el  alborear  del  libre  albedrío,  que,  lejos  de  servir 
de  estímulo,  ponen  en  el  ánimo  cierto  linaje  de 
desesperanza.  Preferimos,  se  añade,  las  vidas  de 
los  santos  que  anduvieron  penosamente  por  los 
caminos  de  la  tierra;  nos  placen  aquellos  rela- 
tos en  los  que  se  siente  el  tremer  de  la  carne 
ante  la  voracidad  del  peligro;  nos  gusta  verlos 
levantados  de  nuestro  lodo  después  de  haber 
transitado  por  él:  sentimos  entonces  la  voz  que 
habla  de  posibles  renovaciones,  y,  pecadores  co- 


1  Los  historiadores  de  San  Luis  Beltrán  dicen  simplemente  que 
iue  allegado  de  San  Vicente  Ferrer.  El  crítico  José  Teixidor  en  su 
"Necrologio"  ofrece  en  prueba  de  que  San  Luis  Beltrán,  o  mejor 
Bertrán,  fue  sobrino  de  San  Vicente  Ferrer  en  sexto  grado,  el  siguien- 
te árbol  genealógico:  "Guillermo  Ferrer  y  Constanza  Míquel  tuvieron 
entre  otros  hijos,  a  Vicente  y  a  Pedro  Ferrer.  Este,  del  matrimonio 
con  Madona  Vicenta,  tuvo  a  Martín  Ferrer,  y,  casado  éste  con  doña 
Angelina,  entre  otros  hijos  tuvo  a  Ursula  Ferrer,  que  casó  con  Jaime 
Ferrer,  y  tuvo  a  Luis  Bertrán  Notario,  el  cual,  del  segundo  matrimo- 
nio con  Juana  Angela  Exarch,  tuvo  a  nuestro  San  Luis". 

(Véase:  "Verdadera  relación  de  la  vida  y  muerte  del  P.  Fr. 
LUIS  BELTRAN,  de  bienaventurada  memoria,  compilada  por  el  H.  P. 
Maestro  Fr.  Vicente  Jusliniano  Antist".  Fol.  36). 


SAN  LUIS  BELTRAN 


29 


mo  somos,  experimentamos  el  estímulo  de  supe- 
riores anhelos. 

Olvidamos,  cuando  así  discurrimos,  la  parábo- 
la de  los  operarios  que  el  Señor  de  la  viña  llamó 
a  la  labor  provechosa  a  diversas  horas  de  la  jor- 
nada: a  unos  desde  el  alba;  a  otros  a  filo  del 
día;  a  quienes  más,  cuando  la  tarde  cae  y  sólo 
queda  poco  espacio  para  el  merecer. 

Si  para  llegar  a  la  santidad  fuera  necesario 
conservar  sin  mancilla  la  primera  inocencia,  to 
dos  descaeceríamos  mirándola  como  inalcanza- 
ble; si  todos  los  santos  hubiesen  pasado  por  la 
humillante  etapa  de  las  caídas  y  pecaminosas 
miserias,  cabría  preguntar  si  la  gracia  de  Dios 
es  tan  poco  eficaz  que  no  logra  prevenir  a  las  al- 
mas y  conservarlas  puras.  Y  así  conviene  que 
la  diversidad  en  las  vidas  de  los  santos  nos  alec- 
cione sobre  la  eficacia  de  los  auxilios  sobrena- 
turales y  sobre  la  inefable  bondad  y  poder  de 
Dios.  Poderosa  es  la  gracia  e  inexcrutables  las 
determinaciones  divinas  cuando  de  tal  suerte 
obran  sobre  un  privilegiado  que  lo  guardan  sin 
sombra  de  culpa;  y  aún  más  poderosa,  si  cabe,  y 
mayor  ostentación  de  misericordia,  cuando  el  es- 
píritu sopla  sobre  la  carne  pecadora  y  la  rege 
ñera:  se  acerca  la  mano  de  Cristo  a  la  herida 
para  curarla,  a  la  cambronera  sin  provecho  para 
vestirla  de  verdura,  darle  la  gracia  de  las  flores 
y  la  singular  merced  de  los  frutos  celestes. 

Ni  nadie  imagine  que  por  el  hecho  de  predesti- 
nar Dios  a  un  alma  a  la  inocencia  y  pureza  per- 
fectas, a  la  señalada  santidad  desde  la  cuna, 
deja  de  existir  el  esfuerzo  personal  y  constante 
anhelo  de  superación.  Siempre  la  santidad  será 


30 


ALVAHO  SANCHEZ 


resultado  de  un  doble  factor:  la  gracia  de  Dios 
obrando  con  manifiesta  bondad  y  la  voluntad 
humana  cooperando  heroica  y  generosamente. 

Me  ocurre  pensar  que,  así  como  en  lo  mera- 
mente temporal  y  humano,  existen  excepciona- 
les aptitudes  para  diversas  artes  y  ciencias,  que 
quedarían  inoperantes  e  imperfectas,  si  el  con 
ellas  dotado  no  se  hubiese  impuesto  el  cultivar- 
las, muchas  veces  a  precios  de  grandes  sacrifi- 
cios; así  en  lo  espiritual  y  sobrenatural  Dios  otor- 
ga sus  dádivas  y  llama  a  una  determinada  voca- 
ción de  santidad :  a  unos  a  la  quietud  de  la  vida 
contemplativa,  a  otros  al  heroico  ejercicio  de 
apostolado,  al  de  más  allá  a  inmolación  silencio- 
sa o  generoso  sacrificio,  a  caridad  sin  tasa,  a  hu- 
mildad sin  reservas;  y  pone  en  el  corazón  de  sus 
elegidos  las  simientes  extraordinariamente  fe- 
cundas de  tales  virtudes,  que  quedarían  estéri- 
les y  no  producirían  los  bendecidos  frutos  de  san  - 
tidad,  si  las  voluntades  humanas  — para  conti 
nuar  el  símil — ,  como  tierra  propicia  no  diesen 
íesueltamente  a  las  semillas  la  acogida  que  co- 
rresponde. 

Y  así,  pongo  por  caso,  como  en  tiempos  de  Mo- 
zart  habría  muchos  niños  dotados  de  sorpren- 
dentes disposiciones  para  la  música,  mas  ningu- 
no como  él,  y  nadie  irá  a  preguntar  a  la  Provi- 
dencia por  qué  en  él  y  no  en  otros  encendió  la 
chispa  del  genio;  así  entre  las  muchas  almas  que 
allá  por  los  años  de  1526  vinieron  a  la  vida,  to- 
cias llamadas  a  la  práctica  del  bien  y  a  la  par- 
ticipación de  la  gracia  mientras  discurriesen  por 
esta  existencia,  y  a  la  felicidad  del  cielo  en  so- 
breviniendo la  muerte,  mas  pocas,  por  razones 


SAN  LUIS  BELTRAN 


31 


que  la  eternal  Sabiduría  se  reserva,  al  ejercicio 
heroico  de  todas  las  virtudes,  y  muy  pocas  a  la 
perfecta  inocencia. 

De  nada  hubiese  servido  que  el  niño  prodigio 
de  Salzburgo  hubiese  recibido  de  la  naturaleza 
la  disposición  musical,  si  no  hubiese  luego  cui- 
dado de  cultivarla,  ejercitándola,  perfeccionán- 
dola con  el  conocimiento  científico  de  las  leyes 
del  arte,  trabajo  personal  que  constituye  el  mé- 
rito; así  el  alma  llamada  a  la  perfección  y  pro- 
veída para  ello  por  misericordiosa  bondad  de 
Dios,  ha  menester  entregarse  dócilmente  a  la 
mano  que  la  guía,  empeñarse  en  la  práctica  de 
la  perfección  evangélica,  vencer  los  siniestros  que 
la  pobre  naturaleza  humana  trae  consigo;  y  ahí 
principia  para  los  santos  el  merecimiento,  y  pa- 
ra nosotros  lo  ejemplar  en  la  relación  de  sus 
vidas. 

Digo,  pues,  que  Juan  Luis  Beltrán  sortitus  est 
anima  bona,  recibió  una  naturaleza  dichosamen- 
te favorecida,  vino  al  mundo  con  la  estrella  de 
los  predestinados  sobre  la  frente. 

Parece  que  su  temperamento  linfático  lo  in- 
clinó desde  temprana  edad  a  un  sentimiento  de 
tristeza.  "Nuestro  bienaventurado  niño,  dice  su 
primer  biógrafo,  el  ya  citado  Padre  Justiniano 
Antist,  fue  muy  llorador;  en  lo  cual  parece  que 
Nuestro  Señor  comenzó  a  darle  condición  triste 
para  que  como  otro  Jeremías  toda  su  vida  andu  - 
viese triste  y  afligido  por  los  pecados  del  mun- 
do". Sin  querer  dar  a  esta  condición  suya  otro 
alcance  que  el  de  un  indicio  de  su  temperamento, 
conviene  anotarla  porque  se  vea  cómo  siendo  los 
linfáticos  inclinados  a  la  quietud,  al  apartamien- 


ALVARO  SANCHEZ 


to,  más  bien  que  a  la  compañía  y  trato  con  los 
prójimos,  con  toda  la  gracia  venció  a  la  natu- 
raleza; y  así  luego  lo  veremos  escoger  la  ago- 
biadora  y  difícil  labor  de  las  misiones  de  ul- 
trapuertos. 

Advierte  el  nombrado  Antist,  que  para  conso- 
larlo de  sus  llantos  de  niño  no  había  mejor  cosa 
que  conducirlo  al  templo;  y  cuando  por  acaso  se 
encontraba  la  iglesia  ya  cerrada,  la  sola  con- 
templación de  las  esculturas  de  la  fachada  bas- 
taba para  acallarle.  Expliquen  los  observadores 
el  hecho  como  bien  quisieren,  no  se  cita  acá  a  tí- 
tulo de  manifestación  sobrenatural  sino  como 
una  realidad  cumplida  y  que  los  contemporáneos 
tuvieron  por  señal  de  una  piadosa  inclinación. 

Apenas  si  la  razón  comenzó  a  despertarse  a  las 
nociones  de  la  vida,  cuando,  merced  al  ambiente 
religioso  en  que  se  desarrollara,  a  los  buenos 
ejemplos  que  recibiera,  propuesta  como  ya  se 
anotó  la  divina  elección,  atraíale  el  ejercicio  de 
oraciones  y  devociones;  gustaba  de  visitar  igle- 
sias y  monasterios,  de  asistir  a  vísperas,  y,  lle- 
gado que  hubo  a  la  edad  de  participar  de  la  Sa- 
grada Eucaristía,  de  recibirla  con  frecuencia. 

Edificaba  con  su  palabra  evangélica  desde  los 
pulpitos  de  Valencia  el  R.  P.  Fr.  Ambrosio  de 
Jesús  de  la  Orden  de  los  Mínimos;  oyóle  por  di- 
cha, Juan  Luis  y  contentóle  grandemente;  llegó- 
le al  alma  la  exposición  sentida  y  vivida,  como 
que  Fr.  Ambrosio,  amén  de  destacado  maestro 
de  sagrada  elocuencia  en  la  cátedra,  era  varón 
espiritual  muy  dado  a  penitencias,  a  contem- 
plación y  a  ejercicios  de  caridad;  y  así  quiso  te- 
nerlo por  confesor  y  guía  de  su  espíritu.  Bajo  su 


SAN  LUIS  BELTRAN 


33 


prudente  dirección  creció  en  el  mozo  el  anhelo 
de  la  "santidad. 

Común  era  en  aquella  edad  el  emprender,  con 
el  bordón  en  la  mano,  laboriosos  peregrinajes. 
Hacíanlos  como  práctica  penitencial,  para  atraer 
especiales  mercedes  del  cielo,  para  demandar  el 
conocimiento  de  la  divina  voluntad  en  especia 
les  circunstancias.  Lugares  favoritos  para  estas 
devotas  andanzas  eran  las  santas  ciudades  de 
Palestina,  las  basílicas  de  Roma  y  el  santuario 
de  Santiago  de  Compostela.  Con  harta  frecuen- 
cia el  principio  de  una  vida  de  admirable  san- 
tidad lo  señaló  una  visita  a  un  celebrado  santua 
rio.  De  seguro,  sin  consultarlo  con  Fr.  Ambrosio, 
llevado  por  el  solo  impulso  de  su  generoso  cora- 
zón, determinó  Juan  Luis  hacer  del  romero  de 
Santiago.  Por  ventura  la  mañana  en  que  salió 
rumbo  a  Galicia  habría  oído  leer  en  la  misa  el 
Evangelio  en  que  el  Señor  manda  a  sus  discípu 
los  sin  alforjas,  sin  calzado,  sin  bordón,  a  reco- 
rrer el  mundo;  y  así  él,  no  con  otra  provisión, 
sino  con  una  muy  crecida  de  fe  en  la  Providen- 
cia y  de  fervor  religioso,  echó  a  andar,  peregri- 
no de  amor,  hacia  la  meta  de  sus  deseos. 

Intentaba,  cumplido  su  propósito  de  visitar  el 
antuario,  dar  consigo  en  algún  austero  cenobio 
donde,  lejos  del  mundo,  pudiese  vivir  única- 
mente para  Dios. 

Algún  dinero  debió  de  pedir  en  préstamo  a 
persona  conocida,  para  lo  más  indispensable  que 
se  le  ofreciera  en  el  viaje,  de  lo  cual,  y  del  enojo 
que  su  secreta  partida  sin  duda  causara  asu  pa- 
dre, experimentó  remordimientos;  y  así  se  de- 
terminó a  escribirles  esta  carta: 


o4 


ALVARO  SANCHEZ 


"Jesús  y  María.  Tengo  por  muy  cierto  el  gran- 
de enojo  que  Vuesa  Merced  y  la  Señora  han  re- 
cibido con  la  resolución  que  he  tomado.  Mas 
ciertamente  no  lo  debían  recibir  pensando  que 
esta  es  la  voluntad  de  Dios.  Pero  dirán  que  có- 
mo sé  yo  ser  esta  la  voluntad  de  Dios.  Pueden 
pensar  que  no  emprendiera  yo  esta  partida  en- 
trado ya  el  invierno,  y  dejando  el  estudio  co- 
menzado, si  no  fuera  con  la  divina  voluntad,  de 
la  cual  Vuesa  Merced  no  debe  recibir  pena,  acor- 
dándose que  nuestro  Redentor  vino  al  mundo  en 
tiempo  del  mayor  frío  del  año  y  dejó  la  gloria 
del  cielo  y  vino  a  morir  para  darnos  vida  a  nos 
otros  ingratos.  Cuánto  más  debo  yo  pecador  de- 
jar el  mundo  e  ir  a  donde  El  querrá  para  ha- 
cer penitencia  de  tantos  pecados  como  he  come- 
tido contra  mi  Dios! 

"Habrále  dado  a  Vuesa  Merced  grande  pena 
haberme  ido  yo  estando  la  Señora  como  está;  pe 
ro  en  esto  tampoco  hay  razón  para  recibir  pesa- 
dumbre. Lea  a  los  Santos  Doctores  que  dicen  que 
es  bienaventurada  la  persona  que  en  este  mundo 
padece  trabajos  y  fatigas;  porque  es  señal  que 
Dios  se  vuelve  a  ella  y  quiere  remunerarle  en  la 
gloria  las  buenas  obras  que  aquí  hace.  Y,  ay!  de 
aquellos  a  quienes  Dios  paga  en  este  mundo  lo 
bueno  porque  en  el  otro  les  pagará  las  malas 
obras!  Así  que  deben  recibir  este  trabajo  con  pa 
ciencia  y  rogar  a  Dios  me  ponga  las  manos  enci- 
ma y  me  guíe  como  guió  a  la  Magdalena,  y  me 
guarde  de  malos  enemigos. 

"De  N.  y  de  N.  he  tomado  algunos  dineros  pres- 
tados para  este  camino,  no  para  regalarme  con 
ello,  sino  para  que  si  Dios  me  quisiera  castigar 


SAN  LUIS  BELTRAN 


35 


con  alguna  enfermedad  por  los  pecados  que  he 
cometido,  tenga  algún  remedio,  aunque  Dios  es 
el  remedio  y  medicina  de  todos.  Paciencia  y  ño 
se  cansen  por  saber  dónde  estoy,  porque  sería 
trabajo  excusado,  y  ya  que  me  hallasen  confío 
que  Dios  y  Maestro  Jesús  me  conservarían  en  el 
parecer  que  tengo;  V.  Merced  me  encomiende 
a  El,  y  le  niegue  que  me  encamine  a  donde 
más  le  sirva. 

"Consuele  Vuesa  Merced  a  mi  madre,  y  di 
gale,  pues  tiene  otros  hijos  1,  se  contente  con  ellos 
y  haga  cuenta  que  me  tomó  la  muerte  cuando 
me  criaba.  No  más,  sino  que  el  Padre  y  el  Hijo  y 
el  Espíritu  Santo,  y  la  Santísima  Virgen  María, 
madre  nuestra,  queden  con  Vuesas  Mercedes  y 
los  consuelen,  y  vayan  conmigo,  amén,  y  nos  ha- 
gan tánta  gracia  que  les  sirvamos  en  este  mundo 
de  manera  que  en  el  otro  les  alabemos  y  alcan- 
cemos el  reposo  eterno"  2. 

Obra  de  siete  leguas  había  andado,  cuando  en 
llegando  a  un  lugarejo  llamado  Buñol,  le  dieron 
alcance  quienes  sabedores  del  caso  advirtieron 
que  en  él  había  sobra  de  piedad  y  falta  de  discre- 
ción. Mas  como  el  joven  insistiera  en  la  prosecu- 
ción de  sus  designios,  pusiéronle  de  presente  que 
su  madre,  a  la  sazón  delicada  de  salud,  moriría 

1  Los  hermanos  de  San  Luis  Bellrán  fueron  ocho:  Miguel  Jeró- 
nimo, ejemplar  sacerdote,  beneíiciado  de  la  catedral  de  Valencia; 
Juan  Bautista,  religioso  dominicano,  como  su  santo  hermano;  Jaime, 
que  por  tres  veces  consecutivas  tomó  el  estado  de  matrimonio;  Juana 
Ana;  Jerónimo  Vicente;  Ursula  Magdalena;  Rafaela  y  Francisca 
Dorotea. 

2  Esta  carta  está  tomada  a  la  letra  de  las  "Adiciones  al  libro 
de  la  Vida  del  Santo  Padre  Fr.  Luis  Beltrán",  obra  del  mismo  Padre 

Vicente  Justiniano  Antist.  Fol.  307  y  siguientes. 


36 


ALVARO  SANCHEZ 


de  pena  por  su  partida.  Tocóle  al  vivo  la  adver- 
tencia y  volvió  sobre  sus  pasos. 

Esta  piadosa  aventura  sirvió  para  que  su  padre 
entendiese  cómo  en  Juan  Luis  había  madera  pa- 
ra un  santo,  pero  en  modo  alguno  materia  para 
las  cosas  del  mundo.  Y  así  hubo  de  desistir  por 
completo  de  algún  remoto  proyecto  de  matrimo  • 
nio  que  alimentaba  a  propósito  de  su  hijo. 

Permitiósele  traer  hábitos  clericales  y  que  se 
dedicase  cuanto  quisiese  a  la  práctica  de  la  pie  - 
dad y  caridad.  Sería  cosa  de  maravillar  ver  a  un 
mozuelo,  casi  un  niño,  de  complexión  delicada, 
vestido  a  modo  de  oblato,  visitando  hospitales  y 
sirviendo  a  los  enfermos  con  amorosa  diligencia; 
sería  motivo  de  grande  edificación  para  la  villa 
verle  en  el  templo,  bajos  los  ojos,  recogida  la  ac- 
titud, entregado  a  orar  con  tanta  unción  como 
hubiera  podido  hacerlo  un  eremita  avanzado  en 
los  caminos  del  espíritu. 

Ni  se  contentaban  sus  piadosos  anhelos  con 
los  ejercicios  de  la  devoción  y  caridad  y  quiso 
añadir  las  prácticas  de  la  penitencia:  evitó  el 
dormir  en  cama  blanda,  y  al  modo  de  los  anti- 
guos anacoretas  y  severos  monjes  lo  hizo  sobre 
el  desnudo  pavimento  las  breves  horas  que  dedi- 
caba al  descanso;  y  porque  persona  ninguna  de 
la  casa  fuese  a  advertir  sus  austeridades,  cui- 
daba de  revolver  a  la  mañana  mantas  y  sábanas. 
Mas  al  notar  la  servidumbre  cuán  limpias  se 
mantenían  las  ropas  del  lecho  cometieron  la  cu- 
riosidad, laudable  por  cierto,  pues  se  descubrió 
el  secreto  de  una  vida,  desde  sus  comienzos,  pe- 
nitente, de  observar  por  la  cerradura  y  por  una 
mirilla  abierta  de  propósito  en  el  muro,  y  así 


SAN  LUIS  BELTRAN 


37 


pudieron  cerciorarse  de  que  buena  parte  de  la 
noche  la  dedicaba  Juan  Luis  a  la  oración,  y  que 
el  descanso  era  más  bien  trabajo  de  penitencia. 

En  las  actas  de  los  procesos  levantados  para  su 
canonización  consta  de  su  dócil  obediencia,  de  la 
sencillez  de  su  espíritu,  de  la  mansedumbre  y 
suavidad  de  su  trato. 

Murió  por  entonces,  y  de  inesperada  manera, 
Fray  Ambrosio  de  Jesús,  y  Juan  Luis  escogió  pa- 
ra confiarle  la  dirección  de  su  conciencia  al  R. 
P.  Fray  Lorenzo  López  de  la  Orden  de  Santo  Do- 
mingo. Sus  consejos,  sus  paternales  advertencias, 
y  más  que  los  avisos  de  palabra,  la  permanente 
lección  del  ejemplo,  llevaron  al  devoto  joven  a 
solicitar  del  entonces  prior  del  convento  de  Va- 
lencia, Fray  Jaime  Ferrer,  el  hábito  domini- 
co. Pero  como  lo  supiese  el  Notario  Beltrán,  cre- 
yó prudente  advertir  al  superior  lo  débil  y  en- 
fermizo de  la  salud  de  su  hijo,  y  así  no  fue  po 
sible  que  le  franqueasen  el  claustro,  al  menos 
mientras  duró  el  priorato  del  mencionado  Padre 
Maestro. 

Desquitábase  de  la  mora  en  principiar  su  no- 
viciado yendo  con  algunos  otros  aspirantes,  en 
determinados  días,  a  la  casa  que  regía  el  Padre 
López  para  escuchar  las  instrucciones  religiosas 
que  les  hacía  como  si  ya  perteneciesen  a  la  fa- 
milia de  Santo  Domingo;  intruíales  en  los  méto- 
dos de  oración,  en  el  examen  de  la  conciencia, 
en  los  provechos  de  la  Santa  Misa  y  modo  de  re- 
cibir los  sacramentos;  exhortábales  al  amor  de 
Cristo  y  a  perseverar  en  sus  piadosas  resolucio- 
nes. Concluía  señalándoles  alguna  leve  peniten- 
cia y  alguna  devota  práctica  para  la  siguiente 


38 


ALVARO  SANCHEZ 


semana.  Luis  Beltrán  íbase  luégo  con  sus  amigos, 
entre  los  cuales  destacábase  Francisco  Saravia, 
que  ingresó  más  tarde  a  la  Compañía  de  Jesús, 
a  ciertos  lugares  apartados  y  allí  hacían  capítu 
lo  de  culpas  y  tomaban  disciplina.  Tan  santas 
disposiciones  auguraban  claramente  lo  que  sería 
en  la  observancia. 


111 


Toma  el  hábito.  —  El  devoto  novicio. 
El  santo  sacerdote. 


Sábese  de  cierto  que,  inclinado  vehementemen- 
te a  la  práctica  de  la  oración  y  contemplación, 
imaginando  que  hasta  el  estudio  y  las  preocupa- 
ciones intelectuales  podrían  distraerlo  de  su 
devota  quietud,  pensó  en  renunciar  a  los  libros; 
más  luego,  conociendo  que  la  ciencia,  cuando  la 
encamina  e  informa  el  espíritu  de  Dios,  no  em- 
pece la  contemplación  y  oración,  antes  por  el 
contrario  la  fundamenta  y  favorece,  y,  sin  duda, 
aleccionado  sobre  ello  por  sus  confesores  y  di- 
rectores espirituales,  resolvió  darse  al  estudio, 
alcanzando  una  no  común  noticia  de  la  filoso- 
fía escolástica  y  de  la  sagrada  teología,  de  los  es- 
critores místicos  y  de  los  Padres  y  Doctores  de 
la  Iglesia. 

Por  la  carta  arriba  transcrita,  en  donde  se  lee : 
"Puede  pensar  que  no  emprendiera  yo  esta  parti- 
da entrado  ya  el  invierno  y  dejando  el  estudio 
comenzado ..."  y  dado  el  corto  tiempo  que  me- 
dió entre  su  ingreso  a  la  Orden  y  su  ordenación 
sacerdotal,  podemos  concluir  que  antes  de  su 
noviciado  frecuentaba  algunas  aulas,  y  que  tal 


42 


ALVARO  SANCHEZ 


vez  recibiera  lecciones  de  los  mismos  religiosos 
cuyo  hábito  se  preparaba  a  vestir. 

Era,  pues,  nuestro  Santo  de  talento  natural 
claro  y  bien  capacitado  para  las  ciencias;  hizo 
buenos  y  sólidos  estudios,  mas  no  fue  la  volun- 
tad del  cielo  que  descollara  en  la  cátedra  sino 
sobre  los  altares;  no  lo  quiso  preeminente  en  las 
letras  humanas  sino  en  las  obras  divinas. 

Habiendo  concluido  el  tiempo  de  su  priorato 
el  R.  P.  Jaime  Ferrer,  fue  reemplazado  por  el 
R.  P.  Juan  Micón,  hombre  de  extraordinarias 
luces  y  que  gozaba  de  merecida  fama  de  santi 
dad.  Este,  pues,  instada  en  reptidas  ocasiones 
por  Juan  Luis  Beltrán  acabó  por  concederle  el 
hábito  de  la  Orden.  Vistiólo  el  26  de  agosto  de 
1544,  a  los  diez  y  ocho  años  de  su  edad. 

No  se  hizo  esta  ceremonia  con  el  gusto  y  con- 
tentamiento del  Notario  don  Juan  Luis  Beltrán 
y  de  su  esposa  doña  Juana  Angela,  antes  igno- 
rándolo ellos;  pues  siendo  nuestro  bienaventura-, 
do  el  mayor  de  los  hijos  que  por  entonces  les' 
quedaban,  pesábales  mucho  desprenderse  de  él, 
y  temían,  no  sin  fundamento,  que  su  complexión 
delicada  no  pudiera  soportar  los  estudios  y  aus- 
teridades de  la  vida  conventual. 

Solía,  como  dijimos  atrás,  el  piadoso  joven  pa- 
sarse los  días  de  la  aurora  al  crepúsculo,  bien  en 
alguna  casa  religiosa  oyendo  misas  y  pláticas,  y 
orando;  bien  en  el  hospital  cuidando  de  los  en- 
fermos. Este  el  motivo  de  que  sus  padres  en  la 
mañana  del  26  de  agosto  no  lo  echaran  de  menos, 
no  advirtieran  su  ansencia;  mas,  llegada  la  no- 
che, y  viendo  que  no  regresaba  a  casa,  entraron 
en  cuidado,  afán  que  se  aumentó  al  ver  que  la 


SAN  LUIS  BELTRAN 


43 


ausencia  duraba  toda  la  noche  y  todo  el  siguien- 
te día.  Adivinando  entonces  la  causa,  acudió 
Juan  Luis  Beltrán  al  convento  de  Santo  Domin  - 
go y  haciendo  llamar  al  R.  P.  Micón  le  expuso 
sus  cuidados  y  temores.  Este  a  su  vez  mandó  pre- 
sentarse al  aspirante  Juan  Luis  y  le  exigió  de 
clarase  delante  de  su  padre  su  voluntad.  Obe- 
diente el  joven  Beltrán,  hízolo  luego  manifes- 
tando que  tenía  hecho  voto  de  vivir  y  morir  en 
la  observancia  de  la  regla  de  Santo  Domingo. 
Con  ello,  y  con  una  visita  que  días  después 
practicó  el  R.  P.  Micón  a  doña  Juana,  sin  duda 
la  más  acongojada  por  la  separación  de  su  hijo, 
quedó  el  negocio  concluido:  consolados  los  pa- 
dres que,  como  cristianos  a  cabalidad,  no  podían 
por  menos  de  ver  en  la  vocación  religiosa  de  su 
hijo  una  señalada  merced  del  cielo,  si  bien  la 
naturaleza  humana  sufría  con  el  dolor  de  !a 
ausencia;  y  el  mozo  sosegado  y  tranquilo  sa- 
biendo que  contaba  ya  con  el  beneplácito  y  ben- 
dición de  sus  padres. 

Dos  meses  después,  a  6  de  octubre,  contestó  a 
sus  padres  una  carta  cuyo  contenido  nos  hace 
conocer  lo  bien  estudiado  de  su  determinación. 
Dice  así: 

"Una  de  Vuesa  Merced  he  recibido  y  mirán- 
dola bien  hallo  que  en  suma  contiene  dos  cosas: 
la  una  es  que  ya  que  yo  quiero  ser  religioso,  su 
intención  es  que  yo  sirva  a  Dios  en  la  Orden  de 
la  Cartuja  o  en  la  de  San  Jerónimo.  La  otra  es 
que  los  Padres  de  esta  casa  me  han  persuadido 
que  yo  sea  religioso  en  ella.  Acerca  del  primer 
punto,  tenga  paciencia  Vuesa  Merced  porque  no 
sería  consuelo  mío;  y  a  lo  que  dice  Vuesa  Mer- 


44 


ALVARO  SANCHEZ 


ced  que  los  manjares  y  abstinencias  y  trabajos 
no  son  para  mi  conplexión  y  también  como  yo 
soy  dado  a  meditación  y  contemplación  tendría 
mayor  aparejo  para  ello  en  aquellas  religiones 
que  en  ésta,  donde  los  religiosos  se  dan  mucho 
al  estudio;  y  finalmente  que  en  esta  Orden  no 
se  hace  caso  sino  de  los  muy  letrados,  acuérdese 
Vuesa  Merced  que  como  dice  San  Pablo  el  reino 
de  Dios  no  está  en  comer  y  beber,  y  reprende  a 
aquellos  cuyo  Dios  es  el  vientre.  Y  pues  yo  no 
creo  que  el  reino  de  Dios  es  comer  y  beber,  ni 
tengo  por  Dios  a  mi  vientre,  poco  me  han  de  es- 
pantar los  trabajos  y  abstinencias.  Y  pues  acá 
se  dan  los  religiosos  a  predicar  y  confesar  (ofi- 
cios que  no  se  pueden  hacer  bien  sin  contemplar 
y  meditar)  es  cierto  que  en  esta  Religión  hay 
grande  lugar  para  meditar  y  contemplar,  lo  cual 
es  notorio  a  Vuesa  Merced  y  a  cuantos  lo  que- 
rrán ver. 

"El  ser  tenido  en  poco  delante  de  los  hombres 
no  me  da  pena,  antes  lo  busco,  y  San  Pablo  me 
lo  aconseja  en  aquellas  palabras:  «Yo  tengo  en 
nada  el  ser  juzgado  de  vosotros,  porque  el  que 
me  juzga  es  el  Señor».  Por  lo  tanto  suplico  a 
Vuesa  Merced  por  amor  de  Dios  que  tenga  por 
bueno  lo  que  el  Espíritu  Santo  ha  hecho.  De  El  es 
obra  y  no  mía,  y  hacer  lo  contrario  es  resistirle. 
Y  así  creo  verdaderamente  que  me  salvaré  y  que 
seré  la  causa  de  la  salvación  de  Vuesa  Merced  y 
de  mi  madre  y  de  mis  hermanos.  Por  lo  tanto 
digo  con  el  Salmista:  Haec  requies  mea,  hic  ha- 
bitato  quoniam  elegí  eam. 

"Cuanto  a  lo  segundo  que  Vuesa  Merced  pien  - 
sa que  los  Padres  de  esta  Santa  Religión  me  han 


SAN  LUIS  BELTRAN 


45 


persuadido  a  que  me  fuese,  créame  (porque  digo 
la  verdad)  que  antes  me  han  sido  contrarios,  y 
principalmente  el  Padre  Maestro  de  novicios,  no 
porque  le  pesase  de  recibirme,  sino  por  parecerle 
como  a  Vuesa  Merced  que  no  tengo  bastantes 
fuerzas  para  pasar  los  trabajos  de  esta  Santa  Re- 
ligión. Mas  a  la  postre,  vista  mi  importunación 
y  perseverancia,  les  ha  parecido  que  no  condes- 
cender conmigo  era  resistir  al  Espíritu  Santo. 
Para  que  entienda  Vuesa  Merced  ser  esto  así, 
me  han  dado  algunas  licencias,  que  no  se  dan 
a  otros  novicios,  como  ser  de  escribirles  y  recibir 
sus  cartas  y  hablar  a  los  que  han  enviado  a  vi- 
sitarme. Mas  ahora  pues  ya  a  Vuesa  Merced  le 
consta  que  lo  que  he  hecho  ha  sido  de  buena  vo- 
luntad y  no  importunado,  ya  no  hay  para  qué 
pasar  adelante  en  esta  licencia  sino  regirme  co- 
mo se  rigen  los  otros  novicios  de  la  Orden  y  así 
lo  he  rogado  ya  al  Padre  Maestro;  pero  dice  que 
me  dará  licencia  para  que  Vuesa  Merced  me  ha- 
ble a  solas  si  viniese  por  acá. 

"En  lo  demás  me  tratan  con  tanta  crueldad 
que  por  mis  enfermedades  me  han  puesto  en  la 
mejor  celda  de  la  casa  de  novicios  y  me  hacen 
cenar  tres  veces  en  la  semana  contra  mi  volun- 
tad, y  por  hacer  tanto  frío  se  ha  quitado  la  ropa 
de  que  él  tenía  tanta  necesidad,  y  me  la  ha  dado. 
De  suerte  que  para  mi  es  misericordioso  y  para 
sí  cruel  y  va  desnudo  porque  yo  vaya  vestido.  Así 
que  Vuesa  Merced  se  consuele  que  yo  estoy  con- 
solado en  mi  espíritu,  y  cuanto  a  las  fuerzas  ex- 
teriores, me  siento  mejor  que  en  toda  mi  vida. 
Guarde  no  se  diga  de  Vuesa  Merced  lo  que  dice 
David:  «temblaron  de  temor  donde  no  había  qué 


46 


ALVARO  SANCHEZ 


temer».  La  gracia  del  Espíritu  Santo  guarde  a 
Vuesa  Merced  y  a  la  Señora,  y  a  todos,  como  se 
]o  ruego  de  día  y  de  noche.  A  6  de  octubre 
de  1544"  i. 

Esta  carta  bastaría,  aun  cuando  otras  noti 
cias  no  tuviésemos  para  saber  qué  disposición  de 
ánimo  le  acompañó  en  el  propósito  de  abrazar 
la  vida  dominica;  y  qué  linaje  de  vida  llevaba 
el  edificante  novicio. 

Infórmanos  que  las  asperezas  y  trabajos  eran 
muchos,  llevado  todo  con  grande  espíritu  y  ad- 
mirable caridad.  Cuenta  como  gran  alivio  en  la 
austeridad  de  la  regla,  el  que  lo  hiciesen  cenar 
tres  días  en  la  semana;  danos  a  entender  que  la 
pobreza  brillaba  en  todo  su  esplendor,  así  como 
la  bondad  del  corazón  y  el  amor  del  prójimo  en 
Dios  y  por  Dios.  (El  superior  para  remediar  el 
frío  del  novicio  se  desprende  de  su  escaso  y  mez- 
quino abrigo).  Por  último,  hános  abierto  su  al- 
ma para  decirnos  cuál  el  fin  que  por  tan  es 
trecho  camino  buscaba:  su  propia  salud  eterna 
y  la  de  sus  prójimos,  principiando  por  aquellos 
a  quienes  lo  ligan  los  vínculos  de  la  sangre,  sus 
padres  y  sus  hermanos.. 

Alentado  con  tan  persuasivos  ejemplos,  ayu- 
dado de  la  gracia  sobrenatural,  tenía  que  salir, 
como  salió,  perfecto  novicio,  dispuesto  a  maravi- 
lla para  la  profesión  religiosa,  que  hizo  a  27  de 
agosto  de  1545. 

Y  si  en  el  año  de  su  preparación  tan  excelentes 
pruebas  dio  de  lo  que  podía  esperar  de  él  su  co- 


1  "Adiciones  al  Libro  de  la  vida  del  SGnto  Padre  Luis  Bcltrán" 
por  el  P.  Maestro  Vicente  Justiniano  Anlist.  Fol.  310  y  siguientes. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


47 


munidad  en  particular,  y  la  Iglesia  en  general; 
ligado  a  Cristo  por  los  votos  de  pobreza,  casti- 
dad y  obediencia,  procuró  llevar  tan  adelante  la 
práctica  de  sus  generosas  determinaciones,  que 
sus  maestros  y  directores  no  tenían,  como  suele 
acaecer  con  otros  candidatos  a  la  profesión  de 
menjes,  que  darle  del  acicate,  sino  más  bien  que 
sofrenarle  en  su  decidida  carrera. 

Dióse  en  especial  a  la  práctica  de  la  peniten- 
cia, de  la  que  toda  su  vida  fue  muy  amante,  y 
como  ya  su  salud  era  harto  delicada  de  suyo., 
vino  a  quebrantarse  por  entero,  siendo  necesa- 
rio enviarle  primero  cuatro  meses  a  casa  de  sus 
padres  y  luego  a  otro  convento  llamado  de  San 
Mateo,  retirado  en  el  campo,  donde  los  aires  plá  - 
cidos, dejados  por  obediencia  el  estudios  y  los  ri- 
gores penitenciales,  le  restaurasen  mejor  que  las 
pócimas  y  medicinas.  Vuelto  a  Valencia  en  ente  • 
ra  salud,  reanudó  con  gran  fervor  sus  interrum- 
pidas tareas  y  su  vida  penitente. 

Era,  como  es  hoy,  la  Summa  de  Santo  Tomás, 
y  como  deberá  serlo  siempre  que  se  desea  propor 
cionar  una  sólida  cultura  teológica,  la  base  de 
los  estudios  eclesiásticos.  Libro  admirable  que 
conjuga  la  solidez  con  la  claridad  del  razona- 
miento, tiene  no  sé  qué  recóndita  unción  en 
medio  de  la  sobriedad  de  los  términos,  como  bro  - 
tado al  cabo  de  una  inteligencia  iluminada  por 
una  ciencia  más  que  humana  y  escrito  al  calor 
de  un  corazón  encendido  en  el  celo  de  la  verdad. 
Mucho  debió  quedar  en  lo  escrito,  de  la  intensa 
vida  espiritual  de  aquel  que  mereció,  proferido 
por  los  mismos  labios  de  Cristo,  este  incompa- 
rable elogio:  "Bien  has  escrito  de  mí,  Tomás". 


48 


ALVARO  SANCHEZ 


Contacto  con  un  grande  y  noble  espíritu,  in- 
fluencia de  una  inteligencia  superior,  experi- 
menta el  estudioso  de  la  Summa,  que  al  propio 
tiempo  que  sustenta  la  mente  con  nutritivo  pan 
de  doctrina,  prende  en  la  voluntad  afectos  de 
devoción. 

Tomó  tanto  gusto  Fray  Luis  al  estudio  del 
Doctor  de  Aquino,  que  no  acertaba  a  dejarlo  de 
la  mano.  Tenía  especial  empeño  en  consultar 
con  frailes  doctos  sus  dudas  y  en  conversar  con 
sus  cohermanos  acerca  de  lo  que  en  cada  artícu 
lo  estudiaba.  De  modo  que  todas  sus  pláticas  eran 
de  cosas  del  espíritu,  sin  que  en  él  se  observara 
jamás  ligereza,  ánimo  murmurador  o  curioso  de 
novedades  del  mundo. 

No  quiere  decir  esto  que  fuera  amanerado  o 
desapacible  en  su  trato;  que  se  advirtiera  en  él 
algún  linaje  de  afectación;  antes  su  gravedad 
era  la  natural  como  espontánea  manifestación 
de  un  alma  superior  poseída  enteramente  por 
más  altos  cuidados. 

Dos  años  después  de  hechos  los  santos  votos, 
fue  promovido  a  las  órdenes  sagradas;  recibió  el 
presbiterado  en  octubre  de  1547.  Cantó  su  pri- 
mera Misa  en  noviembre  del  año  48  en  la  Igle- 
sia del  convento  de  Santa  Cruz  de  Lombay.  Una 
de  las  notas  características  de  este  religioso  va- 
rón, modelo  de  almas  apostólicas  y  sacerdota- 
les, fue  su  devoción  por  el  Sacramento  del  Altar. 
Ya  vimos  cómo  de  mozo  gustaba  de  recibir  con 
frecuencia  la  Venerable  Eucaristía;  cuánto,  pues, 
sería  el  gozo  de  su  alma,  cuando  la  autoridad 
de  la  Iglesia  le  dio  el  poder  de  consagrar  el 
Cuerpo  del  Señor,  cuando  oyó  de  labios  del  pre- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


49 


lado  aquellas  palabras  de  San  Juan:  "Ya  no  he 
de  llamaros  siervos,  sino  amigos  míos ..."  y 
comprendió  que  todo  el  aparejo  de  sus  años  de 
novicio,  y  todo  el  empeño  de  purificación,  y  toda 
la  vida  de  austeridad  y  de  oración,  y  todos  los 
sacrificios,  comparado  todo  ello  con  la  excelen- 
cia de  la  merced  recibida,  con  la  alteza  de  la 
dignidad,  con  lo  sublime  del  carácter  sagrado, 
resultaba  muy  poca  cosa!  Qué  preparación  será 
suficiente  para  ascender  al  altar  de  Dios,  al  al- 
tar de  Dios  que  es  la  fuente  de  la  santidad  de 
los  santos  y  el  gozo  indeficiente  de  los  elegidos! 

Hecho  sacerdote  comienza  en  él  una  serie  de 
manifestaciones  extraordinarias  que  no  tendrán 
fin  sino  con  su  muerte:  Una  lúcida  intuición  de 
las  almas  y  de  las  conciencias;  un  ver  los  suce- 
sos futuros  como  si  fuesen  presentes;  especiales 
favores  en  la  oración  extática  y  contemplativa; 
dón  de  milagros  como  el  que  tuvieron  los  mayo- 
res taumaturgos  de  todos  los  tiempos. 

Nuestro  siglo  incrédulo  y  positivista  sonríe, 
cuando  se  menciona  en  las  vidas  de  los  santos 
acaecimientos  milagrosos  y  dones  sobrenatura- 
les. Unas  veces  los  niega  lisa  y  llanamente,  sin 
tomarse  siquiera  el  trabajo  de  estudiar  los  do- 
cumentos históricos,  el  valor  de  los  testimonios, 
en  suma,  las  pruebas  que  los  presentan  como 
una  realidad;  otras,  ante  la  imposibilidad  de  des 
conocer  el  hecho,  ensaya  una  explicación  fun- 
dada en  las  leyes  naturales,  cuyo  total  conoci- 
miento aún  no  se  ha  alcanzado.  Ante  el  relato 
de  una  curación  milagrosa,  dice:  "Leyenda;  otras 
veces  concluye,  sugestión";  ante  el  anuncio  de 
una  visión  profética,  ante  el  conocimiento  del 


50 


ALVARO  SANCHEZ 


secreto  de  los  corazones,  asegura  paladinamente' 
que  se  trata  de  fantasías,  o  bien  inventa  una  pa- 
labra para  designarlo:  telepatía,  visión  a  distan- 
cia, manifestación  del  subconsciente,  y  qué  sé 
yo  cuantas  cosas  más! 

Los  doctores  Corre  y  Laurent  (encontramos  en 
Joly  l,  Psicología  de  los  Santos)  en  un  artículo 
publicado  en  París  en  la  Revue  Scientifique  el  6 
de  septiembre  de  1893,  y  titulado  "La  sug gestión 
dans  l'histoire",  estudian  los  milagros,  las  profe- 
cías, nada  menos  que  de  San  Vicente  Ferrer,  y 
las  reducen  a  lucidez  o  vista  a  distancia,  suges- 
tiones y  fascinaciones.  Persuadidos,  por  otra  par- 
te, de  que  el  hecho  de  la  santidad  consiste  esen- 
cialmente en  esas  manifestaciones  extraordina- 
rias, proclaman  satisfechos  que  el  santo  es  un 
neurópata  y  que  se  encuentra  por  igual  en  otras 
confesiones  religiosas  distintas  del  catolicismo, 
en  el  budismo,  por  ejemplo,  donde  prosperan  a 
granel  los  embaucadores,  los  encantadores  de 
serpientes,  los  faquires  dotados  de  visión  a  dis- 
tancia; pretenden,  en  una  palabra,  negar  a  la 
Iglesia  su  nota  de  santidad. 

Ante  todo,  cuidemos  de  establecer  muy  bien  lo 
esencial  de  la  santidad.  Distingamos  claramente 
entre  su  esencia  y  algunos  fenómenos  sobrena- 
turales que  en  ocasionen  la  acompaña,  pero  que 
en  manera  alguna  son  indispensables  para  cons- 
tituirla. La  santidad  es  la  perfección  de  la  vir- 
tud, es  el  ejercicio  heroico  de  toda  justicia;  y,  si 
queremos  ahondar  más  en  sus  raigambres  y  fuen- 

1  Véase:  Psicología  de  los  Santos,  por  H.  Joly,  pág.  78  de  la  tra- 
ducción castellana  de  M.  Villaescusa. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


51 


tes  interiores  para  mejor  hacernos  cargo  de  sus 
frutos,  diremos,  con  el  docto  Fundador  de  San 
Sulpicio,  que  el  santo  está  destinado  a  manifes- 
tar al  exterior  la  vida  interior  de  Jesucristo.  Pe- 
ro, escuchemos  textualmente  sus  palabras:  "La 
fiesta  de  todos  los  santos,  dice,  me  parece  en 
cierto  modo  más  grande  que  la  de  Pascua  o  la 
de  la  Ascención;  porque  este  misterio  hace  a 
Nuestro  Señor  perfecto,  puesto  que  Jesús,  como 
Jefe,  no  es  perfecto  y  acabado,  si  no  está  unido 
con  todos  sus  miembros  que  son  los  santos.  Esta 
fiesta  es  gloriosa  porque  manifiesta  de  fuera  la 
vida  oculta  del  interior  de  Jesucristo;  pues  toda 
la  excelencia  y  perfección  de  los  santos  es  sólo 
una  emanación,  salida  de  su  espíritu,  que  se  di- 
funde por  todos  ellos"  l. 

Doctrina  fundada  en  la  enseñanza  de  San  Pa- 
blo. Sería  preciso  transcribir  una  a  una  las  epís- 
tolas para  que  viésemos  con  cuanta  claridad  el 
Apóstol  de  las  gentes  enseña  la  noción  funda 
mental  de  la  santidad.  "Por  tanto,  leemos  en  el 
capítulo  II  de  la  epístola  II  a  los  colosenses,  de 
la  manera  que  habéis  recibido  al  Señor  Jesucris- 
to, andad  en  El,  arraigados  y  sobreedificados  en 
El".  Y  más  abajo,  en  la  misma  carta,  añade: 
"Muertos  sois  y  vuestra  vida  está  escondida  con 
Cristo  en  Dios".  En  donde  claramente  se  prescri- 
be, al  que  quiera  llamarse  discípulo  de  la  nueva 
doctrina,  que  debe  estar  como  planta  cuyas  raí- 
ces se  adentran  para  asimilar  la  vida  del  espíri- 
tu en  el  mismo  Cristo;  o  como  edificios  cuyos  ci- 
mientos reposan  en  Cristo;  o  aún  más  exacta- 


1  Letües  11  -475.  (Edición  LecoHre). 


52 


ALVARO  SANCHE2 


mente,  como  una  vida  que  se  oculta,  para  hacer- 
se más  intensa  y  profunda,  en  Cristo  Dios.  En 
el  capítulo  II  de  la  carta  a  los  filipenses  enseña: 
"Haya  pues,  en  vosotros  ese  sentir  que  hubo  tam- 
bién en  Jesucristo";  y,  a  renglón  seguido  dice 
cuál  fuera  ese  sentir,  y  cómo,  a  su  semejanza, 
debe  sentir  y  vivir  el  cristiano.  Y  qué  otra  cosa 
significa  cuando  en  su  carta  a  los  gálatas  les  re- 
fiere las  ansiedades  y  dolores  que  por  ellos  pade- 
ce, doñee  jormetur  Christus  in  vobis,  hasta  que 
Cristo  se  haya  formado  en  vosotros?  Pues  aún 
es  más  preciso,  si  cabe,  en  el  capítulo  IV  de  la 
epístola  II  a  los  fieles  de  Corinto:  "Llevando 
siempre,  leemos,  por  todas  partes  la  muerte  de 
Jesús  en  el  cuerpo  para  que  también  la  vida  de 
Jesús  sea  manifestada  en  nuestros  cuerpos.  Por  ■ 
que  nosotros  que  vivimos  siempre  estamos  entre- 
gados a  muerte  por  Jesús,  para  que  también  la 
vida  de  Jesús  sea  manifestada  en  nuestra  car- 
ne mortal". 

Adviértase  ahora  cuán  fielmente  el  señor  Olier 
en  su  concepto  de  santidad  sigue  la  doctrina  de 
San  Pablo.  Cristo,  Dios  como  el  Padre,  y  hombre 
como  nosotros  en  virtud  de  la  unión  personal  de 
las  dos  naturalezas,  ha  puesto,  por  decirlo  así, 
al  alcance  del  hombre,  la  santidad  misma  de 
Dios.  Es  su  humanidad  sagrada  a  manera  de  un 
leve  vaso  de  alabastro  que  tamizara  el  brillo  de 
la  luz  indeficiente;  como  un  precioso  velo  que, 
para  no  deslumhrar  las  débiles  pupilas  humanas, 
encubriera  las  claridades  divinas.  El  cristiano  de- 
be procurar  vivir  la  vida  de  Cristo;  que  el  Señor 
viva  en  él,  y  que  sus  actos  y  palabras,  su  existen- 
cia entera,  sean  para  el  mundo  la  manifesta- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


53 


ción  de  la  vida  de  su  Maestro:  üt  et  vita  Jesu 
manifestetur  in  carne  nostra  mortali.  Por  mala 
ventura,  no  es  eso  lo  ordinario;  y  así  la  Iglesia 
reserva  el  título  de  "Santo"  para  aquel  creyen- 
te que  logra  realizar  el  hermoso  proyecto  de  vida 
espiritual  descrito  por  San  Pablo,  y  por  él  mis- 
mo cumplido  en  toda  su  plenitud,  ya  que  pudo 
escribir  estas  palabras:  "Vivo,  mas  no  yo,  es 
Cristo  quien  vive  en  mí". 

No  son,  pues,  los  hechos  milagrosos,  los  suce- 
sos extraordinarios,  los.  acaecimientos  raros  e  in- 
explicables, las  notas  características  de  la  san- 
tidad; puede  haber  almas  muy  santas,  y  de  he- 
cho las  ha  habido,  sin  que  el  milagro,  el  suce- 
dido asombroso,  revelara  su  existencia  en  la  tie- 
rra. Siendo  ello  así,  y  volviendo  al  asunto  que 
nos  ocupa,  si  al  narrar  la  vida  de  San  Luis  Bel- 
trán  se  citan  hechos  asombrosos  ello  es,  no  para 
hacer  consistir  en  eso  su  santidad,  sino  en  guar  - 
da de  la  fidelidad  de  la  historia,  y  como  una 
prueba  objetiva  de  cuán  gratas  eran  a  Dios  las 
virtudes  de  su  fidelísimo  siervo. 

Advirtamos  además,  con  Joly,  que  en  las  vidas 
de  los  servidores  de  Dios  lo  natural  se  mezcla 
constantemente  con  lo  sobrenatural.  Nada  impi- 
de suponer,  por  ejemplo,  que  casos  de  lejana  vi- 
sión o  de  visión  interior  puedan  encontrarse  en 
personajes  no  santos,  y  a  los  cuales  fenómenos 
puede  dárseles  una  explicación  natural.  Mas  pre- 
cisamente esos  hechos  susceptibles  de  explicarse 
por  una  causa  que  no  excede  los  límites  y  posi- 
bilidades de  la  simple  naturaleza,  servirán  de 
punto  de  referencia  para  anotar  cuán  claramen- 


54 


ALVARO  SANCHEZ 


te  brilla  en  otros  la  luz  de  lo  sobrenatural;  tan 
reales  como  los  primeros  y  en  absoluto  inexpli  - 
cables, si  no  es  admitiendo  la  intervención  direc- 
ta de  Dios. 

Aún  en  aquellos  mismos  hechos  que,  para  ob- 
servadores positivistas  y  prevenidos,  pueden  te- 
ner una  explicación  natural,  hay  una  diferencia 
grande  entre  los  acaecidos  a  personajes  no  cata- 
logados entre  los  santos,  y  los  sucedidos  a  estos 
últimos.  Para  los  primeros  un  caso  de  telepatía, 
vaya  en  gracia  de  ejemplo,  puede  ocurrir  sin  ma- 
yor "por  qué":  una  preocupación  trivial,  un  es- 
fuerzo de  concentración,  lo  determina;  en  el 
santo  está  siempre  ordenado  a  una  obra  virtuo- 
sa, tiene  por  finalidad  el  bien  del  prójimo  y  la 
gloria  de  Dios.  Para  el  común  de  las  gentes,  un 
sucedido  de  aquellos  que  revelan  soterradas  co- 
rrientes psíquicas  no  ocurre  si  no  media  entre 
ellos  alguna  laya  de  conocimiento  o  relación 
— simpatía  o  antipatía,  familiaridad  u  odio — ; 
para  el  santo,  sobreviene  sin  aquellas  naturales 
vinculaciones,  por  donde  se  echa  de  ver  cuán 
exacta  es  la  observación  de  Joly:  "lo  sobrenatu- 
ral se  mezcla  en  lo  natural".  "Podría  conjetu- 
rarse, añade  en  otra  parte,  que  el  alma  del  santo 
sobre  la  cual  se  deslizan  tantas  impresiones  te- 
rrenas, dispone  para  todo  lo  concerniente  a  la 
vida  del  espíritu  y  de  la  conciencia  de  una  deli- 
cadeza negada  al  común  de  los  hombres.  Hay 
en  ellos  como  un  traspaso  de  sensibilidad  muy 
fácil  de  entender.  Añadamos  que  esta  penetran- 
te adivinación  no  se  aplica  en  ellos  a  hechos  in- 
significantes y  vulgares:  se  consagra  a  lo  que 


SAN  LUE  BELTRAN 


55 


merece  provocar  su  atención  de  directores,  de 
misioneros  o  de  apóstoles"  K 

Perdónese  la  interrupción  del  relato  en  fuer- 
za de  la  necesidad  de  aclarar  algunos  conceptos, 
y  veamos  el  primer  hecho  extraordinario  aconte- 
cido a  Fray  Luis.  De  ahí  en  adelante  lo  extraor- 
dinario sera  lo  ordinario  de  su  vida. 

Hallábase  en  noviembre  de  1548,  al  año  si- 
guiente de  su  ordenación  sacerdotal,  en  el  con- 
vento de  Santa  Cruz  de  Lombay  (el  notario  don 
Juan  Luis  Beltrán,  su  padre,  residía  en  Valen 
cia)  cuando,  una  noche,  acabada  su  oración  y  al 
retirarse  a  descansar,  lo  vio  moribundo.  Impre- 
sionóle tan  vivamente  lo  acaecido  que  a  la  ma- 
ñana siguiente,  antes  de  celebrar  la  misa,  lo  con- 
tó a  su  confesor.  De  ahí  a  poco  llegó  de  Valencia 
un  mensajero  solicitando  hablar  con  el  Padre 
Fray  Luis.  Cuál  no  sería  su  asombro  al  informar, 
se  que  no  otra  novedad  le  noticiaba  sino  que  su 
padre,  víctima  de  repentina  enfermedad,  esta- 
ba ya  al  cabo  de  sus  días. 

Partió  Fray  Luis  para  Valencia,  y  tuvo  la  for- 
tuna de  encontrar  vivo  y  consciente  a  su  padre. 
Dióle  los  últimos  sacramentos  y  pudo  oir  de  sus 
labios  estas  palabras:  "Hijo  mío,  una  de  las  co- 
sas que  en  esta  vida  me  han  dado  mayor  pena 
ha  sido  verte  fraile,  y  ahora  lo  que  más*  me  con- 
suela es  que  lo  seas:  te  encomiendo  mi  alma". 
Con  estas  palabras,  y  recibida  la  bendición  de 
su  hijo,  entregó  su  espíritu  a  Dios,  a  6  de  noviem- 
bre de  1548.  Caso  de  telepatía,  dirá  alguno;  he- 


1  H.  Joly,  Psicología  de  lo*  Santos.  Traducción  de  M.  ViUaescusa. 
pao.  81. 


56 


ALVARO  SANCHEZ 


chos  semejantes  registran  los  estudios  psíquicos, 
y  no  hay  acaso  persona  que  no  pueda  referir 
alguno.  Verdad  es,  mas  adviértase  cómo  en  el 
narrado  por  los  biógrafos  del  Santo,  la  finalidad 
fue  de  gloria  para  Dios,  provecho  del  alma  de 
don  Juan  Luis  y  singular  edificación,  pues  nos 
demuestra  cuán  descaminados  andan  los  pa- 
dres de  familia  que  sin  motivo  se  oponen  a  la  vo- 
cación religiosa  de  sus  hijos. 

El  padre,  con  la  lucidez  que  da  a  los  juicios  la 
vecindad  de  la  muerte,  alabó  la  vocación  religio- 
sa de  su  hijo,  y  encontró  en  verle  con  hábitos  y 
ordenado  sacerdote,  un  positivo  consuelo.  El  hijo 
dio  al  padre  los  auxilios  de  la  religión  y  lo  des- 
pidió para  el  gran  viaje  sin  retorno. 

Lo  que  si  no  puede  admitir  explicación  natu- 
ral fue  lo  sucedido  al  cabo  de  algunos  días:  vió 
el  Santo  a  su  padre  en  las  penas  del  purgatorio, 
escuchó  sus  voces  que  le  demandaban  sufragios; 
y  esta  representación  o  visión  la  tuvo,  en  el  cur- 
so de  ocho  años  y  en  repetidas  ocasiones.  No  hay 
que  decir  cuán  entristecido  andaría  el  Padre 
Fray  Luis  obsesionado  por  el  recuerdo  permanen- 
te de  su  padre  detenido  en  la  dura  prisión  puri- 
ficadora.^Al  término  de  los  ocho  años  lo  vió  son- 
riente y  en  medio  de  un  como  luminoso  jardín. 

Estas  visiones  contó  San  Luis  a  su  hermano 
Jaime  Beltrán,  años  después  y  llorando  de  pu- 
ro gozo. 


IV 

Maestro  de  Novicios 


El  cargo  de  maestro  de  novicios  es  en  todas 
las  comunidades  religiosas  uno  de  los  más  deli- 
cados y  considerados,  y  acaso  el  que  más  gran  - 
des responsabilidades  apareja;  y  no  suele  nom- 
brarse para  su  desempeño  sino  a  las  almas  muy 
probadas,  pues  de  él  depende  la  conservación  del 
espíritu  en  los  respectivos  institutos,  el  modelar 
en  la  práctica  y  observancia  de  las  constitucio- 
nes y  reglas  a  las  nuevas  generaciones,  y  con  ello 
preparar  el  advenimiento  de  días  de  piadosa 
prosperidad  y  santo  fervor.  Necesario  es  que  el 
maestro  sea,  por  una  parte,  varón  experimenta- 
do, por  donde  no  es  lo  usual  nombrarles  demasia- 
do jóvenes,  sino  de  años;  y  por  otra,  hombres 
doctos  y  de  gran  espíritu;  lo  primero  para  que 
en  la  dirección  de  las  conciencias  confiadas  a  su" 
cuidado,  se  apoye  en  doctrina  sólida  y  en  la  ex- 
periencia; y  lo  segundo,  para  que  la  enseñanza 
de  la  palabra  tenga  el  respaldo  del  ejemplo. 

Estas  consideraciones  nos  dan  a  entender 
cuánto  sería  el  aprecio  que  se  hacía  de  la  doc- 
trina, luces  y  santidad  de  Fray  Luis,  pues  sien  - 
do el  convento  de  Valencia  uno  de  los  principa- 


60 


ALVARO  SANCHEZ 


les  de  España,  así  por  las  letras  y  disciplinas  es- 
colásticas que  se  enseñaban  en  sus  aulas,  como 
por  el  celo  con  que  se  conservaba  el  primitivo  fer  - 
vor y  espíritu  de  Santo  Domingo,  apenas  tres 
años  después  de  ordenado  sacerdote,  y  a  los  23 
de  su  edad,  fue  nombrado  maestro  de  novicios 
de  la  misma  casa  en  que  un  lustro  antes  ingre- 
sara como  discípulo.  Cargo  que  desempeñó,  con 
general  contentamiento  y  gran  provecho  de  los 
aspirantes  a  la  profesión  religiosa,  hasta  el  año 
de  1555  en  que  fue  llamado  a  ejercer  el  oficio 
de  vicario  del  convento  de  Santa  Ana  de  Albayda, 
como  adelante  se  dirá. 

Procuró  Fray  Luis  para  alcanzar  aquel  conoci- 
miento de  Cristo  y  el  sentir  y  obrar  con  El,  aquel 
manifestar  a  los  hombres  la  vida  interior  del 
Maestro  divino,  ut  et  vita  Jesu  manifestaretur  in 
sua  carne  mortali,  en  lo  cual,  como  ya  se  expuso 
consiste  la  santidad,  meditar  intensamente  en 
los  misterios  de  Cristo.  Cuatro  horas  dedicaba  a 
la  oración.  "Entre  otras  cosas  con  que  llegó  a 
sublimes  grados  de  perfección,  leemos  en  la  Bula 
del  Señor  Clemente"  X,  fue  la  principal  emplear- 
se todos  los  días,  por  el  espacio  de  cuatro  horas 
en  la  oración  mental,  trayendo  a  la  memoria  con 
gran  fervor  y  consuelo  de  su  alma  los  misterios 
de  la  pasión  del  Señor.  A  estas  añadía  una  ho- 
ra después  de  comer  para  contemplar  los  gozos 
de  la  Beatísima  Virgen  María.. Con  estos  ejerci- 
cios en  que  recibía  celestiales  ilustraciones,  fue 
visto  muchas  veces  no  sólo  arrebatarse  espiri- 
tualmente  en  éxtasis,  sino  también  elevarse  cor- 
poralmente  de  la  tierra  circuido  de  resplando- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


61 


res".  (Hasta  aquí  son  palabras  de  la  Bula  de  ca  - 
nonización) . 

Penetrado  del  espíritu  de  Cristo  Nuestro  Se 
ñor,  y  convencido  de  que  debía  manifestarlo  al 
mundo  en  el  estado  que  por  clara  vocación  ha- 
bía elegido,  iba  adelante  de  sus  novicios  en  la 
fervorosa  observancia.  Si  el  buen  religioso  ha  me  • 
nester  ser  obediente,  él  era  el  primero  en  la  guar- 
da de  los  preceptos;  si  el  buen  religioso  necesi- 
ta ser  pobre,  ninguno  en  casa  más  pobre  que 
Fray  Luis  el  maestro;  si  la  pureza,  si  la  caridad, 
si  la  diligencia  y  presteza  en  el  obrar  obras  de 
virtud  deben  resplandecer  en  el  que  se  entrega 
al  servicio  de  Dios  y  hace  profesón  suya  el  bus- 
car primero  que  todo  los  bienes  espirituales, 
Fray  Luis  era  el  modelo  de  la  simplicidad  y  mo- 
destia, en  la  caridad  y  en  el  trabajo,  en  una  pa- 
labra, en  el  amor  y  guarda  de  todas  las  virtudes. 

Apoyado  en  el  fundamento  de  su  vida  ajusta- 
da, abnegada  y  mortificada,  bien  podía  exigir 
mucho  a  los  que  la  autoridad  de  sus  legítimos 
superiores  ponía  bajo  su  obediencia  y  celo.  "Los 
viernes  en  la  noche,  cuando  nos  hacía  capítulo, 
narra  el  P.  Vicente  Justiniano  Antist,  contempo- 
ráneo del  Santo  y  su  primer  biógrafo,  no  parecía 
sino  que  nos  representaba  el  juicio  final,  repren- 
diendo y  castigando  con  aspereza  un  quebrar  el 
silencio,  un  dormir  demasiado,  un  errar  en  el 
coro  o  hacer  alguna  faltilla  en  los  oficios  en- 
comendados". 

Pero  no  se  crea  por  eso  que  Fray  Luis  fuese  de 
aquellos  que,  como  dice  el  Evangelio,  "imponen 
a  los  demás  cargas  ponderosas  y  ellos  no  valen 
para  aplicar  un  dedo  con  el  fin  de  conllevarlas"; 


G2 


ALVARO  SANCHEZ 


si  el  Santo  Maestro  señalaba  penitencia  a  sus 
discípulos  aún  por  las  faltas  leves,  en  saliendo 
del  capítulo,  como  sintiéndose  solidario  de  las 
almas  entregadas  a  sus  desvelos,  íbase  a  su  cel 
da  a  tomar  cruenta  disciplina. 

Fue  nuestro  Santo  desde  niño,  como  ya  se 
anotó,  y  luego  en  el  noviciado  y  en  todo  el  curso 
de  su  vida,  muy  amigo  de  maceraciones  y  peni- 
tencias. Llevaba  casi  de  continuo  un  férreo  cili- 
cio sobre  sus  carnes,  y  aplicaba  con  sobrada  fre- 
cuencia a  sus  espaldas  el  rigor  del  azote  hasta 
verter  sangre.  En  el  fervor  de  sus  santas  auste- 
ridades algunas  veces  llegó  a  salpicar  de  sangre 
ios  muros  de  su  pobre  celda,  y  hasta  hacerla  co- 
rrer sobre  las  desnudas  baldosas  del  pavimento; 
ideó  entonces  ceñirse  a  la  cintura  una  sábana 
mientras  se  flagelaba,  para  que  la  sangre  se  em- 
bebiese en  ella,  y  ocultar  de  esta  suerte  su  acer- 
bo y  voluntario  martirio.  Aún  el  comer,  aún  el 
reposo  de  la  noche,  halló  medio  de  convertirlos 
en  ocasión  de  padecer;  cuando  no  tomaba  insí- 
pido el  alimento,  amargábalo  con  acíbar;  duro 
era  su  lecho  y  dura  la  almohada  sobre  que  re- 
clinaba su  cabeza. 

Ciertas  tendencias  actuales,  que  intentan  ver- 
lo todo  al  través  de  un  prisma  naturalista,  han 
censurado  las  austeridades  de  los  santos,  bien 
calificándolos  de  atentados  contra  la  salud  y 
contra  la  vida,  y  por  ende  actos  imperfectos, 
cuando  no  verdaderas  faltas;  o  bien  presentán- 
dolas, como  lo  hace  Vilfredo  Pareto  en  su  Socio- 
logía, a  modo  de  residuos  o  supervivencias  de 
aberraciones  primitivas  y  casi  salvajes.  Sabido 
es  que  los  espartanos,  por  ejemplo,  sea  para  ex- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


63 


cusar  y  suplir  los  sacrificios  humanos,  o  ya  co- 
mo medio  para  despertar  la  emulación  de  una 
juventud  educada  para  la  lucha,  solían  dar  a  los 
muchachos,  delante  del  altar  de  Diana,  una  vuel- 
ta de  azotes  cada  año.  En  las  fiestas  lupercales 
de  Roma  iban  los  sacerdotes  armados  de  látigos 
repartiendo  golpes  a  la  multitud  que  se  agol- 
paba a  su  paso,  y  considerábase  augurio  de  pros- 
peridad el  azotazo  recibido.  En  algunas  tribus  de 
Africa  considérase  el  soportar  la  flagelación  co 
mo  una  demostración  de  amor.  Aberraciones,  sa- 
dismo, residuos  de  selváticas  crueldades  primi- 
tivas, concluye  el  sociólogo  italiano.  Los  hin- 
dúes son  penitentes  tanto  o  más  que  los  ascetas 
cristianos 

Pues  bien,  las  maceraciones  no  son,  como  ya 
dijimos  de  los  milagros  y  sucedidos  maravillo- 
sos, una  fundamental  manifestación  de  santidad. 
Erraría  quien  creyese  que  puede  abrazarse  ese 
camino  por  propia  voluntad.  Así  como  no  ha  con  - 
ducido Dios  a  todos  los  santos  por  las  vías  de  las 
comunicaciones  y  sobrenaturales  visiones,  así 
tampoco  los  ha  llamado  a  todos  a  los  tremendos 
rigores  penitenciales  de  un  San  Pedro  de  Alcán- 
tara o  un  San  Luis  Beltrán.  Quien  sin  pruden- 
cia ni  dirección  acometiera  ese  trabajo,  correría 
el  riesgo  de  extraviarse,  quebrantaría  sus  fuer- 
zas inútilmente;  mas  quien  inducido  por  la  pru- 
dencia de  un  experimentado  guía  y  bajo  la  mo 
ción  de  Dios  echa  a  andar  por  las  sendas  de  la 
austeridad  penitente,  el  mismo  Señor  le  dará 


1  "On  a  voulu  que  la  flagellatión  eut  pour  effet  de  purifier  celui 
qui  était  flagellé.  Comme  d'habitude,  c'est  une  derivation".  Pareto 
Sociologie  Genérale.  Traducción  francesa.  Tomo  I,  págs.  627  y  sig. 


64 


ALVARO  SANCHEZ 


fuerzas  para  ello  y  sostendrá  hasta  el  fin  la  hu- 
mana flaqueza. 

De  la  externa  semejanza  de  las  santificadoras 
austeridades  cristianas  con  ciertas  prácticas  gen 
tilicas  o  primitivas,  no  puede  concluirse  la  iden- 
tidad de  motivos  que  las  determinan  o  de  fines 
que  con  ellos  se  persiguen.  El  asceta  cristiano  se 
arma  con  el  instrumento  del  castigo  o  bien  para 
expiar,  sufriendo,  sus  propias  faltas  pasadas;  o 
bien  para  acompañar  a  Cristo  doloroso  en  el  mis- 
terio de  su  pasión.  Ya  lo  dijo  San  Pablo:  semper 
mortificatiónem  Christi  in  corpore  nostro  cir- 
cumferentes  l.  Adimpleo  ea  quae  desunt  passio- 
nis  Christi  en  carne  mea; 2  o  bien  para  satisfacer 
por  los  pecados  del  mundo,  convirtiéndose  en  ge- 
nerosas víctimas  voluntarias.  Acaso,  dada  la  mu- 
chedumbre de  las  iniquidades  humanas,  la  per- 
versidad del  mundo,  la  sensualidad  desbordante, 
el  egoísmo  sin  entrañas,  el  orgullo  necio,  hayan 
faltado  hostias  inmaculadas  y  sangrantes;  y  he 
aquí  que  una  turbonada  de  dolor  y  de  miseria 
(todas  las  trae  consigo  el  máximo  mal  de  la 
guerra)  corrió  por  sobre  los  dos  hemisferios  . . . 

La  justicia  divina  necesita  satisfacciones.  Ad- 
miremos a  los  que  sobrenaturalmente  impulsa- 
dos satisfacen  por  nosotros;  no  critiquemos  ni 
menospreciemos  sus  piadosas  crueldades,  antes 
bien  agradezcamos  su  callado  heroísmo,  fuente 
copiosa  de  bendiciones. 

Ya  recordamos  que  la  santidad  no  es  otra  cosa 
sino  la  imitación  acabada  y  perfecta,  en  cuanto 


1  San  Pablo.  II  a  los  Corintios.  IV  -  10. 

2  San  Pablo  a  los  Colosenses.  I  •  24. 


SAN  LUIS  BELTBAN 


65 


es  dable  en  lo  humano,  de  la  vida  infinitamente 
perfecta  de  Jesucristo;  y  la  misión,  en  la  tierra, 
de  los  predestinados  a  "esa  incomparable,  pero 
dificultosa  gloria,  no  es  otra  que  manifestar  al 
divino  Maestro  a  las  gentes.  Mas  como  la  san 
tidad  de  Jesucristo  sea.  pues  es  el  Hijo  de  Dios, 
sin  medida  y  sin  término,  de  ahí  que  sea  indis 
pensable  haya  muchos  que  la  publiquen  y  osten- 
ten en  sus  vidas,  y  que  sean  variadas  esas  mani- 
festaciones. Los  santos  padres  y  doctores,  los 
apóstoles  y  misioneros,  manifiestan  a  Cristo,  que 
abrió  su  boca  en  doctrina  de  verdad,  en  sabidu- 
ría celestial;  las  almas  interiores,  los  orantes  y 
deprecantes  manifiestan  a  Cristo,  que  oraba  de 
continuo  al  Padre  y  con  voces  inenarrables  pe- 
día piedad  para  los  hombres:  los  santos  de  vida 
aromada  con  amable  simplicidad  son  la  revela- 
ción de  Cristo,  que  durante  treinta  años  se  incli- 
nó sobre  un  banco  de  carpintero  para  santificar 
el  trabajo:  los  santos  que,  como  San  Francisco 
de  Asís  o  San  Felipe  Neri  vivían  en  comunica- 
ción con  la  naturaleza,  manifiestan  a  Cristo, 
que  cantó  la  hermosura  de  los  lirios  campesinos 
y  celebró,  en  la  montaña,  la  bienaventuranza  de 
los  humildes;  los  santos  que  se  dieron  a  prodigar 
caridades  en  el  servicio  del -menesteroso,  del  en- 
fermo, del  afligido,  son  la  revelación  de  Cristo, 
que  empleó  su  divina  omnipotencia  para  abrir 
los  ojos  de  los  ciegos,  limpiar  a  los  leprosos,  y  en 
jugar  las  lágrimas  de  la  pobre  viuda:  los  san- 
tos que.  armados  de  la  disciplina  penitente,  có- 
mo San  Luis  Beltrán,  se  hieren  y  castigan  inmi- 
sericordes.  son  la  revelación  de  Cristo  en  aquel 
paso  predicho  por  Isaías,  cuando  atado  al  poste 


66 


ALVABO  SANCHEZ 


flagelatorio,  curó  con  sus  heridas  las  llagas  de 
nuestras  malas  pasiones  y  con  la  maceración  do- 
lorosa  de  su  carne  virginal  remedió  la  vehemen- 
te proclividad  al  mal  de  nuestra  carne  pecadora. 

Mas  no  vaya  a  pensarse  que  el  rigor,  y  po- 
dría decirse  crueldad,  con  que  Fray  Luis  se  tra- 
taba a  sí  mismo,  y  que  la  exactitud  nimia  y  ex- 
quisita pedida  por  él  a  sus  discípulos  fuesen  efec- 
tos de  un  corazón  impasible,  consecuencias  de 
complejos,  como  hoy  se  dice,  desprovistos  de  to- 
da ternura;  en  suma,  que  el  monje  Beltrán  fue 
se  hombre  de  dura  entraña,  áspero  e  intratable, 
ciertamente  que  no.  Tenía  para  sus  novicios  cui- 
dados y  delicadezas  paternales:  si  alguno  en- 
fermaba, ya  estaba  él  a  la  cabecera  de  su  lecho 
velando  con  asidua  diligencia;  si  alguno  expe- 
rimentaba una  pena,  en  su  maestro  encontraba 
el  consolador.  Para  los  días  de  fiesta,  Pascua  o 
Navidades  digamos,  escribía  a  su  madre  pidién- 
dole preparase  algunos  pasteles,  dulces  o  platos 
delicados,  destinados  a  los  novicios,  ruego  que 
doña  Juana  atendía  seguidamente. 

Convencido  de  que  es  preferible  un  buen  seglar 
a  un  mediano  religioso,  probaba  hasta  el  extre- 
mo a  quienes  postulaban  la  entrada  en  el  novi- 
ciado; y  estaba  pronto"  a  franquear  la  puerta  a 
quienes  hallaba  menos  aptos  para  la  dura  pro- 
fesión de  frailes  predicadores.  De  esta  suerte  el 
noviciado  de  Valencia  llegó  a  destacarse  entre 
todos  los  de  la  Orden,  si  no  por  el  número,  sí  por 
la  calidad  de  los  hermanos;  y  fue  seminario  de 
virtudes  religiosas,  jardín  de  almas  selectas  y 
verdadera  escuela  de  santidad. 

Otra  de  las  preocupaciones  del  P.  Fray  Luis 


SAN  LUIS  BELTRAN 


67 


fue  la  intensificación  de  los  estudios  propios  del 
estado  sacerdotal  y  monacal:  patrística,  filoso- 
fía, teología,  moral  y  dogmática,  Sagrada  Escri- 
tura. Tenía  por  cosa  averiguada  que  si  en  todo 
cristiano  la  solidez  de  la  piedad  corre  par  de  la 
doctrina,  cuanto  más  en  un  religioso  y  en  un 
sacerdote;  comprendía  claramente  que  su  in- 
fluencia como  directores  de  las  conciencias  y  pre  - 
dicadores del  santo  Evangelio,  si  por  una  parte 
se  deriva  de  la  integridad  de  las  obras  y  santidad 
de  las  costumbres,  por  otra,  y  en  proporción 
considerable,  descansa  sobre  la  preparación  in- 
telectual. La  piedad  y  la  ciencia,  he  aquí  las  dos 
columnas  del  edificio  sacerdotal.  Con  el  fin  de 
fomentar  el  cultivo  de  las  ciencias  eclesiásticas 
cuidó,  de  acuerdo  con  el  superior  local  y  el  pro- 
vincial, de  que  las  cátedras  del  convento  de  Va- 
lencia se  proveyeran  en  hombres  de  excepcional 
doctrina,  y  de  que  las  lecciones  se  dictaran  con 
aquella  exactitud  que  quería  en  todo,  y  que  los 
estudiantes  tuvieran  copia  de  libros  y  elementos 
para  sus  labores  intelectuales. 

Cosa  admirable!  Como  si  hallara  que  sus  pro- 
pios conocimientos,  dado  el  breve  tiempo  trans- 
currido entre  su  ingreso  en  la  Orden  y  su  consa- 
gración sacerdotal,  eran  insuficientes,  si  bien 
es  verdad  que  lo  que  faltó  en  años  lo  suplió  el 
talento  y  la  intensidad  de  la  aplicación,  obtu- 
vo del  general  de  la  Orden  una  destinación  para 
irse  a  estudiar  al  convento  de  San  Esteban  de 
Salamanca;  y  como  sin  duda  le  faltaban  algu- 
nos recursos  pecuniarios,  los  solicitó  de  su  ma- 
dre: así  consta  de  una  carta  fechada  en  Va- 
lencia. El  P.  Maestro  Micón,  que  bien  conocía 


68 


ALVARO  SANCHEZ 


el  alma  de  su  fervoroso  cofrade,  y  sabía  de  sobra 
su  mucha  lectura  y  claro  entendimiento,  y,  so 
bre  todo,  su  elevación  en  santidad,  procuró  di- 
suadirlo de  su  proyecto.  No  obstante  el  parecer 
del  P.  Micón  llevó  adelante  su  designio,  y  em- 
prendió viaje  a  Castilla;  pero  en  llegando  a  Vi- 
llaescusa  de  Haro,  un  religioso  muy  espiritual 
que  allí  encontró  y  a  quien  contó  sus  deseos,  dí- 
jole  que  mejor  y  más  seguro  camino  era  la  obe- 
diencia; que  el  ir  a  Salamanca  era  ocupación 
buscada  por  él  mismo;  que  el  estudiar  era  efecto 
de  la  propia  elección,  mas  el  cuidado  de  sus  no- 
vicios era  voluntad  de  los  superiores;  que  volvie- 
se, por  tanto,  sobre  sus  pasos  y  se  consagrase  a 
su  oficio  donde  Dios  le  daría  no  pocas  luces  y 
señalados  consuelos. 

Dócil  Fray  Luis,  en  descubriendo  la  divina  vo- 
luntad, regresó  a  Valencia,  donde  en  efecto  hizo 
extraordinarios  frutos  en  las  almas  confiadas  a 
su  prudencia  y  desvelado  celo  religioso. 

Consignemos  algunos  de  aquellos  casos  que  so- 
lían sucederle  y  en  donde  se  advierte  su  perspi- 
cacia y  genial  intuición  en  el  conocimiento  de 
las  almas,  amén  de  la  particular  providencia  con 
que  Dios  le  asistía  para  la  dirección  de  los  jóve 
nes  aspirantes. 

Hablando  en  una  ocasión  con  Fray  Cristóbal 
Escribano,  hízole  observar  a  dos  novicios,  que 
pasaban  por  muy  fervorosos  y  aún  por  escrupu- 
losos, y  de  quienes  todos,  padres  y  connovicios, 
tenían  por  seguro  que  habrían  de  perseverar  y 
dar  mucha  gloria  a  Dios  y  lustre  a  la  Orden  do 
minica;  pues  bien,  le  dijo  el  santo  Maestro: 
"ninguno  de  los  dos  llegará  al  fin;  dejarán  los 


SAN  LUIS  BELTRAN 


69 


hábitos  y  se  volverán  al  mundo".  Como  en  efecto 
sucedió,  contra  toda  previsión  humana. 

Otra  vez,  habían  ingresado  al  noviciado  tres 
jóvenes.  Pasados  algunos  meses,  una  mañana, 
antes  de  que  llamasen  a  coro,  Fray  Luis  fuese 
a  la  celda  de  uno  de  ellos,  y  golpeando  a  la  puer- 
ta, dijo:  "¿Duermes?  ¿Ya  estás  listo  para  irte?". 
"¿Y,  a  dónde  tengo  que  irme?",  respondió  el  in- 
terrogado. "A  donde  bien  quisieres,  como  tus 
compañeros".  Entonces  saliendo  el  novicio  con- 
tó a  Fray  Luis  que  en  efecto  le  habían  acometi- 
do tentaciones  de  melancolía,  y  que  había  desea- 
do, dejando  los  hábitos,  escapar  ocultamente  del 
convento.  El  Santo  lo  consoló  y  le  ayudó  a  ven- 
cer la  tentación.  El  joven  perseveró;  sus  dos  com- 
pañeros acabaron  por  dejar  el  claustro  y  tor- 
nar al  mundo. 


Año  de  dolor  y  de  prueba  fue  para  Valencia  el 
de  1555:  el  varón  de  Dios,  el  fraile  agustiniano 
que  desde  1544  gobernaba  la  Sede  con  celo  y 
acierto  incomparables,  el  gran  Tomás  de  Villa- 
nueva,  cuya  palabra  de  oro  ganó  tantas  almas 
para  el  servicio  de  Dios,  cuya  caridad  era  un  con- 
tinuo ejemplo,  cuya  sola  presencia  edificaba,  cu- 
yos escritos  contribuyeron  a  encauzar  la  podero- 
sa corriente  de  la  mística  española,  que  luego  en 
San  Juan  de  la  Cruz  y  en  Santa  Teresa  será 
océano;  dejó  la  caduca  vida  temporal  por  la  eter  - 
na. Poco  después  el  P.  Juan  Micón,  que  recibiera 
a  Fray  Luis  en  la  Orden  de  Santo  Domingo,  al- 
ma de  predilección,  religioso  de  perfecta  obser- 
vancia, claro  honor  de  Valencia,  moría  apaci- 
blemente, cerraba  los  ojos  de  la  luz  creada  y  los 
abría  a  la  indeficiente  de  Dios. 

Si  los  fieles  de  toda  la  cristiana  grey  levanti- 
na sintieron  hondamente  la  muerte  de  esos  dos 
ejemplares  servidores  de  Dios,  para  Fray  Luis 
Beltrán  debió  de  ser  particularmente  sensible. 
Penetrado  como  estaba  del  pensamiento  de  lo 
eterno,  pediría  a  las  almas  de  los  dos  bienaven- 


Año  de  dolor  y  de  prueba  fue  para  Valencia  el 
de  1555:  el  varón  de  Dios,  el  fraile  agustiniano 
que  desde  1544  gobernaba  la  Sede  con  celo  y 
acierto  incomparables,  el  gran  Tomás  de  Villa- 
nueva,  cuya  palabra  de  oro  ganó  tantas  almas 
para  el  servicio  de  Dios,  cuya  caridad  era  un  con- 
tinuo ejemplo,  cuya  sola  presencia  edificaba,  cu- 
yos escritos  contribuyeron  a  encauzar  la  podero- 
sa corriente  de  la  mística  española,  que  luego  en 
San  Juan  de  la  Cruz  y  en  Santa  Teresa  será 
océano;  dejó  la  caduca  vida  temporal  por  la  eter- 
na. Poco  después  el  P.  Juan  Micón,  que  recibiera 
a  Fray  Luis  en  la  Orden  de  Santo  Domingo,  al- 
ma de  predilección,  religioso  de  perfecta  obser- 
vancia, claro  honor  de  Valencia,  moría  apaci- 
blemente, cerraba  los  ojos  de  la  luz  creada  y  los 
abría  a  la  indeficiente  de  Dios. 

Si  los  fieles  de  toda  la  cristiana  grey  levanti- 
na sintieron  hondamente  la  muerte  de  esos  dos 
ejemplares  servidores  de  Dios,  para  Fray  Luis 
Beltrán  debió  de  ser  particularmente  sensible. 
Penetrado  como  estaba  del  pensamiento  de  lo 
eterno,  pediría  a  las  almas  de  los  dos  bienaven- 


74 


ALVARO  SANCHEZ 


turados  que  alcanzaran  para  él  gracia  semejan- 
te, la  de  dejar  la  tierra  por  el  cielo.  No  era  en 
verdad  la  muerte  lo  que  se  avecinaba  para  el  san- 
to religioso,  sino  la  gran  etapa  misionera  de  su 
vida;  la  merced  que  de  la  divina  Providencia  al- 
canzaron sus  dos  ilustres  modelos,  fue  la  de  una 
ponderosa  carga  de  apostolado  para  el  logro  de 
.mayores  merecimientos. 

Como  el  contagio  que  arrebató  al  santo  Arzo- 
bispo y  al  venerable  Juan  Micón  se  intensifica- 
ra, y  el  término  del  cargo  que  encomendara  a 
Fray  Luis  la  obediencia  concluyera,  el  R.  P.  Mi- 
guel de  Santo  Domingo,  por  orden  del  Provin- 
cial Pedro  de  Salamanca,  envió  a  otros  lugares 
a  los  religiosos  del  convento  de  Valencia  y  de- 
signó para  el  oficio  de  vicario  de  Santa  Ana  de 
Albaida  al  Padre  Beltrán,  a  la  sazón  de  29  años 
de  edad. 

En  el  desempeño  de  su  vicariato,  cumplióle 
empezar  su  carrera  de  predicador.  Como  maes- 
tro de  novicios  semanalmente,  podríamos  decir 
casi  cuotidianamente,  hablaba  a  sus  discípulos, 
más  el  común  de  los  fieles  aún  no  se  había  bene- 
ficiado de  su  palabra  verdaderamente  inspirada. 

Es  el  oficio  de  predicador  difícil  entre  todos 
los  que  ha  menester  fungir  el  sacerdote.  De  ex- 
terno brillo,  ofrécele  ocasión  de  ganar  aplausos, 
que  de  no  saber  menospreciar,  le  harán  perder 
el  mérito  de  sus  esfuerzos  y  fatigas,  y  tras  ello 
tornarán  estéril  su  enseñanza;  mas  si,  por  el 
contrario,  fundado  en  doctrina  y  rico  en  propia 
vida  espiritual,  solo  atiende  a  la  siembra  de  los 
ideales  cristianos,  a  aprovechar  sobrenatural- 
mente  al  prójimo,  a  dar  a  conocer  a  Dios  y  a 


SAN  LUIS  BELTRAN 


75 


quien  El  envió,  Jesucristo  Nuestro  Señor,  enton- 
ces será  digno  sucesor  de  los  apóstoles,  eco  fi 
delísimo  y  sembrador  de  la  palabra  que  oyeron 
por  primera  vez  las  orillas  del  mar  de  Tiberíades 
y  la  iluminada  colina  de  las  bienaventuranzas. 

Pídese,  pues,  al  predicador,  si  ha  de  llevar  me- 
recidamente ese  nombre,  doctrina  y  estudio  de 
su  arte,  como  medios  humanos  que  deberá  po- 
ner al  servicio  de  una  causa  sobrenatural  y  di- 
vina; y  ejemplaridad  de  vida,  espíritu  interior 
que  venga  a  animar,  a  dar  color  y  fuego,  a  pres- 
tar fuerza  de  convicción  a  esotros  externos  f acto  • 
des.  ¿De  qué  serviría  la  profunda  ciencia,  el  arte 
consumado,  la  bella  dicción,  el  prodigioso  ma- 
nejo del  idioma,  si  faltara  el  espíritu?  No  para 
otra  cosa  sino  para  causar  una  pasajera  admira- 
ción, semejante,  no  diremos  a  la  que  provoca  el 
orador  profano,  que  si  en  él  se  advierte  sinceri- 
dad, su  palabra  no  será  del  todo  estéril :  logrará 
la  absolución  de  un  reo,  el  hacer  triunfar  sus 
ideales  políticos  o  cosa  parecida;  sino  a  la  que 
despierta  el  actor  en  la  escena:  todo  allí  es  fic- 
ción, mas  de  tal  suerte  representada,  que  el  artis  - 
ta simula  hasta  la  realidad  de  un  sentimiento 
que  no  tiene.  Para  esos  oradores  sagrados,  huér- 
fanos de  espíritu,  va  la  palabra  de  San  Pablo 
aes  sonans  aut  cymbalum  tiniens  l,  semejan  cím- 
balo sonoro,  bronce  vibrante  y  nada  más.  Pero 
si  la  sinceridad  del  sentimiento  y  la  profundidad 
de  la  fe  hablan,  si  la  vida  respalda  la  enseñanza, 
si  la  gracia  de  Dios,  mejor  que  la  destreza  en  el 
arte  unge  el  período,  entonces  no  habrá  aplau- 


1  San  Pablo.  I  a  los  Corintios.  XUI  -  1. 


76 


ALVARO  SANCHEZ 


sos  ni  admiración,  sino  renovar  de  conciencias 
y  superior  ilustración  para  las  almas. 

Fray  Luis  Beltrán  no  tenía  acaso  las  prendas 
que  constituyen  al  orador  en  su  expresión  más 
alta.  Hombre  docto  y,  como  hemos  visto,  grande- 
mente estudioso  de  las  sagradas  Letras  y  de  los 
grandes  pensadores  cristianos,  faltábale  la  voz 
y  la  facilidad  de  la  dicción;  mas  como  no  busca- 
ba sino  el  aprovechar  al  prójimo,  cuidaba  poco 
o  nada  de  esas  deficiencias;  cosa  alguna  le  sig- 
nificaban los  adornos  del  estilo  y  las  elegancias 
del  lenguaje,  ardía  eso  sí  su  alma  en  celo  por 
la  gloria  de  Dios  y  en  vivos  deseos  de  llevarle  co- 
piosa ofrenda  de  corazones.  Las  verdades  eter- 
nas, que  para  buen  número  de  gentes  son  a 
modo  de  abstracciones  lejanas,  tan  lejanas  como 
pueden  estar  de  los  caminos  de  la  tierra  las  ru 
tas  estelares,  tenían  para  él  una  inminencia  y 
una  actualidad  no  superadas  por  ningún  nego- 
cio o  ganancia  del  mundo  y  de  la  vida;  de  ahí 
la  fuerza  y  convicción  con  que  las  exponía;  ha- 
blaba de  algo  que  había  aprendido,  no  tanto  en 
las  páginas  de  los  libros,  cuanto  en  la  cumbre 
encendida  de  la  contemplación.  Sus  palabras 
tenían  la  vibración  de  la  máxima  elocuencia:  la 
simplicidad  de  la  verdad,  la  fuerza  de  la  sin- 
ceridad. 

Hizo  su  primer  sermón  en  el  pueblo  de  Palo- 
mar; entendiéronlo  sus  sencillos  oyentes,  y  ya 
no  quisieron  más  palabra  que  la  suya. 

Durante  los  años  que  estuvo  de  vicario  en  Al- 
baida,  muchas  veces  predicó  en  todos  los  con- 
tornos con  notorio  provecho  de  las  almas.  Su 
manera  de  prepararse  para  el  ministerio  del  púl- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


77 


pito  consistía  más  en  orar  y  en  meditar  sobre 
lo  que  tenía  que  decir,  que  en  leer  y  releer  mu- 
chos tratados.  Determinada  la  materia  y  pues- 
tas las  bases  teológicas  de  su  enseñanza,  entra 
base  a  la  sacristía  y  por  el  mayor  tiempo  que  le 
permitían  sus  trabajos  apostólicos,  quedábase  en 
silenciosa  oración:  así  se  esclarecían  en  la  pre- 
sencia de  Dios  sus  pensamientos  y  se  caldeaban 
sus  afectos.  Cuando  subía  el  púlpito,  los  labios 
hablaban  de  la  abundancia  del  corazón.  Por  tes- 
timonio de  los  que  lo  oyeron,  y  que  los  jueces  del 
proceso  de  su  canonización  recogieron,  sabemos 
que  de  aquellos  sermones  salían  convertidos  los 
que  habían  venido  en  pecado;  animados  a  la  per- 
severancia y  a  más  amor  de  Dios,  los  que  se  ha- 
llaban en  gracia;  instruidos  los  ignorantes  y  sor- 
prendidos de  la  profundidad  de  la  doctrina  lós 
doctos:  todos  aprovechados  en  sus  almas. 

"Grandes  eran  los  fuegos  que  le  abrasaban,  se 
lee  en  la  Bula  de  Clemente  X,  fuegos  de  amor  de 
Dios,  que  nunca  pudieron  apagar  las  aguas  de 
las  tribulaciones;  de  donde  inflamado  del  divino 
celo,  sufría  si  veía  u  oía  intentar  algo  contra 
los  divinos  preceptos,  y  sus  sermones  abrasaban 
como  antorchas,  no  mezclando  en  ellos  cosa  al- 
guna que  revelara  vanidad  de  este  siglo;  sí  enca- 
minándolos o  al  servicio  de  Dios,  o  a  la  peniten- 
cia y  detestación  del  pecado.  Fue  muy  dado  a  re- 
ferir o  sentencias  déla  Escritura  Sagrada  o  he 
chos  de  los  santos,  ponderando  con  grande  fer- 
vor ser  cosa  horrenda  caer  en  las  manos  del  Dios 
vivo  enojado.  De  aquí  muchos  experimentaron 
que  de  sus  pláticas  e  instrucciones  salían  siem- 
pre movidos  a  nuevo  fervor  en  el  servicio  de  Dios. 


78 


ALVAHO  SANCHEZ 


Ni  el  respeto  humano,  ni  profanas  considera- 
ciones de  ningún  género  ponían  sello  en  sus  la- 
bios cuando  había  menester  corregir  o  censu- 
rar los  desórdenes;  la  prudencia  y  la  discreción 
le  indicaban  hasta  dónde  podía  llegar  en  sus  re- 
prensiones. Con  todo  y  saber  aunar  de  tan  ma- 
ravillosa manera  la  severidad  con  la  caridad,  su- 
cedió que  un  caballero,  de  no  muy  ajustada  vi- 
da, se  sintió  aludido  en  uno  de  sus  sermones, 
concluido  el  cual,  buscó  al  Santo  en  lugar  donde 
a  solas  pudiese  intimidarle  con  amenazas:  exi- 
gióle en  forma  apremiante  que  en  público  se  re- 
tractase de  sus  palabras;  cuando  no,  sabría  él 
que  era  hombre  de  armas  tomar,  volver  por  sus 
fueros  y  enseñar  a  un  fraile  a  ser  más  medido  en 
sus  pláticas.  Como  el  celoso  Fray  Luis  no  había 
tenido  ni  por  asomos  la  intención  de  agraviar- 
le, pues  lo  único  que  había  pretendido  había 
sido  corregir  en  general  los  vicios,  afear  el  pe- 
cado, mostrar  cuán  extraviados  andan  los  que 
se  alejan  de  la  práctica  de  los  divinos  manda- 
mientos, negóse  con  toda  entereza  a  ceder  ante 
las  exigencias  del  irritado  hijodalgo.  Amenazóle 
éste  de  muerte,  continuó  el  Santo  inalterable, 
protestando  de  su  inocencia  y  poniendo  de  pre- 
sente la  pureza  de  sus  intenciones.  Presenciaba 
la  escena,  por  casualidad  Cristóbal  de  Mora, 
quien  añosdespués  declaró  en  el  proceso  apos- 
tólico sobre  la  exactitud  de  lo  acontecido.  Suce- 
dió, pues,  que  el  mal  caballero  se  echó  a  la  cara 
una  pistola,  que  llevaba  ya  cebada  para  el  efec- 
to de  disparar  sobre  el  Siervo  de  Dios;  mas  al  in- 
tentar hacerlo  no  halló  entre  sus  manos  el  arma 


SAN  LUIS  BELTRAN 


79 


homicida  sino  el  pacífico  leño  sobre  que  se  in- 
molara Cristo. 

La  ira  se  trocó  en  arrepentimiento;  compren- 
diendo toda  la  gravedad  de  su  injusto  arrebato, 
se  arrojó  a  los  pies  de  Fray  Luis  Beltrán  implo- 
rando su  perdón.  Otorgóselo  el  Santo,  lleno  de 
caridad;  exigió  sí  al  gentil  hombre  y  a  Cristóbal 
Mora  silencio  completo  sobre  el  milagro  que  ha- 
bían presenciado  sus  ojos. 

Murió  por  entonces  Fray  Clemente  Benet,  dis- 
cípulo de  Fray  Luis  y  su  dirigido,  al  confesarse 
por  la  postrera  vez  dijo  al  Santo  que,  permitién- 
dolo Dios,  le  haría  saber  su  estado  en  la  vida  fu- 
tura. En  la  noche  que  siguió  a  su  muerte  mani- 
festósele  por  modo  maravilloso  y  díjole  que  es- 
taba en  el  purgatorio  dando  a  Dios  satisfacción* 
por  algunas  infracciones  de  la  regla;  cosas  le- 
ves, y  según  el  mundo,  de  ningún  momento,  pe- 
ro a  las  cuales  ha  de  prestar  atención  el  verda- 
dero religioso.  Por  haber  sido  fiel  en  lo  poco  el 
servidor  bueno  fue  constituido  sobre  lo  mucho; 
por  haber  escondido  el  dinero  y  no  haberlo  pues- 
to a  cobro,  atrajo  sobre  sí  el  siervo  perezoso  el 
enojo  de  su  Señor.  Ordenó  el  P.  Fray  Luis  se  di- 
jesen misas,  se  aplicasen  sufragios,  ofreciese  la 
Comunidad  sus  austeridades  y  penitencias  por 
el  descanso  eterno  del  alma  de  Fray  Clemente; 
merced  que,  como  lo  supo  Fray  Luis  sobrenatu- 
ralmente,  se  obtuvo  de  la  divina  piedad. 

El  contagio  que  arrebató  de  la  vida  a  Santo 
Tomás  de  Villanueva  y  al  P.  Micón,  alcanzó  tam  - 
bién a  fray  Miguel  de  Santo  Domingo.  Como  la 
casa  de  Valencia  se  viera  harto  castigada  del  fla- 
gelo, el  caritativo  P.  Miguel  no  desamparaba  la 


80 


ALVARO  SANCHEZ 


cabecera  de  los  enfermos;  muchísimos  había 
auxiliado,  de  los  cuales  veinticinco  habían  muer- 
to cuando  le  correspondió  caer  herido,  para  salir 
de  la  vida  e  ir  a  disfrutar  de  la  eterna  recom- 
pensa ganada  por  su  observancia  y  la  abnega- 
ción, y  el  fervor  de  su  caridad.  Hallábase  fray 
Luis  en  Santa  Ana  orando,  cuando  entró  de 
presto  a  su  celda  fray  Miguel,  con  el  rostro  ilu- 
minado por  la  alegría,  y  en  todo  su  continente 
un  no  sé  qué  de  festivo;  hasta  en  la  pobreza  de 
sus  hábitos  cierto  resplandor,  algo  así  como  una 
participación  del  que  debió  tener  la  túnica  de 
Cristo  en  la  gloria  de  la  montaña,  y  le  dijo  que 
iba  al  cielo,  desde  donde  velaría  por  sus  herma- 
nos. A  esa  misma  hora  fray  Miguel  moría  santa- 
mente en  Valencia. 

Era  el  de  Santa  Ana  de  Albaida  convento  de 
pocos  frailes;  cinco  o  seis  constituían  de  ordina- 
rio la  comunidad.  No  faltaban,  antes  menudea- 
ban las  dificultades  de  todo  orden;  la  "santa  her- 
mana Pobreza"  era  inseparable  compañera  de 
la  mesa  y  del  claustro.  Los  priores  anteriores  a 
fray  Luis  viéronse  en  serias  dificultades  para 
atender  al  vestido  y  al  calzado  de  los  religiosos, 
y  aún  a  veces  para  el  pan  de  cada  día.  Fray  Bel- 
trán  pudo  palpar  la  protección  de  la  Providen- 
cia. Acudían  los  vecinos  en  el  preciso  momento 
de  mayor  estrechez,  cual  con  el  dinero  para  la 
estameña,  esotro  con  la  limosna  para  el  vino  y 
la  cera  del  altar,  el  de  más  allá  con  las  mejores 
panojas  y  el  recental  más  gordo  para  la  mesa 
del  convento. 

Tenía  el  Padre  Beltrán  entrañas  de  misericor  • 
dia  para  con  los  necesitados;  las  providencias 


SAN  LUIS  BELTRAN 


81 


que  Dios  le  hacía,  partíalas  con  cuantos  menes- 
terosos golpeaban  a  la  puerta  del  convento  erí 
donde  hallaban  su  despensa  y  proveeduría.  Du- 
rante la  cuaresma,  en  el  adviento  y  en  épocas 
de  misión,  muchas  gentes  acudían  a  la  iglesia 
conventual  para  confesarse  y  recibir  la  Eucaris- 
tía. Dado  el  corto  número  de  religiosos  no  po- 
dían satisfacer  prontamente  sus  piadosos  deseos 
y  habían  menester  quedarse  hasta  bien  entrada 
la  tarde;  el  Padre  Beltrán  ordenaba  que  diesen 
en  el  convento  a  cuantos  habían  comulgado  una 
merienda,  pobre  es  verdad,  pero  ofrecida  con  to- 
da generosidad. 

Parécenos,  al  advertir  este  modo  de  velar  so- 
bre las  urgencias  físicas  de  sus  fieles,  oir  como 
un  eco  de  las  palabras  con  que  el  divino  Maes- 
tro preludiara  el  milagro  de  los  panes  y  de  los 
peces,  misereor  super  turbam  \  y  en  la  multipli- 
cación de  los  mantenimientos  y  vituallas  para 
atender  a  las  necesidades  de  los  de  casa  como  de 
los  extraños,  se  nos  ocurre  ver  la  renovación  del 
prodigio  cumplido  en  las  orillas  del  lago  con  la 
bendición  de  la  mano  dadivosa. 

Tenía  el  convento  anejo  un  terreno  de  secano, 
bueno  para  el  cultivo  de  la  viña,  y  en  él  algunas 
cepas  excelentes,  que,  cuidadas  por  los  herma- 
nos legos,  rendían  regular  beneficio.  Acaeció  que 
estando  el  Santo  fuera  de  casa,  el  fuego  que  sé 
había  prendido  en  la  colina  cercana,  en  razón 
de  no  sé  qué  trabajo,  alcanzó  a  las  viñas  del  con- 
vento y  amenazaba  consumirlas  por  entero.  Avi- 
sado Fray  Luis,  acudió  prontamente  y  desde  que 


1  Tengo  piedad  de  la  muchedumbre.  San  Marcos.  VIII  -  2. 


82 


ALVARO  SANCHEZ 


hubo  divisado  el  fuego,  trazó  sobre  él  la  señal 
de  la  cruz.  En  breve  extinguióse  el  incendio  como 
si  una  invisible  mano  hubiese  impedido  su  pro- 
pagación. Hecho  maravilloso  que  causó  grande 
asombro  en  cuantos  lo  presenciaron,  y  aumentó 
el  crédito  de  santidad  que  merecidamente  gozaba 
el  vicario  de  Santa  Ana. 

Las  veces  que  Fray  Luis,  con  intuición  mara- 
villosa, penetró  en  el  secreto  de  las  conciencias 
fueron  muchas,  y  repetidas  aquellas  en  que  por 
iluminación  profética  anunció  a  muchos  lo  que 
les  guardaba  el  porvenir.  Circunstancia  que 
acompañaba  siempre  esta  lúcida  visión  del  fu- 
turo, a  este  intuir  el  secreto  de  los  corazones  y 
lo  recóndito  del  pensamiento,  fue  el  que  redun- 
daba en  bien  espiritual  de  aquellos  sobre  quie- 
nes la  ejercía. 

Mucho  era  el  bien  que  derramaba  a  manos  lle- 
nas entre  los  habitantes  de  aquellos  lugares;  y 
ahí  hubiese  continuado,  en  la  misma  callada  y 
edificante  labor,  si  una  circunstancia  providen- 
cial no  hubiera  venido  a  señalarle  campo  más 
anchuroso  al  fervor  de  su  celo,  tierras  más  ne- 
cesitadas de  recibir  el  rocío  de  su  sangre  pe- 
nitente. 


VI 


De  cómo  fue  enviado  o  las  misiones  de  Nueva 
Granada,  y  de  la  travesía  hasta  su  llegada  a 
Cartagena  de  Indias 


Fue  el  siglo  xvi  para  España  el  apogeo  de 
su  trayectoria  como  pueblo,  el  punto  máximo  a 
que  pudo  llegar  la  raza,  la  victoriosa  cima  a 
donde  hoy  mira,  para  emular  pasadas  grande- 
zas, y,  despertando  dormidos  anhelos,  emprender 
un  noble  esfuerzo  de  superación.  Nación  templa- 
da en  ocho  siglos  de  lucha,  en  dominando  la 
cumbre,  sus  frutos  fueron  de  heroicidad  y  de 
conquista.  Tres  velas  españolas  desafiando  lo 
desconocido  se  atrevieron  más  allá  de  las  rocas 
de  Calpe  y  de  las  Columnas  de  Hércules;  cruza- 
ron el  Atlántico  y  abrieron  a  la  civilización  las 
dilatadas  comarcas  del  Nuevo  Mundo;  a  brazo 
partido  lucharon  con  la  brava  naturaleza,  lleva- 
ron a  término  hechos  que  pudieran,  por  su  in- 
creíble temeridad,  pasar  por  fabulosos.  Lanzada 
a  la  conquista,  delante  de~  su  enseña  iba  la  cruz; 
en  pos  de  los  hombres  de  hierro  empuñando  el 
acero  invicto,  seguían  los  hombres  vestidos  de  es- 
tameña y  en  la  diestra  el  libro  de  la  verdad  evan- 
gélica. De  este  celo  por  la  fe  proviene  toda  su 
gloria,  lo  mismo  la  social  y  política  que  la  artís- 
tica; la  fe  informaba  su  pensamiento,  lo  mismo 


86 


ALVARO  SANCHEZ 


el  del  gobernante  que  el  del  soldado,  el  del  poeta 
y  el  del  místico.  No  el  interés  vulgar  ni  el  impe 
rialismo  orgulloso  y  codicioso  indujeron  a  Espa 
ña  a  la  conquista:  sirvió  a  sus  convicciones;  pu- 
do equivocarse  a  veces,  los  fines  fueron  altos, 
servidos  siempre  con  lealtad  caballeresca.  Así  lo 
ha  reconocido  en  un  libro  reciente  el  docto  his 
panófilo  Luis  Bertrán,  cuyas  son  las  palabras 
siguientes : 

"La  colonización  de  América  está  sellada  pro- 
fundamente con  un  carácter  religioso.  El  espíri 
tu  que  anima  e  inspira  las  ordenanzas  de  los  so 
beranos  españoles  y  la  conducta  de  los  virreyes, 
es  el  mismo  que  sostenía  la  cruzada  contra  los 
moros  y  empujaba  a  Colón  a  la  conquista  de 
las  Indias:  la  propagación  de  la  fe.  Hay  que 
partir  de  aquí  si  se  intenta  comprender  algo  de 
la  colonización  española  en  América.  De  no  te- 
ner esta  idea  constantemente  presente,  se  corre 
el  riesgo  de  interpretar  mal  la  obra  colosal  rea- 
lizada en  el  Nuevo  Mundo  por  los  conquistado 
res"  l.  "Colón,  escribe  por  su  parte  William  Tho- 
mas  Walsh,  no  iba  a  buscar  una  nueva  ruta  para 
el  comercio,  iba  como  un  misionero  explorador". 

Don  José  Vasconcelos  en  su  bien  conocida 
Breve  Historia  de  Méjico,  hace  la  apología  del 
misionero,  del  método  de  .colonización,  y  declara 
"completamente  desacreditada  la  leyenda  negra 
sobre  la  conquista  española".  Aunque  mucho  se 
ha  escrito,  y  muy  bueno,  sobre  la  labor  evangeli- 
zadora  de  la  legión  de  religiosos  de  todas  las  ór 


1  Luis  Bertrán:  Historia  de  España.  Traducción  de  Luis  Santa 
Marina.  Edición  de  1933,  pág.  267. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


'.',1 


denes,  de  sacerdotes  seculares,  de  obispos  y  pre- 
lados, que  venidos  de  la  Península  consagraron 
a  la  América  sus  fatigas  y  su  vida,  con  la  misma 
abnegación  que  lo  hubieran  hecho  sobre  el  sue- 
lo de  su  patria,  al  fin  y  al  cabo  como  que  estas 
tierras,  que  la  Providencia  entregara  a  las  Cató 
licas  Majestades  para  civilizarlas,  venían  a  ser 
como  una  continuación  de  su  suelo;  con  todo, 
aún  cabe  decir  más,  y  hoy,  como  nunca,  sería 
necesario  poner  a  plena  luz  los  vínculos  que  en 
virtud  de  la  fe  recibida  tenemos  con  la  ñacióii 
heroica  y  grande,  descubridora  y  plasmadora  de 
todo  un  continente. 

Las  nuevas  de  los  grandes  hechos  cumplidos 
llegarían  a  España,  y  sería  un  hervir  de  comen 
tarios  y  de  proyectos;  sería  un  llamado  a  todo 
noble  pecho  para  dar  remate  a  otros  nuevos  más 
gloriosos.  Hoy  se  sabría  cómo  el  extremeño  Her- 
nán Cortés  con  un  puñado  de  valientes  había 
conquistado  un  imperio;  cómo  allí,  si  bien  los 
pobladores  tenían  su  arte  y  una  industria  pro- 
pia, prosperaban  a  más  y  mejor  errores  y  cruel- 
dades. Sobre  las  aras  de  las  bárbaras  divinidades 
corrían  en  ofrenda  la  sangre  de  víctimas  huma 
ñas.  Comentaríase  entonces,  cómo  valientes  y  ge- 
nerosos misioneros  habían  emprendido  la  obra 
de  llevar  a  esas  mentes  que  yacían  en  tinieblas, 
la  luz  de  la  verdad  revelada,  y  sería  gozo  gran- 
de para  las  almas  piadosas  el  imaginar  cómo  el 
estandarte  castellano  no  sólo  era  emblema  de 
imperio  sino  alta  cifra  de  catolicidad.  Otro  día 
sabríase  cómo  Pizarro,  yendo  hacia  el  sur,  había 
descubierto  un  reino  vastísimo  y  poderoso  don 
de  muros  de  piedras  sillares  y  templos  fabulosos 


c!3 


ALVARO  SANCHEZ 


declaraban  la  vitalidad  de  la  raza  pobladora, 
idólotra  y  víctima  de  crueles  pasiones.  Otro  sería 
el  saber  cómo  las  naves  del  portugués  Magalla- 
nes, asociado  al  vasco  Sebastián  Helcano,  había 
circumnavegado  el  planeta.  En  todas  las  comar- 
cas que  había  visitado  a  su  paso,  la  cruz  queda- 
ba como  emblema  de  una  posesión,  no  material 
sino  espiritual;  si  los  monarcas  de  España  tenían 
nuevas  colonias,  el  Monarca  del  Cielo  tenía  nue  - 
vos servidores;  las  almas  pobladoras  de  aquellas 
distantes  regiones  venían  al  conocimiento  del 
Evangelio,  los  soles  de  aquellas  latitudes  veían 
alzarse  la  cruz  sobre  playas  y  cumbres;  las  es- 
trellas insomnes  saludábanla  en  la  noche  así 
como  la  saludaron  en  la  tarde  del  sacrificio  san- 
griento, prenda  de  libertad  y  gaje  de  esperanza. 

Un  día  de  los  calurosos  del  verano  de  1560  fon- 
dearon en  el  puerto  de  Valencia  dos  galeras  mo- 
ras. Venían  a  tratar  del  rescate  de  muchos  cau- 
tivos hechos  en  el  curso  de  sus  piraterías;  y 
mientras  se  pactaba  con  ellos,  y  se  allegaban  los 
dineros  necesarios  para  comprar  la  libertad  de 
los  prisioneros,  el  capitán  con  todos  los  visto- 
sos distintivos  de  su  "categoría  saltó  a  tierra  y 
entró  en  la  ciudad,  acompañado  de  varios  de 
los  suyos,  con  el  fin  de  conocerla;  recorrió  sus 
calles,  se  detuvo  a  admirar  lo  espacioso  de  sus 
plazas,  contemplar  sus  monumentos,  e  hizo  don- 
dequiera ostentación  de  desenfado  y  de  soberbia.' 
Súpolo  Fray  Luis,  que  regía,  pasado  el  contagio 
que  hemos  dicho,  su  querido  claustro  de  novi- 
cios, y  sintió  grandemente  la  afrenta  que  con 
ello  se  hacía  a  la  dignidad  del  pueblo  cristiano. 
El  gentil  no  solamente  cautivaba  cristianos  y  se 


SAN  LUIS  BELTHAN 


89 


esforzaba,  hasta  dándoles  tormento,  por  arreba 
tarles  la  fe,  y  ya  que  no  lo  lograba,  exigía  dine- 
ros por  su  rescate;  sino  que  él  mismo  venía  a 
reclamar  los  dineros  a  las  puertas  de  la  ciudad, 
penetraba  en  ella  como  por  su  casa  y  se  mos- 
traba osado  mientras  los  fieles  callaban. 

Estando  aún  los  frailes  en  la  huerta  (era  casi 
de  anochecida,  y  bien  se  sabe  que  en  el  verano 
el  crepúsculo  vespertino  se  prolonga) ,  fuese  allí 
y  les  contó  el  lastimoso  caso,  invitándolos  a  pos 
trarse  de  cara  al  mar  y  a  ofrecer  un  salmo  en 
desagravio,  una  oración  por  la  buena  pro  del 
pueblo  cristiano.  Y  cuenta' el  tantas  veces  citado 
Padre  Vicente  Justiniano  Antist,  que  a  la  misma 
hora,  y  estando  la  mar  en  admirable  sosiego,  de 
súbito  se  levantó  una  borrasca  que  echó  a  pique, 
casi  a  vista  del  puerto,  las  dos  galeras  moriscas, 
que  pocas  horas  antes  habían  izado  sus  velas. 

Penetrado  el  Santo  del  deseo  de  la  gloria  de 
Dios,  de  la  necesidad  de  extender  entre  los  in- 
fieles el  conocimiento  de  su  Santo  Nombre,  de 
llevar  dondequiera,  con  mayor  empeño  del  que 
los  moros  ponían  en  hacer  botín  y  cautivar  fieles, 
la  luz  del  Evangelio,  para  hacer  ganancia  de  al- 
mas, acertó  a  llegar  al  convento  un  nativo  ame- 
ricano; quedóse  en  él  algo  más  de  un  año;  contó 
a  Fray  Beltrán  que  el  lugar  de  su  nacimiento  era 
una  playa  batida  por  el  mar  Caribe,  apellidada 
por  sus  primeros  exploradores,  acaso  en  recuer- 
do de  la  patria  lejana,  "Nueva  Andalucía"  y, 
en  su  parte  más  occidental,  "Castilla  de  Oro". 
Dióle  noticias  exactas  de  las  gentes  que  la  po- 
blaban; y  como  el  Santo  le  preguntara  sobre  si 
aquellas  gentes  conocían  a  Cristo,  el  indígena 


'JO 


ALVARO  SANCHEZ 


hubo  de  responderle  que  eran  muchos  los  que 
ignoraban  todavía  ese  santo  Nombre.  Contóle 
de  los  ardores  del  clima,  de  las  dificultades  nu- 
merosas por  vencer,  y  cómo  algunos  santos  mi- 
sioneros habían  pagado  con  su  sangre  su  empe 
ño  de  enseñar  y  evangelizar. 

El  alma  de  Fray  Luis,  que  por  las  noticias  re- 
cibidas de  las  proezas  ejecutadas  por  frailes  de 
otras  órdenes  y  algunos  de  la  suya  propia  en  la 
meritoria  tarea  de  predicar  el  Evangelio,  había 
sentido  despertar  su  vocación  misionera;  que  por 
los  relatos  del  extraño  huésped  había  conocido 
cuánto  quedaba  por  realizar  y  cómo  podía  apli- 
carse a  las  misiones  de  América  las  palabras  de 
Cristo:  "La  mies  es  mucha  y  los  operarios  son 
pocos";  que  por  el  incidente  de  las  naves  infie 
les  se  tachaba  de  tardo  en  el  divino  servicio,  pues 
mientras  los  discípulos  de  Mahoma  no  cejaban 
en  su  empresa  de  cautivar  cristianos  y  de  des- 
pojarlos de  sus  bienes  materiales  y  señaladamen- 
te del  tesoro  espiritual  de  su  fe,  él  — así  lo  pensa- 
ba en  su  humildad —  hacía  tan  poco  por  su  Se 
ñor,  y  ardió  en  deseos  de  martirio.  Deliberó  mu- 
chas veces  en  la  presencia  de  Dios  sobre  pedir 
a  sus  superiores  licencia  para  ir  a  misionar  en- 
tre los  nativos  del  Nuevo  Mundo. 

Por  la  misma  época,  y  en  cumplimiento  de  lo 
acordado  en  el  capítulo  general  de  Salamanca, 
habido  en  el  ano  de  gracia  de  1551,  el  reverendo 
Padre  Vicario  Fray  Martín  de  los  Angeles,  con 
el  objeto  de  informar  a  la  Congregación  de  Pro- 
paganda Fide  y  al  Eminentísimo  Cardenal  Vi 
cente  Justiniano,  por  ese  entonces  Vicario  Ge 
neral  de  la  Orden,' acerca  del  estado  de  las  pro- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


91 


vincias  dominicas  en  las  regiones  de  Améri- 
ca, debió  solicitar  el  envío  de  más  religiosos  al 
Nuevo  Reino,  y  la  separación  de  la  Provincia  del 
Perú,  de  las  casas  existentes  en  el  dicho  Nuevo 
Reino  para  constituir  una  nueva  provincia.  Mas, 
habida"  consideración  del  corto  número  de  con 
ventos,  conformándose  a  las  constituciones,  no 
se  procedió  a  la  erección  de  la  nueva  provincia, 
aunque  si  se  separaron  los  conventos  del  Nuevo 
Remo  de  la  obediencia  del  Perú;  concedióseles 
la  facultad  de  elegir  sus  vicarios  generales,  some 
tiendo  el  resultado  del  escrutinio  a  la  aproba- 
ción del  provincial;  además  facultóse  al  reve- 
rendo Padre  Francisco  de  Carvajal  para  que  de 
las  provincias  de  España  tomase  hasta  treinta 
religiosos,  aquellos  que  de  libre  voluntad  así  lo 
pidiesen,  para  enviarlos  a  las  misiones  de  la  en- 
tonces llamada  gobernación  o  presidencia  de 
la  Nueva  Granada. 

Solicitó,  pues,  Fray  Beltrán,  al  tener  noticias 
de  las  letras  expedidas  por  el  Cardenal  Justinia- 
no,  el  ser  enviado  a  las  misiones  del  Caribe.  Iban 
finalmente  a  realizarse  sus  deseos,  sus  más  en- 
encidos  anhelos:  ofrecer  a  la  Majestad  divina 
sus  fatigas,  su  sangre,  su  vida  misma  en  el  hon 
roso  propósito  de  difundir  la  fe  revelada,  el  amol- 
de Cristo,  de  predicar  la  gracia  de  la  salvación. 

Era  superior  del  convento  de  Valencia  el  pa 
dre  Jaime  Serrano  que,  conocedor  de  la  santidad 
de  Fray  Luis,  de  sus  dotes  como  formador  de  al- 
mas jóvenes,  y  de  su  mucha  doctrina,  teníalo 
por  la  gloria  de  su  casa  y  elemento  de  inaprecia 
ble  valor  para  su  adelantamiento  y  gobierno. 
Cuando  supo  la  determinación,  opúsose  a  ella 


92 


ALVARO  SANCHEZ 


con  todas  las  veras  de  su  espíritu,  y  procuró  con 
todo  empeño  dificultar  su  partida,  llegando  has- 
ta a  amenazarlo  con  que  no  le  daría  dineros  ni 
vituallas  para  el  camino. 

No  paró  mientes  Fray  Beltrán  en  estas  consi- 
deraciones, y  obtenida  del  Padre  Carvajal  la  an- 
siada designación,  comenzó  a  hacer  sus  aprestos 
para  la  partida.  Lo  acompañaban  en  su  gene- 
roso propósito  los  Padres  Luis  Vero,  Tomás  del 
Rosario,  Diego  Escaurio,  Diego  Javier  y  Jeróni- 
mo Barros,  de  la  Provincia  de  Aragón. 

Hizo  a  los  novicios  de  su  convento  una  encen- 
dida y  devota  plática  de  despedida;  pidióles  con 
sincera  humildad  perdón  por  la  desedificación 
que  con  sus  obras  y  palabras  les  hubiera  podido 
causar,  y,  por  último,  les  dio  el  adiós  de  despe- 
dida. Con  qué  avidez  escucharían  aquellas  almas 
mozas  las  palabras  últimas  del  que  fue  su  maes- 
tro! Las  lecciones  que  les  diera  sobre  el  despren- 
dimiento religioso  de  todo  lo  terreno,  abnega- 
ción, amor  del  prójimo,  amor  al  sacrificio,  celo 
por  la  gloria  de  Dios  y  del  bien  de  las  almas,  las 
veían  confirmadas  con  el  ejemplo.  Por  libre  elec 
ción,  y  sin  que  se  lo  impusiera  la  obediencia,  ele- 
gía el  camino  más  dificultoso,  con  generosos 
anhelos  de  martirio  marchaba  a  tierras  de  mi- 
sión, donde  es  nulo  el  descanso  y  sin  tregua  la 
labor. 

El  primer  viernes  de  cuaresma  de  1562  salió 
de  Valencia,  a  pie,  peregrino  apostólico,  por  la 
ruta  que  va  a  Sevilla,  pues  ya  en  San  Lúcar  es- 
taba pronta  la  armada  que  debía  zarpar  para 
las  colonias  de  América. 

Harto  quebrantada  su  salud,  ya  débil  de  suyo, 


SAN  LUIS  BELTRAN 


93 


por  sus  muchas  y  muy  severas  obras  penitencia- 
les, hubo  de  comprar  por  pocos  dineros  un  ju- 
mentillo,  a  cuyos  lomos  entró  caballero  en  Se- 
villa. Le  esperaban  en  el  Real  Convento  de  San 
Pablo,  habiendo  informado  de  su  llegada  a  las 
reales  autoridades  en  la  Casa  de  Contratación, 
establecida  para  despachar  todo  lo  relacionado 
con  el  gobierno  de  las  posesiones  ultramarinas. 
Reunidos  ya  de  diversas  provincias  los  treinta 
religiosos,  hiciéronse  a  la  vela  en  el  dicho  puerto 
de  San  Lúcar  mediado  el  año  de  62. 

Para  que  podamos  formarnos  alguna  idea  de 
las  dificultades  y  fatigas  de  ese  viaje,  vamos  a 
transcribir  una  página  de  Stefan  Zweig  en  la 
cual  describe  un  viaje  que,  con  todas  las  comodi- 
dades modernas  hiciera  a  la  Argentina.  Dice  así 
en  la  Introducción  a  su  estudio  sobre  Magalla 
nes:  "Gocé  infinitamente  en  los  primeros  días 
paradisíacos  de  esa  travesía.  Pero  de  pronto,  en 
el  séptimo  u  octavo  me  sorprendí  a  mí  mismo 
presa  de  una  impaciencia  desazonada.  Siempre 
el  cielo  azul,  siempre  ese  tranquilo  mar  azul.  En 
ese  repentino  arrebato  se  me  antojaron  demasia- 
do lentas  las  horas  del  viaje.  La  monotonía  de  la 
vida  a  bordo  irritaba  mis  nervios.  De  improviso 
el  trasatlántico  hermoso,  cómodo,  confortable, 
no  me  resultaba  lo  suficientemente  rápido.  Me 
di  cuenta  de  mi  impaciencia,  y  me  avergoncé. 
Aquí  lo  tienes  todo:  libros,  manjares,  bebida, 
música,  sociedad.  Sabes  exactamente  dónde  es- 
tás, puedes  enviar  a  cualquier  prate  de  la  tierra 
un  mensaje.  Recuerda  en  tu  impaciencia,  re- 
cuerda en  tu  insatisfacción,  lo  que  era  esa  trave- 
sía antaño;  compara  tu  viaje  con  los  de  antes, 


94 


ALVÁRO  SANCHEZ 


sobre  todo  con  los  de  aquellos  primeros  arroja 
dos  marinos  que  descubrieron  un  mundo  para 
tí  y  avergüénzate  delante  de  ellos.  Trata  de  ima  - 
ginarte cómo  en  aquel  entonces  se  lanzaron  en 
sus  diminutos  cútures  de  pescadores  a  lo  igno 
to.  Sin  luz  que  los  alumbrase  de  noche,  sin  más 
bebida  que  el  agua  tibia  y  salobre  de  las  tinajas 
o  de  la  lluvia  recogida,  sin  otro  alimento  que  el 
de  la  galleta  desmigada  o  el  tocino  salado  y  ran  • 
ció,  y  aún  a  veces  privados  de  estos  paupérrimos 
alimentos.  Sin  camas  ni  espacio  donde  descan- 
sar, bajo  un  calor  diabólico,  sufriendo  la  sensa- 
ción de  estar  solos,  irremisiblemente  solos,  en 
un  despiadado  desierto  de  agua.  Durante  meses 
nadie  sabía  de  ellos.  La  necesidad  los  acompa 
ñaba,  la  muerte  los  rodeaba  en  mil  formas  dis 
tintas,  sabían  que  nadie  podía,  ayudarlos,  que 
por  meses  enteros  no  se  encontrarían  con  ningu- 
na otra  vela  sobre  esas  aguas  intransitables,  que 
nadie  podría  salvarlos  del  peligro  y  de  la  mise  - 
ria, que  nadie  informaría  sobre  el  hundimiento 
de  su  nave  y  de  su  muerte  en  el  silencio  de 
las  olas"  l. 

Así  navegó  Fray  Beltrán.  ¿Cuál  es  el  objeto  de 
su  viaje?  ¿La  conquista?  Sí;  la  de  las  concien- 
cias para  el  reino  de  la  verdad  y  la  justicia.  ¿La 
gloria?  Sí;  mas  no  la  humana  sino  la  sobreña 
tural  y  divina. 

Sucedió  durante  la  travesía  que  como  algunos 
grumetes  realizaran  una  maniobra,  dejaron  caer, 
sin  ninguna  torcida  voluntad,  mas  por  mala  ven.. 

1  Steian  Zweig.  La  aventura  más  audax  de  ]a  Humanidad.  Tra- 
ducción de  Alfredo  Kahn.  Introducción. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


95 


tura,  una  garrucha  sobre  la  cabeza  de  uno  de  los 
misioneros  que  se  encontraba  sobre  el  puente; 
grande  fue  la  herida,  y  de  cuidado;  acudió  a 
prestarle  auxilio  el  cirujano  que  con  ellos  venía. 
Entonces  Fray  Luis  manifestó  tener  consigo  una 
excelente  medicina;  pidió  que  pusieran  al  herido 
sobre  su  cama  y  que  lo  dejaran  solo  con  él.  Y 
asi  como  Elias  alentó  sobre  el  rostro  del  niño 
muerto  y  lo  devolvió  a  la  vida,  así  el  Santo, 
acercando  su  cabeza  a  la  rota  y  sangrante  de 
su  compañero,  lo  sanó  de  presto.  Milagro  del 
cual  testificaron  todos  los  tripulantes  de  la  nave. 

Las  largas  horas  de  navegación  las  empleaba 
Fray  Luis  en  orar  y  enseñar.  Las  rutilantes  es 
trellas  de  los  anchos  cielos  marinos  viéronle  ce- 
rrados los  ojos  y  postrado  sobre  las  tablas  de  la 
galera,  pasar  la  noche  en  ferviente  plegaria;  así 
lo  sorprendían  las  primeras  luces  del  amanecer. 
Pedía  ser  para  las  almas  que  en  las  playas  des- 
conocidas y  distantes  lo  esperaban,  verdadero 
heraldo  de  la  buena  nueva,  eficaz  dispensador 
de  los  dones  divinos.  Cuando  las  gentes  de  a  bor 
do  querían  buenamente  escucharlo,  y  era  siem 
pre  que  la  brega  con  los  aparejos,  velas  y  jarcias 
no  lo  impedía,  sentado,  así  como  lo  hiciera  el 
Señor  Jesús,  en  la  popa  de  la  nave,  les  hablaba 
de  la  eternidad,  de  Dios,  del  hondo  sentido  de 
la  vida,  que  el  bien  y  la  virtud  elevan  y  en- 
noblecen. 

Así  transcurrió  el  tiempo,  cuando  un  día  per- 
filóse en  el  horizonte  la  línea  indicadora  de  la 
playa.  Las  pupilas  de  San  Luis  se  detuvieron 
por  primera  vez  en  las  costas  colombianas. 


SEGUNDA  PARTE 

i 

Cartagena  de  Indios 


No  era  Cartagena  cuando  llegó  a  su  puerto 
San  Luis  Beltrán  la  bella  e  interesante  ciudad 
que  hoy  admira  el  viajero:  ni  murallas  proceras 
levantadas  para  presenciar  legendarias  proezas, 
ni  ese  ambiente  de  leyenda  y  de  simpatía  que 
se  respira  en  sus  calles  estrechas,  en  sus  plazas 
desiguales,  en  los  soportales  que  las  enmarcan. 

Estamos  mediado  el  siglo  xvi,  en  los  días  en 
que  se  desarrollaba  la  conquista  y  civilización 
de  nuestra  América. 

La  conquista  y  reducción  de  los  machanaes  y 
turbacos,  pobladores  del  litoral  atlántico,  que  no 
pudieron  realizar  no  obstante  su  extraordinaria 
valentía  y  sus  reconocidos  dotes  de  mando,  los 
capitanes  Alonso  de  Ojeda  y  Diego  de  Nicuesa. 
llevólas  a  términos  lisonjeros  el  adelantado  don 
Pedro  de  Heredia.  El  14  de  enero  de  1533,  "con 
una  nao  e  dos  carabelas  e  una  fusta",  como  dice 
un  cronista,  en  las  cuales  venía  un  buen  golpe 
de  soldados,  se  entró  el  Adelantado  Heredia  po¡ 
la  hermosa  bahía,  destinada  a  ser  uno  de  los  más 
preciados  puertos  de  los  dominios  españoles. 

Hombre  experimentado,  capitán  de  no  común 


100 


ALVARO  SANCHE2 


arrojo  y  clara  visión  de  las  cosas,  advirtió  des- 
de luego  que  una  ciudad  levantada  en  aquel  si- 
tio, donde  la  naturaleza  ofrecía,  sin  necesidad 
de  mayores  obras  de  arte,  fácil  y  seguro  fondea- 
dero; en  ribera  hospitalaria,  no  ciertamente  por 
sus  moradores  que  eran  (los  soldados  conquista 
dores  con  sus  heridas  y  quebrantos  daban  feha- 
ciente testimonio)  gentes  indómitas,  tan  agüe 
rridas  que  hasta  las  mismas  hembras  valían  pa 
ra  los  riesgos  del  pelear,  cuanto  por  la  abundan- 
cia de  sus  mantenimientos:  pesca  ofrecía  el  mar 
y  copia  de  frutos  tropicales  las  vecinas  selvas; 
abriendo  claros  en  ellas  tendrían  los  ganados 
pastos  abundantes  y  excelentes;  con  poco  se  po- 
dría arreglar  una  salina,  y,  así  todo  era  facili- 
dad para  la  vida. 

Equidistante  casi  de  Santa  Marta  y  del  Golfo 
de  Urabá  bien  podría  ser  el  puerto  que  allí  se 
aparejase  la  base  de  futuras  operaciones  de  con- 
quista. Allí  llegarían  los  galeones  de  la  Penínsu- 
la y  de  allí  saldrían  cargados  de  metales  precio- 
sos, pieles,  resinas,  materias  primas  de  toda  la- 
ya. De  allí  partirían  para  el  interior  misioneros 
y  hombres  de  armas,  a  dilatar  y  afianzar  los  do- 
minios de  la  corona. 

El  primero  en  combatir  a  los  indígenas  que 
provistos  de  flechas  envenenadas  les  salieron  ai 
paso,  fue  Francisco  César  teniente  general  de 
Heredia.  No  fue  afortunada  para  los  españoles 
esta  primera  refriega :  César,  herido  de  treinta  y 
dos  flechazos,  y  sus  compañeros,  no  más  de  cin- 
cuenta, hubieron  de  retirarse  mal  heridos  y  que- 
brantados. Don  Pedro  entonces  reorganizó  sus 
efectivos,  y  desembarcó  el  resto  de  gentes  de  gue- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


101 


rra  que  traía.  "Se  ensillaron  y  armaron  de  al- 
godón acolchado  caballeros  y  peones,  dice  el 
cronista  Fray  Pedro  Simón,  con  estas  prevencio- 
nes y  las  que  pedía  el  orden  militar,  en  bien  for- 
mado escuadrón,  llevando  los  jinetes  a  las  anca's 
los  peones  porque  llegasen  descansados,  fueron 
marchando  hacia  el  pueblo  de  Calamar",  cuatro 
días  después  de  la  primera  intentona. 

Los  naturales,  que  en  el  encuentro  tenido  con 
don  Francisco  César  habían  sufrido  grandes  pér- 
didas, atemorizados  por  los  caballos  y  por  los 
disparos  de  las  armas  de  fuego,  huyeron  hacia 
el  interior.  De  esta  suerte  el  20  de  enero  del  año 
dicho  pudo  el  Adelantado  ordenar  erigir,  en  el 
lugar  llamado  hoy  Paseo  de  Heredia  un  altar 
y  allí  celebró  la  primera  misa  el  P.  Clemente  Ma- 
riana. Así  se  fundó  la  ciudad,  que  en  memoria 
y  en  homenaje  a  la  patria  chica  de  los  más  de 
ios  comilitones  de  Heredia,  se  llamó  Cartagena. 

Recordemos  una  página  de  Fray  Alonso  de  Za- 
mora, el  bien  conocido  historiador  dominico, 
que  habrá  de  servirnos  de  guía  en  el  reseñar  las 
maravillas  obradas  por  San  Luis  Beltrán  en  las 
costas  colombianas.  "Parecióle  bien  a  Heredia 
para  fundar  una  ciudad  la  isla  de  Codego,  que 
cerca  del  mar  por  la  parte  del  norte,  y  por  la  tie  - 
rra un  brazo  del  mismo  mar  la  rodea  hasta  la 
Ciénaga  de  Canapote.  Fundó  una  villa  que  lla- 
mó Cartagena  por  la  semejanza  que  tiene  el 
puerto  con  el  de  Cartagena  de  Levante;  y  porque 
de  esta  ciudad  eran  los  más  soldados  que  vinie- 
ron a  la  conquista.  Vinieron  por  capellanes  al- 
gunos clérigos  y  dos  religiosos  de  nuestra  Orden, 
que  fueron  los  Padres  Fray  Diego  Ramírez  y 


102 


ALVARO  SANCHEZ 


Fray  Luis  de  Ordura.  Dicha  la  primera  misa,  in- 
vocaron por  patrono  de  toda  la  provincia  a  aquel 
grande  soldado  a  lo  divino  y  a  lo  humano,  el 
verdadero  caballero  San  Sebastián,  porque  mar- 
tirizado a  flechazos,  sirviera  de  escudo  a  las 
que  llenas  de  mortal  veneno,  les  prevenían  ya 
conspirando  los  machanaes  por  toda  la  tierra 
adentro"  l. 

Rudos  debieron  ser  los  primeros  meses.  Las 
casas  no  ciertamente  de  mampostería,  sino  de 
más  feble  materia  construidas,  mal  resistirían 
los  desmanes  de  las  tribus  circunvecinas,  venci- 
das pero  no  aniquiladas.  Con  una  mano  en  la 
empuñadura  de  la  espada  y  la  otra  en  la  pala 
del  constructor  o  en  la  azada  del  gañán  debie- 
ron de  vivir  por  entonces  los  primeros  poblado- 
res. Tanto  con  el  ánimo  de  prevenir  posibles  ata- 
ques, como  con  el  propósito  de  descubrir  nuevas 
tierras;  por  la  ambición  del  oro,  — las  noticias 
que  recibiera  de  algunos  indios,  las  muestras  que 
a  mano  tenía  le  demostraban  la  existencia  de  fa- 
bulosas riquezas,  selva  adentro —  impulsaron  al 
Adelantado  a  proseguir  sus  exploraciones. 

De  leyenda  pudiera  calificarse,  de  no  ser  el  cro- 
nista Zamora  varón  de  tan  recto  criterio  y  de 
tan  sólida  erudición,  cuanto  refiere  en  su  Histo- 
ria de  la  Provincia  de  San  Antonino,  referente 
a  los  hallazgos  de  oro  que  hiciera  don  Pedro  de 
Heredia.  Cuéntase  allí  cómo  habiéndole  dado  el 
cacique  del  Sinú  por  guía  a  un  hijo  suyo,  llegó 
hasta  las  Sierras  del  Avive  donde  dio  con  un  bos- 


)  F.  Alonso  de  Zamora  C.  P.  Historia  d»  la  Provincia  de  San 
Antonino.  Pág.  66  de  la  edición  de  Parra  León,  anotada  por  F.  An- 
drés Mtzania  C.  P. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


103 


quecillo  de  cuyos  árboles  colgaban  unos  a  ma- 
nera de  cascabeles  tan  grandes  como  almirecos 
todos  de  oro  muy  puro;  también  cuenta  de  un 
bohío  que  debía  de  ser  el  lugar  de  adoración  de 
la  tribu,  pues  era  de  gran  tamaño  y  en  donde 
había  hasta  doce  estatuas  gigantescas  en  made- 
ra labradas  y  cubiertas  íntegramente  de  plan- 
chas de  oro.  Del  bosque  sagrado  y  del  templo 
pasó  Heredia  a  un  cementerio,  cuyos  supulcros 
encerraban,  amén  de  los  cadáveres,  considerables 
riquezas,  pues  era  tradición  de  los  indios  que  ha- 
bían de  enterrarlas  con  los  cuerpos  de  aquellos 
que  en  vida  las  poseyeron.  No  hay  para  qué  decir 
que  el  Adelantado  hizo  de  todo  aquello  botín  de 
muchos  millares  de  castellanos  de  oro,  suficien- 
tes a  enriquecer  a  todos  los  valientes  cuanto 
afortunados  guerreros,  compañeros  suyos  en  lós 
trabajos  y  en  las  recompensas. 

"Con  los  navios  que  pasaron  a  España  a  dar 
noticia  de  las  conquistas  de  don  Francisco  Pi- 
zarro,  — transcribimos  unas  líneas  del  cronista 
Zamora —  llegaron  las  noticias  de  las  que  había 
hecho  don  Pedro  de  Heredia  en  la  provincia  de 
los  Machanaes,  sus  utilidades  y  riquezas.  Deter 
minó  Su  Majestad  conservar  a  Cartagena  y  pre- 
sidirla para  escala  y  puerto  seguro  de  las  comu- 
nicaciones de  todo  lo  que  se  había  descubierto 
en  Tierra  Firme.  Para  autorizar  la  ciudad  y  go 
bernación  envió  por  su  primer  Obispo  al  Rdó. 
Señor  Maestro  Fray  Tomás  Toro,  de  la  orden 
dominica,  hijo  del  Convento  de  San  Este- 
ban de  Salamanca.  Entró  consagrado  a  fines  del 
año  1534". 

Colígese  de  lo  transcrito  la  importancia  de  la 


104 


ALVARO  SANCHEZ 


ciudad  fundada  y  su  rápido  crecimiento,  como 
que  transcurridos  dos  años  escasos  y  ya  se  hon- 
raba con  la  categoría  de  sede  episcopal.  Mas 
con  el  aumento  de  la  población,  el  arribo  de  los 
barcos  llegados  de  diversos  puertos,  la  afluencia 
de  géneros  exportables  y  el  recibo  de  mercade- 
rías, sobrevinieron  problemas  de  índole  sociai 
y  moral. 

No  siempre  las  gentes  que  venían  de  la  Pe- 
nínsula lo  hacían  movidas  por  los  nobles  estí 
mulos  de  servir  a  la  Patria,  ganar  justo  renom- 
bre, cooperar  a  la  difusión  de  la  cultura;  ni  eran 
siempre  hombres  de  pro,  limpios  de  sangre  y 
hechos.  Acontecía  que  maleantes  y  picaros,  har- 
to parecidos  a  los  personajes  descritos  por  Ma- 
teo Alemán  o  por  don  Francisco  de  Quevedo,  hu- 
yendo de  la  justicia,  arribaban  a  estas  playas  en 
busca  de  mejor  fortuna.  Los  tales  querían  olvi- 
do para  sus  tristes  hazañas,  libertad  sin  trabas, 
ningún  deber,  y  derechos  para  todos  sus  desafue- 
ros. Aplauso  merecen  los  representantes  de  la 
Corona  que,  sin  acepción  de  personas  castigaron 
el  delito  donde  lo  hallaron  e  hicieron  vibrar  la 
vara  de  la  justicia  lo  mismo  sobre  la  espalda  del 
indio  que  sobre  la  del  encomendero.  Y  especial- 
mente son  acreedores  a  nuestra  admiración  y 
alabanza  los  religiosos  varones  que  alzaron  su 
voz  para  predicar  el  evangelio  a  los  nativos  y 
para  censurar  con  apostólica  entereza  los  desma- 
nes cometidos  por  los  de  su  raza.  Antes  que  gen 
tes  forasteras,  transcurridas  las  difíciles  centu- 
rias del  descubrimiento  y  colonización,  no  por 
otros  motivos  que  por  la  envidia  y  mala  volun- 
tad a  la  gran  nación  católica,  misionera  de  me  - 


SAN  LUIS  BELTRAN 


105 


dio  universo,  se  dieran  a  la  ingrata  tarea  de 
forjar  la  leyenda  negra,  y  se  determinaran  a  em- 
plazarla ante  el  tribunal  de  la  historia,  diz  que 
por  los  abusos  e  injusticia  cometidos  en  el  ciclo 
del  coloniaje;  ya  ella  misma  había  dejado  su 
defensa  en  la  obra  gigantesca,  leyes  y  decretos, 
de  sus  eximios  varones  peritos  en  la  ciencia  del 
derecho  y  autores  de  las  leyes  de  Indias,  en  la 
labor  civilizadora  de  quienes  fundaron  aquende 
los  mares  colegios  y  universidades,  en  la  tarea 
secular  y  titánica  de  los  misioneros,  de  los  je- 
suítas, de  los  frailes  menores;  y  había  dicho  al 
mundo  que  las  culpas  y  menguas  de  su  magna 
empresa,  si  las  hubo,  ni  las  ocultó  con  cobardía, 
ni  las  justificó  con  malicia:  Defendió  el  derecho, 
tuteló  a  los  débiles,  propagó  su  cultura  y  dejó 
ejemplares  de  valor,  de  tenacidad  y  de  nobleza 
no  vividos  antes  en  parte  alguna  ni  superados 
todavía. 

Plumas  religiosas  hicieron  a  su  tiempo  la  de- 
fensa de  los  indígenas,  voces  ungidas  por  la  sa- 
grada noción  del  derecho  humano  y  por  la  pie- 
dad divina  se  alzaron  para  protestar  contra  los 
abusos  de  encomenderos  y  mayordomos,  y  para 
tutelar  los  legítimos  derechos  del  indio.  Dígalo 
sino  el  "Esclavo  de  los  esclavos",  San  Pedro  Cla- 
ver  y  nuestro  admirable  misionero  San  Luis 
Beltrán. 

El  Ilustrísimo  y  Reverendísimo  Señor  Fray 
Tomás  Toro,  con  el  mismo  espíritu  que  moviera 
al  Apóstol  de  las  Gentes  en  sil  propósito  de  He 
var  el  conocimiento  de  Cristo  a  las  inteligencias 
sumidas  en  las  tinieblas  de  la  gentilidad  y  hacer 
observar  por  los  creyentes  los  preceptos  de  la 


106 


ALVARO  SANCHEZ 


caridad  y  la  justicia,  diose  a  la  tarea  de  adelan- 
tar la  catequización  de  los  nativos  y  a  hacer 
guardar  toda  moral  entre  las  gentes  venidas  de 
la  Península;  y  como  no  bastara  en  ocasiones 
para  mantener  en  los  términos  de  la  rectitud  y 
la  equidad  las  suaves  palabras,  el  prudente  con- 
sejo, la  severa  amonestación,  echó  mano  de  las 
sanciones  eclesiásticas  contra  los  que  extorsio- 
naban a  los  indefensos  terrígenas  ya  despojándo- 
los de  sus  modestos  haberes,  ya  imponiéndoles 
sin  miramiento  ni  humanidad  tal  carga  de  tra- 
bajo, que  venía  a  impedirles  el  aprendizaje  de 
la  doctrina  cristiana. 

Entregado  por  entero  a  las  obras  de  apostólico 
celo,  lo  sorprendió  la  muerte  en  el  año  1536.  To- 
dos lloraron  su  ausencia  definitiva:  los  que  re- 
cibieron sus  castigos  paternales  porque  con  ellos 
los  trajo  a  nueva  vida;  los  débiles  porque  era  su 
defensor;  los  religiosos  porque  era  su  rector  y 
modelo,  los  laicos,  españoles  e  indios  que  no  po- 
dían por  menos  de  ver  en  él  al  hombre  de  Dios 
un  abnegado  y  desinteresado  pastor  de  almas. 

Para  sucederlo  fue  designado  el  Excelentísimo 
y  Reverendísimo  Señor  Jerónimo  de  Loayza,  a 
esa  sazón  prior  de  un  convento  en  Talavera.  Des 
pués  de  su  consagración  en  la  catedral  de  Valla- 
dolid  acompañado  de  seis  religiosos  de  su  misma 
orden,  se  dirigió  a  Sevilla  en  donde  se  embar- 
có, rumbo  a  su  Sede.  Llegó  a  Cartagena  media- 
do el  año  1538. 

Al  año  siguiente  dispuso  la  fundación  de  un 
convento  de  su  orden.  Contaba  para  ello  con 
unos  solares,  situados  cerca  de  la  plaza  denomi- 
nada de  Nuestra  Señora  de  la  Popa  y  ahora  de 


SAN  LUIS  BEITRAN 


107 


Carnicerías  y  con  mil  pesos  donados  por  el  mis- 
mo rey.  Construyóse  la  casa  conventual  de  ta- 
blazón porque  no  había  por  el  momento  más  só- 
lidos materiales  ni  consentía  otra  cosa  lo  limi- 
tado de  sus  recursos.  Fue  consagrada  al  Patriar 
ca  San  José  y  tomó  posesión  del  inmueble  Fray 
José  Robledo,  varón"  de  gran  espíritu  religioso 
muy  dado  a  la  labor  apostólica  de  catequizar  a 
los  indios  y  a  quien  cupo  la  gloria  de  recibir  al 
siervo  de  Dios  San  Luis"  Beltrán. 

He  aquí,  pues,  el  campo  en  donde  Fray  Luis 
va  a  desarrollar  durante  siete  años  una  labor 
de  evangelización  regado  con  su  sangre  peniten  - 
te y  corroborada  con  prodigios:  en  una  ciudad, 
que  comienza  apenas  a  surgir;  situada  cara  al 
mar  Atlántico,  "de  ardiente  clima,  rodeada  de 
tribus  semisalvajes  y  que  hay  que  ganar  para  la 
fe.  Luis  hará  oír  su  palabra  vivificada  por  el 
fuego  interior  de  su  santidad  lo  mismo  a  los  es- 
pañoles que  a  los  indígenas;  a  éstos  para  conver 
tirios  a  la  fe,  a  aquéllos  para  mejorarlos  en  las 
costumbres. 

Hay  en  la  naciente  villa  Prelado  y  convento 
de  religiosos,  pocos  templos  y  muchas  almas  que 
salvar. 


II 


Arriba  Fray  Luis  a  Cartagena.  —  Su  nueva 
manera  de  vida.  —  Sus  virtudes 


Informados  del  nuevo  teatro  en  que  habrá  de 
cumplir  Fray  Luis  tantas  y  tan  maravillosas  ha- 
zañas de  santidad,  reanudemos  nuestro  inte- 
rrumpido relato. 

La  navegación  había  sido  afortunada  1 :  ni  mar 
brava,  antes  muy  serena  y  hermosa;  ni  menos- 
cabo alguno  en  la  nave  que,  bien  carenada  en 
el  puerto  de  origen,  llegó  en  excelentes  condicio- 
nes a  su  destino;  ni  retrasos  imprevistos  en  las 
escalas  cumplidas  en  la  travesía.  Con  todo  lo 
prolongado  del  viaje,  las  forzosas  penalidades 
anejas  por  aquellos  tiempos  a  las  mensajerías 
transoceánicas,  requerían  algunos  días  de  repo- 
so, pasados  los  cuales  la  obediencia  señaló  a 
Fray  Luis  Beltrán  y  a  los  otros  cinco  religiosos 
que  con  él  llegaron  a  nuestras  costas,  los  cam- 
pos respectivos  de  sus  futuras  conquistas  apostó- 
licas. Los  RR.  PP.  Luis  Vero,  Diego  Javier  y  Je- 

1  Con  la  dicha  que  tuvo  aquella  Ilota  de  traer  tan  santos  pa- 
sajeros, tuvieron  el  viaje  más  breve  que  se  había  experimentado, 
desde  que  se  descubrieron  las  Indias,  y  con  la  ielicidad  de  haber 
tenido  trabajo  alguno.  Zamora.  "Historia  de  la  Provincia  de  San  An- 
tonino  delVluovo  Reino  do  Granada".  Capítulo  IX  del  Libro  III. 


112 


ALVARO  SANCHEZ 


rónimo  Barrios  fueron  enviados  a  las  misiones 
de  Santa  Marta;  los  RR.  PP.  Diego  Escaurio,  To- 
más del  Rosario  y  Luis  Beltrán,  a  la  llamada 
"Tierra  adentro",  denominación  que  compren- 
día a  los  hoy  departamentos  de  Atlántico  y 
Bolívar. 

Una  de  las  cosas  en  que  más  se  echa  de  ver 
la  generosa  fuerza  de  la  voluntad  es  en  el  lograr 
adaptarse  a  las  circunstancias  que  una  súbita 
mudanza  de  la  vida  trae  consigo,  señaladamen- 
te si  el  que  la  experimenta  se  ha  modelado  ya 
en  sus  hábitos,  vale  decir,  si  ha  entrado  ya  en  la 
madurez  de  los  años.  De  ahí  que  para  el  ingreso 
en  toda  comunidad  religiosa  se  requiera  deter- 
minada edad,  ni  tan  temprana  que  aún  no  se  dé 
el  cabal  dicernimiento  de  las  cosas :  ni  demasiado 
avanzada,  pues  es  sobrado  difícil,  por  no  decir 
imposible,  para  quien  en  los  años  mozos,  no  se 
habituó  a  la  disciplina  común,  a  la  observancia 
de  las  reglas,  a  la  sujeción  de  la  obediencia,  en- 
trar por  todo  ello  cuando  ya  el  sol  de  la  existen- 
cia va  de  vencida,  la  voluntad  está  formada  y, 
como  una  segunda  naturaleza,  las  tendencias  ad- 
quiridas se  han  apoderado  de  lo  profundo  del 
ser.  Cuán  dificultoso  para  un  hombre  de  letras 
dejar  su  apacible  retiro,  el  trato  asiduo  con  sus 
autores  favoritos,  sus  preocupaciones  y  proble- 
mas intelectuales,  para  traginar  por  la  senda  de 
la  diaria  y  exterior  actividad,  entender  en  afanes 
positivos,  contender  con  las  voluntades  ajenas: 
lo  probable  será  que  el  fracaso  acompañe  su 
tentativa. 

Pues  hagámonos  cargo  del  cambio  radical  que 
experimentó  Fray  Luis  en  el  ordenamiento  de 


SAN  LUIS  BELTRAN 


113 


su  vida  desde  que  pisó  la  cubierta  de  la  nave, 
acentuado  luego  al  desembarcar  en  nuestras  cos- 
tas; y  admiremos  por  ende,  lo  recio  y  generoso 
de  su  voluntad  elevada  a  lo  heroico  por  la  gracia 
divina. 

Considérese  cuán  insospechados  aspectos  ofre- 
ce la  naturaleza  al  europeo  que  por  primera  vez 
huella  las  tierras  tropicales.  Allá  en  la  Europa 
lejana  las  estaciones  se  suceden  unas  a  otras  con 
regularidad  constante:  antes  de  los  vivos  calo- 
res del  verano,  los  más  templados  de  la  primave  - 
ra; precediendo  a  los  fríos  rigurosos  del  invier- 
no, las  brisas  olorosas  de  la  otoñada.  Los  ríos  si 
enriquecen  su  caudal  con  las  lluvias,  no  suelen 
salir  de  madre  ni  inundar  devastadores  las  pra- 
deras; por  bien  cortados  canales  dan  parte  de  sus 
aguas  para  fertilizar  los  campos.  Las  montañas 
y  los  valles  vense  cruzados  por  caminos  que,  co- 
mo un  lazo  cordial,  unen  ciudades  a  ciudades  y 
llevan  hasta  las  aldeas  palpitaciones  de  vida  ur- 
bana: en  suma,  en  Europa,  la  naturaleza  está 
dominada  por  el  hombre. 

En  los  trópicos  la  naturaleza  se  muestra  indo- 
meñada  en  su  pujanza.  Se  diría  que  en  nuestras 
tierras  las  estaciones  coexisten;  en  las  más  altas 
cimas  de  los  Andes,  las  nieves  perpetuas:  el  pri- 
mer conquistador  que  logró  trepar  algo  por  los 
lomos  de  la  Sierra  Nevada  de  Santa  Marta,  pudo 
evocar  la  blanca  silueta  invernal  de  Sierra  El- 
vira. En  las  altiplanicies  y  mesetas,  la  primave- 
ra: flores  siempre  abiertas,  días  siempre  claros, 
temperatura  suave,  y,  a  veces  en  los  meses  de 
cosecha,  una  como  semejanza  del  otoño.  En  los 
profundos  y  anchos  valles,  en  la  llanura  ilímite 


114 


ALVARO  SANCHEZ 


que  al  pie  de  las  cordilleras  se  dilatan,  y  a  la  ori- 
lla del  mar,  los  tórridos  calores  del  verano. 

Bien  advertía  Fray  Luis  la  mudanza  desde  la 
primera  noche  que  pasó  en  Cartagena.  Bajo  el 
parpadeo  de  las  estrellas  o  a  la  claridad  de  la 
luna,  no  reinaba,  como  allá  en  la  huerta  valen- 
ciana el  inefable  y  casto  silencio:  aquí  triunfa- 
ba una  extraña  armonía  producida  por  la  soste 
nida  vibración  de  los  élitros  de  miríadas  de  in- 
sectos, por  el  rumor  de  una  brisa  caliente,  trans- 
minante  a  frutos  exóticos,  a  floraciones  exube 
rantes,  a  selva  virgen.  En  la  mañana  pudo  ad- 
vertir que  el  sol  nacía  con  la  fuerza  de  una  viva 
llamarada,  luz  encegueciente  de  puro  esplendo- 
rosa. A  los  ruidos  múltiples  y  asordinados  de  la 
noche  se  sucedían  los  vibrantes  que  indicaban  el 
despertar  de  las  selvas,  el  canto  de  los  pájaros 
de  variados  matices.  Al  medio  día,  el  agobio  del 
calor  que  reverbera,  muy  propio  de  estas  latitu- 
des, y  bien  distinto  de  las  siestas  estivales  de  los 
climas  templados:  calor  que  deja  los  sentidos 
amodorrados,  la  inteligencia  en  un  vagar  de  im- 
precisas evocaciones,  la  voluntad  sin  bríos;  calor 
enervante  que  convida  a  una  perezosa  quietud, 
peligrosa  como  una  tentación. 

Allá  en  Valencia,  en  lo  repuesto  de  su  claus- 
tro silencioso  y  místico,  era  el  orden  perfecto: 
una  campanada  señalaba  todas  y  cada  una  de 
las  horas  de  la  diaria  jornada:  al  alba,  la  ora- 
ción, favorecida  por  un  fresco  y  grato  silencio; 
con  las  primeras  luces  del  día,  la  misa,  bajo  la 
bóveda  de  una  antigua  iglesia  perfumada  de  in- 
cienso, penumbrosa  y  propicia  a  la  meditación; 
luego  el  estudio  con  los  noveles  religiosos  en 


SAN  LUIS  BELTRAN 


11* 


aulas  ungidas  de  paz.  La  mesa  y  la  recreación 
en  común;  la  plegaria  de  la  noche  y  el  reposo  in- 
dicado por  la  misma  voz  del  bronce  bendito,  que 
llamara  en  la  mañana  a  las  divinas  alabanzas  y 
a  ocuparse  en  las  apacibles  fatigas  del  entendi- 
miento. Hasta  para' los  ejercicios  de  penitencia 
tenía  tiempos  y  lugares  señalados  y  convenientes. 

En  ocasiones  ocuparíase  en  el  ministerio  de 
la  predicación:  cuando  a  los  novicios  de  su  Or- 
den para  encaminarlos  por  los  altos  senderos  de 
la  perfección  religiosa;  cuando  a  los  fieles  de  Va- 
lencia o  de  sus  aledaños,  gentes  informadas  en 
la  verdad  cristiana,  que  esperaban  el  riego  de 
su  palabra  fervorosa  para  adelantar  en  la  guar 
da  de  los  mandamientos  de  Dios. 

Al  venir  a  las  misiones  de  la  llamada  Nueva 
Andalucía,  dejaba  el  clima  suave  y  amable  de 
su  patria  por  el  recio  y  selvático  de  un  mundo 
recién  descubierto;  las  auras  de  la  Huerta  en 
que  transcurriera  su  niñez  y  su  juventud,  por 
el  aire  abrasado  del  trópico;  la  ocupación  de  los 
estudios,  por  las  andanzas  misioneras;  el  trato 
con  gentes  civilizadas  por  la  compañía  de  los 
indígenas  a  quienes  había  que  evangelizar  y 
atraer  a  la  vida  de  orden  y  disciplina  en  las  nue- 
vas villas  y  ciudades. 

Y  cuan  bien  supo  adaptarse  al  nuevo  género 
de  vida  el  abnegado  servidor  de  Dios.  Olvidó  la 
regularidad  claustral,  sus  distribuciones  cuoti- 
dianas para  abrazar  la  accidentada  vida  del 
apóstol  en  tierras  de  infieles;  dejó  las  formalida- 
des externas,  mas  conservó  y  aquilató  el  espí 
ritu.  Hay  acaso  quien  crea  que  el  mérito  de  la 
regla  está  en  lo  exacto  y  cronométrico  y  no  se 


116 


ALVARO  SANCHEZ 


resuelve  a  advertir  que  el  fundamento  y  corona 
de  toda  regla,  su  razón  de  ser,  la  causa  de  su  va- 
lor intrínseco  es  sencillamente  el  amor  de  Dios 
y  del  prójimo.  Nada  importaba  que  las  distribu- 
ciones de  la  regla  fuesen  sustituidas  por  lo  ines- 
perado en  su  nueva  vida  de  doctrinero;  los  ca- 
pítulos y  constituciones  teníalos  escritos  Fray 
Luis  en  su  corazón.  Con  «heroicidad  milagrosa 
supo  darse  a  la  oración,  a  la  penitencia,  a  la 
practica  de  la  vida  interior,  mientras  recorría 
las  selvas  buscando  como  el  Buen  Pastor  a  las 
ovejas,  que  aún  no  eran  del  aprisco,  sin  otra  nor- 
ma que  su  ardorosa  caridad  y  su  inflamado  celo 
por  la  gloria  de  Dios  y  el  advenimiento  de  su 
reinado.  Fue  dondequiera  y  para  todos  dechado 
de  castidad  y  de  pobreza;  la  obediencia  y  la  hu- 
mildad lo  llevaron  a  la  ejecución  de  todo  cuanto 
le  fuera  mandado  así  fuese  abatido  y  dificultoso. 

Si  los  siete  años  que  vivó  misionando  en  nues- 
tras costas  fueron  fecundos  en  bienes  espiritua- 
les, si  su  palabra  logró  tan  admirables  resulta- 
dos, si  renovó  en  las  aguas  del  bautismo  a  mu- 
chos millares  de  indios  se  debe  todo  ello  a  la  per- 
fección de  su  vida  interior;  como  que  el  secre- 
to de  todo  provechoso  apostolado  no  es  otro 
que  la  intensidad  de  la  vida  divina  en  el  alma 
del  apóstol;  entonces  la  palabra  no  es  lección 
aprendida  y  monótonamente  repetida  sino  eco 
auténtico  y  vital  de  la  palabra  del  Maestro. 

SU  ESPIRITU  DE  ORACION 

Orar!  he  aquí  una  palabra  cuy  significado  to- 
dos conocen,  pero  a  cuyo  ejercicio  no  todos  al- 


SAN  LUIS  BEITRAN 


117 


canzan  como  debido  es.  Para  algunos,  orar  es 
repetir  con  los  labios  fórmulas  de  adoración,  de 
alabanza  o  de  ruego:  manera  de  orar  es  ello,  y 
ciertamente  meritoria  si  va  acompañada  de  la 
devoción  del  corazón.  Pero  a  más  de  este  ejerci 
ció  vocal,  hay  otro  más  excelente  que  consiste 
en  la  aplicación  de  las  potencias  del  alma :  la  me . 
moria  evoca  el  recuerdo  de  una  verdad  de  la  Re 
ligión,  dogma,  precepto  o  hecho  de  la  vida  de 
Cristo;  la  inteligencia  se  aplica  a  desentrañar  el 
sentido  del  dogma,  el  alcance  del  mandamiento 
o  a  contemplar  con  vista  interior  el  sucedido;  y. 
por  último,  la  voluntad,  en  fervoroso  homenaje 
se  ejercita  en  los  afectos  y  propósitos  que  de  la 
meditación  de  las  verdades  o  de  la  contemplación 
de  los  pasajes  naturalmente  brotan.  A  esta  ma- 
nera de  elevar  el  corazón  a  Dios  y  ejercitar  las 
potencias  del  alma  llaman  los  autores  ascético.-., 
meditación.  Así  como  en  lo  físico  los  sentidos  nos 
ponen  en  relación  con  el  mundo  circundante  y 
el  respirar  enriquece  la  sangre  de  oxígeno,  la 
purifica  y  la  renueva;  así  en  el  orden  espiritual 
el  meditar  es  un  abrir  los  ojos  del  entendimien- 
to, un  aplicar  los  sentidos  interiores  para  entrar 
en  comunicación  y  relación  con  el  mundo  so- 
brenatural, y  un  anhelar  por  nuestro  eterno 
principio,  verdad  absoluta,  y  bien  sumo.  Allí  se 
enriquece  el  alma  con  vigores  no  sabidos,  puri- 
fícanse  los  afectos  y  renuévase  en  lo  interior  pa- 
ra vivir  la  vida  de  Dios. 

Mas  puede  haber  quien  piense  que  para  medi- 
tar son  indispensables  tiempos  y  lugares  propi 
cios  y  que  solamente  en  el  sitio  deputado  para 
ello  y  a  la  hora  de  antemano  señalada  se  puede 


118 


ALVARO  SANCHEZ 


el  alma  entregar  libremente  a  tan  regalado  y 
provechoso  ejercicio.  Claro  está  que  lo  ordinario 
y  aconsejable  es  practicarlo  en  lugares  y  tiempos 
convenientes;  mas  es  también  verdad  que  para 
las  almas  muy  adelantadas  en  el  trato  y  comu 
nicación  con  Dios,  no  hay  tiempo  menos  apto, 
ni  lugar  menos  propicio  para  elevarse  hasta  Dios 
en  la  fervorosa  contemplación  de  sus  misterios; 
ni  quehaceres  o  fatigas  les  impiden  volar  hasta 
el  término  de  sus  deseos.  De  ahí  que  San  Luis 
Beltrán  después  de  un  día  de  fatigas,  consagra- 
do ya  a  recorrer  la  selva  para  dar  con  los  indios, 
atraerlos  y  adoctrinarlos,  ya  a  la  predicación, 
ya  a  la  administración  de  los  sacramentos,  cuan 
do  se  entraba  a  descansar  a  su  choza  o  bohío, 
pues  no  otra  cosa  era  la  habitación  de  los  abne- 
gados misioneros,  no  otro  era  su  reposo  que 
entregarse  a  la  oración!  Qué  mucho  si  oraba 
mientras  esguazaba  los  ríos  y  cruzaba  las  sel- 
vas, y  oraba  mientras  tomaba  su  pobre  y  escaso 
sustento! 

Premiaba  el  cielo  el  ardido  empeño  de  San 
Luis  de  buscar  en  el  trato  y  comunicación  de 
Aquel  que,  conforme  al  texto  evangélico,  pasaba 
las  noches  orando  (et  erat  pernoctans  in  oratio- 
ne  Dei)  arrebatándole  algunas  veces  en  milagro- 
sos arrobamientos,  haciendo  del  tugurio  de  cañi- 
zos un  Tabor  de  divinas  transfiguraciones.  En 
cierta  ocasión  — y  de  ello  nos  sale  garante  el 
nombrado  Padre  Alonso  de  Zamora —  lo  vieron 
los  indios  elevado  unos  cuantos  palmos  sobre  la 
tierra  desnuda,  extático  el  rostro  y  circundado 
de  vivos  resplandores :  visión  de  maravilla  que  los 


SAN  LUIS  BELTRAN 


119 


dejó  asombrados  y  los  llevó  a  decir  que  el  Padre 
Fray  Luis  parecía  un  sol  cuando  rezaba. 

SU  SED  DE  PENITENCIA 

A  la  oración  añadía  la  penitencia.  Como  si  no 
íuese  bastante  mortificación  el  andar  por  medio 
de  las  malezas,  mal  calzados  los  pies,  descubier 
ta  la  cabeza,  pobre  y  raído  el  hábito,  sin  temor 
a  los  calores  caniculares;  adentrábase  a  vece' 
con  mucho  sigilo  en  la  selva  para  desgarrar  con 
severas  y  prolongadas  disciplinas  su  carne  en- 
flaquecida. "Un  mozo  llamado  Jerónimo  Fernán 
dez,  de  nación  valenciano,  — cuenta  el  tantas 
veces  citado  Zamora —  acompañó  a  Fray  Luis 
por  los  pueblos  de  Cartagena  y  Santa  Marta,  y 
dijo  en  su  declaración:  que  reparando  en  que 
todos  los  viernes  se  retiraba  a  lo  más  intrincado 
de  la  selva,  juzgaron  que  era  a  tomar  algunas 
disciplinas.  Siguiéronle  con  la  curiosidad  de  cer- 
tificarse, y  vieron  que  era  verdad,  y  que  las  tie- 
rras de  aquellos  montes  estaban  regadas  con  la 
sangre  de  San  Luis  Beltrán"  l. 

Su  mismo  breve  reposo  de  la  noche  era  un  li- 
naje de  penitencia,  pues  sin  quitarse  su  vestidu- 
ra talar,  rendíase  al  sueño  sobre  unos  mal  jun- 
tos cañizos,  pobre  camastro  más  propio  para  dar 
incomodidad  y  molestia  que  para  proporcionar 
descanso.  Ingenioso  para  hallar  en  todo  ocasión 
de  crucificar  la  naturaleza  y  someterla  por  el  do- 
lor, discurría  desnudarse  las  espaldas  para  some- 
terse a  las  picaduras  de  los  mosquitos.  Cuadro 


1  F.  Alonso  de  Zamora.  HUtoria  de  la  Provincia  de  San  Antonino. 
Edición  citada,  pda.  194 


120 


ALVARO  SANCHEZ 


de  paciente  sufrir,  de  asombroso  amor  al  padeci- 
miento! A  orillas  del  río,  que  a  altas  horas  de 
la  noche  corría  al  halago  lunar,  el  Santo  seme- 
jante a  los  eremitas  del  desierto,  de  rodillas  so 
bre  la  arena  de  la  playa,  caídas  las  ropas  hasta 
los  hinojos,  meditaba  en  la  agonía  que  una  no- 
che, bajo  los  olivos  del  huerto  soportó  el  Señor 
Jesús.  Él  sudor  de  sangre  que  perlaba  en  el  ros- 
tro divino,  la  congoja  que  estrujaba  su  corazón, 
el  amor  infinito  que  anhelaba  la  salud  de  todos 
los  hombres  pasan  ante  las  miradas  extáticas 
del  misionero,  mientras  los  mosquitos  clavan  sus 
aguijones  minúsculos  sobre  los  brazos,  hombros 
y  espaldas  tundidas  y  aliboradas  a  disciplinazos. 
El  ardor  es  insufrible.  Las  partes  del  cuerpo  del 
Santo  sometidas  a  este  extraño  y  horrendo  tor- 
mento enrojecidas,  sangran,  y  Luis  continúa  in- 
móvil ofreciéndose  en  silencioso  y  voluntario  ho- 
locausto por  la  conversión  de  los  pobrecitos  in 
dígenas  confiados  a  sus  desvelos.  Cuando  ha  con 
cluído  su  oración  y  se  recoge  a  su  mísera  vivien  - 
da siente  sus  carnes  laceradas  y  enfiebrecidas. 
pero  colmado  de  gozo  el  corazón.  El  Señor  oirá 
su  oración  y  merced  al  riego  de  sudor  y  de  san 
gre  el  árbol  de  la  fe  echará  raíces  profundas  en 
las  almas  de  los  nuevos  conversos.  Se  retira  en 
admirable  placidez  pues  puede  repetir  con  San 
Pablo :  "adimpleo  ea  quae  desunt  passionis  Chris- 
ti  en  carne  mea".  "Me  gozo  en  lo  que  por  vosotros 
padezco,  y  sufro  en  mi  carne  lo  que  falta  a  las 
aflicciones  de  Cristo  por  su  cuerpo  místico  que 
es  la  Iglesia"  l. 

I  San  Pablo,  I  a  los  Corintios.  1-24. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


121 


Tenía  por  todo  haber  el  breviario,  una  biblia 
y  el  recado  de  decir  misa,  que  puesto  en  una  al- 
forja solía  llevarle  un  mozo  para  celebrar  la  mi- 
sa en  donde  se  ofreciese  alguna  comodidad  y 
necesidad. 

Sería  escena  de  singular  devoción  el  sacrificio 
eucarístico  ofrecido  por  el  Beato  Padre  Luis  Bel  - 
Irán:  a  cielo  abierto,  o  al  cobijo  de  algún  gigan 
tesco  árbol  centenario,  rodeado  de  indígenas  re  • 
cién  convertidos,  rudos  y  quemados  los  rostros, 
pero  blancas  las  almas  por  la  gracia  de  Jesucris  - 
to. Descendía  el  Maestro  sobre  el  pan  y  el  vino 
para  transubstanciarlo  y  se  hacía  presente  en 
medio  de  los  suyos  como  en  los  días  de  su  resu- 
rrección en  las  riberas  del  lago.  Por  bien  paga 
das  daría  Fray  Luis  Beltrán  sus  fatigas,  austeri- 
dades y  sacrificios  al  contemplar  sus  cristianda- 
des nacientes  *. 

Tal  era,  en  lo  concerniente  a  las  cosas  espiri 
tuales,  el  tenor  de  vida;  que  en  cuanto  a  los  pro- 
saicos menesteres  diarios  tenía  por  regla  sus- 
tentarse de  lo  que  buenamente,  en  las  reduccio- 
nes de  indígenas  le  era  ofrecido  de  caridad.  Co- 
mo quien  a  la  letra  toma  el  texto  evangélico  y 
procura  hacerlo  norma  efectiva,  actuante  de  la 
existencia;  no  cuidaba  sino  del  reino  de  Dios  y 

1  Según  consta  en  el  Archivo  de  Indias,  citado  por  el  Dr.  Gui- 
llermo Hernández  de  Alba  en  su  Crónica  del  Colegio  del  Rosario, 
"solo  al  indio  ladino  o  civilizado,  administrábasele  la  Eucaristía,  a 
los  recién  convertidos,  no".  Y  refiérese  como  una  de  las  legítimas 
glorias  del  Arzobispo  fundador  del  Colegio  del  Rosario  el  que  "cuan- 
do él  entró  en  este  Reino,  a  unos  cuantos  indios,  que  comulgaban 
en  sus  repartimientos,  los  dejase  todos  dispuestos  y  reducidos,  y  que 
comulgasen  ya  veinticuatro  mil  indios  sin  memoria  de  idolatría". 
[Crónica  del  Colegio  del  Rosario.  Tomo  I,  folios  32  y  33). 


122 


ALVARO  SANCHEZ 


de  su  justicia,  pues  probado  tenía  que  las  demás 
cosas  le  vendrían  de  adehala. 

No  por  escrúpulos,  ni  por  delicadeza  de  con- 
ciencia solamente,  sino  por  un  fervoroso  deseo 
de  recibir  en  su  alma  el  riego  de  la  sangre  de 
Jesucristo,  que  en  la  confesión  se  da  al  peniten- 
te, solía  Fray  Luis,  mientras  vivió  en  Valencia, 
confesarse  hasta  dos  veces  al  día.  Cuán  penoso 
debió  de  ser  para  él,  verse,  durante  los  años  que 
anduvo  misionando,  privado  de  tal  consuelo  y 
riqueza  espiritual.  Para  lograr  hacerlo  con  la 
frecuencia  dable,  dado  el  nuevo  y  extraño  modo 
de  vida  que  vivía,  hubo  de  convenir  con  el  R.  P. 
Diego  de  Escuario,  una  vez  que  hubieron  fijado 
sus  respectivas  residencias:  éste  en  el  pueblo  de 
Zipagua,  Fray  Luis  en  Tubará,  que  construirían, 
como  en  efecto  lo  hicieron,  en  medio  de  la  dis 
tancia  que  los  separaba  una  ermita  de  cañas 
en  donde  periódicamente  se  encontrarían  para 
oírse  mutuamente  en  confesión 1.  Admirable 
ejemplo  del  celo  con  que  trabajando  en  el  bien 
de  las  conciencias  ajenas  estos  dos  religiosos  ve 
laban  por  la  santificación  de  las  propias. 


1  No  queda  recuerdo,  por  aquellos  lados,  de  la  ermita  y  de 
otras  cosas  del  Santo.  (Nota  de  Mezanza.  Tomo  II  de  la  obra  de 
Zamora].- 


III 


Misiones  en  Tubaró,  Palauro,  Turbaco, 
Malambo  y  otros  lugares 


Dió  el  Señor,  como  leemos  en  San  Marcos,  es- 
tas seguras  prendas  y  señales  de  su  favor  a  quie- 
nes creyeran  sin  titubear  en  su  palabra:  "En  mi 
nombre  echarán  fuera  a  los  demonios,  hablarán 
nuevas  lenguas,  desafiarán  a  las  serpientes  y  si 
bebieren  cosa  mortífera  nc  les  dañará:  pondrán 
sus  manos  en  los  enfermos  y  sanarán".  Palabras 
que  tuvieron  exacto  cumplimiento  en  las  misio- 
nes de  San  Luis  por  los  pueblos  de  Tubará.  Pa- 
lauto,  Turbaco.  Malambo  y  otros  lugares  de  la 
costa  atlántica.  Hombre  de  fe.  para  predicar  a 
Cristo  entre  quienes  no  lo  conocían,  dejó  su  pa- 
tria; la  fe  lo  impulsaba  a  los  rigores  de  la  peni- 
tencia, al  fervor  de  la  plegaria,  a  la  ardiente  y 
generosa  piedad;  y  así  la  promesa  evangélica  nc 
podía  dejar  de  cumplirse:  si  la  fe  era  su  vida, 
el  milagro  lo  acompañaría  como  la  gloriosa  con 
firmación  y  prueba  de  su  enseñanza  * 

Suele  apellidarse  a  San  Antonio  el  taumatur- 
go de  Padua  por  que  a  su  paso  florecieron  los 

1  Siqit  outem  qui  cr«did»iut  hoTe  sequentux:  in  nomine  aieo 
d— Ofiiu  «jicirat.  luinquis  loquentur  noria,  etc..  etc.  San  Marees. 
XVI  •  17. 


126 


ALVARO  SANCHEZ 


milagros  al  punto  de  que  se  hubiera  dicho  ser  el 
hecho  prodigioso  como  el  subrayado  de  sus  pa- 
labras, la  glosa  de  sus  evangélicas  predicaciones. 
A  San  Luis  Beltrán  podríamos  llamarlo  el  misio 
ñero  taumaturgo,  el  taumaturgo  del  Atlántico, 
por  cuanto  no  dió  paso,  misionando  por  aquellas 
regiones,  que  no  hubiese  quedado  envuelto  con 
el  resplandor  del  milagro. 

Pregúntanse  algunos  por  qué  en  esta  crítica 
edad  en  que  nos  ha  cumplido  vivir,  no  acontecev 
como  en  otras  edades  ya  "remotas,  el  milagro.  La 
edad  apostólica  presenció  los  muchos  que  hicie- 
ron los  inmediatos  discípulos  del  Divino  Maes 
tro;  el  ciclo  heroico  de  la  epopeya  cristiana  se 
asombró  con  el  glorioso  y  continuado  milagro 
del  martirio;  las  centurias  siguientes  consecha 
ron  también  mies  de  milagros,  díganlo  si  no  los 
cumplidos  a  favor  de  los  santos  eremitas  ya  en 
la  alta  Tebaida,  y  a  las  orillas  del  Orontes!  Qué 
de  milagros  narran  las  historias  de  los  padres 
del  desierto!  Taumaturgos  fueron  los  Padres  de 
la  Iglesia,  los  evangelizadores  de  las  diversas 
naciones  de  Europa  nacidas  como  consecuencia 
de  la  ruina  del  Imperio.  La  edad  media  presen 
ció  los  portentos  del  Pobrecito  de  Asís,  y  de  Do- 
mingo de  Guzmán.  En  centurias  posteriores,  las 
selvas  indúes  vieron  los  cumplidos  por  Francis- 
co Javier;  nuestras  comarcas,  en  la  época  de  la 
conquista  y  de  la  colonia  admiraron  los  de  Pedro 
Claver,  San  Luis  Beltrán,  San  Francisco  Solano, 
Santo  Toribio  de  Mogroveio,  Santa  Rosa  de  Li- 
ma ...  Y,  en  esta  hora  del  mundo,  cuando  el 
hombre  lo  ha  dominado  todo,  como  si  la  tierra 
se  hubiera  tornado  impropicia  para  lo  sobre- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


127 


natural,  el  milagro  casi  es  un  vocablo  extraño  y 
sin  sentido.  Para  los  positivistas  y  racionalistas 
es  una  a  manera  de  mixtificación,  engañosa  e  in- 
tencionada interpretación  de  hechos  naturales, 
cuando  no  fantasías  al  servicio  de  la  propagan 
da  religiosa.  Para  algunos  cristianos,  manifesta 
ciones  divinas,  es  verdad,  pero  que  fueron  y  que 
no  habrán  de  repetirse;  como  fueron  realidad  las 
floraciones  gigantescas  de  las  edades  primitivas, 
imposible  de  renovarse  sobre  una  tierra  fatigada 
y  empobrecida. 

Sinembargo,  si  analizamos  su  concepto:  inter- 
vención directa  de  Dios  en  el  gobierno  del  mun- 
do, no  hay  por  qué  no  se  repitan  hoy  esos  he- 
chos divinos,  como  se  cumplieron  en  pasadas 
edades.  La  respuesta  al  por  qué  hoy  los  anales  re- 
ligiosos registran  menos  número  de  prodigios, 
es  muy  sencilla:  porque  en  nuestros  días  se  ha 
debilitado  la  fe. 

Si  repasamos  las  páginas  del  Evangelio  vere- 
mos que  no  en  una  sino  en  repetidas  ocasiones, 
el  Salvador  atribuyó  el  milagro  a  la  fe  de  los  que 
instantemente  solicitaron  remedio.  "Tu  fe  te 
ha  salvado",  dijo  a  aquella  pobre  mujer  que  re- 
cuperó súbitamente  la  salud  con  solo  tocar  la 
orladura  de  la  túnica  nazarena.  "Yo  soy  la  re- 
surrección y  la  vida,  y  el  que  cree  en  mí  aunque 
muriera  vivirá.  ¿Crees  en  esto?",  preguntó  Jesús 
a  Marta  antes  de  resucitarle  a  su  hermano.  Mas, 
es  el  caso  que  en  el  día,  los  grandes  avances  de 
la  ciencia;  los  poderes  que  un  mayor  conocí 
miento  de  las  leyes  de  la  naturaleza  han  puesto 
en  las  manos  de  los  hombres,  los  han  tornado 
más  y  más  orgullosos;  un  concepto  absolutamen- 


128 


ALVARO  SANCHEZ 


te  naturalista  y  positivo  de  la  vida,  tan  atrevido 
como  no  lo  conociera  ni  sospechara  siquiera  el 
mundo  gentílico,  los  ha  hecho  olvidarse  de  Dios, 
los  ha  convertido  en  siervos  de  sus  propias  con- 
cupiscencias: el  afán  de  poseer,  como  si  no  tu- 
viesen ni  siquiera  noticia  de  la  vida  advenidera, 
los  ha  sumido  en  un  egoísmo  sin  entrañas.  Nada 
de  sorprendente  entonces  que  Dios  sea  menos 
pródigo  que  antaño  lo  fuera  en  sus  extraordina- 
rias manifestaciones  providenciales.  Sinembargo, 
tan  pronto  como  la  fe  solicita  del  cielo,  sin  titu- 
beos ni  incertidumbres,  su  protección  y  amparo 
torna  a  florecer  el  milagro. 

Ni  hay  para  qué  recordar  al  piadoso  lector  que 
la  Iglesia  en  los  procesos  de  canonización  de  los 
siervos  de  Dios  exije  el  milagro  come  prueba  de 
que  esa  alma  predestinada,  cuya  causa  se  ade- 
lanta, goza  de  la  visión  beatífica,  de  la  eterna 
contemplación  de  Dios,  generosa  iecompensa  al 
heroico  ejercicio  de  las  virtudes.  Solo  exceptúa 
a  los  mártires  pues  qué  mayor  milagro,  ni  qué 
mayor  demostración  de  fidelidad  a  Dios  que  el 
haber  rendido  la  vida  por  su  amor  y  en  la  de- 
fensa de  su  causa. 

SUS  MILAGROS 

Pero  vengamos  ya  al  estudio  y  recuento  de 
los  hechos  milagrosos  con  que  el  Divino  Reden- 
tor quiso  respaldar  la  apostólica  predicación  de. 
su  siervo  San  Luis  Beltrán  y  dar  una  a  modo  de 
anticipada  recompensa  a  los  sacrificios  que  por 
su  amor  se  imponía,  al  heroísmo  de  sus  muchas 
virtudes. 


130 


ALVARO  SANCHEZ 


hecho  milagroso.  Veamos,  siguiendo  a  Zamora, 
en  qué  circunstancias  hubo  de  acontecer  el 
prodigio. 

¿Cómo  se  arreglaban  los  misioneros  para  ha- 
cer conocer  la  doctrina  cristiana  a  los  indios  de 
nuestras  comarcas?  O  bien  esforzábanse  por 
aprender  el  lenguaje  de  los  indios;  o  valíanse  de 
un  intérprete.  Ocupadas  estas  tierras  por  los  sol 
dados  y  conquistadores  españoles,  cuidaron  de 
enseñar  a  los  sojuzgados  la  lengua  de  Castilla,  y 
ellos  de  aprender  algo  de  los  idiomas  indígenas. 
Sea  este  el  lugar  de  traer  a  la  memoria  el  serví 
ció  prestado  a  la  cultura  por  los  misioneros  co- 
mo el  abnegado  y  docto  José  Dadey  S.  J.r  el  P. 
Bernardo  de  Lugo,  dominico,  bogotano,  autor  de 
una  Gramática  de  la  lengua  chibcha  publica- 
da en  1619,  y  otros  muchos  más  que  cuidaron  de 
redactar  las  gramáticas  de  los  idiomas  indíge- 
nas; sin  ellos  se  hubiera  perdido  hasta  la  memo- 
ria de  los  dialectos  americanos. 
""San  Luis  hubiera  podido,  antes  de  venir  a  en- 
tregarse a  la  gloriosa  labor  misionera,  aprender 
el  arauac  como  humana  y  natural  preparación  a 
ella,  mas  dado  que  su  determinación  fue  súbita, 
y  no  hubiese  en  casa  quien  tuviera  alguna  no- 
ticia de  esos  dialectos,  prefirió,  llegado  a  Carta- 
gena, valerse  de  un  intérprete. 

Prestábale  este  importantísimo  servicio  un  in- 
dio que,  ya  por  malicia,  o  bien  por  ignorancia, 
desfiguraba  el  sentido  de  las  exhortaciones  del 
Santo,  llegando  a  decir  muchas  veces  lo  contra- 
rio de  lo  que  el  misionero  proponía.   Como  en 


SAN  LUIS  BELTHAN 


131 


cierta  ocasión  le  advirtiera  un  oyente  que  habla- 
ba entrambas  lenguas,  española  e  indígena  lo 
que  acontecía,  llenóse  de  pesadumbre  el  celoso 
Fray  Luis.  ¿A  qué  predicar  si  sus  enseñanzas  no 
llegaban  a  la  mente  de  esos  pobrecitos  infieles? 
Como  un  muro  infranqueable,  levantábase  entre 
él  y  los  indígenas,  para  cuya  evangelización  ha- 
bía dejado  la  patria,  la  diferencia  del  idioma. 
Hubiera  podido  pedir  su  retiro  a  Cartagena  en 
donde  con  el  empeño  que  ponía  en  todas  sus  em- 
presas y  la  ayuda  de  algún  religioso  o  laico  que 
sin  duda  conocían  el  arauac,  hubiera  logrado 
dominarlo.  Pero  ese  aprendizaje  hubiera  demora 
do  muchos  meses,  hurtados  a  la  labor  misionera. 
Pidió  a  Dios  con  todo  el  fervor  de  su  alma  le 
concediera  la  gracia,  otorgada  a  San  Antonio  de 
Padua  y  a  su  consanguíneo  y  coterráneo  San 
Vicente  Ferrer,  de  hablar  ante  gentes  de  diver- 
sas lenguas  y  ser  entendido  por  ellas.  Mas  como 
no  le  era  dable  saber  el  resultado  de  su  oración, 
continuó  para  sus  predicaciones,  valiéndose  de 
un  intérprete;  hasta  que  un  día  los  mismos  in- 
dios le  dijeron  que  hablara  en  castellano  pues 
así  le  entendían  mejor.  De  ahí  en  adelante,  y 
hasta  que  la  obediencia  lo  llevó  de  nuevo  a  Es- 
paña, continuó  predicando  en  castellano  a  las 
muchas  tribus  que  habitaban  aquellas  regiones 
y  que  hablaban  los  más  diversos  dialectos,  lo- 
grando llevar  el  conocimiento  de  Cristo  a  muchí  - 
simas de  aquellas  almas  antes  sumidas  en  las 
tinieblas  de  la  ignorancia.  No  hay  para  qué  aña- 
dir con  qué  ardientes  lágrimas  de  agradecimien- 


alvjlbo  sjuicm 


hecho  milagroso.  Veamos,  siguiendo  a  Zamora, 
en  qué  circunstancias  hubo  de  acontecer  el 
prodigio. 

¿Como  se  arreglaban  los  misioneros  para  ha- 
cer conocer  la  doctrina  cristiana  a  los  indios  de 
nuestras  comarcas?  O  bien  esforzábanse  por 
aprender  el  lenguaje  de  los  indios:  o  valíanse  de 
un  intérprete.  Ocupadas  estas  tierras  por  los  sol- 
dados y  conquistadores  españoles,  cuidaron  de 
enseñar  a  los  sojuzgados  la  lengua  de  Castilla,  y 
ellos  de  aprender  algo  de  los  idiomas  indígenas. 
Sea  este  el  lugar  de  traer  a  la  memoria  el  servi 
ció  prestado  a  la  cultura  por  los  misioneros  co- 
mo el  abnegado  y  docto  José  Dadey  S.  J..  el  P. 
Bernardo  de  Lugo,  dominico,  bogotano,  autor  de 
una  Gramática  de  la  lengua  chibcha  publica- 
da en  1619.  y  otros  muchos  más  que  cuidaron  de 
redactar  las*  gramáticas  de  los  idiomas  indíge- 
nas: sin  ellos  se  hubiera  perdido  hasta  la  memo- 
ria de  los  dialectos  americanos. 
""San  Luis  hubiera  podido,  antes  de  venir  a  en- 
tregarse a  la  gloriosa  labor  misionera,  aprender 
el  arauac  como  humana  y  natural  preparación  a 
ella,  mas  dado  que  su  determinación  fue  súbita, 
y  no  hubiese  en  casa  quien  tuviera  alguna  no- 
ticia de  esos  dialectos,  prefirió,  llegado  a  Carta- 
gena, valerse  de  un  intérprete. 

Prestábale  este  importantísimo  servicio  un  in- 
dio que.  ya  por  malicia,  o  bien  por  ignorancia, 
desfiguraba  el  sentido  de  las  exhortaciones  del 
Santo,  llegando  a  decir  muchas  veces  lo  contra- 
rio de  lo  que  el  misionero  proponía.   Como  en 


132 


ALVARO  SANCHEZ 


to  procuró  pagar  al  divino  Maestro  tan  señala 
da  merced. 

"arrojaran  a  los  demonios" 

No  se  me  oculta  que  la  presunción  de  nuestro 
siglo  sonríe  al  oír  hablar  de  posesión  diabólica, 
y  que  hasta  de  los  posesos  de  los  cuales  se  hace 
mención  en  las  páginas  del  Evangelio  se  ensa- 
ya dar  una  explicación  natural:  casos  de  epi- 
lepsia curados  por  sugestión,  se  dice.  Es  inútil 
que  se  establezcan  las  claras  y  fundamentales 
diferencias  entre  una  enfermedad  nerviosa  y  esas 
tenebrosas  manifestaciones  de  un  poder  preter- 
natural obrando  a  través  de  una  criatura  huma- 
na; cuando  se  tiene  el  prejuicio  de  negar  la  evi- 
dencia, hasta  la  claridad  del  sol  podría  ser  ob- 
jeto de  duda.  Atrévome  a  pensar  que  si  en  nues- 
tro tiempo  se  pone  tanto  empeño  en  negar  las 
obsesiones  diabólicas  es  porque  hoy  la  posesión 
no  es  individual  sino  colectiva.  Ese  ateísmo  que 
es  la  tésera  de  la  doctrina  comunista;  el  empe- 
ño que  esta  doctrina  pone  en  borrar,  si  pudiera, 
hasta  el  nombre  de  Dios;  las  persecuciones  que 
desata  contra  la  Iglesia,  y  contra  todos  los  va- 
lores espirituales;  el  aliento  de  guerra  y  de  san- 
gre, de  sensualidad  y  de  pecado  que  respira  el 
mundo,  ¿no  tienen  algo  de  demoníaco? 

Decíamos,  pues,  que  a  San  Luis  Beltrán,  como 
a  los  primeros  apóstoles,  fuele  dado  poder  sobre 
el  espíritu  del  mal  y  de  las  tinieblas.  No  todos 
los  pobladores  de  la  América  precolombiana,  es- 
taban igualmente  degradados  en  sus  costum- 
bres: "En  ciertas  tribus,  había  algún  regusto  de 


SAN  LUIS  BELTRAN 


133 


honestidad  natural1;  mas  en  otras,  por  causas 
que  sería  difícil  determinar  con  claridad,  el  re- 
lajamiento de  las  costumbres  había  llegado  a 
términos  incalificables.  Parece  ser  que  las  tribus 
del  litoral  atlántico  se  contaban  en  ese  número. 
¿Qué  de  extraño  entonces  que  el  concepto  reli- 
gioso hubiera  descendido  hasta  el  culto  idolátri- 
co, hasta  la  adoración  de  toda  laya  de  divinida- 
des: la  luna,  los  fetiches,  algunos  animales,  co- 
mo las  serpientes,  los  ídolos  monstruosos  de  ba- 
rro, de  piedra,  de  oro?  Sin  pretender  calificar  la 
responsabilidad  moral  en  que  los  indios  incu- 
rrieran al  practicar  la  idolatría,  pues  procedían 
así  por  ignorancia,  era  lamentable  extravío  que 
en  el  fondo  recataba  el  culto  al  mismo  espíritu 
de  las  tinieblas.  Tetérrimo  genio  del  mal  que  al 
ver  cuál  vacilaban  sus  altares,  procuró  por  todos 
los  medios  poner  pavor  en  el  corazón  de  los  sen- 
cillos indígenas  y  entrabar  cuanto  pudiese  la  se- 
rena labor  evangelizadora  del  Santo  Misionero. 

Cuéntase  que  muchas  veces  yendo  San  Luis 
de  un  lugar  a  otro:  de  Tubará  a  Turbaco,  de  allí 
a  Malambo,  hubo  de  acontecerle  el  ser  gravemen  - 
te atribulado  por  el  demonio,  tentaciones  y  lu 
chas  semejantes  a  las  que  se  refieren  como  acae- 
cidas a  los  padres  del  desierto,  al  bienaventurado 
Grignon  de  Monfort  en  más  reciente  data  y  en 
los  últimos  tiempos  a  San  Juan  Bautista  Vian- 
ney,  cura  párroco  de  Ars.  Como  que  unas  veces 
arremetía  con  él  arrojándolo  entre  los  jarales 

1  "Los  gentiles  que  no  tienen  ley,  hacen  naturalmente  lo  que  es 
de  la  ley,  que  si  no  tienen  ley  scrita  tinen  no  obstante  la  ley  na- 
tuial,  por  la  que  cada  uno  conoce  y  se  da  cuenta  de  lo  que  es 
bueno  y  de  lo  que  es  malo".  (Santo  Tomás  de  Aquino.  Primae  Se- 
cundae  Cuestión  XCI.  Artículo  II). 


134 


ALVARO  SANCHEZ 


que  crecían  a  los  lados  de  los  senderos  apenas 
entreabiertos  por  entre  aquellas  selvas  bravas; 
ya  tomando  diversas  formas  sensibles  para  en- 
gañarlo y  atemorizarlo.  Trazaba  el  Santo  la  se- 
ñal de  la  cruz,  y  como  se  ahuyentan  las  sombrás 
a  la  primera  claridad  del  amanecer,  huía  el  es 
píritu  de  la  mentira  y  dejaba  que  el  Apóstol  con- 
tinuara su  camino. 

Otras  veces,  como  en  aquellos  adoratorios  in- 
dígenas, a  manera  de  antiguos  oráculos  sibilinos, 
el  demonio  hubiera  acostumbrado  a  los  indíge- 
nas a  hacerles  oír  sus  indicaciones  pérfidas  y  sus 
dañados  consejos,  presente  el  austero  y  celoso 
dominico,  para  inspirar  al  corazón  de  los  in- 
dios odio  contra  el  que  venía  a  predicarles  la 
doctrina  del  Hijo  de  Dios  encarnado  y  paciente 
para  salvarnos,  callaba  y  se  negaba  en  absoluto 
a  dar  la  más  leve  respuesta.  Los  pobrecitos  idó- 
latras se  conturbaban  y  entonces  Fray  Luis  ben- 
decía el  lugar.  Y  con  gran  estrépito  y  espectacul- 
ares manifestaciones  de  su  rabia  impotente  el 
demonio  huía,  como  se  vio  obligado  a  huir  en 
los  días  de  la  carne  mortal  del  Hijo  de  Dios,  al 
ser  vencido  en  el  desierto  por  la  misma  palabra 
que  hizo  el  cielo  y  la  tierra,  perdonó  a  los  peca- 
dores y  anunció  las  bienaventuranzas  a  los  sen- 
cillos de  corazón. 

Dos  acontecimientos  milagrosos  hubieron  de 
acontecerle  en  la  misión  de  Tubará  y  tierras  ale  - 
dañas dignos  de  ser  narrados,  como  que  hay  en 
ellos  tan  intensa  poesía,  tan  suave  y  auténtica 
elación  mística,  por  Hugolino  de  Monte  Georgio 
en  el  ingenuo  y  transparente  estilo  con  que  con- 
signó en  las  "Florecillas"  los  prodigios  del  Santo 


SAN  LUIS  BELTRAN 


135 


de  Asís,  o  por  Jacobo  de  la  Vorágine  en  una  nue- 
va leyenda  dorada. 

Daba  compañía  a  San  Luis  Beltrán,  para  lle- 
varle el  recado  de  decir  misa,  un  mozo  de  nom- 
bre Jerónimo  Cardillo,  piadoso  y  sufrido  cierta- 
mente mas  no  hasta  el  punto  del  Santo  varón 
a  quien  servía.  Y  como  por  aquellos  lugares  de 
la  costa  atlántica,  no  abundaban  de  seguro  los 
mantenimientos,  pidió  a  San  Luis  cuando  par  • 
tieron  del  caserío  en  que  se  encontraban  a  una 
misión  tierras  adentro,  licencia  para  poner  en 
las  alforjas,  junto  con  las  ceras  y  el  vino  de  con- 
sagrar, algunas  modestísimas  vituallas.  No  vino 
en  ello  el  Santo;  antes  urgiólo  a  confiar  más  en 
el  amoroso  cuidado  de  la  Providencia  trayendo 
a  cuento  en  prueba  y  confirmación  de  sus  pater- 
nales advertencias  aquellas  palabras  de  Cristo 
que  se  leen  en  San  Lucas:  No  vayáis  haciendo 
vuestro  camino,  a  llevar  en  vuestras  alforjas,  pan 
ni  dinero  . . .  Hay  que  entregarse  generosamente 
a  la  protección  del  que  viste  de  hermosura  los 
lirios  campesinos  y  alimenta  con  largueza  a  las 
aves  del  cielo. 

Mas  no  vaya  a  pensarse  que  el  espiritualizado 
Padre  Beltrán  fuera  por  exceso  de  su  vida  inte- 
rior duro  e  inmisericórde.  Esa  perfecta  confian- 
za en  Dios  no  excluye,  antes  afina,  si  es  lícito 
hablar  así,  el  sentido  humanitario  de  la  vida.  La 
compasión  y  consideración  por  las  debilidades 
ajenas  movieron  a  nuestro  Santo  y  así  llevó  a 
Jerónimo  a  un  repuesto  paraje  de  la  selva  porque 
cruzaban  y  le  mostró  con  pasmo  del  fatigado 
mozo,  pues  aquellos  climas  ardientes  son  impro- 
pios para  el  cultivo  de  frutales  que  solo  prospe- 


13G 


ALVARO  SANCHEZ 


ran  en  más  benignas  zonas,  un  manzano  carga- 
do de  encendidas  pomas.  Un  arroyo  tan  claro  y 
fresco  como  aquel  que  brotó  de  la  peña  en  el  de- 
sierto al  golpe  de  la  vara  de  Moisés,  corría,  mur- 
murante, al  pie  del  árbol  opulento.  Jerónimo  no 
cabía  en  sí  de  alegría  y  de  asombro.  Comió  y 
bebió  cuanto  quiso.  Y  discurriendo  que  de  segu- 
ro más  adelante  no  hallarían  frutos  como  esos, 
resolvió  guardar,  a  hurto  del  santo,  unas  cuan- 
tas ricas  manzanas.  Como  Fray  Luis  llegara  a 
saberlo  reprendiólo  y  esta  vez  no  con  suavidad, 
sino  con  suma  severidad;  ordenándole  que  arro- 
jara las  manzanas  entre  las  jaras  del  camino. 

Jerónimo  oyó,  obedeció  y  calló,  pero  formó  el 
propósito  de  dejar,  tan  pronto  como  pudiese,  el 
servicio  del  misionero.  ¿Qué  significaba  eso  de 
perder  las  oportunidades  de  proveer  con  algún 
regalo  a  su  pobre  mantenimiento?  Que  hiciera 
él  sus  penitencias!  ¿Qué  podía  esperar  de  quien 
así  menospreciaba  hasta  las  mercedes  de  Dios? 
Llegados  que  fueron  al  lugarejo  de  la  misión,  el 
Santo  adivinando  los  deseos  del  mozo,  hubo  de 
decirle:  "Penoso  soy,  hermano  de  no  tener  que 
daros.  Andad  con  Dios.  Lo  que  más  me  duele  es, 
que  viviréis  y  moriréis  en  gran  miseria". 

Jerónimo  dispuso  sus  cosas  y  regresó  a  Tuba- 
rá  y  de  allí  como  le  fuera  posible  se  trasladó  a 
Cartagena,  en  donde  aprovechando  el  primer 
navio  que  salió  rumbo  a  Valencia  se  embarcó  sin 
más  demora. 

Allí  entró  al  servicio  de  Juan  Boíl,  rico  huer 
taño.  Pasaron  los  meses  y  los  años.  Olvidado  es- 
taba Jerónimo  de  las  palabras  de  Fray  Luis  a 
cuyo  lado  viviera  allá  en  los  días  de  su  estancia 


SAN  LUIS  BBLTRAN 


137 


en  las  tierras  del  Caribe,  cuando  un  día  recibió 
mientras  trabajaba  en  los  naranjales  de  su  amo 
una  recia  pedrada  en  la  cabeza.  Agravóse  la  he 
rida.  y  ya  los  físicos  declaraban  la  necesidad  de 
agrandar  la  herida  para,  así  se  discurría  enton- 
ces, descubrir  y  sacar  fuera  el  humor  dañado. 
Cuando  Jerónimo,  aterrado  ante  la  perspectiva 
de  un  verdadero  tormento,  pues  no  existiendo 
?nestésico,  las  operaciones  eran  fuente  de  tre- 
mendos dolores,  se  acordó  de  las  palabras  profé 
ticas  del  santo  misionero  dominico,  se  dolió  de 
sus  culpas  y  con  lágrimas  en  los  ojos  pidió  a 
San  Luis  Beltrán  el  remedio  de  su  dolencia.  Que- 
dóse dormido  y  soñó  que  el  Santo  le  ponía  la 
mano  sobre  la  cabeza.  La  curación  se  inició  al 
partir  del  sueño  y  Jerónimo  curado  por  entero 
íue  de  ahí  en  adelante  gran  devoto  de  Fray  Luis. 

Llamáronle  en  cierta  ocasión  al  lado  de  un 
indio  viejo,  cristiano  sincero  convertido  y  bauti- 
zado por  él,  para  que  le  atendiera  y  sacramenta- 
ra pues  se  hallaba  en  caso  de  muerte.  Cuando  el 
Santo  llegó  al  bohío  halló  a  otro  indio  aún  no 
convertido  antes  muy  dado  a  la  adoración  de  sus 
ídolos  que  se  esforzaba  porque  su  amigo  renega 
ra  de  la  fe  cristiana  y  muriera  como  habían 
muerto  sus  abuelos.  Caía  la  tarde  espléndida  en 
volviendo  en  sus  arreboles  encendidos  la  choza, 
el  grupo  de  indios  venidos  a  la  noticia  de  la  lie 
gada  de  Fray  Luis,  el  indio  tentador  que,  pega- 
do al  pobrísimo  camastro  hablaba  quedo  al  mo 
ribundo  y  la  figura  del  dominicano  que  con  su 
hábito  blanco  y  negro  ponía  en  el  conjunto  co- 
mo una  nota  de  misterio.  Traedme.  dijo  a  los 
presentes,  una  cruz  para  fijarla  a  la  cabecera 


138 


ALVARO  SANCHEZ 


de  este  hermano  que  agoniza,  y  ahuyentar  así  al 
demonio.  No  es  menester,  dijo  el  moribundo 
abriendo  las  amortecidas  pupilas,  que  se  torna- 
ron brillantes  al  fijarlas  en  un  árbol  cuya  silue- 
ta se  recortaba  sobre  los  cárdenos  esplendores 
del  sol  próximo  a  extinguirse;  no  hay  necesidad 
porque  allí  veo  una,  y  señaló  con  su  mano  cobri- 
za y  enjuta,  la  copa  del  árbol.  Con  efecto,  una 
fulgía  en  el  lugar  señalado  por  el  indio,  maravi- 
llosamente bella  cual  si  de  claros  diamantes  es- 
tuviese formada. 

Renovóse  para  el  pobrecito  el  milagro  del 
puente  Milvio.  La  cruz,  símbolo  de  victoria  le 
anunció  que  conseguiría  en  la  serenidad  de  esa 
tarde  tropical  el  triunfo  supremo.  Cerráronse  los 
ojos  del  indígena,  mientras  San  Luis  hacía  caer 
sobre  él  la  absolución  sacramental  y  mucitaba 
las  preces  de  los  agonizantes,  la  cruz  resplande 
cíente  se  extinguió:  brillaba  ya  más  pura  ante 
los  ojos  del  predestinado  abiertos,  allende  la 
muerte,  a  la  luz  sempiterna. 

El  mismo  Santo  Misionero  refería,  años  des- 
pués, predicando  en  Cartagena,  en  Santa  Marta 
y  en  Valencia,  para  edificación  de  sus  oyentes, 
este  hecho  prodigioso  que  dejó  en  el  ánimo  de 
cuantos  lo  presenciaron  la  certidumbre  de  haber 
contemplado  el  tránsito  de  un  elegido  desde  una 
choza,  en  medio  de  un  bosque  salvaje,  al  cielo. 

OTROS  MILAGROS 

Hallábase  el  Santo  en  Tubará  cuando  por  mo 
do  absolutamente  sobrenatural  tuvo  noticia  de 
los  trabajos  que  corría  un  amigo  suyo,  valencia- 
no, de  nombre  Jaime  Rafael  Francés.  Preparó 


SÁN  LTJIS  BÉETRAN 


139 


vestidos  y  algunas  sencillas  viandas  y  con  gran 
premura  acudió  a  la  orilla  del  mar,  en  donde 
encontró  a  su  amigo  tan  quebrantado  que  la 
muerte  por  inanición  y  fatiga  le  acosaba  ya.  Fue 
el  caso  que  navegando  hacia  Cartagena,  en  su 
viaje  vino  a  sufrir  tormenta;  roto  el  velamen, 
deshecha  la  arboladura,  batida  la  tablazón  pol- 
la furia  del  oleaje,  sólo  era  de  esperarse  la  muer- 
te: Jaime  Rafael  encomendó  su  suerte  a  la  Vir- 
gen del  Rosario.  La  nave  se  fue  a  pique,  y  el  po- 
bre náufrago  asido  a  algún  madero  o  bien  na- 
dando en  lucha  desigual  con  los  elementos  des- 
atados, fue  arrojado  a  la  playa,  sin  fuerzas  y 
casi  ni  conocimiento.  De  no  haber  acudido  Fray 
Luis,  el  miserable  resto  de  vida  arrancado  a  las 
olas  hubiérase  apagado  sobre  las  arenas  de  la 
playa.  Con  agradecidos  acentos  refería  el  dicho- 
so Francés  la  gracia  de  su  salud;  y  así  lo  contaba 
por  escrito,  una  vez  llegado  a  Cartagena,  a  su 
hermano  Juan  residente  en  Valencia,  la  mila- 
grosa manera  como  había  escapado  de  una  muer  • 
te  cierta  y  cómo  su  amigo  Fray  Beltrán  infor 
mado  por  modo  prodigioso  también  de  las  difíci-' 
les  circunstancias  en  que  se  encontró  al  ser 
arrojado  a  la  playa,  había  acudido  a  su  remedio. 

PRUEBAS 

NO  sería  completa  la  corona  de  los  siervos  de 
Dios  si  juntamente  con  las  flores  de  sus  eximias 
virtudes  no  se  hallasen  las  punzantes  espinas  de 
la  tentación,  los  desgarradores  abrojos  de  las 
humillaciones,  de  los  trabajos,  y,  a  veces,  hasta 
de  la  calumnia.  Puro  y  austero  en  sus  costum- 
bres, los  malquerientes  hicieron  caer  sobrg  Fray 


140 


ALVARO  SANCHEZ 


Luis,  con  dañada  intención,  la  sombra  de  una 
infame  sospecha.  Esclarecida  la  acusación,  hubo 
quien  pidiera  castigo,  y  harto  severo  como  la 
gravedad  del  caso  lo  exigía;  mas  el  mismo  Sier- 
vo de  Dios,  imitando  al  Divino  Maestro  que,  sus- 
pendido de  la  cruz  oró  por  los  que  le  llevaron  al 
suplicio,  intervino  para  recabar  el  perdón  en  fa 
vor  de  sus  gratuitos  adversarios  y  extraviados 
calumniadores. 

Predicó  en  cierta  ocasión,  como  solía  cuando 
de  corregir  escándalos  se  trataba,  contra  uno 
muy  notorio  que  cierto  rico  encomendero  esta 
ba  dando  con  su  pecaminoso  vivir.  El  aludido 
resolvió  silenciar  los  labios  acusadores  del  San 
to;  y  no  halló  medio  mejor  para  salirse  con  su 
intento  que,  tenderle  un  lazo,  opacar  la  fama  de 
vida  inocentísima  que,  como  un  ambiente  de  au- 
toridad y  de  decoro  precedía  y  acompañaba  don 
dequiera  al  Padre  Beltrán.  Si  lograra  que  un  de 
cir  malicioso  surgiera  contra  la  honra  del  auste 
ro  y  severo  predicador,  entonces  tendría  que  ca- 
llarse, pues  carecerían  de  fuerza  sus  censuras  y 
moniciones  importunas.  Pagó  a  una  mujer  bien 
parecida  y  desenvuelta  para  que,  a  deshora  y 
bien  entrada  la  noche,  acudiera  a  la  destartala- 
da choza  que  ocupaba  el  Santo;  llamara  con 
apremio  e  intentara  entrar  con  no  limpios  de 
seos.  La  mala  hembra  hizo  como  le  había  sido 
mandado.  Golpeó  a  la  puerta  de  la  que,  con  muy 
poca  exactitud,  llamaríamos  casa  ocupada  por 
el  Misionero.  Salió  éste  al  ventanuco,  luego  a  la 
puerta,  por  si  de  auxiliar  a  algún  moribundo  se 
trataba,  mas  al  hallarse  frente  por  frente  con 
la  desvergonzada,  se  retiró  a  la  pajiza  construc- 


SAM  LUÍS  BCTBAK 


141 


ción  que  tenía  honores  de  Iglesia:  se  encerró  en 
ella,  aseguró  firmemente  la  puerta  por  de  den 
tro;  y,  ante  la  imagen  de  Jesús  crucificado  tomó 
en  expiación  de  tanta  carne  pecadora,  y  para 
tener  la  suya  muy  sujeta,  recia  y  sangrienta  dis 
ciplina.  Tal  modo  de  combatir  "la  tentación  era 
para  desanimar  al  más  osado,  para  persuadir  al 
más  desconfiado,  la  probada  virtud  del  apostó 
lico  misionero. 

Pero  el  mal  hombre  no  desistió  de  su  empre- 
sa. Dejó  pasar  los  días,  y  repitió  su  diabólica  ha 
zaña.  Consiguió  otro  instrumento  para  sus  per- 
versos planes;  pagó  con  largueza  a  otra  hembra 
y  la  envió,  avanzada  la  noche,  dándole  instruc- 
ciones más  precisas  de  que  fingiese  mucha  pie 
dad  y  necesidad  de  auxilio  espiritual.  Esta  vez 
el  Santo  al  salir  a  la  puerta  de  su  choza  y  encon  - 
trarse  con  quien  quería,  más  que  turbarle  en 
sus  santas  contemplaciones,  echar  sombras  so 
bre  su  honra  para  desvirtuar  e  inutilizar  su  la 
bor  evangelizadora  y  moralizadora,  descolgó  las 
nudosas  disciplinas  con  que  solía  macerarse,  mas 
no  para  descargarlas  sobre  sus  propias  espaldas, 
sino  para  hacer  lo  que  hiciera  Cristo  con  los  mer- 
caderes del  templo.  Pocos,  pero  bien  asestados 
azotazos  sobre  la  desvergonzada  mujer  fueron 
suficientes  para  ponerla  en  fuga.  Los  santos  sa 
ben,  no  lo  serían  de  no  hacerlo,  acudir  al  senti- 
do común.  Bueno  es  el  rigor  para  sojuzgar  la 
propia  naturaleza,  mas  conviene  que  la  mano  al 
guna  vez,  para  con  el  prójimo  perdonadora  y  ge 
nerosa,  muestre  a  los  atrevidos  el  instrumento 
de  la  justicia  y  se  alce  castigadora  como  la  mis 
ma  mansísima  diestra  del  Señor  Jesucristo. 


IV 


Regresa  el  Santo  a  Cartagena.  —  Misiones 
que  le  fueron  encomendadas 


Por  muerte  del  Rdo.  P.  Fray  Juan  de  la  Seo, 
Prior  del  convento  de  San  José  de  Cartagena, 
había  sido  designado  para  reemplazarle  Fray 
Pedro  Mártir  Palomino  O.  P.,  varón  de  muchas 
letras  e  insigne  virtud,  llamado  años  más  tarde, 
en  recompensa  de  sus  muchos  merecimientos,  a 
ocupar  la  sede  episcopal,  de  Venezuela.  Justipre  - 
ciador de  las  excepcionales  prendas  del  P.  Fray 
Luis  Beltrán  misionero  de  Tubará,  y  consideran  - 
do que,  por  una  parte  era  necesario  proporcio- 
narle algún  descanso,  y,  por  otra,  que  en  la  na 
ciente  ciudad  podría  hacer  mucho  bien  en  las 
almas,  ya  en  el  pulpito,  ya  en  el  confesionario, 
le  dio  obediencia  de  dejar  a  Tubará  y  trasladar  - 
se a  Cartagena. 

Durante  los  tres  años  que  permaneció  misio- 
nando por  los  lugares  que  hemos  dicho,  logró  la 
conversión  de  innumerables  nativos,  tántos  que 
la  crónica  dice  no  haber  dejado  en  aquellos  lu 
gares,  cuando  hubo  de  ausentarse,  ni  uno  si- 
quiera sin  la  merced  del  bautismo. 

Ya  en  el  convento  de  la  ciudad  ciñó  su  vida 
a  todo  el  rigor  de  la  observancia  regular:  muy 


146 


a:va?.c  sanckt: 


de  mañana,  previa  una  larga  hora  de  oración 
mental,  celebrada  la  Santa  Misa,  con  tanta  un- 
ción y  devoción  que  los  vecinos  acudían  a  oírsela 
por  verle  y  edificarse.  Luego  atendía  en  confe- 
sión a  cuantos  así  lo  deseaban.  El  tiempo  que 
le  tomaba  el  santo  ministerio,  empleábalo  en 
orar,  en  enseñar  los  rudimentos  de  la  fe  a  los 
niños,  y  preparar  con  esmero  diligente  sus  plá- 
ticas doctrinales. 

No  era  Fray  Luis,  como  ya  se  dijo,  un  orador 
en  el  sentido  que  suele  darse  a  esta  palabra:  su 
voz  era  escasa,  y  por  la  misma  intensidad  de  su 
vida  interior  sobrado  sencillo  su  ademán.  Des- 
provisto de  todo  artificio  retórico,  su  fuerza  es- 
taba en  la  sencillez  y  en  la  profunda  sinceridad. 
Tenía  algo  que  no  pueden  suplir  todos  los  ex- 
tremos del  arte:  la  elocuencia  que  da  el  celo  ar- 
diente por  la  gloria  de  Dios  y  por  la  defensa  de 
su  causa,  la  fuerza  demostrativa  que  nace  de  la 
virtud  y  de  la  santidad.  Cuando  Fray  Luis  ha 
biaba,  no  eran  sus  palabras  fruto  del  arte,  sino 
honrada  manifestación  de  espíritu  y  de  la  ver- 
dad, yon  in  persuazibilibus  humande  sapientiae 
verbi,  sed  in  hostentione  spiritus  et  virtutis,  pue- 
de decirse  de  sus  predicaciones,  como  decía  de 
las  suyas  el  Apóstol  San  Pablo. 

Echóse  de  ver  esta  sobrehumana  elocuencia, 
con  efectos  rayanos  en  lo  milagroso,  en  una  cua- 
resma y  en  particular  en  el  sermón  del  viernes 
santo,  que  predicó  por  esa  data  en  la  iglesia  ca- 
tedral. El  excesivo  calor  de  la  ciudad  portuaria, 
mayor  como  es  natural  dentro  de  un  recinto  cu- 
bierto y  colmado  de  gente,  hace  que  el  predica- 
dor a  poco  de  hablar  se  fatigue  y  procure  acor- 


SJLN  ITS  EElTrJLK 


147 


tar  cuanto  le  sea  posible  su  sermón.  Los  fieles 
no  aciertan  a  oír  largas  exposiciones,  la  atención 
se  distrae  en  el  empeño  de  buscar  algún  alivio 
a  lo  elevado  de  la  temperatura.  Pues  bien,  Fray 
Luis  vivamente  penetrado  del  recuerdo  de  la  pa*- 
sión  de  Jesucristo,  habló  por  largo  tiempo  sin 
parar  mientes  ni  en  su  propia  fatiga,  ni  en  el 
calor  de  horno  que  abrasaba  el  ambiente,  ni  el 
numerosísimo  público  que  con  poca  comodidad 
colmaba  la  nave  del  templo.  Los  fieles  por  su 
parte,  no  se  cuidaban  de  otra  cosa  sino  de  oír 
aquellas  voces  evocadoras  del  hecho  más  sublime 
acaecido  en  la  tierra  y  ordenado  en  los  ocios. 
Las  palabras  de  Fray  Luis  tocaban  las  concien- 
cias y  herían  los  corazones.  El  pueblo  lloraba 
conmovido.  Se  hubiera  dicho  que  las  horas  ha 
bfan  suspendido  su  fluir,  que  el  tiempo  rodando 
hacia  atrás  había  llevado  al  predicador  y  a  sus 
oyentes  a  la  realidad  misma:  que  todos  presen- 
ciaban por  vista  de  ojos  el  tremendo  drama  del 
Calvario,  exigido  por  los  fariseos,  reclamado  por 
el  pueblo  y  dispuesto  por  Pila  tos.  Cuando  Fray 
Beítrán  anuncio  la  muerte  de  Jesús  hubo  un  lar 
go  sollozo,  y  cuando  descendió  del  pulpito  un 
clamor  colectivo  imploró  perdón  por  todos  los 
pecados  cometidos,  causa  del  horrendo  penar  y 
de  la  muerte  del  mismo  Hiio  de  Dios. 

Ido  Fray  Luis  para  España,  años  después,  aún 
se  hacía  memoria  de  ese  conmovedor  viernes  san- 
to en  que  las  palabras  del  Santo  Misionero  anun- 
ciaron por  tan  maravillosa  manera  el  sacrificio 
del  Calvario.  A  este  propósito  se  expresa  así  la 
Bula  de  canonización.  "Designado  predicador  de 
cuaresma  en  Cartagena  fue  visto  que  ablanda- 


148 


ALVARO  SANCHEZ 


ba  los  corazones  más  duros;  y  no  dejaba  a  los 
oyentes  hasta  que  estuviesen  compungidos  y  llo- 
rando amargamente.  Arrebatábales  la  atención 
pues  sus  palabras  no  sonaban  a  espíritu  de  hom- 
bre sino  de  ángel". 

Construida  la  casa,  que  habitaron  los  misione- 
ros dominicos  llamada  convento  de  San  José, 
apresuradamente  y  con  materiales  poco  resisten- 
tes para  la  braveza  del  clima,  no  ofrecía  ya  co- 
modidad a  los  religiosos,  pero  ni  siquiera  pro- 
tección y  seguro.  El  Rdo.  P.  Mártir  Palomino  re 
solvió  acometer  la  empresa  de  levantar  un  edifi- 
cio en  cal  y  canto,  capaz  y  bien  acondicionado, 
en  donde  se  levanta  en  la  actualidad  el  semina- 
rio arquidiocesano,  contiguo  a  la  iglesia  de  San- 
to Domingo.  La  fábrica  resultaba  demasiado  cos- 
tosa, y  la  comunidad  carecía  de  recursos.  ¿Qué 
hacer  entonces?  El  Rdo.  Padre  Prior  determinó 
que  el  Padre  Jerónimo  Barros  fuera  a  Riohacha, 
que  el  P.  Beltrán  se  encargara  de  ir  a  misionar 
a  Castilla  de  Oro  (hoy  Golfo  del  Darién  y  región 
de  Urabá),  mientras  él  se  trasladaba  a  Escudo 
de  Veraguas:  el  intento  no  era  otro  que  el  de 
recaudar  entre  los  colonos,  naturales  y  encomen_ 
deros  algunas  limosnas  para  adelantar  la  cons- 
trucción de  la  iglesia  y  convento  de  Cartagena. 
Advirtióse  en  esta  sazón  el  espíritu  profético  de 
San  Luis,  pues,  dijo  ya  para  marcharse  a  la  mi- 
sión que  le  señalaba  la  obediencia,  estas  pala- 
bras": "Padre  Prior:  el  Padre  que  con  tanta  vo- 
luntad va  a  Río  de  la  Hacha,  no  volverá;  V.  Re- 
verencia y  yo  estaremos  en  gravísimo  peligro  de 
muerte,  pero  nos  veremos  libres  de  él";  palabras 
que  se  cumplieron  con  exactitud,  pues  el  R.  P. 


SAN  LUIS  BELTHAN 


149 


Barros,  llegado  que  hubo  al  término  de  su  viaje, 
se  dio  a  predicar,  cuando  por  modo  inesperado 
fue  cogido  por  dolorosa  enfermedad  que  lo  llevó 
al  sepulcro.  El  P.  Prior  y  Fray  Luis,  sufridas  mu- 
chas y  graves  enfermedades,  regresaron  a  Car- 
tagena. 

Una  de  las  eximias  prendas,  que  de  modo  más 
manifiesto  brilló  en  la  recta  y  recia  voluntad  del 
P.  Luis  Beltrán,  durante  el  curso  de  esta  misión, 
fue  la  de  decidido  protector  y  defensor,  como  lo 
fuera  también  su  hermano  en  religión,  el  P.  Fray 
Bartolomé  de  las  Casas,  de  los  indígenas,  tantai 
veces  injustamente  tratados  por  colonizadores 
sin  entrañas. 

Sapientísimas  y  humanitarias  las  leyes,  que 
para  la  colonización  y  gobierno  de  las  Indias  oc- 
cidentales fueron  dadas  por  los  Monarcas  espa 
noles,  eran  sin  embargo  por  sus  lugartenientes 
de  aquende  los  mares,  o  violadas  o  desconocidas, 
con  ánimo  codicioso  y  cruel.  Se  obedecen,  pero 
no  cumplen,  tal  decían  muchos,  a  quienes  no 
asistía  para  regir  y  civilizar  estas  tierras  el  áni- 
mo levantado,  cristiano  y  caballeresco  de  un 
Venero  de  Leyva  y  otros  semejantes,  sino  más 
bien  el  afán  de  lucro,  el  auri  sacra  james,  la  te- 
nebrosa codicia  del  oro. 

Tuvo  noticia,  en  la  reducción  de  Varona,  del 
mal  trato  que  los  mayordomos  del  obraje  y  los 
encomenderos  daban  a  los  naturales.  Hubo  de 
encontrarse  cara  a  cara  con  uno  de  ellos,  nom- 
brado Andrés  Martín,  empleado  de  Fernando  de 
Ales  y  de  su  esposa,  doña  Inés  Mendoza,  ricos  en 
comenderos.  Dijo  el  Santo  a  Martín,  sañalando 
a  los  pobres  indios  sometidos  a  duras  labores 


150 


ALVARO  SANCHEZ 


bajo  el  látigo  del  capataz:  Dios  librará  muy 
pronto  a  estos  pobrecitos  de  la  gran  calamidad 
que  sobre  ellos  pesa,  pues  morirá  uno  de  sus  ma- 
yores perseguidores.  Martín  no  tomó  las  palabras 
para  sí,  no  obstante  ser  él  uno  de  los  que  acaso 
con  mayor  dureza  de  entrañas  trataba  a  los  co- 
lonos; mas  refirió  el  caso  a  sus  patronos.  Fer- 
nando e  Inés  se  atemorizaron  grandemente  y 
acudieron  al  Santo  para  saber  la  verdad  de  sus 
palabras  y  el  alcance  del  anuncio  profético.  "No 
lo  dije  por  vosotros,  que  sois  justos  y  compasi- 
vos con  los  indios,  mas  por  vuestro  mayordomo, 
que  no  conoce  lo  que  es  compasión  y  humani- 
dad". De  ahí  a  poco  y  en  forma  inesperada  mu- 
rió Andrés  Martín,  causando  el  exacto  cumpli- 
miento del  anuncio  saludable  impresión  entre  los 
mayordomos  y  encomenderos  sabedores  del  caso, 
que  desde  ese  punto  humanizaron  su  conducta 
para  con  los  negros  esclavos,  los  indígenas  y 
mestizos. 

Más  significativo  si  se  quiere  fue  el  dramáti- 
co modo  de  concluir  un  convite  con  que  lo  aga- 
sajaron ciertos  avariciosos  y  crueles  encomen- 
deros de  los  aledaños  de  Uziacurí.  Deseosos  de 
ganar  para  su  causa,  si  pudiesen,  al  convincente 
predicador,  de  acallar  con  dádivas  sus  labios 
acusadores,  le  convidaron  a  comer  con  ellos:  y 
le  prepararon,  dentro  de  lo  que  era  posible  en 
aquellas  calendas  y  por  aquellos  lugares,  un  ver- 
dadero festín.  San  Luis  asistió,  no  podía  por 
menos  dado  su  espíritu  de  caridad;  y  como  siem- 
pre sus  maneras  y  sus  palabras  ofrecieron  mo- 
tivos de  edificación.  Ya  para  concluir,  los  anfi- 
triones movieron  la  conversación  acerca  de  la 


SAN  LUIS  BELTRAN 


151 


manera  cómo  era  necesario  tratar  a  los  indíge- 
nas. Cual  ponderó  sus  malas  inclinaciones,  cual 
otro  su  indolencia  e  incapacidad  para  el  traba 
jo,  el  otro  discurrió  sobre  lo  intocable  de  los  de- 
rechos de  los  amos,  y,  por  tanto,  lo  urgido  del 
deber,  por  parte  de  los  nativos,  de  ocuparse  en 
las  labranzas  y  en  el  cuidado  de  los  ganados. 
San  Luis  callaba,  en  espera  de  que  concluyesen 
aquellas  poco  sinceras  gentes  de  decir  la  última 
palabra,  en  espaciosa  defensa  de  su  anticristia 
na  conducta.  Cuando  no  hubo  palabra  más  que 
añadir,  el  justiciero  y  caritativo  dominico  tomó 
la  encendida  defensa  de  los  derechos  del  indio, 
les  expuso  cómo  con  sangre  del  indio  estaban 
sustentando  su  gula,  fomentando  su  codicia  y 
amasando  su  riqueza,  no  solamente  vana  sino 
maculada  por  el  crimen.  Si  queréis  ver  cómo  es 
sangre  del  indio  lo  que  os  sustenta,  dijo,  mirad; 
y,  tomando  en  sus  manos  una  torta  de  maíz  de 
unas  que  habían  quedado  sobre  la  mesa  la  expri- 
mió hasta  hacerla  gotear  sangre. 

Los  encomenderos  callaron  cabizbajos.  Acaso 
hubo  por  el  momento  enmienda  ante  lo  extraño 
y  acusador  del  caso,  mas  luego  volvieron  a  sus 
culpables  abusos.  Pero  como  la  injusticia  clama 
reparación,  el  milagro  justiciero  de  la  torta  de 
maíz  quedó  consignado  hasta  en  la  Bula  de  ca- 
nonización; y  los  predicadores,  años  después,  lo 
contaban  cuantas  veces  tenían  que  hacer  la  de- 
fensa de  los  derechos  naturales  de  los  indios,  no 
sin  sonrojo  de  los  descendientes  de  quienes,  en 
aquella  fiesta,  habían  visto  avergonzados  sus 
manteles  teñidos  con  la  sangre  destilada  de  los 
relieves  de  su  mesa. 


152 


ALVARO  SANCHEZ 


Si  los  encomenderos  quisieron  acallarlo  con 
los  regalos  de  una  fiesta,  algunos  caciques,  por 
su  parte,  intentaron  un  medio  más  definitivo  pa- 
ra sellarle  los  labios  del  misionero  infatigable 
en  el  propósito  de  anunciar  la  verdad,  censurar 
el  vicio  y  volver  por  los  fueros  de  la  justicia;  y 
así  se  determinaron  a  proponerle  un  desafío  de 
muerte.  Hecho  sorprendente  similar  a  aquellas 
ordalías  o  juicios  de  Dios  con  que  en  las  edades 
bárbaras  y  aún  en  las  postrimerías  de  la  edad 
media,  se  pretendía  averiguar  la  justicia  de  una 
causa,  y  que  la  Iglesia,  con  toda  razón,  desapro 
baba,  pues  constituía  un  verdadero  pecado  de 
presunción.  Recuerde  el  lector  uno  de  esos  jui- 
cios intentado  a  fines  del  siglo  xv,  en  plena  pla- 
za de  la  Señoría,  en  Florencia,  para  comprobar 
la  verdad  de  los  anuncios  formulados  en  sus 
vehementes  arengas  por  Fray  Jerónimo  Savona 
rola  y  la  justicia  de  su  causa.  "Nada  de  más 
sermones,  dice  Luis  María  Lojendio,  ni  de  argu- 
mentos teológicos,  ni  de  largos  párrafos  en  la- 
tín. Una  gran  hoguera  en  la  plaza  de  la  Seño- 
ría. En  ella  iban  a  entrar  Fray  Jerónimo  y  uno 
de  los  frailes  contradictores  (Fray  Francisco  de 
Puglia).  A  fuego  lento  demostrarían  la  verdad 
de  su  doctrina.  Porque,  evidentemente,  si  el  fra- 
te  salía  vivo  de  la  prueba  se  podría  creer  que  sus 
cosas  respondían  a  los  designios  de  Dios  y  en  el 
caso  contrario  estaba  definitivamente  perdido". 

No  hay  para  qué  añadir  que  la  prueba  del  fue- 
go entre  Savonarola  y  Fray  Francisco  no  llegó 
a  verificarse. 

Mas  el  trágico  desafío  propuesto  por  el  caci- 
que a  San  Luis  Beltrán  fue  aceptado  por  el  he- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


153 


roico  misionero,  que  no  dudó  por  un  instante 
en  el  fiel  cumplimiento  de  la  divina  promesa. 
"En  mi  nombre  arrojarán  a  los  demonios  y  si 
bebieren  ponzoña  no  les  hará  daño".  Creo,  le 
dijo  el  cacique,  en  la  rectitud  de  tus  acciones; 
mas  no  estoy  del  todo  convencido  de  la  verdad 
de  la  doctrina  que  enseñas.  Ven  a  mi  casa  y  bebe 
el  vaso  que  te  tengo  preparado  con  veneno  mor- 
tal. Si  no  mueres,  si  quedas  sano,  renunciaré  a 
mis  dioses  y  tu  Dios  será  mi  Dios. 

San  Luis  Beltrán  movido  interiormente  por 
el  mismo  Divino  Espíritu  que  llevó  a  los  confe 
sores  de  la  fe  a  la  serena  aceptación  del  marti 
rio,  hubo  de  responder  al  Cacique: 

— No  lo  olvides,  si  no  muero  tú  tendrás  que 
creer  en  mi  Dios,  Jesús  crucificado  y  recibir  el 
bautismo. 

Recogióse  a  orar,  cerró  los  ojos  y  pareció  que 
quedaba  dormido  por  espacio  de  algunos  minu- 
tos. Vuelto  en  sí  de  su  ferviente  plegaria,  sin  te- 
mor alguno  tomó  la  taza  que  le  ofrecía  el  indio, 
ia  bendijo,  y  apuró  hasta  el  fondo  su  repugnan- 
te contenido.  "Cacique,  le  dijo,  las  vidas  de  las 
criaturas  no  están  en  las  manos  de  los  hombres 
sino  en  las  manos  de  Dios:  tú  me  diste  un  vene- 
no, mas  por  la  virtud  de  la  cruz  en  la  cual  mu- 
rió Jesucristo,  tu  veneno  ha  sido  para  mí  refres- 
cante como  el  agua  de  la  fuente  donde  tú  bebes. 
Cacique,  cumple  ahora  tu  palabra:  crée  en  Cris'- 
to,  adórale  y  prepárate  a  recibir  el  agua  que 
debe  hacerte  cristiano". 

El  cacique  miraba  asombrado  al  Santo  que  no 
ofrecía  señal  alguna  de  envenenamiento.  Cayó 
de  rodillas  confesando  a  Cristo.  Su  conversión 


154 


ALVARO  SANCHEZ 


determinó  la  de  toda  la  tribu  que  regía.  La  prue 
ba  mortal  del  veneno,  que  según  los  designios 
del  indio  debía  concluir  con  la  vida  del  misio- 
nero, acabó  en  regocijo.  Por  varios  días  los  sub- 
ditos del  cacique  celebraron  el  hecho  milagroso 
con  bulliciosa  alegría.  El  cacique  obsequió  a 
Fray  Luis  una  buena  cantidad  de  oro  para  su 
convento  de  Cartagena.  Este  hecho  que  narra 
Arcos  en  sus  Tradiciones  de  Cartagena  tuvo  lu: 
gar  en  vísperas  del  regreso  del  Santo  al  puerto 
donde  se  estaba  reconstruyendo  el  claustro  do- 
minico. 

La  figura  de  Fray  Luis  como  envuelta  en  un 
halo  de  bondad  y  de  ascética  pureza  cruzó  por 
las  playas  que  se  extienden  desde  el  Golfo  del 
Darién  hasta  Cartagena,  como  la  viva  imagen 
del  mismo  Divino  Maestro,  evangelizando  a  los 
pobres,  defendiendo  los  derechos  de  los  débiles 
contra  los  poderosos,  curando  a  los  enfermos, 
haciendo  glorificar,  con  la  perfección  de  su  vida, 
al  Padre  que  está  en  los  cielos  y,  dando  con  sus 
hechos  milagrosos,  pruebas  de  la  verdad  que 
predicaba,  del  origen  divino  del  mensaje  que 
traía. 


V 


Es  trasladado  San  Luis  Beltrán  de  Cartagena 
a  Santa  Marta.  —  Misiones  en  la  costa  com- 
prendida entre  esta  última  ciudad  y  el  Cabo 
de  la  Vela.  —  Es  nombrado  Párroco  de  la  Villa 
de  Tenerife  y  en  sus  andanzas  apostólicas  llega 
hasta  Tamalameque 


Inútil  recordar  que  por  entonces  las  comuni 
caciones,  no  sólo  entre  la  Península  y  las  coló' 
nías  americanas,  sino  entre  las  ciudades  y  pue* 
blos  en  fundación  y  los  diversos  territorios  eran 
excesivamente  tardías  por  sobrado  dificultosas. 
Sin  navegación  regular,  los  ríos  que  para  ello 
ofrecían  posibilidades;  los  caminos,  pocos,  y  aún 
en  verano  casi  intransitables,  pues,  más  bien  que 
caminos  eran  trochas  abiertas  por  el  paso  de  los 
viajeros;  las  extensiones  que  había  necesidad  de 
salvar  en  verdad  casi  inconmensurables:  nada 
de  extraño  entonces  que  los  focos  de  coloniza- 
ción se  mantuvieran  incomunicados  la  mayor 
parte  del  año.  No  obstante  todo  ello,  la  fama  de 
santidad  del  Padre  Beltrán,  el  eco  de  su  prodi- 
giosa predicación,  el  renombre  de  sus  milagros, 
había  volado  desde  la  costa  atlántica  hasta  el 
interior  de  la  que  ya  por  entonces  era  "Presiden- 
cia de  la  Nueva  Granada".  En  Santa  Fe,  edifi- 
cada en  lo  más  alto  de  la  meseta  andina  y  a  cen- 
tenares de  kilómetros  de  distancia  de  Cartage- 
na, se  hablaba  del  extraordinario  misionero  que 
en  las  orillas  del  Mar  Caribe  predicaba  como 
nunca  lo  hiciera  misionero  alguno. 


158 


ALVARO  SANCHEZ 


Y  no  era  porque  sus  cualidades  puramente  hu  - 
manas y  naturales  excedieran  a  los  de  los  otros 
insignes  anunciadores  de  la  verdad;  sino  porque 
sus  virtudes,  austeridad,  oración,  celo  por  la  glo 
ria  divina,  caridad,  rayaban  en  lo  heroico  y  por 
que  el  milagro  respaldaba  la  sencilla  autoridad 
y  sinceridad  de  sus  palabras.  De  boca  en  boca 
pasaba  la  noticia  de  los  prodigios  obrados  por 
el  incomparable  dominico,  y  de  las  incontables 
conversiones  que,  como  fruto  de  su  labor  evange- 
lizadora  se  registraban  aún  entre  las  tribus  más 
renuentes  a  la  catequesis  cristiana.  Por  obra  de 
Fray  Luis,  donde  antes  reinaba  la  ignorancia  y 
los  extravíos  de  la  idolatría  manteniendo  como 
encadenadas  las  almas  de  los  pobrecitos  terríge- 
nas,  prosperaban  cristiandades  numerosas,  el 
Evangelio  se  abría  paso  entre  la  selva,  el  nom- 
bre de  Cristo  era  reverenciado  y  adorado  por  mi- 
llares de  nuevos  creyentes. 

Fray  Juan  de  los  Barrios,  Arzobispo  por  enton- 
ces de  Santa  Fe  y  bajo  de  cuya  jurisdicción  caían 
los  territorios  situados  en  la  banda  oriental  del 
Magdalena  solicitó  instantemente  del  R.  P.  Vi 
cario  General,  Fray  Andrés  de  Santo  Tomás,  que 
ordenara  al  P.  Maestro  Fray  Pedro  Mártir,  Prior 
de  Cartagena,  dispusiera  el  traslado  del  P.  Bel 
trán  a  Santa  Marta.  Transcribamos  para  mayor 
abundamiento  de  lo  dicho  las  palabras  mismas 
del  cronista  Zamora:  "Llegaron  a  esta  ciudad 
de  Santa  Fe  las  noticias  de  los  gloriosos  progre 
sos  que  había  tenido  el  cristianismo  en  la  predi- 
cación de  San  Luis  en  todos  los  pueblos  de  la  go 
bernación  de  Cartagena.  Celebradas  por  el  señor 
doctor  Fray  Juan  de  los  Barrios,  pidió  al  P.  Vi- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


159 


cario  General  Fray  Andrés  de  Santo  Tomás  que 
enviara  orden  para  que  el  santo  predicador  Fray 
Luis  Beltrán  pasara  á  su  Obispado  de  Santa  Mar 
ta,  cuyas  naciones  habían  menester  un  espíritu 
tan  grande  como  el  suyo". 

Recibió,  pues,  el  santo  obediencia  de  ir  a  mi 
sionar  al  otro  lado  de  las  Bocas  de  Ceniza;  y, 
exactísimo  como  era  en  la  docilidad  y  sometí 
miento  al  querer  de  sus  superiores,  sin  tomar 
siquiera  unos  breves  días  de  reposo  en  Cartage- 
na, dejó  las  playas  que  le  fueran  confiadas  a  sus 
desvelos,  y,  como  de  ordinario  solía  viajar,  sin 
más  impedimento  que  el  recado  de  la  misa,  el 
breviario  y  sus  inseparables  instrumentos  de  pe 
nitencia,  tomó  el  camino  de  Santa  Marta. 

Fue  aquel  viaje  para  el  santo  misionero  una 
verdadera  marcha  triunfal:  debiendo  pasar  por 
los  lugares,  pueblos  y  caseríos  que  lo  overon  y 
otrora  presenciaron  sus  virtudes  y  prodigios,  sus 
habitadores  acudían  a  recibirlo.  Hubiérase  dicho 
que  se  renovaba  para  él,  la  acogida  ofrecida  pol- 
los sencillos  de  corazón  al  Divino  Maestro  en  las 
aldehuelas  galileas,  en  los  días  de  su  carne  mor  - 
tal. Como  acudieron  entonces  los  enfermos  y  mi- 
serables para  pedirle  el  remedio  de  su  padecer, 
y  los  oprimidos  por  el  peso  y  el  calor  del  día, 
una  palabra  de  consuelo  y  los  hambrientos  de 
doctrina  el  pan  de  la  verdad:  así  acudieron  al 
paso  de  Fray  Luis  los  negros  esclavos,  los  indí- 
genas oprimidos,  los  despreciados  mestizos,  para 
escuchar  una  vez  más  sus  palabras  ungidas  de» 
misericordia,  mensajeras  de  una  doctrina  de  es- 
peranza; y  para  recibir  de  su  diestra  la  bendi- 


160 


ALVARO  SANCHEZ 


ción  que  hacía  descender  del  cielo  una  lluvia 
de  beneficios. 

Bien  pudiera  un  artista  evocar  sobre  el  lienzo 
la  figura  de  Fray  Luis  Beltrán,  como  debieron 
verlo  las  gentes  en  su  viaje  hacia  Santa  Marta, 
enflaquecido  el  rostro  por  las  fatigas  misioneras 
y  el  rigor  de  su  penitencia,  exangües  los  labios 
como  de  hombre  cuya  vida  parece  fugarse  a  im- 
pulso de  superiores  anhelos,  vivísima  la  mirada 
cual  si  en  sus  pupilas  se  hubiera  concentrado 
toda  la  lumbre  de  su  vida  interior;  vestido  el 
blanco  talar,  sobre  el  que  caía  la  capa  negra,  a 
manera  de  pendón  anunciador  del  propio  sacri- 
ficio. En  la  mano  izquierda  el  crucifijo,  levanta 
la  diestra  en  actitud  de  bendecir,  y  rodeado  de 
indígenas  morenos,  cobre  quemado  al  sol  del 
trópico,  negros  de  blancos  dientes,  que  no  año- 
raban las  datileras  del  suelo  africano  sino  la 
perdida  libertad;  mestizos  hijos  de  español  e  in- 
dia con  las  características  de  sus  progenitores, 
perfiles  dignos  de  los  soldados  conquistadores  y 
piel  como  la  hoja  del  tabaco  reseco,  y  alguno 
que  otro  peninsular.  Por  último  término  de  la 
tela  evocadora,  las  playas  de  oro,  el  mar  de  co- 
balto o  la  verde  maraña,  los  abanicos  esmeralda 
de  las  palmeras  y,  más  cerca,  los  bohíos  de  pa 
ja,  rubios  de  sol  y  de  la  tibia  vaharada  de  la 
tierra  pujante. 

San  Luis  predicó  en  todos  los  pueblos  por  don 
de  hubo  de  pasar  despidióse  de  sus  muy  amados 
fieles,  traídos  a  la  fe  por  su  celo,  profundamente 
conmovido;  lloraban  ellos  con  vivo  sentimiento 
y  acompañaron  parte  del  camino  al  buen  Padre : 
así  llegó  a  Malambo.  Embarcóse  en  una  piragua, 


SAN  LUIS  BELTRAN 


161 


cruzó  el  río  Magdalena  y  continuó  su  ruta  hacia 
Santa  Marta. 

Recibiéronle  en  esta  ciudad,  las  autoridades 
eclesiásticas,  Vicario  General  y  Provisor,  adver- 
tidos el  viaje  de  San  Luis  por  el  limo.  Sr.  Fray 
Juan  de  los  Barrios,  lleváronle  al  convento  de  la 
Orden  del  que  por  ese  tiempo  era  Prior  el  P. 
Luis  de  Orduña,  y  bajo  cuya  obediencia,  entre 
otros  fervorosos  religiosos  se  hallaba  el  P.  Luis 
Vero,  compañero  del  P.  Beltrán  en  la  navegación 
de  España  a  nuestras  costas  como  arriba  se  dijo, 
y  su  amigo  de  corazón. 

El  P.  Prior,  oído  el  parecer  de  los  dos  misione- 
ros, vino  en  enviar  al  P.  Vero  a  la  misión  del 
Valle  de  Upar,  con  orden  de  adelantar,  si  fuese 
dable,  hasta  el  lago  de  Maracaibo;  y  confió  a 
San  Luis  las  regiones  habitadas  por  caribes  y 
tayronas,  vale  decir,  costas  del  Caribe  desde  San- 
ta Marta  hasta  el  Cabo  de  la  Vela. 

Eran  los  indios  a  quienes  debía  misionar  Fray 
Luis,  sobre  mejor  organizados  que  otras  tribus, 
de  natural  inmisericorde,  recios  de  cuerpo  y  re- 
nuentes a  toda  doctrina.  Sin  desfallecimientos 
dio  el  Santo  comienzo  a  su  misión  evangelizado- 
ra.  Predicó  a  todo  lo  largo  de  la  costa  desde  San- 
ta Marta  hasta  el  Cabo  de  la  Vela;  internóse  con 
valor  en  las  maniguas  insalubres  y  habitadas 
por  indígenas  indomables.  Al  advertir  las  mu- 
chas dificultades  con  que  tropezaba  para  atraer- 
los a  la  fe,  pensó  si  su  martirio  no  sería  el  tribu- 
to que  Cristo  esperaba,  el  necesario  riego  de  san 
gre,  para  llegar  hasta  esas  almas  entenebrecidas, 
y  así  con  nuevo  ardor  buscó  a  los  indios  y  pidió 
a  Dios  se  dignara  aceptar  su  sacrificio. 


162 


ALVARO  SANCHEZ 


Tuvo  noticia  de  que  en  alguno  de  aquellos  lu- 
gares rendían  culto  de  adoración  a  los  huesos  de 
uno  de  sus  mohanes  o  sacerdotes  fallecido  años 
hacía.  Tenían  tradición  de  que  tales  despojos 
eran  su  mejor  defensa;  en  faltándoles  había  de 
sobrevenirles  calamidades  sin  cuento.  Esta  la  ra  - 
zón de  que  los  guardasen  dentro  de  una  arqui- 
lla curiosamente  labrada  y  en  una  manera  de 
templo,  vigilado  día  y  noche  con  celo  extraordi- 
nario. En  épocas  señaladas  hacían  fiestas,  bailes 
y  regocijos,  como  si  se  tratase  de  honrar  a  una 
deidad.  Imposible,  ante  tamaña  superstición, 
adelantar  la  enseñanza  de  la  doctrina  cristiana. 
No  una,  sino  muchas  veces,  y  con  palabras  con- 
vincentes y  llenas  de  bondad  les  demostró  la  ne- 
cedad de  tal  culto.  En  viendo  que  nada  apro- 
vechaban sus  palabras,  determinóse  a  hurtar  la 
arquilla  con  los  huesos  del  mohán,  para  que  por 
experiencia  viesen  como  ni  su  falta  les  acarrea- 
ba desgracias,  ni  su  culto  favores  y  protección. 

Al  darse  cuenta  del  hurto  los  indios  se  em- 
bravecieron y  decretaron  quitar  la  vida  al  mi- 
sionero. Advertidos  algunos  indios  cristianos  ya, 
del  peligro  que  corría  Fray  Luis,  lo  llevaron  pres 
tamente  a  otro  lugar  distante  cuatro  leguas  de 
aquel  en  donde  se  veneraban  las  reliquias  del 
mohán. 

Atentar  públicamente  contra  la  vida  del  hom  - 
bre  blanco,  predicador  de  la  nueva  doctrina,  y 
reo  de  haberles  hurtado  el  objeto  de  su  culto,  hu- 
biérales  acarreado  contienda;  hallaron  preferi- 
ble propinarle  arteramente  un  veneno.  Uno  de 
sus  hechiceros,  conocedor  de  las  propiedades  de 
las  plantas,  ya  salutíferas,  ya  dañosas  y  ponzo- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


163 


ñosas,  preparó  una  bebida  mortal.  Lograron  que 
el  Santo  la  bebiera;  y  comenzó  para  él  una  té- 
trica tortura.  Sentía  como  si  un  fuego  le  abra 
sase  las  entrañas,  que  el  alma  se  le  arrancaba 
en  agudos  e  insoportables  dolores.  Acompañá- 
banle dos  negros  bautizados  con  quienes  depar- 
tía y  a  quienes  comunicaba  su  voluntad  de  reci- 
bir y  aceptar  aquellos  graves  padecimientos  por 
la  gloria  de  su  Maestro  y  por  la  conversión  de 
todos  los  indios  y  en  particular  por  los  que  lo 
habían  puesto  en  ese  trance  de  dolor  y  de  muer 
te.  Y  como  no  le  era  posible  recibir  la  Eucaris- 
tía, pues  se  hallaba  muy  lejos  de  su  compañero 
de  misión,  consolábase  contemplando  el  Cristo 
de  su  rosario  y  dirigiéndole  fervorosas  plegarias 
y  generosos  ofrecimientos  de  dar  la  vida  por  el 
triunfo  de  su  causa.  Cinco  días  duró  la  horrenda 
tortura  al  cabo  de  los  cuales  entró  en  mejoría, 
no  sin  haber  quedado,  como  cuenta  Zamora,  har- 
to débil  y  quebrantado. 

Los  indios  amigos  del  Santo  quisieron  vengar 
el  villano  y  cobarde  atentado:  hubo  quien, 
echándose  un  arcabuz  al  hombro,  saliera  en 
busca  de  los  culpables  con  ánimo  de  sembrarles 
en  el  cuerpo  todo  el  plomo  de  sus  cartuchos.  Fue 
preciso  que  San  Luis  interpusiese  el  peso  de  su 
autoridad  para  ver  de  calmar  los  ánimos. 

El  haber  escapado  del  envenenamiento,  hecho 
que  fue  tenido  por  milagroso,  y  la  admirable 
mansedumbre  de  la  víctima,  fueron  parte  a  que 
los  indios  viniesen  en  oír  con  mayor  cordura  y 
buena  disposición  de  espíritu  las  fervorosas  ex- 
hortaciones del  misionero.  Ningún  mal  le  había 
acontecido  por  la  pérdida  de  los  huesos  de  su 


164 


ALVARO  SANCHEZ 


mohán;  las  hierbas  más  nocivas  nada  habían  po- 
dido contra  la  vida  del  siervo  de  Dios:  ¿por  qué 
no  reconocer  entonces  que  la  doctrina  predicada 
por  el  Padre  Beltrán  era  doctrina  de  verdad? 
¿Por  qué  no  rendirse  al  yugo  de  la  ley  de  Cristo? 
¿Cómo  no  ver  el  engaño  diabólico  en  las  amena- 
zas con  que  el  espíritu  de  la  mentira  los  obligaba 
a  rendir  culto  a  unos  huesos?  Resplandecía  mag- 
nífico el  poder  de  la  fe  en  Cristo,  que  no  sola- 
mente defiende  del  veneno  los  cuerpos  sino  que 
sosiega  las  pasiones  e  inspira  a  las  almas  el  per- 
dón generoso  y  hace  sentir  al  vivo  la  consoladora 
doctrina  de  la  fraternidad.  Fray  Luis  tuvo  el  ine- 
fable consuelo  de  instruir  a  muchos  de  aquellos 
que,  engañados,  habían  atentado  contra  su  vida, 
e  instruidos  y  doblada  la  rodilla,  darles  con  sus 
manos  el  agua  renovadora  y  el  perdón  de  sus 
culpas. 

Mas  otros  indios  menos  dóciles  a  la  gracia  y 
más  supersticiosos  y  apegados  a  sus  errores  ha- 
llaron modo  de  recuperar  la  arquilla  con  los  hue- 
sos del  mohán,  que  con  la  prisa  no  había  alcan- 
zado San  Luis  a  sepultar  como  era  su  deseo.  Fal 
tan  palabras  para  traducir  el  sentimiento  del 
Santo:  era  el  peligro  para  aquellos  desgraciados 
de  recaer  en  el  culto  idolátrico  y  de  perder  aca- 
so la  fe  recibida.  Años  después  ya  en  su  conven- 
to de  Valencia,  refiriendo  el  caso  a  Nadal,  rector 
de  Torrente,  decía:  "Si  yo  estuviera  alentado 
que  pudiera  tenerme  en  pie  para  defenderlos,  hu- 
biera perdido  mil  veces  la  vida,  antes  que  dejár 
selos  llevar  a  los  idólatras.  Oh  bienaventurada  ' 
muerte  con  la  que  pudiera  esperar  la  corona  del 
martirio!  Oh  feliz  y  dichoso  aquel  padre  carme- 


SAN  LUIS  BELTHAN 


165 


lita  que  habiéndole  dado  veneno  el  mismo  sacer- 
dote de  los  ídolos  consiguió  en  breves  horas  una 
fortuna  tan  dichosa!". 

Como  hábil  predicador  que  sabe  aprovechar 
las  propias  experiencias  y  sacar  partido  de  los 
diversos  acaecimientos  y  circunstancias  de  la  vi- 
da, refería  en  el  pulpito  cómo  los  adoradores 
de  los  huesos  del  mohán  no  acertaban  a  apartar 
los  ojos  de  la  arquilla  que  los  contenía;  y  los 
cristianos,  agregaba,  gozando  de  la  presencia 
real  de  Jesucristo  en  el  adorable  misterio  de  la 
divina  Eucaristía  ni  siquiera  guardan  en  los  tem- 
plos la  compostura  debida. 

Quiso  la  Providencia  hacer  resplandecer  en 
las  jornadas  misioneras  que  venimos  reseñando, 
el  poder  admirable  de  la  santa  Cruz.  Trazando 
el  santo  el  signo  bendito  sobre  los  enfermos  les 
restituía  la  salud.  Cuando  los  pacientes,  por  el 
rigor  mismo  de  sus  dolencias  no  podían  venir  a 
verlo,  enviábales  su  crucifijo  o  su  rosario,  objetos 
piadosos  que,  aplicados  a  los  pacientes,  por  vir- 
tud milagrosa  obraban  súbitas  curaciones.  Hacía 
poner  en  la  puerta  de  las  chozas,  sobre  los  po 
bres  camastros  de  sus  catequizados  la  cruz  de 
dos  toscos  leños  formada,  y  era  de  admiración 
la  paz  y  la  alegría  que  el  sagrado  emblema  ha- 
cía descender  sobre  aquellos  campos,  a  veces  fla- 
gelados por  lluvias  huracanadas,  a  veces  socarra- 
dos por  los  tórridos  ardores  del  verano. 

En  un  lugar  no  lejos  del  Cabo  de  la  Vela  y 
donde  había  una  muy  poblada  aldea  indígena, 
predicó  el  misterio  de  la  redención  por  la  muer 
te  del  Hijo  de  Dios  humanado  y  clavado  en  una 
cruz.  Un  cacique  de  los  más  poderosos  de  esos 


166 


ALVARO  SANCHEZ 


aledaños,  como  hubiese  acudido  a  oírlo  concluí- 
do  el  sermón,  se  acercó  al  misionero  y  le  pidió 
le  declarase  mejor  qué  era  lo  que  de  la  cruz  en- 
señaba: quería  verla  y  si  llegaba  a  convencerse 
de  su  virtud,  profesar  su  doctrina,  y  entregarse 
a  su  culto.  El  misionero,  divinamente  inspirado, 
se  abrazó  a  un  árbol  gigantesco  que  en  la  plaza 
del  poblado  crecía  y  dejó  impreso  en  el  tronco 
el  signo  de  la  cruz.  Cuantos  vieron  el  prodigio 
prorrumpieron  en  voces  de  admiración  y  alaban  - 
za. El  cacique  suplicó  a  San  Luis  lo  acompañara; 
lo  tuvo  nueve  días  en  su  casa  durante  los  cua- 
les recibió  instrucción,  al  cabo  lo  bautizó  junto 
con  su  esposa,  sus  hijos  y  muchísimos  indios  de 
la  tribu  movido  por  el  ejemplo  de  su  caudillo. 
Es  fama  que  la  cruz  perduró  grabada  sobre  la 
corteza  del  árbol  hasta  muchos  años  después  co- 
mo testimonio  del  triunfo  de  la  fe  sobre  la 
idolatría. 

Habiendo  recorrido  toda  la  costa  que  va  desde 
Santa  Marta  hasta  el  Cabo  de  la  Vela,  y  predi- 
cado con  fruto  copioso  de  bautismos,  fundado 
varias  cristiandades,  el  Ordinario  lo  llamó  a 
Santa  Marta  pues  lo  había  nombrado  cura  pá- 
rroco de  la  villa  de  Tenerife.  La  misma  obedien- 
cia que  lo  llevara  de  España  a  Cartagena,  de 
Cartagena  al  Darién  y  del  Darién  a  Santa  Mar- 
ta, le  señaló,  por  intermedio  de  la  jerarquía,  un 
nuevo  campo  a  su  infatigable  apostolado. 

Referimos  como  el  P.  Luis  Vero  por  orden  del 
Prior  de  Santa  Marta  había  ido  a  misionar  a 
Valle  de  Upar.  Sabedor  de  los  éxitos  que  acompa- 
ñaban las  predicaciones  de  su  santo  cofrade,  qui 
so  con  toda  humildad  acudir  a  presenciar  la 


SAN  LUIS  BELTRAN 


167 


forma  de  catequesis  empleada  por  Fray  Luis  y 
pedirle  instrucciones  y  consejo.  Con  tal  ocasión 
cumplióle  atestiguar  un  milagro.  Vino  a  la  pre- 
sencia del  misionero  una  india,  con  la  garganta 
tan  llagada,  que  inspiraba  no  ya  compasión  sino 
repugnancia,  a  implorar  de  Fray  Luis  su  cu- 
ración. Parécenos  oír  en  las  palabras  de  la  india 
un  eco  de  las  voces  con  que  los  enfermos  y  nece- 
sitados pedían  a  Jesús  su  remedio:  "apiádate 
de  mí  y  sáname"  dijo  la  pobre  indígena  al  misio- 
nero. Trazó  el  santo  sobre  las  pústulas  malolien- 
tes la  señal  de  la  cruz,  le  abrigó  la  garganta  con 
su  propio  pañuelo,  y  añadió:  Vete  con  Dios,  ten 
confianza  en  él,  que  sanarás.  Vuelve  mañana. 

Al  día  siguiente,  dócil  la  india  al  mandamien- 
to del  Siervo  de  Dios,  vino  a  su  presencia,  enton- 
ces él,  presente  el  P.  Vero,  le  quitó  el  pañuelo 
y  le  ordenó  diera  gracias  a  Cristo  Nuestro  Señor, 
pues  su  poder  e  infinita  misericordia  le  habían 
devuelto  la  salud.  El  P.  Vero  más  maravillado 
que  la  misma  india,  hubo  de  decirle:  "Padre 
Fray  Luis,  esto  milagro  es".  A  lo  cual  respondió 
el  Santo:  "Calle,  hermano  carísimo,  que  esta  es 
obra  de  Dios,  que  de  mi  no  hay  cosa  buena.  El 
Señor  lo  hace  por  quien  es  y  para  que  estas  po- 
bres gentes  se  conviertan". 

En  compañía  del  P.  Vero  navegó  por  el  Mag- 
dalena hasta  la  altura  de  Tamalameque  evange- 
lizando entrambas  riberas  y  bautizando  a  innu- 
merables indígenas.  Adentráronse  luego  los  dos 
misioneros  por  las  selvas  de  la  banda  oriental 
y  llegaron  a  los  esteros  de  la  laguna  de  Zapatoca. 
Grandes  y  provechosas  fueron  sus  andanzas 
evangélicas  por  esos  parajes.  Los  naturales  que 


168  ALVARO  SANCHEZ 

los  poblaban,  no  obstante  el  estar  atemorizados 
por  el  paso  de  los  conquistadores,  vinieron  a  ellos 
como  atraídos  por  su  mansedumbre  y  al  recono- 
cer que  no  la  codicia  del  oro  sino  el  desinteresa- 
do deseo  de  traerlos  a  mejor  y  más  seguro  ca- 
mino los  llevaba  hasta  la  entraña  de  la  selva. 

Regresaron  después  a  Tamalameque,  pobla- 
ción de  cuyos  orígenes  nos  informa  Juan  de  Cas- 
tellanos en  estas  líneas,  que  no  sin  remordimien- 
to de  conciencia  nos  atrevemos  a  llamar  versos : 

Vino  también  el  capitán  Lorenzo 
Martín,  aquel  que  dio  el  primer  cimiento 
al  pueblo  hispano  de  Tamalameque, 
la  era  de  cuarenta  y  cinco  años 
o  por  el  fin  del  de  cuarenta  y  cuatro 
porque  por  aquel  tiempo  me  rogaba 
hiciese  yo  con  él  aquel  viaje 

Fundada,  pues,  en  1544  cuando  llegaron  los 
padres  misioneros  apenas  si  contaba  unos  22 
años  de  existencia.  Pocas  casas  mal  construidas 
y  peor  provistas,  la  constituirían;  y  de  esa  suer- 
te, no  comodidad  sino  trabajos  encontraron  los 
dos  viajeros.  El  Padre  Mezanza  en  sus  eruditas 
Notas  a  la  Historia  de  Zamora,  advierte  que  por 
la  época  en  que  San  Luis  Beltrán  debió  de  visi- 
tarla, recibió  notables  mejoras.  Acaso  los  dos  re- 
ligiosos hicieron  valer  su  influencia  ante  las  au 
toridades  españolas,  les  pusieron  de  presente  la 
importancia  que  podía  llegar  a  tener  la  pobla- 
ción por  la  excelencia  de  sus  pastos  y  la  bondad 


1  Juan  de  Castellanos:  Elegías  de  Varones  Ilustres  de  Indias. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


169 


de  su  clima,  y  así  su  presencia  no  solamente  tuvo 
una  finalidad  evangelizadora,  sino,  como  de  or- 
dinario acontece  con  la  labor  de  párrocos  y  mi- 
sioneros celosos,  aún  en  el  orden  material  fue 
punto  de  partida  y  factor  eficaz  y  desinteresado 
de  progreso. 

Acordaron  los  dos  religiosos,  después  de  reali- 
zados activos  trabajos  de  catequización  y  admi- 
nistración de  sacramentos,  que  el  P.  Vero  se  que- 
dara en  Tamalameque  algún  tiempo  más  para 
regresar  luego  a  Valle  de  Upar;  y  que  el  P.  Bel- 
trán  se  dirigiera  a  Tenerife  para  hacerse  cargo 
de  la  parroquia. 

Múdase  con  ello  un  tanto  el  tenor  de  vida  del 
ejemplar  religioso:  pasa  de  misionero  a  párroco. 
Al  cuidado  de  enseñar  casi  cuotidianamente  la 
doctrina,  a  la  administración  de  los  sacramentos, 
era  preciso  añadir  el  trabajo  del  despacho  pa- 
rroquial. Cierto  era  que  tales  parroquias  recién 
fundadas  más  tenían  de  tierra  de  misión  que  de 
verdaderas  feligresías.  Pero  no  por  ello  los  pre- 
lados dejaban  de  exigir  que  se  abrieran  ya  los 
libros  mandados  por  sínodos  y  concilios  y  que 
con  diligencia  se  procurara  ordenar  la  vida,  por 
decirlo  así,  canónica,  de  los  fieles. 

Es  fácil  de  comprender  las  imponderables  di 
ficultades  con  que  tropezaría  el  santo  para  dis- 
poner lo  mejor  posible,  no  con  la  mira  de  su 
personal  comodidad  sino  para  el  mejor  servicio 
de  los  vecinos  la  iglesia  y  la  casa  del  cura.  Ha- 
bitó, el  tiempo  que  desempeñó  su  cargo,  una 
muy  pequeña,  contigua  al  cobertizo  que  hacía 
las  veces  de  templo.  Mas  como  nunca  deja  el 
Señor  de  proveer  de  cooperadores  y  auxilio  a  sus 


170 


ALVARO  SANCHEZ 


amigos,  dispuso  que  un  vecino  piadoso  y  no  mal 
provisto  de  bienes  de  fortuna  lo  sentara  todos 
los  días  a  su  mesa,  limosna  que  más  tarde  recom- 
pensó el  Santo  Párroco  apartándolo  milagrosa- 
mente de  un  grave  riesgo  de  pecar. 

La  fama  de  santidad  y  el  renombre  de  tauma- 
turgo que  le  seguía  donde  quiera,  se  aumentó 
durante  su  permanencia  en  Tenerife.  Muchas  ve- 
ces, cuando  el  mal  tiempo  echaba  a  perder  las 
cosechas,  el  P.  Beltrán  bendecía  el  poco  grano 
existente,  que  se  multiplicaba  y  así  los  vecinos 
no  padecían  necesidad.  A  Isabel  María,  esposa 
de  Juan  Bernal,  encomendero,  vecino  de  Tene- 
rife, anunció  los  muchos  trabajos  que  había  de 
padecer  su  marido  y  la  consoló  añadiendo  que 
de  todos  ellos  había  de  salir  felizmente;  todo 
lo  cual  se  cumplió  a  la  letra,  con  la  cual  se  puso 
de  manifiesto  el  espíritu  prof ético  de  San  Luis. 

Luis  Vásquez  de  Guevara,  vecino  también  de 
Tenerife,  con  cargo  de  teniente  del  gobernador, 
llegó  a  arrancar  del  libro  de  bautismos  algunas 
hojas  en  donde  estaba  la  firma  de  Fray  Beltrán 
para  así  tener  del  penitente  y  milagroso  Hombre 
de  Dios  alguna  reliquia;  hojas  que  hubo  de  res- 
tituir por  orden  del  Provisor  de  la  diócesis  que  a 
ello  lo  apremió  con  censuras.  Citamos  este  caso 
en  confirmación  de  cuán  general  y  cuan  grande 
fuese  la  fama  de  santidad  de  Fray  Luis. 

La  ejemplaridad  de  la  vida  y  el  milagro  conti- 
nuo rubricaban  la  enseñanza  del  pastor  de  al- 
mas y  así  podía  no  por  menos  de  acrecentarse  el 
número  de  fieles  y  de  prosperar  la  vida  cristia- 
na en  la  dichosa  parroquia  de  Tenerife. 


VI 


De  cómo  Fray  Luis  fue  elegido  Prior 
Convento  del  Rosario  de  Santa  Fe. 
Recibe  Orden  de  regresar  a  España. 
Va  a  Cartagena  a  embarcarse 


Concluía  el  R.  P.  Fray  Alberto  Pedrero  O.  P., 
su  priorato  del  convento  del  Rosario,  de  Santa 
Fe,  por  los  años  de  1568  y  continuaban  llegando 
desde  las  ardientes  orillas  del  Magdalena  noti- 
cias de  los  muchos  milagros  y  grandes  virtudes 
de  Fray  Luis  Beltrán. 

La  ocasión  se  ofrecía  de  que  tan  egregio  varón 
viniese  a  ilustrar  con  los  ejemplos  de  sus  virtu- 
des y  a  regir  con  su  prudencia  los  claustros  del 
convento  dominico  de  Santa  Fe.  Reunidos  los 
religiosos  electores,  y  habida  consideración  del 
general  deseo  de  todos  los  santafereños,  comen- 
zando por  el  de  Fray  Juan  de  los  Barrios,  prelado 
de  la  diócesis  y  el  del  primer  presidente  de  la 
Real  Audiencia  don  Andrés  Venero  de  Leyva, 
eligieron  de  unánime  consenso  por  Prior  al  Fray 
Luis  Beltrán,  y  enviaron  seguidamente  a  España 
el  acta  de  la  elección  para  que  recibiera,  como 
prescriben  los  cánones,  la  aprobación  del  Vica- 
rio General,  dignidad  y  oficio  que  por  entonces 
tenía  el  M.  R.  P.  Francisco  Venegas.  Quien  no 
sólo  confirmó  la  elección,  por  acertada  y  por 
ende  prometedora  de  muchos  espirituales  pro- 


174 


ALVARO  SANCHEZ 


vechos  en  el  claustro  del  convento  del  Rosario  y 
en  medio  de  los  religiosos,  y  aún  en  toda  la  ciu- 
dad; sino  que  impuso  a  Fray  Luis  la  aceptación 
del  priorato  bajo  obediencia  señalando  censura 
en  caso  de  rehusar. 

Cuando  llegaron  a  las  manos  del  entonces  pá- 
rroco de  Tenerife  las  actas  de  su  elección,  con- 
firmación canónica  de  ella  y  el  grave  precepto 
de  su  superior,  contristóse  grandemente;  rehu- 
sar no  le  era  dable;  posesionarse  de  su  cargo, 
costaba  mucho  a  su  humildad  . . .  como  único 
desahogo  de  esta  nueva  prueba  que  el  Señor  le 
enviaba  prorrumpió  en  estas  palabras,  claras  se- 
ñales de  su  celo  por  la  gloria  de  Dios  y  de  cuan' 
modestamente  sentía  de  sí  mismo:  "Yo  no  vine, 
dijo  al  que  le  trajo  la  noticia  de  su  elección,  a 
buscar  prioratos;  porque  estimo  más  la  conver- 
sión de  un  indio  que  cuantos  honores  y  puestos 
tiene  la  iglesia  de  Dios,  pero  es  fuerza  obedecer". 

Aceptó  el  cargo  y  se  dispuso  a  cumplirlo  como 
él  acostumbraba,  hasta  la  total  abnegación  y  sa- 
crificio de  su  propio  yo.  Escribió  una  muy  expre- 
siva carta  al  señor  Provisor  de  Santa  Marta  in- 
formando de  la  elección  y  cómo,  por  tal  causa, 
se  veía  obligado  a  hacer  dejación  del  curato  de 
Tenerife.  Varón  verdaderamente  humilde  y  sen- 
cillo, pedía  le  perdonase  las  deficiencias  en  el 
servicio  de  la  parroquia,  manifestaba  la  sinceri- 
dad y  prontitud  de  su  voluntad  que  había  pues- 
to en  obedecerle  y  suplicaba  procediera  muy  lue- 
go a  nombrar  otro  sacerdote  para  administrar  la 
parroquia  de  Tenerife. 

Hecha  entrega  de  su  cargo,  salió  de  Tenerife 
hacia  Mompox  en  marzo  del  año  de  1569.  For- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


175 


tuna  grande  fue  para  esta  población  el  que  su 
visita  ocurriese  durante  el  tiempo  de  cuaresma, 
pues  de  este  modo  recibió  la  gracia  de  su  predi- 
cación el  viernes  de  la  tercera  semana.  Habló 
Fray  Luis  del  evangelio  del  día:  la  resurrección 
de  Lázaro.  Qué  de  piadosos  comentarios  sobre  el 
amor  de  Jesucristo  a  sus  amigos,  su  poder  sobre 
la  vida  y  sobre  la  muerte!  Qué  de  exhortaciones 
a  perseverar  en  la  gracia  y  amistad  del  que  es 
nuestra  vida  y  resurrección!  Huelga  el  decir  que 
nunca  los  vecinos  de  Tenerife  habían  escuchado 
una  palabra  ni  más  sencilla  ni  más  doctrinal  y 
convincente.  Entre  sus  oyentes  se  encontraba  un 
capitán  español  de  nombre  Bernardo  Betancur, 
que  movido  por  la  palabra  del  santo,  fue  a  visi- 
tarlo, ya  de  anochecida,  y  a  pedirle  se  dignara 
oírlo  al  día  siguiente  en  confesión,  solicitud  que 
fue  recibida  con  muy  buen  agrado  por  Fray  Luis. 

Aún  no  clareaba  el  alba  cuando  el  capitán  lie 
gó  a  la  puerta  del  aposento  en  que  había  pasa  - 
do la  noche  el  misionero;  y  como  la  hallara  sim- 
plemente entornada  y  viese  la  habitación  ilumi 
nada,  se  atrevió  a  penetrar  en  ella  con  tanto 
silencio  y  compostura.  Pero  vino  a  quedar  sus- 
penso cuando  contempló  al  santo  entregado  a 
la  oración,  levantado  varios  palmos  del  suelo  y 
acompañado  por  dos  celestiales  personajes.  El 
hombre  de  armas,  hecho  a  no  trepidar  a  la  vista 
de  un  adversario  poderoso  y  armado,  no  pudo 
sostener  la  visión  sobrenatural:  no  lograba  ni 
cambiar  de  sitio  ni  articular  palabra.  De  ahí  a 
poco  la  luz  de  gloria  que  iluminaba  el  aposento 
dio  paso  a  la  primera  claridad  de  la  aurora. 
Vuelto  en  sí  de  su  éxtasis,  el  santo  ayudó  al  ca- 


176 


ALVARO  SANCHEZ 


pitán  Betancur  a  serenarse,  le  atendió  en  confe- 
sión y  lo  hizo  regresar  a  su  casa,  diciéndole  lo 
que  Cristo  dijera  a  sus  tres  discípulos  después 
de  la  transfiguración  en  la  montaña:  "Lo  que 
has  visto  no  lo  cuentes  a  nadie  . . .". 

Se  sorprenderá  el  lector  de  que  un  soldado,  de 
vida  un  tanto  desajustada,  (campamentos  y  ca- 
cernas  no  son  los  lugares  más  propicios  para  la 
severidad  de  las  costumbres)  hubiera  sido  favo- 
recido por  una  visión  celestial.  También  los  sol- 
dados que  montaron  la  guardia  ante  el  sepulcro 
de  Cristo  fueron  favorecidos  con  la  merced  in 
signe  de  ser  los  primeros  en  ver  al  Señor  resu- 
citado. Era  necesario  que  hubiese  testigos  abso- 
lutamente imparciales  del  triunfo  del  Salvador 
sobre  la  muerte,  soberana  prueba  de  su  divini- 
dad. Convenía  también  que  un  soldado  presen- 
ciara las  comunicaciones  sobrenaturales,  las  cé- 
licas visiones  con  que  el  Señor  Jesús  recompen- 
saba a  su  siervo  por  los  grandes  trabajos  abra- 
zados por  su  amor  y  por  el  amor  de  las  almas  re- 
dimidas con  su  sangre. 

Muerto  el  Padre  Beltrán,  interrogado  el  capi- 
tán Betancur  por  quien  tenía  autoridad  para 
hacerlo,  dijo  ser  verdad  el  hecho  y  añadió  que 
según  su  parecer,  formado  por  las  estampas  de 
santos  que  le  habían  hecho  conocer,  los  dos 
personajes  eran  sin  duda  Santo  Tomás  y  San 
Ambrosio.  A  este  respecto  dice  así  la  Bula  de  su 
canonización:  "En  otras  ocasiones  fue  recreado 
con  visiones  de  santos  que  reinan  con  Dios  en  la 
eterna  felicidad,  particularmente  de  sus  santos 
Patriarcas  y  aún  del  mismo  Cristo  Señor  Núes- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


177 


tro  y  oyó  de  su  boca  habérsele  perdonado  todos 
sus  pecados". 

Por  las  sendas  dificultosas,  a  través  de  la  ma- 
raña salvaje,  navegando  en  los  ríos,  en  las  posa- 
das campesinas,  lo  mismo  que  en  su  retiro  mo  • 
nacal  en  donde  inició  su  itinerario  de  santidad  y 
en  donde  lo  concluyó  cuando  Dios  fue  servido 
llevarse  al  premio  de  la  visión  beatífica,  siempre 
y  donde  quiera  iba  San  Luis  Beltrán,  para  em- 
plear los  versos  de  uno  de  nuestros  poetas: 

"Tocada  la  sandalia  con  polvo  de  la  tierra, 
tocada  la  pupila  con  resplandor  de  cielo  . . ."  K 

Pero  más  que  la  pupila  llevaba  el  espíritu  y 
el  corazón  henchidos  de  esos  ultraterrenos  es- 
plendores, embebecida  el  alma  en  el  pensamiento 
de  Dios;  no  tenía  él,  como  lo  quiere  San  Pablo, 
acá  en  el  mundo  ciudad  permanente,  iba  en  bus- 
ca de  la  eterna  y  clara  ciudad  advenidera. 

En  Mompox  tomó  una  canoa  para  continuar 
remontando  el  Magdalena.  No  es  la  navegación 
de  nuestra  principal  arteria  fluvial  igualmente 
fácil  en  todo  su  curso:  a  veces  las  aguas  se  ex- 
playan, arenas  y  fangos  en  entrambas  orillas, 
allí  pululan  los  caimanes  y  es  peligroso  encallar; 
a  veces  el  cauce  se  estrecha  y  las  aguas  corren 
como  encajonadas  y  ofrecen  graves  riesgos  a  las 
embarcaciones  ligeras.  Por  dos  veces  estuvo  el 
Santo  expuesto  a  serios  peligros:  en  una,  la  ca- 
noa al  cruzar  por  delante  frente  a  la  desemboca- 
dura de  un  afluente,  se  vio  con  tanta  fuerza  sa- 


1  José  María  Rivas  Groot,  La*  Constelaciones. 


178 


ALVARO  SANCHEZ 


cudida  que  hubo  de  volcarse  y  cayeron  al  agua 
los  bogas  o  bogadores  y  cuantos  en  ella  iban.  Las 
oraciones  del  Fray  pudieron  más  que  la  habilidad 
de  los  remeros  y  todos  salieron  ilesos.  En  otra,  las 
aguas,  encanaladas  entre  las  orillas  rocosas,  les 
ofrecían  tanta  resistencia  que  les  fue  costoso 
avanzar  contra  la  corriente.  Por  último  llegaron 
a  Nare  en  donde  resolvieron  descansar  un  tiem- 
po prudencial.  El  Padre  Mezanza  glosa  el  pasa- 
je de  Zamora  y  apoyándose  en  la  autoridad  del 
P.  Justiniano  Antist  dice  que  padecieron  tor- 
menta en  la  navegación  del  río  Magdalena,  y 
que  la  riada  abundante  y  turbulenta  les  hizo  vol 
ver  atrás  muchas  leguas;  circunstancia  provi 
dencial  que  fue  parte  para  que  un  mensajero 
venido  de  España,  le  diera  alcance  y  pusiera  en 
manos  de  San  Luis  una  orden  del  General  en  la 
que  disponía  su  inmediato  regreso  al  convento 
de  Valencia.  De  no  haber  sobrevenido  la  crecida 
del  río,  acaso  el  santo  hubiera  llegado  a  Santa 
Fe,  y  la  orden  de  su  regreso  lo  encontrara  pose- 
sionado del  priorato  y  tal  vez  hubiera  quedado 
sin  efecto:  Dios  no  quiso  que  Bogotá  fuera  non 
rada  con  su  presencia  del  santo  misionero  do- 
minico. 

Pronto  y  exacto  en  la  obediencia  dispuso  el 
inmediato  retorno  a  Cartagena.  Siguiendo  el 
curso  del  río  pasó  de  nuevo  por  Mompox  y  Te- 
nerife, en  donde  halló  que  la  esposa  del  caballe- 
ro que  lo  hospedara  en  su  casa  mientras  estu- 
vo rigiendo  la  parroquia,  estaba  gravemente  en- 
ferma. La  administró  los  sacramentos,  la  ayudó 
a  bien  morir,  y  con  su  bendición  dejó  la  tierra 
por  el  cielo.  Al  día  siguiente  celebró  por  su  alma 


SAN  LUIS  BELTRAN 


179 


la  misa  de  Réquiem  e  hizo  al  pueblo,  congregado 
en  la  iglesia,  un  fervoroso  sermón  tomando  pie 
en  las  virtudes  de  la  finada;  así  premió  Dios  la 
obra  de  caridad  que  esas  buenas  gentes  practi 
carón  con  su  siervo.  Atrás  dijimos  cómo  este  ca 
ballero  recibió  en  premio  el  verse  libre  de  un 
grave  riesgo  de  pecar. 

Prosiguiendo  la  navegación  llegó  a  Cartagena. 
Acudió  a  su  convento,  v,  dispuesto  el  viaje  a  Es- 
paña, como  había  flota  próxima  a  zarpar,  ape- 
nas si  tuvo  tiempo  de  pedir  la  bendición  al  P. 
Prior  v  desnedirse  de  los  religiosos,  que  con  ver- 
dadero dolor  le  veían  dejar  la  tierra  colombiana, 
y  hacerse  a  la  vela  sin  posible  regreso.  Era  el 
año  de  1569. 

Parece  oportuno  para  dar  una  idea  del  renom- 
bre de  santidad  dejado  por  Fray  Luis  entre  nos- 
otros, de  sus  milagros  v  de  su  espíritu  profético, 
transcribir  algunos  párrafos  del  capítulo  xvm 
de  un  curioso  libro  escrito  por  Pedro  Ordóñez  de 
Ceballos  (el  clérigo  agradecido)  como  a  sí  mismo 
se  llama,  y  titulado  Viaje  del  mundo,  publicado 
en  Madrid,  por  Luis  Sánchez,  en  1614. 

"Aquella  noche  que  llegué  a  Cipacua  vino  un 
viejo  que  había  muchos  años  tenía  el  oficio  de 
mayordomo  de  aquellos  pueblos  del  rey,  y  en 
una  plática  que  tuvimos  me  dijo:  Aunque  me 
quitaron  este  pueblo  y  otro  y  la  mitad  del  sala- 
rio, no  acierto  a  salir  de  por  aquí,  porque  pisó 
esta  tierra  aquel  gran  varón  Fray  Luis  Beltrán, 
el  cual  fue  cura  y  doctrinero  de  estos  pueblos,  y 
le  vide  decir  y  hacer  cosas  maravillosas  en  que 
mostraba  su  gran  santidad  y  ser  un  varón  de 


180 


ALVARO  SANCHEZ 


Dios.  Deseosísimo  de  saber  cosas  suyas,  porque 
ya  el  capitán  Francisco  Sánchez  me  había  con- 
tado algunas,  le  rogué  me  dijese  lo  que  sabía, 
y  así  me  dijo  lo  siguiente: 

"Un  domingo  antes  de  decir  misa  vide  muy 
pensativo  y  triste  a  aquel  santo  varón.  Llegué  - 
me  a  él,  que  era  muy  afable,  y  le  pregunté:  Pa- 
dre mío,  ¿de  qué  está  triste?  Respondióme:  Hijo, 
del  gran  trabajo  en  que  está  el  buen  cristiano 
Martín  de  las  Alas,  Gobernador  de  Cartagena, 
que  quiere  expirar.  Júntese  presto  la  gente,  que 
no  los  quiero  dejar  sin  misa,  y  vamos.  Apresuré 
los  caciques  y  dijo  misa,  y  sin  comer  el  Santo  bo- 
cado partimos  a  grande  priesa  en  sendos  caba 
líos,  que  me  parecía,  según  íbamos  dejando  la 
tierra,  que  el  viento  no  era  tan  ligero.  Junto  a 
la  piedra  grande  encontramos  al  capitán  Fran- 
cisco Sánchez  y  se  admiró  de  vernos  y  le  pregun- 
tó a  dónde  iba,  y  le  dijo:  caminemos  antes  que 
expire  el  Gobernador,  que  ya  nos  llaman.  Lue- 
go a  un  cuarto  de  legua  encontramos  un  mulato 
que  venía;  el  cual,  como  la  vido,  dijo:  Presto,  Pa- 
dre, que  mi  señor  queda  expirando.  Así  como  lle- 
gamos lo  confesó,  aunque  ya  otra  vez  lo  había 
hecho,  y  recibidos  los  santos  sacramentos  lo  ayu- 
dó a  bien  morir  un  rato.  Luego  se  apartó,  se  hin- 
có de  rodillas  y  rezó  en  un  diurno,  que  me  pare- 
ció ser  los  salmos  y  letanías.  Hecho  esto  llegóse 
al  enfermo  con  el  Cristo  y  le  dijo:  Mire,  herma- 
no; ve  aquí  la  imagen  de  Jesús;  nómbrelo  y  vá- 
yase  en  paz  con  él.  Abrió  los  ojos,  y  dijo:  Jesús, 
que  todos  los  que  estábamos  presentes  lo  oímos," 
y  recostado  expiró.  Luego  le  encomendó  el  alma 
y  dijo:  dichoso  hombre,  Dios  me  haga  como  tú, 


SAN  LUIS  BELTRAN 


181 


aunque  todos  conocimos  ser  aquellas  palabras 
de  humildad. 

"Pedíle  que  prosiguiese  con  otras  cosas,  y  res- 
pondió: Sí  haré,  porque  estos  caciques  que  aquí 
están  en  pie  en  tu  presencia  son  testigos  de  vis- 
ta y  saben  que  no  han  tenido  en  esta  doctrina 
Padre  más  santo  que  él,  no  otro  de  tanta  fe  y" 
que  tanto  la  predicase,  ni  de  tanta  caridad  y 
que  tanto  la  obrase. 


"Pasó  adelante  y  di  jome:  Este  varón  santo,  lo 
primero  fue  virgen,  tanto  que  no  se  le  conoció 
ni  aún  mirar  a  las  mujeres,  ni  consintió  entrasen 
en  su  casa,  ni  hablar  con  ellas  fuera  de  la  igle- 
sia, confesándolas,  o  en  alguna  necesidad  o  en- 
fermedad, o  para  darles  limosna  o  curarlas.  No 
tenía  cosa  suya,  porque  todo  lo  daba,  tanto  que 
decían  estos  curacas  e  indios:  Démosle  a  este 
Padre  mucho,  pues  también  lo  reparte.  Y  así 
díganlo  ellos;  si  todos  los  más  de  los  que  están 
aquí  presentes,  en  cogiendo  sus  sementeras,  no 
venía  a  él  y  todo  lo  ponían  en  sus  manos  para 
que  por  ellas  se  gastase  en  limosnas.  Diga  allí 
don  Andrés  (señalando  a  un  cacique)  si  vino  un 
año  en  el  cual  se  cogió  muy  poco  y  le  dijo:  Padre, 
allí  está  mi  troje;  dad  como  me  quede,  y  el  santo 
lo  dio  todo,  que  no  le  quedaron  dos  fanegas  de 
maíz;  y  pareciéndole  que  había  hambre,  vino  a 
él  y  le  dijo:  Padre,  como  me  has  dejado  sin  maíz, 
¿a  dónde  hallaré  para  comprar?  Y  con  aquella 
boca  de  risa  le  dijo:  Anda,  cacique,  y  saca  lo 
que  has  menester.  Vinieron  a  llamar  al  cacique, 
diciendo  que  su  troje  estaba  lleno,  y  todos  vini- 
mos y  la  vimos.  Castigaba  con  grande  amor  a 


182 


ALVARO  SANCHEZ 


esta  gente,  y  cuando  veía  algunos  que  cometían 
algunos  delitos  y  ofensas  de  Dios  y  que  no  se 
enmendaban  con  las  palabras  ásperas  que  le  de- 
cía, ni  con  los  castigos  que  les  daba,  decía  vuel- 
to a  Dios:  Señor,  llévame  a  morir  a  Valencia 
(de  donde  era  natural);  y  decían  los  tales  re- 
prendidos que  aquellas  palabras  les  pasaban  el 
corazón,  y  que  por  no  perderlo  y  enojarlo  se 
enmendaban. 

"Pues  querer  decir  sus  ayunos  y  abstinencias, 
disciplinas  y  penitencias,  sería  no  acabar  mi 
razonamiento.  Sabe  Dios  que  le  vide  noches  en- 
teras pasarse  sin  dormir,  de  rodillas.  Jamás  de- 
jaba de  decir  misa,  y  si  había  enfermos  les  lle- 
vaba el  agua  del  cáliz,  y  con  sólo  ponerles  las 
manos  dio  salud  a  infinidad  de  ellos,  y  a  mí, 
su  indigno  devoto,  me  sanó  dos  veces  de  dos  di- 
ferentes enfermedades. 

"Pues  las  cosas  que  Dios  revelaba,  que  aún  no 
eran  venidas,  bastaba  yo  decir  una  que  él  me 
dijo  deste  desdichado  General  don  García  de 
Serpa,  que  ha  gastado  en  estas  jornadas  que  ha 
hecho  al  Dorado  o  Manoa  doscientos  mil  duca- 
dos suyos  y  de  otros,  y  a  la  tercera  vez  volverán 
pocos,  y  plegué  a  Dios  sea  él  entre  ellos;  y  así 
todos  los  días  le  encomiendo  a  Dios,  que  es  la 
tercera  ésta.  También  me  dijo  que  sería  Carta- 
gena entrada  de  enemigos,  pero  en  breve  restau- 
rada, y  otras  que  las  he  visto  como  las  dijo;  y  es- 
pero en  Dios  me  ha  de  guardar  hasta  que  lle- 
guen a  hacerse  sus  informaciones,  para  en  ellas 
decir  la  gran  santidad  de  este  varón,  para  ejem- 
plo de  las  gentes". 

Parecerá  a  algunos  sobrado  prolija  la  cita,  y 


SAN  LUIS  BELTRAN 


183 


que  se  hubiera  podido  hacer  una  síntesis  de  lo 
narrado  en  los  párrafos  transcritos;  mas  de  ha- 
berlo hecho  así,  se  hubiera  perdido  el  ingenuo 
sabor  del  estilo,  ese  aliento  de  sinceridad  que 
constituye  la  mejor  probanza  de  cuanto  allí  se 
refiere.  Al  copiar  esas  frases  hemos  querido  que 
el  lector  conozca,  en  su  misma  fuente,  lo  que  el 
pueblo  sentía  del  santo  misionero  30  años  des- 
pués de  su  muerte,  40  después  de  haber  dejado 
las  playas  americanas. 


TERCERA  PARTE 


i 

Viaja  el  Santo  a  Sevilla.  —  Sigue  el  camino  de 
Valencia.  —  Es  nombrado  Prior  del  Convento 
de  San  Onofre 


No  estuvo  el  viaje  de  regreso  exento  de  los  pe- 
ligros del  mar  como  había  estado  el  de  su  ve- 
nida a  estas  playas.  Las  naves  de  la  flota  en  que 
se  hizo  a  la  vela,  castigadas  por  una  larga  nave- 
gación interoceánica,  acaso  no  suficientemente 
carenadas  en  Cartagena  por  carecer  entonces 
ese  puerto  de  arsenal  bien  provisto,  no  ofrecían 
mayor  seguridad. 

El  Atlántico,  desde  los  primeros  días  de  la  na- 
vegación, se  mostró  ceñudo:  vientos  continuos 
levantaban  las  aguas  y  las  coronaban  de  espu- 
mas. En  una  isla,  cuyo  nombre  no  da  el  cronis- 
ta Zamora,  fueles  forzoso  hacer  escala,  así  para 
reparar  las  embarcaciones  como  para  ver  de  hur- 
tarse a  los  riesgos  del  temporal.  Pasajeros  y  tri- 
pulantes saltaron  a  tierra  con  mira  a  reposar 
un  tanto  y  a  desquitarse  de  una  travesía,  breve 
en  el  tiempo,  pero  sobrado  agitada.  San  Luis  Bel- 
trán,  siempre  pendiente  de  aprovechar  el  tiem- 
po para  glorificar  a  Dios  y  procurar  el  bien  espi- 
ritual del  prójimo,  comenzó  a  predicar  a  las 
gentes  que  acudieron  al  arribo  de  las  caravelas. 
Como  de  ordinario  sus  palabras  despojadas  de 


188 


ALVARO  SANCHEZ 


todo  artificio  retórico,  pero  vibrantes  de  sinceri- 
dad, transparente  manifestación  de  una  fe  pro- 
funda y  de  los  sentimientos  de  un  corazón  apos- 
tólico, lograron  su  efecto.  Muchos  oyentes  indí- 
genas, que  no  habían  recibido  el  bautismo,  lo 
pidieron,  y  surgió  una  nueva  cristiandad.  Otros, 
oriundos  de  España,  olvidados  casi,  por  el  lina- 
je de  vida  que  llevaban  de  sus  principios  cristia- 
nos, se  dolieron  de  sus  culpas  y  se  reconciliaron 
con  Dios.  Fray  Luis  procuró  escribir  en  algunas 
cedulillas  que  hubo  a  la  mano,  el  Credo,  los  Man- 
damientos, los  Sacramentos  y  oraciones,  y  las 
dejó  con  el  fin  de  que,  ausente  él,  procuraran  re- 
pasar las  verdades  fundamentales  de  la  vida  cris- 
tiana; y  si  ya  no  eran  capaces  de  leerlas,  las  hi- 
cieran leer  y  declarar  por  algún  cristiano  que 
desembarcara  en  la  isla. 

Hechas  las  posibles  y  más  urgentes  reparacio- 
nes levó  la  flota  sus  anclas,  se  izaron  las  velas  y 
los  timoneles  pusieron  rumbo  a  España.  Siguié- 
ronse desoladas  semanas  de  una  navegación  in- 
segura sobre  un  mar  revuelto  y  bajo  un  cielo  de, 
plomo.  La  tempestad  llegó  por  fin.  Rachas  he- 
ladas sacudieron  como  banderas  las  lonas  de  los 
barcos;  silvaron  en  los  cordajes;  levantáronse  las 
aguas  como  cimas  de  una  cordillera  fantástica. 
La  marinería  trabajó  cuanto  pudo.  Mas  la  ta- 
blazón de  la  nave  crugía,  sus  arboladuras  pare- 
cían temblar  como  cañas  bajo  la  ventisca;  las 
espumas  saladas  cubrieron  el  puente.  San  Luis 
acudió  a  la  popa,  y  confiado  en  las  palabras  del 
Divino  Maestro:  "todo  cuanto  pidiereis  en  mi 
nombre  a  mi  Padre,  estad  ciertos  de  que  os  será 
concedido";  acordándose  de  cómo  Jesús  durante 


SAN  LUIS  BELTRAN 


189 


una  navegación  en  compañía  de  sus  discípulos, 
sobre  el  Lago  de  Galilea,  asaltados  por  un  tem- 
poral, con  su  palabra  sosegó  las  aguas  alborota- 
das, oró,  suplicó  protección  a  la  Providencia  y, 
extendiendo  sus  manos  sobre  el  mar,  en  el  nom- 
bre y  por  el  poder  de  Dios,  mandó  a  los  vientos  y 
a  las  "aguas  ...  La  tempestad  comenzó  a  ceder. 
Entonces  el  Santo  para  evitar  que  los  marinos 
hablasen  de  milagro  alcanzado  por  su  oración, 
se  retiró  a  un  lugar  escondido.  Capitanes  y  gru- 
metes para  quienes  la  actitud  de  Fray  Luis  no 
había  pasado  desapercibida,  lo  llamaron  de  nue- 
vo urgidamente:  Orad,  Padre  querido,  orad  por 
nosotros  porque  perecemos,  le  decían  al  ver  que 
el  huracán  había  vuelto  a  la  carga;  y  otra  vez 
las  velas  en  tensión  tremenda  llevaban  a  la  na  - 
ve como  enloquecida  sobre  un  vórtice  profundo 
enalbado  de  encajes.  San  Luis  reanudó  su  ora 
ción  y  no  cesó  en  ella  hasta  que  la  borrasca  huyó; 
mugiente,  hacia  otros  horizontes. 

Brillaron  en  un  cielo  despejado  y  sereno  las 
estrellas;  el  mar  entró  en  sosiego  al  modo  de  una 
fiera  fatigada:  la  nave  cortó  con  tranquilo  rit 
mo  las  aguas;  y  los  hombres  en  silencio,  agra- 
decían a  Dios  y  bendecían  a  su  siervo,  antes  de 
entregarse  a  un  sueño  reparador. 

Mientras  la  flota,  libre  ya  de  todo  peligro  de 
naufragio  continúa  su  viaje,  y  antes  de  que  núes 
tro  Fray  Luis  se  entregue  a  las  tareas  que  le  ha- 
brá de  señalar  la  obediencia,  inquiramos  el  por 
qué  de  su  regreso  a  Europa.  Había  marchado  a 
las  misiones  de  las  Indias  Occidentales  movido 
por  el  celo  de  la  gloria  de  Dios;  impulsado  por  el 
anhelo  de  conquistar  para  la  fe  las  almas  de  los 


190 


ALVARO  SANCHEZ 


indígenas,  sediento  de  martirio,  con  la  firme  de- 
terminación de  dar  su  sangre  en  riego  de  bendi- 
ción sobre  un  continente  que  nació  a  la  cultura 
bajo  el  signo  de  la  cruz,  y  al  cual  era  absoluta- 
mente necesario  iluminar  con  la  doctrina  del  Di- 
vino Maestro. 

"Tan  encendido  era  en  él,  dice  la  Bula  de  su 
canonización,  el  deseo  del  martirio,  que  en  la 
elevación  del  tremendo  sacrificio,  rogaba  a  Dios 
de  lo  íntimo  de  su  corazón  con  San  Pedro  Már- 
tir: "Concédeme,  Señor,  que  yo  muera  por  ti,  así 
como  tú  quisiste  morir  por  mí".  Cuando  veía  la 
imagen  de  San  Vicente  Mártir,  deseaba  con 
grande  vehemencia  padecer  aquellas  mismas  pe- 
nas y  tormentos  con  que  él  peleó  y  venció.  ¿Por 
qué  entonces  no  perseveró  en  sus  misiones  en- 
tre las  tribus  salvajes  de  la  Nueva  Granada? 
Concluido  su  priorato  en  Santa  Fe,  hubiera  po 
dido  volver  a  la  selva  entre  aquellos  pobrecitos 
tan  necesitados  de  sus  palabras  y  de  sus  sacrifi- 
cios. ¿No  hay  una  contradicción  entre  la  carta 
del  Vicario  General  en  que  le  apremió,  hasta  con 
censuras,  la  aceptación  de  la  dignidad  de  Prior 
del  convento  del  Rosario  de  Santa  Fe,  y  la  nota 
en  que  le  imponía  el  regreso  inmediato  a  Va- 
lencia? 

Tanto  Zamora  como  el  R.  P.  Vicente  Justinia- 
no  Antist,  como  el  texto  de  la  Bula  de  canoniza- 
ción están  acordes  en  señalar  por  causa  del  re- 
greso del  P.  Luis  Beltrán  a  España  un  escrúpulo 
de  su  delicada  conciencia.  "Viendo  las  muchas 
congojas,  leemos  en  la  Bula,  con  que  por  lo  co- 
mún eran  oprimidos  los  indios  por  ciertos  gober- 
nantes, con  heridas  y  aún  con  muerte;  y  no  pu- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


191 


diendo  embarazarlo,  ni  sufrirlo,  conseguida  la  li- 
cencia, se  volvió  a  España". 

Por  sus  propios  ojos  pudo  darse  cuenta,  como 
lo  conoció  y  observó  también  su  hermano  en  re- 
ligión, Fray  Bartolomé  de  las  Casas,  el  trato 
cruel,  despiadado,  inhumano  que  daban  los  en- 
comenderos a  los  indios,  y  las  dificultades  que 
oponían  a  la  empresa  de  su  evangelización. 
Aconteció  que  predicando  Fray  Luis  en  alguna 
iglesia  de  la  Gobernación  de  Cartagena,  entró  al 
recinto  sagrado,  sin  miramiento  alguno  al  lugar, 
ni  al  acto  de  culto  que  allí  se  cumplía,  ni  a  la 
persona  que  hablaba,  un  encomendero;  y,  con 
violencia,  enarbolado  el  látigo,  hizo  salir  a  los 
indios  que  oían  la  predicación,  y  ordenó  que  in- 
mediatamente se  marcharan  a  su  trabajo.  He- 
chos como  este  afligían  profundamente  el  recto 
y  celoso  corazón  de  San  Luis.  No  había  huma- 
nidad ni  piedad  en  el  corazón  de  muchos,  de 
muchísimos  encomenderos,  para  quienes  el  indio 
era  una  bestia  de  trabajo  explotable,  un  instru- 
mento de  amasar  riqueza,  y  nada  más.  Ante  ta- 
maña injusticia  se  levantó  la  voz  del  sentimien- 
to humanitario,  la  voz  de  la  conciencia  cristia- 
na, el  recto  sentido  colonizador  auténticamente 
español  consignado  en  las  Leyes  de  Indias  y  en 
los  escritos  de  Fray  Bartolomé  de  las  Casas,  obis- 
po que  fuera  de  Chiape,  contra  los  lamentables 
abusos  con  que  amancillaban  ciertos  encomen- 
deros su  nombre  de  católicos  y  su  sangre  de 
españoles. 

Resuelto  el  Padre  Las  Casas  a  aprovechar 
cuantos  recursos  estuvieran  en  sus  manos  para 
mejorar  la  condición  de  los  indígenas  y  de  los 


192 


ALVARO  SANCHEZ 


esclavos  negros;  y,  sabedor  por  otra  parte  de  las 
extraordinarias  cualidades  del  incomparable  mi- 
sionero P.  Beltrán,  le  dirigió  una  larga  carta  en- 
comendándole fervorosamente  se  emplease  to- 
do en  la  conversión  de  los  indios  y  en  el  mejora- 
miento de  su  misérrima  condición.  Y,  — añadía — 
"cuídese  muy  bien  de  cómo  confiesa  y  absuelve 
a  los  encomenderos  que,  burlando  las  normas 
claras  y  terminantes  de  las  Leyes  de  Indias,  abu- 
san de  los  naturales,  los  abruman  de  trabajos  y 
cometen  contra  ellos  todo  linaje  de  injusticias". 

Honda  impresión  causó  en  San  Luis  la  carta 
de  Fray  Bartolomé.  Y,  como  por  otra  parte  veía 
la  inutilidad  de  sus  empeños,  halló  ser  lo  me- 
jor, para  no  gravar  su  conciencia  creyendo  en 
su  humildad  que  la  raíz  del  mal  estaba  en  su 
poca  habilidad  para  imponerse  a  los  encomende- 
ros, renunciar  a  su  labor  misionera,  y  regresar 
a  España. 

La  causa  es  evidente;  lo  que  no  aparece  muy 
claro  es  el  camino  por  donde  llegó  a  obtener  la 
orden  de  regresar  a  su  querido  convento  de  San 
Onofre.  Pensar  en  que  hubiera  echado  mano  de 
valedores,  impulsando  a  algunos  amigos  a  ha- 
cer la  solicitud,  sería  agravio  a  la  transparencia 
de  sus  miras  y  a  su  santa  memoria.  No  "era  ami- 
go de  ir  soslayadamente  a  su  fin.  En  todo  des- 
prendido de  sus  personales  intereses,  preocupa- 
do tan  sólo  de  los  de  Dios  y  de  sus  almas,  iba  sen- 
cillamente en  prosecución  de  sus  propósitos. 

Tampoco  cabe  pensar  en  alguna  carta  suya  di- 
rigida al  Vicario  Provincial  o  Prelado  de  Valen 
cia:  su  entrega  generosa  a  los  designios  de  Dios 
era  tal  que  se  hubiera  creído  culpable  de  haber 


SAN  LUIS  BELTRAN 


193 


intentado  ordenar  su  vida  según  sus  deseos  pres- 
cindiendo de  la  voluntad  de  sus  superiores.  Por 
lo  demás,  no  hubiera  habido  tiempo  de  enviar  la 
solicitud  y  de  recibir  la  respuesta.  Su  elección 
para  prior  y  la  confirmación  canónica  del  acta 
aconteció  en  el  año  de  1568,  y  se  embarcó  en 
noviembre  de  1569.  Teniendo  en  cuenta  la  len- 
titud de  la  navegación  y  los  prolijos  trámites 
exigidos  por  la  curia  eclesiástica  y  aún  por  el 
gobierno  de  las  comunidades  religiosas,  la  pre- 
sentación de  una  solicitud  y  de  tal  categoría, 
su  consulta  y  estudio,  y  su  respuesta,  todo  exclu- 
ye la  posibilidad  de  que  San  Luis  hubiera  reci- 
bido la  orden  de  regreso  como  respuesta  a  una 
demanda  escrita.  Unicamente  queda,  un  recur- 
so: la  oración.  San  Luis  pidió  a  Cristo  Nuestro 
Señor  lo  librara  de  las  tremendas  responsabili- 
dades que  le  acarreaba  el  continuar  en  la  labor 
de  misionero,  en  su  sincero  y  humilde  sentir  de 
sí  mismo,  absolutamente  ineficaz  y  acaso  entor- 
pecedora  de  otros  intentos  más  efectivos  y  pro- 
vechosos. 

Admirable  eficacia  la  del  ruego  dirigido  por 
la  fe,  sostenido  por  la  esperanza  y  animado  por 
la  caridad  y  humildad:  como  saeta  enviada  por 
certera  mano,  llega  al  blanco;  como  el  continuo 
implorar  del  menesteroso,  conmueve  al  cabo  el 
corazón  del  rico  y  le  arranca  la  dádiva.  Cristo 
escuchó  a  su  siervo,  y  por  cuanto  la  petición  no 
nacía  de  falta  de  coraje  para  el  empeño,  ni  de 
ánimo  negligente,  sino  de  sincera  humildad  y  de 
delicadeza  de  conciencia,  a  modo  de  un  bonda- 
doso amigo  y  misericordioso  padre,  libertó  a  su 
amigo  del  cuidado,  salvó  al  hijo  de  obsesionan- 


194 


ALVARO  SANCHE* 


te  preocupación,  y  lo  llamo  de  la  misión  a  su  re- 
tiro conventual. 

Algunas  semanas  transcurrieron  después  del 
riesgo  del  naufragio.  Pronto  divisáronse  las  cos- 
tas lusitanas;  y  entraron  a  poco  gozosamente, 
por  las  bocas  del  Guadalquivir,  a  la  maravillosa 
Sevilla. 

Tan  pronto  como  desembarcó,  San  Luis  pro- 
curó tomar  el  camino  de  Valencia;  mas  no  ca- 
balgando, ni  en  carruaje,  sino  a  pies,  como  pe- 
regrino apostólico.  Cuando  llegó  a  la  ciudad  le- 
vantina, corridos  no  pocos  días  de  viaje,  era  me- 
dia noche,  por  donde  resolvió  no  ir  a  golpear  al 
convento  sino  pedir  hospedaje  en  casa  de  su 
hermano,  situada  fuera  de  los  muros  de  la  ciu- 
dad, y,  conforme  a  la  reseña  de  Antist,  cerca 
del  Monasterio  de  Nuestra  Señora  del  Socorro. 

Al  día  siguiente  reanudó  su  andar  hacia  sus 
muy  amados  claustros.  La  noticia  de  su  llegada 
le  había  precedido  en  muchas  horas,  de  modo 
que  el  Prior  del  Convento,  Fray  Lorenzo  López, 
difícilmente  pudo  contener  a  los  religiosos  que 
deseaban  salir  al  encuentro  del  venerable,  del 
meritorio  misionero.  No  es  para  contar,  pues  re- 
sultaría pálido  el  relato,  la  alegría  con  que  to- 
dos los  religiosos  abrieron  sus  brazos  para  reci- 
bir al  glorioso  hermano,  que  tántos  y  tan  san- 
tos laureles  de  conquistador  de  almas  había 
cortado  allende  el  mar  océano,  en  las  ardientes 
comarcas  de  las  Indias  Occidentales.  Ni  hay  pa- 
ra qué  declarar  el  sentimiento  de  humildad  y  de 
vivo  reconocimiento  con  que  Fray  Luis  recibió 
la  bienvenida  de  sus  hermanos  en  el  Señor. 

Al  cruzar  el  umbral  de  su  celda  formó  el  pro1 


SAN  LUIS  BELTRAN 


195 


pósito  de  iniciar  una  vida  de  perfección.  Quería 
portarse  con  la  sencillez  y  la  docilidad  de  un  no- 
vicio. ¿Qué  valían,  qué  significaban,  en  su  sen- 
tir, los  años  pasados  en  la  sacrificada  existencia 
de  las  misiones;  días  ardientes,  noches  canicula- 
res, peligros  en  las  selvas,  en  los  ríos,  en  medio 
de  los  salvajes,  entre  los  encomenderos  voraces, 
predicaciones  continuas,  fatigas  sin  término; 
qué  los  millares  de  indígenas  convertidos  con  su 
palabra  plena  de  unción  y  caridad  y  hechos  cris- 
tianos por  el  bautismo,  los  pecados  evitados  con 
sus  penitencias,  por  medios  "de  sus  exhortaciones 
y  consejos?  Nada!,  como  fundamento  para  glo- 
riarse de  haber  hecho  algo  por  Cristo,  pues  todo 
era  obra  de  la  gracia  y  no  fruto  de  la  industria 
humana.  La  prueba  de  su  inutilidad  estaba  en 
que  no  había  podido  triunfar  de  los  encomende- 
ros. ¿Qué  era  él  sino  un  deficiente  instrumento 
en  las  manos  drl  Divino  Artífice? 

Transcurridos  algunos  meses  fue  elegido  y 
confirmado  Prior  del  Convento  de  San  Onofre. 
Dio  pruebas  entonces  de  que  valía  también,  y, 
mucho,  para  ordenar  los  triviales  y  cuotidianos 
menesteres  de  una  casa,  y  de  que  era,  como  suele 
hoy  decirse,  hombre  práctico. 

Obvió  con  simplicidad  y  eficacia  las  dificul- 
tades económicas  en  que  se  hallaba  el  conven 
to  confiado  a  sus  cuidados  y  prudencia.  No  hay 
que  dudarlo:  el  mejor  tesorero  es  la  Divina  Pro- 
videncia. ¿No  propuso  Cristo  esta  norma  de  vi- 
da: buscad  primero  el  reino  de  Dios  y  su  jus- 
ticia y  lo  demás  os  será  dado  por  añadidura? 
Así  que  no  digáis  acongojados:  ¿dónde  hallare- 
mos qué  comer  o  qué  beber?  ¿Dónde  hallaremos 


196 


ALVARO  SANCHEZ 


con  qué  vestirnos?  Así  lo  hacen  los  paganos,  los 
cuales  andan  tras  todas  esas  cosas.  Bien  sabe 
vuestro  Padre  la  necesidad  que  de  ellas  tenéis. 
Así,  pues,  buscad  primero  el  reino  de  Dios  y  su 
justicia  y  todas  las  demás  cosas  se  os  darán  por 
añadidura".  La  santidad  de  Fray  Luis  atraía  las 
limosnas  de  los  buenos  cristianos;  y,  cuando 
ellas  faltaban,  la  Providencia,  que  alimenta  a 
las  aves  del  cielo  y  viste  de  esplendor  los  lirios 
campesinos,  proveía  la  mesa  de  sus  frailes  en- 
tregados a  ejercitarse  en  la  virtud  y  en  practi- 
car el  bien. 

¡Cuántas  veces,  escaseando  el  dinero  para  pa- 
gar a  los  que  suministraban  los  mantenimien- 
tos, los  vestidos,  los  libros  para  los  hermanos, 
vino  el  auxilio  en  la  forma  más  inesperada  y 
ciertamente  providencial! 

No  temía  gastar  algunos  dineros  en  el  esplen- 
dor del  culto,  en  el  ornato  de  la  casa  de  Dios, 
en  promover  la  piedad.  Hizo  levantar  en  el  fon- 
do de  una  avenida  de  cipreses,  que  había  en  el 
huerto  del  convento,  una  grande  y  hermosa 
cruz  de  piedra,  para  que  cuando  los  religiosos 
tomaran  la  recreación,  la  vista  de  la  cruz  con- 
tribuyera a  levantarles  el  espíritu.  Y  como  al- 
guien objetara  que  aquello  era  un  gasto  inútil, 
suntuario,  dada  la  penuria  de  la  casa,  San  Luis 
replicó:  no  es  mucho  gastar  algún  dinero  en  le- 
vantar cruces,  cuando  los  protestantes  gastan 
tanto  en  derribarlas. 

Un  día  faltaba  el  pan  para  la  mesa;  los  frai- 
les eran  muchos;  y  no  había  ni  con  qué  com- 
prarlo ni  cómo,  pues  la  lluvia  caía  a  torrentes. 
Que  toquen  la  campana  para  ir  al  refectorio,  or- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


197 


denó  el  P.  Beltrán.  Padre,  que  no  hay  pan;  me- 
jor sería  esperar  a  la  tarde,  observó  el  hermano 
refectorero.  Que  toquen;  y  vos  poned  en  la  mesa 
lo  que  haya.  Y  los  dos  o  tres  panes  que  el  her- 
mano puso  sobre  las  mesas  desnudas,  bendeci- 
dos por  la  mano  de  San  Luis  se  multiplicaron 
como  los  cinco  panes  de  cebada  se  multiplicaron 
bendecidos  por  la  mano  del  Señor  Jesucristo  pa- 
ra acudir  a  los  hambrientos  y  necesitados. 

De  San  Luis  Beltrán  podríamos  decir  aquello 
que  de  Santa  Teresa  de  Jesús  dijo  uno  de  nues- 
tros máximos  valores  literarios: 

Su  ciencia  humilde  sin  errar  medía 
los  pobres  menesteres  del  convento 
y  las  cosas  de  Dios;  y  su  ardimiento 
y  fortaleza  un  siglo  estremecía. 1 

El  extático,  el  misionero,  el  taumaturgo,  el 
que  no  se  fatigó  bautizando  en  las  faldas  de  la 
Sierra  Nevada,  con  ser  millares  los  neófitos;  ve- 
laba con  paterna  caridad,  con  prudencia  y  soli- 
citud porque  no  faltase  el  pan  en  la  mesa  de  su 
convento,  y  de  milagro  lo  multiplicaba;  porque 
entendieran  muy  bien  sus  religiosos  que  esos  ma- 
teriales favores  vienen  de  añadido,  si  de  veras 
se  busca,  con  tesón  y  sinceridad,  el  reino  de  Dios 
y  su  justicia. 

En  la  primera  parte  de  este  libro,  al  tratar  del 
noviciado  del  P.  Luis  Beltrán  hablamos  de  cómo, 
ordenado  sacerdote,  comenzó  para  él  una  serie 
de  acaecimientos  extraordinarios  que  no  tuvie- 


1  Guillermo  Valencia,  Loe  eiete  doñee. 


198 


ALVAHO  SANCHEZ 


ron  fin  sino  con  su  muerte:  lúcida  intuición  de 
las  almas  y  de  las  conciencias,  el  ver  los  sucesos 
futuros  como  si  fuesen  presentes,  trato  y  comu- 
nicación con  las  almas :  sea  este  el  lugar  de  con 
firmar  lo  dicho  con  algunos  ejemplos. 

Joly  trae  como  ejemplo  de  esa  humano-mila 
grosa  penetración  del  pensamiento,  hechos  cum- 
plidos en  las  vidas  de  Santa  Catalina  de  Sena, 
de  San  Vicente  Ferrer,  de  Santa  Teresa  de  Jesús; 
y  uno,  singularmente  interesante,  tomado  de  la 
vida  de  M.  Olier,  el  venerable  fundador  del  Semi- 
nario de  San  Sulpicio.  No  son  menos  significati- 
vos, ni  menos  edificantes  los  que  encontramos  en 
la  vida  de  San  Luis  Beltrán. 

Asiduo  al  confesionario  como  quien  sabe  que 
una  absolución  vale  tanto  como  la  sangre  pre- 
ciosa de  Cristo,  atendía  con  inalterable  pacien- 
cia a  toda  clase  de  penitentes.  En  repetidas  oca- 
siones, Fray  Luis  puso  de  presente  a  sus  con- 
fesados tal  o  cual  falta  que  por  inadvertencia, 
deficiente  examen  o  quizá,  explicable  temor,  ha- 
bían olvidado.  Este  privilegio,  digámoslo  así,  del 
P.  Beltrán,  le  atraía  innumerables  almas.  Sus 
penitentes  se  retiraban  del  santo  tribunal  con 
la  certeza  de  que  todas  sus  debilidades  y  mise- 
rias morales  habían  quedado  sometidas  al  poder 
de  las  llaves  de  la  iglesia.  Ahora  estoy  en  paz 
con  Dios,  todo  ha  quedado  sometido  al  juicio 
misericordioso  del  sacramento  renovador.  Esa 
lúcida  visión  de  las  conciencias  ajenas  no  era 
simplemente  un  fenómeno  psicológico,  era  a  más 
de  eso,  y  sobre  eso,  una  gracia  de  Dios  ordenada 
a  purificar  las  conciencias  y  a  salvar  las  almas. 

Un  día,  como  disponen  las  constituciones  do- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


199 


minicas,  dos  hermanos  legos  salieron  a  recau- 
dar algunas  limosnas  en  la  ciudad.  Los  acom- 
pañó la  buena  fortuna  y  cobraron,  amén  de  exce- 
lentes vituallas,  numerosos  ducados  de  oro;  tan- 
tos, que  dijeron:  podemos  reservar  algunos  para 
el  día  en  que  los  fieles  no  atiendan  nuestras  pe- 
ticiones, y  las  limosnas  sean  escasas.  Uno  de  los 
hermanos  escondió  un  ducado  entre  la  manga 
del  hábito;  el  otro,  lo  escondió  entre  el  zapato. 
Llegados  a  la  casa,  entregaron  las  limosnas  a 
Fray  Luis.  ¿Me  lo  habéis  dado  todo?  interrogó  el 
Prior.  Todo,  respondieron  los  legos  al  unísono. 
No  decís  la  verdad,  añadió  el  Santo.  Dame,  her- 
mano el  ducado  que  escondes  entre  la  manga  del 
hábito;  y  tú,  el  que  llevas  entre  el  zapato.  Obe- 
decieron los  dos  hermanos,  y  salieron  de  la  cel- 
da del  Prior  harto  cariacontecidos  pues  recibie- 
ron, a  más  de  una  severa  reprensión,  una  buena 
penitencia  para  que  nunca  olvidaran  la  senten- 
cia del  Evangelio:  "Cada  día  tiene  su  propio 
afán  . . .  Buscad  primero  el  reino  de  Dios  y  su 
justicia  y  lo  demás  vendrá  por  añadidura". 


II 


El  Padre  Luis  Beltrán  es  nombrado  Maestro  de 
Novicios  del  Convento.  —  Su  tenor  de  vida.  — 
Los  frutos  de  su  enseñanza.  —  Discípulos 
ilustres  que  modeló  con  su  ejemplo 


Concluido  el  priorato  en  San  Onofre,  tuvo 
Fray  Luis  por  cosa  averiguada,  que  lo  dejarían 
entregarse  por  entero  a  una  vida  de  total  aus- 
teridad y  silencio  cual  siempre  había  sido  su 
deseo;  pero  los  superiores  pensaron  ser  culpable 
descuido  delante  de  Dios  no  aprovechar  las  lu- 
ces, la  experiencia,  las  virtudes  y  ejemplos  del 
P.  Beltrán.  Por  ello  tan  pronto  como  quedó  libre 
del  oficio  de  Prior  le  confiaron  el  delicadísimo 
cometido  de  formar  la  gente  moza,  el  porvenir 
de  la  comunidad  y  le  nombraron  Maestro  de 
Novicios,  cargo  que  antes  de  venir  a  América 
había  ya  desempeñado. 

Presentáronse  a  la  mente,  el  día  que  aceptó  el 
nuevo  oficio,  las  palabras  con  que  San  Pedro 
amonesta  a  los  prelados  acerca  de  qué  suerte 
han  de  dirigir  y  gobernar  la  grey  del  Señor: 
Pascite  qui  in  vobis  est  gregem  Dei,  providentes 
non  coacte,  sed  spontanee  . . .  ñeque  ut  dominan- 
tes in  cleris,  sed  forma  facti  gregis  ex  animo. 
Apacentad  la  grey  de  Dios  puesta  a  vuestro  car- 
go, velando  sobre  ella  no  precisados  por  la  ne- 
cesidad, sino  con  voluntad  que  sea  según  Dios  . . . 


204 


Alvaro  sanchez 


ni  como  quien  quiere  tener  señorío  sobre  el  cle- 
ro, sino  siendo  dechado  de  la  grey  por  el  ejem- 
plo 1.  Debéis  regir  y  gobernar  no  como  suelen  los 
del  mundo,  por  el  imperio,  sino  haciéndoos  ejem- 
plo vivo  vosotros  mismos  para  el  rebaño  que  vais 
a  apacentar.  Y  también  aquellas  de  Cristo,  en 
la  noche  en  que,  durante  la  cena  legal,  se  despi- 
dió de  los  suyos  e  instituyó  la  Pascua  Nueva: 
Ego  sanctifico  mevpsum  ut  et  ipsi  sin  sancticati 
in  vertíate,  santificóme  a  mí  mismo  para  que 
ellos  sean  santificados  en  la  verdad  2.  Y  adviérta- 
se que,  quién  habla  es  la  misma  justicia  por 
esencia,  encubierto  bajo  nuestra  mortalidad. 

Inspirado  en  tales  pensamientos,  impulsado 
por  el  Espíritu  de  Dios,  quiso  que  la  formación 
que  pensaba  dar  a  los  novicios  confiados  a  su 
celo  tuviese,  en  cuanto  la  debilidad  humana  lo 
consiente,  en  la  perfección  de  su  propia  vida 
un  respaldo.  Pues  discurría:  ¿cómo  pedir  obe- 
diencia si  él  no  era  un  superior  ejemplar? 
¿Cómo  exigir  amor  a  la  penitencia,  a  la  pobre- 
za, al  trabajo,  si  él  no  iba  adelante  en  la  auste- 
ridad, en  el  desprendimiento,  en  el  ejercicio  de 
la  propia  abnegación?  ¿De  qué  valdrían  las  más 
hermosas  pláticas  espirituales,  si  los  discípulos 
no  veían  que  el  maestro  las  había  vivido  pri- 
mero? Diose,  pues,  con  el  empeño  que  ponía  en 
todas  sus  obras,  a  conquistar  la  meta  de  la  per- 
fección religiosa. 

Amigo  como  pocos  del  recogimiento,  muchas 
veces  pensó  si  no  sería  mejor  buscarlo  en  los 

1  I  -  San  Pedro.  V  •  2. 

2  San  Juan.  Evangelio  XVII  -  19. 


SAN  LUIS  BELTRAN 


205 


claustros  de  una  cartuja,  sellados  ya  con  miste- 
rioso silencio,  verdaderos  vestíbulos  de  la  eter- 
nidad; asilo  para  su  años  posteros.  Pero  desis- 
tió de  su  empeño  con  la  consideración  de  que 
abandonar  la  Orden  en  que  hasta  ahí  había  vi- 
vido, sería  linaje  de  desagradecimiento,  notoria 
ingratitud  con  el  Patriarca  Santo  Domingo  y 
con  todos  aquellos  auténticos  siervos  de  Dios,  de- 
coro de  la  iglesia  y  dechados  de  perfección  reli- 
giosa, tales  como  Santo  Tomás  de  Aquino,  San 
Vicente  Ferrer  y  tantos  y  tantos  otros  más.  Y 
luego  porque  sus  palabras  en  la  cátedra,  en  las 
conversaciones  particulares,  en  la  instrucción  a 
sus  novicios  aún  podían  hacer  algún  provecho  y 
llevar  a  las  almas  al  amor  y  servicio  del  Sumó 
Bien. 

Entregado  por  completo  a  la  formación  de  los 
jóvenes  candidatos  a  las  órdenes  sagradas  y  á 
la  profesión  del  estado  religioso  según  el  espíri- 
tu de  Santo  Domingo,  apenas  si  salía  de  los 
claustros  conventuales  si  no  era  para  confesar 
en  el  templo  o  para  predicar  en  algún  lugarejo 
vecino;  mas  en  este  caso,  cuidaba  siempre  de  re- 
gresar el  mismo  día  para  que  los  novicios  tuvie- 
ran siempre  a  quien  consultar,  con  quien  acon- 
sejarse, y  no  pensaran  que  el  claustro,  por  un 
momento,  podía  encontrarse  acéfalo  y  desaten- 
dido. Solía  decir,  con  sencillo  gracejo,  que  no 
conviene  al  superior  dejar  muchas  veces  la  casa, 
pues  "cuando  la  clueca  deja  los  huevos  casi  to- 
dos salen  hueros". 

Era  él  sin  duda  el  primero  en  la  observancia 
de  todas  las  reglas  y  prescripciones:  silencio,  la- 
boriosidad, pobreza,  modestia,  olvido  de  sí  mis- 


206 


ALVARO  SANCHEZ 


mo,  penitencia,  caridad,  amor  de  Dios,  caridad 
para  con  el  prójimo. 

Señalada  era  su  devoción  por  la  adorable  Eu- 
caristía. Dichosos  novicios  que  cada  día  veíanle 
ascender  al  altar  y  cumplir  las  ceremonias  sa- 
gradas con  fervor  entrañable.  En  ocasiones  al 
consagrar  la  materia  del  sacrificio,  al  comul- 
gar, al  repartir  entre  sus  discípulos  del  novicia- 
do las  sagradas  especies,  al  descender  del  altar 
convertido  su  pecho  en  sagrario  viviente,  se  le 
iluminaba  el  rostro,  y  se  descubría  en  el  inmen- 
so gozo  y  brillo  de  su  mirada,  en  el  casi  imper- 
ceptible movimiento  de  los  labios,  en  sus  meji- 
llas, de  ordinario  empalidecidas,  arreboladas  en 
esas  circunstancias,  que  un  encendido  amor 
le  quemaba  el  pecho.  Los  misterios,  para  el  co- 
mún de  los  cristianos,  conocidos  sólo  por  la  fe, 
eran  para  él  objeto  de  una  milagrosa  visión  y 
término  de  un  conocimiento  casi  intuitivo;  cuan- 
do para  nosotros  es  la  meta  lejana  de  una  celes- 
te esperanza,  era  ya  para  él  fuente  serena  de 
inefables  fruiciones. 

Gustaba  de  pronunciar,  diríamos,  saboreán- 
dolo, el  nombre  de  Jesús:  el  nombre  de  su  Re- 
dentor, de  su  Amigo,  de  su  Maestro.  Para  El  vi- 
vía, por  El  hubiera  querido  morir  en  la  suma 
victoria  del  martirio.  Impulsó  entre  los  de  casa 
y  fuera  de  ella,  la  cofradía  del  Santo  Nombre  de 
Jesús,  instituida  por  el  P.  Diego  de  Victoria,  en 
reparación  de  las  blasfemias  y  juramentos  con 
los  malos  cristianos  lo  deshonraban  y  afrenta- 
ban: cofradía  ¡aprobada  y  autorizada  por  la 
Santidad  de  Pío  IV  en  1564  y  enriquecida  de 
gracias  y  espirituales  privilegios  por  el  Pontííi- 


SAN  LUIS  BBLTBAN 


207 


ce  Pío  V  en  1571.  Algunos  años  después  el  mis- 
mo Pontífice  dispuso  que,  habida  cuenta  de  ser 
religiosos  dominicos  los  fundadores  de  ella, 
fuesen  siempre  los  Padres  de  la  mencionada  Or- 
den los  directores  de  la  Cofradía  en  toda  la 
tierra. 

Era  también  objeto  de  su  particular  devoción 
la  Virgen  María  a  quien  honraba  recitando  cuo- 
tidianamente el  rosario  completo,  práctica  que 
ahincadamente  recomendaba,  así  por  ser  exce- 
lente forma  de  oración  vocal,  como  por  fomentar 
en  las  almas  la  práctica  de  la  meditación  me- 
diante la  piadosa  memoria  de  los  principales  pa- 
sos y  misterios  de  la  vida  de  Cristo  y  de  su  In- 
maculada Madre. 

Insiste  la  Bula  de  su  canonización  en  hacer- 
nos conocer  de  qué  modo  fue  Fray  Luis,  y  hasta 
qué  punto  era  dado  a  la  oración,  santifícador 
ejercicio  que  no  abandonó  ni  limitó  ni  aún  en 
las  circunstancias  más  difíciles  de  su  vida  mi- 
sionera. 

Como  en  los  días  ya  lejanos  cuando  por  pri- 
mera vez  fuera  Maestro  de  Novicios,  como  antes 
de  marchar  a  la  Nueva  Granada,  hacía  diaria-  a 
mente  cuatro  horas  de  oración  mental. 

Bien  puede  sonar  a  exageración,  en  este  nues- 
tro siglo  de  necia  superficialidad,  la  noticia  de 
sus  cuatro  horas  de  oración;  y  habrá  también 
quien,  admitiéndola  por  histórica  y  exacta,  lla- 
me tiempo  perdido  el  pasado  en  pensar  y  contem- 
plar en  quietud  las  verdades  reveladas:  ejerci- 
cio pasivo,  sin  trascendencia,  sin  provecho,  pu- 
diendo  haberlo  empleado  en  dictar  eruditas  con- 
ferencias a  los  novicios,  en  ejercitarlos  en  el  co- 


208 


ALVARO  SANCHEZ 


nocimiento  de  las  obras  clásicas;  en  iniciarlos 
en  una  vida  de  verdadero  apostolado,  en  procu- 
rar hacerlos  más  prácticos.  ¡Quién  sabe  si  el  pa- 
sar tanto  tiempo  en  tranquila  contemplación  no 
es  una  forma  de  velado  egoísmo! 

Tal  pueden  discurrir  gentes  que,  ganadas  por 
el  medio  ambiente  de  la  hora,  no  comprenden, 
no  pueden  comprender  el  humano  y  divino  pre- 
cio del  acto  de  pensar.  Hemos  olvidado,  y  sin  du- 
da ahí  está  la  clave  de  la  actual  decadencia  en 
el  orden  ético  y  estético,  que  lo  específicamente 
humano  es  pensar.  No  citemos  ni  palabras  de 
Santos  Padres,  pues  su  copia  es  inmensa,  ni  en- 
señanzas de  ascetas:  recordemos  algunas  de  un 
filósofo  gentil  y  traigamos  a  la  memoria  el  axio- 
ma pascaliano.  Aristóteles  en  su  Etica  a  Nicó- 
maco,  después  de  analizar  el  concepto  de  felici- 
dad y  cómo  ella  debe  brotar  del  acto  que  más 
;>e  acerque  al  que  es  propio  de  su  primer  princi- 
pio, concluye:  Así,  pues,  el  acto  de  Dios,  que  su- 
pera en  felicidad  a  todos  los  demás  es  puramente 
contemplativo :  y  de  los  actos  humanos  el  que  se 
aproxima  más  íntimamente  a  éste  es  también 
;  un  acto  que  proporciona  mayor  grado  de  feli- 

cidad K 

"Tan  lejos  como  va  la  contemplación  otro  tan- 
to avanza  la  felicidad;  y  los  seres  más  capaces  de 
reflexionar  y  de  contemplar  son  igualmente  los 
más  dichosos,  no  indirectamente  sino  por  efecto 
de  la  contemplación  misma  que  tiene  en  sí  un 

1  Quocirca  dei  muneris  fundió  ta  quea  beatitudine  cmtecellit. 
ín  contemplárteme  consistere  reperietur.  Ergo  et  humanorum  iunctio- 
nura  ut  trueque  huic  simillima  est,  ¡ta  ad  beatam  vilam  eonstituendam 
plurlmum  toJ*».  Aristóteles,  Ethicorum  X  -  VIII. 


SAN  LUIS  BELTBAN 


209 


precio  infinito;  y  en  fin,  en  conclusión  la  feli- 
cidad puede  ser  considerada  como  una  especie  de 
contemplación"  l. 

Advierte  Aristóteles  cuantas  actividades  nos 
son  comunes  con  los  animales,  y  señala  el  pen- 
sar como  aquella  que  con  ningún  otro  ser  vivo 
compartimos.  Dirá  alguno  que  más  propio  y 
esencialmente  humano  es  el  ejercicio  de  la  li- 
bertad :  mas  no  olvidemos  que  ni  siquiera  se  po- 
dría hablar  de  libertad  si  no  hubiera  primero  de- 
liberación, vale  decir  ejercicio  del  pensamiento, 
conocimiento  y  discución  de  los  bienes  que  ha- 
yan de  ser  objeto  de  la  libre  elección. 

Pensar:  he  ahí  la  diadema  y  cetro  del  hombre. 
El  hombre,  dijo  Pascal,  es  una  caña,  pero  una 
caña  que  piensa.  Recogió  el  gran  geómetra  la 
doctrina  aristotélica  y  exaltó  el  pensamiento,  y 
reconoció  en  él  nota  distintiva  de  la  criatura  hu- 
mana. ¿Podrá  decirse  entonces  que  es  tiempo 
mal  empleado  el  que  se  gaste  en  hacer  aquello 
que  es  más  específicamente  nuestro?  ¿Y  no  será 
la  causa  del  universal  desquiciamiento,  tétrico 
signo  de  la  hora,  que  alguno  llamó  "veinticinco", 
como  para  indicar  que  es  hora  de  excepcionales 
pruebas  y  problemas,  el  que  se  están  cumplien- 
do las  palabras  de  la  Escritura:  La  tierra  está 
desolada  con  desolación  porque  no  hay  quien 
medite  en  su  corazón.  Desolaticme  desoíate,  est 
térra  quia  nemo  est  qui  recogitet  corde. 

1  Quam  longe  igitur  lateque  iunditur  contemplado,  tcun  lonqe  est 
keatirudo:  et  in  quibus  magia  inest  contemplandi  assiduitas.  ii  sunt  et 
beatiores:  ñeque  id  ex  erentu.  sed  ex  contemplatione.  Ea  enim  por 
se  magnii  pretii  est  magno  que  honor  decorando.  Itaqu  beatitudo 
•ril  contemplado  quaedam.  Aristóteles.  Ethicoium.  X  -  VIH. 


210 


ALVARO  SANCHEZ 


De  la  hondura  del  pensamiento  brota  la  acción 
ordenada  y  triunfante.  Las  artes  agonizan,  se 
debaten  en  una  búsqueda  de  rutas  nuevas  tan 
angustiosa  como  estéril,  porque  los  jóvenes  ar- 
tistas no  tienen  nada  que  decir;  porque  aún  no 
han  descubierto  en  su  propio  interior  un  mensa- 
je nuevo  y  digno  que  comunicar,  dado  que  están 
ayunos  de  un  contenido  espiritual,  en  suma,  por- 
que el  hombre  de  nuestros  días  no  piensa.  Los 
hombres  de  letras,  no  crean  como  los  que  les  pre- 
cedieron; imaginan  que  lo  novedoso  y  lo  fuerte 
está  en  contorcionar  el  idioma,  y  la  causa  de 
esa  esterilidad,  de  esa  intrascendencia  de  sus 
obras  no  es  otra  sino  la  ausencia  de  pensamien- 
to. Y  así  podríamos  discurrir  por  todas  las  acti- 
vidades libres  de  la  vida  humana  para  compro- 
bar el  mismo  lastimoso  fenómeno.  La  tierra  está 
desolada  con  desolación  porque  los  hombres  no 
piensan,  continúan  siendo  una  caña  que  la  más 
insignificante  ventolina  descuaja,  pero  han  de- 
jado voluntariamente  de  ser  el  junco  que,  por 
ser  pensante,  se  erguía  para  vencer  al  huracán. 

Las  instituciones  sociales  y  políticas  ensayan 
de  continuo  nuevas  soluciones  a  los  problemas 
en  que,  como  hacia  un  desfiladero  sin  salida  rá- 
pidamente se  precipitan;  y  no  los  hallan  porque 
hoy  no  se  piensa,  se  calcula,  que  no  es  exacta- 
mente lo  mismo.  Pensar  es  ascender  a  la  causa; 
calcular  es  buscar  el  interés;  pensar  es,  partien- 
do de  los  principios,  hilar  razones  para  llegar  a 
los  términos,  calcular  es  mirar  a  los  provechos; 
pensar  es  actividad  humana,  calcular  es  tam- 
bién trabajo  de  hormigas. 

La  filosofía  de  moda,  si  es  lícito  llamar  así  una 


SAN  LUIS  BELTRAJJ 


211 


actividad  antihumana,  corresponde  justamente 
a  esa  miseranda  actitud  de  calculista  interesa- 
da de  la  humanidad  de  nuestros  días;  existen- 
cialismos,  fenomenologismos!  ¿Qué  son  en  el 
fondo  sino  un  empeño  por  cargar  el  acento  so- 
bre lo  momentáneo,  lo  accidental,  lo  transitorio, 
para  librarse  de  la  pesadilla  de  inquirir  las  cau- 
sas y  tender  a  lo  absoluto?  Lo  meramente  feno- 
ménico nos  es  común  hasta  con  el  mundo  de  lo 
inanimado:  creerlo  nuestra  única  herencia  es 
renunciar  a  ser  hombres.  Lo  absoluto,  lo  que  no 
muda,  lo  que  es  por  esencia,  he  aquí  nuestra  he- 
redad y  nuestro  reino  al  cual  nos  acercamos  por 
el  vuelo  del  pensamiento. 

Esta  filosofía  de  nuevo  cuño  cree  valorar  al 
mundo  y  no  hace  sino  empequeñecerlo  todavía 
más;  quisiera  reducir  al  hombre  a  la  categoría 
de  una  frágil  espuma  que  flota  un  instante  so- 
bre la  corriente  del  río,  y  se  deshace  luego  y  des- 
aparece. Si  la  espuma  del  torrente  tuviera  con- 
ciencia de  sí  misma,  viviría  los  breves  instantes 
que  le  son  dados  por  existencia,  en  una  desola- 
dora angustia :  así"  el  hombre  de  hoy,  flota  entre 
la  nada  que  fue  y  la  nada  que  será.  Mas,  demos 
al  hombre  su  valor,  advirtamos  que  el  pensar  es 
acto  del  espíritu  y  por  ende  índice  de  una  exis- 
tencia que  perdura;  y  entonces  las  cosas  menu- 
das e  insignificantes  de  nuestra  vida,  como  nues- 
tra misma  vida  presente,  cobrarán  sentido:  la 
vida  y  nuestros  actos,  y  los  seres  que  nos  ro- 
dean, ocasiones  son  de  atesorar  para  la  eterni- 
dad. La  sucesión  de  actos  libres  no  son  burbu- 
jas que  se  revientan  y  pasan;  son  las  pinceladas 
del  artista,  que  modelan  para  el  futuro  una  fiso- 


212 


ALVARO  SANCHEZ 


nomía  moral,  son  los  pasos  con  que  nos  acerca- 
mos a  la  fuente  misma  de  la  vida,  al  arcano  de 
la  eternidad. 

La  historia  nos  dice  que  los  caracteres  de  ma- 
yor y  más  durable  influencia  en  todos  los  órde- 
nes de  la  vida  fueron  de  ordinario  grandes  con- 
templativos, sumergidos  en  la  hondura  de  su 
vida  interior,  gentes  de  pensamiento:  caudillos, 
escritores,  artistas,  creadores,  conductores  de 
pueblos,  vivieron  del  culto  a  un  ideal,  vale  decir : 
vivían  y  hacían  vivir  la  vida  de  su  pensamiento. 

Cuatro  horas  de  fijar  los  ojos  del  alma  en  la, 
maravilla  de  los  bienes  supremos;  cuatro  horas 
de  detener  el  pensamiento,  acto  humano  por  ex- 
celencia, en  la  verdad  de  Dios,  cómo  enriquece- 
rían la  mente  y  la  palabra  del  Maestro  de  No- 
vicios, que  había  hecho  ese  mismo  ejercicio  du- 
rante varios  años,  no  en  el  silencio  de  la  celda, 
sino  en  el  silencio  de  los  bosques,  bajo  el  cielo 
sembrado  de  estrellas,  procurando  que  la  voz  de 
su  pensamiento  interpretara  la  muda  adoración 
de  la  naturaleza  a  su  Creador  Omnipotente. 

Qué  densidad  de  doctrina  tendría  cada  pala- 
bra de  San  Luis  cuando  hablaba  a  sus  novicios, 
dado  que  brotaba  no  muerta  de  sus  labios,  no 
simplemente  aprendida  en  los  libros,  sino  viva 
y  quemante,  ardida  en  la  fragua  de  la  contem- 
plación, fecunda  y  ceñida  de  espiritual  belleza 
como  aprendida  en  el  mismo  corazón  de  Dios. 

La  prueba  de  su  ascendiente  sobre  las  almas 
en  la  tarea  de  formar  novicios,  ascendiente  lo 
grado  oor  la  intensidad  de  su  vida  interior,  la  te- 
nemos ¿n  la  calidad  de  discípulos  que  formó,  va- 
rones de  sorprendente  perfección  religiosa.  Cite- 


SAN  LUIS  BELTRAK 


213 


mos  dos  siquiera:  El  Padre  Bartolomé  Pavía,  va- 
lenciano, como  Fray  Luis,  eximio  teólogo,  gran 
conocedor  de  la  doctrina  de  Santo  Tomás,  y  va- 
rón tan  religioso  e  inocente  que  parecía  se  hu- 
biesen extinguido  en  él  las  miserias  humanas, 
según  cuenta  el  P.  Justiniano  Antist :  "Dios  mis- 
mo es  testigo,  escribe,  que,  con  haberle  tratado 
mucho,  jamás  vi  en  él  cosa  que  me  pareciese  pe- 
cado venial;  y,  más  adelante  añade:  este  reli- 
gioso estaba  tan  encendido  en  el  amor  de  Dios, 
que  no  se  contentaba  con  pensar  en  Dios  en  el 
coro  y  en  el  refectorio  y  andando  por  el  conven- 
to, sino  que  escribiendo  las  lecciones  de  filosofía 
escolástica  que  había  de  leer  a  sus  discípulos, 
siempre  hablaba  con  Jesucristo,  aun  cuando  ta- 
les lecciones  trataran  de  materias  muy  especu- 
lativas y  secas".  Y  el  Padre  Francisco  Fernandez 
a  quien  el  Cardenal  Gaspar  Cervantes,  Arzobis- 
po de  Tarragona,  cuando  determinó  fundar  su 
universidad,  exigió  junto  con  otros  Padres  do- 
minicos, formados  por  San  Luis  Beltrán,  para 
ocupar  las  cátedras  más  difíciles  e  importantes 
de  las  ciencias  sagradas. 

Su  bien  ganado  renombre  de  formador  de  re- 
ligiosos hizo  que  Padres  graves  y  muy  doctos  de 
otras  familias  religiosas  vinieran  a  verlo  y  a 
consultarlo  y  a  tomar  sus  consejos.  La  misma 
extática  Doctora  Santa  Teresa  de  Jesús,  se  diri- 
gió a  él  en  demanda  de  su  parecer  en  cierto  ne- 
gocio importante.  Se  conserva  la  carta  de  San 
Luis  Beltrán  en  que  da  respuesta  a  la  egregia 
Reformadora  del  Carmelo. 

Severo  consigo  mismo,  penetrado  de  las  res- 
ponsabilidades anejas  a  su  cargo,  persuadido  del 


214 


ALVARO  SANCHEZ 


valor  que  para  la  formación  espiritual,  tiene  la 
exacta  observancia  de  las  reglas  y  constitucio- 
nes conventuales,  exigía  mucho  a  sus  discípulos. 
Sabía  distinguir  cuando  una  falta  nacía  de  de- 
bilidad y  humana  flaqueza,  y  cuando  de  culpa- 
ble negligencia:  en  el  segundo  caso,  así  fuera 
pequeña  la  infracción  cometida,  la  castigaba_con 
severidad.  Un  quebrar  el  silencio,  la  poca  aten- 
ción y  empeño  en  el  servicio  divino,  en  el  orden 
que  debía  guardarse  en  el  coro,  costaban  al  novi- 
cio una  muy  cumplida  disciplina.  Acostumbraba 
decir  que  no  quería  ser  responsable  de  la  relaja- 
ción nacida  por  no  haber  castigado  a  tiempo.  So- 
bre la  puerta  de  su  celda  hizo  escribir  esta  frase 
de  San  Pablo:  Si  hominibus  placeré,  Christi  ser- 
vus  non  esse.  Si  me  preocupara  por  agradar  a  los 
hombres  no  sería  siervo  de  Cristo. 

En  cierta  ocasión  llegó  a  sus  manos  una  carta 
dirigida  por  personas  de  condición  muy  califi- 
cada a  un  cierto  novicio,  y  en  la  cual  le  decían 
que  se  saliera  del  convento,  pues  de  no  hacerlo 
no  podría  heredar  no  sé  qué  título  nobiliario  con 
las  haciendas  y  rentas  correspondientes.  Al  sa- 
berlo algunos  padres  interesados  en  conservar  al 
novicio  por  la  influencia  provechosa  que  la  pre- 
sencia de  una  persona  de  alto  linaje  podría  traer 
a  la  comunidad,  le  rogaron  a  Fray  Luis  que  no 
entregara  la  carta  al  novicio,  por  temor  de  que 
atraído  por  el  halago  del  título  y  de  los  bienes 
de  fortuna,  fuera  infiel  a  su  vocación.  Mas  Fray 
Luis,  atento  sólo  a  las  condiciones  y  disposicio- 
nes espirituales  del  candidato  que  no  a  las  ven- 
tajas de  la  sangre,  se  expresó  con  cruda  claridad: 
Entréguese  la  carta;  si  es  su  voluntad,  que  deje 


SAN  LUIS  BELTRAN 


215 


el  hábito,  y  que  tenga  presente  que,  de  quedarse 
en  el  convento  es  por  cuanto  así  lo  ha  querido 
y  determinado  de  su  propio  y  libre  parecer,  no 
sea  que  más  tarde  esté  descontento  de  la  Orden. 

Bendecían  a  Dios  los  Padres  y  Hermanos  por 
haberles  enviado  tan  Santo  Maestro;  y  tanto  se 
regocijaban  de  tenerlo  como  dechado  y  modelo 
que  no  bien  se  acercó  el  fin  de  su  cargo  como 
Maestro  de  Novicios,  cuando  ya  pensaban  en  su 
elección  para  Prior  del  Convento  de  Valencia. 


III 


Es  elegido  Prior  del  Convento  de  Valencia.  — 
Su  prudencia  y  caridad 


I 


Elegido  y  confirmado  Prior,  al  entrar  al  con- 
vento fuese  a  la  celda,  que  en  otro  tiempo  había 
ocupado  San  Vicente  Ferrer,  transformada  ya 
en  oratorio,  y  postrándose  delante  de  la  imagen 
del  incomparable  predicador  de  las  verdades 
eternas,  con  gran  fervor  de  espíritu  le  dirigió  es- 
ta oración:  "Padre  Santo  Vicente:  a  mí  me  han 
hecho  prior  de  esta  casa  sin  merecerlo,  habiendo 
en  ella  personas  muy  religiosas  y  santas.  Desde 
ahora  renuncio  al  priorato  en  vuestra  cabeza. 
Sed  vos  el  prior,  y  mandad  y  regid  a  vuestro  mo- 
do, que  yo  seré  el  subprior  y  regiré  según  vues- 
tras órdenes".  Cosió  su  rostro  a  la  tierra  y  estu- 
vo meditando  un  buen  espacio  de  tiempo.  Y 
aconteció,  tal  fue  la  tradición  que  se  conservó  en 
el  convento,  que  la  estatua  de  San  Vicente  vino 
a  animarse,  y  descendió  de  su  pedestal,  habló  a 
Frya  Luis  y  le  hizo  levantarse  y  le  echó  sus  bra- 
zos como  para  darle  el  parabién.  ¿Cómo  llegó  a 
tenerse  noticia  de  este  extraordinario  sucedido? 
Antist  nos  lo  cuenta.  Transcribimos  sus  propias 
palabras:  "Mucho  después,  estando  enfermo  de 
la  enfermedad  de  que  murió,  dos  hermanos,  el 


220 


ALVARO  SANCHEZ 


uno  del  coro  y  el  otro  lego,  se  concertaron  de  sa  - 
berlo muy  de  propósito.  Y  así  fueron  a  la  cama 
donde  estaba,  y  pusiéronse  a  hablar  con  él  de 
oración  y  recogimiento,  y  otras  cosas  así,  y  cuan- 
do vieron  la  ocasión  dijo  el  uno:  Padre,  ¿es  ver- 
dad que  hay  en  esta  casa  un  fraile  que  quiso 
besar  las  manos  a  San  Vicente  Ferrer,  y  él  lo 
abrazó?  Respondió  él:  verdad  es.  De  ahí  a  un 
rato,  dijo  el  otro:  Y  aún  dicen  que  es  vuestra  Re- 
verencia. El,  abajando  un  poco  la  cabeza,  respon- 
dió: ¿Qué  pensáis  de  eso?  También  Dios  habló 
por  el  asno  de  Balaam  sin  tener  merecimiento 
alguno". 

A  medida' que  el  Santo  adelantaba  en  años  y 
en  vida  interior,  estas  comunicaciones  sobrena- 
turales hiciéronse  más  frecuentes,  y,  si  cabe,  más 
extraordinarias.  Era  el  Padre  Beltrán  grande 
amigo  del  oidor  Pedro  Salcedo  a  cuyo  cargo  co- 
rría el  cuidado  de  las  cárceles;  y  así  muchas  ve- 
ces el  compasivo  religioso  acudía  a  visitarlo  para 
pedirle  en  pro  de  los  sentenciados.  Una  tarde, 
oídas  las  peticiones  del  Santo,  y  empeñada  la 
palabra  del  oidor,  que  favorecería,  en  cuanto  de- 
pendiese de  su  poder,  a  los  pobres  sentenciados; 
como  se  avecinase  la  fiesta  de  San  Francisco, 
cambiaron  el  tema  de  la  conversación.  Fray  Luis 
contó  un  hecho  acaecido  en  su  convento,  no  mu- 
chos años  hacía. 

Y  fue  el  caso  que  saliendo  los  religiosos  de  can- 
tar Maitines,  uno  de  ellos  tropezó  en  el  claustro 
con  San  Francisco  y  Santo  Domingo,  y  habién- 
dose arrojado  a  los  pies  de  los  dos  bienaventura- 
dos, mientras  el  de  Asís  le  ponía  las  manos  sobre 
la  cabeza,  el  Patriarca  de  los  Predicadores  le  de- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


221 


cía  consoladoras  palabras,  preciosas  prendas  de 
su  eterna  salvación. 

Refería  San  Luis  el  dichoso  acaecimiento  con 
tan  extraña  viveza  que  bien  entendió  el  Oidor 
Salcedo  haber  sido  su  visitante  el  favorecido  por 
ol  milagroso  encuentro.  ¿Cómo,  le  dijo  con  tan 
especiales  consuelos,  andáis  de  ordinario,  Padre 
Beltrán,  tan  triste?  Por  eso  mismo  replicó  Fray 
Luis,  como  si  le  dijera,  porque  se  dilata  el  tiem- 
po de  mi  peregrinación.  Porque  quisiera  estar  ya, 
con  ellos  adorando  y  alabando  a  aquél  que  por 
nosotros  murió,  y  por  cuyos  méritos  y  misericor- 
dia espero  llegar  a  su  reino. 

Meses  después,  y  ante  la  piadosa  curiosidad 
del  Oidor,  Fray  Luis  le  declaró  ser  verdad  que  el 
Patriarca  de  los  Menores  y  el  de  los  Predicado- 
res le  habían  hablado,  y  añadió:  "tengo  de  deci- 
ros que  los  vi  así  como  os  veo  a  vos",  recibí  su 
bendición  y  muchos  consuelos  y  esperanzas. 

Dos  intentos  se  propuso  realizar  San  Luis  en 
el  tiempo  de  su  priorato:  el  primero,  que  las  re- 
glas y  constituciones  de  la  Orden  se  guardasen 
con  perfecta  fidelidad;  lo  segundo,  que  los  Pa- 
dres sometidos  a  su  obediencia  estuviesen  muy 
bien  tratados  y  atendidos,  pues  si  mucho  traba- 
jaban, ya  en  la  predicación,  ya  en  el  confesiona- 
rio, ya  dictando  lecciones  en  la  Universidad,  era 
de  justicia  que  en  las  cosas  materiales,  y  sin 
faltar  a  la  santa  pobreza,  tuviesen  cuanto  les 
era  necesario. 

Mirando  a  la  exacta  observancia,  escogía  con 
sumo  cuidado  a  los  religiosos  que  había  de  asig- 
nar para  los  diversos  cargos  y  oficios  del  con- 
vento, como  subprior,  vicario,  maestro  de  novi 


222 


ALVARO  SANCHEZ 


cios,  etc.,  y  les  pedía,  con  diligente  cuidado,  cuen 
ta  exacta  acerca  de  la  manera  cómo  los  desem- 
peñaban. Si  veía  que  no  andaban  tan  acuciosos 
como  fuera  su  deseo,  y  según  entendía  que  era 
menester  cumplirlos,  retiraba  al  descuidado  en 
seguida,  así  hiciera  pocos  días  que  lo  hubiese 
designado. 

No  era  menor  su  empeño  en  que  no  faltara  !o 
indispensable  a  sus  religiosos:  visitaba  las  de- 
pendencias de  la  casa,  todo  lo  veía  y  a  todo  aten- 
día como  un  verdadero  padre  de  la  familia,  que 
descansaba  en  sus  desvelos. 

Su  caridad  para  con  las  gentes  menesterosas 
que  acudían  cada  semana  a  la  portería  del  con- 
vento, no  conocía  límites.  Al  año  siguiente  de 
haberse  posesionado  del  priorato,  perdiéronse  las 
cosechas  en  muchos  huertos  de  Valencia;  y  la 
población  viose  acosada  por  el  hambre.  Las  mis- 
mas familias  adineradas  sufrieron  estrecheces, 
cuántas  serían  las  pasadas  por  las  que  vivían 
del  diario  jornal!  Cuántas  las  de  los  que  no  te- 
nían otro  amparo  que  la  caridad!  En  tan  difíci- 
les circunstancias,  el  P.  M.  Fray  Luis  fue  para 
todos  visible  providencia. 

Era  el  P.  Domingo  Amador  el  encargado  de 
distribuir  las  limosnas:  persona  prudente,  cui- 
daba de  repartir  los  no  muy  abundantes  ingre- 
sos de  la  comunidad,  entre  las  necesidades  de  la 
casa  y  las  múltiples  de  los  pobres,  que  lo  espe- 
raban todo  de  la  bondad  de  Fray  Luis.  Padre, 
le  solía  decir  Fray  Domingo,  que  todo  se  va  a 
acabar,  que  no  alcanzará  el  trigo  para  la  sema- 
na, que  no  habrá  para  leña  en  el  invierno . . . 
Despreocúpese,  V.  'Reverencia,  respondía  San 


SAN  LUIS  BEITHAN 


223 


Luis.  El  que  provee  de  sustento  a  las  aves  del 
cielo,  velará  por  sus  frailes. 

Su  magnífica  liberalidad  no  empobrecía  el 
convento.  En  mayo  de  1576  celebróse  en  el  claus- 
tro que  regía,  un  Capítulo  Provincial.  Muchos 
fueron  los  Padres  que  acudieron  a  él;  y,  por  lo 
tanto,  muchos  los  gastos  para  atenderlos  debi- 
damente. De  inesperada  manera  llegaron  al  Con- 
vento buenas  limosnas,  bastantes  a  proveer  a 
todo,  de  suerte  que  cuantos  sabían  de  las  largue- 
zas del  Santo  Superior,  por  una  parte  admira- 
ban cómo  la  generosidad  para  con  los  pobres 
gana  la  simpatía  de  las  gentes;  y  de  otra,  cuan 
admirablemente  recompensa  el  Señor  Jesucristo 
a  cuantos  creen  firmemente  y  descansan  en 
aquella  sentencia  evangélica  y  proceden  confor- 
me a  ella:  "En  verdad,  en  verdad  os  digo  que 
el  vaso  de  agua  dado  al  pobre  en  mi  Nombre  no 
quedará  sin  recompensa".  Y  aquella  otra:  "Se 
os  dará  una  buena  medida,  apretada  y  bien  col- 
mada hasta  que  se  derrame". 

El  pasar  de  los  años  es  como  una  curva  ascen- 
dente, suavemente  iluminada  y  cargada  de  un 
saber  no  aprendido  en  los  libros,  si  la  gracia  de 
Dios  y  su  ultraterrena  y  penetrante  luz  la  asis- 
te y  acompaña.  Vase  acostumbrando  el  hombre 
a  una  serena  y  justa  revaluación  de  los  hechos, 
de  las  personas  y  de  las  cosas.  Podría  pensarse 
en  una  exacta  claridad  que  da  a  todo  su  relieve 
y  tamaño.  Hay  en  la  juventud  una  desmesurada 
perspectiva  que  equivoca  las  proporciones  y  fal- 
sea los  juicios.  En  la  madurez,  pasada  la  línea 
de  los  cincuenta  años,  en  las  proximidades  de 
la  senectud,  el  hecho  de  habérsenos  huido  de 


224 


ALVARO  SANCHEZ 


entre  las  manos  el  hilo  de  los  años,  nos  aleccio- 
na acerca  de  lo  limitado  y  pequeño  de  cuanto 
está  condicionado  por  el  tiempo,  y  sobre  el  apre- 
cio sumo  que  merecen  los  bienes  de  la  eternidad. 
Por  eso  al  hombre  entrado  ya  en  la  madurez  de 
los  años,  y  que  a  la  voz  de  la  experiencia  añade 
las  preciosísimas  lecciones  de  la  divina  experien- 
cia de  la  fe,  nada  le  deslumbra,  ni  a  nada  teme, 
ni  cosa  alguna  le  sobresalta:  sabe  que  todo  pasa, 
y  que  lo  bueno,  lo  en  verdad  apetecible,  la  ver- 
dadera sabiduría,  sólo  se  encuentra  en  Dios. 

Andaba  por  el  segundo  año  de  su  priorato,  y 
en  el  51  de  su  edad,  cuando  un  religioso,  no  dice 
Antist  a  qué  comunidad  hubiera  pertenecido,  vi- 
no a  Fray  Luis  para  hacerle  una  solicitud,  una 
gentil  invitación :  quería  que  le  oyera  predicar,  y 
que  luego,  con  toda  libertad,  le  diera  su  parecer. 
Sin  duda  el  sacerdote,  era  hombre  de  muchas  le- 
tras, versado  en  la  sagrada  teología,  en  las  dis- 
ciplinas filosóficas,  bella  literatura  y  conoci- 
miento de  los  Santos  Padres.  Es  de  presumirse  el 
esmero  con  que  prepararía  el  sermón,  buscando 
la  definitiva  aprobación,  el  aplauso  de  una  per- 
sona tan  conocida  y  admirada  por  su  virtud  co- 
mo el  P.  M.  Fray  Luis  Beltrán;  pensaría  también 
que  la  aprobación  y  aplauso  del  Prior  del  Con- 
vento de  Valencia  sería  el  punto  de  partida  para 
pretender  las  más  altas  dignidades  eclesiásticas. 

El  Santo,  caritativo  y  bondadoso,  acudió  a  la 
festividad  religiosa  en  que  iba  a  predicar  el 
gran  letrado.  San  Luis  siguió  con  sostenida  aten, 
ción  el  prolijo  discurso,  sembrado  de  flores  retó- 
ricas, rico  de  erudición,  compuesto  conforme  a 
todas  las  reglas  que  Cicerón  señala  en  sus  Tó 


SAN  LUIS  BELTHAN 


225 


picos  Oratorios;  pero  huérfano  de  verdadero  es- 
píritu cristiano,  frío  como  el  mármol,  sin  un 
adarme  de  unción  bebida  a  los  pies  del  que  mu- 
rió por  el  hombre  y  pide  ser  predicado  y  ense- 
ñado con  sencillez  y  con  amor. 

Concluido  el  sermón,  y  también  los  parabienes 
de  los  muchos  sacerdotes  y  religiosos  que  lo  es- 
cucharon, preguntó  el  orador  a  Fray  Luis,  ¿y 
qué  piensa  V.  Reverencia  de  mi  sermón?  Y  el 
Santo  con  esa  libertad  que  da  la  fe  y  deja  la  ex- 
periencia de  la  vida,  le  respondió:  Bien  predi- 
cáis, pero  tenéis  mucha  presunción  y  muy  poca 
humildad. 

No  supo  aprovechar  el  predicador  la  lección. 
Se  retiró  mohíno  pensando  para  sí  que  a  un  re- 
ligioso venido  de  las  selvas  americanas  se  le  al- 
canzaba muy  poco  de  las  finuras  y  exquisiteces 
del  verdadero  arte  oratorio. 

De  ahí  a  poco  el  religioso  resolvió  viajar  a 
Italia.  Roma  lo  esperaba  para  recompensarlo, 
quizá  no  según  sus  méritos,  pero  sí  según  sus 
esperanzas.  Súpolo  Fray  Luis  que,  impulsado 
por  su  espíritu  profético  y  animado  por  su  sin- 
cera caridad,  no  le  aconsejó  sino  que  le  suplicó 
no  emprendiera  ese  viaje,  pues  sería  para  su  da- 
ño. Pero  quien  tan  mal  había  recibido  una  opi- 
nión de  antemano  solicitada,  mal  podía  escu- 
char un  consejo  no  pedido. 

Emprendió  el  viaje;  y  ya  en  Roma,  concibió 
grandes  esperanzas  para  el  futuro.  Hallábase  por 
entonces  en  dicha  ciudad  el  doctor  José  Esteban, 
Canónigo  de  la  Catedral  de  Segorbe  y  gran  ad- 
mirador de  Fray  Luis  Beltrán.  Como  en  alguna 
ocasión  el  docto  Capitular  alabara  sin  reserva 


22o 


ALV ABO  SANCHEZ 


al  misionero  dominicano,  en  presencia  del  falli- 
do orador,  éste  habló  con  resentimiento  para 
decir:  el  tal  Fray  Luis  es  un  pobre  loco  y  teme- 
rario que  quiso  oponerse  a  mi  viaje  a  Roma,  di- 
ciéndome  que  sería  para  mi  mal.  Quédese  él  en 
Valencia,  entregado  a  sus  penitencias,  ocúpese  de 
sus  frailes,  que  yo  no  tengo  de  parar  sino  hasta 
que  me  vea  obispo  o  con  un  bonete  doctoral  co- 
mo el  vuestro.  Las  palabras  proféticas  de  San 
Luis  se  cumplieron.  Bien  pronto  los  hechos  hi- 
cieron ver  cuánta  razón  había  en  los  dictáme- 
nes dados  por  su  prudente  experiencia.  Nuestro 
orador,  cansado  de  esperar  en  Roma,  partió  pa- 
ra Hungría.  Las  tentaciones  que  dondequiera  y 
a  toda  hora  pueden  sorprender  al  hombre,  le 
tendieron  unos  tan  cautivadores  lazos,  que  se  ol- 
vidó de  todo  y  dejó  los  hábitos  eclesiásticos.  Vi- 
vió hasta  el  fin  vida  lastimosa  de  miserias  mo- 
rales; y  en  ello  vinieron  a  parar  el  bonete  docto- 
ral y  el  episcopado. 

Está  bien  que  en  esta  sazón  digamos  el  cono- 
cimiento claro  que  tuvo  del  porvenir  de  tres  jó- 
venes religiosos  venidos  a  Valencia  con  el  propó- 
sito de  conferir  con  el  Santo  sus  problemas  espi- 
rituales. Llegado  que  hubieron  a  la  ciudad,  dos 
de  ellos  fuéronse  al  Convento  de  San  Onofre;  el 
tercero  determinó  quedarse  en  una  posada. 

Fray  Luis  los  recibió  con  sencilla  cordialidad. 
Una  vez  que  le  manifestaron  sus  cuidados,  el 
Santo  se  retiró  a  orar  durante  un  buen  espacio 
de  tiempo,  a  la  celda  de  San  Vicente  Ferrer.  Con- 
cluida la  oración,  hizo  sentar  a  sus  visitantes 
uno  a  su  derecha,  a  la  izquierda  el  otro  y  los  in- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


227 


terrogó  diciendo:  ¿Vinisteis  tres  a  Valencia? 
¿Dónde  está  vuestro  compañero?  Quedóse  en  la 
posada,  pues  no  quiso  venir  con  nosotros.  De  la- 
mentar es,  respondió  Fray  Luis.  Bien  quisiera 
que  tuvieseis  tinta  y  papel  a  la  mano  para  es- 
cribir lo  que  tengo  de  deciros: 

Veo  un  árbol  con  tres  ramos:  el  uno  por  más 
que  lo  rieguen  no  dará  fruto,  y  así  lo  cortarán, 
y  lo  meterán  en  un  lugar  encerrado.  El  segundo 
dará  fruto,  pero  áspero,  y  así  será  presto  corta- 
do; paréceme  que  lo  veo  ya  puesto  en  la  sepul- 
tura. El  tercero  dará  un  fruto  suave  y  así  lo 
guardarán.  Pero,  añadió,  con  las  palabras  de  San 
Mateo,  las  cosas  que  habéis  sabido  no  las  digáis 
a  nadie. 

Los  dos  religiosos,  para  concluir  la  visita,  pre- 
guntáronle si  era  verdad  que  la  estatua  de  la 
Virgen  que  estaba  ahí  en  la  celda,  había  habla- 
do a  San  Vicente  Ferrer.  Es  la  verdad,  y  aún  sé 
de  un  fraile  que  vive  hoy  en  esta  casa  y  a  quien 
ha  hablado  también.  Y  ellos  de  súbito  por  ver  de 
sorprenderle  y  cerciorarse  de  un  hecho  que  mu- 
cho les  interesaba,  añadieron:  ¿A  vuestra  Reve- 
rencia? El  entonces  se  limitó  a  responder:  Pa- 
dres, no  tengo  licencia  para  deciros  quien  es. 

Los  dos  religiosos  salieron  de  la  celda  de  Fray 
Luis  altamente  edificados.  Las  palabras  del  San- 
to, corriendo  los  días,  tuvieron  cabal  cumpli- 
miento. Uno  de  los  tres  religiosos  descaminóse 
de  manera  lastimosa  llegando  hasta  perder  el 
juicio.  Otro,  después  de  unos  años  de  provecho, 
se  descuidó  en  la  virtud,  tornóse  de  condición 
áspera,  salió  de  su  comunidad  y  a  poco  murió. 


228 


ALVARO  SANCHEZ 


El  tercero,  fue  ornamento  de  su  orden,  por  la 
ciencia  y  la  perfección  de  la  vida. 

Dijimos  que  a  medida  que  el  Santo  se  acerca- 
ba al  término  de  su  existencia,  ciertas  comuni- 
caciones sobrenaturales  se  hicieron  más  frecuen- 
tes, como  si  gozara  ya  por  anticipado  de  la  vida 
de  los  puros  espíritus.  Consignemos  una  más  pa- 
ra ejemplo  y  cerremos  con  ello  el  presente  ca- 
pítulo. 

Muchas  veces  al  oír  el  relato  de  la  manifesta- 
ción de  un  alma  que  demanda  sufragios,  gentes 
hay  que  sonríen  con  un  si  es  no  es  de  benevolen- 
cia y  de  crítica.  Encuentran  en  ello  mucho  de 
leyenda,  de  conseja  nacida  a  favor  de  supers- 
ticiosos temores  de  medios  campesinos,  de  gen- 
tes sencillas  que  hallan  en  los  fuegos  fatuos  de 
las  noches  de  verano  un  desfilar  de  almas  en  pe- 
na, y  en  el  hulular  del  viento  entre  las  arbole- 
das las  quejas  y  los  lamentos  de  los  atribulados 
del  otro  mundo.  Estaríamos  equivocados  si  ne- 
gáramos la  posibilidad  de  esas  manifestaciones 
ultramundanas;  y  caeríamos  en  una  credulidad 
infantil  si  las  aceptáramos  todas  incondicional- 
mente. 

Seguros  de  la  supervivencia  de  las  almas,  ver- 
dad demostrada,  sin  necesidad  de  echar  mano  a 
la  revelación,  por  la  sana  filosofía;  y  en  la  cer- 
tidumbre, fundados  en  la  palabra  divina,  de  su 
destino  ultratemporal :  pena  o  gloria  para  siem- 
pre según  fuere  el  estado  del  alma,  si  de  culpa 
mortal  o  de  gracia,  al  salir  de  la  vida  presente: 
la  doctrina  católica  enseña  la  existencia  de  un 
estado  de  purificación  pasajero  para  las  almas 


SAN  LUIS  BBLTRAN 


229 


que  marcharon  de  la  vida  con  rehato  de  pena 
temporal  que  pagar  antes  de  entrar  a  la  beatitud 
de  Dios.  No  hay  inconsecuencia  ni  absurdo  en 
admitir  que  algunas  veces,  y  por  especiales  de- 
signios de  la  Divina  Providencia,  un  alma  de- 
tenida en  esos  lugares  de  prueba  llamado  "Pur- 
gatorio" en  lenguaje  cristiano,  venga  a  pedir  un 
sufragio,  un  auxilio  espiritual  para  poder  lograr 
su  eterno  reposo.  Rechazar  el  hecho  por  impo- 
sible, no  aceptarlo  por  creer  que  se  trata  de  una 
leyenda,  sería  rehusar  una  clara  consecuencia 
del  dogma  consolador  de  la  comunión  de  los 
santos.  Ahora  bien,  si  a  la  posibilidad  intrínseca 
se  añade  la  permisión  de  Dios,  dueño  de  la  vida 
y  de  la  muerte,  Señor  del  tiempo  y  de  la  eterni- 
dad, nada  hay  en  ese  acercarse  un  alma  a  pedir 
un  sufragio  para  su  eterno  descanso,  de  indeco- 
roso, de  menos  conveniente,  de  inútil  o  de  algo 
que  pudiera  pasar  por  simple  leyenda  o  conseja. 

Dada  la  posibilidad,  en  cuanto  a  la  realidad 
histórica  de  una  determinada  revelación,  habrá 
que  estudiarla  a  la  luz  de  los  criterios  históricos. 
¿Quién  la  testifica?  ¿Es  persona  suficiente- 
mente veraz?  ¿Estuvo  bien  informada?  ¿No  se 
trata  de  un  iluso?  ¿No  hay  factor  que  la  incline 
o  la  haya  inclinado  a  tomar  por  realidad  una 
pura  alucinación?  Cuando  en  libros  aprobados 
por  la  Iglesia  y  escritos  por  autores  de  recono- 
cida seriedad  y  competencia  encontramos  el  re- 
lato de  una  de  esas  manifestaciones  de  almas  ya 
juzgadas  por  Dios,  a  un  cristiano,  podemos  acepr 
tarla,  deducir  las  lecciones  ejemplarizantes  que 


230 


ALVARO  SANCHEZ 


seguramente  encierran;  como  que  sirven  para 
testificarnos  de  la  realidad  de  la  vida  futura  que 
esperamos,  de  la  tremenda  gravedad  de  los  jui- 
cios de  Dios,  de  la  ininterrumpida  comunicación 
entre  el  mundo  de  lo  temporal  y  el  eternal  esta- 
dio de  los  puros  espíritus. 

Mucho  antes  de  que  fuese  Prior  del  Conven- 
to de  Valencia,  apenas  llegado  de  América,  un 
religioso,  o  poco  caritativo,  o  envidioso  del  aura 
de  santidad  que  seguía  al  misionero,  o  quizá  en 
un  arrebato  de  enojo,  lo  llamó  despectivamente : 
fraile  ignorante!  San  Luis  no  se  inmutó  por  eso; 
limitóse  a  responderle  que  Lucifer  era  una  pura 
inteligencia  y  que  sinembargo  penaba  para  siem- 
pre. Dándole  a  entender  que  de  nada  sirve  el  sa- 
ber sin  la  virtud.  Murió  el  religioso,  después  de 
sacramentado,  pero  acaso  sin  haber  dado  excu- 
sas a  su  hermano  a  quien  había  ofendido.  JLJna 
noche,  siendo  ya  Prior,  permitió  el  Señor,  que 
el  alma  del  dicho  religioso  se  le  manifestara.  Cla- 
ramente oyó  Fray  Luis  su  voz :  Padre,  perdonad- 
me el  agravio  que  os  dije  tal  día,  pues  no  puedo 
entrar  al  cielo  hasta  tanto  que  no  digáis  por  mí 
una  misa.  Venida  la  mañana,  el  Padre  Beltrán 
celebró  con  especial  devoción  la  misa  por  el  alma 
de  su  hermano.  En  la  noche  de  ese  mismo  día, 
vio  al  religioso  difunto,  glorioso  ya,  y  oyó  que 
le  decía:  Servid  a  Dios,  que  Dios  tiene  mucha 
cuenta  con  vos.  ¿Qué  es  esta  manifestación  sino 
una  confirmación,  mediante  un  hecho,  de  las 
palabras  del  Evangelio:  "Antes  de  presentar  tu 
ofrenda  en  el  altar  ve  primero  a  reconciliarte  con 
tu  hermano?".  El  reino  del  cielo  no  franqueó  sus 


SAN  LUIS  BELTRAN 


231 


puertas  al  religioso  que  había  agraviado  a  su 
hermano;  y  fuele  dado  permiso,  para  lograr  su 
entrada  al  reino  donde  triunfa  la  caridad,  de 
venir  a  suplicar  el  perdón  y  el  sufragio  del 
ofendido. 

Ni  el  espíritu  de  penitencia,  humildad  y  po- 
breza; ni  el  dón  de  prodigar  milagros  abando- 
naron un  instante  a  Fray  Luis.  Minado  por  las 
extraordinarias  fatigas  de  las  misiones,  por  los 
cuidados  del  gobierno,  por  el  santo  afán  de  mi- 
rar por  las  miserias  del  prójimo,  continuaba,  no 
obstante,  observando  rigurosamente  los  ayunos 
prescritos  en  las  severas  reglas  de  la  Orden,  ci- 
ñéndose  desgarrantes  cilicios,  e  hiriendo  sus  es- 
paldas con  los  retorcidos  canelones  de  las  disci- 
plinas. Teníase  por  el  último  de  los  religiosos  y 
sublicaba  con  sincera  humildad  a  sus  coherma- 
nos le  dijeran  sus  yerros.  Para  él  siempre  el  há- 
bito más  raído,  la  más  desnuda  celda,  el  libro 
de  horas  más  deshecho.  El  cuerpo  y  los  bienes 
que  al  cuerpo  sirven,  éranle  ya  un  peso;  pugna- 
ba el  alma  por  romper  los  terrenos  lazos  e  ir  a 
Cristo,  cuya  luz,  muchas  veces,  en  los  misterios 
eucarísticos  le  inundaba  de  gozo  las  potencias, 
Cupio  disolví  et  esse  cum  Christo,  podía  decir 
con  San  Pablo. 

Rico  de  merecimientos  por  su  ingente  y  abne- 
gada labor  misionera,  favorecido  con  no  comu- 
nes gracias  y  mercedes  por  la  Divina  Misericor- 
dia, con  sincera  humildad  lo  recataba  todo;  y 
sabía  hallar  camino  para  abatirse  cuando  llama- 
ba a  su  puerta  la  exaltación,  y  hora  y  proposito 


232 


ALVARO  SANCHEZ 


para  declararse  pecador  cuando  los  más  se  ha- 
cían predicadores  de  sus  virtudes. 

Cierto  día  un  amigo  suyo  le  instó  para  que 
le  declarara  algunos  de  los  singulares  carismas 
con  que  la  bondad  de  Dios  lo  había  favorecido; 
Fray  Luis  le  dio,  en  el  primer  momento,  por  úni- 
ca respuesta  el  silencio. 

Mirad,  Padre  Beltrán,  instó  el  amigo,  que  no 
estaría  bien  callar  lo  que  podría  contribuir  a  la 
gloria  de  Dios.  Contadme  los  favores  y  gracias 
especiales  que  habéis  recibido  para  consignarlas 
en  un  libro  y  hacerlas  conocer  de  muchas  almas, 
que  con  ello  recibirán  luz  de  doctrina  y  no  poca 
edificación.  Habent  Moisen  et  praphetas  . . . 
audiant  illos,  replicó  Fray  Luis,  con  simplicidad. 
Como  si  le  dijera:  ¿quieren  doctrina  y  ejemplos? 
Lean  la  Escritura  Sagrada.  ¿Qué  mayor  luz  y 
qué  más  altos  dechados  de  virtudes  pueden  ha- 
llarse que  los  escritos  bajo  la  inspiración  de  la 
Divina  Sabiduría  en  las  páginas  de  los  libros 
santos? 

— Contádmelos  entonces,  reargüyó  el  amigo, 
para  mi  propia  edificación.  A  nadie  diré  lo  que 
tengáis  a  bien  confiarme;  mas  oyéndoos  apren- 
deré muchas  lecciones  referentes  al  divino  ser- 
vicio, aprenderé  cuán  bueno  y  generoso  es  el 
Señor.  ¿Queréis  edificación?,  respondió  el  Santo. 
¿Queréis  daros  alguna  cuenta  de  la  pródiga  ca- 
ridad de  Dios?  Postraos  a  los  pies  de  un  cruci- 
fijo! Dónde  aprenderéis  una  lección  más  viva 
del  amor  de  Cristo,  de  sus  bondades,  de  su  pie- 
dad y  misericordia,  si  no  es  en  sus  llagas  abier- 
tas para  nuestro  bien!  Dónde  si  no  es  en  la  he- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


233 


rida  de  su  costado  y  en  sus  ojos  quebrados,  y  en 
su  cabeza  ceñida  de  dolor  y  en  sus  labios  dese- 
quidos por  el  tormento! 

De  mí  nada  tengo  que  contaros.  Judas  fue 
apóstol  e  hizo  prodigios  seguramente,  y  vino  a 
perderse.  ¿No  recordáis  las  palabras  de  la  Es- 
critura: "Nadie  sabe  si  es  digno  de  amor  o  de 
odio"?  Dios  quiera  concederme  la  gracia  de  mo- 
rir con  humildad  y  en  su  amor,  recibidos  los  Sa- 
cramentos de  nuestra  Madre  la  Iglesia,  como 
un  verdadero  cristiano.  ¿No  recordáis  el  ejem- 
plo del  Padre  Asensio  Cartujo?  Después  de  una 
vida  gastada  en  la  virtud,  en  la  oración  y  en  la 
penitencia,  llegada  su  última  hora,  como  si  na- 
da hubiera  hecho,  como  si  hubiera  sido  un  mal- 
hechor, arrepentido  en  el  trance  de  la  muerte, 
abrazado  a  una  cruz,  gemía  y  clamaba:  Señor 
Dios,  misericordia!  Con  que  ya  veis  si  tengo  de 
contaros  milagros  y  apariciones. 

A  las  puertas  del  Convento  venían  los  dolien- 
tes y  los  familiares  de  los  postrados  por  tremen- 
das enfermedades,  los  acosados  por  las  angus- 
tias de  la  vida,  a  pedir  el  milagro.  El  rosario  de 
Fray  Luis,  el  cinto  de  Fray  Luis,  el  crucifijo  de 
Fray  Luis,  la  bendición  de  Fray  Luis  eran  a  mo- 
do de  talismanes  que  daban  salud,  que  cifraban 
la  consolación  y  la  esperanza. 

El  cargo  de  definidor  es  uno  de  los  más  altos 
con  que  en  las  órdenes  religiosas  se  suele  pre- 
miar los  merecimientos  y  virtudes  de  sus  hijos 
más  esclarecidos.  Quisieron  los  religiosos  domi- 
nicos dárselo  al  Padre  Fray  Luis  Beltrán,  mas 
ya  las  enfermedades  lo  tenían  quebrantado.  Su 


234 


ALVARO  SANCHEZ 


vista  flaqueaba,  sus  oídos  habíanse  cerrado  casi 
por  completo  a  las  palabras  humanas,  a  los  ru- 
mores de  la  tierra;  los  pies  del  caminante  evan- 
gélico, del  peregrino  apostólico,  negábanse  a 
sostenerlo:  en  tales  condiciones,  ¿cómo  hacerlo 
Definidor?  ...  Y  los  Padres  capitulares  salieron 
del  Capítulo  contristados;  el  consejo  de  Fray 
Luis  les  sería  más  bien  inspiración,  desde  arriba, 
cuando,  deshechas  las  terrenas  ligaduras,  y 
ojalá  esa  hora  estuviera  muy  lejana,  su  espíritu 
gozara  de  la  gloria  de  Dios. 


IV 


Sus  enfermedades.  — 
Su  santa  y  dichosa  muerte 


I 


Desde  su  niñez  fue  Fray  Beltrán  de  delicada 
complexión.  En  el  curso  de  su  noviciado,  en  los 
primeros  años  de  su  vida  religiosa,  cuando  fue 
maestro  de  novicios  por  primera  vez,  en  el  tiem- 
po de  su  priorato  de  Albayda,  no  le  faltaron  do- 
lencias y  penalidades.  Achaques  nacidos  de  su 
constitución;  a  lo  cual  se  añadía  el  debilita- 
miento originado  por  las  austeridades  de  su  vida 
penitente.  El  linaje  de  la  que  llevó  en  América 
no  era  ciertamente  la  más  indicada  para  sanar- 
le y  robustecerle.  Días  enteros  transcurridos  sin 
alimento  que  nutritivo  fuese,  y  pasados  no  en  el 
ocio  sino  en  el  trabajo.  Noches  de  maceración  y 
de  ardientes  vigilias  como  preparación  a  las  con- 
memoraciones litúrgicas,  de  los  grandes  miste- 
rios de  nuestra  religión  o  en  las  vísperas  de  sus 
magnas  empresas  apostólicas  para  atraer  sobre 
ellas  las  bendiciones  del  cielo;  amenazas  de 
muerte  por  el  veneno,  fatigosos  viajes  a  través 
de  las  maniguas  y  a  lo  largo  de  las  playas,  a  pie 
y  sin  mayores  bastimentos;  viajes  sobre  los  ríos 
caudalosos  sin  modo  de  reposar  en  la  noche,  ex- 
puesto a  los  ardores  del  sol  canicular  en  el  día; 


238 


ALVARO  SANCHEZ 


todo  ello  hubiera  bastado  a  minar  la  salud  más 
robusta,  a  quebrantar  las  energías  más  enteras 
y  menos  trajinadas  que  las  suyas. 

Pues,  y  en  los  años  que  siguieron  a  su  regreso 
sobre  el  suelo  nativo,  ni  pidió  ni  esperó  descan- 
so. Como  si  hubiera  retornado  de  un  viaje  de 
placer,  fresco  y  entero  en  sus  energías,  se  dio 
al  trabajo  agotador  con  una  intensidad  que 
asombra.  Sus  fuerzas  entonces  comenzaron  a  fa- 
llar; veces  hubo  en  que  se  vio  obligado  a  prescin- 
dir de  una  predicación,  a  suspender  alguna  aus- 
teridad porque  si  el  espíritu  estaba  pronto  la 
carne  flaca  desfallecida,  abrumada  de  trabajos 
y  de  dolencias. 

Ordenó  la  Providencia  en  los  últimos  años  de 
la  vida  de  este  ejemplar  religioso,  darle,  como 
hace  el  artífice  con  la  estatua  que  plasmó  su 
mano,  los  últimos  retoques  y  alcanzar  con  ello 
el  punto  de  perfección  apetecido;  y  lo  hizo  por 
medio  de  la  enfermedad. 

Ninguna  prueba  mayor  para  un  hombre  de  la 
actividad  y  temple  de  Fray  Luis  que  la  forzada 
quietud,  que  el  dejarse  atender,  cuando  no  ha- 
bía vivido  sino  para  servir  a  los  demás  y  sacri- 
ficarse por  el  prójimo.  Tal  fue  la  condición  en 
que  la  mano  sapientísima  y  misericordiosa  del 
Maestro  Divino  lo  puso  en  los  cabos  de  su  vida, 
con  el  fin  de  que  el  ejercicio  de  una  inalterable 
mansedumbre  y  la  aceptación  generosa  de  un 
estado,  en  que  ya  la  vida  le  era  carga,  fuese  para 
él  la  inmediata*  antesala  de  su  término  y  dicho- 
so tránsito. 

Todavía,  corriendo  el  año  de  1580,  se  mantuvo 
en  pie:  y  ya  sin  cargo  alguno,  continuó  llevan- 


SAN  LUIS  BBLTRAN 


239 


do  la  vida  reglamentada  de  los  demás  religiosos., 
interrumpida  por  breves  viajes  a  lugarejos  ale- 
daños a  misionar  y  predicar;  pero  ya  con  gra- 
ves dificultades,  pues  las  enfermedades  habían 
comenzado  a  batir  de  firme  aquella  naturaleza, 
mantenida  en  pies,  no  por  otra  fuerza  que  por  la 
soberana  energía  de  una  voluntad  inquebranta- 
ble en  el  servicio  de  Dios  y  del  prójimo. 

Pidieron  los  consejeros  de  Játiva,  a  principios 
de  1580,  que  les  predicara  la  cuaresma.  Se  excu- 
só humildemente  dando  como  razón  sobrado  jus- 
tificativa, sus  muchas  y  continuas  enfermeda-, 
des.  Instaron  los  piadosos  caballeros,  y  aún  aña- 
dieron que  quedarían  contentos  si  por  una  vez 
lo  viesen  en  el  pulpito  de  su  iglesia.  Aceptó  el 
Santo  por  prestar  un  servicio  oportunamente  y 
de  tantas  maneras  solicitado.  Oró  al  cielo  para 
que  no  le  faltaran  las  fuerzas,  y  pudo  predicar 
durante  toda  la  cuaresma,  los  viernes  y  domin- 
gos, dos  sermones  cada  día.  Cuando  terminó  su 
tarea  estaba  tan  mejorado  en  su  salud  que  juz- 
gó podría  regresar  a  pie  a  Valencia.  No  le  fue 
posible  realizar  su  propósito.  Se  hizo  indispensa- 
ble traerlo  en  carruaje,  contra  toda  su  voluntad. 

El  día  de  la  Epifanía  de  1581  predicó  en  la 
Iglesia  Mayor  de  Valencia;  y  debía  hacerlo,  en 
la  del  Temple,  la  dominica  siguiente,  a  petición 
del  Gran  Maestre  de  los  Caballeros  de  Montesa 
y  de  la  Marquesa  de  Navarrés,  pues  en  día  tal 
celebraba  la  Orden  su  festividad  principal.  Mas 
las  enfermedades  a  tal  punto  lo  imposibilitaron 
que  hubo  de  renunciar  al  sermón,  y  así  lo  comu- 
nicó al  Maestre.  Igualmente  tuvo  que  prescin- 
dir de  predicar  la  cuaresma  en  la  parroquia  de 


240 


ALVARO  SANCHEZ 


San  Esteban,  no  sin  gran  sentimiento  del  Rector 
de  la  Iglesia  y  de  los  fieles,  que  esperaban  oír  al 
Santo  y  aprovechar  muy  de  veras  su  enseñanza. 

Aproximándose  la  cuaresma,  tanto  le  apreta- 
ron los  dolores  que  los  religiosos  pensaron  se 
acercaba  ya  el  fin  de  esa  edificante  existencia. 
Resolvieron  darle  por  viático  la  Sagrada  Euca 
ristía.  La  noticia  se  propagó  por  toda  la  ciudad, 
y  se  hicieron  presentes  al  acto  solemne  de  la 
última  visita  de  Cristo  a  su  fiel  servidor,  el  Pa- 
triarca de  Valencia,  el  Obispo  de  Marruecos,  Jai- 
me Ferrer,  Gobernador  de  la  ciudad,  Micer  Mar- 
tín Pérez,  Regente  del  consejo  supremo  de  Ara- 
gón, y  otras  muchísimas  personalidades,  amén 
de  un  gran  concurso  de  fieles. 

Antes  de  recibir  la  Eucaristía  hizo  una  larga 
y  devota  protestación  de  fe:  pidió,  con  ejemplar 
humildad,  perdón  a  los  presentes  y  ausentes  por 
si  con  sus  palabras  y  acciones  les  hubiera  dado 
motivo  de  desedificación.  Recibida  la  Sagrada 
Hostia,  permaneció  largo  rato  en  recogimiento, 
y  prorrumpió  luego  en  una  devota  letanía  a  to- 
dos los  santos  y  santas  de  Dios,  en  la  que  pedía 
intercedieran  por  él  ante  el  trono  de  la  Majes- 
tad, para  que  no  revocara  la  sentencia  de  su 
muerte.  Detúvose  al  pronunciar  los  nombres  de 
San  Pedro  Mártir,  de  Santo  Tomás  de  Aquino, 
San  Vicente  Ferrer,  San  Raimundo  de  Pañafort, 
Santa  Catalina  de  Sena,  por  ser  los  santos  de  su 
particular  devoción.  Afectos  tan  piadosos  y  sen- 
tidos conmovieron  vivamente  a  los  circunstantes 
hasta  hacerles  derramar  lágrimas :  Cupio  disolví 
et  esse  cum  Christo.  Mi  deseo  es,  tal  sentía  Fray 
Beltrán  en  esa  hora,  que  se  rompan  los  lazos  de 


SAN  LUIS  BELTRAN 


241 


la  carne  para  poder  ver  el  rostro  del  Divino  Se- 
ñor a  quien  he  procurado  servir  toda  mi  vida. 

Y  acaeció  en  esos  momentos  en  que  parecía 
avecinarse  la  entrada  al  cielo  de  un  verdadero 
predestinado,  algo  que  vino  a  poner  de  presen- 
te hasta  qué  punto  el  amor  del  necesitado,  era 
santa  pasión  en  el  corazón  de  Fray  Luis. 

Doña  Isabel  de  Bayl,  se  hallaba  en  trance  de 
agonía  en  la  misma  ciudad  de  Valencia.  Habían- 
sele  dado  las  pócimas  y  recursos  todos  con  que 
por  entonces  contaba  la  medicina,  los  físicos  que 
la  atendían  habían  declarado  perdido  el  caso. 
Pero  el  esposo  y  los  hijos  de  la  dama  lo  ofrecían 
todo  a  trueque  de  la  vida  del  ser  querido.  Que- 
daba solamente  un  recurso:  Fray  Luis  Beltrán! 
Mas  también  él  estaba  próximo  a  entregar  su 
alma  a  Dios.  El  padre  de  doña  Isabel,  Juan  de 
Arenas,  herido  con  el  espectáculo  de  su  hija  ago- 
nizante, conturbado,  lloroso,  se  presentó  a  las 
puertas  del  convento: 

— Hermano,  dijo  al  portero  que  salió  a  su  en- 
cuentro, ¿el  Padre  Padre  Fray  Luis? 

— Está  en  agonía,  acaba  de  recibir  el  Santísi- 
mo Sacramento. 

— ¿Me  podría  V.  R.  permitir  entrar  a  verlo? 

— Entrad,  señor,  si  queréis. 

— ¿Podría  hablarle,  pedirle  una  gracia? 

— Caballero,  compadeceos  de  él;  dejadlo  tran- 
quilo en  sus  últimos  instantes. 

Don  Juan  mostraba  extraordinario  dolor,  tan- 
to, que  el  Padre  Pedro  de  Salamanca,  profunda- 
mente conmovido  se  hizo  cargo  de  presentar  la 
súplica  de  un  padre  destrozado  por  la  agonía  de 
su  hija,  a  un  santo  agonizante. 


242 


ALVARO  SANCHEZ 


Al  llegar  a  la  puerta  de  la  celda  y  ver  al  Pa- 
dre Fray  Luis  pálido  y  con  la  mirada  fija  en  lo 
alto,  dudó  si  le  hablaría.  Mas  el  santo  como  si  ya 
en  los  umbrales  de  la  eternidad,  aun  le  cautiva- 
ra la  caridad,  el  deseo  de  ayudar  a  los  sufrientes 
de  la  tierra,  tornó  hacia  Pedro  Salamanca  los 
ojos,  en  los  que  se  echaba  de  ver  un  interrogante. 

El  Padre  Salamanca  lo  entendió  así,  y  añadió: 
perdonad,  pero  hay  quien  pide  una  bendición 
vuestra  para  remedio  de  un  dolor,  es  un  padre 
que  implora  por  su  hija  en  agonía.  Perdonadme, 
Padre  Beltrán,  que  turbe  vuestras  hablas  con 
Dios  después  de  vuestra  comunión. 

En  seguida  el  Padre  Beltrán  trazando  con 
mano  exsangue  el  signo  de  la  cruz  replicó:  De- 
cidla que  se  confiese,  comulgue  y  dé  gracias  a 
Dios ...  y  que  no  pase  cuidados,  que  de  esa  en- 
fermedad no  morirá. 

Cuando  don  Juan  regresó  a  su  casa,  doña  Isa 
bel  había  entrado  en  franca  mejoría. 

También  Fray  Luis  mejoró,  y  se  restableció  a 
tal  punto  de  la  dolencia  que  lo  había  puesto  en 
trance  de  muerte,  que  ya  por  la  Pascua  pudo 
levantarse;  y,  con  grandes  dificultades,  es  ver- 
dad, decir  algunos  días  la  misa  en  la  celda  de 
San  Vicente  Ferrer.  El  hermano  lego  que  se  la 
ayudaba,  como  advirtiera  que  ese  esfuerzo  le  po- 
día hacer  mal,  le  dijo  con  todo  respeto:  Padre,  el 
levantaros  os  puede  dañar;  quedaos  en  la  cama, 
uno  de  los  Padres  os  puede  llevar  cada  mañana 
la  Comunión.  A  lo  cual  el  Padre  Beltrán  res- 
pondió :  Hijo  mío,  los  Santos  Sacramentos  no  da- 
ñan a  nadie,  antes  ayudan,  no  solamente  para 
la  salud  del  espíritu,  sino  también  para  la  del 


SAN  LUIS  BEI.TR A N 


243 


cuerpo  cuando  conviene  al  alma.  Así  continuó 
levantándose  para  celebrar  con  una  devoción 
que  conmovía,  el  Sacrificio  del  Altar.  Parecía 
como  si  el  acercarse  al  Señor  Jesucristo,  le  vol- 
viese la  vida.  Salía  de  su  celda  al  oratorio  te- 
niéndose del  muro;  y  regresaba  de  la  misa  trans- 
figurado. 

Mediado  el  mes  de  mayo  la  enfermedad  cobró 
sus  derechos,  y  el  Padre  se  vio  obligado  a  perma- 
necer en  la  cama.  Cada  mañana  le  traían  la  Co- 
munión, y  pasaba  las  horas  con  el  rosario  entre 
los  dedos  y  los  ojos  fijos  en  la  imagen  del  Cru- 
cificado. 

Los  calores  del  verano  le  trajeron  como  un 
aliento  de  vida.  Su  hermano  Jerónimo  Beltrán, 
Capellán  de  la  Cofradía  de  Nuestra  Señora  del 
Hospital  de  clérigos,  pidió  permiso  para  llevar- 
lo allí  y  atenderlo  de  la  mejor  manera  que  le  fue- 
ra posible.  Obtenida  la  licencia,  Fray  Luis  fue 
trasladado  al  hospital.  Algunas  veces  los  reli- 
giosos dominicos  iban  a  atenderlo,  ayudában- 
le la  misa,  cuando  podía  celebrarla,  o  decíansela 
cuando  no  podía  salir  del  lecho.  De  pronto  pare- 
ció que  el  restablecimiento  de  su  salud  tomaba 
un  camino  seguro:  se  pensó  entonces  que  el  aire 
de  los  campos  acabaría  por  ponerlo  bueno  del 
todo.  El  Patriarca  y  los  religiosos  de  su  convento 
dieron  su  aquiescencia.  Oído  el  parecer  de  los 
médicos  Luis  Collado  y  José  Reguard,  le  llevaron 
a  un  lugar  llamado  Bujazot,  el  4  de  agosto  de 
1581.  Hizo  el  viaje,  por  orden  del  patriarca,  en 
una  silla  o  carreta  de  la  cual  tiraban  dos  asni- 
llos. El  tiempo  transcurrido  en  Bujazot  estuvo 
acompañado  por  el  Patriarca,  que  gustaba  de  ha- 


244 


ALVARO  SANCHEZ 


blar  con  Fray  Luis  temas  espirituales.  De  tarde, 
como  que  los  crepúsculos  se  prolongan  en  el 
verano,  acabada  la  cena,  salíanse  Patriarca  y 
Fraile  Santo  a  una  ventana  abierta  sobre  el  huer- 
to y  contemplando  el  hermoso  poniente,  discu- 
rrían acerca  de  aquella  claridad  sin  ocaso,  que  ha 
de  encenderse  por  la  mano  de  Dios  allende  los 
horizontes  de  la  vida.  Otras  veces,  considerando 
que  estaban  en  aquel  lugar  para  disfrutar  del  ve- 
rano únicamente,  y  que  pronto  deberían  dejarlo, 
llegaban  a  discurrir  cómo  la  existencia  del  hom- 
bre sobre  la  tierra  es  noche  en  una  incómoda  po- 
sada, y  que  la  eternidad  es  la  morada  verdadera 
donde  el  padre  de  familia  cita  a  sus  hijos  para 
regalarlos  con  bienes  que  no  conocen  mengua. 

Finado  agosto  hubo  que  regresar  a  Valencia. 
La  enfermedad  del  Siervo  de  Dios,  iba,  como  di- 
cen, por  la  posta.  Vinieron  con  él,  a  darle  com- 
pañía y  a  asistirlo  en  cuanto  necesitase,  el  Pa- 
triarca, el  Maestro  Nadal,  rector  de  la  Iglesia  de 
Torrente  y  algunos  religiosos  atentos  siempre 
a  proveer  con  diligencia  a  quien  tantas  lecciones 
y  ejemplos  de  santidad  les  había  dado. 

Informado  el  vecindario  de  Valencia  de  su  lle- 
gada y  de  cuánto  se  había  agravado  su  enferme- 
dad, cada  día  acudían  muchísimos  fieles  para 
verlo  y  recibir  su  bendición;  otros  para  traerle 
obsequios  y  medicinas;  otros  para  edificarse  con 
su  inalterable  paciencia. 

Atormentado  por  agudos  dolores  repetía  con 
una  expresión  de  paz  indefinible,  las  palabras  de 
San  Agustín:  Domine,  hic  ure,  hic  seca,  ut  in 
aeternum  parcas.  Señor,  aquí  quema,  aquí  corta 
para  que  en  la  eternidad  me  perdones.  Parecía 


SAN  LUIS  BELTRAN 


245 


que  la  paciencia  aumentaba  en  la  propia  medida 
que  acrecía  el  padecimiento. 

No  solamente  los  fieles  sencillos  acudían  al  pie 
de  su  lecho;  gentes  de  linaje,  caballeros  principa- 
les, religiosos  de  todas  las  Ordenes,  prelados  ilus- 
tres venían  a  besarle  las  manos  y  a  mirar  en 
aquel  rostro  en  que  se  echaba  de  ver  ya  como  un 
reflejo  de  la  luz  del  rostro  de  Dios.  El  dolor  de 
la  carne  quemaba  las  últimas  escorias  para  que 
el  espíritu  pudiese  entrar  en  el  reino  de  la  per- 
fección sin  sombra,  de  la  felicidad  sin  dejos  de 
pesadumbre. 

El  Comendador  Mayor  de  la  Orden  de  les  Ca- 
balleros de  Montesa,  don  Juan  de  Borja,  llegó 
un  día  y  penetró  en  la  encalada  celda  donde  ago- 
nizaba San  Luis;  se  acercó  al  pobrísimo  lecho, 
levantó  con  religiosa  discreción  las  mantas,  y  be- 
só los  pies,  de  los  que  con  toda  verdad  podía  de- 
cirse las  alabanzas  de  la  Escritura:  Quam  specio- 
si  pedes  evangelizatium  pacem,  evangelizatium 
bona.  Qué  hermosos  los  pies  de  los  que  anuncia- 
ron la  paz,  de  los  que  sembraron  y  prodigaron 
el  bien. 

"Y  el  bendito  Padre,  citamos  palabras  de  An- 
tist,  que  ya  no  podía  menearse,  daba  voces  di- 
ciendo: Señor  Ilustrísimo,  que  soy  un  pecador! 
Y  fue  cosa  de  ver  al  Maestro  llorando  de  reveren- 
cia y  al  siervo  de  Dios  de  humildad". 

De  amanecida,  el  6  de  octubre,  habiéndose 
confesado  y  recibido  el  Sacramento,  preguntó  a 
los  que  allí  estaban,  qué  día  era.  Y  habiéndole 
respondido  que  viernes,  con  mucha  quietud  se 
puso  a  hacer  cuentas  en  los  dedos:  viernes,  sá- 
bado, domingo  y  lunes.  Aun  cuatro  días,  bendi- 


Al  VAHO  SANCHEZ 


to  seáis  Dios  mío :  aún  hay  tiempo  de  merecer  . . . 
Cúmplase  la  voluntad  del  Señor. 

El  sábado,  avanzada  la  tarde,  como  se  hubie- 
ran retirado  muchos  de  los  que  de  ordinario  lo 
acompañaban  para  descansar  un  poco  y  poder 
servirle  en  la  noche,  di  jóle  al  Padre  Rector  Nadal 
de  Torrente,  que  se  había  quedado  en  el  aposen- 
to: ¿No  veis,  señor  Rector,  cómo  se  ha  entrado 
la  gloria  por  casa?  ¿No  veis  a  la  Señora,  a  la 
Reina  de  los  cielos?  Dulzura  y  esperanza  del 
alma,  ¿por  dónde  merecía  yo  esta  visita?  !Y 
cuán  hermoso  el  Niño  que  trae  en  sus  brazos,  su 
belleza  recrea  y  encanta:  su  belleza  es  superior 
a  toda  creada  hermosura!  Y  diciendo  estas  pa- 
labras se  quedaron  sus  pupilas  fijas  sobre  la  vi- 
sión maravillosa,  a  él  solo  perceptible.  A  veces 
movía  los  labios  como  si  dejesen  una  muy  tier- 
na plegaria;  otras  sonreía,  olvidado  de  todo  do- 
lor: la  vista  de  la  Soberana  Virgen  Madre  con 
su  Hijo  Divino  en  los  brazos,  le  anticipaba  la  paz 
inalterable  de  la  futura  visión  beatífica. 

Al  amanecer  del  domingo  dijo:  hoy  es  día  de 
alegría,  es  mi  Pascua;  luego  calló  y  perseveró  en 
el  silencio,  como  si  meditara,  todo  el  día.  Entra- 
da la  noche,  dijo  a  Nadal,  Rector  de  Torrente: 
Señor  Rector,  aun  cuando  me  he  confesado,  qui- 
siera hacerlo  de  nuevo  generalmente.  Nadal  lo 
oyó  en  silencio,  y  le  impartió  por  última  vez  la 
absolución  sacramental.  Fray  Luis  musitaba 
quedamente:  Jesu,  esto  mihi  Jesu.  Jesús  mío  sed 
para  mí  lo  que  significa  vuestro  Nombre,  sed 
mi  Salvador. 

Venida  el  alba  del  lunes  pidió  le  vistieran  el 
hábito  blanco  de  Santo  Domingo,  y  le  trajeran 


SAN  LUIS  BELTHAK 


247 


la  Comunión.  Aparejado  en  el  espíritu  con  abun- 
dancia de  la  gracia  y  exteriormente  con  el  talar 
que  desde  mozo  había  vestido,  con  aquel  santo 
hábito,  durante  toda  su  vida,  carísima  armadu- 
ra de  combate,  recibió  el  adorable  Cuerpo  del 
Señor  bajo  las  blancas  especies  del  Sacramento. 

Pidió  Fray  Luis  al  Patriarca  le  leyese  un  Evan- 
gelio; concluida  su  lectura,  comenzaron  a  enco- 
mendarle el  alma  según  el  ritual  de  la  Orden  y 
en  llegando  a  estas  palabras:  ". . .  para  que  des- 
atados los  lazos  de  la  carne,  merezcas  llegar  a  la 
gloria  del  reino  celestial  por  los  méritos  de  Je- 
sucristo", cerró  Fray  Luis  blandamente  los  ojos 
y  entregó  su  espíritu  al  Creador.  Eran  las  9  de 
la  mañana  del  10  de  octubre  de  1581. 

Trae  Rainer  María  Rüke  en  algunas  de  sus 
poesías  esta  sentida  y  piadosa  oración:  "Señor, 
da  a  cada  uno  su  propia  muerte,  un  morir  que 
brote  de  su  vida,  para  que  tenga  amor,  sentido 
y  urgencia.  Porque  somos  nosotros  la  cortesa  y 
la  hoja.  La  gran  muerte  que  cada  uno  lleva  en 
sí,  es  el  fruto  en  torno  del  cual  debe  girar  todo. 
Porque  lo  que  hace  extraño  y  difícil  el  morir,  es 
que  no  es  nuestra  muerte;  sino  una  muerte  que 
nos  acecha  por  fin,  sólo  porque  no  hemos  madu- 
rado muerte  alguna  en  nosotros:  por  eso  viene 
una  tormenta  para  despojarnos  de  todo".  Fray 
Luis  vivió  para  preparar  su  propia  muerte.  Du- 
rante todo  su  curriculum  vitae  no  hizo  otra  cosa 
sino  disponerse  para  esa  hora  suprema.  Vivió  de 
la  fe  y  para  la  fe.  Sostenido  por  la  fe  mortificó 
su  cuerpo;  vivió  en  pobreza,  en  sujeción,  en  inin- 
terrumpido sacrificio;  la  clara  noticia  de  la  fe 
le  presentaba  ante  su  mirada  interior  la  sobera- 


248 


ALVARO  SANCHEZ 


na  perspectiva  de  la  visión  de  Dios,  y  con  el  vivo 
deseo  de  conquistarla,  todo  era  para  él  hacedero, 
así  fuese  el  mismo  abrazarse  a  la  tortura. 

Cuando  estuvo  dispuesto  para  el  gran  viaje, 
cumplido  el  ciclo  de  sus  merecimientos,  sobrevi- 
no la  muerte,  bienaventurado  remate  de  una 
existencia  plena.  No  fue  su  muerte  el  desgarro 
doloroso  de  un  amador  de  la  vida,  sino  el  suave 
desprenderse  de  un  fruto  cargado  de  perfume 
y  de  miel. 

Colmó  la  celda,  doblemente  santificada,  por  la 
vida  de  un  ejemplar  religioso  y  por  la  presencia 
de  la  muerte,  bendita  mensajera  del  triunfo,  un 
largo  y  sereno  sollozo.  En  el  propio  instante,  lo 
refiere  Antist,  y  lo  refrenda  la  Bula  de  Canoni- 
zación, una  celestial  claridad  inundó  el  aposen- 
to: Cristo  conducía  para  la  eternal  apoteosis  a 
un  alma  que  desde  el  día  de  su  nacer  fue  siem- 
pre suya.  La  breve  y  laboriosa  jornada  de  la  exis. 
tencia"  terrenal  había  concluido;  comenzaba  la 
glorificación  que  dura  para  siempre. 


V 

Algunos  Documentos 


Casta  de  Sa>  Lub  Rn.Taaw  a  Saxta  Tom 


Madre  Teresa  Recibí  ruestra  caita,  y  porque 
el  negocio  sobre  que  me  pedís  parecer,  es  tan  en 
servicio  del  Señor,  he  querido  encomendárselo  en 
mis  pobres  oraciones  y  sacrificios,  y  esta  ha  sido 
la  causa  de  haber  tardado  en  responderos.  Ahora 
digo,  en  nombre  del  mismo  Señor»  que  os  anwrfh 
-an  :ar.  g7ir.it  rrr.iresa  :_e  r.1  :;  ¿y_i¿:¿  ;. 
íaTorecerá:  y  de  su  parte  os  certifico  que  no  pa- 
sarán cincuenta  años,  que  vuestra  Relig::.-.  r. 
sea  una  de  las  más  ilustres  que  haya  en  la  Igle- 
sia de  Dios,  el  cual  os  guarde,  etc.  En  Valencia, 
Fray  Luis  Beltrán. 

(Tomada  de  la  edición  crítica  de  las  Obras  de 
5ar.:i  -rrjsi  tÍ::¿ííí  y  ir.: -.arias  5_ve::: 
de  Santa  Teresa.  Tomo  n.  pág.  124). 

AfjptwAc  hay  una  nota  que  dice: 

La  fama  de  este  Santo  Dorninico  llegó  basta 
Santa  Teresa  y  le  escribió  dándole  cuenta  de  sos 
propósitos  de  reforma  de  la  Orden  del  r^nw 
Fray  Vicente  Justmiano  Antist.  en  las  Aátckmei 
a  la  Vida  de  Sen  Luis  Béttrán.  dice  a  este  propó- 


252 


AL  VAHO  SANCHEZ 


sito:  "La  bienaventurada  Madre  Teresa  de  Jesús, 
fundadora  de  las  descalzas  y  descalzos  Carmeli- 
tas, en  los  primeros  años  que  empezó  a  fundar 
la  vida  recoleta  de  su  Orden,  procuró  consultar 
sus  intentos  con  muchas  personas  espirituales, 
particularmente  con  el  Padre  Fray  Luis  Beltrán, 
que  moraba  entonces  en  esta  casa  de  Predicado- 
res (Valencia)  escribióle  una  carta  y  dióle  cuen- 
ta de  su  deseo  y  de  algunas  revelaciones  que  ha- 
bía tenido  sobre  ello.  El  Padre  Fray  Luis  enco- 
mendó a  Dios  en  sus  oraciones  y  sacrificios  los 
buenos  intentos  della,  y  al  cabo  de  tres  o  cuatro 
meses,  le  respondió  en  esta  forma". 


Fragmentos  de  la  Bula  de  Canonización 
de  San  Luis  Beltran 

Clemente  por  la  Divina  Providencia  Papa 

El  Criador  de  cielo  y  tierra  desde  el  principio 
del  mundo  hasta  estos  tiempos,  en  que  parece 
haber  Llegado  el  fin  de  los  siglos,  nunca  ha  de- 
jado en  todas  las  edades,  distribuidas  como  por 
horas,  de  enviar  jornaleros  a  su  viña,  que  lle- 
vando el  peso  del  día  y  del  calor,  la  regasen  con 
su  trabajo,  sudor  y  sangre,  y  la  hiciesen  pro- 
ducir con  abundancia  frutos  de  celestiales  virtu- 
des, y  de  eterna  vida:  hasta  que  según  los 
oráculos  de  las  Divinas  Escrituras,  todos  los  Lla- 
mados para  la  Cena  del  Cordero  de  todas  las 
gentes,  tribus  y  pueblos  de  toda  la  redondez  de 
la  tierra,  bien  prevenidos  y  congregados  en  el 
Reino  celestial,  bebiesen  aquel  vino  novísimo, 
que  acostumbra  la  Sabiduría  divina  comunicar 
a  sus  escogidos. 

Los  que  principalmente  sudaron  en  este  cui- 
dado del  cultivo  de  la  vida  de  la  Santa  Cruz, 


254 


ALVARO  SANCHEZ 


fueron  muy  unos,  en  verdad,  aunque  diferentes 
en  las  operaciones:  para  que  así  por  los  reinos  y 
provincias  no  conocidas  antes  de  nuestros  mayo- 
res, su  virtud  y  vigor  en  la  victoria  de  todo  el 
orbe,  y  el  haber  triunfado  del  Príncipe  de  este 
mundo,  se  manifestase  de  forma,  que  aquel  nom- 
bre tremendo  a  todas  las  potestades  y  que  es 
sobre  todo  nombre,  se  haya  ya  sujetado  así  las 
bárbaras  nociones,  y  toda  rodilla  se  doble  al 
Nombre  de  Jesús,  y  confiese  toda  lengua  que  el 
Señor  Jesús  se  halla  en  la  gloria  de  Dios  Padre. 

No  ha  desistido  la  Orden  de  Predicadores  con 
una  continuada  sucesión  suministrar  a  la  Iglesia 
Católica  muchos  de  esos  diestros  jornaleros:  en- 
tre los  que  novísimamente  resplandeció  con  ad- 
miración el  egregio  Siervo  de  Dios  Luis  Beltrán 
que  inflamado  de  una  ardentísima  caridad  para 
con  Dios  y  para  con  el  prójimo,  y  resplandecien- 
do en  la  excelencia  de  las  demás  virtudes,  dón 
de  profecía  y  ministerio  apostólico,  con  razón 
es  celebrado  con  alabanzas  en  todas  las  lenguas : 
cuya  piedad  y  devoción  se  dejó  ver  ya  en  los  tier- 
nos años,  en  los  que  uniendo  el  desprecio  del 
mundo  y  perfección  del  estado  religioso,  fue  de 
admiración  y  ejemplo  a  los  ejercitados  por  mu- 
cho tiempo. 


Movido  de  estas  y  otras  muchas  virtudes  y  mi- 
lagros, nuestro  predecesor  Paulo  V,  de  feliz  me- 
moria beatificó  al  Siervo  de  Dios  Luis.  Hechos 
después  y  bien  otros  procesos,  fueron  aprobados 
los  milagros  siguientes: 

El  primero  es  la  incorrupción  de  su  sagrado 
cuerpo,  después  de  cerca  de  ochenta  años  desde 


SAN  LUIS  BELTRAN 


255 


su  sepultura:  no  habiéndose  abierto  antes,  ni 
puesto  en  él  preservativo  alguno  de  la  corrup- 
ción. Con  todo,  cuando  se  trasladaba  el  año  de 
1647  a  monumento  más  precioso,  y  cuando  era 
visitado  el  año  de  1661  por  Jueces  Delegados  con 
Autoridad  Apostólica,  aun  se  hallaba  entero,  ile- 
so y  tratable. 

El  segundo  es  la  repentina  curación  del  niño 
Luis  Vicente  Montesinos,  que  embestido  de  una 
calentura  ardentísima,  extenuado  de  disentería 
y  vómitos,  lleno  de  gusanos,  y  con  las  costillas 
apegadas  al  estómago,  había  llegado  a  tal  para- 
je, que  los  de  su  casa  lo  tenían  por  muerto  tan 
ciertamente,  que  amortajado  estaba  dispuesto 
para  la  sepultura.  Pero  el  padre  sumamente  tris- 
te recurrió  al  sepulcro  de  San  Luis,  y  hecho  allí 
mismo  un  voto,  volvió  apresuradamente  a  su 
casa,  y  tomándole  el  pulso  al  hijo,  halló  que  daba 
indicios  de  vida:  y  abriendo  los  ojos,  se  encon- 
tró del  todo  sano. 

El  tercero  es  la  maravillosa  preservación  de 
Jesualda  Gil  de  Ramírez,  niña  de  cuatro  años,  y 
a  la  que  un  carro  cargado  de  carbón,  y  con  un 
movimiento  rápido,  por  tirado  de  seis  muías, 
había  echado  arrebatadamente  en  tierra  para 
pasar  por  encima  de  ella,  y  puesta  bajo  de  sus 
ruedas,  la  oprimió  valerosamente:  pero  implo- 
rado el  patrocinio  de  San  Luis,  se  levantó  sana 
la  niña,  y  para  evidencia  del  milagro,  aparecie- 
ron en  su  cabeza,  cuello  y  hombros  las  señales  dt 
los  clavos  impresos  ligeramente  por  las  ruedas. 

El  cuarto  én  Bartolomé  Cristóbal  Domínguez, 
al  que  así  había  bajado  una  deforme  hernia  con 
los  intestinos  pendientes,  que  siempre  y  cuando 


256 


ALVARO  SANCHEZ 


se  arrodillaba,  tocaba  el  suelo  el  tumor  roído  ya 
de  llagas  y  empudreciéndose.  Pero  a  la  invoca- 
ción de  San  Luis,  se  desvaneció  al  punto  toda  la 
calamidad  de  este  miserable. 

Deducidos  y  aprobados  estos  y  otros  muchos 
milagros,  salió  el  Decreto  de  Clemente  IX  tam- 
bién predecesor  nuestro  de  piadosa  memoria, 
que  se  podía  con  toda  seguridad  pasar  a  la  so- 
lemne canonización  del  sobredicho  bienaventu- 
rado, para  cuya  consecución  se  allegaron  los  rue- 
gos de  nuestros  Carísimos  hijos  en  Cristo,  Leo- 
poldo I,  rey  de  Romano,  electo  Emperador,  y  de 
Carlos  II,  rey  de  las  Españas,  y  así  mismo  del 
Orden  de  Predicadores:  con  los  que  suplicaron 
las  mismas  repetidas  veces  a  dichos  Romanos 
Pontífices  nuestros  predecesores,  y  a  Nos.  Por 
lo  que  pidiéndolo  los  méritos  de  su  santísima  vi- 
da, e  inclinados  a  los  ruegos  de  los  sobredichos, 
no  faltando  ya  nada  de  lo  que  es  menester  hacer 
y  guardar  para  esta  sacrosanta  función,  según 
la  autoridad  de  los  Santos  Padres,  decretos  de 
los  Sagrados  Cánones,  costumbre  antigua  de  la 
Santa  Iglesia  Romana,  y  prescriben  nuevos  de-* 
c retos,  juzgando  ser  justo  y  debido,  que  aque- 
llos a  quienes  honra  Dios  en  los  cielos,  alabemos 
nosotros  con  oficio  de  veneración,  y  glorifique- 
mos acá  en  la  tierra;  hoy  en  la  sacrosanta  Basí- 
lica del  bienaventurado  Pedro,  Príncipe  de  los 
Apóstoles,  en  la  que  en  solemne  rito  nos  junta- 
mos por  la  mañana  con  los  Cardenales  de  la 
misma  Santa  Romana  Iglesia,  Patriarcas,  Arzo- 
bispos y  Obispos,  y  los  queridos  hijos  Prelados  a 
la  Curia  Romana,  oficiales  y  familiares  nuestros 
Clero  secular  y  regular,  y  grandísima  frecuencia 


SAN  LUIS  BEiTHAN  —  Cuadro  de  Hüralta. 
.Vclancia.  —  Colección  de  A.  Fc-js  Fescllescc  . 


1 


SAN  LUIS  BELTRAN 


257 


del  pueblo,  después  de  tres  peticiones  que  nos 
hizo  el  querido  hijo  nuestro  Luis,  título  de  San- 
ta Sabina,  Presbítero  Cardenal  Portocarrero,  en 
nombre  de  dicho  Rey  Carlos,  para  conseguir  el 
Decreto  de  la  Canonización,  después  de  sagrados 
himnos,  letanías  y  otras  oraciones,  después  de 
implorar,  como  se  debe,  la  gracia  del  Espíritu 
Santo. 

A  la  honra  y  gloria  de  la  Santísima  e  individua 
Trinidad,  para  exaltación  de  la  Santa  Fe  Católi- 
ca y  aumento  de  la  Religión  cristiana,  con  la 
autoridad  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  de  los 
bienaventurados  Apóstoles  Pedro  y  Pablo,  y_la 
nuestra,  tenida  antes  madura  deliberación,  im- 
plorado diferentes  veces  el  divino  auxilio,  y  con 
el  consejo  de  los  venerables  hermanos  nuestros 
Cardenales  de  la  misma  Santa  Romana  Iglesia, 
Patriarcas,  Arzobispos  y  Obispos  existentes  en 
Roma,  decretamos  y  definimos,  que  el  bienaven- 
turado LUIS  BELTRAN  es  santo,  y  le  inscribimos 
en  el  catálogo  de  los  Santos,  como  por  el  tenor 
de  las  presentes  lo  decretamos,  definimos  y  es- 
cribimos, estableciendo,  que  todos  los  años  debe 
celebrarse  por  la  Iglesia  universal  con  piadosa 
devoción  su  memoria  entre  los  santos  confesores, 
no  Pontífices,  el  día  10  de  octubre.  En  el  Nom- 
bre del  Padre,  y  del  Hijo  y  del  Espíritu  San- 
to. Amén. 


Dadas  en  Roma  en  San  Pedro  a  12  días  del 
mes  de  abril,  año  de  la  Encarnación  del  Señor 
1671,  y  primero  de  nuestro  Pontificado. 


258 


ALVARO  SANCHEZ 


Decreto  de  la  Sagrada  Congregación  de  Ritos 

DESIGNANDO  A  SAN  LUIS  BeLTRAN  PATRONO  DE  LA 

Nueva  Granada 

La  Sagrada  Congregación  de  Ritos  accediendo 
benignamente  a  las  instantes  preces  de  la  Ca- 
tólica Majestad  del  Serenísimo  Señor  Carlos  II 
Rey  de  las  Españas,  enviadas  y  presentadas  a  la 
misma  Congregación,  y  oído  el  parecer  del  Emi- 
nentísimo Cardenal  Capisucció,  eligió,  declaró 
Patrono  Principal  de  todo  el  Reino  de  la  Nueva 
Granada  en  las  Indias  Occidentales  a  San  Luis 
Beltrán  de  la  Orden  de  Predicadores  (por  cuyo 
patrocinio  e  interceción,  como  en  la  misma  carta 
petitoria  se  refiere,  hanse  alcanzado  muchísi- 
mos beneficios) ,  con  todas  las  prerrogativas  co- 
rrespondientes a  los  Patrones  Principales  al  te- 
nor de  las  constituciones  de  nuestro  Predecesor 
de  santa  memoria  Urbano  VIII  referente  a  la 
observancia  de  las  fiestas  y  publicada  el  día  13 
de  septiembre  de  1642. 

Por  lo  tanto  la  Sagrada  Congregación  ha  ve- 
nido en  decretar  y  decreta  que  todos  los  años  el 
día  10  de  octubre  se  celebre  en  la  Nueva  Grana- 
da la  fiesta  de  San  Luis  Beltrán  con  oficio  doble 
de  primera  clase  como  Patrono  Principal,  según 
las  ^rúbricas  del  misal  y  del  breviario  romano. 

En  los  demás  reinos  y  provincias  sujetas  al  ce- 
tro del  Católico  Rey  de  España,  recítense  las  ho- 
ras canónicas  por  cuantos  están  obligados  a  ello, 
así  seculares  como  regulares  de  uno  y  otro  sexo, 
según  las  rúbricas  del  oficio  doble  menor,  dígan- 
se las  lecciones  propias  del  II  Nocturno,  revisa- 
das y  aprobadas  por  el  Eminentísimo  y  Reveren- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


259 


dísimo  Cardenal  Collaredo  el  día  12  de  septiem- 
bre de  1690,  y  celébrese  la  fiesta  el  día  mencio- 
nado y  según  el  rito  que  se  ha  dicho. 

Consultado  el  presente  Decreto  con  la  Santi- 
dad de  Nuestro  Señor  Alejandro  Papa  VIII,  vino 
en  aprobarlo  el  día  3  de  septiembre  de  1690. 
Quedando  sin  vigencia  cuanto  hubiere  en  contra- 
rio. Quibuscumque  in  contrarium  non  obstan- 
tibus. 

Cédula  en  que  comunica  su  Majestad  el  Rey 
al  Presidente  y  Oidores  del  Nuevo  Reino  el 
Decreto  anterior 

El  Reij, 

Presidente  y  Oidores  de  mi  Audiencia  de  Santa 
Fe  en  el  Nuevo  Reino  de  Granada.  El  Maestro 
Eray  Ignacio  de  Quesada  de  la  Orden  de  Predi- 
cadores, Procurador  General  de  su  Religión  de 
la  Provincia  de  este  Nuevo  Reino,  y  Quito,  me  ha 
representado,  que  por  los  continuos  milagros  y 
frutos  que  hizo  San  Luis  Beltrán  con  su  predi- 
cación en  Santa  Marta,  Cartagena,  Río  de  la 
Magdalena,  y  otras  partes  del  distrito  de  ese 
Reino,  convirtiendo  innumerables  gentiles  a 
nuestra  Santa  Fe,  y  obrando  raros  prodigios,  que 
todavía  se  continúan,  ha  concedido  su  Santidad 
a  instancia  mía,  que  ese  Glorioso  Santo  sea  el 
Patrón  Principal  de  ese  Reino,  y  que  se  rece  en 
todos  mis  Dominios  Rito  Doble  con  lecciones  pro- 
pias de  su  vida,  y  Oración,  como  constaba  por  el 
instrumento  que  presentaba,  suplicándome,  fue- 
se servido  de  mandarle  dar  paso  de  él,  y  cédula 


260 


ALVARO  SANCHEZ 


para  que  se  ejecute  en  ese  Reino,  como  su  Santi- 
dad lo  ha  concedido.  Y  habiéndose  visto  en_mi 
Consejo  de  las  Indias,  cc/n  lo  que  pidió  mi  Fiscal 
de  él,  he  mando  dar  el  paso  que  pidió  el  dicho 
Fray  Ignacio  de  Quesada  del  instrumento  refe- 
rido con  la  forma  regular,  por  el  cual  su  Santi- 
dad concede,  que  San  Luis  Beltrán  sea  Patrón 
Principal  de  ese  Reino,  y  que  se  rece  con  rito 
doble  y  lecciones  de  su  propia  vida,  y  Oración 
de  que  ha  parecido  noticiaros,  para  que  lo  ten- 
gáis entendido  y  cuidéis,  en  la  parte  que  os  pu- 
diere tocar,  del  cumplimiento  de  ello,  como  os 
mando  lo  hagáis.  Fecha  en  Madrid  a  12  de  agos- 
to de  1693  años. 
Yo  el  Rey. 

Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor,  Antonio 
Ortiz  de  Otálora. 

Acta  de  la  sesión  del  Capitulo  Metropolitano 
te  Santa  Fe  de  Bogotá  en  que  se  acepto  a  San 

Luis  Beltrán  como  Patrono  del  Nuevo  Rieno 

En  la  ciudad  de  Santa  Fe  a  4  de  junio  de  1694 
años,  estando  en  la  Sala  Capitular  los  Señores 
Venerable  Dean  y  Cabildo  de  esta  Santa  Iglesia 
Metropolitana.  El  señor  Doctor  D.  Pedro  Moreau 
de  Montaña,  Canónigo,  Provisor  y  Vicario  Ge- 
neral, manifestó  a  dichos  Señores  este  testimo- 
nio, en  que  se  contiene  el  Breve  de  su  Santidad 
y  Cédula  de  su  Majestad  para  que  en  este  Reino 
se  tenga  por  Patrono  Principal  al  glorioso  San 
Luis  Beltrán,  y  que  se  celebre  su  festividad  Do- 
ble de  primera  Clase  en  el  dia  diez  del  mes  de 
octubre  de  cada  un  año.  Y  visto  y  oído  por  di- 


SAN  LUIS  BELTRAN 


261 


chos  Señores,  dijeron  lo  obedecían  con  la  vene- 
ración que  debían,  y  que  admitían,  y  admitie- 
ron por  Patrón  Principal  al  Glorioso"  San  Luis 
Beltrán,  y  celebrar  en  esta  Iglesia  su  festividad 
como  a  los  demás  Patronos  Principales,  como  se 
manda  en  dicho  Breve,  y  Real  Cédula,  y  manda- 
ron se  ponga  en  el  Archivo  del  Cabildo.  Y  así  lo 
acordaron  y  firmaron.  Fue  presente.  Juan  Caba- 
llero González,  Escribano  Real  y  Secretario. 

El  Cronista  Zamora,  a  continuación  refiere  la 
celebración  de  la  primera  festividad  de  San  Luis 
Beltrán.  He  aquí  sus  palabras: 

"Estaba  el  Señor  Arzobispo  en  el  pueblo  de 
Susa,  adonde  se  le  llevó  la  Cédula  que  le  despa- 
chó su  Majestad  con  el  Breve  de  Su  Santidad 
que  obedeció  ante  Juan  de  Obando.  Escribano 
Real  y  Notario  Eclesiástico.  Remitió  a  su  Cabil- 
do el  orden  que  se  había  de  tener  en  el  recibi- 
miento del  Patronato  y  solemnidad  con  que  Ic 
había  de  celebrar  su  Catedral  el  día  9  de  octu- 
bre, que  señaló  para  darle  posesión.  Despachó 
también  libranza  al  Tesorero  de  las  rentas  deci- 
males, para  que  se  diese  al  Convento  cuatrocien- 
tos pesos  para  ayuda  del  gasto  de  las  solemni- 
dades'. 

"A  estas  dio  principio  el  Venerable  Deán  y  Ca- 
bildo el  día  9  de  octubre  de  1694.  a  la  hora  de 
vísperas,  con  un  ostentoso  y  magnífico  altar,  en 
que  pusieron  la  estatua  de  San  Luis  Beltrán;  y 
después  de  cantadas,  la  trajeron  en  procesión  a 
nuestra  Iglesia,  acompañada  de  la  del  Príncipe 
de  los  Apóstoles.  San  Pedro,  de  la  de  la  gloriosa 
Reina  de  Hungría,  Santa  Isabel,  Patrona  del 
Arzobispado,  y  de  la  de  la  Santísima  Virgen  Rosa 


262 


ALVARO  SANCHEZ 


de  Lima,  Patrona  Universal  de  toda  esta  Amé- 
rica, asistió  la  Real  Audiencia  con  su  Presiden- 
te y  el  Señor  Maestro  de  Campo  Don  Gil  de  Ca- 
brera Dávalos,  Caballero  de  la  Orden  de  Cala- 
trava,  que  con  sus  Oidores  sacó  en  hombros  el 
Santo  hasta  la  puerta  de  la  Catedral.  Fue  in- 
numerable el  concurso  de  los  Tribunales,  Cabil- 
dos, religiosos  y  colegios  que  asistieron  a  la  pro- 
cesión". 


BIBLIOGRAFIA 


VERDADERA  RELACION  DE  LA  VIDA  Y  MUERTE  DEL  PADRE  FRAY 
LUIS  BELTRAN  DE  BIENAVENTURADA  MEMORIA,  compilada  por 
el  Maestro  Fray  Vicente  Justiniano  Antist.  (Publicado  por  primera 
vez  en  Zaragoza  en  1583.  Reinpresa  en  Valencia  en  1884). 

HISTORIA  DE  LA  PROVINCIA  DE  SAN  ANTONINO  DE1  NUEVO  REINO 
DE  GRANADA,  por  el  P.  M.  Alonso  de  Zamora  O.P.  Edición  de 

Ce: neos,  1030.  dirigida  y  anotada  por  el  P.  Lector  Fray  Andrés 
Mezanza  O.  P. 

VIAJE  DEL  MUNDO,  por  Pedro  Ordóñez  de  Ceballos.  Biblioteca  Po- 
pular ds  Cultura  Colombiana.  Bogotá,  1942. 

HISTORIA  DE  COLOMBIA,  por  Henao  y  Arrubla.  Séptima  edición. 
Bogotá,  1916. 

PSICOLOGIA  DE  LOS  SANTOS.  H.  Foly.  Traducción  de  Modesto  Vi- 
llaescusa.  Barcelona.  Herederos  de  Gustavo  Guli,  editores.  1911. 

ELEGIAS  DE  VARONES  ILUSTRES.  Juan  de  Castellanos.  Biblioteca  Po- 
pular de  Cultura  Colombiana. 


HISTORIAS  Y  LEYENDAS  DE  CARTAGENA.   D.   Camilo  S.  Delgado. 
Cartagena,  1947. 


INDICE 


Nota  liminax    9 

I  —  Valencia    17 

II  —  La  Infancia    25 

ta  —  Toma  el  hábito.—  El  devoto  novicio.—  El  Santo  Sacerdote.  39 

PRIMERA  PARTE 

IV  —  Maestro  de  Novicios    57 

V  —  El  Vicario  de  Albayda    71 

VI  —  De  cómo  tue  enviado  a  las  misiones  de  Nueva  Granada 

y  de  la  travesía  hasta  su  llegada  a  Cartagena  de  Indias.  33 

SEGUNDA  PARTE 

I  —  Cartagena  de  Indias    97 

II  —  Arriba  Fray  Luis  a  Cartagena.  —  Su  nuevo  género  de 

vida.  —  Sus  virtudes    109 

m  —  Misiones  de  Tubara    Palauto,  Turbaco,  Malambo  y  otros 

lugares    123 

TV  —  Regresa  el  Santo  a  Cartagena.  —  Misiones  que  le  tueron 

encomendada*    143 


Páginas 


V  —  Es  trasladado  San  Luis  Beltián  de  Cartagena  a  Santa 

Marta.  —  Misiona  en  la  costa  comprendida  entre  esta 
última  ciudad  y  el  Cabo  de  la  Vela.  —  Es  nombrado  Pá- 
rroco de  la  villa  de  Teneriíe,  y  en  sus  andanzas  apostó- 
licas llega  hasta  Tamalameque    155 

VI  —  De  cómo  Fray  Luis  fue  elegido  Prior  del  Convento  del 

Rosario  de  Santa  Fe.  —  Recibe  orden  de  regrescr  a  Es- 


paña. —  Va  a  Cartagena  a  embarcarse    1T1 

TERCERA  PARTE 

I  —  Vieja  el  Santo  a  Sevilla.  —  Sigue  el  camino  de  Vc- 

lencia. —  Es  nombrado  Prior  del  Convento  de  San  Onoíre.  185 
II  —  El  Padre  Luis  Bertrán  es  nombrado  Maestro  de  Novicios 

del  Convento  de  Valencia    201 

LTI  —  Es  elegido  Prior  del  Convento  de  Valencia.  —  Su  pru- 
dencia y  caridad    217 

IV  — "Sus  enfermedades.  —  Su  santa  y  dichosa  muerte    235 

V  —  Algunos   documentos   .   249 

Biblloíraíía      253 


Cultura  Hispánica 
volumen  ix 


Editorial  KELLY 
Bogotá