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Full text of "El convidado de piedra : zarzuela en tres actos y en verso"

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.y  gÍlería  lírico-dramática.  \ 


EL 

ÜJDNYIDADO  DE  PIEDRA 

ZARZUELA 

KN  TRES  ACTOS  Y  EN  VERSO, 

ARREGLADA 

SOBRE  EL  DRAMA  DEL  MISMO  TÍTULO 

POR 

D.  RAFAEL  DEL  CASTILLO. 

HÚSICA 

DEL  MAESTRO  MANENT. 


BARCELONA: 
IMPRENTA  DEL  HEREDERO  DE  D.  PABLO  RIERA 

CALLE  DE  ROBADOR,  NÚM.  24  Y  26. 

1875. 


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EL  CONVIDADO  DE  PIEDRA. 


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EL 

COKVIDABO  DE 

ZARZUELA 

EN  TRES  ACTOS  Y  EN  VERSO, 

ARREGLADA 
SOBRE    EL    DRAMA    DEL    MISMO    TÍTULO 

POR 

D.  RAFAEL  DEL  CASTILLO, 

MÚSICA 

DEL  MAESTRO  MANENT. 

ESTRENADA  CON  SATISFACTORIO  ÉXITO 

EX  EL  TEATRO 

CIRCO  BARCELONÉS, 

LA  NOCHE  EEL  30  DE  OCTUBRE  DE  1875. 


BARCELONA: 
IMPREÍíTA  DEL  HEREDERO  DE  D.  PABLO  RIERA, 

CALLE  DE  ROBADOR,  NÚM.  24  Y  26. 

1875. 


Personajes.  Actores. 

D.-  ANA  DE  ULLOA Srita.  Esteva x. 

1).^  BEATRIZ  DE  FRESNEDA.     .  Sra.  Martix. 

LA  SALADA  (I) »  Viada. 

UNA  DUEÑA „  Celdrax. 

D.  JUAN  TENORIO Sn.  RorsEX. 

D.  LUIS  DE  FRESNEDA.     ...  ,)  Soler.  (D.  Eiuiqu 

D.  GONZALO  DE  ULLOA.   ...  »  Baxqüells. 

CAMACHO „  Torres 

D    DIEGO  TENORIO >,  Alextorx. 

RAMÓN ,;  Borreli.. 

EL  MARQUÉS  DE  URENA.     .     .  »  Farrexy. 
ESTUDIANTES,  CABALLEROS.  HOMBRES  Y  MUJERES  DE 
PUEBLO. 

(1)    En  las  compañías  de  zarzuela  de  corto  personal,  puede  iiar( 
una  misma  actriz  los  papeles  de  D.'  Beatriz  v  Sahula. 


^ 


l.n  acción  pasa  en  Soilla  en  los  primeros  anos  del  siglo  XVI. 

Las  empresas  que  deseen  poner  en  escena  esta  zarzu-^la  pueden  di- 
rigirse para  la  adquisición  de  la  música  á  D.  Joaquín  Casas,  Archi- 
vero de  música.— Barcelona. 

1^      Todas  las  indicaciones  marcadas  en  la  partitura,  deben  hacerse  en 

•    la  representación. 


La  propiedad  de  esta  obra  pertenece  á  sus  autores,  y  nadie  podri 
reimprimirla  ni  representarla  sin  su  consentimiento  ni  en  España  ii 
vn  sus  posesiones  de  Ultramar. 

Los  Sres.  Comisionados  de  la  Galería  dramática  El  Teatro  son  Ioí 
únicos  encargados  del  cobro  de  los  derechos  de  representación  }  de  I; 
^enta  de  ejemplares. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


ACTO  PRIMERO. 


Orillas  del  GuadalquiNÍr,  en  Sevilla ,  en  la  noche  de  la  verbena  de 
an  Juan.  Puestos  de  confitura  caprichosamente  iluminados. 

ESCENA  PRIMERA. 

)AM\S     CABALLEROS,   VENDEDORES    fOdeando    ti   LA    SaLADA. 

Después  D.  Juan  Tenorio,  D.  Luis  de  Fresneda  ?y  el 
Marqués  de  Ureña. 

Coro  general. 

No  hay  mas  que  ver, 

no  hay  mas  que  oir, 

es  la  sirena 

del  Guadalquivir. 

Canta,  canta  Saladita, 

que  es  muy  dulce  tu  cantar. 

Canta,  canta,  que  otra  copla 

anhelamos  escuchar. 

Salada. 

Gracias,  gracias ,  caballeros, 
agradezco  tal  bondad 
y  me  duele  no  agradaros, 
mas  la  queda  va  á  sonar. 


—  6  — 

Coro. 

Nada  temas ,  que  la  ronda 
esta  noche  no  vendrá. 
Canta,  canta,  Saladita, 
que  enamora  tu  cantar. 

Salada. 

Por  serviros,  otra  copla 

solamente  he  de  cantar. 

¡Ay!...  ay!...  ay!... 

de  la  flor  que  entre  abrojos 

solo  encuentra  en  la  vida 

penas  y  enojos. 

Mal  haya  el  amor,  mal  haya 

y  la  mujer  que  le  siente ; 

cuanto  mas  tierno  se  muestra 

mas  malas  partidas  tiene. 

jAy!  corazón!... 

Cual  te  maltrata  el  hombre 

sin  compasión. 

fAl  terminar,  se  oyen  las  campanas  locando 
queda.  Todos  quedan  suspensos,  y  mienlr 
tanto  se  oye  dentro  el  coro  de  la  Ronda. 

Coro  de  la  Ro>'da,  (dentro). 

Sevillanos,  terminen  las  fiestas, 
que  la  queda  tocando  está  ya ; 
el  jaleo  y  la  broma  concluyan, 
y  el  castigo,  con  ello  evitad. 

Coro  general  en  escena. 

No  hagas  caso,  Saladita, 
da  comienzo  á  otro  cantar. 
No  te  ocupes  de  la  ronda 
que  hasta  tí  no  llegará. 


Salada. 

¡Ay!...ay!...  ay!... 
que  pena  siente  el  alma 
cuando  un  ingrato  roba 
su  dulce  calma. 
Un  loco,  me  dijo  un  dia, 
que  eran  los  hombres  muy  malos ; 
por  no  haber  querido  creerle 
por  un  hombre  estoy  llorando. 
¡Ay!  corazón!... 
jamás,  del  hombre,  creas 
en  la  pasión. 

Coro  de  la  Ronda.  {Algo  mas  cerca). 

Las  campanas  de  la  queda 
otra  vez  sonando  están, 
cesen ,  cesen,  ya  las  fiestas 
y  el  silencio  reine  ya. 

Coro  pe  escena. 

No  hagas  caso,  Saladita, 
da  comienzo  á  otro  cantar. 
No  te  ocupes  de  la  ronda 
que  hasta  ti  no  llegará. 

Salada. 

Imposible  caballeros, 

que  la  ley  bien  clara  está  : 

esperad  hasta  mañana 

y  otra  vez  me  oiréis  cantar. 

{Durante  el  canto  anterior  han  aparecido  en  es- 
cena  por  distintos  lados  D.  Juan  Tenorio, 
acompañado  del  Marqués,  algunos  caballeros, 
Camacho  y  D.  Luis  de  Fresneda.  Ambos  van 
recatándose  el  rostro  con  los  embozos). 


I 

HABLADO. 

D.  Luis.      (Aproximándose  al  grupo  y  poniendo  una  mo- 
neda en  mano  de  la  Salada). 

Un  ducado  por  que  cantes. 
I).  Juan.     (Acercándose  á  su  vez  y  dándole  otra  moneda). 

Yo  nifia,  doblo  la  puesta ; 

con  que  á  cantar  de  contado 

mientras  mi  bolsa  esté  llena. 
Salada.       Tantas  gracias,  caballeros; 

mucho  estimo  sus  finezas ; 

mas  los  edictos  del  rey 

me  impiden  que  os  obedezca. 
D.  Luis.      Mi  voluntad  es  primero 

y  aquestos  ducados ,  prenda. 

(La  da  nuems  monedas). 
D.  Juan.     Jamás  donde  yo  me  encuentro, 

ni  en  dádivas,  ni  en  ofertas, 

ni  en  estocadas ,  ni  amores, 

hubo  quien  valer  pudiera 

mas  que  yo.  ¿Te  dan  ducados?... 

Yo  te  doy  esa  cadena 

que  pesa  algunos  doblones; 

y  canta,  que  me  impacientas. 

(Se  quita  una  cadena  que  lleva  al  cuello  y  se  la 
pone  á  Salada). 
Camacho.     (Viento  de  regalos  corre, 

presto  vendrá  la  tormenta). 

(Á  D.  Juan  en  voz  baja). 

Señor,  dad  paso  á  la  mano, 

y  no  os  ciegue  esa  morena. 
D.  Juan.     ¿Por  qué? 
Camacho.  Porque  es  la  Salada. 

¿Recordáis?  La  ahijada  vuestra. 
D.Juan.     ¡Diablo!  Garrida  moza 

se  hizo  ya  la  rapazuela. 


—  9  — 

(A  Salada). 
¿Pero  cantas? 

No  me  atrevo. 
Hazlo  por  mi  gusto,  prenda. 
Cantará  por  mi  mandato. 
(Á  D.  Luis). 
Ved  que  doblo  la  fineza, 
y  si  con  oro  no  os  venzo 
el  hierro  quizás  os  venza. 
Pues  hablen  ya  las  espadas 
y  queden  mudas  las  lenguas. 
Señor... 

Silencio. 

(Lo  dije: 
la  tempestad  está  cerca). 
(A  D.  Luis). 

Señor,  señor,  no  hagáis  tal. 
Has  de  cantar  ala  fuerza: 
del  que  quede  vencedor 
será  tu  voz  recompensa. 
(Saca  la  espada). 
Plácenle  mucho  á  D.  Juan 
Tenorio  tales  empresas.  ^ 
[Desembozándose  y  corriendo  hacia  D.  Juan  lleno 

de  alegría). 
¡D.  Juan! 

¡D.  Luis! 

Por  mi  nombre, 
que  pesárame  si  hubiera 
con  vos  cruzado  mi  acero. 
Mi  mano,  D.  Luis,  es  esta 
Ved  la  mia  y  cesen  ya 
las  importunas  querellas, 
que  el  placer  de  recobraros 
con  ventaja  le  supera 
á  la  dicha  de  escuchar 


—  10  — 

enamoradas  endechas. 
Camacho.     ( Valiente  placer  tendrás 

cuando  sepas  que  corteja 

á  D."  Beatriz,  D.  Juan, 

y  que  no  bastan  las  rejas 

para  galán  cual  mi  amo. 

Menuda  va  á  ser  la  gresca). 
D.  Juan.     Me  place  veros,  D.  Luis, 

tan  mi  amigo,  y  como  prueba 

de  lo  mucho  que  os  estimo, 

venid  en  compaña  nuestra 

á  la  vecina  hostería, 

y  vaciando  botellas, 

á  mi  salud  beberéis 

y  yo  beberé  á  la  vuestra. 

Honráisme  mucho,  D.  Juan. 

(Y  mas  de  lo  que  te  piensas). 

¿Cuándo  llegasteis? 

Tres  dias 

en  Sevilla  cuento  apenas. 

Y  ya  suspira  por  él 

mas  de  una  linda  doncella. 

Siempre  el  mismo. 

Es  natural, 

porque  en  edad  tan  provecta 

no  es  fácil  se  modifique 

quien  tuvo  tales  ideas. 
Yamos  á  beber,  señores, 

que  tengo  gran  impaciencia 

por  conocer  de  D.  Juan 

la  historia  de  sus  proezas 

como  soldado  y  galán, 

durante  su  larga  ausencia. 
D.  Juan.     Vamos,  amigos.  Camacho... 

(A  sus  compañeros  y  después  separándose  con  Ca- 
macho un  poco,  hahlándoh  en  voz  baja). 


D.  Luis. 
Camacho. 
D.  Luis. 
D.  Juan. 

Marqués. 

D.  Luis. 
D.  Juan. 


D.  Luis. 


—  11  — 

Permitid...  Vé  con  presteza, 

y  de  Beatriz  y  de  Ana 

tráeme  venturosas  nuevas. 

Vuelve  pronto,  y  tu  magin, 

pon,  buen  Camacho,  á  prueba. 
Camacho.    Está  muy  bien. 
D.  Juan.  ¡  Ah !  procura 

saber  donde  se  alberga 

la  Salada. 
Camacho.  Pero... 

D.  Juan.  Marcha. 

{Volviéndose  á  los  demás J. 

Caballeros,  á  la  mesa. 

(Se  dirigen  todos  por  la  izquierda.  Camacho  y  Sa- 
lada y  parte  de  pueblo  quedan  en  escena. 


MUTACIÓN. 

Interior  de  una  hostería.  Mesas  y  sillas.  Entran  por  el  foro  D.  Juan, 
D.  Luis,  el  Marqués ,  D.  Diego  Tenorio,  que  queda  entre  los  caba- 
lleros y  gente  del  pueblo,  oculto  el  rostro  por  el  embozo. 

ESCENA  II. 

D.  Juan,  D.  Luis,  Marqués,  ü.  Diego,  caballeros  y  gente 
del  pueblo. 

Marqués.    Este  D.  Juan,  siempre  igual. 
ü.  Juan.     Siempre  lo  mismo,  señores. 
Marqués.     En  pendencias  y  en  amores 

no  tiene  ningún  rival. 
1).  JiíAN.     Mal  hicieron,  á  fe  mia, 

en  desterrarme  de  aquí ; 

tres  dias  ha  que  volví... 
ü.  Diego.    (Y  á  escándalo  va  por  dia). 
D.  Luis.     Sentaos  y  bebed,  señores 
D.  Juan.     Sírvenos  bien,  hosterero. 
ÜNESTUD.    Es  galán  el  caballero. 


—  12  — 
Un  homb.     y  en  valor,  de  los  mejores. 
D.  Luis.      ¿Con  que  Francia?... 

I).  Juan.  ¡Brava  tierra 

para  lidiar  y  querer ! 
buscando  amor  y  placer 
tomé  mi  parte  en  la  guerra. 
.  ,  Con  el  hierro  prevenido 

y  el  traje  bien  perfumado, 
triunfé  como  enamorado 
y  nunca  en  lid  fui  vencido. 
Ora  mi  piel  traspasaba 
en  ruda  lucha  el  acero, 
ora  un  acento  hechicero 
sus  amores  me  contaba ; 
y  peleando,  y  queriendo, 
y  frases  de  amor  jurando, 
•  y  el  juramento  olvidando, 

un  año  pasó  corriendo. 
Modelo,  por  lo  inconstante, 
llaniiíbanme  las  mujeres... 
De  la  mujer,  los  placeres, 
solo  duran  un  instante; 
se  la  persigue,  hasta  hablarla, 
se  la  obliga ,  hasta  vencerla, 
basta  una  hora  de  quererla 
para  después  olvidarla. 
y  en  eso  son  las  francesas 
modelo  en  lo  resignadas ; 
bastantes  dejé  olvidadas 
tras  amorosas  empresas. 
Mas  ninguna  tras  de  mí 
mandó  su  deudo  ó  su  amigo, 
aunque  es  verdad  que  conmigo 
poco  ganaran  asi. 
Que  si  no  admito  encubiertos 
que  fisgoneen  mis  amores, 


—  lá- 
menos admito,  señores, 
desfacedores  de  entuertos, 
y  como  supe  vencer 
á  quien  me  vino  á  buscar, 
on  paz  me  llegué  á  quedar 
para  olvidar  y  querer. 

Marques.    ¿Y  en  Italia? 

D.  TüAiN.  Allí  encontré 

de  todo,  de  malo  y  bueno; 
hay  allí  mucho  veneno 
(¡ue  apenas  ninguno  vé. 
Vehemente,  provocativa 
es  la  italiana ,  sí  tal ; 
mas  tampoco  tiene  igual 
en  su  saña  vengativa. 
Belleza,  pasión,  venganza 
miré  ante  mí  de  contino, 
pero  á  D.  .Tuan,  el  destino, 
si  es  adverso,  no  le  alcanza. 
Rica  pradera  de  flores 
á  mi  ansiedad  se  ofreció, 
llores  que  presto  agostó 
el  fuego  de  mis  amores. 
Altiva  y  noble  señora, 
humilde  transtiverina, 
inocente  campesina 
ó  risueña  pescadora, 
todo  mi  amorosa  llama 
recorre  con  sed  impaciente; 
todo  cede  humildemente 
ante  el  fuego  que  me  inflama. 
Y  suelta  la  rienda,  asalto 
sin  fijarme. en  la  distancia, 
desde  la  mísera  estancia 
hasta  el  palacio  mas  alto. 
Me  persiguen  los  maridos. 


—  li- 
me amenazan  los  amantes, 
los  corchetes  vigilantes 
úñense  á  los  ofendidos, 
mas,  ¿qué  me  importa  el  tropel 
siendo  mi  valor  notorio? 
Donde  está  D.  Juan  Tenorio 
la  victoria  está  con  él. 

Marqués.     ¡Bravo,  D.  .luán!  y  recuerdo 
¿no  conserváis  de  ninguna? 

D.  .TuAN.     Guardara  si  fuese  una, 

mas  de  tantas  no  me  acuerdo. 

Cab.  1."      ¡Qué  galán  mas  inconstante! 

D.  Juan.      ¡La  constancia!...  ¡Tontería! 
¿Cómo,  si  no,  gozaría 
de  ese  placer  delirante? 
¿No  es  la  mujer  una  flor? 
¿y  á  la  flor  no  la  aspiráis 
y  mas  tarde  la  arrojáis 
cuando  ha  perdido  su  olor? 
¿Pues  qué  crimen  ha  de  ser 
que  yo  aspire  los  amores, 
y  lo  que  hacéis  con  las  flores 
lo  haga  yo  con  la  mujer? 

Mahol'jís.     Siempre  el  mismo. 

D.  .TuAM.  Hasta  morir. 

D.  Luis.      Bravo,  D.  Juan,  y  una  vez 
que  habéis  venido  ¡par  diez ! 
nos  vamos  á  divertir. 
Que  siendo  galanteador 
y  hermosas  las  sevillanas, 
querréis  de  vuestras  paisanas 
poner  á  prueba  el  amor. 

I>.  .liAN.     Harto  sabéis  que  al  naarchar 
recuerdos  de  mi  dejé ; 
ahora,  amigos,  volveré 
mi  pasado  á  recordar. 


—  15  — 

Y  pues  la  noche  procura 

cien  aventuras  galantes, 

aprovechar  los  instantes 

aconseja  la  cordura. 

Bebamos  y  del  placer 

lancémonos  al  camino; 

con  buena  noche  y  buen  vino 

solo  falta  una  mujer. 
D.  Luis.     Bien  dicho,  vamos  allá. 

Bebamos  (beben). 
D.  Juan.     (Mirando).  ¿Y  mi  criado, 

que  me  ha  de  dar  un  recado 

y  no  ha  venido?... 
Marqués.     (Señalando  á  Camacho  que  entra  por  el  foro). 

Ahí  está. 


ESCENA  III. 

Dichos,  Camacho. 

(Se  dirige  D.  Juan  hacia  Camacho  y  habla  en 

voz  baja  con  él). 

D.    .TUAN. 

Con  vuestra  venia,  señores. 

¿Viste  á  Beatriz? 

Camacho. 

Sí  por  Dios. 

D.  Juan. 

¿YD.^Ana? 

Camacho. 

Piensa  en  vos. 

D.  Juan. 

¿Y  esperan?... 

Camacho. 

Locas  de  amores. 

ü.  Juan. 

¿Te  dio  la  cita? 

Camacho. 

Á  las  diez. 

D.  Juan. 

¿Y  la  dueña? 

Camacho. 

Ya  caerá. 

D.  Juan. 

¿  Vendrá  á  mi  casa? 

Camacho. 

Vendrá. 

D.  Juan. 

¿Y  habrá  oposición? 

Camacho. 
D.  Juan. 
Camacho. 
D.  Juan. 
Camacho. 
D.  Juan. 

Camacho. 
D.  Juan. 


Camacho. 
D.  Juan. 

Camacho. 
D.  Juan. 


Marqués. 
D.  Juan. 


D. 

DlF.GO 

D. 

Juan. 

D. 

DíEGO 

D. 

Juan. 

D. 

Diego 

D. 

Juan. 

—  16 


Tal  vez. 


¿Salada?... 


Se  va  á  casar. 


¡Cómo! 


Sí  tal ,  esta  noche. 
Vé  ahí  una  flor  cuyo  broche 
es  necesario  aspirar. 
Pero  señor. 

Di  al  marido 
que  á  la  boda  asistiré 
y  la  fiesta  pagaré. 
¿Estáis  en  vos? 

¿No  has  oido? 
La  Salada  me  acomoda. 
Harto  así  lo  considero. 
Yeré  á  Beatriz  lo  primero 
y  después  iré  á  la  boda. 
(Se  separa  D.  Juan  de  Camacho  y  se  dirige  á  sm 

amigos  J. 
Señores,  cuando  gustéis. 
Cuando  os  plazca. 

Pues  marchemos, 
y  si  aventuras  queremos 
conmigo  siempre  tendréis. 
(Van  á  salir,  cuando  se  adelanta  D.  Diego  y  I 

corla  el  paso J. 
(Desembozándose  J. 
¡D.  Juan!... 
(  Contrariado  J. 

¡Mi  padre! 

Quisiera 
con  vos  un  momento  hablar. 
La  ocasión  no  es  oportuna. 
Es  preciso. 
(A  sus  amigos). 

Perdonad 


—  17  - 

si  otra  vez  vuelvo  á  obligaros 

á  esperarme. 
Marqués.  No  hay  que  hablar. 

Siendo  tan  justo  el  motivo... 
D.  Juan.     Presto  mi  padre  se  irá 

y  al  momento... 
Marqués.  Fuera  estamos. 

D.  .TuAN.     No  os  haré  desesperar. 

fVánse  D.  Luis,  Marqués  y  caballeros). 

ESCENA  IV. 

D.  Juan,  D.  Diego  y  Camacho. 

Canacho.     (Gran  tempestad  se  prepara 

según  trae  el  viejo  la  faz). 
D.  Juan.     Ya  veis  que  están  aguardando. 
D.  Diego.    Harto  me  hiciste  esperar 

que  tus  locos  devaneos 

tuviesen  término  ya. 
D.  Juan.     Si  con  sermones  venís, 

templar  podéis  vuestro  afán, 

que  humanas  reconvenciones 

no  me  pueden  obligar. 
D.  Diego.    Es  decir  que  vuestro  pecho 

cerrado  al  honor  está; 

que  es  vuestro  sino  en  la  tierra 

sembrar  por  doquier  el  mal; 

que  rechazáis  el  acento 

de  paterna  autoridad, 

y  que  siendo  ya  mal  hijo, 

mal  caballero  será 

quien  rechaza  la  justicia 

del  reproche  paternal. 
D.  JiAN.     ¡Yive  Dios!  que  si  esas  canas 

no  me  hicieran  respetar 


—  18  — 

aun  mas  que  al  padre,  el  anciano, 
yo  os  obligara  á  callar. 
D.  Diego.    Sellad  el  labio,  selladle, 
y  tanto  ardor  refrenad ; 
que  aunque  viejo  y  vos  tan  mozo, 
aun  sé  hacerme  respetar. 
Tres  dias  há  que  á  Sevilla 
tomasteis  por  nuestro  mal, 
y  tres  dias  há  que  el  escándalo 
pregona  que  estáis  acá. 
Corregido  os  suponía, 
que  no  pude  sospechar 
que  quien  malas  mañas  tiene 
nunca  ceja  en  la  maldad, 
y  al  saber  vuestra  conducta, 
un  desengaño  fatal 
recibí.  El  Comendador, 
con  quien  pude  concertar 
la  unión  de  su  hija  Ana 
con  vos,  ceñuda  la  faz 
y  su  enojo  refrenando 
á  duras  penas ,  á  hablar 
me  vino  ayer,  y  sus  quejas 
harto  fundadas  están. 
Suplicóme  rescindiera 
el  compromiso  formal 
que  contrajera  conmigo, 
y  no  me  pude  negar; 
que  quien  cual  vos  en  orgías 
solo  culto  al  vicio  dá, 
y  entre  mujeres  perdidas 
y  rufianes  sin  lealtad, 
en  reyertas  y  amoríos 
cada  vez  se  pierde  mas, 
no  merece  que  una  honrada 
doncella  le  pueda  dar 


—  to- 
cón su  mano,  su  honra  y  fama, 
cuando  él  infamado  está. 

D.  Juan.     Poned  ya  coto  á  la  lengua, 

padre  y  señor,  que  en  verdad 
de  mí  mismo  me  sorprendo 
al  ver  que  os  pude  escuchar. 

D.  Diego.    También  á  mí  me  sorprende 
que  la  divina  bondad 
permita  se  engendren  hijos 
que  nos  puedan  deshonrar. 

D.  Juan.     Si  D.  Gonzalo  rechaza 
el  trato  matrimonial 
concertado,  prevenidle 
que  vigile  sin  cesar; 
que  si  no  me  da  á  su  hija 
por  su  propia  voluntad, 
por  la  mia,  á  D.*  Ana 
sabré  yo  solo  ganar. 

D.  Diego.   ¿Qué  dices? 

D.  Juan.  Lo  dicho,  padre, 

y  yo  nunca  dije  mas 
que  lo  que  siempre  cumplí; 
y  adiós,  que  aguardando  están 
mis  amigos  y  no  es  justo 
hacerles  mas  esperar. 

D.  Diego.   Pero  D.  Juan... 

D.  Juan.  Es  inútil, 

no  tratéis  de  verme  ya, 
que  si  yo  no  fui  á  veros 
bien  debisteis  sospechar 
que  me  cargan  los  sermones 
del  afecto  paternal. 
Yamos,  Camacho. 

Camacbo.  (El  diablo 

no  pudiera  decir  mas ). 
(Vanse  D.  Juan  y  CamachoJ. 


—  20  — 
D.  Diego.     ¡Dios  mió!  Tú  que  le  escuchas, 
da  al  olvido  su  impiedad; 
que  aun  cuando  malo,  es  mi  hijo, 
y  ha  de  dolerme  su  mal. 
Mas  es  preciso  advertir 
á  D.  Gonzalo.  Quizás 
impulsado  por  la  ira 
■    tratase  de  atropellar 
su  casa,  y  para  evitarlo 
que  alerta  esté  bastará. 
fVase  foro  izquierda). 

MUTACIÓN. 

Calle  y  ángulo  formado  por  la  casa  de  D.*  Beatriz.  Ventana  con  rej.i 
en  el  piso  baja.  Se  oye  á  lo  lejos  el  Coro  de  estudiantes. 


Coro  de  Estudiantes,  (dentro^ 


Vivan  las  sevillanas, 

viva  mi  niña, 
que  no  hay  como  su  garbo 

otro  en  Sevilla. 

Cuando  vas  por  la  calle, 

hasta  en  el  cielo 
dicen  los  angelitos: 
— «i  Vaya  un  salero!»-— 

Y  con  tu  garbo, 
curas  tú  mas  enfermos    ' 
que  el  boticario. 
(Va  alejándose  el  Coro,  y  por  el  lado  opuesto  aparecen  don 
Juan  y  C amacho;  este  lleva  una  guzla  morisca  ó  un  man- 
dolin  italiano). 


—  21  -^ 

ESCENA  V. 

D.  Juan  y  Camacho. 

D.  JuA¡N.      Por  fin  se  alejan  los  mozos. 
i  Vaya,  si  estaban  pesados! 

Camacho.     Y  si  es  noche  de  jolgorio, 

¿qué  halláis  en  eso  de  estraño? 

D.  Juan.      Si  continúan  mas  tiempo, 
yo  te  prometo  que  salgo 
y  pongo  fin  á  la  fiesta. 

Camacho.     Y  aquí  nos  muelen  á  palos. 

D.  JuAis.      Vamos,  avanza  sin  miedo,    ' 
ya  que  libres  nos  dejaron. 
Ten  el  hierro  prevenido 
y  adelante  sin  cuidado. 

Camacho.     Éso  el  decirlo  es  muy  fácil, 
mas  yo  de  todo  me  escamo; 
y  como  siempre  he  salido, 
por  andar  en  malos  pasos, 
no  por  mí,  sino  por  vos, 
■  rudamente  apaleado, 
cuando  aventuras  tenéis 
siento  un  temblor  soberano. 

D.  Juan.      Camacho,  tú  eres  cobarde, 
y  no  has  de  serlo,  Camacho. 
Válate  tu  gran  destieza 
para  cumplir  mis  encargos, 
que  si  no...  yo  te  aseguro 
que  á  fuerza  de  linternazos 
infundiérate  el  valor 
de  que  estás  necesitado. 

Camacho.     Lo  que  es  por  apalearme 

bien  lo  hicieron  los  estraños; 
y  si  creéis  que  es  remedio 


D.  Juan. 

Camacho. 


D.  Juan. 


Camacho. 


D.  Juan. 

Camacbo. 
O.  Juan. 


Camacho. 


—  Se- 
para curar  tal  empacho, 
lo  que  es  los  que  á  mí  me  dieron 
efecto  hicieron  contrario, 
pues  si  antes  era  gallina 
ahora  ya  soy  gallinazo, 
Camacho,  no  rae  impacientes. 
¿Y  cómo  he  de  impacientaros, 
si  de  esa  falta,  las  culpas 
sufriéralas  mi  espinazo? 
¡Señor!  ¿no  visteis  un  bulto 
á  aquella  pared  pegado? 
El  miedo  te  hace  ver  bultos, 
Camacho,  por  todos  lados. 
De  una  puñada  en  los  ojos 
quitárate  ese  nublado, 
si  no  mirase  que  estás 
conmigo  hace  tantos  años. 
Ese  D.  Luis  de  Fresneda, 
que  de  esa  dama  es  hermano, 
me  infunde  un  pavor  terrible. 
Con  sus  disformes  mostachos, 
sus  votos  y  su  tizona, 
me  tiene  desazonado. 
Pues  que  se  oponga  D.  Luis, 
tan  fanfarrón  y  tan  bravo, 
y  veremos  de  qué  sirve 
su  oposición  ni  su  brazo. 
No  provoquéis  al  demonio, 
porque  pudiera  escucharos. 
Vamos,  abrevia  sandeces, 
que  de  impaciencia  me  abraso. 
Doña  Beatriz  me  enamora, 
y  es,  por  mi  fe,  necesario, 
que  el  fuego  que  me  consume 
temple  el  fresco  de  sus  labios. 
(El  pecho  de  mi  señor 


—  23  — 

es  un  tonel  desfondado, 

donde  cuanto  mas  penetra 

mas  falta  para  llenarlo). 
D.  J[iAN.     Deja  que  yo  suelte  al  viento 

este  acento  enamorado, 

y  al  escucharle  Beatriz 

acudirá  á  su  reclamo. 
Camacho.    Como  gustéis.  (Yo  también 

este  miedo  soberano 

entretendré,  á  mi  señor 

con  mi  voz  acompañando]. 

CANTO. 

(D.  Juan  se  apoya  en  el  ángulo  de  la  casa  de  Doña  Beatri 
y  canta  acompañándose  con  la  guzla  que  le  da  Camacho J. 

D.  Juan. 

Niña  adorada  del  alma  mia, 
llor  de  las  flores  de  Andalucía, 
blanca  azucena,  candida  y  pura, 
ensueño  casto  de  mi  ventu-ra. 

¿En  dónde  estás, 
que  al  llamarte  mi  acento 

no  vienes  ya  ? 

Camacho. 

¡Válgame  Dios,  y  qué  suerte 
que  á  mí  eí  destino  me  da, 
mirar  cual  come  mi  amo 
y  yo  en  ayunas  estar ! 

D.  Juan. 

Luz  de  mis  ojos,  niña  hechicera, 
de  amor  rendido,  tu  amante  espera; 
por  contemplarte,  diera  mi  vida, 


ÜÉH^MÉÉllAWriMitattlIMlÉÍHÍiAiilMiattÉilili 


~  u  — 

que  eres  del  alma,  la  luz  querida. 

¿En  dónde  estás, 
qiie  al  llamarte  mi  acento 

no  vienes  ya? 

Camacho. 

En  el  reparto  del  mundo 
hubo  muy  poca  igualdad ; 
tres  hembras  le  dio  á  mi  amo, 
y  á  mí  ninguna  me  da. 

HABLADO. 

D.  JüAiv.      Pues,  señor,  sigue  el  silencio. 

Camacho.    Escuchad. 

^-  Juan.  Si  no  me  engaño 

abren. 
Camacho.  Si,  tal. 

D-  Juan.  Déjame 

y  observa  bien,  por  si  acaso. 

{Se  retira  Camacho  y  Doña  Beatriz  apalee  en 
la  reja). 


ESCENA  VI. 

D.  Juan,  D."  Beatriz  y  después  Camacho. 

T).  Juan.      D.'  Beatriz. 

D.'  Beatr.  Mi  señor. 

D.  Juan.     Bien  haya  la  luz  del  alba, 

que  asomando  en  vuestra  reja,   > 
iris  de  dicha  en  mis  ansias, 
compensa  la  desventura 
que  vuestra  ausencia  me  daba. 

D.' Beatr.  Callad,  señor,  que  al  oiros, 
á  mi  pesar  se  va  el  alma 
tras  vuestro  acento. 


—  2S  — 

D.  Ji'AN.  Pues  deja 

que  tras  mi  tierna  palabra, 
tu  alma,  Beatriz  hermosa, 
enamorada  se  vaya ; 
que  si  su  instinto  te  dice 
que  accedas  á  mi  demanda, 
cree  del  alma  los  instintos, 
que  pocas  veces  se  engañan. 

D.*  Beatr.  ¡  Ay  D.  Juan !  yo  no  comprendo 
qué  irresistible  magia 
en  vuestro  acento  lleváis, 
que  aturdida,  fascinada, 
como  débil  mariposa 
que  vuela  en  torno  á  la  llama, 
me  dejo  arrastrar  al  fuego 
de  vuestra  ardiente  palabra. 

D.  Jdak.      Es  el  amor  que  me  inspira 
tu  hermosura  sobrehumana 
quien  presta  el  fuego  á  mis  labios 
en  que  tu  seno  se  abrasa. 
No  temas  venga  el  olvido 
tras  el  favor  que  se  alcanza, 
que  si  la  sed  es  ardiente, 
cual  la  que  siente  mi  alma, 
cuánta  mas  agua  se  bebe, 
se  anhela  beber  mas  agua. 
Ten  piedad  de  mi  tormento 
y  ese  rigor  que  me  mata 
amengua,  prenda  querida. 

D.' Beatr.  Tenéis,  señor,  una  fama 

que,  á  mi  pesar,  me  amedrenta. 
Dicen  que  olvidáis  mañana 
á  la  que  hoy  os  adora; 
que  dó  posáis  vuestra  planta, 
tórnanse  en  flores  marchitas 
las  que  ayer  fueron  lozanas  ; 


>gmigt¡^giMga¡i^lJltmm»i,¿il,^^ 


—  se- 
que fascináis  un  instante 

para  causar  pena  amarga: 

y  tales  cosas  he  oido, 

que  amante  y  enamorada, 

y  sintiendo,  á  pesar  mió, 

que  hacia  vos  se  va  mi  alma, 

temo  me  alcance  la  suerte 

que  á  tantas  les  alcanzara. 
1).  Juan.     Patrañas  del  necio  vulgo, 

y  solamente  patrañas 

es  tan  solo  cuanto  dicen, 

D.*  Beatriz,  de  mi  fama; 

si  he  abandonado  á  algunas, 

que  de  mi  amor  se  fiaran, 

fue  porque  no  hallaba  en  ellas 

lo  que  mi  pecho  buscaba. 

Mas  hoy,  que  al  cabo  encontré 

virtud  y  belleza  tanta, 

lio  temáis  que  dé  al  olvido 

lo  que  tanto  adora  el  alma. 

fSe  oye  el  Coro  de  Estudiantes  mas  cerca). 
D.^Beatr.  ¡Quién  os  pudiera  creer! 
D.  Juan.     Desecha  esa  duda  insana, 

y  piensa  que  tu  D.  Juan, 

á  tí  tan  solo  idolatra. 

No  me  niegues  el  remedio, 

que  mi  dolor  te  demanda, 
'      que  quien  tanto  amor  te  ofrece, 

bien  merece  buena  paga, 
Camacuo.    Señor,  que  se  acercan. 

(Llegándose  á  D.  Juan). 
1).  JüAiN.     ¿Quién  se  acerca?  Yamos,  habla. 
Camacuo.    ¿Pues  no  escucháis  sus  cantares? 
D.  .Tuan.      Di  que  á  otra  parte  vayan, 

que  aquí  está  D.  Juan  Tenorio, 

y  no  quiere  serenatas. 


27  

Camacho.    ¿y  ellos  se  irán  al  momento 

que  yo  les  diga  esa  gracia  ? 
D.  Juan.      Si  no,  les  haré  marchar 

cerrándoles  á  es^tocadas. 
D/  Beatr.  No,  por  Dios. 
D.  Joan.  Nada  temáis. 

Camacho.     (Ya  lo  temen  mis  espaldas, 

que  si  él  se  empeña  en  zurrarles 

sobre  mí  vendrá  la  danza). 

Ya  están  aquí. 
D.  Juan.  Voy  al  punto. 

D.* Beatr.  ¡Por  piedad! 
D.  Juan.  No  escucho  nada ; 

estad  tranquila,  y  cerrad 

en  tanto  vuestra  ventana. 

[Cierra  la  ventana  D."  Beatriz).. 

ESCENA  YII. 

Dichos,  los  Estudiantes,  después  D.  Luis. 

(Los  Estudiantes  repiten  la  estrofa  del 'principio) . 

D.  Juan.     Basta  de  canto,  ¿lo  oísteis? 
EsT.  1."       ¿Y  quién  es  el  que  lo  manda? 
D.  Juan.      Quien  no  gusta  repetir 

dos  veces  una  palabra. 
EsT.  2/'      Dejadnos  en  paz,  compadre. 

Muchachos,  siga  la  danza 
D.  Juan.      Una  danza  de  girones 

haré  yo  en  vuestras  sotanas 

si  no  os  alejáis  al  punto. 
EsT.  X."       ¡Hola!  venís  con  bravatas!... 

pues,  aunque  usamos  manteos, 

también  gastamos  espadas. 
ü.  Juan.      Que  me  place.  Tú,  Camacho, 


jmmmigitlgggigfim^l^llgl^^ 


£.>T.  1, 


Camacho. 


D.  Juan. 


D.  Luis. 


Camacho. 


EST.  1." 
D.  .lüAN. 


—  28  — 

por  allí;  vamos,  canalla. 

f Empieza  á  pelear). 

Pronto  sabréis  si  hay  valor 

debajo  de  las  sotanjis. 

(Cónclave  de  cintarazos, 

cardenales  en  mi  espalda). 

Atrás,  que  basto  yo  solo 

para  despejar  la  plaza. 

(Saliendo  por  la  izquierda  y  poniéndose  al  lado 
de  B.  Juan). 

Firme,  que  voy  á  ayudaros. 

No  le  arriendo  la  ganancia, 

que  esa  gente  estudiantil 

no  tienen  la  mano  blanda. 

Escapemos. 

¡ Ah,  cobardes! 

(D.  Juan  y  los  esludiantes  desaparecen  por  la  de- 
recha. D.  Luis  se  detiene  y  se  dirije  hacia  la 
casa  de  Beatriz). 


ESCENA  VIII. 


D.  Llis,  Camacuo,  luego  D.^  Beatriz. 

D.  Luis.      Van  huyendo,  y  en  mi  casa 

Beatriz  estará  impaciente. 
Camacho.     Un  bulto  parece  que  anda 

por  aqui.  Sí  tal,  se  acerca 

de  Beatriz  á  la  ventana. 

¿Será  mi  amo? 
iÍKATHiz.  ¡Ü.Juan! 

(Abriendo  la  ventana  y  con  voz  recatada). 

Nada  se  siente  en  la  plaza. 

¡D. Juan! 
D.  Luis.  (¿Qué  es  esto?  Beatriz 

con  voz  recatada  llama 


—  29  — 
á  un  hombre!...  Si  acaso  fuera 
ese  que  antes  peleaba... 
Yo  descubriré  el  misterio 
envuelto  en  esa  llamada. 
{Viendo  que  se  abre  la  puerta  de  l(i  casa,  y  sale 

B."  Beatriz). 
\  Cielos !  la  puerta  se  abre 
y  Beatriz  sale  á  la  plaza. 
¡  Ay,  de  ella !  si  la  deshonra 
ha  penetrado  en  mi  casa. 
(D.  Luis  se  adelanta  hacia  su  hermana  ij  la  ínter - 

cepta  el  paso.) 

CANTO. 

D.  Luis. 
¿Do  vais,  señora? 

D."  Beatriz. 
¡  Cielos !  ¡  mi  hermano! 
D.  Luis. 
Temblando  estáis. 

D.*  Beatriz. 
¡Temblar!  ¿Por  qué? 

Camacho. 

Viva  la  danza. 
Si  viene  el  otro 
y  aquí  se  encuentran 
se  armó  el  belén. 

D.  Luis. 

Responded  sin  dilación 
y  calmad  mi  inquieto  afán; 


lÉitffaaiMtiüfti 


,   —  30  — 
decid  quien  es  el  galán 
que  causó  vuestra  aflicción. 

Camacho. 

No  es  poco  preguntón, 
curioso  es  por  demás; 
¡ay !  niña,  mal  estás 
si  pierdes  la  razón. 

D.^  Beatriz. 

(Terrible  situación, 
no  sé  qué  contestar, 
no  acierto  á  pronunciar 
ni  aun  frases  de  perdón). 

D.  Luis. 

Responde,  hermana  mia, 
¿á  quién  buscas  aquí? 

D.^  Beatriz. 

Rumores  que  en  la  plaza 
ha  poco  llegué  á  oir, 
creyendo  que  un  peligro 
te  amenazaba  á  tí , 
en  alas  de  mi  espanto 
hiciéronme  salir. 

Camacho. 

Mal  urdido,  mal  urdido, 
no  ha  de  engañarle  así. 

D.  Lms. 

Mintiendo  está  tu  labio, 
Beatriz,  mintiendo  estás; 
yo  mismo  te  he  escuchado 


—  31  — 

nombrar  á  otro  galán. 
Díme,  ese  hombre, 
díme  quien  es, 
ó  mi  venganza 
sentir  te  haré. 

D.*  Beatriz. 

No,  no  mintió  mi  labio, 
te  dije  la  verdad. 
Acude,  cielo  santo, 
mi  riesgo  á' conjurar. 
Tú  fuistes  ese  hombre, 
tan  solo  á  tí  llamé, 
y  juro  que  otro  nombre 
aquí  no  pronuncié. 

Camacho. 

No  se  conforma  el  mozo, 
que  es  muy  ladino  á  fe; 
la  candida  paloma 
no  va  á  pasarlo  bien. 

D.  Luis. 

Infame  guardadora 
del  lustre  de  mi  honor, 
si  tú  le  has  olvidado 
sabré  vengarle  yo. 
El  hombre  que  tu  labio 
ha  poco  aquí  llamó 
han  de  saber  hallarle 
mi  saña  y  mi  rencor. 

D.'  Beatriz. 

Piedad,  piedad,  hermano, 

mitiga  ese  furor, 

tu  honra  se  halla  ilesa, 


—  as- 
no la  he  manchado  yo. 
Á  tí  tan  solamente 
mi  afecto  aquí  buscó, 
no  dejes  que  te  cieguen 
tu  saña  y  tu  rencor. 

Camacho. 

¡Demonio!  si  la  cosa 
va  cada  vez  peor, 
preciso  es  que  al  momento 
dé  aviso  á  mi  señor. 

(D.  Luis  se  lleva  á  D.^  Beatriz  hacia  su  casa ,  y 
Camacho  vásepor  la  izquierda). 

MUTACIÓN. 

Interior  de  la  habitación  de  la  Salada.  Aparecen  esta,  Ramón  y  Coro 
de  ambos  sexos. 

ESCENA  IX. 
La  Salada,  Ramón  ,  D.  Juan,  Camacho  y  gente  del  pueblo. 

HABLADO. 

D.  Juan.      Lo  dicho;  como  padrino 

es  justo  que  yo  os  festeje. 

Ahijada  mia  es  Salada, 

y  aunque  de  casa  saliese 

cuando  era  muy  niña  aun  , 

obligaciones  que  tiene 

un  caballero,  jamás 

olvida. 
Ramón.  Que  se  agradece 

tan  noble  cortesanía, 

y  podéis  contar  por  siempre 

con  pechos  agradecidos 


D.  Juan. 


Un  HOMBRE 

Una  mujer 
D.  Juan. 


Camacho. 
D.  Juan. 

Camacho. 


Ramón. 

Salada. 
D.  Juan. 


Salada. 


-  33  — 

entre  estas  pobres  paredes. 

La  cena  se  encuentra  lista. 

Vé,  Camacho,  y  haz  que  cenen  ; 

Bebed  sin  tiento,  que  aquí 

tenéis  quien  á  todo  atiende. 

Vaya  un  padrino  rumboso. 

Y  es  muy  galán. 

(A  Camacho).    (Ya  comprendes 

que  al  marido  y  á  los  otros 

emborracharles  conviene. 

Entiéndolo. 

Y  sobre  todo 

que  nadie  hacia  aquí  se  acerque). 

(Lo  que  es  la  que  aquí  se  arme 

va  á  tener  diez  perendengues). 

Con  que  ¿vamos? 

De  contado. 
y  tú ,  Salada,  ¿no  vienes? 
Sí  tal. 

Y  con  su  padrino. 
Mas  antes ,  si  tú  consientes , 
á  solas  debo  decirte, 
sobre  tus  nuevos  deberes, 
lo  que  yo  como  padrino 
es  justo  te  recomiende. 
Pues  ya  lo  creo.  Id  vosotros, 
(A  Ramón  y  á  sus  amigos). 
que  no  es  justo  que  desdeñe 
á  quien  vino  dadivoso 
tanta  merced  á  ofrecerme. 
( ¡  Jesús !  que  tuno  es  mi  amo  ; 
quiera  Dios  que  sus  mercedes 
no  nos  traigan  una  tunda 
que  nos  parta). 

¿Qué  no  vienes? 
fÁ  Camacho). 


^M 


—  34  — 

Camacho.    Al  momento. 
D.  JüA^^      (A  Camacho J.  No  te  olvides 
de  tratar  bien  á  esa  gente. 

ESCENA  X. 

D.  Juan  y  Salada. 

(Ambos  quedan  contemplándose   algunos  mo- 
mentos). 

D.  Juan.      (Pues  mi  ahijada  vale  un  mundo). 
Salada.       (  Es  un  noble  caballero 

mi  padrino). 
D.  Juan.  Saladita,  '^ 

(  Acercándose  á  ella) . 

¿no  sabes  en  lo  que  pienso? 
Salada.       Si  no  lo  decís,  señor, 

adivinarlo  no  puedo. 
D.  Juan.      Pienso,  que  siendo  tan  bella, 

con  ojos  tan  hechiceros, 

con  esa  tez  sonrosada 

y  esos  labios,  donde  el  beso 

retoza  provocativo ; 

y  ese  talle  tan  esbelto, 

y  esa  gracia  que  á  raudales 

va  brotando  de  tu  cuerpo, 

no  debe  en  humilde  estado 

vivir  prenda  de  tal  precio. 
Salada.       Lisonjero  habéis  venido,  / 

y  no  es  bien  ser  lisonjero 

con  quien  contenta  hasta  el  dia 

no  buscó  mas  alto  puesto. 
D.  Juan.      Envidio  de  tu  marido 

la  suerte,  que  eres  modelo 

de  discreción  y  de  gracia. 
Salada.       Yos  me  honráis  sin  merecerlo. 


—  33  — 

D.  Juan. 

Honrárate  mucho  mas 

si  creyeras  en  mi  afecto. 

Salada. 

¡Pues  no  he  de  creer,  señor, 

si  os  debo  solo  respeto! 

D. Juan. 

Menos  respeto  quisiera 

y  mas  cariño. 

Salada. 

No  creo... 

D.  Juan. 

Salada,  tú  me  enamoras; 

me  fascinas  con  tu  acento 

y  siento  que  no  he  sentido 

jamás  lo  que  estoy  sintiendo. 

Salada. 

(Confusa). 

Señor,  os  estáis  burlando. 

y  obrar  así  no  está  bueno ; 

vos  tan  rico,  yo  tan  pobre, 

hija  yo  de  humilde  siervo. 

y  vos ,  señor,  poderoso. 

la  posición  que  tenemos 

á  vos  os  veda  mirarme 

y  á  mí  me  veda  el  quereros. 

D.  Juan. 

Para  D.  Juan  no  hay  distancia 

cuando  ha  sentido  un  deseo. 

Salada. 

Para  Salada  sí  existe. 

que  es  prudente  hasta  el  esceso 

D.  Juan. 

Tu  prudencia  el  amor  mió 

ya  la  irá  desvaneciendo. 

Salada. 

Sois  temible  para  amar. 

D.  Juan. 

Y  tú  preciosa  en  extremo. 

Salada. 

Poned  coto  á  las  lisonjas, 

galanteador  caballero. 

D.  Juan. 

Apaga  tú  de  esos  ojos 

el  volcan  en  que  me  quemo. 

Salada. 

Me  alejaré. 

D.  Juan. 

No  harás  tal. 

Salada. 

Mas  ¿callareis? 

D.  Juan. 

Si  no  puedo. 

—  36  — 

Me  enamoras. 

Salada. 

Imposible. 

D.  Juan. 

Te  lo  juro. 

Salada. 

Si  no  os  creo. 

D.  Juan. 

Eres  bella. 

Salada. 

No  miradme. 

D.  Juan. 

Yo  te  diera... 

Salada. 

Nada  quiero. 

D.  JüATÑ. 

Por  tu  amor... 

Salada. 

Le  tengo  dado. 

D.  Jlan. 

Dame  parte. 

Salada. 

Si  no  debo. 

ü.  Juan. 

Saladita  de  mis  ojos... 

Salada. 

Mi  marido  está  allá  dentro. 

D. Juan. 

Yo  te  adoro. 

Salada. 

Con  los  labios. 

D.  Juan. 

Con  el  alma. 

Salada. 

Devaneo. 

D.  Juan. 

Tuyo  siempre. 

Salada. 

Soy  muy  pobre 

para  joyas  de  tal  precio. 

D.  Juan. 

Serás  rica. 

Salada. 

No  ambiciono. 

0.  Juan. 

Mas  ¿no  sientes? 

Salada. 

Soy  de  hielo. 

D. Juan. 

Mi  pasión... 

Salada. 

Es  fuego  fatuo. 

D. Juan. 

Es  muy  cierta. 

Salada. 

No  lo  creo. 

D. Juan. 

Pero  atiende. 

Salada. 

Si  es  inútil. 

D.Juan. 

¡Qué  cruel  eres! 

Salada. 

Honra  tengo 

(Ligera  pausa  J. 

D.  Juan. 

Pues  que  contigo  no  bastan 

las  súplicas  ni  los  ruegos ; 

—  37  — 

pues  que  rechazas  el  alma 

que  te  ofrece  amor  eterno, 

fuerza  será  que  el  amante 

suceda  aquí  al  caballero. 
Salada.  No  entiendo  lo  que  decís. 
1).  Juan.      Que  tu  amor  es  mi  tormento, 

y  pues  no  me  le  concedes 

al  demandarle  tan  tierno, 

haré  que  mi  mismo  amor 

al  tuyo  busí^ue  en  su  seno. 
Salada.       Mirad,  señor,  lo  que  hacéis, 

que  si  de  grado  no  cedo, 

no  fue  mujer  la  Salada 

que  la  obliguen  los  esfuerzos. 
D.  Juan.      Me  enamoras,  y  tu  amor 

me  ha  cegado  por  completo. 

(D.  Juan  trata  de  coger  entre  sus  brazos  d  Stt' 
lada). 
Salada.       Si  á  defenderme  no  basto, 

vendrán  los  que  están  adentro. 

(Ramón  y  los  demás  hombres  hace  un  momento 
llegaron  á  la  puerta  y  escuchan.  Camacho  tra- 
ta de  llevárseles J . 
Ramón.        Cuando  os  dije  que  el  galán 

de  balde  no  pagó  esto... 

ESCExNA  XI. 


Dichos,  Ramón,  Camacho,  hombres  y  mujeres  del  pueblo. 

Salada.       ¡Ramón! 

Ramón.  Velaba  por  tí, 

y  ya  ves  si  vine  á  tiempo. 

El  escudero  quería 

hacerme  beber  sin  tiento, 


D. Juan. 

Ramón. 


D. Juan. 


Salada. 

Todos. 

Camacho. 


D.  Juan. 
Ramón. 

Salada. 
Ramón. 


—  ás- 
pero yo...  Marchad,  señor, 
(Á  D.  Juan). 
que  ya  veis  os  conocemos. 
¿Y  quién  eres  tú,  villano, 
para  mandarme? 

No  quiero 
que  á  pesar  de  lo  que  hicisteis 
digáis  os  falté  al  respeto  ; 
pero  creedme ,  alejaos , 
porque  no  respondo  de  estos. 
Á  tí  y  á  ellos ,  á  todos 
arrojaré  de  este  puesto 
si  audaces  me  provocáis. 
Callad. 

Á  fuera. 

(Esto  es  hecho, 
hechos  tajadas  sahmos 
si  esta  gente  forma  empeño). 
Cierra  con  ellos,  Camacho. 
Para  los  dos  bastaremos. 
(Comienzan  á  pelear }. 
¡D.  Juan!  ¡Ramón  ! 

¡  Déjame  ! 
(Aparece  en  la  puerla  del  foro  un  Alcalde  y  la 
ronda J. 


ESCENA  XII. 


Dichos,  Coro  de  alguaciles. 


Alcalde.     Alto. 

D.  Juan.  Dejadnos. 

Alcalde.  Silencio. 


—  39  - 

CANTO. 

Coro  de  Alguaciles. 

Quietos ,  quietos  y  á  la  ronda 
entregad  vuestros  aceros , 
acatad  nuestro  mandato 
y  el  escándalo  evitad. 

Salada,  Ramón,  hombres  y  mujeres. 

El  señor  nos  provocaba , 
él  tan  solo  fue  culpable, 
castigadle  cual  merece 
y  el  escándalo  evitad. 

D.  Juan. 

Yo  ceder  á  esta  canalla , 
de  mi  nombre  fuera  en  mengua ; 
ven ,  Camacho,  y  con  tu  ayuda 
á  la  ronda  haré  escapar. 

Camacho. 

(A  D.  Juan). 

Escuchad,  tengo  otra  idea ; 

fingiremos  entregarnos 

y  ya  fuera  de  esta  casa 

nos  podremos  escapar. 

(Los  alguaciles  rodean  á  D.  Juan,  le  desarman 

y  se  lo  llevan,  lo  mismo  que  á  Camacho.  Cae  el 

telón  J. 


ACTO  SEGUNDO. 


Sala  corta  en  casa  de  D.  Juan.  Dos  puertas  laterales. 

Ál  levantarse  el  telón  C amacho  está  rodeado  de  estudiantes, 
hombres  y  mujeres  del  pueblo. 

ESCENA  PRIMERA. 
Camacho  y  Coro  de  ambos  sexos. 

CANTO. 

Coro. 

Inútil  es  negarlo, 
sabemos  que  está  aquí, 
y  á  castigar  venimos 
su  loco  frenesí. 

Camacho. 

Estáis  equivocados, 
mi  amo  no  está  aquí , 
decidme  á  mí  en  su  nombre 
por  qué  os  quejáis  así. 

Coro  de  Mujeres. 

Ese  galán  mancebo 
tan  inconstante, 


—  di- 
va pidiendo  cariño 

para  burlarle. 

Nos  ha  mentido 
y  queremos  nos  vuelva 

nuestro  cariño.  , 

Camacho. 

Bueno  es  el  niño 
para  pagar  las  deudas 
de  su  cariño. 

Coro  de  Estudiantes. 

En  la  velada  anoche 

hubo  jaleo, 
destrozados  quedaron 

nuestros  manteos. 

D.  Juan  lo  hizo, 
y  queremos  nos  pague 

nuestros  perjuicios. 

Camacho. 

Si  llega  á  oiros 
con  la  ropa  y  el  cuerpo 
hace  lo  mismo. 

Coro  de  Hombres  del  pueblo. 

Á  casa  de  Salada 

vino  el  mancebo, 
y  si  Ramón  no  es  listo, 

queda  soltero. 

Y  aquí  venimos 
á  castigar  la  ofensa 

que  recibimos. 

Camacho. 
Gracias,  amigos, 


—  42  — 

podéis  dar,  que  la  ofensa 
quedase  en  dicho. 

(Repiten  las  mujeres,  los  estudiantes  y  los  hom- 
bres del  pueblo  los  tres  últimos  versos  de  sus 
estrofas] . 

Camacho. 

'         Comprendo  vuestras  quejas, 

lindas  muchaciías ; 
mas  ¿cómo  ha  de  pagaros, 

cuando  sois  tantas? 

Para  que  os  pague, 
con  toditas  vosotras 

debia  casarse. 
Á  vosotros,  mancebos, 

debo  deciros, 
que  la  ronda  á  mi  amo 

le  ha  detenido. 

Id  sin  demora, 
y  todas  vuestras  quejas 

dad  á  la  ronda. 

Coro  general.  Camacho. 

No  nos  mientas,  Pues  os  juro 

que  la  ronda  que  yo  ignoro 

le  ha  dejado  se  pudiera 

en  libertad ;  libertar. 

y  al  saberlo,  Á.  su  casa 

hemos  venido  no  ha  venido, 

á  que  pague  os  lo  puedo 

su  maldad.  asegurar. 

HABLADO. 

Camacho.     Son  muy  justas  vuestras  quejas; 
tenéis  razón,  pero  oid, 
¿qué  adelantáis  con  decirme 


Mujer  1/ 
Hombre  1. 

ESTÜD.  1." 

Hombre  1. 

C A MACHO. 


Mujer  1/ 

Mujer  2/ 

Camacho. 


—  43  — 

lo  que  me  duele  sentir, 
sin  poderlo  dar  remedio? 
Marchad  unidos  asi, 
y  ante  el  alcalde  D.  Bruno 
de  Barbadillo  y  Oniz 
esponed  vuestras  querellas. 
Si  D.  Juan  preso  está  allí, 
estad  ciertos  que  justicia 
presto  habéis  de  conseguir. 
Y  si  libre  ya  se  encuentra. 
En  ese  caso  elegid 
entre  llevar  nuevos  palos, 
otros  chirlos  recibir, 
perderse  nuevas  doncellas, 
quedarse  algún  otro  sin 
la  sotana  y  el  manteo, 
ó  resignados  decir, 
contentémonos  con  esto, 
y  que  no  pase  de  aqui. 
Vaya  un  consuelo. 
"  Este  tuno 

tiene  gana  de  reir. 
De  tal  amo  tal  criado. 
°  Si  monto  en  cólera  al  fin... 
No  montéis,  señor  Ramón, 
que  si  caéis  sobre  mí, 
tras  de  no  ganar  vos  nada, 
dierais  mucho  que  decir. 
Queremos  ver  á  D.  Juan. 
Y  no  nos  vamos  de  aquí 
sin  que  nos  haga  justicia. 
Vamos,  marchaos,  salid 
y  creedme,  mas  no  volváis, 
pues  si  estáD.  Juan  ahí, 
con  justicia  ó  sin  justicia, 
como  á  gentecilla  ruin 


ESTÜD.  1.' 

Camacho. 


Hombre  1. 
Camacho. 

EsTUD.  í." 
Camacho, 
Mujer  1." 
EsTUD.  1." 
Camacho. 


—  U  — 

os  (la  tanto  cintarazo, 
que  magullados  salís 
cargando  con  nuevas  cuentas 
las  que  venís  á  exigir. 
Es  que  mancos  no  lo  somos. 
Él  es  menos,  y  en  la  lid 
perdiendo  siempre  quedarais. 
Ea,  vamos,  creed  me  á  mí 
y  obrad  como  os  llevo  dicho. 
'  Pero  tal  burla  sufrir... 
Consolaos  con  que  otros  muchos 
quedaron  también  así. 
Yo  procuraré  encontrarle. 
Mas,  no  os  quiero  disuadir. 
Que  se  guarde  de  nosotras. 
Y  de  nosotros. 
( Empujándoles) .  Id,  id, 
y  pensad  que  muchas  veces 
se  alcanza  mas  sin  pedir. 
fVcinse  Ramón,  Salada  y  Coro). 


ESCENA  II. 

Camacho. 

¡Válame  Dios!  qué  nublado 
se  vino  tan  de  mañana. 
¿Cómo  pudieron  saber 
que  libre  D.  Juan  quedara? 
¡Jesús!  ¡qué  noche!  primerO' 
D."  Beatriz,  la  Salada 
después;  y  después  de  todo, 
para  dar  fin  á  la  danza, 
cuando  libre  mi  señor 
de  alguaciles  se  quedaba, 
tropezamos  con  D.  Luis, 
el  hermano  de  su  hermana, 


—  45  — 

que  ardiendo  en  terrible  cólera 
á  mi  señor  aguardaba. 
Le  provoca  descortés, 
D.  Juan  remite  á  su  espada 
la  respuesta,  choca  el  hierro, 
cuando  una  ronda  que  avanza 
por  la  calle,  hace  que  huya 
el  D.  Luis;  ü.  Juan  en  casa 
da  con  su  cuerpo,  y  yo  doy 
tras  tanto  susto,  en  la  cama. 
Mas,  ¡qué  despertar!  ¡Dios  mío! 
esa  muchedumbre  asalta 
nuestra  casa ,  y  un  triunfo 
fue  el  conseguir  calmarla. 
Á  cada  paso  temia 
que  D.  Juan  se  presentara, 
y  con  su  ardor  imprudente 
empeorase  nuestra  causa. 
¡Ay!  lo  que  cuesta  el  servir 
á  galanes  de  tal  fama. 


ESCENA  IIL 

Ca  MACHO  y  D.  Juan. 

Caraacho. 

(Ya  despertó). 
¿Qué  ha  pasado? 

Tropelías, 
á  que  dais  margen  vos  mismo. 
De  lo  que  dices  te  cuida, 
que  sabes  sé  castigar 
tu  necia  descortesía. 
Me  preguntáis  y  os  contesto, 
y  al  hablaros  repelía 
io  que  ellos,  para  vengarse 
de  vos,  castigar  querían. 


—  46  — 

D.  Juan.      ¿Y  quién  son  ellos?  Responde. 

Camacho.     Los  vecinos  de  Sevilla; 
pues  por  toda  la  ciudad 
hablan  de  vos  maravillas. 
Aquí  han  estado  estudiantes, 
cuya  sotana  raida 
á  pinchazos  y  mandobles 
pusisteis  como  una  criba; 
aquí  han  gritado  las  madres, 
aquí  han  llorado  las  hijas, 
aquí  amenazas  paternas 
han  resonado  infinitas, 
y  hostereros  que  se  quejan, 
y  busconas  muy  ladinas, 
y  comadres  maldicientes, 
y  doncellas  afligidas, 
entre  notas  y  lamentos, 
denuestos  y  tonterías, 
trataban  de  entrar  á  veros 
para  pediros  justicia. 

D.  Juan.      Hiciérasela  en  buen  hora, 
tan  instantánea  y  cumplida, 
que  grata  memoria  siempre 
guardaran  de  esta  visita. 

Camacho.     Pues  por  evitar  el  lance 
que  siendo  así  preveía, 
he  procurado  calmarles 
y  que  se  fueran. 

D.  Juan.  Se  indignan 

de  bien  poco  mis  paisanos. 

Camacho.     (Pues  no  sé  qué  mas  querría. 
En  cuatro  días,  tres  raptos, 
dos  muertes,  cuatro  palizas, 
burlar  de  noche  á  las  rondas 
y  á  las  doncellas  de  día, 
y  aun  supone  que  es  injusta 


—  47  - 

de  sus  paisanos  la  ira). 
Juan.      ¿Qué  murmurabas,  Camacho? 
JAMACHO     Que  es  una  gran  injusticia 

lo  que  hacen  los  sevillanos 

con  vos. 

Y  por  vida  mia, 

que  mas  que  en  Italia  y  Francia 

memoria  tendrá  Sevilla 

de  mí. 
Camacho.  (Y  lo  conseguirá 

como  de  este  modo  siga). 
D.  Juan.      ¿Vino  la  dueña? 
Camacho.  (Esta  es  otra). 

Pero  señor,  ¿qué  manía 

os  dio  del  Comendador 

tratar  de  robar  la  hija? 
D.  Juan.      Me  ha  ofendido,  y  enseñarle 

quiero,  pues  que  me  obliga. 
Camacho.     Como  gustéis,  mas  presiento 

que  de  esta  empresa  maldita 

va  á  resultar  un  gran  daño 

que  mi  mente  no  adivina. 
D.  Juan.      Ya  lo  creo,  D.  Gonzalo 

recibirá  cruel  herida. 

Mas  cuánto  tarda  esa  dueña. 
Camacho.     No  temáis,  que  bien  de  prisa 

tras  el  imán  del  bolsillo 

aquí  vendrá. 
Dueña.        (Puerta  izquierda]. 

Ave  María. 
Camacho.     ¿No  os  lo  dije?  Si  el  diablo 

viene,  al  llamarle,  en  seguida. 


—  48  — 


ESCENA  IV. 

Bichos,  la  DüeKa. 


D. Juan. 

(Á  Camacho J. 

Empieza  á  tratar  con  ella. 

Camacho. 

Quisiera  haber  acabado. 

Dueña. 

Deo  gracias. 

Camacho. 

Á  Dios  sean  dadas ; 
pasad  sin  ningún  reparo. 

Dueña. 

Sí  que  le  tengo,  mancebo, 
y  muy  mucho  me  ha  costado 
el  decidirme  á  venir; 
,  mas  vos  sois  formal ,  y  al  cabo... 

Camacho. 

Los  escrúpulos  se  ahogan 
cuando  brillan  los  ducados. 

Dueña. 

¡Tentador!...  Dios  me  perdone, 
sed  libéranos  á  malo. 

Camacho. 

Mirad,  suprimid  latines, 
y  hablemos,  dueña,  muy  claro, 
que  ni  á  mí  vos  me  engañáis, 
ni  yo  trato  de  engañaros. 
¿Estáis  dispuesta  á  servirnos? 

Dueña. 

Mancebo,  según  y  cuándo. 

Camacho. 

Y  cuánto,  querréis  decir. 

Dueña. 

Ved  que  sois  muy  mal  pensado. 

D.  Juan. 

(Pasando  al  otro  lado  de  la  dueña 

esta  quede  en  medio). 
¿Acabareis  de  una  vez? 

de  modo  que 

Dueña. 

¡  Jesucristo ! 

D.  Juan. 

Sosegaos 
y  hablemos  en  paz  y  breve. 
Yo  á  D."  Ana  idolatro, 
y  necesito  que  á  hablarla 
vos  me  llevéis  de  contado. 

Dueña. 

Pero  señor,  ¿qué  decís? 

-  49  — 
;.os  habéis  dado  al  diablo? 
Á  vos  se  dio,  que  es  lo  mismo. 
Atrevido,  deslenguado. 
Mirad  que  tengo  un  bolsillo 
que  irse  quiere  á  vuestra  mano. 
[Muéstrale  Camacho  el  bolsillo,  ella  le  ve,  y  mi- 
rando á  D.  Juan  tiende  la  mano 'por  la  espalda 
para  cogerle.  Camacho  le  retira.  Este  juego  ha 
de  repetirse  en  toda  la  escena). 
Con  que  decíais,  seño.r... 
Decia  que  adoro  tanto 
á  D,*  Ana  que  mi  vida 
en  su  amor  he  concentrado. 
Mas  si  estaba  prometida 
á  otro  galán. 

D.  Gonzalo 
ha  roto  ese  compromiso, 
á  su  palabra  ha  faltado 
burlando  la  fe  de  un  hombre 
y  mi  esperanza  burlando. 
Luego  sois?... 

El  prometido, 
que  os  promete  cien  ducados 
porque  vos  le  prometáis 
engañar  á  D.  Gonzalo. 
¿Y  pensasteis?... 

Que  lo  haréis. 
(Á  D.  Juan). 
Mas  su  amor. 

Es  puro  y  santo. 
Es  que  D.'  Ana... 

Es  un  ángel. 
Y  os  ama. 

Benditos  labios. 
Mas  temo  que  vos... 

¿Dudáis? 


Dueña. 

Camacho. 
D. Juan. 
Dueña. 
D.  Juan. 
Dueña. 
D. Juan. 
Dueña . 
Camacho. 

Dueña. 

D.  Juan. 
Dueña. 
D. Juan. 
Dueña. 

CAMACnO. 

Dueña. 

D.  Juan. 

Dueña. 

D.  Juan. 

Dueña. 

Camacho. 

Dueña. 


Camacho. 
Dueña. 
D. Juan. 
Dueña. 
D.  Juan. 
Dueña. 
D.  Juan. 
Dueña. 


Son  los  hombres... 

Ayudadnos. 
Os  lo  ruego. 

¿Y  qué  queréis? 
Hablarla. 

i  Dios  soberano ! 
¿Lo  haréis? 

¡Si  es  imposible! 
f  Ofreciéndole  el  bolsillo  J. 
Ved  como  brijla. 
(No  pudiéndole  coger). 

( i  Malvado ! ) 
Yo  la  adoro. 

Todos  dicen... 
Os  lo  juro. 

Si  es  en  falso... 
Es  verdad. 

(  Vokiéndose  á  él  con  ira) . 
k  vos  no  creo. 
Creedme. 

No  he  de  ayudaros. 
¿Por  qué? 

Porque  son  los  hombres. 
Buenos  cuando  pagan  tanto. 
(A  Camacho). 
Pero  si  nada  cumplís 
¿á  qué  esperanza  estáis  dando? 
Prometed. 

Arriesgo  mucho. 
¿Resolvéis? 

Estoy  pensando. 
¿YD.'Ana? 

¡Pobrecilla! 
Habló  de  mí. 

¿Qué  si  ha  hablado?., 
¿cómo  no?  siendo  doncella, 


—  51  — 

si  de  casarla  trataron. 

D.  Juan. 

Doleos  de  mí. 

Camacho. 

(Con  el  bolsillo). 

Tocadle. 

DueSa. 

(Viendo  que  no  puede  cogerle). 
(¡Qué  tormento!) 

(liMACHO. 

¡Es  muy  pesado! 

Dueña. 

Pero  acabad. 

Camacho. 

Decid  vos. 

Dueña. 

Ese  galán... 

Camacho. 

Es  mi  amo. 

Dueña. 

¿Es  menlidero? 

Camacho. 

No  tal. 

Dueña. 

¿Y  ama? 

Camacho. 

Cual  nunca  ha  amado. 

Dueña. 

¿Olvidadizo? 

Camacho. 

Con  otras. 

D.  Juan. 

Pero  acabad. 

Dueña. 

Id  despacio. 

D.  Juan. 

Me  impaciento. 

Dueña. 

Yo  quisiera. 

( Á  Camacho). 
¿Abusará? 

Camacho. 

Si  es  un  santo. 

Dueña. 

vSi  saben  que  yo... 

Camacho. 

Si  es  mudo. 

Dueña. 

¿Y  si  le  vieran? 

Camacho. 

No  es  manco. 

Dueña. 

¿Es  muy  rico? 

Camacho. 

Poderoso. 

Dueña. 

¿Y  paga  bien? 

Camacho. 

(Poniéndole  el  bolsillo  en  la  mano  y  retirándole 
seguida). 

Id  pesando. 

en 

Dueña. 

No  acierto... 

(  No  pudiendo  tropezar  el  bolsillo  J. 

Camacho. 
DüeSa. 
Camacuo. 
Dueña. 


D. Juan. 
Dueña. 

Camacho. 
Dueña. 


D.  Juan. 
Dueña. 

Camacho. 


Dueña. 
Camacho. 
D.  Juan. 
Dueña. 
D.  Juan. 
Dueña. 
D. Juan. 
Dueña. 

D. Juan. 

Dueña. 

cvmaciio. 


Dueña. 


¿Sentís  ahora? 
Dadme. 

Después. 

[Dando  un  golpe  con  el  pié  en  el  suelo,  llena  de 
ira) . 

\ Condenado ! 
¿Qué  decidís? 

¡  Es  muy  grave ! 
Ved  dueña  que  me  le  guardo. 
(Deteniéndole). 
No. 
(Á  D.  Juan  como  si  continuara  habiéndole). 

Es  muy  grave,  mas  por  vos... 
¿Lo  liareis? 

Señor,  gran  pecado 
por  vos  he  de  cometer. 
Es  pecado  muy  liviano, 
y  mas  si  la  absolución 
tiene  un  peso  tan  doblado. 
(Le  da  el  bolsillo). 

,\ 
¡Lo  que  pueden  los  ducados! 
¿Con  que  de  mí  la  hablareis? 
Me  intereso  por  vos  tanto... 
Y  esta  noche... 

Vais  de  prisa. 
Si  vierais  cuanto  la  amo... 
Está  visto,  inútil  fuera 
que  yo  quisiera  negaros... 
Por  la  tapia  del  jardín 
penetraré  hasta  su  cuarto. 
Paso,  paso,  caballero. 
No  detengáis  ya  su  paso 
que  si  pasa,  pasarán 
hacia  vos  nuevos  ducados. 
¡Ay!  Quién  puede  resistirse 


;¡ Ay !  ¡ alabado  sea  Dios ! ) 


-  53  - 

á  un  galán  tan  bien  hablado. 

D.  Juan. 

Qué  hora  es  mejor. 

Dueña. 

Las  nueve. 

D.  Juan. 

¿Yos  estaréis? 

Dueña. 

Esperando. 

D,  Juan. 

Gracias,  dueña. 

Dueña. 

Yaya,  vaya,     . 

lo  merecéis.  Ahora  marcho. 

Hasta  las  nueve. 

D. Juan. 

Sin  falta. 

Dueña. 

De  vos  la  hablaré  entretanto. 

Camacho. 

Vaya  una  dueña  ladina. 

Dueña. 

Vaya  un  tuno  redomado. 

(Váse  la  dueña.  D.  Juan  entra  por  la  puerta  de 

rechaj. 

Camacho. 

Está  visto,  mi  amo  siempre 

tiene  en  su  ayuda  al  diablo. 

(Entra  por  la  puerta  derecha). 

MUTACIÓN. 

Sala  en  casa  del  Comendador.  Al  foro  tenaza  que  da  al  rio.  Á  la  iz- 
quierda puerta  de  entrada.  Dos  puertas  laterales  á  la  derecha. 

ESCENA  V. 


D.  Gonzalo,  D."  Ana. 

D.^  Ana.     Mas  ¿cómo,  padre  y  señor, 
pudisteis  mudar  de  idea? 

D.  GoNz.     Razones  que  no  comprendes 
y  que  explicarte  me  cuesta , 
á  mi  palabra  me  obligan 
á  faltar,  por  vez  primera. 
Esa  boda  es  imposible. 
fD."  Ana  se  enjuga  los  ojos). 
¡Y lloras!...  Hija,  desecha 


~  u  - 

esos  sueños  de  un  instante, 
esas  nacientes  quimeras, 
que  vale  mas  que  en  capullo 
tu  bella  ilusión  se  muera, 
que  no,  creciendo  afanosa, 
rica  en  esperanzas  bellas, 
creyendo  tocar  la  dicha 
hallases  amarga  pena. 

D.*  Ana.      ¡  Ay !  ¡  padre !  como  al  calor 
de  la  voluntad  paterna 
brotó  en  mi  seno  la  llama 
del  amor  que  hoy  se  me  veda, 
acostúmbreme  á  querer 
á  ese  galán ,  que  hoy  cesa 
de  ser  ya  mi  prometido, 
sin  que  yo  le  conociera; 
si  dormia  en  él  soñaba, 
le  contemplaba  despierta, 
y  una  fantástica  imagen, 
creación  de  mi  mente  inquieta, 
constantemente  á  mi  lado 
mi  vista  vio  satisfecha, 
¿  cómo  queréis  que  no  llore 
si  acostumbrada  á  quererla, 
cumpliendo  vuestro  mandato 
hoy  de  mi  lado  se  aleja? 

D.  GoNz.      Cree  que  no  fue  el  capricho 
quien  hizo  que  así  torciera 
proyecto  que  me  halagaba. 
Es  por  tu  bien,  y  una  prueba 
de  ello  tienes  en  D.  Diego, 
que  aun  tocándole  tan  cerca, 
pagado  de  mis  razones , 
no  tan  solo  las  aprueba, 
sino  que  él,  á  esa  boda 
que  renuncie  me  aconseja. 


—  55  — 
En  vano  busca  mi  mente 
la  razón... 
D.  GoNz.  Saber  no  quieras 

lo  que  amargos  sinsabores, 
Iiija  del  alma ,  me  cuesta.  ' 

Indigno  de  ti  es  D.  Juan, 
que  á  no  serlo,  ya  estuviera 
á  tu  lado,  y  yo  gozoso  , 

con  mirarte  satisfecha. 
Tú  sufres  y  yo  también , 
mas  ambos  con  faz  serena 
al  dolor  haremos  frente, 
luchando  con  entereza; 
que  es  un  deber  en  nosotros , 
aun  cuando  el  alma  padezca , 
la  honra  en  que  hemos  vivido 
conservar  por  siempre  ilesa. 
fVáse  D.  Gonzalo,  puerta  segunda,  derecha]. 

ESCENA  YI. 

CANTO. 
Doña  Ana. 

j  Dios  mió !  ¿  qué  siento  ? 
no  acierto  á  explicar 
¡mi  horrible  tormento! 
¡mi  inquieto  anhelar! 
Sueños  de  amor  purísimo, 
que  ciega  acaricié, 
vuestro  divino  encanto 
jamás  disfrutaré. 
Imagen  seductora, 
que  yo  guardaba  aquí,    . 
apártate  ligera, 
aléjate  de  mí. 


—  56  — 

¡Ay!sí,  ¡ay!  sí, 
que  es  mi  destino  iograto 
sin  dicha  subsistir. 

ESCENA  VIL 


D/  Ana,  la  Dueña. 

Dueña.        (Apareciendo  por  la  puerta  izquierda  y  aproxi- 
mándose ci  D.^  Ana). 

¿En  qué  pensáis  D.*  Ana? 
D.'  Ana.      ¿Eres  tú? 
Dueña.  Que  triste  os  veo, 

y  ardiendo  estoy  en  deseo 

de  templar  la  pena  insana 

que  os  aflige. 
D.'  Ana.  ¿Y  cómo,  dueña? 

si  aciaga  la  suerte  mia, 

trueca  en  amarga  agonía 

mi  ventura  mas  risueña. 

Gozosa  ayer,  me  entregaba 

á  mis  sueños  de  ventara; 

hoy,  se  cambia  en  amargura 

la  dicha  que  me  halagaba. 

Sin  ver  mi  doliente  afán, 

ni  contemplar  mi  dolor, 

manda  mi  padre  y  señor 

que  dé  al  olvido  á  D.  Juan; 

y  en  medio  de  mi  quebranto, 

entre  el  amor  y  el  deber, 

la  pena  embarga  mi  ser 

y  empaña  mi  vista  el  llanto. 
Dueña.        ¿Que  á  D.  Juan  deis  al  olvido 

D.  Gonzalo  os  ordenó?... 
D.*  Ana.      Dice  que  indigno  faltó 

á  su  nombre. 


___    p»^    

Dueña.  Nada  he  oido. 

y  por  cierto  que  el  galán 

es  conocido  en  Sevilla, 

y...  vamos,  me  maravilla 

que  así  se  juzgue  á  D.  Juan. 
D."  Ana.      ¿Luego,  tú  le  crees  honrado? 
Dueña.        ¿Y  quién  tal  cosa  dudara? 

Que  le  oyeseis  ,  me  alegrara, 

como  yo... 
D.*  Ana.      fCon  interés  que  va  creciendo  en  toda  la  escena). 

¿Tú  le  has  hablado? 
Dueña.        ¿Como  no,  si  noche  y  dia, 

presa  de  amoroso  fuego, 

se  los  pasa  sin  sosiego 

mirando  esa  celosía? 

Apenas  me  ha  visto  agora, 

acérceseme  al  momento, 

y  tembloroso  el  acento 

preguntóme: — ¿Y  tu  señora? 
D.*  Ana.     ¿Eso  te  dijo?  ;  Dios  mió! 
Dueña.        Así  exclamé,  sorprendida 

por  tan  ruda  acometida; 

mas  le  miré...  y  os  lo  fio, 

aquel  galán  es  honrado ; 

y  es  gallardo  caballero... 

hablóme  con  tal  esmero... 

está  de  vos  muy  prendado. 
D.'  Ana.      ¿Y  qué  mas  te  dijo,  dueña? 
Dueña.        Fuera  largo  de  contar. 

Preguntaba  sin  cesar 

si  le  nombrabais  risueña, 

si  pensabais  mucho  en  él, 

si  le  amabais,  si  dichosa 

seríais  al  ser  su  esposa, 

y...  vamos,  fuera  muy  cruel 

rechazar  amor  tan  fino. 


D.'  Ana.     Tanto  me  ama? 

Dueña.  ¡  Con  locura! 

Dice  que  sois  la  luz  pura 
que  ilumina  su  destino. 
Y  os  llama  su  sol,  su  estrella, 
sois  el  imán  de  su  anhelo, 
cual  vos  no  hay  otra  en  el  suelo 
ni  mas  pura,  ni  mas  hella. 

D."  Ana.      ¿Y  no  era  fingido?  di. 

Dueña.        ¡Ay,  señora!  vieja  soy, 
y  os  aseguro  que  estoy 
trémula  por  lo  que  oí. 
¡Cuánto  fuego!  ;  qué  demencia! 
Si  le  dejarais  de  amar, 
tanto  fuera  su  pesar 
que  hiciera  alguna  imprudencia. 

D.'  Ana.      Dueña,  ¿qué  quieres  decir? 

Dueña.        «Haced  que  la  hable  un  instante, 
— así  me  dijo  el  amante, — 
que  si  no,  voy  á  morir.» 

D.'Ana.      ¡Morir! 

Dueña.  Y  se  morirá, 

porque  es  muy  grande  su  pena. 
«Vos  lo  haréis,  que  sois  tan  buena » 
— él  me  decia.  Ya,  ya, 
os  aseguro  que. el  llanto... 
como  yo  soy  tan  sensible... 
Pero  hablaros...  Imposible, 
y  me  afectó  su  quebranto. 
¿También  lloráis? 

D."  Ana.  ¡ Triste  suerte  1 

Mi  padre  me  manda  odiarle, 
y  yo,  que  solo  sé  amarle, 
seré  causa  de  su  muerte. 

Dueña.        Pues  él  empeñóse  en  veros, 
y  de  tal  modo  me  habló.. 


—  59  — 

D."  Ana.      ¡Dueña! 

Dueña.  ¡Qué!  si  no  sé  yo 

resistir  lances  tan  fieros. 

Él  os  ama. 
D.'  Ana.  Yo  también. 

Dueña.        Por  vos  padece. 
D.^  Ana.  ¡Dios  mió! 

Dueña.        Y  temo  su  desvarío 

si  le  tratáis  con  desden 
D.*  Ana.  ¿Oíste?  {Escuchando]. 
Dueña  ¡  Jesús  me  valga ! 

D/  Ana.      ¿Qué  tienes? 
Dueña.  Me  ha  parecido 

que  en  el  agua  sentí  ruido. 

I  Jesús!  que  cierto  no  salga 

ío  que  se  ocurre  á  mi  mente. 
D."  Ana.      Habla,  mitiga  mi  atan. 
Dueña.        Temo  que  osado  el  galán... 
D.'  Ana.      (Tapándole  la  boca  con  la  mano  y  llevándose  la 
otra  al  corazón] . 

Calla. 
Dueña.  (Ya  estaba  impaciente). 

(Tras  un  ligero  preludio  canta  D.  Juan  dentro). 

CANTO. 

D.  Juan. 

Niña  hechicera,  por  quien  suspiro, 
calma  amorosa  mi  frenesí. 
el  viento  amigo,  mi  tierno  acento 
lleve  hasta  tí. 

Peregrino  en  la  tierra 

Voy  sin  sosiego, 
de  tus  ojos  buscando 

el  puro  fuego. 


—  60  — 
Mira  mi  lloro 
y  tiéndeme  tu  mano 
porque  te  adoro. 

HABLADO. 

I).'  Ana.      Dueña,  ¿qué  dice  ese  acento 
que  vibra  en  mi  corazón? 

Dueña.        Diz  que  por  ese  balcón 

va  á  subir  en  un  momento. 

CANTO. 
D.  Juan. 

Niña,  que  el  alma  mia 

demente  adora, 
templa  benigna  el  fuega 

que  me  devora. 

Prenda  querida, 
dame  con  tu  cariño 

mas  que  la  vida. 

Niña  hechicera, 
por  quien  suspiro, 
ciego  de  amores 
llego  hasta  tí. 
No  me  rechaces 
con  tus  desdeneSj 
ten,  bienhechora, 
piedad  de  mi. 

HABLADO. 
D."  AisA.      Cesó  la  voz. 
Dueña.  ¿Y  tembláis? 

D.*  Ana.      ¡  Ay,  dueña!  medrosa  el  alma 

se  estremece. 
Dueña.  Tened  calma ; 


—  61  - 

de  bien  poco  os  asustáis. 

(D.  Juan  aparece  en  el  balcón  del  foro). 
D-  Juan.      (No  sé  que  siento  al  posar 

en  esta  estancia  mi  planta ; 

siento  que  aquí  se  levanta 

voz  que  no  sé  descifrar). 
Dueña.        (Viéndole).  (Ya  llegó.  ¡Gracias  al  cielo! 

Lo  que  es  falta  no  hago  aquí). 
D.*  Ana.      (Viendo  que  la  dueña  se  quiere  ir). 

IVo  te  separes  de  mi. 
DoEÑA.        Quiero  templar  vuestro  duelo. 

[La  Dueña  se  retira  y  D.  Juan  se  adelanta.  Al 
verle  doña  Añada  un  grito  y  cae  desvanecida  so- 
bre el  sillón.  D.  Juan  se  arrodilla  junto  á  ella). 

ESCENA  Vm. 

D."  Ana  y  D.  Juan. 

CANTO. 

D.  Juan. 

Blanca  paloma  pura, 
ángel  de  mi  amor, 
tu  virginal  pureza 
respeto  me  infundió. 
Y  ante  tu  casta  imagen, 
mi  ardiente  corazón, 
confuso  y  agitado, 
mi  bien,  se  transformó. 

D.'  Ana. 

Triste  de  mi, 
no  puedo  á  sus  palabras 
¡ay!  resistir. 


-  62  ~ 

D.  Juan. 

Deja,  bien  niio, 
que  yo  subsista 
con  el  aliento 
de  tu  pasión ; 
que  en  esos  ojos 
y  en  esos  labios, 
estoy  leyendo 
amor,  amor. 

Y  esa  tu  frente, 
tan  casta  y  bella, 
ahora  cubierta 
por  el  rubor. 
Toda,  mi  vida, 
sin  tú  quererlo, 
me  está  gritando 
amor,  amor. 

D.^Ana. 

Callad,  señor, 
no  sé  decir, 
cómo  ese  acento 
resuena  aquí. 

D.  Juan. 

Ana  hechicera, 
ten  compasión, 
de  quien  tan  solo 
vive  en  tu  amor. 
Di  que  me  amas, 
cual  te  amo  yo ; 
dame,  bien  mió, 
tu  corazón. 


—  63  —    * 

D/  Ana. 

Como  la  mariposa 

va  tras  la  llama, 
en  pos  de  vuestras  frases 

se  va  mi  alma ; 

quiero  salvarme, 
y  en  vuestro  amante  fuego 

voy  á  abrasarme. 

Como  las  aguas  puras 

del  manso  rio, 
se  pierden  en  las  ondas 

del  mar  bravio. 

Ciega  y  sin  calma, 
hacia  vos  se  dirije 

mi  pobre  alma. 

D.  Juan. 

Benditos  esos  labios 
que  colman  mi  ventura, 
te  juro  que  el  pasado 
para  D.  Juan  murió. 
Bien  haya  tu  cariño, 
que  así  me  ha  transformado, 
bendito  seas,  bien  mió, 
bendito  sea  tu  amor.        v 

D."  Ana. 
Bendito  sea  el  cariño 
que  colma  mi  ventura, 
bendito  si  al  pasado  , 
por  siempre  renunció. 
Dichosa  al  fin  mi  alma 
será  con  su  ternura; 
bendito  seas,  Dios  mió, 
bendito  sea  su  amor. 


—  u  ~ 

ESCENA  IX 

Dichos,  la  DüENA. 

f  Precipitadamente  por  la  segunda  puerta  iz- 
quierda J. 
DueSa.        Pronto,  dichosos  amantes, 

separaos. 
D/ Ana.  ¡Santo  cielo! 

D.  Juan.      ¿Qué  sucede? 
Dueña.        (A  D^  AnaJ.  Vuestro  padre 

seguido  de  otras  personas, 

hacia  aquí  viene. 

Ocultadle. 
1).^  Ana.      Huid,  D.  Juan. 

{D.  Juan  va  d  diritjirse  hacia  el  foro). 
Ocena.  Escondedle,  • 

que  quizá  por  esa  parte 

haya  alguno  que  le  espié. 
D.  Juan.      Mi  espada  sabrá  dejarme 

libre  el  paso. 
D."  Ana.  No,  por  Dios. 

Dueña.        Decidios. 

(Mirando  á  la  puerta). 

¡Oh!  ya  es  tarde. 

Entrad ,  señora. 

(Indicando  á  D."  Ana  la  primera  puerta  iz- 
quierda]. 

Venid. 

(A  D.  Juan). 

(Dios  me  ayude  en  este  lance). 

(Entra  con  D.  Juan,  por  la  puerta,  dei^echa). 


—  65  — 

ESCENA  X. 

D.  GoiNZALO,  D.  Luis,  Salada  y  Ramón. 

0.  GoNz.     Por  mas  que  vos  me  digáis, 
apenas  puede  creerlo. 
Conozco  la  liviandad 
y  audacia  de  ese  mancebo, 
mas  atreverse  á  mi  honra... 
eso,  D.  Luis,  no  lo  creo. 

D.  Luis.      Os  repito  que  D.  Juan, 
ufanándose  altanero, 
manifestó  á  sus  amigos 
que  entrarla  en  el  aposento 
de  D.*  Ana,  vuestra  hija, 
á  robarla ,  sin  respeto 
ni  al  honor  de  vuestro  nombre, 
ni  á  su  honor  de  caballero. 
Y  ya  veis  cómo  estas  gentes 
también  os  dicen  lo  mesmo. 

Salada.       Camacho  estuvo  en  el  barrio, 
y  como  en  eso  ya  es  diestro, 
reunió  cuatro  ó  seis  rufianes 
que  manejan  bien  los  hierros, 
y  les  dijo  que  esta  noche 
hablan  de  escalar  un  huerto 
y  robar  una  doncella, 
y  como  el  nombre  dijeron 
del  padre,  vino  Ramón, 
me  lo  dijo,  y  al  momento 
decidimos  avisaros, 
porque  1).  Juan  es  muy  terco 
y  si  entrar  aquí  desea, 
hará  lo  que  se  ha  propuesto. 

I).  Goisz.    Que  lo  intente,  y  en  su  vida 


—  66  ~ 

sabré  vengar,  aunque  viejo, 

la  deshonra  y  el  escarnio 

de  que  hizo  alarde  grosero. 

El  buen  D,  Diego  Tenorio 

dióme  ya  aviso  de  ello, 

y  por  guardarla,  yo  mismo 

traje  á  mi  hija  del  convento ; 

mas  os  digo  que,  á  creer 

tanta  infamia,  no  me  atrevo. 
Ramo>.       ¿No  lo  creéis?  ¡  Ay  señor! 

que  sea  muy  tarde  temo. 

Cierto  estoy  que  ya  ha  venido. 

¡Cierto!  (Mirando  las  paredes J. 
¿Qué  estáis  diciendo? 

¿Estas  prendas ,  de  quién  son? 

(Por  la  gorra  y  la  capa  de  D.  Juan  que  queda- 
ron en  una  silla). 

¡Oh!  ¡qué  infamia! 

¡Juro  al  cielo! 

que... 
!).  Gopsz.  Callad,  herido  estoy, 

y  ya  veis  si  me  contengo. 

(Se  llega  á  la  puerta  derecha). 

D."  Ana,  salid  al  punto. 

(Aparece  D."  Ana,  primera  puerta,  izquierda,  la 
coge  D.  Gonzalo  y  la  lleva  ante  la  silla  donde 
están  las  prendas]. 

Decidme,  ¿de  quién  es  esto? 


D. 

Luis. 

D. 

GONZ. 

Ramoin. 

D. 

GONZ. 

D. 

Luis. 

ESCENA  XI. 


Dichos,  D.'  Ana  ,  y  después  D.  Juan. 

D.  GoNz.     Responde,  Ana.  Responde 

y  dime,  ¿dónde  está  el  dueño 
de  estas  prendas? 


—  67  — 
D."  Ana.  ¡Dios  mió! 

D.  Juan.     {Apareciendo  en  la  puerta  derecha). 

Aquí  está,  señor. 
D.  Luis.      [Dando  un  paso  hada  él  llevando  la  mano  á  la 
espada). 

¡Oh!... 
D.  GoNz.     (Deteniéndole).  Quieto. 

CANTO. 

D.  Juan. 

Escuchadme  caballero, 
escuchad  Comendador, 
todos ,  todos  vais  á  oirme 
mi  espontánea  confesión 

Coro,  Salada  ij  Ramón. 

Escuchemos,  escuchemos 
su  espontánea  confesión. 

D.*  Ana. 

Temblorosa,  palpitante 
pende  el  alma  de  su  voz. 

D.  Luis  (á  D.  Gonzalo). 

Nuevas  tramas,  el  infame 
por  salvarse,  concertó. 

D.  Gonzalo. 

De  ira  tiemblo  y  me  contengo, 
dominaos  cual  lo  hago  yo. 

D.  Juan. 

Del  pasado  arrepentido, 
deplorando  tanto  error 
llego  humilde  á  demandaros 


—  G8  — 
vuestro  sincero  perdón. 
La  virtud  de  vuestra  bija 
fue  la  luz  que  rae  alumbró, 
y  su  amor  es  mi  esperanza, 
y  mi  vida  está  en  su  amor. 

Coro,  Salada  y  Ramón. 

Quien  creyera  de  sus  labios 
escuchar  tal  confesión. 

Y).  Luis. 

Solo  el  miedo  pudo  hacerle 
formular  tal  confesión. 

D.^  Ana. 

Padre  mió,  sus  palabras 
se  las  dicta  el  corazón. 

D.  Gonzalo. 

Hija  ingrata ,  sella  el  labio ; 
es  indigno  de  tu  amor. 

D.  Juan. 

D.  Gonzalo,  yo  la  adoro, 
vuestro  enojo  refrenad, 
concededme  á  vuestra  hija 
y  mi  dicha  asegurad. 

D.^  Ana. 

Padre  mió,  ved  mi  llanto, 
vuestro  enojo  mitigad, 
yo  le  adoro  y  en  su  vida, 
mi  ventura  solo  está. 

D.  Luis. 
No  creáis  en  sus  palabras, 


—  69  — 
solo  el  miedo  le  hace  hablar, 
esta  espada  vuestra  ofensa, 
con  mi  ofensa  vengará. 

Salada  y  Ramón. 

Nadie  atiende  sus  razones, 
no  le  quieren  escuchar, 

1,^    padrino,  de  esta  hecha 

Tü) 

cuantas  hizo  pagará. 

D.  Gonzalo. 

Basta,  basta,  mi  paciencia, 
tanta  infamia  agota  ya  ; 
con  tu  sangre  solamente, 
mi  deshonra  he  de  vengar. 

Coro. 

Nadie,  nadie  á  sus  protestas 
ningún  crédito  les  da, 
el  galante  caballero, 
sus  infamias  va  á  pagar. 

D.  Luis. 

Sois  un  cobarde, 
vais  á  morir. 

D.  Gonzalo. 

Su  muerte  solo 
me  toca  á  mi. 

D.'  Ana. 

Padre,  le  amo, 
piedad  de  mí. 


tmmmm 


__  70  — 

D.  Juan. 

En  vano  trato 
de  resistir. 
Lo  habéis  querido 
pues  bien,  venid. 
(Lidia  con  D.  Luis  y  le  mata). 

D.  Gonzalo. 

( Arrojándose  sobre  cJ ) . 
¡  Ay  de  tu  vida! 

D.  Juan. 

(Tirándole  un  pistoletazo). 

i  Pobre  de  ti! 
(D.''  Ana,  Salada,  Ramón  y  criados  se  arrojan 

sobre  el  cuerpo  de  D.  Luis  y  del  Comendador . 

Momento  de  fama). 

Camacho,  (dentro). 

Cercada  está  la  casa, 
el  rio  libre  está, 
pronto,  señor,  al  agua; 
pronto,  señor,  saltad. 

D.  Juan. 

Adelantándose  hacia  el  proscenio). 

¡Ah!... 
Al  cielo  en  mi  quebranto 
llamó  mi  corazón, 
y  pues  mi  voz  no  escucha, 
no  soy  culpable  yo. 


-  71  - 

Coro,  Salada  y  Ramón. 

{Volviendo  de  su  asombro  y  adelantándose  hacia 

D.  Juan  amenazándole)' 
Entrégate,  villano, 
entrégate  á  prisión : 
morir  solo  merece 
quien  tal  daño  causó. 

D.'Ana. 

¡A.h!  cielo,  horrible  noche 

de  luto  y  de  dolor, 

hundióse  mi  esperanza,  \ 

mi  dicha  ya  murió. 

D.  Juan. 

(Lanzándose  á  la  ventana  y  amenazando  á  los  cria- 
dos con  la  otra  pistola  y  la  espada). 

Atrás,  atrás,  canalla, 

atrás,  ó  ;  vive  Dios ! 

que  hago  con  vosotros 

lo  que  hice  con  los  dos. 

( Todos  retroceden :  D.  Juan  salta  por  la  ventana 
y  cae  el  telón). 


ACTO  TERCERO. 


El  cementerio.  Segundo  termino  izquierda,  el  panteón  y  estatua 
del  Comendador.  A  la  derecha,  el  de  D.  Luis.  En  el  fondo  dos  pan- 
teones iguales  con  las  estatuas  de  D.^  Ana  y  B."  Beatriz. 

Tapia  practicable  que  se  cstiende  por  la  derecha. 

Al  levantarse  el  telón  se  oyen  los  cantos  de  una  orgía,  el  choque 
de  los  vasos  y  las  palmadas.  Después  choque  de  espadas  y  tras  él  un 
prito,  y  se  \c  saltar  la  tapia  del  cementerio  á  D.  Juan  y  Camacho. 

Coro  de  Hombres,  (dentro). 

Viva  la  danza, 
viva  el  placer, 
vivan  las  mozas, 
viva  el  Jerez. 

Á  beber,  á  beber, 
á  gozar,  á  gozar, 
i  Ay!  morena  de  mi  vida, 
ven  un  poco  mas  acá, 

¡Ah!...  ¡Ah!... 
Tienen  toditas  las  hembras 
en  el  cuerpo  un  no  sé  qué, 
donde  tropiezan  los  hombres 
y  donde  van  á  caer. 

¡  Ay!  que  no  sé, 
por  qué  me  gusta  tanto 
el  no  sé  qué. 
fSe  oye  el  choque  de  las  espadas,  el  grifo,  y  sal- 
tan D.  Juan  y  Camacho  por  la  tapia). 


73  — 


ESCENA  PRIMERA. 


D.  Juan  y  Camacho.  , 

ü.  JuAis.      Buena  manera,  á  fe  mia, 
de  recibirme  en  mi  tierra. 
Llegasteis  en  son  de  guerra, 
y  os  pagan  la  bizarría. 

D.  Juan.      No  podrás  asegurar 

que  fui  yo  quien  provoqué. 
>fACH0.     Si  no  fuisteis  vos,  no  sé 

quién  dio  ejemplo  al  empezar. 
Por  si  á  la  moza  miraba 
aquel  galán  sin  rebozo ; 
por  si  pidióla  el  buen  mozo 
lo  que  ella  ya  os  otorgaba; 
Por  si  ella,  que  era  ladina, 
como  las  berabras  lo  son, 
á  vos  os  dio  la  razón, 
y  al  otro  planteen  la  esquina; 
vos  de  la  espada  tiráis, 
insultáis  al  desairado , 
otros  corren  á  su  lado, 
mas  con  ello  os  irritáis, 
y  dando  al  bierro  que  bacer 
y  llevándome  con  vos, 
dejasteis  tendidos  dos 
y  gritando  á  la  mujer. 
Decidme,  señor,  si  en  eso 
no  fuisteis  vos  el  culpable, 
yo  encuentro  vituperable 
lo  que  bicísteis,  lo  confieso. 
Jl'a>,      y  yo  te  encuentro  tan  ruin, 
tan  tuno  y  desvergonzado, 
que  voy  á  darte... 


Camacho. 


D.  Juan. 
Camacho. 

D.  Juan. 

Camacho. 

D.  Juan. 


Camacho. 


D.  Jlan. 

Camacho. 


•—  74  — 

Un  ducado, 

y  pongo  á  mis  quejas  fin ; 

y  ved  que  mucho  no  os  pido, 

cuando  ellos  tanto  me  dieron  ; 

á  cintarazos  molieron 

este  cuerpo  fementido. 

Vuestras  riñas,  en  sustancia, 

igual  que  vuestros  amores, 

á  mí  me  dan  los  dolores 

y  á  vos  os  dan  la  ganancia. 

Sella  el  labio,  ó  vive  Cristo, 

que  yo  te  le  haré  sellar. 

Á  tal  modo  de  mandar, 

Cedo  y  callo,  no  resisto. 

¿En  dónde  estamos? 

No  sé, 

porque  esto  está  cambiado, 

un  convento  hay  á  ese  lado, 

mas  esto... 

Ya  lo  veré. 

(Da  algunos  pasos,  mientras  Camacho  tropiez 
con  el  sepulcro  de  D.  Luis,  lo  toca,  va  recor 
riendo  el  recinto  y  toca  los  de  D.^  Ana  y  don 
Beatriz.  D.  Juan  toca  el  sepulcro  de  D.  Gon 
zalo). 

Césped,  mármol,  arboleda. 

Piedra,  y  piedra  labrada; 

una  estatua  arrodillada... 

Señor,  y  que  yo  no  pueda... 

¡Qué  silencio ! 

Nueva  piedra. 

Estatuas,  cruz  sepulcral, 

es  un  sepulcro,  sí  tal: 

¡ay  Dios!  el  alma  se  arredra 

tal  vez...  ¡Qué  rayo  de  luz! 

(  Vuelve  al  sepulcro  de  D.  Luis  y  lo  toca  de  nuevo 


—  73  — 
Cierto,  las  mismas  figuras, 
ya  no  hay  mas ;  son  sepulturas 
con  estatuas  y  con  cruz. 
In  un  cementerio  estamos; 
hay  mas  desdichada  suerte, 
por  escapar  de  la  muerte, 
aquí  con  la  muerte  damos. 
Señor,  señor. 

¿Qué  te  pasa? 
¿  Sentiste  algo  ? 

¡Ay  de  mí! 
Señor,  salgamos  de  aquí, 
que  no  me  agrada  esta  casa. 
Á  mí  sí ,  y  precisamente 
aspira  feliz  mi  alma 
esta  quietud  ,  esta  calma... 
Si  es  muy  callada  esta  gente ; 
mas  ved ,  y  son  signos  ciertos, 
que  calma  y  tranquilidad , 
solo  se  hallan ,  en  verdad, 
en  la  casa  de  los  muertos. 
¿Te  hurlas? 

Os  hablo  en  serio. 
y  reparad  mi  temblor, 
hemos  caído,  señor, 
adentro  de  un  cementerio. 
¡Un  cementerio!...  Mi  suerte 
hasta  aquí  me  ha  protegido, 
nunca  á  la  muerte  he  temido, 
y  voy  á  ver  a  la  muerte. 
(Pues  señor,  esta  es  muy  negra, 
creí  causarle  un  disgusto, 
y  para  aumentar  mi  susto, 
aun  parece  que  se  alegra). 
Con  que  un  cementerio...  Bravo, 
qué  tranquilo  voy  á  estar. 


Camacho. 


D.  JUAIN. 


Camacho. 


T).  Juan. 


Camacho. 

D.  JUAiN. 


Camacho. 


—  76  — 
(Lo  dicho  se  va  á  quedar) , 
señor,  el  gusto  no  alabo. 
Ved  que  es  detestable  hedor 
el  que  exhala  un  cuerpo  muerto; 
si  os  quedáis,  tened  por  cierto 
que  malo  os  pondréis,  señor. 
Que  cuentas  tenéis  muy  largas 
con  los  muertos,  y  si  alguno 
vengarse  quiere...  ninguno 
vendrá  á  salvaros... 

Me  cargas 
con  tus  escrúpulos  necios 
y  con  tu  charla  también. 
iTrata  uno  de  hacer  un  bien 
y  le  pagan  con  desprecios). 
Si  tienes  miedo,  te  alejas, 
y  huscas  de  aquí  salida, 
mas  no  vuelvas,  por  tu  vida, 
a  molerme  con  tus  quejas. 
Proporcionóme  el  azar 
á  un  cementerio  venir, 
y  voy  en  él  á  dormir, 
y  en  él  voy  á  descansar. 
Que  cuando  yo  este  camino 
á  tantos  vivos  tracé, 
ahora  si  es  bueno  sabré 
tal  cambio  de  su  destino; 
y  vete,  y  déjame  en  paz, 
que  solo  quiero  quedarme. 
¿Pero  dónde  he  de  marcharme? 
Donde  no  mire  tu  faz 
tan  afligida  y  medrosa, 
ni  escuche  tu  voz  doliente. 
( ¡  Si  querrá  que  entre  esta  gente 
se  halle  mi  alma  gozosa!) 
Mirad,  señor,  que  es  locura... 


Juan. 

AMACHO. 


.Ilan. 

AMACHO. 

Juan. 

AMACHO. 

Juan. 

AMACHO. 


—  77  — 
Que  calles  te  dije  ya. 
(Si  mas  hablo,  me  echará 
contra  alguna  sepultura). 
Calmaos,  señor,  ya  rae  voy; 
la  salida  buscaré, 
y  si  la  hallo,  volveré 
para  avisároslo. 

Estoy 
bien  aquí.  Puedes  marcharte. 
No  pecáis  de  agradecido. 
(Amenazándole). 
Camacho. 

Perdón  os  pido... 
No  quiero  mas  escucharte. 
Vete  al  punto,  y  déjame. 
Ya  os  dejo,  sí  tal ;  me  ajusto 
por  completo  á  vuestro  gusto, 
mas  por  el  mió,  no  á  fe. 


ESCENA  II. 


D.  Juan  ,  después  las  estatuas  de  D.*  Ana  y  D."  Beatriz. 


I.  Juan. 


¡ Qué  soledad !  ¡qué  quietud ! 
tras  el  inmenso  bullicio 
de  la  existencia  agitada 
que  he  llevado  de  continuo, 
parece  que  de  otro  modo 
se  respira  en  este  sitio. 
¡Qué  de  recuerdos  me  asaltan! 
¡Qué  pensamientos  sombríos 
se  presentan  á  mi  mente ! 
¡A.na!  ¡Beatriz!  ¡Dos  hechizos 
que  dejé  envueltos  en  llanto 
en  medio  de  mi  camino! 
D.  Luis  y  el  Comendador 


—  78  - 

me  obligaron ,  yo  no  he  sido 
su  matador,  fue  su  estrella, 
y  fue  quizás  mi  deslino. 
¡Ana!  ¡Beatriz!  ¿Dónde  estáis? 
Tal  vez  por  nuevo  cariño 
halagadas,  de  otro  amante 
acepten  el  desvarío; 
¡Qué  necio  soy,  recordando 
mis  pasados  amoríos! 
¿Acaso  se  acuerdan  ellas, 
siquiera,  del  nombre  mió? 
¡La  constancia!  Si  yo  nunca 
en  la  constancia  he  creído, 
¿por  qué  me  sorprendo  ahora? 
ellas  viven  y  yo  vivo ; 
ellas  se  habrán  consolado, 
y  yo  sin  pesar  subsisto... 
¡Sin  pesar!...  Hablemos  claros, 
¿vivir  sin  pesar  he  dicho? 
¿el  recuerdo  de  mi  padre 
pesares  me  ha  producido? 
¿torturóme  la  conciencia?... 
Sí...  (Desechando  esa  idea). 
No,  por  ningún  estilo; 
empeñóse  en  contrariarme, 
y  muerte  se  ha  dado  él  mismo. 
Mas...  desechemos  recuerdos 
que  están  bien  en  el  olvido, 
y  ya  que  salió  la  luna, 
recorramos  este  sitio. 
(Mirando  al  panteón  de  D.  Gonzalo). 
Buen  panteón,  buena  estatua, 
el  escultor  que  las  hizo 
debió  quedar  satisfecho 
de  su  obra.  Mas...  ¿qué  miro? 
Jurara  que  se  parece 


—  Tó- 
ese mármol  blanco  y  frió 

á  aquel  D.  Luis  de  Fresneda... 

¡Cierto! 

(Mirando  el  epüa^oj. 

Sí  tal,  es  el  mismo. 

Esa  luna  bienhechora 

con  su  luz  me  ha  permitido 

leer  el  nombre.  Veamos 

si  encuentro  nuevos  amigos. 

(Se  aproxima  al  sepulcro  de  D.  Gonzalo  y  se  pone 
á  leer). 

Aquí  yace  D.  Gonzalo... 

(Haciendo  esfuerzos  para  dominarse). 

Vamos,  me  alegro  infinito ; 

estoy,  según  lo  que  veo, 

en  terreno  conocido. 

¿Si  será  este  el  cementerio 

que  mi  padre,  por  capricho, 

mandó  hacer  para  las  víctimas 

de  mis  locos  extravíos? 

Mejor,  si  es  así ,  que  estoy 

ocupando  lo  que  es  mió. 

(3Iirando  al  foro). 

Y  esas  figuras,  ¿quién  son? 

(Aproximándose,  la  luna  va  á  iluminar  los  sem- 
blantes de  las  estatuas). 

¡Cielos!  ¿Es  esto  un  delirio 

ó  una  verdad  ?  ¡  Beatriz ! 

¡  Ana !  ¡  Infausto  destino ; 

que  por  do  quiera  que  voy 

la  muerte  llevo  conmigo! 


—  80  — 
CANTO. 

D.  JüA^. 

Castas  y  puras  sombras, 

recuerdos  de  un  Edén, 

que  en  mi  procaz  locura 

demente  marchité. 

Dejad  que  mi  pasado 

recuerde  á  vuestros  pies. 

Dejad  que  humilde  llore 

vuestro  perdido  bien. 

(Queda  D.  Juan  arrodillado  al  pié  de  los  sepul- 
cros; las  dos  estatuas  de  /)."  Ana  y  D.^  Bea- 
triz desaparecen  de  sus  pedestales.  Alza  D.  Juan 
la  cabeza  y  ve  que  no  están J. 

¡Cielos!  ¿qué  miro? 
¡Es  ilusión! 

¿Do  fueron  las  estatuas 
que  he  visto  yo  ? 

(Aparecen  las  estatuas  de  D."  Anay  D."  Beatriz, 
donde  convenga  al  mejor  efecto  escénico  J. 

La  estatua  de  D."  Ana. 

No  es  ilusión ,  D.  Juan , 
escucha  nuestra  voz, 
que  por  templar  tu  afán 
lo  ha  permitido  Dios. 

D.  Jlan. 

¡Misterio  extraordinario 
que  turba  mi  razón! 

D.SVna. 

Tu  planta  destructora 
posando  por  do  quier, 


—  81  — 

trocaste  la  ventura 
en  triste  padecer. 
El  cielo  ya  irritado 
tu  término  marcó, 
y  solo  te  conede, 
á  ruegos  de  las  dos, 
que  al  fin  arrepentido 
perdón  pidas  á  Dios. 

D.  Juan. 

Acento  idolatrado, 

¡qué  extraña  confusión 

en  mi  revuelta  mente 

tu  anuncio  me  causó! 

(Se  oye  el  coro  báquico  anterior  y  el  choque  de  las 
cofas,  y  D.  Juan,  atraído  por  aquel  rumor,  se 
dirige  hacia  el  punto  por  donde  se  percibe.  Enton- 
ces canta  la  estatua  de  J).*  Beatriz  y  se  detimej . 

D.  Juan. 

j  Quién  por  la  muerte  se  apura, 
cuando  nos  llama  el  placer! 

Estatua  de  D.'  Beatriz. 

Deten,  D  .Tuan,  tu  paso, 
pon  ya  término  á  tu  afán, 
tu  existencia  ya  es  muy  corta, 
arrepiéntete ,  D.  Juan. 

Dios,  cediendo 

á  nuestros  ruegos, 

avisarte 

nos  mandó; 

un  instante 

arrepentido 

puede  darte 

salvación. 


—  82  — 
Coro  DE  Monjas,  (dentro). 

Dios  piadoso, 
escuclia  í  lento 
nuestra  férvida 
oración. 
No  rechaces 
al  que  llora, 
ten  piedad 
del  pecador. 

D.  Juan. 
Tembloroso 
y  agitado 
siento  aquí 
mi  corazón. 

Camacho. 

/  Va  á  salir  por  el  fondo  y  se  detiene  asustado). 
Cielo  santo 
j  qué  sucede! 
¿Con  quién  habla 
mi  señor? 

D.  Juan. 

¿Qué  me  pasa, 
qué  he  sentido 
al  anuncio 
de  las  dos? 
Tembloroso 
y  agitado 
siento  aquí 
mi  corazón. 

D.*  Beatriz  y  D.*  Ana. 

Dios,  cediendo 
á  nuestros  ruegos, 


—  83  — 
avisarte 
nos  mandó. 
Un  instante 
arrepentido 
puede  darte 
salvación. 

Coro  de  orgía. 
Viva  la  danza  etc. 

ESCENA  III. 

D.  Juan  t/  Camacho. 

HABLADO. 

r.AMACHO .     (Que  se  adelanta  hacia  él). 
¡Jesús!  qué  lances,  señor. 
Si  apenas  puedo  moverme. 
Yo  que  temblando  de  miedo 
vine  iiácia  acá  diligente 
para  decir  á  mi  amo 
que  no  hay  nadie  que  nos  cele 
en  la  calle,  me  hallo  aquí 
con  que  esas  buenas  mujeres 
que  pareciéronme  estatuas 
no  son  yii  lo  que  parecen. 
¡Y  qué  laberinto  armaban  ! 
Pues  ¿y  mi  señor?  Si  tiene 
los  demonios  en  el  cuerpo. 
¡Hablar  con  muertos!...  Cien  veces 
muerto  yo  aquí  me  quedara 
si  á  mi  se  mo  dirigiesen. 
Pero  ¡calle!  Es  que  tampoco 
hablar  ci  D.  Juan  se  siente. 
(Mirando). 
Si  la  vista  no  me  engaña, 


-  8í  - 

arrodillado  parece 

que  eslá  allí.  ¡Vaya  un  milagro! 

si  por  cierto,  y  muy  patente, 

arrodillarse  D.  Juan, 

que  burlóse  tantas  veces 

de  todo  lo  mas  sagrado. 

( Aílelanlcindose  hacia  él  y  llamándokj. 

¡Eh,  señor!...  ¡Y  no  se  mueve! 

¡Señor!  ¡señor!  ¡cielo  santo! 
D.  Jdak.       fVolcicndo  de  su  ensimismamiento) . 

¡Qué  nueva  visión  pretende 

turbar  otra  vez  mi  espíritu  ! 
Camacho.     Albricias ,  Señor. 
D.  Juan.  ¿Qué  quieres? 

Camacho.     ¿Qué  he  de  querer?  que  al  instante 

de  aquí  nos  marchemos. 
D.  .íiiAN.  Yete 

y  déjame  en  paz. 
Camacho  En  ella 

quisiera  encontrarme  siempre. 

(Mas,  por  desgracia  en  la  guerra 

vivimos  constantemente). 
D.  Juan.      Responde,  Camacho,  dírae, 

¿Oiste  su  acento? 
Camacho.  Y  fuerte 

que  os  hablaban  las  malditas. 
D.  JcAN.      ¿Con  que  no  fue  de  mi  mente 

tenaz  alucinación? 

¿Con  que  ese  mármol  inerte 

por  misterio  incomprensible 

se  animó?  Las  dos  mujeres 

á  quienes  quizás  amé, 

desde  el  seno  de  la  muerte 

hiciéronme  oir  su  acento... 

Déjame,  Camacho,  vete, 

que  ni  el  cuerpo  ni  el  espíritu 


—  Hó  — 
ya  de  aquí  pueden  moverse. 

C-AMAciio.     (Necio  de  mi!  con  mis  frases 
mayor  pnbulo  préstele, 
y  á  qued  rse  va,  de  (¡jo, 
si  aqui  mi  at lucia  no  vence. 
Si  hacerle  creer  pudiera 
que  alguien  por  entrclenerse 
forjó  esta  farsj  sabiendo 
que  estiba  aqui...  tal  vez  diese 
el  resultado  que  busco. 
Probaré,  nada  se  pierde). 
¿Qué  estüis  diciendo,  señor? 
Nunca  tal  cosa  creyere. 
¿Sospecháis  que  muertas  ellas 
en  hablar  se  entretuviesen? 
Jamás  hubiera  creído 
que  tanto  crédito  dieseis 
á  lo  que  tal  vez  un  chusco 
por  divertirse  lo  hiciere. 

D.Juan.      ¡Camacho! 

Camacho.  Quizás  soñasteis. 

D.  Ju\N.       ¡Imposible!  si  parece 

que  aquellas  voces  purísimas 
aquí  el  corazón  l.ss  biente. 

(lAMAcno.     Creer  que  los  muertos  hablan  , 
me  dijisteis  varias  veces 
que  era  smdez,  y  por  tanto, 
(jue  nunca  debia  creerse. 
¿Cómo,  vos,  iréis  aliora 
á  dar  crédito  á  sandeces? 

1).  JuA>.      ¿Si  dirá  verdad  Camacho? 
si  solo  una  broma  fuese 
con  que  en  Sevilla  mañana 
los  necios  se  entretuviesen... 
Mas  si  en  el  alma  be  sentido... 
¡Ay!  si  atrevido  pretende 


—  86  - 
burlarse  alguno  de  mí... 
Oamacho,     y  prueba  de  que  no  miente 
mi  labio,  cuando  supone 
lo  que  debe  suponer.-e 
que...  mirad  cuan  calladitas 
las  dos  damas  permanecen. 
D.  .lii/viN.       Es  verdad.  Para  sacarme 
de  esta  duda  que  me  hiere 
¿por  qué  no  liablais?  Contestad. 
(Á  las  estatua}! J. 
Camacho.    ¿Las  veis,  señor?  no  se  mueven. 
Lo  dicho,  alguno  que  os  vio 
saltar  por  esas  paredes 
y  ha  querido  divertirse 
á  nuestra  costa. 
I).  JtJAiN.      f  Tratando  de  desechar  las  idsas  que  le  embar- 
gan). 

Sí ,  tienes 
razón.  Mas  por  un  momento 
llegué  el  milagro  á  creerme... 
y  hasta  he  sentido  pavor... 
¡pavor  D.  Juan,  que  no  teme 
ni  á  los  vivos  ni  á  los  muertos! 
Camacho.     Marchemos. 
D.  JcA^.  Espera. 

Camacho.  Viene 

ya  el  dia. 
D-  JiAN.  Cuanto  mas  pienso 

que  aquí  serví  de  juguete 
á  cuatro  necios,  te  juro 
que  en  ira  el  pecho  se  enciende, 
y  quisiera  demostrarles 
que  D.  Juan  á  nadie  teme. 
Camacho.     Ya  lo  mostrareis  mañ;ina, 

si  hay  alguien  que  el  hinee  cuente. 
D.  J(.■A^.      No  tal,  que  voy  ahora  mismo 


á  dar  prueba  bien  patente 

de  que  ni  muertos  ni  vivos 

pavor  me  infundió  esa  gente. 

(A  ¡as  eslútuas). 

Elegid  entre  vosotros 

uno  ó  todos,  cual  quisiereis. 

para  venir  á  cenar 

conmigo. 
Camacho,  •  ¡Señor! 

D.  JfcA>.  Detente, 

y  déjame  que  concluya. 
.     •  Que  aceptareis  me  parece, 

que  de  grado  yo  os  lo  ofrezco 

V  debéis  favorecerme. 

Si  tú  solo,  D.  Gonzalo, 

cenar  conmigo  apeteces, 

mañana  te  espero  en  casa; 

y  si  todos,  no  me  ofenden, 

que  siempre  D.  Juan  Tenorio 

supo  obsequiar  á  sus  huéspedes. 
Cam\cho.     (¡Ayl  ¡Cielos!  Por  enmendarlo 

échelo  á  perder  con  creces). 
D.  JuA>.     ¿Aceptas,  Comendador? 

(La  estatua  hace  un  movimiento  afirm-aiico  con 
la  cabeza). 
Camacho.     ¡Jesús! 

( D.  Juan  se  inmuta,  pero  se  repone  al  mwnmto). 
D.  JiA>.  Bien.  ¿Ninguno  quiere 

de  vosotros?  Nada  importa, 

bastante  tengo  con  este. 
Camacho.     (Ya  lo  creo,  y  ese  sobra 

para  darme  un  accidente). 
D.  Jl-an.      Ahora,  Camacho,  andando. 

Veremos  quién  se  divierte. 


MUTACIÓN. 

Sai»  corta  en  casa  de  D.  Juan.  Al  levantarse  el  telón  Camacbo  aiw- 
reee  por  la  izquierda  dirigiéndose  á  los  criados  que  sacan  una  mesa 
servida. 

ESCENA  IV. 

Camacho  y  Criados. 

Camacro.     Sacad  la  mesa  á  esta  sala 
que  es  lugar  mas  apartado. 
Poned  bien  esos  sillones. 
'  .        Dios  le  bendiga  á  mi  amo 

con  sus  terribles  manías. 
Tiemblo  como  un  azogado, 
pensando  si  vendrá  el  muerto 
como  dijo,  á  visitarnos. 
Ya  se  dirigen  aquí 
D.  Juan  y  los  convidados... 
Quiera  Dios  que  este  convite 
no  termine  en  un  escándalo. 

ESCENA  V. 

Dichos,  D.  Juan,  Marqués  y  convidados. 

D.  Juan.      Vamos  señores,  pasad. 

Ea,  á  la  mesa;  sentaos, 

mas  respetad  esta  silla. 
Maríjuks.     ¿Aguardamos  convidado 

ó  convidada? 
^-  -fiJAN.  Quien  sabe: 

una  sorpresa  os  preparo. 
Marqués.     Tras  de  dos  años  de  ausencia, 

en  nada  habéis  cambiado. 
0.  Juan.      Sí  por  cierto,  íuí  mas  mozo. 


—  89  - 
y  vuelvo  viejo  en  dos  años. 
Cabali,.  1.°  Pero  el  alma  siempre  joven. 
D.  Juan.      ¡No  veis  que  la  guarda  el  diablo! 
Marqués.     Con  que,  decidnos  D.  Juan, 
¿vais  á  seguirnos  guardando 

el  secreto  de  esa  silla? 
D.  Juan.     Si  prometéis  no  asustaros... 
Marqués.     ¡Asustarnos! 
D.  Juan.  ¡Si  por  Dios! 

Marqués.    Mal  D.  Juan  nos  hais  juzgado. 
Caballeros  Decidlo. 
D.  Juan.  Mucho  me  temo. 

Caballeros  Hablad. 
Capacho.  (¡Qué  soberbio  trago 

vais  á  beber!  Yo  le  tengo 

aquí,  y  aun  no  lia  pasado). 
D.  Juan.     ¿Pero  no  os  asustareis? 
Marqués.     ¿Tan  espantoso  es  el  caso? 
D.  Juan.      Como  mió. 
Marqués.  Decid,  pues. 

D.  Ju\N.      Ese  asiento  está  guardado 

para  un  nuierto. 
Todos.         (Riendo).  Ja,  ja,  ja. 

('amacho.     (Reid,  reid,  mentecatos, 

que  yo,  de  pensarlo  solo, 

apenas  sé  lo  que  hago). 
Caball.  1."  ¡Qué  ocurrencia! 
Marquks.  Este  D.  Juan 

con  todo  est.á  bromeando. 
D.  Juan.      No  hay  tal  broma;  es  la  verdad. 

Anoche,  recién  Uegido 

á  Sevilla,  tuve  un  lance, 

que  lances  do((uier  me  hallo, 

y  tras  alguna  estocada 

y  algún  coleto  rajado, 

para  evitar  una  ronda 


—  90  ~ 
tuve  que  ponerme  en  salvo. 

Marqués.    ¿Pues,  fue  lin  recio  e^  asunto? 

D.  JuAis.      Eran  tercos  los  liiclülgos, 
y  dos  quedaron  en  tierra. 
Pues,  como  os  iba  contando. 
Un  tapial  mi  vista  alcanza, 
liega  en  mi  ayuda  Cam  che, 
y  el  uno,  después  del  otro, 
al  lado  opuesto  pasamos. 
\  Procuré  orientirme  entonces, 

y  entre  sepulcros  me  iiallo; 
y  asi\  huyendo  á  los  vivos 
los  muertos  me  dan  amparo. 
Comienzo  á  reconocer 
el  lugar  donde  he  entrado, 
y  de  D.  Luis  de  Fresneda 
miro  la  estatua  de  marmol. 
Mas  allá  el  Comendador 
sobre  su  tumba  est  i  orando, 
y  voy  encontrando  ;:migos 
conforme  voy  dando  pasos. 
Ya  sabéis  que  soy  corles 
y  agradecido,  pensando 
corresponder  al  servi  lo 
que  en  su  casa  me  prestaron, 
invíteles  á  cenar. 

Marqés.       Pero  D.  Juan... 

D.  JüA^.  D.  Conzalo 

me  parece  que  aceptó, 
y  ya  lo  veis,  aun  !e  aguardo. 
I  Varios  caballeros  se  levantan ). 

Makqiíks.     ¿Sabéis  que  es  broma  pesada, 
si  de  broma  habéis  hablado? 

D.  Juan.      Jamás  hablé  mas  formil. 

¿Sentís  repugnancia,  acaso, 
á  compartir  vuestra  cena 


—  91  — 

con  aquel  buen  D.  Gonzalo, 

á  quien  en  vida  apreciasteis 

por  lo  afable  y  por  lo  hidalgo? 

Para  vos,  D.  Juan,  no  existe 

ni  de  la  muerte  el  sagrado. 

Vamos,  señores,  mas  calma, 

Por  Cristo,  tranquilizaos; 

y  pues  que  aun  no  ha  venido, 

bebamos.  Marqués,  bebamos. 

Brindemos,  si  asi  os  parece, 

al  placer  de  recobraros. 

fSe  lecanlan  con  las  copas.  Varios  criados  en- 
tran y  apartan  las  sillas.  A  los  primeros  golpes 
de  orquestase  siente  un  aldabonazo  dentro.  Mo- 
mento desorpresa.  Camacho empieza á  temblar). 

Aceptado.  Vuestras  copas. 

Escancia  vino,  Camacho. 

(Al  golpe  Camacho  tira  la  botella). 

j  Jesucristo! 

¿Qué  sucede? 

Abre,  v  brindemos  en  tanto. 


CANTO. 

Coro. 

No  hay  en  el  mundo  un  placer 
como  el  placer  del  amor, 
ni  hay  otro  goce  mayor 
como  el  goce  de  beber. 

Llenad  las  copas, 

llenadlas  bien ; 

no  hay  otro  goce 

como  el  beber. 
(Suena  otro  golpe  mas  cerca). 

HABLADO. 


Marqiiks.     Llamaron. 


—  92  — 
Camacho.  ¡y  ya  mns  cerca! 

D.  Juan.      Mira  quien  lia  mi,  C;imacho. 
Camacho.     Señor,  señor,  si  ya  voy. 
¡  Dios  me  coja  confesado! 
D.  Juan.      ¿Qué  es  eso?  ¿ya  no  bebéis? 
Alj<RQuÉs.     Sí,  sí ;  bebamos,  bebamos. 

CANTO. 

Coro. 

Para  vivir  y  gozar 
se  bizo  el  vino  y  la  mujer, 
con  ellos  el  padecer 
conseguimos  olvidar. 

Llenad  las  copas, 

llenadlas  bien; 

no  hay  olro  goce 

como  el  beber. 
f Suena  mas  cerca  olro  golpe). 

HABLADO. 

Camacho.     ¡Jesús  me  valga. 

D.  Juan.  ¿Qué  haces? 

¿no  sientes  que  están  llamando? 
Camacho.     ¡Por  sentirlo,  estoy  sintiendo 

un  temblor  endemoniado! 
Marqués.     ¡Y  los  golpes  son  mas  cerca! 
Camacho.     ¡  Y  tan  cerca ! 
D.  Juan.  Vamos,  vamos, 

sal  á  ver  quien  viene  ahora. 
Camacho.     ¿Quién  ha  de  ser?  D.  Gonzalo. 
Todos.         (Asustados). 

¡  D.  Gonzalo ! 
D.  Juan.  •  Si  está  muerto, 

¿por  qué  tenéis  que  asustaros? 

A  beber.  (Á  Camacho).  Y  tú  al  momento 

á  obedecer  mi  mandato, 


~  93  — 

ó  si  no,  juro  á  mi  nombre... 
MACHO.     ¡Ay!  no  juréis,  ya  me  marcho. 

{Vase  Camacho,  foro). 
.liJA^.      ¡Bravo!  á  beber  camaradas, 

¿qué  os  sucede?  ¿eslais  temblando? 

No  tal,  no  tal  á  beber. 

Así  me  agrada,  bebamos. 

(Se  repite  la  úllíma  estrofa  del  brindis.  Al  termi- 
nar suena  iin  t/olpe  en  la  puerta  de  la  sala.  To- 
dos se  asustan,  se  abre  la  puerta  y  entra  Ca- 
macho despavorido,  cierra  la  puerta  y  se  abre 
la  pared  y  aparece  el  Comendador.  A  su  apa- 
rición queda  el  teatro  oscuro  y  huyen  los  convi- 
dados, quedando  solos  D.  Juan  y  el  Comen- 
dador). 

¡Jesús  me  valga!  ¡Socorro! 

¿Qué  te  sucede  Camacho? 

Aquí  llega. 

¿Quién,  imbécil? 

f Cerrando  la  puerta). 

Mas,  no  entrará.  ¡Cielo  santo! 
[Buena  pausa). 

ESCENA  VI. 


D.  Juan  y  D.  Gonzalo. 

(jonz.     D.  Juan,  como  le  ofrecí, 
hasta  tu  casa  he  venido. 

JiiAN.     Aunque  un  poco  tarde  ha  sido, 
de  obsequiarte  trataré. 
Asustaste  á  mis  amigos, 
y  por  cierto,  que  me  pesa, 
mas...  vamos,  ven  á  la  mesa, 
y  á  tu  lado  cenaré. 

GoNz.     No  vine  á  cenar  aquí, 

ven  á  mi  tumba,  y  dispuesta 


—  91  — 

hallarás  la  mesa  puesta, 

y  muy  grata  sociecl;id. 
D.  JuA^.     ¿Desdeñas  mi  ofrecimiento? 
ü.  Goivz,     He  venido  á  visitarle. 
D,  Juan.     Pero  no  quieres  sentarte, 

y  me  ofendes,  en  verdad. 
D.  GoNz.     No  me  agradan  tus  manjares. 
D.  Juan.     Dijérasme  los  que  quieres. 
D.  GoNz.     Ó  ven  conmigo,  ó  no  esperes 

que  mas  me  detenga  aquí. 
D.  Juan.     Iré  porque  no  sospeches 

que  me  inspiraste  pavura. 

Vamos,  pues. 
D.  GoNz.     [Cogiéndole  de  la  mano). 

Mi  sepultura 

tan  solo  te  aguarda  á  tí. 
D.  Juan.     ¿Qué  dices? 
D.  GoNz.  Que  sin  saberlo        * 

tú  mismo  te  has  condenado, 

mi  convite  has  aceptado, 

y  ya  en  mi  recinto  estás. 

(Transformación  á  la  vista  en  el  cementerio.  Ert 
la  tumba  de  D.  Gonzalo  una  mesa  y  dos  plato: 
con  fuego  y  ceniza J. 
D.  Juan.     Cielos,  que  dice  tu  voz. 
D.  GoNz.     Que  tu  fin  está  cercano. 
D.  Juan.     Suelta,  por  Dios,  esa  mano. 
D.  Gopiz.     ¡Insensato,  no  te  irás! 

CANTO. 
D.  Juan. 


iOh!. 


D.  Gonzalo. 


Llegó  el  postrer  momento, 
lu  muerte  está  cercana, 


—  9o  — 
te  aguard;»  ya  el  infierno, 
no  hay  para  li  piedad. 
(Se  oyen  doblar  las  campanas,  h futan  los  fm- 
gos  fatuos  en  las  sepulturas J. 

Coro  fúnebre. 

D.  Juan,  lleíró  el  momento, 
tu  muerte  esta  cercana, 
el  ciclo  tu  extravio 
al  íin  va  á  castigar. 

D.  Juan. 

¿Qué  dicen  esos  cantos? 
¿qué  dice  esa  campana? 
Responde,  D.  Gonzalo,  , 

responde  por  piedad. 

D.  Go^ZALo. 

El  cielo  en  su  clemencia, 
D.  Juan,  te  dio  el  aviso, 
mas,  tú  le  lias  despreciado 

con  loca  ceguedad. 

« 

D.  Juan. 

Aparta,  no  me  toques, 
tu  voz  rae  hace  temblar. 

D.  Go^ZALO. 

No  puedes  escpiirte, 
ya  en  mi  poder  estás. 

D.  Juan. 

(naciendo  un  esfuerzo  y  desasiéndose,  de  D.  G<m- 
zalo). 

Si  un  momento  solamente 
me  puede  al  fin  salvar, 
Dios  mió,  yo  en  ti  creo, 
me  humillo  á  tu  piedad. 


—  %  - 

ESCENA  VIL 

Dichos  y  las  estatuas  de  D/  Ana  y  D.*  Beatriz.      #. 

(Descienden  estas  desús  pedestales,  salen  dd  se- 
pulcro y  se  colocan  á  entrambos  lados  de  don 
Juan.  D.  Gonzalo  trata  de  disputárselo). 

]).'  AwA,  D/  Beatriz  y  D.  Gonzalo. 

Tu  voz  el  cieío  ha  oido,  . 
Salvado  al  fin  estás. 

D.  Jl'an. 

Dios  mió,  yo  en  tí  creo, 
me  humillo  á  tu  piedad. 
(Golpe  de  tantán,  húndense  las  estatuas  con  don 
Juan,  y  D.  Gonzalo). 

APOTEOSIS. 

(El  fondo  del  cementerio  se  transforma  en  un  tem- 
plete rodeado  de  nubes  y  lleno  de  ángeles,  vién- 
dose ascender  por  él  las  estatuas  de  />.*  Ana  y 
D." Beatriz,  sosteniendo  clcueiyo  de  D.  Juan  J. 

Coro  de  Mujeres. 

Gloria  eterna, 
al  Dios  piadoso, 
que  aunque  fuerte' 
en  castigar, 
al  humilde 
arrepentido, 
jamás  niega 
su  piedad. 
(Cae  el  telón).