Skip to main content

Full text of "Cristóbal Colón y el descubrimiento de América : historia de la geografía del nuevo continente y de los progresos de la astronomía náutica en los siglos XV y XVI"

See other formats


yC-NRLF 


M/^ 


oninr  ot 

JoCoCEEHIIAM 


ÁC 


VIUDA  DE  HERNANDO  Y  COMPAÑÍA 

Arenal,  11,  Madrid. 


BIBLIOTECA  CLÁSICA. 

Comprenderá  esta  Biblioteca  las  obras  completas  de  los  autores  grie- 
gos  y  latinos  y  las  más  selectas  de  los  clásicos  españoles,  ingleses, 
alemanes,  italianos,  franc*  ses  y  portugu»  ses. 

Se  publica  en  tomof»  en  8°  elegantemente  impresos  en  papel  sati- 
nado, de  400  á  500  páginas. 

Tudas  las  traducciones  son  directas  del  idioma  en  que  han  sido 
escritas  las  obras  originales  y  están  hechas  por  las  personas  más  com- 
petentes. 

Se  publica  un  tomo  cada  mes. 

El  precio  de  cada  tomo  en  rústica  es  de  tres  pesetas  en  toda  Es- 
paña, y  cuatro  pesetas  encuadernado  en  tela,  pasta  ó  media  pasta. 

Todos  los  1o;uos  se  ven  loa  separadamente. 

Por  susoripñón  cuesta  cadi  tjmo  en  rústica  dos  pesetas  y  cin- 
cuenta cántimos,  y  encua  leruado  en  tela,  pasta  ó  media  pasta, 
tres  pesetas  y  ciacuenta  céntimos. 

Las  suscripciones  Si  hicea  en  la  ca-*a  de  la  Viuda  de  Hernando 
Y  Cjmpañía,  calle  del  Arenal,  11,  Madrid. 

El  su-!crip'or  paeds  adiuirir  solamente  de  los  tomos  pubHcados  ó 
que  se  publiquen  en  adelante,  los  que  desee,  y  recibir  mensualmente 
los  publicados  vn  el  orden  que  él  determine. 

Los  suscriptores  en  las  provincias  recibirán  los  tomos  por  el  correo 
y  con  las  garantías  necesarias  para  evitar  extravíos. 


NOTA  IMPORTANTE. 


Deseando  esta  Casa  facilitar  á  todos  los  Centros  de  Enseñanza, 
Bibliotecas  públicas,  Sociedades,  Casinos  y  personas  de  suticiente 
garantía,  la  adquisición  de  tan  importante  publicación  comj  lo  es  la 
Biblioteca  Clásica,  hemos  establecido  la  venta  de  colecciones  com- 
pletas, á  pagar  á  plazos  mensuales. 


"^^ 


OBRAS  PUBLICADAS. 

Clásicos  griegos.  Tomos. 

Homero. — La  /Ziarfa ,  traducción  en  verso  por  D.  José  Gómez  Hermosilla,  con 
notas  críticas  del  mismo  y  un  estudio  de  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo 
sobre  las  traducciones  griegas  de  La  litada.  (1,2  y  3) 3 

—  Zrt  Odisea,  traducción  en  verso  de  D.  Federico  Baráibar,  catedrático  del  Insti- 
tuto de  Vitoria. —  La  Batraco miomaquia,  poema  burlesco,  traducción  envergo 
dé"D.  Genaro  Alenda.  (95  y  96) 2 

Herodoto.— Zoí  Nueve  l'bros  de  la  historia,  traducción  del  P.  Pou,  de  la  Compañía 

de  Jesús.  (6  y  7) 2 

Plutarco.— Zai  vidas  paralelas,  traducción  de  D.  Antonio  Eanz  Romanillos.  (21, 

22,23,  24  y  28) 5 

A-m^rÓFAyus.— Teatro  completo ,  traducción  de  Baráibar,  precedida  de  un  estudio 
sobre  el  teatro  giiogo  y  sus  traductores  castellanos  porü.  Marcelino  Menén- 
dez y  Pelayo.  (27,  3  4,42) 3 

Poetas  bucólicos  griegos.— (TVdcnYo,  Bión  y  Mosco.)  Traducción  en  verso,  de  don 

Ignacio  Montes  de  Oca ,  Obispo  de  Linares  (Méjico).  (29) 1 

PÍXDARO.— Oc/aí ,  traducción  en  verso  del  Sr.  Montea  de  Oca,  precedida  de  la  Vida 

de  Píndaro.  (57) 1 

Esquilo. — Teatro  completo,  traducido  y  anotado  por  D.  Fernando  Bi-ieva,  catedrá- 
tico de  la  Universidad  de  Granada.  Precede  á  la  traducción  un  extenso 
estudio  crítico  sobre  el  teatro  griego.  (32) 1 

TUCTIUDES. — Historia  de  la  guerra  del  Peloponeso ,  traducción  de  Gracián,  nueva- 
mente corregida.  (120  y  123) 2 

Xknofoxte. — Las  Helénicas  ó  historia  griegn ,  continuación  de  la  Historia  de  la 
guerra  del  Peloponeso  de  Tucydides.  Traducción  de  D.  Enrique  Soms,  cate- 
drático de  la  Universidad  de  Salamanca.  (119) 1 

—  La  Cyropedia  ó  Historia  de  Cyro  el  Mayor ,  traducción  de  Gracián,  com^gitla 
3or  Flórez  Canseco.  (43) 1 

—  Historia  de  la  entrada  de  Cyro  el  Menor  en  Asia  y  de  la  retirada  de  los  diez  mil 
griegos  que  fueron  con  él,  traducción  de  G-racián,  corregida  por  Canseco  (46).       1 

Luciano. — Obras  completas,  traducción  de  D.  Cristóbal  Vidal,  catedrático  de  la 

Universidad  de  Sevilla,  y  de  D.  Federico  Baráibar.  (55,  128,  132  y  138) 4 

ARRIAXO. —  expediciones  de  Alejandro,  traducción  de  Baráibar.  (5S) 1 

Poetas LÍUICOS GRIEGOS. — (Anacreonte,  Safo,  Tirleo,  Simonides,  Arquil  >go,  Mehagro, 
Aristó'eles,  etc.),  tiaducción  en  verso  de  los  Sres.  Menéndez  y  Pelayo,  Baráibar, 
Conde,  Canga  Arguelles  y  Castillo  y  Ayensa.  (69) 1 

PoLiBio. — Historia  Unive7-sal,  durante  la  república  romana,  traducción  de  D.  Am- 
brosio Bui  Bamba.  (71,  72  y  74) 3 

Platón.— Za  República,  traducción  de  D.  José  Tomás  y  García.  (93  y  94) 2 

DiÓGKNTts  Lakhcio. —  Vidas  y  opiniones  de  los  filósofos  más  ilustres,  traducción  de 

D.  José  Ortizy  Sanz.  (97  y  98) 2 

Moralistas  griegos. — (Marco  Aurelio,  Teof rastro,  Epicleto,  Cebes.)  Traducción  de 

Díaz  de  Miranda,  Pedro  Simón  Abril,  Luciano  Bl'.mi  y  López  de  Ájala.  (117).       1 

JosEFO. — Historia  de  las  guerras  de  los  judíos  y  de  la  destrucción  del  templo  y  ciudad 

de  Jerusahm,  traiucción  de  D.  Juan  Martín  Cordero.  (145  y  146) 2 

ISÓCH.KTES*.—  Oraciones  poHiicas  y  forenses  y  cartas,  traducción  de  D.  Antonio  Ranz 
Romanillos,  precedida  de  juicios  críticos  de  Dionisio  de  Halicarnaso  y  de 
Müllor.  (152  y  153) , 2 


Clásicos  latinos.  Tomot. 


ViRGUJO. — La  Eneida,  traducción  en  verso  de  D.  Miguel  Antonio  Caro.  (9  y  10).. .       2 

—  Églogas  y  Geórgicas,  traducida-^  en  verso  y  anotadas  por  D.  Félix  García 
Hidalgo  y  D.  Miguel  Antonio  Caro.  (20) 1 

Cicerón. — Obras  completas,  traducción  de  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelaj'o,  D.  Ma- 
nuel Valbuena  y  D.  Francisco  Navarro.  (14,  •.  6,  59,  60,  73,  Z-S,  77,  79,  83  y  S6).     14 

Se  han  publicado  1 0  tomos  qne  comprenden  las  Obras  didáclicas,  tomos  1.* 
y  2.°;  las  filnxóficas ,  3.o  4.o,  5°  y  6.°;  las  Cartas  familiares,  7°  y  8.o,  y  las 
Cartas  po'íticas,  9  y  10. 

TÁCITO.— Zoí  Anales.— Vida  de  Agrícola,  y  Diálogo  de  los  oradores,  traducción  de 
D.  Carlos  Coloma  precedida  de  un  estudio  critico  del  Sr.  Menéndez  y  Pe- 
layo.  (17  y  18) 2 

—  Las  Historias  y  las  columbres  de  los  germanos,  traducción  de  Coloma.  (40)..       1 
SalüSTIO. —  Conjuración  de  Calilina;  Cutria  de  Jugiirta,  y  Fragmentos  de  la  grande 

Ilistoriii,  traducción  del  infante  D.  Gabiiel  y  del  Sr.  Menéndez  y  Pelayo.  (15).  1 
CÉSAR. — Los  Comentarios  de  la  gwrra  de  las  Gallas  y  de  la  civil,  traducción  de  don 

José  Goya  y  Muniain.  (44  y  45) 2 

SuKTOíCio.— .Ftrfrtí  de  los  doce  Césares,  traducción  de  D.  Norberto  Castilla.  (C4). . . .  1 
SÉXECA. — Epístolas  morales,  traducción  de  D.  Francisco  Navarro,  canónigo  de 

la  catedral  de  Gi añada.  (66) 1 

—  Tratados  filosóficos,  traducción  de  Fernández  Navarrcte  y  Navarro.  (67  y  70).       2 
Ovidio.— ií7i  Ileroidas,  traducción  en  verso  de  Diego  Mexía.  (76) 1 

—  Las  Metamorfosis,  traducción  en  verso  de  Pedro  Sánchez  de  Viana.  (105  y  106).      2 
FI.OHO.— Compendio  de  las  hizañas  romanas,  traducción  de  D.  Eloy  Díaz  Jiménez, 

catedrático  del  instituto  de  León.  (S4) 1 

QülN'TiLiANO. — Instituciones  oratorias ,  traducción  de  los  PP.  de  las  Escuelas  Pías, 

Rodríguez  y  Sandier.  (103  y  104) 2 

Quisto  CVHCio.  -Vida  de  Alejandro ,  tra-iucción  de  D.  Mateo  Ibáñez  de  Segovia, 

marqués  de  Corpa.  (107  y  108) ; 2 

E.STACio. — La  Tebaida,  traducción  en  verso  de  Juan  de  Arjona.  (109  y  110) 2 

LucANO.— Jla  Farsalia,  traducción  en  verso  de  D.  Juan  de  Jáuregui.  Acompaña 

á  e?ta  traducción  la  que  Jáuregui  hizo  de  la  Amin'a  de  Torcuato  Tasso,  y 

la  precede  un  juicio  critico  de  Lucano,  por  D.  E  nilio  Castelar.  (113  y  114).  2 
Tito  Livio. — Décadas  de  la  Historia  Romana,  traducción  de  D.  Francisco  Navari'o. 

(111,  112,  115,  116,  11-S,  121  y  122) 7 

Tertuliano. — Apología  contra  los  gentiles  en  defensa  de  los  cristianos,  traducción 

do  Fray  Pedro  Mañero,  obispo  que  fué  de  Tarazona.  (125) 1 

HlSTORl.\  AUGCST.x,  continuación  de  la  de  Los  doce  Césares,  de  Suetonio,  traducción 

da  D.  Francisco  Navarro.  (129,131  y  134) 3 

MARCI.A.L  Y  Fedro.— Epigramas  y  fábulas,  traducción  en  verso  de  Jáuregui,  Argen- 

sola,  Iriarte  (D.  Juan),  Salinas,  el  P.  Morell  y  D.  Víctor  Suárez  Capa- 

Ueja.  (140,  141  y  144) i 

Tehexcio. — Teatro  completo,  traducción  de  Pedro  Simón  Abril,  refundida  y  anotada 

por  D.  Víctor  Fernández  Llera,  catedrático  del  Instiinto  de  Murcia.  (142).  1 
ApUleto. — El  asno  de  oro,  traducción  de  Diego  López  de  Cortegana,  arcediano  que 

fué  de  Sevilla.  (14.S) 1 

Punió  kl  joven. — Panegírico  de  Trajano  y  cartas,  traducción  de  Barreda  y  Navarro.  í     „ 

COR^'ELio  Nepote.—  Vidas  de  varones  ilustres,  traducción  de  Oviedo ' 

Clásicos  españoles. 

Cervantes. — Novelas  ejemplares  y  viaje  del  Parnaso.  (4  y  5) 2 

Calderón  de  la  Barca. — Teatro  selecto-'  con  un  estudio  preliminar  de  D.  Marce- 
lino Menéndez  y  Polayo,  (36,  37,  38  y  39) . 4 


Tomos. 

Hurtado  de  Mendoza. — Obras  en  prosa.  (41) 1 

QUEVEDO. —  Obras  satíricas  y  festivas   (33) 1 

Quintana. —  Vúlas  de^españcles  célebres.  ( 12  y  13) 2 

Duque  de  'RiVAS.—Subletación  de  Ñapóles.  (35) 1 

Alcalá  Gauaxo. — Recuerdos  de  un  anciano  (8) 1 

Manuel  dk  Meló.—  Guerra  de  Cataluña  y  Política  Militar.  (65) 1 

Antología  de  PuETas  líiucos  castkllaxos,  ordenada  por  D.  Marcelino  Menéndez 

y  Pelay  o 12 

Precede  á  cada  tomo  un  extenso  juicio  critico  del  Sr.  Menéndez  y  Pelayo. 

Se  han  publicado  los  tomos  1."  y  2."  (136  y  149). 

Clásico«4  ingleses. 

LOKD  Macaulat. — Estudios  literarios,  traducción  de  D.  Mariano  Juderías  Bén- 

der.(ll) 1 

—  Estudios  históricos,  traducción  del  mismo.  (16) , 1 

—  Estudios  políticos ,  traducción  del  mismo.  (19) 1 

—  jE'íímí/íoí  6jo<;m^coí,  traducción  del  mismo    (25) 1 

—  Estudios  críticos,  traducción  del  mismo.   (30) 1 

—  Estudios  de  política  y  literatura,  traducción,  del  miíimo.  (99) 1 

—  Vidas  de  políticos  ingleses,  traducción  del  mismo.  (82) 1 

—  Historia  de  la  revolución  inglesa,  traducción  de  D.  Mariano  Juderías  Bénder 
yD.  Daniel  López.  (47,  56.  63  y  68) 4 

—  Historia  del  Reinado  de  Guillermo  III,  continuación  de  la  Historia  de  la  revo- 
lución inglesa,  traducción  de  D.  Daniel  Lóoez.  (87,  88,  89,  90,  91  y  92) 6 

—  Discursos  parlamentarios,  traducción  del  mismo.  (78) 1 

MiLTON. — Paraíso  perdido,  traducción  en  verso  de  D.  Juan  Escoiquiz.  (50  y  51)...  2 
Bhakespeakb.  —  3>a/ro  selecto ,  tva,ducc\ón  de  D    Guillermo  Macpherson,  con  un 

estudio  sobre  Shakespeare  de  D.  Eduardo  Beuot.  (80,  81,  85  y  102) 4 

Clnsicos  ilalianos. 

MANZONa. — Los  Xovios,  traducción  de  D.  Juan  Nicasio  Gallego.  (31) 1 

—  La  Moral  Católica ,  traducción  de  D.  Francisco  Navarro.  (52) 1 

—  Tragedias,  jm-sias  y  obras  varias,  tr3id\icci6n  dti  BsiY2L\ha,r.  (150  y  151) 2 

GuiCClAHULVL— ///5¿^;/-ia  de  Italia,  desde  1494  á  1532,  traducida  por  el  rey  D.   Fe- 
lipe IV.  (127,  1:^0,  133.  135,  137  y  139) 6 

Maqüiavelo. — obras  históricas ,  traducción  de  D.  Luis  Navarro 2 

Clásicos  aleninncs. 

Schiller. — Teatro  completo,  traducción  de  D.  Eduardo  Mier.  (43,  49  y  62) 3 

'E.mxa,  —  Poemas  y  faniasiaSy  traducción  en  verso  de  D.  José  J.  Herrero.  (61) 1 

—  Cuadros  de  vinje,  traducción  de  D  Lorenzo  G.  Agejas.  (124  y  126) 2 

Goethe.—  Viaje  d  Italia.  Traducción  de  D.»  Fanny  Garrido.  (147  y  148) 2 

Clásicos  franceses. 

TjkiLLB.TViK.— Civilizadores  y  conqu\ stadtves,  tv&dxxccibx  de  D.  Norberto  Castilla 

y  D.  M.  Juderías  Hender.  (53  y  54) á 

Clásicos  portugpuese». 

Camoexs. — Los  Lmiadas ,  traducción  en  verso  de  D.  Lamberto  Gil.  (100) 1 

—      Poesías  selectas,  tvs.d\xcc\(ya  del  mismo.  (101) ^ 1 


CRISTÓBAL  COLÓN 

Y 

EL  DESCUBRIMIENTO  DE  AMÉRICA 


BIBLIOTECA     CLASICA 

TOMO  CLXIII 


CRISTÓBAL  COLÓN 


HISTORIA 

DE   LA    geografía   DEL    NUEVO   CONTINENTE 

Y  DE   LOS   PROGRESOS   DE   LA  ASTRONOMÍA   NÁUTICA 

EN   LOS   SIGLOS  XV  Y  XVI 

OBRA  ESCRITA  EN  FRANCÉS 


ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT 

TRADUCIDA  M.    CASTELLANO 
POR 

D.  LUÍS  NAVARRO  Y  CALVO 


TOMO    I 


MADRID 

librería  de  LA  VIUDA   DE  HERNANDO  Y  C 
calle  del  Arenal,  uúm.  11 

1892 


V. 


Ó.G.Qlhhim 


KfiTABLECIMlEKTO  TIPOGRÁFICO   «SUCESORES   DB  WVADKNKYRA» 

Paseo  de  San  Vicente,  20. 


INTRODUCCIÓN. 


El  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo  y  los  trabajos 
realizados  para  dar  á  conocer  su  geografía ,  no  sólo  han 
levantado  el  velo  que  durante  siglos  cubría  una  gran 
parte  de  la  superficie  del  globo ,  sino  ejercido  incontesta- 
ble influencia  en  el  perfeccionamiento  de  los  mapas  y  en 
general  en  los  procedimientos  gráficos,  como  también  en 
los  métodos  astronómicos  propios  para  determinar  la 
posición  de  los  lugares. 

Al  estudiar  los  progresos  de  la  civilización  vemos  cons- 
tantemente que  la  sagacidad  del  hombre  aumenta  á  me- 
dida que  se  extiende  el  campo  de  sus  investigaciones.  La 
astronomía  náutica ,  la  geografía  física  (comprendiendo 
bajo  este  nombre  hasta  las  nociones  de  las  variedades 
de  la  especie  humana,  y  la  distribución  de  los  animales 
y  de  las  plantas),  la  geología  de  los  volcanes,  la  historia 
natural  descriptiva,  todas  las  ramas  de  las  ciencias  han 
cambiado  de  aspecto  desde  fines  del  siglo  xv  y  principios 


14  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLLT. 

del  XVI.  La  nueva  tierra  ofrecía  á  los  marinos  un  des- 
arrollo de  costas  en  120  grados  de  latitud;  á  los  natura- 
listas ,  nuevas  familias  de  vegetales  y  cuadrúpedos  di- 
fíciles de  clasificar  conforme  á  los  tipos  j  métodos 
conocidos;  al  filósofo,  una  misma  raza  de  hombres  di- 
versamente modificada  por  larga  influencia  de  alimenta- 
ción ,  temperatura  y  costumbres ,  pasando  (sin  el  estado 
intermedio  de  pueblos  nómadas  pastores)  de  la  vida  de 
cazador  á  la  vida  agrícola ,  dividida  por  infinidad  de 
lenguas  de  rara  estructura  gramatical,  pero  modelada 
en  un  mismo  tipo,  Al  físico  y  al  geólogo  presenta  in- 
mensa cordillera  de  montañas,  levantada  por  fuegos 
subterráneos,  rica  en  metales  preciosos,  conteniendo  en 
su  rápida  pendiente  y  en  sus  escalonadas  mesetas ,  en 
espacio  pequeño,  los  climas  y  las  producciones  de  las 
zonas  más  opuestas.  Jamás,  desde  el  principio  de  las 
sociedades ,  se  engrandeció  por  tan  prodigiosa  manera  la 
esfera  de  las  ideas  relativas  al  mundo  exterior;  nunca 
sintió  el  hombre  una  necesidad  más  apremiante  de  ob- 
servar la  naturaleza  y  de  multiplicar  los  medios  de  inte- 
rrogarla con  éxito. 

Podría  creerse  que  estos  asombrosos  descubrimientos 
que,  por  decirlo  así,  se  secundaban  mutuamente;  que 
estas  dobles  conquistas  en  el  mundo  físico  y  en  el  mundo 
intelectual,  no  fueron  dignamente  apreciadas  hasta 
nuestros  días ,  hasta  un  siglo  en  que  la  historia  de  la 
civilización  humana  ha  sido  descrita  por  filósofos  capa- 
ces de  abarcar  de  una  mirada  los  progresos  de  la  geo- 
grafía astronómica  y  física,  el  arte  del  navegar,  la 
botánica  y  la  zoología  descriptivas.  Pero  los  contempo- 
ráneos de  Cristóbal  Colón  nos  ponen  de  manifiesto  cómo 
en  su  misma  época  había  hombres  superiores  que  sen- 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  15 

tian  profundamente  el  grande  y  maravilloso  final  del 
siglo  XV.  «Cada  día,  escribe  Pedro  Mártir  de  Anghiera 
en  sus  cartas  de  1493  y  1494  (1) ,  nos  llegan  nuevos 
prodigios  de  ese  Mundo  Nuevo ,  de  esos  antípodas  del 
Oeste,  que  un  genovés  (Chrisiophorus  quídam  Colonus, 
vir  Ligur)  acaba  de  descubrir.  Nuestro  amigo  Pomponio 
Loetus  (el  gran  propagandista  de  la  literatura  clásica 
romana,  perseguido  en  Roma  á  causa  de  la  libertad  dé 
sus  opiniones  religiosas)  no  ha  podido  contener  las  lá- 
grimas de  alegría  al  darle  yo  las  primeras  noticias  de 
este  inesperado  acontecimiento.»  Y  añade  Anghiera  con 
poética  locuacidad:  «¿A  quién  admirarán  hoy  entre  nos- 
otros los  descubrimientos  atribuidos  á  Saturno,  á  Ceres 
y  á  Triptolemo?  ¿Qué  más  hicieron  los  fenicios  cuando 


(1)  Prae  lastitia  prosiliisse  te,  vixque  á  lachrymis  prae  gaudio 
temperasse,  quando  literas  adspexisti  meas,  quibus  de  antipo 
dum  orbe  latenti  hactenus,  te  certiorem  feci,  mi  suavissime 
Pomponi,  insinuasti.  Ex  tuis  ipsis  literis  colligo,  quid  senseris. 
Sensisti  autem,  tantique  rem  fecisti,  quanti  virum  summa  doc- 
trina insignitum  decuit.  Quis  namque  cibus  sublimibus  praestari 
potest  ingeniis  isto  suavior?  quod  condimentum  gratius?  A  me 
fació  conjeturam..  Beari  sentio  spiritus  meos,  quando  accitos 
alloquor  prudentes  aliquos  ex  his  qui  ab  ea  redeant  provincia 
(Hispaniola  Ínsula).  Implicent  ánimos  pecuniarum  cumulis  au- 
gendis  miseri  avari :  nostras  nos  mentes,  postquam  Deo  pleni 
aliquandiu  fuerimus,  contemplando,  huyuscemodi  rerum  noti- 
tia  demulceamus.— Esta  carta,  que  con  tanto  acierto  pinta  los 
placeres  de  la  inteligencia,  ha  sido  escrita,  conforme  á  la  común 
opinión,  á  fines  de  Diciembre  de  1493.  (<?/»««  Epistolarum  Pe- 
tri  Martyru  ATiglerii  Mediolanensis,  Protonotarii  Apostolici^ 
Frioris  ArchiepiscojJatus  Gratanensis^  atque  á  conñlUs  rerum 
ludicarum  Hispanicis),  Amstelodami,  1670;  Epíst.  CLii,  pá- 
gina 84. 


16  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

en  apartadas  regiones  reunieron  pueblos  errantes  y  fun- 
daron nuevas  ciudades?  Reservado  estaba  á  nuestra 
época  ver  acrecentarse  de  esta  suerte  nuestras  concep- 
ciones j  aparecer  impensadamente  en  el  horizonte  tantas 
cosas  nuevas,» 

Cuando  se  estudian  los  primeros  historiadores  de  la 
conquista  j  se  comparan  sus  obras,  sobre  todo  las  de 
Acosta,  de  Oviedo  y  de  Barcia,  á  las  investigaciones  de 
los  viajeros  modernos,  sorprende  encontrar  el  germen 
de  las  más  importantes  verdades  físicas  en  los  escritores 
españoles  del  decimosexto  siglo.  Ante  el  aspecto  de  un 
nuevo  continente  aislado  en  la  vasta  extensión  de  los 
mares,  presentábanse  á  la  vez  á  la  activa  curiosidad  de 
los  primeros  viajeros  y  de  aquellos  que  meditaban  sus 
relatos ,  la  mayoría  de  las  importantes  cuestiones  que 
aun  hoy  día  nos  preocupan  acerca  de  la  unidad  de  la 
especie  humana  y  de  sus  desviaciones  de  un  tipo  pri- 
mitivo; sobre  las  emigraciones  de  los  pueblos,  la  filia- 
ción de  las  lenguas ,  más  distintas  á  veces  en  las  raí- 
ces que  en  las  flexiones  ó  formas  gramaticales;  sobre 
las  emigraciones  de  las  especies  vegetales  y  animales; 
sobre  las  causas  de  los  vientos  alisios  y  de  las  corrientes 
pelásgicas;  sobre  el  decrecimiento  del  calor  en  la  rápida 
pendiente  de  las  cordilleras  y  en  las  profundidades  del 
Océano,  acerca  de  la  reacción  de  unos  volcanes  sobre 
otros  y  de  la  influencia  que  ejercen  en  los  terremotos.  El 
perfeccionamiento  de  la  geografía  y  dé  la  astronomía 
náutica  (dos  objetos  de  los  cuales  nos  ocuparemos  con 
preferencia  en  esta  obra)  empiezan  al  mismo  tiempo 
que  el  de  la  Historia  natural  descriptiva  y  el  de  la  física 
del  globo  en  general. 

Vemos   en  el  Fénix  de  las  Maravillas  del  Mundo, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  17 

compuesto  por  Eaimundo  Lulio  (1),  de  Mallorca,  en 
1286 ,  que  se  usaban  verdaderas  cartas  marinas  á  fines 
de  siglo  XIII.  Sin  embargo,  comparando  los  mapas  an- 
teriores de  Andrés  Bianco,  de  Benincasa,  de  Jacobo  de 
Giroldis ,  de  Fra  Mauro  y  de  Martín  Behaim,  con  un 
mapamundi  que  el  barón  Walckenaer  y  yo  hemos  reco- 
nocido recientemente  ser  de  1500  y  de  mano  de  Juan 
de  la  Cosa,  campanero  de  Colón,  sorprende  que  sea 
bastante  medio  siglo  para  producir  cambio  tan  grande, 
no  sólo  en  las  ideas  cosmográficas ,  sino  también  en  el 
trazado  y  concordancia  de  las  líneas  de  yacimiento.  'No 
debe  olvidarse  que  Behaim,  Colón,  Vespucci,  Gama  y 
Magallanes  eran  contemporáneos  de  Regiomontanus, 
de  Pablo  Toscanelli ,  de  Bodrigo  Faleiro  y  de  otros  as- 
trónomos célebres  que  comunicaban  sus  conocimientos  á 
los  navegantes  y  geógrafos  de  sus  tiempos. 

Los  grandes  descubrimientos  del  hemisferio  occiden- 
tal no  fueron  producto  de  feliz  casualidad.  Injusto  sería 
buscar  el  primer  germen  en  esas  disposiciones  instinti- 
vas del  alma  á  que  atribuye  la  posteridad  lo  que  es  re- 
sultado de^larga  meditación.  Colón,  Cabrillo,  Gali  y 
tantos  otros  navegantes  que  basta  Sebastián  Yiscayno 
han  ilustrado  los  anales  de  la  marina  española,  eran, 
para  la  época  en  que  vivieron,  hombres  notables  por  su 
instrucción.  Hicieron  importantes  descubrimientos  por- 
que tenían  ideas  exactas  de  la  figura  de  la  tierra  y  de  la 
longitud  de  las  distancias  por  recorrer;  porque  sabían 
discutir  los  trabajos  de  sus  antepasados,  observar  los 


(1)  Acerca  de  los  trabajos  científicos  de  este  hombre  extraor- 
dinario, véase  Capmany,  Memorias  históricas  del  comercio  de 
Barcelona.  Quaest,  II,  pág.  68. 

2 


18  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 


vientos  reinantes  en  las  diversas  zonas ,  medir  la  varia- 
ción de  la  aguja  magnética  para  corregir  su  ruta  y  lo 
largo  del  camino,  poner  en  práctica  los  métodos  menos 
imperfectos  que  los  geómetras  de  entonces  proponían 
para  dirigir  un  barco  en  la  soledad  de  los  mares. 

La  astronomía  náutica  continuó  sin  duda  en  la  infan- 
cia hasta  que  se  conoció  el  uso  de  los  instrumentos  de 
reflexión  y  los  relojes  marinos.  En  el  arte  de  la  navega- 
ción, tan  íntimamente  ligado  á  los  adelantos  de  las  cien_ 
cias  matemáticas  y  al  perfeccionamiento  de  los  instru- 
mentos de  óptica,  los  progresos,  por  causa  de  esta  unión, 
son  necesariamente  lentos  y  á  veces  se  interrumpen.  Las 
prácticas  de  pilotaje  usadas  en  las  grandes  expediciones 
de  Colón,  de  Gama  y  de  Magallanes ,  que  tan  inciertas 
nos  parecen ,  hubieran  admirado ,  no  diré  á  los  marinos 
fenicios,  cartagineses  y  griegos,  sino  hasta  á  los  hábiles 
navegantes  catalanes,  vascos,  dieppeses  y  venecianos  de 
los  siglos  XIII  y  XIV.  Desde  esta  époea  encontramos  los 
indicios  de  diversos  métodos  de  longitud,  casi  idénticos 
á  las  nuestros,  ideados  con  grandísimo  trabajo,  pero  im- 
practicables á  causa  de  la  imperfección  de  los  instru- 
mentos á  propósito  para  medir  él  tiempo  y  las  distancias 
angulares. 

En  este  Examen  crítico  trataré  sucesivamente :  prime- 
ro, de  las  causas  que  prepararon  y  produjeron  el  descu- 
brimiento del  IN'uevo  Mundo;  segundo,  de  algunos  he- 
chos relativos  á  Colón  y  á  Amérigo  Yespucci,  como 
también  de  las  fechas  de  los  descubrimientos  geográ- 
ficos; tercero,  de  los  primeros  mapas  del  Nuevo  Mundo 
y  de  la  época  en  que  se  propuso  el  nombre  de  América; 
cuarto,  de  los  progresos  de  la  astronomía  náutica  y  de^ 
trazado  de  mapas  en  los  siglos  xv  y  xvi. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  19 


La  relación  que  tienen  entre  si  los  materiales  em- 
pleados en  las  diferentes  secciones  de  esta  obra  es  tan 
íntima,  que  con  frecuencia  necesito  acudir  á  las  mismas 
fuentes  para  poner  en  claro  la  historia  de  un  descubri- 
miento que  ha  influido  hasta  nuestros  días  en  el  destino 
de  los  pueblos  de  Europa,  en  el  perfeccionamiento  de 
las  ciencias  y  en  la  teoría  de  las  instituciones  más  ó 
menos  favorables  á  la  libertad. 


CAUSAS 


QUE    PREPARARON    Y    PRODUJERON    EL   DESCUBRIMIENTO 
DEL    NUEVO    MUNDO. 


I. 

Lo  que  se  proponía  Colón  en  sus  viajes  de  descubrimiento. 

Ingeniosamente  ha  dicho  D'Anville  que  el  mayor  de 
los  errores  (1)  en  la  geografía  de  Ptolomeo,  guió  á  los 
hombres  en  el  mayor  descubrimiento  de  nuevas  tierras. 
De  igual  manera  puede  decirse  que  la  tradición  fabu- 
losa, ó  más  bien,  el  mito  nestoriano  del  preste  Juan, 
que  desde  el  siglo  xi  hasta  el  xv  ha  ido  avanzando  poco 
á  poco  del  Este  del  Asia  hacia  la  meseta  de  Habesch, 
ha  contribuido  poderosamente  á  los  conocimientos  geo- 
gráficos de  la  Edad  Media. 

El  motivo  que  excita  un  movimiento ,  llámese  como 
se  quiera,  error,  previsión  vaga  é  instintiva,  argumento 


-  (1)  La  suposición  de  que  Asia  se  extendía  hacia  el  Oriente 
jnás  allá  de  los  180  grados  de  longitud.  Véase  también  Ren- 
NELL,  Geograjphy  of  Ilurodotus,  pág.  685. 


22  ALEJANDRO   DE  HUMBOLDT. 

razonado,  conduce  á  ensanchar  la  esfera  de  las  ideas,  á 
abrir  nuevas  vías  al  poder  de  la  inteligencia. 

Comparando  entre  sí  documentos  de  distintas  épocas, 
nótase  que  Cristóbal  Colón,  antes  y  después  de  su  des- 
cubrimiento ,  á  medida  que  avanzaba  en  edad ,  emitió 
opiniones  contradictorias  acerca  de  los  verdaderos  mó- 
viles de  su  primera  y  feliz  expedición.  Se  ha  demos- 
trado recientemente  (1)  que  fué  en  Portugal  hacia  1470, 
esto  es ,  tres  años  antes  de  recibir  los  consejos  del  flo- 
rentino Pablo  Toscanelli ,  donde  y  cuando  Colón  conci- 
bió la  primera  idea  de  su  empresa.  Fundáronse  entonces 
las  esperanzas  de  este  grande  hombre,  como  es  sabido, 
en  lo  que  llamó  «razones  de  cosmografía»,  en  la  corta 
distancia  que  se  suponía  entre  las  costas  occidentales 
de  Europa  y  África  y  las  del  Cathay  y  Zipangu,  en  las 
opiniones  de  Aristóteles  y  de  Séneca  y  en  algunos  indi- 
cios de  tierras  hacia  el  Oeste  de  que  había  tenido  cono- 
cimiento en  Porto  Santo,  Madera  y  las  Azores. 

Fernando  Colón,  en  la  Vida  del  Almirante j  nos  ha 
transmitido  en  cinco  capítulos  (2),  y  conforme  á  los  ma- 


(1)  Na  VARÉETE,  Viajes  de  los  españoles,  1. 1,  pág.  Lxxiv. 

(2)  Capítulos  V  al  ix.  No  ha  sido  posible  descubrir  hasta  ahora 
el  original  español  de  esta  biografía,  cuyo  manuscrito  puso  el 
nieto  de  Cristóbal  Colón,  D.  Luis,  Duque  de  Veragua,  en  manos 
de  un  patricio  genovés  llamado  Fornari.  De  una  copia  que  sin. 
duda  era  bastante  defectuosa  fué  traducido  en  1571  al  italiano 
por  Alfonso  de  UUoa,  y  retraducido  del  italiano  al  español 
en  1749,  para  insertarlo  en  la  colección  de  Historiadores  pri- 
mitii'os  de  Indias,  de  González  Barcia  (t.  i,  pág.  128),  Compá- 
rese también  Antonio  de  León,  JSjñtome  de  la  Biblioteca 
Oriental  y  Occidental  náutica  y  geográfica,  1629,  pág.  62;  y 
Spotorno,  Códice  diplomático  \Colomho  Americano,  1823,  pá- 
gina LXIII. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  23 

nuscritos  auténticos  de  su  padre,  el  conjunto  de  razones 
en  que  fundaba  un  proyecto  cuya  ejecución  fué  aplazán- 
dose durante  veintidós  años  hasta  la  vejez  de  Colón. 

Newton  á  la  edad  de  veinticuatro  años  lo  había  des- 
cubierto todo,  el  cálculo  de  las  fluxiones,  la  atracción 
universal  y  lo  que  llamó  análisis  de  la  luz;  mientras 
Colón  contaba  cincuenta  y  seis  años  cuando,  saliendo, 
de  la  barra  de  Río  de  Saltes  el  3  de  Agosto  de  1492, 
emprendía  la  carrera  de  los  grandes  descubrimientos,  y 
había  cumplido  sesenta  y  ocho  cuando  su  último  y  peli- 
groso viaje  á  las  costas  de  Veragua  y  de  los  Mosquitos. 

Antes  de  su  primer  viaje,  en  1492,  para  acreditar  su 
sistema  y  probar  que  por  el  Oeste  y  por  camino  más 
corto  se  podía  ir  «á  la  tierra  de  las  especias»,  dio  Colón 
importancia  á  motivos  y  sucesos  de  escaso  valer  que, 
despue's  de  «u  muerte,  sirvieron  á  sus  enemigos,  en  el 
famoso  pleito  entre  el  fiscal  del  Bey  y  D.  Diego  Colón, 
para  hacer  creer  que  el  descubrimiento  de  América,  fácil 
y  previsto  desde  hacía  largo  tiempo,  no  había  sido  com- 
pletamente nuevo.  De  estos  sucesos  insignificantes,  de 
estos  motivos  deducidos  de  las  opiniones  de  los  antiguos, 
de  algunos  indicios  de  tierras,  y  en  general  de  los  cono- 
cimientos cosmográficos,  prescindió  Colón  en  sus  últi- 
mos días.  La  lettera  rarísima  (1)  dirigida  al  rey  Fer- 
nando y  á  la  reina  Isabel  desde  Jamaica  el  7  de  Julio 
de  1503,  y  aun  más  el  bosquejo  de  la  obra  extravagante 


(1)  Es  la  que  llegó  á  ser  célebre  por  la  reimpresión  italiana 
que  hizo  Morelli,  bibliotecario  de  Venecia,  en  Bassano  en  1810. 
Habla  sido  ya  impresa  en  español  en  los  primeros  años  del  si- 
glo XVI.  (Antonio  de  León  Pinelo,  Biblioteca  Occidental, 
1738,  t.  II,  pág.  566),  y  aun  en  italiano,  según  Bossi,  en  Venecia 
en  1505. 


24  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

de  las  Profecías,  escrito  en  parte  de  puño  y  letra  del 
Almirante  con  posterioridad  al  año  de  1504  (diez  y  ocho 
meses  antes  de  su  fallecimiento),  prueban  con  cuánta 
fuerza  de  persuasión  se  había  apoderado  progresiva- 
mente de  su  alma  una  teología  mística  (1).  «Ya  dije, 
escribe  Cristóbal  Colón  (folio  iv  de  las  Profecías),  que 
para  la  esecucion  de  la  impresa  de  las  Indias,  no  me 


(1)  Documentos  diplomáticos,  n.  cxl.  Libro  de  las  Profe- 
cías que  juntó  el  almirante  B.  Cristóbal  Colón,  de  la  recupera- 
ción de  la  santa  ciudad  de  Ilierusalem,  y  del  descubrimiento 
de  las  Indias.  (Na varéete,  t.  Il,  páginas  260,  265,  272).  En 
Septiembre  de  1501  envió  Colón  este  manuscrito  teológico  que, 
á  pesar  de  la  diferencia  de  países  y  de  siglos,  recuerda  involun- 
tariamente las  graves  discusiones  del  inmortal  Newton,  sobíe 
el  undécimo  cuerno  de  la  cuarta  fiera  de  Daniel  (Brewster, 
Life  of  JVewtJion,  1831,  pág.  279),  á  un' cartujo,  el  P.  Gaspar 
Gorricio,  para  que  lo  perfeccionara  y  adornara  con  sabias  citas. 
Sitúo  este  suceso  diez  y  ocho  meses  antes  de  la  muerte  del  Al- 
mirante, ocurrida  en  20  de  Mayo  de  1506,  porque  al  final  del 
manuscrito  de  las  Profecías  se  trata  del  eclipse  de  luna  que  ob. 
servó  Colón  cerca  del  cabo  oriental  de  la  isla  de  Haití  el  14  de 
Septiembre  de  1504.  Pero  hay  otra  parte  de  las  Profecías,  por 
ejemplo,  la  que  trata  del  pehgro  del  próximo  ñn  del  mundo,  an- 
terior á  1501.  «San  Agustín,  dice  Colón,  diz  que  la  fin  deste 
mundo  ha  de  ser  en  el  sétimo  millenar  de  los  años  de  la  creación 
del :  los  sacros  Teólogos  le  siguen,  en  especial  el  cardenal  Pedro 
de  Ailiaco  (Pedro  d'Ailly,  nacido  en  Compiegne  en  1350).  Déla 
criación  del  mundo  ó  de  Adam  fasta  el  avenimiento  de  Nuestrp 
Señor  Jesucristo  son  cinco  mil  é  trescientos  y  cuarenta  é  tres 
años  y  trescientos  y  diez  y  ocho  días,  por  la  cuenta  del  rey 
D.  Alonso,  la  cual  se  tiene  por  la  más  cierta,  con  los  cuales,  po- 
niendo mil  y  quingentos  y  uno  imperfeto,  son  por  todos  seis  mil 
ochocientos  cuarenta  y  cinco  imperfetos.  Segund  esta  cuenta 
no  falta  salvo  ciento  é  cincuenta  y  cinco  años  para  compli- 
miento  de  siete  mil,  en  los  cuales  digo  arriba,  por  las  autori- 
dades dichas,  que  habrá  de  fenecer  el  mundo.» 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  25 

aprovechó  razón,  ni  matemática,  ni  mapamundos:  llana- 
mente se  cumplió  lo  que  dijo  Isías»  (1):  «í^uestro  Re- 
dentor dijo  que  antes  de  la  consumación  deste  mundo 
se  habrá  de  cumplir  todo  lo  questaba  escrito  por  los 


(1)  Poco  antes,  sin  embargo,  en  la  misma  carta  á  sus  Sobera- 
nos explícase  Colón  con  la  mayor  ingenuidad  acerca  de  su  pro- 
pia erudición,  cuya  importancia,  al  parecer,  desconoce.  «De  muy 
pequeña  edad  entre  ea  la  mar  navegando,  é  lo  he  continuado 
fasta  hoy.  La  mesma  arte  inclina  á  quien  le  prosigue  á  desear 
de  saber  los  secretos  deste  mundo.  Ya  pasan  de  cuarenta  años 
que  yo  voy  en  este  uso.  Todo  lo  que  fasta  hoy  se  navega,  todo 
lo  he  andado.  Trato  y  conversación  he  tenido  con  gente  sabia, 
eclesiásticos  é  seglares,  latinos  y  griegos,  judíos  y  moros,  y  con 
otros  muchos  de  otras  setas, 

))  A  este  mi  deseo  (conocer  los  secretos  de  este  mundo)  fallé  á 
Nuestro  Señor  muy  propicio,  y  hobe  del  para  ello  espirito  de 
inteligencia.  En  la  marinería  me  fizo  abondoso;  de  astrología 
me  dio  lo  que  abastaba,  y  así  de  geometría  y  arismética;  y  en- 
genio  en  el  ánima  y  manos  para  deljujar  esferas  y  en  ellas  las 
cibiades,  rios  y  montañas,  islas  y  puertos,  todo  en  su  propio 
sitio. 

))En  este  tiempo  (en  su  juventud)  he  yo  visto  y  puesto  estudio 
en  ver  de  todas  escrituras,  cosmografía,  historias,  corónicas  y 
filosofía,  y  de  otras  artes  ansí  que  me  abrió  Nuestro  Señor  el 
entendimiento  con  mano  palpable,  á  que  era  hacedero  navegar 
de  aqiii  á  las  Indias,  y  me  abrió  la  voluntad  para  la  ejecución 
dello;  y  con  este  fuego  vineá  V.  A.  Todos  aquellos  que  supieron 
de  mi  impresa  con  risa  la  negaron  burlando  :  todas  las  ciencias 
de  que  dije  arriba  no  me  aprovecharon  ni  las  autoridades  de 
ellas  :  en  solo  V.  A.  quedó  la  fe  y  constancia,  ¿quién  dubda  que 
esta  lumbre  que  fué  del  -Espíritu  Santo,  así  como  de  mí,  e'  cual 
con  rayos  de  claridad  maravillosos  consoló  con  su  santa  y  sacra 
Escritura  á  Vos  muy  alta  y  clara  con  cuarenta  y  cuatro  libros 
del  viejo  Testamento,  y  cuatro  evangelios  con  veinte  é  tres  epís- 
tolas de  aquellos  bienaventurados  Apóstoles,  avivándome  que 
yo  prosiguiese,  y  de  contino,  sin  cesar  un  momento. me  avivan 
con  gran  priesa'/»  Fol.  IV  de  las  Profecias.  Leyendo  estas  líneas 


26  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 


Profetas,  el  Evangelio  debe  ser  predicado  en  toda  la 
tierra  y  la  ciudad  santa  debe  ser  restituida  á  la  Iglesia. 
Nuestro  Señor  ha  querido  hacer  un  gran  milagro  con 
mi  viaje  á  la  India.  Preciso  es  apresurar  el  término  de 
esta  obra,  lumbre  que  fué  del  Espíritu  Santo,  porque 
por  mis  cálculos,  de  aquí  hasta  el  fenecer  del  mundo 
sólo  restan  ciento  cicuenta  años.» 

Según  Colón,  debía,  pues,  ocurrir  el  fin  del  mundo  en 
1656,  entre  la  muerte  de  Descartes  y  la  de  Pascal. 

Sin  seguir  el  rastro  de  estas  ilusiones,  examinaremos 
más  de  cerca  lo  que  se  relaciona  con  las  primeras  y 
verdaderas  causas  del  gran  descubrimiento  de  América. 
No  ignoro  que  este  asunto  lo  han  tratado  con  frecuen- 
cia hábiles  historiadores,  aunque  por  lo  general  con  una 
falta  de  crítica,  de  profundo  conocimiento  de  los  tiem- 
pos anteriores  y  de  serios  estudios  de  las  fuentes  y  do- 
cumentos originales  que  con  pesar  se  nota  hasta  en 
algunas  partes  de  la  célebre  obra  de  Eobertson.  La  ma- 
teria no  está  agotada,  ni  mucho  menos,  desde  que  el 
Gobierno  español  ha  proporcionado  con  munificencia 
tantos  materiales  nuevos  á  la  investigación  de  los  he- 
chos, y  desde  que  los  propios  escritos  del  gran  marino 
genovés  nos  han  revelado  perfectamente  la  especialidad 
de  su  carácter. 

Vivió  Colón  en  Portugal  á  fines  del  reinado  de  Al- 
fonso V,  desde  1470  hasta  fin  de  1484.  En  1485  hizo 
un  corto  viaje  á  Genova  para  ofrecer   sus  servicios  á 


llenas  de  candorosa  ingenuidad,  se  comprende  la  dificultad  de 
traducir  con  la  energía  propia  de  la  antigua  lengua  castellana 
los  escritos  de  un  hombre  que  con  excesiva  modestia  se  llama 
á  si  mismo  :  lego  marinero,  non  doto  en  letras  y  hombre  mun- 
danal. 


DESCÜDRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  27 

dicha  república.  Estas  fechas  se  fundan  en  documentos 
que  reciente  y  cuidadosamente  han  sido  examinados  (1). 
"No  se  sabe  de  cierto  si  Colón  fué  de  Lisboa  á  Genova, 
después  de  desembarcar  en  España. 

Visitando  sucesivamente  el  convento  de  Ja  Habida 
(cerca  de  Palos),  Sevilla,  Córdoba  y  Salamanca,  sufrió 
las  continuas  dilaciones  que  se  oponían  á  sus  proyectos, 
hasta  Abril  de  1492.  Dice  Fernando  Colón,  en  la  Histo- 
ria del  Almirante^  que  en  Portugal  fué  donde  empezó 
éste  á  conjeturar  que  si  los  portugueses  navegaban  tan 
lejos  hacia  el  Sud,  podría  navegarse  también  hacia  Oc- 
cidente y  encontrar  tierras  en  esta  ruta.  Dicha  afirma- 
ción es  por  lo  menos  inexacta.  Cuantos  escritos  posee- 
mos de  mano  del  Almirante,  la  carta  del  astrónomo 
Pablo  Toscanelli  y  la  gran  Crónica  de  Bartolomé  de  las 
Casas  (2),  estudiada  por  Herrera,  Muñoz  y  Navarrete, 


(1)  Muñoz,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  lib.  il,  párrafo  21. 
Navarrete,  1. 1,  páginas  lxxix— lxxxi.  Remesal,  dice  en 
su  Historia  de  Chiapa  (lib.  II,  cap.  Vil),  que  desde  1486  estaba 
Colón  al  servicio  de  España,  y  que  á  fines  de  dicho  año  se  veri- 
ficaron las  disputas  cosmográficas  de  Salamanca  en  el  convento 
de  San  Esteban,  durante  las  cuales  los  monjes  dominicos  se 
mostraron  más  tratables  é  instruidos  que  los  profesores  de  la 
Universidad. 

(2)  Las  Casas  estudió  derecho  en  Salamanca  y  pasó  con 
Ovando  á  Haití.  Poseía  muchas  cartas  del  Almirante  y  hasta 
un  escrito  autógrafo,  «sobre  indicios  de  tierras  occidentales, 
reunidos  por  pilotos  y  marineros  portugueses  y  españoles».  Fer- 
nando Colón  contaba  catorce  años  de  edad  cuando  acompañó 
á  su  padre  en  el  cuarto  y  último  viaje,  y  aunque  en  general  es 
mejor  crítico  y  más  juicioso  historiador  que  Bartolomé  de  Las 
Casas,  muéstrase  muy  reservado  y  de  un  laconismo  que  á  veces 
desespera  en  todo  lo  que  se  relaciona  con  el  origen  genealógico 
y  las  aventuras  del  Almirante  antes  de  1492. 


28  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

prueban  que  Cristóbal  Colón  designó,  como  objeto  prin- 
cipal, y  pudiera  decir  casi  único  de  su  empresa,  «buscar 
el  Levante  por  el  Poniente  (1).  Pasar  á  donde  nacen 
las  especerías  (2)  navegando  al  Occidente.  He  reci- 
bido al  Almirante  en  mi  casa — cuenta  el  amigo  íntimo 
de  Colón,  Bernáldez  (3),  más  conocido  con  el  nombre 
de  Cura  párroco  de  la  villa  de  los  Palacios —  cuando 
volvió  á  Castilla  (de  su  segundo  viaje)  en  1496,  llevando 
por  devoción,  y  según  su  costumbre,  un  cordón  de  San 
Francisco  y  unas  ropas  de  color,  de  hábito  de  fraile  de 
San  Francisco  de  la  Observancia  (4).   Traía  entonces 


(1)  Hebeera,  Historia  de  Las  Indias  Occidentales,  dec.  I, 
lib.  I,  cap.  VI. 

(2)  Primera  y  segunda  carta  de  Pablo  Toscanelli  á  Cristóbal 
Colón.  {Colección  dipiomática,  núm,  1.°,  en  Navarrete,  t.  II, 
páginas  1  y  3.) 

(3)  Bernáldez,  Historia  de  los  Meyes  Católicos,  cap.  vii- 
El  motivo  de  visitar  las  tierras  del  Gran  Khan,  para  enseñarle, 
conforme  á  su  deseo,  la  fe  cristiana,  se  expresa  en  la  carta  al  Key 
y  á  la  Eeina,  puesta  al  frente  del  Diario  del  primer  viaje  de  Co- 
lón, según  la  copia  de  Las  Casas.  Vuestras  Altezas  ordenaron 
que  no  fuese  por  tierra  al  Oriente  (á  la  India  y  á  los  2>uedlos 
del  Gran  Kan),  por  donde  se  acostumbra  de  andar,  salvo  por 
el  camino  de  Occidente,  por  donde  Ji/ista  hoy  no  sabemos  por 
cierta  fe  que  haya  pasado  nadie.  La  instnicción  Keal  dada  á 
Amerigo  Vespucci  el  15  de  Septiembre  de  1506,  copiada  por 
Muñoz  en  los  Archivos  de  la  Contratación  de  Sevilla,  habla 
también  de  la  armada  que  el  Sr.  D.  Fernando  mandó  liacer 
para  ir  á  descubrir  el  nacimieiito  de  la  especería.  (Nava- 
rrete, t.  I,  pág.  2;  Códice  diplomático,  núm.  cl,  t.  Il,  pá- 
gina 317.) 

(4)  También  Las  Casas,  Historia  de  las  Indias,  lib.  I,  ca- 
pítulo cu,  dice  que  iba  vestido  como  fraile  franciscano. 

Herrera  refiere  que  el  famoso  navegante  Alonso  de  Ojeda,  que 
acompañó  á  Colón  en  su  segundo  viaje,  se  hizo  fraile  francis- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  29 

consigo  el  gran  cacique,  y  refirióme  cómo  concibió  la 
primera  idea  de  buscar  las  tierras  del  Gran  Khan  (sobe- 
rano del  Asia  Oriental)  navegando  al  Occidente.y> 

Estas  frases  relativas  al  primer  viaje  del  Almirante 
fueron  admitidas  tan  usualmente  hasta  principios  del 
siglo  XVI,  que  las  encontramos  en  la  relación  de  las 
primeras  aventuras  de  Sebastián  Cabot,  debida  al  le- 
gado Galeas  Butrigarius  (1).  «En  Londres,  cuando 
llegaron  á  la  corte  de  Enrique  VII,  dice  este  legado, 
las  primeras  noticias  del  descubrimiento  de  las  costas  de 
la  India^  hecho  por  el  genovés  Cristóbal  Colón,  todo 
el  mundo  convino  en  que  era  cosa  casi  divina  navegar 
por  Occidente  hacia  Oriente,  donde  las  especias  se  crian 
(a  thing  more  divina  than  human,  to  sail  hy  the  west  to  the 
eastj  where  spices  grows).y> 

La  idea  de  encontrar  grandes  tierras  en  el  camino  de 
Europa  á  las  costas  orientales  de  Asia  era  para  Colón  y 
Toscanelli  un  objeto  secundario.  En  el  primer  viaje,  en- 
contrándose á  unos  28"  de  latitud  y  á  9°  al  Occidente 
del  meridiano  de  la  isla  de  Corvo,  el  19  de  Septiembre 
de  1492,  creyó  el  Almirante  que  estaban  próximas  al- 
gunas tierras  (2);  pero  su  voluntad  era  (según  las  pro- 


cano.  Este  aserto  carece  de  fundamento.  (Navarrete,  t.  iii,  pá- 
gina 176.) 

(1)  3Iemoir  on  Sebastian  Cahot,  illustrated  hy  documents 
of  the  rolls,  nom  first  puhlished,  1831,  pág.  10. 

(2)  Navarrete,  t.  i,  pág.  2.  Véase  también  la  relación  del 
viaje  en  el  miércoles  y  en  al  sábado  (páginas  16  y  17),  donde  Co- 
lón dice  «que  no  se  quiso  detener,  pues  su  fin  era  pasar  alas 
Indias,  y  si  se  detuviera  no  fuera  buen  seso.»  Y  más  adelante 
(haciendo  distinción  entre  el  continente  de  Asia  y  las  islas  que 
lo  rodean),  añade,  «que  si  erraban  la  isla  de  Cipango  no  pudie- 


30  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

pias  palabras  del  diario  de  ruta),  «seguir  adelante  hasta 
las  Indias,  porque,  placiendo  á  Dios,  á  la  vuelta  se  ve- 
ría todo.J) 

Toscanelli,  que  por  lo  menos  desde  el  año  1474  se 
ocupaba  teóricamente  de  los  mismos  proyectos  que  Co- 
lón, sólo  nombra  en  el  camino  por  recorrer  al  Occidente 
la  isla  Antilia,  que  se  encontrará  á  225  leguas  de  dis- 
tancia antes  de  llegar  á  Cipango  (al  Japón).  «La  carta 
que  os  envió  para  S.  M.  (el  Rey  de  Portugal),  dice  Tos- 
canelli en  su  carta  al  canónigo  de  Lisboa  Fernando 
Martínez,  está  hecha  y  pintada  de  mi  mano,  en  la  cual 
va  pintado  todo  el  fin  del  Poniente,  tomando  desde  Ir- 
landia  al  Austro,  hasta  el  fin  de  Guinea,  con  todas  las 
islas  que  están  situadas  en  este  viaje,  á  cuyo  frente  está 
pintado  en  derechura  por  Poniente  el  principio  de  las 
Indias,  con  las  islas  y  lugares  por  donde  podéis  andar, 
y  cuánto  os  podríais  apartar  del  polo  Ártico  por  la  línea 
equinoccial,  y  por  cuánto  espacio;  esto  es,  con  cuántas 
leguas  podríais  llegar  á  aquellos  lugares  fértilísimos  de 
especería  y  piedras  preciosas;  y  no  os  admiréis  de  que 
llame  Poniente  al  país  en  que  nace  la  especería,  que 
comunmente  se  dice  nacer  en  Levante,  porque  los  que 
navegaren  á  Poniente  siempre  hallarán  en  Poniente  los 
referidos  lugares,  y  los  que  fueren  por  tierra  á  Levante 
siempre  hallarán  en  Levante  los  dichos  lugares.» 

Según  el  sistema  geográfico  de  esta  época,  fundado 
casi  únicamente,  en  cuanto  al  Asia  oriental  y  marítima, 
en  las  relaciones  de  Marco  Polo,  Balducci  Pelogetti  y 
Nicolás  de  Conti,  figurábanse  multitud  de  islas  ricas  en 


ran  tan  presto  tomar  tierra,  y  que  era  mejor  una  vez  ir  á  tierra 
firme  y  después  á  las  islas.» 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  31 

especias  y  oro  en  el  mar  de  Cin^  es  decir,  en  los  mareg 
del  Japón,  de  la  China  y  del  gran  archipiélago  de  las 
Indias.  El  mapa  mundi  de  Martín  Behaim  presenta, 
desde  el  grado  45  Norte  hasta  el  40  Sud,  una  serie  de 
islas  opuestas  á  la  extremidad  del  Asia.  Esta  cadena 
de  islas  contiene  el  pequeño  Cathay,  Zipangu  (Niphon), 
comprendido  casi  por  completo  en  la  zona  tórrida,  Ar- 
gyré,  colocado  á  la  extremidad  oriental  del  mundo  co- 
nocido de  los  antiguos  y  de  los  árabes;  Java  Mayor 
(Borneo),  Java  Menor  (Sumatra),  donde  permaneció 
Marco  Polo  cinco  meses,  y  aprendió  á  conocer  el  sagotal 
y  la  especie  de  rinoceronte  de  dos  cuernos  y  piel  poco 
arrugada,  propia  de  esta  isla,  Candym  y  Angama. 

Cuando  llegó  Colón  en  su  primer  viaje  (el  14  de  No- 
viembre de  1492)  á  las  costas  septentrionales  de  Cuba, 
que  al  principio  creyó  ser  Zipangu,  maravillóle  ante  el 
Viejo  Canal,  cerca  de  Puerto  del  Príncipe,  la  belleza  de 
un  grupo  de  verdes  cayos  que  en  su  ardiente  imagina- 
ción juzgaba  formar  parte,  según  sus  propias  palabras, 
«de  aquellas  inumerabiles  islas  que  en  los  mapamun- 
dos  en  fin  del  Oriente  se  ponen»  (1). 


(1)  Véase  el  Diario  del  Almirante,  en  Navarrete,  t.  I,  pá- 
gina 58.  En  el  Diario  copiado  por  Las  Casas  se  lee:  ((Miércoles, 
14  de  Noviembre  de  1492.  Dice  el  Almirante  que  cree  que  estas 
islas  son  aquellas  inumerabiles  que  en  los  mapamundos  en  fin  del 
Oriente  se  ponen.»  Dice  también  Colón  que  creía  que  el  grupo 
de  estas  islas  se  extendería  y  ensancharía  hacia  el  Sud,  y  que 
en  ellas  encontraría  ((grandísimas  riquezas  y  piedras  preciosas 
y  especería.))  El  Atlas  de  mapas  catalanes  de  la  Biblioteca  Real 
de  París,  que  data  del  año  1374,  y  del  que  poseemos  minucioso 
estudio  debido  á  la  sagacidad  de  Mr.  Buchón,  tiene  una  leyenda 
relativa  al  mar  de  la  India,  que  indica  la  existencia  en  él  de 
7.548  islas,  «ricas  en  piedras  finas  y  metales  preciosos.»  En  el 


32  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Se  ha  dicho  con  bastante  exactitud  que  Colón  se 
mostró  al  defender  su  proyecto  menos  temerario  y  más 
sabio  de  lo  que  se  le  había  supuesto  (1).  La  exposición 
de  razones  que  alegaba,  mejor  hecha  en  las  Décadas  de 
Herrera  (2)  que  en  la  Vida  del  Almirante,  escrita  por 
su  hijo  D.  Fernando,  ha  pasado  de  este  último  libro  á 
todas  las  historias  modernas  del  descubrimiento  de  Amé- 
rica. Clasificando  estas  razones  conforme  á  la  naturaleza 
de  los  conocimientos  que  las  produjeron,  y  comparándo- 
las en  parte  á  los  documentos  originales  que  podemos 
consultar  hoy,  vemos  que  la  esperanza  de  llegar,  bus- 
cando el  Levante  por  el  Poniente,  á  las  regiones  de  Asia, 
fértiles  en  especias,  ricas  en  diamantes  y  en  metales  pre- 
ciosos, la  fundaba  Colón  en  la  idea  de  la  esfericidad  de 
la  tierra;  en  la  relación  de  la  extensión  de  los  mares  y 
de  los  continentes;  en  la  cercanía  de  las  costas  de  la 
península  ibérica  y  de  África  á  las  islas  inmediatas  al 
Asia  tropical;  en  un  grave  error  en  la  longitud  de  las 


mapamundi  de  Martín  Behaim,  terminado  en  1492,  se  encuen- 
tra una  cita  de  Marco  Polo  (lib.  iii,  cap.  42),  de  12.700  islas, 
«con  montañas  de  oro,  de  perlas  y  doce  clases  de  especias» 
(init  vil  Edelgestain,  Perleim  und  Golt  Peragen,  12  lei  Speze- 
rey  und  wunderlichem  Volclt,  davon  lang  zu  scJireiben),  dice 
Behaim  en  su  antiguo  y  enérgico  lenguaje.  GOTTL.  VON  MURR, 
Diplom.  Gegch,  von  Martin  Behaim,  1778,  pág  37.  La  cita  de 
Marco  Polo  no  es  exacta.  El  viajero  veneciano  habla  de  12.700 
islas  (lib.  III,  cap.  38),  aludiendo  á  las  Maldivas  (ed.  de  Mars- 
den,  pág.  717),  Behaim  transporta  este  grupo  de  islas  al  Nor- 
deste, lo  cual  influyó  en  las  opiniones  de  los  navegantes  al  fin 
del  siglo  XV. 

(1)  Malte  Brun,  Geograpliie  Universelle,  1831,  t.  I,  pá- 
gina 616. 

(2)  Dec.  I,  lib.  I,  cap.  1  al  6. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  33 

costas  asiáticas;  en  los  informes  tomados  de  obras  anti- 
guas, de  escritores  árabes  y  acaso  de  Marco  Polo;  en 
indicios  de  tierras  situadas  al  Oeste  de  las  islas  de  Cabo 
Verde,  Porto  Santo  y  las  Azores,  que  en  diversas  épocas 
se  creyó  advertir  ó  por  la  observación  de  algunos  fenó- 
menos tísicos  ó  por  las  relaciones  de  marinos  á  quienes 
arrastraron  las  tempestades  ó  las  corrientes. 

Conviene  también  distinguir  entre  las  ideas  que  pre- 
ocupaban al  grande  hombre  antes  y  durante  el  curso  de 
sus  descubrimientos,  y  las  reflexiones  que  estos  mismos 
descubrimientos  produjeron  en  él  posteriormente.  Debe 
comparárselas  con  hechos,  no  todos  por  igual  compro- 
bados ó  bien  interpretados,  como  la  relación  de  un  sa- 
cerdote budista,  Hoeichin,  sobre  el  Fusang  y  Tahan 
(año  500);  los  descubrimientos  de  la  Groenlandia,  del 
Vinland  y  de  la  embocadura  del  San  Lorenzo,  por  Erik 
Eauda  (985),  Bjoern  (1001)  y  Madoc  ap  Owen  (1170); 
la  aventurera  expedición  de  los  árabes  errantes  {Alma- 
grurim)  (1)  de  Lisboa  (1147);  la  navegación  al  Oeste 
hacia  la  India  del  genovés  Guido  de  Vivaldi  (1281),  y 
de  Teodosio  Doria  (1292),  cuya  suerte  se  ignora;  y 
finalmente,  los  viajes  con  tanta  frecuencia  comentados 
de  los  hermanos  Zeni  de  Venecia  (1380). 

He  colocado  estos  hechos  y  tradiciones  por  orden  cro- 
nológico para  demostrar  que  ascienden  hasta  mil  años 
antes  de  Colón,  quien,  en  un  siglo  de  heroísmo  y  de  eru- 
dición renaciente,  aun  se  complacía  con  los  recuerdos  de 
la  Atlántida  de  Solón  y  de  la  célebre  profecía  contenida 
en  un  coro  de  la  Medea  de  Séneca. 


.  (1)  Almururim  significa  mejor  engañados  en  sus  esperanzas, 
y  la  raíz  de  esta  palabra  es  meglirur. 

t     3 


II. 

Progreso  de  las  ideas  cosmográficas  antes  de  Colón. 


El  estado  de  nuestra  civilización  europea  nos  con- 
duce involuntariamente  á  Grecia  como  punto  de  partida, 
lo  mismo  al  investigar  las  opiniones  que  contienen  los 
gérmenes  de  las  que  hoy  dominan,  que  al  recorrer  la 
larga  serie  de  las  atrevidas  tentativas  realizadas  con  ob- 
jeto de  ensanchar  el  horizonte  geográfico. 

Durante  largo  tiempo,  la  tierra,  conforme  á  las  ideas 
de  los  primeros  poetas  de  la  escuela  jónica,  era  un  disco 
cuyas  orillas  ocupaba  el  Océano,  disco  inclinado  un  poco 
hacia  el  Sud  á  causa  del  peso  que  producía  la  abundante 
vegetación  en  los  trópicos  (1). 

Hacia  estas  orillas  se  situaban  el  Elíseo,  las  islas  de 
los  Bienaventurados,  los  Hiperbóreos  y  el  pueblo  justo 
de  los  Etiopes.  La  fertilidad  del  suelo,  la  templanza  del 


(1)  Plutarco,  Be  plac.  phil.,  iii,  12.  Pasaje  repetido  por 
G  alieno,  De  Phil.  Historia,  cap.  21,  ed.  Kühn,  1830,  t.  xix, 
pág.  294.  Esta  es  una  de  las  causas  indicadas  por  Demócrito  y 
que  recuerda  la  falta  de  equilibrio  que,  según  un  mito  javanés, 
Batara  Gurú,  el  Ser  Supremo,  observaba  en  la  tierra  inclinada 
al  Oeste,  al  cual  puso  remedio  trasladando  algunas  montañas. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  35 

clima,  la  fuerza  física  de  los  hombres,  la  pureza  de  las 
costumbres,  todos  los  bienes  eran  propios  de  las  extre- 
midades del  disco  terrestre  (1).  De  aquí  el  vago  (2) 
deseo  de  llegar  á  él,  ó  por  el  Phase  (3)  ó  por  las  co- 
lumnas de  Briareo.  La  especial  configuración  de  la 
cuenca  del  Mediterráneo,  abierta  al  Occidente,  impulsó  el 
interés  de  los  navegantes  fenicios  hacia  la  parte  atlán- 
tica del  Océano.  La  historia  de  la  Geografía  presenta 
esta  serie  de  intentos  desde  los  tiempos  más  remotos 
para  avanzar  progresivamente  en  la  dirección  occidental, 
intentos  debidos,  al  ansia  de  ganancias,  á  curiosidad 
aventurera  ó  al  azar  de  las  tormentas;  presenta  además 
larga  serie  de  descubrimientos  presididos  por  la  misma 
idea  y  favorecidos  por  los  mismos  accidentes.  Desde 
Coloeus  de  Samos,  arrastrado  por  los  vientos  de  Levante 
fuera  de  su  camino,  en  su  travesía  de  la  isla  de  Platea  á 
las  costas  de  Egipto,  se  llega  á  las  gigantescas  empresas 
de  Colón  y  de  Magallanes.  El  horizonte  geográfico  se 
ensancha  poco  á  poco  desde  el  mar  Egeo  al  meridiano 
de  las  Syrtes,  desde  aquí  á  las  columnas  de  Hércules  y 
fuera  del  Estrecho,  con  Hannón  hacia  el  Sur  y  con  Py- 
theas  hacia  el  Norte.  Las  atrevidas  empresas  de  los 


(1)  ((Lo  que  hay  más  bello  en  la  tierra  habitada  se  encuen- 
tra en  las  extremidades»,  dice  Herodoto,  üb.  iii,  cap.  107; 
quien,  como  Thales  y  Anaximenes,  no  cree  en  la  forma  esférica 
de  la  tierra  (lib.  v,  cap.  92). 

(2)  Bredow,  Untersuch.  iiher  alte  Geschichte  und  Geogra- 
pJde,  1800,  pág.  78.  Ukert,  Geograpliie  der  Griechen  und  Md- 
mer,  vol.  ii,  parte  1.*,  páginas  234-243. 

(3)  En  la  época  mítica  de  la  expedición  de  los  argonautas 
todavía  se  sospechaba  que  el  mar  interior  tenía  también  co- 
municación por  el  Nordeste  con  el  gran  rio  Océano. 


36  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

fenicios  fueron  precedidas  (1)  de  los  tímidos  ensayos 
de  los  marinos  de  Creta,  Samos  y  Focea.  El  antiguo 
conocimiento  que  los  fenicios  tenían  del  río  Océano,  más 
allá  de  las  columnas  de  Hércules,  acaso  lo  pone  de  ma- 
nifiesto el  mismo  nombre  que  adoptaron  los  helenos  para 
designar  el  mar  exterior  (2). 

"Desde  los  tiempos  homéricos  creían  los  griegos  que  á 
Poniente  había  parajes  ricos  y  fértiles;  pero  su  conoci- 
miento exacto  de  la  cuenca  del  Mediterráneo  no  se  ex- 
tendía más  allá  del  meridiano  de  la  Gran  Syrte  y  de 
Sicilia.  Toda  la  parte  occidental  de  esta  cuenca  que  los 
fenicios  surcaban  hacía  ya  largo  tiempo,  no  la  conocie- 
ron los  helenos  hasta  después  del  viaje,  cuya  importancia 
reconoció  Herodoto  (3),  de  Colojus  de  Samos,  que  llegó 
hasta  Tartesus  y  el  cabo  Soloé. 

El  Periplo  atribuido  á  Scylax  (4),  compuesto  proba- 


(1)  S  TRABÓN-,  lib.  III,  pág.  224.  En  el  pasaje  del  lib.  I,  pá- 
gina 82 ,  la  restricción  «poco  después  de  la  época  del  sitio  de 
Troya»  refiérese  á  la  fundación  de  las  colonias. 

(2)  La  primera  expedición  griega  más  allá  de  las  columnas 
de  Hércules  es  la  de  Coloeus,  posterior  sin  duda  á  la  época  de 
Homero;  sería,  pues,  posible  que  los  fenicios  hubiesen  transmi- 
tido á  los  helenos  la  noción  del  mar  exterior  y  la  frase  que  la 
designa. 

(3)  Lib.  IV,  cap.  152.  Fundándose  Voss  en  la  época  de  la 
colonización  de  Cyrene,  sitúa  la  expedición  de  Colaeus  antes  de 
la  diez  y  ocho  Olimpiada,  más  de  708  años  antes  de  nuestra  era. 
Según  las  recientes  investigaciones  de  Mr.  Letronne,  la  expedi- 
ción de  los  de  Samos  corresponde  al  primer  año  de  la  Olimpiada 
treinta  y  cinco. 

(4)  Sobre  Scylax  y  la  verdadera  época  de  la  redacción  del 
Periplo  que  ha  llegado  hasta  nosotros,  véanse  Niebuhe  {Kleine 
Schr.,  J.  I,  1810, pág.  105);  Ukert  (^Geograpliie  der  Griechen 
und  Jiomer,  1816,  t.  i,  Abth.  2,  páginas  285-297);  M.  Le- 
tronne, Journal  des  Savants.  Febrero-Mayo,  1825. 


DESCUBRIMIBNTO   DE   AMÉRICA.  37 

blemeiite  en  la  época  de  Filipo  de  Macedonia,  designa 
más  allá  de  Cerne  un  mar  de  Sargazo,  una  abundancia 
de  fuco  que  anuncia  la  proximidad  de  las  islas  de  Cabo 
Verde,  pero  que  no  me  parece  idéntico  al  mar  de  Sar- 
gazo que  menciona  el  pseudo  Aristóteles  en  la  compila- 
ción conocida  con  el  nombre  de  Narraciones  maravi- 
llosas (1). 

Cuando  no  se  quieren  perder  de  vista  las  grandes  di- 
visiones naturales  de  la  geografía  física  y  su  constante 
influencia  en  los  destinos  de  los  pueblos,  reconócense  en 
las  épocas  memorables  de  los  progresos  de  la  navegación 
del  Mediterráneo  de  Este  á  Oeste  las  tres  grandes  cuen- 
cas parciales  en  que  se  subdivide  la  gran  depresión  de 
este  mar,  según  lie  indicado  ya  en  otra  obra  (2).  La 
cuenca  del  mar  Egeo  está  limitada  al  Sur  por  una  curva 


(1)  SCTL,  Caryand,  Peripl  (Hiídson,  t.  II,  págs.  53  y  54); 
AxiSTOT.,  Demirahil.  auscnltat.,  pág.  1157. — Aristot.,  grsece, 
ex  recensione  Bekkeri,  1831,  pág.  844,  párrafo  136).  En  este  úl- 
timo pasaje,  del  cual  me  ocuparé  también  más  adelante  al  exa- 
minar la  posición  del  Mar  de  Sargazo  de  los  navegantes  portu- 
gueses, hablase  de  la  abundancia  de  atunes  que  la  mar  arroja 
con  el  sargazo,  y  que  salados  y  puestos  en  toneles  eran  llevados 
á  Cartago  Paréceme  que  esta  indicación  confií-ma  lo  que  dice 
M.  de  Kohler  QTarichos  ó  Reclierches  iur  VBistoire  et  les  An- 
tiquités  des  ¡^écheries  de  la,Russie  Meridionale,  1832,  pág.  22), 
sobre  el  comercio  en  tariclios  (pescados  salados)  de  la  ciudad 
de  Turdetania  y  sobre  las  pesquerías  fuera  de  las  columnas  de 
Hércules. 

(2)  Relation  historique ,  t.  iil,  pág.  236.  Las  divisiones  que 
especifica  Aristóteles  {De  Mundo,  cap.  iii;  Bekk.,  pág.  393)  sólo 
se  refieren  á  los  golfos  y  sinuosidades  del  Mar  Interior  compa- 
rados á  un  puerto  en  que,  entrando  por  el  estrecho  las  aguas 
del  Océano,  llegan  á  estar  más  tranquilas. 


38  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

que  pasa  por  Eodas,  Candía,  Cerigo  y  el  cabo  Meleo; 
la  cuenca  de  las  Syrtes  tiende  á  cerrarse  entre  el  cabo 
Bon,  la  isla  Pantelaria,  el  banco  que  M.  Smytli  nombra 
Adventure  Bank  y  el  cabo  Grantola,  tendencia  cuya 
acción  continua  acaba  de  demostrar  la  aparición  de  una 
nueva  isla  volcánica  (isla  de  Graham).  No  debe  olvidarse 
que  esta  reseña  de  geografía  física  presenta  á  Cartago 
fundada  cerca  del  punto  en  que  la  cuenca  tirrena  (de 
Cerdeña  y  de  las  islas  Baleares)  se  une  á  la  cuenca  jó- 
nica (de  Malta  y  de  las  Syrtes),  y  que  la  Grecia  comer- 
ciante dominaba  á  la  vez  por  su  posición  en  esta  última 
cuenca  y  en  la  del  mar  Egeo.  La  expedición  de  Coloeus 
de  Samos  (1)  fué  la  que  abrió  á  los  griegos  la  tercera 
y  más  occidental  de  estas  cuencas,  terminada  por  las 
columnas  de  Hércules. 

Desde  que  á  la  hipótesis  del  disco  de  la  tierra  na- 
dando en  el  agua,  sustituyó  la  idea  de  la  esfericidad 
de  la  tierra ,   idea  projña  de  los   Pitagóricos  (Hicétas, 


(1)  Véase  una  Memoria  de  Mr.  Letronne,  llena  de  elevadas 
consideraciones  acerca  de  la  historia  de  la  geografía  antigua 
[Essai  Sícr  les  idees  cosmograjjhiques  qui  se  rattachent  au  noin 
(V Atlas,  pág.  9  y  10;  en  Mr,  de  Fekussac,  Bidletin  Universel 
des  Sciences^  Marzo  1831,  sección  vil).  Prueba  el  autor  que  la 
expedición  de  Colueus,  realizada  en  una  época  en  que  los  líele- 
nos  de  Thera  ignoraban  hasta  la  posición  de  la  Libia,  sólo  pre- 
cedió en  setenta  años  á  la  composición  del  poema  mitieo-jjoli- 
tifío  de  Solón  sobre  la  Atlántida  que  ocasionó  la  transfor- 
mación del  personaje  de  Atlas,  el  Titán,  en  Atlas  montaña, 
situada  fuera  del  estrecho ,  y  sosteniendo  el  cielo.  Acerca  de 
este  Atlas  montaña,  he  hecho  algunas  conjeturas  en  mis  Ta- 
hleaux  de  la  Nature,  t.  ii,  pág.  150. 


DESCÜBEIMIEKTO   DE   AMÉRICA.  39 

Ecpliautos  y  Eraclides  del  Puente)  (1)  y  de  Parmenides 
de  Elea;  expuesta  y  defendida  con  admirable  claridad 
por  Aristóteles  (2),  no  se  necesitó  grande  esfuerzo  de 
ingenio  para  entrever  la  posibilidad  de  navegar  desde  la 
extremidad  de  Europa  y  África  á  las  costas  orientales 
de  Asia.  Encontramos,  en  efecto,  esta  posibilidad  clara- 
mente enunciada  en  el  Tratado  del  cielo,  del  Stagirita 
(últimas  líneas  del  libro  segundo),  y  en  dos  lugares  cé- 
lebres de  Strabón  (3^.  Por  ahora  basta  enunciar  aquí 
que  ambos  autores  hablan  de  un  solo  mar  que  baña  las 
costas  opuestas.  No  considera  Aristóteles  la  distancia 
muy  grande,  y  deduce  ingeniosamente  déla  geografía  de 
los  animales  un  argumento  en  favor  de  su  opinión.  Re- 
cuerda los  elefantes  que  viven  en  las  regiones  extremas 
y  opuestas,  y  así  confirma  (sea  dieho  incidentalmente)  la 
antigua  existencia  de  estos  grandes  paquidermos  al 
Noroeste  del  desierto  de  Sahara  (4).  Considera  muy 
probable  que  además  de  la  gran  isla  que  forman  Europa, 
Asia  y  África,  existan   en  el  hemisferio  opuesto  otras 


(1)  Copérníco,  en  la  dedicatoria  á  Paulo  III  del  tratado  de 
Mevolutionibus  orbium  caslestiuní,  atribuye,  quizá  menos  por 
falta  de  erudición  que  por  ocultar  su  audacia,  su  propio 
sistema  de  la  revolución  de  los  planetas  alrededor  del  sol  á  los 
Pitagóricos,  ora  á  Hicetas  y  á  Heraclides  del  Puente,  ora  á  Phi- 
lolao  y  á  Ecphanto.  Pero  en  la  antigüedad  sólo  fueron  verdade- 
ros copernicanos  Aristarco  de  Samos  y  Seleuco  de  Erythrea,  no 
empleando  ni  Ilestia  ni  Autiohthon. 

(2)  De  Ccelo,  lib.  il,  cap.  XIV,  págs.  297  y  298  (ed.  Bekk.). 

(3)  Strabón,  lib.  i,  pág.  103,  y  lib.  ii,  pág.  162  Alm. 

(4)  En  el  Periplo  de  Hannón  hablase  de  existencia  de  ele- 
fantes á  media  jornada  de  navegación  al  Sur  del  cabo  Espar- 
tel  (Véase  Beedow,  üntersucli.  über  alte  Gcschiehte  und  Geo^ 
grajíhie.  St.  I,  pág.  33,  y  mi  Relation  historique,  t.  I,  pág.  172), 


40  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

menos  grandes  (1).  Strabón  no  encuentra  otro  obs- 
táculo para  pasar  de  Iberia  á  las  Indias  que  la  desme- 
surada anchura  del  Oce'ano  Atlántico. 

Las  ideas  que  acabamos  de  exponer  se  conservaron  y 
propagaron  entre  gran  número  de  hombres  notables  á 
través  de  la  Edad  Media  hasta  la  época  de  Colon.  Ver- 
dad es  que  los  escrúpulos  teológicos  de  Lactancio,  de 
San  Juan  Crisóstomo  y  de  algunos  otros  Padres  de  la 
Iglesia,  contribuyeron  á  impulsüir  el  espíritu  humano 
en  un  sentido  retrógrado.  Repetíanse  las  objeciones  y 


Á  menos  de  extender  considerablemente  hacia  el  Sur  el  conoci- 
miento que  los  antiguos  tenían  de  la  costa  occidental  dé  África, 
y  de  que  el  gran  rio  Chremestes  {Meteor.,  lib.  i,  cap.  13, 
pág.  1 50)  sea  el  Senegal,  no  podría  aceptarse  la  idea  de  que 
Aristóteles  conocía  el  Oeste  de  África  hasta  el  paralelo  de  Ági- 
sjonba,  al  Norte  del  cual  no  admite  Ptolomeo.  acaso  sin  haber 
visto  el  diario  de  Hannón,  ni  elefantes,  ni  rinocerontes,  ni  ne- 
gros de  cabello  rizado  (Véase  Ptolomeo,  Geogr.,  lib.  i,  cap.  9. 
y  las  discusiones  de  Mr.  Letronne  sobre  la  tradición  de  Halma 
en  el  Journal  des  Savans.  Abril,  1831,  pág.  274).  Refiérome  sólo 
en  esta  nota  á  los  elefantes,  al  Norte  del  Sahara,  en  las  costas 
oceánicas  occidentales  de  África  ó  en  el  reino  de  Fez.  Estrabón 
(lib.  XVII,  pág.  1.183  Alm.,  pág.  827  Cas.)  nombra  también  los 
cocodrilos,  completamente  iguales  á  los  del  Nilo ,  y  nada  dice 
de  la  antigua  existencia  de  elefantes  en  el  Atlas  mediterráneo 
oriental,  reconocida  por  Eliano  (vil,  2) ,  y  acerca  de  la  cual 
Mr.  Cuvier  [Ossemens fossiles,  ed.  2.*,  t.  i,  pág.  74)  ha  presen- 
tado interesantes  observaciones.  Todo  esto  pertenece  á  la  His- 
toria de  los  animales,  es  decir,  á  los  cambios  sufridos  por  conse- 
cuencia del  transcurso  de  los  siglos  en  la  distribución  geográfica 
de  los  animales  en  el  globo;  historia  muy  distinta  de  la  parte 
descriptiva,  vulgarmente  llamada  Historia  natural  de  los  ani- 
males. 

(1)    Aristot.  ,   De   Mundo,    cap.  3,    pág.  392,    Bekker,  y 
Meteor,  lib.  ii,  cap.  5,  pág.  362. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  41 

las  burlas  que  emplearon  los  epicúreos  para  combatir  el 
dogma  pitagórico  y  la  esfericidad  de  la  tierra.  Por  for- 
tuna la  generalidad  no  asintió  á  estas  ilusiones.  La 
Topografía  cristiana  (1)  vagamente  atribuida  á  un  mer- 
cader de  Alejandría,  que  se  hizo  fraile  en  el  reinado 
del  emperador  Justiniano,  y  al  cual  llaman  Cosmas  In- 
dicopleustes,  nos  da  á  conocer  en  forma  sistemática  las 
extrañas  opiniones  de  los  Padres  de  la  Iglesia.  Vuelve  á 
ser  la  tierra  una  superficie  plana,  no  un  disco,  como  en 
tiempo  de  Thales,  sino  un  paralelógramo  rodeado  de  las 
aguas  del  Oce'ano  y  simétricamente  recortado  por  cuatro 
golfos  (el  mar  Caspio,  los  golfos  de  Arabia  y  de  Persia 
y  el  Romanorum  sinus,  es  decir,  nuestro  Mediterráneo). 
Según  la  enumeración  que  Strabón  hizo  clásica  (2): 
«Más  allá  del  Océano  que  circunda  los  cuatro  lados  del 
continente  interior,  el  cual  representa  el  área  del  taber- 
náculo de  Moisés,  hay  situada  otra  tierra  que  contiene 
el  paraíso  y  que  habitaron  los  hombres  hasta  la  época 
del  diluvio.»  Equivocadamente  se  ha  querido  comparar 


(1)  CosMAS,  Chistianorum  opinio  de  mundo,  qtx  M.omi'EA'c- 
CON,  Collectio  nova  Patr.  et  Script.  graec,  1708,  t.  Ii,  páginas 
113-345(elmapa,  pág.  189),  WiLiAM  Vincent  Commerce  and 
navigation  of  the  ancients,  t.  ii,  páginas  533,  537,  667.  Bre- 
DOW,  St.  2,  páginas  786  y  797.  Mannert,  Einleit.  in  die  tíeo- 
(jrapMe  der  Alten,  1829,  pá-^inas  188-192.  Atribuíase  al  mismo 
Cosmas  una  obra  menos  teórica  (^CosmograpMa  universalis),  en 
la  que  debía  haber  tratado  especialmente  de  la  tierra  situada 
más  allá  del  Océano.  Más  adelante  hablaré  de  las  analogías  que 
presenta  la  circunvalación  de  montañas  que  suponían  los  Pa- 
dres de  la  Iglesia  más  allá  del  Océano  homérico,  con  los  mitos 
de  la  India,  el  mundo  Kaf  de  los  árabes,  y  algunas  opiniones 
helénicas  antiquísimas. 

(2)  Strabóx,  II,  pág.  182  Alm.,  pág.  121  Cas. 


42  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

á  América,  esta  tierra  antediluviana,  opuesta  no  á  la 
Europa  occidental,  sino  á  toda  la  isla  de  forma  cuadri- 
longa del  antiguo  continente. 

Se  ha  supuesto  que  al  llegar  Cristóbal  Colón  á  la 
embocadura  del  Orinoco  reconoció  en  esta  región  el  pa- 
raíso terrestre,  según  los  dogmas  de  la  Topografía  cris- 
tiana; pero  el  Almirante  no  menciona  para  nada  á  Cos- 
mas,  ni  en  la  carta  que  en  1498  dirigió  á  los  Reyes 
Católicos,  fechada  en  la  isla  de  Haití,  carta  llena  de 
rasgos  de  pedantesca  erudición,  ni  en  el  libro  de  las 
Profecías.  Para  situar  el  paraíso  en  la  Ame'rica  del  Sur 
no  tuvo  otros  motivos  que  la  abundancia  de  las  aguas 
dulces  que  la  riegan,  la  belleza  de  un  clima  que,  sobre  el 
mar,  parecióle  singularmente  templado  y  la  extraña  hi- 
pótesis (1)  de  una  protuberancia  irregular  de  la  tierra 
hacia  Occidente,  donde  «la  costa  de  Paria  está  más  pró- 
xima á  la  bóveda  celeste  que  España». 

Acaso  sea  más  exacta  la  conjetura  de  que  en  la  cos- 
mología de  Dante  (mezcla  de  ideas  cristianas  y  árabes) 
esta  tierra  habitada  sólo  por  la  prima  gente,  y  á  la  cual 
se  llega  saliendo  del  Estrecho  y  navegando  entre  Sibilia 
y  Setta  (Sevilla  y  Ceuta),  primero  de  Este  á  Oeste  dietro 
al  solé,  y  después  al  Sudoeste,  está  relacionada  con  lá 
cosmología  de  algunos  Padres  de  la  Iglesia,  del  modo 
que  Cosmas  (si  efectivamente  hubo  un  monje  así  lla- 
mado) la  sistematizó.  Pero  Dante,  muy  erudito  y  filó- 
sofo, admitía  la  esfericidad  de  la  tierra,  y  el  paraíso  que 


(1)  Gomaba,  Ilist.  General ^  cap.  8,,  pág.  110.  Véase  so- 
bre los  fundamentos  de  esta  hipótesis  y  las  censuras  que  oca- 
sionó á  Colón  aun  durante  su  vida,  mi  Belation  Mstorí- 
que,  t.  I,  pág.  506. 


TESCÜRRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  43 

coronaba  la  cima  de  la  montaña  del  purgatorio  está  si- 
tuado, según  él,  en  medio  de  los  mares  del  hemisferio 
austral,  en  los  antípodas  de  Jerusalén  (1). 

El  mapamundi  del  Indicopleustes  llama  la  atención 
por  su  ingenua  y  bárbara  sencillez.  Producto  del  siglo  vi, 
apenas  presenta  la  imagen  de  los  primeros  ensayos  geo- 
gráficos de  los  griegos,  y  muy  bien  puede  creerse  que,  á 
pesar  de  ser  más  de  trescientos  años  posterior  á  Clau- 
dio Ptolomeo,  es  muy  inferior  al  Pinax  de  Hecátea  que 
el  tirano  Aristagoro  (2)  llevó  á  Esparta. 

El  autor  de  la  Topografía  cristiana^  á  quien  se  debe 
la  interesante  inscripción  del  monumento  de  Adulis, 
tuvo,  no  obstante,  el  me'rito  de  saber  que  las  costas  del 
país  de  los  Tzines  (3),  de  donde  viene  la  seda ,  están 
opuestas  al  Levante  y  bañadas  por  un  mar  oriental. 
Este  fué  el  primer  paso  dado  para  rectificar  las  ideas 
acerca  de  la  posición  de  la  India  y  de  la  China  (país  de 


(1)  Dante,  Purgatorio,  canto  i,  v.  22;  canto  IV,  v.  139, 
Infierno,  canto  xxvi,  v.  100-127  (Divina  Comedia,  col  comento 
de  G.  BiagioU,  1818,  t.  i,  páginas  484.487). 

(2)  Herodoto,  lib.  V,  cap.  49. 

(3)  MoNTFAUCON,  1.  c,  pág.  37  {Tzlnistam  Oceanas  ad  orien- 
temambit,  Cosm.,  lib,  xi).  En  la  geografía  de  ¡Tolomeo,  el  Si- 
narum  Simis  (parte  del  mar  de  Sin  de  Edrisi),  era  la  emboca- 
dura del  Sinvs  magnus,  j  Thinae  estaba  situada  en  la  costa 
occidental  del  extremo  del  continente  asiático,  que,  reuniendo 
al  Oeste  el  Prasum  Promontorium  de  África,  formaba  la  costa 
meridional  del  mar  interior  de  la  India,  Al  contrario,  en  el  sis- 
tema más  antiguo  de  Eratostbenes,  Tliinse  estaba  situada  en  el 
mismo  paralelo  de  Rodas  en  la  costa  oriental  de  Asia,  j  la  em- 
bocadura del  Ganges  se  encontraba  en  esta  misma  costa  figu- 
rada, inclinándose  de  Nordeste  á  Sudoeste. 


44  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

los  Tzines)  y  de  la  dirección  de  las  costas  de  Asia,  hacia 
las  cuales  bogaba  la  expedición  de  Colón  (1). 

Inspirado  por  los  árabes,  por  los  cosmógrafos  italianos 
y  alemanes,  por  las  narraciones  de  Marco  Polo,  que  le 
transmitió  Toscanelli,  j  sobre  todo  por  las  obras  del 
cardenal  Pedro  d'Ailly,  el  gran  navegante  bebía  en 
fuentes  que  le  proporcionaban  abundantes  motivos  para 
la  ejecución  de  su  proyecto  y  le  animaban  á  buscar  el 
Levante  y  las  preciosas  especias  por  la  vía  de  Poniente. 

Escojamos  entre  los  árabes  el  geógrafo  de  la  Nubia: 
«El  mar  que  baña  las  costas  occidentales  de  África, 
dice  el  scherif  Edrisi,  entra  en  el  Mediterráneo  {Mare 
Damascenum)  por  el  canal  que  Dhoulcarnain,  personaje 
heroico  bicorne^  confundido  con  el  hijo  de  Filipo  de  Ma- 
cedonia,  hizo  abrir  en  tiempo  de  Abraham.  Este  bicorne 
ordenó  la  nivelación  de  la  superficie  de  las  aguas.  Una 
reunión  de  geómetras  encontró  el  Mar  Tenebroso  (el 
Oce'ano)  algo  más  elevado  (3)  que  el   Mediterráneo» 


(1)  También  en  CoSMAS  cree  advertir  Montfaucon  la  pri- 
mera indicación  del  Malabar,  «región  muy  comercial  en  la  que 
se  cría  la  pimienta  y  donde  hay  cristianos  como  en  Sieledivar 
(Ceylan),))  Es  la  Ma/é  del  Indicopleustes  (lib.iii,  pág.  178; 
lib.  XI,  pág.  337). 

(2)  Edrisi,  Geogr.  Kuh.,  París,  1619,  pág  148.  Es  probable 
que  en  esta  fábula  del  canal  abierto  por  Dhoulcarnain  (que 
tiene  dos  cuernos),  y  de  Kheder,  ó  más  bien  Cliidr  (el  perso- 
naje vei-de),  que,  según  Djevliari,  fué  uno  de  los  compañeros  de 
Moisés,  estén  mezcladas  y  confundidas,  como  en  otras  tradicio- 
nes antiguas  populares  de  Arabia,  ideas  semíticas  (fenicias)  é 
ideas  griegas,  y  que  esta  fábula  sea  resultado  de  observaciones 
náuticas  y  geológicas  sobre  la  dirección  constante  de  la  co- 
rriente oceánica  del  Oeste  al  Este,  y  de  la  continuidad  de  una 
cordillera  calcárea.  Gabriel  Sionita,    el  traductor  latino  de 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  45 

(rasgo  de  un  mito  geográfico;  alude  á  la  dirección  de  la 
corriente  que,  según  Rennell,  viene  del  cabo  Finisterre 
á  lo  largo  de  las  costas  de  Portugal  y  entra  por  el  Es- 
trecho de  Gibraltar).  El  Mar  Tenebroso  llámase  así 
(Edrisi  ( 1 )  mismo  dice  el  motivo  en  estos  términos, 
según  la  versión  latina):  Quoniam  scilicet  ultima  illud 
quid  sit  ignoratur.  Nullus  enim  hominum  habere  potuit 
quidquam  certi  de  ipso  oh  difficilem  ejus  navigationem^ 
lucís  obscuritatem  (singular  propiedad  de  un  mar  en  que 
Edrisi  sitúa  las  islas  Afortunadas,  el  dscTiasajir  el  cha- 
lidath,  derivando  de  chidd,  paraíso,  islas  que  gozan  del 
más  bello  cielo)  aetfrequentiam  procellarum.  Nemo  nauta- 


Edrisi,  dice:  «Is  enim  ad  populos  Andalusiae  cum  pervonisset 
et  continuas  eorum  quas  cum  incolis  Sus  (tense  (Barbarorum 
metrópolis,  Hartmann)  habebant  pugnas  audivisset,  operariis 
atque  geometris  ad  se  convocatis  suum  de  árida  illa  térra  fo- 
dienda  et  canali  aperiendo  animum  explicuit,  precipitque  illis, 
ut  térras  solum  cum  utriusque  maris  sequore  metirentur ;  quod 
ubi  praestitere,  deprehenderunt  á  Mari  magno  (tenebroso)  pa- 
Tum  svperari  altitudinem  Bamascenvm.)  Viene  después  la  des- 
cripción de  los  diques  artificiales  construidos  por  Dhoulcar- 
nain  «cuyos  restos  vio  Edñsi  en  las  épocas  de  aguas  bajas». 
Acerca  del  personaje  principal  de  este  mito,  véase  Heebelot, 
Bihl.  Orient.  (art.  Escander  Dlioulcarnain  j  ICheder  ó  Khed- 
her),  j  Edrisi,  África,  ed.  de  J.  M.  Hartmann,  1796,  pág.  313. 
(1)  Páginas  6,  39,  147  (Hartmann,  pág.  7).  M.  Kurtzmanu, 
en  una  Memoria  premiada  por  la  Facultad  filosófica  de  Gottinga 
(^Comment.  de  África  geograpli.  Nuh.,  1791, pág.  8),  explica  el 
nombre  de  Mare  Tenebrosuvi  por  la  tradición  de  una  nube  vista 
al  Oeste  de  Porto  Santo,  que  descansaba  en  la  superficie  del 
mar,  visión  análoga  á  la  de  la  fabulosa  isla  de  San  Borondón 
ó  Brendan  que  los  habitantes  de  Madera  y  de  la  Gomera  veían 
todos  los  anos  al  Oeste,  y  que  llamó  singularmente  la  atención 
de  Colón,  cuando  antes  de  1492  buscaba  por  todas  partes  argu- 
mentos en  que  apoyar  su  sistema. 


46  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

rum  auserit  illud  suícare  aut  in  altum  navigare.  Si  se  lian 
explorado  algunos  puntos  es  á  corta  distancia  de  las 
costas;  sábese,  sin  embargo,  que  el  Mar  Tenebroso  (el 
Atlántico)  contiene  muchas  islas,  unas  habitadas  y  otras 
desiertas»  {non  obrutce,  devastadas,  como  dice  la  ver- 
sión latina).  «El  mar  de  Sin  (de  la  China)  que  báñalas 
tierras  de  Gog  y  de  Magog  (la  extremidad  oriental  del 
Asia)  comunica  con  el  Mar  Tenebroso.  Por  la  parte  de 
Asia  las  últimas  tierras  son  las  islas  Vac-vac,  ultra  quas 
quid  sit  tgnoratun>  (1).  He  aquí,  pues,  mencionada 
por  los  árabes,  como  en  el  pasaje  de  Aristóteles  (De 
Ccelo,  II,  14),  con  tanta  frecuencia  citado  por  Colón,  la 
unión  de  los  mares  de  la  China  y  del  Atlántico  tenebroso. 
Pero  Edrisi,  en  vez  de  suponer,  como  los  escritores  de 
la  antigüedad,  muchas, (/rancZes  islas  terrestres,  es  decir, 


(1)  Edeisi,  páginas  36  y  37.  Este  es  el  notable  pasaje  en 
que  se  menciona  la  grande  isla  Malai  (Malaca?),  muy  extensa 
de  Este  á  Oeste,  y  Sohorma  ó  Sumatra,  que  es  la  Java  minor 
de  Marco  Polo.  Edrisi  terminó  su  obra  el  año  1153,  unos  ciento 
sesenta  años  antes'que  Abulfeda.  Así,  pues,  las  islas  Vac-vac, 
mejor  dicho  Vac-uac,  eran  en  el  siglo  xii  la  última  tierra  co- 
nocida al  Oriente,  y  por  tanto,  envuelta  en  fabulosas  tradicio- 
nes, como  al  Oeste  lo  estaban,  en  los  tiempos  de  Homero  y  He- 
siodo,  el  Elíseo,  las  Hespérides  y  las  Gorgonias.  No  deben 
confundirse  las  islas  Yae-vac  del  mar  de  Sin  con  una  isla  del 
mismo  nombre,  cerca  de  Sofala,  en  la  costa  oriental  de  África 
(Hartmann,  páginas  101-109).  Las  primeras,  según  Bakui  y  Ebn 
Tophaili,  comentado  por  Eichhorn,  son  «tan  ricas  de  oro,  que 
los  monos  llevan  collares  de  este  metal,  y  el  árbol  que  grita 
nali  uali  á  los  que  desembarcan  (sin  duda  cuando  algunos  gran- 
des Psittaceas  anidaban  en  ellos),  tienen  en  la  extremidad  de 
sus  ramas,  primero  abundantes  flores,  y  después,  en  vez  de  fru- 
tos, bellas  muchachas  que  llegaron  á  ser  objeto  de  exportación, 
y  que  Masudi  Khothbeddin  llama^weWtí^  vasvasMenhes)). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  47 

otras  masas  continentales,  separadas  de  las  que  forman 
Europa,  Asia  y  África,  cree  que  el  hemisferio  opuesto 
al  nuestro  es  enteramente  acuático.  Oceanus  ambit  me- 
diam  partem  terree  quasi  zona^  adeo  ut  media  tantum  para 
terree  appareat  ac  si  esset  ovum  immersum  in  aquam  era- 
tere  contentam  (1);  nam  eodem  modo  dimidia  pars  terree 
est  obruta  mart. 

Sabido  es  que  entre  los  cosmógrafos  de  la  Edad  Me- 
dia como  entre  los  de  la  antigüedad,  desde  Parmenides 
de  Elea  hasta  los  Alejandrinos,  había  dos  opiniones 
respecto  á  la  extensión  de  las  zonas  habitables.  Edrisi, 
á  quien  acabamos  de  nombrar,  j  cuya  influencia  ha  sido 
tan  poderosa  durante  siglos,  colocaba  toda  la  tierra  ha- 
bitada en  la  zona  templada  septentrional  (2);  pero  cien 
años  después  de  él,  Alberto  el  Grande  (Alberto  de  BoUs- 
tadt)  no  dudaba  en  manera  alguna  que  la  superficie  del 


(1)  El  final  de  este  pasaje  (Edrisi,  pág.  3)  casi  recuerda  la 
imagen  cosmogónica  que  empleaba  la  escuela  de  Thales;  sin 
embargo,  Edrisi  construyó  para  el  rey  Roger  II  de  Sicilia  un 
(fiohfl  terrestre  de  plata,  según  d'Herbelot  y  Pococke,  de  800 
marcos  de  peso  (William  Vincent,  Covimerce  and  naviga- 
tion,  t.  II,  pág.  568),  y  en  las  primeras  páginas  de  sus  Jlelaxa- 
t Iones  animi  curiosi,  admite:  Terram  esse  rotundam  glohi  ins- 
tar, ac  non  hahere  perfectam  rotunditatem  quia  snnf  in  illa 
decliritates,  et  aqua  jiuit  ah  acclivi  ad  declive.  La  circunfe- 
rencia de  la  tierra  está  indicada  en  Edrisi  conforme  al  cálculo 
de  los  indios,  expresión  que  aumenta  el  número  de  testimonios 
dados  por  los  Sres.  Colebrooke,  Guillermo  de  Schlegel,  y  re- 
cientemente Federico  Rosen  (en  su  traducción  y  comentario 
del  álgebra,  de  Mohamed  Ben  Musa),  de  lo  cosechado  por  los 
árabes  en  la  literatura  más  antigua  de  los  indios. 

(2)  Creaturcc  omíics  snnt  sejytenitrionali  terree  parte,  etc. 
(Edrisi,  pág.  2).     '. 


48  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT, 

globo  estaba  habitada  hasta  el  grado  50  de  latitud  aus- 
tral (1).  Celoso  propagandista  de  las  obras  de  Aristó- 
teles, que  empezaban  á  dar  á  conocer  los  árabes  de 
España  j  los  rabinos  arabizantes,  fué  Alberto  para  la 
Europa  cristiana  lo  que  Avicenas  había  sido  para  el 
Oriente.  Sus  diversos  tratados  son  más  que  paráfrasis 
de  Aristóteles:  el  Líber  cosmographicus  de  natura  loco- 
rum  es  un  compendio  de  geografía  física  en  que  expone 
el  autor,  no  sin  sagacidad,  cómo  la  diferencia  de  latitud- 
y  el  estado  de  la  superficie  terrestre  producen  simultá- 
neamente la  diferencia  local  de  los  climas  (2).  «Toda 
la  zona  tórrida  es  habitable,  y  es  una  inepcia  del  pueblo 
(vulgarts  imperitia)  el  creer  que  los  que  tienen  los  pies 
dirigidos  hacia  nosotros  deben  necesariamente  caerse. 
Los  mismos  climas  se  repiten  en  el  hemisferio  inferior 
al  otro  lado  del  Ecuador,  y  existen  dos  razas  de  etiopes 
(negros  de  cabellos  lanosos),  los  del  trópico  boreal  y  los 
negros  del  trópico  austral  (no  necesito  recordar  que  estas 
ideas  las  enunciaron  claramente  Aristóteles,  Cicerón, 
Strabón  y  Pomponio  Mela).  El  hemisferio  inferior, 
antípoda  al  nuestro,  no  es  completamente  acuático;  en 
gran  parte  está  habitado,  y  si  los  hombres  de  estas  leja- 
nas regiones  no  llegan  á  nosotros  es  á  causa  de  los  an- 


(1)  Alberti  Magni  Germani,  PhilQsopTi.  pritioipis,  Z'r- 
her  cosmographicus  de  natura  locorum,  Argentor,  1515,  fol.  14  h 
y  23  a. 

(2)  Los  razonamientos  de  Alberto  el  Grande  sobre  el  calor 
más  ó  menos  grande  producido  por  el  ángulo  de  incidencia- de 
los  rayos  solares,  variable  con  las  latitudes  y  las  estaciones, 
como  sobre  los  efectos  frigoríficos  y  caloríficos  de  las  montañas 
(loe.  cit.,  lib.  III,  fol.  23  b.)  son  muy  exactos  y  parecen  no  per- 
tenecer á  la  época  en  que  vivía  este  hombre  eruditísimo. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  49 

chos  mares  interpuestos;  acaso  también  (la  afición  á  lo 
maravilloso,  y  á  lo  maravilloso  más  raro,  mézclase  siem- 
pre en  el  siglo  xiii  á  las  observaciones  más  juiciosas), 
acaso  también  algún  poder  magnético  retiene  las  carnes 
humanas,  como  el  imán  retiene  el  hierro. 

>;  Además  los  pueblos  de  la  zona  tórrida,  lejos  de  sufrir 
en  su  inteligencia  por  el  calor  del  clima,  son  muy  ins- 
truidos, como  lo  prueban  los  libros  de  jilosojia  y  de  as- 
tronomía que  han  llegado  á  nosotros  de  la  Indias  (1). 
En  la  edición  de  Estrasburgo,  de  que  me  valgo,  y  que 
se  publicó  tres  años  después  de  la  muerte  de  Amerigo 
Vespucci  (2) ,  el  editor  Jorge  Tanstetter  se  maravilló 
tanto  de  las  conjeturas  de  Alberto  el  Grande  acerca  de 
las  tierras  del  hemisferio  austral,  habitado  hasta  el  grado 
50  de  latitud,  que  consideró  la  navegación  de  Amerigo 
Vespucci  como  una  pr  ofecía  cumplida. 

Estas  mismas  nociones  sobre  la  posibilidad  de  ir  di- 
rectamente á  la  India  por  la  vía  del  Oeste,  sobre  las 


(1)  Esta  fe  en  la  erudición  astronómica  de  los  indios  en  un 
provincial  de  los  dominicos,  que  ignoraba  hasta  el  nombre  de 
sánscrito,  es  muy  notable. 

(2)  Su  muerte,  como  lo  ha  comprobado  Mufoz  con  docu- 
mentos auténticos,  ocurrió  en  Sevilla  el  22  de  Febrero  de  1512, 
y  no  como  pretende  el  biógrafo  de  Vespucci,  Bandini,  en  1516, 
en  Terceira  Si  es  cierto  que  Vespucci  vio,  como  él  asegura,  en 
su  tercer  viaje  (desde  Mayo  de  1501  á  Septiembre  de  1502)  la 
constelación  de  la  Osa  Mayor  en  el  horizonte,  llegó  en  las  cos- 
tas o  ientales  de  América  hasta  el  grado  26  de  latitud  austral, 
y  no  hasta  el  32  como  él  mismo  afirma.  Más  cierto  es  que  Juan 
Díaz  de  Solís  navegó  en  1508  hasta  el  grado  40  Sur,  sin  ver,  no 
obstante,  la  embocadura  del  Eío  de  la  Plata,  que  descubrió  en 
un  segundo  viaje,  partiendo  del  puerto  de  Lepe  en  Octubre 
de  1515. 


59  ALEJANDRO   DE   HUMiiOLDT. 


partes  de  la  tierra  que  son  habitables  y  la  relación  entre' 
las  superficies  de  los  continentes  y  de  los  mares  (la  ex- 
tensión de  éstos  considerábase  erróneamente  entonces  me- 
nor que  la  de  las  tierras),  encuéntranse  en  Roger  Bacon, 
hombre  prodigioso  por  la  variedad  de  sus  conocimientos, 
la  libertad  de  su  espíritu  y  la  tendencia  de  sus  trabajos 
hacia  la  reforma  de  los  estudios  físicos.  Continuando  la 
vía  abierta  por  los  árabes  para  perfeccionar  los  instru- 
mentos y  los  métodos  de  observación,  no  sólo  fué  el 
fundador  (1)  de  la  ciencia  experimental,  sino  que  abarcó 
simultáneamente  en  su  vasta  erudición  cuanto  podía 
aprender  en  las  obras  de  Aristóteles,  más  asequibles  desde 
poco  tiempo  antes  por  las  versiones  de  Miguel  Scott,  y 
en  las  relaciones  de  dos  viajeros  contemporáneos  suyos, 
Rubruquis  y  Plano  Carpini.  No  rebaja  el  mérito  de  Colón 
el  recuerdo  de  esta  continuación  de  opiniones  y  de  con- 
jeturas, que  se  reconoce  (á  través  de  la  pretendida  uni- 
versalidad de  las  tinieblas  de  la  Edad  Media)  d^esde  los 
cosmógrafos  de  la  antigüedad,  hasta  el  fin  del  siglo  xv. 
Las  tinieblas  se  extendían  sin  duda  sobre  las  masas; 
pero  en  los  conventos  y  en  los  colegios  conservaron 
algunas  personas  las  tradiciones  de  la  antigüedad.  Bacon 
mismo,  reconociendo  lo  que  llama  el  j^JOíZ^r  de  la  erudición 
y  del  conocimiento  de  las  lenguas,  «da  cuenta  de  una  ar- 
diente afición  al  estudio  que  observa,  sobre  todo  desde 


(1)  Featris  Kogeri  Bacon,  Oed.  Minorum,  0¿ms  ma~ 
yus,  Londini,  1733,  páginas  445,  447.  Al  hablar  de  este  grande 
hombre  del  siglo  xiii,  no  necesito  recordar  que  la  libertad  de 
espíritu  de  Roger  Bacon  no  le  emancipaba  completamente  de 
las  quimeras  de  la  química  de  las  transformaciones  y  de  la  afi- 
ción á  la  astrología.  Esperaba,  sin  embargo,  hacer  ésta  «menos 
engañosa  por  el  perfeccionamiento  de  las  tablas  astronómicas.» 


DESODBRIMTENTO    DE    AMIÍRICA.  51 

hace  cuarenta  años,  en  las  ciudades  y  en  los  monaste- 
rios, al  lado  de  la  ignorancia  general  de  los  pueblos». 

Ctiando  se  trata  de  una  continuación  de  ideas,  de  un 
enlace  de  opiniones,  preciso  es  contar  por  algo  esa  parte 
de  la  Edad  Media  en  que  se  agrupan,  alrededor  de  Roger 
Bacon,  Alberto  el  Grande,  Scott,  Vicente  de  Beauvais 
y  viajeros  de  tanto  mérito  como  Plano  Carpini,  Ascelin, 
Rubruquis  y  Marco  Polo.  En  todas  las  e'pocas  de  la 
vida  de  los  pueblos,  lo  que  toca  al  progreso  de  la  razón, 
al  perfeccionamiento  de  la  inteligencia,  tiene  las  raíces 
en  los  siglos  anteriores,  y  esta  división  de  edades,  con- 
sagrada por  los  historiadores  modernos,  tiende  á  separar 
lo  que  está  ligado  por  mutuo  encadenamiento.  A  veces 
en  medio  de  una  aparente  inercia  germinan  grandes 
ideas  en  algunos  privilegiados  talentos,  y  en  el  curso  de 
un  desarrollo  intelectual  no  interrumpido,  pero  limitado, 
por  decirlo  así,  á  un  corto  espacio,  débense  memorables 
descubrimientos  á  impulsos  lejanos  y  casi  inadvertidos. 

Entre  los  autores  que  consultaba  Colón  y  que  despue's 
examinaremos,  á  ninguno  cita  con  tanta  predilección 
como  al  cardenal  Pedro  de  Ailly  (1),  ó  como  se  le  llama 
en  latín,  Petrus  de  AUiaco.  Probablemente  el  Almirante 
aprendió  en  el  tratado  De  Imagine  Mundi  cuanto  sabía 
de  las  opiniones  de  Aristóteles,  de  Strabón  y  de  Séneca 
sobre  la  facilidad  de  ir  á  la  India  por  el  camino  de  Occi- 
dente. Un  hecho  raro  parece  probar  especialmente  la 
profunda  impresión  que  dejó  en  su  ánimo  la  lectura  del 


(1)  Obispo  de  Cambray  desde  1396,  y  citado  freruentemente 
en  tiempo  de  Colón  con  la  denominación  de  Cardenalis  Cama- 
racensis.  El  Almirante  le  llama  Pedro  de  Ailiaco,  y  su  hijo  don 
Fernando,  en  la  Vida  de  su  padre,  Pedro  de  Ileliaco, 


52  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

octavo  capítulo  del  tratado  de  Alliaco  que  se  titula  De 
quantitate  ternje  habitahilis.  Sorprende  encontrar  un  largo 
extracto,  y  casi  la  traducción  de  este  capítulo,  en  tina 
carta  de  Colón  escrita  desde  la  isla  de  Haití  (Hispa- 
niola)  á  los  Reyes  Católicos,  pocas  semanas  después  de 
volver  de  la  costa  de  Paria  (1).  Forman  las  obras  de 
Alliaco  doce  trataditos,  cuatro  de  ellos  de  cosmografía^ 
reunidos  todos  en  un  solo  volumen  de  unas  350  pá- 
ginas (2),  al  cual  hay  añadidos  algunos  escritos  del 
canciller  de  la  Universidad  de  París  Juan  Charlier  de 
Gerson.  Es  probable  que  este  tomo  no  fuera  impresa 
hasta  1490.  Como  en  las  Profecías  cita  también  Colón 
páginas  enteras  de  las  obras  de  Alliaco  (3),  y  al  mismo 
tiempo  cita  también  á  Gerson,  es  probable  que  pose- 


(1)  Después  de  su  tercer  viaje  llegó  Colón  á  Haití  el  30  de 
Agosto  de  1493.  Los  buques  que  trajeron  la  carta  á  que  aquí  me 
refiero,  partieron  el  18  de  Octubre  del  mismo  año.  (MüÑoz,  li- 
bro VI,  §  43). 

(2)  Este  volumen  en  folio,  que  he  estudiado  cuidadosamente 
y  comparado  con  las  grandes  ediciones  de  Alberto  el  Grande  y 
de  Eoger  Bacon,  ni  está  paginado,  ni  contiene  indicación  del 
lugar  donde  vio  la  luz;  pero  se  sabe,  con  bastante  exactitud, 
que  el  tratado  De  Imagine  Mmidi  ha  sido  escrito  en  1410  é  im- 
preso por  primera  vez  en  1490  (Joannis  Launoii  Constan- 
TiENSis,  Regii  Navarrce  Gymnasn  Parisiensis  Historia,  1677, 
tomo  II,  pág.  478).  Existe  también,  de  Pedro  de  Ailly,  Qu(ss-_ 
tione»  in  splimrum  mundi  Joannis  de  Sacrolosco,  y  Tractatmi 
mper  lihrum  Metcororum  (impreso  en  Strasburgo  en  1504,  y  en 
Viena  en  1509).  Las  cinco  memorias:  De  Concordantia  astrono- 
miccB  verifatis  cum  theologia,  recuerdan  algunos  trabajos  mo- 
dernísimos de  Teología  hehraizante,  publicados  cuatrocientos 
años  después  del  cardenal  d'Ailly. 

(3)  Na  varéete,  Documentos  dijflom.,  t.  ii,  páginas  262- 
269. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA. 


yera  el  tomo  indicado,  ó  que  llevara  consigo  á  bordo  del 
buque  en  su  tercer  viaje  una  copia  manuscrita  (1)  del 
Imago  Mundi  sólo,  y  que  la  mención  simultánea  de  los 


(1)  Toscanelli,  en  su  caita  al  canónigo  Martínez  (escrita 
en  ]  474),  no  cita  el  nombre  de  Marco  Polo,  ni  se  le  encuentra 
en  los  escritos  de  Cristóbal  y  de  Fernando  Colón.  Tengo  algu- 
nas dudas  acerca  de  las  nociones  que,  según  Ximénez,  Muñoz 
y  KavaiTete,  debe  haber  sacado  de  los  capítulos  68  y  77 
•del  lib.  II  de  Marco  Polo,  relativamente  al  Quinsayy  á  Zaitun. 
Más  adelante  veremos  lo  que  puede  corresponder  á  este  via- 
jero ó  á  Nicolás  de  Conti,  de  quien  nos  ha  dejado  Pogge 
algunos  fragmentos,  por  desgracia  muy  incompletos.  No  ne- 
garé que  el  uso  de  las  copias  manuscritas  fuese  bastante  común 
en  la  época  en  que  preocupaban  á  Colón  sus  proyectos  de  des- 
cubrimientos, es  decir,  entre  1471  y  1492.  La  impresión  más  an- 
tigua de  Marco  Polo  es  la  traducción  alemana.  Publicóse  en 
Viena  en  1477,  tres  años  después  que  la  carta  de  Toscanelli,  y 
fiin  duda  quedó  desconocida  é  ininteligible  para  el  sabio  floren- 
tino. También  es  poco  probable  que  Colón  pudiera  sacar  par- 
tido de  esta  versión  alemana;  y  si  no  vio  la  versión  latina  de 
Marco  Polo,  sin  fecha  ni  lugar  de  impresión,  conservada  en  el 
Museo  Británico  (versión  que  se  smpone  ser  de  1484  ó  de  1490), 
debe  creerse  que  antes  de  su  primer  viaje  sólo  pudo  aprovechar 
copiag  'manuscritas  de  Marco  Polo,  probablemente  de  la  traduc- 
ción latina  del  monje  Pepino  ó  Pepuri  de  Bolonia,  hecha 
en  1320,  que  circulaba  unida  á  antiquísimas  versiones  manus- 
critas italianas.  Las  impresiones  más  antiguas  del  viajero,  ve- 
neciano son:  en  alemán  de  1477;  en  latín  de  1490  {Marco  Polo 
translated  hy  Marsden,  páginas  57,  62,  70,  74,  75).  Respecto  á 
Aristóteles  y  á  Strabón,  que  cita  Colón  con  tanta  frecuencia, 
pudo  ver  ediciones  latinas  del  libro  De  Coilo  (Padua,  1473)  y  de 

•  la  Geografía  de  Strahon  (Vemecia,  1472);  pero  es  más  verosímil, 
según  he  dicho,  que  el  Almirante  citara  los  autores  antiguos  por 
los  extractos  que  de  ellos  encontró  en  AUiaco  y  otros  cosmó- 

-grafos  italianos,  españoles  ó  árabes  que  habitualmente  consul- 
taba. 


54  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

nombres  de  Alliaco  y  Gerson  sea  puramente  accidental. 
He  observado,  comparando  diferentes  textos,  que  el  pá- 
rrafo traducido  por  el  Almirante  en  su  carta  á  los  Mo- 
narcas, lo  tomó  casi  literalmente  Alliaco  del  Opus  majus 
de  Roger  Bacon.  Verdad  es  que  el  Cardenal  dice  al  final 
del  Imago  Mundi:  ccscriptura  ex  jyluribus  auctoribus  re- 
collecta  anno  mccccx»;  pero  entre  tantos  nombres  de 
autores  clásicos  y  de  cosmógrafos  árabes,  jamás  cita  el 
nombre  célebre  de  Roger  Bacon. 

Puede  creerse  que  Colón  tenía  tambie'n  á  la  vista  el 
final  de  este  mismo  pasaje  de  Alliaco,  cuando  al  princi- 
pio de  la  carta  de  1498  excita  á  los  Monarcas  á  conti- 
nuar las  grandes  empresas,  á  imitación  «de  Alejandro, 
que  envió  á  ver  el  regimiento  de  la  isla  de  Trapobana 
en  India,  y  Nerón  César  á  ver  las  fuentes  del  ISTilo  y  la 
razón  por  qué  crecían  en  el  verano,  cuando,  las  aguas 
son  pocas,  y  de  Salomón,  que  envió  á  ver  el  monte  So- 
pora»  (1). 

Es  verosímil  que  la  obra  de  Roger  Bacon ,  ciento  cua- 
renta años  más  antigua  que  los  tratados  cosmográficos 
de  Pedro  d'Ailly,  no  la  conociera  el  Almirante;  sin  em- 
bargo, el  Opus  majus  contenía  muchas  más  noticias  so- 
bre el  interior  de  Asia  y  la  extremidad  oriental  de  este 
continente  que  el  Imago  Mundi. 

De  igual  suerte  que  Vicente  Beauvais   en  el    Specu- 


(1)  Esta  frase  de  monte  Sopora  á  donde  Salomón  envió  sus 
exploradores  al  fin  del  Oriente,  es  bastante  singular.  Sin  em- 
bargo, Colón,  al  nombrar  el  monte  Sopora,^  se  refiere  sin  duda  á 
Opliir,  nombre  que  los  Setenta  escriben  Sophiretj  Sophir,  So- 
phara.  La  última  forma  lia  hecho  que  se  relacionara  con  la  So- 
fara  de  Edrisi,  célebre  por  su  abundancia  de  oro. 


DESCÜBRIMIKNTO   DE   AMÉRICA .  55 

lum  majas ^  especie  de  Djihan  numa  (espejo  del  mundo), 
compuesto  por  orden  de  San  Luis  y  de  la  reina  Marga- 
rita de  Provenza,  nos  ha  conservado,  conforme  á  las  rela- 
ciones de  Simón  de  Saint  Quentin  los  viajes  de  Ascelin, 
Koger  Bacon  presenta  los  preciosos  extractos  de  las 
relaciones  oficiales  de  Juan  de  Plano  Carpini,  y  sobre 
todo  de  Ruisbroek  ó  Rubruquis,  que  generalmente  llama 
frater  Willielmus^  quem  dominus  rex  Francice  misit  ad 
Tártaros.  El  viaje  del  monje  de  Brabante  al  Este  de 
Asia  precedió  en  diez  y  ocho  años  al  de  Marco  Polo,  y 
confirmó  la  exactitud  de  las  primeras  nociones  de  Hero- 
doto,  Aristóteles,  Diodoro  y  Ptolomeo  acerca  de  la  exis- 
tencia del  mar  Caspio  como  mar  interior.  Fué  el  primero 
que  dio  á  conocer  la  analogía  del  alemán  con  un  idioma 
indogermánico,  que  habían  conservado  en  Crimea  algunos 
restos  de  tribus  de  godos  ó  de  alanos.  Atravesó  la  Gran 
Hunnia  ó  Hungría  (Yugria),  pasando  el  Volga  (Ethel) 
hacia  la  extremidad  del  Ural  Bascbkir  (tierra  Pascatyr, 
corrupción  del  nombre  Bachghtrd),  y  por  lo  que  creo  po- 
der deducir  de  mis  conocimientos  de  estas  comarcas,  es 
probable  que  recorriera  las  planicies  de  Guberlinsk  y  de 
Orskaja.  Es  el  primero  de  todos  los  geógrafos  cristianos 
que  da  una  idea  exacta  de  la  posición  de  China,  la  cual 
designa  con  el  nombre  mogol  de  Khathay  (Cathaia)^  de 
sus  fábricas  de  seda  y  de  su  papel  moneda,  en  el  que 
hay  impresos  algunos  signos  «Ultra  Thebet  qui  solent 
coraedere  parentes  suos  causa  pietatis,  ut  non  faceret  eis 
alia  sepulchra  nisi  viscera  sua,  est  Magna  Catahia  (1) 
quíe  Seres  dicitur  apud  philosophos;  et  estin  extremitate 


(1)  Son  las   propias  palabras  de  Roger  Bacon  en  el  Oj^^s 
viajus,  páginas  190,  231,  233. 


66  ALEJANDRO    DE    «ÜMBOLDT. 

orientis  á  parte  aquilonari  respecta  India?,  divisa  ab  ea 
per  sinum  maris  et  montes.  Hic  fiunt  panni  sericci,  et 
istorum  Gathaiorum  moneta  vulgaris  est  carta  de  gamba- 
sio  in  qua  imprimunt  (1)  quasdam  lineas.  J> 

Las  valerosas  expediciones  que  como  humildes  mon- 
jes hicieron  Plano  Carpini,  Eubruquís,  Bartolomé  de 
Cremona  y  Ascelin  á  las  comarcas  más  lejanas  de  Asia, 
pusieron  én  circulación  nueva  serie  de  ideas  en  la  época  de 
Bacon.  El  funesto  desbordamiento  de  los  mogoles  á  tra- 
vés de  Polonia  hasta  más  allá  del  Oder,  donde  les  detuvo 


(1)  Según  las  investigaciones  de  Klapróth  {Journal  Asia- 
tique,  1822,  1. 1,  pág.  264),  los  primeros  asignados  de  los  tárta- 
ros, grabados  en  madera,  y  las  primeras  cajas  de  descuento 
para  el  papel  moneda  datan  del  año  1155  (un  siglo  antes  de  la 
misión  de  Rubruquis  á  Asia).  El  papel  moneda  existía  ya  en 
China  desde  fines  del  siglo  x.  Los  primeros  naipes  grabados  en 
madera  son  del  año  1120.  La  imprenta  china  (con  caracteres  no 
móviles)  publicó  el  primer  libro  impreso  sobre  letras  grabadas 
en  madera  en  952.  Esta  editio  princeps  precedió  484  años  al 
descubrimiento  del  ingenioso  artífice  de  Guttenberg,  descubri- 
miento que  pudo  hacerse  á  fines  del  «iglo  xiii,  á  la  vuelta  de 
Marco  Polo  si  este  viajero,  en  su  Jlillione,  hubiera  llamado 
seriamente  la  atención  del  lector  acerca  de  la  imprenta  en  la 
China.  Pero  no  menciona  lo  que  llegó  á  serle  muy  familiar,  y 
en  este  caso  están  la  imprenta  y  el  uso  del  té.  Además,  al  nom- 
brar Marco  Polo  el  papel  moneda  chino,  indica  indirectamente 
el  procedimiento  de  la  impresión  en  caracteres  no  móviles.. 
Josaphat  Bárbaro,  que  recorrió  la  Persia  en  1436,  el  mismo  año 
que  se  cree  ser  el  del  descubrimiento  de  nuestra  imprenta,  y 
que  conoció  esta  moneda,  introducida  en  China  por  los  mogo- 
les, dice  expresamente:  «In  quel  luogo  si  spende  moneta  di 
carta  laquale  ogn'anno  si  muta  con  nuova  stampa;  é  la  moneta 
vecchia,  in  capo  del  annr»,  si  porta  alia  zecca  dove  gli  é  data 
altra  tanta  di  nova  é  bella,  pagando  tutta  via  due  per  centi  di 
moneta  d'argento  buona.» 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  57 

la  batalla  de  Wahlstad  (9  de  Abrü  de  í  241),  debilitando 
sus  fuerzas,  dio  ocasión  á  estos  viajes  extraordinarios  en 
que  la  diplomacia  monacal  se  ocultaba  bajo  el  velo  del 
proselitismo  y  de  la  piedad.  Era  aquella  la  época  memo- 
rable entre  la  muerte  de  Tchinghiz  y  de  Kublai-Khan, 
en  que  el  gran  imperio  Mogol,  que  acababa  de  dividirse 
entre  los  descendientes  del  fundador,  aun  conservaba 
alguna  unidad  por  la  supremacía  de  la  dinastía  de  los 
Yuan,  residente  en  la  extremidad  oriental  del  mundo 
conocido. 

Esta  unidad  de  voluntad  y  de  instituciones  facilitaba 
el  acceso,  en  condiciones  no  reproducidas  posteriormente 
de  una  vasta  región  del  Asia  central  al  Sud  del  Altai' 
y  al  Norte  de  la  cordillera  de  Kuenlum  ó  Kulkun, 
que  rodea  el  Tibet  septentrional,  desde  la  depresión  del 
mar  Caspio,  desde  el  Djihun  (Oxus)  y  el  Sihun  (Jarxa- 
tes),  hasta  la  embocadura  de  Huang-bo  y  las  costas  de 
Quinsai  y  de  Zaitun.  Las  obras  cosmográficas  escritas 
en  esta  época  anuncian  ese  crecimiento  de  ideas  que 
acompaña  siempre  al  ensanche  físico  del  horizonte.  Fa- 
voreció los  largos  viajes  de  los  Poli  (Maffio  ó  Mateo, 
Nicolás  y  Marcos,  de  1250  á  1295),  el  estado  del  Asia 
central,  en  donde,  por  las  relaciones  y  comunicaciones 
rápidas  entre  pueblos  pastores  y  semisalvajes  y  pueblos 
letrados  ó  instruidos  desde  hacía  largo  tiempo,  la  bar- 
barie y  la  civilización  por  extraño  modo  se  tocaban. 

Roger  Bacon  terminó  su  larga  y  gloriosa  carrera  un 
año  antes  del  regreso  de  Marco  Polo;  no  podía,  pues, 
tener  conocimiento  alguno  de  este  viaje  extraordinario. 

La  segunda  mitad  del  siglo  xiii,  fecundada  por  tantos 
gérmenes  de  conceptos  nuevos,  poniendo  por  el  comercio 
de  los  písanos,  de  los  genoveses  y  de  los  venecianos  el 


58  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

Occidente  en  contacto  con  las  regiones  de  Oriente,  tan 
interesantes  por  las  producciones  de  su  suelo,  los  progre- 
sos de  las  artes  industriales  y  la  variedad  de  las  institu- 
ciones sociales,  dio  poderoso  impulso  al  movimiento  de 
ideas,  al  ardiente  deseo  de  atrevidas  empresas  que  ilus- 
traron la  era  del  infante  D.  Enrique,  de  Colón  y  de 
Gama. 


III, 


Ideas  cosmográficas  de  Colón  y  causas  que  le  impulsaban 
al  descubrimiento  de  las  Indias. 


El  cardenal  d'Ailly,  cuyas  obras  tanto  estimaba  Co- 
lón, ocupábase  desgraciadamente  más  en  trabajos  de 
erudición  clásica  que  de  las  relaciones  de  los  viajeros 
inmediatos  á  su  época.  Aunque  escribió  ciento  cua- 
renta años  después  de  Roger  Bacon,  jamás  cita  los  tra- 
bajos de  Marco  Polo,  consignados  desde  1320  en  un 
manuscrito  latino  de  Franco  Pipino  de  Bolonia:  ignora 
los  vastos  proyectos  de  Sanuto  Torsello,  encaminados  á 
cambiar  la  dirección  del  comercio  de  la  India,  la  exis- 
tencia de  las  islas  Antilia  y  Brasil  (Bracir)  revelada  por 
Picigano,  y  los  viajes  de  los  Zeni  á  las  regiones  sep- 
tentrionales del  Atlántico.  No  fué  en  los  tratados  cos- 
mográficos del  Cardenal  donde  Colón  aprendió  las  no- 
ciones de  las  tierras  occidentales  que  según  Toscanelli 
ofrecían  abrigo  en  el  camino  de  la  India  por  el  Oeste. 
Pedro  d'Ailly  ni  siquiera  conocía  el  nombre  de  Cathaí, 
y  su  geografía,  á  excepción  de  algunas  citas  árabes, 
recuerda  menos  el  siglo  de  Ptolomeo  que  el  de  Isidoro 
de  Sevilla.  Únicamente  insiste  con  frecuencia  (y  quizá 


GO  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

por  ello  era  el  afecto  de  Colón  á  compilaciones  tan  me- 
dianas) en  la  gran  extensión  del  Asia  hacia  el  Oriente, 
y  en  lo  próximas  que  estaban  la  India  y  España.  Al 
notable  párrafo  (Imago  Mundi,  cap.  viii)  tomado  lite- 
ralmente de  Boger  Bacon,  y  que  antes  cité,  pueden  aña- 
dirse los  siguientes:  «Multo  major  est  longitudo  terrae 
versus  Grientem  qüam  ponat  Ptholomeus,  et  s^cundum 
pbilosophos  Oceanus  qui  extenditur  inter  finem  Hyspa- 
niae  ulterioris,  id  est  Africíe  á  parte  Occidentis,  et  inter 
principium  India?  á  parte  Orientis,  non  est  magne  lati- 
tudinis.  Nam  -expertum  est  quod  hoc  mare  navigabile 
est  paucissimis  diebus  si  ventus  sit  conveniens,  et  ideo 
illud  principium  Indias  in  Oriente  non  potest  multum 
distare  á  fine  Africae. —  Frontem  indiae  meridianum 
alluit  maris  brachium  descendens  á  mari  Océano  quod 
est  inter  Indiam  et  Hyspaniam  inferiorem,  seu  Afri- 
cam. — A  polo  in  polum  decurrit  aqua  in  corpus  maris  et 
extenditur  inter  finem  Hyspaniee  et  inter  principium 
Indiae  non  magnas  latitudiuis ,  ut  principium  Indiíe 
possit  esse  ultra  medietatem  «quinoctialis  circuli  sub 
térra  valde  accedens  ad  finem  Hyspanise.  Et  Aristóteles 
et  ejus  comentator,  libro  Coelí  etMundi,  adhuc  inducunt 
rationem  quod  elepbantes  esse  non  possent:  ideo  conclu- 
dit  hasc  loca  esse  propinqua  et  mare  intermedium  esse 
parvum»  (1),  Se  concibe  que  una  misma  idea,  tantas  ve- 
ces repetida,  debía  agradar  grandemente  á  los  que,  con^o 
Toscanelli  y  Colón,  meditaban  de  continuo  pasar  desde 
España  á  las  costas  orientales  de  Asia  (ad  illam  partem 
sub  jyedibus    nostris  sitam)  por  la  vía  de  Occidente. 


(1)  Parece  que  el  Cardenal  tenía  á  la  vista  el  pasaje  de 
Strabón,  t.  ii,  pág.  161. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  61 

También  en  el  Cuadro  del  mundo  conocido  (1)  de  Pedro 
d'Áilly  pudo  aprender  Colón  que,  según  Alfragan,  el 
valor  absoluto  de  los  grados  expresados  en  leguas  es 
menor  de  lo  que  generalmente  se  admite.  Alfragan,  ó 
más  bien  Al  Fergani,  llamado  así  por  el  sitio  donde 
nació  (porque  el  verdadero  nombre  del  astrónomo  árabe 
es  Ahmed  Mohammcd  Ebn  Kotahir,  ó  Kethir,  de  Fer- 
gana  en  Sagdiana),  no  da  en  rigor  más  que  el  resultado 
de  la  celebre  medida  de  algunos  grados  terrestres  que  el 
califa  Almamum  hizo  practicar  en  la  llanura  de  Sindjar. 
En  vez  de  expresar  este  resultado  por  codos  negros^  lo 
expresa  por  millas,  y  el  Almirante,  sin  fijarse  en  la  per- 
fecta ignorancia  en  que  hasta  Ebn  louni,  el  más  inge- 
nioso astrónomo  de  aquel  tiempo,  nos  dejaron,  relativa- 
mente al  valor  del  módulo  empleado,  tomó  las  millas  de 
Alfragan,  por  las  millas  italianas  de  que  habitualmente 
se  servía  en  sus  viajes.  Don  Fernando  Colón,  al  conser- 
varnos el  extracto  del  tratado  (2)  de  su  padre  <r sobre 
la  posibilidad   de   habitar  todas  las  zonas»,  y  también 


(1)  L.  C.  Mapa  Mundi,  sección  vili,  de  quantitate  terree. 

La  prueba  de  que  Colón  medía  la  distancia  recorrida  en  mi- 
llas italianas  encuéntrase  en  el  diario  de  su  primer  viaje,  vier- 
nes 3  de  Agosto  de  1492,  donde  dice  ((sesenta  millas  que  son 
quince  leguas^.  Las  leguas  marinas  españolas  son  de  tres  millas. 
Tomás  Parcacchí  {Isolepiü  f amóse  del  Mundo),  cuya  segunda 
edición  es  de  1576  recuerda  que  diez  y  siete  y  media  leguas  ó 
70  millas  de  Italia  forman  un  grado.  No  se  usaban  por  tanto  en 
los  siglos  XV 'y  XVI  las  antiguas  millas  romanas  que  en  número 
de  75  formaban  un  grado  ecuatorial. 

(2)  ((Memoria  ó  anotación  que  hizo  el  Almirante,  mostrando 
ser  habitables  todas  las  cinco  zonas  con  la  experiencia  de  la 
navegación.»  Barcia,  Historiadores  primitivos  de  Indias, 
tomo  I,  páginas  4,  6. 


62  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

otro  manuscrito  (1)  que  comprende  las  causas  en  que 
el  grande  hombre  fundaba  las  esperanzas  en  el  buen 
éxito  de  su  expedición,  nos  muestra  la  importancia  que 
entonces  se  daba  á  la  opinión  de  Alfragan  sobre  el  ver- 
dadero tamaño  de  la  tierra,  ce  Lo  que  hacía  creer  más  al 
Almirante,  dice  Fernando  Colón,  que  aquel  espacio  (la 
distancia  entre  España  y  Asia)  eia  la  opinión  de  Alfra- 
gano,  y  los  que  le  siguen,  que  pone  la  redondez  de  la 
tierra  mucho  menor  que  los  demás  autores  y  cosmógra- 
fos, no  atribuyendo  á  cada  grado  de  ella  mas  que  56 
millas  y  dos  tercios,  de  cuya  opinión  infería  que,  siendo 
pequeña  toda  la  esfera,  había  de  ser  por  fuerza  pequeño 
el  espacio  que  Marino  dejaba  por  desconocido,  y  en  poco 
tiempo  navegado,  de  que  infería  asimismo  que,  pues 
aun  todavía  no  estaba  descubierto  el  fin  oriental  de  la 


(1)  «Estando  el  Almirante  en  Portugal,  empezó  á  conjetu- 
rar que  del  mismo  modo  que  los  portugueses  navegaron  tan 
lejos  al  Mediodía,  podría  navegarse  la  vuelta  de  Occidente  y 
hallar  tierra  en  aquel  viaje;  y  para  confirmarse  más  en  este 
dictamen,  empezó  de  nuevo  á  ver  los  autores  cosmógrafos  que 
había  leído  antes ,  y  á  considerar  las  razones  astrológicas  que 
podían  corroborar  su  intento ,  y  consiguientemente  notaba  todos 
los  indicios  de  que  ola  hablar  á  algunas  personas  y  marineros 
por  si  en  alguna  manera  podría  ayudarse  de  ellos,  De  todas  es- 
tas cosas  supo  también  valerse  el  Almirante,  que  vino  á  creer 
por  sin  duda  que  al  Occidente  de  Canarias  y  de  las  islas  de 
Cabo  Verde  había  muchas  islas,  que  era  posible  navegar  á 
ellas  y  descubrirlas;  y  para  que  se  vea  de  cuan  débiles  argu- 
mentos llegó  á  fabrica''se  ó  salir  á  luz  una  máquina  tan  grande, 
y  para  satisfacer  á  muchos  que  desean  saber  distintamente  los 
motivos  que  tuvo  para  venir  en  conocimiento  de  estas  tierras 
y  tomar  á  su  cargo  esta  empresa,  referiré  lo  que  he  hallado  en 
sus  escritos  sobre  esta  materia.» 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  63 

India,  sería  aquel  fin  el  que  está  cerca  de  los  otros  por 
Occidente  (de  la  parte  más  occidental  de  Europa  y  de 
África).»  Pero  hay  más  aún;  en  otro  sitio  (en  el  Tratado 
de  las  zonas  habitables)  dice  expresamente  el  Almirante: 
«Navegando  muchas  veces  desde  Lisboa  á  Guinea,  en- 
contré (1),  observando  con  atención,  que  el  grado  co- 
rresponde en  la  tierra  á  56  millas  y  dos  tercios». 

Si  estas  nociones  no  las  aprendió  el  Almirante  en  las 
obras  del  cardenal  d'Ailly,  las  obtendría  por  vía  menos 
indirecta,  por  alguna  de  las  traducciones  árabe-latinas,  á 
las  que,  según  parece,  recurría  con  frecuencia  durante 
sus  estudios  cosmográficos  en  Portugal  y  en  España. 

Después  de  largas  consideraciones  acerca  de  Ptolomeo 
y  Marín  de  Tyro,  Catigara  y  la  Etiopía,  el  Ganges  y  la 
posición  del  Paraíso  terrestre,  añade  Colón  en  una  carta 
dirigida  á  los  reyes  Fernando  é  Isabel  y  fechada  en 
Jamaica  el  7  de  Julio  de  1503:  ccEl  mundo  no  es  tan 
grande  como  dice  el  vulgo,  y  un  grado  de  la  equinoccial 
está  56  millas  y  dos  tercios;  pero  esto  se  tocará  con  el 


(1)  ¿Por  qué  medios?  Sin  duda  comparando  las  altitudes 
obtenidas  á  los  resultados  de  la  estima,  y  considerando  los 
rumbos  en  los  cuales  se  singlaba.  Inútil  es  recordar  aquí  de 
cuántos  elementos  inciertos  dependía  este  cálculo,  sobre  todo 
añadiendo  á  estas  incertidumbres  la  imperfección  de  la  medida 
del  surco  por  la  corredera  ó  cadena  de  la  popa,  y  el  efecto  de 
la  influencia  de  las  corientes  y  de  la  declinación  variable  de  la 
brújula.  En  la  carta  á  los  Monarcas  Católicos  donde  hace  la 
relación  del  tercer  viaje  de  descubrimiento,  vemos  al  Almi- 
rante practicarla  valuación  del  valor  de  un  grado  equinoccial, 
según  Alfragan.  Aplica  esta  valuación  aunque  confusamente  á 
la  longitud  del  Golfo  de  las  Perlas  (Golfo  de  Paria)  y  á  la  dis- 
tancia de  este  golfo  á  las  islas  Canarias.  Na  varéete,  t.  i,  pá- 
gina 258. 


64  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

dedo.»  Véase,  pues,  la  importancia  que  el  Almirante 
daba  á  la  idea  de  la  pequenez  del  globo  y  de  la  breve- 
dad del  camino  por  donde  se  llega  á  la  tierra  aurífera  de 
Veragua,  <íde  que  Vuestras  Altezas,  dice,  son  tan  seño- 
res como  de  Xerez  y  de  Toledo». 

Es  muy  interesante  observar  el  desarrollo  progresivo 
de  una  grande  idea  y  descubrir  una  á  una  las  impresio- 
nes que  determinaron  el  descubrimiento  de  un  hemisferio 
entejo.  La  permanencia  en  puntos  situados ,  por  decirlo 
así,  en  el  límite  del  mundo  conocido ,  en  Lisboa ,  en  las 
Azores,  en  Puerto  Santo;  la  costumbre  de  ver  partir  con 
frecuencia  expediciones  de  descubrimiento  por  una  ruta 
que  se  desaprueba;  la  posibilidad  de  oir  de  boca  de  los 
mismos  marinos  los  hechos  ó  las  ilusiones  que  les  pro- 
porcionaron las  aventuradas  expediciones  hacia  el  Oeste; 
finalmente,  el  atento  examen  de  las  cosmografías  de  las 
diversas  e'pocas,  fueron  las  circunstancias  que  excitaron, 
vivificaron,  por  decirlo  así,  en  el  alma  ardiente  de  Colón 
tan  grandes  y  nobles  proyectos.  'No  se  debe  atribuir  á 
una  sola  causa  lo  que  pertenece  al  conjunto  de  inspira- 
ciones que  recibe  un  hombre  superior  durante  los  largos 
años  que  preceden  á  un  descubrimiento. 

En  un  tratadito  (1)  escrito  probablemente  hacia  1499 
por  el  geno  vés  Antonio  Gallo  {De  Navigatione  Columhi 


(1)  Dos  páginas  extraordinariamente  raras  que  publicó  por 
primera  vez  Muratori  conforme  á  un  manuscrito  conservado 
en  Genova  (Eerum  Italicarum  Scriptores,  1733,  t.  xxiil ,  pá- 
gina 302).  El  mismo  Antonio  Gallo  ha  escrito  De  Rebus  Ge- 
miensium,  1466-1478.  Se  vanagloria  de  haber  redactado  el  breve 
comentario  De  Navigatione  ColumM  conforme  á  las  cartas  fir- 
madas por  el  Almirante  {epístolas  quas  vidimus  manu  propria 
Colunihis  subscriptas). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  65 

per  inaccesum  antea  Oceanum  Conmentariolus)  se  afirma 
que  el  «mundo  de  la  India»  (mundus  quem  Indiam  vo- 
citahant)  fué  adivinado,  no  por  Cristóbal  Colón,  sino 
por  su  hermano  Bartolomé,  «que  concibió  la  idea  de  una 
navegación  hacia  el  Oeste  al  fijar  en  Lisboa  los  descu- 
brimientos hechos  por  los  portugueses  más  allá  de  San 
Jorge  de  la  Mina  en  los  mapamundis  que  dibujaba  para 
ganarse  la  vida».  El  autor  habla  con  algún  desdén  de 
Cristóbal  Colón  {intra  pueriles  annos  parvis  literulis 
imhuti).  Este  mismo  aserto  repite  el  obispo  Agustín 
Giustiniano,  que  de  la  proyectada  edición  de  una  Biblia 
políglota  completa,  solamente  imprimió  en  Genova  en 
1516  la  colección  de  los  Salmos.  Sabiendo  que  el  Almi- 
rante se  vanagloriaba  de  haber  realizado  las  profecías 
del  salmo  diez  y  ocho,  Giustiniano,  que  era  obispo  de 
Nebbio,  en  Córcega,  y  monje  de  la  orden  de  Santo  Do- 
mingo, aprovechó  esta  ocasión  (1)  para  dar  una  bio- 
grafía de  Cristóbal  Colón  y  noticia  de  sus  descubri- 
mientos. Don  Fernando  Colón  (2)  ha  probado  con  los 


(1)  El  verso  5.°,  que  contiene  las  siguientes  palabras:  Et 
in  omnem  terram  exihit  sonus  eorum  et  in  fines  orbis  terree  verba 
eorum,  dio  ocasión  á  este  raro  episodio,  que  no  se  esperaba  por 
cierto  encontrar  en  un  salterio. 

(2)  Vida  de  D.  Cristóbal  Colón,  cap.  X.  Al  fin  de  este  capí- 
tulo se  trata  del  mapamundi  que  Bartolomé  Colón  dibujó  en 
Londres  en  1488  para  el  rey  Enrique  Vil,  y  de  los  versos  exá- 
metros que  el  dibujante  se  atribuye  haber  compuesto: 

Pingitur  hic  etianí  nuper  sulcata  carin>s 
Hispanis,  zona  Vía,  prius  incógnita  genti, 
Torrida,quce  tándem  nunc  estab  noltisima  muUi». 

La  exactitud  histórica  exigiría  en  estos  versos  el  elogio  de 
los  portugueses,  quienes  visitaban  entonces  más  que  los  espa- 
ñoles las  costas  tropicales  de  África. 


(Í6  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

manuscritos  de  su  padre  que  fué  éste  quien  enseñó  á 
Eartolomé,  «hombre  poco  letrado»,  el  arte  náutico  y  el 
dibujo  de  cartas  de  marear,  j  rechaza  (1)  con  la  urba- 
nidad que  en  todos  tiempos  ha  caracterizado  las  dispu- 
tas literarias  «las  trece  mentiras  de  Giustiniano».  La 
magistratura  de  Genova  empleó  otra  refutación  más  di- 
recta; con  penas  severas  confiscó  la  obra.  Por  lo  demás, 
vemos  en  documentos  encontrados  en  los  archivos,  que, 
aun  durante  sus  viajes,  acostumbraba  Cristóbal  Colón  á 
trazar  la  configuración  de  las  costas.  Una  carta  de  ma- 
rear de  la  isla  de  la  Trinidad  j  del  golfo  de  Paria,  dibu- 
jada durante  su  tercer  viaje  (probablemente  en  Agosto 
de  1498),  llegó  á  ser  célebre  en  el  pleito  entre  el  fiscal 
del  Rey  y  los  herederos  del  Almirante.  Este  hace  men- 
ción de  ella  al  fin  de  la  carta  dirigida  á  los  Reyes  á  su 
vuelta  á  Santo  Domingo.  Es  la  pintura,  ó,  como  dice 
Alonso  de  Ojeda,  Ib.  figura  de  lo  que  el  Almirante  había 
descubierto  (2);  carta  que  guió  á  los  navegantes  á  quie- 


(1)  Vida  de  D.  Cristóbal  Colón,  cap.  Ii.  Aunque  D.  Fer- 
nando muestra  generalmente  altivez  de  sentimientos  y  declara 
que  el  hijo  de  Cristóbal  Colón  no  necesita  más  gloria  heredita- 
ria que  la  que  puede  legar  un  grande  hombre ,  su  ira  contra  el 
obispo  Giustiniano  la  exitó,  según  parece,  un  motivo  poco  filo- 
sófico. El  Obispo  había  dicho  en  el  salterio  «que  la  familia  del 
Almirante  ejercía  pobremente  un  oficio  manual». 

(2)  Na  VARÉETE.  Viajes  y  descubrimientos  de  los  españoles^ 
tomo  III.  Colección  diplomática,  págs.  539,  583,  586  y  587. 
((Estando  cerca  de  Paria,  el  Almirante  demandó  á  los  pilotos 
el  punto  de  viaje  que  llevaban,  é  unos  decían  que  estaban  en 
la  mar  de  España,  é  otros  en  la  mar  de  Escocia»  (sin  duda 
á  causa  del  mar  alto  y  agitado  que  se  encuentra  en  las  in- 
mediaciones de  la  isla  de  la  Trinidad).  «El  Almirante  (dice 
el  testigo  Bernardo  de  Ibarra)  envió  á  España  en  una  carta  de 


DESCUBRIMIENTO   DK   AMÉRICA.  G7 

nes  el  fiscal  quería  atribuir  el  mérito  del  descubrimiento 
del  continente  americano. 

Adviértese  en  lo  poco  que  nos  ha  quedado  de  los  es- 
critos de  Colón,  sea  en  lo  que  conservo  su  hijo,  ó  en  su 
correspondencia  con  los  soberanos  ó  con  personas  de  la 
corte  de  Isabel ,  ó ,  en  fin,  en  el  bosquejo  de  la  obra  de 
las  Profecías^  que  lo  que  más  atormentábala  imaginación 
del  grande  hombre  y  lo  que  buscaba  con  mayor  empeño 
en  las  obras  de  los  antiguos  y  en  los  cosmógrafos  más 
inmediatos  á  su  siglo  era  la  proximidad  entre  la  India  y 
las  costas  de  España;  el  conocimiento  de  la  grande  ex- 
tensión de  Asia  hacía  el  Oriente;  el  número  de  islas  ri- 
cas y  fértiles  qae  rodeaban  las  costas  orientales  del  con- 
tinente asiático;  la  pequenez  absoluta  de  nuestro  pla- 
neta, y  la  relación  que  en  general  presenta  el  área  de  las 
tierras  y  de  los  mares  en  la  superficie  del  globo. 

Esta  variedad  de  consideraciones,  que  debían  condu- 
cir todas  al  mismo  objeto,  anuncia  una  amplitud  de  mi- 
ras poco  común.  Pero  en  un  siglo  en  que  faltaba  cono- 
cimiento preciso  de  los  hechos,  puesto  que  el  mismo 


de  marear  los  rumbos  y  vientos  ijor  donde  liahia  Llegado  á  Pa- 
ria. Por  aquella  carta  se  habían  hecho  otras  é  por  ellas  liabian 
venido  Pedro  Alonso  Merino  (Niño)  e  Ojeda.»  Era  más  que  la 
pintura  de  la  tierra  firme;  era  una  carta  de  navegar.  De  igual 
suerte  creo  que  lo  dicho  en  una  carta  de  la  reina  Isabel ,  í'eci 
bida  por  Colón  en  Septiembre  de  14Í>3  en  el  Puerto  de  Santa 
María,  respecto  á  la  carta  de  marear  que  el  Almirante  había 
prometido  á  la  Reina ,  y  cuyo  envío  exige  ésta  con  tantas  ins- 
tancias ,  no  era  más  que  el  trazado  de  los  descubrimientos  del 
primer  viaje.  (Na varéete,  t.  ii,  pág.  107,  núm.  Lxx.)  Sería 
muy  interesante  encontrar  estos  diseños  de  mano  de  Colón,  so- 
bre todo  los  correspondientes  á  las  tierras  vistas  el  viernes  12 
de  Octubre  de  U92. 


68  ALEJANDRO    DE    HüMBOLDr. 

descubrimiento  de  Colón  asentaba  las  bases  de  una  geo- 
grafía física,  ésta  extensión  de  miras  no  encontraba 
apoyo  en  la  exactitud  de  las  observaciones. 

Por  fortuna,  los  errores  favorecían  la  ejecución  del 
proyecto,  inspirando  un  valor  que  las  ideas  más  exactas 
de  las  dimensiones  del  globo,  de  la  longitud  de  Catigara, 
del  Cathaí  y  de  Zipanga,  del  tamaño  de  los  mares  y  de 
la  pequenez  de  los  continentes  hubieran  quebrantado. 

Colón  censura  á  Ptolomeo  por  haber  acortado  la  ex- 
tensión de  las  tierras  hacia  el  Este,  fijada  por  IMarin  de 
Tjro,  y  rechaza  todas  las  opiniones  de  los  antiguos  (1) 
sobre  la  relación  en  que  están  los  continentes  y  los  ma- 
res, afirmando,  según  hemos  visto  antes,  que  «el  mundo 
es  poco:  el  enjuto  de  ello  es  seis  partes,  la  se'ptinia  so- 
lamente cubierta  de  agua»  (2).  Este  es  el  resultado  de 
la  geografía  física  que  aprendió  Colón  en  el  cuarto  libro 
de  Esdras,  llamado  antiquísimamente  en  la  iglesia 
griega  el  Apocalipsis  de  Esdras,  é  inventado  probable- 
mente por  un  judío  que  vivía  fuera  de  Palestina  en  el 
siglo  primero  de  nuestra  era.  Este  Apocalipsis  forma  el 
primer  libro  de  Esdras  en  la  versión  etiópica  publicada 
recientemente  en  Oxford. 


(1)  Pltnio  II,  68.  Es  el  elocuente  párrafo  sobre  la  extrema 
pequenez  de  los  continentes  que  termina  con  estas  palabras; 
({Hcee  eat  materia  glorice  riostra;,  hcBC  sedes;  Me  tumultnatur 
hwnannm  genns,  Me  instanramus  bella  civilia  nnituisque  cw- 
dihus  laxiorem  fachmis  terram.)) 

(2)  Colón,  en  la  carta  de  7  de  Julio  de  1503;  Navaerete 
tomo  I,  pág.  300;  Barcia,  t.  i,  pág.  6.  La  lectura  de  ciertos 

libros  de  filósofos  (dice  también  su  hijo  D.  Fernando)  enseñó 
al  Almirante  que  la  mayor  parte  de  nuestro  globo  estaba  en 
seco. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  69 

A  los  catorce  años  interrumpió  Colón  sus  estudios 
académicos  en  Pavía.  Sin  estar  de  completo  acuerdo  con 
Antonio  Gallo  respecto  á  la  insignificancia  de  estos  es- 
tudios iparvulce  literulce),  se  comprende  que  la  causa 
del  desarreglo  de  erudición  y  de  teología  algo  mística, 
advertida  en  muchos  de  sus  escritos,  data  de  la  e'poca  de 
su  permanencia  en  Lisboa  (1).  A  una  vida  aventurera, 


^1)  Es  muy  difícil  clasificar,  según  sus  épocas,  los  aconte- 
cimientos de  la  vida  de  Colón  antes  de  que  llegara  á  España. 
Con  pocas  excepciones,  acepto  el  resultado  de  las  investigacio- 
nes de  Muñoz  y  de  Navarrete.  Fernando  Colón,  en  la  Vida  del 
Almirante,  cap.  xiii,  dice  que  el  viaje  á  Thulé  lo  hizo  en  Fe- 
brero de  1477,  citando  una  anotación  de  puño  y  letra  de  su 
padre;  y  Spotorno  fija  Ja  fecha  de  una  expedición  á  Túnez 
en  1478.  {Códice  diplomático  Columho- Americano ,  1823,  pá- 
gina XIII.)  Si  estos  datos  no  son  dudosos,  porque  Spotorno 
quiere  también  que  el  nacimiento  de  Cristóbal  Coló?i  fuera 
en  1447  en  vez  de  1436,  los  viajes  á  Thulé  y  á  Túnez,  como 
también  los  que  hizo  á  la  costa  de  Guinea,  se  habrían  verifi- 
cado después  de  la  llegada  del  Almirante  á  Lisboa.  Discutire- 
mos en  otro  sitio  la  cuestión  de  si  la  isla  que  Colón  llama 
Thyle  ó  Tile,  cuyas  costas  meridionales  se  encuentran  á  73  gra- 
dos de  latitud,  y  donde  «tantos  negociantes  de  Brístol  llevan 
sus  mercancías»,  puede  ser  la  Islandia.  No  cito  entre  las  aven- 
turas de  Colón  la  más  extraordinaria,  la  que,  fiando  en  la  au- 
toridad de  Fernando  Colón,  repiten  tantos  biógrafos  modernos, 
<íomo  si  ignoraran  las  observaciones  críticas  del  abate  Ximénez 
y  del  historiógrafo  D.  Juan  Bautista  Muñoz.  Preténdese  que 
Colón,  después  de  navegar  largo  tiempo  con  su  pariente,  el  fa- 
moso corsario  genovés  llamado  Colomho  el  3Jozo,  para  no  con- 
fundirle con  su  abuelo  el  Almirante  que  había  vencido  á  los 
musulmanes,  arrojóse  al  mar  cuando  el  incendio  de  dos  barcos 
sujetos  con  garfios  de  abordaje  en  un  combate  contra  las  gale- 
ras venecianas,  verificado  entre  Lisboa  y  el  Cabo  de  San  Vi- 
cente, Fernando  Colón  dice  que  este  suceso  fué  causa  de  que 
«u  padre  fijase  la  residencia  en  Portugal ,  y  que  se  refiere*en  la 


70  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

á  los  viajes  al  Levante  y  al  Norte  (á  las  islas  Fferoer  6  á 
Islandia),  sucedió  algún  descanso  favorable  á  los  traba- 
jos literarios.  Es  probable  que  durante  su  larga  perma- 
nencia en  Portugal  desde  1470  á  1484,  desde  los  treinta 


décima  década  del  Tito  Livio  de  su  época,  Marco  Antonio  Sabe- 
llico,  bibliotecario  de  San  Marcos.  Pero  Cristóbal  Colón  llegó  á 
Lisboa  en  1470,  y  Sabellico  {Rhajisod.  hüt.  en.,  dec.  x,  lib.  8; 
é  Ilist.  ver.  Venet.,  dec.  iv,  lib,  3)  dice  que  el  suceso  ocurrió 
en  1485.  (LEÓN  Ximéxez,  Del  Gnomone  -florentino,  1756,  pá- 
gina XLVii;  Muñoz,  Intr.,  pág,  vi.)  Ahora  bien;  en  1485  en- 
contíábase  Colón  hacía  más  de  un  año  en  España  ganándose  la 
vida  con  dibujos  de  cartas  de  marear  y  la  venta  de  Wbros  de 
estampas;  probablemente  habitaba  en  el  Puerto  de  Santa  Ma- 
ría, en  casa  de  su  protector  el  Duque  de  Medinaceli. 

Paréceme  que  esta  última  circunstancia  resulta  probada  por 
una  carta  del  Duque  de  Medinaceli,  fechada  el  19  de  Marzo 
de  1493,  en  la  que  reclama  de  la  corte  algún  privilegio  de  co- 
mercio, «por  ser  el  primero  que  dio  á  conocer  al  Gobierno  espa- 
ñol este  Colomo  (El  Duque  transforma  el  apellido  Colón  casi 
en  el  de  uno  de  los  hombres  más  influyentes  en  aquiella  época, 
Juan  de  Coloma)  {Códice  diplomático  Colcmbo- Americano,  pá- 
gina 55)  que  ha  hallado  tan  grande  cosa».  En  20  de  Enero 
de  1486  encontramos  ya  al  Almirante  al  servicio  de  los  Eeyes 
Católicos.  (Navarrete,  1. 1,  pág.  XLii,  t.  il.  Documentos  dipl.^ 
núm.  14,  pág.  20.) 

En  cuanto  á  los  estudios,  parece  que  Colón  los  continuó  celo- 
samente, viviendo  en  intimidad  durante  su  permanencia  en  Es- 
paña con  algunos  religiosos  muy  instruidos  como  el  franciscano 
Juan  Pérez,  guardián  del  convento  de  la- Rábida,  cerca  de  Palos, 
convento  en  el  que  Colón  pidió  un  pedazo  'de  pan  para/su  hijo, 
durante  la  para  él  triste  época  en  que,  al  exponer  sus  proyectos, 
se  le  respondía  que  todo  era  un  poco  de  aire.  Consultó  también 
al  padre  dominico  Diego  Deza,  profesor  de  Teología  de  la  uni- 
versidad de  Salamanca,  que  tenía  á  su  cargo  la  educación  del 
infai^e  D,  Juan,  y  fué  después  arzobispo  de  Sevilla;  y  final- 
mente, al  cartujo  Fr.  Gaspar  Gorricio,  que  trabajó  con  el  Al- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  71 

y  cuatro  á  los  cuarenta  y  ocho  años  de  edad,  rehiciera, 
por  decirlo  así,  sus  estudios.  «Para  confirmarse  más  en 
el  dictamen  de  navegar  la  vuelta  de  Occidente  (dice 
Fernando  Colón)  para  llegar  ala  tierra  del  Gran  Kan, 
empezó  de  nuevo  á  ver  los  autores  cosmógrafos  que  había 
leído  antes  y  á  considerar  las  razones  astrológicas  que 
podían  corroborar  su  intento.» 

En  las  investigaciones  históricas  conviene  descender 
de  las  generalidades  á  los  detalles  de  los  hechos,  y  como 
el  objeto  de  mi  trabajo  es  obtener  por  el  examen  crítico 
de  los  documentos  que  nos  quedan  de  puño  y  letra  de 
Cristóbal  Colón  el  conocimiento  íntimo  de  las  ideas  que 
le  indujeron  al  descubrimiento  de  América,  he  tratado 
de  formar  juicio  exacto  de  los  libros  que  consultaba 
Colón  habitualmente ,  procurando  adivinar  cuáles  eran 
los  autores  antiguos  que  más  influyeron  en  su  imagina- 


mirante  en  el  libro  de  las  Profecías.  {Manipulus  de  auctori- 
tarihus ,  dictis  ac  sententiis  et  prophetiu  circa  materianí 
recuperandcB  Sanotoe  Civitatis  et  montis  Dei  Sion;  ad  Ferd.  et 
Ilelisab.  reges  nostros). 

Estos  religiosos  ayudaron  á  Colon  á  aplicar  las  citas  de  los 
profetas  á  su  empresa  del  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo. 
Colón  dice,  al  principio  de  la  relación  de  su  tercer  viaje,  que 
cuando  todos  se  burlaban  de  él,  sólo  dos  frailes  fueron  constan- 
tes amigos  suyos.  Las  Casas  en  su  Historia  cree  que  el  Almi- 
rante alude  á  Diego  de  Deza  y  á  Fr.  Antonio  de  Marchena, 
que  acaso  sea  el  guardián  del  convento  de  la  Rábida  Juan  Pé- 
rer..  El  Almirante  debió  nombrar  también  al  médico  García 
Hernández  (de  Palos),  que  asistió  á  las  primeras  conferen- 
cias de  la  Rábida,  y  que,  como  testigo  en  el  pleito  con  el  fiscal 
del  Rey,  prestó  tan  señalados  servicios  á  D.  Diego  Colón  y  á 
sus  herederos.  (Navarrete,  t.  II I ;  Colección  dij^^-,  pági- 
nas 561,  596  y  604.) 


72  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

ción,  incesantemente  ocupada  en  vastos  proyectos.  Re- 
uniré los  pasajes  mencionados  por  el  Almirante  en  los 
escritos  que  de  él  tenemos,  y  los  que  su  Mjo  D.  Fernando 
presenta  como  causas  de  la  empresa  {Autoridad  de  los 
escritores  para  mover  al  Almirante  á  descubrir  las  In- 
dias) conforme  á  las  memorias  de  su  padre. 

Los  autores  de  este  tiempo  indican  rara  vez,  y  cuando 
lo  hacen,  con  muy  poca  precisión,  el  libro  y  capítulo  de 
donde  toman  las  citas,  porque  años  antes  del  descu- 
brimiento de  América  los  libros  impresos  eran  tan  raros, 
que  no  existía  ninguna  edición  del  texto  de  Herodoto, 
de  Strabón,  ó  de  los  libros  de  física  de  Aristóteles.  En 
general,  me  ha  sido  fácil  adivinar  los  pasajes  de  autori- 
dades clásicas  en  que  el  Almirante  fundaba  sus  pruebas 
cuando,  al  alegar  las  opiniones  de  los  escritores  antiguos, 
las  desarrollaba.  Puede  creerse  que  durante  su  perma- 
nencia en  Lisboa  y  Sevilla,  desde  1470  á  1492,  hizo  que 
le  ayudaran  los  eruditos  de  estas  poblaciones;  al  menas 
vemos  que,  poco  después,  en  1501,  tuvo  el  buen  tino  de 
consultar  al  Padre  Gaspar  Gorricio  y  de  conseguir  le 
proporcionara,  para  el  libro  de  Isks  Profecías,  autoridades 
que  hadan  al  caso  de  Jerusalén ,  es  decir,  relacionadas 
con  la  conquista  del  Santo  Sepulcro,  objeto  definitivo 
de  la  conquista  de  los  tesoros  de  la  india  Occidental. 

Debe  creerse,  sin  embargo,  que,  en  general,  el  Almi- 
rante debió  sus  inspiraciones  más  bien  á  las  obras  de 
Isidoro  de  Sevilla,  de  Averroés  y  de  Pedro  de  Ailly, 
que  á  las  raras  traducciones  latinas  y  españolas  (1)  que 


(1)  Las  versiones  latinas  de  los  libros  de  Aristóteles  De  Cosío, 
Be  Meteorología  y  De  Animalihus,  hechas  sobre  las  de  Averroés, 
Be  publicaron  en  1473,  1474  y  1476.  Circulaban  además  en  la 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  73 

podía  consultar  cuando  llegó  á  Portugal.  Confirma  esta 
afirmación  lo  que  antes  copió  de  la  carta  de  Colón  de 
1498,  comparándola  al  Opus  majus,  de  Boger  Bacon,  y 
á  la  Enciclopedia  (Imago  Mundi),  del  Cardenal  d'Ailly* 

Llego,  pues,  al  detalle  de  los  hechos. 

Don  Fernando  Colón  cita,  conforme  á  los  manuscri- 
tos de  su  padre  (Historia  del  Almirante,  capítulos  vi, 
VII  j  viii),  como  causas  que  indujeron  á  éste  á  empren- 
der el  viaje  de  descubrimiento  las  siguientes : 

1.°  Aristóteles,  en  el  segundo  libro  Del  Cielo  y  del 
Mundo  ^  con  el  comentario  de  Averroes,  dice  que  desde 
las  Indias  se  puede  pasar  á  Cádiz  en  pocos  días.  Es  el 
pasaje  De  Coelo,  ii,  14 ;  pero  la  frase  «en  pocos  días»  es 
de  Séneca  y  no  de  Aristóteles.  También  Pedro  Mártir  de 
Anghiera,  en  carta  escrita  en  1495  (Ep.  164,  ed.  Elze- 
vir, 1670,  pág.  93)  al  cardenal  Bernardino,  añade,  des- 
pués de  hablar  de  las  maravillas  del  segundo  viaje  de 
Colón,  en  el  cual  creyó  éste  no  estar  apartado  más  de 
dos  horas  (en  longitud  expresada  por  una  medida  de 
tiempo)  del  Quersoneso  de  Oro  de  Ptolomeo:  «Hanc 
ergo  terram  Almirantus  iste  se  humano  generi  prsebuise, 
quia  latentem  invenerit  sua  industria  suoque  labore,  glo- 
riatur.  Indias  Gangetidis  continentem,  eam  esse  plagam 


Edad  Media  muchas  traducciones  manuscritas  de  los  libros  de 
física  de  Aristóteles,  entre  ellas  la  versión  de  Miguel  Scott. 
Strabón  no  fué  publicado  en  griego  hasta  diez  años  después  de 
.la  muerte  de  Colón,  pero  pudo  éste  aprovechar  las  traducciones 
latinas  de  Eoma  (1467)  y  de  Venecia  (1472).  Los  clásicos  lati- 
nos eran  los  de  más  circulación,  especialmente  Séneca,  que 
tanto  animaba  al  paso  desde  España  á  la  India,  cuyas  obras 
fueron  impresas  en  1475;  Solino,  que  vio  la  luz  en  1473;  Pom- 
ponio  Mela  en  1471,  y  Plinio  desde  1469. 


74    •  ALEJANDRO    DE    HüMBOLDT. 

contendit:  nec  Aristóteles,  qui  in  libro  de  Coelo  et  Mundo 
non  longo  ínter  vallo  distare  á  littoribiis  Hispanioe  Tndiam 
ait,  Senecaque  ac  nonnulli  alii  ut  admirer  patiuntur.» 
Estos  mismos  recuerdos  clásicos  se  presentaron  á  la  ima- 
ginación de  Anghiera,  después  del  primer  viaje  de  Co- 
lón, en  una  carta  dirigida  al  Arzobispo  de  Braga,  fe- 
chada en  el  mes  de  Octubre  de  1493  (Ep.  135,  pág.  74). 
2.°  dSe'neca,  en  las  Naturales  Qucestümes,  lil\  i,  dice 
que  desde  las  últimas  partes  de  España  pudiera  pasar  un 
navio  á  las  Indias  en  pocos  días,  con  vientos.»  Este  es  el 
pasaje  de  Séneca,  Naturales  Qua^st.,  Vrseí.,  §11,  que  el 
cardenal  d'Ailly,  engañado  (1)  por  el  Opus  major  de  Ba- 
con,  pág.  185,  cita  como  perteneciente  al  lib.  v  de  Sé- 
neca. Nada  he  encontrado  en  éste  referente  á  las  ideas 


(1)  Encuéntrase  en  JoAXNis  Schoneri  Carolostad, 
Opusculum  geographicuní,  1533,  parte  ii,  cap.  I,  gran  número 
de  citas  falsas  de  autores  clásicos  aplicadas  «á  la  América  que 
no  es  una  parte  de  la  India  superior.))  Esta  ({India  superior)), 
denominación  de  la  Edad  Media,  designaba  las  tierras  al  Nord- 
este de  la  India,  extra  Gangem;  j  como  de  muy  antiguo  y  hasta 
los  tiempos  de  Cosmas,  por  la  confusión  homérica  de  la  Etiopía 
y  de  la  India,  la  India  exterior  abarcaba  al  Oeste  la  Arabia  y 
la  Troglodítica  (Letronne,  Chrigt.  de  JVtib.,  1832,  páginas  33 
y  130),  de  igual  manera  en  tiempos  posteriores  fué  aplicado  el 
nombre  de  India  á  las  tierras  más  orientales.  Esta  extensión 
del  mismo  nombre  influyó  en  las  denominaciones  dadas  á  Amé-, 
rica.  De  las  tres  Indias  de  Marco  Polo  (ii,  77;  iii,  39  y  43; 
África,  Edbisi,  pág.  81,  Hartm.),  la  segunda  ó  media  (la  Albi- 
ginia)  era  la  India  interior  de  Philostorgo  y  de  muchos  escrito- 
res eclesiásticos;  pero  no  de  Cosmas,  cuya  otra  India  ó  India 
interior  es  el  pais  de  la  seda,  es  decir,  la  India  superior  de  los 
geógrafos  de  los  siglos  xv  y  xvi.  El  conocimiento  de  estas  di- 
ferencias es  indispensable  para  el  estudio  de  los  escritos  geográ- 
ficos é  históricos  de  la  Edad  Media. 


DKSCDBRIMIENTO    r»E   AMÉRICA.  75 

que  preocupaban  á  Colón,  sino  es  en  Qucest.  Natur.,  v, 
18,  9,  donde  dice:  «An  Alexander  ulterior  Bactris  et 
Indis  velit  quítrere  quid  sit  ultra  Magnum  Mare?» 
Cuando  Cristóbal  Colón,  en  su  tercer  viaje,  escribió  á  los 
monarcas  españoles  desde  la  isla  de  Haiti,  en  1498,  una 
carta  interesantísima ,  induciéndoles  á  imitar  los  valero- 
sos ejemplos  de  ccNero  César ,  que  envió  á  ver  las  fuentes 
del  Niloy>  (íí'avarrete,  1. 1,  pág.  244),  indudablemente 
tenía  á  la  vista  el  texto  de  Séneca,  en  que  el  filósofo 
cortesano  muestra  á  Nerón  como  noble  apreciador  de 
todas  las  virtudes  en  una  época  en  que  éste  desdeñaba 
«jlagüiorum  et  scelerum  valamentay).  «Ego  quidem^),  dice 
Séneca  {Natur,  Qucest.,  vi,  8,  3)  «centuriones  dúos  quos 
ISTero  Cfesar,  ut  aliarum  virtutum  ita  veritatis  amantis- 
simus,  ad  investigandum  caput  Nili  miserat  (1),  audivi 

narrantes » 

3.°  El  poeta  trágico  Séneca,  que  algunos  creen  ser  el 
mismo  filósofo  (duda  expresada  también  por  D.  Fer- 
nando Colón) ,  escribió  para  el  coro  de  Medea:  « Vie- 
nient  annis  Síecula  seris»;  profecía  que  el  Almirante  ha 
cumplido.  Tanto  fijó  la  atención  de  Colón  este  pasaje, 
que  se  le  encuentra  copiado  entero  dos  veces  (2)  de  su 
letra  en  el  bosquejo  de  su  famoso  libro  de  las  Profecías^ 
comenzado  en  1501.  Añade  allí  una  traducción  española 
tan  inexacta  como  la  que  pone  su  hijo ,  y  mucho  menos 
poética  de  lo  que  es  frecuentemente  la  prosa  del  Almi- 


(1)  Los  resultados  de  esta  misión  más  allá  de  Méroe  pueden 
T^rse  en  Plinio,  vi,  29. 

(2)  Na  VARÉETE,  t.  II ,  páginas  264  y  272.  El  Almirante 
añade:  «Séneca  in  vil  tragetide  Medeae  in  Choro  audax  ni- 
mium.))  Es  el  final  del  acto  segundo. 


76  ALEJANDRO    DE   HUMDOLDT. 

rante,  por  ejemplo,  la  famosa  relación  dirigida  á  los  Mo- 
narcas (1)  y  fechada  en  Jamaica  el  7  de  Julio  de  1503, 
relación  tan  animada  como  un  drama.  Una  de  estas 
copias  de  los  seis  versos  de  Medea  encuéntrase  interca- 
lada en  una  carta  á  la  reina  Isabel,  llena  de  citas  bíblicas; 
la  otra  está  entre  las  observaciones  de  eclipses  lunares 
hechas  en  Haití  y  en  Janahica  (Jamaica)  en  1494  y  1504. 
El  historiador  Herrera  (2)  acusa  á  Séneca ,  sin  añadir 
la  cita  del  texto ,  de  un  grande  error,  porque  el  filósofo 
romano  imaginó  que  América  sería  descubierta  algún 
día  por  la  parte  del  Norte  y  no  hacia  el  Oeste.  Este  con- 
cepto de  Herrera  contiene  una  alusión  al  citado  coro  de 
Medea.  Indudablemente,  Séneca  no  es  profeta;  pero  He- 
rrera se  equivocó  por  una  falsa  interpretación  del  verso 
Nec  sit  terris  ultima  Thide.  Lo  que  genuinamente  dice 
el  poeta  es  que  la  nueva  tierra  estará  más  lejana  que  la 
isla  que  se  creía  en  su  tiempo  colocada  en  el  extremo 
del  mundo  conocido,  pero  no  que  se  encontrará  en  la  di- 
rección de  Thule,  á  la  cual  Colón  en  sus  Profecías  pa- 
ganas y  bíblicas  llama,  no  Thyle  (3),  sino  d  última 
Tille  y),  y  en  su  manuscrito  sobre  las  ce  cinco  zonas  habi- 
tables-» pretende  (4)  haberla  visitado,  en  Febrero  de 
1477,  lo  cual,  cronológicamente,  es  poco  probable.  Antes 
de  dejar  de  hablar  de  Séneca,  más  asequible  que  Aristó- 


(1)  Na  VARÉETE,  t.  I,  páginas  303,  309  y  312. 

(2)  Historia  de  las  Indias  Occidentales^  Dec.  i,  lib.  i,  ca- 
pítulo I,  pág.  2. 

(3)  En  muchos  manuscritos  de  Pomponio  Mela  se  le  llama 
Tile  y  Tyle. 

(4)  Vida  del  Almirante,  cap.  IV.  Más  adelante  trataré  este 
asunto. 


DESCUBRIMIENTO   DK   AMÉEICA.  77 

teles ,  y  por  tanto,  de  mayor  autoridad  y  más  universal- 
mente  reconocida  en  la  Edad  Media,  debo  indicar  un 
error  de  los  catedráticos  de  Salamanca  en  sus  disputas 
cosmográficas  con  Cristóbal  Colón.  Sabido  es  que  los 
Monarcas  encargaron,  probablemente  hacia  el  fin  de  1487, 
al  Prior  del  Prado  ( 1 ) ,  fraile  de  San  Jerónimo  y  con- 


(1)  Fray  Hernando  de  Talayera,  que  después  fué  primer  Ar- 
zobispo de  Granada,  y  que  no  debe  ser  confundido  con  el  Ar- 
zobispo de  Sevilla,  antes  Obispo  de  Falencia,  D.  Diego  de  Deza, 
dominicano,  sin  el  cual  {carta  del  Almirante  á  sil  hijo  D.  Diego 
fechada  el  21  de  Diciembre)  «Sus  Altezas  no  hubieran  adqui- 
rido las  Indias».  En  efecto,  después  del  franciscano  Fr.  Juan 
Pérez  de  Marchena,  guardián  del  convento  de  la  Rábida,  Deza 
fué  el  amigo  más  fiel  é  íntimo  de  Colón. 

Se  cree  con  fundamento  que  la  disputa  de  Salamanca  ocu- 
rrió durante  el  invierno  de  1487,  porque  el  sitio  de  Málaga  ter- 
minó el  18  de  Agosto  de  1487,  y  la  época  de  la  disputa  está  in- 
dicada, por  la  estancia  de  los  Monarcas  en  Salamanca  durante 
el  invierno,  después  del  sitio  citado.  Según  asegura  el  historió- 
grafo Muñoz,  Colón,  favorecido  por  los  dominicos,  habitaba  en 
Salamanca  en  el  convento  mismo  de  San  Esteban  con  el  citado 
profesor  de  Teología  Fr.  Diego  de  Deza.  Vemos  también  que  las 
primeras  remuneraciones  concedidas  á  Colón  son  de  1487  y  1488 
por  cédula  del  Obispo  de  Falencia;  sin  embargo,  el  favor  sin- 
gular, pero  comodísimo  para  un  viajero,  de  alojarse  gratis  él  y 
los  suyos  en  todos  los  dominios  de  España,  procede  del  decreto 
de  Córdoba  de  12  de  Mayo  de  1489. 

Al  hablar  de  estos  hechos  anteriores  al  primer  viaje,  debb  re- 
cordar uno  curioso  que  Navarrete,  relacionando  fechas  con 
sagacidad,  ha  puesto  en  claro,  á  saber,  que  no  fueron  tanto  laq 
persuasiones  y  buena  amistad  del  Obispo  de  Falencia,  D.  Diego 
de  Deza,  las  que  impidieron  á  Cristóbal  Colón  volver  á  Lisboa 
y  aceptar  L*s  nuevos  ofrecimientos  del  Eey  de  Portugal, conte- 
nidos en  una  carta  de  20  de  Marzo  de  1488,  como  los  amores  y 
el  avanzado  estado  de  preñez  de  una  bella  dama  cordobesa,  doña 
Beatriz  Enríquez,  madre  de  D.  Fernando  Colón,  hijo  natural 


78  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

fesor  de  la  Reina ,  defender  la  gran  causa  de  los  descu- 
brimientos occidentales ,  ante  los  profesores ,  «que  eran 
ignorantes )),  dice  D.  Fernando  Colón  en  la  Vida  de  su 
padre,  «y  no  pudieron  comprender  nada  de  los  discursos 
del  Almirante,  que  tampoco  quería  explicarse  mucho, 
temiendo  no  le  sucediese  lo  que  en  Portugal»,  donde  tra- 
taron de  robarle  el  secreto  para  aprovecharlo  sin  su  con- 
curso, conforme  á  la  treta  aconsejada  por  el  doctor 
Cal9adilla,  ó  más  bien  (porque  así  era  el  verdadero 
nombre  de  este  prelado)  de  D.  Diego  Ortiz,  obispo  de 
Ceuta,  natural  de  Calcadilla,  cerca  de  Salamanca.  Con 
razón  observa  Muñoz  cuan  sensible  es  que  no  hayan 
quedado  documentos  de  esta  controversia  científica,  por- 
que nos  darían  á  conocer  de  un  modo  preciso  el  estado 
de  las  matemáticas  y  de  la  astronomía  en  las  Universi- 
dades españolas  del  siglo  xv.  Sólo  sabemos  que  Colón 
llevaba  escritos  de  antemano  los  argumentos  que  debía 
explanar  en  favor  de  su  empresa  durante  las  conferencias 
tenidas  en  el  convento  de  dominicos  de  San  Esteban. 
Es  probable  que  los  documentos  conteniendo  las  princi- 
pales causas  del  descubrimiento,  y  que  quedaron  en  ma- 
nos del  hijo  de  Colón,  de  Bernáldez,  cura  de  los  Pala- 
cios, y  de  Bartolomé  de  las  Casas,  estuvieran  redactados 
conforme  á  las  notas  comunicadas  á  los  catedráticos  de 
Salamanca.  Fernando  Colón  refiere  que  los  catedráticos 
objetaron  al  Almirante  con  la  autoridad  de  Séneca,  que 


del  Almirante,  nacido  el  15  de  Agosto  de  1488.  Esta  dama  so- 
brevivió á  Colón,  quien  en  el  testamento  puso  una  cláusula  en 
su  favor,  añadiendo  ingenuamente:  «la  razón  dello  non  es  licito 
de  la  escrebir  aqui.»  Los  biógrafos  del  grande  hombre,  como  de 
costumbre,  no  han  ínostrado  tan  virtuosa  discrección. 


DESCUBRIMIENTO    DK    AMÉRICA.  79 


{por  vía  de  cuestión)  trataba  si  el  Océano  era  infinito ,  de 
suerte  que  el  mundo  era  muy  grande  para  ir  en  tres  años 
al  fin  del  Levante ,  como  quería.  Nada ,  absolutamente 
nada,  hay  en  las  Cuestiones  Naturales  de  Séneca  que , 
pueda  justificar  este  aserto.  Al  contrario ,  está  refutado 
en  el  pasaje  de  Séneca  (Prasf.,  §  11)  que  no  era  des- 
conocido á  D.  Fernando  {Vida  del  Almirante^  capítulo 
vil). 

4.°  Aristóteles,  «en  el  libro  de  Las  Cosas  Naturales, 
habla  de  haber  navegado  por  el  mar  Atlántico  algunos 
mercaderes  cartagineses  á  una  isla  fértilísima,  la  cual 
ponían  los  portugueses  en  sus  mapas  con  el  nombre  de 
de  Antilia,  fuera  ella,  ó  una  de  las  islas  que  se  veían 
todos  los  años  (á  favor  de  ciertas  circunstancias  meteo- 
rológicas) al  Oeste  de  las  Azores,  de  Madera  y  de  la 
Gomera.»  Este  es  el  pasaje  de  las  Mirabiles  Ausculta- 
tiones  del  pseudo  Aristóteles,  libro  que  Mr.  Niebuhr  cree 
escrito  hacia  la  130  Olimpiada,  es  decir,  seis  Olimpiadas 
después  de  la  muerte  de  Theophrasto.  Tómase  gran  tra- 
bajo Fernando  Colón  para  probar,  contra  Oviedo,  que 
esta  isla  de  los  cartagineses  no  era  Haití  ni  Cuba ,  ni 
ninguna  de  las  descubiertas  por  su  padre,  y  cuyo  nú- 
mero, en  la  época  más  desventurada  de  su  vida  (en  1500), 
en  un  fragmento  de  carta  autógrafa  (  Navarrete  ,  Co- 
lección diplom.,  t.  II,  pág.  254),  exagera  hasta  1.700. 
Verdad  es  que  en  esta  controversia  quéjase  D.  Fernando 
de  que,  ignorando  el  griego,  su  adversario  no  haya  po- 
dido leer  el  pasaje  de  Aristóteles  sino  en  los  libros  de 
fray  Teófilo  de  Ferraris;  pero  él  mismo  en  esta  ocasión 
no  daba  pruebas  de  una  erudición  muy  sólida.  Confunde 
la  isla  de  Atlanta,  al  Norte  del  Euripo,  en  el  canal,  entre 
la  Lócrida  y  la  Eubea,  separada  del  continente  por  un 


80  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

terremoto  (Thucydides,  iii ,  39;  Plinio,  ii,  88),  con  la 
Atlántida  de  Solón  y  de  Platón  (Ij;  convierte  en  dos 
personas  distintas  á  Statio  Seboso  (2),  que  permaneció 
algún  tiempo  en  Cádiz  para  adquirir  noticias  de  las  islas 
del  mar  exterior^  j  toma  las  islas  Azores,  cuyas  minas 
nadie  ha  elogiado,  por  las  Cassitérides  (3). 

6°  Strabón,  «en  el  lib.  primo  y  secundo  de  su  Cus- 
mografiaJ>,  habla  de  la  extensión  desmesurada  del  Atlán- 
tico, única  causa  que  impide  el  paso  de  España  á  la  India 
(es  el  texto  lib.  i,  pág.  113  Alm.,  páginas  64  y  65  Cas.,  y 
la  opinión  de  Posidonio  sobre  la  navegación  del  Atlántico 
cuando  es  favorecida  por  los  vientos  de  Sudeste,  lib.  ii, 
página  161  Alm.,  pág.  102  Cas.). 

6.^  Strabón,  en  el  lib.  v,  por  la  inmensa  prolongación 
de  la  India  hacia  el  Este,  según  Ctésias,  Onesicrito  y 
Nearco.  La  cita  del  lib.  v  es  falsa,  porque  en  este  libro 
sólo  se  habla  de  Italia;  pero  el  testimonio  invocado  de 


(1)  «En  fin,  esta  isla  Atlántica  podría  ser  la  isla  de  que  Sé- 
neca hace  mención  en  el  sexto  libro  de  Las  Cosas  Naturales 
(el  pasaje  Qucestiones  Nat.,  vi,  24)  dice,  según  el  pensamiento 
de  Tucídides,  que,  pendiente  la  guerra  de  Morea,  fué  sumergida 
enteramente  ó  ea  parte  una  isla  llamada  Atlántica,  de  que  ha- 
bla Platón  en  el  Timeo.» 

(2)  Estacio  y   Seboso  que   dicen En  cuanto  á  las  islas 

Hespérides  de  Seboso,  «el  Almirante  tuvo  por  cierto  que  fuesen 
las  de  las  Indias».  Yo  ignoro  lo  que  sea  un  Tratado  Cosmográfico 
de  los  lugares  habitables  del  ( historiador  ?)  Julio  Capitolino, 
que  cita  Fernando  Colón,  cap.  Vil. 

(3)  De  este  error  participan  casi  todos  los  hombres  instruí- 
dos  del  siglo  XVI.  Anghiera  dice  también  (epíst.  769):  (dn  Cassi- 
teridibus  insulis  quas  Portugalensis,  earum  possessor,  Azorum 
Ínsulas  nuncupat,  quse  acciderunt,  audito.» 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRIC-A.  81 

tres  viajeros  á  la  India  da  á  conocer  fácilmente  que  Co- 
lón quiso  alegar  el  texto  de  Strabón,  lib.  xv,  pág.  1011 
Alm.,  pág.  690  Cas. 

Casi  superfluo  es  repetir  aquí  que  una  parte  de  éstqs 
pasajes  ( los  de  Aristóteles ,  Se'neca  y  Ptolomeo)  se  en- 
cuentran también  mencionados  en  la  carta  dgl  Alnaj* 
rante  del  año  1498  y  en  su  Lihro  de  las  Profecías.  Este 
último,  si  se  exceptúa  el  coro  de  la  Medea  de  Se'neca, 
sólo  contiene  citas  de  Profetas ,  de  Padres  de  la  Iglesia 
y  de  algunos  rabinos  convertidos ,  mezcla  de  teología 
mística  y  de  erudición  cosmográfica  que,  al  parecer,  ca- 
racteriza la  vejez  de  Cristóbal  Colón.  En  efecto,  cuanto 
no  toca  al  círculo  estrecho  de  los  intereses  materiales  de 
la  vida,  se  eleva  en  el  alma  ardiente  de  este  hombre  ex- 
traordinario á  una  esfera  más  noble,  á  un  esplritualismo 
misterioso.  En  su  opinión,  la  conquista  de  la  India  recién 
descubierta  no  debe  tener  importancia  sino  en  cuanto 
realiza  las  antiguas  profecías  y  conduce,  por  los  tesoros 
que  da,  á  la  conquista  de  la  tumba  de  Cristo  (ci  la  restt- 
tución  de  la  Casa  Santa).  Todas  las  cartas  del  Almi- 
rante expresan  su  ansiedad  por  acumular  oro.  Aunque 
duda,  hasta  la  época  de  su  muerte,  que  América  esté 
separada  del  Asia  Oriental,  escribe  ya  en  1498  á  la 
Eeina  que  CastRla  posee  hpy  otro  mundo  y  que  recibirá 
pronto  barcos  cargados  de  oro,  el  cual  servirá  para  ex- 
tender la  fe  en  el  universo,  «porque  el  oro  es  excelentis- 
simo;  del  oro  se  hace  tesoro,  y  con  él,  quien  lo  tiene, 
hace  quanto  quiere  en  el  mundo,  y  llega  á  que  echa  las 
animas  al  Paraíso.))  Extraña  mezcla  de  ideas  y  de  sen- 
timientos en  un  hombre  superior,  dotado  de  clara  inte- 
ligencia y  de  invencible  valor  en  la  adversidad;  imbuido 
en  la  teología  escolástica,  y,  sin  embargo,  muy  apto  para 


82  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

el  manejo  de  los  negocios;  de  una  imaginación  ardiente 
y  hasta  desordenada,  que  impensadamente  se  eleva,  del 
lenguaje  sencillo  é  ingenuo  del  marino  á  las  más  feli- 
ces inspiraciones  poéticas,  reflejando  en  él,  por  decirlo 
así,  cuanto  la  Edad  Media  produce  de  raro  y  sublime 
á  la  vez. 


IV. 


Opiniones  de  los  antiguos  sobre  la  geografía  física  del  globo 
y  manera  de  figurarla. 


Ea  el  Apéndice  á  esta  obra  publicaremos  los  textos 
citados  en  los  escritos  de  Colón  y  que  por  confesión  pro- 
pia influyeron  en  su  empresa.  Creo  que  su  reunión  ten- 
drá además  otro  interés:  el  de  aclarar  la  historia  de  la 
geografía  en  general. 

Es  curiosísimo  reunir  y  comparar  las  opiniones  que  los 
antiguos  se  habían  formado  de  la  posibilidad  de  comu- 
nicaciones entre  las  extremidades  opuestas  de  la  tierra 
habitada,  como  de  la  existencia  de  algunas  otras  masas 
continentales  separadas  de  ella.  Estas  opiniones  fueron 
transmitiéndose  en  no  interrumpida  serie  al  través  de  la 
Edad  Media. 

Desde  los  Orígenes  de  Isidoro  de  Sevilla  hasta  la 
Margarita  filosófica  de  Jorge  Reisch,  prior  del  convento 
de  los  Cartujos  de  Friburgo ,  libro  que  tan  grande  in- 
fluencia ejerció  en  el  estado  de  los  conocimientos  en  el 


8,4  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

siglo  XVI  (1)  j  cuyo  nombre  está  hoy  casi  olvidado;  los 
hombres  más  célebres,  Vicente  de  Beauvais  (Yincentius 
Bellovacensis,  autor  del  Speculum  majus) ,  Juan  Salis- 
burj  (Joannes  parvus  Sarisberiensis),  Roger  Bacon  j 
Pedro  d'Aillj  tomaron  de  Aristóteles ,  de  Plinio ,  des- 
graciadamente más  conocido  que  Strabón,  y  de  Séneca 
lo  que  se  relaciona  con  la  cosmografía  y  la  física  del 
globo.  Por  esta  continua  filiación,  las  indicadas  ideas  se 
conservaron  y  dominaron  los  ánimos  cuando  el  ardiente 
deseo  de  las  empresas  marítimas  sucedió  al  no  menos 
ardiente  de  las  largas  peregrinaciones  por  el  interior  de 
las  tierras. 

Al  llegar  á  las"  cuestiones  que  ofrecen  importancia  é 
interesan  á  los  estudios  filológicos,  no  puedo  pasar  en 
silencio  lo  que  peternece  menos  á  la  descripción  del 
mundo  real  que  al  ciclo  de  la  geografía  mítica. 

Sucede  al  espacio  lo  mismo  que  al  tiempo.  No  se 
puede  tratar  la  historia  bajo  un  punto  de  vista  filosó- 
fico ,  dejando  en  completo  olvido  los  tiempos  heroicos. 
Los  mitos  de  los  pueblos,  mezclados  á  la  historia  y  á 
la  geografía,  no  pertenecen  por  completo  al  mundo 
ideal;  si  uno  de  sus  rasgos  distintivos  es  la  vaguedad; 
si  el  símbolo  cubre  en  ellos  la  realidad  con  un  velo  más 
ó  menos  espeso,  los  mitos,  íntimamente  ligados  entre  sí, 
revelan ,  sin  embargo ,  la  raíz  de  las  primeras  nociones 
cosmográficas  y  físicas. 


(1)  Prueba  esta  influencia  la  rapidez  con  que  se  repitieron 
las  ediciones  de  la  Enciclopedia  de  Eeisch  en  los  primeros 
veinte  años.  Me  he  valido  de  la  edición  do  1603,  que  Panzer 
y  Ebert  consideran  la  más  antigua ;  pero  después  demostraré 
que  esta  obra  fué  escrita  antes  de  1496. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  85 

Los  hechos  de  la  historia  y  de  la  geografía  primiti- 
vas no  son  solo  ficciones  ingeniosas ,  puesto  que  reflejan 
las  opiniones  formadas  acerca  del  mundo  real.  El  gran 
continente  más  allá  del  Mar  Cronieno  y  esa  Atlántida 
de  Solón  que  preocupaba  á  los  contemporáneos  de  Cris- 
tóbal Colón ,  jamás  tuvieron  la  realidad  local  que  se  les 
asigna;  ¿pero  es  preciso,  por  ello,  considerarlos  sentina 
fahularum  y  desdeñar  como  á  los  Cabiros,  los  miste- 
rios samotracios  y  cuanto  se  refiere  á  las  primeras  for- 
mas de  creencias,  relativas  á  los  cultos,  lo  que  atañe  á 
la  configuración  del  globo  y  á  la  filiación  de  los  pueblos 
y  de  las  lenguas,  creencias  que  son  el  producto  instintivo 
de  la  inteligencia  humana? 

La  idea  de  la  probable  existencia  de  una  masa  de 
tierra  separada  de  la  que  habitamos  por  vasta  extensión 
de  mares,  debió  ocurrir  desde  los  tiempos  más  remotos. 
Es  tan  natural  al  hombre  franquear  con  la  imaginación 
los  límites  del  espacio  y  soñar  la  existencia  de  algo  más, 
allá  del  horizonte  oceánico,  que  aun  en  los  tiempos  en 
que  se  creía  la  tierra  un  disco  de  superficie  plana  ó  lige- 
ramente cóncava,  podía  imaginarse  que  más  allá  de  la. 
cintura  del  Océano  homérico  existía  alguna  otra  habita- 
ción de  hombres,  otra  oUovjjlÍvtj ^  el  Lokaloka  de  los  mi- 
tos indios,  anillo  de  montañas  situado  más  allá  del  sép- 
timo mar. 

Este  concepto  debía  tomar  más  desarrollo  conforme 
se  iba  extendiendo  la  navegación  al  Oeste  de  las  colum- 
nas de  Briareo  ó  de  JEgsenon,  multiplicándoselos  cuen- 
tos de  los  viajeros  fenicios',  y  cuando  se  pudo  formar  al- 
guna idea  de  los  contornos ,  ó,  mejor  dicho ,  de  la  forma' 
limitada  de  nuestra  masa  continental.  La  g7^an  tierra 
situada  hacia  el  Noroeste ,  que ,  como  Meropis,  está  in- 


86  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

dicada  en  los  fragmentos  de  Theopompo  y  como  conti- 
nente cronieno  en  dos  pasajes  de  Plutarco  que  después 
examinaremos,  corresponde  á  una  serie  de  mitos  que,  á 
pesar  de  los  sarcasmos  poco  ingeniosos  de  los  Padres  de 
la  Iglesia  (1) ,  es  de  remota  antigüedad  en  la  esfera  de 
las  opiniones  helénicas,  como  todo  lo  que  se  relaciona 
con  Sileno,  adivino  y  personaje  cosmogónico,  ó  á  ese  im- 
perio de  los  Titanes  y  de  Saturno,  progresivamente  re- 
chazado hacia  el  Oeste  y  Noroeste  (2). 

El  mito  de  la  Atlántida  ó  de  un  gran  continente  occi- 
dental, aunque  no  se  le  crea  importado  de  Egipto  y  sí 
debido  exclusivamente  al  genio  poético  de  Solón,  data 
por  lo  menos  del  siglo  vi  antes  de  nuestra  era.  Cuando 
la  hipótesis  de  la  esfericidad  de  la  tierra,  producto  de  la 
escuela  de  los  Pitagóricos  llegó  á  extenderse  y  á  apode- 
rarse de  los  ánimos,  las  discusiones  sobre  las  zonas  habi- 
tables y  la  probabilidad  de  la  existencia  de  otras  tierras 
cuyo  clima  era  igual  al  nuestro  en  paralelos  heterónimos 
y  en  estaciones  opuestas,  convirtiéronse  en  materia  de  un 
capítulo  indispensable  en  todo  tratado  de  la  esfera  ó  de 
cosmografía. 

Los  que  como  Polibio  y  Eratósthenes  no  habían  obser- 
vado que  la  elevación  de  las  tierras,  el  decrecimiento  de 
la  marcha  aparente  del  sol  al  aproximarse  á  los  trópicos 
y  el  alejamiento  de  dos  pasos  del  sol  por  el  zenit  de  la 


(1)  Tertuliano,  De  Pallio,  cap.  ii.  aViderit  Anaximander 
si  plures  (mundos)  putat:  viderit  si  quis  uspiam  alius  ad  Me- 
ropas,  ut  Sileuus  penes  aures  Midas  blatit,  aptas  sane  grandio- 
ribus  fabulis,  &.  (Véase  también  Tertuliano,  adversvs  Ilermog. 
cap.  xxv).  ((Silenum  illum  de  alio  orhe  abseverantem.» 

(2)  Según  Theopompo,  el  mismo  Saturno  es  entre  los  occi- 
dentales una  encarnación  del  invierno. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  87 


localidad,  hacían  la  zona  ecuatorial  7  el  Ecuador  mismo 
menos  cálidos  que  las  regiones  más  próximas  á  los  tró- 
picos, sumergían,  por  efecto  de  una  corriente  ecuatorial, 
esta  parte  de  la  superficie  del  globo,  que,  quemada  por 
el  sol,  no  la  creían  en  manera  alguna  á  propósito  para 
ser  habitada. 

Propagaron  principalmente  esta  cuestión  el  estoico 
Cleanthes  y  el' gramático  Crate's.  Refutóla  Gemino,  pero 
reapareció  con  gran  crédito  á  principios  del  siglo  v  en  la 
teoría  de  las  impulsiones  oceánicas  que  Macrobio  expuso 
como  una  explicación  del  flujo  7  reflujo  del  mar.  Mas  allá 
de  este  brazo  del  Oce'ano  ecuatorial  que  atraviesa  la  zona 
tórrida,  más  allá  de  nuestra  masa  de  tierras  continenta- 
les, extendidas  en  forma  de  clamyde  7  aisladas  en  una 
parte  del  hemisferio  boreal,  suponíase  la  existencia  de 
otras  masas  de  tierras,  en  las  cuales  se  repiten  los  mis- 
mos fenómenos  climatéricos  que  observamos  en  las 
nuestras.  No  parecía  probable  que  la  gran  porción  de  la 
superficie  del  globo  no  ocupada  por  nuesko  oixoujaIvt;  es- 
tuviera toda  cubierta  de  agua.  Ideas  de  equilibrio  7  si- 
metría cuja  falsa  aplicación  han  producido,  hasta  en 
tiempos  modernos,  muchas  ilusiones  geográficas,  opo- 
níanse, al  parecer,  á  ello. 

Bajo  la  influencia  de  estas  ideas  empezaron  á  aparecer 
grupos  aislados  de  continentes  en  el  hemisferio  opuesto, 
indicados  por  Aristóteles  7  su  escuela  (^Meteorológica^  11, 
6;  De  Mundo,  cap.  iii);  los  dos  pueblos  etíopes  de  Gra- 
tes, uno  de  los  cuales  habitaba  al  Sud  del  brazo  de  mar 
ecuatorial;  q\  otro  mundo  áe  Strabón;  el  alter  orhis  de 
Pom ponió  Mela;  una  verdadera  tierra  austral  (1);  las 


(1)  «Quod  si  est  alter  orhis  suntque  opositi  nobis  á  meridie 


ALEJANDRO    DE   IIÜMBOLDT. 


dos  zonas  {cinguli)  habitables  (1)  de  Cicerón  {Somn. 
Scip.,  cap  vi),  una  de  las  cuales  es  la  de  nuestros  antí- 
podas insulares;  en  fin,  la  tierra  quadríñda  ó  las  quatuor 
habitationes  vel  insulce  (cuatro  masas  de  tierra  separadas 
entre  sí)  de  Macrobio  {Comm.  in  Somn.  Scip.,  ii,  9). 

En  el  sistema  pitagórico  de  Philolao,  conforme  al  cual, 
el  sol  es  un  inmenso  reflector  que  recibe  la  luz  de  un 
cuerpo  central  (Hestia),  la  tierra  j  el  Anticlithon  dé 
Hicetas  de  Siracusa  (ííicetas,  según  algunos  manuscri- 
tos de  Cicerón,  Academ.  Qucest.,  vi,  39;  Qícetes»  según 
Flntarco,  de  Flac.Phil.,  iii,  9),  movíanse  paralelamente 
conforme  á  su  órbita  común;  pero  el  Anticlithon  era  el 


Antichthones;  ne  illud  quidem  á  vero  nimium  abscesserit,  in 
illis  terris  ortum  amnen  (Nilum)  ubi  subter  maria  caeco  álveo 
penetraverit,  in'nostiis  rursiis  emergeré  et  bac  re  solstitio  accres- 
cere,  quod  tune  hiems  sit  unde  oritur.»  (Tzschucke,  ad  Mel., 
vol.  II,  p.  I,  páginas  226  y  334).  Lo  de  la  oposición  de  la 
estación  de  las  lluvias  en  el  trópico  de  Cáncer  y  en  el  de  Capri- 
cornio, es  la  teoría  de  los  sacerdotes  egipcios  expuesta  por  Eu- 
doxio  (Plutaeco,  Be  plao.  phil.,  IV,  l).  La  hipótesis  del  Océano 
llenando  la  región  ecuatorial,  hacía  indispensable  el  subter- 
fugio del  paso  submarino  del  Nilo.  Esta  idea,  adoptada  por 
Philostorges  en  el  siglo  V  para  unirla  á  las  ilusiones  teológicas, 
no  era  opuesta  á  la  física  délos  antiguos,  que  con  el  mayor 
atrevimiento  suponían  comunicaciones  fluviales  entre  el  Pe- 
loponeso  y  Sicilia;  y  Cosmas  Indicopleustes  hace  también  que 
nazcan  los  cuatro  ríos  del  Paraíso  en  su  continente  trans- 
oceánico, y  lleguen  por  canales  subterráneos  á  nuestra  tierra  ha- 
bitada. 

(1)  «Dúo  (cinguli)  sunt  habitabiles;  quorum  australis  ille, 
in  quo  qui  insistunt,  adversa  nobis  urgent  vestigia,  nihil  ad 
vestrum  genus.  Hic  autem  alter  subjectus  Aquiloni ,  quem  in 
colitis-parva  qugedam  est  ínsula,  circumf usa  illo  mari  quod  Ocea- 
num  appelatis.»  (Cicer.,  Opp,  edit.  Schutz,  t,  xvi,  p.  ii,  pá- 
gina 98.) 


DESCUBRIMIENTO.  DE   AMÉRICA.  89 

heDiisferio  opuesto  al  nuestro,  hemisferio  que  los  geó- 
grafos poblaban  á  su  gusto  (1). 

He  creído  deber  dar  esta  reseña  general  dé  las  ideas 
que  constantemente  se  han  formado  los  hombres  acerca 
de  la  existencia  de  otro  mundo  ó  de  continentes  trans- 
oceánicos desde  los  tiempos  más  remotos.  Los  Padres  de 
la  Iglesia,  de  quienes  el  monje  Cosmas  fué  inte'rprete, 
desfiguraron  estos  conceptos  primitivos  del  modo  más 
extraño,  suponiendo  una  terraultra  Oceanum  que  encua- 
draba el  paralelógramo  de  su  mapa  mundi.  Viviendo  la 
Edad  Media  sólo  de  recuerdos  que  suponía  clásicos  y  sin 
fe  en  sus  propios  descubrimientos,  si  no  creía  encontrar 
en  los  antiguos  indicios  de  ellos,  estuvo  hasta  los  tiem- 
pos de  Colón  agitada  por  todas  las  ilusiones  cosmográ- 
ficas de  los  siglos  anteriores. 

Al  lado  de  esta  tendencia  tan  natural,  j  por  lo  mismo 
tan  general,  de  suponer  muchas  tierras  habitadas  que 
los  mares  separaban,  encue'ntrase  otra  no  menos  antigua: 
la  de  considerar  las  islas  ó  los  puntos  de  tierras  nueva- 
mente descubiertos,  como  contiguos  y  formando  parte 
de  un  gran  continente.  En  esta  última  forma  fueron  re- 
presentadas primeramente  las  Islas  Británicas  (Dión 
Cassio  XXXIX,  50;  Flor.,  iii,  10),  y  Ceylán  (Trapobana 
ó  Sielediv),  ccquas  Hipparcho  (2)  prima  pars  Orbis  alte- 


(1^  «Antichtones  alterara  (térras  partera)  uon  alterara  in- 
colimus.»  (Mela,  I,  1,  2).  Ya  hemos  visto  antes  que  estos  A ii- 
tichtones  de  Mela,  habitantes  del  hemisferio  austral,  están 
separados  de  nuestra  masa  continental  por  el  Océano,  que  cu- 
bre el  centro  de  la  zona  tórrida. 

(2)  La  cita  de  Hipparco  resulta  dudosa  (TzscHUCKE ,  ad 
Jlela,  vol.  II,  parte  iil,  pág.  251)  cuando  se  recuerda  que  más 
de  ciento  ciencuenta  años  antes  de  Hipparco,  en  la  expedición 


90  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

rius  dicitur»  (Mela,  iii,  7,  7).  Esta  expresión  tan  carac- 
terística de  un  otro  mundo,  encuéntrase  en  Plinio  unida 
á  la  de  tierra  de  los  antichtones  «Trapobanen  alterum 
orbem  esse  diu  existimatum  est,  Antichthonum  appella- 
tione».  (Plin.,  vi,  22,  §  24.) 

La  historia  de  los  descubrimientos  geográficos  mo- 
dernos nos  muestra  la  misma  inclinación  á  transformar, 
gracias  á  prolongaciones  de  contornos  fantásticos  y 
uniones  imaginarias,  los  cabos  de  muchas  islas  y  de 
vastos  continentes.  Hay  más;  la  predilección  por  las  li- 
gaduras que  acabamos  de  indicar  en  el  trazado  de  los 
mapas,  conduce  á  otro  procedimiento,  hallado  lo  mismo 
en  Ptolomeo  que  en  los  geógrafos  de  nuestro  siglo. 
Cuando  las  extremidades  de  las  tierras  que  se  han 
unido  ó  alineado  en  continentes  se  acercan  á  nuestros 
oixoojjiévT),  abandónase  la  hipótesis  de  los  continentes  se- 
parados y  se  les  une  á  puntos  antiguamente  conocidos. 
De  este  modo  Marin  de  Tyro  y  Ptolomeo  transforma- 
ron el  mar  de  la  India  en  un  mar  cerrado  ó  mediterrá- 
neo. Imaginábase  que  la  península  transgangética,  donde 
estaba  situada  Catígara  (Caitogora,  Edrisi,  pág.  57), 
más  allá  del  Sinus  Magnus,  en  la  extremidad  oriental 
del  Asia,  se  unía  hacia  el  Oeste  por  medio  de  una  tierra 
incógnita  al  promontorio  Prasum  (cabo  Delgado),  y  á  la 
costa  africana  de  Azania  (Ayan,  el  Zingium  de  Cosmas 


macedónica,  Onesicrito  y  Megasthenes  habían  reconocido  Tra- 
bobana  como  isla  (Strabón,  XV,  pág.  1.011;  Alm.  pág.  689  Cas.); 
opinión  expresada  hasta  en  el  pseudo  Aristóteles  {De  3Jvndo, 
cap.  Iii),  donde  Trabobana,  como  isla,  es  comparada  á  Albión 
y  á  Jerne.  El  texto  de  Mela  (iii  ,  7  7),  está  probablemente 
corrompido,  como  lo  prueban  las  siguientes  palabras:  Sed  quia 
lidhitatur 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  91 

Indicopleustes,  Montfaucon,  ii,  132).  Afortunadamente 
esta  hipótesis  da  un  mar  cerrado,  desconocido  para  Stra- 
bón,  que  rechaza  tolos  los  istmos  desde  el  estrecho  de 
Hércules  hasta  el  mar  Rojo,  no  estorbó  ni  detuvo  los 
descubrimientos  de  los  intrépidos  navegantes  del  si- 
glo XV,  á  pesar  de  que  la  falsa  erudición  ejercía  en  ellos 
más  influencia  de  lo  que  generalmente  se  cree. 

Por  un  procedimiento  semejante,  en  el  célebre  mapa  de 
América  que  Juan  Ruysch  añadió  á  la  edición  de  la 
(Geografía  de  Ptolomeo,  publicada  en  Roma  en  1508, 
encuéntrase,  según  la  observación  de  Mr.  Walckenaer, 
no  sólo  la  Gruenlant  (Groenlandia),  sino  también  Terra- 
nova  y  los  Baccalaurce,  completamente  separados  de  la 
América  insular,  es  decir  áelMundus  Novus,  de  la  Terra 
Sanctae  Crucis,  y  reunidos  al  continente  septentrional 
de  Asia  (la  tierra  de  Gog,  las  costas  del  Plisacus  Sinus, 
y  el  país  de  Ergigaí). 

Separaciones  idénticas,  aunque  mucho  más  atrevi- 
das (1),  porque  unen  todo  el  Canadá  y  la  Florida  al 
Asia  boreal,  y  los  separan  de  Brasilia  (la  América   del 


(1)  JoANNis  SCHONERI  Carolostadü,  Opusculum  Geogra- 
phicum  (40  páginas  en  4.°)  Noricae,  anno  xxxiii  (sic),  lib,  il, 
cap.  20.  En  cuanto  á  Plisceus  (Plisacus)  Sinus  de  Juan 
Ruysch,  en  el  cual  desemboca  el  Folicacus  Jiuvius,  parece  á 
primera  vista  reconocer  en  él  algún  rastro  de  geografía  anti- 
gua; pero  estos  nombres  son  sencillamente  alteraciones  viciosas 
de  Pouli  Sagam,  de  Marco  Polo,  puente  del  río  Sagan  (el  Sang- 
kanho  de  los  chinos),  cerca  de  la  ciudad  de  Khanbalon  ó  Tatú 
(Klaproth  ,  Tahleaux  historiques  n."  22),  Latinizando  se  ha 
convertí 'i  o  Pulüangam  en  Pul  ¿sica,  y  FuUsica  en  Polisaeus. 
Mas  adelante  hablaré  de  los  nombres  de  las  ciudades  comer- 
ciales de  China,  tal  y  como  los  altera  Colón. 


92  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Sud)  «extendida  hacia  Melacha  (Malacca)  y  Zanzíbar 
(costa  é  iela  de  Za-nguebar,  quizá  la  isla  Akgia  de  los 
árabes)j!),  reaparecen  en  1583  en  la  cosmografía  de  Juan 
Schoner. 

Posteriormente,  Sebastián  Munster,  uno  de  los  restan  - 
radores  de  las  ciencias  geográficas ,  une  la  Groenlandia 
á  la  !N'oruega,  y  aun  en  nuestros  días,  entre  los  meridia- 
nos del  cabo  de  Hornos  y  el  de  Buena  Esperanza,  hay 
de  vez  en  cuando  el  capricho  de  reunir  islas  próximas  al 
círculo  polar  antartico  en  grandes  masas  continentales. 


Influencia  de  Pablo  Toscanelli  en  los  proyectos 
de  Cristóbal  Colón. 


Sin  negar  la  influencia  que  las  opiniones  y  los  testi- 
monios de  los  antiguos  lian  ejercido  en  el  ánimo  de 
Cristóbal  Colón,  no  diremos,  sin  embargo,  que  el  descu- 
brimiento de  América  se  debe  á  Pytheas  (1),  á  Eratosthe- 
nes  (2)  ó  á  Posidonio  (3).  Colón,  después  de  lograr  su 
propósito,  distingue  con  legítimo  orgullo  entre  el  mérito 
de  la  ejecución  y  el  de  los  acertados  presentimientos.  Al 
llegar  á  Lisboa,  de  vuelta  de  su  primer  viaje,  escribe 
(el  14  de  Marzo  de  1493)  á  su  protector  D.  Luis  San- 
tángel,  ministro  de  Hacienda  por  la  corona  de  Aragón: 
« Consecuti  sumus  quce  hactenus  mortalium  vires  minime 
attigerant:  nam  si  harum  Insularum  {índice  supra  Gan- 
gem)  quidpiam  alijui  scripserunt  aut  locuti  sunt,  omnes 


(1)  Mannert,  Einleit .  in  die  Geogr.  der  Alten.,  1829,  pá- 
gina 79. 

(2)  LUD  Ideler  ,  Proleg.  de  Meteorología  Grosccr.  et  Ro- 
mán., 1832,  pág.  6.  El  pasaje  de  Strabón,  i,  pág.  115  Alm.,  pá- 
ginas 64  y  65  Cas  ,  presenta,  en  efecto,  una  opinión  de  Eratós- 
thenes  y  no  de  Pythéas,  como  pretende  Mr.  Mannert.  Véase 
también  Eühkopf  ad  Senecam,  t.  v,  pág.  11. 

.    (3)  Strabóx,  II,  pág.  161  Alm.,  pág.  102  Cas. 


94  ALEJANDRO   DE    UÜMBOLDT. 

per  ambages  et  conjeturas,  nemo,  se  eas  vidisse  asserit; 
unde  prope  videbatur  fabulai>  (1). 

Algún  tiempo  después  añade  el  Almirante  en  la  carta 
á  los  Reyes,  fechada  en  la  isla  de  Haiti  en  Octubre  de 
1498:  «Todos  los  que  habían  oído  {mi)  plática,  todos  lo 
tenían  á  burla,  salvo  dos  frailes  que  siempre  fueron  cons- 
tantes» (probablemente  el  guardián  del  convento  de  la 
Rábida,  fray  Pérez  de  Marchena,  franciscano,  y  el  do- 
minico fray  Diego  de  Deza ,  que  permanecieron  cons- 
tantes en  sus  opiniones). 

A  la  influencia  de  ambos  religiosos  y  al  gran  corazón 
de  la  reina  Isabel  (2)  debió  Colón  la  dicha  de  realizar 
su  vasto  proyecto,  y  también  á  la  de  Pablo  (del  Pozzo) 
Toscanelli,  que,  con  sus  consejos,  dióle  mayor  seguridad 
de  ejecutarlo.  No  esperaba,  sin  duda,  la  buena  fortuna 
de  encontrarse  en  perfecta  identidad  de  miras  con  uno 
de  los  más  ilustres  geógrafos  de  su  época,  y  el  mismo 
Colón  confiesa  que  esta  conformidad  de  razonamientos 
le  alentó  en  la  idea  que  se  había  formado  de  las  ventajas 
de  un  camino  á  la  India  por  la  vía  del  Oeste,  y  de  la 
esperanza  de  encontrar  islas  antes  de  llegar  á  la  costa 
de  Asia.  No  pondré  aquí  el  texto  (3)  de  las  dos  cartas 


(1)  Cito  conforme  á  la  traducción  de  Léander  de  Cozco,  por 
haberse  perdido  para  nosotros  el  original  español,  á  excepción 
de  algunos  fragmentos  que  Muñoz  encontró  en  los  manuscritos 
de  Bernáldez,  el  cura  de  Los  Palacios. 

(2)  «Ese  gran  corazón  que  se  muestra  en  las  grandes  cosas». 
(Hermosa  frase  contenida  en  Ja  misma  carta  de  1498.) 

(3)  Habiéndose  perdido  el  texto  original,  sólo  conocemos  la 
traducción  española.  Vida  del  Almirante,  cap.  vil;  Leonardo 
XiMENEZ  Del  veccJiio  enuovo  gnomone  fior entino ^  1757,  LXXix 
y  xcvii  (Las  investigaciones  de  este  sabio  jesuíta  sirvieron  d« 


DKSCÜBUIMIENTO    DE   AMÉRICA.  95 

de  Toscanelli,  escritas  primitivamente  en  latín  é  impre- 
sas muchas  veces:  limitaréme  á  llamar  la  atención  sobre 
algunos  conceptos  de  ellas,  cuya  importancia  histórica  no 
se  ha  hecho  resaltar  bastante,  porque  en  cuestiones  de 
esta  índole  siempre  habrá  que  acudir  á  los  documentos 
del  siglo  XV. 

ftLa  autoridad  de  los  autores  clásicos  y  otras  seme- 
jantes de  este  autor  (Pedro  de  Heliaco),  dice  Fernando 
Colón,  fueron  las  que  movieron  más  al  Almirante  para 
creer  su  imaginación,  como  también  un  maestro,  Paulo 
Físico  (1),  florentín,  hijo  de  Domingo,  contemporáneo 


fundamento  al  excelente  artículo  Toscanelli,  redactado 
por  M.  de  Angelis  en  el  vol.  xlvi  de  la  Biograpliie  universelle); 
Journal  des  Savans ,  Enero  1758.  Na  varéete,  t.  ii,  páginas 
1  y  4.  (Véanse  también  Bossi,  Vita  di  Christ.  Colomho,  pági- 
nas 105  y  153;  Canovaí,  Viaggi  di  Amer.  Vespucci,  páginas 
355  j  370;  Baldelli,  II  Millione,  t.  I,  páginas  60  y  62). 

(1)  Humboldt  traduce  la  palabra  físico  por  médico,  y  da  la 
siguiente  explicación.  Aunque  Toscanelli  fuese  sin  duda  uno  de 
los  astrónomos  y  de  los  físicos  más  célebres  de  su  época,  y  aun- 
que en  Italia  se  le  llamaba  con  frecuencia  Pablo  el  físico 
{Paulits  phisicus) ,  traduzco  la  palabra  espsiñola físico  por  mé- 
dico. Dicha  palabra  ea  los  siglos  xv  y  xvi  se  tomaba  exclusi- 
vamente en  este  sentido,  y  fué  aplicada  por  ejemplo  á  Maestro 
Bernal,  físico  de  la  carabela  Capitana  en  1502;  al  amigo  de 
Colón,  García  Hernández,  físico  de  Palos,  etc.  Podría  sorpren- 
der también  el  encontrar  en  la  Vida  del  Almirante  donde  no 
se  pone  el  apellido  Toscanelli,  la  extraña  adición,  ({Maestro 
Paulo, físico  del  Maestro  Domingo  fiorentin»\  pero  esta  es  la 
manera  casi  helénica  y  árabe  de  indicar  la  filiación.  Pablo  era 
hijo  de  Domingo,  y  en  el  testamento  de  Nicolás  Nicoli,  hecho  en 
1 428,  encuéntrase  también  nombrado  entre  los  conservadores 
de  la  célebre  biblioteca  del  convento  degli  Angelí  de  Monaci 
Camaldülesi:  Magister  Paulus  Magistri  Domenici  medicus. 
Leonardo  XiMEMEz,  pág.  lxxiv. 


96  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

del  misDio  Alüiirante,  el  cual  dio  causa  en  gran  parte  á 
que  emprendiese  este  viaje  con  más  ánimo.» 

Toscanelli,  inclinado  al  estudio  de  las  matemáticas,  á 
causa  de  un  convite  en  casa  de  Felipe  Bruneleschi  y  de 
l'a  ingeniosa  conversación  que  en  él  sostuvo  este  arqui- 
tecto y  mecánico,  distinguióse  entre  todos  los  astróno- 
mos de  su  época  durante  una  larga  carrera  (llegó  a  la 
edad  de  ochenta  y  cinco  años),  por  su  constante  atención 
á  los  descubrimientos  náuticos  y  á  los  viajes  por  tierra. 

Era  entonces  Italia  el  centro  de  las  grandes  operacio- 
nes comerciales  que  los  písanos ,  venecianos  y  genove- 
ses  hacían  con  el  Asia  austral  (1),  por  la  vía  de  Alejan- 
dría, del  mar  Rojo  y  de  Bassora  y  con  las  costas  del  mar 
Caspio  y  la  Sogdiana,  por  la  vía  de  Azov  (Tana).  No  se 
ocupaba  sólo  Toscanelli  en  la  corrección  de  las  tablas 
solares  y  lunares  por  las  observaciones  gnomónicas  y  de 
astrolabio,  como  de  cuanto  podía  facilitar  el  empleo  de 
los  métodos  de  astronomía  náutica,  ampliamente  discu- 
tidos, pero  rara  vez  empleados  hasta  entonces;  aplicó 
también  su  inteligencia  á  la  comparación  de  la  geografía 
antigua  con  los  resultados  de  los  descubrimientos  mo- 
dernos y  con  la  utilidad  práctica  que  el  comercio  de 
Europa  podría  sacar  de  este  género  de  trabajos  abriendo 
un  camino  directo  al  país  de  las  especias  por  medio  de 
la  navegación  hacia  el  Oeste. 


(1)  «El  gran  obstáculo  para  el  comercio  de  la  India  por  el 
interior  de  Asia,  dice  un  escritor  del  siglo  xvi,  consiste  en  la 
barbarie  de  los  pueblos  tártaros  que,  no  pudiendo  atacar  la  In- 
dia por  mar,  hacen  invasiones  por  tierra  j  la  saquean  y  arrui- 
nan, como  sucede  á  la  pobre  Italia,  convertida  en  presa  de  ale- 
manes, franceses  y  españoles.»  (Eamüsio,  1. 1,  pág.  338.) 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  97 

La  prueba  de  este  encadenamiento  de  ideas,  de  este 
movimiento  intelectual  desde  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XV,  la  encontramos  en  las  cartas  de  Toscanelli  y  en 
todos  los  escritores  notables  de  su  época.  Cristóforo  Lan- 
dino,  florentino,  traductor  de  Plinio  y  comentador  de 
Virgilio,  habla  del  concurso  de  extranjeros  en  su  patria, 
de  hombres  que  llegaban  de  las  regiones  más  lejanas, 
que  circa  initia  Tañáis  habitant.  Ego  autem  interfui  cum 
FlorenticB  tilos  Paulus  physicus  diligenter  quaque  inte' 
rrogaret  (1).  Estas  relaciones  con  los  negociantes  que 
venían  de  Oriente,  hasta  de  la  misma  India  y  del  archi- 
piélago indio ,  como  el  veneciano  Nicolás  Conti  (2), 
enardecieron  la  imaginación  del  anciano. 


(1)  Georgicon  ed  {Londinus,  Venet.,  1520,  pág.  48). 

(2)  La  mejor  prueba  de  la  impresión  profunda  que  esta  co- 
rrespondencia con  Toscanelli  hizo  en  el  ánimo  de  Colón,  es  la 
introdacción  del  Diario  de  ruta  de  su  primer  viaje,  donde  casi 
repite  las  palabras  empleadas  por  el  geómetra  florentino. 

COLÓN.  TOSCANELLI.' 

«La  información  que  yo  ha-  «Las  partes  de  Indias  donde 

bía  dado  á  VV.  A  A.  délas  tie-  se  podrá  ir  y  el  dominio  de 

rras  de  india  y  de  un  príncipe  un    príncipe    llamado    Gran 

que  es  llamado  Gran  C'in,  que  Caoi,  que  es  lo  mismo  que  Rey 

quiere  decir  en   nuestro  ro-  de  los  reyes;  sus  predecesores 

manee  Rey  de  los  reyes,  como  enviaron  embajadores  al  Papa 

muchas  veces  él  y  sus  antece-  pidiéndole  maestros  que  les 

sores  habían  enviado  á  Roma  instruyesen  en  nuestra  fe.» 
á  pedir  doctores  en  nuestra 
santa  fe,  porque  les  enseñasen 
en  ella.)) 

Pudo  sin  duda  Colón  tomar  estas  nociones  del  Millione  de 
Marco  Polo,  á  quien  no  nombra,  como  tampoco  á  Toscanelli; 
pero  la  serie  de  las  ideas  y  las  palabras  paréceme  que  indican 
una  reminiscencia  de  la  carta  de  Toscanelli  al  canónigo  Mar- 
tínez. 


98  ALEJANDRO   DE    UÜMBOLDT. 

Más  de  setenta  y  siete  años  contaba  ya  cuando  escri- 
bió á  Colón :  «Alabo  vuestro  designio  de  navegar  á  Oc- 
cidente, y  estoy  persuadido  que  habréis  visto,  por  mi 
«arta,  que  el  viaje  que  deseáis  emprender  no  es  tan  difícil 
como  se  piensa;  antes  al  contrario,  la  derrota  (es  decir, 
la  travesía  desde  las  costas  occidentales  de  Europa  á  las 
Indias  de  las  especias,  Indie  delle-spezierie^  como  decían 
los  florentinos  y  los  venecianos)  es  segura  por  los  para- 
jes que  he  señalado;  quedaríais  persuadido  enteramente 
si  hubieseis  comunicado  como  yo  con  muchas  personas 
que  han  estado  en  estos  países  (la  India  de  las  especias), 
y  estad  seguro  de  ver  reinos  poderosos,  cantidad  de  ciu- 
dades pobladas  y  ricas  provincias»,  etc. 

En  la  carta  al  canónigo  Martínez  dice  también  Tos- 
canelli:  «Desoló  el  puerto  de  Z aitón  (Zaithun),  uno  de 
los  más  hermosos  y  famosos  de  Levante,  parten  todos 
los  años  más  de  cien  bajeles  cargados  de  pimienta,  sin 
contar  otros  que  vuelven  cargados  de  toda  clase  de  es- 
pecias. Es  grande  y  poblado  el  país;  tiene  muchas  pro- 
vincias y  muchos  reinos  del  dominio  de  un  príncipe 
solo,  llamado  el  Gran  Can  (Khan),  que  es  lo  mismo  que 
Rey  de  Reyes.  Ordinariamente  tiene  su  residencia  en  el 
Catay.  Sus  predecesores  deseaban  tener  comercio  con  los 
cristianos,  y  ha  doscientos  años  que  enviaron  embajado- 
res al  Papa,  pidiéndole  maestros  que  les  instruyesen  en 
nuestra  fe;  pero  no  pudieron  llegar  á  Roma  y  se  vieron 
precisados  á  volverse  por  los  embarazos  que  hallaron  en 
el  camino.  En  tiempo  del  papa  Eugenio  IV  vino  un 
embajador  que  le  aseguró  el  afecto  que  tenían  á  los  cató- 
licos los  príncipes  y  pueblos  de  su  país;  estuve  con  él 
largo  tiempo;  me  habló  de  la  magnificencia  de  su  B.ej, 
de  los  grandes  ríos  que  había  en  su  tierra,  y  que  se 


rKSCUBRI MIENTO   DR   AMÉRICA.  99 

veían  doscientas  ciudades  con  puentes  de  mármol,  fabri- 
cadas sobre  las  riberas  de  un  río  solo.  El  país  es  bello,  y 
jiosotros  debíamos  haberle  descubierto  por  las  grandes 
riquezas  que  contiene  y  la  cantidad  de  oro,  plata  y  pe- 
drería que  puede  sacarse  de  él;  escogen  para  gobernado- 
res los  más  sabios,  sin  consideración  á  la  nobleza  y  á  la 
hacienda.  Hallaréis  en  el  mapa  que  hay  desde  Lisboa 
Á  la  famosa  ciudad  de  Quisay,  tomando  el  camino  dere- 
cho á  Poniente,  veintiséis  espacios,  cada  uno  de  150 
millas.  Quisay  (Quinsai)  tiene  35  leguas  de  ámbito; 
su  nombre  quiere  decir  ciudad  del  cielo:  vense  allí  diez 
grandes  puentes  de  mármol  sobre  gruesas  columnas  de 
una  extraña  magnificencia:  está  situada  en  la  provincia 
de  Mango,  cerca  de  Catay í)  (1). 

Es  probable  que  las  animadas  relaciones  del  veneciano 
Nicolás  de  Conti,  que  7Íno  á  Florencia  en  1444,  después 
de  veinticinco  años  de  viajes  por  Syria,  el  golfo  Pérsico, 
la  India  á  ambos  lados  del  Ganges,  la  China  meridional, 


(1)  No  ignoro  que  todos  los  comentadores  de  las  cartas  de 
Toscanelli  creen  poder  citar  los  capítulos  del  Yiaje  de  Marco 
Polo,  donde  el  astrónomo  florentino  aprendió  las  nociones  sobre 
el  comercio  de  pimienta  de  Zaithun  (lib.  ii,  cap.  77),  y  la 
magniñcencia  de  la  gran  ciudad  de  Quisai  (lib.  ii,  capí- 
tulo 68) ;  pero  aquí  debo  observar  que  existen  dudas  acerca 
de  lo  que  con  preferencia  pudo  saber  por  lí  i  colas  de  Conti  ó 
por  las  conversaciones  con  viajeros  recientemente  llegados 
del  Asia  Oriental,  ó  por  el  manuscrito  de  Poggio.  No  encuentro 
la  traducción  de  Gran  Can  {Bey  de  los  reyes);  (Conti  traduce 
Emperador)  y  de  Quinsay  {Ciudad  del  cielo),  más  que  en 
Marco  Polo;  pero  los  12.000  puentes  de  Quisay  en  la  relación 
de  Marco  Polo,  los  reduce  Toscanelli  (y  esto  me  llama  mucho 
la  atención)  á  diez,  y  el  circuito  de  Quisay  es  casi  igual  al  que 
refiere  Nicolás  de  Conti.  (Ramusio,  1. 1,  pág.  3á0  h.) 


100  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

el  archipiélago  de  la  Sonda,  Ceylán,  el  mar  Rojo  "y 
Egipto,  de  igual  suerte  que  la  frecuencia  de  relaciones 
comerciales  con  estas  ricas  comarcas,  hicieran  muy  fa- 
miliar á  Toscanelli  el  conocimiento  topográfico  del  Asia 
meridional  y  oriental.  Toscanelli  vivió  siempre  en  Flo- 
rencia, y  allí  fué  donde  el  papa  Eugenio  IV  (de  la  fami- 
lia Condolmeri  de  Venecia)  perdonó  al  viajero  Conti,  su 
compatriota,  la  apostasía  (1),  imponiéndole  por  peni- 


(1)  Nicolás  de  Conti  tuvo  que  renegar  de  la  fe  para  salvar 
la  vida.  Eamusio,  según  la  edición  de  Venecia  de  1613,  dice  que 
esta  absolución  fué  en  1449;  pero  el  papa  Eugenio  IV  murió  dos 
años  antes.  La  redacción  latina  del  viaje  de  Conti,  hecha  por 
ese  mismo  Poggio  á  quien  se  debe  el  descubrimiento  de  fantos 
preciosos  manuscritos  de  clásicos  latinos  en  Suiza  y  en  Alema- 
nia, no  ha  llegado  hasta  nosotros.  Lo  que  poseemos  en  italiano 
del  viaje  de  Conti  es  una  traducción  hecha  de  la  versión  por- 
tuguesa de  Valentín  Fernández,  y  desgraciadamente  no  pasa 
de  ser  un  fragmento  incorrectísimo.  En  la  Giava  maggiore 
(Borneo?)  Conti  vio  pájaros  del  paraíso,  ucelli  senza  piedl 
(Ram.,  t.  I,  pág.  311  h).  Son  los  mismos  pájaros  del  sol  {passa- 
res  da  sol),  de  los  primeros  navegantes  portugueses.  (Reinh 
FORSTEE,  Zool.  ind.,  1795,  pág.  30).  He  aquí  las  palabras  de 
Conti,  que  sin  duda  no  vio  más  que  los  pájaros  preparados  por 
los  indígenas  y  transportados  de  isla  en  isla  como  objetos  de 
adorno:  «Nella  Giava  maggiore  trovansi  uccelli  molte  volte 
che  sonó  senza  piedi,  grandi  come  colombi,  di  penne  molto 
sottili  e  con  la  coda  lunga,  i  quali  sempre  si  posano  sopra  gli 
arbori;  le  carne  di  quali  non  si  mangiano,  ma  la  pelle  e  la  coda 
sonó  in  grande  stima  perche  s'usano  per  ornamento  del  capo  » 
(Nicolás  de  Conti  en  Ra musió,  t.  i,  pág.  345).  Este  pasaje, 
muy  notable,  no  ha  llamado  la  atención  de  los  zoólogos  moder- 
nos. Pigafetta  cree  también  que  se  refiere  á  aves  muertas  y  di- 
secadas, pero  que  afortunadamente  tienen  patas,  (di  re  di 
Tidore  mandó  duoi  uccelli  bellisimi  della  grandezza  d'una  tór- 
tola, la  testa  piccola  col  becco  lungo  é  hinglte  le  ganihe  uno 
l)almo  e  sottili:  non  hanno  ali,  ma,  in  luogo  di  quelle,  penne 


DESCUBRIMIENTO   DE   AM:éMCAl  '  '  ''.  '   'ÍOI 

tencia  referir  co7i  entera  verdad  las  aventuras  de  sus 
viajes  al  secretario  pontificio,  el  ce'Iebre  filólogo  Francisco 
Poggio  Bracciolini.  Perteneciendo  también  yo  á  la  clase 
de  viajeros,  no  examinaré  imprudentemente  si,  al  impo- 
ner tal  penitencia,  hubo  más  malicia  que  benignidad.  Se 
concibe  que  la  lectura  de  ciertos  viajes  pueda  imponerse 
como  ruda  expiación;  pero  referir  los  incidentes  de  una 
vida  de  aventuras  con  toda  verdad,  con  ogni  verita  (así 
era  la  cláusula  de  la  absolución  pontificia),  sólo  es  cas- 
tigo cuando  se  desconfía  de  la  formalidad  del  via- 
jero (1). 


luDghe  di  diversi  colorí.»  Pigafetta  observó  bien  que  no  son  las 
plumas  de  las  alas,  sino  las  de  los  costados  las  que  se  prolongan 
formando  penachos  más  largos  que  el  cuerpo.  No  vio  las  alas, 
cuya  existencia  niega,  porque  generalmente  los  indígenas,  al  di- 
secar el  ave  para  el  comercio,  le  arrancan  las  patas  y  las  alas. 
«Hanno  opinione  i  Morí,  añade  el  historiador  del  viaje  de  Ma- 
gallanes, che  questo  ucello  venga  del  Paradiso  terrestre  é  chia- 
manlo  manucodiata,  ció  é,  ucello  di  Dio.))  (Ramusio,  t.  l,  pá- 
gina 367  h.)  Esta  palabra,  repetida  en  la  relación  del  viaje  de 
Magallanes,  hecha  por  un  secretario  del  emperador  Carlos  V  en 
una  carta  al  Cardenal- Obispo  de  Salzburgo  (Z.  £».,  pág.  351  h),  es, 
según  observación  de  mi  hermano,  que  consta  en  su  gran  obra 
sobre  la  lengua  Kavi  ó  Javanesa,  una  alteración  de  la  palabra 
malaya  manuli-devata  formada  de  manu,  en  malayo  pájaro,  y  > 
devata,  en  malayo  y  sánscrito  divino.  La  palabra  Tnanuk-de- 
vata  convirtióla  el  viajero  italiano  en  manuco-diata. 

(1)  Acaso  la  misma  obra  de  Marco  Polo  inspiró  al  papa 
Eugenio  IV  tanta  desconfianza  en  la  veracidad  de  los  viajeros. 
Cabemos  por  el  testimonio  de  F.  Jacopo  di  Aquí  que  se  burlaron 
de  Marco  Polo  hasta  el  punto  de  haber  siempre,  en  las  masca- 
radas en  Venecia,  largo  tiempo  después  de  su  muerte,  algunos 
que  tomaban  su  nombre  y  le  imitaban  para  divertir  al  pueblo, 
refiriéndole  cosas  extraordinarias.  Lo  mismo  se  hizo  después 
con  Pigafetta.  Amoretti,  Voyagc  de  Jíaldonado,  pág.  67. 


i  Oí'  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

La, permanencia  de  Nicolás  de  Conti  y  de  Poggio  en 
lina  ciudad  en  que  Toscanelli,  según  su  propio  testimo- 
nio y  el  de  Cristoforo  Landino,  buscaba  sin  cesar  po- 
nerse en  relación  con  los  hombres  que  el  comercio  había 
conducido  úpais  de  las  especias,  debía  necesariamente 
hacer  revivir  los  recuerdos  que  Marco  Polo  dejó  de  las 
maravillas  de  Quinsay  y  de  Cambalu.  del  frecuente 
arribo  de  buques  al  puerto  de  Zaithun  y  de  las  riquezas 
del  Mango.  Esta  conformidad  de  tradiciones,  la  celebri- 
dad de  las  mismas  localidades,  renovada  con  siglo  y 
medio  de  intervalo,  debían  influir  tanto  en  el  activo  es- 
píritu de  Toscanelli,  que  probablemente  es  Nicolás  de 
Conti  el  designado,  sin  nombrarle  en  la  segunda  carta  á^ 
Colón,  entre  los  viajeros  al  Asia  á  quienes  conviene  oir 
para  comprender  la  facilidad  y  utilidad  del  viaje  á  la  lu- 
dia por  el  Oeste. 

No  puedo  creer,  sin  embargo,  como  el  abate  Ximenez 
y  tantos  otros  autores  que  le  han  copiado,  que  «  el  em- 
bajador del  Gran  Can»,  llegado  á  Florencia  en  tiempo 
de  Eugenio  IV,  y  del  que  se  habla  en  la  carta  al  canó- 
nigo Martínez,  sea  el  mismo  Nicolás  de  Conti.  En  la 
carta  se  designan  dos  embajadores  Mogoles  ;  el  uno 
«doscientos  años  antes,  el  otro  en  tiempo  de  Toscanelli». 
La  primera  embajada  es,  sin  duda,  la  que  fracasó  en 
1267  por  la  enfermedad  de  un  señor  mogol  (1),  Kho- 


(l)  Khogatal  se  separó  de  los  viajeros  á  20  jornadas  del  ca- 
mino de  Bokhara  {di  Barone  si'ammaló  gravemente  jper  volonta 
del  quale  e  per  conslglio  di  molti  lasoiandolo,  seguitorno  il  lora 
viaggio  (dell  Armenia  3Itnore  al  j^orto  di  Giazza')  »  Traduc- 
ción de  Ramüsio  (t,  II,  pág,  3,  a.)  Nicolai  y  Maffeo  Poli  vol- 
vieron á  Venecia  en  1271,  porque  la  noticia  de  la  muerte  del. 


DESCDBRIMIE>ÍTO    DE   AMÉRICA.  103 

gatal,  cuando  el  regreso  de  Nicolás  y  de  Maffeo  (Mateo) 
Poli,  padre  y  tío  del  célebre  Marco  Polo,  conocido  pri- 
meramente con  el  nombre  un  poco  satírico  de  Messer 
Marco  Milione,  Éste  fué  quien,  según  la  oportuna  frase 
del  viejo  Sansovino,  descubrió  un  nuevo  mundo  antes  de 
Colón,  y  cuya  admirable  obra  poseemos. 

En  cuanto  á  la  segunda  embajada  en  tiempo  de  Eu- 
genio lY,  no  hay  indicio  alguno  en  el  viaje  de  Conti  de 
que  trajera  misión  alguna  del  Gran  Can.  ¿Cómo  es  po- 
sible que  Poggio,  en  el  corto  epílogo  añadido  en  honor 
del  viajero  «que  ha  visto,  dice,  países  por  nadie  recorri- 
dos desde  los  tiempos  de  Tiberio»,  no  había  de  mencio- 
nar incidente  tan  honroso?  ¿Cómo  Toscanelli,  que  niega 
á  Nicolás  y  Maffeo  Poli  el  título  de  embajadores  (1),  y 
que  recuerda  expresamente  que  los  encargados  de  la 
misión  quedaron  en  el  camino  y  sin  llegar  á  Italia,  hu- 
biera hablado  del  veneciano  Conti  como  de  un  embaja- 
dor mogol  «que  ponderaba  la  magnificencia  de  su  rey 
y  el  afecto  de  su  país  hacia  los  católicos?» 

Nicolás  de  Conti,  después  de  perder  en  la  peste  de 
Egipto  su  mujer,  dos  hijos  y  dos  criados,  volvió  con  los 
otros  dos  hijos  que  le  quedaban  á  Venecia.  De  venir  en 
su  compañía  algún  embajador  del  Can,  no  hubiese  sido 


papa  Clemente  IV  les  detuvo  largo  tiempo  eu  Acre.  Ahora 
bien;  como  la  carta  de  Toscanelli  es  de  25  de  Junio  de  1474,  la 
expresión  lia  doscientos  años  es  suficientemente  exacta. 

(1)  Título  que  podía  aplicárseles  con  tanta  más  razón, 
cuanto  que  ellos  mismos  se  lo  dieron,  según  la  relación  de 
Marco,  y  traían  una  carta  para  el  Papa:  «  TI  Grand  Can  propo- 
nendo  nrll'aninio  suo  di  volerli  (^idetti  díte  fratelli)  man' 
dar  amhasciatori  al  Papa^  valle  liaver  prima  il  consiglió 
de'suoi  haroni  » 


104  ALEJANDRO   DE    nUMBOLDT. 

oWidado  en  la  minuciosa  y  detallada  relación  de  su  viaje. 
Ignoro  absolutamente  quién  fuera  el  personaje  mogol 
con  el  cual  tuvo  Toscanelli,  según  dice,  larga  conferen- 
cia'durante  el  pontificado  de  Eugenio  IV,  que  duró  diez 
j  seis  años;  pero,  por  las  razones  expuestas,  creo  poco 
probable  fuera  un  viajero  veneciano  que  llegaba  como 
penitente  á  Florencia.  Acaso  hubo  alguna  equivocación, 
quizá  un  error  originado  por  una  de  esas  mistificaciones 
diplomáticas  á  que  hemos  visto  expuestas  las  primeras 
cortes  de  Europa,  aun  en  tiempos  modernos,  cuando  al- 
gunos aventureros  asiáticos  ó  africanos  se  suponían  en- 
cargados de  los  intereses  de  sus  príncipes. 

Sea  cualquiera  la  influencia  que  ejerciese  en  el  ánimo 
de  Colón  la  carta  de  Toscanelli,  es,  sin  embargo,  una 
prueba,  cierta  (y  lo  recordamos  en  honor  de  aquél)  de  la 
anterioridad  de  los  proyectos  del  navegante  genovés. 
Llegó  éste  á  Lisboa  en  1470  é  hizo  amistad  con  el  flo- 
rentino Lorenzo  Giraldi ,  como  en  Sevilla  vivió  en  ínti- 
mas relaciones  con  otro  florentino,  Juan  Berardi ,  jefe  de 
una  casa  de  comercio  en  la  que  estaba  empleado  Ame- 
rigo  Vespucci.  En  todos  los  puertos  de  movimiento 
comercial,  tanto  de  Europa  como  de  las  costas  septen- 
trionales de  África  y  de  Levante,  había  entonces  esta- 
blecidos negociantes  italianos.' Supo  con  certeza  Colón 
que  el  rey  de  Portugal  Alfonso  V  había  hecho  pedir  á 
Toscanelli ,  por  medio  del  canónigo  Fernando  Martínez, 
una  instrucción  detallada  acerca  del  camino  de  la  India 
por  la  vía  del  Oeste,  y  esta  noticia  debió  alarmar  á  quien 
con  grande  empeño  proyectaba  lo  mismo. 

La  gran  fama  que  gozaba  el  astrónomo  de  Florencia 
engendró  en  Colón  la  esperanza  de  aprovechar  las  luces 
del  sabio  italiano  para  la  consolidación  de  su  empresa. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉIUCA.  105 

Lorenzo  Giraldi  se  encargó  de  que  llegaran  á  Toscanelli 
las  cartas  escritas  por  Colón.  Sólo  conocemos  las  res- 
puestas de  éste  en  número  de  dos: 

«Veo,  dice  la  primera  carta  de  Toscanelli ,  el  noble  y 
gran  deseo  vuestro  de  querer  pasar  adonde  nacen  las 
especerías,  por  lo  cual,  en  respuesta  de  vuestra  carta ,  os 
envío  la  copia  de  otra  que  escribí  algunos  días  ha  á  un 
amigo  mío,  doméstico  del  Serenísimo  Rey  de  Portugal, 
antes  de  las  guerras  de  Oastilla,  en  respuesta  de  otra 
que  me  escribió  de  orden  de  su  Alteza  sobre  el  caso  re- 
ferido.» Como  la  carta  al  canónigo  de  Lisboa  está  fe- 
chada en  Florencia  el  25  de  Junio  de  1474 ,  puede 
creerse,  á  causa  de  la  frase  incidentú  algunos  días  ha{l), 
que  Colón  consultó  á  Toscanelli  á  principios  del  mismo 


(1)  El  jesuíta  Ximenez,  en  su  comentario  á  las  cartas  de 
Toscanelli,  encuentra  alguna  obscuridad  en  esta  designación 
del  tiempo,  algunos  días  ha ,  y  la  frase  que  le  sigue  inmediata- 
mente, antes  de  las  guerras  de  Castilla.  Opino  que,  por  ligero 
«rror  de  puntuación,  se  ha  separado  con  una  coma  esta  última 
frase  de  la  palabra  doméstico.  La  carta  anuncia  sencillamente 
que  el  canónigo  estaba  al  servicio  de  Portugal  largo  tiempo 
antes  de  las  perturbaciones  del  reino  de  Castilla,  suscitadas  por 
el  destronamiento  del  rey  Enrique  IV  en  1465,  y  su  reposición 
en  el  trono  en  1468.  Otro  error  de  mayor  importancia,  por  re- 
ferirse al  descubrimiento  del  cabo  de  Buena  Esperanza,  se  des- 
lizó en  el  comentario  de  Ximenez.  Toscanelli  escribió  al  canó- 
nigo Martínez  que  el  camino  que  propone  para  llegar  por  el 
Océano  Occidental  al  país  de  las  especias,  e3  cortísimo,  más 
oorto  que  el  que  necesitaban  hacer  los  portugueses  para  ir  á  la 
costa  de  Guinea  (eZ  camino  por  la  vía  del  mar  es  brevísimo:  lo 
tengo  por  más  corto  que  el  que  hacéis  á  Guinea).  El  abate  Xi- 
menez dice  il  camino  que  voifate  per  Guinea,  lo  que  tiene  muy 
dsitinto  sentido,  pues  permitiría  preguntar  si  los  negocian! 63 
atravesábanla.  Guinea.  Gnom.  Fior.,  páginas LXXXII  y  LXXXiv. 


106  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

año.  Esta  fecha  no  carece  de  importancia  para  la  histo- 
ria del  descubrimiento  de  América,  porque  directamente 
contradice  el  cuento  que  refieren  el  inca  Garcilaso,  Go- 
mara y  Acosta  (1),  de  que  un  piloto  de  Huelva  llamado 
Alonso  Sánchez,  que  en  una  trayesía  de  España  á  las 
islas  Canarias,  en  1484 ,  pretendió  haber  llegado  á  im- 
pulso de  los  vientos  del  Este  hasta  las  costas  de  Santo 
Domingo,  fué ,  sin  duda,  quien,  al  volver  á  la  isla  Ter- 
cera, hizo  nacer  en  el  ánimo  del  Almirante  la  primera 
idea  de  su  expedición.  Ya  Oviedo  califica  esta  anécdota 
de  «fábula  que  circula  entre  la  plebe»,  y  el  misterioso 
viaje  de  Alonso  Sánchez  es  posterior  en  diez  años  á  la 
correspondencia  con  Toscanelli. 

Pero  si  esta  correspondencia  prueba  que  Colón  se  ocu- 
paba del  proyecto  de  buscar  el  país  de  las  especias  por 
el  Oeste  mucho  antes  de  entrar  en  relaciones  con  el  cé- 
lebre astrónomo  de  Florencia,  queda  indeciso  cuál  délos 
dos,  Colón  ó  Toscanelli,  fué  el  primero  en  entrever  la 
posibilidad  de  esta  nueva  vía  abierta  á  la  navegación  de 
la  India. 

Toscanelli,  según  antes  hemos  dicho,  contaba  setenta 
y  siete  años  de  edad  cuando  habló  de  su  proyecto  al 
canónigo  Martínez  y  probablemente  la  persuasión  de  la 
brevedad  del  camino  {brevisimo  camino)  á  través  del 
Océano  Atlántico  databa  de  mucho  antes  en  su  ánimo. 

Dice  terminantemente:  «Aunque  yo  he  tratado  otras 
muchas  veces  del  brevísimo  camino  que  hay  de  aquí  á 
las  Indias  donde  nacen  las  especerías,  por  la  vía  del  mar, 
el  cual  tengo  por  más  corto  que  el  que  hacéis  á  Guinea, 


(1)  Garcilaso.   Coment.  Reales,  lib.  i,  cap.  3;  Gomaba, 
Historia  de  las  Indias,  cap.  13;  Agosta,  lib.  I,  cap.  19. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  107 

ahora  me  decís  que  su  Alteza  quisiera  alguna  declara- 
ción ó  demostración  para  que  entienda  y  se  pueda  tomar 
este  camino,  por  lo  cual,  sabiendo  yo  mostrársele  con  la 
esfera  en  la  mano,  haciéndole  ver  cómo  está  el  mundo, 
sin  embargo  he  determinado,  para  más  facilidad  y  ma- 
yor inteligencia,  mostrar  el  referido  camino  en  una  carta 
semejante  á  las  de  marear,  y  así  se  la  envío  á  su  Majes- 
tad, hecha  y  pintada  de  mi  mano,  en  la  cual  va  pintado 
todo  el  fin  del  Poniente,  tomando  desde  Irlandia  al 
Austro  hasta  el  fin  de  Guinea,  con  todas  las  islas  que 
están  situadas  en  este  viaje,  á  cuya  frente  está  pintado^ 
en  derechura  por  Poniente  el  principio  de  las  Indias, 
con  las  islas  y  lugares  por  donde  podéis  andar  y  cuánto 
os  podríais  apartar  del  Polo  Ártico  por  la  línea  equinoc- 
cial, y  por  cuanto  espacio,  esto  es,  con  cuántas  leguas 
podríais  llegar  á  aquellos  lugares  fértilísimos  de  espece- 
ría y  piedras  preciosas.» 

Este  párrafo  prueba  suficientemente  que  mucho  antes 
de  1474  había  aconsejado  Toscanelli  al  Gobierno  portu- 
gués el  camino  que  siguió  Colón  y  que  accidentalmente 
produjo  el  descubrimiento  de  América. 

Parece  natural  que  esta  misma  idea  ocurriera  á  la  vez: 
á  muchos  hombres  instruidos  y  con  empeño  ocupados  en. 
extender  la  esfera  de  los  descubrimientos:  debió  nacer 
en  la  imaginación  de  Martín  Behaim,  cuyo  famoso  glob'a 
construido  en  1492  (Apfel,  la  manzana  terrestre)  sitúa 
«el  rey  de  Mango,  Cambalu  y  el  Cathay  á  100  grados  al 
Oeste  de  las  Azores»,  como  lo  hacían  Toscanelli,  CoIóil 
y  cuantos  creían  al  Asia  excesivamente  prolongada  hacia 
Oriente. 

Ya  hemos  visto  que  Toscanelli  y  Colón  distinguen  en 
sus  escritos  el  objeto  principal  de  la  empresa  (encontrar: 


108  ALFJANDRO    DE    IIÜMBOLDT. 

el  camino  más  corto  para  ir  á  la  India)  del  secundario 
(el  descubrimiento  de  algunas  islas).  Toscanelli  distin- 
gue además  «las  islas  que  se  encontrarán  en  el  camino 
{qtie  están  situadas  en  este  viaje),  por  ejemplo,  la  Anti- 
lia,  de  las  próximas  á  la  India  continental,  por  ejemplo, 
Cipango,  j  las  islas  con  las  cuales  trafican  los  negocian- 
tes de  diferentes  naciones». 

Haita  la  misma  nota  histórica  que  Colón  puso  al 
frente  de  su  Diario  de  navegación,  terminado  en  15  de 
Marzo  de  1493,  da  por  motivo  del  viaje  el  deseo  de  los 
Reyes  Católicos  de  conocer  las  inclinaciones  de  un  po- 
deroso príncipe  de  la  India,  el  G7'an  Can,  en  favor  de  la 
religión  cristiana,  « j  ordenaron ,  añade ,  que  jo  no  fuese 
por  tierra  al  Oriente,  por  donde  se  acostumbra  de  an- 
dar, salvo  por  el  camino  de  Occidente ,  por  donde  hasta 
hoy  no  sabemos,  por  cierta  fe,  que  haya  pasado  na- 
die» (1). 

No  se  trata  (en  este  preámbulo  del  Diario  de  Colón) 
de  las  islas  y  de  la  Tierra  Firme  por  descubrir  en  la 
Mar  Oceana,  sino  como  resultado  probabilísimo  de  una 
empresa  cuyo  principal  objeto  es  dirigirse  con  la  ar- 
mada suficiente  á  las  dichas  partidas  de  India.  {Las  del 
Gran  Can.) 

La  expedición  proyectada  no  fué,  pues,  en  un  princi- 
pio, propiamente  hablando,  un  viaje  de  descubrimiento 
de  tierras  nuevas,  sino  un  viaje  que  debía  comprobar  la 
existencia  del  paso  libre  á  las  Indias  por  el  Oeste,  como 
Magallanes,    Parry,   Ross  y   Franklin  comprobaron  ó 


(1)  Navaerete,  1. 1,  pág.  2.  La  frase  saber  de  cierta  fe  es 
notable  por  lo  modesta. 


DESCUBRIMIENTO    DS   AMÉRICA.  1G9 

intentaron  los  pasos  por  Suroeste  j  el  Noroeste  (1). 
La'  influencia  que  Toscanelli  ejerció  en  el  ánimo  de 
Colón  recuerda  involuntariamente  la  cuestión  promo- 
vida por  Yincent,  de  si  el  descubrimiento  de  la  navega- 
ción á  las  Indias  doblando  el  cabo  de  Buena  Esperanza 
se  debe  á  Corvilham  ó  á  Gama.  No  cabe  duda  de  que 
Corvilham,  después  de  vivir  en  Calicut,  en  Goa  y  entre 
los  árabes  de  Sofala  en  la  costa  oriental  de  África,  es- 
cribió á  Juan  II,  rey  de  Portugal,  por  mediación  de  dos 
judíos,  Abraham  y  Josef  (2),  que  los  barcos  portugue- 
ses, si  continuaban  costeando  el  África  occidental  hacia 
el  Sud,  llegarían  á  la  extremidad  de  este  continente,  y 
al  llegar  á  este  extrerao  debían  dirigir  la  ruta  en  el 
Océano  oriental  hacia  Sofal  y  la  isla  de  la  Luna  (3) 


(1)  Aunque  al  escribir  estos  párrafos  (Febrero  de  1834)  do 
ha  desembocado  ningún  buque  por  el  canal  de  Barrow  en  el 
mar  de  Kamtchatka,  ó  costeado  América  desde  la  península 
de  Mel villa  y  el  Príncipe  Kegent-Inlet  hasta  la  bahía  de  Kotze- 
bue.  los  brillantes  descubrimientos  de  Parry,  Franklin  y  Bee- 
chey  no  dejan,  al  parecer,  duda  acerca  de  la  comunicación 
entre  el  mar  de  Baffín  y  el  estrecho  de  Behring. 

(2)  Pedreio  de  Covilham  y  Alonso  de  Payva  se  embarcaron 
en  Barcelona  en  1487  para  saber  noticias  del  Preste  Juan.  Los 
dos  judíos  se  unieron  á  Covilham  en  el  Cairo  á  su  vuelta  de 
Sofala  y  de  Adem. 

(3)  Según  d'Herbelot,  la  isla  Serandade  Edrisi  (Hartmann 
rechaza  este  sinónimo,  África,  pág.  115) ;  Magastar  ó  Madai- 
gascar  (corrupción  de  la  palabra  Madagache)  de  Marco  Polo, 
llamada  después,  á  principios  del  siglo  xvi,  isla  de  San  Lorenzo 
de  los  Portugueses.  Con  esta  última  denominación  encuentro 
la  isla  de  Madagascar  en  un  mapa-mundi  dibujado  en  Sevilla 
en  1527,  y  por  tanto,  anterior  en  dos  años  al  célebre  mapa  de 
Dirgo  Rivero,  conservado  tambicn  en  la  Biblioteca  de  Weimar 


lio  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

(Madagascar).  Renovaba  también  Corvilham,  fundán- 
dose en  las  recientes  experiencias  de  los  navegantes 
árabes  de  Sofala  y  de  toda  la  costa  de  Zanguébar  y  de 
Mozambique,  las  ideas  expuestas  por  muchos  en  la  anti- 
güedad sobre  la  forma  triangular  del  África  austral,  au- 
mentando así  la  confianza  de  Gama;  pero  hay  gran 
distancia  de  la  posibilidad  del  éxito,  probado  con  argu- 
mentos irrecusables,  á  la  atrevida  ejecución  de  los  pro- 
yectos de  Colón  y  de  Gama.  Por  lo  demás,  este  último 
tenía  una  ventaja  que  no  podía  ofrecer  Toscanelli  al  na- 
vegante genovés.  Cuando  el  20  de  Noviembre  de  1497 
llegó  á  la  extremidad  de  África  (1),  sabía  ya  que  en- 
contraría al  otro  lado  una  costa  en  dirección  del  Oeste- 
Sudoeste  al  Este-Nordeste,  puesto  que  el  cabo  Tormen- 
toso, que  el  rey  Juan  con  feliz  presentimiento  llamó 
cabo  de  Buena  Esperanza,  no  sólo  lo  descubrió  Barto- 
lomé Díaz,  sino  también  lo  dobló  en  Mayo  de  1487. 
Esta  circunstancia,  á  que  no  se  ha  dado  el  valor  que 
JLiene,  la  expresa  claramente  Barros  en  el  tercer  libro  de 
la  primera  Década:  «Bartholomeu  Díaz  (con   sus  com- 


Atnbos  mapas  presentan  ya  también  la  posición  de  las  islas  de 
Francia  y  de  Borbón  con  los  nombres  de  Mascarhenas  y  de 
Santa  Apollonia. 

(1)  Gama  partió  de  Portugal  el  8  de  Julio  de  1497,  y  llegó  á 
la  bahía  de  Santa  Elena  en  Noviembre  de  1497  á  la  desemboca- 
dura del  Río  de  Buenos  Señalis,  donde  tuvo  la  primera  noticia 
de  la  proximidad  de  hombres  blancos  y  de  barcos  ie  construc- 
ción europea,  el  25  de  Enero  de  1498;  á  Calicut  el  18  de  Mayo 
de  J498,  y  volvió  á  Portugal  el  19  de  Julio  de  1499.  Duró  esta 
expedición  memorable,  según  datos  exactos,  dos  años  y  nueve 
días;  el  viaje  de  Portugal  á  las  Indias  á  (Calicut)  314  días,  mien- 
tras hoy  (en  1834)  la  duración  media  de  esta  travesía  en  los  bu- 
ques de  Liverpool  es  de  95  días. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  111 

pañeros  de  fortuna)  per  caus  dos  perigos  é  tormentos 
qu3  em  dobrar  delle  pasaram,  Ihf  puzeram  nome  Tor- 
mentoso» (1).  Gama  fué,  pues,  por  decirlo  así,  prece- 
dido en  una  empresa  que,  para  la  prosperidad  comercial 
de  los  portugueses,  fué  el  principio  de  nueva  vida. 

Mencioné  antes  la  carta  marítima  que  Toscanelli  ha- 
bía dibujado  para  el  canónigo  Martínez,  á  fin  de  mostrar 
la  ruta  que  debía  seguirse  para  llegar  desde  las  costas  de 
Portugal  al  «principio  de  las  Indias.»  Este  mapa,  en  el 
cual  el  astrónomo  florentino  había  «pintado  de  su  mano» 
todas  las  islas  situadas  en  el  camino,  sirvió,  por  decirlo 
así,  de  guia  á  Colón  en  su  primer  viaje:  en  tal  sentido 
merece  mayor  intere's  del  que  hasta  ahora  ha  inspirado. 
Al  enviar  Toscanelli  á  Colón  una  copia  de  su  carta  al 
canónigo  Fernando  Martínez,  dice  claramente:  «os  envío 
otra  carta  de  marear  semejante  á  la  que  envié  (al  Canó- 
nigo)» (2).  En  la  carta  escrita  al  Canónigo  añade  que 
hay  «desde  Lisboa  á  la  famosa  ciudad  de  Quisay,  to- 
mando el  camino  derecho  á  Poniente,  26  espacios  cada 
uno  de  150  millas,  mientras  desde  la  isla  Antilia  hasta 


(1)  Dec.  I,  lib.  III,  cap.  4,  pág.  190.  Como  Toscanelli  acon- 
sejó á  los  portugueses  buscar  el  camino  de  la  India,  no  por  la 
ruta  de  Guinea,  sino  por  la  del  Oeste,  es  muy  extraño  error  atri- 
buir á  este  astrónomo  el  conocimiento  del  Cabo  de  Buena  Es- 
peranza desde  1474  y  la  creencia  de  que  pudo  comunicarlo  á  los 
venecianos.  Le  Bret.  Gesch.  von  Venediff,  t.  ii,  pág.  226; 
Sprengel  Gesch.  der  geogr.  Eutd.^  1792,  pág.  390. 

(2)  «Os  envío  otra  carta  de  marear,  semejante  á  laque  yo  le 
envié  al  Canónigo.»  Me  ha  parecido  extraordinario  que  en  la 
frase  que  indica  la  distancia  de  Lisboa  á  Quisai,diga  Tosca- 
nelli «hallaréis  en  un  mapa»,  en  vez  de  «en  mi  mapa  ó  carta  de 
marear». 


112  ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

la  de  Cipango,  se  encuentran  10  espacios^  que  hacen  225 
leguas. i> 

Ignoramos  á  cuántos  espacios  situaba  Toscaneíli  el 
Japón  (Cipango),  al  Este  de  Kanphu  (hoy  Hantgcheu-fu 
y  entonces  Quinsayó  Quisay);  pero  como  esta  distancia 
os  efectivamente,  tomando  á  leddo  por  el  centro  del 
Japón,  de  16  grados  de  longitud,  y  la  valuación  de 
Behaim  (1)  difiere  muy  poco  de  la  moderna,  se  deduce 
que  Toscaneíli  contaba  probablemente  desde  Portugal  á 
Antilia  un  quinto  y  de  Antilia  á  Quinsay  aproximada- 
mente cuatro  quintos  de  todo  el  camino  desde  Lisboa  á 
la  China. 

-  Más  difícil  es  averiguar  el  valor  absoluto  de  los  espa- 
cios del  mapa  de  Toscaneíli.  Estas  grandes  divisiones  que 
abarcan  cierto  número  de  grados,  y  que  aun  empleamos 
para  no  desfigurar  nuestros  mapas  trazando  los  meridia- 
nos grado  por  grado,  se  usaban  ya  en  la  época  de  Pto- 
lomeo.  Encuéntraselas  indicando  un  número  redondo 
de  millas  marinas  ó  de  grados  de  longitud  en  casi  todos 
los  mapas  manuscritos  de  los  siglos  xv  y  xvi  que  he 
podido  examinar,  por  ejemplo,  en  los  de  Ribero  y  de 
Juan  de  la  Cosa.  El  geómetra  de  Florencia  presenta  dos 
valuaciones  de  los  espacios  que  emplea,  una  en  leguas  y 
otra  en  millas.  Si,  según  él,  un  espacio  es  igual  á  22  Va 
leguas  ó  150  millas,  resulta  que  una  legua  equivale  á 
6  Va  millas.  ISTo  se  refiere,  pues,  á  la  legua  marina  ita- 
liana de  4  millas,  usada  en  tiempo  de  Colón  en  Genova, 


(1)  El  mapa  de  Martín  Behaim,  que  expresa  las  creencias 
geográficas  del  siglo  xv,  da  una  diferencia  de  longitud  de 
13  grados. 


DESCUBRIMIENTO    DK    AMÉRICA.  113* 

y  que  este  marino  emplea  en  su  Diario  de  ruta  (í); 
acaso  sea  una  milla  más  pequeña,  de  760  toesas,  cinco 
de  las  cuales  forman  una  legua  geográfica  de  15  al 
grado.  Como  los]  espacios  no  se  valúan  en  grados  y  las 
conjeturas  del  abate  Ximenez,  comentador  de  la  carta 
de  Toscanelli,  son  erróneas  (2),  es  imposible  encontrar 


(1)  Diíiríí)  de  1492:  «Viernes  5  de  Agosto.  AnduTÍmos  (desde 
la  barra  de  Saltes)  con  fuerte  virazón  GO  millas,  que  son  15  le^ 
guas  (Navarrete,  t.  i,  pág.  13). 

(2)  Comparando  atentamente  la  carta  que  publica  el  abate 
Ximenez  en  su  Gnomone  Fiorentino,  con  ]a  que  Fernandf)  Colón 
encontró  entre  los  papeles  de  su  padre,  y  era  conocida  de  Las 
Casas,  encuentro  muchas  adiciones  y  alteraciones  del  texto.  Sa- 
bemos por  la  Vida  del  Álviirante,  que  la  célebre  carta  de  Tos- 
canelli estaba  escrita  en  latín,  conforme  á  la  costumbre  qu& 
prevalecía  entonces  entre  los  sabios.  Puede  esto  causar  sorpresa 
al  recordar  que  se  trata  de  un  italiano  de  Florencia,  el  cual 
escribe  cartas  á  un  italiano  de  Genova,  que  habitaba  en  Lisboa 
desde  1470,  y  que  esta  correspondencia  papaba  por  manos  de 
Lorenzo  Giraldo,  indudablemente  de  la  familia  de  los  Gi- 
raldi,  orgiuaria  de  Florencia  (Barcia,  t.  i,  págs.  5-6);  pero 
Toscanelli  recordaba  tan  poco  la  nacionalidad  italiana  de  Co- 
lón, que  á  juzgar  por  la  frase  con  que  termina  su  segunda  carta 
pudiera  presumirse  que  en  Florencia  se  tenia  á  Colón  por  por- 
tugués. «Estad  seguro  de  ver  (en  el  Cathay)  reinos  poderosos, 
cantidad  de  ciudades  pobladas  y  ricas  provincias  que  abundan 
de  toda  suerte  de  pedrerías,  y  causará  grande  alegría  al  Eey 
(el  Gran  Can)  y  á  los  Príncipes  que  reinan  en  estas  tierras  le- 
janas, abrirles  el  camino  para  j3omunicar  con  los  cristianos  á 
fin  de  hacerse  instruir  en  la  Religión  Católica  y  en  todas  las 
ciencias  que  tenemos.  Por  lo  cual,  y  otras  muchas  cosas  que  po- 
drían decirse,  no  me  admiro  tengáis  tan  gran  corazón  como  toda 
la  nación poi'tíiguesay  en  que  siempre  ha  habido  hcmbres  seña- 
lados en  todas  empresas.))  No  teniendo  á  la  vista  en  este  mo- 
mento la  traducción  italiana  de  la  Vida  del  Almirante,  publi- 
cada en  Venecia,  en  1571,  por  Alfonso  de  Dlloa  ccn  el  título 

8 


114  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

salida  á  este  laberinto  de  medidas  con  tan  vagas  deno- 
minaciones. No  se  puede  reducir  con  precisión  á  grados 
de  longitud  la  distancia  de  veintiséis  veces  22  Va  leguas 
que  Toscanelli  supone  que  tendría  que  recorrer  Colón, 


de  Istoria  del  Sr.  D.  Fernando  Colomho  nelle  quali  si  ha  par- 
ticolare  e  vera  relazione  della  vita  défatti  delV AmmiragliOy 
no  puedo  comprobar  si  las  alteraciones  del  texto  en  la  carta  ita- 
liana que  presenta  el  Gnomone  de  Ximenez,  son  efecto  de  la 
negligencia  del  Abate  ó  de  la  de  ülloa.  Se  ha  hecho  decir  al  as- 
trónomo florentino ,  que  los  26  espacios  de  distancia  que  hay 
desde  Lisboa  á  Quinsay  tienen  cada  uno  250  (en  vez  de  150)  mi- 
llas; se  han  añadido  palabras  sin  sentido,  por  ejemplo,  los  10  eti- 
cados de  distancia  de  Cipango  á  Antilia  hacen  «2.500  millas)), 
ó  225  leguas.  Más  adelante  (y  en  contradicción  notoria  con 
las  cifras  que  preceden)  la  gran  ciudad  de  Quinsay  tiene  «100 
millas»  ó  35  leguas  de  ámbito.  En  fin,  y  como  glosa  puesta  por 
acaso  en  medio  de  la  descripción  de  Quinsay,  «  este  espacio  es 
casi  la  tercera  parte  de  la  esfera.))  Las  frases  puestas  entreco- 
millas son  rariantes  lectiones,  ó  mejor  dicho,  falsificaciones  del 
texto.  Conforme  á  estos  datos  falsos ,  la  longitud  de  una  legua 
sería  unas  veces  de  once  y  un  décimo  millas,  y  otras  de  dos  y 
ocho  décimas.  El  abate  Ximenez  deduce  del  modo  más  arbitra- 
rio (páginas  92-94)  que  un  espacio  equivale  á  cinco  grados  de 
longitud ;  que  cincuenta  millas  ó  veintidós  y  media  leguas  de 
Toscanelli  forman  un  grado,  y  que  la  distancia  desde  Lisboa  á 
Quinsay  es  de  130  grados.  Fúndanse  estas  conclusiones,  en 
parte,  en  la  analogía  de  las  proyecciones  de  Ptolomeo  {Geogr., 
I,  23),  que  dividía  el  cuarto  de  la  circunferencia  ecuatorial  en 
18  partes,  como  Eudoxio  dividía  (GeminüS,  Elem.  Astr.^  capí-" 
tulo  15)  toda  la  circunferencia  polar  en  60  partes  iguales,  lo 
cual  da  diferencias  de  cinco  grados  de  longitud  y  seis  de  lati- 
tud. Pero  aunque  Toscanelli  valúa  «  un  espacio  de  su  mapa  en 
veintidós  y  media  leguas»,  la  suposición  de  cinco  grados  de 
longitud  daría,  para  el  paralelo  de  38  grados  y  42  minutos  al  que 
se  refiere  este  cálculo,  tres  y  media  leguas  por  grado  de  longi- 
tud, resultado  absurdo ,  porque  no  concuerda  con  ninguna  ex- 
tensión que  en  cualquier  tiempo  se  haya  llamado  legua.  Ter- 


DESCUBRIMIENTO    PE    AMÉRICA.  115 

«derechamente  al  OccidenteTí)  desde  Lisboa  á  Quinsay: 
sin  embargo,  en  la  hipótesis  de  las  leguas  más  largas 
{de  15  al  grado  ecuatorial),  no  se  llega  sino  cerca  del 
grado  50  de  longitud  (para  585  leguas)  en  el  paralelo  de 
58°  42',  lo  que  situar ia  la  costa  de  la  China  en  el  meri- 
diano del  río  Essequibo  y  de  la  parte  occidental  de  Te- 
rranova. 

Ocasión  tendré  de  hablar  más  adelante  de  esta  proxi- 
midad del  Asia  oriental,  que  motivaba  la  frase  brevisimo 
•camino  empleada  por  Toscanelli  en  su  carta  al  canónigo 
Martínez,  mientras  que  en  la  segunda  carta  dirigida  á 
Colón  dice  sencillamente:  «habréis  visto  que  el  viaje  que 
deseáis  emprender  no  es  tan  difícil  como  se  piensa.» 

En  su  primer  viaje  de  descubrimiento  guiábase  Colón 
por  una  carta  marina  que  llevaba  á  bordo,  y  navegaba 
con  la  seguridad  propia  de  un  hombre  que  sabe  debe  en- 
contrar lo  que  busca.  El  Diario  descubierto  por  Muñoz 
en  los  archivos  del  Duque  del  Infantado  es  buena  prueba 
de  ello. 

Hay  una  circunstancia  notabilísima  que  merece  ser 
examinada  con  los  datos  proporcionados  en  el  texto, 
copia  de  puño  y  letra  del  Obispo  de  Chiapa:  tres  días 
después  que  Colón  creyó  haber  observado  por  primera 
vez  la  declinación  de  la  aguja  imantada,  el  13  de  Sep- 
tiembre de  1492,  el  estado  del  cielo,  las  masas  de  fuco 


mino  esta  larga  disertación  numérica  haciendo  observar  que  si 
Toscanelli  tomó  la  descripción  de  Quisai  (Kinsai)  de  Marco 
Polo  (lib.  ii ,  cap.  68),  encontró  el  circuito  de  los  muros  va- 
luado solamente  en  100  U  chinos,  j  que  estos  100  li,  llamados 
millas  chinas  en  los  manuscritos  del  viajero  veneciano,  los  tra- 
dujo vagamente  por  35  leguas,  ignorando  que  192  li  forman  un. 
grado  ecuatorial. 


115  ALEJANbnO   DE    HÜMBOLDT. 


flotante  j  otras  circunstancias  le  hicieron  creer  que  s© 
encontraba  cerca  de  alguna  isla,  pero  no  de  tierra  firme, 
(íporque  la  tierra  Jirme^  dice  el  Almirante,  hago  más  ade- 
lantey)  (1).  El  19  de  Septiembre  continuaban  las  seña- 
les de  proximidad  de  tierra,  y  lloviznaba  sin  viento.  El 
Almirante  no  quiso  apartarse  de  su  camino  para  buscar 
esta  tierra.  Estaba  seguro  de  que  por  las  partes  del 
Norte  y  del  Sud  había  islas,  y  en  efecto  las  había,  na- 
vegando por  medio  de  ellas,  porque  su  voluntad  era  ir 
primero  á  la  India  con  tiempo  tan  favorable,  y  «á  la 
vuelta  se  vería  todo  placiendo  á  Dios».  Son  sus  paj 
labras. 

En  la  mañana  del  20  de  Septiembre  vinieron  á  cantar 
en  lo  alto  de  los  mástiles  pajarillos  que  viven  en  tierra, 
y  se  fueron  á  la  caída  de  la  tarde  (2).  El  martes  25  de 


(1)  Digo  en  el  texto:  tres  días  después  que  Colón  creyó  ha- 
ber observado  por  primera  vez  la  declinación  magnética,  porque 
Peregrini  había  observado  ya  esta  declinación  en  Europa 
en  1269. 

(2)  Este  suceso  es  extraordinario,  y  lo  refiere  el  Diario  con 
una  ingenuidad  que  no  deja  lugar  á  duda.  El  barco  se  encon- 
traba entonces  en  medio  del  Océano  Atlántico,  á  290  leguas  ma- 
rinas (de  20  al  grado)  de  distancia  de  la  tierra  más  próxima,  la 
isla  de  Flores,  y  los  pájaros  cantores  no  habían  sido  arrastrados 
por  las  tormentas.  En  su  segundo  viaje,  el  24  de  Octubre 
de  149.%  vio  Colón  golondrinas  cuando  su  punto  de  estima  le- 
situaba  á  340  leguas  al  ONO.  de  las  islas  del  Cabo  Verde. 
(  Vida  del  Almirante,  pág.  43).  Comparando  Navarrete  los  pun- 
tos de  estima  tomados,  los  rumbos  y  las  distancias,  cree  que 
desde  el  19  al  22  de  Septiembre,  época  en  que  Bl  Almirante  ob- 
servó tantas  seiíales  de  proximidad  de  tierra,  se  aproximaba  á 
las  rompientes  que  los  marinos  españoles  aseguran  haber  des- 
cubierto hacia  el  gran  banco  de  fuco  ó  algas  flotantes  el  año 
de  1802, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  117 

Septiembre  fué  el  Almirante  á  la  carabela  Pinta  para 
hablar  con  Martín  Alonso  Pinzón  sobre  una  carta  que 
le  había  enviado  tres  días  antes,  y  en  la  cual  parece  que 
el  Almirante  había  pintado  algunas  islas  en  este  mar. 
Martín  Alonso  decía  que  estaban  próximos  á  estas  islas, 
y  asi  parecía  al  Almirante,  añadiendo  que  la  causa  de  no 
encontrar  las  islas  debía  ser  la  corriente,  que  llevaba  los 
barcos  á  Nordeste  y  que  no  habían  andado  tanto  (al 
Oeste)  como  los  pilotos  decían.  Por  consecuencia,  el  Al- 
mirante, al  volver  á  su  carabela,  quiso  que  se  le  enviase 
la  carta  marina,  lo  cual  se  hizo  por  medio  de  una  cuerda, 
y  «comenzó  :i  cartear  en  ella  con  su  piloto  y  marineros, 
hasta  que,  al  sol  puesto,  subió  el  Martín  Alonso  en  la 
popa  de  su  navio,  y  con  mucha  alegría  llamó  al  Almi- 
rante pidie'ndole  albricias  que  veía  tierra.»  Lo  que  no 
resultó  cierto. 

El  3  de  Octubre,  dice  el  Almirante  en  su  Diario  «que 
no  se  quiso  det^iner,  barloventeando  la  semana  pasada  y 
estos  días  que  había  tantas  señales  de  tierra,  aunque 
tenía  noticia  de  ciertas  islas  en  aquella  comarca,  por  no 


El  teniente  de  navio  D.  Manuel  Moreno,  que  acompañó  á 
Churruca  en  su  expedición  cronométrica  en  las  Antillas,  sitúa 
estas  rompientes  en  la  latitud  28"  O'  longitud,  43°  22'  al  Occi- 
dente de  París.  En  la  noche  del  21  de  Septiembre,  Colón  se  en- 
contraba, pues,  á  cuatro  millas  marinas  al  NE.  de  este  peligro 
que  hubiese  podido  retardar  el  descubrimiento  del  Nuevo 
Mundo  hasta  el  22  de  Abril  de  1500,  día  en  que  Pedro  Alvarez 
<^abral,  en  su  viaje  á  la  India,  fué  llevado  por  las  corrientes  á 
las  costas  del  Brasil.  No  encuentro  estas  rompientes  en  los  ma- 
pas ingleses  recién  publicados,  y  su  existencia  merece  ser  com- 
probada, tanto  á  causa  de  la  seguridad  de  la  navegación,  como 
por  el  interés  histórico  que  inspira. 


118  ALEJANDRO    DE   HÜMCOLDT. 

se  detener,  pues  su  fin  era  pasar  á  las  Indias,  y  si  se^ 
detuviera,  dice  él  que  no  fuera  buen  seso.D 

Finalmente,  el  6  de  Octubre,  seis  antes  del  gran  día 
del  descubrimiento  de  Guanahaní  (viernes  12  de  Octu- 
bre), «Martín  Alonso  Pinzón  dijo  que  sería  bien  nave- 
gar á  la  cuarta  del  Oeste,  á  la  parte  de  Sudueste;  y  al 
Almirante  pareció  que  no  decía  esto  Martín  Alonso  por 
la  isla  de  Cipango,  y  el  Almirante  vía  que  si  la  erraban 
que  no  pudieran  tan  presto  tomar  tierra,  y  que  era  mejor 
una  vez  ir  á  la  tierra  firme,  y  después  (al  retorno)  á  la& 
islas»  (1). 


(1)  Navaerete,  t.  I,  páginas  9,  11,  13,  16  y  17.  Dice  así 
literalmente,  conservando  la  irregularidad  de  las  frases,  por  la 
costumbre  de  Las  Casas  de  embrollar  el  estilo  de  Colón  copianda 
aceces  sus  palabras  y  extractando  otras  el  texto.  El  pasaje  re- 
lativo á  Cipango  paréceme  ininteligible  tal  como  lo  escribe 
(((Esta  noche  dijo  Martín  Alonso  que  serla  bien  navegar  á  la 
parte  del  Sudueste :  y  al  Almirante  pareció  que  no  decía  esta 
Martin  Alonso  por  la  isla  de  Cipango,  y  el  Almirante  via  que 
si  la  erraban  que- no  pudieran  tan  presto  tomar  tierra»),  si  na 
se  cambia  la  puntuación  y  se  pone  un  punto  entre  las  palabras 
no  y  decía. 

Examinando  en  el  Diario  de  Colón  los  días  en  que  Oviedo  y 
Herrera  señalan  grandes  indicios  de  motín  en  las  tripulaciones, 
sorprende  no  encontrar  rastros  de  estos  sucesos.  Como  á  los  his- 
toriadores gustan  los  efectos  dramáticos  que  resultan  de  la  opo- 
sición de  los  caracteres,  han  creído  engrandecer  al  marino  ge- 
novés  exagerando  los  peligros  á  que  sucesivamente  le  exponían 
la  malicia,  el  miedo  ó  la  ignorancia  de  sus  marineros.  Olvídase 
que  los  marinos  españoles,  especialmente  los  catalanes,  los  vas- 
cos y  los  andaluces  de  Palos,  desde  hacía  siglo  y  medio  frecuen- 
taban las  costas  de  Guinea  y  de  Escocia;  que  la  vista  de  una 
erupción  en  el  Pico  de  Tenerife  no  podía  dar  esjyanto,  como  pre- 
tende Fernando  Colón,  á  hombres  habituados  á  visitar  las  Ca- 
narias, Ñapóles  y  Mesina.  (Navaerete,  t.  iii,  páginas  605 


DESCUBRIMIENTO    PE   AMÉRICA.  119 

Comprendo  perfectamente  por  qué  entonces  inquie- 
taba á  Colón  y  á  Pinzón  no  ver  la  isla  de  Cipango  (Zi- 
pangri,  de  Marco  Polo),  porque  Colón  había  anunciado 
que  era  la  primera  tierra  que  encontrarían  á  750  leguas 


y  G07);  y  que  la  travesía  del  Golfo  de  la»  Damas,  favorecida  por 
el  tiempo  más  bonancible  y  un  mar  generalmente  tranquilo,  no 
podía  consternar  por  modo  tan  extravagante  á  hombres  aveza- 
dos al  mar.  Entre  el  22  y  el  26  de  Septiembre  los  compañeros 
de  Colón,  según  testimonio  de  su  hijo  y  de  Herrera  (  Vida  del 
Almirante,  cap.  19;  Herrera,  dec.  i,  lib.  i,  cap.  10),  querían 
arrojar  al  mar  á  su  capitán  mientras  estuviese  etnbehido  en  el 
estudio  de  las  estrellas.  En  el  Diario  no  se  pinta  el  descontento 
con  tan  yívos  colores;  dice  únicamente  Colón  que  el  viento 
contrario  ONO.  que  sopló  el  22  de  Septiembre,  «mucho  me  fué 
necesario,  ^oxq^xxq  mi  gente  andaba  muy  estimulados,  que  pen- 
saba que  no  ventaban  estos  mares  vientos  para  volver  á  Es- 
paña». 

El  23  de  Septiembre  dice  :  «Y  como  la  mar  estuviese  mansa 
y  llana,  murmuraba  la  gente,  diciendo :  que  pues  por  allí  no 
había  mar  grande,  que  nunca  ventaría  para  volver  á  España.» 

El  cuento  de  Oviedo,  sobre  los  tres  días  que  concedieron  á  Co- 
lón para  continuar  avanzando  hacia  el  Oeste,  copiado  por  todos 
los  biógrafos  y  poetas  modernos,  ya  lo  ha  refutado  Muñoz 
(lib.  III,  §  7).  D.  Fernando  Colón,  que  quería  tan  mal  á  Alonso 
Pinzón,  como  Las  Casas  á  D.  Fernando,  no  refiere  el  hecho  men- 
cionado, y  se  limita  á  decir  «que  la  gente  estuvo  para  amoti- 
narse ,  perseverando  en  las  momuraciones  y  conjuraciones» 
(  Vida  del  Almirante,  cap.  20).  Además,  el  día  7  de  Octubre  el 
único  suceso  apuntado  en  el  Diario  es  un  cambio  de  ruta.  Desde 
el  30  de  Septiembre  había  seguido  el  Almirante  el  camino  di- 
rectamente hacia  el  Oeste  en  una  extensión  de  250  leguas  ma- 
rinas, siguiendo  el  paralelo  de  25  grados  y  medio;  el  7  de  Octu- 
bre (en  la  mañana  siguiente  á  la  conferencia  con  Martín  Alonso 
Pinzón  sobre  la  proximidad  de  Cipango)  en  la  Niña  creyeron 
ver  tierra.  Al  ponerse  el  sol  se  reconoció  que  no  era  verdad; 
pero  como  las  bandadas  de  aves  dirigíanse  al  SO.,  «sin  duda 
para  dormir  en  tierra,  el  Almirante,  siguiendo  la  experiencia 


120  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

al  Oeste  de  Canarias,  según  lo  refiere  su  hijo  Fernando. 
El  Diario  original  dice  que  hasta  el  1.°  de  Octubre  ha- 
bían andado  707  leguas,  no  desde  el  Puerto  de  Palos, 
sino  desde  la  Gomera,  ó  en  general  las  Canarias,  según 
la  explicación  del  Almirante  relativa  á  la  distancia  en 
que  se  encontraba  el  19  de  Septiembre.  Ahora  bien; 
del  1.^  al  6  de  Octubre,  el  camino  andado  al  Oeste  era, 
adicionando  los  datos  parciales,  de  259  leguas.  El  6  de 
Octubre  creíase  Colón,  por  tanto,  á  966  leguas  de  dis- 
tancia, (5  sean  216  más  allá  del  punto  en  que  calculaba 
la  situación  de  Cipango, 

He  reunido  todos  los  pasajes  relativos  á  la  carta  ma- 
rina que  parece  haber  guiado  á  Colón  antes  de  llegar  á 


de  los  portugueses  que  habían  descubierto  la  mayoría  de  las 
islas  que  poseen  (las  Azores?),  siguiendo  el  vuelo  de  las  aves, 
permitió  abandonar  la  ruta  hacia  el  Oeste,  y  dirigirse  al  OSO. 
con  el  propósito  de  continuar  en  esta  dirección  durante  dos 
días.  No  se  habla  ni  uña  palabra  de  revuelta  ni  sublevación:  la 
frase,  acordó  dejar  el  camino  del  Oueste^  es  la  única  que  parece 
indicar  que  Colón  cedió  á  las  instancias.  Esta  nueva  dirección 
le  fué  provechosa.  Por  lo  demás,  sin  que  pueda  sospecharse  mo- 
tivo alguno  que  le  obhgara  á  ello,  el  Almirante  había  ya  cam- 
biado el  rumbo  de  igual  manera  el  24  de  Septiembre.  Después 
de  haber  seguido  escrupulosamente  el  paralelo  de  Gomera  (la- 
titud 28  grados)  durante  390  leguas  marinas,  gobernó  de  pronto 
al  SO.  para  segair  el  paralelo  de  25  grados  y  medio.  El  8  de  Oc- 
tubre, que  debía  ser  el  día  tan  peligroso  por  la  sedición,  según 
Oviedo,  está  señalado  en  el  Diario  de  Colón  como  día  muy  fa- 
vorable para  el  progreso  de  la  navegación.  «La  mar,  dice  el  Al- 
mirante, está  como  el  río  de  Sevilla,  gracias  á  Dios;  los  aires 
muy  dulces,  como  en  Abril  en  Sevilla,  que  es  placer  estar  en 
ellos,  tan  olorosos  son.»  Estas  líneas  escritas  bajo  la  impresión 
de  aquellos  momentos  no  anuncian  ciertamente  los  terrores  de 
un  espíritu  alarmado. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  121 

la  isla  de  Guanahaní.  Más  adelante,  el  14  de  Noviembre 
de  1492,  menciona  el  diario,  con  ocasión  de  los  cabos  ó 
islotes  que  bordean  la  costa  Nordeste  de  Cuba,  «las  is- 
las innumerables  que  en  los  mapamundos  al  fin  del 
Oriente  se  ponen. »- 

ün  historiador  muy  juicioso,  M.  Sprengel,  traductor 
de  la  obra  de  Muñoz,  no  titubea  en  suponer  que  Colón 
se  guiaba  por  la  misma  carta  de  ruta  que  le  envió  Tosca- 
nelli  en  1474.  Indudablemente,  esta  carta  se  consideraba 
importantísima,  porque  los  manuscritos  dejados  por  Las 
Casas  dicen  (lib.  i,cap.xn  de  la  Historia  de  las  Indias) 
que  este  prelado,  á  la  edad  de  ochenta  y  cinco  años, 
época  en  que  terminó  la  citada  Historia,  aun  poseía  tau 
notable  monumento,  «la  carta  de  marear  que  Toscanelli 
envió  á  Colón».  Ahora  bien;  una  carta  marina  conser- 
vada cincuenta  y  tres  años  después  de  la  muerte  de  su 
autor,  con  mayor  motivo  debía  encontrarse  en  1492  á 
bordo  de  la  carabela  (capitana)  Santa  María.  Observe- 
mos, sin  embargo,  que  la  que  Colón  envió  el  25  de 
Septiembre  á  la  carabela  Pinta  estaba  pintada  (dibu- 
jada) por  sus  propias  manos.  Las  Casas  dice  claramente 
en  el  extracto  que  poseemos  del  Diario:  «donde  según 
parece  tenía  pintadas  el  Almirante  ciertas  islas.» 

La  correspondencia  con  Toscanelli  precedió  en  diez  y 
ocho  años  á  la  grande  época  del  descubrimiento  del 
nuevo  continente,  y  Colón  aprovechó,  sin  duda,  este 
intervalo  para  procurarse  otros  materiales.  Seguramente 
no  llegó  á  ver,  como  pronto  probaremos,  el  mapamundi 
de  Martín  Behaim,  pero  pudo  estudiar  en  los  de  Jacobo 
de  Giroldis,  de  Andrés  Bianco  ó  de  Grazioso  Benin- 
casa. 

Cuando  por  primera  vez  escribió  á  Toscanelli,  fundaba 


122  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

SU  razonamiento  en  una  esférula  que  envió  á  maestro 
Paulo,  según  dice  su  hijo  D.  Fernando.  Es  probable  que 
después,  y  sobre  todo  cuando  la  famosa  disputa  con  los 
profesores  de  Salamanca,  empleara  esferas  y  mapas  como 
argumentos  en  favor  de  su  proyecto  de  navegación  hacia 
el  Oeste.  Lo  que  él  defendía  era  su  sistema  y  no  el  de 
Toscanelli,  y  por  grande  que  haya  sido  la  influencia 
de  los  consejos  y  de  la  carta  del  astrónomo  florentino  en 
el  ánimo  de  Colón,  sería  fiar  demasiado  en  la  humildad 
y  abnegación  del  genio  creador,  suponer  que  el  Almirante 
explicó  á  los  sabios  de  Salamanca,  ó  durante  el  viaje,  á 
Martín  Alonso  Pinzón ,  la  dirección  de  la  travesía  hacia 
la  India  valiéndose  de  una  carta  ó  mapa  de  Toscanelli. 

Aficionado  Colón  á  los  trabajos  gráficos,  dibujaría  él 
mismo,  con  los  datos  de  Toscanelli  y  otros  materiales, 
una  carta  marina  representando  esa  tercera  parte  de  la 
superficie  del  globo  que  permanecía  desconocida  desde 
las  costas  de  Portugal  y  de  la  Mina  hasta  las  costas 
orientales  y  australes  del  Asia. 

Muñoz  insiste  (lib.  ii,  §  17)  en  que  Colón  supo  la 
existencia  de  la  Antilia  por  la  carta  y  el  mapa  de  Tos- 
canelli; pero  creo  poder  afirmar  que  en  ningún  escrito 
del  Almirante,  ni  aun  de  su  hijo  D.  Fernando,  se  en- 
cuentra el  nombre  de  Antilia,  que  ya  era  conocido  en  el 
siglo  XIV,  ni  el  de  Antillas  que ,  especialmente  desde  el 
reinado  de  Carlos  V,  se  dio  al  archipiélago  tropical  de 
América  (1). 


(1)  Sin  embargo,  en  el  Diario  de  la  primera  navegación 
(jueves  9  de  Agosto  de  1492)  habla  Colón  de  estas  islas  que,  pa- 
recidas á  las  ilusiones  del  esj^ejismo,  se  creía  ver  todos  los  años 
al  Oeste  de  las  Azores,  de  las  Canarias  j  de  Madera.  En  su  carta 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  123 


Colón  conservó  la  costumbre  de  llamar  á  las  Pequeñas 
Antillas  «islas  Caribes»,  6  las  primeras  islas  de  las  In- 
dias (1).  Además,  el  camino  que  s'guió  en  1492  no  es 
el  que  Toscanelli  trazó  en  su  carta  y  que  parecía  seguir 


al  papa  Alejandro  VI  (Febrero  de  1502)  no  da  el  nombre  de 
Antillas  á  ningún  grupo  de  las  1.400  islas  que  se  vanagloria,  no 
sin  alguna  exageración,  haber  descubierto.  (Na varéete,  Do- 
cumentos dipl.,  1. 1,  pág.  5;  t.  II,  pág.  280).  Ño  fué,  pues,  Cris- 
tóbal Colón  quien  introdujo  el  nombre  de  Antillas  en  la  geo- 
grafía moderna.  En  su  sistema  Haití  (la  Española)  era  Ophir 
6  Cipango.  «Les  había  dicho  muchas  veces,  dice  su  hijo,  que  no 
esperaba  ver  tierra  hasta  haber  navegado  750  leguas  hacia  el 
Occidente  de  Canarias,  en  cuyo  término  había  también  dicho 
que  hallaría  la  Española,  llamada  entonces  Cipango»  {Vida 
del  Alnt.,  cap.  20).  La  primera  aplicación  del  nombre  Antilice 
insulcs  á  las  islas  de  América,  es  un  rasgo  de  erudición  de 
Pedro  Mártir  de  Anghiera.  Volvió  Cristóbal  Colón  de  su  primer 
viaje  el  15  de  Marzo  de  1493,  y  en  la  primera  década  de  la 
Oceánica,  dedicada  al  cardenal  Ascanio  Sforza  en  Noviembre 
de  1493,  encuentro  ya :  «In  Hispaniola  Ophiram  Insulam  sese 
reperise  refert  (Colunus),  sed  cosmographicorum  tractu  dili- 

genter  considérate,  Antilise  Ínsulas  illse  et  adjacentes  ali33 )) 

Dec,  I,  lib.  I,  pág,  1.  Posteriormente  Vespucci  en  su  pretendida 
segunda  navegación  de  1499,  llama  Antiglia  «la  isla  que  Colón 
ha  descubierto  pocos  años  há»,  es  decir,  Haití.  En  el  siglo  xvi, 
las  islas  Caribes,  al  SE.  de  Puerto  Rico  (Borrinquen),  tenían  en 
los  cuadros  de  posiciones  geográficas  que  se  procuraba  añadir  á 
los  tratados  de  geografía  la  denominación  de  Antiglia  insul(e. 
Uno  de  los  ejemplos  más  antiguos  que  conozzo  de  estos  cuadros 
de  posiciones  está  en  una  obra  de  Juan  Schoner  {Opusculum 
geogr.  ex  diversorum  líbris  et  cartis  collectum),  publicado  en 
.1533.  Véanse  los  curiosos  capítulos  (sect.  Ii,  capítulos  20  y  21) 
De  regionihus  extra  Ptolonueum  deque  insulis  circa  Asiam  et 
Indiam  et  novas  regiones  hvjus  tertice  orhis  partís. 

(1)  Relación  de  1504.  (Navarrete,  t.  i,,  pág.  282;    Vida 
del  Alm.,  cap,  100.) 


124  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

el  paralelo  de  Lisboa  («tomando  el  camino  derecho  á 
Poniente»),  aunque  la  diferencia  de  latitud  entre  Lisboa 
y  Quinsai  (Hangtheufu)  sea  casi  de  nueve  grados,  y  de 
que  Toscanelli,  al  principio  de  la  misma  carta,  hable 
también,  aunque  vagamente,  de  la  distancia  que  en  este 
camino  «podríase  apartar  del  polo  Ártico  hacia  la  línea 
equinoccial».  Colón  determinó,  sin  duda  por  las  hipótesis 
de  la  posición  de  Cipango,  seguir  una  dirección  más  me- 
ridional. Durante  más  de  la  mitad  del  camino  siguió  el 
paralelo  de  la  Gomera,  con  tanta  mayor  constancia, 
cuanto  que,  como  dice  ingenuamente  su  hijo,  temía  per- 
der su  autoridad  si,  cambiando  de  rumbo,  pareciera  no 
saber  dónde  iba. 

Esta  ruta,  muy  distinta  de  la  que  los  marinos  toman 
hoy  para  ir  á  las  Antillas,  condujo  á  Colón  directamente 
al  través  del  gran  banco  de  fucus ,  que  se  extiende  al 
Oeste  del  meridiano  de  Corvo,  desde  los  19  á  los  22 
grados  de  latitud;  y  á  pesar  de  dos  desviaciones  de  la 
ruta  hacia  el  Sudoeste  (el  24  de  Septiembre  y  el  8  de 
Octubre),  Colón  se  creía  en  el  paralelo  (1)  de  la  isla  de 
Hierro  (latitud  27°  45')  cuando  el  descubrimiento  de 
Guanahaní. 

No  discutiré  aquí  la  existencia  de  otra  carta  que  de- 
bió haber  guiado  al  Almirante,  y  que  su  contemporáneo 


(1)  «Los  hombres  de  esta  isla  tienen  los  cabellos  no  crespos," 
salvo  corredíos  y  gruesos,  como  sedas  de  caballo,  y  todos  de  la 
frente  y  cabeza  m.uy  ancha,  más  que  otra  generación  que  fasta 
aqui  haya  visto,  y  los  ojos  muy  fermosos  y  no  pequeños,  y  ellos 
ninguno  prieto,  salvo  de  la  color  de  los  canarios,  ni  se  debe 
esperar  otra  cosa,  pues  está  deste  oueste  con  la  isla  del  Hierro 
en  Canarias  so  una  línea.»  (En  el  mismo  paralelo.)  {Diario  de 
Colón  en  13  de  Octubre  de  1492.) 


DESCUBRIMIKNTO   DE   AMÉRICA.  125 


Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  (1)  atribuye  á  un  ma- 
rino portugués  (Vicente  Díaz,  de  la  villa  de  Tabira),  su- 
poniendo que  este  marino,  al  volver  de  la  costa  de  Gui- 
nea, encontró  una  tierra  al  Oeste  de  Madera.  Este 
cuento  de  Oviedo,  relacionado  con  las  pretendidas  tenta- 
tivas de  los  hermanos  Lucas  y  Francisco  de  Cazzana,  no 
merece  atención  (2). 


(1)  Oviedo,  Ilist.  nat.  y  gen.  de  las  Indias,  cap.  3. 

(2)  Barcia,  pág.  7,  a;  Herrera,  1. 1,  pág.  4. 


VI. 

Cristóbal  Colón  y  Martin  Behaim. 


En  todas  las  épocas  de  avanzada  civilización  ha  ocu- 
rrido á  los  descubrimientos  geográficos  lo  mismo  que  á 
las  invenciones  en  las  artes  y  á  las  grandes  inspiracio- 
nes en  literatura  y  en  las  ciencias ,  por  medio  de  las  cua- 
les intenta  el  espíritu  humano  abrirse  nuevos  caminos; 
al  principio  se  niega  el  descubrimiento  ó  la  exactitud  del 
invento,  después  su  importancia,  y,  últimamente,  su 
originalidad.  Estos  tres  grados  de  duda  alivian,  por  lo 
menos  durante  algún  tiempo,  las  penas  que  la  envidia 
ocasiona.  Tal  costumbre,  cuyo  motivo  es  casi  siempre 
menos  filosófico  que  las  discusiones  á  que  sirve  de  ori- 
gen ,  data  de  mucho  antes  de  la  fundación  de  aquella 
Academia  de  Italia  que  dudaba  de  todo  menos  de  sus 
propios  acuerdos  (1). 

«Cuando  Colón  prometió  un  nuevo  hemisferio,  dice  el 
ilustre  autor  del  Estudio  sobre  las  costumbres  y  el  genio 
de  las  naciones,  decíasele  que  este  hemisferio  no  podía 
existir,  y,  cuando  lo  descubrió,  se  pretendía  que  era  ya 
conocido  de  largo  tiempo  atrás.» 


(1)  Academia  dei  Dubhiosi,  anteiior  á  la  de  los  Stahili  y 
de  los  Gelosi. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÍBICA.  127 

He  procurado  precisar  el  grado  de  importancia  que 
debe  atribuirse  á  las  relaciones  de  Toscanelli  con  Colón 
en  una  época  en  que  éste  había  adquirido  ya  por  sí 
mismo  la  convicción  del  éxito  de  su  empresa.  Toscanelli 
proporcionó  nuevos  datos,  que,  por  ser  numéricos,  eran 
más  seguros  y  preciosos  para  meditaciones  de  esta  ín- 
dole; fué,  como  dice  D.  Fernando  Colón,  la  causa  más 
poderosa  del  ánimo  con  que  el  Almirante  se  lanzó  á  la 
inmensidad  de  un  mar  desconocido ,  y,  cosa  extraña ,  la 
posteridad  casi  ha  olvidado  (1)  esta  influencia  del  geó- 
metra florentino,  obstinándose  durante  largo  tiempo  en 
colocar  al  lado  de  Cristóbal  Colón  otro  personaje,  mere- 
cedor sin  duda  de  la  mayor  consideración  como  geógrafo, 
como  viajero  y  como  marino,  pero  que  verosímilmente 
dirigió  todas  sus  miras  al  camino  de  la  India  rodeando 
la  extremidad  de  África. 

Se  ha  dicho  que  Martín  Behaim  ó  Beheim  había  des- 
cubierto el  archipiélago  de  las  Azores  y  revelado  á  Colón, 
no  sólo  el  camino  hacia  el  Asia  oriental ,  sino  también 
la  existencia  de  un  nuevo  continente;  y  que  señaló  en 
un  globo  el  estrecho  á  que  dio  su  nombre  Magallanes, 
por  lo  que  con  más  justicia  se  le  debía  llamar  (2)  Fretum 
Bohemicum ,  como  América  entera  Behaimia  y  hasta  Bo  • 
hernia  occidental. 


'  (1)  El  historiador  Herrera  no  conoció  el  nombre  de  Tosca- 
nelli, ni  tampoco  el  sabio  autor  del  Commerce  and  Navigation 
of  tJie  Ancients,  M.  Vincent,  que  en  su  Dissertation  sur  les 
Seres  (t.  II,  págs.  613-618)  discute  con  gran  sagacidad  las  dife- 
rentes causas  de  la  empresa  de  Colón. 

(2)  Wagenseil,  Sacra  ].arentalia  B.  Georgia  Frid.  Be. 
haimo  dicata,  pág.  16.  Postel  dice  ya  terminantemente  en  la 
página  22  de  su  Cosmografía:  «Ad  54  grad.  (lat.  mer.)  ubi  est 
Martini  Boliemi  fretum  á  Magaglianeso  alias  nuncupatum.» 


128  ALEJANDRO   DE    HDMIiOLDT. 

Cuanto  más  misterioso  aparece  este  hombre  en  su  ori- 
gen, más  se  le  quiere  engrandecer.  Se  le  supone  unas 
veces  noble  portugués,  otras  bohemio  de  raza  slava^ 
nacido  en  la  isla  de  Fayal  (1)  (en  el  grupo  de  las  Azo- 
res), otras  ciudadano  de  Nuremberg.  Encuéntrasele  en 
Venecia,  en  Amberes  y  en  Viena,  ocupado  durante  más 
de  veinte  años  en  el  comercio  de  paños;  construyendo  en 
Lisboa  un  astrolabio  que  llegó  á  ser  de  grande  impor- 
tancia para  los  marinos ;  viajando  con  Diego  Cam  por 
las  costas  de  África  hasta  más  allá  del  Ecuador,  y  tra- 
yendo la  malagueta  (2)  (una  de  las  especias  más  esti- 


(1)  «Y  cuanto  más  se  extienda  la  parte  oriental  de  la  India 
al  Oriente  hacia  las  islas  del  cabo  Verde,  más  fácil  será  llegar 
á  ella  en  pocos  días:  esta  opinión  se  la  confirmó  á  Colón  su 
amigo  Martin  de  Bohemia,  2>ortugiiés,  natural  de  la  isla  de 
Fayal,  gran  cosmógrafo))  (Herreba,  déc.  i,  lib.  I,  cap.  2). 
Sorprende  que  Robertson  {llist.  ofAvier.,  lili,  t.  II,  pág.  434), 
á  pesar  de  las  luminosas  disertaciones  de  un  profesor  de  Gottin- 
ga,  M.  TozEN,  publicadas  en  1761  {Der  n-ahre  und  erite  Ent" 
declier  deruen  Welt  gegcn  die  nngegründeten  Ansprüolie  von 
Vesjjucci  und  Beahim,,  págs.  87,  113),  y  la  obra  aun  más  anti- 
gua de  DOPPELMAYR  {llist.  Naclir.  von  Niirnberger  Matliem, 
nnd  JCünstlern,  pág.  30),  haya  caído  enei  mismo  error  de  creer 
portugués  á  Martín  Behaim.  El  titulo  de  gran  cosmógrafo  que 
le  da  Herrera  prueba  que  no  le  confundía  con  el  canónigo  por- 
tugués Martínez,  encargado  por  su  Gobierno  de  la  correspon- 
dencia con  Toscanelli  sobre  el  camino  más  coito  para  ir  á  laa 
Indias. 

(2)  Es  la  semilla  del  Amomum  Granum  Paradisi  de  Afze- 
lius,  objeto  de  muy  importante  comercio  (sobre  todo  para  la 
ciudad  de  Amberes)  antes  de  la  expedición  de  Gama.  Esta  se- 
milla de  una  Drymirhisea,  poco  conocida  hasta  hoy,  llegaba 
entonces  á  las  costas  septentrionales  de  Berbería  por  medio  de 
las  caravanas  de  Guinea  que  atravesaban  el  desierto  de  Sahara. 
La  malagueta  rivalizaba  con  la  verdadera  pimienta  {Piper  ni- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  129 

J 

madas)  del  país  que  la  produce.  Se  le  halla  en  Nurem- 
berg,  en  la  Zistelgasse,  en  casa  de  su  primo  el  senador 
Miguel  Behaim,  terminando  en  1492  el  globo  que  quiere 
dejar  como  recuerdo  «á  su  cara  patria  antes  de  partir 


grum  et  Piper  longum)  que  Dioscórides  conocía  ya  (capí- 
tulo 189)  con  el  nombre  indio  TceTcepi  (del  sánscrito  pippali), 
que  Edrisi  describe  {Geogr.  JVub.,  1619,  pág.  61)  con  nota- 
ble exactitud,  y  que  por  su  largo  transporte  á  través  del  Asia 
se  encarecía  mucho  en  los  mercados  de  Italia. 

Como  las  producciones  vegetales  análogas  y  que  se  reempla- 
zan mutuamente  en  el  comercio  toman  siempre  el  mismo  nom- 
bre, el  de  malagueta,  tan  célebre  en  el  siglo  XV,  y  que  nuestros 
farmacéuticos  han  transformado  en  meleguetta,  maniguette  y 
cardamonum  piperatum ,  paréceme  que  se  deriva  de  la  palabra 
ivíáiQ.  pimiento,  tal  y  como  se  usa  en  la  lengua  de  Sumatra.  En- 
cuentro en  la  Cosmografía  de  Sebastian  Míjnstee  (edición 
de  1550,  pág.  1.093):  alingua  patria  Sumatrenses  piper,  molaga 
dicunt.»  El  sabio  autor  de  la  Materia  médica  of  Jlindoostan , 
M.  Ainslie,  da  también  (edición  de  Madras,  1813,  pág.  34)  al 
Piper  nigrum  en  tamul  la  denominación  de  meUaglioo.  En 
sánscrito,  mallaja  y  maricha  son  sinónimos  de  pippali;  la 
primera  palabra  designa,  según  Wilson,  más  especialmente  el 
Piper  nigrum,  la  segunda  el  Piper  longum.  Creo  que  el  nom- 
bre de  Molucas  {las  Malucos)  se  deriva  de  Molaga  ó  Mallaja, 
nombre  de  la  pimienta. 

El  gran  mérito  «de  haber  llegado  hasta  las  regiones  de  África 
donde  se  cría  la  planta  de  la  malaguetta)),  ha  sido  negado  á 
Behaim  y  á  Diego  Cam  y  atribuido  á  Alfonso  de  Aveiro 
(Sprengel,  Gesch.  der  geogr.  Entd.,  págs.  376,  386),  Pero 
Aveiro  llegó  al  reino  de  Benin  en  1486,  dos  años  después  de  la 
expedición  de  Cam  (Barros,  dec.  i,  lib.  3,  cap.  3,  pág..  178, 
edición  de  Lisboa,  1778;  Na v arrete,  t.  i,  páginas  xxxix 
y  XL.  Examinando  las  notas  que  Martín  Behaim  añadió  á  su 
globo  al  lado  de  las  tierras  cuyas  costas  delineó,  encuentro  que 
distingue  los  granos  del  paraíso,  la  verdadera  pimienta  y  la 
canela.  «La  primera  de  estas  especias  (Paradieskorner)  se  cría 
en  el  reino  de  Gambia;  la  segunda  en  el  Fúrfur,  á  1.200  leguas 


130  ALEJANDBO   DE   HDMBOLDT. 

para  el  lugar  donde  tiene  su  casa  á  700  millas  de  Ale- 
mania», mientras  Colón  emprende  su  primera  expedi- 
ción; está  en  las  Azores  en  casa  de  su  suegro  el  caba- 
llero lobst  con  Hürter,  mientras  Vasco  de  Gama  descubre 
el  camino  á  las  Indias,  rodeando  la  parte  meridional  de 
África. 

Nació  probablemente  el  mismo  año  que  Cristóbal  Co- 
lón, y  muere  en  Lisboa  (según  las  investigaciones  de 
Mr.  de  Murr),  en  el  mismo  mes  que  el  descubridor  de 
América,  cuya  gloria  jamás  quiso  empañar.  Su  muerte 
precedió  en  cerca  de  dos  años  al  descubrimiento  del  mar 
del  Sur  por  Vasco  Núñez  de  Balboa,  y  en  trece  años  á 
la  expedición  de  Magallanes,  á  quien  debió  confiar  «el 
secreto  del  estrecho». 

Vida  tan  extraordinaria  y  constantemente  agitada,  la 


de  distancia  de  Portugal;  la  tercera  á  2.300  leguas,  desde  donde 
regresamos  para  volver  al  lado  de  nuestro  Key,  después  de  diez 
y  nueve  meses  de  ausencia.»  Por  tanto,  en  1485  da  Behaim  en  el 
mismo  globo  preciosas  nociones  acerca  del  transporte  de  las  es- 
pecias de  Java  y  de  Ceylan  (Sellan)  á  Venecia  y  á  Francfort, 
nociones  debidas  en  parte  á  maese  (mister)  Bartoloméi,  floren- 
tino, que  refirió  en  Venecia  al  pap^  Eugenio  IV  lo  que  durante 
veinticuatro  años  (hasta  1424)  había  visto  en  Oriente  (Murr., 
Dipl.  Gescli  ,  páginas  25  y  36).  Véase,  pues,  'de  nuevo  á  este 
papa  Eugenio '^IV,  que  Toscanelli  cita  en  su  primera  carta  á 
Colón  y  que  llegó  al  Pontificado  en  1431,  en  relaciones  con  los 
viajeros  de  Asia  Finalmente,  recuerdo  también  que  Cristóbal 
Colón  llama  á  toda  la  costa  de  Guinea  Costa  de  Maneguctta 
(costa  del  grano  del  paraíso),  cerca  de  la  cual  vio  «algunas  si- 
renas, aunque  no  eran  tan  semejantes  á  las  mujeres  como  las 
pintan»  {Vida  del  Alm.,  cap.  iv).  Hoy  se  da  este  nombre  es- 
pecialmente á  la  costa  situada  en  dirección  del  NO.  al  SE., 
entre  el  cabo  Mesurado  y  el  cabo  Palma,  de  6o  26'  á  4°  3'  de 
latitud  boreal. 


TESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  131 

gran  fama  de  cosmógiafo  de  un  hombre  que  fija  su  do- 
micilio durante  diez  y  seis  años  en  la  isla  de  Fayal,  á  la 
extremidad  occidental  del  mundo  conocido ,  debía  prestar- 
se ,  aun  en  los  tiempos  en  que  comenzaba  á  imperar  una 
sana  crítica  histórica,  á  conjeturas  ó  hipótesis  especiosas. 
El  ardimiento  con  que  un  profesor  de  Altorf,  Cristó- 

•  bal  Wagenseil ,  había  atribuido  á  Behaim  el  descubri- 
miento de  América,  excitó  el  intere's  patriótico  de  Leib- 
nitz ,  según  se  ve  en  un  párrafo  de  una  carta  suya  á 
Tomás  Burnet,  del  año  1697.  Los  trabajos  de  Fede- 
rico Stuven  (1)  (en  Giessen),  de  Doppelmayr  y  de 
Mr.  Otto  (2),  han  obedecido  á  las  mismas  ilusiones,  y 
puede  creerse  que  las  disertaciones  juiciosas  de  Tozen(3), 

«profesor  de  Goettinga,  del  conde  Rínaldo  Carli  (4),  de 

■  Mr.  de  Murr  (5),  compatriota  déla  respetable  familia  de 

(1)  Diss-  de  vero  Noví  Orhts  inventor e.  Francfort,  1714. 

(2)  Trans.  of  the  Avicr.  Phil.  soc.  Iield.  at  PMladelpMa  t.  ii 
(1786),  pág.  120.  La  Noticia  histórica,  de  Doppelmayr,  sohre 
los  matemáticos  y  los  artistas  de  Nuremherg,  contiene  precio- 

.  sos  detalles  acerca  de  la  vida  de  Behaim  y  del  primer  grabado 
del  globo  conservado  en  la  familia  del  cosmógrafo;  mientras 
la  Disertación  de  Stüven,  y  sobre  todo  la  Memoria  de  Mr.  Otto, 
prueban  profunda  ignorancia  de  la  geografía  del  siglo  XV. 

(3)  Der  wliar  und  erste  Entdecker  der  neuen  Welt,  Christohp 
Colón,  Gott,  1761.  Pero  antes  de  Tozen,  el  autor  de  una  exce- 
lente historia  de  rortugal,  M.  Gebauer,  había  refutado  ya  á 
Stüven  (Fort.  Gesch.,  t.  i,  pág.  121).  Compárese  también  al 
sabio  bibliógrafo  Francisco  Cancellieri.  Notizie  di  Colomho  di 
Ouccaro,  Roma,  1809,  pág.  39. 

■  (4)  Opusculi  scelti  di  Milano,  t.  xv,  pág.  72. 

:     (5)  Dip.    Gescli.   des    Portug.    herükmten.    Pitters  Martin, 

.  Sehaim;  dos  ediciones,  la  primera  de  1778,  la  segunda  de  1801. 

De  las  obras  relativas  á  Behaim,  que  acabo  de  citar,  sólo  esta 

■  última  ha  sido  traducida  al  francés  y  por  un  traductor  habilí- 
simo, M,  Jansen. 


132  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 


los  Behaim,  aun  florecient3  en  Nurémbeig,  habrían  sida 
suficientes  para  refutar  cargos  tan  vagos  contra  Colón 
y  Magallanes.  Pero  han  aparecido  posteriormente  las 
mismas  dudas  en  obras  que  son,  por  otra  parte,  muy 
dignas  de  estimación. 

Creo,  pues,  que  aislando  menos  los  hechos  que  pre- 
senta la  biografía  del  cosmógrafo,  suficientemente  des- 
enredada hoy  de  la  serie  de  descubrimientos  de  los 
españoles  y  de  los  portugueses  en  el  mismo  período ,  se 
puede  llegar  á  algunas  consideraciones  más  satisfacto- 
rias que  las  presentadas  hasta  ahora. 

No  ha  sido  por  causa  de  la  analogía  de  los  sonidos  el 
llamar  á  Behaim  Martín  de  Bohemia  en  el  Diario  de 
Navegación  de  Pigafetta  y  en  las  Décadas  de  Barros, 
La  familia  del  cosmógrafo  pretende  descender  de  la  an- 
tigua familia  bohemia  de  Schwarzbach ,  en  el  círculo  de 
Pilsen.  He  visto  que  el  magistrado  de  la  ciudad  libre  de 
Nuremberg,  en  una  carta  al  rey  D.  Manuel  de  Portugal 
(del  7  de  Junio  de  1518),  usa  indistintamente  los  nom- 
bres de  Martinus  Behaim  y  de  Martinus  Bohemus.  Tam- 
bién advierto  que  el  cosmógrafo ,  al  firmar  una  carta  de 
Amberes  (del  11  de  Marzo  de  1494),  Martein  Beheim^ 
quiere  que  sus  parientes  le  escriban  á  las  islas  Flamen- 
cas (Azores),  con  las  señas  Domino  M.  Boheimo  militi. 
1^0  cometen,  pues,  error  ni  Pigafetta  ni  Barros  con- 
fundiendo uii  nombre  de  país  con  otro  de  familia  (1). 


(1)  En  una  época  en  que  la  geografía  se  estudiaba  en  Fran- 
cia con  menos  celo  que  en  la  actualidad,  el  inventor  de  una 
bomba  pneumática,  Otton  de  Gericlie,  que  frecuentemente  fir- 
maba Cónsul  Magdehurgensis  y  publicaba  sus  Experimenta 
MagdeMirgica,  fué  citado  con  el  nombre  de  Señor  Magde- 
burgo. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  133 

Los  parientes  y  los  contemporáneos  del  hombre  célebre 
hablan  en  el  primer  documento  que  acabo  de  citar  «de 
Bohemorum  (1)  familia  in  civitate  Nurinbergensi  ultra 
ducentos  (2)  annos  perdurante.» 

Es  también  probable  que  el  nombre  de  Behaim  ó  Be- 
heim,  que  esta  familia  ilustre  empleaba  indiferentemente 
á  fines  del  siglo  xv,  sea  sólo  una  designación  étnica  {aus 
Boheim  6  Bóhem ,  natural  de  Bohemia),  como  los  nom- 
bres tan  comunes  en  Alemania  de  Schwabe ,  de  Sachs  y 
de  Preuss. 

Resulta  del  conjunto  de  estos  hechos,  minuciosa- 
mente expuestos,  ser  verosímil  que  nuestro  gran  cosmó- 
grafo dio  ocasión  por  sí  mismo  á  la  costumbre  seguida 
en  Portugal  y  en  España  de  llamarle  Martín  de  Bohe- 
mia. Herrera,  añadiendo  á  su  nombre  el  elogio  de  cos- 
mógrafo de  gran  opinión ,  le  llama  dos  veces  (3)  portur 


(1)  Eh  una  de  las  inscripciones  puestas  en  memoria  de 
Behaim  («Miles  auratusqui  Africanos  Mauros  fortiter  debella- 
vit  et  ultra  finem  orbis  térras  uxoravit»)  hablase  también  de  su 
esposa  (Martini  Bohemi  uxor),  hija  del  gobernador  de  las 
Azores  ó  Catlierides  por  Cassiterides;  es  una  falsa  erudición 
copiada  del  globo  de  Behaim. 

(2)  La  primera  traducción  alemana  de  la  Biblia,  que  quedó 
manuscrita  y  conservada  en  la  biblioteca  Paulina  de  Leipzig, 
fué  hecha  en  1343  por  Mathias  Behaim,  y  en  1421  Miguel  Be- 
haim de  Weinsberg  estaba  reputado  como  uno  de  los  más  céle- 
bres poetas  del  ciclo  de  los  Meistersanger. 

(3)  Déc.  I,  lib.  I,  cap.  2.  Déc.  ii,  lib,  ii,  cap.  19.  El  se- 
gundo párrafo  está  copiado  del  Diario  italiano  de  Pigafetta, 
donde  se  encuentra  la  expresión  ({3íartino  di  Boemia,  uomo 
eccellentissinio)),  sin  añadir  nacido  en  Fayal.  Este  diario,  del 
cual  dio  Ramusio  un  extracto,  ha  sido  publicado  por  N.  Amo- 
retti  con  el  título  de  Primo  viaggio  intorno  al  globo  terrac- 
queo  en  1800,  según  el  manuscrito  conservado  en  la  biolioteca 


134  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

gués  nacido  en  la  isla  de  Fayal.  No  debe  sorprender  este 
error,  considerando  que  Behaim  estuvo  al  servicio  del 
Tlej  de  Portugal  en  una  célebre  expedición  marítima  á 
las  costas  de  África;  que  en  1485  fue'  nombrado  caba- 
llero de  ]a  Orden  de  Cristo,  y  que  en  unión  de  los  dos 
médicos  del  rey  D.  Juan  II,  «maese  Rodrigo  y  el  judío 
maese  Josef,  se  le  nombró  miembro  de  una  Junta  de 
Mathematicos  encargada  de  indicar  el  medio  de  navegar 
con  arreglo  á  la  altura  del  sol  (1),  y  que  pasó  más  de 
veinte  años  de  su  vida  en  Lisboa  ó  en  una  colonia  por- 
tuguesa, en  la  factoría  flamenca  de  Fayal». 

Cristóbal  Colón  y  Martín  Behaim,  tan  próximos  en- 
las  épocas  de  su  nacimiento  y  de  su  muerte ,  presentan 
en  su  vida  privada  otra  identidad  de  situación  que  con- 
tribuyó singularmente  al  desarrollo  de  sus  aficiones  á 
los  descubrimientos  geográficos.  Uno  y  otro  entraron 
por  casamiento  en  familias  que  poseían  por  herencia  el 
gobierno  de  islas  consideradas  entonces,  aunque  por 
error,  como  nuevamente  descubiertas  y  situadas  en  los 
confines  del  mundo  conocido,  en  ú-Mare  tenehrosum  de 
los  geógrafos  árabes  ultra  quod  nemo  scit  quid  continea- 
tur  (2). 


Ambrosiana.  Pero  la  compilación  de  Herrera  es  mucho  máa 
completa,  sobre  todo  en  lo  que  se  refiere  á  la  astronomía  (véase, 
por  ejemplo,  el  cálculo  de  las  diferencias  de  altura  de  la  luna  y. 
de  Júpiter,  observados  el  17  de^Diciembre  de  1519.  (Herrera, 
Déc.  II,  lib.  IV,  cap.  10).  El  historiador  español,  no  sólo  ha  to- 
mado datos  en  Castañeda,  Barros  y  Antonio  Pigafetta,  sino 
también  en  otros  documentos  manuscritos  que  desconocemos. 

(1)  Barros,  Asia,  Déc.  i,  lib.  4,  cap.  2. 

(2)  Edrisi,  pág.  147.  En  la  Vida  do  Infante  B.  Hcnrique, 
por  el  padre  Freiré  (Lisboa,  1758,  pág.  335),  Hürter  es  llama- 
do Jor^^e  ííí?  Utra.  Barros  escribe  Jos  Dutra  (Dec.  i,  lib.  m, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  135 

E)  suegro  de  Colón,  Bartolomé  Muñiz  Perestrello, 
tuvo  en  Porto  Santo  la  misma  posición  política  que 
lobst  (Jodocus)  de  Hürter,  señor  de  Murkirchen  (Moer- 
kerken)  y  Harbrck  (en  Flandes),  suegro  de.  Martín  Be- 
haim,  tenía  en  Fayal.  Cristóbal  Colón  vivió  algún  tiempo 
en  las  posesiones  de  su  esposa  D/  Felipa  Muñiz  Peres- 
trello en  Porto  Santo,  donde  nació  su  hijo  Diego  Colón; 
de  igual  manera  Behaim  habitó  con  su  esposa  Juana  de 
Macedo  en  Fayal,  donde  e'sta  dio  á  luz  un  hijo  que,  poco 
despue's  de  la  muerte  de  su  padre,  fué  preso  á  causa  de 
un  homicidio  involuntario. 

Discútese  si  estos  dos  hombres  célebres  (y  la  celebri- 
dad de  Behaim  precedió  sólo  en  doce  años  á  la  de  Co- 
lón) se  vieron  en  las  islas  Azores,  y  si  Behaim  dio  á  Co- 
lón las  noticias  de  troncos  de  pinos ,  cadáveres  y  hasta 
canoas  cubiertas  de  pieles  y  llenas  de  hombres  de  raza 
desconocida  que  las  corrientes  y  los  vientos  habían  lle- 
vado á  las  costas  de  Fayal,  de  la  Graciosa  y  de  Flores; 
noticias  que,  unidas  á  las  que  el  Almirante  adquirió  en 
Porto  Santo,  le  alentaron  en  sus  esperanzas  de  grandes 
descubrimientos. 

Cierto  es  que  su  hijo  D.  Fernando  dice  {Vida  del  Al- 
mirante, cap.  viii):  «Los  moradores  de  las  Azores  le 


capítulo  11).  Por  una  permutación  de  consonantes  igualmente 
viciosa,  los  escritores  de  la  conquüta  llaman  al  guerrero  Felipe 
de  Huten,  célebre  por  su  expedición  al  Dorado,  de  la  que  di  un 
comentario  geográfico  en  la  Relajón  de  mi  viaje  (t.  Ii,  capí- 
tulo 33,  pág.  454),  Felipe  de  Utcn,  JJrre  y  hasta  TJtre.  Por 
esta  última  transformación,  los  nombres  de  doi  ilustres  fami- 
lias, los  Hürter  y  Iluten,  se  transforman  en  portugués  y  en  es- 
pañol, casi  á  su  terminación,  en  el  mismo  grupo  de  letras  Vtra 
y  TJtre. 


136  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

contaron  (á  Colón)  que  cuando  soplaba  viento  de  Po- 
niente  »;  pero  el  Almirante  podía  adquirir  estos  infor- 
mes en  cualquier  puerto  de  Portugal  ó  de  España,  pues 
sabemos  positivamente  por  la  Historia  de  las  Indias ,  de 
Las  Casas,  que  en  España  y  en  el  monasterio  de  la  Rá- 
bida fué  donde  conoció  Colón  el  viaje  de  Pedro  de  Ye- 
lasco,  natural  de  Palos,  que,  partiendo  de  Fayal  y  des- 
pués de  navegar  al  Poniente  150  leguas  (lo  que  debió 
situarle  más  allá  del  borde  oriental  de  la  gran  banda 
de  fucus) ,  reconoció  la  isla  de  Flores. 

Antes  del  descubrimiento  de  América  sólo  estuvo  Be- 
haim  en  Fayal  durante  los  años  1486  y  1490 ,  y  en  este 
intervalo  no  salió  Colón  de  España;  pero  los  dos  mari- 
nos vivieron  en  Lisboa  desde  1482  á  1484.  En  este  i\l- 
timo  año  fué  cuando  Behaim  partió  con  Diego  ClJam  para 
un  largo  viaje  á  África,  y  Colón,  enojado  por  los  desde- 
nes del  Gobierno  portugués,  fué  á  Sevilla.  El  conoci- 
miento  positivo  y  sincrónico  (1)  de  los  hechos  puede 


(1)  Nacimiento  de  Behaim  hacia  el  año  de  1430,  probable- 
mente en  1436)  Navarrete  cree  lo  más  probable  que  Colón  na- 
ciera también  en  este  año  de  1436).  Viajes  de  Behaim  comer- 
ciando en  paños  en  1457  á  Venecia,  desde  1477  á  1479  á  Malinas, 
Amberes  y  Viena  (Ilegiomontanus  permaneció  en  Nuremberg 
desde  1471  á  1475,  y  partió  en  1475  para  Italia,  Ya  en  un  viaje 
anterior,  en  1461,  había  descubierto  en  Venecia  el  manuscrito  de 
los  seis  primeros  libros  de  Diophantes).  Permanencia  de  Behaim 
en  Portugal  desde  1480  á  1484.  (Colón  habitó  en  la  misma  na- 
ción  desde  1470  á  1484,  á  menos  que  no  interrumpieran  su  es- 
tancia algunas  navegaciones  entre  1471  y  1481).  Behaim  se  casa 
en  Fayal  en  1486  con  la  hija  del  gobernador  lobst  de  fíürter, 
enviado  con  una  colonia  flamenca  á  Fayal  y  á  Pico  á  causa  de 
la  donación  que  hizo  el  rey  Alfonso  V  de  Portugal  en  1466  de 
la  primera  de  estas  islas  á  su  tía  Isabel  de  Borgoña,  madre  de 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  137 

úfhicamente  disipar  las  dudas  que  suscita  la  historia  de 
esta  época.  No  negaré  que  Colón  haya  tocado  anterior- 
mente en  Fayal,  porque  se  ignoran  las  fechas  de  sus  ex- 
pediciones lejanas  á  Tyle  (Islandia?),  á  San  Jorge  de  la 


Carlos  el  Temerario.  (En  el  globo  de  Behaim  contienen  un  error 
estas  palabras:  «La  isla  ha  sido  dada  en  1466  por  el  Rey  de  Por- 
tugal á  su  hermana  madama  Isabel,  duquesa  de  Borgoña.»  (El 
rey  hermano  de  Isabel  era  Eduardo,  muerto  en  1438).  Perma- 
nencia de  Behaim  en  Fayal  desde  1486  á  1490;  en  Nuremberg 
desde  1491  á  1493;  en  Flandes  y  en  Francia  en  1494;  de  nuevo 
en  Fayal  desde  1494  á  1506.  Vuelve  á  Lisboa  y  muere  el  29  de 
Julio  de  1506,  según  opinión  de  M.  de  Murr.  (Muerte  de  Colón 
en  Valladolid  el  20  de  M^yo  de  15í36.) 

La  fecha  de  la  muerte  de  Martín  Bahaim  no  carece  de  impor- 
tancia para  el  examen  de  los  conocimientos  adquiridos  en  esta 
época  relativamente  á  la  configuración  de  la  América  del  Sur, 
y  sobre  la  posibilidad  de  que  el  cosmógrafo  de  Nuremberg  haya 
podido  entrever  la  existencia  de  un  paso  del  Océano  Atlántico 
al  mar  del  Sur. 

Sabemos  que  el  Rey  Católico,  desde  su  vuelta  de  Ñapóles, 
en  1506  ocupóse  de  una  gran  expedición  destinada  á  las  Indias 
*  Orientales  y  al  descubrimiento  de  un  estrecho  en  el  continente 
americano  ,  y  que  sobre  este  asunto  fué  consultado  Vespucci 
(Na VARÉETE,  t.  II,  Cód.  dipl.,  nüm.  160,  pág.  317;  t.  iii,  pá- 
ginas 47  y  294).  Dos  años  después  (1508)  se  verificó  la  expedi- 
ción de  Solís  y  de  Yáñez  Pinzón,  en  la  cual  estos  intrépidos 
marinos  llegaron  hasta  cerca  del  grado  40  de  latitud  meridio- 
nal ,  sin  reconocer,  no  obstante ,  la  desembocadura  del  Río  de 
la  Plata. 

Se  ve,  pues,  que  el  principio  del  siglo  xvi,  es  decir,  en  la  ve- 
jez de  Behaim,  era  una  época  extraordinariamente  fértil  en 
proyectos  de  grandes  descubrimientos.  Me  he  ocupado  reciente- 
mente en  determinar  la  fecha  de  la  muerte  de  nuestro  cosmó- 
grafo, y  los  datos  que  á  ruego  mío  ha  tomado  una  persona  digna 
de  la  mayor  confianza  en  casa  del  barón  Segismundo  Federico 
Carlos  de  Behaim,  jefe  actual  de  la  familia  y  propietario  del 
globo  de  1492,  no  son  favorables  al  cálculo  de  M.de  Murr.  Este 


138  ALEJANDEO   DE   HUMBOLDT. 

Mina  (1)  y  á  la  costa  de  Guinea,  ya  fueran  antes  de  1470, 
ó  entre  1470  y  1482.  En  su  Memoria  «sobre  las  cinco 
zonas  habitables»,  dice  positivamente  Colón,  aunque 
merezca  el  dicho  poco  crédito,  «  que  estuvo  en  el  mes  de 
Febrero  de  1477  cien  leguas  más  allá  de  Tyle,  cuya  parte 
austral  está  á  73  grados  de  latitud. d  En  su  vida,  tan 


sabio  estimó  como  prueba  decisiva  la  carta  de  un  primo  de 
Martin  Behaim,  fechada  en  30  de  Enero  de  1507,  que  manifiesta 
deseo  de  saber  «lo  que  ha  sido  de  la  esposa,  el  hijo  y  los  parien- 
tes de  Martin,  dónde  están  y  qué  hacen».  M.  de  Murr  cree,  por 
tanto,  errónea  la  fecha  de  29  de  Julio  de  1507,  indicada  en  un 
monumento  funerario  {Seutum  trifoUnum)  en  la  iglesia  de 
Santa  Catalina  de  Nuremberg,  j  supone  que  el  retrato  del  cos- 
mógrafo existente  en  los  archivos  de  la  familia  Behaim  tiene 
la  fecha  de  1506.  {Bijfl.  Gesch.,  páginas  117,  127  y  136).  Como 
el  monumento  funerario  fué  construido  en  1519  á  costa  de  su 
hijo,  parece  extraño  que  se  hayan  e-iuivocado  en  la  fecha  de  la 
inscripción. 

Un  vandalismo  muy  común  en  la  época  en  que  vivimos  ha 
destruido  todas  las  inscripciones  y  todos  los  monumentos  de  la 
iglesia  de  Santa  Catalina,  transformada  en  1806  en  almacén  de 
heno  y  de  leña;  pero  en  la  parte  superior  del  gran  retrato  que  se 
conserva  en  la  casa  donde  está  el  globo  se  lee:  Obiit  a  MDVII^ 
Lisahonoe,  y  no  1506  como  dice  M.  de  Murr.  Además,  un  álbum 
genealógico  que  data  de  1732 ,  pero  que  contiene  la  descen- 
dencia de  los  Behaim  de  Scharvarzhach  desde  1207  contiene 
figuradas  las  armas  del  caballero  Martín  Behaim,  y  una  noticia 
biográfica  que  termina  en  alemán  con  estas  palabras :  Murió  el 
29  de  Julio  de  1507. 

(1)  «Yo  estuve  en  la  fortaleza  de  San  Jorge  de  la  Mina 
{Vida  del  Ahn.,  cap.  iv).  Lo  terminante  de  la  afirmación  no 
deja  lugar  á  duda.  Según  la  crónica  de  Ruy  de  Pina,  el  fortín 
de  Mina  ó  d'Elmina  fué  construido  en  1481;  por  consiguiente^ 
el  viaje  de  Colón  á  la  costa  de  África  no  pudo  ser  anteriora 
este  año.» 


DESCÜBRlMfENTO   DE    AMÉRICA.  139 

llena  de  aventuras,  no  sería  sorprendente  que  Colón  hu- 
biera tocado  en  las  Azores. 

-  En  cuanto  á  que  Behaim  y  Colón  tuvieran  relaciones 
personales ,  la  cosa  es  muy  probable ,  aunque  no  exista 
ninguna  prueba  directa.  Estos  dos  hombres  célebres  se 
encontraron  en  Lisboa  en  los  mismos  años  y  ocupados 
en  proyectos  náuticos.  Los  mismos  médicos  del  rey 
Juan  II,  maese  Rodrigo  y  el  judío  maese  Josef,  que  re- 
cibieron encargo  de  Diego  Ortiz,  obispo  de  Ceuta,  de 
examinar  el  proyecto  de  Colón  relativo  á  un  viaje  á  Ci- 
pango  (1),  y  en  general  hacia  el  Oeste,  trabajaron  con 
Martín  Behaim,  según  he  dicho  antes,  en  la  construc- 
ción de  un  astrolabio  adaptado  á  la  navegación.  Parece 
natural  que  médicos  del  Rey  á  quienes  «era  costumbre 
consultar  en  todos  los  asuntos  de  cosmografía»  pusieran 
á  Colón  en  relaciones  con  Behaim:  también  Herrera,  sin 
que  sepamos  en  qué  otro  motivo  se  funda,  dice  que  Co- 
lón fué  alentado  en  sus  ideas  sobre  la  proximidad  del 
Asia  por  su  amigo  Martín  de  Bohemia.  Debo,  sin  em- 
bargo, hacer  constar  aquí  que  estos  consejos  fueron  se- 
guramente muy  tardíos,  porque  vemos  por  las  cartas  de 
Toscanelli  que,  seis  años  antes  de  la  llegada  de  Behaim 
á  Lisboa,  preocupaba  ya  á  Colón  tenazmente  su  expe- 
dición. 

Otro  sabio  que  hubiera  podido  relacionar  á  Colón  y 
Toscanelli  con  Behaim,  fué  el  más  célebre  astrónomo  de 


(1)  Barros,  Asia,  Déc.  I,  lib.  iil,  cap.  2;  Vida  del  Almi- 
rante, cap.  x;  Herrera,  Déc.  i,  lib.  i,  cap.  7.  El  Obispo  de 
Ceuta ,  que  los  historiadores  de  aquel  tiempo  llaman  doctor 
Calcadilla,  porque  había  nacido  en  Calcadilla,  en  Galicia,  acon- 
sejó al  rey  Juan  II  aprovecharse  secretamente  del  proyecto  de 
Colón  que  los  médicos  calificaron  de  negocio  fabuloso. 


140  ALEJANDRO   DE    HüMBOLDT. 


esta  época ,  Regiomontanus  (  Camilo  Juan  MüUer ,  na- 
tural de  Koenigsberg  en  Franconia)  que  habitó  desde  1471 
á  1475  en  la  patria  de  Behaim  y  dedicó  en  1463  á  Tos- 
canelli  su  tratado  de  Quadratura  circult,  es  decir,  su  re- 
futación de  la  pretendida  resolución  de  este  problema, 
por  el  cardenal  Nicolás  de  Cusa.  No  satisfecho  de  las 
Tablas  del  rey  Alfonso  que  satíricamente  califica  de 
Somnium  Alphonsinum,  publicó  Regiomontanus  en  Nu- 
remberg  sus  famosas  Efemérides  astronómicas  calcula- 
das de  antemano  para  los  años  de  1475  á  1506  y  que 
sirvieron  en  las  postas  de  África,  America  y  la  India 
en  los  primeros  grandes  viajes  de  descubrimientos  de 
Bartolomé  Díaz,  de  Colón,  de  Vespucci  (1)  y  de  Gama. 
Aun  admitiendo  que  Behaim,  durante  la  época  de  sus 
viajes  de  comercio  á  Venecia,  Viena  y  Flandes,  sólo 
haya  residido  accidentalmente  en  su  ciudad  natal,  no  es 
menos  probable  que  ha  podido  aprovecharse,  si  no  de  las 
lecciones,  al  menos  de  los  escritos  de  su  compatriota 
Regiomontanus.  Ya  hemos  citado  el  testimonio  de  Ba- 
rros, que  dice,  hablando  «de  la  necesidad  sentida  por  los 
portugueses  de  no  seguir  tímidamente  las  costas ,  sino 
de  acudir  á  la  observación  de  los  astros» ,  que  Behaim 
(probablemente  poco  antes  de  1484)  fué  miembro  á  la 
Junta  que  por  orden  del  rey  Juan  II  estuvo  encargada  de 
construir  un  astrolabio,  de  calcular  las  tablas  de  la  de- 
clinación del  sol  y  de  enseñar  á  los  marinos  una  maneira 


(1)  Amoretti,  en  la  introducción  al  Trattato  de  Naviga- 
zione  del  Cav,  Antonio  Pigafetta.  (Véase  Primo  Viaggio  in- 
torno  id  globo,  1800,  pág.  208).  No  he  encontrado  en  las  cartas 
de  Vespucci  la  conj  anción  de  Marte  y  la  Luna  que  este  marino 
debe  haber  observado  en  1499. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  141 


de  navegar  per  altura  do  sol.  Barros  designa  (1)  al 
cosmógrafo  con  estas  palabras:  «.Martin  de  Bohemia 
natural  daquellas  partes  ó  qual  se  gloreaba  ser  discipulo 
de  Joanne  de  Monte  Regio^  aff amado  astrónomo. T}  Sin 
duda  porque  Behaim  se  vanagloriaba  de  ser  discípulo  de 
Regiomontanus  y,  por  llegar  de  la  misma  ciudad  en  que 
el  papa  Sixto  TV  había  hecho  proponer  á  Regiomonta- 
nus ir  á  Roma  para  trabajar  en  la  reforma  del  calenda- 
rio, su  reputación  de  cosmógrafo  se  acreditó  pronto  en 
Portugal,  al  lado  de  la  de  tantos  hombres  ocupados  en 
perfeccionar  el  arte  de  la  navegación  (2). 

Regiomontanus  era  entonces  célebre  por  la  invención 


(1)  Barros,  Da  Asia,  nova  edigao,  Lisboa,  1778;  Déc.  i,  li- 
bro IV,  cap.  2,  pág.  282;  M.  DE  MuRR  {Dipl.  Gesch,  pág.  94), 
pretende,  sin  embargo,  que  ningún  escritor  portugués,  á  excep- 
ción de  Manuel  Téllez  'de  Sylva,  conoció  el  nombre  de  Martín 
Behaim.  Véanselas  sabias  y  juiciosas  investigaciones  de  M.  Lich- 
tenstein  acerca  de  los  primeros  descubrimientos  portugueses 
en  el  Vaterldndisclie  Museum.,  1810,  B.  i,  páginas  376  y  387. 

(2)  Barrow  ,  Voyages  intlio  de  Artic  Regions,  1818,  pá- 
gina 28.  De  los  dos  médicos  portugueses  que  estaban  con  Behaim 
en  la  «Junta  del  Astrolabio»,  no  se  indica  como  de  origen  judío 
más  que  maese  Josepe  (Joseph).  El  otro,  maese  Rodrigo,  ¿sería 
acaso  el  mismo  personaje  que  aparece  después,  en  1517,  como  as- 
trónomo á  quien  consultaba  Magallanes?  Me  refiero  al  bachiller 
Euy,  ó  Rodrigo  Faleiro,  «que  decían  los  portugueses,  era  un  gran 
cosmógrafo  porque  tenía  un  demonio  familiar,  pues  él  nada  sa- 
bia»; Herrera,  Década  ii,  lib.  ii,  cap.  19;  t.  i,  pág.  293.  Este 
Faleiro  ó  Falero  enseñaba  á  Magallanes  métodos  de  longitudes; 
pero  no  quiso  embarcarse  con  él,,  por  haber  leído  en  los  astros 
que  el  astrónomo  moriría  durante  la  expedición  (Amoretti,  pá- 
gina 28),  lo  que  efectivamente  sucedió  en  la  persona  del  astró- 
nomo y  célebre  piloto  mayor  de  Sevilla,  Andrés  de  San  Martín, 
que  le  reemplazó  y  fué  asesinado  en  la  isla  de  Cebú  (Ramu- 
sio,  t.  I,  página  361  h). 


142  ALFJ ANDRÓ    DE    HÜMBOLDT. 


(le  su  meteoróscopo,  y  el  astrolabio  de  Behaim,  que  se 
fijaba  al  palo  mayor  del  barco,  acaso  no  era  más  que 
una  imitación  simplificada  de  aquél.  Además,  los  ins- 
trumentos de  astronomía  náutica  ccá  propósito  para  en- 
contrar en  el  mar  la  hora  de  la  noche  por  las  estrellas» 
existían  desde  fines  del  siglo  xiii  en  la  marina  catalana 
y  en  la  de  Mallorca.  Tal  era  el  astrolabio  que  inventa  y 
describe  Raimundo  Lulio  en  1295  en  su  Arte  de  nave- 
gar (1).  Se  equivoca  Barros  al  creer  que  en  la  e'poca 
de  los  descubrimientos  hechos  á  lo  largo  de  la  costa  de 
África  bajo  los  auspicios  del  infante  D.  Enrique  de 
Portugal  se  empezó  á  comprender  la  necesidad  de  guiarse 
en  plena  mar  por  la  observación  de  los  astros.  Parece 
que  ignora  el  descubrimiento  de  las  Azores  por  los  nor- 
mandos, y  los  largos  y  atrevidos  viajes  de  los  marinos 
catalanes  á  las  costas  tropicales  de  África  y  á  las  partes 
septentrionales  de  la  Gran  Bretaña. 

La  larga  permanencia  de  Behaim  en  las  Azores  du- 
rante dos  épocas,  una  de  1486  á  1490,  y  otra  de  1494 
á  1506,  constituye  un  poderoso  argumento  contra  la 
pretensión  de  que  Joao  Yas  Cortereal  descubrió  la  tierra 
de  los  Bacallaos  (Terranova)  en  1463.  Este  marino  ha- 
bía sido  nombrado,  según  Cordeyro,  autor  de  la  Historia 
insulana  del  Océano  occidental,  gobernador  de  Ter- 
ceira  el  12  de  Abril  de  1464.  Ahora  bien;  sabemos  que 
el  suegro  de  Behaim,  lobst  de  Hürter,  llegó  pocos  años 
después  á  las  Azores,  con  el  título  de  gobernador  y  feu- 
datario de  la  colonia  flamenca  de  Fayal.  ¿Cómo  es  po- 


(I)  Na  VARÉETE ,  Disii.  histórica  sobre  las  Cruzadas,  1816 
página  100;  M.  Vicent  cometió  el  extraño  error  de  confundir 
el  astrolabio  de  Behaim  con  una  carta  marina. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  143 


sible  que  Behaim  no  tuviera  conocimiento,  ó  por  sí  mismo 
ó  por'su  suegro,  de  un  suceso  como  el  descubrimiento  de 
los  Bacallaos  por  los  portugueses,  que  habría  precedido 
en  veintinueve  años  á  la  llegada  de  Colón  á  Guanahani? 
¿Cómo  es  posible  que  no  situara  estas  tierras  occidenta- 
les en  su  globo  construido  en  1492?  ¿Cómo  es  posible 
que  ni  siquiera  las  mencionase  en  una  de  las  minuciosas 
notas  que  acompañan  al  mapamundi?  Estas  considera- 
ciones deben  añadirse  á  los  argumentas  que  el  ingenioso 
y  sabio  autor  del  Memoir  of  Sebastián  Cabot  (1)  ha  ex- 
puesto recientemente  contra  el  viaje  de  Joao  Vas  Cor- 
tereal  á  las  costas  de  Ame'rica  del  Norte  y  en  pro  del 
descubrimiento  de  este  continente  por  Juan  Cabot  el  24 
de  Junio  de  1497  (2). 

Llama  la  atención  que  el  excelente  historiador  portu- 
gués Barros,  que  cita  á  Martín  Behaim  como  miembro 
de  la  comisión  náutica   del   astrolabio,  ignore,  al  pare- 


(1)  Londres,  1831,  páginas  56,  78  y  288  (the  Londe).  En  la 
célebre  patente  Real  de  3  de  Febrero  de  1498  encontrada  en 
Itolls  ChaiJel,  se  distingue  la  tierra  firme  y  las  islas  descubier- 
tas por  John  Cabot.  El  autor  del  3Iemoir  o/  Seh.  Cabot  procura 
demostrar  que  Prima  Vista,  Terra  primum  visa,  First  slght. 
Terra  Nova  ó  Weivland  de  John  Cabot  no  designa  la  isla  que 
llamamos  hoy  Terranova;  son  denominaciones  generales  que 
comprenden  gran  extensión  del  continente. 

(2)  Descubrimiento  continental,  anterior  sin  duda  .al  de  la 
costa  de  Paria  por  Colón,  pero  no  al  de  los  normandos-scandi- 
navos.  Parece  que  Las  Casas,  al  referir  en  su  Ilistoria  de  las 
Indias  la  tradición  que  existía  entre  los  naturales  de  la  isla  de 
Haití,  ((de  una  aparición  súbita  (pero  anteriora  Colón)  de  hom- 
bres blancos  y  barbudos,  tenía  también  noticia  de  un  antiguo 
descubrimiento  de  la  tierra  de  los  Bacallaos,  vista  por  un  ma- 
rino de  Galicia  en  una  travesía  á  las  costas  de  Irlanda.»  (Na- 

VARRETE,  t.  I,  pág.  XLVIII.) 


14  t  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

cer  (1),  la  parte  que  tomó  en  da  expedición  de  Diego 
Cam  en  1484  á  la  embocadura  del  río  Zaire  ó  Congo; 
nombrado  primero  río  Pedrao  á  causa  de  un  pilar  de 
piedra  puesto  como  señal  de  toma  de  posesión.  De  ello  se 
lia  querido  deducir  que  esta  participación  es  tan  fabulosa 
como  su  influencia  sobre  Colón  y  sobre  Magallanes. 
Para  mí  no  existe  tal  duda.  Si  Bealiim  se  embarcó  con 
Cam  como  piloto  y  cosmógrafo  para  practicar  su  astro- 
labio,  casi  lo  misríio  que  Vespucci  en  la  expedición  de 
Alonso  de  Ojeda  (Diciembre  de  1498 — Junio  de  1500), 
el  silencio  de  Barrios  nada  tiene  de  extraordinario. 

En  las  notas  que  Beliaim  añadió  á  su  globo  en  1492> 
habla  en  cuatro  sitios  distintos  (en  el  título  del  globo; 
en  Cabo  Verde;  cerca  de  las  islas  del  Príncipe  j  de 
Santo  Tomás,  j  en  el  cabo  de  Buena  Esperanza)  de  dos 
carabelas  con  las  cuales  el  rey  Juan  II  hizo  explorar  Jas 
costas  de  África.  Añade,  del  modo  más  terminante,  «que 
fué  enviado  en  esta  expedición  por  su  rey,  y  que  duró 
diez  y  nueve  meses.»  Behaim  no  nombra  á  Diego  Cam; 
pero  Hartmann  Schedel  en  su  Líber  Chronicarum  (2), 
impreso  en  ísTuremberg  en  1493,  cuando  el  cosmógrafo 
vivía  aún  en  esta  ciudad,  reunió  los  dos  nombres:  «Pras- 
fecit  galeis  beni  instructis  Johannes  II  Portugaliae  rex, 
anno  1483,  patronos  dúos  Jacobum  (?)  Canum  Portu- 
galensem,  et  Martinum  Bohemum,  hominem  germanum 
ex  Núremberga,  de  bona  Bohemorum  familia  natum, 
qui  superato  circulo  equinoxiali  in  alterum  orbem  ex- 
cepti  sunt.» 


(1)  Déc.  I,  lib.  iir,  cap.  3,  pág.  173. 

(2)  Mure,  Dipl. ,  Gesch ,  páginas  23,  25,  26  y  78;  Tozen, 
Erste  Entd,,  pág.  99, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  145 

La  ingenuidad  con  que  Behaim  habla  de  las  primeras 
expediciones  portuguesas,  de  sí  mismo  y  de  «su  querido 
suegro  M.  lobst,  residente  en  Fayal,»  da  gran  carácter 
de  verosimilitud  á  los  comentarios  de  su  carta;  y  no 
creo  que  se  deba  oponer  á  estos  testimonios  la  fecha  del 
día  (18  de  Febrero  de  1485),  en  que,  según  una  nota 
conservada  en  los  archivos  de  familia,  recibió  Martín 
Behaim  la  Orden  de  caballero  de  Cristo  en  la  ciudad  de 
Albassauas  (Alcobaca?).  Este  documento,  cuya  época  se 
ignora,  y  que  no  tiene  carácter  alguno  oficial,  ni  es  de  le- 
tra de  Behaim ,  ni  está  redactado  en  su  nombre.  Sabido  es 
á  cuántos  errores  se  ha  prestado  la  manera  de  escribir  los 
números  árabes  (indios)  á  fines  del  siglo  xv.  Si  no  hay 
error  en  el  año  y  debe  leerse  1483  por  1485,  podría 
verse  en  ello  un  simple  error  en  la  indicación  del  mes  de 
Febrero,  porque  el  viaje  de  Cam,  comenzado  en  1484, 
duró  sólo  diez  y  nueve  meses.  Behaim  encontrábase 
todavía  seguramente  en  la  costa  de  África  el  18 -de 
Febrero  de  1485;  y  es  menos  probable  que  el  nombra- 
miento de  caballero  fuera  una  recompensa  por  la  inven- 
ción del  astrolabio,  que  una  gracia  concedida  al  compa- 
ñero de  Diego  Cam  á  consecuencia  de  una  expedición  en 
que  habían  pasado  el  Ecuador  hasta  mas  allá  del  sexto 
grado  de  latitud  austral  y  recogido  el  grano  del  Paraíso 
(malagueta)  en  el  clima  en  que  se  produce. 

La  época  de  la  residencia  de  Colón  y  de  Behaim  en 
Lisboa  era  aquella  de  verdadera  gloria  y  entusiasmo  na- 
cional en  que  el  hijo  de  Alfonso  V,  al  subir  al  trono, 
continuaba  la  serie  de  descubrimientos  á  lo  largo  de  la 
costa  de  África,  interrumpida  por  la  muerte  (1460)  del 
infante  D.  Enrique,  duque  de  Viseo,  tío  de  Alfonso  V. 

Pero  conviene  no  olvidar  que  los  trabajos  de  los  ma- 
lo 


146  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

rinos  catalanes  fueron  para  el  África  occidental  lo  que 
los  de  los  marinos  normando-escandinavos  habían  sido 
para  el  Norte  del  Nuevo  Continente.  Unos  y  otros  pre- 
cedieron á  los  descubrimientos  que  han  ilustrado  los 
nombres  de  D.  Enrique  y  de  Isabel  de  Castilla. 

La  isla  de  Mallorca  fué  desde  el  siglo  xiii  un  centro 
de  conocimientos  científicos  en  el  difícil  arte  de  nave- 
gar. Sabemos  por  el  Fénix  de  las  maravillas  del  orbe, 
de  Raimundo  Lulio,  que  los  mallorquines  y  los  cata- 
lanes (1)  usaban  cartas  de  marear  rnucho  antes  de 
1286;  que  se  fabricaban  en  Mallorca  instrumentos,  gro- 
seros sin  duda,  pero  destinados  á  determinar  el  tiempo 
y  la  altura  del  polo  á  bordo  de  los  barcos.  Desde  allí 
los  conocimientos,  que  en  su  origen  fueron  aprendidos  de 
los  árabes,  se  extendieron  á  toda  la  cuenca  del  Medite- 
rráneo. Las  ordenanzas  de  Aragón  prescribieron  desde 
el  año  1359  que  cada  galera  debía  ir  provista,  no  sólo 
de  una,  sino  de  dos  cartas  marinas  (2).  Un  marino  ca- 
talán, D.  Jaime  Ferrer,  llegó  en  el  mes  de  Agosto 
de  1346  á  la  desembocadura  de  Río  de  Oro  (3),  cinco 
grados  al  Sur  del  famoso  Cabo  de  Non  que  el  infante 
D.  Enrique  se  vanagloriaba  de  que  lo  hubieran  doblado 
por  primera  vez  los  barcos  portugueses  en  1419.  Los 


(1)  Cristóbal  Cladera,  Investigaciones  históricas  sobre 
los  principales  descubrimientos  de  los  españoles,  1794,  pág.  x. 

(2)  Salazab,  Discurso  sobre  los  progresos  de  la  Ilydro- 
grafia. 

(3)  Según  las  sabias  y  curiosas  investigaciones  inéditas  de 
M.  Buchón  en  un  Atlas  catalán  de  1374,  conservado  en  la  Bi- 
blioteca Real  de  París,  y  dibujado  treinta  y  un  años  antes  de  la 
fundación  de  la  Academia  náutica  de  Sagres  (Malte  Brun, 
Geogr.  univ.,  ed.  de  M.  Huot,  t.  i,  pág.  524). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  147 

marinos  de  Dieppe  habían  ido  en  1364  á  Sierra  Leona 
-j  á  Río  Sestos  (Sesters  River),  llamado  entonces  Río 
del  Pequeño  Dieppe,  En  1365  llegaron  á  la  Costa  de 
Oro,  según  la  relación  de  Villaut,  señor  de  Belle- 
fonds  (1).  Un  mallorquín,  maese  Jacobo,  fué  elegido  por 
«I  Infante  para  presidir  la  célebre  Academia  de  Sagres. 
En  los  descubrimientos  geográficos  ha  ocurrido  lo 
mismo  que  en  los  de  las  ciencias  físicas.  Las.  tentativas 
con  buen  éxito,  pero  que  permanecen  aisladas  largo 
tiempo,  ó  no  se  saben  ó  son  condenadas  al  olvido;  sólo 
cuando  los  descubrimientos  se  suceden  y  relacionan  en- 
tre sí,  se  coloca  el  primer  eslabón  de  una  serie  en  el  punto 
en  que  comienza  á  no  ser  interrumpida.  Llena  está  la 
historia  de  la  geografía  de  estos  errores  sistemáticos  que 
comprenden  hasta  el  siglo  xvi  las  navegaciones  á  Nueva 
Guinea ,  Nueva  Holanda  y  á  muchos  archipiélagos  del 
Océano  Pacífico   (2).  Atribuyese  el  descubrimiento  de 


(1)  ESTANCELIN,  Recherches  sur  les  voy  ages  des  naviga- 
teurs  normanas  en  Afrique,  aur  Indes  Orientales  et  en  Ame- 
riquc,  1832,  pág.  72.  Cada  Mosto,  como  ha  observado  M.  de 
Rossel,  no  encuentra  señales  del  establecimiento  francés.  Juan 
de  Betancourt  navegó  también  por  la  costa  africana  desde 
Qabo  Cantín  á  Río  do  Oaro,  mucho  tiempo  antes  que  los  por- 
•tugueses  (Viera,  Historia  de  Canarias,  lib.  iii,  párrafo  30; 
libro  IV,  §  4). 

(2)  (dlhas  de  Papuas  quer  dizer  Negros,  á  que  muitos  por 
esta  ida  de  D.  Jorge  (de  Menezes)  en  1526 ,  chamam  Illias 
de  D.  Jorge,  que  estam  á  leste  das  Ilhas  de  Maluco  distancia 
de  200  leguas.»  (Bakros,  Da  Asia,  Déc.  IV,  lib.  I,  cap.  16, 
ed.  Lisboa,  1777;  t.  iv,  párrafo  1,  páginas  101  y  104.)  Menos 

.certidumbre  hay  respecto  á  la  expedición  tan  citada  de  Antonio 
Abreu  y  de  Francisco  Serrano  «en  outro  Novo  Mundo»,  t.  ili, 
p.  1,  pág.  600  (Diego  de  Contó,  lib.  vii,  cap.  3).  Las  dos 
Islas  Infortunadas,  Iscle  Sfortunate  (lat.  austr.  9»  y   15°  y 


148  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

las  Azores,  que  son  las  Cassiterides  de  Pedro  Mártir 
de  Anghiera  (1)  j  de  Behaim,  el  de  la  isla  de  Ma- 
dera (2) ,  el  de  las  islas  de  Cabo  Verde  y  de  las  costas 


alejadas  una  de  otra  200  leguas),  descubiertas  al  Este  de  las  is» 
las  de  la  Sociedad  por  Magallanes  en  Enero  de  1521,  y  no  olvi- 
dadas por  Ortelius  en  el  Atlas  de  1570  (Pigafetta,  Primo 
Viaggio  intorno  al  globo,  ed.  de  Carlos  Amoretti,  1800,  pág.  45r 
parecen  ser  «las  isletas  pequeñas  deshabitadas,  llamadas  por 
Magallanes  Islas  desventuradas  (Hebrera,  Déc.  ii,  lib.  ix, 
capítulo  15;  t.  i,  pág.  453).  Gaetano  descubrió  en  1542  las  islas 
Sandwich;  Quirós  y  Mendaña  en  1595  y  1605  el  Archipiélago 
del  Espíritu  Santo  (las  Nuevas  Hébridas  de  Cook),  Malicolo  y 
probablemente  Otahiti  (la  Sagitaria  de  Quirós),  Humboldt, 
Essai  politique  sur  la  Nouvelle  Espagne,  t.  iv,  páginas  111 
y  113. 

Acerca  de  los  primeros  descubrimientos  de  las  costas  de  Nueva 
Holanda,  reconocidas  por  los  portugueses  desde  1530  á  1542, 
véanse  los  mapas  del  Museo  Británico  núm.  5413;  la  hidrografía 
del  Atlas  de  Juan  Rotz  ó  Roty,  dedicada  al  rey  de  Inglaterra  En- 
rique VIII;  el  A-tlas  de  Guillermo  le  Testu,  piloto  provenzal,  y 
el  de  Juan  Valard  de  Dieppe  (1552),  examinado  por  M.  Coque- 
bet  Mombret.  Cuando  la  gloria  del  capitán  Cook,  llegada  á  su 
mayor  esplendor,  cansó  á  las  medianías  y  excitó  la  envidia  de 
los  que  habían  cesado  de  navegar,  se  hizo  tardía  justicia  á  los 
portugueses,  á  Gómez  de  Sequeira,  á  Mendaña,  á  Luis  Váez  de 
Torres  y  á  Saavedra  Cedrón.  Otros  motivos  menos  personales 
y  más  nobles  han  obligado  á  seguir  el  mismo  camino  y  condu- 
cido á  ingeniosas  y  sabias  investigaciones. 

(1)  Ejñst.  769  *(edic.  Par,  1670,  pág.  447).  Las  Catherides 
del  globo  de  Behaim  (MURR.,  Dipl.  Gesch.,  1801,  pág.  27,  y 
BiNNET,  Verliajideling  óver  de  Nedcrld,  Ontd.,  1829,  pág.  17). 
Las  Azores  jBguran  con  el  nombre  de  islas  de  Bracir  desde 
1367  en  el  célebre  mapamundi  de  Picigano, 

(2)  Un  mapa  de  Portulano  Mediceo  de  1351 ,  otro  de  la 
antigua  bibUoteca  Pinelli,  dibujado  en  1384  y  conservado  hoy 
en  la  preciosa  colección  geográfica  de  M.  Walckenaer,  en  París, 
y  Baldelli  (Marco  Polo,  t.  i,  pág.  CLXViii),  indican  ya  con 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  149 

equinocciales  del  África  occidental  á  los  navegantes  del 
siglo  XV.  Confúndense  los  marinos  que  reconocieron 
tierras  con  los  primeros  que  las  descubrieron;  y  no  aludo 
ahora  á  la  relación  tan  debatida  del  viaje  de  Hannon 
que  Rennell  j  M.  Heeren  (II,  i,  pág.  520)  llevan  hasta 
más  allá  del  Gambia ,  situando  «la  región  ardiente  de 
Thymiamata»  en  Cabo  Verde  y  tomando  por  el  Senegal, 
no  el  Chrestes,  que  creo  muy  distinto  de  Chremetes,  «uno 
de  los  mayores  ríos  del  mundo»,  según  Aristóteles 
{Met.,  lib.  I,  pág.  350,  Bekk),  sino  el  río  sin  nombre, 
poblado,  según  Hannón,  de  cocodrilos  y  de  hipopóta- 
mos ;  limitare'me  á  nociones  más  ciertas  y  recientes. 

Mucho  antes  de  los  nobles  esfuerzos  del  infante  don 
Enrique,  duque  de  Viseo,  y  de  la  fundación  de  la  Aca- 
demia de  Sagres  (Tercanabal  en  el  Algarve  ó  villa  do 
Infante),  dirigida  por  un  piloto  cosmógrafo  catalán, 
maese  Jacobo  de  Mallorca  (1),  los  cabos  Non  (Nam)  y 


€l  nombre  igualmente  significativo  de  Isola  di  Le ff ñame,  medio 
siglo  antes  de  la  expedición  y  colonización- de  Juan  González 
Zarco,  de  Tristán  Vas  y  de  ese  Bartolomé  Muñiz  Perestrelo 
(Barros,  déc.  i,  lib.  I,  cap.  2),  que  Femando  Colón  llama 
Pedro  Moñes  Perestrelo  y  que  Spotorno  cree  italiano,  como  el 
«élebre  almirante  de  la  familia  Palastrello,  de  Plasencia  {Sto- 
ria  letter.  de  la  Liguria,  t.  ii,  pág.  246). 

(1)  Barros,  déc.  i,  lib.  i,  capítulos  2  y  16  (t.  i,  p.  i,  pá- 
ginas 21  y  133).  El  cabo  Non,  más  temido  que  lo  fué  en  el 
siglo  pasado  el  de  Hornos,  encuéntrase,  sin  embargo,  23'  al 
Norte  del  paralelo  de  Tenerife'  á  pocos  días  de  navegación  de 
Cádiz.  El  proverbio  portugués,  Quem  passa  ó  cabo  de  Nam,  ou 
tornara  ou  nao,  debía  desacreditarlo  fácilmente  la  voluntad  de 
un  príncipe  que,  como  el  infante  D .  Enrique,  había  adoptado 
la  bella  divisa  francesa:  Talent  de  lien  fa'tre.  Barros,  déc.  i, 
libro  I,  capítulos  2,  4  y  16;  lib.  ii,  cap.  2  (t.  I,  p.  I,  págs.  19, 
36,  134,  148). 


150  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

Bojador  habían  sido  ya  doblados  (1)  (el  último  es  el 
cabo  Buzedor  de  Andrés  Blanco  y  de  Livio  Sanuto).  El 
Portulano  Mediceo ,  obra  de  un  piloto  genovés ,  que  el 
conde  Baldelli  nos  ha  dado  á  conocer  (Polo,  t.  i,  pá- 
gina CLv),  indica  desde  1851  el  Cac'o  di  Non.  Marinas 
catalanes,  como  lo  prueba  el  Atlas  de  1374  examinada 
por  M.  Buchón,  habían  estada  al  jorn  de  Sant  Lorens, 
qui  es  a  X  d'^agost  de  1346,  ochenta  y  seis  años  antes 
que  el  almirante  portugués  Gilianez  (1)  en  Kío  de  Ora 
(Río  do  Ouro,  lat.  23°  56').  El  valeroso  Juan  de  Betan- 
court  sabía  que  antes  de  la  expedición  de  Alvaro  Be-- 
cerra,  es  decir,  antes  de  terminar  el  siglo  xiv,  los  mari- 
nos normandos  habían  llegado  hasta  Sierra  Leona  (la- 


Acerca  del  cabo  Buzedor,  véase  Formaleoni,  páginas  20 
y  24.  Paréceme,  además,  bastante  dudoso  que  el  nombre  de 
cabo  de  Non  sea  de  origen  portugués.  Ptolomeo,  lib.  IV,  capí- 
tulo VI,  indica  ya  en  esta  costa  el  río  JVuius,  j  la  traducción 
latina  de  la  frase  griega  dice  Nunii  ostia.  Es  probablemente  el 
Bambotum  de  Polibio  (Plinio,  V.  l).  Véase,  sobre  la  latitud  de 
este  punto,  Gossellin,  Redi.,  1. 1,  pág.  132. 

Edrísi  conocía  también,  un  poco  más  al  Sur,  á  tres  jornadas 
en  el  interior,  la  población  de  Nul  ó  Wada  Nun,  lo  que  recuer- 
da la  costa  de  Nul  ó  Belad  de  Non  de  Leo  el  Africano  (Edrísi, 
edición  deHartmann,  pág.  131).  La  geografía  de  ambos  conti- 
nentes está  llena  de  estas  tentativas  de  pueblos  de  la  Europa 
latina  para  adoptar  las  denominaciones  indígenas  y  suponerlas 
una  etimología  sacada  de  las  lenguas  romanas.  Estos  esfuerzos 
y  alardes  de  ingenio  datan  de  los  griegos  y  los  romanos. 

(1-1)  Parece  que  los  portugueses,  antes  que  Gilianez  hubiese 
doblado  los  cabos  Non  y  Bojador  (Barros,  déc.  i,  lib.  i,  capí- 
tulos 4  y  5,  t.  I,  p.  I,  páginas  42  y  43),  habían  realizado  afor- 
tunadas tentativas  en  el  mismo  sentido  en  1418,  1419  y  1423 
(Navarrete,  t.  I,  pág.  xxvii.  ^ViNCENT,  PeripU  of  the 
Erytlir.  sea,  p.  i,  pág.  192). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  161 

titud  8"  30'),  y  procuraba  seguir  sus  huellas.  Pero  antes 
que  los  portugueses ,  creo  que  los  de  ninguna  nación  de 
Europa  fueron  más  allá  del  Ecuador  (1).  La  región  al 
Sur  de  la  bahía  de  Biafra ,  notable  por  el  encuentro  en 


(1)  No  es  en  manera  alguna  probable  que  en  el  mapamundi 
circular,  que  se  atribuye  generalmente  á  Atidres  Blanco  j  que 
acaso  contiene  á  la  vez  (Fobmaleoni,  pág.  55)  nociones  del 
siglo  XIII  y  de  otros  que  datan,  como  las  cartas  costeñas  de 
Blanco,  del  año  de  1436,  el  inmenso  golfo  designado  con  el 
nombre  fantástico  de  Nidus  Ahimalson  ó  Ahimalion  (Abime- 
lek?)  sea  el  golfo  de  Guinea  {CMnoia  de  Vivaldi  en  1281;  Ga- 
nuya  del  Portulajio  Mediceo,  atribuido  á  un  piloto  genovés; 
Guinauha,  según  Barros,  en  la  lengua  de  los  indígenas). 
Como  antes  del  Portulam  de  Benincasa  las  cartas  más  anti- 
guas catalanas  é  italianas  no  presentaban  graduación  en  lati- 
tud, sería  muy  aventurado  decir  cuáles  fueron  los  límites  de 
este  golfo;  pero  la  orientación  del  mapamundi  de  Blanco  más 
bien  pj'ueba  que  el  Nidus  Ahimalson  representa  la  extremidad 
austral  de  África. 

Una  carta  árabe  conservada  en  Oxford,  que  data  del  año  906 
de  la  Hegira  y  que  acompaña  la  geografía  de  Edrisi  (del  si- 
glo XII  de  nuestra  era),  presenta  en  el  Belad  Mufrada  y  Al 
Lamlam,  el  Senegal,  comunicando  á  la  vez  con  el  Níger  y  el 
ISilo.  Pero  estos  conocimientos  del  África  occidental  fueron  ad- 
quiridos por  informaciones  del  comercio  terrestre,  no  por  viajes 
marítimos  (Vincent,  Periple  of  the  Erythr.  sea,  par.  I,  App., 
página.  86).  En  el  texto  de  Edrisi,  las  nociones  sobre  el  lito- 
ral de  la  Senegambia  son  casi  nulas  (HARTMA^^N,  África^  pá- 
ginas 4,  35,  37  y  114).  El  golfo  de  Guinea,  con  el  nombre  de 
Sinus  ^thiopicus,  y  el  Senegal  comunicando  con  el  Nilo,  como 
en  el  mapa  ó  carta  de  Edrisi,  se  encuentran  en  el  mapamundi 
de  Fra  Mauro  de  1457  y  1459.  Barros  conocía  también  Tungxi- 
hutu  (Tombuctu),  el  río  y  la  ciudad  de  Genna  ó  Janni  (Djenne, 
Jinnie),  no  el  Daf  ur  de  Fra  Mauro,  pero  sí  la  hipótesis  de  la 
unión  del  Senegal  )(^anaga  ó  Senhaga  de  Edrisi)  con  el  Nilo 
(tomo  I,  p.  I,  pág.  221). 


152  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

ella  de  dos  corrientes  opuestas  (del  NO.  y  SE.),  llegó  á 
ser  desde  1471  á  1474,  ocho  ú  once  años  después  de  la 
muerte  del  infante  D.  Enrique,  el  centro  del  comercio 
{rescate)  del  oro,  dado  en  firme  á  un  activísimo  mer- 
cader de  Lisboa,  Fernando  Gómez. 

En  esta  época  fueron  sucesivamente  descubiertas  la 
isla  de  Fernando  Pó,  llamada  primero  Ilha  Formosa,  y 
las  de  S.  Tliomás,  do  Principe  j  d'Anno  Bom  (1). 

Esta  última  isla  (lat.  aust.  1*  24'  18")  fué  la  pri- 
mera que  encontraron  los  portugueses  al  Sur  del  Ecua- 
dor; pero  en  las  dos  expediciones,  inmediata  una  á  otra, 
que  emprendió  Juan  Cam  al  reino  del  Congo  en  1484 
y  1485,  en  una  de  las  cuales  tomó  parte  Martín  Behaim, 
fué  descubierto  (no  me  detengo  en  las  latitudes,  referidas 
con  bastante  corrección  por  el  mismo  Barros)  un  espacio 
de  costa  comprendido  entre  los  paralelos  de  1°  50'  (cabo 
de  Santa  Catalina),  y  22°  de  latitud  austral  (  la  señal 
de  piedra  (2),  Manga  de  Áreas,  al  Sur  de  cabo  Frío). 


(1)  Barros,  déc.  i,  lib.  ii,  cap.  2  (t.  i,  p.  i,  páginas  143, 
145  y  146),  según  un  pasaje  del  mismo  autor,  que  desgraciada- 
mente no  une  la  cronología  á  los  acontecimientos  como  He* 
rrera,  podría  creerse  el  descubrimiento  de  la  isla  Formosa  más 
próximo  al  año  de  1484  (déc.  I,  Hb.  Iil,  cap.  3,  t.  I,  p.  i,  pá- 
gina 178). 

(2)  Padráo  de  pedra.  Hasta  la  expedición  de  Cam,  las  se- 
ñales de  los  portugueses  eran  cruces  de  madera,  y  esta  denomi- 
nación de  Padráo,  dada  algunas  veces  á  los  cabos  y  desemboca- 
duras de  los  TÍOS,  sin  añadir  alguna  indicación  particular  del 
sitio,  ha  causado  mucha  confusión  en  la  geografía  del  África 
occidental.  El  cabo  de  Santa  Catalina,  donde  comenzaron  los 
descubrimientos  de  Cam,  era  el  último  punto  á  que  se  había 
llegado  antes  de  la  muerte  del  rey  Alfonso  V;  por  consecuencia/ 
antes  de  1480  (Barros,  1. 1,  p.  i,  pág.  172). 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  153 

Entre  estos  dos  puntos  extremos  se  encuentra  situada 
la  señal  (Padrao  de  San  Jorge)  de  la  desembocadura  del 
río  Zaire  6  «Río  do  Padrao  do  Reyno  de  Congo»  (lati- 
tud aust.  6*  5')  y  la  señal  del  cabo  San  Agustín  (Pa- 
drao do  Sancto  Agostinho,  lat.  aust.  13")  (1). 

Behaim  no  nombra  nunca  á  Diego  Cam,  ni  en  sus 
cartas,  ni  en  las  aclaraciones  de  su  globo;  pero  repito 
que  cita  claramente  y  muchas  veces  esta  expedición  (2), 
«en  la  cual  el  que  ha  construido  este  globo  tomó  parte 
y  fué  enviado  por  el  Rey  de  Portugal  para  descubrir  lo 
que  Ptolomeo  no  había  visto»,  llamándola  la  expedición 
de  dos  carabelas  de  1484  y  1485.  Indica  el  gran  río 
Zaíre  con  el  nombre  que  le  dio  Diego  Cam  á  causa  de 
la  señal  de  piedra  (Padrao  de  San  Jorge),  pero  tan  poco 
correcto  en  la  antigua  ortografía  portuguesa,  como  en  la 
de  su  propia  lengua,  llama  al  Zaíre,  no  río  de  Pedráo, 
sino  río  de  Patrón.  Todos  nuestros  mejores  mapas  mo- 
dernos han  conservado  la  costumbre  de  nombrar  al  cabo 
al  Sur  de  la  embocadura  del  Zaíre  Cabo  Padrón. 

El  conocimiento  que  Behaim  tenía  de  la  factoría  de 
Angra  de  Gato  (3)  y  del  santo  personaje  (4)  que  sólo 


(1)  Barreos,  déc.  i,   lib.  iii,  capítulos  3  y  4  (t.  i,  pági- 
nas 171,  173,  175, 176,  178,  185  y  192.) 
.    (2)  MüRR.,  páginas  4,  23,   24,   26,   80,  82,  104,  106,   108 

yin. 

.   (3)  MuRR.,  pág.  110;  Barros,  1. 1,  p.  i,  pág.  178. 

(4)  Behaim  le  llama  Organ^  (pág.  112);  denominación  que 
podría  relacionarse  con  la  de  la  provincia  de  Organónde  Rubri- 
quis;  pero  el  verdadero  nombre  del  santón,  según  Barros  (t.  i, 
]).  1,  pág.  181),  es  Ogan,  acaso  O- Khan,  como  reminiscencia 
del  Tingó  Ün-Khan,  de  Marco  Polo  (cap.  42.  Baldelli, 
tomo  II,  pág.  100),  Es  el  nieto  del  Preste  Juan,  Nestoriano 
Kéraite,  muerto  por  Gengiskhan  en  1203,  transportado  en  el 


154  ALEJANDRO    DE    HüMBOLDT. 

ensenaba  la  punta  del  pie  por  detrás  de  una  cortina 
de  seda,  y  de  quien  los  misioneros  cristianos  enviados 
á  Asia  y  África  se  sirvieron  durante  tres^  siglos  para 
mixtificar  á  los  soberanos  de  Europa,  prueban  tambie'n, 


siglo  XV  del  Este  al  Oeste  á  Caracomín,  en  Abisinia,  según  los 
informes  dados  por  Covilham  y  Juan  Alfonso  de  Aveiro.  No 
debe  confundirse  con  Ogan  (Vang-khan)  de  África,  otro  per- 
sonaje misterioso  cuyas  costumbres  asiáticas,  según  Marco  Polo 
(lib.  I,  cap.  21;  Baldelli,  t.  Ii,  páginas  62  y  65),  eran  mu- 
cho menos  severas,  y  que  como  Viejo  de  la  Montaña  (Alaudin  ó 
Veglio  de  la  Montagna)  figura  también  en  el  Mediodía  de 
África  en  el  mapamundi  de  Blanco. 

M.  Lichtenstein,  en  un  trabajo  que  se  distingue.por  la  exce- 
lente crítica  histórica,  ha  demostrado  que  hay  error  de  fecha 
en  el  globo  de  Nuremberg,  cuando  Behaim  sitúa  cerca  del  cabo 
de  Buena  Esperanza,  que  llama  Terra  Eragosa,  la  siguiente 
nota:  «Aquí  las  columnas  (señales)  del  Rey  de  Portugal  fueron 
colocadas  el  18  de  Enero  de  1485»  (Murr,  páginas  24  y  110). 
Cam  no  llegó  al  Sur  del  Padráo  de  Manga  de  Áreas,  á  los  22 
grados  de  latitud  austral;  fué  Bartolomé  Díaz  quien  descubrió, 
probablemente  en  Mayo  de  1487,  el  cabo  de  Buena  Esperanza 
(cabo  tormentoso),  viniendo  del  Este,  de  la  señal  de  la  isla  de 
Santa  Cruz  en  la  bahía  de  Algoa  (latitud  austral  33°  50';  longi- 
tud, T  15'  al  E.  del  cabo  de  Buena  Esperanza),  y  que  puso  la 
señal  de  San  Felipe  en  la  bahía  de  la  Tabla  (Lichtenstein,  en 
Vaterl.  Mnseum.  Hamburgo,  1810,  páginas  372-389;  Vincent, 
Peri;ple  of  the  ErytUr.  sea,  p.  i,  pág.  208;  Barros,  t.  i,  p.  i, 
páginas  188,  190,  192  y  288).  Confundiendo  Behaim,  sea  la  fe- 
cha, sea  el  sitio,  sea  los  viajes  de  Cam  y  de  Bartolomé  Díaz,  no 
dice  «pusimos»,  sino  «las  columnas  fueron  puestas»,  lo  cual 
deja  su  veracidad  en  menos  peligro.  No  era  el  célebre  Bartolo- 
mé Díaz,  que  había  doblado  el  cabo  de  Buena  Esperanza  y 
costeado  la  extremidad  austral  de  África,  dirigida  de  Este  á 
Oeste,  sino  su  hermano  Diego  Díaz,  que  fué  en  la  expedición 
de  Gama.  Bartolomé  pereció  en  un  naufragio  en  1500,  cuan- 
do con  Cabral  vino  del  Brasil  al  cabo  de  Buena  Esperanza, 
y  murió  muy  cerca  de  esa  señal  (Padráo)  de  la  isla  de  Santa 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  155 

al  parecer,  la  existencia  de  relaciones  íntimas  entre  Mar- 
tín Behaim  y  Diego  Cam.  Como  este  último  liizo  dos 
viajes  («descubrió  por  duas  vezes»,  dice  Barros),  podría 
suponerse  que  Behaim  sólo  le  acompañó  en  la  primera 
expedición  de  1484,  lo  cual  no  explicaría,  sin  embargo, 
ni  el  error  de  una  señal  colocada,  según  el  globo  deNu- 
remberg,  el  18  de  Enero  de  1485  en  la  baliía  de  la  Ta- 
bla, ni  la  posibilidad  de  que  Behaim  fuera  el  18  de  Fe- 
brero de  1485  al  convento  de  Alcoba9a  para  recibir  la 
orden  de  caballero  del  Cristo. 


Cruz,  en  la  bahía  de  Algoa,  de  la  cual  se  despidió  en  1487 
(como  se  leixara  hum  filho  desterrado  pera  sempre).  No  debe 
sorprender  que  este  naufragio  fuera  atribuido  á  un  gran  co- 
meta que  se  vio  entonces  en  el  hemisferio  austral  durante 
once  días,  desde  el  12  al  23  de  Mayo  de  1500,  sin  que  cam- 
biara de  posición».  (Barbos,  t.  i,  p.  i,  páginas  382  y  392.) 


VII. 

Martin  Behaim  y  Magallanes. 


«No  hablaré,  dice  Voltaire  en  el  Estudio  sobre  las 
costumbres ,  áe  ese  ciudadano  de  Nuremberg,  de  quien 
fabulosamente  se  asegura  que  fué  en  1460  al  estrecho 
de  Magallanes.»  Pretensión  tan  absurda,  y  sin  embargo, 
tan  repetida,  merecería  escasa  atención,  si  no  hubiera  en 
la  vida  de  Magallanes  y  hasta  en  el  relato  que  de  la  ex- 
pedición de  este  marino  hizo  Antonio  Pigafetta  algo 
tan  extraordinario  que,  al  parecer,  obliga  al  historiador 
á  someter  el  problema  á  concienzudo  examen. 

Creo  que  arrojará  nueva  luz  sobre  hechos  que  á  pri- 
mera vista  parecen  singularmente  enigmáticos,  un  dato 
que  he  tomado  de  una  antiquísima  edición  de  la  Geogra- 
fía de  Ptolomeo. 

Dos  obras  de  cuya  autoridad  no  puede  dudarse:  las 
Décadas  de  Antonio  de  Herrera,  y  el  Manuscrito  de 
Pigafetta,  conservado  en  la  Biblioteca  Ambrosiana  de 
Milán,  y  publicado  por  el  Sr.  Amoretti  en  1800,  dan  á 
conocer  la  influencia  que  ejerció  Behaim  en  el  descubri- 
miento del  estrecho  patagónico.  Merece  preferencia  la 
autoridad  de  Pigafetta,  por  ser  uno  de  los  diez  y  ocho 


DESCUBRIMIENTO   OS    AMÉRICA.  157 

compañeros  de  Magallanes  que  tavieron  la  dicha  de  vol- 
ver á  Europa  el  6  de  Septiembre  de  1522.  «Praetore 
Portugallico  Fernando,  ab  insularibus  bello  exagitatis 
in  regione  aromatnm  ^quatori  vicina  interfecto,  qua- 
tuorque  reliquis  é  classicula  quinqué  navium  deperditis, 
unatantum  regressa  est,  dicta  Victoria,  cribro  terebra- 
tiorj>y  escribe  el  mismo  mes  Pedro  Mártir  de  Anghiera 
al  Obispo  de  Cosenza  (1). 


(1)  Pedro  Mártir,  lib.  xxxv,  ep.  767  (ed.  Par.  1670,  pá- 
gina 446).  La  carta  al  Arzobispo  está  fechada  en  Valladolid, 
III  cal.  Sept.  MDXXII,  y  hay  un  error  de  cifra  en  esta  indica- 
ción. El  buque  Victoria  no  tocó  en  parte  alguna  desde  las  islas 
de  Cabo  Verde,  y  la  fecha  de  la  llegada  á  la  bahía  de  San- 
lúcar,  el  6  de  Septiembre,  es  exacta.  Pigafetta  ,  Primo  viag" 
gio  intorno  al  globo,  pág.  183 ;  Herrera  ,  Déc.  iii,  Ub.  iv,  ca- 
pítulo I  (ed.  de  Amberes,  1728,  t.  ii,  pág.  95).  No  debe  sorpren- 
der el  corto  número  de  compañeros  de  Magallanes  (18)  que 
cuenta  Pigafetta,  mientras  Herrera  habla  de  «los  30  marinos 
que  á  las  órdenes  de  Juan  Sebastián  Elcano  (natural  de  Gue- 
taria,  en  la  provincia  de  Guipúzcoa,  embarcado  en  1519  como 
patrón  de  la  nave  la  Concepción ,  hombre  intrépido  cuyo  nom- 
bre no  debe  ser  olvidado,  y  á  quien  ni  la  antigüedad  ni  la  Edad 
Media  pueden  oponer  rival  alguno )  volvieron  en  la  nao  Vic- 
toria)). Herrera,  Déc.  ii,  lib.  iv,  cap.  ix  (t.  i ,  pág.  339);  Dé- 
cada lli,  lib.  IV,  capítulos  2  y  4  (t.  II,  páginas  98  y  100).  El 
historiógrafo  de  la  India  no  comprende  á  Pigafetta,  que,  siendo 
caballero  de  Bodas  y  agregado  á  la  legación  apostólica  de  mon- 
señor Francisco  Chiericato  en  España,  sólo  se  embarcó  como 
voluntario  y  curioso,  en  el  número  de  los  30  «que  fueron  vesti- 
dos á  costa  de  la  corte»,  y  los  18  de  que  habla  Pigafetta  forman 
con  los  13  que  retuvieron  prisioneros  los  portugueses  en  la  isla 
de  Cabo  7erde,  y  fueron  reclamados  con  insistencia  desde  la 
llegada  de  Juan  Sebastián  Elcano  á  la  bahía  de  Sanlücar 
«las  30  personas»  salvadas  en  el  buque  Victoria,  excluyendo  á 
Pigafetta. 


1£8  ALEJANDRO   Da  HÜMBOLDT. 

Pero  la  obra  que  poseemos  de  Pigafetta  no  es  el 
mismo  Diario  que  tan  cuidadosamente  redactó  día  por 
día  hasta  el  9  de  Julio  de  1522  en  que  llegó  á  la  isla  de 
Santiago  de  Cabo  Verde,  y  supo  que  los  portugueses  ha- 
bitantes de  dicha  isla  llamaban  jueves  al  mismo  día  que 
según  su  Diario  era  mie'rcoles.  «Mi  sorpresa,  dice  Piga- 
fetta, fué  tanto  más  grande  (1),  cuanto  que  por  no  haber 
estado  enfermo  durante  el  viaje,  tenía  indicados  sin  in- 
terrupción todos  los  días  de  la  semana.  Posteriormente 
advertimos  que  no  había  ningún  error,  j  que,  viajando 
siempre  hacia  Occidente  y  siguiendo  el  camino  del  sol,  la 
volver  al  mismo  sitio  debíamos  haber  ganado  veinticua- 
tro horas.» 

El  verdadero  Diario  de  Pigafetta  fué  presentado  al 
emperador  Carlos  Y.  Lo  que  existe  en  la  Biblioteca  Am- 
brosiana  es  el  extracto  de  otro  Diario  enviado  al  Papa 
Clemente  Vil  y  al  gran  maestre  de  Rodas,  Felipe  de 
Villiers  de  Lisie  Adam. 

Indudablemente  López  de  Castanheda,  Barros  y  He- 


(1)  PiQAFFETTA  Primo  viaggio,  pág.  182  Los  marineros  del 
Victoria  advirtieron  con  espanto  «que  durante  el  viaje  alrede- 
dor del  globo  habían  comido  de  carne  el  viernes  y  celebrado  las 
Pascuas  el  lunes».  (Herrera,  t.  ii,  pág.  95.)  Anghiera,  que  era 
algo  inclinado  á  burlarse,  da  á  entender  en  su  correspondencia 
que  el  problema  de  el  día  pei'dido,  como  con  más  razón  se  le 
llama,  mortificó  largo  tiempo  á  los  compañeros  de  Magallanes 
«quonam  vero  pacto  classicula,  de  qua  puto  vos  non  ignorare, 
parallellum  circuerit  integrum ,  proras  ad  Occidentem  eolem 
vertens  semper,  doñee  ad  Orientem  illarum  una,  garyophjdlis 
onusta,  redierit  et  in  eo  discursu  unum  sibi  defuisse  repererit, 
quae  stomachis  exilibus  impossibilia  videbuntur,  per  ejus  rei  ad 
imguem  discussam  narrationem  in  Decade  mea  quarta  videbi- 
tis».  (Pedro  Mártir,  ep.  770,  pág.  448.) 


PKSCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  159 

rrera  tuvieron  á  la  vista  las  notas  originales  del  piloto 
más  instruido  de  la  expedición,  Andrés  de  San  Martín. 
Herrera,  que  pudo  disponer  libremente  de  los  archivos 
de  Felipe  II  desde  1596,  j  que  en  1601  había  publi- 
cado ya  las  cuatro  primeras  de'cadas  de  su  historia,  en- 
contraría el  Diario  del  piloto  entre  gran  número  de 
documentos  que  después  se  han  perdido,  y  ha  dado,  des- 
graciadamente sin  comprenderlos,  extensos  detalles  de 
observaciones  astronómicas,  tanto  respecto  á  las  latitu- 
des, como  á  las  tentativas,  bastante  infructuosas,  de  apli- 
car los  preceptos  que  Ruy  Faler  ó  Faleiro  (ó  del  demonio 
familiar  de  este  astrónomo)  le  había  enseñado  para  en- 
contrar las  longitudes  por  la  declinación  (1)  de  la  Luna, 
las  ocultaciones  de  las  estrellas,  la  diferencia  de  altura 
de  la  Luna  y  de  Júpiter  (2)  y  las  oposiciones  de  la 
Luna  y  de  Venus  (3). 


(1)  (íLa  ^longitudine  s'argomenta  de  la  latitudine  de  la 
Luna.»  PiGAFETTA,  Trasunto  del  Trattato  di  Navigazione,\^éi- 
gina219. 

(2)  Herrera  presenta  el  tipo  de  este  cálculo,  déc.  ii, 
libro  IV,  cap.  10  (t.  i,  pág.  338).  Comparando  atentamente  He- 
rrera y  Pigafetta,  me  he  convencido  de  que  no  eran  idénticos 
los  materiales  que  cada  uno  empleaba.  Citaré  sólo  el  13  y  el  17 
de  Diciembre  de  1519,  el  7  de  Febrero  y  el  11  de  Octubre 
de  1520,  el  de  la  trágica  historia  de  la  traición  en  el  Río  de  San 
Julián.  Pigafetta  atribuye  al  Cabo  de  las  Vírgenes  la  latitud 
de  52°  3',  mientras  los  elementos  numéricos  de  la  observación 
de  28  de  Octubre  de  1520,  referida  por  Herrera,  arrojan  52"  hiV 
(véase  Pigafetta,  páginas  16,  24,  33,  35,  y  Herrera, t.  i,  pági- 
nas 339,  447,  449  y  451).  Acerca  de  la  coincidencia  de  la  lle- 
gada de  la  Victoria  y  de  Contarini,  véase  Ranke,  Pdpste,  1. 1, 
página  153. 

(3)  Barros,  déc.  iii,  lib.  v,  cap.  10  (t.  iii,  párrafo  1.°  pá- 
gina 657).  El  historiógrafo  portugués  no  cita,  como  Herrera, 


160  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

Las  nociones  publicadas  por  Herrera  sobre  la  primera 
expedición  alrededor  del  mundo,  son  las  más  circuns- 
tanciadas: las  de  los  autores  portugueses,  por  lo  demás 
muy  recomendables,  no  podían  ser  igualmente  detalla- 
das, porque  se  debían  á  comunicaciones  parciales  y  clan- 
destinas llegadas  de  la  India.  El  embajador  veneciano 
Contarini  habla  también  desde  el  año  1522  del  día 
perdido. 

'  Examinemos  primero  los  documentos  alegados  en  fa- 
vor de  Martín  Behaim,  documentos  anteriores  á  la  par- 
tida de  Magallanes.  Cuando  éste,  diez  años  después  de 
la  muerte  del  geógrafo  alemán,  irritado  por  la  ingrati- 
tud del  Gobierno  portugués  en  la  India,  con  una  pierna 
lisiada  por  un  lanzazo,  temerario  en  sus  proyectos,  in- 
flexible al  ejecutarlos,  presentóse  por  primera  vez  á  la 
corte  de  España  en  Valladolid  y  mostró  á  Juan  Rodrí- 
guez de  Fonseca,  obispo  de  Burgos,  «un  globo  bien  pin- 
tado», en  el  cual  estaba  marcada  la  ruta  que  pensaba 
seguir,  dejó  en  blanco,  como  era  de  suponer,  el  estrechoy 
para  que  no  le  pudieran  robar  su  secreto.  Como  los  mi- 


les elementos  numéricos;  pero  con  amargas  quejas,  y  bien 
injustas  por  cierto,  contra  las  Efemérides  de  Regiomontanus, 
da  las  fechas  de  cuatro  observaciones  de  longitud,  sacadas  de 
un  libro  que  Duarte  de  Kezende  (Feitor  de  Maluco)  se  procuró 
furtivamente  en  la  India  y  le  envió  á  Lisboa.  De  igual  proce- 
dencia poseía  también  Barros  el  cuarto  capítulo  de  los  treinta 
que  forman  un  tratado  de  longitudes  (((vulgarmente  llamadas 
distancia  de  meridiano  fijadas  por  la  altura  de  leste  oeste))), 
compuesto  por  Ruy  Faleiro  para  el  uso  particular  de  Maga- 
llanes (t.  III,  p.  1.%  páginas  660  y  661).  Barros,  que  nació 
en  1496,  encontrábase  en  África,  en  el  fortín  de  la  Mina,  cuando 
llegaron  á  España  los  restos  de  la  expedición  de  Magallanes, 
en  1522  (t.  ili,  p.  l.«,  pág.  235). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  161 

nistros  del  Rey  (sin  duda  el  cardenal  Ximénez  y  mon- 
señor de  Gebres)  le  apremiaban  con  preguntas,  Maga- 
lanes  les  confió  que  iría  primero  á  tocar  en  el  cabo  de 
Santa  María,  es  decir,  en  la  desembocadura  del  Río  de 
la  Plata  (Rio  de  Solís)  y  que  desde  allí  seguiría  la  costa 
(al  Sud)  hasta  hallar  el  estrecho;  si  no  encontraba  el 
paso  al  otro  mar  (porque  los  ministros  objetaban  la  po- 
sibilidad de  no  encontrarlo),  iría  á  las  Molucas  por  el  ca- 
mino de  los  portugueses,  es  decir,  por  el  cabo  de  Buena 
Esperanza.  Añadió  que  estaba  tanto  más  seguro  de  en- 
contrar un  estrecho,  cuanto  que  lo  había  visto  (sin  indi- 
car el  lugar)  «en  una  carta  marina  construida  por  Mar- 
tín de  Bohemia,  portugués,  natural  de  la  isla  de  Fayal, 
cosmógrafo  de  gran  reputación,  carta  que  le  había  dado 
mucha  luz  acerca  del  estrecho.» 

Tal  es  la  relación  que  hace  Herrera  (1)  de  la  primera 
entrevista  de  Magallanes  con  los  españoles  en  1517. 
Transcurrieron  dos  años  antes  de  que  la  expedición  pu- 
diera darse  á  la  vela  (el  10  de  Agosto  de  1519).  Los  di- 
plomáticos portugueses  trabajaron  tenazmente,  mientras 
permaneció  la  corte  en  Barcelona,  para  desacreditar  al 
jefe  de  la  expedición,  diciendo  que  era  un  avMiturero  li- 
gero, hablador  é  indigno  de  confianza  (2). 


(1)  Déc.  II,  lib.  II,  capítulos  20  y  21;  lib.  IV,  cap.  10  (t.  I, 
páginas  103,  195  y  338). 

(2)  (( Hombre  hablador  y  de  poca  sustancia.»  Parece  que  la 
diplomacia  fué  más  activa  cuando  vino  un  embajador  á  Zara- 
goza á  negociar  el  matrimonio  de  la  hermana  de  Carlos  V  (doña 
Leonor)  con  el  rey  D.  Manuel.  «Se  avisó  á  Magallanes  que  él  y 

I  su  amigo,  el  astrónomo  Ruy  Falero,  serían  asesinados  (diplo- 
máticamente),  lo  cual  obligó  al  obispo, de  Burgos  á  ocultarles 
todas  las  noches  en  su  palacio. 

11 


162  ALEJANDRO   DE    UUMBOLDT. 

He  aquí  el  testimonio  de  Pigafetta  (1),  amigo  perso- 
nal de  Magallanes  y  (según  se  ve  en  la  narración  del 
terrible  suceso  ocurrido  en  Kío  San  Julián,  cuando  el 
tesorero  Luis  de  Mendoza  fué  descuartizado)  inclinado 
á  enaltecer  la  reputación  de  su  jefe.  «El  21  de  Octubre 
de  1520  encontramos  un  estrecho ,  al  cual  dimos  el  nom- 
bre de  las  once  mil  Vírgenes,  por  ser  el  día  consagrado  á 
ellas.  Sin  el  saber  de  nuestro  capitán,  no  se  hubiera  po- 
dido desembocar  este  estrecho  porque  todos  creímos  que 
estaba  cerrado;  pero  nuestro  capitán  se  había  informado 
de  que  debía  pasar  por  un  estrecho  singularmente  oculto, 
habiéndole  visto  en  una  carta  conservada  en  los  archivos 
(tesorería)  del  Rey  de  Portugal  y  dibujada  por  un  cos- 
mógrafo excelente,  Martín  de  Bohemia.» 

Estos  testimonios,  tomados  de  escritos  contemporá- 
neos (porque  claro  es  que  Herrera  poseía  el  Diario  de 
San  Martín),  prueban  dos  cosas:  primero,  que  Magalla- 
nes había  visto  en  una  carta  en  Portugal  (2)  el  estrecho 


(1)  Primo  viaggio ,  pág.  36,  y  la  Introduzione  del  señor 
Amoretti,  páginas  xx-xxvi. 

(2)  Antes  abemos  visto  que  estos  testimonios  contemporá- 
neos nada  nos  enseñan  acerca  del  lugar  donde  se  encontraba 
el  mapa.  Pigafetta  cita  solamente  los  archivos  (el  tesoro)  del 
Eey  de  Portugal,  Gozaba  de  tan  grande  reputación  un  mapa 
veneciano,  traído  de  Italia  en  1428  por  el  infante  D.  Pedro, 
duque  de  Coimbra,  hermano  del  famoso  infante  D.  Enrique, 
duque  de  Viseo,  y  colocado  en  el  convento  de  Alcobacja,  que 
Francisco  de  Souza  Tavares  suponía  haber  visto  indicado  en 
él,  como  cola  del  dragón  occidental  de  las  Hespérides,  el  estre- 
cho de  Magallanes.  (Antonio  Galvano,  Trat.  dos  descuhr., 
página  XV;  Manuel  di  Faria  y  Sousa,  Europa  Portuguesa, 
tonio  III,  cap.  I,  pág.  554;  ZüRLA,  il  Mappamondo  di  Fra 
Mauro,  páginas  7,  86,  87  y  143;  Vincent,  Periplus  of  tlie 
Erythr.,  páginas  197  y  199.)  Además,  se  creyó  que  era  en  el 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  163 

<jue  buscaba  al  Sud  de  la  desembocadura  del  Río  de  la 
Plata;  segundo,  que  atribuía  esta  carta  á  Behaim,  muerto 
hacía  diez  años  en  las  Azores. 

Es  bastante  raro  que,  dada  su  aversión  patriótica  con- 
tra España,  el  mordaz  é  ingenioso  historiógrafo  de  la 
India  portuguesa,  Barros,  no  haya  procurado  rebajar  el 
mérito  del  traidor  recordando  que  el  descubrimiento  del 
estrecho  no  se  debió  á  su  sagacidad,  sino  á  haber  visto 
una  carta  marina  conservada  en  los  archivos  del  rey 
D.  Manuel.  Este  silencio  de  Barros  parece  probar  que 
la  tradición  de  la  supuesta  previsión  de  Behaim  no  ha- 
bía llegado  á  las  Molucas. 

Compréndese,  en  efecto,  que  Magallanes  tuviera  más 
interés  en  hablar  de  la  existencia  de  un  estrecho  como 
de  cosa  indudable  y  conocida  de  cosmógrafos  célebres 
antes  de  haber  llegado  á  él  y  cuando  sólo  trataba  de  ins- 
pirar confianza  en  sus  proyectos,  que  más  tarde,  cuando 
pasó  al  Océano  Pacífico. 

Las  traducciones  del  fiaje  de  Benzoni  y  las  numero- 
sas obras  del  orientalista  Guillermo  Postel  (1)  contri- 


oon vento  de  Alcoba 9a  donde  Magallanes  debió  haber  visto  un 
mapa  de  Behaim.  (Stüven,  Be  vero  ]\íov.  Orhis  Í7iv.,  pág.  41; 
Tosen,  Der  walire  Entd.,  pág.  14).  Aunque  Behaim  nació 
en  1430  y  hasta  1479  ocupóse  en  comerciar  en  Alemania,  no  se 
temió  atribuirle,  sea  el  mapa  veneciano  de  1428,  Eea  la  copia 
del  gran  mapamundi  del  convento  de  los  Camaldulenses  de 
San  Miguel  de  Murano ,  que  el  rey  Alfonso  V  habla  hecho  di- 
bujar en  1459  en  el  taller  de  mapas  de  Fra  Mauro  y  de  Andrés 
Bianco  (Zurla,  pág.  85). 

(1)  Cosmograjj/iica  discijMna,  cap.  Ii,  pág.  22;  De  Univer- 
sitate  líber,  pág.  87.  Este  hombre  raro,  perseguido  por  los  teó- 
logos, nació  en  1510  y  murió  en  1581.  Es  uno  de  los  pocos  que 


164  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT 


buyeron  mucho  á  propagar  la  idea  de  que  Magallanes 
no  había  hecho  más  que  seguir  la  ruta  indicada  por 
Behaim.  Postel  también,  como  antes  he  indicado,  sólo 
habla  de  «Fretum  Martini  Bohemi  á  Magaglianesco  Lu- 
sitano alias  nuncupatum ,  quodque  terram  incognitam 
australem  ab  Atlantide  (America)  separat». 

Ante  todo,  expondré  la  serie  de  los  descubrimientos 
hechos  en  la  costa  oriental  de  la  América  del  Sur  hasta 
la  época  en  que  Magallanes  vino  á  hablar  del  estrecho 
al  Obispo  de  Burgos.  Los  datos  parciales  que  voj  á 
referir  fúndanse  en  el  atento  estudio  de  documentos  re- 
cientemente publicados. 


antes  de  Bochart  se  ocuparon  de  la  lingüística  comparada, 
ciencia  que,  gracias  á  la  filosofía  y  á  los  conocimientos  más  ex- 
tensos en  nuestro  siglo,  ha  llegado  á  ser  tan  importante  para  la 
historia  de  los  pueblos  y  su  mutua  filiación. 


VIII. 

Primeros  descubrimientos  en  la  costa  oriental  de  América. 


Cristóbal  Colón  (1)  comenzó  su  tercer  viaje  el  30  de 
Mayo  de  1498,  partiendo  de  Sanlúcar.  El  l.^de  Agosto 
del  mismo  año  descubrió  la  Tierra  Firme  del  delta  del 
Orinoco  (isla  Santa),  y  cuatro  días  después  hizo  desem- 


(1)  Los  cambios  que  ha  sufrido  la  nomenclatura  de  los  di- 
ferentes cabos  de  la  isla  de  la  Trinidad  y  la  supuesta,  identidad 
de  las  partes  del  continente  americano  que  Colón,  en  su  tercer 
TÍaje,  designó  con  el  nombre  de  Ida  Santa  y  de  Tierra  ó  Isla 
de  Gracia,  han  hecho  dudosa  la  cuestión  de  saber  si  fué  la  parte 
de  tierra  firme  vista  por  primera  vez.  He  discutido  este  proble- 
ma antes  de  la  publicación  de  los  documentos  de  Navarrete  en 
la  Relation  kistorique,  t.  ii,  pág.  72,  nota  3.*  La  costa  primera- 
mente descubierta  fué  la  oriental  de  la  provincia  de  Cumaná» 
al  este  de  Caño  Macareo,  cerca  de  Punta  Redonda,  parte  baja 
llamada  Isla  Santa,  y  no  la  parte  montañosa  de  la  costa  de  Pa- 
ria, que  forma  la  costa  NO.  del  golfo  de  las  Perlas  ó  de  la  Ba- 
llena, paraje  que  Colón  designaba  con  el  nombre  de  Isla  de 
Gracia.  Cuando  su  primer  viaje,  en  Noviembre  de  1492,  á  las 
costas  de  Cuba,  estaba  persuadido  el  Almirante  de  que  se  en- 
contraba en  un  continente  («es  cierto,  dice,  que  ésta  es  la 
tierra  firme»,  Diario,  1."  de  Noviembre).  Esta  opinión,  confir- 
mada en  el  segundo  viaje  y  solemnizada  por  el  juramento  de 


1C6  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

barcar  su  tripulación  por  primera  vez  en  el  continente 
americano  equinoccial ,  en  el  golfo  de  Paria  (en  la  costa 
de  la  isla  de  Gracia). 

toda  la  tripulación  el  12  de  Junio  de  1494,  la  conservó  Colón 
hasta  su  vuelta  de  Paria  á  Haiti  en  1498.  Dice  terminante- 
mente: «En  el  viaje  que  yo  fui  á  descubrir  la  tierra  firme,  es- 
tuve treinta  j  tres  días  sin  concebir  sueño,  pero  no  se  me  daña- 
ron los  ojos  ni  se  me  rompieron  de  sangre  y  con  tantos  dolores 
como  agora.))  (Carta  á  los  Reyes  Católicos,  conservada  en  el 
archivo  del  Infantado.)  (Navarrete,  t.  i,  páginas  46  y  252.) 

Este  convencimiento  de  Colón  de  no  haber  descubierto  en 
1498  sino  un  punto  más  meridional  y  más  oriental  del  conti- 
nente de  Asia  visto  en  1492  y  1494,  ha  contribuido  quizá  á  pri- 
varnos de  una  relación  más  detallada  escrita  por  el  mismo  Al- 
mirante. 

El  martes  31  de  Julio  de  149S,  un  marinero  de  Huelva,  Alonso- 
Pérez,  descubrió  desde  lo  alto  de  un  mástil  una  tierra  de  tres 
mogotes.  Era  el  cabo  SE.  de  la  isla  de  la  Trinidad,  hoy  Punta 
Galeota,  llamada  entonces  Punta  Galea  según  la  carta  del  Al- 
mirante, y  Punta  Galera  según  su  hijo  D.  Fernando.  La  Punta 
Galera  de  los  hidrógrafos  modernos,  el  cabo  NE.  de  la  Trinidad, 
nunca  llegó  á  verla  el  Almirante. 

El  miércoles  I.*'  de  Agosto,  después  de  haber  hecho  aguada 
en  la  Punta  de  la  Playa,  en  la  costa  meridional  de  la  isla  de  la 
Trinidad,  al  este  de  la  Punta  del  Arenal  (cabo  SE.  de  la  isla, 
acaso  en  la  embocadura  de  los  arroyos  Erin  y  Moruga)  «  vieron 
sobre  la  mano  izquierda  (la  proa  al  oeste)  la  Tierra  Firme  á  25 
leguas  de  distancia  (esta  valuación,  como  las  siguientes,  están 
aumentadas  en  la  mitad),  aunque  pensaron  que  era  otra  isla, 
y  creyéndolo  así  el  Almirante,  la  puso  por  nombre  Isla  Santa.)). 
Así  lo  dice  el  hijo  de  Colón  (  Vida  del  Almirante,  cap.  67.  He- 
rrera, déc.  I,  lib.  III,  cap.  10,  t.  i,  pág.  67.  Véanse  también 
los  testimonios  en  el  pleito  del  Fisco  contra  los  herederos  de 
Colón,  Navarrete,  doc.  lxix,  t.  'iii,  págs.  539-551  y  579-583, 
entre  los  cuales  se  descubre  la  existencia  de  un  manuscrito,  en 
el  que  un  marinero,  Pedro  Mateos,  de  la  villa  de  Higuey,  marca 
en  1498  todas  las  montañas  y  los  ríos,  y  se  lo  quitó  Cristóbal 
Colón.) 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  167 

El  descubrimiento  que  hizo  Sebastián  Cabot  de  la 
América  septentrional,  desde  la  bahía  de  Hudson  hasta 
el  sur  de  Virginia ,  con  un  barco  de  Brístol  {the  Matthew) 
data  del  verano  de  1497. 


No  habla  Colón  en  su  carta  á  los  Reyes  Católicos  de  esta  vista 
de  Tierra  Firme  hacia  el  Sur,  ni  siquiera  se  encuentra  en  ella 
nombrada  la  Isla  Santa,  sin  duda  porque  en  el  viaje  desde  la 
Margarita  á  Haiti  había  tenido  tiempo  de  reflexionar  acerca  de 
la  semejanza  y  probable  unión  de  las  costas  continentales  de 
la  tierra  baja  más  meridional  de  la  Isla  Santa  y  de  la  tierra 
montañosa  y  más  septentrional  de  la  Isla  de  Gracia.  ((Creyendo 
que  era  otra  isla  (dice  Herrera  siguiendo  á  Las  Casas)  distinta 
de  Isla  Sania,  le  puso  nombre  de  Gracia,  y  le  pareció  altísima 
tierra.» 

El  2  de  Agosto  se  pasó  por  la  Boca  de  la  Sierpe  (hoy  Canal 
del  Soldado,  por  cuya  abertura  comunica  el  pequeño  golfo  de 
Paria  ó  de  la  Ballena,  al  Sur,  con  la  mar.  El  día  5  de  Agosto 
fué  cuando  por  primera  vez  se  puso  el  pie  en  el  continente  de 
América,  á  5  leguas  de  distancia  de  cabo  de  Lapa,  donde  Pedro 
de  Terreros  hizo  la  risible  ceremonia,  tan  repetida  en  nuestros 
dias,  de  una  toma  de  posesión.  La  oftalmía  impidió  al  Almi- 
rante desembarcar,  pero  no  el  hacer  la  ((pintura  de  la  tierra», 
que  envió  á  los  Monarcas,  y  que  después  guió  á  Alonso  de  Ojeda 
cuando,  desde  las  costas  de  Surinam,  vino  al  golfo  de  Paria 
{Segunda  pregunta  del  Pleyto  del  fiscal,  151B-1515,  Na  va- 
réete, t.  III,  páginas  5  y  359).  Cabe  sospechar  que  la  circuns- 
tancia de  no  haber  desembarcado  indujo  al  piloto  de  la  expedi- 
ción, Pedro  de  Ledesma,  quince  años  después,  á  decir  en  el 
pleito  malignamente,  y  contra  todos  los  demás  testimonios, 
((que  Colón  descubrió  la  Punta  de  la  Galea  de  la  Trinidad,  pero 
no  la  Tierra  Firme  que  se  dice  ser  Asia». 

La  expedición  salió  el  15  de  Agosto  por  la  abertura  septen- 
trional del  golfo  de  Paria,  y  á  ésta  es  á  la  que  únicamente 
llama  el  Almirante  Boca  del  Dragón.  He  juzgado  conveniente 
poner  en  claro  estos  hechos,  por  el  conocimiento  detallado  que 
adquirí  de  las  localidades  durante  mi  estancia  en  las  montañas 
de  Paria  y  en  las  misiones  de  Caripe. 


168  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

Alonso  de  Ojeda,  acompañado  de  Juan  de  la  Cosa  y 
de  Amerigo  Yespucci  (Ojeda  nombra  á  este  último,  Mo- 
rigo  Vespuche ,  en  el  pleito  del  Fiscal  contra  los  herede- 
ros de  Colón ,  según  se  ve  en  la  5.*  pregunta  del  mismo), 
partió  el  19  de  Mayo  de  1499,  y  tocó  tierra  á  fin  de  Ju- 
nio del  mismo  año  en  las  costas  de  Surinam  hacia  el 
6^^  de  latitud  boreal.  A  su  vuelta  vio  las  desembocadu- 
ras de  río  Esequibo  y  del  Orinoco. 

Vicente  Yáñez  Pinzón,  el  mismo  que  mandaba  la 
Niña  en  el  primer  viaje  de  Colón ,  salió  de  Palos  á  prin- 
c'pios  de  Diciembre  da  ]499,  atravesó  por  primera  vez 
el  Ecuador  en  la  región  americana  del  Océano  Atlántico, 
y  el  20  de  Enero  de  1500  descubrió  el  cabo  de  San 
Agustín,  llamado  por  Pinzón  {Pleito^  preg.  7.^;  Nava- 
ERETE,  t.  iri,  páginas  547  y  552)  cabo  de  Santa  Ma- 
ría de  la  Consolación,  latitud  austral  8°  19'.  Vio,  por 
tanto,  una  parte  del  Brasil,  la  provincia  de  Pernam- 
buco,  cuarenta  y  ocho  días  antes  de  la  partida  de  Cabral, 
á  quien  generalmente  se  atribuye  el  descubrimiento  del 
Brasil.  Favorecido  por  las  corrientes  de  ESE.  al  ONO. 
(porque  hacia  la  parte  más  convexa  y  más  oriental  de  la 
Ame'rica  meridional,  como  hacia  la  parte  cóncava  del 
África  en  la  bahía  de  Biafra,  que  parece  corresponderle, 
las  corrientes  se  dividen  y  cambian  de  dirección),  Vi- 
cente Yáñez  Pinzón  siguió  la  costa  al  Oeste  del  Cabo  de 
San  Roque  (lat.  aust.  5*^  28'),  y  descubrió  la  desembo- 
cadura del  Amazonas,  que  llamó  Paricura. 

Del  mismo  puerto  de  Palos,  y  poco  después  de  la  par- 
tida de  Vicente  Yáñez  Pinzón ,  probablemente  en  los 
últimos  días  del  año  1499 ,  salió  Diego  Lepe.  Siguió  la 
misma  ruta  y  tocó  tambie'n  en  el  Cabo  de  San  Agustín 
(Cabo  de  Santa  María  de  la  Consolación ;  después  Cabo 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  169 

de  Santa  Cruz,  según  Manuel  de  Valdovinos).  Fué  el 
primero  que  en  la  desembocadura  del  Iviapare  ú  Orino- 
co, por  medio  de  un  artificio  improvisado  (escalfador  de 
barbero),  que  sólo  podía  abrirse  en  el  fondo  del  agua, 
reconoció  que  en  una  profundidad  de  ocho  brazas  y  me- 
dia, las  primeras  dos  brazas  del  fondo  eran  de  agua 
salada,  cubierta  hacia  la  superficie  de  agua  dulce  (testi- 
monio del  médico  García  Hernández  en  el  pleito:  Ka- 
VARRETE,  t.  III,  pág.  549). 

Desde  la  desembocadura  del  río  de  las  Amazonas 
volvió  á  la  costa  de  Paria.^ 

Tiene  de  notable  la  expedición  de  Lepe  que  dobló  el 
cabo  de  San  Agustín,  llamado  por  él  Rostro  Hermoso 
{^Pleito  del  Fiscal,  8.^  pregunta;  Navarrete,  t.  ly,  pá- 
ginas 319  y  553),  y  observó  que  más  allá  de  este  cabo 
continúa  la  costa  del  Brasil  en  dirección  SO.,  como  así 
es  (véanse  las  hermosas  cartas  'hidrográficas  del  almi- 
rante Roussin),  entre  los  8^  y  los  13°  de  latitud  austral. 
Esta  observación  pudo  generalizar  desde  1500  la  idea 
de  la  configuración  piramidal  de  la  América  del  Sur. 

ISTo  cito  después  de  Lepe,  ó  como  formando  parte  de 
esta  expedición,  al  comendador  Alonso  Vélez  de  Men- 
doza, cuyo  viaje,  á  pesar  del  testimonio  oficial  del  piloto 
Juan  Rodríguez  Serrano,  es  dudoso.  (Navarrete,  t.  iii, 
páginas  319  y  594). 

Pedro  Alvarez  Cabral,  enviado  por  el  rey  D.  Manuel 
de  Portugal  á  las  Indias  orientales  (á  Calicut),  por  el 
camino  de  Vasco  de  Gama,  queriendo  evitar  (Barros, 
década  i,  lib.  v,  cap.  i,  t.  i,  pág.  386)  las  calmas  del 
golfo  de  Guinea  y  los  vientos  de  SO.  que  soplan  entre 
los  cabos  Palma  y  López ,  impensadamente  llegó  á  tierra 
el  24  de  Abril  de  1500  en  las  costas  del  Brasil,  hacia  el 


170  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

décimo  grado  de  latitud  austral;  por  consecuencia,  entre 
Porto  Francés  j  la  desembocadura  del  río  San  Fran- 
cisco (probablemente  cerca  del  río  Liquia),  á  la  extre- 
midad meridional  de  la  provincia  de  Pernambuco,  á  15 
ó  20  leguas  marinas  de  los  -parajes  que  los  españoles 
Vicente  Yáñez  Pinzón  j  Diego  de  Lepe  habían  recono- 
cido tres  meses  antes. 

Compréndese  por  la  curiosa  carta  que  el  rey  D.  Ma- 
nuel escribió  á  los  Beyes  Católicos  el  29  de  Julio  de  1501 
(ÍÍAVARRETE,  t.  III,  Doc.  núm.  13,  pág.  94),  que  en 
Portugal  no  se  adivinó  la  posibilidad  de  estar  unida  esta 
tierra,  llamada  Terra  Santa  Cruz,  y  habitada  por  una  raza 
cobriza  de  cabellos  lacios,  á  la  tierra  de  Paria,  cuyo  des- 
cubpEBiiento  era  conocido  en  FiSpafia  desde  el  mes  de  Di- 
ciembre de  1498 ;  pero  se  preveía  desde  entonces  (lo  cual 
es  muy  notable),  la  importancia  que  una  tierra  situada, 
por  decirlo  así,  en  el  camino  del  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza debía  tener  para  la  navegación  de  la  India  («La- 
qual  tierra  parece  que  milagrosamente  quiso  nuestro  Se- 
ñor que  hallase ,  porque  es  muy  conveniente  y  necesaria 
para  la  navegación  de  la  India,  porque  allí  Pedro  Alva- 
rez  reparó  sus  navios  y  tomó  agua»). 

El  exacto  conocimiento  que  hoy  tenemos  de  la  multi- 
plicidad de  estas  corrientes  ó  ríos  pelásgicosde  distintas 
temperaturas  que  atraviesan  el  gran  valle  longitudinal 
del  Atlántico,  explica  fácilmente  la  derivación  extraor- 
dinaria hacia  el  O.  que  sufrió  la  escuadrilla  de  Cabral. 
Cometióse  la  imprudencia  de  atravesar  el  Ecuador  en 
una  longitud  demasiado  occidental ,  y  por  efecto  de  la 
corriente  ecuatorial  media  (empleo  la  nomenclatura  del 
mayor  Rennell),  entróse  en  la  corriente  del  Brasil,  que 
sólo  es  la  continuación  de  la  corriente  equinoccial,  modi- 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  171 


íicada  por  la  configuración  del  continente  americano. 

Desde  el  de'cirao  grado  de  latitud  austral  costeó  aún 
Cabral  durante  algunos  días  la  costa  americana  hacia  el 
Sur  hasta  Puerto  Seguro,  y  desde  allí  dirigió  el  rumbo, 
•  favorecido  quizá  por  la  corriente  (southern  connecting 
current)^  que  impulsa  al  ESE.  en  dirección  del  banco 
Agulhas,  al  Cabo  de  Buena  Esperanza,  donde  pereció 
Bartolomé  Díaz  en  un  naufragio,  al  Sur  de  la  bahía  de 
Algoa,  según  antes  dije. 

Durante  los  años  de  1505  á  1507  ocupóse  con  prefe- 
rencia la  corte  de  España  en  que  se  buscara  un  camino 
directo  hacia  el  Oeste  para  llegar  «al  nacimiento  de  la 
especería»,  descubriendo  al  efecto  algún  estrecho  en  las 
costas  meridionales  del  Brasil.  Vespucci,  á  quien  Colón 
había  recomendado  eficazmente  (cartea  de  Sevilla  de  15 
de  Febrero  de  1505),  Vicente  Yáñez  Pinzón,  Juan  de 
la  Cosa  y  Solis ,  fueron  consultados  para  una  grande 
expedición  que  debía  partir  en  Febrero  de  1507;  pero 
que,  por  las  influencias  portuguesas  y  la  escasa  armonía 
que  reinaba  entre  Fernando  el  Católico,  á  su  vuelta  de 
Ñapóles,  y  su  yerno  el  rey  Felipe  I,  fracasó.  Esta  fué 
la  época  en  que  estuvo  favorecido  Vespucci  (Herrera, 
déc.  I,  lib.  VI,  cap.  16;  lib.  vii,  cap.  1,  t.  i,  páginas  142 
y  148;  Navarrete,  t.  iii,  páginas  47,  294,  302  y  321). 

Vicente  Yáñez  Pinzón  y  Juan  Díaz  de  Solís  partieron 
de  Sanlúcar  el  29  de  Junio  de  •I  508,  y  reconocieron  la 
costa  desde  el  cabo  de  San  Agustín  hasta  el  paralelo  de 
40<'  Sur,  cerca  del  río  Colorado ,  pero  sin  ver  la  des- 
embocadura del  Río  de  la  Plata,  que  está  5®  más  al 
Norte. 

Vasco  Núñez  de  Balboa  vio  el  mar  del  Sur  el  25  de 
Septiembre  de  1513,  desde  lo  alto  de  la  Sierra  de  Qua- 


172  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

requa  [Pedro  Mártir^  ep.  540,  pág.  296),  y  algunos  días 
después,  cuando  Alonso  Martín,  de  Don  Benito,  encontró 
una  bajada  al  golfo  de  San  Miguel,  y  en  una  canoa  fué 
el  primero  en  navegar  por  dicho  mar,  Balboa,  siguiendo 
por  el  camino  que  los  indígenas  abrieron ,  entró  espada 
en  mano  en  el  agua  hasta  llegarle  á  las  rodillas  para  to- 
mar posesión  del  Océano  nuevamente  descubierto.  Los 
éxitos  de  Balboa  sólo  duraron  cuatro  años ,  porque  en 
1517  le  decapitaron  por  orden  de  su  mortal  enemigo 
Pedrarias  Dávila  (ó  con  más  exactitud  Pedro  Arias  de 
Avila)  y  del  licenciado  Espinosa.  Había  escrito  poco 
tiempo  antes  al  rey  Fernando,  en  carta  encontrada  en 
los  archivos  de  Sevilla,  «que  V.  A.  mande  que  ningund 
bachiller  en  leyes  y  otro  ninguno,  si  no  fuere  de  medi- 
cina, pase  á  estas  partes  de  la  tierra  firme,  porque  nin- 
gund bachiller  acá  pasa  que  no  sea  diablo  y  tienen  vida  de 
diablos»  {Navarrete,  t.   iii,  doc.  4..°  de  la  sec.  3.^). 

Juan  Díaz  de  Solís  fué  el  encargado  cede  pasar  al  mar 
del  Sur  á  espaldas  de  Castilla  de  Oro  (parte  NO.  de  la 
América  meridional)  y  avanzar  1.700  leguas  más  allá 
de  la  línea  de  demarcación  ;  de  reconocer  si  Castilla  de 
Oro  es  una  isla,  y  de  enviar  á  la  isla  de  Cuba  la  figura 
de  la  costa  ^  si  algún  estrecho  ó  abertura  hacía  posible 
este  envío»  {Navarrete^  t.  iii,  docs.  35  y  36).  No  se  eje- 
cutó ninguno  de  estos  vastos  proyectos  de  descubrimiento 
de  un  estrecho  ó  de  cii^unnavegación  de  la  América  del 
Sur  para  llegar  á  la  costa  occidental  del  gobierno  de 
Pedro  Arias  de  Avila,  parte  de  la  Tierra  Firme,  situada 
entre  Veragua  (gobierno  de  Diego  de  Nicuesa)  (1)  y  el 


(1)  Los  historiadores  contemporáneos  describen    en  los  si- 
guientes términos  el  carácter  de  este  hombre  valeroso:  «Tenía 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  173 

golfo  de  Tiraba,  donde  principiaba  el  gobierno  de  Ojeda, 
y  oficialmente  embellecida  en  las  cédulas  reales  de  27  de 
Julio  y  2  de  Agosto  de  1513  con  el  hermoso  nombre 
de  Castilla  de  Oro  (1)  y  Castilla  de  Aurifia  (sin  duda 
aurífera). 

Juan  Díaz  de  Solís  murió  durante  sus  éxitos,  despue's 
de  llegar  en  el  reconocimiento  de  las  costas  occidentales 
de  América  hasta  los  36°  de  latitud  austral.  Salió  del 
puerto  de  Lepe  el  8  de  Octubre  de  1515;  llegó  al  cabo 
de  San  Roque  del  Brasil  (lat.  5°  28'  17"  Sur);  diseñó 
el  yacimiento  de  la  costa,  doblando,  como  lo  hicieron  Vi- 
cente Yáñez  Pinzón  y  Diego  de  Lepe,  el  cabo  de  San 
Agustín  (cabo  de  Santa  María  de  la  Consolación  ó  de 
Rostro  Hermoso),  hasta  la  bahía  de  Río  Janeiro;  'tocó, 
favorecido  siempre  por  las  corrientes  que  se  dirigen 
al  SSO.  en  el  cabo  de  la  Cananea  (lat.  25°  10'),  en  la 
isla  de  la  Plata  (hoy  Santa  Catalina)  (lat.  27°  36'),  en 
las  islas  de  los  Lobos,  cerca  de  Maldonado,  y,  en  fin,  en 
el  puerto  de  Nuestra  Señora  de  la  Candelaria,  que  se 
creyó  estaba  á  los  35°  de  latitud  austral,  probablemente 
entre  Maldonado  (lat.  34°  53'  27'')  y  Montevideo  (lati- 
tud 34°  54'  8").  Allí  descubrieron  los  españoles  esa 
gran  abertura  de  la  mar  dulce  que  llamaron  río  de  Solís. 
Después  de  anclar  en  el  interior  del  río,  cerca  de  una  isla 
(islote  de  Martín  García) ,  cuya  latitud  austral  se  fijaba 


favor  por  ser  gran  cortesano  y  de  buenos  dichos,  hombre  hijo- 
dalgo, modesto  y  de  blanda  condición,  hombre  de  á  cavallo, 
tañedor  de  vihuela  y  trinchante  á  Don  Enrique  Enriquez,  tio 
del  Rey  Católico.»  Herrera,  déc.  i,  lib.  vii,  capítulos  7  y  Ifi. 
(1)  Doy  aquí  los  verdaderos  límites  de  la  Castilla  del  Oro 
en  la  época  en  que  la  Tierra  Firme  estaba  explotada  como  en 
arrendamiento    en    provecho   de    los   conquistadores  que  la 


174  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT, 

en  34**  40',  los  indígenas  asesinaron  á  Solís  y  á  ocho 
de  los  que  le  acompañaban ;  probablemente  en  Agosto 
de  1516.  Herrera  (déc.  ii,  lib.  i,  cap.  17;  déc.  iv, 
lib.  I,  cap.  1;  Mem.  of  Seb  Cabot,  1831,  pág.  104) 
nos  ha  conservado  una  parte  del  Diario  de  la  expedi- 
ción, al  menos  los  detalles  de  las  posiciones,  que  demues- 
tran notable  progreso  desde  Colón  en  la  precisión  de 
las  observaciones  de  las  alturas  meridianas  del  sol. 

Aunque  Gomara  lo  niega,  parece  que  la  denominación 
de  Río  de  Solís  fué  cambiada  por  la  de  Río  de  la  Plata, 
cuando  la  expedición  de  Diego  García  en  1527,  quien 
encontró  allí  placas  de  plata ,  que  probablemente  proce- 
dían de  las  minas  de  Potosí,  en  manos  de  los  indios 
guaranís.  «Fueron  las  primeras  muestras  americanas  de 
este  metal  que  se  recibieron  en  España»,  según  asegura 
Herrera;  pero  dudo  de  la  exactitud  de  esta  noticia. 

Los  reyes  aztecas  hacían  explotar  las  minas  argentí- 
feras de  Tasco  (Tlachco,  en  la  provincia  mejicana  de 
Cohuixco),  que  yo  he  visitado  {Essai  poL,  t.  iii,  pág.  115, 
segunda  edición).  Cortés  dice  en  sus  cartas  á  Carlos  V 


habían  descubierto  (Na varéete,  t.  Iii,  docs.  núms.  1,  2  y  28, 
páginas  116,  170,  337  y  343;  Humboldt,  Eelat.  hist.,  t.  iii,  pá- 
gina 538).  En  el  mapamundi  de  Ribero,  de  1529,  la  denomina- 
ción de  Castilla  de  Oro,  que  sólo  corresponde  á  Uraba  y  al  Da- 
lien,  se  apKca  á  toda  la  parte  septentrional  de  Tierra  Firme^ 
mientras  hasta  1508,  como  antes  he  demostrado,  la  denominada 
Nueva  Andalucía  (provincia  de  Cumaná)  comprendía  desde 
el  cabo  de  la  Vela  al  golfo  de  Uraba.  Cuando  el  rey  Fernando 
encargó  en  1513  á  su  embajador  en  Ecma,  Mosen  Jerónimo  de 
Vich,  negociar  con  el  Papa  la  creación  de  un  nuevo  obispado 
en  Nuestra  Señora  de  Antigua  (de  la  provincia  de  Darien),  la 
Castilla  de  Oro  fué  llamada,  en  la  jerarquía  eclesiástica,  Bce- 
tica  áurea. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  175 

que  eran  comunes  los  vasos  de  plata  en  Tenochtitlán,  y 
Herrera  olvida  que  el  conquistador  de  Méjico  desem- 
barcó el  19  de  Septiembre  en  la  playa  de  Veracruz 
(Chalchicuecan) ,  y  que ,  llegado  á  la  capital ,  mandó  fa- 
bricar á  los  plateros  indígenas  (aztecas)  desde  los  pri- 
meros días ,  conforme  á  los  modelos  españoles ,  no  sólo 
cuchillos  y  cucharas  de  plata,  sino  también  figurillas  de 
santos  para  enviarlas  á  Europa;  por  tanto,  las  muestras 
de  plata  americana  debieron  ser  vistas  siete  ú  ocho  años 
antes  que  Diego  García  y  Sebastián  Cabot  se  encontra- 
ran en  el  Río  de  Solís,  en  la  costa  perteneciente  hoy  á  la 
República  Argentina. 

En  vista  de  los  datos  cronológicos  expuestos  en  este 
resumen  de  descubrimientos ,  superfluo  sería  refutar  la 
opinión  de  los  que  atribuyen  á  Cabot  el  descubrimiento 
del  Río  de  la  Plata. 

En  Valladolid,  en  1517,  fué  donde  Magallanes  mani- 
festó sus  proyectos  de  descubrir  un  estrecho  que  preten- 
día haber  visto  trazado  en  un  mapa  de  Behaim. 


IX. 


Influencia  de  la  configuración  de  África  en  las  ideas  sobre 
la  que  debía  tener  América. 


En  esta  larga  serie  de  descubrimientos  desde  la  des- 
embocadura del  Orinoco  hasta  la  del  Eío  de  la  Plata,  la 
época  de  la  muerte  de  Martín  Behaim  coincide  con  los 
grandes  armamentos  que  preparaba  la  Corte  de  España 
para  buscar  hacia  el  Sur  el  paso  á  la  tierra  de  las  espe- 
cias ,  siendo  uno  de  sus  resultados  más  importantes  la 
expedición  de  Pinzón  y^  de  Solís  al  Río  Colorado,  á  los 
40*^  de  latitud  austral  (en  1508). 

En  geografía  como  en  historia,  los  hechos  y  las  opi- 
niones influyen  entre  sí  mutuamente,  y  con  frecuencia 
acaban  por  confundirse.  Modifican  esta  reacción  ó  in- 
fluencia recíproca  el  carácter  del  siglo ,  los  intereses  do- 
minantes y  la  autoridad  de  algunos  hombres  notables.    • 

El  curso  del  Níger  y  el  emplazamiento  de  esa  ciudad 
africana  (Tombuctu),  cuya  miseria  actual  contrasta  con 
su  antiguo  esplendor  comercial,  presenta  en  los  estudios 
geográficos  notable  ejemplo  de  esas  fluctuaciones  de  hi- 
pótesis y  de  hechos  imperfectamente  conocidos.  Un  des- 
cubrimiento que  llama  mucho  la  atención  modifica  las 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA,  177 

Opiniones,  y  la  qne  de  éstas  domina  por  el  momento,  da 
una  dirección  especial  á  las  empresas  marítimas.  Cuando 
los  resultados  de  las  nuevas  exploraciones  no  confirman 
las  hipótesis  forjadas  de  antemano,  no  por  eso  dejan  de 
consignarse  éstas  en  los  mapas ,  donde  á  reces  quedan 
estereotipadas  durante  siglos. 

Para  reunir  dos  épocas  muy  apartadas ,  citaré  como 
ejemplos:  1.°,  el  mapa  de  América  de  Ruysch,  publi- 
cado en  la  edición  romana  de  Ptolomeo  en  1508  (dos 
años  después  de  la  muerte  de  Colón),  mapa  que,  con- 
forme á  las  opiniones  sistemáticas,  reúne  simultánea- 
mente la  Groenlandia  (Gruentland)  y  Terra  nova  (ín- 
sula Bacalauras),  á  los  Gog  y  Magog  del  Asia  Oriental, 
y  las  partes  occidentales  de  la  isla  de  Cuba  á  la  Florida; 
2.°,  una  obra  muy  moderna  y  estimadísima  por  muchos 
conceptos,  la  cuarta  edición  del  mapamundi  de  Purdy, 
en  el  cual,  á  pesar  de  cuanto  hoy  se  sabe  (1)  tanto  so- 
bre el  origen  y  la  emigración  de  Occidente  á  Oriente  del 
mito  del  Dorado,  como  sobre  el  terreno  comprendido 
entre  las  fuentes  del  Carony  y  del  Río  Branco,  al  Sur 
de  la  cordillera  de  Pacaraina ,  el  lago  Parima  está  figu- 
rado como  una  cuenca  de  30  leguas  de  diámetro,  casi  lo 
mismo  que  lo  representa  Joducus  Houdius. 

Las  cartas  geográficas  expresan  las  opiniones  y  los 
conocimientos  más  ó  menos  limitados  del  que  las  ha 
formado,  pero  no  figuran  el  estado  de  los  descubrimien- 
tos. Lo  que  se  encuentra  dibujado  en  los  mapas  (espe- 
cialmente en  los  siglos  xiv,  xv  y  xvi)  es  una  mezcla 


(1)  Véase  mi  Relation  historique,  t.  í,  páginas  699-713,  y 
tomo  II,  pág.  224. 

n 


178  ALEJANDRO    DE   HDMEfoLDT. 

de  hechos  comprobados  y  de  conjeturas  presentadas 
como  hechos. 

Sería  sin  duda  desconocer  los  progresos  de  la  geogra- 
fía y  las  causas  que  los  han  apresurado,  desacreditar  los 
ingeniosos  procedimientos  del  arte  que  combina  lo  cono- 
cido con  lo  desconocido.  Los  resultados  de  estos  proce- 
^dimieñtos' sólo  son  temibles  cuando  el  trazado  de  los 
mapas  no  presenta  los  medios  de  conocer  lo  que  ha  sido 
visto  y  lo  que  se  supone  que  puede  existir. 

No  debe  perderse  de  vista  en  este  problema  la  in- 
fluencia que  han  ejercido  en  la  representación  del  tra- 
zado de  las  costas  y  en  la  configuración  general  de  los 
continentes,  las  opiniones,  las  conjeturas  y  los  deseos 
excitados  por  los  grandes  intereses  políticos  y  comercia- 
les. Esta  anticipación  de  las  conjeturas  á  los  descubri- 
mientos reales  y  positivos,  y  los  motivos  más  ó  menos 
sólidos  en  que  se  funda,  nos  darán  alguna  luz  acerca 
de  la  convicción  que  Magallanes  tenía  desde  1517  de 
la  -existencia  de  un  estrecho  que  no  descubrió  hasta 
152C. 

Desde  la  expedición  de  Diego  de  Lepe  (1500),  y  la 
observación  que  hizo  este  navegante  de  que,  doblando  el 
cabo  de  San  Agustín,  la  costa  empezaba  á  tomar  la  di- 
rección de  SO.,  podía  conjeturarse  en  Europa  la  forma 
piramidal  de  la  América  del  Sur.  Las  relaciones  de  po- 
sición geográfica  de  esta  mitad  del  Nuevo  Continente 
y  del  África  son  tales  (y  este  hecho  notable  ha  influido 
probablemente  también,  en  el  origen  de  las  cosas,  en  la 
desigual  prolongación  de  las  tierras  hacia  el  polo  aus- 
tral), que  la  gran  convexidad  del  continente  americano 
(el  vasto  promontorio  brasileño),  correspondiente  á  la 
sinuosidad  opuesta  del  África,  lejos  de  estar  en  el  mismo 


PESCÜ^RIMIKNTO   DE    AMÉRICA.  179 

paralelo  con  el  golfo  de  Guinea,  encuéntrase  á  trece  gra- 
dos y  medio  más  al  Sur. 

Desde  Cabo  Verde  á  la  desembocadura  del  Gambia, 
el  África  occidental  se  inclina  ya  al  SE.  á  15^  de  dis- 
tancia del  Ecuador,  mientras  en  la  América  del  Sud 
hasta  el  paralelo  de  5°  de  latitud  austral  continúa  pro- 
longándose de  NO.  á  SE. 

La  creencia  de  que  era  posible  la  circunnavegación 
-del  África,  subsistió  desde  la  más  remota  antigüedad  á 
través  de  toda  la  Edad  Media.  Fundábase,  no  diré  en 
hechos  comprobados  (los  restos  de  los  barcos  españoles 
•encontrados  en  las  costas  del  mar  Rojo  no  los  constitu- 
yen seguramente),  sino  en  la  creencia  de  estos  hechos  y 
en  el  conocimiento  más-ó  menos  exacto  de  la  forma  tra- 
pezoidal ó  piramidal  del  continente. 

Mientras  no  se  recorrían  más  que  las  costas  occiden- 
tales hasta  el  cabo  Bojador  y  las  orientales  hasta  el 
Norte  de  cabo  Aromata  (Guardafuí),  podía  suponerse 
que  África,  lejos  de  estrecharse  hacia  el  Sud,  continuaba 
ensanchándose,  y  esta  fué  en  efecto  la  opinión  de  Marino 
de  Tyro  y  de  Ptolomeo  (1),  que  desde  el  promontorio 


(1)  Geogr.,  lib.  iv,  cap.  9;  lib.  ii ,  cap.  5,  donde  á  «la 
tierra  desconocida»  que  rodea  el  mar  de  la  India  al  Mediodía 
fe  la  liomlDra  dos  veces,  mientras  á  mitad  del  mismo  cap.  5  al 
mismo '  mar  dé  la  India  se  le  compara,  como  mar  ceiTado,  al 
Caspio.  M.  Gossellin  {Redi.,  t.  i,  pág.  45),  atribuye  á  Hipparco 
esta  hipótesis  de  una  división  del  Océano  en  muchas  cuencas  y 
ia  prolongación  oriental  del  África.  Hasta  ha  publicado  doa 
mapas  del  sistema  de  Ilippareo,  presentando  la  tierra  descono- 
cida que  une  África  y  Asia.  El  único  pasaje  que  se  puede 
alegar  en  justificación  de  esta  identidad  de  la  geografía  siste- 
Inática  de  Ptolomeo  y  de  Hipparco  (la  era  del  primero  de  estos' 
geógrafos  está  separada  de  la  del  segundo  por  Strabón  y  Posi- 


ALEJANDRO   DE   HUMBOLLT. 


Prasum.  al  Sur  del  cabo  Eaptum,  prolongaban  el  África 
oriental  hacia  el  Este  para  unirla  por  medio  de  una  tie- 
rra desconocida  (especie  de  tierra  austral)  á  Cattigara  y 
al  oriente  de  Asia. 

Si  se  admite  que  esta  ficción  llega  á  la  época  de 
Hipparco  y  por  tanto  á  la  escuela  de  Alejandría,  siglo 
y  medio  antes  de  nuestra  era,  y  se  compara  el  estado  de 
los  descubrimientos  geográficas  correspondiente  á  los 
tiempos  de  Eratostlienes,  de  Crate's  de  Malíes  (confun- 
dido por  Mr.  Gossellin  en  su  Bech.  geogr.^  t.  i,  pág.  104, 
con  Grates,  el  Cínico  al  hacerle,  contemporáneo  de  Ale- 
jandro), de  Posidonio  y  de  Strabón,  que  admiten  la  po- 
sibilidad de  la  circunnavegación  de  África,  con  el  que 
tenían  en  tiempo  de  Hipparco,  de  Marino  de  Tyro  y  de 
Ptolomeo,  se  llega  al  triste  resultado  de  que,  en  la  anti- 
güedad, las  opiniones  recientes  son  con  frecuencia  me- 
nos exactas  que  muchas  de  las  que  le  precedieron  (tres 
siglos  transcurrieron  entre  Grates,  el  comentador  de  Ho- 
mero, y  Ptolomeo), 


donio,  que,  como  Eratosthenes,  eran  de  opinión  contraria),  en- 
cuéntrase en  Strabón,  lib.  i,  pág.  10  Alm.,  pág.  5,  Cas. 
Trátase  en  este  sitio  de  la  división  del  Océano  en  muchas  cuen- 
cas separadas  por  istmos  y  de  la  influencia  probable  de  estci 
istmos  en  la  desigualdad  de  los  fenómenos  de  las  mareas.  íío 
se  nombra  á  Hipparco  sino  por  haber  combatido,  conforme  al 
testimonio  de  Seleuco  el  Babilonio,  la  identidad  general  de  los 
fenómenos  de  flujo  y  reflujo;  y  aunque  por  inducción,  estas 
opiniones  ponen  á  Hipparco  en  oposición  con  Cratés,  que  ad- 
mite la  posibilidad  de  una  circunnavegación,  conñeso,  sin  em- 
bargo, que  el  pasaje  citado  no  me  convence  completamente  de 
la  desigualdad  de  configuración  que,  á  la  extensión  en  latitud, 
deben  haber  dado  al  África  Ptolomeo  é  Hipparco,  cerca  dtí.  mar 
Erythreo. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  181 

En  efecto;  los  sistemas,  fruto  de  ciertas  predileccio- 
nes ó  dé  deferencia  á  la  autoridad  de  un  hombre  celebre, 
permanecen  independientes  de  los  progresos  de  los  des- 
cubrimientos y  de  la  extensión  creciente  de  la  navega- 
ción. A  pesar  de  estos  cambios  de  opiniones,  triunfa  la 
idea  de  un  mar  libre  y  contiguo  que  baña  la  extremidad 
austral  del  África. 

El  gran  cre'dito  que  dos  escritores  de  mediana  impor- 
tancia, Mela  y  Solino  (1),  gozaban  en  España,  en  la 
patria  de  San  Isidoro,  en  ese  mismo  país  que  llegó  á  ser 
en  la  Edad  Media  el  centro  de  la  literatura  geográfica 
de  los  árabes,  contribuyó  mucho  á  rectificar  las  induc- 
ciones que  en  pro  de  la  circunnavegación  de  África  po- 
dían sacarse  del  comercio  de  la  India,  del  golfo  Pérsico 


(1)  Antes  dije  la  poderosa  influencia  que  en  la  dirección  de 
las  ideas  de  Cristóbal  Colón  ejercieron  los  pasajes  de  Strabón, 
repetidos  por  el  cardenal  d'Ailly.  He  aquí  un  pasaje  de  Solino 
-que,  por  sus  afirmaciones  positivas,  produjo  grande  efecto  en  la 
Edad  Media.  «Omneillud  mare  ab  India  ad  usque  Gades  voluit 
(Juba)  intelligi  navigabile,  cori  tantum  flatibus. »  Llámase 
también  fastuosamente  «loca  stationum  et  spatiorum  modum» 
(Solino,  Ex.  Plin,  págs.  874-879).  San  Isidoro  era  de  la  misma 
opinión  de  Cratés,  de  Eratosthenes  y  de  Solino  (^Orígenes,  li- 
bro XIV,  cap.  V).  El  pasaje  de  Solino  está  twmado  de  Plinio 
(VI,  29),  que  comienza  el  Atlántico  en  el  cabo  Mosylon  de 
Etiopía  y  reúne  en  un  mismo  capltitulo  (ii ,  67)  cuanto  podía 
excitar  el  ardimiento  de  los  marinos  portugueses  del  siglo  XV. 
El  viento  NO.  {caurus  ó  argestes  de  los  griegos)  no  está  acer- 
tadamente elegido  para  explicar  una  navegación  desde  la  India 
ó  del  mar  Eojo  á  Cádiz ;  es,  sin  duda,  una  reminiscencia  de  la 
expedición  de  Eudoxio,  en  la  cual  Posidonio  (StrabÓn,  lib.  ii, 
página  157  Alm.,  pág.  99  Cas.)  hace  intervenir  «continuos  vien- 
tos del  Oeste»  ;  pero  también  Eudoxio  procuraba  dar  la  vuelta 
al  África  del  Oeste  al  Este. 


182  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

y  del  Yemen  con  laá  costas  de  Azania,  de  Zanzíbar 
(Zangue'bar),  de  Soffala  j  de  la  isla  de  San  Lorenzo,  el 
Magastar  (Madagascar)  de  Marco  Polo,  cuyo  litoral 
estaba  desde  muy  antiguo  habitado  por  tribus  árabes. 

Largo  tiempo  antes  de  Bartolomé  Díaz  y  de  Vasco 
de  Gama,  vemos  la  extremidad  triangular  de  África 
representada  en  el  planisferio  de  Sanuto,  1306,  anejo  al 
Secreta  jidelium  crucis  y  publicado  por  Bongars  (1), 
en  el  Portulaneo  delta  Mediceo  Laurenziana  de  1351^ 
obra  genovesa  que  el  conde  Baldelli  ha  dado  á  cono- 
cer (2)  en  el  Planisferio  de  la  Palatina  de  Florencia 
de  1417,  discutido  por  el  cardenal  Zurla  (3),  y  sobre 
todo,  en  el  famoso  mapamundi  de  Fra  Mauro,  construido 
en  los  años  de  1457    á    1459  (4).    Este   último  mapa 


(1)  Gesta  Deiper  francos,  ed.  1611,  t.  ii,  páginas  281,  290; 
Marino  Sanuto,  á  quien  no  se  debe  confundir  con  Livio  Sanuto,. 
geógrafo  del  siglo  xvi,  y  que  se  llama  á  sí  mismo  en  un  manus- 
crito de  la  Biblioteca  Laurentina  de  1321  «Marinus  Sanuto  dic- 
tus  Toixellus,  de  Venecciis  »,  predicó  acertadamente  una  cru- 
zada en  interés  del  comercio ,  deseando  destruir  la  prosperidad 
de  Egipto  y  dirigir  todas  las  mercancías  de  la  India  por  Bagdad,. 
Bassora  y  Tauris  (Tebriz)  á  Kaffa,  Tana  (Azow)  y  á  las  costa:^ 
asiáticas  del  Mediterráneo.  Nacido  en  1260,  compatriota  y  con- 
temporáneo de  Marco  Polo,  el  viajero  de  Oriente,  Sanuto  na 
conoció  el  Milione,  pero  sí,  probablemente,  la  geografía  de  Abu 
Kihan  (Albiruni),  de  la  que  tomó  datos  Abulfeda.  De  carácter 
elevado,  expone  grandes  miras  de  política  comercial.  (Antonio 
DE  Capmany,  Memorias  históricas  sobre  la  marina  de  Barce- 
lona, 1779,  t.  I,  pág  40.)  Es  el  Raynal  de  la  Edad  Media,  sin 
la  incredulidad  de  un  abate  filósofo  del  siglo  XVIii. 

(2)  n  Milione,  1827,  1. 1,  pág.  clv. 

(3)  Dissert,t.  ii,  pág.  397. 

(4)  II  Majypamondo  di  Fra  Mauro  Camaldolese ,  descritto- 
de  lacido  Zurla,  1806,  párrafo  54, 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  183 

especialmente,  anterior  en  cuarenta  años  á  la  circunna- 
vegación de  Vasco  de  Gama,  es  el  que  presenta  con 
mayor  claridad  el  promontorio  del  África  austral,  con  el 
nombre  de  Capo  di  Diah. 

La  configuración  de  esta  extremidad  del  continente 
merece  particular  atención.  Presenta  el  aspecto  de  una 
isla  triangular,  en  la  cual  al  NE.  del  Capo  ai  Diab 
(nuestro  cabo  de  Buena  Esperanza)  se  encuentran  ins-, 
criptos  los  nombres  de  ^offala  y  de  Xengíbar,  y  está 
separada  de  la  Abassia  (la  Abisinia),  según  las  propias 
palabras  del  autor  del  mapamundi,  «por  un  canal  rodeado 
de  altas  montañas  y  frondosas  selvas».  Este  canal,  que 
tiene  la  dirección  de  NNE.  á  SSO.  es  tan  estrecho, 
«que  reina  en  él  perpetua  oscuridad  y  los  remolinos  que 
forma  el  agua  hacen  peligrar  los  barcos.»  Tales  indica- 
ciones y  el  aspecto  del  mapa  prueban  que  se  figura  la 
extremidad  del  contmente  como  separada  de  la  gran 
masa  más  boreal  por  un  estrecho,  que  recuerda  involun- 
tariamente el  de  Magallanes. 

Una  inscripción  puesta  al  lado  del  cabo  de  Diab  in- 
dica que  en  1420  dobló  dicho  cabo  un  barco  indio, 
Zoncho  de  India  (Junco  de  la  India),  viniendo  del 
Este  en  busca  de  las  islas  de  los  Hombres  y  de  las  Muje- 
res (habitadas  separadamente  por  los  de  cada  sexo),  que 
están  más  allá;  y  que  después  de  cuarenta  jornadas  y 
de  andar  más  de  2.000  leguas  sin  encontrar  más  que 
aire  y  agua,  el  buque  indio  volvió  en  setenta  jornadas  de 
navegación  al  cabo  Diab,  donde  los  marineros  encontra- 
ron en  la  playa  un  huevo  del  tamaño  de  un  tonel,  que 
se  reconoció  ser  del  ave  Crocho(l). 


(1)  ZüRLA,  párrafos  38,  39,  116-118. 


184  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Observaré  primero  que  esta  dirección  del  rumbo  del 
barco  hacia  el  Oeste  para  buscar  las  Amazonas  es  con- 
traria á  la  opinión  generalmente  admitida  de  que  dichas 
mujeres,  á  quienes  Marco  Polo  atribuye  un  obispo  cris- 
tiano ,  y  que  no  se  comunicaban  con  los  hombres  sino 
durante  la  primavera,  vivían  muy  cerca  de  Socotora  (la 
Scara,  según  algunos  manuscritos  de  Marco  Polo,  y  la 
Scoria  de  Behaim). 

Marsden  (1),  en  su  sabio  comentario  del  viajero  ve- 
neciano, sitúa  Vísala  Mascóla  é  Femina  del  Milione 
(libro  III,  cap.  33)  á  la  entrada  del  golfo  de  Aden, 
entre  Socotora,  célebre  por  un  mito  árabe,  relativo  á 
una  colonización  que  Aristóteles  aconsejó  á  Alejan- 
dro, y  el  cabo  de  Guardafuí,  y  cree  que  estas  islas  de 
Marco  Polo  son  los  islotes  de  las  Hermanas  {Ahd  al 
Curia). 

La  ficción  de  las  Amazonas  ha  recorrido  todas  las  re- 
giones, y  corresponde  al  círculo  uniforme  y  estrecho  en 
el  que  la  imaginación  poe'tica  ó  religiosa  de  todas  las 
razas  de  hombres  y  de  todas  las  épocas,  se  mueve  casi 
instintivamente.  Apenas  descubrió  Cristóbal  Colón  las 
Pequeñas  Antillas  al  fin  de  su  primer  viaje,  creyóse  ya 
en  las  inmediaciones  de  una  isla  (Matinino)  habitada 
por  mujeres  solas,  «algunas  de  las  cuales  hubiera  que- 


(1)  Ed.  de  Marco  Polo ,  nota  1.419.  Behaim  ha  figurado 
también  estos  islotes  en  el  globo  de  Nuremberg,  y  pretende  que 
no  empezaron  á  ser  habitados  hasta  1285.  (MüRR.,  pág.  34.)  La 
situación  cerca  del  cabo  de  Guardafuí  no  conviene  en  manera 
alguna  con  el  dicho  de  Polo  «verso  mezzodi  di  Chesmacoran», 
que  es  la  parte  más  occidental  de  V India  maggiore,  á  500  mi- 
llas de  distancia. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  185 

rido  coger  para  presentarlas  á  la  reina  Isabel»  (1). 
El  barco  indio  de  que  habla  Fra  Mauro,  buscaba 
en  1420  («verso  ponente  fuora  del  Cavo  de  Diab»),  á 
través  de  las  Isole  verde  y  de  los  bancos  de  bruma  del 
mare  tenebrosum,  las  islas  de  hi  Homeni  é  de  le  Done. 
Estas  palabras  que  cito  textualmente  indican  por  lo 
menos  que  el  mito  árabe  de  las  Amazonas  no  se  refería 
á  una  localidad  bien  determinada.  No  se  trata,  pues, 
aquí  de  una  de  esas  islas  situadas  en  el  vasto  archipié- 
lago (2)  que  Edrisi  figura  dirigido  de  O.  á  E.  desde 


(1)  Diario  del  primer  viaje,  13  y  15  de  Enero  (Nava- 
RBETE,  t.  I,  páginas  134  y  138);  y  cuarto  viaje{  Nav.,  t.  i,  pá- 
gina 282).  Matinino  es  Santa  Lucia;  Bordoni,  Isolario^  edición 
de  1547,  pág.  15.  La  isla  Matitina  de  Procacchi ,  Isole  piüfa- 
mose,  1676,  pág.  106,  y  del  mapa  de  las  Antillas  de  Wytfiiet  en 
las  Deseriptionis  Ptolemaicce ^  argumentum  site  Orcidentis 
notitia  (1597),  paréceme  que  coincide  mejor  con  la  posición  de 
la  Martinica. 

(2)  Este  archipiélago  contiene  Socotra  (Socotora),  Seren- 
div  (Ceylán)  y  Kemr  )Madagascar) ,  situada  al  E.  de  Ceylán, 
segiln  el  mapa  árabe  que  acompaña  al  hermoso  manuscrito  de 
Edrisi ,  de  la  Biblioteca  Bodleyana ,  en  Oxford.  Por  esta  confi- 
guración extraordinaria  dada  al  África  oriental,  á  la  costa  de 
Zengis  y  á  la  de  Sofala,  Asia  y  África  formaban  un  golfo  in- 
menso (mar  de  Pind  ó  Hind),  que  en  dirección ,  como  el  archi- 
piélago, de  O.  al  E.  se  extendía  desde  la  desembocadura  del 
mar  Rojo  hasta  las  extremidades  orientales  del  mundo  desco- 
nocido. 

El  globo  de  Behaim  presenta  la  parte  de  esta  serie  de  islas 
que  traspasa  el  meridiano  de  Cathay,  de  Gog  y  de  Magog, 
siendo  la  más  próxima  á  las  costas  de  España.  Socotora  y  Zi- 
pangu  son  los  puntos  extremos  de  este  archipiélago  por  el  lado 
de  la  India.  Antes  de  1492  creíase  que  continuaba  hacia  el 
Este  por  medio  de  jalones  apartados  que  formaban  la  Antilia, 
San  Borondón  y  las  Azores.  Tal  era  la  opinión  de  Toscanelli  y 


186  ALEJANDRO   DE   HUMBOLLT. 


la  costa  meridional  del  Yemen  hasta  la  extremidad 
oriental  del  mar  de  Sind ,  frente  á  una  costa  de  África 
que  por  Barbara  (Cafrorum  térra,  Edrisi,  ed.  Hartm. 
p.  98),  Alzung  (Terra  Zengitana,  Hartm.  p.  100)  j  Se- 


de Colón,  y  puede  formarse  exacta  idea  de  la  esperanza  de 
dichos  grandes  hombres  de  entrar  por  el  Atlántico  en  esta  zona 
continua  de  islas ,  cuando  se  conoce  el  tipo  imaginario  de  la 
geografía  árabe  é  italiana  del  siglo  xv. 

En  el  mapa  de  Edrisi  queda  abierto  el  mar  de  Hind  hacia  el 
Este;  pero  como  reminiscencia  del  sistema  de  Ptolomeo,  se  pro- 
longa la  costa  de  Sofala  hasta  el  meridiano  de  Cathay.  Es  ver- 
daderamente extraordinario  que,  en  oposición  directa  con  el 
mapa  del  manuscrito  de  Oxford  y  de  muchos  textos  de  Edrisi, 
el  sabio  maionita  Gabriel  Sionita,  en  su  comentario  marginal 
del  geógrafo  nubiano,  haya  atribuido  á  éste  la  misma  opinión 
de  Ptolomeo,  según  la  cual  el  iñar  de  la  India  sería  una  cuenca 
cerrada  (Edrisi,  ed.  de  1619,  pág.  3,  nota  b).  Esta  falsa  inter- 
pretación á  que  ha  podido  contribuir  un  pasaje  algo  obscuro  de 
Edrisi  (pág.  37)  acerca  de  una  tierra  que  está  unida  á  la  costa 
de  Zengis  (¿ó  cercana?),  ha  sido  copiada  en  otras  obras,  por  lo 
demás,  muy  estimables  (Sprengel,  Gescli.  der  geogr.  Entd., 
página  156).  Hay  siete  mares,  dice  el  Nubiano,  de  los  cuales 
seis  son  como  golfos  del  Océano  Homérico  (mare  ambiens),  y 
uno  completamente  separado,  nulli  parti prcedictorum  marium 
juncia.  Ahora  bien ;  como  este  solo  mar,  separado  de  los  otros 
(Edrisi,  pág.  243,  repite  las  mismas  palabras)  es  el  Caspio  ó 
mar  de  Tabarestán,  y  que,  comparado  al  antiguo  estado  del  Me- 
diterráneo, es  el  mismo  al  cual  llama  (pág.  147)  Stagnum  uiv- 
diqíie  clausum .  no  puede  quedar  duda  alguna  de  que  Edrisi 
creía  el  mar  de  la  India  abierto  hacia  el  Este  y  en  comunica- 
ción libre  con  el  Océano.  Lo  dice  claramente  en  la  pág.  36, 
donde  habla  del  enlace  del  mare  piceum,  la  parte  más  oriental 
del  mar  de  la  India,  con  el  mar  de  las  Tinieblas,  ó  sea  el  Océano 
Atlántico,  que  baña  (páginas  6,  39)  las  costas  occidentales  de 
África,  la  extremidad  oriental  (Vac-Vac)  de  dicho  continente 
y  las  tierras  septentrionales  de  Gog  y  de  Magog. 


DFSrUBRlMIENTO    DE   AMÉRICA.  187 

fala(Zofala,  Hartm.  p.  103-108  y  113)  se  prolonga  tam- 
bién de  E.  á  O.  hasta  el  promontorio  africano  de  Vac- 
Vac  (Vakvak);  porque  existe  una  parte  continental  e' 
islas  de  este  nombre.  (Ve'ase  el  texto  de  Edrisi,  p.  34,  «de- 
térra  Sofalae  confini  et  de  propinqua  Ínsula  Vac-Yac.)» 

La  tierra  que  busca  el  Zoncho  de  la  India  está  al  otro 
lado  del  cabo  austral  de  África ,  y  sólo  en  el  caso  de 
creerle  inmensamente  alejado  al  Este  del  promontorio 
Vac-Yac  y  conforme  al  convencimiento  de  la  redondez 
de  la  tierra,  generalmente  admitido  por  los  geógrafos 
árabes,  hubiera  podido  llegar,  navegando  hacia  el  Oeste 
al  mar  tenebroso  (el  Atlántico),  donde  están  las  isole 
verde^  de  las  cuales  se  tenían  nociones  muy  vagas. 

Pero  mucho  más  que  la  situación  de  una  de  estas  islas 
fabulosas  de  los  árabes  que  los  navegantes  cristianos 
han  poblado  de  obispos  y  de  monjes,  importa  el  trazado 
del  cabo  de  Buena  Esperanza  en  un  mapa  mundi  de  1459. 
Los  mismos  que  sospechan  algunas  adiciones  posterio- 
res (1),  no  las  suponen  más  allá  de  1470;  de  áuerte 


(1)  Baldelli,  Mlione,  t.  i,  pág.  33.  La  sospecha  do  las 
adiciones  fúndase  en  datos,  al  parecer,  debidos  á  un  monje, 
Talián,  que  recorrió  la  Etiopía.  La  conjetura  de  Ramusio  y  de 
tantos  geógrafos  modernos,  de  que  Fra  Mauro  había  copiado  un 
mapa  traído  por  Marco  Polo  del  Catay,  ha  sido,  en  mi  opinión, 
victoriosamente  refutada  por  el  cardenal  Zurla  (párrafos  136-; 
143).  La  orientación  del  mapamundi  de  Mauro,  en  el  cual  el 
Mediodía,  como  en  el  planisferio  de  Velefri  (del  siglo  xv),  pu- 
blicado por  el  sobrino  del  cardenal  Borgia,  está  situado  en  la 
parte  superior  del  mapa  (cayendo,  por  tanto,  el  Oriente  á  la 
izquierda) ,  choca,  sin  duda,  cuando  se  recuerda  que  en  China, 
donde,  según  las  nuevas  é  ingeniosas  investigaciones  de  M.  Kal- 
proth,  los  marinos  se  guiaban  por  medio  de  la  brújula. desde  el. 


188  ALEJANDRO   DB  HüMBOLDT. 

que  las  expediciones  de  Díaz  y  de  Gama  son  indudable- 
mente diez  y  siete  y  veintisiete  años  posteriores  á  la  eje- 
eirción  del  mapa  que  nos  presenta  el  Capo  di  Diah.  El 
conocimiento  de  la  existencia  de  este  promontorio  es 
más  notable,  porque  su  nombre  mismo  parece  indicar 
qué  pueblo  lo  descubrió  y  qué  en  general  las  corrientes 


siglo  I  TI  de  nuestra  era,  la  aguja  imantada  lleva  el  nombre 
de  aguja  que  mvestra  el  Sur,  Tchinantchin. 

La  dirección  del  comercio  del  Norte  al  Sur  y  al  Suroeste  daba 
especial  importancia  á  la  región  meridional ;  pero  las  orienta- 
ciones de  los  mapas  fueron,  al  parecer,  por  largo  tiempo  bas- 
tante arbitrarias.  En  el  mapamundi  circular  de  Andrés  Blanco, 
mucho  más  antiguo  que  su  Portulán  de  1436,  y  hasta  quizá  co- 
piado de  un  mapa  del  siglo  xiii,  el  Sud  está  á  la  derecha,  como 
también  en  el  mapamundi  de  la  Biblioteca  de  Turin ,  anejo  á 
un  comentario  del  Apocalipsis  compuesto  en  el  año  787  y  trans- 
crito en  el  siglo  xil  (Cod.  manuscripti.  Bihl,  Taurin,  1749,  t.  ti, 
página  29,  Col.  xciii).  El  mapa  fragmentario  del  monje  Cosmas 
Indicopleustes,  lo  mismo  que  el  mapa  general  de  Edrisi,  de  la 
Biblioteca  Boldeyana,  que  con  frecuencia  he  citado,  están 
orientados  como  acostumbramos  á  orientar  nuestros  mapas,  el 
Oriente  á  la  derecha.  La  antigliedad  siguió  generalmente  el 
ejemplo  de  Homero  {Iliada,  xii,  239;  StrabÓn,  lib.  I,  pá- 
gina 34  Cas.),  que  hace  volar  el  águila  á  la  derecha  hacia  la 
aurora  y  á  la  izqxiierda  hacia  la  estancia  de  la  noche  (el  Po- 
niente). Sólo  Empedocles  trastorna,  por  decirlo  así,  los  puntos 
cardinales  en  sentido  diametralmente  opuesto  al  método  de 
Blanco ,  nombrando  « la  derecha  del  mundo  el  Norte  y  la  iz- 
quierda el  Sur  (Plutarco,  Flac.pMl.^  ii,  10;  Stob.,  Bcl.phys., 
XVI,  pág.  358).  Esto  es,  como  observa  M.  Lommatzsch,  un  re- 
flejo de  la  doctrina  egipcia  (Plutarco  ,  de  Isid. ,  c.  32) ,  que 
considera  el  Oriente  como  «la  cara  del  mundo»;  lo  cual,  no  para 
quien  mira  al  Oriente,  sino  para  quien  vuelve  el  rostro  al  Occi- 
dente, sitúa  (como  dice  Empedocles)  el  trópico  del  invierno,  ó 
sea  el  Sur,  á  la  izquierda.  (LoMM.,  Weisch.  des  Emp.,  1830,  pá- 
gina 200.) 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  189 

pelásgicas  que,  según  nociones  exactísimas  adquiridas 
desde  el  siglo  xiii  por  Marco  Polo  en  las  Indias,  impul- 
san con  extrema  violencia  hacia  el  SO.  y  el  SSO.,  im- 
pedían á  los  árabes  estacionados  en  las  factorías  desde 
el  siglo  XII  en  toda  la  costa  oriental  de  África ,  desde  el 
cabo  Guardafuí  liasta  Quilloa  y  Sofala,  llevar  su  nave- 
gación, más  allá  del  promontorio  que  los  portugueses  lla- 
maron después  Cabo  de  las  Corrientes  (latitud  austral 
23°  58'). 

Temíase  pasar  la  desembocadura  meridional  del  canal 
de  Mozambique ,  porque  se  sabía  que  no  era  posible  vol- 
ver navegando  contra  la  corriente.  «II  mare  corre  si  forte 
á  mezzodi,  que  á  pena  se  potrebbe  tornare»  (Marco  Polo, 
lib.  III,  cap.  85).  Resulta,  pues,  que  sólo  por  noticias 
de  los  indígenas  y  por  alguna  atrevida  expedición,  seme- 
jante á  la  que  Fra  Mauro  supone  hecha  en  1420,  pudo 
conocerse  la  configuración  de  la  extremidad  de  África. 
Acaso  el  barco  indio  que  dobló  el  cabo  Diab  á  favor  de 
la  corriente  del  Banco  de  las  Agujas  (el  great  Lagullas 
stream  de  Rennell)  volvió  (1),  despue's  de  estar,  como 
dice  Fra  Mauro,  cuarenta  días  en  el  Océano  Atlántico,  á 
favor  de  la  contracorriente  {soy,thern  connecting  current), 
que,  reforzada  por  los  vientos  del  Oeste  en  latitudes  más 
meridionales,  entre  los  paralelos  37°  y  40°,  arrastra  una 
parte  de  las  aguas  del  Atlántico  hacia  el  Este  en  el 
Océano  de  la  India,  y  constituye  uno  de  los  rasgos  más 
notables  del  gran  cuadro  de  los  ríos  pelásgicos. 

El  nombre  que  dio  Mauro  al  promontorio  austral  de 
África  exige  algunas  explicaciones  basadas  en  conoci- 


(1)  Kennel,  Inv.  on  Current,  páginas  98,  138. 


190  .    ALEJANDRO   DE   HOMBOLDT. 

Tuientos  lingüísticos  más  exactos.  El  Cardenal  Znrla  ve 
en  el  cabo  Diab  el  cabo  de  los  Lobos.  En  árabe,  dsiáh 
(el  colectivo  ó  pluralis  fractus  de  dsib)  significa  induda- 
blemente lobos;  pero  M.  Walckenaer  (1)  en  un  inte- 
resante artículo  sobre  el  mapamundi  de  Fra  Mauro ,  ha 
demostrado  que  esta  etimología  es  menos  probable  que 
la  de  una  derivación  de  la  palabra  malaya  dib  6  dtv,  isla. 
Las  comarcas  de  Zanguébar  y  de  Mozambique  las 
frecuentaron,  antes  que  los  portugueses,  los  barcos  ára- 
bes, persas  é  indios.  El  nombre  dado  al  cabo  puede,  por 
tanto,  corresponder  á  dos  familias  de  lenguas  original- 
mente distintas,  á  las  lenguas  semíticas  (armenias)  ó  á 
las  lenguas  indo-germánicas.  La  palabra  que  comun- 
mente se  usa  en  persa  para  decir  isla,  es  bendáb  (unión 
de  agua,  en  alemán  das  Wasserband)]  pero  duab  (dos 
aguas, en  persa,  comarca  entre  el  Jumna  y  el  Ganges), 
palabra  formada  regularmente  por  analogía  con  Xd^yend- 
jab  (la  Pentapotamida),  confúndese  remontando  al  sáns- 
crito con  dvrpa  (dvi,  dos,  y  apa,  agua),  que  significa  á 
la  vez  isla  y  península  (2). 


(1)  Vies  de  personnages  celebres,  t.  i,  pág.  336.  Recordaré, 
que  en  la  punta  austral  de  África  abunda  una  especie  particu- 
lar de  loba,  el  chacal  mesomelas;  pero  no  es  probable  que  el 
Junco  de  la  Indi  a. tocsiTa.  en  el  cabo  Diab. 

(2)  Dvipa  .(contraído  en  dip  j  div)  es.en  sánscrito,  según" 
M.  Bopp,  hablando  con  propiedad,  un  compuesto  posesivo,  te- 
m'endo  dos  aguas ,  rodeado  de  agua  por  dos  lados.  Bvis  pierde 
fácilmente  la  Vy  como  lo  pruelja  el  adverbio  numeral  griego  Si:, 
en  etcual  el  epiceno  r«w. queda  suprimido.  En  la  explicación 
del  nombre  griego  de  Socotora  (Dicscoridis  ínsula)  fué  donde 
Bochard  procuró  por  primera  vez,  hace  doscientos  años,  encon- 
trar las  palabras  sánscritas  Diu  Sccotra,  impulsado  quizá  á 
ello  por  la  palabra /r/^aí¿/«  (isla  dé  la  Cebada)  de  Ptolomeo 


DKSCD'BRIMIESITO   DE   AMÉRICA.  191 


Fernando  Colon,  aficionado  á  los  rasgos  de  erudición, 
dice  que  el  nombre  de  cabo  de  Buena  Esperanza  «ha 
sido  sustituido  al  de  Agesinguaf>^  indudablemente  co- 
rrupción de  Agisymba.   Este  nombre  recuerda  la  pro- 


(vii,  2).  No  insistiré  en  la  transformación  de  Diu  Socotra  en 
Dioscoridis  ínsula,  conforme  en  rigor  á  la  tendencia  de  los  He- 
lenos de  formar  mitos  históricos  por  la  alteración  de  nombres 
geográficos  ;  pero  cuéstame  trabajo  participar  de  la  opinión  de 
un  sabio  ilustre,  cuyas  opiniones  causan  generalmente  pro- 
funda convicción  en  el  ánimo  del  lector,  de  que  Socotra  sea  una 
corrupción  del  apócope  de  Dioscórides.  (Letronne,  Materianx 
jjour  Vhistoire  du  Christianisme  en  Abyssinie,  1832,  pág.  138.) 

La  isla  de  Socotora,  habitada  desde  antiguos  tiempos  por  co- 
lonos árabes  é  indios,  era,  no  sólo  por  su  posición  á  la  entrada 
del  mar  Erythreo,  importante  para  el  comercio,  sino  también 
porque  se  la  creía  fértil  en  aloes,  cuya  especie,  muy  buscada  en 
la  antigüedad,  se  la  llama  aún  en  las  farmacias  Socotrina,  adje- 
tivo de  Socotra,  como  se  ve  claramente  en  García,  ab  Ilorto 
Aromota ,  t.  ] ,  2,  pág.  14,  ed.  de  1567.  «ínsula  Socotra  (dice  el 
geógrafo  de  la  Nubia,  pág,  23)  nitida  tellure,  ferax  arborum  et 
pleraque  ipsius  germina  sunt  arbores  aloes.  Atque  híec  aloe  su- 
perat  bonitate  reliquas  omnes,  ut  illam  quse  colligitur  in  Ha- 
dhramut  terree  Yemen.»  Esta  descripción  recuerda  la  fábula 
árabe  de  que  Aristóteles  indujo  á  Alejandro  á  descubrir  la  isla 
de  los  Aloes,  y  el  consejo  de  que,  cuando  el  rey  macedonio  fuera 
personalmente  á  Socotora  «telluris  prasstantia  et  aeris  tempe- 
riem  approbans»,  expulsara  á  los  antiguos  colonos  y  les  reem- 
plazara con  griegos  que  cuidarían  las  plantaciones  de  aloes. 

Creo  que  una  isla  que  tanta  celebridad  gozó  darante  largo 
tiempo,  muy  bien  podía  merecer  el  nombre  (sánscrito)  de 
-Sukhadh(M'a  ,  sitio  de  la  felicidad  ó  isla  felicísima,  dvipa  Su- 
lüíatara,  que  los  Sres.  Bopp  y  Bohlden  reconocen  casi  sin  nin- 
guna alteración  en  Socotora.  {^Bas  alte  Indien,  t.  ii,  pág.  139; 
Patt.,  Etym.  Forsch.  avs  dem  Üehiéte  der  Indo  Germán. 
Sprachen,  1833,  pág.  80.)  Al  aloe,  al  jugo  purgante,  llámasele 
en  sánscrito  tarani.  (Wilson,  Lex.,  y  Ainslie,  Mat.  med.  In- 


192  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

blemática  expedición  de  Julio  Materno  hacia  el  limita 
extremo  de  la  Etiopía,  que  Marino  de  Tjro  (Ptolomeo, 
lib.  I,  capítulos  7  y  9)  quería  situar  más  allá  del  tró- 
pico de  invierno,  y  que  dio  ocasión  á  Ptolomeo  para  en- 
trar en  curiosas  discusiones  de  Geografía  zoológica. 

En  el  gran  siglo  de  los  descubrimientos  marítimos, 
los  portugueses  recordaron  con  frecuencia  el  nombre  de 
Agisymba,  y  Barros  (de'c  i,  lib.  x,  cap.  1)  indica,  al  pa- 
recer, que  el  nombre  de  Symbaoé  (corte)  ^  que  los  indí- 
genas dan  á  las  antiguas  fortificaciones  al  Oeste  de  So- 
fala  (lat.  austral  20®  ó  21°)  podría  ser  muy  bien  un  re- 
flexo  de  Agisymba  de  Marino  de  Tyro,  denominación 
etiópica  que  Julio  Materno  y  Septimio  Flaco  dieron  á 
conocer  á  los  romanos. 

Acabamos  de  ver  que  la  circunnavegación  del  África 
austral  fué  impulsada  por  el  conocimiento  de  la  forma 
triangular  de  este  continente;  por  las  tradiciones,  verda- 
deras ó  falsas ,  pero  religiosamente  conservadas  de  anti- 
guos viajes;  por  las  nociones  que  los  árabes  de  España, 
de  la  Mauritania  y  de  Egipto  extendieron  desde  los 


dica,  t.  I,  pág.  10.)  Creo  encontrar  esta  palabra  en  el  tarum  de 
Plinio  (xii,  20) ,  sustancia  aromática  que  se  recibía  por  medio 
del  comercio  con  los  Nabatheos  (García  ,  ah  Horto^  lib.  i,  ca- 
pítulo 16),  sin  haber  conocido  esta  analogía  con  un  nombr» 
sánscrito,  conjetura  ya  que  el  tatitm  de  Plinio  es  la  madera 
odorífica  del  aloes,  el  agallochon  de  Dioscórides,  que  el  botánico 
de  Anazarbe  no  confunde  con  áXór).  Mi  [sabio  amigo  M.  Le- 
tronne  recuerda  que  cerca  de  Suaken ,  en  Abisinia ,  hay  una 
montaña,  Dyab,  y  ha  hecho  derivar  este  nombre  como  el  de  la 
isla  Diahug  y  el  de  Dihus  (probablemente  la  isla  Dahlak),  pa- 
tria de  Teófilo  el  Ariano,  según  Philostorgos ,  de  una  raíz  árabe 
que  significa  oro  {Christ.  d'Abi/ssinie,  pág.  139).  Esta  raíz  es 
dscheb. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  193 

siglos  XII  y  XIII  en  el  comercio  árabe,  persa  é  indio  con 
la  costa  oriental  de  África;  finalmente ,  por  los  mapá-^ 
mundis  que,  fundados  en  las  mismas  nociones,  presen- 
taban, medio  siglo  antes  de  Vasco  de  Gama,  la  configu- 
ración de  este  cabo,  hacia  el  cual  se  dirigía  la  corriente 
de  Mozambique  y  que  bañaban  á  la  vez  el  Océano  Indio 
y  el  Océano  Atlántico. 

La  analogía  de  forma  entre  África  y  la  América  del 
Sur  pudo  engendrar  la  misma  esperanza  de  circunna- 
vegación, cuando  en  1508  Vicente  Yáñez  Pinzón  y  Juan 
Díaz  de  Solls  llegaron  al  grado  40  de  latitud  austral  y 
vieron  la  inclinación  de  las  costas  de  América  hacia  el 
Suroeste,  desde  el  cabo  de  San  Agustín,  en  una  exten- 
sión de  más  de  900  leguas  marinas.  Balboa  no  había 
descubierto  aún  el  Océano  Pacífico;  sin  embargo.  Colón 
sabía,  poco  antes  de  morir  (1506),  que  este  Océano  exis- 
tía y  que  estaba  próximo  á  las  costas  orientales  de  Ve- 
ragua: sabíalo,  no  por  combinaciones  hipotéticas  sobre 
la  configuración  del  Asia  oriental ,  sino  por  testimonio 
de  los  indígenas ,  quienes,  en  el  cuarto  viaje  del  Almi- 
rante, le  dijeron  que  cerca  del  río  de  Belén  el  otro  mar 
vuelve  (boxa)  hacia  Ciguara  y  las  bocas  del  Ganges,  y 
que  estas  tierras  occidentales  (del  Áurea ,  es  decir,  del 
Quersoneso  de  Oro,  de  Ptolomeo)  están  relativamente 
en  la  misma   posición  (1)   con  las  costas  (orientales) 


(1)  «Parece  que  estas  tierras  de  Ciguare,  que  son  á  diez  jor- 
nadas de  Klo  Gaiígues,  están  con  Veiagua  como  Tortosa  con 
Fuenterrabía.»  Esta¿  palabras,  bien  expresivas  para  pintar  dos 
mares  opuestos  uno  á  otro,  sólo  se  encuentran  en  la  carta  rarí- 
sima de  7  de  Julio  de  1503  ( Morelli,  páginas  11  y  30;  Na  va- 
réete, t.  :,  páginas  299  y  300),  y  no  en  la  biografía  escrita  por 
el  hijo  de  Colón. 


l94  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

de  Veragua  que  está  Tortosa  (en  la  desenibocadura  del 
Ebro)  con  Fuenterrabía  (en  las  Vascongadas)  ó  Vene- 
cia  con  Pisa. 

Colón  buscaba,  como  dice  su  hijo  (Vida  del  Almi- 
rante, cap.  90),  el  estrecho  de  Tierra  Firme;  pero  la  pa- 
labra estrecho  ocasiona  en  todas  las  lenguas  equivoca- 
ciones, «pudiendo  ser  de  agua  ó  de  tierra»;  por  tanto,  un 
paso  6  n  11  istmo.  El  Almirante  fué  con  frecuencia  enga- 
ñado \yn'  los  intérpretes  que,  en  su  nombre,  se  informa- 
ban de  la  forma  de  las  tierras. 

Sorprende  ver  que  la  analogía  con  África  no  infun- 
diera líi  esperanza  de  una  circunnavegación  (el  pro- 
proyecto de  dar  la  vuelta  á  la  parte  au&tral  del  ííuevo 
Continente)  antes  que  la  convicción  de  la  existencia  de 
un  estrecho.  En  los  documentos  oficiales ,  sobre  todo  en 
los  que  datan  de  los  años  de  1505  á  1 507 ,  la  vía  por  la 
cual  se  llegaba  á  las  especias  no  está  verdaderamente 
indicada  con  claridad ,  y,  sin  embargo,  con  frecuencia  se 
habla  del  estrecho  « por  el  cual  los  mismos  portugueses 
deseaban  buscar  un  camino  más  corto  para  llegar  á  las 
islas  de  las  especias». 

Cuando  posteriormente  (dos  años  después  de  la  ex- 
pedición de  Balboa  y  del  descubrimiento  del  mar  del 
Sur)  recibió  Solís  el  encargo  de  navegar  «  á  espaldas  de 
Castilla  del  Oro»,  es  decir,  de  visitar  las  costas  occiden- 
tales de  esta  provincia,  se  le  prescribió  ir  primero  al 
Sur,  sin  especificar  si  doblaría  el  cabo  que  debía  formar 
la  extremidad  austral  del  continetíte.  La  palabra  aber- 
tura del  continente  no  consta  en  la  instrucción  de  24 
de  Noviembre  de  1514  (según  lo  expresé  antes  al 
enumerar  las  expediciones  hechas  desde  1498  á  1517), 
sino  como   medio  de  comunicar  con  la  isla    de    Cuba 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  195 

«luego  que  llegaredes  á  las  espaldas  de  donde  estu- 
TÍere  Pedrarias  enviarleeis  un  mensagero,  con  cartas 
vuestras  para  mí ,  con  la  figura  de  la  costa ,  é  conti- 
nuareis vuestro  camino  ;  é si  la  dicha  Castilla  del  Oro 
quedare  isla  é  ohiere  abertura  por  donde  podáis  en- 
viar otras  cartas  vuestras  á  la  isla  de  Cuba,  enviadme 
otro  hombre  por  alli,  haciéndome  saberlo  que  hobie- 
redes  hallado ,  después  que  me  hobieredes  escrito  jwr 
via  de  Pedrarias,  é  la  figura  de  lo  que  hobieredes  des- 
cubierto.» 

He  aquí  cómo  concibo  el  sentido  de  esta  notable  ins- 
trucción. Cuando  hayáis  llegado  á  la  espalda  (á  la  costa 
■occidental)  del  gobierno  de  Pedrarias ,  comunicaréis  con 
él  (por  tierra)  y  continuaréis  vuestro  camino  (hacia  el 
Norte,  para  llegar  al  paralelo  de  Cuba).  Si  entonces 
descubrí^  que  este  gobierno  de  Pedrarias  (Pedro  Arias 
de  Avila)  ó  la  Castilla  del  Oro  es  una  isla  y  que  existe 
alguna  abertura  (de  la  costa)  por  donde  podáis  enviar 
otros  despachos  á  la  isla  de  Cuba,  haréis  pasar  un  men- 
'sajero  por  este  estrecho,  para  que  yo  sepa  lo  que  habéis 
liecho  desde  la  primera  carta  entregada  á  Pedrarias.  Su- 
pénese  el  estrecho  hacia  el  Norte  del  Darien  «después 
de  haber  comunicado  con  Pedrarias jí).  Toda  esta  expe- 
dición se  llama  un  viaje  d  la  parte  del  Sur  (Real  nom- 
bramiento de  contador  de  la  armada  de  Solís  del  22 
de  Julio  de  1515),  y  como  por  el  Sur  debe  llegar  la 
expedición  á  espaldas  de  Castilla  del  Oro  y  la  ins- 
trucción de  1514  sólo  dice,  si  encontráis  otro  estrecho 
(otra  abertura )  para  enviar  un  despacho  á  Cuba ,  po- 
dría creerse  que  Solís  esperaba  rodear  la  extremidad 
austral  de  América  para  entrar  en  el  mar  descubierto 
por  Balboa.  Esta  inducción  me  parece  natural;    pero 


196  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

Herrera  (1),  que  muy  bien  pudiera  no  haber  visto  los 
mismos  documentos,  es  de  opinión  contraria ,  pues  dice 
pura  y  simplemente  que  Solís  debía  ser  enviado  (en  1515)- 
hacia  el  Sur,  porque,  según  las  opiniones  de  los  cosmó- 
grafos, «podría  haber  por  allí  un  paso  para  llegar  á  las 
islas  de  las  especias». 

Iguales  dudas  existen  respecto  á  las  instrucciones  y 
esperanzas  de  Magallanes.  Este  marino  portugués  no 
habla  de  circunnavegación,  de  un  cabo  semejante  al  que 
doblaron  Díaz  y  Gama,  y  sólo  indica  un  medio  de  con- 
seguir buen  éxito,  el  de  seguir  la  costa  más  allá  del 
cabo  de  Santa  María  á  la  desembocadura  del  río  de  Solís 
(río  de  la  Plata)  hasta  encontrar  el  estrecho  que  había 
visto  señalado  en  el  mapa  de  Behaim. 

Hemos  expuesto  antes  los  testimonios  de  este  hecho, 
tomados  de  los  documentos  coetáneos  del  Diario  de  Pi- 
gafetta  y  délos  Diarios  de  los  pilotos  que  Herrera  tuvo- 
á  su  disposición.  Magallanes  pudo  atribuir  equivocada- 
mente al  cosmógrafo  de  Kuremberg,  cuyo  nombre  go- 
zaba gran  celebridad,  lo  que  no  era  obra  suya  (errores  de 
esta  clase  hasta  hoy  mismo  son  frecuentes);  pero  no  se 
trata  aquí  tanto  dei  autor  de  un  mapamundi,  como  de  la 
influencia  que  éste  ejerció  en  la  previsión  de  un  descu- 
brimiento real. 


(1)  Déc.  II,  lib.  I,  cap.  7.  En  los  despachos  diplomáticos 
del  embajador  de  Portugal  Juan  Méndez  de  Vasconcelos,  co- 
rrespondientes á  los  meses  de  Agosto  y  Septiembre  de  1512,  en- 
contrados en  los  archivos  de  Lisboa  (en  la  Torre  do  Tombo),  las 
islas  de  las  especias  {Mehicos)  reconocidas  desde  1511  por  An- 
tonio de  Abreu,  se  confunden  siempre  con  la  península  de  Ma- 
laca. Hablase  en  ellos  de  la  herejía  de  Solís,  (.que  mostrara  que 
Malaca  está  no  demarcacao  de  Gástela». 


X. 

Las  expediciones  clandestinas. 


He  manifestado  anteriormente  cómo  pudo  ser  figurado 
:al  cabo  austral  de  África  en  un  mapa  de  Fra  Mauro, 
treinta  años  antes  de  que  Díaz  lo  doblase ;  pero  ¿cómo 
explicar  la  indicación  de  un  estrecho  americano  en  un 
mapa  portugue's  antes  del  viaje  de  Magallanes? 

•  Recordare'  las  circunstancias  que  pueden  haber  hecho 
conjeturar  la  existencia  de  un  paso ,  y  debe  advertirse 
que  en  la  Edad  Media  las  conjeturas  se  dibujaban  reli- 
giosamente en  los  mapas,  como  lo  prueba  la  Antilia, 
San  Brandón  ó  Borondón,la  Mano  de  Satán,  la  isla 
Verde,  la  isla  Maida  j  la  configuración  de  las  vastas 
tierras  australes. 

Al  lado  de  las  expediciones  autorizadas  por  el  Go- 
bierno español ,  y  cuya  lista  completa  hemos  dado  ante- 
riormente, hubo  viajes  clandestinos,  emprendidos  por 
cuenta  de  otras  naciones  ó  por  subditos  españoles  que 
•querían  engañar  al  fisco.  Cuando  Alonso  de  Ojeda 
•en  1501  partió  por  segunda  vez  para  reconocer  la  costa 
de  Venezuela,  despue's  de  haber  sido  nombrado  gober- 
nador de  Coquivacoa,  se  sabía  que  los  ingleses  habían 


198  ALEJANDRO    DE    HOMBOLDT. 

desembarcado  en  la  parte  occidental  de  esta  costa  (1). 
Según  el  testimonio  de  nn  tal  Rodríguez  Serrano,  de 
Sevilla,  que  se  alababa  de  haber  estado  en  el  Cabo  de 
San  Agustín  con  el  comendador  Mendoza,  parece  que 
ya  en  la  época  del  viaje  de  Diego  de  Lepe,  del  que  antes- 
he  hablado,  había  «expediciones  obscuras  y  furtivas»- 
Quizá  á  expediciones  de  esta  índole  corresponden  las  que 
Vespucci  debe  haber  hecho  por  cuenta  del  Rey  de  Por- 
tugal desde  1501  á  1504  á  las  costas  del  Brasil,  aunque 
el  piloto  Ñuño  García,  que  dibujaba  las  cartas  de  la 
América  occidental  y  supo  por  Vespucci  la  verdadera 
latitud  del  Cabo  de  San  Agustín,  advierte  que  si  estfr 
viajero  florentino  hubiera  ido  allá  «clandestina  y  malicio- 


(1)  Reales  cédulas  de  28  de  Julio  de  1500  y  de  8  de  Junio- 
de  1501  (Navarrete,  t.  III,  páginas  41,  86,  88,  543  y  590).  Pa^ 
rece  probado  que  los  ingleses,  que  llamaban  la  atención  de  la 
corte  de  España,  no  formaron  parte  de  una  expedición  á  Mara- 
caybo  que  se  cree  realizada  en  1499  y  que  se  atribuye  á  Sebas- 
tián Cabot  {3/em.  Seh  Calot,  1831,  pág.  91-96  y  307-310).  La  pe- 
nínsula de  Chichivacoa,  que  en  el  pleito  con  los  herederos  de- 
Colón  nómbrase  generalmente  Coquibacoa,  y  aun  Quinquiba-- 
coa,  está  frente  á  la  península  de  San  Komán,  á  la  entrada  del 
golfo  (y  no  del  lago)  de  Maracaibo.  Es  hoy  un  terreno  casi  com- 
pletamente despoblado  que,  por  su  posición,  gozaba  de  alguna 
celebridad  política  al  principio  del  siglo  xvi.  El  ob'spo  Fonseca 
recomienda  especialmente  á  Ojeda  que  le  traiga  «en  cuanto- 
pueda»  piedras  verdes,  de  las  cuales  tenía  ya  el  prelado  algu- 
nas muestras.  Como  sé  por  propia  experiencia  la  gran  distancia 
á  que  los  indios  del  Orinoco  y  del  Amazonas  hacen  pasar  los 
productos  que  estiman  de  mucho  precio,  no  me  atrevo  á  resolver 
si  estas  piedras  verdes  eran  esmeraldas  de  Muzo  (de  la  meseta 
de  Nueva  Granada)  ó  las  sassuritas  (piedras  del  Amazonas),  que, 
Diego  de  Ordaz  llama  ((esmeraldas  gruesas  como  el  puño» 
ijtel.  hist.,  t.  II,  páginas  481-485,  571  y  689). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  109 

sámente»  por  cuenta  de  los  portugueses ,  no  se  atreviera 
á  alabarse  de  ello  en  España  (1). 

Podrá  dudarse  respecto  á  Vespucci  y  á  la  problemá- 
tica serie  de  sus  viajes  marítimos;  pero  es  seguro  que  las 
expediciones  clandestinas  fueron  frecuentes  desde  que 
Colón  descubrió  la  tierra  firme  de  Paria  j  las  corrientes 
llevaron  á  Cabral  á  las  costas  del  Brasil. 

En  Septiembre  de  1501  se  juzgó  indispensable  publi- 
car una  ordenanza  (2)  especial  para  Sevilla,  la  isla  de 
Gran  Canaria  y  Haiti  (la  Española),  imponiendo  seve- 
ras penas  á  las  personas  que,  sin  permiso  particular,  in- 
tentaran «descubrimientos  en  el  mar  Océano  y  en  la 
tierra  firme  de  las  Indias».  Yasco  Núñez  de  Balboa  (3), 
en  las  curiosas  relaciones  que  hace  á  la  corte  de  los  re- 
sultados de  los  descubrimientos  de  las  costas  del  mar 
del  Sur,  donde  encuentra  «perlas  en  forma  de  pera  de 
una  pulgada  de  largas»  é  indios  que  son  ccbueiia  gente  y 
de  buena  conversacioni» ,  indica  las  incursiones  hechas 
en  la  costa  de  Veragua  y  de  Nombre  de  Dios  por  capi- 
tanes «que  van  á  descubrir  y  que  han  sido  enviados  no 
se  sabe  por  quién  y  con  qué  autoridad». 

Estos  ejemplos,  que  podría  multiplicar,  prueban  que 
los  documentos  oficiales,  los  que  sólo  dan  cuenta  de  las 
expediciones  hechas  á  costa  del  Gobierno  español,  no 
ofrecen  absoluta  certidumbre  de  que  en  determinada 
época  sólo  llegaran  los  descubrimientos  á  tal  ó  cual  lí- 
mite. Corrían  en  Sevilla  y  en  Lisboa  noticias  comunica-^ 
das  por  viajeros  clandestinos,  y  los  autores  délos  mapas 


(1)  Na  VARÉETE,  t.  III,  páginas  24,  320. 

(2)  Docum.  dipl.  núm.  139;  Navrrrete,  t.  ii,  pág.  257. 

(3)  Informes  del  20  de  Enero  de  1513  y  del  16  de  OcUihre 
de  1515  (Navarrete,  páginas  367,  379  y  380). 


200  ALEJANDRO    DE   HOMBOLDT. 


qne  se  hacían  entonces  con  grandísima  actividad  en  to- 
das las  ciudades  marítimas ,  aprovechaban  estas  noticias 
verdaderas  ó  falsas,  desnaturalizándolas  con  arreglo  á 
combinaciones  conjeturales. 

En  los  primeros  tiempos  de  la  conquista  de  América 
existía  la  costumbre  de  considerar  cada  parte  nueva- 
mente descubierta  como  una  isla  más  ó  menos  grande. 
Poco  á  poco  se  iba  conociendo  la  unión  des  estas  partes, 
y  cuando  las  observaciones  faltaban,  había  el  atrevi- 
miento de  reunir  y  prolongar  las  costas  en  los  mapas, 
atenie'ndose  á  vagas  indicaciones. 

Antes  de  partir  para  su  cuarto  viaje,  ya  anunció  Cris- 
tóbal Colón  que  encontraría  un  estrecho  en  la  costa  de 
Veragua,  en  la  región  Suroeste  del  mar  de  las  An- 
tillas (1).  Cuando  llegó  el  26  de  Noviembre  de  1502 
al  término  más  oriental  de  su  navegación ,  al  puerto  del 
Retrete  (^Puerto  Escribanos),  en  el  istmo  de  Panamá, 
tenía  á  la  vista,  según  sus  propias  palabras,  «algunas 
cartas  de  navegar  de  algunos  marineros»  (2),  que  unían 


(1)  Vida  del  Almirante^  cap.  88,  pág.  101;  Herrera,  t.  i, 
página  104. 

(2)  (Na VARÉETE,  t.  I,  pág.  285.')  Colón  alude  al  primer 
viaje  que  realizó  Ojeda  con  el  sabio  piloto  Juan  de  la  Cosa  y 
con  Vespucci  (20  de  Mayo  de  1499;  Junio  de  1500)  desde  el 
río  Essequivo  basta  el  cabo  de  la  Vela,  recorriendo,  por  tanto, 
toda  la  costa  de  Venezuela,  más  acá  del  meridiano  del  lago  Má- 
racaybo.  La  expedición  de  Bodrígo  de  Bastidas  y  de  Juan  de  la 
Cosa  fué  la  que  continuó  estos  descubn'mientoa  hacia  el  Oeste 
hasta  el  Puerto  del  Retrete.  Ambos  marinos  salieron  del  puerto 
de  Cádiz  en  Octubre  de  1500.  La  expedición  volvió  á  Haiti  á 
fines  de  1501  ó  á  principios  de  1502,  y  á  Cádiz  (después  de  mu- 
chas peripecias)  en  Septiembre  de  1502 ,  cuatro  meses  después 
que  Colón  emprendió  su  cuarto  viaje  (Na varéete,  t.  Iil ,  pá- 
ginas 26,  28  y  592). 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉRICA.  201. 

la  tierra  que  él  acababa  de  descubrir  á  la  costa  de  las 
perlas  que  Ojeda  y  Bastidas  habían  recorrido. 

Comparando  atentamente  las  fechas  de  todas  estas 
expediciones  (y  sólo  las  conocemos  (1)  'desde  hace  cua- 
tro años  por  la  publicación  de  los  documentos  que  con- 
tiene el  tercer  volumen  de  la  Colección  de  Nav arrete)  i 
se  ve  que  Bastidas  había  estado  en  Puerto  del  Retrete 
un  año  antes  que  Colón,  pero  que  no  volvió  á  Cádiz 
hasta  Septiembre  de  1502.  Ahora  bien;  Colón  empren- 
dió su  cuarto  viaje  el  11  de  Mayo  de  1502,  y  no  pudo, 
por  tanto,  haber  adquirido  en  España  los  mapas  que 
prolongaban  las  costas  tan  lejos  hacia  el  Oeste,  más  allá 
del  golfo  de  Uraba.  Los  debió  encontrar  en  Haití,  donde 
se  detuvo  durante  algunos  días  en  Julio  de  1502,  un 
año  después  de  haber  llegado  allí  Bastidas  de  vuelta  de 
su  viaje  á  la  costa  noroeste  de  Venezuela. 

Este  ejemplo  prueba  cuánto  se  apresuraban  entonces 
á  poner  en  los  mapas  lo  que  podía  servir  de  enseñanza 
en  los  progresos  de  los  descubrimientos  más  recientes. 
Conocíase  la  importancia  de  estos  documentos  gráficos, 
y  Ojeda  mismo,  en  el  primer  viaje  que  hizo  con  Ame- 
rigo  Yespucci,  fué  guiado  (su  propio  testimonio  da  fe 
de  ello  en  el  pleito  del  fiscal  contra  Diego  Colón)  por 
un  fragmento  de  mapa  (pintura  de  tierra)  dibujado  por 


(1)  Herrera  (déc.  i,  lib.  4,  cap.  11.)  y  después  de  él  Muñoz, 
se  han  equivocado  en  un  año  en  la  época  del  segundo  viaje 
de  Ojeda,  el  que  hizo  con  Vergara,  sin  Juan  de  la  Cosa  y  sin 
Vespucci,  y  que  se  verificó  de  Enero  á  Mayo  de  1502  (Na va- 
réete, t.  III,  páginas  29-37,  68,  170  y  593).  Antes  del  primer 
viaje,  en  el  que  Ojeda  mandaba  sólo  (1499-1600),  sirvió  en  unión 
de  Juan  de  la  Cosa  en  la  segunda  expedición  de  Colón  (  1493  y 
1496),  y  por  tanto,  á  las  órdenes  del  Almirante. 


202  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

el  mismo  Colón  y  comunicado  indiscretamente  por  el 
obispo  Juan  Rodríguez  de  Fonseca,  enemigo  del  Almi- 
rante y  protector  de  su  rival  Alonso  de  Ojeda  (1). 

Réstame  dar  cuenta  del  ejemplo  más  sorprendente  de 
los  conocimientos  vulgarizados  por  los  mapas,  y  funda- 
dos en  la  tradición  de  expediciones  clandestinas. 

He  encontrado  en  la  bella  edición  de  la  Geografía  de 
Ptolomeo,  hecha  en  Roma  en  1508,  indicio  de  navega- 
ciones portuguesas  á  lo  largo  de  las  costas  orientales  de 
la  América  del  Sur  hasta  50°  de  latitud  austral.  Dicese 
al  mismo  tiempo  «que  no  llegaron  á  la  extremidad  del 
continente».  Esta  edición,  impresa  por  Evangelista To- 
sino ,  y  redactada  por  Marcos,  de  Benevento  y  Juan 
Cotta,  de  Verona,  contiene  un  mapamundi  de  Ruysch 
(Nova  et  nniversalior  orbis  cogniti  tabula  Joan,  Ruysch 
Germano  elaborata),  en  el  cual  está  representada  la  Amé- 
rica meridional  como  una  isla  de  inmensa  extensión, 
con  el  nombre  de  Terra  Sanctíe  Crucis  sive  mundus  no- 
vus.  En  una  nota  se  añade  lo  siguiente:  «Híec  regio  á 
plerisque  alter  terrarum  orbis  existiraatur.» 

Entre  la  grande  isla  y  el  Yucatán  (llamado  Culicar) 
hay  un  paso  libre  (2).  Se  reconocen  en  el  litoral  de  la 
América  meridional,  comenzando  por  el  Noroeste  y  si- 
guiendo el  trazado  hacia  el  Suroeste:  la  península  Chi- 


(1)  Segunda  pregunta  del  Fiscal.  Colón  había  escrito  á  los 
Reyes  Católicos  en  1498:  «Enviaré  á  Vuestras  Altezas  lajolntura 
de  la  tierra  (de  Paria),  y  tengo  asentado  en  el  ánima  que  allf 
es  el  Paraíso  terrenal.»  Según  Colón,  á  la  extremidad  del  Usté 
es  donde  el  mapa  y  la  cosmografía  cristiana  de  CoSMAS  sitúan, 
en  un  continente  sejoarado  del  nuestro  por  el  Océano,  el  origen 
del  género  humano. 

(2)  Véase  mi  Relation  hist.,  t.  ii,  pág.  706, 


í 


PESCÜBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  203 

chivacoa  (Coquivacoa)  con  una  isla  inmediata,  Tamara- 
que  (Aruba  6  quizá  Curafao?);  el  golfo  de Vericida  (golfo 
de  Maracaybo  ó  golfo  de  Venecia,  llamado  así  por  Ojeda 
en  1499);  la  tierra  de  Pareas  (Paria)  con  el  río  Formoso 
(Orinoco?),  y  finalmente  el  cabo  Sancta?  Crucis,  que  está 
en  la  misma  posición  del  cabo  de  San  Agustín.  Desde 
este  cabo  la  costa  continúa  al  Sur,  leyéndose  la  nota 
siguiente:  «NautcT  Lusitani  partem  lianc  térra;  hujus 
observarunt  et  usque  ad  elevationem  poli  antartici  50 
graduum  pervenerunt,  nondum  tamen  ad  ejus  finem 
austrinum.J) 

Esta  misma  edición  romana  de  1508  contiene  una 
disertación,  cuyo  título  es:  Noba  orhis  descriptio  ad  nova 
Oceani  navigatio  qua  Lishona  ad  Indicum  pervenitut 
pelagus,  Marco  Beneventano  monacho  C^elestino  edita. 
El  cap.  14  dice:  Terra  Sanctaí  Crucis  decrescit  usque 
latitudinem  37°  austr.  quamque  archoploi  usque  at 
lat.  50°  austr.  navigaverint,  ut  ferunt;  quam  reliqaara 
portionem  descriptam  non  reperi.  Véase,  pues,  un  monje 
italiano  que  en  1508  sabia  que  los  portugueses  habían" 
reconocido  las  costas  patagóhicas  hasta  los  37°,  y  fiando 
en  los  se  dice  ó  de  oídas  {ut  ferunt)  hasta  50°  de  latitud 
austral,  esto  es,  dos  y  medio  grados  al  Norte  de  la  en- 
trada del  estrecho  de  Magallanes.  Parecíale  importante 
este  resultado,  porque  lo  repite  dos  veces,  en  el  mapa  y 
en  la  memoria. 

Ahora  bien;  en  1508  y  en  expediciones  autorizadas 
sólo  habían  llegado  los  españoles  (1)  poco  más  allá  del 


(1)  La  fecha  de  la  edición  es  cierta,  y  posterior  sólo  en  dos 
años  á  la  muerte  de  Colón.  Reidel ,  en  su  Coment.  critico-litte- 
raria    de    Claudii   Ptolomcei   geograpMa  ejusque  codicibuí' 


204  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

cabo  de  San  Agustín  (lat.  austr.  8°  20');  y  cuando 
Vicente  Yañez  Pinzón  y  Juan  Díaz  de  Solís  partieron 
para  la  expedición  en  la  que  llegaron  hasta  los  40"  de 
latitud  austral,  hacía  muchos  meses  que  estaba  publi- 
cada la  edición  de  Ptolomeo  á  que  me  refiero. 

El  descubrimiento  del  Brasil  hecho  por  Cabral  (de  10° 
á  16'  Va  ^6  latitud  austral)  produjo  tan  grande  impre- 
sión en  los  ánimos  que, 'desde  aquella  época,  hasta  la 
corte  de  Lisboa  íijó  sus  miras  en  un  paso  hacia  el  Oeste. 
Pare'ceme,  por  tanto,  muy  probable  que  haya  habido 
desde  1500  á  1508  una  serie  de  tentativas  portugue- 
sas (1)  al  Sur  de  Puerto  Seguro  en  la  Terra  Sanctse 
Crucis,  y  que  las  vagas  nociones  de  estas  tentativas  han 
servido  de  base  á  la  multitud  de  cartas  marinas  que  se 
fabricaban  en  los  puertos  más  frecuentados. 

Diversas  combinaciones  pueden  haber  inducido  á  los 
geógrafos  á  situar  un  estrecho  en  los  primeros  mapas 
de  América.  Subsistió  en  la  Edad  Media  la  opinión  de 
Cratés,  de  Strabón  y  de  Macrobio  acerca  de  la  comuni-. 
cación  de  todos  los  mares.  El   Océano  Pacífico  lo  vio 


(Norimb  ,  1737,  pág.  52)  pretende  que  sea  de  1507,  á  causa  «de 
una  indicación  in  calce  PlanüphcerU)),  que  no  lie  encontrado 
©n  ninguno  de  los  ejemplares  que  he  visto  en  Francia  y  Alema- 
nia. El  privilegio  del  papa  Julio  II,  de  la  edición  de  1508,  es 
de  1506  ;  pero  se  encuentra  literalmente  repetido  de  la  edición 
de  1507,  notable  por  las  primeras  cartas  modernas  que  presenta 
junto  á  los  mapas  de  Agathodaemon. 

(1)  El  monje  Celestino  de  Benevento,  sin  nombrar  á  Ves- 
pucci,  atribuye,  al  parecer,  más  bien  á  los  portugueses  que  á 
los  españoles  el  descubrimiento  de  la  América  meridional.  En 
e,l  antes  citado  cap.  H  escribe:  «  De  tellure  quam  tum  Lusi- 
tani,  tum  Columbus  observa  veré,  et  Mundum  appcllant  Novum 
yel  terram  Sanctaa  Crucis.» 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  206 

Balboa  en  1513,  cuatro  años  antes  de  que  Magallanes  ex- 
pusiera en  España  su  convicción  de  la  existencia  de  un 
estrecho  al  sur  del  Río  de  la  Plata.  Desde  el  año  1511 
los  descubrimientos  de  Antonio  Abreu  en  la  parte  Sur- 
este del  archipiélago  de  las  Indias,  habían  vulgarizado 
la  idea  de  las  grandes  tierras  australes.  Viendo  que  la 
tierra  de  Santa  Cruz  se  prolongaba  indeterminadamente 
hacia  el  Mediodía  (el  monje  de  Benevento  dice  que  no  se 
la  encontraba  fin  á  los  50"),  debía  imaginarse  que  este 
dique  continental,  cuya  continuidad  impedía  la  libre  co- 
municación délos  mares,  debía  estar  roto  en  alguna  pai-te. 
Acaso  también  el  mapamundi  de  Fra  Mauro,  del  que 
poseía  Portugal  una  copia  en  1459,  produjo  en  el  ánimo 
de  algunos  geógrafos  sistemáticos  la  hipótesis  de  que 
existía  analogía  de  configuración  entre  las  dos  extremi- 
dades de  África  y  América.  El  canal  que  separa  el 
Diab  (1)  de  la  gran  masa  continental,  y  acerca  del 
cual  he  llamado  antes  la  atención  del  lector,  podía  re- 
petirse en  el  Nuevo  Continente.  ¿"Debe  admitirse,  por  los 
indicios  que  he  encontrado  en  la  edición  de  Ptolomeo 
de  1508,  que,  antes  de  Solís,  fueron  más  allá  de  la  des- 
embocadura del  Río  de  la  Plata  algunos  navegantes 
aventureros  portugueses?  Esta  suposición,  por  lo  menos 
muy  probable,  deja  entrever  el  modo  de  fundamentar 
combinaciones  hipotéticas  en  hechos  positivos,  sea  que 
se  sospechara  la  existencia  del  estrecho  á  causa  de  la 
fuerza  de  las  corrientes  que  hacia  él  se  dirigen,  como  lo 
cree  Várenlo  (2),  sea  porque  en  las  latitudes  más  mm- 


(1)  ZuRLA,  páginas  61,  Q2,  137  y  139. 

(2)  A  este  célebre  geógrafo  preocupa  la  idea  de  que  el  es» 
trecho  fué  descubierto  antes  de  Magallanes.  «  Per  f retum  Ma- 
gellanis  fertur  mare  ab  oriente  in  occidentem   motu  incitatis- 


206  ALEJANDRO    DS    HUMBOLDT. 

dionales  se  adquiriera,  por  comunicación  con  los  indíge- 
nas, alguna  noción  confusa  de  un  paso  liacia  el  otro  mar. 

Bastaba  llegar  hasta  el  golfo  de  San  Jorge,  á  una 
costa  antiguamente  habitad ísima,  como  lo  prueban  las- 
numerosas  sepulturas  de  Patagones  (1),  para  saber  que 
los  habitantes  del  archipiélago  de  Chayaniapu  y  del  de 
Chonos  (2)  remontan  algunas  veces  el  litoral  del  Océano 
Pacífico  en  la  dirección  de  Este  á  Oeste  por  brazos  de 
mar  (ciénagas)  y  canales  naturales,  aproximándose  de 
esta  suerte  á  las  costas  del  Océano  Atlántico. 

La  idea  de  que  podía  existir  en  estos  parajes  (lati- 
tud 4:b°-4:7°)  una  comunicación  entre  ambos  mares,  se 
perpetuó  de  tal  modo,  que  todavía  en  1.790,  siendo  vi- 
rrey del  Perú  D.  Gil  de  Lemos,  ocasionó  la  expedición 


simo  ut  inde  Magallanes  (vel  quiante  MagcUanem  iddetcxit, 
ut  volunt)  conjecerit  fretum,  per  quod  ex  Atlántico  in  Pacifi- 
cum  Oceanum  pervenitur  ( ór'^í'^?'.  ^c'/?..,  Cant.,  1681,  pág.  119). 
Fretum  Magellanes  primus  invenit  et  navigavit,  1520,  etsi 
Vascus  Nunnius  de  Valboa  piiiis,  ncmpe  anno  1513,  illud  anl- 
madvertisse  dicitur,  cum  ad  australem  regionem  lustrandam 
isthic  iiavigarct»  (pág.  85).  Sorprende  encontrar  en  un  autor 
instruido  esta  confusión  de  ideas  y  sucesos;  el  descubrimiento 
del  istmo  de  Panamá,  que  es  un  estrecho  terrestre,  mezclado  al 
descubrimiento  de  un  estrecho  oceánico. 

(1)  Nota  del  mapa  original  de  Cruz  Olmedilla,  cuyos  ejem- 
plares han  llegado  á  ser  tan  raros  porque  el  Gobierno  español 
ordenó  en  tiempo  de  Carlos  II í  romper  las  planchas. 

(2)  El  capitán  Sarmiento  de  Gamboa  {Viaje  al  estrecho  de 
Jlaf/aUanes,  1768,  páginas  vi  y  LXiii)  es  el  primero  que 
en  1579  entró  en  este  archipiélago.  Compárese  también  Agüe- 
ros {Descripción  hist.  déla  Frov.  y  del  Archijj.  de  Chiloe,  1791. 
página  128).  Más  al  Sur,  hacia  el  cabo  Victoria,  al  arcliipiélago 
que  limita  la  parte  Noroeste  del  estrecho  de  Magallanes,  ha 
dado  recientemente  el  capitán  King  el  nombre  de  Queen  Ade- 

aide's  Arcliipelago. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  2Q7 

de  D.  José  Moraleda,  quien  entro  en  el  Estero  de 
Aysent  (lat,  austr.  45°  28')  hasta  ochenta  y  ocho  leguas 
marinas  de  distancia  del  litoral  oriental  del  golfo  de  San 
Jorge.  Pude  examinar,  durante  mi  estancia  en  Lima,  las 
instrucciones  dadas  á  este  piloto  de  la  marina  Real,  re- 
comendándole «el  más  profundo  secreto»  respecto  á  una 
tentativa  cuyo  buen  éxito  hubiera  abreviado  en  seiscien- 
tas 6  setecientas  leguas  el  camino  que  se  seguía,  dando 
la  vuelta  al  cabo  de  Hornos  (1). 

Cuando  se  está  versado  en  la  lectura  de  los  documen- 
tos que  tratan  de  los  descubrimientos  desde  1492  á  1525, 
se  advierte  lo  que  aprovechaban  á  los  marinos  de  enton- 
ces los  informes  de  los  indígenas.  El  Cacique  de  Tu- 
maco  (2)  trazó  á  Balboa,  cuando  e'ste  llegó  á  la  bahía 
de  Panamá,  la  figura  de  las  costas  de  Quito,  describién- 
dole al  mismo  tiempo  la  riqueza  del  oro  del  Perú  y  la 
forma  extraordinaria  de  las  llamas  que  transportan  los 
minerales  en  las  cordilleras,  y  que  los  españoles  creyeron 
eran  camellos.  Hay,  sin  embargo,  muchos  centenares  de 
leguas  desde  el  istmo  hasta  las  regiones  que  el  Cacique 
conocía  con  tanta  exactitud. 

Algunas  veces  los  marinos  europeos  permanecieron 
durante  más  de  un  año  entre  los  indígenas  y  aprendie- 
ron su  lengua,  siendo  recogidos  por  otras  expediciones 
que    frecuentaban  las    mismas   localidades  (3).  Ya  he- 


(1)  Véase  mi  Essai  politique  (edic.  de  1825, 1. 1,  pág.  239). 

(2)  Herrera,  déc.  i,  lib.  x,  cap.  3.  Entre  las  cartas  ma- 
rinas conservadas  en  Hundson's  Bay  House,  hay  un  dibujo  de 
las  costas  desde  la  bahía  de  Hudson  hasta  el  Copperine  River 
trazado  rudamente  por  los  indios  (Barrow,  Voi/ages  into  the 
Polar  Itegions,  1818,  pág.  376). 

(3)  Por  ejemplo,  unjmarinero]] de  la" expedición  de  Bastidas 


208  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

mos  visto  que  ocho  años  antes  de  que  Magallanes  y 
Faleiro  vinieran  á  España  á  exponer  sus  proyectos, 
Pinzón  y  Solís  habían  visitado  ya  la  desembocadura  del 
río  Colorado,  que  está  á  5*^  al  Norte  de  ese  golfo  de 
San  Jorge,  llamado  por  los  españoles  en  el  siglo  xvii 
Bahía  sin  fondo,  en  la  persuasión  de  la  posibilidad  de 
un  paso  al  mar  del  Sur.  Paréceme  probable  que  en  el 
intervalo  de  1509  á  1517  continuaron  los  descubrimien- 
tos algunas  expediciones  clandestinas  más  lejos  de 
donde  llegó  Solís.  Recientemente  han  ilustrado  mucho 
el  conocimiento  de  la  tierra  de  Patagonia  los  excelentes 
trabajos  del  capitán  Phillip  Parquer  King  y  las  expedi- 
ciones científicas  inglesas  de  1826  y  1830.  No  hay  estero 
profundo  en  el  golfo  de  San  Jorge,  como  ya  lo  demos- 
tró la  expedición  de  Malaspina;  pero  en  PortDesirc  (2) 


á  la  costa  de  Santa  Marta  permaneció  trece  meses  entre  los 
indios,  y  fué  recogido  por  Ojeda  en  1502. 

(1)  Magallanes  fondeó  muy  cerca  de  Port  Desiré,  en  la  isla 
de  los  Pingüinos,  ó  más  bien  de  los  Mancos  (Aptenodytes, 
Forster),  que  los  españoles  llaman  Pájaros  Niños,  porque  andan 
vacilantes  como  los  niños  pequeños  (Pigafetta,  pág.  23;  Sar- 
miento, pág.  Liv).  En  el  mismo  pasaje  de  Pigafetta  encuentro 
la  primera  descripción  de  un  otario  (foca  de  orejas  exteriores); 
dice;  «T.upi  marini  grossi  come  vitelli  con  orechie  piccole  é 
ronde. »  El  manco  lo  describió  por  primera  vez  Vasco  de  Gama, 
que  le  vio  en  una  ensenada  llamada  Mossel-bay,  4°  al  E.dei 
cabo  de  Buena  Esperanza  (Lichtenstein,  en  Vaterl.  Jfus., 
tomo  I,  pág.  3Í)4).  Yo  no  he  visto  en  las  costas  americanas  del 
mar  del  Sur  ni  otarios  ni  mancos  al  norte  de  la  ¡í^la  de  San  Lo- 
renzo, frente  al  Callao  de  Lima  (latitud  12"  3').  Allí  existen  dos 
nuevas  especies,  que  M.  Meyen  ha  figurado  recientemente  en  la 
parte  zoológica  de  su  Viaje  alrededor  del  inu7ido,  pl,  14  y  31. 
A  mayor  distancia  al  O.,  los  otarios  se  acercan  mucho  más  al 
Ecuador,  por  ejemplo,  en  Nueva  Guinea. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  209 


(latitud  47°  42'),  en  el  puerto  de  Santa  Cruz  (1)  (lati- 
tud 50°  18')  7  en  el  río  Gallegos  en  la  bahía  de  los 
Kogales  (lat.  51®  40')  hay  tnlets  cuya  anchura  es  aún 
desconocida.  El  río  Gallegos  especialmente  ha  podido 
dar  ocasión  á  vagas  conjeturas  sobre  comunicación  entre 
los  dos  mares  al  norte  del  estrecho  de  Magallanes;  por- 
que despue's  del  cabo  de  Santa  Isabel,  que  avanza  en  el 
Océano  Pacífico,  algunos  brazos  de  mar  penetran  al  tra- 
vés de  la  costa  pedregosa,  muy  lejos  hacia  el  E.  y  el 
más  oriental  de  estos  brazos  (tnlets)  termina  en  la  bahía 
que  el  capitán  King  llamó  del  Desengaño,  á  distancia 
de  2°  45'  de  longitud  oriental  del  meridiano  del  cabo  de 
Santa  Isabel.  Desde  este  punto  hasta  la  extremidad  más 
occidental  del  curso  del  río  Gallegos,  á  donde  hasta  ahora 
se  ha  llegado,  hay  treinta  y  dos  leguas  marinas.  El  istmo 
de  río  Gallegos  es,  por  tanto,  la  mitad  menos  ancho  que 
aquel  donde  se  ha  formado  el  estrecho  deMagallanes  (2) 


(1)  No  se  ha  explorado  el  río  Santa  Cruz  más  que  hasta 
Weddels  Bhiff. 

(2)  La  anchura  de  la  América  meridional,  por  los  52®  22'  de 
altitud  austral,  entre  el  cabo  Pilares  y  el  cabo  de  las  Vírgenes, 
es,  de  O.  á  E.,  de  80  leguas  marinas,  mientras  el  desarrollo  do 
las  sinuosidades  del  estrecho  de  Magallanes,  cuya  mitad  orien- 
al  tiene  la  dirección  de  SSO.-NNO.,  y  la  occidental  ESE.-ONO., 
es  de  108  leguas  marinas  de  20  al  grado  ecuatorial.  La  forma 
triangular  de  la  extremidad  austral  de  la  América  meridional 
es  tan  poco  regular  al  S.  de  los  40*  de  latitud,  que  por  dos  ve- 
ces, en  el  paralelo  del  golfo  de  San  Jorge  (latitud  45  i  "*)  y  en  el 
de  la  bahía  de  los  Nodales  hasta  río  Gallegos  (latitud  51*  40'),  la 
anchura  del  continente  es  menor  que  en  el  estrecho  de  Maga- 
llanes. Esta  configuración  de  las  costas,  tan  distinta  de  la  que 
tienen  en  la  extremidad  del  África,  merecería  ser  fijada  con 
más  precisión  por  medio  de  buenas  observaciones  de  longitud. 

En  la  latitud  del  cabo  de  Buena  Esperanza,  la  extremidad 

14 


210  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Ó  estrecho  de  la  Madre  de  Dios,  de   Sarmiento    (1). 
Debe  presumirse  que  las  nociones  vagas  de  la  confi- 


del  continente  africano  presenta  una  costa  de  150  leguas,  casi 
enteramente  dirigida  de  E.  á  O.  Esta  forma  truncada  desapare- 
cería si  el  banco  de  las  Agujas  (^Aguldas  bañó)  se  uniera  al  conti- 
nente por  un  levantamiento  submarino;  entonces  África  termi- 
naría en  punta  á  los  36°  47'  de  latitud  austral,  es  decir,  á  2»  52' 
al  S.  de  la  ciudad  del  Cabo  y  2o  al  S.  del  cabo  Aguhlas,  que  es 
hoy  el  punto  más  meridional  de  África.  Estas  extremidades  meri- 
dionales de  los  continentes  tienen  especial  interés  geológico,  y  de 
esperar  es  que  algún  día  se  descubrirá  si  en  la  opuesta  dirección 
de  las  partes  orientales  y  occidentales  del  estrecho  de  Magalla- 
nes influye  la  dirección  de  las  corrientes  pelásgicas  ó  el  yaci- 
miento de  las  aristas  de  las  rocas.  Mr.  King  ha  hecho  ya  la  in- 
teresante observación  que  las  islas  sólo  abundan  en  el  estrecho, 
donde  los  grüstein  son  más  frecuentes  {Journ.  of  tlie  Royal 
Geogr.  Soc,  1882  vol.  i,  pág.  166).  Además,  esta  nueva  expedi- 
ción inglesa,  más  aún  que  las  de  Córdova,  Churruca  y  Galiano, 
ha  probado  la  gran  exactitud  de  la  opinión  de  un  navegante 
del  siglo  XVI,  D.  Eicardo  Aquines (Herrera,  deser.  de  las  Ind. 
ocG.  pág.  49),  según  la  cual,  hasta  los  56°  de  latitud  (la  del  cabo 
de  Hornos  es  efectivamente  55**  58' 41"),  toda  la  banda  del  Sur 
del  estrecho,  es  decir,  la  Tierra  de  los  Fnegos,  como  entonces  se 
decía,  «es  un  grupo  de  islas  de  distintos  tamaños». 

Según  las  investigaciones  del  capitán  King,  comandante  del 
Acenture  y  del  Beagle  durante  los  años  1826  y  1830,  la  Tierra 
del  Fuego  la  forman  tres  grandes  islas,  King  Charles  South 
Land  (rodeada  al  Este  por  el  estrecho  de  Le  Maire),  Clarence 
Island  y  South  Desolation,  cuya  punta  occidental  es  el  cabo 
Pilares.  El  cabo  de  Hornos  forma  un  islote  de  roca  anfibolítica 
al  SE.  de  la  isla  La  Hermite,  que  en  pequeño  tiene  la  forma  de 
Sicilia,  y  se  encuentra,  como  las  islas  de  Wollaston  y  Navarino, . 
un  poco  al  O.  del  meridiano  del  volcán  de  Basil  Hall.*En  un 
viaje  hacia  el  O.,  rasando  el  cabo  de  Hornos,  se  pasa  entre  las 
rocas  de  Diego  Ramírez  (latitud  56"  26' 35")  y  de  San  Ildefonso. 
Estos  dos  grupos  de  escollos  están  separados  uno  de  otro  más 
de  32  millas. 

(1)   Viaje  al  estr.,  p.  iv.  El  mismo  Magallanes  llamó  al  es- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  211 

guración  del  continente  hacia  su  extremidad  austral  se 
reflejaron  antes  de  1517  en  las  cartas  marinas,  y  que 
Magallanes  vio  una  de  esas  cartas  en  los  archivos  del 
Bey  de  Portugal. 

En  Pigafetta  encuentro  un  indicio  directo  de  que  la 
gran  sinuosidad  de  la  costa  á  la  desembocadura  de  Río 
de  la  Plata  fué  lo  que  hizo  situar  primeramente  el  estre- 
cho tan  deseado  á  los  36**  de  latitud  austral;  pero  cuando 
Solís,  en  su  segundo  viaje  (1515),  reconoció  que  esa 
abertura  y  ese  mar  dulce  eran  la  desembocadura  de  un 
río,  los  geógrafos  buscaron  el  estrecho  más  al  Sur.  He 
aquí  el  pasaje  del  Diario  de  Pigafetta,  al  que  no  se  ha 
prestado  la  debida  atención:  «Cerca  de  este  río  está  el 
cabo  de  Santa  María ;  se  había  creído  una  vez  que  es- 
taba allí  el  canal  que  conduce  al  mar  del  Sur,  pero  ahora 
se  ha  descubierto  que  no  es  aquel  el  fin  de  la  tierra  (del 
continente),  sino  sólo  la  desembocadura  de  un  río,  que 
tiene  17  leguas  (ó  68  millas)  de  ancha.» 

Los  cabos  Santa  María  y  San  Antonio,  que  forman 
la  desembocadura  al  Norte  y  al  Sud,  están  situados  de 
modo  que  el  primero  avanza  2^  40'  más  que  el  segundo 
hacia  el  E.  Su  distancia  oblicua  en  la  dirección  SSO. 
al  NNE.,  es  de  65  leguas  marinas,  mientras  la  verda- 
dera anchura  interna  del  río  sólo  es,  entre  Montevideo  y 
Punta  de  Piedras,  de  18,  y  entre  Sacramento  y  Buenos 
Aires  de  9  á  10  leguas.  Por  esta  disposición  de  las  tie- 
rras el  cabo  Santa  María  podía  aparecer  á  un  barco  pro- 
cedente del  Norte  como  la  extremidad  del  continente,  es 


trecho  por  él  descubierto  Estrecho  Patagónico ,  nombre  que 
pronto  cambió  por  el  de  Estrecho  de  la  (nave)  Victoria  (Piga- 
fetta, pág.  40).  ^ 


212  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

decir,  de  la  Tierra  de  Santa  Cruz,  porque,  en  el  meri- 
diano del  Cabo  no  se  veía  ninguna  tierra  hacia  el  Sur, 
Además  la  violencia  de  una  corriente  que  sale  por  esta 
abertura  de  la  costa  (current  of  the  Plata,  Rennell,  pá- 
gina 137)  debía  contribuir  mucho  á  la  idea  de  la  exis- 
tencia de  un  estrecho.  La  corriente  (outfall  of  the  Rio 
Plata)  adquiere  una  velocidad  de  24  á  32  millas  en 
veinticuatro  horas,  y  se  hace  sentir  á  80;  y  aun  en 
algunas  circunstancias  domina  á  la  corriente  brasileña 
(NNE.-SSO.),  según  el  capitán  Beaufort,  hasta  á  200 
leguas  de  distancia. 

El  Diario  de  Pigafetta  y  los  documentos  qtie  Herrera 
nos  ha  conservado,  prueban  que  el  navegante  portugués 
estaba  incierto  respecto  al  punto  donde  encontraría  el 
estrecho,  cuya  existencia  anunciaba  de  un  modo  tan 
seguro.  Dice  sencillamente  que  se  encontrará  bajando  al 
Sur  del  cabo  de  Santa  María  ,  que  marca  la  desemboca- 
dura de  Río  Juan  de  Solís. 

Al  llegar  á  los  40°  delante  de  una  bahía,  ala  cual  dio 
el  nombre  de  San  Matías  (la  bahía  de  Todos  los  San- 
tos, muy  cerca  del  sitio  donde  Pinzón  y  Solís  llegaron 
en  1508),  Magallanes  determinó  examinar  atentamente 
la  costa  (1)  «para  ver  si  había  en  ella  algún  estrecho». 


(1)  Herrera,  déc.  ii,  lib.  9,  cap.  11.  En  las  hermosas  car- 
tas que  acompañan  á  la  obra  del  mayor  Rennell  sobre  las 
coriientes  á  la  vasta  bahía  (latitud  41°  8'-42'*  2'),  que  termina  al 
Sur  por  la  Península  de  San  José,  y  que  tiene  una  configura- 
ción tan  extraordinaria,  se  la  llama  bahía  de  San  Matías.  Las 
cartas  de  la  expedición  de  Malaspina,  publicadas  por  el  Dfj)^- 
*ito  hldrográfio;)  dti  Madrid,  la  dejan  sin  nombre.  Comparando 
las  latitudes  de  Magallanes  y  de  su  hábil  compañero  de  fortuna 
Andrés  de  San  Martin,  á  las  latitudes  determinadas  en  nuestros 
días,  se  ve  que  la  suposición  de  un  error  de  1  i°  no  puede  admi- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  213 

Después  de  hacer  inútiles  reconocimientos,  descuidando 
e\  del  golfo  de  San  Jorge,  la  expedición  se  vio  forzada 
á  invernar  durante  cinco  meses  en  el  puerto  de  Río  San 
Julián  (según  San  Martín,  piloto  de  Magallanes,  en  la- 
titud 49°  18':  la  verdadera  es  49**  8').  Quejábase  la  tri- 
pulación de  que,  en  tan  largo  trayecto  (desde  la  desem- 
bocadura del  río  de  la  Plata)  nada  se  hubiera  visto  que 
pareciera  un  estrecho,  y  Magallanes  respondió:  «Que  no 
puede  faltar  el  estrecho  más  adelante,  y  que  irá,  si  es 
preciso,  hasta  los  75°  de  latitud,  donde  durante  el  in- 
vierno casi  desaparece  la  luz  del  día.» 

La  ingenuidad  de  esta  última  expresión,  conservada 
en  el  Diario  de  Pigafetta  (1),  prueba  que  Magallanes 
«staba  persuadido  de  la  existencia  de  un  paso  más  allá 
del  Río  de  la  Plata,  pero  que  la  Carta  de  los  archivos  y 
atribuida  á  Behaim,  no  indicaba  en  manera  alguna  la 
posición  del  estrecho.  Vérnosle  enviar  al  capitán  Juan 
Serrano  al  río  de  Santa  Cruz  (lat.  50®  18')  «para  que 
descubriera  si  había  allí  un  paso»  y  todavía,  cuando 
llega  al  cabo  de  las  Vírgenes  (lat.  52°  20')^  á  la  entrada 
del  estrecho,  «sólo  reconoce  allí  una  gran  cala,  y  sospe- 
cha que  esta  cala  pueda  encerrar  algún  misterio». 

Todo  demuestra,  pues,  la  incertidumbre del  verdadero 
sitio  del  paso,  y  aunque  no  cabe  negar  la  posibilidad  de 
que  Martín  Behaim,  que  habitó  constantemente  en  Fayal 
desde  1494  á  1506,  haya  podido  adquirir  muchas  nocio- 
nes verdaderas  ó  conjeturales  acerca  de  la  configuración 


tirse,  y  que  el  nombre  de  San  Matías  conviene  mejor  á  la  bahía 
de  Todos  los  Santos  (latitud  39°  52'-40°  40'),  entre  el  río  Colo- 
rado y  el  río  Negro  de  la  costa  patagónica.  Tal  es,  al  menos,  el 
resultado  de  mis  investigaciones. 
(1)  Primo  viaggio,  pág.  40. 


214  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

de  las  costas  orientales  de  la  América  del  Sur,  nada 
prueba  que  llevara  á  Lisboa,  donde  llegó  en  1507,  poco 
tiempo  antes  de  su  muerte,  la  carta  que  Magallanes 
dice  haber  visto  en  los  archivos  del  Bey  de  Portugal. 
Quizá  las  meditaciones  (1)  de  este  gran  cosmógrafo  di- 


(1)  Aquí  fué  donde  Serrano  creyó  observar,  el  11  de  Octu- 
bre de  1502,  un  eclipse  de  sol,  «que  en  el  meridiano  debía  verifi- 
carse á  10  h.  8  m.  de  la  mañana»;  pero  según  el  extracto  que  He- 
rrera (déc.  II,  lib.  9,  cap.  14)  nos  da  del  Diario  de  Serrano, 
«el  disco  del  sol  no  se  obscureció  ni  totalmente  ni  en  parte,  y 
sólo  se  vio  que  al  empezar  el  eclipse,  estando  el  astro  á  42  í"  de 
altura,  cambió  su  color  en  rojo  obscuro,  tal  como  se  ve  en  Cas- 
tilla al  través  del  humo  de  rastrojos  ardiendo».  Cesó  este  fe- 
nómeno cuando  estuvo  el  sol  á  44  i°  de  altura.  Esta  observa- 
ción, que  Pigafetta  no  menciona  j  de  que  habla  Herrera  por 
manera  tan  ininteligible,  no  está  hecha,  ciertamente,  para  dar 
un  resultado  de  longitud;  sin  embargo,  Castañada  (llist.  dclle 
Indie,  lib.  VI,  pág.  103)  pretende  que  Magallanes  determinó, 
«por  el  eclipse  de  sol  de  17  de  Abril  de  1520,  y  conforme  á  las 
reglas  que  le  había  dado  Faleiro,  que  había  61°  de  diferencia  de 
de  longitud  entre  Sevilla  y  el  río  de  Santa  Cruz».  Esta  valua- 
ción sólo  tiene  el  error  de  1  f^  de  menos,  exactitud  muy  nota- 
ble para  el  año  de  1520  si  se  recuerda  que  Barros  (déc.  ni, 
libro  5.«,  cap.  9)  presenta  resultados  extraordinariamente  con- 
tradictorios que  se  obtenían  conforme  á  las  mismas  reglas  de 
Faleiro.  Adem;\s,  ni  Magallanes  ni  Serrano  fueron  en  Abril  á  la 
desembocadura  del  río  Santa  Cruz,  y  Castañada  confunde  pro- 
bablemente el  eclipse  de  sol  de  11  de  Octubre  con  uno  de  los 
ensayos  de  observaciones  de  conjunción  que  hizo  el  cosmógrafo- 
Andrés  de  S*'an  Martín,  durante  la  estancia  de  la  expedición  en 
Río  San  Julián,  «según  la  industria  de  Euy  Faleiro»,  como- 
dicen  los  documentos  reunidos  por  Herrera.  Magallanes  partió 
de  Sanlúcar  el  21  de  Septiembre  de  1519,  tocó  en  el  Río  de  la 
Plata  á  principios  de  Enero  de  1520,  en  la  bahía  de  San  Matías 
el  15  de  Febrero,  en  Río  San  Julián  el  2  de  Abril,  en  río  Santa. 
Cruz  el  14  de  Septiembre,  y  en  el  cabo  de  las  Vírgenes  el  21  de 
Octubre  de  1520. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  215 

rigíanse  más  bien  á  África,  cuyas  costas  había  recorrido 
en  parte,  que  á  la  costa  descubierta  por  Yáñez  Pinzón, 
por  Lepe  y  por  Cabral. 

Me  he  detenido  tanto  en  el  examen  de  estas  relacio- 
nes que  se  suponen  entre  Magallanes  y  los  cosmógrafos 
de  su  época,  porque  en  un  siglo  en  que  la  energía  indi- 
vidual del  marino  tenía  vasto  campo  que  recorrer,  la 
convicción  de  un  éxito,  una  sencilla  opinión  geográfica, 
convertíase  en  acontecimiento  apropiado  para  influir  en 
la  dirección  del  comercio  y  en  los  destinos  de  tantos 
pueblos  esparcidos  en  la  inmensidad  de  los  mares,  fuera 
del  contacto  de  la  civilización  europea. 

En  la  ciudad  de  Nuremberg,  tan  rica  en  recuerdos  de 
la  Edad  Media,  hay,  además  del  globo  de  Martín  Behaim, 
que  data  del  año  1492,  otro  globo  construido  en  1520 
por  Juan  Schoner  (1),  célebre  discípulo  de  Regiomon- 
tanus.  Estos  dos  globos  han  sido  frecuentemente  con- 
fundidos, y  el  error  ha  llegado  á  ser  tanto  más  grave, 
cuanto  que  Schoner,  que  emprendió  su  obra  en  Bamberg, 
por  cuenta  de  su  rico  protector  Juan  Seyler,  separa 
América  en  dos  grandes  masas  continentales  y  figura  en 


(1)  El  globo  de  Behaim,  construido  en  Nuremberg  en  1492, 
no  presenta  más  que  la  isla  de  San  Brandan,  que,  como  se  sabe, 
ya  figuraba  en  los  mapas  del  siglo  xiv.  La  absoluta  ignorancia 
de  Behaim  en  1492  sobre  la  existencia  de  los  Bacalaos  (Terra- 
nova),  confirma  los  argumentos  con  que  el  autor  del  Memoir  of 
Sebastián  Cahot  (1831,  páginas  286-289)  combate  la  existencia 
de  un  viaje  de  descubrimientos  á  la  costa  Noroeste  de  América^ 
hecho  en  1484  por  Juan  Vas  Cortereal.  Sabemos,  por  la  historia 
de  las  islas  portuguesas  de  Corde3''ro,  que  este  personaje  era 
gobernador  de  Tercera,  y  seria  raro  que  viviendo  Behaim  en  las 
Azores  no  hubiera  tenido  conocimiento  de  tierras  occidentales 
vistas  por  Juan  Vas  Cortereal. 


216  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

el  globo  el  estrecho  en  el  sitio  donde  Colón  lo  buscó  in- 
útilmente. 

Ahora  bien,  en  1520  no  se  podía  tener  en  Europa  no- 
ticia alguna  del  descubrimiento  de  Magallanes ,  que  no 
desembocó  del  estrecho  hasta  el  28  de  Noviembre  del 
mismo  año  de  1520.  El  paso  del  Mar  de  las  Antillas  al 
Oce'ano  Pacífico,  indicado  por  Schoner  (1),  era,  pues, 
producto  de  un  espíritu  sistemático  y  de  las  falsas 
ideas  acerca  de  la  expedición  de  Balboa.  Sorprende  ver 
que  este  error  que  indicamos  durara  tanto  tiempo ,  pues 
lo  hallo  en  un  mapamundi  del  año  1546,  que  forma 
parte  de  una  obra  rara,  Girculi  Sphcerce  cum  quinqué 
zonts,  j  que  en  nuestras  bibliotecas  públicas  encuéntrase 
con  frecuencia  anejo  al  libro  titulado  Rudtmentorum 
cosmograficorum  Joan.  Honteri  Coronensis  lihri  tres 
(Tig.  1578).  En  este  mapamundi  á  Méjico  se  le  llama 
Parias,  y  el  repetir  dicha  falsa  denominación  en  un  globo 


(1)  MURR,  pág.  47;  Mannert,  Einl.  in  die  Geogr.  der 
Alten,  pág.  173.  Cuando  Schoner,  natural  de  Carlstadt,  en 
Franconia, f ué  llamado  por  Melanchthon.de  Bamberg  á  Nu- 
remberg  para  desempeñar  la  cátedra  de  matemáticas,  llevó  con- 
sigo el  globo.  Este  globo,  de  2  pies,  10  pulgadas  y  6  líneas  de 
diámetro,  encuéntrase  colocado  en  la  biblioteca  de  la  M  unici- 
palidad  {StadthíbliotheU).  El  tratado  de  Circulis  SplicercB 
(Tiguri,  1546),  que  también  contiene  una  carta  con  el  istmo  de 
Panamá  atravesado  por  un  estrecho,  no  es,  sin  embargo,  de 
Schoner,  porque  se  ve  en  su  obra  Opusculum  G^ograpliicuní  ex 
diversorum.  lihris  et  cartis  collectwrn  que  en  1533  conocía  (ca- 
pítulo xx)  la  expedición  de  Magallanes  («ducis  navium  invic" 
tissimi  Caesaris  di  vi  Caroli»).  El  paso  del  Noroeste,  buscado  re- 
cientemente por  Parry  y  Ross,  figura  como  abierto  al  Norte  de 
un  vasto  continente  llamado  Terra  Baccaleartim  en  el  mapa- 
mundi del  Opusculum  Geographicum  Joannis  3Iyritii  MelU 
tensis  (Ingolstadt,  1590),  pág.  60. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  217 

muj  antiguo  de  la  biblioteca  de  Weimar,  me  hace  creer 
que  éste  tiene  alguna  analogía  de  origen  ó  de  e'poca 
de  redacción  con  la  obra  de  Schoner  ó  el  mapamundi 
de  1546.  Acaso  todos  estos  trabajos  gráficos  no  sean 
más  que  copias  de  un  mapa  más  antiguo  sepultado  en 
algún  archivo  de  Italia  ó  de  España. 

El  globo  de  Weimar,  que  figura  en  el  catálogo  como 
más  antiguo  que  otro  que  lleva  la  fecha  de  1534,  pre- 
senta á  Parias  ó  la  masa  septentrional  de  América  sepa- 
rada á  los  42°  de  latitud  Sur  por  un  estrecho  de  la  tierra 
antartica  á  que  da  el  nombre  de  Brasilice  Regio  ^  j  que 
rodea  una  gran  parte  del  polo  austral.  Además  de  este 
estrecho  meridional ,  hay  otro  en  el  istmo  de  Panamá,  á 
los  10°  de  latitud  al  norte  del  Ecuador,  bastante  ancho 
para  que  las  olas  de  ambos  mares  sean  figuradas  sin  in- 
terrupción. Un  gran  buque,  saliendo  del  mar  del  Sur, 
ha  atravesado  felizmente  el  estrecho  y  viene  de  Zipangri 
(ubi  auri  copia),  situado  á  unos  10°  al  Oeste  del  estrecho, 
y  formando  una  isla  entre  los  12°  y  los  30**  de  latitud. 

Estas  fantasías  llegaron  hasta  la  China,  como  lo 
prueba  el  curioso  mapamundi ,  cuyo  conocimiento  debe- 
mos á  M.  Klaproth  (l),y  que  se  funda  en  el  Tratado  de 
la  esfera  de  un  jesuíta  portugués,  el  Padre  Manuel  Díaz 
(Yang  mano).  El  autor  del  mapa  publicado  en  Cantón 
en  1820,  combina  las  nociones  actuales  de  los  europeos 
con  lo  que  se  conocía  de  cosmografía  en  la  época  de  las 
dinastías  de  los  Yuan,  de  los  Ming  y  de  los  Mandchus. 
Figura  tres  pasos  entre  el  Atlántico  y  el  mar  del  Sur,  á 


(1)  Klaproth,  Notice  d'une  Mappemonde  et  d'une  Cosmo- 
graphie  chino ¿ses,  1833,  pág.  85.  Véase  también  JVoo.  Journ. 
Asiat.,  t.  XI,  pág.  66. 


218  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

saber:  el  estrecho  de  Magallanes,  y  dos  estrechos  en  el 
istmo  de  Panamá.  Este  istmo  forma  una  isla  llamada 
isla  de  San  Andre's  (Ching  Ngan  te  tao),  y  deja,  por 
tanto,  dos  pasos;  uno  al  norte  separado  de  la  Vera  Paz 
{Tching  phing  ngan^  la  verdadera  paz)  y  otro  al  Sur, 
separado  de  Darien  {Ta  lian  wan)  y  de  Castilla  del 
Oro.  Véase ,  pues,  un  error  en  la  denominación  del  es- 
trecho (terrestre  ó  pelásgico)  figurando  hasta  en  los 
mapas  chinos  modernos;  error  antiguo ,  porque  en  Gre- 
cia loOfxS;  por  catacresis  significaba  también  algunas  ve- 
ces un  brazo  de  mar  (1). 


(1)  M.  Letronne,  en  su  edición  de  DiciriL,  página  12.  De 
igual  manera  xspa;  significa  geográficamente,  ó  un  promonto- 
rio, ó,  en  sentido  negativo,  la  desembocadura  de  un  río  ó  de  un 
golfo  (StjrabÓn,  lib,  X,  pág.  458  Cas.;  Hesiodo,  Theog.,  789,  y 
los  Fragmentos  de  Hannon). 


XI. 


Motivos  que  impulsaban  al  descubrimiento  de  América  á  fines 
del  siglo  XV. 


Los  detalles  de  la  historia  de  las  ciencias  sólo  son 
útiles  cuando  se  los  reúne  y  sistematiza,  porque  la  acu- 
mulación de  hechos  aislados  sería  de  una  aridez  fati- 
gosa, si  la  investigación  de  los  hechos  no  se  hiciera  con 
algún  propósito  de  generalizar  respecto  á  los  progresos 
de  la  ciencia  ó  á  la  marcha  de  la  civilización. 

Los  gérmenes  que  hemos  descubierto  en  las  obras  de 
los  escritores  antigaos  fueron  fecundados  por  corto  nú- 
mero de  sabios  de  gran  talento  que  brillan  en  la  Edad 
Media. 

En  cada  siglo  existe  un  trabajo  oculto,  cuyo  resultado 
en  ideas,  convicciones  y  esperanzas  acrece  insensible- 
mente el  poder  del  hombre,  y  se  manifiesta  en  acción 
cuando  circunstancias  aparentemente  accidentales  (coin- 
cidencias que  revelan  una  necesidad  en  los  destinos  del 
mundo)  favorecen  el  movimiento  exteriormente. 

Por  lo  general,  la  historia  sólo  conserva  la  tradición 
de  las  empresas  afortunadas,  de  los  grandes  éxitos  ob- 
tenidos en  la  serie  de  los  descubrimientos ;  pero  lo  que 
prepara  el  movimiento  y  el  éxito  pertenece  á  combina- 


220  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

ciones  de  ideas  y  de  pequeños  sucesos  que  obran  simul- 
táneamente y  cuya  importancia  no  se  conoce  hasta  que 
se  consiguen  los  grandes  resultados,  como  los  que  se 
deben  á  Díaz,  Colón,  Gama  y  Magallanes.  De  esta 
suerte  de  descubrimientos,  que  llaman  poderosamente  la 
atención  de  los  hombres,  preséntanse  al  principio  como 
aislados  é  independientes  del  impulso  de  los  siglos  an- 
teriores, y  sólo  cuando  pasan  las  primeras  impresiones 
de  admiración  y  entusiasmo  empieza  la  investigación  de 
las  causas  que  abrieron  el  camino  á  las  grandes  conquis- 
tas de  la  inteligencia.  En  este  trabajo,  los  odios  de  na- 
ción á  nación,  el  maligno  placer  de  desacreditar  y,  sobre 
todo,  la  falta  de  buena  crítica  histórica  dan  frecuente- 
mente importancia  á  hechos  no  comprobados,  á  creacio- 
nes de  pura  conjetura,  que  en  ningún  razonamiento 
científico  se  fundan. 

Por  lo  dicho  en  el  capítulo  anterior  puede  apreciarse 
en  su  justo  valor  lo  que  nos  resta  examinar  respecto  á 
sucesos  y  opiniones  que,  según  se  cree,  condujeron  al 
descubrimiento  del  Nuevo  Mundo,  y  creo  que  este  exa- 
men puede  llegar  á  ser  fuente  fecunda  de  útiles  datos  de 
relación,  esclareciendo  los  hechos  con  nociones  de  his- 
toria y  de  geografía  física,  poco  atendidas  en  estudios  de 
esta  índole. 

Los  hechos  son  la  base  principal  de  toda  discusión 
sometida  á  una  sana  crítica,  y  su  indicación  es  indispen- 
sable para  que  el  lector  pueda  juzgar  el  grado  de  con- 
fianza que  merecen  los  resultados  obtenidos ;  especial- 
mente cuando  su  interpretación  tiene  por  objeto  for- 
mar ideas  generales  acerca  de  las  varias  causas  que  han 
determinado  la  dirección  de  los  descubrimientos  y  de  los 
progresos  del  comercio  marítimo. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  221 

Procuraré,  en  lo  que  voy  á  exponer,  no  extenderme 
inútilmente  en  puntos  que  han  sido  tratados  hasta  la  sa- 
ciedad, limitándome  á  lo  que  puede  conducir  en  el  actual 
estado  de  nuestros  conocimientos  á  esclarecer  de  nuevo 
los  hechos  ó  á  nuevas  combinaciones  de  datos  históricos. 

La  aventura  de  Cabral,  que  en  su  viaje  de  Europa  á 
la  India,  por  la  vía  del  cabo  de  Buena  Esperanza,  fué 
sin  querer  arrastrado  por  las  corrientes  hacia  el  Oeste  y 
llevado  el  22  de  Abril  de  1500  á  las  costas  del  Brasil 
(tierra  de  Santa  Cruz),  ha  hecho  decir  á  Robertson,  que 
en  los  destinos  del  género  humano  estaba  el  descubri- 
miento del  Nuevo  Continente  á  fines  del  siglo  xv.  Dejan- 
do á  un  lado  la  idea  vaga  del  destino,  cuando  el  mutuo 
encadenamiento  de  tantas  causas  y  efectos  no  es  difícil 
de  reconocer,  la  filosofía  y  la  historia  nos  muestran  en 
todas  las  épocas  grandes  acontecimientos,  de  largo 
tiempo  atrás  preparados ;  pero  lo  que  constituye  el  ca- 
rácter distintivo  de  cada  siglo  manifiéstase  en  acción  y 
somete  los  sucesos  al  imperio  de  una  necesidad  moral. 

La  expedición  de  Alejandro  á  Persia  y  á  la  India,  y 
la  audaz  energía  de  Lutero,  favorecieron  sin  duda,  la 
primera,  el  contacto  del  Occidente  y  del  Oriente ;  la  se- 
gunda, la  emancipación  del  pensamiento.  Pero  era  tal 
la  situación  de  las  cosas  humanas  en  estas  dos  épocas 
memorables  de  la  vida  de  los  pueblos,  que  la  caída  del 
imperio  de  los  persas  y  la  aminoración  del  poder  ponti- 
ficio no  podían  retardarse.  El  contacto  de  las  dos  civili- 
zaciones y  la  reforma  religiosa,  preludio  de  las  reformas 
políticas,  probablemente  se  hubieran  realizado  sin  el 
héroe  macedonio  y  sin  el  fraile  de  W  ittemberg.  Induda- 
blemente, la  grandeza  de  alma  y  la  individualidad  de  los 
hombres  superiores    aumentan    las    probabilidades  del 


222  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

éxito  y  aceleran  y  vivifican  el  movimiento;  pero  estos 
hombres  superiores  que  parece  inspiran  su  ideal  á  los 
siglos  en  que  viven,  obran  bajo  la  influencia  de  las  ideas 
dominantes  en  una  época  fecundada  y  engrandecida  por 
otra  época  anterior.  En  la  especial  dirección  del  movi- 
miento intelectual,  en  la  simultaneidad  de  la  voluntad, 
en  la  urgencia  irresistible  de  necesidades  verdaderas  ó 
ficticias,  fúndase  la  fuerza  de  impulsión,  la  necesidad  y 
el  poder  de  los  acontecimientos  que  se  realizan. 

Fácil  es  comprender  el  carácter  distintivo  de  la  se- 
gunda mitad  del  siglo  xv,  de  la  época  que  precedió  inme- 
diatamente al  descubrimiento  de  América.  El  progreso 
del  lujo  y  de  la  civilización  en  el  Mediodía  de  Europa 
produjo  necesidades  más  apremiantes  de  los  productos 
de  la  India.  Los  viajes  por  tierra,  alentados  por  el  fervor 
religioso  de  los  sacerdotes  budhistas  y  cristianos,  por  la 
política  y  por  el  interés  comercial  habían  ensanchado  el 
horizonte  geográfico  y  la  esfera  de  las  ideas.  Al  mismo 
tiempo,  el  uso  más  frecuente  de  la  brújula,  debido  al 
contacto  de  los  árabes  con  la  India  y  la  China;  y  el  per- 
feccionamiento del  arte  naval  y  de  las  ciencias  que  con 
con  él  se  relacionan,  facilitaron  los  medios  de  emprender 
navegaciones  lejanas. 

En  tales  circunstancias  debían  nacer  casi  á  la  vez  dos 
series  de  ideas  que  conviene  distinguir  cuidadosamente 
y  que  se  relacionan  ambas  (1)  á  las  tradiciones  y  á  las 
conjeturas  de  la  antigüedad  clásica,  cuyo  interés  reani- 
maban las  íntimas  relaciones  de  Sicilia,  la  Pulla  y  la 
Calabria  con  Byzancio ,  la  provechosa  influencia  de  al- 


(1)  Véase  en  los  dos  primeros  capítulos  de  esta  obra  la  in- 
fluencia que  en  el  ánimo  de  Colón  ejerció  la  erudición  clásica. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  223 

gunos  grandes  hombres  de  Italia,  por  ejemplo,  Petrarca, 
Boccacio  y  Juan  (1)  de  Ravena,  y  la  emigración  de  algu- 
nos sabios  griegos,  antes  de  que  fuera  destruido  el  Im- 
perio de  Oriente. 

Comprendiendo  en  la  denominación  de  India,  por 
seguir  el  ejemplo  de  los  Helenos,  primero  la  Etiopía 
troglodítica  y  la  Arabia ,  después  las  regiones  ecuatoria- 
les más  lejanas  de  África,  al  lado  de  allá  del  cabo  de  los 
Aromas  (las  regiones  cinamomífera  j  mirrífera)  (2);  juz- 
gando situadas ,  desde  la  dominación  de  los  romanos,  las 


(1)  Malpaghino,  propiamente  Juan  Malpighi  de  Ravena 
(Heeren,  Gesh.  der  Classiker.  Einl.,  par.  162) . 

(2)  Estas  denominaciones,  tomadas  de  una  ciencia  que  aun 
no  existía,  la.  geografía  délas  plantas,  las  aplica  ya  Ptolomeo  á 
África  y  Asia  á  la  vez.  La  Myrrhifera  regio  está  situada 
{Geogr.,  lib.  IV,  cap.  9,  pág.  114)  cerca  del  Colo'é  Palns,  en  las 
fuentes  del  Astapus,  y  (lib.  vi,  cap.  7,  pág.  154)  junto  al  golfo 
Sachalites,  al  E.  del  Hadramaüt,  en  un  país  montañoso,  fértil 
en  smyrna  y  en  libanotos.  Confundiéronse  durante  largo  tiempo 
las  comarcas  que  producían  los  aromas  y  las  es|)ecias,  con  las 
en  que  se  hacía  el  Cbmercio  de  almacenaje  de  estas  mercancías; 
y  aunque  Herodoto  ya  oyó  decir  que  el  cinamoinvm  nacía  en 
el  país  donde  fué  criado  Baco,  aludiendo  sin  duda  á  la  India 
(Heeren,  ii,  1,  pág.  101),  y  no  á  Arabia  (Herodoto,  iii,  107), 
costaba  trabajo,  aun  en  los  tiempos  modernos  de  la  escuela  de 
Alejandría,  no  buscar  la  cinnamomifera  regio  en  África ,  más 
allá  de  la  costa  de  los  Trogloditas.  El  rey  Juba,  único  autor 
que  reunió  el  conocimiento  de  la  literatura  de  Cartago  (Amm.- 
Marcell,  XXII,  15)  al  de  la  literatura  romana,  esclareció 
mucho,  en  la  época  de  Augusto,  todo  lo  relativo  al  comercio  de 
los  aromas  de  Oriente  y  á  los  caminos  de  las  caravanas  (Pli- 
Nio,  VI,  28,  29;  xii,  14)  que  conducían  estos  preciosos  produc- 
tos; pero  una  antigua  preocupación  influía  siempre  para  con- 
fundir la  India  con  las  costas  á  donde  se  podía  llegar  yendo 
por  el  estrecho  de  Bab  el  Mandeb  al  mar  Erythreo. 


224  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 


riquezas  de  la  India  en  las  extremidaddes  de  la  tierra,  y, 
por  tanto,  en  las  costas  meridionales  y  occidentales  de 
Asia,  la  Edad  Media  alimentó  la  esperanza  de  llegar  á 
esta  afortunada  zona,  sea  por  la  circunnavegación  de 
África,  sea  por  el  camino  directo  del  O.,  indicado  por 
el  conocimiento  de  la  esfericidad  de  la  tierra.  Como  era 
posible  conseguir  el  mismo  objeto  por  dos  distintas  vías, 
debieron  nacer  á  la  vez  y  nacieron  dos  direcciones  de 
ideas  y  se  desarrollaron  progresivamente  hasta  la  se- 
gunda mitad  del  siglo  xv  en  que  Toscanelli  y  Colón, 
Usomare  y  Díaz,  abrieron,  con  igual  certidumbre  del 
éxito,  los  dos  opuestos  caminos. 

El  axioma  de  Herodoto,  de  que  «las  extremidades  del 
mundo  han  obtenido  (en  el  reparto  de  los  bienes  de  la 
tierra)  las  producciones  más  bellas»,  no  expresa  única- 
mente la  triste  y,  por  lo  mismo,  natural  idea  en  el  hom- 
bre de  que  la  felicidad  está  lejos  de  nosotros;  fundábase 
también  en  la  observación  directa  de  lo  distante  que  es- 
taban las  comarcas  de  donde  los  Helenos  «habitantes 
de  una  zona  templada»  recibían  el  electrum  y  el  estaño, 
el  oro  y  los  aromas. 

A  medida  que  fueron  conocie'ndose  las  costas  del  Asia 
meridional  por  el  comercio  de  los  fenicios,  de  los  Edomi- 
tas  del  golfo  de  Acaba  (d'Elath  y  de  Ezion-Geber)  y  del 
Egipto,  bajo  la  dominación  de  los  Ptolomeos  y  de  los  ro- 
manos, recibiéronse  los  productos  de  primera  mano,  y 
en  la  imaginación  de  los  hombres,  las  extremidades  del 
olxoujxévT}  con  sus  riquezas  avanzaron  al  parecer  hacia  el 
Este. 

Es  digno  de  atención  que  hayan  sido  los  árabes  quie- 
nes han  mostrado  el  camino  de  la  India  en  dos  épocas 
memorables  en  la  historia  del  comercio  de  los  pueblos, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  225 

efi  tiempo  de  los  Lágidas  y  de  los  Ce'sares  y  en  el  siglo  xr, 
en  la  e'poca  de  los  rápidos  descubrimientos  de  los  portu- 
gueses. Ophir  y  el  Dorado  de  Salomón  extendíanse 
hasta  el  Este  del  Ganges,  y  allí  fue'  situada  la  famosa 
tierra  de  Chrysé  que  tanto  preocupó  á  los  viajeros  en  la 
Edad  Media,  y  que  unas  veces  aparece  como  isla  y  otras 
como  parte  del  Quersoneso  de  Oro  (1).  La  abundancia 
de  este  metal  que  el  archipiélago  de  la  India ,  sobre  todo, 
Borneo  (Montradok)  y  Sumatra,  dan  todavía  al  comer- 
cio (2)  explica  la  celebridad  de  esta  región. 

En  la  geografía  sistemática  de  las  comarcas  lejanas, 
cerca  de  Chrysé,  la  isla  de  Oro,  debía  estar  simétrica- 
mente colocada.  Argyré,  ó  la  isla  de  Plata:  así  se  reunían 
los  dos  metales  preciosos,  las  riquezas  de  Ophir  y  de  Tar- 
áis (Tartessus)  de  Iberia. 

Para  los  geógrafos  árabes  Edrisi  y  Bakui,  los  lími- 
tes orientales  del  mundo  conocido  están  marcados  por, 
la  isla  de  arenas  de  plata,  Sahabet  y  las  islas  auríferas 
Vac-Vac  y  Saila  (que  no  debe  ser  confundida  con  Cey- 
lán  ó  Serendive)  (Bakui,  pág.  399;  Edrisi,  pág.  38), 
donde  los  perros  y  los  monos  llevaban  collares  de  orow 
Considerábanse  estos  grupos  de  islas  como  próximos  de 
una  parte  á  Sofala  de  África  y  de  otra  á  los  Sines  (al 


(1)  DiÓN  Perieg,  v,  589;  Mela,  iii  cap.  7,  par.  70,  el  cual 
añade  ingeniosamente:  ((Aurei  solí  (ita  veteres  tradidere)  aut  ex 
re  nomen  aut  ex  vocabulo  fabu!a));  Tmnio,  vi,  2] ;  Ptolomeo 
Geoffr..  VII,  cap.  2,  pág.  176  (no  está  nombrado  Argyré)  JfEU- 
DO-Arriano.  maris  Erythr.,  compuesto,  según  Letronne 
(^Christianisne  d'Abyssmie,  pág.  47),  en  tiempo  de  Séptimo 
Severo  ó  de  Caracal! a. 

(2)  Véase  mi  Essai politiqtte  sur  ia  IsouveUe  Éspagne^  t.  ill, 
página  457.,  segunda  edición. 


226  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Cathay),  lo  cual  sólo  puede  comprenderse  teniendo  á  la 
vista  el  mapamundi  de  la  bibHoteca  Bodleyana  en  el 
que  el  mar  de  Hind  se  extiende  de  Occidente  á  Oriente, 
limitado  por  las  costas  paralelas  de  África  y  de  Asia. 

Todas  las  mediocres  composiciones  geográficas  de  la 
Edad  Media,  mezclando  constantemente  una  falsa  erti- 
dición  clásica  con  algunas  nociones  tomadas  de  los  iti- 
nerarios más  modernos,  presentan  casi  estereotipada  la 
configuración  extraordinaria  y  ficticia  dada  por  Ptolo- 
meo  ó  por  sus  inhábiles  continuadores  (lib.  vii,  capítu- 
los 2  y  3)  al  Quersoneso  de  Oro,  un  poco  prolongado 
hacia  el  Sur;  al  Sinus  Magnus  y  á  esa  inmensa  penín- 
sula de  los  Sines,  en  la  cual  están  situadas  Thiníe  y 
Catigara. 

Lo  que  basta  nosotros  ha  llegado  de  Diarios  y  cartas 
de  Cristóbal  Colón  está  lleno  de  reminiscencias  bíblicas 
del  Ophir  y  de  recuerdos  de  Ptolomeo.  Al  elogiar  pom- 
posamente la  utilidad  y  el  valor  moral  y  religioso  del  oro 
(«con  el  qual  se  hace  tesoro,  y  con  el  tesoro,  quien  lo 
tiene,  hace  cuanto  quiere  en  el  mundo  y  llega  á  que  echa 
las  ánimas  al  paraisoy>)j  Colón  recuerda  á  Ja  reina  Isa- 
bel cómo  el  historiador  Josepho  nos  enseña  que  el  rey 
Salomón  sacó  su  oro  (6C6  quintales)  de  la  Áurea  (quiere 
decir  del  Quersoneso  de  Oro)  y  afirma  que  la  tierra  de 
Veragua  (al  noroeste  del  istmo  de  Panamá),  que  en  dos 
días  le  ha  dado  más  signos  de  riquezas  que  la  Española 
en  cuatro  años,  es  esa  Áurea  de  las  Indias.  «El  oro  que 
tiene  el  Quibian  de  Veragua  y  los  otros  de  la  comarca, 
bien  que  según  información  él  sea  mucho,  no  me  pareció 
bien  ni  servicio  de  Vuestras  Altezas  de  se  le  tomar  por 
via  de  robo:  la  buena  orden  evitará  escándalo  y  mala 
fama,  y  hará  que  todo  ello  venga   al  Tesoro,   que  no 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  227 

quede  un  grano»  (1).  Anteriormente  he  hablado  de  «el 
misterioso  fin  del  Oriente,  donde  está  la  montaña  So- 
pora  (2) ,  á  donde  para  llegar  tardaban  los  barcos  de  Sa^- 
lomón  tres  años,  y  que  SS.  A  A.  poseen  hoy  en  la  isla 
de  Haíti.» 

Durante  el  tercer  viaje ,  en  el  que  descubrió  la  costa 
"de  Paria,  las  ideas  bíblicas  dominan  el  ánimo  de  Colón. 
El  sitio  del  Paraíso  que  acaba  de  hallar,  y  las  riquezas 
del  «país  montañoso  de  Ophir  (Monte  Sopora),  agitan 
flu  imaginación».  En  el  cuarto  y  último  viaje  vuelven  á 
preocuparle  el  Qaersoneso  de  Oro,  y  las  ideas  de  Ptolo- 
meo  aprendidas  en  las  obras  de  Pedro  d'Ailly  y  de  Ni- 
colás de  Lira. 


(1)  Este  delicado  procedimiento  está  descrito  en  la  carta  fe- 
chada en  Jamaica  el  7  de  Julio  de  1503.  Recuerda  casi  involun- 
tariamente un  rasgo  de  franqueza  de  otro  grande  hombre  de 
la  misma  época,  Hernán  Cortes,  que  no  habiendo  recibido  to- 
davía álos  embajadores  de  Moctezuma,  asegura  á  su  soberano, 
«n  carta  escrita  en  la  Eica  villa  de  la  Frontera,  «que  este  rico  y 
poderoso  señor  (mejicano) /^7<?.'?o ó  muerto^  debe  caer  en  sus  ma- 
nos. Cartas  puhlicadas  por  el  Arzohiftpo  de  México  (después 
cardenal)  Lorenzana ,  pág.  39. 

(2)  Carta  del  tercer  viaje,  de  letra  de  Fray  Bartolomé  de  las 
Casas,  conservada  en  los  archivos  del  Duque  del  Infantado. 
(Na VARÉETE,  t.  I,  pág.  241).  El  nombre  de  Sophira  que  los  Se- 
tenta dan  al  Ophir,  recuerda,  en  Ptolomeo,  más  aún  que  la 
metrópoli  Sajipara  de  Arabia  (lib.  Vi,  cap.  7,  pág.  loG)  el  Sou- 
para  de  la  India  (lib.  vii,  cap.  1 ,  pág.  168),  en  el  golfo  de 
Cambaye  {Barygazcnus  Sinus),  que  Hésychio  llama  «región 
célebre  en  oro».  Es  el  Upara  (mal  expresado)  del  Periplo  del 
mar  Erythreo  {Gcvgr.  minor.,  t.  I,  pág.  30).  Véase  también 
GossELiN,  Eech.,t.  iir,  pág.  208  y  las  nuevas  y  curiosas  diser- 
taciones de  M.  Fedekico  Keil,  Ucher  die  líiram  SalomoniS' 
cÁd  i567¿?jí/ii/¿r¿,  Dorpat,  1834,  páginas  40-455. 


228  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 


Ün  cambio  de  ideas  de  bastante  importancia,  que 
data  del  tiempo  de  la  topografía  cristiana  de  Cosmas,  y 
que  favorecieron  los  viajes  por  tierra  en  la  Edad  Media^ 
es  la  opinión  sistemática  de  llevar  las  riquezas  de  la  In- 
dia, las  especias,  los  aromas,  los  diamantes  j  los  meta- 
les preciosos  á  la  parte  más  oriental  del  continente  asiá- 
tico. El  Indicoplestes  había  dado  á  conocer  las  costas  de 
los  Tzines,  bañadas  por  un  mar  oriental;  los  Since  de 
Ptolomeo  estaban,  al  contrario,  más  alejados  del  Sinus 
Magnus.  El  mapamundi  de  Behaim  pone  á  Chrysé 
(Crisis)  y  Argyré  á  la  desembocadura  del  Ganges,  más 
allá  del  meridiano  de  Java  Mayor  (Borneo?)  hacia  Zipan- 
gu,  el  Japón  (1).  Hasta  en  el  Opúsculo  geográfico  de  My- 
ritius,  dedicado  á  un  comendador  de  Malta,  el  barón  de 
Riedesel-Kamberg  (Ingolst.  1590,  pág.  128)  encuen- 
tro «Zipangri  olim  Chryse  dicta»;  indicación  tanto  más 
notable,  cuanto  que,  por  la  relación  de  Barros  sabemos, 
que  á  la  vuelta  de  su  primer  viaje,  el  é  de  Marzo  de  1493, 
vióse  obligado  Colón  á  entrar  en  el  Tajo  y  á  presentarse 
al  Rey  y  á  la  Reina  de  Portugal,  que  de  seguro  no  le 
tenían  grande  afecto ,  y  parecióle  oportuno  hacer  correr 
lá  noticia  de  «que  venía  de  Zipmigu,  trayendo  de  allí  (2) 
oro  en  abundancia». 


(1)  Behaim  pone  á  conünuaclón  de  estas  tierras  (desde  los 
40*  de  latitud  austral  á  los  38  de  latitud  boreal) ,  Java  minor» 
Angama  (Angaman  de  Marco  Polo,  sin  duda  una  corrupción 
de  Andaman ,  los  Manióla  de  Ptolomeo) ,  Java  minor,  ínsula 
Candyn,  Argyre,  Crisis,  Thilis  y  Zipangut  en  el  Oceanus  índice 
guperioris  ;  finalmente ,  las  islas  Cathai  en  el  Oceanus  índice 
ovientalis,  que  se  extiende  al  Norte  hasta  los  50°. 

(2)  Barros  (d¿c.  i,  lib.  iir,  cap.  11)  llama  á  Colón  «eloquente 
e  bon  latino,  o  qual  decia  que  venha  de  Fisla  Cypango  e  trazia 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  229- 

En  el  globo  de  la  biblioteca  del  Gran  Duque  de  Wei- 
mar,  que  ya  hemos  citado  como  anterior  al  año  de  1534, 
y  en  el  que  figura  el  istmo  de  Panamá  atravesado  por 
un  estrecho  (como  se  ve  también  en  un  mapamundi 


muito  ouro».  En  la  Vida  del  Almirante,  publicada  por  su  hijo 
(cap,  40),  hablase  largamente  de  la  visita  que  hi^  á  la  Corteen 
el  palacio  de  Valdeparaíso,  cerca  de  Lisboa,  y  en  el  Diario  de  la 
primera  navegación,  conservado  por  Las  Casas,  se  menciona  la 
vuelta  de  la  India  j  los  lítdios  que  mostraba.  Muñoz  se  in- 
clina á  creer  (lib.  IV,  §  12),  que  el  Almirante  citaba  engañosa- 
mente á  Zipangu,  para  desvanecer  toda  sospecha  de  que  venía 
de  una  tierra  comprendida  en  la  cajñtulación  ajustada  entre 
Portugal  y  España,  por  ejemplo  de  las  costas  de  África,  ó, 
como  se  decía  entonces,  de  la  Mina  de  Portvgal  y  de  Guinea» 
Pero  examinando  atentamente  el  Diario  de  Colón  y  los  escritos 
de  su  hijo,  comprendo  que  el  supuesto  engaño  era  íntima  per- 
suasión. Comprometido  el  Almirante  á  decir  dónde  había  es- 
tado, optaba  por  la  isla  de  Zipangu  (Cipango),  que  le  había 
dado  á  conocer  el  itinerario  proyectado  por  Toscanelli  en  1574 
y  que  preocupaba  tanto  su  imaginación,  que  cinco  días  antes 
del  descubrimiento  de  Guanahani  declaró  á  Martín  Alonso 
Pinzón  deseaba  más  ir  primero  á  tierra  firme  (al  Asia)  y  des- 
pués á  las  islas,  entre  las  cuales  se  encontraba  Cipango  (Na- 
VARRKTE,  1. 1,  pág.  17). 

El  hijo  de  Colón  (cap.  20)  dice  positivamente  «que  su  padre 
esperaba  ver  tierra  á  750  leguas  al  Oeste  de  Canarias;  y  que 
hubiera  hallado  la  Española ,  llamada  entonces  Cipango,  dé 
no  saber  que  se  decía  estar  á  lo  largo  de  Tramontana  á  medio 
día,  y  por  eso  quedaba  ala  izquierda». 

Después  del  descubrimiento  de  Guanahani  el  13  de  Octubre, 
aun  expresa  Colón  en  su  Diario  el  deseo  «de  topar  á  la  isla  de 
Cipango»;  pero  antes  de  llegar  á  ella,  costea  por  el  NO.  la 
isla  de  Cuba,  cree  que  es  un  continente  y  que  se  encuentra  á 
tnás  de  cien  leguas  de  distancia  de  las  grandes  ciudades  del 
Cathay  (Zaitum  y  Quinsai),  que  por  las  narraciones  de  Marco 
Polo  le  había  ponderado  Toscanelli.  «Y  es  cierto,  dice  el  Almi* 


2^30.  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

cliino  muy  moderno  de  Lismingtchlie,  publicado  en  1820), 
Zipangu  está  5**  al  Oeste  de  Veragua  con  la  inscripción:. 
Zipangri  ubi  jnper  et  auri  copia. 

La  idea  de  que  las  riquezas  de  la  India  se  encontra- 
ban al  E.  y  al  SE.  de  Asia,  llegó  á  ser  tan  general  en 
el  siglo  XV,  que,  maravillado  Colón  por  la  belleza  del 
paisaje  de  la  costa  de  Cuba ,  cerca  de  Puerto  Príncipe^ 
escribió  en  su  Diario  (14  de  íí'oviembre  de  1492)  la  ob- 
servación siguiente:  «Creo  que  estas  islas  (las  del  Canal 


rante,  questa  es  la  tierra  firme,  y  qne  estoy  ante  Zayto  y  Guin- 
say»;  Diario,  1."  de  Noviembre  de  1'192. 

Posteriormente,  según  veremos  en  una  carta  al  contador  San- 
tángel  (á  bordo  de  la  carabela,  cerca  de  las  islas  Canarias,  el  15 
de  Febrero  de  1493),  llama  de  nuevo  á  Cuba  una  isla,  pero  ex- 
traordinariamente atento  á  la  analogía  de  las  denominaciones 
geográficas,  consigna  con  interés  en  su  Diario  que  el  Eey  de  la 
Española,  llamada  por  los  indígenas  la  isla  Bohio,  aseguraba 
que  muy  cerca  de  allí,  en  Cipango,  á  que  ellos  llamaban  Civao 
(era  una  comarca  de  la  Española  que  aun  se  llama  así),  había 
mucho  oro.  Una  semejanza  accidental  de  sonido  favoreció,  pues^ 
tal  idea  en  la  v4va  imaginación  del  Almirante. 

El  secretario  del  Senado  de  Bruselas,  Wytfliet,  en  una  Geo» 
grafía  americana  aneja  á  la  edición  de  la  Geografía  de  Ptolo- 
meo  de  1597,  nos  recuerda  que  los  habitantes  (caribes)  de  Ma- 
titina  tenían  en  su  isla  montañas  llamadas  Cipangi  y  que  por 
analogía  designaban  con  el  mismo  nombre  los  países  montaño- 
sos de  la  Hispaniola  {Descriptionls  Ptolemaictj'.  argumenUim, 
sive  occidentis  notitia,  studio  Cornelli  Wytfiet.  Lovaina,  1597, 
páginas  146  y  166). 

Como  complemento  de  las  opiniones  sistemáticas  que  guiaban 
á  Colón,  observaré  al  terminar  esta  nota  que,  según  su  hijo 
(capítulos  7  y  29) ,  tomaba  las  Azores  por  la  Atlántida,  las 
islas  de  Cabo  Verde  por  las  Gorgonas,  y  el  Este  de  la  India,  á 
cuarenta  días  de  navegación,  por  las  Hespérides. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  231 

Viejo)  son  las  innumerables  que  en  los  mapamundos  en 
fin  del  Oriente  se  ponen,  y  que  hay  grandísimas  rique- 
zas y  piedras  preciosas  y  especería  en  ellas  y  que  duran 
muy  mucho  al  Sur.» 

La  influencia  del  clitna,  hasta  en  los  productos  de  la 
naturaleza  inorgánica  era  doctrina  tan  generalmente  adr 
mitida,  «que  por  el  mucho  calor  que  padecía  el  Almirante, 
arguye  que  en  estas  Indias,  y  por  allí  donde  andaba,  de- 
bía de  haber  mucho  oro».  (Diario  21  de  Koviembre,  vi- 
siblemente alterado  por  Las  Casas,  puesto  que  menciona 
la  Florida.)  «Mientras  vuestra  señoría,  escribe  en  1495  á 
Cristóbal  Colón  (en  la  gran  isla  de  Cibauj  un  lapidario 
de  Burgos ,  Mosen  Jaime  Ferrer,  no  llegue  á  encontrar 
negros,  en  los  progresos  sorprendentes  de  sus  descubri- 
mientos, y  entre  en  el  Siniis  Magnus  de  Ptolomeo  no 
puede  contar  con  grandes  cosas  (los  verdaderos  tesoros), 
como  especias,  diamantes  y  oro.»  Esta  carta,  unida  á 
proyectos  de  métodos  de  longitudes  y  á  respuestas  en 
las  que  el  gran  cardenal  de  España  (Mendoza)  llama 
al  lapidario  cosmógrafo  su  'especial  amigo,  fué  publi- 
cada en  Barcelona  en  1545  en  un  libro  muy  raro,  cuyo 
extraño  título  es  Sentencias  catholicas  del  Divo  poeta, 
Dant. 

El  contemporáneo  de  Colón,  Pedro  Mártir  de  An- 
ghiera,  muestra  gran  descontento  por  la  expedición  de 
Lucas  Vázquez  de  Ayllón  á  la  Florida.  «¿Qué  necesidad 
tenemos,  exclama  (Ocean,  déc.  viii,  cap.  10)  de  produc- 
ciones semejantes  á  las  más  vulgares  del  Mediodía  de 
Europa?  ¡Al  Sur!  ¡Al  Sur!  Quienes  busquen  riquezas 
no  deben  ir  á  las  frías  regiones  boreales. í 

También  Diego  Rivero  añade  en  1529  en  su  céle- 
bre mapamundi,  junto  á  la  tierra  de   Garay   (Florida 


252  ALEJANDKO    PE    HÜMBOLDT. 

occidental),  estas  palabras:  «El'pals  es  pobre  en  oro,  por- 
que está  muj  alejado  del  trópico  de  Cáncer.» 

Estas  creencias,  fundadas  en  analogías  incompletas 
transmitidas  por  la  antigüedad  (1) ,  creencias  que  obli- 
gaban á  estar  en  los  mismos  límites,  en  el  clima  tropi- 
cal, las  especias  y  las  gemas ,  no  ha  deiaparecido  (2) 
por  completo  en  nuestros  días. 

La  vaguedad  propia  de  la  denominación  India ,  espe- 
cialmente después  de  los  siglos  iv  y  vi  de  nuestra  era, 
denominación  arbitrariamente  extendida  á  regiones  me- 
ridionales de  Asia,  de  la  Arabia  y  de  las  costas  etiópicas 
del  mar  Rojo  (3),  hacía  casi  sinónimas  las  frases,  zona 
de  la  India  y  zona  de  las  Palmeras.  Añadíanse  alas  In- 
dias exteriores  é  interiores  de  los  primeros  autores  cristia- 
nos, á  las  tres  Indias  de  Marco  Polo,  muy  distintas  de  la 
de  Fra  Mauro ,  la  denominación  de  India  superior  con  la 
cual  se  designaban  las  costas  orientales  de  Asia,  y  por 
tanto  una  parte  del  Cathay.  El  comercio  de  almacenaje 
de  las  especias  que  se  hacía  en  los  puertos  de  la  China, 


(1)  StrabÓn  (lib.  II,  pág.  127).  En  el  admirable  pasaje 
acerca  de  las  ventajas  de  Europa. 

(2)  En  la  expedición  que  hice  por  orden  del  emperador  Ni- 
colás á  la  Rusia  asiática,  cuando  dos  de  mis  compañeros  de 
viaje,  el  Sr.  Schmidt  y  el  Conde  de  Polier,  descubrieron  en  la 
pendiente  occidental  del  Ural,  casi  á  los  60  grados  de  latitud 
Norte,  los  primeros  diamantes  hallados  en  Europa,  dudóse  al 
pronto  de  la  realidad  del  descubrimiento,  «porque  los  verdade- 
ros diamantes  corresponden  al  clima  de  las  Indias». 

(3)  Al  Pais  del  Oro,  Chavilán,  el  antiguo  Dorado  del  Phase 
se  le  daba,  á  causa  de  su  misma  riqueza  y  á  pesar  de  su  posición 
boreal,  el  nombre  de  India  Póntica  (Rosenmulleb,  Bihl.  de, 
Alterh,  t.  i,  pág.  204). 


DESCUBRIMIBNTO   DE   AMÉRICA.  233 

contribuyó  sin  duda  á  esta  confusión  de  ideas.  Marignola 
llama  todo  el  Manzi  la  Grande  India.  La  América, 
desde  su  descubrimiento  (1),  formaba,  al  parecer,  parte 
de  la  India  superior,  ó  como  continente  ó  como  Ante  Ilha 
de  Asia. 


(1)  «Americus  Vespucius  maritima  loca  Indias  superioris 
perlustrans  eam  partem  quae  superioris  índice  est,  credidit  esse 
insulana:  alii  vero  nunc  recentiores  hydographi  (V.  C.  Magella- 
nlis,  1519)  eam  terram  ulterius  ex  uUa  parte  invenerunt  esse 
continentem  AsÍEe.»  Tal  es  la  opinión  emitida  en  1533  por  SCHO- 
NEB,  Op.  geogr.,  p.  ii,  cap.  1  y  20. 


XII. 


Consideraciones  sobre  la  geografía  física  del  globo  terrestre  y 
Eobrelas  comunicácioDes  coii  América  antes  de  descubrirla 
Cristóbal  Colón. 


Al  elevarsp  á  consideraciones  sobre  la  física  del  globo, 
y  al  examinar  el  relieve  de  las  dos  grandes  masas  con- 
tinentales que  sobresalen  hoy  del  nivel  de  la  superficie 
del  Océano,  obsérvase  no  sólo  su  configuración  individual 
(articulación  y  ensanche  hacia  el  Norte,  terminación  pira- 
midal hacia  el  Sur  á  diferentes  distancias  del  polo,  abun- 
dancia de  islas  frente  á  las  costas  orientales) ,  sino  tam- 
bién las  relaciones  de  proximidad  ó  alejamiento  entre 
ambos  mundos.  Estas  circunstancias,  á  las  que  se  une  la 
situación  de  islas  interpuestas  como  puntos  de  paso  ó 
estaciones  intermedias,  han  influido  necesariamente  en 
las  probabilidades  que  tuvieran  los  habitantes  de  ambos 
continentes  para  revelarse  su  mutua  existencia. 

A  los  60°  y  70°  de  latitud  boreal,  el  acrecentamiento 
de  las  masas  continentales  llega  á  tal  punto,  que  la  an- 
chuna  de  los  mares  es  poco  más  de  la  octava  parte  de  cir- 
cunferencia del  globo  correspondiente  á  dichos  paralelos. 

América  se  aproxima  al  antiguo  continente  en  tres 


TESCÜBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  235 

eitios  á  menos  de  600  leguas  marinas  (de  20  al  grado 
ecuatorial):  entre  Escocia  6  JToruega  y  la  Groenlandia 
oriental;  entre  el  cabo  Noroeste  de  Irlanda  y  las  costas 
del  Labrador;  entre  África  y  el  Brasil.  La  primera  de 
estas  distancias  es  casi  la  mitad  menor  que  las  otras. 
El  canal  del  Atlántico  entre  al  cabo  Wratb  de  Escocia 
y  Knigliton-bay  (lat.  69°  15'  al  Sur  de  Scoresby-Sound 
de  la  Groenlandia  oriental),  tiene  solamente  270  leguas 
de  anclio,  y  en  la  dirección  de  esta  travesía  se  encuentra 
Islandia;  es  una  distancia  igual  á  la  del  Havre  á  Var- 
govia.  Desde  Stadtland  (62°  7'),  en  Noruega,  al  mismo 
punto  en  la  Groenlandia  oriental,  hay  280  leguas  ma- 
rinas. 

El  valle  longitudinal  del  Atlántico  que  separa  las  dos 
grandes  masas  continentales,  presentando  ángulos  sa- 
lientes y  entrantes  que  se  corresponden  (al  menos  desde 
75°  K.  á  30°  S.),  se  ensancha  en  el  paralelo  de  España, 
donde  desde  el  cabo  de  Finisterre  á  Terranova  hay  617 
leguas  marinas.  En  la  proximidad  al  Ecuador  vuelve  á 
estrecharse. entre  África  (costa  del  cabo  Roxo,  cerca  del 
banco  de  los  Bissagos  y  Sierra  Leona)  y  el  cabo  de  San 
Boque.  La  distancia  de  continente  á  continente  en  la 
dirección  NE.-SO.,  en  la  cual  se  encuentran  las  islas  y 
escollos  de  las  Rocas,  de  Fernando  Noronha,  del  Pinedo, 
de  San  Pablo  y  de  French  Shoal,  es  de  510  leguas,  su- 
poniendo el  cabo  de  Sierra  Leona,  según  el  capitán  Sa- 
bine,  en  la  longitud  de  15°  39'  24",  y  el  cabo  de  San 
Roque,  según  el  almirante  Roussin  y  el  hábil  observador 
Sr.  Givry,  en  la  longitud  de  37°  37'  26''.  El  punto  más 
próximo  al  África  es  probablemente  la  punta  Toiro, 
cerca  de  la  aldea  Bom-Jesus  (lat.  austr. ,  5°  7'),  y  la  sa- 
liente más  oriental  de  América  está  de  2°  á  3°  más  al 


236  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDt. 

Sur,  entre  el  río  Parahjba  do  Norte  y  la  rada  de  Per- 
nambueo.  Esta  anchura  del  Atlántico  entre  Sierra 
Leona  y  el  Brasil  es  la  distancia  del  Havre  á  Moscou, 
ó  mejor  á  Jaroslav,  en  Rusia. 

Las  travesías  tan  frecuentes  en  la  navegación  del  Me- 
diterráneo nos  proporcionan  comparaciones  de  más  fácil 
comprensión.  Desde  Escocia  á  la  Groenlandia  oriental 
(mínimum  de  distancia)  hay  como  desde  Gibraltar  al 
cabo  de  Bon;  desde  África  al  Brasil  como  desde  Gibral- 
tar á  Bengasi  y  á  las  costas  de  la  Cyrenáica. 

Pero  la  consideración  de  estas  distancias  cambia  com- 
pletamente al  recordar  que  las  tierras  situadas  al  Norte 
del  círculo  polar,  pobladas  por  algunas  miserables  tri- 
bus de  esquimales,  la  inmensa  península  de  Groenlandia 
que  han  explorado  recientemente  Scoresby,  Sabine  y  el 
teniente  dinamarquies  Graah,  los  Arctic-Highlands,  al 
Norte  de  la  bahía  de  Baffin,  y  las  tierras  descubiertas  por 
Parry  en  1819  y  1820,  formando  las  costas  septentriona- 
les del  canal  de  Barrow  y  conocidas  con  los  nombres  de 
North-Devon,  North-Georgia  y  Mellville-Island,  están 
completamente  separadas  de  la  Ame'rica  continental  ro- 
deándola por  el  Norte. 

De  igual  manera,  aunque  en  menor  escala,  la  Escan- 
dinavia,  habitada  por  pueblos  de  raza  germánica,  envuel- 
ve el  Noreste  de  Europa,  y  parecería  un  fenómeno  de  con- 
figuración semejante  si  el  istmo  de  Finlandia,  lleno  de 
lagos,  estuviera  abierto  entre  el  golfo  de  este  nombre  y 
el  mar  Blanco. 

La  Escandinavía  americana,  insular  y  circumpolar, 
con  límites  completamente  desconocidos  por  el  Noreste 
y  Noreste,  pertenece  á  América  con  igual  derecho  que 
el  archipiélago  de  la  Tierra  del   Fuego;  y  le  pertenece 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  237 

como  Nueva  Zembla,  el  Japón  y  Ceylán  forman  parte 
de  Asia. 

La  dirección  de  las  costas  orientales  de  América,  desde 
la  Florida  hasta  los  70  *  de  latitud,  es  (á  pesar  de  la  vasta 
extensión  de  un  mar  interior  que  comunica  con  el  At- 
lántico por  el  estrecho  de  Davis)  tan  uniforme  de  Sur- 
oeste á  Noreste  (1)  que  la  parte  más  oriental  de  la 
Groenlandia  (la  tierra  de  Edam  (2)  vista  el  año  de  1655 
por  los  holandeses  en  latitud  de  77°  25')  está  37a*  J^aás 
oriental  que  el  cabo  Blanco  de  África,  y  sólo  la  misma 
distancia  más  occidental  que  el  cabo  Slyne  de  Irlanda. 
Resulta  de  esta  dirección  que  la  región  continental  de 
América  está  más  alejada  de  Europa  que  la  costa  de- 
sierta de  la  Groenlandia  oriental. 

La  menor  distancia  desde  Irlanda  al  Labrador  es  de  . 
542  leguas  marinas,  unas  30  leguas  más  que  la  distan- 
cia desde  África  al  Brasil.  Pero  es  tal  el  frío  que  reina 
en  la  costa  oriental  de  un  continente,  en  las  latitudes 
donde  cae  la  nieve  en  abundancia  y  donde  dominan  los 
vientos  de  Oeste,  que  son  por  tanto  los  de  tierra,  tal  es 
la  diferencia  de  posición  y  la  inflexión  de  las  líneas  iso- 
thérmicas  en  América  y  Europa,  que  para  encontrar  una 

(1)  Dirección  casi  paralela  á  las  costas  occidentales  del  an- 
tiguo continente  (SSN.-NE.),  desde  los  cabos  Blanco  y  Boj'a- 
dor  al  cabo  Norte  en  Noruega. 

(2)  A  quien  objetara  acerca  de  la  i  ncertidumbre  de  esta 
posición,  recordaría  que  el  capi2tán  Sabine,  en  su  animoso  viaje 
para  la  determinación  de  la  figura  de  la  tierra  por  la  observa- 
ción del  péndulo,  llegó  en  1823  en  esta  costa  hasta  los  76*  de 
latitud,  al  Norte  de  Roseneath-Tnlet,  estando  ya  á  1^°  de  la 
tierra  de  Edam,  en  la  longitud  de  21°  23'.  Mapas  anteriores 
avanzan  la  Groenlandia  más  al  Este,  de  suerte  que  la  parte  más 
oriental  caía  bajo  el  meridiano  de  Edimburgo. 


238  ALEJANDRO    DE    HQMBOLDT. 

tierra  donde  el  europeo  pueda  habitar  cómodamente,  ea 
preciso  avanzar  desde  el  Labrador  hacia  la  desemboca- 
dura del  lago  San  Lorenzo.  Determinaremos  la  dis- 
tancia (690  leguas  marinas)  desde  Irlanda  al  San  Lo- 
renzo con  alguna  precisión,  porque  la  desembocadura  de 
este  gran  río  ha  sido  el  punto  de  las  primeras  incursio- 
nes de  los  colonos  islandeses,  quinientos  años  antes  de 
Colón  y  Sebastián  Cabot. 

En  estas  consideraciones  sobre  la  geografía  física  sólo 
he  tratado  hasta  ahora  de  valuaciones  de  distancias  di- 
rectas, no  de  las  rutas  que  siguen  los  pueblos  al  través 
del  Océano,  favorecidos  ó  contrariados  por  los  vientos  6 
las  corrientes,  atraídos  ó  desviados  por  las  ventajas  que 
ofrecen  las  islas  interpuestas  ó  las  estaciones  interme- 
diarias. La  Islandia,  las  Azores  y  las  Canarias  son  pun- 
tos de  parada  que  han  desempeñado  importantísimo 
papel  en  la  historia  de  los  descubrimientos  y  de  la  civi- 
lización; es  decir,  en  la  serie  de  los  medios  que  han  em- 
pleado los  pueblos  de  Occidente  para  ensanchar  la  esfera 
de  su  actividad  y  para  comunicarse  con  las  partes  del 
mundo  que  les  faltaba  conocer. 

Los  fenicios  y  los  helenos  conocieron  las  islas  Afor- 
tunadas, próximas  á  la  entrada  del  antiguo  río  Ogenos 
(Océano)  desde  que  traspasaron  las  columnas  de  Bria- 
reo.  El  descubrimiento  de  la  Islandia  precedió  al  de  las 
Azores,  grupo  intermedio  por  su  posición  en  latitud, 
pero  algunos  grados  más  al.  Occidente  de  la  antigua 
Thulé,  cuya  costa  oriental  coincide  casi  con  el  meridiano 
de  Tenerife.  Estas  islas  (1),  situadas,  entre  dos  conti- 


(1)  Desde  la  extremidad  septentrional  de  Escocia  á  Islandia 
hay  162  leguas  maiiuas;  desde  Islandia  á  la  extremidad  sur- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  239 

nenies,  han  perdido  su  importancia  desde  que  dejaron 
de  ser  avanzada  de  la  civilización  europea,  puntos  de  lle- 
gada y  de  esperanza.  Cuando  terminaron  las  exploracio- 
nes 4e  las  costas  de  África  y  de  América,  terminó  tam- 
bién su  interés  histórico,  quedándoles  únicamente  la 
Ventaja  material  de  servir  de  puntos  de  escala  y  de  colo- 
nización agrícola. 

La  extensión  del  nuevo  continente  es  inmensa  en  su 
parte  boreal,  sobre  todo  más  allá  de  los  60°  de  latitud, 
donde  el  máximum  de  su  anchura  continental  de  Oeste 
á  Este,  desde  el  cabo  del  Principe  de  Gales  á  la  tierra 
de  Edam,  ó,  si  se  quiere,  hasta  un  punto  determinado, 
con  más  certeza  astronómica,  por  el  capitán  Sabine,  Ro- 
seneath-Inlet  en  la  Groenlandia  oriental,  es  de  154*//, 
ó  (1)  de  148°  20'.  En  esta  altura,  los  dos  mundos  por 
el  Este  de  Asia  están  tan  próximos,  que  sólo  les  separa 


oeste  de  la  Groenlandia,  240;  desde  esta  extremidad  á  las  costas 
del  Labrador,  140;  á  la  embocadura  del  San  Lorenzo,  2G0, 
Desde  Islandia  directamente  al  Labrador,  380  legaas.  Desdo 
Portugal  (desembocadura  del  Tajo)  á  las  Azores  (San  Miguel)» 
247  leguas;  desde  las  Azores  (Corvo)  á  Nueva  Escocia,  412; 
desde  Canarias  (Tenerife)  al  continente  de  la  América  meri- 
dional (á  la  desembocadura  del  Oyapok,  en  la  Guajana  fran- 
cesa, Suponiendo  el  fuerte  de  Cayena,  como  lo  determina  M.  Gi- 
vrj,  á  3°  38'  35'),  320  leguas  marinas. 

(1)  La  diferencia  de  longitud  de  148  f»  arroja  unos  59  p 
menos  que  el  máximum  de  anchura  ;del  antiguo  continente 
entre  los  meridianos  del  cabo  Oriental  (estrecho  de  Behring)  y 
el  cabo  Verde  de  África.  Esta  diferencia  se  funda  en  las  obser- 
vaciones de  los  Sres.  Beechey  y  Sabine.  Si  se  limita  la  masa 
verdaderamente  continental,  desde  el  cabo  del  Principe  de 
Gales  (estrecho  de  Behring)  hasta  el  cabo  de  San  Luis  (Labra- 
dor), se  obtendrán  112»  35'. 


240  ALEJANDRO  DE   HÜMBOLDT. 

un  estrecho  cuya  anchura  es  de  17  Va  leguas  mari- 
nas (1),  y  los  Tchuktchos  de  Asia,  á  pesar  de  su  inve- 
terado odio  contra  los  esquimales  del  golfo  de  Kotzebue, 
pasan  algunas  veces  á  las  costas  americanas. 

Esta  gran  aproximacidu  de  los  continentes  revelase 
también  en  la  distribución  geográfica  de  los  vegetales. 
Al  ííorte  del  Estrecho  de  Behring  es  donde  especial- 
mente los  Rhododendronj  la  Azelia  procubens,  la  Uvula- 
ria  asplenifolia  y  las  Liliáceas  de  la  flora  alpina  del 
Kamtchatka  cubren  (2)  el  litoral  americano,  que,  siendo 
bajo  y  arenoso,  goza  de  una  temperatura  más  suave  que 
la  costa  asiática. 

Cuando  se  observa  atentamente  la  configuración  ex- 
traordinaria de  Asia  y  la  serie  de  islas  que  casi  sin  in- 
terrupción se  prolonga  desde  la  península  de  Kamt- 
chatka,  por  medio  de  las  Korilas,  Yeso,  el  Japón,  los 


(1)  Conforme  á  las  observaciones  hechas  durante  la  expedi- 
ción del  Blossom  (Beechey,  t.  ii,  pág.  673),  la  anchura  del  es- 
trecho de  Behring  está  determinada  por  la  posición  del  cabo 
Ést  (de  Asia),  latitud  GB»»  3'  10";  longitud  de  París,  172°  4'  14", 
y  por  la  del  cabo  (de  América \  del  Príncipe  de  Gales,  lati- 
tud 65°  33' 30";.  longitucí  170"  19'  34".  La  distancia  éntrelo» 
dos  cabos  ts,  por  tanto,  haciendo  el  cálculo  en  la  suposición  de 
ser  la  tierra  perfectamente  esférica,  de  52'  9"  2.  Cook  creía  qu& 
el  estrecho  sólo  tenía  de  ancho  44  millas.  Casi  en  medio  del 
canal  se  encuentran  las  islas  de  San  Diomedea  (islas  de  Kru- 
senstern,  Eatmanoff  y  í'airway-Kock). 

(2)  Adelbert  von  Chamisso,  BemerMngen  auf  der  Ent- 
decltungs  Eeise  des  Rurih^  1821,  páginas  166  y  177.  La  altura  á 
que  llegan  los  pinos,  agrupados  en  pequeños  bosques  en  la 
bahía  de  Norton,  frente  al  promontorio  pedregoso  Tchukotzkoy- 
Noss  y  del  golfo  de  Anadyr,  prueba  especialmente  esta  dife- 
rencia de  temperatura  entre  las  dos  costas,  oriental  y  occi- 
dental. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  241 

Lieu-Kieu  (Loo  Choo),  Formosa,  los  Bachisy  los  Babu- 
yanes  hasta  Filipinas,  desde  los  20°  á  los  52®  de  latitud, 
se  concibe  cómo  esa  larga  cadena  de  islas  de  diferentes 
tañíanos,  formando  con  el  litoral  del  continente,  diver- 
samente articulado,  cuatro  mediterráneos  con  muchas  sa- 
lidas (1)  (los  mares  de  Okhotsk,  de  Taraíkaí,  del  Japón 
y  de  la  China),  debía  ejercitar  loí  pueblos  del  continente 
en  el  establecimiento  de  relaciones  comerciales,  de  colo- 
nización y  de  propaganda  religiosa  con  los  habitantes 
de  las  islas  situadas  enfrente  de  la  costa. 

El  estudio  más  concienzudo  que  en  estos  últimos 
tiempos  se  ha  hecho  de  la  historia  de  la  China,  del  Ja- 
pón y  de  Corea,  gracias  á  los  trabajos  de  Abel  Ré- 
musat,  de  Klaproth  y  de  Siebold,  prueba  la  influencia 
que  estas  relaciones  han  ejercido  en  los  progresos  de  la 
civilización  y  en  la  extensión  del  budhismo.  En  todo  el 
Este  y  Norte  de  Asia  dicha  extensión  parece  relacio- 
nada con  la  templanza  de  las  costumbres  y  la  afición  á 
la  literatura.  Doscientos  nueve  años  antes  de  nuestra 
era,  la  expedición  mística  de  los  Thsin  chi-Hiiang-ti  re- 
corrió el  mar  del  Este  «en  busca  de  un  remedio  que  pro- 
cure la  inmortaliilad  del  alma».  Con  este  motivo  trasla- 
daron su  residencia  al  Japón  300  parejas  de  jóvenes  (2). 

El  carácter  especial  del  litoral  del  continente  y  de  una 
serie  de  islas  que  se  presenta  á  la  vista  del  navegante,  á 
veces  como  lengua  de  tierra  cortada,  á  veces  como  levan- 
tamientos volcánicos,  siguiendo  una  misma  dirección 
(Sur- Suroeste,  Norte-Noreste),  hace  creer  que  naciones 


(1)  Empleo  la  nomenclatura  hidrográfica  de  M.  de  Fleurieu. 

(2)  HUMBOLDT,  Tahleanx  de  la  Nature  (2.»  edición),  t.  I, 
página  169. 


242  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

comerciantes,  que  desde  largo  tiempo  conocían  el  uso  de 
la  brújula,  hayan  ido  progresivamente  hacia  la  América 
occidental)  por  el  Estrecho  de  Behring  ó  por  la  larga  ca- 
dena arqueada  de  las  islas  Aleutinas,  que  casi  une  las 
penínsulas  de  Alaska  y  de  Kamtchatka  á  los  60°  de  la- 
titud). Sin  embargo,  no  hay  prueba  alguna  de  que,  en  los 
tiempos  históricos,  se  haya  realizado  esta  navegación  ni 
de  que  un  descubrimiento  debido  al  azar,  á  la  violencia 
de  una  tormenta,  llegara  á  ser  motivo  de  comunicaciones 
entre  ambos  continentes. 

Un  sabio,  cuyo  nombre  goza  de  justa  celebridad,  De- 
guignes,  padre,  se  equivocó  cuando  en  las  Memorias  de 
la  Academia  de  Inscripciones  (vol.  xxviii,  pág.  505) 
anunció  hace  más  de  ochenta  años  que  desde  el  siglo  v 
conocían  los  chinos  América,  y  que  sus  barcos  iban  al 
Fusang,  situado  á  20.000  li  de  distancia  del  Tahan;  que 
el  Fusang  es  la  costa  Noroeste  del  nuevo  continente,  y 
el  nombre  de  Tahan  designa  á  Kamtchatka.  Deguignes 
tomó  por  relato  de  una  navegación  la  noticia  dada  por  un 
religioso  budhista  (1)  acerca  del  Fusang,  que  era  su  pa- 


(l)  Al  fervoroso  celo  de  estos  religiosos  viajeros  débense  los 
más  preciados  conocimientos  del  estado  del  Asia  central  desde 
el  siglo  v  hasta  el  vii.  Baste  nombrar  aquí  al  viajero  budhista 
Fahian,  que  partió  de  Tchhangan  para  ir  á  las  montañas 
Tsungling  el  año  399,  y  cuyo  libro,  titulado  Foe  Kové  Ki,  Re- 
lación, de  los  reinos  Búdhicos,  traducido  por  Abel  Eemusat  y 
comentado  por  este  sabio  y  por  Klaproth,  es  una  relación  cir- 
cunstanciada del  viaje.  Otro  descubaimiento  reciente  hecho  por 
este  célebre  sinólogo,  el  viaje  de  Hiuan-Thsang,  en  la  Transo- 
xiana,  los  alrededores  del  lago  Temurtu,  el  Candahar,  el  valle 
de  Pamilo  (Pamir)  y  la  India  (desde  Palibothra  ó  Pataliputra 
á  Ceylan),  hacia  los  años  630  á  650,  ofrecerá  mucho  mayor  in- 
terés. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  243 

tria,  noticia  inserta  en  los  Grandes  anales  de  la  China. 
Analizando  críticamente  esta  noticia  (1),  ha  probado  el 
Sr.  Klaproth  que  el  Fusang,  donde  la  ley  de  Budha  y 
las  institucic»nes  monásticas  se  habían  establecido  desde 
el  año  458  (de  J.  C),  es  el  Japón.  Según  las  dis- 
tancias indicadas  por  el  monje  Hoei-chin,  natural  de 
Fusang,  país  de  las  viñas,  donde  usan  de  carretas  arras- 
tradas por  bueyes  de  largos  cuernos,  caballos  y  ciervos, 
el  Sr.  Klaproth  ha  hecho  ver  que  el  país  de  Than,  si- 
tuado al  Oeste  del  Vinland  de  Asia  (2)  no  puede  ser 
otra  cosa  que  la  isla  Taraíkaí,  que  nuestros  mapas  nom- 
bran erróneamente   Saghalien  (3).    La  indicación  sólo 


(1)  JRechercTies  sur  le  payg  de  Fusang  mentionné  dans  les 
livres  cJdnois  et  prig  mal  a  propos  pour  una  partie  de  VAmé- 
rique  {Nouv.  Anales  des  voyages,  t.  XXI,  2.*  serie). 

(2)  Es  una  analogía  curiosa  que  presenta  el  país  de  las  viñas 
de  Fusang  (la  América  china  de  Deguignes)  con  el  Vinland  de 
los  primeros  descubrimientos  scandinavos  en  las  costas  orien- 
tales de  América. 

(3)  He  aquí  cómo  M.  Klaproth  explica  este  error  geográ- 
fico, propagado  con  obstinación  en  los  mapas  más  modernos. 
Cuando  los  mapas  formados  por  orden  de  Khang-hi  se  publi- 
caron en  Pekín,  los  jesuítas  enviaron  á  Francia  un  ejemplar, 
acompañado  de  calcos,  en  los  que  solamente  se  habían  trans- 
crito algunos  nombres  chinos  en  caracteres  romanos.  En  estos 
calcos,  que  d'Anville  redujo  para  la  obra  del  P.  Duhalde,  y  que 
se  conservan  en  París,  había  cerca  de  la  desembocadura  del  río 
Amur  ó  Sakhalian-ula  (río  negro)  estas  palabras,  escritas  en 
mandchu:  Sakhalian  angga  lihada,  que  significan  «Rocas  de 
la  desembocadura  negra».  Esta  designación  de  algunos  peñas- 
cos situados  en  el  cauce  del  Amur,  la  tomó  d'Anville  por  el 
nombre  de  la  grande  isla  que  los  indígenas  llaman  Taa'iliai  y 
los  japoneses  Karaftn,  del  nombre  de  uno  de  los  cabos  que 
avanzan  en  el  mar  hacia  la  parte  septentrional  del  Yeso.  El 
nombre  de  Tcliolia^  que  La  Perouse  da  á  Taraíkaí,  pertenece  á» 


244  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

de  la  frecuencia  de  los  caballos,  del  uso  de  la  escritura  y 
de  la  fabricación  del  papel  con  la  corteza  del  Fusang  6 
morera  útil,  hubiera  podido  advertir  á  Deguignes  que 
Hoeí-chin  no  habla  de  América.  ¿Qué  interés,  por  lo 
demás,  hubiera  podido  llevar  más  allá  de  los  50**  de  lati- 
tud á  pueblos  que  habitaban  en  climas  benignos,  y  cuya 
navegación,  como  su  brújula,  dirigíanse  más  bien  hacia 
el  Sur?  Los  chinos  tuvieron  indudablemente  relaciones 
desde  muy  antiguo  con  pueblos  de  raza  tnnguesa,  es- 
tablecidos en  las  márgenes  del  Amur  y  al. Norte  de 
Corea.  Desde  la  época  de  la  dinastía  de  Thang  cono- 
cían á  los  Kulihanes  y  á  los  Xuphos,  próximos  al  lago 
Baíkal;  pero  este  conocimiento  lo  adquirieron  por  medio 
de  viajes  terrestres  hechos  á  las  comarcas  de  los  bárba- 
ros del  Norte. 

Examinada  cuidadosamente  la  correspondencia  com- 
pleta del  P.  Gnubil,  que  ya  había  proporcionado  al  ilus- 
tre Laplace  tan  prec:o?os  informes  acerca  de  la  longitud 
de  la  sombra  meridional  en  los  solsticios,  observada  por 
los  chinos  en  el  año  1.100.  antes  de  nuestra  era,  viene 
en  apDyo  de  las  dudas  de  M.  Klaproth  la  autoridad  del 
más  sabio  de  los  misioneros  jesuítas.  «Todo  cuanto  me 
decís —escribe  (1)  el  P.  Gaubil  á  uno  de  sus  hermanos 
en  religión,  en  París  en  1752 — de  la  Memoria  del  señor 
Deguignes  acerca  del  Wenchin  (2)  y  el  Tahan,  y  de  los 


la  costa  occidental.  Los  sucesores  de  d'Anville  han  abreviado 
el  Saklinlian  angga  lihuíhi  en  SalihaUen  ó  Saghalien.  Véase 
JVotire  (h'H  iravavx  exccvtés  en  Chine  jpour  dreser  la  carte  de 
cet  (')})])  i  re,  pág.  2(i. 

(1)  JS^'^iurlle  Jinrn'il  aaintiqne,  1832,  pág.  S.35. 

(2)  El  Wenchin  es  la  punta  meridional  de  la  isla  de  Yeso, 
ocupada  por  los  Amos  (velludos),  que  todavía  tienen  en  núes- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  245 

viajes  á  largas  distancias  al  Noroeste  del  Japón,  podría 
induciros  á  creer  qne  los  chinos  han  conocido  á  Amé- 
rica. Los  textos  nada  prueban,  y  con  razonamientos  tan 
vagos  podría  sostenerse  hasta  que  los  chinos  han  venido 
á  Francia,  á  Italia  y  á  Polonia.» 

Esta  afición  á  las  hipótesis  quiméricas  y  á  las  ficciones 
que  el  P.  Gaubil  censura  á  los  geógrafos,  y  que  recien- 
temente ha  hecho  atribuir  á  los  indios  antiguo  conoci- 
miento de  las  Islas  Británica?,  encue'ntra?e  tambie'n,  sin 
que  se  les  pueda  censurar,  en  los  poetas  chinos.  El  país 
de  Fusang  es  el  teatro  de  sus  fantasías,  y  no  faltan, 
porque  no  podían  faltar  en  ellas,  conforme  á  la  afición 
nacional,  al  lujo  de  las  sedas,  moreras  de  muchos  miles 
de  toesas  de  altura  y  gusanos  de  la  seda  de  seis  pies  de 
longitud. 

Si  hasta  ahora  no  hay  hecho  histórico  alguno  que  pre- 
sente indicios  de  comunicación  espontánea  de  los  pueblos 
civilizados  del  Asia  Oriental  con  el  Nuevo  Continente, 
no  es,  sin  embargo,  inverosímil  que  alguna  tempestad 
haya  arrastrado  japoneses  ó  Siampis  déla  raza  de  Corea 
á  la  costa  Noroeste  de  Ame'rica.  Sucesos  de  esta  índole 
no  tienen  lugar  en  las  investigaciones  que  son  objeto  de 
la  presente  obra.  Gomara  asegura  que  en  el  siglo  xvi 
suponíase  haber  hallado  en  las  costas  del  Qaivira  y  de 
Cibora  (el  Eldorado  del  Méjico  boreal,  sitio  fabuloso  de 
una  antigua  civilización)  los  restos  de  un  buque  del  Ca- 
thay  (1);  pero  en  aquel  tiempo  tan  cercano  á  la  Edad 


Iros  días  la  costumbre  de  pintarFe  en  el  rostro  y  cuerpo  diferen- 
tes figuras  (Klapkoth,  Sur  le  Fousang,  pág.  10,  y  Anuales  des 
Eniju-rturs  du  Japón,  1834,  p.  Vlil. 
(1)  Historia  general  de  las  Iridias,  pág.  117. 


246  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

Media,  como  á  veces  en  nuestros  días,  la  credulidad  in- 
terpreta hechos  mal  observados,  para  fundar  sobre  ello» 
sistemas. 

La  dispersión  de  la  flota  que  Khubilaí  Khan,  funda- 
dor de  la  dinastía  de  los  Yuan  y  hermano  de  Manggu- 
Khan,  envió  en  1281  para  conquistar  el  Japón,  ha  dado 
origen  á  hipótesis  con  las  cuales  Reinhold  Forster  y 
M.  Ranking  (1)  han  querido  explicar  grandes  cambios 
en  la  civilización  y  el  estado  político  del  Perú.  Paréceme 
indudable  que  los  monumentos,  las  divisiones  del  tiempo, 
las  cosmogonías  y  muchos  mitos  que  he  discutido  en  mi 
obra  sobre  los  Monumentos  de  los  pueblos  indígenas  de 
América,  presentan  notables  analogías  con  las  ideas  del 
Asia  Oriental,  analogías  que  anuncian  antiguas  comu- 
nicaciones, y  que  no  son  sencillo  resultado  de  la  identi- 
dad de  situación  en  que  los  pueblos  se  encuentran  en  la 
aurora  de  la  civilización.  ¿Por  qué  vía  se  han  realizado 
estas  lejanas  comunicaciones?  ¿Cómo  se  ha  conservado 
la  cultura  intelectual,  atravesando  las  regiones  boreales, 
donde  los  dos  continentes  se  aproximan?  Problemas  son 
éstos  que  no  pueden  resolverse  en  el  estado  actual  de 
nuestros  conocimientos.  La  corriente  de  los  pueblos  del 
Aztlan  en  Méjico  fué  sin  duda  de  Norte  á  Sur;  pero 
sólo  se  pueden  seguir  los  rastros  de  estas  emigraciones 
hasta  el  río  Giba  ó  á  lo  más  hasta  el  lago  de  Teguajo, 
que  no  traspasa,  al  parecer,  el  paralelo  de  41°.  La  cues- 
tión de  los  primeros  pobladores  de  América  no  entra  en 


(1)  Historical  Researches  on  the  conquest  of  Perú,  México, 
and  Bagotá  in  tlie  thirteenli  century  hy  the  Mongols,  1827,  pá- 
ginas 34-45.  Esta  obra  está  íntimamente  relacionada  con  otra 
que  lleva  por  titulo  Researches  on  the  wars  and  sports  of  the 
Mongols  and  Romans,  1826. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  247 

los  dominios  de  la  historia,  como  tampoco  en  los  de  las 
ciencias  naturales  la  del  origen  de  las  plantas  y  de  los 
animales  y  la  distribución  de  los  gérmenes  orgánicos. 

Si  la  gran  proximidad  de  Asia  y  América  corresponde 
á  una  zona  inhospitalaria  y  helada  en  la  latitud  del  La- 
brador, del  mar  de  Hudson,  del  lago  de  los  Esclavos  y 
del  río  Anadyr,  las  costas  de  ambos  continentes,  al 
avanzar  hacia  el  Sur,  se  inclinan  desde  el  paralelo  de 
los  60°  en  dirección  tan  opuesta,  y  huyen,  por  decirlo 
así,  una  de  otra,  de  tal  modo  que  á  los  30°  de  latitud 
en  el  paralelo  de  Nanking  y  de  Nueva  Orleans,  el  li- 
toral de  China  se  aleja  123°  del  litoral  de  la  Vieja  Ca- 
lifornia, esto  es,  tres  veces  la  distancia  que  existe  entre 
África  y  la  América  meridional.  Este  es  uno  de  los  ca- 
racteres distintivos  del  Océano  Pacífico,  llamado  con 
justicia  el  Gran  Océano.  Su  cuenca  no  tiene  la  configu- 
ración de  un  valle  longitudinal  con  ángulo?  salientes  y 
entrantes  que  se  correspondan,  como  en  el  Atlántico» 
Desde  el  estrecho  de  Behring  las  costas  opuestas  se 
apartan  con  igual  rapidez;  las  de  Asia  dirigidas  al 
SO.-KE.;  las  de  América  al  SE.-NO.  Podría  decirse 
que  en  el  levantamiento  de  las  dos  masas  continentales 
hubo  del  lado  oriental  del  Nuevo  Mundo  una  conexidad 
de  fuerzas  que  determinó  simultáneamente  los  contornos 
de  las  masas  americanas  y  de  las  del  antiguo  continente, 
mientras  en  las  cuencas  del  Gran  Océano  Pacífico,  cau- 
sas más  independientes  entre  sí  han  producido  efectos 
distintos. 

Al  relacionar  ideas  geológicas,  ó  más  bien  físico-geo- 
gráficas, con  las  probabilidades  que  se  hayan  presentado 
á  las  razas  humanas  para  comunicarse  entre  sí,  debo 
mencionar  ante  todo  esa  zona  de  islas  alargadas  hacia  el 


248  ALEJANDRO    DE    HOMBOLDT. 

Asia  que  se  extiende  de  Este  á  Oeste  por  Juan  Fernán- 
dez, Salas  y  Gómez,  la  isla  de  Pascuas  (1),  la  metró- 
poli de  Taiti,  las  Fidji  y  las  Hébridas  hacia  la  Nueva 
Caledonia,  y  después,  como  circunstancia  muy  impor- 
tante (2)  para  las  necesidades  de  la  navegación,  la  de 


(1)  El  espacio  de  20o  d©  longitud  entre  la  isla  de  Pascuas  y 
las  islas  de  San  Félix,  San  Ambrosio  y  Juan  Fernández  está 
ocupado  por  las  Sporadas  de  Salas  y  Gómez ,  de  Pilgrín ,  de 
Warehams  Rocks  y  de  Masafuera.  Desde  ]a  isla  de  Pascuas 
conducen  á  las  islas  de  la  Sociedad  (á  través  de  un  espacio  de 
40°  de  longitud)  las  Sporadas  de  Duci es,  Elisabeth,  Fitcairn 
(donde  reside  la  familia  anglo-polinesia  del  viejo  marinero 
Adams,  d«  la  insurrección  del  -Hounty),  Cresceat,  Gambier  y 
Hood  La  gran  serie  de  islas  que  con  más  continuidad  se  ex- 
tiende desde  Nueva  Holanda  á  la  América  del  Sur,  encuén- 
trase casi  completamente  encerrada  entre  los  15*=  y  28°  de  lati- 
tud austral.  Se  desvía  en  dirección  SE.  de  la  isla  de  Pascuas  á 
la  Juan  Fernández  y  se  une  al  O.  con  un  sistema  de  islas  com- 
pletamente distinto  (dirigido  S.  N.)  por  medio  de  las  islas  Scar- 
boroug  y  Radak  en  las  Carolina?,  como  por  éstas  y  las  islas 
Pelew  al  gran  archipiélago  de  las  Filipinas. 

(2)  Carte  du  mouvement  des  eaux  á  la  mrface  de  la  mer 
dans  le  Grand  Ocean  austral,  par  le capitame  Dnperrey,\^^\. 
La  corriente  que  se  dirige  hacia  las  costas  de  Concepción  y  de 
Valdivia  divídese,  siguiendo  las  costas  de  Chile  hacia  el  Sur  y 
hacia  el  Norte  á  la  vez.  Es  un  punto  de  partida  análogo  á  los 
conocidos  en  la  costa  occidental  de  África  en  ti  e  la  bahía  de 
Biafra  y  el  cabo  López,  y  en  las  costas  del  Brasil  al  Sur  del  cabo 
San  Roque.  (Rennell,  Invest.  of  the  Currents  of  the  Atlant. 
Ocean.^  1882,  páginas  136  y  228.)  El  brazo  septentrional  de  la 
corriente  de  Chile  es  el  que  he  dado  á  conocer  por  su  baja  tem- 
peratura. El  termómetro  centígrado  marca  en  la  corriente 
15°,7  y  fuera  de  la  corriente  26",4  á  29»,7.  {Belat.  Mst.,t.  ITI,  par 
gina  508.)  Como  el  movimiento  parcial  de  las  aguas  ha  ejercido 
una  influencia  notable  en  la  distribución  de  una  misma  raza  de 
hombre^  y  en  la  filiación  de  los  idiomas  (dialectos),  debo  tam- 
bién recordar  aquí  la  existencia  de  corrientes  hacia  el  NE.,  ob- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  249 

una  corriente  que  se  dirige  entre  los  paralelos  de  35  y  40° 
Sur  del  meridiano  de  Taíti ,  hacia  las  costas  de  CJliile,  y 
que,  por  tanto,  es  opuesta  á  la  corriente  ecuatorial. 

A  excepción  de  Méjico  y  de  Guatemala,  cuyas  plani- 
cies, por  la  poca  anchura,  dominan  ambos  mares  á  la  vez, 
donde  los  españoles,  al  llegar  al  Nuevo  Mundo,  encon- 
traron una  civilización  que  se  mostraba  en  los  monu- 
mentos, en  los  grandes  caminos,  en  las  instituciones 
civiles  y  en  el  carácter  imponente  del  culto  y  de  las  con- 
gregaciones religiosas,  fué  en  la  parte  de  América  que 
da  frente  al  Asia.  La  que  baña  el  Atlántico  sólo  pre- 
sentaba pueblos  nómadas  y  cazadores,  poco  numerosos  y 
hasta  inferiores  en  cultura  á  las  razas  extinguidas,  que 
en  las  llanuras  al  sur  de*  los  grandes  lagos  del  Canadá, 
construyeron  las  circunvalaciones  polígonas  que  semejan 
campos  atrincherados. 

A  la  costa  más  civilizada  de  América,  donde  habitaban 
pueblos  agrícolas  y  vestidos,  corresponde,  al  Oeste,  la 
costa  oriental  del  Antiguo  Mundo,  donde  todo  lo  que 
tiende  al  progreso  de  la  inteligencia  y  su  aplicación 
á  las  necesidades  de  la  vida  social,  tiene  indudablemente 
una  antigüedad  de  muchos  miles  de  años  respecto  á  ias 
costas  occidentales  de  Europa.  Sin  embargo  (tal  es  el 
misterioso  encadenamiento  de  las  cosas  humanas),  por 
el  Oeste,  por  la  parte  más  largo  tiempo  bárbara  del  An- 
tiguo Mundo,  es  por  donde  se  realizó  el  d(íScubrimiento 
de  América.  Acaso  las  diversas  familias  del  género  hu- 


servadas  algunas  veces  en  la  región  tropical,  aun  dentro  del  lí- 
mite de  los  vientos  alisios  del  SE.  y  del  NE.  (Beechey,  t.  ii, 
página  676;  Meyen,  Reise  um  die  Erde  au.f  der  J'rinzessin 
Zuise,  1835,  t.  ii,  páginas  84-88). 


250  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

mano  no  hicieron  entonces  más  que  reanudar  los  lazos 
que  ya  habían  existido  entre  ellas  en  tiempos  anteriores 
á  toda  reminiscencia  histórica. 

En  el  valle  longitudinal  del  Atlántico,  donde  las  si- 
nuosidades correspondientes  á  las  dos  orillas  están  ocu- 
padas hoy  en  gran  parte  por  la  civilización  europea,  el 
Antiguo  Continente  se  acerca  dos  veces  y  casi  á  la  misma 
distancia  (de  510  y  de  542  leguas  marinas)  á  las  costas 
del  Continente  americano.  El  valle  tiene  el  mínimum  de 
anchura  en  una  dirección  SSO.-NNE.  cerca  del  Ecuador 
entre  África  y  el  Brasil.  Desde  el  cabo  Roxo  (entre  la 
desembocadura  del  Gambia  y  los  Bissagos)  al  cabo  de 
San  Roque,  sólo  hay  diez  leguas  marinas  (1),  menos 
que  desde  este  último  cabo  á  Sierra  Leona.  En  Europa 
el  promontorio  de  la  Irlanda  Occidental,  entre  Tralee  y 
Dingle  Bay,  es  el  que  más  se  aproxima  á  la  extremi- 
dad SE.  del  Labrador,  un  poco  al  Norte  de  Terranova. 
El  Atlántico  tiene  en  este  paralelo  (y  entre  los  dos  pun- 
tos sólo  hay  una  diferencia  de  latitud  de  9')  una  anchura 
de  542  leguas  (2).  La  diferencia  de  distancias  entre 
Europa  y  la  América  continental  del  JiTorte,  entre  Gui- 
nea y  la  América  del  Sur,  no  es,  pues,  á  pesar  del  au- 
mento de  más  de  40°  de  latitud,  sino  de  94  millas,  de  60 
al  grado  ecuatorial. 


(1)  Calculando  en  la  hipótesis  de  la  tierra  esférica,  hay 
desde  el  cabo  San  Roque  (lat.  aust.,  5.»  28' 17";  long.  37*  37'  26") 
al  cabo  Roxo  (lat.  bor.,  12»  20',  long.  19»  14'),  1.531,2  millas  ma- 
rinas. Desde  el  cabo  San  Roque  á  Sierra  Leona  (lat.  8'  29'  55", 
long.  15°  39  24"),  1.558,7  .millas. 

(2)  Del  promontorio  de  Irlanda  al  Sur  de  Tralee  (lat.  52o 
20',  long.  12"  40')  al  cabo  Charles  de  Labrador  (lat.  52o  n^,  lon- 
gitud 57»  40'),  1625,  7  millas. 


DESCDERIMIENTO    DE   AMÉRICA.  251 

Las  relaciones  de  ])roximidad  de  ambos  mundos  cam- 
bian considerablemente  cuando  se  considera  como  parte 
del  Nuevo  Continente  la  extensa  isla  de  Groenlandia,  cuya 
prolongación  hacia  el  ISforoesto  más  allá  del  mar  de  Baffin 
y  del  estrecho  de  Barrow,  es  completamente  desconocida. 
Esta  comarca  septentrional  parece,  en  efecto,  correspon- 
der á  Ame'rica  por  la  identidad  de  dirección  (SO.-NO.), 
y  sus  costas  orientales  desde  Georgia  á  la  tierra  de  Edam, 
desde  los  30  á  los  77  grados  y  medio  de  latitud. 

La  Groenlandia  Oriental  en  las  tierras  de  Scoresby 
se  aproxima  de  tal  modo  á  la  península  escandinava  y  al 
Norte  de  Escocia,  que  desde  esta  última  al  cabo  Barclay 
(grado  y  medio  al  Sur  del  paralelo  de  la  isla  volcánica  de 
Juan  Mayen),  sólo  hay  269  leguas  marinas  (1),  lo  cual 
es  casi  la  mitad  de  la  anchura  del  Atlántico  entre  África 
y  el  Brasil.  Con  viento  fresco  y  continuo  del  NO.  se 
atraviesa  este  espacio  en  menos  de  cuatro  días. 

La  aproximación  de  todas  las  masas  continentales  ha- 
cia el  círculo  polar  ártico,  y  más  allá,  se  revela  tambie'n, 
según  lo  demuestran  las  investigaciones  más  exactas 
acerca  de  la  geografía  de  las  plantas,  en  el  gran  número 
de  vegetales  que  son  propios  de  la  Europa,  el  Asia  y 
la  América  boreal  (2).  La  Ame'rica  del  Sur,  y  en  ge- 
neral toda  la  parte  tropical  del  Nuevo  Mundo,  tiene 
distinto  carácter.  La  gran  ley  de  la  Naturaleza,  recono- 
cida por  Buffón  en  la  desemejanza  de  la  creación  animal 


(35)  Cabo  Wrath  (extremidad  NO.  de  Escocia),  lat.  58*  39", 
long.  7°  18'.  Cabo  Barclay  (al  Sur  de  la  bahía  Sooresby)  lati- 
tud 69''  10",  long.  26°  4',  distancia  807  millas  marinas. 

(36)  Los  brezos,  que  se  creía  faltaban  en  toda  América  como 
al  NE.  de  Siberia,  se  han  encontrado  recientemente  en  el  in- 
terior de  la  isla  de  Terranova. 


252  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

propia  de  estas  regiones  y  de  África,  puede  aplicarse  con 
ciertas  restricciones  al  reino  vegetal.  Las  excepciones  de 
la  ley  son  raras,  pero  existen,  no  sólo  en  las  plantas  mo- 
nocotiledóneas,  especialmente  en  las  gramíneas  y  en  las 
ciperáceas  (1),  sino  también  en  las  dicotiledóneas  arbo- 
rescentes, que  no  son  de  las  especies  litorales  (2)  ó 
acuáticas. 

Es  notable  sin  duda  que,  según  los  trabajos  de  M. 
Roberto  Brown  sobre  la  flora  del  Congo  y  las  discusiones 
de  los  Sres.  Perrottet  y  Guillemin  sobre  la  flora  de  Cabo 
Verde  y  de  la  Senegambia  sean  principalmente  las  cos- 
tas africanas  y  la?  del  Brasil  y  la  Senegambia  las  que 
presentan  estas  analogías  con  el  África  equinoccial.  Basta, 
para  probarlo,  citar  las  especies  del  Río  Zahir  y  del  Se- 
negal,  cuyos  nombres  especííicos  indican  los  lugares 
donde  los  viajeros  botánicos  las  han  recogido  por  primera 
vez :  Schwenkia  americana,  Urena  americana,  Cassia 
occidentalis,  Ximenia  americana,  Waltheria  americana, 
que  es  idéntica  á  la  Waltheria  índica  (3). 


(1)  HUMBOLDT,  De  dist.  geogr.  plant.  secundum  coeli  tempe- 
riemetalt.  immtium,  1817,  paginas  61-67. 

(2)  Como  las  Avicennia  tomentosa,  Suriana  marítima,  Jas- 
siena  erecta,  etc.,  etc. 

(.S)  Otros  ejemplos  de  dicotiledóneas  comunes  á  las  costas 
equinocciales  de  África  y  de  América,  son  Sida  júncea,  Ptero- 
carpuslnnatus,  jEschinoniene  sensitiva ,  S'oparia  dulcís  y  el 
Dndonma  viscosa,  que  yo  he  recogido  en  Méjico  ea  la  meseta  de 
Guanajuato  y  en  las  colinas  de  lavas  aglomeradas  cerca  de  Río 
Mayo,  en  el  camino  de  Popayán  á  Pasto,  mientras  el  Sr.  Pe- 
rrottet la  ha  eocontrado  en  el  8enegal  (Robert  Brown,  ítem, 
on  tlie  hotany  of  tke  Congo  River  ^  pág.  57.  Pbrrottet,  Gui- 
llemin y  Richard,  Flore  de  la  SenegamMe,  1831,  páginas  18, 
41  y  73). 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  203 

( . _— — 

Las  corrientes  se  dirigen  desde  el  Congo  al  O.  hacia 
el  Brasil,  mientras  que  en  la  desembocadura  del  Senegal 
y  más  allá  hasta  la  bahía  de  Biafra,  el  movimiento  de 
las  aguas  es  al  S.  y  SE.,  y,  por  tanto,  completamente 
contrario  al  transporte  de  frutos  y  semillas  á  las  costas 
americanas.  Lo  que  sabemos  de  la  acción  delete'rea  que 
ejerce  el  agua  del  mar  en  un  trayecto  de  500  6  600  leguas 
sobre  la  excitabilidad  germinativa  de  la  mayoría  de  las 
semillas,  no  es  favorable  al  sistema  demasiado  genera- 
lizado de  la  emigración  de  los  vegetales  por  medio  de  las 
corrientes  pelásgicas. 

No  debo  terminar  esta  reseña  del  gran  valle  del  At- 
lántico, en  el  punto  donde  presenta  menos  anchura  entre 
masas  de  tierra  completamente  continentales,  sin  añadir 
á  las  líneas  generales  del  cuadro  físico  la  indicación  de 
un  hecho,  ó  mejor  dicho,  una  creencia  del  siglo  xvi  que 
los  modernos  historiadores  del  Nuevo  Mundo  han  des- 
atendido completamente.  Colón  supo  cuando  su  segundo 
viaje  que  la  isla  de  Haití  era  atacada  algunas  veces  por 
una  raza  de  hombres  negros  {gente  negra),  que  vivía  ha- 
cia el  Sur  ó  Sureste. 

Distingue  estos  negros  délos  Caribes  de  las  Pequeñas 
Antillas,  á  quienes,  en  una  carta  á  los  monarcas,  fechada 
en  el  mes  de  Octubre  de  1498  llama  Caríbales  (i),  j  los 
pinta  armados  de  azagayas,  cuya  composición  metálica 


(1)  Forma  ó  derivación  notable  de  las  palabras  Calina  y 
Calllnago  (que  es  el  nombre  que  se  daba  á  sí  mismo  el  pueblo 
caribe),  del  cual  los  eruditos  {jjrojjter  rahiem  caninaní  anthro- 
popliofjornm  genf/ix)  han  hecho  ca^ñbaleít -^b.tb.  latinizarlos  más* 
García  en  sus  fantasía"  semíticas  (í??'///^;^  de  los  Avin-icartos, 
pág.  (i8),  deriva  la  palabra  caníbal  de  Annibal  y  de  la  lengua 
fenicia  {Relat.  hist.,  t.  Ii,  pág.  503;  t.  Ill,  páginas  10  y  537). 


254  ALEJANDRO    DE    HDMBÜLDT. 

llamó  singularmente  su  atención.  Los  indígenas  de  Haití 
llamaban  esta  composición  Guanin.  Colón  la  envió  al  rey 
Fernando,  y  refiere  Herrera  (sin  duda  por  lo  que  vio  en 
los  manuscritos  de  Las  Casas,  porque  D.  Fernando  Co- 
lón no  habla  de  ello),  que  el  análisis  hecho  en  España  dio 
á  conocer  en  el  Guanin  para  32  partes  18  de  oro,  6  de 
plata  y  8  de  cobre  (1).  Era,  pues ,  oro  de  baja  ley  {oro 
baxo),  notable  por  la  doble  aleación  (0,44)  de  cobre  y 
plata,  producida  sin  duda  en  aquellos  pueblos  bárbaros 
por  la  naturaleza  especial  de  un  mineral  aurífero. 

La  dirección  meridional  que  el  Almirante  dio  á  su 
tercer  viaje  tuvo  por  único  motivo  el  deseo  de  llegar  al 
país  del  Guanin.  «Dixo  Colón  que  por  aquel  camino  pen- 
saba experimentar  lo  que  decían  los  Indios  de  la  Espa- 
ñola de  la  gente  negra  que  traía  los  hierros  de  las  aza- 
gayas de  un  metal  que  llamaban  guanin.» 

Vasco  Núñez  de  Balboa,  el  primero  que  atravesó  el 
istmo  para  llegar  al  mar  del  Sur,  encontró  efectivamente 
negros  en  el  Darien.  «Este  conquistador,  dice  Gomara 
(Historia  de  las  Indias,  fol.  34),  entró  en  la  provincia  de 
Quareca,  donde  no  encontró  oro,  sino  algunos  negros  es- 
clavos del  señor  del  lugar.  Preguntó  al  señor  de  dónde 
había  sacado  aquellos  esclavos  negros,  y  le  respondió  que 
las  gentes  de  aquel  color  vivían  cerca  de  allí  y  estaban 
constantemente  en  guerra  con  ellos.» 

«Estos  negros,  añade  Gomara,  eran  iguales  á  los  ne- 
gros de  Guinea,  y  en  las  Indias  yo  pienso  que  no  se  han 
visto  negros  después.» 

A  Pedro  Mártir  de  Anghiera  (Ocean.  déc.  ni,  lib.  i, 
página  45),  que  observa  todo  lo  que  atañe  á  las  razas 


(1)  Déc.  I,  lib.  III,  cap.  9. 


DESCUBRIMIENTO   DB   AKÉBICA.  255 

americanas,  sorprendió  este  hecho  referido  por  Gomara, 
y  lo  explica,  con  alguna  ligereza,  suponiendo  algún  nau- 
fragio de  africanos  en  las  costas  de  Ame'rica.  Estos  es- 
clavos son,  sin  duda,  dice,  descendientes  de  negros  etiopes, 
que,  después  de  infestar  la  mares  como  piratas  (latrocinii 
causa)  los  arrastró  alguna  tempestad  á  naufragar  en  el 
Darien. 

No  puede  negarse  (y,  según  antes  dije,  los  mapas  del 
mayor  Rennell  dan  fe  de  ello)  que  desde  las  costas  del 
Congo  y  de  Benguela,  las  corrientes  africanas,  mezcladas 
á  las  aguas  del  Gulf-Stream,  impulsan  hacia  el  Oeste, 
hacia  el  Brasil,  la  Guayana  y  el  fondo  del  mar  de  las 
Antillas;  pero  ¡qué  largo  trayecto  para  negros  africanos 
que  jamás  fueron  piratas  de  alta  mar,  y  sólo  usan  canoas 
pequeñas  apropiadas  para  la  pesca  en  el  litoral! 

Estos  negros  de  Qaareca  habitaban  las  mismas  co- 
marcas donde  los  naturales  suponían  primitivamente  una 
raza  blanca,  suponiendo  que  algunos  negros  albinos  eran 
una  raza  especial.  En  mi  concepto  eran  Papus  del  mar 
del  Sur,  que  fueron  del  OestC;  aprovechando  algunas  con- 
tracorrientes en  el  aire  y  en  el  mar,  y  no  negros  de 
Etiopía.  También  puede  suponerse  que  fuera  alguna  tribu 
de  indígenas  de  color  más  obscuro  que  las  demás,  porque 
Gomara  al  decir  que  los  negros  de  Quareca  se  parecen  á 
los  negros  de  Guinea,  no  menciona  especialmente  el  ca- 
bello rizado. 

En  las  misiones  del  Orinoco,  los  Otomaques  y  los 
Guamos  forman  la  variedad  más  obscura,  los  Guahari- 
bos  del  Gehette  y  los  Guainares,  la  variedad  más  blanca 
entre  los  indios  cobrizos.  Debe  esperarse  á  que  algún 
viajero  instruido,  recorriendo  parajes  tan  inexplorados 
como  los  que  median  entre  las  fuentes   del  Atrato,  el 


256  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Darien  y  el  golfo  de  Mandinga,  aclare  la  cuestión  de 
quie'n  era  esta  gente  negra  conocida  á  la  vez  en  Haití  y 
en  Caribana;  porque  conviene  precisar  los  hechos  antes 
de  intentar  ex¡)licarlos. 

Verdad  es  que  hay  otros  indicios  para  creer  que  aquel 
rincón  de  la  tierra  fué  antiguamente  visitado  por  razas 
extranjeras.  Entre  los  Caramaris,  que  decían  ser  de  la 
grande  y  poderosa  familia  de  los  pueblos  Caribes,  en- 
contráronse rastros  de  una  cultura  importada,  como  en- 
tre los  Caribes  de  Uraba  (1)  que  tenía  alguna  noción 
de  libros  y  de  signos  gráficos. 


(!)  Pedro  Mártir,  ¿^rca».,  páginas  22  y  65.  Acaso  elin" 
digena  á  que  s  •  lefiere  lo  que  conocía  eran  los  libros  de  jero- 
glificus  de  los  pueblos  mejicanos  y  del  alto  Perú. 


XIII. 


Viajes  de  los  escandinavos  al  Nuevo  Mundo  en  los 
XI  y  XII. 


Existe  en  los  mudables  destinos  de  la  civilización  y 
del  estado  social  de  los  pueblos  algo  permanente  y  esta- 
ble que  se  relaciona  con  la  configuración  de  las  tierras, 
su  aislamiento  mayor  ó  menor,  las  influencias  del  clima 
y  los  agentes  físicos  en  general.  Acabamos  de  ver  que 
el  estado  de  barbarie  en  que  se  encontraban  las  costas 
opuestas  de  los  continentes  de  Asia  y  América  donde 
más  se  aproximan,  excluía,  al  parecer,  cualquier  empresa 
de  emigración  ó  de  navegación  lejana  en  tiempos  remo- 
tos. Reservado  estaba  á  la  parte  más  septentrional  del 
Atlántico,  donde  la  Escandinavia  insular  de  América 
(la  Groenlandia)  se  aproxima  á  una  distancia  de  ocho- 
cientas á  novecientas  millas  marinas  á  Escocia  y  á  No- 
ruega, dar  ocasión  al  descubrimiento  de  América  por  el 
lado  oriental. 

Dos  circunstancias  favorecieron  este  descubrimiento, 
que  coincide  con  el  principio  del  siglo  xi  de  nuestra  era. 
La  primera  corresponde  á  la  geografía  física.  Entre  los 
paralelos  de  58°  Va  7  ^4°»  el  canal  del  Atlántico,  ya  bas- 


258  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

tante  estrecho,  está  sembrado  de  muchos  grupos  de  islas 
(las  Orcades,  las  Foeroe,  Islandia)  que  presentan  una 
serie  de  estaciones  intermedias,  y  conducen ,  por  los  an- 
tiguos levantamientos  volcánicos  (las  doleritas  y  las  tra- 
quitas  )  ( 1 )  á  las  costas  de  la  Ame'rica  insular  del 
Norte.  La  segunda  se  refiere  á  la  actividad  del  espíritu 
de  empresa  en  los  pueblos  de  Europa  próximos,  en  la 
Edad  Media,  á  esa  misma  región  de  un  mar  boreal  cu- 
bierto de  islas,  que  fueron  teatro  de  sus  expediciones. 

La  unión  de  ambas  causas  físicas  y  morales  produje- 
ron el  descubrimiento  del  Nuevo  Continente  por  los  es- 
candinavos. 

Los  normandos  y  los  árabes  fueron  las  únicas  nacio- 
nes que,  hasta  principios  del  siglo  xii,  compartieron  la 
gloria  de  las  grandes  expediciones  marítimas ,  la  afición 
á  aventuras  extraordinarias,  la  pasión  del  pillaje  y  de 
las  conquistas  efímeras.  Los  normandos  ocuparon  suce- 
sivamente la  Islandia  y  la  Neustria,  saquearon  los  san- 
tuarios de  Italia,  conquistaron  á  los  griegos  la  Pulla,  y 
hasta  escribieron  sus  caracteres  rúnicos  en  los  flancos 
de  uno  de  los  leones  que  Morosini  quitó  al  Pireo  de 
Atenas  para  adornar  el  arsenal  de  Venecia. 


(1)  Las  traquitas  sólo  asoman  al  través  de  las  rocas  en  Is- 
landia, donde  el  centro  de  la  isla  está  cortado  por  un  valle  lon- 
gitudinal traquítico  en  dirección  del  SO.  al  NE.,  valle  descrito 
recientemente,  sobre  el  terreno,  en  una  interesante  memoria 
geognóstica  de  M.  Krug  de  Nidda  (Kaesten,  ArcJiiv.  der  M'me. 
ralogie,  t.  I,  VIT,  páginas  425  y  155).  Mr.  Leopoldo  de  Buch 
había  señalado  ya  la  conformidad  de  esta  dirección  con  la  de 
la  costa  oriental  de  la  Groenlandia  {Cañar.  Inseln,  pág.  335). 

Acerca  de  los  runos  en  el  León  de  Venecia  véase  Grimm, 
Deutsche  Eunen,  p.  209. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  269 

En  todo  lo  que  á  la  historia  se  refiere,  preciso  es  dis- 
tinguir las  fechas  de  los  acontecimientos,  y  las  diversas 
épocas  en  que  empezaron  á  combinarse  aquéllas  y  éstos 
y  á  estudiar  sus  relaciones  con  descubrimientos  mucho 
más  recientes.  En  medio  de  tantos  acerbos  debates  produ- 
cidos por  envidiosa  malignidad  y  por  las  aficiones  á  una 
falsa  erudición  clásica  entre  los  contemporáneos  de  Cris- 
tóbal Colón,  acerca  del  mérito  de  este  grande  hombre, 
nadie  pensó  en  las  navegaciones  de  los  normandos  como 
precursores  de  los  genoveses.  Esta  idea  no  se  mostró 
sino  sesenta  y  cuatro  años  después  de  muerto  Colón. 
Sabíase  por  sus  propios  escritos,  sobre  todo  por  su  obra 
acerca  de  las  zonas  habitables  ccque  había  ido  á  Thule»» 
pero  entonces  este  viaje  al  !Norte  no  engendró  sospecha 
alguna  sobre  prioridad  del  descubrimiento,  y  preferíase, 
para  atacar  á  Colón,  recurrir  á  algún  manuscrito  (1)  que 


(1)  Herrera  no  ha  tenido  para  nada  en  cuenta  las  piezas 
del  pleito  que  el  fisco  promovió  contra  D.  Diego  Colón,  hijo  del 
Almirante  (déc.  ii,  lib.  i,  cap.  7).  Sólo  las  conocemos  desde 
hace  cuatro  años  por  los  extractos  de  Muñoz  y  de  Navarrete 
{tomo  III,  páginas  559,  560  y  595).  Entre  las  veinticuatro  pre- 
guntas interrogatorias  de  la  información  fiscal ,  terminada  en 
1515,  la  once  y  doce  refiérense  á  dicho  libro  ó  escrito  misterioso 
que  permitió  á  Martín  Alonso  Pinzón  «dar  noticia  á  Colón  de 
la  existencia  de  tierras  al  Oeste».  Este  Pinzón  es  el  mismo  que 
mandaba  la  Pinta  en  el  primer  viaje  y  que  murió  pocas  semar 
ñas  después  de  su  vuelta  á  España,  mortificado  porque  la  reina 
Isabel  no  quiso  recibirle  solo  y  antes  que  al  Almirante  en  Bar- 
lona.  Arias  Pérez,  hijo  de  Martín  Alonso  Pinzón ^  acompañó  á 
su  padre  á  Roma  para  asuntos  comerciales,  y  vio  las  escrituras 
que  un  bibliotecario  «gran  cosmógrafo»  les  enseñó  y  cuya  vista 
tan  viva  impresión  dejó  en  el  ánimo  de  su  padre  que,  desde  su 
vuelta  á  Palos,  sin  conocer  aún  los  proyectos  de  Colón,  «resolvió 
armar  dos  carabelas  para  descubrir  las  cosas  que  vio  en  Roma 


26  0  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

un  bibliotecario  del  papa  Inocencio  VIII  debió  enseñar 
á  un  miembro  de  la  rica  familia  de  los  Pinzones. 

Si  se  quiere  seguir  con  precisión  la  serie  de  hechos 
que  han  conducido  á  las  costas  boreales  de  América^ 


en  el  mapamundo.  El  fiscal  añade  á  este  cargo  un  cuento  ver- 
daderamente fabuloso,  cual  es ,  que  Martin  Alonso  Pinzón  co- 
municó á  Colón  una  fórmula  atribuida  al  rey  Salomón,  y  que 
consistía  en  la  indicación  del  camino  á  la  tierra  de  Campanso, 
la'cual  decía  así :  «Navegarás  por  el  mar  Mediterráneo  hasta  el 
fin  Despaña,  é  allí  al  poniente  del  sol,  entre  el  norte  é  el  medio 
día  por  vía  temperada  fasta  95  grados  del  camino ,  é  fallarás 
una  tierra  de  Campanso,  la  cual  es  tan  fértil  y  abundosa,  é  con 
su  grandeza  sojuzgarás  á  África  éá  üropa.»  No  entiendo  lo  que 
quiere  decir  ese  «camino  de  95  grados» ,  que  sin  duda  no  son 
grados  de  longitud,  ni  ese  Ophir  del  Occidente  llamado  Cam- 
panso (Cipango?);  pero  creo  muy  probable  que  la  anécdota  del 
bibliotecario  cosmógrafo  sea  en  el  fondo  verdadera.  Natural 
es  que  se  apresuraran  á  mostrar  á  un  marino  tan  grande  é  in- 
trépido como  Alonso  Pinzón  algunas  cartas  ó  mapamundi  que 
los  bibliotecarios  de  Italia  poseían  entonces  en  gran  número» 
La  vista  de  la  isla  de  Brazir  en  un  mapa  de  Picigano  (1367),  ó 
de  la  Antiüa,  de  Andrés  Bianco  (1436),  podía  muy  bien  excitar 
la  imaginación  del  marino  español.  No  fué  ciertamente  él  quien 
ocasionó  la  expedición  de  Colón ,  que  mucho  antes  de  su  co- 
rrespondencia con  ToscanelH,  el  año  de  1474,  cuando  vivía  en 
Portugal,  alimentaba  ya  el  proyecto  de  ir  á  la  India  por  Occi- 
dente; pero  la  relación  de  lo  que  Alonso  pretendía  haber  sabido 
en  Eoma,  pudo  muy  bien  influir  para  que  el  Almirante  se  rela- 
cionara con  esta  familia  rica  y  poderosa  de  los  Pinzones ,  que 
facilitó  la  primera  empresa.  Arias  Pérez  Pinzón  heredó ,  al  pa- 
recer, el  odio  que  su  padre  Alonso  había  concebido  contra  el 
Almirante  á  la  vuelta  del  primer  viaje,  y  amplificaría  sin  duda 
el  relato ,  pretendiendo  (para  perjudicar  los  intereses  de  don 
Diego  Colón)  que  el  célebre  marino  de  Palos  hubiera  podido 
hacer  el  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo  sin  más  que  los  in- 
dicios que  el  manuscrito  de  Roma  le  había  proporcionado. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  261 

conviene  no  olvidar  que  en  las  islas  situadas  entre  Es-, 
cocia ,  Noruega  y  Groenlandia  las  expediciones  de  los 
misioneros  irlandeses  rivalizaron  con  las  de  los  nor- 
mandos. La  preciosa  obra  de  Dicuil  De  Mensura  Orhis 
terree,  cuya  edición  princeps  debemos  (y  solamente 
desde  1807)  al  Sr.  Walckenaer,  ha  llegado  á  ser  de 
grandísima  importancia  para  esclarecer  la  historia  de 
esta  rivalidad. 

Los  anacoretas  cristianos  en  el  norte  de  Europa  y  los 
piadosos  monjes  budhistas  en  el  interior  de  Asia,  explo- 
raron y  pusieron  en  relaciones  con  la  civilización  las  co- 
marcas más  inaccesibles.  El  espíritu  de  propaganda  y  el 
deseo  de  extender  las  creencias  religiosas  prepararon 
igualmente  las  vías  para  las  invasiones  hostiles  y  para 
el  cambio  pacífico  de  ideas  y  de  productos.  Este  fervor 
propio  de  las  religiones  de  la  India,  de  la  Palestina  y 
de  la  Arabia,  y  extraño  á  la  indiferencia  del  politeísmo 
de  los  griegos  y  de  los  romanos,  dio  especialísimo  aspecto 
á  los  progresos  de  la  geografía  en  la  primera  mitad  de 
la  Edad  Media. 

Comentando  dos  importantes  pasajes  de  Dicuil  (ca- 
pítulo VII,  párs.  2  y  3),  M.  Letrone  (1)  demuestra  in- 
geniosa y  satisfactoriamente  que  «las  islas  Foeroe,  habi- 
tadas desde  hacía  un  centenar  de  años  por  ermitaños 
de  Scottia  (Irlanda  tuvo  este  nombre  hasta  el  reinado 
de  Malcolm  II) ,  fueron  abandonadas  por  ellos  desde  el 
año  725,  e'poca  de  la  primera  invasión  de  los  escandina- 
vos en  las  Islas  Británicas;  y  que  la  Islandia  fué  visi- 
tada y  acaso  colonizada  por  los  irlandeses  en  el  año  799, 


(1)  Recherche»  geogr,  et  crit.  tur  le  livre  de  Mens.  Orhis 
térra,  1814,  páginas  129-146. 


262  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

es  decir,  sesenta  y  cinco  años  antes  de  que  lo  fuera  por 
los  escandinavos.» 

El  Landnamahok,  publicado  de  nuevo  ( 1 )  reciente- 
mente en  una  colección  de  los  Sagas  históricos  por  la 
Real  Sociedad  de  Anticuarios  del  Norte,  en  Copenhague, 
refiere  textualmente  que  los  noruegos  encontraron  en 
Islandia  libros  irlandeses,  campanillas  y  otros  objetos 
que  los  Papes  (Papas),  «hombres  de  Occidente  que  pro- 
fesaban la  religión  cristiana,  habían  dejado  allí,  especial- 
mente en  los  dos  cantones  de  Papeya  y  Papyli ,  en  la 
costa  oriental».  Ahora  bien;  se  sabe  por  los  Sagas  de 
las  Orcades  ( 2 )  que  estas  islas  estaban  habitadas  á 
fines  del  siglo  ix  por  «dos  naciones,  los  Pett  (probable- 
mente descendientes  de  los  Pictos)  y  los  Papa?  {los  pa- 
dres  (3),  sacerdotes,  religiosos,  sin  duda  los  clerici  de 
Dicuil).»  Snorro-Sturloeson  dice  que  hasta  la  misma 
Escocia  se  llamaba  entonces  Pettoland. 

Las  islas  Foeroe  y  la  Islandia  convirtiéronse  en  esta- 
ciones intermedias,  en  puntos  de  partida  para  llegar  á 
la  Escandinavia  americana;  de  igual  suerte  que  el  esta- 
blecimiento de  Cartago  sirvió  á  los  Tyrios  para  llegar  al 
estrecho  de  Gadira  y  al  puerto  de  Tartesus,  y  desde  Tar- 
tesus  fué  este  pueblo  de  viajeros,  de  estación  en  estación, 
hasta  Cerne,  el  Gauleón  (isla  de  los  barcos)  de  los  car- 
tagineses. 


(1)  Véase  la  historia  de  Islandia  en  el  Islendenga  Sogur,  j 
la  historia  de  las  islas  Foeroes  en  el  Fcercyinga  Saga. 

(2)  Letronne,  Additiom,  páginas  90-93. 

(3)  Olapsen  y  PoVELSEN  afirman  {Reise  durch.  Island, 
tomo  ir,  pág.  124)  que  el  Bygde  Papyle,  en  el  Hornefiord,  se 
llama  así  por  haber  habitado  allí  los  Papar,  primeros  sacerdo- 
tes irlandeses. 


DESnUBRlMlENTO   DE   AMÉRICA.  263 

Cuando  se  puede  seguir  una  misma  costa ,  el  agrupa- 
miento  y  la  proximidad  de  las  islas  determinan  fre- 
cuentemente la  dirección  de  los  descubrimientos  geográ- 
ficos. Los  de  los  escandinavos  se  han  referido  con  tanta 
prolijidad  en  estos  últimos  años,  que  basta  recordar  aqui 
las  épocas. 

La  Islandia,  visitada  después  de  los  monjes  irlandeses 
y  de  los  Peti^  por  el  pirata  Naddoc,  hacia  el  afio  de  860, 
no  tuvo  colonia  noruega  estable  hasta  el  afio  874,  y  en- 
tonces sólo  por  los  cuidados  de  Ingulf  y  de  Hiorleif. 
Se  enseña  todavía  al  Sur  de  la  isla  la  tumba  del  primero 
de  estos  fundadores,  en  la  cima  de  una  montaña  que  se 
llama  Ingolfsfioell.  Cerca  de  Kielarniis  están  las  ruinas  de 
la  casa  de  un  hijo  de  Ingulf  (1)  construida  el  año  888. 

Desde  la  Islandia  pasó  Eric  Rauda  á  Groenlandia,  6 
en  el  año  de  932  ó  en  el  de  982,  porque  los  Sagas  difie- 
ren en  las  fechas.  La  verdadera  colonización  de  Groen- 
landia no  es  más  antigua  del  año  986,  próximamente  en 
la  época  en  que  los  noruegos  llevaron  el  cristianismo  á 
Islandia,  durante  el  reinado  de  Olaf  I. 

La  costa  oriental  de  Groenlandia  dista  del  cabo 
Straumsnass  (cabo  NO.)  de  Islandia,  según  el  gran  mapa 
del  capitán  Graah  (2) ,  cincuenta  y  dos  leguas  marinas 


(1)  Olafsen,  t.  I,  pág.  40 ;  t.  ii,  pág.  132.  En  el  intervalo 
entre  Naddoc  é  Ingulf  se  realizan  las  expediciones  pasajeras 
de  Gardar,  Suaffarson  y  de  Flocco. 

(2)  Véase  Undersogelses  Reise  til  Ostkysten  of  Gronland^ 
1832.  El  yacimiento  de  la  costa  oriental  de  Groenlandia  no 
está  reconocido  entre  los  paralelos  de  65°  '/¿  y  69  Vv  Éste  es  el 
intervalo  entre  los  límites  boreales  y  australes  de  los  estudios 
de  las  costas  hechos  por  Mr.  Graah  y  por  Scoresby.  La  distancia 
de  las  costas  opuestas  sólo  está  indicada  por  aproximación. 


264  ALEJANDRO  DK   HüMBOLDT. 

en  la  dirección  de  SE.  á  NO.,  entre  los  67°  y  68°  de 
latilud.  Se  ha  supuesto,  por  la  corta  distancia,  que  poco 
antes  de  la  gran  catástrofe  del  Scaptar-Iokul ,  en  1783, 
se  vieron  durante  muchas  horas  desde  la  costa  septen- 
trional de  Islandia,  sin  duda  por  reflejo  de  las  nubes^ 
«fuegos  volcánicos  en  la  costa  de  Groenlandia»  (1).  Se 
sabe  hoy  que  no  ha  sido  esta  costa  oriental,  tan  próxima 
á  islandia,  la  que,  durante  tres  siglos ,  sirvió  de  asiento 
á  colonias  escandinavas,  como  Cranz,  Torfceus  y  sus  an- 
tecesores lo  afirmaron  erróneamente. 

Cuanto  Eggers  (2)  dijo  en  1793  sobre  la  situación 
de  establecimientos  cristianos  en  la  Groenlandia,  está 
confirmado  y  apoyado  con  pruebas  aún  más  convincentes 
por  el  viaje  de  Mr.  Graah  y  por  las  sabias  investigacio- 
nes acerca  de  las  antigüedades  escandinavas  de  Mr.  Raf  n. 
Las  colonias,  más  antiguas  (Ester  y  Vesterbygden,  están 
situadas  en  la  costa  occidental  en  el  Inspectorat  meridio^ 
nal  de  Julianshaab,  donde  los  bosquecillos  de  abedules 
anuncian  un  clima  más  templado.  Toda  esta  costa  hasta 


(1)  Véase  el  excelente  informe  de  M.  Magnus  Stephenson 
en  Hooker's,  Tour  in  leeland,  pág.  423.  La  suposición  de 
una  distancia  de  156  millas  daría  á  este  fenómeno  lumino- 
so, situada  la  vista  en  el  horizonte,  una  elevación  de  20.000 
pies.  En  la  Groenlandia,  recorrida  por  M.  Giseke  y  otros  natura- 
listas, se  han  encontrado  basaltos  y  doleritas,  pero  no  traqui- 
tas  y  volcanes  en  actividad.  Acaso  la  erupción  luminosa  fué  en 
el  mar,  y,  por  tanto,  más  cerca  de  Islandia;  sin  embargo,  los 
•fuegos  que  se  elevaron  en  tres  inmensas  columnas  el  11  de  Ju 
•nio  de  1783,  cerca  de  los  ríos  Skapta  y  Hwerfisfliot,  fueron 

también  vistos,  según  M.   Magnus    Stephenson,  á  distancia 
de  56  leguas  marinas  (Hooker's,  Tour,  pág.  409). 

(2)  Mem.  de  la  Société  Econom.  de  Copenhague ,  t.  IV ,  pá- 
gina 239. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  265 

el  Inspectorat  boreal  (1)  de  Uppernavick  (lat.  72°  50'), 
está  cubierta  de  ruinas  de  las  antiguas  colonias  escandi- 
navas^ mientras  en  la  costa  oriental  no  hay  rastro  al* 
guno  de  habitaciones  europeas,  y  muestra,  como  todas 
las  costas  orientales,  un  rigor  de  clima  contrario  al  des- 
arrollo de  la  vida  orgánica.  Las  heleras  bajan  de  las 
montañas  como  dique  continuo  hacia  el  litoral:  las  co- 
rrientes que  al  Norte  del  paralelo  de  647j°  se  dirigen 
al  SO.,  contribuyen  á  amontonar  los  témpanos  de 
hielo  arrancados  en  las  regiones  polares  (2). 

El  capitán  Graah  estuvo  mas  de  diez  y  ocho  meses 
expuesto  á  grandes  sufrimientos  en  las  costas  desiertas 
de  la  Groenlandia  oriental.  Llegó  en  sus  exploraciones 
hasta  los  65°  20',  y  reconoció  que  la  descripción  que  los 
Sagas  hacen  de  la  costa  habitada  por  los  islandeses  no 
conviene  en  manera  alguna  á  la  localidad  del  litoral 
oriental.  Los  estrechos  canales  (fjord)  que  recortan  la 
costa  habitada,  sólo  son  frecuentes  en  la  parte  occidental, 
lo  mismo  en  Groenlandia  que  en  Noruega  y  en  la  Amé- 
rica boreal. 

El  atento  examen  del  camino  seguido  por  los  antiguos 
navegantes  escandinavos  para  llegar  á  las  colonias  de 
Osterbygde,  demuestra  la  exactitud  de  las  primeras  no- 
ciones de  Eggers  que  Mr.  Malte  Brum  ha  reproducido  y 
enriquecido   con   muchas   observaciones  nuevas   en   su 


(1)  La  desgraciada  Misión  de  Uppernavik  fué  quemada,  en 
las  últimas  guerras,  por  los  balleneros  ingleses. 

(2)  Mr.  Graah  marca  la  dirección  de  las  corrientes  entre  loa 
paralelos  de  64f°  y  del  cabo  Farewell,  hacia  el  ONO.,  y  á  lo 
largo  de  la  costa  occidental  desde  el  cabo  Farewell  hasta  la 
isla  Disco,  hacia  el  NNE.,  lo  que  está  en  contradicción  completa 
con  el  mapa  general  de  las  corrientes  del  mayor  Rennell. 


266  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Precis  de  Vhistoire  de  la  Géographie,  Según  las  investi- 
gaciones de  Mr.  Graah  (1)  se  iba  de  Islandia  primero 
al  O.,  después  al  SO.  hasta  un  hvarf  ó  vendeplads 
(punto  en  que  la  costa  cambia  de  dirección);  desde  allí 
la  navegación  se  dirigía,  como  la  costa  misma  á  NNO. 
El  hvarf  estaba,  por  tanto,  colocado  entre  el  cabo  Fa- 
reweil,  designado  con  el  nombre  de  Hvidsoerken^  y  el 
cabo  Egede  en  la  extremidad  de  la  península  groenlan- 
desa, donde  hay  un  archipiélago  de  islotes  parecido  al 
del  cabo  de  Hornos  y  la  Tierra  del  Fuego. 

La  prueba  más  irrecusable  del  emplazamiento  de  las 
colonias  scandinavas,  la  ofrecen  las  inscripciones  rúnicas 
descubiertas  desde  hace  diez  años  en  la  costa  occidental 
de  Groenlandia.  Se  ha  reconocido  que  muchas  de  estas 
inscripciones ,  por  ejemplo  las  que  han  sido  encontradas 
en  1831  en  Igalikko  (lat.  60°  51'),  y  en  1832  en  Iki- 
geit  ó  Egegeit  (lat.  60°  O')  al  norte  de  Fridriksal,  que 
corresponden  á  los  siglos  xi  y  xii  por  la  forma  de  los 
runos,  comparados  con  los  runos  de  IToruega,  cuya  fecha 
se  sabe  con  exactitud;  pero  ha  fijado  ademas  grande- 
mente la  atención  de  los  anticuarios  otro  monumento  de 
la  parte  más  septentrional  de  la  península  groenlandesa 
que  el  capitán  Graah  ha  traído  á  Europa.  Este  monu- 
mento tiene,  al  parecer,  la  fecha  de  1135,  y  es  una 
marca,  una  señal  erigida  en  la  parte  más  elevada  de  la 
isla  de  Kingiktorsoak  (lat.  72°  55'),  una  de  las  Womans 
Islands,  un  poco  al  norte  de  Uppernavik. 

Un  groenlandés  llamado  Pelinut,  halló  esta  piedra 
rúnica   en   1824  encima   de   una  roca,  y   el   misionero 


(1)   Vudersdg  Beise,  páginas  3,  169,  185,  188  y  190. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  267 

Kragh  tuvo  el  mérito  de  ser  el  primero  en  darla  á  cono- 
cer (1).  La  versión  latina  de  Eask,  que  me  ha  sido 
comunicada  por  M.  Rafn,  dice:  Erlingr  Sighvati  Jilius 
et  Bjarn  Thordi  filivs  et  Eindridi  Oddi  Jilius  feria  septt- 
ma  ante  diem  victorialem  extruxerunt  metas  hasce  ac 
purgaverunt  {\ocum)j  mcxxxv.  Esta  fecha,  trescientos 
cincuenta  y  siete  años  anterior  á  Cristóbal  Colón,  no  es 
inverosímil,  conforme  á  las  opiniones  generalmente  admi- 
dos  hoy  respecto  á  la  época  de  los  descubrimientos  es- 
candinavos. Preciso  es  recordar,  sin  embargo,  que  la 
interpretación  del  valor  numérico  de  los  seis  runos  en 
que  se  cree  encontrar  un  millar,  una  centena,  tres  dece- 
nas j  un  cinco,  conforme  á  la  analogía  de  las  cifras  ro- 
manas, ha  dejado  dudas  en  el  ánimo  de  sabios  muy 
versados  en  el  estudio  de  los  signos  gráficos  de  los  no^ 
ruegos  (2). 


(1)  Antigmi'isTie  Annaler,  t.  v  (1827),  páginas  309,  324,  368 
y  377. 

(2)  Los  caracteres  rúnicos  de  la  famosa  piedra  de  la  Isla  de 
las  Mujeres,  en  la  parte  oriental  del  mar  de  Baffin,  en  una 
latitud  donde  no  se  esperaba  ver  estos  restos  de  cultura  euro- 
pea, han  sido  grabados  muchas  veces  en  Dinamarca  y  Alema- 
nia. He  creído  que  debía  dar  la  interpretación,  por  decirlo  así, 
oficial,  publicada  por  la  Sociedad  de  Anticuarios  de  Copenha- 
gue, que  tan  grandes  servicios  ha  prestado  á  la  historia  y  á  la 
geografía  de  las  regiones  boreales.  Esta  interpretación  difiere 
algo  de  las  versiones  publicadas  anteriormente.  La  primera 
noticia  de  la  piedra  del  misionero  Kragh  me  la  dio  el  capitán 
Sabine.  Mr.  de  la  Roquette,  cónsul  de  Francia  en  Dinamarca, 
procuró  desde  el  año  de  1832  proporcionarme  un  dibujo.  Ocu- 
pándome de  los  signos  numéricos  de  los  diferentes  pueblos,  y 
creyendo  reconocer,  por  la  igualdad  de  algunos  runos,  en  el 
grupo  entero,  á  la  vez  el  valor  de  posición  y  el  de  agregación, 
Bometl  á  M.  Rafn,  de  Copenhague,  y  á  M.  Mohnike,  de  Stral- 


^68  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

Las  estaciones  intermediarias  de  Islandia  y  de  la 
Groenlandia  dieron  lugar  acaso,  desde  el  año  985,  al 
descubrimiento  del  Vinland,  cuando  con  el  intento  de 
reunirse  con  su  padre,  recientemente  establecido  en  la 
Groenlandia,  el  islande's  Biarn  Herjolfson  conoció  toda 
la  violencia  de  los  vientos  de  Noroeste  y  fué  llevado 
hacia  una  tierra  que,  por  la  frondosidad  de  la  vegetación, 
parecióle  al  primer  aspecto  muy  distinta  de  las  que 
hasta  entonces  había  descubierto. 

De  vuelta  á  donde  residía  su  padre,  unióse  Biarn  con 
Leif  Ericson  (hijo  de  Eric  Eauda,  el  fundador  de  los 
primeros  establecimientos  islandeses  en  la  Groenlandia), 
y  emprendió  con  él  una  expedición  lejana,  en  la  cual 
tocaron  el  año  1001  ó   1005  sucesivamente  en  Hally- 


sund,  las  dudas  que  á  M.  Klaproth  le  inspiraba  la  interpreta- 
ción de  la  fecha.  He  sabido  por  este  último,  á  quien  debemos 
la  traducción  alemana  del  Saga  de  Fridthjof,  que  Eask  y  el 
sabio  Finn  Magnusen  han  declarado  espontáneamente  que  la 
interpretación  de  la  fecha  (1135)  sólo  era  verosímil,  pero  que  el 
valor  numérico  de  los  caracteres  rúnicos  empleados  en  el  mo- 
numento de  Kingiktorsoak  no  está  suficientemente  confirmado 
por  los  ejemplos  sacados  de  otras  inscripciones  análogas. 
M.  Rafn  añade  que  los  diez  y  seis  runos  del  calendario,  que  son 
-á  la  vez  letras  y  cifras,  no  bastan  para  interpretar  con  alguna 
seguridad  grandes  cifras.  Finalmente,  y  para  decirlo  todo,  los 
Sres.  Brynjulf sen  y  Mohnike  se  muestran  inclinados  á  conside- 
rar el  grupo  de  los  seis  runos  que  terminan  la  inscripción,  no 
como  una  indicación  de  año,  sino  simplemente  como  un  adorno. 
,  La  piedra  con  caracteres  rúnicos  más  antigua  que  hay  en  Is- 
-landia  está  en  Borg  en  el  Myre-Syssel;  es  la  tumba  de  Kartan 
"  Olafsen,  á  quien  durante  su  permanencia  en  Noruega,  convirtió 
al  cristianismo  el  rey  Oluf  Tryggesen  y  fué  asesinado  en  1004 
por  orden  de  una  bella  dama  islandesa  cuyo  amor  desdeñaba 
(Olafsen,  1. 1,  pág.  137). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA,  269 

land,  Markland  (1)  y  Vinland.  Sabido  es  que  á  esta 
última  comarca  le  dio  dicho  nombre,  por  la  abundancia, 
de  vides  silvestres  que  allí  había,  un  alemán,  Türker, 
que  acompañaba  á  los  normandos  y  les  hablaba  de  la 
posibilidad  de  hacer  vino. 

Examinando  atentamente  las  indicaciones  de  la  lon- 
gitud del  día  en  los  distintos  Sagas,  se  ha  deducido  que 
los  parajes  visitados  entonces  por  los  escandinavos  esta- 
ban situados  entre  los  paralelos  de  41°  á  50°,  lo  cual 
corresponde  á  la  costa  que  se  extiende  desde  Nueva 
York  á  Terranova,  costa  en  que  vegetan  más  de  siete 
especies  de  Vitis. 

Mr.  Rafn,  que  prepara  una  extensa  e'  importante  obra 
sobre  la  historia  de  los  descubrimientos  americanos,  cree 
que  los  escandinavos  llegaron  hasta  la  Carolina  del 
Norte,  pero  que  la  principal  estación  de  estos  intrépidos 
marinos  fué  la  desembocadura  del  San  Lorenzo,  sobre 
todo  la  bahía  de  Gaspe,  frente  á  la  isla  Anticosti,  donde 
la  abundancia  y  facilidad  de  la  pesca  podían  atraerles. 
Afortunadamente  la  sociedad  de  anticuarios  de  Copen- 
hague está  reuniendo  los  materiales  relativos  á  esta 
época  tan  memorable  de  la  Edad  Media. 

Todo  lo  escrito  fuera  de  Dinamarca  acerca  de  los  des- 
cubrimientos escandinavos  en  América,  aumenta  muy 
poco  nuestros  conocimientos;  sólo  cuando  el  conjunto  de 
los  hechos  sea  comprobado  y  sometido  á  sabia  crítica, 


(1)  Thormodi  Torfoei,  Hist.  Vinlandia  antiqiift,  1705, 
página  5.  Con  la  viña  había  también  una  gran  gramínea  de 
granos  gruesos,  que  se  ha  creído  fuese  el  maíz.  Véase  Schroder. 
Om  S7¿a7idi7iave7'nes,  Fordna  upptacMsreaor  till  Nordavierilia 
en  SWEA  (1818),  H.  1,  pág.  211. 


270  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

podrá  intentarse  con  éxito  el  artificio  de  las  opiniones  y 
de  las  conjeturas. 

En  esta  clase  de  acontecimientos,  como  en  otros  de 
antigüedad  más  remota,  conócense,  por  decirlo  así,  las 
masas,  la  realidad  de  las  comunicaciones  entre  la  Groen- 
landia j  el  continente  americano;  pero  el  detalle  de  los 
sucesos  es  vago  y  á  veces,  en  la  apariencia,  extraordina- 
rio. Sólo  los  sabios  dinamarqueses  j  noruegos  pueden 
hacer  desaparecer  las  contradicciones  de  fechas  y  de 
distancias,  y  las  dudas  respecto  á  la  dirección  y  duración 
de  las  navegaciones  y  al  aspecto  de  las  comarcas  descri- 
tas por  los  Sagas. 

Hay  investigaciones  y  trabajos  que  sólo  pueden  rea- 
lizarse junto  á  las  mismas  fuentes  de  conocimientos. 
Tales  son  las  ventajas  de  la  América  española  para  el 
estudio  de  la  historia  de  la  civilización  primitiva  de 
Méjico,  Guatemala  y  el  Perú,  y  las  de  Italia  para  las 
cartas  de  marear  de  la  Edad  Media,  que  permanecen  ol- 
vidadas en  las  bibliotecas  públicas  y  privadas. 

Los  recuerdos  de  las  expediciones  al  Vinland,  deno- 
minación geográfica  tan  vaga  como  lo  ha  sido  la  de 
Terranova  á  fines  del  siglo  xv,  abarcan  tan  sólo  un  pe- 
ríodo de  ciento  veinte  á  ciento  treinta  años.  El  último 
viaje  de  que  se  ha  conservado  tradición  cierta  es  el  del 
obispo  groenlandés  Eric,  que  fué  al  Vinland  á  predicar 
el  Evangelio.  Los  establecimientos  de  la  Groenlandia 
occidental,  muy  florecientes  hasta  la  mitad  del  siglo  xiv, 
fueron  arruinándose  progresivamente  por  los  monopolios 
destructores  del  comercio,  por  la  invasión  de  los  Esqui- 
males {Skrceellinger)  en  1349  ó  1379  (porque  no  se  sabe 
ciertamente  el  año),  por  la  peste  negra  {schwarze  TocT) 
que  asoló  el  Norte  desde  el  año  1347  hasta  el  de  1351, 


DESCUBRIMIENTO  DE  AMÉRICA.  271 

y  por  el  ataque  de  una  flota  enemiga  cuyo  punto  de  par- 
tida se  ignora.  No  se  cree  hoy  en  la  fábula  de  un  cambio 
súbito  de  clima,  en  la  formación  de  una  barrera  de  hielo 
que  causó  la  separación  total  entre  las  colonias  estable- 
cidas en  Groenlandia  y  su  metrópoli. 

Como  las  colonias  sólo  ocupaban  la  parte  más  tem- 
plada de  la  costa  occidental,  no  es  posible  lo  que  se  ha 
dicho  de  que  un  obispo  de  Skalhot  viera  en  1540  en  la 
costa  oriental,  más  allá  del  muro  de  hielo,  pastores  lle- 
vando á  pastar  sus  rebaños.  La  acumulación  de  hie- 
los (1)  en  el  litoral  frontero  á  Islandia  depende,  como 
antes  hemos  indicado,  de  la  configuración  del  país,  de 
la  proximidad  de  una  serie  de  montañas  paralelas  á  la 
costa  y  de  la  dirección  de  las  corrientes.  Este  estado  de 
cosas  no  data  de  fines  del  siglo  xiv  ó  principios  del  xv, 
y  el  mito  de  la  formación  de  una  barrera  de  hielo  en  los 
tiempos  históricos,  pare'cese  bastante  al  de  la  supuesta 
destrucción  de  esta  barrera  en  1817,  destrucción  que  de- 
bía cambiar  por  segunda  vez  el  clima  de  todo  el  Nor- 
oeste de  Europa. 


(1)  PoNTANUs;,  Hist,  Dan.^  lib.  vil,  pág.  476.  Aunque  la 
serie  de  los  obispos  groenlandeses  no  llega  más  que  hasta  1406, 
parece,  sin  embargo,  que  el  papa  Eugenio  IV  nombró  alguno 
en  1433.  8e  ha  encontrado  también  una  carta  de  Nicolás  V  á 
un  obispo  groenlandés,  fechada  en  el  ano  de  1448.  (Véase  Graah, 
páginas  5  y  7.) 


XIV. 


Colón  no  supo  los  viajes  de  los  escandinavos  á  la  América 
septentrional. 


Referidos  los  sucesos  que  impulsaron  al  descubrimiento 
del  continente  americano,  por  las  estaciones  intermedias 
de  las  islas  Foeroe.  la  Islandia  y  la  Groenlandia,  resta 
examinar  si  Cristóbal  Colón  supo  algo  de  este  descubri- 
miento, ó  si  pudo  comprender  la  relación  que  tenía  con 
sus  proyectos. 

La  única  base  de  esta  cuestión  es  un  párrafo  mal  in- 
terpretado de  la  Vida  del  Almirante,  escrita  por  su  hijo 
don  Fernando.  Al  dar  á  conocer  las  ocupaciones  del 
grande  hombre,  antes  de  su  llegada  á  España,  cita  don 
Fernando  el  Tratado  de  las  cinco  zonas  habitables,  cuyo 
autor  (Cristóbal  Colón),  á  fin  de  probar  la  posibilidad 
de  la  habitación  por  la  experiencia  de  sus  propios  viajes, 
dice  lo  siguiente:  «En  el  año  de  1477,  por  Febrero,  na- 
vegue' más  allá  de  Tyle  cien  leguas,  cuya  parte  austral 
dista  de  la  equinoccial  73  grados,  y  no  63  como  quieren 
algunos,  y  no  está  sita  dentro  de  la  línea  que  incluye  al 
Occidente  Ptolomeo,  sino  es  mucho  más  occidental;  y 
los  ingleses,  principalmente  los  de  Brístol,  van  con  sus 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  273 

mercaderías  á  esta  isla,  que  es  tan  grande  como  Ingla- 
terra ;  cuando  yo  fui  allá  no  estaba  helado  el  mar,  aun- 
que las  mareas  eran  tan  gruesas  que  subían  26  brazas  y 
bajaban  otro  tanto.  Verdad  es  que  Tyle,  de  quien  Pto- 
lomeo  hace  mención,  está  en  el  sitio  donde  dice  y  hoy  se 
llama  Frislanda.» 

Este  párrafo  es  doblemente  notable  á  causa  del  nom- 
bre de  Frislanda,  célebre  por  los  viajes  de  los  venecia- 
nos Nicolás  y  Antonio  Zeni,  que  fueron  al  Norte  en  1388 
y  1404.  Colón  no  conoció  seguramente  el  Diario  manus- 
crito de  Antonio  Zeno,  que,  como  sabemos,  quedó  olvi- 
dado en  poder  de  su  familia  hasta  1558,  en  que  vio  la 
luz  (1)  la  edición  de  Marcolini,  cincuenta  y  dos  años 
después  de  la  muerte  del  Almirante  y  diez  y  ocho  des- 
pués de  la  de  su  hijo  D.  Fernando,  que,  por  tanto,  nada 
pudo  tomar  di?  él  (2).    No   fueron,  paes,  los  hermanos» 


(1)  Relazionc  dello  scojprimento  delVisole  Frislanda,  Es- 
landa,  Engroreland,  Estotilanda  é  Scaria,  fatto  da  due  fra- 
telli  Zeni,  M.  Nicoolo  il  cavaliere  e  M,  Antonio.  Venecia.  1558 
(edición  de  Fraric.  Marcolini). 

(2)  El  sabio  D.  Fernando  Colón,  nacido  en  1488,  hizosc  sa- 
cerdote pocos  años  antes  de  su  muerte,  ocurrida  en  1540,  y 
legó  su  excelente  biblioteca,  que  aun  lleva  el  nombre  de  Co- 
lomMna,  á  la  ciudad  de  Sevilla.  Su  obra  {Historüi  del  Almi- 
rante D.  Cristóbal  Colón)  publicóse  por  primera  vez  en  1571 
en  Venecia;  por  tanto,  trece  años  después  de  la  edición  de  los 
viajes  de  los  Zeni,  por  Marcolini;  pero  esta  edición  de  1571  es 
la  traducción  italiana,  hecha  por  Alfonso  de  UUoa,  del  manus- 
crito español  que  Luis  Colón,  hijo  de  D.  Diego  y  persona  mal 
reputada,  llevó  en  1568  á  Genova  {Códice  Colombo- America- 
no, p.  LXiii).  Laméntase  con  razón  Muñoz  de  que  el  original 
español  no  se  haya  encontrado  hasta  ahora,  porque  ülloa  hizo 
la  traducción  valiéndose,  al  parecer,  de  una  copia  muy  inco- 
rrecta. 

18 


274  ALEJANDRO   UE   nDMBOLDT. 

Zeni  quienes  inventaron  el  nombre  de  Frislanda,  que  no 
debemos  confundir  (1)  con  la  isla  de  los  Bacalaos  (isla 
de  Stockfích,  Stokafixa),  del  séptimo  mapa  de  Andrés 
Bianco,  dibujado  en  1436. 

Recordando  la  permanencia  del  Almirante  en  Lisboa 
desde  1470  á  1484,  llama  la  atención  la  fecha  de  su 
viaje  á  Tile  en  1477,  sobre  todo  de  un  viaje  á  las  regio- 
nes árticas  en  el  rigor  del  invierno.  Haré  observar  pri- 
mero que  su  estancia  en  Portugal  fué  mucho  menos 
permanente  de  lo  que  se  acostumbra  á  suponer.  IsTo  cabe 
duda  de  que  Colón  tomó  parte  en  cuatro  expediciones 
antes  de  1484,  á  saber  :  á  Túnez,  al  archipiélago  griego, 
á  Islandia  y  á  la  costa  de  Guinea,  sin  contar  los  frecuen- 
tes viajes  á  Porto  Santo,  donde  residía  su  mujer  D.*  Fe- 
lipa Muñiz  Perestrello  y  donde  nació  D.  Diego  Colón. 
Lo  incierto  no  son  los  acontecimientos  mismos,  sino  su 
orden  cronológico,  y  esta  incertidumbre  alcanza  también 
á  la  prioridad  de  los  ofrecimientos  que  el  Almirante  hizo 
á  varias  potencias,  por  ejemplo,  á  la  República  de  Ge- 
nova (2)  y  á  los  Reyes  de  Portugal  y  de  Inglaterra. 


(1)  Igual  incertidumbre  existe  en  el  mapa  de  Fra  Mauro, 
aunque  es  veintitrés  años  posterior.  Zurla,  Viaggi,  t.  ii,  pá- 
ginas 48  y  335. 

(2)  Spotorno,  autor  del  Códice  dij)loi)i ático  Coloinho-Ame- 
ricano  (p.  xxii),  sostiene  que  la  negativa  de  la  Repúhlica  Se- 
renísima fué  á  fines  de  1477.  Mufioz  la  pone  en  1485,  poco  antes 
de  la  llegada  de  Colón  á  España  (lib.  Ii,  §  21).  Los  ofrecimien- 
tos que  el  Almirante  tuvo  intención  de  hacer  á  Francia  están 
probados  por  una  carta  del  duque  de  Medinaceli  (19  de  Marzo  de 
1493),  dirigida  al  gran  Cardenal  de  España,  «ignoro  si  sabéis, 
dice,  que  he  tenido  á  ese  Cristóbal  Colomo  en  mi  casa  cuando 
vino  de  Portugal,  con  intención  de  ir  al  Rey  de  Francia,  para 
buscar  apoyo.»  El  Duque  se  alaba  de  haber  impedido  el  viaje. 


DFSCÜBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  ¿75 

Los  biógrafos  modernos  (exceptuando  á  Spotorno  y 
al  juicioso  Washingon  Irving)  han  ordenado  los  hechos 
de  la  manera  más  arbitraria,  mientras  el  mismo  D.  Fer- 
nando Colón  confiesa  que  la  época  del  viaje  de  su  padre 
€i  la  Mina  ó  á  Guinea  le  parece  bastante  dudosa»  (1). 
«Yo  he  pasado  veintitrés  años  en  el  mar,  dice  el  Almi- 
rante; he  visto  todo  el  Levante  y  el  Occidente-  y  el  Norte; 
he  ido  muchas  veces  de  Lisboa  á  la  costa  de  Guinea,  pero 
€n  parte  alguna  encontré  tan  excelentes  puertos  como 
en  esta  tierra  de  la  India  (el  Nuevo  Mundo).»  Como 
€sta  comparación  prueba  que  el  párrafo  citado  por  don 
Fernando  es  posterior  á  1492,  y  como  el  Almirante  ase- 
gura, según  su  mismo  biógrafo,  que  navegó  (cdesde  la 
edad  más  tierna»,  á  los  catorce  años,  el  cálculo  de  los 
reintitrés  años  pasados  en  el  mar  puede   ser  exacto  (2) 


(1)  Vida  del  Almirante,  cap.  V;  «  Para  decir  la  verdad,  yo 
no  sé  si,  durante  el  matrimonio,  fué  el  Almirante  á  la  Mina.» 

(2)  Na  VARÉETE,  t.  I,  p.  Lxxxii.  Si,  ál  contrario,  se  admite 
la  opinión  de  Muñoz,  de  que  Colón  nació  en  1446  (lib.  II,  §  12)^ 
debe  suponerse  que  hasta  1483  estuvo  de  continuo  en  el  mar,  lo 
cual  es  contrario  á  hechos  bien  comprobados,  á  no  ser  que,  no 
habiendo  navegado  desde  1484  á  1492,  el  párrafo  citado  en  el 
texto  fuera  escrito  muy  posteriormente  al  primer  viaje  á  Amé- 
rica. Además,  los  recuerdos  de  épocas  de  la  vida  de  Colón  son 
con  frecuencia  muy  erróneos.  En  la  famosa  carta  dirigida  á  los 
monarcas,  fechada  en  Jamaica  el  7  de  Julio  de  1603,  se  dice: 
<(  Yo  vine  á  servir  (á  España)  de  veintiocho  años,  y  agora  no 
tengo  cabello  en  mi  persona  que  no  sea  cano,  y  el  cuerpo  en- 
fermo y  gastado  cuanto  me  quedó.»  Como  es  indudable  que 
Colón  vino  á  España  en  1484  ó  1485,  debió  nacer,  según  este 
dato,  en  1456  ó  1457,  lo  cual  no  es  cierto,  y  prueba  que  en  la 
carta  de  Jamaica  debe  leerse,  en  vez  de  veintiocho  años,  treinta 
y  ocho  ó  cuarenta  y  ocho.  Hubo,  sin  duda,  error  de  cifra  en  el 
documento  impreso  en  1505,  ó  Colón  se  equivocó. 


276  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

suponiendo,  como  lo  afirma  Navarrete,  que  Colón  nació 
en  1436. 

Las  aventuras  de  este  grande  hombre  en  el  Medite- 
rráneo se  reducen  á  un  viaje  á  Chío,  que'  poseían  en- 
tonces los  Giustiniani  de  Genova,  «donde  vio  coger  el  al- 
máciga»; al  mando  de  unas  galeras  genovesas  en  las  cer- 
canías de  la  isla  de  Chipre  (1)  ^durante  la  guerra  con 
los  venecianos;  á  una  expedición  á  Túnez  por  cuenta  del 
rey  Renato  de  Anjou  y  á  los  viajes  que  parece  hizo  con 
un  marino  célebre  en  su  época,  que  Fernando  Colón 
llama  Colón  el  mozo,  para  distinguirle  de  un  tío  de 
éste,  que  fué  capitán  de  las  armadas  navales  del  Rey  de 
Francia  en  1476. 

La  expedición  á  Túnez  tuvo  por  objeto  capturar  una 
galera  (probablemente  napolitana),  la  Fernandina,  esta- 
cionada en  las  costas  de  África.  Colón  refiere,  en  una 
carta  (escrita  á  los  Reyes  Católicos  desde  la  Española) 
fechada  en  el  mes  de  Enero  de  1495  (2),  cómo  por  un 
ardid,  «cuando  el  difunto  rey  Renato  (Reine!)  le  envió 
á  Túnez»,  apaciguó  una  insurrección  de  marineros  cerca 
del  islote  de  San  Pedro,  en  la  costa  occidental  Ú%  Cer- 


(1)  Cod.  CoL  Amcr.,p,xiu. 

(2)  Evidentemente  hay  error  en  la  fecha,  y  debe  decir  1494. 
Es  la  carta  que  Antonio  Torres  trajo  á  España,  y  fué  expedida  en 
:el  puerto  de  Navidad  de  Haiti  el  2  de  Febrero  de  1494.  De  esta 
carta  sólo  conocemos  el  fragmento  copiado  en  la  Vida  del  Al- 
mirante. El  Dr.  Chanca,  que  escribió  por  el  mismo  conducto, 
fecha  su  carta  en  1493  (Navarrete,  1. 1,  pág.  224).  Señalo  estos 
errores  tan  frecuentes  de  cifras,  nacidos  en  parte  del  uso  si- 
multáneo de  números  romanos  y  .árabes  (indios),  porque  las 
equivocaciones  de  esta  índole  tienen  alguna  importancia  en  los 
debates  á  que  dan  ocasión  las  fechas  problemáticas  de  las 
primeras  cartas  de  Amerigo  Vespucci. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  277 

deña.  Se  coloca  este  hecho  en  1473  (1),  acaso  porque 
«n  1472  guerreaba  con  los  turcos  Fernando,  hijo  natu- 
ral del  rey  Alfonso  de  Kápoles,  y  podía  bloquear  el 
puerto  de  Túnez;  pero  en  esta  época  el  bueno  y  poético 
rey  Renato  ocupábase  tranquilamente  de  pinturas  y  lies- 
tas  pastorales  en  Provenza,  perdidas  ya  todas  sus  espe- 
ranzas de  hacer  valer  sus  derechos  sobre  Sicilia  y  Ara- 
gón, desde  que  murió  en  Barcelona,  en  1470,  su  hijo 
Juan  II,  duque  de  Calabria. 

La  expedición  que  Colón  hizo  por  cuenta  del  rey  Rcr 
nato  debió  corresponder  necesariamente  al  intervalo  en- 
tre los  años  de  1459  y  1470,  y  creo  que  fuera  desde  1461 
á  1463,  cuando,  con  ayuda  de  los  genoveses;,  procuró 
Juan  II,  duque  de  Calabria,  conquistar  á  -Ñapóles, 
donde  reinaba  Fernando,  de  la  casa  de  Aragón. 'Esta 
circunstancia  es,  en  mi  concepto,  un  motivo  más  para 
considerar  exacta  la  opinión  de  los  que  sostienen  que 
Colón  nació  en  1436  y  no  en  1446,-  porque  á  la  edad  de 
diez  y  siete  años  no  se  tiene  el  mando  de  un  buqué  de 
guerra,  ni  se  representan  los  intereses  de  un  soberano 
extranjero. 

Más  difícil  es  determinar  la  e'poca  que  Colón  navegó 
«n  las  galeras  de  Colón  el  mozo.  Muñoz  es  el  primero 
en  probar,  por  medio  de  los  anales  de  Marco  'Antonio 
Coccejo  (Sabellico),  que  la  novelesca  aventura  descrita 
por  Fernando  Colón  para  explicar  la  llegada  de  su  pa- 
dre á  Lisboa  en  1474,  no  pudo  realizarse  hasta  1485y 
és  decir,  cuando  éste  había  salido  ya  de  Portugal.  Fue, 
pues,  en  otra  época  cuando  Colón  navegó  («durante 
largo  tiempo»)  con  Colón  el  7nozo,  cuyo  parentesco  esti- 


(1)  Cod.  Col.,  loe.  cit. 


•278  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

maba  en  mucho,  porque,  hijo  de  un  fabricante  de  paños 
(su  padre  vivía  aún  en  1494,  y  su  nombre  figura  entre 
los  testigos  en  un  testamento  de  esta  época,  textor  pan* 
norum),  dice  con  orgullo  en  un  fragmento  de  sus  escrito» 
que  ha  llegado  hasta  nosotros.  «Yo  no  soy  el  primer  al- 
mirante de  mi  familia.» 

La  expedición  á  la  costa  de  Guinea  y  (nal  fuerte  de 
San  Jorge  de  la  Minay>  del  Rey  de  Portugal,  necesaria- 
mente es  posterior  á  1481,  porque  hasta  entonces,  se- 
gún dije  antes,  no  se  construyó  esta  fortaleza. 

Cualquiera  que  sea  el  año  en  que  Colón  hizo  su  viaje 
al  Norte  (Muñoz  y  Barrow  (1)  lo  suponen  antes  de  la 
llegada  del  Almirante  á  Portugal),  «nada  indica  que 
este  viaje  le  haya  conducido  á  la  costa  de  Groenlandia, 
más  allá  del  límite  occidental  del  mundo  conocido  por 
Ptolomeo,  y  que  llegara  al  Nuevo  Mundo,  sin  advertirlo, 
quince  ó  veinte  años  antes  del  descubrimiento  de  las 
Antillas»  (2).  Se  ha  interpretado  muy  mal  el  único 
párrafo  de  las  cinco  zonas  en  que  se  trata  de  la  expedi- 
ción al  Norte  y  que  copié  anteriormente.  Colón  distin- 
gue con  gran  sagacidad  dos  islas  de  Thulé  (para  nom- 
brarla usa  la  ortografía  de  nmchos  manuscritos  antiguos 
que  escriben  Thyle,  Thile  y  Tyle)  (3),  una  mas  septen- 


(1)  Hist.  del  Nuevo  Mundo  (lib.  11,  §  12);  Barrow  {Voy. 
into  the  Arct  Regions,  páginas  23  y  26),  cree  que  en  la  Vida 
del  Almirante,  cap.  iv,  debe  leerse  1467,  en  vez  de  1477. 

(2)  Spotorno,  Códice  Col.  Amer.,  p.  XV. 

(3)  Véanse  los  ejemplos  reunidos  en  el  Dicuil  de  M.  Le- 
tronne,  páginas  37  y  38.  La  traducción  latina  de  Ptolomeo,  de 
0oúXy],  en  Thyle,  fué  la  que  indudablemente  guió  á  los  geógra- 
fos de  la  Edad  Media.  Es  singular  que  Colón  no  emplee  el 
nombre  de  Islandia,  que  debía  haber  oído  en  el  Norte,  y  que  se 
cree  encontrar  ya  en  Edrisi,  pág.  275. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  279 

trional  situada  al  NO.,  grande  como  Inglaterra,  y  otra 
más  meridional  y  más  pequeña,  llamada  Frislanda. 
Considera  esta  última  como  la  Thulé  de  Ptolomeo,  y 
añade  que  está  situada  donde  Ptolomeo  indica,  álos  63* 
de  latitud.  Yo  creo  que  lo  que  distingue  es  la  Thulé  de 
Dicuil  (Islandia),  y  las  Foeroe  ó  Mainland,  la  isla  prin- 
cipal del  archipiélago  de  las  Shetland  la  Thulé  de  Plinio 
de  Tácito,  de  Solino,  y  verosímilmente  de  Pytheas,  si 
Solino  no  tomó  los  datos  de  dos  relaciones,  una  de  las 
cuales  se  refería  á  Islandia)  (1).  Podría  decirse  que 
Colón  había  adivinado  lo  que  las  investigaciones  geo- 
gráficas han  hecho  cada  vez  más  probable  en  los  tiempos 
modernos. 

Cierto  es  que  las  latitudes  que  Colón  atribuye  á  las 
dos  islas  de  Thulé  no  convienen  ni  á  la  costa  meridio- 
nal de  Islandia  ni  al  grupo  de  las  islas  Shetland.  La 
primera  se  encuentra  á  CBVa*'  y  no  á  73°;  las  Shetland 
están  á  los  607»°  y  no  á  los  63°;  pero  las  posiciones 
que  el  Almirante  indica  no  son  resultado  de  observación 
propia  de  las  alturas  meridianas  del  sol  durante  una 
navegación  invernal  en  climas  brumosos.  Al  identificar 


(1)  GossELIN ,  t.  IV,  páginas  171  y  174.  Al  nombrar  la  isla 
de  Mainland,  sigo  la  opinión  de  D'Anville,  de  Gosselin  y  de 
Mannert  {Einl,  in  die  Geogr.  der  Alten,  pág.  157).  Malte 
Brun  cree  que  la  Thulé  de  Pytheas  es  la  extremidad  de  Jut" 
landia,  y  se  funda  en  los  antiguos  nombres  escandinavos  de 
Thy  ó  Thyland  ( Geogr.  Univ.,  t.  I,  pág.  120) ;  y  mucho  antes  que 
él,"Rudbeck  {Atlántica,  t.  i,  pág.  514),  muy  afecto  á  interpre- 
taciones etimológicas,  encontró  solamente  en  las  palabras  Tiel 
y  Tiulé  la  significación  general  de  límite  ó  extremidad  de  una 

tierra.  Ya  Ortelio,  en  1570,  tomó  el  Thyle  de  Pytheas  por  la 
•península  de  Escandinavia  {Theatr,  Orbis,  p.  103).  Las  mÍB- 

mas  idas  se  han  expresado  en  distintas  épocas. 


280  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Frislanda  con  la  Thulé  de  Ptolomeo,  adopta  también 
Colón  la  latitud  de.  este  geógrafo,  y  supone  Islandia  10° 
más  al  Norte  que  Frislanda,  mientras  que  desde  Main- 
land  á  la  costa  más  boreal  de  Islandia  apenas  hay  6  Va" 
Esta  exageración  no  es  extraña  respecto  á  la  última 
Thulé. 

Tampoco  se  debe  pedir  cuenta  á  Colón  de  las  cien 
leguas  que  se  alaba  haber  navegado  más  allá  de  la 
Thulé  más  septentrional,  y  que  le  llevaron,  según  su 
cálculo,  hasta  los  78°  de  latitud,  bastante  más  lejos  de 
los  paralelos  de  las  tierras  de  Scoresby  y  de  Edam.  La 
vaguedad  de  estas  valuaciones  numéricas  no  debe  obli- 
garnos á  rechazar  el  hecho  de  una  expedición  á  los  ma- 
res de  Islandia,  á  una  isla  muy  grande  donde  el  co- 
mercio y  la  pesca  atraían  á  los  comerciantes  de  Bris- 
tol.  Olafsen  nos  enseña  que,  desde  la  primera  mitad  del 
siglo  XV,  los  ingleses  frecuentaban  mucho  los  puertos 
meridionales  de  Islandia,  sobre  todo  Thorlaks-Hafn,  j 
que  los  obispos  del  país  favorecían  el  comercio  bri- 
tánico. 

Un  antiguo  poema  inglés  {The  policie  of  keeinnh  the 
sea),  que  Hakluyt  nos  ha  dado  á  conocer,  confirma  la 
frecuencia  de  las  comunicaciones  entre  Brístol  é  Islan- 
dia, en  la  época  de  los  primeros  viajes  de  Sebastián 
Cabot. 

Lo  que  Colón  dice  de  grandes  mareas  y  del  mar  libre 
de  hielo  al  ]N"orte  de  Thulé,  refiérese  sin  duda  á  lo  que 
había  leído  en  las  compilaciones  geográficas  de  la  Edad 
Media,  sobre  la  concreción  de  los  elementos  ó  el  pulmón 
marino  del  Océano  boreal,  como  acerca  del  oestus  supra 
'Britanntam  octogenis  cubitis  intumescentes.  Era  costum- 
bre de  entonces  tener  siempre  á  la  vista  los  asertos  de 


DESCUBRIMIENTO   DK   AMÉRICA.  281 


los  antiguos  para  confirmarlos  ó  rectiflcarlos  según   se 
presentaba  la  ocasión. 

La  hipótesis  enunciada  por  Malte  Brun  de  que  Colón 
hubiera  sabido  en  Frislanda  ó  en  Islandia  el  viaje  de 
los  hermanos  Zeni  y  el  descubrimiento  de  la  América 
septentrional  por  los  escandinavos,  es  muy  poco  proba- 
ble. Colón  buscaba  el  camino  de  la  India  para  llegar  por 
él  Oeste  al  país  de  las  especias,  y  aunque  supiera  que 
los  colonos  escandinavos  de  la  Groenlandia  habían  des- 
cubierto el  Vinland,  y  que  los  pescadores  de  Frislanda 
habían  llegado  á  una  tierra  llamada  Drogeo,  no  creería 
seguramente  que  tales  npticias  tuvieran  relación  alguna 
con  sus  proyectos.  Vinland  y  Drogeo  tuvieron  interés 
para  nosotros  cuando  se  adquirió  la  certidumbre  de 
la  continuidad  de  las  costas  desde  el  cabo  de  Paria  hasta 
la  desembocadura  del  San  Lorenzo. 
■  Además,  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xv,  cuando 
liacía  ya  trescientos  cincuenta  años  que  toda  navegación 
al  Vinland  estaba  interrumpida,  el  recuerdo  de  los  des- 
cubrimientos groenlandeses  no  podía  permanecer  tan 
vivo  en  Islandia  que  llegara  la  noticia  á  conocimiento 
de  un  marino  genove's,  al  cual  seguramente  le  importaban 
tan  poco  los  Sagas  del  país,  como  los  manuscritos  de 
Adam  de  Brema. 

Este  célebre  canónigo  geógrafo,  que  describe  la  Cur- 
landia  y  una  parte  de  Prusia  como  formando  islas  en 
el  Báltico  (1),   conoció  sin  Juda  el    Vinland  desde    el 


(1)  De  sitie  Baniís,  c.  224  (ToRF,  Ifist.  U/iw.,  cap.  15).  La 
muerte  de  Adam  de  Misnie,  canónigo  del  cabildo  de  Brema,  es 
algo  posterior  al  año  de  1076.  El  curioso  fragmento  del  antiguo 
poema  alemán  del  siglo  xi,  descubierto  en  la  biblioteca  del 
príncipe  de  Fiirsteuberg,  en  Praga,  demuestra  también  de  qué 


282  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

siglo  XI ;  pero  su  Historia  eclesiástica  y  su  Corografía 
escandinava  fueron  impresas  por  primera  vez  setenta  y 
tres  años  después  de  muerto  Colón. 

El  mérito  de  haber  reconocido  el  primer  descubri- 
miento de  la  América  continental  por  los  normandos, 
pertenece  indudablemente  al  geógrafo  Ortelio,  que  emi- 
tió esta  opinión  des^e  el  afio  1570,  casi  en  vida  de  Bar- 
tolomé de  las  Casas,  el  célebre  contemporáneo  de  Colón 
y  de  Cortés  (1).  «Lo  único  hecho  por  Cristóbal  Colón, 
dice  Ortelio,  es  poner  el  Nuevo  Mundo  en  comunica- 
ciones estables  de  comercio  y  utilidad  con  Europa»  (2). 
Este  juicio  es  mucho  más  severo.  Por  lo  demás,  las 
opiniones  del  geógrafo  no  se  basaban  en  las  expediciones 


modo  la  propagación  del  cristianismo  en  las  regiones  boreales 
dio  celebridad  al  nombre  de  Islandia.  Este  poema  (que  es  una 
especie  de  cosmografía  calcada  en  la  enciclopedia  de  Isidoro  da 
Sevilla)  menciona  el  viaje  de  un  obispo,  Reginprecht,  hacia  la 
isla  recientemente  visitada  por  los  misioneros  sajones  (HoFF- 
MANN,  Von  Fallershen,  Merigarto,  1834,  páginas  5,  12  y  18). 
La  geografía  árabe  de  Edrisi  {Líber  Relax.,  pág.  274),  com- 
puesta en  el  año  de  1153,  cita  la  Islandia  en  la  cuarta  parta 
del  séptimo  Clima,  según  la  traducción  latina  de  Gabriel  Sio» 
nita;  pero  el  texto  original  dice  primero  Lislandeh,  después 
Itshlandelí,  que  también  puede  pronunciarse  Esthlandeh.  Lla- 
mado este  país  una  tierra  como  Magog,  y  no  una  isla,  queda  la 
duda  de  si  las  ciudades  problemáticas  Deghvateh  y  "Belouri 
pertenecen  á  Islandia  ó  á  una  parte  del  continente  escandina- 
vo. En  los  extractos  de  Ebn-al-Uardi  y  de  Bakoui,  que  debe- 
mos á  M.  de  GuiGNES,  padre  {Not.  et  2'Jxtr.  des  man.,  t.  II, 
páginas  19  y  389),  y  que  son  posteriores  en  muchos  siglos  al  geó- 
grafo de  Nubia,  nada  encuentro  acerca  de  la  última  Thulé,  más 
allá  de  Youra,  en  el  mar  de  las  Tinieblas. 

(1)  Las  Casas  murió  á  la  edad  de  noventa  y  dos  años  en 
Madrid,  en  Julio  de  1566. 

(2)  Theatr.  Orbis  terr.  (edic.  de  1601),  páginas  5  y  6. 


TESCÜBRI MIENTO   DE   AMÉRICA.  283 

al  Vinland,  que  para  nada  menciona  (quizá  porque  las 
obras  de  Adam  de  Brema  no  fueron  impresas  hasta  1579,) 
sino  en  los  viajes  de  Nicolás  y  Antonio  Zeni,  1388-1404, 
á  pesar  de  haber  sido  siempre  problemática  la  localidad 
á  donde  llegaron  (1). 

Nada  diré  de  este  asunto,  acerca  del  cual  se  han 
agotado  ya,  según  parece,  todas  laa  combinaciones  po- 
sibles (2).   Hablar  de   una    isla  Icaria  donde  reina  un 


(1)  La  publicación  de  los  Zeni  por  Marcolini  (Venecia, 
1658)  excitó  tan  vivo  interés,  que  la  carta  marina  de  esta  expe- 
dición fué  repetida  en  1561  en  la  Geographia  di  Tolomeo,  de 
RUSCELLI,  y  en  la  Geographia  Ptolaniei,  de  Josephüs  Mo- 
LETTi.  Sebastián  Münster  y  Ramusio  murieron  antes  de  que 
apareciera  la  edición  de  Marcolini;  Ramusio  en  Padua  en  1152, 
y  Sebastián  Münster,  uno  de  los  hombres  más  eminentes  de  su 
siglo,  en  Basilea  en  1552,  á  causa  de  la  peste.  Sólo  el  segundo 
volumen  de  la  Raccolta  de  Ramusio,  publicada  en  1583,  pre- 
senta el  extracto  del  viaje  de  los  Zeni,  viaje  que  no  nombran 
las  cosmografías  de  Münster  de  1544  y  1550.  La  minuciosa  com- 
paración de  estos  datos  tiene  alguna  importancia,  porque 
prueban  que,  á  pesar  de  la  indicación  del  nombre  de  Fries- 
landa  ó  Thulé  meridional  en  la  biografía  de  Cristóbal  Colón, 
en  1558  nada  se  sabia  acerca  de  estos  descubrimientos  de  loa 
venecianos  en  el  Norte.  Advierto  que  la  isla  de  Frislanda  falta 
también  en  el  mapa  de  Rivero  (1529),  que  prolonga  la  Groen- 
landia (Engrolant)  al  Oeste  y  al  Este  para  unirla  á  Suecia,  y 
falta  en  Grynaeus  (1532)  y  en  el  Opiiscuhim  geographicum 
de  Juan  Schoner  (1533). 

(2)  ZürlA,  Digs.  intorno  ai  viaggi  e  scoperte  settentr.  di 
Nicolo  e  d' Antonio  fratelli  Zeni,  en  el  segundo  volumen  de  la 
obra  di  Mareo  Polo  e  di  altri  viaggiatore  Veneziani,  1809,  pá- 
ginas 6-94;  Malte  Bbun,  Ann.  des  Voyages,  i.  x,  pág.  69;  y 
Precis  de  la  geogr.,  edic.  de  1831,  páginas  489-499;  Dezos  de 
LA  ROQUETTE,  en  la  Biogr.  Univ.,  t.  Lii„  pág.  236^  donde  se 
encuentra  indicada,  aunque  como  simple  recurso  de  investiga- 


284  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

rey  Icarus,  hijo  de  Dsedalus,  rey  de  Escocia,  parece  á 
primera  vista  que  es  comprender  estos  viajes  entre  los 
mitos  geográficos;  pero  el  ejemplo  mismo  de  Cristóbal 
Colón,  que  creía  oir  en  boca  de  los  indígenas  de  Haití, 
de  Cuba  y  de  Veragua  los  nombres  de  las  ciudades 
citadas  por  Marco  Polo,  nos  prueba  cuánto  desfiguran 
los  viajeros  los  sonidos  de  las  lenguas  que  ignoran, 
sobre  todo  cuando  dirige  sus  interpretaciones  una  falsa 
erudición. 

Examinando  imparcialmente  la  relación  de  los  Zeni, 
encuéntrase  en  ella  ingenuidad  y  descripciones  deta- 
lladas de  objetos  de  que  por  nada,  en  Europa,  podían 
tener  idea.  Si,  como  pretende  Torfoeus  en  el  prefacio  de 
BU  obra  sobre  el  Vinland,  el  libro  de  los  Zeni  fuera  una 
ficción  destinada  á  empañar  la  gloria  de  Colón,  el  editor 
hubiera  procurado  sin  duda  relacionar  los  descubrimien- 
tos venecianos,  si  no  con  los  del  marino  genovés,  al 
menos  con  los  descubrimientos  boreales  de  los  Bacallaos 
de  Cabot  ó  de  Gómez.  Hubiera  además  insistido  en  la 
prioridad  de  la  expedición  de  los  Zeni  hacia  las  costas 
del  Nuevo  Mundo;  hubiera  dicho  que  los  viajes  poste- 
riores á  la  Florida  y  Méjico  habían  j>robadocuán  exacto 


ciones,  la  hipótesis  de  M.  Walckenaer  de  que  la  Frislauda  es  el 
norte  Drogeo  (Drogio,  Droceo);  el  sur  de  Irlanda,  Estotiland, 
que  Ortelius  llama  Kovi  Orhis  pats  y  Malte  Brun  la  islü,  de 
Tierra  Nueva,  el  norte  de  Escocia  y  el  Engroreland  (Grolan- 
dia  del  mapa  de  los  Zeni)  el  mediodía  de  Islandia.  ün  marino 
muy  instruido,  el  capitán  dinamarqués  M.  Zahrtmann,  que, 
ocupado  en  trabajos  astronómicos,  ha  vivido  en  París  largo 
tiempo,  acaba  de  publicar  también  en  las  Memorias  de  la  So- 
ciedad de  Anticuarios  del  Norte  en  Copenhague,  una  diserta- 
ción acerca  de  los  supuestos  viajes  de  los  Zeni,  que  aun  no  he 
estudiado. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  285 


era  lo  qne  los  pescadores  de  Frislanda  supieron  al 
arribar  al  «mundo  nuevo»  de  Drogeo  acerca  de  la  ri- 
queza y  de  la  civilización  de  los  pueblos  (americanos) 
situados  hacia  el  Sur  y  el  Sureste.  El  aislamiento  de  los 
hechos  y  la  falta  de  recriminaciones  disipan  la  sospecha 
de  impostura;  pero  la  confusión  extrema  que  reina  en 
los  datos  numéricos  de  las  distancias  y  de  los  días  de 
navegación,  parece  probar  el  desorden  con  que  fueron 
redactados  y  el  deplorable  estado  de  unos  manuscritos 
que,  en  parte,  debieron  destrozar  los  herederos  de  los  via- 
jeros Zeni,  ignorando  su  valor. 

Según  ya  he  recordado,  ni  Andrés  Bianco,  ni  su 
maestro  Fra  Mauro  en  el  mapamundi  trazado  en  la 
misma  Venecia  desde  1 1:57  á  1470,  nombran  la  Fris- 
landa que  Eggers,  Buache  y  Malte  Brun  toman  por  el 
grupo  de  las  Foeroe.  Esta  proximidad  á  Escocia  hace 
probable  ia  facilidad  con  que  vemos  que  en  1391  Nico- 
lás Zeni  se  reúne  con  su  hermano  Antonio;  pero  el 
silencio  de  Fra  Mauro  (1).  geógrafo  veneciano  de  in- 
mensa erudición,  y  la  ignorancia  absoluta  del  nombre  de 
Frislanda  en  los  Sagas  y  en  los  anales  de  Islandia  (2) 


(1)  No  ignoro  que  Zurla  creyó  ver  en  la  isla  Ixilandia  de 
Fra  Mauro,  la  Frislanda  de  los  Zeni  (//  ¿Vappa mondo  di  Fra 
Mauro,  §  lA,di  3faren  Polo  e  degli  altre,  rmggiatori  veneziani, 
t.  II,  pág.  29);  pero  esta  interpretación  es  menos  probable  que  la 
que  convierte  el  Vinland  en  la  parte  más  austral  de  la  Groen- 
landia. La  colonización  de  esta  península  no  avanzó  de  Norta 
á  Sur  (Bancroft.  Hnt.oftlic  United  States,  1834, 1. 1,  pá- 
gina 6:  Leslie,  Discov.  in  Pthe  Pol.  licg.,  pág.  87). 

(2)  Eric  Christ  Werlant,  Si/mb.,  ad  Geogr.  me  dii  avi 
ex  monum  Mand.,  1821,  pág.  28.  El  testimonio  de  Lorenzo  de 
Anania  ( Fabrica  del  Mondo,  1576,  pág.  154),  que  habla  de  Fris- 
landa, ({Violto  riera  dipeí>eagio  e  as^fiai  free uentata\da  Scozzesiñy 


286  ALEJANDRO    DE    HDMDOLDT. 

y  de  Noruega,  son  dos  circunstancias   muy  difíciles  de 
explicar. 

Pero  resulta  siempre  cierto  que  Colon  no  aprendió  en 
iSU  viaje  á  Thulé  nada  que  pudiera  favorecer  sus  vastos 
proyectos  (1)    Ni  en  el  pleito  entre  el  fisco  y  D.  Diego 


no  lo  creo  fehaciente  por  fundarse  en  una  relación  muy  vaga 
de  un  sobrino  de  Jacobo  Cartier  y  estar  escrito  diez  y  ocho  años 
después  de  publicados  los  manuscritos  de  los  Zeni  por  Marco- 
lini;  por  tanto,  bajo  la  influencia  de  ideas  tomadas  de  esta  pu- 
blicación. Las  mismas  dudas  han  sido  expresadas,  y  con  sobrada 
razón,  por  M.  de  Hoff,  respecto  á  los  testimonios  de  Juan 
Scolvo,  de  Frobisher  y  de  Maldonado,  posteriores  todos  á  Mar- 
colini  {Gesch.  der  nat.  Ver,  des  Erdhod,  t.  i,  pá^.  184). 

(1)  Tal  es  la  configuración  de  la  Groenlandia  en  el  mapa  de 
los  Zeni,  que  en  la  costa  Sureste  está  situado  el  famoso  con- 
vento de  Santo  Tomás,  cuyas  habitaciones  calentaba  una  fuente 
de  agua  hirviendo  que  salía  de  la  tierra  al  pie  de  un  volcán 
(ZuRLA.  Viaggiatori  Venez.,  t.  ir,  páginas  63-69).  Actualmente 
no  se  conocen  en  la  Groenlandia  occidental  otras  fuentes  ter- 
males que  las  de  la  isla  de  Onartok  (Egede,  TagebucJi, 'p.i.xiv, 
y  GiESEKE,  Bren-ster's  3ncyclop.,  vol.  x,  p.  ii,  pág.  489).  Su 
temperatura  no  pasa  de  47^  centígrados;  pero  en  la  Groenlandia, 
como  en  la  parte  de  Siberia  que  acabo  de  recorrer,  las  aguas  á 
esta  temperatura  parecen  muy  calientes  comparadas  con  otros 
manantiales,  cuyo  calor  medio  es  inferior  á  2°.  Más  al  Norte, 
entre  los  69  y  76'  de  latitud,  la  Groenlandia  occidental  es  casi 
completamente  basáltica,  pero  tan  desprovista  de  aguas  ter- 
males como  toda  la  Escandinavia  ó  la  inmensa  cordillera  del 
Ural.  Ese  monasterio  de  Santo  Tomás,  calentado  por  medio 
de  fuentes  termales;  esos  jardineg,  libres  de  nieve  y  de  hielos 
por  la  influencia  de  las  aguas  subterráneas,  al  parecer  corres- 
ponden mejor  á  Islandia,  tan  abundante  en  fuentes  termales^ 
que  á  Groenlandia.  Podría  decirse  que  el  convento,  tan  minu- 
ciosamente descrito  por  los  hermanos  Zeni,  ha  servido  de  tipo 
á  los  grandes  establecimientos  de  calefacción  ejecutados  en  el 
pueblo  de  Chaudes  Aigues ,  en  el  departamento  de  Cantal, 
donde  la  fuente  del  Par  (de  80*  centígrados)  distribuye  el  calor 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  287 

Oolón,  en  el  cual  todas  las  inculpaciones  acerca  de  la 
novedad  del  descubrimiento  fueron  discutidas  y  estima- 
das en  su  verdadero  valer,  ni  en  los  primeros  cincuenta 
y  cinco  años  que  siguieron  al  pleito,  se  ha  hablado  nada 
de  descubrimiento  de  la  América  septentrional  anterior 
á  1492. 

La  Groenlandia,  que  se  creía  tan  inmediata  á  No- 
ruega que  en  el  mapa  de  los  Zeni  todavía  figura  como 
una  prolongación  peninsular  de  la  Escandinavia,  fué 
considerada  en  toda  la  Edad  Media  como  perteneciente 
á  los  mares  de  Europa,  y  la  idea  de  relacionar  la  historia 
de  su  primera  colonización  con  la  del  descubrimiento  de 
las  Nuevas  Indias^  no  pudo  oeurrírsele  ni  á  los  más 
crueles  enemigos  de  Colón. 


en  muchos  centenares  de  casas  á  la  vez  y  sirve  para  las  necesi- 
dades de  la  vida  doméstica.  En  los  baños  de  ToepHtz,  en  Bohe- 
mia, la  jardinería  comienza  también  á  aprovechar  la  influenci» 
de  las  aguas  subterráneas,  que  tienen  de  40"  á  47*  de  calor. 


XV. 

Estado  social  de  América  antea  del  descubrimiento. 


Imposible  es  hablar  del  primer  reconocimiento  de  las 
costas  de  América  por  los  normandos,  á  principios  del 
siglo  undécimo,  sin  exponer  antes  algunas  graves  consi- 
deraciones acerca  de  los  destinos  de  la  especie  humana. 
Si  este  reconocimiento  hubiera  sido  algo  más  que  un 
suceso  pasajero;  si  le  hubiera  seguido  una  conquista  per^ 
manente  j  progresiva,  avanzando  de  líí'orte  á  Sur,  el 
estado  moral  y  político  del  Nuevo  Mundo  fuera  muy 
distinto  del  que  ha  llegado  á  ser  por  la  conquista  de  los 
españoles  en  los  siglos  xv  y  xvi.  No  fundo  esta  afirma- 
ción en  hechos  generalmente  conocidos ;  en  el  contraste 
entre  las  rudas  costumbres  de  la  Europa  escandinava  y 
la  floreciente  civilización  de  los  Estados  del  Mediodía; 
en  los  cambios  que  la  sociedad  europea  ha  experimen- 
tado en  el  espacio  de  cuatro  ó  cinco  siglos ;  pero  deseo 
que  el  lector  fije  su  atención  en  el  carácter  individual 
impreso  á  las  diferentes  partes  de  América  ]j<>r  los  mati- 
ces de  barbarie  ó  de  civilización  más  ó  menos  avanzada 
que  distinguen  á  los  indígenas,  en  la  época  del  primer 
establecimiento  de  las  colonias  españolas,  portuguesas  ó 
inglesas. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  289 


En  la  región  de  los  pueblos  cazadores,  por  ejemplo, 
en  los  Estados  Unidos  y  en  el  Brasil,  las  hordas  erran- 
tes, fácilmente  vencidas,  huyeron  de  la  vecindad  con  los 
enropeos.  Rechazadas  poco  á  poco  detrás  de  la  cordillera 
de  los  AUeghanys  y  después  más  allá  de  las  márgenes 
del  Mississipí  y  del  Missouri,  sufriendo  á  la  vez  un  des- 
mejoramiento en  las  costumbres  y  en  la  constitución  fí- 
sica, al  aislarse,  se  empobrecieron  y  casi  se  extin- 
guieron. 

Los  indígenas  no  intervienen  para  nada  en  el  cuadro 
político  de  esta  parte  del  ííuevo  Continente,  frontera  á 
Europa,  porque  evacuaron  el  país  en  todas  aquellas  co- 
marcas donde,  por  su  primitiva  barbarie  y  su  manera  de 
entender  la  libertad,  les  fueron  odiosas  las  instituciones 
de  nuestro  orden  social. 

No  sucedió  lo  mismo  en  los  pueblos  montañeses  de 
los  Andes  y  en  el  litoral  frontero  al  Asia,  centro  de  la. 
civilización  más  antigua  de  la  especie  humana.  Méjico, 
al  sur  de  Río  Gila,  Teochiapán,  Nicaragua,  Cundina, 
marca,  el  imperio  de  los  Muyscas,  Quito  y  el  Perú  esta- 
ban ocupados  á  fines  del  siglo  xv  por  pueblos  agrícolas 
que  gozaban  una  civilización  más  ó  menos  avanzada, 
unidos  por  comunidad  de  culto  y  de  creencias  religiosas, 
formando  sociedades  políticas,  sencillas  unas  por  efecto 
de  larga  tiranía,  raras  y  complicadas  otras  en  su  orga- 
nización interior;  favorables  en  algunos  puntos  á  la 
tranquilidad  pública,  á  la  prosperidad  material,  á  una, 
civilización  en  masa,  pero  contrarias  á  todo  desarrollo  de 
las  facultades  individuales  (1). 


(1)   Vues  dea  CordilUres  y  Monumens  des  jpevples  indigcnes, 
tomo  I,  pág.  40. 

19 


290  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

En  Méjico  la  corriente  de  los  pueblos  montañeses 
verificóse  de  Korte  á  Sur;  mientras  en  la  América  meri- 
dional, en  la  teocracia  de  los  Incas,  el  movimiento  civi- 
lizador se  realizó  en  todas  direcciones.  Desde  la  meseta 
de  Cuzco  se  propagó  casi  al  mismo  tiempo  hacia  los  An- 
des de  Quito,  los  bosques  del  Alto  Marañón  y  las  Cor- 
dilleras de  Chile. 

En  esta  región,  que  era  desde  antiguos  tiempos  agrí- 
cola, los  conquistadores  europeos  se  limitaron  á  seguir 
los  rastros  de  una  cultura  indígena.  Los  indios  no  se 
apartaron  de  la  tierra  que  cultivaban  desde  hacía  tan- 
tos años,  y  algunos  pueblos  tomaron  nombres  españoles. 

Méjico  solamente  cuenta  1.700.000  indígenas,  de 
raza  pura,  cujo  número  aumenta  con  la  misma  rapidez 
que  el  de  las  otras  razas.  En  Méjico,  en  Guatemala,  en 
Quito,  en  el  Perú,  en  BoíÍ7Ía,  la  fisonomía  del  país,  á 
excepción  de  algunas  grandes  ciudades,  es  esencialmente 
india;  en  los  campos,  la  variedad  de  las  lenguas  se  ha 
conservado  con  las  costumbres  y  los  usos  de  la  vida  do- 
méstica. Allí  sólo  hay  de  nuevo  algunos  rebaños  de  va- 
cas y  de  ovejas,  algunos  cereales  y  las  ceremonias  de  un 
culto  mezclado  con  las  antiguas  supersticiones  locales. 

Preciso  es  haber  vivido  en  las  altas  mesetas  de  la 
América  española  ó  en  la  Confederación  anglo-americana 
para  comprender  bien  lo  que  este  contraste  entre  Jos 
pueblos  cazadores  y  los  agrícolas,  entre  los  países  desde 
largo  tiempo  bárbaros  y  los  que  gozaban  de  antiguas  ins- 
tituciones políticas  y  de  una  legislación  indígena  muy 
desarrollada,  ha  facilitado  ó  detenido  la  conquista,  é  in- 
fluítlo  en  la  forma  de  los  primeros  establecimientos  de 
los  europeos  y  como  ha  impreso,  aun  en  nuestros  días, 
carácter  propio  á  las  diferentes  regiones  de  América. 


DESCÜBRIMIENTD   DE   AMÉBICA.  291 

El  P.  José  Acosta,  que  estudio  sobre  el  terreno  el 
drama  sangriento  de  la  conquista,  comprendió  ya  estas 
diferencias  notables  de  la  civilización  propjresiva  y  de  la 
completa  ausencia  de  orden  social  que  presentaba  el 
^uevo  Mundo  en  la  época  de  Cristóbal  Colón,  ó  poco 
tiempo  después  dq  la  colonización  española,  y  dice  (se- 
gún la  ingenua  traducción  de  Roberto  Regnauld,  hecha 
en  1597)  «ser  cosa  bien  demostrada  que  lo  que  mejor 
prueba  la  barbarie  de  los  pueblos  es  el  gobierno  que  los 
rige  y  la  forma  en  que  se  dejan  mandar;  porque  cuanto 
mayor  es  el  número  de  los  hombres  que  se  aproximan  á 
la  razón,  tanto  más  humano  y  menos  insolente  es  su  go- 
bierno y  más  tratables  los  reyes,  y  se  acomodan  mejor 
«on  sus  vasallos,  reconociendo  que  la  Naturaleza  les  hizo 
iguales.  Por  ello  muchas  naciones  de  estos  indios  no  han 
querido,  en  sus  comunidades,  reyes  ó  señores  absolutos; 
porque,  entre  los  bárbaros,  los  gobernantes  tratan  á  los 
subditos  como  bestias  y  quieren  ellos  ser  tratados  como 
dioses.»  El  jesuíta,  quizá  intencionadamente,  atribuye  á 
sabia  previsión  lo  que  sólo  se  debía  al  imperio  de  las  cir- 
cunstancias y  de  los  intereses. 

Acabo  de  exponer  cómo  el  estado  social  en  que  Europa 
encontró  á  América  á  fines  del  siglo  xv  modificó  pro- 
fundamente la  marcha  de  la  conquista,  la  forma  de  los 
primeros  establecimientos  y,  lo  que  es  más  importante  y 
no  ha  sido  bien  apreciado  en  las  discusiones  de  la  po- 
lítica amqricana,  el  carácter  que  hoy  conservan  los  dife- 
rentes estados  libres  del  Nuevo  Continente.  Pero  este 
estado  social  era  distinto  cuatro  siglos  antes  de  la  con- 
quista. De  ir  los  europeos  á  América  tras  las  huellas  de 
los  marinos  escandinavos,  hubieran  encontrado  allí  un 
orden  de  cosas  totalmente  diverso. 


292  ALEJANDRO    DE   HüMDOLDT. 

Desde  la  primera  llegada  de  los  avent'ireros  norman- 
dos á  Salerno  y  á  la  Pulla,  hasta  la  destrucción  del  po- 
der de  los  árabes  ún  España;,  es  decir,  desde  el  principio 
del  si^lo  XI  hasta  fines  del  xv,  sufrió  sin  duda  Europa^ 
cambios  considerables  en  el  estado  de  su  civilización; 
sin  embargo,  las  revoluciones  ocurridas  en  América  du- 
rante esta  misma  época  son  mucho  más  asombrosas. 

Los  Imperios  contra  los  cuales  lucharon  Cortés  y 
Pizarro  no  existían  cuando  los  escaíidinavos  llegaron  á 
las  costas  de  Vinland.  El  pueblo  azteca  no  apareció  en 
la  meseta  de  Anahuac  hasta  1190;  la  ciudad  de  Tenoch-' 
titlán  (Méjico)  fué  fundada  en  medio  de  un  lago  alpina 
en  1325,  es  decir,  unos  setenta  años  antes  del  viaje  de 
los  hermanos  Zeni. 

Lejos  de  mi  ánimo  suponer  que  en  el  Anahuac,  antes 
dt3  los  aztecas,  y  en  el  Perú,  antes  de  la  misteriosa  lle- 
gada del  primer  Inca,  no  había  habido  nunca  cultura 
intelectual  ú  orden  social.  Los  grandes  monumentos  pi- 
ramidales de  Teotihuacán,  de  Cholula  y  de  Papantla 
son  más  antiguos  que  los  aztecas;  y  de  igual  modo 
en  los  alrededores  del  lago  Titicaca,  en  la  meseta  pe- 
ruana, las  ruinas  de  Tiahuanaco  son  señales  de  una  ci- 
vilización anterior  á  las  construcciones  de  los  Incas  de 
Cuzco.  Pero  el  Nuevo  Mundo  ha  tenido  sin  duda,  como 
el  antiguo,  vicisitudes  de  barbarie  y  de  civilización. 

Sabemos  con  certidumbre  que  los  pueblos  del  Perú 
vivían  muy  embrutecidos  antes  de  la  legislación  teocrá- 
tica de  Manco  Capac;  sabemos  que  la  población  indus- 
triosa de  los  tucultecos  que  habitaba  en  Méjico  quinien- 
tos años  antes  que  los  aztecas,  que  empleaba  como  éstos 
la  escritura  jeroglífica  y  que  tenía  una  medida  del  año- 
más  exacta  que  los  pueblos  de  Europa,  decayó  desde  el 


DESCUBRIMIENTO  DE   AMÉRICA.  293 

siglo  XI,  hasta  llegar  á  gran  envilecimiento.  Estos  datos 
bastan  para  probar  que  la  Europa  escandinava  hubiera 
encontrado  las  hermosas  regiones  alpinas  de  la  América 
tropical  muy  distintas  de  lo  que  eran  en  tiempo  de  Colón, 
de  Cortés  y  de  Pizarro. 

En  la  primitiva  época  acaso  hubo  otros  centros  de 
cultura  parcial  en  Guatemala,  "Gtatlán,  Copan,  Peten  y 
Santo  Domingo  Palenque;  al  norte  de  Méjico,  en  Qai- 
vira  (el  Dorado  del  rey  ba-rbudo  Tatarrax),  célebre  por 
las  fábulas  de  fray  Marcos  de  Niza;  y  al  norte  de  la  Lui- 
siana,  entre  las  orillas  del*Ohío  y  los  lagos  del  Canadá, 
desde  los  39^  á  los  44"  de  latitud. 

Compréndese  que  haya  frecuentes  cambios  de  lugar 
en  la  cultura  por  efecto  de  grandes  emigraciones  do 
pueblos  á  quienes  rodean  hordas  bárbaras. 

Los  rastros  de  algunos  progresos  en  las  artes  son  in- 
dudables hasta  en  las  regiones  más  boreales;  pero  es 
imposible  hasta  ahora  asignar  fechas  de  origen  á  los 
túmulus  y  á  las  circunvalaciones  polígonas  de  la  Alta 
Luisiana,  como  á  los  edificios  de  Palenque,  adornados 
con  tanta  riqueza  de  esculturas  (1). 


(1)  Relat.  Jiist.,  t.  IT,  páginas  155-161;  Hakluyt,  t.  ill,  pá- 
ginas 303-307;  Juarros,  Compeiidio  de  la  historia  de  Guate- 
mala, acerca  de  Dtatlán,  t.  i,  pág.  66 ;  t.  ii ,  pág.  11 ;  acerca  de 
Peten  del  Yucatán  (Maya),  t.  i,  pág.  hS;  t.  ii,  páginas  112  y 
146;  acerca  de  Palenques  de  la  antigua  provincia  de  los  Tzen- 
dales,  t.  I,  pág.  14;  t.  Ii,  pág.  55.  También  acaso  pertenecen  al 
centro  de  la  antigua  civilización  del  reino  de  Quiche  (civiliza- 
ción probablemente  anterior  á  la  llegada  de  los  aztecas  al 
Anahuac)  los  monumentos  de  la  república  de  Honduras,  donde 
aun  se  ve,  cerca  de  Copan,  un  gran  circo,  los  hypogeos  de  Ti- 
bulco  y  estatuas  cuyos  paños  tienen  un  carácter  rarísimo  (ToR- 
QüEMADA,  lib.  IV,  cap.  4;  JUARROS  t.  I,  pág.  43;  t.  II,  pág.  153). 


294  ALEJANDRO    DB   HtJMBOLDT. 

Propio  es  de  sana  crítica  histórica  detenerse  donde 
faltan  los  datos  precisos,  sin  desdeñar  por  ello  las  inge- 
niosas combinaciones  que  pueden  ocasionar  probables 
conjeturas. -Lo  que  se  trata  de  probar  aquí  es  que  Amé- 
rica, entre  las  épocas  de  Leif  y  de  Colón,  cambió  de  as* 
pecto,  sin  influencia  alguna  del  Antiguo  Mundo,  y  que- 
estos  cambios  en  el  orden  social  modificaron  esencial- 
mente en  muchos  puntos  del  Nuevo  Mundo  el  estado  de 
las  sociedades  europeas  que  se  establecieron  en  medio- 
de  pueblos  indígenas  que  de  muy  antiguo  eran  agrí- 
colas. 


i! 


XVI. 


Viajes  de  los  árabes  Almagrurinos,  de  Madoc,  de  los  hermanos 
Vivaldi,  de  Gonzalo  Velho  Cabral  y  de  Juan  Szkolny. 


.Al  analizar  el  conjunto  de  los  hechos  que  á  fines  del 
siglo  XV  determinaron  y  condujeron  al  descubrimiento  de 
Ame'rica,  debo  aún  exponer  corto  número  de  observa- 
ciones, que  por  el  ensanche  de  nuestros  conocimientos  en 
geografía  física  é  historia  de  la  navegación,  pueden  te- 
ner algún  intere's. 

Conviene  ante  todo  distinguir  las  tentativas  que,  se- 
gún se  cree,  fueron  hechas  con  el  propósito  de  encontrar 
tierras  al  Oeste,  y  la  influencia  que  ejercieron  en  las  opi- 
niones de  algunos  navegantes  la  atrevida  interpretación 
de  varios  fenómenos  naturales  ó  las  fantasías  de  los 
constructores  de  mapas  y  el  duplicar  en  estos  la  colo- 
cación de  algunas  tierras. 

Por  la  íntima  relación  que  existe  en  todo  lo  que  cae 
bajo  el  dominio  de  la  inteligencia,  hasta  los  mismos 
errores  de  las  edades  lejanas  han  cooperado  con  frecuen- 
cia á  la  investigación  de  la  verdad. 

Si  comienzo  por  citar  el  viaje  de  los  árabes  Almagru- 
rinos y  el  del  irlaníl^s  Madoc  ap  Owen  Guineth,  que  se 


290  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

i  ■  — I 

■  suponen  el  primero  antes  de  1147  y  el  segundo  en  1170, 
ambos,  por  tanto,  entre  el  descubrimiento  del  Vinland  y 
la  expedición  de  los  hermanos  Zeni,  es  á  causa  de  la 
importancia  que  les  han  dado  algunos  geógrafos  cé- 
lebres. 

El  scherif  Edrisi  y  Ebn-al-Uardi  describen  casi  con 
las  mismas  palabras  las  aventuras  de  estos  ocho  árabes, 
que  Caliendo  del  puerto  de  Aschbona  ó  Lisboa,  navega- 
ron hacia  el  SO.  durante  treinta  y  cinco  días,  paradescu- 
^  brir  la  isla  de  los  Carneros  (Dgezirat  alghanam).  Ebn- 
al-Uardi  indica  claramente  el  objeto  de  la  expedición. 
«Los  navegantes,  dice,  parientes  todos  ellos,  reunieron 
las  provisiones  necesarias  para  un  largo  viaje,  jurando  no 
volver  antes  de  penetrar  hasta  la  extremidad  del  mar 
Tenebroso  (el  Atlántico).»  Edrisi  se  limita  á  añadir, 
según  la  versión  de  Gabriel  Sionita,  «Tenebrarum 
aggressi  sunt  rnare,  quid  in  eo  esset  exploraturi». 

'No  pudiendo  comer  la  carne  demasiado  amarga  de 
los  carneros  de  la  isla  Gana,  bogaron  aún  doce  días 
en  dirección  al  Sur,  y  llegaron  á  una  isla  habitada  por 
hombres  de  piel  roja,  gran  estatura  y  cabellera  no  espesa, 
'  pero  larga  hasta  los  hombros.  Estos  rasgos  característi- 
cos hicieron  creer  á  Mr.  Guignes,  padre,  quien  nos  ha 
dado  los  extractos  de  Ebn-al-Uardi,  que  los  árabes  lle- 
garon, si  no  á  la  costa  oriental  de  América,  al  menos 
á  islas  muy  próximas  á  ella. 

Ya  hemos  visto  antes,  al  hablar  del  Fusang,  que  este 
mismo  sabio  creía  descubierta  por  los  chinos  la  América 
Occidental  á  fines  del  siglo  v;  pero  esta  hipótesis  es  tan 
cierta  como  la  anterior. 

El  rey  de  la  isla  de  los  hombres  rojos  tenía  á  su  ser- 
vicio un  intérprete  que  hablaba  árabe,  y  esta  eirCunstan- 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÓRICA.  297 

cia,  unida  al  aserto  de  que  los  houibres  rojos  habían  ex- 
plorado el  mar  hacia  el  Oeste  durante  más  de  un  mes, 

,  sin  encontrar  tierras,  parece  confirmar  la  opinión  del  sa- 

ibio  orientalista  de  G'ottinga,  M.  Tjchsen,  repetida  por 
Malte  Brun,  de  que  donde  llegaron  los  Álmagrurinós 
fué  á  alguna  isla  de  la  costa  de  África,  por  ejemplo,  á 
las  islas  de  Cabo  Verde. 

Edrisi  dice  que  la  tez  de  los  habitantes  era  «una  mez- 
cla (1)  de  moreno  j  blanco».  Acaso  fuera  la  raza  de  los 
guanches,  que  me  parece  indicada  por  este  carácter  de  la 
piel  j  la  forma  de  los  cabellos. 

La  objeción  de  que  los  árabes  conocían  demasiado  las 
islas  Canarias  con  el  nombre  de  Khaledat,  para  que  los 
aventureros  navegantes  de  Lisboa  no  adivinaran  á  dónde 

^  habían  llegado  al  término  de  su  viaje,  no  la  creo  de 
peso.  Seguramente  el  recuerdo  de  las  islas  Afortunadas 
no  se  borró  nunca  por  completo  eú  la  Europa  occidental 

(desde  los  tiempos  de  griegos  y  romanos;  no  dudo  que 
los  árabes  las  hayan  visitado  algunas  veces,  pero  la  des- 
cripción vaga  y  confusa  que  de  ellas  hacen  Edrisi,  Ebn- 

'  al-Uardi  y  Bakoui  (escritores  de   fines  del  siglo  xir  y 

(  principios  del  siglo  xiir),  prueba  bastante  bien  cuan  ra- 
ras fueron  las  comunicaciones  entre  estas  islaá  y  el  mar 
Mediterráneo. 

Bakoui  habla  solamente  de  la  amenidad  del  país  y  de 

\la  fertilidad  del  suelo;  pero  ni  él  ni  sus  antecesores  cono- 


'  ■  (1)  «Homines  colore  rufi  cum  quadam  cutis  albitudine»,  tra- 
;  duce  Hartmann,  corrigiendo  á  menudo  la  versión  de  Gabriel 
;  Sionita.  Ebn  al-Cardi  dice,  según  Guignes,  «hombíes  rojos». 
..Notices  et  Extr,  dit  manuscrits  de  la  Bihl.  dif  Roí,  t.  II,  pá- 
gina 25.  ,  . 


2^8  ALEJANDRO   DE   HUMBOLOT. 

cén  la  colosal  montaña  del  Pico,  los  fuegos  de  los  volca- 
nes de  Canarias  y  el  pueblo  pastor  de  los  guanches.  Úni- 
camente hacen  mención  de  algunas  estatuas  simbólicas, 
de  que  trataré  después,  y  de  ese  Alejandro  (Dulcarnaín) 
Bicornio  que  viajó  más  allá  de  las  columnas  de  Hér- 
cules, hasta  las  islas  Mesfahán  y  Lacos. 

Los  aventureros  de  Lisboa  volvieron  por  la  costa  de 
Marruecos,  llegando  al  puerto  de  Asfi  ó  Azaffi,  en  la 
extremidad  occidental  del  Magrab;  siendo  no  poco  nota- 
ble que,  según  Edrisi  (páginas  72  y  78),  la  isla  ó  las  is- 
las de  los  Dos  Hermanos,  que  el  antiguo  y  excelente  co- 
rógrafo  de  Canarias,  el  navegante  escocés  Jorge  Glas  y, 
en  nuestros  días,  M.  Hartmann  (1)  han  tomado  por  las 
islas  de  Madera  y  de  Porto  Santo,  estén  situadas  frente 
á  Asfi,  circunstancia  que  parece  apoyar  la  idea  de  que 
los  Almagrurinos  volvían  de  la  tierra  de  los  guanches. 

La  expedición  de  los  árabes  á  la  isla  de  los  carneros 
amargos  y  de  los  hombres  rojos  adquirió  tanta  celebridad, 
que  á  una  de  las  calles  de  Lisboa  se  le  dio  el  nombre  de 
Calle  de  los  que  se  engañaron,  traducción  exacta  que 
Guignet  da  de  la  palabra  almagrurinoy  mal  interpretada 
-por  los  traductores  maronitas  y  los  escritores  modernos, 
quienes  llaman  álos  Almagrurinos  hermanos  errantes. 

Habiendo  evacuado  los  árabes  á  Lisboa  en  1147,  la 
tentativa  de  descubrir  el  fin  del  Atlántico  hacia  el  Oeste, 
necesariamente  ha  de  ser  anterior  á  esta  época,  y  muy 


(1)  El  mismo  sabio  sospecha,  y  no  á  causa  de  su  denomina- 
ción, que  las  islas  Eaka  y  Laka  de  Edrisi  pueden  ger  muy  bien 
las  islas  Azores  (Insulte  Accipitrum),  que  conocieron  los  árabes 
(^África  Edr*,  páginas  317-319).  Acerca  de  la  isla  Mostachiin, 
véase  BüACHE,  en  las  Mevi.  de  Vlnst.,  t.  vi,  pág.  27.  . 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  29& 


anterior,  porque  Edrisi,   cuya  obra  -fué  terminada   en 
1153,  no  habla  de  ello  como  de  suceso  reciente. 

A  fines  del  siglo  xvi,  y,  por  tanto,  poco  antes  de  qué 
el  geógrafo  Ortelio  creyera  encontrar,  no  en  los  viajes 
al  Vinland,  sino  en  los  de  los  hermanos  Zeni,  el  primer 
descubrimiento  de  América,  un  historiador  inglés,  el 
Dr.  Powel,  y  el  útil  compilador  Ricardo  Hakluyt  (1), 
dieron  alguna  celebridad  á  las  aventuras  de  Madoc,  hijo 
segundo  de  un  principe  de  North-Wales,  Owen  Gui- 
neth  ó  Guynedd, 

Cansados  de  una  guerra  civil  por  causa  de  cuestiones 
de  legitimidad  y  de  sucesión  al  trono,  Madóc  y  sus  par- 
tidarios «buscaron  aventuras  en  el  mar,  bogando  hacia  e 
Oeste  y  dejando  las  costas  de  Irlanda  tan  al  Norte  que 
arribaron  á  una  tierra  desconocida  é  inhabitada,  donde 
vieron  cosas  rarísimas».  De  vuelta  á  su  patria,  persuadie- 
ron á  algunos  colonos  para  que  dejaran  el  suelo  pobre  y 
pedregoso  del  país  de  Galles  y  fueran  á  la  buena  y  fértil 
tierra  nuevamente  descubierta.  Partió  por  segunda  vez 
Madoc  con  diez  barcos  y  aunque  prometió  volver  no  se 
supo  más  de  é!. 

No  cabe  duda  de  que  este  suceso,  vagamente  referido, 
fué  celebrado  en  1477,  quince  años  antes  de  la  expedi- 
ción de  Colón,  en  unos  versos  del  poeta  Mereditho. 

Hakluyt  considera  el  viaje  de  ^ladoc  «como  el  primer 
descubrimiento  de  las  Indias  occidentales,  hecho  .por  los 
bretones,  antes  que  por  los  españoles»,  y  quiere  que  las 
cruces  que  López  de  Gomara   (lib.  ii,  cap.  16)  afirma 


(1)  Voyages  and  Niiv.,  i.  ni,  pág,  1.  (Véase  también  el 
artículo  del  Fabio  é  ingenicso  geógrafo  M.  Eyries  en  \B.Biogr, 
univ.,  t.  XXVI,  pág.  95.) 


<300  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT; 

.'■eran  adoradas  en  Acazunil  (1)  se  deban  á  la  influencia 
•de  estas  antiguas  colonias  de  habitantes  del  país  de  Gales, 
(fundadas  en  1170. 

Ya  en  la  e'poca  del  caballero  Ralegh  corrió  en  Ingla- 
terra confusa  noticia  de  la  sorpresa  con  que  se  había 
oído  en  las  costas  de  la  Virginia  el   saludo  de  Gales 
haoj  houi,  tach,  de  igual  suerte  que  los  misioneros  fran- 
ceses escucharon  con  tanto  asombro  como  alegría  el  can- 
ato de  Alleluia  á  los  salvajes  del  Canadá.  El   capellán 
inglés  ()wen  se  había   salvado  en  1669,  de  manos  de 
,los  indios  Tuscaroras,  que  querían  arrancarle  el  cuero 
.cabelludo,   pronunciando  algunas  palabras  del  dialecto 
del  país  de  Gales.  Benjamín  Beatty  descubrió  un  pueblo 
que  conservaba  (desde  hacía  quinientos  años)  la  tradi- 
ción de  la  llegada  á  Ame'rica  de  Madoc  ap  Owen  Gui- 
-  ñeth. 

Todas  estas  fábulas  se  han  renovado  periódicamente; 
y  aun  en  nuestros  días  se  han  discutido  con  seriedad  (2) 
los  ccpergaminos,  libros  célticos  y  títulos  de  origen»,  que 
«n  capitán,  Isaac  Stewart,  encontró  en  Red  Riwer  de 
]!íí'atchitoches. 

Ya  he  recordado  en  otra  obra  {Relación  histórica, 
.tomo  iií,  pág.  159)  que  desaparecieron  todos  estos  ras- 
tros de  colonias  del  país  de  Gales  tan  pronto  como  via- 
jeros menos  crédulos,  cuyas  relaciones  se  comprueban 
unas  por  otras,  Clark  y  Lewis,  Pike,  Drake  y  los  edito- 
res de  la  nueva  Arqueología  americana^  recorrieron  el  in- 
'  terior  del  país  ó  sometieron  el  estudio  de  la  filiación  de 
las  lenguas  indígenas  á  una  crítica  más  severa. 

(1)  La  isla  de  Cozumel,  descubierta  por  Grijalva  en  1518. 
,     (2)  Bict.  de  Sciences  nat.^  t.  xxi,  pág.  392;  Reme  encyeloj). 
número  4,  pág.  162. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  301- 

Muy  erróneamente  (1)  se  ha  acusado  á  Hakluyt  de 
haber  inventado  las  aventaras  de  Madoc  para  servir  los 
intereses  de  la  reina  Isabel  y  legitimar  los  proyectos  de 
Ralegb  sobre  las  dos  Américas  (2),  cuando  se  temía  que 
ambas  llegaran  á  ser  presa  de  los  castellanos. 

La  política  de  la  reina  Isabel  no  necesitaba  esta  clase 
de  apoyo.  Cuando  Felipe  II  se  quejaba  en  1 580  de  las 
depredaciones  de  Drake  en  las  costas  americanas ,  la 
Reina,  según  Camden,  respondió  noblemente  :  «que  el 
Océano  era  libre  como  el  aire,  y  que  una  costa  cualquiera- 
no  se  convierte  en  propiedad  de  quien  le  da  su  nombre.» 

Por  lo  demás,  en  punto  á  legitimidad  por  causa  de 


(1)  Leidenfbost,  Ilist.  Hogr.  M'orierb.,  t.  iii,  pág.  553.  El 
candor  y  la  buena  fe  de  Ricardo  Hakluyt  ha  tenido  reciente- 
mente un  hábil  y  juicioso  defensor  en  el  historiador  escocés 
Mr.  Patrick  Fraser  y  Tytler.  Véase  su  Vindication  of  Jlaldiuyt 
en  Prflffreífs  of  Dhcovery  cf  the  Norflien  coast  of  Americay 
1832,  páginas  417-444. 

(2)  Digo  las  dos  Américas,  porque  once  años  después  de  la 
expedición  que  Palegh  envió  á  Roanoke,  cerca  de  Albemarle,; 
en  Virginia,  ocupáronle  desde  1595  á  l'>17  sus  proyectos  quimé- 
ricos de  el  Dorado  y  la  restauración  de  los  Incas  en  el  Perú. 
(<I  further  remenber,  dice,  that  Berreo  confessed  (refiérese  al 
gobernador  español  de  Trinidad,  Antonio  de  Berreo,  que  cayó 
en  manos  de  Ealegh)  to  m^  and  others  that  there  vvas  found 
among  the  prophecies  in  Perú,  that  f ron  Tnglat ierra  those 
íngan  shonld  he  again  in  time  to  come  rcíitored.))  (Yéase  la' 
excelente  biografía  de  Ralegh,  por  Mr.  Cayley ,  paginas  7,  17, 
51  y  100.)  Los  medios  de  restauración  eran  sumamente  senci-' 
los,  á  saber:  1.*,  poner  guarniciones  de  tres  á  cuatro  mil  in- 
gleses en  las  poblaciones  del  Inca,  con  pretexto  de  defender  el 
territorio  contra  los  enemigos  exteriores;  2°,  que  el  príncipe 
restaurado  pagara  anualmente  á  la  reina  Isabel  una  contribu- 
ción de  300.000  libras  esterlinas.  «It  seemed  to  me,  ajoute  Ea- 
legh, that  this  Empyre  of  Gruiana  is  rescrved  for  the  english 
nation.»  '         ■ 


302  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

una  priiüera  ocupación ,  los  castellanos  tenían  derechos 
que  j  según  la  Historia  de  las  Indias ^  de  Oviedo,  data- 
ban de  algunos  miles  de  años  antes  de  la  colonización 
del  príncipe  Madoc.  Oviedo ,  como  paje  de  aquel  infante 
D.  Juan  (hijo  único  de  Fernando  el  Católico),  cuya  pre- 
matura muerte  cambió  la  faz  del  mundo ,  asistió  á  la 
entrada  de  Colón  en  Barcelona.  Tan  viva  fué  la  impre- 
sión que  le  causó  este  imponente  espectáculo,  que  du- 
rante treinta  y  cuatro  años  ocupóse  en  las  comarcas 
nuevamente  descubiertas,  de  las  producciones  y  de  la  his- 
toria de  América. 

Participaba  de  la  extraña  opinión  de  Colón  « de  que 
las  Nuevas  Indias  eran  las  islas  Hespérides,  que  Stacio 
Seboso  (1)  sitúa  á  cuarenta  días  de  navegación  hacia  el 
Oeste  de  las  Gorgonias,  ó  islas  de  Cabo  Verde  ». 


(1)  Colón  y  Oviedo  en  si\  Ilisóoria  natural  ¡/general  de  las 
judias,  lib.  II,  cap.  3  (Ramusio,  edic.  de  1606,  t.  iii,  pág.  65,(>), 
fúndanse  uno  y  otro  en  el  pasaje  de  Plinio,  vi,  31,  en  donde 
\si&^?i\si\>rás,  2^rcd  navigatione  Atlantls  (á  lo  largo  del  Atlas), 
tienen,  al  parecer,  un  sentido  muy  distinto  del  que  se  ha  creído 
encontraren  ellas.  (Véase  Gossellín,  Geogr.,  t.  i,  pág.  148.) 
D.  Fernando  Colón  no  se  atreve  á  negar  que  su  padre  hubiera 
tomado  las  Hespérides  por  el  Nuevo  Continente.  Sin  duda  fué 
éste  uno  de  los  argumentos  de  erudición  que  empleó  el  grande 
hombre  en  las  disputas  académicas  de  Salamanca.  Su  hijo  dice 
terminantemente  (cap.  7),  al  citar  á  Plinio  y  á  Solino,  «que  las 
itlas  Hespérides  las  tuvo  ^?o?*  cierto  el  Almirante  que  fuesen 
las  de  las  Indias»  ;  pero  el  mismo  no  considera  probable  esta 
opinión  de  Seboso,  y  se  burla  en  otro  sitio  (cap.  9)  de  los  Car- 
tagineses que  encontraron  á  Cuba  y  Haití  inhabitadas  y  de  ese 
rey  Hesperus,  en  cuyo  reinado  dominaron  los  españoles  las  In- 
dias. Observo  que  Dicuil  no  copia  el  pasaje  de  Plinio,  y  limí- 
tase á  decir  que  las  Hespérides  están  más  lejos  de  la  costa  de 
África  que  Jas  Gorgonias  (Gorgodes). 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  303 

Oviedo  sabe  «que  Hesperus,  duodécimo  rey  de  Espa- 
ña, hermano  de  Atlas,  gobernaba,  como  Carlos  V,  lo 
mismo  las  Indias  que  la  península  hespe'rica  ó  ibéri- 
ca, 16/)8  años  antes  de  nuestra  era;  de  suerte  que,  por 
el  descubrimiento  de  Colon ,  la  justicia  divina  no  había 
hecho  otra  cosa  que  reintegrar  á  España  en  sus  antiguos 
derechos.  Muy  difícil  sería  dar  más  antigüedad  de  la  que 
tienen  los  mitos  de  Hesperus  y  Atlas  á  los  derechos  de 
la  metrópoli  para  dominar  las  colonias. 

No  puede  negarse  que  los  vascos  y  los  pueblos  de 
origen  céltico,  practicando  la  pesca  en  lejanas  costas,  ri- 
valizaron constantemente  en  el  norte  del  Atlántico  con 
los  escandinavos,  y  que  á  estos  últimos  precedieron  en 
el  siglo  VIH,  en  las  islas  Foeroe  y  en  Islandia,  los  mari- 
nos irlandeses;  pero,  á  pesar  de  estas  pruebas  de  activi- 
dad náutica,  es  verdaderamente  extraordinario  que  el 
citado  príncipe  Madoc,  «  dejando  á  Irlanda  al  IS'orte»,  y 
no  tocando,  por  tanto,  en  las  estaciones  intermedias,  que 
habían  favorecido  los  descubrimientos  escandinavos ,  pu- 
diese llegar  en  su  viaje  de  aventuras  hasta  la  costa  de 
los  Estados  Unidos,  y  volver  desde  allí  al  país  de  Gales 
en  busca  de  nuevos  colonos. 

Sería  conveniente  hoy,  que  la  crítica  es  severa  sin  ser 
desdeñosa,  hacer  en  los  mismos  sitios  nuevos  estudios, 
tomando  de  las  tradiciones  y  de  Jos  antiguos  cronistas 
del  país  de  Gales  todo  lo  relativo  á  la  desaparición  de 
Madoc,  apellidado  Owen  Guineth.  En  manera  alguna 
participo  del  desdén  con  que  frecuentemente  son  tratadas 
las  tradiciones  nacionales  (1),  y  tengo,  al  contrario,  la 


(1)  «Nel  viaggio  di  Madoc  tutto  si riduce  ad  una  diceria  non 
so  quando  invéntala,  ma  scnza  dubio  uon  molto  anticameute, 


304  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

firme  persuasión  de  que,  empleando  más  asiduidad,  es- 
clareceríanse  mucho,  por  el  descubrimiento  de  hechos 
completamente  desconocidos  hoy,  estos  problemas  histó- 
ricos relativos  á  las  navegaciones  en  la  Edad  Media,  á 
las  notables  analogías  que  presentan  las  tradiciones  reli- 
giosas, las  divisiones  del  tiempo  y  las  obras  de  arte  en 
América  y  en  el  Asia  oriental,  á  las  emigraciones  de  los 
pueblos  mejicanos  á  esos  antiguos  centros  de  civilización 
de  Aztlán,  de  Quivira,  de  la  Alta  Luisiana,  y  de  las 
mesetas  de  Cundinamarca  y  del  Perú. 

Entre  las  tentativas  hechas  antes  de  Colón  para  llegar 
á  la  India  por  la  vía  directa  del  Oeste,  pone  Malte 
Brun  (1)  el  viaje  de  Vadino  y  de  Guido  de  Viraldi 
en  1281.  Otros  geógrafos  han  creído  que  la  expedición» 
de  los  dos  hermanos,  repetida  en  1291  por  Ugolino  Vi- 
valdi  y  Teodosío  Doria,  era  pura  y  sencillamente  un» 
exploración  del  Atlántico,  idéntica  á  la  expedición  de  los 
Almagrurinos ;  pero ,  si  se  examina  atentamente  el  ma- 
nuscrito encontrado  por  M.  Graberg ,  se  ve  que  los  Vi- 
valdi  (  «  volentes  iré  in  Levante ,  ad  partes  Indiarum  ») 
siguieron  la  costa  de  África.  Su  tentativa ,  escrita  en  la- 
tín bárbaro ,  realizóse  entre  los  viajes  de  Ascelín  y  de 
Marco  Polo;  pero,  por  las  relaciones  de  comercio  que 
había  entre  sus  compatriotas,  los  genoveses,  y  los  árabes, 
acaso  tuvieron  alguna  idea  de  la  posibilidad  de  dar  la. 
vuelta  á  África. 


perché  per  poco  que  si  volase  andar  avanti  ne"secoli  si  trovereb- 
beroi  Gallesi,  con  tutta  la  loro  antica  genealogía  céltica,  non 
solo  senza  muse,  ma  senza  alfabeto»  (Fokmaleoni,  Illnstr.  di 
duc  carte  ant.,  1783,  pág.  47).  Por  lo  menos  la  censura  senza 
muse  es  injustísima. 
•  (1)  Precis  de  Geo^r.  {2:*  edic),  pág.  t)21. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  305 

Un  tal  Antonio  Usodimare  (Usus  maris),  compañero 
de  Cadamosto  (Alvise  da  Ca  Da  Mosto) ,  dice  en  una 
carta,  fecliada  en  12  de  Diciembre  de  1455  ,  «que  des- 
pués de  comprar  esclavos,  que  le  vendió  un  Tobilis  domi- 
ñus  niger ,  encontró  muy  cerca  de  la  zona ,  donde  perdió 
de  vista  la  estrella  polar,  en  una  costa  próxima  al  domi- 
nio del  Preste  Juan ,  un  hombre  blanco ,  que  decía  des- 
cender de  uno  de  los  marineros  de  la  tripulación  perdi- 
da (1)  de  las  carabelas  Vivaldi.  La  genealogía  puede 
no  ser  cierta ;  pero  el  documento  de  los  archivos  de  Ge- 
nova, debido  á  las  curiosas  investigaciones  de  M.  Gra- 
berg ,  probará  siempre  que  en  el  siglo  xv  considerábase 
la  expedición  de  los  hermanos  Vivaldi  como  una  expedi- 
ción á  África,  tanto  más  interesante,  por  ser  anterior  en 
unos  65  años  al  viaje  del  catalán  D.  Jaime  Ferrer  (2) 
á  Kío  de  Oro. 


(1)  Antoniotto  dice:  «Las  caravelas  perdidas  hace  170 
años»;  lo  que  supone  que  los  hermanos  Vivaldi  hicieron  en  1285 
su  expedición,  mencionada  ya  por  el  místico  Pedro  d'Abano, 
que  murió  en  1312  (Spotorno,  t.  ii,  pág.  305;  Tiraboschi, 
tomo  v,  lib.  I,  cap.  5,  §   15;  Jacobo  Güaberg,  ^/ítw/í  di 

Georg.  e  di  Statist.,  t.  Il,  pág.  285;  t.  vi,  pág.  170;  ZüRLA, 
Viaff//i,  t.  I,  páginas  155-158;  Baldelli,  t.  i,  páginas  XL| 
CLXVii  y  CLXVii).  üsodimare  no  es  un  nombre  propio,  sino 
palabra  que  indica  un  oficio,  como  aun  se  dice  en  la  marina 
francesa  capitán  buen  praticien,  ó  práctico  de  la  costa  de 
Guinea;  por  esto  en  el  Xovuü  Orbis  dcGrinasus  encuéntranse 
estas  palabras:  Xavis  Aiitonicti  cvjusdam  Ligurif,  qui  mar  id 
sulcarc prohe  noverat. 

(2)  Véase  el  Atlas  catalán  de  la  Biblioteca  del  Eey.  M.  Bu- 
chón fija  la  fecha  en  el  año  de  1374.  El  documento  publicado 
por  M.  Graberg  (Baldelli,  pág.  clxv)  llama,  según  parece,  á 
D.  Jaime  Ferrer  «Joannem  Ferne  Catalanum»,  que  partió  el 
día  de  San  Lorenzo  de  134fi  para  Rujaura  (Río  de  Oro).  No  .creo 
dudosa  la  identidad  déla  persona.  • 

20 


'> 


306  ALEJANDRO   DES    HÜMBOLDT. 

Más  parecido  á  la  expedición  de  los  Almagrurinos  que 
la  de  los  Vivaldi  es,  sin  duda,  el  viaje  que  el  infante 
D.  E;irique  mandó  hacer  en  1431  á  Gon9alo  Velho  Ca- 
bral.  Fué  ésta  una  verdadera  exploración  del  Atlántico, 
«una  tentativa — dice  el  biógrafo  del  Infante  (el  Padre 
del  Oratorio  José  Freiré)  —para  descubrir  tierra  al  Oes- 
te» (Vida  do  infante  D.  Henrique,  pág.  319).  En  esta 
tentativa  fue'  Velho  Cabral  primero  hacia  los  escollos  de 
las  Hormigas,  al  sur  de  la  isla  de  San  Miguel  de  las 
Azores,  y  en  1432  á  la  "isla  Santa  María. 

Terminare' la  lista  de  los  navegantes  que  se  ha  supues- 
to intentaron,  antes  de  Cristóbal  Colón,  descubrir  al- 
guna parte  de  América,  citando  al  piloto  polaco  Juan 
Szkolny  (Scolnus),  en  quien  recientemente  ha  hecho 
fijar  de  nuevo  la  atención  la  sabia  Historia  de  la  Geo- 
grafía de  Mr.  Lolewel  (I). 

Szkolny  estaba  en  1476  al  servicio  del  rey  Chris- 
tián  II  de  Dinamarca,  y  se  asegura  que  llegó  á  las 
costas  del  Labrador  después  de  haber  pasado  por  de- 
lante de  INToruega,  de  Groenlandia  y  de  la  Frislanda  de 
los  Zeni. 

No  me  atrevo  á  formar  juicio  alguno  sobre  esta  afir- 
mación de  Wytfliet,  do  Pontano  y  de  Horn  (2).  Una 
tierra  vista  después  de  la  Groenlandia,  en  la  dirección 
indicada,  puede  haber  sido  el  Labrador,  y  me  sorprende 


(1)  JoACHiMA.  Lelewela,  Pisma  jwmiejszc  geogr.  kisto- 
ryzne.  1814,  p.  58. 

(2)  GeoegíHorxi,  Ulyssea,  1671,  pág.  279;  Zuela,  Viaggi, 
tomo II,  pág.  2(5;  Malte  Brun,  pág.  532;  y^i.TFi.iY.T^Descript. 
JPtol.  augnientum,  15Ü7,  pág.  188,  y  Pontano  {De  süu  DanicB, 
1631,  pág.  763),  escriben  por  error  Scolvus. 


•  DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  307 

que  Gomara,  que  imprimió  su  Historia  de  las  Indias  en 
Zaragoza,  en  1553,  conociera  ya  al  piloto  polaco  (1). 
Acaso  se  sospechó,  cuando  la  pesca  de  los  bacalaos  em- 
pezaba á  hacer  más  frecuentes  las  re] aciones  de  los  ma- 
rinos de  la  Europa  meridional  con  los  escandinavos,  que 
la  tierra  vista  por  Szkolny  debía  ser  ide'ntica  á  la  que 
visitaron  en  1497  Juan  y  Sebastián  Cabot ,  y  en  1500 
Gaspar  Cortereal. 

Gomara  dice,  y  por  cierto  no  con  gran  exactitud, 
que  á  los  ingleses  agradaba  mucho  la  Tierra  de  La- 
brador porque  en  ella  encontraban  la  latitud  y  el  tem- 
ple de  su  país  natal,  y  qae.  los  hombres  de  ííoruega 
fueron  allí  con  el  piloto  Juan  Scolbo,  como  los  ingle- 


(1)  IUsttoria  de  las  Indias,  fol.  xx.  El  nombre  de  Tierra  de 
Labrador  fué  inventado,  según  la  juiciosa  observación  del  autor 
de  Mevioir  of  Seh.  Cahot  (pág.  2-1:6),  por  Cortereal  y  los  portugue- 
ses comerciantes  de  esclavos,  como  indicación  que  en  esta  costa 
septentrional  hombres  eran  singularmente  á  propósito  para 
€l  trabajo  {la  labor).  Gomara  dice,  efectivamente  (folio  xx), 
que  los  habitantes  son  ((hombres  dispuestos,  aunque  morenos, 
y  trabajadores))  (el  embajador  de  Venecia  en  Lisboa,  Pedro 
Pasqueligi,  escribía  once  días  después  de  la  vuelta  de  Cortereal, 
y  de  ver  los  indios,  comparando  á  éstos,  por  el  color  de  la  piel, 
con  los  bohemios  ó  cbijanh).  La  corta  estatura  de  los  esquimales 
de  la  verdadera  Tierra  del  Labrador  no  justifica  mucho  este  elo- 
gio; pero  se  lee  en  el  mismo  capítulo  de  Gomara  que  Cortereal 
tomó  estos  indios  en  las  islas  del  golfo  cuadrado,  es  decir,  en 
el  golfo  del  río  San  Lorenzo.  Acaso  el  nombre  de  Tierra  de  los 
Labradores  se  tomaba  en  un  sentido  más  general  y  vago,  com- 
prendiendo las  razas  indígenas  no  esquimales,  casi  como  New- 
f undlans  ó  Tierras  Nuevas  designan  á  veces  en  e!  siglo  XV  otras 
costas  que  las  de  la  grande  isla  frontera  á  Anticosti.  {Menú 
of  Cabot,  pág.  57.) 


308  ALEJANDRO    DE    {lüMBOLDT.  • 

ses  con  Sebastián  Gaboto.  No  debe  olvidarse,  sin  em- 
bargo que,  al  tratar  Gomara  la  cuestión  de  los  que  pre- 
cedieron á  Colón,  no  cita  al  piloto  polaco,  á  pesar  de  ser 
intencionado  hasta  el   punto  de  asegurar  (1)  que,  en  el 


(1)  Nonos  admiremos  de  nuestra  ignorancia  en  Jas  cosas 
antignas,^?/(?js  no  sahcnos  quiétt,  de  poco  acá,  halló  las  Indias, 
que  tan  señalada  y  nueva  cosa  es  (Gomara,  fol.  x).  Esta  duda 
se  funda  en  la  historia  obscurísima  del  piloto  que,  después  de 
haber  visto  las  tierras  al  Oeste,  murió  en  casa  de  Colón ,  histo- 
ria que  no  figuró  en  el  pleito  del  ñscal  y  que  Oviedo  (lib.  il, 
capítulo  3)  recuerda  por  primera  vez  en  15c5.  Garcilaso  de  la 
Vega,  en  1609,  da  nombre  á  este  piloto  (Alonso  Sánchez  de 
Huelva),  y  fija  una  fecha,  1484  (el  año  en  que  Colón  se  ausentó 
de  Portugal),  al  acontecimiento  cuya  importancia  procuran 
exagerar  los  enemigos  de  la  gloria  de  Italia. 

Termino  esta  nota  recordando  que  Gomara  confirma,  del 
modo  más  explícito,  lo  que  hemos  expuesto  antes  acerca  de  la 
idea  correctísima  que  Colón  se  había  formado  {Vida  del  Almi- 
rante, cap.  IV)  de  la  posición  de  la  Thylé  de  Solino.  «Algunos 
piensan,  dice  Gomara,  que  Islandia  es  la  Thilé,  isla  final  de  lo 
que  los  romanos  supieron  hacia  el  Norte;  mas  no  es,  que  Is- 
landia ha  poco  tiempo  que  se  descubrió,  y  es  mayor  y  más  sep- 
tentrional.» (La  coloca,  como  Cristóbal  Colón,  á  los  73°  de  lati- 
tud.) Thilé,  propiamente  es  una  isleta  que  cae  entre  las  Orcades 
(Orkney  Islans)  y  las  Far  (Fasroer,  Far  Isles),  algo  salida  al  Oc- 
cidente y  en  67",  bien  que  Tolomeo  no  la  sitúa  tan  alto.  Está 
Islandia  40  leguas  de  las  islas  Fare,  60  de  Thylé  y  más  de  lOO'de 
las  Orcadesa»  (Gomara,  p.  vii,  b). 

Como  Gomara  cuenta  el  grado  de  latitud  de  17  4-  leguas 
castellanas  (fol.  vi),  este  cálculo  de  distancias  parciales  está 
tan  embrollado  como  el  de  latitudes;  pero  resulta  claro  que 
Gomara,  largo  tiempo  antes  q%ie  Camden  (Tzschucke,  ad  Mer 
lam,  vol.  III,  p.  3,  pág.  227),  antes  que  dWnville  {3íem.  de  la 
Acad.  des  Inscr.,t.  xxxvii,  pág.  438)  colocó  la  Thylé  liabitada 
la  de  Sid'moy  de  Tácito  (Agrícola,  cap.  x)  •'Jitre  las  I'wroéy  las 


DEBCÜBRIMIENTO    DE   AMÉRICA..  309 

fondo,  no  puede  decirse  á  quién  se  debe  el  descubri- 
miento de  las  Nuevas  Indias. 


Orea  des ;  pvr  tanto,  en  el  grupo  de  las  islas  Sketland.  Ésta  es 
la  Thylé  donde  los  Hérulos,  saliendo  de  Dinamarca,  arribaron, 
según  Procopio  {De  Bello  Gotliioo,  ii,  15).  Adán  de  Brema 
{De  situ  Daniee,  Helmst.,  1670,  pág.  158)  fué  el  primero  que 
aplicó  el  nombre  de  Thylé  á  la  Islandia  descubierta  por  los  es- 
candinavos.— Antes  del  comentario  de  Tszchucke,  que  acabo  de 
citar,  la  compilación  más  completa  sobre  la  Thylé  de  los  anti- 
guos encuéntrase  en  Pont  ano,  Rerum  Danicarum  hist.,  1631, 
páginas  741  y  755. 


XVII. 

La  cosmografía  en  la  Edad  Media. 


Sabido  es  que  el  estado  de  los  .conocimientos  geográ- 
ficos en  la  Edad  Media  y  el  deseo  de  indicar  las  tierras 
Tagamente  descritas  por  los  autores  antiguos,  indujeron 
á  los  dibujantes  de  mapas  á  llenar  el  vacío  del  Oce'ano 
con  islas  cuya  posición  es  más  variable  aún  que  su  nom-^ 
bre.  Estos  dibujantes  han  contribuido  sin  duda  á  au- 
mentar el  número  de  creaciones  fantásticas;  aunque  la 
persuasión  íntima  de  la  existencia  de  tierras  en  el  espa- 
cio desconocido  de  los  mares  es  muy  anterior  á  la  cons- 
trucción de  los  mapamundi:  tan  natural  es  al  hombre 
imaginar  la  existencia  de  alguna  cosa  más  alia  del 
horizonte  visible,  de  suponer  otras  islas  y  aun  otros 
continentes  semejantes  al  que  él  habita. 

En  el  Atlántico  los  grupos  de  Canarias  y  de  las  islas 
Británicas  dirigían  la  imaginación  con  preferencia  hacia 
determinados  parajes.  Agradaba  multiplicar,  por  conje» 
turas,  lo  que  sólo  se  conocía  de  un  modo  confuso.  Al 
Suroeste  de  las  columnas  de  Hércules,  la  dificultad  de 
conocer  con  precisión  el  número  exacto  y  la  posición  rela- 
tiva délas  islas  Afortunadas  daba  lugar  á  vagas  ficciones» 


i 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  311 


El  Apropósitos  (Ptol.  iv,  G)  no  justificaba  su  nombre 
(de  inaccesible)  sino  porque  era  una  tierra  inhallable:  no 
existía  en  el  sitio  donde  estaba  indicada  á  los  marinos. 
Las  dos  islas  de  Porto  Santo  y  de  Madera — (Visóla  dello 
Legname  del  portulano  genovés  6  mediceo  de  1351) — que 
los  buques  debían  haber  encontrado  por  acaso  en  su  tra- 
vesía á  Cerne,  aumentaban  la  confusión  de  las  ideas  geo- 
gráficas. 

Hacia  el  Norte,  Albión  y  Jeme,  rodeadas  de  numero- 
sas islas  más  pequeñas,  ofrecían  desde  remotos  tiempos 
Tasto  campo  á  las  conjeturas.  Ya  hablamos  antes  de  los 
mitos  del  mar  Cronieno.  La  importancia  dada  á  islas 
que  eran,  si  no  la  fuente,  al  menos  el  depósito  del  co- 
mercio del  estaño ;  las  opiniones  erróneas  largo  tiempo 
subsistentes  acerca  del  yacimiento  de  las  costas  y.  de  la 
configuración  ó  articulación  de  la  Europa  peninsular; 
finalmente,  el  agrupamiento  de  las  islas  y  su  disposición 
en  serie  casi  continua  desde  las  Cassitérides  hasta  las 
Orcades  y  las  islas  Shetland  y  Foeroe,  dieron  ocasión, 
desde  los  primeros  siglos  de  la  Edad  Media,  á  hipótesis 
y  á  mitos  respecto  á  la  naturaleza  de  las  regiones  borea- 
les. Llególe  hasta  situar  (como  lo  prueba  uno  de  los  ma- 
pas de  Sanuto  Torsello,  año  de  1306)  (1)  al  Oeste  de 
Irlanda  un  gullfo  de  issolle  ccclviii   beate  e  fortúnate. 

Cuanto  más  imperfectos  eran  los  medios  de  valuar  la 


(1)  Camdex,  Brit.^  pág.  813;  Zuiíla,  Viaggi,  t.  ii,  pág.  307 
En  el  mapa  célebre  de  Fra  Mauro  (1457)  encuéntranse  también 
las  ((insule  de  Hibernia  díte  Fortúnate».  Gracioso  Benincasa 
(1471)  presenta  á  la  vez,  y  por  doble  empleo  del  mismo  nom- 
bre, las  islas  Afortunadas  al  Oeste  de  África  y  al  Oeste  de  Ir- 
landa, de  la  Ínsula  Sacra  de  Aviene. 


312  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

dirección  de  las  rutas  y  la  longitud  de  las  distancias 
recorridas,  más  fácil  era  desconocer  (1)  la  identidad  de 
las  tierras  á  que  se  había  arribado.  El  uso  irreflexivo  de 
itinerarios  ficticios  ó  mal  redactados,  originó  procedi- 
mientos dobles  en  la  construcción  de  los  mapas. 

El  estado  de  la  antigua  geografía  del  mar  del  Sur  j 
la  multitud  de  vigías  que  cubren  la  superficie  del  Atlán- 
tico en  los  mapamundi  de  hace  sesenta  años  (2)  re- 
cuerdan plenamente  esa  misma  fuente  de  errores.  Du- 
rante largo  tiempo,  cada  nuevo  mapa  reprodujo  las 
ficciones  de  los  anteriores,  porque  no  hay  tenacidad  que 
iguale  á  la  de  los  geógrafos,  cuando  se  trata  de  conser- 
var, de  estereotipar,  por  decirlo  así,  un  islote  de  antiguo 
nombre,  una  cordillera  que  figura  ser  divisoria  de  las 
aguas  ó  un  lago  de  donde  sale  un  gran  río. 

Las  ilusiones  geográficas  tomaron  especial  carácter 
en  las  dos  direcciones  que  hemos  indicado  al  N.  y  al 
NO,  de  las  islas  Orcades,  y  al  SO.  de  las  islas  Afortu- 
nadas. Dicuil  (3)  y  Adán  de  Brema,  aquél  de  principios 
del  siglo  IX  y  éste  de  la  segunda  mitad  del  xi,  prueban 
con  sus  escritos  que  en  el  norte  del  Atlántico  el  celo 
religioso  de  los  misioneros  de  Irlanda  y  de  Frisia  dio  á 
conocer  nuevas  tierras. 


(1)  De  esta  suerte,  en  el  siglo  ix  se  imaginaba  que  la  Grande 
Irlanda  del  normando  Gudlekur  estaba  situada  al  Oeste  de 
nuestra  Irlanda  (Thorkelin,  Fragm.  of  Engl.  and  Irish  hist., 
página  80).  En  tiempo  de  Procopio  se  situaba  una  isla  Biittia 
entre  la  verdadera  Britannia  y  Thulé. 

(2)  No  se  olvide  que  esta  obra  está  publicada  en  1834. 

(3)  El  autor  de  la  obra  Be  Mensura  Orhis  terree,  probable- 
mente Dicliullus,  abate  de  Pahlacht  (Letronne,  páginas  25 
y  139). 


DESCUBRIMIENTO  DE  AMÉRICA.  313 

La  geografía  de  la  Edad  Media  bebía  en  una  fuente 
que,  no  por  ser  fecunda,  era  menos  peligrosa,  porque  los 
viajeros  cristianos  desfiguraban  sus  escritos  por  la  exa- 
geración tan  común  á  los  cronistas  monásticos.  Encon- 
tramos, por  decirlo  así,  al  frente  de  la  larga  serie  de 
islas  imaginarias,  ó  para  decirlo  con  más  corrección,  de 
islas  vagamente  situadas  en  los  mapas,  la  que  lleva  el 
nombre  de  San  Borondán,  abate  irlandés  que  hizo  sus 
viajes  desde  el  año  565. 

Adán  de  Brema  (1)  refiere  en  su  Historia  eclesiás- 
tica, después  de  haber  hablado  del  descubrimiento  del 
Vinland,  que  en  tiempo  del  arzobispo  Becelino  Ale- 
brando, por  consiguiente  antes  del  año  1035,  hicieron 
los  marinos  de  Frisia  exploraciones  del  Lebersee  ó  mar 
Tenebroso  (per  tenebrosa  rigentis  Oceani  caliginem) 
hasta  más  allá  de  Islandia,  y  llegaron  por  fin  á  una  isla 
cuyos  habitantes,  de  colosal  estatura,  vivían  en  cavernas. 
Uno  de  los  Frisones  fué  devorado  por  perros,  también 
gigantescos,  y  los  demás,  favoreciéndoles  los  vientos  de 
NO.,  encontraron  por  fortuna  el  camino  de  la  desembo- 
cadura del  Weser.  El  cuento  de  los  grandes  mastines 
parece  calcado  en  la  ferocidad  de  los  perros  de  que  se 
sirven  los  esquimales  de  la  Groenlandia,  y  sólo  lo  men- 


(1)  De  situ  Danice,  pág.  \^^.Wí  Lelersee,  Kleler-Meer,  el 
mar  viscoso  es  una  de  las  maravillas  de  las  regiones  boreales 
celebrada'^  en  el  Titurel  de  Eschenbach  y  por  todos  los  poetas 
del  ciclo  de  los  Minnesinger  (Von  der  Hagex,  3Ius,  der  alt- 
deutschen  Litter,  t.  I,  páginas  294-300).  Es  el  reflejo  del />?íZw<í« 
marino  de  Pythéas,  «  á  través  del  cual  no  se  podía  ni  navegar 
ni  andar  (StrabÓn,  ii,  pág.  104,  Cas.),  una  reminiscencia  del 
Mare  Morimarusa  de  Philemón»  (Plinio,  iv,  13). 


314  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

ciotio  porque  insensatamente  se  lia  aplicado  á  la  isla  de 
Cuba  (1)  ó  á  las  pequeñas  Antillas,  donde  el  mayor 
cuadrúpedo  indígena  es  el  aguti,  que  apenan,  tiene  el 
tamaño  de  una  liebre. 

En  la  parte  meridional  del  Atlántico  no  influyeron 
tanto  en  el  estado  de  la  geografía  las  tradiciones  de  los 
monjes  como  las  falsas  combinaciones  de  erudición  clá- 
sica. ¡Cuántas  hipótesis  no  ocasionó  sólo  el  pasaje  de 
Sta<íio  Seboso  (2)  acerca  del  sitio  de  las  islas  Hespéri- 
des,  interpretado  en  el  sentido  de  situarlas  á  cuarenta 
días  de  distancia  de  las  islas  Gorgonias!  Con  la  vista 
constantemente  dirigida  hacia  la  antigüedad,  se  aspiraba 
á  encontrar  lo  que  juzgábase  conocido  de  los  fenicios, 
de  los  griegos  y  de  los  romanos. 

Ya  hemos  dicho  antes  que  Cristóbal  Colón  estaba 
firmemente  persuadido  de  que  las  islas  de  Ame'rica  eran 
las  Hespérides  que  los  antiguos  conocieron  (3),  aunque 
Isidoro,  muy  consultado  entonces,  las  acercaba,  con  ra- 
zón, á  las  costas  de  África  (4). 

He  aquí  los  elementos  de  esta  geografía  mítica  de  los 
siglos  XIV  y  XV.  De  las  once  islas  que  debo  nombrar, 
sólo  dos,  Mayda  y  Brazir-Eock,  en  el  meridiano  de  las 
Canarias  y  al  Oeste  del  golfo  de  Vizcaya  y  de  Irlanda, 
se  han  conservado  en  nuestros  mapas  más  moder- 
nos (5);   pero  no  merece   por   ello   la   mayoría  de  las 


(1)  HOEN,  Orig.  Amer.,  pág.  26. 

(2)  Plinio,  vi,  31. 

(3)  Esta  identidad  la  ha  supuesto  también  en  nuestros  días 
el  conde  Carli  {Oj^cre,  t.  xii,  pág.  188). 

(4)  Isidoro  Hisp.,  Ong.,  pág.  172, 

(5)  Mapamundi  de  Juan  Purdy,  1834. 


DESCUBRIMIENTO   D8  AMÉRICA.  315 

» 

otras  el  nombre  de  islas  fabulosas.  Descúbrese  aquí, 
como  en  general  en  los  mitos  históricos,  un  fondo  de 
verdad;  aunque  está  velado  por  la  incertidumbre  de  laS 
posiciones  relativas,  los  errores  de  configuración  j  de  ex- 
tensión y  lo  exagerado  de  las  relaciones  casi  siempre 
copiadas  ó  procedentes  de  desconocido  origen. 


I 


XVIII. 


La  isla  de  San  Brandón. 


No  es  de  escasa  importancia  señalar  la  filiación  y  emi- 
gración de  este  mito  geográfico. 

Los  viajes  de  dos  santos,  el  abate  irlandés  de  Cluain- 
ferfc,  Brandamis  (1),  y  de  Maclovio,  ó  San  Malo,  ador- 
nados con  rasgos  fantásticos,  y  la  persuasión,  muy  exten- 
dida en  el  siglo  vi,  de  la  existencia  de  una  isla  de  los 
Bienaventurados  al  NO.  de  Europa,  reflejan  las  tradi- 
ciones de  la  antigüedad  acerca  de  las  maravillas  del  mar 
Cronieno.  Los  monjes  buscaban  el  paraíso  de  la  isla  Ima 
€n  el  mare  pigrum  y  ccenosum  de  los  romanos,  que  es  su 
Klebersee  ú  Océano  viscoso. 

Plutarco  describe  las  islas  sagradas  del  mar  Cronieno, 
cerca  de  Bi^etaña,  «donde  reina  suave  temperatura;  donde 
Saturno,  encerrado  en  un  antro  profundo,  duerme  bajo 
la  guarda  de  Briareo».  Este  cuadro  recuerda  la  fertili- 


(1)  Varían  mucho  los  nombres  con  que  se  designan  este  santo 
personaje  y  sn  isla.  En  las  lenguas  de  la  Europa  latina  se  es- 
cribe Brandón,  Brandano,  Blandía  (cambiando  la  r  en  Z),  Bo- 
rondón  y  Brandamis. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  317 

dad  de  Edén.  (Paridisiacas  delicias,  insulam  amcenitate 
et  fertilitate  prce  cunctis  terris  prcestantissimam)  (1)  de 
la  isla  de  Ima,  que  permanecía  oculta  á  los  mortales;  re- 
cuerda al  gigante  Mildum,  resucitado  por  San  Brandón 
en  la  caverna  que  le  sirve  de  tumba. 

Procopio ,  que  era  contemporáneo  de  San  Brandón,  y 
Tzetzés  (2),  que  es  posterior  á  él  en  cerca  de  seis  si- 
glos, prueban  que  las  antiguas  creencias  de  las  maravi- 
llas del  mar  Británico  se  conservaron  en  las  mismas  co- 
marcas donde  liabía  entrado  ya  el  Cristianismo;  y  podría 
añadir  que  en  Irlanda  la  erudición,  refugiada  en  los 
claustros,  contribuía  á  propagar  la  localidad  de  los  mi- 
tos. Bajo  este  punto  de  vista,  la  obra  de  Dicuil,  que  ci- 
taré con  frecuencia,  es  un  monumento  notabilísimo,  pues 
atestigua  el  afán  con  que  un  monje  nacido  en  Irlanda,  á 
mediados  del  siglo  viii,  estudiaba  á  Plinio,  Solino  y 
Orosio. 

Las  tradiciones  de  griegos  y  romanos,  y  los  mitos  que 
presentaban  un  carácter  local,  podían,  pues,  mezclarse 
en  el  Norte  á  las  novelas  históricas  de  la  vida  de  los 
santos. 

La  primera  posición  geográfica  asignada  á  la  isla  de 
que  tratamos,  puesta  en  todos  los  mapas  de  la  Edad 
Media,  es  en  el  paralelo  do  Irlanda,  y  aun  en  una  lati- 


(1)  Tradiciones  recogidas  por  iM.  de  Muer  eu  su  Diplom, 
Gescli.  von  Mar  Un  Bcahim^  pág.  33. 

(2)  Acerca  del  pasaje  de  los  muertos  y  de  las  islas  Afortuna- 
das, véanse  Procopio,  Bü  helio  goth.,  iv,  20;  Tzetz,  ad  Ly- 
cophr.,  V,  1204.  Consúltese  también  la  Memoria  sobre  los  Argo- 
nautas en  ÜKERT,  Geo'jr.  der  Grleelien,  t.  ii,  i,  pág.  343,  á 
Welker's,  Ilomerische  PliccaUen  und  Inseln  der  Seligen,  ya 
Khein,  Musfür  Philol,  B.  i,  páginas  237-241. 


318  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

tud  más  septentrional.  SanBrandón,  con  setenta  y  cinco 
frailes  que  le  acompañaron  durante  siete  años,  volvió  por 
las  islas  Orcades  (1).  Se  sabe  que  antes  de  sus  viajes 
habitó  en  las  islas  Shetland  (2), 

La  isla  de  San  Brandón  fué  llevada  en  el  siglo  xv 
á  una  latitud  más  meridional,  al  Occidente  de  las  islas 
Canarias,  emigración  causada  según  creo,  por  el  doble 
empleo  del  nombre  de  islas  Afortunadas.  Ya  he  dicho 
antes  que  el  célebre  mapa  de  Fra  Mauro  señala  las 
Insule  de  Hibernia  díte  Fortúnate,  y  qu  í  Gracioso  Be- 
nincasa,  en  1471,  indica  á  la  vez  el  Elysiu7n  del  ííorte 
y  el  de  Homero  (las  islas  de  los  Bienaventurados  de  He- 
siodo  y  de  Píndaro).  La  denominación  vaga  de  islas 


(1)  «Peregratis  Orcadibus  cceterisque  aquilonensibus  insiilis 
adpatriain  redeunt»  (Bosco,  Bibl.  Floriac,  pág.  602).  «ínsula 
S.  Brandani  e  regione  Terree  Cortereali  sive  Novse  Franciaa 
AmericEe  septentrionalis  sita,  in  Océano  boreali»  (Honok.  Pm- 
LiPONi,  Kavig.  Patrum  Ord.  S.  Bened.,  1621,  pág.  14). 

(2)  Este  hecho  está,  al  parecer,  en  contradicción  con  la  época 
que  Murray  asigna  á  la  primera  población  de  las  Shetland; 
pero  Mr.  Letronne  lo  hace  probable  por  la  interpretación  de 
un  pasaje  de  Solino,  favorable  á  que  dicho  grupo  de  islas 
estuvo  habitado  desde  el  tiempo  de  los  romanos  (DicuiL,  pá- 
gina 134,  y  en  las  Adiciones,  pág.  90).  Es  extraordinario  que 
-lEneas  Silvio  Piccolomini,  en  su  Geografía  del  NO.  de  Euro- 
pa, nada  diga  de  los  viajes  de  San  Brandón  y  de  su  isla.  El" 
sabio  italiano  estuvo,  sin  embargo,  en  Escocia,  y  describió  con 
gracejo  su  primera  impresión  al  ver  alguna  distribución  de 
hulla  hecha  á  los  mendigos  escoceses.  « In  Scotia  pauperes  poene 
nudos  ad  templa  mendicantes  aceptis  lajHdibus  eleemosyne 
gratiadatis  leetos  abuse  conspeximus.  Id  genus  lapidis  sive  sul- 
phurea,  sive  pingui  materia  prasditum  pro  ligno,  quo  regio  nuda 
est,  comburitur. »  íEn.  Syll.,  Oj>.  ¡jeogr.  et  hist.,  1691  (Europa, 
capítulo  47,  pág.  319). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  319 


Atlánticas  (1)  con  que  designábanse  á  veces  las  Afor- 
tunadas, favorecía  este  doble  empleo  ó  señalamiento  de 
ellas. 

Imaginábase  ver  de  vez  en  cuando,  y  presentando 
siempre  la  misma  forma  liacia  el  SO.  en  el  horizonte  del 
mar,  una  isla  montañosa;  y  Viera,  historiador  de  las 
islas  Canarias,  ha  dado  extensos  detalles  de  todas  las 
tentativas  hechas  desde  1487  hasta  1759  para  arribar  á 
esta  isla  imaginaria.  No  sabemos  si  esto  ilusión  la  cau- 
saban algunas  circunstancias  especiales  de  espejismo  en 
un  banco  de  bruma  parado  en  el  horizonte,  ó  si  alguna 
de  esas  nubes,  que  en  su  mayor  dimensión  son  perpendi- 
culares al  horizonte,  presentó  accidentalmente  el  aspecto 
de  una  isla  montañosa. 

El  P.  Feijóo  (2),  cuyo  Teatro  crítico  fue'  durante 
largo  tiempo  muy  estimado  en  España,  compara  prime- 
ramente este  fenómeno  á  la  Fata  Morgana  de  Sicilia, 
mal  observada  y  mal  explicada  aún  en  nuestros  días: 
después  tomó  la  tierra  de  manteca  de  los  Canarios  (esta 
es  la  frase  de  los  marinos),  por  la  imagen  de  la  isla  de 
Hierro,  reflejada  en  una  masa  lejana  de  vapores  {nube 
especular). 

El  Gobierno  portugués  cedió  formalmente  en  el  si- 
glo XVI  á  Luis  Perdigón  dicha  isla  imaginaria,  cuando 
éste  se  preparaba  á  conquistarla. 

Muy  confiado  en  el  poder  de  las  refracciones  horizon- 
tales, cree  ingenuamente  el  historiógrafo  Yiera  que,  con 
un  viento  húmedo  de  OSO.,  condición  necesaria  para 
producirse  el  fenómeno,  se  llega  á  ver  «hasta  las  monta- 


(1)  Plutarco,  in  Scrt.,  cap.  8. 

(2)  Tomo  IV,  Disfc.  x,  §  10. 


320  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

ñas  Alpaches  de  la  Florida».  Digno  es  de  notar  que  es- 
tas ilusiones  no  empezaron  á  preocupar  la  imaginación 
de  los  de  Canarias  hasta  la  segunda  mitad  del  siglo  xv, 
en  cuya  época  del  descubrimiento  de  Porto  Santo,  «punto 
habitado  (1)  por  gentes  tan  salvajes  como  los  guan- 
ches», y  el  del  Archipiélago  de  las  Azores,  hecho  tam- 
bién por  los  portugueses,  dirigieron,  por  decirlo  así,  to- 
das las  miradas  hacia  el  Oeste. 

Pero  no  eran  sólo  los  habitantes  de  Gomera,  Palma  y 
Hierro  los  que  tenían  esta  visión;  también  la  hubo  por 
la  parte  del  Norte  en  cuantos  puntos  se  ocupaban  con 
afán  en  el  descubrimiento  de  nuevas  tierras.  El  Diario  de 
navegación  de  Colón,  publicado  por  primera  vez  en  1825, 
presenta  un  curioso  testimonio  (2)  de  la  simultaneidad 
de  tan  quimérica  creencia.  He  aquí  sus  palabras,  tal  y 
como  Las  Casas  las  copió  del  Diario  correspondiente  al  9 
de  Agosto  de  1492: 

orDice  el  Almirante  que  juraban  muchos  hombres  hon- 
rados españoles  que  en  la  Gomera  estaban  con  D.^  Inés 
Peraza,  madre  de  Guillen  Peraza,  que  después  fué  el 
primer  Conde  de  la  Gomera,  que  eran  vecinos  de  la  isla 


(1)  Es  la  expresión  que  emplea  Babeos,  déc.  I,  lib.  i,  cap. 
{Vida  de  D.  Enrique^  pág.  156).  Madera  la  encontraron  despo- 
blada, y  también  las  Azores,  Si  en  el  texto  empleo  la  palabra  des-' 
cubierta^  es  para  indicar  la  época  en  que  los  portugueses  llega- 
ron por  primera  vez  á  estas  islas.  Instruido  el  i  ufante  D.  Enrique 
por  mapas  antiguos,  anunció  de  antemano  á  Velho  Cabral,  en 
1432,  que  «cerca  del  escollo  de  las  Hormigas  encontraría 
pronto  otra  isla»  (loe.  elt.,  pág.  320). 

(2)  Na  VARÉETE,  t.  I,  pág.  5.  Este  testimonio  no  se  encuen- 
tra ni  en  la  Vida  del  Almirante  ni  en  Las  Décadas  do  He- 
rrera. 


DESCUBRÍ  MI  KNTO   DE   AMÉRICA.  321 

de  Hierro,  que  cada  año  veían  tierra  al  O.  de  las  Ca- 
narias, que  es  Poniente;  y  otros  de  la  Gomera  afirma- 
ban otro  tanto  con  juramento.  Dice  aquí  el  Almirante 
que  se  acuerda  que  estando  en  Portugal  el  año  de  1484, 
vino  uno  de  la  isla  de  la  Madera  al  Rey  á  le  pedir  una 
carabela,  para  ir  á  esta  tierra  que  via,  el  cual  juraba  que 
cada  año  la  via,  y  siempre  de  una  manera.  Y  también 
dice  que  se  acuerda  que  lo  mismo  decían  en  las  islas  de 
los  Azores,  y  todos  éstos  en  una  derrota,  y  en  una  ma- 
nera de  señal,  y  en  una  grandeza.»  Aplicóse  desde  en- 
tonces á  esta  visión  la  tradición  monástica  de  la. isla  de 
San  Brandon  (I). 

En  el  archipiélago  de  las  Canarias  la  isla  afortunada 
de  Ima,  que  al  principio  fué  colocada  al  Oeste  de  Ir- 
landa (de  lerné,  isla  sagrada  de  Festo  Avieno),  se  con- 
fundía con  el  Apropósitos  de  Ptolomeo,  que,  según  este 
geógrafo,  era  la  más  septentrional  del  grupo  de  las  Ca- 
narias, la  Encubierta,  la  Nontrovada  6  Nublada  (2)  de 
los  marinos  españoles  de  la  Edad  Media.  Cito  estos  si- 
nónimos porque  recuerdan  por  modo  notable  la  interpre- 
tación que  antes   me  atreví  á  dar  del  ñombie  dado  por 


(1)  GabcÍa,  Origen  de  los  Indios,  líb.  i,  cap.  9;  VVULFEB, 
De  major.  Ooeani  Ins.,  1691,  pág.  120;  Muñoz,  líb.  ir,  §  9; 
Baldelli,  Mili.,  pág.  Lx;  Washington  Ieving,  t.  iv,  pági- 
nas 316-332. 

(2)  Voss,  ad  Mel.,  pág.  604;  TzscHüCKE,  ad  Mel.,  t.  iil,  par- 
te lii,  pág.  412.  El  descubrimiento  de  la  isla  de  Madera,  cuya 
existencia  sospesharon  Gonzálves  y  Tristán  Vaz,  porque  desdo 
Porto  Santo  aparecía  como  una  sombra  en  el  horizonte,  contri- 
buyó, sin  duda,  á  la  convicción  de  la  realidad  de  estas  aparicio- 
nes. ((Tinhaó  por  vczes  observado  no  mar  liuma  corro  sombra, 
que  a  distancia  nao  deixava  distinguir  o  que  fosse ))  ( Vida 
do  Inf.,  pág.  161). 

21 


322  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Theopompo  á  esta  tierra  más  allá  del  Océano,  «cuya 
existencia  revelji  Sileno  al  Rey  de  Frigia».  La  tierra 
Merópida  (1)  de  Theopompo  había  quedado  nublada^ 
como  la  Pléyade  que  se  había  unido  á  un  mortal;  pero 
la  tierra  Merópida  era  boreal,  como  las  islas  Afortuna- 
das en  los  mares  de  Irlanda,  de  Sanuto  Torsello  (1306) 
y  de  Fra  Mauro. 

En  el  mapa  del  veneciano  Pizigano  (1367),  conserva- 
do en  la  Biblioteca  de  Parma,  y  mal  copiado  por  M.  Bua- 
che,  ^1  pequeño  grupo  de  las  islas  de  la  Madera,  señalado 
en  el  paralelo  del  cabo  Cantin,  se  le  llama  I  solé  dicte 
Fortúnate  S.  Brandany  (2),  y  el  Santo  mismo  está 
figurado  alargando  los  brazos  hacia  las  islas  (3)  que 
llevan  su  nombre.  Andrés  Bianco  (1436)  presenta  en  su 
mapa  Porto  Santo,  Madera  y  la  Dexerta  (Desierta),  que 
es  la  Caprazia  (Capraria)  de  Pizigano.  La  isla  de  San 
Borondón  no  esta;  pero  el  caballero  Behaim  (1492),  en 
su  célebre  globo,  sitúa  esta  isla  tan  al  SO.,  que  se  en- 
cuentra casi  en  la  latitud  de  Cabo  Verde.  «Esta  isla, 


(1)  El  nombro  de  Meropis  aplicado  á  un  continente  no  de- 
signa, por  cierto,  una  tierra-  de  mortales  (de  voz  articulada) . 
Theopompo  le  da  un  sentido  especial,  porque  dice  que  los 
hombres  de  esta  tierra  se  llaman  Méropes. — J5lian,  Var.Hjist., 
III,  18  (edic.  Kühn,  t.  J,  pág.  187). 

(2)  M.  Buache  ha  omitido  las  palabras  que  siguen  sancti 
Brandani  é  isole  Fonzele.  Su  hola  Capricia  es  la  Caprazia  de 
Pizigano,  la  más  meridional  de  las  tres.  El  nombre  de  Isola 
d  ello  Leff  na  me  del  Portulano  3íed¿oeo,  que  es  anterior  en  diez 
y  seis  años  al  mapa  de  Pizigano,  falta  ei:wéste.  Sin  embargo, 
dicho  nombre  sirvió  de  origen  al  de  Madcira,  cuando  medio  siglo 
después  se  verificó  el  supuesto  descubrimiento  de  Tristán  Vaz. 

(3)  ZURLA,  Vtagrji,  t.  ii,  pág.  322. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  523 


dice,  es  donde  San  Brandan  arribó  en  el  año  585,  y  la 
encontró  llena  de  cosas  maravillosas.» 

Queda,  pues,  demostrado  que  el  progresivo  cambio  de 
lugar  de  Norte  á  Sur  de  este  mito  geográfico,  estuvo  re- 
lacionado durante  nueve  siglos  con  el  desarrollo  de  la 
navegación  y  la  dirección  impresa  al  comercio  del  Medi- 
terráneo. 


XIX. 

La  Antillia  y  la  isla  de  las  Siete  Ciudades. 

Siempre  que  afligen  á  una  nación  grandes  calannda- 
des  fascinan  los  espíritus  ilusiones  supersticiosas,  y  pre- 
sentan, á  pesar  de  la  diversidad  de  tiempos  j  de  climas, 
el  cuadro  uniforme  de  las  mismas  creencias  y  de  las 
mismas  quiméricas  tradiciones. 

Después  de  la  caída  del  Imperio  de  los  Incas  fué  ge- 
neral la  persuasión  de  que  el  hermano  de  Atahualpa  ha- 
bía huido  hacia  las  llanuras  del  Este,  más  allá  de  los 
bosques  de  Vicabamba ,  para  llevar  allí  el  culto  nacional 
y  fundar  un  nuevo  Estado.  Los  indígenas  del  Perú  con- 
servaron la  esperanza  de  que  los  descendientes  del  prín- 
cipe fugitivo  saldrían  alguna  vez  de  su  salvaje  retirada 
y  restablecerían  la  teocracia  de  Cuzco. 

De  igual  suerte  cuando  los  árabes,  después  de  la  vic- 
toria de  Guadalete,  donde  pereció  Eodrigo,  invadieron 
casi  toda  la  Península  ibérica,  se  extendió  la  creencia 
popular  de  que  seis  obispos,  guiados  por  el  Arzobispo  de 
Oporto  (1),  se  refugiaron  con  grandes  tesoros  en  una 


(1)  Tal  63  la  tradición  de  Bebaim,  en  cuyo  globo  se  dice, 
ínsula  AntlUa  genannt  Septc  citadc.  Fija  la  emigración  del  ((ar- 
zobispo de  Porto  Portigah)  á  la  Antillia  en  el  año  734  (MURR., 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  325 

isla  del  mar  del  Oeste,  fundando  en  ella,  según  la  tra- 
dición, siete  ciudades,  donde  se  establecieron  los  emi- 
grados españoles  y  portugueses.  Esta  isla  de  los  obispos 
fué  nombrada  en  portugués  de  Septe  (Sete)  Gidades^ 
nombre  singularmente  desfigurado  en  los  mapas  del  si- 
glo XV.  Los  eruditos  vieron  en  ella  el  asilo  que,  según 
Aristóteles  y  Diodoro  de  Sicilia,  se  habían  preparado 
los  cartagineses  en  el  seno  del  Atlántico,  y  como  las  trar 
diciones  de  este  género  no  indican  ninguna  localidad  de- 
terminada, el  nombre  de  la  isla  de  las  Sete  Cidades  fué 
probablemente  aplicado  al  principio  al  archipiélago  de 
las  Azores  desde  que  se  empezó  á  tener  alguna  idea  de 
BU  existencia. 

La  identidad  de  las  dos  islas,  Antillia  y  de  las  Siete 
Cmí/ar/ds,  se  determinó  claramente  por  Martín  Behaim 
en  una  rota  puesta  en  el  globo  que  construyó  en  1492, 
y  en  esta  frase  de  la  carta  de  Toscanelli  al  canónigo 
Martínez:  «La isla  Antillia,  que  vosotros  llamáis  isla  de 
las  Siete  Ciiidadesi>y  si  bien  parece  que  esta  frase  se  ha 
considerado  en  España  un   simple  escolio  (1)  que  inter- 


pagina 30),  pero  Fernando  Colón  indica  el  año  714  {Vida 
del  Alm.,  cap.  8).  La  última  de  estas  fechas  es  la  de  la  victoria 
ganada  por  Muza  en  las  orillas  del  Guadalete.  Los  historiado- 
.res  portugueses  refieren  que  la  emigración  se  efectuó  después 
de  la  toma  de  Mérida,  con  el  propósito  de  ir  al  archipiélago 
de  las  Canarias,  donde  los  emigrantes  no  llegaron  (Faria  y 
.SOUSA.  Ilist.  del  Reyno  de  Port.,  p.  ii,  cap.  7,  pág.  138). 
j  (1)  En  la  biografía  de  Toscanelli,  hecha  por  el  abate  Ximé- 
nez  {Del  Gnume  Fior.,  1757,  páginas  Lxxix  y  xciv),  publícase 
la  carta  del  astrónomo  florentino  conforme  á  la  primera  tra- 
ducción veneciana  de  la  Vida  del  Alvriraritc.  hecha  en  1571 
por  Alfonso  de  ülloa.  lie  aquí  sus  palabras:  «Dairisola  di  An- 


326  ALEJANDRO   DE  HDMBOLDT. 

caló  Ulloa  en  la  traducción  italiana  de  la  vida  de  Cris- 
tóbal Colón,  escrita  por  su  hijo  D.  Fernando,  porque 
Barcia  y  Navarrete  la  suprimen  al  publicar  la  carta  á& 
Toscanelli  en  español. 

En  todos  los  mitos  es  preciso  distinguir  cuidadosa- 
mente la  fecha  que  indica  el  mito  historiado  y  la  e'poca 
de  su  origen.  Si  es  cierto  que  al  principio  del  siglo  viii, 
después  de  rendir  á  Mérida  el  jefe  de  los  godos  Sacara 
«embarcáronse  los  fugitivos  para  buscar  asilo  fuera  de 
gu  patria,  subyugada  por  los  morosis  (lo  que  no  es  inve- 
rosímil), no  por  ello  se  ha  de  deducir  que  la  tradición 
fabulosa  de  Antillia  tenga  la  misma  antigüedad.  Etilos 
mapas  del  siglo  xiv  aun  no  vemos  aparecer  la  isla  con 
este  nombre  ó  con  el  de  Siete  Ciudades ,  porque  Zurla 
niega  terminantemente  que  en  el  mapamundi  de  Pizi- 
gano  (1367),  conservado  en  Palma,  se  vean  escritas  cerca 
de  la  figura  de  una  estatua  de  hombre  que  tiene  una 
cinta  de  papel  en  la  mano  derecha,  en  el  seno  del  mar 
del  Oeste,  estas  palabras:  Ad  ripas  Antilliw  ó  AtuUiOf 
que  Mr.  Buache  creyó  leer  en  un  calco  enviado  á  París 


tilia,  che  voi  chiamate  di  Sette  Citta ,  della  quale  Jiavete  noti- 
tia,  fino  á  Cipango,  sonó  dieoi  spatii.»  Lo  dicho  en  italiano 
falta  en  la  traducción  española  de  Navarrete  (t.  ii,  pág.  3)  y 
también  en  la  que  González  Barcia  {líistojñadores primitivos 
de  las  Indias  occidentales ,  t.  I,  pág.  6)  debió  hacer  del  texto 
italiano  de  Ulloa.  Ya  hemos  observado  antes  qne  el  verdadera 
original  latino,  del  que  Fernando  Colón  hizo  la  primera  tra- 
ducción española  de  la  carta  de  Toscanelli,  no  ha  parecido 
hasta  ahora.  Por  el  conocimiento  íntimo  de  la  lengua* española 
pueden  adivinarse  con  facilidad  los  errores  de  la  traducción 
italiana,  que  equivocadamente  he  atribuido  en  la  nota  17  del 
Capítulo  V,  al  abate  Ximénez. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA,  327 

por  la  cuidadosa  solicitud  del  general  Clarke  (1).  Este 
mismo  üiapa  de  Pizigano  presenta  ya,  sin  embargo,  las 
Isole  dicte  Fortúnate  ^  S.  Brandan?/  y  la  Insida  de  Bra- 
zie  (Brazir,  Brasil). 

La  indicación  más  antigua  de  la  isla  Antillia  que  co- 
nocemos hasta  ahora  con  exactitud  parece  ser  la  del 
Atlas  veneciano  de  Andrc's  Bianco  (1436),  acerca  del 
cual  llamó  Formaleoni  la  atención  (2)  de  los  geógrafos 
desde  el  año  de  1782.  Este  Atlas,  conservado  en  la  Bi- 
blioteca de  San  Marcos,  contiene  diez  mapas  dibujados 
en  pergamino,  folio  pequeño  de  nueve  pulgadas  y  seis 
líneas  de  alto  por  un  pie  y  dos  pulgadas  de  ancho.  A} 
Oeste  de  la  isla  de  las  Azores  aparecen  en  la  quinta 
carta  dos  islas  de  considerable  tamaño  en  la  dirección 
SSE.-NNO.  y  de  forma  rectangular  muy  regular.  To- 
mando por  escala  (porque  el  mapa  no  está  graduado),  la 
distancia  del  cabo  de  San  Vicente  al  de  Finisterre  (5°  51') 
encuentro  la  de  153  leguas  marinas  (en  vez  de  247) 
desde  las  costas  de  Portugal  al  centro  de  las  islas  Azo- 
res de  Bianco,  y  de  las  Azores  á  Antillia  la  de  87  le- 
guas. Esta  última  isla  estarín,  por  consiguiente,  situada 
á  240  leguas  marinas  al  Oeste  de  las  costas  de  Portu- 
gal, es  decir,  á  los  27°  55'  de  la  longitud  occidental  de 
París  (en  el  meridiano  de  la  isla  de  San  Miguel  de  las 
Azores),  entre  los  33"  20'  y  38°  30'  de  latitud. 


(1)  BUACHE,  Mem.  de  Vlnst.,  t.  vi,  páginas  22  y  25;  ZUKLA 
Viaggi,  t.  ii,  pág.  324. 

(2)  Primero  en  la  traducción  italiana  de  la  colección  de  los 
■viajes  de  La  "Box-^c  {Coyvpendio  della  Storia  de^ Viaggi,  to- 
mos VI  y  XX);  después  en  el  Saggio  snlla  Náutica  antica  d'Fe- 
neziani  con  una  illustr.  d'alcune  carte  della  Bihl.  di  San  Marco^ 
parte  ii,  páginas  11-33. 


328  '  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

La  longitud  de  Antillia,  que  llega  á  ser  la  de  Porta- 
gal  y  de  Inglaterra,  y  su  forma  de  un  paralelógramo 
muy  alargado  (la  base  está  en  relación  con  la  altura  de 
1  á  3),  llaman  la  atención  á  primera  vista  en  el  quinto 
mapa  de  Bianco.  Los  golfos  y  las  sinuosidades  délos 
contornos  están  indicados  como  si  la  figura  de  esta 
tierra  hubiese  sido  conocida  de  un  modo  exacto ;  pero 
esta  apariencia  de  exactitud  no  debe ,  sin  embargo ,  sor- 
prendernos, pues  la  encontramos  durante  los  siglos  xvi 
y  XVII  en  todas  las  tierras  imaginarias,  siendo  trazadas 
las  costas  alrededor  del  polo  Sur  con  sinnúmero  de  de- 
talles y  una  uniformidad  imperturbable. 

Al  norte  de  Antillia,  á  unas  70  leguas  de  distancia- 
aparecía  otra  isla  más  pequeña  y  de  semejante  figura 
rectangular.  Esta,  según  Bianco,  era  la  isla  de  la  Man 
Satanaxia.  El  quinto  mapa  del  Atlas  presenta  sólo  la 
extremidad  meridional  de  esta  Mano  de  Satán ,  á  los 
cuarenta  y  dos  y  medio  grados  de  latitud.  Pero  en  el 
planisferio  de  Bianco,  que  se  cree  copiado  en  parte  de  un 
mapa  del  sigo  xiv  y  que  acaso  era  anterior  á  los  viajes 
de  Marco  Polo,  las  grandes  islas  de  Antillia  y  de  la 
Man  Satanaxia  están  figuradas  por  completo  á  la  misma 
distancia  de  las  Azores  que  el  mapa  núm.  5.  Reconó- 
cense  estas  tierras  por  su  forma  y  su  posición  recíproca, 
aunque  en  el  planisferio  no  están  indicadas  por  sus 
nombres. 

M.  Formaleoni  se  limita  á  suponer  que  la  Antillia  de 
Andrés  Bianco  y  de  Toscanelli  indicaba  un  descubri- 
miento de  las  islas  Caribes ,  largo  tiempo  anterior  al  de 
Colón;  y  el  autor  de  las  voluminosas  compilaciones  geo- 
gráficas, Mr.  Hassel,  ha  ido  mucho  más  lejos  en  sus 
conjeturas.  Según  él,  la  isla  de  la  Mano  de  Satán  y  la 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  329 

Antillia  figaran  las  dos  partesdel  coi^tinente  americano, 
separadas,  según  se  creía,. por  un  estrecho;  el  mismo 
estrecho  que  á  principios  del  siglo  xvi  buscaban  vana- 
mente en  el  Veragua  y  en  el  istmo  de  Panamá  (1). 

En  vista  de  la  importancia  que  por  largo  tiempo  se 
atribuyó  á  la  existencia  de  las  dos  citadas  islas,  es  intere- 
sante dar  á  conocer  una  carta  marina  que  posee  la  biblio- 
teca del  gran  Duque  de  Weimar  (2).  Siendo  anterior  en 


(1)  Hassel,  Erdh.  des  BrittiscJwn  tind  Russ.  Amerika's, 
1822,  pág.  6. 

(2)  Deseo  llamar  la  atención  de  los  viajeros  acerca  de  los 
cinco  monumentos  de  la  geografía  de  los  siglos  XV  y  xvi  que 
Contiene  esta  rica  colección,  llamada  vulgarmente  Biblioteca 
militar: 

•  1.°  La  carta  marina  de  1424.  notable  por  el  nombre  de  Antic- 
ua. Está  trazada  en  pergamino  y  pegada  en  tabla,  teniendo  34 
pulgadas  y  6  líneas  de  larga,  por  21  pulgadas  y  9  líneas  de  an- 
cha. Se  extiende  en  latitud  desde  2f)2/^«  hasta  62",  y  en  longi- 
tud desde  el  meridiano  doMingrelia  y  de  Coleos  (Cólchida), 
esto  es,  á  2'  al  Este  de  la  orilla  más  oriental  del  mar  Negro 
hasta  el  meridiano,  que  atraviesa  el  Atlántico  5°  al  Oeste  del 
cabo  Bojador  (^Buccdor').  Como  el  mapa  no  tiene  escala  gra- 
duada, valúo  la  distancia  por  la  que  existe  desde  el  cabo  San 
Vicente  hasta  el  cabo  Finisterre.  No  tiene  más  título  que  una 
estrecha  banda  dirigida  de  Sur  á  Norte,  que  separa  la  Antilia 
de  las  islas  Azores,  donde  apenas  se  advierten  las  palabras:  Con- 

lest compa ancón  MCCCCXXiv;  lo  demás,  borrado  por  la 

vetustez,  está  ilegible.  La  cifra  1424  se  encuentra  repetida  al 
margen  del  mapa  hacia  el  Este,  pero  con  tinta  menos  antigua. 
Como  adorno  en  el  interior  de  las  tiei'ras,  donde  la  indicación 
délas  ciudades  es  bastante  rara,  se  ven  el  Re-v  Rossirc,  el  Sol- 
dano  di  BablUonia ,  el  convento  de  Santa  Catalina  del  Monte 
Sinaí  y  las  armas  de  las  repúblicas  de  Genova  y  Venecia. 

Estas  figuras  de  príncipes,  sentados  en  sus  tronos,  encuén- 
transe  también  en  mapas  más  recientes ;  en  el  de  Fra  Mauro  y 
en  el  planisferio  de  Andrés  Bianco.  La  bandera  de  los  caballe- 


330-  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

muchos  años  al  mapa  de  Bianco,  presenta  también  los 
contornos  de  Antillia  y  de  la  Man  Satanaxia.  "No  tiene 
nombre  de  autor,  pero  es  del  año  1424,  y  doble  de 
grande  que  el  Atlas  de  Bianco.  Comprende  casi  la  misma 


lleros  de  San  Juan  flota  sobre  la  isla  de  Rodas.  En  memoria  da 
la  cruzada  de  San  Luis,  el  punto  de  embarque  (2o  de  Agosto  de 
1248)  está  indicado  en  Aducemorto  (Aguas  Muertas),  señalando 
el  sitio  con  un  inmenso  brazo  de  río  (sin  duda  el  de  Arles)  que 
sale  del  Ródano.  En  el  Asia  menor,  «quse  nunc  vero  dicitur 
Turchia» ,  está  sentado  el  Sultán  Baixit ,  que  sin  duda  es  el 
gran  Bayaceto  Ildirim.  Como  este  principe  murió  en  1403,  des- 
pués de  caer  prisionero  de  Timour  en  la  batalla  de  Ancyra,  la 
imagen  de  Baixit  debe  haber  sido  copiada  de  un  mapa  anterior 
é.  1424,  porque  en  esta  época  el  sultán  de  los  otomanos  era 
Amurates  II. 

La  imagen  del  Soldano  di  Bahillonia  (con  un  loro  en  el 
brazo  izquierdo)  está  puesta  al  Ceste  del  Nilo,  y  no  debe  sor- 
prender diclia  posición  de  la  figura,  porque  la  antigua  Memphis, 
á  causa  de  su  proximidad  á  la  fortaleza  de  Bx^u^wv,  acantona- 
miento de  las  legiones  romanas  en  tiempo  de  Strabón  {Geogr.^ 
libro  XVII,  pág.  807  Cas),  llevaba  en  la  Edad  Media  el  nombre 
de  Babylonia  (Wilken,  Gesoli.  der  Krenzzüge,  1. 1,  pág.  28),  y 
desde  el  tiempo  de  Saladino  hasta  la  conquista  de  Egipto  poy 
Selim  I  en  1517,  á  los  sultanes  de  Egipto  se  les  llamaba  Sol- 
dani  di  Babylonice  (Véase  Marini  Sanuti,  Secreta  fidelium 
Crucis,  en  Bongars,  Gesta  Bei  per  Francos,  t.  li,  páginas  23, 
25  y  91).' 

Es,  sobre  todo,  notable  en  este  mapa  de  1424  que  (por  sim? 
pie  reminiscencia)  está  en  él  trazado  el  canal  de  comunicación 
entre  el  Nilo  y  el  mar  Rojo,  abierto  por  Ptolomeo  Philadelphio, 
restablecido  después  por  Adriano,  después  por  los  árabes  y 
usado  hasta  el  año  de  767,  según  lo  demostró  M.  Letronne,  dis- 
cutiendo la  época  del  viaje  á  Tierra  Santa  del  monje  Fidelis  y 
un  pasaje  de  Gregoúo  de  Tours  (DicuiL,  1814,  páginas  14-22). 
El  canal  del  Nilo  está  representado  en  el  mapa  de  Weimar  en 
comunicación  con  un  rio  que  nace  en  Armenia,  y  corre  primero 
de  Norte  á  Sur,  al  Este  del  Líbano,  volviendo  después  al  Oesto 


J 


TESCÜBRIMIENTO    DE  AMÉRICA.  331 

extensión  de  países  que  los  mapas  núm.  5  y  núm.  8  de 
este  Atlas,  pero  difiere  esencial  mente  de  éstos,  á  juzgar 
por  la  pequeña  parte  que  del  núm.  5  han  publicado  For- 
maleoni  y  Buache.  He  aquí  Jas  diferencias  más  notables 


en  el  paralelo  de  Babylon  JEgjpii.  liste  mismo  rio  tiene  un 
brazo  que  desemboca  en  el  Mediterráneo,  cerca  de  Alejandretta. 
Difícil  es  adivinar  la  hipótesis  geográfica  á  que  da  lugar  un 
concepto  tan  extraordinario.  ¿Es  el  Eufrates,  cuyos  afluentes 
se  aproximan  á  los  del  Oronte ,  cerca  de  Alejandretta?  ¿Cómo 
creer  que  en  el  siglo  xv  se  ignoraba  que  el  Eufrates  desemboca 
en  el  golfo  Pérsico?  No  es  una  prolongación  del  Jordán  por  et 
valle  que  une  el  mar  Muerto  al  golfo  de  Acaba,  porque  el  Jor- 
dán está  figurado  separadamente  y  con  bastante  precisión» 
mientras  el  río  anónimo  que  comunica  con  el  canal  de  Ptolo* 
meo  en  el  mismo  istmo  de  Suez  nace  en  las  montañas  de  Erze- 
rum,  montañas  donde,  según  el  mismo  mapa,  tiene  sus  fuentes 
un  río  (el  Turak  ó  Boas  de  la  antigüedad)  que  corre  al  NNO. 
hacia  el  mar  Negro,  y  otro  (el  Tigris?)  que  se  dirige  al  SE. 

Doy  estos  detalles  para  facilitar  el  examen  de  las  analogías  ó 
de  las  diferencias  que  presenta  este  monumento  curioso  de  la 
geografía  de  la  Edad  Media  con  otros  mapas  sepultados  en  los 
archivos  de  las  bibliotecas  de  Italia.  Toda  la  cuenca  del  Medi- 
terráneo, las  costas  de  Grecia  y  del  mar  Negro  están  represen- 
tadas con  un  detalle  topográfico  notabilísimo,  pero  el  yaci- 
miento relativo  ó  la  orientación  de  las  costas  es  muy  erróneo. 
Si  se  trazan  meridianos  al  Oeste  de  la  península  Ibérica ,  al 
Este  de  Sicilia  y  al  Oeste  del  Asia  Menor,  encuéntrase  el.  Ática 
algunos  grados  al  Norte  de  la  desembocadura  del  Ebro,  y  la  di- 
rección media  de  la  costa  meridional  del  mar  Negro  coinci- 
diendo, no  con  el  paralelo  de  Oporto,  sino  con  el  de  Lorient  en 
Bretaña.  Las  partes  orientales  están  colocadas  demasiado  al 
Norte,  como  en  las  cartas  marinas  de  los  genoveses  (por  ejemplo, 
la  de  Pedro  Visconti ,  conservada  en  la  Biblioteca  Imperial  de 
Viena),  que  remontan  hasta  principios  del  siglo  xiv  (Spo- 
TORNO,  Star  la  litt.  della  Liguria^  t.  I,  pág.  313)  y  han  propor- 
cionado excelentes  maten'ales  á  los  iwrtulanos  del  gran  siglo, 
del  infante  D.  Enrique,  de  Colón  y  de  Gama. 


332  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

que  he  observado,  examinando  el  original,  mientras  per- 
manecí últimamente  en  Weimar  en  1832,  y  los  calcos 
exactísimos  que  debo  á  la  amistad  de  Mr.  Froriep: 
I.*'  El  mapa  de  1424  no  r>epresenta  más  que  la  parte 


2  °  Uu  mapa  que  se  asemeja  bastante  al  célebre  de  Diego 
Rlvero,  pero  anterior  en  dos  años.  Titúlase  Carta  ■universal  en 
que  se  contiene  todo  lo  que  del  Mundo  se  ha  descxihierto  fasta 
cora;  hizola  un  cosmograplio  de  Sti  Mag estad;  anno  MDXXVÍI 
«n  Sevilla.  Está  trazada  en  pergamino,  y  tiene  G  pies  y  8  pul- 
gadas de  larga  por  2  pies  y  8  pulgadas  rie  ancha.  Perteneció  á 
la  biblioteca  del  sabio  Ebner,  en  Nuremberg,  y  de  allí  pasó  su- 
^lesivamente  á  Gotha  á  la  biblioteca  de  M.  Becker,  y  por  fin  á 
"VVeimar,  á  la  colección  del  Gran  Duque.  Cítala  Muer,  en  las 
Memoralñlia^  Bih.  Norimh.,  t.  ii,  pág.  97,  y  la  ha  discutido  con 
mucho  discernimiento  M.  de  Lindenau  (Zach.,  Man.  Corresi)., 
October  1810).  Es  probable  que  este  mapa  y  el  de  Eivero  fueran 
traídos  á  Alemania  con  motivo  de  los  frecuentes  Tiajes  del  em- 
perador Carlos  V  desde  España  á  las  orillas  del  Rhin  y  del  Da- 
nubio, En  Nuremberg  se  creyó  que  había  pertenecido  á  la  Bi- 
blioteca Colombina  legada  por  Fernando  Colón  al  Municipio 
de  Sevilla.  M.  Sprengel  (Muñoz  Gescli.  der  Neuen  Welt.,  t.  I, 
página  429)  lo  confunde  con  el  mapamundi  de  Diego  Rivero; 
pero  difiere  de  él  completamente,  según  demostraremos  en  el 
curso  de  esta  obra.  Basta  observar  aquí,  que  el  mapa  de  Rivero 
presenta  la  costa  occidental  de  América  al  Sur  desde  Panamá, 
bástalos  10°  de  latitud  austral;  en  el  mapa  de  1527  no  se  ven 
más  costas  del  Océano  Pacífico  que  la  meridional  del  istmo; 
nada  del  Choco  y  del  litoral  de  Quito. 

No  entraré  aquí  en  pormenores  acerca  de  la  configuración  de- 
África  para  mostrar  cómo,  según  los  portulanos  portugueses, 
extremadamente  detallados,  está  representado  este  continente 
en  dos  mapas  de  1527  y  1529.  Nada  tan  notable,  por  ejemplo, 
como  el  detalle  de  las  costas  de  Madagascar  (ísola  de  San  Lo- 
renzo). 

Lo3  mapas  de  la  América  del  Sur^  por  ejemplo  los  de  Cruz 
Olmeiilla,  Faden,  Arrowsmith  y  Brué,  parecen  á  primera  vista 
copiados  unos  de  otros;  pero  con  atento  examen  se  han  descu- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  333 

septentrional  de  la  isla  Antillia  y  toda  la  isla  rectangu- 
lar del  Satán.  La  distancia  desde  las  costas  de  Portugal 
al  centro  del  grupo  de  las  Azores,  que  los  mapas  de  la 
primera  mitad  del  siglo  xv  señalan  casi  en  la  dirección 
del  meridiano,  es  de  110  leguas  marinas.  En  el  mapa 
de  1436  es  de  1 53,  según  dije  antes.  La  distancia  desde 
las  Azores  á  Antillia  es  casi  igual  en  ambos  mapas. 

2°  Un  poco  al  Norte  de  Madera,  entre  esta  isla  y  las 
Azores,  se  lee  en  el  mapa  de  Weimar:  Insule  Sancti 
Brandani.  Es  el  sitio  donde  el  mapa  de  Pizzigano 
de  13G7  pone,  lejos  de  las  Canarias,  las  palabras  Isolce 
dictce  Fortanatce.  Andre's  Blanco  no  nombra  ni  las  islas 
Afortunadas  ni  las  de  San  Brandan.  En  el  mapa  de  1824 
aun  hay  rastros  del  mito  septentrional  de  las  islas  de  loa 


bierto  las  diferencias.  Lo  mismo  sucede  con  dos  mapas  de  África 
que  se  han  querido  confundir.  En  los  dos  se  ven  figurados  buques 
con  la  inscripción:  Vengo  de  Maluco  (vengo  de  las  Molucas), 
Jerusalén  está  situada  á  NO.  de  Suez,  y  la  diferencia  de  meri- 
dianos del  Cairo  y  Suez  es  de  20°,  cuando  en  el  mapa  de  1424 
sólo  es  de  2^.  Este  ensanche  del  Egipto  oriental  es  tanto  más 
inconcebible,  cuanto  que  el  resto  del  África  septentrional  está 
bastante  bien  figurado.  A  la  Etiopia  de  Kivero  se  la  llama  en 
el  m^amnndi  de  1527  Arabia  suh  JEgypto.  En  estos  mapas 
graduados  al  margen,  Alejandría  y  toda  la  costa  septentrio- 
nal de  África,  hasta  la  Pequeña  Syrte,  está  de  3  á  4°  más  al  Sur 
de  su  verdadera  situación. 

3.°  El  mapamundi  de  Diego  Riveio  de  1529,  del  cual  sólo  pu- 
blicó Sprengel  la  i)arte  americana. 

4.°  Un  globo,  probablemente  del  siglo  xvi,  que  señala  el 
istmo  de  Pauamá  atravesado  por  un  estrecho. 

5.»  Un  globo  de  1534. 

Yo  ofreceré  á  M.  Walkenaer,  para  su  rica  colección  geográ- 
fica, calcos  de  África  de  1527  y  1529,  de  igual  suerto  que  el 
calco  del  mapa  de  1424. 


•c34  ALEJANDRO   DE    EpMBOLDT. 

Bienaventurados,  cerca  de  Irlanda,  la  ínsula  sacra  de 
Avieno.  Al  Norte  de  Limerick  está  indicado  un  gran 
golfo,  sin  duda  el  de  Galway,  lleno  de  iníinidad  de  islo- 
tes, junto  álos  cuales  hay  la  siguiente  inscripción:  Lacus 
fortunatus  ubi  sunt  multce  insuloe  quw  dicuntur  InsulcB 
:San....  {Sancti  Brandani?)  En  el  planisferio  de  Bianco, 
que  es  más  antiguo  que  su  Atlas,  este  golfo  circular  de 
angosta  entrada  {Laciis  ó  Locus  fortunatus)  está  figu. . 
rado,  pero  sin  nombre.  En  el  mapa  de  Weimar,  los  con- 
tornos de  Irlanda  y  de  Inghelia  y  Escocia  están  bastante 
bien  figurados ,  pero  los  países  puestos  al  Noroeste, 
por  ejemplo,  la  Escandinavia,  el  Báltico,  la  Alama- 
{jna,  la  provincia  de  Pursia  (Prusia)  y  la  Polana,  (Po- 
lonia) prueban  la  misma  ignorancia  que  se  advierte  en 
las  obras  de  Bianco,  Fra  Mauro  y  Bivero. 

Conocíase"  mejor  el  noroeste  de  África  que  el  norte 
<3e  Europa.  Desde  la  desembocadura  del  Escalda  hasta 
la  extremidad  de  Jutlandia,  la  costa  en  el  mapa  de 
Weimar  está  figurada  siii  interrupción  de  Norte  á  Sur, 
•de  suerte  que  Holanda^  Frixa  (Frisia)  y  Dinamarca 
{Dana)  se  confunden  en  una  misma  península. 

3.°  Frente  á  la  isla  de  Chañaría  está  situado  el  gran 
cabo  Buqdor  (Bucedor),  nombre  que  con  frecuaccia  se 
daba  en  la  Edad  Media  al  cabo  Bojador.  Encuéntrase 
tambie'n  en  el  mapa  general  de  Blanco ;  pero  en  la  hoja 
número  5,  que  es  la  que  comparamos  aquí  al  mapa  de  1424, 
confúndese  al  cabo  Bojador  con  el  cabo  Non  (Forma- 
leoni,  pág.  20).  El  calco,  grabado  por  M.  Buache,  es  in- 
exacto en  este  punto. 

.Cerca  del  cabo  N'on,  del  mapa  de  Bianco,  en  el  para- 
lelo de  la  isla  Chañaría ,  desemboca  el  fluvius  CitarliSj 
que  nace  de  un  gran  lago  circular,  situado  en  el  interior 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  335 

de  África.  En  este  lago  hay  una  gran  isla  tambie'n  cir- 
cular. Créese  estar  vien4o  el  lago  Jamdra  ó  Paite  (pro- 
piamente Paldhi)  del  íibet  al  Sur  de  Lassa.  De  este 
■lago  de  diez  y  ocho  leguas  de  diámetro,  llamado  lago 
Citarlis,  salen  tres  ríos ;  uno  es  el  Jiiwius  CitarliSy  quo 
va  al  Oeste;  el  segundo  corre  hacia  el  Este,  y  es  quizá 
uno  de  los  brazos  del  Nilo,  según  la  opinión  reinante  en 
la  Edad  Media;  el  tercero  vierte  sus  aguas  en  el  Atlán- 
tico con  el  nombre  de  Favia  (fluviusf).  Demain,  al 
norte  de  cabo  Agilón  (Augulón,  Agulah),  Citarlis  6 
Cintarlis,  parece  ser  una  reminiscencia  de  Cirta  Julia 
de  Ptolomeo,  capital  de  Kumidia,  indudablemente  la 
Constastina  de  hoy  (Edrisij  África,  ed.  Hartamnn, 
página  241).  La  interpretación  intentada  derivando 
Cintar-lis  del  Angra  de  Antonio  González  da  Cintra, 
bahía  situada  á  tres  y  medio  grados  al  Sur  de  Bojador? 
paréceme  menos  cierta. 

Los  mapas  más  antiguos  de  Agathoiloemon,  donde 
hay  lagos  puestos  en  el  país  de  los  Melano-Gdtulos, 
pueden  haber  sido  el  origen  de  estos  extraños  sistemas 
hidrográficos  de  la  costa  occidental  del  África  y  de  esas 
dobles  líneas  de  agua  que  desembocan  en  lagos  del  in- 
*terior  del  Continente.  La  parte  del  mapa  de  1424  que 
he  hecho  gravar,  prueba  que,  en  la  configuración,  no  está 
por  cierto  copiada  del  Atlas  de  Andrés  Blanco. 

Continuando  el  orden  cronológico,  en  que  aparece 
la  Antillia  en  los  mapamundi  de  la  Edad  Media,  preciso 
es  nombrar,  á  continuación  del  mapa  de  origen  italiano 
de  la  biblioteca  de  Weimar,  y  el  núm.  5  de  Andrés 
Blanco,  los  mapas  de  Bedrazio  y  del  cosmógrafo  Martín 
Behaim. 

Existe  en  Parma  un  mapamundi  del  genovés  Becla- 


336  ALEJANDRO   DE   BUMBOLDT. 

rio  6  Bedrazio,  que  tiene  dos  pies  y  dos  y  media  pulga- 
das de  largo  y  dos  pies  de  ancho.  Antes  que  Zurla,  ya 
hicieron  mención  de  él  Pezzana  y  Paciaudi  (1).  Se  ven 
en  él  las  fornias  rectangulares  de  las  islas  Antillia  y 
Sarastagio'  (Mano  de  Satán?),  y  cerca  de  Sarastasio 
(Satanaxio)  una  islita  en  forma  de  hoz  (isola  falcata)^ 
.llamada  Dammar.  Este  grupo  tiene  la  notable  inscrip- 
ción siguiente:  Insulede  novo  repte  (repertai.) 

Como  más  al  Oeste  de  este  grupo  sitúa  Bedrazio 
otra  isla  cuadrada  con  el  nombre  de  Royllo^  el  bibliote- 
cario Paciaudi  ha  creído  ver  en  estas  cuatro  islas  un 
principio  del  archipiélago  de  las  Antillas. 

Este  notable  mapa  es  de  1436,  por  tanto  del  mismo 
año  que  el  Atlas  de  Blanco  y  no  anterior  á  éste,  como 
asegura  el  cardenal  Zurla  (2).  La  isla  en  forma  de 
hoz  encuéntrase  también  cerca  de  la  Man  Satanaxio 
(un  poco  al  Norte)  en  el  mapa  de  1424. 

Cítanse  con  frecuencia,  como  conteniendo  también 
la  isla  Antillia,  los  postulanos  de  Gracioso  (3)  Be- 
nincasa  de  Ancona  y  de  su  hijo  Andrés  (1463-1473); 
pero  se  ha  tomado,  según  parece,  un  mapa  mucho  me- 
nos antiguo,  de  Blaze  Voulodet,  redactado  en  1586, 
donde  se  encuentra,  al  Oeste  de  Irlanda,  una  tierra  lla- 
mada Scorafixa  ó  Stocafixa  (Bacallaos?),  por  una  obra 
de  Andrés  Benincasa  (4). 


(1)  Giornale  di  Padora,  1805,  Febrero,  páj,'.  138. 

(2)  Viaggí,  t.  ii,  pág.  333. 

(3)  Sprexg-el,  pág.  51.  El  célebre  mapa  de  Fra  Mauro  no 
tiene  la  Antillia,  aunque  Bianco  contribuyo  á  ejecutarlo, 

(4)  Compárese  Foemaleoni,  páginas  43  y  45,  con  ZuRLA, 
Majipamondo  di  Fra  Afauro,  pág.  102,  y  Viaggi,  t.  Ii,  pag.  333, 
El  nombre  de  Stoclifis  aparece,  sin  embargo,  también  en  el 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  337 

El  globo  de  Behaim  ofrece  dos  particularidades  res- 
pecto á  la  Antillia.  La  sitúa  á  los  24°  de  latitud,  mien- 
tras Toscanelli,  en  su  carta  á  Colón,  asigna  á  esta  isla 
el  paralelo  de  Lisboa  (1)  y  la  figura  redonda  y  pe- 
queña, como  la  isla  San  Miguel,  del  archipiélago  de  las 
Azores;  mientras  la  isla  de  San  Bradán  tiene  en  el 
globo  de  Behaim  la  forma  rectangular  que  llama  la 
atención  en  el  niapa  de  Andre's  Blanco,  pero  que  tam- 
bién tienen  la  isla  de  Royllo  de  Bedrazio,  la  Giava  mag- 
giore  de  Fra  Maura,  y  el  Japón  (Zipangut)  del  geógrafo 
de  Nuremberg. 

La  opinión  del  sabio  Zurla  (2),  de  que  «la  forma  rec- 
tangular de  la  Antillia»  prueba  que  es  la  Atlántida  de 
Platón,  no  merece  serio  examen.  En  la  extensa  y  ver- 
bosa topografía  de  la  Atlántida,  que  presenta  el  Critias, 
jamás  se  habla  del  contorno  general  de  esta  isla,  descrita 
como  montuosa,  cubierta  de  bosques,  rica  en  aguas  ter- 
males, donde  pacen  elefantes.  Lo  que  Platón  dice  de  la 


mapa  de  Bianco  (1436)  cerca  de  una  isla  al  NO.  de  Irlanda; 
pero  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xv  era  el  bacalao  objeto  de 
la  pesca  en  las  Orcades  y  en  Islandia.  También  se  figuran  islas 
al  O.  de  las  Azores  en  una  carta  marina  del  mallorquín  Pedro 
Roselli  (1460),  que  poseyó  hace  tiempo  la  familia  Mbrl  en  Nu- 
remberg,  y  que  se  ha  supuesto  fuera  un  mapamundi  del  si- 
glo XIV  (Muñoz,  i,  pág.  428). 

(1)  Es  inútil  discutir  la  longitud,  dependiente  de  las  confu- 
sas ideas  que  se  habían  formado  de  la  distancia  de  Quinsai 
y  de  Cipango  á  las  costas  de  Portugal.  Ya  hemos  hecho  ver 
antes,  al  analizar  la  carta  de  Toscanelli,  que  el  astrónomo 
florentino  sitúa  1.x  Antillia  á  un  cuarto  de  la  distancia  total. 
Beahim  (tomando  á  Zipangut  ó  Cipango  por  término  extre- 
mo), á  

^'  2,7 

(2)  Viaggi,  t.  Ii,  pág.  334. 

22 


338  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

forma  tetr agonal  ó  cuadrada  sólo  se  refiere  á  una  lla- 
nura (xc)  TTsSíov)  de  3.000  estadios  de  larga  y  2.000  esta- 
dios de  ancha,  situada  en  la  parte  meridional  de  la  At- 
lántida.  Esta  llanura  (1),  que  rodea  la  ciudadela  de 
Neptuno.  pertenece  al  monarca  reinante;  confina  por  el 
lado  Sur  con  la  mar,  y  al  ííorte,  Este  y  Oeste  linda  con 
las  propiedades  de  los  nueve  arcontes,  terreno  lleno  de 
montañas  y  cuya  forma  no  está  designada.  Además, 
aunque  Platón  dijera  que  la  forma  de  la  Atlántida  era 
rectangular,  no  había  motivo  para  suponer  que,  en  el 
momento  de  su  destrucción  (2)  se  había  quebrado  la  isla 
como  un  pedazo  de  espato  de  Islandia  en  fragmentos 
completamente  semejantes  y  que  la  Antillía  representaba 
uno  de  estos  fragmentos. 

Tampoco  buscaremos  los  restos  de  la  Atlántida  en  las 
formaciones  que  sirven  de  base  á  la  creta  de  Inglaterra 
en  las  arenas  verdes  y  el  wealdclay  (3),  ó,  como  se  ha 
hecho  más  recientemente,  «el  plano  de  Me'jico  en  el  for- 
tín déla  Atlántida,  que  Neptuno  rodea  de  fosos  llenos  de 
agua  y  de  estrechas  lenguas  de  tierra»  (4).  La  ciudad  de 

(1)  Critias,  páginas  113  y  118  Steph. 

(2)  Timrvns,  pág.  25  Steph. 

(3)  Lyell,  Principies  of  Geology.,  t.  iii,  pág.  284. 

(■í)  La  ciudadela  (el  Fuerte  Koyal  de  la  Atlántida)  está  si- 
tuada en  una  llanura  cuadrada,  á  50  estadios  de  la  costa  meri- 
dional; rodéanla  tres  anillos  de-  agua  salobre  separados  del 
Océano,  y  alternando  con  dos  anillos  ó  lenguas  de  tierra  circu- 
lares, ün  canal,  abierto  detrás  del  anillo  exterior,  lo  pone 
en  comunicación  con  el  mar.  Fste  sistema  hidráulico,  que  re- 
cuerda los  siete  mares  circulares  rodeando  el  disco  terrestre 
indio  (más  acá  del  Lokálóká),  completa  la  ordenación  regular 
que  preside  las  ficciones  geográfico-políticas  de  Platón,  ficcio- 
nes que  sólo  pueden  entretener,  dice  irrespetuosamente  el  pa- 
dre Acosta  (lib.  I,  cap.  xxii),  á  niños  y  viejas. 


i 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA. 


Méjico,  la  antigua  Tenochtitlán,  fué  fundada  por  los  Az- 
tecas en  el  lago  Tezcuco,  el  año  de  1325  de  nuestra  era,  y 
se  unia  á  las  orillas  del  lago  por  medio  de  diques  traza- 
dos en  línea  recta.  Sin  llegar  á  Solón  o  al  Peplum  de 
las  pequeñas  Panatheneas,  sería  preciso  atribuir  á  Pla- 
tón, una  previsión  de  diez  y  seis  siglos  j  medio. 

Digno  es  de  notar  que,  á  pesar  délo  vivamente  que 
impvesionaron  el  ánimo  de  Colón  la  carta  y  el  mapa  de 
ruta 'de  Toscanelli  (Colón  copia  frases  enteras  de  la  carta 
ejL  la  introducción  del  Diario  de  su  primer  viaje),  ni  él,  ni 
Gomara,  ni  Oviedo  ó  Acosta,  ni  los  mapas  de  América  ó 
los  mapamundi  añadidos  á  las  ediciones  de  Ptolomeo 
desde  1508  mencionan  la  Antillia.  Cuando  Colón  entra 
en  el  puerto  de  Lisboa  el  4  de  Marzo  de  1493,  no  nombra 
la  Antillia  como  punto  de  partida,  dice  que  viene  de  Ci- 
pango. 

Recapitulando  cuanto  sabemos  acerca  de  los  primeros 
descubrimientos  de  las  islas  de  la  India  occidental,  no 
veo  en  qué  podría  apoyarse  la  opinión  de  que  Colón 
mismo  llamó  Antillia  á  las  islas  Caribes.  El  primer  indi- 
cio de  dicha  aplicación  lo  encuentro  en  estas  palabras  de 
Las  Oceánicas,  de  Pedro  Mártir  de  Angliiera  (1):  «In 
Hispaniola  Ophiram  insulam  sese  reperisse  refert  (Colo- 
nus),  sed  cosmographicorum  tractu  diligenter  conside- 
rato,  AntüicB  insulm  sunt  illse  et  adjacentes  aliaí,»  He 
aquí  la  denominación  geográfica  de  Antillas  en  plural. 
Pero  hay  más;  la  única  vez  que  se  encuentra  en  las  cár- 


(1)  Déc,  lib.  I,  pág.  11  (edic.  Bas.,  1583).  Esta  Década,  dedi- 
cada al  cardenal  Ascanio  Sforza,  tiene  una  fecha  cierta.  Fué 
terminada  en  Noviembre  de  1493,  dos  meses  después  de  la 
vuelta  de  Colón  de  su  primer  viaje. 


340  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

tas  de  Amérigo  Vespucci  el  nombre  de  Colón,  va  unido 
al  nombre  de  Antillia.  «Venimus  ad  Antiglice  insu- 
lam  quam  paucis  nuper  ab  annis  Christophorus  Colum- 
busdiscooperint.»  Estas  palabras  (1)  están  tomadas  de 
la  relación  del  (supuesto)  segundo  viaje  de  Vespucci,  del 
que  dice  haber  terminado  el  8  de  Septiembre  de  1500. 

La  correlación  que  existe  entre  los  acontecimientos 
prueba  que  el  nombre  de  Antillia  lo  dio  Vespucci  á  la 
isla  Hispaniola,  y  que  su  relación  es  la  del  viaje  que  hizo 
con  Ojeda;  porque  en  el  (supuesto)  primer,  viaje,  cuya 
fecha  de  partida  fija  Vespucci  en  20  de  Mayo  de  1497 
la  Hispaniola  se  llamaba  pura  y  simplemente  Ity\  co- 
rrupción sin  duda  de  Aíty  (2).  Bartolomé  de  las  Casas 
nos  dice  que  (3)  eran  los  portugueses  quienes  aplicaban 
con  preferencia  á  la  Hispaniola  el  nombre  de  Antillia. 


(1)  Navabrete,  t.  III,  pág.  261.  Cito  con  preferencia  el 
texto  latino,  conforme  á  la  Cosmograpliice  Introductio  de  Mar- 
tín Ylacomylus,  cuya  edición  de  |1507  tengo  á  la  vista,  si  bien 
respecto  al  idioma  en  que  escribió  Vespucci  hay  casi  tanta  in- 
certidumbre  como  al  que'usó  Marco  Polo,  siendo  muy^probable 
que  las  dos  primeras  cartas  fueran  redactadas  en  español  y  las 
dos  últimas  en  portugués.  Navarrete,  t.  iii,  pág.  185.  El  texto 
original  délas  cartas  de  Vespucci  no  ha  llegado  á  nosotros,  y  la 
edición  latina  de  1507  es,  como  en  ella  se  dice,  en  el  cap.  v  (fo- 
lio 9  de  la  edición  que  empleo)  ex  itálico  sermone  in  gallicum 
et  ex  gallico  in  latinuní  versa. 

(2)  (( Vidimus  ibidem  quem  máximum  gentis  acervum ,  qui 
insulam  illam  Ites  nuncuparent.»  Ilacomyl.,  fol.  36.  (La  edi- 
ción de  1507  no  está  paginada.)  Canovai,  Elogio  del  VeSjpucci, 
página  80;  Franc.  Bartolozzi,  Ricerohe  circa  alie  scop.  di 
Ves]}.,  pág.  98. 

(3)  Jlist.  gen.  de  las  Indias,  lib:  I ,  cap.  161    (Navarrete, 
tomo  III.  pág.  333). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  341 

Estas  aplicaciones  de  nombres  geográficos  eran  muy 
arbitrarias  en  los  primeros  tiempos  de  la  conquista. 
Schoner  (1)  toma  todavía,  en  1533,  la  ciudad  de  Mé- 
jico (Temistitlán)  por  el  Quinsaí  de  Marco  Polo,  la  cé- 
lebre ciudad  china  de  Hangtcheu-fu.  Gomara,  que  no 
duda  de  la  identidad  (2)  de  la  América  y  la  Atlántida, 
hace  derivar  este  último  nombre  de  la  palabra  mejicana 
alt  (agua),  fantasía  etimológica  repetida  muchas  veces  en 
nuestros  días,  recordando  además  el  nombre  tártaro  del 
Volga,  Attel,  la  grande  agua. 

Por  lo  demás,  con  la  denominación  de  islas  Antillas 
ha  sucedido,  como  con  la  de  América.  Estos  nombres 
fueron  propuestos,  el  primero,  como  hemos  visto,  por 
Anghiera,  en  1493,  y  el  segundo  por  Ylacomylus,  en 
1507,  y  sin  embargo,  fué  preciso  que  transcurriera  más 
de  un  siglo  para  que  su  uso  se  generalizara.  Cristóbal 
Colón  no  dio  jamás  una  denominación  al  conjunto  de 
las  Islas  de  la  India  que  había  descubierto.  En  los  pri- 
meros tiempos  de  la  conquista  no  se  conocen  más  que  los 


(1)  Opusculum  geogr.,  1533.  Pars.  11,  cap.  9.  «De  regionibus 
extra  PtolomEeum  (es  decir,  que  Ptolomeo  no  menciona)-,  Ba- 
chalaos  dicta  á  novo  genere  piscium  ;  desertum  Lop;  Tangut. 
et  México  regio  in  qua  urbs  permaxima  in  magno  lacu  sita  Te- 
mistita,  sed  apud  vetustiores  Quinsay  erat  vocata.»  Sin  duda  á 
causa  de  la  proximidad  de  un  gran  lago  y  de  la  multitud  de 
canales  indicados  en  la  descripción  de  Quisai,  «Cita  del  Cielo» 
de  Marco  Polo  (cap  LXViii),  se  confundieron  dos  ciudades, 
una  de  Asia  y  otra  de  América. 

(2)  Historia  de  las  Indias,  1553,  fol.  119.  Guillermo  Postel 
intentó  cambiar  las  denominaciones  de  los  continentes,  lla- 
mando atrevidamente  á  América  Atlantis,  á  A  frica  Chame- 
sia,  etc.  Véase  CosmograpldccB  discipUnre  Comjnnd  (Bas.  1561, 
páginas  13  y  57). 


342f  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

nombres  de  Islas  de  Lucayos  (1)  (las  islas  Bahamas) 
y  de  Islas  de  Barlovento  (2)  ó  Islas  de  los  Caribes  j  dé 
los  Caníbales  (3)  aplicadas  al  grupo  que  se  extiende 
desde  la  Trinidad  á  Puerto  Rico  (Boriken). 

En  los  mapas  de  Juan  de  la  Cosa  y  de  Rivero  no  hay 
ni  rastro  del  nombre  de  Antillas.  La  reseña  italiana  de 
todas  las  islas  del  mundo  por  Benedicto  Bordone  (4), 
no  lo  conoce,  ni  tampoco  el  Isolario,  de  Porcaccio  (5), 
el  Ptolomeo  italiano,  de  Antonio  Mangini,  de  1598,  la 
Cosmographiej  de  Andrés  Thevet  (6)  y  la  Descripción 
de  las  Indias  occidentales^  del  historiógrafo  Herrera  (7), 
terminada  en  1615, 

Es  verdaderamente  extraordinario,  que  después  de  tan 
largo  olvido  durante  todo  el  siglo  xvi,  un  nombre,  que 
por  primera  vez  había  aparecido  en  un  mapa  de  1436, 
sea  el  qu^  al  fin  haya  prevalecido  en  Europa.  Este  nom- 
bre era  sin  duda  más  sonoro  que  el  de  islas  Camer- 
canas  que  conocemos  por  el  Breviario  geográfico  dé 
Bert,  y  por  el  viaje  de  un  religioso  carmelita;  pero  ignoro 


(1)  Gomaba,  fol.  20. 

(2)  Agosta,  lib.  i,  cap.  14;  lib.  iii,  cap.  4.  Koberto  Regnauld) 
(Cauxois),  en  su  ingenua  traducción  dedicada  al  gran  Enrique^ 
en  1597,  llama  «la  Guadalupe,  la  Martinica  y  Marigalante,  los 
fauhourgs  de  Vlnde.y)  ■ 

(3)  Vida  del  Almirante,  capítulos  45  y  77. 

(4)  Isolario  nel  qual  si  ragiona  di  tntte  Visóle  del  Mondo. 
Venegia,per  Meólo  d'Aristotile  (alias  de  Ristotele)  detto  Za-^ 
2ñno,  1533. 

(5)  ToMASO  PORCACCHI  DA  Castiglione,  Arretino,  DelU' 
Isole piii  f amóse  del  Mondo.  Venecia,  1576,  • 

(6)  La  Co-smograpliie  universelle,  1575. 

(7)  Cap.  7  (edic.  de  1728,  t.  iv,  p,  12).  ; 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  343 

en  absoluto  su  etimología  (1).  Probablemente  lo  que 
más  contribuyó  á  poner  el  nombre  de  Antillas  en  los 
mapas  de  América  fué  la  gran  celebridad  de  los  mapas 
de  Oornelio  Wytfliiet  y  del  Theatrum  Orbis  terrarum  de 
Ortelio  (2). 


(1)  Maurile  DE  Saint-Michel,  reli-^ioso  carmelita,  Vo-^ 
y  age  des  iles  Camerganes  en  VAmerique.  París,  1652.  Dícese 
en  él,  pág.  41  :  «La  Guadalupe  es  une  des  moindres  des  iles 
qu'on  apelle  Camerganes.»  En  Bertii,  Bretiarmiíti  totiua  or- 
bis, 1624,  pág.  13,  encuentro  el  nombre  de  Insular  Camercanrs 
vel  AntilHas  aut  Caribes.  (¿Será  acaso  un  nombre  caribe?)  En- 
tre los  nombres  caribes  de  las  Pequeñas  Antillas,  coleccionados 
por  el  padre  Eaymond  Bretón  {Dict.  earihe-frangais,  Auxerre» 
1665,  pág.  409),  ninguno  hay  análogo  al  de  Camercana.  Las 
islas  Santas  llamáronse  Caárucaera,  la  Granada,  Camalogue; 
pero  Lorenzo  de  Anania  {Frahrica  del  Mondo,  pág.  319)  si- 
túa cerca  de  Cuba  y  lejos  de  las  regiones  habitadas  por  los 
Caribes  á  fines  del  siglo  xv  la  isla  Camarco.  García,  {Origen  de 
los  Indios,  pág.  234)  supone  que  caracteriza  los  nombres  geo- 
gráficos caribes  la  sílaba  inicial  ear ,  como  en  Caripe ,  Cam- 
pano, Caroni,  Cariaco,  y  en  la  denominación  del  pueblo  entero 
Carina  ó  Carinago.  ¿Es  preciso  entender  por  Antillas,  Islas  Ca- 
■mcrianas?  (Relat.  Jtist.,  t.  I,  pág.  692).  Mi  hermano,  que  conoce 
fundamentalmente  la  estructura  de  las  lenguas  americanas, 
encuentra  qiie  en  Carinago,  ó  mejor,  Callinago,  según  el  len- 
guaje de  los  hombres,  y  Calliponam,  según  el  lenguaje  de  las 
mujeres,  Cali  ó  Cal  contiene  todo  el  nombre  del  pueblo.  Calina 
(Dic.  Galihi.  París,  1763,  pág.  84)  es  tan  sólo  una  abreviación 
de  Callinago.  He  buscado  inútilmente  las  islas  Camercanag 
en  las  detalladas  cartas  de  ruta  del  siglo  xvi  de  las  Pequeñas 
Antillas,  que  presenta  Hakluyt  (t.  iii,  páginas  603-627,  edición 
de  1600). 

(2)  Con  el  nombre  de  Antillas  figuran  las  islas  Caribes  en 
el  mapa  de  América  de  1587  ;  pero  el  texto  de  Ortelio  no  cita 
el  nombre  de  Antillas  ni  siquiera  en  la  edición  de  1601 ,  que  es 
treinta  y  un  años  posterior  á  la  edición  princeps  (Wytfliet, 
Dcsrr.  Ptol.  augmentiim,  1597,  pág.  96). 


344  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

En  cuanto  al  origen  del  mito  geográfico  de  la  Antillia, 
de  Andrés  Bianco,  preciso  es  distinguir,  como  en  todos 
los  mitos,  el  elemento  ideal  y  la  aplicación  de  este  ele- 
mento á  una  localidad  determinada.  Un  acontecimiento 
verdadero,  una  emigración  por  mar,  cuando  los  árabes 
invadieron  la  península  ibérica ,  dejó  vagos  recuerdos 
que  han  sobrevivido  á  las  desgracias  públicas.  Los  emi- 
grados tuvieron  quizá  el  deseo  de  ir  á  las  islas  Afortu- 
nadas, de  buscar  un  asilo,  como  Sertorio  cuando  huía  de 
las  tropas  victoriosas  de  Sila,  y  la  imaginación  de  los 
pueblos,  que  embellece  las  tradiciones  nacionales,  tras- 
ladó un  hecho  liistórico  natural  al  país  de  las  ficciones. 
Se  suponía  que  los  fugitivos  habían  fundado  una  colonia 
floreciente  en  el  centro  del  Atlántico,  pero  cuando  se 
supo,  y  no  tarde,  que  dicha  colonia  cristiana  no  estaba  en 
las  islas  Canarias,  archipiélago  muy  visitado  á  causa  del 
comercio  de  esclavos  guanches,  fué  preciso  suponerla 
más  lejos  y  asignarle  una  posición  determinada. 

Descubiertas  las  Azores,  ó  mejor  dicho,  encontradas 
de  nuevo  varias  veces,  pudieron  engendrar  la  idea  de 
una  tierra  muy  extensa,  porque  se  suponía  la  continui- 
dad de  la  costa  correspondiente  á  distintas  islas.  En  este 
sentido,  yo  creo  que  todo  el  archipiélago  de  las  Azores 
ocasionó  que  se  fijara  la  posición  de  la  Antillia  ó  isla  de 
los  Siete  Obispos  y  de  las  Siete  Ciudades,  pues  no  me 
atrevo  á  conjeturar,  como  M.  Buache  (1),  que  la  Anti- 


(1)  Mem.  de  V Instituto,  1806,  t.  vi,  páginas  13,  17  y  21. 
Sprengel  decía  en  1792  ( Getcli.  der  Entd.,  pág.  373),  hablando 
de  las  Azores,  que  «se  las  creyó  primero  (en  el  siglo  xv)  las 
Antillas  de  la  India,  célebres  por  el  viaje  de  Marco  Polo», 
M.  Boyd,  en  su  interesante  obra  Description  of  the  Azores, 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  345 

___^ $ ^ 

Ilia  de  Bianco,  ancha  como  España,  sea  la  isla  de  San 
Miguel,  por  la  única  razón  de  que  los  portugueses,  aun 
hoy,  dan  á  una  parte  de  esta  isla  el  nombre  de  Sete  Ci- 
tades.  Lo  único  que  prueba  esta  denominación  es  que 
los  navegantes  y  los  colonos  portugueses  no  olvidaban 
las  antiguas  tradiciones  populares.  El  razonamiento 
de  M.  Buache  nos  llevaría  también  á  buscar  la  Antillia 
y  las  Siete  Ciudades  á  la  península  del  Yucatán  ó  al 
Norte  de  Méjico  en  el  seno  del  Nuevo  Continente. 

Cuando  admiró  á  Francisco  Hernández  de  Córdoba 
(en  1517)  el  aspecto  de  los  templos  (teocallis)  construí- 
dos  con  piedras  labradas  y  la  civilización  de  los  pueblos 
del  Yucatán;  cuando  descubrió  las  grandes  cruces  que 
adoraban,  creíase  generalmente,  dice  Gomara  (1),  «que 
los  españoles  que  huyeron  de  su  patria  al  ser  invadida 
por  los  árabes,  en  tiempo  del  r  ey  Rodrigo,  llegaron  á 
aquellas  lejanas  costas.» 

En  la  expedición  aventurera  que  hizo  el  Padre  fran- 
ciscano Marcos  de  Niza  (2)  á  Cíbola  (el  país  de  los 


1835,  pág.  192,  hace  la  observación  siguiente:  «En  1445  for- 
móse un  pequeño  lago  en  la  isla  de  San  Miguel,  por  impedir 
una  corriente  de  lava  la  salida  de  las  aguas ;  este  lago  lleva 
aún  hoy  el  nombre  de  Algoa  da  Sete  Citades,  En  sus  inmedia- 
ciones hay  algunas  cabanas  á  las  cuales  se  las  llama,  sin  saber 
por  qué,  las  Sete  Citadefi.)) 

(1)  Historia  de  las  Indias,  fol.  29.  Herrera  (déc.  il,  lib.  iii, 
capítulo  1)  relaciona  la  adoración  de  estas  cruces,  que  se  en- 
cuentran en  Palenque  y  en  el  Chiapa,  con  la  profecía  de  un 
santón  mejicano  llamado  Chilam  Cambal. 

(2)  Gomaba,  folios  115  y  117;  Ramusio  t.  i,  páginas  298- 
302;  Herrera,  déc.  iv,  Hb.  vii,  cap  7.  Yo  he  relacionado  ade- 
más (^Rel.  Ilist.,  t.  III,  pág.  159,  y  Essai  politique,  t.  ii,  pá- 
gina 153)  las  huellas  de  antigua  civilización  que  el  P.  Garcés 


346  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

. • , 

bisontes,  ó  vacas  corcovadas)^  más  allá  de  los  36°  de  la- 
titud, buscábanse  también  las  Siete  Ciudades  j  «al  rey 
Taratax  (especie  de  Preste  Juan),  que  adoraba  una  cruz 
de  oro  y  la  imagen  de  una  mujer,  Señora  del  Cielo  ». 

Si  la  isla  Antillia  hubiera  sido  igual  á  la  de  San  Mi- 
guel de  las  Azores,  no  es  probable  que  figurase  en  ma- 
pas que,  como  el  de  Bianco,  presentan  simultáneamente 
todo  el  archipiélago  de  las  Azores  (1).  Mejor  se  com- 
prende que  la  Antillia,  primitivamente  señalada  como 
una  gran  tierra  por  confundirse  las  costas  mal  conocidas 
de  las  Azores )  fuera  puesta  al  Oeste  de  dicho  archipié- 
lago cuando  con  precisión  se  reconoció  su  pequenez  y 
los  contornos  de  cada  una  de  las  islas  que  lo  forman- 
Para  comprender  bien  la  fuerza  de  este  argumento  pre- 
ciso es  recordar  las  fechas  verdaderas  de  los  descu- 
brimientos hechos  por  los  portiígueses  en  la  región 
templada  del  Océano  Atlántico.  Estas  fechas  son  las 
siguientes  :  descubrimiento  del  escollo  de  las  Hormigas, 
en  1431;  de  la  isla  de  Santa  María,  1432;  de  la  de  San 
Miguel,  1444;  de  Terceira,  San  «Jorge  y  Fayal,  1449; 
de  Graciosa,  1453.  El  descubrimiento  délas  islas  más 
occidentales,  Flórez  y  Corvo,  parece  ser  anterior  á  1449; 


encontró  en  1773  en  el  Moqui,  con  las  tradiciones  de  1539,  j  á 
la  vez  he  discutido  la  posición  de  Quivira  y  Gibóla  (Civora) 
que  Wytfliet  sitúa  al  Sur  de  su  fabuloso  reino  de  Atiián,  en  la 
región  inmediata  al  estrecho  de  Berhing.  > 

(1)  Behaim,  que  habitó  en  distintas  ocasiones  en  la  isla  de 
Fayal,  no  sólo  sittía  la  Antillia  lejos  del  archipiélago  de  las 
Azores,  que  llama,  In.mJcii  der  JlaMcJie,  sino  también  asegura 
que  un  barco  procedente  de  España  fué  arrojado  á  las  costas 
de  Antillia  en  1414  (Muer.,  pág.  32).  ^ 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  347 

pero  esta  fecha  es  menos  precisa  (1).  El  mapa  de  Bian7 
co  estaba  terminado  (2)  cuando  el  Infante,  <r guiado 
por  mapas  antiguos ,  sólo  había  hecho  reconocer  la  isla 
de  Santa  María,  la  única  cuyo  suelo  no  es  volcánico»- 
Este  mapa  presenta  á  la  vez  los  nombres  árabes  y  cris- 
tianos ;  los  de  Bentvfla  (Z)  y  San  Jorge  {San  Zorzi), 


(1)  Sigo  la  cronología  de  la  l^ida  do  Infante  D.  Ilenrique^ 
escrita  per  Cándido  Liisitano ,  el  historiador  portugués  José 
Freiré,  Padre  del  Oratorio,  que  (páginas  319  y  338)  toma  los 
datos  de  documentos  oficiales.  La  fecha  de  la  primera  /tenta- 
tiva hecha  por  Gonzalo  Velho  Cabral  en  1431,  está  confir- 
mada por  una  nota  escrita  en  el  globo  de  Behaim  (MüRR.,  pá- 
gina 29).  La  isla  de  Jesu,  señalada  en  este  globo  y  cuyo  nom- 
bre no  se  encuentra  en  el  mapamundi  de  Eivero,  singularmente 
exacto  para  el  archipiélago  entero,  ¿era  idéntica  á  la  isla  de 
San  Jorge? 

El  infante  D.  Enrique  cedió  en  1460  las  islas  de  Jesu  y  Gra- 
ciosa á  su  sobrino  Fernando,  hermano  del  rey  Alfonso  V  (Ba- 
rros, déc.  I.  lib.  II,  cap;  1).  En  el  Asia  de  Barros  nada  se  dice 
del  descubrimiento  sucesivo  de  las  islas  Azores,  sin  duda  por- 
que este  gran  historiador  trató  el  asunto  en  una  geografía  uni- 
versal, que  cita  con  frecuencia  en  las  Décadas  y  que  nunca  ha 
parecido. 

(2)  M.  Buache,  en  una  Memoria,  que  por  otros  conceptos  es 
muy  digna  de  elogio,  ha  sido  inducido  á  error  por  la  Relación  del 
segundo  viaje  de  Cock,  cuando  supone  «el  descubrimiento  de 
las  Azores  (de  las  Hormigas?)  en  1439  y  el  de  la  isla  de  Santa 
María  en  1447.»  {Loe.  cit.,  pág.  14.) 

(3)  Esta  es  la  verdadera  acepción,  según  las  investigaciones 
de  Formaleoni  y  de  Zarla.  Buache  leyó  Bentusia  para  conver, 
tirla  en  Venusta,  y  la  isla  Graciosa  (pág.  21),  Tuna,  puede  de^ 
rivarse  de  la  raíz  árabe  Tefele,  crepúsculos  de  la  tarde.  Tefe^ 
significa  también,  según  Golio,  la  obscuridad,  y  Bentuffa  de-r 
signa  acaso  un  hijo  de  las  tinieblas,  denominación  que  conviene 
bastante  á  nn  islote  del  Mare  Tenchrottim  de  Ediisi.  Quanden, 


348  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

y  sitúa  con  bastante  corrección  las  nueve  islas  en  tres 
grupos  parciales ;  pero  en  vez  de  estar  orientados  estos 
grupos  de  Sudeste  á  líoroeste,  se  encuentran  casi  de 
Sur  á  ]N"orte.  El  islote  más  lejano  llámase  ya  Corvos 
Marinos.  Los  nombres  de  San  Jorge  y  de  Corvo  no 
fueron,  pues,  dados  por  los  portugueses  en  1449,  sino 
por  otros  pueblos  de  la  Europa  latina. 

Los  dos  pueblos  rivales  y  aventureros  en  la  Edad 
Media,  los  normandos  y  los  árabes,  fueron,  sin  duda,  los 
que  entonces  (1)  propagaron  noticias  ciertas  acerca  del 
archipiélago  de  las  Azores.  Algunos  historiadores  (2) 
suponen  en  el  siglo  ix  el  descubrimiento  hecho  por  los 
normandos.  El  geógrafo  de  ííubia,  que  es  del  siglo  xii, 
conoce  en  el  Atlántico  (en  el  mar  Tenebroso)  cda  isla  de 
Raka,  que  es  la  de  las  Aves,  habitada  por  grandes  águi- 
las ó  buitres,  que  se  alimentaban  con  pescados  y  volaban 
de  continuo  alrededor  de  la  isla  (3).  Ebn-al-Uardi  (4) 
conoce,  según  parece,  esta  misma  isla  con  el  nombre 


en  el  JSnchiridion  cosmograpliicum  (Col.  1599),  sitúa  entre  las 
Azores,  además  de  la  isla  de  las  Siete  Ciudades,  la  de  Satap. 
Véase  Joan.  Myritius,  Opvsc.  geogr..  1590,  pág.  123. 

(1)  Ko  quiero  detenerme  más  en  esta  (investigación,  ni  discu- 
tir aquí  el  origen  de  las  monedas  cartaginesas  y  cirenaicas  que 
se  asegura  haber  sido  encontradas  en  lá49  en  la  isla  de  Corvo. 
Véase  tí'ótliehorgsTie  Wetenskaps  og  Witterkets  Samlingar^ 
1778,  St.  I,  pág.  Í06. 

(2)  MURR.,  pág.  55. 

(3)  Edrisi  {Interpr.  GahrieU  Sionita)  ,  1619,  pág.  64; 
Hartmann,  páginas  317  y  319.  Blanco  tiene  también  entre  las 
Azores  una  Isola  di  Colombi,  que  no  debe  ser  confundida  con 
la  de  Edrisi,  pág.  85. 

(4)  De  Guiones,  en  los  E-rtraits  des  Manuscrits  du  Roi, 
tomo  1 1,. pág.  56. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  349 

de  Thouíur  (ó  de  las  Aves),  y  dice  que  las  águilas  rojas, 
provistas  de  enormes  garras,  se  reúnen  allí  y  cazan  lejos 
de  las  costas  en  plena  mar.  Un  rey  de  los  francos  (se- 
gún dice  Hucaili)  envió  á  dicha  isla  un  barco  para  ver 
aquellas  aves ;  pero  el  buque  naufragó  ». 

Los  comentadores  de  los  geógrafos  árabes  reconocie- 
ron desde  hace  largo  tiempo  que  la  denominación  de  isla 
de  los  Azores  (Jnsule  Accipitrum)  no  es  más  que  la  tra- 
ducción portuguesa  de  islas  de  los  Buitres,  ó  de  los  Hal- 
cones de  Edrisi. 

Las  tres  islas  del  Brasil  (Brazie,  Braziro  deMayotas), 
que  señalan  casi  todos  los  portulanos  (I)  del  siglo  xiv 
(por  ejemplo,  el  de  Pizigano,  trazado  en  1367)  entre  los 
paralelos  del  cabo  de  San  Vicente  y  de  Irlanda,  son,  sin 
duda,  tambie'n  islas  del  grupo  Raka  y  délas  Azore» (2). 
Quizá  el  nombre  mismo  de  Antillia,  que  por  primera  vez 
aparece  en  un  mapa  veneciano  de  1436,  es  sólo  una  for- 
ma portuguesa  dada  á  un  nombre  geográfico  de  los  ára- 
bes. La  etimología  que  se  arriesga  á  dar  M.  Buache 
paréceme  muy  ingeniosa,  y,  sobre  todo,  resulta  probable 
si  se  la  adapta  con  alguna  más  precisión  al  carácter  pro- 
pio de  las  lenguas  semíticas.  «En  el  número  de  las  islas 
desconocidas  que  describe  Edrisi  (Pars  primR ,  Climatis 
tertii,  p.  71),  y  que  son,  a!  parecer,  dice  M.  Buache  (3), 


(1)  ZüELA,  Vlagffí,  t.  II,  pág.  324. 

(2)  Bianco  aplica  el  nombre  de  Brasile  sólo  á  la  isla  Terceira 
ó  á  un  promontorio  al  Oeste  de  la  bahía  de  Angra,  que  aun 
lleva  el  nombre  de  Punta  del  Brasil  (Fleueiew,  Voyage  fait 
per  ordre  du  roí  tn  17f)8  y  1769,  vol.  i,  pág.  548. 

(3)  Le.  e.f  pág.  27.  M.  Sprengel  cree  que  la  isla  Terceira 
no  tiene  nombre  de  origen  portugués,  aunque  parezca  indicar 
la  tercera  isla  dc"-.ub:crta  por  orden  del  inf.inte  D.  Enrique 


35D  ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

las  Azores,  hay  una  llamada  Mustasddn;  Ebn-al-Üardi 
la  llania  Tinnin  (1),  lo  cual  significa  isla  délas  Ser- 
pientes. Es  creíble  que  la  palabra  Antillia  tenga  la  mis- 
ma significación,  y  que  se  derive  de  la  palabra  tinnin, 
como  la  de  Anjuan  se  deriva  de  la  de  Juan,  que  se  en- 
cuentra en  muchos  mapas  antiguos».  La  última  analogía 
no  es  afortunada.  La  sílaba  inicial  paréeeme  mejor  una 
corrupción  del  artículo  árabe  de  AF-Tinnin,  y  de  Al-tin 
se  habrá  hecho  poco  á  poco  Antinna  y  Antilla ;  como, 
por  un  cambio  análogo  de  consonantes ,  los  españoles 
hicieron,  de  crocodile,  corcodilo  y  cocodrilo.  El  dragón 
se  llama  en  árabe  Al  Tin,  y  la  Antilia  es  quizá  la  isla 
de  los  Dragones  Marinos  (2);  interpretación  que  parece 
confirmada  por  la  figura  de  hombre  que  es  arrastrado 
hacia  el  mar  por  un  grupo  de  serpientes,  figura  puesta 
por  Pizigano  cerca  de  su  isla  de  Brazir,  y  por  las  gran- 
des serpientes  "esculpidas  en  un  monumento  hecho  de 
piedra,  deque  habla  Thevet,  asunta  que  discutiremos  más 


{Descript.  de  la  carie  de  Rivero  dans  Jluñoz  Gcsch.,  t.  i,  pá- 
ging,  443).  A  veces  hay  afición  de  latinizar  palabras  pertene- 
cientes á  lenguas  bárbaras,  suponiéndolas  una  significación  sa- 
cada del  latín  ó  de  las  palabras  que  de  él  se  derivan.  De  esta 
suerte  los  zoólogos,  olvidando  que  manatí  es  una  palabra  de 
los  indígenas  de  Haiti,  la  explican  por  el  nombre  de  las  aletas 
de  este  anfibio,  suponiendo  que  le  sirven  de  manecitas  (Ctr- 
VtER,  Megne  animal,  t.  i,  pág,  238). 

.  (1)  Extraits,  t.  ii,  pág.  55.  En  esta  isla  de  Tinnin  ó  Mostas- 
chin  se  figura  una  serpiente  muerta  por  Alejandro,  quien,  se- 
gún los  orientales ,  había  recorrido  una  parte  del  Atlántico.  El 
mismo  geógrafo  árabe  cita  en  estos  parajes  la  isla  de  Laca  ó 
ó  Acá,  infestada  de  prodigiosas  serpientes. 

(2)    Acerca  de  la  isola  dei  Dragoni  del  mapamundi  de  Fra 
Mauro,  situada  al  Oeste  de  África,  véase  Zürla,  pág.  143. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  351 

adelante.  También  puedo  citar  la  isla  Danmar  (isla  del 
vaso  6  receptáculo  de  serpientes) ,  que  el  mapa  de  Be- 
drazio,  de  que  antes  he  hablado,  sitúa  al  lado  de  An- 
tillia  (1). 

La  palabra  Antillia,  sustituida  ^or  Antilha,  puede, 
sin  duda,  descomponerse  en  dos  palabras  portuguesas: 
ante  é  ilha;  pero,  conforme  á  la  analogía  de  Antiparos, 
Anticirrha  y  Antibacchus  (2)  ,  significa,  no  lo  que  es 
opuesto  á  un  continente,  sino  á  otras  islas  (3).  Nunca 
pusieron  un  nombre  tan  general  y  dogmático  los  mari- 
nos, que  individualizan  todo,  y  atienden  con  preferencia 
alas  condiciones  de  forma,  de  color  ó  de  producciones. 
■  La  lectura  de  los  últimos  capítulos  de  Marco  Polo  po- 
día infundir  esperanzas  á  un  geógrafo  teórico ,  como  lo 
era  Toscanelli ,  de  que,  navegando  desde  Portugal  hacia 
el  Geste,  se  encontraría ,  antes  de  llegar  al  continente  de 
A«ia,  la  larga  serie  de  islas  que  se  extiende  desde  Zi- 
pangu  á  Selendiv;  pero  ¿por  que'  dar  á  una  sola  grande 
isla,  que  se  suponía  situada  en  el  archipiélago  de  las 


(1)  Se  lee  también  Darmar,  habitación  de  las  serpientes,  por 
Danmar.  Tal  es  el  espíritu  conservador  de  los  geógrafos  que 
temen  olvidar  que  el  mapamundi  de  Ortelio,  trazado  en  1587» 
presenta,  no  sólo  las  tres  islas  de  San  Braudón,  las  Siete  Ciu- 
dades y  el  Brasil,  sino  también,  al  Norte  de  las  Azores,  la  isla 
Demar. 

(2)  Ptolomeo,  lib.  IV,  cap.  8,  pág.  114. 

(8)  Tales  son  también  las  explicaciones  dadas  por  Ménage  y 
Bluteau.  Este  último  dice,  en  su  gran  Diccionario  portugués: 
(( ilhas  oppostas  ou  f rontrairas  as  grandes  ilhas  da  America ». 
Formaleoni  (pág.  28)  considera  arriesgadísima  esta  etimología. 
Véase  también  GiovANNl  Andrés,  en  las  Memorias  de  la  Aca- 
demia Ercolancse  ArcUeolorjlca,  1822,  pág.  132,  y  TiraboscHI, 
Storia  della  litteratura  italiana,  t.  vi,  p.  i,  pág.  189. 


362  ALEJANDRO   DE   HOMBOLDT. 

Azores,  6  cerca  de  él,  el  nombre  sistemático  de  Antilha? 

Un  literato  distinguido  creyó  descubrir  recientemente 
la  explicación  del  enigma  en  un  pasaje  de  la  obra  de 
Aristóteles  De  Mundo  (1),  que  antes  he  examinado,  y  que 
trata  de  la  existencia  probable  de  tierras  desconocidas 
opuestas  á  la  masa  de  continentes  que  habitamos.  «Es- 
tas tierras,  grandes  ó  pequeñas,  cuyas  orillas  están  frente 
á  las  nuestras,  encuéntranse  señaladas,  dice,  con  la  pa- 
labra anttporthmoi ,  que  en  la  Edad  Media  se  tradujo 
Anttnsul(B.i> 

Esta  traducción  es,  para  mí,  injustificada.  La  Beocia  y 
la  Eubea,  S3paradas  por  un  estrecho  (el  Euripo),  son  re- 
cíprocamente antiporthmoi ,  y  la  palabra  portuguesa  inu- 
sitada de  Antilha  no  tiene  significación  en  griego.  La  tra- 
ducción latina  del  libro  De  Mundo,  atribuida  á  Apuleyo, 
no  ha  podido  dar  origen  ala  denominación  de  Antínsula, 
porque  Apuleyo  no  fijó  bien  la  atención  (2)  en  la  pala- 
bra ávxíuopsjAo; ,  y  su  libro  es,  además,  una  paráfrasis, 
suprimiendo  ó  añadiendo  lo  que  se  le  antoja  (3). 


(1)  Tomo  I,  pág.  127,  Aristóteles,  De  Mundo,  cap.  3,  pá- 
ginas 392,  20;  Bekk,  Proclus  in  Tim.,  pág.  54;  Felipe  Oluvier 
ha  visto  en  ella  ((Americam  y  Magellanicam.)),  Animadv,  in 
Apul.,  pág.  414. 

(2)  Appuleii,  Oj}}).  ed.  Geverk.  Elmenborst,  1621,  pág.  59- 

(3)  Véase,  en  el  pasaje  sobre  los  volcanes:  Vesuvius  noster;  y 
la  intercalación  de  una  observación  curiosa  respecto  á  una  ca- 
verna llena  de  ácido  carbónico  en  Hiérapolis,  en  Frigia,  «gas 
que  por  su  peso  (específico)  permanece  en  los  sitios  bajos». 
(Compárese  Apuleyo,  páginas  64  y  65,  con  Aristóteles,  De 
Mundo,  cap.  4,  páginas  395,  20  y  30.)  Se  refiere  al  Plutonium 
ó  cueva  Charoniena  de  Hiérapolis,  descrita  por  SteabÓn,  xili, 
página  629,  Cas.,  y  por  DiON  Cassio,  lib.  lxviii,  cap.  27. 


XX. 


La  isla  Bracie  (Berzil).— La  estatua  de  las  Azores,— Las  mo- 
nedas halladas  en  la  isla  Corvo. — El  monumento  de  la  Isla 
de  San  Miguel, 


Ya  he  indicado  antes  las  relaciones  de  posición  j  de 
origen  que  existían  en  la  Edad  Media  entre  el  grupo  de 
las  Azores  y  las  islas  que  aparecen  en  los  mapas  italia- 
nos desde  1351  hasta  1459  con  los  nombres  de  Bra- 
cie (1),  Brasil  (2)  y  Berzil  (3). 


(1)  En  Pizigano  (ZURLA,  Viaggi,  t.  Il,pág.  323).  Mr.  Buache 
creyó  leer  en  su  calco  Bracir. 

(2)  En  el  Portulano  mediceo  de  1351 ,  y  en  el  notable  mapa 
de  la  Biblioteca  Pinelli  que  posee  Mr.  Walckenaer,  cuya  redac- 
ción según  el  almanaque  que  contiene ,  se  hizo  entre  los  años 
de  1384  y  1434  (Baldelli,  t.  i,pág.  xxx;  Walckenaer,  en  la 
traducción  de  la  Geographie  de  Pinkerton ,  t.  vi). 

(3)  En  Blanco  (ZuRLA,  t,  li,  pág.  334)  y  en  Fra-Mauro,  cuyo 
planisferio  es  de  1459.  No  se  encuentra  isla  de  este  nombre,  ni 
en  el  mapa  de  Marino  Sanuto,  que  parece  ser,  al  menos,  cuarenta 
y  cinco  años  anterior  á  Pizigano,  y  que  no  omite  las  358  Isolle 
léate  et  fortúnate ,  próximas  á  Irlanda ,  y  muchas  otras  hona^ 
Ínsula  del  Atlántico;  ni  en  el  globo  de  Behaim  (1492).  Sin  em- 
bargo,  siglo  y  medio  desptiés  de  la  colonización  de  las  Azores 
por  los  portugueses  siguióse  poniendo  una  isla  del  Brasil  al 
oeste  ó  noroeste  de  Corvo.  Jobst  Ruchamer,  en  la  colección 
de  Viajes  publicada  en  Nuremberg  en  1508  [Sammlung  von 
Meisen,  cap.  76),  llama  á  la  isla  Berzil,  isla  Brisilge. 

23 


354  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

En  SUS  sabias  investigaciones  acerca  del  Milione  de 
Marco  Polo,  el  conde  Baldelli  ha  hecho  renacer  la  idea 
de  que  el  nombre  de  Bracie,  convertido  en  Brasil,  se  re- 
fiere al  fuego  volcánico  de  las  Azores,  y  por  ello  véome 
precisado  á  entrar  sobre  este  punto  en  algunos  detalles 
etimológicos.  Procuraré  ser  breve,  recordando,  sin  em- 
bargo, que  el  examen  filológico  á  que  el  geógrafo  somete 
los  nombres  de  las  islas,  de  los  ríos  y  de  los  pueblos, 
sirve  frecuentemente  para  descubrir  su  identidad  en  gran 
número  de  mapas  y  para  impedir  la  duplicidad  de  deno- 
minaciones (1). 

Tres  siglos  antes  de  la  expedición  de  Gama,  cuando 
el  comercio  con  la  India  hacíase  por  la  vía  terrestre,  en 
Italia  y  en  España  era  conocida  con  los  nombres  de 
hresill  ,hras¿lly ,  bresilji,  hraxilis  y  brasüe  una  madera 
roja  á  propósito  para  teñir  las  lanas  y  el  algodón.  Mu- 
ratori  (2)  ha  comprobado  este  hecho  por  medio  de  las 
tarifas  de  la  Aduana  de  Ferrara  de  1193  y  de  las  de 
Módena  de  1306. 


(1)  Bel.  Mst.,  t.  II,  páginas  676  y  703.  Ralegh  convierte  en 
la  Guayana  el  Guarapo  ó  Río  Europa;  y  Malte  Brun,  á  pesar 
de  ser  tan  juicioso,  hace  de  las  palabras  españolas  se  ignora  el 
origen  la  frase  «río  Oregán  ú  Origán». 

(2)  Antiquit.  ital. ,  t.  II ,  déc.  xxx,  páginas  894-899.  En  la 
tarifa]  de  los  Ferrareses  de  1193,  la  tvasQ  grana  de  Brasilly 
puesta  delante  de  pipere ,  zucaro  y  zafrano,  podría  engendrar 
alguna  duda;  pero  en  la  tarifa  de  los  Modeneses  de  1376  la  pa- 
labra ^rawa  no  existe,  estando  en  cambio  la  de  carga  Qsoma} 
di  BraxUis.  La  palabra  ^r^Tia,  aplicada  después  á  la  cochini- 
lla de  América,  designaba  en  la  Edad  Media  el  Coccus  poloni- 
cus  j  el  Coccus  lacea  déla  India,  mezclado  al  producto  del 
Crotón  lacciferum  (en  sánscrito,  lahcha").  Ignoro  el  origen  de 
la  denominación  de  grana  de  Brasile,  de  rojo  q  laca  de  Brasüe, 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  355 

Los  documentos  publicados  por  el  Sr.  Capmany  (1), 
relativos  al  antiguo  comercio  de  los  catalanes,  no  permi- 
ten dudar  de  la  importación  de  la  madera  de  tinte  ó  bra- 
sil en  España  desde  1221  á  1243,  y  desde  el  siglo  ix  era 
conocida  esta  preciosa  producción  del  Malabar  y  del  Ar- 
chipiélago de  la  India.  Abuzeid-el-Hacen ,  natural  de 
Siraf ,  uno  de  los  dos  viajeros  árabes  cuyos  itinerarios 
ha  publicado  JRenaudot,  elogia  la  madera  roja  de  la. 
isla  Ramni  ó  Sumatra.  El  geógrafo  de  IS^ubia  (2)  men- 


(1)  Ifemorias  sohre  la  antigua  marina,  comercio  y  artes  de 
Barcelona,  t.  ii,  páginas  4,  17  y  20.  En  la  tarifa  de  Collioure, 
en  el  Eosellón  de  1252  encuentro  canquas  de  brazil,  laca  y 
grana,  como  tres  objetos  distintos. 

(2)  Eenaudot,  Anciennes  relations  des  Indes,  pág.  5; 
Edeisi,  pág.  33.  Alrami  es  probablemente  una  corrupción 
de  Kamani  (Eamni,  Laméry),  que  designa  la  isla  de  Sumatra 
(Sppengel,  pág.  176).  Edrisi  describe  el  carcaddan  ó  rinoce- 
ronte de  la  isla  Alrami,  pero  le  atribuye  un  cuerno  solo,  lo 
mismo  que  hace  Marco  Polo  al  hablar  del  rinoceronte  ó  Leon- 
corni  de  la  Gavia  Minore  (lib.  iil,  cap.  12;  Bald.,  1. 1,  pág.  240; 
tomo  II,  pág.  393).  Seguramente  el  rinoceronte  de  Sumatra  es 
bicornio  como  el  de  África,  del  cual,  por  lo  demás,  difiere  mu- 
cho; mientras  el  rinoceronte  javanés  es  unicornio,  como  el  ri- 
noceronte del  continente  de  la  India. 

Este  dato  de  geografía  zoológica  no  debe,  sin  embargo,  obli- 
garnos á  admitir  que  los  nombres  de  Alrami ,  Eamani  ó  Java 
Minor  designan  más  bien  la  isla  holandesa  de  Java  que  la  de 
Sumatra ,  porque  se  oponen  á  ello  otras  muchas  razones  discu- 
tidas por  Mr.  Marsden.  Los  marinos  árabes  observaron  muy 
poco,  sin  duda  alguna,  el  animal  vivo  y,  conociendo  más  á 
fondo  el  rinoceronte  del  continente  de  Asia,  ó,  por  mejor  decir, 
su  gran  cuerno,  que  se  usaba  como  vaso  apropiado  para  descu- 
brir el  veneno  en  un  licor,  sus  descripciones  no  pueden  ser  mi- 
nuciosamente exactas.  El  mismo  Mr.  Marsden,  en  su  excelente 
obra  relativa  á  Sumatra,  publicada  en  1783,  habla  también 
(página  140)  del  único  cuerno  del  rinoceronte  de  Java,  y  en  la 


356  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

ciona  también  la  misma  madera  de  tinte  entre  los  obje- 
tos de  comercio  de  la  isla  Alrami  que  se  cree  sea  la 
misma  Sumatra,  aunque  la  sitúa  á  tres  días  de  nave- 
gación de  Ceylán  ó  Selan-dib  (Sarandib).  El  texto  árabe 
llama  hakkam  (1)  lo  que  las  traducciones  latinas  deno- 
minan hresillum. 

Marco  Polo  conoció  la  madera  colorante  llamada  ver- 
zino ,  pero  sólo  la  nombra  una  sola  vez,  y  no  para  indi- 
car el  sándalo  rojo,  del  cual  dice  que  hay  bosques  en  la 
isla  de  San  Lorenzo  (Madagascar) ,  sino  para  comparar 
al  verzino  una  planta  de  Sumatra  que  se  cogía  cada  tres 
años  y  de  la  cual  sembró  semilla ,  sin  buen  éxito ,  en  el 
territorio  veneciano  (2). 

M.  Marsden  supone  (3)  que  la  madera  de  Bresil  de 
la  Edad  Media,  la  de  las  Indias  Orientales,  era  el  sapang 
de  los  malayos  (Cfesalpinia  sapan);  pero  creo  probable 
que  los  árabes  introdujeran  en  el  comercio  muchas  espe- 


tercera  edición  (pág.  116)  supone  que  en  Sumatra  hay  dos  rino- 
cerontes, uno  unicornio  y  otro  bicornio.  Por  lo  demás,  los  .ele- 
fantes que  faltan  en  la  isla  de  Java,  y  que  el  viajero  árabe,  tra- 
ducido por  Kenaudot  encontró  el  año  851  en  Ramni,  son  un 
dato  zoológico  más  incontestable  aún  de  la  identidad  de  Ramni 
y  de  Sumatra  (Samantara). 

(1)  Encuentro  el  nombre  bakham  (lignum  rubrum),  cuya 
raiz  probablemente  no  es  semítica  (porque  laltama,  morhum 
contraxit,  no  tiene  sentido),  en  el  geógrafo  Yakuti,  que  perte- 
nece al  siglo  XV  y  que  habla  de  la  madera  del  bresil  de  Ceylán, 
ya  mencionada  por  el  viajero  árabe  que  tradujo  Renaudot  (De 
GuiGNES,  en  Notice  et  Extr.  des  man.,  t.  ii,  pág.  411. 

(2)  In  Milione,  lib.  iii,  capítulos  8,  14  y  35  (Baldelli, 
tomo  I,  pág.  164;  t.  II,  páginas  384,  398  y  454).  Marco  Polo,  ed. 
de  Marsden,  pág.  612. 

(3)  Sumatra,  pág.  95.  AiNSLlE,  pág.  196.  El  sapang  es  muy 
buscado  en  el  ai chi piélago  de  la  India  para  el  tinte  rojo. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  357 

cies  de  madera  roja  con  el  nombre  de  bakkam,  sobre  todo 
la  madera  de  chandana  (Pterocarpussantalinus),  que  en 
Bengala  lleva  tambie'n  el  nombre  persa  de  bukhum  (1) 
y  de  la  cual  ha  extraído  M.  Pelletier  la  verdadera  laca 
roja. 

Vimos  anteriormente  que  desde  el  siglo  xiv  las  islas 
del  Atlántico,  pertenecientes  probablemente  al  Archi- 
piélago volcánico  de  las  Azores ,  aparecían  en  los  mapas 
con  los  nombres  de  Bracie,  Berzil  j  Brasil.  Pedro  Coppo 
da  Isola  supone  en  su  Portulan  (2)  de  1528  que  Cris- 
tóbal Colón,  antes  de  llegar  á  las  costas  de  América, 
tocó  ccen  las  islas  Ventura,  Columbo  y  Brasil.»  A  pri- 
mera vista  parece  seguro  reconocer  en  uno  de  estos  nom- 
bres geográficos  el  de  un  bosque  de  madera  roja  de  la 
India;  pero  ¿cuál  puede  ser  el  árbol  que,  en  un  grupo  de 
islas  cuya  flora  se  parece  á  la  de  Portugal,  ocasione  tan 
extraña  equivocación? 

(vomo  el  mapa  de  Pizigano  de  1367  dice  yxola  Brazte 
(no  Brazir)  seu  Mayotas ,  M.  Buache  opina,  en  su  Me- 
moria relativa  á  la  Antillia,  «que  Mayotas,  Brayir  y  Ter- 


(1)  L.  c,  pág.  42.  GrARCÍA,  AB  HORTO  {Aromatum  hisf.,  1590, 
libro  I,  cap.  17,  pág.  69),  conocía  ya  el  nombre  sánscrito  chan- 
dana, y  lo  distingue  de  la  madera  de  brasil  (sin  duda  el  de  las 
Indias  occidentales),  del  Lignum  santali  ruhri.  Al  chandana 
Ccesa^pinia  sapan  se  le  llama  también  en  la  India  {Roxh. 
Flor.  Corom.,  t.  I,  pág.  18)  Buhlian-Chitto  de  los  Telingas. 

(2)  Véase  acerca  de  este  Portulano  veneciano,  muy  raro,  á 
'M.otqIM ^  Lettera  rarissima  de  Christoforo  Colombo,  pág.  63. 
La  isla  Colombo  de  Pedro  Coppo  da  Isola,  térra  deiristri»  ,  es 
la  ixola  di  Colombi  de  Bianco;  según  Buache,  Fayal  En  cuanto 
á  la  isla  Ventura,  que  el  Portulano  de  los  Médicis  considera 
también  como  sinónima  de  su  isola  di  Colombis,  véase  Balde- 
LLI,  páginas  xxx  y  CLXX. 


358:  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

cera  son  sinónimos  y  designan  país  arrasado  por  los  vol- 
canes, d  Confieso  no  adivinar  la  etimología  en  que 
puede  fundarse  para  suponer  que  la  primera  y  la  tercera 
de  estas  denominaciones  significan  país  arrasado  por  los 
volcanes. 

Los  portugueses  creen  generalmente  (y  doy  su  opi- 
nión ein  garantizar  la  exactitud)  que  el  nombre  de  Ter- 
ceira  indica  la  tercera  isla  descubierta  (en  1449)  después 
de  las  islas  Santa  María  y  San  Miguel.  En  esta  inter- 
pretación no  se  cuentan  para  nada  las  Hormigas  vistas 
por  Gonzalo  Yelho  Cabral  en  1431. 

El  conde  Baldelli  ha  hecho  revivir  la  opinión  del  geó- 
grafo francés,  declarando  más  probable  la  explicación 
vulgar,  la  de  la  analogía  de  nombre  con  una  madera  tin- 
tórea de  la  India.  Yo  no  veo  nada  ardiente  en  los  nom- 
bres de  May  otas  y  de  Tercera;  pero  convengo  en  que 
Brazie  recuerda  las  palabras  de  la  Europa  latina,  braise 
(francesa),  braza  y  braseiro  (portuguesas),  brasero  y  bra- 
ciere  (española  é  italiana)  (1). 

Ignoramos  de  qué  idioma  de  Asia  en  la  Edad  Media 
se  tomó  el  nombre  d^  la  madera  de  tinte  brazilli  ó  hra- 
xilis^  ó  si  estas  denominaciones,  como  las  de  índigo ,  de 
campeche  ó  de  jalapa,  indican  localidades  de  origen. 
Lo  extendida  que  estuvo  en  los  antiguos  tiempos  la  ci- 
vilización de  la  India  en  el  gran  Archipiélago  de  Asia, 
induce  á  acudir  á  las  raíces  del  sánscrito  y  raíces  en  las 
cuales  la  significación  de  rojo  y  de  fuego  se  confun- 


(1)  Quizá  provenga  de  brand  y  hrennen  (alemán),  y  de  Ppácw, 
hervir  con  violencia.  En  el  latín  de  la  Edad  Media  empléase 
hraza  por  pruna,  carbón  encendido. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  359 

den  (1).  Revisando  los  diarios  de  ruta  y  las  cartas  de 
Colón,  ni  una  sola  vez  encuentro  el  nombre  de  palo  del 
brasil.  Es  seguro,  sin  embargo,  que  desde  1495,  y,  por 
tanto,  mucho  tiempo  antes  del  descubrimiento  de  la 
Terra  Sanctce  Crucis ,  que  hoy  llamamos  Brasil,  una  ca?- 
salpinea  de  Santo  Domingo  (la  ccesalpima  hrasiliensis) 
fué  tomada  por  el  hraxilis  de  las  Grandes  Indias;  el  ha- 
kam  del  comercio  de  los  árabes. 

Cuenta  Anghiera,  en  el  lib.  iv  de  la  primera  década 
de  las  Oceánicas,  que  en  el  segundo  viaje  de  Colón  en- 
contróse en  Haíti  «Sylvas  inmensas,  quse  arbores  nu- 
llas  nutriebant  alias  pr^eterquam  coccineas  quarum  lig- 
num  mercatores  Itali  verzinum,  Hispani  brasilum  ape- 
Uant.» 

En  el  tercer  viaje  de  Colón  (déc.  i,  lib.  9,  pág.  21), 
cargaron  en  la  costa  de  Paria  tres  mil  libras  de  Brasil 
«superior  al  de  Haíti». 

Vicente  Yáñez  Pinzón,  de  cuyo  itineijario  nos  ha  con- 
servado Griníeus  un  fragmento,  llama  en  1499  estos 
árboles  vistos  en  Paria  (Payra)  «bosques  de  sándalo 
rojo3)._ 

A  medida  que  los  descubrimientos  se  extienden  al 
Sur  del  cabo  de  San  Agustín,  sobre  todo  después  que 
Pedro  Alvarez  Cabral  tomó  posesión  en  Mayo  de  1500 
de  la  Tierra  de  Santa  Cruz,  aumentó  la  actividad  del 
comercio  de  madera  roja  del  continente  americano. 


(1)  La  raíz  sánscrita  hhrddscli  (bhrág) ,  dice  Mr.  Boppo,  sig- 
nifica lucir,  resplandecer,  y  la  rajita,  rojo;  randsch,  colorear, 
teñir.  Como  anita,  viento,  procede  del  verbo  an,  soplar,  hrad- 
chita  ,  será  el  adjetivo  de  bradsch,  indicando  lo  que  es  relii- 
ciente,  Wilson,  sin  embargo,  no  acepta  esta  ultima  derivación. 


360  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

En  la  cuarta  expedición  de  Vespucci,  en  la  que  nau- 
fragó uno  de  los  barcos  en  loa  escollos  que  rodean  la 
isla  de  Fernando  Noroña,  tomaron  en  1504,  cerca  de  la 
bahía  de  Todos  los  Santos,  un  cargamento  de  madera 
de  bresil  (1).  Tan  importante  llegó  á  ser  ya  este  co- 
mercio en  1510,  que  el  Gobierno  español  (2)  prohibió 
la  importación  de  todo  brasil  que  no  procediera  «de  las 
Indias  (occidentales)  pertenecientes  á  los  dominios  de 
Castilla.» 

Todo  el  mundo  sabe  que  poco  á  poco ,  en  la  primera 
mitad  del  siglo  xvi,  la  abundancia  de  esta  madera  tin- 
tórea hizo  cambiar  el  nombre  de  Terra  de  Sancta  Cruz 
dado  por  Cabral  en  Terra  de  Brasil.  «Cambio  inspirado 
por  el  demonio,  dice  el  historiador  Barros  (3),  porque 
la  vil  madera  que  tiñe  el  paño  de  rojo  no  vale  lo  que  la 
sangre  vertida  por  nuestra  salvación.»  De  esta  suerte  el 
nombre  Brasil  pasó  desde  el  Archipiélago  de  Asia  á  un 


(1)  Navarrete,  t.  III,  pág.  288:  «In  eo  portu,  dit  Americ 
Vespuce,  hresilico  puppes  riostras  onustas  efficiendo,  quinqué 
persistimus  mensibus.»  De  igual  suerte  encontramos  en  An- 
ghiera  {Ofíean-,  déc.  iii,  lib.  10,  pág.  Q&),  hablando  del  viaje  de 
Solís  á  la  desembocadura  del  Eío  de  la  Plata  en  1515:  «Navigia 
coccineis  truncisonerat:diximus  vocari  ab  Hispanis  brasilum, 
lignigenus  id  ad  lanas  fucandas  aptum.» 

(2)  Ordenanzas  hechas  en  15  de  Julio  de  1516  (Na varéete, 
Doc.  diplom.,  t.  II,  pág.  339).  Es  muy  posible  que  algunas  es- 
pecies idénticas  á  la  Csesalpinia  brasiliensis  produjeran  en  tan 
gran  extensión  de  costas  la  madera  tintórea  roja.  Yo  he  cogido 
con  Mr.  Bompland  en  la  América  del  Sur  la  Cultería  tinctoria, 
que  es  la  Csesalpinia  pectinata  de  Cavanilles,  empleada  por  los 
indígenas  como  materia  colorante. 

(3)  Déc.  I,  lib.  V,  cap.  3. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  361 

cabo  de  la  isla  Tercera  (1),  y  desde  aquí  á  las  costas 
australes  del  Nuevo  Continente. 

Con  estas  investigaciones  acerca  de  la  isla  de  Brasil» 
del  archipiélago  de  los  Azores,  se  relaciona  la  tradición 
tan  vulgarizada  de  una  estatua  ecuestre  que  los  portu- 
gueses hallaron  en  la  isla  de  Corvo,  señalando  con  un 
dedo  al  Oeste.  Todos  los  libros,  hasta  los  más  elemen- 
tales, que  tratan  del  descubrimiento  de  América,  refieren 
esta  tradición,  sin  indicar  documento  alguno  histórico, 
portugués  ó  español,  que  la  mencione.  En  vano  he  bus- 
cado este  «cuento  de  marineros»  en  las  obras  de  los  es- 
critores (^e  la  Conquista^  quienes  con  tanta  extensión  dis- 
cutieron los  indicios  que  guiaron  á  Colón  hacia  las  tierras 
del  Oeste.  Martín  Behaim,  después  de  vivir  tanto  tiempo 
en  las  Azores  en  casa  de  su  suegro  lobst  de  Hurter, 
ninguna  mención  hace  de  este  hallazgo  en  su  globo. 
Barros  tampoco  habla  de  él,  ni  Griníeus  (1532),  ni  Se- 
bastián Münster  (1550),  ni  Ortelio  (1570),  ni  Andrés 
Thevet  (1575).  El  silencio  de  este  último  paréceme  tanto 
más  extraordinario,  cuanto  que  observó  por  sí  mismo 
(como  pronto  veremos),  en  la  isla  de  San  Miguel,  una 
inscripción  que  creyó  hecha  «por  el  pueblo  de  Judeai>. 

Pocas  semanas  hace  que  Mr.  Link  me  ha  dado  á  co- 
nocer un  pasaje  de  la  Historia  del  Beino  de  Portugal,  por 
Manuel  de  Faria  y  Sousa  (2),  que  detalladamente  re- 

(1)  Recuerdo  que  la  Punta  del  Brasil  de  la  isla  Tercera,  cuyo 
nombre  ha  subsistido  hasta  nuestros  días ,  está  señalada  en  la 
carta  de  Ortelio  de  1578.  El  nombre  que  en  el  siglo  xiv  tenia 
toda  la  isla,  lo  conservó  un  solo  punto  de  ella. 

(2)  Edición  de  Anveres  de  1730,  pág.  258.  El  párrafo  em- 
pieza así:  ((En  la  cumbre  de  un  monte  que  llaman  del  Cuervo 
fué  hallada  una  estatua  de  un  hombre  puesta  á  caballo  en 
pelo.»  Este  monte  del  Cuervo  es  la  misma  isla  de  Corvo. 


362  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

fiere  la  tradición  de  la  estatua  ecuestre.  «En  las  Azores, 
en  la  cumbre  de  un  monte  que  llaman  del  Cuervo^  fué 
hallada  una  estatua  de  un  hombre  puesta  á  caballo  en 
pelo,  con  la  mano  izquierda  apoyada  en  las  crines  del 
caballo  y  la  derecha  señalando  á  Poniente.  La  estatua 
descansaba  en  una  losa  (1)  de  la  misma  clase  de  piedra. 
Más  abajo  estaban  grabadas  en  la  roca  algunas  letras 
desconocidas.» 

Como  el  historiador  habla  de  los  descubrimientos  he- 
chos desde  1447  á  1471,  parece  referirse  su  noticia  á 
que  los  portugueses  vieron  este  monumento  cuando  por 
primera  vez  llegaron  á  la  isla  montañosa  del  Cuervo. 
La  fecha  de  este  suceso  es,  sin  embargo,  incierta  (2), 
pues  unos  suponen  que  ocurrió  en  1447  y  otros  en  1460. 
¿Cómo  es  posible  creer  que  los  contemporáneos  de  Cris- 
tóbal Colón,  que  tan  minuciosamente  hablan  de  troncos 
de  pinos  arrojado3  por  las  corrientes  á  las  costas  de  las 
islas  Graciosa  y  Fayal,  de  cadáveres  de  hombres  de  raza 
desconocida,  depositados  por  el  oleaje  en  la  arenosa 
playa  de  la  isla  de  Flores,  próxima  á  la  de  Corvo,  no 
tuvieran  noticia  alguna  de  hecho  tan  extraordinario? 

Un  viajero  muy  ingenuo,  que  hace  poco  publicó  su 
viaje,  Mr.  Boid,  disipa  en  parte  estas  dudas.  Durante  su 
larga  permanencia  en  las  islas  grandes  del  archipiélago 
de  las  Azores,  adquirió  las  siguientes  noticias  relativas 
á  Corvo:  «Es  la  más  pequeña   de  las  nueve  islas;  fór- 


(1)  Confundiendo  las  palabras  losaj  loza  y  se  ha  dicho  erró- 
neamente que  la  estatua  era  de  una  especie  de  tierra  cocida. 
{Mem.de  Vlnst.,  t.  vi,  pág.  26.) 

(2)  Freyre  (  Vida  do  Infante  Bom  Ilenrique,  páginas  319- 
338)  dice  «antes  de  1447»;  BoíD  {Description  of  the  Azores, 
1835,  pág.  317)  ((hacia  1460». 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  363 

mala  una  montaña  con  dos  picos  gemelos,  y  se  llama 
Corvo  (Cuervo),  porque,  vista  de  lejos,  toda  ella  parece 
negra  (1).  Entre  la  multitud  de  absurdos  que  divulgan 
sus  pobres  j  supersticiosos  habitantes,  es  uno  asegurar 
formalmente  que  á  su  isla  se  debe  el  descubrimiento  del 
Nuevo  Continente,  porque  un  promontorio  que  avanza 
en  el  mar  hacia  el  NO.,  presenta  la  forma  de  una  per- 
sona que  alarga  la  mano  hacia  Occidente.  La  Providen- 
cia, añaden  ellos,  quiso  que  este  promontorio  de  Corvo 
tenga  dicha  forma  extraordinaria  para  anunciar  (á  los 
marinos  europeos)  la  existencia  de  otro  mundo.  Com- 
prendiendo é  interpretando  Colón  esta  señal,  se  lanzó 
en  el  camino  de  los  descubrimientos  (hacia  el  Oeste).» 
He  aquí,  pues,  la  estatua  ecuestre  reducida  á  un  fenó- 
meno natural. 

Concíbese  que  una  de  e?as  configuraciones  grotescas 
é  imitativas  tan  frecuentes  en  las  rocas  volcánicas  de 
basalto,  traquita  y  pórfido  anfibolítico,  pueda  engendrar 
el  cuento  de  una  estatua  ecuestre  que  los  eruditos  no 
tardaron  en  atribuir  á  los  cartagineses  ó  á  los  fenicios, 
quienes,  según  sabemos  por  Strabón,  no  eran  muy  aficio- 
nados á  mostrar  el  camino  de  los  descubrimientos  á  los 
pueblos  rivales. 

Los  nombres  de  fraile,  monja,  gigante,  dados  en  casi 
todas  las  regiones  alpinas  de  la  America  española,  sea  á 
rocas  aisladas,  sea  á   cráteres  de  montañas,  confirman 


(1)  BoíD,  1.  c,  páginas  316-318.  Antes  hemos  dicho  que  ya 
en  1436  el  mapa  de  Andrés  Bianco  presenta  la  isla  de  Corvos 
marinos,  nombre  debido,  sin  duda,  á  las  muchísimas  aves  qué 
vuelan  alrededor  de  la  isla  y  no  al  aspecto  sombrío  de  una 
montaña.  No  se  tiene  noticia  de  erupción  volcánica  reciente 
en  Corvo,  pero  en  la  isla  Flores  hay  un  pico  con  cráter. 


364  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

esta  probabilidad,  y  entre  marinos  las  ilusiones  fantásti- 
cas son  más  comunes,  porque  el  aspecto  de  un  litoral  les 
produce  impresiones  más  fuertes  j  duraderas. 

Corvo  no  es  en  absoluto  el  punto  más  occidental  del 
archipiélago  de  las  Azores,  pues  está  á  3'  5"  en  arco 
más  oriental  (1)  que  Flores;  pero  al  volver  los  buques 
del  Brasil,  de  Méjico  y  de  las  Antillas,  favorecidos  por 
el  Gulf  Stream  (corriente  de  agua  caliente  del  Atlán- 
tico), pasan  con  preferencia  á  la  vista  de  la  isla  más  sep- 
tentrional, la  de  Corvo. 

La  forma  de  una  roca  del  cabo  noroeste  no  pudo  re- 
cibir su  significación  misteriosa  sino  después  del  descu- 
brimiento de  América  y  en  una  época  en  que  el  comercio 
era  más  activo  y  el  mar  de  las  Azores  estaba  más  fre- 
cuentado. Esta  circunstancia  puede  explicar  hasta  cierto 
punto  el  silencio  de  los  autores  de  los  siglos  xv  y  xvi; 
pero  también  puede  ser  que,  en  un  archipiélago  repre- 
sentado ya  en  el  mapa  de  Bianco  con  la  denominación 
árabe  de  Bentufla,  haya  contribuido  alguna  noción  vaga 
de  tradiciones  conservadas  entre  los  geógrafos  orientad- 
les (el  scherif  Edrisi,  Ebn-al-Yardi  y  Abdorraschid  ó 
Bakui)  á  dar  celebridad  á  la  forma  rara  de  la  roca  de 
Corvo. 

Pláceme  observar  la  filiación  no  interrumpida  de  las 
ideas  que  desde  la  más  remota  antigüedad  griega,  hasta 
los  portulanos  del  veneciano  Pizzigani,  han  atravesado 
la  Edad  Media,  y  que  los  árabes  transmitieron  á  los 
geógrafos  de  Italia;  aunque    sea  raro  poder  seguir  con 


(1)  Mapa  de  Tofino,  corregido  con  arreglo  á  las  observacio- 
nes cronoraétricas  de  Mr.  Degenes:  Corvo,  33°  3F  ^".  Flores, 
33»  36'  34". 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  366 

certidumbre  un  mismo  mito  geográfico  en  la  dirección 
de  Oriente  á  Occidente.  Comencemos  por  las  columnas 
de  Hércules,  que  en  tiempos  aun  más  antiguos  eran  lla- 
madas de  Saturno  ó  de  Briareo. 

Al  hablar  Strabón  de  la  fundación  de  Gades  por  los 
Tyrios,  discute  con  mucha  sagacidad  y  despreocupa- 
ción lo  que  debe  entenderse  por  el  nombre  de  columnas, 
j  pregunta  si  fueron  monumentos  levantados  por  mano 
del  hombre,  que  dio  su  nombre  á  los  sitios  junto  á  los 
cuales  los  colocó.  Habla  con  este  motivo  «de  altares,  de 
torres  y  de  columnas»  á  propósito  para  los  límites  de 
an  viaje  (lib.  iii,  pág.  171);  pero  el  geógrafo  de  Ama- 
sia no  emplea  las  palabras  imagen  ó  estatua  de  Hércu- 
les. Estas  palabras  pertenecen  á  un  pasaje  de  un  comen- 
tario que  Eustathes  añadió  al  texto  de  Dionisio  de 
Charax,  el  Periegetes  (1). 

Sabido  es  que  los  árabes  se  ocuparon  mucho  de  Hér- 
cules, á  quien  sin  cesar  confundían  con  Alejandro, 
ó  mejor,  con  un  personaje  bicornio,  Dhulcarnaín,  que 
abrió  el  estrecho  de  Cádiz,  y  cuya  era  asciende  al 
tiempo  de  Abraham.  El  geógrafo  de  la  Nubia,  cuyos 
testimonios  reúno  en  una  sola  nota  (2),    refiere  que 


(1)  EUST.,  Comm.,  64,  10  (Bernhaedy  ,  Geogr .  grceci  min.y 
tomo  I,  pág.  96).  Estas  estatuas  del  Hércules  Tirio  no  estaban 
en  el  interior  del  templo  de  Gades,  según  dice  Philostrato, 
quien  ,  no  reconociendo  los  caracteres  púnicos  de  las  colum- 
nas metálicas  del  templo,  añade  (y  la  observación  me  parece 
muy  notable)  que  estos  caracteres  no  eran  ni  indios,  ni  egip- 
cios. Phil.y  in  Vita  Apoll.  Tyan.,  Y,  5.  {O^fj?.  ed  Olear.,  pág.  190.) 

(2)  Memorant  autem  in  qualibet  ex  dictis  insulis  (Perenni-' 
bus)  cerní  statuam  lapidibus  constructam  et  unamquamque 
statuam  esse  longitudinis  centum  cubitcrum,  et  super  quamli- 


366  ALEJANDRO    DE    HOMBOLDT. 

había  seis  estatuas  colocadas  en  las  orillas  del  mar;  la 
más  oriental  en  Andalucía,  en  Gades;  las  otras  en  las 
islas  del  mar  Tenebroso,  en  las  Canarias  (Khalidát),  ha- 
ciendo señal  á  los  navegantes  para  que  no  fueran  más  allá. 
Yakuti,  natural  de  Bakú  y  que  por  ello  se  le  llama 
Bakui,  dice  lo  mismo:  «Las  islas  Khalidát  (él  las  llama 
Dgialidat),  situadas  á  la  extremidad  del  Mogreb  (de 
África),  donde  los  sabios  fijan  el  primer  grado  de  longi- 
tud, son  en  número  de  seis.  En  cada  una  de  ellas  hay 
una  estatua  de  cien  codos  de  altura,  que   es  como   un 


bet  statuam  haberi  simulacrum  aBneum  retro  manu  innuens. 
Has  statuse  sunt  sex:  et  unaillarum,  uti  f  ertur ,  est  idolum 
Cades  qnasi  est  ad  occidentalem  partera  Andalusiae,  et  nemo 
novit  uUam  habitationem  ultra  illas.»  Edrisi,  pág.  6. — «Ab  ín- 
sula Majed  orientem  versus,  ad  insulam  Saha  est  iter  trium 
brevium  dierum.  In  hac  autem  ínsula  conspiciuntur  simulacra 
aliquot  at  litus  maris,  erectas  dexterae,  quasi  innuant  aspicíenti, 
ac  dicant:  Eevertere  illuc  unde  venistí,  quoniam  nulla  est  a 
tergo  nostro  tellus  quam  adire  possis.»  Edrisi,  pág.  37.  El  Sío- 
nita  traduce  estas  islas  Khalidát  por  Insules  perennes ,  pero  el 
derivado  lüiuld ,  aplicado  á  Paraíso  (jardín  de  la  eternidad), 
prueba  bien  que  se  deberla  traducir  como  lo  hace  Mr.  Freitag, 
Insulfs  fortunatcs.  El  primer  pasaje  de  Edrisi  me  inspira  al- 
guna duda  acerca  del  simulacrum  de  bronce  que  sirve  de  base 
á  una  estatua.  He  consultado  á  mi  colega  de  la  Academia  de 
Berlín,  el  sabio  orientalista  Mr.  Wilken,  y  examinando  el  texto 
original,  opina  que  debe  traducirse  de  este  modo :  Además  del 
ídolo  isanam)  de  cien  codos,  hay  en  estas  islas  una  figura  de 
bronce.))  Faulia,  no  significa  sólo  encima,  sino  también  j:; reí <^r. 
Malte  Brun  {Precis.  de  la  Geogr.,  t.  i,  pág..  531)  ha  confundido 
las  Canarias  y  las  Azores.  Las  comunicaciones  con  las  primeras 
nunca  quedaron  interrumpidas  en  los  siglos  xiii  y  xiv.  (Al- 
BERTüS  Magnüs,  Benat.  locar.,  lib,  ii,  cap.  5;  Bocaqe,  Co' 
ment-  de  la  Divina  Comedía^  ii,  331.) 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  367 

fanal,  para  dirigir  los  barcos  y  hacerles  saber  que  más 
allá  no  hay  camino.» 

Comparando  estos  dos  pasajes  de  Edrisi  y  de  Bakui 
con  otro  de  la  geografía  de  Ebn-al-Vardi  (1),  donde 
dice  claramente  «una  de  las  estatuas  colocadas  en  las 
islas  Khalidát  ó  Canarias,  sobre  la  cumbre  de  una  mon- 
taña, por  Saad  Abukarb,  el  Hermiarita,  el  mismo  que 
Dliulcarna'¿ny>^  se  ve  que  el  mito  de  los  geógrafos  árabes 
se  refiere  al  Hércules  de  los  orientales.  Admitiendo  seis 
estatuas  ó  imágenes  de  Hercules,  se  multiplicaban  las 
marcas  ó  señales  para  los  navegantes,  como  Palépha- 
tos  (cap.  32)  y  Hésychio  multiplican  las  coZwmwas  hasta 
el  número  de  304. 

También  como  reminiscencia  de  estas  tradiciones  ára- 
bes, según  observa  juiciosamente  Mr.  Buache,  puso 
Pizzigano,  en  el  siglo  xiv,  en  un  mapa  de  su  portulano 
y  entre  las  islas  Brazie  6  Azores,  un  medallón  tras  del 
cual  aparece  una  figura  con  una  banderola  en  la  mano  en 
la  que  hay  una  inscripción,  y  haciendo  señales  hacia  el 
Este  con  la  otra  mano,  sin  duda  p^ra  detener  á  los  na- 
vegantes (2). 


(1)  L.  c.,  pág.  55.  Véase  Edrisi,  pág,  71,  donde  habla  de  los 
compañeros  de  Dhulcamain,  muertos  por  los  habitantes  del 
mar  Tenebroso. 

(2)  M .  Buache  ha  creído  descifrar  lo  siguiente,  en  latín  bár- 
baro y  en  parte  ininteligible :  «  Hse  sunt  statuae  quae  stant  ad 
ripas  AntiUics  ;  quarum  quse  in  fundo  ad  securandos  homines 
navigantes,  quarai  est  fusum  adista  maña  quosque  possint  na- 
vigare  et  f oras  porrecta  statua  est  mare  sorde  quo  non  possunt 

intrare  nautce »  Zurla  rechaza  lo  impreso  en  cursiva,  no  lee 

el  nombre  Antillia  y  cree  reconocer  en  las  últimas  líneas:  «est 
mare  sotile  (paréceme  mejor  suhtile ,  para  aqua,  tennis  6  mare 
Ireve)  quo  no  poxit  ten ebant  naves.»  El  exterior  del  medallón, 


368  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Se  ve,  pues,  como  el  límite  de  estos  parajes  ccquae 
non  amplius  navigabilioe  sunt  propter  brevitatem  maris 
et  caenum  et  algam»  ha  ido  retrocediendo  progresiva- 
mente hacia  el  Oeste.  La  astucia  de  los  fenicios  lo  colocó 
primero  junto  á  las  columnas  de  Hércules;  Scylax  lo 
señala  cerca  de  Cerne  (Gauleón);  la  Edad  Media,  si- 
guiendo las  huellas  de  los  árabes,  cerca  de  Azores,  donde 
el  banco  de  fucus  (el  mar  de  Sargazo)  fué  visto  antes  de 
Cristóbal  Colón. 

Conforme  á  la  serie  de  hechos,  ó  mejor  dicho,  de  opi- 
niones que  acabo  de  exponer,  parece  ser,  al  menos,  muy 
probable  que  las  imágenes  de  Hércules  y  la  supuesta  es- 
tatua de  Corvo  pertenezcan  á  un  mismo  ciclo  de  geo- 
grafía sistemática.  Pero  la  dirección  de  la  mano,  el 
gesto,  debió  cambiar  desde  que  el  intrépido  genovés 
hizo  desaparecer  el  temor  á  los  escollos  del  mar  Tene- 
broso. 


tras  del  cual  se  ve  de  medio  cuerpo  la  persona,  presenta  dos 
figuritas  que  están,  al  parecer,  dentro  del  mar  con  agua  hasta 
las  rodillas. 

Digno  es  de  llamar  la  atención  que  los  geógrafos  árabes, 
consecuentes  con  el  principio  de  determinar  los  límites  de  la 
navegación,  admitieran  también  hacia  el  Norte  de  Europa  esta- 
tuas parecidas  á  las  de  Canarias.  En  Bakui  {Extr.  des  Man., 
tomo  II,  pág.  529)  encuentro  lo  siguiente:  «En  una  isla  próxima 
á  Bardmila  hay  una  elevada  montaña,  y  sobre  ella  una  estatua 
anunciando  que  no  se  puede  ir  más  lejos  en  la  mar.»  Bardmila, 
país  de  los  Francos  (cristianos),  lo  sitúa  Bakui  entre  Irlanda  y 
el  país  de  Khozar,  ;bañado  por  el  Athel  (Volga).  «El  árbol 
mauca,  que  se  cría  en  la  isla  de  Bardmila,  y  cuya  sustancia 
encerrada  entre  el  centro  del  tronco  y  la  corteza,  es  comesti- 
ble», me  parece  ser  el  pino,  cuya  parte  blanca  comen  por  ne- 
cesidad, y  á  guisa  de  pan,  algunas  veces  los  escandinavos. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  369 

Antes  de  terminar  lo  relativo  al  Archipiélago  de  las 
islas  Azores,  añadiré  algunas. reflexiones  acerca  de  las 
monedas  fenicias  encontradas  en  la  isla  de  Corvo  y  des- 
critas por  Mr.  Podolyn,  y  del  monumento  de  la  isla  de 
San  Miguel,  de  que  habla  el  cosmógrafo  Andrés  Thevet. 

Refiere  Mr.  Podolyn  que,  durante  una  tempestad,  la 
resaca  de  las  olas  puso  al  descubierto  una  gran  vasija 
rota,  dentro  de  la  cual  había  algunas  monedas.  Las  lle- 
varon á  un  convento,  donde,  desgraciadamente,  fueron 
distribuidas  muchas  entre  personas  curiosas.  Nueve  de 
ellas  las  enviaron  á  Madrid  al  P.  Flores,  quien  las  re- 
galó á  Mr.  Podolyn.  No  cabe  duda,  en  vista  de  los  di- 
bujos publicados  en  las  Memorias  de  la  Sociedad  de 
Gothemburgo,  que  estas  monedas  de  oro  y  cobre,  donde 
figuran  una  cabeza  de  caballo,  un  caballo  completo  ó 
una  palmera,  son  unas  cartaginesas  y  otras  cyrenaicas, 
y  recientemente  han  sido  comparados  sus  dibujos  con  los 
de  monedas  conservadas  en  el  gabinete  del  Principe  Real 
de  Dinamarca.  Pero  aun  suponiendo  que  el  liecho  de  la 
vasija  rota,  descubierta  en  la  isla  de  Corvo,  esté  bien 
comprobado,  no  es  absolutamente  preciso  admitir  que  los 
cartagineses  hubieran  llevado  dichas  monedas.  Sabemos 
que  los  árabes  y  los  normandos  visitaron  las  Azores  du- 
rante la  Edad  Media,  y  pudieron  llevar  consigo  desde 
las  costas  de  Sicilia  ó  de  Túnez  monedas  púnicas  ó  cy- 
renaicas, porque  de  las  primeras  acuñaron  gran  número 
en  Sicilia,  principalmente  en  Panormo,  fundada  por 
los  fenicios.  Del  mismo  modo  se  han  encontrado  con 
frecuencia  monedas  árabes  en  las  islas  y  en  el  litoral  del 
Báltico. 

De  estas  dos  hipótesis,  la  segunda,  ó  sea  la  del  trans- 
porte de  las  monedas  por  los  árabes  ó  por  los  norman- 

24 


370  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

dos,  es  la  que  ha  parecido  más  probable  á  Malte 
Brun  (1).  Debería  sorprender,  sin  embargo,  que  nave- 
gantes de  la  Edad  Media  hubieran  depositado  en  Las 
Azores  solamente  monedas  púnicas  y  cyrenaicas,  sin 
mezcla  de  ninguna  otra  de  distinto  origen.  Como  la 
fuerza  de  los  vientos  logra  con  frecuencia  dominar  la  de 
las  corrientes,  no  se  puede  negar  en  absoluto  que,  ha- 
ciendo el  comercio  del  estaño  y  del  electrum,  algunos 
barcos  fenicios  6  cartagineses  se  desviaran  de  su  ruta  á 
través  del  Sinus  (Estrymnicus,  y  fueran  llevados  á  les 
costas  de  las  Azores;  pero  ¿cómo  es  posible  encontrar  ]a 
huella  de  tal  suceso  en  la  isla  casi  más  occidental  del 
Archipiélago,  donde  toca  la  parte  del  Gulf  Stream  que 
se,  dirige  de  Oeste  á  Este?  ¿Pasaron  los  barcos  más 
allá  de  las  Azores  al  Norte  del  paralelo  de  40°  y  entra- 
ron en  la  corriente  al  Oeste  de  Corvo  y  de  Flores?  La 
solución  sería  más  fácil  si  la  vasija  hubiwa  sido  descu- 
cubierta  en  las  islas  de   Santa  María  y   San  Miguel, 


(1)  Precis.  de  Geogr.^  t.  i,  pág.  596.  En  el  siglo  xvi  hablóse 
también  mucho  de  una  moneda  con  la  efigie  de  Julio  César, 
encontrada,  según  se  decía,  en  una  mina  de  América,  y  que 
Juan  Rufo,  obispo  de  Cosenza,  envió  al  Papa  (Hoen.,  De  Orig. 
Americanorum,  pág.  23).  Ya  el  grave  Ortelio  dijo  satírica- 
mente que  (da  moneda  la  había  perdido  el  mismo  que  la  en- 
contró». 

Respecto  á  las  monedas  púnicas  de  la  isla  de  Corvo  que 
Mr.  Podolyn  cree  fueron  dejadas  allí  por  cartagineses  náufra- 
gos, puestos  después  en  comunicación  con  la  Metrópoli,  es  sen- 
sible que  se  ignore  en  absoluto  cuál  era  la  época  y  el  estilo  de 
la  construcción  del  edificio  de  piedra  donde  estuvo  la  vasija 
que  contenía  las  monedas,  porque  al  destruir  este  edificio  las 
olas  embravecidas  fué  descubierta  la  vasija  en  1749.  Creo  la 
verdad  del  hecho  por  la  sinceridad  con  que  lo  refiere  el  padre 
Flores,  de  Madrid. 


DESCUBBIMIENTO   DE  AMÉRICA.  371 

las  más  orientales  del  Archipiélago  de  las  Azores. 
Al  nombrar  esta  última  isla,  debo  referir  un  hecho 
intimamente  ligado  con  el  asunto  que  examinamos.  An- 
drés Thevet,  cosmógrafo  del  rey  Enrique  III,  visitó  en 
la  segunda  mitad  del  siglo  xvi  las  fuentes  termales  de 
la  región  de  San  Miguel,  trastornada  por  erupciones 
volcánicas  en  1449,  cerca  de  la  Algoa  da  Sete  Cidades,  y 
€on  su  estilo  ingenuo  y  difuso  (1)  describe  las  caver- 


(1)  He  aquí  el  curioso  pasaje  de  la  Cosmografía  6.Q  Thevet,  li- 
bro XXIII,  cap.  7  (edic.  de  1575,  pág.  1.022):  «Estas  islas  del 
Atlántico  han  sido  llamadas  Essores ;  también  essorer  es  pala- 
bra francesa  que  significa  lo  mismo  que  enjugar  ó  secar  ó  po- 
ner al  aire  alguna  cosa.  Son  nueve  islas.  En  la  de  San  Miguel, 
hacia  la  parte  del  Septentrión  y  en  la  orilla  del  mar,  regis- 
trando entre  las  rocas  los  primeros  que  la  descubrieron  halla- 
ron un  agujero  de  diez  pies  de  alto  y  otro  tanto  de  ancho;  des- 
pués de  llegar  hasta  él,  atreviéronse  algunos  á  entrar  dentro 
con  hachones,  creyendo  encontrar  grandes  tesoros;  pero  vieron 
tan  sólo  dos  monumentos  de  piedra ;  cada  uno  tenía  lo  menos 
doce  pies  y  medio  de  largo  y  cuatro  y  medio  de  ancho.  Los  que 
han  visto  estos  monumentos,  trabajados  bastante  toscamente, 
me  aseguraron  no  tener  rastros  de  inscripciones,  ni  otra  señal 
de  antigüedad  sino  el  retrato  de  dos  grandes  culebras  que  ro- 
deaban los  dichos  monumentos  y  con  ellas  algunas  letras  he- 
braicas de  tamaño  de  cuatro  dedos ,  y  tan  antiguas  que  apenas 
se  podían  leer;  pero  un  moro,  natural  de  España,  hijo  de 
judío,  hombre  versado  en  las  lenguas,  las  pinta  tales  y  como 
aquí  las  presento ,  dejando  la  interpretación  de  las  mismas  á 
los  que  profesan  la  lengua  de  los  hebreos.  Y  por  esto  puede 
juzgarse  que  dicho  pueblo  hebreo  habitó,  no  sólo  en  el  país  de 
Judea,  sino  en  todo  el  universo.» 

Á  esta  relación  sigue  la  de  la  muerte  de  muchas  personas 
que  «por  filosofar  y  visitar  las  cosas  más  raras  de  la  isla,  entra- 
ron en  esta  profunda  gruta  y  no  salieron  de  ella,  de  modo  qiie, 
por  miedo  á  accidentes  idénticos,  fué  cerrada  con  un  muro  la 
entrada». 


372  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

ñas  donde,  al  llegar  por  primera  vez  los  portugueses, 
vieron  «un  monumento  de  piedra  de  doce  píes  de  largo, 
en  el  que  liabía  esculpidas  dos  grandes  culebras  y  letras 
hebraicas,  que  leyó,  pero  no  interpretó,  un  moro  natural 
de  España,  liijo  de  judío. i) 

Como  Tlievet,  que  formalmente  traduce  Insulse  Ac- 
cipitrum  (Azores)  por  Islas  del  Viento ,  es  uno  de  los 
viajeros  más  desprovistos  de  crítica,  nada  nos  dice  acerca 
del  año  en  que  esta  caverna  fué  murada,  y  cómo  pudo 
copiar  el  moro  una  inscripción  que,  como  ingeniosamente 
observa  Mr.   Viken  (1),  podía  muy   bien   tener  algu- 


(1)  Las  inscripcioues  de  Thevetque  me  mandáis,  me  escribe 
el  sabio  orientalista ,  no  carecen  de  interés,  y  parece  que  hasta 
ahora  han  llamado  poco  la  atención.  Sensible  es  que  no  tenga- 
mos una  copia  exacta  de  los  caracteres  para  juzgar  su  antigüe- 
dad y  su  origen.  No  resulta  claro  si  la  inscripción  estaba  en 
hebreo  puro,  lo  que  es  poco  probable,  ó  si  el  moro,  hijo  de 
judío,  la  hizo  pasar  de  una  escritura  á  otra.  La  frase  de  Thevet, 
(dos  caracteres  eran  tan  antigaos  que  apenas  se  podían  leer)% 
es  muy  vaga.  Aunque  algunas  letras  del  alfabeto  fenicio  tienen 
semejanza  con  el  hebreo  puro,  por  ejemplo,  en  lale3"enda  Ka- 
rat  khadaschath  d'Ekhel  {Doctr.  nummorum,  cet.  P.  CLV,  t.  ii, 
número  5) ,  no  debe  suponerse  que  el  moro  pudo  descifrar  la 
frase  entera.  Si  la  inscripción  era  árabe ,  en  caracteres  cúficos, 
debía  ser  fácil  á  un  hombre  de  sangre  africana  trasladar  éstos 
á  caracteres  hebraicos.  Lo  mismo  en  fenicio  que  en  árabe  se 
encuentra  Makhtml,  que  por  la  terminación  en  sal  recuerda  los 
nombres  propios  numídicos,  por  ejemplo,  el  de  Hiempsal.  Lo 
mismo  podría  leerse  Taal  ó  Baal  hen;  Martharhaal  ó  Matliad- 
¿«aZ,  nombí-es  púnicos  bien  conocidos  (Tito  Livio,xxi,  12, 
45;  POLYBIO,  III,  84;  Appiano,  Bellum  Amdbal,  cap.  10); 
pero  convengo  en  que,  dada  la  escasa  confianza  que  inspira  la 
exactitud  de  la  copia  inserta  en  la  Cosmografía  de  Thevet, 
cualquier  interpretación  es  arriesgada.  Añadiré  á  estas  obser- 
vaciones que  en  las  piedras  esculpidas  de  origen  oriental,  las 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉIÍICA.  '373 

nos  nombres  propios  numídicos  6  púnicos.  Inútil  es,  por 
tanto,  insistir  en  un  hecho  cuya  verdad  no  se  puede  com- 
probar. Parece  natural  que,  si  el  moro  inventó  la  inscrip- 
ción, le  hubiese  dado  un  sentido  preciso  j  sentencioso, 
expresado  en  caracteres  hebraicos. 

El  recuerdo  de  las  islas  del  Brasil  ó  Brazie^  que  du- 
rante tanto  tiempo  anduvieron  errantes  en  los  mapas,  se 
ha  conservado  hasta  nuestros  días  en  Brasil  Rock,  sefíti- 
lado  en  los  bellos  mapas  ingleses  de  Purdy,  6°  al  Oeste 
de  la  extremidad  más  austral  de  Irlanda. 

En  los  mismos  parajes,  ó  más  bien,  entre  Irlanda, 
Terranova  y  las  Azores  aparecen  desde  principios  del 
siglo  XVI  en  los  mapas  de  Juan  de  la  Cosa  (1500),  de 
la  edición  de  Ptolomeo  (1522)  y  de  Eivero  (1529)  con 
igual  incertidumbre  de  posición,  Mayda  ó  Asmaides  (1) 


inscripciones  fenicias  se  encuentran  á  veces  escritas  con  letras 
griegas,  y  que  el  famoso  pasaje  púnico  de  la  comedia  de  Plauto 
{el  Pwnulus),  aunque  constantemente  escrito  con  caracteres 
latinos  en  todos  los  manuscritos  de  Plauto ,  sin  embargo,  lo 
imprimieron  á  principios  del  siglo  xvii  en  letras  hebraicas 
Felipe  Parens  y  Samuel  Petit.  La  transformación  de  un  carác- 
ter en  otro  es  sin  duda  fácil,  pero  convengo  con  Mr.  Wilken 
en  que  es  muy  poco  verosímil  que  el  moro  pudiera  leer  toda 
la  inscripción  púnica. 

(1)  Benedicto  Bordone  {Isolario,  1533,  pág.  18)  pone  mu- 
chas islas  Asmeides  y  Lorenzo  Anania  {Fábrica  del  Mundo^ 
pág.  303);  sitúa  Granozzo  y  Maída  un  poco  al  Oriente  de  Terra- 
nova, casi  en  el  punto  donde  en  el  mapa  de  Juan  de  la  Cosa 
está  la  Isla  Verde,  porque  la  gran  isla  de  Trinidad,  de  Cosa,  no 
parece  idéntica  á  Terranova.  ITacia  estas  regiones  boreales  hi- 
cieron los  geógrafos  del  siglo  xvi  avanzar  progresivamente  la 
fabulosa  isla  de  los  Demonios,  situada  al  principio  frente  á  las 
costas  de  África.  Andrés  Thevet  ha  dado  «el  retrato»  de  esta 
isla,  donde  fué  desterrada  una  señorita  bretona,  Margarita  de 


374  ALEJAN DBO    DE    HUMBOLDT. 

é  Isla  Verde.  Una  y  otra  están  señaladas  en  los  mapa- 
mundi modernos,  con  los  nombres  de  Mayda  y  Green 
Rokc,  como  peligros  inciertos. 


Roberval,  y  donde,  según  parece,  tuvo  desagradables  aventu- 
ras {Cosm.  wwiv.,  pág.  1019).  A  fines  del  siglo  xvi  considerá- 
base la  isla  de  Terranova  dividida  en  dos  partes  por  un  braza 
de  mar.  Comparando  la  isla  de  los  Bacalaos  del  mapa  de  la 
Nueva  Francia  de  Wytfliet  (JDescr.  Ptolm.  Augm.,  pág.  158) 
con  el  mapa  «de  un  gran  capitán  de  Dieppe»  (Ramusio,  t.  il, 
pág.  353),  se  ve  que,  á  la  parte  septentrional,  le  llama  este  ca- 
pitán isla  de  los  Demonios.  La  opinión  de  Malte  Brun,  de  que 
la  isla  de  la  Mano  de  Satán  (el  Satanaxio  de  Andrés  Blanco, 
Sarastagio  de  Bedrazio)  es  esta  ula  de  los  Demonios  die  los  ma- 
pas españoles  y  franceses,  no  me  parece  probable  {Precis.  de 
Geogr.^  t.  i,  pág.  531).  La  aparición  de  islotes  volcánicos,  tan 
frecuente  en  1638  y  1811  alrededor  de  las  islas  de  San  Miguel 
y  de  San  Jorge  en  las  Azores,  pudo  muy  bien  originar  aquel 
nombre. 


XXI. 


Probables  comunicaciones  entre  ambos  mundos,  á  causa  de  las 
corrientes  atmosféricas  y  oceánicas. 


Acabamos  de  ver  de  qaé  suerte  se  mezcla  en  las 
tradiciones  geográficas  y  en  las  relaciones  de  los  viaje- 
ros, á  los  recuerdos  de  los  descubrimientos  reales  y  posi- 
tivos, lo  que  sólo  es  pura  ficción,  y  que  el  imperio  de 
ésta,  basado  en  creencias  de  la  más  remota  antigüedad, 
se  extendió  en  la  Edad  Media  sobre  todo  hacia  el  Oc- 
cidente, Si  dicha  nueva  dirección,  y  el  inveterado  error 
de  la  extensión  de  Asia  hacia  el  Oriente,  abrieron  la  vía 
para  los  descubrimientos  de  Colón,  otras  causas,  poco 
importantes  en  la  apariencia  y  hasta  ahora  mal  explica- 
das, no  contribuyeron  menos  á  inspirar  confianza  al  ma- 
rino genovés. 

Pongo  entre  estas  causas  que  le  alentaron,  el  hecho 
tan  conocido  de  los  objetos  arrojados  por  el  mar  sobre  las 
costas  de  las  Azores,  de  Porto  Santo,  y  de  las  islas  Ca- 
narias, y  considerados  como  indicios  de  la  probable  exis- 
tencia de  tierras  habitadas  en  las  regiones  occidentales. 

Algunas  consideraciones  de  geografía  física  que  el 
estado  actual  de  los  conocimientos  nos  permite  exponer, 
aclararán  de  nuevo  el  indicado  fenómeno. 


376  ALEJANHÜO    Dlí    TTU.MBOLDT. 

«Afirmábase  el  Almirante  en  este  pensamiento  (el  de 
descubrir  islas  ó  tierra  para  continuar  con  más  facilidad 
sus  designios),  dice  D.  Fernando  Colón  {Vida  del  Al- 
mirante, cap.  VI I  i),  con  la  lección  de  algunos  libros  de 
ciertos  filósofos,  que  decían,  como  cosa  sin  duda,  que 
la  mayor  parte  de  nuestro  globo  estaba  seca,  de  que  in- 
faliblemente se  seguía  haber  más  tierra  que  agua.  De- 
más que  oyó  decir  á  muchos  pilotos  hábiles,  cursados 
en  navegación  de  los  mares  occidentales,  á  las  islas  de 
los  Azores  y  á  la  de  Madera ,  por  muchos  años ,  cosas 
que  le  persuadían  de  que  él  no  se  engañaba,  y  que  ha- 
bía tierras  desconocidas  hacia  Occidente.  Martín  Vi- 
cente ,  piloto  del  Key  de  Portugal ,  le  dijo  que ,  hallán- 
dose á  450  leguas  hacia  Occidente  del  cabo  de  San  Vi- 
cente ,  había  sacado  del  agua  un  madero  perfectamente 
labrado,  y  no  con  hierro,  que  el  viento  de  Poniente  ha- 
bía traído ;  y  concluía,  que  en  esta  parte  había  infalible- 
mente algunas  islas  no  conocidas.  Pedro  Correa,  cuñado 
del  Almirante ,  le  dijo  que  él  había  visto  hacia  la  isla  de 
Puerto  Santo  una  pieza  de  madera,  semejante  á  la  pri- 
mera, venida  de  la  misma  parte  de  Occidente;  y  añadía 
saber  del  Key  de  Portugal  que  hacia  la  misma  isla  se 
habían  hallado  en  el  agua  cañas  tan  gruesas,  que  de 
nudo  á  nudo  cabían  en  ellas  nueve  garrafas  de  vino.» 
Herrera  (déc.  i,  lib.  i,  cap.  ii)  asegura  que  el  Rey  ha- 
bía conservado  estas  cañas  y  se  las  mostró  á  Colón- 
Ptotolomeo  en  el  lib.  ii  (1)  de  su  Cosmografía^  dice, 


(1)  Es  el  libro  primero  (pág.  17,  Mercat)  donde  Ptolomeo 
habla  de  la  región  de  los  Seres,  más  allá  de  los  Sines,  donde 
los  pantanos  están  llenos  de  grandes  cañaverales  por  medio  de 
los  cuales  los  habitantes  pueden  pasar  algunos  ríos.  Es  un  pa- 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  377 

en  efecto,  que  liay  cañas  enormes  en  las  partes  orienta- 
les de  las  Indias. 

Los  habitantes'  (colonos)  de  las  Azores  decían  que, 
cuando  el  viento  soplaba  del  Oeste,  el  mar  arrojaba,  es- 
pecialmente en  las  costas  de  las  islas  Graciosa  y  Fajal, 
pinos  de  una  especie  desconocida.  A  estos  indicios  aña- 
dían algunos  que  un  día  encontraron  en  la  playa  de  la 
isla  de  Flores  dos  cadáveres  de  hombres  con  facciones  y 
fisonomía  completamente  distintas  de  los  de  nuestras 
costas.  (Herrera,  acaso  tomándolo  de  los  manuscritos 
de  Las  Casas,  dice  que  aquellos  cadáveres  de  cara  larga 
no  parecían  ser  de  cristianos.) 

Los  habitantes  del  cabo  de  la  Verga  (1)  dijeron  tam- 
bién á  Colón  ccque  habían  visto  almadías  ó  barcas  cu- 
biertas, llenas  de  hombres  de  una  raza  de  que  nunca 
oyeron  hablar.» 

El  transporte  de  estos  objetos  (bambúes,  troncos  de 
pino,  cadáveres  humanos,  barcas  llenas  de  personas  vi- 
vas), depositados  por  las  aguas  del  Océano  en  las  playas 
de  las  islas  Azores,  fueron  atribuidos,  según  hemos  visto 
en  el  párrafo  copiado  de  la  Vida  del  Almirante,  á  la  ac- 
ción de  los  vientos  del  Oeste.  Esta  explicación  no  es  sa- 
tisfactoria, por  no  fundarse  en  hechos  bien  observados. 


saje  que  está  casi  imitado  de  Plinio  (vii,  2):  «In  India  haec  fa- 
cit  ubertas  soli,  temperies  coeli,  aquarum  abundantia,  ut  sub 
una  ficu  {Banian  tree,  en  sánscrito  nyakrodha.  Ficus  religiosa. 
Linn.),  turmíe  condantur  equitum.  Arundines  vero  tantas  pro- 
ceritatis,  ut  singula  internodia  álveo  navigabili  ternos  inter- 
dum  homines  ferant.» 

(1)  Sin  duda  un  cabo  de  las  islas  Azores,  porque  Herrera 
dice  «que  estas  almadías  co7i  casa-  movediza  que  nunca  be  hun- 
den^ venia n  á  pa7'a7'  á  las  islas  Azores)), 


378  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

La  verdadera  causa  del  transporte  es  la  gran  corriente 
de  agua  caliente  conocida  con  el  nombre  de  Gulf  6  Flo- 
rida Stream.  Los  vientos  del  Oeste  y  del  Noroeste  no 
hacen  más  que  aumentar  la  velocidad  media  del  río  pe- 
lásgico,  prolongar  su  acción  hacia  el  Este,  hasta  el  golfo 
de  Vizcaya  j  mezclar  las  aguas  del  Gulf  Stream  con  las 
de  las  corrientes  del  estrecho  de  Davis  y  del  África  sep- 
tentrional (1).  El  mismo  movimiento  oceánico  que  en 
el  siglo  XV  arrojaba  bambúes  y  pinos  en  el  litoral  de  las 
Azores  y  de  Porto  Santo  deposita  (2)  anualmente  en 
Irlanda,  en  las  Hébridas  y  en  Noruega  semillas  de  plan- 
tas tropicales  (Mimosa  scandens,  Guilandina  bonduc, 
Dolichos  urens),  algunas  veces  hasta  toneles  bien  con- 
servados llenos  de  vino  de  Francia ,  restos  de  cargamen- 
tos de  barcos  naufragados  en  el  mar  de  las  Antillas. 
Los  restos  del  buqae  de  guerra  The  Tübury^  que  se  incen- 
dió cerca  de  Jamaica ,  llegaron  por  el  Gulf  Stream  á  las 
costas  de  Escocia.  Y  aun  hay  hechos  más  notables:  ba- 
rriles de  aceite  de  palma  que  formaban  parte  de  un  car- 
gamento de  barcos  ingleses,  naufragados  en  cabo  López, 


(1)  Empleo  la  nomenclatura  de  Eennell ,  y  echando  una 
ojeada  al  mapa  general  anejo  á  la  Investigation  of  the  Cu- 
rrents  of  the  Atlantic  Ocean^  se  comprende  lo  que  digo  en  el 
texto  acerca  de  la  mezcla  de  las  aguas  de  distintas  corrientes. 

(2)  En  Noviembre  de  1834  llegó  á  las  playas  de  Southport 
una  botella  arrojada  al  mar,  al  ESE.  del  cabo  Codd  á 
los  40V2°  de  latitud  y  á  los  70°  20'  de  longitud,  en  Marzo  de 
1833.  La  falsa  persuasión,  muy  generalizada  entre  ios  pilotos, 
de  que  el  Gulf  Stream  no  ejerce  acción  al  este  de  las  Azores, 
ocasiona  muchos  naufragios  en  las  costas  occidentales  de  Ir- 
landa. Los  barcos  que  no  se  valen  de  cronómetros,  ó  de  distan- 
cias lunares,  llegan  á  tierra,  por  error  de  estima,  más  pronto 
de  lo  que  esperaban.  {Mechanic .  s.  Mag.,  1884,  pág.  208). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  379 

en  las  costas  de  África,  fueron  arrojados  á  las  mismas 
costas  después  de  atravesar  dos  veces  el  Atlántico,  una 
de  Este  á  Oeste  entre  los  grados  2  y  12  de  latitud  á  fa- 
vor de  la  corriente  ecuatorial,  y  otra  de  Oeste  á  Este,  por 
medio  del  Gulf  Stream^  entre  los  45°  y  55°  de  latitud. 
Durante  las  calmas,  esta  última  corriente,  viniendo  del 
cabo  Hatteras ,  termina  en  el  meridiano  de  la  gran  ban- 
da de  sargazo  (Fucus  natans),  colocado  un  poco  al 
Oeste  de  Corvo ;  pero  cuando  empiezan  á  dominar  los 
vientos  del  Oeste  ó  por  otras  causas  meteorológicas  eleva 
la  corriente  el  nivel  de  las  aguas  en  el  golfo  de  Méjico  ó 
en  el  canal  de  Bahama,  Gulf  Stream  envuelve  las  islas 
de  Corvo  y  de  Flores,  dividiéndose  en  dos  brazos,  uno 
que  va  hacia  el  NE.  y  otro  hacia  el  SSE.  (1). 

Las  islas  Graciosa  y  Fayal,  que  nombra  Colón  parti- 
cularmente como  puntos  donde  el  mar  arrojaba  troncos 
de  pinos  de  una  especie  desconocida ,  son  las  más  próxi- 
mas á  las  de  Corvo  y  Flores,  y,  por  tanto,  las  prime- 
ras que  reciben  lo  que  la  corriente  lleva ,  cuando  á  los 
30'/4°  y  3272°  de  longitud  occidental  se  inclina  hacia 
el  SSE.  Estos  pinos  procedían,  sin  duda,  ó  de  las  pe- 
queña Isla  de  Pinos  en  el  banco  de  la  Tortuga  al  Oeste 
de  las  Mártires,  ó  de  la  parte  NO.  de  la  isla  de  Cuba, 
donde  cerca  de  Cayo  de  Moa   (2),  vio  Colón  por  pri- 


(1)  Véase  el  testimonio  reciente  de  M.  Boid  (Bescrij?.  of  tlie 
Azores,  1835  pág,  96).- 

(2)  «Colon,  dice  Las  Casas  en  el  extracto  del  Diario  del  pri- 
mer viaje  (domingo  25  de  Noviembre  de  1492),  vido  piñales  tRa 
grandes  y  maravillosos ,  que  no  podia  encarecer  su  altura 
y  derechura  como  husos  gordos  y  delgados,  donde  conosció  que 
se  podian  hacer  navios  é  infinita  tablazón  y  masteles  para  las 
mayores  naos  de  España.»  He  manifestado  ya  en  otro  sitio  que 


380  ALEJANDRO    DE    HUMROLDT. 

mera  vez ,  y  con  grande  admiración ,  la  primera  conifera 
de  los  trópicos,  ó  de  las  costas  de  Santo  Domingo  donde, 
según  la  observación  de  M.  Barataro,  cerca  del  cabo 
Samana,  descienden  los  pinos  hasta  la  llanura. 

Más  sorpresa  podrían  causar  las  cañas  de  bambú  {gua- 
dua de  las  Antillas  y  de  toda  la  América  equinoccial), 
llevadas  por  las  corrientes  á  las  costas  de  Porto-Santo, 
porque  alrededor  de  esta  isla  las  aguas  se  mueven  gene- 
ralmente hacia  el  S.  y  SSE.  y  reciben  la  misma  direc- 
ción desde  el  paralelo  del  cabo  de  Finisterre. 

Pero  un  ejemplo  que  data  del  principio  de  mi  viaje  á 
América  prueba  que  de  vez  en  cuando  el  Gulf  Stream 
de  las  Azores  comunica  con  la  corriente  de  Guinea  ó  del 
Norte  de  África,  y  lleva  troncos  de  árboles  del  nuevo 
continente  hasta  las  islas  Canarias.  Poco  antes  de  mi 
llegada  á  Tenerife  el  mar  había  depositado  en  la  rada 
de  Santa  Cruz  un  tronco  de  Cedrela  odorata,  cubierto 
de  corteza  y  liqúenes,  árbol   americano  que  no  puede 


los  primeros  conquistadores  designaban  también  con  el  nom- 
bre genérico  de  pino  el  Podocarjms.  Herrera  (déc.  i,  lib  ii, 
cap.  12)  lo  dice  claramente,  describiendo  el  fruto  de  los  jñnos 
■del  Cihao  de  Santo  Domingo,  que  parezen  azeytunos  del  Aja- 
rafe de  Sevilla.  Si  el  verdadero  pino  de,  la  isla  de  Santo  Do- 
mingo y  de  la  Isla  de  Pinos  al  Sur  de  Cuba ,  donde  se  hallan 
reunidos,  como  dice  Anghiera,^?ne¿«  y  j9«Zw(?ííí,  es  el  Pinus 
occidentalis  y  de  la  misma  especie  que  el  pino  de  Méjico,  es 
extraordinario  que  este  último  no  descienda,  según  mis  medi- 
das barométricas,  entre  Méjico  y  Veracruz  más  que  á  935  toee- 
sas,  y  entre  Méjico  y  Acapulco  á  580  toeesas  sobre  el  nivel  del 
mar.  (Relat  hist.,  t.  iii,  páginas  376  y  470.)  Conviene  que  los 
viajeros  fijen  la  atención  en  estos  hechos  para  resolver  un  pro- 
blema que  por  igual  interesa  á  la  geografía  botánica  y  á  la  cli- 
matología. 


DKSCUBRIMIKNTO    Dlí    AMÉRICA.  381 

confundirse  con  ningún  otro,  que  sin  duda  había  sido 
arrancado  de  la  costa  de  Paria  ó  de  la  de  Honduras  si- 
guiendo el  gran  vortex  del  golfo  de  Méjico  y  del  canal 
de  Bahama. 

En  el  estado  medio  de  los  movimientos  del  Atlán- 
tico (1),  los  ríos  pelásgicos,  que  distinguimos  con  los 


(1)  No  carece  de  interés  para  la  historia  de  la  geografía  fí- 
sica recordar  la  sagacidad  con  que  los  marinos  del^siglo  xvi  re- 
conocieron ya  las  relaciones  de  determinados  movimientos  del 
Atlántico  desde  el  cabo  de  Buena  Esperanza  hasta  las  islas 
Azores.  Colón  no  habla  navegado  al  Norte  de  la  isla  de  Cuba, 
al  Oeste  del  meridiano  de  la  Providencia  de  la  Grande  Abaco; 
pero  conocía  la  corriente  ecuatorial,  á  la  cual  atribuía  los  uten- 
üHios  «de  nuestras  costas  de  España»  arrojados  á  la  costa  de 
Guadalupe  {Vida  del  Almirante,  cap  46;  Anghiera,  Ocean, 
\)\g.  27);  había  experimentado  también  la  fuerza  de  las  corrien- 
tes de  Honduras  y  del  canal  Viejo,  sin  haber  pasado  nunca  por  el 
canal  de  Bahama  ó  de  la  Honda.  La  impetuosidad  del  movi- 
miento de  las  aguas  que  salen  del  golfo  de  Méjico  no  fué  reco- 
nocida hasta  1512,  cuando  la  expedición  de  Juan  Ponce  de 
León  (Heeeera,  déc.  I,  lib.  ix,  cap.  10);  y  como  hasta  prin- 
cipios del  siglo  XVII,  época  del  viaje  de  Bartolomé  Gosnold,  que 
fué  directamente  (1603)  desde  Falmouth  al  cabo  Cod,  los  bu- 
ques destinados  á  la  América  del  Norte  pasaron  constante- 
mente por  el  canal  de  Bahama,  se  advirtió  pronto  la  conexidad 
(le  los  movimientos  pelásgicos  en  las  costas  de  Méjico  y  de  la 
Florida  con  los  de  la»  costas  de  Terranova  y  del  golfo  de  San 
Lorenzo,  visitados  desde  1497  y  1500  por  Sebastián  Cabot  y  por 
Cortereal.  El  historiador  de  Felipe  11,  Herrera,  cuyas  cuatro 
primeras  Décadas  se  pubhcaron  en  1601,  describe  el  Gulf 
Stream  tal  y  como  lo  conocemos  (déc.  i,  lib.  ix,  cap.  12).  «Las 
aguas  de  los  mares  de  África  y  del  Atlántico ,  dice,  corren  per- 
petuamente hacia  la  América  meridional,  y,  no  encontrando 
s-alida,  pasan  furiosamente,  primero  entre  el  Yucatán  y  Cuba, 
después  entre  Cuba,  la  Florida  y  las  islas  Lacayas,  hasta  que, 
saliendo  de  un  paso  tan  estrecho  como  lo  es  el  canal  de  Ba- 


382  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

nombres  un  poco  vagos  de  Gulf  Stream,  corriente  equi- 
noccial y  corrientes  del  golfo  de  Guinea,  del  Brasil  y  del 
África  meridional,  están  separados  ¡jor  aguas  tranqui- 
las ó  estancadas  que  sólo  obedecen  al  impulso  local  de 


hama,  pueden  ocupar  un  espacio  más  extenso.»  Hay  más;  el 
punto  de  vista  expuesto  en  la  reciente  obra  del  mayor  Rennell, 
de  que  el  Gulf  Stream  recibe  su  primer  impulso  en  la  punta 
meridional  de  África,  en  el  banco  de  las  Agujas  {Agulhas  bañe), 
dirigiéndose  ^lacia  el  golfo  de  Guinea  al  Norte,  y  después,  con 
la  corriente  equinoccial  del  Este  al  Oeste  hacia  el  cabo  de  San 
Eoque  y  las  costas  de  la  Guayana  (^Investig.  ofthe  currents ,  of 
tlie  Atl.  Ocean.^  1832,  pág.  20),  encuéntrase  claramente  indi- 
cado en  la  sabia  Memoria  de  Sir  Humfrey  Gilbert  «sobre  la  po- 
sibilidad de  un  paso  por  el  N.O.  al  Cathay  y  las  Indias  orienta- 
les», Memoria  que,  por  mencionar  el  mapamundi  de  Ortclio, 
debe  haber  sido  redactada  en  1567  y  1576.  «Como  las  aguas  del 
mar  corren  circularmente  de  Este  á  Oeste,  obedeciendo  al  mo- 
miento  diurno  del  primum  movile  (el  sol),  los  portugueses  en- 
contraron muchas  dificultades  para  avanzar  hacia  el  Este  en 
su  trayecto  desde  el  cabo  de  Buena  Esperanza  á  Calicut:  tam- 
bién, á  causa  de  la  poca  anchura  del  estrecho  de  Magallanes, 
las  aguas  (que  vienen  del  mar  de  las  Indias  al  Sur  de  África) 
vense  obligadas  á  subir  á  lo  largo  de  las  costas  orientales  de 
América  hasta  el  cabo  Freddo,  distancia  de  más  de  4.800  le- 
guas.» (Hakluyt,  Voyages,  t.  iii,  pág.  14). 

El  nombre  de  este  cabo  data  sin  duda  de  la  expedición  de  Se- 
bastián Cabot,  hecha  en  1517,  en  cuya  expedición  llegó  hasta 
los  67Ví°  de  latitud  y  descubrió  la  bahía  de  Hudson  {Mem.  of 
Seh.  Cahot,  páginas  29  y  118;  P.  Frasee  Tylee  íDísc.  of  the 
Northen  Coasts  of  Am^-péig.  41).  Sir  Uumfrey  Gilbert  nombra 
por  segunda  vez  este  Cabo  Frío,  y  le  coloca  en  latitud  de  62° 
opuesto  á  Groenlandia»  (Hakluyt,  t.  ni,  pág.  23). 

Al  citar  este  notable  pasaje,  es  casi  inútil  la  observación  de 
que  la  corriente,  «que  sube  por  las  costas  orientales  de  Amé- 
rica», no  abarca  todo  el  espacio  desde  el  estrecho  de  Magalla- 
nes hasta  el  paralelo  62°  Norte.  La  corriente  del  Brasil,  entre 
Bahía  y  Río  de  la  Plata,  se  dirige  al  Sur,  y  esta  misma  direc- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  383 

los  vientos;  pero  por  la  reunión  fortuita  de  causas  me- 
teorológicas á  veces  muy  lejanas ,  se  ensanchan  y  pro- 
longan los  ríos  pelásgicos,  inundando,  por  decirlo  así, 
espacios  de  mar  faltos  de  movimientos  propios  de  trans- 
lación. En  estos  casos  las  corrientes  ^e  distintos  nom- 
bres se  mezclan  temporalmente  entre  sí,  y  producen  fe- 
nómenos que  debieron  sorprender  en  época  en  que  la 
geografía  física  de  la  cuenca  del  Atlántico  era  menos 
conocida  que  ahora. 

En  la  Historia  del  descubrimiento  de  las  islas  Cana- 
rias, de  Jorge  Glas,  publicada  en  1764,  leemos  que,  po- 
cos años  antes  de  su  publicación,  un  barco  pequeño  car- 
gado de  trigo,  al  pasar  de  la  isla  de  Lanzarote  á  la  rada 
de  Santa  Cruz  de  Tenerife,  fae'  arrastrado  por  una  tor- 
menta fuera  del  archipiélago  de  las  Canarias.  La  co- 
rriente equinoccial  y  los  vientos  alisios  le  llevaron  hacia  el 
Oeste,  encontrándole  un  barco  inglés  á  dos  días  de  dis- 
tancia de  la  costa  de  Caracas  y  salvando  á  los  marine- 
ros canarios  que  habían  sobrevivido,  á  quienes  surtió  de 
agua  y  condujo  al  puerto  de  la  Guaira  (1). 

ción  de  las  aguas  se  encuentra  al  Norte  de  Terranova,  en  las 
costas  de  Labrador. 

En  la  travesía  que  en  1526  hizo  Diego  García  desde  las  islas 
de  Cabo  Verde  al  cabo  de  San  Agustín,  atribuyóse  la  corriente 
dirigida  al  NO.  (el  Nortli  West  equatorial  Stream  de  Rennell) 
entre  los  5°  de  latitud  meridional  y  los  10°  de  latitud  boreal,  al 
impulso  de  inmensos  ríos  de  la  costa  de  Guinea  (Herrera, 
déc.  III,  lib.  10,  cap.  1.");  explicación  errónea  que  en  nuestros 
días  ha  sido  aplicada  á  las  corrientes  próximas  á  la  desembo- 
cadura de  los  ríos  de  la  Plata,  Amazonas  y  Orinoco,  porque  las 
causas  son  más  lejanas  y  más  generales, 

(1)  Glas,  Hist.  of  tlie  disc.  and  conquest  of  the  Canary  Is- 
lands,  p.  v;  Viera,  Historia  general  de  las  islas  Canarias, 
tomo  II,  pág.  167. 


384  ALEJANPRO   DE   HUMBOI.DT. 

Suceso  semejante  ocurrió  en  1731  á  un  barco  cargado 
de  YÍno  y  de  algunos  comestibles  que  iba  desde  Tenerife 
á  la  Gomera :  durante  muchos  días  lucho  con  vientos 
contrarios,  y  abandonado  á  las  corrientes ,  llegó  con  seis 
hombres  de  tripulación  á  la  isla  de  la  Trinidad,  frente 
á  la  costa  de  Paria  (1).  La  comunicación  establecida 
entre  la  corriente  del  África  septentrional,  dirigida  hacia 
el  Sur,  y  la  corriente  equinoccial  dirigida  hacia  el  Oeste, 
obraban,  pues,  en  sentido  diametralmente  opuesto  al  que 
llevó  en  los  siglos  xv  y  xviii  los  troncos  de  bambú  y  de 
cedrela  á  Porto  Santo  y  á  Tenerife  (2). 

Respecto  al  hecho  que  más  llama  la  atención,  el  de 
las  barcas  cubiertas^  tripuladas  por  hombres  de  una  raza 
de  que  nunca  se  había  oído  hablar,  vistas  en  las  islas 
Azores,  la  historia  presenta  muchos  ejemplos  exacta- 
mente iguales.  James  Wallace  refiere  en  su  Historia  de 
las  islas  Orcades,  que  algunas  veces,  impulsados  por  las 
corrientes  y  los  vientos  del  Noroeste,  llegaron  groenlan- 
deses á  aquellas  islas,  cuyos  habitantes  les  llamaban 
Finn-men.  Vióse  uno  de  ellos  en  1682  en  la  punta  meri- 
dional de  la  isla  de  Eda,  reuniéndose  mucha  genle  para 
gozar  de.  tan  extraño  espectáculo;   pero  cuando  se  le 


(1)  GuMiLLA,  Orinoco  ilustrado,  cap.  31. 

(2)  El  historiógrafo  de  Canarias,  Viera  (t.  i,  parte  iii),  re- 
fiere que  en  muchas  ocasiones  ha  arrojado  el  mar  á  las  costas 
de  las  islas  de  Hierro  y  Gomera  frutos  y  semillas  procedentes 
de  árboles  indígenas  de  América.  Antes  del  descubrimiento 
del  Nuevo  Continente,  suponían  los  Canarios  que  estos  frutos 
eran  procedentes  de  la  isla  de  San  Branden,  La  mejor  prueba 
de  las  ramificaciones  temporales  de  los  ríos  pelásgicos  es  el  fe- 
nómeno de  transporte  de  producciones  vegetales  de  las  Antillas 
á  las  costas  de  Noruega,  de  las  Hébridas,  de  Irlanda  y  de  las 
Canarias. 


DE8CUURIM1ENT0    DE   AMÉRICA.  385 

quiso  coger,  el  groenlandés  logró  escapar.  En  1684  apa- 
reció también  un  pescador  americano,  quizá  el  mismo» 
cerca  de  la  isla  Westram. 

En  la  iglesia  de  la  isla  Burra  se  conserva  una  de  estas 
canoas  de  esquimales,  arrojada  por  una  tempestad  (1). 
La  distancia  del  trayecto  debe  calcularse  en  cuatrocientas 
leguas  marinas,  distancia  que  con  una  velocidad  de  siete 
á  ocho  nudos  por  hora,  en  tiempo  tempestuoso,  puede  re- 
correrse en  menos  de  siete  días. 

El  cardenal  Bembo,  en  su  Historia  de  Venecia,  cita  el 
caso  de  up.  barco  lleno  dé  indígenas  ameri(;anos,  hallado 
por  un  buque  francés  que  navegaba  en  el  Océano,  no 
lejos  de  las  costas  de  Inglaterra  (2). 


(1)  Wallace  dice  que  los  esquimales  llegaban  en  canoas  de 
cuero;  pero  Mr.  Giseke,  que  ha  vivido  largo  tiempo  en  Groen- 
landia, me  asegura  que  estas  canoas  se  reblandecen  cuando 
están  muchos  días  en  agua  del  mar.  Asegura,  además,  que  los 
esquimales  del  Labrador  jamás  atraviesan  el  canal. entre  el  La- 
brador y  Groenlandia. 

(2)  «Non  me  piget  inter  haec  ejusdem  temporis  rem  dignam 
propter  novitatem,  quae  legentibus  nota  sit,  scribere.  Navis 
galhca  dum  in  Océano  iter  non  longe  á  Britan  nia  f  aceret,  na- 
viculamex  mediis  abscissis  viminibus  arborum que  libro  solido 
contectis  aedificatam  cepit;  in  qua  homines  erant  septem  me- 
dioori  statura,  colore  subobscuro,  lato  é  patente  vultv^  cicatri- 
ceque  una  violácea  signato:  hi  vestem  habetant  épiscium,  corzo, 
maculis  eam  vaiiantibus.  Coronam  é  culmo  pictam  septem 
quasi  auriculis  intextam  gerebant.  Carne  vescebantur  cruda, 
saíiguinemque,  uti  non  vinum,  bibebant.  Eorum  sermo  inte- 
lligi  non  poterat:  ex  iis  sex  mortem  obierunt,  unus  adolescens 
in  Aulercos,  ubi  rex  (Galliae)  erat,  vivus  est  perductus.»  Bem-  . 
BO,  Ilist.  Ven.,  lib.  Vil,  pág.  257  (edic.  1718).  En  este  cuadro, 
un  poco  recargado,  fácil  es  conocer  la  raza  de  los  esquimales, 
más  extendida  acaso  hacia  el  Sur  que  en  nuestros  días.  A  me- 
dida que  la  población  indigena  ha  ido  disminuyendo  en  el  lito- 

26 


•386  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 


Cuatro  á^os  antes,  en  1504,  algunos  pescadores  de 
Bretaña  fueron  sin  duda  llevados  accidentalmente  á  las 
costas  del  Canadá  (1). 

Otros  ejemplos  de  traslaciones  involuntarias  corres- 
ponden á  la  Edad  Media  y  han  sido  citados  con  frecuen- 
cia á  causa  de  un  pasaje  celebre  de  los  fragmentos 
históricos  de  Cornelio  Nepote  (2),  pasaje  que  llamó  mu- 
cho la  atención  pública  cuando  se  buscaba  un  paso  al 
Noroeste  en  la  navegación  á  la  India.  Pomponio  Mela, 
que  vivió  en  época  próxima  á  Cornelio  Nepote,  cuenta, 


ral,  la  navegación  costera,  ocasionada  á  aventuras  extraordina- 
rias, fué  menos  frecuente.  En  la  narración  de  Bembo  nada  se 
dice  de  barcas  de  cuero. 

(1)  GUMILLA  (edic.  franc),  t.  ii,  pág.  211. 

(2)  Bosius,  In  Corn.  Nep.  Fragm,,  t.  ii,  pág.  356;  Pli- 
Nio,  II,  67:  «ídem  Nepos  de  septentrional!  circuitu  tradit, 
Quinto  Metello  Celeri,  L.  Afranii  -(sic  lul.  Sillig.  C.  Afranii, 
Salmant)  in  consultatu  collegse,  sed  tum  Gallise  proconsuli, 
Indos  á  rege  Suevorum  (ita  omnes  Plinii  Codd)  dono  datos,  qui 
ex  India  commercii  causa  navigantes  tempestatibus  essent  in 
Germaniam  abrepti.»  (Consúltese  también  Cae.  Ferd.  Rankii 
de  Corn.  JSejJotis  vita  et  scriptis  Coment.,  1827,  pág.  27);  Pom- 
ponio Mela,  lib.  III,  cap.  V,  §  8.°:  «Ultra  Caspium  sinum 
quidnam  esset,  ambiguum  aliquandiu  fuit:  idemne  Occeanus. 
■an  Tellus  infesta  f rigoribus,  sine  ambitu  ac  sine  fine  proiecta, 
Sed  prseter  Physicos  Homerumque,  qui  universum  orben  mari 
circumfusum  esc  dixerunt,  Cornelius  Nepos,  ut  recentior,  ita 
auctoritate  certior;  testem  autem  rei  Q.  Metellum  Celerem  ad- 
jicit,  eumque  ita  retulise  commemorat:  Cum  Gallisepro  consale 
praeesset.  Indos  quosdam  á  rege  Boiorum  (Botorum,  Bajtorum, 
Oetorum,  inepte  Lydorum,  Codd)  dono  sibi  datos;  unde  in  eas 
térras  devenissens,  requirendo  cogosse,  vi  'tempestatum  ex  In- 
dlcis  aequoribas  abreptos,  emensosque,  quae  intereraut,  tándem 
in  Germanise  litora  exiisse.»  (Véase  Eneas  Sylvio,  De  Asia, 
1551,  pág.  283;  Agosta,  lib.  I,  cap.  19.) 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  387, 

y  Plinio  repite,  que  siendo  procónsul  en  las  Galias  Mé- 
telo Céler,  recibió  como  regalo  del  Rey  de  los  Boii  ó  Baeti 
(el  nombre  es  incierto  y  Plinio  le  llama  Rey  de  los  sue- 
vos)^ algunos  indios  que,  arrastrados  fuera  del  mar  de  la 
India  por  las  tempestades,  llegaron  á  las  costas  de  Ger- 
mania.  Inútil  es  discutir  aquí  de  nuevo  si  este  Mételo 
Céler  es  el  mismo  que  fué  pretor  de  Roma  el  año  del 
consulado  de  Cicerón,  é  mme(^iatamente  después  de  éste, 
cónsul  con  L.  Afranio,  ó  si  el  Rey  germano  era  Ario- 
visto,  vencido  por  Julio  César.  Lo  que  está  fuera  de 
duda,  por  la  relación  de  ideas  que  conducen  á  Mela  á 
citar  el  hecho  tenido  por  cierto,  es  que  se  creía  entonces 
en  Roma  que  estos  hombres  morenos,  enviados  desde 
Germania  á  las  Galias,  llegaron  por  el  Océano  que  baña 
el  esto  y  el  norte  del  xVsia,  dando  la  vuelta  al  conti- 
nente por  más  allá  de  la  desembocadura  del  mar  Caspio. 
Esta  suposición  estaba  perfectamente  de  acuerdo  con 
las  ideas  geográficas  de  aquella  época,  es  decir,  con  las 
falsas  ideas  que,  desde  la  expedición  de  Alejandro,  se 
tenían  acerca  de  la  comunicación  del  Caspio  con  el 
Océano  septentrional,  ideas  que  desdichadamente  preva- 
lecían sobre  las  que  Herodoto  había  adquirido  en  Olbia 
y  en  las  orillas  del  Hypanis  (1). 


(1)  Las  nociones  adquiridas  por  Herodoto  en  las  comarcas 
próximas  á  la  extremidad  boreal  del  mar  Caspio,  y  confirmadas 
por  los  Scytas  y  otros  pueblos  nómadas  que  erraban  entre  la 
cordillera  meridional  del  Ural  y  la  desembocadura  del  Volga, 
eran  más  exactas  que  las  ilusiones  sistemáticas  que  prevalecían 
al  Sur  y  Sureste  del  Caspio  entre  los  compaiícros  de  Alejandro 
y  de  Patroclo,  el  almirante  de  Seleuco  Nicator  y  el  gobernador 
de  los  Cadusienos  en  tiempo  de  Anticco.  El  mismo  Aristóteles 
conserva  la  idea  {Mct.  I.  c.  14,  29;  li,  c.  I,  10)  del  aislamiento 
del  Caspio,  y  este  opinión  viene  en  apoyo,  como  ha  observado 


388  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

En  tiempo  de  Ptolomeo  era  aún  el  mar  Báltico  un 
mar  abierto  al  Este,  y  la  península  escandinava  una  isla 
que  no  impedía  navegar  hacia  el  Este,  á  partir  de  la  ex- 
tremidad del  Quersoneso  Cimbrico  y  de  la  isla  Scandia. 
«Estas  bocas  son,  según  Strabdn,  el  punto  más  septen- 
trional de  la  costa  que  se  extiende  desde  allí  hasta  la 
India  y  á  donde,  desde  este  país,  se  puede  llegar  por 
mar,  como  lo  atestigua  Patroclo,  que  mandó  en  aquellos 
parajes»  (ii,  pág.  74  Cas.).  En  otro  párrafo  (xi,  pá- 
gina 518)  habla  nuevamente  Strabón  de  esta  posibili- 
dad. «El  hecho,  dice,  de  que  algunos  navegantes  hayan 
ido  desde  la  India  á  la  Hyrcania  por  mar,  no  se  cree 
cierto,  pero  Patroclo  nos  asegura  que  es  posible.» 

Strabón,  que  por  lo  general  consultaba  poco  á  los  au- 
tores latinos,  no  tuvo  ninguna  noticia  del  supuesto  viaje 
de  los  negociantes  indios  conducidos  á  las  Galias.  Plinio,. 
que  con  frecuencia  cometía  inexactitudes  en  las  notas 
que  tomaba  casi  á  escape  (adnotabat  et  quidem  cursim, 
dice  su  sobrino),  convirtió  la  conjetura  de  Patroclo  en  un 
hecho  circunstanciado.  Según  dice,  toda  la  parte  del 
Océano  comprendida  entre  la  India  y  el  mar  Caspio 
(esto  es,  su  desembocadura)  fue'  explorada  por  los  mace- 
donios  durante  los  reinados  de  Seleuco  y  Antioco  (1). 


muy  bien  M.  de  Sante  Croix,  de  las  razones  que  se  tienen  para 
creer  que  Aristóteles  escribió  la  Meteorología  en  x\tenas,  antes 
de  ir  á  la  corte  de  Filipo  {Examen  erit.  des  liistoriens  d'Ale- 
xandre.,  pág.  703,  y  JUL.  LüD.  Idelee,  in  Arist.  Met.,  ix).  El 
pasaje  del  Pseudo  Aristóteles.  De  3Iundo,  c.  3,  no  puede  ser 
citado  en  contradicción  de  lo  dicho,  á  causa  de  la  compilación 
tardía  de  este  tratado,  posterior  á  la  expedición  de  Alejandro  á. 
la  India. 

(1)  Juxta  vero  ab  ortu  ex  Indico  mari,    sub  eodem  sidere 
pars  tota  vergens  in  Caspium  mare,  pernavigata  est  Macedo- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  389 

Siendo  el  objeto  de  toda  investigación  filológica  es- 
clarecer la  opinión  que  el  autor  ha  querido  enunciar,  es 
indudable  que  Pomponio  Mela  no  creyó  que  los  indios 
llegaron  á  la  costa  noroeste  de  Alemania  por  circunna- 
vegación del  Asia  oriental  y  boreal,  pues  dice:  Vi  tem- 
pestatum  ex  Indicis  cequoribus  ahrepti,  y  no  es  lícito  su- 
poner, como  lo  hacen  Huet  (1)  y  otros  comentadores, 
que  vinieran  por  el  Oxus,  el  mar  Caspio  y  el  Palus  Mseo- 
tide  al  mar  Báltico.  Estas  fabulosas  comunicaciones  del 
Caspio  con  el  Océano  boreal  y  con  el  Palus  M^eotides,  y 
del  Palus  con  el   Báltico  (2),  tenían  sin  duda  muchos 


num  armis,  Seleuco  et  Anthioco  regnantibus,  qui  et  Seleucida 
atque  Antiochida  ab  ipsis  appellari  voluere.  Circa  Caspium 
quoque  multa  Oceani  litora  explorata,  parvoque  brevius,  quam. 
totus,  hic  aut  illinc  septentrio  eremigatus  (Plinio,  II,  67).  En 
este  mismo  capitulo,  que  contiene  el  cuento  de  los  indios  arro- 
jados en  ía  costa  de  Germania,  se  hace  á  Cornelio  Nepote  con- 
temporáneo de  Eudoxio  de  Cyzico,  célebre  por  una  supuesta 
circunnavegación  de  África,  en  la  cual  conoció,  como  Pigafetta, 
nombres  de  lenguas  bárbaras  (StrabÓn,  ii,  pág.  99).  Ahora 
bien;  Cornelio  Nepote  nació  hacia  el  año  690  de  la  fundación 
de  Roma,  y  el  rey  Lathuro,  á  quien  Plinio  nombra,  murió  en  el 
año  673  (Ranke,  pág.  15).  Strabón,  según  Posidonio,  supone 
el  suceso  en  el  reinado  de  Evergetes  II  ó  Physcon,  muerto  el 
año  637  de  la  fundación  de  Roma  {Posidonii  Rhodii,  Bel,  co- 
llegit  Baile,  1810,  pág.  102). 

(1)  Hist.  du  Commerce  des  Anciens,  pág.  352. 

(2)  Plinio,  ii,  69  ;  Strabón,  xi  ,  pág.  509  Cas.  En  el  cu- 
rioso manuscrito  de  los  viajeros  árabes  de  los  siglo  ix  y  X,  pu- 
blicado primero  por  el  abate  Renaudot  y  examinado  después 
por  M.  de  Guignes,  padre,  hablase  también  «de  un  buque  de 
Siraph  en  el  golfo  Pérsico,  que  la  fuerza  de  las  corrientes  lo 
llevó,  dando  la  vuelta  al  Asia  oriental  ó  septentrional,  al  mar 
Caspio  (mar  de  Khozar)  y  desde  allí,  por  un  canal,  á  las  costas 
de  Siria»  {Notiee  des  Manusor.  du  Boi,  t.  i,  pág.  161).    Este 


390  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

partidarios  desde  las  eruditas  especulaciones  de  la  escuela 
de  Alejandría  acerca  del  viaje  de  los  argonautas ;  pero 
en  el  suceso  que  Cornelio  ííepote  refiere,  para  nada  se 
alude  á  las  líneas  hidrográficas  trazadas  al  través  de  los 
continentes. 

Siendo  conocido  que,  á  pesar  de  los  grandes  perfec- 
cionamientos de  la  navegación  moderna,  la  acumulación 
de  hielos  impide  navegar  por  el  estrecho  de  Behring  á  lo 
largo  de  las  islas  de  Nueva  Zembla,  se  ha  suscitado  la 
cuestión  de  saber  de  qué  raza  serían  los  hombres  de 
color  que  el  procónsul  Mételo  Céler  tomó  por  indios. 
Ya  en  la  primera  mitad  del  siglo  xvi  se  supuso  que  es- 
tos hombres  eran  pescadores  esquimales  del  Labrador  y 
de  Groenlandia  arrastrados  por  los  vientos  del  Oeste  á 
las  costas  británicas.  Esta  opinión  se  ha  atribuido  equi- 
vocadamente á  Malte  Brun  y  á  otros  geógrafos  moder- 
nos, pues  la  encuentro  expuesta  ya  por  Gomara,  que 
dice,  refiriéndose  á  los  indios  de  Qainto  Mételo  Céler: 
c(Si  ya  no  fuesen  de  Tierra  del  Labrador,  y  los  tuviesen 
(los  romanos)  por  indianos ,  engañados  (acerca  de  su 
verdadero  origen)  en  el  color.»  [Historia  de  las  Indias, 
folio  7.) 

Cornelio  Wytfliet,  en  sus  Noticias  sobre  el  Occidente 
ó  Adiciones  á  la  geografía  de  Ptolomeo,  emite  la  misma 
opinión  (1)  fundándose  en  las  fantasías  de  Paolo   Gio- 


mito  geográfico  recuerda  el  extraordinario  suceso  de  la  punta 
de  una  proa  que  Eudoxio  de  Cyzico  {Strahón ,  ii,  pág.  99)  en- 
contró en  la  costa  de  los  Etiopes,  y  que  se  decía  llegó ,  por  la 
fuerza  de  las  corrientes,  desde  el  río  Lixus  ó  de  Gades. 

(1)  Deser/jJtúmis  Ptulemaicce  Augmentum  sive  Occidentis 
Notitia.  Lovan,  1597,  pág.  190.  «Indos  quondamtempestatibus 
in.  Suevoram  et  GermanÍEe  litora  ejcctos  et    Quinto  Metello 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  391 

vio  (Paulus  Jovius),  conteDiporáneo  de  Colón  y  de  Ves- 
pucci,  quien  creía  que  el  sanguinario  culto  de  los  Bre-^ 
tones  y  de  los  Galos  fué  importado  por  colonos  del  Lar 
brador  y  de  Estotilanda. 


Celen  dono  datos,  non  ex  ultimis  Orientis  et  Occidentis  parti- 
bus,  uti  quibusdam  visum  eat,  sed  ex  hac  Laboratoris  et  Esto- 
landiae  aut  vicinis  tenis  venise  constanter  teneo,  mecumque 
sentient  quicumque  climatis  rationemexpenderit.»  Este  pasaje 
alude  también  á  otra  vaga  suposición  indicada  por  Wytfliet 
en  el  artículo  Quivira  y  Anián,  según  la  cual  los  Indios  de  Mé- 
telo Celer  pudieron  ser  acaso  verdaderos  Indios,  que  llegaron 
á  Europa  por  el  Noroeste,  pasando  por  los  estrechos  de  Anián 
y  del  Labrador  (pág.  170).  CcTtiviene  recordar,  con  tal  motivo, 
que  estos  dos  nombres  se  aplicaban  á  dos  distintos  estrechos^ 
creyéndose  que  había  comunicación  entre  ellos;  uno  es  nuestro 
estrecho  de  Behring,  y  el  otro  un  canal  que  se  suponía  á  lo 
largo  de  las  costas  eeptentrionales  de  América,  desde  los  es- 
trechos de  Davis  y  de  Frobisher  hasta  Bergi  Regio  y  Anianí 
Begnumy  según  la  nomenclatura  del  siglo  xvi.  Más  aún ;  en  la 
célebre  y  problemática  Memoria  de  Lorenzo  Ferrer  Maldo- 
nado,  de  1588,  dícese  que  el  estrecho  de  Labrador  no  termina 
hasta  los  75"  de  latitud,  y  «que  hay  790  leguas  desde  el  estrecho 
del  Labrador  al  de  Anián.»  El  nombre  de  este  último  estrecho 
encuéntrase  por  primera  vez  en  un  mapa  del  atlas  de  Ortelio 
de  1570,  y  aunque  Rivero  no  le  conoce  en  1529  (Sprengel,  en 
las  Adiciones  á  la  traducción  alemana  de  Muñoz,  Historia  del 
Nuevo  Mundo,  pág.  493) ,  no  prueba  esto  de  ningún  modo  que 
haya  sido  inventado  en  el  intervalo  de  1529  á  1570.  Por  otra 
parte,  su  posición  occidental  hace  improbable  que  Cortereal, 
en  su  viaje  á  la  embocadura  del  San  Lorenzo  y  al  Labrador, 
le  diera  en  1500  el  nombre  de  Anián  en  honor  de  dos  hermanos 
que  le  acompañaban,  como  supone  Forter  (^JVbrd.  Entd.  B.  III, 
capítulo  5,  §  1).  Hasta  hoy  nada  se  ha  encontrado  que  expli- 
que la  denominación  de  Anián.  El  nombre  de  Fretum  trium 
fratrum  que  emplea  Gemma  Frisius  (Haklüyt,  t.  iii,  pá- 
gina IG) ,  indica  vagamente  una  comunicación  del  Atlántico 
con  el  mar  del  Sur,  al  Norte  de  América,  y  si  Ani  (BARROW, 


392  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

El  descubrimiento  de  Ame'rica  y  la  necesidad,  por  de- 
cirlo así,  hebraica,  de  poblar  este  continente  por  el  Asia, 
hicieron  discutir  las  distintas  clases  de  comunicaciones 
que  pudieron  ser  favorecidas  por  las  corrientes  oceáni- 
cas y  por  los  vientos.  Pareció  sin  duda  poco  probable 
que  llegaran  esquimales  á  las  costas  de  Alemania,  y 
mientras  Yossio,  el  sabio  comentador  de  Mela,  creía  que 
los  indios  de  Cornelio  JN'epote  eran  Bretones  que  se 
pintaban  el  cuerpo,  otros  comentadores,  adoptando  la 
explicación  de  Gomara  y  de  Wytfliet,  sustituían  al  Sue- 
vorum  rex  un  príncipe  escandinavo  (1)  que  había  reco- 
gido los  náufragos  en  las  costas  de  Noruega. 

La  analogía  del  hecho  no  desmentido  de  la  llegada  de 
los  esquimales  á  las  islas  Orcades ,  hecho  que  antes  he 
mencionado,  esclarece  mucho  el  que  ahora  examinamos; 
y  teniendo  en  cuenta  los  numerosos  ejemplos  de  indivi- 
duos que  han  caído  en  manos  de  los  bárbaros,  siendo 
llevados  como  cautiros,  de  nación  en  nación,  muy  lejos 
del  lugar  del  naufragio,  sorprende  menos  que  fueran 
conducidos  á  las  Gallas  algunos  extranjeros,  pasando 
desde  las  Islas  Británicas  á  Batavia  y  á  Germania;  lo 
extraño  es  que  en  sucesos   semejantes  ó  de  igual  modo 


Yoyages  into  the  Polar  Regions,  pág.  45)  significa  en  japonés 
hermanos ,  no  causaría  extrañeza  ver  aplicado  al  estrecho  de 
Behring  un  nombre  asiático,  á  pesar  de  las  dudas  que  tan  gran 
distancia  de  navegación  para  los  japoneses  pueda  engendrar. 
¿Qué  crédito  merece,  en  tal  caso,  la  explicación  de  Fretuní 
triumfratrum^  fundada  en  las  desgracias  de  Gaspar  y  Miguel 
Cortereal  en  las  costas  orientales  del  Nuevo  Continente? 

(1)  Pontano   {Rerum  JDanicarum  Historia,  1631 ,  pág.  764) 
discutió  esta  opinión. 


DESCUBRIMIENTO  DE   AMÉRICA.  3^ 

enigmáticos,  ocurridos  en  la  Edad  Media,  se  hable  tam- 
bién de  las  costas  germánicas. 

Estos  acontecimientos  se  refieren  á  los  reinados  de 
los  Othones  y  de  Federico  Barbarroja,  y  son ,  por  tanto, 
de  los  siglos  X  y  xii. 

He  aquí  los  distintos  testimonios : 

«Nos  apud  Otlionem  legimus,  dice  el  Papa  Eneas 
Sylvio  en  su  gran  obra  geográfica  é  histórica  (cap.  ii, 
página  8),  sub  imperatoribus  teutonicis  indicam  navem 
et  negotiatores  Indos  in  Germánico  littore  fuisse  depre- 
hensos.» 

Se  lee  en  la  Historia  de  las  Indias  de  Gomara,  des- 
pués del  pasaje  en  el  que  designa  los  indios  de  Mételo 
Céler  como  esquimales  del  Labrador:  «Asegúrase  tam- 
bién que  en  tiempo  del  emperador  Federico  Barbarroja 
aportaron  á  Lubeck  algunos  indios  en  una  canoa  (1). 

Sir  Humphry  Gilbert,  después  de  discutir  prolija- 
mente en  cuatro  capítulos  el  pasaje  de  Cornelio  Nepote, 
añade:  «En  el  año  de  11 00  y  en  el  reinado  de  Federico 
Barbarroja,  llegaron  algunos  indios,  upan  the  coast  of 
Germanie  (2). 


(1)  GrOMARA,  fol.  VII.  HoRN.  {De  orig.  Amer.,  pág.  24)  re- 
pite el  hecho ,  pero  diciendo  llegaron  por  sí  mismos  á  Lubeck. 
«Similis  casus  in  temporibus  Frederici  BarbarossEe  narratur, 
Indos  scapha  Lubecam  appulise.» 

(2)  En  la  Memoria  acerca  de  la  posibidad  de  un  viaje  al  Ca- 
thay  por  el  Noroeste  (Hakluyt,  t.  iii,  pág.  17),  estaba  en  el 
interés  del  autor  probar  que  los  Indios  de  Mételo  Céler  vinie- 
ron por  el  Norte  de  América  rodeando  el  Promontorium  Corte- 
realis,  que  está  inmediato  al  Polissacus  fiuvius  (pág.  19).  Este 
mismo  razonamiento  fué ,  al  parecer ,  empleado  para  motivar 
el  proyecto  de  Sebastián  Cabot',  que,  según  Gomara  (fol.  xx), 
{(prometió  al  rey  Enrique  VII  ir  por  el  Norte  al  Cathay  y  al 


394  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 


Mucho  tiempo  he  perdido  en  vanas  inyestigaciones 
de  las  primeras  fuentes  de  estos  curiosos  sucesos.  ¿De 
dónde  supo  Gomara ,  historiador  generalmente  muy 
exacto,  que  los  indios  habían  sido  llevados  á  Lubeck? 
¿Lo  sabría  por  el  piloto  polaco  Juan  Scolmus,  de  quien 
antes  he  hablado,  que  en  Bergen  y  en  Dinamarca  pudo 
estar  en  relaciones  con  marinos  de  Lubeck?  ¿Cómo  es 
posible  que  los  continuadores  de  los  Anales  de  Othon 
de  Freising  y  el  franciscano  Ditmar,  autor  de  la  exce- 
lente Crónica  de  Lubeck  (1),  nada  supieran  de  estos 
supuestos  indios? 


país  de  las  especias»,  en  1498  {Mem.  qf.  Seh.  Cahot.,  pág,  87). 
«11  primo  motivo,  dice  el  cardenal  Zurla  {Viaggi,  t.  n,  pá- 
gina 281)  deducevano  dal  Cornelio  Nepote  é  parimente  del 
sapersi  che  á  tempi  di  Oí¿<?»<?,imperatore  fu  trasportatata  da- 
venti  nel  Mai'c  Germa7iico^naj  nave  de  Levante.» 

Ocasión  tendré  más  adelante,  al  hablar  del  mapa  de  una  edi- 
ción de  Ptolomeo  de  1508,  de  discutir  la  denominación  del  río 
Polisacus  (el  Pulisangha)  ó  río  de  Cambalu  en  China. 

A  causa  de  la  cita  de  los  Othones  y  de  Federico  Barbarioja 
he  examinado  cuidadosamente,  pero  sin  fruto,  la  célebre  cró- 
nica de  Ditmar,  conde  de  Walembek  {Cronogr.  Bitmari,  eiñs- 
copi  Ilersjmrgensis,  libri  viii,  Helmst,  1667,  páginas  17-83)  y 
la  Crónica  de  Othón  de  Freising,  continuada  por  Othón  de  San 
Blaise  y  el  canónigo  Eadevicus  (MURAT,  Scripv  llerum  Itah, 
tomo  VI,  páginas  610-736  y  742-758).  Á  ruego  mío  ha  exami- 
nado Mr.  Deecke  en  Lubeck,  y  también  infructuosamente,  la 
rarísima  edición  de  Othón  de  Freising,  impresa  conforme  á 
los  manuscritos  de  la  Biblioteca  de  Viena  en  1515.  ¿Quiso  ha- 
blar acaso  Eneas  Silvio  de  una  Crónica  de  Austria  del  obispo 
Freising,  que  no  ha  llegado  á  nosotros? 

(1)  GrAjSíTOFF.  Ckron.  des  Franciscaner-Lesemeisters  Dit- 
mar, 1829,  t.  I,  p.  XXIX,  4  y  413.  Ditmar  alcanza  en  su  Crónica 
hasta  1101;  Alberto  de  Banderwik  solamente  á  1298.  La  funda- 
ción de  la  ciudad  antigua  de  Lubeck ,  situada  á  orillas  del 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  395 


La  fecha  de  1160  es  además  dudosa,  porque  la  Cró- 
nica de  la  ciudad  de  Lubeck,  de  Juan  Eufus,  es  desde 
el  año  1106,  y  dice  que  en  esta  remota  época  habí^ 
muy  pocas  relaciones  entre  los  mares  del  Oeste  y  del 
Noi-te. 


riachuelo  de  Schwartow  (^Helmoldi  Chronica  Slavorum,  Lu- 
beck, 1139,  ]ib.  I,  cap.  20  y  57,  p.  61  y  137),  corresponde  á  la 
época  que  media  catre  los  años  795  y  823.  Los  Rugieaos  la  in- 
cendiaron y  destruyeron  en  1139,  y  este  suceso  ocasionó  la  fun- 
dación Je  la  nuera  ciudad  de  Lubeck  en  1140.  No  habían 
transcurrido  veinte  años  desde  su  reedificación  en  la  época  en 
que,  según  dice  Gomara,  llevaron  allí  los  indios.  Como  esta 
ciudad  nueva  fué  también  destruida  completamente  por  un 
incendio  en  1157  (Grantofp,  t.  ii,  p.  581),  la  suposición  de 
que  fueran  conducidos  á  esta  ciudad  comercial  para  mostrarlos 
al  pueblo,  náufragos  llegados  de  las  costas  de  Escocia  ó  No- 
ruega, no  me  parece  probable,  porque  hasta  repugna  á  las  cos- 
tumbres de  aquellos  tiempos.  El  silencio  de  Helaaod,  que  era 
curíi,  de  una  aldea  á  orillas  del  lago  de  Ploen  en  el  Holstein,  es 
tanto  más  importante  cuanto  que  en  1164  vivía  aún,  como  sn 
propia  Crónica  lo  indica  claramente  (cap.  94,  p.  213). 

Consulté  aun  sabio,  profundamente  versado  en  la  historia  de 
estas  comarcas  y  que  habita  en  el  mismo  Lubeck,  Mr.  Deecke, 
y  he  recibido  confirmación  de  las  dudas  que  acabo  de  exponer. 
«Examinando  de  nuevo  todas  nuestras  Crónicas,  me  escribió 
Mr.  Deecke  en  Enero  de  1835,  nada  encuentro,  absolutamente 
nada,  que  permita  adivinar  lo  que  ha  dado  motivo  á  las  extra- 
ñas noticias  adquiridas  por  Eneas  Silvio,  Gomara  y  Sir  Hum- 
phry  Gilbert,  cuyas  investigaciones  sobre  el  paso  del  Noroeste 
nos  ha  conservado  Hakluyt.  Debo,  sin  embargo,  deciros  que  en 
la  ca'?a  donde  se  reunía  el  gremio  de  los  marinos  {Scliifferge' 
sellsehaft  de  Lubeck),  se  conserva  una  canoa  groenlandesa  con 
una  figura  de  madera,  representando  un  esquimal,  figura  que 
estuvo  antes  cubierta  con  el  traje  propio  de  los  esquimales.  La 
canoa  ha  sido  recompuesta  muchas  veces,  y  su  inscripción  más 
antignia  es  de  1607,  pero  segi'm  una  tradición  muy  vaga,  debió 
capturar  un  barco  de  Lubeck  á  estepescador  esquimal  en  los  ma- 


-396  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Estos  esquimales-indios  no  naufragarían  en  las  cos- 
tas de  Frisia,  sino  que,  durante- las  grandes  tempestades 
y  las  irrupciones  del  mar  ocurridas  en  1150  y  1164,  al- 
gún barco  de  Lubeck  los  encontró  cerca  de  las  costas  de 
Europa  y  los  capturó ,  como  fue'  capturado  el  barco  es- 
quimal de  que  habla  el  canienal  Bembo. 

Al  reunir  y  examinar  bajo  un  punto  de  vista  general 
las  pruebas  de  estas  comunicaciones  remotas  favorecidas 
por  el  acaso,  elévanse  las  ideas,  viendo  cómo  los  movi- 
mientos del  Océano  y  de  la  atmósfera  han  podido  con- 
tribuir, desde  las  épocas  más  lejanas,  á  esparcir  las  di- 
ferentes razas  humanas  en  la  superficie  del  globo.  Com- 
préndese, como  lo  comprendió  Co\6n(Vida  del  Almirante^ 
cap.  vil  i),  cómo  pudo  revelarse  un  continente  al  otro. 


res  del  Oeste  hace  trescientos  años.  Las  relaciones  comerciales 
de  Lubeck  con  las  regiones  del  Oeste  y  del  Noroeste  datan  de 
mediados  del  siglo  xiii.  Acaso  Gilbert  quiso  decir  en  el  reinado 
de  Federico  IIL  No  entiendo,  como  vos  no  entendéis,  lo  que 
significan  las  palabras  del  papa  Eneas  Silvio:  Nos  apud  Otlio- 
nem  legimus;  ni  la  cita  de  Gilbert:  Otlion  in  the  storie  of  the 
Gothes  afjirmeth.  No  ha  existido  ningún  Othón  que  escribiera 
una  historia  de  los  Godos,  y  entre  los  historiadores  de  este 
pueblo,  que  por  largo  tiempo  y  cuidadosamente  he  estudiado, 
no  hay  rastro  de  ningún  suceso  parecido.» 

En  muchas  ciudades  marítimas  se  conservan  canoas  groen- 
landesas ,  y  esta  conservación  no  prueba  nada  por  sí  misma, 
como  sucede  con  el  cocodrilo  queme  enseñaron  colgado  en  una 
capilla  de  los  alrededores  de  Verona ,  y  que ,  según  la  tradición 
popular,  vino  derechamente  al  Brenta  desde  la  desembocadura 
del  Nilo.))  La  historia  de  la  canoa  de  Lubeck,  según  los  indicios 
dados  por  los  autores  que  acabo  de  citar,  podría  referirse  muy 
bien  á  la  captura  de  un  pescador  esquimal  arrastrado  por  al- 
guna tempestad  lejos  de  las  costas  de  su  patria. 

FIN    DEL    TOMO    I. 


ÍNDICE 


Páginas  ► 

Prólogo 1 

Introducción 14 

Causas  qoe  prepararox  y  prot^üjeron  el 
descubrimiento  del   nuevo  mundo! 

I. — Lo  que  se  proponía  Colón  en  sus  viajes  de 

descubrimiento 21 

II. — Progreso  de  las  ideas  cosmográficas  antes 

de  Cotón. 34 

III. — Ideas  cosmográficas  de  Colón  j  causas  que 

le  impulsaban  al  descubrimiento  de  las  Indias.  59 

IV. — Opiniones  de  los  antiguos  sobre  la  geogra- 
fía física  del  globo  y  manera  de  figurarla 83 

V. — Influencia  de  Pablo  Toscanelli  en  los  pro- 
yectos de  Cristóbal  Colón 93 

VI.— Cristóbal  Colón  y  Martín  Behaim 126 

VII. — Martín  Behaim  y  Magallanes 156 

VIII. — Primeros    descubrimientos   en    la  costa 

Oriental  de   Ame'rica 165 

IX. — Influencia  de  la  configuración  de  África  en 
las  ideas  sobre  la  que  debía  tener  América. . .        176 

X. —  Las  expediciones  clandestinas 197 

XI. — Motivos  que  impulsaban  al  descubrimiento 

de  América  á  fines  del  siglo  xv 219 


398  ÍNDICE. 


Páginas. 

XII. — Consideraciones  sobre  la  geografía  física 
del  globo  terrestre  y  sobre  las  comunicaciones 
con  América  antes  de  descubrirla  Cristóbal 
Colón 234 

XIII. — Viajes   de  los   escandinavos   al  IsTueyo 

Mundo  en  los  siglos  xi  y  xii 257 

XIV. — Colón  no  supo  los  viajes  de  los  escandi- 
navos á  la  América  septentrional 272 

XV. — Estado  social  de  América  antes  del  des- 
cubrimiento        288 

XVI. — Viajes  de  los  árabes  almagrurinos ;  de 
Madoc ;  de  los  hermanos  Vivaldi ;  de  Gonzalo 
Velho  Cabral,  j  de  Juan  Szkolny , . . . .        295 

XVII.^La  cosmografía  en  la  Edad  Media. . . .        310 

XVIII.— -La  isla  de  San  Brandón 316 

XIX. — La  Antillia  y  la  isla  de  las  Siete  Ciu- 
dades        324 

XX. — La  isla  Bracie  (Berzil). — La  estatua  de 
las  Azores. — Las  monedas  halladas  en  la  isla 
Corvo. — El  monumento  de  la  isla  de  San  Mi- 
guel        353 

XXL — Probables  comunicaciones  entre  ambos 
mundos ,  á  causa  de  las  corrientes  atmosféricas 
y  oceánicas 376 


pCTI  IDKI      riDrí  II  ATinN  nFPARTMENT 

7       RETURN  TO  the  circulation  desk  of  any 
University  of  California  Library 

or  to  the 

NORTHERN  REGIONAL  LIBRARY  FACILITY 
BIdg.  400,  Richmond  Field  Station 
University  of  California 
Richmond,  CA  94804-4698 


ALL  BOOKS  MAY  BE  RECALLED  AFTER  7  DAYS 

•  2-month  loans  may  be  renewed  by  calling 
(510)642-6753 

•  1-year  loans  may  be  recharged  by  bringing 
books  to  NRLF 

•  Renewais  and  recharges  may  be  made 
4  days  prior  to  due  date 

DUE  AS  STAMPED  BELOW 


MAR  O  2  2004 


DD20  15M  4-02 

LD  'Jl-20i»-6,'£ 


U.C.  BERKELEY  LIBRARIES 


003^563355 


339461 


UNIVERSITY  OF  CAUFORNIA  LIBRARY 


-í'.'-