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Full text of "Cristóbal Colón y el descubrimiento de América : historia de la geografía del nuevo continente y de los progresos de la astronomía náutica en los siglos XV y XVI"

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Gninr  of 

JoCoCEISIRIIAH 


* 


CRISTÓBAL  COLÓN 

Y 

EL  DESCUBRIMIENTO  DE  AMÉRICA 


BIBLIOTECA     CLASICA 

TOMO    CLXV 


CRISTÓBAL  COLÓN 


EL  ÜEOTRl 


HISTORIA 

DE  LA   GEOGRAFÍA   DEL    NUEVO   CONTINENTE 

Y  DE  LOS  PEOGRESOS  DE   LA  ASTRONOMÍA  NÁUTICA 

EN   LOS  SIGLOS  XV  Y  XVI 

OBRA  ESCRITA  EN  FRANCÉS 

POR 

ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT 

TRADUCIDA   AL    CASTELLANO 
POR 

a  LUÍS  NAVARRO  Y  CALVO 


TOMO  \f 


MADRID 

librería  de  la  VIUDA  DE  HERNANDO  Y  C.« 
calle  del  Arenal,  núm.  11 

1892 


t^ 


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V\2 


Ü-CCIBEJAN 


SOTABLECIMIKNTO  HPCGRIpiCO  dSTJCESOKES  DB_RIVADKNEYRAJ>j 

Paseo  de  San  Vicente,  20. 


HECHOS  RELATIVOS  Á  CRISTÓBAL  COLÓN. 


I. 

Condiciones  personales  de  Cristóbal  Colón. 

Lo  que  más  halaga  é  instruye  en  la  historia  filosófica 
de  los  descubrimientos  y  en  la  exposición  de  las  sutiles 
correlaciones  que  no  advierten  las  inteligencias  vulgares, 
es  seguir  la  marcha  de  los  inventores.  La  exactitud  de 
esta  idea,  expresada  por  un  sabio  cuyos  brillantes  des- 
cubrimientos en  las  ciencias  físicas  le  dieron  justa 
fama  (1),  compréndese  especialmente  al  recorrer  la  his- 
toria de  la  Geografía. 

En  las  precedentes  páginas  he  intentado  profundizar 
algunos  de  los  antiguos  misterios  de  la  cosmografía  mí- 
tica. Hemos  visto  que  la  Edad  Media  fundaba  sus  espe- 
ranzas del  éxito  do  empresas  marítimas  en  estas  creen- 


"    (1)  Aragó,  Moge  de  Yolta  {Mém.  de  la  Aead.  dea  Sciences, 
tomo  XII,  pág.  96) . 


3394G2 


ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 


cias,  de  las  cuales  las  más  generalizadas  situaban  las 
tierras  desconocidas  al  Occidente  del  Atlántico  j  del 
Mar  Cronieno. 

Desde  Colasus  de  Samos,  el  primer  griego  que,  si- 
guiendo las  huellas  de  los  fenicios,  pasó  más  allá  de  las 
columnas  de  Briareo  ó  de  Hércules,  hasta  la  era  del 
infante  D.  Enrique  y  de  Cristóbal  Colón ,  la  serie  de  los 
descubrimientos  hacia  el  Oeste  fué  progresiva  y  por 
largo  tiempo  continua. 

En  la  historia  déla  Geografía  todos  los  hechos  apare- 
cen íntimamente  relacionados  entre  sí;  y  bajo  este  punto 
de  vista  los  descubrimientos  del  siglo  xv  presé ntanse 
frecuentemente  á  nuestra  imaginación  como  reminiscen- 
cias de  las  edades  anteriores.  Si  la  segunda  mitad  de 
dicho  siglo  es  una  de  las  épocas  más  memorables  de  la 
vida  de  los  pueblos  occidentales,  débese  á  la  conexión 
que  se  observa  en  los  esfuerzos,  sistemáticamente  dirigi- 
dos al  mismo  objeto. 

Un  historiador  sagaz  descubre ,  en  la  larga  serie  de- 
generaciones que  se  renuevan,  el  rastro  de  ciertas  ten- 
dencias comunes  á  los  habitantes  del  litoral  mediterrá- 
neo, y  podría  decirse  que,  desde  los  tiempos  más  remo- 
tos, tuvieron  la  mirada  fija  en  el  estrecho  por  donde  la 
cuenca  de  este  mar  comunica  con  el  Río  Océano.  El  hori- 
zonte huye  progresivamente,  al  parecer,  ante  la  intrepi- 
dez de  los  navegantes.  Limitado  al  principio  delante  de 
la  Pequeña  Syrte,  retrocede  poco  á  poco  hacia  Tartessus 
y  las  islas  Afortunadas.  En  la  Edad  Media  esa  misma 
costa  de  Tartessus,  el  Potosí  del  antiguo  mundo  semí- 
tico ó  fenicio ,  conviértese  en  punto  de  partida  para  el 
descubrimiento  de  América ;  como  gérmenes  cuyo  cre- 
cimiento se  sofoca  ó  retarda  largo  tiempo,  y  que  dé 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA. 


pronto  se  desarrollan  por  virtud  de  un  conjunto  de  cir- 
cunstancias extraordinarias. 

Muchas  veces  no  es  este  concurso  en  manera  alguna 
accidental.  Los  hechos  que  en  determinadas  épocas  de  la 
historia  nos  revelan  inesperado  engrandecimiento  del  po- 
der del  género  humano ,  son  producto ,  como  en  la  natu- 
raleza orgánica,  de  una  acción  lenta  y  casi  siempre  de 
difícil  comprensión.  Aparece  un  mundo  nuevo,  se  des- 
cubre un  nuevo  camino  á  la  India ,  al  llegar  el  término 
del  plazo  durante  el  cual  preparan  estos  grandes  sucesos 
algunas  de  las  causas  generales  que  influyen  simultá- 
neamente en  los  destinos  de  los  pueblos. 

Los  descubrimientos  marítimos  del  siglo  xv  débense 
al  movimiento  impreso  á  la  sociedad  por  el  contacto  de 
las  civilizaciones  árabe  y  cristiana;  débense  al  adelanto 
del  arte  naval,  fecundado  por  las  ciencias;  á  las  necesi- 
dades siempre  crecientes  de  los  productos  del  mundo 
oriental;  á  la  experiencia  que  adquirieron  los  marinos 
en  lejanas  expediciones  comerciales  ó  de  pesca ;  al  im- 
pulso, en  fin,  del  genio  de  algunos  hombres  instruidos, 
audaces  y  pacientes. 

Esta  triple  cualidad  de  instrucción ,  audacia  y  prolon- 
gada paciencia,  debemos  encontrarla  especialmente  en 
Cristóbal  Colón. 

Al  principio  de  una  nueva  era,  en  el  límite  incierto 
en  que  se  confunden  la  Edad  Media  y  los  tiempos  mo- 
dernos, esta  gran  figura  domina  el  siglo  del  cual  recibió 
el  impulso  y  al  cual,  á  su  vez,  dio  nueva  vida.  El  des- 
cubrimiento de  América  fué  sin  duda  imprevisto.  Colón 
no  buscaba  el  continente  que  las  conjeturas  de  Strabón 
situaban  entre  las  costas  de  la  Iberia  y  del  Asia  orien^ 
tal,  en  el  paralelo  de  la  isla  de  Rodas,   precisamente 


ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 


donde  el  antiguo  mundo  tiene  más  desarrollo ,  es  decir, 
mayor  extensión.  Murió  sin  saber  lo  que  había  descu- 
bierto ,  persuadido  de  que  la  costa  de  Veragua  formaba 
parte  del  Catai  j  de  la  provincia  de  Mango  (1)  y  de  que 
la  gran  isla  de  Cuba  era  «una  tierra  firme  del  principio 
de  las  Indias  (2),  desde  donde  se  podía  volver  á  España 
sin  atravesar  mares  (por  consecuencia,  siguiendo  el  ca- 
mino de  Este  á  Oeste).»  . 

Al  surcar  Colón  un  mar  desconocido  pidiendo  á  los 
astros  la  dirección  de  la  ruta  por  medio  del  empleo  del 
astrolabio  recientemente  inventado,  buscaba  el  Asia  por 
la  vía  del  Oeste  conforme  á  un  plan  preconcebido ,  no 
como  aventurero  que  fía  su  suerte  al  acaso.  Su  éxito  fué 
una  conquista  de  la  reflexión,  y  bajo  este  punto  de  vista 
Colón  se  encuentra  muy  por  encima  de  los  navegantes 


(1)  Carta  de  Colón  fechada  en  Jamaica  el  7  de  Julio  de  1503, 
diez  y  seis  meses  antes  de  su  vuelta  á  España.  Desde  su  re- 
greso hasta  su  muerte  (20  de  Mayo  de  1506)  Colón  no  volvió  á 
navegar,  y  nada  ocurrió  que  pudiera  inducirle  á  cambiar  de 
opinión  sobre  la  naturaleza  de  su  descubrimiento. 

(2)  Fernán  Pérez  de  Oliva,  escribano  jyúhlic o  de  la  ciudad  de 
Isabela  (de  Haíti),  recibió  orden  del  Almirante,  el  12  de  Julio 
de  1494,  de  trasladarse  á  bordo  de  cada  una  de  las  tres  carabe- 
las del  segundo  viaje  del  descubrimiento,  «é  requiriese  al  Maes- 
tre é  compaña,  é  toda  otra  gente  que  en  ellas  son  públicamente, 
que  dijesen  si  tenían  dubda  alguna  que  esta  tierra  (de  Juana 
ó  Cuba)  no  fuese  la  tierra  firme ,  al  comienzo  de  las  Indias  y 

jin  á  qiiien  en  estas  partes  quisiere  venir  de  España  por  tie- 
rra; é  que  si  alguna  dubda  ó  sabiduría  dello  toviesen  que  les 
rogaba  que  lo  dijesen,  porque  luego  les  quitaría  la  dubda  y  les 
faria  ver  que  esto  es  cierto  y  qnés  la  tierra  firme.  Este  párrafo 
notabilísimo,  de  que  hablaré  más  adelante,  está  en  un  docu- 
mento conservado  en  los  archivos  de  Sevilla  (NA varéete, 
Docum.  núm.  76,  t .  li,  pág.  145). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA. 


que  acometieron  la  empresa  de  doblar  el  cabo  de  la  ex- 
tremidad de  África,  siguiendo,  por  decirlo  así,  los  con- 
tornos de  un  continente  de  forma  piramidal,  cuyas  cos- 
tas orientales  visitaban  los  árabes.  Sin  embargo,  no 
todos  los  datos  de  geografía  física  en  que  se  fundaba  lo 
que  acabo  de  llamar  una  conquista  de  la  reflexión  eran 
igualmente  exactos.  El  Almirante  no  sólo  estrechaba  el 
Atlántico  y  la  extensión  de  todos  los  mares  que  cubren 
la  superficie  del  globo,  sino  reducía  tambie'n  las  dimen- 
siones del  mismo  globo.  aEl  mundo  es  poco;  digo  que  el 
mundo  no  es  tan  grande  como  dice  el  vulgo. y) 

La  gloria  de  Colón,  como  la  de  todos  los  hombres 
extraordinarios  que  por  sus  escritos  ó  sus  actos  han 
agrandado  la  esfera  de  la  inteligencia,  tanto  se  basa  en 
las  condiciones  de  talento  y  en  la  fuerza  del  carácter 
cuyo  impulso  realiza  el  e'xito,  como  en  la  poderosa  in- 
fluencia que  han  ejercido,  casi  siempre  sin  saberlo,  en 
los  destinos  del  género  humano.  Es  indudable  que  en 
el  mundo  intelectual  y  moral  los  pensamientos  creadores 
lian  dado  casi  siempre  inesperado  movimiento  á  la  mar- 
cha de  la  civilización  :  al  esclarecer  súbitamente  la  inte- 
ligencia, la  hacen  más  atrevida;  pero  sus  mayores  triun- 
fos han  sido  efecto  especialmente  de  la  acción  que  el 
hombre  logra  ejercer  sobre  el  mundo  físico;  efecto  de 
esos  descubrimientos  materiales  cuyos  prodigiosos  re- 
sultados sorprenden  más  los  ánimos  que  las  causas  que 
los  producen.  El  engrandecimiento  del  imperio  del  hom- 
bre sobre  el  mundo  material  ó  las  fuerzas  de  la  natura- 
leza, la  gloria  de  Cristóbal  Colón  y  de  James  Watt  ins- 
crita en  los  fastos  de  la  geografía  y  de  las  artes  indus- 
triales, presentan  un  problema  mucho  más  complejo  que 
las  conquistas  puramente  intelectuales,  que  el  poder  ere- 


10  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 


cíente  del  pensamiento  debido  á  Aristóteles  y  Platón,  á 
á  Newton  y  á  Leibnitz. 

Parecerá  temerario,  ó  al  menos  inútil,  añadir  algo  al 
cuadro  hecho  por  la  hábil  mano  de  Washington  Irving,. 
de  las  grandes  cualidades  y  debilidades  de  carácter  del 
marino  genove's.  Mr.  Irving  conoció  muy  bien  cuánta 
perjudica  al  elogio  la  exageración.  Por  mi  parte  com- 
pletaré el  retrato  dedicando  algunos  instantes  á  los  ras- 
gos individuales  del  héroe ,  y  señalando  especialmente  á 
la  admiración  de  los  sabios  el  espíritu  de  observación  y 
los  grandes  conceptos  de  geografía  física  que  revelan  los 
escritos  de  Colón. 

Por  la  índole  de  mis  propios  estudios,  sorprendióme 
un  mérito,  no  estimado  aún  en  su  verdadero  valor,  y 
que  contrasta  con  la  falta  de  ciencia  y  el  desorden  de 
ideas  que  los  citados  escritos  presentan  con  sobrada  fre- 
cuencia. El  carácter  de  los  grandes  hombres  lo  forman  á 
la  vez  la  poderosa  individualidad ,  que  los  eleva  sobre  el 
nivel  de  sus  contemporáneos ,  y  el  espíritu  general  de  su 
siglo,  representado  é  influido  por  ellos.  Su  fama  resiste 
á  cualquier  análisis  de  las  condiciones  que  les  dan  fiso- 
nomía propia,  rasgos  inefables. 

Sólo  vamos  á  examinar  lo  que  más  debe  admirarse  en 
Colón:  la  lucidez  casi  instintiva  de  su  espíritu  y  la  ele- 
vación y  el  temple  de  su  carácter.  El  vulgo  tiene  la  in- 
justa prevención  de  atribuir  los  éxitos  de  los  hombres 
que  se  han  ilustrado  por  actos  heroicos,  ó,  valiéndome 
de  una  frase  que  especialmente  caracteriza  la  individua- 
lidad de  Colón ,  por  la  realización  de  un  vasto  y  único 
proyecto ,  más  bien  á  la  energía  del  carácter  que  ejecuta 
que  al  pensamiento  que  concibe  y  prepara  la  acción.  Se- 
guramente las  facultades  intelectuales  de  Colón  merecen 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  11 


ser  tan  admiradas  como  la  energía  de  su  voluntad;  pero- 
al  destino  del  género  humano  corresponde,  sin  duda, 
ver  preferir  la  fuerza ,  y  aun  los  excesos  de  la  fuerza ,  á 
los  nobles  impulsos  del  pensamiento. 

Una  frase  de  Casas,  que  llama  á  Vespucci  (1)  elo- 
cuente y  latino ,  es  decir ,  sabio  y  dotado  de  elocuencia, 
ha  ocasionado  el  error  de  considerar  al  navegante  floren- 
tino mucho  más  instruido  que  Cristóbal  Colón.  Las  Re^ 
laciones  del  primero  no  fueron  primitivamente  escritas 
en  latín,  sino  traducidas  del  portugués  y  del  italiano;  y 
si  Vespucci  cita  á  veces  un  canto  de  Dante  (2),  en  cam- 
bio estas  Relaciones  escritas  en  estilo  enfático  y  llenas 
de  ridicula  afectación  no  prueban  que  supiera  más  que 
Colón,  en  quien  la  sagacidad  de  observación  aplicada 
á  los  fenómenos  físicos  era  extremada,  poseyendo  ade- 
más una  extensión  y  una  variedad  de  conocimientos  li* 
terarios  que,  si  no  eran  siempre  muy  exactos,  ni  tomados- 
de  los  autores  originales,  no  por  ello  causan  menos  ad- 
miración. 

El  impetuoso  ardimiento  de  su  carácter  le  hizo  dedi- 
carse á  la  vez  á  la  lectura  de  los  Padres  de  la  Iglesia,  de 
los  judíos  arabizantes,  de  los  escritos  místicos  de  Gerson 
y  de  las  obras  de  los  geógrafos  antiguos ,  consultando 


(1)  Vespucio  era  elocuente  y  latino  (Casas,  Historia  general 
de  las  Indias,  lib.  I.  cap,  140).  Esta  sinonimia  de  latinidad  j 
de  saber  se  ha  conservado  tanto  desde  la  Edad  Media  en  la 
lengua  española,  que  en  las  misiones  del  Orinoco  he  oído  con 
■frecuencia:  es  Indio  muy  latino,  para  designar  un  indígena  algo 
civilizado. 

(2)  Cujus  opinionis  (mare  esse  vacuum  et  sine  hominibus) 
ipse  Dantes,  poeta  noster,  fuit,  ubi  duodevigesimo  capite  de 
inferís  loquens,  Ulyssis  mortem  confingit.  (Quatuor  navigatio- 
num.  [ntrod,  in  fine.) 


12  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 


los  extractos  de  éstos  que  contienen  los  Orígenes  de  Isi- 
doro de  Sevilla,  y  la  Cosmografía  del  Cardenal  de  Ailly. 

Se  ha  investigado  minuciosamente  en  Italia  (1)  acu- 
diendo á  la  época  de  1460  á  1479,  quiénes,  de  treinta  j  siete 
proferores  de  matemáticas  y  física ,  tuvieron  la  suerte  de 
dirigir  los  estudios  de  Colón  durante  su  permanencia  en 
Pavía,  y  alguna  probabilidad  hay  de  que  fueran  Anto- 
nio de  Terzago  y  Esteban  de  Faenza  sus  maestros  de 
astronomía  náutica;  pero,  como  anteriormente  hemos 
dicho ,  el  gran  marino  rehizo ,  por  decirlo  así ,  sus  estu- 
dios mucho  tiempo  después,  durante  su  permanencia  en 
Lisboa.  Hombre  de  negocios  y  de  acción ,  como  lo  acre- 
dita su  correspondencia ;  ocupándose  tanto  de  su  gloria 
como  de  sus  intereses  pecuniarios;  conservando  en  sí, 
junto  á  tantos  cuidados  materiales  y  minuciosos  que 
«nfrían  el  alma  y  achican  el  carácter,  un  sentimiento  pro- 
fundo y  poético  de  la  majestad  de  la  naturaleza  (2),  Co- 
lón debía  estar  expuesto,  por  la  rapidez  y  variedad  de 
sus  lecturas,  á  cierto  desorden  de  ideas  que  bien  se  ad- 
TÍerte  en  sus  escritos. 

Antes  que  Pigafetta,  conoció  los  medios  de  encontrar 
la  longitud  por  la  ascensión  directa  de  los  astros,  y  en 
España  se  le  consideraba  (3),  desde  su  vuelta  del  primer 


(1)  Bossi,  Vita  di  Colombo,  pág.  73. 

(2)  Yéase  el  principio  de  la  carta  de  Colón  al  tesorero  Sán- 
chez (Na VARÉETE,  t.  I,  páginas  181-183) ;  el  Diario  del  primer 
viaje,  correspondiente  á  los  días  3,  14, 19,  25  y  27  de  Noviem- 
bre, 13,  20  y  21  de  Diciembre;  mis  Tahleaucc  de  la  nature  (se- 
gunda edición),  t,  i,  pág.  217,  y  la  Relation  historique,  t.  Iii, 
Imagina  473. 

•    (8)  Carta  de  D.  Jaime  Ferrer,  fechada  el  28  de  Febrero  de- 
1495. 


DESCDBRLMIENTO    DE   AMÉRICA.  1^ 

viaje  ,  como  gran  teórico  y  admirablemente  práctico,  ele- 
gido por  la  Divina  Providencia  para  descubrir  misterios 
impenetrables.  Pero  la  explicación  que  intenta  de  algunas 
erróneas  observaciones  de  la  polar ,  hechas  en  las  inme- 
diaciones de  las  islas  Azores,  sobre  los  pasos  superiores  ó 
inferiores  de  la  estrella,  y  su  hipótesis  de  la  figura  no 
esférica  é  irregular  de  la  tierra  que  está  hinchada  en  de- 
terminada parte  de  la  zona  ecuatorial,  hacia  la  costa  de 
Paria,  prueban  (1)  que  no  estaba  bien  enterado  de  las 


(1)  Tercer  viaje  de  Colón  (Na varéete,  t.  I,  pág.  255);  Vida 
del  Almirante,  capítulos  19  y  66;  en  Barcia,  Hist.,  t.  i ,  pági- 
nas 17  y  76,  y  Relation  Mstorique,  t.  i,  pág.  506.  «Yo  siempre 
leí  que  el  mundo,  tierra  y  agua  era  esférico,  y  las  autoridades 
y  expeiiencias  que  Tolomeo  y  todos  los  otros  escribieron  de 
este  sitio,  daban  é  amostraban  para  ello ,  así  que  eclipses  de  la 
luna  y  otras  demostraciones  (determinantes  de  la  figura)  que 
hacea  en  Oriente  fasta  Occidente,  como  de  la  elevación  del 
polo  de  Septentrión  en  Austro.  Agora  (al  llegar  á  cien  leguas  al 
Oeste  de  las  Azores) ,  vi  tanta  disformidad,  como  ya  dije,  y  por 
esto  me  puse  á  tener  esto  del  mundo,  y  fallé  que  no  era  re- 
dondo en  la  forma  que  escriben,  salvo  que  es  de  la  forma  de 
una  pera  que  sea  toda  muy  redonda,  salvo  allí  donde  tiene  el 
pezón  que  allí  tiene  más  alto,  ó  como  quien  tiene  una  polota 
muy  redonda  y  en  un  lugar  de  ella  fuese  como  una  teta  de  mu- 
jer allí  puesta,  y  que  esta  parte  de  este  pezón  sea  la  más  alta 
y  más  propinca  al  cielo  (á  la  bóveda  celeste) ,  y  sea  debajo  la 
línea  equinocial  y  en  esta  mar  océana  en  ñn  del  Oriente;  llamo 
yo  fin  de  Oriente  á  donde  acaba  (el  Este  de  Asia)  toda  la  tierra 
é  islas,  é  para  esto  allego  todas  las  razones  (astronómicas)  so- 
breescriptag  de  la  raya  (el  meridiano)  que  pasa  al  Occidente 
de  las  islas  de  los  Azores,  cien  leguas  del  Septentrión  en  Aus- 
tro, que  en  pasando  de  allí  al  Poniente  ya  van  los  navios  alzán- 
dose hacia  el  cielo  suavemente,  y  entonces  se  goza  de  más  suave 
temperancia  y  se  muda  el  aguja  del  marear,  por  causa  de  la 
suavidad  desa  cuarta  de  viento ,  y  cuanto  más  va  adelante  (al 
Oeste)  é  alzándose  más,  nuruestea,  y  esta  altura  causa  el  desva- 


14  ALEJANDRO    DE    HOMBOLDT. 

primeras  nociones  geométricas ,  muy  vulgarizadas  en 
Italia,  como  es  sabido,  á  fines  del  siglo  xv.  Deseoso 
siempre  Colón  de  acelerar  la  ejecución  de  sus  proyec- 
tos ,  y  ocupándole  constantemente  lo  positivo  de  la  vida, 
no  estaba  familiarizado ,  como  sucede  á  la  gran  masa  de 
los  marinos  de  nuestros  días ,  sino  con  la  práctica  de  los 


riar  del  círculo  que  escribe  la  estrella  del  Norte  con  las  guar- 
das (las  estrellas  p  y  y  de  la  Osa  menor) ,  y  cuanto  más  pasase 
junto  con  la  línea  equinocial,  más  se  subirán  en  alto  y  más  di- 
ferencia habrá  en  las  dichas  estrellas  y  en  los  círculos  dellas 
(alrededor  del  polo).  Ptolomeo  y  los  otros  sabios  que  escribie- 
ron de  este  mundo,  creyeron  que  era  esférico,  creyendo  que 
este  emisferio  que  fuese  redondo  como  aquel  de  allá  donde  ellos 
estaban,  el  cual  tiene  el  centro  en  la  isla  de  Arin ,  que  es  de- 
bajo de  la  línea  equinocial ,  entre  el  sino  Arábico  y  aquel  de 
Persia,  y  el  círculo  pasa  sobre  el  cabo  de  San  Vicente  en  Por- 
tugal por  el  Poniente  y  pasa  en  Oriente  por  Cangara  (Cati- 
gara?)  y  por  las  Seras,  en  el  cual  emisferio  no  hago  yo  que  hay 
ninguna  dificultad,  salvo  que  sea  esférico  redondo  como  ellos 
dicen;  mas  este  otro  digo  que  es  como  serla  la  mitad  de  la  pera 
bien  redonda,  la  cual  toviese  el  pezón  alto  como  yo  dije,  é 

como  una  teta  de  muger »  Al  reproducir  literalmente  una 

parte  de  esta  verbosa  disertación  del  Almirante ,  he  puesto  en- 
tre paréntesis  lo  que  puede  facilitar  la  inteligencia  del  texto. 
Como  los  razonamientos  científicos  en  la  Edad  Media  debían 
fundarse  siempre  en  algún  texto  del  Stagirita,  Colón  añade 
que  éste  creyó  las  tierras  que  están  vecinas  del  Polo  antartico, 
«la  más  alta  parte  del  mundo  y  más  propincua  al  cielo;  pero  la 
hinchazón  del  mundo  no  está  más  que  enesta  parte  debajo  de 
la  línea  equinocial ;  y  ayuda  mucho  esto  que  sea  asi  porque  el 
Sol,  cuando  nuestro  Señor  lo  hizo,  fué  en  el  primer  punto  de 
Oriente,  ó  la  primera  luz  fué  aquí  en  Oriente.»  No  necesito  aña- 
dir que  este  primer  punto  del  Oriente,  sitio  del  Paraíso  terre- 
nal, donde  nacen  los  grandes  ríos,  es,  según  Colón,  la  extremi- 
dad oriental  de  Asia ,  y  era  la  costa  de  Paria  próxima  al  delta 
del  Orinoco. 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉRICA.  15 

métodos  de  observación;  sin  estudiar  suficientemente  las 
bases  en  que  estos  métodos  se  fundan  (1). 

Lo  que  más  caracteriza  á  Colón  es  la  penetración  y 
extraordinaria  sagacidad  con  que  se  hacía  cargo  de  los 
fenómemos  del  mundo  exterior,  y  tan  notable  es  como 
observador  de  la  naturaleza  que  como  intrépido  nave- 
gante. Al  llegar  á  un  mundo  nuevo  y  bajo  un  nuevo 
cielo  (cometí  viaje  nuevo  al  nuevo  cielo  y  mundo ,  escribe 
al  ama  del  infante  D.  Juan,  en  Noviembre  de  1500), 
nada  se  oculta  á  su  sagacidad ,  ni  la  configuración  de  las 
tierras ,  ni  el  aspecto  de  la  vegetación ,  ni  las  costumbres 
de  los  animales,  ni  la  distribución  del  calor  según  la  in- 
fluencia de  la  longitud,  ni  las  corrientes  pelágicas,  ni 
las  variaciones  del  magnetismo  terrestre.  Buscando  con 
empeño  las  especias  de  la  India,  y  el  ruibarbo  (2),  que 


(1)  Sorprenderá  sin  duda  saber  que  á  uno  de  los  competido- 
res de  la  gloria  de  Cristóbal  Colón,  Sebastián  Cabot,  el  pri- 
mero que  descubrió  la  parte  continental  de  América  y  que 
penetró  audazmente  en  los  mares  del  Norte ,  se  le  acusó  de  ser 
más  bien  gran  cosmógrafo  (teórico)  que  hábil  marino.  (He- 
rrera, Dec.  I,  lib.  X,  cap.  i.) 

(2)  ((Ofresco  lo  mismo  de  ruibarbo  y  de  infinitos  géneros  de 
aromas,  que  estoy  ya  persuadido  han  hallado  y  hallarán  toda- 
vía los  que  dejé  en  la  fortaleza»  (ia, población  de  Natividad  en 
Haiti).  Colón  en  su  carta  al  tesorero  Sánchez ,  14  de  Marzo  de 
1493  (Navabrete,  t.  I,  pág.  193).  üCreo  haber  encontrado  al- 
masiga  como  en  Grecia,  ruibarbo  j  canela.»  Colón  en  su  carta  á 
Luis  de  Santángel,  del  4  de  Marzo  de  1493  (Navabrete,  t,  i, 
página  173).  El  error  no  fué  de  Colón,  sino  de  Vicente  Yáfíez 
Pinzón ,  que  creyó  reconocer  el  ruibarbo  de  Asia  en  la  isla 
Amiga,  hoy  Isla  de  las  Ratas  (Colón,  Diario  del  primer  viaje, 
30  de  Diciembre  de  1492  y  1.'  de  Enero  de  1493) ,  y  se  envió 
una  barca  á  la  costa  para  coger  el  «que  sirviera  de  muestra  (en 
Barcelona)  á  los  Reyes». 


16  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

tanto  celebraban  los  médicos  árabes,  Rubriquis  y  lo& 
viajeros  italianos,  examina  minuciosamente  los  frutos  y 
las  hojas  de  las  plantas.  En  las  coniferas  distingue  lo& 
verdaderos  pinos,  semejantes  á  los  de  España,  de  los 

Rubriquis  fué  el  primero  que  dio  en  Occidente  las  primeras 
nociones  del  uso  del  ruibarbo  en  el  Cathaí.  Marco  Polo  encon- 
tró esta  raíz  en  la  montañosa  provincia  de  Succuir  (So-tcheu), 
de  donde  el  ruibarbo  en  el  siglo  xiil  se  distribuyó  por  el  mundo 
entero.  Se  ve  en  el  cuadro  de  las  mercancías  exportadas  por  las 
caravanas  del  interior  del  Asia,  cuadro  que  publicó  Balducci 
en  1335,  que  era  entonces  el  ruibarbo  un  objeto  importante  del 
comercio  del  Caspio  y  de  Alejandría.  Como  Colón  creía  estar 
en  las  tierras  del  gran  Khan,  buscaba  con  empeño  las  drogas 
que  las  factorías  de  los  písanos  y  de  los  genoveses  en  Crimea, 
Siria  y  Egipto  enviaban  con  abundancia  al  Oeste  de  Europa. 
Especies  de  Rheum,  muy  distintas  entre  si,  producen  en  Asia 
el  verdadero  ruibarbo  de  las  farmacias.  El  Himal&ya  y  las  me- 
setas del  Nepaul  tienen  el  Rheum  Emodi,  Wall  y  el  Rheum 
spiciforme,  Roy  le;  la  Mogolla,  el  Rheum  palmatum;  el  Altai, 
el  Rheum  leucorhizum,  y  Persia,  el  Rheum  Ribes.  Los  médicos 
árabes  emplearon  el  ruibarbo  antes  que  los  médicos  cristianos 
de  Italia  y  de  España;  pero  imbuidos  en  los  escritos  de  Dioscó- 
rides  y  de  Plinio,  confundieron  siempre  el  Rha  ó  Rheon  de 
Dioscórides,  que  es  el  Rhacoma  de  Plinio  (xxvii,  12)  ó  Rhapon- 
ticum,  planta  astringente,  con  el  ruibarbo  de  la  Mogolla  {Sal- 
mos Extrc.  Plin.,  ed.  1619,  pág.  798).  Habiendo  recorrido  á  mi 
vuelta  de  Siberia  la  Rusia  meridional,  pude  convencerme  de 
que  no  existe  ninguna  especie  de  Rheum  entre  el  Samara,  el 
Wolga  y  el  Don,  en  el  sistema  hidrográfico  del  Rha ;  porque  el 
gran  rio  (Rha),  es  decir,  el  Wolga,  dio  el  nombre  al  Rliacoma 
de  Plinio,  que  Isidoro  de  Sevilla  llama  ya  Rheon  {Rheum)  lar- 
iaricum.  Un  pasaje  de  Edrisi  sobre  las  cualidades  medicinales 
del  za-ravand  de  Bégiaia  (el  Bugia  de  los  marinos  franceses), 
dio  ocasión  al  error  de  creer  que  en  las  vertientes  del  Atlas  ha- 
bía ruibarbo  parecido  al  de  Persia  (Haetmann.  África ,  pá- 
gina 220).  El  género  Rheum  falta  completamente,  según  pa- 
rece, en  América. 


DKSCDBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  17 

pinos  de  fruto  monocarpo,  lo  que  demuestra  que  cono- 
ció antes  que  L'Heritier  el  ge'nero  Podocarpus  (1).  El 
lujo  de  la  vegetación  y  la  abundancia  de  bejucos  le  im- 
piden distinguir  las  partes  que  pertenecen  al  mismo 
tronco ,  y  en  el  Diario  de  su  primer  viaje  diserta  larga- 
mente acerca  de  la  maravillosa  propiedad  de  los  árboles 
de  la  isla  Fernandina  (2),  de  producir  hojas  completa- 


(1)  Véase  mi  Relation  hütoHque,  t.  ni,  pág.  376.  Los  verda- 
deros pinos  (sin  duda  el  Pinus  occidentalis),  á  proposito  para 
palos  de  buques  y  «tan  elevados  que  apenas  se  veian  las  cimas», 
los  halló  Colón  en  la  costa  occidental  de  la  isla  de  Cuba,  cerca 
de  las  sierras  de  Moa.  También  vio  el  espectáculo  que  con  fre- 
cuencia me  llamó  la  atención  en  Méjico  de  la  mezcla  de  pinos 
y  de  palmeras,  cerca  de  Baracoa  {Diario  del  primer  viaje,  co- 
rrespondiente á  los  días  25  y  27  de  Noviembre  de  1492);  pero  en 
la  isla  de  Haiti ,  en  las  montarías  de  Cibao ,  descubrió  Colón 
con  sorpresa  pinos  sin  pinas.  «Abunda  la  tierra  áspera  del  Ci- 
bao (de  Civa,  piedra)  de  pinos  muy  altos  que  no  llevan  pinas» 
por  tal  orden  compuestos  por  naturaleza,  que  parecen  azeytu- 
nosdel  Axarafe  de  Sevilla»  (Hereera,  Déc.  i,  lib.  ii,  cap.  4, 
página  35).  Los  botánicos  reconocen  que  no  es  posible  caracte- 
rizar con  más  precisión  las  Coniferas  sin  pinas ,  la  sección  de 
las  Coniferas  de  frutos  solitarios  ó  simples ,  el  grupo  de  las  Ta' 
xineas  de  Richard  [Mem,  sur  les  Cycadées  et  les  Coniferes, 
1826,  pág.  6,  105  y  124). 

(2)  «Vide  muchos  árboles  que  tienen  un  ramito  de  una  ma- 
nera y  otro  de  otra,  y  tan  disforme,  que  es  la  mayor  maravilla 
del  mundo,  verbigracia :  un  ramo  tenía  las  fojas  á  manera  de 
cañas  y  otros  á  manera  de  lentisco;  y  así  un  solo  árbol  de  cinco 
ó  seis  maneras;  ni  éstos  son  enjeridos,  porque  se  pueda  decir 
que  el  enjerto  lo  hace,  antes  son  por  los  montes,  ni  cura  dellos 
esta  gente»  {Diario^  16  de  Octubre  de  1492).  Nada  pinta  mejor 
el  entretejido  de  las  plantas  parásitas  como  el  candido  trabajo 
que  emplea  el  observador  para  probar  que  la  mezcla  y  la  sal- 
vaje abundancia  de  las  hojas  y  de  las  flores  no  son  producto  de 
injertos  {TaUcaux  de  la  Nat.,  t.  ii,  pág.  51). 

TOMO  n.  2 


18  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

mente  distintas;  en  unas  ramas  hojas  como  de  cañas  y 
otras  como  de  lentiscos. 

Y  no  se  limita  á  la  observación  de  techos  aislados, 
que  también  los  combina  y  busca  su  mutua  relación, 
elevándose  algunas  veces  atrevidamente  al  descubri- 
miento de  las  leyes  ^nerales  que  reaccionan  el  mundo 
físico.  Esta  tendencia  á  generalizar  los  hechos  observa- 
dos, es  tanto  más  digna  de  atención  cuanto  que  antes 
del  fin  del  siglo  xv,  y  aun  me  atrevería  á  decir  que  casi 
antes  del  padre  Acosta ,  no  encontramos  otro  intento  de 
generalización. 

En  estas  disertaciones  de  geografía  física,  de  las 
cuales  voy  á  presentar  un  fragmento  muy  notable ,  no  se 
deja  guiar  el  gran  marino,  contra  su  costumbre,  por  las 
reminiscencias  de  la  filosofía  escolástica,  y  aplica  teo- 
rías suyas  á  lo  que  observa.  La  simultaneidad  de  fe- 
nómenos prueban,  á  su  juicio,  que  proceden  de  una 
misma  causa ,  y  para  evitar  la  sospecha  de  que  sustituyo 
á  las  nociones  de  Colón  ideas  de  la  física  moderna,  re- 
produciré literalmente  un  párrafo  de  su  carta  del  mes  de 
Octubre  de  1498 ,  fechada  en  Haiti:  «Cuando  yo  navegué 
de  España  á  las  Indias  fallo  luego,  pasando  cien  leguas 
á  Poniente  de  los  Azores ,  grandísimo  mudamiento  en  el 
cielo  e'  en  las  estrellas ,  y  en  la  temperancia  del  aire ,  y 
en  las  aguas  de  la  mar,  y  en  esto  he  tenido  mucha  dili- 
gencia en  la  experiencia.  Fallo  que  de  Septentrión  en 
Austro ,  pasando  las  dichas  cien  leguas  de  las  dichas  is- 
las, que  luego  en- las  agujas  de  marear,  que  fasta  en- 
tonces nordesteaban,  noruestean  una  cuarta  de  viento 
todo  entero  (1)  y  esto  es  en  allegando  allí  á  aquella 

(1)  Probablemente  el  cuarto  de  los  ocho  vientos  de  la  brú- 
jula ú  ir  1/4. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  19 

linea,  como  quien  traspone  una  cuesta,  y  asi  mesmo 
fallo  la  mar  toda  llena  de  yerba  de  una  calidad  que  pa- 
rece ramitas  de  pino  (1)  y  muy  cargada  de  fruta  como 
de  lentisco ,  y  es  tan  espesa ,  que  al  primer  viaje  creí  que 
era  bajo ,  y  que  daría  en  seco  con  los  navios ,  y  hasta 
llegar  con  esta  raya  no  se  falla  un  solo  ramito.  Fallo 
tambie'n  en  llegando  allí  (cien  leguas  al  Oeste  de  las 
Azores)  la  mar  muy  suave  y  llana  y  bien  que  vente  re- 
cio nunca  se  levanta. 

»Yo  allegué  agora  de  España  á  la  isla  de  la  Madera, 
y  de  allí  á  Canaria,  y  dende  á  las  islas  de  Cabo  Verde, 
de  adonde  cometí  el  viaje  para  navegar  al  Austro  fasta 
debajo  de  la  línea  equinocial,  como  ya  dije  (el  hijo  de 
Colón  dice  que  sólo  avanzó  hasta  el  5°  de  latitud  boreal.) 
Allegado  á  estar  en  derecho  con  el  paralelo  que  pasa  por 
la  Sierra  Leoa  (2)  en  Guinea,  fallo  tan  grande  ardor,  y 
los  rayos  del  sol  tan  calientes ,  que  pensaba  de  quemar» 


(1)  La  descripción  de  Colón  no  designa  el  Fucus  aMes  ma- 
rina, Gmelin,  que  es  una  Cystoseira  (Agardh).  A  causa  de  la 
localidad,  tiene  que  referirse  al  Fucus  natans  (Linneo) ,  mien- 
tras en  la  descripción  de  Scylax  de  Caryande  (HUDS.  Geogr. 
min.,  1. 1,  páginas  53  y  54)  creo  que  claramente  se, trata  del 
Fucus  saculeatus  (Linneo)  ó  Sporochnus  aculeatus  (Agardh), 
que  es  un  fucus  litoral.  Los  supuestos  frutos  de  lentisco  son  las 
vejigas  llenas  de  aire  y  de  mucílago  que  contribuyen  á  que  so- 
brenade el  fucus. 

(2)  Este  nombre  de  Leoa  está  escrito  dos  veces  del  mismo 
modo  y  otra  tercera  Lioa,  en  la  carta  de  Colón.  Sin  duda  es 
Sierra  Leona,  situada  en  la  latitud  de  8.'  29'  65".  Don  Fernando 
dice  que  su  padre  retrocedió  desde  el  5*  de  latitud,  navegando 
hacia  el  NO.  en  el  paralelo  del  7*.  En  el  trazado  de  los  cuatro 
viajes  de  Colón  hecho  por  el  Sr.  Moreno,  los  rumbos  y  las  dis- 
tancias le  hacen  fijar  como  el  punto  más  austral  del  tercero 
el  8»  de  latitud. 


20  ALEJANDRO    DE    HÜMCOLDT. 

y  bien  que  lloviese  y  el  cielo  fuese  muy  turbado,  siempre 
yo  estaba  en  esta  fatiga,  fasta  que  nuestro  Señor  proveyó 
de  buen  viento  y  á  mí  puso  en  voluntad  que  yo  navegase 
al  Occidente  con  este  esfuerzo,  que  en  llegando  á  la  raya 
de  que  yo  dije  que  allí  fallaría  mudamiento  en  la  tempe- 
rancia. Después  que  yo  empareje  á  estar  en  derecho  de 
esta  raya,  luego  falle'  la  temperancia  del  cielo  muy  suave 
y  cuanto  más  andaba  adelante  más  multiplicaba.» 

Este  largo  pasaje  en  que  se  advierte  el  estilo  franco  y 
sencillo  de  Colón,  pero  difuso,  contiene  el  germen  de 
amplias  ideas  sobre  geografía  física.  Añadie'ndole  lo 
que  el  mismo  marino  indica  en  otros  escritos ,  estas  mi- 
ras abarcan:  1.°,  la  influencia  que  ejerce  la  longitud  en 
la  declinación  de  la  aguja  imantada;  2.°,  la  inflexión 
que  experimentan  las  líneas  isotermas,  siguiendo  el  tra- 
zado de  las  curvas,  desde  las  costas  occidentales  de  Eu- 
ropa hasta  las  orientales  de  America;  3:°,  la  posición 
del  gran  banco  de  sargazo  en  la  cuenca  del  Océano 
Atlántico,  y  las  relaciones  de  esta  posición  con  el 
clima  de  la  parte  de  atmósfera  que  descansa  sobre  el 
Océano;  4.°,  la  dirección  de  la  corriente  general  de  los 
mares  tropicales;  y  5.",  la  configuración  de  las  islas  y  las 
causas  geológicas  que ,  al  parecer ,  han  influido  en  esta 
configuración  efl  el  Mar  de  las  Antillas. 

Al  escribir  la  historia  de  los  descubrientes  del  siglo  xv, 
y  al  examinar  el  desarrollo  sucesivo  de  la  Física  del 
mundo ,  como  físico  y  como  geólogo  creo  tener  la  doble 
obligación  de  dar  algunas  explicaciones  sobre  estos  di- 
versos asuDtos. 


II. 


Influencia  de  la  longitud  en  la  declinación  de  la  aguja 
magnética. 


El  importante  descubrimiento  de  la  variación  magné- 
tica, 6  más  bien  del  cambio  de  la  variación  en  el  Océano 
Atlántico,  corresponde  sin  duda  alguna  á  Cristóbal  Colón. 
Durante  su  primer  viaje,  el  13  de  Septiembre  de  1492, 
al  anochecer,  á  unos  28*^  de  la  latitud,  en  el  paralelo  de 
las  islas  Canarias,  y  según  el  trazado  de  rutas  del  señor 
Moreno,  á  los  31^  de  longitud  al  Oeste  del  meridiano  de 
París  (50  leguas  marinas  al  Este  de  Corvo),  observó  que 
las  brújulas,  cuya  .dirección  había  sido  hasta  entonces  al 
Noreste,  declinaban  hacia  el 'Noroeste  {ñor ouesteaban),  j 
que  esta  declinación  aumentó  á  la  mañana  siguiente  (1). 
El  17  de  Septiembre  (en  la  misma  latitud,  pero  en  un 
meridiano  de  cien  leguas  marinas  al  Oeste  de  la  isla  de 


(1)  «La  aguja  noruesteaba  desde  prima  noche  media  cuarta, 
y  al  amanecer,  poco  más  de  otra  cuarta.»  Estas  palabras ,  de 
su  hijo,  no  deben,  sin  embargo,  hacer  creer  que  Cristóbal  Colón 
observó  desde  entonces  los  cambios  de  la  variación  horaria. 
-Los  medios  que  empleaba  eran  muy  poco  precisos  para  justifi- 
car esta  conclusión. 


22  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

Corvo)  la  declinación  magnética  era  ya  de  un  cuarto  de^ 
viento,  «lo  cual  asustó  mucho  á  los  pilotos». 

Los  datos  de  estos  descubrimientos  están  consignados 
en  el  Diario  de  Colón,  que  comprobó  las  brújulas  por  mé- 
todo que  describe  confusamente:  reconoció  muy  bien 
«que,  al  tomar  la  altura  de  la  estrella  polar,  era  preciso 
tener  en  cuenta  su  movimiento  horario,  y  que  la  brújula 
estaba  dirigida  hacia  un  punto  invisible^  al  Oeste  del 
polo  del  mundo».  La  observación  del  13  de  Septiembre 
de  1492,  época  memorable  en  los  fastos  de  la  astronomía 
náutica  de  los  europeos  (1),  la  refieren  con  justos  elo- 
gios Oviedo,  Las  Casas  y  Herrera.  Don  Fernando  añade 
que  hasta  aquel  día  «  nadie  había  advertido  dicha  decli- 
nación». Es,  por  tanto,  erróneo  atribuir  este  descubri- 
miento, fiando  en  el  testimonio  de  Sanuto,  á  Sebastián 


(1)  No  ignoro  que  en  gran  número  de  obras  muy  estimadas 
(Tomás  Youno,  Lect.  on  JSÍat.  Phil.,  t.  i,  pág.  746;  Hans- 
TEEN,  Magnet.  der  Erde,  pág.  175)  se  cita  una  supuesta  ob- 
servación «de  Pedro  Adsiger»,  hecha  en  1269,  y  de  la  cual  ha- 
bló Thevenot  refiriéndose  á  un  fragmento  de  carta  que  posee 
la  biblioteca  del  Eey  en  París.  Mi  colega  en  el  instituto  M.  Li- 
bri,que  ha  hecho  un  profundo  estudio  de  la  historia  de  las 
ciencias  físicas,  observa:  1.°,  que  hay  error  de  nombre;  la  carta 
tiene  la  inscripción  de :  Epístola  Petri  Peregrini  de  Mari- 
court  ad  Sigermum  de  Foucoucourt  (las  palabras  ad  Sigermum 
han  sido  convertidas  en  Adsiger) ;  2.°,  que  el  pasaje  de  la  de- 
clinación magnética  está  intercalado  y  no  se  encuentra  en  el 
manuscrito  de  Leiden.  No  se  debe,  pues,  atribuir  la  observación 
ni  á  Pedro  Peregrini  (Barlow,  en  las  Trans.pliil,  de  1833, 
tomo  II,  pág.  670),  ni  á  quien  recibió  la  carta,  Gilbert  en  su  cé- 
lebre Phisiologia  de  Magnete ,  1633,  lib.  i,  cap.  i,  asegura  que 
en  un  tratado  de  Magnetismo  terrestre  fúndase  Peregrini  en 
las  ideas  de  Roger  Bacon. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  23 

Cabot   (1),  cuyo  viaje   se  verificó  cinco  años  después. 
Es  posible  y,  á  pesar  de  la  imperfección  de  los  instru- 
mentos y  de  los  métodos,  hasta  probable,  que  los  pilotos 
europeos  notaran,  mucho  tiempo  antes  que  Colón  que  la 


(1)  Livio  Sanuto,  Geografía  distinta  iwsii  Uhrinequali 
otra  Vesplicatione  di  molti  luoghi  di  Tolomeo  é  della  hussola  e 
deW Agugua ,  si  dichiarano  le  provincie,  jpopoli  e  costumi 
delV África  (Venecia,  1588).  El  autor  de  este  curioso  libro  supo 
por  su  amigo  Guido  Gianetto  di  Fano  que  Cabot  había  expli- 
cado en  su  presencia  al  rey  de  Inglaterra  Eduardo  VI  (no  se 
sabe  en  qué  año)  la  variación  de  la  aguja,  y  el  meridiano  en 
que  señalaba  el  verdadero  Norte  (situaba  la  línea  sin  declina- 
ción á  110  millas  italianas  al  Oeste  de  Flores).  G-uiL.  Gilbert, 
Phisiol.  nova  de  Magnete,  1633,  pág.  5,  M.  Biddle,  autor  de  la 
sabia  3femoir  of  Sebastian  Cabot,  publicada  en'1831,dice  acer- 
tadamente (cap.  26,  páginas  177  y  180)  que  una  nota  puesta  en 
el  Mapamundi  de  Ptolomeo ,  añadido  á  la  edición  romana  de 
1508,  nota  según  la  cual  «cerca  de  Terranova  y  de  la  isla  Ba- 
calaurus)),  la  brújula  no  gobierna  neo  naves  quce  ferrum  tenent 
reverteré  valent,  parece  fundada  en  las  ideas  de  Cabot  relati- 
vas á  la  posición  y  á  la  proximidad  del  polo  magnético  boreal. 
Si  se  debiera  conceder  á  Sebastián  Cabot  el  mérito  de  haber 
observado  la  variación  de  la  aguja  antes  que  Colón,  lo  cual  es 
imposible  teniendo  en  cuenta  la  fecha  del  primer  viaje  del  Al- 
mirante, este  mérito  no  dataría  del  año  1549,  como  supone  Fon- 
tenelle  (Mem.  de  la  Acad.,  1712,  pág.  18),  sino  ascendería  al 
año  de  1497,  en  que  Cabot  llegó  antes  que  otro  alguno  á  la  tie- 
rra firme  de  la  América  septentrional. 

El  ingenioso  historiador  de  la  Academia  reclama  también  á 
favor  de  un  piloto  de  Dieppe ,  llamado  Crignon,  el  haber  indi- 
cado la  declinación  de  la  aguja  el  año  1534  en  un  manuscrito, 
que  poseía  el  geógrafo  Delisle.  Pero  estas  reclamaciones  no  tie- 
nen valor  alguno  supuesto  que  con  tanta  precisión  fija  el  Dia- 
rio de  Colón  la  fecha  del  13  de  Septien^^re  de  1492,  correspon- 
diente al  día  en  que,  por  primera  vez,  se  observó  la  declinación 
magnética.  ¿Será  acaso  Crignon  el  piloto  francés  de  Dieppe  que 


24  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

aguja  magnética  no  señalaba  el  verdadero  polo  terrestre. 
La  declinación  oriental  debe  haber  sido  bastante  grande 
durante  el  siglo  xv  en  el  Oriente  de  la  cuenca  del  Medi- 
terráneo para  poderla  advertir ;  pero  lo  indudable  es  que 
Colon  fué  el  primero  en  observar  que,  al  Oeste  de  las 
Azores,  la  variación  misma  variaba  j  de  NE.  se  incli- 
naba á  NO. 

Si  la  novedad  del  descubrimiento  de  la  declinación  de 
la  aguja  imantada  la  relaciono  tan  sólo  con  el  conoci- 
miento que  los  europeos  tenían  de  los  fenómenos  del 
magnetismo  terrestre,  es  para  recordar  que,  según  la 
excelentes  investigaciones  hechas  á  instancia  mia  por 
M.  Klaproth  en  el  E.  de  Asia,  conocíase  ya  en  la  China 
la  variación  magnética  desde  principios  del  siglo  xii,  es 
decir,  ciento  cincuenta  años  antes  de  Marco  Polo ,  Ro- 
ger  Bacon  y  Alberto  el  Grande. 

En  una  carta  que  me  escribió  M.  Klaproth  sobre  la 
invención  de  la  brújula,  leo  lo  siguiente:  «Keutsungchy, 
autor  de  una  historia  natural  médica  titulada  Penthsao- 
?/aw,  escrita  en  la  época  déla  dinastía  de  los  Sung,  entre 
lllly  1117  de  nuestra  era,  se  expresa  así  acerca  de  las 
virtudes  del  imán,  ó  sea  la  piedra  que  aspira  el  hierro: 
«Cuando  se  frota  una  punta  de  hierro  con  el  imán  (^2- 
y>nanchy)  recibe  la  propiedad  de  señalar  el  Sur;  sin  em- 
y>bargo  declina  siempre  hacia  el  Este,  y  no  marca  directa- 
»menteel  Sur  (en  el  meridiano  del  sitio  de  la  observación). 


vio  pasar  la  línea  sin  declinación  por  la<?  islas  de  Cabo  Verde, 
y  á  quien  cita  Miguel  Coignet  en  una  obra  notabilísima  impresa 
en  Amberes  en  1581  cojí  el  título  de  Instríictíon  7iouveUe  des 
points 2)lus  excellens  et  neeessaires  deVart  de  naxigues,  cap.  3, 
página  12? 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  25 

»Por  esta  cualidad,  cuando  se  toma  una  hebra  de  algodón 
»y  se  fija  con  cera  á  la  mitad  del  hierro  imantado,  la  aguja 
JO  señala  en  un  sitio  donde  no  corra  aire,  constantemeíate 
»el  Sur;  si  se  fija  la  aguja  á  una  mecha  (las  mechas 
achinas  son  canutillos  de  caña  muy  delgada),  y  se  pone 
J>este  aparato  en  la  superficie  del  agua,  la  aguja  mues- 
»tra  también  el  Sur,  ^dro  declinando  siempre  hacia  el 
y>punto  ping,  es  decir,  el  Este  Ve  Sur  (1)».  Este  párrafo 
hace  ver  que  los  chinos,  para  evitar  el  rozamiento  so- 
bre los  ejes  y  facilitar  e? movimiento  délas  agujas  iman- 
tadas, 6  las  hacían  sobrenadar  en  agua,  ó  se  valían  de  la 
suspensión  que  hoy  llamamos  suspensión  á  la  Coulomb, 
Oomo  los  chinos,  los  coreanos  y  los  japoneses  refieren 
todas  las  direcciones  al  polo  Sur,  porque  su  navegación 
dirigíase  siempre  con  preferencia  al  Sur,  la  dieclinación 
de  la  aguja  que  Keut&uugchy  cita,  es,  según  nuestra 
manera  de  expresarnos,  hacia  el  Noroeste  (2).» 


(1)  Esta  brújula  acuática  de  los  chinos,  semejante  al  pez 
imantado  de  los  antiguos  pilotos  indios  y  al  lagarto  de  los  bir- 
manes,  la  emplearon  también  los  marinos  franceses  en  tiempo 
de  San  Luis,  y  de  aquí  proviene  acaso  el  nombre  de  calamita  ó 
rana  verde  dado  á  la  aguja  imantada,  denominación  que  se  en- 
cuentra en  Plinio,  xxx,  42.  pero  aplicada  al  reptil  llamado 
rubeta. 

(2)  Según  las  observaciones  magnéticas  hechas  en  Pekín  por 
M.  Kovanko  en  la  casa  magnética  que  á  ruego  mío  ha  hecho 
-construir  el  Emperador  de  Kusia  en  la  capital  de  la  China,  la 
declinación  era  de  nuevo  en  1831  de  2°  3'  hacia  el  Oeste  (KUP- 
FER,  en  los  Anales  de  Pofigendorf,  1835.  núm.  1,  pág.  54).  El 
padre  Amiot,  en  los  años  de  1780-1782,  veía  ya  oscilar  la  decli- 
nación magnética  en  Pekín  de  2*  á  4  V'a  hacia  el  Oeste  (Memoi- 
res  conccrnant  les  Chinois,  vol.  ix,  pág.  2;  vol.  x,  pág.  142); 
pero  en  un  espacio  de  670  años  la  Imea  sin  declinación  puede 


26  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

Vemos ,  pues ,  por  las  laboriosas  y  sólidas  investiga- 
ciones de  M.  Klaproth,  que  el  fenómemo  cuyo  descubri- 
miento se  atribuye  á  Cristóbal  Colón  era  conocido  en 
China  lo  menos  cuatrocientos  años  antes,  lo  cual  en  nada 


haber  pasado  muchas  veces  por  Pekín.  La  propiedad  directrizr 
de  la  aguja  imantada,  es  decir,  la  propiedad  de  colocarse  en  un 
plano  que  sólo  forme  determinado  ángulo  con  el  meridiano  del 
sitio,  fué  conocida  en  China  1.100  años  antes  de  Jesucristo.  El 
historiador  Szumathsian,  cuyo  SzuM,  6  Memorias  históricas,  fué 
escrito  en  la  primera  mitad  del  siglo  li  de  nuestra  era,  dice 
que  el  emperador  Tchhingwang  regaló  en  el  año  1 100  antes  de 
nuestra  Era,  á  los  embajadores  del  Tonkln  y  de  Cochinchina,. 
que  temían  no  encontrar  su  camino ,  cinco  carros  magnéticos 
{tchinanMu),  carros  que  indican  el  Sur  por  medio  del  braza 
móvil  de  una  figurita  cubierta  con  traje  de  plumas.  A  estos 
carros  se  añadía  un  hodómetro,  es  decir,  otra  figurilla  que  daba 
golpes  en  un  tambor  ó  una  campana  cuando  el  carro  había  re- 
corrido uno  ó  dos  li.  El  célebre  diccionario  Chueiven,  que  ter- 
minó su  autor  Hiutchin  en  tiempo  de  la  dinastía  de  los  Han, 
año  121  de  Jesucristo,  describe  la  manera  de  recibir  una  aguja 
la  propiedad  de  indicar  la  dirección  del  Sur  por  el  imán.  Tam- 
bién conocían  los  chii;ios  que  el  calor  disminuye  esta  fuerza  di- 
rectriz. En  tiempo  de  la  dinastía  de  los  Tsin,  y  por  tanto  en  el 
siglo  III  de  nuestra  era,  gobernaban  los  chinos  sus  barcos  con 
arreglo  á  las  indicaciones  magnéticas.  En  el  TcMnlafungtlmld, 
ó  descripción  del  país  de  Cambodja,  obra  publicada  reciente- 
mente en  París,  pero  escrita  en  1297  en  el  reinado  del  Khan 
Timur,  las  rutas  ó  direcciones  de  la  navegación  están  siempre 
indicadas  con  arreglo  á  los  rumbos  de  la  brújula. 

El  uso  de  la  aguja  imantada  lo  introdojeron  en  Europa  los 
árabes,  como  lo  prueban  las  denominaciones  de  zoliron  y 
aphron  (Sur  y  Norte) ,  dadas  en  el  Speoulum  naturale  de  Vi- 
cente de  Beauvais  á  los  dos  polos  del  imán.  (El  Libro  de  las  pie- 
dras, que  los  árabes  atribuyeron  á  Aristóteles  y  cita  Alberto 
el  Grande  «como  prueba  del  uso  del  imán  en  la  marina»,  es 
aprócrifo  y  acaso  de  la  misma  época  que  el  tratado  árabe  de 
las  piedras  de  Teifachi  y  Beilak  Kiptchaki.)  Los  primeros  que 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  27 

disminuye  la  gloria  del  marino  genovés ,  pues  no  cabe 
duda  que,  hasta  él,  los  pilotos  europeos  no  emplearon  co- 
rrección  alguna  relativa  á  la  variación  de  la  brújula. 

Pero  el  Almirante  no  tuvo  sólo  el  mérito  de  encon- 
trar la  línea  sin  variación  en  el  Atlántico,  pues  también 
dedujo  entonces  la  ingeniosa  consecuencia  de  que  la  de- 
clinación magnética  podía  servir  para  saber  (entre  de- 
terminados límites)  la  longitud  en  que  estaba  un  buque. 
La  prueba  de  este  aserto  la  encuentro  en  el  único  pasaje 
del  Diario  (itinerario)  del  segundo  viaje,  que  el  hijo  de 


en  Europa  hablaron  de  la  brújula,  pero  en  el  sentido  de  ser  su 
uso  conocido,  como  instrumento  necesario  á  los  marinos,  fueron 
Guyot  de  Provins  en  un  poema  político  satírico  titulado  La 
Biblia,  compuesto  en  1190,  y  el  obispo  de  Ptolemai's,  Jacobo  de 
Vitry,  en  su  Descripción  de  Palestina,  escrita  entre  1204  y  1215. 

La  prueba  que  ha  querido  M.  Hansteen  deducir  del  Landna- 
mehoh  para  suponer  que  los  noruegos  usaron  la  brújula  en  el 
siglo  XI,  queda  anulada  por  las  investigaciones  de  M.  Kamtz. 
(Klapr.,  páginas  41,  45,  50,  66,  90  y  97). 

Las  obras  del  célebre  mallorquín  Raimundo  LuKo  (por  ejem- 
plo, su  tratado  De  contení platione,  escrito  en  1272,  cap.  cxxix, 
§  19,  y  cap.  ccxci,  §  17)  y  el  texto  de  antiguas  leyes  españolas 
prueban  que  á  mediados  del  siglo  xill  los  marinos  catalanes  y 
vascos  usaban  comunmente  la  brújula  (Capmany,  Cuestiones 
criticas,  1807,  Cuestión  2.»,  pág.  38;  y  Comercio  antiguo  dc^ 
Barcelona,  t.  ni,  páginas  72-74), 

En  el  desarrollo  progresivo  de  los  conocimientos  sobre  el 
imán,  preciso  es  distinguir:  1.*,  la  observación  de  los  fenómenos 
simples  de  atracción  ó  de  repulsión ;  2.°,  la  dirección  de  una 
aguja  móvil  como  efecto  del  magnetismo  terrestre ;  3.°,  la  va- 
riación ó  la  observación  de  la  diferencia  entre  el  meridiano 
magnético  y  el  meridiano  del  sitio  en  que  se  opera;  4.°,  el  cam- 
bio de  variación  en  diferentes  sitios  de  la  tierra ;  5.°,  los  cam- 
bios de  variación  horaria ;  6.°,  la  observación  de  la  inclinación 
y  de  la  intensidad  magnética. 


28  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Colón  nos  ha  conservado.  Colón  había  salido  de  la  isla 
de  Guadalupe  para  volver  á  Europa  el  2T)  de  Abril  de 
1496.  En  vez  de  subir  en  latitud,  como  hoy  se  hace 
para  salir  de  la  región  de  los  vientos  alisios,  permaneció 
entre  los  20  y  22°  de  latitud.  'No  adelantaba  hacia  el 
Este;  las  provisiones  de  agua  y  de  pan  disminuían  con 
espantosa  rapidez.  «Aunque  iban  ocho  ó  diez  pilotos  en 
aquella  carabela,  dice  Fernando  Colón,  ninguno  sabía 
dónde  estaban  sino  el  Almirante,  que  tenía  por  muy 
cierto  estar  un  poco  al  Occidente  de  las  islas  de  los 
Azores,  de  que  daba  razón  en  su  itinerario,  diciendo: 
<(Esta  mañana  noruestaban  las  agujas  flamencas,  como 
suelen,  una  cuarta  (1),  y  las  ginoveas,  que  solían  con- 
formarse con  ellas,  no  noruestaban  sino  poco,  y  en  ade- 
lante habían  de  noruestar  yendo  al  Leste  (2),  que  es 
señal  que  nos  hallábamos  cien  leguas  ó  poco  más  al 
Occidente  de  las  islas  de  los  Azores,  porque  cuando 
estuviéramos  á  ciento,  entonces  estaba  el  mar  con  poca 
hierba  de  ramillos  esparcidos  y  las  agujas  flamencas  no- 
ruestaban y  las  genovesas  herían  el  IsTorte.  Lo  que  se 
verificó  de  repente  el  domingo  siguiente  á  22  de  Mayo, 
de  cuyo  indicio  y  de  la  certidumbre  de  su  punto  conoció 
entonces  que  se  hallaba  á  cien  leguas  distante  de  los 
Azores»  (Vida  del  Almirante,  cap.  63). 


(1)  Podía  añadirse,  según  creo,  desde  nuestra  salida  de  Gua- 
dalupe. 

(2)  Así  dice  la  edición  de  Barcia;  el  sentido  exige  acaso 
nordesteaban,  como,  al  parecer,  praeba  el  fragmento  de  la  carta 
de  1498  antes  publicado.  Colón  dice  allí  claramente:  «Antes  de 
pasar  la  raya  de  100  leguas  al  Occidente  de  los  Azores,  por 
consecuencia  entre  esta  banda  y  España,  las  agvjas  {fasta  en- 
tonces) nordesteaban.)) 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  2Í> 

No  discutiremos  aquí  el  grado  de  esta  certidumbre^ 
pero  el  párrafo  del  Diario  de  Colón  no  deja  duda  del 
empleo  del  me'todo.  Este  me'todo  llamó  más  vivamente 
la  atención  de  los  navegantes  á  medida  que  la  navega- 
ción se  extendía  j  que  los  grandes  intereses  unidos  á  la 
situación  de  los  nuevos  descubrimientos  respecto  á  la 
línea  de  demarcación  hacían  más  urgente  la  necesidad 
de  conocer  las  longitudes.  Fué  elogiado  en  1577  por 
Guillermo  Bourne  (en  su  Begiment  of  the  Sea),  y  en  1 588 
por  Livio  Sannto.  Las  últimas  palabras  de  Cabot  (1), 
oídas  por  Ricardo  Edén,  aludían  sin  duda  á  este  me'todo 
tan  encomiado  entonces,  cede  fijar  la  longitud  por  la 
variación  de  las  agujas».  Cabot,  á  quien  su  amigo  de- 
signa siempre  con  la  frase  de  good  oíd  man,  se  alababa 
al  morir  de  «que,  por  revelación  divina,  poseía  un  mé- 
todo de  longitud  infalible,  pero  que  no  le  era  permitido- 
divulgarlo». 

El  examen  más  detenido  de  las  curvas  de  igual  de- 
clinación dirigidas  con  frecuencia  (por  ejemplo,  actual- 
mente en  el  mar  del  Sur  al  norte  del  Ecuador)  en  la 
dirección  de  Este  á  Oeste,  y  el  descubrimiento  de  su 
traslación,  que  es  una  función  del  tiempo,  hecho  por 
Gasparin  ( 2 ) ,  ha  hecho  poco  á  poco  ilusoria  una  espe- 
ranza misteriosamente  mantenida  durante  el  curso  del 
siglo  XVI.  El  ingenioso  Guillermo  Gilbert,  al  discutir 
en  un  capítulo  especial  de  ^u  grande  obra  de  Magnete 


(1)  BiDDLE,  3Iem.  of  Sel.  Cahot,  pág.  222.  No  £e  sabe  con 
exactitud  ni  el  año  de  la  muerte  ni  el  sitio  de  la  sepultura  de 
este  gran  marino,  «que  dio  á  su  patria  casi  un  continente,  y  sin 
el  cual  acaso  no  se  hablara  la  lengua  inglesa  en  América  por 
tantos  millones  de  habitantes )). 

(2)  Mem.  de  la  Acad.,  1712,  pág.  19. 


30  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

la  cuestión  ccAn  longitudo  terrestris  inveneri  possit  per 
variationen»,  calificó  ya  el  método  de  ccpensamiento  qui- 
mérico de  Bautista  Porta  {Magia  naturaliSj  lib.  vii,  ca- 
pítulo 38)  j  de  Livio  Sanuto»;  Gilbert  prefiere  el  mé- 
todo de  determinar  la  latitud  por  los  cambios  de  inclina- 
ción, método  que,  según  dice,  tiene  la  ventaja  de  poder 
emplearse  sin  ver  el  sol  y  las  estrellas,  en  medio  de  es- 
pesa niebla,  aere  caliginoso  (1). 

Hoy  sabemos  que  entre  ciertos  límites  y  sólo  en  pa- 
rajes donde  la  variación  y  la  inclinación  de  la  aguja 
cambian  con  gran  rapidez  al  avanzar  en  el  sentido  de 
un  paralelo  ó  de  un  meridiano  (2)  terrestre,  pueden  ser 
empleados  con  mucha  utilidad  práctica  los  fenómenos 
magnéticos  para  reconocer  las  diferencias  Ue  longitud  ó 
de  latitud. 

La  combinación  de  las  tres  observaciones  de  declina- 
ción magnética  que  he  encontrado  en  los  escritos  del 
Almirante,  me  da  la  dirección  de  la  h'nea  sin  variación 


(1)  Tractatus  sive  Physiologia  nova  de  Magnete,  magneti- 
cis  corporihus  et  magno  Magnete  tellure,  ed.  Wolfg.  Loch- 
mans;  Sedini,  1633  (la  primera  edición  es  de  1600),  lib.  iv,  ca- 
pítulo IX,  pág.  164. 

(2)  L.  c,  lib.  V,  cap.  viii,  pág.  195.  Este  empleo  de  la  incli- 
nación, que  Gilbert  llama  siempre  (lib.  V,  capítulos  l-xii)  de- 
clinatio  magnética,  y  cuya  existencia  negaron  D.  Pedro  de  Me- 
dina [Arte  de  navegar,  Sevilla,  1545,  páginas  212-221)  y  Sanuto 
{Geographia,  lib.  I,  pág.  6) ,  es  tanto  más  notable,  cuanto  que 
la  biiijula  de  inclinación  no  la  inventó  Eoberto  Normann 
hasta  1576.  La  posición  del  ecuador  magnético ,  en  el  cual  la 
inclinación  es  nula,  no  la  conoció  Gilbert,  quien,  como  Hauy, 
llama  polo  Sur  á  la  punta  de  la  aguja  que  se  dirige  hacia  el 
polo  Norte  (Hb.  i,  cap.  IV,  pág.  16).  Creía  que  el  ecuador  mag- 
nético coincide  con  el  ecuador  terrestre  (lib.  v,  cap.  i,  pág.  182). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  31 

correspondiente  á  los  años  de  1492-1498.  En  el  primer 
viaje  atravesó  Colón  la  linea  cero  el  13  de  Septiembre 
de  1492  por  la  lalitud  de  28°  y  longitud  de  30°  Va»  es 
decir,  casi  á  3°  al  Oeste  del  meridiano  de  la  isla  de 
Flores;  en  el  segando  viaje,  el  20  ó  21  de  Mayo  de  1496, 
por  los  31°  V4  de  latitud  y  por  los  31°  ^1^]  en  el  tercer 
viaje,  el  16  de  Agosto  de  1498  en  el  mar  de  las  Anti- 
llas, por  los  12°  V*  de  latitud  y  68°  V4  de  longitud,  un 
poco  al  Esté  del  meridiano  del  cabo  Codera, 

Esta  última  observación  es  la  más  importante  de  to- 
das. Desde  el  13  al  18  de  Agosto  recorrió  Colón  la 
costa  de  Cumana,  desde  el  cabo  Paria  hasta  la  punta 
occidental  de  la  isla  Margarita.  El  15  se  dirigió  al  NO., 
entre  las  islas  Blanquilla  y  Orchila,  y  no  podía  tener 
duda  acerca  de  la  posición  exacta  del  barco  el  16  al 
anochecer.  Ahora  bien;  el  Almirante  dice  en  te'rminos 
precisos  {Vida,  cap.  72):  «Por  el  continuo  velar  tenía 
los  ojos  vueltos  sangre  y  me  veía  precisado  á  anotar  la 
mayor  parte  de  las  cosas  por  la  relación  de  los  pilo- 
tos y  marineros.  En  la  noche  del  jueves  16  de  Agosto, 
no  habiendo  hasta  entonces  noruesteado  las  agujas, 
noruestearon  más  de  cuarta  y  media,  y  algunas  veces 
medio  viento,  sin  que  pudiese  haber  en  esto  error,  por- 
que habían  estado  siempre  muy  vigilantes  en  anotarlo 
y  con  la  admiración  de  ello  y  desconsuelo  de  que  les 
faltase  comodidad  para  seguir  la  costa  de  tierra  firme.» 
Por  inciertas  que  puedan   suponerse   (1)  las  longitu- 


(1)  Al  volver  de  mi  viaje  á  América  he  demostrado  cómo  la 
inclinación  puede  indicar  en  el  Mar  de  Sur,  en  las  brumosas 
costas  del  Pera ,  la  latiUid  con  precisión  bastante  para  las  ne- 
cesidades del  pilotaje.  Véase  la  Memoria  que,  en  unión  de 


32  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

des  en  que  se  encontraba  el  barco  de  Colón  en  13  de 
Septiembre  de  1492  j  el  21  de  Mayo  de  1496,  siem- 
pre constará  que  por  28  y  32°  de  latitud  la  declinación 
era  entonces  cero  en  un  meridiano  que  pasa  cerca  de  la 
isla  de  Flores,  y  la  misma  línea  sin  declinación  fué 
atravesada  al  Oeste  de  las  pequeñas  xVntillas  el  16  de 
Agosto  de  1498  por  los  13°  de  latitud,  en  un  meridiano 
que  pasa  entre  la  isla  Margarita  y  el  cabo  Codera,  cabo 
que  forma  parte  de  la  costa  de  Caracas.  La  línea  estaba, 
pues,  á  fines  del  siglo  xv,  inclinada  de  íí'E.  á  SO.  Esta 
misma  dirección  la  ha  encontrado  M.  Hansteen  (1)  en 
el  Océano  Atlántico  hasta  1600. 


M.  Biot ,  publiqué  sobre  las  variaciones  del  magnetismo  terres- 
tre en  diferentes  latitudes,  en  el  Journal  de  jPhysique,  t.  Lix, 
páginas  448-450. 

(1)  Hay  cuatro  causas  de  error :  la  de  la  estima  de  la  direc- 
ción del  barco ,  la  de  la  observación  magnética  j  la  de  los  ins- 
trumentos y  efemérides,  tan  imperfectos.  En  el  texto  me  he 
atenido  á  las  longitudes  determinadas  por  Moreno  y  Navarrete 
en  el  trazado  de  los  viajes  de  Colón.  Según  este  trazado,  lejos 
de  encontrar  el  Almirante,  como  pretende,  el  13  de  Septiembre 
de  1492  la  linea  sin  declinación  á  100  leguas  de  distancia  del 
meridiano  de  Corvo  y  de  Flores,  no  llegó  á  esas  100  leguas 
hasta  el  17  ó  18  de  Septiembre.  Además,  la  situación  del  barco 
en  21  de  Mayo  de  1496  debió  ser,  según  las  investigaciones  del 
Sr.  Moreno  acerca  de  los  rumbos  de  Colón,  no  al  Oeste  del  me- 
ridiano de  Flores,  sino  en  el  meridiano  de  la  isla  de  Pico.  Los 
Plintos  de  estima  del  Almirante,  visto  el  impulso  de  las  corrien- 
tes hacia  el  Sureste,  debían  estar  delante  de  sus  verdaderas  po- 
siciones. No  puede  esperarse  conseguir  mucha  precisión  en  re- 
sultados que  dependen  de  tantos  datos  inciertos  (del  rumbo,  de 
la  distancia  recorrida,  de  la  desviación  que  producen  las  co- 
rrientes, de  la  lentitud  del  cambio  de  la  declinación  magné- 
tica, etc.) ;  pero  hay  una  circunstancia  que,  al  parecer,  autoriza 
á  dar  una  posición  más  occidental  á  la  línea  sin  declinación  en 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  33 

Hoy  la  declinación  es  nula 'en  una  curva  que  desde 
las  costas  del  Brasil,  cerca  de  Bahía,  al  SE.  del  cabo 
San  Agustín,  se  inclina  en  un  sentido  completamente 
contrario  del  SE.  al  NO.  hacia  el  cabo  Hatteras.  Ahora 
bien;  ¿esta  línea  americana  sin  declinación  es  la  que  á 
fines  del  siglo  xvii  pasó  por  Londres  j  París?  'No  sería 
extraordinario  un  cambio  de  forma  ó  de  dirección  en  la 
línea  durante  su  movimiento  de  translación,  pues  se  ha 
probado  por  observaciones  directas  que  en  la  isla  de 
Spitzberg  no  ha  cambiado  la  declinación  desde  hace 
doscientos  años;  que  las  partes  de  curvas  de  declinación 
que  desde  el  Océano  llegan  sobre  un  continente  no  se 
mueven  con  la  misma  rapidez  que  las  que  permanecen 
oceánicas,  y  que,  por  consecuencia,  la  antigua  hipótesis 
de  la  translación  uniformo  de  todo  un  sistema  de  líneas 
no  es  en  manera  alguna  admisible. 

Lo  más  digno  de  atención  en  el  resultado  que  acabo 
de  obtener,  en  cuanto  á  los  tiempos  de  Colón  y  de  Se- 
bastián Cabot,  es  la  resolución  del  problema  relativo  al 
sentido  en  que  se  verifica  el  movimiento  de  un  sistema 
susceptible  de  alterar  parcialmente  su  forma.  Mr.  Aragó 
ha  hecho  ver,  gracias  á  profundas  investigaciones,  que 


1492  y  1496.  Colón  insiste  muchas  veces  en  el  hecho  físico  de  la 
coincidencia  de  esta  linea  con  el  borde  del  Jl/rr  de  Sargazo,  es 
decir,  con  la  gran  banda  defucus  que  se  extiende  casi  de  Norte 
á  Sur  entre  los  22°  y  41°  de  latitud.  «(Mando  las  agujas  coinieu- 
zan  á  dirigirse  al  NO.,  dice,  comienzo  á  entrar  en  las  yerbas»  (la 
zona  de  fucus).  Ahora  bien;  es  indudable  que  el  límite  orien- 
tal de  los  fucus  está  al  Oeste  de  Corvo,  por  encima  de  los  44°  de 
latitud,  y  que  generalmente  se  mantiene  entre  los  37°  V4  y  ^O'' 
de  longitud,  esto  es,  á  80  ó  140  leguas  marinas  de  distancia  al 
Oeste  de  Corvo. 

TOMO  n.  3 


34  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

el  nudo  ó  punto  de  intersección  de  los  ecuadores  mag- 
ne'tico  y  terrestre  avanza  de  Este  á  Oeste  ,  lo  cual  in- 
fluye directamente,  cambiando  las  latitu.des  magnéticas 
de  los  lugares,  en  la  extensión  de  las  inclinaciones  (1). 
Conforme  á  las  exactísimas  observaciones  de  Mr.  Kuper, 
la'línea  sin  declinación,  cuya  prolongación  hacia  el  Mar 
Caspio  determiné  cuando  mi  viaje  á  Asia,  muévese  igual- 
mente de  Este  á  Oeste,  avanzando  desde  Kasan,  por 
Morón,  hacia  Moscow.  Según  estos  datos,  parece  que  la 
línea  cero,  observada  por  Colón  al  Oeste  de  la  isla  Mar- 
garita (2),  atravesó  en  siglos  anteriores  la  Europa,  y 
que  la  línea  que  se  aproxima  en  estos  momentos  al  cabo 
Hatteras,  dirigiéndose  de  SE.  á  NO.,  llegará  en  su 
marcha  progresiva  al  Mar  del  Sur,  pasando  sucesiva- 
mente por  los  meridianos  de  Méjico  y  Acapulco.  Pero 
¿cómo  conciliar  con  estos  datos  el  hecho  cierto  de  que 


(1)  Untersuch.  üher  den  Magnetismus  der  Erde,  1819.  Atlas, 
tab.  I.  En  la  Geografía  física  del  P.  Acosta  (su  Historia  na- 
tural de  las  Indias  merece  bien  este  nombre)  hay  una  prueba 
también  convincente  de  la  dirección  de  la  línea  sin  declinación 
de  las  Azores  del  NE.  al  SO.  Acosta  (lib.  i,  cap,  xvii,  pág.  64) 
dice  que  en  su  tiempo,  1589,  se  encuentra  la  variación  hacia  el 
Oeste  cuando,  desde  el  meridiano  de  Corvo,  se  va  á  más  altura 
(en  latitud),  y  que  la  variación  es  más  oriental  cuando  se  baja 
de  latitud,  aproximándose  al  ecuador  en  el  mismo  meridiano. 

(2)  He  dado  numerosos  ejemplos  de  estos  cambios  por  la 
comparación  de  mis  propias  observaciones  de  inclinación ,  he- 
chas en  épocas  lejanas  unas  de  otras,  en  Poggendorf,  Journ. 
der  JViysiTi,  1829,  t.  xv,  páginas  321-327.  Véase  también  una 
excelente  Memoria  de  Mr.  Hansteen  sobre  la  traslación  de  la 
curva  sin  declinación  en  el  Oeste  de  Siberia,,  de  1769  á  1829,  de 
Este  á  Oeste  desde  Orsk  á  üralsk,  y  sobre  las  variaciones  secu- 
lares de  la  inclinación,  en  Poggend.,  t,  xxi,  páginas  414-4.30 
y  tab.  V. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  35 

•en  el  siglo  xvii  pasó  por  Londres  una  línea  de  declina- 
■clón  en  1657,  y  después,  en  1666  por  París,  que  está 
á  2^  26'  al  Este  del  meridiano  de  Londres?  ¿Fué  acaso 
•esta  prioridad  de  paso  por  un  sitio  más  occidental  efecto 
de  una  forma  muy  inclinada  de  la  curva,  de  la  extensión 
•del  ángulo  que  esta  curva  hacía  con  los  meridianos  te- 
rrestres, siendo  la  diferencia  de  latitud  entre  las  dos  po- 
blaciones sólo  de  2°  41'? 

Cuanto  se  refiere  á  la  traslación  de  las  líneas  sin  de- 
clinación inspira  el  más  vivo  interés;  pero  por  ingenio- 
sas que  sean  las  analogías  que  se  han  creído  observar 
entre  las  inflexiones  de  las  líneas  isotermas  conforme  las 
tracé  en  1817,  y  las  inflexiones  de  las  curvas  isodiná- 
micas  del  magnetismo  terrestre,  parece,  sin  embargo, 
que  la  fijeza  de  las  líneas  isotermas,  que  dependen  (1) 
de  las  corientes  aéreas  y  pelásgicas  y  de  la  forma  actual 
de  los  continentes ,  ó,  mejor  dicho ,  de  las  relaciones  de 
área  y  de  posición  entre  las  masas  más  ó  menos  diáfanas 
y  susceptibles  de  absorber  el  calor  (los  mares  y  las  tie- 
rras), concuerdan  mal  con  la  movilidad  (el  movimiento 
de  traslación)  de  las  curvas  magnéticas. 

A  su  vuelta  del  primer  viaje,  llegó  Colón  el  4  de 


(1)  Cuando  me  encontraba  en  la  costa  de  Paria  y  en  las 
tierras  costeadas  por  los  barcos  de  Colón  en  1498 ,  creí  durante 
algiin  tiempo  que  el  cabo  designado  por  Colón  con  el  nombre 
de  Punta  de  la  Agvja  (Navarrete,  t.  i,  pág.  250),  como  su- 
cede con  la  Punta  de  las  Agujas  en  la  extremidad  meridional 
de  África  era  un  antiguo pmito  sin  variación  magnética.  Pero  la 
Punta  de  la  Aguja  de  Colón  es  el  cabo  que  los  españoles  llaman 
hoy  la  Punta  de  Alcatraces,  y  está,  por  tanto,  3°  25'  al  Este  de 
la  curva  sin  declinación  que  con  Colón  hemos  fijado,  para  el 
año  de  1498,  á  los  68°  15'  en  el  paralelo  de  12''  45'. 


36  ALEJANDRO    DE    HÜMDOLDT. 

Marzo  de  14-93  á  Lisboa  y  el  15  de  Marzo  á  Saltes^ 
frente  á  la  ciudad  de  Huelva  (junto  á  Moguer  y  á  Pa- 
los). La  recepción  solemne  que  le  hicieron  los  Sobe- 
ranos se  verificó  en  el  mes  de  Abril,  y  el  4  de  Mayo  del 
mismo  afio  (1)  firmaba  el  papa  Alejandro  VI  la  fa- 
mosa bula  fijando  la  línea  de  demarcación  á  cien  le- 
guas de  distancia  de  las  islas  Azores  y  de  Cabo  Verde: 
Jamás  la  corte  de  Roma  despachó  asunto  alguno  con. 
tanta  rapidez. 

Creo  que  la  causa  de  no  determinar  la  línea  por  la 
más  occidental  de  las  islas  Azores  (Flores  y  Corvo),  sino 
á  cien  leguas  al  Oeste,  debe  consistir  en  las  ideas  de 
geografía  física  del  mismo  Colón.  Varias  veces  he  re- 
cordado la  importancia  que  daba  á  esa  raya,  donde  se 
empieza  á  encontrar  «un  cambio  grande  en  las'estrellas^ 
en  el  aspecto  de  la  mar  y  en  la  temperatura  del  aire»; 
donde  la  aguja  imantada  no  presenta  variación;  donde 


(1)  Creyendo  Gilbert  {Tractat.  de  Magnetc ,  1633 ,  página» 
42,  98,  152  y  155)  que  la  forma  de  las  curvas  de  variación  de- 
pendía también  de  la  configuración  de  los  continentes  y  de  la 
interposición  de  valles  oceánicos  profundísimos,  admitía  nece- 
sariamente la  fijeza  de  las  curvas,  y  hacia  pasar  en  1600  la  línea 
de  declinación  por  el  mismo  sitio  donde  la  encontró  Colón 
en  1492  {Variatio  uniuscvjusque  loci  constans  est).  Búrlase  de 
los  polos  magnéticos  de  Frascatoro,  el  célebre  contemporáneo 
de  Colón  l^Rejicienda  est  vulgaris  opinio  de  montihus  magneti- 
cis  aut  rupe  aliqua  magnética  aut  polo  pliantastico  á  p>olo 
mundi  distante.  Magnus  magnes  ipse  est  terrestris  glohus).  Las 
agujas,  en  su  opinión,  se  dirigen  hacia  las  regiones  donde  apa- 
rece sobre  el  nivel  del  agua  mayor  cantidad  de  masa  sólida  y 
donde  la  superficie  del  núcleo  terrestre  {cor  térra,  incEqualitas 
glohi  magnetici  suh  cimtinentihus  et  in  mariiim profunditate^ 
se  acerca  más  á  la  capa  exterior. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  37 

se  altera  la  esfericidad  de  la  tierra  ;  donde  el  Océano  se 
cubre  de  yerbas;  donde  hasta  el  clima,  en  la  zona  tropi- 
cal, es  más  fresco  y  suave.  No  es  aventurado  creer  que 
Colón  fué  consultado  cuando  los  Reyes  Católicos  pidie- 
ron al  Papa  la  división  del  hemisferio  occidental  del 
globo  entre  España  y  Portugal;  y  conforme  alas  impre- 
siones que  tuvo  en  el  primer  viaje  (véase  el  Diario  co- 
rrespondiente á  los  días  16  á  21  de  Septiembre),  al  pa- 
sar lo  que  llama  una  cuesta  para  descender  á  una  región 
constituida 'de  otro  modo,  debió  sin  duda  desear  Colón 
que  la  demarcación  física  fuera  también  una  demarca- 
ción política.  Su  correspondencia  con  el  Papa  no  empezó 
hasta  pocas  semanas  antes  de  su  cuarto  y  último  viaje 
{en  Febrero  de  1502);  pero'^se  sabe  por  ella  que,  al  vol- 
ver de  la  primera  expedición  (Navarrete,  Docum.  nú- 
mero 145),  quiso  Colón  ir  á  Koma  para  dar  cuenta  al 
Papa  «de  todo  lo  que  había  descubierto».  En  esta  rela- 
ción al  Pontífice  hubiese  figurado,  en  primer  lugar,  la 
determinación  de  una  línea  en  que  llega  á  ser  nula  la 
variación  magnética,  á  juzgar  por  la  importancia  que 
los  contemporáneos  de  Colón,  su  hijo,  Las  Casas  y 
Oviedo  dan  á  este  hecho  en  sus  escritos. 

Cuando  advirtió  Colón  que  las  agujas  de  diferente 
temple  y  construcción  no  indicaban  los  mismos  ángulos 
de  variación,  esforzábase  mucho,  por  descubrir  «la  rela- 
ción entre  la  marcha  de  la  aguja  y  de  la  estrella  polar». 
Atribuía  el  cambio  de  declinación  más  allá  de  las  islas 
Azores  á  la  «dulce  temperatura  del  aire,  y  se  expresa 
■embrolladamente  (1)  acerca  de   la  influencia  de  la  es- 


(1)  Es- verdaderamente  notable  que  en  los  archivos  de  Si- 
mancas haya  una  Bula,  de  concesión  de  las  Indias  de  3  de 


38  .     ALEJANDRO    DE    HUMBOLI  T. 

trella  polar,  que,  como  el  imán,  parece  tener  la  propiedad 
de  los  cuatro  puntos  cardinales  {la  calidad  de  los  cuatro- 
vientos),  porque  también  la  aguja,  cuando  se  la  toca  con 
el  Oriente,  dirígese  hacia  Oriente,  de  suerte  que  los  que 


Mayo  de  1493  {quinto  Nonas  Maias),  encontrada  por  mi  ilustrcy 
amigo  Muñoz,  y  semejante  á  la  de  4  de  Mayo  {quarto  Nonas 
Maias),  conservada  en  los  archivas  de  Sevilla  (Muñoz,  Ilisto- 
ria  del  Nuevo  Mundo,  lib.  iv,  §  29;  Na  varéete,  Docum,  di- 
plomático, t.  II,  páginas  23-35),  con  algunas  diferencias  que 
apuntaré  aquí.  En  la  de  3  de  Mayo  nada  se  dice  de  la  linea  de 
demarcación  designada  en  la  bula  del  día  siguiente;  únicamente- 
expresa  que  se  hace  donación  á  perpetuidad  de  las  islas  y  tie^ 
na  firme  recientemente  descubiertas  j!7er  dilectum  Jilium  Chris- 
tophorum  Colon  á  los  Reyes  de  Castilla  y  de  León,  y  que  estos 
reyes  poseerán  dichas  tierras  con  los  mismos  privilegios  y  dere- 
chos que  los  Papas  habían  concedido  (en  1438  y  1459,  desde  el 
cabo  Bojador  hasta  las  Indias  orientales,  según  Barros,  Déc.  i, 
libro  I,  capítulos  8  al  15)  á  los  Reyes  de  Portugal. 

Las  dos  bulas  de  8  y  4  de  Mayo  son  literalmente  iguales  en 
su  primera  mitad  hasta  las  palabras  «ac  de  Apostolicse  Potesta- 
tis  plenitudine  omnes  et  singulas  teiTas  et  ínsulas  praedictas  et 
per  Nuntios  vestros  repertas  per  mare  ubi  hactenus  navigatum 
non  fuerat,   per  partes  occidentales,  ut  dicitur,   versus   In- 

diam ))  Después  de  este  párrafo  se  inserta  en  la  bula  de  4  de 

Mayo  la  cláusula  de  que  España  poseerá  «omnes  ínsulas  et 
térras  firmas  inventas  et  inveniendas,  detectas  et  detegendas 
versus  occidentem  e¿  mcrldicm,  fabricando  et  consLituendo 
unam  lineam  á  polo  ártico  ad  polum  antarcticum  quae  linea 
distet  á  qualibet  insularum  quae  vulgariter  nuncupantur  de  los 
Azores  et  cabo  Verde  centum  leucis  versus  occidentem  et  me- 
ridiem».  Preciso  es  convenir  en  que  esta  determinación  á  quu- 
lihet  insularum  es  muy  vaga,  tratándose  de  dos  archipiélagos- 
que  ocupan  gran  extensión  en  longitud. 

La  extraña  frase,  muchas  veces  repetida,  versus  occidentem 
et  meridieni^  se  explica  por  la  Capitulación  de  la  'partición  del 
Mar  Océano,  ajustada,  por  influencia  de  la  Santa  Sede,  en  7  do 
Junio  de  1494,  durante  el  segundo  viaje  de  Colón,  la  cual  fija. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  39 

imantan  brújulas  las  cubren  con  un  paño  para  no  dejar 
fuera  más  que  la  parte  boreal». 

Hasta  el  siglo  xvii,  después  de  haber  reconocido  la 
dirección  de  las  curvas  de  las  variaciones  magnéticas  en 
ambos  hemisferios,  no  se  empezó  á  tener  ideas  más  cla- 
ras del  conjunto  de  este  gran  fenómeno. 


la  linea  de  demarcación  a  por  términos  de  vientos  y  grados  de 
Norte  á  Sur  ». 

En  otro  sitio  de  este  documento  se  dice  «  que  el  Eey  de  Por- 
tugal debe  poseer  cuanto  está  al  Este  ó  al  Norte  ó  al  Sur  de  la 
raya  » .  Es  un  circunloquio  que  debiera  haberse  sustituido  con 
la  frase  «al  Este  del  meridiano,  en  cualquier  paralelo». 

La  capitulación ^  tan  mal  redactada  como  la  bula,  fué  du- 
rante tres  siglos  causa  de  interminables  hostilidades  entre  Por- 
tugal y  España. 

Fija  además  la  bula  la  época  de  la  legítima  posesión  de  las 
tierras  por  el  Oeste  de  las  Azores  en  la  Pascua  de  Natividad 
de  1493,  ((como  época  en  que  los  capitanes  castellanos  hicieron 
los  descubrimientos».  Pero  en  este  día  de  Pascua  de  Natividad 
fué  cuando  ocurrió  el  naufragio  de  Colón  en  las  costas  de 
Haíti ,  cerca  de  la  bahía  de  Acul ,  llamada  entonces  Mar  de 
Santo  Tomás  (  Vida  del  Almirante,  cap.  32),  y  hacía  ya  dos 
meses  y  medio  que  Colón  estaba  en  esta  isla ,  en  Cuba  y  en 
Guanahaní.  Dichas  inexactitudes  son  menos  chocantes  que  los 
cambios  sufridos  por  la  bula  del  3  de  Mayo,  en  el  intervalo  de 
veinticuatro  horas  (Herrera,  Déc.  I,  lib.  ii,  cap.  4).  La  causa 
de  estas  variaciones  podría  averiguarse  en  los  archivos  roma- 
nos. En  la  bula  de  25  de  Septiembre  de  1493,  llamada  Bula  de 
extensión  y  donación  ajjostólica  de  las  Indias  (Navarrete^ 
tomo  II,  pág.  404) ,  tampoco  se  dice  nada,  como  en  la  de  3  de 
Mayo,  de  línea  de  demarcación. 


III. 


Inflexión  de  las  líneas  isotermas. 


La  sagacidad  con  que  Colón  en  sus  diversas  expedi- 
ciones buscaba  los  cambios  de  declinación  le  hizo  descu- 
brir también  la  influencia  de  la  longitud  en  la  distribu- 
ción del  calor  siguiendo  el  mismo  paralelo,  y  hasta  creyó 
que  estos  dos  fenómenos  dependían  uno  de  otro.  Llegó 
á  entrever  la  diferencia  de  clima  del  hemisferio  occiden- 
tal, tomando  la  línea  sin  declinación  magnética  por  lí- 
mite entre  ambos  hemisferios;  y  aunque  el  razonamiento 
de  Colón,  tan  generalizado  como  él  lo  presenta ,  no  sea 
exacto,  porque  las  líneas  isotermas  son  casi  paralelas  al 
ecuador  en  toda  la  zona  tórrida,  en  el  nivel  del  Océano  ó 
donde  las  elevaciones  del  terreno  no  son  grandes,  digno 
€s,  sin  embargo,  de  admiración  el  talento  de  combinar 
los  hechos  en  un  marino  que  en  su  juventud  no  había 
hecho  estudio  alguno  de  filosofía  natural. 

Después  de  hablar  del  excesivo  calor  de  la  región  afri- 
cana del  Atlántico  en  los  paralelos  de  Hargin  (la  isla 
Arguin,  al  Sur  de  Cabo  Blanco),  de  las  islas  de  Cabo 
Verde  y  de  las  costas  de  Sierra  Leoa  (Sierra  Leona),  en 
Ouinea,  donde  los  hombres  son  negros,  insiste  el  Almi- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  41 


rante  en  el  contraste  del  clima  que  observa  desde  que, 

■en  su  tercer  viaje  (1),  llega  más  allá  del  Meridiano,  que 

pasa,  según  sus  cálculos,  5°  al  Oeste  de  las  islas  Azores. 

Aunque  disminuye  la  latitud ,  que  cree  (2)  ser  hasta 


(1)  Vida  del  Almirante,  cap.  66.  Conviene,  sin  embargo, 
«dvertÍT  que  cuando  D.  Fernando  no  cita  las  mismas  palabras 
■de  los  Diarios  de  su  padre ,  los  absurdos  que  se  notan  en  la  ex- 
plicación de  los  fenómenos  físicos  pueden  nacer  de  los  escasos 
-conocimientos  náuticos  y  astronómicos  del  hijo.  Iub.  projJiedad 
de  los  cuatro  vientos^  atribuida  ala  estrella,  es  menos  sorpren- 
dente que  el  supuesto  procedimiento  de  imantación.  Las  notas 
del  Almirante  en  su  Diario  del  primer  viaje,  correspondientes 
Á  los  días  del  17  al  30  de  Septiembre  de  1491 ,  prueban  que  co- 
nocía el  movimiento  diurno  de  la  polar  alrededor  del  polo,  pero 
que  este  conocimiento  era  en  él  muy  reciente.  «Por  la  noche  las 
agujas  norduesteahan  un  cuarto  de  viento,  y  por  la  mañana 
estaban  dirigidas  hacia  la  estrella»  ;  por  lo  cual  parece  que  la 
-estrella  (polar)  hace  movimiento  como  las  otras  estrellas  y  las 
agujas  piden  siempre  la  verdad  (quedan  inmóviles  en  su  direc- 
ción, porque  la  variación  horaria  no  podía  observarla  Colón). 

El  17  de  Septiembre  aprovechó  Colón  este  movimiento 
diurno  de  la  estrella  polar  alrededor  del  polo  para  engañar  á 
los  pilotos,  alarmados  porque,  durante  la  noche,  las  agujas  no 
señalaban  al  Norte,  sino  al  Noroeste.  Al  amanecer  hizo  Colón 
á  los  pilotos  marcar  el  Norte,  sin  duda  cuando  la  estrella,  por 
su  movimiento  diurno,  estaba  al  Oeste  del  polo.  «Los  pilotos 
reconocieron  que  las  agujas  eran  todavía  buenas,  y  la  razón  era 
que  la  estrella  se  movía  y  no  las  agujas. »  Tranquilizáronse  los 
pilotos,  ignorando  á  la  vez  la  variación  de  la  brújula  y  movili- 
dad de  la  estrella  polar.  Creo  que  esta  explicación  qu©  doy  del 
párrafo  es  la  única  posible  ;  pero  Colón  dice  además,  «porque 
la  estrella ^;ar<?c<''  que  hace  movimiento  y  no  las  agujas».. 

(2)  Sabemos  por  la  famosa  carta  de  Eafael  al  papa  León  X, 
sobre  la  conservación  de  los  monumentos  antiguos,  carta  que 
parece  escrita  por  el  elocuente  é  ingenioso  Castiglione,  que 
trece  años  después  de  la  muerte  de  Colón  aun  se  conocía  ape- 
nas el  empleo  de  la  brújula  para  tomar  las  alturas  en  tierra. 


42  ALEJANI'RO    DE   HUMBOLDT. 

de  5°,  y,  según  las  investigaciones  del  Sr.  Moreno,  era 
de  8°,  llámale  la  atención  la  frescura  del  aire.  « Esta 
temperancia,  dice  Colón,  aumenta  hacia  el  Oeste  en 
tanta  cantidad,  que  cuando  llegué  á  la  isla  de  Trinidad 


Kafael  describe  extensamente  {Opere  di  B.  Castigl'wne, 
1733,  pág.  162)  aun  método  nuevo  desconocido  en  la  antigüedad 
para  medir  un  edificio  (debiera  haber  dicho  levantar  el  plano 
de  un  edificio)  por  medio  de  la  aguja  imantada. ))  En  1522,  Pi- 
gafetta,  en  su  memorable  Tratado  de  Navegación,  enseña  cómo 
se  debe  corregir  la  medición  de  alturas  por  la  declinación ;  lo 
que  obliga  á  decir  confusamente  á  Sarmiento  en  1579  que,  «es- 
tando en  las  cartas  marinas  diseñadas  las  costas  con  arreglo  á 
malas  brújulas  (por  agujas  de  marear  que  tienen  trocados  Ios- 
aceros  quasi  una  cuarta  del  punto  de  la  flor  de  lys),  no  se  po- 
dían tomar  dichas  cartas  por  buenas. »  (  Viaje  al  estrecho  de 
Magallanes,  por  el  capitán  Pedro  Sarmiento  de  Gamboa,  1668, 
página  52, )  Na  varéete  asegura  en  su  Discurso  sobre  los  pro- 
gresos de  la  navegación  en  España,  que  las  primeras  cartas  de 
variación  magnética  las  trazó  en  1539  Alonso  de  Santa  Crua,. 
que  había  dado  al  emperador  Carlos  V  lecciones  de  astronomía 
y  de  cosmografía ;  pero,  en  mi  opinión,  debe  creerse  que  las, 
cartas  que  Sebastián  Cabot  dejó  á  Guillermo  Worthington ,  j 
que,  por  desgracia,  han  desaparecido,  presentaban  con  mucha 
anterioridad  numerosas  indicaciones  de  variación. 

Uno  de  los  objetos  del  viaje  de  Gali  al  Mar  del  Sur  en  1582, 
fué  observar  con  precisión  las  declinaciones  magnéticas  con 
un  nuevo  aparato  inventado  por  Juan  Jaime  ( Viaje  al  estrecha 
de  Fuca,  pág.  XLVí).  Mientras  Pedro  de  Medina  {Arte  de  nave- 
gar, Sevilla,  1545,  lib.  vi,  cap.  3-6)  expresa  muchas  dudas 
acerca  de  la  existencia  de  la  declinación ,  su  contemporánea 
Martín  Cortés  {Breve  compendio  de  la  Sphera,  impreso  en 
1556,  pero  escrito  en  1545)  explica  la  distribución  de  las  fuer- 
zas, ó  mejor  dicho,  la  dirección  de  las  líneas  magnéticas  en  la 
superficie  del  globo  por  los  puntos  de  atracción,  situados  cerca 
de  los  polos  de  la  tierra.  En  1588  Livio  Sanuto,  que  adquirió  sus 
conocimientos  de  magnetismo  terrestre  en  las  relaciones  que  la 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  43 

(frente  á  la  costa  de  Paria),  á  donde  la  estrella  del 
Norte  en  anoclieciendo ,  tambie'n  se  me  alzaba  5°  (debe 
ser  8°),  allí  y  en  la  tierra  de  Gracia  (parte  montañosa  del 
Continente)  hallé  temperancia  suavísima,  y  las  tierras  y 
árboles  muy  verdes  y  tan  hermosos  como  en  Abril  en  las- 
huertas  de  Valencia;  y  la  gente  de  allí  de  muy  linda  es- 
tatura, y  blancos  más  que  otros  que  haya  visto  en  las- 
Indias,  é  los  cabellos  muy  largos  é  llanos,  é  gente  más- 
astuta,  é  de  mayor  ingenio,  é  no  cobardes.  Entonces  era 


hacían  de  los  descubrimientos  de  Sebastián  Cabot,  sitúa  el 
polo  magnético  del  N.  «en  66**  9'  de  latitud  y  155"  de  longitud^ 
según  Ptolomeo,  es  decir,  36°  al  O.  del  meridiano  de  Toledo)) 
Cosmographia,  páginas  11  y  12).  En  otra  parte  de  su  obra,  dice 
Sanuto  que  Venecia,  donde  en  su  tiempo  la  declinación  era 
de  10°  al  NE.,  está  alejada  59'  V2  de  la  línea  sin  declinación 
que  él  creía  erróneamente  dirigida  de  N.  á  S.  y  estar  en  el  me- 
ridiano del  polo  magnético.  Se  ve,  pues,  que  entonces  se  suponía 
este  polo  demasiado  al  S.  y  al  E.,  fijándole  en  los  42»  ó  49°  Va  de 
longitud  al  O.  de  París,  mientras  Mercator  lo  adelantaba  hacia, 
el  N.  y  el  O.  hasta  la  latitud  de  74°  y  longitud  de  154°  E, 
(Mercator  dice  180**  al  O.  de  las  islas  de  Cabo  Verde),  longitud 
que  correspondía  al  estrecho  de  Aniam,  según  creencia  de  en- 
tonces. 

Las  observaciones  del  capitán  Ross  dan  para  el  polo  magné- 
tico la  latitud  de  70**  5'  17''  y  la  longitud  de  99"*  7'  9''.  Sanuto- 
habla  de  este  polo  casi  con  el  mismo  entusiasmo  que  el  célebre- 
navegante  inglés.  «Veria  alcum  miracoloso  &tupendo  effeto 
quien  tuviera  la  dicha  de  llegar  al  polo  magnético» ,  que  él 
llama  calamitico,  para  nombrar  así  el  imán  de  la  tierra. 

El  P.  Aco3ta,  cuyas  o"ffras  son  las  que  más  han  contribuido- 
al  progreso  de  una  geografía  física  fundada  en  observaciones, 
supo  ya  en  1589,  por  un  piloto  portugués  muy  hábil,  que  hay 
cuatro  líneas  sin  declinación  {Ilist.  nat.  de  las  Indias,  lib.  i^ 
capítulo  17).  De  esta  idea,  y  á  causa  de  las  discusiones  de  En- 
rique Bond  {Longitude  found ,  1676)  con  Beckborrow,  dedujo 
Halley  la  teoría  de  los  cuatro  polos  magnéticos. 


44  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 


el  sol  en  Virgen  encima  de  nuestras  cabezas  é  suyas,  ansi 
que  todo  esto  procede  por  la  suavísima  temperancia 
que  allí  es,  la  cual  procede  por  estar  más  alto  en  el 
mundo.»  Aquí  repite  Colón  su  teoría  de  la  no  esfericidad 
del  globo,  probada  por  la  repetida  diferencia  de  distancia 
polar  que  presenta  la  estrella  polar  en  su  movimiento 
diurno,  al  Oeste  de  la  raya  que  divide  los  dos  hemis- 
ferios. 

Una  eminencia  (umbo)  señala  el  fin  del  Oriente.  «Allí, 
dice,  está  el  Paraíso  terrestre,  hacia  el  Golfo  de  las  Per- 
las, entre  las  bocas  de  la  Sierpe  j  del  Dragón,  donde  no 
puede  llegar  nadie,  salvo  por  voluntad  divina.  Sale  de 
este  sitio  del  Paraíso  una  inmensa  cantidad  de  agua, 
porque  no  creo  que  se  sepa  en  el  mundo  de  río  tan  grande 
y  tan  hondo  (el  Orinoco).  El  Paraíso  no  es  una  mon- 
taña escarpada,  sino  una  protuberancia  de  la  esfera  del 
globo  {el  colmo  ó  pezón  de  la  pera),  hacia  la  cual  desde 
muy  lejos  va  elevándose  poco  á  poco  la  superficie  de  los 
mares.» 

Colon  opone  á  esta  figura  irregular  del  hemisferio 
occidental  la  figura  indudablemente  esférica  del  hemis- 
ferio oriental,  «la  parte  del  paralelo  que  se  extiende 
desde  el  cabo  de  San  Vicente  á  Cangara  (Cattigara), 
encontrándose,  según  Ptolomeo,  en  la  isla  de  Arin.»  Yo 
creo  que  sea  ó  la  a/pula  de  Aryn,  de  Abulfera,  ó  una  de 
las  islas  de  los  Bahraín,  en  el  golfo  Pérsico,  célebre  por 
la  pesca  de  las  perlas  (1).  • 

Varias  veces  he  manifestado  que  en  el  ánimo  de  Colón, 
la  idea  de  una  línea  sin  declinación  cerca  de  las  islas 


(1)  «En  derecho  de  Sierra  Leoa,  donde  se  me  alzaba  ]a  estre- 
lla del  Norte,  en  anocTieciendo,  cinco  grados.»  Nava  érete,  i, 
página  256. 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉRICA.  45- 

Azores  y  de  un  meridiano  que  separaba  el  globo  entero 
en  dos  hemisferios  de  constitución  física  y  configuración 
enteramente  distintas,  uníase  constantemente  á  la  idea 
del  límite  oriental  de  la  gran  banda  de  Fucus  natans 
{Mar  de  Sargazo),  que  Oviedo  (lib.  ii,  cap.  v)  llama  «las 
grandes  praderas  de  yerbas». 

Esta  unión  de  ideas  la  indica  ya  en  su  primer  viaje. 
Tres  días  después  de  descubrir  el  cambio  de  declinación 
magnética,  anota  el  Almirante  en  su  Diario. «que  hoy  (el 
16  de  Septiembre),  y  siempre  de  allí  adelante,  hallaron 
aires  temperantísimos;  que  era  placer  grande  el  gusto  de^ 
las  mañanas,  que  no  faltaba  sino  oir  ruiseñores,  y  era  el 
tiempo  como  Abril  en  el  Andalucía.  Aquí  comenzaron 
á  ver  muchas  manadas  de  yerba  muy  verde.»  Poco 
tiempo  después,  el  8  de  Octubre  de  1492,  repite  (1): 


(1)  De  BaJiram  ha  podido  hacer  Colón  Bahrin,  Akrin.  E& 
la  Arados  de  Ptolomeo  (vi,  7) ,  que  este  geógrafo  sitúa  efecti- 
vamente á  91»  40'  de  longitud  de  su  primer  meridiano;  por  tanta 
casi  á  mitad  del  paralelo  de  Cattigara  y  del  cabo  Sagrado.  Co- 
lón añade  «isla  Arin,  que  es  debajo  la  línea  equinocial  entre  el 
sino  Arábico  y  aquel  de  Persia,  y  el  círculo  pasa  sobre  el  caba 
de  San  Vicente  en  Portugal  por  el  Poniente,  y  pasa  en  Oriente^ 
po?  Cangara  y  por  las  Seras.»  Sin  embargo,  también  pudo  alu- 
dir Colón  á  una  idea  sistemática  de  los  geógrafos  árabes  :  á  un 
pasaje  de  Abulfeda  que  dice:  «que  el  país  de  Lanka  (Ceylán), 
donde  está  situada  la  Cúpula  de  la  tierra  6  Aryn,  encuéntrase 
bajo  el  Ecuador,  en  medio,  de  las  dos  extremidades,  oriental 
y  occidental,  del  mundo»  (Sedillot,  Traite  des  Instruments 
astr.  des  Árabes,  t.  ii.  Prefacio).  Aryn  significa  en  árabe  el 
punto  medio,  el  justo  medio  (Silvestre  de  Sacy,  Mt.  et  Ex- 
traits  des  Manusorits  de  la  Bihl.  du  Roi,  t.  x,  pág.  39).  'Abul- 
Hasan-Ali ,  de  Marruecos ,  cuenta  un  poco  confusamente  sus 
longitudes,  comenzando  por  un  meridiano  80"  al  O.  de  Aryn 
(Sedillot,  t.  i,  páginas  312-818). 


46  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

«Los  aires,  muy  dulces,  como  en  Abril  en  Sevilla,  ques 
placer  estar  á  ellos:  tan  olorosos  son.» 

Este  cambio  total  de  clima,  aun  hoy  día,  llama  la 
atención  de  los  marinos  cuando  desde  Río  de  la  Plata  ó 
desde  el  cabo  de  Buena  Esperanza  vuelven  á  Europa  y 
entran  en  el  archipiélago  de  las  islas  Azores,  en  una 
atmósfera  y  en  un  mar  que  recuerdan  la  entrada  del 
canal  de  la  Mancha  (1). 


(1)  Navarrete,  t.  I,  páginas  9  y  18.  Colón  predijo  que  el 
trigo  y  la  viña  podrían  dar  en  Haití  abundantes  cosechas  como 
en  Andalucía  y  en  Sicilia.  Véanse  las  notas  entregadas  en  1464 
á  Antonio  Torres  (Na varéete,  t.  i,  página  229). 


IV. 

El  Mar  de  Sargazo. 


Las  observaciones  de  Colón  respecto  al  gran  banco  de 
fucus,  al  oeste  de  las  Azores ,  son  notables,  no  sólo  por 
la  sagacidad  con  que  describe  el  fenómeno,  distinguiendo 
los  diferentes  grados  de  frescura  de  las  plantas  mari- 
nas (1),  las  direcciones  que  imprime  á  sus  grupos  la 
acción  de  las  corrientes,  la  posición  general  del  Mar  her- 
boso con  relación  al  meridiano  de  Corvo,  sino  también 
porque  presentan  la  prueba  de  la  estabilidad  de  las  leyes 
que  deter.iiinan  la  distribución  geográfica  de  los  talasso- 
fites. 

Pronto  veremos  que  la  permanencia  del  gran  banco 
de  fucus  entre  los  mismos  grados  de  longitud  y  latitud, 


(1)  Más  allá  del  Ecuador,  en  la  parte  austral  del  Océano  At- 
lántico, obsérvase  una  oposición  climatérica  semejante  al  NE. 
y  SO.  de  las  islas  de  Martin  Vaz  (lat.  20°  27'  S.)  y  Trinidad  (la- 
titud 20°  21'  S.):  este  cambio  súbito  en  el  estado  del  cielo  y  de 
la  atmósfera,  ha  hecho  considerar  la  isla  de  Trinidad  como  una 
columna  oceánica  elevada  por  la  naturaleza  para  marcar  el  lí- 
mite de  dos  zonas  diferentes.  Düperrey,  ITydr.  du  voyage  de 
la  Coquille,  1829,  pág.  68. 


48  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

comprobada  por  el  mayor  Rennell  en  su  importante  obra 
sobre  las  corrientes  (1)  para  el  intervalo  de  1776  á  181 9, 
asciende  por  lo  menos  hasta  fines  del  siglo  xv. 

Para  facilitar  la  comparación  de  las  observaciones 
antiguas  con  el  actual  estado  de  cosas,  preciso  es  co- 
menzar examinando  rápidamente  los  líáiites  que  pueden 
asignarse  hoy  á  las  acumulaciones  de  fucus  flotante  en 
el  Atlántico  (2). 

Existen  dos  de  estas  acumulaciones  que  se  confunden 
bajo  la  denominación  vaga  de  Mar  de  Sargazo ,  y  que 
pueden  distinguirse  con  los  nombres  de  Grande  y  Pe- 
queño banco  de  fucus  (3). 


(1)  De  igual  modo  que  los  marinos  ingleses  distinguían  en  £u» 
descripciones  entre  fresh  tveed  iveed  much  deoayed,  sorprendió 
á  Colón  encontrar  á  veces  reunidos  ramos  de  yerta  muy  vieja 
y  otra  muy  fresca,  que  traía  como  fruta.  (Cree  que  los  apén- 
dices globulosos  y  pediculados  son  fruto  del  fucus.)  Otro  día 
anota  que  la  hierba  venía  del  E.  al  O., por  el  contrario  de  lo 
que  solía  (Na varéete  ,  t.  i  ,  pág.  16).  Describe  los  crustáceoa 
(esquilas)  que  anidan  en  el  fucus  acumulado  :  íin  cangrejo  vira 
lo  guardó  el  Almirante.  Se  admira  de  ver  parajes  sin  hierba  en 
medio  de  un  mar  que  parecía  coagulado  (Ja  mar  cuajada  de 
yerbas,  1.  c,  páginas  10  y  12),  y  como  naturalista  observador 
distingue  las  distintas  especies  de  fucus,  los  del  Mar  de  Sargazo 
y  los  que  son  comunes  alrededor  de  las  islas  Azores.  «Vieron 
yerba  de  otra  manera  que  la  pasada,  de  la  que  hay  mucha  en 
las  islas  de  los  Azores  ;  después  se  vido  de  la  pasada.»  {Diaric, 
en  7  de  Febrero  de  1493.)  Acerca  de  la  frecuencia  del  fucus 
sobre  los  escollos  próximos  á  las  Azores,  véase  Manoel  Ti- 
MENTEL,  Arte  de  navegar,  Lisboa,  1712,  pág.  310. 

(2)  Investigation  on  the  Currents  of  the  Atlantic  Occan., 
1832,  pág.  70. 

(3)  Las  pruebas  de  las  añrmaciones  que  aquí  hago  han  sida 
desarrolladas  en  una  Memoria  sobre  las  corrientes  en  general 
y  sobre  el  contraste  que  ofrece  en  particular  ur.a  corriente  de 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  49 


El  primer  grupo  está  situado  entre  los  paralelos  de 
19°  y  34°  de  latitud,  y  su  eje  principal  (la  línea  media 
del  banco,  cuya  anchura  es  de  100  á  140  millas)  á 
unos  41°  ^/j  de  longitud ,  es  decir,  sobre  el  paralelo  de 
40°  en  un  meridiano  de  7°,  al  oeste  de  Corvo.  El  se- 
gundo grupo,  ó  Pequeño  banco  de  fucns  flotante,  está 
situado  entre  las  Bermudas  y  las  islas  Baliamas,  en  la- 
titud de  25°-31°  y  longitud  68°-76°.  Se  le  atraviesa  al  ir 
del  Bajo  de  Plata  (Cayo  de  Plata),  al  norte  de  Haíti, 
hacia  el  pequeño  archipiélago  de  las  Bermudas.  Su  eje 
principal  me  parece  está  en  dirección  N.  60°  E.,  entre 
los  25°  y  30°  de  latitud.  Hay  comunicución  casi  perma- 
nente entre  el  Gran  banco  longitudinal  y  el  Pequeño 
banco  casi  circular  por  medio  de  una  banda  do  fucus  si- 
tuada de  Este  á  Oeste.  Los  buques  dirigidos  por  el  pa- 
ralelo de  28°  ven  pasar  de  hora  en  hora,  desde  los  44°  á 
los  68°  de  longitud,  ramos  ñ.e  fucus  natans  más  6  menos 
frescos  en  una  ruta  de  más  de  200  millas  marinas.  Al- 
gunas veces  el  fucus  llega  á  los  34°  V^  de  latitud,  y  se 
acerca  á  la  orilla  oriental  de  la  gran  corriente  pelásgica 
de  agua  caliente,  conocida  con  el  nombre  de  Gulf  Stream. 

Comprendiendo  en  el  nombre  de  Mar  de  Sargazo  los 
dos  grupos  y  la  banda  transversal  que  los  une,  el  fucus 
flotante  tiene  un  área  seis  6  siete  veces  mayor  que  Fran- 
cia. La  mayor  parte  de  estos  fucus  aparecen  en  plena  ve- 
getación, y  el  citado  espacio  del  Océano  presenta  uno  de 
los  ejemplos  más  notables  de  la  inmensa  extensión  de 
una  sola  especie  de  plantas  sociales.  En  los  continentes, 


agua  fría  del  Mar  del  Sur,  con  la  coriiente  de  agua  caliente 
del  Gulf  Stream,  que  presenté  á  la  Academia  de  Berlín  el  27 
de  Junio  de  1833. 


50  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT, 

ni  las  gramíneas  de  los  Llanos  y  las  Pampas  de  la  Amé- 
rica meridional ,  ni  los  brezos  {ericeta),  ni  los  bosques 
de  las  regiones  septentrionales  de  Europa  j  Asia,  com- 
puestos de  coniferas,  de  betulíneas  j  salicíneas,  pueden 
rivalizar  con  los  talassofites  del  Atlántico.  En  estos 
agrupamientos  de  plantas  sociales  continentales  en- 
cuéntranse  muchas  especies  reunidas,  porque  el  Pinus 
S'f/hestris ,  que  se  extiende  con  triste  uniformidad  desde 
las  comarcas  del  Báltico  hasta  el  río  Amur  y  el  litoral 
siberiano  del  Mar  de  Sur,  está  mezclado  frecuentemente 
con  el  Pinus  ahies  y  el  Pinus  cemhra  (1). 

He  trazado  á  grandes  rasgos  la  circunscripción  de  los 
tres  grupos  de  fucus  en  el  centro  del  Atlántico;  pero  el 
fenómeno  de  sus  límites  exige,  por  ser  muy  complicado  y 
muy  discutido,  más  amplias  explicaciones.  No  tra^taré  aquí 
la  cuestión  de  si  se  deben  suponer,  como  se  suponían  ya 
en  tiempo  de  Colón  (2),  escollos  en  el  fondo  del  mar, 
en  los  sitios  donde  sobrenadan  los  fucus,  de  cuyos  esco- 
llos son  accidentalmente  arrancados  los  talassofites;  ó  si 
estas  plantas  se  encuentran  siempre,  desprovistas  de 
raíces  y  de  frutos,  en  los  mismos  sitios,  vegetando  y  des- 


(1)  Esta  distinción,  hecha  por  mí  en  la  Melation  historique, 
tomo  I,  pág.  202,  la  adoptó  y  siguió  Mr.  Rennell  {Inv.,  pá- 
gina 184). 

(2)  De  igual  modo  en  los  vastos  matorrales  del  Noroeste  de 
Europa  están  mezclados  con  la  Erica  (Calluna)  vulgaris,  las 
Erica  tetralix,  Eiica  ciliaris  y  Erica  cinérea.  Las  JCrieetas  de 
Europa  del  Sur  presentan  la  asociación  de  la  Ericeta  alborea 
y  la  Ericeta  scoparia.  En  otra  obra  he  descrito  la  gran  varie- 
dad de  gramíneas  que  se  advierte  en  los  Llanos  y  los  Pajona- 
les de  las  planicies  y  mesetas  de  los  trópicos  que  los  indígenas 
americanos  llaman  poéticamente  mares  de  yerba  y  que  apa- 
rentan una  monotonía  engañosa. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  51 


arrollándose  como  la  Vaucheria,  la  Polysperma  glome- 
raia  y  otras  algas  de  agua  dulce,  flotando  desde  hace 
siglos  en  la  superficie  del  Océano;  ó,  en  fin,  si  el  Mar 
de  Sargazo,  próximo  á  las  islas  Azores,  se  debe  á  una 
desviación  del  Gulf  Stram,  que  transporta  fucus  arran- 
cados en  el  golfo  de  Me'jico,  y  los  acumula  progresiva- 
mente en  un  mar  combatido  por  vientos  contrarios  y 
considerado  como  desembocadura  de  una  gran  corriente 
pelásgica  (1).  Me  limitaré  solamente  á  hacer  notar 
aquí  que  la  dirección  que  presenta  la  extremidad  septen- 
trional de  la  gran  banda  de  fucus  al  norte  del  paralelo 
de  Corvo,  concuerda  mal  con  la  última  de  las  tres  hipó- 
tesis que  acabo  de  indicar,  y  que  enuncia  ya  Roggeveen 
(Histoire  de  la  expeditión  de  trois  vaisseaux  aux  Terrea 
australes  en  1721,  t.  ii,  pág.  252).  La  banda  ale- 
jada 4°  de  Corvo  se  inclina  súbitamente  en  su  estado 


(1)  Acerca  del  mare  herhidum  ,  véase  Pedeo  Mártir  de 
Anghiera,  Occeánica,  Déc.  iii,  lib.  iv,  pág.  53.  Colón  expresa 
8u  opinión  favorable  á  la  adherencia  primitiva  del  fucus  á  loa 
escollos  próximos,  desde  el  primer  día  que  entra  en  el  Mar  de 
Sargazo.  He  aquí  sus  palabras,  consignadas  por  Las  Casas  en 
el  extracto  del  Diario:  «Aquí  comenzaron  á  ver  manadas 
(acaso  manchas)  de  yerba  muy  verde  que  poco  había,  según  le 
parecía,  que  se  había  desapegado  de  tierra,  por  lo  cual  todos 
jiizgaban  que  estaban  cerca  de  algana  isla.»  El  Almirante 
imaginó  que  en  la  parte  del  Océano  donde  se  acumula  el  f  a- 
cus  es  el  agua  menos  sal  ai  a  (Navarrete,  1. 1,  pág.  10);  hecho 
refutado  por  las  experiencias  directas  que  el  astrónomo  de  la 
expedición,  de  Krusenstern  {Reiseum  die  Welt,  t.  iil,pág.  153), 
ha  hecho  del  peso  específico  del  agua  en  el  Mar  de  Sarga?;ó.  La 
salazón  aumenta  bajo  la  capa  de  fucus  flotante,  porque  esta 
capa,  p:)r  la  analogía  con  las  observaciones  que  yo  he  hecho  en 
aguas  cubiertas  de  confervas  y  de  lemna,  aumenta  la  tempe- 
ratura del  agua  del  Océano  en  la  superficie. 


52  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

normal  desde  los  39°  40'  de  latitud  hacia  el  Noreste,  y  llega 
en  esta  dirección,  disminuyendo  progresivamente  en  an- 
chura, hasta  el  paralelo  de  46°.  Su  extremidad  boreal 
encue'ntrase,  por  tanto,  casi  en  el  paralelo  de  Fayal,  y 
resulta,  de  esta  dirección,  que  la  zona  de  fucus  flotante 
atraviesa  como  un  dique,  casi  en  ángulo  recto,  el  río 
pelásgico  del  Gulf  Stream,  cuya  dirección  en  estos  para- 
jes es  hacia  el  Sudeste  (1).  Esta  posición  tan  contraria 
á  la  dirección  de  la  corriente  de  agua  caliente,  anuncia, 
al  parecer,  que  bajo  la  banda  de  fucus  flotante  que  se 
extiende  j-rimero,  como  acabamos  de  decir,  de  NE.  á 
SO.  y  al  sur  del  paralelo  de  Corvo  de  N.  á  S.,  hay  en 
el  fondo  del  mar  desigualdades  que  alimentan  la  masa 
vegetal  acumulada  en  la  superficie  entre  límites  perma- 
nentes. Si  estas  masas  fueran  arrancadas  en  el  golfo  de 
Méjico  y  en  las  islas  Bahamas,  y  despositadas  en  el  Mar 
de  Sargazo  como  aluvión  del  gran  rio  pelásgico  (como 
los  fucus  de  las  Malvinas  arrastrados  por  las  corrientes 
del  agitado  mar  que  se  encuentra  al  SSE.  de  la  embo» 
cadura  del  Río  de  la  Plata),  no  se  comprendería  fácil- 
mente que  los  fucus  pardos,  y  en  gran  parte  sin  vida,  del 
Gtilf  Stream ,  pudieran  recobrar,  despue's  de  este  largo 
viaje,  una  frescura  tan  sorprendente.  Aun  admitiendo, 
conforme  á  las  ingeniosas  observaciones  de  M.  Meyen, 
que  puedan  vegetar  sin  raíces,  paréceme  más  probable 


(1)  Esta  opinión  ha  sido  emitida  por  Thunberg,  pero  sin 
prueba  alguna  tomada  de  la  fisiología  vegetal.  Un  botánico 
muy  sagaz,  Mr.  Meyen,  insiste  en  la  notable  analogía  de  los  fu- 
cus con  las  algas  de  agua  dulce,  muchas  de  las  cuales  jamás 
tienen  frutos  y  están  desprovistas  de  raíces,  de  modo  que  sólo 
se  desarrollan  y  multiplican  por  medio  de  nuevas  ramas. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  53 

que  su  verdadera  patria,  su  sitio  de  origen  sea  el  Mar  de 
Sargazo  (1). 

Para  que  el  lector  pueda  juzgar  el  grado  de  confianza 
que  merece  la  comparación  hecha  de  las  antiguas  obser- 
vaciones de  Cristóbal  Colón  con  ]as  hechas  posterior- 
mente, preciso  es  examinar  más  al  detalle  la  prolon- 
gación del  gran  banco  de  fucus  al  S.  del  paralelo  de 
Corvo.  El  eje  principal  del  banco  parece  pasar  por  latitud 
de  40°  y  longitud  de  39°  '/4 ;  por  latitud  de  30®  y  lon- 
gitud de  43°;  por  latitud  de  20°  y  longitud  de  40°.  El 
ancho  de  la  banda  es  generalmente  de  i  á  5° ;  pero  en  el 
paralelo  de  35°,  donde  retrocede  más  al  Oeste  la  an- 
chura, al  parecer,  disminuye  en  la  mitad.  La  mayor 
acumulación  está  entre  los  30°  y  36°  de  latitud. 

Hacia   la  extremidad  meridional,  observada   por   el 


(1)  The  Sea  of  Sargasso  may  be  considered  as  an  eddy  {re- 
mous,  tourMlloTí) ,  betwen  the  regular  equinoctial  current  set- 
ting  to  the  westward,  and  those  easterly  curren ts  put  in  mo- 
tion  by  the  westerly  winds  á  little  to  the  nortward  of  the 
paiallel  in  which  the  tradewinds  begin  to  blow  (John  PüRDY, 
3Iem.  un  the  Ilydr.  of  the  Atlantic.  Ocean.,  1825,  pág.  221). 
«The  Sea  of  Sargasso  may  be  deemed  the  recipient  of  the  wa- 
ter of  the  Gulf-Stream  of  Florida:  it  is  á  deposit  of  gulf-iceed 
brought  by  the  stream  »  Rennell  ,  Inv.,  páginas  27  y  71.  Pero 
más  adelante  (pág.  184) ,  el  célebre  hidrógrafo  parece  incli- 
narse á  la  opinión  de  que  el  fucus  se  renueva  con  el  arrancado 
en  los  escollos  próximos.  El  teniente  Juan  Evan,  admirado 
también  ante  las  grandes  masas  de  fucus  en  el  golfo  de  Méjico 
((siente  que  no  se  sondee  con  más  cuidado  {n-itli  the  deepsea 
Une)  en  el  gran  banco  de  fucus  al  O,  de  las  Azores  (lat.  30"-36*, 
longitud  43"-57''),  donde  algunas  veces  ha  visto  la  mar  cubierta, 
en  una  extensión  de  cuatro  leguas  marinas,  de  una  espesa  capa 
de  fucus  flotante»  {Journal  du  Vaisgeau  Belvedere  ^  Noviem- 
bre de  1810). 


54  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

capitán  Birch  en  1818,  en  el  paralelo  de  19°  por  39°  7*  ^^ 
longitud,  extie'ndese  el  fucus  muy  lejos  al  E.  y  forma 
muchas  bandas  longitudinales  paralelas  (1).  Estas  ma- 
sas esporádicas  llegan  algunas  veces  hasta  los  32°  de 
latitud,  y  cubren  el  mar  entre  los  33°  y  40°. 

Ya  he  descrito  la  posición  y  configuración  del  gran 
banco  longitudinal,  tal  y  como  resultan  del  inmenso  nú- 
mero de  observaciones  que  ha  reunido  el  mayor  Rennell, 
desde  el  año  de  1780,  época  en  que  empezó  á  ser  común 
en  la  marina  inglesa  el  uso  de  los  cronómetros.  Trátase 
aquí,  como  en  las  determinaciones  de  la  temperatura  y 
de  la  presión  atmosférica  ó  en  el  trazado  de  la  velocidad 
y  la  anchura  del  Gulf  Stream,  de  un  estado  medio,  á  que 
llamo  normal.  Los  límites  del  banco  de  fucus  removido 
por  los  vientos  y  las  corrientes  oscilan  sin  duda;  la  banda 
se  estrecha  ó  se  ensancha  como  las  corrientes  pelásgicas 
que  atraviesan  las  aguas  casi  inmóviles  del  Océano  que 
las  rodea;  pero  escaso  fundamento  tendrían  las  antedi- 
chas determinaciones  numéricas  si  se  admitiera  que  el 
fucus,  en  su  habitual  agrupación,  no  sigue  alguna  ley  ó 
forma  especial. 

Conviene  distinguir  entre  la  banda  longitudinal  y  es- 
trecha que  acabamos  de  describir,  y  cuyo  eje  principal 
pasa  por  los  meridianos  de  40°  y  43°,  y  las  porciones  de 
fucus  flotante  que  habitualmente  encuentran  los  barcos 
al  volver  del  cabo  de  Buena  Esperanza  á  Europa,  al 
Este  de  la  banda  principal  (éntrelos  paralelos  de  20°  y 


(1)  Lo  mismo  opinan  también  M.  Luccock  en  sus  Notes  on 
Brasil,  y  un  marino  muy  distinguido ,  el  capitán  Livingston 
(PüRDY,  Memoir  on  tlie  Hidrog.  of  tlie  Atlantic,  1825,  pági- 
nas 221-225). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  65 

35"),  hasta  los  32"  de  longitud,  y  aun  hasta  el  meridiano 
de  la  isla  de  Fayal.  Como  esta  región  de  los  fucus  ja- 
más ha  sido  explorada  con  el  intento  de  determinar  los 
límites  y  la  configuración  del  grupo  entero,  preciso  es 
reunir  en  las  cartas  marinas  las  observaciones  hechas 
accidentalmente  y  en  distintos  estados  de  vientos  y  de 
corrientes,  de  modo  que  la  cuestión  de  saber  si  por  el 
Noroeste  se  aparta  considerablemente  la  banda  princi- 
pal hacia  el  E.,  no  está  resuelta  ni  lo  estará  en  largo 
tiempo,  dada  la  indiferencia  con  que  es  tratada  la  física 
del  Océano. 

Colón  vio  las  primeras  masas  de  fucus  flotante  en  su 
expedición  de  descubrimiento  de  1492  el  16  de  Septiem- 
bre, encontrándose  en  latitud  de  28°y  longitud  de  35°  Va 
Pasó  el  gran  banco  longitudinal  de  Corvo  en  la  banda 
transversal  que  en  los  paralelos  de  25"  y  35°  une  el 
banco  grande  con  el  pequeño.  El  máximum  *de  aglome- 
ración de  plantas  marinas  se  halló,  según  el  Diario  de 
Colón,  el  21  de  Septiembre,  siempre  en  la  latitud  de  28°, 
pero  en  longitud  de  i^^  7*-  ^^  Almirante  permaneció 
en  dicha  banda  transversal  hasta  el  8  de  Octubre ,  ha- 
biendo navegado  24"  más  al  O.,  é  inclinándose  un  poco 
hacia  el  S.  «La  yerba  se  presentaba  siempre  muy  fresca 
y  dirigida  en  el  sentido  de  la  corriente  de  E.  á  O.  Sabía 
desde  el  3  de  Octubre  que  dejaba  ciertas  islas  en  aque- 
lla comarca,  por  no  se  detener,  pues  su  fin  era  pasar  á 
las  Indias  y,  si  se  detuviera,  no  fuera  buen  seso.» 

La  longitud  que  el  Sr.  Moreno,  en  el  trazado  de  las 
rutas  del  Almiraate,  fija  para  el  16  de  Septiembre 
de  1492,  está  confirmada  por  el  cálculo  de  leguas  que 
éste  da  en  su  Diario,  el  10  de  Febrero  de  1493.  A  la 
vuelta  de  Haíti  estaban  los  pilotos  muy  inciertos  acerca 


56  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

de  la  distancia  en  que  se  encontraban  de  las  Azores. 
Colón  procuró  orientarse  conforme  á  la  posición  del  gran 
banco  de  fucus,  j  recordó  que,  al  ir  al  descubrimiento, 
empezó  á  ver  las  primeras  yerbas  á  263  leguas  al  O.  de 
la  isla  de  Hierro.  El  cálculo  da  para  este  punto  la  lon- 
gitud de  36°.  Conviene  recordar  que  el  Diario  habla  de 
masas  aisladas  de  fucus  (manchas),  no  de  la  verdadera 
orilla  del  gran  banco,  que  está  más  occidental. 

La  ruta  que  Colón  siguió,  sin  duda  por  los  consejos  de 
Toscanelli,  ateniéndose  estrictamente  al  paralelo  de  la 
isla  de  la  Gomera,  favoreció  por  modo  singular  la  solución 
del  problema  de  que  tratamos.  En  el  viaje  de  España  á 
las  Antillas  los  marinos  modernos  no  atraviesan  el  gran 
banco  de  fucus  al  oeste  de  Corvo;  se  dirigen  al  Sur  y, 
para  encontrar  lo  más  pronto  posible  los  vientos  alisios, 
pasan'  entre  las  islas  de  Cabo  Verde  y  la  extremidad 
meridional -de  los  fucus  acumulados. 

A  la  vuelta  de  la  primera  expedición,  desde  el  meri- 
diano de  las  Bermudas  hasta  el  del  banco  de  Terranova, 
del  21  de  Enera  al  3  de  Febrero  de  1493,  en  los  para- 
lelos de  24°  y  34°  '/a?  entra  de  nuevo  Colón  en  las  ban- 
das transversales  del  fucus  flotante,  entre  los  dos  bancos 
antes  mencionados.  El  2  de  Febrero ,  especialmente ,  ve 
por  segunda  vez  la  ma?-  tan  cuajada  dé  yerba  que,  si 
no  hubiese  observado  ya  este  fenómeno ,  temiera  encon- 
trarse sobre  algún  escolio  (I).    El  buque  estaba  enton- 


(1)  Cuando  los  barcos  que  cuentan  con  elementos  para  de- 
term'nar  con  precisión  las  longitudes  atraviesan  el  gran  banco 
de  fucus  en  el  sentido  de  un  paralelo,  pero  fuera  de  la  banda 
que  une  los  dos  brazos,  tiene  muy  pocas  probabilidades  de  es- 
tudiar el  fenómeno;  y  cuando,  muy  al  E.  del  meridiano  que 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  57 

ees  á  37°  de  latitud  y  41°  Va  ^^  longitud,  y  el  Diario 
habla  de  prodigiosa  abundancia  de  yerbas  marinas.  La 
anchura  de  la  banda  es  habitualmente  en  esta  latitud  de 
50  millas ;  ahora  bien ,  avanzando  Colón  en  veinticuatro 


consideramos  en  el  estado  normal  como  limite  oriental  del 
gran  banco,  encuéntranse  muchos  días  grandes  grupos  de  fucus 
flotantes,  igualmente  espaciados  y  situados  en  la  dirección  de 
las  corrientes,  puede  creerse  que,  navegando  en  rumbos  poco 
diferentes  del  meridiano,  no  se  ha  tocado  al  verdadero  banco 
longitudinal,  y  que  el  eje  de  la  principal  aglomeración  está 
situado  más  al  O.  A  causa  del  minucioso  trabajo  que  he  hecho 
sobre  esta  materia,  tengo  pruebas  de  la  existencia  de  estrías  de 
fucus  flotante  en  masas  considerables  en  longitudes  mucho  más 
orientales  de  las  que  admite  Rennell,  como  formando  habi- 
tualmente el  borde  oriental  del  gran  banco.  Encuentro  estas 
pruebas  en  las  observaciones  de  Labillardiere ,  lat.  25**,  longi- 
tud 3P — lat.  36  1/2°,  long.  35"  {Relation  dn  voyage  á  la  reclier- 
clie  de  La  Perouse^  t.  il,  pág.  331);  de  Mr.  Lichtenstein,  á  su 
vuelta  del  cabo  de  Buena  Esperanza,  lat.  19  V2*,  long.  35  3/4** — 
latitud  22  V2",  long.  36  V4°;  de  Mr.  Bory  Saint  Vincent,  lati- 
tud 23  1/2°,  long.  So" :  de  Mr.  Gaudichaud  en  la  expedición  de 
La  Herminia,  lat.  27  8/4°,  long.  37  3/4* —lat.  29*,  long.  35  Va'; 
de  Mr.  Freycinet,  en  el  viaje  de  La  Tírame,  lat.  28°  31',  longi- 
tud 35o  55/ — lat.  36»  1',  long.  35"  44';  del  capitán  Duperrey  en 
el  viaje  de  La  CoquiUe,  lat.  29^  54',  long.  31"  45'— lat.  'dV  35', 
longitud  3 lo  7';  de  Mr.  de  ürbille  en  su  viaje  del  Astrolahe, 
latitud  24°  51',  long.  32°  39'-lat.  26°  20',  long.  33°  39'— lati- 
tud 29°  5',  long.  30°  53".  He  observado  por  mí  mismo,  en  el  tra- 
yecto desde  la  Coruña  á  Cumaná,  pasando  al  NO.  de  las  islas 
de  Cabo  Verde  y  80'  al  E.  del  punto  que  las  cartas  de  las  co- 
rrientes del  Atlántico,  por  el  mayor  Rennell,  fijan  como  extre- 
midad meridional  del  gran  banco,  masas  considerables  de  fucus 
flotante  {Relation  historique ,  t.  I,  pág.  271).  Terminaré  esta 
nota  alegando  testimonios  de  los  resultados  que  oficiales  de 
gran  mérito,  los  Sres.  Birch,  Alsagar,  Hamilton  y  Livingston, 
han  obtenido  desde  1818  á  1820,  y  que  confirman  por  modo  sa- 


58  ALEJANDRO  DE  HÜMBOLDT. 

horas  con  viento  fresco  de  Noroeste  unos  3°  de  longitud, 
es  natural  y  conforme  al  estado  actual  de  las  cosas  que 
desde  el  9  de  Febrero  hasta  la  horrible  tempestad  del  14, 
durante  ia  cual  arrojó  al  mar  la  relación  de  su  gran  des- 
cubrimiento, aproximándose  á  las  Azores,  no  viera  ya 
más  fucus  flotante. 

Resulta  del  conjunto  de  estas  indicaciones  que ,  según 
cálculos  aproximados  que  se  fundan  en  los  rumbos  y 
distancias  mencionadas  en  el  Diario  del  Almirante ,  el 
gran  banco  de  fucus,  cerca  de  Corvo,  lo  atravesó  en  1492 
en  latitud  de  28°  Va  y  longitud  40''-43°;  y  en  1493  en  la- 
titud de  37°  y  longitud  de  41"  Va-  Las  observaciones  mo- 
dernas presentan  para  el  eje  principal  de  este  banco  la 
longitud  de  41°  Va*  Desde  luego  declaro  que  la  notable 
concordancia  de  estos  datos  numéricos  es  puramente 
accidental.  Los  materiales  empleados  para  trazar  las  ru- 
tas que  siguió  Colón  contienen  multitud  de  datos  du- 
dosos (1),  que  las  más   acertadas  compensaciones  no 


tisfactorio  lo  que  c^eemos  ser  la  configuración  normal  de  la 
bandado  Corvo;  del  almirante  Krusenstern,  según  Mr.  Hor- 
ner,  lat.  26»,  long.  39  V2"*  {Meise  tim  die  Welt.,  t.  iii,  pági- 
nas 151-153);  Kotzebue,  en  su  viaje  del  Ruricli,  según  el  diajío 
manuscrito  de  Mr.  Chamisso,  lat.  20°,  loug.  37V2°-- lat.  30°,  lon- 
gitud 390  3/4 ;  de  Mr.  Meyen,  en  su  viaje  alrededor  del  mundo, 
latitud  24«',  long.  39  1/2°— lat.  36»,  long.  43  1/2°-  Al  comparai-  es- 
tas longitudes,  reducidas  siempre  en  esta  obra  al  meridiano 
de  París,  á  la  posición  del  eje  del  banco  de  fucus  flotante, 
debe  tenerse  en  cuenta  la  anchura  del  banco. 

(1)  Colón  creía  estar  entonces  en  lat.  de  34*  Va  y  long.  de  53°; 
por  tanto,  al  ENE.  de  las  islas  Bermudas.,  Es  notable  que, 
desconociendo  esta  observación  de  1493  el  mayor  Rennel,  sitúe 
el  banco  de  fucus  en  los  mismos  parajes  (véase  la  segunda  carta 
del  Atlas  de  las  Corrientes),  mnch  Gulf  weed» 


DtSCUBRlMIENTO   DE   AMÉRICA. 


aclaran  por  completo;  pero  sin  pretender  una  determina- 
ción rigurosa  de  las  longitudes,  siempre  resultará  muy 
probable,  según  mis  investigaciones,  que  desde  fines  del 
siglo  XV  la  banda  principal  de  fucus  flotante  próxima  á 
las  Azores  no  ha  tenido  cambio  considerable  de  si- 
tuación. 

Una  tradición  antigua,  que  he  visto  conservada  entre 
los  pilotos  de  Galicia,  dice  que  este  gran  banco  de  fus- 
cus  señala  la  mitad  del  camino  que  hacen  al  trave's  del 
Golfo  de  las  Yeguas  (1)  los  barcos  que  vuelven  á  Es- 
paña procedentes  de  Cartagena  de  Indias,  de  Veracruz 


(1)  Como  en  los  últimos  tiempos  hasta  la  primera  tierra 
donde  arribó  la  expedición  del  descubrimiento  se  ha  puesto  en 
duda,  no  se  puede  tener  demasiada  confianza  en  el  empleo  ha- 
bitual del  medio  de  corregir  la  estima  por  la  comparación  de 
las  posiciones  de  los  puntos  de  partida  j  de  llegada.  Descu- 
bierta la  primera  isla  el  12  de  Octubre  de  1492,  continuó  Colón 
su  viaje  hacia  el  Oeste,  y  llegó  á  la  costa  septentrional  de 
Cuba  (á  los  puertos  de  Tanamo,  Cayo-Moa  y  Baracoa).  Esta 
dirección  hizo  suponer  á  Navarrete  que  Guanahaní,  la  primera 
tierra  descubierta,  no  es  ni  San  Salvador  Grande,  en  cuya  isla 
hay  un  puerto  en  la  punta  SE.  que  aun  lleva  el  nombre  de 
Cohimhos  port,  ni  la  isla  Watelin  (Muñoz,  §  137),  sino  un  is- 
lote del  archipiélago  de  las  Turcas,  llamado  por  los  marinos 
franceses  Grande  Salino  y  por  los  ingleses  The  Grand  Kay 
(Navarrete,  1. 1,  pág.  cv),  al  N.  de  Haiti,  casi  en  el  meri- 
diano de  Punta  Isabela.  Según  Mayne,  hay  4°  9'  de  diferencia 
de  longitud  entre  San  Salvador  y  la  Grande  Saline  de  las  islas 
Turcas,  situadas  al  E.  de  los  Caycos  y  al  O.  de  Pañuelo  cua- 
drado. Tampoco  su  llegada  á  las  Azores  (á  la  isla  de  Santa  Ma- 
ría), cuando  su  vuelta  á  España,  puede  servir  para  corregir  la 
etstima  con  certidumbre.  Colón  sufrió  una  gran  tempestad  que 
le  tuvo  errante  desde  el  13  al  17  de  Febrero  de  1493  en  parajes 
donde  la  acción  de  las  corrientes  tiene  una  fuerza  irresistible^ 


60  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Ó  de  la  Habana,  á  los  cuales  favorece  en  su  navegación 
la  corriente  del  Gulf  Stream. 

La  posición  del  banco  de  fucus  sirve  á  los  marinos 
ignorantes  y  desprovistos  de  medios  necesarios  para  en- 
contrar la  longitud,  de  corrección  de  su  punto  de  estima. 
Como  el  eje  principal  del  banco  longitudinal  del  fucus 
flotante  se  encuentra  casi  á  la  mitad  de  la  distancia  que 
haj  entre  el  meridiano  de  las  Bermudas  y  el  de  la  Co- 
ruña,  este  antiguo  me'todo  de  orientarse  en  el  Atlántico 
es  bastante  incorrecto,  y  aun  lo  es  si  se  toma  como  punto 
de  partida  el  cabo  Hatteras,  porque  la  segunda  parte  de 
la  travesía,  desde  el  banco  de  fucus  hasta  la  Coruña,  es 
una  quinta  parte  más  corta ;  pero  confundiendo  el  tiempo 
y  el  espacio ,  el  cálculo  resulta  bastante  exacto ,  pues  á 
Oeste  del  meridiano  de  41°,  el  barco  recibe  el  impulso 
de  la  corriente  de  aguas  calientes,  mientras  al  Este  de 
las  Azores  lo  tempestuoso  del  mar  y  los  cambios  fre- 
cuentes de  vientos  y  corrientes  retardan  la  navegación. 

Discútese  también  la  cuestión  de  si  Colón  descubrió 
el  Mar  de  Sargazo  en  Septiembre  de  1492,  ó  si  lo  cono- 
c'an  los  portugueses  antes  del  viaje  célebre  del  Almi- 
rante. Teniendo  en  cuenta  la  corta  distancia  que  hay 
desde  el  gran  banco  de  fucus  al  meridiano  de  las  islas 
de  Corvo  y  de  Flores ;  que  dicho  banco  se  prolonga  en- 
tre los  paralelos  de  40°  y  46°  al  !N'oroeste  de  las  citadas 
islas,  casi  hasta  llegar  al  meridiano  de  Fayal;  que  al 
Oriente  de  este  meridiano  y  al  Sur  del  paralelo  de  40*^ 
todo  el  mar  está  lleno  de  ramos  de  fucus  flotante,  no  cabe 
duda  de  que  hubo  marinos  portugueses  ó  españoles  que 
observaron  antes  que  Colón  alguna  parte  de  este  fenó- 
meno. 

Ya  en  1452  Pedro  de  A^elasco,  natural  de  Palos,  des- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRfOA.  61 

cubrió  la  isla  de  Flores,  dirigiendo  de  Fajal  el  rumbo 
bacia  el  Oeste  y  siguiendo  el  vuelo  de  algunas  aves  (1). 
Desde  allí  navegó  al  NE.  y  llegó  á  la  extremidad  más 
austral  de  Irlanda  {Cope  Clear).  En  el  curso  de  esta 
larga  navegación  desde  Portugal  á  las  Azores  y  desde 
las  Azores  á  las  islas  Británicas  por  mares  tempes- 
tuosos y  llenos  de  corrientes  tan  variables  como  los 
vientos,  los  pilotos,  inciertos  sobre  la  altura  á  que  se 
encontraban,  debieron  con  frecuencia  desviarse  de  su  ruta, 


(1)  Empleo  esta  expresión  rara  en  el  sentido  que  hoy  le  dan 
casi  todos  los  pilotos  españoles,  oponiendo  la  mar  agitada  y 
tempestuosa  al  N.  del  paralelo  35°  (el  golfo  de  las  Yeguas),  á  la 
mar  tranquila  y  llana  de  los  trópicos  (el  golfo  de  las  Damas). 
En  su  origen,  á  fines  del  siglo  xv  y  principios  del  xvi ,  la  de- 
nominación de  golfo  de  las  Yeguas  sólo  se  aplicó  á  la  parte  del 
Océano  Atlántico  entre  las  costas  de  España  y  las  islas  Cana- 
rias, á  causa  del  gran  número  de  yeguas  que  morían  en  la  tra- 
vesía desde  los  puertos  de  Andalucía  á  las  Antillas,  y  que  eran 
arrojadas  al  mar  antes  de  llegar  á  Canarias.  Al  S.  de  estas  islas, 
los  animales  sufrían  menos  los  balances  del  barco  y  se  habi- 
tuaban á  la  navegación.  Oviedo  {Historia  general  de  las  In- 
dias, lib.  II,  cap.  9,  fol.  12)  dice  que  morían  muchas  más  vacas 
que  caballos ,  y  que  esta  parte  de  mar  al  N.  de  Canarias  se  la 
debía  llamar  el  golfo  de  las  Vacas.  Hoy  dicen  los  pilotos  espa- 
ñoles que  se  va  á  América  por  el  golfo  de  las  Damas  (Agosta, 
libro  III,  cap.  4)  y  que  se  vuelve  por  el  golfo  de  las  Yeguas,  in- 
terpretando esta  última  locución  de  un  modo  impropio  «por  el 
aspecto  de  la  gran  ola  espumosa  que  salta  como  una  yegua». 

Merece  notarse  que  á  pesar  de  la  imperfección  del  arte  náu- 
tico y  de  la  incertidumbre  de  las  rutas,  se  hicieron  algunas  ve- 
cea,  en  los  primeros  tiempos  de  la  conquista,  muy  rápidas  tra- 
vesías. Oviedo  dice  (í.  o.,  pág.  13)  que  en  1506,  mientras  el 
emperador  Carlos  V  estaba  en  Toledo,  dos  carabelas  volvieron 
en  veinticinco  días  de  la^  isla  de  Santo  Domingo  al  río  de 
Sevilla. 


62  ALEJANDRO    DB   HÜMBOLDT. 

y  es  creíble  que  vieran  los  ramos  de  fucus  flotantes  y 
los  grupos  esporádicos  que  preceden  por  el  Este  al  gran 
banco  de  fucus. 

En  el  mapamundi  de  Andre's  Blanco  de  1436,  se  de- 
signa el  mar  al  Oeste  de  las  Azores  con  un  nombre  es- 
pecial: el  de  Mar  de  Baga.  En  la  Edad  Media  la  ciudad 
de  Vagas,  situada  al  Sur  de  Aveiro,  tenía  un  comercio 
muy  floreciente,  y  se  ha  intentado  (1)  interpretar  el 
nombre  de  Mar  de  Baga  por  «mar  que  frecuentaban  los 
marinos  de  Vagas».  Sea  lo  que  quiera  de  esto,  pare'ceme 
probable  que  el  verdadero  banco  de  fucus,  la  banda  más 
occidental  en  donde  el  mar,  según  la  frase  enfática  de 
Colón,  parece  cuajada  de  yerba  y  nadie  la  vio  antes 
que  él. 

La  noticia  de  una  vasta  pradera  lejos  de  las  islas  y 
en  medio  de  un  Oce'ano  desconocido  se  hubiera  propa- 
gado rápidamente  entre  los  marinos  portugueses  y  cas- 
tellanos: vemos,  sin  embargo,  por  el  mismo  Diario  de 
Colón,  que  sus  compañeros  de  fortuna  estaban  admira- 
dos (2)  de  un  aspecto  tan  nuevo  para  ellos. 

jN"ada  prueba  hasta  ahora  que  el  nombre  portugue's  de 
Mar  de  Sargazo  (debería  escribirse  Sargaqo)  es  anterior 
á  1492,  si  se  aplica  la  denominación  á  la  banda  de  fu- 


(1)  Sin  dudaá  causa  de  este  descubrimiento  y  de  algunas 
aventuras  semejantes ,  dijo  Colón  en  su  Diario  (7  de  Octubre 
de  1492),  antes  del  descubrimiento  de  Guanahaní ,  que  obser- 
vaba el  vuelo  de  las  aves  cuando  van  todas  por  la  tarde  en  una 
dirección  como  para  dormir  en  tierra,  'porque  sabia  que  las 
más  de  las  islas  que  tienen  los  portugueses,  por  las  aves  las  des- 
cubrieron. 

(2)  FOEMALEONI,  Nautica  dci  Veneziani  ,  pág.  48.  Es  el 
Vonga  del  mapa  de  Castro. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA,  63 

CUS  al  Oeste  de  Corvo.  Colón  no  emplea  jamás  la  pala- 
bra sargazo  para  nombrar  el  alga  marítima.  Habituado 
á  verla  en  Porto  Santo,  alrededor  de  Cabo  Verde  y 
de  las  islas  de  este  nombre,  .como  tambie'n  en  las  costas 
de  Islandia ,  lo  que  pudo  sorprenderle  fue  su  grande  acu- 
mulación. En  Febrero  de  1493,-  cuando  procura  orien- 
tarse por  la  banda  de  fucus,  emplea  una  expresión  que 
casi  suple  la  de  Mar  de  Sargazo  (1);  habla  de  la  región 
«de  la  primera  yerba». 

Ya  he  manifestado  en  otro  sitio  de  esta  obra  que  el 
Mar  de  Sargazo,  mencionado  en  el  periplo  de  Scylax  de 


(1)  El  temor  que  á  los  marineros  de  Colón  inspiraba  la  acu- 
mulación (le  fucus,  no  lo  expresa  la  parte  de  Diario  que  ha 
llegado  hasta  nosotros  por  los  extractos  de  Fray  Bartolomé  de 
las  Cesas.  El  Diario  (22  y  23  de  Septiembre  de  1492)  refiérese 
sólo  á  los  murmullos  por  la  constancia  del  viento  del  E.  y  del 
Sur  que  mantenían  la  mar  mansa  y  llana.  Pero  D.  Fernando 
Colón  se  expresa  con  viveza  en  e3te  punto.  «Descubrieron  can- 
tidad de  yerba  hacia  el  N.,  por  todo  el  espaoio  que  alcanzaba 
la  vista,  con  la  cual  se  consolaban  algunas  veces,  creyendo  ve- 
nía de  tierra  cercana,  y  otras  les  causaba  gran  miedo,  porque 
habla  muchas  tan  espesas  que  en  cierto  modo  impedían  la  na- 
vegación ,  y  como  siempre  propone  lo  peor  el  miedo ,  temían 
les  sucediese  lo  que  se  finge  de  San  Amaro  en  el  mar  helado, 
que  no  deja  mover  los  navios ,  por  lo  cual  se  apartaban  de  las 
manchas  siempre  que  podían»  {Vida  del  Almirante,  cap.  18). 
La  comparación  del  Diario  del  Almirante  y  de  la  Vida,  del 
mismo,  escrita  por  su  hijo,  rae  confirma  en  mi  opinión  de  que 
éste,  con  objeto  de  hacer  su  relato  más  dramático,  insiste  de- 
masiado en  la  desesperación  de  los  marineros  que  se  hallaban 
«en  medio  del  Océano,  lejos  de  todo  socorro»  (Barcia,  líi.st. 
prim.,  t.  I,  pág.  16).  La  travesía  de  Palos  á  Flores,  y  desde  allí 
á  las  costas  de  Irlanda  en  1452 ,  que  cité  antes,  podía,  en  mi 
opinión,  haber  acostumbrado  á  los  marineros  á  no  ver  más  que 
agua  y  cielo. 


64  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Carjando ,  y  en  el  Ora  marítima  del  poeta  Avieno ,  sólo 
designa  la  abundancia  de  fucus  que  da  á  conocer  la  pro- 
ximidad de  las  islas  de  Cabo  Yerde.  Hay  cerca  de  240 
leguas  hacia  el  ONO.  desde  la  isla  de  San  Antonio,  la 
más  occidental  de  este  archipiélago,  á  la  extremidad  aus- 
tral del  gran  banco  de  fucus  flotante  de  Corvo.  La  opi- 
nión que  aplicó  prímitivamente,  y  antes  que  Colón,  el 
nombre  de  Mar  de  Sargazo  á  una  región  al  IJÍ".  y  NO. 
de  las  islas  de  Cabo  Verde,  sin  ser  completamente  in- 
verosímil, no  parece,  sin  embargo,  fundada  en  testimo- 
nios exactos. 

El  fucus  que  se  encuentra  entre  Cerne',  la  estación 
(Gaulea)  de  los  barcos  de  carga  de  los  fenicios  (según 
Gossellin,  la  pequeña  isla  de  Fedala  (1)  en  la  costa 
noroeste  de  la  Mauritania),  y  el  cabo  Verde,  no  forma 


(1)  La  etimología  de  la  palabra  portuguesa  sargago  (sar- 
gvago  de  Agosta,  Aromatum  liher.  Antw.,  1593,  pág.  311)  ha 
sido  intentada  de  diversos  modos.  Mr.  Rennell  {Inv.  on  Curr., 
pág.  72)  interpreta  esta  palabra,  apoyándose  en  la  autoridad  de 
una  memoria  inserta  en  el  Xautical  Magazine^  1832,  pág.  175, 
por  ?n"«  de  mar  ó  uva  de  los  trópicos,  llamada  así  á  causa  de 
las  vejigas  globulosas  pedunculadas,  que  comparaba  Colón  al 
fruto  del  lentisco.  Las  palabras  Sarga  y  Uva  sargacinTia,  poco 
conocidas  de  los  mismos  portugueses,  designan  sin  duda  varie- 
dad de  uva;  pero  el  gran  Diccionario  de  la  lengua  portuguesa, 
publicado  en  Lisboa  en  1818  por  tres  literatos  portugueses ,  las 
define:  racimo  pequeño  de  bayas  de  sargado.  La  planta  marina, 
como  acertadamente  observa  el  Vizconde  de  Santarem,  es  la 
que  ha  dado  el  nombre  á  la  uva,  y  no  ésta  la  que  ha  hecho  lla- 
mar al  fucus  sargago.  Es  probable  que  esta  última  palabra, 
por  permutación  de  las  letras  r  j  I,  permutación  tan  común, 
sobre  todo  en  el  Algarve,  patria  de  los  más  hábiles  marinos  del 
siglo  XV,  se  refiere  á  salgar  (salar),  salgado  (salado)  y  á  saga- 
deira  (planta  del  litoral,  un  Portulacca  ó  un  Halimus),  Por  la 
influencia  que  ejerció  en  el  arte  náutico  y  en  el  lenguaje  de 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  65 

en  ninguna  parte  una  gran  masa  continua,  un  mare  her- 
bidum  (1),  como  la  hay  más  allá  de  las  Azores;  pero  en 
algunos  puntos  está  bastante  acumulado  (2)  para  re- 
íos marinos  de  la  Europa  austral  la  navegación  de  los  árabes, 
llamóme  hace  tiempo  la  atención  la  asonancia  de  Gium  Alha- 
cise,  golfo  de  Yerhan,  en  la  Geografía  de  Edrisi,  pág.  22.  Alha- 
clúch  (de  hechichek)  significa  yerbas  y  alhas  pudiera  muy 
bien  haber  formado  saglas  {salgazzo),  (Ramüsio,  t.  iii,  pá- 
gina 67).  Pero  la  etimología  puramente  portuguesa  es,  al  pare- 
cer, preferible.  También  Juan  de  Sousa,  en  sus  curiosas  inves- 
tigaciones sobre  las  palabras  árabes  introducidas  en  la  lengua 
portuguesa  (  Vestigios  de  lingua  arábica  em  Portugal,  1789), 
ninguna  mención  hace  de  sargago.  No  es  preciso  buscar  tan 
lejos  lo  que  se  encuentra  más  naturalmente  en  la  Europa  la- 
tina. De  igual  modo  acabo  de  reconocer  en  el  antiguo  nombre 
de  las  islas  Antillas,  Islas  Camerganes ,  del  religioso  carmelita, 
Maurilo,  la  palabra  española  comarca,  siendo  preciso  leer  islas 
comarcanas,  es  decir,  que  son  tecinas  á  la  tierra  firme,  que  con- 
finan con  ella.  La  traducción  del  pasaje  de  Gregorio  Boncio 
por  Philipón,  religioso  de  la  Orden  de  San  Benito,  lo  prueba 
claramente.  «ínsulas  Cannibalium  quas  modo  Antillias,  eive 
Camericanas  vocant,  et  de  quibus  Gregoiius  Boncius  ait:  Tiene 
América  muchas  islas  comarcanas ,  la  de  Paria,  Cuba  y  Espa- 
ñola  hoc  est,  habet  América  Ínsulas  adjacentes  quam  pluri- 

mas,  ut  Parianam  insulam,  Cubam ....»  (Honoriüs  Philipo- 
NüS,  Ordinis  Sancti  Benedicti  monaclius,Nova  typis  transacta, 
Navigatio  Novi  Orhis  Índice  Occidentalis ,  1621 ,  pág.  33).  Las 
«Islas  Comarcanas,  situadas  en  la  comarca  de  la  Tierra  firme», 
han  sido  cambiadas  poco  á  poco  en  Camerganes  y  en  Cameri- 
canes.  El  mismo  Maurilo  de  San  Miguel  {Viaje,  pág.  391),  dice: 
«Islas  Camerganes,  llamadas  otras  veces  Antillas.» 

(1)  Fidallah,  Fedel,  entre  Sallea  y  el  cabo  Blanco,  á  los  SS**  y 
50',  á  distancia  de  sesenta  leguas  marinas,  en  línea  recta,  de 
Gades,  distancia  que  el  periplo  de  Scylax  valúa  en  menos  de 
doce  días  de  viaje.  La  localidad  de  Fedala  es  la  mejor  des- 
crita en  TüCKEV,  Marit.  Geogr.,  t.  ii,  pág.  499. 

(2)  Pedro  Mártir,  Oceánica^  Déc.  i,lib.  vi,  pág.  16,  y 
Déc.  III,  lib.  IV,  pág.  55. 


66  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

tardar  la  marcha  de  los  buques.  El  exagerado  cuadro 
que  la  astucia  de  los  fenicios' trazó  de  las  dificultades  que 
se  oponían  á  la  nayegación  más  allá  de  las  columnas  de 
Hércules,  de  Cerne  y  de  la  isla  Sagrada  (Temé),  «el  fu- 
cus,  el  limo,  la  falta  de  fondo,  y  la  calma  perpetua  del 
mar»,  parécese  mucho  sin  duda  á  las  animadas  relacio- 
nes de  los  primeros  compañeros  de  Colón.  Diríase  que 
los  pasajes  de  .Aristóteles  {Meteor.^  ii,  1, 14),  de  Theo- 
phrastro  {Hist.  ])lant.,  iv,  6,  4;  iv,  7,  1),  de  Scylax 
{Huds.  Geogr.  min.^  i ,  pág.  53),  de  Festo  Avieno  {Ora 
marítima,  v,  109,  122,  388  y  408),  y  de  Jornandes  {De 
Eehus  Geticis ,  cap.  i),  han  sido  escritos  ( 1 )  para  justi- 
ficar estos  relatos,  y,  sin  embargo,  esos  pasajes  sólo  se 
refieren  á  regiones  inmediatas  á  las  islas  Afortunadas,  á 
las  costas  noroeste  de  África,  á  las  islas  Británicas  y  al 
mare  ccBnosum  boreal  en  el  que  Plutarco  supone  que 
caen  los  aluviones  de  su  inmenso  continente  Cronieno. 


(1)  El  marino  Juan  Barbot ,  observador  atento,  se  expresa 
del  siguiente  modo:  «Cuarenta  ó  sesenta  leguas  al  Occidente 
del  cabo  Blanco  de  África,  y  aun  á  veinticinco  leguas  de  dis- 
tancia, vimos  el  sargazo  flotante  en  el  Océano  tan  profundo 
que  se  ignora  dónde  estuvo  arraigado.  El  sargazo  se  acumula  de 
tal  manera,  que  es  prec'so  un  tiempo  fresco  para  atravesarlo; 
tanta  es  su  resistencia»  {Bescriiyüon  of  fhe  coast  of  Guinea, 
formando  el  lUtimo  volumen  de  la  colección  Churchill,  edición 
de  1732,  pág.  538).  Esta  descripción  se  halla  conforme  con  las 
observaciones  de  Mandelsloe  (Harri's,  Collection  of  Voy  ages, 
176t ,  t.  I ,  pág.  805),  que  discute  seriamente  la  cuestión  de  sa- 
ber si  el  f  ucus  flotante  puede  venir  de  las  islas  Antillas,  á  pesar 
de  la  constancia  de  los  vientos  de  NE. 


V. 

Dirección  de  la  corriente  general  de  los  mares  tropicales. 

La  gran  corriente  general  de  Este  á  Oeste  que  reina 
entre  los  trópicos  y  que  con  frecuencia  se  la  designa  con 
los  nombres  de  corriente  equinoccial  j  de  rotación,  no 
podía  ocíultarse  á  la  sagacidad  de  Colón.  Probable- 
mente fué  el  primero  que  la  observó ,  pues  las  navega- 
ciones hechas  en  el  Atlántico  antes  de  la  suya  se  apar- 
taban poco  de  las  costas ,  ó  se  limitaban ,  como  en  las 
Azores,  en  las  islas  Shetland  y  en  Islandia,  á  zonas  ex- 
tra tropicales.  Un  fenómemo  general  no  se  revela  sino 
en  el  punto  donde  disminuye  y  cesa  el  efecto  de  las  per- 
turbaciones locales;  ahora  bien,  en  los  parajes  que  acabo  de 
citar,  los  vientos  variables  y  las  corrientes  pelásgicas  mo- 
dificadas por  la  configuración  de  las  tierras  próximas  de- 
bieron impedir  por  largo  tiempo  que  se  descubriera  alguna 
regularidad  en  el  movimiento  de  las  aguas.  Por  eso  no  co- 
nocemos las  ideas  del  marino  genove's  acerca  de  la  co- 
rriente general  ecuatorial  hasta  la  relación  de  su  tercer 
viaje,  el  que  condujo  á  Colón  más  al  Sur,  navegando  entre 
los  trópicos  en  el  meridiano  de  las  islas  Canarias  (1). 


(1)    Avieno  (P¿?¿'¿rt?.   lat.   in'ni.,  t.  V,   P.  Iii,  pág.  1187,  edi- 
ción Wernsd)  tenía  á  la  vista,  como  lo  dice  él  mismo  {Ora 


68  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

«Muy  conocido  tengo,  dice,  que  las  aguas  de  la  m%r  lle- 
van su  curso  de  Oriente  á  Occidente  como  los  cielos»; 
es  decir,  que  el  movimiento  aparente  del  sol  y  de  todos 
los  astros  de  movible  esfera  influyen  en  el  movimiento 


mar.,  v.  412) ,  periplos  púnicos.  Hablando  del  viaje  que  hizo 
Himilcon  durante  cuatro  meses  hacia  el  N.  y  el  NO.,  dice: 

Sic  nulla  late  flabra  propellunt  ratem, 
Sic  segnis  humor  squoris  pigri  stupet 
Adjicit  et  illud,  plurímum  inter  gurgites, 
Exátare  f  ucum^  et  ssepe  virgulti  vice 
Retiñere  puppim. 

Estos  bancos  de  fucus  están  situados  al  K  hacía  lerné: 

Hgec  inter  undas  multa  cespitem  jac  t, 
Eamque  late  gens  Hibernorum  colit. 

Theofrasto  distingue  muy  bien  el  fucus  del  litoral  del  fucus 
de  alta  mar.  Aristóteles,  en  las  Meteorológicas ,  insiste  en  la 
ausencia  del  viento ,  idea  sistemática  muy  generalizada  y  ver- 
daderamente extraña  tratándose  de  un  mar  tan  frecuente- 
mente agitado  como  lo  es  el  que  media  entre  Gades  y  las  Islas 
Afortunadas,  de  una  región  que  no  es  por  cierto  el  golfo  de  las 
Damas  de  los  pilotos  castellanos.  He  aquí  lo  que  el  Stagirita 
añade  después  de  haber  disertado  acerca  de  la  relación  que  su- 
pone existir  entre  la  dirección  de  las  corrientes  y  el  declive  del 
fondo  del  mar:  xá  VI\íü  crTYiXtpv  ppay.sa  [jlev  6táTÓv  TnrjXóv,  áTivoa, 
6'eaTv  tó;  £V  xoíXío&aXáTTT];  outrr);.  El  poeta  orphico  (J.r^o%«w¿., 
V,  1.107,  edic.  Lips.,  1818),  al  cantar  los  trabajos  de  los  Argo- 
nautas que,  llegados  á  las  regiones  del  Norte,  viéronse  precisa- 
dos á  arrastrar  el  buque  Argos  con  cuerdas,  añade  que  un  aire 
impetuoso  no  levanta  allí  más  que  su  aliento  un  mar  privado 
de  vientos  de  tempestad;  que  la  ola,  último  límite  del  imperio 
de  Thetys,  es  muda  bajo  el  helado  carro  de  la  Osa.  «Las  razas 
hiperbóreas  llaman  (v.  1.085)  á  estas  aguas  el  Mar  Muerto» 
(Toy.,  t.  I,  pág,  196  y  siguientes).  La  astucia  de  los  fenicios,  el 
deseo  de  un  pueblo  comercial  de  apartar  á  sus  rivales  de  toda 
navegación  más  allá  de  las  Columnas,  ¿fueron  acaso  los  moti- 
vos de  propagar  estas  ilusiones  de  la  falta  absoluta  de  tempes- 


DESCÜBRIMIEN'ÍO    DE   AMÉRICA.  69 

de  esta  corriente  general.  «Allí,  en  esta  comarca  (esto 
es,  en  el  Mar  de  las  Antillas),  añade  Colón,  cuando  pa- 
san (las  aguas) ,  llevan  más  veloce  camino.» 

No  cabe  duda  de  que  la  corriente  de  los  trópicos  lla- 


"tades?  ¿Ó  la  calma  que  reina  en  las  regiones  boreales  durante 
las  grandes  nieblas  (el  pulmón  marino  de  Pytheas,  Stea.- 
BÓN,  II,  pág.  104  Cas),  y  la  idea  que  los  obstáculos  que  elfucust 
opone  al  movimiento  de  las  olas  influyeron  en  las  creencias 
populares?  Rutilio  {Itinerar.^  lib.  I,  v.  537,  Poet.  lat.  min.^  vo- 
lumen IV,  pág.  151)  describe  «las  algas  que  ante  el  puerto  de 
Pisa  amortiguaban  las  olas»),  y  Avieno  {Ora  marít.,  v.  406)  ex- 
tiende este  fenómeno  á  todo  el  Atlántico: 

Plerumque  porro  tenue  tenditur  salum, 
Ut  vix  arenas  subjacentes  occulat, 
Exnperat  autem  gurgitem  facas  frequens, 
Atque  impeditur  íBstur  hic  uligine. 

Marinos  que  casi  siempre  andaban  costeando  debían  dar 
grande  importancia  á  cuanto  tiene  relación  con  el  fucus.  Mis- 
ter  Ideler,  hijo,  cita  en  su  sabio  comentario  á  las  Meteorológi- 
cas (t.  I,  pág.  505)  un  pasaje  de  Jornandes  (Mueatori,  Rerunt 
/tal.  Soript.,  t,  l,  pág.  191)  casi  enteramente  inadvertido  hasta 
ahora  (Bekmann  ,  in  Arist.  Mirah.  ausc,  pág  307)  y  que  re- 
vela la  filiación  de  ideas  de  la  antigüedad  y  de  la  Edad  Media, 
de  que  hablo  con  frecuencia  en  mis  investigaciones.  «Oceani 
vero  intransmeabiles  ulteriores  fines  non  solum  non  describere 
quis  aggressus  est,  verum  etiam  nec  cuiquam  licuit  transfre- 
tare; quia  7'csistente  ulva  ei  ventorum  spiramine  quiescente, 
impermeabiles  esse  sentiantur  et  nulli  cogniti ,  nisi  soli  ei  qui 
eos  constituit.)) 

La  abundancia  de  fucus  y  escollos,  y  la  ausencia  de  viento, 
son  los  tres  aspectos  que  caractarizan,  en  todas  las  descripcio- 
nes del  Océano  Atlántico,  el  Mar  Tenebroso  de  los  árabes. 

Si  fuera  probable  que  la  navegación  de  los  fenicios  llegó  á 
la  región  de  los  vientos  alisios  y  al  gran  banco  de  fucus  flo- 
tante al  Oeste  de  las  Azores,  la  filiación  de  estas  narraciones  de 
geografía  física  debería  buscarse  en  apartadas  regiones,  y  la 


70  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

mó  la  atención  de  los  marinos,  sobre  todo  entre  las  islas 
en  la  proximidad  de  las  tierras.  En  el  primero  y  segun- 
do viaje  fué  Colón  á  lo  largo  del  grupo  de  las  grandes  y 
pequeñas  Antillas,  desde  el  Canal  Viejo,  cerca  de  Cuba, 
hasta  Marigalante  y  la  Dominica.  En  el  tercer  viaje  ex- 
perimentó la  doble  influencia  de  los  vientos  alisios  y  de 
la  corriente  equinoccial,  no  sólo  al  Sur  de  la  isla  Trini- 


destrucción  de  la  Atlántida,  que  dejó  el  mar  «cenagoso  é  impro- 
pio para  la  navegación))  (PlatÓx  en  el  Timeo,  t.  ix,  pág.  296) 
serviría  para  completar  estas  temerosas  explicaciones. 

En  algún  tiempo  cometí  el  error  de  dejarme  seducir  por  ellas 
{Jlahleaux  de  la  Nature,  segunda  edición,  t.  i,  pág.  100,  y  lie- 
lation  hisioriqve ,  t.  i,  pág.  204).  La  geografía  positiva,  más  te- 
meraria y  más  tímida,  busca  el  origen  de  las  creencias  de  la 
antig;iieiad  en  los  fenómenos  físicos,  cuyo  aspecto  debía  habi- 
tualmente  llamar  más  la  atención  á  los  primeros  navegantes. 
Paréceme  probable  que,  puesto  que  el  flujo  y  reflujo  de  la  mar 
sólo  es  sensible  en  pocos  sitios  del  Mediterráneo,  la  admiraci(>n 
causada  por  el  aspecto  de  las  grandes  mareas  en  el  ánimo  de 
los  marinos  griegos  originó  la  serie  de  ideas  que  hemos  apun- 
tado. El  reflujo  sorprende  más  donde  las  costas  son  bajas  y  el 
mar  tiene  escollos,  porque  cuando  se  retiran  las  olas  queda  en 
seco  el  fondo  del  mar,  presentando  abundante  vegetación  de 
algas  sujeta  á  regulares  variaciones  de  sequía  y  humedad.  Las 
Syrtes ,  tan  temidas  de  los  navegantes  (Polibio  ,  1 ,  39) ,  mos- 
traban aún  en  las  costas  de  África,  en  el  interior  de  la  cuenca 
mediterránea,  fenómenos  de  mareas  en  grande  escala.  ¡Cuánto 
más  fuerte  y  general  no  sería  la  impresión  cuando  se  empeza- 
ron á  conocer  las  mareas  del  Océano  más  allá  de  las  Columnas 
de  Hércules  en  las  costas  de  España,  de  las  Gallas  y  de  Albión, 
mareas  que  excitaron  la  sagacidad  de  Posidonio  y  Athenodoro! 
Lo  que  se  observaba  en  el  litoral  fué  aplicado  quiméricamente 
á  toda  la  extensión  del  Océano  Atlántico  y  de  los  mares  del 
Norte.  La  escasa  profundidad  del  Báltico  y  las  inmensas  pla- 
yas de  Jutlandia  cubiertas  por  las  mareas,  pudieron  contribuir 
también  á  estas  ilusiones  de  geografía  sistemática. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  71 

dad,  recorriendo  la  costa  de  Cumana  hasta  el  cabo  occi- 
dental de  la  Margarita,  sino  tambie'n  en  la  corta  trave- 
sía por  el  Mar  de  las  Antillas ,  desde  este  cabo  occiden- 
tal (el  Macanao)  hasta  Haiti. 

Ahora  bien,  todos  los  marinos  saben,  y  yo  lo  he  ex- 
perimentado por  mí  mismo,  que  las  corrientes  de  Este  á 
Oeste  son  las  más  violentas  entre  San  Vicente  y  Santa 
Lucía,  la  Trinidad  y  la  Granada,  Santa  Lucía  y  la  Mar- 
tinica (1).  El  mayor  Rennell  llama  á  todo  el  mar  de 
las  Antillas  un  «mar  en  movimiento)).  El  medio  directo 
que  hoy  tenemos  de  reconocer  en  plena  mar  la  dirección 
y  rapidez  de  las  corrientes  que  caminan  en  el  sentido  de 
un  paralelo,  comparando  e\  punió  de  estima  á  determina- 
ciones parciales  cronométricas  ó  á  distancias  lunares,  fal- 
tó por  completo  hasta  la  segunda  mitad  del  siglo  xvm. 
Sólo  el  efecto  total  de  una  corriente  equinoccial  durante 
una  travesía  de  Canarias  á  las  Antillas  podía  ser  valua- 
do por  aproximación,  cuando  se  empezaron  á  íijar  bien 
las  longitudes  de  los  puntos  de  partida  y  de  llegada.  Al 
iadicar  Colón  con  tanta  seguridad  el  gran  movimiento 
pelásgico  «en  la  dirección  del  movimiento  de  los  astros», 
lio  le  guiaba  el  cálculo;  había  reconocido  este  movimien- 
to, porque  es  sensible  á  la  vista  en  los  pasos  entre  las 
islas,  en  las  costas,  estando  anclados  y  en  plena  mar, 
por   la  dirección  uniforme  de  los  grupos  (  2 )  de  f ucus 


(1)  En  el  primer  viaje  siguió  otra  ruta,  cosa  que  sólo  se  ex- 
plica por  los  consejos  de  Toscanelli,  y  iio  eutró  en  la  zona  tro- 
pical sino  hasta  120  leguas  de  distancia  de  las  islas  Lucayas. 

(2)  Véanse  las  observaciones  del  capitán  Rcod  en  el  Rennell 
on  Curr.,  pág.  127.  Al  SE.  de  Trinidad,  la  corriente  equinoccial 
se  dirige  al  ONO. ,  porque  la  modifica  la  corriente  litoral  del 
Brasil  y  de  la  Guayanadel  SE.  al  NO. 


72  ALEJANDRO    DE   HOMBOLDT. 

flotante ,  por  la  que  toma  el  cable  de  la  sonda  durante 
el  sondaje  (1),  por  los  hilos  de  aguas  corrientes  (2)  que 
se  advierten  á  veces  en  la  superficie  del  Océano. 

Cuando  en  la  relación  del  segundo  viaje  diserta  larga- 
mente el  hijo  de  Colon  (Vida  del  Almirante,  cap.  46) 
acerca  de  una  especie  de  tartera  de  hierro  vista  con  sor- 
presa en  manos  de  los  naturales  de  Guadalupe,  admite 
que  este  hierro  provenga  de  los  despojos  de  algún  barco 
llevado  por  las  corrientes  desde  las  costas  de  España  á 
las  Antillas.  Esta  explicación  la  vio  sin  duda  D.  Fer- 
nando Colón  en  el  Diario  de  su  padre,  que  se  ha  perdido. 

Puedo  también  señalar  en  el  Diario  del  primer  viaje 
un  pasaje  muy  notable  relativo  á  la  dirección  general 
de  la  corriente  ecuatorial.  Colón  se  admira  de  la  acu- 
mulación de  fucus  que  observa  en  la  costa  boreal  de 
Haíti,  en  el  golfo  de  Samana,  llamado  entonces  golfo 
de  las  Flechas,  y  piensa  que  el  fucus  flotante  del  Mar 
Verde  ó  de  Sargazo  que  encontró  al  venir  de  España, 
cerca  de  las  Azores,  prueba  que  hay  una  serie  de  islas 
desde  las  Antillas  al  Este,  hasta  cuatrocientas  leguas 
de  distancia  de  Canarias;  que  el  Mar  de  Sargazo  corres- 
ponde á  escollos  próximos  á  esta  cadena  de  islas ,  y  que 
las  corrientes  de  Este  v  Oeste  arrastran  el  fucus  al  lito- 


(1)  Se  veía  la  yerba  con  las  listas  del  Leste  á  Ueste.  {Vida 
del  Almirante,  cap.  36).  Diario  del  primer  viaje  en  los  días  13, 
17  y  21  de  Septiembre  de  1492. 

(2)  El  hijo  de  Colón  nos  ha  conservado  el  siguiente  notable 
párrafo  que  falta  en  el  extracto  del  Diario  del  padre :  «El  19 
de  Septiembre,  con  esperanza  de  estar  cerca  de  tierra,  estando 
en  calma,  sondearon  en  mas  de  doscientas  brazas,  y  aunque  no 
hallaron  fondo,  conocieron  que  iban  las  corrientes  hacia  SO.» 
{Vida del  Alviir ante,  cap.  18.) 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  73 

ral  de  Haití.  He  aquí  el  texto  del  extracto  de  Las  Ca- 
sas correspondiente  al  15  de  Enero  de  1493:  «Dice  (Co- 
lón) que  halló  mucha  yerba  en  aquella  bahía  {de  las  Fle- 
chas)^ de  las  que  hallaban  en  el  golfo  (en  el  Océano) 
cuando  venía  al  descubrimiento  (de  Guanahaní) ,  por  lo 
cual  creía  que  había  islas  al  Este  hasta  en  derecho  de 
donde  las  comenzó  á  hallar,  porque  tiene  por  cierto  que 
aquella  yerba  (el  fucus  natans)  nace  en  poco  fondo,  j[un- 
to  á  tierra ,  y  dice  que  si  así  es ,  muy  cerca  estaban  es- 
tas Indias  de  las  islas  Canarias,  y  por  esta  razón  creía 
que  distaban  menos  de  cuatrocientas  leguas. í> 

Sabemos ,  además ,  por  las  Décadas  de  Pedro  Mártir 
de  Anghiera ,  que  la  corriente  hacia  el  Oeste  debió  im- 
presionar profundamente  la  imaginación  de  los  compa- 
ñeros del  Almirante,  cuando  remontaron  una  parte  del 
Canal  Viejo.  Según  Anghiera,  creían  algunos  que  al 
Oeste  de  la  isla  de  Cuba  había  aberturas  por  donde  se 
precipitaban  las  aguas  (1). 

En  el  cuarto  viaje  reconoció  Colón  la  dirección  de  la 
corriente  de  Norte  á  Sur  desde  el  cabo  de  Gracias  á 
Dios  hasta  la  laguna  Chiriqui,  y  experimentó  al  mismo 
tiempo  la  corriente  que  se  dirige  hacia  el  IT.  y  NNO., 
efecto  de  la  corriente  ecuatorial  (E.-O.)  contra  el  litoral. 


(1)  Probablemente  una  observación  de  esta  índole  fué  la  que 
indujo  á  Colón  á  decir  en  su  Diario  el  13  de  Septiembre  de 
1492:  «Las  corrientes  nos  son  contrarias.»  El  Almirante  estaba 
entonces  á  300  leguas  de  distancia  de  la  tierra  más  próxima  en 
un  mar  sin  algas.  En  el  mar  del  Sur,  no  sólo  he  visto  muchas 
veces,  cuando  la  superficie  de  las  aguas  era  muy  llana,  esos 
liilos  de  corrientes  que  caminan  á  través  de  movibles  aguas, 
sino  que  les  he  oído  correr.  Los  marinos  expertos  conocen  muy 
bien  el  sonido  especial  de  estos  hilos  de  corrientes. 


74  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

Observaciones  de  este  género  originaron  la  idea  exacta 
de  ver  en  el  Gulf  Stream,  desde  que  la  navegación  se 
extendió  al  golfo  de  Méjico  y  al  canal  de  Bahama,  una 
continuación  de  la  corriente  equinoccial  del  Mar  de  las 
Antillas,  modificada  y  vivificada  por  la  configuración  de 
las  costas  que  le  oponen  obstáculos  invencibles  (1). 

Anghiera  sobrevivió  bastante  á  Cristóbal  Colón  para 
sentir  vagamente  estos  efectos  de  impulsión  y  de  desvia- 
ción en  el  movimiento  de  las  aguas  tropicales.  Habla  de 
remolinos  á  que  las  aguas  están  sujetas  («objectu  magne 
telluris  circumnagiD),  y  supone  que  se  verifican  hasta 
cerca  del  Bacalaos  (hacia  la  desembocadura  del  río  San 
Lorenzo),  que  imagina  estar  situado  más  al  Norte,  más 
allá  de  la  Tierra  de  Esteban  Gómez, 

En  otro  lugar  de  esta  obra  lie  manifestado  cuánto 
contribuyó  la  expedición  de  Ponce  de  León  en  1512  á 
precisar  estas  ideas,  y  que  en  una  Memoria  escrita  por 
Hunfrey  Gilbert  entre  los  años  de  1567  y  1576,  en- 
cuéntranse  relacionados  los  movimientos  de  las  aguas 
del  Atlántico  desde  el  cabo  de  Buena  Esperanza  hasta 
el  banco  de  Terranova,  conforme  á  consideraciones  gene- 
rales completamente  semejantes  á  las  que  el  mayor  Rcn- 
nell  ha  expuesto  en  nuestros  días. 


(1)  Fauces  in  ángulo  sinuali  magnas  illius  tellnris,  qufe  rá- 
bidas aguas  absorbeant.  Oceánica,  Déc.  iil,  lib.  vi,  pág.  5o. 


VI. 


Configuración  de  las  islas  y  causas  geológicas  que  influyeron, 
al  parecer,  en  esta  configuración  en  el  mar  de  las  Antillas. — 
Situación  del  paraíso  terrestre  según  Colón. — Es  el  primero 
que  observa  una  erupción  del  volcán  de  Tenerife. 


Colon  atribuye  la  multitud  de  islas  que  hay  en  el  Mar 
de  las  Antillas  y  su  configuración  uniforme  á  la  direc- 
ción y  fuerza  de  la  corriente  ecuatorial.  «  Muy  conocido 
tengo,  dice,  que  las  aguas  de  la  mar  llevan  su  curso  de 
Oriente  á  Occidente  con  lo?  cielos,  y  que  allí,  en  esta  co- 
marca, cuando  pasan,  llevan  más  veloce  camino,  y  por 
esto  han  comido  tanta  parte  de  la  tierra ,  porque  por  eso 
son  acá  tantas  islas  y  ellas  mismas  hacen  desto  testimo- 
nio, porque  todas  á  una  mano  son  largas  de  Poniente  á 
á, Levante,  y  Norueste  á  Sueste  (1),  que  es  un  poco 
más  alto  y  bajo,  y  angostas  de  Norte  á  Sur  y  Nordeste 
á  Sudeste,  que  son  en  contrario  de  los  otros  dichos 
vientos.  Verdad  es  que  parece  en  algunos  lugares  que 
las  aguas  no  hagan  este  curso  (E.-O.);  mas  esto  no 
es,  salvo  particularmente  en  algunos  lugares  donde  al- 


(1)  Esta  dirección  NO.-SE.  se  aplica  á  la  parte  Nordeste  de 
las  tres  islas  de  Cuba,  de  Haiti  y  de  Jamaica, 


76  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

gana  tierra  (promontorio)  le  está  al  encuentro  y  hace 
parecer  que  andan  diversos  caminos.» 

Luchando  contra  las  corrientes  en  la  abertura  del  pe- 
queño golfo  de  Paria,  reconoció  Colón  «que  la  antigua 
isla  de  Trinidad  y  la  Tierra  de  Gracia  (el  continente) 
formaban  una  masa  continua»;  y  añade:  «Sus  Altezas  s® 
persuadirán  (de  la  certeza  de  esta  suposición)  en  vista  de 
la  pintura  de  la  tierra  que  les  envío.»  Este  mapa  6  pin- 
tura de  la  tierra  llegó  á  ser  un  documento  importante  en 
el  pleito  (1)  contra  D.  Diego  Colón. 
•  Si  tales  ideas  sobre  la  configuración  de  las  islas,  con- 
siderada como  efecto  de  la  dirección  constante  de  las 
corrientes  pelásgicas,  están  de  acuerdo  con  los  principios 
de  la  geología  positiva,  en  cambio  la  hipótesis  de  la 
irregularidad  de  la  figura  de  la  tierra  y  de  la  protube- 
rancia (como  teta  de  mujer  ó  pezón  de  pera)  hacia  el  pro- 
montorio de  Paria  y  el  delta  del  Orinoco,  deducida  de  las 
falsas  medidas  de  declinación  de  la  estrella  polar,  indica 
en  Colón,  como  antes  hemos  dicho,  pobreza  de  conoci- 
mientos matemáticos  y  un  extravío  de  imaginación  que 
realmente  nos  sorprende. 

Esta  suposición  «  de  una  gran  altura  á  la  que  se  sube 
navegando  desde  las  Azores  al  Suroeste  hacia  las  bocas 
del  Dragona  la  extremidad  de  Orienten ^  relaciónase  ade- 
más en  el  ánimo  del  Almirante  con  la  persuasión  de  que 
el  Paraíso  terrestre  está  situado  en  aquellos  lugares.  He 
aquí  cómo  se  expresa  en  la  célebre  carta  á  los  Monarcas 

(1)  Véase  el  testimonio  de  Bernardo  de  Ibarra,  de  Alonso 
de  Ojeda  y  de  Francisco  Morales;  Navarrete,  t.  Ill,  pági- 
nas 539-587,  concerniente  á  la  carta  de  marear  ó  figura  que 
hizo  el  Almirante,  señalando  los  rumbos  ó  vientos  por  los  cua- 
les vino  á  Paria,  que  se  decía  ser  parte  del  Asia. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  77 

españoles,  fechada  en  Haiti  (Octubre  de  1498):  «La 
Sacra  Escriptura  testifica  que  nuestro  Señor  hizo  al  Pa- 
raíso terrenal  y  en  él  puso  el  árbol  de  la  vida,  y  de  él 
sale  una  fuente  de  donde  resultan  en  este  mundo  cuatro 
ríos  principales:  Ganges,  en  India;  Tigris  y  Eufrates  en 
(aquí  faltan  algunas  palabras  en  la  copia  hecha  por  el 
obispo  Bartolomé  de  las  Casas)  los  cuales  apartan  la 
sierra  y  hacen  la  Mesopotamia  y  van  á  tener  (terminar) 
en  Persia,  y  el  Nilo  que  nace  en  Etiopía  y  va  en  la  mar 
en  Alejandría. 

» Yo  no  hallo  ni  jamás  he  hallado  escriptura  de  latinos 
ni  de  griegos  que  certificadamente  diga  el  sitio  en  este 
mundo  del  Paraíso  terrenal,  ni  visto  en  ningún  mapa 
mundo,  salvo,  situado  con  autoridad  de  argumento.  Al- 
gunos le  ponían  allí  donde  son  las  fuentes  del  Nilo  en 
Etiopía;  mas  otros  anduvieron  todas  estas  tierras  y  no 
hallaron  conformidad  dello  en  la  temperancia  del  cielo 
en  la  altura  hacia  el  cielo  porque  se  pudiese  comprender 
que  él  era  allí,  ni  que  las  aguas  del  diluvio  hubiesen  lle- 
gado allí,  las  cuales  subieron  encima.  Algunos  gentiles 
quisieron  decir  por  argumentos,  que  él  era  en  las  islas 

Fortunatas,  que  son  las  Canarias San  Isidoro  y  Beda 

y  Strabo  y  el  Maestro  de  la  historia  escolástica  (sin  duda 
el  abate  de  Reichenau)  y  San  Ambrosio  y  Scoto,  y  todos 
los  sanos  teólogos  conciertan  que  el  Paraíso  terrenal  es 
en  el  Oriente Ya  dije  lo  que  yo  hallaba  de  este  hemis- 
ferio (occidental)  y  de  la  hechura  (alude  á  la  protube- 
rancia), y  creo  que  si  yo  pasara  por  debajo  de  la  línea 
equinocial,  que  en  llegando  allí  en  esto  más  alto  (del 
globo)  que  fallara  muy  mayor  temperancia  y  diversidad 
en  las  estrellas  (en  sus  distancias  polares  aparentes)  y  en 
las  aguas  (que  allí  serán  más  dulces) ;  no  porque  yo  crea 


78  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

que  allí  donde  es  el  altura  del  extremo  (de  Oriente?)  sea 
navegable  ni  agua,  ni  que  se  pueda  subir  allá,  porque 
creo  que  allí  es  el  Paraíso  terrenal  á  donde  no  puede 
llegar  nadie,  salvo  por  voluntad  Divina,  j  creo  que  esta 
tierra  que  agora  mandaron  descubrir  Vuestras  Altezas 
sea  grandísima  y  haya  otras  muchas  en  el  Austro  de  que 
jamás  se  hobo  noticia. 

»Yo  no  tomo  que  el  Paraíso  terrenal  sea  en  forma  de 
montaña  áspera  como  el  escribir  dello  nos  amuestra, 
salvo  quel  sea  en  el  colmo  allí  donde  dije  la  figura  del 
pezón  de  la  pera  (Colón  compara  la  protuberancia  parcial, 
la  irregularidad  en  la  figura  esférica  del  globo,  unas 
veces  á  la  teta  de  una  mujer,  y  otras  al  pedículo  de, una 
pera),  y  que  poco  á  poco,  andando  hacia  allí  desde  muy 
lejos  se  va  subiendo  á  él;  y  creo  que  nadie  no  podría 
llegar  al  colmo  como  yo  dije,  y  creo  que  pueda  salir  de 
allí  esa  agua  (de  las  bocas  de  la  Sierpe  y  del  Drago),  bien 
que  sea  lejos  y  venga  á  parar  allí  donde  yo  vengo,  y  faga 
este  lago.  Grandes  indicios  son  éstos  del  Paraíso  terre- 
na] (de  su  proximidad),  porque  el  sitio  es  conforme  á  la 
opinión  de  estos  santos  e  sanos  teólogos,  y  asimismo  las 
señales  son  muy  conformes ,  que  yo  jamás  leí  que  tanta 
cantidad  de  agua  dulce  fuese  así  adentro  é  vecina  con  la 
salada  (1);  y  en  ello  ayuda  asimismo  la  suavísima  tem- 
perancia, y  si  de  allí  del  Paraíso  no  sale  (2),  parece  aun 

(1)  Alude  Colón  á  las  corrientes  (hilos)  de  agua  dulce  que 
se  abren  camino  á  través  del  agua  salada,  y  producen  por  esta 
lucha  (pelea)  un  mar  agitado. 

(2)  Al  final  de  la  carta  repite  el  Almirante:  «Torno  á  mi 
propósito  de  la  tierra  de  Gracia  y  rio  y  lago  que  allí  fallé,  é 
tan  grande,  que  más  se  le  puede  llamar  mar  que  lago,  porque 
íaffo  es  lugar  de  agua  y  en  seyendo  grande  se  dice  viar,  como 
se  dijo  de  la  mar  de  Galilea  y  al  mar  Muerto,  y  digo  que  si  no 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  79 

mayor  maravilla,  porque  no  creo  que  se  sepa  en  el  mundo 
de  río  (1)  tan  grande  y  tan  fondo.»  (Las  Casas  añade: 
dice  verdad.) 


procede  del  Paraíso  terrenal,  que  viene  este  rio  y  procer! e  de 
tierra  infinita,  pues  (puesta)  al  Austro.»  Este  pasaje  es  el  tan. 
tas  veces  citado  en  que  Colón  indica  juiciosamente  la  relación 
que  hay  entre  la  masa  de  agua  de  un  rio  j  la  longitud  presu- 
mible de  su  curso.  Siendo  condicional  el  aserto  (si  no  procede 
del  Paraíso),  no  prueba  en  manera  alguna,  como  se  afirma 
con  tanta  frecuencia ,  que  el  Almirante ,  hasta  su  tercera 
ex4)edición,  cuando  llegó  á  las  bocas  del  Orinoco,  no  había  des- 
cubierto la  tierra  firme.  En  la  misma  carta  que  contiene  las 
ilusiones  acerca  de  la  situación  del  Paraíso,  dice  explícita- 
mente Colón  que  ya  en  su  segundo  viaje,  cuando  tomó  á  Cuba 
por  una  prolongación  de  Asia,  descubrió  ajyor  virtud  divmal 
333  leguas  de  tierra  firme  al  fin  de  Oriente,  y  (la  exageración 
es  algo  grande)  700  islas  considerables».  (Navarrete,  t.  i,  pá- 
gina 243.)  Encuentro  en  una  carta  de  Anghiera ,  el  amigo  de 
Colón,  falsamente  fechada  en  la  edición  de  Basilea  de  1533 
cova.0  e,%cvii&  tei'tio  nonas  octohris ,  1496,  que  desde  la  tercera 
expedición  se  creía  el  continente  de  Paria  contiguo  al  conti- 
nente de  Cuba.  «Pariam  Cubae  contiguam  et  adherentem  pu- 
tant»  (Epístolas  n.  clxix).  Á  los  compañeros  de  Colón,  dice 
Anghiera,  persuadieron  en  1498  la  extensión  de  las  costas,  el 
estado  moral  de  los  habitantes  y  la  semejanza  de  animales 
con  algunas  especies  de  Europa,  que  la  tierra  de  Paria  era  una 
tierra  « Fuit  magno  nostris  argumento  terraní  eam  essc  cotiti- 
neuteni  »  La  importancia  que  Anghiera  da  á  este  resultado  pa- 
rece indicar  que  él  mismo,  á  pesar  de  los  juramentos  que  Colón 
hizo  prestar  á  los  tripulantes  de  sus  barcos,  no  estaba  muy 
persuadido  de  que  fuese  Cuba  un  continente,  y  de  que  en  el 
ánimo  de  aquellos  qne  no  hacían  descender  el  Orinoco  del  sitio 
elevado  del  Paraíso,  sólo  el  tercer  viaje  del  Almirante  fijó  con 
certidumbre  el  descubrimiento  de  la  tierra  firme. 

(1)  Ni  Colón,  ni  Ojeda,  acompañado  de  Vespucci,  vieron  la 
grande  y  verdadera  desembocadura  del  Orinoco,  la  boca  de 
Navios,  entre  el  cabo  Barima  y  la  isla  de  los  Cangrejos.  Esta 


80  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

Estas  ideas  de  Colón,  tuvieron  al  parecer,  muy  poco 
éxito  en  España  y  en  Italia  donde  empezaba  á  germinar 
el.  escepticismo  en  materias  religiosas.  Pedro  Mártir,  en 
sus  Oceánicas  dedicadas  al  papa  León  X,  las  llama  «fá- 
bulas en  que  no  hay  para  qué  detenerse»  (1).  Don  Fer- 


boca  no  fué  descubierta  hasta  1500,  cuando  Vicente  Yáñez 
Pinzón  volvió  de  la  desembocadura  del  Marañón  {Relat.  liist., 
t.  II,  pág.  706).  Engañado  Colón  por  las  corrientes  de  agua 
dulce  que  se  encuentran  en  el  golfo  de  Paria,  creyóse  en  la 
desembocadura  de  un  gran  río,  cuando  su  navegación  sólo  le 
conducía  entre  los  dos  brazos  más  occidentales  del  delta  del 
Orinoco,  los  caños  Pedernales  y  Manamo.  El  golfo  de  Paria 
recibe  las  aguas  del  caño  Manamo,  del  río  Guarapiche,  que  el 
Almirante  llama  un  rio  grandísimo  y  que  pude  atravesar  por 
un  yado  en  las  misiones  de  los  capuchinos  de  Caripe,  cerca  de 
la  costa  de  Paria.  El  nombre  de  Orinoco,  Orinucu,  pertenece 
á  la  lengua  de  los  Tamanacos  y  lo  oyeron  los  españoles  por  pri- 
mera vez  en  la  parte  superior  del  río,  cerca  de  su  unión  con  el 
Meta.  El  Orinoco  no  aparece  todavía  en  el  mapa  de  América 
de  Juan  Euysch,  anejo  á  la  edición  romana  de  la  Geografía  de 
Ptolomeo  de  1508.  En  el  mapa  de  Diego  Kivero  de  1529  en- 
cuentro la  primera  indicación  con  el  nombre  de  Río  Dulce. 
Entonces  tenía  el  rio  en  su  desembocadura  los  nombres  de  Yu- 
yapari  y  Uriapari. 

(1)  I)e  rehus  Oceanicis  et  Orle  Novo.  Basilea,  1533,  dé_ 
cada  I,  lib.  vi,  pág.  16.  Después  de  aludir  á  los  argumentos  de 
Colón,  contrarios  á  la  esfericidad  de  la  tierra,  añade:  ((Eatio- 
nes  quas  ipse  (Colonus)  adducit  mihi  plañe  nec  ex  ulla  parte 
satisfaciunt.  Inquit  enim  se  orbem  terrarum  non  esse  sphaeri- 
cum  conjectasse,  sed  in  sua  lotunditate  tumulum  quendam 
eductum  cum  creaietur  fuisse;  ita  quod  non  pilse  aut  pomi,  ut 
alii  sentiunt,  sed  piri  arbori  appensi  formam  sumpserit  Pa- 
riamque  esse  regionem  quíe  supereminentiam  illam  ccelo  vici- 
niorem  possideat.  Unde  in  trium  illorum  culmine  montium 
(ínsulas  Trinitatis)  quos  e  cavea  speculatorem  nautam  (desde 
lo  alto  del  mástil)  á  longe  vidisse  memoravimus,  Paradisum 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  81' 

nando  Colón  en  la  Vida  del  Almirante  naási  dice  de  estas 
conjeturas  de  su  padre. 

En  mi  obra  Cuadros  de  la  Naturaleza^  tomo  i,  pá- 
gina 160,  atribuí  erróneamente  las  ilusiones  de  Colón 
sobre  el  Paraíso  terrestre  á  la  poética  imaginación  del 
navegante,  cuando  en  realidad  son  reflejo  de  una  falsa 
erudición  y  están  relacionadas  con  un  complicado  siste- 
ma de  cosmología  cristiana  expuesto  por  los  Padres  de 
la  Iglesia,  sistema  que  daré  á  conocer  insertando  á  con- 
tinuación un  fragmento  de  carta  que  recibí  de  mi  sabio 
é  ilustre  amigo  Mr.  Letrone.  Dice  así: 

ce  Me  pedís  aclaraciones  acerca  de  la  posición  que  los 
Padres  de  la  Iglesia  asignaron  al  Paraíso  terrenal  y 
sobre  las  nociones  geográficas  que  originaron  sus  ideas 
en  este  punto.  Respondo  á  vuestro  deseo  enviándoos  el 
extracto  de  una  Memoria  que  he  leído  en  la  Academia 
de  Inscripciones  y  Bellas  letras  durante  el  año  de  1826 
y  que  quedó  inédita,  porque  la  destinaba  á  formar  parte 
de  obra  más  extensa  y  no  quise  publicarla  aparte. 

))Las  opiniones  de  los  Padres  de  la  Iglesia,  en  este 
punto,  pueden  reducirse  á  dos,  que  son  las  principales; 
una  sitúa  el  Paraíso  terrenal  en  nuestra  tierra  habitable, 
y  otra  lo  supone  en  la  Antichthonia  ó  tierra  opuesta  á 
la  habitable. 


terrestrem  esse  asseverat,  rabiemque  illam  aquarum  dulcimn 
de  sinu  et  f aucibus  prEedictis  exire  obviam  maris  fluxui  ve- 
nienti  conactem,  esse  aquarum  ex  ipsis  montlum  culminibus 
in  prasceps  descendentium.  De  Jiis  satis,  cum  fabulosa  mihi  ve- 
deantur,)) 


HHKI 


82  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 


»I.— Situación  del  Paraíso  al  Oriente  de  la  tierra  habitable. 

))Los  que  le  sitúan  en  nuestra  tierra  habitable,  suponen 
que  ocupaba  la  parte  más  Oriental ,  fundándose  en  las 
palabras  del  Génesis,  versión  de  los  Setenta:  «Dios  había 
5)plantado  hacia  Oriente  un  jardín  delicioso»  {Géne- 
sis,  II,  7).  Por- consecuencia  de  tal  texto,  Josefo  {Ant. 
jud.f  I,  1,  3)  y  los  primeros  Padres  griegos  estuvieron  de 
acuerdo  en  situar  el  Paraíso  hacia  las  fuentes  del  Indo 
y  del  Ganges  (cf.  Lüd.  Vives  ad  S.  Aug.,  De  Civ.  Det, 
t.  II,  pág.  50).  Esta  opinión  llegó  á  ser  generalmente 
admitida  durante  toda  la  Edad  Media.  Se  la  encuentra 
en  el  anónimo  de  Ravena  (i ,  6 ,  pág.  14) ,  y  está  clara- 
mente expresada  en  el  mapa  de  Andrés  Bianco.  A  causa 
de  esta  idea  tan  extendida,  al  llegar  Colón  á  la  costa  de 
America  meridional,  creyó  haber  llegado  al  Paraíso 
terrestre. 

))Pero  la  citada  noción  presentaba  graves  dificultades. 
Según  las  palabras  terminantes  del  Génesis,  dos  de  los 
ríos  del  Paraíso  eran  el  Tigris  y  el  Eufrates,  y  no  cabe 
comprender  nacieran  en  el  lugar  de  delicias  que  se  supo- 
nía situado  en  la  India.  Otro  de  los  ríos,  Gihon  ó  Geon, 
rodeaba  la  Etiopía  (^Gén.,  ii,  13),  y  según  Jeremías,  el 
Geon  es  elNilo  (ii,  28).  También  los  Padres  de  la  Igle- 
sia están  de  acuerdo  en  la  identidad  de  este  río  con  el  de 
Egipto,  aunque  se  veían  obligados  á  admitir  que  el  Geon 
era  el  Indo  ó  el  Ganges. 

»Para  resolver  estas  enormes  dificultades,  recurrióse  á 
la  opinión  del  curso  subterráneo  de  los  ríos,  y  se  imaginó 
que  el  Tigris  y  el  Eufrates  nacían  en  la  India,  donde 
estaba  el  Paraíso  terrestre  y,  ocultándose  bajo  tierra, 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  83 

iban  por  canales  invisibles  hasta  las  montañas  de  Arme- 
nia y  Etiopía,  donde  aparecían  de  nuevo.  Así  lo  dicen 
Teodoreto  (m  Gen.  Opp.^  t.  i,  pág.  28,  B.  C),  el  anónimo 
de  R avena  (i,  8,  página  19),  el  autor  de  un  fragmento 
sobre  el  Paraíso  (ap  Salm.  Ex.  PL,  pág.  488,  col.  i,  B.), 
j  otros  escritores. 

J)Análoga  opinión  expone  Severiano  de  Gabala,  que 
supone  ser  el  Phison  el  Danubio  {De  Creat.  Mundi,  pá- 
gina 267,  A.),  lo  mismo  que  el  historiador  León  Diacre 
(viii,  1,  pág.  80,  A.  ed.  Hase).  Este  gran  río  venía  de 
la  India  por  debajo  de  tierra,  y  aparecía  por  las  monta- 
ñas célticas,  como  el  Geon  por  las  de  Etiopía,  después 
de  haber  corrido  por  debajo  del  Océano  indio ,  viaje  que 
Philostorgo  juzga  de  fácil  comprensión  (Iltst.  Eccles.,  iii, 
10).  De  esta  manera  se  explicaba  también  cómo  el  Georij 
según  la  frase  de  Moisés,  rodeaba  la  Etiopía. 

» Ahora  bien;  esta  explicación,  que  nos  parece  tan  rara, 
debieran  juzgarla  muy  natural  los  Padres  de  la  Iglesia, 
admitiéndola  por  ser  cómoda  solución  de  una  grave  di- 
ficultad ,  y  porque  la  idea  del  curso  subterráneo  de  los 
ríos,  consagrada  en  las  antiguas  tradiciones  de  Grecia, 
penetró  en  todos  los  espíritus,  viéndose  que  la  admiten, 
sin  esfuerzo  alguno,  historiadores  y  geógrafos  en  épocas 
relativamente  recientes. 

i)  Pomponio  Mela ,  por  ejemplo ,  copiando  ideas  de  sus 
antecesores,  admite  que  el  Nilo  nace  en  la  Antichtho- 
nia^  separada  de  nosotros  por  el  mar,  pasando  por  debajo 
del  lecho  del  Océano,  y  que  llega  á  la  alta  Etiopía,  ba- 
jando desde  allí  al  Egipto  (i,  9,  52).  Esta  opinión  no 
difiere  mucho  de  la  de  Philostorgo.  Prescindiendo  d©  la 
supuesta  unión  del  Inacho  de  la  Acarnania  con  el  de  la 
Elida,  del  Nilo  con  el  Inopo  de  Délos  y  de  otras  opinio- 


84  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

nes  locales  firmemente  creídas ,  bastará  recordar  que  el 
curso  del  Alplieo  á  Siracusa,  por  debajo  del  mar  Jónico, 
era  un  hecho  admiitido  y  reconocido  por  Timeo ,  quien 
refiere  seriamente  que  un  frasco  arrojado  en  el  Alpheo 
había  salido  por  la  faente  de  Aretusa,  j  por  Pausanias, 
que  no  lo  dudaba  y  casi  se  enfadaría  de  que  se  dudara 
(v,  7,  2).  Séneca  confirmó  también  la  posibilidad  de  estos 
viajes  subterráneos:  7ion  equidem  existimo  diu  te  hcesitatu- 
rum  an  credas  esse  subterráneos  amnes  et  mare  ahscondi- 
tum,  y  presenta  como  prueba  el  curso  del  Alpheo  hasta 

Sicilia:  quid,  cum  vides  Alplieum in  Achaia  mergi,  et 

in  Sicilia  rursus,  transjecto  mari^  effundere  amcBnissimum 
fontem  Arethusam  {Qucest.  nat.,  iii,  26,  2).  No  cabe,  pues, 
admirarse  de  que  Eratosthenes  creyera  que  los  pantanos 
de  Ehinocolura  estaban  formados  por  las  aguas  del  Tigris 
y  del  Eufrates,  que  llegaban  allí  por  canales  subterráneos, 
largos  de  6.000  estadios  (Strabon,  xvi,  páginas  741, 
742).  Todavía  en  tiempos  de  Pausanias  y  de  Philostrato 
había  personas  que  creían  que  el  Eufrates,  después  de 
ocultarse  en  los  pantanos,  reaparecía  con  el  nombre  de 
'N'úo  en  las  montañas  de  la  Etiopía  (Pausanias,  ii,  5,  3; 
Philostrato,  Vit  Apoll,  Tyan,  i,  14). 

Tb'So  hay,  de  seguro,  gran  distancia  entre  estas  explica- 
ciones y  las  que  después  adoptaron  los  Santos  Padres,, 
porque  las  nociones  de  una  física  tan  rara  penetraron 
más  y  más  en  los  espíritus  cuando  hubo  que  acudir  á 
ellas  para  conciliar  la  posición  conocida  de  los  grandes 
ríos,  el  Danubio,  el  Nilo,  el  Tigris  y  el  Eufrates,  con  la 
atribuida  al  Paraíso  terrestre,  por  donde  pasaban,  lo  cual 
sólo  podía  ser  gracias  á  dichos  viajes  subterráneos. 

»Debo  añadir  que  estos  cursos  de  los  ríos  y  su  ascen- 
sión del  seno  de  la  tierra  á  las  montañas,  no  debían  pa- 


T)ESCÜBR1MIENT0    DE   AMÉRICA.  85 

Tecer  inverosímiles,  según  las  ideas  que  toda  la  antigüe- 
dad se  había  formado  del  origen  de  los  ríos,  porq\ie  se 
creía  que  en  las  entrañas  de  la  tierra  existían  inmensos 
depósitos  de  agua,  y  que  e'sta  salía  á  la  superficie  elevada 
por  una  fuerza  de  ascensión,  llamada  áttóp a,  análoga  á  la 
que  impulsa  las  materias  inflamadas  en  las  erupciones 
volcánicas  (Platón,  Phcedon,  párr.  60).  La  misma  doc- 
trina se  advierte  en  el  cuento  de  un  tal  Asclepiodoto,  que 
bajó  á  una  mina  abandonada  y  refirió  haber  visto  inmen- 
sos depósitos  de  agua,  que  eran  nacimiento  de  grandes 
ríos  (Séneca,  Qucest.  nat.,  v,  15,  1).  Este  cuento  expre- 
saba una  opinión  admitida,  y  quien  lo  inventó  sabía  bien 
que  encontraría  los  ánimos  dispuestos  á  creerlo.  De  la 
misma  idea  se  ha  valido  Virgilio  en  las  Geórgicas, 
cuando  supone  que  Aristeo  vio  en  el  palacio  de  su  madre 
las  fuentes  de  los  ríos  más  lejanos,  el  Phase,  el  Lyco,  el 
Tíber,  el  Teverone,  el  Hyspanis,  el  Caico,  el  Eridan,  etc. 
((^ór^^.,  IV,  V.  365-372). 

))Se  ve,  pues,  que  al  admitir  los  Padres  do  la  Iglesia  el 
curso  subterráneo  de  los  ríos,  para  resolver  una  gran  di- 
ficultad, limitábanse  á  explicar  una  noción  generalmente 
aceptada,  y  que,  sin  esfuerzo,  satisfacía  á  sus  lectpres  y 
^auditores.  .  ;  -  ;     ■      :' 

))II. — Situación  del  Paraíso  en  la  antichthonia. 


))Esta  opinión  primitiva,  por  satisfactoria  que  pudiera 
parecer,  ofrecía,  sin  embargo,  una  dificultad  grave,  que 

obligó  á  algunos  á  buscar  otro  sitio  al  Paraíso.  Si' está 
situado  en  nuestra  tierra  habitable ,  decían ,  ¿por  que'  no 
se  ha  llegado  á  e'l  nunca?  ¿Cómo,  es  posible  que  algunos 

-de  los  viajeros  que  van  á  la  Sérica  no  hayan  tenido  no- 


86  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

ticias  de  él?  Tales  preguntas  hacía  Cosmas  {Top.  Christ.^ 
página  147,  D.),  siendo  de  difícil  contestación.  Muchos 
resolvían  la  dificultad  diciendo  que  Dios  no  quiso  se 
viera  el  Paraíso  después  del  diluvio  (Boxhorn.  ad  Sulp.. 
Sev.,  pág.  7,  col.  2);  pero  esta  solución,  aunque  era  có- 
moda, no  satisfacía  á  todo  el  mundo. 

3)Preciso  era,  pues,  situar  el  Paraíso  en  un  lugar  inacce- 
sible á  los  esfuerzos  humanos,  y  supusieron  unos  que  es- 
taba en  uno  de  los  puntos  más  elevados  de  la  tierra,  donde 
no  habían  llegado  las  aguas  del  diluvio,  opinión  de  San 
Ephrsem  que,  al  parecer,  no  desconocía  Colón,  según  las 
doctas  aclaraciones  expuestas  en  las  precedentes  pági- 
nas. Otros  suponían  el  Paraíso  en  una  tierra  situada  al 
otro  lado  del  Océano  Indio ,  en  una  parte  opuesta  á  la 
India  y  al  país  de  los  Tsinas  ó  Tsinitza,  por  tanto  siem- 
pre al  Oriente ,  xax'  ávxxoXá; ,  según  la  expresión  literal 
de  la  cual  no  querían  apartarse.  Esta  es  la  opinión  de 
Cosmas,  no  inventada  por  dicho  monje,  como  tampoco 
el  resto  de  su  sistema  cosmográfico. 

»Se  hizo,  pues,  revivir  por  tal  causa  la  antichtJionia  (1) 
ó  tierra  opuesta  de  los  autores  antiguos,  situada  en  la 
zona  austral.  Esta  noción,  íntimamente  relacionada  con 
las  de  las  zonas,  las  tierras  oceánicas  y  los  antípodas, 
por  motivos  muy  curiosos,  pero  impropios  del  actual  ex- 
tracto, esta  noción,  repito,  de  la  antichthonia  fué  siempre 
distinta,  al  menos  desde  Platón,  de  la  de  las  islas  más  ó 
menos  alejadas  que  se  suponía  esparcidas  en  el  Océano. 
La  gran  tierra  meridional,  la  antichthonia ,  propiamente 
dicha,  habitable  como  la  nuestra,  de  la  cual  la  separa  un 


(1)  No  se  trata  aquí  de  la  antichthonia  pitagórica,  que  era. 
1  cuerno  celeste. 


tin  cuerpo  celeste. 


DKSCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  87 

océano,  la  admiten  Aristóteles  y  Eratósthenes;  Virgilio, 
en  Las  Geórgicas,  no  ha  heclio  más  que  traducir  los 
versos  del  Hermes  del  filósofo  alejandrino  (Geórg.,  i, 
233-289),  y  ésta  fué  la  opinión  de  la  escuela  de  Alejan- 
dría, á  excepción  de  Hipparco  y  de  sus  partidarios;  se  la 
encuentra  en  el  sueño  de  Scipión,  en  Manilio,  Mela  y 
Macrobio.  Al  exponer  este  último  la  doctrina  aristotélica 
de  que  las  dos  tierras  habitables ,  situadas  una  frente  á 
la  otra,  están  separadas  por  un  Océano  que  ocupa  toda 
la  zona  tórrida,  añadió  que  'dicho  océano  está  á  su  vez 
rodeado  por  cuatro  tierras  separadas  por  anchos  ca- 
nales, por  los  cuales  llegan  á  nuestro  hemisferio  las 
aguas  del  mar  exterior  (m  "" Somn.  Scip.,  ir,  5),  idea 
singular  que  presenta  una  mezcla  de  varias  nociones 
fundadas  en  el  sistema  homérico ,  y  aun  sospecho  que 
esté  tomada  de  algún  comentador  de  Homero  que  haya 
querido  dar  una  explicación  sabia  del  río  Océano  y  de 
sus  fuentes. 

» Tiene  el  sistema  de  Macrobio  mucha  analogía 
con  el  de  Cosmas  en  lo  relativo  á  que  el  Océano  que 
rodea  las  dos  tierras  habitables  está  á  su  vez  rodeado 
por  todos  lados  de  tierras  desconocidas,  y  hay  entre 
ellos  otros  puntos  de  semejanza  que  sería  largo  referir 
aquí. 

))Pero  los  que  situaban  el  Paraíso  en  la  antichthoniay 
para  explicar  que  quedara  desconocido  después  del  dilu- 
vio, no  hubieran  logrado  gran  cosa  con  esta  hipótesis  si 
al  mismo  tiempo  no  supusieran  innavegable  el  mar  que 
separa  dicha  tierra  de  la  nuestra.  A  esto  cuidó  de  proveer 
Cosmas,  pero  haciéndose  también  eco  de  una  de  las  opi- 
niones más  antiguas  entre  los  geógrafos  griegos;  porque 
admitida  la  existencia  de  tierras  hiperoceánicas,  preciso 


ALEJANDRO    DE  HUMBOLOT. 


era  averiguar  ia  causa  que  impedía  á  los  navegantes  lle- 
gar á  ellas. 

]DCree  Yoss  que  los  fenicios  (contribuyeron  mucho  á 
vulgarizar  esta  opinión ,  para  evitar  que  los  navegantes 
de  otras  naciones  siguieran  sus  huellas.  Acaso  sea  así; 
pero  es  lo  cierto  que  la  citada  opinión  aparece  en  casi  to- 
das las  épocas.  Sesostris,  en  sus  lejanas  navegaciones, 
vióse  detenido  por  los  escollos  y  bajos  del  mar  exte- 
rior (Herodoto,  II,  102).  Según  Píndaro,  la  mar  es 
innavegable  más  allá  de  las  Columnas  (iii,  Nem.  97,  ibi- 
que  Disse.);  Eurípides  lo  dice  también  en  el  Hippo- 
lyto  (v.  744).  La  expedición  de  Hannón  hace  situar  los 
bajos  más  allá  de  Cerne,  y  la  de  Pytheas  libra  de  ellos 
las  costas  occidentales  de  Europa.  La  idea  del  mar  no 
navegajble  aparece  por  todos  lados.  Dionisio  de  Halicar- 
naso  dice  que  los  romanos  poseen  todas  las  tierras  donde 
se  puede  entrar  y  todas  las  costas  donde  se  puede"  na,Ye- 
gar  (Ant.  Rom.^  i,  pág.  3;  i,  20,  Sylb.).  Todos  los  mares 
exteriores  se  consideraban  innavegables  á  cierta  distan- 
cia de  las  costas  (Suidas,  v.  otTc).cúTx),  á  causa  del  fucus 
y  de  los  bajos  (Tatjan,  ad  GrcBCos,  pág.  76).  Agathe- 
meres  y  Ptolomeo  sitúan  también  un  mar  bajo  entre  el 
Océano  Indio  y  la  costa  septentrional  de  África.  Cleo- 
medes,  posterior  á  ambos,  dice  que  los  antípodas  están 
separados  de  nosotros  por  un  océano  innavegable  po- 
-blado  de  enormes  cetáceos  {Cycl.  Theor ,  i,  2,  pá- 
gina 15,  Balf.). 

^Noción  tan  extendida  entre  los  sabios  del  paganismo, 
no  podía  menos  de  ser  adoptada  por  algunos  Santos 
Padres ,  que  la  juzgaban  necesaria  para  resolver  varias 
dificultades  de  interpretación.  Según  Orígenes  {De 
Princip.   Opp.,  I,  pág.  81)  y  Cemente  de  Alejandría 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  89 

(Strom.fVj  pág.  693),  San  Clemente  de  Roma  creía  «en 
))la  existencia  de  nn  océano  imposible  de  cruzar,  más  allá 
Ddel  cual  había  otros  mundos».  Lo  mismo  opinaban  San 
Basilio,  Tatieno,  Constantino  de  Antioquia,  Jornandes, 
Beda  el  Venerable  y  otros  muchos. 

»Se  ve,  pues,  que  la  opinión  transmitida  por  Cosmas, 
como  también  la  de  muchos  Padres  de  la  Iglesia,  que  he 
explicado  en  otro  sitio  {Revtie  de  Deux  Mondes^  1834, 
Marzo,  pág.  601),  tenían  su  raíz  en  hipótesis  antiquísi- 
mas, muy  extendidas,  casi  populares  y  que  debían  pare- 
oerles  razonables  y  concluyentes.» 

En  las  explicaciones  que  preceden  traza  Mr.  Letronne 
la  vía  por  la  cual  llegó  á  la  inteligencia  de  Colón  la  idea 
del  sitio  del  Paraíso  terrestre.  La  carta  dirigida  á  la 
reina  Isabel  (Octubre  de  1498),  de  la  cual  he  insertado 
anteriormente  algunos  párrafos,  y  un  pasaje  notabilísimo 
del  Diario  de  navegación  de  1493,  no  dejan  la  menor  duda 
de  que  el  Almirante  seguía  la  opinión  de  los  Padres  de 
la  Iglesia,  que  situaban  el  Paraíso  al  Oriente  de  la  tierra 
habitable  (1).    No  puedo,   por  tanto,  corapaftir  la  opi- 


(1)  Colón  repite  al  fin  de  la  carta  de  1498:  «Tengo  asentado 
en  el  alma  que  allí  ( en  estas  tierras  de  Paria  nuevamente  des- 
cubiertas) es  el  Paraíso  terrenal,  el  que  San  Isidoro  y  Beda  y 
StraTao  y  San  Ambrosio  ponen  al  Oriente.»  Cinco  años  antes, 
como  lo  prueba  un  pasaje  completamente  inadvertido  del 
Diario  del  primer  viaje  (21  de  Febrero  de  1493),  el  Almirante 
expresó  la  misma  idea  con  igual  claridad.  Después  de  sufrir 
una  gran  tempestad  cerca  de  las  islas  Azores  (durante  la  cual 
se  lamenta  de  dejar  dos  hijos  jóvenes,  D.  Diego  y  D.  Fernando, 
que  estaban  estudiando  en  Córdoba,  huérfanos  de  padre  y  ma- 
dre en  tierra  extraña),  discute  Colón  la  causa  del  singular  con- 
traste de  clima  que  presenta  el  espacio  del  Océano  entre  las 
Azores  y  las  Canarias  con  los  parajes  más  occidentales  de  las 


90  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

nión  de  los  que  creen ,  quizá  á  causa  de  dos  citas  de  la 
Divina  Comedia  que  se  encuentran  en  las  cartas  de  Ves- 
pucci,  amigo  de  la  familia  de  Colón,  que  éste,  en  sus  ilu- 
siones acerca  del  sitio  del  Paraíso ,  se  acordaba,  no  sólo 
de  San  Ambrosio,  sino  también  de  la  cosmografía  de 
Dante.  Verdad  es  que  Colón  dice  que  algunos  describen 
el  Paraíso  terrenal  en  forma  de  una  montaña  áspera, 
forma  que  tiene  la  montaña  del  Purgatorio  de  Dante, 
cuya  cima  es  el  Paraíso  de  los  bienaventurados;  pero  en 
el  mismo  párrafo  de  la  carta  niega  Colón  esta  configu- 
ración, y  todo  el  sistema  de  cosmografía  y  de  teología  del 
Dante  es  diametralmente  opuesto  á  la  opinión  del  ma- 
rino genovés. 

La  Divina  Comedia  supone  que  antes  de  la  caída  de 
Lucifer,  encarcelado  en  el  centro  de  la  tierra  (centro 
de  gravedad  ó  de  atracción ,  punto  al  qual  si  traggon 
d''ogni  parte  i  pesi,  Infierno,  xxxiv,  110),  nuestro  hemis- 
ferio boreal  era  completamente  acuático,  habiendo,  en 
cambio,  una  gran  masa  continental  en  la  antichthonia^ 
en  el  heníisferio  austral,  diametralmente  opuesto  al  nues- 
tro. Allí  fué  donde  vivieron  Adán  y  Eva;  en  este  pa- 
raíso terrestre  de  la  antichthonia  era  donde  la  prima 
gente  gozaba  (Purgatorio,  i,  22)  de  la  vista  de  cuatro 
bellas  estrellas,  luci  sante,  déla  cruz  del  Sur,  que  las  co- 
marcas boreales,  en  su  triste  viudez,  jamás  pueden  con- 


Indias,  «donde  había  siempre  buenos  vientos  y  ni  una  sola  hora 
vido  la  mar  que  no  se  pudiese  bien  navegar» ,  y  añade,  como 
consecuencia,  «que  bien  dijeron  los  sacros  teólogos  y  sabios 
filósofos  que  el  Paraíso  terrenal  está  al  fin  del  Oriente ,  porque 
es  lugar  temperadlsimo;  así  que  aquellas  tierras  que  agora  ha- 
bía descubierto  (las  grandes  Antillas)  es  el  fin  del  Oriente». 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  91 

templar  (1).  «Una  espantosa  catástrofe  cambió  la  su- 
perficie del  globo.  En  nuestro  hemisferio  surgió  ana  gran 
masa  continental,  cuyo  centro  era  Jerusalén  y  es  hoy  el 
hemisferio  che  la  gran  secca  coverchia;  en  la  antichthoniay^ 
al  contrario,  sitio  del  Paraíso  terrestre  (Purgatorio^ 
XXVI II,  78  y  94),  toda  la  masa  continental  quedó  sumer- 
gida, y  el  hemisferio  austral  se  convirtió  (2)  á  su  vez  en 
un  mar  (per  paura  di  luí,  de  Lucifer,  fe  del  mar  velo)y  j 


(1)  Hé  aquí  este  hermoso  pasaje: 

lo  mi  volsi  á  man  destra  e  posi  mente 
Air  altro  polo,  e  vldi  quatro  stoUe 
Non  viste  mai  f  uor  ch'alla  prima  g«nte, 
Goder  parea'l  ciel  di  lor  fiammelle 
¡  Oh  settentrional  vedovo  sito  , 
Poi  che  privato  se'di  mirar  qnelle! 

Si  los  comentadores  de  la  Divina  Comedia  se  hubieran  acor- 
dado de  los  frecuentes  viajes  hechos  al  estrecho  de  Babelman- 
deb  y  de  la  erudición  de  los  sabios  italianos  del  siglo  XIV,  para, 
quienes  eran  tan  familiares  los  planisferios  árabes  (Reinaud 
en  sus  notas  á  la  traducción  de  Mr.  Artaud,  t.  i,  páginas  167-^ 
170),  admiraría  menos  sin  duda  que  en  el  intervalo  de  1298 
á  1315,  durante  el  cual  compuso  y  perfeccionó  el  Dante  su  ad- 
mirable poema,  verdadera  enciclopedia  de  los  conocimientos 
humanos  de  entonces,  se  tuviera  noticia  de  los  pies  del  Centauro 
y  de  la  Cruz  del  Sur.  No  hay  pues  motivo  para  creer  que  Dante 
fuese  «brujo  ó  profeta»  ó  amigo  de  Marco  Polo  (edición  de  la 
Divina  Comedia  de  Portirelli,  Milán,  1804,  t.  il,  pág.  7).  La 
frase  lucí  sante  (Purgatorio  I,  37)  indica  además  el  sentido  ale- 
górico junto  al  astronómico  que  da  á  las  estrellas  de  la  Cruz 
austral  (Purgatorio,  xxx,  85). 

(2)  «La  tierra  que  se  extendía  por  aquella  parte  que  ocupa- 
hoy  el  cuerpo  del  traidor,  ocúltase  espantada  bajo  las  aguas ,  y 
huye  hacia  nuestro  hemisferio:  acaso,  huyendo,  dejó  el  vacío- 
donde  nos  encontramos,  y  fué  á  formar  esta  montaña  para 
evitar  la  vecindad  del  ángel  temerario.» 


^2  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

como  cono  elevado  (el  Dante  casi  señala  la  cavidad  que 
la  masa  levantada  ha  dejado  en  el  interior  del  globo) 
-surge  de  las  aguas  la  montaña,  ó  mejor  dicho,  el  islote 
montañoso  del  Purgatorio,  coronado  por  el  Paraíso  de 
los  bienaventurados.  Es,  además,  la  montagna  bruna 
hacia  la  cual  navega  Ulises,  primero  de  Este  á  Oeste, 
.dietro  al  sol,  j  después  al  Sur,  «hacia  el  hemisferio  sin 
habitantes»,  y  sorprende  que  el  ingenioso  comentador 
Mr.  Guinguené  (1)  reconozca  en  esta  montaña  (In- 
fierno, XXVI,  133)  el  Pico  de  Tenerife. 

Al  nombrar  este  volcán  recordaré  que  á  Cristóbal 
Oolón  deben  los  geólogos  las  noticias  y  fecha  exacta  de 
una  erupción  del  Pico  de  Tenerife;  é  insisto  en  este  he- 
<iho  porque  lo  olvidaron  completamente  hasta  ahora  los 
que  se  han  ocupado  de  la  historia  de  las  erupciones  del 
Pico.  Los  fuegos  de  que  se  habla  en  el  viaje  de  Hannón 
son  indicios  bastante  vagos  del  fuego  volcánico,  y  pu- 
dieron muy  bien  ser  señales  para  indicar  la  proximidad 
de  barcos  extranjeros  y  sospechosos,  ó  efecto  de  la  quema 
-de  hierbas  secas  (2). 


(1)  Ilist.  litter.  de  Italia,  segunda  edición,  t.  ii,  pág.  107). 
¿Cómo  es  posible  que  una  navegación  de  cinco  meses  durante 
la  cual  se  contempla  las  stelle  del  altro  folo  y  se  ve  bajar  hasta 
el  horizonte  la  constelación  de  la  Osa  Mayor,  no  llegue  más 
lejos  que  á  las  Islas  Canarias? 

(2)  GOSSELLIN,  Rech.,  t.  I,  pág.  94-93.  La  enfática  descrip- 
ción de  la  alta  cima  del  Theon  Ocliema,  rodeado  de  llamas, 
descripción  que  contrasta  singularmente  con  la  árida  sencillez 
del  diario  cartaginés,  podría  ser  muy  bien  un  embellecimiento 
•añadido  más  tarde  y  bajo  la  influencia  de  nociones  también 
confusas  acerca  de  la  existencia  de  un  gran  cono  volcánico  de 
la  Isla  de  Tenerife.  Toda  la  -cordillera  occidental  del  Atlas, 
desde  el  lago  Tritón  y  la  Pequeña  Syrte  (DiÓN,  iii,  53-55)  hasta 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  95 

En  tliferentes  ocasiones  he  visto  en  las  montañas  de 
la  costa  de  Caracas  estas  quemas,  que  de  noche  parecen 
corrientes  de  lava,  ó,  como  dice  Hannon  en  lo  que  de  su 
Diario  ha  llegado  á  nosotros,  «torrentes   de  fuego  que 


la  costa  visitada  por  Hannón ,  presenta  indicios ,  según  las  na- 
rraciones de  los  mismos  escritores  antiguos,  de  trastornos  debi- 
dos á  la  acción  del  fuego,  y  hasta  me  parece  advertir  en  dos  pa- 
sajes del  periplo  de  Hannón,  Cráteres,  lagos,  cu  medio  de  los^ 
cuales  había  un  pequeño  cono  formado  por  levantamiento  del 
terreno.  «El  golfo  del  Cuerno  del  Poniente ,  dice  Hannón,  con- 
tiene una  grande  isla,  y  esta  isla  un  lago  de  agua  salada,  en  el 
que  se  encuentra  otra  isla.»  Más  al  Sur,  efi  la  bahía  de  los  Mo- 
nos g orillas,  se  repite  esta  configuración  -extraordinaria  del 
suelo.  «Encuéntrase  allí  otra  isla  semejante  á  la  primera,  que 
tiene  también  un  lago  dentro  del  cual  hay  otra  isla.»  Accidentes 
del  terreno  son  éstos ,  que  no  se  presentan  generalmente  máa 
que  en  los  parajes  volcánicos. 

La  descripción  del  Atlas  de  Máximo  de  Tyro  (Viil,  7,  ed. 
Markland),  á  la  cual  no  han  prestado  atención  los  geólogos,  ea 
todavía  más  curiosa,  y  por  ello  reproduzco  dicha  pintoresca 
descripción ,  que  ofrece  algunas  dificultades ,  conforme  á  la 
traducción  literal  y  exacta  de  Mr.  Letronne:  «Los  de  la  Libia 
occidental  habitan  en  un  estrecho  desfiladero  que  por  ambos 
lados  baña  el  mar;  porque  el  mar  exterior  llega  contra  este  des- 
filadero, y  allí  se  separa  envolviéndole  con  sus  agitadas  olas, 
que  vienen  de  lejos.  El  Atlas  es  para  las  gentes  del  país  un 
templo  y  á  la  vez  una  imagen  de  la  Divinidad.  El  Atlas  es  una 
montaña  hueca  que  se  eleva  suavemente,  ensanchándose  por  el 
lado  de  la  mar,  como  los  teatros  del  lado  del  espacio.  El  país  en 
medio  de  la  montaña  es  un  valle  corto,  fértil  y  lleno  de  bos- 
ques. Veréis  frutas  en  los  árboles  y,  mirando  desde  arriba,  pa- 
recen los  árboles  como  en  el  fondo  de  un  pozo.  No  es  posible 
bajar  allí,  porque  las  orillas  son  muy  escarpadas  y  además  está 
prohibido.  Lo  más  notable  de  aquel  sitio  es  que  cuando  la  ma- 
rea del  Océano  se  precipita  hacia  la  orilla ,  donde  la  ribera  es 
una  playa,  la  ola  se  extiende  sobre  ella,  pero  donde  es  la  mon- 


"94  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

descienden  por  una  costa  abrasada  y  se  precipitan  en  el 
mar».  Además,  los  címbalos  y  tambores,  cuyo  sonido  se 
oye  en  el  sitio  del  bosque  donde  brillan  los  grandes  fue- 
gos (cerca  del  golfo  del  Cuerno  del  Poniente) y  parecen 
indicar  más  bien  fiestas  pastoriles  que  las  escenas  de  de- 
Tastación  propias  de  las  erupciones  volcánicas.  El  pa- 
saje de  Avieno  que  Mr.  Heeren  ha  aplicado  al  Pico  de 
Tenerife  no  fija  una  localidad  bien  determinada,  ni  alude 
más  que  á  los  frecuentes  terremotos  y  al  entumecimiento 
•del  suelo  en  medio  de  un  mar  tranquilo  (1).  Las  tradi- 


taua  del  Atlas  la  ola  se  empina,  y  veis  el  agua  levantada  sobre 
sí  misma  como  una  muralla ,  sin  entrar  en  los  huecos ,  ni  ser 
sostenida  por  la  tierra;  pero  entre  la  montaña  y  el  agua  sopla 
un  aire  violento,  un  hosque  hueco.  Este  sitio  es  para  los  de  la 
Libia  templo,  Dios,  lugar  de  juramento,  imagen  de  la  divini- 
dad.)) La  frase  hosque  hueco  (xoiuóv  áXao;)  es  evidentemente 
una  errata. 

(1)  Ora  marítima,  v.  165-171.  Ya  relacioné  antes,  al  tra- 
tar del  mito  de  la  Atlántida,  como  reflejo  de  la  Lyctonia 
mediterránea,  el  pasaje  de  Avieno  y  un  fragmento  de  las  Etió- 
picas de  Marcelo,  conservado  en  un  escolio  de  Proclo,  relativo 
á.  las  siete  islas  del  Mar  exterior.  Avieno  dice: 

post  pelagia  est  Ínsula, 

Herbarum  abundans  atque  Saturno  sacra. 
Sed  vis  in  illa  tanta  naturalis  est , 
Ut  si  quis  hanc  innavigando  accesserit , 
Mox  excitetur  propter  insulam  mare , 
Quatiatur  ipsa,  et  omne  subsiliat  solum 
Alte  intremiscens,  csetero  ad  stagni  vicem 
Pelago  silente. 

Casi  sorprende  que  una  isla  cuyo  suelo  oscila  sin  cesar  no  esté 
•dedicada  á  Neptuno,  como  también  su  tamaño  de  mil  estadios 
qué  menciona  Proclo;  pero  repito  que  en  el  pasaje  de  Avieno 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  95 

cienes  más  antiguas  de  los  guanches  que  se  conservan 
en  la  isla  de  Tenerife  alcanzan,  según  se  asegura,  al  año 
de  1430;  época  en  que  debieron  surgir  los  collados  en  el 
camino  de  Orotava  al  puerto.  Veinticinco  años  después, 


la  localidad  es  muy  vaga,  y  paróceme  que  lo  dicho  por  él  con- 
duce por  las  islas  Oestrymnienas  ó  Cassiterides  y  por  Ophiusa, 
cerca  de  las  costas  septentrionales  de  Iberia  (Uckert,  Geogr. 
der  Grieclien,  t.  ii,  2,  pág.  477),  hacia  el  Noroeste,  al  Mar  Cro- 
nieco  y  hacia  el  gran  continente  Saturniano  de  Plutarco. 

En  cuanto  al  conocimiento  que  los  antiguos  tenían  de  las 
islas  Afortunadas  ,  haré  notar  aquí  que  los  amnes  Siluris  pis- 
cihus  abundantes  de  PHnio,  Solino  y  Dicuil ,  se  explican  quizá 
por  un  hecho  cuya  primera  noticia  debo  á  un  naturalista  qae 
ha  habitado  largo  tiempo  en  la  isla  de  Tenerife.  Mr.  Berthelot 
.asegura  que  ((desde  tiempo  inmemorial  hay  en  Tenerife  angui- 
las iguales  á  las  de  Europa  ;  que  le  aseguraban  las  habla  tam- 
bién en  las  islas  de  Palma  y  de  la  Gran  Canaria,  y  que  se  puede 
presumir  su  existencia  en  todo  el  archipiélago.  En  Tenerife 
abundan  principalmente  las  anguilas  en  el  barranco  de  Go- 
yonxé,  situado  en  la  costa  septentrional,  y  en  el  distrito  de 
Tacoronte».  Mr.  Berthelot  ha  pescado  gran  número  en  este 
sitio,  en  unión  de  los  monjes  de  Santo  Domingo,  y  ha  visto 
también  muchas  en  los  barrancos  inmediatos  al  puerto  de  Santa 
Cruz  de  Tenerife.  En  el  invierno,  cuando  las  lluvias  aumentan 
las  aguas  de  los  torrentes  y  éstos  se  abren  impetuosamente 
cauces  por  el  suelo,  las  anguilas  disminuyen,  y  es  probable  que 
se  refugien  en  quebraduras  más  profundas  del  terreno;  pero 
durante  el  verano,  cuando  el  lecho  del  torrente  queda  e:i  seco, 
se  las  encuentra  muy  gruesas  en  los  charcos  de  agua  cenagosa 
que  quedan  en  el  fondo  de  los  barrancos.  Acaso  estas  anguilas 
han  sido  confundidas  con  los  siluros.  La  existencia  de  peces  en 
una  isla  completamente  volcánica  y  muy  árida  es  un  fenómeno 
curiosísimo.  Sabido  es,  además,  que  las  anguilas  pueden  vivir 
largo  tiempo  en  el  fango  y  en  la  hierba  húmeda,  y  que,  según 
mis  experimentos,  inspiran  y  descomponen,  fuera  del  agua, 
mucho  aire  atmosférico  en  estado  elástico. 


96  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT.  , 

el  célebre  viajero  Cadamosto  (1)  expone,  según  creo^ 
la  primera  indicación  exacta  de  la  forma  piramidal  del 
Pico  j  de  sus  erupciones;  porque  entre  ios  geógrafos 
árabes  Edrisi,  Ebn-al-Uardi  y  Bakui  no  se  encuentra 
mencionada  en  las  islas  Kalidat  {Eternas  ó  Afortuna- 
das) sino  el  mito  de  estas  estatuas,  cuya  explicación  he 
dado  en  el  tomo  anterior.  Cadamosto  ha  visto  el  Pico  de 
Tenerife  yendo  á  la  Gomera,  y  refiere  que,  con  cielo  claro^ 
es  visible  á  una  distancia  de  60  ó  70  leguas  de  España 


(1)  En  1455,  y  no  en  1504  como  se  encuentra  en  la  traduc- 
ción latina  del  viaje  de  Cadamosto.  publicada  por  Grynceus, 
Wov,  Orbls  (1555,  pág.  2).  Este  error,  que  tiene  alguna  impor- 
tancia por  lo  que  interesa  la  historia  del  volcán  de  Tenerife,  ha 
sido  copiado  en  mi  Relation  Mstorique,  1. 1,  pág.  174,  y  en  otras 
obras.  En  esta  misma  edición  Gryníeus  hormiguean  los  errores 
de  cifras;  al  Baobal  Adansonia  digitata^  medido  por  Cada- 
mosto,  sólo  le  da  17  pies  de  circunferencia,  en  vez  de  diez  y 
siete  brazas.  El  primet  viaje  de  Cadamosto,  que  se  unió  en  lag 
desembocadura  del  Senegal  con  Antoniotto  Usodimare,  y  del 
cual  no  hace  Barros  mención  alguna  en  sus  Décadas,  comenzó 
en  1454,  y  el  segundo  en  1456.  Cadamosto  no  volvió  de  Portugal 
á  Venecia  hasta  1463.  La  relación  de  sus  expediciones  apareció 
en  1507  en  la  primera  de  todas  las  colecciones  de  viajes,  qne 
fué  impresa  en  1507  en  Vicenza,  y  en  1508  en  Milán  con  el  ti- 
tulo de  Mondo  Novo^  opera  di  Francazio  di  Monte  Alhoddo. 
Cadamosto  no  descubrió  ni  las  islas  de  Cabo  Verde  ni  el  Cabo 
de  este  nombre.  El  primero  de  estos  descubrimientos  se  hiza 
en  1441  y  corresponde  á  dos  genoveses,  Antonio  y  Bartolomé 
Nolle;  el  segundo  es  de  Dionisio  Fernández  (Tiraboschi,  t,  vi,, 
parte  i,  pág.  169).  Cuando  Cadamosto  visitó  en  Abril  de  1455 
las  islas  Canarias,  no  pudo  desembarcar  sino  en  Gomera  (Gie- 
nera)  y  en  Ferro.  En  la  bahía  de  Palma  no  se  atrevió  á  salir  del 
barco,  y  nos  dice  que  las  tres  islas  de  Gran  Canaria,  Tenerife 
y  Palma,  continuaban  en  posesión  de  los  Guanches,  pero  que 
Madera,  colonizada  desde  hacía  veinticuatro  años,  estaba  ya 
bien  cultivada  y  había  recibido  cepas  de  viña  de  Candía. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  97 

(hubiera  debido  decir  á  34,3  leguas  de  17  Vs  al  grado). 
<íQ,uod  cernatur  ínsula  Teneriffce  quce  eximie  colitur, 
a  longe,  id  efjicit  acuminatus  lapis  addmantinut  (Cada- 
mosto  vio  el  pilón  de  azúcar  del  Pico  en  Abril,  por  tanto 
cubierto  de  hielos  y  de  nieves  resplandecientes),  instar 
pyramidis  in  medio.y>  Los  que  han  medido  la  montaña, 
añade  el  navegante  veneciano,  encontraron  que  tenía  15 
leguas  (!)  de  altura  sobre  el  nivel  del  mar.  Está  (inte- 
riormente) siempre  inflamada  como  el  monte  Etna,  y  los 
cristianos  que  gimen  en  esclavitud  en  Tenerife  han  visto 
de  vez  en  cuando  sus  fuegos  (1). 

Cristóbal  Colón  es  el  primero  que  refiere  la  época  fija 
de  una  erupción.  En  el  Diario  de  su  primer  viaje  dice  que, 
pasando  cerca  de  la  isla  de  Tenerife  para  fondear  en  la 
Gomera,  «vieron  salir  gran  fuego  de  la  sierra  de  la  isla  de 
Tenerife,  que  es  muy  alta  en  gran  manera».  El  hijo  de  Co- 
lón, aficionado  á  los  efectos  dramáticos  y  á  presentar  el 
contraste  de  la  ignorancia  de  los  marineros  y  de  la  ins- 
trucción del  Almirante,  habla  de  llamas  que  salían  de  la 
montaña,  del  espanto  de  la  gente  y  de  las  explicaciones 
que  Cristóbal  Colón  dio,  «verificando  su  discurso  con  el 
monte  Etna,  de  Sicilia».  El  citado  Diario  no  habla  ni 
del  espanto  de  los  marineros,  ni  de  la  argumentación 
doctrinal  acerca  de  la  nateraleza  del  fuego  volcánico;  y 
Navarrete  recuerda  que  los  valerosos  marinos  de  Palos, 
Moguer  y  Huelva  estaban  habituados  desde  el  si- 
glo XIII  á  los  efectos  de  los  volcanes  de  Italia.  Añadiré, 
además,  que  en  las  costas  de  España  y  Portugal  debían 


(1)  «Is  lapis  jugiter  flagrat  instar  JEtnse  montis:  id  affir- 
mant  nostri  Christiani,  qui  capti  aliquando  haec  ajiimad ver- 
tere.»  (Gryn.,  pág.  6.) 

TOMO  n.  7 


98  ALEJANDRO    DE   HU.MBOLDT. 

ser  conocidos  los  volcanes  de  las  islas  Canarias,  por  el 
deploraJble  comercio  de  esclavos  guanches  vendidos  ea. 
los  mercados  de  Sevilla  y  de  Lisboa.  Las  frases  de  Ca- 
damosto  y  de  Colón  parécenme  demasiado  vagas  para 
deducir  que  las  erupciones  fuesen  en  la  misma  cima  del 
Pico,  del  cráter  que  hay  en  el  Pilón  de  Azúcar ;,  y  que 
después  de  haber  arrojado  lavas  de  obsidiana,  presenta 
hoy  el  aspecto  de  una  solf atara.  Probablemente  lo  ocu- 
rrido en  1492  fué  una  de  esas  erupciones  laterales  que 
el  bello  mapa  de  Mr.  Buch  indica  cerca  de  Chaborra^ 
Arguajo  y  otros  puntos  de  la  costa  Suroeste. 

El  mismo  relato  de  la  navegación  de  Colón  guía,  al 
parecer,  al  geólogo.  Los  barcos  estaban  á  la  vista  de  las 
islas  Canarias  el  9  de  Agosto,  y  tenían  que  acercarse  á 
tjierra,  porque  el  timón  de  la  Pinta,  por  accidente  ó  por 
malicia,  se  había  roto  el  B  y  el  7  de  Agosto.  Durante  tres 
días  impidió  el  viento  acercarse  á  la  Gran  Canaria.  Co- 
lón dejó  á  Pinzón  y  la  Pinta  en  aquellos  parajes,  y  diri- 
gió el  rumbo,  el  12  de  Agosto,  á  la  Gomera,  situada  al 
este  de  la  punta  meridional  de  Tenerife,  donde  esperaba 
ver  llegar  á  doña  Beatriz  de  Bobadilla,  que  estaba  en  la 
Gran  Canaria  y  á  quien  quería  comprar  un  barco  de  40 
toneladas,  en  el  que  esta  señora  había  ido  de  España. 
Después  de  esperar  en  vano  dos  días,  resolvió  Colón  ir 
en  busca  de  doña  Beatriz  ala  Gran  Canaria.  Partió  déla 
Gomera  el  23  de  Agosto,  y  al  dia  siguiente,  en  la  noche 
del  24  al  25  de  Agosto  de  1492,  encontrándose  cerca 
de  Tenerife,  vio  la  erupción. 

Resulta  de  dicha  explicación,  según  observa  mi  ilustre 
amigo  Mr.  Leopoldo  de  Buch  en  carta  que  me  escribe 
sobre  este  asunto,  que  el  Alniirante  pasó  (por  el  camino 
más  corto)  al  Sur  de  Tenerife,  y  no  al  íí'orte,  pop  donde 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  99 

«1  viento  de  Noreste  le  hubiera  impedido  avanzar  duran- 
te el  día;  y  resulta  también  que  las  llamas  salían  por  la 
parte  Sur.  Si  la  erupción  lateral  fuera  cerca  del  puerto 
de  Orotava,  la  mole  del  Pico  la  hubiese  ocultado  á  la 
vista  del  Almirante  en  la  dirección  SO.-NE.  La  deno- 
minación genérica  de  sierra  ( ] )  que  encuentro  en  el 
Diario  de  la  primera  navegación,  en  vez  de  la  palabra 
picacho^  que  se  aplica  más  comúnmente  á  un  cono  en- 
hiesto, parece  designar  la  parte  montañosa  de  la  isla,  y 
no  especialmente  el  Pilón  de  Azúcar,  \&  Pirámide  ó  el 
lapis  adamantinus  de  Cadamosto  (2). 

Es  accidente  raro,  pero  afortunado,  que  los  navegan- 
tes célebres  sean  testigos  de  erupciones-  volcánicas  cuya 
fecha  exacta  no  se  sabría  sin  la  publicación  de  sus  Dia- 
rios de  viaje.  Colón  vio  los  fuegos  de  Tenerife  el  24  de 
Agosto  de  1492;  Sarmiento  (3)  los  de  la  isla  de  San 
Jorge,  del  archipiélago  de  las  Azores,  entre  Tercera  y 
Pico,  el  1."  de  Junio  de  1580. 


(1)  Vieron  salir  gran  fuego  de  la  sierra  de  la  isla  de  Tene- 
rife, que  es  muy  alta  en  gran  manera  {Diario  de  Colón  de  9  de 
Agosto  de  1492).  Conviene  advertir  aquí  que  con  esta  fecha  re- 
fiere todo  lo  acaecido  desde  el  8  de  Agosto  al  6  de  Septiembre.. 

(2)  Collecgáo  de  noticias  para  a  historia  é  geografia  das 
nagoes  ultramarinas,  2>ul>l"  pe  la  Acad.  Real  de  Soiencias  (Lis- 
boa, 1812),  pág.  13. 

-  (3)  Siete  bocas  se  abrieron  para  arrojar  corrientes  de  lava 
en  el  mar.  Viaje  al  Estr eolio  de  Magallanes  por  el  capitán  Pe- 
th-o  Sarmiento  de  Gamboa  (Madrid,  1768,  pág.  367). 


VII. 

Influencia  del  descubrimiento  de  América  en  la  civilización. 

Corto  número  de  ejemplos  han  bastado  para  caracte- 
rizar la  grandeza  de  miras  y  las  sagaces  observaciones 
físicas  que  revelan  los  escritos  del  marino  genovés.  La 
erupción  del  colosal  volcán  de  Canarias,  al  principio  del 
primer  viaje  de  descubrimientos,  preparaba,  por  decirlo 
así,  los  ánimos  para  la  contemplación  de  las  maravillas 
que  la  Naturaleza,  en  su  salvaje  fecundidad  (1),  pone  de 
manifiesto  en  las  montañosas  costas  de  Haíti  j  de 
Cuba. 

Limitándonos  al  corto  período  de  catorce  años  que 
media  entre  el  descubrimiento  de  América  v  la  muerte 


(1)  Sorprendió  á  los  compañeros  de  Colón  la  vigorosa  vege. 
tación  de  los  trópicos  en  un  suelo  pedregoso  y  apenas  cubierto 
de  tierra  vegetal.  No  pudiendo  conocer  la  respiración  aérea  de 
los  vegetales  y  la  abundante  nutrición  que  presta  el  sistema 
apendicular  (el  gran  desarrollo  del  follaje),  atribuían  lo  que 
llamaban  ausencia  de  raices  al  calor  de  la  tierra.  La  reina  Isa* 
bel  se  complacía  en  aludir  á  árboles  tan  poco  arraigados  cuando 
censuraba  la  ligereza  de  carácter  y  la  movilidad  de  los  natura- 
les de  Haiti  (Oviedo,  en  Ranusio,    Viaggi,  t.  iii,  pág.  87). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  101 

de  Colón,  reconocemos  en  la  correspondencia  y  en  las 
Décadas  de  Anghiera  cuan  graves  j  numerosas  son  las 
tjuestiones  de  geografía  física  y  de  antropología  promo- 
vidas desde  entonces  por  los  hombres  ilustrados  de  Es- 
paña é  Italia.  Estas  cuestiones,  cuyo  interés  aumenta- 
ban tantos  hechos  nuevos,  no  preocupaban  sólo  á  los 
sabios  en  aquel  siglo  de  grandes  descubrimientos,  en 
aquellos  tiempos  de  ardoroso  entusiasmo,  sino  también 
al  público,  lo  mismo  en  Toledo  que  en  Sevilla,  en  Vene- 
cia  que  en  Genova  ó  Florencia,  en  todas  partes  donde  la 
industria  comercial  había  extendido  el  horizonte  y  en- 
sanchado la  esfera  de  las  ideas. 

El  contraste  que  ofrecían  las  dos  costas  opuestas,  ha- 
bitadas en  los  mismos  paralelos  por  la  raza  negra  de  ca- 
bellos cortos  y  rizados,  y  la  raza  cobriza,  de  larga  y  lisa 
cabellera,  ocasionaba  grandes  disputas  literarias  acerca 
de  la  unidad,  de  la  degeneración  progresiva  y  la  posibi- 
lidad de  emigraciones  lejanas  (1)  del  género  humano. 
Discutíase  la  influencia  que  ejercen  los  climas  en  la  or- 
ganización; las  diferencias  entre  los  animales  america- 
nos (2)  y  los  de  África,  las  causas  generales  de  las  co- 


(1)  Ta  he  dicho  antes  las  tradiciones  que  había  en  Haífci  de 
la  llegada  allí  de  hombres  blancos  y  negros,  antes  de  Colón. 

(2)  Colón  recogió  y  trajo  en  su  primer  viaje  objetos  de  his- 
toria natural.  Sin  embargo ,  la  reina  Isabel  le  recomendó  de 
nuevo,  en  carta  fechada  en  Segovia  el  16  de  Agosto  de  1494,  que 
le  enviara  de  las  islas  nuevamente  descubiertas  cuantas  aves 
de  río  y  de  bosque  encontrara  allí,  y  que  pudiera  procurarse, 
porque  quería  verlas  todas,  y  le  era  sumamente  satisfactorio 
saber  lo  que  hay  en  tierras  donde  hasta  las  mismas  estaciones 
son  tan  diferentes  de  las  nuestras. 

I.a  costumbre  de  recoger  las  producciones  de  países  lejanos, 


102  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

mentes  pelásgicas,  las  modificaciones  que  experimentan 
por  la  configuración  de  las  tierras,  y  los  cambios  de  forma 
que  á  su  vez  hacen  sufrir  (1)  á  los  continentes  y  á  las 
islas.  Estos  asuntos  preocuparon  extraordinariamente 
los  ánimos  desde  fines  del  siglo  xv  hasta  los  primeros 
años  del  xvi.  ¡Cuánto  mayor  no  fué  el  interés  que  ins- 
piraban estos  problemas  físicos  cuando  los  conquistado- 
res avanzaron  de  las  costas  al  interior  de  un  vasto  con- 
tinente, y  subieron  á  las  mesetas  de  Bogotá,  de  Antio- 
quía,  de  Popayán,  de  Quito,  del  Perú  y  de  Méjico! 


no  por  el  precio  que  tengan,  sino  como  curiosas,  es  antiquí- 
sima. De  las  mismas  costas  africanas  de  donde  Hannón  trajo 
pieles  «de  mujeres  salvajes»,  ó  más  bien  de  monos  gorillas,  para 
colgarlas  en  un  templo,  trajo  también  Cadamc^to  pelos  negros 
de  elefantes,  que  como  los  pelos  de  elefante  antediluviano  de  la 
desembocadura  del  Lena,  tenían  palmo  y  medio  de  largos,  y  los 
presentó  al  infante  D.  Enrique  (Ranusio,  1. 1,  pág,  109;  Gryn. 
página  33,  cap.  XLiii). 

(1)  No  sólo  aludo  á  la  ingeniosa  observación  de  Colón  sobre 
la  forma  paral elipípeda  de  las  Grandes  Antillas,  cuyas  dimen- 
siones mayores  son  debidas  á  la  dirección  de  la  corriente  ecuato- 
rial, sino  también  á  la  antigua  tradición  de  los  naturales,  discu- 
tida por  Colón  y  por  Anghiera,  de  que  todas  las  islas  Lucayas 
(Bahamas),  Cuba  y  Boriquen  ó  Burequen  (Puerto  Rico  ó,  segán 
Colón,  isla  de  San  Juan  Bautista),  formaron  antes  un  conti- 
nente (HoRN,  De  Orig.  Amer.,  pág.  IñS).  Estas  tradiciones  se 
encuentran  en  todas  las  zonas,  lo  mismo  en  el  Archipiélago  de 
la  India,  que  en  el  Mediterráneo  y  en  América,  y  probable- 
mente en  ninguna  parte  son  históricas;  nacen  del  aspecto  de  las 
islas  diversamente  agrupadas,  ó  en  liileras,  ó  alrededor  de  un 
islote  central.  El  sentido  de  los  mitos  geológicos,  que  pertene- 
cen á  todos  los  grados  de  la  escala  de  la  civilización  recorri- 
dos por  los  pueblos,  y  la  idea  de  una  ruptura  de  las  tierras,  pre- 
sentante más  pronto  y  con  más  frecuencia  que  la  idea  de  un 
levantamiento  volcánico  del  seno  de  las  aguas. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  103 

Los  efectos  del  crecimiento  de  la  temperatura  y  las 
rnodificacioiies  que  experimentan  la  forma  y  la  drstribu- 
é!6n  dé  los  vegetales,  en  una  escala  perpendicular,  lla- 
man la  atención  de  los  hombres  menos  liabituados  á 
reflexionar  sobre  los  fenómenos  naturales,  desde 'el  mo- 
mento en  que  entran  en  una  zona  tropical  donde,  de  la 
región  de  las  palmeras  y  de  los  plálianos,  sube  en  uíi  díia 
hasta  la  región  de  las  nieves  perpetuas. 

Esta  influencia  de  las  mesetas  sobre  los  cíimás  y  las 
producciones  orgánicas  no  se  ocultó  por  completo  á  la 
sagacidad  de  los  griegos,  sea  en  sus  sistemáticas  discu^ 
siones  relativas  á  la  altura  de  las  tierras  situadas  en  el 
Ecuador,  sea  en  su  comparación  directa  de  los  productos 
y  de  la  temperatura  de  las  altas  y  bajas  comarcas  del 
Asia  menor  (1);   pero  las  mesetas  del  Tauro,  de  Persia 


(1)  Erathostenes  y  Polibio  atribuyen  la  frescura  del  clima 
en  la  región  ecuatorial,  no  sólo  al  paso  más  rápido  del  sol  por 
el  Ecuador  (Geminüs,  Elem.  astron.,  cap.  xiii),  sino  también 
y  muy  especialmente  á  la  gran  altura  del  suelo  en  las  regiones 
ecuatoriales  (StrabÓn,  lib.  ii,  pág.  97),  Este  concepto  no  se 
fundaba  en  ninguna  observación  directa;  era  resultado  de  es- 
peculaciones teóricas.  Herodoto  dudaba  de  la  posibilidad  de 
montañas  nevadas  más  allá  del  trópico  de  Cáncer;  pero  estas 
dudas  las  disiparon  en  parte  los  compañeros  de  Alejandro 
cuando  su  victorioso  ejército  pasó  al  Oeste  de  la  Pentapota- 
mida  en  el  país  de  los  Paropamisadas,  donde  durante  el  verano 
nevaba  en  las  mesetas  habitadas  (Aristobulo  en  Strabón, 
libro  XV,  pág.  691).  La  cordillera  del  Himalaya,  aunque  situada 
en  una  zona  donde^las  llanuras  tienen  un  clima  muy  cálido,  no 
pertenece  á  la  región  equinoccial  propiamente  dicha.  La  indica- 
ción, si  no  de  verdaderos  nevados  (áXáuví^oi)  análogos  por  su 
posición  en  latitud  á  las  montañas  cubiertas  de  nieves  perpe^ 
ttias  de  Quito,  de  Popayán  y  de  ia  parte  equinoccial  de  Méjico, 
al  menos  de  nieves  de  Abisinia  den  las  que  se  hundían  hasta 


104  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

j  del  Paropamiso,  accesibles  á  la  observación  de  los  sa- 
bios antiguos,  no  presentan  los  pintorescos  j  maravillo- 
sos contrastes  que,  en  corto  espacio  de  terreno,  aparecen 
en  gigantesca  escala  en  la  zona  ecuatorial  del  Nuevo 
Continente. 

Las  inmensas  planicies  del  Asia  central,  recorridas  en 
la  Edad  Media,  por  Marco  Polo  y  por  monjes  más  bien 
diplomáticos  que  misioneros,  están  situadas  lejos  de  los 
trópicos.  Las  alturas  de  Abisinia  y  del  Congo,  ó  de  la 
India  meridional,  á  igual  latitud  que  las  mesetas  de 
Anahuac  ó  del  Cuzco,  fueron  más  conocidas  de  los  ára- 
bes y  de  los  sacerdotes  buddistas  viajeros,  que  de  los  eu- 
ropeos del  siglo  XV.  No  cabe,  pues,  duda  de  que  los  gran- 
des conceptos  sobre  la  configuración  de  la  superficie  del 
globo  y  acerca  de  las  modificaciones  de  la  temperatura 
y  de  la  vida  orgánica,  nacieron  y  condujeron  á  resulta- 
dos generales  después  del  descubrimiento  de  América, 
región  en  que  el  hombre  encuentra  inscritas,  en  cada 
roca  de  la  rápida  pendiente  de  las  Cordilleras  en  aquella 
serie  de  climas  superpuestos  ó  escalonados,  las  leyes  del 
decrecimiento  del  calórico  y  de  la  distribución  geográ- 
fica de  las  formas  vegetales. 

Sirvió  Colón  al  género  humano,  ofreciéndole  de  una 


las  rodillas»,  encuéntrase  en  la  inscripción  de  Adulis  (Monum. 
Adulitanum  Ptolemaei  Evergetis,  en  Chisuüll,  Antiq.  asiat.j 
1728,  pág.  80).  Strafcón  expone  ideas  muy  exactas  acerca  del 
decrecimiento  de  la  temperatura  á  medida  que  el  suelo  se  eleva. 
En  los  países  meridionales,  dice,  todas  las  partes  elevadas,  aun- 
que aean  llanas  (mesetas,  tahle,  lands),  son  frías  (lib.  i,  pag.  73). 
La  diferencia  de  clima  del  Ponto  y  de  la  Capadocia,  más  meri- 
dional y  más  fría,  cree  que  es  efecto  de  la  altura  del  suelo  (li- 
bro XII,  pág.  539). 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  105 

vez  tantos  objetos  nuevos  al  estudio  j  la  reflexión;  en- 
grandeció el  campo  de  las  ideas,  é  hizo  progresar  el  pen- 
samiento humano.  La  época  en  que  aparece  en  el  teatro 
del  mundo,  no  es,  sin  duda,  la  de  las  tinieblas  que  en- 
volvieron un  período  de  la  Edad  Media;  pero  la  filosofía 
escolástica  sólo  ofrecía  al  espíritu  formas.  En  compara- 
ción de  esta  abundancia  y  de  este  artificio  deformas^ 
cuyo  estudio  absorbía  todas  las  facultades,  la  penuria 
de  ideas,  sobre  todo  de  esas  nociones  que,  naciendo  de 
contacto  más  íntimo  con  el  mundo  material,  alimentan 
sustancialmente  la  inteligencia,  era  notoria. 

En  ninguna  otra  época,  repetimos,  se  pusieron  en  cir- 
culación tantas  y  tan  variadas  ideas  nuevas  como  eu  la 
era  de  Colón  y  de  Gama,  que  fué  tanib'én  la  de  Copernico, 
de  Ariosto,  de  Durero,  de  Rafael  y  de  Miguel  Ángel. 
Si  el  carácter  de  un  siglo  «es  la  manifestación  del  espi- 
rita humano  en  una  época  dada»,  el  siglo  de  Colón,  en- 
sanchando impensadamente  la  esfera  de  los  conocimien- 
tos, imprimió  nuevo  vuelo  á  los  siglos  futuros.  Propio  es 
de  los  descubrimientos  que  afectan  al  conjunto  de  los 
intereses  sociales  engrandecer  á  la  vez  el  círculo  de  las 
conquistas  y  el  terreno  por  conquistar.  Para  los  espíri- 
tus débiles,  en  diferentes  épocas  la  humanidad  llega  al 
punto  culminante  en  su  marcha  progresiva,  olvidando 
que,  por  el  encadenamiento  íntimo  de  todas  las  verdades, 
á  medida  que  se  avanza,  el  campo  por  recorrer  se  pre- 
senta más  vasto,  limitándole  un  horizonte  que  sin  cesar 
retrocede.  Un  guerrero  puede  quejarse  de  que  «quede 
poco  por  conquistar»  (1);  pero  la  frase  no  es  aplicable, 


(1)  Plutarco,  Hda  de  Alejandro. 


10'6  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

por  fortuna,  á  los  descubrimientos  científicos,  á  las  con- 
quistas de  la  inteligencia. 

Al  recordar  lo  que  el  pensamiento  de  dos  hombres, 
Toscanelli  y  Colón,  han  ayudado  al  espíritu  humano,  no 
es  justo  limitarse  á  los  admirables  progresos  que  simul- 
táneamente hicieron  la  geografía  y  el  comercio  de  los 
^pueblos,  el  arte  de  navegar  y  la  astronomía  náutica;  en 
general,  todas  las  ciencias  físicas  y,  finalmente,  la  filo- 
sofía de  las  lenguas,  engrandecida  con  el  estudio  com- 
parado de  tantos  idiomas  raros  y  ricos  en  formas  grama- 
ticales. 

Conviene  también  fijar  la  atención  en  la  influencia 
ejercida  por  el  Nuevo  Continente  en  los  destinos  del  gé- 
nero humano,  bajo  el  punto  de  vista  de  las  instituciones 
sociales.  La  tormenta  religiosa  del  siglo  xvi,  favore- 
ciendo el  vuelo  de  una  reflexión  libre,  preludió  la  tor- 
menta política  de  los  tiempos  en  que  vivimos.  La  pri- 
mera de  estas  revoluciones  coincidió  con  la  época  del 
establecimiento  de  colonias  europeas  en  Ame'rica;  la  se- 
gunda se  hizo  sentir  allí  al  final  del  siglo  xviii,  y  ha 
concluido  por  romper  los  lazos  de  dependendencia  qué 
unían  los  dos  mundos.  Una  circunstancia  en  la  que 
acaso  no  se  ha  fijado  bien  la  atención  pública  y  que  se 
relaciona  con  esas  causas  misteriosas  -de  que  ha  depen- 
dido la  distribución  desigual  del  género  humano  en  el 
globo,  favoreció,  y  aun  podría  decirse  que  hizo  posible 
la  referida  influencia  política.  Tan  pobremente  poblada 
estaba  la  mitad  del  globo  que,  á  pesar  del  largo  trabajo 
de  una  civilización  indígena  vigente  entre  los  descubri- 
mientos de  Leif  y  de  Colón  en  las  costas  americanas 
fronteras  á  Asia,  en  las  inmensas  comarcas  de  la  parte 
oriental,  apenas  vivían  en  el  siglo  xv  algunas  dispersas 


DESCCBRI MIENTO   DE    AMÉRICA.  107 

tribus  de  pueblos  cazadores.  Esta  despoblación  en  paí- 
ses fértiles  y  eminentemente  aptos  para  el  cultivo  de 
nuestros  cereales,  permitió  á  los  europeos  fundar  allí  es- 
tablecimientos en  escala  infinitamente  mayor  que  las 
colonizaciones  en  Asia  y  África,  Los  pueblos  cazadores 
fueron  rechazados  de  las  costas  orientales  hacia  el  inte- 
rior; y  en  el  norte  de  América,  en  un  clima  y  con  una 
vegetación  muy  análogos  á  los  de  las  Islas  Británicas, 
formáronse  por  emigración,  desde  fines  del  año  1620,  co- 
munidades cuyas  instituciones  reflejaban  las  libertades 
de  la  madre  patria.  La  Nueva  Inglaterra  no  fué  primiti- 
vamente un  establecimiento  industrial  y  de  comercio? 
como  aún  lo  son  las  factorías  del  África;  no  fué  la  do- 
minación sobre  pueblos  agrícolas  de  distinta  raza,  como 
el  imperio  británico  en  la  India,  y  durante  largo  tiempo 
el  imperio  español  en  Méjico  y  el  Perú;  recibió  la  pri- 
mera colonización  de  cuatro  mil  familias  de  puritanos, 
de  las  que  desciende  hoy  la  tercera  parte  de  la  población 
blanca  de  los  Estados  Unidos,  y  era  un  establecimiento 
religioso  (1).  La  libertad  civil  fué  allí,  desde  el  princi- 
pio, inseparable  de  la  libertad  del  culto. 

Ahora  bien;  la  historia  nos  demuestra  que  las  insti- 
tuciones libres  de  Inglaterra,  Holanda  y  Suiza,  á  pesar 
de  la  proximidad,  no  han  influido  en  los  pueblos  de  la 
Europa  latina  tanto  como  ese  reflejo  de  formas  de  go- 
bierno completamente  democráticas,  que  lejos  de  todo 
enemi'^o  exterior,  y  favorecidas  por  una  tendencia  uni- 
forme y  constante  de  recuerdos  y  antiguas  costumbres, 
tomaron,   en  medio   de   una  prolongada   tranquilidad^ 


(1)  Baxcroft,  t.  I,  págs.  336  y  507.  «New  England  was  á 
reguious  plantations,  not  á  plantation  for  tarde.» 


108  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

desarrollos  desconocidos  en  los  tiempos  modernos.  De 
esta  suerte,  la  falta  de  población  en  las  regiones  del 
Nuevo  Continente  situadas  frente  á  Europa,  j  el  libre 
y  prodigioso  crecimiento  de  una  colonización  inglesa 
al  otro  lado  del  gran  valle  del  Atlántico,  contribuyeron 
poderosamente  á  cambiar  la  faz  política  y  los  destinos 
del  Nuevo  Mundo. 

Washington  Irving  dice  que  si  Colón  no  cambia 
el  7  de  Octubre  de  1492  la  dirección  de  la  ruta,  que  era 
de  Este  á  Oeste,  dirigiéndose  al  Suroeste,  hubiese  en- 
trado en  la  corriente  del  Gulf  Stream,  llevándole  ésta 
hacia  la  Florida,  y  acaso  desde  allí  al  cabo  Hateras  y 
á  Virginia,  incidente  de  inmensa  importancia,  porque 
hubiera  podido  dar  á  los  Estados  Unidos,  en  vez  de 
una  población  protestante  inglesa,  una  población  cató- 
lica española. 

Este  aserto,  íntimamente  relacionado  con  la  cuestión 
de  saber  cuál  fué  la  primera  tierra  que  descubrió  Colón, 
merece  especial  examen. 


VIII. 

Cual  fué  la  primera  tierra  que  descubrió  Colón. 


Según  los  trabajos  realizados  por  el  teniente  de  fra- 
gata D.  Miguel  Moreno  (1)  acerca  de  las  rutas  del  gran 
marino  gonovés,  la  carabela  Santa  María,  que  Oviedo 
llama  equivocadamente  la  Gallega^  encontrábase  el  7  de 
Octubre  en  latitud  de  25°  Vj  7  longitud  de  65°  Va- 
Pronto  veremos  que  la  latitud  marcada  parece  ser  exacta, 
pero  la  longitud  era  más  occidental.  De  continuar  la 
carabela  el  camino  hacia  el  Oeste  que  seguía  constan- 
temente desde  el  30  de  Septiembre ,  hubiese  llegado  á 
la  isla  Eleuthera  en  el  gran  banco  de  Bahama,  y  en 
vez  de  hallar  en  estos  parajes  el  Gulf  Stream,  hubiera 
encontrado  una  corriente  bastante  rápida  que,  desde  los 
68°  á  los  78°  de  longitud,  va  á  lo  largo  del  límite  orien- 
tal del  banco  hacia  el  Sudeste.  Esta  corriente  es,  según 
las  observaciones  hechas  en  el  buque  inglés  Europa 
en  1787,  é  indicadas  en  la  carta  del  Atlas  de  las  co- 


(1)  Es  uno  de  los  oficiales  enviados  con  D.  Cosme  Churruca, 
para  hacer  las  cartas  de  las  pequeñas  Antillas  y  de  la  parte 
oriental  de  la  costa  de  Venezuela. 


lio  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

mentes  del  major  Rennell,  una  contracorriente  del  Gulf 
Stream.  El  movimiento  de  las  aguas  hacia  el  Oeste  no 
se  hace  sentir  sino  cuando  se  ha  atravesado  esta  contra- 
corriente de  NO. -SE.  y  se  llega  al  mismo  banco  de  Baha- 
ma.  De  esta  consideración  resulta  que  para  entrar  Colón 
en  el  Gulf  Stream  hubiera  debido  pasar  al  Norte  de 
Eleuthera  por  el  canal  de  la  Providencia,  abierto  hacia 
el  Oeste ,  al  canal  de  Bahama  ó  de  la  Florida.  A  pesar 
del  poco  calado  de  las  carabelas  del  viaje,  esta  navegación 
por  el  banco  de  Bahama,  en  un  mar  desconocido,  podía 
ser  muy  peligrosa. 

Como  al  cambio  de  rumbo  verificado  (1)  el  domingo 
por  la  tarde  siguió  el  viernes  á  las  dos  de  la  madrugada 
el  feliz  descubrimiento  de  la  isla  Guanahaní ,  los  enemi- 
gos de  Colón,  en  el  pleito  contra  sus  herederos  desde 
1513  á  1515,  insistieron  mucho  en  el  mérito  de  Martín 
Alonso  Pinzón,  el  comandante  de  la  Pinta,  por  haber 
aconsejado  el  7  de  Octubre  dirigir  el  rumbo  al  Sudoeste. 
Los  testigos  Manuel  de  Valdovinos  y  Francisco  García 
Valiejo  cuentan  que  Alonso  Pinzón,  hombre  muy  sabido 
en  cuanto  concierne  á  la  mar,  hacía  observar  á  Colón 
que  habían  caminado  hacia  el  Oeste  doscientas  leguas 


(1)  Considerado  el  viernes  en  la  cristiandad  como  día  de  mal 
agüero  para  comenzar  una  empresa,  los  historiadores  del  si- 
glo XVII,  doliéndose  ya  de  los  males  que  en  su  opinión  afli- 
gían á  Europa  por  el  desbubrimiento  de  América,  hicieron 
observar  que  Colón  salió  para  su  primera,  expedición  el  viernes 
3  de  Agosto  de  1492  de  la  barra  de  Saltes  y  que  la  primera  tie- 
rra de  América  fué  descubierta  el  viernes-  12  de  Octubre  del 
mismo  año.  La  reforma  del  calendario  aplicada  al  Diario  de 
Colón,  que  siempre  indica  á  la  vez  los  días  de  la  semana  y  la 
fecha  del  mes,  haría  desaparecer  el  pronóstico  del  día  fatal. 


DESCUBRIMIENTO   DB   AMÉRICA.  til 

más  de  las  ochocientas  que  éste ,  sin  duda  por  las  ins- 
trucciones que  tenía  de  Toscanelli  (1),  prono8tic(^  como 
término  del  descubrimiento. 

uno  de  los  testigos  dice  que  Colon  ofreció  que  le  cor- 
tara la  cabeza  Pinzón  si  en  un  día  y  una  noche  no  veían- 
tierra;  otro,  al  contrario,,  habla.^e  la  pusilanimidad  del 
Almirante ,  y  asegura  que  Vicente  Yáñez  Pinzón,  tercer 
hermano  de  Alonso  y  capitán  de  la  Niña,  no  quería 
volver  sino  después  de  caminar  dos  mil  millas  al  Geste. 
Alonso,  según  el  misino  testimonio  de  Vallej o,  exclamó 
que  sería  una  vergüenza  abandonar  el  proyecto  con  la: 
armada  de  tan  gran  rey ,  y  que  su  corazón  le  decía  que 
para  encontrar  tierra  necesitaban  dirigirse  al  Sudoeste. 

Rodeado  el  Almirante  por  los  tres  hermanos  Pinzón, 
hombres  ricos,  de  mucha  consideración  y  que  no  le  amar 
ban ,  debía  ceder  á.  sus  consejos.  Además ,  la.  inspiración 
de  Alonso  Pinzón  era  menos  misteriosa  de  lo  que  pare- 
cía á  primera  vista.  Vallejo,  marinero  natural'  dé  Mo- 
guer,  declara  ingenuamente  en  el  pleito,  que  Pinzón  vio 
por  la  tarde  pasar  loros,  y  sabía  que  estas  aves  no  vola- 
ban sin  motivo  hacia  el  Sur. 

Nunca  ha  tenido  el  vuelo  de  las  aves  en  los  tiempos 
modernos  más  graves  consecuencias ,  porque  el  cambio, 
de  rumbo  efectuado  el  7  de  Octubre  (2)  decidió  la- di- 

(1)  En  el  pleito  (Probanzas  contra  Colón,  pregunta  18)  hát 
blase  también  de  un  libro,  por  el  cual  se  dirigía  el  AlmirantCi 
El  piloto  Pero  Alonso  Niño  dijo  también  al  Almirante:  «Señor^ 
ijo  hagamos  esta  noche  por  andar,  porque,  según  vuestro  libro 
dice,  yo  me  hallo  diez  y  seis  leguas  de  la  tierra  ó  veinte  á 
más  tardar»;  de  lo  cual  hubo  gran  placer  el'  dicho  Almia- 
rante. 

(2)  Navabeete  (Documento  núm.  69),  t.  iii,  páginasSSSr 
571.  <í Habló  el  dicho  Almirante  D.  Cristóbal  con  todos  los.  ca»-- 


112  ALEJANDRO   DE    fiüMBOLDT. 

rección  en  que  se  hicieron  los  primeros  establecimientos 
de  los  españoles  en  América. 

La  posición  de  la  carabela  Santa  María  el  día  7  de 
Octubre  de  1492  (que  ya  he  indicado,  era  lat.  25®  Vs» 


pitan  es  é  con  el  dicho  Martín  Alonso  é  les  dijo:  ¿Qué  haremos? 
Lo  cual  fué  en  6  días  del  mes  de  Octubre  del  año  de  92,  é  dijo: 
Capitanes,  ¿qué  haremos  que  mi  gente  mal  me  aqueja?  ¿Qué  vos 
parece,  señores,  que  hagamos?  E  que  entonces  dijo  Vicente 
Yañez:  Andemos  hasta  dos  mil  leguas,  é  si  aquí  no  hallaremos 
lo  que  vamos  á  buscar,  de  allí  podremos  dar  vuelta.  Y  enton- 
ces respondió  Martín  Alonso  Pinzón:  ¿Cómo,  señor?  ¿Agora 
partimos  de  la  villa  de  Palos  y  ya  vuesa  merced  se  va  enojando? 
Avante,  señor,  que  Dios  nos  dará  victoria  que  descubramos 
tierra,  que  nunca  Dios  quiera  que  con  tal  vergüenza  volvamos. " 
Entonces  respondió  el  dicho  Almirante  D.  Cristóbal  Colón, 
Bienaventurados  seáis,  é  así  por  el  dicho  Martín  Alonso  Pin- 
zón anduvieron  adelante,  e  esto  sabe  Francisco  García  Va- 
llejo. 

))E1  mismo  dijo  que  sabe  é  vido  que  dijo  Martin  Alonso  Pinzón 
(al  Almirante) :  S  eñor ,  mi  parecer  es  y  el  corazón  me  da  que  si 
descargamos  sobre  el  sudueste  que  hallaremos  mas  aina  tierra; 
y  que  entonces  le  respondió  el  Almirante:  Pues  sea  así,  Martin 
Alonso,  hagamos  así:  y  que  luego,  por  lo  que  dijo  Martin 
Alonso,  mudaron  la  cuarta  al  sudueste;  é  que  sabe  que  por  in- 
dustria é  parecer  del  dicho  Martin  Alonso  se  tomó  el  dicho 
acuerdo.))  Esta  declaración  es  de  las  más  importantes  en  que 
fundaba  el  fiscal  la  aseveración  de  que  á  Martín  Alonso  Pinzón 
se  le  debía  la  mayor  parte  del  mérito  del  descubrimiento,  y 
que  sin  él  se  hubiera  vuelto  á  España  Colón,  porque  Pinzón  le 
dijo:  ({Que  si  vos,  Señor,  quisieredes  tornaros,  yo  determino  de 
andar  fasta  hallar  la  tierra  ó  nunca  volver  á  España.  «Quizá  la 
persuasión  de  Alonso  de  encontrar  tierra  consistía  en  que  en  la 
biblioteca  del  Vaticano  vio  en  un  mapa  antiguo  una  isla  figu- 
rada al  Oeste  de  Canarias. 

Creo,  además,  como  Mr.  Washington  Irving,  que  los  testi- 
monios que  acusaban  á  Colón  de  debilidad  de  carácter  en  el 
momento  en  que  debía  triunfar  de  sus  enemigos,  no  merecen' 


DESCWBRI MIENTO   DE   AMÉRICA,  11^ 

"- ir- 

long.  65*^  Vi)  íúndase  en  la  hipótesis  enunciada  por  los^ 
Sres.  Navarrete  y  Moreno,  de  que  la  primera  isla  de 
América  vista  por  Colón,  y  llamada  en  su  Diario  €rua- 
nahaní  (1)  ó  San  Salvador,  no  es  San  Salvador  el 
Grande  (una  de  las  islas  Babamas,  Cat  Island)  de  nues- 
tros mapas  modernos,  en  el  meridiano  de  Ñipe,  puerto  de 


ningún  crédito;  sin  embargo,  el  Diario  de  Colón  no  niega  el 
consejo  dado  por  Pinzón  en  la  noche  del  6  de  Octubre  («esta 
noche  dijo  Martín  Alonso  que  seria  bien  navegar  á  la  cuarta 
del  cueste,  á  la  parte  del  sudueste:  y  al  Almirante  pareció  que 
no  decía  esto  Martín  Alonso  por  la  isla  de  Cipango»).  Según  el 
mismo  Diario,  la  determinación  de  cambiar  de  rumbo  el  día 
7  de  Octubre  fué  efectivamente  tomada  á  causa  de  los  pájaros 
que  pasaban  del  N.  al  SO.,  pero  se  añade  que  esta  determina- 
ción fué  solamente  del  Almirante.  No  habla  éste  ni  del  pro- 
yecto de  algunos  marineros  amotinados  que  querían  echarle  al 
mar  cuando  estuviera  embebido  en  mirar  las  estrellas,  ni  del 
plazo  de  tres  días  que  él  pidió  para  continuar  navegando^ 
Esta  fábula  de  los  tres  días  parece  inventada  por  Oviedo 
(libro  II,  cap.  5.**),  y  fúndase  en  la  relación  del  marinero  Pedro 
Mateos,  natural  de  la  villa  de  Higuey,  á  quien  encuentro 
nombrado  en  el  Pleito  (Probanzas  del  Almirante,  pregunta  91), 
donde  se  dice  que  Colón  «le  quitó  un  libro  de  las  notas  que  el 
tal  Mateos  había  tomado  de  la  posición  de  las  montañas  y  los 
ríos  de  la  costa  de  Veragua.  Aun  el  testigo  Pedro  de  Bilbao  ha- 
bla «de  dos  ó  tres  días»  sólo  para  indicar  una  promesa  del  Al- 
mirante ,  no  como  condición  impuesta  por  los  tripulantes ;  y, 
según  el  Diario  de  Colón,  éste  acordó  dejar  el  camino  del  oueste 
y  poner  la  proa  hacia  OSO.,  con  determinación  de  andar  dos  dias 
por  aquella  via ;  es  decir,  qne  Colón  cedió  (á  las  instancias  de 
Alonso  Pinzón)  prometiendo  seguir  la  nueva  dirección  durante 
dos  días.  Yg,  había  negado  Muñoz  el  cuento  de  los  tres  días, 
pero  sin  indicar  el  fundamento  de  sus  dudas . 

(1)  Acaso  Guanahanín,  según  la  carta  de  Cqilón  al  tesorero 
Rafael  Sánchez,  si  la  terminación  no  es  una  flexión  gramatical» 
«Insulam  Divi  Salvatoris  Indi  Guanahanyn  vocant.» 


114  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLUT. 

la  isla  de  Cuba,  sino  la  isla  de  la  Gran  Salina  ,  del 
archipiélago  de  las  Turcas,  casi  en  el  meridiano  de  la 
punta  Isa  bélica,  en  la  isla  de  Santo  Domingo.  Aborá 
bien;  según  las  bellas  cartas  marinas  de  M.  de  Mayne, 
cuyas  posiciones  be  comparado  frecuentemente  con  las 
obtenidas  por  mí ,  empleando  medios  astronómicos,  hay 
de  Cat  Island  á  las  islas  Turcas  una  diferencia  de  longi- 
tud de  4°  9';  y  aunque  hubiera  sido  hecha  toda  la  tra- 
vesía entre  los  paralelos  26°  y  2 8*^  y  no  en  la  misma  re- 
gión tropical,  la  diferencia  de  83  leguas  marinas  hacia 
el  Este  debe  parecer  tanto  más  extraordinaria  cuanto  que 
las  corrientes ,  llevando  generalmente  al  Oeste ,  debieron 
situar  el  barco  más  allá  del  punto  de  estima. 

Estas  dudas  acerca  de  la  longitud  del  punto  donde  se 
llegó  á  tierra  en  nada  debilitan  las  reflexiones  que  antes 
hemos  expuesto  acerca  de  la  influencia  más  ó  menos 
grande  que,  sin  el  cambio  de  rumbo  del  7  de  Octubre, 
pudo  ejercer  el  Gulf  Stream  en  la  suerte  y  condición  de 
la  Ame'rica  septentrional;  pero  tales  dudas  hay  que  exa- 
minarlas aquí  concienzudamente  por  lo  que  interesan  á 
la  geografía  histórica,  y  el  deber  de  hacerlo  es  tanto  más 
imperioso,  cuanto  que  la  hipótesis  de  ííavarrete,  identifi- 
cando la  isla  Guanahaní  con  una  de  las  islas  Turcas,  al 
Norte  de  Santo  Domingo ,  fue'  acogida  con  sobrada  pre- 
cipitación; y  existe  un  nuevo  documento,  elMapamundi 
de  Juan  de  la  Cosa  del  año  de  1500,  cuya  grande  im- 
portancia hemos  descubierto  Mr.  Valckenaer  y  yo,  en 
1832,  que  aumenta  el  valor  de  Jas  objeciones  consig- 
nadas en  la  Vida  de  Cristóbal  Colón  por  Washinton 
Irving. 

Puede  decirse  que  hasta  donde  llega  la  cÍ7Ílización 
europea,  los  más  dulces  recuerdos'de  la  infancia  van  uni- 


DESCÜBRlMIENTa  DE  AMÉRICA.  115' 

4os  á  las  impresiones  que  ha  producido  la  primera  lec- 
tura del  descubrimiepto  de  Guanahaní.  Aquellas  luces 
movibles  que  el  Almirante  mostró  á  Pedro  Gutiérrez  en 
la  obscuridad  de  la  noche;  aquella  playa  arenosa  ilumi- 
nada por  la  luna  (1)  que  vio  Juan  Rodríguez  Bermejo, 
han  impresionado  nuestra  imaginación,  (^onsérvanse  mi- 
nuciosamente los  nombres  y  apellidos  de  los  marinos  que 
pretendieron  ser  los  primeros  en  ver  un  pedazo  de  un 
nuevo  mundo,  y  ¿nos  veremos  precisados  á  no  poder  re- 
lacionar estos  recuerdos  con  una  localidad  determinada; 
á  mirar  como  vago  é  incierto  el  lugar  de  la  escena? 

Afortunadamente  estoy  en  situación  de  acabar  con 
«stas  incertidumbres  por  medio  de  un  documente  geo- 
gráfico tan  antiguo  como  desconocido,  documento  que 
-confirma  irrevocablemente  el  resultado  de  los  argumentos 
que  consignó  en  su  obra  Mr.  Washington  Irving  contra 
la  hipótesis  de  las  islas  Turcas.  Un  marino  americano 
muy  experto ,  que  conocía  por  autopsia  las  localidades 
de  Cat  Island  y  del  islote  de  la  Gran  Salina,  probó  ya 
la  falta  de*  semejanza  entre  el  aspecto  de  este  último  y 
su  posición  relativa  y  la  descripción  que  el  Almirante 
hace  de  Guanahaní  ó  de  San  Salvador.   Según  dice  Co- 


(1)  ((En  esto  aquel  jueves  en  la  noche  aclaró  la  luna  é  un 
marinero  de  dicho  navio  de  Martin  Alonso  Pinzón  que  se  decía 
Juan  Rodríguez  Bermejo,  vecino  de  Molinos,  de  tierra  de  Se- 
villa, como  la  luna  aclaró  vido  una  cabeza  blanca  de  arena  é 
alzó  los  ojos  é  vido  la  tierra,  e  luego  arremetió  con  una  lom 
barda,  é  dio  un  trueno,  tierra^  tierra^  é  se  tuvieron  los  navios 
fasta  que  vino  el  dia  viernes  12  de  Octubre;  que  el  dicho  Mar- 
tín Alonso  descubrió  á  Guanahaní  la  isla  primera,  é  que  esto  lo 
sabe  porque  lo  vido  (Francisco  Garcia  Vallejo).»  Este  notable 
párrafo  se  encuentra  en  las  Probanzas  del  Pleito,  pregunta  18, 


116  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

Ion,  Guanahani  es  una  isla  hien  grande  j  abundante  en 
aguas  dulces;  sus  árboles  demuestran  una  vigorosa  ve- 
getación (toda  verde,  que  es  placer  de  mirarla,  y  huertas 
de  árboles  las  más  hermosas').  Tiene  un  puerto  donde  ca- 
ben los  navios  de  toda  la  cristiandad.  En  cambio  la  isla 
de  la  Gran  Salina  (Turkis  Island)  apenas  cuenta  dos 
leguas  de  extensión,  carece  de  agua  dulce,  no  teniéndola 
más  que  de  cisterna  y  charcos  de  agua  salada;  carece  de 
puerto,  y  su  rada  es  peligrosa  hasta  el  punto  de  ser  in- 
dispensable ponerse  á  la  vela  cuando  cesa  la  brisa  de  NO» 
Fernando  Colón  dice  terminantemente  en  la  Vida 
del  Almirante  que  la  isla  Isabela,  distante  sólo  ocho 
leguas  de  Guanahani,  según  el  Diario  de  navegación  de 
Cristóbal  Colón,  está  situada  25  leguas  al  norte  de- 
Puerto  Príncipe  en  la  isla  de  Cuba  (1).  Ahora  bien; 
según  la  carta  del  Sr.  Moreno ,  hay  entre  Puerto  Prín- 
cipe y  las  islas  Turcas  una  diferencia  de  4°  Va  ^^  longi- 
tud, que,  conforme  á  las  medidas  itinerarias  emplea- 
das en  el  Diario  de  Colón,  forma  una  distancia  de  76 


(1)  Este  pasaje,  inadvertido  hasta  ahora,  lo  discutiré  más 
adelante.  «El  Almirante  se  yíó  precisado  á  volver  á  la  Isabela, 
que  los  indios  llaman  Saometo^  y  al  Puerto  del  Príncipe,  que 
está  casi  al  norte-sur,  25  leguas  de  distancia  uno  de  otro» 
{Vida,  cap.  29).  En  el  Diario  de  su  padre  (martes  20  de  No- 
viembre de  1492)  indícase  también  una  distancia  de  25  leguas, 
pero  es  á  contar  del  punto  donde  se  encontraba  entonces  la  ca- 
rabela (((el  Puerto  del  Príncipe,  de  donde  el  Almirante  había, 
salido ,  le  quedaba  25  leguas  y  la  Isabela  le  estaba  1 2  leguas,. 
siendo  distante  8  leguas  de  Guanahani,  que  llamó  San  Sal- 
vador,») La  dirección  es  menos  clara;  parece  SO.-NE.;  en  el 
cálculo  menos  probable  la  supondríamos  OE.;  y  aun  en  tal  caso 
tendríamos  de  Puerto  Príncipe  á  Guanahani  25-f-12-H8 ,  ó  sean. 
^  leguas. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  1}7 

leguas.  No  se  puede  alegar  en  favor  de  la  hipótesis  de 
Navarrete  ni  la  segxm^B, pregunta  del  Pleito,  porque  está 
refutada  por  la,  pregunta  anterior  (1),  ni  los  mapas  que 
acompañan  la  carta  de  Colón  traducida  en  1493  por 
Leandro  Cozco  en  Rqma,  ni  el  Tratado  de  navegación  de 
Medina  (2);  á  aquellos  les  falta  orientación  fija,  y  son 


.  (1)  La  segunda  pregunta  de  las  probanzas  del  Almirante, 
dice,  en  efecto:  si  es  cierto  «que  el  Almirante  D.  Cristóbal  Co- 
lon en  el  primer  viaje  que  fué  á  descobrir  con  tres  carabelas, 
falló  é  descubrió  muchas  islas  que  están  á  la  parte  del  Norte  de 
la  isla  Española,  é  luego  en  el  mismo  viaje  descubrió  á  Cuba  é 
á  la  dicha  Española.»  Esta  serie  de  descubrimientos  indica  quq 
el  que  preguntaba  creyó  situadas  al  norte  de  Haiti,  Guanhani, 
Santa  María  de  la  Concepción,  la  Fernandina  y  la  Isabela; 
pero  la  yúmersi. pregunta  dice  al  contrario:  «Si  saben  que  el  Al- 
mirante D  Cristóbal  Colon ,  ya  difunto ,  descubrió  las  Indias 
primero  que  por  otra  persona  alguna  fuesen  descubiertas ,  en 
especial  descubrió  ciertas  islas,  que  están  á  la  parte  del  Norte  de 
la  isla  de  Cuba,  asi  como  es  Guanahani;  é  otras  muchas  islas 
que  por  allí  cerca  hay ,  algunas  de  las  cuales  se  llaman  los  I  w-. 
cayos.))  La  única  vez  que  se  nombra  á  la  isla  Guanahani  en 
el  pleito  se  la  sitúa  al  norte  de  Cuba.  Probablemente  á  causa 
de  las  contradictorias  inexactitudes  que  se  notan  en  la  redac- 
ción de  las  preguntas,  no  cita  Navarrete  estas  piezas  del  famoso 
pleito ,  ni  apela  al  fiscal  en  favor  de  su  opinión  acerca  del  lu- 
gar del  primer  desembarco. 

(2)  En  el  fragmento  de  la  carta  del  Arte  de  navegar  de  Pedro 
de  Medina,  publicado  por  primera  vez  en  1545,  la  isla  de  Gua- 
nabán,  una  de  las  Bahamas,  sin  duda  Guanahani,  está  puesta  en 
un  meridiano  que  pasa  casi  junto  al  cabo  más  oriental  de  la 
isla  de  Haiti;  pero  en  la  misma  carta  hay  otros  nombres,  pues- 
tos como  al  azar.  Si  en  el  bosquejo  de  una  carta  de  1493,  publi- 
cado por  Bossi  (  Fita  di  Coloinbo,  páginas  169,  175,  177  y  179), 
conforme  á  la  edición  de  la  carta  dirigida  al  tesorero  D.  Rafael 
Sánchez,  la  palabra  «Hyspana»  indica  Haiti  (Hispaniola),  lo 
alto  de  la  carta  sería  el  Mediodía,  y  en  tal  caso,  Isabela  estaría 
al  NO.  de  la  Fernandina,  mientras  Colón  dice  que  está  al  SE. 


118  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

como  fantasías  de  dibujante;  éste,  publicado  á  mediados 
del  siglo  XVI,  es,  por  tanto,  posterior  en  26  y  45  añosa 
los  mapas  de  Diego  Rivero  y  de  Juan  de  la  Cosa,  que, 
por  la  posición  y  el  carácter  de  sus  autores ,  deben  tener 
autoridad  de  testigos  irrrecu sables. 


Conceptois  Marice  (según  la  ortografía  del  manuscrito)  estaría 
al  Norte  de  Fernandma,  cuando,  ateniéndonos  al  Diario  de  Co- 
lón, debería  estar  al  E.  Si  se  quiere  que,  en  esta  absurda  inven- 
ción, las  torrecillas  (Z«  citta  con  muraglie)  designen  la  forta- 
leza de  Navidad,  construida  á  fines  de  Diciembre  de  1492,  y 
que  Hyspana  sea  la  península  Española,  la  orientación  es  to- 
davía más  confusa,  y  en  tal  caso,  Guanahaní  estará  al  Sur  de 
Haiti  y  de  Isabela. 

Estas  incertidumbres  acerca  de  la  posición  de  Quanahaní, 
una  de  las  islas  Yucayas  ó  Lucayas  al  norte  de  Cuba  ó  de 
Haiti,  pueden  provenir  en  parte  de  la  costumbre,  bastante  an- 
tigua, de  prolongar  las  Lucayas  hasta  junto  al  Abre  los  ojos 
y  las  islas  Turcas,  Martin  Fernández  de  Enciso,  alguacil  ma- 
yor de  la  Tierra  firme  de  las  Indias  occidentales,  no  conocíar 
aún  esta  extensión  hacia  el  Este.  Dice  terminantemente  en 
su  obra,  que  ha  llegado  á  ser  rarísima  '{Suma  de  Geographia, 
impresa  en  Sevilla  en  1519  por  el  alemán  Jacob  Kronber- 
ger,  p.  h.  3) :  «Esta  isla  de  Cuba  tiene  á  la  parte  del  Norte  á 
las  islas  de  los  Yucayos,  que  son  más  de  200»;  y  añade  que  los^ 
indios  yucayos,  de  color  moreno,  tan  habituados  están  al  ali- 
mento de  pescado  y  vegetales,  que  mueren  si  se  les  lleva  á  paíft 
donde  coman  mucha  carne;  observación  que  confirma  lo  que 
en  otra  parte  dije  acerca  de  la  falta  de  flexibilidad  de  la  cons- 
titución física  en  el  hombre  no  civilizado. 

El  obispo  Bartolomé  de  las  Casas,  en  su  tratado,  publicado 
en  1552  QObras  del  obispo  Casas,  ed.  de  Sevilla,  1646,  y  Narra- 
tio  regnorum  indicorum,  per  Hispanos  quosdam  devastatorum, 
1614,  pág.  28),  no  sigue  á  Enciso:  habla  de  las  «islas  de  los  Lu- 
cayos,  comarcanas  á  la  Española  y  á  Cuba.»  Esta  extensión  del 
nombre  de  las  Lucayas  hacia  el  Este  «más  allá  de  los  Caicos», 
ha  pasado  en  la  Descripción  de  las  Antillas  de  Herrera  (Dé- 
cadas, t.  IV,  pág.  13). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  119 

Como  el  mapamundi  de  1500  que  lleva  el  nombre  del 
piloto  Juan  de  la  Cosa,  compañero  de  Colón  y  de  Ojeda 
en  sus  viajes,  es  un  documento  completamente  desco- 
nocido hasta  ahora,  y  como  ni  Navarrete,  ni  Washington 
Irving ,  ni  los  que  han  discutido  el  problema  del  primer 
desembarco  conocieron  el  mapamundi  de  Diego  Rivero, 
cosmógrafo  del  emperador  Carlos  V,  terminado  en  1529, 
aunque  la  parte  americana  la  publicaron  Güssefeld  y 
Sprengel  en  1795 ,  reuniré  aquí  los  hechos  apropiados, 
para  sustituirlos  á  las  simples  conjeturas. 

Un  análisis  sucinto  de  ambos  documentos  gráficos 
comprenderá  toda  la  parte  oriental  de  las  islas  Bahamas 
(Lucayas,  islas  de  la  nación  de  los  Yucayos).  El  Diario 
de  la  navegación  de  Juan  Ponce  de  León,  emprendida 
en  1512  para  descubrir  la  famosa  fuente  que  rejuvene- 
cía de  la  isla  Bimini  y  que  ocasionó  el  descubrimiento 
de  la  Florida  (el  país  de  Cautio ,  según  le  llamaban  los 
-indígenas) ,  confirma  además ,  del  modo  más  convincente, 
lo  que  nos  enseñan  los  mapamundi  de  La  Cosa  y  de 
Ribero.  En  investigaciones  de  esta  índole  conviene  dis- 
tinguir, respecto  á  los  diferentes  grados  de  certidumbre 
que  presentan,  lo  que  se  refiere  á  Guanahaní,  punto  ca- 
pital del  debate  en  la  historia  de  los  descubrimientos,  y 
lo  relacionado  con  las  demás  islas  del  mismo  archipié- 
lago, cuya  identidad  de  nombre  y  posiciones  es  menos 
cierta.  Este  es,  en  mi  opinión,  el  método,  conveniente 
en  todo  trabajo  relativo  á  los  mapas  de  la  Edad  Media, 
método  igual  al  que  los  filólogos  aplican,  como  único  po- 
sible, en  el  examen  de  los  mapas  que  contienen  los  ma- 
nuscritos de  Ptolomeo.  Antes  de  disponeriáe  á  adivinar 
cuáles  son  las  posiciones  de  los  mapas  modernos  que 
responden   á   las  de  los  mapas  de   la  antigüedad  clá- 


Ql20  ALEJANDRO   DE    HDMBOLDT. 

sica,  deben  ser  examinadas  las  opiniones  que  los  geó- 
'grafos  antiguos  se  formaron  de  la  situación  relativa  de 
los  lugares.  Los  ensayos  gráficos  de  Agathodoemon  de 
Alejandría,  ó  de  los  dibujantes  menos  sabios  que  pos- 
teriormente hicieron  adiciones  á  los  supuestos  mapas  de 
Ptolomeo,  sólo  expresan  las  opiniones  más  ó  menos 
■erróneas  de  su  tiempo.  De  igual  modo,  respecto  á  la 
época  de  Colón  y  de  Ponce  de  León ,  se  procura  encon- 
trar indicaciones  de  este  acuerdo  entre  ios  mapas  y  los 
diarios  de  navegación,  limitándose  estrictamente  al 
examen  de  las  obras  anteriores  á  l.')29  y  á  reconocer,  á 
pesar  de  su  disfraz,  á  veces  bastante  raro,  los  nombres 
antiguos  é  indígenas,  en  las  denominaciones  y  recuerdos 
modernos. 

-  Aunque  el  número  de  posiciones  de  que  se  puede  tener 
^alguna  certidumbre  es  bastante  considerable,  quedan,  sin 
embargo,  en  la  descripción  de  la  India  insular  de  Marco 
Polo ,  como  en  los  documentos  gráficos  de  América,  mu- 
chas islas  repetidas  que  han  continuado  como  estereoti- 
padas en  todos  los  mapas  hasta  el  siglo  xvii ;  islas  cuyo 
emplazamiento  real  no  puede  fijarse,  y  á  veces  ni  aun 
•probar  su  existencia.  No  pocas  cartas  marinas  y  jwrtu- 
lanos  de  la  Edad  Media  no  han  sido  aún  más  descifra- 
xios  que  el  undécimo  mapa  de  Asia  de  Ptolomeo,  el  cual 
representa  el  Archipiélago  al  sur  del  Sínus  magnas  y  al 
oeste  de  Cattigara,  estación  de  los  Sines. 

En  las  investigaciones  geográficas  es  preciso  comen- 
zar, cuando  se  entra  en  terreno  dudoso,  por  la  identidad 
de  los  nombres.  Después  de  reconocer  en  los  mapas  las 
denominaciones  conservadas  por  los  viajeros,  preciso  es 
ver  si  la  posición  relativa  de  los  lugares  está  también  de 
acuerdo  con  los  itinerarios,  y  si  esta  posición ,  ó  más 


DE8CÜBRIMIBNT0    DE   AMÉBIOA.  121 

bien ,  orden  de  sucesión  de  los  lugares ,  es  como  los  via- 
jeros, con  razón  ó  sin  ella,  la  han  supuesto.  Estos  se 
-equivocan  con  frecuencia ,  porque  en  las  comarcas  donde 
las  corrientes  tienen  gran  fuerza,  la  posición  relativa  de 
las  islas,  considerando  éstas  bajo  el  doble  punto  de  vista 
de  la  relación  que  entre  ellas  tienen  ó  de  su  yacimiento 
respecto  á  una  costa  próxima,  debía  ser  muy  insegura, 
y  el  atraso  del  arte  náutico  de  entonces  nos  priva  de 
toda  determinación  absoluta.' 

El  Almirante  en  su  Diario  de  navegación  y  en  su 
oarta  al  tesorero  Rafael  Sánchez ,  fechada  en  Lisboa  el 
-14  de  Marzo  de  1493,  insiste  en  el  orden  en  que  hizo 
ios  descubrimientos,  y  nombra  las  primeras  islas  entre 
las  Lucayas.  «La  primera,  dice,  es  San  Salvador  ó 
Ouanahaní;  la  segunda  Santa  María  de  la  Concepción; 
la  tercera  Fernandina;  la  cuarta  Isabela  ó  Saometo;  la 
«quinta  Juana  ó  Cuba.»  Por  lo  que  dice  una  carta  de 
Anghiera  (lib.  vi ,  ep.  134),  el  sexto  lugar  corresponde  á 
Haíti  ó  la  Española;  pero,  si  no  resulta  probado  en  el 
pleito  contra  Diego  Colón,  es  bastante  probable  que  esta 
última  isla  la  vio,  por  primera  vez,  Martín  Alonso 
Pinzón,  mientras  el  Almirante  se  encontraba  en  las 
<Jostas  de  Cuba  (1). 


:  (1)  Para  los  testimonios  en  el  pleito,  véase  el  núm.  19  de  las 
J^rohanzas  del  fiscal  (Navarrete,  t.  Ill,  pág.  573).  Martín 
Alonso  Pinzón,  que  mandaba  la,  Pinta,  se  separó  de  Colón,  el  21 
de  Noviembre  en  las  costas  de  Cuba,  cerca  del  Puerto  del  Prín- 
•cipe  (Puerto  de  las  Nuevitas  en  mi  mapa  de  Cuba  de  1826). 
El  6  de  Diciembre  llegó  Colón  á  Haiti,  cerca  del  cabo  de  San 
Nicolás,  al  cual  dio  el  nombre  de  cabo  de  la  Estrella,  nombre 
que  no  se  encuentra  en  el  mapa  de  Rivero,  pero  sí  en  el  de  Juan 
de  la  Cosa,  que  también  contiene  los  antiguos  nombres  de 


122  ALEJANDRO    DE    HUMBOLÜT. 

Adivinó  tan  bien  Anghiera ,  desde  el  mes  de  Noviem- 
bre de  1493 ,  la  import'ancia  de  estas  seis  islas,  que, 
mientras  Colón  continuaba  en  la  firme  creencia  de  haber 
estado  ó  en  las  tierras  sometidas  al  gran  Khan  ó  en  la 


Punta  de  Cuba  por  Punta  de  Maysi,  Caho  Lindo  por  Punta  del 
Fraile,  Caho  de  Pico  y  el  Caho  de  Cuha  por  Punta  de  Mulas^ 
según  Navarrete  y  según  Irving,  por  la  isla  Guajaba,  con  una 
configuración  bastante  exacta  de  las  costas.  Designo  particu- 
larmente estos  nombres,  porque  el  precioso  documento  antes 
citado,  el  mapamundi  de  La  Cosa,  es  el  único  que  las  pone. 

Cuando  Martín  Alonso  Pinzón  se  unió  á  la  expedición  de  Co- 
lón el  6  de  Enero  en  las  inmediaciones  del  promontorio  Monte 
Cristi,  aseguró  no  haber  llegado  á  las  costas  de  Hiatí  sino  desde 
hacía  tres  semanas,  porque  desde  su  separación  de  Colón  (el  21 
de  Noviembre)  estuvo  en  la  isla  de  Baneque,  donde  no  encon- 
tró la  riqueza  de  oro  que  los  indígenas,  los  Lucayos,  le  habían 
prometido.  Conforme  á  dicha  explicación,  que  el  Almirante 
asegura  haber  oído  al  mismo  Martín  Alonso  Pinzón,  éste  debió 
desembarcar  en  las  costas  de  Haíti  hacia  el  16  de  Diciembre,  y 
por  tanto,  diez  días  después  que  Colón.  Resulta,  por  tanto,  falso 
lo  dicho  en  el  pleito  por  muchos  testigos:  que  la  Pinta  se  apar- 
tara de  las  otras  dos  carabelas  cerca  de  la  isla  Guanahaní,  y 
que  Colón  descubrió  Haití  por  los  informes  que  Martín  Alonso 
le  envió  á  las  islas  Yucayos ,  valiéndose  de  canoas  de  indios. 

El  interrogatorio  del  íiscal  (véase  el  testimonio  de  Francisca 
García  Vallejo)  nos  enseña  además  lo  que  era  esta  isla  de  Ba- 
neque, que  tanto  preocupaba  á  Colón  y  á  Martín  Alonso  Pin- 
zón, y  que  en  el  Diario  del  primero  encuentro  más  de  quince 
veces,  nombrada  indistintamente  Baheque  ó  Baneque.  El  tes- 
tigo dice  que  las  siete  islas  de  bajos  de  la  Babulca,  que,  según 
el  fiscal,  descubrió  Martín  Alonso  antes  que  la  costa  de  Haití, 
no  eran  otra  cosa  sino  la  isla  de  B ahueca.  Éste  es  el  nombre 
que  conocemos  por  el  mapamundi  de  Rivero  y  el  viaje  de 
Ponce  de  León,  nombre  de  un  Ophir  imaginario  que,  según 
parece,  dieron  primitivamente  á  todos  los  islotes  situados  al 
Norte  de  Haiti. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  123 

isla  de  Zipango   (el   Japón),  proclamo  ya  el  descubri- 
miento de  Novi  orhis  repertorem.  (Lib.  vi,  ep.  138.) 

Comenzaré  por  presentar ,  en  forma  de  cuadro  sinóp- 
tico ,  las  distintas  aplicaciones  que  se  han  hecho  de  los 
nombres  que  puso  el  Almirante  á  sus  cuatro  primeros 
descubrimientos. 


Más  adelante  me  ocuparé  de  la  posición  de  esta  Babeque; 
por  ahora  basta  hacer  constar  que  el  descubrimiento  de  Santo 
Domingo  por  Martín  Alonso,  proclamado  por  el  fiscal  en  1513, 
no  está  probado,  á  menos  que  se  llame  descubrimiento  el  ver 
una  costa  elevadísima.  Muy  probable  es  que  la  Pinta  haya  cos- 
teado esta  isla,  buscando  la  tierra  de  Babeque,  antes  de  que  Co- 
lón saliera  de  Punta  de  Maysi,  cabo  oriental  de  Cuba;  pero  no 
hay  prueba  alguna  de  que  Martín  Alonso  haya  desembarcado 
antes  del  6  de  Diciembre  y  comenzado  su  rica  recolección  de 
pepitas  de  oro  de  Ha'ití,  objeto  de  los  celos  de  Colón.  Cuenta  en 
el  pleito  uno  de  los  testigos,  Diego  Fernández  Colmenero,  que 
el  Almirante  cometió  la  mezquindad  de  cambiar  el  nombre  de 
Rio  de  Martin  Alonso^  hoy  Bío  Chuzona  Chico,  por  el  de  Kío 
de  Gracia,  aunque  Pinzón  estuvo  anclado  allí  diez  y  seis  días 
antes  que  él.  En  efecto;  el  Diario,  en  la  parte  escrita  en  la  des- 
embocadura de  este  río  (días  9  y  10  de  Enero  de  1493)  expresa 
bien  un  odio  largo  tiempo  disimulado  contra  el  jefe  de  aquella 
poderosa  familia  de  Palos  á  la  cual  debía  el  Almirante  muchas 
obligaciones;  malquerencia  que  transmitió  á  sus  herederos.  He 
creído  importante  precisar  en  esta  nota  los  hechos  relativos  al 
descubrimiento  de  Santo  Domingo. 


124 


ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 


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DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  125 

Para  apreciar  el  valor  de  las  interpretaciones  expresa- 
das en  el  cuadro  precedente,  las  comprobaré,  comparán- 
dolas con  los  dos  documentos  más  antiguos  que  posee- 
mos :  los  mapas  de  Juan  de  la  Cosa  y  de  Diego  Kivero. 
La  gran  autoridad  de  estos  documentos  consiste,  no  sólo 
en  la  fecha  incontestable  de  su  redacción,  sino  tambie'n 
en  la  importancia  y  posición  individual  de  sus  autores. 
Uno  de  estos  mapas  ha  sido  dibujado  en  el  Puerto  de 
Santa  María,  cerca  de  Cádiz,  dos  años  antes  de  que 
Colón  emprendiese  su  cuarto  y  último  viaje;  el  otro, 
completamente  idéntico  respecto  á  las  posiciones  que 
aquí  discutimos,  es  diez  y  siete  años  posterior  á  la 
muerte  de  Amerigo  Vespucci. 

"No  anticiparé  los  amplios  informes  que  he  de  dar  de- 
Juan de  la  Cosa  al  describir  el  mapamundi  del  célebre 
navegante  (1);  baste  recordar  aquí  que  La  Cosa  acom- 
pañó á  Colón  en  el  segundo,  y  acaso  también  en  el  tercer 
viaje,  y  que,  en  otras  expediciones,  fué  varias  veces,  hasta 
el  año  de  1509,  alas  costas  de  las  Grandes  Antillas; 
que  Anghiera  elogia  su  talento  para  dibujar  cartas  ma- 
rinas, y  que  Las  Casas  (lib.  ii,  cap.  2),  al  hablar  de  los 
consejos  dados  por  La  Cosa  á  Bastidas  en  el  mismo  año 
de  1500,  en  que  dibujó  el  mapamundi,  dice  que  el  viz- 
caíno Juan  de  la  Cosa  era  entonces  el  mejor  piloto  que 
pudiera  hallarse  para  los  mares  de  las  islas  occidentales. 

El  autor  del  segundo  mapa,  Diego  Rivero,  cosmó- 
grafo ó  ingeniero  de  instrumentos  de  navegación  del 
emperador  Carlos  Y,  desde  el  10  de  Junio  de  1523 


(1)  El  autor  proyectaba  hacerlo  en  una  continuación  de 
esta  obra,  que  no  ha  sido  publicada,  ni  probablemente  es- 
crita.—(iV:  del  T.) 


126  ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

{cosmógrafo  de  S.  M.  y  maestre  de  hacer  cartas,  astrola- 
bios  y  otros  instrumentos),  no  fué  á  América;  pero,  Ha- 
ínado  con  el  segundo  hijo  del  Almirante,  Fernando 
Colón,  con  Sebastián  Cabot  y  Juan  Vespucci,  sobrino  de 
Amerigo  (Pedro  Mártir,  Oceánica^  Déc.  ii,  lib.  vii, 
página  179;  Déc.  iii,  lib.  v,  pág.  258,  y  Documento  nú- 
mero 12,  en  Navarrete,  t.  iii,  pág.  306),  al  célebre  con- 
greso de  Puente  de  Caya,  entre  Yelves  y  Badajoz,  para 
discutir  la  aplicación  de  los  grados  de  longitud  que  de- 
bían limitar  los  descubrimientos  españoles  y  portugueses^ 
tuvo  á  su  disposición,  por  la  índole  del  cargo,  todos  los 
materiales  que  existían  en  el  grandioso  establecimiento, 
de  la  Casa  de  Contratación,  fundada  en  Seyilla  en  1503, 
y  el  depósito  de  cartas  del  Piloto  mayor,  encargado 
desde  1508  (Docum.  núm.  9,  en  Navarrete,  t.  iii,  pá- 
gina 300)  de  extender  y  rectificar  anualmente  el  Padrón 
Real,  es  decir,  el  catálogo  de  las  posiciones  «de  las  tie- 
rras firmes  é  islas  ultramarinas». 

El  mapamundi  de  Diego  Rivero,  trazado  en  1529,  y 
que  se  conserva  hoy  en  la  biblioteca  pública  de  Weimar, 
demuestra  cuan  numerosos  é  importantes  eran  los  mate- 
riales que  indico.  La  parte  de  las  Antillas,  de  Méjico  y 
de  las  costas  septentrionales  y  orientales  de  la  América 
meridional,  sin  exceptuar  el  litoral  del  mar  del  Sur, 
desde  el  grado  12  IsT.  al  3  O  S. ,  es  tan  semejante  á  los 
mapas  modernos,  que  maravillan  los  progresos  de  la  geo- 
grafía desde  fines  del  siglo  xv.  La  información  acerca  del 
invento  de  bombas  de  achicar,  hecha  por  este  hábil  cos- 
mógrafo ,  bombas  que  mantenían  á  flote  un  barco ,  ha- 
ciendo tanta  agua,  que  pudiera  moler  un  molino  (IsTava- 
RRETE,  Docum.  núm.  4, 1. 1,  pág.  cxxiv),  es  una  prueba 
oficial  de  que  no  sobrevivió  al  año  de  1533,  Los  sabios 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉRICA.  127 

españoles  conocían  el  nombre  y  mérito  de  Diego  Rivero, 
pero  no  su  mapamundi ,  que  se  cree  fué  traído  á  Alema- 
nia en  uno  de  los  frecuentes  viajes  de  los  señores  de  la 
Corte  de  Carlos  V  desde  Sevilla  y  Toledo  á  Augsburgo 
y  Nuremberg. 

La  Cosa,  que  había  seguido  en  unión  de  Cristóbal 
Colón,  en  Noviembre  y  Diciembre  de  1493,  la  costa  bo- 
real de  Hai'ti,  la  que  está  frente  á  las  islas  Turcas  y  á  los 
Caicos,  debió  saber  de  boca  del  mismo  Almirante  dónde 
estaba  situada  la  isla  Guanahaní,  descubierta  trece  meses 
antes.  A  primera  vista  se  nota  en  el  mapa  de  La  Cosa  que 
la  posición  de  Guanahaní  no  es  entre  los  bajos  é  islotes 
que  se  encuentran  frente  á  Haití,  al  Este  de  la  isla  de  la 
Tortuga,  sino  más  lejos,  hacia  el  Oeste,  entre  Samaná  é 
Isla  Larga  (Long  Island),  que  llama  Yumay,  próxima 
á  esa  gran  tierra  de  Habacao  que  Rivero  indica  clara- 
mente como  un  hanco  de  arena^  con  el  nombre  de  Cabo- 
eos.  Estos  dos  nombres,  idénticos  por  la  sustitución  tan 
frecuente  de  la  c  y  la  ^,  designan  el  banco  de  Bahama, 
sobre  el  cual,  y  más  al  Norte,  conocemos  hoy  la  isla  Gran 
Albaco,  que  es  la  isla  Lucayo  Grande  de  Rivero.  En  la 
carta  de  este  cosmógrafo  figura  al  oeste  de  Lucayo 
Grande  el  nombre  de  la  isla  Bahama  (la  Gran  Bahama 
de  los  mapas  modernos),  y  une  las  dos  islas  por  un  banco 
de  arena,  que  es  el  Pequeño  Banco  de  Bahama,  mientras 
Cabocos  R.  (1),  separado  por  un  canal  (nuestro  canal 


(1)  Para  no  estar  repitiendo  continuamente  los  mismos 
nombres,  las  letras  C,  K.  y  P.  puestas  después  de  una  posición 
indican,  como  en  la  analogía  de  los  sinónimos  botánicos,  que 
el  nombre  corresponde  á  los  mapas  de  La  Cosa  ó  al  de  Kivero, 
ó  al  Diario  de  navegación  de  Ponce  de  León.  La  letra  M,  de* 


128  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

de  la  Providencia),  indica  el  Gran  Banco  de  Bahama» 
Para  orientarse  en  la  carta  de  La  Cosa  es  indispensable 
relacionar  las  islas  y  cayos  del  norte  de  Háiti  con  posi- 
ciones de  la  costa  septentrional  de  esta  isla,  cuya  iden- 
tidad con  las  denominaciones  modernas  está  probada. 
Estos  puntos  que  presenta  el  trabajo  de  La  Cosa  son  de 
Este  á  Oeste :  el  cabo  Estrella  (Nav.,  1. 1,  pág.  79);  la 
isla  Tortuga ,  que  llamó  mucho  la  atención  de  Colón  en 
su  primer  viaje  (i,  80  y  85);  Vega  Real  (Herrera,  i,  2 
y  11,  y  Muñoz,  lib.  v,  §  6);  Isabela,  diez  leguas  al  este 
de  Monte  Cristi,  fundada  en  Enero  de  1494,  después  de 
la  destrucción  del  fortín  de  Navidad  (i,  219,  Vida  del 
Almirante,  cap.  l;  Muñoz,  lib.  iv,  §  42),  Cabo  de  Plata 
(i,  131),  al  este  de  Cabo  Francés  de  Colón  (1)  (Cabo 
Franco,  O.);  finalmente,  la  península  de  Samaná,  perte- 
neciente á  la  provincia  haitiana  de  Xamana  (i,  132 
y  209).  Ahora  bien;  las  islas  Turcas,  que  Navarrete  cree 
ser  Guanahaní,  están  situadas  en  el  meridiano  de  la 
Punta  Isabelica  (Isabela  de  Juan  de  la  Cosa  y  de  las 
cartas  inglesas ) ;  es  el  segundo  de  los  cuatro  pequeños 
grupos  de  islotes  y  de  cayos  frente  á  la  costa  septentrio- 


signa  los  nombres  usados  ahora.  Como  para  la  identidad  de  los 
nombres  es  preciso  recurrir  sin  cesar  á  los  Diarios  de  ruta  de 
Colón,  al  pleito  entre  su  hijo  y  el  Fisco,  y  á  otros  documentos 
oficiales,  las  cifras  (i,  79  ó  iii,  579)  puestas  entre  paréntesis, 
indican  los  tomos  y  las  páginas  de  la  grande  obra  de  Nava- 
rrete.  De  este  modo  facilito  al  corto  número  de  personas  que 
desean  conocer  el  detalle  de  las  posiciones,  la  forma  de  com- 
probar los  resultados  que  expongo. 

(1)  Es  el  Viejo  cabo  Francés  (longitud  72°  17),  que  no  debe 
confundirse  con  el  cabo  Francés  actual,  situado  hacia  el  NO.  de 
la  isla  (longitud  74»  38). 


DESCUBRIMIENTO    DE    AiMÉRlCA.  129 

nal  de  Haití ,  entre  los  meridianos  de  la  Tortuga  j  de 
Samaná.  Estos  cuatro  grupos  llevan  hoy  los  nombres  de 
Caicos,  Turks  Islands  (islas  Turcas),  el  Mouchoir  carré 
(Abre  los  ojos)  y  los  Cayos  de  Plata  (Bajo  de  la  'Plata). 
Esta  banda  de  islotes  y  bajos  tambie'n  la  indica  La  Cosa 
deE.  á  O.  conlas  denominaciones  de  Maguaría,  lucayo  y 
Gaiocmon,  y  casi  á  su  verdadera  distancia  de  la  costa.  El 
islote  lucayo,  situado  en  el  meridiano  de  Isabela,  repre- 
senta, por  tanto,  al  parecer,  el  pequeño  archipiélago  de  las 
islas  Turcas,  compuesto,  de  Norte  á  Sur,  del  Gran  Kay 
(Gran  Turco),  de  Hawk^s  Nest,  de  Salt  Kay,  Sand  Kay 
y  Endymion's  Rock;  pero  en  la  carta  de  La  Cosa,  en  vez 
de  estar  Guanahaní  entre  los  islotes  al  E.  del  meridiano 
de  la  Tortuga,  se  encuentra  situada  al  O. 

La  longitud  que  Juan  de  la  Cosa  asigna  al  primer 
punto  de  desembarco  de  Colón  es,  sin  duda,  demasiado 
oriental  todavía.  Tomando  por  escala  la  diferencia  de 
longitud  que  presenta  la  carta  de  Juan  de  la  Cosa,  desde 
el  cabo  San  Nicolás  (cabo  Estrella,  C.)  al  cabo  Sa- 
maná (1),  encuentro  desde  lucayo,  C.  (Gran  Turco,  M.) 


(1)  Según  los  recientes  trabajos  hidrográficos  [de  Eicardo 
Owen,  esta  diferencia  es  de  4' 20',  y  por  los  cálculos  de  Olt- 
manns  del  año  1810,  es  de  4°  16'.  Tomando  la  distancia  indicada 
por  escala  en  el  mapa  de  La  Cosa,  la  misma  carta  da  de  distan- 
cia (diferencia  de  longitud)  del  cabo  Tiburón  (cabo  de  San  Mi- 
guel, de  La  Cosa  y  de  Colón;  Herrera  i,  2, 15)  al  cabo  más  orien- 
tal (cabo  del  Higuey,  R.,  cabo  del  Engaño,  M.),  6°,  Los  mapas 
modernos  dan  6°  2'.  Esta  comparación  sólo  prueba  que  la  forma 
general  de  Haiti  es  bastante  exacta.  Aplicando  la  misma  escala 
á  la  isla  de  Cuba,  se  la  encuentra  exacta  hasta  más  allá  del  cabo 
de  Cuba,  C,  pero,  por  lo  extraordinariamente  estrecha  que  es 
la  parte  occidental  de  la  isla,  el  largo  completo  desde  la  isla  de 
Pinos  al  cabo  Maysi  es  falso  en  1"  '/a  ^®  S°  V*-  ^^*  adelante 


130  ALEJANDRO   DE  HÜMBOLDT. 

á  Guanalianí  sólo  2°  50',  en  vez  de  4°  12'.  El  error  de  La 
Cosa  proviene  de  haber  aproximado  mucho  Guanahaní 
á  su  isla  Samaná^  nombre  que  ha  quedado  á  Atwoods 
Kay  en  los  mapas  franceses  é  ingleses.  Es,  sin  embargo, 
notable  que  esta  isla  de  Samaná  está  muy  bien  situada 
en  la  carta  de  1500,  pues  según  las  buenas  observaciones 
cronométricas,  su  situación  es  á  11**  al  E.  del  meridiano 
del  cabo  Maysi  de  Cuba,  y  según  La  Cosa,  sólo  algunos 
minutos  menos.  ¿Es  posible  creer  que  éste,  que  conocía 
la  existencia  de  una  serie  de  islotes  ó  cayos  casi  paralela 
á  las  costas  septentrionales  de  Haiti ,  que  había  nave- 
gado dos  veces  con  Colón  y  debió  hablar  varias  con  él  del 
acontecimiento  más  importante  de  su  vida,  la  primera 
tierra  que  descubrió;  es  posible  creer,  repito,  que  Juan 
de  la  Cosa  hubiera  situado  Guanahaní  al  NO.  de  la 
Tortuga ,  si  Colón  le  había  indicado  una  isla  frente  á 
Punta  Isabela? 

El  mapa  de  Rivero  de  1529  confirma  plenamente  lo 
que  sabíamos  por  el  de  La  Cosa.  Verdad  es  que  carece  de 
nombres  en  la  costa  septentrional  de  Haití ,  nombres  que 
pudieran  servir  para  orientarse  y  estar  seguro  acerca  del 
yacimiento  de  los  varios  islotes  y  bajos  opuesto?;  pero  los 
figura  y  nombra,  siendo  de  E.  á  O.  los  Bajos  de  Ba- 
hueco  de  forma  cuadrada  (acaso  (1)  Silver  Bank,  M.) 
las  islas  Gayaca  y  Canacán,  que  creo  sean  los  Caicos  de 


volveré  á  hablar  de  la  desigualdad  de  las  escalas  por  las  cuales 
se  ha  trazado  en  longitud  y  latitud  el  mapamundi,  aun  en  los 
trópicos. 

(1)  Podría  creerse  que  es  el  banco  de  Abre  los  Ojos;  pero 
los  Bajos  de  la  Plata  debían  llamar  mayormente  la  atención 
por  su  tamaño  y  forma  más  regular  de  cuadrilátero. 


DFSCÜBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  J3l 

Ponce  de  León  (Herrera,  Dec.  i ,  lib.  ix,  capítulo  10) 
Amuana  é  Inagua.  Al  NO.  de  la  Tortuga  indica  Bi- 
vero  Guanahaiií,  opuesta  á  la  extremidad  oriental  de 
Cuba  en  el  meridiano  del  punto  donde  se  encuentra  el 
nombre  de  Baracoa  (1),  que  es  el  Puerto  Santo  del 
Diario  de  Colón  (i,  68,  69,  72,  74),  unos  45'  al  Oeste 
del  cabo  Maysi,  llamado  antes  Bayatiquiri  (Herrera, 
Dec.  I,  lib.  11 ,  cap.  13)  por  los  indígenas. 

Kesulta,  pues,  que  en  el  mapa  de  Rivero  está  Gua- 
nahaní  algo  más  cerca  del  Gran  Banco  de  Baliama  que 
en  el  de  La  Cosa.  En  general,  nótase  en  dicho  mapa  lo 


(1)  Baracoa  está  demasiado  al  Occidente  en  el  mapa  de  Ri- 
Tero.  En  el  que  yo  publiqué  de  la  isla  de  Cuba  en  1826,  este 
puerto  se  encuestra  á  21',  y  según  el  mapa  de  Owen  á  23'  al 
Oeste  del  cabo  Maysi.  Como  mi  obra  debe  contener  cuanto  se 
relaciona  con  los  antiguos  nombres  dados  por  Colón  á  las  posi- 
ciones en  el  mar  de  las  Anttllas,  debo  advertir  aquí  que  el  cabo 
Maysi,  llamado  por  Cosa  Punta  de  Cuba,  no  recibió  nombre  al- 
guno en  el  primer  viaje  de  Colón  (Nav.  i,  78) ;  vio  este  cabo 
muy  hermoso  á  distancia  de  siete  leguas,  sin  querer  recono- 
cerlo de  cerca  á  causa  del  vivo  deseo  que  tenía  de  llegar  á  la 
isla  Bdheqibe.  En  el  segundo  viaje,  4  de  Diciembre  de,1493,  le  dio 
el  raro  nombre  de  cabo  de  Alplia  y  O  mega,  porque,  en  la  firme 
persuasión  de  que  Cuba  formaba  parte  del  continente  de  Asia, 
el  cabo  Maysi  era  á  la  vez  principio  de  la  India  para  los  que 
iban  del  Oeste  y  fin  de  la  India  para  los  que  venían  de  Oriente. 
(^Vida  del  Almirante,  cap.  30.)  El  amigo  de  Colón,  Pedro 
Mártir  de  Anghiera,  da  extensas  explicaciones  acerca  de  esta 
■denominación  alfabética  que  expresa  todo  el  sistema  del  Almi- 
rante de  buscar  el  Oriente  por  Occidente.  «Joannas  initium 
Yocavit  (Colonus),  a  et  w  eo  quod  ibi  finem  esse  nostri  orientis, 
cum  in  ea  sol  occidat,  occidentis  autem  cum  oriatur  arbitre- 
tur.  Constat  enim  esse  ab  occidente  principium  IndicB  ultra 
Gangem:  ab  oriente  vero,  terminum  ipsius  ultimum.»  Oceá' 
nica^  Dec.  i,  lib.  iii,  pág.  34,  ed.  Colon,  1574. 


132^  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

mucho  que  había  ganado  la  geografía  de  estos  parajes^ 
con  la  expedición  de  descubrimiento  de  Ponce  de  León 
y  el  nuevo  sistema  de  navegación  inaugurado  por  An- 
tón de  Alaminos  (1).  Ya  he  dicho  que  el  Grande  j  el 
Pequeño  Banco  de  Bahama  se  distinguen  en  él  con  per- 
fecta claridad.  Una  isla  llamada  Cabocos,  reflejo  déla 
palabra  Abaco,  forma  el  centro  del  Gran  Banco,  termi- 
nado del  SE.  al  NO.  por  Guraceo  {Curateo  de  Herrera^ 
Descripción  de  las  Indias  occid.,  cap.  vii,  acaso  He- 
tera (2)  de  los  mapas  modernos),  y  la  famosa  tierra  de 
Bimini  (islas  Biminis,  M.),  donde  Ponce  de  León  buscó 
aquella  fuente  que  devolvía  la  juventud,  cuyo  elogio  cre- 
yeron deber  hacer  al  Pontífice  romano  Anghiera  (3)  y 
el  ingenioso  y  maligno  Jerónimo  Benzoni. 

Rivero  figura  la  isla  de  Guanahaní  completamente 
rodeada  de  arrecifes,  siendo  la  única  de  las  Lucayaa 
donde  ha  creído  necesario  indicarlos.  Estos  arrecifes  son 
la  grande  restinga  de  piedras  ( cinta  de  bajas )  que  cerca 
toda  la  isla  de  San  Salvador ,  según  el  Diario  de  Co- 
lón (i,  24).  La  forma  de  la  cruz  dada  á  la  isla  es  ima- 
ginaria y  la  distingue  de  todas  las  demás ,  pero  es  difícil 
adivinar  en  qué  relato  erróneo  se  funda. 

Aunque  Rivero  ponga  á  Guanahaní  frente  á  la  costa 
de  Cuba ,  donde  también  se  dice  que  está  situada  la  única 
vez  que  se  la  nombra  en  el  pleito  de  D.  Diego  Colón,. 


(1)  La  vuelta  á  España  por  el  canal  de  Bahama  (Herrera^ 
Dec.  I,  lib.  IX,  cap.  12). 

(2)  Este  nombre  indigeaa  {Hetera  ó  Mera)  ha  sido  con- 
vertido por  corrupción  en  Eleuthera. 

(3)  Anghiera,  Oceánica,  Dec.  ii,  lib.  x,  pág.  202,  llama  á 
la  isla  Bimini,  Bojuca  ó  Aguaneo,  y  ruega  también  al  Papa  que 
no  tome  la  cosa  i^orjocose  aut  leviter  dicta. 


DESCUBRIMIENTO.  DE   AMÉRICA.  133 


debió  sin  embargo  colocarla  un  quinto  de  grado  más  al 
Oeste.  Según  el  mapa  de  Ricardo  Owen,  que  añade  sus 
propias  observaciones  á  un  plano  español  de  las  costas 
orientales  de  Cuba,  los  dos  cabos  SE.  y  SO.  de  Gua- 
nahaní  corresponden  á  los  meridianos  de  los  puertos  Ta- 
namo  y  Cananoya.  Ahora  bien;  la  primera  edición  de  la 
bella  carta  del  capitán  Mayne,  que  sólo  es  ocho  años  an- 
terior (data  de  1824)  sitúa  Guanahaní  (el  cabo  SO.)  al 
Norte  de  la  bahía  de  Ñipe.  La  posición  de  la  citada  isla  ha 
cambiado,  pues,  en  estos  últimos  tiempos  en  un  cuarto  de 
grado  y,  según  los  mapas  franceses  (1),  hasta  35'.  Es- 
tos ejemplos  de  rectificaciones  modernas,  tan  considera- 
bles á  pesar  de  la  perfección  de  los  instrumentos  y  de  los 
métodos,  deben  inducir,  no  sólo  á  no  censurar,  sino  á 
contemplar  con  sorpresa  los  resultados  obtenidos  á  fines 
úel  siglo  XV  en  un  mar  surcado  por  las  corrientes. 

Guanahaní  está  alejado  más  de  d°^/^en  latitud  de  las 
costas  de  Cuba.  Colón  no  fue'  directamente  de  Guanahaní 
á  estas  costas,  sino  navegó  de  Guanahaní  á  Concepción, 
de  Concepción  á  Fernandina  y  de  Fernandina  á  Isa- 
bela. Empleó  además  tres  ó  cuatro  días  para  venir  de 
Isabela  al  puerto  de  San  Salvador  de  la  isla  de  Cuba. 
El  Diario  del  Almirante  indica  minuciosamente  los  fre- 
cuentes cambios  de  rumbos  y  las  distancias  recorridas 
en  algunas  de  las  rutas,  pero  no  cita  todas.  Según  Re- 
nell  y  Owen ,  las  corrientes  se  dirigen,  2°  de  Guanahaní 
al  SE.,  cerca  de  Guanahaní,  hacia  el  Sur  de  la  Punta 
Columbus,  al  OSO,  y  al  occidente  de  Guanahani,  en  el 
canal  entre  Guanahani  y  la  Grande  Exuma,  al  NNO. 
Más  lejos,  al  Sur  de  Yuma  ó  Isla  Larga,  sobre  todo  en 


(1)  Mapa  del  golfo  de  Méjico. 


134  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

el  Viejo  Canal  de  Bahama^  hacia  las  costas  de  Cuba,  la 
direccción  de  las  corrientes  es  de  ONO.  Singlando  con 
frecuencia  contra  la  corriente  de  las  aguas  y  casi  del 
viento,  debió  experimentar  el  Almirante  el  doble  efecto- 
de  las  corrientes  y  de  la  desviación;  pero  á  pesar  de  estas 
incertidumbres ,  me  parece  que  el  Diario  del  gran  nave- 
gante en  los  días  18  al  28  de  Octubre  de  1492  prueba^ 
cuando  se  le  examina  atentamente ,  que  Guanabaní  está 
próximamente  un  grado  al  Oeste  del  meridiano  de  Punta. 
Maysi. 

He  aquí  los  datos  parciales  que  inducen  al  misma 
tiempo  á  reconocer  en  la  carta  de  Juan  de  la  Cosa  las 
cuatro  pimeras  islas  descubiertas  por  Colón. 

El  15  de  Octubre  fué  el  Almirante  de  Guanabaní  á. 
Concepción ,  pasando  cerca  de  otra  isla  situada  al  Este- 
de  Concepción.  No  dice  el  Diario  cuál  fué  el  rumbo  desde^ 
Guanabaní  á  esta  segunda  isla;  y  la  frase  la  marea  me 
detuvo^  podría  hacer  creer,  como  observa  muy  biea 
Mr.  Washington  Irving ,  ó  mejor  dicho ,  el  oficial  de  la 
marina  de  los  Estados  Unidos  que  le  proporcionó  el  ex- 
celente artículo  sobre  el  lugar  del  primer  desembarco,  que 
la  ruta  fué  á  SE.  Confirma  esta  opinión  la  posición  de 
la  isla,  que  aun  hoy  día  se  llama  Concepción^  y  que  pro- 
bablemente es  la  misma  á  la  cual  puso  el  Almirante  el 
nombre  de  Santa  María  de  la  Concepción.  Don  Fernando 
[Vida  del  Alm.,  cap.  24)  da  como  distancia  total  de 
Guanabaní  á  Concepción  siete  leguas ,  y  según  nuestras 
mejores  cartas  es,  en  efecto,  de  20  millas  marinas,  siendo 
el  rumbo  SSE.  desde  la  Punta  Columbus.  Estando  esta 
Punta  unos  10'  en  arco  más  occidental  que  el  centro  de 
Coíicepción ,  la  incertidambre  en  que  deja  el  Diario  do 
navegación  del  Almirante  no  es  de  grande  importancia 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  135 

para  la  diferencia  de  longitud  de  Guanahaní  y  de  un 
punto  cualquiera  de  la  costa  septentrional  de  Cuba, 

Desde  la  isla  Santa  María  de  la  Concepción  navegó 
Colon  al  Oeste,  para  arribar  á  una  isla  mucho  más  grande, 
que  llamó  Fernandina  en  honor  del  rey  Fernando  el 
Católico.  Distaba  de  Santa  María  de  ocho  á  nueve  le- 
guas. A  mitad  del  camino  encontró  Colón  una  canoa 
{almadía)  de  Guanahaní,  que  había  tocado  en  Concep- 
ción para  ir  á  Fernandina,  y  esta  circunstancia  pudo  ha- 
cer creer  á  los  tripulantes  de  los  barcos  de  Colón  que  la 
isla  de  la  Concepción  estaba  situada  al  Oeste  de  Gua- 
nahaní. 

En  todas  estas  islas  Lucayas  la  fuerza  de  la  vegetación 
respondía  entonces  á  la  frecuencia  de  las  lluvias.  Esta 
relación  entre  la  humedad  del  aire  y  la  sombra  de  los 
grandes  árboles  llamaba  especialmente  la  atención  del 
Almirante  en  las  costas  de  Jamaica,  que  los  indígenas 
llaman  Yamaye.  Admirado  al  ver  la  extensión  de  los 
lx)sques  que  cubren  las  Montañas  azules,  dice  juiciosa- 
mente {Vida  del  Alm.^  cap.  58),  que  cuando  se  descu- 
brió Madera,  las  Canarias  y  las  Azores  llovía  mucho  en 
aquellas  islas,  y  que,  en  su  tiempo,  sufrían  ya  la  sequía 
por  haber  talado  gran  parte  de  los  bosques. 

La  cuarta  isla  que  descubrió  Colón  fué  Saometo  (Sao- 
met,  Saometro)  ó  Isabela^  nombrada  así  en  honor  de 
Isabel  de  Castilla,  la  isla  adonde  es  el  oro.  Claramente 
dice  en  el  Diario  (17  de  Octubre)  que  Saometo  está  al 
Sur  ó  Sureste  de  Fernandina.  Dos  días  después,  el  19  de 
Octubre,  encuéntrase  también  indicado  el  rumbo  de  SE.^ 
y  después  de  tres  horas  de  ruta  en  esta  dirección,  se  na- 
vega unas  dos  horas  hacia  el  E.  La  dirección  SE.,  ó  más 
bien  ESE.,  de  Fernandina  á  Isabela  paréceme,  pues, 


ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 


cierta  (1),  aunque  Muñoz  (lib.  iii,  §  13),  fundándose  en 
los  mismos  documentos,  dice  ser  SO. 

Re'stanos  el  examen  de  la  travesía  de  Isabela  á  Cuba, 
por  la  cual  la  primera  de  dichas  islas  se  relaciona  con  un 
punto  fácil  de  conocer  en  la  segunda.  Escuchemos  pri- 
mero á  Colón,  que,  en  su  Diario,  anuncia  con  toda  solem- 
nidad su  salida  para  la  gran  isla  de  Cipango  (Ztpangu, 
no  Zipangrí,  como  dicen  las  malas  ediciones  de  Marco 
Polo),  que  los  indios  llaman  Ceiba  (Cuba).  «De  allí 
tengo  determinado  ir  á  la  tierra  firme  y  á  la  ciudad  de 
Guisay  {Quinsai  ó  Hangtcheufu  (2),  en  China)  y  dar 
las  cartas  de  Vuestras  Altezas  al  Gran  Khan^  y  pedir 
respuesta  y  venir  con  ella.»  Estas  candidas  ilusiones  las 
originaban  las  relaciones  de  los  viajeros  venecianos:  son 
recuerdos  del  siglo  xiii ,  de  la  época  en  que  la  dinastía 
de  los  Tchinghis  llegó  al  máximum  de  su  poder,  cuando 
Khubilaí-Khan,  hermano  del  Khan  Manggu,  intentó  la 
expedición  al  Japón.  Ya  he  dicho  que  Colón  jamás  cita 
el  nombre  de  Marco  Polo;  pero  conocía,  por  su  correspon- 
dencia con  Toscanelli  y  por  las  noticias  propaladas  en  las 
ciudades  comerciantes  de  Italia,  lo  que  desde  Marco  Polo 
hasta  Conti  se  supo  de  la  riqueza  y  poderío  del  Kliataij. 
«Esta  noche  á  media  noche  (el  24  de  Octubre),  continúa 


(1)  Confieso ,  sin  embargo ,  no  comprender  bien  lo  que  Co- 
lón añade  al  ñn ,  hablando  de  un  promontorio  pedregoso  {isleo), 
perteneciente  á  la  Isabela:  «quedaba  el  dicho  isleo  en  derrota 
de  la  isla  Fernandina,  de  adonde  yo  había  partido  Leste  oiieste.)) 
Fernando  Colón  sólo  habla  de  los  secretos  de  la  isla  Samoet 
que  tenía  al  Almirante  enamorado  de  su  belleza;  nada  dice  de 
la  dirección  de  la  ruta,  ni  de  la  distancia  que  no  podía  ser 
muy  considerable,  puesto  que  la  recorrió  en  una  mañana. 
^  (2)  Klapeoth.  Memorias  relativas  á  Asía  ^ykg.  200, 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  Í'^J 

diciendo  Colón,  levanté  las  anclas  de  la  isla  Isabela^  de 
cabo  del  Isleo,  ques  de  la  parte  del  Norte  adonde  yo  es- 
taba posado,  para  ir  á  la  isla  de  Cuba,  adonde  oí  de 
esta  gente  que  era  muy  grande  y  de  gran  trato  y  había 
■en  ella  oro  y  especerías  y  naos  grandes  y  mercaderes ;  y 
me  amostró  que  al  Ouesudueste  iría  á  ella,  y  yo  así  lo 
tengo,  porque  creo  que  si  es  así,  como  por  señas  que  me 
hicieron  todos  los  indios  de  estas  islas  (las  Lucayas)  y 
aquellos  que  yo  llevo  en  los  navios  ,  porque  por  lengua 
no  los  entiendo,  es  la  isla  de  Cipango,  de  que  se  cuentan 
cosas  maravillosas,  y  en  las  esperas  (esferas?)  que  yo  vi 
y  en  las  pinturas  de  mapamundos  es  ella  en  esta  co- 
marca (Cipango,  el  Japón,  donde  reinaba  entonces  un 
daírio  tan  pobre,  que  no  se  le  pudo  enterrar  (1)  decen- 
temente), y  así  navegué  fasta  el  día  al  Ouesudueste,  y 
•amaneciendo  calmó  el  viento  y  llovió,  y  así  casi  toda  la 
•noche ,  y  estuve  así  con  poco  viento  fasta  que  pasaba  de 
mediodía,  y  entonces  tornó  á  ventar  muy  amoroso.  Así 
anduve  el  camino  fasta  que  anocheció,  y  entonces  me 
quedaba  el  Cabo  Verde  de  la  isla  de  Fernandina,  el  cual 
-es  de  la  parte  de  Sur  á  la  parte  del  Oueste;  me  quedaba 
«1  Norueste  y  hacía  de  mí  á  él  siete  leguas.»  También 
en  los  días  siguientes  del  25  al  23  de  Octubre  el  Diario 
de  ruta  marca  los  rumbos  OSO.,  O.  y  SSO.,  con  los 
cuales  se  reconoció  primero  las  Islas  de  A  vena  y  después 
la  desembocadura  de  un  río,  un  hermoso  i  uerto  rodeado 
de  palmeras.,  que  Colón  llamó  el  Puerto  de  San  Salva- 
dor, y  que  Navarrete  cree  ser  el  puerto  de  Ñipe.  Domi- 


,  (1)  El  104  dairio  (Go-tsutsi  Mikado-no-in) ,  que  reinó  desde 
1465  á  1500.— TiTSiNGH.  Amales  des  empcreurs  du  Japon^ 
1834,  pág.  363. 


138  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

nado  constantemente  Colón  por  sus  ilusiones  de  geogra- 
fía sistemática,  creyó  oir  de  boca  de  los  indígenas  que  á 
este  puerto  de  San  Salvador  llegaban  los  barcos  del 
Gran  Khan. 

La  isla  de  Cuba,  la  quinta  de  las  primeras  islas  des- 
cubiertas por  los  españoles ,  recibió  entonces  el  nombre 
de  Juana,  en  honor  del  infante  D.  Juan,  hijo  mayor  de 
Fernando  el  Católico ,  que  falleció  á  los  diez  y  nueve 
años,  y  cuya  precoz  muerte  tan  grande  influencia  ejerció 
en  los  destinos  del  ge'nero  humano.  El  hijo  del  Almi* 
rante  dice  que  su  padre,  para  satisfacer  igualmente  la 
memoria  espiritual  y  temporal,  observa,  en  la  serie  de  los 
nombres  puestos  4  sus  primeros  descubrimientos,  rigu- 
roso orden  de  preferencia ,  empezando  por  las  personas 
celestiales,  el  Salvador  y  la  Santa  Virgen,  y  después  el 
Rey,  la  Reina  y  el  infante  D.  Juan,  á  quienes  correspon- 
dió la  parte  más  importante.  La  posteridad  sólo  ha  res- 
petado los  dos  primeros  de  estos  nombres,  correspondien- 
tes á  islotes  sin  importancia  y  casi  sin  población.  Diez  y 
siete  años  depue's  de  la  muerte  del  hermano  de  Juana 
la  Loca,  en  1514,  ordenóse  por  una  Real  cédula  que 
Cuba,  en  vez  de  Juana,  se  llamara  Fernandina,  y  Ja- 
maica Santiago  (Herr.  Dec,  i,  lib,  x,  c.  16). 

La  gran  probabilidad  de  la  opinión  de  Muñoz ,  para 
quien  la  isla  Isabela  es  la  Isla  Larga,  y  la  indicación  de 
algunos  islotes  {Islas  de  Arena)  que  Colón  vio  la  víspera 
de  su  llegada  á  Cuba,  hacen  creer  que  el  desembarco  se 
verificó,  no  en  la  bahía  de  Ñipe,  sino  á  1°  42'  más  dis- 
tante, al  Oeste  de  la  punta  de  Maternillos,  acaso  á  la 
entrada  de  Carabelas  grandes,  que  en  mi  mapa  de  Cuba 
(edición  de  1826)  se  llama  Boca  de  las  Carabelas  del 
Príncipe,  cerca  de  la  isla  Guajaba.  Este  es  el  resultado 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  13^ 

obtenido  por  el  oficial  de  marina  de  los  Estados  Unidos, 
cuyas  juiciosas  observaciones  consignó  Washington  Ir- 
ving.  Por  medio  de  una  sencilla  construcción  gráfica  se 
prueba  que  con  los  rumbos  y  las  distancias  antes  indi- 
cadas, según  el  Diario  de  Colón,  el  punto  de  estima  del 
arribo  no  corresponde  al  puerto  de  Ñipe,  y  que  las  Islas 
de  Arena  no  son  los  cayos  de  Santo  Domingo,  á  la  ex- 
tremidad SE.  del  Gran  Banco  de  Bahama,  sino  los  peli- 
grosos islotes  Mucaras,  en  el  meridiano  de  la  Punta  Ma- 
ternillos.  Para  ver  primero  la  tierra  de  Ñipe  al  SSÍ3.  de 
la  Punta  de  Muías ,  hubiera  sido  preciso  navegar  desde 
la  Isla  Larga  hacia  el  SSO.  (distancia  casi  de  2°  */*  <^® 
latitud),  mientras  la  construcción  gráfica  prueba  que  la 
dirección  media  era  casi  OSO.,  y  la  acción  de  la  corriente 
debía  impulsar  el  rumbo  aun  más  hacia  el  O.  'A  SO. 
Ahora  bien;  si  el  puerto  de  San  Salvador  y  las  Islas  de 
Arena  son  las  Carabelas  grandes  y  los  islotes  Mucaras, 
resultará,  conforme  á  las  indicaciones  del  mismo  Colón, 
que  Guanahaní  estará  algo  más  de  un  grado  al  Oeste  del 
cabo  Maysi,  lo  que  no  dista  mucho  de  su  verdadera  po- 
sición, porque  Guanahaní  (cabo  SE.)  se  encuentra  á  7 7**" 
37',  y  el  cabo  Maysi  á  76°  27'. 

El  resultado  de  la  posición  que  hemos  deducido  de  los 
itinerarios  del  20  al  28  de  Octubre ,  lo  confirma  otra  in- 
dicación del  yacimiento  de  las  islas  Isabela  y  Guanahaní 
con  relación  á  Puerto  Príncipe,  que  accidentalmente  con- 
tiene el  Diario  de  navegación  en  los  días  29  de  Octubre 
y  20  de  Noviembre.  Colón  navega  primero  siete  leguas  (1) 


(1)  En  una  nota  del  primer  tomo  hemos  expuesto  la  con- 
versión de  las  leguas  en  millas  y  en  grados,  según  Gomara. 
También  Pigafetta  dice  claramente  en  el  Tratado  de  navega' 


140  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT, 

al  NNE.,  después  diez  y  ocho  al  líE.  Va  N.  Desde  allí 
no  quiso  ir  (según  dice  el  extracto  de  Las  Casas)  á  la  isla 
Isabela,  que  sólo  distaba  doce  leguas,  porque  temió  la 
deserción  de  los  intérpretes  indios  de  Guanahaní,  quie- 
nes, desde  Isabela ,  sólo  distaban  ocho  leguas  de  su  pa- 
tria. Conforme  á  estos  datos,  la  distancia  desde  Puerto 
Príncipe,  llamado  con  frecuencia  Puerto  deNuevitas  (1) 


kfión  (pág.  216),  hablando  de  la  linea  de  demarcación  ponti- 
ficia: «Cada  grado  de  los  360  grados  de  la  circunferencia  terres- 
tre equivale  á  17  Va  leghe.  Las  ¿effhe  de  tieira  tienen  3  millas, 
las  de  mar  4.  Medina,  que  escribió  en  el  año  de  1545,  hace  la 
misma  valuación  (^Tratado  de  navegación,  pág.  54).  Ahora  bien; 
Colón  emplea  en  su  Diario ,  según  su  propio  dicho,  la  legua 
(italiana)  de  4  millas.  Es,  por  tanto,  preciso  computar  los  da- 
tos de  su  Diario  por  17  V2  leguas  al  grado,  puesto  que  la  uni- 
dad es  la  milla  (Nav.  t.  i,  pág.  3).  Cuando  en  la  cita  de  Alfra- 
gán  valúa  Fernando  Colón  el  grado  en  56  y  2/3  millas ,  refiérese 
Á  otro  módulo  de  una  milla  más  grande,  casi  en  la  relación  de 
3  á  4.  Es  pura  y  sencillamente  un  rasgo  de  erudición. 

Hacia  el  año  de  1495  había  la  tendencia,  al  menos  en  Cata- 
luña, de  aumentar  el  número  de  leguas  por  grado.  Mosen  Jaime 
Ferrer,  cuenta  para  un  grado  de  longitud,  en  el  paralelo  de  las 
islas  de  Cabo  Verde,  20  Vs  leguas,  lo  cual  se  aproxima  á  las 
leguas  legales  de  5.000  varas,  mientras  las  leguas  de  17  V2  al 
grado  son  casi  las  leguas  comunes  de  España  de  7.500  varas. 
{Docum.  68 ;  Nav.  t.  i ,  pág.  99.) 

(1)  Es,  por  decirlo  así,  el  puerto  de  la  ciudad  Santa  María 
del  Príncipe ,  situada  en  el  interior  de  las  tierras  y  cuya  posi- 
ción he  discutido  en  el  análisis  de  un  mapa  de  la  isla  de  Cuba 
{Reí.  Hist.,  t.  III ,  pág.  586).  Este  mapa  presenta  también,  con- 
forme á  un  manuscrito  de  D.  Francisco  María  Celi  que  poseo, 
la  indicación  de  un  lugar  antiguamente  habitado  al  Este  de 
Puerto  Curiana,  llamado  Embarcadero  del  Príncipe.  La  rela- 
ción de  posición  de  este  lugar  con  el  de  Cayo  Komano ,  explica 
acaso  las  dudas  ocasionadas  por  el  Diario  de  Colón  del  15  al  18 
lie  Noviembre.  (Wash.  Irviug,  t.  iv,  pág.  261.) 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  141 

6  de  las  Nuevitas  del  Frmcipe  (long.  79°  30'),  para 
distinguirla  de  la  Boca  de  las  Qarahelas  del  Príncipe 
(long.  79°  49'),  á  la  isla  Isabela  es  37  leguas,  y  á  Gua- 
nahaní  45,  6  reduciendo  las  leguas  de  Colón  á  verdade- 
ras millas  marinas,  127  y  154.  El  error  es,  por  tanto,, 
según  el  mapa  de  Owen ,  para  Isabela  de  18  millas  y 
para  Guanahaní  de  30  (1),  es  decir,  de  V7  7  Vs?  y  car- 
tas marinas  modernas  hay  que  difieren  respecto  á  la  isla 
Guanahaní  ó  San  Salvador  casi  en  una  cantidad  tan  con- 
siderable. La  dirección  de  la  ruta  que  da  Colón  por  punta 
de  estima  en  la  mañana  del  20  de  Noviembre  (los  rum- 
bos hacia  la  Isabela  y  Guanahaní  no  los  menciona  en 
este  momento)  es  también  satisfactoria.  La  ruta  seguida 
desde  Puerto  Príncipe  á  la  Isla  Larga  era,  como  acaba- 
mos de  ver,  entre  NE.  V4  ^-  y  NNE.  El  verdadero  rum- 
bo sería,  pues,  NE.  Cuando  se  reflexiona  sobre  el  efecto 
de  las  corrientes  y  sobre  la  perfecta  ignorancia  de  la  va- 
riación magnética  en  los  tiempos  de  Colón,  sorprende 


(1)  Las  pequeñas  diferencias  de  mis  resultados,  comparados 
á  los  del  marino  americano  (Irving,  t  iv,  pág.  263),  provienen 
de  la  reducción  de  las  medidas  itinerarias  de  Colón,  que  consi- 
dero indispensables ,  y  del  yacimiento  relativo  de  Puerto  Prín- 
cipe, Isla  Larga  y  Guanahaní,  según  los  mapas  más  recientes.  La. 
comparación  del  cap.  29  de  la  Vida  del  A  Imirante  j  del  Diario 
de  Colón  (i,  61),  prueba  que  el  hijo  se  engaña  cuando  dice  que 
Saometro  ó  Isabela  está  situada  casi  á  25  leguas  de  distancia 
Norte-Sur  de  Puerto  Príncipe.  La  distancia  es  falsa,  como  la  di- 
rección: el  hijo  confunde  la  distancia  de  Isabela  con  la  del 
punto  de  estima  en  la  mañana  del  20  de  Noviembre.  No  fiján- 
dose en  este  error  de  rumbo,  creeríase  que  Guanahaní  estaba  2« 
más  al  Occidente  de  donde  la  supone  Colón  y  en  realidad  ge 
encuentra. 


142  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

una  concordancia  debida  en  parte  á  felices  compensacio- 
nes de  errores. 

Expuestos  ya  los  argumentos  que  hemos  deducido  de 
los  mapas  de  Juan  de  la  Cosa  y  de  Rivero  y  del  análisis 
del  Diario  de  Colón,  debemos  mencionar  el  itinerario  de 
Juan  Ponce  de  León  y  el  testimonio  de  Anghiera.  Am- 
bos son  anteriores  á  1514,  y  pertenecen  á  una  época  en 
que  el  recuerdo  de  los  primeros  descubrimientos  estaba 
aún  fresco  en  la  memoria. 

Juan  Ponce  de  León,  que  desde  1508  empezó  á  colo- 
nizar la  isla  Borriquen  (1)  (San  Juan)^  hizo  en  1512 
una  expedición  aventurera  á  costa  suya,  á  las  islas  Luca- 
yas  y  á  la  Florida,  para  buscar  entre  aquéllas  la  fuente 
que  rejuvenecía  (2)  de  Bimini  y,  en  ésta,  un  río  que  te- 
nía la  misma  virtud  de  rejuvenecer.  Como  la  expedición 
salió  de  Puerto  Rico  (3)  el  diario  de  Ponce  de  León, 

(1)  Este  nombre  indígena  consérvase  aún  en  la  denomina- 
ción de  Punta  B ruquen^  cabo  NO.  de  la  isla  de  San  Juan  de 
Puerto  Rico,  llamada  también  por  los  caribes  Ubucmoin,  y  por 
Colón,  en  su  Diario  algunas  veces,  Isla  de  Carih. 

(2)  «Fuente  que  volvía  á  los  hombres  de  viejos  en  mozos.» 
Los  indígenas  de  Cuba  que  transmitieron  este  mito  á  los  espa- 
ñoles, fueron  antes  que  éstos  en  busca  de  Bimini  y  de  un  río 
igualmente  milagroso  de  la  Florida.  Con  este  motivo  hasta  lle- 
garon á  fundar  un  establecimiento  permanente  en  las  costas 
de  la  Florida,  considerada  como  gian  isla  frontera  á  la  de  Bi- 
mini (Herrera,  Déc.  i,lib.  ix,cap.  12).  Dábase  todavía  tanta 
importancia  en  1514  á  la  posesión  del  islote  de  Bimini,  difícil 
de  encontrar  en  nuestros  mapas, que  Ponce  de  León  recibió  el 
pomposo  título  de  Adelantado  de  Bimini  y  de  la  Florida.  (He- 
ERERA ,  Déc.  I,  lib.  X,  cap.  16.) 

(3)  De  la  desembocadura  de  Río  Guanabo,  llamado  entonces 
la  Agyiada;  pero  la  expedición  fué  preparada  en  la  Balda  de 
San  Germán  el  Viejo ,  que  no  debe  confundirse  con  la  ciuda 
de  San  Germán  el  Nuevo  en  la  costa  occidental. 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  143 

que  se  conserva  completo,  tiene  la  ventaja  de  señalar  por 
sus  nombres  los  islotes  y  bajos  opuestos  á  Haíti  y  á 
Cuba,  tal  y  como  se  encuentran  situados  al  Suroeste  y 
Noroeste.  Basta  citar  aquí  estos  nombres,  para  probar 
que  la  isla  Guanahaní  de  Ponce  es  Cat  Island  de  nues- 
tros mapas,  y  no  un  islote  al  Oeste  de  los  Caicos.  He 
aquí  el  orden  de  la  serie:  los  bajos  de  -Baiweca,  indicados 
con  igual  nombre  en  el  mapa  de  Diego  Rivero  de  1529, 
probablemente  los  Cayos  de  la  Plata  (I)  (Silver  Bank); 
el  islote  de  las  Lucayas,  llamado  Los  Caicos  (2);  la 


(1)  Posible  es  quedar  indeciso  entre  el  Bajo  de  Plata  y  Abre 
los  Ojos,  porque  la  latitud  sobradamente  septentrional  que  da 
Ponce  de  León  (de  22°  1/2)  no  sirve  para  la  elección;  pero  la 
distancia  de  50  leguas  que  cuenta  Oviedo  desde  Puerto  Rico  á 
los  Bajos  de  Babueca  hacia  el  NO.  {Uist.  gen.  de  las  Indias, 
tomo  I,  lib.  XIX,  cap.  15),  corresponde  mejor  á  los  Cayos  de 
Plata  que  á  Mouchoir-Carré,  distante  de  Puerto  Rico  más  de  80 
leguas  marinas.  Debo  advertir,  sin  embargo,  que  la  Isla  del 
Viejo,  que  Ponce  sitúa  entre  los  Bajos  de  Babueca  (tomados 
quizá  en  una  extensión  más  general),  y  los  Caicos,  podrían  muy 
bien  ser  la  Grande  ó  Pequeña  Salina  de  las  islas  Turcas,  es  de- 
cir, el  Guanahaní  de  Navarrete;  porque  nada  hay  en  los  Caicos 
de  Plata  y  Mouchoir-Carré  que  merezca  el  nombre  de  isla. 

(2)  Al  echar  una  ojeada  á  la  serie  de  islotes  y  bajos  al  Norte 
de  las  grandes  Antillas,  vense  los  bajos  rodeados  al  Este,  sobre 
todo  del  lado  opuesto  á  la  fuerza  de  las  corrientes,  de  bandas  de 
tierra  largas  y  estrechísimas.  Tal  es  la  forma  de  las  islas  Cai-r 
eos,  délas  Acklins  y  Crookei,  que  pertenecen  al  mismo  sis- 
tema de  bajos  de  la  Isla  LsTrga,  la  Exuma,  San  Salvador  y 
Eleuthera  en  el  gran  Banco  de  Bahama,  como  miiros  origina- 
dos por  masas  de  corales  rotos  y  hacinados  por  el  choque  de  las 
olas.  En  otra  obra  (^Relation  Ilistorique ,  t.  Ili,  pág.  470)  he 
tenido  ocasión  de  describir  las  rocas  fragmentarias ,  que  puede 
decirse  se  forman  á  nuestra  vista  en  los  Jardines  ó  Jarditiillos, 
al  Sur  de  la  isla  de  Cuba.  La  posición  de  esta3  lenguas  de 


144  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Yaguna,  el  primer  Majagon  de  Rivero  (la  isla  Inagua?)^ 
Amaguayo  (el  segundo  Mayagon  de  Rivero?);  Manegua 
(Manigua  de  Rirero ;  Mariguana  de  los  mapas  moder- 
nos?); Guanahaní,  á  la  cual  sitúa  Ponce  en  latitud  de 
25°  40'.  Parece  que  el  famoso  piloto  de  esta  expedición  ^ 
Antonio  de  Alaminos,  determinaba  todas  las  posiciones 
cerca  de  un  grado  más  boreal,  de  suerte  que  su  itinerario 
presenta  próximamente  la  verdadera  diferencia  de  latitud 
(3°  10')  entre  las  islas  Turcas,  cerca  de  los  Caicos,  y  San 
Salvador  ó  Guanahaní. 

La  última  autoridad,  muy  importante  y  completamente 
desatendida  hasta  ahora  en  el  debate  sobre  el  lugar  del 
primer  desembarco  en  América,  es  Anghiera. 

El  noveno  libro  de  la  tercera  década,  escrito  probable- 
mente después  de  1514,  contiene  grandes  detalles  geo- 
gráficos relativos  á  Haití  y  Cuba,  detalles  que  Anghiera. 


tierra  que  rodean  los  bajos  en  las  islas  Lucayas  es  notabilísima^ 
y  serla  de  desear  que  un  geólogo  distinguiera  sobre  el  terreno 
lo  que  pertenece  al  levantamiento  general  de  los  bancos  por 
las  fuerzas  que  han  obrado  desde  el  interior  del  globo,  em- 
pujando la  corteza,  y  lo  que  es  sencillamente  efecto  de  las 
corrientes  y  del  choque  de  las  olas.  Las  formaciones  tercia- 
rias y  secundarias  de  la  isla  de  Cuba  ¿son  la  base  sobre  la 
cual  han  construido  los  corales  sus  grandes  edificios  en  Ios- 
bajos  de  las  Lucayas,  ó  esta  base  es  una  roca  piroxena  coma 
en  las  pequeñas  Antillas  y  en  el  mar  del  Sur?  Sorprende  ver 
que  en  la  Indias  Occidentales  no  existen  esos  bancos  de  córale s^ 
circulares  crateriformes,  rodeando  un  lago  salado  (lagoon)  con 
una  ó  varias  salidas,  acerca  de  los  cuales  los  Sres.  Chamisso  y 
Beechey  han  llamado  la  atención  de  los  físicos ,  y  que  existen 
en  el  Océano  Pacífico  j  en  el  mar  de  la  India,  mientras  en  es- 
tos dos  Océanos  no  se  encuentran  las  formas  alargadas  seme-» 
jantes  á  las  lenguas  de  tierra  del  borde  oriental  Qwindivard- 
side)  del  Banco  de  Bahama. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  145 

debía  á  los  relatos,  á  los  mapas  y  á  los  cuadros  de  posi- 
ciones {índice  et  tabellce  quibus  prcebetur  fides  a  naucleris, 
en  español  padrón)  del  célebre  piloto  Andrés  Morales 
(Oceánica,  Dec.  ii,  lib.  x,  pág.  200;  Dec.  m,  lib.  vii, 
página  277;  lib.  viii,  pág.  298).  Ahora  bien;  Anghiera, 
que  había  dado  hospitalidad  en  su  casa,  como  lo  dice  él 
mismo,  á  Cristóbal  Colón,  á  Sebastián  Cabot,  á  Juan 
Vespucci  y  á  Andrés  Morales,  «distingue,  por  el  cono- 
cimiento íntimo  que  tenía  de  las  localidades,  entre  Gua- 
nahaní  que  llama  Guanaheini  (1)  insulam  Cuhce  vid- 
nam,  y  las  islas  que  rodean  Haíti,  hacia  el  Norte  (insulce 
quce  Hispaniohje  latus  septentrionale  custodiunt),  y  que,  á 
pesar  de  ser  favorables  á  la  pesca  y  al  cultivo,  las  desde- 
ñaron los  españoles  como  pobres  y  poco  dignas  de  inte- 
rés.» (Oceánica j  Dec.  i,  lib.  iii,  pág.  37;  Dec.  iii,lib.  ix, 
página  308.) 

Antes  de  terminar  estos  minuciosos  detalles,  relativos 
á  la  geografía  de  los  primeros  descubrimientos,  debo 


(1)  Anghiera  diserta  acerca  de  la  significación  de  la  sílaba 
inicial  gua,  tan  frecuente  en  los  nombres  geográficos  y  en  los 
nombres  propios  de  los  Haitianos,  cuyo  idioma  no  difería  mu- 
cho del  de  los  Yucayos  (habitantes  de  las  islas  Bahamas),  y  por 
ello  el  joven  yucayo,  natural  de  Guanahaní  y  bautizado  en 
Barcelona  con  el  nombre  de  Diego  Colón,  pudo  servir  de  intér- 
prete. (Déc.  I,  lib.  III,  pág.  43;  Déc.  iii,  lib.  vii.  pág.  285;  Mu- 
ñoz, lib.  IV,  §  39;  lib.  v.  §  273.)  Probablemente  el  nombre 
entero  de  Guanahaní  era  significativo,  como  lo  son  todos  los 
nombres  geográficos  vascos  (ibéricos).  Lo  encuentro  casi  in- 
cluido en  el  nombre  de  la  bella  reina  (ó  mejor  dicho,  mujer  de 
un  jefe  haitiano  de  la  provincia  de  Xaragua)  Guanahattahe- 
nechena,  que,  á  pesar  de  las  instancias  de  los  monjes  de  San 
Francisco,  se  hizo  enterrar  con  el  cuerpo  de  su  esposo.  (Déc.  iii, 
Hbro  IX,  pág.  304.) 

TOMO  n.  10 


146  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

echar  la  última  ojeada  al  mapa  de  Juan  de  la  Cosa.  Se 
yen  en  e'l  las  cuatro  islas  nombradas  por  Colón  antes  de 
llegar  á  Cuba,  pero  sólo  tres  tienen  las  denominaciones 
indígenas.  La  isla  sin  nombre,  situada  al  Suroeste  de 
Guanahaní  es  probablemente  Santa  María  déla  Concep- 
ción. Debería  estar  situada  al  Sureste;  pero  como  los  in- 
dios de  Guanahaní  que  Colón  encontró  en  la  isla  de  Fer- 
nandina,  habían  pasado  por  la  isla  de  Santa  María,  se  la 
podía  creer  en  esta  misma  dirección.  La  Fernandina  está 
en  el  mapa  de  Cosa  como  Yumai  (Exuma  ó  Ejuma), 
al  OSO.  de  Guanahaní,  en  vez  de  ser  al  SO.  Al  Sur  de 
Yumai  se  ve  Someto]  es  la  Isabela  de  Colón,  que  tam- 
bie'n  llama  Saomete,  Samaot  y  Saomet;  finalmente,  al 
Este  de  Someto  (Long  Island)  y  al  Sureste  de  Guana- 
haní, por  tanto,,  en  su  verdadera  posición,  se  encuentra 
la  isla  Samaná,  nombre  que  ha  conservado  hasta  hoy  día. 
El  mapa  de  Juan  de  la  Cosa,  veintinueve  años  ante- 
rior al  de  Rivero,  presenta  estas  posiciones  de  Yumai, 
Someto  y  Samana  que  Rivero  no  conocía,  y  reaparecen 
en  el  mapa  del  siglo  xvii  del  veronés  Pablo  de  For- 
lani  (1).  Juan  de  la  Cosa  sitúa  al  Norte  de  la  Tor- 
tuga ,  una  islilla  Baaruco,  y  después  una  grande  con  el 
nombre   de    Haíti.  ¿Será  ésta  la   grande    Inagua   (2) 


(1)  La  deserittione  di  tutto  il  Perú,  mapa  que  comprende 
la  América  entera,  desde  la  Florida  hasta  el  estrecho  de  Ma- 
gallanes, y  en  el  que  la  ciudad  de  Quito  está  situada  al  Este 
del  meridiano  de  Puerto  Eico.  El  veronés  Forlani  sitúa  como 
Rivero  una  isla  Guanima  al  NO.  de  Guanahaní.  Este  nombre 
también  aparece  en  el  itinerario  de  Juan  Ponce  de  León. 
(Herr.  Déc.  I,  lib.  IX,  cap.  11.)  ¿Será  Eleuthera? 

(2)  La  ignorancia  de  las  lenguas,  los  errores  que  esta  igno- 
rancia debía  necesariamente  producir,  y  acaso  también  el  ma- 


DESCUBRIMIENTO  DE  AMÉRICA.  147 

que  en  el  orden, de  extensión  relativa  de  las  Islas  Anti- 
llas está  situada  entre  los  12*^  y  23°,  inmediatamente^ 
después  de  Puerto  Rico? 

La  verdadera  Haiti  tiene  por  nombre,  en  el  mapa  de 
Juan  de  la  Cosa,  Española ,  que  es  el  que  Colón  le  dio 
el  9  de  Diciembre  de  1492.  Por  regla  general  no  em- 
plea éste  el  nombre  de  Haíti  en  el  Diario  de  su  primer 


licioso  deseo  de  engañar  á  los  extranjeros  (deseo  que  es  muy 
común,  según  he  pedido  ver,  en  los  indígenas  del  Orinoco 
cuando  se  les  abruma  á  preguntas),  infundieron  probable- 
mente en  el  ánimo  de  Colón  la  idea  de  que  al  norte  de  la  Tor- 
tuga había  una  isla  riquísima  en  oro  llamada  Baieque  ó  Ba- 
neque.  En  el  Diario  del  Almirante  está  nombrado  este  Ophir 
catorce  veces.  La  isla  de  Babeque  es  de  considerable  extensión, 
con  grandes  montañas,  valles  y  ríos,  y  se  llega  á  ella  yendo 
más  allá  de  la  Tortuga  al  NE.  Búscase  en  ella  el  oro  durante 
la  noche  con  antorchas  en  la  playa.  Los  indios  dicen  que  hay 
más  oro  en  la  Tortuga  que  en  la  Española,  porque  aquélla  está 
más  cerca  de  Babeque,  y  hasta  llegó  á  suponer  Colón  (el  17  de 
Diciembre  de  1493)  que  no  había  minerales  de  oro  ni  en  la  Es- 
pañola ni  en  la  Tortuga,  sino  que  los  llevaban  á  ellas  de  Babe- 
que, á  donde  se  podía  llegar  en  un  día.  Todo  esto  prueba,  con- 
tra lo  dicho  por  Las  Casas,  que  Babeque  no  es  Jamaica,  ni  la 
Española  ó  Boio,  como  creía  D.  Fernando, Colón,  ni  finalmente 
la  tierra  ñrme  del  Sur  d  Caritaba,  como  supone  Herrera. 
(Déc.  I,  lib.  I,  cap.  15.) 

Recordaré  de  nuevo  que  comparando  el  Diario  del  Almirante 
(Nav.  ,63,  126)  cuando  habla  de  la  deserción  de  Martín  Alonso 
Pinzón  por  el  propósito  de  llegar  á  la  isla  de  Babeque  ó  Bane- 
que,  con  las  piezas  del  pleito  entre  D.  Diego  Colón  y  el  fisco» 
donde  la  isla  que  Pinzón  buscaba  se  la  nombra  Bahueca  ó  laít 
siete  islas  de  Babulca,  queda  la  persuasión  de  que  Baheque  ó 
las  islas  Baheque  es  un  nombre  coleciivo  aplicable  á  las  islas  y 
cayos  al  norte  de  Haiii,una  extensión  de  la  denominación  Ba- 
jos de  Bahucco  hacia  el  Oeste,  en  la  dirección  de  la  Grande  y 
la  Pequeña  Iguana. 


148  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

viaje  de  navegación,  aunque  Manuel  Valdovinos,  uno 
de  los  testigos  en  el  pleito  de  D.  Diego  Colón,  declara 
que  los  habitantes  de  Guanahaní  lo  dieron  á  conocer  á 
los  españoles  cuando  el  primer  desembarco,  el  viernes  11 
de  Octubre  de  1492.  Cristóbal  Colón,  Anghiera  y  to- 
dos los  escritores  contemporáneos  sólo  emplean  las  pa- 
labras Española  ó  Hispaniola;  Colón  sólo  menciona 
Haiti  {Hayti)  en  su  segundo  viaje,  y  para  aplicar  esta 
denominación  á  una  provincia  de  la  Española,  la  más 
oriental  y  la  más  próxima  á  la  provincia  de  Xamana 
{Samaná).  Acaso  una  islilla  próxima  á  la  Española  tu- 
viera el  mismo  nombre  que  una  de  las  provincias  de 
ésta  ,  porque  en  el  mapa  de  La  Cosa  encuentro  algo  a 
Sureste  de  la  islilla  de  Haíti,  á  que  aludimos,  otra  isla 
llamada  Maguaría ,  nombre  que  igualmente  corresponde 
á  una  de  las  provincias  de  la  Española.  (Pedro  Mártir, 
Oceán.,  Déc.  iii,  lib.  vii,  pág.  286.) 

Cuando  las  denominaciones  geográficas  son  signiji- 
cativas,  indicando,  por  ejemplo,  producciones  naturales, 
determinados    objetos    de  comercio   (1)  ó  una  propie- 


(1)  Colón  habla  de  una  isla  Goanin  (Nav.,  t.  i,  pág.  134), 
y  goanin  ó  guanin  es  el  nombre  de  una  curiosa  aleación  de 
oro,  plata  y  cobre  que  los  primeros  navegantes  encontraron  en 
manos  de  los  indígenas,  y  con  la  cual  hacían  placas  y  armas. 
Oceánica,  Déc.  i,  lib.  Vil,  pág.  104;  Hereera,  Déc.  i,  lib.  ni, 
cap.  9.)  Las  letras  que  Colón  dice  haber  visto  grabadas  en  una 
placa  de  oro  en  la  isla  Fernandina  (Nav.,  t.  i,  pág.  32),  acaso 
fueran  trazos  hechos,  como  adorno,  ñóbie  guanin.  Las  Casas  re- 
fiere (y  el  hecho  es  muy  notable)  que  el  oro  Imjo  ó  guani7i  de 
estas  islas  lo  buscaban  los  indígenas  por  el  olor;  también  se 
observó  en  Haiti  y  en  Paria  que  el  del  latón  ó  cobre  amarillo 
les  parecía  delicioso.  (Herrera,  Déc.  i,  lib.  ni,  cap.  11.)  Una 
raza  de  hombres  de  color  obscuro,  llamados  también  hombres 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  149 

dad  de  la  superficie  del  terreno,  pueden  repetirse  muchas 
veces  donde  existe  el  mismo  idioma  ó  lenguas  que 
se  diferencien  poco  (1).  Desgraciadamente  la  palabra 
Haíti  en  la  lengua  de  esta  comarca  indica  lo  que  es  ás- 
pero y  montañoso  (2),  v  no  puede  aplicarse  á  la  isla  de 
la  Grande  Inagua,  cuyas  colinas,  según  las  últimas 
medidas  de  M.  Owen,  apenas  tienen  de  15  á  20  toesas 
de  altura. 

No  resuelve  la  dificultad  convertir  en  Ití  la  islilla  de 
Haiti ,  de  La  Cosa ;  porque  el  curioso  itinerario  del  obispo 
Alejandro  Geraldini  (3),  escrito  en  1516,  dice  expre- 


iiegros,  que  procedían  del  Suroeste  y  asoló  algunas  veces  la  isla 
de  Haiti,  poseía  especialmente  este  oro  guanin,  en  el  que  había 
0,14  de  plata  y  0,19  de  cobre.  {Relation  historique,  t.  iii,  pá- 
gina 400.)  Ya  hemos  dicho  que  en  el  mapa  de  Kivero  hay  tam- 
bién una  isla  Guanima  ó  Guanina  entre  las  Lucayas,  isla  que 
menciona  Ponce  de  León  en  su  itinerario. 

(1)  La  isla  de  Cuba  tiene,  como  la  Española,  un  puerto  de 
Xagua:  una  provincia  de  esta  última  isla  se  llamaba  Cubana  ó 
Cuhao. 

(2)  Pedro  Mártir,  págs.  279  y  281. 

(3)  Itinerar.  ad  regiones  suh  equinoctiali  plaga  constitutas 
Alex,  Geraldini  Amerini  Episcopi,  civ.  S.  Dominici  apud  In- 
dos occid.  opus,  antiquitates ,  ritus  et  [religiones,  populorum 
comjylectens,  tune  primo  edidit  OnvpJirius  Geraldinus  de  Cate- 
nacciis  auctoris  ahnepos.  Romse,  1631,  pág.  120.  El  Obispo  había 
sido  amigo  y  protector  de  Colón,  antes  de  tener  éste  la  pro- 
tección de  la  reina  Isabel.  (Cancellieri,  Notizie  di  Crist, 
Colomho,  1809,  pág.  65.)  Poseemos  de  él  una  petición  en  estilo 
lapidario  rarísima,  dirigida  al  papa  León  X  (Itiner.,  pág.  253), 
petición  acompañada  de  muchos  donativos  que  el  cardenal  Lo- 
renzo Puccio  debía  ofrecer  al  Pontífice.  Estos  donativos  eran 
ídolos  (déos  illarnni  gentinm  Uisjmniola  immanes,  qiii puhlice 
toti  populo  responsa  reddehant)^  aves  vivas  (loros  y  un  pavo, 
gailus,  in  quo  opus  naturce  mirahile  apparet;  qnotiens  enim 


150  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

sámente  que  Iti  ha  recibido  el  nombre  de  Española  (la 
Hispana    (1),"  como  dice  la   traducción  latina   de    la 

ritu  á  natura  indito  illi  avium  generi,  cum  ma.g7ia  conjugum 
pompa,  cor  por  e  undique  erecto,  Jiinc  inde  ambit,  varios  toto 
eapite  colores,  modo  recidit,  modo  deponit).  Imposible  es  des- 
cribir más  detalladamente  el  pavo;  y  la  gallina  alba  que  recibió 
León  X  al  mismo  tiempo  era  también  sin  duda  una  variedad 
de  la  misma  ave.  Como  no  es  probable  que  Colón  trajera  pavos 
{Meleagris,  Lin.)  de  la  costa  de  Honduras  á  la  Española;  y  la 
expedición  de  Hernández  de  Córdoba  al  cabo  Catoche  ( Conex 
Catoche)  y  á  Campeche  {QuimpecJi),  como  la  de  Juan  de  Gri- 
jalvay  del  famoso  piloto  Alaminos  á  Cozumel  y  Yucatán, 
datan  de  1517  y  1518,  es  de  creer  que  los  habitantes  de  las 
Antillas  recibieron  el  ave  de  la  América  del  Norte  por  las  co- 
municaciones de  los  indios  lacayos  con  la  Florida.  Las  gallinas 
pavonibus  haud  minores  que  los  compañeros  de  Colón  vieron 
en  el  tercer  viaje,  en  la  costa  de  Paria  (Peteus  ¡Maetir,  De 
Insul.  nuper  inv.,  pág.  348),  no  eran  pavos,  porque  no  los  había 
en  la  América  Meridional,  sino  lo  que  los  españoles  llamaban 
pavas  del  monte  {PcnelojJe,  Merr),  que  yo  encontré  en  una  re- 
gión próxima  á  Paiia,  en  las  misiones  de  Caripe.  Los  modernos 
historiadores  de  la  conquitta  de  Méjico  cometen  el  error  de 
confundir  estas  aves  con  los  pavos  de  Méjico  y  de  los  Estados 
Unidos.  Al  hablar  Pedro  Mártir  del  descubrimiento  de  Paria, 
nombra  también  los  «TiSdre.?,  awaíe^  et  pavones  sed  non  versi- 
colores; y  añade:  A  /(sniinibus  partim  discrepare  mares 
(lib.  IX,  cap.  CLXViii.  Véase  también  'Itinerarium  Portuga- 
llenslum,  1508,  cap.  Cix,  fol.  67). 

(1)  Navarrete,  t.  I,  pág.  182.  SolÓrzano  {de  Ind.  Jure 
t.  I,  pág.  37)  advierte  atinadamente  que  Ilispaniola  es  una 
falta  de  traducción  de  la  palabra  Española,  guod  nomen, 
añade,  exteri  latinum  reddere  cupientes  Ilispaniolam  verte- 
rum.  Anghiera  emplea  siempre  el  diminutivo  y  lo  defiende 
{Ocean.  Déc.  iii,  lib.  vil,  pág.  281)  cum.  veré  Ilispanam  sive 
Hispanicam  verteré  debuissent.  En  el  Itinerariíim  Portuga- 
lliensum,  cap.  CVI,  llámase  constantemente  á  Haíti  ínsula 
Hispana,  lo  mismo  que  en  la  cosmografía  de  Sebastián 
Munster. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  161 

carta  de  Colón  al  tesorero  Sánchez) ;  lU  j  Ha-iti  son 
indudablemente  sinónimos.  Los  comentadores  de  las 
cartas  de  Vespucci ,  para  poner  á  salvo  su  veracidad 
en  la  de  1497,  admiten  que  el  navegante  florentino  es- 
tuvo en  una  isla  de  Iti,  que  no  es  la  Española,  ó  la 
Iti  de  Geraldini ;  sostienen  tambie'n  que  Antilia ,  quam 
paucis  nuper  ah  annts  Christophurus  Columbus  discoope- 
ruit  (son  las  propias  palabras  de  Vespucci  en  la  relación 
de  su  segundo  viaje),  es  una  tercer  isla  distinta  de  las 
que  acabamos  de  nombrar  (1).  Esta  hipótesis  de  la 
pluralidad  de  las  islas  Hiti  -ó  Halti  creo  que  arroja  al- 
guna luz  sobre  la  rareza  que  advertimos  en  el  mapa- 
mundi de  Juan  de  la  Cosa;  pero  el  razonamiento  en  que 
la  hipótesis  se  funda  es  tan  poco  sólido  como  todo  lo 
demás  que  se  alega  en  favor  de  la  opinión  de  que  Ves- 
pucci hizo  su  primer  viaje   en  1497. 

Tampoco  puedo  explicarme  las  dos  banderas  con  las 
armas  de  Castilla  y  de  León  que  Juan  de  la  Cosa  ha 
colocado  con  preferencia,  no  sobre  la  isla  Guanahaní, 
como  debía  esperarse  á  causa  de  la  importancia  histó- 
rica del  primer  desembarco"  y  de  la  primera  toma  de  po- 
sesión, sino  sobre  Yumai  (la  Fernandina)  y  sobre  la 
pequeña  isla  de  Haití.  Ninguna  otra  isla  de  todo  el  ar- 
chipiélago de  las  Antillas  tiene  pabellones  ó  banderas  de 
colores;  y  en  las  costas  del  continente  inmediato  hacia 
el  Sur  y  el  Norte  la  distribución  de  estas  banderas  pa- 
rece también  puramente  accidental.  Su  verdadero  ob- 
jeto es  sin  duda  impedir  que  se  confundan  los  descubri- 
mientos españoles  de  Colón,  Ojeda  y  Vicente  Yáñez 


(1)  Canovai,  Elogio  di   AmcHgo    Vespucci,   págs.  41,  102, 
105,  108. 


152  ALEJANDRO  DE   HÜMBOLDT. 


Pinzón,  con  los  descubrimientos  ingleses  de   Sebastián 
Cabot. 

Nada  más  añadiré  á  esta  disertación  relativa  á  la  geo- 
grafía del  siglo  XV  y  principios  del  xvi.  Distinguiendo 
las  explicaciones  conjeturales  de  lo  que  es  incontesta- 
ble j  positivo,  y  evitando  la  confusión  de  los  diversos 
órdenes  de  pruebas,  queda  establecido  que  la  antigua 
opinión  conforme  á  la  cual  el  sitio  del  primer  desem- 
barco de  los  españoles  está  cerca  de  la  orilla  oriental 
del  Gran  Banco  de  Bahama,  se  conforma  con  las  rela- 
ciones de  los  navegantes  j  con  documentos  que  hasta 
ahora  no  habían  sido  consultados.  Indispensable  era 
fijar  este  punto  recientemente  controvertido,  con  tanto 
más  motivo  cuanto  que,  desde  la  misma  época  del  gran 
descubrimiento,  la  dirección  de  la  ruta  seguida  por  los 
barcos  en  los  primeros  días  del  mes  de  Octubre  (1492) 
parece  haber  influido  en  la  distribución  de  las  razas  eu- 
ropeas en  el  nuevo  continente  y  en  los  inmensos  efectos 
á  que  ha  dado  lugar  esta  distribución,  bajo  el  doble 
punto  de  vista  de  la  vida  religiosa  y  política  de  los 
pueblos. 

El  detalle  minucioso  de  los  hechos,  elemento  indis- 
pensable de  toda  discusión  científica,  fatiga  siempre  al 
lector,  y  sólo  despierta  interés  cuando  se  relacionan  los 
resultados  obtenidos  con  un  orden  de  ideas  generales. 

Al  abarcar  con  el  pensamiento  el  período  histórico  al 
cual  imprimió  Cristóbal  Colón  un  carácter  individual,  y- 
dió  tanto  esplendor,  hemos  procurado  poner  de  relieve 
el  talento  de  observación  y  la  penetración  de  este  grande 
hombre  al  examinar  los  fenómenos  del  mundo  exterior. 
Hemos  visto  cómo  el  que  revelaba  al  antiguo  conti- 
nente un  nuevo  mundo  no  se  limitó  á  determinar  la 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  153 

configuración  exterior  de  las  tierras  y  las  sinuosidades 
de  las  costas,  sino  que  hizo  además  los  mayores  es- 
fuerzos ,  privado  como  estaba  de  instrumentos  y  del  au- 
xilio de  conocimientos  físicos ,  para  sondar  las  profun- 
didades de  la  naturaleza  y  para  ver  con  los  ojos  del  espí- 
ritu (1)  lo  que  parecía  deber  ser  resultado  de  muchas 
vigilias'y  largas  meditaciones.  Las  variaciones  del  mag- 
netismo terrestre,  la  dirección  de  las  corrientes,  la  agru- 
pación de  plantas  marinas,  fijando  una  de  las  grandes 
divisiones  climatéricas  del  Océano ;  las  temperaturas 
cambiando,  no  sólo  por  la  distancia  respecto  del  Ecua- 
dor, sino  también  por  la  diferencia  de  meridianos;  las 
observaciones  geológicas  acerca  de  las  formas  de  las 
tierras  y  de  las  causas  que  las  determinan,  fueron  los 
puntos  en  que  principalmente  ejerció  afortunada  in- 
fluencia la  sagacidad  de  Colón  y  la  admirable  exactitud 
de  su  juicio. 

Pero  por  notables  que  sean  estos  dispersos  elementos 
de  geografía  física,  estas  bases  de  una  ciencia  que  em- 
pieza á  fines  del  siglo  xv,  su  verdadera  importancia  está 
en  más  elevada  esfera;  está  en  los  efectos  intelectuales 
y  morales  que  un  engrandecimiento  súbito  de  la  masa 
total  de  las  ideas  que  poseían  hasta  entonces  los  pue- 
blos de  Occidente  ha  ejercido  en  los  progresos  de  la  ra- 
zón y  en  el  mejoramiento  del  estado  social. 

Hemos  hecho  ver  cómo,  desde  entonces,  penetró  poco 
á  poco  en  todos  los  rangos  sociales  nueva  vida  intelec- 
tual, nuevos  sentimientos,  esperanzas  atrevidas  y  te- 
merarias ilusiones;  cómo  la  despoblación  de  la  mitad  del 
globo  ha  favorecido ,  sobre  todo  á  lo  largo  de  las  costas 


(1)  Expresión  familiar  de  Mr.  de  Bufíón, 


154  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Opuestas  á  Europa ,  el  establecimiento  de  colonias  que 
por  su  posición  y  extensión  debían  transformarse  en  Es- 
tados independientes  y  libres  de  escoger  la  forma  de  su 
gobierno;  cómo,  en  fin ,  la  reforma  religiosa  de  Lutero, 
preludiando  las  reformas  políticas,  debía  recorrer  las 
diversas  fases  de  su  desarrollo  en  una  región  convertida 
en  refugio  de  todas  las  creencias  y  de  todas  las  opi- 
niones. 

En  este  complicado  encadenamiento  de  las  cosas  hu- 
manas, el  primer  anillo  es  la  idea  ó,  mejor  dicho,  la  enér- 
gica voluntad  del  marino  genove's.  En  él  comienza  la  in- 
fluencia inmensa  que  el  descubrimiento  de  América,  de 
un  continente  poco  habitado  desde  los  tiempos  históricos 
y  acercado  á  Europa  por  el  perfeccionamiento  de  la  na- 
vegación, ha  ejercido  en  las  instituciones  sociales  y  en 
los  destinos  de  los  pueblos  que  habitan  las  márgenes  de 
la  gran  cuenca  del  Atlántico. 


IX. 

Los  escritos  de  Cristóbal  Colón. 


Si  es  tarea  agradable  describir  los  trabajos  y  esfuerzos 
de  un  solo  hombre  que,  al  través  de  los  tiempos,  cambia 
poco  á  poco  todas  las  formas  de  la  civilización  y  extiende 
á  la  vez,  según  la  diversidad  de  razas,  la  libertad  y  la 
esclavitud  sobre  la  tierra,  no  tiene  menos  interés  el  es- 
tudio de  los  rasgos  de  un  carácter  que  ha  sido  origen  de 
acción  tan  poderosa  y  prolongada.  Las  cartas  de  Colón, 
escritas  á  D.  Luis  Santángel,  al  tesorero  Sánchez  y,  en 
momentos  más  críticos ,  á  la  reina  Isabel  y  á  la  nodriza 
del  infante  D.  Juan,  nos  dan  más  cabal  idea  del  célebre 
marino  que  los  fríos  extractos  de  sus  Diarios  de  navega- 
ción, que  su  hijo  D.  Fernando  y  Las  Casas  nos  han 
conservado. 

En  las  cartas  de  Colón  es  donde  se  ven  las  huellas  de 
los  repentinos  movimientos  de  su  alma  ardiente  y  apa- 
sionada; el  desorden  de  ideas  que,  efecto  de  la  incohe- 
rencia y  de  la  extrema  rapidez^de  sus  lecturas,  aumen- 
taba bajo  el  doble  influjo  de  la  desgracia  y  del  misticismo 
religioso. 

He  dicho  antes  que  Colón,  al  lado  de  tantos  cuidados 
materiales  y  minuciosos  que  enfrían  el  alma,  conservaba 


156  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

un  sentimiento  profundo  de  la  majestad  de  la  naturaleza. 
La  variedad  en  la  forma  y  fisonomía  de  los  vegetales,  la 
salvaje  abundancia  del  suelo,  las  anchas  desembocaduras 
de  los  ríos,  cuyas  umbrosas  orillas  están  llenas  de  aves 
pescadoras,  son  sucesivamente  objeto  de  ingenuas  y  ani- 
madas descripciones.  Cada  nueva  tierra  que  Colón  des- 
cubre le  parece  más  bella  qtie,  las  que  acaba  de  describir, 
y  se  lamenta  de  no  poder  variar  las  formas  del  lenguaje 
para  transmitir  al  alma  de  la  Reina  las  deliciosas  impre- 
siones que  él  ha  experimentado  al  costear  á  Cuba  y  las 
pequeñas  islas  Lucayas. 

En  estos  cuadros  de  la  naturaleza  (1)  (¿por  que'  no 


(1)  «Dice  el  Almirante  que  era  tan  hermoso  todo  lo  que 
veía,  que  no  podía  cansar  los  ojos  de  ver  tanta  lindeza  y  lo8 
cantos  de  las  aves  y  pajaritos.  Llegó  á  la  boca  de  un  río  y  en- 
tró en  un  puerto  que  los  ojos  otro  tal  nunca  vieron.  Las  sierras 
altísimas,  de  las  cuales  descendían  muchas  lindas  aguas;  estas 
sierras  llenas  de  pinos  y  por  todo  aquello  diversísimas  y  her- 
mosísimas florestas  de  árboles. 

3)Andando  por  el  río  fué  cosa  maravillosa  ver  las  arboledas  y 
frescuras  y  el  agua  clarísima  y  las  aves  y  amenidad  que  dice 
que  le  parecía  que  no  quisiera  salir  de  allí.  Para  hacer  relación 
á  los  reyes  de  las  cosas  que  vían,  no  bastaran  mil  lenguas  á  re- 
ferirlo, ni  su  mano  para  escribir,  que  le  parecía  que  estaba  en- 
cantado. La  hermosura  de  las  tierras  que  vieron,  ninguna  com- 
paración tienen  con  la  campiña  de  Córdoba.  Estaban  todos  los 
árboles  verdes  y  llenos  de  fruta,  y  las  hierbas  todas  floridas  y 
muy  altas;  los  aires  eran  como  en  Abril  en  Castilla,  cantaba  el 
ruiseñor  como  en  España,  que  era  la  mayor  dulzura  del  mundo. 
Las  noches  cantaban  otros  pajaritos  suavemente;  los  grillos  y 
ranas  se  oían  muchas. 

))La  isla  Juana  (Cuba)  tiene  montañas  que  parece  que  llegan 
al  cielo:  la  bañan  por  todas  partes  muchos  copiosos  y  saluda- 
bles ríos Todas  estas  tierras  presentan  varias  perspectivas 

llenas  do  mucha  diversidad  de  árboles  de  inmensa  elevación, 


DESCÜBRIMIBNTO   DE   AMÉRICA,  157 

dar  tal  nombre  á  trozos  descriptivos  llenos  de  encanto  y 
de  verdad?)  el  viejo  marino  muestra  algunas  veces  una 

con  hojas  tan  reverdecidas  y  brillantes  cual  suelen  estaren  Es- 
paña en  el  mes  de  Mayo;  unos  colmados  de  flores,  otros  car- 
gados de  frutos,  ofrecían  todos  la  mayor  hermosura  y  propor- 
ción del  estado  en  que  se  hallaban.  Hay  siete  ú  ocho  variedades 
de  palmas,  superiores  á  las  nuestras  en  su  belleza  y  altura;  hay 
pinos  admirables,  campos  y  prados  vastísimos »  Debo  obser- 
var que  estas  frases  de  admiración  con  tanta  frecuencia  repeti- 
das, revelan  vivo  sentimiento  de  las  bellezas  de  la  naturaleza, 
puesto  que  sólo  se  trata  aquí  de  sombra  y  follaje;  no  de  esos 
indicios  de  metales  preciosos  cuya  enumeración  podía  tener  por 
objeto  dar  importancia  á  las  tierras  nuevamente  descubiertas. 

Añadiré  otro  párrafo  de  estilo  franco  y  enérgico,  tomado  de  la 
Lettera  rarissima  de  Colón  (7  de  Julio  de  1503),  y  que  contrasta 
con  las  escenas  tranquilas  y  campestres  cuya  descripción  aca- 
bamos de  ver,  y  que  sin  duda  han  perdido  mucha  brillantez  en 
el  extracto  de  Las  Casas: 

«Detúveme  quince  días  en  el  puerto  del  Retrete^  que  así  lo 
quiso  el  cruel  tiempo  (de  mar).  Llegado  con  cuatro  leguas  re- 
vino la  tormenta,  y  me  fatigó  tanto  á  tanto,  que  ya  no  sabía 
de  mi  parte.  Allí  se  me  refrescó  del  mal  la  llaga;  nueve  días 
anduve  peidido,  sin  esperanza  de  vida:  ojos  nunca  vieron  la 
mar  tan  alta,  fea  y  hecha  espuma:  el  viento  no  era  para  ir  ade- 
lante, ni  daba  lugar  para  correr  hacia  algún  cabo.  Allí  me  de- 
tenía en  aquella  mar  fecha  sangre,  heiviendo  como  caldera  por 
gran  fuego.  El  cielo  jamás  fué  visto  tan  espantoso;  un  día  con 
la  noche  ardió  como  forno;  y  así  echaba  la  llama  con  Ids  rayos 
que  todos  creíamos  que  me  habían  de  fundir  los  navios.  En  todo 
este  tiempo  jamás  cesó  agua  del  cielo,  y  no  para  decir  que  llo- 
vía, salvo  que  resegundaba  otro  diluvio.  La  gente  estaba  ya  tan 
molida,  que  deseaban  la  muerte  para  salir  de  tantos  martirios. 
Los  navios  estaban  sin  anclas,  abiertos  y  sin  velas.» 

He  aquí  un  cuadro  de  tempestad  como  los  que  se  leen  en 
nuestras  novelas  marítimas  y,  sin  embargo,  el  pintor  no  es  no- 
velista* Habiendo  surcado  durante  más  de  cuarenta  años  los 
mares  desde  las  costas  de  Guinea  hasta  Islandia  y  el  Yucatán, 
no  confundía  un  tiempo  duro  con  una  verdadera  tempestad. 


158  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

riqueza  de  estilo  que  sabrán  apreciar  los  iniciados  en  los 
secretos  de  la  lengua  española,  y  prefieran  el  vigor  del 
colorido  á  una  corrección  severa  y  acompasada. 

Procuraré  indicar  particularmente  algunos  de  los  sen- 
timientos poéticos  que  encontramos  en  los  escritos  de 
Colón,  como  en  los  de  los  hombres  superiores  de  todos 
los  siglos,  especialmente  de  aquellos  á  quienes  una  ima- 
ginación ardiente  ha  impulsado  á  grandes  descubrimien- 
tos. Bien  se  notan  estos  rasgos  de  poesía  en  la  carta  que 
el  Almirante'  (á  la  edad  de  sesenta  y  siete  años)  escribió 
á  los  Monarcas  Católicos  el  7  de  Julio  de  1503,  cuando, 
á  su  vuelta  del  cuarto  y  último  viaje,  tocó  en  Jamaica. 
El  estilo  de  esta  carta,  conocida  con  el  nombre  de  raris- 
sima  y  desatendida  durante  largo  tiempo,  á  pesar  de 
haber  sido  impresa  (1)  en  Venecia  en  1505,  está  impreg- 
nado de  profunda  melancolía.  El  desorden  que  la  carac- 
teriza expresa  bien  la  agitación  de  un  alma  fiera  y  orgu- 
Uosa,  herida  por  larga  serie  de  iniquidades,  que  ve  fra- 
casar sus  más  caras  esperanzas.  Escuchemos  al  anciano 
cuando  describe  la  visión  nocturna  que  dice  tuvo,  estando 


(1)  Bossi,  Vita  di  Crist.  Colombo,  1818,  páginas  142  y  207. 
En  la  Relatian  liistorique,  t.  Iil,  pág.  473,  nota  I.*,  cometí  el 
error  (cuando  aun  no  conocía  la  obra  del  Sr.  Navarrete)  de 
decir  que  esta  Lettera  rarissima  no  existia  más  que  en  ita- 
liano. La  edición  de  Venecia,  publicada  por  Constantino  Bay- 
nera,  de  Brescia,  es  sin  duda  una  traducción;  pero  existen  anti- 
guas copias  españolas  manuscritas,  por  ejemplo,  la  del  Colegio 
mayor  de  Cuenca  en  Salamanca.  Las  expresiones  que  emplean 
Don  Fernando  {Vida  del  Almirante,  cap.  91),  y  Antonio  de 
León  Pinelo  en  la  Biblioteca  Occidental,  permiten  considerar 
probable  que  el  original  fuera  impreso  en  español.  No  es  indi- 
ferente saber  si  en  estos  párrafos  de  tan  característico  estilo 
tenemos  hoy  las  verdaderas  palabras  del  Almirante. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  159 

al  ancla  en  la  costa  de  Veragua.  Enormes  avenidas, 
causadas  por  los  torrentes  que  descendían  de  las  monta- 
ñas, habían  puesto  en  gran  peligro  las  embarcaciones  á 
la  embocadura  del  río  Belén.  Acababa  de  ser  destruido 
el  establecimiento  colonial  que  levantó  el  hermano  del 
Almirante.  Los  castellanos  eran  atacados  por  un  jefe 
indígena,  el  belicoso  quihian  (1)  de  una  provincia  in- 
mediata, y  procuraban  en  vano  buscar  refugio  á  bordo 
de  sus  barcos.  «Mi  hermano  y  la  otra  gente  toda,  escribe 
Colón,  estaba  en  un  navio  que  quedó  adentro:  yo  muy 
solo  de  fuera ,  en  tan  brava  costa ,  con  fuerte  fiebre ,  en 
tanta  fatiga:  la  esperanza  de  escapar  era  muerta:  subí  así 
trabajando  lo  más  alto,  llamando  á  voz  temerosa,  llo- 
rando y  muy  aprisa,  los  maestros  de  la  guerra  de  Vues- 
tras Altezas  á  todos  cuatro  los  vientos,  por  socorro,  mas 
nunca  me  respondieron  (2).  Cansado,  me  adormecí  gi- 
miendo: una  voz  muy  piadosa  oí,  diciendo:  «¡O  estulto 
»y  tardo  á  creer  y  á  servir  á  tu  Dios,  Dios  de  todos! 
»¿Qué  hizo  él  más  por  Moysés  ó  por  David  su  siervo? 
»Desque   nasciste,  siempre  él  tuvo  de  ti   muy  grande 


k 


(1)  Doy  á  la  palabra  quibian^  ó,  como  dice  D.  Fernando, 
quibio,  su  verdadero  sentido,  el  de  jefe  ó  rey.  {Vida  del  Almi- 
rante, cap.  97.)  No  es  un  nombre  propio,  como  pretende  He- 
rrera, Déc.  I,  lib.  v,  cap.  9;  lib.  vi,  capítulos  1  y  2.  En  esta 
misma  costa  de  Veragua  vieron  los  españoles  las  primeras 
plantaciones  de  ananas  que  se  cultivaban  para  hacer  vino  de 
pina  6  vino  de  ananas. 

(2)  Este  párrafo  es  obscuro:  Llamando  á  voz  temerosa, 
llorando  y  muy  aprisa,  los  maestros  de  la  guerra  de  Vuestras 
x\ltezas,  á  todos  cuatro  los  vientos,  por  socorro.  El  abate  Mo- 
relli  traduce:  Chiamando  li  maestri  de  la  guerra  e  ancora  chia- 
mando  li  venti.  {Lettera  rarissima  di  Orist.  Colombo  ripro' 
dotta  dal  cavaliere  Ab.  Morelli,  1810,  pág.  18.) 


160  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

,» cargo.  Cuando  te  vido  en  edad  de  que  él  fué  contento, 
)) maravillosamente  hizo  sonar  tu  nombre  en  la  tierra. 
i>Las  Indias,  que  son  parte  del  mundo  tan  ricas,  te  las 
^áió  por  tuyas;  tú  las  repartiste  á  donde  te  plugo,  y  te 
Ddió  poder  para  ello.  De  los  atamientos  de  la  mar  oceana, 
»que  estaban  cerrados  con  cadenas  tan  fuertes,  te  dio  las 
]& llaves,  y  fuiste  obedescido  en  tantas  tierras,  y  de  los  cris- 
Dtianos  cobraste  tan  honrada  fama.  ¿Qué  hizo  el  más 
a)alto  pueblo  de  Israel  cuando  le  sacó  de  Egipto?  ¿ííi  por 
»David,  que  de  pastor  hizo  rey  en  Judea?  Tórnate  á  él 
Dy  conoce  ya  tu  yerro:  su  misericordia  es  infinita:  tu  ve- 
»jez  no  impedirá  á  toda  cosa  grande:  muchas  heredades 
atiene  él  grandísimas.  Abraham  pasaba  de  cien  años 
^cuando  engendró  á  Isaac.  ¿Ni  Sahara  era  moza?  Tú  11a- 
í>mas  por  socorro  incierto  (de  los  hombres):  responde. 
3)¿Quién  te  ha  afligido  tanto  y  tantas  veces,  Dios  ó  el 
Dmundo?  Los  privilegios  y  promesas  que  da  Dios  no  las 
í)quebranta,  ni  dice,  después  de  haber  recibido  el  servi- 
Dcio,  que  su  intención  no  era  ésta  y  que  se  entiende  de 
Dotra  manera,  ni  da  martirios  por  dar  color  á  la  fuerza: 
3)él  va  al  pie  de  la  letra:  todo  lo  que  él  promete  cumple 
Dcon  acrescentamiento.  ¿Esto  es  uso?  Dicho  tengo  lo  que 
3)tu  Criador  ha  fecho  por  ti  y  hace  con  todos.  Ahora  me- 
3)dio  muestra  el  galardón  de  estos  afanes  y  peligros  que 
»has  pasado  sirviendo  á  otros.»  Yo,  así  amortecido,  oí 
todo,  mas  no  tuve  yo  respuesta  á  palabras  tan  ciertas, 
salvo  llorar  por  mis  yerros.  Acabó  él  de  hablar,  quien- 
quiera que  fuese,  diciendo:  «No  temas:  confía;  todas 
Destas  tribulaciones  están  escritas  en  piedra  mármol  y  no 
Dsin  causa.»  Levánteme  cuando  pude  y,  al  cabo  de 
nueve  días,  hizo  bonanza.» 

Hay  en  los  períodos  que  acaban  de  leerse ,  y  no  temo. 


DESCUBRIMIENTO   Í)E   AMÉRICA.  161 

al  decirlo,  que  se  me  acuse  de  exagerado,  grandeza  y  ele- 
vación ideas.  Esta  descripción  de  la  Visión  del  no  de  Be- 
lén es  tanto  más  patética ,  cuanto  que  contiene  amargas 
«ensuras  dirigidas  con  viril  franqueza  por  un  hombre  in-» 
justamente  perseguido  contra  poderosos  monarcas.  La 
voz  celestial  proclama  la  gloria  de  Colón.  El  imperio  de 
la  India  es  suyo;  ha  podido  disponer  de  él  á  su  antojo; 
darlo  á  Portugal,  á  Francia  ó  á  Inglaterra,  á  quien  hu- 
biese reconocido  la  solidez  de  su  empresa.  La  imagen  del 
Océano  occidental  encadenado  durante  millares  de  años 
hasta  el  momento  en  que  la  aventurera  intrepidez  de  .Co- 
lón hizo  su  acceso  libre  á  todas  las  naciones ,  es  tan  no-, 
ble  como  bella.  Puede  creerse  que  no  falta  alguna  mali- 
cia en  la  visión.  La  voz  celestial  celebra  con  preferencia, 
y  acaso  con  más  energía  de  la  necesaria  para  agradar  á 
los  Reyes  Católicos  y  á  los  cortesanos  enemigos  de  Colón, 
«la  estricta  fidelidad  en  el  cumplimiento  de  las  promesas 
que  Dios  hace» ;  y  este  elogio  de  la  fidelidad  podría  pare-' 
cer  más  im])ortuno  y  atrevido  a!  leer  en  la  misma  carta: 
«Siete  años  estuve  en  su  Real  corte,  queá  cuantos  se  fa- 
bló  de  esta  empresa,  todos  á  una  dijeron  que  era  burla: 
agora  fasta  los  sastres  suplican  por  descubrir Perse- 
guido, olvidado,  de  la  Española,  de  Paria  (de  la  costa  de 
las  Perlas),  y  de  las  otras  tierras,  no  me  acuerdo  de  ellas 
que  yo  no  llore Las  gracias  y  acrescenta miento  siem- 
pre fué  uso  de  las  dar  á  quien  puso  su  cuerpo  á  peligro. 
No  es  razón  que  quien  ha  sido  tan  contrario  á  esta  ne- 
gociación la  gocen  y  sus  hijos.  Los  que  se  fueron  de  las 
Indias  fuyendo  los  trabajos  y  diziendo  mal  dellas  y  de 

mí,  volvieron  con  cargos Después  que  yo,  por  voluntad 

divina,  hube  puesto  las  tierras  que  acá  obedecen  á  Vues- 
tra Alteza  debajo  de  su  Real  y  alto  señorío,  esperando  na- 


1(52  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 


víos  para  venir  á  su  alto  concepto  con  victoria  y  grandes 
nuevas  del  oro,  muy  seguro  y  alegre,  fui  preso  y  echado 
coft:  dos  hermanos  en  un  navio ,  cargado  de  fierros,  des- 
nudo en  cuerpo ,  con  muy  mal  tratamiento,  sin  ser  llar- 
mado  ni  vencido  por  justicia.  ¿  Quien  creerá  que  un  po- 
bre extranjero  se  hobiese  de  alzar  en  tal  logar  contra 
Vuestra  Alteza,  sin  causa,  ni  sin  brazo  de  otro  Príncipe 
y  estando  solo  entre  sus  vasallos  y  naturales,  y  teniendo 
todos  mis  fijos  en  su  Real  corte?  Yo  vine  á  servir  de  vein- 
tiocho años  (debió  escribir  (1)  de  cuarenta  y  ocho  años) 
y  agora  no  tengo  cabello  en  mi  persona  que  no  sea  cano, 
y  el  cuerpo  enfermo,  y  gastado  cuanto  me  quedó  de  aque- 
llos y  me  fué  tomado  y  vendido  y  á  mis  hermanos  fasta 
el  sayo,  sin  ser  oído  ni  visto,  con  gran  deshonor  mío.  Es 
de  creer  que  esto  no  se  hizo  por  su  Real  mandado.  La 
restitución  de  mi  honra  y  daños  y  el  castigo  en  quien  lo 
fizo,  fará  sonar  su  Real  nobleza;  y  otro  tanto  en  quien  me 
robó  las  perlas  y  de  quien  ha  fecho  daño  en  ese  almiran- 
tado.  Grandísima  virtud,  fama  con  ejemplo  será  si  hacen 
esto,  y  quedará  á  la  España  gloriosa  memoria,  con  la  de 
Vuestras  Altezas,  de  agradecidos  y  justos  Príncipes.  La 
intención  tan  sana  que  yo  siempre  tuve  al  servicio  de 
Vuestras  Altezas  y  la  afrenta  tan  desigual,  no  da  lugar 
al  ánima  que  calle,  bien  que  yo  quiera:  suplico  á  Vues- 
tras Altezas  me  perdonen Aislado  en  esta  pena,  en- 
fermo, aguardando  cada  día  por  la  muerte  y  cercado  (en 
la  isla  de  Jamaica)  de  un  cuento  de  salvajes  y  llenos  de 
crueldad  y  enemigos  nuestros,  y  tan  apartado  de  los  san- 


(1)  «Ya  son  diez  y  siete  años  que  yo  vine  á  servir  estos 
príncipes  con  la  impresa  de  las  Indias»,  dice  Colón  en  una  carta 
de  1500.  (NavarRETE,  t.  il,  p.  254.) 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  163 

tos  sacramentos  de  la  santa  Iglesia  que  se  olvidará  de 
esta  ánima  si  se  aparta  acá  del  cuerpo.  Llore  por  mi 
quien  tiene  caridad,  verdad  y  justicia». 

El  abandono  con  que  está  escrita  esta  carta;  la  extraña 
mezcla  de  vigor  y  debilidad,  de  orgullo  y  de  conmovedora 
humildad,  nos  inician,  por  decirlo  así,  en  los  secretos  y 
combates  interiores  de  la  gran  alma  de  Colón. 

rjn  hombre  original,  Diego  Me'ndez,  el  fiel  compañero 
del  Almirante,  cuyo  testamento  contiene  toda  la  historia 
del  Viaje  á  Veragua,  y  que  en  medio  de  su  pobreza  fundó 
un  mayorazgo  con  algunos  libros  de  Aristóteles  y  Eraa- 
mo,  trajo  la  carta  de  Colón  á  España,  donde  llegó  á 
fines  del  año  1503.  Once  meses  después  murió  la  reina. 
Isabel. 

En  esta  e'poca,  detenido  Colón  en  Sevilla  por  sus  do- 
lencias, escribió  á  su  hijo  D.  Diego  «que  las  Indias  se 
pierden  y  están  con  el  fuego  de  mil  partes».  Tal  es  el 
final  de  este  grande  y  triste  drama,  de  una  vida  constan* 
temente  agitada,  llena  de  ilusiones,  ofreciendo  una  gloria 
inmensa,  sin  ninguna  felicidad  doméstica. 

Hemos  acompañado  á  Colón  en  uno  de  esos  misterio- 
sos caminos  del  sentimiento  religioso  que  con  tanta  fre- 
cuencia sigue.  En  los  hombres  más  dispuestos  á  las  obras, 
que  á  cuidar  la  pureza  de  la  dicción;  entre  los  que  per- 
manecen extraños  á  todo  artificio  propio  para  producir 
emociones  por  el  encanto  de  la  palabra,  es  en  los  que  con 
preferencia  se  nota  la  semejanza,  indicada  ha  largo  tiem- 
po, entre  el  carácter  y  el  estilo.  La  elocuencia  de  las  almas 
incultas,  que  viven  en  medio  de  una  civilización  avan- 
zada, es  como  la  elocuencia  de  los  tiempos  primitivos. 
Cuando  se  observa  á  los  hombres  superiores  y  de  bien 
templado   carácter ,  pero  poco  familiarizados  con  las  ri- 


16é-  ALEJANDRO  "DE   HDMBOLDT. 

(juezas  del  lenguaje  que  emplean,  en  uno  de  esos  momen- 
tos de  pasión  que  por  su  misma  violencia  se  oponen  al 
libre  trabajo  del  pensamiento ,  encuéntrase  en  ellos  ese 
tinte  poético  del  sentimiento  que  corresponde  á  la  elo- 
cuencia de  las  primeras  edades.  Creo  que  estas  reflexio- 
nes bastan  para  probar  que  el  análisis  de  los  escritos  de 
Colón  no  se  hace  con  el  propósito  de  discutir  lo  que  va- 
gamente se  llama  el  mérito  literario  de  un  escritor;  trá- 
tase de  algo  más  grave  y  más  histórico:  de  considerar  el 
estilo  como  expresión  del  carácter,  como  reflejo  de  la 
parte  interna  del  hombre. 

Después  de  la  Visión  de  Veragua  presentaré  aquí  el 
fragmento  de  una  carta  impregnada  también  de  profunda 
melancolía  y  dirigida  á  D.*  Juana  de  la  Torre  «mujer 
virtuosa»,  dice  Colón,  que  había  sido  nodriza  del  infante 
D.  Juan,  hijo  único  de  Fernando  el  Católico  y  de  Isabel, 
muerto  á  los  diez  y  nueve  años  de  edad  (1).  Cedo  al 
fácil  placer  de  las  citas,  por  tratarse  de  un  fragmento 
donde  el  estilo  presenta  singular  mezcla  de  grandeza  y 
familiaridad. 

La  carta  parece  escrita  afines  de  Noviembre  de  1500, 
cuando,  sujeto  con  grillos,  envió  á  Colón  á  Cádiz, 
Francisco  de    Bobadilla,   comendador  de   la  orden  de 


(1)  Las  cartas  de  Anghiera,  intereiantes  como  metnoria,^^ 
de  una  época  fecunda  en  grandes  acontecimieutos,  contienen 
una  animada  descripción  de  la  muerte  de  este  joven  príncipe  y 
de  las  causas  secretas  que  la  produjeron.  Anghiera  vio  morir 
á  D.  Juari^  y  sorprende  que  un  secretario  del  Rey  Católico 
atribuya  el  valor  del  agonizante  á  sus  habituales  lecturas  de 
las  obras  de  Aristóteles.  (Pedro  Mártir,  Ej}istolíe,  lih.  x,  nú- 
meros 174,  176, 182.) 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÍRICA.  465 

Galatraba  (1).  'xYo  vine ,  dice,  en  ella  Colón ,  con  amor 
tan  entrañable  á  servir  á  estos  Príncipes,  y  he  servido  de 
servicio  de  que  jamás  se  oyó  ni  vido.  Del  nuevo  cielo 
y  tierra  que  decía  nuestro  Señor  por  San  Juan  en  el  Apo- 
calipse,  despue's  de  dicho  por  boca  de  Isaías,  me  hizo 
dello  mensajero,  y  amostró  en  cual  parte.  En  todos  hobo 
incredulidad,  y  á  la  Reina  mi  Señora  dio  dello  el  espí- 
ritu de  inteligencia  y  esfuerzo  grande ,  y  lo  hizo  de  todo 

heredera  como  á  cara  y  muy  amada  hija Siete  años 

se  pasaron  en  la  plática  y  nueve  ejecutando  cosas  muy 
señaladas  y  dignas  de  memoria  se  pasaron  en  este  tieinpo: 
de  todo  no  se  íizo  concepto.  Llegué  yo,  y  estoy  que  non 
ha  nadie  tan  vil  que  no  piense  de  ultrajarme.  Por  virtud 


.  (1)  La  pérfida  «carta  de  creencia»  de  26  de  Mayo  de  1499» 
que  los  monarcas  dieron  á  Bobadilla,  sin  duda  por  la  odiosa  in- 
fluencia del  superintendente  de  las  Indias,  Juan  Kodrígüez  de 
Fonseca,  que  fué  archidiácono  de  Sevilla  y  después  obispo  de 
Badajoz,  ha  llegado  á  nosotros  entre  los  manuscritos  de  Las 
Casas,  y  la  publicó  Navarrete  (t.  ii,  pág.  240).  Es  de  un  Isuco- 
nismo  aterrador  (tiene  cuatro  líneas),  y  dice:  «Nos  habernos 
mandado  al  comendador  Francisco  de  Bobadilla,  llevador  desta, 
'que  vos  hable  de  nuestra  parte  algunas  cosas  que  él  dirá:  roga- 
•mos  vos  que  le  deis  fe  é  creencia  y  aquello  pongáis  en  obra.» 
Este  laconismo  no  debe  sorprender  cuando  se  sabe,  por  el  bo- 
rrador de  una  carta  de  manos  de  Colón,  escrita  cuando  llegó 
preso  á  Europa  y  hallada  en  los  Archivos  del  Duque  de  Vcrá- 
giM,  que  Bobadilla  había  ya  recibido,  al  partir,  la  promesa  de 
permanecer  en  Haiti  como  gobernador  «si  la  información  to- 
maba carácter  grave.»  La  causa,  dice  Colón,  fué  formada  en 
malicia.  La  fe  (el  testimonio)  fué  de  personas  civiles  (de  bajo 
proceder),  las  cuales  se  habían  alzado  y  se  quisieron  aseñprear 
de  la  tierra.  Llevaba  cargo  (el  comendador  Bobadilla)  de  que- 
'dar  por  gobernador  (de  la  Española)  si  la  pesquisa  fuese  grí^re. 

\(XA VARÉETE,  t.  íl,  pág.  264.) 


166  ALEJANDRO   DB   HÜMBOLDT. 

se  contará  en  él  mundo  á  quien  puede  no  consentillo. 
Si  yo  robara  las  Indias  y  las  diera  á  los  moros ,  no  pu- 
dieran en  España  mostrarme  mayor  enemiga.  ¿Quién 
creyera  tal  á  donde  hubo  siempre  tanta  nobleza?  Yo 
mucho  quisiera  despedir  del  negocio  si  fuera  honesto 
para  con  mi  Reina:  el  esfuerzo  de  nuestro  Señor  y  de 
Su  Alteza  fizo  que  yo  continuase ,  y  por  aliviarle  algo 
de  los  enojos  en  que,  á  causa  de  la  muerte  (del  infante 
D.  Juan)  estaba ,  cometí  viajé  al  'nuevo  cielo  é  mundo, 
que  fasta  entonces  estaba  en  oculto,  y  si  no  es  tenido 
allí  en  estima ,  asi  como  los  otros  de  las  Indias ,  no  es 
maravilla ,  porque  salió  á  parecer  de  my  industria.  A  San 
Pedro  abrasó  el  Espíritu  Santo  y  con  él  otros  doce,  y 
todos  combatieron  acá,  y  los  trabajos  y  fatigas  fueron 
muchos;  en  fin,  de  todo  llevaron  la  victoria.  Este  viaje  de 
Paria  creí  que  apaciguara  algo  por  las  perlas  y  la  fallada 

de  oro  en  la  Española Del  oro  y  perlas  ya  está  abierta 

la  puerta  (su  descubrimiento  es  positivo)  y  cantidad  del 
todo ,  piedras  preciosas  y  especería ,  y  de  otras  mil  cosas  se 
pueden  esperar  firmemente;  y  nunca  más  mal  me  viniese 
como  con  el  nombre  de  Nuestro  Señor  le  daría  el  primer 
viaje,  así  como  diera  la  negociación  del  Arabia  feliz 
hasta  la  Meca ,  como  yo  escribí  á  Sus  Altezas  con  An- 
tonio Torres  en  la  respuesta  de  la  repartición  del  mar  é 
tierra  con  los  portugueses,  y  después  viniera  á  lo  del 
polo  ártico  (]),  así  como  lo  dije  y  di  por  escripto  en 
el  monesterio  de  la  Mejorada.  Las  nuevas  del  oro  que 


(1)  Las  palabras  polo  ártico  merecen  especial  atención:  no 
86  ha  hecho  caso  de  ellas  en  la  historia  de  las  tentativas  hechas 
para  encontrar  el  paso  del  Noroeste.  La  frase  es  algo  irregular 
en  8u  construcción  («piedras  preciosas  y  mil  otras  cosas  se  pue- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  167 

yo  dije  que  daría  son  que,  día  de  Kavidad,  estando  yo 
muy  afligido,  guerreado  de  los  malos  cristianos  y  de  In- 
dios, en  términos  de  dejar  todo  y  escapar  si  pudiese  la 


<len  esperar  firmemente;  y  nunca  más  mal  me  viniese  co/no  con 
el  nombre  de  Nuestro  Señor  le  daría  el  primer  viaje,  asi  como 
diera  la  negociación  de  la  Arabia  feliz  hasta  la  Meca,  como  yo 
escribí  á  Sus  Altezas  con  Antonio  Torres  en  la  respuesta  de  la 
repartición  del  mar  é  tierra  con  los  portugueses;  y  después  vi- 
niera á  lo  del  polo  ártico,  así  como  lo  dije  y  di  por  escrito  en 
el  monasterio  de  la  Mejorada»)  pero  claro  es  que  expresa  el  pen- 
samiento de  llegar  á  los  aromas  de  la  Arabia  feliz  {thurifera 
ft  myrrhifera  regio) ^  y  á  una  navegación  libre  hacia  el  Polo 
Norte.  ¿Qué  es  lo  que  pudo  dar  lugar  á  esta  consideración?  En 
mi  sentir,  la  solución  del  problema  debe  buscarse  determinando 
la  época  en  que  la  idea  áéipolo  ártico  se  presentó  á  la  imagi- 
nación del  Almirante.  Conocemos  la  fecha  de  la  carta  en  laque 
los  Monarcas  pedían  á  Colón  su  parecer  sobre  la  manera  de  re- 
visar y  enmendar  la  bula  del  Papa  relativa  á  la  lÍTwa  de  de- 
marcación (la  del  4  de  Mayo  de  1493).  Esta  carta  es  del  5  de 
Septiembre  de  1493.  En  ella  dicen  que  Colón  ha  sabido  masque 
jamás  supo  ninguno  de  los  nacidos.  Ahora  bien;  Antonio  To- 
rres, que  trajo  estos  consejos  del  Almirante  y,  lo  que  importaba 
más,  hermosas  pepitas  de  oro,  partió  de  Ha'iti  el  2  de  Febrero 
de  1494  con  doce  barcos.  Dos  meses  antes  se  había  hecho  el  re- 
conocimiento de  la  costa  meridional  de  la  isla  de  Cuba,  célebre 
por  el  juramento  pedido  (el  12  de  Junio  de  1494)  á  más  de 
ochenta  personas  de  las  tripulaciones  de  las  carabelas  Nifíaj 
San  Juan  y  Cardera,  juramento  de  que  la  Juana  ó  Cuba  era 
«una  tierra  firme». 

La  importancia  dada  á  esta  expedición  á  Cuba  era  tan  grande 
que  el  Almirante,  al  volver  á  España ,  decía  á  sus  más  Íntimos 
amigos,  que  sólo  la  falta  de  víveres  le  había  impedido  pasar 
delante  hacia  el  Oeste,  «doblar  el  Quersoneso  de  Oro  en  el 
mar  conocido  de  los  antiguos,  parar  más  allá  de  la  isla  de  Tra- 
pobana  y  volver  á  Europa  ó  por  el  mar,  doblando  la  extremi- 
dad de  África,  cosa  que  aun  no  habían  hecho  los  portugueses,  <> 
por  tierra,  tomando  el  camino  de  la  Etiopía,  de  Jerusalén  y  del 


1 68  ALÍJANDRO^  DK    HÜMBOLDT...  , 

vida  (D.  Fernando  añade:  saliendo  al  mar  en  una  cara- 
bela pequeña)i  me  consoló  nuestro  Señor  milagrosa- 
;mente  y  dijo:  es  fuerza  no  desmayes  ni  temas;  yo  proveeré 


puerto  de  Jaff  a.Washington  Irving  ha  reconocido  estos  proyectos 
.fantásticos  en  el  precioso  manuscrito  del  cura  de  los  Palacios, 
capítulo  123;  también  el  hijo  de  Colón  dice  en  la  Vida  del  Al- 
mirante, cap.  56:  «Si  hubieran  tenido  abundancia  de  bastimen- 
tos, no  se  hubieran  vuelto  á  España  sino  por  Oriente)).  He  aquí 
sin  duda  la  explicación  de  la  esperanza  de  la  Arabia  feliz  de 
que  Colón  habla,  según  hemos  visto,  en  las  cartas  que  trajo 
Antonio  de  Torres. 

No  puede  decirse  lo  mismo  de  lo  relativo  al  j^olo  ártico  que. 
según  la  construcción  de  la  frase,  no  se  refiere  á  la  misma  época 
del  segundo  viaje,  sino  á  otra  anterior  á  su  salida  para  el  ter- 
cero, es  decir,  antes  del  30  de  Mayo  de  1498.  Ahora  bien;  á 
causa  de  las  íntimas  relaciones  que  existían  durante  el  reinado 
de  Enrique  VII  entre  España  é  Inglaterra,  es  muy  probable 
.(BiDDLE,  Mem.  of  Sebastian  Cabot,  1831,  pág.  235)  q.ue  Colón 
conociera  antes  del  30  de  Mayo  de  1498,  no  solo  el  primer  viaje 
de  Cabot  y  el  descubrimiento  que  hizo  el  24  de  Junio  de  1497 
del  continente  de  la  América  del  Norte,  en  las  costas  del  La- 
brador, cerca  de  la  isla  de  San  Juan  de  Orteüo  (Biddle,  pá- 
gina 56),  sino  también  la  patente  Real  entregada  á  Cabot  el  3 
de  Febrero  de  1498  (1.  c,  pág.  85),  y  los  preparativos  de  un  ,se- 
,gundo  viaje,  que,  como  dice  Gomara  (^Historia  de  las  Indias, 
1553,  fol.  20  b.),  dirigido  hacia  el  Norte,  para  llegar  al  Catayo 
(la  China),  debía  procurar  las  especias  en  menos  tiempo  que 
por  la  vía  del  Sur  que  intentaban  los  portugueses.  Este  cono- 
cimiento de  las  expediciones  boreales  de  los  ingleses,  unido  á 
la  celosa  desconfianza  que  domina  en  todas  las  ordenes  del 
Gobierno  español  de  aquel  tiempo,  respecto  á  los  que  osaban 
emprender  la  carrera  de  los  descubrimienios  hacia  el  Oeste, 
pudo  engendraren  el  ánimo  de  Colón  la  idea  vaga  de  un  viaje 
al  Norte.  La  expedición  que  le  llevó  años  antes  á  Islandia,  fre- 
cuentada, en  aquella  época,  por  los  barcos  de  Brístol,  debía  ani- 
marle en  este  proyecto  que  designa  como  lejano  (videra  dea- 
jmés).  Además,  desde  fin  del  año  1498,  cuando  Cabot  habia  eos- 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  16.9 

•en  todo;  los  siete  años  del  término  del  oro  ao  son  pa- 
usados.» ;  ;  \  ■    .  ■ 

Este  término  o  tiempo  fijado  del  oro;  ^sta  mezcla v  rafa 
y  prosaica  en  la  apariencia,  de  la  religión  y  de  un  interés 
puramente  material ,  exige  alguna  explicación ,  con  más 
motivo  ,  por  ser  uno  de  los  rasgos  del  carácter  de  Cris- 
tóbal Colón  el  fácil  acomodamiento  del  misticismo  teo- 
lógico á  las  necesidades  de  una  sociedad  corrompida, 
á  las  exigencias  de  una  corte  siempre  exliausta  de  re- 
cursos á  causa  de  las  guerras  y  de  irreflexivas  prodiga- 
lidades. Ciertamente,  Fernando  é  IsabeL  declaraban 
(Navarrete,  t.  II,  pág.  263)  que  continuarían  la  ex- 
ploración de  las  nuevas  tierras  descubiertas,  aunque  no 
ofrecieran  más  que  «rocas  y  piedras  sin  valor,  siempre 
que  con  la  conquista  se  extendiera  la  fe».  Este  desinte- 
rés no  fué  sincero  ni  de  larga  duración. 

La  carta  que  Colón  dirigió  al  papa  Alejandro  VI, 
en  1502,  nos  prueba  que,  desde  la  vuelta  de  su  primer 
viaje,  «prometió  á  los  Monarcas  que  para  conquistar  y 
libertar  el  Santo  Sepulcro,  mantendría  (con  el  producto 


teado  desde  la  Florida  al  Labrador,  y  según  Anghierá,  se  creía 
.el  promontorio  de  Paria,  unido  por  la  continuación  de  la  tierra 
firme,  á  Cuba,  el  dique  que  se  presentaba  por  el  Oeste  hacia  sen- 
tir más  vivamente  la  necesidad  de  un  paso  para  llegar  á  Calicút 
^en  la  India  meridional.  El  mapa  de  Juan  de  la  Ck)sa,  trazado 
en  1500,  presenta  gráficamente  esta  continuación  de  tierras 
desde  el  Labrador  hasta  más  abajo  del  Ecuador;  y,  cuanto  jua- 
yor  era  la  creencia  de  que  este  dique  formaba  la  parte  del  Asia 
oriental,  donde  estaba  Catigara  (Sebastián  Munster  sitúa  toda- 
vía á  Catigara,  en  1544,  en  las  costas  del  Perú)  más  se  ínteü- 
taba  llegar  al  Sinus  Magrms  y,  por  este  íSíwmí,  iá  las  bobas  del 
-ííanges.  ■  -        :    .;'• 


170  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

de  SUS  descubrimientos),  durante  siete  años,  cincuenta 
mil  infantes  y  cinco  mil  caballos  y  un  número  igual  du- 
rante otros  cinco  afios.  Colón  calculaba  entonces  el  pro- 
ducto anual  del  oro  en  ciento  veinte  quintales ,  pero  añadía 
prudentememte  «que  Satán  ha  impedido  que  sus  pro- 
mesas fuesen  mejor  cumplidas». 

En  el  Diario  del  primer  viaje  hay  indicios  de  estos 
mismos  proyectos  de  conquistas  en  Tierra  Santa.  «Los 
que  dejo  en  la  isla  (Haiti),  escribe  Colón  el  26  de  Di- 
ciembre de  1492,  reunirán  fácilmente  un  tonel  de  oro, 
que  encontraré  al  volver  de  Castilla,  y  antes  de  tres 
años  se  podrá  emprender  la  conquista  de  la  Casa  Santa 
y  de  Jerusalén;  que  así  protesté  á  Vuestras  Altezas  que 
toda  la  ganancia  desta  mi  empresa  se  gastase  en  la  con- 
quista de  Jerusalén,  y  Vuestras  Altezas  se  rieron  y 
dijeron  que  les  placía,  y  que,  sin  esto,  tenían  aquella 
gana.» 

Esta  última  frase  reíiérese  á  la  quimérica  empresa  que 
germinaba  acaso  en  el  ánimo  de  Fernando  y  de  Isabel, 
y  que  caracteriza  la  época  y  el  país  donde  el  triunfo  so- 
bre otra  raza  parecía  no  tener  mérito  sino  suprimiendo 
la  creencia  enemiga. 

En  1489,  durante  el  sitio  de  Baza,  cuya  toma  acele- 
raba la  destrucción  del  pequeño  reino  de  Granada ,  úl- 
timo refugio  del  poder  árabe,  después  de  la  batalla  de 
las  Navas  de  Tolosa,  dos  pobres  monjes  del  convento 
del  Santo  Sepulcro  presentáronse  inesperadamente  en 
el  campamento  español.  Uno  de  ellos  era  el  guardián  del 
convento  de  Jerusalén,  fray  Antonio  Millán,  y  traía 
un  mensaje  del  Sultán  de  Egipto  amenazando  con  dar 
muerte  á  todos  los  cristianos  de  Egipto ,  de  Palestina  y 
de   Siria,  y  arrasar  los  Santos  Lugares,  si  los  Reyes 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  171 


Católicos  no  cesaban  de  hostilizar  á  los  creyentes  del 
Profeta. 

El  Rey  de  Ñapóles,  á  quien  se  acusaba  (1)  de  ser 
afecto  al  Sultán,  aconsejó  con  empeño  ceder  á  la  im- 
periosa necesidad.  La  amenaza  del  Sultán  hizo,  al  pa- 
recer, profunda  impresión  en  el  ánimo  de  la  Reina  y 
en  el  de  Colón.  Isabel  dotó  entonces  el  convento  de 
Franciscanos,  que  tiene  la  guarda  del  Santo  Sepul- 
cro, con  una  renta  anual  de  mil  ducados  de  oro  (2). 
Colón,  por  su  parte,  entrevio  la  posibilidad  de  una 
nueva  tentativa  de  cruzada,  como  consecuencia  del  ven- 
cimiento de  los  moros  en  España,  y  relacionó  hábil- 
mente con  este  proyecto  el  incentivo  de  las  riquezas 
que  prometía  como  resultado  de  la  expedición  que  le  pre- 
ocupa ba  con  tanta  tenacidad.  El  dar  á  su  empresa  el 
doble  motivo  religioso  de  convertir  los  subditos  del  Gran 
Khan,  á  quienes  se  suponía  ávidos  de  oir  la  predicación 
de  la  fe,  y  de  contribuir  con  las  sumas  que  proporciona- 
ría la  India  al  Tesoro  agotado  por  la  guerra,  para  librar 
más  fácilmente  á  Jerusale'n  del  yugo  musulmán,  era  en- 
noblecerla. 

«La  conquista  del  Santo  Sepulcro  es  tanto  más  ur- 
gente, escribe  Colón  doce  años  después  de  la  toma  de 
Baza,  en  el  fragmento  místico  del  libro  de  las  Pro/éceas, 
cuanto  que  todo  anuncia,  según  los  cálculos  exactísimos 


(1)  Mariana,  Hist.  gen.  de  España,  (ed.  de  1819),  t.  xiii, 
p  XXXIII  y  97.  El  Eey  de  Ñapóles,  más  aficionado  á  los  moros 
de  lo  que  era  honesto  á  cristianos,  diciendo  que  si  bien  esta 
gente  (de  los  moros)  era  de  otra  secta,  no  sería  razón  maltra- 
tarla. 

(2)  Gaeibay,  Compendio  hist.,  i,  xvi,  cap.  36:  IRVING, 
tomo  I,  pág.  140. 


172  ALEJANDRO   ÜE   HXTMBOLDT. 

del  cardenal  d'Aüly,  la  conyersion  próxima  de  todas  las 
sectas,  la  llegada  del  Antecristo  y  la  destrucción  del 
mundo;!)  (1).  La  época  de  está  destrucción  caía,  como 
■antes  be  dicho,  entre  la  muerte  de   Descartes  y  la  de 


(1)' He  aquilas  bases  del  cálculo  de  Colón:  «Santo  Agostin 
diz  que  la  fin  deste  mundo  ha  de  ser  en  el  sétimo  millenar  de 
lósanos  de  la  creación  del:  los  sacros  Teólogos  le  siguen,  en 
especial  el  cardenal  Pedro  de  Ailiaco  en  el  verbo  XI  y  en  otros 
lugares.  De  la  creación  del  mundo  ó  de  Adam  fasta  el  aveni- 
miento de  nuestro  Señor  Jesucristo  son  5.343  aT?os  y  318  dias» 
por  la  cuenta  del  rey  D.  Alonso ,  la  cual  se  tiene  por  la  más 
cierta;  con  los  cuales  poniendo  1.501  imperfeto  (es  la  época  de 
la  redacción  del  fragmento  sobre  las  Profecías ) ,  son  por  todo 
6.845  imperfetos  (incompletos).  Regund  esta  cuenta,  no  falta 
salvo  155  años  para  cumplimiento  de  los  7.000,  en  los  cuales 
dJgo  arriba,  por  las  autoridades  dichas,  que  habrá  de  fenecer  el 
mundo.  El  cardenal  Pedro  de  Ailiaco  mucho  escribe  del  fin  de 
la  seta  de  Mahoma  y  del  avenimiento  del  Antecristo  en  un 
tratado  que  hizo  de  Concordia  Astronómica  veritatis  et  narra- 
tionis  histórica ,  en  el  cual  recita  el  dicho  de  muchos  astróno- 
mos sobre  las  diez  revoluciones  de  Saturno  » 

Efectivamente,  de  dos  obras  del  cardenal  de  Ailly,  que  tie- 
nen por  título  Vigintiloquiuon  de  concordia  astronotnicce  ve- 
ritatis cnm  tlieologia  y  Tractatus  de  concordia  astronomía^ 
veritatis  cnm  narratione  histórica ,  sacó  Colón  tan  raras  con- 
clusiones. (Véase  la  edición  de  Lovaina,  á  la  que  están  unidas 
las  obras  de  Gerson,  fol.  89  a  y  103  h.  Esta  gran  edición  de  las 
obras  del  cardenal  de  Ailly  no  tiene  fecha  de  impresión;  pero, 
según  Launoy  en  ^u  Historia  latina  del  Colegio  de  Navarra^ 
París,  1677,  pág.  478,  parece  ser  de  1490.) 

El  primero  de  estos  tratados  tiene  un  título  muy  tranquiliza- 
dor. «Como,  según  los  filósofos,  dos  verdades  no  pueden  jamás 
contradecirse,  las  verdades  astronómicas  deben  estar  siempre 
de  acuerdo  con  la  teologia.ys  Newton  era  también  de  esta  opi- 
nión, que  las  dinastías  de  Egipto  obligan  á  poner  en  duda. 

El  verbo  XI  del  T7^/w¿?i<7^Mm»t,  citado  por  Colón,  habla,  en 
efecto,  de  7.000  años  que  tendrá  de  vida  el  mundp,  pero,  no  del 


DESCUBRIMIENTO    Dffi   AMÉRICA.  173 

Pascal,  dos  de  los  filósofos,  que  más  han  honrado  la  in- 
teligencia humana. 

Dícese  que  los  hombres  superiores  dominan  su  siglo; 


rey  Alfonso,  á  quien  np  se  nombra  sino  en  el  verbo  XII,  donde 
Be  dice  que  este  rey  contaba  143  años  más  que  Beda  desde  el 
diluvio  hasta  Cristo,  es  decir,  3.094  años,  añadiendo  143  á  2.951. 
Sin  embargo,  la  cita  de  Colón  ( 5.343  años,  más  318  días  trans- 
curridos desde  Adán  basta  Cristo)  es  completamente  exacta,  si 
se  añade  al  tiempo  que  el  rey  Alfonso  cuenta  desde  el  diluvio 
hasta  Adán  en  la  editio princeps  de  sus  tablas  {impr.  Erhard. 
Ratdolt  Augustensis,  1483),  los  2.242  que  los  Setenta  y. San 
Isidoro  {Orígenes^  lib.  V,  cap.  39,  y  Chronieon,  cetas  1  en  Opp. 
omnia,  ei.  Par.  1.601,  páginas  67  y  376)  cuentan  desde  la  crea- 
ción hasta  el  diluvio.  Esta  editio princeps á.Q  las  Tablas  Alfon- 
sinas presenta  en  grupos  del  sistema  sexagesimal,  según  M.  íde- 
1er,  1.132.959  días,^  como  dlfjerentla  diluvii  et  incarnationis, 
que  hacen  3.101  años  Julianos  más  318  días.  "Esta  es,  sin  duda, 
sobre  todo  á  causa  de  la  fracción  de  318  días,  la  cifra  que  entra 
en  el  cálculo  presentado  en  el  Libro  de  las  Profecías  de 
Colón. 

Verdad  es  que  la  editio  princeps  tiene  el  año  de  la  impre- 
sión con  la  doble  cifra  de  1.483  y  7.681 ,  de  la  era  cristiana  y 
de  la  creación  (diferencia,  6.198);  pero  en  el  cuerpo  de  la  obra 
no  se  indica  en  parte  alguna  en  qué  año  de  la  creación  del 
mundo  coloca  el  rey  Alfonso  el  diluvio;  no  encuentro  esta  in- 
dicación más  que  en  las  Tablas  Alfonsinas  de  1492,  que  junta- 
mente con  los  grupos  sexagesimales  de  los  días ,  arroja  las  su- 
mas ó  deducciones  en  años,  poniendo  á  Noé  en  el  de  3882  que, 
con  los  3.101  (desde  el  diluvio  á  Cristo),  suman  para  el  princi- 
pio de  nuestra  era  6.983  años.  {Tabulce  astron.  Alphonsi  Regís, 
ed.  J.  L.  Santritter  Heilbronnensis  vel  de  Fonte  Salutis,  impr. 
Venetiis.  J.  H.  de  Landoja  dictus  Hertzog.,  fol.  39  b.) 

He  aquí  una  cifra  que  difiere  en  1.640  años  de  la  de  Colón  y 
que  alteraría  singularmente  esta  predicción  del  fin  del  mundo 
en  el  año  7000.  Strauch  {Breviar.   6'/¿7Wi. 'ed  Wittemb.  1664, 
página  360)  reduce  arbitrariamente  los  6.983  años  á  6.484  «ex . 
mente  Alphonsi  Regis  Castiliae,» 


1«74  ALEJANDRO   DK   HDMBOLDT. 

pero  por  grande  que  sea  la  influencia  que  ejercen,  sea  por 
la  energía  y  el  temple  de  su  carácter,  ó,  como  Colón,  por 
crear  una  de  esas  ideas  que  cambian  el  aspecto  de  las 


Estas  observaciones  bastan  para  probar  cuan  necesario  es 
acudir  á  las  primitivas  fuentes.  En  la  nueva  edición  del  Art  de 
vérijier  les  dates  (París,  1819,  t.  i,  pág.  xxix),  la  cifra  de  Co- 
lón de  5.343  años,  se  atribuye  á  San  Isidoro.  Sin  embargo,  los 
Orígenes  (lib.  V,  pág.  68),  y  el  Cronicón  (pág.  386)  presentan  al 
principio  de  la  sexta  edad  5.220  años.  (Véase  también  Straüch, 
Brev.,  lib.  IV,  núm.  11.) 

La  fantasía  teológica  de  la  influencia  que  ejercen  las  grandes 
revoluciones  de  Saturno  (valuadas  á  300  años  cada  una  ó  á  diez 
revoluciones  simples)  sobre  las  sectas  y  los  imperios  asciende 
é,  Albumazar  y  á  su  obra  De  magnis  covjunctiombus ,  im- 
presa en  Venecia  en  1515.  Las  conjunciones  de  Júpiter  y  de 
Saturno  no  sólo  son  temibles  por  el  enfriamiento  que  en  la  at- 
mósfera producen  {Joannis  Werneri  Xorici  Cañones  de  muta- 
tione  aurce,  Norimb.,  1546,  fol.  15  «),  sino  que  al  mismo  tiempo 
deciden  también  de  la  suelte  de  los  individuos  {Albohali  de 
judie,  nativ,,  Ñor.,  1546,  cap.  39  y  47)  y  de  la  de  los  imperios. 
Distingüese  entre  conjimtio  mayor  y  máxima.  La  última  se 
verifica,  según  el  cardenal  d'Ailly  {Opp.y  fol.  103  a),  cada  960 
años,  y  según  otras  autoridades,  cada  800  años  (Tdelee,  Handh. 
der  Chron.,  t.  ii,  pág.  402).  Las  ideas  del  peligro  de  las  diez  re- 
voluciones de  Saturno  y  de  los  7.003  años  las  tomó  Colón  del 
libro  titulado  Concordance  de  la  astronomie  et  de  Vhistoire. 
((9/;í?.,  pág.  119  a.) 

Mi  respetable  y  sabio  amigo  Mr.  Ideler,  miembro  de  la  Aca- 
demia Eeal  de  Berlín,  que  puso  á  mi  disposición  la  rara  editio 
princeps  de  las  Tablas  Alfonsinas,  ha  examinado,  á  ruego  mío, 
las  épocas  de  las  mayores  conjunciones  indicadas  por  el  carde- 
nal d'Ailly,  encontrando  que  la  octava  de  dichas  conjunciones 
corresponde  al  año  7040,  \  después  de  ella,  uno  dé  los  grandes 
períodos  de  Saturno  (uno  de  los  grupos  de  las  diez  revoluciones 
del  planeta)  al  año  de  1789  de  nuestra  era.  Desde  entonces 
iisi  mundus  usque  ad  illa  témpora  duraverñt  quod  sohis  Deus 
novit,  multfe  tíinc  et  ma.gnce  et  .mirabilen  alterationcs  mundi 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  175 

cosas,  los  hombres  superiores  sufren,  como  los  demás, 
las  condiciones  de  los  tiempos  en  que  viven.  Para  juzgar 
equitativamente  al  Almirante  es  preciso  no  olvidar  el 
imperio  que  entonces  ejercía  el  sentimiento  del  deber  de 
la  intolerancia  religiosa  j  la  satisfacción  que  producía 
la  violencia  j  el  abuso  del  poder,  cuando  parecían  justi- 
ficados por  el  éxito.  Extranjero  Colón  en  España,  man- 
teniendo en  las  relaciones  de  la  vida  privada  la  reserva 
y  hábil  circunspección  de  su  país  natal,  no  por  ello  dejó 
de  adoptar  en  la  vida  pública  las  opiniones  y  preocupa- 
ciones de  la  corte  de  Fernando  é  Isabel.  Italiano  conver- 
tido en  español  en  la  e'poca  memorable  de  la  gran  lucha 
con  los  moros  y  del  sanguinario  triunfo  del  cristianismo 
sobre  los  musulmanes  y  los  judíos,  debió  producirle,  por 
la  vivacidad  y  vigor  incultos  de  su  carácter,  grandísima 
impresión  un  acontecimiento  hijo  de  la  fuerza  y  de  la 
astucia. 

Próxima  Italia  á  ver  sucumbir  su  independencia  y  su 
libertad  por  la  invasión  de  Carlos  VIII ,  vivía  entregada 
á  debates  de  intereses  civiles.  El  fervor  teológico  que 
caracteriza  á  Colón  no  procedía ,  pues ,  de  Italia,  de  este 
país  republicano,  comerciante,  ávido  de  riquezas,  donde 


et  mutationes  futurce  sunt,  et  máxime  circa  leges)),  {^Opp.,  pá- 
^na  118  5.)  El  Cardenal,  que  escribe  en  1414,  no  puede  prede- 
cir lo  que  vivirá  el  mundo  después  del  espantoso  año  de  1789; 
cree,  sin  embargo,  que  el  Autecristo,  cuya  venida  esperaba 
Colón  hacia  1656,  no  tardará  en  llegar,  y  si  esto  no  es  absolu- 
tamente cierto,  al  menos  verisimilis  sus^icio  per  astronómica 
indicia.  Es  raro  que  esta  coincidencia  accidental  de  fechas, 
esta  profecía  de  una  revolución  que  tanto  ha  influido  en  la 
historia  del  género  humano,  no  haya  sido  notada  por  aquellos  á 
quienes  complace,  en  nuestros  días,  todo  lo  que  es  místico  y  te- 
uebroso. 


I76r  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDTv 

el  célebre lüariuo  había  pasado  su  infancia;  se  lo  inspi- 
raron su  estancia  en  Andalucía  y  en  Granada,  sus  ínti-. 
rilas  relaciones  con  los  monjes  del  convento  déla  Rábida, 
que  fueron  sus  más  queridos  y  útiles  amigos. 

Tal  era  su  devoción  que,  á  la  vuelta  del  segundo  viaje, 
en  1496,  se  le  vio  en  las  calles  de  Sevilla  con  hábito  de 
monje  de  San  Francisco.  La  fe  era  para  Colón  una 
fuente  de  variadas  inspiraciones  ;  mantenía  su  audacia 
ante,  el  peligro  más  inminente,  y  mitigaba  el  dolor  de 
largos  periodos  de  adversa  fortuna  con  el  encanto  de 
ensueños  ascéticos.  Pudiera,  pues,  su  fe  llamarse  fe  de 
la  vida  activa,  mezclada  por  extraña  manera  á  todos  los 
intereses  mundanos  del  siglo ;  fe  que  se  acomodaba  á  la 
ambición  y  á  la  codicia  délos  cortesanos;  fe  que  justifi- 
caba en  caso  necesario,  y  con  pretexto  de  un  fin  reli- 
gioso, el  empleo  del  engaño  y  el  abuso  del  poder  des- 
pótico. 

Realizada  la  gran  obra  de  la  independencia  de  la 
Península  con  la  caída  del  último  reino  de  los  moros,  la 
creencia  religiosa ,  que  se  confundía  con  la  nacionali- 
dad (1),  y  se  mostraba  exclusiva  é  inexorable  en  su 
sistema  de  propaganda,  imprimió  Carácter  de  rigor  y 
severidad  á  la  conquista  de  América.  Apenas  hacía  cua- 
renta días  que  Colón  había  puesto  el  pie  en  esta  nueva 
tierra,  y  ya  escribe  en  su  Diario:  «Y  digo  que  Vuestras 
Altezas  no  deben  consentir  que  aquí  trate  ni  faga  pie 
ningún  extranjero ,  salvo  católicos  cristianos ,  pues  esto 
fué  el  fin  y  el  comienzo  del  propósito,  que  fuese  por 
acrecentamiento  y  gloria  de  la  Religión  cristiana,  ni 


(1)  MiüQ^ET.  JVegociations  relatives  á  la  successions  d'Es- 
pagne.  Introduction,  1. 1,  páginas  vi,  xi,  xxiii. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  177 

venir  á  estas  partes  ningunoque.no  sea  buen  cristiano.» 
Obrar  de  otra  manera  sería  oponerse  á  la  voluntad  di- 
vina, porque  Colón  se  consideraba  elegido  por  la  Provi- 
dencia para  realizar  grandes  empresas,  ce  para  propagar 
la  fe  en  las  tierras  del  Gran  Khan  » ,  para  procurar,  por 
el  descubrimiento  de  ricas  comarcas  en  Asia,  los  fondos 
necesarios  á  la  conquista  del  Santo  Sepulcro,  y  ese  oro, 
«que  sirve  para  todo,  hasta  para  sacar  las  almas  del  Pur- 
gatorio». «Dios  nuestro  Señor,  dice  un  fragmento  de 
carta  dirigida  al  rey  Fernando  poco  tiempo  antes  de  su 
muerte ,  milagrosamente  me  envió  acá  porque  yo  sirviese 
á  Vuestra  Alteza ;  dije  milagrosamente,  porque  fui  á 
aportar  á  Portugal,  donde  el  Rey  de  allí  entendía  en  el 
descubrir  más  que  otro;  él  le  atajó  la  vista,  oído  y  todos 
los  sentidos,  que  en  catorce  años  no  le  pude  hacer  en- 
tender lo  que  yo  dije.» 

Estas  ideas  de  apostolado  y  de  inspiraciones  divinas 
que  con  tanta  frecuencia  expone  Colón  en  su  lenguaje 
figurado,  corresponden  á  un  siglo  que  se  refleja  en  él  y 
al  país  que  llegó  á  ser  su  segunda  patria.  Nótase  en 
Colón ,  al  lado  de  la  originalidad  propia  de  su  carácter, 
la  acción  de  las  doctrinas  dominantes  en  su  época ,  doc- 
trinas que  realizaron  ,  por  medio  de  leyes  inhumanas,  la 
proscripción  completa  de  dos  pueblos ,  el  de  los  moros  y 
el  de  los  judíos. 

Examinando  los  motivos  de  esta  intolerancia  reli- 
giosa, se  comprende  que  el  fanatismo  de  entonces,  á 
pesar  de  su  violencia,  no  tenía  el  candor  de  un  senti- 
miento exaltado.  Mezclado  á  todos  los  intereses  mate- 
riales y  á  los  vicios  de  la  sociedad ,  guiábalo,  especial- 
mente en  los  hombres  que  ejercían  el  poder,  una  sórdida 
avaricia  y  las  necesidades  y  dificultades  ocasionadas  por 

TOMO   II.  12 


178  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

una  política  inquieta  y  tortuosa,  por  expediciones  lejanas 
y  por  dilaüidaciones  de  la  fortuna  del  Estado.  Una  gran 
complicación  de  posiciones  y  deberes  impuestos  por  la 
Corte  tendía  á  viciar  insensiblemente  las  almas  más  ge- 
nerosas. Las  personas  colocadas  en  una  esfera  elevada, 
dependiendo  del  favor  del  Gobierno,  ajustaban  sus  actos 
según  la  opinión  del  siglo  y  los  principios  que  justifica- 
ban, al  parecer,  la  autoridad  soberana. 

Los  crímenes  que  en  la  conquista  de  América,  des- 
pue's  de  la  muerte  de  Colón,  lian  manchado  los  anales 
del  género  humano,  no  dependieron  tanto  de  la  rudeza 
de  las  costumbres  y  del  ardimiento  de  las  pasiones,  como 
de  los  cálculos  fríos  de  la  avaricia ,  de  una  prudencia  re- 
celosa y  del  exceso  de  rigor  empleado  en  todas  las  épocas 
con  pretexto  de  asegurar  el  poder  y  de  consolidar  el  edi- 
ficio social. 


X. 

La  esclavitud  de  los  indios. 

Acabo  de  indicar  los  elementos  heterogéneos  que  han 
^ado  fisonomía  propia  al  reinado  de  Fernando  el  Cató- 
lico. Sería  faltar  á  los  deberes  de  historiador  no  poner 
de  manifiesto  la  influencia  ejercida  por  este  poderoso 
monarca  en  los  hombres  que  estaban  á  su  servicio  y  fia- 
ban en  sus  Reales  promesas;  influencia  tanto  más  activa, 
cuanto  que  era  completamente  personal. 

Los  documentos  oficiales,  especialmente  el  gran  nú- 
mero de  cédulas  Reales  dirigidas  á  Colón,  nos  prueban 
que  la  Corte  se  ocupaba  de  la  administración  colonial 
hasta  en  los  más  pequeños  detalles  ;  que  nunca  le  pare- 
cían bastante  frecuentes  las  comunicaciones  con  las  An- 
tillas (1),  y  que,  para  conservar  algún  favor,  era  pre- 
ciso ceder  á  la  insaciable  exigencia  del  Tesorero  de  la 
«Corona. 

El  respeto  en  el  Nuevo  Mundo  de  los  derechos  natu- 


(1)  A  pesar  de  lo  imperfecta  que  era  entonces  la  navegaqión, 
la  reiní*  Isabel  manifiesta  ya  en  Agosto  de  1494  el  deseo  de  que 
mensualmente  vaya  una  carabela  de  España  á  Haiti  y  venga 
de  dicha  isla  otra. 


180  ALEJANDRO   DE    UUMBOLDT. 

rales  del  hombre  no  podía  ser  un  deber  de  urgente  euni- 
plimiento,  ó  no  podía  parecerlo  á  los  que  estaban  habi- 
tuados á  la  vista  de  esclavos  guanches,  moros  (1)  y 
negros ,  que  eran  vendidos  en  los  mercados  de  Sevilla  y 
Lisboa. 

Según  las  opiniones  dominantes  entonces ,  la  esclavi- 
tud no  era  sólo  consecuencia  natural  de  toda  victoria 
alcanzada  sobre  los  infieles;  la  justificaba  además  un 
motivo  religioso,  porque  podía  privarse  de  libertad,  para 
dar  en  cambio  la  doctrina  del  Evangelio  y  el  beneficio 
de  la  fe. 

En  el  primer  viaje  de  Colón,  los  escrúpulos  de  con- 
ciencia eran  aún  bastante  delicados,  porque  el  Almirante 
distingue,  conforme  al  sistema  de  moral  cristiana  que 
se  había  formado,  entre  el  derecho  adquirido  sobre  la 
persona  y  la  inviolabilidad  de  las  propiedades  materia- 
les. «Los  indígenas  (dice  aun  antes  de  llegar  á  Cuba, 
y  cito  las  propias  palabras  de  su  Diario)  son  buenos ,  y 
veo  que  muy  presto  repiten  todo  lo  que  les  dicen,  y  creo 
que  ligeramente  se  harán  cristianos,  que  me  pareció  que 
ninguna  secta  tenían.»  «Cuando  parta  de  aquí  (esto  lo 
escribe  en  Guanahaní  el  segundo  día  del  descubrimiento 
de  América)  cuento  llevar  seis. y>  «Para  hacer  una  for- 
taleza vide  un  pedazo  de  tierra  que  se  hace  como  isla, 
aunque  no  lo  es,  el  cual  se  pudiera  atajar  en  dos  días 


(1)  Sólo  en  la  toma  de  Málaga  hizo  el  rey  Fernando  11.000 
esclavos  (Washington  Irving,  t.  ii,  pág.  264).  Tratóse  de 
matar  á  todos;  pero  la  reina  Isabel,  que,  según  Pulgar  {Cró- 
nica, parte  ili,  cap.  74) ,  oponíase  constantemente  á  los  actos 
de  crueldad,  logró  salvarles  la  vida.  (Véase  Clemencin,  Elo- 
gio de  la  Reina  Católica,  en  las  Memorias  de  la  Academia  de 
la  Historia,  t.  vi,  páginas  192  y  391.) 


! 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  181 

por  isla,  aunque  yo  no  veo  ser  necesario,  porque  esta 
gente  es  muy  semplice  en  armas,  como  verán  Vuestras 
Altezas  de  siete  que  yo  hice  tomar  para  les  llevar  y  de- 
prender nuectra  fabla  y  volvellos,  salvo  que  Vuestras 
Altezas,  cuando  mandaren  ,  puédenlos  todos  llevar  á 
Castilla  6  tenellos  en  la  misma  isla  captivos.» 

Ál  llegar  á  las  costas  de  Cuba  encontraron  los  espa- 
ñoles una  gran  casa  abandonada,  con  montones  de  cuer- 
das, aparatos  de  pesca  y  otros  utensilios.  Colón  ordenó 
que  no  se  tocara  á  nada  de  lo  que  fuera  propiedad  de 
los  indígenas. 

Finalmente,  en  la  enumeración  que  hace  al  ministro 
de  Hacienda,  D.  Luis  Santángel,  de  las  ventajas  del 
primer  descubrimiento ,  cita,  al  lado  de  las  riquezas  me- 
tá^cas  y  vegetales,  de  la  almáciga  y  el  aloe  (lignaloe), 
dios  esclavos  cuantos  mandaren  cargar  Sus  Altezas  é 
serán  de  los  idólairasi).  El  límite  de  lo  que  se  cree  justo 
é  injusto  encuéntrase  aquí  claramente  enunciado:  la  pro- 
piedad de  las  cosas  es  sagrada;  pero,  con  piadosa  inten- 
ción, se  puede  atacar  la  libertad  personal:  casi  es  obra 
meritísima  hacerlo  cuando  la  ocasión  se  presente. 

Los  primeros  indios  que  Colón  quitó  á  sus  familias  y 
presentó  á  los  Monarcas  en  la  célebre  audiencia  de  Bar- 
celona, fueron  devueltos  á  las  Antillas,  después  de  bau- 
tizados. Uno  de  ellos,  al  cual  se  le  hizo  figurar  como 
pariente  del  rey  Guacanagari  (Muñoz,  lib.  iv,  par.  22), 
recibió  el  nombre  de  D.  Fernando  de  Aragón;  otro,  apa- 
drinado por  el  infante  D.  Juan,  el  de  D.  Juan  de  Cas- 
tilla. Estos  nombres  debían  recordar  ala  posteridad  que 
la  unidad  reciente  de  España  había  favorecido  el  gran 
suceso  del  descubrimiento. 

La  bula  del  papa  Alejandro  VI  (4  de  Mayo  de  1493) 


182  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

y  las  instrucciones  que  los  Soberanos  dieron  á  Colón 
(29  de  Mayo  del  mismo  año),  no  justificaban  en  modo 
alguno  las  violencias  cometidas  por  el  Almirante  en  su 
segundo  viaje.  El  Papa  sólo  habla  vagamente  de  los 
medios  que  pueden  emplearse  para  la  conversión  reli- 
giosa. Estos  hombres  «pacíficos,  desnudos  y  privados  de 
alimento   (1)  animal  (nudi\  incedentes,   nec-  carnihu^ 


(1)  Es  tanto  más  curioso  encontrar  este  rasgo  de  costumbres 
(ntic  carnihus  vescentes)  en  una  bula  pontificia,  cuanto  que  en 
el  Diario  de  Colón  no  se  consigna.  Como  en  las  islas  de  Amé- 
rica no  había,  á  excepción  del  lamantin,  ningún  mamífero  más 
grande  que  el  agutí  (el  mono  sólo  se  halla  en  la  isla  de  la  Tri- 
nidad), losin'lígenas  casi  no  podían  alimentarse  con  más  caroe 
animal  que  la  de  aves  y  peces.  Sin  embargo,  aun  en  la  parte  de 
la  América  trojncal,  donde  primitivamente  había  cuadrúptdos 
de  volumen  y  peso  más  considerable  (tapir,  lama,  ciervo,  pé- 
cari capybara),  tenían  los  indígenas,  según  parece,  una  prefe- 
rencia  muy  marcada  por  las  sustancias  vegetales. 

Creo  poco  probable  que  el  nombre  de  la  India,  nombre  que 
Colón  daba  á  su  descubrimiento,  y  que  sólo  una  vez,  y  en  sen- 
tido distinto,  se  encuentra  en  la  Bula  de  4  de  Mayo  de  1493, 
despertara  en  los  eruditos  de  Roma  el  recuerdo  de  castas  á 
quienes  repugna  la  carne  animal.  Esta  Bula  no  nombra  la  In- 
dia sino  al  hablar  de  la  línea  de  demarcación:  Térro  firmce  et 
Ínsula  inveinUc  reí  iriveniendce  versus.  Indiam  aut  versvs  aliam, 
qícamenmque  partem. 

Es  digno  de  notar  que  en  la  Bula  más  incompleta  de  3  de 
Mayo  de  1492,  de  que  antes  he  hablado,  y  que  está  sacada  de 
los  archivos  de  Simancas,  las  palabras  versus  Indos,  ut  dicitur, 
han  siao  añadidas  donde  se  habla  del  viaje  de  Colón  á  -través 
del  Océano,  mientras  la  misma  Bula  es  más  reservada  en  los^ 
elogios  tributados  al  Almirante.  He  aquí  las  variantes  lectio- 
nes.  Se  lee  en  el  documento  del  3  de  Mayo:  «Dilectum  filium 
Christoforum  Colon,  cum  navigiis  et  hominibus  destinastis  ut 
térras  remotas  et  incógnitas,  per  mare  ubi  hactenus  naviga- 
tum  non  f  aerat,  diligenter  inqui-rerent :  qui  tándem  Divina 


DESCÜBRIxMIENTO    DE   AMÉRICA.  183 

vescentes)^  creyendo  en  un  Dios  creador  que  estaba  en 
el  cielo,  parecíanle ,  como  á  Colon ,  de  fácil  conversión  á 
la  fe.»  Añade  que  lo  que  más  regocija  su  corazón  es  ver 
humillar  á  las  naciones  bárbaras. 

La  instrucción  firmada  por  los  dos  monarcas  respira 
los  sentimientos  de  dulzura  que  indudablemente  carac- 
terizaban á  la  reina  Isabel,  ahogados  con  frecuencia  por 
la  autoridad  de  los  teólogos ,  la  astucia  de  los  inquisi- 
dores y  las  exigencias  del  Tesorero  de  la  Corona.  El 
Almirante,  conforme  á  los  términos  de  la  instrucción, 
debe  tratar  á  los  indios  amorosamente^  castigar  con  se- 
veridad á  quienes  les  hagan  daño  {que  les  fan  enojo),  es- 
tablecer relaciones  íntimas  (de  mucha  conversación)  con 
ellos  y  aun  honrarles  mucho.  La  Reina  dice  «que  las  co- 
sas espirituales  no  pueden  ir  bien  y  mantenerse  largo 
tiempo  si  se  desatienden  las  cosas  temporales»;  y  con- 
forme á  esta  máxima  de  la  política  que  era  muy  familiar 
á  su  regio  esposo,  propone  al  Papa  nombrar  vicario 
apostólico,  en  las  tierras  nuevamente  descubiertas ,  á  un 
catalán  astuto  y  gran  político,  Fr.  Bernardo  Buil  ó 
Boil,  monje  benedictino  del  rico  convento  de  Monse- 
rrat ,  de  quien  se  había  valido  con  éxito  el  rey  Fer- 
nando en  las  espinosas  negociaciones  para  la  restitución 
del  Rosellóu,  y  que  pronto  llegó  á  ser  para  Colón  un 
vigilante  molesto. 


auxilio  per  partes  occidentales,  ut  dicitur,  versus  Indos,  iu 
mari  Océano  navigantes  certas  ínsulas  remotissimas  et  etiam 
torras  firmas  invenerunt.»  La  Bula  de  4  de  Mayo  dice:  «Dilec- 
tum  filium  Christoforum  Colon,  virum  utique  dignum,  et  plu- 
rlmuvi  commendandum,  ao  tanto  negotio  aptum,  cum  navigiis 
et  hominibus  destinastis  ut  térras  remotas  et  incógnitas » 


184  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

Sensible  es  que  las  benéficas  intenciones  de  la  reina 
Isabel  no  se  realizaran.  Colón  sacrificó  los  intereses  de 
la  humanidad  al  ardiente  deseo  de  hacer  más  lucrativa 
la  posesión  de  las  islas  ocupadas  por  los  blancos,  de 
procurar  brazos  á  los  lavaderos  de  oro  j  de  contentar  á 
los  colonos  que,  por  avaricia  ó  pereza,  reclamaban  la 
esclavitud  de  los  indios. 

Un  concurso  de  desdichadas  circunstancias  impulsó 
al  Almirante  en  una  vía  de  iniquidades  y  vejaciones  que 
cuidaba  justificar  con  motivos  religiosos.  Desde  el  prin- 
cipio del  segundo  viaje  había  visto  de  cerca  el  grupo  de 
las  Pequeñas  Antillas  y  la  población  feroz  de  los  ca- 
ribes (1).  El  estado  de  insurrección  en  que  encontró 
muchas  comarcas  de  Haiti  permitíale,  al  parecer,  gran 
severidad  contra  los  hombres  que  llamaba  subditos  re- 
beldes; finalmente,  los  terrenos  auríferos  de  Cibao,  cuja 
extraordinaria  importancia  conoció  enlonces,  exigían  un 
número  de  trabajadores  que  fólo  con  la  severidad  de 
la  fuerza  podía  reunir. 

Al  principio,  según  se  indica  en  el  Diario  del  primer 
viaje,  se  trataba  solo  de  llevarse  á  los  indios  para  edu- 
'carlos  en  España  y  devolverlos  á  sus  islas;  pero  desde 
fines  de  1493,  y  después  de  construir  la  población  lla- 
mada Isabela,  procedió  Colón  con  mayor  atrevimiento á 
los  medios  de  rigor  que  había  adoptado.  Los  caribes,  y 
probablemente  también  los  indígenas  de  Haíti,  conside- 
rados en  estado  de  resistencia,  fueron  tratados  como  es- 


(1)  En  el  Diario  del  primer  viaje  (15  de  Enero  de  1493)  pre- 
senta ya  Colón  como  sinónimo  de  Carib  la  palabra  caniba,  la- 
tinizada más  tarde  por  él  mismo  en  las  instrucciones  dadas  á 
Antonio  Torres,  y  convertida  en  caníbales. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  185 

clavos.  Los  doce  barcos  de  Antonio  de  Torres,  que  se 
hicieron  á  la  vela  en  el  Puerto  de  Navidad  el  2  de  Fe- 
brero de  1494,  venían  llenos  de  infelices  cautivos  cari- 
bes: familias  enteras,  mujeres,  niños  y  niñas,  fueron 
arrebatados  á  su  suelo  natal,  y  entre  las  proposiciones 
que  Torres  tenía  encargo  de  liacer  al  Gobierno  para  me- 
jorar el  estado  de  la  nueva  colonia  (poseemos  estas  pro- 
posiciones, y  la  contestación  dada  por  los  Monarcas  á 
cada  una  de  ellas),  hay  dos  relativas  á  la  nación  caribe. 

El  Almirante  empieza  insinuando  que  estos  caribes, 
grandes  viajeros,  y  de  una  actividad  de  espíritu  muy 
superior  á  la  de  los  naturales  de  Ha'íti,  llegarían  á  ser 
excelentes  misioneros  «cuando  hubiesen  perdido  la  cos- 
tumbre de  comer  carne  humana)^;  se  les  instruiría  en 
España,  ocupándose  «más  de  ellos  que  de  los  oti-oo  es- 
clavos'». 

A  este  proyecto  de  propaganda,  en  el  cual  los  caribes 
■ó  caníbales  son  tratados  con  extraña  predilección,  su- 
cede el  proyecto  formal  y  verdaderamente  terrible  de  es- 
tablecer lo  que  llamamos  hoy  la  trata  de  esclavos^  fun- 
dándola en  el  cambio  periódico  de  mercancías  por  criatu- 
ras humanas.  De  la  novena  proposición  del  Almirante, 
dictada  á  Antonio  de  Torres  el  30  de  Enero  de  1494, 
copiamos  lo  siguiente:  «Diréis  á  Sus  Altezas  que  el  pro- 
vecho de  las  almas  de  los  dichos  canibales,  y  aun  destos 
de  acá,  ha  traído  el  pensamiento  que  cuantos  más  allá 
se  llevasen  sería  mejor,  y  en  ello  podrían  Sus  Altezas 
ser  servidos  desta  manera:  que  visto  cuanto  son  acá  me- 
nester los  ganados  y  bestias  de  trabajo,  para  el  sosteni- 
miento de  la  gente  que  acá  ha  de  estar  y  bien  de  todas 
estas  islas.  Sus  Altezas  podrán  dar  licencia  é  permiso  á 
un  número  de  carabelas  suficiente  que  vengan  acá  cada 


i 


186  ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

año,  y  trayan  de  los  dichos  ganados  y  otros  manteni- 
mientos y  cosas  para  poblar  el  campo  y  aprovechar  la 
tierra ,  y  esto  en  precios  razonables  á  sus  costas  de  los 
que  las  trujeren ,  las  cuales  cosas  se  les  jwdnan  pagar 
en  esclavos  de  estos  cámbales,  gente  tan  fiera  y  dispuesta 
y  bien  proporcionada  y  de  muy  buen  entendimiento,  los 
cuales,  quitados  de  aquella  inhumanidad,  creemos  que 
serán  mejores  que  otros  ningunos  esclavos Y  aun  des- 
tos  esclavos  que  se  llevaren,  Sus  Altezas  podrían  haber 
sus  derechos  allá.» 

Estas  proposiciones  no  agradaron  á  la  Reina. 

En  otra  expedición  que  hizo  con  cuatro  barcos  el 
mismo  Antonio  de  Torres,  hermano  de  la  nodriza  del 
infante  í).  Juan,  tuvo  Colón  la- audacia  de  enviar  de 
una  vez  quinientos  esclavos  caribes  para  que  fueran  ven- 
didos en  Sevilla  (1).  La  expedición,  en  la  cual  venía 
también  Diego  Colón,  hermano  del  Almirante,  partió 
de  Haití  el  24  de  Febrero  de  1495.  El  Gobierno  permi- 
tió, por  lo  pronto,  la  venta  de  esclavos  caribes,  orde- 
nando al  obispo  de  Badajoz,  que  desempeñaba  el  cargo 
de  ministro  de  la  India,  «hacer  la  venta  en  Andalucía 
porque  era  allí  más  lucrativa  que  en  cualquier  otra  par- 
te» ;  pero,  cuatro  días  después,  los  escrúpulos  religio- 
sos motivaron  la  revocación  de  una  orden  dictada  con 
demasiada  precipitación. 

La  nueva  cédula,  de  16  de  Abril  de  1495,  dice  así: 
«El  Rey  é  la  Reina:  Reverendo  in  Cristo  Padre  Obispo 


(1)  Este  fué  el  envío  que  tanto  excitó  la  colera  de  Las  Casas. 
Inclinado  Navarrete  á  defender  el  carácter  de  Colón,  ha  reunido 
con  grande  imparcialidad  cuanto  se  consigna  en  la  Historia  de 
las  Judias  de  Las  Casas  (lib.  i,  cap.  102 ;  lib.  ii,  caps.  11  y  24) 
sobre  indios  esclavizados  por  orden  del  Almirante. 


I 


UESCUERIMIENTO    DE   AMÉRICA.  187 

de  nuestro  Consejo.  Por  otra  letra  nuestra  vos  hobimos 
escrito  que  íiciesedes  vender  los  indios  que  envió  el  Al- 
mirante D.  Cristóbal  Colón  en  las  carabelas  que  agora 
vinieron,  e  porque  Nos  querriamos  informarnos  de  le- 
trados, Teólogos  e'  Canonistas  si  con  buena  conciencia 
se  pueden  vender  estos  por  solo  vos  ó  no  ;  y  esto  no  se 
puede  facer  fasta  que  veamos  las  cartas  que  el  Almirante 
nos  escriba  para  saber  la  causa  porque  los  envía  acá  por 
cativos,  y  estas  cartas  tiene  Torres  que  non  nos  las  en- 
vió; por  ende  en  las  ventas  que  ficiesedes  destos  indios 
sutíncad  (se  afirme)  el  dinero  dellos  por  algún  breve 
tiempo,  porque  en  este  tiempo  nosotros  sepamos  si  los 
podemos  vender  ó  no,  e  non  paguen  cosa  alguna  los 
que  los  compraren ,  pero  los  que  los  compraren  no  sepan 
cosa  desto;  y  faced  á  Torres  que  de  priesa  en  su  venida 
é  que,  si  se  lia  de  detener  algún  día  allá,  que  nos  envié 
las  cartas.» 

Llama  la  atención  esta  delicadeza  de  sentimientos  en 
una  época  en  que  el  Gobierno  se  permitía  las  más  horri- 
bles crueldades  y  la  mayor  falta  de  fe  con  los  moros  y 
los  judíos;  cuando  el  inquisidor  Torquemada,  de  feroz 
memoria,  sólo  desde  1481  á  1498  hizo  quemar  más  de 
ocho  mil  ochocientas  personas,  sin  contar  las  seis  mil 
quemadas  en  efigie. 

En  las  tormentas  religiosas  como  en  las  tormentas 
políticas,  se  hace  el  mal  sistemáticamente,  porque  se  cree 
justo  todo  lo  hecho  conforme  á  la  ley.  La  duda  moral 
no  comienza  sino  cuando  se  presenta  una  circunstancia 
que  no  parece  comprendida  en  las  condiciones  de  pena- 
lidad que  la  ley  ha  definido.  Después  de  ser  largo  tiempo 
y  concienzudamente  cruel,  porque  la  severidad  parecía 
legaly  es  decir,  conforme  al  fallo  dictado  por  la  violencia 


188  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

y  la  sinrazón  del  poder  arbitrario,  se  retrocedía  á  veces 
á  sentimientos  dulces  j  humanos.  Este  retroceso,  efecto 
de  la  influencia  de  algunas  almas  generosas,  del  cual  en 
los  reinados  de  Fernando  y  de  Carlos  V  hay  frecuentes 
ejemplos,  nunca  fué  muy  duradero,  porque  una  legis- 
lación inhumana,  engendrada  más  bien  por  la  codicia 
que  por  la  superstición ,  ahogaba  de  nuevo  la  voz  de 
la  naturaleza.  Desde  que  la  ley  permitió  la  esclavitud, 
la  moderación  y  la  clemencia  fueron  declaradas  culpa- 
bles. 

Estas  oscilaciones  de  la  opinión  en  cuanto  se  rela- 
ciona con  el  estado  de  los  indios,  estas  inconsecuencias 
del  poder  absoluto  admiran  á  cuantos  estudian  seria- 
mente la  conquista  de  América.  Las  incertidumbres 
duran,  según  se  ve,  más  de  cuarenta  años,  desde  la  con- 
sulta acerca  de  la  libertad  de  los  indígenas,  cuya  pri- 
mera indicación  se  encuentra  en  la  carta  de  la  reina  Isa- 
bel fechada  el  16  de  Febrero  de  1495,  hasta  la  bula  del 
papa  Julio  III  en  1537. 

Mientras  el  Gobierno  titubeaba  algunas  veces  en  hacer 
el  mal  y  en  sancionarlo  formalmente ,  los  colonos  perse- 
veraban en  sus  sistemas  de  usurpaciones  y  vejaciones. 
Discutíase  aunen  España  «sobre  los  derechos  naturales 
de  los  indígenas»,  y  ya  América  se  despoblaba,  no  tanto 
por  la  t?^ata  (la  venta  de  esclavos  caribes  ó  de  otros  in- 
dios considerados  rebeldes)  como  por  la  introducción  de 
la  servidumbre,  de  los  repartimientos  de  indios  y  de 
las  encomiendas. 

Cuando  la  despoblación  estaba  á  punto  de  consumarse 
-echábase  la  culpa,  no  á  la  severidad  de  las  lejes  y  á  las 
frecuentes  variaciones  que  éstas  habían  experimentado, 
sino  al  carácter  individual  de  los  jefes,  cuyo  efímero  po- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  189 

der  no  bastaba  para  poner  freno  á  las  usurpaciones  d& 
los  colonos. 

Algunas  veces  se  manifestaron  con  valentía  opiniones 
contrarias  á  este  estado  de  cosas;  pero  la  razón  y  el 
sentimiento  debían  ceder  á  la  preponderancia  de  los  in- 
tereses materiales.  La  filantropía  no  sólo  pareció  ri^iícula 
é  ininteligible  á  la  masa  de  la  nación,  sino  que  la  auto- 
ridad la  creyó  sediciosa  y  amenazadora  al  público  reposo. 

Lo  que  entonces  ocurría  en  la  Península  y  en  el 
Nuevo  Mundo  relativamente  á  la  libertad  de  los  indí- 
genas, tiene  completa  semejanza  con  lo  que  hemos  visto 
en  tiempos  más  cercanos  á  nosotros,  sea  en  las  Antillas, 
durante  las  persecuciones  de  los  misioneros  de  la  iglesia 
protestante  por  parte  de  los  hacendados;  sea  en  los  Es- 
tados Unidos  y  en  Europa,  durante  las  largas  cuestiones 
acerca  de  la  abolición  ó  limitaciones  de  la  esclavitud  de 
los  negros,  de  la  emancipación  de  los  siervos  y  de  la 
mejora  general  de  la  clase  agrícola.  Es  el  cuadro  triste, 
monótono  y  siempre  vivo  de  la  lucha  de  los  intereses, 
de  las  pasiones  y  de  las  miserias  humanas. 

La  orden  que  d¡ó  la  reina  Isabel  al  obispo  de  Badajoz 
de  hacerle  saber  pronto  si,  conforme  á  la  opinión  de  los 
teólogos  de  España,  se  podían  vender  en  buena  concien- 
cia \o3  indios  enviados  por  Colón,  recuerda  los  mismos 
escrúpulos  manifestados  en  el  párrafo  39  del  testamento 
de  Hernán  Cortés,  depositado  en  los  archivos  de  su  fa- 
milia, y  cuya  copia  traje  yo  á  Europa.  Este  párrafo 
dice  así: 

«ítem,  porque  acerca  de  los  esclavos  naturales  de 
la  dicha  Nueva  España,  así  de  guerra  como  de  resgate, 
ha  habido  muchas  dudas  é  opiniones  sobre  si  se  han 
podido  tener  con  buena  conciencia,  ó  hasta   ahora  no 


190  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

«stá  determinado  (el  testamento  era,  sin  embargo,  del 
año  de  1547),  mando  á  D.  Martín,  mi  hijo  sucesor,  é  á 
los  que  después  de  él  sucediesen  en  mi  estado,  que  para 
averiguar  esto  hagan  todas  las  diligencias  que  conven- 
gan al  descargo  de  mi  conciencia  é  suyas.» 

Antes  de  que  los  teólogos  manifestaran  su  opinión, 
€omo  exigía  la  Reina  en  la  carta  que  acabamos  de  citar 
fechada  el  16  de  Abril  de  1495,  insistió  Doña  Isabel 
con  el  rico  negociante  florentino  Juanoto  Berardi,  esta- 
blecido en  Sevilla,  amigo  de  Colón  y  de  Vespucci,  á  fin 
de  que  las  nueve  cabezas  de  indios  enviadas  por  Colón 
para  que  aprendieran  el  castellano,  no  fuesen  vendi- 
das (1). 

Posteriormente,  al  volver  el  Ahnirante  de  su  segundo 
viaje,  embarcó  treinta  esclavos,  entre  los  cuales  estaba 
el  poderoso  cacique  Caonabo,  de  raza  caribe,  que  murió 
en  la  travesía.  'No  conociendo  aún  la  zona  donde  reina- 
ban los  vientos  del  Oeste  (2),  cometió  la  imprudencia 
de  permanecer,  hasta  el  meridiano  de  las  Azores,  entre 
los  paralelos  20°  y  24°.  Trató  Colón  de  orientarse  por 


(1)  Carta  de  2  de  Junio  de  1495  (N'A varéete,  t.  Ii,  pági- 
nas 177  y  178):  la  Reina  emplea  la  frase  nueve  cabezas  de  in- 
dios, como  aun  se  usa  en  la  trata  de  negros,  por  analogía  con 
las  frases  cabezas  de  ganado,  cabezas  de  bueyes. 

(2)  Su  hijo  D,  Fernando  {Hist,  del  Ahnirante,  cap.  63)  es 
quien  hace  esta  observación  acerca  de  los  vientos  vendavales 
hacia  el  Norte.  Al  volver  de  su  primer  viaje  fué  cuando  Colón 
subió  más  hacia  el  Norte,  hasta  el  grado  37  de  latitud.  La  vuelta 
de  las  Antillas  por  el  canal  de  Bahama  fué  desconocida  hasta 
la  muerte  del  Almirante;  pero  después  frecuentaron  este  canal 
hasta  los  buques  que  iban  de  Europa  á  las  costas  de  Virginia. 
Bartolomé  Gosnold  fué  el  primero  que,  en  1603,  cruzó  directa- 
mente desde  Falmouth  al  cabo  Cod. 


DESCDBRIMIESTO    DE   AMÉRICA.  191 

la  observación  de  la  declinación  magnética;  pero  la  in- 
credulidad de  los  pilotos,  el  temor  de  que  se  prolongara 
la  navegación  extraordinariamente  y  la  falta  de  víveres 
aumentaron,  hasta  el  punto  de  que  el  7  de  Junio  de  1496 
concibieron  los  marineros  el  horrible  proyecto  «de  matar 
los  esclavos  para  comérselos».  El  Almirante  salvó  á  los 
indios,  manifestando  á  los  marineros  que  aquellos  des* 
graciados  indígenas  «eran  cristianos  y  prójimos  suyos», 
caritativa  máxima  que  no  fué  óbice  para  que  los  ven- 
dieran, como  ganado,  en  Andalucía. 

El  hermano  de  Cristóbal  Colón,  D.  Bartolomé,  cuya 
energía  de  carácter  degeneraba  frecuentemente  en  vio- 
lencia y  rudeza,  continuó,  como  Adelantado,  menospre- 
oiando  la  libertad  de  los  indios.  Siempre  con  el  hipócrita 
pretexto  de  la  instrucción  ó  como  castigo  á  la  desobe- 
diencia, eran  llenados  los  barcos  de  esclavos  indios.  Con- 
forme á  los  consejos  del  Almirante,  el  Adelantado  envió 
de  una  vez  trescientos  en  tres  barcos  de  Pero  Alonso 
l>riño,  que  llegaron  al  puerto  de  Cádiz  á  fines  de  Octubre 
de  1496.  Asegurada  la  venta  lucrativa  de  los  indios, 
cometióse  la  imprudencia  de  anunciar  el  cargamento 
«como  oro  en  barras»,  lo  cual  causó  muy  mal  efecto  en 
el  ánimo  de  los  Monarcas. 

El  uso  de  distribuir  los  indígenas  entre  los  españoles 
para  facilitar  el  trabajo  de  las  minas  comenzó  en  el 
mismo  año. 

Volvió  el  Almirante  á  Haiti  después  del  descubri- 
miento de  Tierra  firme  el  30  de  Agosto  de  1498,  y  la 
servidumbre  en  las  encomiendas^  una  de  las  principales 
causas  de  la  despoblación  de  América,  quedó  establecida 
desde  1499.  La  rebelión  tramada  en  Xaragua  por  Fran-. 
cisco  Roldan  y  Adrián  de  Moxica;  las  falaces  concesio- 


192  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

nes,  consecuencia  de  ella,  y  el  inesperado  arribo  é  intri- 
gas de  Ojeda,  pusieron  al  Almirante  en  trance  por 
demás  difícil. 

Para  conservar  la  escasa  autoridad  que  le  quedaba, 
en  medio  del  conflicto  de  los  partidos,  vióse  arrastrado 
sucesivamente  á  emplear  un  gran  vigor  contra  algunos 
de  los  culpados  y  á  satisfacer  la  codicia  de  otros,  ó  con 
el  repartimiento  de  tierras  á  guisa  de  feudos ,  ó  por 
medio  del  vasallaje  y  el  sacrificio  de  la  libertad  personal 
de  los  indígenas.  Estas  donaciones  no  satisfacían  á  los 
colonos  (1),  y  daban  ocasión  á  los  enemigos  del  Almi- 
rante en  España  para  desacreditarle  en  el  ánimo  de  la 
reina  Isabel. 

El  gran  número  de  esclavos  embarcados  en  los  mis- 
mos buques  que  traían  á  los  cómplices  de  Roldan  con- 
trariaba tanto  más  la  filantropía  de  la  Reina ,  cuanto 
que  entre  ellos  venían  jóvenes  hijas  de  caciques,  vícti- 
mas de  la  seducción  y  de  la  violencia  de  los  conquista-' 
dores. 

La  misión  del  comendador  Bobadilla,  que  aprisionó  á 
Colón,  fué  principalmente  motivada  por  estas  impresio- 
nes; y  el  hombre  execrado  por  la  posteridad  era  entre 
sus  contemporáneos  objeto  de  la  predilección  de  los 
que  acusaban  al  Almirante  de  oprimir  á  los  indígenas. 
Oviedo  califica  á  Bobadilla  cede  hombre  piadoso  y  Iion- 


(l)  Mientras  en  la  corte  se  censuraba,  la  dureza  con  que 
Colón  establecía  la  servidumbre  de  los  indígenas,  escribían  los 
colonos á  España  «que  no  permitía  sirviesen  los  indios  á  los 
cristianos,  y  que  los  halagaba  para  hacerse  independiente  con 
su  apoyo  ó  para  formar  una  liga  con  algún  principe.))  (Barcia, 
tomo  I,  pág.  97.) 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  193 

rado»  (1),  y  Las  Casas  asegura  que  «aun  despue's  de 
muerto,  nadie  se  atrevió  á  atacar  su  probidad  j  su  des- 
interés». 

Tales  eran  entonces  en  Granada  el  estado  de  la  opinión 
pública  y  el  odio  á  lo  que  se  llamaba  el  régimen  tiránico 
de  los  ultramontanos  de  Haiti,  que  los  parientes  de  los 
conquistadores  se  reunían  en  el  patio  de  la  Alhambra 
para  gritar  cuando  pasaba  el  Rey:  (ípaga^  pagai>.  «Si 
acaso  mi  hermano  y  yo,  que  éramos  pajes  de  la  Serení- 
sima Reina,  dice  Fernando  Colón  (2),  pasábamos  por 


(1)  Historia  general  de  las  Indias^  parte  I,  lib.  iii,  cap.  6. 
El  célebre  explorador  del  Marañóh,  Mr.  Poeppig,  acaba  de 
descubrir  en  Ja  biblioteca  de  la  universidad  de  Leipzig  la  editio 
princejjs  de  Oviedo  (Salamanca,  1547,  por  Juan  de  Junta),  á  la 
que  están  añadidos:  primero,  el  raro  Libro  último  de  los  nav- 
fragios,  por  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  segundo,  la  Verda- 
dera relación  de  la  conquista  del  Perú  enviada  á  S.  M. ,  por 
Francisco  de  Xerez,  natural  de  Sevilla,  secretario  del  capitán, 
en  todas  las  provincias  y  conquista  de  la  Nueva  Castilla.  La 
Relación  llega  hasta  el  año  de  1533. 

(2)  Historia  del  Almirante ,  cap.  85.  Siempre  me  ha  lla- 
mado la  atención  que  la  patética  escena  de  la  primera  entre- 
vista de  los  monarcas  con  Colón  el  17  de  Diciembre  de  1500, 
después  de  quitar  á  éste  los  grillos  y  ponerle  en  libertad,  escena 
tan  noblemente  descrita  por  Herrera  {^Déc.  i ,  lib.  iv ,  cap.  10), 
no  se  encuentra  en  la  obra  de  su  hijo,  quien  se  limita  á  decir 
que  el  Almirante  fué  llamado  á  Granada,  «donde  Sus  Altezas  le 
recibieron  con  semblante  alegre  y  dulces  palabras  (Las  Casas 
CÁQQpalabras  muy  amorosas),  diciéndole  que  su  prisión  no  había 
sido  hecha  con  su  orden  ni  voluntad».  Fernando  Colón,  que 
conocía  la  astucia  y  disimulo  del  viejo  Rey,  no  tuvo,  según  pa- 
rece, confianza  en  los  efectos  de  una  escena  sentimental  repre- 
sentada en  la  corte,  porque  alaba  á  la  Providencia  divina  que 
hizo  perecer  en  una  tempestad  al  comendador  Bobadilla,  Roldan 
y  otros  enemigos  del  Almirante,  pues  estaba  seguro  de  que,  llega- 


194  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

donde  estaban,  levantaban  el  grito  hasta  los  cielos,  di- 
ciendo:— Mirad  los  hijos  del  Almirante,  los  mosquitillos 
de  aquel  que  ha  hallado  tierras  de  vanidad  y  engaño 
para  sepulcro  y  miseria  délos  hidalgos  castellanos.» 

Bartolomé  de  Las  Casas,  en  la  curiosa  Memoria  (1) 
que  por  orden  del  emperador  Carlos  V  envió  en  1543  á 
la  Junta  de  prelados  convocada  en  Valladolid  para  la 
reforma  de  los  abusos  en  las  Indias  occidentales  nueva- 
mente descubiertas,  cuenta  un  hecho  referente  á  esta 
misma  época  tan  desastrosa  para  Cristóbal  Colón.  iLa 
serenísima  y  bienaventurada  reina  Isabel,  dice,  digna 
abuela  de  Y.  M.,  jamás  quiso  permitir  que  los  indios 
tuviesen  otros  señores  sino  ella  y  su  esposo  el  rey  Fer- 


dos  á  España,  lejos  de  sufrir  castigo,  hubieran  (.{recilido  muchos 
favores)).  Este  elogio  de  la  Providencia,  cuando  se  trata  de  la 
muerte  de  alguno  en  tiempo  oportuno,  según  las  inseguras  miras 
humanas,  recuerda  otro  elogio  más  extraño  aún,  consignado  en 
los  verbosos  escritos  de  Las  Casas.  Kefiriendo  la  muerte  de  Colón, 
procura  demostrar  que  las  adversidades,  angustias  y  penalida- 
des qne,  sufrió  fueron  justo  castigo  de  su  conducta  con  los  indí- 
genas. Cuando  mandó  prender  al  cacique  CaGnabo(fin  de  1494) 
y  lo  metió,  con  gran  número  de  esclavos  indios,  en  los  navios 
dispuestos  á  darse  á  la  vela  para  España,  «  para  mostrar  Dios, 
dice  Las  Casas,  la  injusticia  de  su  prisión  y  de  todos  aquellos 
inocentes,  hizo  tan  deshecha  tormenta,  que  todos  los  navios  que 
allí  estaban,  con  toda  la  gente  que  había  en  ellos  y  el  rey  Cao- 
nabo,  cargado  de  hierros,  se  ahogaron»  (lib.  I,  cap.  102;  li- 
bro II,  cap.  38).  Eespecto  al  cacique  Caonabo,  el  hecho,  refe- 
rido también  por  Herrera  ( Déc.  i,  lib.  ii,  cap.  16),  no  es 
cierto,  como  lo  prueba  Pedro  Martín  de  Anghiera  (Déc.  I,  li- 
bro IV),  y  el  Cura  de  los  Palacios,  cap.  131. 

(1)  La  Memoria  está  á  continuación  de  la  Brevísima  Rela^ 
ción  de  la  destrucción  de  las  Indias  (Llórente,  Obras  de 
Las  Casas,  t.  I,  páginas  xi  y  172). 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  195 

nando.  Bueno  es  conocer  lo  ocurrido  en  esta  capital, 
€n  1499.  El  Almirante  regaló  á  cada  español  de  los 
que  habían  servido  en  sus  viajes  un  indio  para  su  ser- 
vicio particular.  Yo  tuve  uno  para  mí  (1).  Llegamos 
con  nuestros  esclavos  á  España;  la  Reina,  que  estaba  en 
Granada,  lo  supo  y  manifestó  su  indignación.  «¿Quién 
ha  autorizado,  dijo,  á  mi  Almirante  para  disponer  así  de 
mis  súbditos?-¡>  Mandó  entonces  publicar  una  ordenanza 
obligando  á  los  que  habían  traído  indios  á  devolverlos 
á  las  Indias. 


(1)  Por  estas  palabras  pudiera  creerse  que  Bartolomé  de 
Las  Casas  había  estado  ya  en  dicha  época  en  Jas  Antillas.  Lló- 
rente, en  el  mismo  tomo,  le  hace  partir,  en  efecto,  por  primera 
vez,  unas  veces  en  el  segundo  viaje  el  25  de  Septiembre  de  1493, 
otras  con  su  padre  el  30  de  Mayo  de  1498,  otras  en  la  tercera 
expedición  de  Colón  {Obras  de  Las  Casas,  t,  i,  páginas  xi,  255 
y  306);  pero  sabemos  por  la  Histeria  de  Chiapa,  de  Eemesal, 
que  el  padre  de  Bartolomé  partió  en  la  segunda  expedición, 
volvió  riquísimo  á  Sevilla  en  1498,  y  el  mismo  Bartolomé,  lejos 
de  haber  ido  en  el  segundo  viaje,  como  dice  Ortiz  de  Zúñiga,  ó 
€n  el  tercero,  como  asegura  Llórente,  no  llegó  á  Haiti  sino  con 
Ovando  en  1502. 

El  esclavo  indio  de  que  se  habla  en  el  texto  lo  dio  Colón  al 
padre  de  Bartolomé  (Francisco  de  Casaus  ó  de  Las  Casas,  de 
origen  francés),  y  el  padre  cedió  este  esclavo  á  su  hijo  cuando 
fué  á  estudiar  á  Salamanca.  Parece  que  esta  circunstancia,  tan 
poco  importante  en  sí  misma,  contribuyó  mucho  á  excitar  el 
celo  de  Bartolomé  por  la  suerte  de  los  indígenas  de  América  é 
imprimió  á  toda  su  vida  una  dirección,  continuada  con  va- 
lerosa perseverancia.  Bartolomé  nació  en  Sevilla  en  1474,  y 
murió  en  Madrid  en  1566,  á  los  noventa  y  dos  años  de  edad.  Él 
y  su  compañero  Toscanelli,  nacido  en  1397,  y  muerto  á  los 
ochenta  y  cinco  años  (en  1482),  abarcan,  por  sí  solos,  con  su 
prolongada  existencia  á  través  de  tres  siglos,  el  principio  y  fin 
de  todos  los  grandes  decubrimientos  marítimos  en  África,  Amé- 
rica, el  mar  del  Sur  y  el  Archipiélago  de  las  Indias. 


196  ALEJANDRO   DE    HüMBOLDT. 

La  veracidad  de  esta  noticia  de  Las  Casas  la  prueba 
una  ^eú  cédula  de  20  de  Junio  de  1500,  encontrada  por 
Muñoz  en  los  archivos  de  Sevilla  j  dirigida  á  Pedro  de 
Torres,  á  quien  se  entregaron  diez  y  nueve  esclavos  que 
habían  sido  vendidos  en  Andalucía,  para  que  los  llevara  á 
Ame'rica  con  la  expedición  del  comendador  Bobadilla. 

Sólo  los  que  comprenden  las  dificultades  y  las  com- 
plicaciones de  nuestro  régimen  colonial  actual,  y  saben 
cómo  los  gobernadores  de  las  islas  encue'ntranse  some- 
tidos á  la  doble  influencia  del  sistema  liberal  de  la  ma- 
dre patria  y  á  las  veleidades  de  opresión  y  de  domina- 
ción arbitraria  de  los  colonos,  pueden  formarse  idea 
exacta  del  estado  de  anarquía  que  ocasionaban  en  Hai'ti 
la  templanza  de  los  edictos  Keales  y  la  continua  lucha 
con  la  violencia  y  rudeza  de  los  conquistadores,  con  la 
necesidad  urgente  de  procurarse  brazos  para  la  explota- 
ción de  las  minas  ó  lavaderos,  con  el  interés  que  tenían 
los  hermanos  Colón,  y  las  demás  autoridades  constitui- 
das junto  á  ellos,  de  probar  por  medio  del  crecimiento  de 
la  exportación  del  oro  la  importancia  de  las  tierras  nue- 
vamente descubiertas.  Estas  luchas  y  estos  tristes  resul- 
tados los  refleja  sobre  todo  una  instrucción  que,  tres 
años  después  de  la  prisión  del  Almirante,  vióse  obligada 
á  dar  la  reina  Isabel  al  sucesor  de  Bobadilla,  el  comen- 
dador D.  Nicolás  de  Ovando  (1).  Laméntase  la  Reina 
de  que  la  resolución,  al  declarar  á  los  indígenas  libres 
y  no  sujetos  á  servidumbre^  ha  favorecido  la  pereza  y  la 
vagancia ;  se  aflige  de  que  no  puedan  los  colonos  procu- 


(1)  Tenía  una  de  las  graneles  encomiendas  de  Alcántara,  y 
frecuentemente  se  le  designa  en  los  documentos  oficiales  con  el 
nombre  de  Comendador  de  Lares. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  197 

rarse  brazos,  ni  aun  pagando  gruesos  salarios,  para  au- 
mentar la  explotación  de  las  minas,  y  ordena  (1)  que  los 
indígenas  sean  obligados  á  trabajar;  que  los  colonos 
puedan  pedir  á  los  caciques  un  número  cualquiera  de 
ellos;  que  el  pago  del  trabajo  forzoso  se  ajustará  á  una 
tasa  fijada  por  el  Gobernador,  pero  que  se  tratara  á  los 
indios  como  personas  libres ,  como  lo  son,  y  no  como  sier- 

^'OS. 

A  pesar  de  estas  melosas  frases,  puestas  para  obtener 
la  firma  de  la  Reina,  la  citada  Ordenanza  abría  la 
puerta  á  todos  los  abusos.  Hasta  entonces  la  ley  sólo 
había  prescrito  una  capitación,  sólo  pedía  un  tributo 
cuyo  pago  lo  indicaba  una  especie  de  medalla  de  latón 
ó  de  plomo  que  el  tributario  debía  llevar  colgada  al 
<;uello  (2). 

Desde  el  año  1503,  la  obligación  al  trabajo,  la  tasa 
arbitraria  del  precio  del  jornal,  el  derecho  de  trasportar 
millares  de  indígenas  desde  hs  partes  más  lejanas  de 
la  isla  y  de  tenerles    durante  ocho  meses  (3)   separa- 


(1)  Provisión  del  20  de  Diciembre  de  1503.  (Na varéete  ,  il. 
Doc.  CLiii,  pág.  298). 

(2)  La  forma  de  esta  medalla  (señal  de  moneda)  debía  cam- 
biarse después  de  cada  pago  de  la  capitación.  Los  indios  que 
no  tenían  medalla  eran  presos  y  sometidos  á  una  pena  liviana» 
como  lo  dice  la  ley  de  23  de  Abril  de  1497  (Na varéete,  t.  II, 
Doc.  civ,  pág.  182).  Este  género  de  contabilidad,  bastante  com- 
plicado, recuerda  la  medalla  que,  en  el  reinado  de  Pedro  el 
Grande,  llevaban  los  que  habían  comprado  el  derecho  de  usar 
barba. 

(3)  La  ley  prescribió  primero  seis  y  después  ocho  meses  de 
trabajo  consecutivo.  Este  término,  rebasado  pronto  por  los  co- 
lonos, se  llamaba  una  demora  (Herrera  ,  Déc.  i,  lib.  v,  capí- 
iuloll). 


198  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

dos  de  su  familia  y  de  su  domicilio,  llegaron  á  ser  insti- 
tuciones legales.  El  germen  de  todos  los  abusos,  los 
repartimientos,  las  encomiendas  y  la  mita   (1)  estaban 


(1)  Acerca  de  la  mita,  véase  mi  Essai  j^olitique  sur  la  Non- 
velle  E.^pagne  (2.»  edic),  t.  i,  pág.  333.  La  institución  de  la 
mita,  abolida  desde  hace  largo  tiempo  en  Méjico,  donde,  en  mi 
tiempo,  el  trabajo  en  las  minas  era  enteramente  libre,  se  con- 
servó en  el  Alto  Perú  hasta  la  época  de  la  independencia  de 
la3  colonias  españolas.  En  Siberia  aun  está  basada  la  explota- 
ción de  las  minas  de  Kolivan,  al  Suroeste  de  los  montes  Altai', 
en  el  sistema  de  la  mita.  El  Este  y  el  Norte  de  Europa  presen- 
tan aún,  á  pesar  de  las  humanitarias  mejoras  que  muchos  go- 
biernos han  llevado  á  la  legislación  de  la  clase  agrícola,  todos 
los  diferentes  grados  de  servidumbre  desde  el  servicio  personal, 
la  unión  á  la  gleba,  la  obligación  de  un  trabajo  definido  ó  in- 
definido, la  traslación  obligatoria  á  territorio  lejano  pertene- 
ciente al  mismo  dueño,  hasta  el  derecho  bárbaro,  anulado 
unas  veces  y  restablecido  otras,  de  vender  la  población  sin  la 
gleba. 

Bajo  el  cielo  ardiente  de  las  Antillas  pudieron  resistir  los 
indígenas  y  sobrevivir  al  régimen  que  se  les  había  impuesto, 
más  vejatorio  aún  por  la  rudeza  de  las  costumbres  y  la  salvaje 
codicia  de  los  blancos;  y  si  un  Gobierno,  al  cabo  de  tres  siglos, 
quiso  poner  fin  al  crimen  legal  de  la  esclavitud  y  de  la  servi- 
dumbre, fué  luchando  con  los  mismos  obstáculos  que,  en  la 
causa  de  la  emancipación  de  los  negros,  sólo  pudo  vencer  el 
Parlamento  de  la  Gran  Bretaña  después  de  cuarenta  y  tres 
años  de  nobles  esfuerzos.  Oyó  invocar  contra  él,  según  las  di- 
versas doctrinas  profesadas  por  los  opositores,  el  derecho  de 
conquista  ó  el  mito  de  un  pacto  convenido,  la  antigüedad  de  la 
posesión  ó  la  supuesta  necesidad  política  de  mantener  en  tu- 
tela á  los  que  la  esclavitud  ha  degradado. 

Los  escritos  de  Bartolomé  de  Las  Casas  contienen  todo  lo 
que  en  los  tiempos  modernos  se  ha  objetado  contra  la  emanci- 
pación de  los  siervos  negros  y  blancos  en  los  dos  mundos,  todo, 
hasta  las  quejas  «contra  los  misioneros,  cuya  enseñanza  perju- 
dicaba los  intereses  de  los  amos,  por  no  obedecer  bien/el  siervo 


r.PSt  ÜRRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  199 

en  las  instrucciones  dadas  imprudentemente  á  Ovando. 
La  falta  de  víveres  y  las  enfermedades  epidémicas  fue- 
ron consecuencias  inevitables  de  la  acumulación  de  gran 
número  de  hombres,  mal  alimentados  y  extenuados  por 
excesivo  trabajo,  en  los  estrechos  valles  auríferos. 

Manifestóse  en  la  organización  de  los  americanos  la 
singular  falta  de  flexibilidad  que  he  expresado  antes. 
El  estado  confuso  y  tumultuoso  de  los  asuntos  de  Haití 
no  permitió  pensar  en  ninguna  de  las  precauciones  que 
contribuyen  hoy  á  disminuir  la  mortalidad  entre  los  ne- 
gros de  los  grandes  ingenios.  Hay  que  añadir  á  los  ma- 
les de  la  servidumbre  personal  y  de  la  movilidad  de  la 
población  el  no  poder  establecer  ninguna  de  esas  rela- 
ciones de  familia  que  entre  los  pueblos  de  raza  germá 
nica  aliviaban  hasta  cierto  punto,  aun  en  la  Edad  Me- 
dia (época  tan  funesta  para  la  clase  agrícola),  la  suerte 
de  los  siervos  unidos  á  la  gleba. 

Durante  el  cuarto  y  último  viaje  del  Almirante  la 
desesperación  multiplicaba  las  revueltas,  y  antes  de  con- 
sumar el  esterminio  de  los  indios  de  Haiti,  Ovando 
mandó  prendero  quemar  ochenta  y  cuatro  caciques.  Asilo 
cuenta  en  su  testamento  histórico  Diego  Méndez,  el  va- 
leroso y  fiel  servidor  del  Almirante,  diciendo  fríamente 
que  estas  ejecuciones  se  hicieron  durante  siete  meses  y 
que  tenían  por  objeto  «pacificar  y  allanar,  la  provincia 
de  Xaragua». 

Una  carta  de  Critóbal  Colón  (del  1.°  de  Diciembre 
de  1504)  á  su  hijo  don  Diego  expresa  vivamente  el  ho- 


sino  mientras  es  ignorante  y  desconoce  la  moral  cristiana,  que 
le  hace  razonar  sobre  los  deberes».  (  Obras  de  Las  Casas,  t.  ir, 
página  174.) 


200  ALEJANDRO   DE  HÜMBOLDT. 

rror  que  las  crueldades  de  Ovando  inspiraron  á  las  al  - 
mas  honradas.  «Cosas  tan  feas,  dice  el  Almirante,  con 
crueldad  cruda  tal^  jamás  fué  visto»;  y  añade  «que  las 
Indias  se  pierden  y  son  abrasadas  por  todas  partes». 

El  horrible  decreto  (1)  que  permitía  esclavizar  j  ven- 
der los  caribes  de  las  islas  y  de  la  Tierra  firme,  sirvió 
de  pretexto  para  perpetuar  las  hostilidades.  Hasta  la 
erudición  etnográfica  vino  en  auxilio  de  una  atrocidad 
lucrativa,  porque  se  discutió  extensamente  acerca  de  los 
matices  que  distinguen  las  variedades  de  la  especie  hu- 
mana, decidiéndose  (2)  cuáles  eran  las  poblaciones  que  po- 
dían considerarse  caribes  ó  caníbales,  condenadas  al  ex- 
terminio ó  ala  esclavitud, y  cuáles  eran  guatiaos  ó  indios 
de  pazj  antiguos  amigos  de  los  españoles.  Nunca  sirvió 
mejor  el  espíritu  de  sistema  para  halagar  las  pasiones. 

Al  mismo  tiempo,  cada  ordenanza  que  autorizaba  una 
nueva  disminución  de  la  libertad  de  los  indígenas,  repe- 
tía con  artificioso  disimulo  las  protestas  hechas  anterior- 
mente en  favor  de  sus  derechos  inalienables. 

Esta  confusión  de  ideas,  esta  irresolución  del  poder, 
que  quería,  aumentando  sus  rentas  con  el  producto  de 
los  lavaderos  de  oro,  conservar  en  la  apariencia  una  pia- 
dosa moderación ,  produjo  el  profundo  desprecio  de  las 
leyes  coloniales. 


(1)  Según  Las  Casas  (lib.  ii,  cap.  24).  Este  decreto  es  de  20 
de  Diciembre  de  1503.  (Na varéete,  t.  ii,  pág.  298.) 

(2)  Es  el  Auto  de  F'igueroa  de  1520  (Herrera  ,  Déc.  ii,  li- 
bro x,  cap.  5;  Relat.  historique,  i.  ili,  pág.  17.)  Desde  1511 
quedó  establecido  que  los  caribes  serían  marcados  con  un  hie- 
rro candente  en  la  pierna  (Herreea,  Déc.  I,  lib.  ix,  cap.  5), 
uso  bárbaro  que,  aun  á  principios  de  este  siglo,  he  visto  en 
práctica  con  la  población  negra  de  las  Antillas. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  201 


No  es  posible,  sin  embargo,  acusar  á  la  reina  Isabel 
de  hipocresía ;  fué  sincera  en  sus  sentimientos  de  dul- 
zura j  de  interés  por  los  naturales  del  Nuevo  Mundo, 
sentimientos  que  se  encuentran  repetidos  hasta  en  su 
testamento  (1);  pero  se  equivocaba,  como  Cristóbal  Co- 
lón, sobre  la  extensión  de  los  derechos  concedidos  á 
los  blancos  y,  antes  de  su  muerte,  que  sólo  precedió  á  la 
del  Almirante  en  diez  y  ocho  meses,  el  régimen  legal  de 
las  Nuevas  Indias  iba  ya  encaminado  al  aniquilamiento 
de  la  población  indígena  (2).  Recompensar  los  servicios 
6  las  adulaciones  de  los  cortesanos,  haciéndoles  dona- 
tivo de  «cierto  número  de  almas»  (hacer  merced  de  in- 
dios), llegó  á  ser  un  acto  habitual  de  munificencia  en  el 
reinado  de  Fernando  el  Católico.  Permitíanse  expedi- 
ciones para  apoderarse  de  los  habitantes  de  las  pequeñas 
islas  adyacentes,  con  especialidad  de  las  islas  Bahamas 


(1)  Mario  la  Reina,  á  la  edad  de  cincuenta  y  tres  años,  en  Me- 
dina del  Campo,  el  26  de  Noviembre  de  1504,  «entristecida  por 
la  pérdida  de  dos  de  sus  hijos  (el  infante  D.  Juan  y  la  infanta 
D.*  Isabel)  y  por  las  querellas  domésticas  entre  la  infanta  doña 
Juana  y  el  archiduque  D.  Felipe.»  Era  hidrópica,  y  sufría  de  un 
'ulcus  quod  ex  assiduis  equitationihus  contraxisse  ajunt.  (GÓ- 
MEZ DE  Castro,  De  rehus  gestis  Francisci  Ximenii,  lib,  iii,  fo- 
lio 47;  ClemencÍn  en  su  Mem.  de  la  Beal  Acad.  de  la  Hist., 
página  573).  Acerca  del  testamento  de  la  Reina,  publicado  en- 
tero lior  D.  José  Ortiz  y  Sanz  en  el  suplemento  al  t,  ix,  título  VI, 
de  Mariana,  HUt.  general  de  España  (ed.  de  Valencia),  véase 
Obras  de  Zas  Casas,  t.  I,  pág.  189. 

(2)  Funesto  cumplimiento  de  una  predicción  sobre  la  llegada 
de  hombres  vestidos  y  barbudos  conservada  en  la  familia  del 
cacique  Guarionex.  Pedro  Mártir,  Oceánica,  Déc.  i,  lib.  ix, 
página  211;  Gomaba,  Hist.  de  las  Indias,  fol.  xviii,  b  (ed.  de 
1553). 


202  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLÜT. 

consideradas  como  islas  inútiles  (1),  y  trasladarlos  á. 
Haiti  ó  á  Cuba. 

Yióse  llegar  entonces  lo  que,  en  nuestros  tiempos,  ha 
caracterizado  el  principio  de  las  perturbaciones  en  la 
América  española,  cuando  las  órdenes  monásticas,  en 
vez  de  hacer  causa  común  contra  los  obispos  ó  contra 
las  autoridades  nuevamente  instituidas,  declaráronse 
unas  favorables  á  la  independencia,  y  otras  ardientes  ene- 
migas de  toda  innovación.  En  distintas  localidades  he- 
mos visto  á  la  Orden  de  los  Capuchinos  adoptar  sistemas 
políticos  diametralmente  opuestos,  y  en  los  primeros 
tiempos  de  descubrimientos  en  América  hubo  idénticas 
contradicciones. 

Al  cardenal  Mendoza,  á  quien  sus  contemporáneos 
llamaban  el  Gran  Cardenal  de  España ,  se  le  acusaba  de 
haber  aprobado  las  medidas  de  rigor  contra  los  in- 
dios (2).  La  energía  de  su  carácter  le  impulsaba  con 
frecuencia  al  abuso  de  un  poder  que  compartía  con  Fer- 
nando é  Isabel,  y  en  el  cual,  como  dice  ingeniosamente 
Pedro  Mártir  de  Anghiera  (8) ,  desempeñaba  el  prin- 


(1)  Islas  inútiles.  Véanse  los  privilegios  concedidos  á  los 
colonos  de  la  isla  Española  (26  de  Septiembre  de  1513)  en  Na- 
VARRETE,  t.  I,  Doc.  CLXXV,  pág.  356.  Por  este  documento  se 
conceden  indios  al  capellán  del  Key,  á  los  secretarios  y  á  los  gen- 
tileshombres  de  servicio.  Los  descendientes  de  aquellos  cuyos 
padres  fueron  quemados  Y>ox\íerQ]ia,' no  deben  residir  en  Haiti^ 
Esta  espantosa  denominación  de  hijos  ó  nietos  de  quetnado,  en- 
cuéntrase con  frecuencia  repetida  en  la  ordenanza  Real  de  1 513. 

(2)  Fué,  sin  embargo,  bastante  humano  en  los  decretos  á  fa- 
vor de  los  cristianos  nuevos.  (Mariana,  Ilist.  de  Uspaña,  li- 
bro XXII,  cap.  8.) 

(3)  Epístola  cxLiii,  Clemencín,  pág.  38. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  203 


cipal  papel  el  tercer  rey  de  las  Eepañas.  Esta  influen- 
cia no  pudo  ser  de  larga  duración,  porque  el  Cardenal 
murió  tres  años  después  del  descubrimiento  de  América^ 
y,  además,  la  contrarrestó  el  célebre  arzobispo  de  Gra- 
nada, fray  Hernando  de  Talayera,  que  pertenecía  á  la 
Orden  de  San  Jerónimo  (1).  Confesor  de  la  reina  Isabel 
desde  1478,  con  la  cual,  durante  sus  viajes,  mantenía  co- 
rrespondencia que  se  leyó  después  con  vivo  interés  (2), 
la  fortificaba  en  su  afecto  hacia  los  indígenas  y  en  sus 
inclinaciones  de  tolerancia  religiosa. 

Felizmente  para  los  naturales  de  las  Antillas,  los  pri- 
meros religiosos  enviados  á  estas  islas  eran  de  la  Orden 
de  San  Jerónimo,  y  el  nombre  del  ermitaño  fray  Eo- 
mán  Pane  fué  por  largo  tiempo  célebre  entre  los  indí- 


(1)  Era  éste  el  Prior  del  Prado,  que  sometió  á  Colón  al  exa- 
men de  los  profesores  de  Salamanca  y  que  al  principio  fué  muy 
poco  favorable  á  sus  proyectos. 

(2)  Véase  encesta  correspondencia,  publicada  por  el  Sr.  Cle- 
mencín,  las  censuras  que  el  Arzobispo  dirigió  á  la  Reina  por  el 
lujo  de  las  fiestas,  bailes  y  comidas  que  hubo  en  la  corte  durante 
su  permanencia  en  Perpiñán  á  causa  de  la  visita  de  los  emba- 
jadores franceses,  encargados  de  hacer  la  cesión  del  Rosellón. 
{JIemo7'ias  de  la  Academia  de  la  Historia,  t.  VI,  páginas  363- 
375.)  La  justificación  de  la  Reina  y  las  explicaciones  que  ella  da 
al  Prelado  acerca  de  las  engañosas  apariencias  de  la  galantería 
francesa,  son  de  una  ingenua  y  amable  sinceridad. 

La  cesión  de  Perpiñán  en  1493,  que  Anghiera  llama  nitfffens 
et  insigne  municipium  in  ipsa  GalUm  Karhonensis  planitien, 
encuéntrase  relatada  en  Anghieba,  Opus  epistol.,  lib.  Vi,  ca- 
pítulos 128,  131,  134,  135.  La  persecución  que  sufrió  el  confesor 
Talayera,  después  de  la  muerte  de  la  reina  Isabel,  fué  obra 
del  inquisidor  de  Córdoba,  Diego  Rodríguez  Lucero,  llamado 
obscurantista  por  el  mismo  Anghiera,  para  quien  el  tribunal  de 
la  Inquisición  es  prceclarum  inventum  et  omni  laude  dignum. 


204  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

genas,  cuyo  infortunio  sabía  aliviar.  Los  franciscanos,  de 
cuya  Orden  llevaba  algunas  veces  el  Almirante  el  hábito, 
por  exceso  de  devoción  (porque  no  pertenecía  á  la  Con- 
gregación), no  fueron  enviados  (1)  á  Haiti  hasta  1502, 
y  los  dominicanos  hasta  1510.  Los  primeros  trabajaban 
á  la  vez  en  la  corte  contra  la  libertad  de  los  indios  y 
contra  los  derechos  que  la  Santa  Sede  concedía  á  los  ju- 
díos y  á  los  moros  convertidos,  y  la  causa  secreta  de  su 
persecución  al  arzobispo  de  Granada  no  era  otra  que  el 
espíritu  de  tolerancia  y  de  moderación  de  que  daba  ejem- 
plo este  hombre  virtuoso.  Los  segundos,  despue's  de  ser 
por  largo  tiempo  humanos  (2)  y  protectores  de  los  indí- 
genas, como  lo  fueron  los  monjes  de  San  Jerónimo  (8), 


(1 )  Señaló  la  época  de  una  verdadera  misión  de  frailes,  por- 
que, en  el  segundo  viaje  del  monje  franciscano  Antonio  de 
Marchena,  que  acaso  sea  la  mifjma  persona  que  el  guardián  del 
convento  de  la  Rábida,  cerca  de  Palos,  parece  que  ya  fué  á 
Haití,  por  recomendación  directa  de  la  reina  Isabel,  Juan  Pé- 
rez, el  más  antiguo  de  los  protectores  de  Colón,  en  calidad  de 
astrónomo  {buen  astrólogo).  (Carta  de  la  Reina,  fechada  el  5  de 
Septiembre  de  1493;  Navarrete,  t.  ii,  Doc.  Lxxi,  pág.  110.) 

(2)  También  fueron  los  dominicos  quienes,  en  las  conferen- 
cias de  Salamanca  de  1486,  reconocieron  la  exactitud  de  los  ar- 
gumentos de  Colón  (Remesal,  Hist.  de  Chiapa^  lib.  ii,  capí- 
tulos 7  y  27). 

(3)  Obras  de  Lasi  Casas,  t.  ii,  pág.  424,  La  rivalidad  de  las 
dos  órdenes  de  San  Francisco  y  Santo  Domingo,  mantenida  por 
la  Corte  pontificia,  manifestóse  de  la  manera  más  viva  cuando 
el  famoso  desafío  hecho  á  Savonarola  en  1498  de  meterse  en 
una  hoguera,  prueba  del  fuego  que  impidió  el  agua  de  una  tem- 
pestad (SlSMONDl,  Ilistoire  de  la  liberté  en  Italie,  t^  li,  pá- 
gina 153).  Los  franciscanos  observantes  eran  también  los  más 
TÍolentos  perseguidores  de  los  judíos  convertidos,  muchos  de 
los  cuales  llegaron  al  episcopado  en  España  {Mem.  de  la  Acá- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  205 

se  convirtieron  después  en  sus  más  [encarnizados  ene- 
migos. 

Tales  fueron  los  singulares  contrastes  que  presenta  la 
historia  de  la  primera  conquista.  Sin  embargo ,  para  ser 
justo,  preciso  es  apuntar  con  reconocimiento  los  nobles 
y  animosos  esfuerzos  que  á  fines  de  la  Edad  Media,  como 
en  los  primeros  tiempos  del  cristianismo,  hizo  el  clero  en 
masa  para  defender  los  derechos  naturales  del  hombre. 
Estos  esfuerzos  eran  tanto  más  dignos  de  elogio,  cuanto 
que  estaba  empeñada  la  lucha  á  la  vez  con  un  poder  des- 
pótico y  con  las  imperiosas  necesidades  de  la  industria 
naciente  en  las  colonias.  «Desde  1510  hasta  1564  ,  es- 
cribe el  Obispo  de  Chiapa,  no  se  cesa  de  predicar  en  los 
pulpitos,  de  sostener  en  los  colegios  y  de  representar  á 
los  monarcas  que  hacer  la  guerra  á  los  indios  es  violar 
abiertamente  la  justicia,  y  que  todo  el  dinero  que  las  In- 
dias han  dado  está  injustamente  adquirido.  Los  más 
sabios  teólogos  de  España,  de  acuerdo  con  los  religiosos 
(de  San  Jerónimo  y  de  Santo  Domingo),  han  declarado 
que  la  conducta  observada  por  los  cristianos  en  las  In- 
dias, y  que  aun  observan,  es  propia  de  tiranos  y  enemigos 
de  Dios.» 


demia  de  la  Ilist.,  t.  vi,  páginas  485  y  488).  Su  aversión  á  la 
reina  Isabel  la  causaban  los  principios  de  tolerancia  religiosa  á 
que  se  inclinaba  esta  Reina,  que  unía  la  dulzura  á  la  fuerza;  y 
el  odio  lo  aumentó  la  reacción  que  produjo  la  reforma  de  las 
órdenes  monásticas,  realizada  por  el  amigo  de  la  Reina,  el  arzo- 
bispo de  Toledo  Ximénez  de  Cisneros.  Tal  fué  el  orgullo  de  los 
franciscanos,  que,  cuando  en  una  viva  discusión  con  la  reina 
Isabel  quejóse  ésta  del  poco  respeto  que  se  le  mostraba,  el  ge- 
neral de  la  Orden  respondió:  «Estoy  en  mi  derecho;  hablo  á  la 
reina  de  Castilla,  que  es  un  poco  de  polvo  como  yo.»  {L.  <?.,  pá- 
gina 201.) 


206  ALEJAN  ORO    DK    HüMROLDT. 

El  papa  Paulo  III  expidió  dos  Breves  en  que  seque- 
jaba  «de  los  que,  por  invengión  de  Satanás,  pretenden 
que  los  indios  occidentales  y  otros  pueblos  recientemente 
descubiertos  deben  ser  reducidos  á  servidumbre ,  como 
si  pudiera  desconocerse  su  carácter  de  hombres». 

«Es  una  let/  santísima — dice  Francisco  López  de  Go- 
mara, sacerdote  secular,  cuja  Historia  de  las  Indias  está 
dedicada  á  Carlos  V — la  ley  del  Emperador  que  prohibe, 
bajo  las  penas  más  graves,  esclavizar  á  los  indios.  Justo 
es  que  los  hombres  que  nacen  libres  no  sean  esclavos  de 
otros  hombres. y>  Estas  nobles  palabras  son  debidas  á  un 
escritor  que,   más  imparcial  sin  duda  que  Oviedo  (1), 


(1)  El  mutuo  odio  quo  se  profesaban  Fernando  Colón  y  el 
historiógrafo  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  ha  sido  tanto  más 
perjudicial  á  la  memoria  del  gran  Almirante,  cuanto  que 
Oviedo,  en  sus  numerosos  escritos,  se  alaba  ((de  describir,  no 
lo  que  ha  oído,  sino  lo  que  ha  visto  con  sus  propios  ojos».  Paje 
del  infante  D.  Juan,  cuya  precoz  muerte  preparó  la  unión  de 
las  dos  monarquías  española  y  austríaca,  vio  durante  su  larga 
vida  de  setenta  y  nueve  años  el  sitio  de  Granada,  la  tentativa 
de  asesinato  del  fanático  Juan  de  Cañamas  contra  la  persona 
de  Fernando  el  Católico,  la  recepción  de  Cristóbal  Colón  en 
Barcelona  cuando  la  vuelta  de  su  primer  viaje,  y  la  abdicación 
de  Carlos  V.  Pasó  cuarenta  y  dos  años  en  América,  y  atravesó 
ocho  veces  el  Atlántico.  La  franca  ingenuidad  de  su  estilo  da 
un  carácter  singular  á  las  obras  de  su  vejez.  ((Entended,  lector, 
que  ha  días  que  (de  mi  propia  y  cansada  mano)  escribo  é  hallo 
en  estas  materias,  y  no  desde  ayer,  sino  sin  muelas  é  dientes  me 
\iQ. puesto  tal  ejercicio.  De  las  muelas  ninguna  tengo,  y  los  dien- 
tes sujyeriores  todos  me  faltan  é  ni  un  pelo  en  la  cabeza  é  la 
barba  hai  que  blanco  non  sea.  Paje  muchacho  ful  llevado,  se- 
yendo  de  doce  años,  desde  el  aao  1490  á  la  corte  de  los  Católi- 
licos  Reyes,  é  comencé  á  ver  la  caballería  é  nobles  é  principales 
varones  de  España.» 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  207 

muéstrase,  sin  embargo,  no  poco  descontento  de  la  ad- 
ministración civil  de  Cristóbal  Colón  y  de  su  hermano 
Bartolomé. 

Propio  era  de  este  sistema  de  administración,  como 
de  todo  sistema  colonial ,  que  los  malos  gérmenes  que 
encerraba  se  desarrollasen  rápidamente,  casi  á  espaldas 
de  la  madre  patria  y  en  oposición  con  las  humanas  leyes 
que  de  vez  en  cuando  eran  dictadas.  En  el  orden  social 
y  político,  lo  que  es  injusto  contiene  un  principio  de. 
destrucción,  y  las  predicciones  del  ingenioso  y  satírico 
Jerónimo  Benzoni  acerca  de  la  suerte  futura  de  Haiti  y 
de  toda  la  América  colonizada  por  los  blancos ,  prediccio- 


Este  curioso  párrafo  está  tomado  de  la  tercera  Quincuagena, 
de  Oviedo,  que  ha  quedado  manuscrita,  y  que  terminó  en  Mayo 
de  1556  {Mem.  de  la  Acad.  de  la  Hist.,  t.  VI,  pág.  222).  El  his- 
toriógrafo  Oviedo  y  Las  Casas  fían  demasiado  en  su  memoria 
y  confunden  frecuentemente  las  fechas  y  los  hechos;  pero  ha 
sido  tal  la  admirable  energía  de  carácter  del  obispo  de  Chiapa 
que  á  la  edad  de  setenta  j  ocho  años  (en  1552)  publicó  por  pri- 
mera vez  su  famoso  libro  titulado  Qucsstio  de  imperatoria  vel 
regia  2?otestate,  irsáado  de  política,  cuya  reimpresión  no  sería 
permitida  en  este  siglo  xix  en  muchas  capitales  de  Europa. 

El  uso  de  cierta  libertad  en  la  prensa  que  el  Gobierno  espa- 
ñol permitía  entonces  á  los  más  altos  dignatarios  de  la  Iglesia 
es  muy  digno  de  notarse,  y  sobre  todo  llama  la  atención  cuando 
se  recuerda  que,  casi  en  la  misma  época  en  que  Las  Casas 
prueba  «que  el  Key  Católico,  para  salvar  su  alma,  debe  devol- 
ver el  Peni  al  sobrino  del  Inca  Guaynacapac»  y  que  las  cruel- 
dades ejecutadas  por  el  pueblo  judío,  y  relatadas  en  el  Deutero- 
nomio,  no  deben  servir  de  excusa  en  las  guerras  que  se  intentan 
contra  los  naturales  de  América;  otro  obispo,  el  de  Orihuela, 
en  su  obra  dedicada  al  papa  Clemente  VIII  establece  «el  dere- 
cho de  matar  por  su  propia  autoridad  un  hermano  ó  un  hijo 
heréticos.»  (Clemencíx,  pág.  390.) 


208  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

nes  hechas  en  la  primera  mitad  del   siglo  xvi,  se  han 
cumplido  plenamente  en  nuestros  días  (1). 

Acabo  de  tratar  una  materia  que  no  ha  sido  juzgada 
hasta  ahora  con  la  independencia  de  ánimo  que  exigen 


(1)  Véase  la  Historia  del  Mondo  Naovo  (Venecia,  1565),  li- 
bro II,  cap,  1  y  17,  páginas  65  j  109.  «Los  negros  africanos 
serán  dentro  de  poco  dueños  de  la  isla  de  Santo  Domingo. — 
-Creo  que  toda  nación  que  tiene  la  desgracia  de  estar  sometida 
á  extranjeros  se  sublevará  más  ó  menos  pronto:  así  sucederá 
con  los  habitantes  de  las  Indias.»  También  el  cardenal  Ximé- 
nez  predijo  la  sublevación  de  los  negros  «como  raza  emprende- 
dora y  extraordinariamente  prolífica.»  (Marsolier,  Ilist.  du 
Cardinal,  1694,  lib.  vi.) 

Empezóse  á  llevar  negros  á  Santo  Domingo,  cinco  años  an- 
tes de  la  muerte  de  Cristóbal  Colón,  jjero  en  corto  número  y 
sin  participación  suya.  Este  hecho,  que  históricamente  está 
bien  comprobado,  desmiente  el  aserto  tantas  veces  repetido  de 
que  la  desdichada  idea  de  sustituir  en  los  trabajos  de  las  mi- 
nas á  los  habitantes  de  las  Antillas  con  negros  fué  de  Las  Ca- 
sas. La  corte  de  Madrid  vigilaba  con  desconfiada  prudencia  las 
condiciones  de  los  individuos  á  quienes  se  debía  permitir  habi- 
tar en  Haiti,  estando  prohibido  á  los  moros,  á  los  judíos,  á  los 
recién  conversos,  á  los  monjes  no  españoles  y  á  los  hijos  y  nie- 
tos de  quemados,  es  decir,  muertos  en  las  hogueras  de  la  Santa 
Inquisición  (NavarRete,  t.  II,  Doc.  175,  pág.  361);  pero  en  las 
instrucciones  dadas  en  1500  á  Nicolás  de  Ovando  fué  permitida 
la  introducción  de  negros  nacidos  enjjoder  de  cristianos.  (He- 
rrera, Déc.  I,  lib.  IV,  cap.  12.)  El  número  de  estos  esclavos 
negros  aumentó,  según  parece,  considerablemente  hasta  1503, 
porque  en  este  año  vemos  ya  al  mismo  Ovando  pedir  á  la  corte 
(Déc.  I,  lib.  V,  cap.  12)  «que  no  se  envíen  negros  á  la  isla  Es- 
pañola, porque  con  frecuencia  se  fugan,  quebrantando  la  mo- 
ral de  los  naturales.» 

En  el  año  de  la  muerte  de  Colón  se  dio  permiso  á  los  negros 
para  casarse  en  las  Antillas;  pero  se  prohibió  que  fuera  negro 
alguno  procedente  de  Levante  ó  criado  en  casa  de  moros.  (Déc.  I, 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  209 

los  grandes  intereses  de  la  humanidad  en  todas  las 
e'pocas  de  la  historia.  No  se  trata  ya  de  acusar  amarga- 
mente 6  de  defender  con  tímidos  distingos  á  hombres 
que  gozan  merecida  fama,  sino  de  propagar  una  opinión 


libro  VI,  cap.  20.)  En  1510  (año  en  que  Las  Casas  dijo  su  pri- 
mera misa  en  la  ciudad  de  la  Vega,  sin  tener  aún  relaciones 
políticas  con  el  Gobierno)  ordenó  el  rey  Fernando  á  la  Casa  de 
Contratación  de  Sevilla,  establecimiento  recientemente  fun- 
dado, «que  enviara  50  esclavos  á  Haiti  para  el  trabajo  de  las 
minas,  porque  los  naturales  de  la  isla  eran  débiles  de  ánimo  y 
de  cuerpo.  (Déc.  i,  lib.  viii,  cap.  9.)  Debe  creerse  que  los  en- 
viados eran  negros  criollos,  nacidos,  como  entonces  se  decía,  en 
poder  de  cristianos.  Pero  la  ordenanza  de  1511  (Déc.  i,  lib.  ix, 
capítulo  5)  expresa  ja  claramente  una  verdadera  trata  de  ne- 
gros. Alábase  el  estado  próspero  de  la  colonia;  la  menor  fre- 
cuencia de  los  huracanes,  como  efecto  de  la  multiplicación  de 
iglesias  y  de  la  exposición  del  Santo  Sacramento;  se  cede  al 
deseo  de  los  dominicos  de  disminuir  el  trabajo  de  los  indígenas, 
y  ordena  la  corte  que  sean  llevados  á  las  islas  muchos  negros 
de  las  costas  de  Guinea  «puesto  que  un  negro  trabaja  más  que 
cuatro  indios». 

Hasta  entonces  no  figura  el  nombre  de  Las  Casas  en  las  mi-, 
nuciosas  narraciones  de  la  administración  de  Haiti  que  nos 
han  dejado  los  historiadores.  La  proposición  formal  de  Las 
Casas  de  que  a  á  los  castellanos  que  viv¿a7i  en  las  Indias  se 
diese  saca  de  negros,  para  que  fuesen  los  indios  más  aliviados 
en  las  minas)),  data  del  año  de  1517.  (Déc.  II ,  lib.  xi,  cap.  20.) 
Esta  proposición,  apoyada  por  el  mucho  crédito  que  gozaba  en- 
tonces Las  Casas  con  el  Gran  Canciller  y  todo  el  poderoso  par- 
tido de  los  flamencos,  tuvo,  por  desgracia,  la  mayor  influencia 
en  la  extensión  de  la  trata;  pues  entonces  fué  cuando  los  fla- 
mencos vendieron  á  negociantes  genoveses  en  25.000  ducados 
una  licencia  de  introducción  de  4.000  negros.  Así  empezaron 
los  horribles  asientos  que  después  concedió  la  corte  á  las  de 
Peralta,  Reynel  y  Rodríguez  de  Elvas.  {Relat.  Jiist.,  t.  Itl,  pá- 
gina 403.) 

TOMO  ir.  14 


210  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLÜT. 

más  justa  de  las  circunstancias  que  introdujeron  y  man- 
tuvieron durante  largo  tiempo,  con  diferentes  denomi- 
naciones, la  servidumbre  en  América;  circunstancias 
que  por  todas  partes  se  han  manifestado  desde  la  Edad 


En  el  mismo  año  hicieron  una  proposición  igual  á  la  de  Las 
Casas  (Déc.  ii,  lib.  ii,  cap.  22)  los  padres  de  la  Orden  de  San 
Jerónimo.  En  ambas  se  hablaba  también  de  enviar  europeos  de 
raza  blanca  para  los  oficios  y  la  labranza  de  las  tierras.  En  la 
polémica  que  sostuvo  el  abate  Gregoire  con  los  Sres.  Funes, 
Meer  y  Llórente,  sobre  el  origen  de  la  trata  de  negros,  se  equi- 
vocó al  sospechar  que  el  historiador  Herrera  inculpaba  falsa- 
mente á  Las  Casas.  M  Memorial  presentado  por  este  último  al 
gran  Canciller  estuvo  en  manos  de  Muñoz,  que  lo  copió.  En  el 
artículo  ó  cláusula  tercera  hay  la  proposición  de  que  «  cada  ve- 
cino pueda  introducir  francamente  dos  negros  y  una  negra». 
(Na VARÉETE,  t.  I,  pág.  Lxxxviii.)  No  es  de  Las  Casas  la  pri- 
mera idea  de  llevar  negros  á  las  Antillas,  pues  hacía  ya  por  lo 
menos  seis  ó  siete  años  que  los  llevaban;  pero  desgraciadamente 
contribuyó  en  1517,  al  mismo  tiempo  que  los  padres  de  San  Je- 
rónimo, enemigos  suyos  entonces  (Déc.  ii,  lib.  ii,  cap.  15),  á  la 
extensión  de  la  trata,  á  avivarla  con  su  influencia  y  á  hacerla 
lucrativa,  bajo  la  forma  de  asiento. 

Con  la  más  estricta  imparcialidad  he  examinado  esta  cues- 
tión, tanto  más  grave,  cuanto  que  el  númeio  de  negros  en  am- 
bas Américas  pasa  ya  de  siete  viillones.  En  la  antigüedad  los 
africanos,  ó  mejor  dicho,  las  razas  semíticas  establecidas  en  las 
costas  septentrionales  de  África,  hacían  la  trata  de  blancos  en 
Europa.  Antes  de  que  los  europeos  hicieran  la  trata  de  negros 
en  África  trajeron  á  los  guanches  de  Canarias,  y  en  los  últimos 
años  del  siglo  xiv  eran  vendidos  como  esclavos  en  los  mercados 
de  Sevilla  y  de  Lisboa.  También  se  cree  generalmente  que  los 
primeros  esclavos  negros  de  cabello  rizado  llegaron  á  Lisboa 
en  1442.  Barros,  Déc.  I,  lib.  i,  cap.  6,  dice  que  eran  negros 
de  Senegambia  enviados  por  los  moros  para  rescatar  esclavos 
de  su  propia  raza  (Ritter,  África^  1822,  pág.  411).  Pero  Ortiz 
de  Zúñiga  ha  probado  que  trajeron  esclavos  negros  á  Sevilla  en 
el  reinado  de  Enrique  III  de  Castilla,  y  por  tanto,  antes  de 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  211 

Media  hasta  nuestros  días  y  que  han  prodvjcido,  cual- 
quiera que  fuese  el  grado  de  cultura  individual  de  los 
supuestos  conquistadores  civilizadores ,  un  Resultado 
igualmente  funesto. 

Esta  analogía  no  ha  subsistido  sólo  en  los  hechos 
consumados,  en  los  actos  de  barbarie  ó  de  larga  opre- 
sión; preséntase  también  en  los  argumentos  encamina- 
dos á  justificar  estos  actos,  en  el  rencor  contra  los  que 
los  refutan,  en  esas  vacilaciones  de  opinión,  en  esas 
dudas  que  se  fingen  sobre  la  elección  entre  lo  justo  y  lo 
injusto  para  disfrazar  mejor  la  afición  á  la  servidumbre 
y  á  las  medidas  de  rigor. 

Oigamos  una  vez  más  al  amigo  de  Colón ,  á  Pedro 
Mártir  de  Anghiera  {Opus  Epist,,  núm.  806,  pág.  480). 
«Acerca  de  la  libertad  de  los  indios,  escribe  en  1525  al 
arzobispo  de  Calabria,  aun  no  se  ha  encontrado  nada  que 
convenga.  El  derecho  natural  y  la  religión  (iura  natura- 
lia  Pontijíciaque)  quieren  que  todo  el  género  humano 
sea  libre:  el  derecho  imperial  (la  política)  no  opina  lo 
mismo.  El  uso  mismo  es  contradictorio,  y  una  larga  ex- 
periencia enseña  que  la  servidumbre  es  necesaria  para 
aquellos  que,  privados  de  dueños  y  tutores,  vuelven  á 
su  idolatría  y  á  sus  antiguos  errores.» 

Estas  palabras  memorables  explican  que  Las  Casas 
«xclame,  después  de  haber  tratado  á  Colón  con  gran  se- 
veridad. 


1406  {Anales  de  Sevilla,  lib.  XII,  núm.  10).  Los  catalanes  y  los 
normandos  frecuentaron  la  costa  de  África  hasta  el  trópico  de 
Cáncer,  lo  menos  cuarenta  y  cinco  años  antes  que  el  infante 
D.  Enrique,  el  marino,  comenzara  la  serie  de  sus  descubri- 
mientos más  allá  del  cabo  Non. 


212  ALEJANDRO    DE   HÜMDOLDT. 

«¿Qué  podía  esperarse  de  un  viejo  marino ,  hombre  d& 
guerra,  en  una  e'poca  en  que  los  más  sabios  y  respetables 
eclesiásticos  permanecen  inciertos  ó  justifican  la  escla- 
vitud?» 

Bien  comprendía  Colón  que,  ejerciendo  un  poder  ab- 
soluto, en  medio  de  la  lucha  de  los  partidos ,  la  energía 
de  su  carácter  j  su  posición  política  le  arrastraban  al- 
gunas veces  á  actos  de  violencia  y  de  severidad ,  actos- 
que  no  hubiera  intentado  en  Europa  y  en  el  seno  de  una 
administración  pacífica.  Gomara  (1),  en  su  sencillo  y 
expresivo  estilo,  le  llama  (.(hombre  de  buena  estatura  y^ 
membrudo,  cariluengo,  bermejo  (el  hijo  de  Colón  dice  de 
color  encendido),  pecoso  y  enojadizo  y  crudo,  y  que  su- 
fría mucho  los  peligros.»  Colón  se  caracteriza  á  sí  mis- 
mo en  una  carta  al  comendador  Nicolás  de  Ovando,  de 
la  cual  nos  ha  conservado  un  fragmento  (2)  Las  Ca- 
sas, diciendo:  «Yo  no  soy  lisonjero  en  fabla,  antes  soy 
tenido  por  áspero.»  En  el  momento  funesto  y  crítico  en 
que,  con  los  grillos  puestos,  debe  justificarse  del  castigo 
impuesto  á  Moxica,  Pedro  Riquelme,  Hernando  de  Gue- 


(1)  En  su  mocedad,  dice  Fernando  Colón  {Vida  del  Almi- 
rant'í,  cap.  3),  tuvo  el  cabello  blondo,  pero  de  treinta  años  ya 
le  tenia  blanco.  Benzoni,  que  nació  trece  años  después  de  la 
muerte  de  Cristóbal  Colón,  le  caracteriza  diciendo:  «Ingenio 
excelso,  laeto  é  ingenuo  vultu.  Acres  illi  et  vigentes  oculi ,  suh- 
fiava  Ccssaries,  os  paulo  patentius,  in  primis  justitiae  studiosus 
erat,  iracundias  tamen  pronus  si  qnando  conmovctur. »  {Hist. 
índice  occid.,  1586,  lib.  i,  cap.  14.)  Acerca  de  la  incertidum- 
bre  de  los  retratos  discordantes  de  Colón  conservados  en  Cúc- 
caro,  en  casa  del  duque  de  Berwick,  en  Madrid,  etc.,  véase 
Cancelliebi,  Nvtiziedi  Christ.  Colombo,  1809,  pág.  180.  Có- 
dice Colomlü  Amer.,  pág.  Lxxv. 

(2)  Carta  del  mes  de  Marzo  de  1504. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  213 

vara  y  otros  rebeldes,  dice  noblemente  en  un  escrito  ha- 
llado en  los  archivos  del  duque  de  Veragua  (1):  «Yo 
debo  ser  juzgado  como  capitán  que  fué  de  España  á  con- 
quistar fasta  las  Indias,  y  no  como  hombre  que  gobierna 


(1)  «Yo  he  perdido  (en  estos  trabajos)  mi  juventud  y  la 
parte  que  me  pertenece  de  estas  cosas  y  la  honra  dello;  mas 
non  fuera  de  Castilla  adonde  se  juzgaran  mis  fechos  y  seré  juz- 
gado como  á  capitán  que  fué  á  conquistar  de  España  fasta  las 
Indias  y  non  á  gobernar  cibdad  ni  yilla  ni  pueblo  puesto  en 
regimiento,  salvo  á  poner  so  el  señorío  de  S.  A.  gente  salvaje, 
belicosa  y  que  viven  por  sierras  y  montes.»  Este  fragmento  es 
de  fines  del  año  1500. 

La  carta  enviada  á  la  nodriza  del  infante  D.  Juan,  doña 
Juana  de  la  Torre,  también  de  fines  de  1500,  repite  el  mismo 
pensamiento  de  una  manera  más  patética ,  pero  también  más 
incoherente  en  la  construcción  de  las  frases:  «Allí  me  juzgan 
como  gobernador  que  fué  á  Secilia  (Sicilia)  ó  ciudad  ó  villa 
puesta  en  regimiento  y  adonde  las  leyes  se  pueden  guardar  por 
entero,  sin  temor  de  que  se  pierda  todo,  y  rescibo  grande  agra- 
vio. To  debo  ser  juzgado  como  capitán  que  fué  de  España  á 
conquistar  fasta  las  Indias  á  gente  belicosa  y  mucha  y  de  cos- 
tumbres y  seta  á  nos  muy  contraria:  los  cuales  viven  por  sie- 
rras y  montes  sin  pueblo  asentado  ni  nosotros,  y  á  donde,  por 
voluntad  divina,  he  puesto  so  el  señorío  del  Rey  y  de  la  Reyna, 
nuestros  señores,  otro  mundo;  y  por  donde  España,  que  era 
dicha  probé,  es  más  rica.  Yo  debo  ser  juzgado  como  capitán 
que  de  tanto  tiempo  fasta  hoy  trae  las  armas  á  cuestas ,  sin  las 
dejar  una  hora  y  de  caballeros  de  conquista  y  del  uso,  y  no  de 
letras,  salvo  si  fuesen  de  Griegos  y  de  Romanos  ó  de  otros  mo- 
dernos de  que  hay  tantos  y  tan  nobles  en  España,  ca  de  otra 
guisa  recibo  grande  agravio,  porque  en  las  Indias  no  hay  pue- 
blo ni  asiento.» 

Podría  decirse  que  el  fragmento  hallado  en  los  archivos  del 
duque  de  Veragua,  si  no  es  el  borrador  de  la  carta  á  la  nodriza 
del  Infante,  debe  ser  principio  de  una  carta  escrita  con  el  mismo 
propósito  de  justificarse.  Ya  hemos  hecho  ver  antes,  compa- 
rando cartas  dirigidas  al  tesorero  de  la  corona  D.  Eafael  San- 


214  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

ciudad  grande  6  pequeña,  sometida  á  régimen  regular, 
porque  he  tenido  que  convertir  en  vasallos  de  Su  Alteza 
pueblos  salvajes,  belicosos,  que  viven  en  montes  y  selvas.» 
Este  lenguaje  tan  serio  y  elevado  recuerda  la  defensa  de 
Warren  Hastings,  acusado  de  violencias  mucho  más- 
atroces  que  las  atribuidas  á  Colón,  alabándose  de  haber 
ensanchado,  en  las  circunstancias  más  difíciles,  el  impe- 
rio británico  de  la  India. 

También  se  ha  invocado  esta  fuerza  de  las  circuns- 
dias,  ésta  necesidad  de  previsión  política,  para  disculpar 
al  Almirante  de  la  pérfida  trama  inventada  á  fin  de 
que^cayerá  Caonabo  (1)  ,  el  rico  cacique  de  la  provincia 
de  Gibao,  en  manos  de  los  españoles.  La  instrucción  dada 
á  Mosen  Pedro  Margarit  para  atraer  al  cacique  á  una 
celada,  es  muy  notable,  y  no  se  distingue,  como  observa 
aporttinamente  Washington  Irving  ,  por  su  carácter 
caballeresco.  Después  de  recomendar  á  Margarit  que  cor- 
ten las  narices  y  las  orejas  á  los  indios  que  roben ,  (apor- 
que son  miembros  que  no  podrán  esconder'»,  le  ordena' 
que  envíe  á  Caonabo  hombres  astutos  con  regalos ,  los 
cuales  le  digan  que  se  tiene  mucha  gana  de  su  amistad^ 
halagándole  con  buenas  palabras  para  que  pierda  toda 
desconfianza,  y  que,  una  vez  cogido,  se  le  ponga  una  ca- 
misa y  un  cinto  para  asegurar  mejor  su  persona,  porque 
un  hombre  desnudo  se  escapa  muy  fácilmente  (2). 


chez  y  al  escribano  de  ración  D.  Luis  Santángel  y  escritas  en 
1493,  que  Colón  tenía  la  costumbre  de  enviar  á  diferentes  per- 
sonas entre  sus  protectores  cartas  :que  decían  lo  mismo  y  con 
iguales  frases. 

(1)  El  Almirante  le  llama  Cahonaboa,  Pedro  Mártir,  Cauna- 
boa.  (^Oceámra,  Dec.  i,  lib.  IV,  pág.  48.) 

(2)  Instrucción  de  9  de  Abril  de  1494. 


DESCUBRIMIENTO   ÜR   AMÉRICA.  215 

En  todos  tiempos  lian  acostumbrado  las  naciones  de 
la  Europa  latina  á  calumniarse  mutuamente;  los  espa- 
ñoles acusan  á  Colón  de  «astucia  genovesa»,  que  sabe 
sacar  partido  de  todo,  hasta  del  fenómemo  de  un  eclipse 
de  luna  (1),   y  olvidan  el  carácter  artero  de    Cortés^ 


(1)  El  eclipse  de  29  de  Febrero  de  1504,  que  Colón  predijo 
tres  días  antes  á  los  indios  de  Jamaica  para  asustarlos  y  obli- 
garles á  llevar  nuevas  provisiones.  Encuentro  anotadas  las 
circunstancias  de  este  eclipse  y  la  deducción  de  la  longitud  del 
jmerto  de  Santa  Gloria  en  el  litoral  de  la  isla  Janahica  (Ja- 
maica) en  el  libro  de  las  profecías  de  Colón,  fol.  76.  También 
en  el  testamento  de  Diego  Méndez  se  habla  y  nombra  el  eclipse 
casi  total.  Colón  advierte  que  no  pudo  observar  el  principio  del 
eclipse,  porque  el  comienzo  fué  primero  que  el  sol  sejiusiese. 

Este  caso  rarísimo  es  un  efecto  de  refracción.  Dice  Fer- 
nando  Colón  {Vida  del  Almirante^  cap.  103)  que  Colón  dijo  á 
los  indios  durante  el  eclipse  quería  hablar  tmpoeo  con  sit  Bio.^, 
y  se  encerró.  Sacó  especialmente  partido  de  la  inflamación  de 
la  luna  por  ira  del  ciclo,  tinte  que  lo  produce,  segán  se  sabe,  la 
inflexión  de  los  rayos  solares  en  el  cono  de  la  sombra,  por  la 
influencia  de  atmósfera  terrestre  y  que  es  vivísimo  en  la  zona 
tropical.  {Rclat.  hist.,  t.  iii,  pág.  544.)  No  hay  necesidad  al- 
guna de  suponer  que  la  predicción  del  eclipse  se  fundaba  en 
cálculos  de  Colón.  El  Almirante  tenía  sin  duda  efemérides  á 
bordo,  problablemente  las  de  Kegiomonlanus  que  abarcaban 
los  años  1475-1506  ó  el  Calciularium  eelipsivm  para  1483-1530, 
cuyo  uso  era  muy  común  entre  portugueses  y  españoles.  Esta 
suposición  es  tanto  más  probable,  cuanto  el  Almirante  tenía 
plena  confianza  en  la  determinación  de  la-?  longitudes  por  la 
observación  de  los  eclipses  lunares  (dice  en  su  carta  al  papa 
Alejandro  VI  no  pudo  haber  yerro^  porque  hubo  entonces  eclip- 
.ses  de  la  luna,  y  ya  en  el  Diario  de  su  primer  viaje  ( día  13  de 
Enero  de  1493)  se  propone  «observar  la  conjunción  de  Júpiter 
y  Mercurio  y  la  oposición  de  Júpiter»,  fenómenos  sin  duda  in- 
dicados en  las  efemérides  que  llevaba  en  el  barco.  El  amigo 
de  Colón,  Vespucci,  dice  claramente  en  la  carta  á  Lorenzo  do 


216  >LRJANPRO    DE   HUMBOLDT. 

quien,  apenas  desembarco  en  la  playa  de  ChalcMcuecan, 
en  1519,  aseguraba  á  su  soberano,  en  carta  fechada  en 
la  Rica  Villa  de  Veracruz,  que  el  rico  y  poderoso  se- 
ñor Moctezuma  debía  caer,  muerto  ó  vivo,  en  sus  ma- 
nos (1). 

Tal  es  la  complicación  de  los  destinos  humanos,  que 
estas  mismas  crueldades  que  ensangrentaron  la  con- 
quista de  ambas  Américas  se  han  renovado  á  nuestra 
vista  en  tiempos  que  creíamos  caracterizados  por  extra- 
ordinario progreso  de  las  luces  y  general  templanza  en 
las  costumbres.  Un  hombre,  en  la  mitad  de  la  carrera 
de  su  vida,  ha  podido  ver  el  terror  en  Francia,  la  expe- 
dición inhumana  de  Santo  Domingo,  las  reacciones  po- 
líticas y  las  guerras  civiles  continentales  en  América  y 
Europa,  las  matanzas  de  Chío  y  de  Ipsaray  los  actos  de 
violencia  producidos  recientemente  en  los  Estados  Uni- 
dos por  una  legislación  atroz  relativa  á  los  esclavos ,  y 
el  odio  de  los  que  querían  reformarla. 

Las  pasiones  se  han  abierto  camino  con  esfuerzo  irre- 
sistible cuando  las  circunstancias  han  sido  idénticas,  lo 
mismo  en  el  siglo  xix  que  en  el  xvi.  El  poder  de  las 
cosas  ha  cedido  al  poder  de  las  costumbres.  En  ambas 
épocas,  el  arrepentimiento  siguió  á  las  desgracias  públi- 
cas; pero,  en  nuestros  días,  y  con  motivo  de  los  tristes 
sucesos  á  que  me  refiero,  el  pesar  ha  sido  más  uná- 
nime y  más  públicamente  manifestado.  La  filosofía,  sin 


Médicis  (Bandini,  pág.  72),  que  se  sirvió  en  1499  y  1500  «del 
almanaque  de  Juan  de  Monteregio,  calculado  por  el  meridiano 
de  Ferrara.» 

(1)   Cartas  de  Hernán  Cortés  (ed.  del  cardenal  Lorenzana, 
página  39). 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  217 

obtener  victoria,  se  ha  sublevado  en  favor  de  la  huma- 
nidad, y  la  violencia  de  las  pasiones  ha  perdido  la  anti- 
cua franqueza  que  excluye  el  pudor  en  los  autores  de 
atentados  y  caracteriza  la  rápida  marcha  de  la  conquista 
del  Nuevo  Mundo.  La  tendencia  moderna  es  «buscar  la 
libertad  por  las  leyes»,  el  orden  por  la  perfección  de  las 
instituciones;  elemento  nuevo  y  saludable  del  orden  so- 
cial, elemento  que  obra  lentamente,  pero  que  hará  me- 
nos frecuente  y  más  difícil  la  vuelta  á  conmociones  san- 


XII. 


Carácter  de  la  primera  colonización  en  América  é  infundada 
acusación  de  avaricia  contra  Colón. 


Si  el  descubrimiento  de  América,  dando  nuevo  tem- 
ple al  carácter  nacional,  nos  recuerda  en  cierto  modo  la 
vida  animada  y  la  salvaje  independencia  de  la  Edad 
Media;  si  es  cierto  que  imprime  sello  de  grandeza  á  la& 
rápidas  y  aventureras  expediciones  que  produjeron  la 
ruina  de  dos  imperios  y  abrieron  al  comercio  de  los  pue- 
blos vastas  comarcas ,  bajo  el  punto  de  vista  de  las  cos- 
tumbres presenta  solo  débiles  analogías  con  la  época 
caballeresca  de  la  Europa  cristiana. 

No  es  sólo  la  exaltación  del  valor  y  el  espíritu  de 
atrevidas  empresas  lo  que  caracterizan  los  tiempos  de  la 
caballería,  sino  también  el  desinterés,  la  protección  del 
débil,  la  lealtad  en  el  cumplimiento  de  un  voto  ó  pro- 
mesa hecha,  el  entusiasmo  de  la  fe,  el  poder  ó  la  supre- 
macía del  sentimiento  y  del  interés  intelectual  sobre  los 
intereses  materiales  de  la  sociedad. 

Tal  fué  el  carácter  de  la  caballería  en  la  noble  lucha 
de  godos  y  de  árabes  en  España;  tal  era  en  las  expe- 
diciones de  los  cristianos  á  Oriente.  Conviene  también 


DESCUBRIMIENTO   DE   AiMÉRlCA.  219^ 

decir  que  las  costumbres  caballerescas,  contribuyendo- 
á  la  elevación  de  las  almas  y  al  desarrollo  del  sentimiento 
poético,  no  excluían,  sin  embargo,  los  actos  de  ferocidad- 
que  inspira,  en  ciertos  momentos,  el  ardor  de  las  pasiones 
odiosas.  La  institución  de  la  caballería,  depurando  y 
réfinando  las  costumbres  en  la  alta  esfera  del  orden  so- 
cial, permaneció  extraña  á  las  leyes  de  la  patria ,  y  sólo 
muy  indirectamente  influyó  en  mejorar  la  suerte  de  las 
clases  bajas  y  más  numerosas  del  pueblo.  Fruto  de  la 
anarquía  feudal  en  siglos  de  opresión  y  de  latrocinio, 
no  ha  sobrevivido  á  las  circunstancias  que  lo  crearon. 
La  verdadera  conquista  de  la  España  de  los  moros 
termina  con  la  batalla  de  las  Navas  de  Tolosa  en  1212. 
En  manos  de  los  musulmanes  quedaba  sólo  el  pequeño 
reino  de  Granada.  Desde  entonces  empezó  un  nuevo 
orden  de  cosas  en  la  España  dependiente  de  las  dos  co- 
ronas de  Aragón  y  Castilla.  Las  belicosas  empresas  que 
ilustraron  á  fines  del  siglo  xv  la  destrucción  del  último 
asilo  de  los  moros  en  la  Península,  recuerdan  sin  duda 
los  antiguos  prodigios  de  la  caballería,  como  manifesta- 
ción del  valor  personal ,  como  generosidad  en  los  com- 
bates y  tambie'n  como  carencia  de  ese  sentimiento  de 
humanidad  universal  que  abarca  pueblos  de  diferente  re- 
ligión y  raza.  Pero  el  sitio  de  Granada  y  la  conquista  de 
América  distan  dos  siglos  y  medio  del  estado  social  que 
dio  origen  á  un  sistema  de  caballería  dominante  en  casi 
toda  la  Europa  cristiana,  y  que  suplía  la  debilidad  de  la 
autoridad  suprema  con  la  exaltación  de  la  energía  indi- 
vidual. Las  virtudes  que  hacen  brillar  más  esta  energía- 
de  carácter  son  sin  duda  de  todos  los  tiempos  y  pueden 
ser  celebradas  en  la  historia  con  el  nombre  de  virtudes 
caballerescas;  pero  los  tiempos  de  la  verdadera  caballe- 


220  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

ría,  y.  como  reflejo  suyo,  la  flor  de  la  poesía  romántica, 
acaban  al  terminar  el  reinado  de  Fernando  III  de  Cas- 
tilla y  el  de  los  Hohenstaufen. 

El  crecimiento  de  la  autoridad  monárquica,  la  exten- 
sión del  comercio  en  la  cuenca  del  Mediterráneo  y  con 
las  costas  de  Flandes,  la  necesidad  generalmente  sen- 
tida del  orden  fundado  en  la  ley,  disminuyeron  la  im- 
portancia de  las  existencias  individuales  y  los  desarre- 
glados esfuerzos  de  una  sola  clase,  ávida  de  ejercer  un 
poder  independiente.  La  caballería  terminó  al  constituirse 
la  nación  en  cuerpo,  invocándose  para  la  represión  délos 
abusos  y  para  la  defensa  del  débil  la  acción  protectora 
del  gobierno. 

En  el  reinado  de  Fernando  el  Católico  y  de  Isabel  fué 
cuando  con  mayor  rapidez  arraigó  el  sistema  de  unidad, 
de  fusión  política  y  de  poder  arbitrario,  y  los  escritores 
modernos  que  han  creído  ver  en  el  sangriento  drama  de 
la  conquista  de  América  el  efecto  de  un  impulso  dado 
por  la  caballería  de  la  Edad  Media,  la  consecuencia  de 
un  movimiento  no  interrumpido,  olvidan  los  cambios 
efectuados  en  el  orden  social  de  un  país,  al  entrar  ea  la 
carrera  de  los  pueblos  industriales,  y  confunden  el  estado 
de  la  Península  cuando  el  sitio  de  Granada,  con  el  que 
tenía  cuando  las  batallas  de  Alarcos  y  de  Tolosa. 

Los  caballeros  de  las  conquistas  ^  fríamente  inhuma- 
nos, que  convertían  en  vicios  los  defectos  de  la  caballe- 
ría, se  asemejan  más,  con  corto  número  de  excepciones, 
tanto  en  los  combates  que  entre  sí  libraban,  como  en  sus 
ataques  á  los  príncipes  indígenas,  á  esos  condottieri  que 
desde  mediados  del  siglo  xiv  arrasaban  la  desdichada 
Italia. 

La  sed  del  oro  de  que  tanto  se  ha  hablado  fué  menos 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  221 

funesta  á  la  población  india  por  los  actos  de  violencia 
instantánea  que  provocaba  que  por  las  lentas  exacciones 
á  que  condujeron  primero  el  trabajo  de  las  minas  y  pos- 
teriormente (1),  entre  los  años  1513  y  1515,  el  cultivo 
de  la  caña  de  azúcar. 

La  afición  á  las  empresas  de  industria  comercial,  qwe 
los  castellanos  habían  adquirido  por  el  contacto  con  los 
árabes  primero,  y  después  por  sus  frecuentes  relaciones 
con  los  puertos  de  Italia,  convertía  á  los  nuevos  colonos 
de  las  islas  Antillas  en  huespedes  tanto  más  opresores^ 
cuanto  que  la  falta  de  conocimientos  te'cnicos  y  la  igno- 
rancia absoluta  de  todo  principio  de  régimen  colonial 


(1)  No  fué  en  1506,  como  se  asegura,  cuando  vio  Oviedo,  se- 
gán  dice  terminantemente,  plantar  las  primeras  cañas  de  azú- 
car en  la  isla  de  Santo  Domingo  {Hüt.  natural  de  las  Indias, 
libro  IV,  cap.  8),  porque  Oviedo  fué  por  primera  vez  á  dicha 
isla  en  1513,  como  veedor  de  las  fundiciones  de  oro ,  j  sólo  es- 
tuvo allí  dos  aiJos.  Sus  otros  viajes  fueron  en  1519  al  Darien; 
en  1526  á  Cartagena  de  Indias;  en  1535  á  la  fortaleza  de  Santo 
Domingo.  Como  en  este  año  había  ya  treinta  ingenios  en  la 
citada  isla,  empleando  para  obtener  el  guarapo  cilindros  lié- 
vados  por  Gonzalo  de  Veloso  j  movidos  por  caballos  ó  por  tra- 
piclies  de  agua^  ruedas  hidráulicas,  la  introducción  de  la  caña 
de  azúcar  por  Pedro  de  Atienza  debe  referirse  á  la  época  de 
1513  á  1515.  Es  verdaderamente  notable  que  la  historia  nos  dé 
á  conocer  con  tanta  precisión  las  circunstancias  en  las  cuales 
ha  comenzado  un  cultivo  que  tanto  ha  influido  en  la  barbarie 
de  la  trata  de  negros  y  en  la  prosperidad  del  comercio  europeo, 
pues  todo  el  Archipiélago  antillano  llegó  á  exportar  en  1826, 
sin  contar  los  efectos  del  comercio  fraudulento,  más  de  287  mi- 
llones de  kilogramos  de  azúcar,  y  en  1836  más  de  380  millones. 
(Véase  la  Relation. historique^  t.  Iii,  pág.  493,  y  la  importante 
Meraoria  de  Mr.  Rodet  sobre  el  consumo  de  la  azúcar  en  Eu- 
ropa.) 


222  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

ocasionaban  un  gasto  inútil  de  tiempo  y  de  fuerzas  fiei- 
cas  en  los  trabajos  impuestos  á  los  indios. 

Los  historiadores  españoles  que,  dejándose  llevar  de 
un  equivocado  espíritu  de  patriotismo,  acusan  á  Colón 
de  astucia  y  doblez,  hablan  de  su  avaricia  mercantil 
como  prueba  de  avidez  italiana.  Cierto  es  que  el  Almi- 
rante, como  lo  prueba  su  correspondencia  con  su  hijo 
D.  Diego ,  muestra  activo  y  minucioso  cuidado  por  la 
conservación  de  su  fortuna;  pero  esta  correspondencia  la 
siguió  en  los  años  de  1504  y  1505,  en  los  cuales,  des- 
pués de  la  muerte  de  la  reina  Isabel,  le  privó  el  Gobierno 
de  sus  rentas  de  Haiti,  de  los  derechos  de  tercio,  ochavo 
y  diezmo,  inscritos ,  según  dice  repetidas  veces ,  en  el 
libro  de  sus  privilegios  (1).  Que'jase  de  los  anticipos 
que  había  tenido  necesidad  de  hacer  á  las  personas  que 
le  acompañaron  en  su  cuarto  y  último  viaje;  dice  que 
«vive  de  dinero  prestado»,  y  ordena  á  su  hijo  que  acuda, 
como  de  costumbre,  al  obispo  de  Falencia  (2)  y  al  señor 
Camarero  de  Su  Alteza. 

Preocupaba  mucho  á  Colón  el  rango  de  su  familia  y 
el  brillo  que  quería  darle,  y  su  triple  dignidad  de  almi- 
rante de  Castilla,  virrey  y  gobernador  general  le  obli- 
gaba á  vida  hasta  cierto  punto  fastuosa.  Especialmente 
por  el  primero  de  dichos  títulos ,  gozaba  Colón  de  todoa 


(1)  Carta  de  21  de  Diciembre  de  1504  (Navarrete,  1. 1,  pá- 
gina 346),  y  cédula  del  2  de  Junio  de  1497  (t.  ii,  Doc.  cxiv,  pi- 
gina  202). 

(2)  Diego  de  Deza,  que  no  debe  ser  confundido  con  el  ene- 
migo de  Colón  y  de  Cortés,  Juan  de  Fonseca,  archidiácono  de 
Sevilla,  que  en  Enero  de  1505  también  fué  nombrado  obispo 
4e  Falencia,  cuando  Deza  pasó  á  ser  arzobispo  de  Sevilla. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMIÍRTCA.  22^ 

los  privilegios  concedidos  por  el  rey  Enrique  III  en  1405 
á  su  tío  D.  Alfonso  Enríquez,  privilegios  más  honorífi- 
cos y  lucrativos  que  los  dados  por  monarca  alguno  á  un 
vasallo. 

Nacido  en  el  seno  de  una  república  donde  se  veía  acu- 
mular en  poco  tiempo  inmensas  fortunas  por  las  atrevi- 
das expediciones  marítimas  á  Levante,  y  donde  tales 
riquezas  eran  la  base  del  poder  aristocrático  en  el  Es- 
tado, era  Colón  naturalmente  inclinado  á  desear  el  dinero 
como  medio  de  influencia  política  y  de  grandeza.  Ya 
hemos  visto  antes  que  no  escasea  sus  elogios  al  oro,  al 
cual,  conforme  á  las  ideas  características  de  su  tiempo  y 
ú  su  propia  manera  de  ser,  atribuía  hasta  «virtudes  teo- 
lógicas». 

En  su  institución  de  mayorazgo  (22  de  Febrero  de 
1498,  tres  meses  antes  de  su  partida  para  el  tercer  viaje) 
vuelve  á  su  proyecto  favorito,  el  de  la  conquista  del 
Santo  Sepulcro,  que  debe  ser  consecuencia  próxima  de 
la  conquista  de  las  Antillas,  es  decir,  según  él  creía,  de 
Ophir  y  de  Cipango. 

Ordena  á  su  hijo  D.  Diego  que  emplee  sus  riquezas 
«manteniendo  en  Haíti  cuatro  buenos  profesores  de  teo- 
logía, cuyo  número  aumentará  con  el  tiempo,  y  haciendo 
construir  un  hospital  y  una  iglesia  bajo  la  invocación 
de  Santa  María  de  la  Concepción,  con  un  monumento 
de  mármol  y  una  inscripción  (1);  como  también  depo- 
sitando en  el  Banco  de  San  Jorge  de  Genova  (2)  fon- 


(1)  Con  un  bulto  de  piedra  mármol,  en  el  cual  bulto  estará, 
un  letrero  en  conmemoración  del  mayorazgo, 

(2)  Colón  dice  textualmente  aque  haga  comprar  en  su  nom- 
bre ó  de  sus  herederos  unas  compras  á  que  dicen  Logos  que 
tiene  el  oficio  de  San  Jorge,  los  cuales  agora  (en  1498)  rentan 


224  ALK.TANDUO    DE    HUMBOLIT. 

dos  destinados  ó  á  una  expedición  á  Tierra  Santa ,  si  el 
Gobierno  español  renunciaba  á  ella,  ó  á  auxiliar  al  Papa^ 
si  algún  cisma  ( 1 )  en  la  Iglesia  le  amenazara  con  la 
pérdida  de  su  rango  y  de  sus  bienes  temporales.^ 

Pero  lo  que  más  impulsa  al  Almirante  á  desear  con 
ardor  el  aumento  del  producto  de  este  oro,  con  el  cual 
(por  medio  de  misas  á  los  difuntos,  dichas  en  bien  dota- 
das capillas)  «se  sacan  las  almas  del  purgatorio»  (2)^ 
es  una  gran  mira  política.  Cuanto  más  persuadidos  es- 
tuvieran los  Reyes  de  que  Colon  había  llegado  á  los  ricos 
países  limítrofes  al  Quersoneso  de  Oro,  mayor  era  la 
esperanza  de  éste  en  que  le  proporcionaran  los  fondos 
necesarios  para  extender  los  descubrimientos.   La  ambi- 


seis  por  ciento  y  son  dineros  muy  seguros».  Este  párrafo  es 
digno  de  atención  para  los  aficionados  á  los  estudios  de  econo- 
mía política,  relativa  á  la  época  del  descubrimiento  de  Amé- 
rica. 

Muestra  Colón  tanto  empeño  en  la  cruzada  á  Tierra  Santa, 
«en  la  que  Sus  Altezas  deben  gastar  todas  sus  rentas  de  las 
Nuevas  Indias»,  que  ordena  á  D.  Diego  y  á  los  herederos  de 
éste  comenzar  la  expedición,  aunque  los  fondos  acumulados  en 
el  Banco  no  sean  muy  considerables,  por  ser  muy  probable  que 
una  conquista  de  Jerusalén  emprendida  por  simples  particula- 
res obtenga  al  fin  la  cooperación  del  Gobierno. 

(1)  Diríase  que  previo  lo  ocurrido  en  Alemania  el  31  de  Oc- 
tubre de  1517.  Colón  pone  una  condición  de  singular  prudencia 
al  cumplimiento  de  su  orden  de  socorrer  al  Papa  «contra  la  ti- 
ranía de  una  persona  que  quiera  despojar  la  Iglesia».  El  here- 
dero no  necesitará  cumplir  esta  orden  de  socorro  si  el  Papa, 
fuera  herético,  lo  que  Dios  no  quiera. 

(2)  Aludo  al  párrafo  con  tanta  frecuencia  citado  de  la  carta 
á  la  Reina  dando  cuenta  del  cuarto  viaje:  el  oro  e,t  excelcntisi- 

mo y  al  párrafo  que  termina  el  testamento  del  19  de  Mayo 

de  1506. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  229 

conferían  y  su  propiedad  privada;  y  en  una  carta  escrita 
al  Rey  Católico  en  1505,  dice: 

«Muy  humildemente  pido  á  Vuestra  Alteza  que 
mande  poner  á  mi  hijo  (D.  Diego)  en  mi  lugar  en  la 
honra  y  posesión  de  la  gobernación  que  yo  estaba,  con 
que  toca  tanto  á  mi  honra;  y  en  lo  otro  (en  los  bienes) 
haga  Vuestra  Alteza  como  fuere  servido,  que  de  todo 
rescibiré  merced.» 


XIII. 


Infortunios  de  Colón  en  sus  últimos  años. 


Sólo  en  los  cinco  6  seis  primeros  años  que  siguieron  al 
descubrimiento  de  Guanahaní  gozó  Colón  de  alguna  dicha. 
Su  estrella  palideció  en  el  verano  de  1498,  primero  por 
la  dolorosa  languidez,  seguida  de  una  inflamación  á  los 
ojos,  que  padeció,  durante  el  descubrimiento  de  las  costas 
de  Paria;  después  por  las  persecuciones  políticas. é  injus- 
ticia del  Gobierno,  de  que  fué  víctima  á  su  vuelta  á  Haití 
á  fines  de  Agosto  de  1498. 

No  es  probable  que  el  clima  del  Golfo  Triste  j  del  pro- 
montorio de  Paria  tuviera  perniciosa  influencia  en  la  sa- 
lud de  Colón.  He  estado  en  estos  sitios,  y  puedo  afirmar 
que  el  cambio  de  salud  de  que  se  quejaba  el  Almirante 
desde  su  tercer  viaje,  no  puede  atribuirse  auna  navega- 
ción por  la  costa,  durante  la  cual  rara  vez  hizo  expedi- 
ciones á  las  tierras  cubiertas  de  bosques,  y  donde  la  tem- 
peratura es  poco  elevada  (1).  La  constitución  de  Colón, 
debilitada  ya  por  la  vida  activa  y  laboriosa  de  marino  que 


(1)  Por  analogía  con  observaciones  hechas  hoy  en  estos  ma- 
res, no  más  de  26°  centígrados. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  231 

tuvo  casi  desde  niño ,  se  alteró  antes  de  llegar  á  Tri- 
nidad. 

El  Almirante  encontró  calmas  en  las  cercanías  de  las 
islas  de  Cabo  Verde  y  al  Sur  de  las  mismas,  pasando 
más  de  veinte  días  en  las  Canarias  hasta  los  30°  Va  ^e 
longitud,  y  escogió,  según  las  ideas  sistemáticas  (1), 
una  ruta  que  le  aproximaba  hasta  el  octavo  grado  del 
ecuador.  Antes  de  desembarcar  en  las  islas  de  Cabo 
Verde,  donde  una  parte  de  la  tripulación  cayó  enferma, 
tuvo  un  fuerte  ataque  de  gota  en  una  pierna,  seguido  de 
fiebre  (2).  A  estos  males  unióse  en  las  costas  de  Paria 
y  en  el  Golfo  Triste  una  inflamación  á  los  ojos,  que 
aumentaron  las  continuas  vigilias. 

Llegó  Colón  á  la  isla  Beata,  próxima  á  Haiti,  casi  en 
completo  estado  de  ceguera,  y  el  médico  que  iba  á  bordo 
de  la  carabela  capitana^  maese  Bernal,  no  era  á  propósito 
para  inspirarle  confianza  ni  proporcionarle  alivio,  por  ser 
su  enemigo  mortal,  hombre  vengativo,  que,  como  dice  el 
Almirante  en  una  carta  dirigida  á  su  hijo,  «mataba  con 
sus  remedios  á  las  gentes  y  merecía  ser  descuartizado  mil 
veces»  (3). 


(1)  «Navegué,  dicen  Colón,  por  camino  no  acostumbrado, 
navegué  al  austro  con  propósito  de  llegar  á  la  línea  equiuocial  y 
de  allí  seguir  al  poniente  hasta  que  la  isla  Española  me  quedase 
al  septentrión.» 

(2)  Vida  del  A  Imirante,  cap.  65.  En  la  carta  á  la  Reina  qué- 
jase Colón  con  amargura  de  su  estancia  en  las  islas  de  Cabo 

Verde,  que  dice  tienen  mal  aplicado  este  nombre,  siendo  tan 
secas  que  no  se  encuentra  en  ellas  rastro  de  verdura.  Describe 
los  efectos  de  la  calma  y  de  un  clima  tan  ardiente  que  quema- 
ba el  barco.  A  ocho  días  de  completa  calma  sucedieron  siete  días 
de  lluvia  y  espesa  niebla.  Esta  es  la  región  de  las  calmas. 

(3)  Carta  del  29  de  Diciembre  de  1504. 


232  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

Los  dos  años  de  perturbaciones  y  angustias  pasados 
en  Haití,  desde  la  rebelión  de  Eoldán  hasta  la  dictadura 
de  Bobadilla,  apresuraron  la  progresiva  pérdida  de  sus 
fuerzas  físicas;  y  la  mejor  prueba  del  maravilloso  vigor 
natural  de  la  constitución  del  Almirante  y  del  imperio 
que  su  grande  alma  ejercía  en  un  cuerpo  debilitado,  es 
el  éxito  de  su  cuarto  viaje,  el  más  largo  y  peligroso  de 
todos. 

De  vuelta  en  Sanlúcar  el  7  de  Noviembre  de  1504, 
arrastró  una  vida  miserable,  afligida  por  la  inesperada 
muerte  de  la  reina  Isabel  (1),  sin  confianza  en  las  fa- 
laces promesas  del  Rey,  implorando  permiso  (2)  para 


(1)  Afortunadamente,  poseemos  la  hermosa  carta  en  que 
Colón  habla  de  esta  muerte  á  su  hijo  D.  Diego,  y  también  le 
encarga  averiguar  si  la  Reina  ha  dejado  dicho  algo  de  él  en  su 
testamento. 

(2)  Me  refiero  á  la  licencia  de  la  muía  que  D.  Diego  debía 
negociar  para  que  su  padre  pudiera  ir  desde  Sevilla  á  la  corte, 
que  estaba  entonces  en  Toro  y  después  en  Segovia.  El  permiso 
fué  concedido  en  1605  «por  causa  de  vejez  y  enfermedad».  Como 
la  raza  caballar  disminuía  en  España  á  causa  del  frecuente  uso 
que  se  hacía  de  las  muías,  el  rey  Alfonso  XI  publicó  un  edicto 
prohibiendo  en  absoluto  montar  en  muías.  Posteriormente  fué 
modificada  esta  disposición,  determinando  el  número  de  muías 
que  podían  alimentar  los  obispos  y  los  grandes  de  España.  Infor- 
mado el  rey  Fernando  en  1494  de  que  cada  día  era  más  difícil 
reunir  para  el  servicio  del  ejército  cinco  ó  seis  mil  caballos, 
privó  de  la  licencia  de  la  muía  á  todos  los  legos.  El  uso  de  la 
muía,  cuyo  andar  es  mucho  más  suave  que  el  de  los  caballos, 
sólo  fué  permitido  desde  entonces  á  los  infantes,  al  clero  y  á  las 
mujeres. 

El  estado  de  los  caminos  y  los  medios  de  transporte  eran  tales 
entonces  en  España,  que  Colón  no  pudó  realizar  su  viaje  á  la 
corte  hasta  el  mes  de  Mayo  de  1505.  Primero  proyectó  ir  en 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉRICA.  233 

montar  en  muía  ensillada  y  enfrenada,  porque  sus  do- 
lencias no  le  permitían  viajar  por  tierra  de  otro  modo. 
El  que  había  dado  á  España  un  nuevo  mundo,  sólo  pe- 
día un  rincón  de  tierra  para  morir  en  él  tranquilamente. 
(Herrera,  Dec.  i,  lib.  vi,  cap.  13.) 

Esta  serie  de  persecuciones  y  contrariedades,  que  tanto 
amargaron  los  seis  últimos  años  de  la  vida  de  Colón, 
aumentaron  en  él  la  circunspección  y  la  desconfianza  que 
constituían  los  rasgos  más  genoveses  de  su  carácter.  El 
grande  hombre  decía:  de  sí  mismo  que  su  posición  pre- 
sentaba tres  dificultades  casi  insuperables:  estar  largo 
tiempo  ausente  de  la  corte;  ser  extranjero  en  el  país  que 
quería  servir,  y  envidiado  por  el  grande  éxito  de  sus  em- 
presas. 

Oviedo,  al  describir  el  carácter  del  Almirante  {Histo- 
ria general^  lib.  i,  cap.  ii),  le  llama:  <íBien  hablado, 
cawío,  de  grande  ingenio  y  buen  latino.»  Ya  he  indicado 
en  otro  sitio  la  extraordinaria  reserva  con  que,  desde  la 
primera  expedición,  comunica  al  Gobierno  los  detalles 
de  sus  descubrimientos.  Quéjase  la  Reina,  en  su  carta 
de  5  de  Septiembre  de  1493,  de  que  el  lihro  del  Almi- 
rante (sin  duda  el  Diario  de  su  viaje)  deje  en  blanco  los 
grados  (de  latitud)  en  los  que  se  encuentran  situadas  las 
nuevas  tierras  y  los  grados  por  donde  ha  pasado  para 
llegar  á  ellas.  Quiere  ella  una  carta  muy  cumplida^  que 
contenga  todos  los  nombres;  una  carta  marina,  que  no 
será  mostrada,  si  Colón  lo  exige  {si  vos  pareciere  que  no 
la  debemos  mostrar^  nos  lo  escribid). 


litera,  y  al  efecto  el  cabildo  de  Sevilla  le  prometió  las  andas 
que  habían  servido  para  llevar  el  cuerpo  del  difunto  cardenal 
D.  Diego  Hurtado  de  Mendoza.  ¡ 


234  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

En  carta  de  16  de  Agosto  de  1494,  que  contiene  los 
más  honrosos  sentimientos  de  afecto  y  estimación  (1), 
pide  nuevamente  la  Reina  al  Almirante  que  le  escriba 
cuántas  islas  ha  descubierto,  qué  nombre  ha  dado  á  cada 
una  de  ellas,  y  á  qué  distancia  se  encuentran  unas  de 
otras. 

Después  del  cuarto  viaje,  se  ve  precisado  á  escribir  al 
Papa,  que  se  quejaba  de  su  largo  silencio.  Teme  que  esta 
carta  (2)  le  perjudique  en  el  ánimo  del  Rey,  y  per  tres 
veces  ordena  á  su  hijo  que  se  la  muestre  al  señor  Cama- 
rero y  al  obispo  de  Falencia',  para  evitar  calumnias  y 
falsos  testimonios.  Estas  precauciones  debían  parecería 
tanto  más  indispensables,  cuanto  que  la  imprudente  vio- 


(1)  ((Una  de  las  principales  cosas  porque  esto  nos  ha  placido 
es  por  ser  inventada,  principiada  é  habida  por  vuestra  mano, 
trabajo  é  industria,  j  parécenos  que  todo  lo  que  al  principio  nos 
dijistes  que  se  podría  alcanzar,  por  la  mayor  parte  toda  ha  salido 
cierto,  como  si  lo  hobierades  visto  antes  que  nos  lo  dijesedes.» 
En  esta  carta,  conservada  en  los  archivos  del  duque  de  Veragua 
(Navarrete,  t.  II,  Doc.  LXXix,  p.  151),  es  donde  se  encuentra 
también  el  indicio  de  un  conocimiento  exacto  de  las  estaciones 
en  los  trópicos,  a  Algunos  quieren  decir  que  en  un  año  hay  allá 
dos  inviernos  y  dos  veranos.))  S.  Isidoro  {Origenes,  XI v,  6)  y  el 
Cardenal  D'Ailly  {Imago,  c.  13)  hablan  de  dos  veranos  en 
Trapobana. 

(2)  Véanse  las  cartas  del  Almirante  á  D.  Diego  fechadas 
el  21  y  29  de  Diciembre  de  1504  y  el  18  de  Enero  de  1505.  La 
carta  al  Papa  se  refería  al  cuarto  viaje  (i/e  escrito  al  Santo 
Padre  de  mi  viaje,  porque  se  quejaba  de  mí  que  no  le  escribía). 
No  es,  por  tanto,  la  que  copió  D.  Fernando  Colón,  y  por  su  copia 
conocemos,  en  la  que  el  Almirante  se  alaba  de  haber  descrito 
sus  viajes  en  laforma  de  los  Comentarios  de  Julio  César  y  cuya 
fecha  del  mes  de  Febrero  de  1502  es  anterior  en  dos  meses  á  la 
partida  para  el  cuarto  y  último  viaje. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  235 

lencla  con  que  había  tratado  (1),  al  partir  para  el  tercer 
viaje,  á  un  favorito  y  servidor  de  la  poderosa  casa  del 
obispo  de  Badajoz,  Juan  de  Fonseca  (2),  fué  sin  dada 
el  motivo  principal  del  cruel  tratamiento  que  le  hizo  su- 
frir Francisco  de  Bobadilla. 

Lo  que  mejor  prueba  la  elevación  de  sentimientos  y  la 
nobleza  del  carácter  de  Colón,  es  la  mezcla  de  energía  y 
de  bondad  que  en  él  encontramos  hasta  el  fin  de  una 
vida  en  cuyos  catorce  años  de  gloria  (de  1492  á  1506) 
únicamente  seis  ó  siete  fueron  para  él  felices  (desde  1492 
á  1499).  Si  algunas  veces  le  dominaba  el  abatimiento  y 
se  entregaba  melancólicamente  á  sus  místicos  ensueños, 
pronto  recobraba  la  poderosa  voluntad  y  la  claridad  de 
inteligencia,  que  es  fuente  de  las  grandes  acciones. 

Diez  y  siete  meses  después  de  la  muerte  de  la  reina 
Isabel,  el  rey  Felipe  I  y  la  reina  Juana  desembarcaron 


(1)  Lo3  puntapiés  dados  á  Jimeno  de  Briviesca,  judio  ó  moro 
recién  convertido.  (Las  Casas,  lib.  i,  cap.  126.  Washington 
Irwing,  t.  II,  p.  355.) 

(2)  «El  dicho  D.  Juan  tuvo  continuamente  odio  mortal  al 
Almirante.  El  piloto  Andrés  Martín  debía  entregarlo  á  D.  Juan 
de  Fonseca,  dando  á  entender  que  con  su  favor  y  consejo  ejecu- 
taba Bobadilla  todo  aquello  (la  prisión  y  los  grillos).  (  Vida  del 
Almirante  caps.  64  y  86.)  El  capitán  del  barco,  que  trató  á 
Colón  con  gran  consideración  y  afecto  durante  el  viaje,  llamá- 
base Alonso  de  Vallejo,  amigo  intimo  de  Bartolomé  de  las 
Casas.  Pedro  Mártir,  que  habla  de  este  asunto  con  tímida  reserva 
en  las  Décadas  oceánicas  (í,  7  in  fine),  menciona  una  carta 
cifrada  {ignotis  characterihug  scriptce  litterce)  que  el  Almi- 
rante había  escrito  á  su  hermano  el  Adelantado,  para  inducirle 
á  venir  en  su  ayuda  con  las  tropas;  pero  el  mismo  Pedro  Mártir 
confiesa  que  todo  este  odioso  asunto  quedó  en  plena  obscuri- 
dad. «Quid  f  uerit  perquisitum  non  bene  percipio. — Quid  f  uturum 
8it,  tempus,  rerum  omnium  judes  prudentissimus  aperiet. 


236  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

en  la  Corufia  (1),  con  no  poco  descontento  del  rey  Fer- 
nando, que,  por  venganza,  se  había  casado  con  la  joven 
princesa  Germana  de  Foix.  Los  dos  reyes  de  Aragón 
y  Castilla  tuvieron  la  primera  entrevista  en  medio  de  las 


(1)  El  26  de  Abril  de  1506.  El  Rey  ArcJdduque  y  la  reina 
D.»  Juana  partieron  de  Flandes  y  se  refugiaron  en  Inglaterra 
para  librarse  del  naufragio  é  incendio  del  buque  Almirante  en 
medio  de  una  tempestad,  y  embarcáronse  de  nuevo  en  Plimouth 
para  llegar  á  La  Coruña.  Las  intrigas  de  las  dos  cortes  de 
Femando  y  de  Felipe,  desde  el  desembarco  hasta  la  muerte  del 
joven  Archiduque,  las  describe  del  modo  más  ingenioso  un  tes- 
tigo ocular  (Pedro  Mártir.  Ep.  296-328).  «Germanam,  Galli  re- 
gis  ex  sorore  neptim  Ferdinando  sponsam  adventasse  cuncti  ad" 
mirantur:  durum  ómnibus  videtur  novas  cerneré  tam  repente 
nuptias  in  Castella  praesertim,  ejus  dotalia  regna,  quae  vixit 
nulli  par,  cuius  ossa  gens  omnis  non  minus  veneratur,  quam 
colebat  viventem.  Philipus  Joannaque  reges  adhuc  Angliam 
tenent.  Rex  Angliae  honorifice  eos  suscepit.  Joanna  vero  blandi- 
tias  abnuit,  tenebris  gaudet  ac  solitudine,  f  ugit  omne  commer- 
cium. — Appulsus  est  Philipus  rex:  incertum  an  sit  servaturus 
pacta  cum  socero.  Juvenis  est  mitis,  bonaa  et  magnanimae 
naturse:  sed  non  est  rerum  experientia  poUens,  praesentes  illum 
susurri  adstringunt  ac  prsecipitant.  Pravi  consultores  novarum- 
que  rerum  studiosi,  proceres.  Philippum  ducunt  persuasum  ne 
uUo  pacto  socero  credat.  Joanna  uxor,  ut  invalida,  'prsegnans 
ducitur,  ut  elinguis  tacet.  Confusa  sunt  orania.  Scribo  quse  f er- 
veant — ¡Heul  ¡heu!  ¿quid  ultra  sperandum?  ex  Ferdinandi  regis 
benignitate  erga  filiam  generumque  (?)  tanta  in  Philippenses 
immanitas  ac  petulantia  emanavit,  ut  regem  socerum  inermem» 
senim  triumphis  onostum,  venire  semisuplicem  ad  generum 
armatum,  juvenem  coegerint.  Conveniunt  in  infelici  ruris  exi- 
gui  agello,  nomine  Eemessal. 

Praecedunt  Philippum ,  in  conspectu  soceri ,  compositis  ordi- 
nibus ,  armati  Belgae  circiter  mille.  Femandum  socerum  ac  si 
capere  illum,  abducereque  vinctum  vellent,  circumsepiunt. 
CoUoquuntur:  aspere  hostiliterque  visus  est  á  longe  socerum 
gener  compellasse.  Ex  generi  motibus  id  colligebam.  Discordes 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  237 

montañas  de  Galicia,  en  la  aldea  de  Remesal,  cerca  del 
pueblo  del  Rio  Negro.  Colón  sufría  cruel  ataque  de  gota 
(«agravado  de  gota  y  otras  enfermedades»,  dice  el  hijo), 
y  no  pudo  ir  al  encuentro  de  los  nuevos  soberanos  de  Cas- 
tilla. Olvidando  momentáneamente  la  melancolía  de  la 
reina  Juana,  que  ya  degeneraba  en  locura,  esperaba  que 
la  hija  de  Isabel  se  acordaría  de  las  promesas  y  del  afecto 
de  una  madre  cuyo  trono  ocupaba.  Las  Casas  (lib.  xi, 
capítulo  37)  nos  ha  conservado  la  noble  carta  que  el 
Almirante  dio  á  su  hermano  el  Adelantado,  para  pre- 


abeunt  et  corruptis  animis  regrediuntur,  in  Populam  Sena- 
brise  gener  ad  Riura  Nigrum,  in  Asturianum  opidulum  socar. — 
Discedit  ex  Híspanla  Ferdinandus.  Febrícula  laborat  Phl- 
lippus  ex  ludo  plise  exortam  putant.  Neo  desunt  qul  credant 
actorum  cum  socero  psenltuise. —  Philippus  Ule  qui  jam  sibi 
animo  totum  orbem  absorbere  videbatur,  maternum  aemulans 
avum  octavo  cal.  Oct.  mdvi  animam  emisit  juvenis,  formosus, 
pulcher,  elegans,  animo  polens  et  ingenio,  proceras  validae- 
que  natursB ,  uti  flos  vernus  evanult.  Joanna  laborantl  semper 
affuit,  sive  inmoderato  dolore  prsepedita  sive  quod  jam  non 
sentiat,  quid  sit  dolor,  lacrymam  vel  unam  emisit  nunquam. 
Socer  in  anchoris  stans  porfu  Delffini  indoluit  non  parum, 
aut  indoluisse  visus  est.  Haud  aliter  Ferdinandi  regis  in  Nar 
poli  adventus  ab  Hispanis  {paucis  cxeeptis  sedicionum  amato- 
rihvs)  desideratur  ac  sicca  tellus  dicitur  imbres  appetere.  Mi- 
seretur  Joannse  reginse,  quse  gravis  útero  vidua  relicta,  vitam 
ducit  infelicem ,  tenebris  et  secessu  gaudens,  dextra  mentó  in- 
fixa,  atque  ore  clauso,  ac  si  esset  elinguis,  nullius  commercio 
delectatur,  omne  prsesertim  fsemineum  genus  et  odit  et  abjicit 
á  se,  ut  viro  solebat  vívente! — Exhumat  Joanna  mariti  corpus 
ex  csenobio  Carthusiensl  de  Miraflores.  Ex  duobus  cucuUatis 
fratribus  Mirafloranis  qui  Philippi  corpus  exanime  comitantur, 
altar  laevi  sicco  folio  levior,  reginae,  ut  gratiam  ejus  aucupare- 
tur,  suscitatum  iri  aliquando  regem  (post  quartum  decimum 
ab  interitu  annum)  mandax  persuadet » 


238  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

sentarla  á  los  Monarcas  durante  su  viaje  desde  la  Co- 
ruña  á  Laredo.  Este  documento  sólo  precede  acaso  en 
veinte  días  á  la  muerte  de  Colón,  j  es  su  última  carta: 
«Yo  suplico  á  Vuestras  Altezas — dice  el  anciano — ten- 
gan por  cierto  que  bien  que  esta  enfermedad  me  trabaja 
así  agora  sin  piedad,  que  yo  las  puedo  aún  servir  de  ser- 
vicio que  no  se  ha  ja  visto  su  igual.  j!> 

Colón  tenía  sesenta  y  seis  años  cuando  emprendió  su 
cuarto  viaje,  y  setenta  cuando  escribió  las  líneas  copia- 
das. Tal  era  la  energía  de  voluntad  de  este  hombre  ex- 
traordinario, que,  confiando  en  sí  mismo,  no  creía  aún 
terminada  su  carrera  de  vida  activa  y  aventurera  cuando 
sus  males  físicos  le  anunciaban  próxima  muerte.  Tanto 
el  padre  como  el  hijo  dudaban  si  deberían  contar  más 
bien  con'el  favor  del  rey  D.  Fernando  que  con  el  del  rey 
D.  Felipe.  Por  una  carta  de  Fernando  el  Católico  á  don 
Diego  Colón,  escrita  en  Noviembre  de  1506,  se  com- 
prende que  el  Rej  no  estaba  muy  satisfecho  de  los  nue- 
vos monarcas  de  Castilla.  Escribe  desde  ^Ñapóles,  como 
si  no  merecieran  censuras  iguales  actos  suyos:  «Hame 
pesado  que  allá  (en  España)   no  se  ha  fecho  bien  con 

VOS.Í) 

Junto  á  la  fuerza  de  carácter  que  admiramos  en  la 
vidd,  pública  de  Colón,  hay  que  citar,  respecto  á  lo  poco 
que  sabemos  de  su  vida  privada,  rasgos  de  bondad  ver- 
daderamente conmovedores.  Las  trece  cartas  encontra- 
das en  los  archivos  de  la  casa  de  Veragua  y  dirigidas 
á  sus  hijos  y  al  P.  Gorricio  (de  la  Cartuja  de  Sevilla), 
son,  bajo  este  punto  de  vista,  notabilísimas.  En  ellas  se 
ven  la  noble  expresión  de  su  dolor  por  la  muerte  de  la 
reina  Isabel,  frecuentes  exhortaciones  de  amor  fraternal 
y  una  solicitud  muy  humana  por  salvar  la  vida  á  los 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  239 


condenados.  Escuchemos  los  consejos  que  da  al  Almi- 
rante D.  Diego:  «De  tu  hermano  haz  mucha  cuenta;  él 
tiene  buen  natural  y  ja  deja  las  mocedades:  diez  herma- 
nos no  te  serian  demasiados:  nunca  yo  fallé  mayor 
amigo  á  diestro  y  siniestro  que  mis  hermanos.»  La 
carta  es  del  mes  de  Diciembre  de  1504,  y  por  tanto  pos- 
terior á  la  vuelta  del  cuarto  viaje,  en  el  que  Fernando 
Colón  demostró  un  valor  y  una  resignación  elogiados  en 
la  Carta  rarísima.  Pocos  días  después,  escribe  también 
Colón  á  su  hijo  D.  Diego:  «Ya  dije  la  razón  que  hay 
para  templar  el  gasto.  A  tu  tio  ten  el  acatamiento  que 
es  razón,  y  á  tu  hermano  allega,  como  debe  hacer  el 
hermano  mayor  al  menor:  tú  no  tienes  otro,  y,  loado 
Nuestro  Señor,  éste  es  tal,  que  bien  te  es  menester.  Él 
ha  salido  y  sale  de  muy  buen  saber.  A  Carvajal  honra, 
y  á  Jerónimo  y  á  Diego  Méndez  (1).  A  todos  da  mis 
encomiendas;  yo  no  les  escribo,  que  no  hay  de  qué.» 

La  madre  de  Fernando,  una  dama  noble  (2)  de  Cór- 
doba ,  á  la  cual  no  estaba  unido  el  Almirante  por  lazos 
matrimoniales,  vivía  aún.  Nótase  en  la  citada  correspon- 
dencia el  exquisito  cuidado  con  que  procura  mantener  la 
igualdad  entre  los  dos  hermanos,  cuidado  que  dio  sus 
frutos, porque  vemos  á  Fernando,  después  de  la  muerte 
del  Almirante,  acompañar  en  1509  á  su  hermano  á  Haíti. 
Esta  delicadeza  de  sentimientos  en  sus  relaciones  con 
la  dama  de  Córdoba,  encuéntrase  en  el  testamento  del 
Almirante,  hecho  en  25  de  Agosto  de  1505,  pero  am- 


(1)  Diego  Méndez,  de  quien  antes  he  hablado,  fué  quien 
instituyó  un  mayorazgo  con  un  viejo  mortero  de  mármol  y 
nueve  libros  impresos. 

(2)  ZÚÑIGA.  Anales  ecl.  de  Sevilla,  lib.  XIV,  pág.  496. 


240 


ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 


plificado  y  firmado  el  19  de  Mayo  de  1506,  la  víspera 
de  su  muerte.  «Mando  á  D.  Diego  que  haya  encomen- 
dada á  Beatriz  Enriquez,  madre  de  D.  Fernando,  mi 
hijo,  que  la  provea  que  pueda  vivir  honestamente,  como 
persona  á  quien  yo  soy  en  tanto  cargo.  Y  esto  se  haga 
por  mi  descargo  de  la  conciencia,  porque  esto  pesa  mu- 
cho para  mi  ánima.  La  razón  dello  non  es  lícito  de  la 
escribir  aquí.»  El  testamento  termina  con  algunos  pe- 
queños legados  en  metálico,  los  cuales  se  habían  de  dar 
«en  tal  forma  que  no  se  sepa  quién  se  los  manda  dar». 
Estos  legados  son  de  valor  desde  medio  marco  de  plata 
á  100  ducados  de  oro,  y  entre  los  legatarios  se  cita  á  un 
judío  que  moraba  hacía  años  á  la  puerta  de  la  Judería 
de  Lisboa,  y  comerciantes  con  quienes  tuvo  Colón  rela- 
ciones en  1482,  más  de  veinticuatro  años  antes  de  su- 
muerte. 

El  amor  paternal  de  Cristóbal  Colón  y  los  cariñosos 
sentimientos  de  su  alma  están  retratados  en  las  ingenuas 
frases  que  emplea  para  describir  sus  angustias  durante 
las  dos  grandes  tempestades,  el  14  de  Febrero  de  1493 
cerca  de  las  islas  Azores  y  en  Agosto  de  1502  cerca 
de  Honduras  por  el  recuerdo  de  su  hijo  ausente.  aEs 
una  lástima,  dice,  que  me  arrancaba  el  corazón  por  las 
espaldasi>',  porque  si  moría,  dejaba  en  España  un  hijo 
huérfano  y  privado  de  toda  fortuna.» 

He  creído  deber  referir  estos  detalles  de  costumbres 
de  la  vida  privada,  para  que,  conservando  á  cada  rasgo 
su  primitiva  originalidad,  arrojen  luz  sobre  el  carácter 
y  la  fisonomía  individual  del  grande  hombre  á  cuya  me- 
moria están  dedicadas  estas  páginas. 


XIV. 

últimos  momentos  de  Colón, 


Hemos  acompañado  á  Colón  desde  el  lugar  de  su  na- 
cimiento y  su  primera  juventud  hasta  la  triste  época  de 
su  vida  en  que,  abandonado  de  la  fortuna,  no  lo  fué  de 
la  fuerza  de  su  carácter  y  del  poder  de  su  genio.  He 
investigado  en  sus  actos  y  en  lo  poco  que  nos  queda  de 
sus  escritos  cuanto  puede  contribuir  á  formar  un  juicio 
imparcial,  complaciéndome  pintar  esta  gran  figura  his- 
tórica con  sus  verdaderas  facciones ,  como  hombre  del 
siglo  XV,  representante  de  las  antiguas  costumbres  de 
la  Liguria  y  de  España,  no  según  las  opiniones  y  los 
sentimientos  engendrados  por  la  civilización  de  los 
tiempos  modernos. 

Golón  concibió  ,  al  mismo  tiempo  que  el  florentino 
Pablo  Toscanelli,  el  atrevido  proyecto  de  llegar  á  la 
India  por  la  vía  del  Oeste,  aventurándose  en  el  mar  Te- 
nebroso de  los  geógrafos  árabes.  Como  marino  hábil  é 
instruido,  realizó  lo  que  hasta  entonces  había  sido  una 
estéril  teoría  de  gabinete  y  llegó  á  -ser  de  tal  suerte  el 
instrumento  imprevisto,  casi  involuntario,  del  descubri- 
miento del   nuevo  continente.    Reconoció    progresiva- 

TOMO  U.  16 


242  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

mente  la  conexión  6  unión  mutua  de  las  tierras  que  pri- 
mero parecieron  islas  dispersas  en  la  inmensidad  del 
Océano,  ó  próximas  á  la  costa  oriental  de  Asia;  pero 
murió  firmemente  persuadido  de  haber  encontrado  un 
continente  en  Cuba  (al  llegar  al  cabo  Alpha  y  Omegay 
cabo  del  principio  y  del  fin) ^  en  la  costa  de  Paria  y  en 
la  de  Veragua.  Este  continente  formaba  parte,  según  él, 
del  gran  imperio  del  Khata'i,  es  decir,  del  imperio  mogol 
de  la  China  septentrional. 

Basta  por  el  momento  citar  una  sola  frase  de  la  carta 
de  Colón,  escrita  en  Julio  de  1593  al  final  de  su  cuarto 
y  último  viaje:  «Llegué  el  13  de  Mayo  á  la  provincia  de 
Mago  (1),  que  está  junto  á  la  de  Catayo.  De  Ciguare, 
en  la  tierra  de  Veragua ,  hay  diez  jornadas  al  río  Gan- 
ges.» 

Diez  y  ocho  meses  después  de  este  cuarto  viaje  murió 
Colón,  y  en  dicho  tiempo  no  se  hizo  ningún  descubri- 
miento que  le  obligara  á  modificar  su  opinión.  Desde 
1504  á  1508,  en  que  Pinzón  y  Solís  partieron  para  re- 
rrer  las  costas  orientales  hasta  el  paralelo  de  40"  Sur, 
no  hubo  expedición  alguna  de  importancia,  porque  la 
que  disponían  Vespucci  y  Juan  de  la  Cosa  en  1507  no 
llegó  á  realizarse  por  motivos  políticos. 

Las  ideas  de  cosmografía  sistemática  de  que  el  Almi- 
rante estaba  imbuido  desde  su  juventud  y  que  principal- 


(1)  Error  del  copista  por  Mango,  como  Colón  dice  en  la 
misma  carta  y  en  el  documento  oficial  del  juramento  de  Cuba. 
Marco  Polo  distingue  Mangi  (Mandje)  la  China  meridional,  al 
sur  del  rio  Amarillo  ó  Hoang-ho,  del  Khatai  (Catayo)  ó  China 
septentrional  (lib.  ii ,  cap.  35).  El  Mangi,  que  Toscanelli  llama 
Mango,  como  también  Colón,  es,  según  el  viajero  veneciano, 
(da  provincia  más  magnífica  y  más  rica  del  mundo  oriental». 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  245 

mente  aprendió  en  los  Padres  de  la  Iglesia  y  en  las 
obras  del  cardenal  D'Aillj,  le  impidieron  comprender 
toda  la  grandeza  de  su  descubrimiento,  j  reconocer  su 
Terdadero  carácter. 

Poseemos  una  copia  hecha  por  D.  Fernando  Colón  de 
una  carta  de  su  padre  al  papa  Alejandro  VI,  en  la  que 
dice:  «He  descubierto  y  ganado  mil  cuatrocientas  is- 
las (1)  y  trescientas  treinta  y  tres  leguas  de  tierra  firme 
de  Asia.y>  Esta  carta  la  escribid  el  Almirante  cuatro 
Años  antes  de  su  muerte.  Tal  fué  la  grandeza  del  des- 
cubrimiento ,  que  aquel  á  quien  se  debe  no  pudo  com- 
prenderla, adivinando  sólo  una  pequeña  parte  de  la 
gloria  inmortal  con  que  la  posteridad  había  de  rodear  su 
nombre. 

Ya  dije  antes  cuan  breve  había  sido  la  época  dichosa 
<ie  Colón.  En  su  larga  carrera  apenas  se  cuentan  seis  ó 
siete  años  de  felicidad.  Vivió  bastante  tiempo  entre  los 
hombres  para  saber  amargamente  lo  que  la  superioridad 
tiene  de  importuno,  y  cuan  difícil  es  adquirir  fama,  sin 
comprometer  y  perturbar  el  reposo. 

Tjas  tierras  que  había  descubierto  por  voluntad  divina 


(1)  En  la  hoja  suelta  que  existe  de  mano  del  Almirante  y 
que  fué  escrita  á  fines  del  año  1500,  cuando  llegó  á  Cádiz  con 
los  grillos  puestos,  estas  1.400  islas  aumentaron  en  300.  Es  una 
vaga  valuación  del  archipiélago  del  Jardín  de  la  JReina,  al  sur 
de  Cuba,  valuación  que  acaso  dependa  del  recuerdo  de  las  1.378 
islas  (Maldivas?)  que  Ptolomeo  (lib.  vil ,  cap.  4)  sitúa  cerca 
de  Trapobana  y  que  en  su  primera  navegación,  el  14  de  No- 
viembre de  1492,  creyó  el  Almirante  haber  visto  f  rente  á  la 
costa  septentrional  de  Cuba,  en  fin  del  Oriente.  Behaim,  si- 
guiendo á  Marco  Polo,  aumenta  el  número  de  dichas  islaa 
hasta  12.700. 


'244  ALEJAKDRO   DE    HüMBOLDT. 

y  milagrosas  inspiraciones  llegaron  á  ser  presa  de  sus^ 
enemigos.  Las  Nuevas  Indias,  que  llama  su  propiedad, 
cosa  que  era  suya  {testamento  del  1^  de  Mayo  de  1506); 
aquella  parte  del  Asia  que  se  presenta  á  su  imaginación 
como  una  conquista,  más  grande  que  Europa  y  África 
unidas  ( 1 ) ,  fueron  inabordables  para  quien  «las  había 
negado  á  Francia,  á  Inglaterra  y  á  Portugal».  El  an- 
ciano veía  el  fracaso  de  sus  más  puras  ambiciones ;  los^ 
indios,  á  quienes  consideraba  como  «la  riqueza  de  la  In- 
dia» (2) ,  desaparecían  por  el  exceso  del  trabajo  á  que 
se  les  obligaba,  ó  por  las  erróneas  instituciones  colonia- 
les. Las  cartas  que  el  Almirante  dirige  á  su  familia  y 


(1)  Cuando  Colón,  en  Noviembre  de  1500,  y  por  tanto,  mu- 
clio  tiempo  antes  de  reconocer  la  costa  de  Veragua,  se  alaba  de 
«que  allí  (en  las  Indias)  ha  puesto  so  el  señorío  de  sus  Reyes 
más  tierra  que  non  es  África  y  Europa  ,  allende  la  Española, 
que  boja  más  que  toda  España»  (Navabrete  ,  t.  ii  ,  pág.  254), 
fué  sjn  duda  inducido  á  esta  expresión  singularmente  hiper- 
bólica por  la  conjetura  de  la  conexión  del  cabo  Paria  con  el 
cabo  Alpha  y  Omega  de  Cuba.  Al  llegar  preso  á  España,  no  po- 
día seguramente  tener  conocimiento  de  la  salida  de  dos  grandes 
expediciones ,  la  de  Vicente  Yáñez  Pinzón  y  la  de  Diego  de 
Lepe,  una  de  las  cuales  llegó  al  Brasil  antes  que  Cabral,  en  el 
paralelo  de  8"19'  de  latitud  austral ,  y  la  otra  á  la  desemboca- 
dura del  Amazonas. 

(2)  Esta  bella  frase,  cuya  exactitud  comprenden  aun  en 
nuestros  días  cuantos  han  habitado  largo  tiempo  en  Méjico, 
Quito,  el  Perú  y  Bolivia,  encuéntrase  en  la  defensa  de  los  dere- 
chos y  privilegios  que  Cristóbal  Colón  presenta  al  tribunal  por 
medio  de  sus  abogados  y  que  ha  sido  encontrada  en  Genova 
(Cód.  Col.  Amer.,  pág.  280).  Creo  que  esta  defensa,  sin  fecha,  es 
posterior  al  año  de  1497,  porque  se  habla  en  ella  del  viaje  á 
Burgos  de  la  archiduquesa  Margarita,  hija  del  emperador  Ma- 
ximiliano I,  cuando  las  bodas  de  esta  princesa  con  el  infante 
D.  Juan ,  único  hijo  varón  de  los  Reyes  CatólicoE..  • 


DKSCDBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  245 

amigos  desde  el  año  1502,  reflejan  este  dolor,  y  se  ve,  al 
leerlas,  lo  conmovedora  que  es  la  tristeza  de  un  grande 
hombre,  que  es  además  un  hombre  virtuoso. 

Pero  á  pesar  de  los  sufrimientos  físicos,  el  reposo  le 
era  intolerable.  En  medio  de  las  tribulaciones  que  con- 
tristaban su  corazón,  ideaba  nuevos  proyectos,  aun  sin 
<;reer  en  su  ejecución.  Una  de  las  grandes  miserias  de  la 
vida  es  llegar  á  la  edad  en  que  quedan  los  deseos, 
cuando  hace  tiempo  que  han  desaparecido  las  ilusiones 
que  mantienen  la  esperanza. 

Colón  sintió  desfallecer  sus  fuerzas,  sin  comprender 
cuan  cerca  estaba  del  te'rmino  de  sus  sufrimientos.  Ya 
hemos  visto  que  pocas  semanas  antes  de  su  muerte,  en 
la  carta  al  archiduque  Felipe  y  á  la  reina  Juana  de  Cas- 
tilla les  dice  «tengan  por  cierto  que  bien  que  esta  enfer- 
medad me  trabaja  asi  agora  sin  piedad,  yo  les  puedo  aún 
servir  de  servicio  que  no  se  haya  visto  su  igual.  Estos 
revesados  tiempos  é  otras  angustias  en  que  yo  he  sido 
puesto  contra  tanta  razón,  me  han  llevado  á  gran  ex- 
tremo. » 

Esta  carta,  según  mis  investigaciones,  es  de  los  prime- 
ros días  del  mes  de  Mayo  de  1506,  y  la  envió  á  su  her- 
mano Bartolomé  para  que  la  llevase  á  la  Coruña,  donde 
les  Soberanos  habían  desembarcado  poco  antes  del  7  de 
Mayo,  si  merecen  fe  los  datos  de  las  cartas  de  Pedro 
Mártir  de  Anghiera. 

El  19  puso  el  Almirante  su  testamento  en  manos  del 
Escribano  de  Cámara  de  SS.  AA.,  y  el  20  murió,  pro- 
bablemente rodeado  de  sus  dos  hijos,  porque  en  la  carta 
al  archiduque  Felipe  dice  que  ni  él  ni  su  hijo  pueden  ir 
á  recibirle. 

Dejó  ordenado  que  los  grillos  que  le  mandó  poner 


246  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

Bobadilla,  y  que  conservaba  como  reliquias,  y  como  el 
precio  de  los  servicios  que  había  prestado  á  España,  los. 
colocaran  en  su  sepulcro.  «  Yo  los  vi,  dice  Fernando  Co- 
lón, siempre  en  su  retrete,  y  quiso  que  fuesen  enterrados^ 
eone'Ljy 

He  visitado  en  la  Habana  la  tumba  de  Cristóbal  Co- 
lón y  en  Méjico  la  de  Hernán  Cortés.  Por  una  coinci- 
dencia rara  de  sucesos ,  se  ha  podido  asistir,  á  fines  del 
siglo  último  y  en  épocas  muy  próximas,  á  la  traslación- 
de  los  restos  de  estos  dos  grandes  hombres.  En  Méjico,, 
el  duque  de  Monteleón  dedicó  á  su  antepasado  Cortés 
un  monumento,  levantado  en  la  capilla  nueva  del  hospital 
de  Los  Naturales;  y  en  la  suntuosa  Catedral  que  posee 
la  Habana,  desde  1796  están  las  cenizas  de  Colón,  que, 
en  menos  de  tres  siglos,  han  sido  trasladadas  cuatro 
veces. 

Cuando  murió  Colón  en  Valladolid,  el  20  de  Mayo- 
de  1506,  fué  enterrado  su  cuerpo  en  el  convento  de  San 
Francisco.  En  1513  le  llevaron  á  la  Cartuja  de  las  Cue- 
vas (1)  en  Sevilla,  y  desde  allí,  en  1536,  en  unión  del 
cuerpo  de  su  hijo  D.  Diego  (2),  á  la  Capilla  Mayor  de 
la  catedral  de  Santo  Domingo,  en  la  isla  de  Haíti. 


(1)  En  la  capilla  de  Santa  Ana ,  llamada  también  del  Santo 
Cristo.  Posteriormente  fueron  llevados  á  la  misma  Cartuja  los 
restos  del  segundo  almirante  D.  Diego  y  del  hermano  de  don 
Cristóbal  Colón,  el  Adelantado  D.  Bartolomé.  Fernando  Colón, 
el  historiador  de  su  padre ,  también  fué  enterrado  en  Sevilla; 
pero  no  en  la  Cartuja  de  las  Cuevas,  sino  en  la  catedral. 

(2)  La  familia  de  Colón  cometió ,  según  parece ,  un  error  al 
pedir  en  1795  á  la  Real  Audiencia  de  Santo  Domingo  los  res- 
tos de  Cristóbal  y  de  Bartolomé  Colón.  La  relación  oficial  de 
lo  ocurrido  en  la  traslación  de  los  restos  de  Cristóbal  Colón^ 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  247 

Cuando,  con  arreglo  al  tratado  de  paz  de  Basilea 
de  1795,  fué  cedida  á  Francia  la  parte  española  de  esta 
isla,  el  duque  de  Veragua,  heredero  de  los  bienes  de 
Cristóbal  Colón,  quiso  que  las  cenizas  del  héroe  descan- 
saran en  tierra  sometida  á  España  y,  á  fin  de  conse- 
guirlo, envió  dos  comisarios,  los  Sres.  Oyarzábal  y  La- 
canda,  á  Santo  Domingo,  para  tratar  con  las  autoridades 
que  iban  á  salir  de  allí.  Los  comisarios  encontraron  po- 
deroso apoyo  en  los  patrióticos  sentimientos  del  almi- 
rante D.  Gabriel  de  Aristizábal ,  cuya  escuadra  se  había 
concentrado  en  aquellas  costas. 

La  traslación  de  los  restos  de  Colón  se  verificó  con 
gran  pompa  el  20  de  Diciembre  de  1795.  Dice  una  re- 
lación oficial,  que  «se  abrió  (1)  una  bóveda  que  estaba 
sobre  el  presbiterio,  al  lado  del  Evangelio,  pared  princi- 
pal y  peana  del  altar  mayor».  En  ella  se  encontraron 
algunos  pedazos  de  planchas  de  plomo,  restos  de  un 
ataúd,  mezclados  con  pedazos  de  huesos^  de  canillas  // 
otras  varias  partes  de  algún  di/unto.  El  buque  San  Lo- 


publicada  por  Navarrete  (t.  ii,  Doc.  CLXXVii,  pág.  366),  nada 
dice  del  cuerpo  de  D.  Diego,  sino  «de  la  exhumación  de  las 
cenizas  del  Adelantado  D.  Bartolomé,  que  también  se  debía 
solicitar)).  Sin  embargo,  por  testimonio  del  archivero  del  Ca- 
bildo de  Sevilla  está  probado  «que  en  1536  fueron  enviados  á 
Haití  los  restos  de  D.  Cristóbal  y  de  D.  Diego  Colón»,  que- 
dando en  el  monasterio  de  las  Cuevas  el  cadáver  de  D.  Barto- 
lomé (Navarrete,  t.  i,  pág.  149 \  He  visto  muy  generalizado 
este  error  durante  las  dos  temporadas  que  he  permanecido  en 
la  Habana. 

(1)  Siento  decir  que  he  visto  en  Méjico,  en  el  gabinete  del 
capitán  D...,  una  costilla  del  cuerpo  de  Hernán  Cortés,  que, 
cuando  la  traslación  de  los  huesos  á  la  capilla  del  Hospital  de 
los  Naturales,  había  sido  sustraída  «por  exceso  de  veneración 
al  conquistador  y  legislador  de  Nueva  Espafía». 


248  ALEJANDRO    DB    HÜMBOLDT. 

renzo  trasportó  estos  restos  á  la  Habana,  donde,  el  19  de 
Enero  de  1796,  hubo  otra  pompa  fúnebre  en  el  puerto, 
en  el  muelle  de  la  Caballería,  en  la  plaza  de  Armas, 
cerca  del  Obelisco,  donde  se  celebró  la  primera  misa 
cuando  la  fundación  de  la  ciudad,  y  en  la  Catedral. 

En  el  territorio  de>los  Estados  Unidos,  cujo  descu- 
brimiento marítimo  se  debe  á  Sebastián  Cabot,  á  Corte- 
ral,  Ponce  de  León,  Ayllón  y  Yerrazano,  hay  más  de 
veinte  localidades  que  llevan  el  nombre  de  Colombus^ 
Columbia  y  Columbiana.  Después  de  fundar  la  indepen- 
dencia de  la  América  del  Sur,  Bolívar  enalteció  la  fama 
de  sus  victorias  uniendo  el  gran  nombre  de  Cristóbal 
Colón  á  una  república  cuya  superficie  es  seis  veces  ma- 
yor que  España;  pero  estas  pruebas  tardías  de  público 
agradecimiento  recuerdan  un  género  de  homenajes  pro- 
digados con  demasiada  frecuencia  á  nombres  que  mere- 
cen poco  respeto  de  la  posteridad.  Que  se  atraviese  el 
Nuevo  Continente  desde  Buenos  Aires  hasta  Monterrey j 
desde  la  isla  de  la  Trinidad  hasta  Panamá,  y  en  ninguna 
parte  se  encontrará  un  monumento  nacional  de  alguna 
importancia  elevado  á  Cristóbal  Colón.  De  esta  ingrati- 
tud participan  también  España  é  Italia  (1). 


(1)  Idénticas  censuras  se  encuentran  expuestas  con  energía 
en  la  primera  década  de  Antonio  de  Herrera,  lib.  vi,  cap.  16), 
que  se  publicó  en  1601.  El  retrato  que  de  Cristóbal  Colón  hace 
el  primer  historiador  de  la  India  merece,  por  la  nobleza  del 
lenguaje,  la  atención  de  cuantos  saben  apreciar  en  el  idioma 
castellano  lo  que  más  lo  caracteriza,  la  grave  sencillez  de  las 
formas.  El  párrafo  á  que  me  refiero  comienza  así:  ((Fué  varón 
de  gran  ánimo,  esforzado  y  de  altos  pensamientos.  Era  grave 
ron  moderación ,  gracioso  y  alegre,  con  los  extraños  afable,  con 
Los  de  su  caga  suave  ¿placentero;  representaba  presencia  y  as- 
jyecto  de  venerable  persona ,  de  gran  estado  y  autoridad » 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  249 

Durante  mi  permanencia  en  la  Habana  he  preguntado 
algunas  veces  al  almirante  Aristizábal  si,  al  abrir  la  bó- 
veda que  contenía  los  restos  de  Colón,  se  encontraron  los 
grillos  que,  según  dice  su  hijo,  ordenó  colocar  en  su 
tumba.  El  almirante  Aristizábal  y  otras  personas  que 
asistieron  á  la  exhumación,  con  el  más  vivo  interés,  me 
aseguraron  no  haber  visto  nada  que  indicara  la  presen- 
cia de  hierro  oxidado.  ¿Los  quitaron  en  la  traslación  de 
Valladolid  á  Sevilla,  ó  de  Sevilla  á  Santo  Domingo 
ó  no  fué  obedecida  una  orden  verbal',  cuya  ejecución 
podía  lastimar  la  susceptibiiidad  de  una  Corte  que  pre- 
tendió haber  sido  extraña  á  las  violencias  ejercidas  por 
Bobadilla,  y  que  exigía  testimonios  de  afecto  de  los  mis- 
mos á  quienes  secretamente  oprimía? 

En  los  testamentos  de  Colón  hablase  de  la  construc- 
ción de  una  capilla  en  la  Vega  de  la  Concepción  de 
Hai'ti,  destinada  á  hacer  decir  diariamente  misas  por  el 
descanso  de  su  alma,  de  la  de  su  mujer  y  de  las  de  sus 
parientes;  pero  no  se  designa  el  sitio  de  su  enterramiento. 
Fernando  Colón  nada  dice  de  la  traslación  de  los  restos 
de  su  padre  á  Haíti,  lo  cual  es  una  prueba  más  de  que 
terminó  su  historia  antes  de  153t). 

Las  tres  grandes  figuras  que  fijan  la  atención  con 
vivo  interés  en  la  historia  del  Nuevo  Mundo,  antes  de 
la  gloria  de  Washington  y  de  Franklin,  son:  Cristóbal 
Colón,  Cortés  y  Raleigh.  Hombres  de  los  siglos  xv 
y  XVI,  pertenecientes  por  su  origen  á  tres  naciones  dis- 
tintas, cada  uno  de  ellos  tiene  su  fisonomía  especial :  en 
Colón  sobresale  la  audacia  del  navegante  lanzado  á  la 
carrera  de  los  descubrimientos;  Cortés  es  el  conquista- 
dor y  profundo  político,  y  Raleigh  ejerce  una  influencia 
inmensa  en  los  destinos  del  género  humano,  por  la  colo- 


^50  ALEJANDRO    DE    HüMBOLDT. 


nización  de  Virginia.  Todos  ellos  sufrieron  grandes  ad- 
versidades al  fin  de  su  vida.  Cortés,  despue's  de  errar 
largo  tiempo  por  el  mar  del  Sur,  vióse  expuesto  como 
Colón  al  injurioso  olvido  de  una  Corte  en  que  predomi- 
naba el  disimulo  y  la  ingratitud. 

Más  desgraciado  que  ellos,  nacido  cinco  años  después 
de  la  muerte  del  conquistador  de  Méjico,  preséntasenos 
Raleigh  bajo  la  influencia  de  una  civilización  y  de  una 
depravación  de  costumbres  más  modernas.  Las  victorias 
marítimas  que  ilustraron  su  siglo ,  los  descubrimientos 
geográficos,  el  establecimiento  de  colonias  cuya  latitud 
favorecía  los  mismos  cultivos  de  la  metrópoli,  son  los  tí- 
tulos de  gloria  de  Walter  Raleigh.  Mezclado  á  las  san- 
guinarias intrigas  de  dos  reinados;  amigo  de  las  letras 
y  del  geómetra  Harriot,  vemos  á  este  hombre  extraordi- 
nario repartir  su  tiempo  en  la  prisión  de  Tower  entre  el 
estudio  de  la  Historia  del  Mundo  que  él  reconstruye  y  las 
operaciones  químicas  de  un  laboratorio  (1). 

Gran  distancia  hay  entre  las  composiciones  teológicas 
de  Cristóbal  Colón  que  contiene  el  Libro  de  las  profecías^ 
y  las  composiciones  poéticas  y  las  grandes  miras  de 
hombre  de  Estado  de  Raleigh,  y  si  no  es  producto  del 
progreso  de  los  tiempos,  al  menos  se  debe  á  la  diferencia 
de  épocas,  de  costumbres  y  de  opiniones  desde  1501 
hasta  1618,  en  que  fué  decapitado  á  los  sesenta  y  seis 
años  de  edad  el  fundador  de  la  memorable  colonia  de 
Roanoke. 

Cristóbal  Colón,  Cortés  y  Raleigh  han  probado  que 


(1)  «He  spend  all  the  day  distíllations.»  Véanse  las  cartas  de 
Sir  Willian  Wades  en  Life  of  Raleigh  hy  Patrick,  1833,  pá- 
gina 312. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  251 

el  genio  sólo  reina  en  lo  porvenir,  y  que  su  poder  es  tar- 
dío. Durante  algún  tiempo  excitaron  al  más  alto  grado 
la  admiración  de  sus  contemporáneos ;  pero  la  benevo- 
lencia pública  les  abandonó  en  su  vejez;  si  se  acorda- 
ron de  ellos  fue'  para  afligirles  en  su  aislamiento.  El  si- 
glo que  les  vio  nacer  no  comprendió  los  cambios  que  su 
acción  sucesiva  iba  á  producir  en  el  estado  de  los  pue- 
blos de  Occidente.  Lo  que  influyen  estos  pueblos  en  to- 
dos los  puntos  del  globo ,  donde  simultáneamente  se  hace 
sentir  su  presencia  y,  por  tanto,  la  preponderancia  uni- 
versal que  ejercen,  data  sólo  del  descubrimiento  de  Amé- 
rica y  del  viaje  de  Gama.  Acontecimientos  ocurridos  en 
el  corto  período  de  seis  años  (1492-1498)  han  determi- 
nado ,  por  decirlo  así ,  el  repartimiento  del  poder  en  la 
tierra.  Desde  entonces  el  poder  de  la  inteligencia,  geo- 
gráficamente limitado ,  pudo  emprender  libre  vuelo ,  en- 
contrando rápido  medio  de  extenderse,  de  mantener  y 
de  perpetuar  su  acción. 

Las  emigraciones  de  los  pueblos,  las  expediciones 
guerreras  en  el  interior  de  un  continente ,  las  comunica- 
ciones por  medio  de  caravanas  y  por  caminos  invariable- 
mente seguidos  desde  hacía  siglos,  sólo  produjeron  efec- 
tos parciales  y  generalmente  menos  duraderos.  Las  ex- 
pediciones más  lejanas  fueron  devastadoras,  recibiendo 
el  impulso  de  los  que  nada  tenían  que  añadir  á  los  te- 
soros de  la  inteligencia  ya  acumulados. 

En  cambio  los  acontecimientos  de  fines  del  siglo  xv, 
separados  sólo,  por  un  intervalo  de  seis  años,  prepará- 
ronse largo  tiempo  durante  la  Edad  Media,  que  á  su  vez 
había  sido  fecundada  por  las  ideas  de  los  siglos  anterio- 
res y  excitada  por  los  dpgmas  y  los  ensueños  de  la  geo- 
grafía sistemática  de  los  helenos.  Desde  esta  época  la 


252  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

unidad  homérica  del  Océano  hace  sentir  su  feliz  influencia 
en  la  civilización  del  género  humano.  El  elemento  móvil 
que  baña  todas  las  costas  llega  á  ser  el  lazo  moral  y 
político;  y  los  pueblos  de  Occidente,  cuya  inteligencia 
activa  ha  creado  este  lazo  y  comprendido  su  importan- 
cia, se  elevan  á  una  universalidad  de  acción  que  deter- 
mina la  preponderancia  del  poder  en  el  globo. 

La  gloria  popular  de  Cristóbal  Colón  conservó  todo 
su  esplendor  hasta  el  fin  de  su  tercer  viaje,  cuando  llegó 
á  la  tierra  firme  de  Paria. 

La  cuarta  expedición,  en  que  el  Almirante  desplegó 
más  que  en  las  anteriores  la  energía  de  su  carácter  y  la 
habilidad  de  marino,  no  pudo  producir  grande  efecto, 
pues,  aunque  extendió  las  primeras  nociones  positivas 
de  un  mar  al  Occidente  de  Veragua,  no  consiguió  su 
principal  objeto:  el  descubrimiento  de  un  paso  directo, 
el  secreto  del  estrecho. 

Dos  años  antes,  Rodrigo  de  Bastidas  (que partió  de 
Cádiz  en  Octubre  de  1500),  después  de  pasar  más  allá 
del  Cabo  de  la  Vela,  y  de  descubrir  las  costas  de  Santa 
Marta,  el  Río  Sinu  y  el  golfo  de  Darien,  había  llegado 
en  el  istmo  de  Panamá  hasta  el  Puerto  de  Escribanos 
y  Nombre  de  Dios. 

La  importancia  de  los  descubrimientos,  que  continua- 
ron rápidamente  desde  1497 ;  el  viaje  de  Gama  á  Cali- 
cut,  cuyas  consecuencias  hiciéronse  sentir  en  seguida  en 
el  comercio  del  mundo;  la  tardía  acumulación  de  los 
metales  preciosos  de  América ;  los  trabajos  de  Cabral  y 
de  Solís ;  el  descubrimiento  del  mar  del  Sur  por  Balboa, 
siete  años  después  de  la  muerte  de  Colón,  distrajeron  el 
interés  público  é  hicieron  olvidar  por  largo  tiempo  al  que 
había  dado  el  impulso  á  estas  maravillosas  empresas. 


DEBCDBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  253 

Pedro  Mártir  de  Anghiera ,  como  lo  prueban  las  fe- 
chas de  muchas  de  sus  cartas,  encontrábase  en  Vallado- 
lid,  desde  el  10  de  Febrero  al  26  de  Abril,  en  el  mismo 
punto  donde  habitaba  entonces  su  amigo  Colón,  atacado 
de  enfermedad  mortal,  y  ni  menciona  la  dolencia ,  ni  da 
cuenta  de  la  muerte  del  grande  hombre,  cuya  noticia 
debió  saber  en  Astorga  ó  en  la  Corufia.  El  naufragio 
del  archiduque  Felipe,  su  llegada  á  La  Coruña  y  las 
cuestiones  entre  yerno  y  suegro  eran,  al  parecer,  lo 
único  que  inspiraba  interés  á  Anghiera. 

De  igual  manera  Fracanzio  de  Montalboddo  no  co- 
noció hasta  1507  el  cuarto  viaje  del  Almirante,  comen- 
zado en  1502,  y  mucho  menos  su  muerte.  Fracanzio  vi- 
vía, sin  embargo,  en  Vicenza,  y  las  comunicaciones  entre 
España  é  Italia  eran,  por  desgracia,  demasiado  fre- 
cuentes, porque  la  Lombardía  sufría  el  yugo  de  los  fran- 
ceses y  las  Dos  Sicilias  el  de  los  españoles. 

Encuentro  en  la  traducción  latina  cuyo  prefacio  firmó 
Madrignano  el  1.**  de  Junio  de  1588,  «que  hasta  dicho 
día  Cristóbal  Colón  y  su  hermano  ( 1 ) ,  libres  ya  de  los 
grillos,  vivían  honrados  en  la  corte  de  España.» 

Este  desdeñoso  olvido  del  grande  hombre  aumentó 
en  la  primera  mitad  del  siglo  xvi,  cuando  la  famaficti- 


(1)  Ttiner.  Portug.  cap.  cviii :  Tnqne  regum  regia  splendidiS' 
sima  nsque  in  diem  prcesentem  non  inhonori  degunt.  También 
fencuentro  en  la  obra  de  Ruchamer  (Jünbeliautlie  Landte,  ca- 
pítulo 108),  cuya  impresión  fué  terminada  en  20  de  Septiem- 
bre de  1508:  Vnd  ais  Chriatoffel  Dawher  mit  sampthe  seynein 
hruder  humen  waren  gen  Cades  ^  vnd  di  grossmdchtigste  kilnge 
ditz  vernamen,  scliaf filien  siesie  ledig  zu  lassen,  vnd  hieasen 
sie  tiíilliglich  vnd  freye  zu  lioff  gan.  Daselhst  sein  sie  noch  anf 
den  gegenwertigen  tag. 


254  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

cía  de  Yespucci,  las  empresas  de  Cortés  (1)  y  las  san- 
guinarias conquistas  de  Plzarro  absorbieron  todo  el  in- 
terés de  la  Europa  comerciante,  sobre  todo  cuando  la 
acumulación  de  la  plata ,  que  siguió  al  descubrimiento 
de  las  minas  del  Potosí  (1545)  y  de  Zacatecas  (1548), 
hizo  triplicar  el  precio  del  trigo  j  cambiar  súbitamente 
todos  los  valores  nominales.  Los  conquistadores  de  un 
continente  tan  rico  en  metales  preciosos  borraron  poco  á 
poco  el  recuerdo  del  que  había  enseñado  el  camino.  El 
héroe  que  á  su  vuelta  del  primer  viaje  llamaba  aún  (2) 
Anghiera  «un  tal  Colón  de  Liguria»,  fué  insultado  cua- 
renta años  después  de  su  muerte ,  cuando  la  importan- 
cia de  su  descubrimiento  brillaba  en  todo  su  esplendor, 
en  la  célebre  obra  de  Juan  Barros  sobre  Asia.  El  gran 
historiador  portugués,  dando  libre  curso  al  odio  nació* 


(1)  Creo  que  Colón  debe  haber  visto  á  Cortés  en  Santo  Do- 
mingo cuando,  de  vuelta  de  su  cuarto  viaje,  permaneció  «allí 
desde  el  13  de  Agosto  hasta  el  12  de  Septiembre  de  1504.  Tenía 
entonces  Cortés  diez  y  nueve  años,  y  llegó  á  la  isla  el  día  de 
Pascua  de  1504.  Pariente  del  gobernador  Nicolás  de  Ovando, 
hospedado  en  casa  del  secretario  del  gobernador  (Hebreba, 
Dec.  I,  lib.  VI,  cap.  12),  debió  llamar  la  atención  del  Almirante, 
sobre  todo  después  de  adquirir  reputación  por  el  noble  valor 
que  mostró  en  una  peligrosa  navegación. 

(2)  También  Tácito,  el  mismo  Tácito,  cuatrocientos  años  des- 
pués de  su  muerte,  fué  llamado,  pero  por  un  rey  de  los  Ostrogo- 
dos, Cornelius  quídam.  Aludo  á  la  respuesta  que  dio  Teodorico 
á  los  embajadores  que  le  traían  el  ámbar  de  Prusia.  El  Rey 
quiere  disertar  acerca  del  origen  del  ámbar,  que,  según  su  física, 
es  un  sudatile  metallum  ex  arbore  dejluens,  y  dice  en  su  carta: 
(iHoc,  quodam,  Cornelio  seribente,  legitur  in  .interioribus  insu- 
lis  Oceani.»  Es  la  indicación  del  conocido  pasaje  de  Tácito, 
Germania,  cap.  45,  mezclada  con  nociones  que  sacó  de  Pli- 
nio,  xxxvil,  3. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  255 

nal  y  al  pesar  de  ver  códio  llegaban  tantos  tesoros  á 
manos  de  los  españoles,  le  describe  como  hombre  «/a- 
llador  é  glorioso  em  mostrar  suas  habilidades ,  é  mais 
fantástico  et  de  imaginaqoes  com  sua  Ilha  CipangoJ>  (1). 
Sólo  Italia  velaba,  al  parecer,  por  la  gloria  de  Cris- 
tóbal Colón;  y  dan  de  ello  fe  la  bella  prosa  latina  del 
cardenal  Bembo  y  las  sublimes  octavas  de  la  Jerusalén 
libertada.  Bembo  consagró  casi  un  libro  entero  de  su 
Historia  de  Venecia  á  Colón  y  á  su  descubrimiento,  que 
llama  «la  mayor  cosa  que  en  tiempo  alguno  lograron 
ejecutar  los  hombres».  Torcuato  Tasso  celebra  á  Colón 
por  boca  de  la,  fatídica  Donna,  condottiera  di  Tibaldo. 
«Hercules ,  vencedor  de  los  monstruos  de  África  y  de 
Iberia ,  á  pesar  de  su  valor  y  de  su  gran  alma, 

Non  oaó  di  tentar  l'alto  Océano 
8egnó  le  mete,  e'n  troppo  brevi  chiostri 
L'ardir  ristrinsi  dell'ingegno  umano. 

Estos  lazos  que  encadenaron  la  voluntad  del  hombre 
y  le  detuvieron  en  su  carrera  de  aventuras  los  romperá 
el  nauta  de  Liguria.» 

Tempo  verrá,  che  fian  d'Ercole  i  segni 
Favola  vile  ai  naviganti  industri : 
E  i  mar  riposti ,  or  senza  nome  e  i  regni 
Ignoti ,  ancor  tra  voi  saranno  illustri. 


(1)  Da  Asia  de  Joao  de  Barros  e  de  Diego  de  Couto,  Lisboa, 
1778,  Dec.  i,  lib.  Iii,  cap.  11;  t.  i,  pág.  250.  Es  digno  de  llamar 
la  atención  que  Barros,  cuyas  primeras  décadas,  según  las  in- 
vestigaciones del  Sr.  Correa  de  Serra,  fueron  publicadas  en  1552, 
en  ninguna  parte  de  su  hermosa  obra  hable  de  Colón  como  de 
persona  importante. 


256 


ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 


Un  uoví  della  Liguria  avrá  ardimento 
All'incognito  corso  esporsi  in  prima; 
Né'l  minaccevol  frémito  del  vento, 
Ké'l  inospito  mar ,  né  il  dubbio  clima 

Faran  che'l  generoso  entro  a  i  divieti 
D'Abila  augusti  l'alta  mente  acqueti, 
Ta  spiegherai ,  Colombo,  á  un  nuovo  polo 
Lontane  si  le  fortúnate  antenne; 
Ch'appena  seguirá  con  gli  occhi  il  voló 
La  Fama,  ch'ha  mille  occhi  é  mille  penne. 

Tasso,xv,  25,30-32. 


APÉNDICE  PRIMERO. 


AÑO  DEL  NACIMIENTO  DE  COLÓN. 

Tal  es  la  obscuridad  que  reina  respecto  á  la  vida  de 
Colón  en  la  época  anterior  á  su  correspondencia  con 
Toscanelli  en  1474  y  á  su  llegada  á  Andalucía  en  1484, 
que  entre  las  diferentes  hipótesis  para  determinar  la 
edad  del  Almirante,  cuando  ocurrió  su  muerte  en  20  de 
Mayo  de  ]  506,  media  un  período  de  veinticinco  años.  El 
resultado  de  estas  hipótesis  es  el  siguiente: 

El  año  de  1430,  según  los  datos  de  Ramusio. 

—  1436,  según  los   de  Bernáldez,  cura  de  los 

Palacios,  y  según  el  caballero  Na- 
pione. 

—  1441,  según  el  Padre  Charlevoix. 

—  1445,  según  Bossi  {Vita,  págs.  68-70). 

—  1446,  según  Muñoz. 

—  1447,  según  Robertson  y   Spotorno   {Storia 

litter.  de  la  Liguria,  t.  ii,  pág.  243). 

—  1449,  según  Willard  {Histori/'of  the   United 

States j  pág.  28). 

—  1455,  según  las  combinaciones  de  e'pocas  in- 

dicadas en  la  carta  fechada  en  Ja- 
maica el  7  de  Julio  de  1503. 

TOMO  II.  17 


582  ALEJANDRO   DE   HDMBOLDT. 

En  esta  carta,  como  M.  Morelli  ha  demostrado,  es 
preciso  leer  48  por  28,  en  la  frase  ce  yo  vine  á  servir  á 
España  de  veintiocho  años».  Estos  errores  tan  comunes 
en  las  cifras  árabes ,  empleadas  á  fines  del  siglo  xv,  en- 
cue'ntranse  en  todos  los  Diarios  de  Colón.  En  el  del 
primer  viaje  dice  «que  el  20  de  Enero  (1493)  hará  siete 
años  cumplidos  desde  que  vino  á  servir  á  los  monarcas», 
j  debe  ponerse  nueve  en  vez  de  siete,  porque  llegó  á  Se- 
villa en  1484.  Navarrete  cree,  como  ÍTapione,  que  la 
fecha  más  probable  del  nacimiento  del  gran  marino  es 
el  año  de  1436,  es  decir,  diez  años  antes  de  lo  que  su- 
pone el  célebre  historiadlor  de  América  D.  Juan  Bautista 
Muñoz. 

Xo  existe  incertidumbre  de  esta  clase  en  la  vida  de 
ningún  hombre  célebre  de  los  cuatro  últimos  siglos,  ni 
se  comprende  por  qué  D.  Fernando  Colón,  en  la  Vida 
del  Almirante  ,  no  dijo  la  edad  en  que  nació:  acaso 
hasta  él  la  ignoraba,  j  puede  creerse  que  una  de  las 
rarezas  de  carácter  de  Colón  fué  la  de  no  querer  que  se 
supiera  el  año  de  su  nacimiento. 

Su  hijo  D.  Fernando,  como  frecuentemente  se  ha  di- 
cho, demuestra  tímida  prudencia  y  envuelve  en  el  miste- 
rio cuanto  concierne  á  sus  parientes,  al  nacimiento  y  á 
la  juventud  de  su  padre. 

Si  algunos  escritores  serios,  como,  por  ejemplo,  Mr.  de 
Murr  {Martín  Beheim^  pág.  128),  dicen  que  murió  Colón 
en  20  de  Mayo  de  1505,  en  vez  de*1506,  es  á  causa  de 
una  errata  en  el  texto  de  la  Vida  del  Almirante ,  capi- 
tulo 128  (Barcia,  Hist.  jwimit.,  t.  i,  pág.  128). 


I 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  259 


PATRIA  Y  FAMILIA  DE  COLÓN. 


He  estudiado  detenidamente  las  largas  y  á  veces  fas- 
tidiosas disertaciones  que  han  visto  la  luz  desde  princi- 
pios del  siglo  actual,  en  que  un  distinguido  sabio  de 
Turín,  el  conde  Kapione,  convencido  de  la  legitimidad 
de  los  derechos  de  los  antiguos  feudatarios  del  castillo 
de  Cuccaro,  en  el  ducado  de  Montferrato,  renovó  la  con- 
troversia acerca  del  lugar  donde  nació  el  Almirante. 
Esta  discusión,  que  terminó  creyendo  tener  cuantos  ha- 
bían intervenido  en  ella  la  razón  de  su  parte,  fué  prove- 
chosa por  lo  mucho  que  aclaró  la  historia  de  Colón,  y 
por  los  datos  aducidos  respecto  á  los  antiguos  mapas  y 
descripciones  de  América.  Por  lo  demás ,  se  advierte  en 
la  polémica  la  acritud  y  pasión  que  inspira  el  patriotis- 
mo provincial  y  municipal  en  los  pueblos  que  no  tienen 
un  centro  de  vida  política. 

El  ducado  de  Montferrato,  considerado  como  parte  de 
la  antigua  Liguria,  está  hoy  unido  al  territorio  de  Ge- 
nova ;  pero  hasta  ahora  el  involuntario  sacrificio  de  su 
independencia  no  ha  hecho  á  los  genoveses  tan  indife- 
rentes como  se  esperaba  á  las  pretensiones  de  los  pia- 
monteses  acerca  de  la  persona  del  Almirante  y  de  su 
verdadera  patria  (Memoria  della  Reale  Academia  di  To- 
rino,  1823,  t.  xxvii,  pág.  75).  Más  de  diez  y  ocho  pue- 
blos se  disputan  la  gloria  de  haber  sido  cuna  de  Cristó- 
bal Colón,  y  son:  Genova,  Cogoleto  (nombre  cambiado 
en  Cogoreto,  Cucchereto,  Cugureo  Cogoreo,  Cucureo 
de  Herrera  y  Cugurgo  de  Puffendorf),  Bugiasco,  Finale, 
Quinto  y  Nervi  (en  la  ribera  de  Genova),  Saona,  Pa 


260  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

lestrella  y  Arbizoli  (cerca  de  [Saona),  Cosseria  (entre- 
Millessimo  y  Carcere) ,  el  valle  de  Oneglia,  Castello  di 
Cuccaro  (entre  Alejandría  y  Cásale),  la  ciudad  de  Pía- 
cencía  y  Pradello  (en  el  Val  de  Nura  del  Piacentino). 

El  número  de  estos  lugares  aumentó  progresivamente 
con  la  fama  del  héroe,  porque  sus  contemporáneos,  Pe- 
dro Mártir  de  Anghiera,  el  cura  de  los  Palacios,  Geral- 
dini,  Pedro  Coppo  de  Isola  (1),  el  obispo  Giustiniani, 
el  canciller  Antonio  Gallo  y  Senerega,  le  han  llamado 
unánimemente  genovés. 

La  institución  del  mayorazgo,  documento  fechado  en 
22  de  Febrero  de  1498,  y  de  cuya  autenticidad,  como 
antes  he  dicho,  nadie  duda  en  España,  prueba  que  lapa- 
labra  genovés,  aplicada  á  Colón,  no  puede  tomarse  en  el 
sentido  extenso  de  Uguriano]  que  podría  designar  lo 
mismo  al  nacido  en  Ge'nova  que  al  natural  de  Cuccaro. 
Este  documento  de  14í^8  dice  literalmente :  «  La  dicha 
ciudad  de  Genova,  de  donde  yo  salí  y  donde  yo  nací.» 
Además,  en  la  respuesta  latino-italiana,  igualmente  au- 
téntica, que  el  magistrado  de  Genova  {Magistrato  di 
S.  Giorgio)  escribió  el  8  de  Diciembre  de  1502  á  Colón, 
con  motivo  de  sus  patrióticas  promesas,  transmitidas  por 
el  embajador  genovés  Nicolás  Oderigo,  cuando  volvió  á 
España ,  llámase  con  frecuencia  á  la  ciudad  de  Genova 
originaria  patria  de  Vostra  Claritudine,  y  á  Colón  aman- 
tissimus  concivis  {Cod.  col.  amer.,  pág.  329;  !N'avaree- 
TE,  t.  II,  pág.  283). 


(1)  Portulano  di  Pietro  Coppo  de  Isola,  térra  dell'  Istria,  Ve- 
necia,  1528.  Uno  de  los  siete  mapas  dice:  «Christopholo  Columbo 
Zenovese  trovo  nel  anno  1492  moltc  isóle  et  cose  nove.»  Mo- 
KBLLi,  Letter  rarissima,  pág.  63. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  261 

A  menos  de  suponer  en  Fernando  Colón  motivos  para 
guardar  premeditado  silencio,  es  difícil  explicar  la  igno- 
rancia que  afecta  acerca  del  origen  de  su  padre,  pues 
sólo  cita  á  Genova  como  uno  de  los  seis  puntos  á  los 
•cuales  se  concedía  en  su  época  el  honor  de  haber  sido  la 
patria  del  Almirante.  ¿Cómo  es  posible  creer  que  el  pa- 
dre hubiera  dejado  á  los  hijos  en  esta  incertidumbre? 
^Por  qué  evita  el  hijo  con  tanta  prudencia  decidir  la 
cuestión ,  ó  decir  al  menos  cuál  es  la  opinión  que  le  pa- 
rece más  probable? 

La  Vida  del  Almirante ,  escrita  en  español  por  Fer- 
nando Colón,  se  publicó  por  primera  vez,  traducida  al 
italiano  en  1571,  treinta  y  un  año  despue's  de  la  muerte 
del  autor.  Cítanse  en  ella,  con  el  título  de  Crónica,  los 
Aúnales  de  Genova,  que  fueron  impresos  en  1535,  y 
que  el  conde  Priocca  niega  fueran  quemados  por  orden 
del  Senado  (véase  Cancellieri  ,  pág.  139).  Esta  cita 
prueba  que  Fernando  Colón  terminó  su  obra  siendo  ya 
viejo,  y  si  tal  prueba,  presentada  por  el  caballero  Na- 
pione  (Mem.  della  Acad.  di  Torino^  1805,  págs.  148 
y  240),  no  parece  convincente,  podría  corroborarla  con 
la  condición  de  que  en  el  último  capítulo  se  trata  de 
la  muerte  del  Inca  Atahualpa,  que  fué  estrangulado 
en  1533.  Ahora  bien:  cuarenta  años  después  del  descu- 
brimiento del  Nuevo  Mundo,  la  gloria  de  Cristóbal  Co- 
lón estaba  tan  divulgada,  que  en  todos  los  puntos  de  la 
Liguria  donde  vivían  personas  del  mismo  apellido  em- 
pezaron las  pretensiones  genealógicas.  Algunas  de  estas 
pretensiones  debían  halagar  la  vanidad  de  Fernando  y 
de  Diego  Colón,  y  de  los  hijos  de  éste,  que  habiendo 
legado  á  gran  posición  nobiliaria  en  un  país  donde  el 
<;omercio  y  las  artes  industriales  no  eran  tan  honrados 


262  ALEJANDRO  DE  HÜMBOLDT. 


como  en  Genova,  aprovechábanse  sin  duda  de  la  incer- 
tidumbre  reinante  sobre  la  posición  social  de  sus  parien- 
tes y  el  lugar  del  nacimiento  de  Cristóbal  Colón. 

En  el  primer  capítulo  de  la  Historia  del  Almirante 
hay  una  mezcla  hipócrita  de  orgullo  y  de  filosofía  que 
oculta  mal  el  deseo  en  su  autor  de  dejar  adivinar  lo  que- 
no  se  atreve  á  decir  abiertamente.  Empieza  diciendo  que 
se  le  pide  en  vano  probar  que  su  padre  desciende  de 
una  familia  ilustre ,  la  cual,  por  mala  fortuna,  había  lle- 
gado á  la  última  estrechez;  y  que  tampoco  mencionará 
como  ascendiente  aquel  Colón  que  Tácito  dice  en  el  li- 
bro XII  llevó  preso  á  Eoma  al  rey  Mitrídates,  y  obtuvo 
por  ello  los  honores  consulares;  ni  á  los  dos  almirantes 
de  este  apellido,  tío  y  sobrino,  que  recorrieron  victoriosa- 
mente (el  uno  desde  1462  á  1476,  y  el  otro  hasta  1485) 
los  mares  del  Archipiélago  y  de  Portugal  (1).  Hoy  las 
buenas  ediciones  de  los  Anales  de  Tácito  (xii,  21)  dicen: 
Traditus  post  hoc  Mithridates ,  vectusque  Romam  per~ 
Junium  Cilonem  procuratorem  Ponti.  Consularia  insig- 
nia Ciloni,  Aquilce  pratoria  decernuntur;  pero  en  algu- 
nos manuscritos  se  lee,  en  efecto:  Romam  vectus  per  ju- 
nium Colonem,  lección  contraria  á  un  pasaje  de  Dión 
Casio  (lx  ,  83). 

Despue's  de  este  rasgo  de  erudición,  D.  Fernando  ex- 


(1)  Pongo  estas  cifras  ateniéndome  á  las  controversia  de  Bossi 
y  de  Muñoz.  El  primero  (F¿Y«  di  Colombo,  páginas  79-82)  se- 
funda  en  un  documento  inédito  curiosísimo  que  contiene  uEa 
carta  de  dos  milaneses  que  volvían  en  1476  de  Tierra  Santa. 
Los  pasajes  de  Zurita  y  de  Sabellico  referentes  á  las  empresas 
de  Colombo  el  Mozo  y  de  la  fabulosa  llegada  de  Cristóbal  Co- 
lón á  Portugal  nadando  y  agarrado  á  un  remo,  los  transcribe- 
Washington  Irving,  t,  IV,  Apéndice  8.° 


1 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  263 

pone  cómo  la  Providencia  quiso  que  todo  fuera  miste- 
rioso en  el  origen  de  su  padre;  dice  que  algunos,  como 
para  obscurecer  la  fanm  del  Almirante,  suponen  que  fue 
de  Cugureo  6  de  Bugiasco,  lugarcillos  pequeños  cerca  de 
Genova;  otros,  que  quieren  exaltarle  más,  dicen  que  era 
de  Saona;  otros,  genovés,  j  algunos  también,  saltando 
Twás  sob7'e  el  viento,  le  hacen  natural  de  Placencia,  donde 
hay  personas  muy  honradas  de  su  familia  y  sepulturas 
con  armas  y  epitafios  de  los  Colombos.  «Pasando  yo  por 
Cugureo,  añade  (era  en  1530,  según  el  Memorial  (1) 
presentado  en  el  pleito  contra  el  conde  de  Gelvez),  no 
sabiendo  la  residencia  y  ocupaciones  de  nuestros  ante- 
pasados, procuré  informarme  de  dos  hermanos  Colombos 
que  eran  los  más  ricos  de  aquel  castillo  y  se  decía  eran 
algo  parientes  suyos;  pero  porque  el  más  mozo  pasaba 
ya  de  cien  años,  no  supieron  darme  noticia  de  esto,  ni 
creo  que  por  esta  ocasión  nos  quede  menos  gloria  de 
proceder  de  su  sangre,  pues  tengo  por  mejor  que  tenga- 
mos toda  la  gloria  de  la  persona  del  Almirante,  que  an- 
dar inquiriendo  si  su  padre  fué  mercader  ó  cazador  de 
volatería  (2),  puesto  que  de  personas  de  semejantes  ejer- 
cicios hay  mil  cada  día  en  todos  lugares,  cuya  memoria 
entre  los  propios  vecinos  y  parientes  perece  al  tercero  día.» 


(1)  Memoria  de  Turin^  1823,  pág.  171. 

(2)  Humboldt  dice  Jiomme  sans  aven,  y  pone  la  siguiente  nota: 
«No  me  atrevo  á  traducir  la  frase  cazador  de  volatería,  que  em- 
plea D.  Femando.  Los  buenos  diccionarios  dicen  que  volatería 
es  caza  con  halcones.  En  el  dialecto  de  los  gitanos,  volatería 
significa  ojicio  de  ladrón.  Un  español  muy  instruido,  á  quien  he 
consultado,  cree  que  la  frase  entera  significa  caballero  de  in- 
dustria ó  aventurero,  y  so  funda  en  que  es  análoga  á  la  de  to- 
mar al  vuelo. 


264  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

La  frase  castillo  de  Cugureo  que  emplea  D.  Fernando 
pudiera  hacer  creer  que  ha  querido  referirse  al  castillo 
de  CuccarOj  confundiendo  ambog  nombres;  pero  antes 
cita  á  Cugureo  en  el  número  de  los  lugarcillos  próximos 
á  Genova,  y  esta  cita  puede  aplicarse  á  Cogoleto  ó  Cu- 
gureo, pero  nó  á  Cuccaro,  situado  más  alia  de  Alejan- 
dría. Además,  un  autor  del  siglo  xvi,  Gambara  (De  na- 
vigatione  Christ,  Columbi,  Romas,  1585),  nombra  á  ese 
mismo  Cugurero  «  Casír^min  territorio  Genuensi».  Ter- 
minaré citando  un  viajero  moderno  (1)  que  dice,  ha- 
blando de  Cogoleto:  «Este  lugar  no  ha  renunciado  al 
honor  de  haber  visto  nacer  á  Colón,  á  pesar  de  la  multi- 
tud de  investigaciones  y  disertaciones  según  las  cuales 
el  grande  hombre  resulta,  al  parecer,  que  nació  en  Ge- 
nova. En  Cogoleto,  hasta  tienen  la  pretensión  de  ense- 
ñar su  casa,  especie  de  cabana  á  orillas  del  mar,  que 
encontré  convenientemente  ocupada  por  un  guardacos- 
tas, y  en  la  cual  se  lee,  á  continuación  de  otras  inscrip- 
ciones lamentables,  este  hermoso  verso  improvisado  por 
M.  Galiuffi: 

«Unus  erat  mundus;  Dúo  sint,  ait  site;  fuere. 

En  la  Casa- Ayuntamiento  de  Cogoleto  (2)  hay  un  re- 
trato antiguo,  sin  duda  poco  parecido». 

Lo  que  caracteriza  los  primeros  capítulos  de  la  obra 
de  Fernando  Colón  es  la  prudente  reserva  con  que  deja 


(1)  Véanse  los  instructivos  Voyages  hist,  et  litter..  en  Italia 
de  M.  Valery,  t.  v,  pág.  73. 

(2)  Los  dos  Almirantes,  Colón  el  Mozo,  que  se  llamaba  tam- 
bién Cristóbal,  y  Francisco  Colón,  que  estuvo  al  servicio  del 
rey  Luis  XI  en  1475,  fueron,  según  parece,  de  la  rama  de  los 
de  Colón  de  Cogoleto  (Cancellieri,  pág.  20). 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  265 

indecisas  todas  las  cuestiones,  contentándose  con  desig- 
nar (cap.  v)  á  los  genoveses  establecidos  en  Lisboa  con 
la  frase  de  gentes  de  la  nación  del  Almirante,  Afirma 
vagamente  que  sus  antepasados  estuvieron  siempre  ocu- 
pados en  el  comercio  marítimo,  y  «aunque  contento  y 
orgulloso  de  ser  hijo  de  semejante  padre  ^  de  famoso  nom- 
bre por  el  valor  y  los  claros  é  insignes  hechos  suyos's>,  re- 
chaza como  injurioso  el  aserto  de  una  ccocupación  ma- 
nual y  mecánica»  que  el  obispo  Giustiniani  atribuye  á 
los  padres  de  Cristóbal  Colón. 

Pronto  veremos  que,  según  los  últimos  documentos 
encontrados  en  Ge'nova,  el  Obispo  no  cometió  más  falta 
que  la  de  ser  indiscreto.  Después  de  elogiar  al  padre  por 
haberse  casado  en  Lisboa  con  D.^  Felipa  Muñiz  Peres- 
trello,  dama  noble  é  ilustre,  despue's  de  elevarse  tanto  por 
los  favores  de  la  reina  Isabel  y  el  matrimonio  que  había 
contraído  D.  Diego  Colón  con  la  sobrina  del  duque  de 
Alba,  no  podía  convenir  á  la  familia  dar  á  conocer  al 
padre  de  Colón  como  «fabricante  de  paños».  Añadire- 
mos tambie'n  que  la  indecisión  absoluta  de  Fernando 
Colón  (1)  sobre  el  problema  del  lugar  del  nacimiento 
de  su  padre  anula  por  completo  las  sospechas  que  ha 
expuesto  Campi,  autor  de  una  Storia  di  Piacenza  (1662), 
acerca  de  las  falsificaciones  oficiales  que  habrá  sufrido  el 
texto  italiano  de  la  Vida  del  Almirante  (2). 


(1)  «Sobre  el  origen  de  su  familia  y  patria  del  Almirante 
procedió  con  alguna  reserva,  exponiendo  las  opiniones  ajenas» 
Hn  declarar  la  suya  propia.D  Na  varéete,  t.  i,  pág.  LXix. 

(2)  Se  ha  supuesto  que  el  texto  original  español  de  D.  Fer- 
nando, entregado  en  1568  por  D.  Luis  Colón  á  un  patricio 
de  Genova,  Fornari,  había  sido  alterado  para  corrobarar  las 
pretensiones  genovesas,  sLno  en  la  rara  edición  italiana  de  Ve- 


266  ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

Cuando  'el  conde  Napione,  después  de  haber  estudiado 
las  piezas  del  pleito  de  sucesión  de  Diego  Colón,  muerto 
en  1578,  intentó  establecer  con  mucha  sagacidad  que  la 
familia  del  Almirante  descendía  de  los  feudatarios  del 
castillo  de  Cuccaro  en  el  Ducado  de  Monferrato,  y  que 
hasta  el  mismo  Almirante  había  nacido  en  dicho  casti- 
llo, la  Academia  de  Ge'nova  encargó  en  1812  á  tres  de 
sus  miembros,  Jerónimo  Serra,  Francisco  Carrega  j  Do- 
mingo Piaggio,  examinar  todos  los  documentos  y  reunir 
otros  nuevos.  El  concienzudo  trabajo  de  estos  tres  aca- 
de'micos,  como  el  de  Bossi  y  Spotorno,  ha  confirmado  la 
antigua  opinión  del  origen  genovés,  opinión  que  el  Al- 
mirante consignó  claramente  en  la  institución  del  mayo- 
razgo hecha  en  22  de  Febrero  de  1493,  y  que  tambie'n 
había  parecido  la  más  probable  á  los  historiadores  Mu- 
ratori,  Tiraboschi,  Muñoz  y  Navarrete. 

El  Almirante  era  el  hijo  mayor  de  Domingo  Colón  y 
de  Susana  Fontanarossa.  Además  de  dos  hermanos  me- 
nores, Bartolomé  y  Santiago,  llamado  en  España  Diego, 
tuvo  también  una  hermana  casada  con  un  choricero 
(pizzicagnolo)  que  se  llamaba  Santiago  Bavarello.  El  pa- 
dre de  Cristóbal  Colón  vivía  aún  dos  años  después  del 
gran  descubrimiento  hecho  por  el  hijo,  y  era  tejedor  de 
paños,  como  lo  atestigua  su  intervención  en  un  testa- 
mento hecho  ante  notario  en  1494,  que  ha  llegado  á  nos- 
otros, en  el  cual  figuraba  como  testigo  y  donde  se  lee 
olim  textor  pannorum,  después  de  su  nombre  {Códice 


necia  (1571),  al  menos  en  la  de  Milán  (1614),  dedicada  por  el 
impresor  Girolamo  Bordini  á  un  Cux  de  Genova  (JItlem.  de  Tu- 
rin,  1805,  pig.  240);  pero  /por  qué  habían  de  ser  estas  falsifica- 
ciones tan  vagas  y  tímidas? 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  267 

Col.  Amer.  p.  lxviii).  También  dice  Senarega,  que  es 
el  autor  más  próximo  á  esta  época:  Columhi  (Christophori 
Genuensis)  fratres  Genuce  jjlebeis  parentibus  orti  nam 
pater  textor^  carminatores  filii  aliquando  fuerunt  (Sen. 
de  Rebus  Genuensibus,  ap.  Murator.,  t.  xxiv,  pág.  534). 
Domingo ,  el  padre  del  Almirante ,  aunque  su  nieto 
Fernando  le  llama  indigente,  tenía,  sin  embargo,  dos 
casas;  una  con  tienda  extramuros  en  la  contrada  di 
Porta  S.  Andrea,  j  otra  en  el  Vicolo  di  Mulcento.  Esta 
última  le  había  sido  dada  á  censo  enfitéutico  por  los 
frailes  benedictinos  de  San  Esteban,  y  la  poseía,  al  me- 
nos, desde  1456  á  1489.  Ignórase  en  cuál  de  las  dos 
casas  nació  el  Almirante;  pero  es  probable  que  naciera 
en  la  del  Vicolo  di  Mulcento,  pues  hay  indicios  de  que 
le  bautizaron  en  San.  Esteban,  aunque  no  se  ha  encon- 
trado la  partida  de  bautismo  (Bossi,  pág.  69). 

Domingo  había  trasladado  en  1469  sus  telares  y  co- 
mercio de  lanas  de  Genova  á  Saona,  y,  según  un  docu- 
mento conservado  en  los  archivos  de  esta  última  ciudad, 
el  más  joven  de  los  hermanos  del  Almirante,  Diego,  cuya 
dulzura  de  carácter  é  inclinación  al  estado  eclesiástico- 
elogia  Las  Casas  {Kist.  de  Ind.^  lib.  lii,  o.  82),  fué  co- 
locado á  la  edad  de  diez  y  seis  años  por  su  madre  Su- 
sana Fontanarossa ,  el  10  de  Septiembre  de  1484,. 
como  aprendiz  en  casa  de  un  tejedor  de  lanas  de  Saona 
llamado  Luchino  Cadamartori  (1).  Además,  ya  en  1311 


(1)  Es  el  misnao  Diego  Colón  que  desde  1494  desempeñó  pa- 
pel tan  importante  en  Ha'íti  y  fué  preso  y  aherrojado  con  sus 
hermanos  Cristóbal  y  Bartolomé.  Al  morir  el  Almirante  ya  era 
D.  Diego  sacerdote,  porque  en  el  testamento  de  19  de  Mayo 
de  1506,  dice:  «Á  D.  Diego,  mi  hermano,  cien  mil  maravedís, 
(cada  a,ño),  porque  es  de  la  Iglesia'».  Sorprende  que  un  escritor 


268  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

«staba  inscripto  en  Genova  un  lanajuolo  llamado  Ja- 
-cobo  Colombo,  y  los  testimonios  de  la  vecindad  de  la 
familia  Colombo  en  dicha  ciudad  alcanzan  hasta  1191. 
He  referido  estos  minuciosos  detalles  para  probar  que 
las  últimas  investigaciones  acerca  de  la  familia  del  Al- 
mirante no  han  sido  infructuosas. 

La  descendencia  masculina  (^el  grande  hombre  se  ex- 
tinguió á  los  setenta  y  dos  años  después  de  su  muerte. 
Sabido  es  que,  de  sus  dos  hijos,  el  menor  y  más  sabio, 
Fernando,  era  ilegítimo,  lo  que  no  fué  obstáculo,  á  pesar 
de  las  preocupaciones  de  la  época,  que  fuera  nombrado 
á  los  nueve  ó  diez  años  de  edad,  con  su  hermano  mayor 
Diego,  primero,  paje  del  Infante  D.  Juan,  y  después  de 
la  prematura  muerte  de  este  Príncipe,  paje  de  la  reina 
Isabel  (1).  Su  madre,  D.^  Beatriz  Enríquez,  es  la  dama 
de  Córdoba  cuyo  embarazo  tanto  contribuyó  á  detener 
^1  Almirante  en  España  en  14S8  y  á  hacer  que  á  Casti- 
lla y  á  León  (y  no  á  Portugal,  á  Francia  ó  Inglaterra) 
diera  Colón  un  Nuevo  Mundo  (2). 


generalmente  tan  exacto,  como  el  P.  Spotorno,  haya  confundido 
al  hermano  más  joven  del  Almirante  {Cod.  Col.  Amer.,  pági- 
nas XLiv  y  LTi)  con  el  intérprete  Diego  Colón,  natural  de  Gua- 
nahaní  y  bautizado  en  1493  en  Barcelona.  Este  último,  y  no  el 
hermano  del  Almirante,  fué  quien  se  casó  en  1494  con  la  hija 
del  rey  Guañonex  de  Haiti.  {^Petr.  Mart.  Ocean.  Déc.  i,  lib.  IV, 
pág.  47.) 

(1)  El  nombramiento  de  Diego  databa  de  1492  (Nava* 
ÉRETE,  t.  II,  páginas  17  y  220.  Vida  del  Almirante^  cap.  85; 
Herrera,  Déc.  i,  lib.  ii,  cap.  15.) 

(2)  Alude  á  la  hermosa  inscripción  que  Fernando  el  Católico 
hizo  colocar  en  el  primer  sepulcro  de  Colón  en  la  catedral  de 
Sevilla  {Vida  del  Almirante,  cap.  cvín). 

Á  CASTILLA  Y  Á  LEÓN  NUEVO  MUNDO  DiÓ  COLÓN. 


*  DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  26^ 

Fernando  acompañó  á  su  padre,  á  la  edad  de  catorce 
años,  en  el  cuarto  viaje  de  su  descubrimiento,  y  demostró 
una  energía  de  carácter  j  un  valor  «dignos  de  viejo  ma- 
rino». El  Almirante  nos  dejó  en  su  Letterararissima  un 
testimonio  conmovedor,  cuando  describió  con  los  más 
vivos  colores  la  tormenta  sufrida  durante  cerca  de  tres 
meses  en  parajes  que  son  temidos  aun  hoy  día  cuando 
se  navega  entre  Morant  Kays',  los  Caimanes,  los  Jardi- 
nes de  la  Reina,  los  bajos  Misteriosa  y  Santanilla  y  la 
costa  de  Honduras. 

Despue's  de  vivi'*  Fernando  con  su  hermano  Diego 
en  Santo  Domingo  en  1509,  y  de  viajar  por  mucho» 
puntos  de  Europa,  dedicóse,  desgraciadamente  dema- 
siado tarde  para  la  frescura  de  sus  recuerdos  (acaso 
desde  1533  á  1535),  á  escribir  la  historia  de  su  padre, 
fundó  una  biblioteca  de  12.000  volúmenes,  legada  á  los 
padres  Dominicos  del  convento  de  San  Pablo  de  Sevilla, 
y  murió  sin  posteridad  en  España,  á  la  edad  de  cincuenta 
y  tres  años  (hacia  1541),  adoptando  el  estado  eclesiás- 
al  fin  de  su  vida.  Vivió  honrosamente,  dedicado  al  estu- 
dio en  las  orillas  del  Guadalquivir,  rodeado  de  algunas 
personas  instruidas  que  había  traído  con  el  de  Flandes. 

Su  hermano  mayor  Diego,  hijo  de  D.^  Felipa  Muñiz, 
de  la  familia  placentina  de  Perestrello,  y  sobrino  de  Pe- 
dro Correa,  gobernador  de  Porto  Santo  (1),  nació  en 
esta  isla,  probablemente  entre  1470  y  1474.  Muy  joven 
aún,  especialmente  á  la  edad  de  diez  ó  doce  años,  cuando 
vino  con  su  padre  de  Portugal  á  España,  conoció  las 
amarguras  de  la  indigencia.  Era  el  niño  que  llevaba  á  pie 


(1)  Correa  era  conocido  del  célebre  viajero  Alviso  di  Ca  Da 
Mosto. 


270  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

Cristóbal  Colón  al  convento  de  la  Eábida,  cerca  de  Pa- 
los ,  y  para  el  cual  pidió  un  pedazo  de  pan  y  agua ,  cir- 
cunstancia que  dio  á  conocer  el  gran  marino  al  padre 
Juan  Pe'rez,  guardián  del  convento,  «á  quien  llamó  la 
atención  el  acento  extranjero  del  viajero);.  Este  mismo 
guardián  de  los  franciscanos  procuró  á  Colón  una  mó- 
dica suma ,  c(  para  vestirse  decentemente  y  comprar  una 
bestezuelay>. 

Se  tiene  por  cierto  que  Diego  recibió  su  primera  edu- 
cación en  el  convento  de  la  Rábida,  porque  sabemos,  por 
«1  pleito  con  el  fisco,  que  cuando  el  Almirante  partió  en 
1492,  lo  confió  á  Juan  Rodríguez  Cabezudo,  habitante 
de  Moguer,  y  á  un  eclesiástico,  Martín  Sánchez  (1). 

A  muchos  escritores  modernos  ha  parecido  bien  pin- 
tar á  Diego  Colón,  sin  duda  porque  era  hijo  de  un  grande 
hombre,  como  desprovisto  de  talento  y  de  carácter;  pero 
sus  contemporáneos  formaron  de  él  juicio  muy  diferente. 
Después  de  hacer  el  segundo  viaje  con  el  Almirante, 
permaneció  Diego  en  España  para  atender  á  losa&uutos 
litigiosos  de  su  familia.  Muerto  su  padre,  intervino  du- 
rante veinte  años  en  los  intereses  políticos  de  Santo  Do- 
mingo, de  Jamaica,  de  Cuba  y  de  Puerto  Rico.  Supo 
consolidar  su  posición  aristocrática  en  España,  casán- 
dose en  1508  con  D.  María  de  Toledo,  hija  del  Comen- 
dador mayor  de  León  y  Cazador  mayor  de  la  corte, 
Hernando  de  Toledo,  y  sobrina  del  duque  de  Alba,  que 


(1)  Probablemente  Cabezudo  dispuso  al  poco  tiempo  la  tras- 
lación de  Diego  á  Córdoba,  porque  al  describir  el  Almirante  las 
angustias  que  pasó  durante  la  noche  del  14  de  Febrero  de  1493 
dice:  «que  durante  la  tempestad  se  acordaba  sobre  todo  de  los 
dos  hijos  que  tenia  en  Cordata  al  estudio.))  Fernando,  sin  em- 
bargo, sólo  contaba  entonces  cuatro  ó  cinco  años. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  271 

era  uno  de  los  personajes  más  poderosos  del  reino,  favo- 
rito y  próximo  pariente  de  Fernando  el  Católico,  á  quien 
mostró  noble  fidelidad  cuando  en  las  controversias  entre 
D.  Fernando  y  el  archiduque  D.  Felipe ,  casi  todos  los 
grandes  se  apartaron  de  aquél,  que  parecía  abandonado 
de  la  fortuna  (1).  Este  parentesco  con  la  casa  de  Alba, 
y  la  eficaz  protección  que  tuvo  por  consecuencia  de  él  (2), 
fueron  más  útiles  á  J).  Diego  que  el  recuerdo  de  los  ser- 
vicios de  Cristóbal  Colón. 

Después  de  largas  y  vanas  gestiones,  fué  reconocido 
Diego,  por  el  decreto  (3)  dado  en  Arévalo  en  9  de 
Agosto  de  1508,  Almirante  y  Gobernador  de  las  Indias; 
reconocimiento  que ,  según  los  términos  del  decreto ,  no 
era  definitivo  y  estipulado,  puesto  que  la  corte  se  re- 
servaba sus  derechos  en  las  cuestiones  con  el  padre. 

Llegó  Diego  el  10  de  Julio  de  1509  á  Haiti,  acompa- 
ñado de  la  Virreina,  de  su  hermano  Fernando  y  de  sus 
dos  tíos.  Las  espléndidas  fiestas  con  que  se  celebró  su 
llegada  en  la  fortaleza  de  Santo  Domingo  fueron  inte- 
rrumpidas por  un  destructor  huracán.  Al  año  siguiente. 


(1)  Pete.  Mart.  Epíst.,  cccxi.  Valeoleti,  vii.  Idus  Ju- 
nii  MDVI.  «Proh  rerum  humanarum  fallax  possessio!  Redibis,  o 
misera  Castella,  redibis  ad  pristinam  confusionem  tuam.  Nu- 
Uus  Fernandum  regem  non  deseruit,  prccter  Federicum  Albcs 
Duoem,  ipsius  consobrinuní,  et  Bernardum  Roies  Deniae  Mar- 
chionem.» 

(2)  Herrera,  Déc.  i,  lib.  vii,  cap.  6.  «El  Duque  de  Alba  era 
de  los  Grandes  de  Castilla  el  que  más,  en  aquellos  tiempos; 
privaba  con  el  Rey,  y  no  pudo  el  Almirante  (D.  Diego)  ligarse 
á  casa  del  Reino  que  tanto  le  conviniese,  ya  que  su  justicia  no 
le  valia. 

(3)  Conservado  en  la  Historia  de  las  Indias  de  Las  Casas. 
Navarrete,  t.  II,  Doc.  CLXiii,  pág.  322. 


272  ALEJANDRO  DE   HUMBOLDT. 

las  querellas  por  los  ensayos  de  la  colonización  en  Ja- 
maica, que  corrían  á  cargo  de  Juan  de  Esquibel,  y  por 
la  construcción  de  una  casa  que  reunía,  según  decían, 
todas  las  condiciones  de  un  fortín  destinado  á  ofrecer 
seguridad  á  un  virrey  rebelde  (1),  alarmaron  al  yiejo 
rey  Fernando,  y  la' isla  de  Puerto  Rico  (Borinquen,  isla 
de  Carib,  isla  de  San  Juan),  dejó  de  formar  parte  del 
gobierno  de  D.  Diego  Colón,  siendo  entregada  á  la  ad- 
ministración de  Ponce  de  León. 

Las  vejaciones  que  sufrían  los  indígenas  ocupados  en 
los  lavaderos  de  oro  ocasionaron  una  sublevación  gene- 
ral, librándose  sangrientos  combates  en  los  que  el  perro 
Becerrillo  (2) ,  célebre  por  su  fuerza  y  maravillosa  in- 
teligencia, prestó  grandes  servicios  á  los  españoles. 


(1)  ccLos  enemigos  de  Diego  Colón,  dice  Herrera  (Déc.  i,  li- 
bro VII,  cap.  12)  acudieron  á  la  calumnia  para  acusarle  de  que 
quería  declararse  independiente,  acusación  dirigida  antes  con- 
tra su  padre,  ün  hombre  de  guerra,  Amador  de  Lares,  que  ha- 
bla hecho  las  campañas  de  Italia,  les  demostró  en  vano  que  la 
construcción  que  les  parecía  ser  de  una  casa  fuerte  la  motivaba 
el  calor  del  clima.»  Acusación  semejante  fué  dirigida  unos  tres 
siglos  después  contra  el  joven  virrey  de  Méjico,  el  conde  Ber- 
nardo Gálvez,  cuando,  con  grandes  gastos,  construyó  el  casti- 
llejo que  corona  la  colina  de  Chapoltepec. 

(2)  Este  nombre  es  el  diminutivo  de  heccrro.  El  P.  Charle- 
voix,  jesuíta,  no  muy  crédulo  por  cierto,  coleccionó  los  cuentos 
que  circulaban  entre  los  conquistadores  acerca  de  la  a'stucia  y 
la  nobleza  de  carácter  de  Becerrillo,  al  cual  llama  constante- 
mente, por  error,  Berezillo  (líist.  de  S.  Domingo,  1. 1,  pág.  281). 
Después  de  cuatro  años  de  hazañas,  el  famoso  perro  fué  muerto 
por  los  caribes  en  1514,  casi  en  el  momento  en  que  lograba  li- 
brar de  manos  del  enemigo  á  su  amo,  el  valeroso  Sancho  de 
Arango  (Herrera,  Déc.  i,  lib.  vii,  cap.  13;  lib.x,  cap.  10).  Es 
desgraciadamente  ciertísimo  que  Cristóba    Colón  había  intro- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  273 

El  almirante  D.  Diego,  persona  de  costumbres  pací- 
ficas, gozaba  generalmente  la  reputación  de  favorecer  á 
los  indígenas;  sin  embargo,  amigos  imprudentes  le  com- 
prometieron en  una  cuestión  de  frailes  que  tuvo  mucha 
resonancia  en  la  corte.  Empeñóse  en  obtener  una  re- 
tractación pública  del  P.  Antonio  Montesinos,  monje 
dominico  que,  en  un  sermón  apasionado,'defendió  noble- 
mente la  causa  de  los  indios,  acusando  á  los  colonos 
acaso  con  sobrada  impetuosidad,  de  reducir  á  esclavitud 
á  los  que  la  religión  y  la  ley  declaraban  libres.  Ocurrió 
entonces  lo  que  con  frecuencia  sucede  cuando  el  poder 
secular  exige  lo  que  la  jerarquía  eclesiástica  considera 
ofensivo  á  su  honor  y  á  su  independencia.  El  P.  Mon- 
tesinos, excitado  por  el  superior  de  la  Orden,  pronunció 
otro  sermón  más  atrevido  que  el  primero,  fiel  al  sistema 
de  sus  correligionarios,  que,  como  dice  Gomara,  querían 
quitar  los  indios  á  los  cortesanos  y   ausentes^  porque 


ducido  la  abominable  costumbre  de  hacer  combatir  á  los  perros 
contra  los  indígenas.  Tan  pronto  como  se  reunió  con  su  her- 
mano Bartolomé  en  Haíti,  emprendieron  juntos  una  expedición 
contra  el  rey  Manicatex,  en  la  cual  llevó  veinte  perros  corsos 
(^Vida  del  Almirante,  cap.  60).  Empleaban  también  estos  ani- 
males para  destrozar  á  los  llamados  culpables  (Petr.  Mart. 
Ocean.,  Déc.  iii,  lib.  I,  pág.  208). 

Los  pueblos  de  Europa  renuevan  siempre,  en  las  guerras  ci- 
viles, las  crueldades  de  los  tiempos  más  bárbaros.  En  la  ex- 
pedición francesa  á  Santo  Domingo,  en  1802,  ocurrieron  hechos 
como  el  de  quemar  negros  prisioneros  á  fuego  lento,  en  medio 
de  una  gran  población,  y  el  de  valerse  de  perros  de  Cuba,  que 
adquirieron  triste  celebridad  por  su  empleo  para  la  caza  de  hom- 
bres. Esta  caza  hasta  ha  sido  defendida  en  el  seno  de  una  asam- 
blea legislativa  en  Jamaica,  con  todo  el  lujo  de  una  erudición 
filológica.  (Véase  mi  Relat.  hist.,  t.  lll,  páginas  453  y  457.) 
TOMO  u.  18 


274  ALEJANDRO    DE   HUMBOLPT. 

quienes  los  administraban  en  su  nombre,  los  maltrataban. 

En  esta  época  (1511)  sólo  había  en  Haíti  14.000  in- 
dios, cuyo  número  disminuía  rápidamente,  sobretodo 
por  las  desatinadas  disposiciones  de  Rodrigo  de  Albur- 
querque,  que  tenía  el  peligroso  cargo  de  Repartidor  de 
Caciques  é  Indios  por  los  poderes  Reales, 

Causas  tan  graves  y  querellas  de  otra  índole  induje- 
ron al  almirante  D.  Diego  á  pedir  su  vuelta  á  España 
en  1514:  el  favor  tardío  concedido  á  la  Virreina  de  po- 
der vestir  de  seda  (Herrera,  Déc,  i.  lib.  x,  cap.  10),  y 
de  ser  la  única  persona  exceptuada  de  las  leyes  contra  el 
lujo  en  las  colonias,  no  podía  satisfacerle  en  una  posición 
tan  embarazosa. 

Permaneció  en  España  durante  seis  años,  obligado  á 
defender  los  derechos  de  su  familia  y  de  su  mayorazgo 
contra  el  fiscal  del  Rey  en  el  famoso  pleito  (1510-1517), 
cuyas  piezas,  recientemente  publicadas,  han  arrojado 
tanta  luz  sobre  los  primeros  descubrimientos  de  Cristó- 
bal Colón. 

Desde  la  muerte  de  Fernando  el  Católico,  la  monar- 
quía fué  gobernada  durante  algún  tiempo  por  el  partido 
ñamenco,  y  el  señor  de  Gebres  (1)  concedió,  como  en 
feudo,  los  gobiernos  de  la  isla  de  Cuba  y  del  Yucatán, 
considerado  entonces  como  isla,  al  Almirante  de  Flandes, 
bajo  promesa  de  poblar  dichas  comarcas  con  personas 
libres  y  familias  flamencas. 

No  poco  trabajo  costó  á  D.  Diego  Colón  hacer  revo- 
car en  1517  una  concesión  completamente  opuesta  á  los 


(1)  Moáur  de  Gebres,  dice  ingenuamente  Herrera  (Déc.  ir, 
libro  II,  cap.  19),  principal  consultor  de  las  mercedes  del  Rey, 
no  sabía  lo  que  eran  las  Indias.. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  275 

derechos  que  pretendía  haber  heredado  sobre  la  isla  de 
Cuba  y,  volviendo  á  estar  en  favor  por  algún  tiempo  con 
Carlos  V ,  fue'  enviado  de  nuevo  á  Haití  (en  Noviembre 
de  1520),  recobrando  su  antiguo  gobierno. 

La  viruela  causaba  allí  horribles  estragos  desde  hacia 
dos  años,  y  una  sublevación  de  esclavos  negros,  que  podía 
llegar  á  ser  muy  peligrosa,  por  coincidir  (en  1522)  con  la 
de  los  indios  de  Uraca,  dio  á  D.  Diego  ocasión  de  mostrar 
su  claro  talento  y  grande  actividad ;  pero  el  odio  que  le 
tenía  Figueroa,  uno  de  los  tres  comisarios  enviados  por 
el  cardenal  Ximénez  á  Haíti,  y  las  largas  cuestiones  con 
Ja  Real  Audiencia,  apresuraron  su  vuelta  á  España  en 
1523.  Enfermo  siguió  á  la  corte  durante  dos  años  á 
Burgos,  á  Vallad olid,  á  Madrid  y  á  Toledo,  esperando 
siempre  ser  reintegrado  en  el  goce  de  sus  privilegio?, 
y  murió  el  24  de  Febrero  de  1526,  sin  poder  alcanzar  á 
la  corte  en  Sevilla ,  porque,  durante  el  viaje ,  quiso  hacer 
una  novena  á  Nuestra  Señora  de  Guadalupe ,  de  la  cual 
era  tan  devoto  como  el  gran  almirante  Cristóbal  Colón. 

La  virreina  María  de  Toledo  quedó  con  numerosa  fa- 
milia (tres  hijas  y  dos  hijos)  en  Haíti.  La  mayor  de  las 
hijas,  María,  fué  religiosa  en  un  convento  de  Vallado- 
lid  (1);  la  segunda,  Juana,  se  casó  con  D.  Luis  de  la 
Cueva;  la  tercera,  Isabel,  con  Jorge  de  Portugal,  conde 


(1)  Cod.  Col.  Anier.,  pág.  LXiii;  pero,  según  un  árbol  genea- 
iógico  examinado  por  "Washington  Irving  (t.  IV,  pág.  102),  Ma- 
ría, la  hija  del  almirante  D.  Diego,  se  casó  con  Sancho  de  Cór- 
(iova.  Es,  sin  embargo,  cierto  que  la  abadesa  de  un  convento 
de  Valiadolid  pretendía  tener  parte  en  el  mayorazgo  del  ditun- 
to.  {Mem.  de  Turin,  1805,  pág.  190.)  Fundaba  acaso  sus  dere- 
chos en  la  ¡parte  debida  á  otra  María,  hija  del  tercer  Almi- 
rante y  también  religiosa  profesa. 


276  ALEJANDBO   DE   HÜMBOLDT. 

de  Gélvez,  perteneciente  á  una  rama  de  la  casa  de  Bra- 
ganza,  establecida  en  España. 

Los  dos  hijos  de  Diego  Colón,  segundo  Almirante  de' 
las  Indias,  llamáronse  Luis  j  Cristóbal.  El  primero, 
desde  la  edad  de  seis  años,  fué  reconocido  tercer  Almi- 
rante de  las  Indias ,  pero  sin  que  este  título  le  confiriese 
ningún  derecho  real.  Permaneció  en  IJai'ti  por  lo  menos- 
hasta  1533,  y  como  el  pleito  que  su  padre  comenzó  con- 
tra el  fisco  no  se  acababa,  por  consejos  de  su  tío  D.  Fer- 
nando Colón,  y  encontrándose  ya  en  España  en  la  corte 
de  Carlos  V,  hizo  un  convenio  con  el  Gobierno,  que  le 
valió  el  título  de  Capitán  general  de  la  Isla  Española. 
Volvió  á  las  Antillas;  pero  habiendo  pedido  permiso  su 
madre  la  Virreina  viuda  á  fines  del  año  1527  (Herre- 
ra, Déc.  IV,  lib.  II,  cap.  6),  para  colonizar  la  provincia 
de  Veragua,  descubierta  en  Octubre  de  1502  por  el 
primer  Almirante  de  las  Indias  Cristóbal  Colón,  hizo 
cesión  al  Emperador  en  1540  de  los  derechos  de  su  fa- 
milia al  Virreinato  y  al  diezmo  de  todos  los  productos 
(decena  parte  de  cualquier  mercaduría,  según  dice  el 
párrafo  tercero  de  la  capitulación  de  17  de  Abril  de  1492),. 
á  cambio  de  los  títulos  de  Duque  de  Veraguan  y  de  Mar^ 
qués  de  Jamaica  (1),  y  una  renta  anual  de  10.000  doblo- 
nes de  oro. 

Recordaremos  á  este  propósito  que  Cristóbal  Colón 
pudo  adquirir  en  ]497  el  titulo  de  Duque  de  la  Espa- 
ñola, pero  que,  por  prudencia,  no  lo  quiso  aceptar,  como 


(1)  El  primitivo  título,  según  parece,  fué  el  de  Marqués  de 
la  Vega,  tomado  de  un  caserío  de  Jamaica  (isla  de  Santiago) 
que  tenia  dicho  nombre.  (Charle  v^oix,  t.  i,  pág.  477.) 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  277 

tampoco  la  dotación  de  un  territorio  de  1.250  leguas 
cuadradas  en  Haíti. 

La  familia  del  Almirante  conservó  una  predilección 
especial  por  la  provincia  de  Veragua ,  que  pareció  á  Co- 
lón la  comarca  de  la  tierra  más  abundante  en  oro,  siendo 
^llí  donde  tuvo  la  primera  noticia  de  la  existencia  de  un 
mar  al  Oeste. 

También  Cristóbal  Colón  y  su  hermano  el  adelantado 
D.  Bartolomé  habían  fundado  en  aquella  costa,  cerca  de 
la  desembocadura  del  Río  de  Belén  y  frente  al  islote  lla- 
mado Escudo  de  Veragua ,  en  las  tierras  del  poderoso 
Quibian  (cacique)  de  Veragua  (1),  el  primer  pueblo  de 
cristianos  (2)  en  Tierra  Firme,  especie  de  fortín  pare- 


(1)  Veragua,  Cubagaa  é  Inagua  son  nombres  indios,  tomados 
de  lenguas  americanas  muy  distintas,  y  tan  alterados  y  vicia- 
dos, sin  duda,  que  tienen ,  al  parecer,  terminaciones  romanas. 
Para  que  no  se  crea  que  es  error  tipográfico,  debo  decir  que  al 
escribir  Duque  de  Veraguas  me  atengo  á  la  costumbre  vigente 
en  España;  pues  esta  comarca  siempre  la  nombró  Cristóbal 
Colón  en  la  Lettera  rarissiina,  y  su  hijo  en  la  Vida  de  su  padre, 
-como  también  Pedro  Mártir  {Oceayi.,  págs.  135, 189  y  237)  y  en 
las  cartas  modernas  del  Depósito  Hidrográfico  de  Madrid,  Be- 
ragua  ó  Veragua.  Méndez  en  su  testamento  (Nav.,  t.  i,  página 
31 '),  la  llama  Veragoa. 

(2)  Carta  de  Jamaica  del  7  de  Julio  de  1503  (Nav.,  t.  i,  pá- 
gina 302);  Vida  del  AJmir.,  cap.  95-100.  El  Kío  de  Belén,  lla- 
mado por  Méndez  en  su  testamento  Yehra,  pertenece  ahora  á 
la  provincia  del  Panamá,  formando  casi  el  limite  de  las  provin- 
cia?  de  Panami  y  de  Veragua, 

El  adelantado  D.  Bartolomé  Colón,  el  mismo  que,  según  Las 
Casas  (Washington  Irving,  t.  i,  pág.  92;  t.  ii,  pág.  216), 
acompañó  á  Díaz  en  el  viaje  de  1486,  y  que,  al  volver  de  Ingla- 
terra supo,  en  1493,  en  París,  en  la  corte  del  rey  Carlos  VIII 
(  Vida  del  Almirante,  cap.  60),  que  su  hermano  había  realizado 


278  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

cido  á  las  antiguas  factorías  portuguesas  en  África,  y 
que  tuvieron  que  abandonar  vergonzosamente,  después 
de  una  permanencia  de  cuatro  meses,  en  Abril  de  1503. 

Ha  sucedido  con  Veragua  como  con  Darien,  Uraba, 
Cubagua  y  la  costa  de  Paria,  cuyos  nombres  conoció 
toda  la  Europa  civilizada  hasta  mediados  del  siglo  xvi. 
Las  primeras  tierras  que  se  descubrieron  están  hoy  olvi- 
dadas y  casi  desiertas. 

El  tercer  Almirante  de  las  Indias^  D.  Luis  Colón ^^ 
primer  Duque  de  Veraguas,  cuyas  costumbres  no  fue- 
ron muy  dignas  de  elogio  (1),  encontrábase  en  Genova 
en  1568,  y  llevaba  el  manuscrito  de  su  tío  Fernando,  que 
entregó  á  dos  patricios,  Fornari  y  Marini.  N'ohe  podido 
encontrar  la  fecha  exacta  de  la  muerte  de  Luis  Colón; 
pero  es  positivo  que  falleció  sin  dejar  hijos  legítimos, 
porque  Cristóbal ,  que  figura  en  el  pleito  de  1583,  era 
hijo  natural.  El  mayorazgo  y  el  almirantazgo  de  las  In- 
dias recayó,  pues,  en  Diego,  hijo  del  Cristóbal  Colón, 
hermano  del  tercer  Almirante^  y  de  Isabel,  condesa  de 
Gélvez.  Con  el  cuarto  Almirante  D.  Diego  Colón,  se- 
gundo duque  de  Veraguas,  acaba  en  1578  toda  la  línea 
masculina  y  legítima  del  gran  Colón  que  descubrió  el 
JSTuevo  Mundo. 

La  herencia  de  una  familia  ilustre  por  la  gloria  de 
este  hombre  extraordinario ,  emparentada  con  las  casas 


el  vasto  proyecto,  murió  en'Haiti  como  gobernador  vitalicio  de 
la  isla  Mona,  en  1514,  el  mismo  año  en  que  el  rey  Fernando  le 
propuso  ir  á  colonizar  Veragua,  porque,  conforme  á  los  privile- 
gios de  familia,  esta  tierra  perteaecía  á  la  gobernación  del  almi- 
rante Diego  Colón.  (Herrera,  Déc.  i,  lib.  x,  cap.  10.) 

(1)  Lnigi  Colomho, persona  di  vita  dissoluta,  dice  Spotorna 
(Coí¿.,pág.  LXiii). 


DESCUBRIMIENTO    DB   AMÉllICA.  279 

de  Alba  y  de  Braganza,  y  por  tanto,  con  Fernando  el 
Católico  y  Juan  I,  con  las  casas  Reales  de  España  y  de 
Portugal,  debía  excitar  no  pocas  ambiciones  y  esperan- 
zas. El  acta  de  institución  del  mayorazgo  (22  de  Fe- 
brero de  1498)  disponía:  1.°,  que  cuando  terminara  la 
descendencia  masculina  de  lU  .';  o  y  de  Fernando,  hijos, 
y  de  Bartolomé  y  Diego,  hermanos  del  primer  Almi- 
rante, el  mayorazgo  que  contenía  los  títulos  de  Almi- 
rante mayor  del  mar  Océano ,  Visorrey  y  Gobernador  de 
las  Indias  y  Tierra  Firme,  debía  pasar  en  herencia  á 
los  parientes  varones  más  próximos  que  tuviesen  ellos  y 
sus  abuelos,  siempre  que  llevaran  el  apellido  de  Colón; 
2.°,  que  el  mayorazgo  no  pasaría  á  las  hembras  sino 
cuando  en  otro  cabo  del  mundo  no  se  encontraran  descen- 
dientes varones  de  linaje  verdadero.  Cristóbal  Colón 
evitó  prudentemente  decir  cuáles  eran  los  parientes  de 
su  verdadero  linaje  en  Italia,  no  nombrando  ni  á  los 
Colón  de  Cogoleto,  ni  á  los  de  Placencia,  ni  á  los  del 
castillo  de  Cuccaro. 

El  pleito  comenzó  en  1583,  cinco  años  después  de  la 
muerte  del  cuarto  Almirante  D.  Diego.  Las  partes  liti- 
gantes que  disputaban  la  herencia  eran  tres,  no  con- 
tando una  comunidad  de  religiosas  de  Valladolid ,  ni  á 
Cristóbal  Colón,  hijo  natural  (Mem.  di  Torino,  1805,  pá- 
gina 191)  del  tercer  Almirante  D.  Luis  Colón. 

Un  hombre  poderoso  en  España,  Jorge  de  Portugal, 
conde  de  Gélvez,  esposo  de  Isabel  Colón,  tía  del  cuarto 
Almirante  D.  Diego,  que  falleció  en  1578,  litigaba  con- 
tra Baltasar  (Baldasarre)  Colón,  de  la  familia  de  los 
señores  de  Cuccaro  y  de  Conzano  y  contra  Bernardo 
Colón,  de  Cogoleto  ó  Cogoreo.  Estos  últimos  procuraban 
probar  que  el  famoso  almirante  Cristóbal  Colón  descendía 


280  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

en  línea  recta  de  los  señores  del  castillo  de  Cuccaro  y  que 
estos  señores  eran  la  rama  de  los  Colón  de  Cogoleto,  cerca 
de  Genova  y  de  Pradello  en  el  Placentino.  Como  los  nom- 
bres de  Domingo,  de  Cristóbal  y  de  Bartolomé'  se  repi- 
ten con  frecuencia  en  las  distintas  familias  que  llevan  el 
apellido  de  Colón,  fácil  era  aprovechar  esta  circunstancia 
en  favor  de  las  invenciones  genealógicas.  Suponíase  que 
Domingo,  el  padre  del  primer  Almirante,  debía  ser  un 
tal  Domingo,  feudatario  del  castillo  de  Cuccaro,  her- 
mano de  Francisco  é  hijo  de  Lancia  de  Cuccaro.  De  este 
Francisco  descendía  Baltasar,  que  pretendía  la  sucesión 
en  el  mayorazgo,  porque  su  cuarto  abuelo  paterno,  Lan- 
cia, era,  según  decía,  abuelo  de  Cristóbal  Colón.  Este 
Baltasar,  que  se  llamaba  cofeudatario  de  Cuccaro,  vivía 
pobremente  en  Genova,  aunque  estaba  emparentado  con 
la  familia  patricia  de  los  Lomellini  (1). 

Bernardo  de  Cogoleto  pretendía  descender  del  adelan- 
tado Bartolomé  Colón,  hermano  del  primer  Almirante, 
porque  su  quinto  abuelo  Nicolás,  hermano  de  Lancia  de 
Cuccaro,  vino  á  establecerse  en  Cogoleto  á  mediados  del 
siglo  XIV  y  dejó  dos  hijos,  Bartolomé  y  Cristóbal  En 
esta  hipótesis,  el  mayor  se  llamaba  lo  mismo  que  el  Ade- 
lantado, y  el  menor  como  el  atrevido  marino  conocido 
con  el  nombre  de  Colomho  il  giovane  (el  Mozo)   (2),  á 


(1)  Su  mujer  era  hija  de  Benedicta  Lomellini  y  de  Rafael 
Usodimare  Oliva.  {Cod.  Col.,  pág.  Liv.) 

(2)  Vida  del  Almirante,  cap.  5.",  donde  se  dice  que  con  su 
nombre  asustaban  á  los  niños.  Es  el  archipirata  illustre  de 
Sabellico.  Es  problable  que  Cristóbal  Colón  navegase  con  otro 
almirante  genovés  más  antiguo,  que,  según  D.  Fernando,  era 
también  grande  hombre  de  mar.  A  estos  dos  almirantes  del 
apellido  Colón,  anteriores  á  Cristóbal  Colón,  se  les  tiene  por  tío 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  281 

quien  acompañó  largo  tiempo  Cristóbal  Colón  en  sus  ex- 
pediciones aventureras  y  belicosas. 

Procurábase  probar  por  el  testimonio  de  un  milanés, 
raaese  Domingo  Frizzo,  y  de  un  monferratino,  el  magní- 
fico signo?-  Bongioanni  Cornachia,  que  Cristóbal  Colón, 
nacido  en  el  castillo  de  Cuccaro,  donde  vivía  su  padre 
Domingo,  hijo  de  Lancia,  se  fugó  siendo  niño  con  otros 
dos  hermanos  sujos,  yendo  á  Saona  con  el  propósito  de 
embarcarse  allí  para  no  volver  más  á  su  patria.  Para 
apreciar  este  testimonio  en  su  justo  valor,  basta  recordar 
que  Cornachia  decía  haber  oído  este  suceso  á  su  abuelo, 
que  murió  á  la  edad  de  ciento  veinte  años  (Mem.  di  To- 
rino,  1823,  páginas  158,  164,  168). 

Un  conde  Alberto  de  Nemours  (los  documentos  de 
la  época  dicen  Namors)  recorJaba  á  los  setenta  y  tres 
años  que ,  siendo  niño,  cuando  su  maestro  le  explicaba 
Virgilio,  decía  que  Eneas  se  había  fugado,  como  el  hijo 
del  feudatario  de  Cuccaro,  Domingo^  cuyo  hijo  descubrió 
despue's  las  Indias  para  el  Rey  de  España.  Pero  estas 


Y  sobrino;  pero  resulta  obscuro  y  embrollado  todo  lo  relativo  á 
su  historia,  á  sus  parientes,  á  sus  nombres  y  á  las  épocas  de  sus 
empresas,  íntimamente  relacionadas  con  la  historia  de  Genova 
y  de  la  casa  de  Anjou,  desde  1460  á  1485.  En  los  documentos 
del  pleito  de  1583  encuentro  que  el  3Iozo  se  llamaba  Cristóbal 
y  el  mayor  Francisco,  siendo  aquél  sobrino  segundo  de  éste.  Su- 
biendo más  en  la  genealogía,  se  llega  á  Ferrario  Colombo,  feu- 
datario de  Cuccaro,  en  el  ducado  de  Montferrato,  padre  de 
tres  hijos,  á  saber:  de  Enrique,  cuyos  hijos  fueron  Nicolás  y 
Lancia,  del  almirante  Francisco  y  de  Antonio.  Esta  genealogía 
presenta,  al  parecer,  muy  lejano  á  Francisco  de  la  juventud  del 
célebre  Cristóbal  Colón.  Chauf fepié  en  los  suplementos  al  Dic^ 
niimarifl  de  Bayle,  llama  Cristóbal,  no  á  Coloynho  el  Mozo,  sino 
al  mayor  de  estos  dos  almirantes. 


282  ALEJANDRO    PE   HUMBOLDT. 

confusas  reminiscencias  de  viejo  nada  valen  frente  á  los 
hechos  bien  comprobados.  Domingo,  el  padre  del  gran 
Almirante,  vivía  aún  en  1494,  como  se  sabe  por  su  firma, 
á  la  que  hay  añadida  la  frase  olim  textor  pannorum;  j 
Domingo,  cofeudatario  de  Cuccaro  y  Conzano,  había 
muerto  treinta  y  ocho  años  antes  {Cod,  Colomh.  Amer.^ 
página  68),  en  1456.  El  padre  de  este  último  era  Lancia 
di  Cuccaro,  mientras  el  otro  Domingo  (padre  del  gran 
Almirante  y  casado  con  Susana  Fontanarossa),  era  hijo 
de  Juan  Colombo  de  Quinto.  Existe,  en  efecto,  un  case- 
río llamado  Quinto,  al  este  de  Genova.  Cerca  de  allí 
está  la  aldea  de  Terrarossa,  y  esta  proximidad  explica 
por  qué  Fernando  Colón  dijo  en  la  Vida  del  Almirante^ 
capítulo  10,  que  cchabía  visto  algunas  firmas  de  su  padre 
antes  que  adquiriese  el  Estado  (los  títulos  concedidos  por 
los  monarcas  españoles)  en  esta  forma:  Cohimbus  de  Te- 
rrarubra,  y> 

El  mapamundi  (1)  que  el  hermano  del  Almirante, 


(1)  Véase  Campi,  Storia  di  Piacenz,  t.  i,  pág.  85,  y  más  re- 
ciente el  conde  Napione,  á  quienes  desagradan  mucho  las  pala- 
bras Janua  cui  patria  est,  considerando  la  inscripción  en  verso 
interpolada  fraudulentamente  (J/í'wi.  di  Torino, 1823,  pág  132). 
Si,  como  dice  Las  Casas  {Hist.  de  las  Indias,  lib.  i,  cap.  7)  fué 
D.  Bartolomé  en  la  célebre  expedicián  de  Díaz  que,  antes  que 
Gama,  dobló  el  cabo  de  Buena  Esperanza,  el  mapamundi  pre- 
sentado á  Enrique  VII  fué  hecho  inmediatamente  después  de 
esta  expedición.  Debo  advertir,  con  este  motivo,  que  la  nota  es- 
crita de  letra  de  D.  Bartolomé,  que  termina  con  las  palabras: 
«Yo  estaba  presente»,  la  encontró  Las  Casas  en  las  márgenes  de 
un  Tratado  sobre  la  Esfera,  del  cardenal  Pedro  de  Ailly  (Pedro 
de  Aliaco);  nueva  prueba  que  puede  añadirse  á  las  presentadas 
al  principio  de  esta  obra,  para  demostrar  la  predilección  del 
Almirante  por  los  escritos  del  obispo  de  Cambrai. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  '283 

D.  Bartolomé,  presentó  al  rey  de  Inglaterra,  Enri- 
que VII,  dice  así:  Pro  pictore ^  Januacui patria  est,  no- 
men  cui  Bartholomceus  Columbus  de  Terra  Ruhra^  opus 
ediditistud  Londia;  die  13  Feb.  1488. 

Es  probable  que  los  padres  del  Almirante,  que,  según 
hemos  dicho  antes,  poseían  dos  casas  en  la  ciudad  de 
Genova,  tuvieran  tambie'n  en  época  anterior  algunas 
fincas  rústicas  cerca  de  Quinto  (1). 

El  cambio  del  apellido  italiano  Colombo  por  el  de  Co- 
lon lo  hizo,  según  asegura  su  hijo  D.  Fernando,  en  Es- 
paña: «conforme  á  la  patria  donde  fué  á  vivir  y  á  em- 
pezar su  nuevo  estado ,  limó  el  vocablo  para  conformarle 
con  el  antiguo  y  distinguir  los  que  procedieron  de  él,  de 
los  demás  que  eran  parientes  colaterales.»  (Vida  del  Ah 
mirante^  cap.  1.)  Muñoz  adoptó  esta  opinión;  pero  se 
tiene  por  seguro  que  en  tiempos  más  antiguos ,  el  pueblo 
en  el  ducado  de  Montferrato  llamaba  á  los  feudatarios 
de  Cuccaro  Colón  en  vez  de  Colombo  (Cancellieri, 
páginas  127  y  129).  Respecto  al  Almirante,  encuéntra- 
sele  con  frecuencia  citado  en  los  documentos  del  siglo  xv 
con  los  nombres  de  Colom  (2)  y  Colomo. 


(1)  El  apellido  de  Terra  Rossa  pertenece,  además,  á  familias 
que  ningún  parentesco  tienen  entre  sí.  Existe  una  obra  curiosí- 
sima relativa  á  los  descubrimientos  marítimos  atribuidos  á  Ioí? 
venecianos,  del  benedictino  Vítale  Terra  Rossa,  Riflessioni 
geogr afiche  cirea  le  terre  incognite  distese  in  ossequio  perpe- 
tuo della  Nohilta  Veneziana.  Padua,  1687. 

(2)  Presentaré  como  ejemplo  la  carta  del  duque  de  Medina- 
celi  al  Gran  Cardenal  de  España,  escrita  cuatro  días  después 
de  la  vuelta  de  Cristóbal  Colón  de  su  primer  viaje.  Este  Duque, 
el  primero  de  su  casa,  Luis  de  la  Cerda,  se  alaba  (Marzo  de 
1493)  de  haber  impedido  á  Cristóhal  Colomo  ofrecer  su  pro- 
yecto al  Rey  de  Francia,  y  de  haberle  recomendadado  al  te- 


284  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

En  el  pleito  que  duró  desde  1583  hasta  1608,  porque 
excitaba  la  codicia  de  los  abogados  españoles  y  liguria- 
nos,  el  conde  de  Gélvez  y  los  herederos  en  España  no 
tenían  interés  alguno  en  rechazar  el  parentesco  con  la 


sorer©  Alonso  de  Quintanilla.  (Navabrete,  t.  ii,  Doc.  xiv.) 

En  los  antiguos  registros  del  Tesoro  (libros  de  cuentas)  para 
los  años  1484,  1486,  1488  y  1492,  encuéntrase,  con  ocasión  de  al- 
gunas pequeñas  sumas  pagadas  al  Almirante  «á  causa  de  algu- 
nos servicios  prestados  á  Sus  Altezas»,  unas  veces  Colon  j  otras 
Colomo,  extrangero.  Esta  última  forma  del  nombre  se  repite  en 
la  orden  de  12  de  Mayo  de  1489,  según  la  cual,  el  Almirante,  en 
sus  viajes  á  la  corte,  debe  ser  hospedado,  pero  no  alimentado 
gratis  (Navarrete,  t.  il,  Doc.  Il  y  IV);  como  también  en  el  tí- 
tulo de  la  traducción  que  hizo  Cozco,  en  Mayo  de  1493,  de  la 
carta  á  Rafael  Sánchez. 

El  historiador  Oviedo  prefirió  más  tarde  (no  tuvo  el  cargo  de 
crorbista  hasta  1538)  el  nombre  de  Colom  que  es  el  que  general- 
mente emplea. 

Desde  la  redacción  de  las  Capitulaciones  (17  de  Abril  de 
1492),  que,  por  una  coincidencia  de  apellidos  bastante  curiosa, 
fueron  redactadas  por  Juan  de  Coloma,  secretario  del  Rey,  en 
los  documentos  oficiales  figura  siempre  escrito  Cristóbal  Colon. 

En  latín  se  encuentra  con  más  frecuencia,  desde  fines  del  si- 
glo XV,  Colonus  que  Columbus.  Pedro  Mártir  habla  de  un  tal 
Colonv^  (Epist.  cxxx.)  El  papa  Alejandro  VI,  en  las  Bulas  de 
3  y  4  de  Mayo  de  1493,  emplea  la  expresión  Christophorus  Co- 
lon, sin  flexión  gramatical.  El  obispo  Geraldini,  en  su  carta  en 
estilo  lapidario,  dirigida  á  León  X,  dice:  Colonus  Ligur  aqui- 
noctialis  plagce  inventor.  Encuentro  Columbus  en  vez  de  Colo- 
nus en  Bembo  {Hist.  Venet.,  1551 ,  fol.  83)  y  en  el  célebre  Iti- 
nerarium  Portvgalensium  é  Luñtania  in  Indiam  (ed.  1508, 
folio  Lii)  que  el  P.  Madrignani  ha  calcado  de  la  Colección  de 
viajes  de  Francazano  de  Montaboldo. 

Yo  he  seguido  la  costumbre,  bastante  rara,  pero  general- 
mente adoptada  en  Francia,  de  escribir  Colomb.  Esta  costum- 
bre es  antiquísima.  El  traductor  de  la  Historia  natural  de 
Acosta,  Roberto  Regnaud,  que  dedicó  su  obra  al  rey  Enrique  IV, 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  286 

ilustre  casa  de  los  feudatarios  de  Cuccaro.  Este  paren- 
tesco, que  halagaba  suvanidad  nobiliaria,  podía  ser  reco- 
nocido, sin  que  por  ello  tuviera  derecho  á  la  herencia 
Baltasar  de  Cuccaro.  El  Consejo  de  Indias  interpretó 


habla  siempre  de  Cristóbal  Colomh  (ed.  de  1606,  pág.  38) 
Voltaire  intentó  introducir  la  forma  más  correcta  de  Colombo; 
pero  esta  innovación  no  tuvo  éxito.  Los  ingleses  y  los  alemanes 
escriben  Colombus;  sin  embargo,  la  primera  obra  alemana  en 
que  se  habló  del  descubrimiento  de  América,  la  obra  rara  de 
JOBST  RUCHAMER,  Unhekanthe  landte  und  ein  neire  Weldte  in 
liurtz  verganger  zeythe  erfunden,  ed.  de  Nuremberg,  1508,  ca- 
pítulo 84,  que  posee  la  Biblioteca  Real  de  Berlín,  y  que  el  sabio 
Camus  {Mem.  sur  les  [collect.  de  noy  ages  des  de  Bry  et  de  Thé- 
venot,  1802,  pág.  344)  dice  no  haber  podido  encontrar  en  París, 
llama  constantemente  á  Cristóbal  Colón,  en  alemán,  Cristoffel 
Dawher,  es  decir,  Cristóbal  Pnlomo.  Es  un  modo  de  germanizar 
los  nombres  extranjeros,  traduciéndolos  á  imitación  délo  que 
se  ha  hecho  largo  tiempo  latinizándolos  ó  helenizándolos.  El 
mismo  Ruchamer  describe  la  expedición  de  Guerra  y  de  Per 
(Pedro)  Alonso  iV^tTío  (GOMARA,  fol.  12;  Herrera,  Dec.  I, 
lib.  IV,  cap.  5)á  la  costa  de  Coro  y  Cauchieta,  atribuyéndola 
á  Alonzus  Sahmarte  (Ruchamer,  cap.  109-111),  que  es  otra 
traducción  de  un  nombre,  y  de  un  nombre  accidentalmente 
desfigurado.  Ruchamer  encontró  en  q\  Itinerarium  Portuga- 
lensium  {c&Yi.  109):  Petrus  Alonsus  dictus  Niger  ^  en  vez  de 
Petrus  Alfonsus  Nignus  (Niño)  como  dice  Pedro  Mártir  de  An- 
ghiera  ( Oceánica,  Dec.  i,  libro  viii,  pág.  87).  La  audacia  con  que 
uno  de  los  más  grandes  nombres  de  la  historia,  el  de  Colón,  ha 
sido  disfrazado,  llamándole  Cristoffel  Dawber,  da  á  la  antigua 
traducción  alemana  del  Mondo  Nooo  etpaesi  nuovamente  retro- 
vati  de  Montaboldo  (Navarrete,  t.  iii,  pág.  187)  un  aspecto 
rarísimo. 

Cambios  análogos  á  los  que  el  nombre  del  Almirante  ha  ex- 
perimentado en  Italia  y  en  España,  donde  se  encuentra  escrito 
Colon,  Colom  y  Colomo,  se  reproducen  en  otras  familias  quo 
ninguna  pretensión  tienen  de  descender  de  Cogoleto  ó  del  Cas- 
tillo de  Cuccaro.  Los  Colomb  de  Borgoña,  que  antes  de  la  re- 


286  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

la  institución  de  mayorazgo  en  el  sentido  de  que  no  de- 
bía pasar  á  los  agnados ,  sino  sólo  á  la  descendencia  del 
Almirante  (1).  Si  éste  se  hubiera  fugado,  siendo  niño, 
del  castillo  de  Cuccaro,  y  si  hubiese  juzgado  cosa  fácil 
probar  su  parentesco  con  los  feudatarios  de  Montferra- 
to,  seguramente  hiciera  valer  sus  derechos  de  nobleza 
cuando  se  estableció  en  España,  cuando  el  título  de  Don 
le  fué  prometido  como  futuro  (2)  precio  de  su  descu- 


vocación  del  edicto  de  Nantes  habían  establecido  alli  grandes 
fábricas  de  vidrio,  firmaban  también  Colon,  Colom  y  Collón 
(Erman  y  Reclam,  Hist.  des  refngUs  frangaises  en  Prusse, 
t.  V,  pág.  205.) 

(1)  La  sentencia  decía:  «Excluyendo  á  D.  Baltasar  Colombo, 
por  no  ser  descendiente  del  mismo  Almirante,  que  sólo  llamó 
á  sus  descendientes.»)  {3feni  di  Torino,  1823,  pág.  123.)  Balta- 
sar pretendía  descender  dá  Franceschino  Colombo  de  Cuccaro, 
y  este  Franceschino  era,  segdn  la  hipótesis  que  confundía  á 
Domingo  Colombo  de  Cuccaro,  muerto  en  1456,  con  Domingo 
Colombo  de  Genova,  tío  del  gran  Almirante.  Baltasar  no  era, 
pues,  de  la  rama  directa  descendente.  La  interpretación  de  las 
cláusulas  podía  parecer  violenta,  no  consultando  más  que  los 
documentos  impresos  hoy,  porque  «las  hembras  no  eran  llama- 
das á  suceder  sino  cuando  en  el  otro  cabo  del  mundo  no  hu- 
biera pariente  del  apellido  de  Colón.  Este  punto  litigioso  lo 
expone  con  mucha  claridad  el  conde  Galeani  Napione  en 
las  Mem.  di  Torino,  1805,  páginas  204-208. 

(2)  Digo  futuro,  porque  el  titulo  de  gracias  (30  de  Abril 
de  1492)  no  promete  ei  uso  del  Don  y  los  títulos  de  Almirante, 
Virrey  y  Gobernador  sino  cuando  fuera  logrado  el  objeto  de 
la  expedición.  En  la  introducción  al  Diario  del  primer  viaje, 
que  probablemente  seria  escrita  antes  del  3  de  Agosto  de  1492, 
se  vanagloria  Coló  a  de  lo3  favores  de  los  monarcas  «que  se  han 
dignado  ennoblecerle  y  le  han  concedido  el  tratamiento  de 
Don.))  Se  ve,  sin  embargo,  en  la  cédula  Jteal  del  20  de  Junio  de 
1492,  encontrada  en  los  archivos  de  Simancas,  que,  en  aquella 
época,  el  grande  hombre  era  designado  únicamente  como  núes- 


DESCUBRIMIENTO    DK    AMÉRICA.  287 

brimiento,  y,  sobre  todo,  cuando  fundó  un  mayorazgo; 
porque  era  entonces  costumbre  muy  usada  mencionar  la 
ilustración  adquirida  en  otro  país  cuando  se  ambicio- 
naba una  título  de  nobleza  en  la  Península. 

Fué  preciso  que  transcurrieran  cuatro  generaciones 
para  transformar  un  tejedor  de  paños  de  Genova,  Do- 
mingo Colón,  textor  pannorum^  cuya  hija  se  había  ca- 
sado con  el  choricero  Bavarello ,  en  un  señor  feudatario 
de  los  castillos  de  Cuccaro,  Conzano,  Rosignano,  Lú  y 
Altavilla,  Las  genealogías  no  han  faltado  nunca  á  los 
liombres  que  se  han  hecho  célebres ;  y  cualquiera  que 
fuese  el  noble  orgullo  y  la  elevación  de  sentimientos  del 
Almirante,  como  vivía  en  una  nación  llena  de  preocu- 
paciones caballerescas,  hubiera  desdeñado  el  prestigio  de 
los  mitos  de  la  genealogía  á  no  ser  por  el  temor  de  ex- 
citar la  atención  hacia  lo  que  él  deseaba  ocultar  á  los 
españoles. 

El  problema  de  la  patria  de  Cristóbal  Colón  contiene 
además  dos  puntos  completamente  distintos.  Aunque, 
según  todas  las  probabilidades,  Boccacio  nació  en  París, 
no  por  ello  se  le  niega  la  cualidad  de  italiano.  El  naci- 
miento de  Colón  en  Genova,  la  vecindad  de  sus  antepa- 
sados, al  menos  de  su  padre  Domingo  y  de  su  abuelo 
Juan  de  Quinto  en  esta  ciudad  y  en  las  aldeas  inmedia- 
tas ,  no  parece  ser  dudoso ,  según  las  pruebas  que  hemos 
presentado. 

Familias  del  mismo  apellido  pueden  no  tener  ninguna 
clase  de  parentesco,  si  el  apellido  es  significativo^  si  ex- 

tro  capitán  Cristóbal  Colón.  Si,  dos  meses  antes,  en  las  capitu- 
laciones, encuéntrase  ya  añadido  el  Bon,  sólo  es  en  la  parte  de 
ellas  redactada  por  Colón  mismo,  no  en  la  que  redactó  el  Secre- 
tario de  Estado. 


288  ALEJANDRO    DE    HDMBOLDT. 

presa  oficio ,  ó  cargo ,  d  producción  de  la  naturaleza.  Las 
armas  son  entonces  frecuentemente  parlantes^  es  decir^ 
jeroglíficos  de  un  nombre ,  y  su  identidad  fija  hasta 
cierto  punto  la  identidad  de  las  razas.  Los  feudatarios 
^e  Cuccaro  tienen  palomos  en  sus  armas ,  y  casi  sor- 
prende ver  que  los  Colombos  de  Genova  han  reempla- 
zado {Cod.  Col.  Amer.^  pág.  88)  los  palomos,  signos  de 
un  nombre  de  familia,  por  una  barra  azulada  en  fondo 
de  oro.  Si  no  es  absolutamente  preciso  admitir  el  paren- 
tesco de  todas  las  familias  de  un  mismo  apellido  de  Ge- 
nova, Cogoleto,  Placencia  y  Montferrato,  hay,  sin  em- 
bargo, por  la  proximidad  de  los  lugares,  alguna  verosi- 
militud de  que  este  parentesco  exista  en  grado  más  ó 
menos  lejano.  Fortalece  esta  creencia  un  testimonio  de 
Cristóbal  Colón  relativo  al  almirante  Colombo  el  MozOy 
de  Cogoleto ,  de  quien  he  tenido  ocasión  de  hablar  mu- 
chas veces.  El  fragmento  de  una  carta  citada  por  Fer- 
nando Colón  {Vida  del  Almirante,  cap.  11)  contiene 
estas  notables  palabras.  «Ko  soy  el  primer  Almirante  de 
mi  familia ;  pónganme  el  nombre  que  quisieren ,  que  al 
fin  David,  rey  muy  sabio,  guardó  ovejas,  y  después 
fué  hecho  rey  de  Jerusalén;  y  yo  soy  siervo  de  aquel 
mismo  Señor  que  puso  á  David  en  este  estado.» 

Esta  carta,  dirigida  al  ama  ó  nodriza  del  infante  don 
Juan  (1),  por  las  pocas  líneas  que  de  ella  han  llegada 


(1)  D.*  Juana  de  la  Torre,  hermana  de  aquel  Antonio  Torres 
que  acompañó  á  Colón  en  su  segundo  viaje.  La  carta  cuyo  pá^ 
rrafo  nos  ha  conservado  su  hijo,  no  es  la  Carta  al  Ama,  es- 
crita cuando  Colón  llegó  preso  á  Sevilla,  y  que  fué  encontrada 
en  los  archivos  del  convento  de  Santa  María  de  las  Cuevas  en 
dicha  capital.  En  esta  última  nada  se  dice  del  parentesco  con 
los  almirantes  genoveses. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉHICA.  289 

á  nosotros,  parece  probar  que  Cristóbal  Colón  se  justi- 
ficaba de  algunas  censuras  «acerca  del  obscuro  naci- 
miento del  extranjero».  Como  su  hijo  D.  Fernando  dice 
claramente  en  el  cap.  5.®  de  la  Vida  del  Almirante ^  ha- 
blando del  célebre  marino  llamado  Colombo  el  Mozo, 
que  era  de  su  familia  y  apellido;  y  como  además  refiere 
haber  estado  en  Cugureo  (Cogoleto),  porque  se  decía 
que  los  Colombos  de  este  castillo  eran  algo  parientes  del 
Almirante  (cap.  2.°),  no  cabe  duda  que  el  fragmento  de 
la  carta  alude  á  Colombo  el  Mozo,  natural  de  Cugureo. 
Ahora  bien;  los  Colombos  de  Cuccaro  fijaron  su  residen' 
cia  desde  1341  en  Cugureo,  lo  que  ignoraba  probable- 
mente el  mismo  Almirante,  y  en  esta  circunstancia  se 
funda  el  admitir  que  el  grande  hombre ,  creyéndose  te- 
ner, por  sus  antepasados,  algún  parentesco  con  la  rama 
de  Cugureo,  era  también,  sin  saberlo,  de  la  rama  de 
Cuccaro  ó  de  Montferrato.  Estos  débiles  lazos  de  pa- 
rentesco ,  esta  presunción  de  descendencia  de  un  tronco 
común  anterior  á  la  mitad  del  siglo  xiv,  no  quebrantan 
en  mi  concepto  la  antigua  creencia  que  considera  geno- 
vés  á  Cristóbal  Colón. 

El  fallo  que  transmitió  toda  la  herencia  de  D.  Diego 
Colón,  cuarto  almirante,  al  marido  de  su  tía  Isabel,  el 
conde  de  Gélvez,  fué  publicado  el  2  de  Septiembre 
de  1602.  Baltasar  Colombo  de  Cuccaro  recibió  dos  mil 
doblones  de  oro  (1),  suma  módica  en  comparación  de 
los  gastos  de  un  pleito  que  duró  veinticinco  años.  Gél-» 
vez  tomó  los  apellidos  y  títulos  de  Colón  de  Portugal  y 


(1)  Y  no  12.000,  como  frecueDíemente  se  ha  dicho  é  impreeo, 
(Véase  Cod.  Col.  Amer.,  pág.  LXV,  y  Meni.  di  Tormo,  1828,  pá- 
gina 123.) 

TOMO   II.  19 


290  ALEJANDRO   DB   HDMBOLDT. 

Castro,  Almirante  de  las  Indias,  Adelantado  Mayor  de 
ellas ,  Duque  de  Veragua  y  de  la  Vega  y  Marqués  de  Xa- 
maica ,  Conde  de  Gélvez. 

Cuando  en  tiempo  del  protectorado  de  Cromwell, 
en  1655,  tomaron  los  ingleses  posesión  de  Jamaica,  la 
familia  de  Colón  pidió  al  Gobierno  una  indemnización 
por  las  perdidas  rentas  de  su  marquesado.  Después  de 
largas  y  vanas  gestiones,  obtuvo  Pedro  de  Portugal 
en  1671  una  indemnización  pecuniaria.  La  memoria  que 
publicó  con  este  motivo  contiene  el  elogio  diú  primer 
Almirante  Cristóbal  Colón,  a  al  cual  hizo  Dios  el  favor, 
poco  necesario  á  causa  de  las  grandes  cualidades  que 
poseía,  de  que  descendiera  en  línea  recta  de  los  ilustres 
feudatarios  del  castillo  de  Cuccaro».  Ya  no  era  peligroso 
reconocer  esta  genealogía  que,  antes  de  1602,  ponía  en 
litigio  la  herencia.  En  1712  Felipe  V  concedió  la  gran- 
deza de  España  á  la  familia  del  duque  de  Veragua  (1). 


(1)  Voy  á  reunir  en  esta  nota  los  títulos  de  las  principales 
obras  que  tratan  de  la  patria  de  Cristóbal  Colón:  Agustín 
GiUSTlNiANí,  Fsalterium  hehr.  grcBC.  arab.  chald.,  1516.  An- 
tonio Gallo  y  Senarega,  en  Muratori,  Rer.  Ttal.  script., 
tomo  XXIII,  pág.  2á3,  y  t.  xxiv,  pág.  535.  Barros,  Asia,  Dé- 
cada I,  lib.  III,  cap.  2.  Jul.  Salinerus  ai  Tac.  Anal.^  1602.  Pie- 
tro  María  Campi,  Istoria  universali  di  Piacenza,  1662. 
Casoni,  Annili  della  Bep.  di  Genova,  1708,  pág.  271.  Tira- 
BOSCHi,  Litt.  Ital.,  t.  VI,  part.  i,  pág.  171.  Elogio  storico  di 
Crist.  Cdomho  e,  d' Andrea  Doria,  Parma,  1801.  Gianpran- 
CESCO  Galeani  Napione  di  Cocconato,  en  Mem.  delV 
Acad.  di  Torino,  1805,  páginas  116-2S2,  y  1823,  imaginas  73-172. 
Franc.  Cancellieri,  Not.  star,  di  Colombo,  1809.  Galeani 
Napione,  Patria  di  Colombo,  Florencia,  1808.  Domenico 
Franzone,  la  Vera  patria  di  Christ.  Colojnbo,  1814.  Serra, 
Carrega  e  Piaggio,  en  Merro.delV  Acad.  delle  scienze  di  Ge- 
nova^  1814.  Márchese  Dürazzo,  Elogio  di   Colombo,    Par- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA;  291 


LA  FIBMA  DE  CRISTÓBAL  COLÓN". 

Los  españoles  han  conservado  hasta  nuestros  días,  en 
la  vida  ordinaria,  la  firma  con  rúbrica,  acompañada  fre- 
•cuentemente  de  rasgos  complicadísimos  y  repetidos  con 
■completa  igualdad. 

En  la  Edad  Media,  para  diferenciarse  de  los  moros  y 
-de  los  judíos,  tan  numerosos  en  la  Península  antes  del 
sitio  de  Granada,  precedían  á  la  firma,  por  devoción,  al- 
gunas iniciales  de  un  pasaje  bíblico  ó  el  nombre  de  un 
santo  de  la  especial  devoción  del  que  firmaba. 

El  Almirante  firmó  siempre,  aun  en  las  cartas  fami- 
liares á  sus  hijos: 

S.  S. 

S.  A.  S.  S.  A.  S. 

X  M  Y  6  X  M  Y 

XPü.  FEREXS.  El  Almirante. 


ma,  1817.  Bossi,  Vita  de  Crist.  Colomlo,  1818.  Bianchi, 
Osserv.  sul  clima  della  Liguria  marítima,  1818,  t.  I,  pág.  143. 
¡SPOTORNO,  Origene  e  patria  di  Crist,  Colomho,  1819.  Be- 
LLORO  E  Yernazza,  Not,  della  familia  di  Colomho,  1812. 
ZaRLA,  Viaggiat.  Veneziani,  t.  ili,  pág.  412.  Spotorno,  Co' 
dice  diplom.  Colomho- Americano,  1823.  Navarrete,  Colec- 
ción de  viajes,  t.  i,  páginas  LXXVii-LXXix.  Lettera  del  conté 
Galeani  Napione  al  chiar.  signare  Washington  Irving,  1829* 
Cuando  se  hace  un  estudio  serio  de  los  documentos  relativos  á 
la  vida  de  Cristóbal  Colón,  hay  que  dolerse  de  la  íncertidam- 
bre  que  existe  en  toda  la  parte  de  esta  interesante  vida  ante- 
rior al  año  de  1487.  El  pesar  aumenta  al  recordar  el  minucioso 
relato  que  los  cronistas  hacen  do  la  vida  del  perro  Becerrillo, 
<3  del  elefante  Abulabat,  que  Aarum  al  Raschyd  envió  á  Carlo- 
magno. 


292  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

La  segunda  forma  sólo  se  encuentra  una  vez  (1),  en 
la  firma  del  testamento  y  de  la  institución  del  mayo- 
razgo, el  22  de  Febrero  de  1498.  La  palabra  Almirante^ 
puesta  en  lugar  de  Christo/erens,  acaso  fué  á  causa  de 
la  condición  impuesta  en  el  mismo  documento  á  don 
Diego  y  á  su  descendencia  directa  de  firmar  solamente 
el  Almirante,  aunque  tuvieran  otros  títulos  (2). 

Admira,  seguramente,  al  ver  las  cartas  de  Colón,  la 
pedantesca  uniformidad  con  la  que  el  grande  hombre 
pintaba  esta  larga  firma,  separando  con  puntos  solo  cua- 
tro de  las  siete  misteriosas  iniciales.  La  autenticidad  de 
un  documento  firmado  por  Colón  se  pone  en  duda  (Njl- 
VARRETE,  t.  II,  pág.  307)  cuando  las  iniciales  X  M  Y 
tienen  tambie'n  puntos;  y  si,  en  el  XPOFEREíí'S,  el 
XPO  no  está  separado  del  FEREISTS. 

La  imitación  de  esta  larga  y  fastidiosa  firma,  en  la 
que  desaparece  el  nombre  de  Colón,  está  expresamente 
prescrita  á  los  sucesores  en  el  mayorazgo.  «Quiero  que- 
D.  Diego,  mi  hijo,  ó  cualquier  otro  que  heredare  este 
Mayorazgo,  firme  de  mi  firma,  la  cual  agora  acostumbro,, 
que  es  una  X  con  una  S  encima,  y  una  M  con  una  A 


(1)  También  sólo  una  vez  se  encuentra  la  firma  Xpo.  Ferens 

sin  las  siete  iniciales.  Véase  la  carta  de  25  de  Febrero  de  1505 

> 

en  la  que  habla  de  Amerigo  Vespucci.  La  mezcla  de  letras 
griegas  (X  y  P)  y  latinas  es  muy  común  en  España,  como  entre 
los  teólogos  el  emplear  Christifer,  Christi/erícs  y  Cristiger 
(Cancellieri,  pág.  4)  por  San  Cristóbal. 

(2)  Este  uso  ha  influido  en  las  costumbres  de  la  vida  ordi- 
naria. Cuando  en  la  América  meridional  se  habla  de  Colón,  se 
le  designa  con  la  sola  palabra  Almirante^  como  en  Méjico 
Cortés  y  en  los  Estados  Unidos  Lafayette  son  designados  con 
la  palabra  Marquis.  Esta  popular  costumbre  demuestra  la 
grandeza  histórica  de  los  personajes  objeto  de  ella. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  293 

romana  encÍDia,  y  encima  della  una  S,  y  después  una  Y 
griega  con  una  S  encima,  con  sus  rayas  y  vírgulas,  como 
yo  agora  fago,  y  se  parecerá  por  mis  firmas,  de  las  cua- 
les se  hallarán  muchas,  y  por  ésta  parecerá.»  La  expre- 
sión rayas  y  vírgulas  es  para  mí  poco  inteligible,  porque 
las  quince  firmas  que  poseemos  en  las  cartas  de  Cristó- 
bal Colón  publicadas  en  Genova  en  el  Códice  Colomho 
Americano  y  en  Madrid  en  los  Documentos  diplomáticos 
de  Navarrete,  no  tienen  vírgulas,  sino  los  cuatro  pun- 
tos (1),  cuya  importancia  acabamos  de  mencionar. 

La  recomendación  que  el  Almirante  hace  á  su  hijo 
relativamente  á  las  iniciales^  objeto  de  recientes  y  graves 
polémicas,  prueba  de  un  modo  claro  que  las  letras  S.  A, 
S.  son  accesorias  en  relación  con  las  X,  M  é  Y.  Los 
puntos  indican,  al  parecer,  la  terminación  de  las  tres  pa- 
labras  Christus   (X S.).   María  Sancta  (M A.)  y 

Yosephus  (Y S.)  La  última  letra  de  las  desinencias 

está  colocada  por  encima  de  X,  M,  Y,  como  algebraica- 
mente se  coloca  un  exponente.  Para  llegar  al  misterioso 
número  de  las  siete  letras,  la  S  de  Maria  Sancta  se  en- 
cuentra encima  de  toda  la  firma  cifrada  del  Almirante. 

Spotorno  explica  también  la  cifra  Christus  Maria 
Yosephus  (Mr.  Irving  prefiere  Jesús,  t.  iv,  pág.  438)  6 
por  Sálvame  Christus^  Maria,  Yosephus  (Códice  Co- 
lombo,  pág.  67).  Bossi  encuentra  aventuradas  todas  las 
tentativas  de  explicación  {Vita  di  Grist.  Col.,  pág.  249). 

La  devoción  del  Almirante  llegaba  á  tal  extremo,  que 


(1)  En  cuanto  al  sitio  de  estos  desgraciados  puntos,  hay  erro- 
res en  las  firmas  presentadas  en  la  mayoría  de  las  obras  impre- 
sas que  repiten  la  ñrma  enigmática  de  Colón.  Exceptúo  las 
obras  de  Navarrete  y  de  Bossi  (t.  i,  figuras  4  y  5). 


294  ALEJANDRO   DE    BÜMBOLDT. 

aun  en  lo  alto  de  la  página  escribía  con  frecuencia  la 
fórmula:  Jesús  cum  María  sit  nobis  in  via.  Amén. 

Así,  en  efecto,  la  encontramos  en  el  principio  del  li- 
bro de  las  Profecías  (ííavarrete,  t.  n,  pág.  260).  El 
hijo  elogia,  además,  la  elegante  forma  de  la  letra  de  su 
padre.  «Con  tan  buena  letra,  dice  {Vida  del  Almirantey 
cap.  3),  que  bastara  para  ganar  de  comer.» 

En  vez  de  estas  largas  fórmulas  que  en  la  Edad  Me- 
dia se  ponían  á  la  cabeza  de  un  escrito,  los  eclesiásticos 
de  la  Península  y  de  la  América  española  tienen  la  pru- 
dencia de  poner  una  cruz  «para  arrojar  al  diablo  que  se 
apodera  de  todo  papel». 


DISPOSICIONES  TESTAMENTARIAS  DE  COLON. 


Existen  de  Colón  dos  testamentos  y  un  codicilo;  tre» 
documentos  que  frecuentemente  han  sido  confundidos  y 
cuya  autenticidad  ponen  en  duda  algunos  historiadores. 

1.°  Testamento  é  institución  de  Mayorazgo  hecha  por 
el  Almirante  en  22  de  Febrero  de  1498,  tres  meses  antes 
de  partir  para  su  tercer  viaje.  Como  en  este  documento 
se  dice  claramente  que  Colón  nació  en  Genova  («de  esta 
ciudad  de  Genova  salí,  en  ella  nacz^y),  el  conde  Galeani 
Napione  {Patria  di  Colombo,  páginas  257,  259  284,. 
297;  Bossi,  pág.  55)  ha  creído  que  debía  atacar  su  vali- 
dez; pero  Navarrete  (t.  i,  pág.  cxlvii  y  t.  ii,  páginas- 
235,  309),  sin  dejar  de  observar  que  no  está  escrito  de 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  295 

letra  del  Almirante  ni  firmado  por  él,  lo  considera  perfec- 
tamente auténtico,  por  haber  sido  presentado  diferentes 
veces,  sin  que  nadie  le  redarguya  de  falso  en  los  pleitos  á 
que  dio  lugar  la  sucesión  de  D.  Diego  Colón,  muerto  en 
1578;  j  en  el  archivo  de  Simancas  está  la  prueba  evi- 
dente de  su  autenticidad,  «la  confirmación  Real  dada  en 
Granada  el  28  de  Septiembre  de  1501».  La  facultad 
para  fundar  el  mayorazgo,  conservada  en  el  archivo  del 
duque  de  Veraguas,  es  de  23  de  Abril  de  1497,  en  cuya 
época  empezaron  los  preparativos  para  el  tercer  viaje 
(íí'avarrete,  t.  II,  Doc.  ciii,  cv,  cvi),  dilatados  por  la 
malquerencia  del  obispo  Fonseca. 

Se  ve  en  la  introducción  del  testamento,  hecho  en  19  de 
Mayo  de  1506,  que  Colón,  antes  de  partir  para  el  cuarto 
viaje,  puso  en  manos  de  su  amigo  fray  Gaspar  Gorricio, 
del  convento  de  las  Cuevas  de  Sevilla,  una  nueva  Orde- 
nanza de  Mayorazgo,  documento  escrito  de  mano  propia 
y  fechado  el  1.°  de  Abril  de  1502,  pero  que  hasta  ahora  no 
ha  sido  encontrado  (Navarrete,  t.  ii,  páginas  235,  312). 
A  este  mismo  padre  Gorricio  encargó  también  Colón  en 
Marzo  de  1502  que  enriqueciera  con  su  erudición  el  libro 
de  las  Profecías,  del  que  tantas  veces  hemos  hablado. 

En  una  carta  al  padre  Gorricio  (4  de  Enero  de  1505) 
pide  el  Almirante,  según  parece,  que  le  devuelva  los  do- 
cumentos depositados  en  1502  en  el  convento  de  las 
Cuevas.  Este  eclesiástico  debe  enviarle  las  escrituras  y 
privilegios  que  le  guardaba,  y  el  envío  había  de  hacerse 
en  una  caja  de  corcho  enforrada  de  cera. 

2.°  Codicilo  militar^  fechado  en  Valladolid  el  4  de 
Mayo  de  1506.  Este  codicilo,  de  17  líneas,  está  escrito 
en  latín  en  las  guardas  de  un  breviario  que  se  supone 
dio  el  papa  Alejandro  VI  á  Colón  {Cod.  Col.  Amer^ 


296  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

pág.  46)  y  que  se  conserva  en  la  Biblioteca  Corsini  de 
Roma.  En  él  ordena  la  fundación  de  un  hospital  en  Ge- 
nova, é  instituye,  lo  cual  parece  rarísimo,  que  en  el  caso 
de  extinguirse  la  línea  masculina  de  los  Colón,  la  repú- 
blica de  San  Jorge  {amantissima  patria)  le  suceda  en  los 
privilegios  anejos  al  título  de  Almirante  de  las  Indias. 

íí'o  han  sido  el  sabio  abate  Andrés  {Cartas  familia- 
res^ t.  I,  pág.  153;  t.  II,  pág.  75),  ni  Tirasbochi  (Storia 
litter,  d"* Italia,  t.  xi,  pág.  159)  los  primeros  en  dar  á 
conocer  este  codicilo,  porque  Gaetani  envió  una  copia  en 
.1780  al  doctor  Robertson,  como  también  el  embajador 
de  España  en  Roma,  el  caballero  Azara,  en  1784,  al  his- 
toriador Muñoz.  Creíase  entonces  este  codicilo  de  letra 
del  Almirante;  pero  ]!í"avarrete  ha  demostrado  ,  no  sólo 
que  no  lo  es,  sino  también  que  la  firma  ordinaria  de  Cris- 
tóbal Colón  (XPO  FEREÍí"S)  va  precedida  de  inicia- 
les que  difieren  de  las  que  Colón  acostumbraba  á  poner. 

El  fondo  y  la  forma  de  este  documento  dan  motivo 
para  sospechar  que  sea  apócrifo  (ISTapione  en  la  Mem.  de 
Turin,  año  13,  pág.  248-261;  Navarrete,  t.  ii,  pá- 
ginas 305-311,  Cancellieri,  §  1-4),  y  debilitan  la  jus- 
tificación intentada  por  el  Sr.  Bossi  {Vita  de  Cr.  Col.  pá- 
ginas 57  y  240).  Además,  es  poco  probable  que  el  4  de 
Mayo  d^B  1506,  enfermo  Colón,  y  sufriendo  un  violento 
ataque  de  gota,  quince  días  antes  de  su  último  testa- 
mento, y  sin  hacer  mención  en  él  de  tal  codicilo,  escri- 
biera un  testamento  militar  en  un  libro  de  oraciones,  en 
una  lengua  que  él  jamás  empleaba  (1),  y  estando  en 
una  gran  ciudad,  donde  todas  las  formalidades  exigidas 


(1)  No  usaba  el  latín  aunque,  habiendo  estudiado  en  Pavía, 
aupo  latín  y  hizo  versos.  (Herrera,  D¿c.  i,  lib.  vi,  cap.  15.) 


DESCUBRIMIENTO    DB    AMÉRICA.  297 

para  el  testamento  ordinario  podían  ser  fácilmente  eje- 
<jutadas. 

3.°  Testamento  y  codicilo  otorgados  en  Valladolid 
en  1606.  Esta  es  la  fecha  del  depósito.  El  testamento 
escrito  por  el  Almirante  es  de  25  de  Agosto  de  1505,  de 
cuya  época  nos  La  conservado  Las  Casas  {Hist.  de  las 
Indias,  lib.  xi ,  cap.  37)  una  carta  de  Colón  al  rey  Fer- 
nando, en  la  que  se  nota  la  misma  altivez  que  resalta 
en  el  testamento.  «La  reina  Isabel  y  el  doctor  Villalón, 
-escribe  el  Almirante  al  Monarca,  vieron  las  cartas  de 
ruego  que  hube  de  tres  príncipes  (y,  sin  embargo,  cedí 
mi  empresa  á  Ilspaña).» 

El  testamento  hecho  en  el  mismo  mes  dice:  «Cuando 
yo  serví  al  Rey  y  la  Reina  con  las  Indias,  que  parece 
que  yo  por  la  voluntad  de  Dios,  nuestro  Señor,  se  las  di, 
oomo  cosa  que  era  mía,  puédelo  decir  porque  importuné 
á  SS.  A  A.  por  ellas,  las  cuales  eran  ignotas  é  abscon- 
dido  el  camino  á  cuantos  se  fabló  de  ellas.» 

La  validez  de  este  testamento,  depositado  la  víspera 
de  la  muerte  del  Almirante,  jamás  ha  sido  puesta  en 
duda. 


APÉNDICE  ir. 


KOCIONES    DE    LOS   ESCRITOEES    ANTIGUOS  SOBRE    LA 
EXISTENCIA   DE   TIERRAS   OCCIDENTALES. 


Aristóteles,  De  CíjpIo,  ii,  14  al  final: 
«Es  evidente  que  la  Tierra  no  sólo  es  redonda,  sino- 
tambie'n  una  esfera  pequeña,  pues  no  haría  una  mudanza, 
tan  sensible  con  una  traslación  tan  rápida ;  en  virtud  de 
la  cual  los  que  opinan  que  el  lugar  próximif'á  las  Colum-^ 
ñas  de  Hércules  está  unido  con  el  inmediato  á  la  región 
indiana,  y  de  este  modo  afirman  que  hay  un  solo  mar, 
no  parecen  opinar  cosas  muy  inverosímiles.  Dicen  esta 
también  conjeturándolo  de  los  elefantes,  porque  en  las 
dos  comarcas  extremas  hay  esta  casta  de  animales,  como- 
que  en  los  dos  extremos  se  producen  efectos  semejantes- 
á  causa  de  su  unión.» 

Precede  á  este  párrafo  una  discusión  muy  luminosa 
de  los  argumentos  que  pueden  alegarse  en  favor  de  la 
esfericidad  y  del  poco  volumen  de  la  Tierra,  argumentos 
tomados  de  las  leyes  de  la  atracción  ó  de  la  gravita- 


300      '  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

€Íón  (1),  en  la  forma  de  la  sombra  de  la  Tierra  proyec- 
tada en  la  Luna  durante  los  eclipses,  y  en  la  idea  de  la 
rapidez  con  la  cual  las  alturas  (meridianas)  de  los  astros 
•cambian  cuando  se  avanza  desde  Egipto  6  desde  Chipre, 
hacia  las  regiones  boreales. 

El  ingenioso  argumento  que  Aristóteles  deduce  de  la 
existencia  de  los  elefantes  en  las  opuestas  costas  del 
África  occidental  y  de  la  India,  fúndase  en  la  casi  unión 
de  las  tierras.  En  las  dos  extremidades  del  okoujjilvij  de- 
ben encontrarse  producciones  análogas;  lo  cual  no  es  la 
teoría  tan  vulgarizada  en  la  antigüedad  de  la  semejanza 
de  las  producciones  en  las  mismas  latitudes,  teoría  cuyas 
consecuencias  exageró  extraordinariamente  Ptolomeo  en 
su  disputa  con  Marino  de  Tyro  sobre  la  posición  de 
Agisymba  (Ptol.,  Geogr.,  i ,  cap.  ix),  y  que  llega  á  ser 
errónea ,  tanto  por  las  grandes  inflexiones  de  las  líneas 
isotermas,  como  á  causa  de  las  misteriosas  y  complicadas 
relaciones  que  determinaron  primitivamente  la  distribu- 
■ción  de  los  seres  organizados. 

El  pasaje  de  Aristóteles  es  citado,  con  algunas  ligeras 
variaciones  ,*  pero  sin  olvidar  los  elefantes ,  en  el  Imago 
Mundi,  de  Pedro  de  Ailly  (caps,  viii  y  xlix);  en  el 
Compendium  Cosmographicum  (cap.  xix)  y  el  Mappa 
Mundi  (cap.  De  figura  terree).  Cito  estos  tratados  para 
recordar  cuántas  veces  encontraba  en  ellos  Colón  el 
<iprincipium  índice  valde  accedens  ad  fines  Hispanicey>, 


(1)  Se  ha  puesto  en  duda  el  conocimiento  de  la  pesantez  de 
los  fluidos  elásticos  en  los  escritos  de  Aristóteles.  Sin  embargo, 
•el  pasaje  (Meteorológica,  i,  3,  pág.  341 ,  5  Bekk)  áXX  áeí  ó  Tt 
ócv  papOvTfjTat  [JLÓptov  aúroO  (toú  áépo;),  páréceme  ser  una  prueba 
evidente  de  esta  verdad. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  301 

Aristóteles,  De  Mundo,  cap.  iii. 

«El  lenguaje  de  los  hombres  ha  dividido  la  tierra  ha- 
bitable en  islas  y  continentes,  por  ignorar  sin  duda-que 
toda  ella  es  una  isla  rodeada  perlas  aguas  del  Atlántico: 
mas  es  probable  que  haya  tierras  muy  lejanas  separada» 
por  el  mar,  de  ellas  algunas  mayores  que  e'sta  (que  habi* 
tamos),  algunas  menores,  pero  de  las  cuales  ninguna 
está  al  alcance  de  nuestras  miradas,  jtues  á  la  manera 
que  estas  islas  que  conocemos  se  refieren  á  estos  mares^ 
de  igual  suerte  esta  tierra  habitada  se  refiere  al  mar 
Atlántico,  y  otras  muchas  habitables  á  todo  el  mar.  Por 
que  éstas  también  son  islas  rodeadas  por  grandes  mares.» 

El  capitulo  comienza  con  un  elocuente  párrafo  sobre 
la  figura  de  la  tierra ,  llena  de  vegetales ,  fertilizada  por 
todos  lados  con  aguas  corrientes,  embellecida  por  la  per- 
manencia de  seres  inteligentes:  después  Aristóteles  6, 
mejor  dicho ,  uno  de  los  discípulos  de  Aristóteles ,  autor 
de  la  compilación,  pasa  á  consideíaciones  sobre  la  distri- 
bución de  las  masas  continentales  en  muchos  grupos^ 
rodeados  por  el  Océano. 


Aristóteles,  Meteorológica,  ii,  5. 

<rT)e  lo  cual  resulta  que  hoy  pintan  por  manera  ri- 
dicula el  ámbito  de  la  tierra,  pues  á  la  parte  de  la  tierra 
habitada  danle  figura  circular;  y  que  esto  no  es  posible, 
reconocido  está  juntamente  por  la  razón  y  la  experien- 
cia. La  razón ,  por  su  parte ,  nos  muestra  cómo  la  tierra 
habitable  es  ciertamente  limitada  en  cuanto  á  la  latitud^ 
mas  en  cuanto  á  la  longitud  puede  ser  que  forme  circuito, 


302  ALEJANDRO    DE    HUMBOLDT. 

ya  por  lo  templado  del  clioia  (como  quiera  que  no  sufre 
-excesivo  frío  ni  calor  por  su  longitud ,  sino  por  su  lati- 
tud, en  términos  que,  como  por  alguna  parte  no  lo  im- 
pida la  mole  del  mar,  toda  ella  es  accesible),  ya  también, 
«egún  lo  que  nos  consta  de  cuanto  hemos  averiguado  por 
las  navegaciones  y  viajes,  pues  la  longitud  difiere  mucho 
de  la  latitud.  En  efecto,  la  distancia  de  las  Columnas  de 
Hércules  á  la  India  es,  á  la  que  hay  de  la  Etiopía  al  lago 
Meotis  y  á  los  límites  de  la  Escitia,  mayor  que  cinco 
<íomparado  con  tres,  si  se  quiere  medir  tanto  las  nave- 
gaciones como  los  viajes  por  tierra  hasta  donde  es  posi- 
ble la  exactitud  en  estas  cosas.  Y  eso  que  la  extensión 
•de  la  tierra  habitada ,  en  cuanto  á  su  latitud ,  tenérnosla 
explorada  hasta  los  parajes  que  no  están  habitados;  por- 
■que  aquí  por  el  frío,  allí  por  el  calor,  nada  más  puede 
habitarse ;  mas  las  tierras  que  yacen  al  otro  lado  de  la 
India  y  de  las  Columnas  de  Hércules,  á  causa  del  mar, 
no  parecen  unirse  de  suerte  que  por  esta  unión  resulte 
una  continua  tierra  habitable.  Mas  como  sea  necesario 
<jue  haya  al  otro  polo  un  lugar,  así  como  este  que  nos- 
otros habitamos  se  refiere  al  polo  que  está  sobre  nosotros, 
«s  evidente  que  no  sólo  las  demás  cosas,  sino  también  la 
oonstitución  de  los  vientos ,  guarden  correspondencia  de 
suerte  que ,  así  como  para  nosotros  sopla  el  aquilón ,  así 
también  para  ellos  sople  un  viento  de  la  parte  de  aquella 
Osa  que  allí  hay,  el  cual  en  ninguna  manera  es  posible 
que  penetre  acá,  ya  que  ni  aun  ese  mismo  aquilón  que 
en  nuestra  región  hay,  invade  toda  la  parte  habitada  do 
la  tierra.» 

La  teoría  de  las  corrientes  aéreas  condujo  á  Aristóte- 
les á  discutir  la  forma  de  la  masa  continental  habitable, 
<juya  superficie  y  contornos  determinan  en  parte  la  direc- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  303 

-ción  de  las  corrientes  que  van  del  uno  al  otro  polo.  Del 
Sur  al  íí'orte  las  temperaturas  extremas  del  calor  j  del 
frío  fijan  los  límites  de  la  extensión  del  o\>tou(xlv7)  en  la- 
titud ,  porque  Aristóteles  consideraba  las  líneas  isoter- 
mas paralelas  al  Ecuador,  lo  que  no  es  exacto,  pero  no 
pudo  comprenderse  sino  después  de  un  conocimiento 
íntimo  de  la  temperatura  de  las  costas  orientales  de  Asia 
y  de  America.  Nada  impide  al  hombre  habitar  las  tie- 
rras que,  como  un  anillo,  rodean  el  globo  de  Este  á 
Oeste,  á  menos  que  el  mar  no  corte  este  anillo  en  alguna 
parte  formando  un  estrecho.  Aristóteles  entrevé  que  la 
forma  de  la  tierra  habitable  es  muy  extensa  en  longitud, 
pero  todavía  no  la  compara  á  una  clámide.  Esta  compa- 
ración, muy  significativa  á  causa  de  la  dirección  de  las 
costas  de  África,  pertenece  á  Eratosthenes  {Strabon^  lí 
página  178  y  179.  Alm.). 


Aristóteles,  De  Mirab.  Auscult.,  cap.  84,  p.  836. 

«Dícese  que  en  el  mar  que  se  extiende  más  allá  de  las 
Columnas  de  Hércules  fué  descubierta  por  los  cartagi- 
neses una  isla,  hoy  desierta,  que  tanto  abunda  en  sel- 
vas, como  en  ríos  aptos  para  la  navegación,  y  está  her- 
moseada con  toda  suerte  de  frutos,  la  cual  dista  del 
Continente  una  navegación  de  muchos  días.  Como  los 
cartagineses  la  visitasen  á  menudo  y  aun  algunos  de 
ellos ,  atraídos  por  la  fertilidad  del  suelo ,  la  habitasen, 
los  jefes  de  los  cartagineses  prohibieron  bajo  pena  de  la 
vida  que  nadie  navegase  á  aquella  isla ,  y  acabaron  con 
todos  los  indígenas ,  ya  para  que  no  esparciesen  la  noti- 


304  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

cia  de  su  arribo,  ó  ya  con  el  fin  de  que  la  multitud  na 
se  juntase  contra  ellos ,  reconquistase  la  isla  y  la  arran- 
case á  la  utilidad  de  los  cartagineses.» 

Un  pasaje  semejante,  pero  mucho  más  detallado,  en- 
cuéntrase en  Diodoro  de  Sicilia^  v,  19  y  20.  El  paisaje 
está  embellecido  por  una  región  montuosa,  el  aire  es 
de  una  templanza  constantemente  igual;  «diríase  que  es 
más  bien  habitación  de  los  dioses  que  de  los  hombres». 
Sin  embargo,  Diodoro  no  confunde  esta  tierra  deliciosa 
con  el  Elíseo  de  Homero,  las  Islas  Afortunadas  de 
Píndaro  ó  el  sitio  del  Jardín  de  las  Hespe'rides ,  el  Hes- 
peritis  continental  (iv,  27).  Habiendo  empezado  los  fe- 
nicios á  fundar  colonias  más  allá  de  Gades ,  arrastrados 
por  las  tempestades,  llegaron  á  una  isla.  La  dirección, 
de  la  navegación,  que  el  pseudo  Aristóteles  no  indica^ 
era  de  la  Lybia  hacia  el  Poniente. 

Cuando  los  tyrrenos  adquirieron  la  dominación  del 
mar,  intentaron  también  enviar  allí  colonias;  pero  lo  im- 
pidieron los  cartagineses  (1),  quienes  esperaban,  si  su 
ciudad  era  alguna  vez  destruida  y  continuaban  sienda 
dueños  del  Océano,  poder  encontrar  un  refugio  en  esta, 
isla,  que  los  vencedores  desconocerían.  Sabido  es  que  el 
nombre  de  tyrrenos,  unido  al  de  pelasgos,  tuvo  grande 


(1)  Aristóteles  atribuye  el  descubrimiento  de  la  isla  á  los 
cartagineses;  Diodoro  á  los  fenicios ,  y  lo  que  refiere  acerca  de 
la  construcción  del  templo  de  Hércules,  en  Gades,  prueba  bien 
que  en  este  punto  no  los  confunde  con  los  cartagineses.  No 
nombra  á  éstos  sino  después  de  hablar  de  la  rivalidad  de  los 
tyrrenos.  Según  Aristóteles ,  lo  que  indujo  al  Senado  cartagi- 
nés á  prohibir  la  colonización  fué  el  temor  á  que  los  colono» 
se  hicieran  independientes  y  perjudicaran  con  su  comercio  el 
de  la  madre  patria. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  305 

extensión  hasta  en  la  época  del  Periplo,  atribuido  á  Scy- 
lax  de  Caryando,  que  hasta  á  Roma  la  sitúa  en  la  Tj- 
rrenia.  (Hudson,  Geogr.  Min.,  t.  i;  Scyl.  Car.,  pág.  2.) 

El  sabio  autor  de  La  Geografía  de  Aristóteles,  M.  Ko- 
nigsmann,  conjetura  que  al  hablar  el  filósofo  Estagirita 
de  los  antiguos  tratados  de  comercio  ajustados  entre 
cartagineses  y  tyrrenos ,  quiso  designar  el  tratado  ro- 
mano, cuya  traducción  conservó  Polibio  (1);  pero  Dio- 
doro,  en  el  pasaje  que  discutimos,  alude  sin  duda  á 
época  mucho  más  antigua. 

Según  Estrabón  (lib.  vi,  pág.  410),  inmediatamente 
después  de  la  guerra  de  Troya,  la  dominación  de  los  pi- 
ratas tyrrenos  oponíase  al  establecimiento  de  colonias  en 
Sicilia,  y  se  cree  generalmente  que  la  fundación  de  Ga- 
des  y  de  Utica  por  los  fenicios  es  anterior  á  Homero  en 
más  de  siglo  y  medio;  y  como  la  fundación  de  Cartago 
casi  coincide  con  la  renovación  de  los  juegos  olímpicos 
por  Iphito  (2),  esta  vaga  tradición  de  la  isla  Afortu- 
nada de  los  cartagineses,  de  la  cual  querían  apoderarse 
los  tyrrenos,  corresponde,  al  parecer,  á  tiempos,  no  diré 
míticos,  pero  sí  muy  obscuros. 

Sorprende,  sin  duda,  ver  que,  en  la  época  del  descubrí-^ 


(1)  Letronne  en  el  Journal  des  Savans,  Febrero-Mayo 
1825,  pág.  236. 

(2)  Si ,  como  lo  hace  M,  Ideler  (^Handh.  der  Chron. ,  1. 1, 
página  375) ,  se  supone  la  toma  de  Troya  1184  años  antes  de 
nuestra  era ,  corresponde  la  fundación  de  Gades  y  de  Utica  al 
de  1085;  el  restablecimiento  de  los  juegos  olímpicos  por  Iphito 
al  de  888;  la  fundación  de  Cartago  al  de  878 ;  la  de  Koma  en  la 
primavera  de  753,  según  Varrón.  El  mármol  de  Paros  da  para 
la  toma  de  Troya ,  que ,  á  pesar  de  todo ,  se  comprende  entre 
los  acontecimientos  completamente  históricos,  1208  antes  de 
nuestra  era.  (Boekh,  Corp.  Inscr.,  t,  ii,  pág.  327.) 

TOMO  IL  20 


306  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

miento  del  íí'uevo  Continente,  hayan  fijado  tanto  la  aten- 
ción de  los  literatos  españoles  estos  pasajes  de  las  Rela- 
ciones maravillosas  de  Diodoro  Sículo,  pasajes  que  en  los 
tiempos  modernos,  cuando  una  buena  crítica  guiaba  ya 
las  investigaciones  filológicas,  han  ocasionado  también 
extrañas  aplicaciones.  El  celebre  historiador  de  América, 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  que  pasó  treinta  y  cua- 
tro años  en  Tierra  Firme,  en  el  Darien,  Cartagena  y 
Haiti  (1),  afirma,  sin  fijar  la  atención  en  la  frase  «na- 
vegación de  algunos  días»,  empleada  por  los  escritores 
antiguos,  que  esta  An tilla  de  los  cartagineses  designaba 
á  Haíti  ó  Cuba.  Pero  D.  Fernando  Colón,  en  la  Vida 
de  su  padre  (cap.  ix),  dice:  «Si  Oviedo  se  hubiese  hecho 
explicar  el  texto  de  Aristóteles  por  un  hombre  que  lo  en- 
tendiese bien ,  no  habría  hallado  palabra  de  alguna  isla 
de  las  Indias  Occidentales.»  Al  censurará  Oviedo,  hace 
D.  Fernando  Colón  otra  suposición  no  menos  atrevida, 
pues  cree  que  cdos  cartagineses  descubrieron  las  Cassité- 
rides,  que  hoy  llamamos  Azores,  ocultándolas  mucho 


(1)  Es  sensible  que,  á  pesar  de  las  órdenes  terminantes  del 
rey  Carlos  III,  la  mayoría  de  las  obras  de  este  historiador  ha- 
yan quedado  inéditas.  Su  Historia  natural  y  general  de  las 
Indias ,  islas  y  tierra-firme  del  mar  Océano  contiene  50  libros 
y  sólo  se  han  impreso  19.  El  ingenuo  candor  de  los  primeros 
escritores  conquistadores ,  que  no  hacían  libros  con.  libros,  nos 
indemniza  de  su  falta  de  instrucción.  «Yo  hablo ,  dice  Oviedo, 
de  lo  que  he  visto,  no  de  lo  que  he  oído;  y  he  presenciado  cuatro 
coeas  notables.  Estuve,  como  paje  muchacho,  en  el  sitio  de  Gra- 
nada, y  vi  entrar  á  nuestros  Reyes  vencedores  de  los  moros; 
también  vi  en  1493  al  Rey,  herido  en  Barcelona  por  mano  de  un 
asesino,  palidecerá  causa  de  la  herida;  vi  llegar  á  Cristóbal 
Colón  y  presentar  los  primeros  indios;  vi  echar  á  los  judíos  de 
Castilla. )) 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMéRICA.  307 

tiempo  por  la  cantidad  de  estaño  que  sacaban  de  ellas 
todos  los  años;  y  puede  ser  que  éstas  sean  las  islas  de 
que  Aristóteles  quiso  hablar.  Si  se  me  opone,  añade  don 
Fernando,  que  el  filósofo  hace  mención  de  una  isla  que 
tenía  muchos  ríos  grandes,  navegables,  que  no  hay  en 
las  Azores,  y  sí  en  la  Española  y  Cuba,  respondo  que  pudo 
liaberse  engañado  describiendo  aquello  de  que  habla.» 
A  primera  vista  parece  raro  ver  confundidas  aquí  las 
islas  Azores  y  las  Sorlingas  con  la  misma  denomina- 
•ción  de  Cassite'rides  (1),  pues  esto  equivale  á  extender  por 
-extraño  modo  una  denominación  vaga  en  Herodoto,  y 
que  sólo  se  refiere  al  sitio  de  una  producción  metálica, 
mejor  determinado  aún  por  los  romanos  de  la  época  de 
Estrabón,  desde  que  P.  Licinio  Craso  examinó  las  mi- 
nas de  estaño  y  reconoció  que  se  había  llegado  en  ellas 
á  poca  profundidad.  Equivale,  pues,  esto  á  la  suposición 


(1)  Ora  maritima,  v.  96,  108,113.  (Poeta  lat.  min.,  ed. 
Wernsd,  t. v,  parte  Ii,  pág.  1.181-1.184).  Avieno  ignora  el 
nombre  de  Cassitérides  ó  desdeña  emplearlo ,  acudiendo  (según 
asegura)  á  fuentes  más  antiguas.  Estos  nombres  de  «Sinus  Oes- 
trymnicus  é  Insulse  Oestrymnides  laxe  jacentes»  (muy  alejadas 
las  unas  de  las  otras ,  dispersas  en  el  mar  exterior^  ¿serán  de  un 
Periplo  de  Himilcon,  quien  visitó,  «durante  cuatro  meses»,  las 
costas  Occidentales  de  Europa ,  como  Hannón  había  visitado 
las  de  África?  Pytheas  cree  haber  oído  nombres  parecidos  en 
€stas  comarcas,  al  reconocer,  según  Eratosthenes  (Estrabón' 
lib.  I,  pág.  112,  Alm.;  pág.  64,  Cas.),  un  promontorio  de  los  Os- 
tidamnienos.  De  estos  nombres  geográficos,  islas  Oestrymnidas 
del  golfo  Oestrymniano  y  del  promontorio  Ostimniano  ,  que 
citan  autores  de  tan  distinta  época,  ninguna  mención  hacen 
los  clásicos.  Estrabón ,  qtie  aprovecha  con  este  motivo  la  oca- 
sión para  protestar  de  nuevo  contra  las  ficciones  de  Pytheas 
•comprendió  perfectamente  que  se  trataba  de  localidades  cuya 
posición  es  mucho  más  boreal. 


'308  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

de  Festo  Avieno,  que  sitúa  Albidn  y  lerne'  (ínsula  sa- 
cra) en  el  paralelo  del  cabo  Finisterre  y  las  Islas  del  Es- 
taño, islas  Oestrymnidas  (1),  en  el  paralelo  del  cabo  de 
San  Vicente,  casi  en  la  latitud  de  las  Azores.  Como 
Avieno  (y  esto  es  muy  raro  en  un  autor  de  fines  del  si- 
glo IV,  tan  alejado  de  los  tiempos  de  Columela,  el  tra- 
ductor de  Magón)  autoriza  positivamente  sus  afirmacio- 
nes con  el  testimonio  de  los  anales  cartagineses  (Hcec 
nos,  ah  unís  Punicorum  annalibus.  Prolata  longo  tem- 
pore,  edidimus  tibí. — Ora  7nar.,versículos  414  y  415),  de- 
bía esperarse  encontrar  en  estas  obras  alguna  alusión  á 
una  isla  que  fijó  la  atención  del  Senado  de  Cartago,  que 
citan  Aristóteles  y  Diodoro,  y  que  excitó  la  curiosidad 
de  los  eruditos  contemporáneos  de  Colón. 

El  comentador  de  las  Mirahiles  Auscultationes,  el 
docto  Beckmann,  discutió  la  opinión  de  los  filólogos  que 
creyeron  reconocer  el  Brasil  ú  otras  partes  de  América 
en  este  pasaje  y  en  el  mar  de  Sargazo  de  Aristóteles. 
El  juicioso  Weseeling,  después  de  examinar  estas  dudo- 
sas interpretaciones,  termina  diciendo:  «Fabulis  ad  finia 
sunt  quíe  de  hac  Ínsula  produntur,  id  tamen  indicantia 
obscuram  ejus  regionis,  quam  Americam  vocamiis,  fa- 
mam  in  Carthaginiensium  navigationibus  ad  veterum 
aures  dimanasse.» 

Mr.  Heeren  cree  que  esta  isla,  tan  pintorescamente 
descrita,  es  la  isla  de  Madera,  descubierta  por  los  portu- 


(1)  Véase,  con  motivo  de  este  pasaje  de  Estrabón  y  de  un 
texto  de  Herodoto  citado  en  la  misma  página  Spohn,  Diss.  de 
McepTwro  Blemmyda,  1818,  pág.  22,  con  amargas  inculpacio- 
nes contra  M.  Tzschucke  {Adnotat,  ad  Melam.,  vol.  iii ,  pars.  r, 
pág.  95). 


I 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  309  ^ 

gueses  Juan  Gonzalves  Zarco  y  Tristán  Vas  (1420),  sin 
rastros  de  habitación,  y  que  la  fuerza  de  las  corrientes 
que  impulsa  al  SE.  y  al  S.-SE.  impidió  á  los  navegan-, 
tes  (le  la  antigüedad,  que  prudentes  y  tímidos  no  se 
apartaban  de  las  costas,  descubrirla. 

La  indicación  «isla  despoblada»  excluye  las  islas  Ca- 
narias, habitadas  antiguamente  por  los  guanches,  según 
se  cree,  y  que,  célebres  por  su  aridez,  no  tienen  «los  ríos 
navegables»  de  que  habla  Aristóteles,  aunque  Plinto 
(libro  VI ,  32),  Solino  (cap.  70)  y  hasta  Ducuil  (De 
mensura  orhis  terr.,  vii,  pág.  40  Walck.)  les  atribuyen 
«amnes  siluris  piscibus  abundantes.» 

Creo  que  es  imposible,  en  vista  de  tantas  descripcio- 
nes inseguras,  fijar  una  localidad  determinada.  La  tradi- 
ción es  muy  antigua,  porque  la  frase  de  ^asilo  ofrecido 
en  el  caso  de  un  revés  de  fortuna  ó  de  la  ruina  de  Car- 
tago»,  es  de  Diodoro,  aunque  pudiera  muy  bien  ser  un 
rasgo  oratorio,  añadido  después  de  la  destrucción  de  la 
ciudad  de  Dido. 

Este  mismo  asilo  fué  también  una  esperanza  para 
Sertorio  (Plutarco,  In  vita  Sertor.,  cap.  8;  Salustio, 
Fragm.^  489)  cuando  por  la  desembocadura  del  Baítis 
vio  entrar  dos  barcos  procedentes  «de  dos  islas  atlánti- 
cas, situadas,  según  se  creía,  á  diez  mil  estadios  de  dis- 
tancia.» 

Las  Relaciones  maravillosas^  única  fuente  á  que  pode- 
mos remontar,  fueron  compiladas,  por  lo  menos,  antes 
de  la  terminación  de  la  primera  guerra  púnica,  porque 
describen  (cap.  95,  pág.  211,  Beckm.)  á  Cerdefia  tirani- 
zada por  los  cartagineses.  El  interés  con  que  éstos  en- 
volvían en  el  misterio  sus  navegaciones  lejanas,  sólo  hace 
posibles  vagas  conjeturas.  El  azar  de  las  tempestades 


310  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

(el  descubrimiento  de  Porto  Santo  por  Zarco  j  Vas  en 
el  siglo  XV  fué  un  suceso  de  esta  clase;  Barros,  Déc.  i,. 
libro  I,  cap.  2,  pág.  27,  ed.  de  Lisboa  de  1788)  puede, 
sin  duda,  llevar  muy  lejos;  pero  el  regreso  de  los  barcos 
alejados  de  su  ruta  por  las  tempestades  6  por  la  fuerza 
de  las  corrientes  y  desprovistos  de  brújula,  sería  mucho 
más  difícil. 


EsTRABÓN,  lib.  I,  pág.  11,  Alm.: 

«Tampoco  parece  verosímil  que  el  Oce'ano  Atlántico- 
sea  doble  mar,  que  esté  dividido  por  estrechos  istmos, ' 
los  cuales  impidan  que  pueda  ser  recorrido  en  naves;  por 
el  contrario,  es  mucho  más  probable  que  todo  él  esté 
unido  y  sea  continuo.  Porque  los  que  han  acometido  la- 
empresa  de  darle  la  vuelta  navegando,  y  después  han 
retrocedido,  dicen  que  no  volvieron  atrás  por  impedirles 
tierra  ninguna  que  llevasen  adelante  su  navegación,  sina 
que  retrocedieron  de  aquel  mar  navegable  por  la  escasez. 
y  desamparo  de  recursos.» 

Este  pasaje  de  Estrabón  no  se  relaciona  directamente 
con  el  que  trata  de  la  posibilidad  de  navegar  desde  las 
costas  occidentales  de  Iberia  á  las  costas  orientales  de  la 
India.  íí"o  se  trata  de  una  tierra  semejante  al  continente 
americano,  que  al  ííorte  y  al  Sur  se  uniría  á  las  tierras 
polares ,  impidiendo,  como  una  barrera ,  la  navegación  de 
Este.á  Oeste.  Se  ve,  por  lo  que  precede  y  por  otro 
texto  (lib.  I,  pág.  57,  Alm.;  pág.  33,  Cas.),  que  la  pala- 
bra circwnnaviguer  no  está  tomada  en  el  sentido  de  na- 
vegar alrededor  del  globo,  sino  en  el  de  rodear  la  masa 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  311 

terrestre  conocida  (ij  o(xou{jl¿vt))  y  situada  por  completo, 
según  el  sistema  de  Strabt5n,  en  un  cuadrilátero  al  norte 
del  Ecuador. 

Este  geógrafo  rechaza  la  idea  de  la  división  del  Océano 
en  muchas  cuencas,  y  acaso  alude,  como  observa  Mon- 
sieur  Gosselin ,  á  la  hipótesis  de  un  mar  Erythreo  medi- 
terráneo, supuesto  por  Marino  de  Tyro  y  por  Ptolomeo. 
Si  la  extremidad  sudeste  de  Asia  se  replegaba  para  pro- 
longarse hacia  el  Oeste  y  unirse  al  Cabo  Prasum ,  la 
circumnavegación  de  África,  desde  el  golfo  arábigo  hasta 
la  Mauritania,  era  imposible.  Ya  hice  comprender  antes 
que  afortunadamente  ni  Isidoro  de  Sevilla  (Orig.,  xiv, 
capítulo  5),  ni  Sanuto,  que  tanta  influencia  ejercieron  en 
los  proyectos  de  Gama  y  de  Magallanes ,  aceptaron  ni 
propagaron  este  falso  concepto  de  un  mar  Erythreo  (mar 
de  la  India),  considerado  como  cuenca  cerrada. 

Estrabón  refiere  (i,  pág.  11,  Alm.)  lo  que  de  la  «isla 
de  la  tierra  habitada»  ha  sido  ya  examinado,  por  el 
Oriente  á  lo  largo  de  la  India  y  por  Occidente  lo  ocu- 
pado por  los  Iberos  y  los  Maurusianos.  «Cierto  es,  dice, 
que  navegantes  que  partieron  de  puntos  opuestos  ávxiTre- 
pazlio^xEí;  no  se  han  encontrado.»  Esta  disertación  debía 
conducirle  al  natural  resultado  de  saber  si  la  división  del 
Oce'ano  en  muchas  cuencas ,  ó  la  existencia  de  istmos, 
podrían  impedir  á  los  navegantes  rodear  la  tierra  ha- 
bitable. 

Vuelve  Estrabón  á  esta  idea  de  los  istmos ,  al  hablar 
de  la  vuelta  al  África.  «Todos  los  que  parten  (lib.  I,  pá- 
gina 57,  Alm.;  pág.  32,  Cas.),  sea  del  mar  Erythreo,  sea 
de  las  Columnas  de  Hércules,  se  han  visto  forzados  á 
volver  por  el  mismo  camino,  lo  que  generalmente  hace 
creer  en  la  existencia  de  algún  istmo  que   forma  ba- 


312  ALEJANDRO    DE    HOMBOLDT. 

rrera,  mientras  por  todas  partes,  y  particularmente  al 
Mediodía,  el  mar  Atlántico  es  continuo.»  Esta  conti- 
nuidad de  los  mares  encue'ntrase  también  enunciada,  con 
mucha  precisión,  en  Herodoto  (i,  202).  «Todo  el  mar 
que  recorren  los  Helenos  y  el  que  está  situado  fuera  de 
las  Columnas,  al  cual  se  da  el  nombre  de  Atlántico,  y  el 
mar  Erythreo,  forman  un  solo  mar.»  Si  después  (iv,  8) 
refiere  «que  los  Griegos  del  Ponto  Euxino  hacen  nacer 
el  Océano  al  Este  (lo  cual  es  contrario  á  la  idea  homé- 
rica de  las  fuentes  del  río  Océano),  y  dicen  que  corre  al- 
rededor de  la  tierra,  sin  probarlo  con  la  experiencia»,  no 
se  retracta,  sin  embargo,  sobre  lo  que  ha  dicho  en  el  pri- 
mer libro:  limítase  á  exponer  lo  que  ha  sabido,  distin- 
guiendo entre  la  opinión  y  el  hecho. 

Preciso  es,  además,  no  olvidar  que  tanto  en  Strabón 
como  en  Eratosthenes ,  la  denominación  de  mar  Atlán- 
tico se  extiende  á  todas  las  partes  del  Océano.  Según  el 
primero,  las  costas  de  la  India  Meridional  (lib.  ii,  pá- 
gina 192,  Alm.,  pág.  130,  Cas.)  están  bañadas  por  el 
Atlántico;  las  regiones  más  orientales  y  más  meridio- 
nales de  la  India  (lib.  xv,  pág.  1.010,  Alm.,'  pág.  689, 
Cas.)  se  prolongan  ú^  xh  A'xXavxtxbv  TtsXxyo^.  Desde  que, 
por  los  progresos  de  la  navegación  y  de  los  conocimien- 
tos geográficos,  la  imagen  del  río  Océano  homérico,  que 
rodea  el  disco  terrestre ,  se  fué  engrandeciendo  y  adap- 
tando á  las  observaciones  positivas ,  el  nombre  anterior 
á  Herodoto  y  que  remonta  á  los  tiempos  de  Solón  (Olim- 
piada 54),  aplicado  al  principio  al  mar  Exterior,  ala  por- 
ción de  Océano  próxima  á  las  Columnas  de  Hércules, 
fué  extendido  á  todos  los  mares  que  rodeaban  los  conti- 
nentes entonces  conocidos  y  les  servían  de  mutua  comu- 
nicación. De  igual  modo,  después  de  la  expedición   de 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉBICA.  313 

Alejandro,  loá  nombres  de  Taurus  y  de  Caucase  se  apli- 
caron á  todas  las  cordilleras  de  Asia  que  se  extienden  al 
través  de  este  vasto  continente  de  Oeste  á  Este  hasta 
las  costas  de  Sinoe  j  de  los  Seres. 

La  escuela  de  Aristóteles  (De  Mundo,  cap.  3)  se  ex- 
presa en  el  mismo  sentido,  j  en  el  bello  pasaje  de  Cice- 
rón {Somn.  Scip. ,  cap.  6),  que  ya  he  tenido  ocasión  de 
citar  antes,  dorador  dice  terminantemente:  «Esta tierra 
que  habitáis  es  una  islilla  «circumfusa  illo  mari  quod 
Atlanticum,  quod  Magnum;  quod  Oceanum  appellatis  in 
terris.3)  Esta  sinonimia  de  Atlántico  y  de  Océano,  en 
general ,  no  se  encuentra,  sin  embargo,  en  todos  los  clá- 
sicos romanos;  exceptúanse  Pomponio  Mela  y  Plinio. 
Este  último  llama  Mare  magnum ,  no  como  Cicerón  y  Sé- 
neca {Nat.  Quast.y  ii,  6),  al  mar  que  rodea  el  o(xou{jl>Juij, 
sino  especialmente  á  la  parte  próxima  á  las  costas  occi- 
dentales de  Europa ,  ó  sea  al  Atlántico  propiamente 
dicho,  lo  cual  recuerda  la  denominación  de  Gran  Océano 
que,  á  ejemplo  de  Fleurieu,  dan  los  geógrafos  modernos, 
con  más  justo  motivo,  al  mar  Pacífico. 

El  pasaje  de  Estrabón  (i,  pág.  11,  Alm.,  pág.  5, 
Oas.),  termina  con  una  larga  disertación  contra  Hipparco, 
que  había  puesto  en  duda  la  continuidad  de  los  mares. 
Creo  sin  embargo  que  Mr.  Gosselin  se  equivoca  (en  la 
Geografía  de  los  Griegos  analizada,  pág.  52;  en  las  In- 
vestigaciones sobre  la  Geografía  sistemática  y  positiva  de 
los  antiguos,  t.  i,  páginas  45, 133,  194,  y  en  las  notas  á 
la  traducción  francesa  de  Estrabón ,  t.  i,  pág.  12)  al 
atribuir  tan  positivamente  á  Hipparco  la  hipótesis  enun- 
ciada por  Marino  de  Tyro  y  Ptolomeo  acerca  de  la  cuenca 
cerrada  ó  mediterránea  del  mar  Erytbreo  y  sobre  el  conti- 
nente desconocido  que  une  la  península  de  Thinae  al  cabo. 


314  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

Prasum.  No  encuentro  prueba  alguna  de  esta  afirmación. 
Mr.  Gosselin  se  funda  en  el  texto  de  que  tratamos  j  en  la 
idea  de  Hipparco  de  que  xla  circumnavegación  de  África 
era  imposibleD;  pero  el  párrafo  citado  por  Gosselin  no  dice 
tal  cosa,  y  Estrabón  sólo  habla  «de  la  desigualdad  del  fe- 
nómeno de  las  mareas  en  las  diversas  regiones  pelásgicas 
observada  por  Seleuco  el  Babilonio,  j  de  la  afirmación 
de  Hipparco  suponiendo  que,  aun  siendo  iguales  las  ma- 
reas, no  probaría  este  hecho  la  continuidad  absoluta  de 
los  mares  que  rodean  el  globo.»  Este  razonamiento  ge- 
neral y  vago  dista  mucho  de  la  hipótesis  de  la  unión  de 
Thin^e  al  cabo  Prasum,  que  M.  Gosselin ,  por  lo  demás 
tan  exacto  y  digno  de  elogio,  ha  consignado  dos  veces 
en  cartas  particulares  {Rech.^  t.  i,  Pl.  i,  Trad.  de  Stra- 
bón,  1. 1,  Pl.  2). 

En  un  pasaje  notable  de  Plutarco  De  Facie  in  orbe 
luncej  pág.  921,  19)  se  notan  claramente  estos  mismos 
istmos  del  Atlántico  («del  gran  mar  ó  mar  exterior»),  pero 
reflejados  en  el  disco  lunar,  si ,  conforme  al  sistema  de 
Agesianax,  que  aun  en  nuestros  días  lo  acepta  el  pueblo 
en  Persia ,  la  luna  refleja  como  un  espejo  el  paisaje  te- 
rrestre y  las  desigualdades  de  la  superficie  de  nuestra 
planeta.  Plutarco,  que  pudo  ver  el  texto  de  Strabón, 
alega  en  este  diálogo,  para  combatir  la  verdad  de  un  sis- 
tema catóptrico  tan  raro,  la  continuidad  de  les  mares^ 
todos  los  cuales  se  comunican  sin  istmos  interpuestos. 
Extraño  error  el  de  buscar  en  la  porción  de  la  luna  ilu- 
minada  directamente  por  el  sol  la  configuración  de  nues- 
tros continentes,  como,  según  la  observación  de  un  as- 
trónomo ilustre,  M.  Arago,  puede  conocerse  en  la  luz 
cenicienta  de  la  luna  el  estado  medio  de  diafanidad  de  la 
atmósfera  terrestre. 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  BW 

La  vasta  extensión  de  los  mares  que  separa  las  costas 
occidentales  de  Iberia  de  las  costas  orientales  de  Asia^ 
donde  Estrabón,  siguiendo  á  Eratosthenes,  hace  des- 
embocar el  Ganges,  encuéntrase  también  indicada  en  la 
frase  bastante  impropia  de  que  «la  Iberia  y  la  India,  co- 
marcas que  sabemos  son,  la  una  la  más  oriental  y  la 
otra  la  más  occidental  de  todas,  son  respectivamente  an- 
típodas.» (Estrabón,  lib.  i,  pág.  13,  Alm.;  pág.  7,. 
Cas.).  Como  ambas  regiones  están  situadas  en  el  misma 
hemisferio  boreal,  y  supuestas  en  un  mismo  paralelo,  hu- 
biera sido  preciso  emplear  la  palabra  irsp'cotxoi  y  no  la 
de  avxouot,  como  sostiene  Mr.  Gosselin  (1),  quien  ob- 
serva además  muy  juiciosamente  que ,  según  los  prin- 
cipios admitidos  por  Estrabón  sobre  la  longitud  de  la 
tierra  habitable,  esto  es,  sobre  la  distancia  desde  la  Ibe- 
ria á  la  India  más  oriental,  la  extensión  del  Atlántica 
interpuesto  resulta  para  el  paralelo  del   diafragma,  es 


(1)  Los  antescianos  ó  antomoít  de  Iberia  encuéntranse  en 
África  y  no  en  la  India.  En  este  mismo  sentido  Ptolomeo  llama 
la  tierra  opuesta  una  masa  continental  situada  más  allá  del 
Ecuador  entre  los  mismos  meridianos.  La  definición  de  anto» 
mas,  áva)(Jioi,  dioA^  quIq.  Astronomía  antigua ^  de  M.  Delambre 
(t.  I,  pág.  Liv),  69,  pues,  inexacta  y  está  en  contradicción  directa 
con  las  buenas  definiciones.  Encuéntranse  además  confundidos 
con  frecuencia  en  los  autores  de  la  Edad  Media  los  antípodas 
con  los  antichtonios.  Estas  palabras  no  son  precisamente  sinóni- 
mas, como  lo  prueban,  por  ejemplo,  los  pasajes  de  Mela.  i,  9, 4> 
y  de  Plinio,  vi,  22-24,  Ambos  autores ,  al  hablar  de  Trapo- 
bana  ó  de  la  tierra  opuesta,  donde  pudiera  tener  el  Nilo  su 
fuente  transmarina,  toman  Y^v  ávTix&ova  por  una  tierra  de  los 
Anticianos.  Cristóbal  Colón  no  fué  ciertamente  á  los  antípodas 
de  Europa,  y,  sin  embargo,  Pedro  Mártir  de  Anghiera  tiene 
noticias  de  que  van  de  España  «ad  occiduos  Antipodas»  Opus. 
Upistol,  pág.  133). 


316  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

decir,  el  de  Rodas,  no  de  180^,  sino  de  134.000  esta- 
dios en  un  perímetro  ecuatorial  de  la  tierra  de  252.000 
«stadios  (lo  que  suma  más  de  236°). 

Debemos  decir,  sin  embargo,  que  Estrabón  añade 
prudentemente  á  la  palabra  antípodas,  con  que  designa 
á  los  periecos,  la  frase  «en  cierto  modoí) . 


.   Estrabón,  lib.  i,  págs.  113,  114: 

«Así,  pues  (según  pone  empeño  en  persuadirnos  Era- 
tósthenes),  si  no  se  opusiese  la  inmensidad  del  mar  At- 
lántico, podríamos  navegar  en  el  mismo  paralelo  desde 
España  hasta  la  India  por  todo  aquello  que  resta,  qui- 
tada dicha  distancia  (esto  es,  la  longitud  de  la  tierra 
habitada),  la  cual  excede  á  la  tercera  parte  de  todo  el 
círculo,  toda  vez  que  el  círculo  tirado  por  Thinas,  donde 
nosotros  hemos  medido  los  estadios  que  hay  desde  la 
India  á  España,  es  menor  de  200.000 Pues  llama- 
mos tierra  habitada  aquella  en  que  habitamos  y  tenemos 
conocida.  Mas  puede  en  la  misma  zona  templada  haber 
hasta  dos  tierras  habitadas  y  aun  más,  señaladamente 
junto  al  círculo  que  se  traza  por  Thinas  y  el  mar  Atlán- 
tico.» 

Es  este  un  jiasaje,  como  hemos  manifestado  muchas 
veces  en  esta  disertación,  paralelo,  por  decirlo  así,  al 
que  se  lee  en  Aristóteles  {De  CoelOj  ii,  14).  No  cabe  duda 
de  que  Estrabón,  al  hablar  de  la  posibilidad  de  la  nave- 
gación desde  la  Iberia  á  la  India,  atribuye  esta  opinión 
al  segundo  libro  de  la  geografía  de  Eratósthenes  (Es- 
trabón,  lib.  I,  pág.  62,  Cas.)  y  no  á  Pytheas,  como  su- 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  317 

pone  un  geógrafo  moderno  (1),  á  quien  se  deben  exce- 
lentes investigaciones  acerca  de  la  geografía  antigua. 

Admitiendo  Eratosthenes  la  esfericidad  de  la  tierra 
(Estrabón,  lib.  i,  pág.  107,  Alm.;  pág.  62,  Cas.)  debía 
fácilmente  adquirir  la  opinión  de  la  posibilidad  de  nave- 
gar desde  Iberia  á  la  India ;  pero,  como  era  natural,  la 
extensión  del  Atlántico  en  el  paralelo  de  Thin£e  (el  cZm- 
fragma  de  Dicsearco  parecíale  un  obstáculo  'insuperable» 
La  medida  nume'rica  de  esta  extensión  del  Atlántico  re- 
sulta de  la  extensión  en  longitud  del  o\xou{x¿vrj  valuada  en 
poco  menos  de  82.000  estadios  en  el  paralelo  de  Thiníe- 

Según  lo  que  Estrabón  manifiesta  en  el  cap.  4  del 
lib.  II  y  en  el  15  del  xi  acerca  de  la  forma  gene- 
ral y  de  la  dimensión  de  la  tierra  habitada,  los  resulta- 
dos numéricos  que  establece,  sea  por  el  sistema  de  Era- 
tosthenes ó  por  el  de  Posidonio,  se  encuentran  con  mu- 
cha facilidad  y,  lo  que  es  más  seguro,  se  les  encuentra, 
comparando  en  cada  sistema  los  datos  parciales,  con  los 
perímetros  enteros,  muy  diferentemente  valuados  por 
cada  uno  de  estos  antiguos  geómetras,  sin  necesidad  de 
recurrir  á  una  comparación  con  las  medidas  actuales.  «La 


(1)  M.  Mannert.  En  el  Mnleit,  in  die  Geog.  der  Alten^ 
pág.  74,  dice:  «Pytheas  fué  el  primero  que  tuvo  la  idea  de  que, 
navegando  desde  Europa  hacía  el  Oeste,  se  llegaría  á  la  In- 
dia, idea  que  hizo  hallar  Amáiica  á  Cristóbal  Colón.»  Lo  que 
sencillamente  refiere  Estrabón  es  que  Eratosthenes,  en  su  va- 
luación del  tamaño  de  la  clamyde  se  funda  en  la  opinión  que 
tennía  Pytheas  del  intervalo  desde  el  Borystenes  á  Thulé. 
Pronto  veremos  que  es  en  Posidonio  (Estrabón,  lib.  ii,  pá- 
gina 161,  Alm.;  pág.  102,  Cas.)  donde  se  encuentra  el  pensa- 
miento de  Eratosthenes  y  no  en  lo  poco  que  sabemos  de  Py- 
theas, tan  injustamente  tratado  por  los  que  no  han  podido  ó  no 
han  querido  comprenderlo. 


318  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

porción  del  hemisferio  septentrional  comprendida  entre 
-el  ecuador  y  un  paralelo  próximo  al  polo  tiene  la  figura 
de  una  vértebra  (1)  aTróvSuXo?  ( Cod.  París  ,  1393: 
triróvSstXov  que  Mr.  de  Brequigny  propone  inútilmente 
convertir  en  ffrovSeTov,  copa  empleada  en  las  libaciones). 
La  superficie  de  esta  vértebra  ó  zona  esférica,  que  re- 
presenta la  zona  templada  septentrional ,  comprenderá 
dos  cuadriláteros  cuyas  costas  estarán  hacia  el  Norte ,  á 
la  mitad  del  círculo  paralelo  al  ecuador  y  próximo  al  polo 
(1.400  estadios  más  allá  de  lerné),  y  hacia  ei  Sur,  una 
mitad  del  Ecuador.» 

Ahora  bien;  en  uno  de  estos  cuadriláteros  es  donde 
Estrabón  sitúa  la  isla  que  forma  nuestra  tierra  habi- 
tada, «doble  más  larga  que  ancha»,  que  tiene  la 
figura  de  una  clámide  y  cuya  anchura  se  aminora  mucho 
hacía  las  extremidades,  especialmente  hacia  el  Oeste 
(ii,  pág.  177,  Alm.;  pág.  116  Cas.). 

Como  el  paralelo  de  Thinaí,  suponiendo,  como  Era- 
tósthenes  el  perímetro  ecuatorial  de  252.000  estadios,  no 
llega  á  200.000  estadios  (Estrabón  hubiera  dicho  más 
exactamente  algo  menos  de  203.000);  y  como  la  longi- 


(1)  Conservo  la  palabra  vértebra,  empleada  hasta  ahora  por 
ios  traductores  de  Estrabón,  Es,  sin  embargo,  muy  probable  que 
en  vez  de  aludir  al  esqueleto  de  los  animales  vertebrados,  qui- 
siera designar  Estrabón  una  forma  circular  (anillo)  ó  superficie 
convexa  ó  cilindrica,  como  la  que  presentan,  ó  el  peso  del  huso 
(verticillus  en  Plinio  xxxvii,  c.  2,  peso  muj^  ligero  y  de 
materia  parecida  al  ámbar),  o  las  partes  cilindricas  del  fuste  de 
una  columna  (Athen.  Deipn.,  v.  pág.  205,  donde  se  encuentra 
descrito  el  famoso  barco  del  Nilo,  el  Thalamegus,  adornado 
con  columnas  cuyas  partes  eran  de  distintos  colores ,  parecidas 
á  algunos  edificios  modernos  de  Florencia). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  319 

tud  de  la  tierra  habitada  de  Oeste  á  Este,  desde  el  cabo 
Sagrado  á  Thinaí  es,  en  el  mismo  paralelo  del  dia- 
fragma, de  70.000  estadios  (Estrabón,  ii,  páginas  137 
y  177;  xi,  pág.  789,  Alm.,  6  ii,  pág.  83,  116,  xi,  pá- 
gina 519,  Cas.),  justo  es  decir,  como  lo  hace  Extrabdn 
en  el  párrafo  (pág.  113,  Alm.;  págs.  64  y  65  Cas.)  que 
tanto  preocupó  en  la  Edad  Media  hasta  Colón,  que  las 
tierras  ocupan  «más  de  la  tercera  parte»  del  círculo  que 
pasa  por  Rodas  y  Thinae,  dos  puntos  que  en  la  antigüe- 
dad se  suponían  en  la  misma  latitud,  aunque  probable- 
mente hubiese  entre  ellos  una  diferencia  de  24^^.  Queda- 
ban, pues,  unos  130.000  estadios  para  el  recorrido  por 
mar,  para  ir  de  Iberia  á  la  India  «por  un  mismo  para- 
lelo» á  aquella  India  (1)  Eoo  adposita  pelago  (Mela, 
III,  17).  Allí  se  enccuntra,  como  dice  Estrabón  en  otro 
párrafo  (ii,  pág.  173.  Alm.;  pág.  113  Cas.)  «la  vasta 
í^xtensión  y  la  soledad  de  los  mares  que  no  se  puede 
atravesar». 

Pero  lo  que  hace  más  notable  el  texto  que  analizamos 
y  lo  que  parece  que  llamó  más  la  atención  de  los  escri- 
tores de  los  siglos  XV  y  xvi  (la  gran  época  de  los  descu- 
brimientos), es  la  afirmación  de  Estrabón  de  «que  en  la 
misma  zona  templada  que  habitamos,  y  sobre  todo  en  las 
inmediaciones  del  paralelo  que  pasa  por  Thina?  y  atra- 
viesa el  mar  Atlántico,  pueden  existir  dos  tierras  habi- 
tadas y  acaso  más  de  dos.  Esta  es  una  profecía  de  la 


(1)  En  el  notable  pasaje  que  trata  del  comercio  de  Thinae 
(^Periplus  Marciani  Heracl.,  pág.  14,  y  Arriani  Periplus  ma- 
ris  Erythr.,  pág,  36  Hudson)  este  puerto  está  representado 
como  perteneciente  al  país  de  los  Sinse ,  país  separado  de  la 
India  extra  Gangem.  Tales  eran  los  conocimientos  debidos  á 
más  extensa  navegación. 


320  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

América  y  de  las  islas  del  mar  del  Sur,  más  razonada 
y  menos  vaga  que  la  profecía  de  la  Medea  de  Se'neca 

En  el  segundo  libro  (pág.  179,  Alm.;  pág.  118,  Cas.) 
aun  alude  Estrabón  á  esta  probabilidad  de  la  existen- 
cia de  tierras  desconocidas  situadas  entre  la  Europa  oc- 
cidental y  el  Asia  oriental.  «El  dar  idea  exacta,  dice, 
de  las  demás  porciones  del  globo,  ó  siquiera  de  la  totali- 
dad de  esta  vértebra  ó  zona  de  que  hemos  hablado,  es 
asunto  propio  de  otra  ciencia  (no  pertenece  al  campo  de 
la  geografía  positiva),  como  también  examinar  si  la  vér- 
tebra está  habitada  en  el  otro  cuadrilátero^  como  en  el 
que  nos  encontramos.  Suponed,  en  efecto,  que  lo  esté, 
como  es  muy  probable;  no  lo  estará  por  pueblos  del 
mismo  origen  que  nosotros,  y,  por  tanto,  esta  tierra  ha- 
bitada debe  ser  distinta  de  la  nuestra.  Sólo,  pues,  la 
nuestra  es  la  que  vamos  á  describir.» 

La  existencia  de  una  tierra  ó  de  muchas  tierras  en  el 
.Atlántico  al  Este  de  Thiníe  parecía,  pues,  muy  probable 
al  juicioso  geógrafo  de  Amasia,  que  temía  extraviarse 
en  el  vasto  campo  de  la  geografía  conjetural.  La  rela- 
ción del  pasaje  que  citamos  con  el  que  trata  de  las  di- 
mensiones y  de  las  divisiones  de  la  tierra  habitada,  la 
expresión  otro  cuadrilátero  de  la  vértebra  (de  la  zona 
septentrional)  que  ha  sido  descrita,  compuesta  de  dos 
cuadriláteros,  de  los  cuales  uno  comprende  nuestro 
owcoujxávT),  no  deja  duda  de  que  Estrabón,  después  de 
elogiar  las  grandes  expediciones  de  los  romanos,  tan 
útiles  á  los  progresos  de  la  geografía,  y  «de  su  compa- 
ñero y  amigo  Elío  Galo»  vuelve  incidentalmente  á  la 
existencia  de  las  tierras  habitadas,  no  descubiertas  aún, 
situadas  acaso  en  el  paralelo  de  Rodas  y  de  Thinje.  Este 
otro  oixou|j.¿vn  del  hemisferio  boreal  era,  pues,  completa-^ 


DESCÜBRIMIBNTO   DE  AMÉRICA.  321 

mente  distinto  de  la  otra  parte  del  mundo  que,  á  imita- 
ción de  Grates  (Estrabdn,  i,  pág.  54,  Alm.;  pág.  31,  Cas.), 
se  admitía  en  el  hemisferio  austral,  más  allá  del  brazo 
oceánico  que  ocupa  la  zona  tórrida,  y  era  diferente  del 
alter  Orhis  de  Mela  (i  9,  4;  iii,  7,  7)  y  de  la  cuarta 
parte  del  mundo  (1)  de  Isidoro  de  Sevilla  (Orig.,  xiv, 
c.  6,  ed.  Yenet.,  1483,  pág.  71 ,  b.) 

La  comparación  de  la  forma  del  oíxou(i.£ur]  con  una 
clámide  se  encuentra  en  Estrabón  cuatro  veces,  y  la 
analogía  se  funda,  principalmente,  al  parecer,  en  dos 
circunstancias;  primero  en  ser  preciso  que  la  longitud, 
la  extensión  de  derecha  á  izquierda  del  vestido  que  ha 
de  envolver  al  caballero  y  la  extensión  (longitud)  de 
Este  á  Oeste  de  la  tierra  habitada,  sean  mucho  más  con- 
siderables ,  en  general,  que  la  altura  de  la  clámide  ó  la 
extensión  del  oIxoujxIutí  de  Norte  á  Sur.  Esta  circuns- 
tancia se  encuentra  efectivamente  en  la  descripción  de 
Alejandría.  Estrabón  compara  el  terreno  que  ocupa  esta 
ciudad  á  la  figura  de  una  clámide ,  cuya  longitud  entre 


(1)  Cito  con  preferencia  estas  denominaciones  de  la  tierra 
de  los  Antichtonios,  que,  en  siglos  posteriores,  ha  sido  idéntica- 
mente aplicada  á  América.  Finís  erat  orbis  ora  gallici  litoris, 
nisi  Britannia  ínsula  ampHtudine  nomen  Orbis  alterius  merea- 
tur.  (DicuiL,  De  mesura  orb.  terree,  p.  50,  Walck;  pasaje  imi- 
tado de  Floro  iii,  10,  16.)  Acerca  de  las  dificultades  con  que 
tropiezan  los  habitantes  de  la  tierra  austral,  Antichtonios, 
para  comunicarse  con  los  habitantes  de  nuestro  oíxoujxévT], 
véanse  dos  párrafos  notables  en  Cleón,  Cyel.  Théor.,  t.  ii  (ed. 
Theop.  Schmidt,  1832,  págs.  11-12)  y  en  Gbminus,  Mem.  Astr., 
c.  13.  (Pet.  Uran.,  pág.  52.)  El  primero  añade:  «La  existencia 
de  esta  tierra  antichtona  (de  los  Anticianos)  la  hemos  sabido 
por  consideraciones  (teóricas)  de  física  general,  (pvmoloyicí,  no 
por  la  experiencia  (de  hechos  históricos).» 

TOMO  n.  21 


322  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

las  dos  costas  bañadas,  una  por  el  mar  y  otra  por  el 
lago  Maréotis ,  es  de  30  estadios ,  mientras  los  istmos 
que  determinan  la  anchura  no  son  más  que  de  7  á  8 
estadios,  estando  contenidos  entre  el  mar  y  el  lago 
(lib.  XVII,  pág.  1143,  Alm. ;  pág.  793,  Cas.).  El  oíxoujiIut) 
es  mucho  menos  ancho  en  las  extremidades  al  Este  y  al 
Oeste,  sobre  todo  hacia  el  Oeste.  A  pesar  de  la  despro- 
porción de  las  dos  dimensiones  á  lo  ancho  y  á  lo  largo, 
de  extensión  en  longitud  y  latitud,  la  semejanza  de  for- 
mas exige  que  hacia  la  mitad  del  largo  llegue  el  ancho 
á  su  máximum.  Esta  condición,  como  juiciosamente  ob- 
serva Mr.  de  Gossellin,  la  establece  Estrabón  cuando 
discute  dónde  está  colocada,  en  el  paralelo  de  Kodas,  la 
mitad  de  lo  largo  y  si  á  este  punto  corresponde  la  ma- 
yor anchura  de  la  clámide.  La  idea  sistemática  acerca 
de  la  forma  del  manto  de  la  tierra  habitada  está,  al  pa- 
recer, geográficamente  bastante  justificada,  porque  el 
máximum  de  anchura  corresponde,  en  efecto,  entre  los 
meridianos  de  Rodas  y  de  Artemita  en  Babilonia.  En- 
cuentro que  en  la  Edad  Media  se  vio  hasta  los  broches 
(fíbulas)  de  la  clámide  (1). 

La  discusión  acerca  de  la  clámide  y  de  la  anchura  de 
la  tierra  habitada  en  el  meridiano  de  Artemita  ó  de  la 


(1)  Omnis  térra  quamvis  ab  Océano  tamquam  ingens  quae- 
dam  ínsula  cireumvallatur,  habitabilis  tamen  non  undique 
globea  est:  cum  utrumque  ad  solis  semitam  altius  erecta  cali- 
ginosse  cujuFdam  nubéculas  (ut  inquit  Anthonius  Veronensis), 
speclem  praestet,  clamydisque  formamprae  se  fert,  inquit  Strabo 
in  tertio:  quoniam  duas  fíbulas  versus  arcton  habere  conspici- 
tur,  quae  si  coirent  clamydis  figurarent  speciem.  Cosmographia, 
en  la  Manuductio  in  tabulas  Ptholomei,  oomposita  per  Laur, 
Corvinum  Basil.,  1496,  fol.  10,  a.}j 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  323 


desembocadura  del  mar  Hircano-Caspiano ,  termina 
comparando  la  parte  boreal  de  Asia  con  un  cuchillo; 
comparación  que  recuerda  las  de  hojas  de  plátano  6  piel 
de  pantera,  tan  comunes  entre  los  geógrafos  griegos, 
y  que  ha  parecido  ininteligible  á  los  traductores  mo- 
dernos (1);  pero,  según  opina  Mr.  Boeckh,  observó  Es- 
trabón  la  configuración  del  segmento  de  tierra  com- 
prendido entre  el  mar  Glacial  y  la  cordillera  del  Tauro 
que,  con  los  nombres  sucesivos  de  Cáucaso  (de  Alejan- 
dro), de  Imaüs,  de  Emodus,  de  Ottorocorras  y  de  Mon- 
tañas de  Seres,  suponíase  cruzaba  toda  el  Asia  de  Oeste 
á  Este  hasta  el  mar  Oriental  {Eoum  pelagus)',  compara 
este  segmento  con  la  forma  de  un  cuchillo ,  cuyo  lomo 
encorvado  lo  representa  la  costa  del  mar  Boreal  y  el  filo 
la  cordillera  del  Tauro,  que  se  prolonga  en  linea  recta. 

Si  con  este  motivo  cito  al  erudito  é  ingenioso  filólogo, 
colega  mío  en  la  Academia,  es  para  ofrecerle  al  mismo 
tiempo  el  testimonio  de  mi  mayor  reconocimiento  por  el 
cuidado  con  que  rectifica  las  traducciones  latinas  de  mu- 
chos textos  de  Aristóteles  y  de  Estrabón  (por  Joannes 
Agyropoulos ,  Budée,  Vatable  y  Xylandro),  como  tam- 
bién por  los  consejos  que  tuvo  la  bondad  de  darme 
«uando  sometí  á  su  examen  trabajos  que  me  han  ocu- 
pado tantos  años.  Mencionar  este  auxilio  de  la  crítica 
y  de  la  amistad,  no  es  hacer  á  Mr.  Boeckh  responsable 
de  las  apreciaciones,  muchas  veces  vagas  y  atrevidas, 
que  pueda  contener  mi  obra. 


(1)  Dü  Theil,  t.  IV,  parte  i.,  pág.  295. 


324  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

EsTRABÓN,  lib.  pág.  161,  Alm: 

«Sospecha  también  Posidonio  que  la  longitud  de  la 
tierra  habitada  mide  al  pie  de  70.000  estadios,  que 
viene  á  ser,  en  lo  que  se  toma,  la  mitad  del  círculo  entero. 
Asi,  dice,  navegando  desde  el  Occidente  con  viento  de 
Levante,  encontrarás  otro  tanto  espacio  hasta  las  In- 
dias.» 

Siendo  el  perímetro  equinoccial  supuesto  por  Posido- 
nio de  180.000  estadios,  el  perímetro  del  paralelo  de  36** 
(<rdel  en  que  se  ha  tomado  la  medida  de  la  tierra  habi- 
tada») es  necesariamente  de  145.600  estadios  (Gosse- 
llin  en  la  traducción  de  Estrabón,  t.  i,  pág.  270^ 
nota  1.^),  de  los  cuales  70.000  estadios  ó  la  mayor  ex- 
tensión del  o{)toujjiiu7)  de  Este  á  Oeste  son,  en  efecto,  pró- 
ximamente la  mitad.  Estrabón  no  emplea  mucha  exac- 
titud en  la  reducción  de  los  perímetros  pertenecientes  á 
diferentes  latitudes. 

Es  difícil  comprender  por  que  los  comentadores  han 
querido  sustituir  ^¿{pupo<;  á  eúpo;  y  hacer  navegar  desde 
Iberia  á  la  India  con  un  viento  continuo  del  Oeste.  Las 
palabras  tó  xt)?  Suaeío^,  en  el  texto  cuya  traducción  cito, 
designan  el  punto  de  partida,  y  «ese  viento  continuo  del 
Este»  casi  recuerda  los  vientos  alisios  de  un  paralela 
más  meridional. 


Séneca,  Cuestiones  Natwales,  Prefacio: 
«¡Cuan  mezquinas  juzga  las  proporciones  de  su  do- 
micilio terrestre  1  ¿Cuánto  es,  en  efecto,  el  espacio  que 
media  entre  las  últimas  costas  de  España  y  la  India? 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  325 

Poquísimos  días  de  navegación,  si  el  viento  impulsa  la 
nave.» 

A  primera  vista  parece  que  este  párrafo  alude  á  los 
de  Aristóteles,  De  Coelo,  ii,  14,  y  de  Estrabón ,  i,  pá- 
gina 113,  Alm.;  pág.  64,  Cas.;  pero  la  analogía  sólo  se 
refiere  al  camino  por  donde  se  puede  navegar  desde 
Iberia  á  la  India.  Colón,  en  su  carta  á  la  reina  Isabel, 
fechada  en  1498,  confunde  todos  los  textos  de  los  auto- 
res antiguos  para  apoyar  su  opinión  de  que  los  mares 
eran  poco  extensos. 

«El  Aristótel  dice  que  este  mundo  es  pequeño  y  es 
«1  agua  muy  poca,  y  que  fácilmente  se  puede  pasar  de 
España  á  las  Indias,  y  esto  confirma  Avenruyz  (Ave- 
rrolies)  y  le  alega  el  cardenal  Pedro  de  Aliaco ,  autori- 
zando esté  decir  y  aquel  de  Se'neca,  el  cual  conforma  con 
éstos,  diciendo  que  Aristóteles  pudo  saber  muchos  se- 
cretos del  mundo  á  causa  de  Alejandro  Magno,  y  Sé- 
neca á  causa  de  César  Ñero.»  Mas  ¿por  qué  inadver- 
tencia pudo  Séneca,  autor  tan  grave  y  tan  cuidadoso 
del  estilo,  escribir paucisstmorum  dierum  spatio?  He  aquí 
una  cuestión  difícil  de  resolver.  Recordando  lo  que  precede 
«n  el  prólogo  de  las  Qucestiones  naturales^  se  reconoce 
que  Séneca  ha  querido  presentar  el  ejemplo  de  una  cor- 
tísima extensión.  La  tendencia  moral  característica  del 
estoico  ecléctico,  que  vivía  en  tiempos  siniestros,  ex- 
plica por  qué  insiste  en  el  contraste  entre  la  pequenez  de 
esta  tierra,  «punctum  (1)  «istud  in  quo  bellatis,  in  quo 


(1)  Pacece  que  Plinio  recordó  este  pasaje  de  Séneca,  cuando 
dijo:  ((Hae  tot  portiones  tense,  imo  vero  ,  ut  plures  tradidere, 
mundi  punctus,  ñeque  enim  est  aliud  térra  in  universo.  Haec 
•est  materia  glorias  nostrae;  hic  exercemus  imperia,  hic  instaura- 


326  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

regna  disponitis»,  y  la  grandeza  de  los  espacios  inter- 
planetarios, «sursum  ingentia  spatia  sunt,  in  quorum 
possessionem  animus  admittituD).  Cuando  el  hombre, 
espectador  curioso  del  universo,  ha  contemplado  el  curso 
majestuoso  de  los  astros  y  «esa  región  del  cielo  que 
ofrece  á  Saturno  (velocissimo  sideri)  un  camino  de 
treinta  años»,  al  volver  la  vista  hacia  la  tierra,  desprecia 
la  pequenez  de  su  estrecho  domicilio.  ¿Cuánto  hay  desde 
las  últimas  costas  de  España  hasta  la  India?  El  espacio 
de  muy  pocos  días,  si  el  viento  es  favorable  al  barco. 

Mr.  Ruhkopf,  en  sus  Adnotationes  ad  Qucest  natur. 
Sen.  Op.,  t.  V,  pág.  Jl),  sostiene  que  la  India  de  Sé- 
neca son  las  islas  Canarias,  porque,  según  Ptolomeo, 
dice  Ruhkopf,  la  India  oriental  se  aproxima  al  África 
occidental  (?),  no  estando  separados  ambos  países  por 
grande  extensión  de  mar,  ni,  por  consecuencia,  muy  ale- 
jadas las  islas  Canarias  de  la  India.  Difícil  es  coger  el 
hilo  de  este  razonamiento,  y  en  la  geografía  de  Ptolo- 
meo  no  conozco  absolutamente  nada  que  justifique  la 
supuesta  aproximación  entre  la  India  y  las  Islas  Afortu- 
nadas. La  tierra  desconocida,  ligada  á  la  Península  de 
Catigara,  se  une  «al  cabo  Prasum,  al  promontorio 
Rhapta  y  á  la  parte  austral  de  Azania» ,  y  encerrando 
la  cuenca  del  mar  Erythreo,  ninguna  relación  tiene  con 
la  costa  occidental  de  la  Libia.  Ptolomeo  habla  tres  ve- 
ces de  esta  cuenca  cerrada  y  de  la  existencia  de   esta 


mus  bella  ci villa,  etc.»  Pero  estos  filósofos  del  primer  siglo  de 
los  Césares,  generalmente  estoicos,  predicadores  también  del 
panteísmo,  cuando  era  á  propósito  para  la  elocuencia  de  los 
retóricos  (Plinio,  ii,  i,  4,  7),  presentan  una  monotonía  de  for- 
mas en  sus  tratados  de  filosofía  moral  que  sólo  han  sabido  so- 
brepujar nuestros  teólogos. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  327 

tierra  desconocida  (lib.  iv,  cap.  9  y  lib.  vii,  caps.  3  y  5), 
siempre  que  menciona  el  mar  de  la  India  (lib.  iv ,  ca- 
pítulo 8;  lib.  VI,  cap.  5;  lib.  vii,  cap.  2)  y  no  designa  los 
limites. 

Además,  no  hay  prueba  alguna  de  que  la  hipótesis  de  la 
escuela  de  Alejandría  acerca  de  la  contigüidad  del  África 
al  Sur  del  cabo  Prasum  con  Catigara  sea  de  Hipparco, 
y,  en  general,  anterior  á  Séneca,  que  vivió  más  de  un 
siglo  antes  que  Marino  de  Tyro  y  Ptolomeo.  La  expli- 
cación que  del  pasaje  de  Séneca  da  Mr.  Euhkopf  es,  por 
tanto,  inadmisible,  y  debe  creerse  que  el  filósofo  de  la 
corte  de  Nerón  presentaba  á  veces  sus  ideas  algo  exa- 
geradas, como  frecuentemente  apela  á  la  hinchazón  y  al 
énfasis  en  la  forma  de  expresarse. 


Séneca,  Medea,  act.  ii,  v.  371  et  seq.  Chorus  in  fine, 
página  281 : 

«Nil,  qua  fuerat  sede,  reliquit 
Pervius  orbis. 

Indus  gelidum  potat  Araxem: 
Albim  Persas,  Khenumque  bibunt. 
Venient  annis  saecula  seiis 
Quibus  Oceanus  vincula  rerum 
Laxet,  et  ingens  pateat  tellus, 
Tethysque  novos  detegat  orbes, 
Neo  sit  terris  ultima  Thule.» 

«En  este  orbe  accesible,  nada  permanece  donde  es- 
tuvo; el  indio  bebe  el  agua  del  helado  Araxe,  los  Persas 
las  del  Elba  y  el  Rhin.  Vendrán  siglos  en  que  el  Océano 


328  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

abrirá  sus  barreras  y  aparecerán  nuevas  tierras;  Tetis 
descubrirá  nuevos  orbes,  y  no  será  Thule  la  última 
tierra.» 

Este  es  el  pasaje  tantas  veces  citado  por  Cristóbal 
Colón,  Pedro  Mártir  de  Angbiera,  Oviedo  y  Herrera. 
Es  inútil  discutir  aquí,  como  lo  hizo  Fernando  Colón, 
quién  sea  el  verdadero  autor  de  Medea  (1),  porque  un 
texto  de  Quintiliano  {Inst.  Orat.,  ix,  2,  §  9)  la  adjudica 
terminantemente,  según  parece,  al  filósofo  preceptor  de 
Nerón,  L.  Annaeus  Séneca,  y  un  rasgo  satírico  de  Tá- 


(1)  Por  lo  frecuente  que  es  confundir  al  célebre  filósofo 
L.  Annaeus  Séneca  con  su  padre,  M.  Annaeus,  esposo  de  Helvia, 
y  á  quien  erróneamente  han  sido  atribuidas  las  tragedias,  los 
profesores  de  Salamanca,  en  las  famosas  polémicas  con  Cristó- 
bal Colón  en  1487,  de  que  antes  hablamos,  le  objetaban  «que  la 
extensión  del  Océano  era  infinita,  como  lo  probaba  el  filósofo 
Séneca».  En  este  argumento  de  los  catedráticos  de  Salamanca 
no  hay  más  que  un  error  de  persona:  quisieron  hablar  del 
retórico  M,  Annasus  Séneca,  que  vivió  en  tiempo  de  Augusto  en 
Boma,  y  trata  en  las  SuasoricB  (i,  i)  esta  tesis:  ¿Se  embaicará 
Alejandro  en  el  Océano,  estando  la  India  á  la  extremidad  del 
mundo,  más  allá  de  la  cual  comienza  la  noche  eterna?  Voss 
{Xleine  Schriften,  t.  II,  pág.  241).  La  frase  que  emplea  Fer- 
nando Colón,  en  la  Vida  del  Almirante  (cap.  xi),  de  que  los 
profesores  se  fundaban  en  la  autoridad  de  Séneca,  quien  ase- 
gura, por  vía  de  cuestión,  que  en  tres  años  no  se  llegarla  al  fin 
de  Levante,  denota  las  Suasorice,  las  ficticias  discusiones  de  los 
retóricos.  En  el  texto  no  se  habla  de  los  tres  años;  se  afirma 
«ultra  Oceanum  rursus  alia  littora,  alium  nasci  orbem,  nec  us- 
quam  naturam  rerum  desinere,  sed  simper  usde  ubi  desisse  vi- 
deatur ,  novam  exurgere» ;  pero  el  autor  deduce,  después  de 
largas  y  fútiles  digresiones,  que  Alejandro  no  debe  embarcarse 
para  buscar  otro  mundo.  Idéntica  deducción  hacía  la  Facultad 
de  Salamanca  en  1487,  procurando,  por  medio  de  doctos  argu- 
mentos, impedir  el  descubrimiento  de  América. 


DESCUBRIMIENTO  DE   AMÉRICA.  329 

cito  (1)  indica  además  «que  el  preceptor  componía  con 
frecuencia  versos,  desde  que  se  aficionó  á  ellos  el  discí- 
pulo». Lo  que  aquí  importa  es  fijarse  en  la  relación  de 
las  ideas  que  conducen  al  poeta  á  hacer  la  profecía,  por 
cierto  bastante  vaga,  a  de  las  nuevas  tierras»  que  serán 
descubiertas  en  los  siglos  venideros;  profecía  que,  según 
el  geógrafo  Ortelio,  se  aplicaba  a  América,  con  tanto 
más  motivo,  cuanto  que  Séneca  había  nacido  en  Iberia. 

Comienza  el  coro  celebrando  el  valor  de  los  navegan- 
tes {Audax  nimium,  qui  freta  primus,  etc.)  en  una  época 
en  que  ni  se  guiaban  por  los  astros,  ni  los  vientos  tenían 
aún  nombres  especiales;  pero  desde  que  los  Argonautas 
hicieron  su  gloriosa  expedición,  la  mar  está  abierta  por 
todas  partes  y  no  se  necesita  el  navio  Argos,  construido 
por  mano  de  Minerva.  Cualquier  barco  recorre  la  alta 
mar;  el  mundo  entero  llega  á  ser  de  acceso  fácil  (per- 
meable, pervius  orbis).  El  Indio  llega  hasta  el  helado 
Araxes  (sin  duda  el  de  Herodoto,  i,  201,  t.  v,  pági- 
nas 200-204,  Schwigh,  que  forma  el  límite  de  Persia  y 
del  país  de  los  Massagetas,  es  decir,  el  laxantes  ó  Sir 
Daría),  el  Persa  bebe  las  aguas  del  Elba  y  del  Rhin. 

En  este  cuadro  de  las  comunicaciones  de  los  pueblos, 
sobradamente  magnífico,  aun  para  el  reinado  de  Nerón, 
el  poeta,  siguiendo  la  costumbre  de  los  griegos,  presta 
los  conocimientos  de  su  época  á  los  tiempos  de  Medea. 
La  idea  del  contraste  entre  las  primitivas  y  tímidas  na- 
vegaciones {sua  quisque  piger  littora  tangens),  y  esta  co- 
municación rápida  desde  la  India  hasta  las  orillas  del 


(1)  Objiciebant  etiam  eloquentiae  laudem  uní  sibi  adsiscere 
•et  carmina  crebrius  factitare,  postquam  Neroni  amor  eorum 
venisset.  (Ann.,  xiv,  52.) 


230  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

Rhin,  conduce  á  la  profecía  que  termina  el  coro.  «Cuan- 
do el  Océano  haya  roto  los  lazos  (vincula  rerum)  con 
que  sujeta,  según  la  Geografía  homérica,  el  orbe  terres- 
tre (1),  y  este  orbe  quede  libre  á  toda  comunicación  (ingens 
pateat  tellus),  entonces,  en  los  siglos  futuros,  Thetis  des- 
cubrirá las  nuevas  tierras  {novos  detegat  orbes),  y  no  será 
Thule  el  punto  más  lejano  del  mundo  conocido». 

La  elevación  del  estilo  y  el  tono  patético  de  la  inspira- 
ción han  dado  á  las  últimas  frases  del  coro  una  impor- 
tancia que  profecía  tan  vaga  y  desprovista  de  todo  color 
local  jamás  tuviera,  si  hubiese  revestido  la  forma  sen- 
cilla de  una  conjetura  geográfica.  Cuando  Estrabón  nos 
dice  (i,  pág.  113  Alm.;  pág.  64  Cas.)  que  en  el  Océano 
Atlántico,  en  la  parte  del  hemisferio  boreal  que  no 
está  ocupada  por  nuestra  tierra  habitada,  podría  muy 
bien  existir  otro  obcou^xiuif)  y  aun  muchos,  sobre  todo  en 
el  paralelo  de  Tinas,  que  es  el  de  la  mayor  extensión 
continental  de  Europa  y  de  Asia,  profetiza,  es  decir^ 
adivina  (así  me  parece)  por  modo  mucho  más  feliz  el 
descubrimiento  de  América  y  de  las  islas  del  mar 
del  Sur. 

El  rápido  desarrollo  de  la  navegación  de  Myos  Hor- 
mos  en  las  orillas  del  mar  Rojo,  hacia  las  costas  de  la 
India,  desde  la  conquista  de  Egipto  por  los  romanos 
(Estrabón,  ii,  pág.  179  Alm.;  pág.  118  Cas.);  los  des- 
cubrimientos más  allá  de  las  Islas  Británicas,  y  en  ge- 
neral hacia  el  Norte;  acaso  también  algunas  expediciones 
militares  de  los  romanos  al  interior  de  África,  enarde- 


(1)  ((Oceanus  térras  velut  vinculum  circumfluít.))  (M.  Ann. 
Séneca,  Suas.  i,  pág.  5,  ed.  Bip.) 


DESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  331 

cieron  la  imaginación  de  Séneca  (1),  y  el  coro  que  aca- 
bamos de  analizar  no  parece  imitado  de  alguna  de  las 
numerosas  tragedias  del  mismo  título  de  Neophrón  de 
Sicyonio,  de  Herillo  <5  de  Philisco,  ninguna  de  las  cuales 
ha  llegado  á  nosotros. 

Acaso  la  rápida  celebridad  de  este  pasaje  do  la  Medea, 
desde  que  se  aplicó  al  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo, 
dio  ocasión  á  una  superchería  de  anticuario  que  sólo  co- 
nocemos por  la  narración  del  geógrafo  Ortelio  (2).  En 
1508  ocurrió  á  un  portugués,  vecino  de  una  aldea  cerca 
del  cabo  de  la  Kocca,  hacer  grabar  en  una  losa  estos 
malos  é  ininteligibles  versos : 

Volventur  saxa  litteris  et  ordene  rectis, 
Cura  videas  Occidens,  Orientis  opes. 
Ganges,  Indus,  Tigris,  erit  mirabile  visu, 
Merces  commutabit  suas  uterque  sibi. 

La  losa  fué  enterrada  hasta  que  se  comprendió  que  la 
humedad  había  atacado  la  superficie;  desenterrada  des- 
pués, mostrada  á  los  curiosos  y  descrita  por  los  entu- 
siastas como  inscripción  sibilina.  El  jurisconsulto  César 
Orlando  descubrió  el  fraude,  y  Resende  lo  denunció  en 
las  Antiquitates  Lusitantce. 

Después  de  la  supuesta  profecía  de  Séneca,  lo  que 
más  preocupaba  á  los  autores  españoles  en  la  época  del 
descubrimiento  de  América  era  la  gran  catástrofe  de  la 
Atlántida  de  Solón.  Cierto   es  que  no  recuerdo   haber 


(1)  Es  perfectamente  inútil  hacer  viajar  á  Séneca,  ni  aun 
como  lo  supone  Gronovius,  desde  Egipto  á  la  India.  (L.  Ann* 
Sen.,  Medea  et  Troades,  ed.  Ang.  MattMoe^  1828 ,  páginas  14, 
19,92. 

(2)  Ortelii.  Teatr.  orbis  terr.,  1601  (in  art.  Nov.  Orbis). 


332  ALEJANDRO   DE  HÜMBOLDT. 

encontrado  cita  alguna  de  la  Atlántida  en  las  cartas  de 
Cristóbal  Colón  ó  en  los  fragmentos  de  su  Tratado  de 
la  conquista  del  Santo  Sepulcro;  pero  su  hijo  habla  de  la 
Isla  Atlántica,  confundiéndola,  según  manifesté  antes, 
con  la  isla  Atalante,  frente  á  la  Eubea  que,  por  las  na- 
rraciones de  Tucídides  (1),  de  Séneca  y  de  Estrabón  sa- 
bemos que  la  destruyeron  los  terremotos,  hacia  la  Olim- 
piada 88. 


(1)  Thucydides  ait  (III,  89),  circa  Peloponnesiaci  belli  tem- 
pus  (anno  sexto)  Atalantam  insulam  aut  totam  aut  certe 
máxima  ex  parte  suppresam.  Nat.  Quasst.,  vi,  24.  Véase  también 
ESTEABÓN,  lib.  i,  pág.  105,  Alm;  pág.  61,  Cas.  Esta  gran  re- 
volución física  coincide,  con  diferencia  de  un  año,  con  la  tercera 
erupción  del  Etna  de  que  hace  mención  la  historia,  después  del 
establecimiento  de  los  griegos  en  Sicilia ,  es  decir,  desde  la  pri- 
mera fundación  de  Siracusa,  01.  5,  4,  según  la  crónica  de  Paros 
(BoECKH.  Corjp.  Inser.  Grcec,  t.  ii.  pág.  335).  Los  terremotos 
del  mar  Egeo  ¿preludiaron  la  erupción  del  Etna,  á  pesar  de 
la  diferencia  de  los  dos  sistemas  de  acción,  de  igual  manera 
que  hemos  visto  la  relación  entre  los  movimientos  subterráneos 
de  las  Azores,  la  Luisiana  y  la  costa  de  Caracas?  {Relat.  h-ist., 
t.  II,  págs.  4-21.)  No  Homero,  sino  Hesiodo  conocía  el  nom- 
bre del  Etna,  si  es  cierto  que  la  palabra  Airviq  estaba  realmente 
en  el  texto  de  Hesiodo  y  que  Eratósthenes  no  interpretó  al 
poeta  {Teogonia,  v.  860),  por  conjeturas.  En  el  reinado  de  Hierón 
hubo  una  erupción  (01.  75,  2)  grandísima  que  motivó  las  des- 
cripciones de  Píndaro  y  de  Esquilo.  Refiere  Diodoro  (v.  6)  que 
mucho  tiempo  antes  de  la  guerra  de  Troya,  los  Sicarios,  habitan- 
tes primitivos  de  la  parte  oriental  de  Sicilia,  y  por  tanto,  ante- 
riores á  los  Sículos,  se  vieron  obligados,  por  las  erupciones  del 
Etna,  que  duraron  muchos  años,  á  refugiarse  en  las  partes  occi- 
dentales de  la  isla.  Tucídides  llama  tercera  erupción  á  la  de  la 
OÍ.  88,  3  (lib.  III,  116).  Es  probable  que  Hesiodo  conociera  el 
Etna  por  los  fenómenos  volcánicos  anteriores  al  estableci- 
miento de  las  colonias  griegas. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  333 

Herrera  dice  que  se  intentó  tomar  la  Atlántida  de  Pla- 
tón por  una  de  las  Antillas  de  Barlovento  para  amenguar 
la  gloria  del  descubrimiento  del  Almirante.  Por  mi  parte, 
no  he  de  promover  de  nuevo  una  cuestión  geológica  tan 
fastidiosamente  rebatida.  Los  problemas  de  la  geografía 
mítica  de  los  Helenos  no  pueden  ser  tratados  con  arreglo 
á  los  mismos  principios  que  los  problemas  de  la  geogra- 
fía positiva,  puesto  que  se  presentan  como  imágenes 
veladas  de  contornos  indeterminados.  Lo  que  Platón 
hizo  (1)  para  fijar  estos  contornos  y  agrandar  las  imá- 
genes, aplicándoles  las  ideas  de  una  teogonia  y  de  una 


(1)  TiM^üS,vol.  III,  págs.  20-25;  Critias,  págs.  109-121 
(Platón,  t.  IX,  págs.  287-297;  t.x,  págs.  39-66,  ed.  Bip).  De  estas 
dos  obras  de  la  vejez  de  Platón  el  último  diálogo  no  está  ter- 
minado (véase  también  EstrabÓn,  ii,  pág.  160,  Alm.;  pág.  102, 
Cas.) ;  según  testimonio  de  Posidonio,  no  de  Polibio,  como  se  ha 
dicho  en  una  obra  llena  de  exactas  investigaciones,  HoPF, 
Gesch.  der  natürl  Verand,  der  Erdolerfl,  1. 1,  pág.  169:  «Posi- 
donio encuentra  más  atinado  adoptar  la  tradición  (de  los  sacer- 
dotes egipcios)  que  decir  de  este  país  lo  que  se  dijo  del  atrin- 
cheramiento de  Homero:  quien  lo  ha  imaginado  lo  habrá  hecho 
desaparecer.))  La  muralla  que  debía  poner  á  cubierto  el  campo 
de  los  griegos,  «probablemente  no  existió  jamás  (EstrabÓn, 
XIII,  pág.  893,  Alm.;  pág.  598,  Cas.)  y  no  debe  su  destrucción, 
como  Aristóteles  dice,  á  la  imaginación  de  Homero»;  Platón 
figura  el  país  de  la  Atlántida  un  país  de  elefantes  en  el  cual 
hasta  se  encuentran  los  nombres  de  las  lenguas  semíticas,  por- 
que un  hermano  de  Atlas  se  llama  (( Gadeiros,  lo  que  en  griego 
quiere  decir  Húmelos)),  rico  en  ganados.  Sabemos,  sin  embargo, 
por  un  fragmento  de  Salustio  {Nunnes  adMelam.,  pág.  525), 
por  Plinio  (IV,  36),  Dionisio  el  Periegetes,  y  sobre  todo  por 
Avieno  {Ora  mar.,  v.  267),  quien  se  alaba  con  frecuencia  de  estas 
noticias  tomadas  de  Himilcón,  que  Gaddir  ó  Gadeira  es  una 
raíz  púnica  (Punicorum  lingua  conseptum  locum  Gaddir  voca- 
bant.  PoET^  Lat.  Mim.,  t.  v,  pág.  1212,  ed.  Wernsd). 


334  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

política  más  modernas,  sacó  el  mito  de  la  Atlántida  del 
ciclo  primitivo  de  las  tradiciones,  á  las  cuales  pertenece 
el  Gran  Continente  Saturniano  (Plutarco,  Defacie  in 
orbe  lunce,  p.  941,  2),  la  isla  encantada,  en  la  que  Bria- 
reo  vela  junto  á  Saturno  dormido,  y  la  Meropis  de  Theo- 
pompo.  Lo  que  importa  recordar  aquí  es  la  relación  his- 
tórica del  mito  de  la  Atlántida,  con  Solón.  En  su  expre- 
sión más  sencilla,  designa  el  mito  la  época  de  «una  guerra 
de  pueblos  que  vivían  fuera  de  las  Columnas  de  He'rcules 
contra  los  que  están  al  Este»  (Crit.,  p.  108).  Es,  pues, 
una  irrupción  que  procedía  del  Oeste. 

En  la  tierra  Meropida  (1)  de  Theopompo  y  en  la 
tierra  Saturniana  de  Plutarco  vemos,  como  en  la  Atlán- 
tida, un  continente  en  cuya  comparación  nuestro  oixoujxívt; 
forma  una  pequeña  isla.  La  destrucción  de  la  Atlántida, 
á  causa  de  los  terrremotos ,  relaciónase  con  la  antigua 
tradición  de  la  Lyctonia,  mito  geológico  que  se  refiere  á 
la  cuenca  del  Mediterráneo,  desde  la  isla  de  Chipre  y  la 
Eubea,  hasta  Córcega,  y  que  acaso  en  tiempos  recientes, 
pero  á  imitación  de  la  sabia  escuela  de  Alejandría,  sirvió 
para  formar  sistemas  geológicos,  por  las  tradiciones  pri- 
mitivas de  los  Helenos,  y  fué  celebrado  en  las  Argonáu- 
ticas  del  falso  Orfeo  (276).  Este  mito  de  la  Lyctonia, 
muy  antiguo  por  cierto,  que  indicaba  un  peligro,  una 
amenaza  al  continente  y  á  las  islas  griegas  que  los  Atlan- 
tes quieren  conquistar,  ¿sería  poco  á  poco  transportado 
al  Oeste,  más  allá  de  las  Columnas? 


(1)  Este  nombre  de  Meropis,  relacionado  con  el  del  titán 
Atlas,  ¿aludía  á  la  única  de  sus;hijas,  unida  á  un  mortal  y  que, 
en  las  Pléyades  permanecía  velada  (obscurecida),  casi  oculta  á 
las  miradas  de  los  hombres?  (Apollod.,  Bihl.,  iii,  10, 1,  pág.  83, 
ed.  Heyne.) 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  335 

Es  también  muy  notable  que,  entre  todos  los  mitos  cos- 
mológicos que  acabamos  de  citar ,  la  Lyctonia  y  la  At- 
lántida  sean  los  únicos  que,  bajo  el  imperio  de  Neptuno, 
cuyo  tridente  hace  temblar  la  tierra,  queden  destruidos  á 
causa  de  grandes  catástrofes.  Los  continentes  Saturnia- 
nos  no  presentan  esta  particularidad ,  y  por  ello  mismo 
la  Atlántida,  á  pesar  de  su  origen  problablemente  egip- 
cio y  extraño  á  Grecia,  páreceme  reflejo  de  la  Lyctonia. 
Los  grandes  trastornos  geológicos  ó,  si  se  quiere,  la 
creencia  en  ellos,  que  ocasionaba  el  aspecto  de  la  superfi- 
cie del  globo,  las  penínsulas,  la  posición  relativa  de  las 
islas  y  la  articulación  de  los  continentes,  debían  preocu- 
par los  ánimos  en  todos  las  costas  del  Mediterráneo,  aun 
en  Egipto,  que,  como  suponían  los  sacerdotes,  estaba  me- 
nos expuesto  que  cualquier  otro  país  á  que  las  revolucio- 
nes físicas ,  bruscas  y  parciales ,  interrumpieran  el  orden 
regular  de  los  fenómenos  periódicos. 

La  libertad  extrema  (1)  con  que  Platón,  especial- 
mente en  el  Crítias,  trata  el  asunto  de  la  Atlántida,  ha 
hecho,  naturalmente,  dudoso  el  relacionar  este  mito  con 
Solón.  Platón  estaba  emparentado  con  la  familia  de  este 
legislador ,  y  á  la  vez  con  la  de  Critias.  El  bisabuelo  de 
éste,  á  quien  hace  figurar  en  los  diálogos,  llamábase 
Dropides,  y  era  amigo  íntimo  de  Solón,  que  le  ha  citado 
en  sus  versos.  El  relato  de  Platón  ofrecería  menos  difi- 
cultad cronológica,  dado  el  intervalo  de  doscientos  diez 
años  entre  la  vejez  de  Solón  y  la  de  Platón ,  durante  el 
cual  se  sucedieron  tres  generaciones  de  la  descendencia  de 
Dropides,  si  por  una  alteración,  sin  duda  censurable,  del 


(1)  En  el  mismo  diálogo  se  dan  distintas  dimensiones  á 
Atlántida.  (Crit,,  págs.  108-118.) 


336  ALEJANDRO  DE   HÜMBOLDT. 

texto,  fuese  éste  y  no  Solón  quien  refiriese  á  Critias, 
abuela  del  interlocutor,  lo  que  había  sabido  por  Solón  de 
la  catástrofe  de  la  Atlántida.  Este  Critias,  hijo  de  Dro- 
pides,  contando  noventa  años  (cuando  el  interlocutor 
sólo  tenía  diez),  excitado  por  un  concurso  de  jóvenes^ 
que  cantaban  los  Tersos  de  Solón ,  empezó  á  narrar  la 
historia  de  los  Atlantes ,  tal  y  como  se  expone  en  los 
dos  diálogos  del  Timeo  y  del  Critias.  Además  se  hace 
decir  á  Critias ,  el  interlocutor ,  que  conservaba  las  no- 
tas de  Solón ,  en  las  cuales  discutía  éste  los  nombres 
propios  traducidos  por  él ,  del  egipcio  al  griego ,  y  que 
quería  poner  en  su  poema.  Para  dar  más  importancia  á 
su  relato  hubiera  podido  Platón  referir  todos  estos  he- 
chos en  una  novela  histórica,  favoreciendo  su  parentesco 
con  Solón  la  verosimilitud  de  la  fábula. 

Recientemente  se  ha  renovado  la  suposición  (1)  de 
que  el  mito  de  la  Atlántida  no  lo  tomó  Platón  de  Solón, 
sino  que  lo  supo  durante  su  viaje  á  Egipto.  Plutarco,  en 
su  Vida  de  Solón,  devuelve,  al  parecer,  al  gran  legislador 
de  Atenas  el  poema  cuya  existencia  se  pone  en  duda,  y  se 
o  devolvería  con  irrecusable  certidumbre,  de  no  modifi- 
car sus  ideas,  como  las  modificó,  en  v  ista  de  los  diálogos 
de  Platón.  El  biógrafo  nos  dice,  en  efecto,  que  Solón 
«conferenció  con  los  sacerdotes  Psenophis  y  Sonchis  de 
Heliópolis  y  de  Sais,  de  quienes  supo  el  mito  de  la  At- 
lántida que  intentó,  como  afirma  Platón,  poner  en  verso 


(1)  Véase  Kleine,  Qucsst,  qucedan  de  Solonis  vita  et  frag- 
mentís.  Duisb,,  1832,  pág.  8.  Por  otra  parte,  M.  Bach  {Solonis 
Athen.  carmina  quce  supersunt,  Bonnas  ad  Rhen,  825,  pági- 
nas 35-56  y  113)  cree  que  la  familia  de  Platón  conservó,  no 
como  tradición,  sino  como  poema,  un  escrito  designado  con  las 
palabras  Xó-^o;  ATXavTtxó?. 


DESCUBRIMIENTO    PE  AMÉRICA.  337 

y  publicar  en  Grecia».  Al  final  de  esta  biografía  añade 
«que  Solón  no  terminó  su  poema,  cuya  extensión  le 
amedrentaba,  por  haber  llegado  á  la  vejez,  y  no  por  ocu- 
paciones políticas,  como  Platón  supone».  Esta  rectifica- 
ción á  lo  que  Platón  afirma  {Tim.,  vol.  iii,  p.  21)  y  los 
nombres  de  dos  sacerdotes  egipcios  (1),  que  los  diálogos 
no  mencionan,  indican,  en  mi  opinión,  que  Plutarco,  á 
pesar  de  ser  tan  lejana  la  época,  se  inspiraba  en  fuentes 
que  nos  son  desconocidas.  También  M.  "Letronne,  en 
su  juicioso  Ensayo  sobre  las  ideas  cosmográficas  rela- 
cionadas con  el  nombre  de  Atlas,  1831,  dice  expresa- 
mente: «La  fábula  de  Atlántidaque  Platón  cuenta  y  am- 
plifica sin  duda  en  el  Timeo  y  el  Crttias,  fué  tomada  de 
un  poema  mythico  político  que  Solón  compuso  al  fin  de 
su  vida,  para  despertar  el  valor  y  el  patriotismo  de  los 
Atenienses  y,  con  objeto  de  darla  mayor  crédito,  supuso 
que  los  sacerdotes  de  Sais  eran  los  autores  del  primitivo 
relato.  Solón  murió  en  el  año  559,  antes  de  nuestra  era, 
y  su  poema  debió  ser  compuesto  entre  570  y  560,  unos 
setenta  años  después  del  viaje  de  Colseus  de  Samos, 
y  más  de  doscientos  años  antes  de  la  redacción  del 
Critiasy>. 


(1)  Plinio,  vi,  31,  conoce,  además  de  la  gran  Atlántida  de 
Solón,  otra  isla  pequeña  de  igual  nombré,  á  cinco  días  de  nave- 
gación del  Hespérion  Ceras  (Cabo  Non  ?  Gossellin,  Rech., 
t.  I,  pág.  145).  Esta  última  pudiera  ser  muy  bien  una  de  las 
siete  islas  de  las  J^tiópicas  de  Marcelo  y  pertenecer  á  las  Cana- 
rias. También  M.  Heeren  reconoce  en  la  isla  «herbarum  abun- 
dans  atque  Saturno  sacra»  de  Aviene  {Ora  mar.,  v.  165)  isla 
cuyo  suelo  está  trastornado  por  espantosos  terremotos,  mientras 
la  mar  inmediata  permanece  tranquila,  el  volcán  de  Tenerife. 
Ideen  üher  Politik,  1825,  ii,  I,  pág,  106. 

TOMO  II.  22 


338  ALEJANDRO   DE   HDMDOLDT. 

Observa  el  gran  helenista,  mi  compatriota  Mr.  Boeck, 
que  la  reminiscencia  de  la  guerra  de  los  Atlantes  en  las 
pequeñas  Panatheneas,  atestigua  la  gran  antigüedad  de 
la  tradición  de  la  Atlántida,  y  prueba  que  no  todo  en 
este  mito  fué  inventado  por  Platón.  «En  las  grandes 
Panatheneas  se  llevaba  en  procesión  un  peplum  de  Mi- 
nerva, representando  el  combate  de  los  gigantes  y  la 
victoria  de  las  divinidades  del  Olimpo.  En  las  pequeñas 
Panatheneas  (hay  que  omitir  el  nombre  del  sitio  donde 
se  verificó  la  procesión ,  porque  la  cita  es  un  error  del  es- 
coliasta) se  llevaba  otro  peplum  que  mostraba  cómo  los 
Atenienses,  educados  por  Minerva,  alcanzaron  el  triunfo 
en  la  guerra  de  los  Atlantes.i'  Schol.,  inRempuhli,^  i,  3, 1. 
(Bekkeri  Comm.  in  Plat.,  ii,  pág.  395.  Véanse  también 
las  mismas  informaciones  en  Froclus  in  Tim.,  pág.  26). 
Añadamos  á  esto  un  escolio  conservado  también  por 
Proclus,  pág.  54.  «Los  historiadores  que  hablan  de  las 
islas  del  mar  Exterior  dicen  que  en  sus  tiempos  había 
siete  islas  consagradas  á  Proserpina,  y  otras  tres  de  in- 
mensa extensión,  consagradas  la  primera  á  Pintón,  la 
segunda  á  Ammón  y  la  tercera  (la  de  en  medio ,  de  mil 
estadios  de  extensión)  á  Neptuno.  Los  habitantes  de 
esta  última  conservaban,  por  sus  antepasados,  memoria 
de  la  Atlántida,  de  una  isla  extraordinariamente  grande, 
que  ejerció  durante  largo  espacio  de  tiempo  la  domina- 
ción en  todas  las  islas  del  Océano  Atlántico,  y  que 
también  estaba  consagrada  á  Neptuno.»  Todo  esto  lo  ha 
escrito  Marcelo  év  xoi;  AiOitüTrtxoTí;.  Hay  un  escolio  del 
Timeo  (17,  3  7  in  Bekkeri  Comm.,  ii,  pág.  427)  literal- 
mente copiado  de  este  pasaje. 

Esta  reminiscencia  monumental  de  la  guerra  de  los 
Atlantes  en  el  peplum  de  las  pequeñas  Panatheneas,  y 


1 


DKRCDBRIMIEKTO   DE   AMÉRICA.  339 

este  fragmento  de  Marcelo  conservado  por  Proclo ,  indi- 
cando el  recuerdo  de  una  catástrofe  física  (la  existencia 
de  un  mito  de  la  Atlántida)  más  allá  de  las  Columnas 
de  Hércules,  quizá  en  las  mismas  islas  Canarias  (1), 
merecen  seria  atención  de  los  aficionados  á  penetrar  en 
las  tinieblas  de  las  tradiciones  históricas. 

En  el  gran  Archipiélago  de  la  India  existe,  según 
observación  de  M.  Raffles,  una  tradición,  ó  más  bien  una 
creencia  análoga  á  la  de  la  destrucción  de  la  Lyctoniay 
de  la  Atlántida. 

Lo  que  primero  importa  en  este  género  de  investiga- 
ciones es  comprobar  la  antigüedad  de  un  mito  que  equi- 
vocadamente se  ha  creído  una  ficción  de  la  vejez  de  Pla- 
tón, una  novela  histórica  como  el  Viaje  imaginario  (2) 


(1)  M.  DE  Sainte-Croix  {Examen  des  historiens  cfAlexan- 
á?'<?,  pág.  737)  creía  sin'embargo  que  en  la  Gulliveriada  de  lam- 
bulo  había  algún  fondo  de  verdad,  ün  joven  escritor,  profunda- 
mente versado  en  las  lenguas  y  en  los  alfabetos  del  Asia  meri- 
dional y  oriental,  M.  Jacquet,  fijó  recientemente  la  atención 
{Nouveau  Journal  Asiatique,  t.  xiii,  pág.  30,  t.  ix,  pág.  508)  en 
este  pueblo,  «que  usaba  letras  según  los  signos  indicadores  en 
número  de  veintisiete,  pero  según  las  figuras  que  tenían,  sólo 
siete,  siendo  cada  una  susceptible  de  cuatro  modificaciones» 
como  en  los  alfabetos  silábicos  indios.  Puede  admitirse  que  en 
estos  Viajes  imaginarios  mezclábanse  á  las  fingidas  descripcio- 
nes locales  algunos  rasgos  de  costumbres  y  de  usos  que  se  cono- 
cían vagamente  por  las  incoherentes  relaciones  de  los  antiguos 
navegantes.  La  mezcla  de  verdad  y  de  ficción  parece  que  exis- 
tió especialmente  en  la  Panchaia  de  Evhemero  (GOSSELLIN, 
t.  II,  pág.  138). 

(2)  Letroxne,  Idees  cosmog.,  páginas  8  y  9.  M.  Heeren 
(II,  I,  páginas  206,  240;  ii,  2,  pág.  438)  cree,  en  vista  de  la  ruta 
de  las  caravanas,  indicada  por  Herodoto,  á  la  parte  de  allá  de 
los  Garamantes,  que  la  tierra  de  los  Atlantes  de  Herodoto  debía 
<istar  entre  el  Fezan  y  el  Bornu. 


340  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

de  lamhulo  (Diod.  ii,  53-60) ,  y  los  ochenta  y  cuatro 
libros  de  Antonio  Diógenes  sohre  las  cosas  que  se  ven 
más  allá  de  Thulé. 

Lo  que  en  los  mitos  geológicos  p  uede  corresponder  á 
los  antiguos  recuerdos  ó  á  especulaciones  sobre  la  primi- 
tiva configuración  de  las  tierras,  á  la  ruptura  de  los  di- 
ques que  separaban  las  cuencas  marítimas,  constituye 
un  problema  distinto  y  acaso  más  insoluble.  Estos  Atlan- 
tes, felices  porque  viven  muy  lejos,  felices  hasta  por  ca- 
recer de  ilusiones  (Herodoto,  iv,  184;  Plinio,  v,  8),  son, 
según  las  ideas  reinantes  en  la  extremidad  civilizada  de 
la  cuenca  oriental  del  Mediterráneo,  entre  los  Egipcios  y 
los  Helenos,  un  conjunto  de  pueblos  del  África  boreal  y 
occidental,  de  raza  tan  distinta,  sin  duda,  como  los  que 
al  noroeste  de  Asia  confundiéronse  por  largo  tiempo  con 
la  denominación  vaga  de  Escytas  y  Cimerianos,  Los 
Atlantes  de  los  tiempos  históricos  habitan  al  Este  de  las 
Columnas  de  Hércules.  Herodoto  los  pone  á  veinte  jor- 
nadas de  los  Garamantes;  pero  íntimamente  ligado  su 
nombre  con  el  del  monte  Atlas ,  pudo  suponerse  á  los 
Atlantes  míticos  en  la  dirección  del  Oeste ,  más  allá  de 
las  Columnas  de  Hércules,  según  que  la  fábula  del  Atlas 
Montaña  ha  ido  retrocediendo  progresivamente  en  esta 
misma  dirección. 

La  guerra  de  los  Atlantes  con  los  habitantes  de  Cerne 
y  las  Amazonas,  tan  confusamente  tratada  por  Diodoro 
de  Sicilia,  tuvo  por  campo  todo  el  Noroeste  de  África, 
más  allá  del  río  Tritón  (Herodoto,  iv,  191),  límite  en- 
tre los  pueblos  nómadas  y  los  pueblos  agrícolas  y  de  más 
antigua  civilización,  si  cabe  señalar  localidad  á  una  lu- 
cha en  que  intervienen  seres  fabulosos,  las  Gorgonias. 

Añadiremos  que  el  lago  Tritón,  de  que  habla  Dio- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMIÍRICA.  341 

lloro  (iii,  52  y  56),  no  está  en  las  costas  del  Medite- 
rráneo, sino  en  las  del  Atlántico.  En  esta  región  (y  el 
hecho  es  digno  de  tenerlo  en  cuenta,  porque  Diodorono 
menciona  en  parte  alguna  la  destrucción  de  la  Atlántida 
de  Solón),  eran  numerosas  las  grandes  erupciones  vol- 
cánicas. El  mismo  lago  Tritón  lo  hizo  desaparecer  un 
terremoto,  desgarrando  la  tierra  que  lo  separaba  del 
Océano  (Diod.,  iii,  53,  55).  El  recuerdo  de  esta  catás- 
trofe y  la  existencia  de  la  pequeña  Syrte,  atribuida,  sin 
duda,  á  idéntico  suceso,  hace  que  los  escritores  antiguos 
(Herodoto,  iv,  179)  confundan  el  lago  y  la  Syrte. 

Algunos  mitos  del  antiguo  límite  occidental  del 
mundo  pueden  haber  tenido  fundamento  histórico.  Una 
emigración  de  pueblos  de  Oeste  á  Este,  cuyo  recuerdo, 
conservado  en  Egipto,  pasó  á  Atenas  y  fué  celebrado 
con  fiestas  religiosas,  puede  pertenecer  á  tiempos  muy 
anteriores  á  la  invasión  de  los  Persas  en  Mauritania, 
cuyos  rastros  reconoció  Salustio,  invasión  que  también 
para  nosotros  ha  quedado  envuelta  en  tinieblas  (Salus- 
tio, Guerrade  Yugurta^  cap.  18;  Plinio,  v,  8;  Estra- 
gón, XVII,  pág.  828  Cas.) 


Macrobio,  Comentario  al  Sueño  de  Scipión,  lib.  ii, 
cap.  9. 

«Vamos  á  demostrar  ahora,  según  hemos  prometido, 
que  el  Océano  rodea  la  tierra,  no  en  uno,  sino  en  dos 
sentidos  diversos.  Su  primer  contorno,  el  que  merece 
verdaderamente  este  nombre,  es  ignorado  del  vulgo,  por- 
que este  mar,  considerado  generalmente  como  el  único 


342  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT. 

Océano,  es  una  extensión  del  Oee'ano  primitivo,  cuyo 
sobrante  de  agua  le  obliga  á  ceñir  de  nuevo  la  tierra.  La 
primera  cintura  que  forma  alrededor  de  nuestro  globo 
se  extiende  al  través  de  la  zona  tórrida,  siguiendo  la  di- 
rección de  la  línea  equinoccial,  y  da  la  vuelta  entera  al 
globo.  Hacia  el  Oriente  se  divide  en  dos  brazos,  co- 
rriendo uno  de  ellos  al  "Norte  y  otro  al  Sur.  La  misma  divi- 
sión de  aguas  se  verifica  al  Occidente,  y  estos  dos  últimos 
brazos  van  á  encontrar  á  los  que  parten  de  Oriente.  La 
impetuosidad  y  la  violencia  con  que  chocan  estas  enor- 
mes masas,  antes  de  mezclarse,  producen  una  acción  y 
una  reacción  de  donde  resulta  el  fenómeno  tan  conocido 
del  flujo  y  del  reflujo  que  se  hace  notar  en  toda  la  exten- 
sión de  nuestro  mar,  experimentándolo  en  sus  estrechos 
como  en  las  partes  más  dilatadas,  porque  no  es  más  que 
una  emanación  del  verdadero  Océano.  Este  Océano,  que 
sigue  la  línea  trazada  por  el  Ecuador  terrestre,  y  sus  bra- 
zos, que  se  dirigen  en  el  sentido  del  horizonte,  dividen 
el  globo  en  cuatro  porciones  que  forman  otras  tantas  is- 
las. Por  su  corriente,  á  través  de  la  zona  tórrida,  que  ro- 
dea en  toda  su  extensión,  nos  separa  de  las  regiones 
australes,  y  por  medio  de  sus  brazos,  que  abarcan  uno  y 
otro  hemisferio,  forma  cuatro  islas:  dos  en  el  hemisferio 
superior  y  dos  en  el  inferior.  Esto  nos  da  á  entender  Cice- 
rón cuando  dice:  dToda  la  tierra  es  una  pequeña  tslai>;  en 
vez  de  (a  Toda  la  tierra  que  habitáis  es  una  pequeña  islay>, 
porque  rodeando  el  Océano  la  tierra  en  dos  sentidos  di- 
versos, realmente  la  divide  en  cuatro  islas:  la  figura 
precedente  da  idea  de  esta  división ;  veráse  en  ella  el 
origen  de  nuestro  mar,  que  es  una  pequeña  parte  del 
todo,  y  también  el  del  mar  Rojo,  el  del  mar  de  las  In- 
dias y  el  del  mar  Caspio.  No  ignoro  que,  en  opinión  de 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  3'43 

muchas  personas,  este  último  no  tiene  comunicación  con 
el  Océano.  Evidentemente  los  mares  de  la  zona  tem- 
plada austral  tienen  tambie'n  su  origen  en  el  gran 
Océano;  pero  como  estos  países  nos  son  aún  desconoci- 
dos, no  debemos  garantizar  la  exactitud  del  hecho.» 

En  este  curioso  pasaje,  tan  pesadamente  escrito,  mani- 
fiesta el  gramático,  á  la  vez,  una  división  de  las  tierras 
del  globo  en  cuatro  masas  continentales,  separadas  unas 
de  otras  por  brazos  del  Océano;  una  exposición  de  co- 
rrientes pelásgicas,  y  una  teoría  de  las  mareas,  fundada 
en  el  choque  de  corrientes  opuestas. 

Cicerón  no  admitía  más  que  dos  porciones  de  tierras 
habitables  {Sonm.  Sctjy.,  cap.  6),  una  al  norte  y  otra  al 
sur  del  Ecuador.  Si  Cristóbal  Colón  hubiera  tenido  noti- 
cia delcomentario  de  Macrobio  (y  en  1492  se  habían  pu- 
blicado ya  tres  ediciones),  le  llamara  poderosamente  la 
atención  esta  «térra  quadrifida»,  de  la  cual  hay  dos  masas 
en  el  emisferio  boreal,  casi  conformes  á  las  conjeturas 
de  Estrabón  (lib.  i,  pág.  113,  Alm.;  pág.  64,  Cas.);  masas 
continentales  de  las  cuales  un  navegante  que  se  dirigiera 
del  Oeste  al  Este  de  la  Iberia  á  las  costas  Orientales  de 
Asia,  debía  necesariamente  encontrar  en  su  camino  la 
que  aun  no  había  sido  (1)  vista  por  los  habitantes  de 
nuestro  ol/.oojxlvr). 

Si  se  figura  al  África  austral  separada  de  la  Septen- 
trional por  una  irrupción  del  Océano  y  el  istmo  de  Pa- 
namá roto,  casi  se  encuentra  la  tierra  quadrifida  de  Ma- 


(1)  En  el  texto  de  Auaxágoras  de  Clazoménes,  conservado 
por  Simplicio,  páginas  89,  93, 110,  ed.  Schaubach,  hay  un  pasaje 
bastante  obscuro  relativo  á  otro  mundo,  que  ciertamente  no  es 
un  mundo  imaginario  visto  sólo  por  la  inteligencia. 


344  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

crobio  formada  por  la  América  del  norte  y  la  del  sur; 
el  Asia,  uniéndola  su  península  occidental,  que  es 
Europa,  y  el  África  austral.  La  existencia  de  un  brazo 
del  río  Océano  (1)  ocupando  la  parte  media  de  la  zona 
Ecuatorial,  había  sido  afirmada  desde  los  tiempos  de 
Alejandro,  primero  por  Grates,  después  por  Arato,  Olean) 
thes  y  Oleomedes;  pero  cuatro  revulsiones  (rejluxiones- 
de  las  aguas  del  E.  y  del  O.  hacia  el  N.  y  el  S.  que 
están  señaladas  en  un  pequeño  mapamundi  añadido  á 
los  manuscritos  de  Macrobio  (ed.  Biponte,  pág.  154, 
tab.  ii),  y  que,  deprovisto  de  los  cuatro  golfos  adoptados 
por  todos  los  geógrafos  griegos,  no  es  el  que  Macrrobio 
tenía  á  la  vista,  ¿proceden  de  la  imaginación  del  comen- 
tador, ó  están  tomados  de  alguna  fuente  desconocida? 


(1)  ((Phavorini  fragmentum  ev  raí;  TcavToSam;  taroptai;  apud 
Stephanum  Byzantinum  advocem  Qy.óavó;  legimus  quod  ita  se 
habet:  IJpocrayopeuoyat  os  frjv  e^w  ^áXaaaav  exeíuou  [xtv  oí  7io».ot 
Twv  papSáptov  Qxeauóv  oí  5á  rr^v  Aaiav  oíxoúvts;  {xeyáXiqv  S-á).aTTav 
oí  oé  EXXyjvs;  ÁTXavTixóu  TiáXayo;.  Moneo  huno  locum  satis  gravi 
momento  comprobare  ñeque  O^-eani  nomen,  ñeque  notionem 
illam  maris  terrara  cingentis  grcecce  esse  origims.»  Sphon  de 
Niceph,  Blemm.  duob.  opuse,  geogr.,  1818,  pág.  23;.  Este  pasaje 
muy  notable  y  muy  decisivo  de  Favorino  confirma  los  motivos 
históricos  y  etimológicos,  alegados  antes,  del  origen  semítico 
(fenicio)  de  la  ficción  y  del  nombre  de  un  río  Océano  que 
forma  un  circulo  alrededor  de  la  masa  unida  de  las  tierras 
Véase  también  sobre  las  raíces  liag  (ag)  y  og:  Villanueva, 
Pktnician  Ireland,  1833,  pág.  65,  obra  cuyo  estilo  y  método 
distan  bastante  de  la  severidad  de  una  buena  critica  filológica. 
Habitantes  de  la  costa  del  mar  Egeo,  los  Helenos  conocían,  por 
sus  propias  navegaciones,  el  mar  Negro  antes  que  el  Océano- 
De  aquí  el  nombre  de  Ponto  (IIóvto;)  dado  á  la  cuenca  que 
pareci'a  más  grande,  como  el  nombre  de  Poeta  dado  xax  é$oxr,v 
al  mayor  de  todos,  á  Homero.»  (EsteabÓn,  lib.  I,  pág.  39,  Alm.; 
pág.  21,  Cas.) 


DESCUBRIMIENTO    DE    AM1*,RICA.  345 

La  idea  de  explicar  las  mareas  por  las  corrientes 
opuestas  estaba  muy  generalizada  en  la  antigüedad,  dando 
ocasión  á  ello  la  observación  del  movimiento  de  las  aguas 
«n  los  estrechos ,  sobre  todo  al  noreste  de  Sicilia  y  en 
el  Euripo  que  separa  la  Beocia  de  la  Eubea.  El  sabio 
autor  de  la  Geografía  física  de  los  antiguos,  Mr.  Ukert, 
observa  además,  con  razón,  que  la  teoría  de  Macrobio, 
contemporáneo  de  Avieno,  tiene  alguna  relación  con  las 
del  retórico  Eumenio  y  del  poeta  Claudio  Rutilio  Nu- 
mantiano,  naturales  ambos  de  las  Galias,  uno  de  Autum 
y  otro  de  Poitiers  ó  de  Tolosa,  y  familiarizados  por  tan- 
to, según  creo,  con  los  fenómenos  de  las  altas  mareas  en 
las  costas  occidentales  de  Francia. 

Eumenio  y  Rutilio  consideran  también  como  causa 
principal  de  las  mareas  el  choque  de  las  aguas  pelásgi- 
cas  á  la  salida  de  los  canales  (amnes  Occeani.  Virgilio, 
Geórg.,  iv,  233;  Oceanus  refusus.  JEi.,  vii,  225)  que  se- 
paran «las  diversas  masas  de  tierras  continentales».  Ad- 
miten también,  pues,  muchas  tierras  habitables  en  cuyas 
costas  chocan  las  corrientes;  pero  entre  Eumeno,  el  pa- 
negirista de  Constancio  Cliloro,  muerto  en  el  año  de  311, 
y  el  poeta  Claudio  Rutilio,  sólo  el  primero  es  indudable- 
mente anterior  á  Macrobio. 


EsDRAs,  IV,  6: 

«Y  el  tercer  día  ordenaste  á  las  aguas  reunirse  en  la 
séptima  parte  de  la  tierra.» 

Interesado  Colón  en  persuadir  á  los  monarcas  espa- 
ñoles de  que  el  mar  tenía  poca  extensión,  llamóle  la  aten- 


346  ALEJANDRO    DE   HÜMBOLDT. 

ción  este  pasaje  de  Esdras,  y  habla  extensamente  de  e'l  en 
su  carta  de  Kaíti  de  1498.  Por  el  Imago  Mundi  (cap.  9) 
del  cardenal  de  Ailly  conoció  la  opinión  de  que  el  mar 
sólo  ocupaba  una  séptima  parte  de  la  superficie  del 
globo;  opinión  manifestada  tres  veces  en  la  historia  de 
la  creación  del  mundo,  como  Esdras  la  refiere;  pera 
Colón  equivoca  la  cita,  al  suponer  este  pasaje  en  el  libro 
tercero. 

Como  pudiera  suceder  que  la  reina  Isabel  no  tuviese 
muy  en  cuenta  la  autoridad  de  Esdras,  el  Almirante,  se- 
gún antes  vimos,  añade:  «La  cual  autoridad  es  aprobada 
por  Santos,  los  cuales  dan  autoridad  al  3.°  y  á.**  libros  de 
Esdras»;  y  presenta  por  ejemplo  San  Agustín  y  San 
Ambrosio.  Igual  opinión  sobre  la  santidad  de  los  libros 
de  Esdras  tienen  d'Ailly  (1)  y  Pico  de  la  Mirándola; 
cosa  tanto  más  sorprendente,  cuanto  que,  en  los  siglos 
posteriores  á  San  Agustín,  siempre  ha  sido  conside- 
rado apócrifo  el  libro  4.°  de  Esdras  (2).  Posteriormente 
M.  Lücke  ha  explicado  la  probabilidad  de  que  este  libro 
haya  sido  redactado,  no  en  el  cuarto,  sino  en  el  siglo  pri- 
mero de  nuestra  era,  por  un  judío  griego,  fuera  de  Pales- 
tina, y  que  pertenece  al  grupo  de  escritos  apocalípticos 
cuyo  origen  asciende  á  las  pretendidas  poesías  de  los 
magos  y  á  los  oráculos  sibilinos,  en  parte  inventados,  se- 
gún las  investigaciones  modernas,  hasta  en  el  cuarto 
y  quinto  siglos. 

Es  extraño  encontrar  en  períodos  del  cristianismo  en 


(1)  Cujus  libri  auctoritatem,  dice  el  Cardenal,  sancti  ha- 
buerunt  in  reverentia  et  veritatis  sacras  per  eum  confirma- 
runt. 

(2)  Lutero  lo  compara  «á  las  fábulas  de  Esopo». 


DFSCUBRIMIENTO    DÍS   AMÉRICA.  3  47 

que  la  gran  extensión  de  las  navegaciones  al  Noroeste  y 
en  el  mar  de  la  India  había  hecho  desaparecer  de  largo 
tiempo  atrás  la  idea  del  Río  Océano  rodeando  el  disco  de 
la  tierra,  y  cuando  todos  los  geógrafos  griegos  y  romanos 
hablan  ya  de  la  inmensidad  del  Atlántico,  esta  falsa  idea 
de  la  relación  de  los  continentes  y  de  los  mares,  y  encon- 
trarla en  un  libro  apócrifo,  llamado  antiquísimamente  en 
la  iglesia  griega  el  Apocalipsis  de  Esdras.  Este  sexto 
capítulo  que  cita  Cristóbal  Colón  pertenece  más  espe- 
cialmente al  ciclo  de  las  visiones  cosmológicas. 

Según  la  opinión  de  uno  de  los  sabios  más  versados 
en  las  creencias  de  los  pueblos  armenios  ó  semíticos, 
M.  RosenmüUer,  de  Leipzig,  á  quien  he  consultado  acerca 
del  pasaje  de  Esdras,  «los  Hebreos  en  sus  antiguos  li- 
bros no  tienen  absolutamente  ningún  dato  numérico  so- 
bre la  extensión  relativa  de  los  continentes  y  de  los  ma- 
res, y  ni  se  encuentra  tampoco  en  las  paráfrasis  caldeas^ 
ni  en  los  escritos  talmúdicos  y  rabínicos.  Pero  como  los 
Judíos  acostumbran  á  dividir  la  superficie  del  globo  en 
siete  climas,  y  como  el  Génesis,  i,  9,  indica  que  las  aguas 
fueron  reunidas  en  un  solo  lugar,  no  parece  contraria 
al  espíritu  de  la  exegesis  talmúdica  relacionar  este  lugar 
de  la  reunión  de  las  aguas  con  una  de  las  siete  zonas.> 
Añadiré  á  esta  ingeniosa  explicación  que  la  división 
en  siete  climas  tiene  sus  raíces  en  las  más  antiguas  tra- 
diciones míticas  de  la  India. 

Según  una  de  las  diferentes  fases  de  la  geografía  (1) 
completamente  sistemática  conservada  por  los  Puranas, 
el  disco  terrestre  está  también  compuesto  de  siete  zonas 


(1)  WiLFORD,  en  el  Asiatio  Researches^  t.  viii,  pág.  376. 


348  -ALEJANDRO   DE   HüMBOLDT. 

Ó  círculos  concéntricos  ( Dwipas )  con  siete  climas  ( 1 ) 
correspondientes;  pero  entre  los  Indios  las  siete  zonas 
terrestres  están  separadas  por  siete  mares.  Este  arreglo 
no  disminuye  seguramente  la  extensión  de  la  masa  total 
de  las  zonas  líquidas,  que  se  distinguen  con  los  nombres, 
más  bien  raros  que  poéticos,  de  mares  de  leche  cuajada^ 
de  azúcar^  j  de  manteca  clariiicada. 

Probablemente  por  ignorar  la  importancia  dada  á  este 
pasaje  de  Esdras,  en  la  serie  de  ideas  y  de  ilusiones  que 
condujeron  y  siguieron  al  descubrimiento  del  Nuevo 
Mundo,  ninguno  de  los  comentadores  de  los  libros  es- 
critos originariamente  en  griego  fijó  su  atención  en  esta 
séptima  parte  de  la  superficie  del  globo  que  debía  ser  la 
única  cubierta  por  las  aguas  del  Océano. 

Se  ve  en  el  libro  de  Job,  dice  Herrera  (Déc.  i,  lib.  i, 
cap.  1,  pág.  2),  el  historiador  de  la  conquista  de  Amé- 
rica, que  Dios  ha  querido  tener  el  líuevo  Mundo  encu- 
bierto á  los  hombres  para  darlo  á  los  Castellanos.  En  el 
elocuente  pasaje  de  Job,  que  sólo  presenta  una  alegoría 
filosófi(!a,  sería  muy  difícil  encontrar  alusión  alguna  á  un 
descubrimiento  geográfico.  «Quis  est  locus  intellígentiae? 
Absconditus  est  ab  oculis  omnium  viventium;  volucres 
quoque  coeli  latet.  Deus  intelligit  viam  ejus,  et  ipse  novit 
locum  illius.  Ipse  enim  fines  mundi  intuetur,  qui  fecit 
ventis  pondus,  et  aguas  appendit  in  mensura;  quando 
ponebat  pluviis  legem  et  viam  procellis  sonantibus:  tune 
vidit  illam,  et  enarravit,  et  praeparavit,  et  investigavit» 


(1)  Pitágoras,  Parménidesy  Posidonio  no  conocían  más  que 
■cinco  ó  seis  zonas  (Esteabón,  lib.  II,  pág.  105,  Alm.;  pág.  94» 
Cas.),  mientras  en  la  India  la  división  es  ó  en  cuatro  ó  en  siete 
zonas. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  M9 

(cap.  28,  5,  20  á  26).  Algún  comentador  moderno  (1) 
se  ha  ocupado  de  la  interpretación  de  Herrera  y  de  sa 
desenfado  para  torcer  el  texto. 

Otro  pasaje  se  encuentra  en  Esdras  (lib.  iv,  cap.  7), 
que  hubiera  llamado  la  atención  de  Colón,  de  estar  puesto 
junto  á  la  célebre  profecía  del  coro  de  la  ^Áedea  de  Se'neca. 
El  autor  griego  hace  decir  á  Esdras:  «et  apparescens 
ostendetur  quse  nunc  subducitur  térra»,  ó  en  un  giro  de 
frase  más  análogo  aún  á  los  versos  de  Se'neca,  según  la 
versión  etiópica,  cuyo  conocimiento  debemos  á  los  sabios 
de  Oxford:  «Apparebit  térra quse  nunc  absconditur»  (2). 

Dadas  las  ideas  que  gobiernan  el  siglo  xix  y  durante 
el  prodigioso  florecimiento  de  una  civilización  que  sólo 
atiende  al  presente  y  á  un  porvenir  inmediato,  cuesta 
trabajo  comprender  una  época  gloriosa  para  el  género 
humano  en  que,  después  de  hechas  grandes  cosas,  había 
complacencia  en  volver  la  vista  atrás  y  escudriñar  pa- 
cientemente si  estas  grandes  cosas  eran  el  cumplimiento 
de  antiguas  predicciones. 

Deber  del  historiador  es  estudiar  cada  siglo  según  el 
carácter  individual  y  los  rasgos  distintivos  de  su  movi- 
miento intelectual,  y  jamás  sentiré  el  trabajo  empleado 
en  mis  laboriosas  investigaciones  para  seguir  la  direc- 


(1)  Caul  Umrreit,  das  Buch  ITiob,  1824,  pág.  223. 

(2)  Sobre  la  gravedad  universal  en  la  superficie  de  la  tierra, 
del  sol  y  de  la  luna;  sobre  los  efectos  de  la  reflexión  de.  los  es- 
pejos agrandando  ó  multiplicando  las  imágenes;  sobre  la  visi- 
bilidad de  la  luna  en  los  eclipses  totales ;  sobre  las  montaSas 
especialmente  luminosas  de  la  luna  (podría  creerse  que  en  este 
punto  aludía  á  Aristarco  y  á  los  volcanes  que  algunos  astróno- 
mos vcLoáeTnoa pretenden  ver  en  actividad  desde  aquí  abajo);  y 
sobre  la  falta  de  calor  en  los  rayos  lunares. 


350  ALEJANDRO   DB  HUMBOLDT. 

ción  de  las  ideas  de  Colón  y  de  sus  contemporáneos,  aun- 
que me  sean  pagadas  con  algún  desdén  por  parte  de  los 
que  persisten  en  un  sistema  opuesto. 


En  una  obra  de  Plutarco,  cuyo  texto  es  incorrectísimo, 
pero  está  lleno  de  consideraciones  de  física  y  de  cosmología 
muy  notables  (y  en  gran  parte  muy  exactas),  el  diálogo 
De  Facie  in  orbe  lunce,  encuéntrase  un  pasaje  en  el  que  el 
geógrafo  Ortelio  en  el  siglo  xvi  (1)  creía  reconocer,  no 
sólo  las  Antillas,  sino  todo  el  Continente  americano. 
Esta  (xsyaX?)  f^UEtpo;,  situado  más  allá  de  la  Bretaña,  hacia 
el  Noroeste,  le  recordaba  sin  duda  las  costas  del  Canadá 
y  el  camino  que  los  navegantes  normandos  encontraron, 
á  principios  del  siglo  xi,  hacia  las  partes  más  septentrio- 
nales de  América.  Inútil  es  detenerse  en  probar  lo  que 
hay  de  aventurado  y  quimérico  en  estas  interpretaciones. 

El  mito  que  ha  llegado  á  nosotros  en  el  pequeño  Tra- 
tado de  las  manchas  de  la  luna,  de  Plutarco,  pertenece  á 
una  serie  de  ideas  íntimamente  relacionadas  entre  sí, 
más  simbólicas  que  corográficas,  que  abarcan  todo  el 
Occidente  más  allá  de  las  Columnas  de  Hércules,  llama- 
das antes  Columnas  de  Briareo  ó  de  Cronos  (Saturno). 
Es  un  fragmento  de  geografía  mítica  de  los  tiempos  más 


(1)  Después  de  repetir  el  pasaje  de  la  Medea  de  Séneca, 
citado  con  tanta  frecuencia  desde  1492,  el  célebre  geógrafo 
añade:  «Ego  quoque  ejus  (No vi  Orbis)  mentioneu  fieri  á  Plu- 
tarcho  de  Facie  in  orbe  lungB  sub  nomine.  Magna  continentis 
puto.»  (Ortelio,  Orh.  terrar.,  1570,  art.  Nov.  Orb.) 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  351 


antiguos,  presentando,  por  decirlo  así,  imágenes  que  se 
destacan  en  un  horizonte  brumoso,  y  que  llegan  á  ser 
movibles  según  las  inspiraciones  y  las  opiniones  indivi- 
duales del  narrador. 

Examinar  aquí  la  parte  que  los  descubrimientos  rea- 
les, favorecidos  por  las  corrientes  y  los  vientos,  ó  las  men- 
tiras fenicias  (los  cuentos  de  navegantes  que  volvían  de 
los  mares  exteriores),  han  podido  tener  en  estos  conceptos 
cosmográficos  que  se  repiten  con  bastante  uniformidad 
á  través  de  los  siglos  más  lejanos,  sería  empeñarse  en 
una  discusión  general  que  nos  alejaría  de  nuestro  asunto, 
y  en  la  cual  mi  opinión  particular  no  podría  tener  peso 
alguno.  «Las  ideas  que  la  poesía  antigua  popularizó  du- 
rante siglos,  ejercieron  poderosa  influencia  hasta  en  los 
sistemas  geográficos»  (1). 

Para  comprender  primero  la  posición  del  Gran  Conti- 
nente, de  Plutarco,  relativamente  á  nuestra  tierra  habi- 
tada, recordaremos  que,  según  la  narración  de  Sila,  uno 
de  los  interlocutores  en  el  diálogo,  la  isla  de  Orgygia  (2) 
está  alejada  cinco  días  de  navegación  de  la  Britannia 
hacia  el  Oeste.  Empleo  á  propósito  la  palabra  Britannia, 
porque  en  un  pasaje  de  Procopio  {De  bello  Goth.,  iv,  20), 
relacionado  hace  poco  tiempo  con  el  de  Plutarco,  hablase 
de  Brittia,  isla  situada  entre  Britannia  y  Thulé. 

A  otras  tres  jornadas  de  camino,  pero  hacia  el  Poniente 
del  sol  en  el  verano,  es  decir,  al  Oeste-JiToroeste  contando 
desde  Europa,  encuéntranse  otras  tres  islas,  «en  una  de 
las  cuales,  según  los  Bárbaros  (es  la  glosa  del  texto  tal 


(1)  Letronne.  Essai  mr  le  mythe  d'Atlas.,  p.  18.  . 

(2)  EsTRABÓN  sitúa  también  al  Norte,  cerca  de  los  montes 
jRq'heos,  una  montaña  llamada  Ogygia. 


352  ALEJANDRO    DE   HüMBOLDT. 

y  como  ha  llegado  á  nosotros),  Júpiter  encerró  á  Sa- 
turno; pero  esta  designación  de  sitio  y  de  prisión  la  con- 
tradice directamente  el  resto  de  la  narración.»  Mi  ilustre 
amigo  M.  Boekh  no  duda  de  que  el  texto  ha  sido  alterado 
en  algunas  partes.  Después  que  los  theoros  permanecieron 
noventa  días  en  estas  islas,  se  les  vio  embarcarse  para  ir 
más  lejos  y  buscar  el  sitio  donde  Saturno  dormitaba. 
M.  Boekh  cree  que  la  prisión,  y  por  consiguiente  el  si- 
tio de  la  gran  fiesta,  era  la  misma  Orgygia,  siendo  pre- 
ciso suprimir  toda  la  glosa,  que  nada  tiene  que  ver  con 
esta  exposición  de  distancias,  y  que  ha  intercalado,  según 
parece,  un  escoliasta,  en  recuerdo  de  otro  pasaje  de  Plu- 
tarco {De  defectu  Orac,  cap.  18),  de  que  hablaré  des- 
pués. 

Lejos  de  las  tres  islas,  pero  más  cerca  de  ellas  que  de 
la  de  Orgygia,  está  situado  el  Gran  Continente  que  rodea 
el  Océano,  el  gran  mar  Cronnieno.  Desde  Orgygia  á  este 
Continente  hay  cinco  mil  estadios. 

La  idea  de  una  masa  continental  más  allá  del  Océano» 
en  los  confines  del  disco  de  la  tierra,  encuéntrase  también 
entre  los  Indios ,  en  el  mundo  (lokd)  situado  más  allá 
de  los  siete  mares,  como  en  las  tradiciones  árabes  (1) 
acerca  de  la  montaña  Kaf. 

Advertiremos  también  que  cuanto  el  narrador  Sila 
cuenta  á  Lamprias  (este  es  el  nombre  del  hermano  de 


(1)  Gesenius,  Jesaia,  t.  ii,  pág.  324  (véase  también  Loka- 
LOKA,  según  Amara-Cosha  en  el  diccionario  de  Wilson).  Esta 
idea  de  un  Gran  Continente  montañoso,  situado  más  allá  de  la 
cintura  oceánica  y  habitado  por  hombres  antes  del  diluvio,  es 
también  de  muchos  Padres  de  la  Iglesia,  y  ha  sido  expuesta  por 
Cosmas  Indicopleustes. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  353 

Plutarco)  (1)  lo  sabe  por  boca  de  un  extranjero  que, 
desde  este  país  Saturniano,  viene  á  Cartago,  como  positi- 
vamente se  indica  en  el  diálogo  sobre  la  luna.  El  mismo 
mito  está  expuesto  al  fin  del  libro,  aunque  anunciado 
desde  las  primeras  líneas,  en  las  cuales  comienza  hoy 
para  nosotros  el  texto  defectuoso;  también  se  menciona 
al  navegante  venido  á  Cartago,  cuando  Theón  pregunta 
á  Lamprias,  no  si  el  globo  lunar,  que  es  una  tierra  ce- 
leste, está  efectivamente  habitado  por  hombres,  sino  si  se 
le  puede  considerar  habitable. 

En  fin,  impaciente  Sila,  «en  su  cualidad  de  primer  ac- 
tor» (como  narrador  del  mito  geográfico  que  el  hombre 
misterioso,  el  viajero  de  la  región  transatlántica  del  Nor- 
oeste le  ha  transmitido),  comienza  solemnemente  con  el 
verso  de  Homero:  «Lejos  en  el  Océano  está  situada  una 
isla  Orgygia.»  Con  la  posición  de  esta  isla  relaciona  la 
de  las  otras  islas  Saturnianas  y  el  Gran  Continente,  como 
antes  hemos  dicho.  ¿Es  esto  puro  adorno  poético?  Al 
menos  en  otro  pasaje  también  muy  notable  (De  defectu 
Oraculorum,  csLip.lS),  donde  se  trata  de  nuevo  el  asunto 
de  muchas  islas  encantadas  próximas  á  Britannia,  en 
una  de  las  cuales  el  titán  Briareo  vigila  al  encarcelado 
Saturno,  no  se  nombra  la  isla  Orgygia.  «El  trayecto  del 
Océano  Cronnieno  es  lento,  á  causa  de  los  aluviones  de 
los  ríos  que  descienden  del  Gran  Continente,  y  hacen  la 
mar  terrosa  y  espesa.»  Esto  es  un  modo  de  explicar  por 


(1)  Este  interlocutor  reaparece  en  los  diálogos  Defeetu 
Oraculorum  y  de  El  apud  Delplios  con  Ammonio,  preceptor 
de  Plutarco  y  el  matemático  Menelao.  El  nombre  de  Lamprias 
es  también  el  del  hijo  de  Plutarco. 

TOMO  TI.  23 


354  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

la  proximidad  (1)  de  un  Gran  Continente  el  mare  con- 
cretum,  ccenosum,  pigrum  de  los  autores  romanos,  y  atri- 
buir á  depósitos  de  terrenos  movedizos  lo  que  otros,  en 
las  regiones  boreales,  atribuyen  á  los  bielos,  y  en  los 
mares  meridionales  á  las  algas  marinas,  es  decir,  á  los 
bancos  flotantes  de  fucus. 

El  Gran  Continente  de  Plutarco  se  prolonga  hacia  el 
Norte  (2)  con  la  regularidad  de  forma,  á  que  los  anti- 
guos muestran  mucba  predilección,  respecto  del  golfo  que 


(1)  En  la  Vida  de  Agi'icola  (cap.  10)  atribuye,  al  contrario, 
Tácito  estos  mismos  fenómenos  á  un  mare  pigrum  et  grave 
remigantibys,  á  la  ausencia  de  tierras  que  son  llamadas  con 
razón  causa  et  materia  tempestatum;  porque  la  desigual  dis- 
tribución de  las  superficies  opacas  (continentales)  y  diáfanas 
(oceánicas),  es  una  de  las  principales  causas  del  conflicto  de  las 
corrientes  aéreas  y  de  las  explosiones  eléctricas  en  la  atmósfera. 
El  nombre  de  mar  Cronieno  que  Plutarco  generaliza,  no  se 
aplicaba,  propiamente  hablando,  sino  más  allá  del  promonto- 
rium  Mubeoí,  que  separaba  este  mar  (Plinio,  iv,  13,  DucuiL, 
de  Mens  terree ,  Vii,  pág,  32,  Walck)  del  Morimarimarusa  ó 
Morimarusa,  nombre,  que,  según  Philemón,  en  la  lengua  de 
los  cimbrios  significa  Mar  Muerto.  He  aquí  dos  palabras  que, 
según  las  observaciones  de  M.  Bopp,  pertenecen  al  parecer  al 
sistema  de  las  lenguas  indo-germánicas,  aunque  con  menos 
claridad  y  evidencia  que  lahadiu  (isla  de  cebada),  dos  palabras 
sanskritas,  cuya  significación  nos  conservó  Ptolomeo  (  Geogr., 
libro  VII,  cap.  2).  M.  Welcker,  en  su  ingeniosa  Memoria  sobre 
el  sitio  de  la  tierra  de  los  Pheacienos,  cree  que  la  palabra  3Iori- 
marusa  alude  dií  pasaje  de  los  muertos  en  el  Océano  boreal,  que 
pudo  haber  tomado  Tácito  de  un  comentario  perdido  de  Plu- 
tarco, sobre  Hesiodo. 

(2)  Esta  prolongación  boreal  presenta  un  nuevo  dato  de 
analogía  con  la  Gran  Tierra  de  los  Meropes  de  Theopompo, 
desde  la  cual  se  hace  directamente,  como  á  tierra  próxima,  una 
incursión  en  la  comarca  de  los  hiperbóreos. 


I 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  355 

«conduce  al  mar  Caspio  ó  de  Hyrcania  (1).  El  Gran 
Continente  tiene  también  un  ancho  golfo  como  la  Meó- 
tides  y  habitado  por  pueblos  de  origen  griego.  Estos  ha- 
bitantes opinan  que  su  país  es  un  continente,  pero  que 
nuestra  tierra  (Europa,  Asia  y  la  Libia)  «es  una  isla  ro- 
deada por  el  Océano».  El  mismo  concepto  exactamente 
se  encuentra  en  el  mito  geográfico  de  la  Merópida  de 
Theopompo.  Sileno  revela  también  á  los  Phrigios  que 
los  Meropienos  habitan  un  gran  continente  lejano  y  que 
nuestra  tierra  es  pequeñísima  isla.  Tal  es  también  la 
frase  de  Cicerón  (Somn,  Scip.,  6):  «Omnis  enim  térra 
quae  colitur  á  vobis,  parva  qu£edam  est  Ínsula.» 

El  Continente  de  Plutarco  fué  visitado  por  Hércules 
en  su  expedición  hacia  el  Oeste  y  el  Norte,  y  los  compa- 
ñeros de  Hércules  introdujeron  de  nuevo  la  lengua  y  las 
costumbres  griegas,  cuyo  uso  estaba  casi  olvidado.  Hér- 
cules es  allí,  después  de  Saturno,  el  más  honrado.  Como 
el  planeta  Saturno,  á  quien  llamamos  Phoenon,  pero  que 
los  habitantes  del  continente  Cronieno  nombran  el  Guar- 
dián de  la  noche,  entra  cada  treinta  años  en  la  constela- 
ción del  Toro,  este  suceso  se  celebra  con  una  gran  fiesta, 
j  se  efectúa  el  embarque,  en  cada  una  de  estas  fiestas, 


(1)  En  otro  sitio  del  mismo  Tratado  de  las  manchas  lunares 
habla  nuevamente  Plutarco  de  la  falsa  idea  de  Estrabón  y  de 
la  Escuela  de  Alejandría,  sobre  la  salida  del  mar  Caspio,  que 
compara  con  el  golfo  Arábigo.  Al  admitir  el  mismo  error  Ma- 
crobio, que  yivió  trescientos  años  después  que  Plutarco,  cre- 
yóse al  menos  obligado  á  mencionar  al  mismo  tiempo  la  anti- 
gua opinión  de  Herodoto  y  del  Stagirita:  ((  Caspium  mare  unde 
oriatuT  (ex  Océano)  inveniens:  licet  non  ignorem,  esse  non 
nullus  qui  ei  de  Océano  ingressum  negent. »  (Macrobio, 
Comm.  in  Somn.  Scip.,  ii,  9). 


356  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

de  los  theoros  que  mucho  tiempo  antes  están  designados^ 
por  la  suerte. 

El  viaje  de  estos  enviados  es  muy  peligroso.  Su  pri- 
mer destino  es  á  las  islas  que,  según  hemos  dicho,  están 
situadas  delante  del  Gran  Continente  y  ocupadas  por 
colonos  griegos,  sin  mezcla  de  bárbaros.  Estas  islas  de- 
bían ser  muy  boreales,  porque,  durante  treinta  días,  sola 
una  hora  se  ocultaba  el  sol  en  el  horizonte,  y  aun  en 
esta  breve  noche  había  una  luz  crepuscular.  El  monje 
irlandés  Dicuil  hubiera  dicho  que  quedaba  bastante  cía- 
ridad  para  buscarse  los  piojos.  Después  de  una  perma-^ 
nencia  de  noventa  días  ,  los  enviados  seguían  adelante, 
con  viento  favorable,  sin  duda  para  llegar  á    Orgygia. 

En  esta  isla  se  gozaba  de  dulce  temperatura ;  Saturno- 
dormía  en  un  antro  profundo,  porque  Júpiter  le  daba  el 
sueño  para  tenerle  sujeto.  Rodeábanle  genios  que  le  ha- 
bían servido  cuando  aun  mandaba  á  los  dioses  y  á  los 
hombres,  y  estos  genios  referían  los  sueños  proféticos 
de  Saturno,  quien  á  su  vez  soñaba  lo  que  Júpiter  me- 
ditaba. 

El  extranjero  por  quien  supo  Sila  todas  estas  mara- 
villas vivió  treinta  años  en  la  misma  isla  sagrada,  donde, 
sin  trabajos  materiales,  sólo  se  ocupaba  de  filosofía. 

Después  de  haber  experimentado  todas  las  iniciacio- 
nes y  aprendido  la  física  y  la  astrología,  que  está  fundada 
en  la  geometría,  tuvo  vivo  deseo  de  visitar  la  grande  isla,. 
que  es  como  llaman  á  nuestro  Continente.  Habiendo  pa- 
sado el  período  de  treinta  años,  llegó  una  nueva  theorta, 
y  el  extranjero,  después  de  saludar  á  sus  amigos,  se  em- 
barcó y  apareció  en  Cartago;  pero  la  expresión  «no  os  diré 
á  través  de  qué  pueblos,  por  entre  qué  hombres  pasó,  qué 
escritos  sagrados  aprendió  á  conocer  y  en  cuántos  ritos 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  357 

fué  iniciado»,  demuestra  bien  que  se  trata  de  un  viaje 
por  tierra. 

El  extranjero  permaneció  mucho  tiempo  en  Cartago, 
^s  decir,  en  la  ciudad  romana  construida  sobre  las  ruinas 
«de  la  antigua  ciudad  púnica,  y  allí  descubrió  algunos 
-escritos  sagrados  «que  habían  sido  salvados  (sin  duda 
■cuando  la  destrucción  de  la  ciudad  de  Dido  por  Scipión 
^1  Africano)  y  que  estuvieron  largo  tiempo  ocultos  y  en- 
terrados». Entre  las  divinidades  visibles  dice  que  es  la 
luna  la  que  especialmente  merece  la  veneración  de  los 
hombres,  etc.,  etc. 

Llegando  al  asunto  principal  del  tratado,  discute  de 
nuevo  Sila  los  puntos  de  filosofía  natural,  sin  tocar  al 
mito  geográfico  del  Gran  Continente  Cronieno  que  fijó  la 
atención  de  Ortelio.  Al  final  del  libro  es  cuando  el  narra- 
-dor  afirma  solemnemente  que  cuanto  ha  referido  lo  sabe 
por  boca  del  personaje  misterioso  que  apareció  en  Libia 
j  que  éste  «lo  aprendió  de  los  genios  que  tenían  á  Sa- 
turno aletargado». 

Seguramente  este  mito  en  su  conjunto  no  es  un  entre- 
tenimiento del  espíritu,  una  novela  filosófica  debida  solo 
-á  la  imaginación  de  Plutarco.  Refiérese  á  una  serie  de 
ideas  antiquísimas,  á  tradiciones  ó,  si  se  quiere,  á  un  sis- 
tema de  opiniones  (1)  de  las  cuales  han  llegado  á  nos- 
otros algunos  otros  fragmentos  en  la  Merópida  de  Theo- 
pompo  y  en  el  pasaje  que  contiene  el  diálogo  de  Plu- 


(1)  Estrabón  censura  severamente  el  género  bastardo  que 
-consiste  «en  describir  el  mito  en  forma  de  historia,  mezclan- 
do, por  ignorancia  y  como  adorno  poético,  sucesos  fingidos,  y 
hechos  positivos  y  ciertos».  Añade,  además,  que  al  mismo  Theo- 
pompo  le  importaba  poco  confesarse  culpado  de  esta  mezcla. 


358  ALEJANDRO    DE   HUMBOLDT. 

tarco  Defectu  Oraculorum  (cap.  18).  Este  último  presenta 
una  descripción  pintoresca  de  algunas  islas  sagradas 
próximas  á  Bretaña  y  llamadas  de  los  Demonios  y  de 
las  grandes  almas  de  los  héroes,  sitio  de  tempestades  j 
de  meteoros  luminosos.  En  una  de  estas  islas  está  en- 
cerrado Saturno,  cuyo  sueño  vigila  Briareo,  porque  este- 
sueño  constituye  los  lazos  que  lo  aprisionan  (frase  em- 
pleada ya  en  el  Tratado  de  la  Luna).  «El  dios  está  ro 
deado  de  genios,  que  son  sus  compañeros  y  servidores,» 

El  otro  mundo  ( 1 ) ,  el  Gran  Continente^  lo  encon- 
tramos tambie'n  en  el  mito  de  la  Merópida  de  Theo- 
pompo ,  cuento  moral  en  forma  cosmográfica.  Las  reve- 
velaciones  que  hace  Sileno  á  Midas  el  Phrigio  tienen,  al 
parecer,  relación  en  su  parte  simbólica  con  antiguas  tra- 
diciones religiosas,  y  tuvieron  celebridad  mucho  tiempo 
después  de  los  poetas  y  de  los  filósofos  alejandrinos,, 
apareciendo  como  favella  de  Sueno  en  Cicerón  (Tuse. 
Quíest,,  I,  38)  el  grave  filósofo  estoico. 

Según  Theopompo,  elogiado  por  Dionisio  de  Halicar- 
naso  y  maltratado  por  Estrabón,  la  tierra  de  los  Mérope» 
es  una  (Jieyá)?)  í)it£tpo?  más  allá  del  Océano.  También  lo& 
Méropes  de  Sileno  están  persuadidos  de  que  sólo  su  país 
es  un  continente  y  que  nosotros  habitamos  en  una  isla 
de  poca  extensión.  Los  adornos  poéticos,  tales  como  las 
dos  ciudades  «del  combate  y  de  la  piedad»,  los  ríos  del 
deleite  y  de  la  tristeza,  el  oro  más  abundante  que  lo  es 
el  hierro  entre  los  Griegos,  hombres  de  una  raza  gigan- 


(1)  Véase  el  pasaje  de  Tertuliano,  adversus  Hermog.,  c.  25, 
que  ya  hemos  citado.  Sileni  alius  orhis.  Si  Theopompo  no  em- 
pleo las  mismas  palabras,  de  Nuevo  Mundo,  á  lo  menos  llama 
á  Meropis  ¿xeivY]v  (vr//)  ttP¡v  seo  voútou  tou  y.ó<7[xou. 


DESCUBRIMIENTO    DE    AMÉRICA.  359 

tesca  y  de  larga  vida,  instituciones  y  leyes  diametral- 
mente  opuestas  á  las  nuestras,  no  faltan  por  cierto  en 
esta  corta  novela  sentimental. 

Ignórase  si  estaba  comprendida  en  el  Liher  admira- 
bilium  de  Theopompo  ó  en  su  Historia  de  Macedonia 
{las  Filípicas).  Deseosos  los  habitantes  de  Meropis  de  vi- 
sitar por  curiosidad  la  pequeña  isla  que  habitamos,  al 
partir  del  Gran  Continente  fueron  primero  á  las  tierras 
de  los  hyperbóreos;  pero  volvieron  poco  satisfechos  del 
estado  de  un  pueblo  que  los  Griegos  creían  tan  feliz.  En 
toda  esta  ficción,  donde  consta  la  antigua  creencia  de  que 
existían  otras  tierras  grandísimas,  separadas  de  nuestro 
otxoojiiuY),  ninguna  mención  se  hace  de  Saturno  y  de  la 
tierra  Croniena.  Sin  embargo,  la  visita  á  los  hyperbóreos, 
cuya  comarca  estaba  más  próxima  al  Gran  Continente 
de  los  Méropes,  sitúa  nuevamente  el  mito  de  Theopompo 
hacia  el  Noroeste  y  lo  relaciona  también  con  la  tradición 
cuyo  recuerdo  nos  ha  conservado  Plutarco. 

Perizonio,  que  es  tan  juicioso,  ha  visto  también  en  las 
revelaciones  de  Sileno  algunos  indicios  de  América. 
c(Kon  dubito  quin  veteres  aliquid  sciverint  q^aasi  per  ne- 
bulam  et  caliginem  de  América  partim  ab  antigua  tradi- 
tione  ab  ^gyptiis  vel  Carthaginiensibus  (!)  accepta,  par- 
tim ex  ratiocinatione  de  forma  et  situ  orbis  terrarum 
(^LiANo,  ed.  Lugd.,  1701,  pág.  217). 


I 


APÉNDICE  III. 


LAS  CARTAS  DE  PEDRO  MÁRTIR  DE  ANGHIBRA. 


La  colección  de  las  cartas  de  Pedro  Mártir  de  Angleria 
(así  llaman  los  españoles  á  este  célebre  hombre  de  Esta- 
do, natural  de  Anghiera ,  en  el  Milanesado)  es  uno  de  los 
monumentos  históricos  más  curiosos  de  los  dos  reinados 
de  Fernando  el  Católico  y  de  Carlos  V.  Comprende 
treinta  y  siete  años,  desde  Enero  de  1488,  en  que  don 
Iñigo  de  Mendoza,  conde  de  Tendilla,  condujo  al  autor 
á  España,  hasta  Mayo  de  1525  ,  en  que  hace  la  ani- 
mada narración  de  la  batalla  de  Pavía.  Este  largo  pe- 
ríodo, durante  el  cual  escribió  las  cartas,  contiene  la  em- 
bajada en  Egipto ,  descrita  separadamente  con  el  título 
de  Legationis  Bahilonicce  libritres  (Basileíe,  1533). 

El  Opus  epistolarum  que  he  leído  muchas  veces  con- 
tiene una  gran  variedad  de  observaciones  acerca  de  los 
acontecimientos  políticos  que  agitaron  á  Italia  y  Espa- 
ña; sobre  las  intrigas  de  las  cortes,  los  descubrimientos 
marítimos  y  los  fenómenos  físicos  de  esta  e'poca  memo- 
rable. En  esta  colección  de  cartas;  en  las  de'cadas  De 


362  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

rebus  oceanicis  et  de  Orbe  novo,  que,  en  parte,  fueron 
publicadas  por  primera  vez  (1)  en  Sevilla  en  1511;  en  la 
relación  de  la  embajada  en  Egipto,  donde  escribe  el  es- 
tado de  los  monumentos  á  principios  del  siglo  xvi ,  en 
todo  muéstrase  Pedro  Mártir  de  Anghiera  de  superior 
ingenio,  examinando  los  hechos  con  la  impaciente  cu- 
riosidad y  movilidad  de  imaginación  propias  de  un  siglo 
ávido  de  instrucción  y  de  gloria. 

Escribiendo  á  los  Pontífices  romanos,  no  le  asusta 
cualquier  atrevida  frase  que  se  le  escapa,  y  en  los  mo« 
mentos  más  graves,  cuando  pinta  con  extraordinaria 
talento  la  tormenta  revolucionaria  de  Florencia  y  las 
calamidades  que  pusieron  á  Italia  bajo  el  yugo  de  lo& 
extranjeros,  no  desdeña  el  maligno  placer  de  emplear 
el  género  anecdótico.  Véase  en  las  cartas  316,  318,  324, 
332,  431  y  516  la  animada  pintura  de  la  demencia  de  la 
reina  Juana  y  de  la  dicha  que  gozaba  durante  este  estado 
de  locura;  en  ]a  carta  531,  la  causa  secreta  de  la  enferme- 
dad del  viejo  rey  Fernando,  habendce  proUs  cupidissimiy 
y  su  estancia,  con  la  reina  Germana  de  Foix,  en  Ca- 
rrioncillo;  en  las  cartas  613,  614  ,  615,  625,  634  y 
646,  la  sórdida  avaricia  y  las  intrigas  de  los  cortesa- 
nos  flamencos  Sres.  de   Crouy-Chevres  y  de  Bures  (2), 


(1)  Véase  Epitome  de  la  Biblioteca  Oriental  y  Occidental, 
por  el  licenciado  Antonio  León.  Madrid,  1623,  pág.  68.  Otra 
edición  de  las  Oceánicas  se  publicó  en  Basilea  en  1523. 

(2)  Es  el  Conde  de  Bilren,  que  los  escritores  franceses  y  es- 
pañoles escriben  Beure,  Bure  ó  Bures,  como  el  nombre  de 
Guillermo  de  Croy,  señor  de  Chevres,  está  escrito  Xehres, 
Gevres  6  Crouy  Chievres.  Estos  dos  peiponajes,  en  unión  del 
erudito  Adriano ,  hijo  de  un  fabricante  de  tapices  (Floris  Bo- 
yens ,  de  Utrecht),  estuvieron  encargados  de  la  educación  de 
Carlos  V. 


DESCUBRIMIENTO   DE    AMÉRICA.  365 

durante  la  juventud  del  rey  Carlos  I,  de  familiarium 
rapacitate  Flamingorvm ,  et  Harpyiarum  apud  mfeli" 
cem  juvenem  versantium  unguihus ;  en  las  cartas  689 
y  760,  escritas  en  Yalladolid  y  en  Vitoria  en  1520 
y  1522,  las  causas  de  la  revolución  promovida  por 
Martín  Lutero:  «Infidum  cucullatum  tragíedise  aucto- 
rem  quam  monacliorum  odiis  debemus.  Lutherum  ajunt 
su»  perfidíe  institutionis  habenas  adeo  solvisse,  ut  su£e 
professionis  Augustinae  cucuUatis  det  uxores:  abbatisíe 
cuidam  publice  nupsit  ipse!  Secunda  tragaedise  scena 
est  pecunia  á  Frederico,  Saxonise  duce,  magna  auda- 
cia intercepta  et  Apostolic^e  sedi  restituenda.»  An- 
ghiera  prevé  desde  entonces  que  este  prodigium  horren- 
dum  de  la  reforma  religiosa  tendrá  consecuencias  muy 
graves.  Yereor  atque  iterum  vereor  ne  hoc  malum  la- 
tius  serpat  quam  ut  postea  illi  antidotum  adhibere 
valeamus. 

La  libertad  con  que  el  hombre  de  Estado  trata  la  po- 
lítica de  las  cortes,  hasta  de  aquella  en  la  que  gozaba 
de  gran  favor,  no  llega  sin  embargo  á  objetos  que  de-^ 
hieran  conmover  todos  los  corazones  generosos,  á  las 
persecuciones  religiosas  en  los  pueblos  conquistados ,  y 
proporcionar  el  bienestar  á  las  clases  inferiores.  En  este 
punto  Pedro  Mártir  demuestra  toda  la  impasibilidad 
moral  y  todas  las  preocupaciones  de  su  siglo;  aplaude 
las  vejaciones  impuestas  á  los  judíos  y  á  los  moros, 
y  elogia  á  España  por  ser  el  país  clásico  de  estas  atro- 
ces persecuciones ;  agrádale  mostrar  el  mayor  despre- 
cio á  las  ínfimas  clases  sociales.  (En  las  cartas  5,  6 
y  9:  (íQuid  in  ipsa  Hispania  de  Hispania  sentiam,  cu- 
pis  á  me,  Pomponi,  cognoscere.  De  populo  quem  sem- 
per  floccifaciendum  censui ,  nihil  mihi  curse ;  placet  His- 


364  ALEJANDRO    DE    HÜMBOLDT. 

pania  nabilitas.  De  rege  et  regina  qui  dúo  consortes 
Hispaniae  utrique  asqua  lance  imperitant,  hoc  tibi  pos- 
sum  ex  bimestri  experimento  referre,  si  unquam  uno 
spiritu  Ínter  mortales  dúo  corpora  fuisse  afflata  licuit 
disputare,  hsec  dúo  sunt  corpora  quse  única  mente,  único 
spiritu,  gubernantur.  Nihil  unquam  ita  unum  in  na- 
tura Philosophi  comperere,  quod  horum  unitatem  supe- 
ret.»)  Esta  admiración  por  Fernando  é  Isabel  alcanza 
después  naturalmente  al  emperador  Carlos  V,  á  quien, 
sin  embargo,  censura  ingenuamente  á  causa  de  sus  re- 
laciones con  el  rey  cautivo  ,  después  de  la  batalla  de 
Pavía,  «por  la  excesiva  bondad  de  su  carácter.»  iViíWa 
mitis  est  Ccesar  (Epist.  813). 

Aunque  aplaudiendo  las  persecuciones  contra  judíos 
y  musulmanes,  muéstrase,  sin  embargo,  Pedro  Mártir 
de  Anghiera  algunas  veces  humano  y  compasivo  cuando 
el  Tribunal  de  la  Inquisición,  que  califica  de  hermosa  y 
laudable  invención  (^prceclarum  inventum  et  omni  laude 
dignum;  Ep.  295),  perseguía  á  los  cristianos.  Su  pintura 
de  las  atrocidades  cometidas  por  el  inquisidor  de  Cór- 
doba, Luzerius,  que  por  burla  llama  Tenebrerius,  es 
muy  notable  (Cartas  333,  342,  370,  385:  «Astu  partim, 
partim  cruciatibus  creditur  á  testibus  indamnatos  accu- 
sationes  extorsisse.  Víe  miseris  ademptis!  Spero  equidem 
fore  ut  ego  aliquando  in  Tenebrérium  iratos  Caslites 
omnes  ac  terrestres  commotos  ad  vindictam  tanti  sce" 
leris  videam).» 

Este  setimiento  compasivo  del  alma  lo  manifiesta 
poco  cuando  trata  de  la  libertad  de  los  aborígenes  de 
América.  La  intolerancia  religiosa  se  une  entonces  á  la 
fría  y  prudente  reserva  del  hombre  de  Estado  (Carta 
806:  «Audi  quid  inter  nos  versetur  de  Indorum  liber- 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMáRICA.  365 

tate ,  super  qua  yarias  sunt  opiniones  din  discussse.  Nihil 
adhuc  repertum  conducibile.  Jura  naturalia  Pontificia- 
que  jubent  ut  genas  humanum  omne  sit  liberum.  Impe- 
ríale  distinguit  (!).  Usus  adversus  aliquid  sentit.  Longa 
experíentia  hoc  censet  ,  ut  servi  sint,  non  liben  hi^ 
quod  á  natura  sint  in  abominabilia  vitia  proclives;  ad 
obscíenos  errores,  ducibus  et  tutoribus  deficientibus^ 
illico  revertuntur.  Accitos  in  Senatum  nostrum  Indi- 
cum  bicolores  Dominicanos  fratres  et  pede  nudos  Fran- 
ciscanos illarum  partium  longo  tempore  colonos,  quid 
fore  putent,  satius  consuluimus.  Nihil  á  re  magis  alie- 
num  sanxerunt,  quam  quod  liberi  relinquantur.»  En 
esta  carta,  fechada  en  1525,  hay  esta  bella  frase  sobre 
los  peligros  que  cercaban  á  Cortés:  «Frustra  omnia^ 
Cortesii  genius  supereminet.)» 

Lo  que  presta  particular  encanto  á  la  lectura  de  las 
cartas  de  Anghiera  es  la  viveza  con  que  el  autor  describe 
los  acontecimientos  que  ha  presenciado,  como  la  toma 
de  Granada  (carta  92),  de  esta  ciudad  cuyo  clima  paré- 
cele  preferible  al  de  la  Ciudad  eterna  (cartas  95  y  131); 
la  tentativa  de  asesinato  de  Cañamares  contra  el  rey 
Fernando  (carta  125);  el  recibimiento  de  Cristóbal  Colón 
en  Barcelona,  etc.  La  frescura  de  estos  recuerdos  debió 
inducir  hace  tiempo  á  algún  literato  versado  en  la  his- 
toria del  siglo  de  Alejandro  VI,  de  Julio  II  y  de  León  X, 
á  publicar  uu  extracto  de  dicha  obra  en  alguno  de  los 
idiomas  modernos. 

El  Opus  epistol  arum  de  Pedro  Mártir  es  también  una 
importante  recopilación  de  los  fenómenos  físicos.  (Carta 
310:  aparición  de  un  gran  cometa  en  Julio  de  1506; 
cartas  430  y  769:  grandes  terremotos  en  Constantinopla 
en  Octubre  de  1509,  en  el  reino  de  Granada,  en  el  África 


3&Q  ALEJANDRO   DE    HÜMBOLDT, 

«eptentrional  y  en  las  islas  Azores  (1),  que  el  autor  llama 
Cassiterides,  durante  el  verano  de  1522;  carta  465:  des- 
cripción detalladísima  de  una  enorme  caída  de  aerolitos 
cerca  de  Crema,  en  las  márgenes  del  Adda,  el  4  de  Sep- 
tiembre de  1511  al  mediodía.  Al  fenómeno  acompañó 
una  grande  obscuridad  en  la  bóveda  celeste  y  explosio- 
nes luminosas.  ccEst  Brixiae  Bergamoque  ducatus  Me- 
diolani  urbibus,  ex  Adriatici  leonis  faucibus  nuper  erep- 
tis,  insigne  municipium  nomine  Crema  vicinum.  Fama 
est,  pavonem  immensum  pridie  nonas  Septembris,  in 
aere,  Cremensi  plaga  fuisse  visum.  Pavo  visus  in  pyra- 
midem  convertí,  adeoque  celeri  ab  occidente  in  orientem 
raptari  cursu,  ut  in  horse  momento  magnam  hemisphae- 
rii  partem,  doctorum  inspectantium  sententia,  pervolasse 
oredatur.  Ex  nubium  illico  densitate,  tenebras  ferunt 
surrexisse ,  quales  viventium  nullus  unquam  se  cogno- 
visse  fateatur.  Per  eam  noctis  f aciem ,  cum  formidolosis 
fulguribus ,  inaudita  tonitrua  regionem  circumsepse- 
runt.  Fulgurum  fuit  adeo  perlucens  rábida  flamma  ut 
apertius  ex  Bergamo  sita  in  montibus  urbe  planitei 
Cremensi  imminenti,  Cremensem  agrum  despexerint 
montani  Bergamenses,  quam  per  claram  queat  despee- 
tari  diem.  Ex  horrendo  illo  fragore ,  quid  irata  natura 


(1)  ünam  ex  insulis  exiliisse  in  altum,  partemque  illius  va- 
ratam  aiunt  pelago ,  montemque'-  obruisse  oppidum  celebre 
nomine  VilJaregale,  ñeque  ultra  vestigium  apparuisse  (Petr. 
Maetyr,  Oj}us  Epist.,  pág.  447.)  Linschoten  no  alcanza  más 
que  al  terremoto  de  1570  en  las  Azores  (Hofp,  Geschichte  der 
Erdoherjldchfí,  t.  ii,  pág.  286).  La  relación  de  los  movimientos 
en  las  Azores,  Mauritania,  Granada,  Almería  y  las  Alpujarras 
en  1522,  es  muy  notable,  Véase  mi  Retat.  historigue ,  t.  Ii, 
3.  4  y  19. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  367 

in  eam  regionem  pepererit ,  percunctaberis.  Saxa  demi- 
sit  in  Cremensi  planitie  (ubi  nullus  unquam  aequans 
ovum  lapis  visus  f uit)  inmensa  magnitud  inis ,  ponderis 
«gregii.  Peremptos  in  fluminibus  pices,  interfectos  in 
aere  volucres,  truoidatas  in  agris  pecudes  ferunt  innú- 
meras. Decetn  fuisse  reperta  centilibralia  saxa  ferunt.» 
Los  aerolitos  fueron  proyectados  con  tal  violencia  «ut 
suo  pondere  et  Ímpetu  terram  elevarent  concussam  ad 
quindecim  hominum  staturas,  vineasque  submersisse 
Oremenses  dicant  non  paucas.  E  saxis  grandioribus  Me- 
diolanum  unum  allatum  est,  librarum  Mediolanensium 
centum  decem.  Id  religiose  á  meis  civibus,  rei  miraculo 
percussis,  servatur.  Pondus  auro  non  levius,  color  est 
semiglaucus,  odor  sulphureus.  Margaritam  gemulatur 
metallariam;  mira  super  hisce  prodigiis  et  quomodo  base 
saxa  gignantur  conscripta  fanatice,  pbysice,  theologice 
ad  nos  missa  sunt  ex  Italia.»  Pedro  Mártir  recibió  un 
pedazo,  del  tamaño  del  puño,  que  enseñó  al  rey  en  pre- 
sencia del  gran  capitán  Gonzalo  de  Córdova.  Probable- 
mente era  un  fragmento  interior,  desprovisto  de  la  cos- 
tra, porque  observador  tan  exacto  hubiera  dado  cuenta 
de  ella. 

Cardan  supuso  que  esta  lluvia  de  aerolitos  de  Crema 
fué  lanzada  por  un  cometa.  En  efecto  Riccioli  ha  des- 
crito uno  correspondiente  á  esta  e'poca ;  pero  siendo  co- 
mún entonces  confundir  con  la  misma  denominación  los 
boolidos  con  los  cometas,  quizá  Cardan  no  quiso  situar 
el  origen  de  los  aerolitos  fuera  de  la  atmósfera  terrestre. 

Termino  la  enumeración  de  estos  fenómenos  físicos 
por  el  del  cambio  del  nivel  del  Mediterráneo,  observado 
á  principios  del  año  de  1520  en  Valencia  (carta  656)  y 
por  las  coronas  luminosas  vistas  en  Austria  en  1522, 


368  ALEJANDRO   DE    HUMBOLDT. 

de   las   cuales   recibió   Carlos  V   un  dibujo   detallado 
(carta  783). 

La  independencia  de  ánimo  con  que  Pedro  Mártir  trata 
los  movimientos  de  los  pueblos  y  los  errores  de  los  go- 
biernos, las  revoluciones  de  Italia  y  la  ambición  de  los 
Papas ,  encontrámosla  también  en  la  vivacidad  con  que 
combate  la  impostura  de  la  antigua  física  dogmática  y 
mística.  «Viro  perillustri ,  nostra  tempestatis  principi  li- 
terarum ,  Joanni  Pico  Mirandulano  assentio  qui  astrorum 
penitus  negat  potestatem  in  elementis,  multa  adducens 
in  médium  exempla  de  nostrorum  temporum  Astrono- 
mis,  in  mendacibus  nugis  saepe  deprehensis,  ingentes 
pluvias  prasdicando  cum  eo  tempore  serenos  coelum  vul- 
tus  ostenderit;  et  e  converso,  tranquillam  aeris  regionem 
promittendo  quando  gravibus  nimbis  et  procellosis  turbi- 
nibus  postea  coelum  et  térra  quatiebantur.» 

He  creído  oportuno  copiar  estos  párrafos  de  las  cartas 
de  Pedro  Mártir  de  Anghiera,  dirigidas  á  los  hombres 
más  ilustres  de  una  época  admirable  en  que  la  emulación 
por  la  gloria  estallaba  por  todas  partes. 

Los  contemporáneos  de  Anghiera ,  como,  por  ejemplo^ 
Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  le  han  censurado  con 
razón  lo  incorrecto  de  algunas  afectaciones  de  estilo.  Su 
agitada  vida,  sus  ocupaciones  administrativas  y  políticas 
y  el  apresuramiento  extremo  con  que  escribía  (algunas 
veces  al  sentarse  á  la  mesa  para  comer,  según  confesión 
propia)  sus  cartas  y  sus  Décadas,  podrían  servir  de  ex- 
cusa; porque,  como  ingenuamente  dice  el  célebre  histo- 
riador D.  Hernando  de  Pulgar,  en  su  carta  dirigida  á  la 
reina  Isabel  de  Castilla,  que  pretendía  aprender  á  escribir 
latín ,  hay  un  latín  puro  y  severo  que  rara  vez  logran 
poseer  los  hombres  de  negocios.  (Mucho  deseo  saber  cómo 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  369 

va  Vuestra  Alteza  en  el  latín  que  aprendeys :  dtgoloy 
Senhora^  ¡jorque  hay  algún  latín  qahareño  que  no  se  dexa 
tomar  de  los  que  tienen  muchos  negocios:  aunque  yo  con- 
fío tanto  en  el  ingenio  de  Vuestra  Alteza^  que  si  lo  tomays 
entre  manos  ^  por  soberbio  que  sea,  lo  amansareys,  como 
aveys  hecho  otros  lenguajes.  Véanse  Los  Claros  Varones 
de  España  y  las  letras  de  F.  de  Pulgar,  Amst.,  1670, 
página  40.)  El  historiador,  según  las  investigaciones  de 
Julián  Magón ,  murió  dos  años  antes  de  la  llegada  de 
Pedro  Mártir  á  la  corte  de  España,  quien  siente  no  ha- 
ber podido  consultarle. 

La  rapidez  con  que  circularon  por  toda  Europa  las  pri- 
meras relaciones  de  descubrimientos  del  Kuevo  Mundo, 
relaciones  que  frecuentemente  formaban  corto  número 
de  páginas  incorrectamente  impresas,  prueba  lo  que 
preocupaban  á  la  opinión  pública  estos  grandes  aconte- 
cimientos. «El  papa  León  X,  por  la  tarde,  después  de 
comer,  leía  á  su  hermana  j  á  los  cardenales,  serena 
fronte,  j  hasta  la  saciedad,  las  De'cadas  de  Anghiera.» 
El  mismo  autor  nos  lo  dice  (1),  como  también  que  no  se 
decide  á  salir  de  España,  porque  en  ella  encuéntrala 
fuente  de  las  grandes  noticias  de  las  Indias  occidentales. 
Una  posición  que  le  proporciona  tales  ventajas ,  le  in- 
funde la  esperanza  de  que  llegará  su  nombre ,  como  his- 
toriador (2),  á  la  posteridad  más  remota. 

Cité  al  principio  de  esta  obra  la  carta  de  Anghiera 


(1)  Petr.  Mart.,  Ojms  Epist.,  1670,  pág.  310  (Carta  662  di- 
rigida á  León  X  el  26  de  Diciembre  de  1515). 

(2)  L.  c,  pág.  437  (Ep.  757).  In  Castellae  regnis,  ubi  aetatis 
meae  vim  omnem  consumpsi ,  ubique  mihi  ex  nobis  orbibus  ab 
Hispanis  repertis  vivendi  apud  posteros  est  praebita  mate- 
ria, etc. 

TOMO  n.  24 


370  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

dirigida  á  Pomponio  Lastus,  que  comienza  con  las  nota- 
bles palabras:  ccPrae  laítitia  prosiliisse i>  Puede  sor- 
prender la  fecha  de  esta  carta  (29  de  Diciembre  de 
1493),  cuando  se  recuerda  que  Colón  partió  para  su  se- 
gundo viaje  el  25  de  Septiembre  de  1493,  y  que  en  la 
carta  á  ese  mismo  Julio  Pomponio  Líetus  d'Amenda- 
laro  (conocido  generalmente  con  los  nombres  de  Sabino 
j  de  Petrus  Calaber)  hablase  ya  de  las  noticias  que 
Colón  había  dado  á  Anghiera  sobre  el  triste  estado  en 
que  encontró  la  isla  Hispaniola  y  acerca  del  asesinato 
de  los  treinta  y  nueve  castellanos  en  el  fortín  de  Na- 
vidad. 

Examinando  documentos  dignos  de  fe,  encuentro  que 
á  los  treinta  y  nueve  días  de  la  partida  de  Cádiz  llegó 
Colón  á  la  isla  Dominica,  y  á  los  cincuenta  y  ocho  á  la 
-Hispaniola.  Llegado  el  27  de  I^oviembre  de  1493  á 
Cabo  Santo,  cerca  de  las  ruinas  del  fortín  Navidad,  difí- 
cilmente pudo  Colón  dar  noticias  á  Pedro  Mártir  de  An- 
ghiera á  fines  de  Diciembre  del  mismo  año.  Sabemos 
con  certidumbre  que  Antonio  de  Torres,  que  debía  llevar 
los  primeros  despachos  de  Colón  á  Europa,  no  pudo  par- 
tir de  la  Hispaniola  hasta  el  2  de  Febrero  de  1494. 
Estas  fechas  son  las  que  tambie'n  consigna  el  Sr.  Muñoz 
en  la  Historia  del  Nuevo  Mundo,  y  están  conformes  con 
lo  que  resulta  de  la  carta  del  médico  Chanca.  Se  deduce 
^de  estas  investigaciones,  que  acaso  parezcan  minuciosas, 
que,  al  coordinar  las  diferentes  partes  del  Opus  Epistola- 
rum,  de  -Anghiera,  se  ha  equivocado  el  año,  y  que  la 
carta  á  Pomponio  Líetus,  tantas  veces  citada,  es,  por  lo 
menos,  de  Diciembre  de  1494. 

Confirman  esta  sospecha  las  frases  que  emplea  An- 
ghiera en  carta  dirigida  al  mismo  sabio  en  4  de  Enero 


PESCUBRIMIENTO   DE  AMÉRICA.  371 

•de  1495,  fechada  en  Gomplutum  in  Oretania  (Alcalá 
de  Henares).  Habla  á  su  amigo  «de  una  carta  escrita 
hacia  pocos  días,  que  creyó  interceptada,  y  que  contenía 
la  indicación  de  la  posición  astronómica  de  la  Hispa- 
niola».  Ahora  bien,  dicha  posición  está  consignada  en  la 
carta  152,  que  comienza  con  estas  palabras:  Prop  Icetitia 
prosiliisse. 

El  noveno  y  el  de'cimo  libro  de  las  cartas  de  Anghiera 
presentan  errores  de  fechas  mucho  más  curiosos  todavía. 
La  carta  168  es  una  mezcla  de  cosas  sucedidas  en  1496 
y  1498;  está  fechada  en  Octubre  de  1496  y  habla  del 
descubrimiento  de  Paria,  cuya  noticia  no  llegó  á  España 
hasta  que  la  trajeron  los  cinco  navios  enviados  de  Háíti, 
en  los  últimos  días  de  Diciembre  de  1498.  Con  dos 
cartas  se  ha  formado  una  sola. 

De  igual  modo  las  cartas  181,  185  y  202,  fecha- 
das en  Septiembre  y  Noviembre  de  1497  y  en  Fe- 
brero de  1499  hablan  de  la  llegada  de  navios  portugue- 
.ses  desde  el  cabo  de  Buena  Esperanza  á  Calicut  y  de 
los  peligros  que,  por  este  suceso,  amenazaban  al  co- 
mercio italiano.  (Damasceni  et  Alexandrini  mer calores, 
«scribe  Anghiera  en  la  carta  181,  que  se  cree  del  1.*^  de 
Septiembre  de  1497,  incommodum  ingens  sibi  affuturum 
ex  Portugalensium  commercio,  olfaciunt.  Portugalenses, 
Alexandrinos  et  Damascenos  mer calores  ad  meduUas  ex- 
tenuant.)  Las  cartas  181,  185  y  202  no  pueden  corres- 
ponder á  las  fechas  indicadas,  porque  Vasco  de  Gama 
no  dobló  el  cabo  de  Buena  Esperanza  hasta  el  20  de 
Noviembre  de  1497;  llegó  á  Calicut  el  18  de  Mayo 
de  1498,  y  de  vuelta  á  Portugal  el  19  de  Julio  de  1499. 
La  carta  181  anuncia,  por  consecuencia,  acontecimientos 
que  se  realizaron  nueve  meses  después,  y  de  los  que  pro- 


372  ALEJANDRO   DE   HÜMBOLDT. 

bablemente  no  se  tuvo  noticia  en  España  hasta  cinco 
meses  más  tarde  de  la  fecha  supuesta  en  la  carta  202. 

Las  Décadas  oceánicas,  cuyo  estilo  corrigió,  sin  exa- 
minar el  fondo,  el  célebre  literato  Antonio  de  Nebrija, 
están  igualmente  llenas  de  estos  errores  de  fechas  (1). 

En  la  carta  de  Anghiera  al  conde  Juan  Borromeo  (14 
de  Mayo  de  1493)  es  donde  por  primera  vez  se  nombra 
al  Almirante:  Post  paucos  inde  dies  rediit  ah  antipodihus 
occidius  (el  solemne  recibimiento  de  Colon  en  Barcelona 
se  verificó  en  un  salón  y  no,  como  se  ha  dicho  con  fre- 
cuencia, al  aire  libre,  en  los  últimos  días  de  Abril) , 
Christoforus  quídam  Colonus,  vir  Ligur,  qui  h  meis  JRe- 
gibus  ad  hanc  provinciam  tría  vix  impetraverat  navigia; 
quia  fabulosa,  quce  dtcebat,  arbitrabantur  (2). 

Terminaré  este  Apéndice  citando  las  cartas  de  1493 
que  se  refieren  á  Cristóbal  Colón  (Archithalasso  ,. 
Novi  orbis  repertori)\  encuéntranse  en  las  páginas  72, 
73,  74,  75,  76,  77,  81,  84,  85,  88,  89,  90,  92,  93,  96  , 
101,  102  y  116  de  la  edición  de  Amsterdam  de  1670^ 
(Compárese  en  la  edición  de  Alcalá  de  Henares  de  1530, 
páginas  71,  81,  84,  89,  92,  95,  116,  etc.) 

Llama  la  atención  ver  designado  al  Almirante  en  una 
carta  de  Anghiera  con  la  frase  Christophorus  quídam 
Colonus,  «porque  es  positivo  que  Anghiera  le  conoció,. 


(1)  Las  Décadas  indican  la  primera  partida  de  Cristóbal 
Colón  del  puerto  de  Palos  (una  de  las  épocas  más  memorables 
de  la  historia  de  los  descubrimientos)  circiter  ad  calendas, 
Sept.  1492,  en  vez  del  3  de  Agosto. 

(2)  Opus  JEpist.,  núm.  130,  Christophorus  quídam  Colonusl 
La  celebridad  ya  adquirida  y  la  larga  vida. del  más  popular  de 
los  prosista,s  griegos  no  le  impidió  sufrir  el  nescio  quis  Plutar- 
chus  de  Aulo  Gelio  (NocT.  Alt.,  xi  ,  16). 


DESCUBRIMIENTO    DE   AMÉRICA.  373 


aun  antes  de  la  toma  de  Granada»  (Navarrete,  t.  i, 
página  Lxviii). 

El  navegante  que  debía  dar  un  Nuevo  Mundo  á  Es- 
paña, á  quien  el  geómetra  Toseanelli  en  1474  y  el  Rey 
de  Portugal  en  1484  dirigían  las  cartas  más  halagüeñas, 
pues  el  Rey  hasta  le  llamaba  su  especial  amigo,  tenía  el 
gran  defecto  de  ser  pobre  y  estar  mal  vestido.  Para  los 
marinos  del  puerto  de  Palos  y  para  los  caritativos  mon- 
jes del  convento  de  la  Rábida  era,  en  1491,  un  individuo 
<íque  ninguna  persona  conoscíat.  Estas  son  las  palabras 
del  médico  García  Hernández  en  el  famoso  proceso  del 
fiscal  del  Rey  contra  Diego  Colón  (Navarrete,  Colec- 
ción diplomática,  i.  ii,  pág.  578). 


{ 


APÉNDICE  IV. 


LOS  líbeos   citados   por  CRISTÓBAL   COLON. 


Al  leer  lo  que  nos  ha  quedado  escrito  de  mano  de  Co- 
lón j  lo  que  su  hijo  D.  Fernando  extrajo  de  sus  manus- 
critos, he  fijado  particular  atención  en  los  autores  que 
cita  el  grande  hombre  y  que  pudieron  inspirarle  ideas  fa- 
vorables á  sus  esperanzas.  He  aquí,  pues,  una  lista  su- 
cinta de  estos  autores,  excluyéndolas  Santas  Escrituras  y 
y  los  Padres  de  la  Iglesia,  en  los  que  le  hemos  visto 
singularmente  versado:  Aristóteles  {De  Ccelo  j  Mirab- 
ausc),  Julio  Ce'sar,  Estrabón,  Séneca,  Plinio,  Pto- 
lomeo,  Solino  y  Julio  Capitolino  (1),  Alfragano  (Alfer- 


(1)  Las  citas  de  Tucídides,  de  Platón,  Estado,  Hygin ,  Ju- 
venco  y  Fortunato,  pertenecen  á  D.  Femando  Colón,  hijo  del 
Almirante,  como  se  advierte  con  toda  claridad  en  la  discusión 
sobre  la  Atlántida  y  las  islas  Hespéiides,  que  Cristóbal  Colón 
creyó  formaban  parte  de  la  India  á  causa  dé  un  pasaje  mal  in- 
terpretado de  Solino  ( Vida  del  Ahn.,  c.  9).  La  erudición  clásica 
de  D.  Fernando  Colón ,  ó  más  bien ,  su  afición  á  recoger  li- 
bros, demuéstralo  la  biblioteca  que  logró  formar,  biblioteca' 
que  Bossi  atribuye  erróneamente  á  Cristóbal  Colón  y  que  to- 
davía se  conserva  en  Sevilla. 


376  ALEJANDRO    DE   HDMBOLDT. 

gani),  Avenruyz  (Averrohés),  el  rabí  Samuel  de  Is- 
rael (1),  natural  de  Tis  (cartas  dirigidas  por  este  judío 
al  jefe  de  la  sinagoga  de  Marruecos  en  el  año  1000, 
traducidas  por  Fr.  Alonso  Boni-Hominis,  Hispanor. 
Ord.  prgedicat.,  1438);  Isidoro  (Obispo  de  Sevilla),  Beda, 
Strabus  (á  quien  Colón  llama  Strabo  (2),  y  no  es  otro 
que  el  sabio  abate  de  Reichenau,  Walafriedo  Strabo), 
Scoto  (sin  duda  Duns  Scoto,  porque  Colón  cita  también 
al  escotista  Francisco  Mayronis,  magister  ahstractionum, 
doctor  acutissimus)y  el  abate  Joaquín  de  Calabria,  el 
matemático  Sacrobosco,  el  franciscano  normando  Nico- 
lás de  Lyra,  cuyas  opiniones  cosmológicas,  según  la  re- 
lación del  obispo  Geraldini,  fueron  con  frecuencia  con- 
trarias á  las  de  Colón;  el  rey  Alfonso  el  Sabio  y  los 
sabios  moros  que  el  Rey  empleaba  como  traductores;  el 
cardenal  de  Ailly  (Pedro  de  Ueliaco),  Gerson  (segura- 
mente el  canciller  de  la  universidad  de  París,  Juan 
Charlier  de  Gerson,  el  doctor  christianissimus  que  tanto 
contribuyó  á  hacer  quemar  á  Juan  Huss  y  de  quien  Co- 
lón vio  algunas  obras  unidas  á  las  de  Alliaco,  y  no  el 
astrónomo  y  comentador  de  Aristóteles ,  Leví  ben  Ger- 
son); el  papa  Pío  II  (Eneas  Silvio  Piccolomini,  autor 
del   tratado  geográfico  Asice  Europceque  descriptto,   y 


(1)  Colón  le  cita  en  el  Libro  de  las  Profecias ,  folio  13. 

(2)  Cristóbal  Colón  le  nombra  en  su  carta  á  los  Monarcas, 
fechada  en  la  isla  de  Ha'íti  en  1498 :  San  Isidro,  y  Beda,  y  Strabo^ 
y  el  Maestro  de  la  Historia  escolástica,  y  San  Ambrosio,  y  Scoto 
y  todos  las  sanos  teólogos  conciertan  que  el  Paraíso  terrenal  es 
en  el  Oriente »  (Es  la  disertación  en  que  el  Almirante  pro- 
cura probar  que  el  Orinoco  ó  el  Guarapiche  son  los  ríos  del  Pa- 
raíso). Colón  llama  algunas  veces  Extrabón  al  célebre  geógrafo 
de  Amasia. 


DESCUBRIMIENTO   DE   AMÉRICA.  SIT 

cuyo  cuadro  de  costunibres  asiáticas  creyó  reconocer 
Colon  en  la  costa  de  Veragua)  (1) ;  Regiomontano  (Juan 
Müller:  no  le  encuentro  citado,  pero  parece  cierto  que 
el  Almirante  calculaba  conforme  á  las  Efemérides  que 
se  publicaron  con  el  nombre  de  Regiomontano  hacia  los 
años  de  1475-1506);  Toscanelli  y,  acaso  por  e'ste,  al 
viajero  Nicolás  de  Conti. 

No  menciono  á  Mandeville  y  Marco  Polo,  porque  Co- 
lón jamás  los  cita,  y  me  sorprende  el  aserto  de  que  el 
navegante  llevaba  á  bordo  de  su  buque  el  manuscrito  de 
Marco  Polo  (Washington  Irving,  t.  iv,  pág.  297), 
porque  todos  estos  nombres,  entonces  tan  célebres,  de 
Zaitum,  Catay,  Quisay  (Quinzay),  Mango  y  Cipango 
podía  conocerlos  por  la  carta  de  Toscanelli  de  1474,  en 
la  que  alude  á  Marco  Polo,  sin  nombrarle.  El  sabio  Na- 
varrete  (t.  i,  pág.  13)  es  también  de  contraria  opinión  á 
la  mía,  y  dice,  sin  presentar  prueba,  que  Colón  había 
leído  el  viaje  de  Marco  Polo.  Yo  sigo  dudándolo. 

Cuando  se  recuerda  la  vida  de  Cristóbal  Colón,  sus 
viajes  desde  la  edad  de  catorce  años  á  Levante,  á  Italia, 
á  Guinea  y  á  América,  sorprende  esta  extensión  de  co- 


(1)  La  viva  imaginación  del  Almirante  le  hace  ver  lo  que  su 
memoria  le  recuerda  de  una  lectura  variada  y  asidua.  «La  gente 
de  que  escribe  Papa  Pío,  según  el  sitio  y  señas,  se  ha  hallado; 
mas  no  los  caballos ,  pretales  y  frenos  de  oro ;  ni  es  maravilla^ 
porque  allí  las  tierras  de  la  costa  de  la  mar  no  requieren,  salvo 
pescadores ,  ni  yo  me  detuve ,  porque  andaba  aprisa.»  Carta  de 
Colón  á  los  Monarcas  españoles ,  escrita  en  Jamaica  el  7  de 
Julio  de  1503  (Na varéete,  t.  i,  págs.  299  y  307.)  El  señor 
Bossi  cree  que  el  Almirante  alude,  no  á  la  Descripción  de  Asia, 
de  la  que  se  publicó  una  segunda  edición  en  París  en  1534,  sino 
á  la  Cosmograijliia  sen  Hist.  reruvi  ubique  gestarum,  locorufií" 
-que  descriptio  del  papa  Pío  II. 


378'  ALEJANDRO   DE   HUMBOLDT. 

nocimientos  literarios  en  un  hombre  de  mar  del  siglo  xv^ 
En  su  carta  á  los  Monarcas,  escrita  en  Ha'iti  en  1498, 
cita,  al  hablar  de  mil  contrariedades  políticas,  y  en  una 
misma  página,  á  Aristóteles  y  Séneca,  Averrhoés  j  al 
filósofo  Francisco  de  Mairones;  y  los  cita,  no  por  nom- 
brarles y  por  vana  ostentación,  sino  por  serle  famil  iares 
sus  opiniones  y  acudir  á  su  imaginación  al  correr  de  la 
pluma,  porque  la  índole  del  estilo  y  la  incoherencia  de 
las  ideas  atestiguan  la  rapidez  de  la  redacción. 

Mucho  menos  dotado  de  erudición  teológica  Yespucci 
que  Colón,  invoca  á  los  poetas  Dante  y  Petrarca;  pero, 
á  excepción  de  algunas  estrofas  de  la  tragedia  Medea  de 
Séneca,  en  las  que  creyó  ver  el  anuncio  del  descubri- 
miento del  Nuevo  Mundo,  y  á  excepción  también  de  al- 
gunos malos  versos  castellanos  que  hay  en  el  Libro  de 
las  Profecías,  y  que  temo  sean  ensayos  poéticos  de  Colón,, 
éste  nunca  mostróse  aficionado  alas  obras  puramente  li- 
terarias. Había  poesía,  sin  duda,  en  su  vida  y  en  sus 
sentimientos  más  íntimos,  como  la  hay  en  todos  los 
hombres  famosos  por  sus  grandes  descubrimientos  ó  em- 
presas aventureras,  y  prueba  de  ello  son  las  cartas  del 
Almirante  escritas  en  momentos  de  peligro,  de  grandes 
dolores  ó  de  justa  indignación.  Entonces  el  lenguaje  se 
ennoblece,  y  la  imaginación  ardiente  del  viejo  marino  re- 
vélase en  la  enérgica  pintura  de  su  situación. 

En  otra  obra  {Essai  politique  sur  Vile  de  Cuba)  hice 
observar  la  elevación  de  estilo  y  los  instintos  poéticos  de 
Colón;  baste  recordar  aquí  las  cartas  al  Rey  y  á  la  Reina 
del  mes  de  Octubre  de  1498  y  de  7  de  Julio  de  1503,  y 
las  quejas  dirigidas  en  Noviembre  de  1500  al  ama  del. 
Infante  D.*  Juana  de  la  Torre,  cuando  le  quitaban  Ios- 
grillos  á  su  llegada  á  Cádiz. 


DESCUBRIMTENTO   DE   AMÉRICA.  37^ 

La  afición  á  los  libros  y  á  la  erudición  que  encontra- 
mos en  el  Almirante,  en  un  siglo  en  que  los  libros  im- 
presos eran  bastante  raros,  contagió,  según  parece,  á  los 
que  navegaban  con  él.  Un  documento  curioso,  conservado 
en  los  archivos  del  Duque  de  Veragua,  es  elocuente 
testimonio  de  ello.  Diego  Méndez  acompañó  al  Almi- 
rante en  su  cuarto  y  último  viaje,  que  fué  el  más  peli^* 
groso  de  todos.  Habíase  embarcado  como  escudero  á 
bordo  de  la  carabela  Santiago  de  Palos,  cargo  que  se 
daba,  según  las  circunstancias,  hasta  á  los  monjes  y  á 
los  médicos,  y  distinguióse  por  la  intrepidez  con  la  cual^ 
en  una  canoa  abierta,  pasó  á  remo  desde  Jamaica  á  la 
isla  de  Haiti,  para  procurar  socorro  á  Colón.  Su  testa- 
mento, hecho  en  Sevilla  el  6  de  Junio  de  1936,  no  se  pa- 
rece á  ningún  documento  de  esta  clase.  En  él  refiere 
Méndez  sus  aventuras  en  América  y  sus  conversaciones 
con  el  gran  A  hnirante,  á  quien  con  frecuencia  ha  salvado 
la  vida  y  que  no  le  ha  cumplido  ninguna  de  las  promesas 
que  le  hiciera  en  los  momentos  de  peligro  ó  cuando  Co- 
lón, enfermo  de  gota,  veía  próximo  su  fin. 

Méndez,  que  nada  peseía,  termina,  sin  embargo,  su 
testamento  instituyendo  un  maijorazgoy  que  consiste  en 
un  mortero  de  mármol,  algunas  escrituras  encerradas 
en  una  caja  vieja  de  cedro,  y  nueve  libros.  «  Ya  dije,  hijos 
míos,  que  estos  libros  os  dejo  por  mayorazgo. y>  ¿Y  qué  li- 
bros eran?  Un  ensayo  sobre  la  venganza  de  la  muerte  de 
Agamenón,  Josephus,  De  bello  Judaico  ,)&,  Filosofía  mo- 
ral de  Aristóteles  y  cuatro  Tratados  de  Erasmo  de  Ro- 
terdam, cuyos  rasgos  satíricos  no  debían  ser  muy  agra- 
dables al  clero  de  la  Península. 

FIN    DEL    TOMO    II    Y    ÚLTIMO. 


ÍNDICE. 


^  Páginas. 

HECHOS    RELATIVOS  Á   CRISTÓBAL  COLÓN. 

I. — Condiciones  personales  de  Cristóbal  Colón.. ,         5 
K. — Influencia  de  la  longitud  en  la  declinación 

de  la  aguja  magnética 21 

III. — Inflexión  de  las  líneas  isotermas 40 

IV. — El  mar  de  Sargazo 47 

V.— Dirección  de  la  corriente  general  de  los  mares 

tropicales 67 

VI. — Configuración  de  las  islas  y  causas  geológicas 
que  influyeron,  al  parecer,  en  esta  configu- 
ración, en  el  mar  de  las  Antillas. — Situa- 
ción del  paraíso  terrenal,  según  Colón. — Es 
el  primero  que  observa  una  erupción  del 

volcán  de  Tenerife 73 

VII. — Influencia  del  descubrimiento  de  América  en 

la  civilización 100 

VIII. — Cual  fué  la  primera    tierra  que   descubrió 

Colón 109 

IX. — Los  escritos  de  Cristóbal  Colón 155 

X. — La  esclavitud  de  los  indios 179 


382  ÍNDICE. 


Páginas. 

XII. — Carácter  de  la  primera  colonización  en  Amé- 
rica é  infundada  acusación  de  avaricia  con- 
tra Colón. 218 

XIII. — Infortunios  de  Colón  en  sus  últimos  años  . . .  230 

XIV. — Últimos  momentos  de  Colón 241 

APÉNDICES. 

I. — Año  del  nacimiento  de  Colón 257 

Patria  y  f  amila  de  Colón 259 

La  firma  de  Colón 291 

Disposiciones  testamentarias  de  Colón 294 

II. — Nociones  de  los  escritores  antiguos  sobre  la 

existencia  de  tierras  occidentales 299 

III. — Las  cartas  de  Pedro  Mártir  de  Anghiera. . . .  361 

IV.— Los  libros  citados  por  Colón 375 


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