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Sarbarb College Eífatacs
COLLECTION ON CUBA
FROM THE GIFT OF
ENRIQUE DE CRUZAT ZANETTI
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OF NEW YORK
OCTOBBR 1, 1906
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EL GENERAL
MARTÍNEZ CAMPOS
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(No-viembre d« 1876 á Jnnio de. 1878.)
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EL GENERAL MARTÍNEZ CAMPOS EN CUBA.
EL GENERAL
MARTÍNEZ CAMPOS
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RESEÑA POLÍmomiTAR DE LA ÚLIUA CAMPANA
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POR T. Q.eisavvvi.
(Noviembre de 1876 á Junio de 1878.)
MADRID
IMPRENTA DE FORTANET
CALLB DB LA LIBEBTAD, NÚM. 29
1878
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Har^a': College Library
Kriji OÍ'
K. (le C. '^'\i etti
Á sus QUERIDOS HERMANOS.
Poco nueTO encontrareis en un libro que recopila mis cartas, pero estoy
seguro de que os será doblemente grato, como una página de la historia de
amigo', y como trabi^o de vuestro cariñoso hermano,
T. O.
PROLOGO.
La paz tan ardientemente deseada es un hecho
en Cuba; la insurrección armada ha concluido; las
fincas devoradas por el incendio empiezan á re-
construirse; los campos yermos y abandonados
tanto tiempo há, empiezan á animarse con un tra-
bajo reparador , y la esperanza de mejores tiempos
alienta á insulares y peninsulares, españoles todos,
uniéndolos por intereses, aspiraciones y esfuerzos
comunes, como lo están por sus costumbres, len-
guaje, religión y lazos de familia.
La guerra ha terminado : ha llegado la hora del
estudio y sobre todo la del trabajo; la de examinar
las causas que la produjeron, las faltas y errores
que la prolongaron, las salvadoras medidas que
han puesto fin á la sangrienta lucha ; conocimiento
necesario para caminar con seguridad hacia la con--
solidacion de obra tan anhelada como difícilmente
llevada á cabo .
. 7 . •' '-
No es mi ánimo hacer un estudio estratégico de
la campaña: inteligencias mejores y más compe-
tentes se ocupan de un estudio militar tan intere-^
sante, por las provechosas lecciones que de él se
han de deducir; tampoco voy á hacer un estudio
político, hecho en gran parte ya, en numerosos»
folletos, memorias y otras publicaciones, cuya com-
pilación y análisis quitaría á mi trabajo el único
mérito que tener pudiera: el de la oportunidad.
Pero si la falta de tiempo , y de competencia, me
impiden hacer un completo estudio militar y polí-
tico; reseñar lo que esta guerra ha sido, indicarlas
causas de su prolongación ; apuntar las dificultades
vencidas, los trabajos sufridos por nuestro ejército»
sobre todo en la última campaña; dar á conocer el
plan y la conducta político-militar á que tan bri-
llantes resultados debemos; examinar las causas
que originaron el conflicto, y el espíritu del país al
terminarlo, deduciendo de tan sangrientas lección-
nes, provechosa enseñanza, que nos haga mejores
y más precavidos para el porvenir, son aún tratadas
á la ligera materias sobrado difíciles, y que sola
tengo una excusa para abordar: la buena fe y el
amor á mi patria.
Seré muy escaso en censuras y alabanzas perso-
nales; no puedo abarcar en un folleto los mandos
político-militares de once generales en jefe, influi-
dos casi siempre por gobiernos que han variado
cinco veces de forma, durante la guerra, y muchas
más de ministerios que los representaran; y conoz-
r
9
co demasiado al jefe militar que ha dirigido la úl-
tima campaña, objeto más inmediato de mi estu-
dio, para prodigarle elogios, que aun siendo tan
merecidos lastimarían su modesto carácter.
La opinión pública, con su sincero agradecir
miento, su respetuoso cariño y su sentimiento de
admiración, son ya elogios más elocuentes y hala-
gadores que las frases más ampulosas; y sé que el
agradecimiento, el cariño, el respeto y la admira-
ción públicos, fundados hoy sobre las sólidas bases
de una reputación moral y una historia militar en-
vidiable, crecerán más y más, á medida que los
hechos de una campaña, poco brillante por su
naturaleza, y casi desconocida en sus detalles, va-
yan haciendo del dominio público su ardiente pa-
triotismo, su celosa buena fe, su incansable acti-
vidad, su exagerado desinterés, y sobre todo, el
olvido de sí mismo v los nobles móviles de su con-
ducta en las difíciles circunstancias que le han ro-
deado. Ningún elogio mejor que una sencilla nar-
ración de esta campaña.
Algunas de mis aseveraciones parecerán duras y
amargas para mi propia patria, pero la patria no es,
no debe ser solidaria de medidas que se toman sin
su acuerdo, contra su voluntad; y por otra parte^
hay en mi juicio más patriotismo en decir la verdad
que en adular á un pueblo disculpando sus faltas y
haciéndole creer que no puede cometer errores.
Cuba 10 de Junio de 1878.
I.
OJEADA RETROSPECTIVA.
Principio de la insurrección. — Separación de bandos. — Nuestra imprevisión.—
Causas que han prolongado la g-uerra.— Concentración de fuer?as y habi-
tantes.— Sistemas de operaciones.— La Restauración.— Fin de la guerra car-
lista.— Renuncia del generalJovellar.— Nombramiento del general Martí-
nez Campos.— Su aceptación y embarque.
La Revolución de Setiembre habia arrojado del trono á la
reina Isabel; el Gobierno provisional presidido por Serrano
acababa de instalarse: estas noticias eran casi desconocidas
en Cuba cuando el 10 de Octubre del mismo año (1868) se
dio el primer grito insurrecto en Yara, sorprendiendo más
aún que á nuestras propias autoridades , á los hasta enton-
ces corifeos del partido rebelde en ]a Isla , que desde luego
quedaron oscurecidos ó relegados á segundo término ha-
ciendo primero el odioso doble papel de amigos y conse-
jeros de nuestras autoridades, al par que el de atizadores de
un conflicto de cuyos peligros no se atrevieron á participar;
y más tarde el de agentes ó meros simpatizadores de la in-
surrección en el extranjero: mientras los oscuros inicia-
dores de la rebelión activa tomaban para sí los primeros y
más peligrosos puestos.
Los excesos cometidos desde un principio por insurrectos
y peninsulares deslindaron pronto los partidos indecisos en
12
el momento de estallar la rebelión, separando al elemento
peninsular español á todo trance animado por un patriotis-
mo de estrecha intransigencia y exclusivismo, tanto más
exagerado cuanto mayor era el peligro que le amenazaba,
de los insulares autonomistas, anexionistas, republicanos,
partidarios de la esclavitud los unos y de su abolición in-
mediata los otros , y que definiendo mal casi todos sus de-
seos de reformas ó aspiraciones á cambios más radicales é
importantes , mancomunaron desde luego sus esfuerzos para
combatir las fuerzas del Gobierno , sin comprender ni cal-
cular los males que sobre su país atraían, como no definían
de un modo concreto sus múltiples esperanzas si bien liga-
dos por un sentimiento general de odio y hostilidad á nues-
tros Gobiernos, iastintivo en los más y razonado en otros
por arbitrariedades y vejaciones, madres siempre de im-
xJacables odios y violentas revoluciones.
La conspiración era antigua: la rebelión prevista y anun-
ciada por cuantos nuestra organización y espíritu colonial
conocían. Algunos chispazos aislados, alguna intentona
abortada, habían permitido conocer el mal en toda su gra-
vedad ; y conocidos eran de todos su origen , las causas que
lo sostenían y aumentaban, así como los trabajos y personas
de los cabecillas: nada, sin embargo, se había hecho para
evitarlo, y aun materialmente la incuria de nuestros Go-
biernos, nuestra apática confianza y quizás algo de ese
fatalismo arraigado en nuestro modo de ser como una
triste herencia de la dominación árabe , hicieron que nos
cogiera desprevenidos, sin fuerza, sin armas, desprovistos de
lo más necesario, hecho tan anunciado y previsto por todos.
El ejército era escasísimo y lo mismo los recursos de
todo género para emprender una campaña que debió ser
activa y rápida como el rayo. Esto, alguna falta de deci-
sión en los primeros momentos y las primeras represalias
que hicieron tomar á la lucha el carácter feroz de las guer-
ras civiles, dieron entre el humo de inútiles incendios y la
13
sangre de algunos ilusos ó inocentes, incremento y vida á
una guerra que con alguna previsión, arrojo y tacto, no
hubiera pasado de una intentona descabellada y aun des-
autorizada por la dudosa y tímida conducta de sus princi-
pales causantes y la poca importancia de sus primeros
actores.
El triste período por el que de entonces acá ha atravesado
nuestra patria; la instabilidad de nuestras instituciones y
Gobiernos, y como consecuencia, la de los jefes supremos de
la Isla, disminuian la iniciativa de éstos y desalentaban á
nuestros parciales, al par que alentaban la confianza del ene-
migo, sabedor de que no habiendo nada estable en la me-
trópoli lodo era instable é interino aquí.
Una Regencia provisional , prolongada sin perder su ca-
rácter de interinidad, una Monarquía buscando rey y un
rey combatido casi desde el primer momento por los mis-
mos creadores de la Monarquía ; una República escasa de
republicanos verdaderos , y muerta por los que tomaban su
nombre ; los excesos de unos cantonales que serian ridículos
sin las sangrientas manchas de su efímera historia; y, por
último, la carcoma de la guerra carlista en que un partido
sediento de mando é intolerante , aprovechaba nuestras des-
gracias para convertir en su maniquí un príncipe ambi-
cioso, y á nuestra España en sangriento campo de la última
batalla en pro de ideas é instituciones muertas para siem-
pre, todo, todo parece haberse confabulado para que la
atención del país absorbida y preocupada por la magnitud
de los males que tan cerca tenía , y la de los distintos Go-
biernos concentrada para salvar situaciones apuradas y
difíciles, y prolongar existencias que eran una continua
agonía, no hayan dado á la insurrección cubana toda la
importancia que tenía, y llegara á convertirse en un cáncer
doloroso y casi crónico un mal que hubiera sido ligero á
hallarse la metrópoli completamente libre de los males que
la han destrozado interiormente.
u
Con los ministerios, y aun sin ellos, sacrificando á las
exigencias políticas la conveniencia nacional han variado
los capitanes generales de la Isla, generales en jefe al mis-
mo tiempo del ejército en campaña. Once (i) han tenido
sucesivamente el mando de las fuerzas y diez el gobierno
superior al mismo tiempo. No es mi objeto examinar los
hechos llevados á cabo por cada uno de ellos, pero es obvio
(jue agobiados por los deberes de su doble mando político
y militar en circunstancias anormales, apenas han tenido
tiempo para estudiar la guerra que debían dirigir : muchos
no han salido de la capital, y no podían, por consiguiente,
conocer ni el enemigo ni el teatro de la guerra sino por
estudios siempre difíciles y casi imposibles, tratándose de
un país que no conocían bien sus propios hijos, del que
sólo se habían estudiado las costas, no habiendo un plano del
interior que mereciese tal nombre, debiéndose los primeros
algo detallados y exactos á los trabajos de jefes y oficiales
que han hecho esta campaña.
Con los capitanes generales ha variado el sistema político
y de conducta y aun el personal de empleados ; mal grave
en un país levantado por razones políticas y quejas de arbi-
trariedades y vejaciones cometidas por los dependientes y
representantes del Gobierno. Con cada general ha variado
en todo ó en importantes detalles el sistema de operaciones
militares y aun el plan general de campaña, y fácil es de-
mostrar cuan perjudicial ha sido para los adelantos de la
guerra , esa continua variación de jefes y sistemas , y cuánto
debía alentar al enemigo, la esperanza de que no serian
duraderos los tiempos en que se veia verdaderamente aco-
sado. Momento ha habido, en que un general conocedor^ del
(1) Lersundi vino el 67; Dulce el 63; Caballero de Rodas el 69; Villate el
70; Ceballos el 72; Pieltain el 73; Jovellar el 73; Concha el 74; Villate el 7o;
JoveHlar el 76; Marlinez Campos el 76.
15
país, militar inteligente y activo, ha tenido casi dominada
la insurrección armada , cuando un relevo que no quiero
juzgar políticamente pero altamente perjudicial para los
intereses de la guerra, vino á hacernos no sólo perder lo
adelantado, sino á dar á los rebeldes nuevos bríos con la se-
guridad de que no podia haber para ellos situación tan des-
esperada de que no pudiera librarles las exigencias políticas
en Madrid, y las órdenes emanadas de nuestros propios
gobernantes que espíritus murmuradores han acusado en
algunos casos de venalidad y tibieza por los intereses nacio-
nales.
Las circunstancias que á la ligera he indicado; variando
unas veces la dirección de la guerra é impidiendo otras la
venida á tiempo y en suficiente número de las tropas regu-
lares necesarias para operar en una extensión de unas
cuatro mil leguas cuadradas, explican la duración de la lucha
y la concentración de nuestras fuerzas y cuidados para el sos-
tenimiento do nuestras ciudades y zonas cultivadas, fuente
única de la riqueza de la Isla, destruida la cual, quedaban
agotados todos los recursos que de ella podíamos esperar.
La opinión pública, eco en esto de los justos temores de los
hacendados, exigía sobre todo la conservación de las fincas
rurales en explotación, se alarmaba descontenta, cuando un
incendio inevitable venía á lastimar sus más preciados inte-
reses y de ahí el origen de los sistemas de trochas militares,
fuertes aislados y perímetros de defensa de cultivos en los
(jue el número de fuertes, fortines y torres (blok-háuser)
llegó á ser tan considerable que todo el ejército de la Isla era
insuficiente para guarnecerlas. De ahí también el sistema de
concentración, por el que no pudiendo guardarlos, so quiso
hacer el vacío en el campo obligando á todos sus habitantes,
y aun á los de muchos poblados más ó menos importantes,
que no se creyó conveniente conservar, á abandonar sus
pueblos, casas y labores para reconcentrarse en grandes po-
blaciones en que la vida es cara, en las que carecían de
16
trabajo y recursos, y que les eran completamente descono*
cidas.
Aumentada la población de las ciudades de un modo anor-
mal; privado casi de sus pagas el ejército que siempre hace
vivir una porción de gentes menesterosas á su amparo,
reducidos los habitantes al perímetro fortificado, privados
los recienvenidos de sus casas y de los recursos de sus sem-
brados; rodeados por un enemigo nada escaso y libre en
sus movimientos que hacía inseguro y peligroso todo tra-
bajo aun en los arrabales mismos délos pueblos, la miseria,
desconocida hasta entonces en Cuba, se desarrolló con ra-
pidez, y muchos de los campesinos trasplantados á un
medio desconocido , echando de menos el desahogo con que
en sus campos vivían, y reducidos á una miseria tanto
más horrible cuanto menos prevista, huyeron á los montes
sin más idea que la de huir del hambre y vivir tranquila-
mente con sus familias, pero dando de hecho y por segunda
vez gran incremento á la insurrección, que encontró en ellos
soldados ó trabajadores con los que crearon las innume-
rables estancias que cubren los más escondidos rincones do
Cuba, manantial de víveres que aún no se ha agotado.
Concentradas así nuestras fuerzas, ocupadas en la conser-
vación y defensa de una valiosa propiedad, no poseíamos
más que los centros de población y el terreno que pisába-
mos : el resto inmenso de la Isla era « Cuba libre » comple-
tamente desconocido para nosotros, cubierto de espesos
bosques , sin caminos , y en donde campeaba el enemigo li-
bremente, rara vez incomodado por nuestras fuerzas. De
tiempo en tiempo , se emprendía alguna gran operación mi-
litar, exigida muchas veces por la imperiosa necesidad de
racionar los puntos del interior que conservábamos ; y los
que sepan lo que es un convoy de cien carretas, arrastradas
cada una por seis bueyes, por un país sin caminos, por terre-
nos blandos y empapados por las lluvias, teniendo que cru-
zar con frecuencia los barrancos y cauces profundos que ha-
Í7
cen los arroyos en terrenos de aluvión durante la estación de
las aguas , ó atravesando á la desfilada enmarañadas espe-
suras, no extrañará que un enemigo sabedor de estas expe-
diciones con muchos dias de anticipación, conocedor del
terreno y libre en sus movimientos, pudiera reunirse, y
aprovecharse momentos oportunos para atacar estos convo-
yes extendidos quizás en más de una legua, con éxito ave-
ces y causándonos siempre más daño del que podian recibir.
Las guarniciones prolongadas , que enervan al oficial y des-
moralizan al soldado; el escaso numero de nuestras fuerzas,
y algunas sorpresas afortunadas del enemigo, que hacía
una guerra sin cuartel, habia levantado su espíritu, dismi-
nuyendo el nuestro, y el mal era grave y pedia pronto re-
medio á mediados de 1876 después de más de ocho años de
lucha.
Una Restauración rápida y llevada á cabo con tanta for-
tuna que no se derramó una gota de sangre en pro del nuevo
Rey y de las nuevas instituciones; un Gobierno que por su
estabilidad rompía la tradición de largos años de revueltas
y continuas crisis ministeriales, señalaron la nueva fase en
que entraba la política española, quitando á la insurrección
cubana , uno de sus más constantes apoyos , una de sus más
firmes esperanzas: la instabilidad de los Gobiernos y de los
jefes con quienes los insurrectos tenían que luchar: ellos
que, como haré ver más adelante, estimaban los dias ganados
en más que las victorias, y que sabían por experiencia que
toda crisis, todo cambio, trae consigo variaciones y pérdidas
de tiempo, es decir, el triunfo de la rebelión.
Una campaña rápida é inteligente, coronada por un éxito
felicísimo, concluía la guerra civil en la Península, ahu-
yentando, esperamos que para siempre, los fatídicos y te-
naces representantes del absolutismo intolerante é intran-
sigente. España quedaba libre de la peste de la guerra que
por tantos años la oprimiera, desangrando su población,
agotando sus recursos , y matando en gormen los elementos
2
18
de su pública vida y riqueza. La confianza empezaba á re-
nacer en el país, y con ella el trabajo y el crédito; libre el
pueblo del cáncer que le devorara, empezaba su nueva vida,
preocupándose de males no menos graves por ser más leja-
nos, y desembarazado el Gobierno de la preocupación conti-
nua que por tanto tiempo reclamara su atención, se deci-
dla á hacer un nuevo y más poderoso esfuerzo , para dar
á Cuba los beneficios de que disfrutaba ya la madre patria,
mandando de una vez refuerzos suficientes, para reempla-
zar, ayudar y relevar el ejército de la Isla, diezmado por el
clima, y cansado por ocho años de ruda campaña.
Sucesos desgraciados en esta campaña , de más importan-
cia aparente que real, hicieron que pidiera su relevo el digna
General que entonces la dirigía, y el Gobierno, accediendo
á este deseo, incitado por la opinión general, que ya le desig-
naba para este mando, nombró al general Martínez Cam-
pos; general en jefe del ejército de operaciones en Cuba.
No desconocía éste las dificultades de la empresa que se
le confiaba ; habia prestado en la Isla largos años de ser-
vicio como jefe de Estado Mayor ; habia hecho en ella una
larga campaña, durante la guerra actual, y en ella habia
ganado en continuas operaciones, hasta el empleo de briga-
dier ; dejando entre paisanos y militares , recuerdos tales de
su actividad extraordinaria é inteligente , y de su recta mo-
ralidad, que ni el tiempo trascurrido, ni la distancia, ni los
méritos de sus sucesores , hablan podido borrar , siendo su
nombramiento saludado con general satisfacción.
Conocía el general Martínez Campos, como muy pocos, la
topografía de Cuba, y sus elementos de vida y recursos , el
carácter de los habitantes y el de la insurrección , las fuerzas
que en el campo contaba, y las no menos importantes que
tenía en el extranjero y en nuestras propias ciudades de
donde recibía toda clase de auxilios; conocía cuan grave era
el mal, las causas de su origen y de su sostenimiento, y
quizás por más que lo ocultara , dudaba del buen éxito de
19
la empresa que iba á intentar, como lo dudaban muchos y
muy inteligentes entre los jefes del ejército, que conocían
esta lucha.
Habia, sin embargo , dos razones que le impulsaban á
aceptar el cargo ofrecido por el Gobierno. El sitiador de Va-
lencia y Cartagena, cantonales; el general que mantuvo la
disciplina en el ejército de Cataluña, cuando nuestro Gobier-
no alentaba su desmoralización ; el héroe de las Muñecas , de
Estella, Canta- Vieja y Seo de Urgel; el vencedor del Cen-
tro y Cataluña ; el caudillo que concibió y llevó á cabo con
entendida audacia la marcha del Baztan , y en una palabra,
el pacificador de la Península , después de rechazar por dos
veces el empleo de teniente general , y el título de grande
de España, se creía sobrado recompensado con sus ascensos
militares , ganados todos de capitán arriba , por méritos de
guerra, y á más de su deber como militar y como español,
se creía obligado á aceptar el peligroso honor de mandar el
ejército de Cuba, como medio de agradecer y justificar re-
compensas que juzgaba excesivas.
Otra razón habia, y ésta es hija de su carácter: es la
atracción que sobre él ejerce el peligro, el incentivo que para
él tienen las dificultades, y la satisfacción propia que siente
en arrostrar los unos y vencer las otras. El general Martí-
nez Campos, que es prudente, reflexivo y hasta cachazudo
cuando se ventilan cuestiones de importancia para su país,
para el ejército, y aun cuando está en juego la vida de un
solo soldado, es impaciente, temerario y hasta imprudente,
' cuando sólo se trata de sí mismo. No digáis al General que
hay en una medida ó en una acción cualquiera riesgo pura-
mente personal para él, porque por escasas que sean las
ventajas que la nación ó el servicio tengan en ella, la lle-
vará seguramente á cabo; y esto lo saben muy bien por nu-
merosas experiencias, no sólo todos los que le rodean y le
ven exponer su reputación siempre que lo cree de concien^
ciá, sino los ejércitos de Cataluña y Cuba, que muchas y
20
muchas veces le han visto exponer su vida atravesando lar-
gas distancias del país ocupado por el enemigo, solo ó con
la cuarta parte de la escolta que hacía llevar á cualquiera
jefe ú oficial á quien ordenase semejantes excursiones. Quien
tal hace puede exigir mucho, y virtud es el dar las órdenes
con precisión y prudencia, en quien tan poca de una y otra
tiene cuando se trata de sí mismo.
Habia, pues, además del deber de patriotismo, un motivo
de delicadeza personal y otro de carácter para hacerle acep-
tar tan difícil cargo . El General exponía una reputación
brillante y justamente adquirida, pero debia á su juicio
aceptar y aceptó el mando del ejército de Cuba, pero el del
ejército sólo, y con la condición de que el general Jovellar
siguiera de capitán general y gobernador civil de la Isla :
porque , por una parte , ninguno como él podia apreciar la
poca importancia real de los últimos sucesos militares, y la
facilidad con que pueden acaecer en semejante campaña, y
ligado por otra con aquel General por los lazos de una pro-
funda estimación de sus cualidades , lazos y estimación
mutua que su mando simultáneo en tan difíciles circuns-
tancias han estrechado más y más, no quería aparecer
como el sucesor del amigo, y juzgaba además útilísima su
inteligente cooperación, si las operaciones militares no ha-
blan de resentirse de las preocupaciones político-adminis-
trativas inherentes al mando superior civil. No se le ocul-
taba el peligro de que se enfriaran sus relaciones amistosas
con el general Jovellar, dada la división de atribuciones
que por primera vez se hacía, ni los inconvenientes y difi-
cultades que la dualidad de mandos trae consigo; pero creia
ver en ello una ventaja para la patria, y estaba decidido á
sacrificar mucho al mantenimiento de una buena armo-
nía que juzgaba necesaria para el buen éxito de su empresa,
y ha conseguido su objeto. Preciso es confesar, y sé que si
el general Martínez Campos lo lee, leerá esto con gusto, que
D. Joaquin Jovellar ha desplegado un patriotismo y un
21
celo por auxiliar al General en jefe, tan grandes como su
amistosa deferencia y esfuerzos para marchar de acuerdo
con él en todo. ¡¡Raro ejemplo de lo que pueden la buena
fe y el deseo de servir á su patria, en jefes cuyos mandos
se deslindaban por vez primera, y cuyos caracteres, además,
difieren mucho en su modo de ser!!
Decidido y hecho su nombramiento, expuso el General al
Gobierno sus ideas político-militares sobre la Isla y la cam-
paña; se acordó el número de soldados que hablan de ve-
nir, los medios de trasportarlos, y un empréstito escaso
y consumido en gran parte en atenciones anteriores; y con
su actividad característica embarcó en Santander con los
primeros soldados y desembarcó en la Habana en los pri-
meros dias de Noviembre de 1876, ocupándose desde luego
en organizar su ejército y señalar sitio á las fuerzas que
iban llegando, para desarrollar su plan de campaña sin pér-
dida de tiempo, estudiando á la par el estado de la Isla y el
de la insurrección.
Necesario me es describir á grandes rasgos el teatro de la
guerra y su estado en aquella época, siquiera no sea más
que para mejor inteligencia de mis sucesivas narraciones.
II.
CAMPAÑA DE LAS VILLAS.
Descripción general. Oriente.— Centro. -La Trocha.— Occidente.— Estado de la
Isla en Noviembre de 1876.— Organización civil de los insurrectos. —Orga-
nización militar.— Su espíritu y esperanzas al empezarla campaña.
La isla de Gaba es, no sólo la más rica y grande de las
Antillas mayores, sino la de más importancia por su situa-
ron entre las penínsulas de Yucatán y Florida, que for-
man la boca del seno mejicano, del que es Cuba realmente
la llave. Tiene unas 280 leguas (1) en su mayor longitud de
E. á O., y una anchura de N. á S. que varía de 10 á 40 le-
guas, con una superficie de 3.800 leguas cuadradas próxi-
mamente.
El suelo, ligeramente accidentado por suaves colinas que
rara vez merecen el nombre de montañas en la parte occi-
dental, es llano en la central y montuoso en la oriental.
El sistema orográñco , si bien siguiendo la dirección ge-
neral de O. á E., afecta rara vez la forma seguida ó de espi-
nazo, siendo más bien una serie de lomas aisladas, ó de
(1) La legua cubana tiene 4.240 metros, y á ella me refiero siempre que no
«xprese otra cosa.
23
mamelones cónicos aglomerados desordenadamente unos
sobre otros. Los más interesantes para este estudio, son: el
grupo de las lomas de Trinidad, de Sancti Spíritus y Cham-
bas, á Occidente; los de San Pedro y Najaza, en el Centro; en
la parte S. del Departamento oriental, la Sierra Maestra, de
la que se desprenden poderosas ramificaciones y estribos,
que cruzando el Departamento en todos sentidos van á mo-
rir en los pinares de Mayari y Sierra del Cristal al N., en las
cuchillas de Baracoa al NE. y en los montes de Guantana-
mo al E., con virtiendo este territorio en un mar alborotado
por distintos vientos, cuyas olas monstruosas se hubieran
solidificado repentinamente, y entre las que algunas, como
el pico Tarquino, alcanza una elevación de 9.000 pies. La
Isla, en general, está cubierta por bosques espesísimos, y
en algunos sitios por praderas siempre verdes, y cru-
zada por algunos rios caudalosos y navegables en sus bo-
cas, y por numerosos arroyos que desprendidos de las me-
setas centrales se hinchan exti-aordinariamente en la es-
tación de las lluvias, y son siempre alimentados por las fil-
traciones de la humedad absorbida por una vigorosa vege-
tación. Su dirección general, perpendicular á la de las mon-
tañas, es desde el Centro al N. y al S., á excepción del
Cauto, el más largo, caudaloso é importante de todos, que
naciendo en la Sierra Maestra, cerca de la costa S. , y no
lejos de Santiago de Cuba, corre primero hacia el N. unas
30 leguas, cruzando al O. después por espacio de otras 30,
20 de las cuales son navegables, y desemboca en el mar del
Sur á corta distancia de Manzanillo.
Las costas son bajas en su mayor parte, bordadas de pe-
ligrosos arrecifes, rodeadas de cayos é islotes medio sumer-
gidos y cubiertos de espesos manglares, cortada por las bo-
cas de sus profundos puertos, y los millares de pasas y ca-
nales, zanjas, esteros, brazos y desembocaduras de ramblas
y rios, tan propicios á la ocultación y al contrabando como
poco conocidos y de navegación y vigilancia dificilísima.
•24
El clima es cálido y húmedo , especialmente en la esta- •
cion de las aguas (de Mayo á Octubre), sin que dejen de ser
éstas frecuentes en los restantes meses del año. La fiebre
amarilla es endémica en la costa, epidémica en el interior,
y el calor y la humedad producen en muchísimos puntos
emanaciones pútridas, causa de fiebres palúdicas de todas
formas, pero de mal carácter casi siempre , y seguramente
más perjudiciales por su rebeldía y continuos estragos para
la salud de un ejército en campaña, gue el mismo vómito
negro.
En el Departamento, oriental, además de su capital San-
tiago de Cuba, son importantes los puertos de Guantana-
mo al S. y Manzanillo al SO. y Baracoa, Ñipe (de ISÍayari)
Jibara y Puerto- Padre al N. , teniendo además en el interior
como poblaciones más considerables á Bayamo , Holguin
y las Tunas que hoy empieza á levantarse de nuevo. Sus pro-
ducciones principales son el tabaco en la parte N. y el café
y el azúcar en los valles de Cuba, y el valioso de Cuba,
conservados casi por completo á pesar de los ataques del
enemigo.
En el Departamento central (el Camagüey), además de su
capital Puerto-Príncipe, hay el puerto de Santa Cruz al Sur,
y el de Nuevitas al N., como más principales. El cultivo era
ya escaso antes de empezar la guerra y hoy apenas queda
un ingenio en pié. Su principal riqueza consistía en la faci-
h'sima cría de numerosos ganados. Hoy todo está destruido;
los incendios y devastaciones de uno y otro bando han con-
vertido en un desierto y hasta en bosques espesos aquellas
extensas praderas tan ricas y animadas hace diez años: éste
es indudablemente el Departamento en que la guerra ha
causado mayores males. En él, lo mismo que en el Oriental,,
estaba el enemigo al empezar esta campaña, sino potente,,
cuando menos desahogado y gozando casi de tranquilidad;
y además de las ciudades ya mencionadas, apenas poseía-
mos algunos poblados y fuertes conservados como puntos
25
estratégicos, y los ferro-carriles de Cuba y Guantanamo, y
el que une á Puerto-Príncipe con Nuevitas conservados
unos y otro con numerosos blok-haus que no siempre han
•bastado para dar seguridad á las líneas. Estas vías férreas
son, por otra parte, los únicos medios seguros de comunica-r
cion en el Centro y Oriente, no existiendo en el resto más
caminos que las veredas abiertas por las caballerías ó car-
retas que pasaron antes atravesando con mil inconvenientes
y dificultades insuperables á veces profundos barrancos,
espesos bosques y terrenos blandos y pantanosos, y en los
que en alguna ocasión después de lluvias abundantes han
quedado las carretas cargadas y aun los animales enter-
rados en un fango pegajoso y condenados á morir de
hambre.
Estos departamentos están separados del Occidental por
la Trocha, camino militar que une Morón en la costa Norte
con el Jucara en el Sur, en una extensión de catorce
leguas, en cuya mitad próximamente se halla Ciego de
Avila. Este camino militar, intentado desde un principio
para ser un obstáculo serio que cortara las comunicaciones
de los insurrectos de una y otra banda, sólo ha sido una
línea de observación y racionamiento; y á pesar del tiempo
y trabajos en ella empleados, no era al principiar la cam-
paña más que un obstáculo moral para la tranquilidad de
los hacendados de Occidente, y aunque durante ésta se han
terminado un ferro-carril, la estacada de protección y más
de cien torres para su defensa , no sería impedimento serio
para el ataque de un enemigo decidido á pasar la Trocha
para invadir las Villas ó retirarse al Cam.igüey.
El Occidental es el más rico y poblado de los tres depar-
tamentos; sus principales puertos son: al N., Morón, Caiba-
rien (de Remedios) , Sagua la Grande , Cárdenas, Matanzas
y la Habana; y al S., Jucaro, Tunas (de Sancti Spiritus),
Casilda (de Trinidad) , Cienfuegos y Batabanó , este último
unido á la Habana por un ferro-carril que atraviesa la Isla
26
en su parte más estrecha. Al O. de esta línea hasta cabo
San Antonio no ha penetrado la insurrección armada,
librándose del azote de la guerra las ricas vegas de la Vuelta-
Abajo, así como las jurisdicciones de Matanzas y Cárdenas,
extendiéndose en cambio por las de Spiritus, Remedios,
Sagua, Trinidad, Villa-Clara, Cienfuegos y aun Colon, hasta
la Ciénega de Zapata y margen izquierda del rio Hanabana;
riquísimas todas ellas por sus plantíos é ingenios, que era
preciso conservar á todo trance tanto por su importancia
vital para nuestra causa como por ser la invasión y el do-
minio en esta parte el sueño dorado de las mejores inteli-
gencias enemigas que sabían cuántas ventajas les reportaría
y cuan fatal nos sería su preponderancia en esa fuente casi
exclusiva de nuestros recursos.
Eramos, pues, en Noviembre de 1 876 , dueños de los pueblos
citados al hablar del Centro y Oriente; el enemigo del
campo que desierto para nosotros era para ellos su casa;
tenían legumbres de todas clases (viandas) sembradas por
todas partes, carne en muchas, y no escasos recursos sacados
del monte, los unos adquiridos, los otros en las ciudades con
más facilidad de lo que á primera vista pudiera parecer.
Teníamos que vigilar grandes perímetros y guarnecer innu-
merables fortines en nuestros caminos y zonas de cultivo.
Las operaciones militares limitadas por la escasez de fuerza
se hacían por obligación de racionar ó socorrer nuestros
puntos del interior y para estas expediciones preparadas con
antelación, y conocidas casi siempre por el enemigo, eran ne-
cesarios al menos tres batallones que formaban una columna
que teniendo que llevarlo todo consigo se hacía pesada por
la excesiva impedimenta y poco á propósito para encontrar á
un enemigo completamente desembarazado que sólo se
presentaba ante nuestros soldados , en el punto y hora que
creía oportuno y ventajoso para él. Los racionamientos se
hacían con dificultad y con dificultad se conservaban las
zonas de cultivo y aun los poblados del interior, tanto que el
27
general Jovellar se habia visto obligado por las apremiantes
circunstancias, á mandar los tres primeros batallones que
vinieron de la Península á refoi'zar las tropas de Cuba, Hol-
guin y el Centro.
Al O. de la Trocha que cruzaba fácilmente estaba el ene-
migo crecido en las jurisdicciones de Spiritus y Remedios,
y poco menos en Sagua, Villa-Clara, Trinidad y Cienfuegos,
llegando hasta la Ciénega y el Rio Hanabana , y el mal era
doblemente grave por su importancia real y por la amenaza
continua de invadir las jurisdicciones de Cárdenas y Matan-
zas, acercándose ala capital de la Isla> Una invasión de
Oriente no sólo hubiera encontrado prácticos que la guiaran,
fuerzas que la apoyaran, y recursos sobrados que la mantu-
vieran, sino que hubiera hecho muy precaria nuestra situa-
ción, mala ya, por la perentoria necesidad de guardar eficaz-
mente una propiedad extensísima y valiosa que impedia el
jnovimiento de gran parte de nuestras fuerzas 'ocupadas en
guarnecer los ferro-carriles , las fincas y las poblaciones
rodeadas aquí como en los otros departamentos de fortines
y aun de barricadas que obstruían las salidas de las calles al
campo.
Se ignoraba el número y movimiento del enemigo; se le
creía mucho menos numeroso é importante délo que lo era
en realidad; error general que han padecido casi todos, aun
estando en los focos de la insurrección, hijo en parte de
nuestros escasos movimientos , y en parte de su sistema do
vivir por pequeñas fracciones que solo se unían para un ata-
que premeditado, dividiéndose otra vez en seguida ó regán-
dose, subdividiéndose en casos de persecución activa hasta
hacer perder todo rastro y juzgar que han desaparecido de
una jurisdicción por completo. A pesar del optimismo con
que se juzgaba al enemigo, los jefes de éste como los de los
otros departamentos no creían prudente debilitar sus co-
lumnas, á menos de dos batallones, ni aún el privarlas de
una artillería, rara vez empleada con utilidad, é impedí-
28
menta de consideración, en un país que como éste carece de
caminos en absoluto.
La insurrección tenía tanto civil como militarmente una
organización bastante completa. El presidente de la repú-
blica, jefe del Poder ejecutivo , tenía á su lado un ministe-
rio responsable, y la Cámara legislativa tenía casi completos
los diputados representantes de los distritos en que hablan
dividido la Isla. Estos centros han estado casi siempre en
el Camagüey, desde donde, por su posición central, les era
más fácil recibir noticias y enviar órdenes , teniendo bas-
tante bien organizado su sistema de comunicaciones, y se
entendían con los agentes de la república cubana en el ex-
tranjero, particularmente con los de Haití y Jamaica, de
donde han recibido algunos auxilios en pequeñas embar-
caciones de pesca, y sobre todo con la Junta cubana de New-
York , centro del que han partido todas las calumnias para
denigrarnos^ todas las noticias de falsas victorias que podían
dar importancia para los extraños á la insurrección , todos
los trabajos para buscar simpatías á su favor y conflictos
internacionales á nuestro Gobierno, y donde se han organi-
zado las expediciones de auxiliares , enganchados entre la
escoria de los numerosos vagamundos que huidos de todos
los países buscan un refugio en el Norte de América, y que
seducidos con brillantes promesas han encontrado en los bos-
ques de Cuba el digno fin de su vida aventurera, así como
el envió de armas y municiones en buques fletados y aun
adquiridos para este objeto.
Esta clase de expediciones han sido nulas durante la ul-
tima campaña ; primero, porque los esfuerzos de la Marina
de guerra que ha cogido muchas de ellas sobre la misma
costa, é inutilizado otras ya preparadas en los pueblos ve-
cinos de Costa Firme, Nassau, Haití y otros les hacían di-
fícil encontrar armadores y tripulantes que quisieran correr
los riesgos dejuna expedición pirática, y aún más difícil el en-
ganche de los aventureros, escarmentados con el miserable
29
ñu de los anteriormente seducidos; porque nuestras nume-
rosas columnas, siempre en movimiento, hacian casi impo-
sible la reunión del enemigo sobre la costa en número y por
el tiempo preciso para salvar , una expedición que hubiera
escapado á la vigilancia de los cruceros; porque la natura-
leza de la insurrección iba siendo conocida, y la Junta cada
vez más desautorizada y escasa de recursos metálicos , no
encontraba ya apoyo, simpatías ni tolerancia en el extran-
jero: y por último , porque poco satisfechos los jefes de la
Isla del manejo del dinero que se habia enviado fuera,
encontraban más fácil, barato y seguro comprar cuanto que-
rían en nuestras poblaciones don^e han tenido siempre ami-
gos decididos , espías y simpatizadores numerosos y gente
ávida, dispuesta á facilitarles cuanto desearan á trueque de
realizar ganancias faublosas.
Entendíase además el Poder ejecutivo con las Juntas cu-
banas establecidas en la mayor parte de las poblaciones de
la Isla, la Habana inclusive, y con los prefectos ó jefe civi-
les de cada distrito , ocupados unos y otros en comunicar
noticias , allegar recursos , enviar soldados al campo y fa-
cilitar auxilios, cobrando contribuciones más ó menos vo-
luntarias , que han pagado no sólo los simpatizadores y par-
tidarios de la insurrección en las ciudades, sino la mayoría
de los hacendados, inclusos muchos peninsulares y extran-
jeros amenazados con la pérdida de capitales enormes y va-
liosas cosechas, que sólo así podían salvar no tanto de un
ataque á viva fuerza sino de un incendio facilísimo durante
gran parte del año , y hecho así siempre sin riesgo ninguno
para sus perpetradores.
No es de extrañar, pues, que mientras la propiedad no ha
estado garantizada, y era difícil guardarla en este país, por
i5us condiciones especiales y por el sinnúmero de agentes y
partidarios que por do quier tenían los rebeldes , haya te-
nido el enemigo no sólo dinero seguro y abundante, sino
ropas , víveres , y hasta municiones , fácilmente adquiridas
30
y más fácilmente llevadas al campo desde las poblaciones,
tiendas aisladas y fincas en explotación: lo que sucedería
en cualquiera país , y ha sucedido aún más en éste y en
esta guerra que ha desarrollado de un modo extraordinario
la avidez y codicia y la desmoralización y venalidad ya ex-
cesiviamente arraigadas en él de muy antiguo.
En la parte militar, tenian los insurrectos dividida la Isla
en comandancias generales, y asignados á cada una de ellas
los batallones que con los naturales de cada localidad habian
podido formar, y aunque en alguna ocasión los han sacado
de ellas para servir en otras, han sido en corto número y
con escasos resultados, pues,la guerra ha desarrollado más
y más, celos y rivalidades ya antiguas entre los habitantes
de los distintos departamentos.
También ha sido contingente considerable para sus filas
el gran número de esclavos y colonos chinos contratados
fugados de sus fincas; bastantes criminales de masó menos
consideración escapados de la persecución de la justicia, que
buscaban refugio en el campo insurrecto, y por último, y
aunque duela decirlo, bastantes desertores de nuestras filas,
los más de ellos espíritus inquietos y vagamundos, engan-
chados por los banderines de Ultramar, voluntarios y vendi-
dos, que con distintos nombres ha enviado el Gobierno en
épocas de apuro, y aun sabiendo que dado el modo de su
adquisición, habian de ser tan malos como caros solda-
dos, y peores servidores de su patria.
En el departamento Oriental, ha mandado durante esta
época Antonio Maceo mulato de escasa instrucción , pero
activo, valiente y con verdaderos instintos de guerrillero,
que á pesar de su raza y modesto origen , ha llegado á ocu-
par el primer puesto de su milicia á fuerza de servicios y
heridas varias de las cuales ha recibido en la última cam-
paña: su mando se extendía á Guantanamo, Baracoa, Cuba
y Mayarí. En la parte de Manzanillo, Bañamo y Fignani,
era el jefe más caracterizado Modesto Díaz, dominicano que
31
sirvió á España, en nuestra descabellada intentona de ane-
xión de Santo Domingo, uniéndose á los insurrectos desde
el primer momento de la rebelión, el que en unión de Mar-
cano, también dominicano, dio la primera organización á la
resistencia de los cubanos. Vicente García mandaba los ter-
ritorios de Holguin y las Tunas, de cuyo íütimo punto era
natural; salido también de una posición modesta, ha llegado
á mayor general, y á ser finalmente el último presidente de^
la república cubana. En el Centro, donde como ya he dicho
han estado casi siempre la Cámara insurrecta y su Poder
ejecutivo, tenía el presidente, Tomás Estrada, en el nombre
el mando supremo de las fuerzas, y en realidad Goyo Beni-
tez y Máximo Gómez, cubano aquél: dominicano éste y
como Modesto Diaz, procedente de nuestras filas en la ane-
xión y venido á Cuba, cuando abandonamos á Santo Do-
mingo: Máximo Gómez era quizá el carácter más organiza-
dor, y la mejor inteligencia militar de la insurrección, si bien
su calidad de extranjero le ha quitado parte de la autoridad
é importancia á que sus cualidades le hacían acreedor. Tam-
bién era un extranjero, el polaco Roloíf, el jefe más caracteri-
zado de Occidente, y como en el anterior ó más que en él,
su calidad de extraño ha perjudicado á su autoridad é in-
fluencia, que han ejercido principalmente Pancho Jiménez
y Serafin Sánchez en Spiritus y Remedios; Mistre y otros
poco importantes en las Villas Occidentales, y al Oeste del
ferro-carril de Cienfuegos, Cecilio González, que encerrado
en las tembladeras y pantanosos bosques de la Ciénega de
Zapata, salia de ella para ejercer sus depredaciones en
aquella zona, hasta la orilla izquierda del Habana, te-
niendo en jaque á Colon, Cárdenas y Matanzas, que no es-
taban seguras al principiar esta campaña.
La organización político-militar que acabo de bosquejar,
era más ó menos completa según el sistema de guerra que
por necesidad ó iniciativa de los generales en jefe hemos
seguido. La actitud casi exclusivamente defensiva á que
32
la escasez de fuerzas nos ha obligado con frecuencia; la
concentración de habitantes en los poblados y de tropas
en las guarniciones y defensa de las zonas del cultivo , y el
sistema de grandes operaciones, dejando al enemigo libre
y casi tranquilo en sus inmensos terrenos, les permitia or-
ganizar su gobierno y administración, allegar recursos para
las épocas de apuro, y montar sus servicios con tal perfec-
ción, que crearon fábricas de sal, nitro, pólvora y curtidos,
talleres de talabartería, zapatos, armerías y hasta construc-
ción de buques; establecer almacenes, depósitos y hospita-
les; tener escuelas, imprentas y periódicos, sellos de cor-
reos, administración de justicia, establecimientos penales,
y hasta llevar sus registros civiles y hacer censos de la po-
blación y catastros de sus riquezas (1).
Por el contrario ; cuando por sistema de los jefes ó por
permitirlo el número y salud de nuestros soldados se ope-
raba á la ligera y con actividad, sus prefecturas ó centros
administrativos y sus correos se desorganizaban pronto,
ya por huir de los sitios que tenían señalados, ya por caer
en nuestras manos su correspondencia, documentación y
empleados, y á poco desaparecían de la zona explorada sus
fábricas , depósitos, hospitales y demás centros con tanto
trabajo creados. El Poder ejecutivo y la Cámara, obligados
(I) De todas estas cosas, ademls de los depósitos, fábricas y talleres des-
truidos en ^ran número por nuestras columnas, y de las detalladas relaciones
de los mismos presentados, han caido en nuestras manos con sus archives
oñciales, correspondencias cifradas y sus claves y muchísimas particulares,
pruebas muy curiosas.
Todos hemos tenido muchas ocasiones de ver, y algrunos 'los conservan, bi-
lletes de banco y sellos de correo; colecciones de Bl MamM, MI Cubano libre ^
La Estrella solitaria, El Boletín de la gmrra y otros periódicos publicados en
el monte, reglamentos de la Cámara, Constitución de la República, Códigro pe-
nal, escalafones de jefes y oficiales, estados de fuerzas, registros de contribu-
ciones civiles , y numerosas cartas cifradas y sin cifrar, cambiadas entre los
rebeldes entre si, ó con sus agrentes, simpatizadores y amigos de nuestras
ciudades.
33
á buscar una incierta seguridad en una variación continua
de domicilio, faltos de noticias y comunicaciones, perdian
muchas de sus facilidades para mandar, y de su actividad,
por consiguiente, y con ellas quedaban faltas de unidad de
miras las operaciones de sus tropas y las de sus empleados
civiles. Sus familias y estancieros (agricultores), sorprendi-
dos y prisioneros unas veces , forzados otras á abandonar
sus casas á la carrera, perdian en breve y quizá de un
solo golpe el fruto de muchos meses de tranquilo trabajo y
los recursos para muchos más de existencia desahogada,
traduciéndose todo esto en intranquilidad , miseria, priva-
ciones y desaliento para los rebeldes y sus familias .
Al principiar esta campaña, no eran muchas nuestras
fuerzas, gran parte de las que hablan cumplido con excesó
su tiempo de servicio, y casi en todas partes nos mantenía-
mos á la defensiva. El enemigo, perfectamente enterado de
nuestra situación, sabía que en el espíritu público era es-
casa la confianza en el porvenir, que hablan disminuido
en proporción los negocios, y que se hablan retirado gran-
des capitales extranjeros, que han sido siempre los promo-
vedores de las empresas agrícolas de la Isla , cuya produc-
ción ha venido decayendo durante la insurrección hasta el
punto de que sólo en el ramo de azúcares quedó reducida á
cien mil una producción que en 1869 fué de trescientas
treinta y cuatro mil toneladas; y si bien otros ramos como
el del tabaco hablan sufrido poco, algunos otros, como el
café y los ganados , hablan desaparecido casi por com-
pleto. Sabía que nuestras contribuciones anormales por
causa de la guerra eran excesivas y pagadas con disgusto y
dificultades, sobre todo por los pequeños propietarios; que
teníamos muy atrasados los pagos de contratistas de víve-
res, vestuarios y otros servicios; que se debia un año de pa-
gas al ejército; que nuestros hospitales eran insuficientes,
escasos nuestros medios de arrastre, y más escasos aún
nuestros recursos para hacer frente á unos gastos que no
3
34
bajaban de mil quinientos millones de reales por año, y es-
peraban que nuestra apatía, nuestros descuidos y nuestras-
enfermedades, es decir, el tiempo, harian por el triunfo de
su causa lo que jamás podian conseguir por la fuerza de
las armas .
«Se dice, escribía un jefe caracterizado en Julio de 1876-
»al entonces secretario de la guerra, que vienen treinta mil
•hombres; las fábricas de nitro y pólvora trabajan con una
«actividad asombrosa; aprestamos nuestras teas y afilamos
» nuestros machetes; el tiempo, sus torpezas y la señora en-
»démica (1), harán lo que los buenos cubanos no puedan
»hacer.» Su interés era, pues, ganar tiempo; no nos hostili-
zaban sino para quitarnos algún recurso ó destruir la ri-
queza pública , y esto eligiendo la ocasión de hacerlo sin
riesgo y el sitio para batirse con ventajas, y con la con- *
viccion de que una cosecha perdida y un mes ganado sin
ver á nuestros soldados, les eran más provechosos que una
victoria brillante, que á pesar de poner de su parte las me-
jores circunstancias, sería siempre pagada con la vida de
muchos de sus partidarios .
(1) La fiebre amarilla.
III.
CAMPAÑA DE LAS VILLAS.
Orden general del ejército.— El general Prendergast.— Plan militar y distribu-
ción de fuerzas.— Creación de zonas y centros de operaciones.— Columnas
ofensivas.— Humanización de la guerra.— Ideas y esfuerzos del General.—
Conducta de las tropas.— Instrucciones del General á los jefes de colum-
na.— Su inspección.— Subdivisión del enemigo y de nuestras columnas.—
Resultados obtenidos en Marzo.— Deseos del General.— Sus esfuerzos y
medidas políticas.
Así las cosas, y con un gran conocimiento de ellas que le
fué fácil adquirir en pocos dias, no sólo por su antigua ex-
periencia de los asuntos de la Isla y de la guerra, sino por
los estados de fuerza y hospitales, de acémilas y arrastres,
depósitos de raciones, parques, fuertes y demás documentos
de campaña que á su disposición tenía, dio Martínez Cam-
pos su orden general de 5 de Noviembre del 76 , á los dos
dias de haber desembarcado en la Habana. Por ella quedaba
la Isla dividida en comandancias generales, y éstas en bri-
gadas, disponiendo que inmediatamente que iban desem-
barcando fuese cada batallón al puesto que se le designaba.
Hé aquí un extracto de aquel documento, necesario para
la mejor inteligencia de los hechos sucesivos:
Comandancia general de Cuba, al mando del general
Saenz de Tejada, con tres brigadas: la primera mandada
36
por el brigadier Bargés, la segunda al mando del brigadier
Galvis, y la tercera ala del brigadier Menduiña, con sus
centros en Guantanamo, Santiago de Cuba y Manzanillo;
respectivamente.
Comandancia general de Holguin y de las Tunas , man-
dada por el brigadier Valera.
Comandancia general del Centro ó Puerto- Príncipe, man-
dada por el brigadier Esponda.
Comandancia general de la Trocha, con el centro en
Ciego de Ávila, mandada por el brigadier Rodríguez Arias.
Comandancia general de Remedios, mandada por el ge-
neral Morales de los Rios, con dos brigadas mandadas por
Lasso y Jaquetot.
Comandancia general de Sancti-Spíritus , mandada por el
general Cortijo , con las dos brigadas de Quesada y Pola-
vieja, cuyos centros eran Cabaiguan y Arroyo-blanco, res-
pectivamente.
Comandancia general de Trinidad, mandada por el bri-
gadier Armiñan.
Comandancia general de Villa-Clara, mandada por el ge-
neral Cassola, con cuatro brigadas al mando de Bonanza,
Boniche, Daban y Camino, y centros en Villa-Clara, Sa-
gua y Cienfuegos.
Y por último, la brigada de reserva, que situada sobre el
rio Hanabana, á retaguardia del terreno ocupado por los
rebeldes, mandaba el brigadier Rodríguez de Rivera.
Además de estos jefes , tenía el General en jefe á sus ór-
denes con el carácter de jefe de Estado Mayor general , al
mariscal de campo D. Luis Prendergast, de vasta instruc-
ción, carácter justo y firme al par que benévolo, y tan
perfectamente de acuerdo con su plan político-militar, que
no solamente le ha secundado admirablemente , sino que le
ha sustituido, pudiendo decirse con verdad, que, penetrado
éste del espíritu é ideas de aquél dotado de cualidades po-
lítico-militares poco comunes , y de una actividad y de una
37
aptitud para el trabajo excepcionales, ha habido con fre-
cuencia en dos puntos opuestos del teatro de la guerra dos
generales en jefe, pensando y obrando de la misma manera.
El plan militar del General era acumular al O. de la
Trocha todas las fuerzas disponibles, dejando los departa-
mentos Central y Oriental en una situación casi defensiva,
reforzándolos, sin embargo, con algunas tropas, además de
los tres batallones que el general Jovellar habia ya enviado
para que se conservaran todos los puntos avanzados del in-
terior que poseíamos como centros de racionamiento y ba-
ses de las futuras operaciones , y proteger eficazmente las
zonas del cultivo que aún quedaban en pié, algunas de ellas
muy importantes, como las pobladas vegas de Jibara, Ma-
yan y Baracoa, y las ricas zonas de ingenios de Cuba y del
valioso valle de Guantanamo.
Empezábase por aquel entonces la zafra (recolección de
la caña y fabricación del azúcar), y como ya he dicho, á Oc-
cidente de la Trocha es donde están los más numerosos in-
genios y las fincas de más valor y producción. Era preciso
salvar las cosechas y salvar las haciendas, por los hacenda-
dos y opinión pública, y por interés nacional. Era preciso
que los rebeldes del Centro y Oriente perdieran la espe-
ranza de pasar la Trocha é invadir las Villas , aumentando
la insurrección, ya muy crecida en Occidente, é impedir á
toda costa la destrucción de tanta riqueza, destrucción que
no sólo hubiera privado á nuestro Erario de sus más pin-
gües ingresos, sino que hubiera dado á la rebelión tantos
bríos y recursos que hubiera sido difícil , ya que no impo-
sible, y seguramente infructuoso, el cortar el mal , á ha-
berse llevado á cabo con éxito la invasión de aquellos po-
blados territorios y la destrucción de sus elementos de
riqueza.
Si antes de la época de las aguas (Mayo), conseguía ani-
quilar al enemigo de las Villas , limitando la insun*eccion
al Este de la Trocha , pensaba llevar la guerra al departa-
38
mentó Oriental, en el que aún conservábamos alguna riqueza
importante, y terminar la lucha en el Centro, donde fuera
de las poblaciones más considerables, nada le habia librado
de la devastación y los incendios.
Cubrió, pues, la línea del Hanabana con la brigada de re-
serva, para impedir que el enemigo se extendiera hacia el
Oeste, y asegurar las ricas jurisdicciones de Colon y Cárde-
nas ; destinó cinco de los batallones de los recien llegados
para operar en la de Cienfuegos , y Ciénega de Zapata,
inmenso terreno pantanoso, en el que entre numerosas la-
gunas de escaso fondo, terrenos movedizos y tembladeras
cubiertos de espesos bosques , hay algunos pedazos de tierra
firme, formando el todo un dédalo malsano y desconocido,
en cuyos laberintos se ha ocultado casi siempre el cabecilla
Cecilio González; y repartió los diez y siete batallones res-
tantes entre la Trocha y jurisdicciones de Sancti-Spíritus,
Remedios, Sagua la Grande, Villa-Clara y Trinidad, asig-
nándolos á las Comandancias generales ya mencionadas y
abrazando un territorio de unas ochocientas leguas cuadra-
das, aguardando para el definitivo desarrollo de su plan á
que cada cual hubiera ocupado su puesto (mediados de Di-
ciembre).
En la segunda quincena de Noviembre, y mientras el
ejército expedicionario iba llegando ala Isla, recorrió todo el
territorio comprendido entre el Hanabana y Colon al O. , y la
Trocha al E., enterándose minuciosamente de todas las
necesidades, y en cuanto le era posible (dada la variada
contradicción de las noticias que le daban) del número, po-
siciones y espíritu del enemigo, mandando tan luego como
fué posible empezar las operaciones en la Ciénega de Zapata
y Villas Occidentales.
Eli.® de Diciembre reunió en Alonso Sánchez (Sancti-
Spíritus) seis batallones, y puesto él á la cabeza de uno de
ellos (el de Reus), cruzaron las Villas Orientales, cada uno
de ellos solo, si bien combinando sus movimientos de modo
39
que impidieran la concentración del enemigo sobre un
punto, y que pudieran los batallones prestarse mutuo au-
xilio en caso preciso. Llevóse la operación á cabo felizmente,
levantando como el General se proponía el espíritu de nues-
tras fuerzas, que según he dicho, creian la de un batallón
fuerza muy escasa para formar una columna. Inmediata-
mente después dividió los territorios de cada Comandancia
general en zonas de brigada y medias brigadas, y estas
últimas en zonas de batallón, estableciendo en todas centros
de racionamiento, ya nuevamente creados, ya en antiguos
poblados que fué reconstruyendo, y en los que las colum-
nas pudieran sobre el teatro mismo de las operaciones,
abastecerse de víveres y dejar su impedimenta y enfermos
seguros y bien atendidos, evitando el cansar al soldado con
marchas largas y penosas y la pérdida de un tiempo pre-
cioso, para venir á buscar raciones ó dejar los enfermos á
los grandes centros de población, quedando asilas colum-
nas sin la embarazosa impedimenta, necesaria antes para
operar á largas distancias de los centros de abastecimiento.
El enemigo, que hasta entonces habia disfrutado en sus
montes de una tranquilidad rara vez turbada, poco deseoso
de batirse siempre, lo estaba mucho menos ahora que nues-
tras fuerzas hablan aumentado, y menos contra columnas
que operando á la ligera y sin impedimenta ni les ofrecían
el incentivo del botín, ni la facilidad de sorprender y aun
destruir á tropas divididas y embarazadas con la custodia
de un convoy. Esforzábase, por lo tanto, para evitar nuestro
encuentro, ocultándose á nuestras persecuciones confiando
que ahora, como otras veces, el tiempo variaría las circuns-
tancias y mejoraría su situación. Teníamos, pues, sí quería-
mos batirle, que tomar la ofensiva é irle á buscar, pero
¿qué se adelantaba con derrotarle? ¿Era esto posible? ¿Se
podía aniquilar completamente á los rebeldes? Siendo po-
sible su exterminio ¿era conveniente llevarlo á cabo?
Seguramente se había hecho el General todas estas pre-
40
guntas, y su línea de conducta era hija de las reflexiones
que debieron sugerirle. Era difícil batir á un enemigo que
sólo se presentaba á nuestra vista cuando quería, y no que-
ría nunca, si en eUo no tenía un gran interés, y una gran
superioridad de número y de posición. Los insurrectos no
buscaban gloria en los combates: su objetivo era el hacer á
nuestra fuerza el mayor daño posible, con el menor riesgo
propio, evitando toda clase de combates, y sin la pretensión
de arrojarnos de la Isla por la fuerza de las armas. La des-
trucción de la riqueza pública, fuente de nuestros recursos;
la de nuestros depósitos y almacenes, el saqueo de algún
poblado en cuyas casas y tiendas encontraban las ropas y
efectos de que carecían, ó el ataque de un convoy doblemente
provechoso por lo que con él adquirían ó por los apuros
en que podían colocar á las fuerzas para quien iba destinado;
eran casi siempre los móviles de sus ataques, á no ser que
la casualidad ó algún descuido les ofreciese ocasión muy
propicia de batir nuestras tropas con tantas ventajas que
fuese casi segura para ellos la victoria. Establecidos ahora
los centros de zona para cada batallón, con sus enfermerías,
almacenes y depósitos de víveres, las columnas no podían
alejarse de ellos, sin entrar en la zona próxima de otro ba-
tallón, operando por consiguiente sin embarazo de ningún
género y sin nada que sirviera de incentivo á los ataques del
enemigo, que tenía, por el contrario", un gran interés, en
evitar encuentros, en que sin ganar nada, podia perder
mucho.
r
Eramos, pues, nosotros los que debíamos buscar los insur-
rectos, y la primera condición necesaria para este objeto era
dar á nuestras fuerzas su misma desenvoltura y movilidad,
imitando en lo posible sus hábitos de marcha fuera de
camino y penetrando con él en los espesos bosques tan co-^
muñes en toda la Isla: pero ¿qué adelantábamos con en-
contrarle? Poco ó nada como combate y como victoria,
pues no merecía ni uno ni otro nombre un encuentro ea
41
que el enemigo desaparecía como por encanto á los primeros
disparos: sólo una sorpresa, siempre difícil cuando su nú-
mero era algo crecido, era cuando solia sufrir alguna pér-
dida, dispersándose en seguida con rapidez, para reunirse
en breve y huir de nuevo al primer asomo de peligro, para
volver á juntarse pasado éste, quizá á retaguardia de la co-
lumna que creía perseguirle. Podíamos tratar de aniqui-
larlos, pero además de ser la obra lenta y dificultosa, era
cruel, poco política é inconveniente para nuestros intereses.
Fortuna es que la política conveniente y los intereses de
toda causa justa y los medios violentos y crueles de que in-
teligencias cegadas por pasiones irreflexivas suelen echar
mano, sean antagónicos. Si podia halagar á los jefes de la
rebelión cubana el ver triunfar sus ideas en un país vacío,
miserable, yermo y desolado por el incendio y la devasta-
ción; ni á la gloria ni á los intereses españoles convenia
una victoria tan triste que dejara sumida en la miseria una
provincia hermana y exterminada una población de espa-
ñoles más ó menos extraviados, pero españoles al ñn, por
su historia, religión y lenguaje, por sus costumbres, por
sus nombres y por su sangre; y ninguno mejor que el Ge-
neral en jefe para tratar de llevar á cabo su empresa armo-
nizando la gloria y los intereses de su patria con los eter-
nos principios de la justicia y sus propios sentimientos per-
sonales. Segui'o estoy de que el general Martínez Campos
no hubiera aceptado el mando si como creian ciertos pesi-
mistas exagerados , hubiera sido condición precisa para el
triunfo de nuestra causa, el faltar á la moral y á la justicia
ejerciendo crueles represalias en víctimas inocentes y cu-
briendo con un sangriento velo el escudo español.
El General comprendió que confiada su obra exclusiva-
mente á la fuerza de las armas, sería costosísima de gente
y de dinero, lenta é insegura en sus resultados; que las
crueldades con el vencido, con el prisionero, y con el sim-
patizador, como algunos aconsejaban, no sólo eran injustas
42
é inütiles sino contraproducentes, por convertir en mártires
los que no eran más que ilusos sin fe ; en enemigos irre-
conciliables los que tenian algún atropello deshonroso, ó
alguna sangrienta víctima que vengar; en soldados decidi-
dos por la desesperación , los que perdida toda esperanza de
perdón no tenian otro camino que elegir , sino matarnos ó
perecer á nuestras manos.
Faltas nuestras y aspiraciones políticas hablan originado
la guerra, y con satisfacciones justas y concesiones políticas
era necesario combatirla. Muchos de los rebeldes pedían
reformas que el Gobierno estaba dispuesto á conceder , que
ya habia concedido á la isla de Puerto-Rico , y el General
hubiera deseado que estas concesiones se hubieran hecho
extensivas á Cuba desde un principio , quitando á la mayor
y mejor parte de los insurrectos su bandera. Pero eran
pocos los que como él pensaban ; tenía que contar con el
Gobernador Superior , con el Gobierno y con una opinión
pública, en la que predominaban los elementos de estrecho
y exagerado españolismo: y ya diré oportunamente el cam-
bio de ideas que se fué obrando , por sus esfuerzos , y exa-
minaré las consecuencias de las medidas liberales que fué
planteando lentamente , con la aprobación de un Gobierno
naturalmente influido por lo que creia ser la expresión de la
opinión pública.
Habia en el campo insurrecto muchos cubanos llevados y
mantenidos en él , por la miseria , por el temor que nuestras
medidas gubernativas habían desarrollado en ciertas épocas,
por la desconfianza que les inspirábamos , por la creencia,
fomentada siempre por su jefes, de que su libertad y su vida
peligraban al presentarse ó caer prisioneros. Era preciso
hacer desaparecer esos temores y esas desconfianzas , y á
esto se dirigieron los primeros esfuerzos políticos del Ge-
neral , empleando desde luego y según los casos , su auto-
ridad ó su influencia , para cambiar algunas autoridades,
levantar arrestos gubernativos, sobreseer sumarias incoadas
43
por infidencia , libertar los presos por sospechosos , conseguir
la devolución de hienes embargados á viudas ó huérfanos
de insurrectos ó emigrados, y en una palabra, á aliviar las
miserias y desfacer los entuertos y agravios que tocaba
por do quier en sus incesantes excursiones, y que estaba en
su mano remediar.
Los insurrectos hacian una guerra sin cuartel: nuestros
soldados sorprendidos, ó rendidos á un enemigo superior,
eran inhumanamente degollados casi por regla general , y
por nuestra parte, también sedaban casos de represalias
sangrientas, ejercidas especialmente con los desertores
aprehendidos, que eran juzgados según la ley. La guerra
habia tomado un carácter de crueldad impropia de pueblos
civilizados ; no eran los soldados de uno y otro bando las
únicas víctimas de este espíritu ferozmente sanguinario, y
el General se propuso humanizar la lucha, por nuestra
parte al menos. Dio primero su bando de 12 de Noviembre,
indultando á todos los desertores que se presentasen, y
prohibió terminantemente á nuestros jefes y oficiales que
se ejercieran represalias de ninguna especie, castigando con
severidad los primeros excesos que á su noticia llegaron;
mandó que se diera buen trato á los prisioneros y aun dejó
en libertad á muchos de ellos, recomendando severa y fre-
cuentemente la mayor humanidad con el vencido; dispuso
que se socorriera á los presentados y alas familias recogidas
por nuestras columnas, facilitándoles recursos para trasla-
darse á los puntos que elegían y raciones para mantenerse
mientras que encontraban trabajo, ó recogían el fruto de las
labores que muchos emprendían en los terrenos próximos á
nuestros centros de zona y poblados.
Las numerosas familias que con gran provecho del ene-
migo habían huido al monte para sustraerse á la miseria
que habia causado su concentración en las grandes pobla-
ciones, y que el temor á nuestras tropas y autoridades,
retraía de presentarse, supieron poco á poco que ni su hon-
44
ra ni su vida peligraban entre nosotros y que podian dedi-
carse de nuevo á las labores del campo, en sus antiguos
poblados reconstruidos ahora. Los soldados rebeldes, viendo
que su vida era sagrada para nuestras fuerzas , ni huyeron
con la ligereza que presta el miedo al que tiene la seguridad
de morir si cao prisionero, ni se batieron con el valor de la
desesperación.
Pero la obra fué lenta y paciente; muchos insurrectos
heridos en la lucha y prisioneros, han sido dejados en el
campo, después de curados, con las medicinas necesarias
para su completa curación y alimentos para esperar hasta
que sus compañeros los recogieran; muchas mujeres apre-
hendidas, después de pasar algunos dias con nosotros y ver
la vida que hadan otras familias cogidas anteriormente, han
vuelto libres y respetadas para unirse á los suyos en el
monte; muchos niños abandonados en sus precipitadas
fugas, han sido recogidos y cuidados por nuestros soldados,
hasta que se ha encontrado ocasión de devolvérselos á sus
padres antes de que en los bosques de « Cuba libre » y en
las filas insurrectas desaparecieran los temores inspirados
por nuestra conducta anterior y por la suya propia, y la
desconfianza con que miraban todo lo nuestro; temores y
desconfianzas mantenidos y fomentados por la conducta de
sus jefes para con nuestros soldados prisioneros, y sus ca-
lumniosos discursos; sistema en que no han cejado, conven-
cidos de que la mayoría de las familias y gran número de
rebeldes se mantenian en el monte y los seguian , más que
por amor á una causa mal definida y que apenas compren-
dían, por la creencia en que estaban, de que no tenian más
camino que la elección entre mantenerse en el monte y ba-
tirse contra nosotros, ó caer en nuestras manos y perecer.
Nuestros jefes y soldados, penetrados pronto de la mente
de su General, le secundaron admirablemente, divulgando
primero por medio de impresos dejados en las cabanas,
sembrados, senderos y escondrijos del monte, las nobles y
45
generosas ideas que animaban al Gobierno y al ejército es-
pañol, y tratando después á todos los que procedian del
campo enemigo con una benevolencia que llegaba frecuen-
temente hasta á privarse de sus víveres y ropas para socorrer
la miseria y deznudez de los prisioneros y familias reco-
gidas.
Esta conducta, y la guerra sin cuartel continuada por los
insurrectos, al par que aumentaba la confianza de nuestro
ejército en su General, levantó el espíritu de nuestros sol-
dados, dándoles una decisión que en muchos casos ha produ-
cido heroicas acciones de valor.
Colocado cada batallón en su zona, y provisto de los ele-
mentos necesarios para operar con desahogo, dividió el
General del mismo modo la caballería, y asignó artillería á
algunas columnas, si bien prohibiendo el abuso de esta arma,
y aun recomendando que sólo en casos muy especiales
se recurriese á ella. Hizo á cada jefe responsable de la per-
manencia tranquila del enemigo en el mismo punto, y de
los acaecimientos dentro del territorio que se le habia con-
fiado; ordenó que las operaciones fueran continuas, á la li-
gera y sin impedimenta de ningún género; exigió las mar-
chas fuera de los caminos conocidos de antiguo, y la explo-
ración minuciosa de los montes y bosques de cada zona, y
pidió combates ó encuentros frecuentes, sin exigir responsa-
bilidad por un éxito dudoso ó desgraciado, haciendo com-
prender á todos sus subordinados que más que de un encuen-
tro serio y de una victoria nunca decisiva y casi inútil, habia
que esperar grandes resultados de la intranquilidad del
enemigo, de su movilidad forzada y continua, de su cansan-
cio, de la pérdida de sus centros de noticias y recursos, y en
una palabra, de su aislamiento y desorganización.
Al mismo tiempo y de un modo paulatino, para no alarmar
poblaciones acostumbradas de largo tiempo á no creerse
seguras sino rodeadas por ellas, fué disminuyendo las
guarniciones del exagerado número de fuertes y torres
46
que defendían nuestras ciudades, terminando por suprimir-
las casi por completo, y demoler las tapias y barricadas que
cerraban muchas calles en los extremos que daban al
campo; mandó á operar las tropas de Jas poblaciones; dis-
minuyó notablemente el número de las que estaban en los
fuertes aislados, poblados y fincas, hasta dejar sólo de cinco
á treinta hombres en cada una de las últimas, según su
importancia y situación, dedicando estas fuerzas enervadas
por el ocio y la inacción á proteger los nmnerosos convoyes
que por do quier organizaba para tener al soldado bien
atendido y abastecido de todo lo necesario, los centros de
zona, en todos los que por orden suya construyeron las
mismas tropas, depósitos para víveres y utensilios, barra-
cones, abrigos para el soldado y enfermerías en que aten-
der á los heridos y enfermos leves, descargando así los
hospitales de los grandes centros, de un gran número de en-
fermos, que no cabían en ellos y los convertían en peligrosos
focos de infección por su hacinamiento excesivo.
Dadas eslas órdenes, dejó Martínez Campos á cada
comandante general la libertad de ponerlas en ejecución
en el territorio de su mando; recomendó á éstos que á su
vez dejaran todo lo posible á la iniciativa de cada jefe en
la zona que le estaba encomendada, dedicándose él, unas
veces acompañado por el general Prendergast, otras cada
cual por distintos distritos, á la inspección general de las
operaciones, recorriendo incesantemente y casi sin escolta
todo el territorio de las Villas, sus poblaciones, poblados,
campamentos y fuertes aislados, viéndolo todo por sí mismo,
enterándose de cómo se ejecutaban sus órdenes, de cómo se
trataba al soldado, de sus necesidades, de las de los hospi-
tales y enfermerías, que visitaba á menudo, así como los
depósitos de raciones, examinando la calidad y conservación
de cada género, dictando sobre la marcha las órdenes para
remediar las faltas ó necesidades que observaba. Al mismo
tiempo oía las numerosas solicitudes, reclamaciones y
47
quejas con que por todas partes le asediaban, se enteraba de
la conducta de los tenientes gobernadores, comandantes de
armas, capitanes de partido y otras autoridades, procurando
corregir los abusos cuando estaba en su mano, recomen-
dando lo que no dependía de él, y procurando satisfacer
todas las reclamaciones justas. Ocupábase también cuidado-
samente de la organización de los racionamientos y convo-
yes, procurando satisfacer no sólo todas las necesidades del
momento, sino la creación de las brigadas de acémilas y
medios de arrastres, precisos para llevar la guerra activa á
los otros departamentos.
Su actividad es inconcebible para los que no la han presen-
ciado. De ella puede dar una idea el hecho de que ya en el
mes de Diciembre de 1876 no habiaen las ochocientas leguas
cuadradas que comprendía el teatro de la guerra al O. de la
Trocha, centro de zona de batallón, fortin, fuerte, poblado
ni ciudad que el General no hubiera visitado, examinando
todos los depósitos, hospitales y demás dependencias mili-
tares; y quizás no habia un soldado que no conociera per-
sonalmente á su General en jefe, ni casi un habitante de
todo el territorio de las Villas que no se hallara en el mis-
mo caso.
En 1.** de Enero de 1877 estaba cada cuerpo en su puesto
y establecidos sus depósitos y enfermerías, ansioso cada
cual de arrojar al enemigo de su comandancia, brigada ó
zona de batallón; empezaron las operaciones con una acti-
vidad desconocida, y facilitada por la creación de los cen-
tros, en medio de las guaridas en que hasta entonces hablan
vivido tranquilos los rebeldes. No se hicieron esperar los re-
sultados del plan del General; encuentros como los de Pam-
plona, Primer-hoyo, Cayo-Infierno, La Tinaja y algún otro,
convencieron á muchos jefes, no sólo de que el enemigo
existía en todas partes, sino de que era más numeroso de
lo que generalmente se creyera, pero levantaron extraordi-
nariamente el espíritu de nuestros soldados, que no dudaron
48
ya de la victoria, al par que abatieron el de nuestros con-
trarios, que perdida la larga tranquilidad de que venian dis-
frutando, se acostumbraban mal á aquella incesante movi-
lidad, á aquella falta de seguridad y aun del conocimiento
anticipado de nuestras marchas y operaciones , que siendo
ahora diarias, decididas sobre el terreno, y empezada la
desorganización de sus espías y correos, les cogian despre-
venidos siempre, y de sorpresa con frecuencia , obligándo-
les en breve á subdividir sus partidas para ocultarlas más
fácilmente á nuestras pesquisas y reconocimientos, al paso
que algunos hombres y familias, enterados por nuestros
impresos y por los prisioneros puestos en libertad de nues-
tra benignidad y buena fe, empezaron á presentarse volun-
tariamente en nuestros campamentos y ciudades.
Por consecuencia de esta subdivisión de las fuerzas re-
beldes, empezaron las nuestras á operar por medios bata-
llones desde mediados de Enero, suprimiendo por completo
la artillería, con ventaja de la movilidad de nuestras co-
lumnas duplicadas en número, y con proporcional aumento
del cansancio y miseria del enemigo y del de las presenta-
ciones que empezaron á ser considerables.
La debilitación sucesiva de los insurrectos nos permitió
empezar á operar por compañías en Febrero, y á fines de
este mes estaba el enemigo tan apocado, tan desorganizado
y tan subdividido, que en 1.® de Marzo se pudo empezar á
operar con grupos de quince hombres , que pululando en
todos los sitios y direcciones, emboscados en las encrucija-
das de las veredas de los montes y en los terrenos cultiva-
dos donde tenian que ir á buscar alimento, siguiendo
todos los rastros y explorando minuciosamente las espesu-
ras de los bosques, recogieron numerosas familias y prisio-
neros, produjeron numerosas presentaciones, y disemina-
ron de tal modo al enemigo, que á mediados de mes apenas
daba muestras de su existencia , haciendo creer á los opti-
mistas que realmente no lo habia, y á los más desconfiados,
49
que no Uejgaban á un par de centenares los que se ocultaban
en todo el territorio de las Villas, número bien escaso dadas
las condiciones topográficas y extensión del terreno, y que
no excedía seguramente al de los bandidos y negros huidos
de sus amos (cimarrones) que habia habido en las mismas
localidades en épocas normales , si bien careciendo de la
bandera política que aún arbolaban los jefes ahora ocultos
y dispersos.
Para disminuir el número de negros y contratados chi-
nos, que á favor de las circunstancias se hablan fugado do
sus fincas, viviendo muchos de ellos en los montes sin
unirse álos rebeldes, pero manteniéndose del robo y come-
tiendo frecuentes daños en la propiedad, dio el General, de
acuerdo con Jovellar, el bando de 12 de Enero sobre arran-
<íhadores, que así se llaman ciertos hombres avezados al
campo, que con la debida autorización se dedican á la per-
secución y captura de los esclavos fugados, sin más retribu-
ción que un tanto alzado por cada negro esclavo ó colono
chino que cogen; dándoseles por este bando seis y dos onzas
de oro respectivamente por cada uno de los primeros y se-
gundos, siendo este pago hecho por los dueños, y quedando
el valor total del aprehendido á favor del aprehensor cuando
el dueño no parece.
La zafra se habia salvado; la cosecha tocaba casi á su tér-
mino sin que el enemigo hubiera podido llevar á cabo sus
deseos y amenazas y hasta sus intentonas de destrucción.
No se hablan destruido ni incendiado las fábricas ni vivien-
das de ningún ingenio ; alguno que otro cañaveral aislado
•era todo lo que el enemigo habia conseguido incendiar , y
el remedio habia sido siempre tan inmediato, que domina-
dos los fuegos desde el primer momento, no hablan causado
daño ninguno de importancia. Por casualidad ó mala in-
tención, eran ordinariamente en tiempos demás, los incen-
dios de cañaverales más destructores que lo hablan sido este
año, y esta disminución en pleno estado de guerra, cuando
4
50
la destrucción era el objetivo más deseado del enemigo, y
uno de los medios de presión más frecuentemente emplea-
dos por los prefectos y cabecillas de todas categorías para
conseguir de los hacendados noticias, auxilios y sobre todo
dinero, no puede atribuirse sino al mayor número de pre-
cauciones para que no se encendieran lumbres cerca de los
campos de caña, á la mayor vigilancia de los esclavos y
trabajadores, que concentrándose todas las noches para evi-
tar una sorpresa, no tenian la libertad de vagar á su capri-
cho, y al cuidado de las guarniciones de las torres fortifica-
das interesadas en evitar cualquier siniestro, que acudían á
cortar el mal tan luego como empezaba su aparición. En
muchas fincas quedaba mucha caña sin moler porque el
año habia sido excepcionalmente bueno, y la escasez de bra*
zos esclavos y libres, y la de medios de arrastre, causada por
la gran pérdida de bueyes y carretas durante la guerra, ha-
blan impedido dar á la recolección todo el impulso que la
abundancia de caña exigia; y unos precios extraordinaria-
mente altos para los azúcares, venian á levantar las fortu-
nas de los hacendados y el espíritu agrícola ya muy decaído
después de lucha tan prolongada.
El General hubiera deseado continuar las operaciones^
por grupos de quince hombres y aun menos numerosos,
durante mes y medio más, y seguramente hubiera con-
cluido con los restos dispersos de la insurrección de las
Villas, recogiendo por completo el fruto de su sistema mi-
litar y de su conducta política, que habia continuado no
sólo con firmeza, sino ensanchando su espíritu de toleran-
cia tanto como se lo hablan permitido sus deseos de mar-
char de acuerdo con las demás autoridades, y de conservar
la armonía con los elementos exagerados del partido espa*
ñol, que aun tocando los resultados miraban con preven-
ción toda medida liberal ó tolerante, y otras causas ajenas
á su voluntad.
A pesar de estos inconvenientes, además de sus contí-
51
nuas recomendaciones á todos los jefes y oQciales á sus ór-
denes, para evitar abusos de autoridad, vejación y malos
tratamientos irritantes, habia concedido ración de campaña
á todos los presentados de ambos sexos, por el tiempo ne-
cesario para buscar trabajo ó esperar el resultado de los que
por cuenta propia emprendían en los campos cercanos de
nuestros establecimientos; les habia dejado en libertad de
ir á donde quisieran avecindarse y en el punto que más les
conviniera, auxiliándoles en lo posible para la construcción
de sus habitaciones y desmonte de sus tierras; habia inter-
puesto su amistad con el general Jovellar y su influencia
con otras autoridades para activar gran número de expe-
dientes, de orfandades, viudedades, pensiones de todas cla-
ses, indemnizaciones, devoluciones de bienes embargados,
excarcelaciones, sobreseimientos de sumarias y otros asun-
tos en que con frecuencia conseguia sus deseos , haciendo
siempre comprender á los interesados la buena fe y propó-
sitos que animaban al Gobierno , al Gobernador Superior y
á él mismo, para que las leyes se cumplieran y la morali-
dad y la justicia fueran un hecho en la vida pública de
la Isla.
Además de estos esfuerzos particulares, de acuerdo con
el general Jovellar, dio en 8 de Febrero un decreto indul-
tando á todos los naturales ó avecindados en las jurisdic-
ciones de Sancti-Spíritus, Remedios, Trinidad^ Villa-Clara,
Sagua la Grande, Cienfuegos, y en una palabra, á todos los
de Occidente de la Trocha que por medidas gubernativas se
hallaban presos ó desterrados en Isla de Pinos por sospe-
chas de infidencia ó delitos políticos. Muchos fueron los que
á consecuencia de este decreto volvieron á sus casas y fa-
milias después de largos años de extrañamiento, y no poco
contribuyó esta medida á levantar en nuestro favor el
ánimo de los insulares, dándoles confianza en el porvenir.
El 9 de Febrero se pasaba una circular á los jueces y te-
nientes gobernadores de los mismos territorios, mandando-
52
les poner en libertad á todos los presos y confinados com-
prendidos en el decreto del dia anterior; y al siguiente, 10,
se autorizaba á los mismos para expedir á los recién liber-
tados pasaporte para el punto que lo desearan, sin restric-
ción de ningún género.
Mayores eran los deseos de Martínez Campos en sentido
liberal, y á obrar según sus convicciones, hubiera conce-
dido desde luego á la isla de Cuba todas las libertades po-
lítico-administrativas planteadas años atrás en Puerto-Rico,
y prometidas por el Gobierno á esta Isla cuando la situa-
ción se normalizara. En su juicio, era la falta de estas li-
bertades una de las causas del malestar que nos aquejaba,
y más lógico en esto que el Gobierno, creia que para curar
el mal fácilmente era conveniente suprimir las causas que
lo originaran, al paso que el Gobierno pedia una curación
completa antes de suprimir las causas de la enfermedad.
Concedidos aquellos derechos, desiderátum de muchos libe-
rales sensatos del país, se hubiera quitado á gran número
de insurrectos su razón de serlo y su bandera, mucho más
si la moralidad y la justicia en el Gobierno y en la Admi-
nistración se armonizaba lentamente con los deseos gene-
rales: pero obstáculos indicados ya anteriormente, y otros
ajenos al objeto de este estudio, le privaban de la liber-
tad de acción , y preciso es confesar que obraba prudente
y patrióticamente en plegarse á las circunstancias que le
rodeaban, y que era y aún es numeroso, y más que nume-
roso influyente el partido de oposición que en la Isla tiene
la política de progreso liberal.
IV.
GENERALIZACIÓN DE LA CAMPAÑA ACTIVA.
Razones para avanzar y generalizar la campaña.— Preparativos.— Orden ge-
neral del ejército.— Avance y establecimiento de las fuerzas.— Estado del
Centro. — Operaciones. — Reconstrucción.— Holguin y Tunas. — Bayamo.—
Primeros tratos de los jefes insurrectos. — Cuba. — Las Villas .
A pesar de los deseos del General en jefe, de continuar
operando en las Villas con grupos de quince, de diez y de
cinco soldados , hasta desarraigar de ellas por la fuerza los
últimos restos de la rebelión, ya que las circunstancias le
impedían el quitarla su bandera; tenía razones poderosas
que le obligaban á precipitar los sucesos llevando la guerra
á otros departamentos.
Estaba en primer término, la opinión pública en la Pe-
nínsula; sabía el país que con el General hablan venido á
Cuba unos 20.000 hombres, y que para activar esta guerra
se habia hecho un empréstito de 15 millones de pesos; pero
no sabía el número de bajas que las enfermedades hablan
producido, el de enfermos inútiles enviados á la Península,
y el mayor aún de licencias absolutas dadas por el General
desde un principio á soldados que llevaban años de cum-
plido su tiempo de servicio y hablan hecho toda la cam-
paña. Aunque le privaba de los mejores soldados, era esta
^
54
medida de justicia una de las primeras que habia tomado,
así como la de enviar á la Península gran número de sol-
dados enfermizos y enclenques , naturalezas anémicas em-
pobrecidas por la fatiga y el clima, las privaciones y enfer-
medades, que podian restablecerse en la madre patria, al
paso que aquí aumentaban solo nominalmente el número
de nuestras fuerzas , y en realidad el de nuestros cuidados
é inconvenientes, porque eran huéspedes continuos en hos-
pitales, ya muy escasos para las atenciones del ejército, y
originaban gastos de muchísima consideración , sin bene-
ficio propio y con gravísimo perjuicio del Estado y de los
demás enfermos.
Todas estas causas habían disminuido el número de sol-
dados disponibles, hasta el punto que á fines de Marzo eran
las fuerzas en la Isla muy poco mayores que las que figura-
ban en los estados que el General encontró á su llegada;
pero el público no lo sabía, como tampoco el que de los 15
millones del empréstito , gran parte no habia venido á la
Isla, y todo él era pequeño comparado con las deudas que
pesaban cuando se hizo, sobre el Tesoro de Cuba, que tenía
atrasados los pagos de todos los servicios civiles y de guerra ,
inclusas las pagas de empleados, oficiales y soldados, en
cantidades mucho más considerables que las allegadas por
el empréstito.
Por otra parte , el carácter de esta guerra tan penosa y
llena de privaciones y miserias para el ejército, es oscura y
poco fecunda en hechos brillantes. Hay marchas incesantes
por un país vacío, en las que cada cual debe llevar sobre sí
lo que necesita para muchos dias ; hay fatigas indecibles
bajo un sol devorador, ó con lluvias torrenciales; noches
pasadas sobre el fango y acosados por los mosquitos y je-
jenes; sorpresas y emboscadas en que apenas se ve al ene-
migo que nos hiere; pero no hay batallas, no hay plazas to-
madas, no hay, en fin, ninguno de esos hechos de armas
ruidosos ó decisivos, que al par que levantan el espíritu del
55
soldado, mantienen el de la nación. El General, modesto
por carácter, no quena llenar las columnas de los diarios
<;on relaciones siempre parecidas, de marchas, reconoci-
mientos y exploraciones; con partes de combates cuyos re-
sultados son algún muerto ó herido y en los que no se ha
visto al enemigo; con descripciones de operaciones que ter-
minan recogiendo algunas familias ó con la destrucción de
algunos sembrados, hechos todos importantes para el buen
éxito de la campaña, pero poco á propósito para excitar la
atención pública, mucho más cuando tanto se habia abu-
sado de ellos. Por el contrario, sus esfuerzos hablan tendido
desde el principio á hacer que los partes fueran sobrios en
detalles, concisos y verdaderos, enterándose por sí mismo
sobre el terreno de lo que cada jefe de columna hacía, pero
5in publicar más que breves extractos con los resultados ob-
tenidos; y la opinión pública, que conocía los sacrificios he-
chos por la nación, pero no que los hombres enviados eran
relevo de cumplidos é inútiles , y el dinero pago escaso de
deudas atrasadas, y que ninguna noticia tenía del ejército
expedicionario, se admiraba impaciente y esperaba saber de
un momento á otro hechos decisivos en la campaña, augu-
rando malos resultados del silencioso trabajo del General, y
explotándose la característica impresionabiUdad de nuestro
pueblo por gentes mal avenidas con lo existente, ó envidio-
sas quizás de sus laureles, para interpretar en mal sentido
el modesto silencio del general Martínez Campos.
El Gobierno, anheloso de acallar las oposiciones, deseaba
el anuncio de la pacificación de las Villas, como una noti-
cia de sensación que habia de satisfacer la opinión del país,
y escaso de recursos y con pocas facilidades para mandar
nuevos refuerzos, ansiaba el avance de nuestras tropas hacia
el Centro y Oriente, creyéndolo prólogo de una próxima
terminación de la guerra. El General, como ya he dicho,
creía conveniente prolongar aún por mes y medio las ope-
raciones por pequeños grupos, tanto para dejar el departa-
56
mentó Occidental perfectamente limpio y pacificado y dis-
poner de más fuerzas en el momento del avance, cuanto
para dar tiempo á la llegada de acémilas, bueyes y carretas
pedidas muy de antemano, pero que aún no habian He-
gado por las dificultades de todas clases con que el general
Jovell;ir tropezaba para su adquisición; pero, por otra parte,
sabía los apuros y deseos del Gobierno , y quería ayudarle
cuanto le fuera posible, y evitar, si se podia, que se exi-
gieran nuevos sacrificios al país; tocaba á cada momento los
inconvenientes de la falta de dinero, y sabía que la penuria
habia de aumentar de dia en dia, y sobre todo pesaba en su
ánimo la reflexión de que el mes y medio que la extirpación
del enemigo en las Villas requería , era casi todo lo que de
estación seca quedaba. Si no aprovechaba este tiempo para
hacer el movimiento de avance y establecer en el nuevo
teatro de la guerra ofensiva, los centros de zona y raciona-
mientos con sus depósitos , enfermerías y abrigos para el
soldado; venidas las aguas (Junio), las marchas por país
desprovisto de todo serian mucho más lentas y penosas; los
arrastres de víveres, difíciles ya por la escasez de elementos,
se harían casi imposibles por empantanamiento de los cami-
nos, y sin centros, sin raciones, sin enfermerías y sin abri-
gos, en la estación más enfermiza, la campaña sería desas-
trosa, y pronto quedaría inutilizada y en los hospitales la
mayor parte de sus fuerzas. De no hacer el avance inme-
diatamente, era preciso prorogarlo hasta Noviembre, es
decir, prolongar la campaña un año más; y después de me-
ditar bien todas estas razones, decidió el General iniciar en
seguida el movimiento, aun creyendo prematura su salida
de las Villas.
Los hacendados de Occidente no veían tampoco con tran-
quilidad este movimiento ; alarmábanse á la idea de una
considerable disminución de fuerzas , que según su juicio
dejaba sus fincas á merced de un enemigo escaso en el
campo sí, pero crecido en las ciudades por la benignidad
57
y tolerancia del General, que según decían, y no sin que
algunos hechos parecieran darles la razón , no habia hecho
más que ingratos, dando á los simpatizadores más ó menos
embozados de la insurrección, la audacia de la impunidad,
audacia que, en su juicio, sólo con severos ejemplares podia
contenerse.
Cediendo en parte al espíritu de estos alarmados pesi-
mistas, dio el General el 23 de Marzo (77), un bando por el
que considerando como bandidos á los insurrectos disper-
sos que no se presentaran á nuestras autoridades antes de
finalizar el mes, mandaba que fueran juzgados y senten-
ciados á muerte todos los aprehendidos con las armas en la
mano. Este bando, poco en armonía con su política gene-
ral, y menos aún con sus sentimientos personales, no pro-
dujo víctima ninguna ni fué puesto en práctica, porque po-
cos dias después daba instrucciones reservadas á todos los
jefes que quedaban mandando en las Villas, para que no
se separaran bajo ningún pretexto de la línea de conducta
generosa y humanitaria que desde el principio de la cam-
paña habia establecido.
Decidido el movimiento de avance, era aún preciso deter-
minar el departamento á que debia llevar la guerra, ó si de-
bía emprenderla en los dos al mismo tiempo. He dicho an-
teriormente que en el Centro quedaba poca riqueza que
conservar, y no era por esto tan urgente su pacificación,
siendo por otra parte obra más fácil, ya por ser su terreno
menos accidentado, ya por sérmenos extenso ( poco más de
600 leguas cuadradas). El departamento Oriental, por el
contrario, era vastísimo (Tunas y Holguin 600; Bayamo,
Manzanillo y Jiguani 300, y Cuba más de 1.000 leguas cua-
dradas): con un terreno quebrado, áspero y dificilísimo para
operar, teniendo además en él zonas de cultivo importantí-
simas por su extensión y riqueza. En Oriente era donde
más falta hacían los refuerzos, donde más potente estaba la
insurrección, y donde debia combatírsela primero para ha-
58
cerlo con mayores fuerzas y con más vigorosos soldados.
Esto era indudablemente lo más militar , y creo que así lo
pensaba el General en jefe, pero no era lo más político, y
habia poderosas razones para obrar de otro modo. Si la
Trocha del Jucaro á Morón hubiera sido una verdad, si hu-
biera sido un obstáculo real para impedir la invasión délas
Villas, no hubiera habido inconveniente ni aun duda en
enviar todas las fuerzas disponibles al departamento Orien-
tal; pero estaba muy lejos de ser así, y aunque las condi-
ciones de defensa de aquella línea militar habían mejorado
mucho con la terminación de sus torres y prolongación de
la vía-férrea, que se habia rehecho en gran parte así como
la estacada, aún quedaba mucho por hacer y tal como estaba
no hubiera sido difícil forzar su paso, aun para un enemigo
poco numeroso. La invasión de las Villas, después de haber
sacado de ellas gran parte de las tropas, nos hubiera sido
funesta: hubiera sido la pérdida de todo lo ganado en el es-
píritu público y en el campo insurrecto, á fuerza de constan-
cia y trabajos; la destrucción segura de la mayor y mejor
parte de la riquera de la Isla, y con ella el agotamiento de
la única fuente de nuestros recursos, al par que la reanima-
ción del partido rebelde, ya muy desalentado.
Alarmados los jefes insurrectos con la rapidez y buenos
resultados de la nueva campaña, y más aún con la levan-
tada política de atracción y la generosa conducta del Ge-
neral en jefe, necesitaban algo que reanimara el espíritu
de sus partidarios, y para ello, ninguna empresa de resul-
tados más brillantes y positivos, que cruzar la Trocha, inva-
dir los riquísimos territorios de las Villas, encender allí
de nuevo la guerra, reunir los dispersos , atraerse los vaci-
lantes, destruir nuestras riquezas, y con ellas casi todas las
probabilidades de mantenernos en la Isla. Vicente García,
designado por el Gobierno insurrecto para jefe de esta ex-
pedición, se habia adelantado por el Centro reuniendo su
r
gente en las cercanías de Ciego de Avila, y aun cuando eran
59
poco conocedores del terreno que iban á invadir, hubieran
encontrado entre los dispersos y rezagados prácticos inte-
ligentes que los guiaran y partidarios que aumentaran sus
fuerzas, sin contar con que los numerosos presentados y re-
cogidos, temian el porvenir, y abrigaban respecto á la buena
fe del Gobierno y la de los que sucederle pudieran, una
desconfianza harto justificada por nuestro mal, con nuestra
anterior conducta, y por tantas y tantas promesas hechas y
no cumplidas, y era muy fácil que fueran de nuevo arrastra-
dos al campo.
Si se llevaba á Oriente toda la guerra activa, quedaba el
enemigo dueño del Centro y libre para moverse, y aglome-
rar sus fuerzas y elementos cerca de la Trocha , cuyo paso
no era difícil, é inminente la invasión de las Villas , con
todas las fatales consecuencias que he apuntado. Necesario
era por lo tanto ocupar la atención de enemigo en el Cama-
güey, llevándoles la guerra activa para desorganizarlos,
y como por otra parte y diré en su lugar, el mal era
grave en Oriente, habia que activar las operaciones en
ambos departamentos, aceptando para evitarlos mayores,
los inconvenientes de subdividir nuestras ya mermadas
fuerzas para abrazar en sus operaciones un terreno vas-
tísimo.
Respondiendo á su nuevo plan de campaña, mandó desde
luego el General preparar los buques que habian de tras-
portar las tropas, reunió los cuerpos que debian embarcarse
y los concentró en los puntos de Cienfuegos, Trinidad, Tu-
nas de Zaza y Jiícaro al Sur, y en Sagua la Grande y Re-
medios al Norte ; haciendo converger al mismo tiempo sobre
la Trocha las fuerzas que habian de avanzar á través del
departamento del Centro, ya para situarse en él, ya para ha-
cerlo en el departamento Oriental, dejando en las Villas
suficientes fuerzas para evitar la reunión de los escasos ene-
migos que en ellas quedaban y continuar con actividad su
persecución; fuerzas más numerosas aún que las que en
60
aquel territorio habia encontrado á su llegada, cuando los
insurrectos estaban potentes en él.
El 23 de Marzo daba la orden general de distribución del
ejército para la nueva campaña bajo la forma siguiente :
Comandancia general de Cuba al mando del general
Saenz de Tejada con tres brigadas : 1.", la de Guantanamo;
2.' , Sagua de Tanamo y Mayari, y 3.*, la de Cuba con
centros en Palma Soriano y Canto-abajo, y mandadas res-
pectivamente por los brigadieres Bargés, Galbis y Pola-
vieja.
Comandancia general de Holguin y las Tunas , mandada
por el general Morales de los Rios, con las dos brigadas:
1.*, Holguin, y 2.', Tunas, mandadas por los brigadieres
Daban y Valera.
Comandancia general de Bayamo, Manzanillo y Jiguani,
al mando del general Cortijo, con dos brigadas : 1.*, Man-
zanillo, mandada por el brigadier Meduiña, y 2.'*, Bayamo
por el brigadier Quesada.
Comandancia general del Centro, á las órdenes del general
Cassola y las cuatro brigadas de Esponda, Lasso, Bonanza y
Pando, que tenian sus centros respectivos en el Príncipe,
Caunao, Najaza y Guaimaro, y además media brigada que,
mandada por el coronel Vázquez, cubría el ferro-carril
entre Puerto-Príncipe y Nue vitas.
Comandancia general de la trocha, mandada por el bri-
gadier Rodriguez Arias.
Comandancia general de las Villas, con el general Armi-
ñan y las tres brigadas de Spíritus y Remedios ; Villa-Clara
y Sagua; y Cienfuegos y Trinidad, mandadas por los bri-
gadieres Ayuso, Camino y Boniche, quedando además el
brigadier Rodriguez Rivera con el mando de Matanzas.
En ésta, como en la organización anterior, hubo algunos
jefes que ocuparon sus puestos poco tiempo. Así, el general
Daban recien llegado de la Península, sucedió á Saenz de
Tejada que falleció en Cuba; Cortijo que regresó á España,
61
fue relevado por Zea, y el brigadier Menduiña ascendido
fué nombrado jefe de la subinspeccion de caballería nueva-
mente creada ; las Villas se dividieron en dos comandancias
generales, dejando el mando Armiñan, y tomando el gene-
ral Figueroa el de las Villas-Occidentales, y el general Ro-
dríguez Arias el de Spíritus, Remedios y la Trocha. Entre
los jefes de brigada fueron los cambios más numerosos,
exigidos por ascensos como el de los brigadieres Menduiña,
Lasso, Rodríguez Arias y Bonanza, ya por enfermedades
graves como las de los brigadieres^ Galbis y Fuentes ó por
conveniencias del servicio.
El 1.* de Abril rompía el General en jefe el movimiento
de avance, desde el Ciego de Ávila, poniéndose á la cabeza
de una columna, con la que entraba cuatro días después en
Puerto-Príncipe y casi al mismo tiempo, y también de la
Trocha salían otras dos que por distintos caminos termi-
naban su marcha en la capital del Camagüey, sin haberte-
nido ningún encuentro serio con el enemigo. Lo mismo
sucedió con otra que salió el 6 de aquella ciudad al mando
del general Prendergast y que por. Guaimaro y Cascorro
atravesó el departamento Central hasta Vitoria de las Tu-
nas, yendo de allí por el Guamo á situarse en las jurisdic-
ciones de Bayamo y Manzanillo. El General en jefe recor-
ría al mismo tiempo la sierra de Najaza y la parte S. E. del
mismo departamento, señalando ácada cuerpo su centro y
zona de operaciones, organizándolo de un modo parecido al
que había empleado en las Villas, con las modificaciones
que la localidad exigía, y después de haber inspeccionado
por sí mismo la división y colocación de fuerzas en el Ca-
magüey, Holguin y Tunas, se unía el 3 de Mayo con el ge-
neral Prendergast en Manzanillo, marchando los dos á Cuba
para inspeccionar el modo con que allí se habian cumplido
sus órdenes, porque simultáneamente con los movimientos
por tierra que acabo de reseñar, las tropas de las Villas,
concentradas de antemano en los puertos, como ya he dicho,
62
se embarcaron parte en buques mercantes , parte en los de
guerra, .que multiplicaron sus viajes, y á mediados de
Abril estaba terminado el movimiento, y cada cuerpo en el
puesto designado empezaba sus operaciones militares y la
construcción de enfermerías, depósitos y abrigos de los
centros de zona.
Abraza ahora la guerra las tres cuartas partes del terri-
torio de la Isla, y siendo las operaciones y movimientos su-
bordinados á la topografía del terreno y condiciones del
enemigo en cada jurisdicción, me sería imposible relatar los
hechos de tanta pequeña columna , ni aun llevarlos todos
de frente sin gran confusión. El sistema del General era el
mismo, en cuanto las fuerzas ahora más escasas y las cir-
cunstancias locales lo permitían. El de los insurrectos era
también, con corta diferencia, el mismo que sus compañe-
ros de las Villas habian usado, y extenderme sobre uno y
otro sería exponerme á repeticiones pesadas, y no siendo mi
ánimo, como en el prólogo he dicho, hacer la historia mi-
litar de la campaña, resumiré todo lo posible las operacio-
nes militares, haciendo, para mayor claridad, una reseña
de las efectuadas en cada una de las Comandancias gene-
rales.
Durante la campaña de las Villas había habido en el Cen-
tro nueve batallones, fuerza escasa para atacar de una ma-
nera activa y provechosa á un enemigo crecido en número y
espíritu, pero muy sobrada para la defensa de nuestras po-
blaciones, que era lo único que conservábamos y quedaba
en pié en aquel antes tan rico territorio, y aunque opuesto
el General al antiguo sistema de operaciones con grandes
masas , pesadas siempre y de escasos resultados por lo co-
mún, y más todavía, á las guarniciones numerosas en las
ciudades, y al lujo de fortines y torres, que inútiles para
proteger eficazmente los perímetros de las zonas de cultivo,
ejercen una acción enervadora sobre el oficial, hastían al
soldado con su monótona inacción y apocan el ánimo de los
6
o
habitantes; no había querido variar nada de lo que á su lle-
gada existia sin un perfecto conocimiento de las localidades
y sin verlo todo por sí mismo. Una visita detenida á todos
los puntos de la Isla le hubiera separado por mucho tiempo
de las Villas, donde concentraba todos sus esfuerzos y aten-
ción, y no habia querido pasar al Este de la Trocha sino de
un modo definitivo, dejando por lo tanto las cosas en el es-
tado en que las encontró al tomar el mando, hasta el mo-
mento en que trasladó la guerra al Centro y Oriente.
Habia, sin embargo, comisionado al general Prendergast
para que visitase todos los puntos de la Isla en que teníamos
fuerza, inspeccionando todos los servicios, especialmente el
de hospitales y racionamientos; y la luminosa Memoria
que presentó al terminar su comisión, producto de sus con-
cienzudas y minuciosas visitas y perspicaces observaciones,
facilitó en gran manera el trabajo personal del General en
jefe.
Era el departamento Central, como ya he indicado, el que
más habia sufrido los males de la guerra; fuera de Puerto
Príncipe, Nuevitas y Santa Cruz del Sur, apenas quedaban
en pié dos ó tres poblados poco considerables, habiendo
desaparecido por completo arrasados por el incendio algu-
nos muy importantes, cuya población en tiempos mejores
habia llegado á seis y ocho mil almas, que ahora aumenta-
ban la de los montes, ó la aglomeraba sin hogares, trabajo
ni recursos en nuestras poblaciones. Conservábamos como
puntos estratégicos algunos fuertes, pero fuera de esos es-
tablecimientos aislados en que aún tremolaba nuestra ban-
dera, el país estaba destruido en absoluto; para nosotros era
un desierto. Las praderas (potreros) se hablan cubierto de
espesa maleza y monte bajo; las cercas que separaban las
antiguas fincas hablan sido quemadas; los caminos que las
unian entre sí estaban cerrados por la vegetación; los antes
innumerables ganados hablan desaparecido casi por com-
pleto, encontrándose apenas alguna que otra res aislada y
64
salvaje, donde al empezar la guerra se contaban por millo-
nes el número de vacas y de cerdos; sólo alguna pared ar-
ruinada, algún montón de escombros calcinados y enne-
grecidos, y casi cubiertos por una vigorosa vegetación, se-
ñalaban los sitios donde se alzaron en otro tiempo las nu-
merosas y hospitalarias casas de vivienda de los antes opu-
lentos, hoy míseros propietarios del Camagüey; y ni alre-
dedor de nuestros fuertes, ni aun al de la misma capital,
habia zona de cultivo que ayudara al mantenimiento de sus
míseros habitantes y de los en ella refugiados. Todo, abso-
lutamente todo lo necesario para la vida venía de fuera, y
como no habia industria^ ni agricultura, ni producción, ni
trabajo de ningún género, la miseria se habia extendido,
ganando primero á las clases trabajadoras, á los pequeños
propietarios después, y finalmente á los más poderosos ha-
cendados que habian agotado en nueve años de inacción y
de guerra sus recursos metálicos, su crédito, y por último,
las alhajas compradas en dias más felices, llegando la ne-
cesidad y miseria pública á un extremo horrible á princi-
pios de 1878. Los que nunca habian conocido los apuros de
la estrechez, los que no comprendían la necesidad del tra-
bajo, los que siempre vivieron en una lujosa opulencia, los
que no sabían andar á pié, buscaban en vano alivio á su
aflictiva posición en trabajos penosos y mal retribuidos,
considerándose felices cuando podían encontrarlos, y la ca-
ridad, la distribución de víveres y limosnas, no bastaban á
impedir los horrores del hambre que se dejaban sentir entre
muchos de aquellos infelices, entre los que han sido fre-
cuentes, casi generales, los ejemplos de dignidad y vale-
rosa resignación, tanto más notables cuanto mayor era la
opulencia con que la mayor parte habia vivido hasta la
época de la insurrección.
Preciso era ante cuadro tan angustioso, no sólo batir la
rebelión del campo, sino crear á la par en las ciudades ele-
mentos de vida para los habitantes que aún se conservaban
65
fieles á la causa española, y para las numerosas familias
que el temor á la miseria mantenía en los montes y que era
de esperar se presentarían tan luego como empezando las
operaciones activas llegara á su conocimiento, por experien-
cia de sus allegados, lo que la fama llevaba á sus oidos res-
pecto á la conducta humana y tolerante del General en jefe
y del ejército que mandaba. Era necesario reconstruir el
país, hacer frente á las escaseces y miserias actuales, y pre-
parar las cosas de modo que se evitara que la mejora del
espíritu público, y la consiguiente aglomeración de presen-
tados no sólo no fuera un bien, sino que se convirtiera en
un mal gravísimo, aumentando la miseria ya excesiva.
Importantísimo era el mando del departamento Central
bajo el punto de vista militar, pero aún lo era mucho más,
considerado como mando político, tanto por el estado que
dejo narrado, cuanto por ser la capital cuna de muchos y
muy principales jefes de la insurrección, y asiento de la
mayoría de sus familias. El general Cassola, que habla he-
€ho esta campaña como oficial subalterno, que se habia ga-
nado una buena reputación militar como jefe y oficial gene-
ral en las de la Península, aumentándola en la actual con el
acertado desempeño de la Comandancia general de las Vi-
llas occidentales, joven, activísimo, trabajador y estudioso,
justificó bien, como diré más adelante, la confianza que en
sus cualidades tenía el General en jefe, eligiéndole para
mando tan difícil y delicado.
Hízose aquí á imitación de las Villas una operación pre-
liminar de reconocimiento por columnas combinadas, que
por el número del enemigo y la extensión de las marchas,
fueron esta vez de dos batallones y un escuadrón, y termi-
nada ésta sin que el enemigo se atreviera á provocar un en-
cuentro formal, y colocadas en sus zonas respectivas las
fuerzas de cada una de las cuatro y medias brigadas que el
general Cassola tenía á sus órdenes, aumentó hasta ocho el
número de los centros, y poco después hasta diez y seis,
5
66
creando en todos ellos depósitos de víveres, enfermerías y
abrigos, y uniéndolos todos con Puerto-Príncipe por me-
dio de una red telegráfica.
De advertir es, que todos los edificios para almacenes de
víveres y efectos, hospitales y barracones, abrigos para las
tropas de los centros de zona de toda la Isla , así como los
telégrafos y fortificaciones, han sido dirigidos en su mayor
parte por los ingenieros militares, y hechos por los mismos
soldados con materiales sacados de los montes próximos, casi
sin ningún gasto para el Erario. Empleábanse en estos tra-
bajos las guardias necesarias de cada centro, los enclenques
y convalecientes que no podian resistir las fatigas de las
operaciones activas, y muy especialmente los bomberos del
país Y milicias de color, que por su práctica de los recursos
del monte para esta clase de obras, las construyen con tanta
rapidez como economía.
Situada cada fuerza en su zona, operaron en seguida, se-
gún las reglas é instrucciones dadas en las Villas, y poco á
poco, y á medida que nuestras armas adelantaban, fuésub-
dividiendo las columnas , hasta llegar á principios de Di-
ciembre á operar por grupos de quince á treinta hombres,
ayudando la fortuna de tal modo sus inteligentes disposi-^
clones, que en su largo y extenso mando no ha habido que
registrar un solo hecho de armas desgraciado para nuestras
tropas, ni un ataque ala línea férrea del Príncipe á Nuevi-
tas, única en el Departamento, y doblemente importante
como medio de comunicación con el exterior, y único seguro
para el racionamiento de todo el territorio de su mando y
abastecimiento de la capital de todo lo necesario para
la vida.
Al mismo tiempo que impulsaba vigorosamente las ope-
raciones militares, dirigido unas veces, estimulado otras, y
aui^iliado siempre por el General en jefe, con medidas coma
la libertad de los prisioneros, levantamiento de destierros,
excarcelación de sospechosos é infidentes, devoluciones de
67
bienes embargados, exenciones de contribución por cinco
años, repartimiento de terrenos realengos entre las clases
pobres, creación de talleres, iniciación de suscricionespara
facilitar auxilios á los necesitados y reconstruir el país y otras
medidas que en lugar oportuno he de examinar, y sobre todo
con el planteamiento en todas las esferas y centros de auto-
ridad y gobierno de la política de atracción, tolerancia, mo-
ralidad proseguida con tanta firmeza por el general Martínez
Campos, fué levantando el abatido espíritu de aquellos habi-
tantes, suavizando sus sentimientos de hospitalidad y des-
confianza hacia nosotros, y haciéndoles concebir fundadas es-
peranzas en un porvenir más halagüeño y no lejano. Apro-
vechó también desde los primeros momentos los síntomas
de subdivisión y abatimiento del enemigo para animar á
los que estaban á nuestro lado , y en cuanto el número de
presentados lo permitió fué creando primero y aumentando
después, zonas de cultivo importantes alrededor de los
fuertes y poblados, que al par que apegaban los recien lle-
gados á los intereses que ellos mismos creaban, fueron len-
tamente destruyendo la miseria producida por nueve años
de guerra asoladora.
Difícil por la falta de comunicaciones, largas distancias
desde los puertos de desembarque á los centros de operacio-
nes y escasez de medios de arrastre, ha sido el mando de
Holguin y las Tunas. Esta última ciudad, sorprendida el
año antes por una vergonzosa traición, habia quedado re-
ducida á un informe montón de escombros ennegrecidos
por el incendio con que el enemigo habia terminado el sa-
queo, coronando otra vandálica con el degüello á sangre
fría de doscientos inermes prisioneros. Ni una sola de sus
casas quedaba en pié, cuando á mediados de Abril (1877)
convergieron en ella una columna que con el general Pren-
dergast venía de las Villas y el Príncipe, y otra mandada
por el brigadier Valera que venía de Holguin . Este último
jefe, nombrado para dirigir las operaciones de esta zona,
68
las empezó activamente desde luego, al par que bajo su di-
rección se aclaraban las calles obstruidas por las ruinas, y
empezaba la reconstrucción de la poco antes floreciente po-
blación.
El comandante general Morales de los Rios procuró ha-
cer frente á las dificultades de su mando , pero las causas
ya indicadas, la escasez de las fuerzas de que disponía y el
gran número de enfermos , no permitieron aquí como en
otras partes plantear por completo el sistema de zonas, mul-
tiplicando los centros de racionamiento y operaciones,
siendo tardía su instalación por haberse adelantado la época
de las aguas , y habiendo pasado por esto nuestras tropas
grandes trabajos y privaciones, y aun hambre algunas ve-
ces. La necesidad obligaba á llevar convoyes pesados á lar-
gas distancias y sin caminos , y aunque por regla general
hayan tenido las operaciones un éxito feliz, hemos tenido
algún encuentro parcial y algunas sorpresas de pequeñas
escoltas, cuyo resultado ha sido desfavorable. A pesar de
todas las dificultades con que luchaba, iba el general Mora-
les de los Ríos dominándolas poco á poco , levantando mu-
cho el espíritu de los habitantes de su jurisdicción. Buena
prueba de ello son el concurso activo y brillantes servicios
prestados por los voluntarios de todos aquellos poblados,
insulares en su gran mayoría; y aunque más adelante haya
de hablar de todos los de la Isla , no quiero pasar á ocu-
parme de otra Comandancia general sin consagrar un elo-
gio bien merecido al constante valor y fidelidad de los de
Fray Benito, Sama, Jibara, San Andrés, Santa María y
otros de esta jurisdicción.
En Bayamo, Jiguani y Manzanillo, pertenecientes enton-
ces á la Comandancia general de Cuba, habían sido las ope-
raciones poco activas hasta el momento del avance; se ha-
bía, sin embargo, creado un batallón compuesto de las guer-
rillas locales, que organizado y mandado por el activísimo
coronel Miret, prestó desde principios de 1878 servicios bri-
69
liantes y de importancia suma. Al empezar el mes de Abril
tomó el mando de estas tres jurisdicciones, separadas de la
de Cuba, para formar una nueva Comandancia, el general
Cortijo, quien con su característica actividad planteó acto
continuo aquí el sistema de centros por zonas de batallón que
tan excelentes resultados habia dado en su mando de Sancti-
Spíritus, creando también los depósitos, enfermerías y líneas
telegráficas necesarias. Las operaciones emprendidas desde
el primer momento arrojaron al enemigo muy pronto de los
llanos de Manzanillo hacia las escabrosidades de la Sierra-
Maestra, donde se estableció también una de nuestras bri-
gadas con sus centros en las primeras estribaciones , ope-
rando en el mismo terreno el batallón de guerrilleros del
país organizado por el coronel Miret. Sostuviéronse muchos
y felicísimos encuentros con el enemigo, que hasta enton-
ces no se habia visto incomodado en aquel laberinto de
montañas, refugio que ellos creían seguro y en el que ja-
más nos atreveríamos á penetrar ; destruyeron muchas y
extensas siembras, privándole de sus abundantes recursos,
y abatidos y obligados á subdivirse y estar en movilidad
continua, empezaron á presentarse gran número de fami-
lias, con cuyo motivo empezaron á ensancharse las zonas
de cultivo de nuestros poblados.
A mediados de Setiembre , acosado y destrozado por la
activa persecución de nuestras fuerzas, estaba el enemigo
de la sierra desalentado y ansioso de descanso. Aprovecha-
ron hábilmente aquella disposición de ánimo el brigadier
Daban y el coronel Miret, y el 20 tuvieron estos jefes y los
generales Cortijo y Bonanza una conferencia con los cabe-
cillas insurrectos Antonio Bello, Félix Marcano, Enrique
Céspedes, Valeriano y otros, asistiendo también Esteban
Varona, insurrecto influyente aprehendido poco antes por
las fuerzas de la brigada Bonanza, en las cercanías de Santa
Cruz del Sur (Centro) .
Manifestáronse los jefes insurrectos cansados de una
70
guerra que destrozaba al país sin ventaja ni esperanza al-
guna, y propicios de una paz que asegurase el porvenir de
la Isla, añadiendo que nada querían hacer sin contar con la
anuencia del Gobierno y Cámaras insurrectas, acordándose
en la reunión que el brigadier Daban y Esteban de Varona
fueran á conferenciar con el General en jefe y geucralJove-
llar, haciéndoles presentes las buenas disposiciones de es-
tos jefes, para que en su vista los autorizaran á ponerse en
comunicación con lo que ellos llamaban su gobierno, y
acordaran las concesiones ó garantías que pensaban conce-
der á los rebeldes. Hízose así, y el 28 regresaban Daban y
Varona á Manzanillo, donde después de una nueva confe-
rencia, nombraron los insurrectos á los coroneles Bello v
Santistéban y al teniente Rivero, ayudante del primero,
para que en unión con Esteban de Varona, que voluntaria-
mente se ofrecía á ello, buscasen al Gobierno y Cámara de
diputados rebeldes, y les participasen el estado de la insur-
rección en Bayamo, y los buenos deseos del General en jefe.
Salieron, pues, los comisionados, desembarcando en Santa
Cruz, y por Contramaestre llegaron á Chorrillo, donde de-
jaron nuestras fuerzas, marchando solos, provistos de
salvo-conductos y guiados por Agustín Castellanos, práctico
de uno de nuestros batallones. En la mañana del 5 de Oc-
tubre encontraron alguna fuerza cubana, mandada por
Máximo Gómez, quien ya debia tener conocimiento del ob-
jeto de los comisionados, porque sin indagar otra cosa que
su procedencia de nuestras líneas, y sin querer oir sus expli-
caciones, mandó amarrar á los cinco y envió aviso al Go-
bierno que se hallaba á dos leguas, en Ceiba Mocha, lle-
vándolos el mismo dia á aquel punto. Fueron allí interro-
gados por el titulado presidente Tomás Estrada y los gene-
rales Máximo Gómez y Javier Céspedes , y aunque dijeron
que nada hablan acordado con los españoles ni traian más
misión que exponer el estado precario y el espíritu de can-
sancio que reinaba entre los insurrectos de Bayamo , así
71
como los buenos deseos que animaban á los generales Mar-
tínez Campos y Jovellar, fueron puestos en el cepo termi-
nado que hubo el interrogatorio. Al dia siguiente, 6, salió el
presidente Estrada y el Gobierno hacia Bayamo con objeto
de reanimar el espíritu de la fuerzas rebeldes de aquella ju-
risdicción, y quizás con el de no presenciar el horrible cri-
men que se preparaba, atentado tanto más infame y ver-
gonzoso para Estrada, cuanto que hay gravísimos indicios
para asegurar que la prisión de Varona por nuestras tro-
pas fué en cierto modo buscada por él mismo y de acuerdo
con el presidente, con objeto de avistarse con el General en
jefe, y saber hasta qué punto estaba dispuesto á hacer con-
cesiones y dar garantías para asegurar la paz y el porvenir
de Cuba. El mismo dia llevó Máximo Gómez los prisioneros
á San Martin de Vialla, donde se hallaba toda la Cámara con
el brigadier Goyo Benitez. Allí se sujetó á Varona y al prác-
tico Castellanos á un consejo de guerra verbal, y á pesar de
la enérgica defensa del diputado Aurelio Estrada , fueron
condenados á muerte y* ahorcados en la mañana del 7 , á la
vista de Bello, Santistéban y Rivero. Estos, como pertene-
cientes al ejército cubano, fueron sujetos á un consejo de
guerra ordinario, y aunque bien defendidos por los diputa-
dos Betancourt, Pérez Trujillo y Marcos García, fueron
condenados á ser pasados por las armas los dos coroneles y
á degradación y presidio el teniente Rivero . Notificóseles
la sentencia el 9, dándoles una hora para escribir á sus fa-
milias, y se formó el cuadro para ejecutarlos. Salváronse,
sin embargo, porque los asesinatos de Varona y Castellanos
hablan causado mal efecto entre los soldados y diputados
cubanos, protestando varios de ellos contra esta nueva sen-
tencia, por falta de formas. Máximo Gómez, no creyéndose
seguro de las tropas que allí estaban, ó no queriendo rom-
per de frente con la Cámara, acordó aplazar la ejecución
hasta que la sentencia fuera aprobada por el presidente Es-
trada. Gracias á esto pudieron escapar los prisioneros du-
72
rante una marcha> acompañados por el oficial que los custo-
diaba, llegando á nuestro campamento de Santa Ana des-
pués de correr á pié diez y seis leguas en siete horas, y el
18 de Octubre entraban en Manzanillo.
Con el acto de ferocidad mencionado habia querido Má-
ximo Gómez, no sólo amedrentar á los que con nosotros tu-
vieran relaciones, sino también, y muy principalmente, co-
locar al Gobierno y más influyentes jefes cubanos en una
actitud irreconciliable con el General en jefe, asesinando á
los que iban autorizados con sus salvo-conductos. Así creia
contener los efectos que nuestras incesantes operaciones mi-
litares y nuestra generosa conducta iban causando en el
campo rebelde, suavizando los ánimos antes tan enconados
y predisponiendo á muchos de sus jefes á aceptar como con-
veniente la idea de una paz que garantizase algunas liber-
tades y derechos políticos para Cuba, permitiéndoles dejar
con seguridad una vida tan azarosa y llena de fatigas y
privaciones.
Pero estos cálculos salieron fallidos; durante la misión de
Bello y Santistéban habia habido de hecho una suspensión
de hostilidades entre nuestras tropas y las que aquéllos
mandaban en Manzanillo; los soldados insurrectos en dia-
rio contacto con los nuestros hablan fraternizado de tal
modo, que aun sin el bárbaro atropello de que los comisio-
nados habían sido víctimas, y que hacía imposible su con-
tinuación en el campo rebelde, sus mismas fuerzas conven-
cidas ya de que se les habia ocultado la verdad de los he-
chos, haciéndoles concebir temores y desconfianzas sin fun-
damento, hubieran ejercido presión sobre sus jefes para
presentarse en masa, ó hubieran desertado para hacerlo por
pequeños grupos. Hiciéronlo todos con sus jefes á la cabeza,
y fué esta presentación importantísima, no sólo por la fuerza
material que quitaba al enemigo, sino por ser esta la pri-
mera señal positiva de que la organización insurrecta per-
día su cohesión y empezaba á desmoronarse. Siguieron á
73
ésta otras preseataciones más ó menos numerosas, pero que
aumentaron las inquietudes y mataron para siempre la
confianza de los jefes rebeldes entre sí y en los soldados que
á sus órdenes tenian.
Los crueles asesinatos cometidos por Gómez y sus parti-
darios hablan acentuado aún más rivalidades ya muy anti-
guas entre los jefes rebeldes, exacerbando los ánimos entre
civiles y militares, blancos y de color, cuyas aspiraciones
eran diferentes, y á quienes sólo el peligro común mante-
nía unidos. Tampoco logró cortar las comunicaciones que
los insurrectos, jefes y soldados mantenían con sus familias
y presentados en nuestro campo, comunicaciones toleradas
y aun favorecidas y aprovechadas en algunos casos por
nuestros jefes, que sabían que cuanto más fáciles y frecuen-
tes fueran estas relaciones, menores serian las desconfian-
zas que mantenían el espíritu de hostilidad , ventaja muy
superior al pequeño inconveniente de que los insurrectos
recibieran alguna noticia ó pequeño auxilio enviado por sus
familias; siendo, como ya he dicho, imposible evitar que
adquirieran unas y otras en nuestras poblaciones, si tenian
dinero para pagarlos.
Era el departamento Oriental, no sólo el más extenso, sino
el de territorio más áspero y desconocido. Sierra Maestra
al Sur y Oeste; los montes de Guantanamo y el Toro ó
Rouge al Este; los Pilotos, Pinares de Mayari, el Cristal y
Cuchillas de Baracoa al Norte, entrelazan sus contrafuertes
y estribaciones formando un caos de montes espesos y ein-
pinados, separados por estrechas cañadas y profundos va-
lles pantanosos con murallas roquizas, casi cortadas á pique
(farallones), sobre el pedregoso cauce de los rios, que con
frecuencia son el único camino practicable, ofrecían por do
quier al enemigo escondidos abrigos y posiciones casi inex-
pugnables contra nuestras fuerzas, escasas no sólo para ata-
carle en sus guaridas, sino para defender zonas de cultivo
tan importantes como las de ingenios de Cuba y Guanta-
1
74
ñamo, y vegas de Manzanillo, Mayari y Baracoa. Maceo,
crecido á proporción de la libertad de movimientos que
nuestras escasas fuerzas le dejaban, recorria sin trabas todo
el territorio, atacando nuestros convoyes y amagando los
puntos que creia más débiles, habiendo invadido la juris-
dicción de Baracoa; amenazaba el valle de Guantanamo y
causaba inquietudes por la zona de Santiago de Cuba. El
general Saenz, aunque gravemente enfermo y con pocas
fuerzas de que echar mano, decidió poco después de tomar
el mando atacar al audaz cabecilla en sus guaridas de Ma-
yari-arriba y Pueblo-nuevo, proyecto excelente bajo el
punto de vista militar por ser aquéllos los puntos en que
Maceo tenía sus principales estancias y recursos, pero pre-
maturo antes que la pacificación de las Villas permitiera
traer la guerra á Oriente. Llevóse á cabo la operación con
arrojo y feliz éxito, mientras Maceo se habia corrido hacia
Baracoa, y antes de que llegara la orden del General en jefe
para aplazarla; viéndose obligado, cuando tuvo conoci-
miento de sus felices resultados, á enviar á Oriente dos ba-
tallones más que sacó anticipadamente de las Villas, porque
nuestras atenciones en Cuba se duplicaban con la ocupación
de los terrenos conquistados, y no queria abandonar aque-
llas asperezas para que no decayeran los ánimos, muy le-
vantados con esta expedición.
A principios de Abril (orden general de 23 de Marzo) se
creaba dentro de la Comandancia general de Cuba, la de
Bayamo, con aquella jurisdicción y las de Manzanillo y
Jiguani de que acabo de hablar, dejando aun el mando del
general Saenz de Tejada, el más extenso de todos, con las
brigadas de Mayari, Guantanamo y Cuba, con centros esta
última en Canto- Abajo y Palma-Soriano.
Desembarcadas en Cuba, Guantanamo, Mayari y Bara-
coa las fuerzas que de Occidente venian, se planteó desde
luego el sistema de zonas y centros de racionamientos, cons-
truyéndose en ésta, como en el resto de las Comandancias
75
generales, depósitos, enfermerías y telégrafos, abriéndose
además muchos caminos á través de espesos montes, al par
que se emprendían las operaciones activas con felicísimo
éxito. No fueron éstas, por desgracia, de larga duración,
porque adelantándose la época de las lluvias, siendo éstas
excesivas, el año anormalmente enfermizo, algo tardía la
instalación de los centros de operaciones, y mayores aquí
que en parte alguna las fatigas y privaciones del soldado,
por la extensión y aspereza del terreno, empezaron pronto
á diezmar nuestras filas las enfermedades de todas clases,
especialmente las fiebres intermitentes, disenterías y úlce-
ras en las piernas, causando estragos tales en nuestras fuer-
zas, que la mayor parte de los batallones quedaron en cua-
dro, y los hospitales y enfermerías triplicados, cuando me-
nos, por la solícita previsión del General en jefe, fueron es-
casos para albergar el excesivo número de enfermos, y aun-
que hubo alguna brigada, como la tercera, en que, con una
instalación más rápida y mayores cuidados con el soldado,
se consiguió sostener las fuerzas en mejor estado de salud,
sin dejar de operar y destruir los recursos ¡que el enemigo
tenía en aquella zona; en cambio los batallones que operaban
en las ásperas sierras de Mayari, y más aún los- de la Maes-
tra, colocados en fatales condiciones higiénicas y con una
fatiga excesiva, aunque inevitable, quedaron reducidos á un
puñado de hombres, y las fuerzas conservadas en una parte
fueron muy pocas para llenar el tris te vacío hecho en las otras .
La disminución de las fuerzas limitó mucho las opera-
ciones , y la abundancia de las lluvias obligó á nuestros
jefes á suspenderlas por completo frecuentemente, apro-
vechando siempre, sin embargo, las cortas temporadas de
seca que se presentaron para operar con la posible acti-
vidad , dedicándose con preferencia á la destrucción de los
extensos y numerosos sembrados de todas clases, para ir
quitando al enemigo los abundantes recursos que para su
alimentación tenían por do quier.
76
También habia causado la estación lluviosa en las villas
los mismos estragos que en Cuba ; los hospitales estaban
completamente llenos , y disminuida forzosamente la vigi-
lancia , pudieron reorganizarse algún tanto los insurrectos
que allí hablan quedado , que eran algo más numerosos de
lo que generalmente se creia, aumentándose ahora su nú-
mero con algunos de los presentados vueltos á seducir por
los trabajos y maquinaciones de los simpatizadores y juntas
de las ciudades que trabajaban con actividad tanto mayor,
cuanto mayores eran la desesperación de su causa y el
despecho que los triunfos de nuestras armas les causaban.
Fueron, sin embargo, impotentes los desesperados esfuerzos
de los cabecillas Roloff, Pancho Jiménez , Serafín Sánchez
Maestre, y otros que allí quedaban, para intentar algo serio
contra nosotros, y aun para impedir los trabajos agrícolas
y de reconstrucción de fincas , á las que el general Arias
daba gran impulso, y que por todas partes se llevaban á
cabo.
V.
ADELANTOS MORALES Y MATERIALES,
Inspección y trabajos del General en jefe. — Medidas reconstructoras — Me-
didas politicas.— Cambios del espíritu público.— Espíritu del ejército.-*- Ideas
de paz.— Mister Pope.— Desengaño délos insurrectos en la estación llu<
viosa.— Captura del presidente Estrada.— Muerte del presidente de la Cá-
mara.— Elección de Vicente García. — Estado de la insurrección.— Nuestro
estado.
Si SUS itinerarios llegan á hacerse y publicarse , parecerá
fabuloso el número de leguas que á caballo , en ferro-carril,
ó embarcado, ha recorrido el General en jefe durante esta
campaña. Ahora era su movilidad más continua ^que du-
rante la campaña de las Villas , por ser el territorio de las
operaciones cuatro veces mayor. Ni él ni su Jefe de Estado
Mayor paraban un momento , recorriendo la Isla entera en
todas direcciones, visitando repetidas veces y de improviso
todos los campamentos y columnas de operaciones , para
ver por sí mismos los adelantos hechos en los trabajos y los
resultados obtenidos , y disponiendo lo necesario para que
nada faltase al soldado y fuesen todos los movimientos más
fáciles y fructuosos. Por sus cuidados se hablan levantado
en todas partes grandes depósitos de víveres, almacenes de
ropas y utensilios y barracones para abrigar las fuerzas ;
se hablan construido grandes hospitales en Ciego de Ávila,
78
Santa Cruz, Manzanillo, Mayari y otros; terminado varios
empezados anteriormente, y levantado innumerables enfer-
merías de campaña en todos los centros de batallón , con
notable ventaja del Erario, del servicio y del soldado; se
hablan reconocido rios y embarcaderos , utilizando las vías
marítimas y fluviales , para racionar muchos puntos con
más seguridad y economía ; se habían abierto nuevas co-
municaciones , mejorando las antiguas ; cuadruplicado los
medios de arrastre con carretas y brigadas de acémilas , y
se había cubierto literalmente la Isla con una red telegrá-
fica de campaña, que aunque algo imperfecta, y cortada al-
guna que otra vez por el enemigo, prestaba servicios incal-
culables, para comunicar el General en jefe con todos los
centros , cubrir con rapidez todas las atenciones , y combinar
nuestros movimientos y operaciones en relación con las
noticias ahora más frecuentes y exactas de la situación ó
intenciones del enemigo.
Con todos estos elementos preparados y creados con pre-
visora inteligencia, á fuerza de constante paciencia para
desarraigar prácticas viciosas y vencer muchas dificultades,
se pudo, al empezar la estación seca, muy tardía este año,
dar un gran impulso á las operaciones que nunca habían
cesado, á pesar de que los hospitales continuaron llenos por
mucho tiempo, sin que el número de enfermos disminu-
yese notablemente , tanto porque como ya he indicado, el
año era anormalmente enfermizo, como por las fatigas ex-
cesivas de una campaña sin tregua ni descanso.
Al par que dirigía é inspeccionaba las operaciones mili-
tares, comunicando á todos su febril actividad , llevaba el
General de frente la obra material de reconstruir un país
destrozado por tan prolongada y vandálica lucha, y perse-
veraba con una constancia y paciencia inalterables la obra
político-moral de suavizar los antiguos odios y enconos,
disminuyendo, en cuanto de él dependía, muchas de las
causas que originaron la insurrección, sin desanimarse con
79
oposiciones más ó menos interesadas , y consiguiendo por
fin dar á la mayoría confianza en un porvenir más hala-
güeño.
Para remediar el mísero estado de los habitantes y re-
construir un país arruinado, he mencionado ya los auxilios
de víveres con que ponia al abrigo do la necesidad, hasta
ver el resultado de sus trabajos , á cada uno de los presen-
tados y sus familias, permitiéndoles establecer sus habita-
ciones y cultivos al amparo de los fuertes y campamentos.
Protegió á los que venian de las filas rebeldes y á los anti-
guos campesinos que, á consecuencia de la concentración,
vivían míseramente en las ciudades, para que volvieran á
sus poblados que se iban reedificando como por encanto;
creó muchos poblados nuevos, en los que al lado de los es-
tablecimientos militares, depósitos, enfermerías y cuarteles,
se fueron aglomerando según planos ordenados de ante-
mano, las casas de los propietarios cercanos y de otros la-
bradores que encontraban fácilmente y de balde tierras en
qué trabajar. Las zonas de cultivo fueron ensanchándose
con bastante rapidez, y como el terreno es feracísimo, á los
dos meses de reedificar ó crear un nuevo poblado, nada de
fuera necesitaban sus habitantes para vivir, y poco tiempo
después obtenían grandes utilidades vendiendo el sobrante
de sus viandas (legumbres ú hortalizas), granos, frutas, ta-
bacos y demás producciones, que encontraban fácil salida
entre nuestro ejército ó en las ciudades cercanas. Los gran-
des propietarios empezaron por recoger en los montes los
restos dispersos de sus ganados, y confiados después en una
paz general que cada dia parecía más próxima y segura,
continuaron levantando las cercas necesarias parala cria
de animales y preparar los trabajos para explotar de nuevo
sus fincas, desapareciendo con unas y otras empresas la
miseria de las ciudades y de los campos vivificados por el
trabajo.
Años hacía ya que en las poblaciones de la costa se habia
80
coartado, casi suprimido la pesca, prohibiendo á los pesca-
dores alejarse de tierra y aun ejercer su industria fuera de
la vista de los poblados, por temor de que con este pretexto
comunicaran los insurrectos con el exterior, ó recibieran
algunos auxilios, y por las mismas causas se hablan prohi-
bido los cortes de madera y su embarque, los de yarey
(palma para fabricación de sombreros y otros tejidos), los de
cascaras para las fábricas de curtidos, y en general todo
trabajo, toda industria que separara á los habitantes del
casco de la población donde moraban ó hablan sido concen-
trados. Todas estas medidas lastimaban gravemente la in-
dustria y el comercio, ya harto paralizados por la guerra;
hablan concluido con las importantes exportaciones de ma-
deras, cueros y yareyes; mantenían sumergidos en un ocio
forzoso y en una horrible miseria á gran parte de las clases
trabajadoras que antes vivían de aquellas ocupaciones; ar-
rojaba á muchos de nuestro lado, obligándolos á buscar en
los montes un refugio donde al menos no morian de hambre
ellos y sus familias, y privaba á los pueblos del recurso de
la pesca, tan abundante en aquellas costas, que es en mu-
chos puntos uno de los principales artículos de alimenta-
ción de las clases menesterosas, y aunque el General no du-
daba de que á la sombra de su tolerancia recibirían con más
facilidad los insurrectos algunos auxilios ; como sabía que
los adquirían fácil y frecuentemente en nuestras poblacio-
nes, juzgó que eran mayores los inconvenientes y perjui-
cios de tantas restricciones, y poco á poco, según lo iban
permitiendo las circunstancias y variación del espíritu pú-
büco , fué pidiendo al Gobernador general la libertad de
pesca, ia de cortes de cascara, yarey y madera, dando nueva
vida á la industria y comercio, ocupación y sustento á niu-
chos trabajadores y familias , y alicientes para que regre-
saran á sus pueblos muchos de los que por necesidad hablan
huido al monte.
Iban desapareciendo, con estas medidas, la miseria de los
81
poblados, y descargándose las ciudades de no pequeño nú-
mero de campesinos que volvían gustosos á los trabajos de
sus antiguas estancias; pero aún quedaban en las poblacio-
nes principales grandes masas sin trabajo, especialmente
mujeres, que al mismo tiempo que la fortuna ó recursos con
que la mayoría contaba para vivir en otro tiempo, hablan
perdido durante la guerra y por su causa, sus padres, sus
maridos, sus hijos, sus hermanos. La devolución de bienes
embargados, rurales en su mayor parte , y arruinados casi
todos, aunque de gran efecto moral, era medida que reme-
diaba poco ó nada la precaria situación de las que carecían
de capitales, quizás de iniciativa y conocimientos para ex-
plotarlos; viviendo gran número de ellas de sus trabajos
manuales de tejedoras de sombreros y otros artefactos de
yarey, y trabajos de aguja, escasísimos todos, y tanto peor
retribuidos, cuanto mayor era la competencia que unas á
otras se hacian.
Para remediar en algo estado tan aflictivo, trató el Gene-
ral de traer á cada una de las poblaciones que más sufrían
una porción de industrias que, nacidas casi por causa de la
guerra, eran monopolizadas en la capital, que era la pobla-
ción que menos habia sufrido en la lucha, y en la que du-
rante ella se hablan hecho muchas y rápidas fortunas. En
la Habana se hacian los zapatos, pantalones y chaquetas
del soldado; allí sus camisas y demás ropa blanca, allí sus
tiendas-abrigos y sus sacos de campaña, allí los catres, fun-
das, sábanas y demás ropas para hospitales y enfermerías,
y allí, en una palabra, cuanto necesitaba un ejército nu-
meroso y del Gobierno dependía; y no fué una de las bata-
tallas menos importantes la que tuvo que reñir el General
para vencer obstinaciones y resistencias interesadas, y con-
seguir que cada batallón se vistiera en la ciudad más pró-
xima á su centro de operaciones, y que en las mismas se
construyeran las ropas de los hospitales y cuanto era facti-
ble de lo que el ejército necesitaba, con ventaja del soldado
6
82
por la baratura de la mano de obra y la facilidad con que
los jefes podian inspeccionar las construcciones, y con eran
alivio de la miseria pública. Con el mismo objeto filantró-
pico y político á la vez, se crearon por su iniciativa en las
poblaciones importantes, sociedades de trabajo patrocinadas
y dirigidas por las señoras principales que crearon fábricas
de sombreros, talleres de costura y de lavado, que propor-
cionaron trabajo al mayor número posible de las necesi-
tadas, retribuyéndolas algo más sus labores, que los precios
que los monopolizadores habian establecido, sin aumentar
el precio de los objetos vendidos, puesto que las sociedades
nada ganaban; y por último, y gracias siempre á sus ges-
tiones, se abrió una suscricion de grandes resultados , con
objeto de ayudar á la reconstrucción del país, parte de cu-
yos fondos se emplearon desde luego en facilitar trabajo á
las clases menesterosas y en comprar aperos y animales de
labranza para los campesinos más necesitados.
En todos estos trabajos fué el General secundado con en-
tusiasmo por las juntas de señoras y caballeros más princi-
pales, y por los comandantes generales, especialmente en
Cuba, en la jurisdicción de Sancti-Spíritiis, en la que se
creó mucho, concluyendo casi con la mendicidad, y sobre
todo en el centro, donde la miseria había tomado propor-
ciones horribles y donde la ruina era tan completa que todo
habia de creatse de nuevo.
Por consejo y peticiones del General vino á ayudar estos
esfuerzos para la reconstrucción del país y cicatrizar en la
posible las llagas producidas por la lucha, la Real orden de
27 de Octubre de 1877 , por la que se autorizaba: !.•, el re-
partimiento de terrenos de realengo y baldíos , los de pro-
pios, y arbitrios que no fueran necesarios para el uso co-
mún de los vecinos, y los que cedieran los grandes propie-
tarios; 2.®, mandando que fueran agraciados con ellos por
orden de prioridad en relación, los licenciados del ejercita
voluntarios que hubieran tomado parte en la campaña, los.
^
■\
83
vecinos fieles á la causa española que hubieran sufrido
pérdidas por causa de la guerra; que cada lote fuera sufi-
ciente :para el sostenimiento de una familia, dándose de
tres á cinco, según los agraciados fueran solteros ó casados,
con hijos ó sin ellos, y que estas donaciones fueran á per-
petuidad, con la condición de que los terrenos sean culti-
vados por tres años á lo menos ; que tanto éstos como sus
productos y las casas que en ellos se edifiquen, quedan exen-
tos del pago de toda contribución por ocho años, y que coa
el producto de la suscricion antes mencionada se compra-
sen ganados y aperos para distribuir entre los colonos. En
19 de Noviembre siguiente se pasaba una circular aclarato-
ria á las autoridades locales para llevar á cabo lo prevenido
en la anterior Real orden.
Ya en 3 del mismo mes de Noviembre se habia dispuesto
que quedara libre de contribuciones por cinco años toda finca
arruinada que se reconstruyera; la misma concesión se ha-
cía para las rurales ó urbanas de nueva planta ó creación
en los departamentos Central y Oriental; exención de con-
tribución por tres años á las industrias y comercios que se
establezcan de nuevo en los mismos departamentos, y
exención por dos años de los derechos de introducción
para el ganado hembra, circulándose el 20 del mismo
mésalas autoridades y aduanas para su inmediata ejecu-
ción.
Al propio tiempo que fomentaba la reconstrucción mate-
rial con las medidas mencionadas, continuaba perseverante
su política de atracción, recomendando incesantemente la
humanidad en el trato de los prisioneros y la afabilidad de
los jefes y autoridades para atender las quejas y reclama-
ciones de los insulares, castigando severamente los abusos
de autoridad de los que de él dependían , y señalando las
faltas de otras autoridades y empleados á quienes podía y
debía corregirlas, consiguiendo de este modo que las que-
jas fueran disminuyendo, y grandes resultados en los go-
84
biernos, capitanías de partido, y aun en juzgados que no
dependían de su autoridad.
Mejorado el espíritu público en gran manera, disminuida
la prevención casi instintiva con que ciertos espíritus mi-
raban las medidas de tolerancia y humanidad , y en vista
de los buenos resultados de los anteriores, poco después del
movimiento de avance, en 5 de Mayo de 1877, y de acuerdo
con el Capitán y Gobernador general de la Isla, dio un de-
creto por el que levantaba todos los destierros, suspen-
diendo todos los expedientes políticos y gubernativos , le-
vantando los embargos de los bienes de todos los acogidos
y de los que en lo sucesivo se acogieran á indulto , y man-
dando entregar los bienes embargados de los fallecidos aun
en las filas insurrectas á sus legítimos herederos , sin más
limitación que la prohibición de vender estos bienes du-
rante dos años. En el mismo decreto se autorizaba á los
gobernadores y teniente-gobernadores para que desde luego
entregaran los mencionados bienes que radicaban en sus
jurisdicciones respectivas. El 9 del mismo mes se pasaba á
las citadas autoridades una circular para que sobreseyesen
todos los expedientes político-gubernativos por causa dé in-
fidencia, pusieran en libertad á los presos por las mismas
causas, y dieran á todos ellos pasaportes para cualquiera
punto á donde quisieran ir. Esta misma circular se hacía
extensiva para su inmediato cumplimiento en 29 del mismo
mes de Mayo, á los señores alcaldes (jueces).
Complemento y consecuencia del anterior decreto , es la
Real orden de 20 de Octubre del mismo año, que autoriza al
Capitán general. Gobernador superior civil , para conceder
indultos de penas á los sentenciados por los tribunales y
consejos de guerra de la isla de Cuba por delitos de infi-
dencia, devolución de los bienes embargados, aun de los
sentenciados en rebeldía, y entrega de los pertenecientes á
fallecidos, á sus herederos.
Puestas en vigor todas estas órdenes, no quedaba ya nin-
85
gun cubano preso ni desterrado por delitos políticos; los
emigrados voluntarios , lo mismo que los que todavía per-
manecian en las filas insurrectas, quedaban en libertad de
volver á sus abandonados hogares y entrar en seguida en
posesión de sus bienes. Muchos fueron los que se aprove-
charon de estas generosas disposiciones, regresando á Cuba
gran número de emigrados que vivian en las vecinas Re-
públicas del Centro de América, Haití , Estados-Unidos y
Jamaica, y el General hizo cuanto pudo para que todos en-
traran inmediatamente en posesión de sus bienes , sin re-
moras administrativas , y para que se convencieran de la
buena fe y deseos que animaban á nuestro Gobierno y sus
representantes en la Isla.
Tanto paciente esfuerzo, tanta constancia, tanta activi-
dad y tanta buena fe no debían quedar estériles , y aunque
era lenta y difícil la obra de cambiar de opiniones y senti-
mientos de un pueblo entero que las ha adquirido por he-
rencia y educación, y confirmado con la triste experiencia
de las faltas y errores de nuestros Gobiernos, vistas por to-
dos y confesadas por nuestros escritores más optimistas, y
naturalmente mayores y más importantes á los ojos de es-
píritus prevenidos y que se consideraban víctimas por el
mero hecho de ser cubanos, aun sin sentir los efectos de
nuestros desaciertos y exclusivismos; había conseguido el
General en jefe lo que nadie creía posible , dado el carácter
de estos insulares y la brevedad del tiempo trascurrido. No
me atrevo á decir que el odio y los rencores hacia el Go-
bierno y los peninsulares habían desaparecido, pero sí que
había habido en este sentido un cambio radical y notabilí-
simo en la opinión pública, y que nunca en este siglo habia
sido tan grande el espíritu de conciliación y de concordia
que reinaba en Cuba; la acritud de los sentimientos hosti-
les de los insulares se habia modificado, su espíritu babia
mejorado mucho, la confianza en el porvenir y los deseos
de paz crecían de dia en día é iban ganando prosélitos en-
86
tre los más desconfiados y refractarios á toda idea de con-
ciliación; en una palabra, tenian quejas más ó menos fun-
dadas contra el Gobierno y sus empleados, pero tenian
esperanzas de ver desaparecer los motivos en que las funda-
ban; y lo que aún era de más trascendencia, habia desapa-
recido el deseo de juzgar de un modo pesimista todos nues-
tros actos, y era por el contrario casi general el de ver los
de nuestro Gobierno resolver con acierto los problemas de
que depende la futura felicidad de Cuba y su íntima unión
con la madre patria. Si la conducta del ejército y de las au-
toridades habia contribuido en gran manera á tan satisfac-
torios resultados, la gloria era exclusiva del general Martí-
nez Campos, que lleno de fe en la justicia y conveniencia
de sus ideas, las habia llevado al terreno de la práctica con
una perseverancia incontrastable, sin desanimarse con las
contrariedades y sin más norma ni interés que el bien de
su patria. Esta conducta habia valido al General una popu-
laridad y un prestigio casi tan grande entre los soldados re-
beldes como entre los nuestros, y los principales corifeos y
jefes del partido enemigo, atribuyéndole el abatimiento de
sus partidarios y el desesperado estado de su causa, no po-
dían ocultar el sentimiento de respetuosa admiración que
les inspiraban las extraordinarias cualidades militares de
nuestro caudillo, más aún las políticas, cuyos efectos sen-
tían á cada paso, y sobre todo su buena fe y ardientes de-
seos por asegurar el bienestar de Cuba.
También entre nosotros se hablan modificado profunda-
mente las ideas. La suscricion para allegar fondos con que
reconstruir el país y atender á las necesidades de los cu-
banos arruinados por la guerra, estaba llena de nombres,
bien significados no hacía mucho tiempo por su espíritu
intransigente. Los partidarios de una guerra á sangre y
fuego, sin cuartel y de exterminio; los animados por un es-
pañolismo intolerante, de miras estrechas y poco generosas
hablan disminuido notablemente, y fuera de algunos espíri-
87
tus obstinados y pesimistas, ó algunas inteligencias egoistas
obcecadas por el interés, la gran mayoría de los peninsu-
lares comprendían que habia ventajas y conveniencia para
la nación en identificar todo lo posible la vida de las anti-
guas colonias con la de la madre patria; que era justo que
estos insulares gozaran de las libertades concedidas á Puerto-
Rico hacía nueve años, y que sólo con un criterio liberal y
lá inauguración de una era dé severa justicia y moralidad
podia ciment.irse una unión firme y duradera basada en la
armonía de sus aspiraciones é intereses y en el convenci-
miento mutuo de que ningún otro estado que el de la unión
de Cuba á España podia ser más ventajoso para el porvenir
de la Isla y el bienestar de sus habitantes .
En el ejército, el cambio de opinión habia sido más rá-
pido y completo, porque el nuevo sistema político-militar
está muy de acuerdo con los levantados y generosos senti-
mientos de nuestro pueblo; y por otra parte, nuestros sol-
dados hablan tocado más de cerca sus resultados , y cada
dia comprendían mejor la importancia de sus consecuen-
cias.
Nuestros soldados se habían convencido de que por var-
lientos y numerosos que fueran los insurrectos, carecían de
su espíritu de cuerpo, de su organización y disciplina, y de
que con alguna sangre fría y confianza en sus oficiales, no
habia situación por apurada que fuese en apariencia , de la
que no pudieran salir siempre con honra ó victoriosos ; y
por pequeña que fuera la columna en que operaran, busca-
ban con empeño al enemigo y le atacaban sin contar su
número, ni dar importancia exagerada á sus posiciones.
Nuestros jefes tenían confianza en sus soldados y fe en el
General en jefe; comprendían las ventajas de sus posiciones
militares y el daño que la intranquilidad , la incesante in-
movilidad y falta de descanso, y la destrucción de sus recur-
sos causaban al enemigo, al par que las aprehensiones y
presentaciones más numerosas de dia en día les demostrar
88
ban que con su noble generosidad, con su humana conducta
y con su afable cortesía, se obtenían ventajas seguras y
positivas mucho más fácilmente que con el sistema de re-
presalias sangrientas y de terror, en otros tiempos preconi-
zado. Y jefes, oficiales y soldados que comprendían la supe-
rioridad de inteligencia del General; que conocían sus con-^
tínuos esfuerzos para hacer su situación menos penosa,
cubriendo todas las necesidades y proveyéndolas con solici-
tud, que le velan tomar una parte activísima en la campaña,
haciendo su misma vida, dirigiendo personalmente las
operaciones, visitando los campamentos y hospitales, com-
partiendo sus fatigas y peligros aun con exceso, multipli-
cándose sin reposo por do quier, y pendiente siempre de
sus hechos y aspiraciones, no sólo le respetaban como
General, sino que le admiraban como hombre, sintiendo
por él un gran entusiasmo , bien merecido y ganado con la
práctica de verdaderas virtudes militares y con el sacrificio
de sn salud y su personalidad, por el mejor servicio del
país.
Habia, pues, mejorado en gran manera el espíritu público
de uno y otro bando , y la idea vaga de paz y de concordia,
desconocida hacía muchos años en la Isla, iba ganando más
y más terreno, á medida que los resultados de las disposi-
ciones dadas para la reconstrucción del país iban siendo
más tangibles y conocidos , y á medida que los numerosos
presentados y prisioneros, puestos siempre en libertad, iban
disfrutando de las ventajas concedidas, y de las comodida-
des de una vida tranquila y de familia, déla que por tantos
años hablan estado privados. Sus comunicaciones con el
campo insurrecto, en el que hablan dejado parientes y ami-
gos, eran frecuentes y casi siempre conocidas por nuestros
jefes, que las toleraban convencidos de que cuanto mayor
fuese el conocimiento que los soldados rebeldes tuviesen de
nuestra conducta^ mayor sería el número de los presentados
y más nos acercábamos á la terminación de la lucha.
89
Ya en el mes de Mayo se había presentado en la Habana
al Capitán General , quien le remitió al General en jefe, un
norte-americano , que decia llamarse Mr. Pope, y ser dipu-
tado del Congreso de los Estados-Unidos, sacerdote católico
presentado para uno de los obispados de Haití , y encargado
por el Ministro de Relaciones exteriores , Mr. Fish , de una
misión oficiosa para hacer gestiones en favor de la paz. No
sé si traia documentos que acreditaran su misión, pero creo
que ni el general Jovellar ni Martínez Campos se los pidie*
ron, y éste no dudó un momento en acceder á los deseos
que manifestó de ponerse en comunicación con los insur-
rectos, mandándole á Santa Cruz del Sur, donde el brigadier
Bonanza, por medio de un prisionero, le facilitó los medios
de ir en busca del Gobierno insurrecto. Aunque nada
garantizaba la misión, ni aun la buena fe de Mr. Pope, nada
se aventuraba con la concesión del permiso solicitado y
quizás se podia ganar algo en sentido de la paz, si bien el
General en jefe tenía la convicción de que aún no estaba
bastante abatido el ánimo de los jefes rebeldes, y de que la
estación era poco propicia para pensar en tratos, pues la
época lluviosa estaba empezando y aquéllos debian creer
que con las lluvias, y como de costumbre, se suspenderían
las operaciones activas, y podrían descansar de sus fatigas
y reorganizar y levantar el espíritu de sus soldados, siendo
por esta razón prematuras las gestiones que en sentido
pacífico se hicieran. Pero el General tenía numerosas
pruebas de que los insurrectos comunicaban frecuentemente
con sus partidarios de nuestras ciudades y del extranjero,
y ninguna noticia podrían llevarles de Mr. Pope , que ellos
no supieran ya ó pudieran recibir por otros conductos : por
el contrario, en el extranjero, la agencia general de la repú-
blica cubana, en New- York , y otros centros por el estilo,
tenian interés en disfrazar los hechos, y trabajaban con afán
por ocultar el verdadero estado de la insurrección y nuestra
linea de conducta, propalando noticias absurdas ya de ba-
90
tallas ganadas y plazas arrancadas de nuestras manos ; . ya
de crueles degüellos cometidos por nuestras tropas , y otras
calumnias por el estilo ; las noticias de nuestros periódicos
no hacian fe aun siendo oficiales, en causa propia y para
extranjeros que nos tenian poco cariño, y era conveniente
que un testigo ocular nada sospechoso tocara y viera por
sí mismo, y pudiera relatar después, lo que era el llamado
Gobierno y ejército cubanos , y el abatido espíritu que entre
ellos reinaba. Permaneció Mr. Pope unos cuantos dias al
lado de algunos diputados que formaban la Cámara rebelde,
y aunque aquellos señores hicieron esfuerzos por aparentar
uña situación menos precaria, sus mismos trajes, las comi-
das de raíces y jutias (ratas de agua) de que tuvo que par-
ticipar, la carencia de las cosas más necesarias para, los
hombres civilizados aun de las clases más inferiores, la
harapienta desnudez dé sus soldados, y sobre todo, la ince-
sante intranquilidad en que vivían , haciéndole hacer fre-
cuentes marchas para variar de residencia y huir de nues-
tras pequeñas columnas que cruzaban por do quier, le
causaron una impresión triste que no trataba de. ocultar, si
bien guardando silencio, respecto de los resultados de su
misión. Quizás fué más expUcito con el General en jefe,
pero supongo que por las causas antes indicadas eran aún
exageradas las aspiraciones de los jefes rebeldes; quizás
deseaban entenderse directamente con el Gobierno de la
Península, y quizás se reduela la misión de Mr. Pope, á
conocer el espíritu político de los cabecillas y el número é
importancia de cada una de las fracciones ó partidos en que,
estaban divididos, sobre todo el anexionista. Si esta última
suposición es cierta, debió, quedar poco satisfecho y conven-
cido de que los jefes rebeldes, tanto civiles como militares,
andaban tan divididos entre sí , como diseminados y aun
faltos de noticias mutuas, y que la fracción norte-americana;
era la más exigua y menos importante de todas. Como
quiera que sea, Mr. Pope marchó en seguida, y no creo que
91'
su misión haya tenido otro resultado que el que se propuso
el General en jefe al atenderle; esto es, el conocimiento en
el extranjero de la situación desesperada de la rebelión , el
de la exactitud de nuestros partes oficiales, y el aumento
del aprecio que entre propios y extraños se iba ganando
nuestro ejército, por la conducta político-militar del Gene-
ral en jefe.
Grande fué el desengaño del enemigo á la llegada de la
estación lluviosa ; las operaciones militares no se suspen-
dieron como antes se acostumbraba, y los rebeldes acosados
activamente en todas partes, perdieron las esperanzas de
reorganización y descanso que para esta época abrigaban.
Consecuencia de estos constantes esfuerzos, fué el que antes
que las aguas terminaran, en Setiembre (77) tuvieron lugar
los primeros tratos y la primera suspensión de hostilidades
de que ya he hablado al ocuparme de la Comandancia ge-
neral de Bayamo. Al empezar Octubre fué cuando salieron
de Manzanillo los coroneles Bello y Santistéban, para
buscar al Gobierno insurrecto y hacer gestiones en favor de
la paz, acompañáudoles Esteban de Varona que pocos dias
después era víctima de su celo y buenos deseos en pro de
su país. Ya he dicho las consecuencias que tuvo aquel ase-
sinato para desarrollar én el campo enemigo desconfianzas
mutuas y acentuar más y más sus diferentes aspiraciones,
avivando odios ya muy antiguos y latentes, que sólo la
diseminación en que vivían y la inminencia del peligro
común podían acallar. Presentaban los jefes rebeldes á sus
soldados y parciales la misión de Bello y Varona, como una
prueba de nuestros grandes deseos de hacer la paz, lo que
era una verdad, y de nuestra debilidad é impotencia para
imponérsela con las armas, enumerándoles el gran número
de enfermos que llenaban nuestros hospitales, y pintándo-
nos como haciendo un último y supremo esfuerzo de deses-.
peracion antes de abandonar la partida. Pero las lluvias,
empezaban á disminuir, y con ellas , aminoraba también el
92
número de los enfermos, y las diñcultades del terreno, y la
redoblada actividad de nuestras columnas, y la humana
generosidad de nuestra conducta, nunca desmentida en esta
campaña, demostraron pronto á los rebeldes que no podia
estar tan débil y desesperado quien se mostraba tan activo
como generoso , probándoles otra vez cuan falaces eran las
palabras de sus jefes que nos pintaban en situación apura-
dísima y á punto de embarcar el ejército y abandonar la
Isla para siempre.
Aún no había trascurrido un mes desde el asesinato de
Varona, cuando el presidente del poder ejecutivo, Tomás
Estrada , que en el momento de ser aquél preso se había
acercado á Bayamo con el pretexto de levantar el ánimo de
los insurrectos de aquella jurisdicción é impedir las presen-
taciones que tuvieron lugar, y quizás por falta de valor
para asistir á la ejecución de Varona, que según datos
fehacientes obraba con su conocimiento y acuerdo, regre-
saba al Centro después de su inútil expedición , y encontró
una pequeña fracción de nuestras fuerzas , que destrozando
su escolta le hizo prisionero , quedando la república cubana
sin su presidente y generalísimo de todas sus fuerzas.
Siguiendo ahora como siempre la generosa conducta que
por convicción y por caracteres había trazado , envióle Mar-
tínez Campos á la Península; leve castigo, si como todo
lo hace creer, pesaba sobre su doble conciencia y falta de
valor, para confesar sus actos, el abandono de su amigo
Varona en manos de sus verdugos , y si la Providencia y
los remordimientos no hicieran su existencia más triste
que la muerte. Aún no había salido de la Isla, aún estaba
en la Habana , donde además de la Junta insurrecta tenía
tantos amigos y simpatizadores, cuando se vio abandonado
y renegado por todos, como él había hecho con el desgra-
ciado Varona, y á pesar de su orgullosa altivez se vio obli-
gado á aceptar las ropas y recursos que le ofrecía un gobierno
generoso , no habiendo entre tantos de sus partidarios y
^
93
amigos, ni uno solo, no ya que le socorriera y visitara, en
lo que nada arriesgaban , pero ni aún quien bajo sobre le
enviara algo que remediara su miseria y salvara su amor
propio.
Más desgraciado que Estrada , á los pocos dias de su pri-
sión, y en otro encuentro con nuestras fuerzas, caia muerto
Eduardo Machado, presidente de la cámara de diputados,
haciéndose en una y otra ocasión otros prisioneros impor*
tantes.
Estaba ya la insurrecion tan desorganizada por esta época,
que á pesar de los esfuerzos de sus jefes para llenar el
vacío que la muerte y captura de los presentes dejaban,
no pudo reunirse la Cámara hasta después de un mes de
estos sucesos, eligiendo entonces para presidente del poder
ejecutivo de la república á Vicente García, de quien ya
hice mención como jefe de las fuerzas rebeldes de Tunas
y Holguin, en cuya jurisdicción babia operado casi siem-
pre, conociendo perfectamente aquellas localidades, que no
habia abandonado sin gran repugnancia y disminución de
su crédito militar. Así le habia sucedido cuando ocho meses
antes se le nombró jefe de las fuerzas que debían invadir
las Villas , para levantar los ánimos apocados por nuestra
primera campaña ; expedición que fué retrasando y que por
fin no llevó á cabo con gran disgusto de los demás corifeos
de la insurrección, volviéndose apoco de iniciarse nuestro
movimiento de avance á las jurisdicciones mencionadas, de
donde era natural.
No puedo juzgar con exactitud el carácter y valer de un
hombre á quien no conozco , pero por su historia , hechos
y conducta en circunstancias especiales, como las de las
negociaciones de la paz, y por fidedignas referencias, parece
ser hombre de valor personal, de escasísima instrucción,
y ambicioso según sus mismos compañeros , pero de un
carácter débil, desconfiado é irresoluto, que haceíi de su
conduta el reflejo inconsecuente de las voluntades más
94
firmes ó inteligencias más astutas que le han dominado. Su
nombramiento para la presidencia fué hijo, más de una
combinación política que un homenaje á sus cualidades y
merecimientos, creyendo los diputados que con esta elección
calmarian algún tanto los ánimos y disminuirían las dife-
rencias de miras y opiniones que cada dia se acentuaban
más entre ellos. El nuevo presidente no juró ni tomó pose-
sión de su cargo hasta Febrero del 78 , cuando las gestiones
en favor de la paz estaban ya muy adelantadas , y para
facilitar, según manifestó verbalmente al General en jefe,
una pacificación general.
Su elección, sin embargo, no produjo los buenos resul-
tados que de ella esperaban los cabecillas insurrectos.
Desde la muerte de Varona aumentaban diariamente sus
mutuas desconfianzas ; sus divisiones se habian ahondado
más y más, y entre las diferentes aspiraciones de los anti-
españoles intransigentes , partidarios de iina independencia
absoluta; los autonomistas, anexionistas, cuyo número
habla disminuido en gran manera, y los que consideraban
como la mejor solución el conservar su antigua naciona-
lidad con condiciones más ó menos liberales, se dibujaban
ahora francamente, lá cuestión de razas y de abolición do la
esclavitud, problema que si es de humanidad, de justicia y
de conveniencia resolver con rapidez, puede envolver gran-
des desgracias para Cuba y aun para aquéllos á quienes se
trata de favorecer de un modo imprevisto y poco meditado.
Uníase á estas causas, la disminución de simpatías en el
exterior; el cansacio en el interior; la fe que inspiraban las
medidas dictadas en el gobierno y la constancia perseverante
del General en jefe; la convicción de que sin la rebelión
hubieran conseguido paulatina y pacíficamenre, más liber-
tades que las que ahora podian pedir, y lo que no podian
esperar nunca arrancar por la fuerza de las armas, sin
haber destrozado su propio país, cuya ruina y miseria
crecía á medida que se prolongaba su actitud de resisten-
9¿
cia intransigente; y todas estas concausas y reflexiones
inclinaban á muchos y más principales de ellos, á tratar
con el general Martinez Campos , siquiera no fuera más que
para conocer hasta qué punto satisfaría las aspiraciones que
unos y otros tenian.
Éntrelos soldados insurrectos, y esta consideración debia
ser de mucho peso en el áninio do los jefes , eran el can-
sancio y el desaliento mucho mayores y sobre todo mucho
más visibles. Ya no se batian cuando les convenia , sabién-
dolo de antemano, conociendo la fuerza de nuestras co-
lumnas, y con las ventajas que dan la sorpresa, el nú-
mero, la posición preparada y la seguridad del botin. Las
confidencias difíciles de recibir por su propia movilidad
y desorganización, eran ahora casi imposibles, por ser
nuestras columnas numerosas, muy activas, y sus movi-
mientos hijos por lo general de los mismos jefes que las
mandaban. Tenian que batirse á la fuerza; huian en vez
de atacar; eran sorprendidos y despojados á menundo de
sus míseros recursos , los que antes nos sorprendían para
despojarnos de nuestros convoyes, y carecían de estancias
(sembrados) de casas y aun de refugio segura para más de
un día , haciendo una vida errante é intranquila. Sus fami-
lias andaban como ellos, miserables y fugitivas, variando
á cada momento de residencia, haciendo marchas fatigosas,
hambrientas , desnudas ó cubiertas de harapos ó cortezas de
árboles, y sufriendo angustias y privaciones indecibles. La
situación no se podía prolongar. «He vivido, me decía uhá
» de las señoras que más se han mantenido en el monte al
»lado de su esposo, más de dos años sin variar de casa y sin
» carecer casi de ninguna de las comodidades que teníamos
»en las poblaciones de Cuba, pero la situación varió com"
wpletámente desdo principios de Abril al avanzar las tropas
» con el general Martinez Campos ; desde entonces he variado
» innumerables veces de residencia y otras tantas han sido
©quemadas las cabanas que nos hacían para abrigarnos,
96
«muchas veces sin haberlas habitado. Ya no estábamos
» tranquilos nunca, mis hijos y yo no nos desnudábamos
9 para dormir, y no lo hacíamos sin dejar nuestros efectos
»más precisos dispuestos en macutos (cabás de hojas de
» palmera) y á la menor alarma, cada cual cogia el suyo, y
» huíamos á la espesura para buscar otro refugio que no
«tardaba en ser descubierto. Tantas y tan repetidas huidas
»habian concluido por dejarnos privados de lo más nece«
Dsario; hemos conocido las angustias del hambre y de la
» sed , y he pasado muchas horas de la noche en terrible
«incertidumbre; oculta en la enramada á pocos pasos de las
» tropas que nos buscaban , y temiendo ser descubierta por
>la luz que producía el incendio de nuestra pobre choza.
• Nuestra vida era cada dia más precaria y miserable, y
» sabiendo que nada tenía que temer de los españoles , fué
«para mí una noticia agradable, la de la prisión de mi
«esposo, porque con ella cesaban sus peligros y mis penas,
«y mis hijos y yo podíamos presentándonos, lo que hice
« en seguida , vivir á su lado , sin las fatigas y miserias inhe-
» rentes á nuestra vida errante y semisalvaje. « Esta situa-
ción era general , y como las relaciones de los insurrectos
con nuestros poblados eran cfi*ecuen tes , las presentaciones
menudeaban y cada una de ellas , ó cada prisión de algún
rebelde , era origen de esfuerzos de su famila ó amigos para
conseguir otras nuevas presentaciones de los allegados que
en el campo enemigo tenían; y los cabecillas veían con
intranquila desconfianza que sus filas aclaraban progresi-
vamente con continuas deserciones, y que cada dia podian
fiar menos en el espíritu de los que aún les quedaban sin
ocultar su desaliento , su cansancio y sus deseos de ver el
fin de vida tan triste y rodeada de peligros.
Aunque mucho mejor, no era sin embargo muy hala-
güeña la situación en nuestro campo: nuestro soldado
estaba mejor vestido , mejor alimentado y cuidadosamente
atendido en sus enfermedades; pero como dije al principio,
97
^ran muchos los licenciados que el General habia enviado á
la Península, y muchos también los que iban allá mensual-
mente, por inútiles ó enfermos, enclenques ó anémicos que
podian recobrar en su país la salud perdida, y cuya perma-
nencia en la Isla era uñ perjuicio para el Erario y para el
servicio, por las continuas hospitalidades que requerían.
El año habia sido anormalmente enfermizo y lluvioso , y
ios hospitales y enfermerías cuadruplicados ya en número
y cabida por la previsora solicitud del General, hablan sido
insuficientes para recibir todos los enfermos que habíamos
tenido, y todavía estaban llenos de soldados, que aun
suponiendo que no aumentaran y que pronto estuvieran
-convalecientes, no podian por lo general soportar las fati-
gas'dé una campaña como ésta, sin peligro de sus vidas y
'Con poca utilidad de su sacrificio. Era casi imposible pro-
longar la campaña sin nutrir de nuevo nuestros batallones
poco menos que en cuadro, de un modo ó de otro: los
enganchados por los banderines de Ultramar eran y aun
son caros y por lo general malos soldados, siendo además
su número insuficiente para cubrir las necesidades; por
otra parte, no se le ocultaba al General la repugnancia qué
las madres españolas sentían á la idea de una nueva quinta
para esta campaña, ¡han venido tantos que no volveráíiü
Y los inconvenientes que el Gobierno tocaría para hacerla.
Además , nuestros apuros pecuniarios iban aumentándose
^on un considerable déficit mensual entre nuestros gas-
tos é ingresos , y aunque el espíritu píiblico habia mejo-
rado muchísimo, y aunque el General tenía ó podía te-
ner la seguridad de terminar felizmente la campaña si se
le facilitaban hombres y dinero , su patriotismo se resistía
á la idea de pedir á nuestra patria nuevos sacrificios de sus
hijos y un nuevo empréstito hecho siempre en condiciones
onerosas , y aunque sabía que la nación y el Gobierno le
darían lo que pidiese para coronar su obra , sabía que no
«ería sin detrimento del crédito nacional y del prestigio de
98
un Gobierno quedeseabarobusto , por todo lo cual, y cono*
ciendo exactamente el cambio verificado en las ideas de jefes
y soldados insurrectos y esperaba ya con impaciente anhelo
el resultado de sus operaciones militares y de su conducta
política, que no se hizo aguardar mucho tiempo.
Entre tanto, y al par que disminuian las lluvias y enfer*
medades y volvían muchos de nuestros soldados á sus pues-
tos, habia aumentado la actividad y número de nuestras
columnas . Por todas partes se operaba sin descanso y con
fracciones tan pequeñas que el mismo General preveía
algunos descalabros, y repetía una y otra vez á los jefes,,
que no exigiría por ello responsabilidad. Este excesivo frac-
cionamiento parecía una imprudencia si el conocimiento d^
los centros de zona y la combinación de movimientos de
los pequeños grupos , no hubiera hecho casi imposible un
combate de algunas horas sin recibir auxilios del misma
centro y de las columnas cercanas, que tenian orden de
acudir hacia donde se oyera fuego; y era tan levantado el
espíritu de nuestras tropas y estaban tan seguros nuestros
soldados de la superioridad que su instrucción , disciplina
y dirección les daban sobre el enemigo , que ni les intimi-
daba su número, ni se les ocurría la idea de rendirse, por
desesperada que su situación apareciese, seguros siempre
de recibir á tiempo el auxilio necesario y de castigar dura-
mente á sus contrarios.
VI.
LAS NEGOCIACIONES.
Ctomision de Esteban Estrada.— Concesión de una zona neutral.— Razones para
hacerlo asi.— Viaje á la Habana y las Villas.— Primeras conferencias.^
Tratos en distintos puntos.— Restricción de la zona neutral.— Envío de lad
bases á los insurrectos.— Conferencia del Chorrillo.— Decisión de los insur-
rectos.— Las bases modificadas y petición de suspensión de hostilidades.—
Dudas del General.— Razones para suspender las hostilidades.— Suspensión
de operaciones.— Análisis de las bases.— Felicitaciones y dudas.— Pre-
sentaciones.
En este estado llegábamos á mediados de Diciembre ; el
General en jefe, qué después de la muerte de Varona había
reconocido primero la zona de Cuba y después las Coman-
dancias generales de Holguin, Centro, Spiritus y Villas
occidentales , habia regresado al departamento Oriental y
recorría según su costumbre los campamentos y columnas
de la Sierra Maestra, cuando recibió el 19 un telegrama
del Comandante general del Centro, con fecha 17, en el cual
decia , que algunos jefes insurrectos, valiéndose como con-
ducto de D. Esteban Duque de Estrada , hablan manifestado
deseos de reunirse con objeto de tratar hacer la paz, pi-
diendo la neutralización de una extensa zona en el Camagüey .
Era Estrada hombre influyente entre los rebeldes, amigo y
pariente de Varona , y prisionero como él de las tropas del
general Bonanza. Habia apreciado pronto la política de
100
tolerancia y los generosos deseos del General en jefe y del
Gobierno, y convencido de la impotencia de la insurrección
para hacer la felicidad de Cuba, veia con doloroso senti-
miento la prolongación de una lucha, de la que en último
resultado era su país la primera víctima, perdiendo en una
lenta agonía los últimos elementos de vida que aún le que-
daban. La ejecución de Varona, en cuyas gestiones habia
tomado también una parte activa, poniéndose en comuni-
cación con algunos jefes insurrectos, le habia causado un
dolor profundo sin desalentarle, y animado por el deseo de
impedir la completa ruina de la Isla , y por las activas ges-
tiones de su amigo el brigadier Bonanza , y valiéndose de
las amistades é influencias que conservaba entre sus anti-
guos compañeros de armas , le fué fácil ponerse en comu-
nicación con algunos jefes, siendo el iniciador de las ne-
gociaciones que tan grandes resultados hablan de produ-
cir, y tomando en todas ellas y hasta al final, una gran
parte, no sin graves riesgos y extraordinarias fatigas.
El mismo dia que el General en jefe recibía el telegrama
de Cassola , bajaba á la playa , se embarcaba en un caño-
nero que le llevó á Cuba , y sin saltar á tierra trasbordaba
á otro vapor que le llevaba á Manzanillo y de allí á Santa
Cruz, donde llegó el 21, acompañado por el general Pren-
dergast. Estrada, que estaba en aquel punto, les dijo que
varios jefes insurrectos, convencidos de la buena fe del Go-
bierno y deseosos de evitar la continuación de una lucha
que sólo servía para consumar la ruina de Cuba, creían
que las circunstancias de su campo eran propicias á la paz
y llegado el momento de intentar una avenencia, y que
seguros de que varios de sus compañeros abrigaban ideas
semejantes á las suyas propias, querían llamarlos y re-
unidos en el mayor número posible , acordar el modo más
conveniente de hacer su sumisión al Gobierno español ; pero
que la dificultad de las comunicaciones entre los rebeldes,
la actividad y número de nuestras pequeñas columnas de
101
o'peraciones, y hasta la ignorancia del paradero de muchos
cabecillas, de quienes no lenian noticias hacía tiempo, eran
otras tantas causas para impedir su reunión que no podría
tener lugar con el número de jefes y tranquilidad necesa-
rios para tratar tan grave cuestión; y en consecuencia,
pedian la suspensión de hostilidades en todo el departa-
mento Central , quedando las fuerzas de uno y otro bando
en la inacción , por un plazo fijo.
La estación seca habia ya empezado; nuestras tropas se
movian sin los inconvenientes y enfermedades inherentes
á la época de las aguas ; estábamos en la estación en que
antes se empezaba, por decirlo así, una nueva campaña
cada año, y la opinión pública esperaba ansiosa los ade-
lantos y resultados de una que creia decisiva, y estaba por
lo tanto pendiente de todos los movimientos de nuestras
fuerzas : era la época de concluir con el enemigo desalentado
por nuestros esfuerzos pacientemente continuados en la
mala estación , y la de recoger el fruto de aquellos penosí-
simos trabajos; un dia de inacción, era uno ganado por los
rebeldes, ansiosos siempre de ganar tiempo en estos meses,
seguros de que las lluvias les proporcionarían una tran-
quilidad relativa. Perder un mes, quizá más, de operaciones
activas en esta época , era exponerse á dejar el enemigo en
pié á la venida de las aguas , y prolongar la campaña un
año más , con todas las consecuencias de pérdidas de hom-
bres y dinero, y probablemente de parte de la popularidad
y prestigio que el General tenía.
Esteban Estrada, por otra parte, nada presentaba en
apoyo de su petición; ninguna carta, ningún documento
en que los jefes insurrectos manifestasen sus deseos, y
viniera á dar fuerza á las palabras de aquél , y á justificar,
en cierto modo, cualquier concesión; y en honor de la
verdad, aunque afirmaba que el espíritu de muchos jefes
estaba inclinado ala paz, y aunque manifestaba esperanzas
de que las consecuencias de esta reunión sería una sumi-
102
sioncasi general, nada prometía, nada aseguraba, ni ocul-
taba que algunos de tos jefes más influyentes eran opuestos
á toda idea de transacción con el Gobierno español , y muy
dudoso el que variaran de modo de pensar.
A pesar de todo esto, y á pesar de la opinión contraria de
muchos de nuestros jefes que, desconñando de la buena fe
del enemigo, no querian perder un dia de acción en las
mejores circunstancias, y seguro de que la opinión pública
habia de censurar su conducta que ya tachaban muchos de
excesivamente conñada, generosa y débil; después de con-
ferenciar por telégrafo con el general Cassola, concedió
el mismo dia 21 la suspensión de hostilidades, no en todo
el departamento Central como le pedian, sino en unas
cuantas leguas cuadradas , comprendidas entre Santa Cruz,
Contramaestre, Brazo y Rio Sevilla hasta su desemboca-
dura, autorizando al mismo tiempo al Comandante general,
para que diera salvo-conducto á Estrada que salió para el
campamento insurrecto en seguida , y los que éste pidiera,
para que las comisiones y jefes rebeldes pudieran transitar
y reunirse sin peligro, sin fijar plazo para romper de nuevo
las hostilidades en la zona neutralizada, comprometiéndose
á avisar con tres dias de anticipación , para entrar nuestras
fuerzas en ella, y mandando que las operaciones conti-
nuaran sin tregua ni descanso en el resto del Departamento
y de la Isla.
Muchas y muy poderosas eran las razones que hablan
influido en el ánimo del General en jefe para hacer una
concesión que parecia perjudicar á las operaciones, permi-
tiendo que los rebeldes se unieran y concertaran sus planes,
y tan opuesta á la corriente general de la opinión pública.
Respecto á esta última, es máxima del General el no darla
la razón cuando no la tiene, y ahora, como siempre, con-
vencido de que la nación nada perdía y algo podía ganar
con la decisión que tomaba, sacrificaba con gusto, ó por
mejor decir, sin pensar en ello, porque nunca le ha pre-
103
ocupada su personalidad en semejantes casos, la popularidad
que seguramente perdería en caso de mal éxito, á trueque
de conseguir alguna ventaja para el país. En cuanto á los
perjuicios militares de su concesión, eran ciertamente más
en la apariencia que en la realidad; el terreno neutralizado
no era, ni con mucho, un centesimo del teatro de la guerra;
ya he dicho que en opinión del General , más que de victo-
rias decisivas, imposibles de obtener en esta campaña,
esperaba grandes resultados , y la práctica venía justificando
sus previsiones , de la política que habia inaugurado, de la
intranquilidad del enemigo y de su falta de recursos. La
guerra continuaba en todas partes, y si algunos rebeldes
buscaban un refugio tranquilo en el terreno neutralizado,
nuestras fuerzas quedaban con más libertad para operar en
el resto por fracciones muy pequeñas , destruir sus siem-
bras y recoger las familias que aún quedaban en el monte,
mientras que el exceso de insurrectos aglomerados en una
pequeña zona, consumía y nos enseñaba recursos que de
otro modo hubieran sido más duraderos y aun desconocidos
para nuestras columnas. El peligro, por otra parte , auna las
voluntades , y en los momentos de verdadero apuro é inmi-
nente riesgo se acallan las pasiones, duermen los odios,
cesan las polémicas y todo se subordina á una acción sal-
vadora; la tranquilidad, por el contrario, hace renacer los
rencores , las discusiones y las discordias ; tan luego como
su reunión tranquila y exenta de cuidados y peligros lo
permitiera, hablan de manifestarse con mayor violencia
las distintas aspiraciones y deseos de muchos de los jefes
insurrectos; era, pues, probable que la concesión del Ge-
neral , y la reunión de los hombres más influyentes de la
rebelión, pusiera de manifiesto las diferentes tendencias
que los animaban, y convenciera á muchos de ellos de
que la prolongación de la guerra que asolaba la Isla , no
sólo no los acercaba sino que los alejaba del triunfo de sus
ideas, triunfo quizás más asequible por medio de la paz.
104
De todos modos, la falta de unidad de miras no podia
menos de hacerse patente , ni de aumentar los celos y riva-
lidades que de muy antiguo existían entre ellos , con ventaja
segura para nuestra causa.
Además , neutralizado aquel territorio , era imposible evi-
tar las relaciones entre uno otro campo, que los soldados-
insurrectos deseaban con ansia para dar y recibir noticias de
sus familias y amigos , ni que aprovecharan esta tregua para
adquirir objetos de que por tanto tiempo habian carecido.
Nuestros soldados, penetrados del espíritu del General, y
acostumbrados por un año de campaña humanitaria , no ne-
cesitaban excitación ni recomendaciones de ningún género-
para mostrarse generosos, expansivos y tolerantes con las
preocupaciones del enemigo ; estos soldados no podian dejar
de hacer comparaciones entre sí y los nuestros, bien vesti-
dos, alimentados y atendidos , y su propia desnudez, priva-
ciones é incertidumbre intranquila de su errante existencia;
las comunicaciones con los presentados, prisioneros pues-
tos en libertad, y afirmaciones de sus amigos y pariente»
haciendo patente la conducta de nuestras autoridades, y la
verdad de las promesas del General , les convencerían de la
buena fe del Gobierno español y desarraigarían creencias-
mantenidas entre ellos por la política interesada de sus je-
fes, demostrando á la mayoría que estaban haciendo una
guerra cruel , por conseguir ventajas que disfrutaban hacía
ya tiempo todos los cubanos menos los soldados rebeldes , y
en una palabra , que la bandera que defendían no tenía ra-
zón de ser, y todas estas concausas contribuirían aquí en
gran escala, como en pequeña habla sucedido en Man-
• zanillo, á variar el espíritu del soldado insurrecto, á
hacerle desear la paz y á ejercer sobre sus propios jefes
esa presión de abajo á arriba, cuyos efectos son tanta
mayores y potentes cuanto más contenida ha estado su
fuerza , obligándoles á acelerar una solución pacífica, si la&
presentaciones aisladas ó en masas no dejaban solos y
105
reducidos á la impotencia á los corifeos de la insurrec- ,
cion.
El General, por lUtimo, no habia querido fijar plazo á
esta suspensión de hostilidades, porque no causando un
perjuicio real á las operaciones que proseguian por todas
partes, le importaba poco que su duración, se prolongase
algo; sabía además que, dada la desorganización en que el
enemigo se encontraba, y la falta de comunicaciones entre
sus jefes, habia de tropezar, para avisarse y reunirse, con
muchas dificultades y retrasos á pesar de los salvo-conduc-
tos, caballos y otras facilidades que les procuraba. Según
las noticias que habia de recibir del espíritu y rumbo que
tomaran los trabajos de los jefes reunidos, podia convenirle
acortar ó alargar la duración de la junta, y le parecía poco
político y hasta poco formal fijar plazos fatales para proro-
garlos después , sin contar con el inconveniente de tener la
opinión pública anhelante , pendiente de fechas que en esta
clase de negociaciones no es posible señalar sin exponerse á
desengaños de mal efecto.
Conocida la suspensión de hostilidades que acabo de ana-
lizar , y dadas al general Cassola sus últimas instrucciones,
quedó Esteban Duque de Estrada encargado de comunicar
esta decisión á los insurrectos , marchando en seguida de
Santa Cruz, y continuando el mismo dia el General en jefe
hacia el departamento Occidental y la Habana, para confe-
renciar con el general Jovellar y ponerse de acuerdo con él
respecto á todas las eventualidades que pudieran surgir de
la reunión de los jefes rebeldes. Hecho esto, y mientras
daba lugar á que los cabecillas se reunieran y su concesión
producía algunos resultados , recorrió todas las Villas occi-
dentales , viendo , como de costumbre , por sí mismo , el es-
tado de los campamentos y operaciones, y el espíritu cada
vez más pacífico y levantado de sus habitantes, y el 5. de
Enero volvía á Sancti-Spíritus. En aquella Comandancia ge-
neral se habían dado algunos golpes buenos á los insurrec-
106
tos, hiriendo en uno de los encuentros á Pancho Jiménez,
uno de los jefes más importantes de aquella jurisdicción, y
empezaban á dibujarse entre los insurrectos los deseos de
reunirse y entrar en tratos , manifestados poco antes por los
del Centro. Dio el General sus instrucciones para el caso
que sucediera lo que preveía el comandante general Rodrí-
guez Arias , y el 7 salió hacia Santa Cruz , donde llegó el 8,
y el 9 á la capital del departamento del Centro.
Habíanse reunido en este intervalo, y en el sitio llamado
Palma-Hueca , sino todos , la mayor parte de los diputados
y jefes civiles más influyentes de la insurrección, y casi
todos los militares del Camagüey , juntando bastan tes fuer-
zas en el terreno neutralizado , con gran ventaja de nuestras
columnas que operaban subdivididas en fracciones de 15
hombres por el resto del Departamento, favoreciendo las nu-
merosas presentaciones de soldados y familias insurrectas,
y destruyendo los sembrados que encontraban, mientras
que ellos mismos consumían los recursos de la zona neutra-
lizada, donde también se hablan concentrado muchas muje-
res y niños, buscando, siquiera fuese por poco tiempo, una
tranquilidad y descanso que no podian encontrar en parte
alguna. El Comandante general del Centro estaba en el Chor-
rillo, próximo al punto de reunión de los jefes rebeldes,
aunque sin tener noticia de ellos ni de Esteban Estrada ha-
cía muchos dias. Apareció este ultimo el dia 11 , y el 12 fué
al mismo punto el General en jefe. Allí recibió á los diputa-
dos Roa y Luaces, comisionados por los demás jefes reuni-
dos y portadores de una carta de Goyo Benitez, brigadier y
jefe de las fuerzas rebeldes del Camagüey. Decía éste en
nombre de todos, y confirmaron los comisionados verbal-
mente , que consideraban poco patriótica la continuación de
una lucha que devastaba la isla de Cuba inútilmente, y que
deseaban la paz, pero que antes de tomar respecto á ella un
acuerdo definitivo deseaban consultar á los demás jefes de
la insurrección , reuniéndolos á ser posible , tanto para dar
107
á su decisión mayor fuerza é importancia, como para evitar
que los jefes de los otros departamentos pudieran acusar á
los ahora reunidos de poco consecuentes para con ellos y
aun de haberlos abandonado , añadiendo que el vicepresi-
dente Céspedes habia ido á buscar á al presidente electo Vi-
cente García , á quien queria esperar , terminando la carta
con la petición de próroga de la suspensión de hostilidades
y ampliación del territorio neutralizado á toda la Isla, ó
cuando menos al departamento del Centro, y libertad, faci-
lidades y tiempo para enviar comisionados á los jefes de
Oriente y Occidente y aguardar las respuestas que trajeran.
Al mismo tiempo casi que los del Centro se habian ini-
ciado tratos parecidos con los principales jefes insurrectos
de las Villas occidentales, Sancti-Spíritus y Remedios, Ba-
yamo y Manzanillo, y hasta en Tunas y Holguin, que era
el mando de Vicente García, habia éste manifestado deseos
de hablar con el General en jefe, ó con Prendergast, hallán-
dose este último en Manzanillo pendiente de todos los tratos
iniciados en aquellas jurisdicciones y acudiendo siempre al
punto en que su presencia podia ser más útil. La primera
pretensión manifestada por los jefes rebeldes era la suspen-
sión de hostilidades en sus distritos respectivos, pretensión
que una vez concedida hubiera sido la completa paraliza-
ción de las operaciones, y la que ordenó el General en jefe
á todos los comandantes generales que negaran con firmeza
sin negarse por esto á estar en negociaciones con ellos,
y haciendo ver á los que pedían la neutralización de sus zo-
nas que no se podia perder la época más propicia para nues-
tras armas sin garantía ninguna de una paz próxima que
disculpara ante la nación la inacción en que querían colo-
car á nuestro ejército.
Si bien la carta de Goyo Benitez y la misión de los dipu-
tados Roa y Luaces daban ya un carácter algo más formal
á las hasta entonces oficiosas negociaciones del Centro, tam-
poco daban garantía ninguna de paz próxima que discul-
108
para en cierto modo la concesión de sus peticiones , ni po-
dian darla en un asunto que querían resolver en reunión
de un gran número de jefes que sabíamos que tenian carac-
teres, educación, opiniones y deseos muy variados. Con-
testó , pues , el Geueral á los comisionados como habia man-
dado que se contestase á las peticiones hechas en las demás
comandancias generales , que lo que pedian era la suspen-
sión de la guerra, y más de lo que sus atribuciones le per-
mitían conceder , mucho más en aquella estación , y sin que
ninguna garantía ni aun promesa disculpara concesión tan
importante á los ojos de la nación y del Gobierno; que ani-
mado , sin embargo , de los mejores deseos en pro de la paz
y de la felicidad de la Isla , prorogaba la suspensión de hos-
tilidades en los mismos términos ya concedidos , es decir,
obligándose á dejar marchar los jefes y fuerzas reunidas á
los puntos que quisieran , avisándoles con tres dias de anti-
cipación antes de empezar de nuevo las operaciones , no en
el terreno actualmente neutralizado , que era demasiado ex-
tenso , sino en unas seis leguas cuadradas sobre la margen
derecha del Rio Sevilla, ofreciéndoles para el caso de que la
pequenez de este territorio hiciera difícil la subsistencia so-
bre él de las fuerzas y familias que tenian reunidas los auxi-
lios de víveres que necesitaran, dando además pases á los
comisionados que quisieran enviar á los otros departamen-
tos, y para los jefes que quisieran venir de aquéllos al Cen-
tro, facilitándoles también medios de trasporte y aun de
comunicaciones por telégrafo que hicieran sus misiones más
rápidas y cómodas.
Aceptaron los jefes del Centro estas condiciones, aunque
no los auxilios de raciones que el General les ofrecía; res-
tringióse el terreno neutralizado y salieron varios comisio-
nados para avisar á los jefes rebeldes más importantes de la
Isla, y sobre todo , para enterarse por sí mismos del estado
y espíritu de las fuerzas insurrectas de cada localidad. Era
éste cada vez menos favorable á la continuación de la
109
guerra, y aunque los comisionados llevaron nombramien-
tos y nuevos ascensos para los jefes más importantes , y
muchos de ellos estaban poco dispuestos á una transacción
con el Gobierno español, todos volvieron con la convicción
de que la situación era mala y apurada, grande el cansancio,
mayor la confianza que nuestro caudillo les inspiraba, y casi
general entre soldados y subalternos el deseo de llegar ú
una solución pacíQca. Los jefes sabian además que la in-
surrección habia perdido sus simpatías en las vecinas repú-
blicas, y que Inglaterra y los Estados-Unidos estaban dis-
puestas á impedir que saliera de sus puertos ninguna clase
de auxilios para los rebeldes, llegando en aquellos dias á su
conocimiento la noticia de haber sido apresada en Jamaica
una goleta que les traia armamentos , y detenido en New-
York el vapor Estrella^ en el que intentaban traer una
expedición.
En tanto que los comisionados del Camagüey desempe-
ñaban su comisión, se hablan manifestado claramente eu
todas partes menos en Cuba los deseos de tratar con nues-
tros jefes. En Bayamo, Manzanillo y Jiguani, á pesar de
habérseles negado la suspensión de hostilidades, estaban
los jefes rebeldes en relaciones con el comandante general
y general Prendergast. En Holguin y las Tunas conferen-
ciaba el brigadier Valera con algunos jefes de Vicente Gar-
cía, y éste enviaba otros dos de su confianza al general
Prendergast, y prometía ir á unirse á los del Centro, para
lo que pidió y se le concedió la neutralización de uno de los
caminos de Tunas á Palma-Hueca, pues pensaba ir y fué
acompañado por una escolta bastante numerosa, no por
falta de confianza hacia nosotros, sino porque, en mi jui-
cio, no quería estar solo entre las Cámaras y fuerzas insur-
rectas del Camagíiey. También los cabecillas de Villas oc-
cidentales estaban en relaciones con el general Figueroa; y
en Spíritus y Remedios, á pesar de la oposición del General
en jefe, el general Arias y el brigadier Fuentes se vieron
lio
obligados á conceder la neutralización, no de una zona, sino
de dos campamentos, en los que se reunieron las fuerzas
insurrectas en son de paz, y aun á suministrarlos raciones
para evitar que se diseminaran en busca de alimentos , y
aumentaran de hecho con su actitud pacífica la neutraliza-
ción que se les habia negado; de modo que á principios de
Febrero se tenía casi una seguridad de las buenas disposi-
ciones de la gran mayoría de las fuerzas rebeldes , á excep-
ción de las de Cuba, que mantenidas lejos de nuestros cen-
tros, tenían menos conocimiento de lo hecho por el General
y por el Gobierno, manteniéndose su jefe Maceo descon-
fiado y poco propicio á dejar las armas, parte por resenti-
mientos con los de otras localidades, parte porque dismi-
nuidas en gran manera por las enfermedades las tropas que
operaban en aquel extenso y áspero departamento, estaban
las suyas más descansadas y menos perseguidas, y aun ha-
bia tenido últimamente dos combates que nos habían sido
desfavorables, adquiriendo algunas municiones con la sor-
presa de un convoy, y aumentando á proporción sus pre-
tensiones.
De acuerdo con el general Jovellar habia consultado el
general Martínez Campos con el Gobierno á fines de Enero
las concesiones que pensaba hacer á los insurrectos, y ha-
biendo recibido telegrama del presidente del Consejo de fe-
cha 2 de Febrero aprobando la nota que le habían mandado
y cuanto en lo sucesivo pudieran hacer, se la envió á los
jefes reunidos en Palma-Hueca, el 3 de Febrero, como base
sobre la que habia de hacerse la paz, y al mismo tiempo, y
por conducto del general Prendergast, se entregó en Ran-
chuelo á los comisionados de Vicente García, haciendo com-
prender á todos, que siendo impropio del carácter del Ge-
neral en jefe las dobleces y subterfugios, ofrecía desde luego
cuanto creia conveniente y justo que la nación diera, y que
si bien estaba dispuesto á oír las variaciones que desearan
hacer en cuestiones de forma y á aceptar cuantas pudiera
111
en pro de la paz, no podía ni quería variar nada en la esen-
cia de las bases que desde luego les ofrecía.
Conforme habia prometido el general Prendergast , el 5
de Febrero llegaba á Palma-Hueca el presidente electo Vi-
cente García, escoltado por unos 150 hombres de sus sol-
dados de más confianza , y en seguida pidió al General una
entrevista, que tuvo lugar el día 7 en Chorrillo , con asis-
tencia de gran número de jefes insurrectos civiles y mili-
tares, y por nuestra parte de los generales Martínez Cam-
pos, Prendergast y Cassola.
En esta conferencia sumamente larga, manifestó Vicente
García, lo mismo que en las anteriores lo habían hecho los
otros jefes, que la prolongación de la lucha destrozaba el
país aniquilando inútilmente los últimos elementos de> vida
que en la Isla quedaban, y que convencidos de los buenos
deseos del Gobierno y del General en jefe, creían posible y
necesario terminarla de un modo honroso y satisfacer los de-
seos de gran número de partidarios; que con objeto de facili-
tar las negociaciones habia venido á jurar el cargo de presi-
dente de la República, para el que habia sido elegido, como
ya he dicho, después de la captura de Estrada, pero que to-
dos los cubanos allí presentes habían prestado el juramentó
á su Constitución, uno de cuyos artículos prohibía todo trato
con los representantes del Gobierno español que no fuera
bajo la base de la independencia de la Isla; que habiendo
recibido todos ellos sus poderes por elección popular, sólo el
pueblo podía desligarlos de los compromisos contraidos , y
al pueblo sólo, por sí ó por medio de comisionados elegidos
con este objeto, tocaba el decidir sobre la cuestión que se
debatía, pidiendo como consecuencia una suspensión general
de hostilidades en toda la Isla, para que con conocimiento
de las bases que el General les habia enviado se hicieran
nuevas elecciones de diputados, trayendo éstos desde luego
la autorización para rechazar las bases, ó admitirlas y hacer
la paz partiendo de ellas. Habló después el General con grave
112
firmeza, razonó las bases y las consecuencias que tendrían
para asegurar un porvenir tranquilo y feliz á Cuba , hizo
presente que ni estaba autorizado para conceder la suspen-
sión de hostilidades que se le pedia, ni podia ni queria
aconsejar al Gobierno una concesión que no justificaba
ninguna garantía de resultados, y que habia de ser por
tiempo indefinido en atención á la desorganizada disemina-
ción en que los insurrectos vivian, y haciéndole perder á él
como General en jefe la época más propicia para obtener
grandes resultados de las fatigas y esfuerzos hechos por su
ejército, y la ocasión [probable de destruir las partidas que
aún quedaban en pié, exponiéndose á engañar las esperan-
zas del país y del Gobierno que debia dar cuenta desús actos
ante las Cortes próximas á abrirse; hízoles observar, por lil-
timo, que lo que ellos llamaban pueblo cubano y al que que^
rian apelar estaba ya reducido á escaso número de familias
errantes, y de raza de color en su mayor parte, y á los sol-
dados, reunidos casi lodos en los campamentos de Bayamo,
Manzanillo, Jiguani, Tunas, Villas occidentales, Spíritus y
Remedios, pendientes todos del resultado de aquella reunión,
y de cuyo espíritu tenían conocimiento exacto por sus pro-
pios comisionados, igual al de las fuerzas del Camagíiey ,
reunidas casi por completo en el próximo campamento de
Palma-Hueca. Prolongóse la discusión durante siete horas ,
encerrándose los unos en el deber que el mencionado pre-
cepto constitucional les imponía, y esforzándose nuestros
generales en vencer sus resistencias , poniendo ante sus
ojos como priñaer móvil á que debían atender, las sugestio-
nes de su razón y de su conciencia en pro de la patria y de
los soldados que se habían sacrificado por seguirlos; no
faltando alguno de los diputados que hiciera presente que
lo que ahora se les ofrecía era mucho menos de lo que en
ocasiones anteriores se les había ofrecido, observación que
recogió el General, contestando que no sabía qué clase de
ofrecimientos podían haberles hecho oficiosamente durante
113
los mandos de sus digaos antecesores, pero que el Gobierno
y él, anhelando borrar los recuerdos de un pasado san-
griento, no querían mirar hacia atrás , fijando sus miras y
buenos deseos en el porvenir y felicidad de la Isla, que de-
seaban ardientemente: que las bases ofrecidas ahora eran
una concesión, no á las armas sino á la justicia, y que las
promesas de derechos y de libertades en ellas concedidas
serian ya un hecho práctico, sino hubieran impedido ya
su planteamiento, por una parte el estado anormal en que
la guerra que trataba de concluir colocaba á la isla de Cuba;
y si por otra, el (Jobierno, animado por el mismo espíritu
<le justicia, no creyera que era de gran conveniencia y de
absoluta necesidad el que los diputados elegidos en Cuba
tomaran parte activa é importante en la discusión de medi-
das y leyes que en la Isla se habian de cumplir, y que tan
gran influencia podian tener en su prosperidad y en el des-
arrollo de su riqueza, y finalmente, que no comprendía
ofrecimiento mayor ni que entrañara más buena fe y me-
jores deseos que el de la unificación de derechos y leyes de
Cuba con el resto de las provincias españolas , en todo lo
que no se opusiera á su modo especial de ser, y en una pa-
labra, el de hacer verdaderamente españoles y hermanos
por sus deberes, derechos é intereses, á los que ya lo eran
por usos y costumbres, lenguaje, religión é historia.
Terminóse, sin embargo, la conferencia, sin decir nada,
y sin que nada prometieran los jefes insurrectos al despe-
dirse de nuestros generales con una fria cortesía que no
auguraba ninguna solución próxima ni satisfactoria. Quedó
el General en jefe sumido en angustiosa incertidumbre y
•casi convencido de que todos sus esfuerzos y pacientes tra-
bajos en pro de una solución satisfactoria, rápida y defini-
tiva iban á quedar inútiles , y no eran las noticias que de
Oriente llegaban las más á propósito para resolver sus du-
das y acallar sus temores. Maceo, que como ya hemos di-
•cho se habia siempre manifestado opuesto á toda clase de
8
114
negociaciones, y hacía esfuerzos deseseperados para levantar
el ánimo decaido de la insurrección, habia tenido dos en-
cuentros con pequeñas columnas, á las que habia causado
sensibles pérdidas, y se habia apoderado de uno de nues-
tros convoyes, adquiriendo algunos miles de cartuchos . A
pesar de todo se mantuvo firme y sin querer anunciar la
ruptura de hostilidades , como le aconsejaban muchos de
nuestros jefes, resistiéndose á precipitar los sucesos con
impaciencias impremeditadas.
Trasladóse desde Chorrillo al Zanjón, en cuyo punto se
le unieron el dia 9 de Febrero los Sres . Roa y Luacas con
una carta de Vicente García , quien como presidente de la
República, acreditaba á aquellos señores como comisiona-
dos del Gobierno que presidia, para dar cuenta al General
en jefe de los sucesos acaecidos y decisiones tomadas en el
campamento de San Quintín. Hé aquí ahora su resumen.
Después de la larga entrevista con nuestros generales,
cuya narración acabo de hacer, reuniéronse en su campa-
mento todos los jefes y diputados rebeldes, discutiendo lar-
gamente sobre el estado y porvenir de la insurrección , y
conveniencia de hacer la paz sobre las bases presentadas
por el general Martínez Campos, cuya esencia era: igualdad
de derechos político-administrativos con Puerto-Rico; ol-
vido y perdón absoluto de todos los delitos políticos cometi-
dos desde principios de la insurrección; libertad de los es-
clavos que aún militaran en las filas rebeldes, y libertad de
marchar fuera de la Isla á los sometidos que lo desearan.
Después que cada cual hubo expuesto ampliamente su modo-
de pensar, se acordó por una gran mayoría de los miembros
del Gobierno y Cámara que era conveniente el hacer la paz
partiendo de las bases propuestas, y en vista de lo urgente
de las circunstancias y con objeto de quedar libres de sus
compromisos constitucionales, hicieron dimisión de sus
cargos y reunieron á todas las fuerzas y familias que den-
tro del territorio neutralizado se encontraban, para que eli-^
M5
gieraa un Comité que, desligado de toda promesa anterior,
pudiera gestionar la paz y hacer las modificaciones en las
bases y las peticiones nuevas que creyera convenientes para
el país y para los insurrectos. Eligiéronse, pues, siete miem-
bros para formar el Comité, siendo cinco de ellos de los an-
tiguos intransigentes, quedando Emilio Luacescomo presi-
dente, y como secretario Rafael Rodríguez, y con la condi-
ción de qué si sus trabajos no daban la paz por resultado,
todos los miembros del Gobierno y los diputados que ha-
blan dimitido sus cargos volverían á aceptarlos para la
continuación de la guerra.
Reunido el nuevo «Comité del Centro» acordó apelar de
nuevo al pueblo, y reunido éste como anteriormente y leidas
las bases enviadas por el general Martínez Campos , se hi-
cieron las siguientes preguntas: «1/ ¿Se continúa la guerra,
ó se hace la paz sobre las bases leidas? 2.* Si los demás
cubanos en armas, á quienes se consultará, se niegan á
aceptar la paz bajo estas bases, y deciden continuar la
guerra; ¿persisten los camagüe yanos en hacer la paz aisla-
dos, ó quieren continuar la guerra?» Tres cuartas partes de
los jefes , y la inmensa mayoría del pueblo se decidió por la
paz á la primera pregunta ; y una minoría de jefes , y un
tercio escaso de la fuerza se decidió por continuar la guerra,
á la segunda.
Terminada esta especie de plebiscito, se habia vuelto á
reunir el Comité del Centro, y su presidente Luaces y el
teniente coronel Roa , miembro también de aquel Comité,
traían al General en jefe las bases modificadas por ellos,
con la decisión firmada por todos de sujetarse á lo que la
mayoría habia acordado, pidiendo de nuevo al mismo
tiempo la suspensión general de hostilidades para toda la
Isla, y facilitación de medios para enviar á todos los De-
partamentos comisionados que dieran cuenta de las deci-
siones tomadas en San Agustín , á todos los jefes de fuerzas
y procuraran su adhesión á esta paz, aguardando las tropas
116
del Centro el resultado de estas comisiones, hasta fines de
mes, con objeto de que la deposición de armas fuera lo más
simultánea y numerosa posible.
Las modificaciones hechas por el Comité en las bases
presentadas por el General , eran poco importantes , á ex-
cepción de la primera, que en lugar de la asimilación con
Puerto-Rico hablan sustituido con la petición de asimila-
ción de Cuba con las provincias españolas, bajo la Consti-
tucion vigente, á excepción de las quintas. Esta petición
era inadmisible por muchas razones , y en la conferencia
que tuvieron con el General los Sres. Roa y Luaces , con-
ferencia en la que tomó también parte , por medio del telé-
grafo el general Jovellar, demostraron aquellos señores
que no tenian conocimiento ni ellos ni los jefes reunidos en
San Agustín , de las diferencias que habia entre la organi-
zación de Puerto Rico y la del resto de las provincias espa-
ñolas , sino que la petición era hija de la desconfianza que
les inspiraba la historia de tantas promesas hechas y no
cumplidas por el Gobierno español, y del deseo de seguir
en Cuba los movimientos liberales ó retrógrados que la po-
lítica y la administración de la Península pudiera tener en
lo sucesivo, llegando en su afán de completa asimilación,
hasta ofrecer el someterse á las quintas , con la condición de
pagar este tributo en dinero.
Hízpseles presente que lo más importante y esencial para
el interés de los pueblos , son el desarrollo de su vida mu-
nicipal y provincial, su administración de justicia y su
participación en la confección de las leyes , por medio de
sus representantes en Cortes ; que las leyes municipales y
provinciales promulgadas después de la Restauración , se
hablan hecho extensivas á Puerto-Rico: que la adminis-
tración de justicia y la representación en los Cuerpos cole-
gisladores era la misma, y que bajo todos estos aspectos
puede decirse que aquella Isla estaba fundamentalmente
asimilada con las demás pro^dncias españolas. Que debian
117
tener ea cuenta que la tendencia de todos los Gobiernos y
las manifestaciones de la opinión en la Península , vienen
marcándose tiempo há y cada vez con más fuerza en sentido
de la asimilación, y que ésta llegaria á ser tan completa
como la conveniencia de las mismas provincias de Ultramar
lo permita , el dia que los diputados de todas ellas puedan
ejercer en las Cámaras su natural influencia. Como prueba
evidente de que ciertas diferencias existirían aún por muchos
años, por voluntad de los más interesados en llevar la
asimilación á su último grado, se les recordó la exención de
quintas que desde luego pedian , como hubieran pedido un
sistema de tributación distinto, si hubieran estudiado las
contribuciones que la Península pagaba, sobre las que se
les hizo una ligera explicación , que desde luego no agradó
á los comisionados ; haciéndoles también presente que
dentro de la Península existian las provincias Vascas , con
diferencias administrativas bien marcadas , mantenidas por
conveniencia propia , y por último, que tampoco les con-
vendría , por ahora , el establecimiento en Cuba de las dos
autoridades civil y militar, sino el de una sola que en re-
presentación del Gobierno pueda armonizar la marcha de
toda la Administración.
Marcharon los comisionados á San Agustín para con-
sultar con sus compañeros el resultado de esta entrevista, y
sin duda debieron parecerles muy atendibles las razones
expuestas por los generales Campos y Jovellar; y reflexionar
además, que cambios tan radicales como los que traería
una asimilación completa é inmediata en el sistema tribu-
tario y organización político-administrativa de la Isla , no
se introducen de un modo tan rápido como ellos deseaban,
sin causar trastornos y desorganización de lo existente, que
se traducirian en perjuicios gravísimos para todos, y en
quejas y amargas censuras contra los mismos á quienes tan
buenos deseos animaban , y que era tan seguro para el por-
venir de Cuba, y más conveniente para su bienestar, el
118
hacer desde luego solamente aquellas reformas que no
habían de producir trastornos y daban garantía de la buena
fe del Gobierno , dejando á los representantes de la Isla la
tarea de estudiar lenta y concienzudamente las reformas
que se habían de introducir paulatinamente y de modo que
ayudasen más bien que paralizasen el movimiento agrícola
é industrial del país; porque al siguiente día 10 volvieron
los Sres. Luaces y Roa al Zanjón, trayendo las bases que
definitivamente debían acordarse.
Hé aquí ahora la copia de aquel documento.
«Constituidos en junta el pueblo y fuerza armada del
» departamento Central, y agrupaciones parciales de los
» otros departamentos , como único medio hábil de poner
» término á las negociaciones pendientes, en uno ú otro
» sentido , y teniendo en cuenta el pliego de proposiciones
» autorizado por el General en jefe del ejército español,
» resolvieron por su parte modificar aquéllas presentando
i>los siguientes artículos de capitulación.
D Artículo 1.° Concesión á la isla de Cuba de las mismas
3> condiciones políticas, orgánicas y administrativas de que
» disfruta la isla de Puerto-Rico.
» 2.° Olvido de lo pasado respecto de los delitos políticos
3> cometidos desde el año de 1868 hasta el presente, y liber-
» tad de los encausados ó que se hallen cumpliendo condena
» dentro y fuera de la Isla. Indulto general á los desertores
» del ejército español sin distinción de nacionalidades , ha-
» ciendo extensiva esta cláusula á cuantos hubieren tomado
» parte directa ó indirectamente en el movimiento revolu-
Dcionario.
»3.** Libertad á los esclavos ó colonos asiáticos que se
«hallen hoy en las filas insurrectas.
»4.° Ningún individuo que en virtud de esta capitula-
» cion reconozca y quede bajo la acción del Gobierno español,
7) podrá ser compelido á prestar ningún servicio de guerra,
» mientras no se establezca la paz en todo el territorio.
119
» b,^ Todo individuo que desee marchar fuera de la Isla,
y> queda facultado , y se le proporcionarán por el Gobierno
» español los medios de hacerlo sin tocar en poblaciones si
10 así lo desea.
»6.* La capitulación de cada fuerza se efectuará endes-
» poblado, donde con antelación se depositarán las armas
»y demás elementos de guerra.
»7.° El General en jefe del ejército español, á fin de
TI) facilitar los medios de que puedan avenirse los demás
» Departamentos, franquerá todas las vías de mar y tierra
» de que pueda disponer.
)>8.* Considerar lo pactado con el «Comité del Centro»
))Como general y sin restricciones particulares, para todos
» los Departamentos de la Isla que acepten estas proposi-
» clones .
«Campamento de San Agustín, Febrero 10 de 1878. —
)) Emilio Luaces , Presidente del Comité del Centro. — Rafael
» Rodríguez , Secretario. »
Como se ve en la comparación de este documento con las
bases que el General en jefe, de acuerdo con el general
Jovellar y con la aprobación del Gobierno , habia enviado á
los jefes insurrectos , los artículos, 1.*, 2.o, 3.' y 5.** eran
nuestros, y los 4.", 6.", 7.*» y 8.® adicionados por ellos.
Más adelante discutiré el pro y el contra de estas concesio-
nes, discusión que ahora cortarla la narración de aquellos
sucesos. •
Grande era la responsabilidad que envolvía la concesión
de la suspensión de hostilidades en toda la Isla , que pedian
los insurrectos para consultar la capitulación anterior con
todos los jefes de fuerza armada en los demás departamen-
tos, y procurar su adhesión antes de hacerla ellos mismos.
El general Martínez Campos, que aunque ejecuta con rapi-
dez , es después de meditar mucho y despacio , discutiendo
el pro y el contra y escuchando las opiniones de todos,
hacía días que consultaba con los generales Jovellar, Pren-
1.0
dergast y Cassola , cuyos dos últimos tenía á su lado y co»
opiniones distintas; inclinábase el general Prendergast á
la concesión ; y en la duda del resultado , prefería la nega-
tiva el general Cassola , á cuya opinión se inclinaba tam-
bién el general Jovellar , pareceres los dos de mucho peso
para el General en jefe , tanto por la inteligente experien-
cia que el general Cassola habia demostrado en su mando
y en estas negociaciones , cuanto por el deseo del general
Martínez Campos de marchar en todo de acuerdo con el
general Jovellar , con el que tenía diarias y largas conver-
saciones telegráficas , exponiéndole la situación , sus impre-
siones [y las de Prendergast y Cassola; pero llegaba el
momento de decidir, y tenía que hacerlo por sí solo, puesto
que no habia una unidad completa de pareceres enti'e las
personas que más confianza le inspiraban.
Llevaba el general Martínez Campos más de un mes de
intranquila incertidumbre , y aún le esperaban momentos
terribles de duda', pero ningunos debieron ser para él tan
cruelmente angustiosos como los de la noche del 9 al 10 de
Febrero. Tenía en su mano la suerte de la Isla, la del ejér-
cito, la de España quizás , y^pesos de semejante naturaleza
agobian el espíritu, tanto más, cuanto más claramente ve
la inteligencia las importantes consecuencias que va su deci-
sión á originar. Ante su imaginación intranquila debian
aparecer las enormes cifras de nuestra deuda, la apuradí-
sima situación de nuestro Erario , I9, escasez de nuestro cré-
dito y las perentorias exigencias de nuestras imperiosas
necesidades; la desconsoladora imagen de las víctimas
numerosas que las enfermedades y las fatigas hacían en
nuestras'aclaradas filas ; el horror que á las madres españo-
las inspiraba la idea de una nueva quinta para Cuba , y el
desprestigio que recaería sobre el Gobierno, si después de
paralizar la guerra en la mejor estación, se veía obligado á
continuar las operaciones en la época de las aguas exigiendo
al país nuevos y más crueles sacrificios. Grandes eran las
121
ventajas que reportaría la nación de una paz inmediata y
en la que la razón y el convenciminto influían tanto como
las ventajas adquiridas por nuestras armas, pero aún eran
mayores los inconvenientes de un desengaño , si después de
paralizar por algunos meses las operaciones, había que
renovarlas con desprestigio de la nación burlada en sus espe-
ranzas , sin contar con el propio del General y el aparente
empañamiento de su brillante carrera, idea esta última,
que estoy seguro no le preocupó un solo instante en aque-
llas horas de penosa incertidumbre , así como de que
hubiera sacrificado gustoso toda idea de gloría personal por
ver claro en el porvenir y ajustar su conducta, para que su
patria recogiese mayor beneficio y gloría.
Ya al aceptar el dificilísimo mando del ejército de Cuba,
con gran conocimiento de las graves dificultades político-
militares con que había de tropezar, y quizás dudando del
buen éxito de sus esfuerzos , había hecho abstracción com-
pleta de su personalidad , y venía decidido á sacrificarse , si
preciso era, en bien de su patria. Fácil le era la resolución
del actual problema sí sólo hubiera atendido á salvar su per-
sonalidad. La exigencia de una sumisión inmediata, hecha
á los jefes del Centro, que hubiera traído seguramente la
continuación de la guerra, justificando su conducta con la
falta de garantías para conceder una suspensión general de
hostilidades , y las facilidades y tiempo anteriormente con-
cedidos para conocer el espíritu y resoluciones de las fuer-
zas armadas en los otros departamentos, objeto para el que
ahora se le pedían nuevos plazos, y la paralización de
la guerra ; envuelta en unas cuantas frases ampulosas en
las que se pusieran en juego el honor, la dignidad y el
interés nacional, bastaban para hacer muy razonable una
decisión que, repito, estaba en el ánimo de la mayoría de 1(^5
partidarios de nuestra España , y como ya he indicado, en el
de muchos de los jefes más acreditados de nuestro ejército ;
quedándole después grandes probabilidades de numerosas
122
presentaciones y de aniquilar el resto del enemigo en un
plazo más ó menos largo cx)n gran aumento de su gloria
militar, si bien con la exposición de prolongar la lucha un
año más , y exigiendo al país nuevos sacrificios de dinero y
los aún más dolorosos , de millares de sus hijos víctimas
inevitables de una decisión que le ponia en el caso de ani-
quilar la insurrección sin convencer á los parciales. Pero
no se trataba de él; se trataba de evitar á esta hermosa y
asolada provincia española las convulsiones devastadoras
de la lenta agonía de la rebelión , la totalización de su ruina,
y las vidas de millones de sus hijos víctimas seguras de la
continuación de la lucha: se trataba de economizar las fuer-
zas que aún quedadan , y de cerrar la dolorosa herida abierta
hacía nueve años en el seno de la madre patria , por la que
perdía desangrándose sus mejores elementos de vida y
riqueza , y de dar á nuestra querida España con una paz
sólida y ardientemente deseada, la tranquilidad de que
carece hace un siglo , y el general Martínez Campos ; no
titubeó , ni pensó quizás en ello , en sacrificar su persona-
lidad, su prestigio y su gloria militar, cuando decidió acce-
der á la petición de los insurrectos, convencido por sus
largas y detenidas reflexiones, de que la nación no perdía
probablemente nada con la suspensión general de hostili-
dades , y era posible que ganara mucho , aun cuando con
ella no se consiguiera una pacificación completa 6 inme-
diata.
Hé aquí ahora algunos de los raciocinios, que á mi jui-
cio, decidieron la conducta del General en jefe. Es indu-
dable que con la negativa de suspender las operaciones
militares en toda la Isla, colocaba á los jefes civiles y mili-
tares de la insurrección, reunidos en el Centro, en la nece-
^dadde continuarla lucha, justificaba su actitud belicosa
para muchos de sus soldados , y tenía que combatir con
hombres faltos de esperanzas y que creían haber hecho
cuanto era posible en pro de la paz. Verdad es que la
123
estación era la más oportuna para operar y la menos
mal sana para nuestros soldados , pero todos estabap fati-
gados , la mayor parte salian de los hospitales debilitados
por las enfermedades , y habian de resistir mal los tr^ajos
y penalidades de una campaña que debia ser activípíma.
Verdad es también que los insurrectos estaban abatidos,
desorganizados y diezmados á su vez por las enfermedades
y presentaciones ; pero la negativa del General levantaría
su espíritu, dándoles el ánimo de la falta de esperanza y
aunando sus voluntades: teníamos que concluir con los sol-
dados , obra pesada y dificultosa , porque su táctica era
ahora huir, esconderse y ganar tiempo, y sobre todo, con los
jefes insurrectos más importantes , porque pocos de ellos,
aún errantes, miserables y aislados, bastaban para man-
tener enhiesta la bandera de « Cuba libre,» y con ella las
esperanzas y trabajos de sus numerosos simpatizadores y
partidarios en el interior y en el extranjero. Era, pues, muy
posible que las aguas se echaran encima sin haber conse-
guido un aniquilamiento del enemigo tan radical como era
necesai*io para dar la guerra por terminada, dejando nues-
tras tropas estenuadas por las continuas marchas y excesi-
vas fatigas , y víctimas seguras de las enfermedades que
llegarían fatalmente con las lluvias, lo que nos obligaba á
prolongarla campaña por otro año, sin evitar un nuevo
empréstito y la venida de nuevas tropas.
Concedida la petición de los jefes reunidos en San Agus-
tín, quedaban nuestras columnas en la inacción en la época
más propicia para sus movimientos; el enemigo descansaba,
quizás se organizaba algo , y en caso de mal éxito en las
negociaciones se prolongaba la campaña por otro año , im-
poniendo á la nación nuevos sacrificios- de hombres y di-
nero; pero nuestras tropas podían reponerse y conservarse
para el momento en que su acción fuera necesaria, ganando
en salud, robustez é instrucción, sin perder en disciplina,
resignación y demás cualidades que hacen de nuestro sol-
124
dado uno dé los mejores del mundo. Los insurrectos, faltos
de organización , y en la espectativa de una paz próxima y
deseada, hablan de aprovechar la tregua, más para disfru-
tar las comodidades de la vida civilizada y de familia de
que tantos años há estaban privados , que para reorgani-
zarse y croar los elementos necesarios para prolongar la
guerra, consumiendo, por el contrario , los pocos elemen-
tos que les quedaban , en mantener las fuerzas que pudie-
ran conservar reunidas . Las diversas tendencias de cada
fracción y aun de cada jefe hablan de manifestarse más y
más en la tranquila inacción en que quedaban , aumen-
tando la divergencia de sus opiniones, sus enconos y riva-
lidades, y convenciendo á unos y otros de la inconvenien-
cia de continuar una guerra sin objeto definido y consu-
mar la ruina de su propio país para colocarle probable-
mente en una situación diametralmente opuesta al ideal
deseado.
Las pocas familias que aún vagaban miserablemente por
los montes entrarían en relaciones con las de nuestras ciu-
dades y poblados, se convencerían de los errores en que se
las habla tenido respecto de nosotros , de que nada tenían
que temer y sí mucho que esperar de la protección y bue-
nos deseos del Gobierno español y de sus autoridades, y
raras serian las que prefiriesen una vida trabajosa, errante
y llena de peligros, al tranquilo desahogo y bienestar yes-
caso trabajo con que han vivido y pueden vivir los campe-
sinos de Cuba en situaciones normales. Estas causas obra-
rían seguramente el mismo efecto en el espíritu de los sol-
dados insurrectos, y aunque se mantuvieran al lado de los
jefes durante la tregua, se convencerían de que se habla
abusado de su credulidad, de que nada pedian ni deseaban
que no tuvieran sus compañeros y paisanos á nuestro am-
paro, de que ellos y sus familias eran objeto de la ^solicitud
del Gobierno, y estaban atendidos, respetados y tratados
con justicia y moralidad por nuestras autoridades; y cuando
125
después de una temporada de tranquila y cómoda inacción
quisieran los agentes rebeldes seducir á los unos , y los je-
fes obligar á los otros á hacer de nuevo la guerra casi sin
víveres , exponiendo su vida en encuentros diarios con
nuestras columnas, y á andar errantes, hambrientos é in-
tranquilos por montes ásperos y bosques enmarañados, era
casi seguro que no querrían batirse , que no querrían se-
guirlos, que se presentarían á la primera ocasión favorable,
() que el espíritu de los soldados y oficiales subalternos que
nada tenían que ganar en la prolongación de una contienda
cuyos primeros víctimas eran , obrando con poderosa pre-
sión sobre sus mismos jefes, les obligarían á presentarse á
nuestras autoridades. Estas previsiones estaban justificadas
por lo que habia sucedido dos meses antes en Manzanillo,
y posteriormente en Spíritus ; negada la neutralización y
suspensión de hostilidades que pedían algunos jefes al Co-
mandante general de aquella jurisdicción, se hablan reunido
en Enero en actitud pacífica sin querer hacer fuego á nues-
tras tropas, por lo que para evitar la neutralización de todo
aquel territorio se habían visto el general Arias y el briga-
dier Fuentes en la precisión de señalar campamentos en
que pudieran vivir tranquilos; y hacía dos días , el 8 de
Febrero, que viendo aquellos mismos insurrectos que las
negociaciones del Camagüey se prolongaban, habían pre-
tendido deponer desde luego las armas , dando vivas á la
paz, á España y al General en jefe, teniendo que intervenir
nuestros jefes para evitar que una presentación prematura
perjudicase á la general que se deseaba obtener.
Si el resultado de la concesión era una paz inmediata y
casi general, pues Martínez Campos preveía desde luego la
oposición de Maceo; si con ella se ahorraba la nación ade-
más de gastos considerables muchas vidas de sus hijos,
víctimas seguras de las fatigas y de las balas , el General
prefería muy mucho á algunas hojas más en su tupida co-
rona de laureles, las bendiciones de cien mil madres y es-
126
posas españolas y cubanas á quienes devolvería ilesos y
salvos de inminentes peligros, algún pedazo dé su corazón .
Decidido, pues, á aceptar las bases que los comisionados
Luaces y Roa le trajeron en la mañana del 10 de Febrero,
y á supender en su consecuencia las hostilidades en toda la
Isla, el General que hasta entonces se habia complacido en
obrar de acuerdo y en unión con el general Jovellar, y que
con tanto gusto hubiera visto la firma de éste al lado de la
suya propia en un documento' que podia ser el feliz pre-
cursor de la completa pacificación de Cuba , lo firmó, sin
embargo, solo y aun sin consultar al Gobierno sobre tan
grave decisión; pero al obrar así, no lo hacía movido por el
mezquino deseo de apropiarse exclusivamente una gloria
que le sobraba y que no ha escatimado ni en^ documentos
oficiales, ni en sus discursos ni aun en conversaciones par-
ticulares, á la activa cooperación que el general Jovellar le
habia prestado en todas ocasiones, sino impulsado por un
generoso sentimiento de previsión política, que nunca será
apreciado en lo que valia.
Sabía el General en jefe que la suspensión general de
hostilidades no traería ningún perjuicio realpara la na-
ción, aun en el caso de que las negociaciones abortaran;
pero sabía también que aun siendo positivas é importantes
las ventajas que la paralización de la guerra traería en po&
de sí, sólo el tiempo y la reflexión podría hacerlas tangi-
bles para los que no conocieran muy á fondo la cuestión,
al paso que al reanudar de nuevo las hostilidades aparece-
ría desde el primer momento para la inmensa mayoría de
nacionales y extranjeros como torpemente engañado por
los ardides de los insurrectos, y la opinión pública, impre-
sionable siempre y juzgando sólo por las apariencias, no
dejaría de levantarse contra él acusándole de candido y
quizás de inepto , mucho más cuando no es posible subir
tan alto y con tan generoso carácter sin crearse algunos
enemigos y muchos envidiosos. Si el Gobierno hubiera sido
127
consultado antes de tomar esta decisión, si la hubiera apro-
bado, se hacía en cierto modo solidario de los resultados,
y en caso de mal éxito de la aparente torpeza del General;
y un fracaso que debia preveerse colocaba al Gabinete en
una posición falsa, al paso que, suspendidas las hostilida-
des sin su acuerdo , quedaba, si habia que romperlas de
nuevo, en libertad de censurar la conducta del General en
jefe y de i^elevarle de su cargo.
Análogos eran los motivos de su conducta respecto al Go-
bernador superior déla Isla; si éste hubiera firmado con él
las bases, y aprobado por lo tanto la petición de los insur-
rectos, se hacia también solidario de la suspensión de la
guerra, le alcanzaba su parte de impopularidad en un caso
desgraciado, y quizás se creia en el deber de dimitir su
cargo al mismo tiempo que lo hiciera el General en jefe.
Por el contrario, no firmando las bases , su situación era
completamente distinta; sabíanse de público las descon-
fianzas que el general Jovellar abrigaba respecto á la uni-,
dad de miras de' los insurrectos , y los resultados de la
concesión ; la precisión de continuar la guerra justificaba
sus previsiones y las del público, su popularidad crecía,
y el mando le era mucho más fácil. Ahora bien ; Martí-
nez Campos creia que teniendo él que dejar la dirección
del ejército de operaciones , ninguno podía relevarle con
mejores condiciones ni con más conocimientos que los que
el general Jovellar tenía de mando tan complicado, y que
ninguno podía sustituirle con más rapidez y menos perjui-
cios para la nación y la marcha de la campaña, y conside-
raba el relevo de los dos al mismo tiempo como un conflicto
que podia tener gravísimas consecuencias para el país y que
á toda costa debia evitarse.
Dejó, pues, al Gobierno y al general Jovellar completa-
mente desligados en una cuestión de tanta trascendencia, y
firmó las bases el dia 10, dando en seguida y por telégrafo
orden á todos los comandantes generales, incluso al del de-
128
partamento Oriental, para que suspendieran toda clase de
operaciones agresivas, y auxiliasen cuanto les fuera posi-
ble á los comisionados que el Comité iba á enviar á los de-
más departamentos para gestionar la adhesión de todos los
jefes insurrectos, trasladándoles también las bases acepta-
das, para que por su parte procurasen ponerlas en conoci-
miento de las fuerzas rebeldes. Al mismo tiempo participó
al Capitán general lo hecho, para que éste lo hiciera al Go-
bierno, y contestó á Vicente García , de quien habia reci-
bido dos cartas, y escribió el Comité del Centro diciéndoles
que habia aceptado las bases traídas por los Sres. Luaces y
Roa, y la orden de suspensión general de hostilidades que
acabada de dar, con la esperanza de que no se tirase un tiro
más en Cuba.
El Comité del Centro habia elegido para llevar estas
noticias á los demás jefes insurrectos , aquellos de los re-
unidos que creian tendrían en cada departamento mayor
influencia ; helos aquí :
A Cuba: Mayor general Maximino Gómez; brigadier Ra-
fael Rodríguez y comandante Enrique Collado.
A las Villas: Coronel Enrique Mola; diputado Marcos
García; Ramón Pérez Trugillo y Spotturno.
A Bayamo: Comandante Agustín Castellanos y alférez
José Barrenqui.
Además , Vicente García , que tenía seguridad de que la
gente de Tunas y Holguin seguiría sus indicaciones , se des-
pidió del General diciendo que , conforme con obrar con la
mayoría, reuniría su fuerzas y las traerla al Centro para
que depusieran las armas todas en el mismo dia, y el 11 de
Febrero se comisionó al brigadier González para ir á New-
York á poner en conocimiento de la « Agencia general de
la República cubana » estos acontecimientos , y más ade-
lante veremos la disolución de aquel Centro como resul-
tado de esta misión.
Inmenso fué el jubilo que desde el primer raomento causó?
129
la noticia de la suspensión de hostilidades en la gran ma-
yoría de los habitantes de la Isla, y aun Madrid se colgaba
é iluminaba el 22 , con gran disgusto del General en jefe,
que nada queria decir hasta ver el éxito de las negociacio-
nes, y habia telegrafiado y volvió á hacerlo de nuevo qui-
tando todas las ilusiones. Sólo algún cubano impenitente,
de esos simpatizadores de doble cara que nada han perdido
en la insurrección , que no conocen las privaciones , fatigas
y peligros sufridos por los rebeldes militantes, y de los que
con frases ampulosas y tono declamatorio hablan de su amor
á un país cuya ruina han acelerado y visto con indiferencia,
ó alguno de esos ávidos agiotistas que, semejantes á cierta
especie de moscas que ni viven á gusto ni se desarrollan
más que sobre las llagas más horriblemente asquerosas,
eonvirtiendo la guerra y las desgracias de su patria , si pa-
tria tienen tan repugnantes seres 9 en medios vergonzosos y
rápidos escalones de fortunas inmorales y escandalosas , llo-
raron la pérdida de sus lucubraciones y locas esperanzas
los unos , y los otros lo que creían el ñn de sus infames ne-
gocios, procurando todos ellos sembrar desconfianzas y
alarmar la opinión pública , interpretando con doblez y mala
fe las bases mal conocidas en un principio, pero luego que
las condiciones con que se esperaba obtener la paz fueron
bien conocidas quedaron los sentimientos de duda apagados
por la alegría y satisfacción general.
Pero como quiera que de estas bases ha de partir la fu-
tura organización de Cuba, variando radicalmente su actual
modo de ser, natural es que haga 3obre ellas y su concesión
algunas indicaciones, que dando á cada cual lo que es suyo
deje al General en jefe, ya que sea suya la gloria de haber
terminado lucha tan prolongada y tan sangrienta, la parte
de responsabilidad que en ella pueda caberle.
Guando en el líltimo tercio del año 76 se designó al gene-
ral Martínez Campos para dirigir esta campaña, expuso
ante el Consejo de Ministros , que las aprobó , todas las ideaa
9
130
militares y políticas que ha ido desarrollando lentamente y
de un modo meditado durante su mando , y si en ciertos mo-
mentos la opinión pública le ha sido contraria, el Gobierna
debia encontrar lógica una conducta trazada francamente
antes de aceptar su cargo , con maravilla de muchos , en cir-
cunstancias que generalmente se creian desesperadas , y de
las que el presidente Grant decia en su último mensaje á las
Cámaras norte-americanas, que «consideraba como muy
poco probable que en Cuba se obtuvieran resultados favora-
bles á la paz.» Y sin embargo, á principios de 1878 el nuevo
Gobierno de la República norte-americana, reconociendo
los grandes resultados obtenidos por la dirección político-
militar del general Martínez Campos, prometía espontánea-
mente no inmiscuirse en los asuntos de Cuba.
El General había adelantado tan rápida y brillantemente
por el camino de la paz, siguiendo una conducta predicha
ya en Madrid. Acosar á los insurrectos sin tregua ni des-
canso con una mano, mientras con la otra le brindaba con
una paz honrosa y los derechos y libertades que de justicia
les correspondían. A pesar de la primera aprobación del Ga-
binete, Martínez Campos había continuado sus consultas á
cada paso que daba y á cada una de las importantes medi-
das que había tomado, y siguiendo su modesta costumbre
consultó con el general Jovellar primero , y cuando llegó el
momento oportuno con el Gobierno , las bases que pensaba
ofrecer á los insurrectos , de modo que cuando el 3 de Fe-
brero las envió á los jefes reunidos en el Camagüey y á Vi-
cente García á las Tunas, contaba ya con el acuerdo del
general Jovellar y habia recibido la aprobación telegráfica
del Presidente del Consejo de Ministros.
Era la primera de las bases definitivamente aceptadas la
asimilación de Cuba con Puerto-Rico en sus derechos polí-
tico-administrativos. No era esta una innovación á cuya
idea no estuviera acostumbrada la nación entera v su Go-
bierno por hechos realizados y por muchas y sagradas pro-
131
mesas. No se podia negar á la isla de Cuba más extensa,
poblada é importante, más rica y más adelantada bajo todos
puntos de vista morales y materiales , las libertades y refor-
mas concedidas y planteadas años há en la Antilla hermana.
Los espíritus más estrechos y recalcitrantes no podian ne-
gar que Cuba disfrutaría ya de todas aquellas ventajas y
quizás de otras más amplias si la guerra no hubiera parali-
zado la ley del progreso, dando motivo y pretexto para apla-
zar su planteamiento indefinidamente. La concesión debia
ser ahora inmediata , porque era por una parte una satisfac-
ción á los elementos liberales del país que permitía que los
insurrectos volvieran á sus hogares honrosamente; obrando
así, se convertía en un acto de generosidad lo que no podia
tardar en ser una reclamación de promesas repetidas y con-
signadas en la última Constitución, ó una imposición de las
ideas y de la época moderna. Por otra parte , los cubanos , y
no sin apariencias de razón por nuestro mal , nos acusaban
de malos cumplidores de promesas fácilmente hechas y de
poco valer en un país en que las mudanzas de gobierno son
harto frecuentes, y en que los sucesores no han tenido prisa
ni aun deseos de cumplir las palabras empeñadas por los
antecesores á nombre de la nación. Los cubanos han tenido
sus representantes en las Cortes de los años 12, 20 y 36; se
les han prometido éstas y otras ventajas en las Constitucio-
nes de 1812, 37, 43 y 68, y en el art. 87 de la hoy vigente
se autoriza al Gobierno para aplicar en Cuba y Puerto-Rico
las leyes promulgadas en la Península, añadiendo que am-
bas islas tendrán representantes en las Cámaras españolas;
y como no había llegado la época de cumplir tan repetidas
promesas calificaban de púnica nuestra fe, teniendo el para
nosotros triste derecho de dudar de nuestra lealtad. Tiempo
es ya de que cumplamos lo que hemos prometido y prome-
tamos , si han de desaparecer los recelos y desconfianzas que
tanto dificultan la estrecha unión y buena armonía que debe
haber entre provincias hermanas.
j
132
Este art. 1.* era además el cumplimiento de la real pro-
mesa hecha en el último mensaje á las Cortes, y una me-
dida no sólo de justicia sino de conveniencia nacional y de
prudente previsión política. Efectivamente, con el fin de la
guerra van á agitarse en Cuba cuestiones de gravedad suma,
de las que depende quizás el porvenir y riqueza de la Isla,
y que habrán de resolverse en Cortes. Necesario es que las
cuestiones de organización provincial y municipal ; las de
administración, fomento y contribuciones; las de trabajo,
colonos y esclavos , se resuelvan con conocimiento de la na-
ción y audiencia de los representantes de las Antillas, y que
cese de una vez la legislación por decretos , hijos de las va-
riadas voluntades de los ministros de Ultramar, de infor-
mes de sus empleados ó de los dados por juntas nombradas
por el Gobierno, y sin contar nunca con los que han de
sufrir las consecuencias de las medidas y decretos á que
aquellas consultas dan lugar.
El olvido y perdón de los delitos políticos cometidos desde
que estalló la insurrección , era lo consignado en el artículo
segundo. No sólo no tiene nada de nuevo ó imprevisto, sino
que el General en jefe pudiera haberse evitado el escribirlo,
como pudiera yo excusarme el mencionarle, si su consig-
nación no fuera para él la ratificación de promesas ante-
riores, y no viera yo sintetizada en él la política de Mar-
tínez Campos durante esta lucha. Con el asentimiento del
Gobierno, había el General venido á Cuba decidido á inau-
gurar en la guerra y en la política una era de generosa
humanidad y un completo perdón y absoluto olvido del
pasado : antes de empezar la campaña , en 7 de Noviembre
de 1876, daba su primer decreto de indulto para los que se
presentasen á nuestras autoridades, y después, según lo
creía posible, unas veces por sí mismo y siempre de acuerdo
con el Gobernador superior civil , y otras por medió de rea-
les órdenes debidas á su iniciativa, se publicaban y empe-
zaban á cumplirse los decretos que ya he mencionado de 8 y
133
9 de Febrero, 5, 9 y 29 de Mayo y 20 de Octubre de 1877,
en virtud de los cuales quedaban indultados sin distinción
de ningún género todo los desertores , insurrectos é infiden-
tes ; suspendidos los procedimientos contra ellos ; puestos
en libertad los presos y prisioneros ; levantados los destier-
ros en libertad de volver á sus casas los emigrados compli-
cados en delitos de infidencia, y devueltos los bienes embar-
gados de todos ellos, pudiendo asegurarse, que al publi-
carse este artículo , no habia en la Isla ni fuera de ella nin-
guno á quien aplicárselo, puesto que aun los que conserva-
ban las armas en la mano tenian el derecho de tomar pose-
sión de sus bienes , y estaban absueltos de antemano , por
el solo hecho de presentarse.
Gomo el artículo i.', no era nuevo el 2.*, pero siempre
será una de las más puras glorias del general Martínez
Campos , en haberle puesto en práctica, quitando á esta
guerra su carácter de sanguinaria ferocidad , obrando al
principio aislado casi de la opinión general, que sin com-
prender las consecuencias de su conducta, censuraba lo
que llamaba su candidez é inocente generosidad, augu-
rando que las ingratitudes^ abusóse impenitentes esfuer-
zos de los enemigos, le harian variar pronto de modo de
pensar; y sin embargo de que tuvo bastantes desengaños y
tocó más de una ingratitud , no perdió la fe en sus ideas , y
su paciente constancia causó en un año una variación tan
radical en el espíritu de sus opositores, que al publicar este
artículo 2.*, era para la inmensa mayoría del país tan
lógico y natural su contenido, que casi se consideró como
una inútil redundancia.
Y más hubiera hecho, y más rápidamente hubiera obrado
en este sentido, si su prudente y patriótico deseo de conser-
var unidos elementos españoles , no le hubiera obligado á
contemporizar con las ideas de los más intransigentes y obs-
tinados , tratando de convencerlos, y consiguiendo con los
resultados prácticos de su conducta el arraigar la opinión
134
de que una guerra nacida de causas políticas, no se combate
solamente con las armas materiales. Y este cambio de opi-
nión no era sólo entre los españoles; el espíritu de armo-
nía y de concordia era general hasta en las filas de los mis-
mos insurrectos , y era una gran verdad lo que delante de
sus compañeros de armas decia el general insurrecto Máximo
Gómez, al general Martínez Campos: «La insurrección
» muere , no por las armas españolas , sino por las condi-
» clones personales y la política de V. »
Tampoco era nueva la concesión consignada en el artículo
3.°, grave, sin duda, por las consecuencias que puede
tener, pero que no sólo resuelve la cuestión conforme á
prácticas establecidas años há, sino del modo que menos
inconvenientes presenta. Por este artículo quedaban libres
los esclavos y colonos que en aquel momento estaban en la
insurrección, y que se presentasen á nuestros jefes antes
del 31 de Mayo. El artículo 3.**, de la orden del Regente, de
4 de Julio de 1870, hacía libres á todos los esclavos que per-
tenecían al Gobierno, y á todos los que servían ó en lo
sucesivo sirvieran bajo la bandera española: también estaba
mandado que los esclavos ó contratados fugados de sus fin-
cas, ó pasados al enemigo, que cayeran prisioneros, no se
devolvieran á sus dueños, sino que se indemnizara á éstos
y fueran aquéllos destinados á los batallones de libertos,
ley por la que todos los esclavo^ que se hacían prisioneros
quedaban libres de hecho. La ley era conveniente yse prac-
ticaba, y cuando por alguna circunstancia ó reclamación
más ó menos influyente y atendible se ha dejado de cum-
plir devolviendo á los dueños de fincas escasas de brazos,
algunos de los aprehendidos , la rápida desmoralización de
los demás esclavos , y las deserciones numerosas y á veces
en masa, han venido á justificar la prudente previsión del
legislador, poniendo á nuestras autoridades en la triste pre-
cisión de recurrir á medidas severísimas para atajar un
mal hijo de su complaciente debilidad . Algún dueño per-
135
sistia aún en pedir, y muchos se alegrarían de entrar en
posesión de sus antiguos esclavos y colonos chinos , pero no
para utilizarlos en sus propias haciendas , sino para sacar
de ellos vendiéndolos una ventaja inmediata; pero estos
esclavos, acostumbrados durante muchos años álavidalibre
é independiente del guerrillero ; á tratar de igual á igual á
los antiguos hacendados con quienes se hablan lanzado al
campo y hecho una vida común ; con aspiraciones muy
á menudo realizadas de encumbrar su categoría y mandar á
los mismos blancos, y con las ideas desarroUaCdas por su
propia posición , y por los discursos de los jefes déla insur-
rección, ¿ perderían al cambiar de dueños los hábitos y aspi-
raciones adquiridas , para resignarse otra vez con humilde
paciencia á trabajar en los ingenios , forzadamente y para
otros, bajo el látigo del mayoral? Seguramente que no, y
la devolución de esos cuantos centenares de esclavos insur-
rectos á sus antiguos dueños, hubiera bastado para produ-
cir rápidamente una conflagración general y mucho más
grave y sensible que la que se trataba de terminar.
Peor aún que la de los esclavos es la actual condición de
los asiáticos contratados: la ley Moret, que así se llama
generalmente la que acabo de mencionar, da á los esclavos
la seguridad de que sus hijos sean libres, les promete la
libertad para la vejez, y les facilita el adelantarla con la
economíay un trabajo independiente protegido por las leyes;
pero el chino, más inteligente y con ideas más exactas de
sus derechos y de la justica, no tiene más remedio al con-
cluir la contrata que los trajo á Cuba , sino volverse á China,
lo que le es imposible materialmente, ó volverse á contra-
tar de nuevo, y está fatalmente condenado á una esclavitud
perpetua, si bien esta explotación de su trabajo se disfrace
€on los nombres de contratación y patronato.
La ley era previsora, y Martínez Campos ha obrado pru-
dentemente ampliando su espíritu , y el Gobierno aprobando
5u decisión, pero esto no es más que el principio de solu-
136
cion (le una cuestión que envuelve en sí problemas graví-
simos para el porvenir de la Isla, y grande será el servicio
que el General en jefe presta á la humanidad en general y
á su patria en particular, si por su valiente iniciativa sale
nuestro Gobierno de una apatía halagada por partidarios
interesados del statu quo y se ocupa por fin de resolver estas
cuestiones, como lo exigen la moralidad, la justicia, lacón»-
veniencia y aun la honra nacional lastimada.
Las demás condiciones consignadas en los artículos 4.%
5.*, 6.*, 7.° y 8.°: que no se obligará á los presentados á com-
batir contra aquellos de sus compañeros que no aceptaran
las bases; facilidades para que los que lo desearan pudieran
salir de la Isla; deposición de las armas en despoblado;
franquear las vías de comunicación á los comisionados del
Centro ; y hacer extensivas estas comunicaciones á los de-
partamentos Occidental y Oriental, son exigencias tan na-
turales, que nadie podia dudar en concederlas, y tan mo-
destas, que sólo las recuerdo como prueba del deseo de paz
que á todos animaba, y de la confianza en el porvenir que
el General en jefe habia logrado inspirarles.
Quizás se podia haber hecho la paz sin empeñar promesa
alguna, y es casi seguro que la prolongación de la lucha
nos hubiera llevado á ese resultado, pero por las razones de
conveniencia que he indicado, el General, que sabe armo-
nizar la generosidad con la energía, y que aunque ejecuta
con rapidez, medita lentamente, estaba convencido de que
un dia de campaña ahorrado era una doble victoria , por la
sangre y tesoros economizados al país, y además, de que las
rebeliones de esta naturaleza sofocadas por la fuerza no
están radicalmente concluidas. Los cabecillas aislados, sin
recursos y puestos en el último apuro, se hubieran escon-
dido ó hubieran emigrado sin perder la esperanza, para
aguardar una ocasión propicia á la realización de sus planes
y desplegar de nuevo una bandera que aún estaría en pié.
La paz, tal cual se ha hecho, puede y debe ser el sólida
fundamento sobre que se levante Cuba, feliz, más rica y
floreciente que en los pasados tiempos y estrechamente
ligada con las demás provincias españolas. Las concesiones
hechas en el anterior articulado justifican honrosamente la
patriótica decisión de los jefes insurrectos al deponer sus
armas, y peninsulares é insulares, españoles todos, pueden
fraternizar bajo las mismas leyes y con los mismos deberes
y derechos, sin que ninguna humillación de amor propio
venga á turbar la armonía de sus miituas relaciones.
Comprendiólo así la generalidad del país: las autoridades
y corporaciones oficiales, las sociedades y casinos déla Isla
entera, muchos círculos de la Península y aun del extran-
jero, incluso el Presidente del Consejo que aprobaba 16
hecho el 14 de Febrero, enviaron por telégrafo calurosas
felicitaciones al General en jefe, aumentando no poco su
intranquilidad, porque, á pesar de sus esfuerzos para hacer
comprender que la suspensión de hostilidades no envolvía
en modo alguno la seguridad de la paz, muchos le saludaban
ya como al Pacificador de Cuba y daban como un hecho
seguro y definitivo lo que sólo era un incierto prólogo de la
ansiada pacificación , y no se -le ocultaba al General , que
convertido en universal creencia el ardiente deseo que todos
sentían por la terminación de la guerra , sería el desaliento
tanto más grande, cuanto mayor era el entusiasmo mani-
festado, si un fracaso posible venía á echar por tierra tantas
y tan halagüeñas esperanzas, convirtiéndolas en un terrible
desengaño.
Afortunadamente no hablan de quedar inútiles tantos
trabajos, tantos sacrificios y tantos heroicos esfuerzos de
previsión y constancia, y á la íntima satisfacción de haber
cumplido concienzudamente con sus deberes, sin más norte
que el bien de su patria, habla de unirse en breve la de ver
sus fatigas y angustias coronadas por un brillante éxito, y
apreciados sus trabajos y servicios por la generalidad de sus
compatriotas.
138
Tranquilizábanle, por una parte, las noticias que recibia
acerca del espíritu de los soldados insurrectos reunidos ya
en los campamentos, pero sabía, por otra, que alguno délos
comisionados y jefes, que juntos y en un principio estaban
conformes con los demás y animados al parecer de la mejor
buena fe, observaban separados del Centro, una conducta
menos franca y discursos más reticentes, que no dejaban
de causar inquietudes al General en jefe, obligándole du-
rante muchos dias á sostener una continua y fatigosa cor-
respondencia telegráfica con unos y otros, venciendo aquí
una resistencia, acallando allá un amor propio lastimado,
desvaneciendo en otro lado algún escrúpulo, contempori-
zando con unos, razonando con todos, y superando siempre
obstáculos y dificultades que prolongaron sus dudas é iii-
certidumbrcs, y las angustias de su situación excepcional.
A fines de Febrero habian regresado al Camagüey todos
los comisionados por el Comité del Centro, y á excepción de
Maceo que, según el General preveía, habia recibido mal
sus manifestaciones, pidiendo la abolición inmediata de la
esclavitud , milicia nacional y abonos de sueldos, expresando
sin embargo el deseo de hablar con el general Martínez
Campos, y de Vicente García , á quien escribió el General
el 19 para que hiciese su presentación en las Tunas, evi-
tando á sus tropas cuatro dias de marcha , para traerlas al
Centro como habia prometido, y que contestó el 23, apla-
zando su presentación y disculpando la falta de cumpli-
miento de sus promesas que reiteraba, con el deseo de con-
vencer á Maceo y otros cabecillas de Oriente , con quienes
decía tener compromisos, todos los demás jefes habian
aceptado lo hecho por los del Centro, y era segura su pre-
sentación y la de todas sus fuerzas que con este objeto esta-
ban reuniendo.
El último día de Febrero será siempre memorable en los
fastos de Cuba. Reunidos todos los insurrectos del Cama-
güey á corta distancia de Puerto -Príncipe, escuchaban
139
conmovidos una arenga del general Martínez Campos, tan
sencilla como elocuente, y poco después con los diputados y
jefes á la cabeza, entraban en la capital renunciando á su
destructora misión y á su errante vida, por una de trabajo
pacifico y reparador, que es de esperar vuelva á esta her-
mosa Antilla en breve tiempo su antigua riqueza y prospe-
ridad. En este dia hicieron su presentación unas 2.000 per-
sonas que habitaban en los bosques del departamento
Central, continuando las presentaciones hasta no quedar
un solo insurrecto en todo el Camagüey. En el mismo
dia 28 , se recibió la noticia de haber depuesto las armas en
el campamento de Ojo de Agua, 425 hombres y 100 de
familia de la Comandancia general de Spíritus y Remedios;
haciéndolo el 3 de Marzo en Artemisa el jefe insurrecto
José Gómez, con 40 de familia y 108 hombres de armas, y
el 4 del mismo Marzo en Ciego- Potrero, Esteban Arias con
200 hombres, continuando también las presentaciones hasta
quedar completamente limpia aquella Comandancia en muy
pocos dias. Las fuerzas diseminadas de las Villas occidenta-
les tardaron más en reunirse, pero del 10 al 25 de Marzo
presentó su jefe Maestre hasta 700 hombres, y poco á poco
quedaron aquellas jurisdicciones tan libres de insurrectos
y malhechores como no lo hablan estgido nunca. En Holguin
habla su jefe. Collazo, empezado antes las presentaciones,
haciéndolo el 22 de Febrero 130 personas; el 25, 31 ; el 27,
111; y el 28, 166 hombres, 115 mujeres y 118 niños; conti-
nuando en el mes de Marzo hasta quedar aquella Coman-
dancia general sin más enemigo que los que mandaba
Vicente García en las Tunas. También se retrasaron las
presentaciones en la Comandancia general de Bayamo,
Manzanillo y Jiguani, haciéndolo el 7 en Yara 210 hombres
y 50 de familia; el 8, 80 hombres; y el 10 y 18 en Jibacoay
Canto el Paso , el resto de las fuerzas insurrectas con el
general Modesto Diaz y los coroneles Félix Figueredo,
Massó, Ríos, Domínguez y Marcano.
140
También el 2 de Marzo , y como resultado de la misión
del brigadier González, se disolvía por sí misma la Junta y
Agencia de la República cubana de New- York , cuyos jefes
eran entonces Aldama, Echevarría y Galí.
Algunos de los jefes más importantes de la insurrección,
como Máximo Gómez, Modesto Diaz, Goyo Benitez , Cisne-
ros y algún otro, marcharon voluntariamente al extran-
jero, pero una gran mayoría quedó en la Isla, dispuestos á
contribuir con sus esfuerzos y trabajo á la cicatrización de
las heridas abiertas por la guerra.
VII.
LA PAZ EN CUBA
Marcha del Qeneral á Tunas y Bayamo.— Entrevista con Vicente García.— Ac-
titud de Maceo.— Conferencia de Baraguá.— Preparativos de campaña."
Reorganización del Qobiemo rebelde.— Operaciones y resultados.— Confe-
rencias con Figueredo y embarque de Maceo.— Ultima expedición filibus>
tera.— Efectos de la marchado Maceo.— Concesión de zonas neutrales.—
Presentaciones.— Los actores de la lucha.— Insurrectos.— Voluntarios.—
Milicias cubanas y de color.— Marina de guerra y mercante.— Ejército.—
Causas que han prolongado !a guerra.— Medios para evitar su reproducción.
La insurrección habia muerto moralmente, y la guerra
estaba casi concluida. Las presentaciones de las Villas occi-
dentales y orientales, las del Centro, Bayamo y Manzanillo,
hablan sido tan completas que no quedaba un insurrecto
ni aun un bandido en los campos de aquellas jurisdiccio-
nes. La Isla estaba, pues, casi pacificada, pero aún quedaban
en armas en las Tunas Vicente García, cuya actitud era in-
decisa; en Cuba Antonio Maceo, más francamente hostil á
nuestro Gobierno y opuesto á la paz que acababa de hacerse,
y el General con la febril actividad que es uno de los ras-
gos predominantes de su carácter, después de presenciar la
entrada de los insurrectos en Puerto-Príncipe el 28 de Fe-
brero, salía de aquella capital al siguiente día, y pasando
por Santa Cruz y Manzanillo, estaba el 5 de Marzo en Can-
to-abajo, el 6 en Yara y el 7 en Bayamo conferenciando con
142
el general insurrecto Modesto Diaz y demás jefes de aque-
llas jurisdicciones que hablan retrasado sus presentaciones,
tanto por reunir las fuerzas y familias diseminadas por los
montes , como por aguardar la decisión de Maceo , á quien
hablan enviado comisionados que nada consiguieron; ha-
ciendo ellos su sumisión, según lo hablan prometido, de
acuerdo con lo capitulado en el Zanjón , y en la forma que
al terminar el anterior capítulo he referido.
El General en jefe, por sí mismo ó por medio de sus jefes,
habla continuado en correspondencia con Maceo y Vicente
García, teniendo el 11 de Marzo en Canto el Paso una entre-
vista con el último, en la que manifestó su indecisión, dis-
culpándola con el deseo de obrar de acuerdo coa todos sus je-
fes, algunos do los cuales estaban con Maceo y no hablan po-
dido reunírsele por falta de comunicaciones y de caballos,
pero que el dia 14 creía que ya habrían llegado todos y envia-
rla á decir al General lo que conforme con la opinión de la
mayoría decidiese. En mi juicio, irresoluto ahora como siem-
pre y sabedor de la entrevista que el General debía tener
próximamente con Maceo, nada quería resolver hasta saber
el resultado de ella. Contestóle el General que habla dado
tiempo suficiente para que se hicieran todas las consultas;
que marchaba á Cuba para avistarse con Maceo, y que desde
el dia 19 romperia las hostilidades contra los que no se hu-
biesen avenido con las condiciones pactadas en el Centro á
presencia, y con acuerdo suyo como presidente.
El general Prendergast habia salido de Puerto-Príncipe
al mismo tiempo que el General en jefe, dirigiéndose á Cuba
para hacer lo posible por reducir á Maceo, y preparar ele-
mentos para hacer en último caso una campaña activa.
Aquel cabecilla, como llevo dicho, habia recibido mal á la
Comisión que le envió Modesto Diaz y á la que fué en nom-
bre del Comité del Centro, mostrando entre otras pretensio-
nes exageradas é inaceptables la de una suspensión de hos-
tilidades por cuatro meses, expresando, sin embargo, el de-
<40
seo de tener una conferencia con el general Martínez Cam-
pos, para saber, dccia éL «qué beneficios reportaría al país
esa paz sin la independencia que aquí todos desean.» Los
comisionados del Gamagüey se hablan retirado penetrados
de la inutilidad de su insistencia con aquel cabecilla, quien
por su parte hizo esfuerzos y ofertas para retener á Máximo
Gómez á su lado ó en Cuba, rechazándolas éste. Desde en-
tonces, y á pesar de decir que no aceptaba la suspensión de
hostilidades, se habia mantenido en la inacción, si bien ais-
lando á su gente de todo trato con nuestros soldados y re-
sistiéndose á admitir en su campamento ni aun las visitas
de sus parientes, aunque conservando la correspondencia
con el general Prendergast. Escribióle éste la próxima lle-
gada del General en jefe, y contestó Maceo que á las ocho
de la mañana del 1 5 de Marzo estarla en el sitio llamado
Baraguá, no lejos de Miranda, con unos 30 hombres de
acompañamiento, acudiendo el General el dia y hora cita-
dos con 10 ó 12 entre jefes y ordenanzas.
Las reticencias y exageradas pretensiones de Maceo y su
resistencia á oir las bases y, las consecuencias que de ellas
y la paz resultarian para el país, demostraban que no es-
taba dispueto á arreglo de ninguna especie, sacrificando
quizás á su amor propio lastimado por lo que él llamaba
abandono de los demás jefes, la tranquilidad de Cuba y la
vida de gran número de sus partidarios, á los que desde el
principio de las negociaciones habia alejado cuidadosamente
de nuestros centros, prohibiéndoles severamente toda clase
de roce y comunicación con nuestro campo, y mantenién-
dolos de hecho en una ignorancia inconcebible y casi total
de todo lo que en el resto de la Isla habia sucedido. Ha-
blando sobre las bases aceptadas por la mayoría de los je-
fes insurrectos llegó á calificarlas de deshonrosas, á lo que
el General contestó con enérgica viveza que no comprendía
qué deshonra cabía en aceptar unas condiciones que daban
á los cubanos todos los derechos y garantías que el resto de
144
los españoles tenían, tratando á Cuba como á una provin-
cia hermana de las de la Península, terminando diciéndole
que ni por interés personal, ni por Cuba, ni por España, ni
por nada había él hecho ni estaba dispuesto á hacer nada
que con razón pudiera calificarse de deshonroso. Balbuceó
Maceo algunas disculpas de sus palabras, menos meditadas
que dichas con intención , pero penetrado el general Martí-
nez Campos de las disposiciones poco pacíficas con que el
rebelde cabecilla había venido á la conferencia, abrevió ésta
preguntándole cuántos días de neutralidad necesitaba para
colocar sus fuerzas donde lo creyera conveniente; pidióle
Maceo ocho, y aunque el plazo era excesivo, mucho más
para quien no había aceptado la suspensión de hostilidades,
concedióle diez el General, y regresó á Cuba en el mismo
día para disponer lo necesario y renovar la guerra el 25.
Al siguiente, 16 de Marzo, recibió el General en jefe una
carta de Vicente García fechada en el mismo punto Bara-
guá, donde habia tenido lugar la entrevista del día anterior
Qon Maceo, en la que decía que reunidos todos los jefes no
hablan decidido nada por «considerar poco lo que se les
ofrecía» y haberle dicho Maceo que era corto el tiempo para
que aquel cabecilla consultara á sus jefes. Contestóle el Gre-
neral lacónicamente preguntándole su actitud, pues nada
decía de ella en su carta, y el 17 volvió á escribir diciendo:
«Efectivamente incurrí en la mía de ayer en la omisión in-
voluntaria de no haber significado á V. mí última resolu-
ción,» y más adelante «no estar de acuerdo con las bases
aceptadas por el Comité del Centro, y por lo tanto obligado
á no separarme de la lucha mientras no aceptase aquéllas el
departamento de Oriente;» respuesta cuando menos ri-
dicula, dada por quien hacía poco más de un mes, en 8 y 9
de Febrero , habia escrito al mismo general Martínez Cam-
pos otras cartas autorizando á los enviados del Comité del
Centro, portadores de las bases, y diciendo que obraría con-
forme á lo que la mayoría decidiese ; en quien con conocí-
145
miento de las bases habia dicho que habia jurado el cargo
de presidente de la República cubana para facilitar las ope-
raciones del Camagüey, en las que habia tomado una parte
activa é importante, y por último, en quien, ya que yo no
pudiera justificar su falta de consecuencia, podia disculparla
con consideraciones de delicadeza y compañerismo hacia los
cabecillas de Oriente. Como quiera que sea, y á pesar délas
repetidas promesas que Vicente García habia hecho al Ge-
neral en jefe, vcrbalmente y por escrito, de obrar conforme
lo hiciera la mayoría de los jefes insurrectos, esta decisión
no le sorprendió, prevenido ya por sus reticencias é irreso-
luciones y su conducta poco franca en el mes que habia
trascurrido desde que se separaron en el Centro.
Obligado á proseguir la guerra , tampoco le cogió de
nuevo ni desprevenido esta eventualidad. Desconfiando más
que ningún otro del éxito completo de las negociaciones en-
tabladas, y más previsor por consecuencia que todos , al
mismo tiempo que la de suspensión de hostilidades agresi-
vas del 1 i de Febrero, habia dado á todos los Comandantes
generales la orden terminante de aprovechar el tiempo de
tranquilidad como si las negociaciones no existieran y la
lucha hubiera de proseguir, continuando las obras de los
«campamentos y fortificaciones empezadas, y muy especial-
mente la de aglomerar en todos los centros de operaciones
recursos y raciones abundantes que evitaran en lo posible,
y si la guerra se continuaba, el distraerlas tropas de la per-
secución del enemigo para custodiar los convoyes. Por otra
parte y á medida que las noticias que recibía le daban una
seguridad casi completa de la pacificación de los departa-
mentos Occidental y Central, habia mandado correrse hacia
las Tunas y Oriente algunos batallones; y concentrarse
-otros cerca de los puertos de embarque, y fácil le fué, al
verse en la triste necesidad de combatir do nuevo, llevar al
teatro de la guerra todas las fuerzas disponibles, situando
-en Cuba las que pensaba dirigir por sí mismo, y en Tunas
10
146
las que habia de mandar el general Prendergast, que salió
el 20 de Cuba para aquella jurisdicción , trasladándose el
General en jefe el 24 á San Luis, donde estableció su cuar-
tel general, si bien sin perder su costumbre de recorrer in-
cesantemente todo el teatro de las operaciones.
Disuelto el Gobierno y Cámara insurrectos; privados los
rebeldes de la mayor parte de sus jefes civiles y militares
que teuian alguna significación política , y desorganizados
todos sus centros y servicios, trataron de darse una sombra de
organización antes de que las operaciones empezaran , y no
lejos de Baraguá , donde se habia celebrado la última entre-
vista, tomaron Vicente García y Maceo los títulos de gene-
ralísimo y segundo respectivamente, nombrando un Go-
bierno civil compuesto de tres miembros, cuyo jefe fué
Jesús (Tita) Calvar; todo ello por aclamación del puebla
cubano, según decían al participar estos nombramientos al
general Martínez Campos.
Empezáronse las operaciones el 26 de Marzo, conforme se
habia prevenido al enemigo , moviéndose nuestras colum-
nas con poca fuerza y grandísima actividad , pero sin que
en la mayor parte de las Comandancias generales llegaran
á tener encuentros formales. Sólo en la zona de Cuba hubo
dos , felicísimos para nosotros , con las fuerzas del mismo
Maceo, que no volvieron á repetirse , á pesar de la movilidad
de nuestras fuerzas. El plan de los insurrectos era atacar las
zonas de cultivos, tanto para procurarse recursos y cau-
sarnos grandes daños materiales y aun morales, cuanto
para acercarse á los ingenios, cuyos esclavos y colonos
chinos esperaban atraer fácilmente á sus filas , seduciéndolos
con la libertad concedida por la capitulación del Zanjón , y
que vencidos ó vencedores habían de obtener. No consi-
guieron, sin embargo, su propósito, ni aun lo intentaron
con el arrojo de que habían dado pruebas en otras ocasiones,
pareciendo más bien que su objeto era huir de nuestros
centros y soldados , para evitar las deserciones y presenta»
147
dones, mantenieudo sus fuerzas en la mayor inacción po-
sible y ganando tiempo para que se despejase una situación
que no creian duradera.
El mes y medio que la suspensión de hostilidades habia
durado, habia producido muchos de los efectos que el Ge-
neral en jefe esperaba de aquella medida, justificando los
hechos su previsión, á pesar de que todos los jefes rebeldes,
y Maceo muy especialmente, hablan procurado mantener á
sus soldados sin roce ninguno con nuestros centros y en la
ignorancia de lo ocurrido. Recurrióse aquí, como en las
Villas se habia hecho, á sembrar por los caminos y bosques
más escondidos , relaciones impresas de las presentaciones
de los demás departamentos, con copia de la capitulación
del Zanjón, y las presentaciones empezaron á menudear
desde el* momento en que rotas las hostilidades y aumentado
el número de nuestras columnas, obligaron á los rebeldes
y sus familias á errar continuamente de uno á otro monte,
sin encontrar alimento ni aun reposo seguro en parte
alguna, y al par que las noticias é impresos les hacía sabe-
dores de que nada tenían que temer á nuestro lado. Con el
conocimiento de lo acaecido en toda la Isla, y la seguridad
de un perdón absoluto, decayó rápidamente el espíritu beli-
coso de los soldados enemigos , difundiendo entre sus filas
tal espíritu de descontento é insubordinación , que á pesar
de que muchos jefes les repetían que sólo continuaban la
guerra para hacer una paz más ventajosa para ellos, la
situación de los cabecillas se hacía de dia en día más pre-
caria y comprometida , porque muchos huían á nuestros
campamentos sin motivo, ó por la más ligera reprensión , y
la disposición de los que quedaban levantiscos y disgutados
ponía sus vidas en peligro, sin gran utilidad para sus de-
signios , por la resistencia que oponían para obedecer sus
órdeiies y atacar nuestras fuerzas y establecimientos.
Análoga era la situación de la insurrección en las Tunas,
donde el general Prendergast dirigía las operaciones , persi-
148
guiendo activamente al enemigo , sin lograr tampoco tener
encuentros formales con las fuerzas de Vicente García , que
muy conocedor de aquellas localidades, parecía aún más
decidido que los cabecillas de Oriente , á no batirse con
nuestras tropas.
A pesar de la continuación de la guerra, no cesaron por
completo las relaciones de algunos jefes insurrectos con los
nuestros , y á los pocos dias de haberse renovado las hosti-
lidades, Vicente García v Antonio Maceo solicitaban auto-
rizacion para enviar sus respectivas familias fuera de la
Isla, la que no sólo les fué concedida por el General en jefe,
sino que mandó se las tratara con la mayor consideración,
facilitándolas medios para ir á Jamaica, á cuya Isla marchó
también un hermano de Maceo, herido de alguna gravedad
en un encuentro anterior.
Aún no llevábamos un mes de nuevas operaciones, cuando
el Doctor Félix Figueredo, uno de los jefes más instruidos
é influyentes en lo que de insurrección quedaba , se pre-
sentó en 20 de Abril en el cuartel general del General en
jefe, teniendo con éste algunas entrevistas, consiguiendo
el 27 del mismo mes la neutralización de una pequeña
zona, en la que con el cabecilla Maceo se reunieron algunos
de sus jefes más importantes, y el 9 de Mayo Antonio
Maceo, acompañado por los brigadieres insurrectos Leite,
Vidal, Ríos, Rivas, su ayudante Lacrent y algún otro;
después de saludar al General en jefe en San Luis, conti-
nuaron para Cuba , donde se embarcaron en el Fernando el
Católico^ que los condujo á Kingstown (Jamaica).
Casi al mismo tiempo se había recibido la noticia de que
Melchor Agüero, con 12 hombres, había logrado des-
embarcar, en una pequeña embarcación , en la costa Sur
del departamento Central. Esta expedición, que provenía de
Jamaica, era hija del último esfuerzo de los simpatizadores
y agentes que allí tenía la insurrección , y creían que bas-
taría su desembarque para levantar de nuevo el recién pa-
149
cificado Gamagüey; su jefe pensó sin duda de otro modo al
tocarlas cosas de cerca, porque en seguida se presentó á las
autoridades en los Caciques con los 12 expedicionarios, y
las cajas de armas, municiones y ropas que habia des-
embarcado, pidiendo un indulto, que con su acostumbrada
generosidad concedió el General en jefe.
De Haití, Jamaica, Estados-Unidos y Gayo-Hueso, donde
hubo que enviar vapores para traerlos , por ser insuficientes
las goletas que allí habia, venian numerosos cubanos emi-
grados, voluntarios los unos y huidos los otros , por haber
tomado una parte más ó menos activa en la rebelión , y
aprovechaban el nuevo orden de cosas y el amplio perdón
concedido por el General , para volver á sus hogares , tra-
yendo á su país, con su capital, actividad y trabajo, nuevos
elementos de vida.
La marcha de Antonio Maceo y sus compañeros sor-
prendió á la mayoría de los jefes insurrectos , y más aún á
sus soldados , que se negaban á creerlo, juzgando la noticia
invención nuestra, hasta que sus mismos cabecillas la con-
firmaron. Maceo sintetizaba por su carácter, conducta y
condiciones militares , el espíritu de resistencia obstinada é
intransigente hacia el Gobierno español, y jefes y soldados
rebeldes tenian la convicción de que sería el último en ave-
nirse y en dejar lar armas. Su marcha fué debida sin duda
á su desaliento, y quizás se hacía alguna ilusión respecto á
la influencia que personalmente ejercerla sobre los simpati-
zadores de la insurrección en el extranjero, porque á su
llegada á Jamaica reunió á los que pudo de los cubanos que
allí quedaban , les expuso el estado de la lucha y la falta
de recursos para continuarla, consiguiendo que se le ofre-
cieran hasta siete voluntarios y algunos chelines (¡cinco!
según noticias fidedignas). Estas noticias llegaron á cono-
cimiento de los restos de la insurrección , por conducto de
confianza para ellos , pues el teniente coronel Lacrent, que
habia acompañado á Maceo, regresó de Jamaica á los pocos
150
dias , confirmando lo que ya sabíamos , y acabando con las
esperanzas de los rebeldes más obstinados y optimistas.
Después de la marcha de Maceo, varios cabecillas de
Oriente se hablan dirigido á los jefes de brigada más pró-
ximos pidiendo zonas neutrales en que poder reunir su gente
que tenian muy fraccionada para evitar los encuentros con
nuestras columnas y empezar á tratar de su presentación,
y autorizados por el General en jefe tenian ya el 19 de Mayo
campamento neutral Limbano Sánchez, Guillermo Man-
cada (Guillermon), José Maceo, Flor Crombert, Medina,
Soria y algún otro, siendo por otra parte numerosas las
presentaciones de soldados y de familias que desde luego se
venian á nuestros campamentos deseosos de tranquilidad y
sin querer aguardar la capitulación en masa.
De acuerdo con el General en jefe aprovechó el general
Prendergast en las Tunas el embarque de Maceo y sus com-
pañeros para Jamaica dándole esta noticia, la de la presenta-
ción de Agüero en el Centro y la de vuelta á Cuba de gran
número de emigrados , en una carta elocuentemente escrita,
en la que después de pintarle el estado de los restos de la
insurrección, la próxima y probable disolución del Gobierno
y presentación de todos los jefes de Oriente apelaba á sus
sentimientos de amor á su país y á sus soldados para que
no prolongase una lucha inútil que paralizaba el remedio
de los males causados por la guerra, y no colocase á sus su-
bordinados en una situación aún más precaria , si como era
seguro después de la pacificación de Oriente, se veia el Ge-
neral en jefe en la dura precisión de declarar bandoleros y
perseguir como tales á los escasos insurrectos que quedaran
en armas. Contestó á esta carta Vicente García el 16 de
Mayo deplorando los males que la continuación de la guerra
traia consigo , pero insistiendo en su necesidad por conside-
rar inaceptable lo que á los demás se les habla dado , y á
pesar de esto , el 22 , después de saberse en Cuba la llegada
é inútiles gestiones de Maceo en Jamaica, y cuando su ayu-
151
dan te estaba ya de regreso , escribió García á Prendergast
pidiendo una entrevista , origen de otra que tuvo lugar en
26 en Ranchuelo , cesando de hecho desde aquel dia las hos-
tilidades en toda la Isla, pues ya hablan terminado hacía
muchos dias en Oriente y no volvieron afortunadamente á
renovarse.
Al conceder los campamentos neutrales se habia hecho
comprender á todos los jefes que el general Martínez Cam-
pos ni quería ni podía variar en nada los artículos que ha-
bia firmado en el Zanjón y el Gobierno habia aprobado por
completo , y avenidos todos á deponer las armas, el 25 de
Mayo se disolvió el Gobierno insurrecto, presentándose sus
miembros en el mismo dia al General, que se hallaba en el
Cristo. El 26 entregaron las armas en Tacajó las fuerzas que
mandaba el coronel Limbano Sánchez, compuestas de los dos
batallones del regimiento titulado de Holguin , con 369 sol-
dados y unos 300 de familia. El 27 lo hicieron en San Luis
los del regimiento de Santiago, con su jefe Quintín Bandera
y 220 hombres , y el 29 en el Cobre parte de las fuerzas de
Crombet, siendo diarias y numerosas las presentaciones
aisladas, y ocupándose los jefes en reunir sus fuerzas y fa-
milias diseminadas, aguardando la llegada del coronel Martí-
nez Freiré , que al romperse las hostilidades á fines de Marzo
se había corrido hacía Baracoa, y del que no se tenían no-
ticias hacía un mes. El 8 de Junio capitularon en el Cobre
el resto de las fuerzas de Crombet , Higinio Vázquez, José y
Agustín Cebrero, con 17 jefes y oficíales, 160 hombres y
170 de familia, y el 10 habiendo llegado ya Martínez Freiré
lo hicieron en Alto Songo las fuerzas del brigadier Mon-
eada (Guillermon) , compuestas de los regimientos de Cuba
y Cauto con 2 coroneles, 68 jefes y oficiales, 6 prefectos y
subprefectos y hasta unas 1.500 personas, con lo que quedó
el departamento Oriental limpio de insurrectos y la Isla
completamente pacificada , pues ya habían tenido lugar las
presentaciones de Tunas y Holguin.
152
En esta Comandancia general , y á pesar de su salud re-
sentida por trabajos excesivos, habia seguido el general
Prendergast las negociaciones empezadas en la entrevista
que tuvo con Vicente García el 26 , llevándolas á un término
feliz con la deposición de armas hecha en Rompe el 6 de
Junio por 3 brigadieres , 3 coroneles , 1.185 hombres y unaa
500 personas de familia. Vicente García llegó el mismo dia
á Manatí, embarcándose con 26 jefes y oficiales, unos 50
soldados y 25 de familia , á bordo del vapor (hiadalquivir
que los trasladó á San Thómas , desde donde debían mar-
char á Venezuela.
La guerra ha terminado; pero sería este estudio incom-
pleto si no diera á conocer los actores de tan sangrienta
drama y reclamase un recuerdo que no negará la patria
agradecida á aquellos de sus hijos que han sacrificado su
salud ó su vida por alcanzar la paz y conservar la integri-
dad de su patria.
Al generg,l Martínez Campos se debe indudablemente una
paz preparada con sus acertadas medidas militares , su acti-
vidad incansable , su constante energía , su habilidad diplo-
mática y generosa política. Su figura se engrandece en esta
campaña hasta un punto de que no hay ejemplo en nuestra
historia contemporánea. Nadie en nuestra patria , ni fuera
de ella, duda de los talentos militares del afortunado cau-
dillo; la campaña de Cuba le coloca bajo el punto de vista
político á tal altura , que la imaginación no encuentra símil
sin traer á la memoria los gloriosos recuerdos de nuestros
grandes capitanes del siglo xvi. Consecuente, sin embargo,
con el propósito manifestado en el prólogo , dejo á otros, y á
la historia sobre todo, la tarea de juzgarle, y por la misma
razón callo los importantísimos trabajos de D. Joaquín de
Jovellar, su digno compañero en el mando de la Isla; los de
su segundo D. Luis Prendergast como jefe de Estado Mayor
general, tanto más valiosos cuanto más modestamente he-
chos, así como los elogios que merecen la mayoría de los
153
generales, jefes y oficiales que han tomado una parte activa
en una campaña tan oscura como ruda y difícil.
Desde el principio de la guerra ha sido costumbre de mu-
chos de nuestros publicistas aparentar un profundo despre-
cio por los soldados cubanos y tener muy en poco su valor
y condiciones militares. Los que tal han hecho, si obraban
de buena fe, no conocían la insurrección , ó la conocían poco
y mal , pues es muy distinta de la suya la opinión de los
jefes y soldados que han hecho esta campaña. Ganosos al-
gunos de aquellos escritores de halagar las malas pasiones
dominantes y de adquirir una popularidad tan poco mere-
cida como fácilmente ganada, falsearon los hechos y extra-
viaron la opinión, sin reflexionar que no debia valer tan
poco un enemigo que tanto nos costaba vencer , que en las
guerras civiles se baten hermanos contra hermanos, que te-
níamos en nuestras filas muchos soldados, guerrilleros y
voluntarios cubanos que se han batido mucho y bien por la
causa española , mereciendo las alabanzas que ellos mismos
les prodigaban y que se ponían en ridículo con tan distin-
tas apreciaciones sobre soldados de la misma familia.
Los insurrectos tenían innegables y preciosas cualidades
militares; los que han llevado durante diez años una vida
de fatigas enormes, privaciones increíbles, arrostrando
peligros inminentes y diarios, han acreditado sobrada-
mente su resistencia y sobriedad , su constancia y su
valor.
Desterrados de las ciudades desde el principio de la guerra,
secuestrados por diez años de la vida civilizada, privados de
las comodidades y recursos inherentes á la sociedad; el
monte ha sido su patria y su morada , encontrando en sus
maderas, palmas, yaguas y bejucos elementos para cons-
truir sus habitaciones; cuerdas en la majagua; platos, vasos
y otros utensilios en el coco y la güira ; ropas en los algo-
dones y guacacoas; sombreros en el yarey; alimentos en las
frutas, boniatos, yucas y otras raíces; y azúcar, miel, cera.
154
aceites, medicinas y recursos variadísimos para satisfacer
todas sus necesidades.
El monte no ha tenido secretos para ellos , y de dia y de
noche, en medio de bosques monótonos por su espesa fron-
dosidad, se dirigian sin vacilar hacia el punto deseado, con
tanta seguridad como se arrumba el marino en las extensas
soledades del Océano. Han llegado á leer en el monte como
en un libro, dejando muy atrás las ficciones del gran nove-
lista norte-americano, al describirnos la sagaz perspicacia
de los indios seguidores de rastros de las antiguas tribus
que poblaban sus bosques y praderas. Ellos buscarán sin
titubear la caza que perseguís, la planta ó raíz que necesi-
táis , la fruta que ha de saciar vuestra hambre , el sitio en
que seguramente se hallará el agua que ha de apagar vues-
tra sed. La necesidad, el peligro y el hábito han dado á sus
sentidos una maravillosa finura de percepción: la yerba
apenas doblegada, la rama tronchada, la hoja caida, el
canto y vuelo de ciertas aves, la huella medio borrada de los
animales, la disposición de los tizones de una hoguera apa-
gada, el color de la ceniza , el olor del humo , el peculiar de
cada raza humana, y otros mil indicios imperceptibles para
cualquiera otro, observados con una perspicacia inconcebi-
ble y analizados con una sagacidad admirable , son para el
cubano práctico del monte otros tantos datos seguros; pági-
nas en que lee claramente cuanto un testigo ocular pudiera
decirle. Ellos os dirán si hay gente cerca, cuántos han
acampado en un sitio, cuántos han pasado por una senda,
su sexo, su raza, si iban despacio ó deprisa^ cuántos dias ú
horas hace, hacia donde se dirigen ; sin equivocar un falso
rastro con el verdadero, y os darán detalles que sorprenden
en un principio y que se oirían siempre con incredulidad,
si no razonaran el origen de sus aseveraciones, y los hechos
no hubieran justificado una y otra vez sus más inverosími-
les asertos.
En las épocas de operaciones activas, no han tenido por
155
mucho tiempo más comida que alguna fruta ó raíz ó algún
trozo de caña dulce, dando pruebas de una sobriedad que
sólo viéndola puede creerse: hg.n hecho marchas constantes
y asombrosas; casi siempre han estado mal vestidos, sin
abrigo, sin raciones, y sin paga ninguna, sin que su cons-
tancia y desinterés se desmintieran con una vida tan amarga
y peligrosa , y sin ceder su valor hasta que la magnánima
política del general Martínez Campos ha conseguido lo que
nunca pudo la severidad.
Cierto es que la falta de jefes subalternos y la carencia
de instrucción y disciplina los hadan muy inferiores á
nuestros soldados , para batirse en orden y al descubierto,
pero con todas estas desventajas lo han hecho muchas veces
con valor, y en los combates individuales, de guerrillas,
sorpresas y emboscadas, han mostrado una agilidad, un
ánimo, sangre fria y sagacidad tales, que ayudados por su
conocimiento del monte, hacía de cada uno de ellos un jefe,
y de todos, un enemigo terrible por su astucia, audacia y
movilidad, como si con la sangre española hubieran here-
dado las cualidades instintivas de los guerrilleros, que tan
pródigamente ha producido nuestra patria desde Viriato á
Mina , y los innumerables que en nuestras últimas guerras
civiles se han distinguido.
Los voluntarios de Cuba han prestado considerables ser-
vicios á la causa nacional. Comerciantes, artesanos y jorna-
leros que en su mayor parte vivían de su trabajo personal,
han permanecido diez años sobre las armas, sacrificando
sus intereses particulares ante el peligro de su patria.
Los de las ciudades han cubierto todos los servicios de
las guardias y fuertes de las plazas, permitiendo que, fiado
el Gobierno en su nunca desmentido patriotismo , pudiera
emplear en las operaciones activas de campaña gran número
de soldados de las guarniciones cuyos servicios tomaron á
su cargo.
Momento ha habido en que malos cubanos, pagando con
156
negra ingratitud los esfuerzos y beneficios de un Gobierno
que sólo ansiaba la felicidad de la Isla, emplearon las liber-
tades generosamente concedidas, para insultar con ridiculas
caricaturas y difamar con las publicaciones de una prensa
desencadenada, á las autoridades, al Gobierno y á la nación
que tan magnánimos se mostraban : momento ha habido en
que algún español estúpido ó mal intencionado, ganoso de
popularidad de mala especie , ó incitado quizás por móviles
más torpemente interesados, procuraron sacar partido de
hechos poco importantes en si mismos para conseguir su
miserable objeto. Alarmada la opinión pública en uno y
otro caso, excitados los ánimos hasta la exaltación y explo-
tada quizás la buena fe y el amor patrio irreflexivo de los
voluntarios, por gentes aviesas y malintencionadas, intere-
sadas en deshonrar la causa española , llegó aquel Cuerpo á
perturbar el orden que debiera mantener, poniendo en peli-
gro la causa misma que creia salvar con su conducta des-
ordenada. Pero extravíos tan momentáneos han sido com-
pensados con creces, por la influencia verdaderamente sal-
vadora que tuvo su actitud desde el primer momento de su
creación , y por toda clase de constantes sacrificios hechos
en el desempeño de servicios tan importantes como prolon-
gados.
Meritoria en grado sumo ha sido la conducta de los volun-
tarios de los pueblos enclavados en el territorio de la guerra.
Dependientes de su trabajo personal aun más que los de las
ciudades, cortos en número, y blanco seguro de los odios
del enemigo, tanto por sus conocimientos prácticos de las
localidades respectivas, como por ser muchos de ellos cuba-
nos de nacimiento; han prestado continua y desinteresada-
mente servicios penosos en la guarnición de los fortines de
defensa de los poblados y zonas de cultivo, batiéndose con
frecuencia, no sólo para defender sus casas y sembrados,
sino acompañando á nuestras tropas en muchas expediciones
ó supliéndolas en las conducciones de convoyes, correos y
pvST .¡f73 s^ i"".. ■ '-'^^
157
otros servicios, según mencioné al hablar de los de las ju-
risdicciones de las Tunas y Holguin , no haciendo ahora el
elogio de los de ningún pueblo en particular, porque para
ser justo tendría que citar los de casi todos los poblados de
la Isla.
A nuestro lado han combatido también gran número de
hijos de Cuba, organizados en compañías de bomberos,
guerrillas locales y batallones de las mismas, demostrando
gran valor y constancia unidas á la sagacidad del enemigo,
y dando pruebas de una fidelidad á la causa española rara
vez desmentida. Ellos se han batido sin cesar, ya solos,
ya acompañando á nuestras columnas^ á las que han pres-
tado una cooperación inestimable, haciendo continua-
mente útilísimos servicios de exploración y reconoci-
mientos.
Cubanos eran también los soldados de esas valientes es-
cuadras de Guantanamo , cuyo nombre está asociado al de
nuestros más brillantes batallones, en cuantos hechos de
armas ha habido en los ásperos montes de aquella jurisdic-
ción, y cubanos también los jefes que las dirigian de padres
á hijos, trasmitiéndose con un valor indomable y una inte-
ligencia superior de esta guerra, un amor nunca desmentido
hacia nuestra España.
Muchos han sido también los negros y mulatos que han
militado en nuestras filas, ya como soldados voluntarios,
ya como guerrilleros, ya en los batallones de milicias de
color, de libertos ó de obreros. Su constancia, sobriedad y
valor han sido admirables. La Isla entera está cubierta de
sus obras militares, trochas, torres, reductos, barracones,
hospitales, almacenes, puentes, caminos y líneas telegráfi-
cas. Nuestro modesto é inteligente Cuerpo de ingenieros
militares ha encontrado un excelente auxiliar en estos sol-
dados, que bajo sus órdenes se han batido á menudo al par
que continuaban sus trabajos. Digna de mención entre sus
muchas y sólidas cualidades es su fidelidad á nuestra causa,
158
siendo rarísimos los casos de deserción que entre ellos se
cuentan.
Hijos de Cuba eran, por último, esos innumerables guías
(prácticos) de nuestras columnas, conocedores profundos del
terreno, del monte, de sus recursos y de los que el enemigo
podia necesitar y encontrar, sin cuya inteligente coopera-
ción hubieran sido muchas de nuestras operaciones difíci-
les de llevar á cabo y de escasos resultados.
La marina se ha hecho en alto grado acreedora al agra-
decimiento de la patria. El Jefe del Apostadero ha procurado
atender á necesidades apremiantes con escasísimos recur-
sos y un material casi inútil. El Comandante de la división
naval de operaciones, inspirando su actividad y buenos de-
seos á los jefes y oficiales á sus órdenes, y admirablemente
secundado por ellos, ha prestado incansablemente preciosos
servicios á costa de trabajos penosos y poco brillantes por
su índole y la de la campaña, sacando un partido increíble
de un material antiguo y ruinoso en su mayor parte . Los
trasportes y barcos medianos (pequeños en cualquiera otra
marina) han multiplicado sus viajes de trasporte de tropa
y conducción de víveres, y sus cruceros para vigilar la
costa, supliendo la actividad de los oficiales y los trabajos
incesantes de las tripulaciones, las deficiencias délos viejos
buques, y arrostrando con inteligente valor los peligros á que
las condiciones de éstos, la naturaleza de las costas y las
exigencias de la campaña les exponía. Los barcos pequeños,
cañoneros y lanchas y hasta botes, han hecho frecuente-
mente comisiones propias de barcos de más porte y empuje,
y diariamente trasportes de víveres, tropas y enfermos, y
racionamientos de fuertes y torres aisladas sobre la costa ó
en los laberintos de canalizos que forman los manglares ,
metiéndose por do quier en canales desconocidos y malsa-
nos, entre peligrosos arrecifes, ó aguantándose en malos
tiempos sobre costas abiertas para prestar con sus embar-
caciones menores algún servicio urgente á las tropas. Las
159
guarniciones de las torres y los soldados de los campamen-
tos de las costas les deben inapreciables servicios, y así lo
comprendían, saludando con alegre agradecimiento las pe-
riódicas apariciones de estos pequeños buques.
Uníase á los mencionados servicios, la vigilancia de una
costa baja y sucia, pantanosa y cubierta de una vigorosa
vegetación, cruzada por una red de esteros y estrechos ca-
nales, coronada de arrecifes traidores y bordada de nume-
rosos islotes (cayos) , entre los que podia deslizarse fácil-
mente alguna pequeña embarcación. Sin embargo de tan-
tas y tantas dificultades aglomeradas contra ella , á fuerza
de constante vigilancia, de estacionar botes en las pasas y
puntos menos accesibles, y de un trabajo tanto más pe-
noso cuanto que la escasez de personal no permitía asignar
más de un oficial á cada uno de esos cañoneros, la marina
ha conseguido cortar casi por completo las comunicacio-
nes directas del enemigo con el exterior , y con frecuencia
ha causado graves daños á la insurrección haciendo atrevi-
dos desembarcos para destruir las numerosas fábricas de
sal que en la costa habían establecido, ó las embarcaciones
que construían.
Si los trabajos hechos acreditan una celosa actividad , la
utilización del material de que han dispuesto acredita so-
bradamente su inteligencia, siendo admirable que en esta
campaña, con tanto buque pequeño, viejo y de malas con-
diciones, en movimiento incesante por sitios poco conoci-
dos ó absolutamente inexplorados, no haya habido que la-
mentar la pérdida de ninguno de ellos. La marina puede
estar satisfecha de un comportamiento que ha excedido en
mucho las esperanzas que en su cooperación se tenían, ha-
biéndose adquirido el sincero aprecio de sus compañeros de
armas del ejército.
También ha prestado servicios importantes de trasporte
la marina mercante, y el ejército de la Isla recordará siem-
pre agradecido el nombre de alguno de los capitanes de la
160
línea del Norte, Gana, Ron y algún otro , y muy especial-
mente el de los vapores del Sur, Callejo, Muniategui, Ar-
taza, Lavin y Crespo , cuyos nombres consigno como re-
cuerdo de su humana conducta para los enfermos y heri-
dos, y el esmero y atenciones para todos los individuos del
ejército.
jEl soldado! ¡pobre pluma la mia, y nunca más de veras
he lamentado mi insuficiencia para pintar sus miserias y
privaciones, sus fatigosos servicios, su animosa resignación,
su valor indomable y generoso!
Cuba libre , que en sus espesos, ásperos y enmarañados
montes ofrecia abrigo y recursos á los naturales , era para
nuestro soldado un desierto inmenso é insalubre en que nin-
guna necesidad podia satisfacer. El máximum de calor y de
humedad que desarrolla en los umbríos bosques de la Isla,
esas manifestaciones de una vida vegetal, exuberante, que
excede á cuanto la imaginación más brillante puede idear,
desarrolla al mismo tiempo y como fatal compensación esa
atmósfera deletérea que pone en inmhiente y continuo pe-
ligro la vida de nuestras tropas .
La especial índole de esta campaña obligaba á nuestras
columnas á una movilidad continua; las operaciones se ha-
dan frecuentemente siguiendo los rastros del enemigo fuera
de caminos, por montes ásperos ó abriéndose paso á ma-
chete á través de enmarañadas espesuras, sin posibilidad de
llevar acémilas ni tiendas, abrigos, ni impedimenta de nin-
gún género. Cada cual debia llevar consigo lo que necesi-
taba, además de su armamento, municiones y víveres para
cinco ó seis dias. Nuestro sistema de no dar reposo al ene-
migo traia consigo manchas incesantes bajo un sol abrasa-
dor, calados casi diariamente por lluvias torrenciales,
siempre por malos caminos ó á campo traviesa, por
terrenos blandos y pegajosos en que á cada paso se hun-
día el soldado hasta media pierna, y en los que á las
pocas horas de marcha eran contados los que no hablan
161
•dejado sus zapatos enterrados en los pantanosos barri-
zales.
¡Cuántas y cuántas veces tras una jornada penosísima
«e han visto en la precisión de acampar en terrenos engua-
charnados por las lluvias ! ¡ Cuántas han descansado sus
cuerpos rendidos sobre yerbas húmedas ó sobre el barro, y
el agua y la humedad les han impedido hacer lumbre para
hacer su comida, secar sus ropas ó ahuyentar las innume-
rables legiones de mosquitos de todas clases , que sedientos
de sangre convertían la noche en un martirio aún más in-
tolerante que la marcha más fatigosa!
Como ciertos servicios no se organizan de repente, y las
improvisaciones son siempre defectuosas, á pesar de los
cuidadosos desvelos del General en jefe y de la vigilancia
de todos sus subordinados, han sufrido todos, soldados y
oficiales, miserias y privaciones de todo género, han cono-
cido el martirio del hambre alguna vez, y más á menudo,
el todavía más cruel de la sed. Ellos se han batido siempre
-con arrojo decidido; han recibido con sangre fria las sor-
presas y emboscadas del enemigo; han pasado largos meses
de monótono aislamiento encerrados en torres y fortines
lejos de los ceñiros y continuamente acechados por gentes
astutas y pacientes que aprovechaban sus menores descui-
dos; se han identificado con los hijos del país, asimilándose
jsus buenas cualidades sin perder las propias; ellos han con-
tribuido á toda clase de construcciones militares desde el
i^ampamento al fortín, desde la barraca al hospital; no han
visto las poblaciones sino para ir á ocupar un lecho en el
hospital, y recibían sus pagas con años de retraso; raro es
el que no ha visto su salud minada ^or fiebres pertinaces ó
úlceras rebeldes; sus filas han sido aclaradas en proporcio-
nes horribles por las balas enemigas y por enfermedades
•crueles; y en medio de tanta fatiga, privación , sufrimiento
y peligro, no se ha oído un murmullo de descontento,
iii su ánimo ha decaído, ni se ha entibiado su valor y entu-
11
162
siasmo, ni han perdido la resignación alegre que les carac-
terizaba. Jamás han contado su número para buscar al ene-
migo, ni se han arredrado ante sus posiciones, y sus caras
anémicas y desencajadas por la enfermedad se animaban á
la idea del combate, desarrollando cualidades tales de buen
humor, sobriedad, constancia y valor, que harian de ellos,
con poca instrucción, el primer soldado del mundo.
Lo digo con orgullo nacional, pero sin que la pasión me
ciegue: cuando reflexiono sobre las dificultades que la falta
de organización y atraso de nuestro ejército y servicios
militares, las miserias de nuestro Erario, y las que las
especiales condiciones del terreno, del clima y del enemigo,
han aglomerado como á porfía contra nuestras tropas , no
temo asegurar que los primeros ejércitos de Europa, con
sus trenes, parques, ambulancias y todos los recursos que
una nación rica y una organización militar adelantada
pueden dar al soldado , hubieran hecho en igualdad de
número muchísimo menos , con mayores pérdidas , y sin
mostrar las grandes virtudes militares que nuestro ejército
ha patentizado ; y que el de cualquiera otra nación , por muy
instruido que sea , colocado en las condiciones en que nues-
tro ejército ha hecho la campaña, hubiera tenido una serie
de terribles fracasos , donde nosotros hemos obtenido tan
felices resultados.
No menos que su valor y constancia, es de admirar la
humanitaria conducta y generoso ánimo de nuestras tro-
pas. Ni las fatigas, ni los sufrimientos, ni las ingratitudes,,
ni aun las crueldades que el enemigo ha cometido con varios
prisioneros, han bastado para generalizar un deseo de ven-
ganza , y si los presentados y prisioneros han encontrada
jefes y autoridades que los recibían paternalmente , también
han hallado , desde el primer momento , un amigo compa-
sivo en cada soldado, que no sólo les ayudaba en todos sus
trabajos de instalación y cultivo , sino que á pesar de su&
propias escaseces , nunca se ha encontrado bastante pobre.
1G3
para dejar de partir con el enemigo vencido sus víveres y
escasas ropas y recursos.
Ellos y la conducta política del General en jefe , han cer-
rado esa llaga que durante diez años ha destrozado á Cuba
y desangrado á España ; y si el primer deber de todo ciu-
dadano es el de servir á su patria, nuestros soldados pue-
den regresar á sus hogares con la íntima satisfacción de
haber cumplido sus deberes como los mejores españoles.
Sus conciudadanos pueden saludarlos con cariñoso res-
peto, porque bajo su tosca y modesta apariencia, hay en
cada soldado que ha hecho la campaña de Cuba un héroe
de valor, resignación y generosidad; un mártir de su
patria; un verdadero español.
Termina aquí la reseña histórica de esta campaña; pero
aún falta algo que haga este estudio menos incompleto y
más provechoso. Numerosas publicaciones, anteriores las
unas, y dadas á luz las otras mientras redactaba yo estos
apuntes, se ocupan del examen histórico-filosófico de las
causas que originaron tan sangrienta insurrección, del de
los medios de evitar su reproducción y del de los de devol-
ver á esta rica Antilla su antigua prosperidad, desarrollando
su riqueza y vida pública bajo sólidas bases. No añadiré
yo á tantas otras una narración harto conocida de todos
los que saben algo de nuestra historia colonial, ni á tantos
planes uno nuevo para la reorganización político-adminis-
trativa de Cuba, pero séame lícito hacer algunas conside-
raciones que de este estudio se deducen , y que son impor-
tantes cualquiera que sea el plan que el Gobierno se pro-
ponga seguir.
Prescindiendo de las causas que originaron este conflicto,
son varias y gravísimas las faltas de nuestros Gobiernos que
contribuyeron de consuno al rápido incremento material
que desde su principio tomó la insurrección, y á la exce-
siva duración del mal; pero de ellas son á mi juicio las
principales:
164
Primera: el apático abandono délos Gobiernos anteriores,
pues como dije al principio , la situación prevista y anun-
ciada por todo el mundo, cogió á nuestras autoridades, no
de sorpresa, pero sí completamente desprevenidas, sin
armas y sin soldados.
Segunda: la lentitud y parsimonia con que se han enviado
los refuerzos á la Isla , como si no se tratara de sofocar la
rebelión y aniquilar al enemigo , sino de mantenerle en
jaque, cubriendo con nuevas víctimas los vacíos que las
ya sacrificadas, causaban en nuestras ñlas. No es perti-
nente, en este lugar, el examen de las causas, poderosas
muchas de ellas, que han forzado á nuestros Gobiernos «1
obrar de un modo tan inconveniente para terminar la
guerra; pero es de innegable evidencia, que un poderoso
esfuerzo para enviar de una sola vez sesenta mil hombres,
al principiar la rebelión , hubiera cortado el mal de raíz,
antes que el enemigo se hubiera aguerrido con nuestras
lecciones y á nuestra costa, mucho más económica y polí-
ticamente , que con esa sangría prolongada por diez años
consecutivos. La nación se hubiera ahorrado más de cien
mil de sus hijos muertos ó inutilizados, y otros tantos
millones de duros ; los campos de Cuba no estarían com-
pletamente asolados y destruidas sus riquezas, sin calcular
los gravísimos males morales que la rebelión ha producido.
Por último: la falta de conocimientos topográficos de una
Isla que hace cuatro siglos que poseemos , la escasez de
medios de comunicación y de trasporte, y sobre todo, la
carencia de caminos, han sido causas de incalculables pér-
didas de hombres, dinero y tiempo, y uno de los más graves
obstáculos con que todos los generales han tenido que luchar
en esta campaña. La nación ha pagado cara y sangrien-
tamente la incuria de sus gobernantes. Con alguna previ-
sión se podía haber aprovechado la buena voluntad y riqueza
del país, y la Isla hubiera estado el 68 cruzada en todos
sentidos por los ferro-carriles; el desarrollo de las rentas
165
públicas hubiera compensado con creces las subvenciones
de construcción, pequeñas en un país en que los terrenos
que no hubieran sido baldíos ó de realengo , hubieran sido
regalados por sus propietarios, lo mismo que todas las
maderas necesarias para hacer las obras. Los gastos origi-
nados por la falta de vías férreas durante la campaña
exceden en mucho á las más crecidas subvenciones, y es
por otra parte probable, que, á haber contado con una buena
red de comunicaciones, la insurrección no hubiera estallado,
ó cuando menos, hubiera sido de escasa importancia. Apo-
yan nuestro juicio la suerte de los distritos más ricos y
poblados del departamento Occidental, que apenas han
conocido los males de la guerra.
No es esta ocasión de decidir si es preferible un ferro-
carril central, que, dividiendo la Isla en sentido longitu-
dinal, una la Habana con Santiago de Cuba, partiendo de
Villa-Clara, donde ahora llega, y pasando por Spíritus,
Ciego de Ávila, Puerto-Príncipe , Guaimaro, Tunas, Baya-
mo, Jiguani y San Luis, poblaciones que nada tienen que
cambiar entre sí, y que por consiguiente, harian de esta
línea una vía completamente militar de 2U0 leguas casi irre-
productivas; ó bien, si es más conveniente la construcción
relativamente fácil y rápida, y seguramente reproductiva,
de líneas pequeñas que unieran Puerto-Príncipe con Santa
Cruz del Sur ; Las Tunas con Maniabou y Puerto-iPadre;
Holguin con Jibara; Bayamo con Manzanillo, y Mayari y
Sagua con San Luis y Cuba. Estas últimas llenarían en mi
juicio el objeto militar, ofreciendo las ventajas de facilidad
de ejecución y economía en los trasportes, y hechas y ad-
ministradas con economía , la de sostenerse por sí mismas
desde el principio, y contribuir eficaz y poderosamente al
desarrollo de la riqueza de la Isla; pero cualquiera que sea la
decisión de las personas competentes, debo llevarse á cabo sin
levantar mano hasta haber terminado tan importantes obras.
Elemento poderoso de fuerza material para la insurrec-
166
cion han sido algunos millares de negros esclavos que desde
un principio se lanzaron al campo, bastante de ellos si-
guiendo á sus antiguos amos que nunca creyeron en la du-
ración de la lucha, y elemento temible para cualquier agi-
tador que quiera producir una terrible conflagración son
los 160.000 esclavos que aún trabajan en los campos de
Cuba. No olviden nuestros gobernantes que si la paz tal
cual se ha hecho ofrece más garantías que si todos los jefes
rebeldes hubieran depuesto sus armas en 28 de Febrero, por
la división en que han quedado elementos revolucionarios
que de otro modo no hubieran perdido su cohesión, los
odios políticos no son eternos, y que si en la Península se
han entendido el 68 los vencidos y vencedores del 66 , es aún
más fácil que se unan en Cuba camagüeyanos y orientales
que después de todo han obrado del mismo modo con dife-
rencia de dias , y sin que ningún arroyo de sangre los se-
pare. La fiebre de las revoluciones y luchas civiles deja á
los partidarios desengañados y debilitados, pero muchos de
ellos despechados y convulsos y con fuerza sobrada para
destruir, si bien desprovistos de la constancia y vitalidad
necesarias para hacer el bien.
No insisto más sobre cuestión tan trascendental , porque
la ley Moret, que tantas veces he mencionado, promete
plantear la de emancipación tan luego como los diputados
cubanos lleguen á las Corles, y esto va por fin á suceder, y
además porque creo que el nuevo Capitán general de la Isla
tiene una convicción profunda de que no hay tranquilidad
posible ni duradera en Cuba mientras no desaparezca esa
llaga social que predispone á un verdadero ejército de escla-
vos y contratados asiáticos, hombres sobrios, ágiles y robus-
tos, á escuchar las promesas de libertad hechas por cual-
quier perturbador.
La agricultura y aun la industria cubana se resienten de
la escasez de brazos, y seguramente se agitan ya varios pro-
yectos para su importación.
167
Los colonos negros serian excelentes , pero su emancipa-
ción aún no terminada en la Isla, su ignorancia para con-
tratar por sí ó por medio de sus representantes , la abundan-
•cia de tierras fértiles en sus propios países, y sobre todo los
recelos que inspiraría á todas las naciones civilizadas cual-
quiera inmigración que se juzgaría como continuación de
la trata y de la esclavitud, hacen imposible la realización de
este proyecto, y razones análogas explican los insuperables
obstáculos con que tropezaría la importación de coolies in-
dios que son por otra parte más débiles y flojos que los ne-
bros para nuestros trabajos.
Los emigrantes europeos, hijos en su mayoría de las na-
ciones del Norte, encuentran en los Estados-Unidos, Aus-
tralia y América del Sur, con tierras abundantes y fértiles,
un clima y una agricultura más conformes con sus hábitos
y naturaleza que lo que en Cuba puede ofrecérseles.
Los yucatecos y canarios tienen mejores condiciones que
ningún otro, y de esos países tan similares á Cuba por su
•clima y producciones debería procurarse una inmigración
beneficiosa ; pero los unos son muy escasos y los otros tie-
nen al lado el extenso y fértil continente africano, que el
Gobierno español debe tener siempre presente , y todos ellos
son insuficientes para satisfacer las necesidades de la indus-
tria agrícola de esta Isla.
Finalmente, el único país que sobrado de habitantes puede
dar inmigración suficiente con alivio de su propia miseria
es la China. Sé que últimamente se ha levantado una cru-
zada contra los chinos en los Estados-Unidos , y especial-
mente en California; pero aun cuando algunas acusaciones,
como las de inmoralidad en su conducta privada y aban-
dono de sus personas que se les hacen sean fundadas , son
debidas en parte á las leyes y costumbres norte-americanas
y tienen fácil remedio; y otras, como la de que monopoli-
zan las pequeñas industrias y agriculturas , son hijas de su
sobriedad, economía y aplicación , cualidades que no serian
168
seguramente por ahora un mal en la isla de Cuba. He vibto
los chinos en su propio país , en Cuba , en la India y en
Filipinas, donde son excelentes horticultores, y si no son
unos jornaleros modelos donde están ligados por contratos
leoninos , son en cambio más civilizados é inteligentes que
los indios y los negros ; donde tienen libertad trabajan mu-
cho y bien como colonos independientes ó socios interesa-
dos , y tengo la convicción de que no trayendo como hasta
ahora se ha hecho la hez de las cercanías de Macas y de
Cantón, sino verdaderos labradores pobres que por desgracia
sobran allí, y tratados con alguna generosidad y con justicia
sobre todo , resolverían el problema de la falta de brazos con
grandes ventajas para los hacendados cubanos que sepan y
quieran interesarlos en sus explotaciones. En cuanto al Go-
bierno, en Cuba como en Filipinas, encontrarla en los chi-
nos, ya como pequeños labradores, ya como industriales,,
los subditos más tranquilos y los mejores pagadores de toda
clase de impuestos y contribuciones, siempre que se les ga-
rantice su libertad de iniciativa dentro de las leyes comunes.
Otras causas orgánicas han contribuido á dar una exage-
rada robustez á la insurrección ; pero seguramente son las
citadas las más importantes , y todas ellas tendrían remedio
fácilmente si el Gobierno atiende á lo que de ellas se deduce.
Vivir con previsión , obrar con rapidez y potentemente faci-.
litar las comunicaciones y resolver el problema de la escla-
vitud conforme lo exigen la humanidad y la conveniencia
de nuestra España.
Aunque más complejas, no son tampoco difíciles de se-
ñalar las causas morales que originaron y sostuvieron la
guerra , si bien sea obra de lenta paciencia borrar las pre-
venciones y aun los odios que han hecho nacer en los espí-
ritus de muchos hijos del país.
Las amarguras y ruinas ocasionadas por la lucha han
destruido poco á poco las quiméricas esperanzas de la ma»
yoría de los cubanos , pero no han desarraigado los sen-
Í69
timientos de hostilidad hacia nuestros Gobiernos profunda-
mente implantados en sus corazones, y la tranquilidad será
efímera en Cuba y no habrá verdadera armonía entre la
Isla y la Península, mientras que el convencimiento hoy ge-
neral de su impotencia para vivir independientes y de que
bajo ninguna otra forma hallarán más ventajas que en su
unión á España, no se añada el de la igualdad de sus dere-r
chos político-administrativos que ahora acaban de concedér-
seles con el de los demás españoles , y sobre todo mientras
no exista entre unos y otros una comunidad de intereses
materiales fácil de desarrollar con recíproca utilidad y ven-
tajas para la nación.
Por triste experiencia saben los cubanos, como sabemos
todos los españoles, que la influencia de las instituciones
políticas es lenta y no de una influencia tan decisiva como
fuera de desear para curar males morales. Las virtudes y la
corrupción no son patrimonio exclusivo de ningún sistema
de gobierno, y aunque alguno favorezca más el desarrollo
de las unas y la destrucción de la otra, virtudes y corrup-
ción hubo , hay y habrá con cualquiera forma , y con cual-
quiera se puede y se debe aumentar las unas y disminuir
la otra.
No hay para la causa española en Cuba masque una ban^
dera, sólo ella puede cicatrizar dolorosas llagas, llevar la
paz á los corazones, la tranquilidad á la mente y la con-
fianza á todos los nacionales y extranjeros que, ansiosos de
paz , no pueden recordar el pasado sin abrigar dudas y fo-
mentar timideces que perjudican al porvenir. Seguro estoy
de que aparte de las cuestiones de forma y de detalle, la
parte política de los centenares de planes y proyectos pre-
sentados para la pacificación y reorganización de la Isla,
pueden sintetizarse en la bandera que proclamo como única
salvadora y compatible , como digo en el párrafo anterior,
con cualquier sistema, moralidad y justicia.
Nuestros Gobiernos, en general, han mostrado tanta
170
tibieza para buscar el bien, tan poca energía para desar-
raigar el mal, que su apatía ha cundido de la cabeza hasta
las más ínfimas esferas de la acción gubernamental, y ex-
plica sin justificarla la indolente tranquilidad con que ge-
neralmente se ven ó saben , los abusos , desmanes y mal-
versaciones más escandalosos. Satisfecha la mayoría con no
ser víctima de ciertos atropellos , ó no participar del fruto
de ciertas rapiñas, llega á extremo tal la falta de fe moral y
la relajación de sus más primordiales preceptos , que se oye
con frecuencia calificar de generosidad y bondad de corazón
el no impedir, el no denunciar y aun el dejar impunes es-
candalosos abusos, que podían evitarse los unos , ó que cas-
tigados los otros con justicia, servirían al menos para im-
pedir que su repetición convierta el abuso en costumbre, y
que se disfracen con nombre de virtudes nuestra indolente
complacencia y nuestra punible debilidad.
Este es un mal general en nuestra patria ; los lazos mo-
rales se han aflojado; los apetitos materiales han crecido en
proporción, y son débiles barreras para oponerse á aquellos
males, la instabilidad, falta de antecedentes, é ignorancia
de su cometido, de muchos de los empleados que á las co-
lonias se mandan , sin dar ninguna garantía de su capaci-
dad, y sin que la reciban ellos de la duración de sus des-
tinos. ¿Qué se puede esperar de empleados que empiezan á
servir al Gobierno en su edad madura , admitiendo un des-
tino que saben que durará tanto ó menos que la influencia
del padrino que se lo ha buscado, ó que el ministro que
firmó su credencial , para emprender un viaje de mil leguas
y servir en un país desconocido , en el que expone su vida,
y en el que una cesantía anticipada le dejaría en la miseria?
Ha variado tan fácil y rápidamente el personal de em-
pleados , y se han tenido las condiciones de los agraciados
tan poco en cuenta, que se ha dado el caso de presentarse
en un mismo día dos personas nombradas para desempeñar
el mismo cargo, uno de los cuales había hecho un viaje
171
largo y penoso y expuesto su vida , para volver á su costa á
la Península, sin más resultado que el de conocer á su su-
cesor. ¿Qué moralidad se puede exigir al dichoso poseedor
de la credencial de fecha más moderna? ¿No vivirá siempre
bajo el pensamiento desmoralizador de que el próximo correo
le traerá un relevo que le coloque en la angustiosa situa-
ción en que él colocó á su antecesor ? También se ha dado
el caso de ser el empleado tan absolutamente inepto para
ocupar, ya que no para desempeñar su destino, que la auto-
ridad no se ha atrevido á darle posesión de él; pero si ejem-
plos de ignorancia tan crasa son raros , lo son más aún los
de oposición á la voluntad de los ministros , y éstos debieran
cuidar de no poner á sus subordinados en semejantes con-
flictos.
Con razón sobrada dice un amigo mió: «No me ocupo de
política, pero conozco los cambios de gabinete , y hasta me
figuro los nombres de los ministros entrantes y salientes,
examinando los más repetidos en las listas de empleados
que vienen en los vapores correos , y las de los cesantes que
regresan á la Península; y añade: Cuando veo que un
español empieza á distinguirse como literato ú orador, me
digo que nunca le conoceré , porque ni ellos vienen por acá
ni yo puedo ir por allá; pero abrigo la seguridad de co-
nocer pronto á sus hermanos y primos , tios y sobrinos , y
nunca he dejado de satisfacer mi curiosidad , si bien confir-
mando más y más mi idea de que si todos los que pertene-
cen á ciertas familias pueden ocupar toda clase de buenos
■destinos, son raros los que tienen aptitud para desempe-
ñarlos, y la corte de España monopoliza los mejores; y que
la naturaleza, avara de sus dones, no desarrolla un fruto con
lozanía, sin que se resientan la mayor parte de los que del
mismo tronco reciben vida. »
No se me oculta que se tachará lo dicho de trivial; todo
•ello se ha repetido hasta la saciedad , nadie lo ignora ; pero
él mal no se ha remediado, y es uno de los cánceres más
172
graves, que no sólo perjudica á nuestras antiguas colonias^
sino que debilita la unión que entre ellas y la metrópoli
debe existir. Sin que se vean los esfuerzos del Gobierna
para su extirpación , no debe esperarse que mejore en ellas,
el espíritu público.
Si la falta de moralidad en la Administración es de con-
secuencias funestísimas, aún son más fatales las que la
falta de justicia trae consigo, porque su influjo abarca má&
ancho campo, y se hace sentir en los rincones más apar-
tados de los centros de Gobierno, pudiendo decirse que allí
donde la equidad no existe , la arbitrariedad se entroniza y
la justicia se esconde , no hay paz asegurada ¿i tranquilidad
posible.
De justicia es que los cubanos sean en lo sucesivo espa-
ñoles de hecho, como lo son por su nombre é historia, y
que sus derechos y deberes se igualen todo lo posible con
los del resto de los españoles. Esto se ha empezado á hacer ^
y en lo sucesivo podrá haber entre ellos diferentes aspira-
dones, y tener cada cual su ideal político; podrán apoyar
ó censurar un Gobierno, hijo al fin , en cierto modo, de
nuestra manera de ser, y en cuya constitución habrán to-
mado parte; pero cuando sus diputados hayan tomada
asiento en Cortes y hayan ejercido su natural y poderosa
influencia en la confección de las leyes, no podrán acusar
con justicia al resto de las provincias españolas, de tratar
de oprimir y explotar á las insulares, en pro de los inte-
reses peninsulares, como hoy lo hacen, acusándonos de
imponerles con los exagerados derechos proteccionistas , los
productos de nuestra agricultura é industria , vinos , tejidos ^
harinas, etc. , que podrían adquirir mejores y más baratos
en el extranjero, cerrando nuestros mercados á sus tabacos,
aguardientes y azúcares , que podrían reanimar el comercia
entre ambas provincias, uniéndolas con lazos fuertísimos.
Tiempo es ya efectivamente, y es sobre todo justo, que el
patriotismo estrecho, rancio y mal entendido, que no ve
I
173
más que los intereses materiales de algunas provincias pe-
ninsulares, ceda el paso á principios más justos y morales,
y de que desaparezca para siempre toda idea de exclusivista
supremacía. Que los intereses cubanos é insulares, estrecha-
mente unidos por un espíritu equitativo de justa recipro-
-cidad , sean intereses de todos los españoles , y no habrá lazo
de unión entre unos y otros, ni más sólido, ni más du-
radero.
El egoísmo, como sistema de Gobierno, es fatalmente
mortal para los que lo practican. No olviden nuestros Go-
biernos, no olvidemos los españoles todos, la ruda ense-
ñanza que nuestra historia colonial entraña.
La arbitrariedad inmoral engendra odios implacables, y
«stas sangrientas revoluciones que quizás se dominen al-
guna vez por la fuerza, pero que sólo se aplacan con la
Justicia.
FIN.
Índice.
PágB.
Prólogo 7
I. — Ojeada rktrospkctiva.-— Principio de la insurrección. —
Separación de bandos. — Nuestra imprevisión. — Causas
que han prolongado la guerra. — Concentración de fuer-
zas y habitantes. -^Sistemas de oposiciones. — La res-
tauración.— Fin de la guerra carlista. — Renuncia del
general Jovellar. — Nombramiento del general Martínez
Campos. — Su aceptación y embarque 44
n.— Dbscrifoion de la isla. — Estado de la insurrección. —
Descripción general. — Oriente. — Centro. — La Trocha.—
Occideute. — Estado de la isla en Noviembre de 4876. —
Organización civil de los insurrectos. — Organización
militar. — Su espíritu y esperanzas al empezar la cam-
paña 22
III. — Campaña DE las villas. — Orden general del ejército. —
El general Prendergast. — Plan militar y distribución de
fuerzas. — Creación de zonas y centros de operaciones. —
Columnas ofensivas. — Humanización de la guerra. —
Ideas y esfuerzos del General. — Conducta de las tropas. —
Instrucciones del General á los jefes de columna. — Su
inspección. — Subdivisión del enemigo y de nuestras
columnas. — Resultados obtenidos en Marzo. — Deseos
del General. — Sus esfuerzos y medidas políticas 35
IV. — Generalización de la campaSTa activa. — Razones para
avanzar y generalizar la campaña. — Preparativos. — Or-
den general del ejército. — Avance y establecimiento de
las fuerzas. — Estado del Centro. — Operaciones. — Re-
construcción. — Holguin y Tunas. — Bayamo. — Pri-
meros tratos de los jefes insurrectos. — Cuba. — Las
Villas 63
176
V. — AP£Lanto8 MATfiBiALBS Y M0BALB8. — laspecciou y tra-
bajos del Geueral en jefe. -^Medidas reconstr ac toras. «-
Medidas políticas. — Cambios del espíritu público. —Es-
píritu del ejército. — Ideas de paz. — Mister Pope.— Des-
engaño de los insurrectos en la estación lluviosa. —
Captura del presidente Estrada. — Muerte del presidente
de la Cámara. — Elección de Vicente García. —^Estado
de la insurrección. — Nuestro estado 77
VI. — Las neoogiaciones. — Comisión de Esteban Estrada. —
Concesión de una zona neutral. — Razones para hacerlo
así. — Viaje á la Habana y á las Villas.— Primeras confe-
rencias. — Tratos en distintos puntos.— Restricción de la
zona neutral. — Edyío de las bases á los insurrectos.—
Conferencia del Chorrillo. — Decisión de los insurrectos. —
Las bases modificadas y petición de suspensión de hosti-
lidades. — Dudas del General. — Razones para suspender
las hostilidades. — Suspensión de operaciones. — Análisis
de las bases. — Felicitaciones y dudas. — Presentaciones. 99
VII.— La paz en cuba. — Marcha del General á Tunas y Ra-
yame. — Entrevista con Vicente García. — Actitud de Ma-
ceo. — Conferencia de Baraguá. — Preparativos de cam-
paña. — Reorganización del gobierno rebelde; — Opera-
ciones y resultados. — Conferencias con Figueredo y
embarque de Maceo. — Coucesion de zonas neutrales. —
Presentaciones. —Los actores de la lucha. — Insurrectos.
— Voluntarios. — Milicias cubanas y de color. — Marina
de guerra y mercante. — Ejército. — Causas que han pro*
loDgado la guerra. — Medios de evitar su reproducción, . 444
/^
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