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4.1
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EPISODIOS NACIONALES
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B. PÉREZ GALDÚS
EL GRANDE
ORIENTE
MADRID
1876
IMPRENTA DE JOSÉ MARÍA PÉREZ
CorrtiUra Baja dt ,S. Pablo, 41.
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A
EPISODIOS NACIONALES
POR -<
HARVARD >p. PÉREZ GALDÓS
UNIVERSITY
LIBRARY
NOV 12197:^
,. Trofeos PIJBIjIOAüOS.
PRIMERA SERIE.
I.— Traf^lgar (2.» edición).
II.— T^a corto do Oáz*los IV (2.* edición).
III.— ESI Id de Mai^zo y el 9 de Mayo (2.* edición)
IV.-Bailéii (2.* edición).
V.— T^apoleon en. Oliaixi.ax'tixi. (2.» edición).
VI.— Zaragoasa (2.* edición).
VIL— Oerona.
VlII.-Oádiz.
IX.— Juan. Martin, el £:mpecinado.
X.— X^a "batana de los Arapiles.
SEGUNDA SERIE.
I.— El eq.ixipaJo del Rey José.
II.— ]Vfemorias de un. cortesano de 1815.
IIL — Hia seg-unda casaca.
IV.— B31 Orando Oriente.
SE PXmLIOABijC SUGESIYAMBNTE
V.— «y de Jixlio.
VI.— X^os cien mil lii jos de San IjuIs.
VII.— El terror de 1 834.
VIII.— Un voltintario realista.
IX.— X-.OS Apostólicos.
X.— Un faccioso más y algunos frailes
menos*
8 REALES TOMO EN TODA ESPAÑA.
Administración» Sarco* 9, Madrid.
EL GRANDE ORIENTE
Sí, era en la calle de Coloreros, en esa os-
cura vía que abre paso desde la calle Mayor
hasta la plazuela y arco de San Ginés. Allí
era sin dada alguna^ y hasta se puede asegu-
. zar que en la misma casa donde hoy admira el
atónito público fabulosa cantidad de peces de
: colores dentro de estanques de madera, y
maestras preciosas de una importantísima in-
dartria, las jaulas de grillos. Allí era, sí, y no
es fácil que ningún contemporáneo lo niegue,
como han negado que Francisco I estuviese en
• la torre de los Lujanes, y que Sertorio fundara
la Universidad de Huesca, (que es achaque de
los modernos meterse á desmentir la tradi-
ción). Allí era, sí, en la calle de Coloreros y
- en la casa de los pintados pececillos y de las
6 B. PÉREZ GALDÓS
jaulas de grillos, donde vivia el gran D. Pa-
tricio Sarmiento.
En lugar de los estanques de madera, vie-
rais, corriendo el año 1821, una ventana baja
con rejas verdes á la derecha del portal. Apli-
cad el oido, ya que la cortineja'de indiana ra-
meada no permita dirigir hacia dentro la vis-
ta, y oiréis una voz sonora y grandilocuente,
ante cuya magestad las de Demóstenes y Mi-
rabeau serian un pregón desacorde. Oid sin
cuidado. Es de dia. Defciénense los curiosos y
atienden todos sin que nadie les estorbe.
nCayo Graco, hijo de Tiberio Sempronio
Graco y de Cornelia, era liberal, señores; tan
liberal, que se rebeló contra el Senado. Decid,
niño, ¿qué era el Senado en aquella época?
Una voz infantil contesta:
— El Senado era una camarilla de serviles y
absolutistas que no iban más que á su negocio, n
Y la voz grave prosigue así:
— uMuy bien Porque habéis de saber que
Cayo Graco fijó el precio del trigo para que
los pobres tuvieran el pan barato. Como que
era un hombre que no vivia sino para el pue-
blo y por el pueblo. Luego les probó á los Se-
nadores que estaban robando el Tesoro del Rei-
no digo, de la República. Así es que aque-
llos tunantes no querían que Cayo Graco fuese
EL GEANDE OEIENTE
elegido Diputado Decid, niño, ¿cómo lla-
maban entonces á los Diputados de la Na-
ción?
— Les llamaban Aglae, Pasitea y Eufro-
8ina.
— Zopenco, esos son los nombres de las tres
Gracias De rodillas, pronto de rodillas
¡Valiente borriquito tenemos aquí! Tú,
Gallipans, responde.
— Les llamaban tribunos de la plebe, y ha-
bía cuatro órdenes de ellos, á saber: el toscano,
el jónico, el dórico y el corintio.
— Has empezado como un sabio y concluyes
como una muía. ¿Qu¿ berengenal es ese que
haces mezclando á los Diputados de Roma
con los órdenes de arquitectura? Pues bien,
les llamabfin tribunos de la i)lebe. El Senado,
aquella pandillita de hombres ambiciosos, que
acaparaban los destinos gordos, las superinten-
dencias, las secretarías, y ¿por qué no decirlo?
los ministerios, no querían que CíJyo Graco
fuese tribuno y estorbaban su elección por me-
dio de intriguillas. ¿Qué habían de querer, si
en todas las .sesiones de Cortes les ponin de
hoja de peregil? No se mordía la lengua el
gran patriota, y en plazas y cafés, en el foro
y en los pórticos de las iglesias, por doquie-
ra, señores, convocaba al pueblo para ense-
>■'
8 B. PÉREZ GALDÓ8
ñarle las doctrinas constitucionales, y con-
denar la tiranía y los tiranos Decidme aho-
ra, niño, ¿quién era el cónsul Opimio?
— El cónsul Opimio.
— Muy bien dicho. Un fatuo, un pedante,
un cobarde, un servilón, una especie de persa
que salia siempre á la calle escoltado por una
cohorte de candiotas, ó idiotas que es lo mis-
mo, para que los partidarios de Graco no pu-
dieran zurrarle la pabana. Decid, niño, ¿cómo
se llamaba el amigo de Cayo?
Todas las voces infantiles responden á un
tiempo:
— Flaco.
— Ese nombre no se os olvida, picarones,
porque os hace reir. Muy bien: pues sabed que
un dia los partidarios de Opimio después del
sacrificio, que es como si dijéramos al salir de
misa de doce, insultaron á los de Graco , los
cuales asesinaron á un alguacil, macero, lictor
ó como quiera llamársele. Vierais allí, cual
las encrespadas olas de un mar borrascoso,
chocar unos con otros, pueblo y tropa, demo-
cracia y tiranía, patriotismo y servilismo. La
sangre corría por las calles de Roma como
corre n la de Coloreros el agua cuando llueve.
Se degollaban unos á otros, é iban arrojando
cab jzas al rio. Quién gritaba viva la ConstitU"
EL GBA.NDB OBIENTE
don, quién aclamaba á los cónsules diciendo
vivan los verdugos, y hasta los niños peque-
ñitoB tomaban parte en la encarnizada re-
friega^ no de otra manera que los tiernos ca-
choiTOs del león, cuando se disputan un huese-
eillo para jugar. Eetíranse Graco y Flaco
(Risas en el menudo auditorio)
— ¡Silencio!.... ¿Qué importuno y discorde
reír es ese? Eetíranse Graco y Flaco; van en
busca de Kufo (Nuevas risas.)
— Silencio, digo ó ninguno sale hoy d©
aquí. ¿Qué risas son esas? Periquito, Chatillo,
Boque ¿no os dá vergüenza de profanar
este augusto recinto con vuestras ridiculas bu-
fonadas?.... Orden, compostura, atención, si-
lencio Puesdecia que se retiraron todos al
monte Aventino, que era un monte, pues
un monte que se llamaba Aventino. Pero ¡ay!
loB cónsules les cercan, envian numerosa y
aguerrida tropa para que á cañonazos les des-
imyan allí, y tienen que marcharse, señores,
al otro lado del Manzanares, ó sea el Tiber,
que todo viene á ser lo mismo, á un sitio que
bien podría nominarse la Fuente de la Teja, y
que estaba consagrado á las furias, ó si se
quiere con más propiedad, á los demonios. Los
partidaríos de Graco empiezan á desertar por-
que el Gobierno les ofrece destinos y dinero.
10 • B. PÉREZ GALDÓS
¡Perfidia inaudita, escandalosa traición que no
volverá á pasar, yo os lo juro!.... Al mismo
tiempo Opimio y sus infames cómplices ofrecen
pagar á peso de oro la cabeza del gran tribuno.
Éste se ve perdido. Dice á su esclavo Filócra-
tes que lo mate. Filócrates vacila ¡momen-
to de angustia y dolor supremo! Los sicarios
llegan, los serviles se acercan rugiendo, cual
manada de famélicos lobos. Consérvase sereno
y tranquilo Cayo. La fuga le es imposible. Su-
plica á su esclavo por segunda vez que le dé
muerte. Éste obedece. Hiérese él mismo con el
estilete, que era una pluma de las que em-
pleaba aquella gente para escribir sobre papel
de cera, y cae, bañando el suelo con su sangre
preciosa. Los del cónsul llegan, córtanle la ca-
beza y van con ella á pedir el vil premio de su
hazaña. Decidme, niño, ¿de qué materia llena-
ron la cavidad cerebral de la patriótica cabeza
para que pesara más y aumentase el valor de
tan cruento trofeo?
Todas las voces á un tiempo:
— De plomo.
— Perfectamente. Y pesó diez y siete libras.
Ahora basta de historia romana, y pase-
mos á la retórica. Ea, niños: divídanse los dos
bandos. Eoma á la izquierda, Cartago á la de-
recha. Veremos quién ciñe el lauro de la vic-
EL GRAXDE ORIEXTÉ 11
toria y quién muerde el polvo en esta honrosa
lid de la clase de retórica.
Gran tumulto. Corren unos á este lado,
otros al contrario, y agrúpanse en dos bandos
al pié de los estandartes españoles con sendos
cartelillos, en uno de los cuales se lee Roma y
en otro Cafiarjo. Susurro resonante, parecido
al de las colmenas, precede á las primeras pre-
guntas. Los combatientes esperan con ansia
el primer encuentro, y los juveniles corazones
palpitan, vacilando entre el miedo y un hon-
roso tesón.
— Veamos Comience este pindárico cer-
tamen por una proposición máxima. Decid,
niño, ¿de cuántas clases son los pensamientos?
— De dos: claros y obscuros.
— ^Bien por Cartago. A ver, responda ahora
la gi*an Boma. ¿Qué son pensamientos claros?
No se habia pronunciado aún la respuesta,
caando oyóse gran tumulto en la calle, y una
voz gritó en la reja:
— i Hoy no hay escuela!
Y esta voz se confundió con alaridos de la
bulliciosa turba, que corriendo decia:
— ;A palacio, á palacio!
i.%.
12 B. PERE2 GALDÓS
II
La escuela qued^ en un instante vacía, y
D. Patricio Sarmiento salió á la puerta de la
calle. Sesenta años muy cumpliditos; alto y no
muy gallardo cuerpo; ojos grandes y vivos;
morena y arrugada tez de color de puchero al-
corconiano y con más dobleces que pellejo de
fuelle; pelo blanco y fuerte con rizados copetes
en ambas sienes, uno de los cuales servia para
sostener la pluma de escribir sobre la oreja iz-
quierda; boca sonriente, hendida á lo Voltaire,
con más pliegues que dientes, y menos plie-
gues que palabras; barba rapada de semana en
semana, monda ó peluda, según que era lunes
ó sábado; quijada tan huesosa y cortante que
habría servido para matar filisteos, y que te-
nia por compañero y vecino á un corbatín ne-
gro, durísimo y rancio, donde se encajaba aque-
lla como la flor en el pedúnculo; un gorrete,
de quien no se podía decir que fué encarnado,
si bien conservaba históricos vestigios de este
color, la cual prenda no se separaba jamás de
^\ ...^ .
'.►>
■ ■■' .:.j^;-á
EL GEA>1>E 0RIE>:TE 13
la cúspide capital del maestro: luenga casaca
castaña, aunque algunos la creyeran nuez por
lo descolorida y arrugada; chaleco de provoca-
tivo color amarillo, con ramos que convidaban
á recrear la vista en el como en una especie de
ameno jardin; pantalones ceñidos, en cuyo ter-
mino comenzaba el imperio de las medias ne-
gras, que se perdian en la lontananza oscura
de unos zapatos con más golfos y promonto-
rios que puntadas, y más puntadas que lustre;
manos velludas, nervudas y ñacas, que ora em-
puñaban crueles disciplinas, ora la atildada plu-
ma de finos gavilanes, honra de la escuela de
Iturzaeta; que unas veces nadaban en el bolsi-
llo del chaleco para encontrar la caja de taba-
co, y otras buzeaban en la faltriquera del
pantalón para buscar dinero y no hallarlo
tal era la personalidad fís-ica del buen Sar-
miento.
— jA palacio! — exclamó viendo la mucha
gente que bajaba hacia San Ginc's por delante
de BU casa y la muchísima que seguia la calle
Mayor hacia Platerías. — Hoy tendremos otra
gresca. ¿A cuantos estamos?
— ^A 5 de Febrero — repuso un joven que jun-
to á D. Patricio estaba, con mandil de sastre,
sosteniendo en la izquierda mano dos pedazos
de tela y en la diestra una aguja. — Parece ser
14 U. 1»ERE55 GALDÓS
que Narices ha escrito un papel al Ayunta-
miento quejándose de los insultos, y para que
rabie más, hoy le van á dar más música.
— ^Aparte de que no me gusta que se hable
del Soberano con tan poco respeto — dijo el
maestro, — lo que has dicho, querido Lucas, me
parece muy bien. Puea que no quiere música,
désele más música. Si no, que cumpla sus de-
beres de Rey constitucional y marche franca-
mente por la senda aquella jie que nos habló el
10 de Marzo del año pasado Vá mucha
gente. ¿Por qué no dejas la obra y corres allá?
Tal vez ocurra algún acontecimiento digno de
ser trasmitido á la posteridad. Yo iré después
á la Cruz de Malta, á ver qué se decide esta
noche respecto á la exposición que se proyecta
dirigir al Rey contra el Ministerio. Me parece
admirable idea, querido Lucas, porque has de
saber que yo combato á Arguelles.
— Y yo también — replicó el sastre. — O nos
dan un ministerio liberalísimo, que de una
vez acabe con todos los pillos, ó el pueblo so-
berano decidirá en su sabiduría ¿Dejo el
trabajo? ¿cierro el puesto?
— Deja el trabajo, dimiiie Idborem y cierra
el puesto, que tiempo hay de mover el paño.
Dia llegará en que la patria más necesite de
bayonetas que de ajorujas. Si no tuviera que
■ A. ^
EL OKANDE ORIENTE 15
copiar esos pliegos también husmearia un poco.
Ponte el uniforme, hijo, que en estos sucesos
públicos bueno es que^da cual se presente con
los arreos de su gerarquía. Los uniformes dan
respetabilidad. Procura que la muchedumbre
no se desborde; amonéstala, que al verte ella
respetará la gloriosa institución á que pertene-
ces. No grites, no vociferes, que eso no es pro-
pio de quien representa la autoridad y la fuer-
za pública y la soberanía armada. Consérvate
sereno en medio del tumulto, y si tocan á for-
mar y hav lucha con los guardias v demás co-
hortes del absolutismo, desplega, querido hijo,
todo el valor de tu pecho, todo el brío de tu
raza, y sé cual indomable león, que no conoce
riesgo y hace extremecer al cobarde lobo sólo
con el rugido de su cólera.
El joven sastre, mientras esto decia su ve-
nerable padre, vestíase á toda prisa en el mis-
mo portal que era albergue de la sastrería. En
el momento de abandonar la tienda para mez-
clarse al popular tumulto, un hombre llegó á
la puerta y se detuvo en ella saludando cari-
ñosamente al Sr. Sarmiento.
— Hola, hola Sr. Monsalud — dijo éste. —
{Taxi pronto de vuelta? ¿No vá usted á palacio?
Dicen que habrá tocata de trágalas, y sinfonía
de mueras y vivas.
1(5 B. PÉREZ GALDÓS
— ¿Ha salido mi madre? — preguntó el jo-
ven sin hacer caso de las observaciones de su
amigo. ^
— No he visto salir á la Sra. D.* Fermina
— replicó Sarmiento. — Debe de estar arriba
acompañando á D.* Sólita y al Taciturno.
— Subiré á decirle que no salga esta tarde.
— Aguarde usted D. Salvador. Si no vá us-
ted más que á eso, le mandaré un recado con
Luis. Quédese usted aquí. Vamonos á la es-
quina á ver pasar la gente y hablaremos un
rato. ¿Queme dice usted de estas cosas?
— ¿Pero no tiene usted escuela?
• — ^He soltado al infantil rebaño. Si no lo hi-
ciera alborotarla la escuela, y mis lecciones
se perderían en la algazara como semilla que se
arroja al viento. Es preciso transigir un poco
con la inquietud bulliciosa y la precocidad pa-
triótica de estos chiquillos que han de ser ciu-
dadanos. De esta manera les voy educando sin
tiranías, y mansamente les inculco sus debe-
res, y les preparo para que ejerzan ]a soberanía
en los venideros años venturosos, en los cuales
nuestra Nación se ha de empingorotar por en-
cima de todas las Naciones.
El amigo y vecino de nuestro excelente
D. Patricio sonrió con benevolencia.
— No crea usted — -continuó el maestro, —
r
%
1
BL GRANDE ORIENTE 17
que^imiiaré la conducta de ese pedante inso-
portable, émulo y antagonista mió, el maestro
Naranjo, de la calle de las Veneras, el cual,
cada vez que hay bullanga ó revista de mili-
cianos ú otra cualquier función vistosa, encier-
ra á los chicos y no les permite ver, ni que re-
gocijen sus tiernas almas con las emociones de
la cosa pública. Pero bien sabe usted que Na-
ranjo es un poco y un mucho servilón, hombre
forrado en oscurantismo y encuadernado en in-
tolerancia, amigo de los enemigos de la Cons-
titución, indiferente en efigie, pero absolutista
en esencia, con vislumbres de persa vergonzan-
te y amagos de realista monacal. ^Qué ha de
hacer con los pobres chicos un hombre de estas
cualidades? Tiranizarlos, ennegrecer su espíri-
tu, imbuirles ideas despóticas, educarles en el
deflprecio de la Constitución y en el amor al
■ervilismo. ¡Desgraciada Nación la nuestra, si
prevalecieran en ella loa alumnos de Naranjo!
Vea usted, Sr. D. Salvador, una cosa de que
el Ministerio debiera ocuparse sin levantar
mano; estirpar esas infames cátedras, supri-
miendo todos los maestros de escuela que con
8u conducta están sembrando la zizafia del
servilismo pjira que en lo venidero estorbe
y ahogue la frondosa planta de la Consti-
tacion.
20 6. PÉREZ OALDÓS
era un proyecto de golpe de Estado, jiniqui- 1
dad funesta! Pero el pueblo no se duerme. ;;
Cuando Fernando entró en Madrid \qiié -i
dia, qué solemne dial ¡qué 21 de Noviem- -^
bre! En vez de vítores y palmadas, galardón ■
propio de los sabios Monarcas, Fernando oyó
gritos rencorosos, mueras furibundos, amena-
zas, dicterios, oyó temos como puños y vio
puños como ternos. No ha presenciado Madrid
una escena tan imponente. Allí era de ver el
pueblo ejerciendo el soberano atributo de amo-
nestación; allí era de oir el trágala cantado
por las elegantes mozas del Rastro. Miles de
brazos se agitaban amenazando y todas las bo-
cas espumarajeaban de rabia. Los que llevába-
mos en la mano el libro de la Constitución, lo
besábamos ^en presencia del Rey. Un fraile
pronunció varios discursos que encendían más
los ánimos. De repente por entre las apiñadas
cabezas se alzan multitud de manos que sos-
tienen un niño. Es el hijo de Lacy. La multi-
tud soberana grita: njEs el vengador de su pa-
dre! jes hijo del gran patriota! ¡Mueran los ti-
ranos! I Viva la Constitución! II El Rey oia
todo, y su semblante echaba fuego Pues
bien: ¿cree usted que esta lección fué provecho-
sa? nada de eso. La camarilla sigue conspiran-
do, la Corte desafia á la Nación, al mundo, y
^-:
TL GBJlXDE •: ÍZZ3TZ il
al linaje lnnnano con la infarzr íüLiTinr::- 7
plan de I>. Matías ViiLTiesa. ^--s li -h-cazLiili-
ado d Madrid dias ps..^<i:-?.
Salvador prestando escasa. a;:¿r.^í:rL í Ias
palabras del maestro, escri'i::- cisia.:£o 7 ?:ii
largos descansos lo sigiiier.:e:
iiDispeiLsad H. • . v 51. • . Q. • . H. • . la ITc-rr-
«tad con que os maninest-: ni z^zL^s^zni^z^zo
ndespnes de saludaros o::i los s.-. 7 b.*. ?.-.
«en este Or.*. de Madrid.
iiFaltaria á los más alces deceres si no me
nnegara á aceptar vuestros cfre«::Ei:cn:>5 7 la
nmision que me encomendás.eisj por>j-ie e¿ can-
udo, convencido de que ese Or.-. es un centro
nde libertinaje y de anarquía , 7 tal como está
tioiganízado produce efectos contrarios á los
nverdaderos principios liberales, deseo que se
time considere como H.-. D.-. y se aparte mi
nhomilde persona de todos los trabajos de la
nOr.*. Quizás ^ea mió el error 7 no de los
nV.'. H.-. pero m
Al llegar á este punto, ge detuvo, recorrió
con la vista lo escrito, hizo xin gesto de disgus-
to, y rompiendo el papel ^ empezó á escribir
oiro.
— lITo sale, no sale la cartita? — dijo D. Pa-
tricio sonriendo. — Se conoce que es de amores.
No á todos los mortales es dado manifestar
22 B. PÜREZÍ O ALIJOS
elegantemente stis pensamientos en forma lite-
raria. Quiere usted que vea si puedo yo sacar-
le del paso?
— Gracias: no es preciso ¿Conque decia
usted, Sr. D. Patricio, que el Rey ?
— No aprende nunca. Veremos qué tal efec-
to produce la amonestación de esta tarde.
Observe puntualmente la Constitución; sea
amigo del pueblo; ame la libertad comx) la
amamos todos, y entonces üo habrá más que
aclamaciones y flores ¿Pero estuvo usted
anoche en Malta?
— Yo no voy á ese manicomio.
—¿Y en La Fontana? Dicen que van á cerrar
los cafes patrióticos.
— Harán bien.
— Bien sé que usted al hablar de ese modo^
lo hace por espíritu de contradicción, y que
dice lo contrario de lo que piensa. Es particu-
lar que le parezcan á usted .detestables esas
sociedades tan propias de un pueblo liberal, y
que se le antojen majaderos y charlatanes los
hombres eminentes que en ellas derraman el
fructífero rocío de la palabra constitucional. Si
no conociese el gran entendimiento de us-
ted
El joven siguió escribiendo sin atender á
las palabras del maestro, Pasó un rato durante
EL GRANDE ORIENTE 23
el cual uno y otro callaron. Después, Mon-
salud rompió por segunda vez el papel escrito
y empezó otro.
— ^Vamos, que está durilla esa oración pri-
mera de activa. Ya van dos pliegos rotos.
— Antes me dejaré matar — dijo Monsalud
en un arranque espontáneo, — que contribuir
á este desorden y figurar en una sociedad que
es un hormiguero de intrigantes, una agencia
de destinos, un centro de corrupción é infames
compadrazgos, una hermandad de pedigüe-
ños
— ;Ah, ya veo, ya comprendo de quién ha-
bla usted! — exclamó Sarmiento, soltando rápi-
damente la escoba y sentándose frente á su
amigo. — Esos intrigantes, esos compadres, esos
pedigüeños, esos hermanos son los masones.
Bien, muy bien dicho; todas esas picardías las
he dicho yo antes que usted y las repito á
quien quiera oirías. El Grande Oriente perde-
rá á España, perderá á la libertad, por su poco
democratismo, sus transacciones con la Corte,
sn repugnancia á las reformas violentas y pron-
tasy BU templanza ridicula, su orgullo, su jus-
to medio, su doceañismo fanático, su estanca-
miento en las pestíferas lagunas de lo pasado,
ga repulsión á todo lo que sea marchar hacia
adelante, siempre adelante por la senda cons-
34 B. PÉREZ GALDÓS
titucional. O hay progreso, ó no lo hay. Si lo
hay, si se admite, fuerza es que demos un paao
cada dia, que á cada hora desbaratemos una
antigualla para construir una novedad, que á
cada instante discurramos el modo de dar al'
pueblo una nueva dosis de libertad, y que no
se aparte de nuestra mente la idea de que hoy
hemos de ser más liberales que ayer, y mañana
más que hoy Pero, ¿se rie usted?
— ^No, no me rio. Oigo al Sr. D. Patricio
con muchísimo gusto.
— Adelante, siempre adelante — añadió Sar-
miento con calor. — En virtud de este criterio,
yo y todos los patriotas verdaderos, hemos
dado de lado á la masonería para fundar la
grande y altísima y por mil títulos eminen-
te y siempre española sociedad de Los Comvr-
ñeros.
— He estado mucho tiempo fuera de Madrid
— dijo Salvador, — y al regresar he oido hablar
mucho de esa nueva hermandad. Por lo visto
el Sr. Sarmiento pertenece á ella. Sírvase us-
ted explicarme en que consiste.
— ¡Explicar! ¿á qué vienen esas explicacio-
nes? ¿Por qué no ha de conocer usted .de visu
lo que difícilmente podrá comprender ex audi-
tu? Véngase usted conmigo. Le presentaremos
en la sociedad, le haremos caballero de Padilla,
,-f
BL OSANBE ORIENTE ¿5
y para mí será tan grande honor preseniarle
como para la Confederación recibirle.
— ¡Confederación! ¡Padilla! ¿Que encalada
es esa?
— ^En el primer articnlo de los Estatutos,
se dice que nos reunÍ7n>08 y nos eiparcirítOi por
el territorio de las Españas, con el proposito
de vmitar las virtudes de los héroes que corru)
Padilla y Lanuza^ perdieron sus vidas por las
libfrtades patrias.
— ¿Y la Confederación se divide en talleres?
— ^¿Qué talleres? Eso es cosa de artesanos.
Aquí todos somos caballeros. Llámase nuestro
ir- jefe el Oran Castellano; la Confederación se
r divide en Comunidades, éstas en Merindades,
éstas en Torres^ y las Torres en Casas Fuertes.
Todo es caballeresco, romancesco, altisonante.
Si la masonería tiene por objeto auxiliarse mu-
tuamente en las pequeneces de la vida, nos-
otros nos reunimos y nos esparcvmos, así mis-
mo se dice para sostener á toda costa los
derechos y libertades del puehh espariol, sejun
están consignados en la Constitución política^
reconociendo por hase inalterable su articu-
lad.^ Nada de empeñitos; nada de lloriqueo de
destinos, ni de asidero de faldones. El articu-
lo 17 del capítulo 2.**, dice que ningún caba-
llero interesará el favor de la Confederación
26 B. PÉREZ GALDÓS
jpan'a pretender empleos del Gobierno. ¿Qué tal?
Esto se llama catonismo. ¡Hombres incorrupti-
bles! {Pléyade ilustre! Tenemos Código penal,
alcaides, tesoreros, secretarios. Nuestras lo-
gias se llaman Fortalezas, á las cuales se en-
tra por puente levadizo nada menos. La admi-
sión es peliaguda. Está mandado que al iniciar
á alguno, no se revele nada del objeto y modo
de la Confederación; pero yo le digo á usted
todo, todito, porque confío en su discreciojí y
prudencia.
— lY se puede ver eso? ¿se puede ir allá? —
dijo Salvador demostrando curiosidad. — Su-
pongo que habrá juramentos y pruebas
— Le presentaré á usted, Sr. D. Salvador.
Nuestra Confederación se honrará mucho con
que usted entre en ella.
— No; preguntaba si se puede ir á las For-
talezas como se vá al teatro, para ver, para
reirse un rato.
— Amigo mió — dijo Sarmiento con grave-
dad. — No es cosa de risa una sociedad donde
se jura morir defendiendo á la patria, y donde
se cumple lo que se jura.
— Eso es lo que no se ha probado todavía.
— Yo se lo probaré á usted; se lo probaré —
exclamó vivamente D. Patricio, apoyándose
en la escoba como un centinela en el fusil.
v-^
EL GRAITDE ORIEXTE 27
usted me hiciera el favor — iaditó
Monsalud.
— jDe probárselo?
fc —No; de callarse. Un momento iiada m¿Sf
j^i^fBflridísimo amigo mío.
— Si no digo una palabra Escrí}/^ n-tíjd,
— ^úidicó el maestro recomenzando su interrum-
pida tarea. — Voy á purificar mi escuela, á bar-
ir, digámoslo así, mientras uf^ted ^iscríbt la
k ¿Quiere usted que se la dicte?
— No, gracias. El asunto ^ delicado; pero
á la tercera vez ha de salir.
Y en efecto, salió.
í
III
Eb indispensable el conocimiento de todas
las fiunilias que vivian en aquella casa. Ocupa-
ba el principal Salvador Monsalud con su ma-
dtOy y el segundo un señor taciturno y reser-
ymiOf del cual los vecinos, á excepción de Sal-
vador, no conocian más que el nombre, ignoran-
do Bns antecedentes y sus ideas políticas, á
pesar de las impertinentes pesquisas que por
aTeriguarlo hacia diariamente el curioso Sar-
28 B. PÉREZ GALDÓS
miento. Este y su hijo Lúeas, sastre de oficio,
ocupaban una de las habitaciones del piso ter-
cero, sirviendo la otra de morada á Pujitos,
gran maestro de obra prima, miliciano nacio-
nal, patriota, cuasi orador, cuasi héroe, y un
si es no es redactor de diarios políticos, que
para todo habia en aquel desmesurado entendi-
miento.
El habitante del cuarto segundo era un
hombre decente, con indicios en toda su perso-
na de pobreza decorosamente combatida y di-
simulada por el aseo, la economía, las cepilla-
duras de la ropa y otros artificios que no siem-
pi'e realizaban el fin deseado. Tenia más de cin-
cuenta años, aspecto débil y enfermizo, rostro
muy melancólico, apagados ojos, ademanes
corteses y fríos, escasísima propensión comuni-
cativa y costumbres tan metódicas como tran-
quilas. Jamás anochecía sin que estuviese den-
tro de su casa. A horas fijas salía, y á horas
inalterables entraba. Era rarísimo aconteci-
miento que alguien le visitase, y su morada era
silenciosa y triste, como vivienda de cartujos.
Antes de que penetrara en ella cualquier
extraño, tomábanse minuciosas precauciones, y
dos ojos negros miraban por la cruz del venta-
nillo examinando atentamente al inoportuno.
Estos ojos negros eran los de una señorita, hija
r - ^ ■*■ lÉ
EL visJCZ I'lZZirZH üf
Sr. Gil de la Cii-in ^i-r i¿-. _!.i-nii.:>iii i-.
átomo), y únioa :czi-:ft¿j¿n. siyi, i 13 :u íi*
íkcríB/isky en I& in?ié "".Lr:*i:ti - '.«i'-i -i vit*-
niade antipáiic: ■=! 'sitijr tt y* I:?* -d„:i:Liz.-
I de la casa, lo ouzz^l^zíl -til ?izira.*uL5 Li
ja. A iodos a2T&i¿'ii& =«:1:^ ir.rLTiL'-ífir !í::i ¿lic
ifaido al entrar j &1 íall: j =i~ í zii*ei7:»Íi:
uabaá lahabi:¿i'rl:=. í^ I * Jiini.rjL ¥:r;2ar-
id, charlando -xi. rl^ lAz;ri¿ l'.ír-u. T-r \t
a nombre S>Ieiiá.i. Zi^r: :::—■: -^i ^a-L:'; li»
limiba Sólita. a¿: Ir irtiiiz. v-iÍ:í. -t nis ü:-
nmmenteD.* S:li:5: iir ■=•*.:-:*= Ijl» =fcf..:rl-
18 cargaban toLíTia ?:i. -n 2:'-:: i.: ii¿c:í=
indegne el ¿e ciiliji-rríL :ii:L':.if::zA
Ciomo crom=:a.í 5^r-*/"ii:á •.'^-rT :~r i^irlr
16 Sólita era fea. x-:rri ir 1:= :':5 -r-rris.
le aongne cLico^ erar. '::h::í:= v llriLis ir l:iz.
ihalna en su r:>=*r: ík«?:::n id parte alrma
le aisladamente no f^ese imprrtV-tíiisia. Ver-
id 68 que hermoseaban la incorrecta b«:ca d-
ñinos dientes: mas la nariz re*ionda y pe-
Aña desfiguraba todo el rostro. Su cuerpo
bria sido esbelto, si tuviera más carne; pero
delgadez ex aj erada no carecia de gracia y
aodono. Mal color, aunque fino y puro, y
metal de voz delicioso, apacible, que no po-
i oirae ain experimentar dulce sensación de
upatiaj completaban su insignificante perso-
32 B. PÉREZ GALDÓ8
— ¿Lo ven ustedes? Mi idea es idea mia.
— Y á cerrar las sociedades patrióticas.
— Esa no es idea mia. La rechazo. Por el
contrario, Sr. D. Salvador, Sra. D.* Fermina,
yo abrirla en cada calle dos por lo menos, dos
cafés patrióticos, y les subvencionarla con fon-
dos del Estado, para que se propagase la idea
constitucional. ¿Qué le parece al Sr. D. Salva-
dor mi idea?
— ^Excelente — respondió el joven, ocupado á
la sazón en hojear varios libros que sobre la
mesa de la habitación habia.
— ^Ya que está aquí el Sr. D. Patricio — dijo .
D.* Fermina después de hablar un rato con la
criada, — no se irá sin tomar chocolate. Y lo
mismo digo á usted. Lúeas.
Sarmiento que, dicho sea en honor de la
verdad histórica, no habia ido á otra cosa, res-
pondió de este modo:
— ^No se moleste la señora Siento haber
venido; pero si se ha de enojar usted con nues-
tra negativa, aceptamos Madre é hijo son
tan amables qué, la verdad, cuando uno entra
en esta casa, no encuentra la puerta para
salir.
— Gracias, Sr. D. Patricio.
— ¿Saben ustedes — dijo con aire misterioso
Lúeas,— que esta tarde vi en la plaza de Pala-
■■•''-V.i'
EL GRANDE ORIENTE 33
I
do al vecino del' cuarto segundo? Estaba ha-
Uaindo con un guardia.
— ^jPero no saben ustedes lo mejor? — indicó
SannientOy padre. — Pues ya me olvidaba
Que tengo nuevos datos para juzgar de las opi-
nioneB políticas del Sr. Gil de la Cuadra.
Monsalud miró fijamente al preceptor.
— Un precioso dato. Tengo por seguro que
es absolutista.
—Vamos, no hable usted mal délos vecinos,
y máios de ese buen sugeto— dijo D.* Fermi-
na.—- Él y su niña son personas muy decentes
qne merecen el mayor respeto.
^Respeto? no se lo niego. Oiga usted el
dato, Sr. D. Salvador. Ayer tarde entró en
nú academia para que le cortase una pluma.
Ta sabe usted que en la pared de enfrente ten-
go un. gran retrato de Riego. Como el Sr. Gil
le mirase atentamente, yo dije: nese es el gran-
de hombre, n Advertí en el semblante de nues-
tro vecino una sonrisilla picaresca. Miróme, y
oon mucha suficiencia y pedantería, exclamó:
"El un majadero. II
— Lo mismo dice mi hijo, — manifestóla
Mmaalud, ofreciendo el chocolate á sus dos
vecinoR.
— -jIiO mismo dice? Será por broma. ¡Riego,
D. Bafiul' del Riego! Inmensa figura que se
34 B. PÉREZ OALDÓS
alza sobre el suelo de la patria^ y con sn ma-
gestuosa cabeza toca las nubes! jEiego, sol re-
fulgente que todo lo inunda con su luz! ¿A
quién sino á él se debe la libertad que go-
zamos? ¿A quién sino á él debe España el ha-
berse puesto por montera del mundo y el estar
por encima de toditas las Naciones?
— Pues Salvador dice que es una cabeza
llena de viento, — dijo D.* Fermina, gozando en
mortificar al maestro.
— ^Bromas, son bromas, Sr. Sarmiento — dijo
el joven con benevolencia.
Monsalud habia encendido una luz y exa-
minaba cartas y papeles.
— Como bromas pueden pasar; pero son de
mal género. Esas bromas puede oirías cualquie-
ra que no sepa discurrir Yo no me tengo
por ignorante; yo creo haber leido algo; creo
poseer alguna ciencia digo, me parece á
mí
— Por de contado.
— ^AJgo sabe uno de lo que ha pasado en el
mundo, memorables hechos y preclaras accio-
nes, que es lo que los eruditosi llamamos his-
toria. Y si no que lo diga el Sr. JD. Salvador.
Monsalud no dijo nada.
—Pues bien— añadió Sarmient^ sorbiendo
la mitad de lo que contenia la jícariÉ^,— yo de-
s
daro qne conozco pocos vagones de la anñ-
güedady (y ahí está Plutarco q^ie lo certiñ-
que) si, conozco pocos qae sei^nalen á este
atrevido comandante, que desafio al absoluti^-
moy á toda la Europa, señores, á la Sanca
Alianza, á los Borbones t'jdos, á los serviles
todos* Y tan gran fin realizó sin derramamien-
to de sangre, porque vean ustedes la histo-
rii^ Harmodio y Aritogiton derramaron mu-
cha Bangre; las sediciones de los gracos tam-
UiSn fueron cruentas; Bruto mató á César] Ro-
bespierre y Danton, ya sabemos que cortaban
^oábezas como yo plumas: Cromwell, degolló á
Garlos T, etcétera Pero nuestro hombre ha
üáboaeoL la libertad, y la libertad ha sido. Su es-
padaño ha necesitado herir para vencer. Con su
TÍvido fulgor deslumbráronse los tiranos, y des-
pavoridos huyeron cual asustadas liebres. ¿No es
mdadj Sr. D. Salvador? ¿No es verdad esto?
Monsalud tampoco dijo nada, ni hacia caso
de la disertación Sarmentil.
—¡Y á hombi*e tan imigne, á este cam-
peón que le dijo á España, como el ángel á
Muiai el Señor, 6 la Libertad, es contigo; á ese
apóstol, señores, se le tiene alejado de la Cór-
te, como si fuera una plaga, un pedi*isco li
otra calamidad aterradora! Se le desterró pri-
mero á Asturias, se le desterró después, porque
36 B. FEBEZ GaLDÓS
destierro es, á la capitanía general de Ara-
gón ¡Oh! si yo llegase á regir los destinos
de esta Nación, si yo pongamos por caso
que llegase á ser Ministro mi primera dis-
posición seria para recompensar dignamente á
ese héroe inaudito
— ¿Más todavía? .... — indicó festivamente
Monsalud.
— ¿Pues qué? — dijo Sarmiento con ciceronia-
no ademan, poniendo sobre la mesa la jicara
vacía, — ¿acaso se le han tributado honores cor-
respondientes á sus servicios? Ni aun en la ge-
rarquía militar ha tenido la elevación á que ^
es acreedor. Él era comandante: le plantaron
en mariscal decampo Bueno; pues eso, di-
gan lo que quieran, es bien poco, es poquísi-
mo; y aún me parecerían una bicoca los tres
entorchados. Usted tenga presente cómo re-
compensó Inglaterra á lord Vellintón después
de la campañita aquella en que derrotó á Bo-
naparte. Así se premian los grandes servicios;
no con estas mezquindades de aquí.
— Tiene razón el Sr. Sarmiento — dijo doña
Fermina. — Si por lo de militar merece los tres
entorchachos, por lo. que tiene de orador y de
hombre discreto, se le puede señalar una ren-
ta. Yaya, que la escena y los discursos aque-
llos del teatro fueron cosa buena.
— ^Extraordínariaizr-ic iTrZ-i. iin-.ir i—
t6d| señora mía, i-z '^^-^ -•-— — =^'- í-i ^ : : zzizr-
bon. Lúeas, ¿te &OT;cr-í¿¿.' Nisiuií riizíms
desde muy tempraiio ¿ l;á :jLnrlj- Tir^-r sa-
bíamos que el ii>a l&elc ir :;. _\-lr ZZnLzLzr . VZi:
palmadas^ qué eiiiu¿¿siL:. Y:- rii: r:i=e iaz.
ronco que eu ocho •iia¿ s. j r::ir 'Íat l-=t2:rl:r. á
los chicos. Aún me pare:-»r ::::e vr^j á L.~ié^ j
querido general le vaniarsedrl a&:cL.:o c::iia.:'::e-
Ua nu^estad que el solo tirL.'r. y e'ol^nijs in
discurso que me pareció de perlas, si cien e.n
el mucho alboroto no se oia Tina palacra degde
arriba. Aún me parece cv:e e¿i^:y ovenio la
pomposa música del himno c^ae enionó el p'i-
blico. Rie^, con aqueUa gracia ¿uma ^ue Lios
le ha dadoj levantóse y dijo: la música del
himno no es asi^ sino de esta otra manera.-- Y
8B puso á cantarlo. Su¿ ayudantes llevaban el
compás.
— ¡Estarla bonito! ....
— ^Después uno de los ayudantes cantó el trá-
gala perro, y aquí fué Troya. Yo creo que has-
ta las figuras pintadas en el techo cantaron en
aquel instante. ¡Sublime momento, señora!....
Pero lod envidiosos no Mtan en ninguna parte.
Slmpéñase el jefe político en decir que aquello
era un desorden. Quiere hacernos callar; en-
créspase el público como el Océano agitado por
...*
40 B. PÉREZ GALDÓS
mediarían con que el Sr. D. Patricio fuese Mi-
nistro media docena de dias. . . . !
— No se burle usted — dijo el preceptor algo
picado. — Yo no seré Ministro, yo no puedo ser
Ministro, porque soy muy honrado, porque no
soy intrigante, porque no soy ambicioso. Si
tuviera un duro por cada vez que me he nega-
do á aceptar este ó el otro destinillo, seria un
Fúcar Pero supongamos que fuera Minis-
tro, y sentemos esa atrevida hipótesis
( — Silencio — dijo de improviso Monsalud. —
' Están llamando á la puerta.
Atendieron todos. Oyéronse fuertes golpes
en la puerta de la casa.
— ¿Quién será? — murmuró con temor doña
Fermina. — ^Aqui no viene nadie después de
I anochecido.
— Iré á ver — dijo Lúeas, á quien l«s golpes
L. sorprendieron descabezando un sueño.
Pocos momentos después entraba Sólita,
con semblante pálido y consternado, sin alien-
I to, encendidos de llorar los ojos.
— jMi padre está enfermo! — exclamó diri-
' giendo á todos una mirada suplicante.
— Iremos á buscar á un médico— dijo don
'^ Patricio con oficiosidad. — ¡Lúeas!.... Corre al
momento.
— ^No es preciso médico — dijo Sólita, de-
. . .?;
EL ORAyDE OMryn
teniendo á los Sarmientos con nn adem&n.
—Yo entiendo algo de medicina
— ^No necesitamos cosa alguna— añ&dió la
muchacha mirando á D/ Fermina. — Lo r^ue
tiene mi padre es muy singular.
— ¿Congestión cerebral, ataque de gota,
síncope, jaqueca? ....
— ^Mi padre está enfermo del ánimo— dijo
tristemente Soledad. — No quiere médicos ni
medicinas; lo que quiere es tablar con ei .%ñor
Honsalud , y por eso vengo á rogarle que pase
ahora mismo á casa.
Asombráronse todos de ver enfermedad que
ae aliviaba hablando.
^También puede que tenga algo que reve-
larme á mí, — dijo Sarniento dando algunos
puoB. — ^Voy allá corriendo.
— ^No, usted no — replicó la joven detenién-
le.^Salvador solo. Mi padre desea verle y
hablarle ahora mismo, ahora mismo.
Salvador subió sin tardanza al segun-
do piso.
Malísimo humor tenia Sarmiento cuando
86 retiró á su casa. No pudiendo refrenar la
abrasadora curiosidad que le consumía , detú-
vose junto á la puerta del misterioso vecino, y
aplicó el oido, anhelando percibir algo de la
conversación ó confidencia que dentro se veri-
42 B. PEBEZ GALDÓS
ficaba; pero ni una sílaba llegó á sus grandes
orejas. Resignóse á no saber nada^ y al entrar
en su casa, dijo á Lúeas:
— Insisto en que es absolutista, hijo; un in-
fame persa que nos ahorcarla á todos si le de-
járamos.
IV
Halló Monsalud al Sr. Qil de la Cuadra en
un gabinete estrecho, donde tenia cama y
mesa de escribir. Estaba el taciturno sentado
en un viejo sillón, donde se hundia su flaco y
miserable cuerpo, y todo en él revelaba perni-
ciosa mezcla de abatimiento y exaltación, cual
si su espíritu aumentase en actividad y la per-
diera á toda prisa el cuerpo, reclamando el final
descanso de la sepultura. Sus ojos brillaban,
moviéndose en los irritados huecos, y con va-
guedad calenturienta y voluble fijábanse en to-
dos los objetos. Movia la cabeza y los brazos
sin descanso, asemejándose su inquietud á ten-
tativas de acciones concebidas rápidamente y
desechadas antes de la realización. Cada se-
gundo determinaba en aquella alma lleí^ de
EL GRANDE ORIENTE 43
MMsobra un nuevo proyecto, un nuevo plan, un
nuevo deseo. Las luchas del insomnio le con-*-
movian, pujilato horrendo que el alma sostie-
ne consigo mismo creyéndose otra, y en el cual
hay formidables encuentros y acometimientos,
caldas y elevaciones, un espantoso temblor de
congojas, contra las cuales no hay voluntad ni
xaion que prevalezcan.
El personaje que ahora nos ocupa no es
dcBconocido para los lectores de estos libros (1).
Apareció brevemente cuando describimos la
wtirada de los franceses en 1813. Entonces
abandonaba el suelo patrio como adicto al In-
taw), á quien habia servido, desempeñando
wia plaza de oidor en la Chancillería de Va-
ítóolid. Establecióse con su esposa D.* Pepita
ottahuja en un pueblecillo del Poitou, y poco
'flipaefl de estar aUí, hizo que le llevaran su
™¡a^ única Soledad, á quien, por no exponerla
•loe peligros de la retirada, dejó en el pueblo
*W confiada á los parientes de su primera
*908a. Qil de la Cuadra habia sido casado dos
'•Ofia, y Sólita era hija del primer matrimonio,
I*^ la señora que el lector conoció en los cam-
Poa de Álava no tuvo prole. La emigración fué
^ñitiaima para el oidor de la Chancillería de
W Véase El Equipaje del Rey Joú^
k
44 B. PEBE¿ GALD^S
Valladolid, á pesar de la dulce compañía de su
adorada hija, porque después de haber perdido
casi toda su fortuna en el gran conflicto de la
monarquía extranjera, tuvo el dolor de ver es-
pirar á su segunda mujer en el invierno del
año 18.
De regreso á España, cuyas puertas abrió
para los infelices renegados la revolución
de 1820, se estableció con su hija en La Ba-
ñeza; pero circunstancias funestas que él mis-
mo nos dará á conocer le obligaron á trasladar-
se á Madrid, donde la casualidad le llevó á la
misma casa que habitaba Salvador Moni^ud,
cuya suerte tan unida estuvo después de If^ ba-
talla de Vitoria á la del fugitivo matrimonio.
A pesar de la amistad contraída en la fatal jor-
nada del 21 de Junio y de las buenas relacio-
nes que Bostuvieron en la emigración, pues
Salvador vivió también algunos meses en
Poitiers, Gil de la Cuadra se mostraba en Ma-
drid muy poco comunicativo y afectuoso con
su vecino. Era su carácter en verdad inclinado
ala reserva, á la soledad^ á cierta aspereza
misantrópica que entibiaba las amistades. Vi-
sitábanse sí con frecuencia, y Soledad iba mu-
cho á la casa de D.^ Fermina; pero Gil de la
Cuadra en sus entrevistas con el antiguo ju-
rado mostraba el singular recato y la estudiada
EL OSA2n>E OSIENTZ 45
sobriedad de palabras que indican empeño de
ocultar ocupaciones ó designios. Por esta mis-
ma razón causó sorpre^ al joven Terse llama-
do tan á deshora y con tanto anhelo.
Indicándole con una seña que se sentara á
su lado, Gil de la Cuadra le habló de este modo:
^Dispénseme usted si me he tomado la li-
bertad de llamarle, para confiarle un asunt»
grave. Sepa usted que yo soy muy desgracia-
dOj el más desgraciado de los hombres Ne-
cesito el amparo de un ser generoso, de un
buen amigo, de una persona discreta y al mis-
mo tiempo poderosa.
^To no puedo ni valgo nada — repuso Sal-
vador; — pero lo que de mis escasas facultades
dependa está á disposición de usted.
-^Revelaré todo y decidiremos — dijo Gil de
la Cuadra con esforzada voz. — Mi estado ner-
▼loso, la furia y exaltación de mi cerebro son
tales esta noche que creo moriré si no tomo una
determinación salvadora ¿Quiere usted
que le hable con toda franqueza? Pues amigo
mió, yo soy muy cobarde.
Después de esta declaración, Monsalud cre-
yó que el Sr. Gil iba á poner en su conoci-
miento cualquier contrariedad insignificante.
— ^Muy cobarde — añadió el extraño enfermo.
— Verdad es que lo que me pasa es gravísimo.
46 B. PÉREZ CALDOS
I <
Si no tuviera una hija á quien adoro, á estas
horas, Sr. Monsalud, ya me habria dado muer-
te. En un momento de. exaltación, casi llegué
á olvidarme de mi pobre Sólita, y abrí esa
ventana para arrojarme á la calle. Vivir así, no
es vivir.
— ^Dígame usted con calma lo que tanto le
mortifica y decidiremos.
— ^Ante todo debo recordarle á usted una
deuda que conmigo tiene — indicó el taciturno
fijando en su amigo los ojos con expresión pa-
tética. — ^Mi esposa, que en gloria esté, y yo
le salvamos á usted la vida en aquellos acia-
gos dias de Junio de 1813, que no puedo re-
cordar sin espanto.
— Tampoco yo — dijo Monsalud palideciendo.
— ^Le salvamos á usted la vida — añadió Gil
de la Cuadra complaciéndose en esta idea fun-
damental de su argumentación.— Después de
ocultar á usted diferentes veces, yo autoricé á
mi esposa para que, cediendo todas sus alhajas^
que eran gran parte de nuestra fortuna, le
rescatara á usted del poder de aquellos malva-
dos guerrilleros que querían sacrificarle.
— i Es cierto! — murmuró Salvador con voz
grave.
— ¿Cabe mayor abnej^acion tratándose de un
desconocido?
EL t^jii^nz .iziy'zz 4'
—No, no cabe más. CízfL — .íl¿ ir trr».iíír-
ndento no bastarían zítí jsiri^ iír: : --= -.T^irri
llama deuda y que yo cii. i>i: n^ :::"íj::z. re-
conozco.
— ¿Demodo que 'j.=:ai. luI^: zi:: •^LtUk
diapuesto á hacer p:r ni. ¿ ne tíj: e- ::i. x:.-
flicto fiupremú, lo q~e c: eáT»>=¿ 7 7 : '~- >¿
por usted cuando peli^Ti'.* =■- -ül
— ^Dispuesto c-jn ^:.Í5k i:^ íjiilí — :r:z\.h'. -.,
jdven lleno de pieia.! y eri=i:i. — V:íei.r "L=r-
ted lo que debo ta-^er. C-li.:.: ^r:-^-:, :-r¿r.v.
valgo, mi vida y iil - :mrr ís-^í- ¿ i-v-.-.i.-
don de usted. Xo es ~- -A.:rLi:í:. r-. "i. í^'.»^;.
y ai no recuerdo tlíL, z^'j z^ íii: :.*:i:iv> -.-^
llegaran ocaáones s-izir:ziJéJi r-trá l--.i.%r %%
ofiredmiento, porque ie&ie zuíá".:* rriii.^:^ ^:.-
trevista en Madrid me de-ílikr^' ¿e^ior rr^rL'^
de usted.
— ^Ea verdad, gracias, aTicrJa^ — !:''> ^1 er.-
íenno, estrechando o'jn hih zjs^':^'. y hr^j-^r.^jií-.
manos las de Monsalud. — ií -cía &*ei.7l v:. & . o
que voy á referir. Creo hah,-cr ir.ii'T^.'ío sL :*Vi*';
cuando estábamos en Fraílela. ^-:.: :.'.!-. i i- a-.
han sido siempre íavoraol-^í ¿ lo.t r.-z:--/::.'/: &v-
Bolutos de la Coror^a v a I^k irAor.&r.;.'^ vjl'^.
tal como durante si^'Ioi La dl-:íVití.r ^r* Isu-. iiii-.
gloriosas Naciones de la tierra. L& ariiblciori do
mi segunda esposa, y debilidades miau que de-
48 B. PÉREZ GALDOS
ploro amargamente, me indujeron á reconocer
y servir al intruso Bonaparte. No necesito re-
cordar la ignominiosa caida del partido afran-
cesado. Yo, que no peileneci á él de corazón^
sino por las sugestiones de mi mujer, ten-
go más derecho que los demás á quejarme
de mi detestable suerte. Volví del destierro
sin que mis ideas sufriesen mudanza alguna,
y es singularísimo y á la par muy triste que
los absolutistas del 14, con quienes mi corazón
simpatizaba, me cerraran las puertas de la p^
tria, y que me las abriesen los liberales, á
quienes tengo la desgracia de aborrecer. Esta
contradicción real y molesta entre mi modo de
pensar y mi gratitud, obligóme el año pasa-
do á huir prudentemente de las cosas políticas.
Betiréme á mi pueblo natal. La Bañeza.
Como allí conocían todos mis ideas, un dia los
liberales me acometieron con palos ordenán-
dome que diese vivas á la Constitución; ne-
guéme á tal vilipendio, y aquella deuda que
{^ para con ellos contrajeron mis honrados labios,
pagáronla mis costillas con buenos cardenales.
\ A pesar de esto tuve paciencia, señor y amigo
mió, y seguía pacíficamente en mi casa, pidién-
dole á Dios que ponga fin á esta insoportable ti-
ranía del populacho, mas sin buscar venganza,
y resistiéndome á tomar parte en los trabajos
EL CR\NT»E «^ErEyTT -ti
qiiealgunoB realistas traían entre manoe para le-
vantar partidas. £n estas andadas, organizióse
enLa Bañeza la llamada Milicia Nacional; '^ne
yo llamaria Infernal hablando propiamente, y
pura dar pruebas de sn existencia y hacer el
«treno de su bárbaro poder, emprendiendo con
brillo el camino de la gloria, creyó que lo me-
jor era adjudicarme una nueva paliza, como
b'hiso el 3 de Setiembre del año pasado, pre-
texiíando que yo conspiraba.
— ^Ta van dos, Sr. Gil. En verdad que admi-
ro la resignación y sufrimiento de usted.
—Mes y medio de cama me costó la hazaña
dalos milicianos de mi pueblo. ¿Creerá usted
^ ni tales razones pudieron persuadirme á
^nedqara mi pacifico y santo retiro? Aguanté,
7 Qillá y esperé. Mi actitud digna y cristiana
delaó ponerme á cubierto de nuevos ataques,
tno 68 verdad?
—Seguramente.
—Pues no fué así. Precisamente por la ra-
Km de que yo sufría y callaba, debieron cal-
nine en ellos la feroz intolerancia y salvagis-
no; pero no fué así, sino que mi humildad les
Inda más bravos cada vez; y alegando conspi-
ndones que sólo en su obtusa mente existían,
me atacaron de nuevo
— lOtra vez?
50 B. PÉREZ GJLLDÓ6
— Si señor, y se lo digo á usted francamen.-
te^ A la tercera paliza ya no pude aguantar
más, y lo que no habia hecho hasta entonceSi
lo hice desde aquel dia.
— ¿Conspirar?
— Justamente. Ellos se «npeñaron en que*
conspirara, y conspiré. Aquí tiene usted la sa-
biduría de los liberales. Con su imbécil siste-
ma de apalear á los que no piensan como ellos
van poco á poco convirtiendo en enemigos á
todos los españoles. Yo que habia hecho propó*,
sito firme de no mezclarme en la política acti-
va, ni contribuir al levantamiento de parti-
das, ni conspirar, salí de mi casa decidido ék
todo, á todo absolutamente; vine á Madrid, y
mi mala suerte deparóme aquí el encuentro con
un amigo de mi juventud, D. Matías Vinuesay
cura que fué de Tamajon, y á quien Su Magos-
tad en premio de los méritos que contrajo du-
rante la guerra, hizo capellán de honor y arce-
diano de Tarazona.
— Ya sé á dónde vá usted á parar, — dijo
Monsalud con benevolencia. — ^Vinuesa le indu-
jo á usted á intervenir en esa descabellada cons-
piración que le ha llevado á la cárcel y que
probablemente le llevará también al patí-
bulo.
Al oir esto, el enfermo palideció y sus lá-
.^,. ».■» .-.
EL GRANDE ORIENTE 61
bioB pronunciaron algunas palabras á guisa de
oración.
— Puesto que todo se lo he de confesar á us-
ted — añadió exhalando un suspiro, — diré que,
en efecto, he sido confidente y amigo de don
Hiatias Vinuesa. Obra de muchos es el céle-
bre plan, cuyo descubrimiento ha ocasionado
la priñon de ese bendito, y que, con perdón
de usted, no es descabellado ni mucho menos,
j nos habría conducido al glorioso objeto que
■nhifllamos los buenos españoles, si la impru-
douña, el soborno ó la traición no lo hubieran
denabierto. Presumo yo que alrededor del Tro-
Mi donde tanto se trabaja por derrocar al Go-
[ KttDo y á los liberales, existen la venalidad y
keocmpcion más que en otra parte alguna, y
fw de lofl mismos que nos han incitado á cons-
pnr, partió la infame denuncia, fundada en mó-
yikñ que no comprendo. Ya estoy desengañado
dft la mala fé de todos, aburrido al ver que son
tía picaros unos como otros, y convencido de
Que no es posible tomar parte activa en la cosa
pfiUica 8Ín meterse en fango hasta el cuell9<r^
—Es lamentable que no lo conociepft^sted
intes de pringarse en la desdicha)]^ conjura-
ción palaciega de Vinuesa, qu^'es, según he
eidOi una de las mayores a]5erraciones que
jmede oOBcebir la imaginacior^.
/
i
9
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'■
1
i
52 B. FEKEZ GALDÓS
— Siento que usted califique tan duramente
un plan que no conoce, — repuso Gil de la Cuar
dra en el tono del amor propio herido. -^Y
como no puede conocerlo si yo no se lo revelo,
voy á hacerlo, porque después de la prisión de
mi amigo^ no hay en ello inconveniente. La
primera condición de nuestro pl^n era el se*
creto. Solo debian tener- noticia de él Su Ma-
gestad, el infante D. Carlos, el duque del In-
fantado y el marque de Oastelar, como los
únicos encargados de ponerlo en ejecución.
Llegado el momento del golpe, Su Magestad
debia llamar á los Ministros, al Capitán gene-
ral y al Consejo de Estado, y una vez que los
tuviera á todos bien agazapados en la real cá-
mara, debia entrar una partida de guardias de
Corps, mandada por el serenísimo señor In-
fante, y prenderlos á todos, luego que el Rey
saliese de la estancia. Yea usted qué ardid tan
sencillo y al mismo tiempo tan fácil.
— Si, todo es fácil y sencillo en las cabezas
de los conspiradores. Prosiga usted.
'^-:»c:^Inmediatamente después el mismo señor
infanfó^^. Carlos debia pasar al cuartel de
guardias y s^aandar arrestar á todos los indivi-
duos poco afó^s á Su Magestad y á nuestras
ideas.
— ¿También eaip ©s fácil y sencillo?
í
BL (JBANDE OMISNTE 63
*^— — — ^— II. I — — ^— —
^D^eme usted seguir. Al mismo tiempo el
nftor duque del Infantado bien le conoce
utedy iqué imponente figura, qué aire marcial!
tío con presentarse inclina los ánimos á la
obediencia pues digo que el señor Duque
Ukúl marchar en el mismo momento á Lega-
íáá í ponerse al frente del batallón de guar-
fias que hay allí.
—Suponga usted que los guardias de Lega-
iiA le recibieran á tiros, que también puede
—No es probable que á tan grande procer
ycomplido caballero le faltaran de ese modo
Itlóa&n resta algo Excuso decirle á us-
lei qae todo debia hacerse en el mismo mo-
■mo.
—Es natural, y en el mismo momento tam*
Un debia hundirse todo. Adelante.
—Se sobreentiende que lo referido habia
de acontecer por la noche — continuó el ancia-
no.— Dado el primer golpe, veamos ahora su
desarrollo. A las doce en punto, ni minuto
más ni minuto menos, debia ponerse en cami-
no para Madrid el batallón de Légano, entran-
do en esta corte á las dos. A las tres en pun-
to, el regimiento del Príncipe, con cuyo coro-
nel se contaba, debia ocupar todas las puertas
de la villa, y & las cinco y media, ni minuto
54 B. PBRE2 GÁLIBOS
más ni minuto menos, debian las tropas 7 él
pueblo empezar á dar vivas á la Religión, al
Rey, á la patria, y mueras á la Constitución y
á los ministros Luego el plan contenía muí
multitud de determinaciones, consecuencia nir
tural del triunfo. Debian ordenarse varias co--
sas, V. gr.: que se celebrase un Concilio naci(^
nal que los cabildos se encargaran ote'
vez de la administración del Noveno que
hubiese tres dias de rogativas que se rebar
jase la tercera parte de la contribución qUé
los gastos de iluminaciones y festejos fueran
muy moderados que los milicianos sirvicH
ran en el ejército ocho años ó pagaran veinte
mil reales de redención..... que se trasladara
al obispo de Mallorca que se imprimieían
por cuenta del Estado las Cartas del padre
Rancio que el obispo auxiliar, portador en
triunfo del libro de la Constitución el año 20,
lo llevase tambieii ahora y con su propia mano
se lo diese al verdugo para quemarlo en fin,
ya ve usted que no faltaba nada
— ^Nada fetltaba, á no ser sentido común.
¿Son también obra de usted los papeles M
Ghrito de un Espafíol y La Papeleta de Leont
— En esta misma mesa he escrito parte de
ellos — repuso el enfermo con disgusto, — Pero
no disputemos ahora sobre la ruindad ó exce-
EL GBANDE OBIEXITE 55
loncia del plan. Yo sigo creyendo, que sin los
infiunes sobornos y traiciones que han media-
dO| nuestra obra nos habría proporcionado un
verdadero triunfo. No es posible formar juicio
de lo que no ha podido pasar del pensamiento
ila irrecusable prueba délos hechos. Lo real, lo
postivOy lo que vemos y tocamos, amigo mió,
Mque yo me encuentro comprometido, expues-
to i perder, no solo la libertad sino la vida, si
9D hallo un hombre discreto, astuto, hábil y
poderoso que me ampare en trance tan aflictivo .
•^Fero la Corte, esa Corte que es la que
Ipenta, paga y sostiene las conspiraciones rea-
Jbbs, no le abandonará á usted
— ¡Ahí Sr. Monsalud de mis pecados — ex-
diinó Gil de la Cuadra con amarga tristeza, —
b GíSrte 6 no puede nada, ó teme comprome-
kne dándome el amparo que de ella he solici-
tado. Preso D. Matías, sin que ni Rey ni Ro-
que lo hayan podido evitar, .hecha pública la
eoDJancion, no hay ningún procer ni potenta-
do de palacio que no proteste de su adhesión al
liberalismo. ¡Pecador de mí! ¡mil veces peca-
dor! La circunstancia de haber sido afrance-
aado me hace sospechoso á los absolutistas.
Esa es mi fatalidad; esa mi estrella negra; esa
es la funesta herencia que me dejó mi esposa.
¡Si viera usted cuántas puertas se han cerrado
56 B. PÉREZ OALDÓS
hoy ante mil Es particular: de la noche á la
mañana ya nadie me conoce. Soy un extraño/,
un importuno; creen sin duda que les voy £'.
pedir un socorro pecuniario y me reciben di J
malísimo talante. La única muestra de bene-^
volenda que he recibido es muy triste, señor >
Monsalud. Diómela un caballero de la Córtoi'j
avisándome hoy el peligro que corro, porqi
halladas varias cartas y notas mias entre
papeles de Yinuesa, no han de tardar en venk^
por mí para embaularme en la cárcel, donde,
si Dios no lo remedia, nos pudriremos el cura
y yo, á no ser que nos cuelguen en la plazuela
de la Cebada. ¿No es verdad, Sr. Monsalndi
que debí preferir el tratamiento de los milicia-
nos de La Bañeza?
— ¿Usted espera que le prendan? ¿Lo sabe
usted?
— Lo sé.
— Pues en tal caso— dijo Salvador con asom-
bro, — ¿por qué no huye usted? ¿por qué no se
oculta al menos?
— Precisamente dé eso queria hablar á us-
ted, — manifestó Gil de la Cuadra, cayendo de
nuevo en el lúgubre abatimiento en que Salva-
dor le encontrara. — ¡Huir!.... creo que no ha-
brá otro remedio.
— Es el más seguro por ahora.
EL GRA.NDB ORIENTE 57
achaques físicos y el estado de mi es-
itu me hacen de tal modo cobarde, que no
acertaré á dar un paso ¡Si parece que me
eonvierto en un niño!.... jsi se me oprime el
; 0Wan>n!.... Luego doy en pensar en la desdi-
[dbda suerte y soledad de mi pobre hija
ijffoé será de ella si muero? De tal manera se
fciptnrba mi alma y se enflaquece mi razón pen-
en esto, que no puedo discurrir los me-
de mi fuga ó escondite. Piense usted por
pues no con otro objeto he solicitado su
í; dígame usted lo que debo hacer
nsted un plan.
';fc-No solo indicaré lo conveniente, sino que
I cnanto pueda para que usted quede ensal-
cika misma noche. Es preciso tomar una re-
¡iolidon pronta. Animo, Sr. Gil, no acobar-
['m, y triunfaremos.
— |0h! gracias, gracias mil — exclamó el en-
' ftaio esbrechando las manos de Salvador.
El infeliz conspirador lloraba.
~No debemos perder tiempo Saldremos
FJQtM para que vaya usted más tranquilo, —
dgoXonsalud, restaurando más á cada palabra
JftODergfa moral y física de su vecino. — No
no8r& usted de nada.
— |De nada!.... ¡qué bendición de Dios! XJs-
[ied me devuelve la vida To que empezaba
58
B. PEEEZ GALBOS
á carecer de todo, hasta de lo más preciso. ...I
— El conflicto de usted, amigo D. Urband]^
es poca cosa. Creo que nadie nos estorbará m\
fuga. Yo le llevaré á usted á un paraje ae^
donde vivirá tranquilo y oculto hasta que
damos conseguir un sobreseimiento, una
lucion allá veremos.
— {Benditas mil veces sean esa boca y
manos! — dijo Gil de la Cuadra con em<
profunda. — ^Usted me salva; yo m© arrojo
esos brazos como en una playa hospii
después de ser juguete de las olas li
que usted, después que me ponga en lugar
guro, conseguirá un sobreseimiento, una
lucion?.... (Cuánto lo agradeceremos mi hija;
yo!.... Sola, Sólita, ¿dónde estás?.... Ven,
re á abrazar á este caballero. rJ
— ^Vale más que nos dediquemos sin perdflC |
un instante á preparar todo lo que sea neoesik;
rio ¿Qué hora es?
— Las once — dijo el anciano levantándc
con dificultad. — Me siento mejor; me siento-
más ligero; se me ha despejado la cabeza; mud-^
vo las piernas con flexibilidad; en fin, soy
otro ¿Conque á disponer. . . . ?
— Sí, á disponerlo todo. Arregle usted lo
que ha de llevar de su casa. Yo me encargo de
todo lo demás.
BL GBANDE OBIENTE 59
Oh! idolatrada hija mia^ ya tienes padre
rez; viviremos tu y yo — exclamó Gil
Cíoadra con viva excitación de espíritu. —
le usted vá á hacer por mi, Sr. Monsa-
supera á cuanto hicimos por usted en
horrendo dia. Si consigue ponerme en
esta noche, me parecerá que resucito, y
^rroroso aspecto de la cárcel dejará de
imtar mi imaginación Conque apre-
lonos. Soledad, hija mia, ven Una
ae esté libre de las garras de esos infa-
fiícil le será á usted sacarme del atollade-
la causa. Las sociedades secretas á que
pertenece lo hacen y deshacen todo.
láSi el señor duque del Parque, de quien
bed secretario, administrador ó no sé qué,
por uno de los hombres de más valimien-
e existen en España.
intes de media noche estaremos fuera de
id— dijo Monsalud después de hacer sus
los. — No conviene perder tiempo.
Ese ánimo y decisión me regeneran — dijo
ra dando algunos pasos vacilantes por la
icion. — ^Déjeme usted que antes de ocu-
B en los preparativos de la fuga, le dé á
un abrazo, un estrecho abrazo de ami-
•• asi Ahora veamos lo que selle-
,. ¡Soledad, Sólita!
ir
'A
60 B« PEBEZ GALBOS
-K"
La muchacha apareció de repente^ páUd^j^
desconcertada. Su semblante expresaba el t«M
ror más vivo, y sus labios descoloridos INÍ
acertaban á pronunciar palabra alguna. El pi^
dre participó al punto por simpatía nat
del pavor de su hija; miró á Monsalud;
formuló con ansiedad una pregunta. ^^oi
No pudo dar contestación la atril
niña. Oyéronse terribles golpes que
ban en la puerta de la casa, haciendo
blar á esta de los cimientos al tejado O
ronse al mismo tiempo pasos de mucha geatej?
palabras, un rumor soez que llenó de eq>&&ti!
el alma de lov tres personajes. '\
— iAhí están! — murmuró con voz tétrica Gáa
de la Cuadra.
— ¡Ahí están! — ^repitió Monsalud, golpean^
do el suelo con tanta fuerza que la casa redo^
bló su temblor convulsivo y proñindo, como
contestando á las llamadas de los polizontMl^
V
El amigo de Yinuesa cayendo en el sillón, ^
oprimió con ambas manos la desnuda calva.
* -i-Seme ha psixtido el alma — exclama
r
EL GBANDE OBIENTE 61
indamente. — Parece qae me han arrancado la
'fltímaraiz de la vida {yo me muero!....
fPohreliijamia!....
Sólita oorrió hacia él. Padre é hija se anie-
4011 en. estrecho abrazo .
■ ' —Ya no hay remedio — dijo el primero con
margara.
' - Los golpes se repetían con más fuerza. Sal-
•'WSíXtf agitado por violenta cólera y despecho^
ift^golpeaba la frente con el puño. En algunos
^Honentos se sentia impulsado á acometer una
rJMducion desesperada; pero tenia demasiado
phaeii sentido para no refrenarse al punto.
} — ^No hay remedio, — dijo Gil de la Cuadra
%A acento solemne. — Hija mia, oye lo que
lOfá decirte. ¿Ves este hombre?....
Bolita fijó en Monsalud sus ojos llenos de
lífgrmas.
-^Salve usted á mi padre — gritó. — Dis-
lana usted algún medio para ocultarle, para
Mearle de la casa sin que esos hombres le vean.
El tétrico silencio del joven indicó clara-
ittHite que no podia discurrir medio alguno que
no filase una locura.
— ^No puede ser, no puede ser— dijo el an-
dno. — ¿Ves este hombre? es el único que pue-
de hacer algo por mí, por nosotros. Mientras
ñvamos separados, recuérdale un dia y otro
62 B. PEBEZ GALDÓS
gae tu padre está en la cárcel. Se me figura ]
se me figura que será un buen hermano para tí. ;
Los golpes redoblaron. Parecía que cien pa« ;
ños de hierro martillaban la puerta, y la cam-
panilla sin cesar movida, cayó de su sitio.
— Es preciso abrir al instante — ^manifestó con ;
vivísima agitación Cuadra. — Una paUbra más, ;
amigo mió, hija de mi alma. Mientras viene de \
Asturias tu primo Anatolio, que ha de mst,
amen de tu marido, tu único amparo después,
que yo falte, te dejo encomendada á este buen '
amigo. £l será tu padre y tu hermano. Señor
Monsalud, si acepta usted el encargo, me voy >
más tranquilo á la cárcel, y de allí
— ^Acepto— -dijo con grave acento el joven. ■
— Sólita será mi hermana. Además juro por to- =
dos los santos y por Dios, que es mi padre, que
le he de sacar á usted de la cárcel á donde vá
esta noche.
Los tres se abrazaron sin añadir una pala- .
bra más. En el mismo instante, despedazada
la puerta de la casa, entró en la estancia un
hombre brutal y grosero, uno de estos que no
creen representar bien á la autoridad si no la
hacen antipática y aborrecible.
— ¿Quién es aquí el bribón de Gil de la Cua-
dra? — dijo mirando alternativamente al joven
y al anciano ¡Ah! conozco al mozo, que es
f.
XL GRJLyDK QRTTTHTg <53
Monsalnd supongo qne Cnadra será el ve-
jete Véngase usted conmigo á la cárcel de
Tilla no, á la de la Corona, porjue en
aquella no cabe más gente.
— ^El señor es Gil de la Cuadra — dijo Sal-
vador. — ^Por el bribón no pr^untes, que aquí
ao hay otro que tú.
Dos, tres, cuatro individuos no menos sim-
páticos que su lindo jefe, penetraron en la es-
tanda.
•^|Y á esta tortolilla, la llevamos también?
—preguntó uno, atreviéndose á poner la mano
en el hombro de la joven.
— ^Para preguntar una estupidez — repuso
MoüBalnd rechazándole violentamente, no se
nftQesita dar coces.
— Juan Violin, no seas bruto — ^gruñó el jefe.
"-Deja á esa señorita y alcánzame las esposas.
Gil de la Cuadra al ver que le iban á atar
hs manos huyó despavorido á la pieza inme-
diata. Siguiéronle todos. Bogóle Salvador que
■e aosegase, no haciendo resistencia á sus bár-
baiOB aprehensores, y cedió al fin el anciano y
ofreció BUS manos á las argollas de hierro.
Abrazóle estrechamente Sólita, diciendo con
lastimeros ayes y lamentos que no se sepa-
raría de él, y fué necesario separarla. En la
•ala, Gil de la Cuadra, agobiado por la amar-
fe
64 B. PÉREZ GALDÓS
ga pena, exánime y aturdido, cayó al sueb
Los polizontes tiraron de él como se tira de u
perro que se detiene á hociquear en el suel^
Ayudóle Salvador á levantarse y salieron de '
casa.
Cuando bajaban la escalera, D. Patricio
su hijo salieron á ver la tristísima comitiva,
La Monsalud quiso que Soledad entrase desc
luego en su casa. Detuviéronla todos, procí
rando consolarla, pero ella insistió en bajar,
luchando con todas sus fuerzas, que no era
muchas, procuraba desasirse de los brazos ó
Sarmiento y D.* Fermina.
— Le soltarán pronto no llore ustc
niña-4e decia el preceptor. — Este Gobiem
es como Dios lo ha hecho no persigue m^
que á los liberales ¿Conque el Sr. Gil c
la Cuadra era la mano derecha de D. Matii
Vinuesa?....
Soledad bajó rápidamente y tras ella Sa
miento. En la calle arrojóse otra vez la much;
cha en brazos de su padre manifestando inqu
brantable resolución de seguirle, pero las fue
tes manos de los corchetes la separaron. Gil c
la Cuadra, negándose á dar un paso en comp
nía de la soez cuadrilla, dejóse caer en el su
lo, y otra vez el egregio polizonte tiró i
la soga.
EL GItANDE ORIENTE 65
. —Tengo sed — dijo el anciano, respirando
ooninsia.
Delante de él estaba D. Patricio, con las
nanoB á la espalda, fijando en el reo una mi-
nda maliciosa y nada compasiva.
-»Tengo sed — repitió Gil de la Cuadra.
\ — Sr. Sarmiento, — dijo Monsalud vivamen-
4^— en la escuela de usted hay una alcarraza
n agna
—Mire usted qué demonches de casuali-
\ Jid,— repuso Sarmiento sin moverse del sitio
kqne estaba contemplando al anciano; — se
eba olvidado dónde puse esta tarde la dicho-
•alcarraza.
—Subiré yo — dijo Soledad procurando so-
liQpmerse á su pena.
Subiré yo — dijo Monsalud tomándole la
Uutera con rapidez suma. — ^Aguarde usted
•fciBO y procure calmar al pobre viejo.
Pocos instantes después, Salvador daba de
• baber á su amigo.
—La noche está fria — manifestó imperturba-
»fc y ún. dejar su sonrisa picaresca el gran
aBiniento, — y cuando la noche está fria
jA tiempo &esco pues no se tiene
nd.
Los polizontes tirai*on de la soga, acompa-
finido BU movimiento de ese cliasquido de
'^•t"
66 B. PÉREZ GALDÓS
. I
lengua que tan bien entienden los animales.
— Ánimo, amigo mió — le dijo Monsalud. —
No olvide usted mi promesa.
Pareció que el infeliz colega de Vinuesa re- j
cibia ánimo y vida al oir estas palabras.
— ¡Pobre hija mia! — exclamó bebiéndose las
lágrimas que copiosamente corrían por sus me-
jillas.
— Sólita es mi hermana — dijo Salvador abra*
zándola. — Vamos: esto debe acabarse. Se reúne
gente.
Cuadra se levantó con dificultad. En su m*
pírítu habia seguramente poderoso anhelo de
colocarse á la altura de su situación, sofocando
la ruin pusilanimidad que le abatia.
— ¡Mi hija!.... ¡mi pobre hija! — gritó da- q
vando los tristes ojos en el semblante de su jo-
ven vecino.
Con aquella mirada su afligido corazón de .
padre dijo cuanto las circunstancias exigian.
que dijera.
Sólita perdió el conocimiento. SarmientOi
que estaba á dos pasos de ella, la sostuvo en-
sus brazos.
— ¿En dónde pongo esto? — murmuró festiva-
mente.
— Subiré á Soledad á mi casa — dijo Salvador
tomando en brazos á la jóven^ como si faesa
v
EL GKANDE ORIENTE 67
oiño^ — y después, Sr. Gil, le acompañaré
ifced á la prisión.
Como lo dijo lo hizo, y poco después de
lia noche todo estaba terminado.
VI
El templo no 'se habia descvhierto todavía.
era aún la hora de la tenida, y los Hijos de
Viuda, descansando de las fatigas políticas
BUS casas ó en los cafés, esperaban que la
I (Uiral de la noche marcase la hora propia
nloB trabajos del Arte-Rml, Los Maestros
Mtties Perfectos, los Valientes Príncipes
i Líbano 6 de Jerusaleni, los Caballeros Ka-
wdl, los que antaño se llamaban Gerográ-
tías, los Hierorices, los E2nvames, los Da-
^^ueSf los Rosa-Cruz de ogaño, los herma-
■ todos, desde el Terriyle hasísi el Sirviente,
■ i^rendices, compañeros y maestros, desde
I de mallete hasta los de cuchara, estaban
opados en el a^/ape doméstico, ó bien con-
nuido con sus mopses, jugando con sus Zo-
tonea, 6 matando el tiempo en las reuniones
n&iiaSy lejos de la verdadera luz. Las estre-
68 B. PBKEZ GALDÓS
lías no se hablan encendido todavía, ni el nwif
to eUusiaco exhalaba su aroma. Imperaba 1
rosa, emblema del silencio, y la imponent
exclamación Oseé no habia resonado aún baj
las bóvedas orientales. En una palabra (y he
blando con claridad para inteligencia de 1g
ignorantes) la sesión de la logia no habia em
pezado todavia.
En la Caverna del Mithra, 6 sea el Uni
verso, hay un punto que sollama Mantua,
Madrid, en cuyo punto es evidente la existen
cia de una calle llamada de las Tres Cruces
En esa calle, cualquier curioso, aunque tt
tenga sus ojos abiertos á la verdadera luz, po
drá ver una tienda de sastre; y si penetra ei
ella para que el supremo arquitecto de las le
vitas le tome medida de una; si durante est
fastidiosa operación alza los ojos á la hóveák
del firmamento, vulgo cielo raso, verá sÍ3
duda que por aquellos descoloridos y deseas
carados yesos se pasean soles, lunas, rayo
que fueron de oro, cordones, triángulos, estrc
Has pitagóricas y otros signos. Al ver esto
sentirá en su alma profundísima emoción d
respeto, y dirá: naquí estuvo el gran tempL
masónico en los tres llamados años del 2
al 23.11
Siguiendo nuestra relación, (y dejando qu
\ I • ■
*.::r,..
EL GRANDE ORI£^'TE 69
^^i^^MP^W^»^^i^i^ iiiip m ■ I» ■■■!■ ■■■ ■
tfen ftlgnnos dias después de las escenas úl-
DUiínente referidas^ lo cual nos lleva á los úl-
nos de Febrero de 1821) nos dirigimos
li. Es temprano: es la hora en que hierven
sdubs, la hora en que Lorencini, La Cruz
\ JfoZto y La Fonta'tia, son otras tantas ollas
mde burbujean con rumoroso y mareante
imbido las pasiones políticas, entre el chis-
JRoteo de las envidias y el resoplido de las
nMcLones. Toda^via es temprano porque los
ibajos masónicos se abren (este tecnicismo
diga frecuentemente á no hablar en castella-
)) á hora más avanzada.
El edificio de la calle de las Tres Cruces
ti aún á oscuras. Reconocemos el vestíbulo ,
i Illa de Pasos perdidos, donde están los
bttIro8 lógicos, y no hallamos persona viva,
joue tan solo los pasos de un hermano sir-
MU que vá y viene, poniendo en su sitio las
mparas de aceite que bien pronto se han de
uñar estrellas polares, asiros 6 nebulosas. Por
timo, vemos que entra un hombre con ade-
la resuelto, como persona muy hecha á se-
q'tntes lugares; y observando que adelanta
1 recelo alguno, nos apresuramos á seguirle,
mandóle por guía en el laberinto de galerías
salaa. El desconocido se acerca al sirviente,
después de saludarle con signos que no nos
'^
fr'.^iS;;-!
70 B. "PÉREZ GALDÓS
es posible determinar, pronunciando una éa
pecie de santo y seña, le hace esta pregunta
— ¿Está el Sr. Canencia?
— En la Cámara de Meditaciones le hallan
usted, Sr. Monsalud?
Le seguimos denodadamente , aunque c
nombre de Cámara de Meditaciones noscL
cierta comezoncilla de miedo, por haber oü
que es un recinto pavoroso que hace enflaque
cer el ánimo más esforzado., A pesar de esto
penetramos detrás del gallardo joven, y desd
el mismo instante experimentamos temblóte
y escalofríos al ver una habitación toda colga
da de negro, no puede decirse que alumbrada
sino entristecida por macilenta luz. Damoi
diente con diente y el cabello se nos erizí
al observar que en diversas partes de la tris
te estancia, cuelgan, cual objetos en testen
de tienda, cantidad de huesos y calaveras
y que medio esqueleto se apoya contra la pa
red mirando con desconsuelo al otro medio, <
sea los fémures y tibias que fueron de su peí
tenencia y ora yacen en el suelo.
En la sepulcral pieza hay una mesa, y jun
to á esta mesa se ocupa en burilar una plan
cha, ó sea en extender un acta, (hablando á 1
cristiano), un viejo de cabellos blancos. N
atendemos á las demostraciones amistosas qu
EL GRANDE ORIENTE
Iiaceá nuestro introductor, ni á las palabras
de éste: por ahora, atentos sólo al conoci-
miento del local, fijamos los atónitos ojos en
algunos letreros que entre hueco y hueco ador-
nan las negras paredes, y leemos: uSi vienes
inpulsado por una meiu curiosidad ó jyor
otro móvil aún peor, retírate, no tictes de
isKiubi'irla, porq^ue penetraremos tusintencio-
W8." Volvemos la cabeza y nos sale al encuen-
tro este otro parrafillo: nSt iii conciencia está
trniquila, ¿por qué sientes disgusto ante estos
iupojos que te recuerdan el fin de tu vidah^
Otro letrero dice: ^^ ¿Siente tu alma temor? Pues
wKmte, piorque solo un espíritu fuerte puede
UífQfiar las pruebas d que has de ser sometido, t^
"¿fe hallas dispuesto á sacrificar tu vida en
Wi del progreso humano? n
Poco á poco nos vamos familiarizando con
el fúnebre y medroso espectáculo, y echamos
de ver que la Cámara, lo mismo que su extraño
Dineblaje, tienen cierto sello de arrinconado»
cachivaches de teatro, dicho sea con perdón de
laa humanas calaveras. El polvo que los cubre,
i desorden y abandono con que están coloca-
dos los huesos y las inscripciones, indican ique
todo aquello esbá en lamentable desuso. Era la
Cdmaní de las Meditaciones un recinto donde
enoenraban al catecúmeno para que preparara
U.U.:-'.
X
■í I"
i
72 B. PERKZ GALDÓ8 7^]
j
SU ánimo antes de ser recibido como aprendií 'j
por la congregación masónica. Lo primero que j
tenia que hacer el pobre profano una vez que lo
metían bonitamente alli^ era otorgar su t&ebBr
mentó y contestar por escrito á varias pregun-
tas, con objeta de mostrar su manera de dis-
cunir y los granos de sal que tenia en la mo-
llera. Formuladas las respuestas, un hermano
entraba con el rostro cubierto en la Cámara, y-
recogiendo aquellas, las entregaba al Venera-
ble, que ya estaba presidiendo la sesión 6 teni-
da. Leíanse las pruebas del talento del neófito,
y si no resultaba alguna barbaridad estupenda,
concedíanle el goce de la verdadera luz. Aquí
empezaba una serie de ceremonias de que Ift
gente de todos tiempos se ha reido mucho; pero
dicen los masones que hasta sus más insignifi-
cantes gestos y signos tienen un sentido no
menos profundo que los ritos de las religiones
india, judaica y cristiana. Digan lo que quie-
ran, las ceremonias de estas religiones, aun
consideradas tan solo bajo el punto de vista ar-
tístico, tienen un sello especial de grandeza é
idealidad; las masónicas, que solo vagamente
responden á una idea filosófica, parecen por lo
general un juego de chiquillos, dicho sea coa
perdón de los Valerosos y Soberanos PrínGÍpes.
Cuando se acordaba que el profano tenia
EL GRANDE ORIENTE 73
ote entendimiento para ser masón, (y no
a de ser grandes las exigencias del tribu-
rendábanle á mi hombre los ojos para con-
eá la logia, que estaba comunmente á dos
de la Cámai^ de Mediiaciones. Daba él
[pecito en la puerta, y un niason, á cuyo
corrían las funciones de p^^vmer celado^',
con la voz más campanuda posible; »«Ve-
e, llaman profanamente á la puerta del
¡>.if
Venerable, aunque sabia muy bien quién
Mb y por qué llamaba, se hacia el sor-
do, diciendo con acento solemne: "Ved
es. II
^rvenia entonces otro funcionario que
laba el guarda interino. Este salia en
aadon del profano forastero que á des-
irbaba la tranquilidad augusta de la ló-
entonces el hermano que acompañaba al
», decia: ««Es un profano que desea ser
loen nuestros secretos. n
r fin, después que hablan mareado bas-
tí pobre lego, le dejaban entrar, no sin
¡era antes su nombre, edad, naturaleza,
, religión, profesión y domicilio. Elher-
jue le presentaba ponia tin á su alta mi-
»n estas palabras: nAhí os le entrego; ya
3ondo de él.n
74 B. PBBEZ GALDÓS
Seria molesto y ocioso referir la sáiedc
preguntas que el Venerable, desde la celeste Ijttr
miñosa altura del Oriente, dirigía al neófito.-
Después de las preguntas empezaban las pinie-
bas, á fin de ver, según dice el código inafi<^
nico, hasta qué jpunto la im^tura fídica inr
fluye en la lucidez de laa ideas del ne<^ftíOi
y conocer su energía, su carácter, etc.» Aqui
venian las figuradas copas de sangre; los homi-
cidios de mentirigillas; los testarazos que nfl
pasaban de broma; los cálices de amargura^
cuyo licor ha sido siempre muy conocido en la
Fuente del Berro; las abluciones en un pil(»i
denominado Mar de hronce, y otros saineteOf
algunos de los cuales recibían el nombre da
viajes, y lo eran en efecto, por los imaginarioe
países de Babia. Al recién nacido le asistía ep
tales actos un individuo á quien llamaban ei
hermano terrible, siendo común que desempe-
ñara tal comisión y llevase el atroz mote, algún
bonachón tendero de la plaza Mayor ó mansG
escribientillo de cualquier oficina.
En seguida juraba el recipiendiario , prome-
tiendo realizar cosas muy buenas, para las cua-
les no es preciso seguramente hacer el payaso,
pues multitud de personas socorren á sus her-
manos en la Caverna del Mithra, vulgo Mun-
do, sin necesidad de que se lo mande un Vene-
EL ORAXDE ORIENTE 75
bk^ ni de que les mareen con preguntas vanas,
ipaes de bailar el minnetto entre un Caballé-
Kadossch y un Princi^te del Líbano. El ju-
mento no era la última ceremonia, pues nin-
n profano podía dejar de serlo, hasta que no
wbaban de lo lindo. Al golpe de los malleies,
lea martillos de palo, caia la venda de los
s del neófito v í?e encontraba rodeado de
mas y espadas.
¡Tremendo, critico instante para aquel que
ycra iba a ser mechado y asado culiniaria-
»te!.... pero las llamas eran pintadas y las
«das de hoja de lata. El Veneralle, compade-
lo entonces sin duda de la situación de aquel
bie hermano metido dentro de una hoguera
nbe punzantes aceros, procuraVja tranquili-
ibf diciéndole que las llamas y espadas no
u otra cosa que una imagen del remordi-
Bütoque desjaíixtrkt el alriv.i. del recien tíO-
b 8Í llegaba a vender los .secretos de la So-
dad. Con es .o quedaban terminadas las for-
ilaa, y respiraba con libertad el iniciado
ndo concluidas las pesadeces del rito. Pero
D mejor tomaba la palabra el Ven^rahle, que
por lo común un hombre, si no diurno de ve-
acíon, muy convencido do la importancia <le
lellas comcdia<i, y 1l* espetaba un dincnrsazo,
nado entre eWoa ji/ieva de arquíleclura, en-
76 B. PEBEZ GALDÓS
9
f
f
/
careciendo la sublimidad de la Masonería, j re
velándole algo de lo concerniente al grado pri
mero ó de aprendiz. Este dejaba de llamars*
Juan ó Pedro y tomaba con singular modestia
el nombre de Catón, Horacio Cocles, Leibnitz
ú otro cualquier personaje célebre.
No puede formarse juicio exacto de la Ma
sonería por lo que esta institución ha sido ei
España. Los masones de todos los países deda
\ ran que la Sociedad del compás y la escuadrí
existe tan solo para fines filantrópicos, inde
1 pendientes en absoluto de toda intención 3
propaganda políticas. En España, pormásqui
digan los sectarios de esta Orden, cuyos miste-
rios han pasado al dominio de las gacetillas, lof
masones han sido en las épocas de su mayoi
auge, propagandistas y compadres políticos
Tampoco puede formarse juicio de la Masone-
ría española de antaño por los restos de ells
que existen hoy, y que, al decir de los devo-
tos, se reducen á unas juntillas diseminadas (
irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad,
aunque cumplen medianamente su objeto d<
dar de comer á tres ó cuatro hierofantes. Estí
: antigualla oscura que algunos sostienen come
una confabulación caritativa, para fines positi
vos ó menudencias individuales y para prote
gerse en uno y otro continente (por lo cual soi
i ;
EL GRAXDE OEIENTE
f i
maioxies casi todos los marinos que hacen la
arrera de América), no tiene nada de común
con la asociación de 1820.
Era esta una poderosa cuadrilla política, que
ihaderecha á su objeto, una hermandad utilita-
ai que miraba los destinos como una especie de
nligion (hecho que parcialmente subsiste en la
desmayada y moribunda Masonería moderna),
jno 86 ocupaba más que de política á la menu-
da, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la
de^bemacion del Reino; era un centro colosal
de mtrigas, pues allí se urdían de todas clases
ij dimensiones; una máquina potente que mo-
na tres cosas, Gobierno, Cortes y clubs, y á su
Ttt dejábase mover á menudo por las influen-
Qu de Palacio; un noviciado de la vida públi-
•, 6 más bien ensaj'O de ella, pues por las ló-
giu 16 entraba á La Fontana y La Cruz de
Molía, y de aprendices se hacíanlos diputados,
•iloomo de Venenihlea los ministros. Era, en
fin, la corrupción de la Masonería extranjera,
fne al entrar en España había do parecerse ne-
ceiariamente á los españoles.
Durante la época de persecución, es noto-
rio que conservó cierta pureza á estilo de ca-
tMmmbas; pero el triunfo desató tempestades
da ambición y codicia en el seno de la herman-
dad, donde al lado de hombres inocentes y
78 B. PÉREZ GALDÓS
honrados habia tanto pobre aprendiz hol
que deseaba medrar y redondearse. Ap;
formidable el compadrazgo, y después la
nía, el cohecho, la desenfrenada concup
cia de lucro y poder, asemejándose á lai
ciaciones religiosas en estado de despres
con la diferencia de que estas conservan
pre algo del simpático idealismo de su ir
to original, mientras aquella solo con
ba con su embrollada y empalagosa lit
el grotesco aparato mímico y el empc
airezo de las llamas pintadas y las espa(
latón.
A medida que iba avanzando el trien
decayendo el ritual masónico, simplifica
los símbolos, relajándose la disciplina en
lativo á juramentos, pruebas, iniciación
eso hemos visto tan empolvados y rot
targetones y huesos de la Cámara de M
clones, cuya inutilidad empezaba á ser r»
cida. Es propio de gente tocada del afán
dicia el no preocuparse de detalles tor
bien se sabe que hambre ó ambición no i
espera.
EL GRAyi»r oniryrr 7=i
VII
-Ondas á Dios que se te ve por aquí —
)Caxiencia dando un apretado abrazo al jj-
if— Sé que has venido de Francia hace más
reinte dias 'tunante! v no te has dic;-
iodar una vuelta por la logia ;euando
SBqnete queremos tanto; cuando sabes que
señores te estiman mucho v desean hacerte
ibredepró — !
-Por tener ocupaciones graves no he podi-
wnir — repuso Monsalud sentándose. — ile
dicho que esto anda muj- revuelto, papá
encía.
-No es esto un modelo de paz y concierto,
jo Canenoia con cierto desconsuelo. — Las
ñones crecen, y la reciente fundación de
lomuneros ha hecho mucho daño á la Socie-
.... ¿Y tú en qiitj piensas? Me han dicho
los negocios del duque del Parque te dan
>mer lo celebro.
•Vivo regularmente; no como ustedes, los
brea mimados de la situación, que están
08 unos bajas.
'I^^^'^t:^
80 B. PE&EZ GALDÓS
— ¿Lo dices por mí? ¡pobre Aristpgifc
exclamó Canencia con filosófica humild
Yo no disfruto otras delicias de Cápua qi
emanadas de un miserable destino en Co
Pero estoy contento, contentísimo. Ya
que no soy ambicioso, que me precio de 1
fo en la verdadera acepción de la palal
Hijo mió, un pedazo de pan, un vaso de
clara, un buen libro, un tiesto de flor
aquí mis tesoros, hé aquí mis necesidad
aquí mi sibaritismo. Recordarás lo que c
gran Juan Jacobo acerca de
— ^Yo no recuerdo nada.
— Pues el filósofo de los filósofos dic
no hay verdadera felicidad sin sabidur
I Oh! ¿de qué sirven las grandezas hun
Hasta el heroísmo es cosa que no tier
simpatías, porque como dice el ginebrin<
continuidad de pequeños deberes cum
bien no exige menos fuerza moral qi
acciones heroicas. »• Mira tú cómo un h
humilde que no vá más que de su casa á
Correos y de la casa de Correos á la suya
logia, y carece de esposa y de prole pue
un grande hombre, es decir, un sabio, (
quieres más claro, un hombre feliz Q
ban los comuneros; que bajen ó suban ó
ten quedos los masones es cuestión c
EL GRANDE ORIENTE 81
me importa mucho. El zoquete de pan, la
' cántara de agua, el tiesto de flores y el buen
Kbro no han de faltar. Convéncete, ¡oh joven
- inezperto! de que la ambición no ocasiona más
fie disgustos y enfermedades en el hépate
•m ú hígado , para hablar claramente Se
iia.figara que tú estás carcomido por la ambi-
Haif ¿eh? Tú traes algo entre manos. Díme —
^'Ibdió poniéndole la mano en el hombro con
|itriarcal cariño, — ¿por qué has escrito aquella
ttrh á Campos, diciéndole que te retiras de la
Huonería, y poniéndonos de oro y azul?....
htas de pasarte á los comuneros? Ahí tienes
apostasía que me parece tonta. Pareces un
^lAiquillo. El creer que esto es una casa de locos
motivo para querer, salir de ella, señorito
giton. Quédate aquí, quédate sin perjui-
'. tío de quo inforo conciencicB te rias un poqui-
Ho de la parte extema, ¿entiendes? Yo tam-
Ifcn, 8i he de decirte la verdad, me rio algunas
— ^Pues si usted se rie, amigo D. Bartolo —
dgo Monsalud siguiendo el consejo del ancia-
un hipócrita; porque usted es el her-
secretario y orador de la Sociedad; usted
as el erudito, el que explica las leyes de la Ma-
eonaría, el consultor general, el que lo sabe
todo dentro de esta casa, el que ordena los
6
82 B. PÉREZ GALDÓS
ritos, el que explica lo que los demás nc
tienden; usted es el sacerdote, el mago , e
triarca, el senescal, el archimandrita, el
ton, el hierofiante ó no sé qué nombre d
porque no sé todavía qué especie de relij
secta ó gerigonza es esta. Usted es el que
dica cosas enrevesadas y enigmáticas q\
entendemos; usted es el que dice el nú
de pasos que se han de dar y cómo se ha c
vantar el brazo y cuántas veces se ha de j
la mano en el pecho y en la boca y en el
mago; usted es el que dibuja garabatos e
diplomas; usted, asistido de su ayudan
Sr. Regato, fué quien puso aquí esos h
y esas calaveras que están abriendo la
para decir que las vuelvan á la tierra; i
escribió estos taijetoncillos y puso las g:
das abiertas y las columnas y los triángu
la soga, y lo que llaman el Delta, el so
luna, el dosel, la J y la B, el cirio y d
signos y majaderías. Si después de hacei
se rie usted de la Masonería vamos, se
prende en qué consiste el ser sabio y filó
Durante el discursillo, el anciano Can
sonreía socarronamente acariciándose la
ba. Cuando le tocó hablar volvió, á pon<
mano en el hombro del amigo, y bonda<
mente le dijo:
XL ORA*<DE OBIENTE
—¡Tú no Babea que al pneblo, al vulgo,' al
cmuiia de las gentes], ó como quiera llamarse
i en turbamulta ignorante é impresionable,
(ifprsciso meterle las ¡deas por los ojos? Ya es
un gmn adelanto que bayamos desterrado los
lifflboloa y fórmulas absurdas de las religio-
Mi. Para inculcar en esas cabezas de estuco el
enlto y veneración del Ser Supremo, bay que
pooeder con paciencia. ¿Hemos de decirles que
lo mejor es adorar á Dios bajo la bóveda de los
ddoit No, mil veces no; mientras haya hom-
Ins ea preciso queliaya templos, y mientras
'■ ky« templos es preciso que haya simbolismo,
y mientras haya simbolismo es preciso que
kiy» imágenes, ó á falta de imágenes, garaba-
tn, cositas rai-as y de diñcil inteligencia
Tiya, amiguito, no repitas la vulgaiidad de
9H ny un &rsante. Equivaldría esta calum-
I Úw especie á llamar farsantes al Papa y de-
9- Jiál gigantones del catolicismo, y no lo son:
\ daotrodeju esfei'a, bajo su punto de vista, no
lo son Lo que yo siento es que la gente vá
pediendo el respeto al ritual, y llegará dia en
fw miren todo esto como miran los curas
daitro de la Hacristía los objetos de su o&cio.
{Rara humanidad! Verdaderamente es una
hartU. Ko se la puede tratar sino i. palos. Acá
BU» entre los dos, Aristogitoncillo de mil de-
84 B. PÉREZ GALDÓS
monios, desde que se planteó aquí la líber
voy creyendo que Atila, Ornar, Felipe ]
Bonaparte han tratado á los hombres com
merecen. ¡Mientras todo no vuelva al esi
primitivo!.... Pero tú no entiendes de (
¿no es verdad? ¡El estado primitivo! jAh! ¡:
gínate el estado anterior á este funesto p
que hemos hecho para destrozarnos los ur
los otros, y hacernos todo el daño posible
No hay nada comparable al pacto. La ve
dera sabiduría debe dirigirse á ese fin; un
muchacho, que consiste en volver al pr:
pío. Mas no puede formar idea de esto quien
devorado por la ambición y tiene lleno el i
ritu de ansiedades mundanas, en vez de
formarse á vivir modesta y primitivam
con un pedazo de pan y un vaso de agua
talina, un tiesto de flores y un buen libre
Monsalud no podía tener la risa. Dur
un rato, Canencia, poniéndose las antipai
Bigaióburilando, 6 sea escribiendo, tapian
6 mejor, el acta.
— Tá te ríes — dijo en el momento en
echaba arenilla para volver la hoja, — po
crees que ganarse la vida de esta manera
cuesta trabajo. Niño mimado de la fortí
yo quisiera saber qué seria de tí sin la pre
da que tienes en casa del duque del Parqu<
r
BL GRAin>E OKIEXTE ^5
~ —
Ias prebendas — repuso Salvador, — no exis-
ten hoy sino en este manejo de la J. y la B.,
yon este cepillo ó tronco masónico que es el me-
jor del mundo después del de las Animas. ;Ah,
papá Ganencia, ya podia usted echar un re-
aiendo á estas pobres calaveras, que están di-
ciendo con sus bocas sin lengua la tacañería
^ ddeacristan mayor de este templo!
— Abí como no tienen lengua para pedir —
dyoD. Bartolomé con malicia, — tampoco tie-
tei paladar, y puesto que no comen más que
.«jolvo, no puede haber cocina más económica;
||f Hmpiarlas seria ponerlas á dieta. Bien dijo
fA otro, que en polvo nos hemos de convertir.
*-No lo dijo por usted, que se está convir-
'thido en momia de Egipto forrada en oro y
¡kta^ por obra y gracia de los misterios de
Ibb, de Eleusis ó de Patillas.
—•Esa es la opinión de esos bolos de comune-
m — dijo Canencia algo amostazado. — ¿Por
Tüitura este granuja se nos ha hecho comu-
nero?
"—Tal vez — replicó Salvador. — Allá parece
gw están por la formalidad. ¿Hay también
sepilió y colectas?
—lías que aquí. Pregúntaselo al Sr. Regato
pe ha contribuido á fundar aquella Sociedad,
kqmes de haber comido á dos carrillos en
86 B. PÉREZ GALDÓS
nuestro plato y hecho salvas con nuestra pól-
vora.
Los masones llamaban al vino pólvora roja^
al vaso canon, y á los brindis salvas. No es fá-
cil comprender la misteriosa relación simbólica
entre la embriaguez y la artillería.
— Pe^o te advierto — continuó Canencia, — •
por si es tu intención pasarte á los comuneros^
que aquí no tienes más que boquear para obte-
ner lo que mejor te cuadre. Campos te quiere
mucho anoche mismo habló mucho de tí, y
aun se me figura que te va á sorprender con na
buen regalito. Has hecho bien en veidr esta
noche.
— Lo celebro, porque vengo á pedir.
— ¿Á pedir?. .. . Gracias á Dios, hombre. Eres
de los nuestros. Veo que entras en el buen ca-
mino, — dijo Canencia mirando su reloj — ^El
acta está lista. Ya es hora de empezar la ten/ir
da, ¿Y qué vas á pedir?
— Dígame usted, Sr. Canencia, — preguntó
Monsalud con gran interés;— -^cuál es el crite-
rio del Orden respecto á la suerte de los que
están presos por conspiraciones absolutistas?
— ¿Cuál ha de ser? que los ahorquen. ¿Te has
echado á filántropo? ¿Hay algún pariente tuyo
en la cárcel de Villa?
— Sí señor, hay un pariente mió en la corcel
■». '
EL ORA^iBE OKTEN-TE S7
dfi la Corona — ^i*epuso Salvador con firmeza, —
7 68 preciso sacarlo de allí.
—¿Es rico?
—Es pobre.
— Paes veo muy difícil que tu pariente coma
los buñuelos del San Isidro de este año Sin
flmbargo, puedes trabajar. Campos te quiere
mucho. El Duque pertenece al Supremo Conse-
jo. Ta sabes que lo que aquí se ata, atado será
n él Gobierno, y lo queaUá dentro desatemos,
desatado será allá arriba. Esta noche des-
pués de la tenida ordinaria, hay tenvla de
híncipes del grado 31. Creo que se tratarán
eoiasmuy altas. Si consigues tener de tu parte
áOampos
— ¿En la tenida ordinaria, quién preside esta
Mhe?
—El mismo Campos Ya comienza á ve-
BT gente. Sr. Aristogiton, orden y compos-
tura.
* Ambos personajes se trasladaron á la sala
llamada de Pasos j)erdidos, donde encontraron
Viiias personas. La concurrencia aumentaba á
Cida instante con la entrada de nuevos herma-
Ms, entre los cuales los habia de todas edades
7 figuras; muchos militares, aunque sin uni-
&nne, y no pocos clérigos, aunque sin hábitos.
Si hermano Aristogiton, que por espacio de al-
88 B. PÉREZ GALDÓS
gunos meses había estado dormido, saludó i
sus compañeros de taller. Pasó algún tiempo
en animadas conversaciones particulares, hasto
que el templo fué descubierto, mejor dicho, se
abrió una puertecilla que daba entrada ál*
logia.
V
VIII
Era la logia un salón cuadrangular^ muy
mal alumbrado y peor ventilado, de techo plir
no y no muy alto, de paredes sucias y más pe-
recido á cuadra ó almacén que á templo de tma
religión que dicen tenia entonces en todo A
mundo ocho ó diez mil logias. En los cuatro
testeros otras tantas palabras de doradas letras
indicaban los puntos cardinales, correspon-
diendo el Oriente á la presidencia, presbiterio^
scmctoraanctorv/tn, altar mayor ó como quiera
llamársele, á cuyo sitio, más elevado que el
resto del local, se subia por tres escalones. Para
que todo se pareciera á un recinto religioso se-
rio, habia un doselete de terciopelo, en cuyo
centro resplandecía un triangulillo, al cual,
para hablar con la menor claridad posible, Ua-
EL GRAXBE OETEXTr
in ellos Delta, Dentro de 4í ¿e Teian unos
)atos que indicaban el norabre de Dios
o en hebreo, también para mayor clari-
pero ya es sabido que nii-^^n signo ma-
ha de estar al alcance de los uontos. Lo
í se entendía perfectameLi% era el sol y la
dos caricaturas de aquellos asuos pinta-
derecha é izquierda del Delta, ó como si
mos, al lado del Evangelio y al de la
ola.
a igual disposición respecto al Presidente
m los sitios del hermano Orador v del Se-
ío. Cierto es que las mesillas de que se ser-
fueran más útiles teniendo la forma cua-
; pero era indispensable no abandonar el
[olillo siempre que se pudiera, y por esto
«as erando tres picos. También tenian un
nás abajo bufetes trí picos el Tesorero y el
talarlo. En el remoto occidente, es decir,
á la puerta, se elevaban dos columnas re-
ído en granadas entreabiertas. Una co-
t tenia la J y otra la B, letras que al pa-
^uerian decir Juan Bautista, pues tam-
&1 precursor del Mesías le metieron de
i en la heterogénea liturgia masónica,
í los misterios egipcios y mil desabridas
kS se mezclan gárrulamente con el mosais-
1 paganismo, la religión cristiana^ la re-
■ _f^ «- —
i.\A<
90 B. PEESZ GALDÓS
volucion inglesa y la filosofía del siglo de
derico. Junto á las columnas se repetiai
mesillas triangulares^ una para el primer ^
lante y otra para el segundo.
El techo no carecia de interés. Por en
del doselete destinado á guarecer la calva
Presidente, asomaban unas listas dorada
presentando los rayos del sol con dudosa
lidad. En el friso habia varios garabatos,
de indocto pincel, á los cuales los obrerc
buena fé atribulan intenciones de querer
presar los signos del zodiaco; y por debaj
ellos corria, también pintada, una soga, síi
lo de unión y fuerza. La estrella pitag
andaba también de paseo por aquellos
cielos, testimonio de la grandeza del Sup:
Demiourgos (Dios), y en su centro lleva!
letra G, significando gnos, palabreja que 1
los niños entienden sin necesidad de apre
que significa generación. Completaban el s
me ajuar cuatro candelabros con sendas estn
que en el mundo ordinario llamamos veis
por último, la consabida batería de tra
espada ondulante, compás, escuadra y el €
piar de los Estatutos. No habia ventana
más puertas que la de entrada, porque ei
rito el ahogarse.
El VmercMc ó Presidente eríi. un hoi
EL •"SAST-Z J-IZVTZ I-.
)mo de sesenta aiV. í. ir arrs.i:iil-= t í^iz^
snnosa presencia, fisrnznrü ^íz:t«í:::3. v^IíT:-
keBculpida, más bien de ?:::rr^:a zir fe :"rla.
n todo él había niarctüíiina exir^^:::: -í-i
•ntento de la viia, -^r. rlr.r::Iar ::i.Te-::-
iento de que el m-ni:. err. r:~rr.:'. v =: =e
üere, de que el Ai :^R-rrtl era óp::r:Lc . V^áTla
Q elegancia, v los &:r:'r. ":o5 v arrr:» de la
iBoneria que no tiener. c-.Tr.-nmer-te !:s.ia de
rosos, le sentaban á uLTirivilla. Hácia en ?n
aira apostura corp" lenta cieno aire de
ispo y también cierro aire de hiiL^re de
mdo, sin que pudiera adivinarse cón:'> v* ve-
icaba la síntesis de e.s:o3 do5 termino-, tan
ranos.
Aquel personaje, que á pesar de ser muy
hyente en su época , se ha escapado, f»or
biño fenómeno, de las S-5ca!izacione=; er.tro-
tidas de la historia, se llamaba D. Jov;
#
mpos. Este era su verdadero nombre, y no
igiama impuesto por el novelador para tar
: una celebridad; mas no lo b'jsy^ei-. en la
toria, como no sea en al^-^in olvidado y
uro libro de masones: bTjscadlo en la ^J*i!/f,
fcTasiei^os, porque era Director í/eneral d<;
rreos.
A pesar de la poca resonancia de su norn-
ii á pesar de no estar asociado á nin;pjn r/ii-
IER/í. -rv.
92 B. PÉREZ GALDÓS
nisterio, á ningún gran discurso, ni menos á
batallas ó sediciones, es indudable que el por-
tador de él fué uno de los hombres más impor-
tantes del célebre trienio. A él se debió la or-
ganización de la Masonería en aquel pié de
ejército poderoso. Lo que no se comprende fá-
cilmente es la razón de su modestia. Campos .
no quiso nunca salir de la Dirección de Cor-
reos, á pesar de que su familiaridad con mi-
nistros, generales y consejeros, le ponia en
la mejor situación del mundo para satisfacer
su vanidad si la hubiera tenido. De las más
verosímiles tradiciones masónicas se desprende .
que el Venerable en cuestión era de los que se .
agachan para dejar pasar las turbonadas y los
pedriscos, conservando siempre el mismo sitio
y no dejándose arrastrar por la furia de las
pasiones, con lo cual si aparentemente adelan-
tan poco, en realidad salen siempre ganando y
no están sujetos á las caidas y vaivenes de la
gente muy visible y muy talluda. Más hábil
vividor no lo conocieron los pasados ni conoce-
rán los venideros siglos.
Las tradiciones masónicas están conformes
en asegurar que Campos tenia en las logias el
nombre de Cicerón.
Tomaron todos asiento, siendo de' notar
.»-rt.
BL OBiSDB OEIESTB 93
qne álg;aDOs tenian mandil y banda, y oti'oa
no. Habo no pocos pasos de baile francas, t^joa-
mientoa y signos que no desciibircmos por nar
danasúido conocidos. La patriarcal fíí-onoinfa
y espesa cabellera blanca de Canencia se dcH-
iuaban al lado de la Epístola, y al verle tan
IÓrcniíspecto y hasta con cierta expresión bea-
tífica, se creería que los templos elevados á la
ffloria del Gran Arquitecto lod, también te-
nbn BUS santos. £1 Venerable, usando las
fiSnnnlas rituales, mandó al primer vi^^ilanto
tpe se asegitraae ai el templo entaixí á cubierto,
el primer vigilante, después de hacer la pan-
■Vñna de salir y volver á entrar, declaró fjue
o Uovia, es decir, que el templo estaba libre
■^entrometidos y que podian empezar los tra-
li^. Un martillazo presidencial abrió estos
ad grado convenido.
' El Maestro de ceremonias, que era uno de
• loi ofidales dignatarios, reconió los asientos
ptttentando el saco de proposiciones. Algunos
muones depositaron un papelillo como los que
IB usan en las rifas dom^ticas. El Venerable
«xtrajo todaa las proposiciones y escogiendo la
qne le pareció más grave, leyó lo siguiente:
-^"Propodcionde Arislogiton. — Gr.'. 18:
Salvador- Mo}i8alvd. — -Pido á e.ste Grande
Oñsnbe de Uodrid, se sirva declarar que re-
k
94 B. PÉREZ GALDÓS
prueba las prisiones ordenadas por el Gobíer*
no con motivo de inofensivas conspiraciones
absolutistas, y que se apresure á interponer sa
mediación benéfica para que D. Matías Vinue-
sa y los demás infelices encarcelados por cau-
sa del ridículo plan descubierto el 21 de Ene^
ro, se libren no solo de la ejecución capital^
sino del largo cautiverio á que los condenará
la pasión política, n
Cuando el Venerable concluyó de leer, ru-
mores de desaprobación sonaron en la logia;
pero el martillo del Venerable impuso silencio,
y algunos instantes después , Aristogiton se
expresaba en estos términos:
— He presentado esa proposición por pura
fórmula y para cumplir con los Estatutos del
Orden, que disponen sean tratados todos lo*
asuntos en sesión reglamentaria y no en conci-
liábulos reservados entre dos ó tres hermanos
bullidores que arreglan el Mundo y la Nación
para su uso particular.
Nuevos rumores interrumpieron al orador,
y Cicerón, después de acallarlos á golpes, reco-
mendó al orador la mayor moderación.
— Temprano empiezan las interrupciones-
prosiguió el masón del gr.'. 18, — y lo siento,
no por mí que estoy dispuesto á decir todo lo
que sea preciso, sino por mis queridos herma-
'.:»ml^,t3t Z'^.~1iJSÍ if'-"'
EL GRANDE ORIENTE 95
» que van á perder la paciencia y la voz, si
ntinúan haciéndome coro hasta el fíli de mi
iscorso Decia que desconfio de que mi
lopoBÍcion tenga éxito aquí, á pesar de ser la
[¡Hresion más leal y clara del espíritu y de las
rácticas constantes de este respetable Orden
i todos los países del mundo ; y no tendrá
oto, porque este Gran Oriente y los indiví-
BOBqae en diversos grados dependen de él,
m olvidado completamente los fines benéfi-
Mj deeinteresados y filantrópicos de tan anti-
w Instituto, para desvirtuarlo y coiTomperlo
leiéndole instrumento de intereses políticos y
sla codicia
El martillo del Venerable, interpretando el
Mntento de la asamblea, advirtió al orador
nliablaba con la pasión y vivacidad propias
í un Congreso. Cicerón rogó en breves pala-
U al orador tuviese presente que aquello era
l templo y no un club.
—Hermano Venerable — indicó Aristogiton;
« la condición de templo impide á este lo-
i oir la verdad, me callaré. Cuantos me es-
chan saben ya por su conciencia lo que yo
toy diciendo. ¿Por qué no me lo han de oir á
j 8Í ya lo saben, y no les digo nada nue-
'.... Continuaré, pnes, procurando ser breve
Iwrir lo menos posible la susceptibilidad de
IFT.
9S B. PEBEZ GALDÓS
mis hermanos^ á quienes ofende más lo dich<
que lo sentido; más las palabras que los he
chos Al proponer al Oriente que temple ex
lo posible el ardor de las luchas políticas^ ht
querido protestar contra la tendencia á fomeor
tarlas y exacerbarlas. £1 Instituto mas6ni€ú
debe ser extraño á la política^ debe ser pofr
mente humanitario, debe proteger á los des^nM
lidos sin pedirles cuenta de sus ideas, y aas
sin conocer sus nombres. Está fundado en U
abnegación y en la filantropía. Lo dicen así 0(
historia, sus antecedentes, sus símbolos, que i
no representan nada, ó representan una asocia
cion de caridad y protección mutua. Lejos d
practicarse estos principios en España, el ÓJ
den se ha olvidado de los menesterosos, con*
tituyéndose en agencia misteriosa de ambicia
nes locas, en correduría de destinos y en
Protestas, amenazas, y tal cual palabrea
puramente española, que no fué conocida d
Salomón ni de Hiram-Abí, ahogaron la voz d^
orador. El tumulto fué tan grande como cuaí
do en el templo de Salomón se dispuso que I
multitud prorrumpiese en gritos para que lapa
labra Jehová, pronunciada por el Gran Mae6
tro, no llegase á oidos profanos. Del mism
modo los martillazos de Campos-Cicerón, n
llegaban á profanas orejas. Por último, entr
irden.
:i. ^
pndo: ?i i= -
imibna T^' iii.:.-- — ii r_ - :v
i un ícssüzjít i": ^r-.--::. — ' - _
ido en loii:» . ■ - -^ -
ttda¿.: "• - - :..->-. .- -
o^ücLiíXüi: :.= - .■. .... - •. . — .
jpibntcirscí: "t ■■- - - -»> - -
iTerd*¿-=rL .*■:'- i "-- '.. "
M> CKS ÍZ^'-'Z.'.'-. — ."■'.. .' ..-. . .<■
-Hemar:: "z-L-.r\- -. - -
nmale al:rí. i.-ni . - -:•.-. -- ,
Wrta ei irrr-i ". '. .-..r- "' <■:'. -. • ■ >.
y8 B. PEllEZ OALDÓS
Cicerón rompia la mesa á martillazos.
— jFuera, fuera!
Hermanos queridos — dijo el Venerable hí
ciendo un esfuerzo para que su sonora voz ím
se oida. — Tengamos calma. Ruego al oradc
tenga presente que estamos en un templo, e
el santo templo abierto á las luces, á la hor
radez pura , á la filosofía pura , á los noble
sentimientos filantrópicos de la humanida
toda, sin distinción de clases, iglesias, casta
ni estados
— ¡Bien, muy bien!
— Pues decia al orador que estamos en uj
templo y no en un Congreso y menos en ui
club.
— i Muy bien!
— Hecha esta advertencia, y rogando á loi
hermanos de las columnas septentrional y me
ridional que se calmen y tengan prudencia
oigamos á nuestro hermano; que después e
Oriente tomará las medidas que crea necesa
rias. Adelante, herníano Aristogiton.
— Es el colmo de la insolencia — ^gritó ui
hermano sin hacer caso de los martillazos cice
ronianos, — que aquí dentro se levante una yo
á defender al cura Vinuesa y á los demás cohé
piradores absolutistas.
— Yo no defiendo á los conspiradores — afit
.1 •
rV
EL (IRANDE ORIENTE &9
mó el orador.— Lo que pido al Oriente es pro-
tección para los que padecen, martirizados por
una populachería indigna qae no sabe oponerse
á las conepiracionea de la Corona sino insul-
tuido al Bey; que no sabe sofocar las conspi-
nuáones realistas, porque perdona y tolera y
afpuiaja é. los hombres verdaderamente temi-
Uea, mientras encarcela y atormenta y ahorca
á infelices clérigos y ancianos ineptos, incapa-
ces de hacer cosa alguna de provecho contra el
raimen establecido. La populachería, á, cuyo
Bervicio se ha puesto este Orden, no ve los
enemigos reales y poderosos que se unen astu-
tamente al pueblo y se moten aquí , y minan
íl terreno en que la libertad trata de fundar,
■n poderlo conseguir, un edificio más ó mé-
noB perfecto. La populachería, mientras deja
tabajar en silencio á los que odian la libertad,
■8 entretiene en dar tormento á la gente me-
nuda.
"Señores masones, ó señores liborales tem-
plados, que ahora todo viene á ser lo mismo,
■018 como aquel Emperador romano que «o
oeupaba en cazar moscas, y mientras mortifi-
<*l» 6. estos pobre? insectos no veia ít los pre-
teríanos que se conjui-aban para echarle del
trono. Este era Domiciano. Así sois vosotros.
Toqniero que variéis de conducta, y principio
100
B. PÉREZ GALDÓS
por pedir que se deje en paz á las moscas
No conozco á Vinúesa; pero sí á compañeros y
amigos suyos, que comparten su suerte en la
cárcel de la Villa ó de la Corona. He visto la
feroz excitación que existe en el pueblo contra
ellos, y esta excitación creada y fomentada
por este Orden y más aún por la Asamblea de
los Comuneros, es una barbarie y al mismo
tiempo una imprudencia política. El vil popu-
lacho á quien instruifl en el inicuo arte de
hacerse justicia por sí mismo, aprenderá al
cabo, y una vez maestro, querrá dar todos los
dias una prueba de esa atroz soberanía que le
habéis enseñado. Tengo la seguridad de que si
el tribunal que vá á juzgar á Vinuesa se mos-
trase benigno, la canalla destrozaría á Vinuesa,
al tribunal y luego á vosotros , que habéis
hecho creer á la bestia en la necesidad de los
sacrificios humanos. Mientras la Corte juega
con vosotros y os lanza de desacierto en
desacierto para desacreditaros y para que os
devoréis los unos á los otros, os entretenéis en
menudencias ridiculas, os debilitáis en rivali-
dades indignas y aduláis las pasiones de la ca-
nalla, que si hoy ladra libertad, ladrará ma-
ñana absolutismo. Todo depende de la mano
que arroje el pedazo de pan.
n Poniéndome, pues, en el terreno político,
'.<
'w-'^
.-»'.
w" '*^%^<r .*_
EL GEANDB ORIENTE 101
á pesar de creerlo impropio de esta Sociedad;
hablando el único lenguaje que entienden aquí,
declaro que la persecución de Vinuesa, y mu-
cho más la sañuda irritación del pueblo contra
ese hombre infeliz me parecen una desgracia
casi irreparable para la libertad, un mal gra-
vísimo, que este Orden debe evitar á toda
costa, principiando por propagar la tolerancia,
la benignidad, la cordura, y concluyendo por
emplear toda su influencia en pro de los proce-
sados. Si no se hace asi, esto que llamamos
templo merece que el mejor dia entren en él
cuatro soldados y un cabo, y que después de en-
tregar todos los trastos del rito á los chicos de
las calles para que jueguen, recojan á los herma-
nos todos para llenar otras tantas jaulas en el
Nuncio de Toledo.
Las últimas palabras del orador apenas
fueron entendidas, á causa del gran alboroto
que se armó dentro del templo , que represen-
taba la grandeza y maravillosa arquitectura
del mundo.
— ¡Fuera, fuera!.... Él mismo se ha des-
enmascarado y ya sabemos lo que quiere.
— A votar que se vote la proposición en
escrutinio secreto.
— ^Ahom mismo se va á redactar el acta de
acusación.
102 B. PÉREZ GALDÓS
— ¡Fuera!
— ¡El acfca de acusación!
— Pedimos que pierda eu absoluto los dere-
chos masónicos. Tanta insolencia, esas infa-
mes amenazas, la defensa de nuestros enemi-
gos no pueden quedar sin castigo — .
Estas y otras frases pronunciadas en indes-
criptible tumulto, indicaban la efervescencia
que en el templo reinaba, y por largo rato Ci-
cerón se rompía las ipanos dando martillazos
sin poder calmar las olas de aquel mar embra-
vecido. Al fin, auxiliado de Canencia y de
otros, lograron serenar un tanto los irritados
ánimos, librando asimismo al insolente orador
de las manifestaciones un poco brutales que el
grupo más entusiasta, la columna del septen-
trión, si no estamos equivocados, se disponía á
emplear contra él.
— Después de ver lo que veo, me preocupa
poco que se vote ó no lo que he propuesto —
dijo Salvador. — Y en cuanto al acta de acu-
sación, es inútil que se tomen mis hermanos el
trabajo de redactarla, porque no es preciso que
me expulsen. Me expulsaré yo mismo, aban-
donando para siempre este Orden inútil, enfer-
mo, podrido, que si aún respira y habla como
los vivos, ya infesta como los cadáveres.
¡Escándalo inaudito! Aunque lo normal en
. -v..-
EL OlíAXDE ••RTII.N'TE 103
las ieiiidag era qne se discutiera con tranquili-
dad, cuando la congregación Salomónica se al-
borotaba parecía un ciub de los más fogosos.
Unos nigian tan cerca del atrevido Aristocri-
ton, que fué necesaria la intervención personal
del Venerable para impedir cosas mayores en-
tre hermanos, olvidados de la santidad que in-
funde un mandil de cocinero. De las columnas
septentrionales era de donde partia el más
atroz nublado de amenazas v recriminaciones.
Las columnas del Mediodia estaban más tran-
quilas. Indudablemente liabia allí no pocos
compañeros que opinaban lo mismo que el ora-
dor, hallando tan solo reprensible la forma vio-
lenta del discurso.
— ¡Badiacion, radiación! — gritaron algu-
nos. — Sin alborotar se puede imponer castigo
al delincuente.
Badiar significaba dar de baja.
— Que se le inscriba en el Libro Rojo,
Era un libróte donde se inscribían los her-
manos mdiados por sentencia masónica.
— Que se vote antes por efiferas esa absurda
proposición.
Esfeñis llamaban á las bolas.
— Queridos hermanos — repetía el Venerable
con mansedumbre. — Estamos en un templo,
no en un club. Orden.
104 B. PÉREZ GALDÓS
El orador se hubiera marchado de la lógiá
sin esperar las resoluciones del templo; pero un
resto de consideración hacia los que aún le lla-
maban hermano, detúvole allí. Vio que Cañen-
cia desde su tripódica mesilla le hacia señas de
reprobación y pesadumbre; vio que el Venera-
ble le miraba con expresión de lástima; oyó al-
guna§/palabras rencorosas de tal cual hermano
que no lejos de él tenia su asiento; observó que
muchos, mayormente los del Mediodía guarda-
ban una actitud reservada, como hombres de-
masiado prudentes que no se atreven aponer su
opinión frente á la opinión de la mayoría; vio
después que votaban su proposición, y por una?
nimidad la desechaban; pero lo que más soi^
presa le causó fué que en la sala de Pasoé per-
didos, concluida la sesión, le dijera al oido al-
gún hermano de los más callados bajo la Wve-
dadel Universo:
— Hermano Aristogiton, yo pienso como us-
ted en lo de dejar en paz á las moscas y hacer
puntería á los pajarracos; pero esto no se pue-
de decir aquí. Es preciso seguir la corriente y
no chocar con la mayoría. Á donde nos lleven
iremos.
Y otro le dijo, también en secreto:
— Lo mismo que usted hubiera dicho yo,
aunque en tono menos agresivo. No conviene
EL GEASDE ORIENTE l'..^
ensoberbecer al populacho, ui adalar sus ins-
■ tinte» BBJigTiiiiarios; pero, amigo, la concigiia
de estos dias es sacrifícar algún absolutL^ta á
la implacable furia populachera, r como o Ia
caído en nuestras redes, ni caerá, ninguD tib'i-
ion, fiíerza es echar en la sartén los p^oe^^illon
de redoma. Yinuesa moniá.
Y un tercero le dijo, también en secrtt'ji
— Le hubiera aplaudido á usted cjh toda mi
■Ims; pero, amigo, estas cos.u se sienten y no
le dicen. Ni vale la pena de que pierda udo üii
deitino y el pan de sus loiaioriie>i 'hijos^, yii
mft apreciación política. Yo creo 'jue e.sto se lo
Bera la trampa. Estamos dentro de un toibe-
Itino que nos arrastra^ y nos hace dar mil vMcl-
' tu, j nos marea, y no para nunca, y nos lie-
nza adonde quiera el Gran Demlounjos. Creo
<¡an hace usted mal en manifestar tan cruda-
mente sus ideas. El populacho tiene ya á A'i-
nnesa entre los dientes, y no seré yo el guapo
vpa pretenda quitárselo. Ese clérigo es bastan-
te criminal, es un disoluto, un perdido. ¿Por
tpé le defiende usted!
Y un cuarto le dijo, en secreto también:
— Siento mucho que le tengamos que radiar
í usted y apuntarlo en el Libro Rojo; pero no
Kemedio. No se puede tratai- al Orden
»d lo lia tratado Por mi parte,
106 B. PÉREZ GALDÓS
acepto esa idea de no hacer caso del populachop^
pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Solter-':
mos los mastines y ahora tenemos que andará
brincando y corriendo huyéndoles el bulto,.]
para que no nos muerdan. Si le he de hablar á 1
usted con franqueza, creo que nada se pierde cent
quitar de en medio á los autores de ese mons- i
truoso plan; pero al mismo tiempo opino como •
usted que hay otros peores, sí señor, otros que
trabajan en obra fina, y no digo más Dios i
nos tenga de su mano, Aristogiton, y lo que í
fuere sonará Allí veo á Arguelles, á Cala? ■
trava y á Feliú que acaban de entrar. Esta no- i
che hay tenida de Maestros Sublimes Perfeo^ :^
tos Parece que en Palacio anda la cosa mal, j
y que las Cortes nuevas no serán muy sumi- ;
sas Yo me voy, porque según me ha dicho i
Campos, debo perder la esperanza de un as- -
censo por ahora.
Y un quinto le dijo en voz alta:
jBuena la has hecho....! Yo que pensaba
decirte esta noche que te empeñaras con Cam-
pos para que me trasladaran á la vacante de la
secretaría
— El duque del Parque acaba de entrar — ^le
dijo un sexto. — Hay tenida de Valientes j So-
beranos Príncipes, Sentiré que te radien ^ her-
mano Aristogiton. Aunque grité contra tí y te
- . «.I
• • -¿t/^lb
EL QRUIDE OmiEMTB 107
lÉá insolente y procaz, no hagas caso. Somos
ñgot. Algo de lo que digiste, me gusta;
fau^nlmenbe el apostrofe & Pipaon. Ese ca-
ula v& & ser presentado esta noche en un grar
) Bnperior. No hay quien pneda con él.
ItMráB que la plaza que estaba destmada para
IIa pescó Pipaon pava su criado!
s paaaljan sin mirarle ó niiráudole con
Mitívo enojo.
ntras entraban diversos hermanos, que
lllfigio respondían á lo.s nombres de Quin-
( Ar^ielles, Váidas, SanMiguel, etc.,
9 Otí'os, entre los cuales también habia
■nae después fueron ilustres, pero que
»or varias tazones.
Riltid se quedó en la Sala de Pasos
Sfl, esperando el resaltado de la tenida
tros Sulilimes Perfectos.
f I« logia se iba é, abrir en uno de los gi'adoa
IX
I Üuri la reunión de loa padrea graves bas-
pieÜempo, porque además de que en ella
ron diversos asuntos de política elevada,
108 B. PÉREZ GALBOS
hubo admisión de un hermano que habia
bido awfrienio de salario, es decir, ascei
la escala masónica. La ceremonia de rec(
en los grados superiores no era más sár
en el grado de aprendiz, y se hablaba i
de la Acacia,' de la Sala de en medio, de!
opaca y otras lindezas. Para explicarlas
preciso entrar con brío en la leyenda del
Real; pero como esta y cuanto á ella se ;
es fastidioso en grado sumo, nos guarda
bien de incurrir en el pecado de erudicio
sónica, recomendando al lector se abster
perder el tiempo averiguando el significí
los millares de emblemas divQrsos usad(
las doscientas ó trescientas disidencias
viaciones del primitivo Francmasonismo,
tre las cuales el rito Escocés antiguo y a
do, que parece predonánante en nuestros
pos, tiene por liturgia un enredado bereí
de alegorías, entre místicas y filosóficas,
fracasa la más segura y sólida cabeza.
Los Maestros Sublimes Perfectos se i
ron muy tarde, y á la madrugada no que
en el local más que cuatro individuos,
dos en torno á la mesa en la Cdmaou de
taciones. Eran el Venerable á quien llai
Cicerón, Monsalud, D. Bartolomé Cañen
otro cuyo nombre y persona serán conocí
EL GRANDE ORIENTE KYj
mrao del diálogo. Este (que acababa de
concluidas las sesiones) y Caneneia fija-
afcencion en unos papeles llenos de gua-
j en un saquillo de monedas, contando
I, y á ratos apuntando cifras. Los otros
biaban.
a Cáw/ira de Perfección — dijo Cam-
QO ha querido mostrarse severa contigo.
adido que no seas radiado por ahora, y
vez de dormir, pidas una licencia üimi-
|ue se te dará.
onterias y debilidades — respondió Salva-
ndo. — 'Ni yo quiero licencia, ni la nece-
L la pediré, ni me importa que me radien
iscriban en todos los libros rojos ó ama-
iizme el favor — indicó Campos con so-
ería, — de no echártela de hombre supe-
No valemos tan poco como crees. El
ñllo de esta noche que tan justamente
tó la logia, y la carta que me escribiste
ñando las comisiones que yo quería en-
te en provincias , me prueban que estás
período de hipocondría ó satánico orgu-
. Sr. Aristogiton, hay que civilizarse; hay
¡eptar las cosas como son; hay que re-
ur á esos humos de hombre puro, so pena
liarse y caer en tríste olvido Es par-
■?■'■
lio B. PÉREZ GALDOS
ticular: yo te alargo la mano parasostem
elevarte, y me la rasguñas. ¡Pobre gatill(
cente! El diseui'so de esta noche bastaría
expulsarte definitivamente de entre nos(
y sin embargo, gracias á mi te quedarás;
cias á mi
— Para nada quiero seguir.
— Seguirás — repitió Campos con be:
la insistencia, — y no solo seguirás, sin
nos serás útil. ¡Tunante! Más de cuatrc
sieran verse en tu lugar. Has de sabe:
tus salidas de tono y tus desaires, en v
ocasionarte disgustos, te proporcionan ga
Ya verás qué pedrada te voy á dar esta n
— A nada conduce tanto hablar, Sr.
pos —repuso Aristogiton con impacienc
Es tarde: de una vez dígame usted si hai
tado esos señores algo referente á Vinuesa
conspiración.
' — Eres en verdad sospechoso. ¿En qu¿
siste tu interés por ese Gil de la Cochera,
Cuadra ó no sé de qué?
— Es pariente mió.
— ¿Cercano?
— Muy cercano.
Campos meditó un rato.
— Quizás sea su padre — dijo para sí. — \
hijos de nadie se exponen á que de buenas i
EL GBANDE ORIENTE 111
i les salga un padre eu cualquier calabozo.
,Se ocuparon de esto? sí ó no.
Jos ocupamos, sí. El castigo de Vinuesa
. cómplices es una de las cosas que más
apan á la gente política. No han sido oí-
os otros asuntos graves, como la disolu-
iel cuerpo de Guardias, los insultos al
las nuevas Cortes que se abrirán dentro
LOS días, la Sociedad de los Comuneros,
stá metiendo demasiado ruido, y las par-
de guerrilleros que comienzan á aparecer.
L populoso hormiguero de apuntos graves,
acen de este país un país de delicias.
?or supuesto, no habrán resuelto nada.
((¡estros Sublimes Perfectos se parecen al
Hmo como una calabaza á otra. Aquí
aUí se procede de la misma manera. Ha-
iecidido que no conviene absolver á Vi-
ni tampoco condenarlo; que no convie-
itígar á los insultadores del Key ni tam-
dentarles; que el cuerpo de Guardias está '
lisuelto, pero que se debe crear otro; que
jor manera de acallar el ruido que hacen
»muneros, eá alborotar mucho aquí; que
levas Cortea ni son buenas pero tampoco
I, y que la políti<ía debe ser exaltada para
ntar al populacho, y al mismo tiempo des-
& para contentar á la Corte.
112 B. PÉREZ GALDOS
■ -■■■■ - ■ » ■ ■ ■ ■■■i»^Mi ■ ■■■ ^^ ^ ^ m I II ■ I ■ «M M I MM»»^— ^B^^— ^i— B^— — ^B^—
— Atacas el justo medio que es el arte
Utico por excelencia, bribón,— dijo C^
riendo. — ¿Tú qué entiendes de eso? Sin
tira y afloja , sin esta gracia de Dios que
siste en no hacer las cosas por temor de h
las á disgusto de Juan ó de Pedro, no hay
bierno posible.
— ^En una palabra, los mblmies no han
dido nada. Ya dijo Voltaire Jiace muchos t
La Masonería no ha hecho nuTica Tuxdar'
ha/rá. Tenia razón.
— ^Protesto, — gritó Canencia, apartando
un momento su atención de las monedas
los guarismos y del amigo que con éL contc
escribía. — El buen Aroüet no ha dicho 6
jante cosa. No calumniemos al gran fil<S
señores.
— Quienes le calumnian, querido Sócra^
dijo Campos en un acceso de risa, — so:
volterianos que fuera de aquí se fingen b
para halagar á los curas.
— Pero si halagan á los curas honrados,
puso Canencia volviendo á contar, — no t
jan por la impunidad de los curas absolm
que escandalizan al país con sus conspii
nes Cuarenta y cinco reales en media
setas.
— Usted, papá Sócrates — dijo Mon
fllhnmor. — reT»?i.r:¿ ~1 .' í ; - " ''
B lo demás.
Solviendo á i.ir^:: '-.r:-!":: 1it:il:i.:'
>giton — ^manifer:.- rL:i.-i:r — ^-.^ !■: :_— j^:.-^
) no metería á rriri."::? Ít ::i .■..-> lí.
le Oriente i.: jirii 't.::-l: _l -,:'-:'.- r-
k del puebla :::.::"i "iL-.r-i z_ 5- -.-v
, aunque Larí t-:- í : . : : ■ : "■.. : 1t :•; : .\r :. ■
condene á nir:":'^ •. ^lh :•:•-.". :••_..>'
lertad al ¿r T¿--.:l. l. l v. V._ :-
.b
la, porque ¿: . :. "-.z-u --r -^ jt v'.tíí •
lúádades ar*"urí^--. Tí. -^í'-^ít .-,
y por rr.st* .1=: i..-i' .:•- ■.-:■-/.-,.—..■•'
. dar al;7o al v:./ t- :- r :=:-.--i v. .-. i-, ;
©que á todr.-í :-::í-- Ir: 'M^-
fhes vo me : e::r . — i: ' , V. -. :. -y. 'ir-i - -.
ite.
Igaarda. t-.r--?. Ir..':^-.: T-; -. . • -. .-.
darte una rr'iríiii ^-.w z.'y':.=z
ío estoy f- ra '. :■ : m. > -. .
iTamos, f-enl j.e.;-. ':''.:'-, /.: .a-z., -
atarte las rcf::.'. - •<-:-:- . j^ :.-, ■.f. v, ■'-./. ■
tus favo re?*: i : r-r- .
«npos sacó drl - '.'''.'.', .:. : ';•'. :,..>.•.%
atro.
^.quí tiene- tu 'i. .:;:../— li'v
Qué destín /r — Tj.-'r:'.:.vS f:. v -::. v.
3ro.
114 B. PÉREZ GALDÓS
— No te hagas el tonto, Salvador, ni venga
acá con ridiculas y mentirosas modestias. Coi
esta clase de latigazos se domestica á las fiera
catonianas. Ya sé que no te gusta pedir nada
ya sé que te falta boca para proclamar tu hor
ror á los destinos públicos, y censurar la ambi
cion y á los ambiciosos. Todos hacemos lo mis
mo; pero cuando nos dan algo lo tomamos
— Yo no entiendo una palabra de lo que vb
ted me dice.
— Vamos, que no te falta ya sino hacert*
anacoreta, y excomulgarme por favorecerte
No tanto, joven modesto. Aquí tengo uní
credencial de treinta mil reales , una canon
gía admirable en la secretaría del Conseji
de Indias. Poco trabajo, ninguna responsi^i
lidad. Con los suspiros que otros han exhahí
do por esta plaza, se podria dar á la vela ui
navio. El Ministro al dármela esta noche en 6
Capítulo, me dijo que desde que vacó ese pues
to, lo han solicitado unos cien ó doscientos
adictos. Pero yo la habia pedido para tí .coi
muchísimo empeño, y el Ministro no podií
desairarme; el Ministro me ha dado la plaza i
pesar de tu irreverente y sacrilego discurso 4
esta noche.
— Estoy muy agradecido á usted; pero nc
acepto.
*1L^ ^
_JlJ.l ^^^
EL GEAXDÜ ORIEXTE. 115
—Es el primer caso que veo en España, que-
lo Salvador — dijo Cicerón con la malicia es-
ptica que le era habitual; — es el primer caso
le veo de un hombre á quien le dan esta ben-
cion de Dios que yo tengo en la mano^ y se
leda sereno y frió como tú estás ahora. Tú no
BB hombre, tú no eres español.
— jPero usted por su propia iniciativa ha
dido para mí ese destino, no habiéndolo so-
ltado yo? — ^preguntó el joven tratando de
'eriguar el motivo de aquella protección sos>
idiosa.
—Hombre, la verdad á mí no se me ocur-
ital cosa; pero mi sobrina Andrea que á todo
unde, que todo lo prevé, que sabe tan bien
fiíinar las necesidades, me dijo no hace mu-
bidias: ««es una vergüenza que hayan colo-
dotaniía gente inepta y esté sin destino Sai-
bor Monsalud.M Comprendí que tenia razón
k contesté que tú nunca hablas pedido nada
jileen la casa del^eñor duque del Parque es-
bu muy bien Ella me dio á entender que
Mas la plaza.
-iYo!
^Tú. Andrea es excelente, es caritativa
ou> ninguna, y estima mucho á todos mis
lugos. Me ha dicho que hablas estado en casa
▼wme; que no hallándome, esperaste largo
116 B. PÉREZ GaLDÓS
rato; que estabas preocupado y meditabun
que te dio conversación para distraerte; que
blando de cosas de la vida, le diste á enten
con frases delicadas é ingeniosas que deseí
un buen empleo; en suma, según mi sobri
tú le rogaste con buenos modos que influj
conmigo para que el Grande Oriente te pro]
clonara una pingüe colocación
— jQué falsedad!.... ¿pero lo dice usted
ceramente? — exclamó Monsalud con ira.
— ¿Desmentirás á mi sobrina?
— Yo no desmiento á nadie. Simplem(
digo que muchas gracias, y que guarde ui
su credencial para otro.
Diciendo esto, Salvador clavó tenazn
te los ojos en el semblante de Cicerón,
tando de leer en él los móviles de condi
tan extraña. Aquella extemporánea protec<
del Maestro Sublime Perfecto, otorgada prec
mente á quien acababa de hacer á la congn
cion una ofensa grave, enóerraba sin duda
gun misterio. Monsalud conocía bastant
carácter de Campos para creer en su bem
lencia, y conocía bastante el orden para si
nerle capaz de dar á los que no pedian. Ti
poco consideraba verosímil la intervencioi
Andrea en aquel asunto. Hizo diversos jui
y sentó varias hipótesis; pero ni de aquello!
iSMe: . .^ i .. 11 ' ■ ■ 1 T *^ ^^^^^^i^^gMg^
^.^ ^
I estas resiüió n-ii :•::.-:■::.
¿til la observa::::: ii.? _.
D de Campe 5 , j -^^ ^- ^'^"^— h-l?: z. l : -:l i ii-
e que permitía :-' li :;í:-í ^^^z^Lz: '.:•: «-r-r-r.-r
lentendimier*'::-.
—Yo lo a^rrad^z:: n:::!: — rr:::.: t1 :-f=:L
pero de nin^-;i: zs-z^í: 7 "rí: l:^^T^L:
—Basta: para ::ni~l.^ ziiÓTr^L. jjljl "í:-
lendlla de niño zí^z^ eli^Li: . Vl^-ls — l — L .
m t
impas burlonamei::-e. — P-rr í:-.:: ^t^ lj_::i
doy, no es mas y^e paií Likí^r zoj-x. Ts. 1^
Hado al Ministro de ei;TÍs.r:í: á í^?.rn}:»í::_':^
ladelas superintendenc:£.is i^ Ii:i:s.s. :-::: 1l
alpaedes ser hombre ríe j eit diez EíL.:»?.
Aquel proyecto de envío á Ultramar , r-i--
tthndo al principio la confusión del joven.
infirmó sospechas dolorosas que en su alma
Dpezaban á nacer.
—¡Repito que no y que no! — dijo con la ma-
n? energía. — Muchas gracias por todo; pero
lebraré que no me vuelva usted á hablar
)e8o.
—Entonces — indicó Campos, cruzando los
*a)8 en señal de perplejidad, — pide por esa
«a. Imagina algún imposible; pide la luna, á
Wf ri te la podemos dar.
"^Loqtíe deseo, ya lo pedí en la tenida,
—Pues eso es un disparate. Ya te he dicho
.'■i
1
113 B. PÉREZ a ALDOS
que no podemos decidir nada. Hay cuestionee;
que no se resuelven sino dejándolas sin resoln-, ■
cion. ¿Te ries?.... {Maldita sea tu filantropía!! ;i
Yo quisiera comprender en qué consiste tu enh.1
peño por Gil de la Cuadi'a.
— En que le debo la vida. _:l
— ¿Y qué es eso de deber la vida? ;
— Una cosa que no entienden los egoístas, s
— Tá estás loco, — dijo Cicerón haciendo gdBr.l
tos de desden. — Sr. Regato, ¿qué le parece i<
usted la pretensión de nuestro joven filan-;
tropo? ''
El Sr. D. José Manuel Regato alzó los ójoíj
del montón de dinero para fijarlos en el cercir^
no grupo. Hombre tan célebre merece algtu
ñas líneas.
X
Era de mediana edad y fisonomía harfcO
común, ni alto ni bajo, moreno y curtido d^
rostro, á excepción de la frente que era muy
blanca. Sus pobladas cejas negras y el pelo es-
peso y cerdoso indicaban fortaleza. 'Había eí»
sus ojos la vaguedad singular propia de los ton-
I
^ ^' -'■
KL GRANDE ORIENTE 119
ie los <jue aparentan serlo, y á menudo
»mo tributando de este modo eompla-
lisonja á cuantos le dirigían la pala-
estia completamente de negro, asemeján-
or esta circunstancia á una persona de
eclesiástico; afectaba la más refinada
«tura, y al mirar contraía los párpados
era de los miopes. Si los abría en mo-
6 de sorpresa ó de miedo ó de ira, dis-
anse los verdosos y dorados reflejos de su
wy parecido al de los gatos. Cuando que-
blar algo de interés iba acercándose poco
I al asiento de su interlocutor, y su ma-
lo acercarse, su especialísima manera de
■ae, arrimando el codo ó el hombro á la
la^ eran fiel copia de los zalameros ar-
inamientos del gato. Muchos habían ob-
lo esta semejanza, y hasta en el apellido
-gato, es decir, reiteración en las cualída-
itanas, hallaban motivo de burla los ma-
Je.
Intes de pedir con tanto empeño la im-
lad de Vinuesa y compañeros — dijo don
Uanuel, — yo me pondría en paz con Dios
) que pudiera suceder. Defendiendo á ta-
LCtimas, hay peligro de ser una de ellas,
día Cuadm es uno de los peores. -Valiente
moo defiende usted, amiguitó Monsalud!
120 B. PÉREZ GALDÓS
Con la mitad de lo que él ha hecho se '
bureo á la plazuela de la Cebada. No es <
dad, señores; pero si á este candoroso an
no le ponen la corbata de cáñamo, no ha;
ticia en el mundo.
— A quien hay que poner la corbata (
ñamo — dijo Salvador con súbita ira,— es
serviles que impulsaron á Vinuesa y com
ros mártires, para abandonarles en el moi
del peligro. Quizás celebran hoy que la tú
de esos infelices borre la huella de trs
más formales; quizás se mezclan hipócrití
te á la canalla soez* que pide horca y h
ras para distraer de si la atención del
blo honrado y del Gobierno.
— Quizás — repitió serenamente Re
— Si sigues por esa senda de sentimen
mo — dijo D. Urbano dando á Monsalud
liar espaldarazo, — es muy posible, oh j
que te pongan entre los sospechosos ó
adictos al sistema.
— Pónganme donde quieran — manifest<
vador. — Yo sé donde estoy y conozco bi<
sitios y las personas. Desprecio los juicio
lignos que aquí ó fuera de aquí puedan 1
se de mi conducta.
— Enérgico estás — dijo Cicerón con jo
dad. — Verdad es que quien se ha extralim
EL CRANDE ORIENTE 121
onplo, bien puede salir de sus casillas
icristia.
ué es eso de sacristía? — Indicó Canencia,
zándose, después de contado el dinero,
ombre que ha terminado un gran traba-
88 pongan motes de clerigalla á estos
)les lugares. Esto se llama la Cámam de
doñea Cuente usted otra vez lo
Sr. Regato. Son 83G reales y tres mará-
lé
O vuelvo á ensuciar mis manos en esta
iida. {Válgame Dios, cuánta calderilla!
mentira que una hermandad tan ilustre
nial pertenece tanta gente adinerada no
más que estos miserables huevecülos.
M gordos son para el hermano Sócra-
ijo Monsalud. — Mire usted, Sr. Begato,
7& echando carrillos y rejuveneciéndose
a masón de Salamanca.
áUate, picarillo — repuso Canencia. — Ya
jue puedo sacarte los colores á la cara,
re que quiero,
eñal de que tengo vergüenza.
^ de que la tuviste Pero basta de bobe-
iJobre usted, Sr. Regato, y venga recibo.
M cuentas de estos señores — dijo Salva-
-Boa tan embrolladas como las leyes ma-
IB.
122 B. PÉREZ GALDÓS
— Es sencillísimo — contestó Regato.-
me deben 1 .233 reales. Aquí está mi caenti
iiPor dos calaveras que mandé traer de 1
veda de San Ginés en 6 de Noviembre
reales Por el bordado de cuatro mi
les, 268 Por echar una pieza al sol, lí
Por pintar las llamas, 30 Por una escí
nueva y siete malletes, 58 Poraguaxd
que se dio á los de policía el 5 de Enero, 1'
Por lo que se repartió cuando tiraron la p
da al coche de Narices, 410 Por pap
circulares, 60 Por saldo del piquillo q
le debia á Grippini el cafetero de La F(
na, 140 y así sucesivamente, señores
tal, 1.233 reales. H Ahora papá Sócrates a
las cuentas de otro modo, y no quiere d
más que 836 reales. Estas mermas son h
compensas de un hombre de bien que coni
su tiempo á ser secretario de la Masoneríi
rante cinco meses ¡Vean ustedes qué ]
Adelanta uno su dinero para que el Orde
carezca de nada, y al pagar ¡Luego (
pantan de que me haya hecho comunero!.
— Bendito D. José — dijo vivamente
ron, — poco á poco. No nos espantamos d
usted se haya hecho comunero; nos esp
mos y nos enojamos al ver que usted, tan
recido por este Gran Oriente, prescindiem
EL GBAXDE OP.IEMT 123
38, alcances y descuentos, fomentara la
n funesta que acaba de realizarse en la
ad; que arrastrara fuera del Orden á esos
ciados fundadores de la gárrula Comu-
y que ahora, después que forman igle-
irte, les incite contra nosotros, les pre-
la anarquía y el desorden, convirtiéndoles
almados jacobinos.
b me marché de la blasonería — dijo
3 con firmeza; — yo fomenté el cisma; yo
buí á fundar la sociedad de los Hijos de
%f porque la Masonería vino á ser rápi-
ite una Sociedad ñoña y que no sirve
lada como dijo Vol taire. Yo no oí las
les amargas que dijo el Sr. Monsalud
loche, porque como hermano durmiente
letnidad, no puedo pasar de la sacristía
i puedo entrar aquí, sino ocultamente y
tas horas; pero por lo que me contó &[
bnencia, sé que este joven puso el dedo
llaga. Señores, esto &s una farsa; esto
aduce más que á un servilismo no mé-
i&me que el servilismo del año 14. Aquí
«n los decretos á gusto dedos 6 tresTna^sH-
d grado sublime: aquíísfielig^in Ion dipu-
i aquí no hay otra cova que loHiuhUhy/i fi*i
y fatuos que n.andírr. y í r,í\ ^ry-xo dí>.;//
e todo. No Íes quiero citar, f/^royí? no fi^v
124 B. PÉREZ GALDÓS
para qué. Pero ellos quieren establecer e
bierno perpetuo de los tibios, y adjudicar
dos los destinos. Esto no puede ser, y no
Hemos fundado la Comunería para establ(
verdadera libertad, sin beberías de órdpn
vilismo encubierto; para darle al pueblo si
soberanía, y que se hagan todas las cosas
al santo pueblo le dé la gana; para deseno
rar á tanto pillo farsante, y hacer que c
gan destinos los verdaderos hombres de
adictos al sistema. Basta de papeles y •
dias bufonas. Nosotros vamos á la verdac
realidad. Odio eterno, señores, entre u
otros; queremos separación eterna, irrecoi
ble de los que desterraron á nuestro qp
héroe, de los que contemporizan con la
te y la Santa Alianza, de los que disu
el ejército libertador, de los que pers
á las sociedades patrióticas de La Fonic
La Cruz de Malta, de los que hacen la mi
á los obispos y al Papa, de los que poner
cultades á la organización de la Milicia í
nal; separación eterna de los que en una :
tienen el libro de la Constitución y en oi
cetro de hierro del Rey neto. Este es el C
de Padilla; esta es la Confederación de
Ha, que vá á hacer en España la revol
verdadera; que vá á establecer el sistema
EL GR.V>'I»E OiLliy
b1 en toda su p-ireza. j í í-.-l-Iií: rl
de los pillos é hipózrii:.». El «I-rif^:: ií
derribará el infame i!irir:»er:: íe 1^»
} y de los Ztíío? an:^ ie :•:::: diií. >=-
>íganlo ustedes bien, ant-e? de :•:!: iisi-.
lie contestó en los primer ■:•^ niiüer.:.:!?.
L meditaba apoyando eu sien en el itíi :
Canencia sonreía. Monsalud inüierenic
corata se levantó para retirarse.
Irán suerte será para nosotros — dijo al
npoSj — que el Sr. Regato nos perdone
no amenazo. Al contrario, invito á to-
\ buenos amigos á que se vengan eon-
B muy cómodo eso — indicó Cicerón. —
ODn la Masonería, cobrar 800 reales por
ras^ remiendos echados al sol y aguar-
dado á la policía, y marcharse después
1 comuneros para hacernos la guerra.
o pueden ustedes acusarme de interesa-
ijo Regato, levantándose también para
arse. — La Comunería es pobre; no dá
08.
'ero los dará tal vez dentro de ocho días,
puede esperar.
kntes que se me olvide, Sr. D. José Ma-
-dijo el filósofo Canencia, que no se apar-
126 B. PEJE^Z UALDÓS
taba de lo positivo. — Me han dicho que
tienen falta de espadas y broqueles. Aquí t
mos algunas piezas de sobra.
— ^Veo que esto acabará en Kastro — ^repu
comunero guardando su dinero. — ^Nosotros
mos espadas de acero, no de latón.
— Pues buen provecho, hombre, buen
vecho.
— Para mis amigos soy el mismo de siem
—dijo Begato echándose la capa sobre los I
bros. — ¿Quién sale?
— ^El hermano Sócrates y yo tenemos
ajustar ahora otra especie de cuentas. Bu<
noches, Sr. Regato.
— Yo me retiro también — dijo Monsalu^
Repito lo del destino, Sr. Marco Tulio. Mu
gracias, muchas gracias por la secretaría; ¡
que sea para otro.
— Adiós, puerco-espin Sr. Regato,
cho cuidado con ese granuja que sale con ufl
Es capaz de hacerse comunero si usted s
dice tres veces.
Cuando ambos salieron á la calle, el
joven dijo:
— Sr. D. José Manuel Regato, yo quierí
comunero.
Uno y otro hablaron breve rato, separa:
se después.
EL OEjjrrz
XI
lita s^oia TÍTÍri.í> ^n jh ^s¡¿sl íe íi.ua
na Monsaln-i. i i:i.i-r zziá^Li -íl ~e:'ift-
eblaje patri:z.:ziil j n 'Jiziiouí 7 ri?iii>
ativas, aaí e:n-: Ll itiz. ¿cscr.^lrJt v:.^
ia, le abricMi. ^ ::-:■: -r. xrL;^.?! íc a
I y el hijo. C^rra.? zhzTt-.za^- z^Vrsirjti, jl:¿¿.
D y trato para. 4-^.7 A"=e iza izi^-jui y.-,"
; pero S«j1íl¿ 1 ..\ :•:!: i-i¿ -t ^':it iti ^
a. Darant'r 1?-= ll^.^.^ ítz.*^- lui.» i^ Si ^
,que esta'cí* :i-rr> .•¿.--. i-^í j ^'_ "Li 7 ;4r>i
noche, la ¿-rf.-.-i zLLiv.r t Lí ii". ibi. ..ji
gar de la m¿::: jr-a 7 ::r^ 1í:c.' i^ -*;:..:-
entretenimier-V. . :.: :ir¿a.-4- í^ üá.;:-:-
bre las pror-iilii^i-r^ ii -,-.-: e. Slv O.,
Coadra fi«t :.ue>:.., er l:'»ír-^i ^*^-,
estas conf^reL :•:&.'. 1^» _^~ira:: 4I ¿-v^r'v
10 de la p»^- líbica, clc-iiít. s'Urr-^r^í: dl-
5 mil desaiÍLO-. ^ ic er. i-:: \ :^rA :'-; t '^r.-
a parecían dLs':T^:*.i.« or:%crTac:'>Lír?j ó írr*r--
J de8cubriinien:0'. .
Dicen que vá á ca^r el Go'o:f:mo — ír;di/%-
/ Fermina. — Si e:-:raii dfep-iía >/• r. jf:
128 B. PÉREZ GALDÓS
quieren que todo sea libertad y más libertad,
no habrá presos.
— Lo que yo creo más probable — respopidií
Soledad, — es que el Rey se levante de mal hi^
mor cualquier mañanita, y mande á su cabv
llerizo mayor que cierre las Cortes. Desen]
se usted, de ahí viene todo el mal.
• Algunos dias veian los sucesos con al'
ojos; otros sombríamente y eon tristeza.
— Tengo el corazón traspasado — decia Sol
dejando caer sus lágrimas sobre la costura.-
He cerrado un momento los ojos para rezar,
he visto á mi padre espirando en el calabo»>|
— No pienses tonterías — contestaba la Moaé-Í
salud. — ^Yo he cerrado también los ojos pn»;
rezar y he visto al desgraciado D. Gil poniáá-;
dose la capa para salir de la cárcel. El mejoí
dia le ves entrar por esa puerta Mi bueí
hijo ha tomado con empeño este negocio.
Entraba entonces Salvadoi* fatigado y som-
brío, y al punto las dos mujeres clavaban en A
la vista para adivinarle los pensamientos ant60
que los dijese. Sólita se lo comia con los ojo6i
y habia adquirido tal arte para leer en la ex-
presiva fisonomía del joven, que al verle en-
trar decia para sí: nhoy tenemos malas noti-
cias, II ó iihay esperanzas. »i
Soledad creia deber suyo pagar con peque-
TL '-ai.Fii 1.
Tl'^.i
ibajos y serrizí-.s l:-r :l"::t-- -^
i aquella casa r-r:.- i Z- tu -rir ir i-i^í
se inincc:-:*sinr--.-í: Ít l:-r 1 :_::■? ir jl
i y procura^-s ."r =- -:í:t^- i t- -i it-
vivienda rieri 1: r--i.í .:_ 3,- -ri/.T -i-i"i-
a ingenio p^^^ :-:::'ii:_' t" tI iTir:: :¿
lor rennafi^s -? : 11 . ■ i_ ii 1^: - : z-^^ji l í-
[emente cnan:.: -rl . :r- h-lli:!: tií:—
eñtar, t se Ir :■:-:::=. -í:! li ::í.ji ^ r"_ -r.
de mirar a"r n : 5."'. ".- í . :i¿''.?b -- - - 1.-. : -i
^ _
a hermano r-'^-lz: •-r rrr._-:-r=-T
(parada de 5.1 i-.irr 7 i'r 1 := 7 .rlrr.-.err 11.1-
I, la pers«-^na ¿ i-ier. -.rr.ii i:.iv:r r^r^-e: ,
juel proteo: :•? r. 1 ■ 'r r.^ri '.z : r r. : : - : z \ :-í 2 : -
caldo. Con !"• m^ire ter-ia i- -r-í.¡ir.z¿. v
hijo no. AirlT.Ás Ir -Ir ''- '.-^/'a rT.ti-
onyersaciori con -_-.. f irr> ir I&5 ; .-rr^r-V-.»
18 de las ci r'riii '- :an :•: '-. ? . t:.':. :. : r r. : r:. vr r : e rr.-
ana distancia c^nij :a¿ ;-:r r->.'.lrc^:* ^L
toóla veneración.. Salvador á lo-: tjoco'^
le vida común la tuieaba. Como pay».r:eri
08 sin que ella correspondiera á esta fa-
ridad, él le dijo:
Cuando el pobre D. Gil se separó de nos-
, Sólita, quiso que fuéramos hermanos.
Une como se tratan los hermanos, y Wí-
6 Salvador á secas y tú.
■■%
130 B. PÉREZ GALDÓS
'I
— ^Me parece que no podré acostumbrarme
eso, — ^respondió Sólita ruborizándose .
A pesar de su propia opinión, se
bró muy pronto.
Cuando el joven dormia, avanzada la
ñaña, una como divinidad del silencio caidM^
ba de evitar los más ligeros ruidos de la
Cuando volvia muy tarde, las más veces «a j
último confín de la noche, Sólita velaba sin
tiga ni sueño para que no esperase ni un mini
to en la puerta, ni le faltara nada al entrar^
Nunca se habia permitido la más ligera hroi
con él, ni dejó de emplear, para decirle algui
cosa, el tono más comedido y serio. Una noch^^
sin embargo, le salieron las palabras del peorí
samiento á la boca con tal ímpetu, que se ex- -■
tralimitó á hablarle así: '•■}
— ¡Qué tarde has venido esta noche, hennir;
no! Se conoce que tú y tu novia habéis tenido
muchas cosas que deciros.
Soledad no comprendía que un hombre trafl*
nochase por otra razón que por estar hablando
con su novia.
Salvador acogió la observación con amablO
sonrisa. Arrojándose en una silla con muestran
de gran cansancio, contempló á su improvisad»
hermana que estaba ante él sosteniendo una»
luz, y se fijó más que nunca en las graves im-
- ~- t/í^.z
cioneBde su rostro, n: :ai.:ií: ¿z. -sz.-
que dismiiiTiyesen. el :i-ri"c a'zr^i!i:~:
tico que existia en ell¿. í lüLirn ir rí-
anundo del a^rrjL.
lolita — ^ie dijo il :r^ ; i rle^i: — :c- ^ai
. la mano te me t)¿:e«:e¿ í 1a r e _1'iili.ul-
imndo. Yo Le tí=«.: en c's^ia zuzitz zz^
a, cuadro o e^i¿.inpi:£. h'^l.. í i. er. ^.^
uto Dime. Lermnj.. -r -«í:!:!:::-!, zl^
idad^ 27 ti n:- ::e'eí - :tí::
)lita volvió rír:i>r:Ler-:e li efi-alÍA 'ítn
; pero arrepe-*.:i.5. =.- i-::a 'j'.t.j. ¿
á su hennar.?.
íien sabes c^e 1: "ler.!-: líl : ."jii -, A---ao>
M. — m.
;Ah, varecieri: T: -^-í -.e ;a>...-^ -í.^
imo tTivo. ::e :£.n\:e.i vrrí ilv,:4 'r.iij',
i á ser mi r:fl.-.í:.
Faitameiite. : '^nlere:^ >.-¿r.'
aguárdate y rerrír.ier.e . V.lv/^. r:.'.\r.',
stroprlm.;:
Ta sabes -le r;.: -^i:'; ;-& i u- . *í>'a '-.a
li marido.
132 B. PÉREZ GA.LDÓS
■■ T
i
II
.fi
cha un arrogante hombrazo como Salviulor éi']
de D." Fermina. II
— Pero no me has dicho si quieres mucho
ese Anatolio.
— Eso no se pregunta. ¿No le he de querer i
mi padre me ha mandado que le quiera y ma:
case con él?
— A eso no hay nada que decir, hermanir.l
Cuando te cases y vayas á Asturias, te prome*^
to hacerte una visita ; ¿qué te parece?
— Me parece muy bien.
— ^Yseré padrino de tu boda y serépir:
drino de tus niños, de mis isobrinillos. •
— Buenas noches, compadre.
Pero esta clase de diálogos eran una exeqj- 1
cion. Generalmente, cuando Salvador entraba j
Soledad le hacia preguntas referentes á la do- ^
seada libertad de su padre. \
— Hermano — le dijo una noche, — ^tu car» ^
me anuncia malas noticias; ¿qué hay?
■ — ¿Malas noticias? — respondió el joven dan*
do un suspiro y meditando breve rato.— I*
verdad es que este asunto es difícil. Se sacate
piedras del fondo del mar; pero ¿quién saca !•
pobre víctima que cae en el inmenso fondo d0
barbarie del populacho?
Sólita dio un suspiro, y elevó sus expreri-
vos ojos al cielo.
EL r-RAViz :zjz>-rz :>:
Pero no hay que de¿esi:»rr2j:. ':Lrr:T:AiLÍ':a. —
6 Salvador coii5olái:i:li. — »1 :s- i: t: Hr-
1 último extrein:- en n-Í5 ií^í^^í t -=::::■: «r-
or salvar la vida al i:':7r r^:: :-:i-i: v:
leda más^ vendrá 1: imzre-ris-:.: . t^- ir-i la
ideBcia^ vendrá I^:? v 1: sa'.Ts^í.
De modo que es cierto :ie trtL-ra iz:¿l¿3 n>
I, — dijo Soledal con £.':¿.:ir:::rL.'::.
Malas no, regulares. He £.ielan:£..ij ííIí': .
wa veremos. Concue buenas nc^ries. o
:e.
lolita dio otro suspiro v se ale':: r^ro re-
diendo al instante. Lizo esta T^reírintá:
jTle has visto?
Todavía no he podido verle. Ponen mil di-
tades; pero me vo\' á hacer amigo de los
ineros^ á ver si por este medio
Los comuneros es decir, D. Patricio.
3, hermano, ¿son todos tan tontos y tan
lee como nuestro vecino?
Allá 86 le van Creo que me .será fácil
i iia padre. Descuida, que ai no podemos
Bgnir su absolución, trataremos de arre-
e la escapatoria.
•iQué bueno eres, pero qué bueno! — excla-
móla. — Siempre que te oigo hablar, se me
i el corazón de esperanza, y veo á mi po-
)adr6 libre y feliz. Lo que haces por nos-
13^ B. PÉREZ 6ALDÓS
otros, Salvador, es más que cuanto pueden bft^
eer los hombres más generosos. Mucho ha^
darte Dios en esta vida 6 en la otra para pfl^
derte premiar. ^
— Dios no tiene que darme nada^ tonta. Ert^
es una deuda, .mejor dicho, aquí hay vañil
deudas que pesan sobre mi alma. Si salvo á »
padre de la muerte primero y de la cárcel ñsí^
pues, sentiré un alivio i
— Ya ñé cuando mis padres marchmxm i
Francia hace ocho años, ocurrieron cosas tet
ribles.
— Sí, muy terribles. Algunas de ellas no»
puedes comprender. Por fortuna tú no estabiK
allí, porque te dejaron en La Bañeza.
— Pero todo mé lo contó mi madrastra — tí*^
nifestó Sólita con emoción. — La pobre te esí*
maba mucho, y constantemente estaba hablap^
do de tí. Hasta en el dia de su muerte te noxA*
bró varias veces
Salvador callaba, fijando la vista en ^
suelo.
— No digas que soy generoso si saco á tu pí^
dre de este mal paso, — manifestó después d<
una pausa. — Di mas bien que soy un malvad^
si no le salvo.
— ¿Y si es imposible?
— No hay nada imposible — repuso el jóveí
V--"
r
EL GRANDE ORIENTE
135
.brip. — Soledad, tendrás padre, tendrás
lo ¿Sabes que conviene escribir á tu
LO Anatolio, refiriéndole la situación en que
lilallas?
.—Como tú quieras — respondió la joven con
Lcia.
i' — hd escribiré, vendm, te casarás. Para en-
vive Dios, ó soy digno del desprecio de
6 estará tu padre libre. Viviréis felices y
los jOh, qué hermosa familia vamos
[toeraqui!.... porque supongo que el señor
ae verá rodeado de nietos dentro de algu-
años ¡Pobre anciano, cómo gozará ju-
con los pequeñuelos! .... ¿Y ese Anatolio
•imbuenazo, un corazón de oro?.... Lo di-
aeré padrino de tus muñecos.
-Buenas noches, compadre. Que duenoati
—Buenas noches.
T al acostarse se deda á sí mismo:
— iLa ves tan desgraciada, tan p^^re, tan
[ nlit Pues con su sencillez, su ignorancia y j-jj
.iáatolio, será más feliz que tú?
■:*;'
'i
13í) B. PÉREZ GALDÓ8
XII
i
j
£1 personaje á quien los de la Acacia át^
han el nombre de Cicerón, vivia en una hae4
mosa casa á la extremidad de la calle de Doi^
Pedro, junto á las Vistillas. La Dirección
Correos, que hoy constituye una posición
cente, era en aquellas calendas una verdad*
mina, y ahondando en ella, el Sr. Campos, i^
pesar de su oscuridad política, habia consegui-
do, á fuerza de manejar cartas, y no de baraj^/^
allegar un capitalejo que en lo sucesivo sirvió ?
de tema de maledicencia al envidioso vulgo. ']
Entró con pié derecho este insigne personaj«--i
en la burocracia revolucionaria, por reunir loa
tres requisitos indispensables para medrar du-
rante aquel período, los cuales eran: haber pa-
decido durante el régimen absoluto, haber in-
tervenido en la mudanza del 20, y estar afilia
do en las sociedades secretas.
Vivia, pues, pacífica y cómodamente con
su familia, que no era por cierto muy numero-
sa, pues constaba tan solo de dos personas: su
hermana D.* Eouiualda, (señora de muy poco
./*
GiAvir '-ziTrn
-1
m su juvesr^i. i¿ ir-i-J iz 1l ^^z'a y^-.
n la época de iiu5?irL L.-^: tjl yvSii\L :-:.*-
pacigoar sn &:i:¿r^rlL üjLÍ:.Hr ¿ -l :>- -
con ardienir: wl: ~ sr ^j-tii^l .rL^ir'-iít
de Manricio Cejl ji :»? . -^i t - : . Tí : üt Z. ü íj**
o 12 con iir¿ rer^ili-j ínriiL ir vii-, : -
idiafiratar p:t:~t '.r é.: -.rT^_ii'. j.l :i:ii*rv=:
rfiuia de p&irr ;»• =.11:^ i .•■ ' iiV* í.fiVr : ■
., lahem:sa 7.:i.i tííÍ: .;t . -fc -.-.-.-r t :.-
o, que no I- v: zr* »•:.:■'. til t:Z_:>í^i.' *. j 'Jj: -
i fortuna de 1l tí-. • :t .1:-_-L'l_.l - :;t.-c ::-i^
tpo8 la ponÍLi. ".'L : ^l i"_ iiie:- í .a : ■•■!-■»;'.-'•-'':
).*RomTia-ii. ■_■=: :•'.: f. t-. -',»fc '..;L' t -.í^
■lído aú I: i T - L T -^L : !L i^ -i. * 'a. . t • v-í .'^t.-
n madre. :vv. -.-.l írb'-.r.t ^ir.-: u^'. .*
peligrosa eiLÍ '.-.. -j».:- ■ .-. ..í: ■.;'•.»;.•..-=
ir, caando -^ Íti-tii. i
lelas v¿rii.h:i.- " t : i- :^',\- v /.
ioi. üa. a^rií.i:. :■:: '■. -.'. • :»*;'." ■■
por D. ' R: zz. 1-. . i?. í -. -, ^ • ^ v. •• i;*- Jt
mente. *Sk "^vr-, -.-.-. i r- -.-..> -it,..^
«
do o&n ar 1 : : - ■- : ■ '. • í. .. i .. . ^ *. . . ...
'<•
O amlsnai^r.? _.■: ■■a --?.'.•!: :.'.•.»;• /.
u prohibid: .w.::,, h^'^' ■• i"..v; a v,-- >../
13Ó B. PÉREZ GALDÓS
criadas; paseaba en compañía de ésb
de lo conveniente, y en cambio del ca
agasajo que le negaran dentro de casa,
taba de una libertad, que no conocían la
ritas de aquella época y rara vez las d
Por esto Andrea se parecía tan poco á la
españolas de su tiempo. Era una criolla
tariosa, una extranjera intrusa que habí
pudiado Moratin y Cruz. Su Emilia fa'
más cada vez aquella libertad. D.* Ron
que empezaba á sufrir la trasformacio
edad paleolítica de los amores á la edad
tica de las devociones, tenia mucho que
estaba en la iglesia. El buen Campos tí
era hombre ocupadísimo por aquellos d:
taba conspirando.
Era la indiana buena y sensible. Fác
te comprendía la verdad, por poco qu(
mostraran. Fácilmente acertaba con lo j
honrado, por simple iniciativa de su c(
cia. Pero tenia ansia de afectos ardiéfites
raba sin cesar á todos lados buscando]
desgracia consistía en que le era forzoso
se sola y sin ayuda de nadie el ásperc
no de la juventud. Habría necesitada
esto tener un caudal de energía y de ei
moral que rara vez dá Dios á las criatura
que suplen según el admirable orden de
EL GRANDE OraEXTE 13»
id, las personas allegadas y mayores de la
lia. Careciendo de fuerza propia y de soa-
extiaño, hubiera sido un prodigio que la
uda flor se mantuviera derecha. Los pro-
08 son muy raros en el mundo. Bueno es
ir constar que la pobre Andrea, avisada del
a;ro por una intuición poderosa, hizo es-
Z08 instintivos para sostenerse erguida y
iposa, vuelta hacia el sol la virginal coro-
pero el viento era demasiado fuerte y so
\6.
Era tan guapa, que su vanidad (otra desgra-
no pequeña) estaba completamente y cada
más justificada. Habria sido conveniente
(ignorara durante algún tiempo la riqueza
■dacciones que tenia en sus ojos, en su boca,
iodas las partes de su cara morena y alegre
ena de inexplicables gracejos y atractivos,
m cuerpo delgado, lleno y flexible, de amn
IDO tienen clasificación posible en el cuadro
aooiógico, y son tales, que para buscarlos Sf)-
^te, necesita el observador doHoender en
ca de un ser antipático y que se arrastra, Is
ebra.
Pero Andrea no tuvo á nadie que le hUúh
d sumo bien de engafiarja dtjrant'; al^un
npo respecto á ?ni heIN;za, y ^itn:^^; /J#;i^
muy niña al fascinador delü^iv? d^; I//» nn
140 B. PÉREZ OALDÓS
pejos. Las criadas cantaban á su oído ni
de lisonjas. En la sala de su casa habii
hermosa estampa que representaba la fi
escena de Phrine ante los jueces de Ater
Andrea, de tanto leerla, se sabia de memo
leyenda grabada al pié con resplandecieni
tras de oro. Aunque parezca extraño, ce
dos los tiempos y el lugar, no puede mén
suponerse que aquella cabeza estaba. He
ideas gentílicas; pero el paganismo es de
las edades, y buscando sin cesar donde esl
cerse, se mete y se acomoda allí donde n(
otra religión que haya echado raíces.
Andrea fomentó su vanidad y la ador
de si misma, consagrando al adorno de 1«
sona mucho tiempo, mucha atención y U
dinero de que podia disponer. Si este d
mucho durante los ominosos tiempos ei
Campos conspiraba, luego que vino la ert
y fué restablecido en parte el patrimonio
huérfana, el buen tio, que no era tacaño ;
taba de que su pupila se presentase bien,
bastante la mano en lo relativo al lujo,
era la fórmula de su cariño, porque sin
hay distintas maneras de amar á las sob:
Además Campos, por razones de egoísmo,
empeño en no contrariarla, deseando ale
de ella placentero consentimiento para ui
EL GRANDE ORIENTE 141
nupcial que entre manos traía después
revolución.
se crea que el Venerable se parecía álos
acos tutores que son el elemento bufón de
imedias italianas del siglo XVIII y que
ten abundan en el repertorio de óperas.
K>8 no queria que su sobrina se casase con
staba viejo, habíase entregado al volteria-
) que en aquellos tiempos empezaba á pro-
rtanto las cómodas prácticas del celibato;
lemas un epicúreo refinado de esos que nos
)1 siglo XVIII, y que aunque pocos en Es-
por aquellos días, ya comenzaban á des-
tr á los rancios egoístas de chocolate y bo-
te monjas. Otrosí, tenía Campos sus en-
ttimientoá fuera de casa, con los cuales le
my bien al parecer. Su claro talento, ade-
no le decía nada favorable á un enlace
auchacha primaveral. Su amigo D. Lean-
lO escribió para él El viejo y la niña ni
•
1 proyecto consistía en casarla con un se-
Jd edad algo avanzada, pero entero, arro-
), fino, discreto, y que sabia ocultar sus
y aun hacerse amable; pues á tanto llega
ivilegiados individuos el arte social. El
uái de Falfan de los Godos era un medio
bien conservado, gracias á reparaciones
142 B. PÉREZ GALDÓS
hábiles y á un cuidado constante. Habla i
exento de Guardias, compañero de.Falafo
de Godoy en aquellos tiempos en que los me
guapos desempeñaban grandes papeles ec
Corte y en que se hablaba, como lo prueb
desvergonzado libro de un fraile, de serraU<
la turca, de envenenamientos proyectados^
matrimonios dobles y otras barbaridades a
las cuales la historia se complace en cerrar
curiosos ojos. Así como el duque de Zara
ra fué célebre y simpático por sus hurañas
sistencias, Falfan de los Godos tuvo fama
lo contrario. Durante la guerra peleó con
lor. En 1821 era general; tenia fama, noí
de honrado y decente, sino también de j
trónomo y mujeriego, cosa natural en un i
teron riquísimo y bien parecido, de ancha c
ciencia formada como la de Campos en
escuela enciclopedista del siglo pasado.
Hacia 1820, comenzó á pesarle el celibí
echó de menos algo amante, tierno y carine
es decir, los hijos que debia tener y no tenia
esposa que siempre habia rechazado como i
fastidiosa carga de la vida. Falfan de los <
dos pensó en casarse, y supuso que sus ciñen
ta años, á pesar de la madurez consiguiente,
dian dar aún mucho de sí. Acontece á mem
que estos hombres listos y conocedores
EL GRANDE ORIENTE 143
lo, pierden la chaveta cuando tratan de
r algún orden en su vida^ y bastardean
lelamente la meritoria idea de ser padres,
tan á deshora les ocurre. Falfan délos
8, que era un maestro en el arte de vivir,
ó el tino, como todos los de su dase, y
iz de buscar para esposa un tipo de bon-
reposada, una madura belleza asegurada
eligros, y que se acomodase fácilmen-
ios gustos é ideas del trasnochado esposo,
incurrir en el maldito antojo de la niña
i y tiemecita que apenas ha empezado á
y que tiene un porvenir ignoto delante de
ñapeantes ojos. El no dejaba de compren-
Q ratos lúcidos su error; pero se engañó á
Bmo vanidosamente trayendo á la memoria
lena presencia, su gran fortuna, su fama,
nstos ai'tisticos, su ñnura, rica herencia
ntiguo régimen que contrastaba con la
ría de los revolucionarios,
i todo hubiera de resolverse entre el acar-
b Marqués y Campos, la cuestión habria
o concluida en un par de semanas; pero
«a no quena casarse con Falfan de los
fl, porque amaba á otro. Esto sí que se
ie á todas las comedias italianas del si-
IVIII, á las óperas del primer repertorio y
chas novelas de aquel tiempo, principal-
t ■
144 B. PÉREZ GALDÓS
mente á las de D'Arlincourt, Mad. Co
Florian y Mistreess Bennet; pero no es c
nuestra que esta vieja historia se nos vei
las manos. Acontece alguna vez que las
sas vulgares son las más dignas de ser
tadas.
En los dias que van corriendo para nu
relación hacia tres años que Andrea habü
tablado amistades de cierta clase con un '.
bre que cierto dia se metió en su casa bu
do refugio contra los corchetes que le j
guian. Cómo nacieron y rápidamente toií
vuelo á manera de incendio estos amon
cosa que ahora no nos importa; pero la lib
de que disfrutaba Andrea explicarla mi
cosas. Pasaron dias, muchos dias y con
sucesos buenos y malos que no merecen sei
tados. En 1821, la casualidad, ó mejor dic
política, juntó en un círculo al amante d(
drea y á Campos: hiciéronse amigos, y ci
éste le llevó á su casa no tenia ni vagas s
chas del interés que aquella amistad insp
á su sobrina. De este modo, Píramo y Tis
tuvieron que horadar paredes para hablai
aunque la presencia casi constante del tio 1
torbaba, viéndose á menudo aun delante d
tigo, tenían medios para preparar sus con:
cias reservadas, las cuales en los últimoi
£L GRANDE ORIEM'K 1 I.'»
in frecaentes ponjue la libertad de Andivu
laba á disminuir.
1 &vorecido conocia perfectanientü Iuh lio
[ne D/ Bomualda consagraba á la ^ravo
I diaria de sus devociones, las de oficina y
para Campos. Aplicando bien la Hcnlon
rofimdisima de uno de los siete sabios dn
la que dijo ajnweclia la ocattUnh, lujiiel
ire, enamorado hasta la ceguera y el atiir-
mto entraba en la casa. Estas atrevidas in-
nes del templo de un exaltado ainor no
ni podian ser frecuentes, y exigian gran
la con criados y gente menuda; |)ero los
i/eé hablan discurrido mil ingeniosidades
itaban con la fíol complicidad do una cria-
itigua. Su ceguera, con todo, no era tanta
e ocultase á entrambos la necesidad de
r término á tal género de vida.
XIII
na mañana, Salvador entró. Como no
temor de sorpresas, Andrea, después do
en escucha a su criada, según costum-
lirio al amante las puertas de su habi-
1.
10
146 B. PEUEZ GALDÓS
— Ven aquí — le dijo asomando la linda cah
y la mano tras la cortina de la sala donde d-:
esperaba. — Estaremos solos hasta que Yengik,
mi tia.
El amante se sentó sin decirnada en un ca-1
ñapé, y Andrea volvió al espejo de donde poco '
antes se habia apartado. Con su preciosa numo.^
se tocaba aquí y allí el cabello recien peinado^ ^
dándole la última forma, como artista quero-
mata su obra. Después se puso una flor. Sial
retirarse del espejo, porque en él veia la Ago-
ra del hombre, le habló así:
— ¿Qué tienes hoy que estás tan callado! ;:
— Hace pocas noches vi á tu tio, ¿te lo lüj
dicho? — contestó Salvador. ;;
— Sí , me contó que te habia ofrecido iitt-;
destino y no lo quisiste. ¡Bonito modo de flK]
agradecido! — dijo Andrea, moviendo su oabo-j
za ante el espejo. — ¡Qué orgullo! .... porque no.?
es más que orgullo.
— Gracias por tu protección.
— ¿Qué protección?
— ¿No fuiste tú quien dijo á Campos que fl*
proporcionara una posición decente?
— ¡Yo! ¿Estás loco? — exclamó Andrea coa
sorpresa, volviéndose, porque para manifestad
cosas importantes no satisface ver la figura dd
interlocutor reflejada en un espejo.
EL GRA.NDE ORIENTE 147
p: .—"No te esfuerces en convencerme de que no
Paiste tú^-dijo Salvador. — Desde luego com-
^pendi que tu tio me engañaba.
—Seguramente te engañaba. Bien sabes que
me atrevo á hablarle de tí; y cuando lo
ligo es de la manera más indiferente.
Í-. —Extraño que Campos, que es hombre muy
, urdiera tan mal su farsa— dijo Salva-
.— jEn qué se funda ese oficioso empeño de
irme? No creas, quiere mandarme á
nada menos. Seguramente le estorbo.
—No lo comprendo así. Si quiere favorecer-
porqué te estima — ^repuso Andrea, vol-
se hacia el espejo.
í — jTú también? — dijo Monsalud con impa-
y desasosiego.
Qué es eso de yo tambienl — sindicó la in-
jovialmente.
f-4ijuizás tú puedas explicarme lo que la as-
de Campos no ha dejado entrever.
— ^Jueridito, yo no puedo explicarte nada,
08?.... Hoy has pisado mala yerba. Ya
Í?ío que no me libraré hoy de un poquillo de
fteeo. ¿Y por qué? por la cosa más natural del
taido, porque mi tio ha querido darte una
;|nidba de lo mucho que te aprecia.
—Seria, no muy natural, sino algo natural
te prueba de estimación, si tu tio después de
r
148 B, PÉREZ GALDÓ3
Onecerme el destino, no me hubiera dicho mii
cosa grave.
— ¿Qué cosa?
Salvador la miró con fijeza.
— Me dijo que pensaba casarte.
Como el lector recordará, Campos no hafaiií
dicho tal cosa; pero el inquieto joven practicir
ba el aforismo vulgar que ordena decir menti-
ra para sacar verdad.
— ¡Ah! — exclamó Andrea riendo. — ^EiO «i
lo que traes hoy. Te conozco, tunante. VieaMtj
mascullando esa idea.
Diciendo esto tomó un abanico y con es^j
presión de graciosísima burla, sonriente
boca, húmedos los ojos, acercóse al joven
empezó á darle aire rápidamente.
— ¿Estás sofocado?.... Aire, aire, nosea^nl^j
te dé un síncope. Refréscate, hombre qu^]
se te quite eso de la cabeza.
Monsalud le arrebató violentamente el ata^
nico, lanzándole al aire. El abanico atravesó
el recinto de un extremo á otro, abriendo^
como un pájaro que extiende las alas.
— ¡Qué modo detratar mis joy-cus!.... puesffl*
gusta, — dijo Andrea corriendo tras el abanico*
Arrodillóse para cojerlo del suelo, cerrólOi
y empuñándolo á manera de puñal, amenazó i
su amante diciéndole:
EL GRA^^)E OBIENTE 149
—•Te voy & matar.
Monsalud contemplaba, primero sin enojo,
kspues con gozo, la hermosa figura juguetona
jf ligera que tenia delante. De súbito Andrea
unió hacia él con los brazos abiertos, y abra-
rfodole el cuello, le apretó fuertemente di-
Modo:
•—Ya me casé, ya me casé, ya me casé.
Bepitió esto unas cuarenta veces.
Salvador la obligó á sentarse á su lado,
f —A mí se me está preparando una desgra-
IMp— le dijo cariñosamente. — Andrea, tengo
|pde hace muchos dias el presentimiento de
pl esta preciosa cabeza me vá á hacer traición.
iSSÍo lecuerdas lo que te he dicho tantas veces?
f|lile que tengo uso de razón no he intentado
iW üguna que haya tenido un desenlace li-
R^aiü para mí. Si alguna vez he conseguido
H objeto por mucho tiempo deseado , mi dicha
wtkéio corta. Siempre que cavilo acerca del
iBAltodo de un asunto cualquiera que me
HMcnpa, no puedo apartar de mi pensamiento
» idea de un éxito desgraciado, y siempre
ÜDÍBrto Tengo la desdicha de no haberme
t(nÍTOcado una sola vez. Yo no sé qué pensar
bini. Si se castigan en la tierra las faltas, las
|B6yo he cometido no corresponden á los gol-
pes qae en diversas ocasiones me han venido
150 B. PÉREZ GALDÓS
de arriba. Fui jurado y cayó José I; tuve amo
res y por poco muero en ellos; conspiré y L
conspiración salió mal; dejó de conspirar y n
lió bien en fin, tú sabes mi vida todaypo
drás juzgarlo. Si es verdad que los hombres na
cen con buena ó mala estrella^ la que andab
por los cielos el dia en que yo vine al miind*
era la más mala, la más perra de todas.
— Eso que dices, ¿tiene algo que ver con m
casamiento? — preguntóle Andrea con malicia
— Tiene que ver, sí. Te quise y te quiera.fi
tú me correspondieras con la fidelidad confi
tante que yo merezco y que me debes esb
seria una suerte, una felicidad, y yo no ptiei
tener suerte alguna, ni felicidad.
— iQue majadero! — dijo la sobrina de CSflBi
ron con desden humorístico.
— Cuando pienso en esto, Andrea,— pro»
guió el joven enlazando con su brazo el cnerpí
de ella, — me asombro de que tal absurdo hay*
durado dos años sin desvanecerse, y i^
tiempo estoy pensando que todo vá á condcár
y que tú, como todo lo que interesa á mico*
razón, te vas á desvanecer, á alejarte de iní>
dejándome solo con mi desgracia.
— ¡Caviloso!....
— ¡Veo que no te defiendes con ardor; v»
que no protestas como yo protestarla qb ti
EL GRANDE ORIEKTE 161
! — exclamó Monsalud con la impertinente
mqnietud de los celosos. — Andrea^ tú meditas
ligo, tú me ocultas algo.
^Medito que te quiero más que á mi
TidA— repuso ella cerrando los ojos y apoyan-
do la cabeza en el hombro de Salvador, mien-
insle deshacía el nudo de la corbata.
—Ya sabes, querida mia, — repuso él mo-
TOndo la cabeza negativamente, — que tengo
Botiyos para no creer en palabras de mujeres.
.B^ame que te diga una cosa. Yo creo que tu
ib tiene razón al querer casarte; pero el pobre
ignora que no puedes casarte sino conmi-
. Eres tal para mí, que sin poseerte no com-
■'iraido la vida. Si me amas del mismo modo,
¡Judos fin á estas relaciones peligrosas. Casd-
aonoB, Cielo.
—Casémonos, Tierra, — repitió maquinal-
'^ pHnte Andrea. — Cuando quise no quisiste
bá bien. Es verdad que así no podemos se-
'goír Pero si le dices á mi tio que seré tu
Bojer , te arrojará por el balcón.
— ^If e arrojará por la puerta. Verdaderamen-
te no me importa gran cosa, llevándote con-
migo.
^¡Huir! — exclamó la joven con terror.
— ¡Huir! — dijo Monsalud remedándola. —
Siempre eres tímida para todo lo que me favo-
152 B. PÉREZ GALBOS
rece. ¡Huir! No te llevaré á ningún desierto.....
Nos quedaremos aquí.
— Tú estás loco — dijo Andrea levantándofla
pensativa.
— Pues entonces, hoy mismo le diré al gran :
Cicerón que te adoro
— Si haces eso, si haces eso —dijo viva-
mente Andrea poniéndose pálida. — Pero tá
estás loco, Salvador. Mi tio te aprecia muchio^
te aprecia muchísimo; pero ¡ay! tú no le co^
noces. Temo cualquier atrocidad, si le dir
ees eso.
— Pues no te comprendo. ¿Creerá tu tlocpi9
te morirás de hambre en mi 'casa? ¿Creerá qníí'
no vas á tener una posición decorosa?
— No —dijo Andrea con los ojos fijos en
el suelo; — pero mi tio es ambicioso túno
sabes quién es mi tio tiene ahora la cabesi
llena de vanidades, y yo no sé Selefigai$
que yo valgo mucho, que merezco la mano do
reyes y emperadores tonterías.
— Si tú le ayudas, si tú favoreces en él esai
ideas, entonces todo se acabó Yo me voy —
dijo el joven con repentina cólera.
— Te enfadas contigo mismo — dijo Andrea
mirándole con dulces ojos. — Hazme el favor
de no ser terrible. Por ahora no le digas nada
á mi tio. Ya veremos.
. «lili*'! > li
EL GRxVlTDE ORIENTE
153
\^ — ^Tu tio quiere casarte; tu tio piensa en
dio, y sin duda ha formado ya su plan. An-
t drea, tú no quieres decirme la verdad.
L —La verdad es que te quiero con toda mi
[, üñst — ^repitió amorosamente la indiana, repi-
tiendo también el abrazo. — Cállate. Haz lo
qne te mando, y espera.
— jCrees tú que se puede vivir mucho tiempo
de esta manera , á escondidas, ideando menti-
y con absoluta ignorancia del porvenir?
—Es verdad, no se puede vivir de esta ma-
■tta— repuso Andrea con tristeza.
—No puedes ocultar que te agrada este sis-
de vida; que no deseas como yo una paz
f^fidiosa al lado de la persona amada. Andrea,
tí ocurre algo. Tú no eres la que eras; tú
[ VlTBriado mucho; en tu cabeza hay una idea
. Becuerdo que hace tiempo tú deseabas
I «que yo te propongo ahora. ¿Crees que po-
.utás engañarme muchos dias? O te sacaré la
'Wdid, ó te venderás tú misma.
— jQué sospechas de mí?
—No lo sé — dijo Monsalud lleno de confu-
■On. — Los que aman no sospechan poco ni
Ancho; lo sospechan todo de una vez. Cual-
qnier indicio es traición. Andrea, tú no eres la
[. nisma, repito que no eres la misma.
La estrechó entre sus brazos, apretándola
154 ^ B. PERSZ GALDÓS
con una fuerza^ que más que frenesí de ai
parecía el fatal abrazo de Ótelo.
— Queme ahogas, tigre, — gritó Andre
Y entre festivas risas le mordió el '
En el mismo instante, de las ropas de la
cayó una llave, que escurriéndose por la i
bra brilló, al detenerse, sobre el pétalo <
flor pintada.
— ¿Qué llave es esta? — preguntó Mon
cuya excitación suspicaz le obligaba á
en el más ligero incidente.
— Es ia llave de mis secretos.
Salvador con su perspicacia sutil ere
en el semblante de Andrea ligerísimo :
de contrariedad.
— ¿La llave de tus secretos?
— Sí; dámela — dijo ella apresurándos
cogerla.
— Es la llave de la cajita negra. Se
antojado abrirla; ¿dónde está?
Andrea vaciló un instante. Paree
meditaba, y que con el pensamiento
raba todo el interior de la cajita neg
tes de entregarla á las pesquisas del r*
amante.
— Ábrela — dijo al fin. — Allí están t
tas y tu retrato.
—¿Dónde está?
U —I
EL GEAXDE OEIENTE 155
■-■
Andrea vaciló otra vez. Al fin^ sacando de
k cómoda una caja de ñnísima madera negra,
k puso en manos de su cortejo.
—Si encuentras en ella cartas que no sean
ka tnyas, y un retrato que no sea el tuyo —
dijo con gravedad, — puedes matarme. ¿Crees
^e no hay armas aquí? Mira esto.
Conservando la caja en la mano izquierda,
metió la derecha en otro cajón de la cómoda y
luó un puñal. Era una arma preciosa, damas-
{niñada y nielada, con puño berberisco ador-
lado de turquesas.
— ^Este era de mi padre ya lo has visto,
-^jo la indiana riendo. — Está destinado á mi
qxMK), para que me mate el día en que le sea
ÉfieL
Monsalud, poniendo á su lado el arma,
imó la caja y la abrió:
— ^Mi retrato — dijo sacándolo.
Andrea se apoderó del medallón y lo cubrió
6 besos.
— ^Tú si que no me riñes, tú si que no dudas
e mí — le dijo á la pintura. — Tá si que eres
ueno, y cariñoso y pacífico.
— ^Un paquete de cartas — dijo Salvador
[onsalud. — Son las mias.
— ^Dámelas. Valen más que tú.
Andrea desató el paquete, Varias cartas ca-
15() B. PÉREZ GALDÓS
yeron al suelo. Al inclinarse para recogerlas se
sentó en una preciosa piel de tigre que cubría
en parte la alfombra. Un rayo de sol que por
la ventana entraba inundó de luz el pellejo
muerto del animal y el cuerpo extraordinariar
mente vivo de la hermosa americana.
— Venid acá , prendas adoradas de mi corazoni
— exclamó recogiendo los papeles diseminados
á su lado y poniéndoselos sobre su lindo pe-
cho. — Vosotras sí que sois amables y cariño-
sas; vosotras no reñís ni amenazáis^ ni ponéis
rostro fiero.
Monsalud^ que en el canapé inmediato re*
gistraba la cajita^ alargó la mano mostrando i
Andrea un pequeño estuche abierto.
— ¿Quién te ha dado esta joya? — ^preguntó
con calma.
En el estuche brillaba un diamante de gran
tamaño. Como al extender la mano entrase en
la esfera del rayo de sol^ Monsalud parecía eo-
tar enseñando una estrella.
— La he comprado yo— repuso Andrea.
— ¿Tú? — manifestó Salvador en tono da
amarga duda. — ^Ya sé que tu tio te dá de algún
tiempo á esta parte bastante dinero para tus
vanidades; pero esto es joya cara, y no es pro-
bable que tú la hayas comprado. ¿Cómo es que
siendo tu costumbre consultarme hasta cuando
31
EL GKANDE OEIEXTZ 157
ásf «mipnua una. vara de cinta, no me has dicho
nida de este despilfarro?
—Pensaba decírtelo hoy, — repuso Andrea
K^ nportuido oon heroismo la mirada penetrante
dd hombre.
—Entonces lo has comprado ayer.
—Ayer; sí. ¿Eso te sorprende? Ya sabes que
Be gustan las joyas bonitas ¿Pero por qué
pones esa cara? ¿Qué piensas?
—Pienso que lo que me dices no será tal vez
kvodad — afirmó Monsalud severamente.
—¿De modo que yo no puedo comprar un
Aunante?
—Pero este diamante es muy caro.
— ^No tanto como crees, niñito, — dijo Andrea
fcmando la sortija y poniéndosela en el dedo.
-JIo es muy fino. ¡Pero qué bonito es!
ICovia su mano al sol, y los reflejos que
partían de ella semejaban hilos de luz, enre-
dándosele en los dedos.
— ^¿Y este collar de perlas? — preguntó el
amante sacando de la caja una magnífica ma-
dqadediez hilos con perlas pequeñas, pero muy
igoales. — No dirás que no es fino. Entiendo
algo de perlas y estas son de las mejores.
— ^Ya lo creo — dijo Andrea,, sin dejar su có-
modo asiento sobre la piel de tigre entre cuyos
pelos habían vuelto á desparramarse aquí y
158 B. FEBEZ CALDOS
allí las amorosas cartas. — Buen dinero me 1
costado.
Salvador la miró de tal modo^ que la ii
diana no pudo permanecer en silencio. Neoei
taba hablar con chachara festiva para bon
de su rostro todo rasgo que, indicando la pi
sencia de ciertas ideas en su mente, confirma
las sospechas del hombre.
— Veo que estás muy fastidioso — dijo.-
Dame acá.
Tomando vivamente el collar, se lo put
— ¿No es verdad que es precioso? — añadió i
diñando la cabeza hasta unir la barba con
garganta y bajando todo lo posible los q;
para recrearse en la voluptuosa hermosura
su propio seno. — Sosten que no es bonito.
— ¿Lo has comprado tú?
— ^No, que me cayó del cielo. ¿Pues cómo
tendría si no lo hubiera comprado?....
Monsalud movióla cabeza con triste exp
sion.
— ^Vamos, que no se puede tener nada sin
permiso Precisamente hoy pensaba habí
te de estas magníficas compras. Mi tío me <
anteayer una gran cantidad; no sé cuanto, n
cho, muchísimo dinero. Compré estas joya;
una señora viuda de un intendente \(^
ojos pones! parece que eres tonto Sí sen
.^..- .:..... —i
EL GRAIÍDE ORIENTE 159
pré con mi dinerito. Me gustan las co-
tias. También compré en casa del iran-
ios portales de Bringas una citoyenne
úmA, y un chai muy rico. ¿Qué tiene
cíe decir á eso, Sr. D. Majaderito?
10 un pájaro que vuela,, corrió á la c<S-
sacó las dos prendas mencionadas. I^a
ne, guarnecida de pieles de armiño y
po de seda azul y recamada con cordo-
de oro, presentaba el más rico y lujoso
. El chai era de color de rosa con listas
que brillaban como la más deslumhra-
ata. Con esa rapidez de manos que acom-
smpre al instinto del bien parecer, An-
puso la citoyenne; después arrojó la
ne para ponerse el chai.
3toy bien?
masiado bien — repuso Salvador contem-
con arrobamiento la hermosísima figura
diana, que volvia la cabeza ante el es-
ra verse la espalda.
me lo permite el Sr. D. Majaderito —
igiéndose á él con ademanes ceremonio-
saré estas prendas que me han costado
iro.
\rador no contestó. Hallábase en un es-
) profundísimo estupor, cercano al em-
miento.
/ ,
160 B. PEEEZ GALDÓS
Andi-ea se quitó el chai y lo envol
rápidamente en el cuello de su amante,
ciendo:
— jTe ahorcaré!
— Habia puesto la rodilla en el canap'é; i
cuerpo gravitaba con dulce pesadumbre a
el pecho y los hombros de Monsalud.
— ^Andrea, — dijo éste rechazándola sui
mente. — Si mintieras, si me engañaras, si e
vieras jugando conmigo, no tendrías perdoi
Dios. Quiero creer que no es así. Casi pre
una ceguera estúpida á peirder la idea que
go de ti.
— Pues si te enfadas — exclamó ella cor
hemencia, — no quiero el diamante, no qr
el collar, no quiero el chai.
Quitóse rápidamente las tres cosas y lai
rojo lejos de sí, dando al mismo tiempo c(
pié á la citoyenne que estaba en el suelo,
perlas chocaron contra el cristal de una 1
na, y el diamante cayó detrás de la cortis
^ uno de los balcones, sin producir ruido alg
Monsalud fué allá.
— Ha caído sobre un ramo de flores—
con asombro. — Andrea, ¿quién te ha dado
hermoso ramillete?
Señaló el objeto mencionado que ce
en el suelo, junto á los cristales del bal
4
EL GSA2^£ oszryn
Lntrode un hermoso búcs^r: i^ 1& lí: =::'.:;&.
Andrea estnvo breve rai^if =iii p.>irr cjií-
— iNo te dije que me lo h&cia traiái rii ::o
ib mañana?
^Nada me has dicho. iHera-oso r&mo! Vío-
áu, pensamientos v rosas tempraiias. :Q:;é
pítate es tu tio!
—Si creerás que me pretende por esposa.
— jPor qué no?— dij j Salvador ton^acdo el
ttoo y aspirando su delicado aroma. — £1 se>
br Campos está todavia en buena edad.
—Pero no quiere hacer el papel de D. Bar-
Uo. Dame el ramo. Quisiera que la belleza de
bntaa flores estuviera en una sola para dártela,
Jlue el olor de tolas estuviera también en
pisóla, para qpe guardándola siempre, te sir-
viara de memoria mía.
Dicho esto con voz patética, que sorprendió
feldio á su interlocutor, sacó del ramo una
'iMpara ofrecerla á Monsalud.
— jEs la primera vez que tu tio te regala
lowi? — dijo éste meditabundo.
^jNo la quieres? ¿So quieres una flor que
iodoy? pues toma, toma, toma.
Andrea se habia sentado otra vez sobre la
lUí de tigre, y desbaratando el ramo, cada Tez
lUe decia tovia, arrojaba una flor á su cortejo,
11
. <
162 B. PEBEZ OALDÓS •
apedreándole de este modo lindamente. £l M
las devolvía.
Concluido esto, extendió sus brazos lobrt
la piel ocultando el rostro contra ellos. Yadi
dulcemente contorneada en el suelo, y el chil
se enroscaba en ella como una culebra de rofli
y plata. £1 desorden de aquella escena era es-
cantador. Las pieles de armiño de la oitoyem/h
semejantes á copos de nieve, eran hollados pci
los pies de la preciosa indiana, y las ricas tehi
y la cordonadura de oro se revolvían entre loi
pliegues de su vestido; las flores aparecían di*
seminadas en distintos puntos; algunas habU
caído sobre las sillas, otras sobre la misma pé
de tigre; violetas y jacintos veíanse deshojado)
y rotos, quier sobre las mismas piernas d
Monsalud, quier en los propios rizos del negr
pelo de ella. Las perlas extendían diversos di
cuítos irregulares sobre la alfombra, y el dil
mante fulguraba sobre el velador como una mi
rada satisfecha, recreándose en aquel píntoreí
co y brillante desconcierto. ^
Uno y otra callaban. Únicamente se oía i
ruido que hacia un jilguero en el balcón, esott
bando su alpiste y limpiándose después el pie
contra los alambres déla jaula. Monsalud, oo
el codo puesto en uno de los cojines de la Cf
becera del canapé y la barba en la mano, halla
-«,.:■ -■■-^•■■'•4
EL GSAICDE OBIEXTE 163
hm en el estado de atonía y silencio y ^nie-
tod'^ anuncia miradas interiores, ú obser-
lidon de fenómenos propios que impresionan
pvofiuidamenie. Andrea no chistaba. Las ele-
putes ondulaciones de sa cuerpo yacente al-
hlflmiise un poco con los movimientos propios
bk impaciencia contenida 6 con los de lá res-
fififlíon. De pronto movió la cabeza; Monsalud
Mextremeció todo al ver aquel movimiento
ps le mostró la hermosa fisonomía- de la in-
batí 7 BUS ojos llenos de lágrimas.
' —|Andrea!— exclamó movido de sorpresa y
= La indiana saltó como una ondina, y cor-
rindo á abrazarle, secó aquellas lágrimas jun-
ki&.
XIV
Cuando la criada les avisó que habia peli-
pO| Monsalud pasó á la sala. No era D.^ Ro-
■Halda quien venia, sino el mismísimo Cam-
XM acompañado del marquás de Falfan de los
3odoB.
— iIBbs esperado mucho? — ^preguntóle Cice-
164 B, PEEEZ QALDÓS
ron. — ¿Y Andreilla, no ha salido á acoi
ñarte?
Salvador, contestando lo que le par
estrechaba fríamente la mano del Sr. Caí
y la del Marqués.
— Ya sé á lo que vienes — dijo el sut
perfecto. — Siempre con el tema de ese bi
de Gil de la Cuadra Ahora quizás sea
fácil. Ya sabes que cae el Ministerio.
— ¿Es positivo?
— Figúrate que hoy en la apertura d
Cortes, Su Magestad ha añadido por ci
propia un parrafillo al discurso de la Co:
en el cual con buenas palabras pone cual i:
gan dueñas á sus Ministros. .
— Y en cuanto ha llegado á Palacio
faltado tiempo para exonerarles — dijo
fan. —Yo me rio al ver las singulares prá<
constitucionales de nuestro Soberano.
— Mientras no se sepa quién nos gobei
mañana — añadió Campos, — hay que de
un lado todos los negocios pendientes. \0
buen Aristogiton, no pienses que te ol
Aunque tú pagas con desaires y un hoci
tres varas los beneficios que se te hacen,
demonios! me he propuesto complacerte
conseguiré. Encuentro muy meritorio ese
res que tomas por un pobre anciano deí
' ft ■ j .j i , ■ -•*■•■•"
EL GitAKDE OBIE^TE
166
do. Hay que trabajar^ hay que trabajar, gra-
imjHla, porque satisfagas tus sentimientos ca-
átativos. Eres todo un hombre de bien
• ^Oradas — ^repuso Salvador cavilando acer-
ca de la nueva ingeniosidad de su amigo.
—Ya hablaremos, ya hablaremos — dijo Cam-
|0i.— Ahora tenemos el Marqués y yo muchas
flOMen qué pensar. Y puesto que te hallamos
i^QÍ tan á punto, querido Monsalud, vamos á
darte una buena noticia. ¿Se lo digo, señor
laiqnás?
— jPor qué no? — indicó Falfan de los Godos
^ (nliiulgando el gozo de su alma por medio de
.Mnáillas y gestos.
■ —El Sr. Marqués se nos casa — dijo Campos
Ifttíciando la espalda del exento. — Ya supon*
1^%ÍB con quien. Con mi sobrina.
Monsalud se quedó blanco y frió. Una puñ-
ada agudísima hizo extremecer de dolor su
soncon. Afortunadamente la sala estaba oscu-
11^ y la emoción del joven que este se esforza*
tft en disimular, no fué advertida.
—Es un proyecto improvisado sin duda —
dijo pasándose la mano por la frente para apar-
isr una especie de negrura que le caia sobre
los ojos.
—Ya venimos pensando en esto hace algún
ftismpo. Pero el Sr. Marqués no ha necesitado
166 B. PEBEZ GALDÓS
hacer grandes esfuerzos para cautivar & li
mosa amerícanilla.
— ^Pongamos las cosas en su verdades
gar — dijo Faifan de los Godos haciendo
de de buen sentido. — No soy un vej(
comedia^ bien lo sabe el amigo Monsalu(
nozco la fecha de mi nacimiento y la d
porción que existe entre mi edad y la d
drea. Por eso no he caido en la ridicu
pretender inspirar á la niña una pasión
dable Verdad es que no soy un mai
cho, y mis cincuenta ofrecen un aspecto 1
ble pero no; nada de pasiones exal
Yo me contento, amigos mios, con haber
do, como es evidente, inspirar á Andrei
amor tranquilo y sesudo pues, sesud
amor que á las dulzuras propias de est
timiento reúne las sabrosas insulseces
amistad. Me satisface además completar
el saber que las primicias sentimental
corazón de esa tierna criatura van á se:
este goloso que indudablemente no las n:
— Eso sí, amigo Faifan — ^manifestó
pos: — la prenda que se lleva usted excede
dos los elogios. No es porque sea hija
querido hermano , ni me ciega el amor
que le profeso; pero la verdad por de
Existen pocas muchachas como Andrea.
SL OBANDE ORIENTE 167
vhj. qne decir de su belleza que está á la vista
[.da todos; {pero y su talento^ y sus virtudes, y
MI piedad; y su genio manso y apacible, y
fuella bondad deliciosa que convida á entre.
guie el corazón? Un defecto tiene, y por lo
nano que está delante el que vá á ser su ma-
ndo, lo digo ya hemos hablado de esto el
IhiqnáB y yo; pero este defecto es de los que
dyu de serlo, cuando se está en posición hol-
giria y opulenta como la que tendrá la mar-
n de Falfan de los Godos la marquesa,
\át lí; ¿por qué no se ha de decir? He encarga-
Iioy mismo una magnífica palangana de
||bU con las armas y el hermoso lema Valli-
:fittím Oothorum pues volviendo al defec-
^«cr-No hay que fijarse en una inclinación
rÍPDpia del bello sexo, y que frecuentemente
afana á las que han nacido hermosas— dijo el
MttqaéB. — ¿No es verdad, querido Aristogiton?
— Seguramente. El Sr. Campos se refiere á
k pasión del lujo y al delirio de las galas y
atavíoB para realzar la hermosura.
—Andrea se ocupa excesivamente de enga-
lanar BU persona— dijo Cicerón; — pero esto que
ierÍA imperdonable en la esposa de un menes-
tal| ¿puede vituperarse en la mujer de un pro-
millonario? De ninguna manera.
L:
168 B. PE&BZ QALDÓB
— Al contraxio — indicó Monsalud,— la alta
posición exige un esmero constante en la peno-
na, cultivar el lujo, favorecer las artes; con lo fli
cual, una dama elegante dá lastre á su mazido m
y á la casa cuyo nombre lleva. . ai
— ¡Oh! Ha hablado usted acertadamentfrr-
dijo el Marqués echándose hacia atrás y dáih
dose golpecitos en la boca con él puño de n
bastón.
— ¿Pero qué hace esa chiquilla que no vienal
— exclamó con impaciencia Campos.— ¡Andrea,
Andrea!
Monsalud ante la anunciada presenda da
Andrea, sintió una llama en su pecho. Beadr
vio esperar.
— Voy á buscarla — dijo Campos. — ^VajBi
que nos obliga á hacer unas antesalas
Cuando el Marque y Salvador se quedaxon
solos, aquel pegó la hebra, como suele decine^
en la política, espetando á nuestro amigo un
trozo literario que bien podría haber pasado
por artículo de fondo en las graves columnas
de El Universal, órgano entonces de la gente
templada. Foca ó ninguna atención ponía el
angustiado joven á los atildados párrafos y dis-
cretas observaciones del Marqués, que supo ha-
cer un resumen de la famosa coletilla añadida
por el Bey á su discurso de apertura en la s(H
EL GRANDE ORIENTE 169
idad constitucional de aquel día, 1/ de
so de 1821. Emitió después varios juicios,
B muy templados y sesudos, acerca del es-
general de la cosa pública, de la caida del
sterio, del conflicto parlamentario que de-
uceder al acto imprudente de la Corona;
ió una ojeada en redondo al inmenso cír-
de los sucesos y de las personas, señalan-
nómenos desconsoladores, previendo desas-
anunciando terribles hundimientos y nau-
OB de esa viejísima nave del Estado, en la
la literatura política de todos los tiempos
¡ares ha hecho tantas travesías.
¡orno se atiende á la lluvia, cuando no se
la salir á la calle, así atendió Monsalud al
B8C0 verbal del Marqués. Dejábale hablar,
ilvás de aquel nublado, el desairado amante
eia más que el cielo que habia perdido. Es-
anonadado cuando regresó Campos. El sem-
ie de este revelaba tristeza y contrariedad.
¿Qué hay? — le preguntó Falfan.
Nada, que esa mocosilla se nos ha puesto
I*
Que vayan á buscar un médico ipron-
1 médico! — exclamó con agitación el exen-
ivantándose y dirigiendo brazo y bastón á
ite y Occidente, como general que dá ór-
9 en \ma batalla.
170
B. PSRSZ GALDÓ8
— ^No es para tanto.
— ¿Puedo pasar á verla?
— Creo que sí — dijo Campos con oAckMi
complacencia. — Pero no ahora Qaerrá dor« yj
mir un rato Puede usted pasar si gasta alr
cuarto de Komualda que acaba de llegar.
Falfian salió.
Monsalud al verse solo con Campos,
que en su pecho nacia uno de esos accesos de o(h
raje que al varón más prudente le impulsan i
acciones violentas y brutales. Levantóse ooft .
los dientes apretados, las manos crispadas....^
Campos vio que sobre ól caia una tempfli-
tad. Cruzando las manos en ademan de s&pli€ft)^
detuvo al joven diciéndole:
— Monsalud, por tu honor, por tu vida, éSíii'
mate Soy tuyo, soy todo tuyo, te perte-
nezco. Pídeme lo que quieras. D& poT ooom- i
guido lo que pretendes. Tu pariente, tu padi9-
ó lo que sea, saldrá de la cárcel peronohir
gas escándalos, no me comprometas por
Dios y la Virgen Santísima, no alces la voi*
Monsalud vaciló un instante, hizo un 6>-
fuerzo para domar su cólera y después dijo:
— ¿Á qué tanta farsa? Hablemos con dfr-
ridad.
— Sí, con claridad — repuso Campos mtiy
agitado. — He descubierto todo. Yo soy aquí ¿
EL OBAKDl^^SIENTE 171
doj yo soy aquí el ofendido, porque has
io mi casa; pero te perdono, te lo per-
ido con tal que te vayas y no vuelvas
on tal que desaparezcas y no existas
i sobrina Yo tengo derecho á ello;
, derecho hasta á quitarte la vida; pero
dOy pasado. Yete. Ya sabes que he que-
rorecerte; no te quejarás de mí. En cam-
»ido que huyas, que desaparezcas, que no
más para mi sobrina. Si quieres, te lo
de rodillas, y será gracioso ver á un To-
Príncipe del Real Secreto de hinojos
i triste Caballero Kadosach. Vete y bús-
go8 de aquí para ponerme á tus órdenes.
» que se suelte á todos los reos que hay
indi Se soltarán, se soltarán con tal que
itas más para Andrea.
jodrea! — exclamó Monsalud procurando
r en expresiones de desprecio la furia de
I. — ^Yo la desprecio como te desprecio á
ttute!
L oír las palabras que balbució Campos,
nte engañado salió de la casa.
172
B. PÉREZ GAIiDÓS
xy
Monsalud se ocupó durante gran parte dá
dia Qn diversos asuntos que no podía aluffidih,;
nar, por muy perturbado que su ánimo esto?'
viese. Cuando fue á su casa, mucho másiott;^
prano que de costumbre, Sólita con toda h^
inocencia de su alma le dijo estas palabras:
— Hermano, hoy si que te ha soltado pran?
to tu novia.
La muchacha se quedó muda de asombro}
terror al ver que su broma no era redbiAlu
como de costumbre, con simpatía y buen In*i|
mor. El semblante de su hermano indicaba UBI
agitación extrema, y sus labios descoloridos tfr
ticulaban sílabas silenciosas.
— Déjame en paz — le dijo con bruscos
dos. — ^No seas impertinente.
Sólita temblaba como un criminal arrepeor
tido. Su impertinencia se le representaba eak
imaginación cual horrendo delito. Después de
meditar breve rato, creyó que el mejor medio
para lavar su falta, era pronunciar algunas pa-
labras que destruyeran el deplorable efecto da
las anteriores.
EL GEANDE ORIENTE 173
— ¿Te pasa algo? — preguntó con mucho in-
maces. — ¿Estás enfermo?
Monaalud alzó la cabeza, mostrando á los
Kfcdnitos ojos de Sólita los suyos llenos de ex-
bnfio fuego. «
' —No me pasa nada. Ya hace media hora
|to estás plantada en la puerta — dijo el her-
tattno en tono durísimo. — ¿Me dejaras al fin
lá paB? Sola, Sola, ¿por quó eres tan pesada?
^ Esta reprensión era demasiado fuerte para
ll alma asustadiza de la hija del realista. Sin-
|É( una congoja que le desganaba el corazón,
¿ casi estuvo dispuesta á arrojarse de ro-
delante de su hermano, pidiéndole que la
Pero el temor de enojarle más la
lYO. Estaba tan asustada, que hasta temia
:le con el ruido de sus pasos al retirarse,
deseado poder huir sin moverse, sin
itoner, sin andar, desapareciendo como una
■ Mibra 6 apagándose como una luz.
' —Te he dicho que no necesito nada— repitió
Bllvador deteniéndose ante ella, después de
Atf varios pasos por la habitación.
Un instante después Monsalud estaba solo
Muñgo mismo. Midió la pieza de largo á largo
Ylrias veces con agitado paseo; sentóse luego,
J apoyando los codos en la mesa, puso la ca-
bua entre las manos, como si necesitara aque-
174 B. PEBEZ QALDÓfi
lia de estos dos puntales para no caeorae •
basto. Al cabo de un rato de dolorosa med!
cion sobre su desaire^ la voluntad, 6 mq(Hr
cho la misteriosa fuerza reparadora que a
orden moral como en el orden* fieáco poseoí]
empezó á trabajar dentro de &l: Trataba
consolarse, imaginando razones posUávü
que atenuaran el desconsuelo total de su ab
curando además la profunda herida abierta
el amor propio. Pero en estos casos de seof
lidad hondamente excitada, las razones poÉ
vistas por ingeniosas que sean y aunque a
nen de la dialéctica más segura, son como
medicamentos que el criterio vulgar llama
ños calientes y que 6 no hacen nada 6 ex»
ban el mal.
£1 dolorido razonaba admirablemente,
mientras mejor razonaba, argumentando e
tra su propio dolor, más crecia ^e, ooni
fuerza hincaba su agudo diente, más avit
sus inextinguibles ascuas. Una lógica infi
troverfcible demostraba que habria sido g
error contraer matrimonio con Andrea; den
traba que en el carácter de la americana hi
un germen maléfico cuyas consecuencias é
£&cil prever á la razón fria.
Pero armas tan sutiles no eran poder<
contra la sensibilidad inflamada. Calmada e
BL GBAKDE OKOQRS 175
ieraba con elevación el mal que padecia,
do sus desgracias y sometiendo to-
ocurrencias desdichadas de su vida á
^fatal^ que presidia sus tristes destinos,
las estrellas de la antigua nigromancia.
Otra equivocación — decia, — otra caida,
desengaño. Todo aquello en que pongo los
le vxielve negro. Si mi corazón se apasio-
ir algo, persona 6 idea, la persona se cor-
e y la idea se envilece. Conspiro y todo
oal. Deseo la guerra y hay paz. Deseo la
' hay guerra. Trabajo por la libertad y
unos contribuyen á modelar este horri-
uÓBBfcruo. Quiero ser como los demás y no
>• En todas partes soy una excepción.
i viven y son amados; yo no vivo ni soy
o, ni hallo fuente alguna donde saciar
1 que me devora. ¿Amigos? ninguno me
aoe. ¿Arbes? las siento en mi; pero no ten-
acacion para practicarlas. ¿Amor? siem-
[ue me acerco á él y lo toco me quemo.
¡ion? los volterianos me la han quitado
onerme en su lugar mas que ideas va-
.. Dios mió, ¿por qué estoy yo tan lleno
o tan vacío en derredor de mí? ¿En dónde
vré este gran peso que llevo encima y
o de mi alma? Voy tocando á todas las
, y en todas me dicen: nAquí no es,
176 B. PEBEZ GALDÓS
hermano, siga usted adelante, fi Yoyáéi
adelante. Algún ser existe sin duda que
sentado junto á su casa, esperándome
ansiedad; pero yo pasó y vuelvo á pasar,
y bajo, entro y salgo con mi carga á cues!
no doy jamás con la puerta de mi semej
Yoy aburrido y desesperado, ando sin <
i'¿Será aquel? II me pregunto. Creo haber
tado, y una brutal mano me lanza al cami]
ciendo: h Sigue adelante que aquí no ei
li Aquí no es, aquí no es, aquí no es.n En
mi vida no oiré sino estas desesperantes
bras. II Aquí no es,ii me dijo Genara. iiAc|
es, II me dijo el partido jurado. »iAquín<
me dijo la emigración. nAquí no es,if m(
la patria. nAquí no es,ii me dijeron las '.
del año 19. nAquí no es,ii me han dicho*
berales de ahora. nAquí no es,ii me acá
decir Andrea. No es en ninguna parte,
moriré de cansancio y fastidio en med
camino. ¡Maldita sea la hora en que nací
soy del crimen, y la expiación de él tom
ne y vida en mi persona miserable....,
qué soy tan distinto de los demás que ei
guna parte encajo? ¿Por qué ningún hueco
cuadra á mi forma? Mejor es desbaratarse
rir ¡Dios mió! que estar siempre de más..
Al concluir esta serie de razonamiento
EL GRANDE ORIENTE 177
au en su cerebro como chispas de un
oandente herido en la fragua por el mar-
lid repetidos golpes con la frente en la
ibla de la mesa.
^bre^hombre! La verdad es que teniendo
dios vulgares para ser feliz, no podia
sin dada por repugnar á su naturale-
vulgares medios. Pero se equivocaba al
a culpa de sus contrariedades al destino,
iferellas, á una cmeldad sistemática de la
.finda, como es frecuente en los que ra-r
poco: las causas de su constante des*
I y de sus caldas teníalas dentro de sí
f y se estaba atormentando constante-
en virtud de una poderosa fuerza crítica
ompañaba todos sus actos. Sin quererlo,
te le presentaba con claridad suma todas
iminaciones y fealdades de los hombres
a vida, exajerándolas quizás, pero sin
lar ninguna. Por eso, cuando el natural
de compensaciones que preside á la exis-
le conduela á una situación lisongera y
sta, al amor, por ejemplo, se abrazaba
con la desesperación del náufi*ago; y des-
do todas las fuerzas de su ser, las dirigía
I objeto; se apasionaba y exaltaba tanto,
bí toda la vida debiera condensarse en
mana v el universo entero en las sensa-
^ 12
178 B. PEBEZ GALDÓS
clones y los espectáculos de un día. Cuando d
desengaño llegaba, natural invierno que con^
den incontrovertible sigue al verano delapir
sion y del entusiasmo, le sorprendía i tante
altura que sus caldas eran desastroaas. Ofani
caen de una silla y apenas se hacen daño. £l»
que siempre se encaramaba á las m&g altas 1iO^
res, quedaba como muerto.
Otra causa le hacia infeliz; la desprop(»-
cion inmensa entre sus condiciones Bocialeaó
de nacimiento y la superioridad ingánita den 1
inteligencia y de su fantasía. La fantasía lo i
estaba incitando á todas horas con vivaces esr
tímulos: era como un aguijón constante qtt
intentara hacer correr á quien carece de piéfc..;
Considerad una inspiración ardiente sin medkl -
de manifestarse, semejante á la curiosidad óptt ' 1
ca del ciego; una inspiración que daba el fitego ^
sin combustible, el agua sin vaso, la idea sin
la palabra, ni la linea, ni la nota; consideirad
un alto ingenio que no sabe más que leer y ea-
cribir en una época en que el arte tiene que ser
letrado porque han desaparecido los bardos y
los trovadores de camino, y comprendereifl
cómo pesa sobre un alma la fantasía cuando la
falta de educación la ha privado de sus sen-
tidos propios. Es verbo inencarnado que lucha
en las tinieblas con horrendo torbellino, que-
EL GRANDE ORIENTE 179
lo ser forma y sin satisfacer jamás su anhe*
loroso.
aivador tenia pasión por la música. Aj
laoerse en Madrid el año 18 creia en su
)r (pues su alma era en el fondo excesiva-
e candorosa) que aquel arte estaba al al-
i de todo el mundo. Ignoraba las inmen*
ificultades técnicas, jamás vencidas des-
de la infancia, que caracterizan al arte
unable y más profundamente patético en
goedad soñadora de su expresión. Con
ideas^ Monsalud compró un piano. Creia^
vulgarmente se dice, que en el clave
68 coser y cantar. El desengaño vino
ttante, y el pobre joven se encorvaba
ieseaperacion sobre el ingrato instrumen-
BUS dedos de hierro herian las teclas sin
hacerles hablar más que un lenguaje
de y estrepitoso. Al mismo tiempo tra-
te explorar el mundo de aritmética y de
lia comprendido en las cinco rayas de la
i musical, y su mente caia rendida ante
ibajo que exige paciencia sin fin y árida
ca. Un dia le sobrevino un arranque de
orante los estudios musicales, que ase-
an su casa á un conservatorio de locos^ y
ido un martillo, dijo á las teclas:
No queréis responderme? pues tocad ahora.
180 B. PÉREZ OALDÓS
Y las despedazó. La caja no tuvo mejor
Buerie^ y una vez vacia, la llenó de l^jos.
Aquel clave sufrió la suerte de los hombres qns
á cierta edad se vacían de ilusiones y se Íleon
de positivismo.
La poesía escrita le cautivaba aobremaiie-
ra. También se le antojó ser poeta esorito, lo
cual es muy distinto de poeta sentido; peio
tropezó con el inconveniente de no saber nadi
de nada, grave contrariedad que estorba snh
cho, aunque no tanto como al músico la igno-
rancia técnica de su arte. El poeta puede salir
de su atolladero con libros, y en aquel tiempo, «
aunque pocos, había libros. Lo que principal-
mente faltaba era espíritu literario, que es la
atmósfera del artista; faltaban público y amí- ^
gos tocados de la misma debilidad versificania,
porque cuanto respiraba, respiraba entonoea
con los pulmones de la política. Salvador cre-
yó sin embargo que en sí mismo eneontrarift
todo lo necesario, es decir, poeta, espirita
poético, público, y hasta el aplauso, que tam^
bien es musa. Compró libros, empezó á desflo-
rar aquí y allí; pero ¡ay! que á las primeras
tentativas vio que le faltaba una musa impres-
cindible, una musa sin cuya condescendencia
no es posible hacer absolutamente nada; le fiJ*
taba tiempo. No sabemos lo que habrían hecho
EL GRANDE ORIENTE 181
ero y el Dante con su inmensa inspira-
■i no hubieran podido consagrar á los
m ni aun medio minuto, si hubieran teni-
16 ganarse la vida trabajando diez y seis
i en áridas cuentas y fatigosos meneste-
á la obligación sagrada de mantener á su
« les hubiera quitado toda ocasión de re-
iar al trabajo lucrativo para emprender
3iiofla, agitada y vagabunda vida de la
inacion.
Fn dia Salvador se sintió muy mal humo-
. Cogió los poetas, y acordándose de Feli-
I les trató como á herejes.
LÚn le quedaba un respiradero, un escape,
▼ía libre, aunque muy estrecha para sa-
de sí mismo y quebrantar la ley de con-
adon y encierro [que le estaba emparedan-
alma, digámoslo así; le quedaba el perio-
[>, y entonces habia una prensa no despre-
Bf donde la juventud podía hacer sus
«• El Espectador y El Universal^ que hoy
ilMsen reir, eran órganos hasta cierto pun-
nados y sonoros. Salvador no dejó de ha-
t prueba; pero bien pronto aquel enérgico
ita crítico de que antes hablamos le hizo
"eeibles las redacciones, como le hizo abor-
le« más tarde las logia»; los clubs y la po-
182 B. PSBEZ 6ALDÓS
Mas de repeniye descendió para éL de igno- '■
rado cielo la hermosa figura de Andrea. En-
tonces^ las artes todas que antes no habían te-
nido nota ni palabra, se realizaron. Andrea nfc
la música, la poesía, la pintura , la estataarifti
hasta la arquitectura y la dan^a; era tamr
bien, si se quiere, el periodismo, la gran po-
lítica, la vida toda en fin. El arte tiene dis-
tintos caminos para satisfacer el alma: natf
veces vá por el camino de los lienzos y de Itf
notas, otras por los derrumbaderos de la pi^
sion entre tormentos y goces infinitos. Gomo
quien lo tiene todo, como quien recoge & mir
nos llenas abundantes frutos y flores en todtf
las ramas del gran árbol del espíritu, Salvadac '
estaba satisfecho; todas las teclas l^abian 10^
pondido, y sin notas ni versos, poesía y m&*<
sica hablan saciado su sediento afán.
Corrieron dias felices. Él, sin embargOi Éb
proporcionaba el placer de atormentarse pensaor
do en la probabilidad de perder á su amada; y
su cavilación, despertando otros recuerdos y
estableciendo los términos sistemáticos de sa
desgracia, llegó á darle la seguridad completa
de un conflicto. El alma se defendía rabiosa-
mente contra aquella alevosa guerra de distin-
gos y sutilezas. Por adorar hasta adoraba loa
defectos de Andrea, mejor dichO; veía en ellos
KL GRANDE ORIENTE 183
k8 nuevas y donaires desconocidos, por
motivo, en el momento de la caida, la
I visto rechazando las razones positivis-
hl qne el pérfido intellectus trataba de
oarle su hermoso sueño. Andrea era para
otalidad de las satisfacciones humanas y
al de la vida. La amaba en globo, con sus
iO»y conociéndolos y aceptándolos como se
m sin la más leve protesta de los ojos las
bas del sol. Ni por un momento pensó en
Búrse de ella por causa de tales lunares,
mtes encantadores que se confundían con
afecciones, sin que el ciego amor pudiera
dónde acababa Dios y empezaba Satán.
;oÍ8mo estupendo del amor ahogaba en-
B en Monsalud la potencia crítica que
hemos reconocido. Para que uno y otro
pararan era preciso, pues, que mediase
ran violencia ó una traición de ella. Esta
como hemos visto, y el pobre hombre do-
> y desesperado por la conmoción de la
f meditaba en la noche que siguió al dia
esengaño, verificando una especio de re>
en su propia pena, y golpeaba en la
del bufete con su cabeza, cual si esta
un caldero lleno de absurdos, que mereda
iix> y desocupado .
/
184 B. FEBEZ GALDÓS
Entretanto, Sólita, llena de oons^rnMioii
por lo que habla visto y oido, se retiró. No m
apartaba de su mente la idea de que Salvador
sufría algún mal muy grande. ¿Cómo ooaaolar?
le, cómo aliviarle al ménost Por último, <xm-
lando durante largo rato, sus ideas vaEiarom.
— Ya adivino lo que es — dijo. — Salvador
está triste y enojado porque tiene malas noür
cias de la causa de mi padre, y se deaesperapor
no poderle sacar de la prisión.
Al instante corrió en busca^ de D.* Fetnir
na. Manifi^tóle lo que había p&ado, y kidoB
deliberaron si debian esperar á que A reveliM
la causa de su malestar ó interpelarle desde
luego sin miedo.
— Esperemos — dijo la madre.-— Si dá en car 'J
llar no le sacaremos una palabra.
No habia concluido de decirlo, cuando mn-
tieron la voz de Monsalud que gritaba:
— ¡Madre, madre Soledad!
Corrieron allá.
— ^Madre Soledad — repitió Salvador
viéndolas entrar. — Aquí no tiene uno quien le
acompañe le dejan á uno morirse de trigta-
za. Ni siquiera vienen á preguntar si sa me
ofrece algo.
El semblante del joven expresaba lua
reacciou viva en sentido consolador. Ei^ lo mib
£L OBANDE ORIENTE 185
ezfcremado de su pena^ BÍntióque ésta se agran-
daba con el aislamiento^ y un poderoso instin-
"t tede restauración le impulsaba á rodearse de
jinonas queridas.
—Hijo, si estamos aquí Sola me ha dicho
^116 la has despedido con dos piedras en la
^ aumo-^dijo D/ Fermina.
* -r^Ha sido una broma — sindicó Monsalud,
■bluiiiilo remordimiento por haber tratado mal
y i la protegida. — Solilla, siéntate aquí y traba-
ja ea mi cuart^ Necesito que me acompañes.
^riwi(Tienes quedecirnos algo desfavorable ¿iel
pebre D. Urbano?
•¿«-Naday nada; todo lo contrario. Espero sa-
flHÍW pronto de la cárcel. Hoy precisamente
«lia variado las cosas.
•m- Sólita miró con expresión de incredulidad
"trnt hermano.
— jNo lo crees?.... Pronto verás que no te
I «^R&o Una circunstancia imprevista lo ar-
i^^ará todo. ¿Estás enfadada conmigo porque
te dije impertinente?
í.-^lQuó tonto eres! — respondió la de Gil de
la Onadnii toda ruborosa y turbada. — Nada
da lo. que tú hagas ó digas me puede enfadar.
iQaé importa nna palabra de más ó de máaos?
sé que eres muy bueno para mí.
p-^Gracias, bijita. Haces bie» en traer esa
186 B. PÉREZ OALDOS
confianza en el hombre que vá á ser
—¿Qué?
— Padrino de tus muñecos. Tengo ganas, d»
ser padrino de algo. Sin embargo, más vilfr
que no sea yo padrino de ellos.
— ¿Por qué?
— Porque se morirían.
— ¿Pero es verdad que no nos engañas? {Hay
esperanzas de que- el Sr. D. Urbano?.... — tiá-'
vio & preguntar D.* Fermina.
— Sí, tengo mucha esperaxua de lograr ni
objeto. ¡De qué caminos tan e:^raños se valéis
Providencia!
— ¿Pero es cierto, es verdad lo que dioert—
exclamó Sola derramando lágrimas de temim^
— jMi padre libre! •'
— ^El corazón — dijo D.' Fermina, — -me hii
estado diciendo todo el dia que se nos preparir
ba un acontecimiento feliz.
— ^Y yo — añadió Sólita con emoción profon*
da, — también he tenido hoy unas oorasonsr
das Anoche soñé que me asomaba al bal-
cón y que veia á mi padre entrando en la calle.
El pobrecito me saludaba con la mano, dándo-
se tanta prísa á entrar y subir la escalera, que
tropezaba á cada momento .
— Es particular— dijo la madre,— Yo tam-
bién soñé anoche una cosa parecida,
EL GBANDE OBIENTE 187
—Es particular— dijo Monsalud. — Sin duda
esta la casa del sueño. Hace poco me quedé
[tktaigildo y soñé
•rr-iQae mi padre estaba libre?
-^; pero mira de qué modo tan particular.
To me dirigia por la calle de la Cabeza á la car-
de la Corona. Llegué á la puerta y me sa-
ál encuentro, ¿quién creerás que me salió al
f;«Miientro?
: —jXJn centinela?
. nrr-i^^ carcelaro?
^í»— Un perro. ■
—Lo mismo dá.
<*<XTn perro, no de tres, cabezas, como el del
íf sino de una sola; pero tan horrible,
'la vista me hacia temblar de sobresalto y
!. Sus ojos despedían fuego, y su espanto-
llena de cuajarones de sangre, se abría
las orejas dejando ver feroces dientes
^'%ÍdÍBuno8 y una lengua que vibraba como
loja de metal. Era la bestia más repugnante y
fti^que imaginarse puede. Pero lo más particu-
.kr mt que aquel horrendo animal hablaba.
-«•iHablaba?....
*-Yo le dije que iba á buscar á un infeliz en-
[.'ttmdo en la cárcel. El perro fijó en mi sus
ajoB de fuego, cuya claridad me llegaba al alma,
oxtmneciéndome todo.
188 6. PEHEZ GALDÓa
Las dos mujeres se extremecian también, y
los ojos de Sólita no estaban menos espantados
que si tuvieran enfrente al temible can.
— ^El perro dio un gruñido — continuó Moa-
salud, — y con su voz que resonaba comoñnr
liera de honda caverna, me dijo: ««Está bien,
amigo mió m
— Amigo mió....! pues no dejaba de ser
cortas.
— 11 Está bien, amigo mió, me dijo; puedes \
llevarte al preso con una condición. Y% eabel ,
que yo me alimento de corazones. Dame el
^^yo, y hemos concluido.it
-— jY se lo diste?.... pero hombre pera
hijo — gritó D.* Fermina con impaeienaii>
— ^Me clavó las uñas en el pecho, apretó fiíeír^ '■
te, metí la mano
— ¡Jesús! — exclamó Sólita, apartando A
rostro.
— ^Metí la mano, me saquó el corazón y se lo-
arrojó á la bestia, que con su feroz boca lo oik
gió en el aire. Entró, y cuando salia, sacando al
señor Gil, vi que el perro mascullaba el pedaio
de carne, saciándose en ól. ¡Ay! cuánto me dolia!
1 ':
EL OKAin>B ORIENTE 189
ivador se preocupaba bien poco de un
Kiimiento que por aquellos días, los pri-
. de Manso^ agitaba hondamente el mar de
[tica I produciendo borrascas , isozobras y
igios. ¿Necesitaremos recordarlo^ á pesar
b$r hablado de él, por cierto con mucha
don, el marqués de Falfau de los Godos?
ij, olvidando las prácticas constitucional
haciéndose el tonto, que es la opinión
atoriaada, añadió al discurso de la Coro-
pafrañllo de su invención, en el cual se
9a-de los insultos que diariamente reci-
cueando con este motivo á los Ministros
as autoridades de Madrid. Alborotóse el
?eBO, alborotáronse más los clubs, los Mi-
« estaban con medio palmo de boca abier-
a saber lo que les pasaba, y mientras el
66 destituía arrebatadamente, dábales el
reio un voto de confianza y una pensión-
je sesenta mil reales; admirable almohada
cedinar la gloriosa cabeza después de una
190 B. FEREZ OALDÓS
Su Magostad, firme en el propósito <
cerse el tonto (y quien crea otra cosa nc
hasta dónde llegaba la malicia del astut
Tietó), pidió consejo á las Cortes para la í
cion del nuevo Ministerio; inaudita aben
constitucional, pues el Gabinete caidp
mayoría. Los diputados contestaron al n
je del Bey con un refunfuño de desoonf
achacaron á la mano oculta los insultos <
bidos, y negáronse á proponer loa nueve
nistros, dando á entender al Soberano <
Ministerio Arguelles era el mejor de los 1
terioB posibles. Fernando consultó entona
Consejo de Estado, y de esta consulta si
Ministerio del 4 de Marzo.
Era natural que el nuevo Gabinete n<
tase á nadie. Los tibios le tenian por exal
y los exaltados por tibio. Procedente coi
anterior de la mayoría, el Gabinete Valdei
Feliú, representaba las mismas ideas, la
pia indecisión , idéntica dependencia de i
jos secretos; representaba también la deb:
frente á los alborotadores, las pedradas al
del Bey, la tolerancia de las grandes conspi
nes y la persecución sañuda de las peqv
De entonces data, si no estamos equivoc
la célebre frase de los mismoa perros coTí
tintos collares. Más adelante, cuando
EL GBAin>E ORIENTE 191
de Ultramar á Gobernación, el Gabinete
lerezó como una planta cuya savia se re-
%, j supo desplegar contra los alborota-
y los clubs una energía que hasta enton-
> se Labia visto en el Gobierno después de
rolndon.
ál era la situación política á principios
[tazo. En el Gobierno debilidad; en. el
reso confusión; en Palacio, solapados
joi de conspiración, cuyas resultas* se
L más adelante. El pueblo desbordado y
doonocer ley ni £reno alguno, expresaba
Lnntod del modo más ruidoso y grosero
I dubs. A fuerza de oir hablar de su sobe-
, empezaba á creer que esta consistía en
• constante de la iniciativa revolucionaria
él ejercicio atropellado de la revocación
ancion populares en asonadas, violencias
iddades sin cuento. Romero Alpuente, un
í furibundo á quien después conoceremos,
dicho que la guerra civil era un don del
Istúriz, joven y exaltado, habla dicho
a palabra Rey era anii-constitucional.
no Guerra, había dicho que el pueblo
derecho á liacerse justicia y venga/rae
vrcpio. Golfín, habia dicho que la anar-
pu/rgoíba la iiet^iu de tiranos. Otro Ua-
al Trono cadalso de la libei'tad.
192 B. PÉREZ OALDÓ8
Entretanto lajs sociedades secretas estaban
desconcertadas, porque si bien el nuevo Minis-
terio saliera de ellas como el anterior, no húik
gran seguridad de que se dejase gobernar poE
los Valerosos Príncipes,
— Estamos — decia Campos,— en la situflcion
más oscura que puede imaginarse. Yo no b
tenido nunca á Feliú por muy afecto á nueetio
Orden, y temo mucho que se nos vuelva 6&
contra. Sin embargo, anoche nos ha ediido
un discursejo con muchos ofrecimientos y pa^
labrotas; pero no me fio, no me fio.
Esto lo decia el gran Cicerón sentado junte-
á una mesa del café de La Fontana, teniendo
enfrente á Salvador Monsalud, que enti'e fOt^
bo y sorbo de café leia El Espectador. Cómo tt
hablan juntado después de su violenta septf»:
cion, cómo habian ido allí , apareciendo amift-
tosamente reconciliados merced á un par de
tazas y otras tantas copas, es cosa que se ex-
plica fácilmente. Campos fué á casa de MoDfla'
lud una mañana, anuncióle que tenia que^ha*
blar de asuntos igualmente graves para los
dos, y aunque el joven le recibió con los peorei
y más ásperos modos, como Cicerón no ee
daba por ofendido y era hombre que respon-
día con risas á las palabras duras, bien pronto
uno y otro á pesar de su desacuerdo hallaron
EL ORANDE ORIENTK 103
jÁi término común de reconciliación pasajera.
Ompos convidó á Aiístogiton á pasar un par
Ib horas en La Fontana, y una vez allí, sen-
Ipbcouie en el más apartado y oscuro rincón del
kcal, tras la tribuna, y no lejos del mostrador.
pBMá estaban solos, porque en tal hora, el céie-
■e dnb de los amigos del orden descansaba
Hb ms fettigas.
! -i-Pero á pesar de todo, nosotros no hemos
lo nada todavía — añadió Campos, — ^y yo
ver quién es el guapo que se atreve á
un golpe á las sociedades secretas, autoras
lo de la revolución de España, sino de las
^rtugal y Ñapóles. Este poder inmenso no
le por una veleidad ministerial Con-
amado Aristogiton, yo planteo nuestra
m en los mismos términos en que la
en mi casa hace ocho dias, cuando te
como un basilisco y aun creo que in-
pegar á tu maestro pero hombre
Diim, ¿no me haces caso de lo que te digo?
itras hablo, tú lees.
—Oigo perfectamente — dijo Monsalud de-
el periódico y tomando la taza. — La
ion planteada en los mismos términos
aquel dia
T'' —Cuando me quisiste pegar — repitió Cam-
'POB con burla. — Después me estuve riendo de tí
13
\*3L'
194 n. PÉREZ GALDOd
dos horas. Si yo luera un hombre terrible, te
habria echado por el balcón; estaba en mide^
recho.
— No lo niego. Si yo hubiera sido nn imprfr
dente le hubiera roto á usted la cabeza; tambiet"
estaba en mi derecho por haber sido engafiadoí
Usted intentó comprarme con viles ofertas dft
destinos y menudencias.
— ^Y ahora te compro por el precio que tú teh»
puesto; te compro por la concesión de una gnoft
á que das suma importancia. La cosa en sí es li*
misma: no varía más que el precio y la dase di
moneda. Tá me dejas en paz á mi sobrina '
— Y usted me pone en la calle á un pobí
preso que será ahorcado si las cosas siguen
el camino que llevan.
— Perfectamente. Trato clarísimo y que ■*?
da lugar á engaños ni malas interpretacicHMk:
Dout dea.
Campos f como hombre que ve adelante !
satisfactoriamente una negociación de imptf"
tancia, respiró con fuerza, embaulando desp^tf^
media taza. Bobespierre (1) subió á sus rodi-
llas. Uno y otro se acariciaron. j
— ^No debes extrañar — añadió, — queyoqtd*
siera favorecerte con un buen destino y ^ j
(1) Un gato* Véase La Fontana de Oro^
•-' ■ -" ^ .'
EL GItAKDE ORIENTE 195
e. A mi me gusta hacer las cosas con de-
sa* De este modo se llega al objeto sin
r á nadie, sin ruido y sin dimes ni dire-
reí que tú, como hombre listo^ me en-
ias después del primer avance, y toman-
|ue te daba, te dispondrías á callar y á
íer, dejándome el campo libre. Pero no
liste. Tienes un candor honradillo que
se te digan las cosas claras, y en ver-
> mi i^e repugnaba hablarte con claridad
into tan peligroso.
Jgo creí entender, pero como no contaba
traición de Andrea, no pasé desospechas
La traición! — dijo Campos con gravedad
I. — Pero hombre ¡qué palabrotas se
i ahora! Di más bien que mi sobrina com-
ió lo que sacaba del noviazgo contigo,
i parte, de algún tiempo á esta parte me
o porque tenga una posición tónica y
corresponde á sus méritos. £s tiempo
jue tenga un padre vigilante y cariñoso.
ifiesOy amigo Aristogiton, que cuando
bé tus niñadas con ella, y más aún, cuan-
sospechas se trocaron en certidumbre
tntia impulsos de despedazarte. Pero me-
.0 bien, resolví tener mucha calma, abor-
cuestion con astucia, evitar un escanda-
19S lí. PÉREZ O ALDOS
lo que pudiera turbar la paz espiritual del bnei
Falfan de los Godos. De esta manera todo
quedan contentos. No creaa que me ha costad
poco cautivar á Andreilla. La picara ae noseí
capaba como una mariposa, cuando creíamo
tenerla segura; pero conquistado tú, que éní
el Montjuich, la rendición de la Ciudadela e
inevitable ¿Te das por conquistado?
— Me doy por conquistado.
— ¿Renuncias por completo y en absoluto i
ella? ¿huirás de su trato y de su vista, y encía
de que la casualidad te la ponga delantiB, hact
con ella como si nunca la hubieras conocido?
— Lo haré.
— ¿La despreciarás, la arrojarás de tu ladi
le harás ver de una manera indudable que ti]
ella sois como el agua y el fuego que no sepVA
den juntar?
— Como el agua y el fuego.
— Y si la tempestad arrecia, ¿serás ci^«
hasta de hacerla creer que estás enamorado d
otra? ^
— También.
— Vamos, eres un hombre. Tus dedaraoio
nes merecen una mlva. Echemos pólvora f^
miTiante en el canon y disparemos.
Los masones llamaban pólvora fulminante i
ron. El cañón y la mlva ya sabérnoslo queenn
EL GllANDE OlUENTE 19^
; — ¡Fuego! — dijo Monsalud llevando la copa
ílBOñ labios.
"^ ^Fuego! — ^repitió Campos.
'; LoB del Arte-Real^ en sus tenidas do han-
ItoteB, pronunciaban esta voz de mando para
Murnr los brindis.
^ — jPeoro á qué vienen tantas exigencias, <]U(i
pnecen pruebas masónicas, — dijo Salvador, -
áAndrea no necesita de mis desdones para obo
¡htole á usted? ¿No ha dado su consenti-
\M
:-— ¡Ah! ¡ah!.... fíate de consentimientoH.
que la palabra veleidad es femenina en
las lenguas. Eso prueba cjue todas las mu-
son veleidosas. Es verdad que Andrea,
de ruegos, de razones, de regalos, do
I, de promesas, me prometió ser marque-
. ¡marquesa, mira qué pedrada! y la
Ény tonta..... por algo se ha dicho que entre
» *í y el TU) de una mujer no se 2>uede poner
boobesa de un alfiler.
—Ella apetece más. La ambición, una vez
ItMiTollada, no se satisface fácilmente. Creerá
pie Falikn de los Godos no es bastante rico.
-*Si es millonario. No vá por ahí la corrien-
•*-dijo Campos con desaliento. — Es que An-
bviTuelve los ojos á este tunante y se arre-
ifante, se arrepiente la muy picara de la pro-
>••■■
198 B. PÉREZ GALDÓS
mesa que me di6. Desde el otro día p^o
quisiera saber qué tienes tú para trastornar
este modo un cerebro, que después de todo
un cerebro de la raza de Campos^ fecunda
gente sesuda.
— ^Andrea tiene conciencia: no és una. i
chacha corrompida — dijo Monsalud^ disimul
do el interés que aquella parte de la conv^
cion le producia.
—Qué conciencia ni conciencia Besál:
tontos de su enamoramiento infantil. To
que eso desaparecerá; pero por de pronto
tiene inquieto. Desde aquel dia en que tú j
estuvimos á punto de machacarnos las li
dres, no sabes cómo se ha puesto esa muc
cha. Está loca, rematadamente loca, y ano
tuve que encerrarla, porque quería salir.
— ¿Salir?
— A buscarte; y se nos escapará, porquí
niña es sutil. Por eso quiero estar seguro dé
Querido Aristogiton, si tú no me ayudas, fe
se pierde. No puedes tener idea de cómo e
esa criatura. En mi casa no se oyen más (
suspiros, y con las lágrimas que unos ojitos
gros han derramado estos dias se podia ha
otro estanque del Retiro. Sorprendila »;
desenvainando el puñal que conserva como
cuerdo de su padre. | Ay! qué susto. Te asq
EL C^RANÜE OKIENTK 19t>
no qne si no llego á tiempo^ tenemos en casa
ma degollina, nn suicidio, una de esas gra-
nas que mi sobrina ha leido en las historias
le griegos y romanos, y que ahora las nove-
as sentimentales tratan de poner en moda.
TÍBM leido el Werther? Es un Dido macho que
8 mata por amor.
Salvador estaba pálido y no acertaba á de-
ár nada.
— ^Por esta causa he querido prevenirte, ase-
sorarme de tu formal renuncia, que espero
lunplirás con honradez. Es probable que reci-
mB alguna esquelita, aunque la hemos privado
le tinta y papel; es también muy probable que
a mariposa tienda sus alas y se eche á volar
poéticamente por las calles de Madrid, y tebus-
jne y te encuentre Veo que suspiras
9 no vengas tú también con suspiros. En
mujer pase, pero un hombre es un hombre,
Salvador, y sobre todo un hombre que tiene á
ni padre en la cárcel á punto de ser ahorcado,
iebe tener corazón de bronce, portarse caba-
llerosamente y cumplir su palabra.
— ^Yo la cumpliré — murmuró Salvador.
— ^Bueno, señor Caballero Kadosach. ¿Tú re-
pites las ofertas que hace poco me has hecho?
^Las repito.
—¿Acabaste para mi sobrina? — preguntó
200 lí. rEllKZ GALBOS
Cicerón en un tono que indicaba la idea de 1m
resoluciones categóricas.
— Acabé — respondió Salvador en el propio
tono del suicida que dice adiós á la vida.
— iDe modo que no harás caso de esquelitiufy
ni de recados, ni de visitas?
—No.
Se frotó los ojos con la mano derecha, cual
si quisiera reducírselos á polvo.
En aquel momento arrojaba su corazón al
perro.
■i
XVII i
"■■•I
— Pues lo pasado pasado — dijo Campos¿—
Amigos otra vez. Olvidemos las ofensas que
mutuamente nos hayamos hecho.
— Pasemos la trulla.
Trulla era la cuchara de albañil, y la id»
de pasarla indicaba olvidar y perdonar las in-
jurias, idea que bien podia expresarse hablan-
do como la gente.
— Ahora me toca á mi — dijo Salvador.
— Ahora te to ;a á tí — añadió Campos sacan-
do dos cigarros habanos y ofreciendo uno á iU
EL GHAÍÍDE ORIENTE 201
, — Ahi vá esa pólv(yi*a del Líbano. Fu-
u
Jsted me promete que Gil de la Cuadra
i condenado á muerte?
80 ño.
Jsted me promete que se sobreseerá su
ampoco.
ntonces
que prometo es que tu padre, tu tio,
Lente ó lo que sea, saldrá de la cárcel.
Tomo?
scapándose de ella, lo cual no es fácil;
[ posible, sobre todo si tú y yo nos pro-
08 hacerlo. No hay que pensar en que el
no suelte la presa absolutista que tiene
las garras. Es preciso ofrecer un par de
.as al pueblo, y como no se le puede dar
m, se le dá un conejo. Ya sabes que el
[erino ha aparecido en Castilla; el Áhue-
evantado también una partida cerca de
lez, y Aizquibil recorre con su gente el
le Álava. El Ptcstor enti-a también en
ña, y á varios de su partida que han sido
o», se les encontraron muchos ochcnti-
1 los que acuñó el Gobierno hace poco,
ochentines se dieron todos á la casa real,
lo que no hay duda alguna respecto á la
1»-
202 V. rKKEZ BALDOS
mano que está moyiendo esta vil máquina •
las partidas.
—El Rey.
— Sí, y cuando los Ministros le hicieron n
tar la coincidencia^ respondió tranquilament
<iEs muy extraño eso, n y no dijo más. La d
te trabaja con desesperación por encender
guerra civil, y los curas y los guerrilleroB, u
parados por ella y por las juntas extruijen
harán un esfuerzo terrible para restablecer
absolutismo. Nos aguarda un porvenir de r
sas. Ya sabes lo que significan en nuestro am
do país estas dos fuerzas: curas, guerriUeroe.
— No tengo ilusiones en ese particular. ]
estupidez délos liberales, su corrupción yfidí
de sentido, anuncian á voces que volverá di
solutismo.
— Pues bien; cuando por todas partes no
ven más que peligros; cuando el Gobierno
mira amenazado y provocado por losabsolati
tas, ¿no es natural que si logra poner la nuu
encima de alguno, apriete y apriete firme ha
ta ahogarle?
— Es natural. Los pobres gazapos que selu
dejado coger, pagarán las culpas de los lobofl
de la Corte que los azuza.
— Evidentísimo. Por consiguiente, amij
Monsalud, no hay que pensar en que el G
w z^- "^
t EL '.TÜAXilE 'JRIF.VTE ÍO?
i' —
llienio perdone á BÍngmio de los que hov están
pieaos por oonspiracione? realistas.
— Serán condenados
— Á mnerte. El juez.. Sr. Arias, confiesa pri-
'Tadamente que no halla motivo para tanto;
^pero la presión popular v la necesidad de hacer
nn eflcarmientO; la necesidad de amedrentar á
k Corte, levantará el cadalso. Aqni tienes la
fibertad en tales trances que no puede pasarse
«nd verdugo.
—¿De modo que no hay qne soñar con nn
sobreseimiento ?
-^Locura. Vinnesa no se escapa de la horca.
'Los demás serán condenados á presidio
Puesto que no podemos e\'itar la sentencia,
' internos ahora de salvar á tn hombre. Yo es-
Ibj tan comprometido á ello moralmente como
' 't6. Planteemos la cuestión. Primer punto.
Todo el personal de la cárcel está en poder de
gentuza comunera ó milicianos nacionales de
'los más majaderos.
— >Lo Bey y he resuelto hacerme comunero.
— ^Admii*able idea — dijo Campos en tono de
lisonja. — Y si procuras retener en la memoria
todos los disparates y gansadas de los hijos de
Padilla para contármelos^ tu idea será su-
blime.
— Yo no iré allá mas que con el fin de contraer
2<>4 B. PKREZ r.ALlioa
amistades que me sirvan para nuestro objeto.
— Excelente plan. En tanto el Grande Olis-
te se encarga de hacer en el personal de circe-
Íes alguna variación.
— Cosa facilísima.
— No tanto, joven, no tanto. Tú no sabeB
cuánto se ha alambicado ya en la cuestión de '
destinos. No se puede estar trasegando la gsor
te todos los dias. Lo peor de todo es que hace-
mos una variación, y al punto nos conqniBian
los comuneros el nuevo personal. Se varia otra
vez, y la defección se repite. Hacemos tercera
hornada; pero llega un momento en que no fle
puede más, porque se acaban los carniceros, pa-
naderos y pasteleros que quieren ser funciona-
rios públicos en las porterías de los ministerios,
en cárceles, en correos Por este camino vá á
desaparecer en Madrid toda la clase menestral.
— Pero los cambios traen numerosas cesan-
tías.
— Pero los cesantes, esos insignes patridoe
desairados, no quieren volverá las panaderías,
carnicerías y molinos de chocolate de donde
salieron. Encuentran más fácil encastillarse en
las fortalezas de Padilla , donde, haciendo co-
medias, se van adiestrando en la oratoria y en
el arte de conspirar.
— ¿Y cómo viven?
EL GEAKDE 0EIE>T1:: ÍSOD
use es el misterio. Lo evideute eb cfoe tie-
inero. ¿Yes esa turbamulta de Tagos qut
i en los cafi^, que alborotan en la plasa
lado, que apedrean las caaas de los Mi-
s, que van á cantar coplas indewojte^
á las rejas de la prisión de Vinneía?
todos ellos viven, y viven bien.
iOS ochentin^ del Faslor harán eee mi-
Cbo creo jo. Los oehentines
'ero contra los oehentines, el Gobicsmo
los empleos públicos. Póngame ustcMl en
3el de la Corona un empleado que se preE^
ivorecer nuestro plan.
Precisamente hay una vacante. Me he in-
do hoy.
fejor que mejor.
tuenOy pues elije tú el candidato.
Ivador meditó breves instantes.
JÓ mejor será un hombre de bien, pues no
ba de salvar á ladrones y asesinos; se tra-
hacer una buena obra, librando á un po-
iciano inocente, inocente, sí porque
s la Cuadra, aun conspirando con todas
erzas, no es capaz de hacer daño á un se-
.te ni á la sociedad.
Hies mi opinión es que elijamos un tonto,
ál de encontrar.
206 B. PÉREZ GALDÓS
— Ya tengo mi hombre — dijo vivamente y
con alegría Monsalud.
— ¿Has hallado el tonto?
— ^Un maestro de escuela.
— Viene á ser lo mismo. Apuesto á que \m
pensado en Sarmiento.
— No, lo echaríamos todo á perder — dijoSit -
vador arrepintiéndose. — Sarmiento es sendUo,
pero su fanatismo rabioso le transfigura, h^
ciéndole cruel. Me parece que debemos elegit '-'
un discreto.
— Bien puedes coger la linterna de Didge- I
nes. Échate á buscar el discreto.
— Ya lo hallé — exclamó Monsalud, dándoM*
una palmada en la frente.
— ¿Quién?
— Yo mismo.
— Hombre la idea no es mala — repneo
Campos sonriendo. — Pero la verdad eee
destino no es propio para tí. Tú vales mudto
más.
— ¿Y qué me importa?
— El duque del Parque no vá á querer tener
á su servicio á un sota-alcaide.
— Dejaré el servicio del duque del Parque.
— ¿Pero no te ocurre otra persona?
— No me fio de nadie. Estoy decidido. Seré
sota-alcaide.
»-:-
EL GBANDE ORIENTE 207
—Vas á bregar con la gente más cruel, más
ardida y más infame de la sociedad. Elperso-
d de cárceles allá se vá con el de encarce-
doB.
—No me importa. He tenido una idea feliz.
—Pues adelante, y realicemos la idea feliz.
ftás Bota-alcaide. En tanto que te nombro
mno creas que es cosa de un momento: lo
^boB hay treinta candidatos. Esta misma no-
ta hablaré á Copons.
—¿El jefe político?
— lAh! — exclamó Campos con gozo. — Le
Dgo cogido, le tengo preso en mis redes. Fre-
lUnente anda tras de mi para que le favorezca
t dertas pretensiones que trae en Gracia y
UÜda. Una bicoca; tres primos que fueron
neficiados y ahora se les ha antojado ser
ttes. Son de la pacotilla de los que llaman
)dfiBtos jpobrecitos! Copons es muy exal-
lo; el Gobierno que le puso en lugar de Fa-
^ no está muy contento de él. Necesita
lo el arrimo del Grande Oriente para no ve-
• i tierra. Muy bien; esto vá á pedir deboca.
i padre, tu abuelo ó lo que sea, se ha salvado.
HaU^on algo más, determinando algunos
Ules del plan, y se separaron. Campos te-
t que revisar unas cartas detenidas por orden
serior. Salvador tenia que consagrarse á sus
208 i\ 1*VAIKZ GALDÓS
ocupaciones. Cuando volvió á bu casa, entn
gáronle un billete que acababa de llegar. Hi
biendo conocido en el sobre la letra de Andreí
sintió tanta ansiedad como pavor. La carta ei
taba trazada á prisa, con indecisos rasgos, ;
decia:
11 Arrepentida, arrepentida, arrepentida d
lo que he hecho.
iiVen al instante. Estoy esperándote ene
Retiro, junto al Observatorio. Me he escapada
de mi casa. Querido mió, mi vida y mi muer
te: si no me perdonas, si no vienes al instanb
á mi lado, me moriré de desesperación.
1 1 Lo que he hecho contigo es una villanfi^
una ofuscación. Un poco tarde lo he conoddí;
pero lo conozco al fin, lo confieso y te pido
perdón.
uTe adoro, y ni Dios podrá hacer que yo
pertenezca á otro. Eres mi dueño y puedes abo-
fetearme, puedes matarme si me porto nud.
1 1 Salvador, sácame del infierno enqneei-
toy. Ven, no tardes ni un segundo. No vuelvo
más á mi casa. Iré contigo á donde quiezaK
seré tu esposa, tu criada ó lo que tú quieras
Sácame los ojos y dentro de ellos veráij^a caza<
Ya me parece que te siento venir ¿Veft
drás? En el Retiro junto al Observato
rio. Voy corriendo no sea que llegues antes qtt
p.
-t
L
>l
r.
EL GR \N DE ORIEXTE
209
í
L,jfO. Adorado mio^ te quiere con toda su alma y
r te ofrece el corazón y la vida^
Andrea.
M
Soledad, que entraba cuando Salvador con-
^duia de leer la carta, notó su palidez y agi-
^tedon.
— iQué tienes, hermano? — dijo llena de
peeadumbre. — ¿Ese papel te dice algo desfa-
ble & mi pobre padre?
—No, no — dijo el hermano con desespera-
in* — Es todo lo contrario. Sola, abrázame,
á tu hermano.
La muchacha se arrojó llorando en brazos
Salvador.
. — jPero te causan pena las buenas noticias?
— ¡No, no! la carta no dice nada — ex-
ó él sofocando la tempestad que bramaba
tu alma. — Estoy alegre, hermana, hermana
ida, abi'ázame otra vez. Tu padre se ha
tdvado.
U: «
Pasó Monsalud todo el dia y toda la noche
^, fin un estado de agitación muy viva. Al dia si-
¡t.0ttente, cuando entró en casa del duque del
\ .üuque, un criado le dijo: uHan estado aquí
LldoB mujeres buscándole á usted. Parecían ama
u J oriada. >*
14
fj '
210 B. PERBZ OALDÓS
— Si vuelven — ^repuso,— dígales usted que
he salido de Madrid.
Para evitar un encuentro que temía, salió
del palacio por una puerta de servido que
daba á otra calle. Foco más tarde al eatni
en su casa, D. Patricio Sarmiento repitió Ii
noticia:
— ^Aqui han estado dos damiselas á piegonr
tarme cuándo volvia usted. Parecen ama y
criada joh edad dichosa esta en que nos
vienen á buscar dos y tres veces en el breve ei-
pacio de unas horasí Yo también en mia
j u veniles años
Sarmiento exhaló un suspiro.
— Si vuelven, dígales usted que he salido de i
Madrid y que no volveré hasta dentro de
un mes.
— ¡Cuánta esquivez! Pero en esa edad
feliz También uno ha tenido sus dulzone
¿eh? No crea usted: esto arrugado semblante
y este flaco y débil cuerpo no han sido siem'
pre así. Aquí, amiguito Salvador, aquí se sabe
lo que es afán de amores; aquí se compreor
de bien eso de despreciar á una para apar
sionarse de otra, volando de flor en flor cual
inconstante mariposa ¿Pues y estar penan'
do dias y días por una mirada, solo por una
mirada?..... ¡ay! ¿y aquello de estar cavilando
KL GBAK1)£ OKlE.NXi:: ¿11
lé me miró asi, ó dejó de mirarme?
hemos tenido nuestro Abril, todos he-
^voloteado y sacado la miel hiblea del ca-
las frescas flores, Sr. Monsalud.
lando éste se dirigió después de medio día
tienda de la calle Mayor, donde solia
tertulia, un mancebo le dijo la muletilla:
[an estado dos hembras á ver si habla us-
a
tnido.
Í8 tarde pasó por la parte baja de la calle
iocha. Detúvose de repente porque un
lejano llamó su atención: era el Observa-
Astronómico. Singular trastorno debió
3Ír en las ideas del joven la vista del
so edificio, porque apresuró el paso como
huye de un fantasma temible.
3sa extraña! Al anochecer, cuando fué al
)Cupado por la Masonería en la calle de
3B Cruces, con objeto de hacer unas pre-
1 á Sócrates, ó como si dijéramos, á Ca-
by un portero le cantó el atormentador es-
D de todo el dia:
.qui han estado dos damas á preguntar
dría usted esta noche.
«pues marchó á La Crttz de Malta, café
o en la calle del Caballero de Gracia.
"dábale allí D. José Manuel Regato.
2.12 B. PÉREZ GALDÓS
XVIII
En la calle que hoy se llama de Isabel h
Católica yantes de la Inquisición, pasando afli ¡
bruscamente del nombre más horrible al mái ';
hermoso, hay una casa que hoy lleva el núme-
ro 25 y antes tenia el 2, edificio perteneciente
en su juventud al conde de Bevillagigedo J
que después fué Conservatorio de Música J
Declamación. Diversas oficinas se han sucedUdo ^
en dicha casa, y hoy sirve de albergue si no eajjj
tamos equivocados, á una Dirección del rame^^'
de guerra. Pero lo más interesante de este
caserón en su variada y larga historia es (pl^
dentro de él estuvo la Asamblea de los Comwntr
roa durante los tres llamados años. Ya se habii
comprendido quiénes eran estos bravos hijos ¿0
Padilla. Cualquiera que haya vivido en EspaSi
y prestado atención á sus cosas políticas, coift*
prenderá que en aquella época, como en todaSi
los descontentos y los cesantes y los atrevi-
dos y los pretendientes y los envidiosos, qQ®
son siempre el mayor número, no podian tole*
rar que determinada pandilla gobernase siem-
»■»>!■■
■:^i.^'-: I
)n« el?TuÍL.= Ir: Fo-ií-T liLT^er a:i"_ 7
ílkS Íir^J.^r:ZjyA^\ ZL.Í.T .'y^TJTU 1 jt '-IíS.
Dial gTi5^"i«: i'::Lir.: tI. tz. J:::
itacion eri 1l ~í: :: !•= 11,? iirtt Totiil*:*
la meDi^ i. : :■: * i-t". íl i^líl ziÁ,^ z^zirirr-v.-:
A que se xi_=^rrrL=^ :lUí.7u. t rlz. 'xrr"55>
i reforma en: lá yi:::-rilt¿:& L*^ r^Z'rfLZA
áó nn t'er:er tí:-:: i: 1.5ii'_á,i: te ".Ví 2 .>
que quLso r.:-i:£::ir :í 'S'.z.izívzr.'^z^ *ri.
lOcion con la Ci:*^ v la Sir-tA A.IjCkLza.
estas tres v/.iiLtÁieH ^.-ir&ba acjel Vj:t>e-
qae empezj cjh una sedición mi litar y
aó con una intervención extranjera.
» comuneros, ^^ue nacieron del odio á los
leSy como los liongos nacen del eniércol,
bdo que lo?» ritos y prácticas de la Maso-
214 B. PÉREZ OALDÓR
neria eran nna antigualla desabrida, uiti-
española, prosaica y árida^ imiíginaron que ki
con venia establecer un simbolismo cabalierano
j nacional, propio para exaltar la imágint'
cion del pueblo y aun de las mujeres, que por
entonces tenian parte muy principal en eetoi
líos. Siendo la representación primaria de k»
masones un templo en fábrica y los hemir
no&, arquitectos ó albañiles, los comunem
formaron jsu partido de Cothunidades, divi-
didas en Merindades y Torres y Casas-FlM^
tes, y á sus logias llamaron CastUloa y ámi
Venerables Castellanos, Alcaides á sus Vigilm-
tes, y así sucesivamente. En los ritos y oert'
monias aumentaron todo lo que hay de teatnl
en la Masonería; pero dándole forma cabaUeftt*
ca, é ideando ilusorias fortalezas, puentes levir
dizos, barbacanas, recintos, salas de anatff
cuerpos de guardias, almacenes de enseres y da-
más mogigangas, todo creado por sus exaltadtf
fantasías, de tal modo, que más que militante
caballeros parecían rematados locos. I
Su color distintivo era el morado, así oaioo
los masones estaban por el verde. La Asamblea '
general recibía el nombre de A Icázar delaLir
bertad, y el recinto donde se reunía, llamado
Plaza de Armas, estaba adornado con emba^
dumados lienzos y telones, representando tof"
líos con bRüicr: j¿ jlzjzlí - ^hs üiÍeí-
llamaba al:»* ••i»!!:* Lfc :'-.: • ' ;: ■ . > ^ t -.•=
I con {óimz'.hK : -r Lu-.l:- :^_: t jí n-^sia.
íoon que s-r ií:r:ei_tL i^'-itír .** i.^-s-.':-*.!"
nente »:^brr n: . iij :•"..*:* •-■einu »í: :.'r¿riU'-«
I ^oism:-. •=:'. j.i- ::r : _t íc-j1j¿ í-ít-.-
los, compitilr: ■- : i iu í^'jliíV, t r>¿ff:'^.
de las li'C'rr'^ itrt y^'.rjLk
;ró en el --. :-.*. ' :-: '. -1 ^-•í"' -:^ o^ ¿i •*. ^^
InqüUi:::L Zj-l t. .y^, i''-i^Ui ; >.-;*-
B á las <n&.ct =« ir;v>^:..'. .t :». • ri*:'. .t ' .-
Regata.; á ■: rv,. -V-. "-^-^-..-r.v. va v. a
leía sala. — '»";,-.• 4 ..í::¿.' t. >. .-a,'^>
Dura&te el br^vc .v^v at *sík'/^i\ JiÍv:^!**'^-
21G B. PKREZ OALDOd
tuvo que resignarse á oir las felicitaciones de ;
D. Patricio Sarmiento que á la sazón entraba,
y que atronó la estancia con sus gritos y en-
carecimientos por el feliz suceso de aqneUa
ihiciacion. Todo su porvenir caballeresco co- ]
munero diera el joven por sacudírselo de end- .
ma; pero al fin sacóle de tan mal paso el Al^ '
caide apareciendo con Begato, y en alfaida •:
vendáronlos ojos del recluta, mandándole que !
marchase apoyado en el brazo del coipunero
proponente.
— ¿Quién es? — preguntó una voz.
— ^Un ciudadano — respondió Begato con ;'
toda la seriedad posible, — que se ha presentado :'
en las obras exteriores con bandera de parla- ^■'-
mento á fin de ser alistado. '
La misma voz gritó:
— ^Echad el puente levadizo.
Oyó entonces el neófito un espantable rui-
do que en derredor suyo sonaba, con tal estré-
pito que no parecía sino que todos los alcázares
y torres de España caian en ruinas; mas no se
turbó por esto su esforzado corazón, ni aun se
le mudó la color del rostro, que para mayores
trances tenia coraje y alientos el bravo recluta.
Además bien sabia él, como todos, que aquel
rumor provenia de una plancha de hierro seme-
jante á las que usan en los teatros para imitar
^.
EL rJRJLJTDE 0315:5: TTE
igoiosos eco6 del craenj . y i^ue el mido
rros Y cadenas era p^rodacido p3r tuia
le cacharros c^ue craa de la pnema agii^iba
. paleto simiilaiido de esie modo con
ft perfección el acco de bajar el paence
itáionle la venda: retiráronse Alcaide v
Mmte 7 qnedó solo ccn el centinela, que
enmascarado. Estaba en el Cuer^fO de
ífírdia^ y aUí como en la Cámara dt J/V-
mea, debia el candidato redexionar sobre
lacion y contestar por escrito á varias
itas referentes á las oblicraciones v dere-
ú comunero. Monsalud observó el local
^as paredes pendían varias armaduras
18 y alonas espadas mojadas en sangre
rito, que para tan terrorífico uso sumi-
la un día sí y otro no el conserge de la
ad. Leyó los letreros conteniendo sen-
I vulgares de la religión del honor, y se
) á tomar asiento junto á la mesa donde
ixteoder sus respuestas.
centinela, que habia permanecido tieso
"e, desempeñando su imponente papel,
e repente la risa y dijo al neófito:
Cambien tenemos por aquí al Sr. Mon-
naalud miraba & su interlocutor y no
218 fi. PEEEZ aALD(Í8
veía más qae una máscara homble, una i
espantosa con casco empenachado dega
ceas plomas y un babero á guisa de cela
encaje.
— lQ;aé, no me conoce nsted? Soy Fuji
dijo el centinela quitándose la máscara.
— Cómo te habia de conocer. Vecino, i
recias un valiente. ¿También tú tediv
con estas mogigangas?
— ^Vaya un modo de prepararse L
mogigangas á una cosa tan seria, qn(
derribar el Ministerio y á poner un Ool
republicano. Sr. D. Salvador, ¿usted
aqui á burlarse? Le aviso que los que. s
burlado de esto no lo han hecho dos ^
Conque escriba el papelito y me volveré
ner la careta. Acabe usted pronto que me
00 y este demonche de cartón huele muy
— ¿No te fatiga esta tarea? ¿No es mejc
descanses en tu casa toda la noche despi
haber trabajado todo el dia?
— ¡Quiá! si yo no hago más zapatos-
el gran patriota con expresión de hombre
picuo. — El Sr. Begato me ha prometido (
un destino en la Contaduría de Propios. I
tríelo me enseña á echar la firma, que es 1
necesito, y salga el sol por Antequera.
— Ya sabia que eres de los que vocean
V.-.
1ÍL GRAXDE ORIENTE 210
I
fai. ■ ■ I ■ .1. ■ , , ■ , , . -
motineSy patean en La Cruz de Malta y ape-
diean el coche del Bey. ¿A cómo pagan esto?
Pujitos se puso Si^río al oir tamaña injuria.
—Vamos — dijo. — Está visto que usted vie-
ne aquí á mofarse. Pero siempre seremos ami-
gos^ ó mejor dicho, compañeros de armas. Es-
criba el papelito y despache pronto. Me pongo
la careta porque el Alcaide vá á venir.
—No hay prisa. Dime, Pujitos, j vienes aquí
todas las noches?
— ^Todas, desde el primer dia. Soy caballero
fimdador, y el dia lo paso en las cosas de la Mi-
Kria. Soy teniente, juf! ¡usted no sabe 'el trabajo
qve dá esto! A la parada, á pasar lista, á revisar
laa uniformes, á hacer ejercicio de tiro, á apren-
der los reglamentos, á echar unas copas con los
fliriales para discutir lo que ha de hacerse el
dk siguiente Y luego guardias y más
guardias.
—¿Haces guardias de noche?
— ^Pues no. Anoche me tocó en el Principal,
y mañana me toca en la cárcel de la Corona.
— ¡En la cárcel de la Corona mañana! —
dijo Monsalud con interés. — ^Ya sé es don-
de están presos esos cleriguchos que han hecho
planes horribles para quitar la libertad.
— Y algunos que no son clérigos. Pero esos
tunantes morirán ó no hay justicia en España.
220 B. PÉREZ GALDÓS
4,
Dicen que el Gobierno quiere condenarles á
presidio nada más: esto se llama proteccionV I
^,no es verdad?
— ¿Y me has dicho que eres teniente? j
— ^Nada menos; y si no fuera por las intri- |
gas que hay en el batallón
— Yo también seré miliciano y me afiliaré en
tu batallón, gran Pujos— ^jo Monsalud riendo.
— Se me figura que entre tú y yo hemos de ha-
cer algo extraordinario.
— Me alegrariade ello.
— ^Nos veremos pronto^ y hablaremos....;
quizás mañana..... Pero el tiempo pasa yhkj \
que contestar á estas endiabladas pregantas.
— Escriba usted Me parece que YÍa*
nen ya.
Salvador escribió sus respuestas que fbenm
llevadas á la Plaza de Armas para que las eli-
minara la guarnición. No tardaron el Alcaide
y el proponente en conducirle vendado otA
vez á la puerta del salón de sesiones^ que es-
taba ceiTada. Por dentro una voz gritó:—
¿Quién es?
— Esta voz áspera y hueca como una oampir
na rajada — dijo Monsalud para 8Í,-*e8 la de
Romero Alpuente.
— Entretanto el Alcaide respondia:
-^Soy el Alcaide de este castilloi que AOOltt*
k.
EL GKA.NI«i: L'EJLME ±21
i un ciudadano que se ha presentado á
in7«adas pidiendo parlamento.
or DioSj amigo Monsalud — indicó en toz
'^effito, — ^no se ría usted, le suplico enea-
mente que sofoque toda manifestación de
. Usted no quiere creerme y yo repito
.to es sérío^ pero muy seno.
trieron la puerta de la Plaza de Armas,
ás parecía bodega que plaza, con diver-
Íes de asientos ocupados por los caballe-
un estradillo donde estaba el Presiden-
dendo detrás fementido torreón de lienzo
lomado, y un harapo que llamaban es-
rte de Padilla, y una urna donde se de-
\ólocar iodos las cenizas de los coniune-
ssepudiey^ii haber.
Presidente le preguntó su nombre, edad,
} natal, empleo ó profesión; luego le ha-
las obligaciones que contraía y del va-
constancia que habia de mostrar para
peñarlas. Levantáronse en seguida los
oros, 7 Monsalud vio que todos ellos te-
ína banda morada en el pecho, y una
aspada ó asador en la mano.
Ta eitais alistado — le dijo el Presidente.
»tra vida depende del cumplimiento de
ligaciones que habéis contraído, y vais á
Acercaos y poned la mano sobre este
. I
1
:322 B. PK&EZ GALDÓ8
escudo de nuestro jefe Padilla, y con todo el 'j
ardor patrio de que seáis capaz, pronuncuid 1
conmigo el juramento qué debe quedar grabado ]
en vuestro corazón.
Hecho lo que al neófito se le mandara, em*
pezó éste la retahila del juramento, que abra-
zaba diversos puntos, y que conduia con li
consabida conterilla que tanto ha hecho idr i
la generación siguiente: — n Juro que si algna
iicab. com. faltase en todo ó en parte á estol -
tfjuramentos, le mataré luego que la Con&d^ '
F I ración le declare traidor; y si faltase yo, me.^
iideclaro yo mismo traidor y merecedor de m
iimuerto con in£eimia por disposición de la Gcnt-
irfederacion de cab. com., y para que ni na
iimoria quede de mi después de muerto, N«-'
lime queme, y las cenizas se arrojen á ki
iivientos.il
— Cubrios — le dijo el Presidente, — eonel
escudo de nuestro jefe Padilla. 1
Tomó entonces el joven un mohoso broquel ^
que le presentaron, y cubiertos pecho y can
con tal defensa, pusieron en él todos los demás
comuneros la punta de sus espadas, mientras d
Presidente dijo entre otras majaderías:
— Si no lo cumplís, todas estas espadas no
solo os abandonarán, sino que os quitarán d
escudo para que quedéis al descubierto y os ha- ^
EL OBANDE ORIENTE 223
lazos en justa venganza de tan horrendo
>•
seidos adgunos caballeros, como gente
osa, del papel que estaban desempeñan-
icaban con excesiva fuerza la punta de
idores ó espadas en el escudo ó sartén
guardaba la cara y busto del joven. El
prffO, temeroso de que por desmedido celo
caballeros se agujerease el escudo y per-
m ojo su ahijado, creyó necesario inter-
por un momento la magestad del cere-
.^diciendo:
ddado, señores^ que es de hojalata (1).
£surándula no habia terminado aún,
tras la ceremonia del escudo, el Alcai-
6 la espuela al caballero, dándole es-
banda, con lo cual y con acompañarle á
rías filas para que fuera dando la mano
r uno á todos los confederados, el novel
sro descansó á la postre de tantas fa-
rodavia vive un comonero que corrió igual
2:24 B. P£RK;S GALDÓ8
Salvador observó la diversidad de fiBom
mías que presentaba en su innoble reointo :
Plaza de Armas , y halló entre sus compaiien
de caballería muchas caras conocidas. BJaU
unos pocos que eran diputados en el Congnai
j estaba también el célebre Megía, que algx
nos meses después fundó El Zurriago. Aw
que el elemento principal de la Sociedad eral
juventud^ había bastantes viejos, no todoB ti
inocentes como D. Patricio Sarmiento. Milidl
nos nacionales los había por docenas; la gad
de poca instrucción j de locos apetitos bnit
cráticos imperaba, y en todos los incidenti
de la sesión salía á la superficie un espuman]
de gárrula patriotería, que era la fermentado
de aquel elemento. No l\abrian trascuirid
veinte minutos después de la admisión delnni
vo cab.allero comunero, cuando un hombre de
enfrenado que se ocupaba del asunto puesto
discusión, pronunció estas palabras:
— Yo propongo á nuestra Asamblea que o
sen las contemplaciones con la Corte y que i
dé el grito de ¡viva la República!
■ ^
EL CíEANDE ORIENTE 225
Llborotósela guarnición con tales palabras,
algunos clasilicaron de admirable ocurren-
otros de desatino may ósculo, y si bien el
idente trató de volver la discusión al ter-
que marcaba el tema, no fué posible con-
irlo. Entonces el Sr. Regato, manifestando
MHunente que deseaba decir algunas cosas
pendas que agradarían á la reunión, usó
k palabra en estos términos:
^iiSeüores, loque ha dicho nuestro ilustre y
roBÍsimo com[)añero de armas, el caballe-
•••9 ha asombrado á muchos; pero á mí no
«ombra, porque yo soy más liberal hoy
ayer, y mañana más que hoy, porque mi
h9 señores, es adelante y siempre adelante.
jñoa cansados de sufrir, estamos cansa-
de esperar. ¿Os aterra la palabra repúbli-
?ae8 yo digo que á mi no me ha aterrado
ja esa palabra, ni me aterra hoy. Perdamos
iedo y seremos fuertes. Amenacemos y nos
srán. Somos los más, somos lo más grana-
e la Eipaña liberal. La Europa nos con-
pla, el Piamonte nos imita, Ñapóles nos
a, Portugal se llama nuestro discípulo.
ires, seamos dignos de la Europa liberal,
ite nosotros temblarán el Trono y los ma-
Después de dar gracias por los aplausos y
226 B. PEKEZ GALDÓ8
de limpiarse el sudor^ el orador prosiguió i
— ti No creáis que la idea republicana es ir
va en España. Padilla y Lanuza^ nu^
maestros, fueron republicanos. Viniendo i
tiempos modernos, en la proclamación de
derechos del hombre hecha por Muñoz Torrt
en las Cortes del año 10, veo yo también
idea republicana. Leed las obras de Marini
de Sempere, y veréis que en ellas palpita k
pública. (Qiun estupor,) Ahora, señores, "S
ved los ojos á todos los ámbitos de la hiq^
península (El (yivdor, excitado por ¡a admi
cion geneixil ae cree en el caso de tcTier éBtíi
volved los ojos por doquiera, ¿qué veis? (€h
silencio; indicio cierto de que nadie veia rm
Pues veréis allá en las Andalucías, allá m
populosa ciudad de Málaga, bañada por
ondas del Mediterráneo, á Lúeas Frand
Mendialdua que concibió el plan de estaUf
la Bepública, como consta en la proclama \
imprimió, encabezada con las mágicas palali
República Española y firmada por Un tri
no del pueblo. Como acontece á los gran
genios innovadores, como aconteció á OA
Gfalileo, Savonarola, etc.,'etc Mendisl<
fuó preso (1). Pero así como de la noche sal
(1) En Enero del 21 .
EL GRANDE ORIENTE 227
3ia^ délas cárceles sale la libertad. (Atro-
ces aplausos.)
rol ved ahora los ojos al llamado reino de
m. y veréis allí á nuestro insigne jefe, al
ite entre los valientes, al político entre
litioos, al altísimo Biego, que desempeña
JO de capitán general en aquella extensa
i provincia. ¿Creéis que no hace nada?
ao seria esto de su talento volcánico, de
repicua mirada, que cual la mirada del
k penetra en lo más alto del cielo. No
que nuestro jefe está mano sobre mano,
lestrojefe trabaja por la República. (Asom-
neral é innumerables bocas abiertas.) En
D2a están á la sazón algunos beneméiitos
tas franceses, cuyos nombres no pronun-
[1). Esos patriotas, pertenecientes á la
3oii£ederacion francesa, están de acuerdo
omitro jefe, no lo dudéis, están de acuer-
nidos todos, discurren cuál será el mejor
I de ponemos la República en España
'de nosotros si no les ayudamos! .... ¡guay
sofaroB si nos dormimos mientras ellos ve-
•• IC^y> guay!.... Lo que puedo asegu-
98 que si no nos ven dispuestos á hacerlo,
on BU proyectillo á Francia. Aquel país
LUmábange Uxon y Cugnet de Montarlot.
228 B. PBBEZ GÁLDÓB
no Re anda con chiquitas ni repara en niñe
Estad seguros de que si nuestro jefe se pn
ta en el Pirineo enarbolando la bandera i
lor y gritando ¡viva la República! todo el
cito francés se le unirá en seguida, y Uegí
París en triunfal paseo, como Napoleón cm
volvió de la isla de Elba. (Loa comuneros
gen esta bola con grande algazarayS&ñalc
de que se la han tragado,)
fiAhora volved los ojos á Qalida, d
está el general Mina; volvedlos luego á
celona, donde está el gran patriota J
Bessieres y veréis que estos campeones <
libertad tampoco están mano sobre mano.
remos menos aquí? ¿Nos espantaremos de!
bertad? No, señores. Adelante, siempre
lante. ¡Viva la libertad! Yo, el más hi
de de esta Asamblea; yo, que be ve
aquí porque me repugnaban los infames
nejos de los de allá; yo, que estoy proi
derramar hasta la última gota de mi su
hasta la última, señores, por el triunfo <
causa; yo, que jamás recibí destino de lo
bios ni lo solicité; yo, que soy hombre pm
hay hombres puros en España, os propongc
el corazón henchido de patriotismo qué aoe]
desde luego la idea republicana, como ha
puesto mi exclarecido amigo el ciudadano 1
EL GRANDE OBIENTE ¿29
oíos oradores pidieron la palabra. Des-
de ana breve disputa sobre quién Labia
ría, D. Patiicio Sarmiento se levantó y
de este modo:
>espuos del elocuentísimo di^tcurso del
de los ingenios comuneros, D. José Ma-
legato, ¿qué puedo decir yo, que soy un
maestro de escuela, un oscuro preceptor
áema juventud? Pero si de algo sirven
inaejos de un viejo que se ha quema-
\ cejas estudiando la historia del pue-
mano, quiero alzar esta noche mi humil-
s en este augusto recinto para enseñaros
no sabéis. Vuelvo los ojos en tomo mió
zapateros, sastres, talabarteros, comer-
la taberneros, colchoneros y otros artífí-
ente toda muy honrada, muy patriota,
ligna, pero que no está versada en la hÍ8«
romana. (Rumores de disyusio,) No trato
(ider á nadie: afirmo un hecho y nada más;
o yo creo que para tratar ciertos asuntos,
Búrio haberse quemado las cejas (In-
wUmes donosas), haberse quemado las ce-
iHio me las he quemado yo, de aquí in-
... Esas interiTipciones y cuchicheos no
mella en mi ruda entereza, no señor; (El
" 86 amostaza) y así digo como el gi'an Te-
des: «'pega, pero escucha.» ¿De qué se tra-
23(» B. PÉREZ UALDÓS
ta? De adoptar la idea republicana. Bien, yo]
gunto á la docta Asamblea: ¿Cuándo se o
bleció la República en Boma? Y la docte Am
blea me contestará que el año 509 antes
Jesucristo. Muy bien contestado* ¿Y cuál
concluyó la República en Boma? El año :
Total de tiempo en que existió la fonna re]
blicana: 480 años. Está mny>bien. (Más fu
tes rwrnores,) Ahora pregunto: ¿cuáles faa
las causas que determinaron á los romano
cambiar de forma de gobierno?
Los rumores se trocaban en tumulto y v
voz gritó:
— [Que se calle ese pedante!
— ¡Que se vaya á la escuela!
— Al indocto grosero que de este modo i
interrumpe — gritó D. Patricio agitando ]
brazos y poniéndose encendido, — le oontMÉ
que él es quien debe ir á la escuela á apienc
lo que ignora.
— ¡Aquí no se quieren estafermos! -«-aii
una VOZ; de la cual no se tendrá idea sino ce
siderando de qué modo puede hablar el aguí
diente.
— Señores, — dijo el Presidente oon aqi
formulismo parlamentario que algunos ha
bres quieren llevar á donde quiera que se oi
el sonsonete de un discurso, — no demos á 1
,£.:■.*
EL .i-Oili »Lí:>Zji
pifia y á Europa eí iiíiz^
dMOordia entre indÍTi«ii-:« i* íffiA zí:r,i',lxzLA
AflAmUea. No se dl¿a :/:': uLJArci i Jt ^rr^fa
agmo los masones, á ■.-li-r-'ís t: icl::r: v.-i-^L. .
darift€n los jpaétortíí > « -v«í .'¿ •* -. '»>t ^ f *-:-»
(Frolongadas riai^ .
— ¡Que se calle D. P4ir::i-;
—¡Que se cai'.e Pelim'-r'ss
; —Pues i mi no n¿ iá la ¿-%z^ i^ '^^.j^ít-
'AB á ver — esclaii.ó -ijí t-.z ..i* sA-jk di'
íiniidable pecho ¿e :in L.Ei'r: lízzJtÁr,^ fj^rr
larpialento, que parecía ZKr^f^zlr.'My^zi ca -.lj^
iftigna. — Y ú í i£¿ z.',' n-c di .a ¿«üa d% 'i*
Binne, á ver quiei; ^ e¿ g^apo \'ih me 'rlírrr^
dipioo ;á ver.
■ Diciendo esto. *6 l-iTan^ala el .Sr. Peí»: id -
íAhi entre la mulútad api¿ada en los ban'x^i?.
dh figura, asi como su voz. pcndrian miedo en
Ma Aeamblea que no riera la de los Coríju-
—Ciudadano Pelumbrc»— dijo el Presidenta.
^qué dirá la Europa si no guardamos la com-
postura propia de hombres de gobierno í...
iquédiiá?
— ^Eflo es, ¿que'diráí — repitieron D. Patricio
y los que deseaban que hablase.
—Es preciso tener moderación — continuó el
Pksmdente. — Puesto que el ciudadano Sarmien*
Í32 B. PÉREZ GALDÓS
to estaba en el uso de la palabra, oontc
su erudito discurso, que tiempo tiene de
blar el ciudadano Pelumbres. Yo le oonoec
la palabra, esperando en tanto de su finnf
buen sentido que no interrumpa al orador
este importantísimo debate.
Ya entonces empezaba á ser costnmbí
llamar importaniiaimo debate & cualquier
útil disputa -suscitada por la envidia ó la
nidad.
— Señor Presidente — gruñó Pelumbres, t
baleándose como un yunque sin equilibri(
lo que digo es que el ciudadano Sarmient
un animal y á mí no me soba nadie.
Cayó en el asiento como quien se ec
dormir.
— Señor Presidente — dijo con trémula
Sarmiento. — La Asamblea conoce bien mi
rácter y mis servicios no necesito res]
der á los cargos que me ha dirigido el ciud
no Pelumbres, porque la Asamblea sabe ]
bien que yo
— Sí, sí — gruñó la Asamblea.
Estaba el buen Sarmiento en pié, co
cuerpo doblado por la cintura, recogiendo
un lado y otro los faldones de la levita, c
quien se vá á sentar y no se sienta.
-^-Agradezco las manifestaciones de simp
i^-^
EL GRANDE ORIENTE 233
te ilustre Areópago — añadió el orador, —
-parece qne no debo molestar más al ilas-
reópago, y que los injustos cargos queme
rígido el ciudadano Pelumbres^ no deben
etarse sino con un magnánimo sUencio.
Bien, muy bien.
?or lo cual me siento, dejando á nuestro
recido Presidente la alta honra de oonti-
este vniporiantisimo debate, para que nos
■n opinión, que es lo que más nos im-
•
amores diversos manifestaban el deseo de
oblase el Castellano. Homero Al puente se
10 á hacer el gusto á sus presididos. An-
\ atender á su discurso, convendrá decir
1 célebre demagogo de los tres años no
i jovenzuelo fogoso, como algunos creen,
in vejete atrabiliario y furibundo, alto,
descuadernado, anguloso, de gárrula elo-
ia, de vulgares modos. Ei*a tanta su feal-
lebida en primer término á la longitud
B narices, que no es fácil se encontra-
onces ni se haya encontrado después su
.. Alcalá Galiano, al lado suyo, se tenia
a Adonis.
ibia sido mcicristrado de la Audiencia de
d, y en su vida privada era el hombre
lofensivo, más manso y para poco que ima-
234 B. PEBEZ OALDÓA
ginane puede. £1 mismo que en^úblioo aneír
recia la necesidad de cortar no sé cuántos miltf
de cabezas, era incapaz de matar un mosquito.
{Pobre camero viejo que, habiendo leído algo
de Bobespierre y de Marat, quería pareoerae i
ellos! pero solo los tontos confundían su doeoo
balido con el rugir de leones j panteras. Sos
discursos, que alborotaban las Cortes y los
clubs, eran un conjunto de garrulidades teno-
rificas, de chascarrillos y vulgares idiotísmoí.
Carecía de formas literarias, y su lenguaje fa-
miliar era á veces tan divertido como sus ame-
nazas demagógicas que aquella bendita generfr*
cion no tomaba siempre en serio. Algunos le
llamaban el Ouzman (el gracioso) de las C6^
tes. Tuvo además el pobre D. Juom BofMfQ
Alptiente la desgracia de que en lo mejor de
sus triunfos parlamentarios le saliera un ene-
migo folletinista, que usando el nombre de
D. Pedro Tornillo Al-vado ^ le puso de hoja de
peregil.
— « Caballeros comuneros— dijo Alpuente con '
voz que no tenia nada de temerosa, — ó hay
confianza en los hombres del partido, ó no hay
confianza en los hombres del partido. Si hay
confianza en los hombres del partido, no se
planteen cuestiones prematuras. Si algo debe
hacerse se hará. No conviene precipitarse; no
¿'
EL G&A^'DE OBIENTE 235
ene comprometerse. Las cosas vendrán
is propios pasos. El partido es el partido,
que no crea que el partido es como debe
apere á ver en qué para el partido y se
ticerá. (RuTnores. Asentimiento general.)
nr consiguiente — ^prosiguió satisfecho del
de su exordio, — esperemos llenos de pa-
smO| y no hablemos por ahora de repn-
lismo. El partido es un partido que debe
preparado para empuñar el timón de
ve del Estado si se le llama con este
Mueatrus de regocijo.) Y se le llamará,
lanos caballeros, ¿pues quién lo duda? El
do Gobierno constitucional signe la mis-
)Batentada senda que el primero. £1 país
3 mismo hoy que ayer. El pueblo soporta
lamas cadenas; los tiranos no han cambia-
8 mandarines siguen, los peligros crecen,
hierno cree que vá á durar mucho, ¿pues
ha de creer? Pero yo quiero ver cómo se
mpone con las tramas de la Junta Apos-
en Galicia, con los guardias destituidos,
08 obispos rebeldes, con la conspiración
mesa, con la del Abuelo, con los tumul-
) Zamora, con el motin de Alcoy, donde
ido destrozadas todas las máquinas, con
o de la balija de Aragón, con los sucesos
Uadolid ¿Me parece que les cayó que
236 B. PÉREZ O ALDOS
hacer, eh? (Risas.) Yo pregunto, ¿cuáles el me-
dio de que se acaben los trastornos? Establecer
la libertad en toda su integridad. Esto es axio-
mático. Que los absolutistas vean una mano
terrible dispuesta á caerles encima en cuanto
chisten, y entonces se meterán bajo una silla, j
Y no me hablen á mí de conspiraciones denoA-
gógicas y republicanas. Aquí no hay nada de
eso, y si lo hay es amaño de los constitucinn»-
les masones para desacreditar á nuestro parti-
do. Ellos tienen el lema de dar palos y griia/r
wqvs nos pegan^i, lo cual ya no hace efecto por
que se vá descubriendo la picardía. (Oarcaja-
cías y bravos).
II Seamos prudentes, seamos cuerdos. Siga-
mos defendiendo nuestros sacrosantos princi-
pios hoy más libertad que ayer y mañana
más que hoy No nos arredremos, no vol-
vamos la cara atrás. Adelante, siempre adelan-
te. Pero vayamos con pié seguro. A su tiempo
se enseñarán los dientes. Pues qué, ¿creen que
si logramos empuñar el timón de la nave del
Estado (esta figura de la nave era la única que
se habia asimilado en su carrera parlamentaria
el orador comunero), vamos á estarnos mano
sobre mano, sin hacer nada, como el Gobierno
de la coletillaí Y ahora viene bien el repetir lo
que ya se dijo en 1511.
SL '^^üaM'E .EliVl? ¿37
¡Mirad que gobemacioa!
;S2r g:b=m&do« los burnos
por los qTie talas no son!
"No, señores, es preciso que no se pueda de-
cir de nosotros lo que de estos mandarines chi-
nos. No seguirá el tole tole de oprimir al pa-
triota j ensalzar al que no lo es. Se encomen-
darán los destinos de la Nación á los compro-
metidos por el sistema, no á los que no lo es-
tán. Se harán castigos ejemplares, se volverá
todo del revés para que los pillos bajen y los
patriotas suban. (Muy bien). No se dará el caso
de que de los veinte millones de hombres, su-
den y trabajen los diez y ocho y apenas puedan
llevar á la boca un pedazo de pan moreno, para
que los otros dos millones se a'oaniquen y vivan
rodeados de placeres. Entonces se permitirá
que eso que llaman los infames j)o^n¿2ac/io se
reúna donde le dé la gana y grite y diga todos
loa defectos del Ministerio. La suspirada liber-
tad será un hecho y no llevarán alharda más
que los que quieran llevarla (1). (GriundcA
aplauaos).
II En suma, señores, el partido declara por
mi conducto que no quiere ser vasallo; que
planteará el sistema en toda su pureza. Si para
(1) Casi todos loH párrafos de este discurso son
anténticos.
íáS-í It. FEKKZ GAMXIS
esto es preciso la violeneiay venga la violencia.
Si es preciso la guerra civil^ venga la guerra.
La Providencia salvará al partido. No olvidéis,
señores, que el Griador del Universo hendÁjo
también loa esfuerzos que hicieron Matatías y
sus hijos pa/iXL evadirse de la injusta dominen
cion del impío Antk»co Epifanía, Entretan-
to desechemos la idea de República. La Cons-
titución establece la Monarquía y nosotros res^
petamos al Rey constitucional. No se diga que
el partido ha sido el primero en alterar la au-
gusta ley. Dejémosles que ellos se caigan solos;
y si nos hicieren ascos y no quisieren nues-
tra ayuda para mantenerse derechos, ¿me eof
tiende usted? si prefieren apoyarse en la Santa
Alianza y en sus diplomáticos, enviados^ far-
santes, zascandiles, espías y soplones, en los
que fueron pajes de escoba del Rey Pepillo, en
los serviles españoles de todas clases y ropajes,
con bandas, cruces y calvarios, en los de mi-
tra, bonete é hisopo, en los seráficos, ang^cos,
en los tostadores y sus familiares, plumistas,
guardas, alfileres, corchetes y agarrantes, en
los que dicen el Rey mi arrio entonces nos
retiraremos, dejándoles que vayan á donde
quieran, pues como dicen en mi tierra, cvjot/ñ"
lo más se desvia el borrego mayor iopetaao
pega.
EL GRANDE ORIENTE 239
atronadoras exclamaciones de entusiasmo
ieron la frase final del discurso de Rome-
Ipuente^ orador, que como se ha visto, no
Bjado de tener herederos en la política es-
lía.
Jna voz que parecia cien voces, gritó:
-jViva Riego!
Contestó un alarido, y desde entonces el
orktnéM/mo debate se convirtió en un im-
uitíaboao aquelarre. Romero Alpuente se
y en su lugar el Sr. Regato se dispuso
(no hay otro verbo que pueda em-
propiamente) el resto de lo que no hay
que llamar sesión.
Jn orador pidió que se hiciesen mani-
ioioneB contra la Santa Alianza en la per-
. de sus plenipotenciarios, idea que fué acó-
< oon satisfactorio y general asentimiento
la Asamblea, y procedióse al nombra-
ito de una comisión' que se encargase de
bar las cuentas á los cristales de las casas
ie vivían los embajadores de Austria y
la* No se habia calmado la efervescencia
lada por este suceso cuando un joven de
1 porte tan correcto de trage como de estilo
irta aíeminado, pronunció un discurso de
gúmeno sobre el plan de Vinuesa y el es-
iiento que debia hacerse en la persona de
24(.) B. PKREZ GALDÓS
aquel malvado aborto del inJUmo, compela M^
de todos los (yi'íraenes. mi
Aseguró también que Yinnesa estaba oomh ^v
pirando dentro de la cárcel, y que 6Í so se po-
nía remedio en ello, imaginaria un. nuevo pltt
absolutista para matar la libertad. Acufló alinr
fante D. Carlos de complicidéul con el cora da
Tamajon, y afirmó que todo porrazo dado áTir
nuésa, seria poiTazo dado á la Corte. AniBflBr
tando en fogosidad á cada instan te> llegó áidi^
tener que el Gobierno se estaba portando Uéir
doramente en este negocio, y que á A-(fi
orador) le constaba que habia intehcionesdeab- ^
solver al de Tamajon y aun darle una mitrá/á
era menester. Aseguró que el pueblo no ifSH
consentir tal iniquidad, porque si la consenft
no era digno de la fama que habia adquiridos
Portugal, Ñapóles y el Piamonte, países (p^
nos hablan tomado por modelo, establedenda .
la libertad al mágico grito de n \vivan los di^
(dpulos de España! v
Al discurso- del joven, contestó otro jóv0a
de muy distinga figura, educación y modales,
(pues en aquella Asamblea habia locos de to-
das clases) diciendo que la culpa de aquellqla
tenian los masones, que dando á la Nación d
nombre de populacho y haciendo ¿1 bú oon la
anarquía, estaban poniendo las cosas como en
EL GRANDE ORIENTE 241
mpos ominosos. Hizo reir al auditorio,
ndo que bien pronto se prohibiría con
(e pecado mortal pronunciar el nombre
go; pero que él (el orador) estaba resuel-
chalar el último suspiro diciendo ¡Viva
en atención á que Riego habia enjw-
I llanto del ptteblo español. Esta figu-
oríginal como patética produjo mucho
lamo, con el cual, excitándose el espíritu
(dor, dijo que él sabia el modo de resol-
ftsunto de Vinuesa; que el pueblo, como
00 que era, podia hacer su real gana,
1 el Gobierno recibía dinero de la Santa
a para ir arreglando la cama al despo-
ja esto no se debia consentir,
zdando berzas con capachos, aseguró
habia entrado en la prisión de Vinuesa
bia visto escribiendo planes y más pia-
le coma mucho dinero absolutista para
I de la prisión y ponerle al frente de un
no despótico, y que el orador y Pelum-
1 salir una mañana de la taberna, hablan
na conversación sospechosa entre dos
•s. de la cual dedujeron que Vinuesa se
icaba constantemente con sus cómplices,
lyó diciendo que él (el orador) no se pa-
in barras, y que si los conspiradores vie-
)dia docena de cabezas clavadas en otras
16
V
f
242 B. PEBEZ GALDÓS
tantas pértigas junto á la Mariblanca dé
Puerta del SoV, doblarían la cerviz (única paí
bra pedantesca que se permitió el orador en
largo discurso) ante el pueblo re-soberano.
Después de este joven plebeyo, otro jóv
decente habló de los que clavaban constan
mente el puñal en las entrañas de la nm
patria, y anunció su resolución de ocupar
primer puesto el dia del peligro, sacrifican
su existencia al triunfo de la libertad. Fq
cual no digan dueñas á los masones, acusánd
les de afrancesados é impostores, pues mndic
dijo, profanaban el nombre de Eiego , toma
dolé en sus asquerosas bocas, siendo así qi
para pronunciar palabra tan angélica, ddA
enjuagarse un mQS antes con miel rosada* M
mó que Calatrava era un bajo adulador, VA
un traidor, Martínez de la Bosa un mándii
Cano Manuel un bobo, Toreno un pedaai
Arguelles un embustero. Después de mucho ¿
vagar, propuso á la Asamblea que se diese i
voto de gracias á D. José Manuel Regato p
lo bien que habia conducido todos los asunt
de la Comunería desde su origen. Begí
estuvo á punto de llorar de emoción, y pfi
demostrar de un modo incompleto bu agrade
miento, convidó á cenar á varios de los O)
granaditos. La sesión terminó alegremente t
EL GRANICE ORIENTE 243
re las alegres endechas del himno, que sona-
an bajo las bóvedas de la fortaleza:
£s en vano calumnie la envidia
al candillo que adora el ibero:
hasta el borde del hondo sepulcro
nuestro grito será: ¡viva Kiego!
El lector no será español si no recuerda al
lanto la música.
XX
En lo restante de la noche oíase por aque-
loB barrios el aullido de la Orden de Padilla,
ttdtapor las calles. El himno, el tairoUy cán-
bo que por aquellos dias habia sustituido al
aroz trágala, sonaba de calle en calle, como el
mqaido de vinoso trasnochador. Ibanse per-
iendo en el silencio de la noche, á medida que
» grupos desaparecían, entrando en las taber-
u, botillerías y cafés patrióticos. En uno de
itos se vio que á deshora penetraba el Sr. Be-
%to, acompañado de Pelumbres, Pujitos, dos
» los jóvenes que pronunciaron discursos aque-
a noche, Salvador Monsalud y otros. Cena-
»D alegremente, sin dejar de la boca los negó -
244 B. PÉREZ GALDÓS
cios políticos, y SUS proyectos eran ati'evid
y grand osos como las concepciones del géa
£1 Sr. Regato^ no solo pagó todo el gasto, si
que ofreció dinero á los más necesitados,
cuales no tuvieron escrúpulo en tomarlo patr
ticamente, por aquello de que tripas Ueii
pi^, que no pies tripas.
Si Salvador Monsalud no se separara an
de tiempo de tan escogida sociedad, pretesb
do una enfermedad que no tenia, hubiera vi
que el Sr. Regato, hombre opulentísimo ai
que nadie le conocia rentas, ni sueldo, ni
dustria, recompensó largamente á todos, di
doles lo necesario para la existencia y sosten
sus respectivas familias. Cuando esto paái
habíanse retirado también los dos oradores <
el gran Pujitos, y solo quedaban en compa
del generoso caballero comunero, Felumbie
herrero, D. Bruno, Clialeco, y otros pad
de la patria, de cuyas hazañas no puede tei
se idea sino presenciándolas, como las prefl
ciará el lector en lo restante de este libra.
Salvador Monsalud fué á su casa cerca
dia. Tenia la cabeza hecha. un volcan. Los (
cursos que habia oido, las caras de los ora
res, la fisonomía astuta de Regato, la candi
estúpida de algunos, el ramplón jacobinic
de Romero Alpuente, hervían dentro de e
EL G&A^^S OBIENTZ 245
de dormir, pero la Asamblea sin apar-
de sus excitados sentidos, continoaba
indo y gesticulando con sns cíen voces ron-
ms doscientas manos amenazadoras. Al
comprendió qne era producto infame de
[ez y de perversidad, la gárrula bastar-
A entendimiento, explotada por una di-
cia satánica. Comprendió que se habia
) entre hombres, la mitad tontos, la mi-
rooeSy pero que marchaban juntos á un fin
con alianza parecida á la del asno y el
n más de una fábula. Del esfuerzo que
baba hacer su espíritu para descender al
son tales gentes no hay que hablar, por-
oomprenderá fácilmente,
ibia avanzado la mañana, sin que el no-
¡o de Padilla hubiera podido conciliar el
cuando entró Campos lleno de zozobra
Máon.
lato ya pasa de broma — le dijo. — La niña
•ece. Hemos estado en el Retiro, y no
L el sitio que me indicaste. Valiente bro-
ttos está dando la tonta ¡Por los cla-
Cristo! si no diera la casucalidad de que
i de los Godos está fuera de Madrid, no
o podríamos ocultarle que su novia se ha
do de mi casa anteayer, y á estas horas
lOmos dónde e^tá.
246 B. FEBEZ GALDÓ8
— En la carta que enseñé á usted me decU
que no pensaba volver á su casa. ^
— Temo cualquiera necedad Salyac|pr,
estoy muy inquieto — dijo Campos pediendo ]
aquella serenidad que indicaba en él un gran
contento de la vida. — Sin duda esa loqa esÜ
vagando por Madrid^ y te busca de casa en |
casa^ de café en café, como una perdida. ¡Qué j
deshonra! I
— Creo lo mismo. ?ero esto tilene que eonj^
cluir.
— ¿Esl^uvo ayer aquí? ¡
— Dos ó tres veces. Como no ipq Ijft ep-Cjon- j
trado en ninguna parte presumo que vplyei;|i.r
Si vuelve, Sr. Campos, ofrezco riEjmitírs^, á
usted sin pérdida de tiempo.
— Es que debes hacerlo — dijo Cicerof^ coa
energía. — Es que si no lo haces, faltas á li^.ap-
lemne palabra que me diste, y entouQtfr
amiguito, no hay nada de lo dicho. Ya tango
en mi casa tu nombramiento parfi la cárcel de
la Corona; pero como yo no recqja hoy núsr
mo esa oveja descarriada, creeré que me estás
engañando, creeré qiie estás de acuerdo con
ella, que la escondes en alguna parte, y
El plácido semblante de Campos se eArpjct:
ció todo por la congestión que determinf^ta
la ira. . .
i
M
.-Xf
EL GEaSTí 02IZ>TZ
— ^Mi determinación e* irrevo«:aGle— oonce
bS el joven. — Supongo .:asi estov segrcrj
de que volverá hoy. Avi^Aré a Lúcsls p&ra ^^ue
la deje subir.
—¿Convendrá traer acá ¿«^s indivídnos de
la policía y un coche -¿iie debe esperar en la ca-
lle de Bordadores': Coi^jz^yj á Andrea y se que
no cederá por buenas.
— ^Nada de eso me corresponde á mí. Uited
puede emplear los medios que quiera para lie-
vánela. To no tengo que hacer sino poner fina
ma correrías y convencerla de que por más que
mebaaque, no me encontrará en nin^na {>ar:e.
— ^Te comprendo — dijo Campos con viveza
y señales de contento. — Tomare mis medidas.
No me moveré en todo el dia de la tienda de
Bequejo, y Sarmiento y yo nos pondremos de
■cnerdo para que si la oveja viene á este apris-
eo no se nos escape.
Después de est;e diálogo, que se prolongó
un poco más, aunque sin ofrecer en el resto de
A nada digno de contarse, Campos se retiró.
Momuilud, contra su costumbre, hizo propósito
de permanecer en su casa todo el dia. Sin ha-
cer nada en ella, tenia la agitación y la movi-
lidad exaltada de quien trao entre manos una
ocupación grave. Iba y venia de una pieza á
otra; haría í mi madre y á su hermana pregun-
.1
213 B. PERBZ GALDüS
tas que ninguna de ellas entendia; se asomabft
al balcón; hacia subir á D. Patricio para darle
órdenes; censuraba á veces que la casa no estu-
viese mejor dispuesta, y reprendía luego á las
doi^ mujeres porque se agitaban para arreglar
las habitaciones.
Cerca del medio dia se retiró á su cuarto.
Sólita entró en él. Llevaba un pañuelo atado
alrededor de la cabeza para resguardarse éá
sutil polvo que zorros y escobas levantaban, J
cubría su cuerpo con una falda bastante anti-
gua, pieza de desecho cuyas funciones se con-
cretaban á los días de limpieza. La figura de la
joven no era con tal atavio un modelo de eto-
gancia.
— Hermana, estás que no se te puede mirar,
— dijo Salvador observándola con cierta pena*
— Es preciso que te pongas guapa.
— ¿Yo?. . . . ¿Cuándo? — repuso la joven con 1»
mayor turbación. — ¿Y á qué vienen ahora esas
guapezas?
— Me gustarla verte hoy arregladita y linda,
como tú sabes ponerte cuando quieres. No es
esto decir que me disguste verte así. Acá parft
entre los dos, siempre estás bien; pero
— ¿Vamos á algún baile?— preguntó Sola con
malicia.
— N'o vamoF» á ningrim baile — dijo Salvadoif
.1
EL GRANDE ORIENTE 249
eon la torpeza que acompaña á las ideas de di-
ficil explicación; — pero quisiera verte hoy como
realmente eres; quisiera que cuantos entraran
aquí te admirasen y reconocieran en ti
— ^Tú te burlas de mí — dijo Sólita llena de
rubor. — Yo siempre estaré mal.
— ¡Oh! te equivocas — manifestó Salvador con
oni tono que antes era de benevolencia que de
convicción. — Vamos, también querrás sostener
que no eres guapa? Más de cuatro quisieran
— ^No sé por qué me dices esas tonterías.
— ^Mira, hermana, te agradeceré mucho que
te pongas tu mejor vestido, que te arregles
Uan; pero muy bien.
— Ya sabes que estando mi padre en la car-
oál no puedo ir á paseo ni al teatro.
. — Si no pretendo llevarte á ninguna parte —
dgo Salvador con impaciencia. — En fin, ¿te
compones ó no?
— Me compondré.
—Hazme ese gusto, hermana. Así no estás
bien, y tú vales mucho. Yo quiero que se vea
que tengo una hermana simpática, bonita
¡me entiendes?
— Como si hablaras en griego.
—Pues vístete: ponte tu mejor vestido, ya
sabes. Figúrate por un momento que soy tu
novio.' Vaya, ^.no tendrías interés en agradar á
250 B. FEREZ OALDÓS
tu novio; no tendrías interés en que* él te en-
contrara siempre linda?
— Si dijera que no, seria una melindroaar-
respondió Soledad fingiendo que ponia en or-
den las sillas para que, vuelto el rostro, no
se le conociera la emoción que experimentaba.
— Pero como no eres mi novio ni lo serás
. — ¿Te vistes, sí ó no?
— AJ momento, hombre^ al momento.
Voló ñiera. del cuarto. Algún tiempo des-
pués r^g^resaba vestida y ataviada con lo mejor
que tenia.
— jOh! ¡qué bien!— dijo Salvador con since-
ra admiración. — Hermosa prenda se vá á lle-
var ese bruto de Anatolio! Hermanita^ estás
preciosísima: te lo digo sinceramente.
£1 rostro de Soledad se encendió más, y
vióse en aquel puro cielo de modestia una chis-
pa de vanidad que lo iluminó momentáneer
mente. Salvador no mentía, porque de may
distintas maneras está preciosa una mujer. En
las incorrectas facciones de la hija del absolu-
tista, en su descolorido semblante que á intá^
valos se inflamaba^ en sus ojos donde jugue-
teaba el alma escondiéndose en la penumbra
del pudor ó mostrándose en la claridad del car
riño, había lo bastante para turbar la paz de
cualquiera.
•^
EL GRANDE ORIENTE 251
— Siéntate á mí lado — le dijo Salvador; —
parece que estás asustada.
— Yo?.... no.
— ^Dame acá esa mano. Tienes las manos más
bonitas que he visto. ¿Por qué las tienes tan
frías y temblorosas?
— ^Es que las tuyas echan fuego y cuajóte to-
can lo encuentran helado.
— ^Áhora te has puesto como el papel
¡qué palidez! Pues mira así descoloridita
€8 como estás mejor. En tu cara se ye t^,alma
bondadosa. Me consuela i^ucho verte á mi
lido. Necesita uno personas así, que le comr
pidezcan mucho^ que le tengan lástima^ que le
mimen.
— ^Y por qué te he de compadecer, si tienes
V)do lo que deseas; si estás como nadie? Yo si
^e ipy digna de lástima*
— ^Pero tá tendrás á tu padr^, y yo japoás,
junas recobraré lo que he perdido.
Ambos callaron, inclinando (;a(da. cua^ su
ci^b^ cargada de pesos enormes.
— "il^ parece que siento ruido — dijo Soli-
U^ vivi^mente. — Bueno será prevenir á Rosa,
para que si llega esa mujer que ayer estuvo
tres veces y que tanto te ^molesta, no la deje
entrar.
. — No; ya he advertido á Rosa que la deje
252 B. PEEEZ GALDÓS
pasar — dijo Salvador con turbación. — Quizás
no venga más.
El ruido cesó y la casa continuaba en éí-
lencio.
— Me alegro de que mi madre haya salido
hoy — indicó Salvador.
— Me parece que está ahí — ^repuso Sólita
poniendo atención. — Siento pasos en la es-
calera*
— ^No; no es mi madre — indicó Monsalud ]
con ansiedad vivísima.
— ^Los pasos son precipitados...... Se oje
una voz de mujer..... jVoy á •ver?
— ^No; estáte aquí, y no te muevas de mi
lado.
Callaron los dos. Sólita miró á su hermi-
no como asombrada. Salvador clavaba sai
ojos en la puerta , donde no habia nada tod»-
via; pero de antemano su alma llena de ansie-
dad observaba lo que habia de venir.
Andrea apareció en la puerta. Estaba des-
figurada por enfermiza palidez; sus ojos mira-'
ban todo con febril extravio, y el desmelenado
cabello así como el vestido en desorden indi-
caban largas horas de insomnio^ de lucha y de
amargura.
Su primer movimiento íué un impulso po-
deroso hacia el hombre que buscaba y que ha-
EL GRANDE OBIEXTE 2¿d
encontrado. Vióse en su semblante la con-
tracción que acompaña á un repentino desbor-
damiento de lágrimas. Pero dio tres pasos, y
viendo que él no estaba solo se detuvo. ¡Qué
choque de ideas en aquella cabeza! £1 impulso,
él tierno avance expansivo hablan encontrado
.an obstáculo, un muro frió, y contra éste la
exaltada mujer se estrellaba palpitando y llena
.de congoja. Sus ojo3 atónitos, em*ojecidos por
Ü llanto, preguntaban sin pestañear: «¿qué chi-
quilla es esta?M
Salvador se levantó. Estaba lívido.
— ^Tengo que hablarte — balbució Andrea,
viendo que daba un paso hacia ella.
Después dirigió á Soledad miradas recelo-
IftB é impacientes, como diciendo: — «¿qué hace
iqní esta mujer extraña? Que se vaya. «
— Es un error — dijo Salvador.— Usted no
tiene nada que decirme, y se ha equivocado sin
duda. Yo no sé quién es usted.
—¿No sabes quién soy?.... Yo te lo diré —
exclamó Andi*ea, cruzando las manos. — ¡Que
ae marche esa mujer!
Con imperioso gesto señaló la puerta.
Soledad, tan aterrada como curiosa^ pero
tamisa siempre, se levantó. Salvador le dijo
severamente:
—Quédate.
254 B. PÉREZ GALDÓS
— ¡Conque es decir !.. .^— gritó -Andrea ooñ
espantosa alteración de voz y de semblante.
— Que usted es quien no está en su edtio utpí
y debe retirarse, — respondió el joven. — 1^
duda ha padecido una equivocación.
— {Perverso!.... ¿dices eso de veras?
Andrea, al decir estas palabras, que éaüaíl
de su pecho como bramidos, adelantó con los
brazos abiertos hada su amante. Los bnuns
tropezaron con dos manos de acero que los re-
torcieron, rechazando el hermoso cuerpo á que
pertenecían.
— ¡Oh, qué vil soy! . . . . — ^gritó la indiana Or \
yendo al suelo de rodillas. — ¡Rebajarme así!....
— ¡Rebajarse así una marquesa! . . . . — murmi-
ró Salvador con sorda voz. — Señora, sentiré nOh
choque se ponga usted mala. {Quiere usted qii6
se mande traer un coche para llevarla á sa
casa?
Andrea se levantó de un salto. La mirada
que arrojó & su amante, como una saeta furi-
bunda, turbó tanto á Monsalud que este én bre-
ve rato no supo qué decir.
— Yo creí que eras un caballero— -dijo la
americana.
Se le conocía que estaba haciendo esfuer-
zos terribles para conservar una actitud digna.
Los impulsos naturales la incitaban & gritar, &
i
•f. * •-"- —■
EL G&ANDE OBIENTE 255
arrancarse el cabello, á cojer entre las manos
á aquel hombre, como se coje un abanico, un
juguete cualquiera, y destrozarle haciéndole
pegueñitoB pedazos.
Monsalud se dirigió- hacia la puerta. Sud
ojos y su gesto decian: — Vayase usted.
— ¡Pero si tú me oyeras! . . . . — murmuró An-
drea, pasando súbitamente de la ira á Uhk kflic-
dum profunda.
— ^Yo no puedo oir á quien no conozco — ^re-
posa el hombre volviendo el rostro.
— ¿No me conoce usted? — gritó Andrea con
voz semejante á un rugido.
Paréela que se alzaba sobre las puntas de
loB pies. La mujer crecia. Sus brazos tiesos há-
cfai atrás; sus puños cerrados; sus labios desco-
loridos que temblaban; su fina nariz, que con
Éerviosas contracciones también expresaba la
pasión desbordada; los músculos de su hermoso
oaéllo, tirantes; sus ojos, que amenazaban en-
tre llamaradas de despecho; el golpe violento
de BU pié en el suelo, como buscando apoyo
para levantarse más todos estos accidentes
hubieran puesto miedo en el corazón más acos-
tumbrado á tales embates.
— ¿So me conoce usted? — repitió.
— ^No— repuso Monsalud.
— ¿No me conoció usted?
256 B. PEBEZ OALDÓB
— Tal vez, pero ya no me acuerdo.
— Pues me conocerá usted — dijo Andrea oon
sofocada voz.
Dio algunos pasos fuera de la habitaeiol^
pero de súbito, con brusco movimiento se vol-
vió y entró resueltamente. Detúvose; miró i
Sólita. Hubo un momento de esos en que se va
inminente é inevitable el peligro de un choqu
material, aun contando con la reoonodda dig*
nidad de las personas. C!on la voz más aspen»
más impertinente, más insplente y pzooH
que puede imaginarse, Andrea hizo esta pre-
gunta:
— ¿Y tú quién eres?
Sólita se quedó muerta de espanto. Su ps»^ '
pia turbación le impidió correr hacia su hermi-
no y abrazarse á él buscando un refugio.
— Eso no se pregunta á los que están en sq
casa, sino á los que vienen de fuera.
Al oir esto Sólita se reanimó. En aquel
momento pensaba una cosa. Pensaba que sieQa
fuera mujer valerosa, echarla á escobazos deU
casa á aquella insolente dama.
— I Oh, qué vil soy! — repitió Andrea cor-
riendo otra vez hacia la puerta. — ¡Bebajanne
así....!
Apartando el rostro para no ver el de sa
amante, salió precipitada y atropellándoseí de
EL GRA3a)E 0BIE5TE 25!
la casa. Habiéndosele unido sa criada en la es-
oderay ambas bajaron.
Salvador se dejó caer en nna silla, y apre-
Indo la cabeza entre las manos, se clavaba las
Bfiasen el cráneo.
—¡Oh! ¡Diosmio! ;qué infeliz soy!.... Sola,
Bda, {has visto?.... ¡Maldito sea yo mil veces!
(ibldito sea el dia en que nací!
—Pero esa mujer, — ^balbució la muchacha
ÉBendo de su estupefacción, -~es un demo-
lió Comprendo que te cause tanto fu-
ror
— ¡No es demonio, es un ángel; y nó me
Biua furor, si no que la adoro!.... ¿So la vis-
bit ¿Has visto mujer más hermosa?
—Tú
— ¡La adoro, me muero por ella! .... Pero tú
iw una tonta y no puedes comprender esto.
Ma, hermana mia, lloro porque no pue-
b ten compasión, ten lástima, mucha lás-
jmademí.
Bolita tuvo tanta lástima que se echó á
lorar.
17
258 B. PÉREZ GALDÓS
XXI
Es la calle de la Cabeza una de las más
tristes de Madrid. Compónese toda ella de car
saa viejas y feas, entre las cuales descuellanli
enorme fachada meridional de la del marqués
de Perales, y otra que tiene grabada sobre Ift
puerta esta inscripción: Aparta, Señor, efe fírf
lo que me apa/i^tó de ti. Contrastando eon Itf
vías cercanas, aquella no tiene tiendas, y 1»
mayor parte de las puertas están cerradas, i
excepción de las cocheras y cuadras que por aOl j\
mucho abundan. Hacia el Ave María la calle
se eleva, como si quisiera subir á los balcoQBi
de las casas. Hacia la Comadre se hunde , bas-
cando los sótanos. Algunas acacias, que. ae
asoman por encima de altas tapias junto á San
Pedro Mártir están mirando con tristeza al es-
caso número de transeúntes. Se oyen tanpocoi
ruidos allí que la calle no parece estar en Ma-
drid y á dos pasos del Lavapi^. Toda ella tie-
ne un aspecto sombrío, un tinte lúgubre, una
mala sombra que no se puede definir, una
atmósfera que abruma, un silencio que hiela.
EL GUAXDE OEIENTE 259
liles, como las personas, tienen cara, y
esta es antipática y annnc'a siniestros
dos, una fuerza instintiva nos aleja de
ilgarmente se cree que en la calle de la
a no ha pasado nunca nada digno de
rse. Por el contrario, es una calle trági-
lizáfl la más trágica de Madrid. La tradi-
[ue le dá nombre y que no carece de m^
1 lo que tiene de fantasía, es como sigue:
por aquellos barrios un cura mediana-
I rico. Su criado, por robarle, le asesinó,
idole ferozmente la cabeza, y con todo el
> que pudo encontrar huyó á Portugal,
á posible descubrir al autor del crimen, y
ado el clérigo, bien pronto su desastroso
edó olvidado. Pero el asesino, después de
le dado muy buena vida en Portugal du-
muchos años, volvió á Madrid hecho un
ero, aunque no tanto que olvidase su pri-
i condición de criado. Solia ir él mismo
tro todas las mañanas á hacer su compra,
lia adquirió una cabeza de carnero. Lie-
i bajo la capa, y como chorreara mucha
) que iba dejando rastro en el suelo, fué
ido por un alguacil que le mandó mos-
í que oculto llevaba. ¡Horrible espectácu-
l echar á un lado el embozo, el criado
260 B. PÉREZ OALDÓ8
alargó en la derecha mano la cabeza del sacer-
dote á quien diera muerte.
[Milagro, milagro! Este fué el grito gene-
ral. Confesó todo el asesino y le llevaron á 1a
horca, acompañado de la cabeza de sacerdote
que habia sido de carnero, y cuya vista horro-
rizaba y edificaba juntamente al pueblo. Mu-
rió, según dicen, con grandísima devoción y
arrepentimiento, y hasta que no entregó sa
alma á Dios , no recobró la testa del cura sa
primitiva forma carneril. Felipe III, que á 1a
sazón nos gobernaba , mandó labrar en piedn
una cabeza que se puso en la casa del crimen
para memoria de aquel estupendo suceso.
En este siglo la calle de la Cabeza presen-
ció muy de cerca el horrible asesinato del ma^
qués de Perales el 1 .** de Diciembre de 1808 (1).
Cuando las revueltas políticas del 14 vio en-
carcelar á los diputados y ministros, y aquél
silencio tétrico fué turbado en más de un*
ocasión por los rugidos de la plebe furiosa y
embriagada. Nuestra narración nos lleva ahora
á la citada calle y á uno de sus edificios más
antipáticos y más feos, la cárcel eclesiástica ó
de la Corona, que estaba en la esquina de 1a
calle Real de Lavapiáa, y que todavía exifl^
(1) Véase Napoleón en Ghamartin.
EL GRANDE ORIENTE 261
ie^ aunque destinada á cuadras 6 cocheras.
Un portalón daba entrada al patio, que
no ha sufrido variaciones esenciales y tenia
en dos de sus lados columnas de piedra para
sostener la crugia alta. Las prisiones estaban
' en el piso bajo y en los sótanos, y consistían
-4.' m. inmundos calabozos, algunos con rejas á la
\ calle. Dos puertecillas abiertas á un lado y
otro del zaguán indicaban el cuerpo de guar-
K día y las habitaciones de algunos empleados
t de la cárcel. Todas y cada una de las partes del
& edificio, dentro y fuera, arriba y abajo, ofrecían
'^ repugnante aspecto de incuria, descuido y de-
I gradación.
F. La ignominia de la cárcel empezaba desde
la puerta. En la esquina del edificio se veian
"Buütitud de inscripciones terroríficas é inde-
dentes. A conveniente altura, una de esas ma-
DOB de artista que tanto abundan en España,
habia pintado una horca de la cual pendia un
cora, y debajo se leia Tcumajon. En la misma
puerta otro artista habia trazado una especie
de cuadro de ánimas donde varios curas reci-
bían tizonazos de los demonios, y más lejos
varios milicianos nacionales, caracterizados en
la pintum tan solo por el morrión, asaban un
cerdo que llevaba el nombre de Vinucm.
En el portal repetíanse las horcas y además
262 B. PÉREZ GALDÓ8
otra pintura ingeniosa. Un grotesco y ventru-
do muñeco, que tenia en la panza el consabido
letrero, abria la boca. Como si esta ñiera la de
un horno, varios milicianos ó figurillas de
morrioncete metian por ella con sendas paÜAB
un objeto en que se leia Co^istitucion, Por de-
bajo una escritura infernal rezaba el Trágala^
jpei^o, tú servilón. \
Yinuesa estaba en un calabozo del piso bajo, -i
En la puerta negra habian trazado con tía j
la horca y el ahorcado, repetidas formulilluí, ]
como Muera el traidor, y una cuarteta que i
decia:
¡Considera alma piadosa
en esta nona estación
el árbol de que colgaron
al cura de Tamajon!
Dentro del calabozo no reinaba oscuridad
profunda. Veíase al infeliz reo arrojado en el
suelo sobre un jergón inmundo. Era un hom-
bre viejo, aunque entero, de cuerpo pequeño y
que debió ser fornido; pero la larga prisión ha-
bíale estenuado considerablemente. Su pdo
entrecano; su barba blanca, muy crecida por
no haberse afeitado durante el encierro; su
rostro en que se pintaban resignación y
amargura, dábanle aspecto venerable que sin
\
BL GKANDE ORIENTE 263
dada no tenia cuando andaba Buelto por la
í^ Tilla, ó haciendo planes en su casa de la in-
l mediata calle de San Pedro Mártir. Yestia so-
f-' tana suelta, raida y llena de girones^ y un
F gorro negro de punto, calado hasta más abajo
L d5 las orejas, le cubría la cabeza. Cuando no
p estaba echado sobre el miserable jergón, se po-
nía á pasear de un ángulo á otro ó se sentaba
la única silla, apoyando los brazos sobre
mesa negra, y la cabeza en los brazos para
dormir un poco. En la mesa negra estaba pin-
tada también con tiza la horca y un diablillo
." qne tiraba de los pies al ahorcado. En las pare-
des se leian varias estrofas de las más indecen-
i tes del Lairon. Pero al desgraciado preso no le
f. mortificaba tanto leerlas como oirías, y este
¿'•msaprincipaltormento.
f i Todos los chulillos que pasaban de vuelta
, paca el Lavapiés á la madrugada; todos los
'. rondadores guitarristas que iban á recorrer las
calles; todos los grupos de vagos que regresa-
ban de los clubs ó de las logias; todos los pa-
triotas que sallan de las tabernas á hora avan-
aada, y los chiquillos al salir de la escuela por
las tardes 6 al ausentarse de ella para ir de
huelga ó pedrea al Mundo-Nuevo, hacian escala
al pió de la reja del calabozo de Vinuesa; así es
que éste oia constantemente durante diez y
264 B. PEBEZ OALDÓa
ocho horas de las veinticuatro del dia, los ftt ,
mosos versos:
Dicen que vienen loa rosos
por las ventas de Alcorcen.
ZairoTiy lairon,
Y los rusos que venian
eran seras de carbón.
Zairoriy lairon»
Estas eran las estrofas comunes; pueslis
picarescas é indecentes en que se atribulan al
cura de Tamajon las mayores atrocidades y ^
desvergüenzas^ no pueden copiaa*se. El popor
lacho veia en Yinuesa un galanteador de iimh-
chachas, corruptor de doncellas, tercero, ma&r
cobista y cuanto abominable y ruin puede inn^ \
ginarse. Nada de esto es verdad. Su únifl^ \
delito habia sido el plan que conocemos; peíoH
hubiera faltado á las leyes morales oon pe^ -
versidad é incidencia, habría purgado sus col-
pas con el infierno expiatorio que tenia enU
prisión. Era este un lúgubre ventanillo cnir
drado y pequeño, con una cruz de hieixo 6ii
el vano. Por aUí entraba la voz terrible dd
populacho cantando infames coplas, amenazan-
do é insultando sin cesar al pobre reo. YinueBft
aborrecía aquel agujero por donde le entrabft
la luz y la ira de la Nación vengativa; y por
verle tapado, aunque le dejase á oscuras^ die-
'•:¿^
EL GfiANDE ORIENTE 265
restante de su vida y la esperanza de
Ik Sí lograba conciliar el sueño, no de-
ver aquel boquete horrible, que en su
febril se representaba como el ojo y la
e la inmunda canalla, que sin cesar le
a y le escupía.
de la Cuadra estaba encerrado en un
de otra crugía, y no gozaba de la pre-
cia de vistas á la calle. En su encierro
bastante claridad, y tenia mejores
s que Vinuesa, entre ellos una cama
), También su puerta se ornaba con
ñones; pero en lo interior no las ha-
>rtificábanle piincipalmente los gritos,
y disputas de los milicianos nació-
lue tenían su cuerpo de guardia en el
t y que alborotaban en el patio más de
eniente.
tante después del encierro sintióse ata-
3 dolores en las articulaciones de las
, y no dudó que su reumatismo consti-
1 le iba á hacer una nueva visita. Guar-
an resignándose al suplicio de sus dolo-
paciencia cristiana, y tuvo varias al-
iras de alivio ó recrudescencia. A falta
lios médicos, disfrutó de los cuidados
^labozero algo piadoso, que por haber
lo del mismo mal, no solo poseia recetas
268 B. PÉREZ GALDÓS
y cierta ciencia práctica^ sino también una ca-
ritativa compasión hacia todos los reumáticofi*
De esta manera trascurrieron muchos días*
Lo que más hondamente perturbaba la natunr
leza moral y física del ex-oidor era la inconui-
nicacion y con ésta la negra tristes» en que
vivia, si aquello era vivir. Solo, febril, con-
templando perpetuamente su situación, midieDr
do sin cesar la considerable distancia que le
separaba de su hija, pasaba las largas hoiM
del encierro, y veia la lenta serie de noches y
dias, marchando como las ruedas de una loir
quina de tormento. A ratos oraba, á ratos do^
ramaba amargas lágrimas; por breves momtt-
tos recibía consuelo de su propia imaginacioii
representándose la libertad y la paz de su cafl^'
pero estas bellas sombras pasaban pronto, jA
calabozo le ponia delante sus cuatro paredei
inalterables. Conocido el estado de su ánimO)
lleno de amargura, se comprenderá cuáles se-
rian su asombro y emoción al ver que un di*
se abrió la puerta del calabozo, que entró un
hombre, y que en aquel hombre reconoció, des-
pués de congojosas dudas, la persona autáor
tica de Salvador Monsalud.
Éste corrió á abrazarle y Gil de la Cuadra
se desmayó de alegría.
— jMi hija, mi hija!.... — murmuró cuando
-•f
EL GRANDE ORIENTE 267
noobtába el uso de la palabra. — ¿Ha muerto?
—Animo, Sr. Gil — gritó Monsalud. — Pron-
to verá usted á su hija, que está buena como
imnca, y muy contenta por saber que pronto
Mará usted libre.
—¡Yo libre! — exclamó el anciano abrazan-
do á bu amigo.
— Todavia no; pero pronto será.
— jY Anatolio?
—No ha venido aún.
Siguió haciendo preguntas, menudeándo-
hu con tanta prisa que casi no daba tiempo á
k contestación, y al fin se ocupó de su causa
¡vehabia dejado para lo último. Monsalud en
bwves términos le explicó, si no todo, gran
fttto de lo que habia hecho, así como las cir-
ionstancias de su presencia en la cárcel y el
lestino que desempeñaba.
—Tengo la seguridad — dijo, — de que conse-
joaxé un objeto en el cual he empleado tan-
a actividad, tanta fuerza, tanta paciencia. La
aafcidad de la obra emprendida, que es el
omplimiento de una de las primeras leyes
ristianas, me hace creer que esta vez, como
tra8, mi trabajo no será estéril. He sufrido
ontrariedades, amigo mió, contrariedades gra-
; pero al mismo tiempo he empezado á co-
268 B. PÉREZ OALDÓS
nocer uno de los mayores goces que puede sen-
tir el hombre y que hasta ahora
— No había usted conocido.
— ^Al menos en tan alto grado.
— El goce incomparable de hacer bien á un
semejante — dijo Cuadra con voz balbuciente ,
por la emoción. i
— Ese , sí, y el de poder dar forma al agnh \
decimiento expresándolo en hechos. \
— jOh! sí, también eso es un goce inaudito, j
— Y tranquilizar la conciencia.
— Es verdad.
— Porque el recuerdo de las grandes feltaa—
añadió Monsalud, — no se atenúa sino con b -
práctica constante de buenas acciones.
— También, también.
— ^Todo me anuncia que esta vez mi afimno
tendrá, como otras veces, un éxito desdichado.
El corazón mió, que es la desconfianza misniA»
me está diciendo ahora: utriunfieimos, triunb-
mos de seguro. 'i Será usted libre, amigo miO;
y lo será pronto. Solo le recomiendo á usted
un poco de paciencia. Consuélese usted con sar
ber que me tiene muy cerca, y que estoy dis-
curriendo los medios de rematar nuestra ob»»
Gil do la Cuadra, arrojándose en brazos de
su protector, lloró como un niño.
EL GBANDE ORIENTE 269
Mientras esto ocurría, todo Madríd se alar-
iba con una estupenda noticia. Por todos los
nicsy por todos los clubs, por todos los
renlos corría una noticia, que muchos supo-
in increíble, por lo disparatada, y otros acep-
ban con resignación como una nueva prueba
I los desaciertos y traiciones del Ministerío.
i fiscal de la causa formada contra Vinuesa
> pedia para ^te más que diez años de presi-
0. El pueblo irritado, á quien hablan hecho
wr que la muerte del arcediano no era bas-
óte castigo para las culpas de éste^ vio en
I diez años de presidio una pena tan suave,
la más que pena le parecía recompensa. De
I demás conspiradores absolutistas nada se
óa aún; mas era probable que recibirían en
go de sus infamias algunos años de encierro,
decir, confites.
No es preciso indicar que en todo Madríd
principalmente en los barríos bajos era un
'Uigelio la opinión de que hoibia corrido
^ho dinero para absolver á los malhechores,
los más listos decian:
270 B. PÉREZ Caldos
— ¿Pues qué? el Bey no podía dejar perecer
á sus amigos.
En esto se equivocaban, porque Femando
se distinguía de todos los maleados por un \
funesto sistema de abandonar cobardemente i ;
cuantos le habían servido, j aun gozarse de nñ -
modo incalificable en la desgracia de elloi, como ^
lo prueban, entre otras muchas cosas, las oék- ■
bres palabras que pronunció ante los guardiu
fugitivos y vencidos el 7 de Julio. La verdade-
ra causa de la lenidad relativa del fiscal y wÍB
tarde del juez, fué que el Ministerio y los mir :
sones habian llegado á comprender cuan bar- '
bara y soez era la excitación vengativa del po^
pulacho, á pesar de haberla excitado ellos mdh ;
mos en Febrero y Marzo, y quisieron veoSs j
homenaje á la humanidad y la justicia, en- «
tando un sacrificio inútil. Hemos llamado .le-
nidad á la pena anunciada, porque con respec-
to al furioso ardor de la canalla lo parecía;
pero en rigor de justicia era una atrocidad, que
solo tiene disculpa en las infames tranaaocionfli
á que obligan los yerros políticos.
En los comuneros la noticia fué chispa ar-
rojada á la mina. La fortaleza reventó y una
explosión de salvajismo, de barbarie, de odio y
necedad atronó la Plaza de a/rmaa. Los homar
dos y los inocentes, que no eran los menos bajo
EL GRANDE ORIENTE 271
bandarte de Padilla^ hacían coro á los mal-
•8, por la solidaridad que entre todos rei-
». Eran los primeros envueltos en el torbe-
, y sin saberlo, estaban tan locos como los
Cb; mejor dicho, los honrados y los inocen-
ran los verdaderos locos, porque los per-
M conservaban bajo la borrachera de ven-
ft BU nefanda razón. Pero en realidad la
¿a de la blandura del juez, más les alegra-
ae les añigia. Servíales de protesto para
ir eoa ejercicio su ideal de barbaridades,
pellos y desafueros, y de admirable tema
gritar contra el Gobierno, llenándole de
y escarnio. Acogieron, pues, el suceso
d firenesi del beodo á quien dan aguardien-
' se hartaron de furia, de exaltación poli-
poniéndose como demonios en la se^on
celebraron la noche de la noticia.
tornero Alpuente, á quien respetaban, no
» presidir la sesión, porque le fué imposi-
lofbcar el tumulto. Begato emitía con su
bual tono de importancia las opiniones más
cundas. Megía sudaba gritando, y con el
o encendido, gesticulaba sin poder conse-
qnele oyeran. Pelumbres daba golpes en
GU1C08 con un bastón semejante á la clava
lárcules. D. Patricio, renunciando á ser
por toda la Asamblea, pronunciaba, ora
272 B, PÉREZ GALDÓS
frases áticas, ora apostrofes demostenianos en
un pequeño grupo que se formó á su lado. En i
suma, la Plaza de Armas, más que gnamiaoii i
regular, parecía un ejército indisciplinado, tm "^
manicomio insurrecto, ó un infierno en que fii&- ,
se ley la libertad individual para hacer dift- ";
bluras. Cada cual pedia una cosa distinta, y tf ^
incomprensible que no se rompieran la caben
unos á otros, único medio y fórmula de ctíoár
liar todas las opiniones.
Era que comunmente la Asamblea en pleno
no resolvía nunca nada, siendo más bien d(X»"'
trinales, digámoslo así, sus sesiones, que qe*
cutivas. La alta dirección de la ComwrwHafB'
taba como la de los masones, en un peqtuA
consejo, en cuyo seno ha llegado la hora dv
que nos introduzcamos osadamente. Hemos p>^ .
sentado en otro libro la camarilla de Palacio (!)•
Tócales ahora su vez á las camarillas popalflr 4
res, poderes igualmente misteriosos y pOTbff"
badores^ y la dificultad de nuestro trabajo Wr
menta, porque las camarillas eran dos: la ^
populacho ó de los exaltados, y la de los oflWí"
titucionales ó moderados. Procedamos co»
método.
Cbmarííía del populacho. — No tenia locil
(1) Véanse las Memorias de un CoHeHmódeW^*
. <f
BL GfiANDK OKIBJNXJS 273
yo. Reuníase algunas veces en un departamen-
¡o reservado del café de Lorencini; otras en el
Husmo local de la Asamblea, ó en casa de Re-
pto. La reunión de ella que nosotros vamos á
imenciar, no fué celebrada en ninguno de es-
ios parajes, sino en una taberna de la calle de
]i Estrella. De los veinte diputados comuneros
{|a, asistió ninguno; de los periodistas, solo Me*
IIé; de los que tenian cargos oficiales en la
Anmblea de Padilla, solo Regato; de los vie-
'jos, solo D. Patricio Sarmiento; pero no falta-
;klliii-uno siquiera de los amigos de Timoteo
'{olambres, ni tampoco la pandilla de milicia-
!{|0B nacionales, en la cual alzaba el gallo con
üpbsiiera superioridad Pujitos. Sumaban entre
MoB once personas, y para poder discutir con .
M(b libertad, Regato mandó al tabernero que
Iferase, luego que todos estuvieron dentro, y
cnando el vino empezó á hacer su oficio para
loe las lenguas pudiesen desempeñar mejor el
ttyo.
— Queridos compañeros — dijo Regato, — es-
bmos perdidos.
Esta frase hábil produjo la sensación apete-
cida.
— Perdidos, porque el Gobierno nos vá á me-
^ el diente, y los hombres gordos de nuestro
paxtido se esconden en su casa llenos de miedo.
18
274 B. PEBEZ GALDÓS
— Eomero Alpuente — dijo uno, — tiembla
como una gallina mojada.
— ^Desde que se ha dicho que el Gobierno vá
á pegar, nuestros diputados ya están buscando
yendas.
— Está visto que para reclutar gente válero-
si^-dijo Begato á qiüen agradaba mucho la
veneración con que era oido, —no hay qoe
contal* con gente de lengua y pluma. ¡Pobie
pueblo, siempre sudando por gobernar, como
manda la ley de Dios, y siempre engañado por
tanto pillo! Está visto que mientras el pudbb ,
no diga: «pues esto quiero y esto ha de seni| J í
lo haga como lo dice, no tendremos libertad. '"
—-Pero cuando el pueblo quiere portea? ^
• como quien est — manifestó Pelumbres, — vienA \
los futraques, llenos dejabon y pomada, y sMü ;
los catecismos de la política para decirnos ooM ;
lelas y de mil flores con lo cual se acaba j
todo, y en buenas palabras resulta que somos j
unos zopencos y ellos unos Salomones. Noa- \
otros trabajamos y ellos comen.
— Señores — repitió Regato dando un suBpi-
10, — estamos perdidos. El Gobierno viendo
que no servimos para nada, (y no me vuelvo ^
atrás....) que no servimos para nada, vá á p6- ^
gar, pero á pegar muy fuerte.
Breve silencio siguió á estas palabras.
EL GBAXDE ORIi:>TE 275
OS palos serán para el que los aguante;
os palos serán para todos — afirmó Re-
1 el tono de la mayor competencia. — Yo
mena tinta lo que trama el Gobierno;
3do, y pues venimos aquí para ver cómo
fendemos, lo voy á decir.
L Gobierno vá á cerrar los cafés.
á reformar la Milicia Nacional de modo
entren sino los que él quiera.
á corregir la Constitución.
á poner dos Congresos, uno como el
Á, y otro de clérigos, obispos, generales,
sses, camaristas , y toda la recua de al-
as, persas y serviles.
á suprimir todos los periódicos — indicó
I, dando á entender de este modo sus
es literarias.
á mandar á Eiego á Filipinas.
>do eso y mucho más hará el Gobierno —
^to; — pero como á quien más aborrece
os buenos patriotas, empezará su obra
ando á los buenos patriotas que somos
os.
osotros — repitieron algunos.
pasando la mano por el lomo á los ser-
que serán los mandarines de mañana,
ignifíca la libertad de Yinuesa?
276 B. PEBEZ OALDÓS
— ¿La libertad?
— La libertad, si. Para los bobos eso de loB
diez años de presidio significa diez años de -;
presidio; pero para nosotros que somos tan lis- ,
tos y vemos un mosquito en la punta de hha ;
torre, esa pena no es más que la absolución del -j
cura.
— Es lo mismo que yo pensaba.
— Le sacan de la cárcel; hacen la pamema
de llevarle á Ceuta; métenle en cualquier con- .
vento donde habrá abundancia de bueñas ma-
gras, pollos con tomate, gi'an trago de vino y
muchachas bonitas; dicen luego que se ha eaofr- ^
pado, y al poco tiempo, indulto. Ti*as el indul-
to viene la canongía y tras la canongía k
mitra.
— Pues estamos bien — dijo uno con impar
ciencia golpeando el suelo con su basten.—
Protesto.
— Protesto yo también — exclamó Pelumbrei.
— Si la Sociedad de los Comuneros que em-
pezó con tan buen pié, no saca ahora la cabe-
za, ¿para qué sirve?
— Para nada, Sánchez, para nada — ^repuso
un hombre que era tratante en cueros. — Desde
que oí discursos y vi papeles y toTruk la paJa-
bray daca la palabray se me cayeron las alas
del corazón ¡botijos! yo no sirvo para esto.
KL ORAXPE ORTEXTE 277
—Es muy posible qne el Gobierno tenga la
alevosa intención de indultar á Vinuesa y aun
darle una mitra — dijo con gravedad un indiví-
duo de aspecto decente, furibundo patriota
evadido que tenia dos tiendas y un buen nom-
ine que no hace al caso; — yo creo cuanto ha
dicho el amigo Regato, porque el Gobierno
es en la superficie liberal y en el fondo absolu-
tista.
Biego estuviera en Madrid, otro gallo
cantara, amigos — indicó Regato. — Yo de
. wi e6 decir que si tuviera dos docenas, dos do-
tBDBB nada más de buenos patriotas, intenta-
na cualquiera sublimidad.
5 • -^Cualquier hazaña épica, digna de perpe-
6 jkoarse en mármoles — dijo D. Patricio. — Señor
^ lljgato, manifieste usted con claridad su pen-
wniento. ¿Se trata de que Madrid se levante
an masa y arroje del gobierno á ese Ministerio,
y convoque otras Cortes, y aun le caliente las
otejan al Rey neto!
— ^Eso es difícil hoy; pero no lo será dentro
de seis meses, cuando estemos mejor organiza-
dos^ y se multipliquen las Caaos fueries de loa
re^mientos y se reciba el dinero que nos han
prometido de América. Contentémonos ahora
con dar una prueba de nuestro mucho poder,
de lo que somos y lo que valemos, para que
278 B. FEBEZ GALBOS
tiemble el cobarde tirano y nos tengan miedo
los mandarines.
— Ved aquí, amigos mios, — dijo Sarmiento,
— cómo admirablemente concuerda con mi opi-
nión la del Sr. Regato. Siempre he sostenido
la necesidad de elevar la voz para que nos oigan,
de alzarnos sobre las puntas de los pies para
que nos vean^ de presentarnos en todas partea
para que nos toquen^ mientras llega la hora
sublime de los bofetones.
— Yo no entiendo de estas máquinas sutileB
— manifestó con la ingenuidad de la barbáriOi
el llamado Sánchez, que era miliciano y habia
sido primero cortador de carne y después em-
pleado en cárceles. — Yo lo que sé es que si coBr
viene dar porrazo se dé porrazo. No hay más
que dos políticas: dar y recibir.
— En lenguaje sencillo— dijo Megía, — ^ha ex-
presado Sánchez la idea de que mientras no se
puede realizar una insurrección que dé la vio-
' toria al pueblo, se hagan manifestaciones pa-
trióticas con objebo de que se nos considere
como un elemento importante, capaz de cual-
quier cosa en el Gobierno ó en la oposición.
— A eso iba — indicó Regato con aoento ma-
gistral. — En pocas palabras, señores; el Go-
bierno dice blanco, pues nosotros decimos ne-
gro; el Gobierno quiere coles, nosotros leobn-
'jí-r^. T
EL GRANDE ORIENTE 279
gas; el Gobierno dice por aquí no se vá, nos-
otros decimos^ por ahí iremos.
— ^El Gobierno dice, no más clvJbs, nosotros
respondemos, vengan clubs,
— ^El Gobierno quiere poca Milicia, nosotros
macha Milicia.
— "Eí Gobierno paz, nosotros guerra.
— ^El Gobierno perdona á los absolutistas,
paes condenémosles nosotros.
— Condenémosles, caballeros, — ^gritó el tra-
tante en corambres. — ¡Botijos! Si nosotros no
lULoemos la justicia, ¿quién la vá á hacer?
Dando golpecitos en la mesa con el fondo
dfll vaso, después de beberse el contenido, en-
tonó esta canción:
Ay le lé, que toma que toma,
ay le lé, que daca que daca,
ya no bastan las razones,
apelemos á la estaca.
— ^El ciudadano D. Bruno ha tocado el punto
más delicado de la política actual— dijo Bega-
to. — El pueblo , señores, no debe consentir la
impunidad de quien ha trabajado y trabaja
aún en contra del pueblo.
— {Botijos!.... no.
—De ninguna manera.
— Consentirlo seria gravísimo desacierto —
afirmó Sarmiento.
230 B. PÉREZ OALDÓS
— Como me llamo Pelumbres, tan cierto es
que todo el dia he estado pensando en que de-
bíamos hacer justicia, porque podemos y ddbe-
mos hacerla. Y si el pueblo no es soberano
para esto, {para qué lo es?
— A fé de Megía, sostengo que cuando loB
jueces son inmorales y corrompidos, el pueMo
no tiene más remedio que echársela de juei.
— Pues con una palabra basta — afirma el
tratante en pellejos.
— Es preciso sacar á Vinuesa de la cáioel
antes que le indulten.
— ^Y ahorcarle — dijo Sánchez, apretáxkdon
su propia garganta.
— En la plazuela de la Cebada.
— En la plaza de Palacio, delante del balccm
de Su Magestad — gruñó Pelumbres.
— ^Admii*able y sensata idea — dijo Regato;—
pero me parece irrealizable. No es preciso que
se lleven las cosas á ese extremo de perfección.
— No puedo aconsejar tranquilo la muerte
de un hombre— afirmó Sarmiento con grave-
dad; — pero hay sacrificios necesarios, indispen-
sables, y el cura de Tamajon debe morir. Tam-
bién hay en la cárcel de la Corona un dichoso
Gil de la Cuadra, ex-vecino mió, que es uno
de los servilones más furibundos, y un conspi-
rador terrible.
¡1 de la Caa-irsi — i: o Ii¿-v^v. ':Jt^r,^íiÁ'j
después de Ls^-.^rl-r í:r-iii::^i: ¿ vi .v--^-
no me cons:^. Vítí,sc 1; "rr.: -«vt .'^ vi/'v
I traidor Mcnsil-i *e cL'i ce i.-.^. *¿Zi
te — indicó Pe.-n'ireí. — E*r: ':kj:jii^.Sí
% de entrar en L~^:ra S>::.ííÍ3s¿; ?-* 4/:-
un destino iel G:',:err-':.
a la cárcel ce li 0:r',rji z.z^:^>j::.ifur^.^^
Megía. — N: 1',, r.*: .ieri 7."e-do pJi^ftíVy
ianza, señore=. A'--:í I-Jivi-ir// ^jí*rrí>:/>.
3ngo á Mensa] •:d pvr "irji p^r-yvrjk c.ecírri-
D. Pairicio. — Eí í.rr--¿;o ir.! o y r-o -.e
paz de seri-i: á 1. • rrj&.y>r.e:5. L^ ?-e oi/í'!/
pestes de e=:- T^ñ'.re».
ía lo que fuere — dijo Sánchez, ^-^llo en
bes de meter i5.enie;arit*« tip^»s ennnefetra
id, debiérarLos r-erjsarlo mncho.
1 justa la ceri=:ura. annque confieso que
presenté — dijo K^srgato: — pero no hay
I para desoonñar de tal joven. Tengo mo-
)ara creer que puedo dominarle en un
ito dado. Ese hombre será mió cuando
era. En vez de importamos que esté em-
enla cárcel, debemos felicitamos de ello,
mos partido de esta circunstancia,
le-botijosl.... ¡Si está en mi lugar y en
to de que me echaron hace dos meses esos
282 B. PEBEZ GALDÓS
mamones!.... ¿pues no me ha de importar? Es
un caballerito á quien tengo atravesado aqtd.
— Dejemos esta cuestión mezquina, señores,
y volvamos á lo principal — dijo Regato. — ¿Hay
aquí gente de valor?
— Basta y sobra; pero si se quiere cosa ma-
yor, con dar la voz en ciertos barrios, se tendía
toda la gente que se quiera.
— Sr. D. Bruno, ¿se puede ir á donde se
quiera?
— ^Al cabo del mundo. Digan hora y lugar 7
allá estaremos todos. No saldrá tan mal como
la noche de los embajadores del Ruso 7 d
Turco.
— Mañana mañana — dijo R^[ato me-
ditando. — ¿Cuál será la mejor hora?
— Por la noche.
— No, por el dia.
— ^A las doce del dia — ^gritó el más decente
de todos. No se trata de ninguna traición, sino
de una obra de justicia.
— ¡Excelente idea! A las doce del dia.
— Cora/m populo, — murmuró Sarmiento.
— ¡Botijos! á las doce en punto.
— ^Y ahora — dijo Regato levantándose,— 4
prepararse. La cosa puede ser sencilla si el Qo-
bierno deja á la Milicia en la guardia de la
cárcel. Pero si pone tropa
' - «i _»■''•
EL GBAKDE ORIENTE 283
— Sise atreve á poner tropa, entonces
— Que ponga tropa — ^gritó Pelumbres dando
un puñetazo, — ^y se hará justicia á la tropa.
— Eso es, justicia á la tropa.
— ^Porque no es más que justicia.
—Esta noche hay otra vez Asamblea, seño-
uto, — dijo Regato con misterio. — Mucho cuida-
do con los caballeros comuneros de corbatín
almidonado y palabrejas cultas. Dirán, como
erta noche que estamos locos.
-r-^Se guardará secreto?
— ^Hasta donde se pueda; pero hay que re-
dntar gente, mucha gente.
— jA la Fortaleza, á la Fortaleza!
^ — ^En la Fortalezahsjy espías y traidores que
todo se lo cuentan al Gobierno.
—Si el Gobierno lo sabe, mejor — vociferó
Pelumbres. — ¿Qué apostamos á que voy á Pa-
lacio y se lo digo yo mesmo al Rey?
Una carcajada general acogió estas pa-
labras.
— ^Las cosas claras. Se vá á hacer justicia.
Yo lo digo á todo el que me quiera oir. ¡Mue-
ra Tamajon!
— {Muera Tamajon! — ^repitieron todos menos
Be|2;ato.
Éste con voz apagada y razones conciliato-
rias quiso aplacar á sus amigos; pero estaban
I
i
284 B. PEEÍZ CrALDÓS
muy encariñados con la idea emitida por el
dos veces gato, para dejársela quitar. Hay qne
pensarlo mucho, antes de arrojar la piltra& i
esta especie de carnívoros; pero unH vez^arroja-
da, el que aspire á quitársela se expone á recibir
un mordisco ó arazaño. Asi lo comprendió d
fundador de la Comunería. Cuando los indivi-
duos de su alto Consejo salieron á la calle ru-
miando el sangriento manjar que les hftlriA
puesto en la boca, el cobarde Regato se asostó
un poco; pero aún tenia seguridades muy gran-
des de no ser sospechoso, y entre Pelumbresy
D. Bruno marchó resueltamente á la AsaniUea
que aún estaba abierta.
Poco después de este suceso las Plazas fim'
tea y Salas de armas encerraban un partido ea
ebullición. Después de media noche la mayor
parte de los comuneros sabían que estaba acor-
dada para el día siguiente la muerte de Vinuesa.
A la madrugada, sabíanlo también los masoneB
por su bien servido espionaje, y conmovido el
Oiunde Oriente ante amenaza tan audaz, deli-
/
EL GBANDB ORIENTE 285
$ con calor y afán tan importante asunto.
qne allí se dijo veráse á continuación.
Camarilla constitucional. Reuníase casi
apre en •! Grande Oriente, con asistencia
nachos hombres que se tenian por lumbre-
de otros que realmente lo eran y de mu-
1 que si carecían de soberbia ó de mérito,
rában buenos sueldos en las oficinas del
ao. En la Masonería habia, según los datos
i verosímiles, cincuenta y dos diputados.
Los Ministros, la mitad por lo menos carga-
el mandil. Focos eran entonces los hom-
\ notables por su talento oratorio ó por
pluma , que no doblasen la cerviz ante el
bario eleusiaco, y muchos que después han
rado en los partidos reaccionarios adoraron
Lcacia. Tal fué el atractivo del Orden masó-
>, que aún se dice trataron con él cléri-
no apóstatas y un general de franciscos
después fué arzobispo (1). Para que nada
ase, los del Arte-Real vieron en las logias á
[nfante, que recibió el nombre de Dracon,
la risible particularidad de que le llamaban
con. Un general muy célebre era designado
lio II. Puede dudarse, que el mismo Fer-
do VII recibiese salario masónico; pero no
) Fray Cirilo de Alameda desmintió de un
jO enérgico la aseveración de Qaliano.
e
286 B. PEBEZ GALDÓB
qae los nombres más ilustres y respetables del
presente siglo, los nombres de Arguelles, Ca-
latrava, Quintana, San Miguel, Flores Estra-
da, Qaliano y otros figuraron en las listas de
Maestros, siendo probable ^ne todos elloB fií»*
ran Svhlimes perfectos.
La camarilla, en la hora que nos es pennt
tido asistir á ella, estaba formada por seis indt
yiduos nada más, cuyos nombres, á excepcum
del de Campos, deben mantenerse en secrerSI
en el trascurso de la relación son conocidos,
enhorabuena; pero no se culpe al novelador
de haber manoseado nombres pertenecienteB i
personas de distinto valer, pero todas respetfr*
bles, algunas de las cuales han respirado hasli
hace poco y quizás haya alguna que respire
todavía.
Los de la camarilla se reunían en la lóffAf
pero allí estaban familiarmente y sin ceremo-
nias de rito, como clérigos en la sacristía. De los
seis, cuatro eran diputados; y de estos, dos har
bian sido Ministros, y uno lo era en aqueUoB
dias. De los dos restantes, uno casi no era ma-
són, hallándose en la categoría de dimmente,
y el otro era Campos. Atención.
Tiene la palabra un joven de treinta y tres
años, alto, elegante, fino, airoso. Sus modales
y su vestido eran como su estUo, la corrección
EL 6KAia>£ OSIENXE 2$7
la. Su rostro morenísimo y su gi*an boca
Die aspecto de fealdad; pero tenia la be-
de la expresión j un claro sello de hidal-
y caballerosidad que cautivaba. Sus ojos
n^TOS y vivísimos, llenos de esa luz par-
ir que indica poderosa erección de la ün-
¡ sus cabellos alborotados y fuertes, algo
idos á los de Chateaubriand, rodeaban
«paciosa y limpia y celeste frente, emble-
el privilegiado artista. Era su voz grave
miasiva, y si su estilo carecía de arrebato,
en cambio la serenidad más simpática y
ento que subyugaba oídos y corazones,
¡nosotros — dijo señalando á un amigo que
á él se sentaba, — estamos decididos á no
ur nuestro nombre á los errores que se es-
)metíendo. Amamos la libertad con deli-
ero aborrecemos los excesos del populacho
ignominiosa licencia. Antes que empu-
la Nación por este carril que la precípita-
el abismo, nos retiraremos de la política,
remos toda influencia, perderemos núes-
•opio prestigio, y entonces la vergüenza
ber contribuido á este desorden nos servi-
castigo. No se nos oculta que el absolu-
volverá y quizás pronto, si á tiempo no
le mano en reparar el Reino que se des-
\,; y el absolutismo vendrá^ porque las
1
2Stí B. P£UEZ GALDÓS
iustituciones vigentes no ofrecen condicioneB
de vida saludable y duradera^ porque carecen
de fuerza para contener en límites razonables
la iniciativa popular y son incapaces de fundar
nada sólido. Que el Gobierno, sabedor de 1a
inicua amenaza de los exaltados, evite que se
consume hoy un horrendo delito; ha^ eor
tender á esa gente que su destino y miáoii
no es todavía ni será en mucho tiempo dirigir
la cosa pública; establezca el imperio de h
razón, de la calma, del buen sentido, y en-
tonces variaremos de opinión. Mientras esteno
suceda, la división será completa, y si hoy pe^
manece oculta por nuestra prudencia, mañana
trascenderá á las Cortes, y de las Cortes á todo^'
el país.
— Y se formará el partido anillero 6 de loq
amigos de la Constitución — dijo un viejo alto
y flaco, nervioso y lleno de vivacidad, que
respondía entre masones al nombre de CaríolOr
no, y era célebre por un folleto contra los abso-
lutistas y varios escritos de Economía política.
— Esta nueva escuela será funesta. Tendremoa
al fin tantos partidos como hombres, y no habrá
un solo individuo que se resigne á pensar oomó
los demás.
— La Sociedad de los amigos de la Constituí
cion — dijo el compañero del primer orador, qne
i
^■"
EL GEANDE OEIEXTE 2S9
into á él se sentaba, — responde ala necesidad
aperiosa de establecer nn término medio entre
ks antiguas leyes, que viven encarnadas en el
bíb, y los principios liberales. ¿Por qué no
emos de decirlo? Yo, por lo menos, tengo mi
leal en la Caria francesa, con las dos Cámaras
el veto absoluto.
Oyóse un murmullo de desaprobación.
. — Condenamos igualmente — dijo con grave-
ad el de los cabellos alborotados y la boca
rande, — toda clase de reuniones como esta,
ae ó sirven para fomentar el jacobinismo y
freoer un secreto peligroso á las intrigas y á
18 ambiciones, ó no sirven para nada.
— Estamos disputando sobre si nos hemos de
ividir más todavía, mientras una cuestión
álpitante, fundada en una alarma quizás
lisa, reclama nuestra atención. Este asunto
10 tiene espera. Nos está llamando, y nosotros
) volvemos la espalda para discutir sobre si
iébemos ponernos un anillo en el dedo ó un
riangulillo de latón en el ojal.
El que esbo dijo era un hombre de más de
oarenta años, moreno como el anterior, de
suxúones bastas y gruesos labios. Su cuerpo
ra fuerte y algo pesado. Carecía de soltura y
rracia y flexibilidad; pero en cambio parecía
poseedor de una gi*an energia. Lástima que esta
2i^() B. PERKZ OALDÓ8
energía, circunscrita al entendimiento y al es-
tro poético, no trascendiese ala voluntad. Gom-
pletaban su persona cabeza admirable, abul-
tada y lobulosa, ojos grandes y hermosos^ una
frente á la cual no faltaba sino el laurel pon
ser olímpica; expresión grave y tono sen*
tencioso en la voz. Allí dentro le 11ann|»a :
Pelayo. {
— Es verdad, es verdad — dijeron los demás. ]
— ^A la cuestión. j
— Los comuneros han decidido sacrificará •
D. Matias Yinuesa — manifestó Campos qae pa- ;
recia secretario de la junta. |
— Causa horror el ver que estas atrocidad»
se cometan; pero causa más horror aún qué bb
anuncien — afirmó el que oimos al principio da
la sesión.
— ^Yo no lo creo — dijo el poeta. — Los que ae
ocupan en propagar alarmas han escogido arta
para el dia de mañana. Reconozco que el poe-
blo está irritado
— Con razón — ^manifestó Coriolano. — Iaubot
tonciadeljuezescapazde sublevar al pueblo más
generoso. ¿Por qué se vocifera tanto contra al
populacho, cuando sus excesos no son más qna
el rechazo, digámoslo así, de las osadías de loi
absolutistas? No, no está el mal en la canallai
que es honrada y generosa: no morirá la lib0^
EL GRANDE ORIENTE 291
. en manos del pueblo^ sino en manos de los
t quieren establecer una transacción imposi-
con el despotismo.
CoriolanOy que se habia expresado con ener-
f miró á los dos anilleros. Estos callaban,
ique uno de ellos era gran retórico.
r^o disculpo ni disculparé á los exaltados
) protestan contra la sentencia del juez-—
> Pelayo con calor, — pero téngase presente
) há tiempo quedan impunes los mayores
otados y crímenes de los absolutistas. Di-
. que Vinuesa es tonto; yo no lo creo. Su
a indica maquiavelismo, y por lo menos las
mciones de este clérigo han sido perversas,
lar y corromper la tropa, sublevar al pue-
f sorprender á los principales diputados y á
primeras autoridades, sacrificarlas inmedia-
lente á la seguridad y á la venganza del
tido conspirador y alzar sobre la sangre de
lellas víctimas el pendón de la tiranía y de
ntolerancia; estos son los proyectos conte-
os en los atroces papeles de Vinuesa. Con-
tó y aun confeso el miserable preso, no de-
librarse de la suerte rigurosa á que se expo-
L siempre los que traman semejantes atenta-
contra la existencia de un Gobierno esta-
ndo. El juez que ha despachado esta causa
dicho públicamente que cualquiera de los
292 B. P£REZ GALDOS
cargos que obraban contra el reo era capital, j
que por consecuencia era imposible salvarle.
¿A qué este cambio repentino? ¿Por qué con
tales antecedentes, Vinuesa no ha sido conde-
nado raás que á diez años de presidio? Semejaor
te condescendencia ha llamado justamente h
atención pública. Hasta se aseguraque la AT^
diencia en vez de agravar la pena la suavizuá
más. Dícese que han mediado presentes á los
cuales la integridad del juez ha resistido con
nobleza y con honor; pero que después han in-
tervenido ciertos recados imperiosos de Palft-
cio, á cuyas fulminantes amenazas no ha podi-
do sostenerse el magistrado, haciéndole blan-
dear desgraciadamente en sn fallo (1).
— Siempre han de achacarse todos los yenW"
á la incorregible mano oculta— dijo con des-
abrimiento el retórico.
— ¡Siempre se han de achacar al populacho!
— exclamó colérico el que respondía al nombrt
de Coriolano. — La plebe es causa de todo. I*
Corte y el Rey no hacen más que rezar. Con
tan admirable sistema de crítica, resulta in&-
liblemente que la Constitución es detestablOi J
que debe convertirse en Carta.
(1) Este párrafo no es del novelista, eBdflki
Cartas á Lord Holland.
EL GSAXDE ORIENTE 293
. —El populacho y la Corte— afirmó el retóri-
co,— Hson igualmente culpables. Pero si se enco-
mienda al primero el castigo de la última^ ésta
yencerá.
— ^Eso es lo que no sabemos — repuso con in-
quietud y cierta excitación el economista. —
Por de pronto tenemos que, según lo que aca-
ba de decir nuestro discreto amigo, la irrita-
cioa del pueblo contra Yinuesa y contra el juez
AzisB, está justificada.
-^Braman de cólera los genios impacientes —
Bortovo Pelayo, — al contemplar semejante im-
panidad, y hasta los más templados preven y
Uoran las tristes consecuencias que necesaria-
mente ha de producir Pero no puedo creer
qne un partido popular haya acordado fria y
villanamente el sacrificio del reo. Tanta bajeza
inverosímil.
— ^Es cierta, — dijo Campos que hasta enton-
ij reconociendo su inferioridad, habia perma-
necido mudo. — La Asamblea Comunera es un
volcan que vomita sangre.
— ¿Pero no queda duda de que han acorda-
do eso?
— No queda duda. Lo sé por los espías qne
tengo allí.
— Si el Gobierno se hace cómplice de iniqui-
dad tan grande— dijo con honrada convicción
294 B. PÉREZ GALDÓS
el de los alborotados cabellos, — merece la exe-
cración del género humano.
Uno que hasta entonces no había prontmcia-
do palabra, adelantó su cuerpo hacia la mesa,
tirando de la silla, y habló de este modo:
— ^No puedo callar después de lo que he oído.
Se quiere que el Ministerio lo haga todo y na-
die le ayuda, nadie, señores-, cuando tiene que
defenderse contra la oposición de moderados y
exaltados, y contra las conspiraciones de abso-
lutistas y comuneros, que se dan la mano para
trastornar el país. Pero el Gobierno no merecerá
la execración del género humano. ¿Acaso es él
quien ha alentado las conspiraciones de los ser-
viles? Si ha habido cohecho en el asunto de k
causa de Yinuesa, la venalidad estaba consu-
mada antes del 4 de Marzo en que entramos
nosotros. No podemos estar mudando jueces
todos los días.
—No se trata de mudar jueces; se trata de
impedir que una gavilla de asesinos deshonro
la revolución.
— ¡Patrañas! Señores, es preciso acostum-
brarse á no ver asesinos en todas partes.
El que esto decía era un hombre casi ancia-
no, masón, bastante listo y de mucha práctica
en los negocios administrativos. ¿Por qué ocul-
tar su nombre, que por sí se vela bastante con
EL GRANDE OüIENTE 205
■a propia oscuridad? Era D. Mateo Valdemoro,
Ministro de la Gobernación. En la hora de la
madrugada en que le vernos^ quedábale solo un
dia de poltrona.
— ^Yo creo que hay por lo menos exajera-
don — dijo Pelayo.
—Aunque sea exajeracion, deben tomarse
precauciones — indicó Campos.
—Pero, señores, es ridículo que por una
alarma necia, llenemos las calles de artillería —
indicó el Ministro creyendo que emitía una
idea feliz. — Parecería una provocación, y lo
qne no es más que una alarma insignificante,
podría trocarse en formidable motín. Nada me
mortifica tanto como la idea, muy generalí-
Bada, de que el Gobierno simpatiza con Yínue-
sa, con el Altillo y los demás absolutistas
presos.
—¿Entonces el plan del Gobierno es cruzar-
te de brazos y dejar hacer? — preguntó con se-
veridad el literato.
r— El Gobierno castigará los desmanes.
— ¿Qué desmanes?
— Los que se cometan; pero no hará alarde
de despotismo, no provocará al pueblo.
— Porque le tiene miedo.
— No tiene miedo, sino prudencia. La exci-
tación que existe contra Vinuesa es natural y
290 B. PEfiEZ GALDÓS
lógica. Sl acuchillamos al pueblo, porque no
simpatiza con los absolutist^is, pasaremos por
serviles, y miesbro lema es Constitución.
— Yo sigo creyendo que no habrá nada— dijo
Pelayo, hombre que en su gi*an talento tenia 1a
más patriarcal buena fó. — Repito que el pue-
blo es bueno.
— Si no le instigaran los tunantes
— Es más — añadió el Ministro. — Si acudii-
llamos al pueblo, daremos un gustazo ala Cor-
te, Vinuesa estará libre dentro de dos meseSi y
las cárceles llenas de liberales.
— Pues ahorquen ustedes á Vinuesa— dijo
con la mayor viveza el retórico. — Esto seria ló-
gico. Lo absurdo es absolverle y permitir lai
horribles venganzas del populacho.
— Siempre el populacho es decir, elgatOi
— sindicó CoHolano.
— Si ahorcamos á Vinuesa, exacerbaremos á
los serviles y á la Corte — dijo el Ministro en
tono de perspicacia. — Prudencia por un lado y
por obro, es lo que conviene. ¿No es el sistema
de ustedes contemporizar con todos?
El de los erizados pelos, es decir el retórico
ó el literato, á quien esta pregunta se diri-
gía, estuvo un momento sin saber qué con-
testar.
— Sí, contemporizar — repuso al fin, — esta*
EL GBANDB ORIENTE 297
blecer un equilibrio perfecto, dando la roano á
anos y á otros; pero no á los infames, no á los
asesinos.
— Estamos juzgando un suceso que no ha
pasado todavía ni pasarví probablemente — dijo
Pelayo. — ¿A qué hablar de asesinos? Yo defien-
do y defenderé siempre al pueblo. Si alguna
vez asesina, hácelo con el puñal que le entre-
gan los de arriba.
— Sea de oro, sea de hierro, lo que importa
es que no haya puñal — objetó el retórico. — En
una palabra, señores, estamos reunidos para
acordar si se debe impulsar al Gobierno á to-
mar una medida enérgica.
— [Una provocación!.... Yo opino como el
Ministro — manifestó Pelayo. — El pueblo es
bueno, es generoso; pero no debe ser pro^
vocado.
— Pues preparémonos á que sea nuestro due-
ño — dijo el que habia demostrado más seso. —
Señores, — añadió levantándose, — mi compañe-
ro y yo nos retiramos para no volver más
aquí.
El viejo economista tiró al retórico de los
faldones de su levita, diciéndole con buen
humor:
— Señor cartista, no nos deje usted tan
despiadadamente. Somos amigos y zanjare*
298 B. PÉREZ GALDÓS
mos nuestras diferencias en familia. Disca-
tamos.
— Me parece que se ha discutido bastante.
¿No ha llegado aún la ocasión de hacer algo?
Aquel hombre que tan bien se expresaba,
demostrando tener en su espíritu el instinto de
la eficacia política, era de voluntad flaca, como
los demás. La sensatez de sus ideas era un fe-
nómeno comprendido dentro de la serena esfera
de las aptitudes literarias, y al es:presane
con tanta cordura, hablaba su talento, no
esa facultad prodigiosa en que se confunden
perspicacia j acción, conformando al hombre
político. La misma perplejidad que tanto com*
batia le contaminó cuando fué Ministro. Ama-
ba la Carta; pero cuando pudo ocupársele
ella con éxito, pensaba demasiado en la de Ho-
racio á los Pisones.
— ^Todo puede arreglarse — dijo Pelayo.-r
Por si ó por no , y aunque hay en esto mu-
cho de ponderación, creo que se debe quitar
la guardia de milicianos que está en la cárod
de la Corona, y reemplazarla con tropa de
linea.
— Eso me parece una necesidad imperiosa—^
añadió Campos, atreviéndose, contra su co&<
tumbre, á hacer algo más que callar y tomar lo
que le daban.
■ . ■ ..
£L GRANDE OSTENTE 1399
— ^Al menos eso probaria cierta prudencia en
el (lobierno — dijo el de la Carta deteniéndose,
mas sin volver á sentarse.
—No, la verdadera prudencia — objetó Val-
demoro, — consiste en no poner ni quitar nin-
guna guardia, porque eso seria origen de sos-
pechas, hablillas, escándalos y seguramente de
disturbios graves.
— ^Adios, señores — dijo el simpático y cortés
joven de treinta y tres años.
— Mudar la guardia me parece una provoca-
don — repitió el Ministro consultando fríamen-
te el rostro de los tres que á su lado quedaban.
Ninguno dijo nada.
— Si se hace con maña y habilidad — dijo Pe-
layo, — quizás no.
— Señores — manifestó el Ministro con la in-
quietud propia del que se ve abrumado de res-
ponsabilidad. — Es muy fácil resolver todas
esas cuestiones fuera del Gobierno, y cuando
uno se mete tranquilamente en su casa sin dar
cuenta á Dios ni al diablo de lo que hace. Us-
tedes hablan, como los libros. Un lenguaje dis-
creto; pero la práctica, señores, la práctica es
cosa muy distinta. ¡Mudar una guardia! Parece
la cosa más sencilla del mundo dicho así, como
si se tratara de mudarse una camisa; pero los
que estamos dentro del Gobierno vemos las co-
300 B. PEBEZ GALOÓS
Bas de BU tamaño. Bepifco que mudar mañana
la guardia es pegar fuego á una hoguera. £1 Go*
bierno trabajará; el Grobierno tiene alguna in-
fluencia en las clases populares; aún puede con-
tar con algunos comuneros que le sirven.... No
pasará nada, respondo de que no pasará nada.
— ^Mi compañero y yo — dijo el retórico dis-
puesto á retirarse definitivamente, — apxeda-
mos la buena voluntad del Gobierno; creemos
que sus intenciones no pueden ser mejores;
pero no podemos seguir asintiendo en esta jun-
ta secreta á los actos de debilidad y á la inde-
terminación que caracteriza á la política pre-
sente. En las Cortes evitaremos todo lo peo.-
ble la escisión; pero nuestra conciencia nos im-
pide continuar aquí. Está probado que la So-
ciedad á que hemos pertenecido estorba toda
política formal, y es un aliciente para las am-
biciones, para los disturbios populares, y aun
para las sediciones del ejército. Hace tiempo
que deseamos la ruptura; hoy se nos presen-
ta una ocasión y la aprovechamos. Gobiernen
ustedes en armonía misteriosa con los manejos
de la Corte, porque las dos políticas contrarias
que bajo tierra y en la oscuridad funcionan lu-
chando, se acuerdan en una cosa, en hacer pol-
vo y ruinas de la grandeza y poderío del Beino.
Inspiren ustedes al Gobierno y á las CórteSi
XL OBANDE OBUNTH 301
dominándolos por medio de la amenazadora ex-
tensión de estas Sociedades, y haciéndose pa-
gar su protección con los destinos, las fajas, las
miiras, las cruces que aguí se reparten. Yo re-
nuncio á los beneficios y á la responsabilidad
de esta labor oscura y funesta. Adiós, amigos
Olios; la diferencia de opiniones no entibia la
amistad de toda la vida, la amistad de Cádiz
ea los dias de gloria, la amistad del Peñón de
la Gomera en los di&s terribles. ¡Quiera Dios
gne no volvamos á abrazarnos en los presidios
de África!
Dicho esto se retiraron. ¡Ay! Desgraciada-
mente para España, en aquellos hombres no
habia más que talento y honradez; el talento
de pensar discretamente y la honradez que con-
siste en no engañar á nadie. Faltábales esa
inspiración vigorosa de la voluntad, que es la
potente fuerza creadora de las grandes resolu-
ciones. Los que salian, á pesar de su sensato
hablar, eran tan niños como los que se queda-
ban en el Grande Oriente, Entre todos juntos
y fundiéndolos á todos, á pesar de la aptitud
versificante y poética de algunos, no se habria
podido obtener el brazo izquierdo de un Bona-
parte, ni de un Cisneros, ni un Washington, ni
siquiera de un Cromwell ó un Robespierre. ¡Ex-
traña ineptitud ocasionada por la servidumbre!
— - ^
302 B. PBBEZ GALDÓ8
En la aña del dedo meñique de una mujer,
Isabel la Católica^ había máa energía poUticaí
más potencia gobernadora que en todos los poe-
tas, economistas, oradores, periodistas, abogar
dos y retóricos españoles del siglo XIX.
¿Qué resolvió el Orande Oriente, después
de la escisión? Cosas graves. Mudar algunos
mandos militares, negar dos canongiafi, reco-
mendar á los pueblos la elección de dos dipiir
tados masones, adjudicar tres subastas, escri-
bir las bases de una transacción con los ccnirar
ñeros, leer algunas cartas que hablaban de
conspiración, enterarse de algunas confiden-
cias hechas por empleados de Palacio , subven-
cionar un periódico, adjudicar trece destinos I'
otros tantos masones, dar una pensión á k
viuda de un perseguido á causa del Sistema^
echar tierra sobre un expediente de contra-
bando, etc.
¿Cuál de las dos camarillas es más respon*
sable ante la historia, la del populacho ó la de
los hombres leidos? No es fácil contestar. La
primera, en medio de su barbarie, habla re-
suelto algo en el asunto del dia; la segunda,
á pesar de su ilustración, no habia resuelto
nada.
1 f^
EL GBANDE ORIENTE 303
XXIV
Salvador conoció desde la noche del 3 al 4
el infame proyecto de sus compañeros de caba-
llería. Si no pudo ingerirse en la camarilla^ asis-
tió á la Fortaleza. Oia y callaba, esperando
utilizar las circunstancias; y como habia adqui-
rido y fomentado buenas relaciones con comu-
neros de todas clases, creia seguro salir adelan-
. . te con su buen propósito. El plan de hacer
: jwticia en la persona de Vinuesa le pareció
% -irrealizable, porque contaba con la energía de
^ Ims autoridades. Sintió impulsos de poner en
conocimiento de Campos algunas preciosas no-
ticias y datos adquiridos en la Asamblea, para
que aquel las comunicase al Gobierno; pero su
* natural honrado y leal se sublevaba contra la
delación.
En la mañana del 4 entró en la celda de
Oil de la Cuadra, y le dijo:
—Ánimo, señor reo, esta noche saldremos
de aquí. Tengo todo preparado.
El anciano, apoyando su cuerpo en el le-
cho y con las rodillas en el suelo, cruzó
304 B. PEBEZ GALDÓS
las manos y se puso á rezar fervorosamente.
Foco después Salvador atravesaba el patio
de la cárcel; cuando se sintió llamar. A su lado
vio una cara entre burlona y suspicaz , unos
taimados ojos verdosos que .gatunamente le
miraban, una mano blanca que con suavidad
le agarraba el brazo. Era el Sr. Begato. Vestía
el uniforme de capitán de la Milicia.
— ^Amiguito, — le dijo, — tenemos que eduur
un párrafo. Subamos.
Instaláronse solos en una pieza del piso
alto, y D. José Manuel habló de este modo:
— Tengo el corazón oprimido, amigo Salva-
dor. Ya sabe usted que el pueblo está furio-
so y con razón, con muchísima razón. B
Gobierno se empeña en perdonar á Vinuesa, le- *
galándole más tarde una mitra, y el pueblo, que
después de todo es soberano, se empeña en qüft
Tamaion debe ser ahorcado. ¿Qué tal? Aquí
tiene usted dos reyes que se desafian sobre el
cuerpo de ese pobre sacerdote.
— No creo posible que esos hombres feroces
consigan su objeto Tal ignominia no pasa-
rá en España. Lo espero asi para honor de esta
Nación.
— jOh! no conoce usted los ari*anques del
pueblo español. La resolución de los comune-
ros, nuestros amigos, es definitiva. Yo he tra-
.-- r#
EL GRANDE ORIENTE 305
tado de contenerles, porque no me gusta el
derramamiento de sangre; pero me ha sido im-
posible. Intentarán hacer justicia.
— Pero no lo conseguirán. El Gobierno es
nudo; pero está compuesto de hombres hon-
rados.
— ^El Gobierno se cruzará de brazos, amigo
mió,— dijo Regato poniendo gran interés en
aquel diálogo. — He visto á Campos al amane-
cer, y me ha dicho que el OixiLnde Oinente re-
prueba la justiciada del pueblo; pero que no
hace nada.
— ^Dicen que se quitará la guardia de mili-
danos.
— Error; no se quitará guardia ninguna. El
€k)bierno está lleno de sentimientos humanita-
rios; pero no quiere hacer frente al oleaje popu-
lar, por temor de ser arrastrado. Teme que se
le acuse de servil; teme las murmuraciones y se
ruboriza si le dicen que proteje al absolutismo.
£1 asombro no dejó hablar á Monsalud du-
rante breve rato.
— Eso no puede ser— -exclamó al fin pálido
de ira. — ¡Tal infamia no cabe en corazones es-
pañoles!
— El Gobierno no hará nada. Quizás algu-
nos de sus individuos se aprestarían á la resis-
tencia si supieran lo que vá á pasar; pero no
306 B. PÉREZ GALDOS
lo saben. Los loasones se lavan las manos como
Pilatos; han cogido miedo á la Comunería, En
verdad que somos temibles.
— Lo que usted me cuenta^ Sr. Begato,—
dijo Salvador levantándose con inquietud,—
parece una pesadilla horrible. Según usted, es
muy posible que esa canalla abominable tnte
hoy de invadir este edificio, sin que el Qohifi^
no se lo impida.
— ¡Es verdaderamente espantoso!— -exclamó
Hegato afectando sensibilidad; — pero me pir
rece que podrá evitarse una desgracia Comr
padezco con toda mi alma á ese pobre D. 1^
tías. ¿No es verdad que es una lástima que k
maten asi tan brutalmente?
< — No; no puede ser. Esto se quedará «i
amenaza ridicula.
— Que no es amenaza ridicula digo — afir-
mó Begato acercando más su asiento al de Hon-
salud y pasándole la mano por el hombre-
Mire usted; á mí se me ha ocurrido que podría-
mos salvar al pobre arcediano.
— ¿Cómo?.... — preguntó vivamente Monsar
lud con el interés que le inspiraban siempre
las buenas obras.
— Le asombrará á usted que me inspire
lástima ese desgraciado. Yo soy asi, más libe-
ral hoy que ayer, y mañana más que hoy; pero
"r<-
EL GBANDE OBIENTE 307
bien está la sangre en las venas donde Dios la
ha puesto, ¿eh?
Monsalud, recordando lo que habla oido á
Campos respecto al sospechoso liberalismo de
Begato y algunas noticias que él mismo habia
adquirido, se explicó fácilmente la compasión
del comunero.
— ^Yo no soy amigo suyo, ni lo fui nunca, —
prosiguió D. José Manuel recogiéndose dentro
de 8U reserva como el caracol en su casa. —
LoB 'demonios le lleven. Lo que únicamente
quiero decir es que pudiéndose evitar la muer-
te de un semejante, debe evitarse.
— Parece difícil y sin embargo es sencillo.
Cálmese el furor de la canalla; póngase una
buena guardia en el edificio, y todo está con-
cluido.
— ^Ninguna de esas dos cosas puede hacerse.
—Pues entonces
—Usted no carece de talento, — dijo Regato
•onriendo, — ^y sin embargo no comprende mi
idea. Siga aquí la guardia de milicianos
Supongamos que viene eso que usted llama
populacho
^Y que los milicianos, recordando que son
hombres de honor, españoles y cristianas, de-
fienden la entrada.
No supongamos que no la defienden.
sos B. PÉREZ GALDÓ8
— Entonces entra la canalla.
— Eso es, entra
— Abre el calabozo.
— ^Abre el calabozo y no encuentra i
Yinuesa.
— ¡Ah! ya que se escape
— O que se esconda.
— Pero sus enemigos le buscarán.
— Que le busquen. Con tal que no le en-
cuentren
— Pero ya sabe usted que cuando la £Broci-
dad popular pide una victima , si no se k
dá
— Sacrifica al primero que encuentra.
— Es posible que. la falta de Yinuesa la pi-
gue otro preso quizás más inocente que él
No, no me conviene ese plan.
— ¿Y qué nos importa que la falta de Yinue-
sa la pague otro?
Monsalud miró á Regato con tanta severi-
dad, que el dos veces gato entornó sus párpa-
dos para mirar al suelo.
— jAh! ya comprendo — dijo afectando buen
humor. — Usted no quiere que le toquen á su
Gil de la Cuadra, que es, entre paréntesiSi el
más malo de todos y el que merecería cual-
quier castigo.
— Es verdad que le protejo - dijo Salvador.
■^.■»t
BL GRANDE ORIENTÍ 309
— Como que se ha metido usted en esta in-
mundicia solo por salvarle.
— También es verdad.
—Como que fué usted conmigo á los comu-
neros solo con el fin de hacerse amigos entre la
gente exaltada.
—También es cierto. Ese conocimiento tan
hábil de mi conducta y de mis intenciones me
mueve á declarar que poseo del mismo modo
parte de los secretos de una persona á quien yo
conozco.
— Con tal que no se refiera usted á las infa-
mes calumnias que dicen contra mí los maso-
— ^Yo no me refiero á calumnias. Usted ha
desempeñado su misión incitando al pueblo &
lanzarse en una vía de atrocidades sangrientas.
— Calumnia.
— Usted cumple también su misión, procu-
rando que después del atentado quede vivo el
arcediano; y con tal que el pueblo consume su
bestial proyecto y tenga una víctima poco
le importa lo demás.
— Yo no quiero que haya victimas — dijo Re-
gato comprendiendo que ef a mejor hablar con
franqueza. — Lo que quiero es que Vinuesa no
con*a peligro, y que si ha de haber sacrificio,
recaiga en la cabeza de alguno de tanto» pillos
310 B. PÉREZ OALDÓS
como llenan esta cárcel y la de Villa. Contaba
con eso y cuento todavía.
— ¿Y qué papel debo yo desempeñar en esto?
— preguntó Monsalud con cierta perplejidad,
— porque usted me habla en el tono del que so-
licita ayuda.
— Exactamente. El alcaide de la cárcel eB
hombre con quien no se puede contar. Usted
que ha venido aquí por una intriga; usted que
ha venido aquí con el exclusivo objeto de sal-
var á un hombre, es quien puede hacer esta
buena obra.
— ¿Cómo? — preguntó el joven deseando sa-
ber hasta dónde iba el maquiavélico entendi-
miento del agente secreto de Su Magestad.
— Aprovechando la boiTachera que tomará
hoy al medio dia, según su santa costumbre, el
Sr. Alcaide
— ¿Para poner en libertad á Vinuesa?
— Eso no puede ser, porque los milicianoB no'
lo permitirían. Soy listo y comprendo que A
fuera posible este modo de escapar, ya lo ha*
bria usted intentado en favor de Gil.
• — Seguramente.
— ^Lo que yo quiero es que mude Usted á Vi-
nuesa de calabozo.
— Le buscarán.
— No le buscarán, si se pone otro en su lugar.
^k
■i.»
EL GRANDE ORIENTE 311
— Eso es entregar un hombre á los asesinos.
Regato no supo qué contestar. Estaba im-
paciente y nervioso, y agitábase en su silla to-
mando diferentes posiciones á cada minuto.
— Hombre de Dios — gritó al fin. — Me sor-
prenden esos escrúpulos. ¿No hay en la cárcel
un Barrabás? Que muera Barrabás y que se sal-
ve Jesús. Concedo con muchísimo gusto que
Gil de la Cuadra no sea el sustituto.
— Esa farsa infame no es propia de mí, — con-
testó el joven. — Si el populacho quiere una víc-
tima, noserdyo quien friamente se la entregue,
como el leonero que escoje la res más gorda
para darla á las fieras con que se gana la
vida.
— Sr. D. Rígido — dijo Regato sin poder di-
simular su enfado, — maldito si le sientan á us-
ted esos humos de juez severo. ¿A qué tanta ni-
miedad y sutileza de abogado para un asunto
tan sencillo? Usted ha empleado toda clase de
recursos para sacar de aquí al que con más jus-
ticia está preso.
— Usted juzga nml ámi amigo — repuso Mon-
salud con serenidíid, — y es extraño porque le
conoce bien. No aparece complicado más que
por unas cartas que se hallaron entro los pape-
les de Vinuesa, y el juez debe de haber com-
prendido que apenas merece castigo, pues solo
512 B. PEKEZ GALDÓS
le condena á cuatro años de presidio, pena relft-
tivamenfce leve en estos tiempos.
— Nada de eso hace al caso — dijo Regato
como hombre afanado que se decide á marchar
derechamente hacia su objeto. — Usted ci*eerá
tal vez que yo no correspondería á su buena
voluntad con otra buena voluntad, á su benefi-
cio con otro beneficio.
Diciendo esto, el dos veces gato se llevó k
mano á un cinto, y desliándolo hizo sonar sa
contenido, un metal precioso que enloquece í
los hombres.
Monsalud sintió un impulso de ira y cnñ-
pando los dedos miró el cuello del agente de
Su Magestad. Pero la razón no le abandona-
ba, y calculó que era muy prudente contenerse
para imaginar algún ardid que sin comprome-
terle, le librase de las enfadosas sugestiones de
aquel hombre.
— Guarde usted su dinero, Sr. Regato, —
dijo con serenidad. — Yo no soy Pelumbres,
Regato no dijo nada y puso el cinto sobre
la mesa.
— Este soberbio no cede con cualquier bico-
ca — pensó. — Será preciso hacer un sacrificio,
un verdadero sacrificio.
— Yo creí — indicó Salvador disimulando su
ira non una apariencia festiva,*— que ya no le
__ >■ -/■ -r ■-'-
EL GRANDE OBIENTE 313
quedaban á usted más ochentines de los que el
Gobierno dio á la Casa Real.
— Son onzas de oro, — dijo Regato con natu-
ralidad. — Ya sé que usted me dirá mil linde-
zas y pedanterías. No parece sino que es un
crimen aceptar obsequios en pago de un ser-
vicio leal. Bueno, señor mió, usted se lo pier-
de. Viva usted de sus rentas, viva usted de
BUS fincas, ya que donosamente rechaza lo que
le cae
Levantóse en seguida y dando varios pasos
en diferente sentido, se detuvo anteeljóven,
le puso la mano en la cabeza y se la movió
con gesto entre cariñoso y amonestador.
—Y si nó — añadió, — no hay nada de lo dicho.
Por eso no hemos de reñir. Cada uno tiene su
conciencia como Dios se la hecho. Hay escrú-
pulos respetables. Yo no censuro que haya per-
sonas así tan entiesadas. Lo que siento es
que se vá usted á ver en un mal paso, caballe-
rito. Si yo le he propuesto á usted lo que ha
oido, es por encargo de varios amigos, y ellos
no son como yo, mansos y pacíficos y que con
todo se conforman , sino muy fieros y vengati-
vos. Capaces son de dai*le un disgusto á mi se-
ñor D. Rígido ¿Qué cree usted? — prosiguió
poniéndosele delante y clavando en él sus ojos
cuya papila brillaba con dorados y verdes re-
314 B. FSREZ GALBOS
flejos. — Ya anoche estaban mis amigos muy in-
comodados con usted, llamábanle traidor por
haber aceptado un destino de esa canalla ma-
sónica.
Monsalud seguía meditando.
— Y en rigor — añadió el agente de Su
Magestad, — la conducta de usted no ha podido
ser más sospechosa. Anoche tuve que platidtr
mucho para defenderle á usted Es un
traidor, II decian. uPues si no nos sirve en m
destino de carcelero, haciendo lo que le man-
demos, lo pasará mal....it |En fin, como son
«noB bárbaros, no es de extrañar que digan
barbaridades. Yo me miraría muy bien antes
de enemistarme con ellos.
El otro seguia meditando.
— Yo se lo digo á usted con franqueza — con-
tinuó Begato animándose al ver la perplejir
dad del joven, — porque somos amigos, porque
tengo particulares simpatías con usted , cono-
ciendo como conozco sus méritos , su buen co-
razón y mucho entendimiento. Tenga usted
muy presente mi advertencia, pero muy pre-
sente. Si se resiste á ayudarme, no salga usted
solo por las noches , ni vuelva á poner los piái
en la Asamblea ni en sitio alguno donde nos
reunamos. Además, los antecedentes políticos
de usted no son tales que pueda el caballerito
EL GRANDB ORIENTE 315
estar tranquilo, si alguien se propone hacerle
daño.
—No creo tener enemigos — dijo casi maqui-
nalmente el joven .
— ^Téngalos ó no, usted es un hombre que
no ha dejado de cometer errores en su vida.
Salvador le miró con tristeza.
— Y entre ellos se cuenta — continuó Regato,
—el haber tenido relaciones con Amezaga, el
poseedor de los secretos del Rey en Valencey.
— ¡Yo!.... — dijo Monsalud lleno de estupor.
—No me lo negará usted á mí. Amezaga que
se cortó el pescuezo con una navaja de afeitar,
antes que se lo retorciera el verdugo, concluyó
como debia concluir. Usted que le a3nidó en la
publicidad de los célebres secretos, no fué obje-
to de persecuciones ni aun de sospechas, por-
que supo esconderse; pero |ay, insigne joven!
usted no podrá librarse de una causa el dia en
que cualquier mal intencionado quiera hacer-
le dafio Usted tuvo correfljpondencia con
Amezaga
La cara atónita de Monsalud estaba dicien-
do: — Es verdad.
—Amezaga le escribió á usted varias cartas
que le comprometen; pero de una manera
La causa está abierta. Va sabe usted que este
uno de los asuntos en que Su Magostad no
316 B. PÉREZ GALDÓS
perdona. Se trata de sus chicoleos en Yalencey,
de sus diabluras con los Bonapartes en fin,
esto es grave, y no hay Gobierno por patriote-
ro que sea, que no apoye á nuestro Bey.
— Eso es historia antigua— dijo Salvador
con desden.
— ^Antigua, sí; yo no he visto las cartas de
Amezaga dándole instrucciones á usted y á
otros conspiradores para publicar las aventuri-
lias de Su Magestad; pero el amigo mió que Itf
posee, me ha dicho que son terribles. Oon la
mitad de aquello se sube al cadalso en todoi
tiempos.
Salvador sentia viva agitación.
— En el año 19 , usted conspiraba; usted n
vio obligado á esconderse hoy aquí, mañaoft
allí, para burlar á la policía. En una de estas
mudanzas un amigo mió se apoderó de nn pa-
quete de cartas que tenia mi señor D. Salvador
en la gabeta de su mesa. Según me ha dicho, las
habia políticas,«amoro8as, familiares, de todas
clases.
— Es verdad que perdí unas cartas; pero
que....?
— Que el poseedor de ellas las guarda como
oro en paño. Ni siquiera á mí me las ha queri-
do mostrar. ¿Sabe usted quién es? Alonso SaxH
chez, que fué de la policía y ahora está cesonto
EL GRANDE ORIENTE 317
y oomo cesante desesperado. Tiene una admira-
ble colección de papeles curiosos Es amigo
mió, muy amigo mió.
Monsalud no contestó. Regato, al decir lo
gue antecede apretó el brazo contra su cuerpo,
complaciéndose en sentir bajo el uniforme el
contacto de un cuerpo semejante en tamaño y
dareza á un paquete de papeles. Habia menti-
do como un bellaco. Las cartas fírmadafi por
Amezaga y dirigidas á Monsalud en Julio del
lé las tenia él, juntamente con otras de dudo-
so valor político por ser esquelas de amores ó
de familia. Habíalas recibido del agente de poli-
cía y las guardaba, como otros muchos tesoros
epistolares, esperando que llegase la ocasión de
utilizarlas. El astuto intrigante daba gran im-
portancia á todo papel que en su mano por
cualquier evento caia, y los tenia clasificados
por autores con una escrupulosidad cariñosa,
semejante al celo de los anticuarios y bi-
bliófilos.
Aquella mañana antes de dirigirse á la cár-
cel de la Corona, abrió una arqueta que encer-
raba numerosos paquetes, parecidos á expe-
dientes, y después de recorrerlos brevemente
con la vista, sacó uno que decia: Amezaga,
Salvador Monsalitd. Guardólo en un profundo
bolsillo interior con que habia dotado á su ca-
318 B. PEBEZ GALDÓB
i
Baca de miliciano, para que el uniforme, legan
decia festivamente, no fuera una prenda inútil.
— Sr. Regato— dijo Monsalud. — ^Todo esode
los papeles de Amezaga me tiene ain cuidado
en lo referente á lo que usted me propone lu^.
Pero me gustaría recobrarlos, ¿por qué he de
decir otra cosa?
— ¡Bribón!— -dijo Regato para sí, oprimiendo
dulcemente el bulto de papel. — Como no oedu
ni á las onzas, ni á las amenazan, te venoerí
con esto.
Monsalud no dio importancia alguna i til
incidente. Fijábase ante todo en la amenaza de
concitar contra él el odio de los Pelumbres y
comparsa. Esto le pareció un verdadero percan-
ce, porque Regato en tal especie de guerra era
omnipotente. Considerando la maldad de aquel
hombre, vio un peligro real y cercano, com-
prendió que no eran palabras vanas las referen-
tes á la brutalidad vengativa de los amigos del
agente de Su Magestad. Su mente se llenó
súbitamente de las ideas evocadas por el peli-
gro, y pensó en los medios de librarse del que
j •'
BL GRANDE OBIBNTB 319
con una mano ofrecía oro y con otra porrazos.
—Este tunante — pensó Monsalud, — no me
perdonará. No soy quien soy, si dejo á este
reptil en disposición de morderme.
Cuando esta idea cruzó por su mente, tuvo
otra felicísima: seguir aparentando perpleji-
dad para que Begato le creyese inclinado auna
inteligencia.
— Mucho lo piensa — dijo para sí D. José
Manuel. — Su indecisión es buena señal. No se
enfurece, no grita, no dice una palabra de su
honor. Sacaré el dinero para que viéndole
pues
— Déjeme usted pensar un rato lo que debo
hacer — dijo Monsalud.
Conservando una seriedad ficticia. Regato
empezó á contar dinero sobre la mesa.
— ^No se trata de ningún desafuero — dijo, —
(dno de un servicio. Mi objeto solo es que Vi-
nueaa no muera, y que la irritación del pueblo
pase sobre él como pasan las olas por encima
de una roca sin conmoverla. Si el pueblo regís-*
tra demasiado los calabozos y quiere hacer al-
guna atrocidad en cabeza absolutista, lo más
acertado me parece sacar á Yinuesa de su en-
cierro, esconderle en las bohardillas y nada
más. £1 alcaide es un borracho y un fanático.
No me atrevo á hablarle porque estamos reñí-
320 B. PÉREZ OALDÓS
dos desde hace tiempo. Ni él me traga á mi ni
yo á él, ¿entiende usted? Yá para un año que
no pongo los pi& en esta casa y no oonoxoo á
nadie en ella. Pero usted puede hacerlo todo.
Los milicianos que están de guardia no es ttcS
que se enteren.
— ¡Ohl sí, es muy fácil — dijo Monsaltiá.
— Pide mucho — ^pensó Begato, — ^habrá qoe
hacer un sacrificio mayor.
— |Ah! tunante — pensó Monsalud mirándo-
le fijamente pero sin dejar conocer su idea;-*
tú has creido jugar conmigo, y yo, aunque BÓ
soy agente de Su Magestad, ni dispongo do
fuerza alguna, ni de grandes caudales, te voy
á sentar la mano de tal modo que has de aoo^
darte de mí toda tu vida.
La sonrisa del triunfo presente ó anuncia-
do por el corazón alteró el semblante pálido J
serio de Salvador; pero Regato sin advertir
nada, continuaba manoseando las peluconas.
— Te juro , miserable — prosiguió Monsalud
pensándolo, — que el lazo que voy á armarte y
en el cual vas á caer como un pobre pajariUo
inocente, se deja atrás á tus diabólicos ardides.
Cuenta, cuenta el dinerito.
— ¿Lo ha pensado usted? — preguntó Regato.
— Hombre, .sí que lo he pensado ¡Qué
demonios! Este es un país donde las personal
KL GRANDE ORIENTE 321
(
honradas no pueden conservar su honradez. No
hay medio de vivir; todo cuesta un ojo de la
cara.
—Tiene apuros — pensó Regato. — Cayó.
La historia de siempre.
— Por el momento — dijo Salvador, — guar-
de usted ese dinero. Puede pasar alguien, verlo
6 oir su seductor sonido, y entonces las
sospechas
— Ebtá bien, muy bien — manifestó el comu-
nero miliciano encerrando las onzas en el cinto.
—Y ahora discuri*amos lo que se ha de
hacer.
— Es muy sencillo, sacarle del calabozo sin
que lo vea nadie, y subirle á las bohardillas.
Salga usted á ver si ya el Sr. Alcaide está
dnrmiendo la mona. A los demás empleados de
la cárcel se les puede dar algo Eso ajuicio
de usted.
Monsalud empezó á dar paseos por la habi-
tación. El plan que rápidamente habia conce-
bido para dar una severa lección y un castigo
muy duro al agente, presentósele muy difícil
de realizar.
— ^Atarle aquí , ponerle una moixlaza y su-
birle á las bohardillas — pensó, — es muy aven-
turado. Gritará Dá !a maldita casualidad
de que no hay un solo calabozo vacio. ¿Pero no
'21
tJLl
322 B. PÉREZ GALDÓS
habrá algún calabozo vacío?.... El 17 fieoeapó
ayer el 14! no se desocupará hasta mañana.
Siguió meditando.
— No debe perderse tiempo — dijo súbita^
mente Regato. — Entremos ambos en el en-
cierro de Yinuesa. Son las tres y media. El Al-
caide duerme la siesta. Hable usted con los ca-
laboceros que puedan estorbar. Los milicianos
están en el cuerpo de guardia, y si hay algunos
en el patio, se les convidará á todos á cafó¿
Mande usted traer copas y cafó, diciáidóles
que es hoy su cumpleaños.
Monsalud se echó á reir.
— No está mal cumpleaños el que á tí te es-
pera — pensó.
Ya tenia un nuevo plan.
— Espéreme usted aquí — dijo. — ^Yoy á dar
una vuelta por la cárcel. Yeré si duerme el Al-
caide, diré dos palabras á los calaboceros, aun-
que se me figura que no serán necesarias tantas
precauciones. La prisión de Yinuesa está bqo
la escalera, y no es preciso pasarle por el patio,
¿entiende usted?
— Entiendo ¡Oh! las cosas se presentan
bien — dijo Regato. — En fin, vaya usted
No olvidarse de las copas. Con los milicianos
no se puede contar sino engañándoles, lo ooal
es facilísimo. Dígales usted que se han recibido
EL OH ANDE ORIENTE 323
noticias de que viene Riego con su ejército, con
veinte ejércitos como los de Jerjes á conquistar
á Madrid. Yo no bajo, porque se me pegarían,
no dejándome respirar.
Monsalud salió de la pieza, recorió la -cár-
cel, habló brevemente con el Alcaide que en
aquel momento se disponia á dormir la siesta.
Este, recomendándole mucha vigilancia, le dijo:
— Me parece que no tendremos la jarana que
ae anunció. Alarmas, alarmas -de los desocupa-
dos. No se ha visto hasta ahora un solo grupo
sospechoMo en toda la calle, y me parece que
tendremos un dia tranquilo. Además, la Milicia
no toleraría ningún desmán. Está decidida á
que nadie traspase el umbral de la cárcel.
Pasado algún tiempo despu3s que el Alcaide
se encerró en su cuarto, Salvador convidó á los
milicianos, siguiendo las advertencias de su so-
bornador, y después dio varias órdenes á loa
dos calaboceros que estaban á la sazón en la
casa, enviándoles á puntos de donde no pu-
diesen volver antes de un aiarto de hora. Con
estas ligeras precauciones habia seguridad com-
pleta, como so verá ahora mismo.
Bajo la escalera de la cárcel, en el oscuro
hueco que formaba el primer tramo, habia una
puerta pequeña y poco visible. Era la puerta
del calabozo en que estaba Qil de la Cuadra.
:)24 n. PÉREZ GALDÓ8
Aquella prisión era la única en la cual se podi»
entrar sin atravesar el patio y las crugías bajas
del edificio. Monsalud tomó un pedazo de ti» y
en la puertecilla dibujó groseramente una horca
con su correspondiente ahorcado, cuidando de
poner debajo Tamajon. En seguida subió: de un
cuarto oscuro destinado á trastos sacó dos ob-
jetos que guardó cuidadosamente, dirigiéndoae
al punto en bustca de Regato. Focos momentos
después ambos estaban frente á la puerta del
calabozo.
— ¿Conque aquí está ese desgraciado?-— dijo
el agente de Su Magostad. — Sí, ya veo la oále-
bre horca y los letreros.
Monsalud abrió, y entraron. Al principio la
oscuridad no les permitió ver objeto alguno.
— Sr. D. Matías, Sr. D. Matías, — dijo Be-
srato adelantando en las tinieblas.
— ¿Quién es? — murmuró Gil de la Cuadra.
— Sr. Vinuesa
Monsalud cerró por dentro.
Pasó un rato antes de que el agente cono-
ciese el engaño.
— ¿Qué es esto? — gritó. — Engaño, trai-
ción ¡Salvador!
— Engaño, traición — repitió áate.
— Infame, abre pronto, ó te ahogo — exdi^
mó el gato ciego de ira, y amenazando con las
EL GKANDE OBIENTE 325
crispadas zarpas el cuello del joven. Haciendo
un movimiento rápido, echó mano á la espada.
Monsalud levantó el brazo derecho y des-
cargó sobre el agente una bofetada olímpica,
una de esas bofetadas supremas y decisivas,
que recuerdan la quijada de asno de que se
servia Sansón. Regato cayó al suelo. En pocos
segundos Salvador le amordazó.
— ^Ahora — le dijo, — desnúdate ¡pronto!
Nunca el agente se habia parecido tanto á
un gato. Arañó al joven, y falto de habla, bu-
faba sordamente.
— Desnúdate pronto, ó te aplasto, reptil.
Necesito tu uniforme de miliciano.
Gil de la Cuadra miraba con estupor aque-
lla escena.
— ^Necesito tu uniforme.
Monsalud tiraba de las mangas, desabro-
chaba los botones. En poco tiempo el morrión,
los pantalones, la casaca y la espada de Regato,
fueron arrojadas al rincón opuesto. Inmediata-
mente el joven sacó una larga cuerda y con
mucho trabajo, porque el gato se defendía ra-
biosamente, le ató con tal fuerza que no podia
moverse. Las argollas que habia en la pared de
la prisión sirvieron para sujetar al nuevo preso,
que estaba adherido , clavado al muro como
un murciélago.
326 B. PEUEZ GALDÓB
— Sr. Gil — dijo Monsalud imperiosamente,
— ^póugase usted ese vestido de miliciano. Pronr
to será de noche. ¡A la calle!
Gil de la Cuadra no apartaba los ojos del
triste espectáculo que tenia delante.
— Pronto ¡el uniforme! — repitió Monsa-
lud. — Saldrá usted ahora y le ocultaré en mi
cuarto hasta que sea de noche Pronto.
Gil de la Cuadra obedeció^ y en silencia
empezó á vestirse.
Hubo una pausa de silencio profundo. Pero
luego sintióse un inimor que crecia, crecía, y
de rumor se trocó en mugido sprdo , confusas
palabras de gente, gritos, pasos, puertas qne se
cerraban. Sonaron varios tiros.
Monsalud, después de asegurar con toda su
fuerza la cuerda que ataba á Regato, salió lleno
de zozobra del encierro.
XXVI
Poco después del medio dia una horda de
caníbales se reunia en la Puerta del Sol, mejor
dicho, se diseminaba, marchándose cada ani-
mal por su lado, después de acordar juntarse
7
EL GRANDE ORIENTE 327
por la tarde en el mismo sitio. Así lo hicieron,
y las autoridades miraban aquello como se mira
una fiesta. Después de las cuatro los grupos vol-
vieron á invadirla Puerta del Sol. Habia en
ellos una frialdad solemne y lúgubre, como de
quien no fia nada al acaso ni á la pasión, sinoal
cálculo y á la consigna. La autoridad seguia no
viendo nada, ó negligente ó cómplice ó imbé-
cil, que las tres cosas pueden ser. Los grupos
susurraban, y por un momento vacilaron; pero
al cabo de cierto tiempo dirigiéronse por la ca-
lle de Carretas y las de Barrionuevo y la Mer-
ced, á la cárcel de la Corona. Llenóse la calle
de la Cabeza en su mayor parte. Destacábase al
frente de uno de los grupos el ciudadano Pe-
lumbres, arengando como una bestia que hu-
biese aprendido durante corto tiempo y por
arte milagroso, el lenguaje de los hombres.
Casi todos llevaban armas menos él.
Considerando que su persona no estaba
completa, pidió una navaja; mas como nadie
se hallase dispuesto á tal generosidad, dirigió
BU mirada de buitre á todas partes. Hacia la
calle de San Pedro ^lárfcir estaban construyen-
po una casa. Pelumbres se acercó á la empali-
zada; vio algunas piedras de gi'anito á medio
labrar y encima de ellas un gran martillo.
— Para el sastre la aguja — dijo, — la lezna
'MA B. PKR8Z OALDÓ8
para el zapatero, el cuerno para el toro, j pata
el herrero el martillo.
Cuando ae dirigió con bu arma al hombro £
la esquina de la calle de Lavapiás, bus compar
ñeros rompían á hachazos la puerta de la cár-
cel. Los milicianosi no queriendo sostener una
lucha contraria, según su criterio, al progreso,
ni tampoco entregarse sin resistencia, hablan
aACgurado la puerta con un solo cerrojo, y en el
zaguán se disponían intrépidos á descargar
sus armas al aire.
La puerta no resistió mucho. Lo que empe-
zaron los hachazos, dos docenas de coces lo ooor
cluyeron. Diaparáronse al aire varios fusiles de
milicianos, la turba penetró en el patio de la
cárcel, rápida como un brazo de agua, rugiente
y soez. Hay un grado de ferocidad que la na-,
turaleza no presenta en ninguna especie de ani-
males: solo se ve en el hombre, único ser ca-
paz de reunir á la barbarie del hecho las igno-
minias y brutalidades de la palabi*a. Viendo á
los hombres en ciertas ocasiones de delirio, no
se puede mt^nos de considerar á la hiena como
un animal caritativo.
£1 calabozo de Vinuesa era bastante cono-
cido de casi todos los que entraron. Cómo lo
abrieron no se sabe. La turba que en la calle
era gruesa, se añló para entrar en la cárcel.
^m
UL GÍIA.NDU OBIBNTK 3S9
Para penetrar por una puertecilla estrecha tuvo
que aguzarse más. Parecía una serpiente de lar-
go cuerpo y cabeza estrecha, introduciendo su
boca por una hendidura. El cuerpo se agranda-
ba en el patio; enroscándose salia á la calle,
daba varias vueltas por las inmediatas, y la
cola, parte en extremo sensible y movible, cu-
lebreaba en la plazoleta de Relatores. La cola
«e componía de mujeres.
Cuando Vinuesa vio que entraban en su ca-
labozo aquellos hombres terribles, comprendió
que su fin era inminente. Poniéndose de rodi-
llas y cruzando las manos, gritó:
— ¡Perdón, perdón!
El calabozo retumbaba con las imprecacio-
nes. Vióse en el aire un círculo rápido y espan-
toso trazado por un pedazo de hierro adherido
al extremo de un palo, que impulsaban manos
vigorosas. El martillo describió primero un cír-
culo en vano, después otro y la cabeza del
infeliz reo recibió el mortal <,^ol pe. Siguióle otro
no menos fuerte y después diez navajas se ce-
baron en el cuerpo palpitante.
Lavaban los asesinos el martillo en la fuente
<le la calle de Relatores, cuando el Gobierno re-
solvió desplegar la mayor energía. jQué seria
de esta Nación si la Providencia no le deparase
330 B. PÉREZ OALDÓB
en ocasiones criticas el tutelar beneficio de fin
Gobierno! La noticia del crimen corrió por Ma-
drid^ 7 la vilia que es y ha sido siempre usa
villa honrada, se extremeció de espanto y pie-
dad. El Gobierno se extremecia también, y de-
claraba con patriótico celo que no descansaria
hasta castigar á los culpables. Para que nadie
tuviera duda de su gran entendimiento y penh
picacia política, mandó que inmediatamente se
pusiera fuerza del ejército en el edificio, y por
si alguno tenia dudas todavía de su diligente y
paternal actividad, ordenó que al instante, fdn
pérdida de un momento, se instruyesen Jas
oportunas diligencias. Quejarse de un Gobier^
no así es quejarse de vicio.
XXVII
Cuando Gil de la Cuadra y Regato se que-
daron solos, siguieron oyendo aquel rumor de
voces que resonaba en el patio de la cárcel.
Durante más de un cuarto de hora el estrépito
fué grande. Gil de la Cuadra, comprendiendo
que el populacho habia invadido el edificio, se
puso de rodillas, y cruzando la^ manos, resó
en voz alta.
EL GRANDE ORIENTE 331
El otro desgi'aciado se hinchaba y gruñía.
De su rostro congestionado afluia copioso su-
dor. Ti-ataba de romper sus ligaduras y de es-
cupir su mordaza; pero unas y otra habian sido
puestas por buena mano. Por último, después
de repetidos esfuerzos, de su boca pudo salir
una voz, masque voz, silbido, que decia: — ¡Pie-
dad^ piedad!
Gil de la Cuadra se acercó á él y limpióle el
sudor de la frente. Las miradas de Begato eran
tan expresivas pidiendo compasión; las contrac-
ciones de su cara tan violentas, que el primer
preso no pudo resistir la fuerza de sus senti-
mientos compasivos, y le quitó la mordaza.
— I Ah gracias , gi-acias! — exclamó el
agente de Su Magestad aspirando con delicia
el airo fétido de la prisión. — Aire, aire me
ahogo aquí.
— Pero con esto concluyen mis complacen-
cias — dijo Cuadra. — No le quitaré a usted la
cuerda, eso no.
— Toque usted mi cintura — murmuró Rega-
to. — ¿Qué suena en ese cinto? Dinero. Todo eso
y la libertad poro suélteme usted.
— No puedo.
— ¡Y el populacho ha entrado en la cárcel 1
;,Ha sentido usted, Sr. Gil?
— Sí, me pareció que entraba en el patio una
332 B. PÉREZ OALDÓS
ola del mar Ahora parece que ha i'
rumor. Se alejan.
— Se alejan, ai. Pero aún sesientuí
Ese malvado volverá á entrar aquí!....
pueblo! — ¡Pueblo mió, favor!
Los gritos de Regato no traapab.
muros de la prisión.
— Sr. Gil — exclamó con acento de .
ración: — saque usted mi espada y máb^
hombre de mi temple no puede sopo
suplicio.
— Calma, calma, Sr. D. José Manuí
Cuadra poniendo la mano sol:>re la ca
agente. — Yo suplicaré á mi amigo qi.
haga á usted daño alguno Pero taxdi
— I Su amigo! ¿pues no tiene la vile>
marle su amigo? — dijo Regato poniénu
encendido como cuando tenia la morda.
— Mi amigo, mi protector, mi salv¿.
pues si él no existiera, ¿qué seria de
pero tarda, ¿no es verdad que tarda?
— ¡Estúpido viejo! — gritó Regato fue.
— ten vergüenza, y córtate la mano ai
estrechar con ella la mano de ese hom-
— ¡Yo! — En mi corazón no exifitt
puede existir el odio. Y si existiera, i^
joven no tendría sino amor, una adu
respetuosa, un afecto paternal.
EL GRANDE ORIENTE 333
— Es verdad que hay hombres muy singula-
i'es — dijo Regato sonriendo con infernal mali-
cia. — Yo conocí un hombre que sacaba á paseo,
llevándole á cuestas, al cortejo de su mujer.
Gil de la Cuadra creyó que Regato sufría
enajenación mental. Lleno de compasión se
acercó á él.
—Vendrá pronto — le dijo. — ^Yo intercederé
por usted pero tarda, ¿no es verdad que
tarda? Ahora apenas se oye ruido.
— Intercederá usted — añadió Regato con
afán de perversidad. — Y si le pide algo en cam-
bio, le dará usted su mujer no, porque mu-
rió; pero aún tiene usted una hija. Sin embar-
go, como él la tiene en su casa, se habrá cobra-
do por adelantado.
— Sr. Regato — dijo Cuadra con severidad. —
¥A lenguaje de usted es propio de un loco.
— I Imbécil, imbécil! el de usted es propio de
un ciego ¡Pobre D.* Pepita! era una exce-
lente señora, y tan guapa seguramente si
no hubiera dado con un esposo tan crédulo
como usted.
— Sr. Regato — exclamó Cuadra con enojo.
— Le digo 6 usted que se calle.
— No digo más sino que aquella señora era
una buena pieza.
— La desastrosa situación de usted me impi-
334 B. PÉREZ OALDÓS
de contestar á esa insolencia como se merece.
— ¿De veras cree usted que la hermosa dama
era un modelo de virtudes?
— Sí, canalla; si lo creo — gritó trémfolo de
ira Gil de la Cuadra, llevando su vacüante
mano á la espada.
— ¡Pues mis noticias son que pecó varias ve-
ees. Dígalo Salvador Monsalud que fué su cor-
tejo ¡Oh, Dios mió! Estoy preso, estoy
atado pero en mi horrible situación me
das armas; me das este veneno que escupo y
con el cual mato.
— ¡Miserable!....
Gil de la Cuadra corrió hacia él y le opri-
mió el cuello.
— Ahógame, necio, — ^gruñó Regato , — ahóga-
me. Mi último suspiro será para echarte en cara
tu vilipendio . Ese hombre, ese enemigo mió
— ¡Qué dices!
— Te burló, te burló. En Francia, toáoslos
españoles lo sabian menos tú
Gil de la Cuadra vacilaba. Una idea cruzó
como un relámpago por su cerebro; una idea
confusamente mezclada con recuerdos, palabras,
coincidencias, detalles.
— El majadero no lo cree — dijo Begato, ya
libre de las manos que le apretaban el cuello.
— Voy á darle pruebas para que calle.
EL GRANDE ORIENTE 335
— Pruebas! Usted está loco. Cállese usted.
Esto es una farsa ¡Pero ese hombre no
viene, Santo Dios!
— ^Pruebas, sí. Ponga usted la mano sobre el
costado derecho en la pechera del uniforme mió
que tiene puesto. ¿Qué hay en ese bolsillo?
— Un bulto, una cartera.
— Un paquete. Sácjuelo usted.
— Ya está . Cartas
—Lea usted
— ¿Qué es esto? una carta firmada Amezaga,
— Siga usted, hojee usted ese precioso libro.
Tras esa joya vendrá otra.
Gil de la Cuadra acercándose al ventanillo
por donde entraba una débil luz, recorría una
iraB otra y con ardiente curiosidad las cartas.
— A prisa, á prisa. Pase usted todas las pri-
meras. ¿Qué viene ahora?
— ^Una lista con varios nombres.
— Adelante ¿Y ahora?
— Una
Gil de la Cuadra calló de improviso. Su co-
razón saltóle en el pecho. Quedóse frió, mudo,
atónito, lleno de espanto, como el que se ve
en el borde del abismo y comprende en veloz
juicio que no hay más remedio que caer.
— jAh! — dijo Regato. — El imbécil ha pues-
to al fin la mano sobre el delito de su esposa.
:í36 b. fkrkz g*aldó»
Es tan bnito^ que necesita tocarlo para com-
prenderlo.
Gil de la Cuadi-a seguía leyendo.
— ¿Qué dice la carta? — añadió el agente. —
Tras esa vienen otras muchas. Yo he pasado
buenos ratos leyéndolas. ¡Cómo palpita en
ellas la pasión! ¡Qué vehemente ardor! .... Y los
dos amantes disimulaban bien ] Cuántas
precauciones para engañar al bobillo! ¡Se en-
cuentran en esas cartas traiciones inauditas,
alevosías de él y de ella! La señora parecia más
apasionada que nuestro amigo.
Gil de la Cuadra segíiia leyendo. De repen-
te se desplomó. Un ay de dolor, una exclama-
ción aguda y penetrante, parecida á las que
exhalan los que sufren repentina muerte, salió,
de sus labios. Cayó al suelo. Su mano estm-
jaba un papel.
— El incrédulo parece convencido ¡Mise-
rable viejo, ahí tienes á tu Providencia» ahi
tienes á tu Salvador, ahí tienes á tu amigo
querido!.... ¡Le has entregado á tu hija!
Cuando esta última palabi*a resonó en la
prisión, extremecióse el cuerpo del anciano he-
rido en su alma. Irguiendo la cabeza, abrió los
ojos, dióse furibundo golpe en la frente con la
palma de la mano, y repitió:
— jMi hija!
EL OSAKDE ORIENTE 337
Un instante después Gil de la Cuadra esta-
ba sentado en el suelo^ con los ojos fíjos^ el
cuerpo encorvado, los labios entreabiertos, ató-
nito, lelo, estúpido.
Abrióse la puerta. Monsalud entró.
XXVIII
-— Sr. Gil, Sr. Gil — dijo. — Vamos, vamos al
punto.
Nadie contestó. El joven aguardó un ins-
tante. Traia una luz.
— jAh! — exclamó viendo que Regato conti-
tinuaba en su sitio. — Pasará usted aquí la no-
che, hasta que haya un alma compasiva que
le saque. Han asesinado á Yinuesa. Dicen que
habrá esta noche nueva visita á los calabozos.
Regato no contestó nada. Monsalud se di-
rigió á Gil de la Cuadra.
— Vamos — le dijo. — ¿Por qué se an*oja usted
al suelo en el momento de salir?
Extendió el brazo para alzarle; pero el an-
ciano lo rechazó con fuerza. El solo se levantó.
— Vamos fuera — ^repitió Monsalud. — Llegó
el momento -libertad!....
22
r..—
338 B. PBREZ OALDÓ8
— ^De tí, de tu mano— exclamó Qil de la
Cuadra con profunda ira, — ^no la quiero.
Salvador, estupefacto y espantado, no
supo qué decir.
— Vamos — exclamó al fin.
— No quiero.
—Salgamos.
— ¡Contigo, jamás!
— ¿Qué dice usted?. . . . amigo. . . « . por &vor!
— ^Miserable, apártate de mí — ^gritó Cuadra
dirigiendo á su libertador'una mirada en que se
reconcentraba todo el desprecio de que es ca-
paz un alma. — Me manchas, me ofendes, me
repugnas.
— ¡Qué locura! Vamos pronto — dijo Salva-
dor tomándole por un brazo. — Piense usted en
su hija que espera.
— ¡Mi hija, mi pobre Sólita!— exclamó el
anciano cubriendo con ambas manos su rostro.
Este recuerdo, estas ideas produjeron con-
moción profunda en su ánimo. De súbito el ins-
tinto de libertad surgió poderoso en su alma.
Corrió hacia la puerta y salió. Monsalud
fué tras él.
— Déjame, no me toques, malvado ¡Te
desprecio, te aborrezco, me causas horror!
Salvador se detuvo. Su conciencia habia
dado un grito espantoso.
— II ■ . -g'
EL GRANDE OBIENTE 339
— ^No me has salvado, no me has salvado, no;
es mentira — murmuró Gil de la Cuadra. — Tá
no puedes haber hecho una buena acción. Déja-
me, déjame. No quiero verte más.
Estaban en el patio de la cárcel.
Era el momento en que los soldados envia-
dos por el Gobierno ocupaban el edificio, arro-
jando de allí á los milicianos.
Gil de la Cuadra , huyendo de Monsalud
que corría tras él, cayó al suelo. El joven se
le acercó. Le habian ocurrido no sabemos qué
palabras que le parecieron convincentes. Acer-
cóse un soldado, y golpeando con el pié á Gil
déla Cuadra, dijo:
— Un miliciano borracho. Ala calle pronto.
El anciano no podia moverse. Monsalud to-
mándolo en brazos, lo si^có fuera de la cárcel.
— ¡Déjame, déjame maldito! — ^murmuraba el
anciano.
Quiso andar, quiso huir, pero le faltaban
las fuerzas. Monsalud le sostenía, y así llega-
ron hasta la plazuela de Lavapiés, donde aguar-
daba un coche. Salvador cargó de nuevo al an-
ciano y lo entró en él. Sólita le recibió en sus
brazos.
— Entra tú también, hermano.
Gil de la Cuadra habia perdido el conoci-
miento; pero seguía diciendo:— i Maldito!
34() B. PEBKZ OALDÓB
— Yo no — repuso Salvador. — Adiós, hemí^
na, ya sabes dónde has de ir.
— Pero tú Entra de una vez.
— No, adiós; jamás nos volveremos á ver
Adiós.
Cuando el coche partió hacia las afueras de
Madrid, Monsalud se duigió hacia el interior
de la villa. Más de una vez se detuvo ante cual-
quier esquina en la actitud desesperada de un
hombre que ha decidido estrellarse la cabezsa con-
tra las paredes. Andaba sin dirección fija y pasa-
ba de una calle á otra. En una de las vueltas es-
tuvo á punto de ser atropellado por una carroza
que entraba en el ancho pórtico de histórico
palacio. Era la carroza del marqués de Falfan
de los Godos, y conducia á los que eran mari-
do y mujer. En la frente de esta no se habia
secado aún el agua bendita que tomara pocos
momentos antes al salir de la parroquia.
MADRID
Junio de im.
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No puede en manera alguna desconocerse que las
obras de entretenimiento influyen poderosamente en
las costunibres y en la cultura de uu pueblo. Las
obras sabías y profundas no llegan á conmover ni á
trasformar las sociedades hasta que sus ideas y prin-
cipios no pasan á la literatura recreativa, órgano efi-
caz del pensamiento.
Por desgracia la literatura de entretenimiento, y
especialmente la novela, no tiene en España la im-
portancia (jue en otros países se le conceae. Aunque
cultivada por muchos autores, apenas cumple su ob-
jeto, pues soü muy i)üoor los (jue la cultivan con es-
mero.
Para llouar el vacío í[\ií de esto resulta, han recm*-
rido los editores á traducir de lenguas extranjeras, y
particularmente del francés, lo cjtue otros países más
fecundos y más adelantados producen, Pero hay aue
convenir en í|ue se ha abusado lastimosamente explo-
tando la facilidad de apropiamos la literatura ex-
tranjera, y i)or lo común invade nuestro mercado de
libros algo de lo más malo y de lo más abominable
que diariamente se publica en Francia.
Relaciones de horrendos crímenes, tramas invero-
símiles en que juegan tahurea y estafadores, empala-
gosas historias de loretas convertidas, groserías, in-
decencias ó inmoralidades ((ue (juieren hacerse pasar
por gracias ingeniosas, son a(|uí por lo común el ali-
mento intelectual de un público estragado.
Seguros de que prestamos un gran servicio á la ju-
ventud del dia. hemos emprendido la publicación de
una serie de novelas traducidas fielmente de distintas
lenguas, escogiendo los autores más eminentes y de
más renombre, que se distingaen por la elevación mo-
ral y literaria de sus obras.
Asi, pues, publicaremos obras escojgidas de Comí'
cience, Dickens, Bulwer, Feuillet, SaintrOermaÍB,
Xavier de Maistre, Edgar-Foe, Wükie Collins, Bnd-
don, Disraeli, G«orge Elliot, Auerbach, etc.
Forma el primer volumen de esta biblioteca, SI
QiíintOy de Conscience, el popular novelista flamenco,
y Los prisi'Otieros del Gáucaso, por el conde Hamsx de
Maistre. Hl Quinto es una de las narraciones mAa in-
teresantes, más patéticas y más verdaderas que pue-
den leerse. Un sentimiento puro palpita en todas sos
Íiáginas, entre las cuales hay muchas que no poedea
eerse sin verdadera emoción. Está escrita con encan-
tadora sencillez de estilo, y el autor revda en eUa
Í profundísimo conocimiento del corazón humano. De
a segunda novelita Los prisumeros del Gáuc€UOf
solo con decir que su autor Maistre es uno de los más
elegantes escritores de Europa, y G[ue la relación que
hace en esta obra es de un granmsimo interés, basta
para que las personas de buen gusto literario se deci-
dan á adquirirla.
El segundo tomo ó volumen le forman la intere-
sante y ya tan ventajosamente juzgada novela de Gar-
los Dickens, titulada La batalla de la vida, y la ca-
riosa y entretenida historia del descubrimiento de un
tesoro, Gue con el título de El escarabajo de ero ha
?ublicaao el fecundo escritor norte-americano Edgar-
dos. Ambas obras sobresalen entre todas las que se
deben á tan exclarecidos ingenios, por lo vif^oroso y
elegante de su estilo y los bellos y bien deüneados
caracteres que presentan.
El tercer volumen, que acaba de publicarse, contie-
ne la preciosa novela Julia de Trécoeur, de Octavio
Feuillet, cuya interesante lectura recomiendan todas
las personas que la conocen, y El Mayorazgo , notable
producción del tan popular escritor Hoffmann, coyas
obras son tan buscadas por el público ilustrado.
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condiciones y precio que los anteriores. Toda la
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la Escuela de Institutrices de Madrid, es la prime-
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modernos adelantos de la ciencia.
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1^